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VI<br />
Alejandro, el dios<br />
Al amanecer y dejando a la ruinosa Tiro a su espalda,<br />
Alejandro marchó hacia el sur por la calzada de la costa<br />
probablemente sin esperar más resistencia en su camino<br />
hasta que llegara a Egipto. Llegó a Gaza después de haber<br />
recorrido doscientos cincuenta kilómetros y ordenó que<br />
la ciudad se rindiera de inmediato. Para su sorpresa —y<br />
para su disgusto—, el gobernador persa de Gaza no se<br />
rindió.<br />
Gaza era una poderosa fortaleza situada en la frontera<br />
del desierto egipcio y estaba apartada del Mediterráneo por<br />
su situación en un alto y empinado montículo. Batis, el<br />
gobernador, creía que podría soportar el ataque de Alejandro<br />
hasta que fuera reforzado por tropas provenientes de<br />
Egipto o por el nuevo ejército que se suponía que Darío<br />
estaba formando en algún lugar del este.<br />
Batis tenía una buena razón para sentirse confiado,<br />
ya que Gaza parecía inexpugnable; incluso los ingenieros<br />
de Alejandro lo pensaban. Una enorme muralla la<br />
protegía por todos lados y el monte sobre el que se erigía<br />
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