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abandonado por sus discípulos; llevado ante el Sanedrín, condenado a muerte,<br />
azotado y ultrajado. Escucharemos cómo Pedro, la “roca” de los discípulos, lo<br />
negará tres veces. Oiremos los gritos de la muchedumbre, soliviantada por los<br />
jefes, pidiendo que Barrabás quede libre y que a él lo crucifiquen. Veremos<br />
cómo los soldados se burlarán de él, vestido con un manto color púrpura y<br />
coronado de espinas. Y después, a lo largo de la vía dolorosa y a los pies de la<br />
cruz, sentiremos los insultos de la gente y de los jefes, que se ríen de su<br />
condición de Rey e Hijo de Dios.<br />
Miremos al Crucificado al final de todos nuestros caminos. Él, que en su divina<br />
madera, se hace uno de los nuestros. Es Cristo que pasa, tan rotundamente<br />
muerto en el silencio de la tarde.<br />
Nosotros, hermanos, cofrades, nazarenos, no sacamos a nuestro Jesús para<br />
divertir a la gente, para entretener a turistas. ¡Qué no!. Nosotros no sacamos<br />
en procesión bellas figuras de madera encima de un paso. Nosotros damos<br />
testimonio de nuestra fe, adorando con nuestro esfuerzo a Dios. Y merecemos<br />
ser respetados. Una procesión hace mucho bien: una mirada a la imagen de<br />
Cristo o a Nuestra Madre puede provocar un encuentro con Dios.<br />
Sobre nuestros pasos hay riqueza histórica, pero sobretodo importa el hecho<br />
diferencial de pertenecer a la Iglesia, cada vez más comprometidos, importa no<br />
perder nuestras raíces para no secarnos.<br />
Somos un baluarte frente al secularismo, abiertos a la persona, a la<br />
trascendencia.<br />
En esto, nos ayuda, nos conforta el ejemplo de muchos hombres y mujeres<br />
que, en silencio y sin hacerse ver, renuncian cada día a sí mismos para servir a<br />
los demás: un familiar enfermo, un anciano solo, una persona con<br />
discapacidad, un sin techo… En esto nos ayudan los nazarenos.<br />
En nuestras Cofradías se sabe bien que, a fin de cuentas, la mejor carrera<br />
oficial está en cubrir todas las necesidades y a todos los necesitados.<br />
Pensemos hoy, ahora, en este pregón, también en la humillación de los que,<br />
por mantenerse fieles al Evangelio, son discriminados y sufren las<br />
consecuencias en su propia carne. Y pensemos en nuestros hermanos y<br />
hermanas perseguidos por ser cristianos, los mártires de hoy, hay tantos, no<br />
reniegan de Jesús y soportan con dignidad insultos y ultrajes. Lo siguen por su<br />
camino. Podemos hablar en verdad de “una nube de testigos”: los mártires de<br />
hoy.<br />
Es tiempo de mujeres y hombres comprometidos.<br />
Es esta una Estación para solidarios y valientes. Sintamos la madera gastada<br />
por el fervor, asidero al que se aferra toda esperanza. Que entre tanta túnica y<br />
antifaz, haya un sublime tufillo a amor y amistad. Antifaz y túnica cosidos con<br />
las lágrimas de los flecos de la vida y las entretelas del recuerdo que nunca se<br />
olvida.