Marc Vilarassau, SJHoy he soñado que me moría…Nuestro compañero jesuita, Marc Vilarassau, hizo su último viajehacia el Padre, el definitivo, el pasado 15 de octubre. Luchó duranteaños contra el cáncer, contra aquello que, así decía él, solo puedequitarme la vida. Murió diciendo: Estoy en paz, estoy en paz… enun último gesto de entrega. En su honor y como recuerdo publicamosuna de sus muchas homilías y escritos sugerentes que muestrancómo su espiritualidad latía a ritmo de los más marginados.H oy he soñado que me moría. Venía unamultitud de Oriente y de Occidente, del Nortey del Sur, y se me llevaban de un tirón. Y yo:¿Hacia dónde nos dirigimos?, y alguien: ¿Note has enterado? Y yo que no, y el otro: Puesque estamos invitados a la mesa del Reinode Dios. Y yo que: Me apunto, no tengo nadamejor que hacer.Y, de golpe, llegamos a las puertas delReino de Dios y un ángel de espaldas anchas,en un tono dulce, pero inapelable: Nombre,por favor, y yo: Marc Vilarassau para servir aDios y a usted, y él: A ver… uhmm… sí, hagael favor de esperar aquí, no obstruya la puerta,gracias. Y la gente pasando,y yo solo esperando, y tú loflipas, ¿no?Y en estas veo aJuan Antonio que seune y yo: ¿Qué tal?¿Cómo va la vida?,y él: Bueno, la vidase acabó de aquellamanera… ¿Qué tevoy a contar?, peroaquí estamos. Y yo:¿Quién te ha invitado?,y él: ¡Puesyo que sé!, y yo: Con lo que lediste a la coca y a la mala vida,qué suerte, ¿no?, y él, que seencoge de hombros y con bocade mosca: ¿Qué quieres que tediga? A mí me han llamado y aquíestoy, y el ángel de la puertaque, al ver a Juan Antonio, le daun abrazo como si lo conociera detoda la vida y lo hace pasar. Y yo,en la puerta, esperando.Y gente y gente, y yo que, tras unniño negro con una cicatriz inmensa en elrostro, reconozco al Señor Andrés. Pasó losdos últimos años de su vida en el bancoque había delante de casa, en el barrio deCollblanc, en L´Hospitalet de Llobregat.Le bajaba mantas en invierno y las meabatodas. Pasó dos temporaditas en la Obrade Integración Social Obinso y se recuperababastante, pero Andrés tiraba de nuevoa la calle como la cabra tira al monte. Suhermana vivía tres calles abajo, pero noquería saber nada de él, y yo: Las que lehabrás hecho pasar, bandido, y él: Si túsupieras, es normal que no me quiera niver. De golpe desapareció, y yo: Quizás loha conseguido. Un mes más tarde, unosniños lo encontraron muerto en el interiorde la casa abandonada al fondode la calle. Lo metieron en la fosacomún y yo, que hubiera queridodespedirle, le fui a llevar unasflores: ¡Qué solo que debes estar,querido Andrés! Y yo, gritando:Señor Andrés, ¿se acuerda demí?, y él me ve de lejos y se leilumina el rostro, pero el ángel lohace pasar y él me hace signoscon las manos: Nos vemos dentro,luego hablamos. Y yo, en lapuerta, esperando.De repente, unasrisas muy familiares,y yo que me giro y laNiña Julia que se metira al cuello, y ella:Padrecito ingeniero,¿cómo anda usted poraquí? ¿Espera a alguienparado en la puerta?Venga para dentro, y el ángel: No, señora,que el padrecito espera todavía un poquito,y ella que: Bueeeno, no se preocupe, yome adelanto a prepararle unos tamalitos yunos frijoles. Recuerdo la respuesta de laNiña Julia cuando le pregunté: Pero, ¿cuántoshijos tiene usted, Niña?, y ella: Hijos,lo que se dice hijos, cinco, pero cinco másson recogidos, y yo: Pero con los apurosque pasan en la casa… y ella: Ay, padrecito,donde comen cinco comen diez. Y yo:No me extraña que entres tan rápido, santaJulia de la Chacra, y yo que se me escapanunas lágrimas. Y yo, que empiezo a entender,sigo esperando.Y tantos y tantos y tantos que vanpasando, como una riada, y todos, cuandome ven, hacen el gesto como diciendo:¿Qué haces tú aquí, parado? Pero elángel: Hagan el favor de circular que somosmuchos y el banquete está a punto decomenzar. Y alguien que le dice al ángel:Escuche, buen hombre, déjelo pasar, alMarc, que hacía unas homilías despampanantesy el ángel mira: Aquí no estamospara sermones, aquí venimos a comer ya reír. Y yo sigo esperando, pero no pasanada, creedme.Y todos los abrazos que ahora no nospodemos dar, reviven en mí desde dentro,como aquello que no me ha dejado nuncaa pesar de las distancias y los silencios,como la promesa de una plenitud que enaquel momento no podíamos retener con lasmanos. Y aunque la puerta es tan estrecha yel ángel tan inapelable, me digo, la sala debeser muy espaciosa. Y yo, que tengo muchasganas de entrar y al principio me daba rabia,ya no tengo prisa. Y pienso, suerte que estodel Reino de Dios no son como las rebajas deEl Corte Inglés, sálvese quien pueda. Suerteque la puerta es estrecha y que aquí se entrade uno en uno, con nombre y apellidos, conhistorias y no con histerias. Y yo cada vezmás extrañamente feliz, ¿verdad que meentendéis?Y finalmente, cuando ya no quedanadie, ni siquiera el ángel de espaldasanchas, sólo yo en la puerta con cara de pescadohervido, Dios mismo se asoma y hacecomo quien mira para que no quede nadiefuera, y yo, que es la primera vez que lo veo,me resulta familiar: tiene la nariz de JuanAntonio, las orejas del Señor Andrés, lasmanos de la Niña Julia… Y Él, como si estuvierasorprendido al verme: Ay, Marc, casime olvido de ti, y yo: Mira que es pícaro. YÉl: Has tenido suerte, todos tus amigos alverme me han hecho una pregunta, lamisma, y por eso, aunque sea en los postres,tienes derecho a pasar a la mesa de miReino, y yo, sollozando: ¿Cuál es esa pregunta,Señor? Y Él: Todos, sin excepción, mehan preguntado: Señor, ¿cómo es que Marcestá en la puerta, esperando? n4 5