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Jeon Heon-Kyun/EFE<br />
Misiles balísticos Scud b norcoreanos expuestos en el Museo Memorial de Seúl como supuestas reliquias de una contienda pasada.<br />
La guerra<br />
INTERMINABLE<br />
Aunque las cabezas nucleares se han reducido en las últimas<br />
décadas, la posibilidad de que alguien —estado o grupo<br />
terrorista— haga uso de ellas es hoy más real que nunca<br />
UNA vez más, Corea del<br />
Norte lo ha vuelto a<br />
hacer. O mejor dicho,<br />
ha sido uno de los peculiares<br />
miembros de la<br />
dinastía Kim quien ha reactivado las<br />
alarmas y recordado al mundo que el<br />
fantasma de la amenaza nuclear sigue<br />
planeando sobre nuestras cabezas. El<br />
entusiasmo suscitado el pasado verano<br />
por el acuerdo suscrito entre Irán<br />
y el Grupo de los Seis (las cinco grandes<br />
potencias más Alemania) por el que el<br />
régimen de los ayatolás abandonaba la<br />
parte militar de su programa nuclear,<br />
ha sido un tanto efímero. El 6 de enero,<br />
el último de la estirpe que lleva más de<br />
cuatro décadas tiranizando Corea del<br />
Norte —y según todos los indicios, el<br />
más histriónico, desequilibrado e imprevisible<br />
de todos— anunció a bombo<br />
y platillo que el país había realizado su<br />
cuarta prueba nuclear (la segunda desde<br />
que Kim Jong Un asumió el poder<br />
hace tres años) y que, en esta ocasión,<br />
habían conseguido explosionar su primera<br />
bomba de Hidrógeno.<br />
Aunque todos los indicios hacen pensar<br />
que en realidad era una de fisión mejorada<br />
—el seísmo que produjo fue de<br />
4,1 y la de Hidrógeno provocaría uno<br />
de 6,8—, lo relevante no es qué tipo o<br />
cuántos millones de personas sería capaz<br />
de matar el artefacto, sino que la carrera<br />
nuclear coreana (acompañada por<br />
un constante desarrollo de un programa<br />
46 Revista Española de Defensa Febrero 2016