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Dances with Wolves

Dances with Wolves - Una nueva guerra civil en las montañas de la locura - By © Antonio Aragón Renuncio

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Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro.

Plauto (254-184 a.C.)

¡Que viene el lobo, que viene el lobo!

Nunca he sido muy amante de fábulas, cuentos infantiles y literaturas fatuas. Siempre han ido más conmigo las aventuras, las historias.

Historias de verdad, eso sí. Principalmente las ocultas y olvidadas, difíciles e incómodas de digerir. Aquellas que fluyen siempre a contracorriente.

En dirección opuesta a las modas, las tendencias y lo políticamente correcto...

Y por casualidad heme aquí. Más de un año secuestrado por la estupidez y una pandemia que detuvo mis correrías allende los mares.

Y de repente, supongo que también por ese mismo azar y la habitual gran dosis de curiosidad, el hasta entonces ajeno paisaje de las

montañas apareció antes mis ojos... Inmaculado, infinito. Y con él, sus gentes. Con sus alegrías y sus penas.

Y en medio de todo eso, siempre presente... el lobo. Amado y odiado a partes iguales.

Dos mil setecientos de ellos corren libres en la península ibérica, según el último censo realizado en 2014, en 297 manadas diseminadas

principalmente por las cuatro regiones que albergan el 98% de los ejemplares del país: Galicia, Castilla y León, Asturias y Cantabria.

Durante las tres últimas décadas, el número de especímenes según el gobierno central, apenas ha aumentado en España. Sin embargo,

en comunidades como Cantabria, se estima que su población se ha sextuplicado siguiendo un claro proceso de expansión geográfica y ya está

presente en casi las tres cuartas partes de su territorio.

El pasado 25 de septiembre, el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO) incluyó al lobo ibérico (Canis lupus

signatus), en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial (LESPRE), lo que supone que este cánido, que antes del año 2000

era considerado una alimaña, no podrá ser cazado en el territorio nacional reactivando así un conflicto que parece no tener fin.

Mientras esta batalla de cifras e intereses políticos se suceden en los despachos, el incremento de los ataques de lobo tiene en vilo a

una gente del campo que se siente indefensa y abandonada, ante unas hostilidades que se recrudecen, desatando una nueva guerra civil en la

montaña. A la mayoría de ganaderos ya no les compensa tanta ansiedad. Tienen cada noche que subir al monte a vigilar y proteger a su ganado,

durmiendo incluso en sus vehículos o en alguna de las precarias cabañas repartidas por las cumbres. Familias enteras acuden anticipadamente a

buscar a los puertos a sus reses a punto de parir, en donde se alimentan en los ricos pastos, para bajarlas a cercados en cotas más bajas para así

por lo menos, poder localizar y recuperar a las víctimas tras un nuevo ataque.

Tampoco les resulta económicamente ya tanta pérdida. Son muchas las mañanas que deben contar las bajas ocasionadas en la última

escaramuza. Las ayudas gubernamentales y su burocracia, en la mayoría de los casos no cubren los estragos a la economía. Tardando en cobrar las

indemnizaciones entre seis y nueve meses (en algunos casos incluso más) y solo por los animales recuperados y censados. Animal que no aparece,

animal que no se cobra. Y hay muchos que nunca aparecen. Como si de una película de miedo se tratase, abducidos por supuestos depredadores

de las cumbres, sin dejar rastro…

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