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Ella, una mujer inefablemente acendrada. Era cándida, con piel <strong>de</strong><br />
porcelana, rasgos finos, una larga cabellera lacia <strong>de</strong> color negro y unos<br />
ojos penetrantes <strong>de</strong> color gris. Le gustaba caminar, al igual que a mí, a<br />
la par <strong>de</strong> la luna buscando olvidar sus agobios y sus tristezas.<br />
Al verla, me perdí en sus ojos, don<strong>de</strong> se perdía también mi alma, mi<br />
ser, en pocas palabras, mi todo. Sabía que aquello no era normal pero<br />
hacía omisión a lo visible.<br />
No fui muy discreto al verla y al ella notar que la observaban volteo y<br />
me miró con aquellos ojos que penetraba dulcemente en mí.<br />
Hipnotizado en aquella mirada, me percaté en los rasgos <strong>de</strong> su rostro,<br />
perfectos como ya sabía, bajando hacia sus labios noté que los movía.<br />
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