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Mayo 2008 NARRATIVA<br />
La Cabra Negra<br />
Por Francisco<br />
Díaz Guerra<br />
Picasso<br />
Hasta el momento, publicar el mes anterior la insóli<br />
ta historia del farmacólogo y alquimista Anselmo de<br />
la Fuente, me ha reportado soportar mil burlas e infinidad<br />
de miradas incrédulas, amén de oír disparatados y absurdos<br />
cuentos, cuyos protagonistas insistieron hasta el mareo en<br />
ofrecerme datos y detalles, deseosos de que narrase, lo que<br />
se empeñaban en calificar de verdadera experiencia Pero, de<br />
entre los fabulosos requerimientos, llegó uno imposible de<br />
esquivar.<br />
A principios de Junio, recibí una llamada misteriosa. La<br />
voz era la de un varón anciano. Me convenció su parquedad,<br />
el esfuerzo que hacía para hablar, lo mucho que le costaba<br />
hacerlo. Él no deseaba ser protagonista, sólo lo necesitaba.<br />
Nos citamos en una cafetería. En cuanto le vi comprendí<br />
que se estaba muriendo. Me lo confirmó poco después.<br />
No sentí la menor pena. El hombre era nonagenario. Harto<br />
de días se enfrentaba al final con calma, lo mataría un cáncer.<br />
Antes quería saldar una antigua cuenta. Me necesitaba<br />
para contarlo. En sus ojos cansados y estragados habitaba la<br />
verdad, en sus palabras la culpa. Sonreí al comprender que<br />
me encontraba ante una historia extraordinaria.<br />
Sucedió en Almayate en la década de los sesenta de la<br />
pasada centuria. Un hombre que no quiere desvelar su nombre,<br />
y al que llamaremos, José Ruiz, soñaba que paseando<br />
por la playa encontraría un tesoro. Lo soñó tanto, despertando<br />
en mitad de la noche, que una, decidió abandonar el<br />
lecho y caminar hasta la orilla del mar. Cruzó el pueblo, la<br />
carretera que lleva a Málaga, toda la huerta baja que se extiende<br />
hasta el mar. Caminó hasta la orilla y paseó soportando<br />
el frío.<br />
Se dijo loco, estúpido, otras muchas cosas desagradables,<br />
lo hizo hasta que encontró a un vecino, también paseando<br />
junto a la orilla. Tampoco el nombre de éste ha de ser revelado,<br />
lo llamaremos, Manuel Durán. Se conocían desde niños.<br />
Manuel Durán era hablador, inquieto, nervioso. Habló<br />
atropellándose. Contó que todas las noches soñaba con<br />
una cabra negra que dormía sobre un tesoro inmenso. Aseguró<br />
que conocería al animal del sueño entre mil de su especie,<br />
aunque también las restantes fuesen negras. Tantas veces<br />
la vio mientras dormía...<br />
José Ruiz sólo dijo que se encontraba desvelado y preocupado<br />
por problemas familiares que no deseaba compartir.<br />
También aconsejó a su vecino que no se tomase demasiado<br />
en serio los sueños, pues todos sabían que eran obsesiones<br />
y cosas extrañas de la mente.<br />
Se despidieron sin más. Pero José Ruiz tenía una cabra<br />
negra. Y en cuanto llegó a casa, excavó donde el animal solía<br />
29<br />
dormir. A poca profundidad encontró un gran tesoro fenicio,<br />
oro y plata labrada, armas, escudos, cerámicas que el<br />
tiempo había arruinado, collares de piedras preciosas, copas<br />
y vasija variada de nobles metales.<br />
Con prudencia, buenos contactos y actuando sin levantar<br />
sospechas, José Ruiz se hizo rico. Él y su escasa familia se<br />
marcharon a la ciudad. En Málaga vivieron con holgura<br />
lustros maravillosos hasta que un día inesperadamente recibieron<br />
la visita de Manuel Durán. Tuvo éste otro sueño repetido,<br />
se le decía en él que José Ruiz había encontrado el<br />
tesoro que debieron repartir. Se le decía que era dueño de la<br />
mitad de lo encontrado.<br />
En justicia así era. Pero cuando años atrás se encontraron<br />
en la playa, José Ruiz no había compartido su sueño. La<br />
mitad de lo necesario para hallar el tesoro. Tampoco quiso,<br />
años después, compartirlo con el hombre que conocía desde<br />
niño. Prefirió matarlo. La codicia le condujo al homicidio,<br />
y se las arregló para hacer desaparecer el cadáver para siempre,<br />
tal como hizo en su día con la cabra negra.<br />
A mí me interesaba lo extraordinario de aquel sueño compartido<br />
que diera lugar al hallazgo de un tesoro escondido<br />
en tiempos remotos por los fenicios. A José Ruiz sólo le interesaba<br />
expiar su culpa, reconocer su crimen, desvelar la<br />
verdad por más que se enmascarase la identidad de los protagonistas,<br />
para que la extraña e inquietante historia no acompañase<br />
de por vida a sus descendientes.<br />
Me pidió que lo titulase La cabra negra.<br />
Lo que no esperaba era la visita de Manuel Durán. Por<br />
más que con voz amable me pidiera que no me asustase,<br />
sentí que el corazón se me salía por la boca, cuando al abrir<br />
la puerta del baño encontré a un hombre ensangrentado<br />
dentro de la bañera. Como no era un hombre vivo, sino un<br />
difunto libre de las limitaciones de la carne, parecía como si<br />
flotase, y aunque se mantenía firme y erecto, no alcancé a<br />
verle las piernas. Me pidió disculpas por aparecer de tal porte,<br />
pero por lo que parece fue así como le dejó su vecino. Lo<br />
había matado en el baño, le había golpeado con un objeto<br />
contundente dejándolo en la bañera, donde lo descuartizó,<br />
para luego hacer desaparecer todo rastro del cadáver.<br />
Manuel Durán quería darme las gracias por contar la<br />
verdad, deseaba que supiese que fue él quien había instigado<br />
desde su mundo a José Ruiz para que lo contase. Me dijo,<br />
quitándose de un manotazo la sangre de un ojo y la boca:<br />
–No me importa no haber disfrutado de la riqueza que<br />
se encontró gracias a los dos sueños. Ni tampoco guardo<br />
rencor a José por haberme quitado la vida, aquí las cosas se<br />
ven de otra manera. Lo que me duele es saber que muchos<br />
pensaran en su historia como algo inventado.<br />
Sueños, puede que no sean únicamente los desahogos de<br />
la mente, el escape de sus presiones.<br />
Sea como fuera, ocurrió en Almayate, en la década de los<br />
sesenta de la anterior centuria.<br />
Francisco Díaz Guerra: Escritor nacido en Vélez Málaga en 1965, Premio<br />
Lazarillo de Tormes del año 1992 por su novela El alfabeto de las 221 puertas. Su<br />
narrativa usa elementos históricos, fantásticos y mitológicos. Autor también,<br />
entre otros, de los libros El espejo del más allá, La plata de Choquelimpie, La joven<br />
Teresa.