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¿POR QUÉ?<br />
Por Laura Estrada de Higuera.<br />
Han pasado cincuenta años y cada vez que voy a la<br />
Ciudad de México, cuando tengo oportunidad de ir al<br />
Zócalo, me sitúo en algún espacio de ese hermoso lugar, lleno<br />
de historia, lleno de historias. Cierro los ojos y vuelvo a<br />
ser una joven con ganas de estudiar, de triunfar, de cantar,<br />
de reír, de bailar, de vivir, como todos los de mi generación,<br />
que no lo buscó, pero que la vida le dio la oportunidad de<br />
ser parte de dos acontecimientos que fueron determinantes<br />
en la historia de México en el último tercio del siglo XX.<br />
Vuelvo a ser una estudiante que grita consignas, que le vibra<br />
el cuerpo, se le enchina la piel al participar en un colectivo<br />
con una sola voz, con un solo objetivo. Vuelvo a contagiarme<br />
de espíritu, de rebeldía, de fuerza. Vuelvo a sentir lágrimas<br />
en mi rostro, por lo que nunca debió suceder.<br />
México D.F. 13 de septiembre de 1968. Una fresca y<br />
soleada tarde, al terminar mi jornada de trabajo, me<br />
reuní con mi amiga y compañera; María Luisa. Solíamos<br />
hacerlo cotidianamente para compartir información de<br />
cómo iba el movimiento estudiantil, ya que nosotras, no<br />
nos habíamos involucrado de manera directa, debido<br />
a nuestro horario laborar y que al salir, apenas nos<br />
daba tiempo de asistir a clases en la Escuela Superior<br />
de Comercio y Administración (ESCA) del Instituto<br />
Politécnico Nacional, en el Casco de Santo Tomás.<br />
Era nuestro primer año de carrera profesional, el cual,<br />
se vio interrumpido con la suspensión de clases desde el<br />
mes de mayo, cuando un pequeño incidente; una riña<br />
entre estudiantes de la preparatoria Isaac Ochoterena,<br />
de la UNAM contra los de las vocacionales uno y dos<br />
del “Poli”, situación que era cotidiana y generalmente<br />
no pasaba a mayores debido a la ya famosa rivalidad<br />
deportiva por los juegos de futbol americano, pero en<br />
esa ocasión, estos hechos fueron reprimidos brutalmente<br />
por el grupo recién formado llamado “granaderos”.<br />
De ahí en adelante se sucedieron muchas agresiones<br />
a todos los estudiantes o lo que se le pareciera, persiguiéndolos<br />
hasta dentro de sus escuelas. Esto se fue<br />
incrementando como una bola de nieve. Mientras más<br />
agresiones recibían los jóvenes estudiantes, diversas<br />
escuelas e institutos, se fueron adhiriendo al paro de labores concluyendo<br />
en hechos tan barbaros que a la fecha, al menos yo, no<br />
he podido entender.<br />
Como ya lo mencioné, las clases estaban suspendidas y nosotras<br />
solo queríamos que todo regresara a la normalidad, volver a<br />
estudiar. Eventualmente acudíamos a nuestros planteles a pedir<br />
información. Si de repente se escuchaba el grito “ahí vienen los granaderos”<br />
¡A correr y sálvese el que pueda! Sabíamos que cuando<br />
atrapaban a alguien, lo llevaban detenido al campo militar número<br />
uno. Muchos de los trasladados a ese fatídico lugar, nunca salieron,<br />
ya no se supo más de ellos. Los compañeros del Comité de<br />
Huelga nos recomendaron no traer con nosotros ninguna credencial<br />
que nos identificara como estudiantes. Fue entonces cuando<br />
nació la frase de que “era más peligroso ser estudiante, que criminal".<br />
Tuvimos que tomar la decisión de dejar de asistir a cualquier<br />
reunión estudiantil, por seguridad.<br />
Esa tarde del 13 de septiembre, cuando mi amiga y yo nos encaminamos<br />
a la Av. Paseo de la Reforma para tomar un autobús que nos<br />
llevara a nuestras casas, nos sorprendió que dicha avenida estaba<br />
sola, totalmente sola. “Reforma” como se le conoce, comparte<br />
con “Insurgentes” ser las vialidades que le dan vida a la CDMX en<br />
lo transitadas y por la gran cantidad de todo tipo de negocios, de<br />
todas las ramas del comercio que generan una importante cantidad<br />
de empleos y recursos económicos para los “chilangos”, pero<br />
esa tarde, ni autos, ni gente, todo estaba cerrado. Nos preguntamos<br />
una a otra ¿Qué está pasando? La respuesta llegó cuando<br />
escuchamos un sonido muy peculiar de pisadas, y aparecieron<br />
cientos, miles de estudiantes del “Poli”, de la UNAM, de Chapingo y<br />
de otras instituciones que apoyaban el movimiento. Al frente con<br />
lo que me pareció una gran dignidad y gallardía iba el cuerpo<br />
de académicos, investigadores, con el liderazgo del Rector Javier<br />
Barros Sierra. Avanzaban en total silencio, tal vez debería de decir<br />
que con los gritos del silencio, codo a codo enlazados Poli y UNAM,<br />
juntos, como hermanos. Los ataques para dividirnos, solo nos<br />
unieron. Fue un momento mágico, algo antes, nunca visto.<br />
De repente, sin mediar palabra, Mary y yo, nos integramos a ese<br />
río de energía vital de jóvenes que sólo pedían justicia y protestaban<br />
por la represión brutal del gobierno. En perfecto orden llegamos<br />
al Zócalo con todo controlado y vigilado por nuestros propios compañeros.<br />
Los de medicina tenían sus brigadas para atender cualquier<br />
incidencia que se presentara. Alguien tocó las campanas de<br />
Catedral. Fue como una señal para entonar el Himno Nacional. Al<br />
recordar esos momentos, siento un hormigueo. Es la emoción que<br />
me provocan, todavía, las imágenes que serán imborrables en mí<br />
memoria.<br />
Lo único que se pedía era la intervención del presidente Gustavo<br />
Diaz Ordaz, para la solución del pliego petitorio en el que<br />
destacaban:<br />
-El cese a la persecución a los estudiantes. La liberación de los<br />
detenidos.<br />
-El cese a los funcionarios que comandaron ese clima de violencia<br />
contra la juventud mexicana.<br />
¡Nada extraordinario!<br />
(primera de dos partes)<br />
octubre2018 35