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Traficantes de Derechos Humanos<br />
Por Agustín Laje Arrigoni.*<br />
Desde hace años que diversas voces aisladas venimos denunciando que las autodenominadas<br />
“organizaciones de Derechos Humanos” responden fundamentalmente a tres intereses<br />
concretos a saber: económicos, partidarios e ideológicos. El “escándalo Shoklender”, en este<br />
sentido, ha abierto un debate que puso de relieve la verdad sólo en una de las dimensiones <strong>del</strong><br />
problema, esto es, que las irrefrenables apetencias crematísticas que envuelven a los<br />
militantes “derechohumanistas” son una realidad. En esta instancia, ocuparse de cuánto<br />
robaron estos sujetos pasa, si se quiere, a ser anecdótico. Todo indica que habrían robado<br />
dinero de los contribuyentes, y eso es lo que en definitiva interesa.<br />
En consecuencia, el centro de la discusión debiera ahora trasladarse a los otros dos intereses<br />
antedichos: ¿es ético que los Derechos Humanos se constituyan en patrimonio de un partido<br />
político?; ¿es ético que los Derechos Humanos adscriban a una ideología?. Se trata de dos<br />
interrogantes capaces de hacer tambalear la integridad moral (afortunadamente ya puesta en<br />
duda) de estas organizaciones-empresas que se presentan en sociedad con un halo de<br />
santidad que obviamente no poseen.<br />
En lo que respecta a la primera pregunta, es claro que más que politizado, las organizaciones<br />
de Derechos Humanos se han partidizado, y ello es inclusive más grave que lo primero. Que<br />
Hebe de Bonafini −o cualquier Madre de Plaza de Mayo− adhiera a determinado proyecto<br />
político, nada de malo tiene. En efecto, militar en Derechos Humanos no implica que a nivel<br />
personal no pueda simpatizarse con alguna expresión partidaria. Empero, que una<br />
organización suscriba a nivel institucional al kirchnerismo, de manera pública y ocupando sillas<br />
en cuanto acto oficial tenga lugar, apoyando en cuanta campaña se organice, es una<br />
aberración inaudita, en tanto que los Derechos Humanos no tienen color político. Su defensa<br />
trasciende lo partidario, puesto que de modo contrario, los Derechos Humanos devienen en<br />
instrumento político, recurso retórico, o simple banderín recolector de votos. En otras palabras,<br />
los Derechos Humanos pasan a ser lo que a la cambiante partidocracia le conviene que sean.<br />
Por otra parte, <strong>com</strong>prometer la causa de los Derechos Humanos con una ideología tiene por<br />
consecuencia necesaria la parcialidad de criterio a la hora de ejercer su defensa. Así pues, los<br />
violadores de Derechos Humanos lo serán en tanto y en cuanto no adscriban al marxismo, y<br />
las víctimas de tales violaciones serán reconocidas en tanto y en cuanto sus victimarios no<br />
pertenezcan al ultraizquierdismo. La organización que preside Hebe de Bonafini (al igual que<br />
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