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102 LA ERA DE LAS CATÁSTROFES<br />

sumaron a la medida incluso los más fervientes partidarios de ese sistema, los belgas<br />

y los holandeses, y finalmente los franceses. 5 Gran Bretaña abandonó en 1931 el<br />

libre comercio, que desde 1840 había sido un elemento tan esencial de la identidad<br />

económica británica como lo es la Constitución norteamericana en la identidad<br />

política de los Estados Unidos. El abandono por parte de Gran Bretaña de los<br />

principios de la libertad de transacciones en el seno de una única economía mundial<br />

ilustra dramáticamente la rápida generalización <strong>del</strong> proteccionismo en ese momento.<br />

Más concretamente, la Gran Depresión obligó a los gobiernos occidentales a dar<br />

prioridad a las consideraciones sociales sobre las económicas en la formulación de<br />

sus políticas. El peligro que entrañaba no hacerlo así —la radicalización de la<br />

izquierda y, como se demostró en Alemania y en otros países, de la derecha— era<br />

excesivamente amenazador.<br />

Así, los gobiernos no se limitaron a proteger a la agricultura imponiendo<br />

aranceles frente a la competencia extranjera, aunque, donde ya existían, los elevaron<br />

aún más. Durante la Depresión, subvencionaron la actividad agraria garantizando los<br />

precios al productor, comprando los excedentes o pagando a los agricultores para<br />

que no produjeran, como ocurrió en los Estados Unidos desde 1933. Los orígenes de<br />

las extrañas paradojas de la «política agraria común» de la Comunidad Europea,<br />

debido a la cual en los años setenta y ochenta una minoría cada vez más exigua de<br />

campesinos amenazó con causar la bancarrota comunitaria en razón de las<br />

subvenciones que recibían, se remontan a la Gran Depresión.<br />

En cuanto a los trabajadores, una vez terminada la guerra, el «pleno empleo», es<br />

decir, la eliminación <strong>del</strong> desempleo generalizado, pasó a ser el objetivo básico de la<br />

política económica en los países en los que se instauró un capitalismo democrático<br />

reformado, cuyo más célebre profeta y pionero, aunque no el único, fue el<br />

economista británico John Maynard Keynes (1883-1946). La doctrina keynesiana<br />

propugnaba la eliminación permanente <strong>del</strong> desempleo generalizado por razones tanto<br />

de beneficio económico como político. Los keynesianos sostenían, acertadamente,<br />

que la demanda que generan los ingresos de los trabajadores ocupados tendría un<br />

efecto estimulante sobre las economías deprimidas. Sin embargo, la razón por la que<br />

se dio la máxima prioridad a ese sistema de estímulo de la demanda —el gobierno<br />

británico asumió ese objetivo antes incluso de que estallara la segunda guerra<br />

mundial— fue la consideración de que el desempleo generalizado era social y<br />

políticamente explosivo, tal como había quedado demostrado durante la Depresión.<br />

Esa convicción era tan sólida que, cuando muchos años después volvió a producirse<br />

un desempleo en gran escala, y especialmente durante la grave depresión de los<br />

primeros años de la década de 1980, los observadores (incluido el autor de este libro)<br />

estaban conven-<br />

5. En su forma clásica, el patrón oro da a la unidad monetaria, por ejemplo un billete de dólar, el valor<br />

de un peso determinado de oro. por el cual lo intercambiará el banco, si es necesario.<br />

EL ABISMO ECONÓMICO 103<br />

cidos de que sobrevendrían graves conflictos sociales y se sintieron sorprendidos de<br />

que eso no ocurriera (véase el capítulo XIV).<br />

En gran parte, eso se debió a otra medida profiláctica adoptada durante, después y<br />

como consecuencia de la Gran Depresión: la implantación de sistemas modernos de<br />

seguridad social. ¿A quién puede sorprender que los Estados Unidos aprobaran su<br />

ley de la seguridad social en 1935? Nos hemos acostumbrado de tal forma a la<br />

generalización, a escala universal, de ambiciosos sistemas de seguridad social en los<br />

países desarrollados <strong>del</strong> capitalismo industrial —con algunas excepciones, como<br />

Japón, Suiza y los Estados Unidos— que olvidamos cómo eran los «estados <strong>del</strong><br />

bienestar», en el sentido moderno de la expresión, antes de la segunda guerra<br />

mundial. Incluso los países escandinavos estaban tan sólo comenzando a<br />

implantarlos en ese momento. De hecho, la expresión «estado <strong>del</strong> bienestar» no<br />

comenzó a utilizarse hasta los años cuarenta.<br />

Un hecho subrayaba el trauma derivado de la Gran Depresión. “el único país que<br />

había rechazado el capitalismo, la Unión Soviética, parecía ser inmune a sus<br />

consecuencias. Mientras el resto <strong>del</strong> mundo, o al menos el capitalismo liberal<br />

occidental, se sumía en el estancamiento, la URSS estaba inmersa en un proceso de<br />

industrialización acelerada, con la aplicación de los planes quinquenales. Entre 1929<br />

y 1940, la producción industrial se multiplicó al menos por tres en la Unión<br />

Soviética, cuya participación en la producción mundial de productos manufacturados<br />

pasó <strong>del</strong> 5 por 100 en 1929 al 18 por 100 en 1938, mientras que durante el mismo<br />

período la cuota conjunta de los Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia disminuyó<br />

<strong>del</strong> 59 al 52 por 100 <strong>del</strong> total mundial. Además, en la Unión Soviética no existía<br />

desempleo. Esos logros impresionaron a los observadores extranjeros de todas las<br />

ideologías, incluido el reducido pero influyente flujo de turistas que visitó Moscú<br />

entre 1930 y 1935, más que la tosquedad e ineficacia de la economía soviética y que<br />

la crueldad y la brutalidad de la colectivización y de la represión generalizada<br />

efectuadas por Stalin. En efecto, lo que les importaba realmente no era el fenómeno<br />

de la URSS, sino el hundimiento de su propio sistema económico, la profundidad de<br />

la crisis <strong>del</strong> capitalismo occidental. ¿Cuál era el secreto <strong>del</strong> sistema soviético? ¿Podía<br />

extraerse alguna enseñanza de su funcionamiento? A raíz de los planes quinquenales<br />

de Rusia, los términos «plan» y «planificación» estaban en boca de todos los<br />

políticos. Los partidos socialdemócratas comenzaron a aplicar «planes», por ejemplo<br />

en Bélgica y Noruega. Sir Arthur Salter, un funcionario británico distinguido y uno<br />

de los pilares de la clase dirigente, escribió un libro titulado Recovery para demostrar<br />

que para que el país y el mundo pudieran escapar al círculo vicioso de la Gran<br />

Depresión era esencial construir una sociedad planificada. Otros funcionarios<br />

británicos moderados establecieron un grupo de reflexión abierto al que dieron el<br />

nombre de PEP (Political and Economic Planing, Planificación económica y<br />

política). Una serie de jóvenes políticos conservadores, como el futuro primer<br />

ministro Harold Macmillan (1894-1986) se convirtieron en defensores de la<br />

«planificación». Inclu-

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