EL CLARO Hacía tiempo que no frecuentaba ese bosque, hacía tiempo que no andaba por sus estrechos caminos y sus pequeños claros; pero hoy era el día, tenía que entrar. Empezó dando pequeños pasos inseguros, mirando a todas partes, con sus cinco sentidos en alerta. Caminó apartando las raíces que encontraba a su paso y observando los árboles que tenía a su alrededor. Solo se oían sus pasos, el crujido que generaban en cada movimiento, como si el bosque no quisiese interrumpirlo en ese momento lleno de recuerdos, de emociones. Sus pies o, más bien, una fuerza que aún era intensa en su mente, lo condujeron allí, al claro, estaba casi en la entrada. No. Era demasiado pronto, demasiado complicado, demasiado para su mente. Se detuvo. Había entrado al bosque, había conseguido volver a introducirse en ese pequeño universo ahora tan silencioso, era suficiente ¿O no? Si no daba el paso ahora ¿Sería capaz de hacerlo la próxima vez? Aunque la pregunta correcta sería ¿Habría una próxima vez? Su mente estaba dividida, no sabía qué hacer. Su mente no tardó mucho en decidirse. Había una razón, un motivo por el que había decidido entrar y era suficiente como para seguir el camino, conseguiría darle la fuerza que necesitaba. Reanudó la marcha y entró al claro, preparado para afrontar lo que tanto tiempo llevaba rehuyendo. Era la hora. Nada había cambiado, el pequeño claro seguía con los rastros que ellos dejaron en su día. Nada verde crecía ya allí, el fuego lo había arrasado todo, solo quedaban cenizas, no obstante, él siguió hacia delante, hacia su destino final. No había desaparecido, seguía allí, tan impoluta como el primer día, tan viva, tan colorida que destacaba entre toda la ceniza que se extendía a su alrededor. Ese detalle hacía que los recuerdos fuesen más intensos, más vivos, como si acabasen de suceder, sin embargo, no podía ser así, faltaba alguien. Ella no estaba allí con él, solo había una rosa, una flor que había aparecido el mismo día y en el mismo lugar que ella había desaparecido, en el claro donde ahora él se encontraba. Una vida por otra, que triste paradoja. Todo le abrumaba, pero él lograba estar allí, una fuerza mental se lo permitía, fuerza que no pudo reprimir que una pequeña lágrima brotara de su ojo derecho. El amor lo había llevado a ese lugar y conseguía mantenerlo allí, firme, contemplando el último rastro que ella había dejado. Nerea Gastesi https://misisletriler.blogspot.com/ - 34 -
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