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Pasaron los días y las adopciones nunca llegaron, la cachorrita y la mamá nos robaron el corazón y desde el día que decimos que ya formaban parte de nuestra aperrada familia ahora se llamaban Emma (la cachorra) y Milú (la mamá). Milú comenzó a comer, a recuperar peso, a sentir que estaba segura en su casa y la terapia de amor comenzó a dar resultado. Todos los días me acercaba a la casa, me sentaba afuera, la llama por su nuevo nombre, y con su carita me miraba desde adentro, luego de unas semanas comencé a sentir desde su casa una de sus manitos pidiéndome amor, otra semana comencé a sentir dos manitos pidiéndome amor, después sentía como su colita se movía y pegaba en la casa cuando nos sentía cerca. Luego su cabeza salió y sentimos que ella nos aceptó como su familia y volvió a confiar… Con el tiempo Milucita recuperó peso y con ejercicios comenzamos a estimular su musculatura que en ese entonces era nula, no había músculo, se sentían solo sus huesos. Asi fue su proceso hasta que con todo el amor del mundo logramos que Milú se pusiera de pié y caminara con sus patitas y manitos. Con propiedad puedo decir que un rescate no solo significa sacar de la calle a un animal, significa un compromiso, significa que ayudaste a un inocente a dejar de sufrir. La calle es muy cruda y hay gente muy cruel que puede desquitarse con animalitos como mi querida Milú y dañarlos tanto que ya no confíen en que en algún lugar puede existir alguien que con una caricia, con un plato de comida, con un gesto de amor te haga sentir en un hogar.