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La Revista - Jerez Puro

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12<br />

El recepcionista<br />

de Biarritz<br />

Por Santiago Moreno<br />

<strong>La</strong> actuación en el casino de la ciudad<br />

estaba siendo todo un éxito.<br />

El cante, el baile, la guitarra estaban<br />

rayando la perfección. El público francés<br />

así lo estaba correspondiendo. -Sí, no<br />

nos olvidamos de las palmas. No las dejemos<br />

atrás, si no queremos tener el enfado<br />

de nuestro Luis-.<br />

Imperdonable fue para el palmero, el<br />

error que cometió el bailaor jerezano, el<br />

bueno de Andrés Peña, cuando le dijo<br />

delante de sus narices, mientras se dirigía<br />

a los técnicos de sonido durante una<br />

prueba: “¿Probar las palmas? <strong>La</strong>s palmas<br />

no son importantes”.<br />

Al de la Tota, que así se apellida nuestro<br />

amigo, le costó perdonar.<br />

A lo que íbamos. <strong>La</strong> noche estaba<br />

siendo gloriosa, y Luis le puso la guinda<br />

al bailar su bulería del enano.<br />

En medio de su pataíta, cuando ya se<br />

disponía a terminarla, se puso de cuclillas<br />

y siguió bailando, con la dificultad<br />

que conlleva y porque el paso de los<br />

años no pasan en balde. Terminó exhausto<br />

pero ovacionado.<br />

Y claro, sumido en esa nube de éxito y<br />

después de que él hubiera cenado, y bebido<br />

espléndidamente bien, llegó la hora<br />

de irse a descansar al hotel.<br />

<strong>La</strong> pequeña recepción de repente fue<br />

conquistada por inofensivos asaltantes.<br />

Todos los artistas pedían la llave al mismo<br />

tiempo, en un francés dudoso, -du,<br />

sero, catre-, en un inglés poco internacional,<br />

- im room eyt, nai, y, ¿María?<br />

¿Cómo se dice siete?, pero la mayoría se<br />

dejaban entender con los dedos de las<br />

manos.<br />

Luis fue el primero con hacerse con su<br />

llave, y riéndose de nosotros se despedía.<br />

Hasta mañana Torrebruno – le decía al<br />

recepcionista, que apenas sacaba los ojos<br />

del mostrador debido a su poca estatura.<br />

Cuando dobló la esquina, todos los<br />

que estábamos en los sofás, comenzamos<br />

nuevamente a hablar, pero sólo<br />

transcurrieron unos pocos segundos hasta<br />

que los gritos de Luis nos alertaron.<br />

Corrimos hacia él, y nos asustamos<br />

cuando lo vimos tirado frente a la puerta<br />

del ascensor. Uno de sus pies impedía<br />

que se cerrara. También a su lado tenía<br />

una lámpara de pared destrozada. Se tapaba<br />

su cara con las manos. ><br />

¡Ay, ay… mamaíta…! ¡María, ay, ay!<br />

Pero, chiquillo, ¿Qué te ha pasado?<br />

–dijo mi hermana asustada mientras le<br />

pedía al recepcionista que trajera el botiquín.<br />

Ce pas posible. Ce pas posible, madame.<br />

– El francés negaba incrédulo con la<br />

cabeza, todo preocupado.<br />

¡Ay, momaíta!<br />

¿Cómo ha sido compare? Dime. –Antonio<br />

Malena le pedía, al mismo tiempo<br />

que se esforzaba para no reír.<br />

El recepcionista se marchó preocupado.<br />

Luis seguía tumbado retorciéndose,<br />

algunos formando un círculo a su alrededor,<br />

Malena intentando apartar sus manos<br />

de la cara, pero no lo conseguía, y<br />

eso que le hacía cosquillas. Yo recogiendo<br />

los trozos de la lámpara.<br />

Pero había algo que no encajaba. Luis<br />

no paraba de decir que se había golpeado<br />

con la lámpara en la cabeza mientras iba<br />

al ascensor, y que por la oscuridad no la<br />

había visto, pero la verdad es que la hilera<br />

de estas decoraciones estaba a unos<br />

dos metros y medio del suelo, ancladas<br />

en la pared.<br />

Al dueño del pequeño hotel se le escuchaba<br />

decir que no podía ser posible.<br />

Después de unos minutos, en los que<br />

Luis se calmó y pudimos observar que<br />

no tenía ni un rasguño en la cara, lo levantamos<br />

a duras penas –más por su borrachera<br />

que por su dolor- y mientras<br />

Antonio parlamentaba con el recepcionista,<br />

mi hermana ya en el atestado ascensor<br />

le preguntó:<br />

¿Cómo estás? ¿Qué ha pasado?<br />

Luis, como si hubiera despertado de<br />

un largo sueño, abrió los ojos de par en<br />

par, se quitó por fin las manos de su rostro,<br />

y con una voz de un pequeño diablo<br />

le contestó:<br />

¿Te digo la verdad? Pues que he hecho<br />

una canasta.<br />

¿Cómo que una canasta?<br />

Pues que he hecho un peazo de mate,<br />

que ni Jordan, pero se ha caído la canasta.<br />

¿no?<br />

Aún podíamos escuchar al francés como<br />

se quejaba mientras se cerraban las<br />

puertas del ascensor: Ce pas posible,<br />

Señog.

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