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Dio comienzo el recitado <strong>de</strong> las lecciones, que él siguió<br />
atentamente, como si escuchara un sermón. No se<br />
atrevía a cruzar las piernas, ni a apoyarse en el codo, y a las<br />
dos, al sonar la campana, viose el profesor obligado a or<strong>de</strong>narle<br />
se incorporase a la fila.<br />
Al entrar en clase solíamos arrojar las gorras al suelo<br />
para servirnos libremente <strong>de</strong> las manos; lo mejor era lanzarlas<br />
bajo el banco, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la puerta, para que, al dar en la<br />
pared, levantasen una polvareda. Ése era el secreto.<br />
Fuera porque no advirtiese la maniobra o porque no<br />
se atreviera a ponerla en práctica, acabada la lección, aún<br />
tenía el novato la gorra entre sus rodillas. Era una <strong>de</strong> esas<br />
prendas complicadas, don<strong>de</strong> se conjugan los elementos <strong>de</strong>l<br />
chacó, <strong>de</strong> la barretina, <strong>de</strong> la gorra <strong>de</strong> nutria, <strong>de</strong>l sombrero<br />
hongo y <strong>de</strong>l gorro <strong>de</strong> dormir; uno <strong>de</strong> esos pobres objetos<br />
cuya muda fealdad llega a las profundida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> expresión<br />
<strong>de</strong>l alma <strong>de</strong> un imbécil. Se iniciaba su ornamentación<br />
con tres molduras circulares; <strong>de</strong>spués se alternaban con una<br />
franja roja y unos rombos <strong>de</strong> pelo <strong>de</strong> conejo. Al fin, cierta<br />
bolsita acababa en un acartonado polígono, <strong>de</strong>corado<br />
con trencillas, <strong>de</strong>l que surgía un largo y fino cordón, rematado<br />
en borla y tejido <strong>de</strong> hilillo <strong>de</strong> oro. El armatoste era<br />
<strong>de</strong> estreno y la visera relucía.<br />
—Levántese usted —dijo el profesor.<br />
Se puso en pie, cayó al suelo la gorra y los muchachos<br />
<strong>de</strong> la clase rompieron a reír. Se inclinó a recogerla, pero el<br />
vecino le empujó con el codo, haciéndola caer <strong>de</strong> nuevo,<br />
y otra vez hubo <strong>de</strong> agacharse a recobrarla.<br />
—Deje usted la gorra <strong>de</strong> una vez —dijo el profesor,<br />
que era hombre <strong>de</strong> humor.<br />
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