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-Hoy es <strong>Noche</strong> <strong>de</strong> Brujas, y la línea que nos separa <strong>de</strong>l mundo <strong>de</strong> los muertos es más <strong>de</strong>lgada que nunca-dijo<br />
Ramiro, sacando una cuchara <strong>de</strong> su bolsillo-. Esto pertenecía al muerto. Estuve leyendo un libro <strong>de</strong> magia<br />
negra, y sé cómo invocarlo.<br />
-Cállate <strong>de</strong> una vez, por favor- dijo Agustina, con voz <strong>de</strong>smayada.<br />
-Te invoco. Yo te invoco, Martínez- dijo Ramiro, colocando la cuchara entre sus manos ahuecadas. De<br />
repente sus ojos se pusieron en blanco y su cuerpo comenzó a mecerse <strong>de</strong> atrás hacia a<strong>de</strong>lante, como sumido<br />
en un trance-. Te invoco en nombre <strong>de</strong> tu Señor, Amo y Morador <strong>de</strong> las Tinieblas. Deberás respon<strong>de</strong>r por la<br />
muerte <strong>de</strong> mi perro, y por todo el daño que has hecho en esta vida.<br />
-¡Cállate <strong>de</strong> una vez, imbécil! ¡Lo envenené yo!<br />
Por un momento, en la casita <strong>de</strong>l <strong>árbol</strong>, nadie habló. Lenta, muy lentamente, Ramiro fue recuperando la<br />
compostura. Y luego observó a Agustina, con una expresión <strong>de</strong> dolida incredulidad.<br />
-¿De qué diablos estás hablando, Agus?<br />
-Lo odiaba- dijo la chica-. Odiaba a Coli. Lo siento. Cada vez que pasaba por ahí, tu perro trataba <strong>de</strong><br />
mor<strong>de</strong>rme. Te dije que le pusieras correa, pero tú siempre te burlabas. Y un día no pu<strong>de</strong> más y le arrojé carne<br />
envenenada. Por eso tu perro murió. No fue ningún maldito espíritu. ¡Fui yo!<br />
-No puedo creerlo…<br />
Quedaron los cuatro en silencio, sin saber qué <strong>de</strong>cir y evitando cruzar las miradas. Y fue ahí que escucharon<br />
el crujido. Un crujido como el <strong>de</strong> una hamaca balanceándose en la oscuridad. Sólo que no había ninguna<br />
hamaca ahí afuera, y los chicos lo sabían. Se miraron entre sí, con los rostros contraídos por el miedo. Y<br />
entonces el <strong>árbol</strong> comenzó a sacudirse con violencia. Las hojas caían <strong>de</strong> a miles y se escuchaba el ruido seco <strong>de</strong><br />
las ramas partidas. Se sujetaron <strong>de</strong> don<strong>de</strong> pudieron y gritaron hasta quedar roncos. La en<strong>de</strong>ble puerta <strong>de</strong> la<br />
casita se abrió y Agustina fue la primera en caer al vacío. Le siguió Ariel y finalmente Ramiro. Quedó Fe<strong>de</strong>rico,<br />
aferrándose con fuerza a una ma<strong>de</strong>ra astillada que sobresalía <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s. Las sacudidas se hicieron más<br />
fuertes y el chico gritó y lloró al mismo tiempo.<br />
-Qué es lo que quieres?- chilló ya sin fuerzas-. ¿Qué es lo que quieres?<br />
Y escuchó una voz, una voz oscura y <strong>de</strong>moníaca <strong>de</strong>s<strong>de</strong> profundida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l follaje, que <strong>de</strong>cía:<br />
-Más perros. Más animales. Más sacrificios para nuestro Amo.<br />
-¡Lo haré!- sollozó Fe<strong>de</strong>rico-. ¡Juro por lo que más quieras que lo haré! Pero por favor, déjame vivir...<br />
El <strong>árbol</strong> comenzó a inclinarse peligrosamente, y la casita <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra cayó.<br />
Fe<strong>de</strong>rico fue el único y milagroso superviviente <strong>de</strong> la tragedia. Los otros tres murieron aplastados por el<br />
<strong>árbol</strong>. “El terrible acci<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la casita <strong>de</strong>l <strong>árbol</strong>”, titularon los periódicos sensacionalistas.<br />
Cinco días <strong>de</strong>spués, la señora Perkins, vecina <strong>de</strong>l barrio, como era costumbre se levantó temprano para<br />
barrer el patio. Se <strong>de</strong>tuvo en la verja que daba a la calle y <strong>de</strong>jó caer la escoba, horrorizada. Sobre la acera,