La seriedad del juego (a manera de prólogo) - Alfaguara
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16<br />
<strong>de</strong> papel», escribe <strong>de</strong> ese principiante. «Todo el día lo pasaba<br />
en su estudio, como un juguetón Frankenstein en su<br />
crepuscular laboratorio.» Y los dos, Marías y Banville, pasan<br />
entonces a recordarnos que no, que no es fácil ni natural;<br />
que, <strong>de</strong> hecho, el pacto <strong>de</strong> la ficción (por el cual los<br />
lectores <strong>de</strong>ci<strong>de</strong>n creer en lo que leerán, incluso a sabiendas<br />
<strong>de</strong> que todo es una gran fabricación) es la cosa más<br />
rara que existe.<br />
Pero ¿por qué <strong>de</strong>dicamos entonces nuestro tiempo,<br />
como lectores y novelistas, a estos personajes, estos<br />
mundos nacidos <strong>de</strong> algo tan parecido al capricho? Es la<br />
pregunta más recorrida que existe, y sin embargo no hay<br />
novelista o lector digno <strong>de</strong> ese nombre que no se la haya<br />
hecho alguna vez. «<strong>La</strong> obra <strong>de</strong> arte es un objeto redon<strong>de</strong>ado,<br />
bruñido, terminado, se yergue en el mundo completo<br />
e inviolable», dice Banville, «y por eso nos satisface».<br />
«Ese novelista que inventa es el único facultado para<br />
contar cabalmente», dice Marías, y aña<strong>de</strong> que vamos a él<br />
porque «necesitamos saber algo enteramente <strong>de</strong> vez en<br />
cuando». He dicho antes que Marías y Banville llegaban<br />
a lugares distintos, pero tal vez no sea así. Ambos <strong>de</strong>sembocan<br />
en una misma i<strong>de</strong>a: la búsqueda —humana, <strong>de</strong>masiado<br />
humana— <strong>de</strong> certezas. Pero no hablamos aquí<br />
<strong>de</strong> certezas morales, que para eso están la religión o la<br />
autoayuda, sino <strong>de</strong> algo mucho más misterioso: la profunda<br />
satisfacción que nos dan los mundos cerrados, autónomos<br />
y perfectos, <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s ficciones. Esos mundos<br />
que, precisamente por haber nacido <strong>de</strong> la imaginación<br />
libre y soberana, dan a la realidad un or<strong>de</strong>n y un significado<br />
que ésta, por sí sola, no logrará jamás. Esos mundos<br />
don<strong>de</strong>, precisamente porque no han sucedido nunca, las<br />
cosas seguirán sucediendo para siempre.