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Populorum Progressio - Alfa y Omega

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10 26-IX-2002<br />

Regreso a lo natural<br />

Unos estudios realizados por dos economistas de la Universidad de Chicago han demostrado<br />

que las horas que dedican al trabajo profesional algunas mujeres con edades comprendidas<br />

entre los 25 y los 45 años ha disminuido; la disminución es más acusada en los últimos años.<br />

Parece que este hecho se da más en aquellas que sus maridos tienen mayores ingresos. Un<br />

reportaje aparecido en The New YorK Times, con fecha de 5 de julio de este año en curso, se<br />

hace eco de este fenómeno. El motivo es el resultado de sondeos que se efectuaron entre madres<br />

con niños pequeños. Por causa del trabajo profesional de la madre, casi siempre fuera de<br />

casa, los niños se quedan solos o han de ser cuidados por personas ajenas. Son necesarios<br />

estudios científicos que nos vuelvan a mostrar las ventajas de lo natural. No olvidemos que lo<br />

natural para un niño es que lo críe la propia madre.<br />

Recojo una frase de la economista Sylvia Ann Hewlett, autora del libro Creating a Life: Professional<br />

Life and the Quest for Children, que declara: «No digo que eches tu carrera a la basura,<br />

pero para las mujeres en torno a los treinta, cuando fundar una familia, tener hijos es relativamente<br />

fácil, esto debe ser prioritario, no el trabajo».<br />

Me consta que algunos no estarán de acuerdo con lo que se dice en esta carta, no obstante,<br />

sigo pensando que es lo que realmente necesita esta sociedad básicamente formada por la familia.<br />

Soy de la opinión de los que piensan que, si la familia se salva, nuestra sociedad estará salvada.<br />

Otros jóvenes<br />

Pedro J. Piqueras<br />

Gerona<br />

Quería felicitar, por su crónica del viaje a Toronto con los jóvenes, publicada el 5 de septiembre,<br />

a Anabel Llamas. Ya sé que no es lo mismo, pero, leyendo sus palabras, me<br />

sentí casi como si estuviera allí mismo, con todos esos jóvenes de todas las partes del mundo,<br />

con distinta lengua, pero que, durante esos días, todos hablaron con el mismo lenguaje:<br />

con el del amor a Dios y al Papa.<br />

La verdad es que da gusto de ver a tanta gente joven congregada para ver y oír al Papa, y<br />

para, sobre todo, decirle al mundo entero: «Yo soy cristiano y quiero seguir a Dios». Esto demuestra<br />

que no sólo hay jóvenes violentos o pasotas o encerrados en su mundo superficial –como<br />

creen muchos–, sino que también hay muchos jóvenes buenos a los que nos importan los<br />

demás, y los que tienen una serie de valores de los que muchos podrían aprender.<br />

Esto es lo que se debería enseñar en los medios de comunicación con grandes titulares.<br />

Este año me he quedado con el gusanillo de ir y de vivir esa experiencia inolvidable, pero<br />

a ver si en el 2005 en Colonia (Alemania), si Dios quiere, puedo. Me apunto, voy a empezar a<br />

ahorrar ya.<br />

Fe de erratas:<br />

<strong>Alfa</strong> y <strong>Omega</strong><br />

Toronto, de lejos<br />

Patricia Martínez Domínguez<br />

Valencia<br />

En el número 318 de <strong>Alfa</strong> y <strong>Omega</strong> (5 de septiembre), publicábamos un artículo bajo el título<br />

Crónicas de homicidios presagiados, que hacía referencia al libro El mito de la igualdad.<br />

Al presentarlo, indicamos, por error, que los autores del libro, don Rodrigo Alonso Calzada<br />

y doña Concepción Vila Roche, formaban matrimonio. No es así. Pedimos disculpas.<br />

Las cartas dirigidas a esta sección deberán ir firmadas y con DNI, y tener una extensión máxima de 20 líneas.<br />

<strong>Alfa</strong> y <strong>Omega</strong> se reserva el derecho de resumir su contenido<br />

Cartas<br />

Soy uno de los jóvenes que no pudo ir a la Jornada Mundial de la Juventud; hace casi dos años<br />

tenía casi la seguridad de que iría allí, pero el Señor, que es el único que tiene la última palabra,<br />

decidió que no. Desde aquí, el encuentro se vive de una manera rarilla, porque en la televisión<br />

hay poquísimas veces que se habla de esto, y cuando lo hacen, es muy poco. Cada<br />

día me unía a los muchos jóvenes que sí estaban allí, a sus bailes, cantos, rezos… Me ayudó mucho<br />

vivir la Vigilia con ellos, a pesar de estar tan lejos; no sé cómo explicar lo que viví en esa madrugada<br />

–tarde en Toronto–, fue todo un testimonio para este mundo: miles de jóvenes rezando<br />

alrededor de un anciano y, encima, ¡alegres! Nunca he estado en ninguna Jornada, estuve en el<br />

2000, acompañando al Papa, en Israel y fue impresionante; en esa noche recordé todo lo que el<br />

Señor me dio en el Monte de las Bienaventuranzas, reconocer que esa cruz, que no me gusta (fue<br />

uno de los motivos por los que no fui a Toronto), es la que me acerca al Señor, la que me hace<br />

fuerte, que no me destruye, al contrario, ¡me da la vida! Me ayudó mucho el cántico del Magníficat<br />

que cantó el padre franciscano, decirle de nuevo Sí al Señor, unida a la Virgen María. El Señor<br />

derramó en mí abundantes gracias, no sé si tantas como a los que estuvieron allí, pero Él pasó<br />

por mi vida en esos días en la pobreza y sencillez de mi casa.<br />

Patricia López Solera<br />

Getafe (Madrid)<br />

Una caricia<br />

Tenía que dar unas prácticas a los alumnos<br />

de 5º curso de Medicina. La primera<br />

práctica era, en realidad, comentarios sobre<br />

electrochoques, ventanas cerradas, etc.<br />

Para quitarles todo lo aprendido en tertulias<br />

nido del cuco, Freud, etc., lo primero que yo<br />

hacía era llevarles a ver un enfermo de vida<br />

vegetativa y llamar al cuidador. Entonces<br />

surgía el problema de la eutanasia. El cuidador<br />

ya había oído eutanasia para su enfermo,<br />

y como de la abundancia del corazón<br />

habla la boca, hizo una apología del enfermo<br />

como razón de su propia existencia.<br />

¡El amor que le tenía! Con permiso mío invitó<br />

a que le hicieran una caricia y el paciente<br />

no se inmutaba, yo le acaricié y tampoco<br />

movió un músculo. Lo acarició el cuidador y<br />

la alegría del paciente era indescriptible. Las<br />

alumnas lloraban y Freud quedaba borrado<br />

de sus mentes<br />

Pablo de Lucas Estremera<br />

Madrid

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