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Sublimación

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<strong>Sublimación</strong><br />

Autor: Gustavo Vignera – www.gustavovignera.com.ar<br />

Las cosas podrían haber sucedido de otra manera, pero el universo dijo que no<br />

fueran de la forma que siempre había deseado. Una vez leí que conocer el amor<br />

de los que amamos es el fuego que alimenta nuestra vida, pero para mí ese elixir<br />

era el ácido que fue disolviéndome por dentro día a día cada parte de mi ser. Yo<br />

sabía que Patricia me amaba tanto como yo la amaba, pero siempre hubo alguna<br />

razón donde mi amor debía expresarse desde un plano sobre el que no me<br />

sentía cómodo, pero sobre el cual no tenía chance alguna de cambiar. Siempre<br />

recuerdo la vez que de pequeño mi madre se cruzó con dos gitanas con polleras<br />

largas. Mi madre las rechazaba, les tenía miedo. Al no darles el dinero que nos<br />

reclamaban, pusieron su mano sobre mi hombro y mirándome fijamente me<br />

dijeron “Ojalá que te enamores”. Esa maldición se cumplió cuando conocí a<br />

Patricia como alumna, una chica aplicada, inteligente, hermosa, siempre sentí<br />

en ella ese tipo de conexión que es tan difícil de explicar. Yo dictaba Física en el<br />

Normal de Córdoba y Ayacucho, le llevaba diez años en esa época y a ella le<br />

faltarían uno o dos años para cumplir los dieciocho. Yo quería encontrar una<br />

explicación a ese extraño sentimiento que me martirizaba. Patricia era algo<br />

prohibido para mí y sobre todo para mis principios morales. Se podría decir que<br />

el comportamiento entre los átomos y su núcleo, produjeron fuerzas<br />

electromagnéticas que hicieron que las propiedades intrínsecas de la masa se<br />

viesen alterada. Y esa alteración, no fue ni más ni menos que mi deseo de no<br />

perderla a través de estos veintisiete años.


Todos somos partículas en constante cambio, quizás algunos me vean como<br />

bicho raro, una especie de genio loco, pero soy igual que cualquier hijo de vecino<br />

que se enamora de alguien y nunca encuentra el momento para decir lo que se<br />

siente y transformar de una vez por todas su patética historia. Siempre creí que<br />

no existe otra cosa más que materia y que el alma era un invento que nos<br />

vendieron para hacer que la vida tenga algún sentido, una zanahoria que nos<br />

pusieron delante de los ojos y así seguir avanzando hasta que nos convirtamos<br />

en polvo y ya nadie nos recuerde. Patricia era la alumna que mayor atención me<br />

prestaba en las clases. Ella era un ser angelical, hoy mismo a pesar de que ya<br />

hayan pasado tantos años de aquellas extensas explicaciones llenas de<br />

ecuaciones y razonamientos sigue siendo muy hermosa. El crujido de las tizas<br />

rasgando el pizarrón con mis formulas aun me conmueve. Ella era el motor para<br />

ir a la escuela de buen humor. El solo hecho de saber que iba a verla me llenaba<br />

el corazón de alegría.<br />

Ese lunes, frente a los pupitres, hice un paneo sobre todas las filas y ella no<br />

estaba. Primero pensé que ella se hubiese cambiado de asiento, pero no… ese<br />

lunes no había venido y su ausencia colmó de pena mi ausente e inexistente<br />

alma. Yo tenía que guardar la compostura y nunca demostrar delante de las<br />

demás alumnas que yo pudiera tener algún tipo de preferencia o peor dicho,<br />

algún tipo de sentimiento inapropiado para un profesor en una escuela de<br />

señoritas. Y así fue como no pregunté nada. Completé mis explicaciones sobre<br />

los distintos estados del agua y sus transiciones y me dirigí cabizbajo hacia mi<br />

próxima clase del año anterior. Mientras cruzaba el patio para ir a la otra aula,<br />

una de las chicas me abordó y me dijo “Se enteró profe, el papá de Patricia está<br />

muy mal” y ahí entendí por qué esa chica de asistencia perfecta a las clases que


tanto adoraba había faltado. Sin darme cuenta empecé a cubrir ese espacio que<br />

su padre me estaba legando y con orgullo la fui acompañando cada clase de<br />

física hasta aquel día en que llego su final. No me pareció oportuno acompañarla<br />

en el entierro, pero hice lo humanamente posible para demostrarle que estaba<br />

con ella en ese difícil momento y por siempre. Luego Patricia terminó su<br />

secundario e inicio sus estudios en Ciencia Exactas y estuve a su lado para<br />

apoyarla, para explicarle los problemas de cargas electromagnéticas, física del<br />

calor y dinámica. Durante su pasar por la universidad me transformé en su<br />

amigo, un amigo inseparable e incondicional. Pasaron los años y un día, trágico<br />

para mí, me comentó que se había enamorado de un muchacho, un chico de la<br />

facultad fue lo que me dijo. Yo no supe que contestarle, no era apropiado ningún<br />

comentario mío, no podía influirle, no podía sacarle esa idea loca de la cabeza,<br />

solo podía acompañarla y así fue como fui testigo de su casamiento por civil, y<br />

también a pesar de mi dolor participé de la ceremonia religiosa en la sinagoga<br />

de Libertad y Córdoba. El tiempo hizo lo que debía, ella tuvo su primer hijo y<br />

quiso que fuese el padrino del Brith Milah de su primogénito, un privilegio al que<br />

no me pude ni debía negarme. Creí que mi función en la tierra era cubrir todos<br />

los espacios que Patricia iba generando a través del tiempo. Yo me iba<br />

congelando, derritiendo y evaporando según mi estado y las necesidades que<br />

Patricia me iban formulando. Cuando Juancito, mi ahijado acababa de cumplir<br />

los cuatro años, su padre se borró por completo y los dejó solos. Fue el momento<br />

que tuve que cubrir el papel de hermano y de tío de forma simultánea. En el<br />

fondo de mi ser siempre revivía aquella maldición gitana “Ojalá que te enamores”<br />

y el amor, ese amor que todos buscan, fue el mayor de los males que había<br />

podido soportar. Ella no dejaba de llamarme cada semana, éramos compinches,


confidentes, compañeros de salidas, hermanos, y yo era feliz con ella, junto a<br />

ella, en el roll que ella o yo definíamos para poder seguir viviendo en esa falsa<br />

armonía que pocos sin duda pueden entender.<br />

Hoy tengo que visitar la clínica dos veces por semana para el tratamiento de<br />

diálisis, ella está conmigo, ella es mi alma gemela. Aunque nunca haya creído<br />

en su existencia la realidad desbordó mi creencia, las almas existen. Ella no deja<br />

un minuto de cuidarme y de pensar en mí, como si fuese Juancito, como si fuese<br />

su otro hijo. Pero yo sigo sublimándome, transformándome y haciendo que mis<br />

partículas sigan cambiando de forma a merced de ella, a merced del destino que<br />

me toco vivir, cambiando y volviendome a cambiar por ese amor que jamás tuve<br />

el coraje de expresar.<br />

Fin.

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