Luna Azul ©Francine L. Zapater - Contenido extra
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En Chemainus, los chicos de mi edad sueñan con tener una moto como esa, pero estaba segura de<br />
que ninguno era el dueño. Habíamos pasado por distintas etapas, de la infancia a la adolescencia,<br />
en el mismo colegio, dentro del mismo pueblo. Y sabía eso a ciencia cierta.<br />
«Pareces idiota escondiéndote así» me dije a mi misma, reuniendo el valor necesario para volver a<br />
asomarme sin la protección de las cortinas.<br />
No estaba. Se había ido. Experimenté una sensación desconocida para mí. Era como si algo más<br />
fuerte que yo, una fuerza sobrenatural, hubiera invadido mi cuerpo y mi mente por completo.<br />
Respiré de forma agitada contra el cristal, empañándolo, haciendo borrosa mi visión del exterior.<br />
Intentaba inútilmente discernir la dirección en la que había desaparecido la potente moto y su misterioso<br />
conductor. No podía dejar de mirar por la ventana. Tan solo unas farolas borrosas, aún encendidas<br />
por la escasez de luz matutina, iluminaban mi escasa visión.<br />
Me aparté de la ventana suspirando. Hoy empezaban las clases y por si eso fuera poco, ahora estaría<br />
todo el día dándole vueltas a lo que acababa de suceder. Acaricié mi sien con las yemas de los<br />
dedos, presionándola suavemente, un incipiente dolor de cabeza amenazaba con terminar de<br />
arruinarme el día. Fui al lavabo en busca de un analgésico. Rebusqué dentro del pequeño botiquín<br />
que teníamos colgado en la pared detrás de la puerta hasta encontrarlo.<br />
El timbre del móvil resonó dolorosamente en mi cabeza como si de martillazos se tratase. Corrí a mi<br />
habitación, aunque ya sabía antes de descolgar quién estaba al otro lado de la línea.<br />
—¿Si?<br />
—¿Estela? ¡Estela! ¿Eres tú?<br />
—Pues claro Beth, ¿qué pregunta tonta es esa?<br />
Ignoró mi comentario dando rienda suelta a su histeria.<br />
—¡Es horrible! ¡Horrible! No puedo creer que esto me esté pasando. ¡Hoy, el primer día de clase!<br />
¡Me quiero morir!— la voz chillona de mi mejor amiga cedió con sus últimas palabras.<br />
No pude evitar sonreír.<br />
—Déjame adivinar ¿te ha salido un grano? ¿Se te ha acabado el maquillaje? —Comenté con fingido<br />
pesar—. Deja que me siente, antes de que me expliques la dimensión de la catástrofe a la que nos<br />
enfrentamos —oí como se removía inquieta al otro lado del teléfono.<br />
—Me parto de risa contigo, ja ja ja, —forzó una carcajada—. Yo aquí al borde de un ataque de nervios<br />
y tú haciendo leña del árbol caído. Muy bonito, di que sí —suspiró aunque sonó más bien como<br />
un gruñido—. No sé porque te llamo, no tienes corazón.<br />
—¡Oh, vamos! Suéltalo de una vez, ¿qué te ha pasado?