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Conclusiones Según el libro leído pude analizar que la escritora toma la vida de Marilyn Monroe y la relata en tres formas, real cotidiana y ficticia al mismo tiempo despertando en mí, como lectora el interés por saber en que terminara la historia.
EL CASERON DE LA REFORMA Parecía una vieja actriz interpretando el papel más célebre de su repertorio. Nos conducía a un saloncito servía un té de Formosa y hallaba la ocasión de exhibir un servicio de plata con su monograma grabado en la tetera panzona. El cálculo exacto de hojas y de agua caliente, las tacitas tintineantes, las servilletas de lino, las pastas y bocadillos salados que nadie preparaba mejor en México. Y allí estábamos mi madre, mi hermana y yo bebiendo a sorbitos. Su tema invariable era su hija Marianita, la única persona que parecía las formas obligadas y sin nada de importancia para ella. Marianita, pálida como muerta, la veía con sus profundos ojos claros, sentada incómodamente en un sillón victoriano. Recuerdo la manera como miraba a su madre, era el mismo gesto solícito que le otorgaba a su perro Chihuahua que siempre estaba a sus pies. Marianita sonreía y ladeaba su fina cara y nosotros seguíamos ignorantes del timbre de su voz, La tía Soledad continuaba diciendo si ustedes supieran —era una manera para alardear a su hija—, los nueve meses que traje a Marianita dentro del vientre intuí lo maravillosa y talentosa que iba a ser. Desde alguna parte de la estancia sonaba un reloj. Tía Soledad buscaba una aguja hipodérmica y procedía a ponerle una inyección a Marianita. No se trataba de aplicar una sustancia sino de efectuar una sangría, dos o tres centímetros cúbicos de sangre joven luego de un leve aturdimiento acataba la voluntad de su madre. Tía Soledad para que entendiéramos nos explicaba cuánto adoraba a su criatura, a la que convirtió en razón suprema de su existencia, consuelo espiritual de una viuda, era un método infalible para educarla, una fórmula científica destinada a restarle energía. Después tía Soledad consideraba cumplida con éxito su parte en la representación y cedía el lugar a quien amaba tanto. De seguro tus primas desean oír algún bello trozo musical, la tía a sus cincuenta años, se levantaba señorial como una princesa, tomaba el violín y lo dejaba en manos de Marianita y volvía a sentarse atenta. Marianita pulsaba las cuerdas, un mechoncito de su pelo rubio resbalaba hasta la frente y, por fin, oíamos aquel solo de Beethoven ejecutado con ayuda de las potencias celestes.
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