Sabor a Tierra

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A pesar de estar ya a mediados de mayo, las tormentas continuas y
las temperaturas demasiado bajas se habían convertido en un auténtico
incordio para los dos guardiaciviles que se encargaban de la vigilancia
de la excavación. La noche se estaba poniendo cada vez más fría y
hacer una ronda por el terreno no resultaba nada apetecible.
—Te toca —indicó el mayor de los dos hombres, mientras
rebuscaba en la guantera una de las linternas de la dotación y se la
pasaba a su compañero.
—¡Joder! —protestó el aludido, acariciándose el poblado
mostacho que coronaba su labio superior—. A estas horas tendría
que estar en la cama con mi mujer y no aquí vigilando unas
puñeteras tumbas.
—No te quejes tanto que por lo menos parece que ahora no
llueve —le reprendió su compañero—. Aunque la verdad es que
esto es una auténtica pérdida de tiempo. Tenían que haber dejado
a los muertos descansar en paz en vez de andar removiendo el
pasado.
—¡Desde luego! Además, ¿quién demonios va a venir aquí a
armar jaleo a estas horas? Hubiese bastado con que avisasen a
una patrulla de carretera para que estuviese cerca —sentenció el
guardiacivil molesto, saliendo del vehículo ante la mirada burlona
de su compañero.
—¡No te entretengas mucho que la última ronda me toca a mí y
no quiero que se haga tarde!
Con resignación, el hombre se adentró entre la vegetación hasta
llegar a un camino de tierra que descendía hacia una hondonada
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