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LA TIERRA DE TODOS Vicente Blasco Ibáñez - AMPA Severí Torres

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--No perdamos tiempo--dijo--. Preocúpese de usted nada más. La marquesa<br />

tiene otras cosas en que pensar.<br />

Y se lo llevó a su casa.<br />

Durante todo el día el suceso mantuvo en continuo bullicio a los habitantes del<br />

pueblo. Muchos lo aprovecharon como un motivo para abandonar el trabajo.<br />

En la calle central se formaron numerosos grupos de hombres y mujeres,<br />

hablando acaloradamente, al mismo tiempo que miraban con hostilidad la casa<br />

que había sido de Pirovani. Los nombres de Torrebianca y su mujer sonaban<br />

tanto como los de los adversarios que se habían batido.<br />

Entre las gentes del pueblo pasaron algunos gauchos amigos de Manos Duras,<br />

como si el reciente suceso hubiese extinguido completamente la hostilidad que<br />

existía entre ellos y los habitantes de la Presa.<br />

A media tarde atravesó la calle central el mismo Manos Duras, mirando con<br />

interés hacia la casa. Algunas mestizas le hablaron, manifestando su<br />

indignación contra aquella señorona que perturbaba a los hombres. Pero el<br />

famoso gaucho encogió sus hombros, sonriendo despectivamente, y siguió<br />

adelante.<br />

En el boliche le esperaban tres amigos suyos que vivían la mayor parte del año<br />

al pie de los Andes y habían venido a pasar unos días en su rancho. Don<br />

Roque, en otras circunstancias, se hubiese alarmado al conocer esta visita. Tal<br />

vez preparaban algún robo importante de «hacienda» para llevar las reses al<br />

otro lado de la Cordillera y venderlas en Chile. Pero ahora los personajes<br />

importantes de la Presa daban más que hacer al comisario que los gauchos<br />

dedicados al abigeato.<br />

Al entrar Manos Duras en el «Almacén del Gallego», vio que el público era más<br />

numeroso que las otras tardes de trabajo, hablándose en todos los corros de la<br />

muerte del contratista. Mientras bebía de pie junto al mostrador, fue oyendo<br />

los comentarios de los parroquianos.<br />

--Esa hembra--gritaba uno--es la que ha tenido la culpa de todo. ¡Qué mala<br />

p...!<br />

Manos Duras se acordó de la tarde en que había visto a la marquesa por<br />

primera vez. Este recuerdo hizo que mirase con ojos agresivos al que acababa<br />

de hablar, lo mismo que si le hubiese dirigido una injuria.<br />

--Dos hombres se han peleado a muerte por esa señora; ¿y qué?... Yo también<br />

estoy dispuesto a pelar mi facón y a matarme con el primero que la insulte. A<br />

ver si hay un guapo que quiera pisarme el poncho.<br />

Esta invitación a «pisarle el poncho» era un reto a estilo gaucho para el

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