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Twisted Hate

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―Sí.

―Le di una sonrisa fría―. Yo y todas las personas que han

tenido la desgracia de encontrarse contigo.

Lo que le dije fue horrible, pero entre las cartas, un largo turno en el

hospital y mi crisis existencial general, no me sentía particularmente

caritativo.

―Dios, tú eres… ―Jules golpeó su tarjeta de metro en el lector con

fuerza innecesaria―. El. Peor.

Pasé por el torniquete detrás de ella.

―No, ese sería tu instinto de supervivencia. Es de sentido común

darles a los ladrones lo que quieren. ―Cuanto más pensaba en ello, más

me desconcertaban y enfurecían sus acciones―. ¿Y si no pudieras

desarmarlo? ¿Y si tuviera otra arma? ¡Pudiste haber muerto!

Su rostro se sonrojó.

―Deja

de gritarme, no eres mi padre.

―¡No estoy gritando!

Nos detuvimos debajo del tablero de horarios que anunciaba la

llegada del próximo tren en ocho minutos. La estación estaba vacía

excepto por una pareja besándose en uno de los bancos y un hombre con

traje en el otro extremo de la plataforma, y estaba lo suficientemente

silencioso para que escuchara el furioso torrente de sangre en mis oídos.

Nos miramos el uno al otro, con el pecho agitado por la emoción.

Quería sacudirla por ser tan estúpida como para poner su vida en peligro

por un maldito teléfono y una billetera.

El hecho de que no me agradara no significaba que la quisiera muerta.

O no todo el tiempo, al menos.

Esperaba otra réplica sarcástica, pero solo se dio la vuelta y se quedó

en silencio.

Era algo completamente fuera de lo normal en ella y malditamente

desconcertante. No podía recordar la última vez que me dejó decir la

última palabra.

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