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Indigenas_Homosexuales

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Maimo, la tía solterona, y un par de peones que se habían quedado a<br />

trabajar con la familia. En el último y más pequeño cuarto estaban la cocina,<br />

las herramientas de trabajo y algunos cueros que debían ser curtidos para<br />

venderse en el pueblo. En el ranchito había dos percheros elevados a casi dos<br />

metros del suelo, que era donde todos dormían en temporada de lluvias, y<br />

que les salvaron la vida durante al menos dos grandes inundaciones. Tenían<br />

tres gallinas y cinco vacas en arriendo.<br />

Alfonso Jare creció y aprendió las costumbres de su comunidad<br />

como todos los demás niños. A los seis años aprendió a pescar y a los diez<br />

comenzó a ahuyentar lagartos para que no se comieran a las vacas. Era<br />

delgado y menudito. Tenía la piel color canela y las piernas largas como una<br />

garza. Una larga e inusual cabellera negra le llegaba a los hombros. Era ágil<br />

y aventurero. Más de una vez doña Agracia, que tenía mala una pierna, tuvo<br />

que ayudarlo a bajar de un árbol porque él no podía solo.<br />

Un día se quedó a orillas del río y no volvió sino hasta las doce de la<br />

noche. Nadie le dijo nada. Ni siquiera habían notado su ausencia. Tenía trece<br />

años, y frente a su reflejo en el agua había confirmado por primera vez algo<br />

que se gestaba en su interior.<br />

Esa noche no pudo dormir.<br />

La fiesta<br />

Indígenas homosexuales<br />

8<br />

El 31 de julio de cada año, doña Agracia se levantaba a las tres de la mañana<br />

y preparaba café. Luego despertaba a los demás, y con tan solo mirarlos<br />

les ordenaba vestirse para comenzar la caminata rumbo al pueblo, para<br />

participar en la fiesta patronal. Era una cita a la que había que acudir sin<br />

ninguna excusa. Los que no asistían, ya sea porque tomaron algunos tragos<br />

la noche anterior o porque estaban enfermos, se sometían voluntariamente<br />

a los castigos que la abuela les impondría días después. Todos tenían<br />

muy clara la importancia de la fiesta, no solo como una expresión cultural<br />

ancestral sino como una manera de conservar sus tradiciones, el alma de su<br />

pueblo y la de ellos mismos.<br />

Alfonso, que se había despertado con su abuela, ya estaba acostumbrado<br />

al ritual familiar anual, que desde hacía algún tiempo dependía de su esfuerzo<br />

para que saliera bien. Lo primero que hacía era buscar el traje que doña

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