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Centurion Mexico Autumn 2022

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|Lugares| Desde la izquierda: Anna Trzebinski dueña del Eden Nairobi; el estudio de su difunto marido Tonio se ha convertido en una hermosa casa de huéspedes invitados a la próxima edición; tenemos con nosotros a diseñadores de moda, cineastas, banqueros, escritores, dos conservacionistas y el equipo encargado de la apertura del próximo hotel Soho House Nairobi, que ha acudido pese a no haber recibido una invitación. En un momento dado, los samburu, ataviados con trajes tribales, conducen a una cadena de bailarines por toda la sala y van incorporando a los rezagados sobre la marcha. «¡Era justo lo que necesitaba!», exclama con entusiasmo un escritor estadounidense horas después mientras se dirige al bar para tomar el último trago. A la mañana siguiente, nos mostramos un poco más recatados (cualquier indicio de cruda se disimula con unos lentes de sol grandes) al embarcarnos en un safari en todoterreno hacia el interior de Nairobi para seguir los pasos más recientes de David Adjaye y Simon de Pury y visitar a las estrellas del mundo del arte africano en sus casas. El Eden consta de dos edificios y nueve habitaciones: tres en la casa principal, cinco en el estudio anexo y una suite para artistas residentes llamada Ololokwe. La casa principal dispone de un hermoso comedor diáfano, un salón con chimenea y un porche; el estudio anexo tiene tres habitaciones con una zona común en el piso superior, y otras dos habitaciones, construidas una encima de otra, comparten chimenea, bar y comedor. También hay un restaurante al aire libre frente a un estanque y una zona para hogueras en el jardín, donde los samburu dan la bienvenida al atardecer con baladas conmovedoras. No es fruto de la casualidad que el Eden se asemeje a una casa familiar. Trzebinski y su difunto marido, Tonio, uno de los artistas keniatas más reconocidos de su época, crearon el alojamiento al poco tiempo de casarse, hace casi 30 años. «Mi padrastro [hijo del primer lord Delamere y buen amigo de Karen Blixen] nos donó el terreno, mi abuela nos dio algo de dinero y nosotros nos encargamos del resto», explica Trzebinski. Tanto las escaleras como las mesas de centro están hechas de madera recuperada de un naufragio que Tonio descubrió en la playa mientras practicaba surf en su luna de miel, y las lámparas que iluminan los salones también son obra suya. «Tonio se montó su propio estudio para tener un lugar donde poder pintar. No queríamos que la cocina estuviera dentro de la casa, así que la construimos aparte», añade Trzebinski. En 2001, cuando su hijo tenía nueve años y su hija ocho, llegó la desgracia. Un mes después de los atentados del 11S, Tonio falleció en un robo de auto con violencia que aún no se ha esclarecido. En ese momento, Trzebinski se encontraba en Estados Unidos promocionando sus diseños de moda y entre sus clientas estaban Jemima Khan, Carolina de Mónaco y Laura Bailey. Las repercusiones de la tragedia fueron devastadoras. «A principios de ese año, Tonio había expuesto en Nueva York y yo lo acompañé con una maleta llena de ropa. Conocí a Donna Karan, que me hizo un pedido de US,000, y también a Paul Smith, con el que conseguí £35,000. Hasta el día en que asesinaron a Tonio, yo era su musa, era madre y mantenía un hogar, pero de repente todo eso desapareció. Solo me quedaba el dinero que ganaba con mi ropa». Con la esperanza de que la naturaleza le brindara fuerza, Trzebinski viajó al norte de Kenia y, mientras FOTOGRAFÍAS DESDE LA IZQUIERDA: JENNIFER CLASSEN, XIOMARA BENDER; PÁGINA OPUESTA: XIOMARA BENDER 20 CENTURION-MAGAZINE.COM ANTES DE RESERVAR Y REALIZAR CUALQUIER VIAJE, COMPRUEBE LAS ÚLTIMAS RECOMENDACIONES DEL GOBIERNO

Somos una familia de trabajadoras. La mayoría del personal lleva 20 años o más trabajando para mí – Anna Trzebinski hacía un safari a pie, se enamoró de un guerrero y guía samburu llamado Loyaban Lemarti. La boda tradicional que los unió tuvo lugar en la aldea de Lemarti: durante la ceremonia, la novia lució un vestido de ante rojo de su propia creación, el novio sacrificó un gran toro a sus pies y los hombres lo asaron como parte de una bendición nupcial especial. Juntos abrieron un bello campamento de safari que atrajo a celebridades internacionales; la reacción de la comunidad blanca keniata fue «totalmente implacable», por lo que la pareja decidió mudarse a Estados Unidos una vez que sus dos hijos mayores se independizaron. Trzebinski subarrendó su finca de Nairobi a la empresa de safaris de un amigo y utilizó el dinero para abrir una glamorosa boutique de moda en Aspen. «Un día me iba genial; al día siguiente, fatal», confiesa de forma tajante. «Cuando volví a Kenia, mi exmarido se quedó allí», cuenta Trzebinski, que ha tenido muchas vivencias a lo largo de sus 56 años. Pasó la mayor parte de la pandemia haciendo frente al desplome de sus ingresos y, por si fuera poco, le anularon el contrato de renta de su casa de Langata sin previo aviso. Ante esta situación, subastó por Internet todo su inventario de ropa con el fin de conseguir el dinero necesario para mantener a flote al equipo de artesanas africanas que habían dedicado muchos años y esfuerzo a confeccionar su colección. La idea del innovador Eden surgió como una forma de llegar a fin de mes, pero también como un paso más en su esfuerzo continuo por aportar algo a su país, pues siente que la comunidad local siempre ha estado con ella cuando ha necesitado apoyo. «Somos El arte es la pieza central de la filosofía del Eden: la escultura es obra de Stanislaw, el hijo de la dueña, y los lienzos de gran tamaño son de su difunto marido, Tonio una familia de trabajadoras —apunta la diseñadora—. La mayoría del personal del hotel lleva 20 años o más trabajando para mí». Trzebinski está orgullosa de que ninguno de sus empleados haya perdido el trabajo ni sufrido un recorte salarial, y se alegra de haber podido integrar a los samburu del campamento de Lemarti en la nueva empresa. Hoy en día, los edificios del Eden se han transformado en un santuario urbano que hace las veces de museo vivo y ofrece un nuevo tipo de hospitalidad. En seis meses, las sastres de Trzebinski (que hasta hace poco se dedicaban a adornar exquisitos abrigos de ante) han cosido las mosquiteras que rodean las camas con dosel, pintado los murales de mariposas que conectan las zonas comunes, pulido los pisos de madera y colocado mallas de color arena en el techo de fibra de vidrio del restaurante principal a fin de suavizar la luz del sol. Un pozo «hecho por mujeres» y un lago proporcionan una fuente de agua para las cocinas, y el sol baña las 1.6 hectáreas de jardín que rodean las casas. Los hijos de Trzebinski están representados a través del trabajo que ellos mismos han realizado en el terreno, ya que Stanislaw es escultor y Lana ceramista. En cuanto a Tonio Trzebinski, su presencia se percibe en los encantadores cuadros de su creación que cubren todas las paredes. «Cuando por fin los saqué de la bodega, me sentí como si estuviera en una cita nocturna de tres meses con él. Me costó años colgar las obras y entrelazarlo todo, conectar el libro, el rapé y la colección de cabeceras. Estaba trazando, con gran esmero, el camino de vuelta a la antigua vida, como Cenicienta, pero sin vestido de novia». Una de las ventajas de alojarse en el Eden es que sus caftanes, abrigos, chalinas y bolsas, todos ellos con bordados espléndidos, pueden comprarse en el taller del hotel; otra es el excelente cuidado que su equipo dispensa a los huéspedes. Esta hotelera emergente sigue pensando que «el propósito nunca debe ser ocupar todas las habitaciones». Con su paraíso moderno pretende llegar más allá y, en este sentido, le tiene un cariño especial al programa de artistas en residencia. «Si las habitaciones están vacías, dejamos venir a los artistas, les damos de comer, les ofrecemos una botella de vino y les permitimos quedarse un par de noches. Por acá han pasado poetas, escritores y músicos que han compuesto un disco entero en este establecimiento al que han denominado el Edén». Se invita a todo tipo de huéspedes a vivir experiencias artesanales, participar en proyectos humanitarios, aprovechar las oportunidades de inversión y, por supuesto, luchar por la conservación de los bosques. Cada año, Trzebinski, a quien le fascinan los árboles, cultiva 2,000 ejemplares en sacos de semillas y le pide al Servicio Forestal de Kenia que los distribuya en avión. «Lo que están viendo ahora es solo el primer capítulo —asegura—. Todavía faltan muchas cosas por venir». eden-nairobi.com CENTURION-MAGAZINE.COM 21

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