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Leer Adelanto - Sexto Piso

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un deportista. Me dirigí al edificio de los dormitorios de losestudiantes y, después de darme allí una ducha rápida, me vestícon una camiseta y un pantalón medio húmedos que vi colgadosen la ventana, para, acto seguido, volver a emprender la carrera.En aquella zona, perteneciente a la ciudad-distrito de Shapingba,había un gran hospital donde pensaba esconderme.Entonces decidí parar a un taxi para recorrer unos kilómetroslo más rápido posible. Cuando estábamos pasando por el hospitalle dije: «Perdone, pero será mejor que pare, pues me heolvidado la cartera». El taxista se giró y me preguntó: «¿quiereque demos la vuelta y la coge?», pero para entonces yo ya habíaabierto la puerta y me había bajado. Se oían las sirenas dealarma, el equipo de búsqueda ya había llegado para comenzara rastrear el lugar. Entré al hospital, atravesé el ala donde sedistribuían las habitaciones y alcancé el depósito de cadáveres.La sala, de unos veinte metros cuadrados, tenía seis placasde piedra con tres cadáveres tumbados y otros dos recubiertosde hielo. No tenía alternativa, lo único que podía hacer era tumbarmey taparme con una de las sábanas azules que cubrían alresto de los cadáveres. En principio, el clima en mayo no erafrío, pero después de estar recostado sobre esa piedra durantehoras, el frío se te calaba por los huesos. Aquella sala teníauna luz mortecina y el olor putrefacto de los cadáveres que, porel charco de sangre que vi en el suelo, debían de ser víctimasde accidentes de tráfico, impregnaba toda la estancia. Desesperado,ansiaba que anocheciera, pero el cielo no se oscurecíanunca. Se oía el graznido de los cuervos que descansaban en losárboles del exterior y el rugido que provocaban los remolinosde viento al colarse por la puerta hacía que se me pusieran lospelos de punta. Si por alguna casualidad entraba alguien, yo estaríaacabado. En el momento en el que me destaparan tendríaque agarrar a quien fuera y estrangularlo en el acto.Liao: En tu situación, más te habría valido entregarte a lapolicía.Cui: Ya no había marcha atrás. Y, además, no hay que temera los muertos sino a los vivos.17

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