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La parábola del joven tuerto - Observatorio sobre la Violencia y ...

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En aquel instante, él seguía embobado <strong>la</strong> trayectoria de un cohetón que arrastraba como cauda una<br />

gruesa varil<strong>la</strong>... Simultáneamente al trueno, un florón de luces brotó en otro lugar <strong>del</strong> firmamento; <strong>la</strong><br />

única pupi<strong>la</strong> buscó recreo en <strong>la</strong>s policromías efímeras... De pronto él sintió un golpe tremendo en su<br />

ojo sano... Siguieron <strong>la</strong> oscuridad, el dolor, los <strong>la</strong>mentos.<br />

<strong>La</strong> multitud lo rodeó.<br />

–<strong>La</strong> varil<strong>la</strong> de un cohetón ha dejado ciego a mi muchachito –gritó <strong>la</strong> madre, quien imploró<br />

después-: Busquen un doctor, en caridad de Dios.<br />

Retornaban. <strong>La</strong> madre hacía de <strong>la</strong>zarillo. Iban los dos trepando trabajosamente <strong>la</strong> pina falda de un<br />

cerro. Hubo de hacerse un descanso. Él gimió y maldijo su suerte... Mas el<strong>la</strong>, acariciándole <strong>la</strong> cara con<br />

sus dos manos le dijo:<br />

–Ya sabía yo, hijito, que <strong>la</strong> Virgen de San Juan no nos iba a negar un mi<strong>la</strong>gro... ¡Porque lo que ha<br />

hecho contigo es un mi<strong>la</strong>gro patente!<br />

Él puso una cara de estupefacción al escuchar aquel<strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras.<br />

–Mi<strong>la</strong>gro, madre? Pues no se lo agradezco, he perdido mi ojo bueno en <strong>la</strong>s puertas de su templo.<br />

–Ése es el prodigio por el que debemos bendecir<strong>la</strong>: cuando te vean en el pueblo, todos quedarán<br />

chasqueados y no van a tener más remedio que buscarse otro <strong>tuerto</strong> de quien bur<strong>la</strong>rse... Pero tú, hijo<br />

mío, ya no eres <strong>tuerto</strong>.<br />

Él permaneció silencioso algunos instantes, el gesto de amargura fue mudando lentamente hasta<br />

transformarse en una sonrisa dulce, de ciego, que le iluminó toda <strong>la</strong> cara.<br />

–¡Es verdad, madre, yo ya no soy <strong>tuerto</strong>...!<br />

–Volveremos el año que entra; sí, volveremos al santuario para agradecer <strong>la</strong>s mercedes a Nuestra<br />

Señora.<br />

–Volveremos, hijo, con un par de ojos de p<strong>la</strong>ta.<br />

Y, lentamente, prosiguieron su camino.<br />

Francisco Rojas González: ‚<strong>La</strong> <strong>parábo<strong>la</strong></strong> <strong>del</strong> <strong>joven</strong> <strong>tuerto</strong>’, in: Francisco Rojas González: El diosero (Colección Letras Mexicanas).<br />

México, D.F.: Fondo de Cultura Económica 1952, S. 59-65.<br />

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