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HISTORIAS COFRADES<br />
NUESTRA SEÑORA DE LA ESCLAVITUD DOLOROSA.<br />
En la Iglesia del Santo Cristo de la Salud de Málaga, y al lado de la sepultura del famoso escultor Pedro de Mena y<br />
Medrano, existe un viejo altar de hechura barroca en cuyo camarín podemos contemplar a una bella Dolorosa, cuya<br />
advocación es la de Nuestra Señora de la Esclavitud.<br />
Tiene esta Dolorosa una bonita leyenda que como toda tradición oral podemos creerla, o simplemente admitirla como<br />
una leyenda más de las que han corrido a lo largo de los años por nuestro mundo cofradiero.<br />
Por esta época que vamos a narrar, mediados del siglo XVII,<br />
estaba definitivamente afincado en la ciudad de Málaga el<br />
imaginero granadino Pedro de Mena. Este famoso escultor<br />
tenía su taller y vivienda en un callejón sin salida llamado, y así<br />
continúa denominándose, de los Afligidos, callejuela ésta que<br />
se abre en la actualidad a la calle del Císter e Iglesia de Santa<br />
Ana.<br />
Sobre la personalidad de Pedro de Mena dicen sus biógrafos<br />
que era un hombre de una religiosidad exaltada. Entre los<br />
muchos encargos que Pedro de Mena recibía le fue<br />
encomendada la talla de una Dolorosa para vestir, que fuese<br />
su rostro con dolor profundo y sereno, como convenía a la<br />
Madre de Jesús contemplando a su Hijo sufriendo pasión y<br />
muerte.<br />
Parece ser que Pedro de Mena cuando le hacen este encargo<br />
está pasando unos momentos críticos en su vida profesional.<br />
Hombre de gran espiritualidad, y muy escrupuloso en<br />
cuestiones religiosas, no encuentra el verdadero rostro para<br />
esta Dolorosa en donde reflejar toda la congoja que en otras<br />
imágenes esculpidas por él había logrado plasmar. Mena,<br />
desea modelar en esta Virgen de la Esclavitud todo el dolor<br />
humano de la mujer que ya no tiene fuerzas para llorar, que<br />
está tan deshecha y abatida que su aflicción se puede reflejar<br />
en el rictus "de una frente con llanto". Pero la inspiración no<br />
llega. La gubia no alcanza a desvastar lo que el artista siente.<br />
Muchos días y muchas noches se ha pasado rompiendo<br />
moldes, rectificando trazos, dibujando rostros que luego<br />
rompe desesperadamente al no hayar la comunicación con su<br />
obra.<br />
En una de estas interminables horas y ya anochecido, con sólo la luz de unos candiles que tienen al taller en dulce<br />
penumbra, el escultor oye dar unos ligeros golpes en la puerta. Se extraña que alguien llame a tan deshora después de<br />
haber dado el toque de las ánimas que es el punto de descanso para su familia y criados. Entreabre la puerta y con<br />
asombro contempla la figura de una de sus hijas, la más pequeña, Juana, la preferida por él debido a su carácter alegre y<br />
cariñoso. Extrañado de aquella visita y viendo el semblante demudado de la doncella le invita a pasar y que a él se<br />
confíe si tiene algún problema. La niña apenas habla, no se atreve entre el respeto al padre y su juventud recién<br />
estrenada.<br />
Se pasea por la estancia, juguetea con unos angelitos que están a medio terminar, curiosea entre las escofinas y las<br />
espátulas y mira con curiosidad las telas encoladas que cuelgan en varios sitios del taller. Pedro de Mena espera<br />
pacientemente, mientras Juana acaricia la cabeza de un niño Jesús regordete y pelón que está en los brazos de su<br />
Madre, Toda la actitud de Juana es extraña, y en ella se denota un nerviosismo inusitado que el escultor nunca ha visto<br />
en su hija.<br />
Por fin, la muchacha se ha quedado quieta unos instantes y rompe a hablar. Lo hace serenamente, con una voz firme le<br />
anuncia a su padre el deseo de profesar como novicia en el cercano monasterio de Santa Ana del Císter, para lo cual<br />
pide su autorización. A Mena le coge de sorpresa esta decisión de su hija que no va con su carácter inquieto y vivaracho,<br />
no se fía de esta vocación repentina y quiere indagar más. Para el escultor, la vida de una religiosa es algo muy<br />
comprometido con Dios y no está dispuesto a dar su consentimiento para que entre en la vida monacal, lo que sólo<br />
puede ser un capricho. Le insta a que hable sin subterfugios ni evasivas, que le diga el por qué de aquella resolución tan<br />
inesperada.