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¡¡NUNCA MÁS MUERTES EVITABLES!! DEROGACIÓN DE LA LEY 15/1997

La Ley General de Sanidad no permitía la gestión por parte de empresas privadas de los recursos públicos sanitarios o sociosanitarios. Por esa razón, en 1997, PSOE, PP, PNV, CC y CiU aprobaron la Ley 15/97 de “Nuevas formas de Gestión en el Sistema Nacional de Salud”. A partir de su entrada en vigor, se sucedió la apertura de centros sanitarios gestionados por empresas privadas mediante concesiones por décadas. Paralelamente, se fueron desmontando los centros públicos de “gestión directa” y consecuentemente detrayendo dinero de la gestión directa, para pagar los cánones de estas empresas privadas. Añadido a ello, la proliferación de empresas privadas para prestar servicios dentro de nuestros Centros (Limpieza, Transporte Sanitario, Mantenimiento, etc.). Así como la instauración de las Unidades de Gestión Clínica.

La Ley General de Sanidad no permitía la gestión por parte de empresas privadas de los recursos públicos sanitarios o sociosanitarios. Por esa razón, en 1997, PSOE, PP, PNV, CC y CiU aprobaron la Ley 15/97 de “Nuevas formas de Gestión en el Sistema Nacional de Salud”. A partir de su entrada en vigor, se sucedió la apertura de centros sanitarios gestionados por empresas privadas mediante concesiones por décadas. Paralelamente, se fueron desmontando los centros públicos de “gestión directa” y consecuentemente detrayendo dinero de la gestión directa, para pagar los cánones de estas empresas privadas. Añadido a ello, la proliferación de empresas privadas para prestar servicios dentro de nuestros Centros (Limpieza, Transporte Sanitario, Mantenimiento, etc.). Así como la instauración de las Unidades de Gestión Clínica.

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4. CUIDADOS CON DIGNIDAD PARA NUESTROS MAYORES

La pandemia del Covid-19 ha tenido efectos dramáticos en las residencias de

mayores, que representan casi la mitad de las muertes totales en el estado español.

Que se trate de lugares con alta concentración de un colectivo de riesgo

agrava la culpabilidad de los responsables de la administración y empresas en

esta sangría: Precisamente por ello, las medidas de aislamiento social, sin dar

la posibilidad de llevarlos a casa, imposibilitando a las familias la supervisión

que venían realizando en residencias que acumulaban innumerables denuncias

archivadas por la administración, unido a las graves situaciones de falta de

personal, sin adecuada competencia en el manejo de esta realidad, sin equipos

de protección, así como la irresponsabilidad de sus gerentes, han convertido a

las plantillas en un dramático y letal vector del virus. En el pico, la negativa de

determinadas áreas a trasladarlos a centros sanitarios o a recibir atención del

SNS, la no medicalización prometida y el colapso de los servicios funerarios,

han convertido las residencias de mayores y de personas con discapacidad en

un festín para el SARS COV2. Los dos sistemas que debían haber protegido

a los más vulnerables son los mismos que han boicoteado sus posibilidades de

supervivencia. Ello ha quedado demostrado cuando han sobrevivido los mayores

a los que se les ha protegido de verdad o se les ha dado la oportunidad

de curación, en igualdad de condiciones que a los demás. La opacidad en la

información, el maquillaje de cifras, excluyendo de estadísticas a los fallecidos

en residencias o en su casa, los certificados de defunción absurdos, así como

los posibles casos de negligencia y maltrato deberán ser debidamente aclarados

y las responsabilidades deberán ser asumidas por quien corresponda en cada

caso. En ese sentido, el archivo de denuncias por parte de la fiscalía en algunas

provincias, o la falta de audiencia a familiares de las víctimas o a las entidades

denunciantes (sindicatos, asociaciones en defensa de los usuarios, etc.) no per-

mite ser demasiado optimista. En dos meses de pandemia, más de 16.500 personas

que vivían en residencias murieron por COVID19 o con sintomatología

compatible, mientras numerosos gobiernos autonómicos o forales -de distinto

color- evitaban ofrecer datos desglosados por residencias o por provincias. Excusas

contradictorias y pueriles para una deliberada ocultación que vulnera el

derecho a la defensa frente a la pandemia de residentes, familias y plantillas.

La situación derivada de la pandemia ha sacado a la luz pública una problemática

social de la que ya se venía alertando: la tendencia de envejecimiento

poblacional, la falta de oferta pública y una legislación que favorece la privatización

de los servicios socio-sanitarios han convertido la atención y el

cuidado a la tercera edad en un sector dominado por criterios de rentabilidad:

la vinculación político-económica para la configuración de regulaciones

y definición de políticas explica que la mayoría de centros residenciales sean

ya de gestión público-privada (“indirecta” o concertada) o totalmente privada.

Los escasos centros que son públicos en su totalidad se rigen por criterios de

gestión empresarial, al estar estos subordinados a un cuerpo normativo hecho

a medida de los poderes económicos.

La lógica empresarial del coste-beneficio pone nuestras vidas en peligro. Esta

lógica, sin embargo, gana cada vez más terreno en el ámbito de “lo público”,

en una renuncia a ser garante de los derechos más básicos. Las residencias de

ancianos son un ejemplo paradigmático de esta dinámica, que ha demostrado

ser incompatible con unas condiciones de vida digna y que atenta contra la

integridad física de las personas.

Según el INE, el porcentaje de población mayor de 65 años se sitúa actualmente en el 19,2% y se prevé que en 2050

alcance el 30%, con 4 millones de mayores de 80 años. La OMS recomienda una ratio (ya de por sí insuficiente) de 5

plazas residenciales por cada 100 personas mayores de 65 años. La media en el estado español (con variaciones según

CCAA) es de 4,21%, por lo que sería necesario crear 70.000 plazas para cumplir con dichas recomendaciones. El 60% de

las plazas existentes cuenta con financiación pública, pero el 75% de los centros son privados – de ellos, dos tercios

son privados “puros” y el resto son concertados 1 . Esto solo nos da una idea aproximada de la cantidad de dinero público

que financia el negocio privado, pues los centros de titularidad pública gestionados por empresas o fundaciones (“gestión

indirecta”) computan como “públicos”, por lo que los datos exactos sobre la privatización del sector geriátrico son

intencionadamente inaccesibles. Además, las desigualdades en inversión y modelo de intervención entre comunidades

autónomas, señala en el mapa auténticos agujeros negros

Nunca más dinero público

a manos privadas

En el indefinido ámbito de lo “sociosanitario” confluyen el sistema sanitario y el de servicios sociales, ambos severamente perjudicados por el proceso

de mercantilización de los servicios públicos. En particular, el deterioro del sistema público de atención a la dependencia perpetrado en ciclo de recortes y

privatizaciones de los últimos 15 años (5.864 millones de euros recortados desde 2012) ha abierto las puertas al negocio privado en los servicios socio-sanitarios.

Servicios como la teleasistencia o la asistencia a domicilio ya están privatizados en su práctica totalidad.

Por unas

condiciones laborales

y asistenciales dignas en las

residencias

La normativa en materia de dependencia y residencias geriátricas favorece la explotación laboral en

detrimento de la calidad asistencial. Los gestores de los centros encuentran el entorno idóneo para sortear

cualquier enfoque socio-comunitario, basado en la calidad de vida, en la autodeterminación, la intervención

centrada en la persona, porque ya no sería rentable.

• La normativa que regula licencias y ratios es autonómica. Las ratios

de personal necesario para atender a las personas según su grado de dependencia

son insuficientes y no se adecúan a las exigencias de atención y cuidado

que garantiza la dignidad de las personas. El personal de los centros sufre una

constante sobrecarga laboral, presión por cumplir los horarios y altos índices de

enfermedades laborales, al tiempo que los residentes ven mermada la calidad

en la asistencia. Además, para las ratios se considera el grado de dependencia

de la persona en el momento del ingreso y no su variación por el rápido avance

del deterioro de la salud de los residentes. Este aumento de la demanda de cuidados

tampoco se contempla para actualizar la composición de las plantillas.

• La indefinición respecto a las categorías profesionales de las plantillas

permite a las residencias privadas “trampear” en beneficio de su negocio.

Al no establecer exigencias mínimas por categorías profesionales, se da cumplimiento

a las ratios computando al personal de “atención indirecta” (cocina,

mantenimiento, limpieza…) como personal de “atención directa”. La empresa

ahorra en costes y el personal se ve obligado a realizar tareas que no le corresponden.

• Gran parte del problema radica en la concepción del modelo de las

residencias. Son personas que tienen dependencia, que pueden tener enfermedades,

pero no son enfermas o menores de edad y deben ser tratadas respetando

su autodeterminación y calidad de vida. Así los centros no deben

concebirse como establecimientos sanitarios sino como socio-comunitarios o

sociosanitarios. Esta indefinición da como resultado un planteamiento pseudosanitario

que tiene un reflejo directo en los perfiles profesionales actuales.

Estos deberían haber sido actualizados desde que la LOGSE (1990) creara

títulos específicos coherentes con los patrones internacionales, o más tarde,

de acuerdo al Catálogo Nacional de Cualificaciones Profesionales. Tampoco

se adecuaron las plantillas desde que la nueva Ley de Dependencia de 2006

(LAPAD) regulase dichos perfiles. La desactualización, la falta de cualificación

e inadecuación de los perfiles profesionales de atención directa al ámbito

socio comunitario residencial obedece a una cultura organizativa desfasada,

pero que resulta mucho más lucrativa que contar con profesionales de los perfiles

que prevé la LAPAD, respetando los derechos de las personas usuarias y

sus familias.

Por otro lado, cabe incidir en las condiciones sanitarias de los residentes enfermos o que requieren de un seguimiento médico, las cuales no están bajo el control

del SNS (muchos de estos centros cuentan con su propio personal médico, que es privado). Correspondería, en ese sentido, que la atención médica estuviera

vinculada a los centros de salud, dándose la evidente necesidad de potenciar la atención primaria en medios y efectivos para una adecuada asistencia sanitaria de

los que, al fin y al cabo, son pacientes.

• A la escandalosa insuficiencia de personal cualificado se suma la escasez

de medios y recursos. Los centros deberían concebirse con las dotaciones

necesarias para atender a personas que padecen patologías

múltiples, enfermedades crónicas y diversos niveles de dependencia. Sin

embargo, reina una concepción empresarial de los centros donde las necesidades

de los residentes suelen ser aportadas por las familias (andadores,

sillas de ruedas, pañales, medicamentos…), se ahorra en los recursos

que necesitan las plantillas para realizar su labor, así como en alimentación

(mala calidad, escasez, falta de productos frescos...). Y qué decir

de la falta de estimulación orientada al mantenimiento de su autonomía

y del abuso farmacológico o de sujeciones, porque es más cómodo.

• Hay una preocupante falta de control y trasparencia respecto a los centros

público-privados o privados. Es habitual que la residencia sea avisada antes

de las inspecciones. En aquellos casos en los que son sancionadas, la información

no se hace pública, por lo que no hay modo de prevenirnos ante posibles

malas prácticas. El personal testigo del funcionamiento de los centros y víctima

de la precariedad impuesta, se ven forzados a la sumisión y al silencio.

• El personal de las residencias, compuesto principalmente por mujeres,

es un colectivo altamente explotado. La infravaloración endémica

del trabajo de cuidados, los salarios de miseria (rondan en el

mejor de los casos los 900€), la desprotección laboral y el miedo a posibles

represalias perpetúan la situación de precariedad laboral de

sus trabajadoras y afectan de manera directa a la calidad asistencial.

1 Informe realizado por la Asociación estatal de directoras y gerentes en servicios sociales con datos del IMSERSO 2018 https://www.directoressociales.com/prensa/451-faltan-m%C3%A1s-de-70-000-plazas-residencialespara-personas-mayores-enespa%C3%B1a.html

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