Literatura
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La fábula del príncipe y el cantor había llegado a su fin. “No me vanaglorio<br />
de mis abjuraciones”, razonaba Debray en Alabados sean nuestros señores. “Son<br />
otros tantos remordimientos. Me despiertan antes del alba”. Y más adelante: “necesité<br />
diez años para dejar a Fidel Castro”. Y su ruptura fue de fondo. En La crítica de<br />
las armas ajustó cuentas consigo mismo y con su propuesta de ¿Revolución en la<br />
revolución? Debray había estado en la cárcel y había pasado por el fracaso del Che<br />
en Bolivia, los golpes de Estado de derecha en AL y la derrota de Salvador Allende<br />
en Chile, así como otras evidencias de derrotas guerrilleras en el continente.<br />
En este contexto, Debray había cambiado de parecer en pocos años. “Fue un<br />
libro de un momento”, escribió sobre su ensayo de exaltación del foco guerrillero.<br />
Su pasión por las armas formaron parte, reconoció, de “fiebres hoy mitigadas”.<br />
El calentamiento intelectual de un lustro, de 1966 a 1971, había registrado el dato<br />
de que “todo el mundo dejó plumas y muchos la vida”. Además, Debray consideró<br />
que su ensayo había sido tomado casi como libro de texto. Y Debray se asumió<br />
como el tercero en discordia: “no fui más que un chivo expiatorio ideológico y<br />
¿Revolución en la revolución? No habría causado jamás todo ese sobresalto de<br />
no haber permitido a los portavoces latinoamericanos de determinada ortodoxia<br />
vaciar su rencor largo tiempo comprimido por no haber tenido la audacia de dirigirlo<br />
a quien correspondía, a la dirección de la revolución cubana”.<br />
Pero el daño ya estaba hecho. Los intelectuales habían sido los responsables de<br />
encumbrar a Castro, de endiosarlo hasta dotarlo del don de la infalibilidad y luego<br />
ver cómo la roca camusiana de Sísifo se iba pendiente abajo. En 1969 el escritor colombiano<br />
Oscar Collazos habría de tropezarse con la piedra debrayiana. Trabajando<br />
en la Casa de las Américas de Cuba, Collazos publicó un ensayo en la revista uruguaya<br />
Marcha, de Carlos Quijano. Titulado “La encrucijada del lenguaje”, el texto<br />
causó escozor: era una crítica a la novela 62/Modelo para armar de Julio Cortázar,<br />
a declaraciones de Mario Vargas Llosa en el suplemento La Cultura en México de<br />
la revista Siempre y a Carlos Fuentes por su novela Cambio de piel.<br />
En 1969 acababa de pasar la polémica por el primer desencuentro del caso Padilla:<br />
la premiación del poemario Fuera del juego, en medio de un debate sobre la<br />
libertad del creador frente a la revolución. Cortázar, Vargas Llosa y Fuentes eran<br />
escritores reconocidos internacionalmente en el contexto del boom literario latinoamericano,<br />
como lo calificó en crítico Emir Rodríguez Monegal. A muchos molestaba<br />
en el fondo la fama de los escritores, sobre todo porque los había alejado<br />
del apoyo a la revolución cubana. Collazos era de la opinión de que la revolución<br />
cubana había parido al boom de narradores. Los escritores habían, por su parte,<br />
simpatizado y apoyado a la revolución cubana pero sin perder su cosmopolitismo.<br />
El debate abierto por Collazos tocaba la relación del intelectual y la revolución.<br />
Vargas Llosa ya había roto con Cuba, Cortázar se mantenía dolorosamente<br />
fiel porque tenía que pasar por constantes agravios a su literatura fantástica y<br />
alejada del inmediatismo revolucionario —aunque en lo personal siempre apoyó<br />
a las revoluciones socialistas— y Fuentes se encontraba deslumbrado con la<br />
experiencia revolucionaria cubana. Vargas Llosa y Fuentes aparecieron firmando<br />
el desplegado de abril del 2003 contra Castro por los fusilamientos y encarcelamientos.<br />
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