LAS ILUSIONES DEL DOCTOR FAUSTINO.pdf - adrastea80.byetho...
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-Lo sé, hijo mío; pero sé también que ningún López de Mendoza, ningún varón<br />
de tu casta, desde hace siglos, se ha casado jamás con mujer que no sea de su<br />
clase. ¿Serás tú el primero?<br />
-Y a V., madre mía, ¿quién le ha dicho que yo me voy a casar?<br />
-Pues entonces, ¿a qué esas visitas? ¿A qué esos amores? ¿Me negarás que los<br />
hay? ¿Qué fin, qué desenlace van a tener?<br />
D. Faustino se puso rojo como la grana y bajó los ojos al suelo, guardando<br />
silencio.<br />
-Todo me lo explico -prosiguió Doña Ana-; pero has caído en un error harto<br />
peligroso; no has comprendido los mil inconvenientes de tu conducta. Quiero<br />
prescindir del pecado, de la vergüenza, del escándilo de unas relaciones amorosas<br />
que no se piensa en que tengan por término el matrimonio. Quiero suponer,<br />
además, que esa Rosita es tan descocada y sin decoro que te acepta por amigo, y<br />
que no piensa siquiera, por amor a su libertad y por seguir siendo señora de sí<br />
misma, de su casa y de sus bienes, en convertir a su amigo en dueño y marido<br />
legítimo. Todo esto quiero suponer. ¿Has reflexionado tú el papel que vas a hacer,<br />
el papel que probablemente estás ya haciendo?<br />
D. Faustino entrevió todo el peso de la acusación de su madre. Se sintió<br />
abrumado bajo él. No contestó palabra.<br />
-Los vicios de un caballero -prosiguió Doña Ana-, no dejan de serlo aunque sean<br />
de un caballero; pero aún es mayor dolor cuando se llega a ser vicioso sin nobleza<br />
y sin hidalguía.<br />
-V. se propone martirizarme. V. está afrentándome, madre. ¿Qué pretende V.<br />
decir con eso?<br />
-No, hijo de mis entrañas: tu madre, que te ama, no puede afrentarte, diga lo<br />
que diga. Si mi voz es hoy harto severa, acalla tus pasiones, oye en silencio la voz<br />
de tu conciencia, y lo será más aún. Lo que yo quiero significar (estamos solos y<br />
voy a hablarte con crudeza) es que si tu mocedad te incitaba a tener amores<br />
groseros y vulgares, hubiera sido menos indigno, menos impropio de un caballero,<br />
buscarlos en una mujer pobre, de lo más infeliz del pueblo, a quien, sin engañarla<br />
nunca con necias esperanzas, hubieras en cierto modo elevado hasta ti: cuya<br />
miseria hubieras socorrido. Aunque pobre y empeñado, todavía podías permitirte<br />
este lujo en nuestro miserable lugar. Ante Dios hubieras cometido un pecado<br />
gravísimo; para los hombres hubiera sido un escándalo; pero sobre el escándalo y<br />
el pecado no hubiera venido la humillación, como viene ahora. La hija del Escribano<br />
usurero es rica, te agasaja, te lleva a sus posesiones, te muestra a sus criados<br />
como si tú fueses su criado favorito, su Gerineldos, su... chulo. No falta ahora más<br />
sino que digan por ahí que te mantiene, o que te mantenga en efecto.<br />
Tal vez un orgullo aristocrático desmedido exageraba las cosas, pero en el fondo<br />
había mucho de verdad en lo que Doña Ana estaba diciendo. D. Faustino lo sentía<br />
así: le irritaba la fiereza de expresión y de sentimientos con que su madre le<br />
zahería; pero allá en lo más hondo de su conciencia se declaraba culpado.<br />
-Los jornaleros que han estado binando en la Nava -prosiguió la tremenda<br />
matrona rondeña-, vuelven contándolo todo según su estilo. Todo ha llegado a mis<br />
oídos como lo cuentan. La señorita Doña Rosa Gutiérrez te obsequia, te favorece,<br />
te regala, te encumbra hasta ella, te elige por su favorito, te luce como pudiera<br />
lucir un brinquillo, se muestra espléndida por tu causa, dando a todos para cenar<br />
cordero y vino generoso; en fin, aparece a los ojos de todos como reina o<br />
emperatriz que saca de la nada a uno de sus vasallos, porque le ha caído en gracia.<br />
Los que hayan vivido en una aldea y conozcan sus usos y costumbres,<br />
comprenderán el furor de Doña Ana, dado su carácter. La malicia de los campesinos<br />
es sin piedad; y cuantos habían visto a D. Faustino y a Rosita en la Nava habían<br />
vuelto explicando aquellos amores del modo que Doña Ana decía. Por el ama<br />
Vicenta y por otros criados sabía Doña Ana los comentarios lugareños, y estaba<br />
fuera de sí, herida en lo más sensible de su alma: en su orgullo aristocrático y en<br />
su amor de madre.<br />
Consternado el Doctor, permanecía silencioso y con la cabeza baja.