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En los tiempos actuales en los que se cede al apremio, a las leyes del mercado y en los que reina la popularidad
temprana, basta mirar la obra de Tito Delmonte para darse cuenta que no revela prisa alguna.
Despojada de artilugios su obra sintetiza su postura en cuanto a la afirmación cultural, la revalorización de la historia
y el legado de las civilizaciones indígenas que poblaron nuestro suelo latinoamericano.
Pero ya no importa que se lo catalogue como americanista o heredero de las teorías de sus artistas admirados, entre
ellos, Klee, Tapies, Lam, Gambartes, Tiglio y principalmente Torres García de quien aprendió el concepto de unidad,
orden, equilibrio, ritmo, tono, del que no quedó prisionero, además de hacer suyo el manifiesto de que ética y estética
deben permanecer estrechamente unidas.
La crítica acompañó su hacer con admiración ante su lenguaje de signos y símbolos que estaban en la raíz de sus
creencias, ante su densidad colorística, ante una obra despojada de lo anecdótico.
Me siento muy honrada por haber sido convocada para este homenaje al maestro, al amigo, que, muy
generosamente, a través de charlas —muchas de ellas telefónicas— lograba transmitirme sus conceptos artísticos
y su filosofía de vida.
Acudo aquí a ciertos pensamientos de la filosofía Zen que para mí, están permanentemente unidos a su quehacer.
“Sus pinturas deben contemplarse cuando uno pone en orden la mente, o la deja vagar, en ellas se nota la presencia
de los sabios de hace muchos años”.
A propósito de ceder al apremio y a la popularidad temprana, leemos un texto en el que “un niño de poca edad por
la mañana pinta y por la tarde se enorgullece de su destreza”. Los sabios de la época decían que se necesitaban
diez años para familiarizarse con los materiales de la pintura, otros diez para completar su aprendizaje y otros diez
para desarrollar su propio estilo.
“Pintando un único arroyo en cinco días y una sola piedra en diez días, rehusando ceder al impulso y al apuro Wang
Tsai dejaba caer sus toques maestros”.
Esto viene a propósito de su método de trabajo, Delmonte pintaba una obra, la dejaba, la volvía a buscar…
“El día que Su iba a pintar, se sentaba junto a una ventana, ponía orden en su escritorio, quemaba incienso, colocaba
a su lado pinceles buenos y tinta excelente. Se lavaba las manos como si fuera a recibir un huésped importante para
calmar así su espíritu y componer sus pensamientos. Luego se ponía a pintar, retocaba aquí y allá, volvía una y otra
vez. Trabajaba como si estuviera en guardia frente a un enemigo.
¿No prueba esto lo que él quería dar a entender por pintar sin engreimiento en el corazón?”
En cuanto al rol del espectador Tito Delmonte logró resonancia entre perceptor y percepción, entre la obra de arte y
aquél que la recibe.
Disfruté sus enseñanzas, su presencia, su amistad y hoy también disfruto su obra universal y trascendente.
Laura Feinsilber
Miembro de la Asociación Argentina de
Críticos de Arte.