11.05.2013 Views

Relatos - Buensalvaje

Relatos - Buensalvaje

Relatos - Buensalvaje

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

14<br />

Collage: Muriel Holguín<br />

El mismo día que a Maradona lo echaron del Mundial<br />

me cansé de mi vida. Me compré una Olivetti<br />

Bambina colorada, una carpa canadiense, pastillas<br />

potabilizadoras y una mochila de setenta litros. Convencí al<br />

director del diario para que me siguiera pagando, pero por<br />

hacer crónicas de viajes. Aceptó, me subí en Once a un tren<br />

que se llamaba El tucumano y me fui al norte.<br />

Tenía veintitrés años y, aunque no era la primera vez que<br />

estaba en lo más hondo de una crisis, nunca había pegado<br />

semejante volantazo en medio de la tormenta. En el tren, aun<br />

antes de llegar a Rosario, pude percibir esa paz que nos invade<br />

cuando somos jóvenes y no sabemos, ni nos importa, lo que<br />

va a pasar con nuestra vida. Respiré igual que un resucitado y,<br />

mientras pasaban las estaciones como películas de trasnoche,<br />

recompuse mis pedazos por el reflejo de la ventanilla.<br />

Hasta aquel punto final, hasta la tarde que en un bar de<br />

Junín y Rivadavia escuché la sentencia más triste del mundo<br />

(«Me cortaron las piernas»), había puesto mi crisis en pausa<br />

a raíz del Mundial. El torneo empezó justo en medio de mi<br />

depresión, y fue la mejor excusa para postergar la debacle.<br />

Desde el dos de junio tuve algo en qué ocupar la cabeza.<br />

Todos los días había un partido, y por primera vez Argentina<br />

era un equipo que me gustaba. Lo dirigía Basile y estaba Maradona.<br />

No podíamos perder. Confiaba en el triunfo porque,<br />

si ganábamos, quizás me olvidaría –camuflado mi cuerpo<br />

entre festejos y bocinazos– que alguna vez había perdido la<br />

brújula. Pero no contaba con el dopaje, y la cortina de humo<br />

se disipó temprano. Chau al Mundial.<br />

Por herencia paterna, no había podido disfrutar de las dos<br />

finales anteriores. En casa somos de Racing en serio. Y un<br />

hincha de Racing no festeja los triunfos de Bilardo. Ahora me<br />

parece surrealista, incluso esnob esa postura, pero en las finales<br />

del ‘86 y del ‘90 en casa se gritaban los goles de Uruguay.<br />

Música ligera,<br />

canciones lentas Por Hernán Casciari<br />

Cuando por fin quise reivindicarme, se me acabó el<br />

Mundial en octavos y me reencontré de golpe con una vida<br />

vacía de epopeyas. Unos meses antes me habían caído del<br />

cielo mil dólares de un premio literario y los aproveché para<br />

escapar a la intemperie, solo, a ver si era capaz de encontrar<br />

la pasión esquiva.<br />

Yo pensaba que a los veinticinco años me sonaría la<br />

campanada final de la literatura; sentía que me quedaba<br />

poco trecho y que todavía no había escrito una sola novela<br />

decente. Ahora ya no me pongo esos límites temporales para<br />

casi nada. Tampoco escribo novelas, es cierto. Pero entonces<br />

era espantosamente necesario para mí ser escritor: lo deseaba<br />

con la misma fuerza que hoy deseo ser feliz.<br />

A principios de aquel ‘94 había empezado a leer como<br />

un loco a Juan Filloy. Además de Maradona y su desgracia<br />

mítica, el narrador cordobés había propiciado también ese<br />

viaje. En su novela de 1932, op oloop, había leído una frase<br />

que me empujó a desprenderme de todos los contextos:<br />

«La soledad es el placer de la propia perspectiva». Sigo<br />

pensando que es una de las verdades más redondas que se<br />

han dicho nunca.<br />

Entre los pocos libros que llevaba, había un par de mi<br />

admirado Filloy y la poesía de Vallejo. Casi nada más. El 18<br />

de julio, en un pueblo perdido de Santiago del Estero, leía<br />

«Los nueve monstruos» cuando una radio cercana me avisó<br />

del atentado en la AMIA. Me pareció una señal:<br />

«(...) jamás tan cerca arremetió lo lejos<br />

jamás el fuego nunca<br />

jugó mejor su rol de frío muerto.<br />

Jamás, señor ministro de salud,<br />

fue la salud más mortal».<br />

El viaje estuvo lleno de códigos como ese. Señales<br />

imperceptibles, guiños que a simple vista no querían decir<br />

nada pero que, tan frágiles mis huesos y tan necesitado<br />

yo de milagros, significaban muchas cosas y me hacían<br />

tener esperanza.<br />

Una tarde que nunca voy a olvidar terminé de leer, de un<br />

tirón, una novela de Filloy –cAtervA– y sentí una profunda<br />

reconciliación interior. Me supe casi feliz después de muchos<br />

meses. Estaba en Salta, a punto de pasar a Bolivia, sentado<br />

en la mesa de madera de un camping abandonado. Di vuelta<br />

el libro para revisar la solapa (esas cosas que hacemos para<br />

no concluir un libro, para que siga en nuestras manos un<br />

poco más) y allí, en la reseña, estaba la más grande todas<br />

las señales:<br />

«Filloy nació en Córdoba el 1 de agosto de 1894; de madre<br />

francesa y padre español, compartió la vida y el trabajo<br />

con sus seis hermanos en el...».<br />

Interrumpí la lectura biográfica con el corazón latiéndome<br />

en la yema de los dedos. «1 de agosto de 1894»: increíble.<br />

Hacía ya dos meses que vagaba por pueblos perdidos, haciendo<br />

reportajes a brujos y calesiteros, a todo marginal que<br />

tuviera algo extraño que contar, sacándole fotos a manchas de<br />

humedad que parecían la cara de Cristo, pescando bogas. No<br />

tenía idea de la fecha en que vivía. Casi de casualidad estaba<br />

al tanto de la provincia que pisaba, y a veces ni eso. Pero<br />

sí sabía algo: que hacía frío y que era invierno. Y otra cosa<br />

más. Que estábamos en 1994. Por eso tuve la corazonada.<br />

No sé a quién le pregunté:<br />

–Qué día es hoy, maestro– y crucé los dedos.<br />

Me dijeron que martes. Martes 31 de julio de 1994. Por<br />

primera vez me sentía apurado por llegar a algún sitio. Tan-

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!