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los artistas. Cuanto mayor sea la banda musical
que amenice el evento mucho mejor.
Sermones cortos, que la audiencia puede
aburrirse y no viene para eso. Al finalizar,
todo el mundo comenta lo animado o no
del espectáculo.
Ni abogado del diablo, ni su sobrino
En la Calle Recta
Bueno, no deseo parecer cínico en la descripción
anterior, pero creo que nos convendría
hacer autocrítica constructiva. Por
supuesto, no quiero convertirme en abogado
del diablo, o en uno de sus sobrinos
como nos relata C.S Lewis en su muy recomendable
libro: “Cartas del diablo a su sobrino”,
páginas 28 y 29. En esta carta de un
diablo a su sobrino, un diablo debutante, le
da algunos consejos de cómo tratar a un
nuevo visitante de la iglesia local:
“En la actualidad, la misma Iglesia es uno
de nuestros grandes aliados. No me interpretes
mal; no me refiero a la Iglesia de
raíces eternas, que vemos extenderse en el
tiempo y en el espacio, temible como un
ejército con las banderas desplegadas y ondeando
al viento. Confieso que es un espectáculo
que llena de inquietud incluso a
nuestros más audaces tentadores; pero por
fortuna, se trata de un espectáculo completamente
invisible para esos humanos…lo
que puede ver tu paciente es el edificio a
medio construir, en estilo gótico de imitación…Y
cuando penetra en la iglesia, ve al
tendero de la esquina que, con una expresión
un tanto zalamera, se abalanza hacia
él, para ofrecerle un librito reluciente, con
una liturgia que ninguno de los dos comprende,
y otro librito gastado por el uso,
con versiones corrompidas de viejas canciones
religiosas –por lo general malas-, en
un tipo de imprenta diminuto; al llegar a su
banco, mira en torno suyo y ve precisamente
a aquellos vecinos que, hasta entonces,
había procurado evitar. Te trae cuenta poner
énfasis en estos vecinos, haciendo, por
ejemplo, que pensamiento de tu paciente
pase rápidamente de expresiones como “el
cuerpo de Cristo” a las caras de los que tiene
sentados en el banco al lado…con tal de
que alguno de estos vecinos desafine al
cantar, o lleve botas que crujan, o tenga
papada, o vista de modo extravagante, el
paciente creerá con facilidad que, por tanto,
su religión tiene que ser, en algún sentido,
ridícula…”
Sin duda alguna, el enemigo de la iglesia
usa para sus fines todas las versiones distorsionas
de la misma, su faltas y arrugas
como ilustra a la perfección C. S. Lewis. No
éste mi propósito con esta nueva serie de
artículos acerca de la iglesia, sino despojándonos
de todo lo superfluo, presentar la
iglesia como Dios la ve:
“la cual (la iglesia) es su cuerpo, la plenitud
de Aquel que todo lo llena en todo”
(Efesios 1:23), “a fin de presentársela a sí
mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese
mancha ni arruga ni cosa semejante, sino
que fuese santa y sin mancha” (Efesios
5:27)
¿Cómo puede Pablo hablar en estos términos
de una entidad tan mediocre como es
mi iglesia local? Evidentemente somos
conscientes de que el Señor no nos está hablando
de la iglesia en este momento, sino
de su manifestación futura, de la Iglesia
gloriosa que menciona C.S. Lewis, esa que
hace temblar al diablo y a sus huestes.
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