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HIDEPUTAS. - Otra Mirada del Conflicto

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Todo empezó en el año 2007. El implacable invierno, que desde entonces<br />

venía rugiendo como un perro hambriento <strong>del</strong> sur de Bolívar hacia el<br />

norte, había cobrado ya sus primeras víctimas: ranchos destruidos,<br />

cosechas perdidas, gallinas y cerdos que flotaban en las corrientes.<br />

Las romerías de indigentes, con un pedazo de colchón al hombro y las<br />

criaturas en brazos, se desplazaban de pueblo en pueblo, mendigando<br />

cobijo y pan.<br />

El gobernador Libardo Simancas, que estaba a punto de dejar su cargo<br />

para ser investigado por vínculos con la parapolítica, ordenó que se<br />

compraran 12.000 mercados a unos licitantes de víveres que los<br />

cotizaron por 4.000 millones de pesos.<br />

Joaco Berrío, el nuevo gobernante, acusó a su antecesor de haber hecho<br />

una compra amañada y sin los requisitos que exige la ley. Según<br />

declaró públicamente, temía que al repartir esos alimentos lo metieran<br />

en la cárcel. En aquella ocasión le dije por radio que es mejor<br />

terminar preso por repartir comida que por dejarla pudrir.<br />

Prefirió ordenar que almacenaran los mercaditos en una bodega<br />

contratada mientras se a<strong>del</strong>antaba una "investigación exhaustiva" que<br />

no llegó a ninguna parte. (Malditas sean las investigaciones<br />

exhaustivas en Colombia. Todavía no hemos podido saber quién asesinó<br />

al mariscal Sucre ni quién ordenó que mataran a Gaitán.)<br />

A Berrío lo destituyó la Procuraduría por otras razones. Llegó un<br />

tercero, Jorge Mendoza, tan fugaz que ni tuvo tiempo de averiguar<br />

dónde diablos era que estaba guardada la comida.<br />

En el 2010 convocaron a votaciones atípicas para que alguien gobernara<br />

los nueve meses que hacían falta. Solo participó el 10 por ciento de<br />

los ciudadanos. Apareció Alberto Bernal, el cuarto mandatario, y,<br />

según él mismo ha dicho, desde el día de su posesión ya los mercaditos<br />

estaban dañados.<br />

En esos cuatro años, cada invierno fue más grave que el anterior.<br />

Los damnificados se multiplicaron. Eran, como siempre, los más<br />

indefensos y desprotegidos. Uno puede comprobar en las calles<br />

coloniales de Cartagena que los desplazados por el agua ya no piden<br />

dinero. Ni siquiera piden una sábana. Ellos mismos dicen que se<br />

conforman con una lata de leche en polvo o unos cubitos para hacer<br />

sopa.<br />

Pasó el tiempo. Llovían las explicaciones legales, hubo una inundación<br />

de incisos y parágrafos, cayó un diluvio de intrigas, metieron sus<br />

manos diputados y concejales, y así, entre martingalas de leguleyos y<br />

bellaquerías de políticos, la bodega terminó por convertirse en un pudridero.<br />

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