<strong>Entremeses</strong>ya de rufián, ya de bobo o ya de vizcaíno: que todas estas cuatro figuras y otras muchas hacía eltal Lope con la mayor excelencia y propiedad que pudiera imaginarse. No había en aquel tiempotramoyas, ni desafibs de moros y cristianos, a pie ni a caballo; no había figura que saliese opareciese salir del centro de la tierra por lo hueco del teatro, al cual componían cuatro bancosen cuadro y cuatro o seis tablas encima, con que se levantaba del suelo cuatro palmos; ni menosbajaban del cielo nubes con ángeles o con almas. El adorno del teatro era unamanta vieja, tirada con dos cordeles de una parte a otra, que hacía lo que llaman vestuario,detrás de la cual estaban los músicos, cantando sin guitarra algún romance antiguo. Murió Lopede Rueda, y por hombre excelente y famoso le enterraron en la iglesia mayor de Córdoba(donde murió), entre los dos coros, donde también está enterrado aquel famoso loco LuisLópez.Sucedió a Lope de Rueda, Navarro, natural de Toledo, el cual fue famoso en hacer la figurade un rufián cobarde; éste levantó algún tanto más el adorno de las comedias y mudó el costalde vestidos en cofres y en baúles; sacó la música, que antes cantaba detrás de la manta, alteatro público; quitó las barbas de los farsantes, que hasta entonces ninguno representaba sinbarba postiza, e hizo que todos representasen a cureña rasa, si no eran los que habían derepresentar los viejos u otras figuras que pidiesen mudanza de rostro; inventó tramoyas, nubes,truenos y relámpagos, desafios y batallas; pero esto no llegó al sublime punto en que estáahora.Y esto es verdad que no se me puede contradecir, y aquí entra el salir yo de los límites de millaneza: que se vieron en los teatros de Madrid representar Los tratos de Argel, que yocompuse; La destrucción de Numancia y La batalla naval, donde me atreví a reducir lascomedias a tres jornadas, de cinco que tenían; mostré o, por mejor decir, fui el primero querepresentase las imaginaciones y los pensamientos escondidos del alma, sacando figurasmorales al teatro, con general y gustoso aplauso de los oyentes; compuse en este tiempo hastaveinte comedias o treinta, que todas ellas se recitaron sin que se les ofreciese ofrenda depepinos ni de otra cosa arrojadiza: corrieron su carrera sin silbos, gritas ni baraúndas. Tuve otrascosas en que ocuparme; dejé la pluma y las comedias, y entró luego el monstruo de naturaleza,el gran Lope de Vega, y alzóse con la monarquía cómica. Avasalló y puso debajo de sujurisdicción a todos los farsantes; llenó el mundo de comedias propias, felices y bien razonadas,y tantas que pasan de diez mil pliegos los que tiene escritos, y todas, que es una de las mayorescosas que puede decirse, las ha visto representar u oído decir por lo menos que se hanrepresentado; y si algunos, que hay muchos, no han querido entrar a la parte y gloria de sustrabajos, todos juntos no llegan en lo que han escrito a la mitad de lo que él solo.2Pero no por esto, pues no lo concede Dios todo a todos, dejen de tener en precio lostrabajos del doctor Ramón, que fueron los más después del gran Lope; estímense las trazasartificiosas en todo extremo del lincenciado Miguel Sánchez; la gravedad del doctor Mira deAmescua, honra singular de nuestra nación; la discreción e innumerables conceptos delcanónigo Tárraga; la suavidad y dulzura de don Guillén de Castro; la agudeza de Aguilar; el© RinconCastellano 1997 – 2011 • www.rinconcastellano.com
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