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CAPÍTULO LXII. Que trata de la aventura de la cabeza encantada ...

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acierta; y <strong>de</strong> otra manera dijera esto si no mirara a <strong>la</strong>s barbas<br />

honradas que están a <strong>la</strong> mesa.<br />

–Por cierto –dijo don Quijote–, que <strong>la</strong> parsimonia y limpieza<br />

con que Sancho come se pue<strong>de</strong> escribir y grabar en láminas<br />

<strong>de</strong> bronce, para que que<strong>de</strong> en memoria eterna <strong>de</strong> los siglos<br />

veni<strong>de</strong>ros. Verdad es que, cuando él tiene hambre, parece<br />

algo tragón, porque come apriesa y masca a dos carrillos;<br />

pero <strong>la</strong> limpieza siempre <strong>la</strong> tiene en su punto, y en el tiempo<br />

que fue gobernador aprendió a comer a lo melindroso: tanto,<br />

que comía con tenedor <strong>la</strong>s uvas y aun los granos <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

granada.<br />

–¡Cómo! –dijo don Antonio–. ¿Gobernador ha sido Sancho?<br />

–Sí –respondió Sancho–, y <strong>de</strong> una ínsu<strong>la</strong> l<strong>la</strong>mada <strong>la</strong><br />

Barataria. Diez días <strong>la</strong> goberné a pedir <strong>de</strong> boca; en ellos<br />

perdí el sosiego, y aprendí a <strong>de</strong>spreciar todos los gobiernos<br />

<strong>de</strong>l mundo; salí huyendo <strong>de</strong>l<strong>la</strong>, caí en una cueva, don<strong>de</strong> me<br />

tuve por muerto, <strong>de</strong> <strong>la</strong> cual salí vivo por mi<strong>la</strong>gro.<br />

Contó don Quijote por menudo todo el suceso <strong>de</strong>l gobierno<br />

<strong>de</strong> Sancho, con que dio gran gusto a los oyentes.<br />

Levantados los manteles, y tomando don Antonio por <strong>la</strong><br />

mano a don Quijote, se entró con él en un apartado aposento,<br />

en el cual no había otra cosa <strong>de</strong> adorno que una mesa, al<br />

parecer <strong>de</strong> jaspe, que sobre un pie <strong>de</strong> lo mesmo se sostenía,<br />

sobre <strong>la</strong> cual estaba puesta, al modo <strong>de</strong> <strong>la</strong>s <strong>cabeza</strong>s <strong>de</strong> los<br />

emperadores romanos, <strong>de</strong> los pechos arriba, una que<br />

semejaba ser <strong>de</strong> bronce. Paseóse don Antonio con don Quijote<br />

por todo el aposento, ro<strong>de</strong>ando muchas veces <strong>la</strong> mesa,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo cual dijo:<br />

–Agora, señor don Quijote, que estoy enterado que no nos<br />

oye y escucha alguno, y está cerrada <strong>la</strong> puerta, quiero contar<br />

a vuestra merced una <strong>de</strong> <strong>la</strong>s más raras <strong>aventura</strong>s, o, por<br />

mejor <strong>de</strong>cir, noveda<strong>de</strong>s que imaginarse pue<strong>de</strong>n, con<br />

condición que lo que a vuestra merced dijere lo ha <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>positar en los últimos retretes <strong>de</strong>l secreto.<br />

–Así lo juro –respondió don Quijote–, y aun le echaré una<br />

losa encima, para más seguridad; porque quiero que sepa<br />

vuestra merced, señor don Antonio –que ya sabía su nombre–<br />

, que está hab<strong>la</strong>ndo con quien, aunque tiene oídos para oír,<br />

no tiene lengua para hab<strong>la</strong>r; así que, con seguridad pue<strong>de</strong><br />

vuestra merced tras<strong>la</strong>dar lo que tiene en su pecho en el mío y<br />

hacer cuenta que lo ha arrojado en los abismos <strong>de</strong>l silencio.<br />

–En fee <strong>de</strong> esa promesa –respondió don Antonio–, quiero

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