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la historia <strong>de</strong> esta historia<br />
Cuando Luis Alejandro Velasco llegó por sus propios pies a<br />
preg<strong>un</strong>tarnos cuánto le pagábamos por su cuento, lo recibimos<br />
como lo que era: <strong>un</strong>a noticia refrita. Las fuerzas armadas lo habían<br />
secuestrado varias semanas en <strong>un</strong> hospital naval, y solo había<br />
podido hablar con los periodistas <strong>de</strong>l régimen, y con <strong>un</strong>o <strong>de</strong><br />
oposición que se había disfrazado <strong>de</strong> médico. El cuento había sido<br />
contado a pedazos muchas veces, estaba manoseado y pervertido,<br />
yloslectoresparecíanhartos<strong>de</strong><strong>un</strong>héroequesealquilabapara<br />
an<strong>un</strong>ciar relojes, porque el suyo no se atrasó a la intemperie; que<br />
aparecía en an<strong>un</strong>cios <strong>de</strong> zapatos, porque los suyos eran tan fuertes<br />
que no los pudo <strong>de</strong>sgarrar para comérselos, y en otras muchas<br />
porquerías <strong>de</strong> publicidad. Había sido con<strong>de</strong>corado, había hecho<br />
discursos patrióticos por radio, lo habían mostrado en la televisión<br />
como ejemplo <strong>de</strong> las generaciones futuras, y lo habían paseado<br />
entre flores y músicas por medio país para que firmara autógrafos<br />
y lo besaran las reinas <strong>de</strong> la belleza. Había recaudado <strong>un</strong>a<br />
pequeña fort<strong>un</strong>a. Si venía a nosotros sin que lo llamáramos, <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> haberlo buscado tanto, era previsible que ya no tenía mucho<br />
que contar, que sería capaz <strong>de</strong> inventar cualquier cosa por dinero,<br />
y que el gobierno le había señalado muy bien los límites <strong>de</strong><br />
su <strong>de</strong>claración. Lo mandamos por don<strong>de</strong> vino. De pronto, al impulso<br />
<strong>de</strong> <strong>un</strong>a corazonada, Guillermo Cano lo alcanzó en las escaleras,<br />
aceptó el trato, y me lo puso en las manos. Fue como si me<br />
hubiera dado <strong>un</strong>a bomba <strong>de</strong> relojería.<br />
Mi primera sorpresa fue que aquel muchacho <strong>de</strong> veinte años,<br />
macizo, con más cara <strong>de</strong> trompetista que <strong>de</strong> héroe <strong>de</strong> la patria, tenía<br />
<strong>un</strong> instinto excepcional <strong>de</strong>l arte <strong>de</strong> narrar, <strong>un</strong>a capacidad <strong>de</strong><br />
síntesis y <strong>un</strong>a memoria asombrosas, y bastante dignidad silvestre<br />
como para sonreírse <strong>de</strong> su propio heroísmo. En veinte sesiones<br />
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