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BALDOMERO LILLO - Letras de Chile

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LIBROdot.com Colección <strong>de</strong> Cuentos <strong>LILLO</strong>, <strong>BALDOMERO</strong><br />

—Mañana es día <strong>de</strong> difuntos y, como siempre, su tumba ostentará las flores más<br />

frescas y las más hermosas coronas.<br />

En la tienda, las sombras lo envuelven todo. La propietaria, con el rostro en las<br />

palmas <strong>de</strong> las manos, apoyada en el mostrador, como una sombra también, permanece<br />

inmóvil. El viento zumba, sacu<strong>de</strong> las coronas y modula una lúgubre cantinela, que<br />

acompañan con su frufrú <strong>de</strong> cosas muertas los pétalos <strong>de</strong> tela y <strong>de</strong> papel pintado:<br />

—¡Mañana es día <strong>de</strong> difuntos!<br />

F I N<br />

10. EL VAGABUNDO<br />

En medio <strong>de</strong>l ávido silencio <strong>de</strong>l auditorio alzóse evocadora, grave y lenta, la voz<br />

monótona <strong>de</strong>l vagabundo:<br />

—...Me acuerdo como si fuera hoy; era un día así como éste; el sol echaba chispas<br />

allá arriba y parecía que iba a pegar fuego a los secos pastales y a los rastrojos. Yo y otros<br />

<strong>de</strong> mi edad nos habíamos quitado las chaquetas y jugábamos a la rayuela <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la<br />

ramada. Mi madre, que andaba atareadísima aquella mañana, me había gritado ya tres<br />

veces, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> la cocina: "¡Pascual, tráeme unas astillas secas para encen<strong>de</strong>r el<br />

horno!"<br />

Yo, empecatado en el juego, le contestaba siguiendo con la vista el vuelo <strong>de</strong> los<br />

tejos <strong>de</strong> cobre:<br />

—Ya voy, madre, ya voy.<br />

Pero el diablo me tenía agarrado y no iba, no iba... De repente, cuando con la<br />

redon<strong>de</strong>la en la mano ponía mis cinco sentidos para plantar un doble en la raya, sentí en la<br />

espalda un golpe y un escozor como si me hubiesen arrimado a los lomos un hierro<br />

ardiendo. Di un bufido y ciego <strong>de</strong> rabia, como la bestia que tira una coz, solté un revés con<br />

todas mis fuerzas...<br />

Oí un grito, una nube me pasó por la vista y vislumbré a mi madre, que sin soltar el<br />

rebenque, se en<strong>de</strong>rezaba en el suelo con la cara llena <strong>de</strong> sangre, al mismo tiempo que me<br />

<strong>de</strong>cía con una voz que me heló hasta la médula <strong>de</strong> los huesos:<br />

—¡Maldito seas, hijo maldito!<br />

Sentí que el mundo se me venía encima y caí redondo como si me hubiese partido<br />

un rayo... Cuando volví tenía la mano izquierda, la mano sacrílega, pegada <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la<br />

tetilla <strong>de</strong>recha.<br />

Mientras los campesinos se estrechaban en torno <strong>de</strong>l banco ansiosos <strong>de</strong> contemplar<br />

<strong>de</strong> cerca el prodigio, el viejo habíase <strong>de</strong>sabrochado la blusa y puesto al <strong>de</strong>scubierto el<br />

pecho hundido, <strong>de</strong>scarnado, con la terrosa piel pegada a los huesos. Y ahí, justamente<br />

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