amor zombis
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Amor, <strong>zombis</strong> y otras desgracias<br />
14<br />
Mientras se revisaba las uñas postizas llenas de micro<br />
flores y falsísimos brillantes me preguntó: “¿Otra vez, joven<br />
Romero?”. Le respondí preguntándole “¿Qué hice?” estaba se<br />
guro de que, por lo menos esta vez, no había hecho absoluta<br />
mente nada, pero ella continuó: “No se haga el payaso, que no<br />
le queda, usted le escupió al joven Quirasco”.<br />
Traté de decirle que eso no era cierto, que el gordo... pero<br />
ella me interrumpió con la cantaleta de que no le dijera “gordo”<br />
al “joven Quirasco”. Pero yo no había sido y se lo dije.<br />
Miss Lety, para no variar, me miró con desprecio y dictó<br />
sentencia: “Por favor, le avisa a sus papás que no va a ir al<br />
cam pamento por mala conducta”. Intenté reclamarle que eso<br />
no era justo. “¿Y quién le dijo que la vida era justa?”, me pregun<br />
tó mientras se levantaba de su silla.<br />
Miss Lety tiene razón: nadie, absolutamente nadie, me<br />
había dicho que la vida era justa. Sólo mi tía Amantina —que<br />
se volvió loca y se dedicó a leer las cartas después de que su<br />
novio la dejó plantada en la puerta de la iglesia— sostenía que<br />
yo estaba en la etapa más linda de la vida.<br />
Pero el castigo no fue lo peor: cuando llegué a mi casa des<br />
cubrí que las palabras de miss Lety marcarían mi existencia.