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Nymphes des bois 1

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eal queda acá”. Sea lo que sea, parecemos buscar siempre legitimar lo que somos,lo que hemos hecho y hasta donde eestamos, y como dije antes, a veces pecamos -en abstracto o en personas de carne y hueso - al crear modelos a nuestra imagen ysemejanza. Amén.Después de la definición del perfil del eventual discípulo viene el <strong>des</strong>arrollo delprograma de estudios del cual será partícipe (o al cual será sometido), algoparticularmente relevante en el caso de la formación institucional en composiciónofrecida por escuelas, universida<strong>des</strong> o conservatorios. Bien sea por un único eindiscutible Magnus Magister, o bien por un equipo de profesores, se define qué sehará, por qué se hará y cómo se hará para formar compositores. Así llegamos a unasituación en la cual la diferencia entre lo prometido, lo enseñado y lo aprendidopuede cobrar dimensiones absurdas: diseñamos programas de estudio que habríande expresar y poner en práctica una filosofía institucional sabia, pero queúltimamente suele no ser más que ceñirnos al mediocre sistema de créditos que senos ha impuesto por la globalización del modelo de estudios estadounidense. Laimplementación de los programas nunca se da porque los profesores, pocodispuestos a cambiar en el quehacer cotidiano, enseñamos lo que se nos da lagana, con frecuencia una simple réplica de lo que nos embutieron a nosotros. ¿Y losalumnos?, ellos van a centros de estudio creyendo ya saberlo todo, sin disposiciónpara escuchar, para leer, para pensar, soñando con ser Neo (sí, el personaje deMatrix) y pedir que les claven el plug en la nuca y <strong>des</strong>carguen el programa de“compositor brillante y exitoso, que viva dignamente de su arte”. Igual lo másprobable es que nunca leyeron el programa de estudios de la escuela a la cualentraron ya que la escogieron por cuestiones económicas, por cuestiones sociales,por falta de opciones, etc., y que el profesor es cualquiera que le asignó el sistema yno uno con quien quisieran trabajar.Claro, todo esto es una diatriba de generalizaciones y no todo el mundo es así. Hayalumnos esmerados y talentosos, instituciones que cumplen lo que prometen (y enalgunos casos eso no es tan malo como suena), y yo, el profesor de composición(sea quien sea el que lo diga), ¡YO NO SOY ASÍ!He enseñado composición a través de dos modelos diferentes: clases particularesindividuales y clases individuales o colectivas en universida<strong>des</strong> y conservatorios. Lohe hecho durante casi quince años, tanto en Colombia como en el exterior, tanto porperíodos muy breves como por períodos muy extensos. Previsiblemente, lasproblemáticas de ambos modelos son diferentes y, en algunos casos, directamenteopuestas. Tal vez por eso, buena parte de quienes durante varios años de la décadade 1990 fueron mis alumnos particulares, lo fueron mientras eran alumnosinsatisfechos en alguna universidad bogotana: Javier Arciniegas (de la Javeriana),Leonardo Idrobo (de la Nacional), Fernando Rincón (de Los An<strong>des</strong>) o FabiánQuiroga (de la Central). Ccon estos y otros alumnos particulares abordamosprocesos que les habían sido negados en la academia, sintiendo que trabajábamosen total libertad. Meses podían pasar sin necesitar que una sola nota o sonido sobresoporte diese cuenta de ello. En algunos casos, el proceso debía pasar por largassemanas de trabajo analítico sobre algún repertorio preexistente, en otroscharlábamos acerca de todo durante horas interminables en cada encuentro,mientras que en otros el alumno llegaba semanalmente con una pieza nueva en unafiebre irrefrenable de creación. Esta fluidez natural del trabajo, con la intensidad de

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