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Carmen Tovar RodríguezDe Navidad y pandereta, de jornaditas sagradas, de cuquiláchiquitito, de pesebre y cascabeles, y cantoras de la Plaza. DeTriduo y de Septenario, de Besamanos y Traslado, y tarde deViernes Santo.Siempre cerca de la Plaza. Recuerdo a mi tía Carmen, en calle Enmedio, su casa.Yo dormía con el rezo, de Jesusito, en su cama.Y antes de echar la cabeza, en la recogida almohada, con lasmanitas unidas, de rodillas te rezaba:Madre de la Soledad, desde entonces me acompañas.Confieso, que siempre me faltó, el calor de abuelos, no conocí aninguno. Me alimento, del relato que me hace mi madre.En el número 19, de la calle Convento, vivieron con estrechecesAntonio y Dolores, la Niña Grande, contenida en su estatura, dela Plaza con locura, madre de Pepe y de Carmen.Mi abuela Dolores, vivía para la Virgen y moría por la Plaza.Ella, no entendía de barcos, y con su menuda figura, defendía elmalecón, de sus sentimientos placeños. Como solía pasar porentonces, moraban bajo el mismo techo, tronco y ramas de lamisma familia, de las que brotaban, como de árbol injertado,bastiones mixtos, donde el afecto, a lo de cada uno, no restaba,respeto al otro. Cada cual, con sus colores. Y pasaban anécdotascomo ésta:8