REVISTA CONSCIENCIA NO 34
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Ese lugar que habitamos tú y yo<br />
Fotografía: Pixabay<br />
jar esta jerga empresarial nos da oportunidad de ver nuevamente<br />
lo que ya estaba: se trata de algo que tiene que<br />
ver con aquello que conmueve; es abrir un mundo para el<br />
otro; es arroparse en éste; es posibilidad de donar y donarse<br />
a sí mismo ante un lugar que sin amor resultaría inhóspito,<br />
aspero o incluso devastador y ominoso si se recorre solo. Es<br />
como encontrarse en un laberinto que, en lugar de incentivar<br />
la imaginación para encontrar la salida, exacerba una impulsividad<br />
brusca no hacia las paredes del laberinto, sino a la<br />
persona que se encuentra ahí, como dice Zambrano:<br />
No tener maestro es no tener ante quien preguntar y, más<br />
hondamente todavía, no tener ante quien preguntarse.<br />
Quedar encerrado dentro del laberinto primario que es la<br />
mente de todo hombre originariamente; quedar encerrado<br />
como el Minotauro, desbordante de ímpetu sin salida. La<br />
presencia del maestro que no ha dimitido –ni contradimitido–<br />
señala un punto, el único hacia el cual la atención se<br />
dispara. El alumno se yergue. (Citado en Sánchez y Venegas,<br />
2014, p. 93)<br />
Ese Minotauro que sólo embiste y atemoriza, que no tiene<br />
un cauce y no puede escuchar una melodía que lo tranquilice<br />
como al Cancerbero, por lo tanto, simplemente escucha su<br />
bufar que lo altera y lo convierte en una figura mítica que<br />
causa terror y tampoco encuentra consuelo, algo que perdió<br />
su humanidad, al punto de devorar no sólo las almas de<br />
aquellos que se pierden dentro de ese mismo laberinto sin<br />
saber cómo llegaron ahí, sin conocer de qué forma pueden<br />
buscar la salida sumiéndose en la confusión y en recovecos<br />
que no se entienden para culminar en un desmembramiento<br />
de cuerpos, de la ingestión cruda y voraz de la monstruosidad<br />
que lacera lo que debería ser tratado con tacto, con<br />
delicadeza, dando unos estrepitosos ruidos, ya no de ayuda<br />
sino de una súplica que pide finalizar el dolor y la angustia de<br />
ser aniquilado en ipso facto, pero ante esa inhumanidad no<br />
encuentra consuelo de una escucha que albergue esa última<br />
voluntad. ¡Qué imaginación dirán! Pero tal laberinto no abre,<br />
ni muestra ese mundo amoroso que trae consigo el acompañamiento,<br />
saber que hay otro, sentirse conmovido por su<br />
presencia, por lo que trata de decirnos, el que aloja lo que se<br />
ha recorrido, ello es el acto más amoroso que se da; es como<br />
escuchar, aunque se esté en silencio.<br />
Estar juntos<br />
Estar en silencio sin enfocarse a un sonido en específico es<br />
estar atento, porque se está ahí sin más. A veces se escucha<br />
un canto, un silbido del aire, el crujir de la hoja seca, un grillar;<br />
en otras palabras, la noche y el día con sus sonidos tan<br />
particulares, todos ellos sirven para dar un cuerpo, una sen-<br />
12 Revista ConSciencia de la Escuela de Psicología