EL EVANGELIO DE LOS ESENIOS - Ascensión Nueva Tierra
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Entré en la habitación secreta como un antiguo iniciado debía haber<br />
entrado en la cámara secreta de la Gran Pirámide, y me abrí camino solo a<br />
través de los polvorientos manuscritos empleando todo el conocimiento –que<br />
me había costado tanto conseguir– para encontrar el camino. No transcurrió<br />
mucho tiempo hasta que encontré lo que buscaba.<br />
Pocos días después devolví la llave a Mons. Mercati y le pedí permiso para<br />
volver a Monte Cassino. Miró mi rostro y sonrió: "Me alegro de que hayas<br />
encontrado la corriente, hijo mío. Ahora espero que encuentres la fuente". Y<br />
de nuevo me entregó una carta fechada del día anterior, esta vez pidiendo al<br />
Abad que me dejara usar las grandes vitrinas del Scriptorium.<br />
Ahondé en los archivos de Monte Cassino como pez en el agua. El río de San<br />
Benito me llevó; me impulsó la corriente de San Jerónimo, que había<br />
descubierto en el precioso almacén de la habitación cerrada, y escudriñé<br />
versiones inéditas de Josefo, Filón y Plinio, junto a muchos otros clásicos<br />
latinos. De nuevo vi los hermosos manuscritos de San Jerónimo. Muchos de<br />
estos inapreciables trabajos se habían considerado perdidos desde hacía<br />
mucho tiempo, y yo leía y leía como en un cuento de tesoros de increíble<br />
riqueza. Averigüé que otras copias de sus trabajos existían aún entre otros<br />
monasterios benedictinos, como en la biblioteca de San Salvatore, donde<br />
permaneció por siglos una bella copia hasta que con la destrucción de la<br />
abadía llegó a la Biblioteca Laurenziana de Florencia, donde ahora se la ha<br />
catalogado como el Evangelio Amutino.<br />
Los manuscritos originales de San Jerónimo, que se creían perdidos en el siglo<br />
V, por fortuna sobrevivieron en el monasterio benedictino de Monte Cassino y<br />
en el Vaticano. Entre estos manuscritos estaba el texto completo del<br />
Evangelio Esenio de la Paz.<br />
Había encontrado la fuente: fragmentos hebreos del Evangelio Esenio, la<br />
versión aramea de la cual yo había leído en los estantes de la habitación<br />
cerrada de Mons. Mercati. Supe ahora la procedencia de la luz intensa que<br />
brillaba en esa figura amada, y percibí por un instante la heroica medida de<br />
su silencio. ¿Debería también yo ahora guardar silencio?<br />
Volví al Vaticano y fui inmediatamente al despacho de Mons. Mercati, ese<br />
estudio lleno de libros que había llegado a conocer tan bien. Cuando levantó<br />
la vista, vi algo nuevo en su expresión: mezclada con su familiar mirada de<br />
sabia compasión había una indescifrable mirada casi de conmiseración, de<br />
algo compartido que él nunca había compartido con ninguna persona.<br />
–Has encontrado la fuente –dijo en tono bajo.