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SAN AGUSTIN. OBRAS

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<strong>SAN</strong> AGUSTÍN: <strong>OBRAS</strong><br />

COMPLETAS<br />

Obras<br />

publicadas<br />

LEGENDA<br />

Actas del debate con el maniqueo Fortunato<br />

Actas del debate con el maniqueo Félix<br />

Actas del debate con el donatista Emérito<br />

Actas del proceso a Pelagio<br />

La adivinación diabólica<br />

Anotaciones al libro de Job.<br />

A Orosio, contra los priscilianistas y origenistas<br />

La bondad del matrimonio<br />

La bondad de la viudez<br />

Carta a los católicos sobre la secta donatista (La unidad de la Iglesia)<br />

Cartas (1º) 1-123


Traductor: P. Santos Santamarta, OSA<br />

LIBRO ÚNICO<br />

Ocasión del debate y avance del contenido<br />

1. Siendo cónsules los muy gloriosos emperadores Honorio, cónsul por duodécima vez, y<br />

Teodosio por octava, el día veinte de septiembre, en la iglesia mayor de Cesarea,<br />

habiéndose dirigido a la exedra Deuterio, obispo metropolitano de Cesarea, junto con<br />

Alipio de Tagaste, Agustín de Hipona, Posidio de Calama, Rústico de Cartenita, Paladio de<br />

Tigabita y los demás obispos, estando también presentes los presbíteros y diáconos, todo<br />

el clero y muchísimos fieles, en presencia igualmente de Emérito, obispo del partido de<br />

Donato, Agustín, obispo de la Iglesia católica, tomó la palabra y dijo: Amadísimos<br />

hermanos, que desde siempre fuisteis católicos, y todos los que habéis tornado a la<br />

Católica del error donatista, habéis conocido la paz de esta santa Iglesia católica y la<br />

habéis mantenido con corazón sincero, y cuantos quizá dudáis aún sobre la verdad de la<br />

unidad católica, prestad atención a nuestra solicitud y nuestro amor sincero para con<br />

vosotros.<br />

Cuando se presentó anteayer en esta ciudad nuestro hermano Emérito aún obispo de los<br />

donatistas, se nos comunicó inmediatamente su presencia. Y como la ansiábamos,<br />

movidos por la caridad que Dios conoce, acudimos en seguida a verle. Le encontramos de<br />

pie en la plaza pública. Después del saludo mutuo, como era inhumano y poco digno que<br />

se quedara en la plaza, le exhortamos a que entrara con nosotros a la iglesia. Accedió sin<br />

dificultad. Juzgamos por ello que no recusaría la comunión católica, igual que se había<br />

presentado espontáneamente y no había dudado en absoluto en entrar en la iglesia. Como<br />

perdurase largo tiempo en la perversidad herética, aunque dentro de una iglesia católica,<br />

dirigí la palabra a vuestra caridad como os dignáis recordarlo. Me oísteis decir muchas<br />

cosas, y sin duda las recordáis aún en cuanto está a vuestro alcance: muchas cosas sobre<br />

la paz, sobre la caridad; muchas sobre la unidad de la santa Iglesia católica, que el Señor<br />

prometió y ha otorgado. En mi discurso me dirigía también a vosotros, y le exhortaba a él;<br />

y en cuanto lo podían en mí las entrañas de caridad, en aquel discurso sufría los dolores<br />

de parto por todos los que tenían su alma en peligro y deseaba darlos a luz para el Señor.<br />

Esto dijo también el bienaventurado apóstol Pablo a algunos: Hijitos míos, por quienes<br />

sufro de nuevo dolores de parto hasta que Cristo sea formado en vosotros 1 . Aun después<br />

de aquel mi discurso, aunque él persistía aún en su pertinacia, no por eso pensé que había<br />

que perder la esperanza; igual que pienso que no se la ha de perder respecto de ningún<br />

hombre mientras vive en este cuerpo. Y no dije que no había que perder la esperanza<br />

anteayer, para osar perderla hoy.<br />

Agustín invita a Emérito a que se dirija a los presentes<br />

2. La causa ha llegado a tal punto que, ya que vino -y en cuanto sabemos vino<br />

voluntariamente-, su llegada no ha de ser infructuosa para esta Iglesia. Porque una de<br />

dos: o -lo que deseamos y anhelamos más vivamente- nos alegraremos con vosotros de<br />

su salvación en la paz católica, o si -cosa que abominamos y detestamos- prosigue él en<br />

su pertinacia, conoceréis vosotros mejor, con su presencia, la diferencia que existe entre<br />

la paz católica y la disensión herética. Él es ciertamente obispo del partido de Donato,<br />

pero ordenado por los donatistas de esta ciudad. Y a estos donatistas ya los hemos<br />

recibido en gran parte en el nombre de Cristo en el gremio católico, de tal manera que nos<br />

alegramos de que casi todos se han asociado a la comunión católica. Los que ya han<br />

entrado en comunión con la Católica, no ciertamente todos, pero sí algunos, parecen<br />

dudar, como dije antes de la misma verdad católica; algunos, en cambio, ni siquiera<br />

dudan, sino que, anclado aún su corazón en el partido de Donato, nos ofrecen su presencia<br />

corporal, tanto hombres como mujeres, estando dentro con el cuerpo y fuera con el<br />

espíritu.<br />

Por ello nos parece bien preguntar a su obispo que si tiene aún algo que decir en favor de<br />

su partido, después de celebrada en Cartago la Conferencia conocida por todos; si tiene<br />

aún algo que decirnos, que nos lo diga, sin perjuicio del partido de Donato, algo que<br />

piense que puede favoreceros a vosotros, en cuya ciudad juzga que fue ordenado en bien<br />

de vuestra salvación en Cristo. Que nos lo diga y nosotros le responderemos sin<br />

comprometer a la Católica, ya que al presente no nos ha constituido en sus defensores.


Como pensamos y queremos, eso puede aprovecharos a vosotros, presentes ante él,<br />

también presente. De esa manera, si él ha sido seducido, que no seduzca a otros, y si<br />

somos nosotros los que seducíamos, él que fuera quizá profiera muchas cosas contra<br />

nosotros, de viva voz argúyanos, refútenos, convénzanos y enséñenos.<br />

Dije esto precisamente para que no hallase una disculpa para no hablar y dijese: Mi<br />

partido no me ha confiado ahora el papel de defensor. En efecto, no es cierto que, después<br />

de la misma Conferencia, o que evitara venir a esta ciudad después de ella o que saliera<br />

alguna vez de esta provincia, o que creamos que después de aquella reunión no dirigió él<br />

la palabra a alguien en favor de la causa de Donato. Sé lo que os decían a vosotros -me<br />

dirijo a vosotros que habéis venido desde ese partido-; sé lo que se os decía: Que<br />

nosotros habíamos comprado la sentencia del juez. Sé que se os dijo que él perteneció a<br />

nuestra comunión, y por ello no les permitió en absoluto que dijeran todo lo que querían, y<br />

que no se trata de que no aceptara por honradez lo que decían, sino de que los aplastó<br />

con su poder.<br />

Todo esto lo propalaron tras la Conferencia, ya él mismo, ya los de su comunión. ¿Qué<br />

importa quién os intranquiliza a vosotros a quienes deseamos disfrutéis de tranquilidad en<br />

la Católica? Si estuviera ausente, os diría sobre él: El que os perturba llevará su castigo,<br />

quienquiera que sea 2 . Estas palabras son del bienaventurado Pablo contra personas<br />

ausentes, que perturbaban a los sencillos. Pero ahora él está presente; que tenga la<br />

bondad de decirnos por qué ha venido.<br />

Emplazado por Agustín para que hable, Emérito decide hacerlo<br />

3. Hermano Emérito, estás presente. Asististe con nosotros a la Conferencia. Si fuiste<br />

vencido, ¿por qué viniste? Si, por el contrario, piensas que no fuiste vencido, dinos por<br />

qué te parece que saliste vencedor. En efecto, sólo has sido vencido si es la verdad la que<br />

te ha vencido. Pero si te parece que fuiste vencido por el poder, y que venciste por la<br />

verdad, no hay aquí poder que te haga aparecer vencido; escuchen tus conciudadanos por<br />

qué presumes de haber salido vencedor. Ahora bien, si reconoces que fue la verdad la que<br />

quedó vencedora frente a ti, ¿por qué continúas rechazando la unidad?<br />

Emérito, obispo del partido de Donato, dijo: "Las actas indican si fui vencido o quedé<br />

vencedor, si fui vencido por la verdad u oprimido por el poder".<br />

Agustín, obispo de la Iglesia católica, dijo: "Entonces, ¿por qué viniste?" Emérito, obispo<br />

del partido de Donato, dijo: "Para decir lo que exiges de mí". Agustín, obispo de la Iglesia<br />

católica, dijo: "Lo que solicito es que digas por qué has venido; no te lo pediría si no<br />

hubieras venido". Emérito, obispo del partido de Donato, dijo al notario que hacía la<br />

relación: "Escribe".<br />

Agustín expone cómo debe procederse en bien de la verdad<br />

4. Al callarse, Agustín, obispo de la Iglesia católica, dijo: Por consiguiente, si has callado<br />

apremiado por la verdad, lo que te movió a venir fue engañar a éstos. Y como callara por<br />

mucho tiempo, Agustín, obispo de la Iglesia católica, dijo: Observáis, hermanos, su largo<br />

silencio; os amonesto a que deseéis su arrepentimiento, os ruego que no sigáis al que<br />

perece. Sin embargo, puesto que él ha mencionado las actas de la Conferencia, donde se<br />

podía ver -ha dicho- si fue vencido por la verdad u oprimido por el poder son muchos los<br />

escritos donde acumularon actas con acusaciones superfluas y dilatorias, no pretendiendo<br />

otra cosa con sus grandes esfuerzos sino que nada se llevara a cabo; pero como era el<br />

Señor el que presidía y llevaba su causa, se llegó a donde no quisieron. Se juzgó la causa<br />

y quedó sentenciada.<br />

Si quisiéramos leeros las actas enteras... Exhorto en vuestra presencia a mi hermano y<br />

colega en el episcopado Deuterio a que, como se hace en Cartago, en Tagaste, en<br />

Constantina, en Hipona, en todas las iglesias activas, se esmere también en adelante en<br />

leer las mismas actas de la Conferencia año tras año desde el principio hasta el fin, y que<br />

se haga todos los años en los días de los ayunos, esto es, durante la Cuaresma antes de<br />

Pascua, cuando, durante vuestro ayuno, tenéis más tiempo para escucharlas. Sin<br />

embargo, como empezaba a decir, al no poder leéroslas ahora enteras, dignaos escuchar<br />

la carta que entregamos antes de la Conferencia al juez, donde adelantábamos cómo<br />

querríamos que se nos tratase en caso de ser vencidos, o cómo los recibiríamos a ellos en


caso de vencer nosotros, a fin de que quedara claro que la victoria no consistía en la<br />

contienda, sino en la humildad.<br />

El "mandato" católico<br />

5. Alipio, obispo de la Iglesia católica, leyó la carta. "Al honorable y amadísimo hijo<br />

Marcelino, varón tan ilustre y notable, tribuno y notario, Aurelio, Silvano y todos los<br />

obispos católicos. Por esta carta os comunicamos que estamos totalmente de acuerdo,<br />

como os dignasteis exhortarnos, con el edicto de vuestra Nobleza, con que se velaba por<br />

la conservación de la tranquilidad y quietud de nuestra Conferencia y por la manifestación<br />

y confirmación de la verdad. Confiados en la verdad, nos hemos sometido también a la<br />

condición de que si nuestros oponentes pudieran demostrarnos que los pueblos cristianos,<br />

creciendo por todas partes según las promesas de Dios, han llenado ya gran parte del<br />

universo y se extienden con vistas a llenar el resto del mundo; que de pronto la Iglesia de<br />

Cristo ha perecido por el contagio de no sé qué pecadores a quienes éstos acusan, y que<br />

ha quedado sólo en el partido de Donato; si, como se dijo, pueden demostrar esto, no<br />

reclamaremos ante ellos honor alguno episcopal, sino que atendiendo sólo a la salvación<br />

seguiremos su consejo, y les seremos deudores de beneficio tan grande del conocimiento<br />

de la verdad.<br />

Si, por el contrario, nosotros pudiéramos demostrar más bien que la Iglesia de Cristo, no<br />

sólo la de los africanos, sino la de todas las provincias ultramarinas, que domina espacios<br />

inmensos tan abundantemente poblados, y que, como está escrito, fructifica y crece por<br />

todo el mundo 3 , no ha podido perecer por los pecados de ninguno de los hombres que en<br />

ella conviven; si podemos demostrar, igualmente, que quedó zanjado el asunto de<br />

aquellos a quienes entonces más quisieron acusar, que pudieron dejar convictos, aunque<br />

la Iglesia no se apoya sobre ellos, y que el emperador, a cuyo examen enviaron ellos por<br />

propia iniciativa sus acusaciones, juzgó inocente a Ceciliano, y, en cambio, los tuvo a ellos<br />

por violentos y calumniadores; finalmente, si, en relación con lo que han dicho sobre los<br />

pecados de cualesquiera hombres, demostráramos con documentos humanos o divinos o<br />

que la inocencia de aquéllos ha sido atacada con falsos crímenes o que la Iglesia de Cristo,<br />

a cuya comunión estamos vinculados, no ha sido destruida por ninguno de los delitos de<br />

aquéllos; si se demuestra todo esto, mantengan con nosotros la unidad de la Iglesia, de<br />

suerte que no sólo encuentren el camino de la salvación, sino que no pierdan el honor de<br />

su episcopado.<br />

No son los sacramentos de la verdad divina lo que detestamos en ellos, sino las ficciones<br />

del error humano; suprimidas éstas, daremos un abrazo al corazón fraterno unido a<br />

nosotros por la caridad fraterna y que ahora lamentamos que esté separado por la<br />

discordia diabólica. En efecto, cada uno de nosotros podrá ocupar el puesto más<br />

honorífico, alternando con el compañero de honor, unido a sí, como le ocurre a un obispo<br />

que está de viaje, que se sienta con su colega. Esto se acuerda alternativamente por una y<br />

otra parte, respecto a las basílicas, previniendo el uno al otro con el honor mutuo, ya que<br />

cuando el precepto de la caridad ha dilatado los corazones, no sufre estrechez la posesión<br />

de la paz, de suerte que, muerto uno de ellos, sucede después el uno al otro, según la<br />

primitiva costumbre. Y no existe aquí novedad alguna, pues esto es lo que conservó el<br />

católico desde el principio de la misma separación en aquellos que, debido al error de la<br />

nefasta disensión ya condenado, llegaron a saborear, aunque fuera tarde, la dulzura de la<br />

unidad.<br />

Ahora bien, si los pueblos cristianos se complacen en sus respectivos obispos, y no pueden<br />

soportar, por lo inusitado de la situación, que haya dos, quitémonos unos y otros de en<br />

medio, y en cada Iglesia constituida en la paz de la unidad tras la condenación de la causa<br />

del cisma, constitúyase, para los lugares que sea necesario, un obispo único por los<br />

obispos que están solos en su Iglesia y aprueba la restablecida unidad".<br />

Los obispos católicos, dispuestos a la renuncia<br />

6. Al leer esto, el obispo Agustín dijo: Tengo que decir y recordar a vuestra caridad la<br />

sensación dulcísima y suavísima que por la gracia de Dios experimentamos. Antes de la<br />

misma Conferencia hablábamos entre nosotros algunos hermanos sobre este asunto, y<br />

conveníamos en que los obispos deben ser obispos de Cristo por la paz o no serlo.<br />

Debemos confesaros que, examinando a todos nuestros hermanos y colegas en el<br />

episcopado, no encontrábamos fácilmente quiénes aceptarían de buen grado esto,


ofreciendo al Señor el sacrificio de esta humillación. Como suele acontecer, decíamos:<br />

"Este puede, aquél no puede; éste da su asentimiento, aquél no lo tolera", hablando según<br />

nuestras suposiciones, ya que en modo alguno podíamos penetrar en los corazones de<br />

aquéllos.<br />

Cuando llegó el momento de tratar esto públicamente, fue tal la complacencia de todos en<br />

un concilio general de casi trescientos obispos, de tal modo se enardecieron todos, que<br />

estaban dispuestos a deponer el episcopado en pro de la unidad de Cristo, lo que no<br />

significaba perderlo, sino confiarlo con más garantía a Dios. Apenas se encontraron dos a<br />

quienes desagradaba: uno de ellos, anciano ya de muchos años, que se atrevió a decirlo<br />

libremente, y otro que expresó tácitamente su voluntad con su rostro. Pero cuando el<br />

anciano que hablaba con tal libertad, abrumado por la corrección fraterna de todos,<br />

cambió de opinión, también el otro cambió de rostro. Atended, por consiguiente, cómo<br />

tuvo lugar la misma exhortación siguiendo al que dijo: El que se humilla será ensalzado 4 .<br />

Continúa la lectura con comentarios intercalados<br />

7. También leyó: "Por qué hemos de dudar en ofrecer el sacrificio de esta humillación a<br />

nuestro Redentor? ¿Acaso descendió él de los cielos a los miembros humanos para que<br />

fuéramos miembros suyos, y tememos nosotros descender de las cátedras para evitar que<br />

se desgarren los miembros en una cruel división? Mirando a nosotros mismos, nada hay<br />

más importante que el ser cristianos fieles y obedientes; seámoslo, pues, siempre. Ahora<br />

bien, se nos ordena obispos en bien de los pueblos cristianos; luego tenemos que hacer<br />

que nuestro episcopado redunde en bien de la paz cristiana para los pueblos cristianos".<br />

El obispo Agustín dijo: Mirando a nosotros mismos, debemos ser lo que sois vosotros. ¿<br />

Qué debes ser tú, cualquiera de vosotros a los que hablo? Cristiano fiel, obediente: esto<br />

tienes que ser tú mirando por ti; eso también yo mirando por mí. Así es lo que debes ser<br />

tú mirando por ti y yo por mí tenemos que serlo siempre. Pero lo que soy mirando por ti,<br />

séalo si te aprovecha a ti, no lo sea si te perjudica. He aquí lo que se ha dicho; atended.<br />

Leyó también: "Si somos siervos útiles, ¿por qué miramos con malos ojos los lucros<br />

eternos del Señor pensando en nuestras dignidades temporales? La dignidad episcopal<br />

será para nosotros más fructuosa si el deponerla contribuye a reunir la grey de Cristo que<br />

si la dispersa por retenerla".<br />

Después de la lectura, el obispo Agustín dijo: Hermanos míos, si pensamos en el Señor,<br />

este lugar elevado es atalaya del viñador, no cumbre de la soberbia. Si por tratar de<br />

retener mi episcopado, disperso la grey de Cristo, ¿cómo el perjuicio del rebaño puede<br />

ceder en honor del pastor?<br />

También leyó: "¿Con qué cara podemos esperar en el siglo futuro el honor prometido por<br />

Cristo, si en este siglo nuestro honor impide la unidad cristiana? Por eso hemos procurado<br />

escribir esto a tu Excelencia; te pedimos que por medio de ti llegue a conocimiento de<br />

todos, para que, con la ayuda de nuestro Señor, por cuya exhortación prometemos esto y<br />

con cuyo auxilio confiamos poder cumplirlo, aun antes de la Conferencia, si es posible, la<br />

caridad piadosa cure o someta los corazones débiles u obstinados de los hombres; y de<br />

esta manera, con espíritu de paz, no opongamos resistencia a verdad tan clara, y a la<br />

discusión preceda o siga la concordia.<br />

Si tienen presente que los obradores de paz son bienaventurados, ya que serán llamados<br />

hijos de Dios 5 , no hemos de perder la esperanza de que ellos hallarán mucho más digno y<br />

más fácil querer que el partido de Donato se reconcilie con el orbe cristiano, y no que todo<br />

el orbe cristiano sea rebautizado por el partido de Donato. Sobre todo, teniendo en cuenta<br />

que buscaron con suma diligencia a los que procedían del cisma sacrílego y condenado de<br />

Maximiano, a quienes trataron de enmendar incluso persiguiéndolos con órdenes de<br />

autoridades terrenas y tal fue la diligencia que no se atrevieron a declarar nulo el<br />

bautismo dado por ellos y hasta recibieron sin disminuir sus honores a algunos de ellos<br />

que habían sido condenados y a otros, en cambio, los tuvieron por no manchados en la<br />

comunión cismática.<br />

No miramos con malos ojos la concordia mutua de todos ellos; pero sí es preciso<br />

advertirles con qué piadosa solicitud busca la Iglesia católica la rama cortada por ellos con<br />

tal empeño, si la misma rama se ha preocupado tanto de recoger la pequeña astilla por<br />

ellos cortada. Y escrito con otra mano aparece: Te deseamos a ti, hijo, que goces de


uena salud en el Señor.<br />

Introducción a la cuestión de los maximianistas<br />

8. Después de esta lectura, el obispo Agustín dijo: Escuchad los que lo ignoráis; escuchad,<br />

os ruego. Gracias sean dadas a Dios porque hablo en presencia de Emérito. Nada en<br />

absoluto han podido responder, por no encontrar qué, a este asunto de los maximianistas,<br />

que quiero exponeros ahora; contra él han estrellado la nave de todas sus calumnias como<br />

nave de mercancías de contrabando; nada han podido decir contra este asunto de los<br />

maximianistas, habiéndosele objetado ya tantas veces en nuestra Conferencia, con otras<br />

palabras, a nuestra objeción, tantas veces insertada, tantas veces repetida, tantas veces<br />

estampada en sus frentes, nada en absoluto han podido responder, porque no han<br />

encontrado qué.<br />

Escuchadla, pues, atentamente. Él está presente, me está escuchando; que me refute si<br />

miento; que me fuerce a demostrar lo que digo. Cierto que no están aquí las actas; pero<br />

esté allí el asunto. Podemos tomarnos algún plazo, para acudir a los documentos<br />

necesarios, si consigo probar lo que digo. Si duda de ello, o, lo que Dios no quiera, finge<br />

dudarlo -dicho sea sin ánimo de ofender-, no entre en comunión con nosotros si no lo<br />

demuestro. Si, por el contrario, sabe que digo la verdad, y reconoce que no ha querido<br />

responder precisamente porque no encontraba qué responder, os ruego que juzguéis<br />

vosotros qué es más tolerable, aceptar en su dignidad al que uno ha condenado o<br />

reconocer al hermano a quien jamás ha dejado convicto. Atended, os ruego; escuchad la<br />

exposición de los hechos.<br />

Paralelismo entre los casos de Primiano y de Ceciliano<br />

9. Cierto Maximiano fue diácono cartaginés del partido de Donato. Ya debido a su<br />

soberbia, ya, como ellos piensan, por su justicia, tuvo un enfrentamiento con su propio<br />

obispo, esto es, con Primiano de Cartago, inicuamente si con soberbia ofendió al mejor, o<br />

justamente si como honrado se enfrentó a uno más malvado. Fue excomulgado por<br />

Primiano, acudió a los obispos vecinos, suscitó la antipatía contra Primiano, lo acusó ante<br />

ellos. Acudió a Cartago: muchos obispos donatistas que lo acompañaron quisieron que<br />

Primiano se presentara ante ellos igual que sus antepasados quisieron que se presentara<br />

ante ellos Ceciliano. Conocida la conspiración, Primiano no quiso acudir ante ellos, que le<br />

condenaron en su ausencia, lo mismo que aquéllos condenaron a Ceciliano ausente.<br />

¡Cómo se dignó Dios repetir ante nuestros ojos en este tiempo los sucesos del pasado,<br />

porque el olvido estaba borrando acontecimientos ya demasiado antiguos! Primiano fue<br />

condenado en ausencia. Otros obispos del partido de Donato restituyeron a Primiano a la<br />

comunión; aún más, como no lo depusieron, lo confirmaron en su sede. Fueron<br />

condenados los maximianistas; del mismo modo como, absuelto Ceciliano por obispos que<br />

estaban de paso y transmarinos, Donato se hizo merecedor de la condena. Maximiano fue<br />

condenado con los doce que le ordenaron.<br />

El grupo separado incluía entonces a muchísimos; quizá unos cien obispos. Para que el<br />

cisma no fuera a más, no quisieron, tras expulsar a unos pocos, imponer una sanción a la<br />

masa. Sólo condenaron a los que asistieron a la ordenación de Maximiano, cuando fue<br />

elevado al episcopado ilícitamente frente a su propio obispo. A los demás del grupo se les<br />

permitía permanecer en sus dignidades si querían tornar a la Iglesia. Sus palabras<br />

mostraban que éstos estaban fuera de la Iglesia, ya que a quien se exhorta a entrar es<br />

porque está fuera. Se señaló una fecha; si tornaban dentro de ella, no les perjudicarían<br />

nada las acusaciones contra Primiano; lo confirmaron con el decreto de Bagái. Maximiano<br />

con otros doce fue condenado. Comenzaron a gestionar la expulsión de los condenados de<br />

las basílicas. Acuden a los jueces, acuden a los procónsules, invocan ante los jueces el<br />

concilio episcopal de Bagái: los declaran herejes, prueban que han sido condenados,<br />

consiguen mandatos judiciales, congregan tropas de socorro, proceden a arrojar de las<br />

basílicas a hombres condenados y que se mantienen en su pertinacia. Condenados ellos,<br />

ofrecieron resistencia los pueblos que estaban de su parte; donde no pudieron resistir<br />

fueron vencidos; en lugar de los vencidos y expulsados, ordenaron a otros. Conocemos a<br />

dos de ellos, dejando de lado a los demás: uno, Feliciano de Musti; otro, Pretextato de<br />

Asuras. Después de dos o tres años, gracias a Optato el secuaz de Gildón, se les recibió en<br />

su dignidad tras muchas persecuciones con procesos judiciales y la acción decisiva de los<br />

poderes públicos. Después de condenarlos, expulsados y perseguidos, los recibieron en


sus honores, se los adjuntaron como socios y colegas.<br />

En efecto, en lugar de uno de ellos, Pretextato de Asuras, ya habían ordenado a otro de<br />

nombre Rogato, ahora católico, a quien su ejército, es decir, la banda de los<br />

circunceliones, cortó la lengua y una mano. En cambio, a los que durante el mismo período<br />

que aquéllos habían permanecido condenados fuera, casi un trienio, fueron bautizados por<br />

los condenados; bautizados fuera de su Iglesia, los recibieron tales cuales. Nadie dijo: "No<br />

tienes el bautismo porque has sido bautizado fuera". Y, en cambio, rebautizan a todo el<br />

que viene de Éfeso, de Esmirna, de Tesalónica, del resto de las iglesias que con su<br />

esfuerzo plantaron los apóstoles, y a las cuales leemos que fueron dirigidas las cartas que<br />

escuchamos cuando se leen en la Iglesia.<br />

Durísima condena de los maximianistas por boca del mismo Emérito<br />

10. Obra en nuestro poder la sentencia. Y por cuanto hemos oído, esa sentencia en que se<br />

les condenaba la dictó este nuestro hermano Emérito, a quien Dios haga nuestro hermano<br />

en la paz. Léase la sentencia en que aquéllos fueron condenados, y léase la otra en que<br />

sus antepasados condenaron a Ceciliano; y veamos quiénes se constituyeron en reos de<br />

mayor culpabilidad, quiénes fueron castigados con una sentencia más dura, quiénes<br />

condenados con mayor alboroto. Esto es lo que dijo: "Aunque la cavidad del útero<br />

envenenado haya encubierto por mucho tiempo los dañinos partos del semen viperino, y<br />

los húmedos coágulos del crimen concebido hayan pasado evaporados por el lento calor a<br />

los miembros de áspides; sin embargo, el virus concebido no pudo ocultarse al disiparse la<br />

sombra. Pues, aunque tarde, los votos preñados de crímenes dieron a luz su crimen<br />

público y su parricidio, ya predicho de antemano: Él ha dado a luz la injusticia; concibió el<br />

dolor, y dio a luz la iniquidad 6 . Pero como tras la tiniebla brilla el cielo despejado, no hay<br />

una selva confusa de crímenes cuando se han señalado ya los nombres para el castigo -ya<br />

que hasta entonces se había impuesto la indulgencia-; al dejar a un lado la línea de la<br />

clemencia, la causa descubre a quiénes castigar. Y entre otras cosas, dice: Digamos,<br />

hermanos amadísimos, las causas del cisma, porque no podemos ya pasar en silencio a las<br />

personas. Maximiano es rival de la fe, adúltero de la verdad, enemigo de la madre Iglesia,<br />

ministro de Coré, Datán y Abirón".<br />

Estas son palabras del partido de Donato contra los maximianistas, proferidas según<br />

hemos oído, al dictado del mismo Emérito. Sabéis quiénes son Coré, Datán y Abirón.<br />

Fueron los primeros en promover un cisma, y no les bastó la pena acostumbrada: la tierra<br />

se abrió y los devoró. "A este ministro de Datán, Coré y Abirón", son palabras del mismo,<br />

"los expulsó del gremio de la paz el rayo de la sentencia". Escuchad aún: "Y si la tierra no<br />

se abrió y lo engulló, se debe a que lo reservó en alto para un juicio más duro. En efecto,<br />

arrebatado entonces, se habría ahorrado pena con la abreviación de su muerte; ahora<br />

recoge los intereses de una deuda mayor al encontrarse muerto entre los vivos".<br />

Son palabras del mismo Emérito que condena a Maximiano, o más bien, como dice él<br />

mismo, que le fulmina "por boca verídica". Y, sin embargo, recogieron a los áspides, a las<br />

víboras, a los parricidas; pero no anularon el bautismo que dio el áspid, la víbora, el<br />

parricida. Habéis oído qué llama de elocuencia produjo cuando encontró yerba que pudo<br />

hacer arder. Hermano Emérito, has abrazado a tu hermano Feliciano, condenado por el<br />

rayo de tu boca; reconoce a tu hermano Deuterio, unido a ti incluso por el parentesco.<br />

Los reciben sin renovarles el bautismo. Recuerdo y referencia a Ceciliano<br />

11. Cuantas veces, hermanos míos, al tratar con los donatistas en la Conferencia les<br />

objetamos este asunto de los maximianistas que os he expuesto como he podido, Emérito<br />

guardó más silencio del que observa al presente en todo. Que no traten ahora de ocultarse<br />

con un subterfugio, una fuga más bien que una defensa. Dicen que les concedieron un<br />

plazo, y que los recibieron dentro de él. Es falso. Doce fueron condenados con Maximiano;<br />

a los restantes que no estaban presentes en su ordenación cuando le impusieron las<br />

manos les concedieron un plazo. Estas son las palabras del mismo Emérito: "No es sólo a<br />

éste -dice- a quien condena la justa muerte del crimen; la cadena del sacrilegio arrastra<br />

también a muchísimos a participar en el crimen; de ellos está escrito: Bajo sus labios hay<br />

veneno de áspides, su boca está llena de amargura; sus pies son veloces para derramar<br />

sangre; calamidad y miseria hay en sus caminos y no conocieron el camino de la paz; no<br />

hay temor de Dios ante sus ojos 7 .


No quisiéramos cortar miembros del propio cuerpo; pero, como la podredumbre pestífera<br />

de la herida en corrupción halla remedio más eficaz en el bisturí que en la aplicación del<br />

medicamento, se ha descubierto que es más saludable, para que el virus pestilente no se<br />

propague por todos los miembros, que la herida abierta desaparezca con un dolor más<br />

concentrado". Como culpables, pues, del crimen célebre, Emérito menciona nominalmente<br />

a doce, entre los cuales están Feliciano y Pretextato, y no recuerdo los nombres de todos.<br />

Y continúa: "A estos que con su obra funesta de perdición mancharon con un amasijo de<br />

inmundicia un vaso inmundo, lo mismo que a los clérigos en otro tiempo de la iglesia de<br />

Cartago, que al estar presentes en el crimen fueron alcahuetes del incesto ilícito, habéis<br />

de saber que a todos ellos los condenó la auténtica voz del concilio universal según el<br />

justo juicio de Dios que lo presidía. En cambio, a los que no se dejaron manchar por los<br />

vástagos del retoño sacrílego, esto es, quienes por un pudor modesto de fe apartaron sus<br />

propias manos de la cabeza de Maximiano, a éstos se les permitió tornar a la madre<br />

Iglesia".<br />

Querían disimular con afeites su rostro, porque perdonaban a los impíos y facilitaban<br />

abiertamente a los sacrílegos el camino del retorno. ¿Qué es esto? Le ruego se digne<br />

exponerme ahora cómo los vástagos del retoño sacrílego no mancharon a éstos. ¿Por qué<br />

se les concede a ellos un plazo, si no pudieron tener parte alguna en el cisma de<br />

Maximiano? Y si son socios del grupo secesionista, aunque no asistieran a la ordenación, ¿<br />

cómo no los mancha Maximiano, y en cambio Ceciliano, condenado una vez en ausencia y<br />

absuelto por tres veces estando presente, mancha al orbe de la tierra? No mancha un<br />

africano a los africanos, un vivo a los vivos, uno conocido a los conocidos, el asociado a los<br />

socios, y mancha Ceciliano a los de ultramar, a los que están tan lejos, a los desconocidos,<br />

a los aún no nacidos. Se sienta a tu vera Feliciano, condenado por ti, ¿y no te manchó? Yo<br />

no vi a aquél, tú conoces a éste; yo creo que aquél es inocente, tú condenaste a éste<br />

como culpable. Y si confiesas que tú recibiste a un inocente, confiesas haber condenado a<br />

un inocente.<br />

Con entrañas paternales Agustín exhorta a Emérito<br />

12. Sin embargo, hermanos míos, no miramos con malos ojos su concordia con nosotros;<br />

acabaron con el odio diabólico que se suscitó entre ellos; a su modo de ver, han vuelto a<br />

la paz. Pero esto os digo: Si un ramo cortado buscó la ramita desgajada de él, ¿con qué<br />

diligencia debe el árbol buscar el ramo desgajado de él? Por eso sudamos, por eso<br />

trabajamos, por eso hemos corrido el riesgo de caer en sus armas y en la cruel furia de los<br />

circunceliones, y soportamos aun sus restos con la paciencia que Dios nos concede,<br />

mientras el árbol busca su ramo, mientras el rebaño busca la oveja descarriada del redil<br />

de Cristo. Si tenemos entrañas pastorales, debemos deslizarnos por las cercas y las<br />

zarzas. Busquemos con miembros lacerados a la oveja 8 y llevémosla con alegría al pastor<br />

y príncipe de todos.<br />

Muchas cosas hemos dicho, aunque con mucha fatiga, y, sin embargo, nuestro hermano,<br />

por causa del cual os decimos estas cosas a vosotros, y a quien se las decimos igualmente<br />

y por el cual tanto hemos trabajado, se mantiene en su firmeza pertinaz. Una firmeza<br />

cruel se juzga como constancia. Que no se gloríe todavía de una energía vana y falsa.<br />

Escuche al Apóstol que dice: la fortaleza alcanza su plenitud en la debilidad 9 . Roguemos<br />

por él. ¿Cómo podemos saber lo que quiere Dios? Son muchos los pensamientos, como<br />

está escrito, que hay en el corazón del hombre; pero la voluntad del Señor permanece<br />

para siempre 10 .<br />

CONSULTA O MEMORIA DE OROSIO A AGUSTÍN<br />

SOBRE EL ERROR DE LOS PRISCILIANISTAS Y<br />

ORIGENISTAS<br />

Orosio al beatísimo Agustín, obispo.<br />

Traductor: P. José María Ozaeta<br />

1. Ciertamente ya había hablado a tu santidad y estaba pensando en presentarte un


escrito sobre lo dicho, cuando viera que tu ánimo estaba libre para pronunciarse sobre<br />

otras necesidades. Pero puesto que mis señores, tus hijos, los obispos Eutropio y Paulo,<br />

movidos como yo, siervo vuestro, por la utilidad de la salud de todos, ya te habían<br />

presentado una consulta sobre algunas herejías, en la cual no estaban todas recogidas, me<br />

pareció necesario sacar con prontitud y reunir en una sola plantación todos los árboles de<br />

la perdición, con sus raíces y ramas 1 , y ofrecerlo a tu espíritu vigilante, para que tú, vista<br />

su multitud y considerada su malicia, los examinaras y pudieras aplicar el remedio.<br />

Solamente tú, beatísimo padre, puedes arrancar y cortar las perniciosas plantaciones o<br />

siembras de otros 2 y esparcir la verdadera semilla, regándonos con las aguas de tus<br />

fuentes 3 . Yo prometo a Dios, a quien pongo por testigo, mientras espero el crecimiento de<br />

tu obra, que aquella tierra, que ahora da frutos no apetitosos por estar mal cultivada, si la<br />

visitares, llenándola con aquel maná misterioso que me envíes 4 , se perfeccionará hasta<br />

producir una cosecha abundante que llegará al ciento por uno 5 . Dios nuestro Señor, a los<br />

que castigó con la espada, por ti, lo repito, por ti, padre bienaventurado, los corregirá con<br />

la palabra.<br />

He sido enviado a ti por Dios. Gracias a Él concibo grandes esperanzas de ti, cuando<br />

pienso cómo ha sido esto de venir aquí. Reconozco por qué he venido: sin ganas, sin<br />

necesidad, sin pedir consejo he salido de la patria, movido por una fuerza oculta, hasta<br />

que me he encontrado en las orillas de esta tierra. Aquí, por fin, caí en la cuenta que venía<br />

a ti mandado. Si acoges al que confiesa, no juzgues al atrevido. Haz que vuelva a mi<br />

querida señora como hábil negociante que ha encontrado una joya preciosa 6 , no como<br />

siervo fugitivo que ha echado a perder su hacienda. Somos despedazados con mayor rigor<br />

por los doctores depravados que por los cruelísimos enemigos. Nosotros confesamos la<br />

desgracia, tú examinas la plaga; sólo es necesario, con la ayuda de Dios, proporcionar la<br />

medicina. Así, brevemente, te manifestaré: lo que antes creció, que había sido mal<br />

plantado, y lo que después prevaleció, que fue añadido de modo peor.<br />

2. En primer lugar, Prisciliano, más miserable que los maniqueos, en cuanto que también<br />

confirmó su herejía con el Antiguo Testamento, enseñando que las almas, nacidas de Dios,<br />

existen en una especie de receptáculo, donde, instruidas por los ángeles, prometen ante<br />

Dios combatir. Descendiendo luego por ciertos círculos, son aprisionadas por los<br />

principados malignos y, según la voluntad del príncipe vencedor, son encerradas en<br />

diversos cuerpos y obligadas a suscribir un contrato de vasallaje. Así, sostenía que tenía<br />

que prevalecer la astronomía, pues aseguraba que Cristo rompió ese autógrafo, clavándolo<br />

en la cruz por su pasión 7 , como el mismo Prisciliano dice en una carta: "Esta primera<br />

sabiduría consiste en entender en los tipos de las almas las naturalezas de las virtudes<br />

divinas y la disposición del cuerpo, en la cual parece que el cielo y la tierra están atados, y<br />

todos los principados del siglo parecen encadenados, pero la victoria es alcanzada por las<br />

disposiciones de los santos. Porque el primer círculo de Dios y el autógrafo divino de las<br />

almas que han de ser enviadas a la carne lo tienen los Patriarcas; ese contrato ha sido<br />

hecho con el consentimiento de los ángeles, y de Dios, y de todas las almas, que poseen la<br />

obra contra la milicia formal, etc.". También sostuvo que los nombres de los Patriarcas son<br />

los miembros del alma: Rubén en la cabeza, Judá en el pecho, Leví en el corazón,<br />

Benjamín en los muslos, y así por el estilo. Por el contrario, en los miembros del cuerpo<br />

están distribuidas las señales del cielo, a saber: aries en la cabeza, taurus en la cerviz,<br />

géminis en los brazos, cáncer en el pecho, etc., queriendo dar a entender que las tinieblas<br />

eternas y el príncipe del mundo proceden de estos elementos.<br />

Todo esto lo confirma por cierto libro, titulado Memorias de los Apóstoles, en donde parece<br />

que el Salvador, interrogado en secreto por sus discípulos sobre el sentido de la parábola<br />

evangélica del sembrador que salió a sembrar 8 , no fue un buen sembrador. Afirma que, si<br />

hubiera sido bueno, no hubiera sido negligente, no hubiera sembrado a la vera del camino,<br />

o en tierra pedregosa o no preparada 9 , queriendo dar a entender que este sembrador es<br />

el que distribuye las almas cautivas en diversos cuerpos, según su voluntad. También en<br />

ese mismo libro se dicen muchas cosas del príncipe del agua y del príncipe del fuego,<br />

queriendo dar a entender que en este mundo muchas cosas buenas se hacen por artificio y<br />

no por el poder de Dios. Asimismo, dice que Dios, queriendo dar la lluvia a los hombres,<br />

mostró al príncipe del agua la luz, como si fuera una virgen, el cual, deseando adueñarse<br />

de ella, se excitó tanto que, empapado de sudor, él mismo se convirtió en agua y quedó<br />

privado de la misma, provocando truenos con su estrépito. Una sola palabra decía de la<br />

Trinidad: afirmaba la unión sin existencia o propiedad, y enseñaba, suprimida la partícula


et, que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo eran un solo Cristo.<br />

3. Entonces, dos conciudadanos míos, ambos llamados Avito, después que la misma<br />

verdad por sí sola desvaneció tan torpe confusión, empezaron a viajar, pues el uno fue a<br />

Jerusalén y el otro a Roma. De vuelta, uno trajo las obras de Orígenes y el otro las de<br />

Victorino. De los dos, uno cedió el puesto al otro, aunque los dos condenaron a Prisciliano.<br />

Poco conocemos de Victorino, porque casi hasta poco antes de publicarse sus escritos su<br />

seguidor se pasó a Orígenes. Comenzaron proponiendo muchas cosas estupendas,<br />

tomadas de Orígenes, que la misma verdad hubiera sobrepujado en la más pequeña<br />

ocasión que se le hubiese presentado. Aprendimos una doctrina bastante ortodoxa sobre<br />

la Trinidad: que todo lo que ha sido hecho, ha sido hecho por Dios; que todas las cosas<br />

son buenas y fueron hechas de la nada; también aprendimos interpretaciones bastante<br />

sobrias de la Escritura. De inmediato, los entendidos, eliminando fielmente lo anterior,<br />

aceptaron todo esto. Sólo quedó la doctrina nefasta de la creación de la nada. Creían,<br />

plenamente persuadidos, en la existencia del alma; sin embargo, no podían concebir que<br />

hubiera sido hecha de la nada, argumentando que la voluntad de Dios no puede ser la<br />

nada. Esto llega casi hasta hoy.<br />

Pero estos dos Avitos, y con ellos San Basilio el Griego, que enseñaban afortunadamente<br />

esto, transmitieron, como me doy cuenta ahora, ciertas doctrinas no ortodoxas sacadas de<br />

los libros de Orígenes. En primer lugar, todo, antes que aparezca hecho, permanecía<br />

siempre hecho en la sabiduría de Dios, afirmándolo de este modo: todo lo que hizo Dios<br />

no comenzó a ser al ser hecho. Después dijeron que son de un mismo principio y de una<br />

misma sustancia los ángeles, los principados, las potestades, las almas y los demonios; y<br />

que a los arcángeles, a las almas y a los demonios se les ha dado un lugar en conformidad<br />

con sus méritos, empleando este dicho: a una culpa menor corresponde un lugar inferior.<br />

Por último, el mundo fue hecho para que en él se purifiquen las almas que antes habían<br />

pecado.<br />

En verdad, propagaron que el fuego eterno, con el que son castigados los pecadores, ni es<br />

verdadero fuego ni es eterno; afirmando que se llama fuego al castigo de la propia<br />

conciencia, y que eterno no es igual que perpetuo, según la etimología griega, a la que<br />

añaden también el testimonio latino, pues se dijo: por la eternidad y por el siglo del siglo<br />

10 , posponiendo a eterno esta última expresión. Y de este modo, todas las almas de los<br />

pecadores, después de purificada su conciencia, volverán a integrarse en la unidad del<br />

cuerpo de Cristo. También quisieron afirmarlo del diablo, aunque no tuvieron aceptación,<br />

pues dijeron que su sustancia, habiendo sido hecha buena, no puede perecer, y una vez<br />

liberada totalmente de su malicia sería salvada.<br />

Sobre el cuerpo del Señor enseñaron que, habiendo tardado tantos miles de años en venir<br />

a nosotros, sin embargo el Hijo de Dios no permaneció ocioso: se fue desarrollando poco a<br />

poco, pues visitó a los ángeles, a las potestades y a todos los seres superiores, tomando<br />

su forma, para predicarles el perdón; por último, asumió la carne tangible; pasadas la<br />

pasión y resurrección, de nuevo se fue desvaneciendo hasta que ascendió al Padre. Así,<br />

pues, ni su cuerpo fue depositado en el sepulcro, ni con un cuerpo reinará como Dios<br />

circunscrito. Decían asimismo que las criaturas no quieren estar sometidas a la corrupción,<br />

entendiendo que no quieren estar sometidas al sol, la luna y las estrellas, los cuales no<br />

son fulgores elementales, sino potestades racionales: proporcionan la servidumbre de la<br />

corrupción por aquel que las sometió en la esperanza.<br />

4. Esto, tal como lo he podido recordar, lo he expuesto brevemente, para que,<br />

examinadas toda las enfermedades, te apresures a aplicar la medicina. La verdad de<br />

Cristo me mueve, pues, a causa de la venerable reverencia de tu santidad, no me hubiera<br />

atrevido a ser un entrometido si no supiera, con evidente juicio y ordenación de Dios, que<br />

he sido enviado a ti, el elegido para suministrar los remedios a un pueblo tan grande y tan<br />

importante, al que así como le fue enviada esta plaga por sus pecados, así también,<br />

después de la plaga, se le proporcione la cura. Beatísimo padre, dígnate acordarte de mí y<br />

de la gran muchedumbre que conmigo espera que tu palabra descienda como rocío sobre<br />

ella.<br />

A OROSIO, CONTRA LOS PRISCILIANISTAS Y<br />

ORIGENISTAS


(Libro único)<br />

Traductor: P. José María Ozaeta<br />

El alma no es de la sustancia de Dios<br />

I.1. Querídisimo hijo Orosio: Ni debo responder a todo lo que me preguntas en tu consulta<br />

ni debo abstenerme del todo, ya que pudiera parecerte que desprecio tu trabajo,<br />

sumamente grato para mí, y así te ofendería sin consideración. En varios de mis<br />

opúsculos, que has leído o puedes leer, hay mucho que sirve para rechazar la herejía de<br />

los priscilianistas. Y aunque no me propuse refutarlos, pues trataba otros asuntos, sin<br />

embargo, por lo que me dices que piensan, veo ahora que ya lo he hecho. Pues, al<br />

disputar contra los maniqueos, he tocado en muchos lugares el tema del alma, la cual,<br />

aunque en cierto modo sea inmortal, sus cambios a peor o mejor demuestran que es<br />

mudable, y, en consecuencia, aparece con claridad meridiana que no es de la sustancia de<br />

Dios. Así, también se refuta la opinión priscilianista. Puesto este sólido y verdadero<br />

principio, que cada uno advierte en sí mismo, se verá fácilmente que ni aquellos ni éstos<br />

encuentran base para tejer sus fábulas. ¿Para qué vamos a detenernos en podar las ramas<br />

de este error, plagado de vanas palabras, cuando resulta más práctico extraer y extirpar<br />

su raíz? Sobre todo, teniendo en cuenta que tú te sientes satisfecho de que esos delirios<br />

fantásticos ya han quedado al descubierto entre vosotros.<br />

Aunque el alma haya sido hecha por Dios de la nada,<br />

la voluntad de Dios no es la nada<br />

II. 2. Pero acerca del alma aún hay que insistir. Si podemos sostener que Dios la ha<br />

creado de la nada, ya que consta que no es una partícula o emanación de Él, parece duro<br />

e impío decir que la voluntad de Dios es la nada, pues, porque Él quiso, el alma ha sido<br />

creada. Esto, sin embargo, no se refiere a la refutación de la vanidad sacrílega de<br />

Prisciliano. Pues el alma, o ha sido hecha de la nada, o esto no puede sostenerse, ya que<br />

ha sido hecha por voluntad de Dios, voluntad que con toda certeza no es la nada. Pero,<br />

puesto que ha sido hecha y no es de la naturaleza de Dios, sin duda alguna se desmiente<br />

aquella herejía que defiende por encima de todo que el alma es de la naturaleza de Dios,<br />

herejía que, para poder hacerse escuchar, añade todo lo contrario de la falsedad. Pero<br />

como no es conveniente desdeñar o dejar sin discutir esta cuestión, hay que preguntar a<br />

estos que no quieren creer que el alma ha sido hecha de la nada, para no afirmar que la<br />

voluntad de Dios, por la que ha sido hecha, es la nada; hay que preguntarles, repito, si<br />

confiesan que ninguna criatura ha sido hecha de la nada. Si esto opinan, es de temer que<br />

traten de introducir otra naturaleza, que ni sea Dios ni sea la nada, como una especie de<br />

materia prima que, si Dios no la tuviere, no hubiera podido tener de dónde hacer lo que<br />

hizo. Pues cuando se indaga de dónde hizo Dios su criatura, se busca cierta materia; lo<br />

mismo que el artesano es totalmente incapaz de hacer lo que se espera de su oficio si no<br />

dispone de madera u otro material. Y cuando se responde "de la nada", ¿qué otra cosa se<br />

responde sino que ninguna materia prima existió que Él no haya hecho, para que si algo<br />

quisiere hacer tuviera de dónde hacerlo, y si no lo tuviera nada podría hacer? Así, la<br />

materia del mundo, conocida siempre en lo mudable, ha sido hecha por Él, lo mismo que<br />

el mundo. En consecuencia, dado el caso de que Dios hizo o hace algo de una cosa<br />

cualquiera, no lo hizo ni lo hace de algo que Él no haya hecho. Por consiguiente, y<br />

prescindiendo de momento de la naturaleza del alma, si confiesan que Dios ha hecho algo<br />

de la nada, piensen y vean que, lo que esto sea, lo ha hecho por su voluntad; no ha hecho<br />

cosa alguna coaccionado ; ni tampoco puede sostenerse que esa voluntad sea la nada, ya<br />

que por ella ha hecho algo de la nada. ¿Por qué, pues, temen afirmar del alma lo que no<br />

dudan decir de otras cosas? Pero si sostienen que sólo el alma ha sido hecha por voluntad<br />

de Dios, y todo lo restante no ha sido hecho por esa voluntad, ¿se puede decir mayor<br />

absurdo o mayor necedad? Porque si todo lo que ha hecho, lo ha hecho ciertamente por su<br />

voluntad, sin embargo, cuando esto decimos, no afirmamos que esa voluntad sea la nada.<br />

Así, pues, que apliquen esto también al alma.<br />

Prosigue el mismo tema<br />

III. 3. Pero cuando se dice: "Dios ha hecho algo de la nada", no se dice otra cosa sino que<br />

no tenía materia de dónde hacerlo, y, sin embargo, lo hizo porque quiso; hasta tal punto,<br />

que en lo que Dios hizo de la nada resplandece precisamente la voluntad, que no es la


nada. Pues al que se aplica: con sólo quererlo, lo puedes todo 1 , ya tenga de dónde<br />

hacerlo o no lo tenga, le basta la voluntad, pues tiene sumo poder. Pero ¿cómo se asegura<br />

que al crear algo de la nada, la voluntad del Creador sea la nada, cuando precisamente<br />

algo puede ser creado de la nada, porque la voluntad del Creador es suficiente y no<br />

necesita materia alguna? Y aun en el caso de que quieran mantener que, no sólo el alma,<br />

sino ninguna criatura en absoluto, ha sido hecha de la nada, en razón de que Dios ha<br />

hecho algo, lo ha hecho por su voluntad, la cual no es la nada. Vean, en cuanto al cuerpo,<br />

de dónde ha sido hecho el hombre: según el testimonio de la Escritura, Dios lo hizo del<br />

barro o del polvo de la tierra 2 , y sin la menor duda lo hizo por su voluntad; sin embargo,<br />

la voluntad de Dios ni es polvo ni es barro. Así como en lo que ha sido hecho del barro,<br />

aunque ha sido hecho por la voluntad, ésta no es barro, lo mismo en aquello que ha sido<br />

hecho de la nada, aunque hecho por la voluntad, ésta no es la nada.<br />

Los libros de Orígenes, eficaces para refutar el sabelianismo de Prisciliano<br />

IV. 4. Ahora bien: cuando añades con dolor que entre vosotros algunos han pasado de la<br />

herejía de Prisciliano al error de Orígenes, y que de aquella peste no han podido ser<br />

curados, a no ser que la misma medicina contuviera algo de tipo enfermizo, este dolor que<br />

sientes no puede ser reprobado. Pero la verdad, y no la falsedad, debió desterrar la<br />

falsedad; pues este cambio es malo, no el evitarlo. Sin embargo, porque sobre el mismo<br />

Dios, Creador de todas las criaturas, esto es, sobre la misma Trinidad coeterna e<br />

inmutable, dices que los que os trajeron los libros de Orígenes os comunicaron la verdad,<br />

contra la que Prisciliano había resucitado el antiguo dogma de Sabelio, según el cual el<br />

mismo es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, esto es peor que lo que opina del alma, no<br />

queriendo concederle naturaleza propia y atreviéndose a afirmar con los maniqueos que es<br />

una partícula que fluye del mismo Dios, que torpemente se ha manchado y se ha<br />

envilecido. No poco bien ha recibido vuestra nación de esos libros, máxime cuando se<br />

había equivocado en lo fundamental, a saber: en mantener sentencias tan falsas y tan<br />

impías sobre el Creador y no sobre la criatura. Pues es saludable que los que se habían<br />

desviado de la fe se hayan convertido, y que los que todavía la ignoraban la hayan<br />

aprendido por esas discusiones y se muestren satisfechos de haberla aprendido. Respecto<br />

a los errores, contenidos en esos libros, aunque compruebo que tú ya los has descubierto,<br />

sin embargo creo que donde mejor podrás aprender a disputar contra ellos es donde el<br />

error nació y no donde se ha propagado.<br />

Rechaza la apocatástasis de los demonios<br />

V. 5. En cuanto me es posible, te recomiendo también que no pretendas saber<br />

absolutamente nada sobre la conversión del diablo y sus ángeles y su retorno al estado<br />

anterior. No porque envidiemos al diablo y a los demonios, y de este modo casi nos<br />

asemejaríamos a su estado de malevolencia, pues sólo se mueven por los estímulos de la<br />

envidia, pretendiendo desviar nuestros caminos por los que tendemos a Dios, sino porque<br />

no debemos añadir nada que provenga de nuestra presunción, ya que la sentencia<br />

definitiva pertenece al sumo y veracísimo juez. Pues Él predijo que había de decir a los<br />

semejantes a los demonios: Id al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles.<br />

Aquí no debemos cambiar el término eterno por prolongado, ya que en otro lugar está<br />

escrito: Para siempre y por los siglos de los siglos 3 , pues el intérprete latino no quiso<br />

traducir: eternamente y por la eternidad de la eternidad. Y como la palabra griega<br />

admite un doble significado, siglo y eternidad, otros intérpretes, por comodidad,<br />

tradujeron: "En los siglos y por los siglos de los siglos". Pero esto no se afirma en el lugar<br />

donde se dijo: Id al fuego eterno. No se lee , sino . Si se derivase de<br />

siglo, en latín habría que decir secular y no eterno, lo cual ningún intérprete se ha atrevido<br />

jamás a decir. Por eso, aunque en latín no se acostumbre llamar siglo sino a lo que tiene<br />

fin, y eterno a lo que no lo tiene, sin embargo el término unas veces significa eterno<br />

y otras siglo. Pero la palabra , que se deriva de ese nombre, en cuanto sé, ni<br />

siquiera los mismos griegos la emplean si no es para indicar lo que no tiene fin. Nosotros,<br />

sin embargo, acostumbramos traducir y por eterno; pero también<br />

significa siglo, mientras que sólo significa eterno. Hay algunos que se atreven a<br />

emplear el término eternal, para que no se piense que en latín no se tiene un derivado de<br />

ese nombre.<br />

6. Posiblemente los origenistas, siguiendo el uso de la Escritura, encuentren algún texto<br />

en el que exprese algo que no tenga fin. Así, Dios, en los libros del Antiguo


Testamento, dice de modo continuo: Esto será para vosotros un decreto eterno 4 . Y<br />

aunque en griego se emplea el término , mandaría frecuentemente ciertos<br />

sacramentos que habían de tener fin; pero, si prestamos mayor atención a esas<br />

expresiones, quizá se insinuaba que lo significado en aquellos sacramentos no tendría fin.<br />

Así, pues, y para no divagar más, llamamos a Dios eterno no porque estas dos brevísimas<br />

sílabas lo sean, sino por lo que ellas significan. El Apóstol dijo: tiempos eternos primeros y<br />

antiguos, que en griego se lee: ; y en la carta a Tito escribe:<br />

Dios, que no es mentiroso, prometió antes de los tiempos eternos la esperanza de la vida<br />

eterna 5 . A la inversa, cuando desde la creación del mundo parece que el tiempo tiene<br />

principio, ¿cómo puede ser eterno sino porque llamó eterno a lo que antes de sí no tiene<br />

tiempo alguno?<br />

Las penas del infierno son eternas<br />

VI. 7. Sin embargo, el que advierte prudentemente que la afirmación Id al fuego eterno se<br />

refiere a lo que no tiene fin, prueba lo contrario por el mismo pasaje evangélico, a saber:<br />

que los justos recibirán la vida eterna, ya que tampoco ésta tiene fin. Por eso concluyó:<br />

Aquéllos irán al fuego eterno, pero los justos a la vida eterna 6 . En ambos casos se emplea<br />

el término griego . Si, movidos por la compasión, creemos que el suplicio de los<br />

impíos tendrá fin, ¿qué hemos de creer del premio de los justos? Pues en ambas partes,<br />

en el mismo lugar, en la misma sentencia y con la misma palabra se dice eternidad.<br />

Afirmaremos que también los justos de su estado de santidad y de la posesión de la vida<br />

eterna pueden caer de nuevo en la inmundicia del pecado y en la muerte? ¡Lejos esto de la<br />

ortodoxia de la fe cristiana! Pues a esos dos estados sin fin se aplica el término eterno.<br />

Además, por compadecernos de las penas del diablo, no vamos a dudar del reino de<br />

Cristo. Por último, si eterno y eternal, es decir, y , se emplean<br />

indistintamente en la Escritura para significar unas veces lo que no tiene fin y otras lo que<br />

tiene fin, ¿qué responderemos a las palabras del profeta Isaías, cuando escribió: Su<br />

gusano no morirá y su fuego no se apagará? 7 Sea cual fuere la pena significada con los<br />

términos gusano y fuego, ciertamente, si no muere ni se apaga, ha sido predicha sin fin;<br />

no otra cosa pretendía el Profeta al decir esto sino predecir que esa pena no tendría fin.<br />

Eternidad del reino de Cristo<br />

VII. 8. También se dice esto mismo del reino de Cristo, no en cuanto que en el principio el<br />

Verbo Dios estaba con Dios 8 , pues jamás nadie ha dudado que bajo este aspecto sea rey<br />

de todos los siglos, sino según la asunción del hombre y el misterio del mediador y la<br />

encarnación de la Virgen clarísimamente se afirma que su reino no tendrá fin. Así, el<br />

Ángel, dirigiéndose a María, futura madre y a la vez virgen perpetua, entre otras cosas le<br />

dice: Este será grande, y se llamará hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de<br />

David, su padre, y reinará eternamente en la casa de Jacob, y su reino no tendrá fin 9 . ¿<br />

Cómo su reino no tendrá fin sino porque reinará en la casa de Jacob? Pues cuando dijo<br />

eternamente, a causa de la ambigüedad de esta palabra, añadió que su reino no tendrá<br />

fin, para que nadie piense que eterno significa aquí lo mismo que siglo, el cual tendrá fin. ¿<br />

Por ventura el reino en la casa de Jacob y en el trono de David puede ser entendido si no<br />

es en la Iglesia y en aquel pueblo, que es su reino? A él se refiere el Apóstol: Cuando<br />

entregue a Dios y Padre el reino 10 , a saber: cuando conduzca a sus santos a la<br />

contemplación del Padre y también a la suya, en cuanto que es Dios igual al Padre. Pues<br />

no entregó el reino de modo que él mismo lo perdiese; y, por cierto, no lo perdió, porque<br />

el Padre ha dado al Hijo tener la vida en sí mismo 11 , la cual tampoco el Padre perdió. Por<br />

esto, si su reino no tendrá fin, en verdad sus santos, que son su reino, reinarán con Él sin<br />

fin. En cuanto al texto del Apóstol: Luego el fin, cuando entregue a Dios y Padre el reino,<br />

se ha de entender este fin en sentido perfectivo, no derogatorio. Así, se dijo: El fin de la<br />

ley es Cristo para la justificación de todo creyente 12 , esto es, para la perfección de la ley,<br />

no para su abolición; lo que también se expresa en aquel lugar: No he venido a abolir la<br />

ley, sino a perfeccionarla 13 .<br />

El mundo no ha sido creado para purgar los pecados<br />

cometidos anteriormente en otra vida<br />

VIII. 9. No comprendo lo que dicen de las criaturas racionales, es decir, de los santos<br />

ángeles, de los demonios inmundos y de las almas de los hombres, que al de menor culpa<br />

correspondería un lugar más elevado. Con semejante insolencia pretenden convencer a la


Iglesia de Cristo. Por el contrario, preferimos admitir que Dios no se ha determinado a<br />

crear el mundo a causa de los pecados de los espíritus racionales, a fin de que no se siga<br />

el absurdo de tener que poner dos soles, tres, o los que fueren necesarios, si con<br />

anterioridad gran número de espíritus hubiera cometido libremente una culpa a la que<br />

correspondería su inclusión en iguales cuerpos celestes del globo. Pero por la bondad de<br />

Dios el mundo ha sido hecho, grande y bueno, por el Bien sumo e increado; en el cual se<br />

hicieron todas las cosas, verdaderamente buenas según su naturaleza, unas mejores que<br />

otras, ordenadas en diversos grados, desde las criaturas superiores hasta las ínfimas, para<br />

que de este modo existiesen no sólo las de mayor dignidad, sino todas, y su multitud<br />

tuviera un límite, que había de ser establecido por Dios, el Creador de todas las<br />

naturalezas creadas, que las vio en sí mismo, pues no las conoció al ser hechas, sino que<br />

conocía que habían de ser hechas. Por consiguiente, se expresan inmoderadamente<br />

cuando dicen que todas las cosas, antes de manifestarse en sus formas y modos propios,<br />

antes de aparecer en sus respectivos órdenes, ya se encontraban hechas en la Sabiduría<br />

divina. Porque fueron hechas, ¿en el momento de hacerlas o antes de ser hechas? Pues las<br />

razones de todas las cosas que han de ser hechas pueden existir en la sabiduría de Dios,<br />

pero no las cosas hechas. Todas fueron hechas por ella, y ella no fue hecha, porque ella es<br />

el Verbo, del que se dice: Todo fue hecho por Él 14 . Luego Dios conocía todo lo que hizo<br />

antes de hacerlo. No podemos afirmar que hizo lo que ignoraba y que lo conoció una vez<br />

hecho; que ignoraba lo que había de hacer y lo conoció después de haberlo hecho. Si<br />

dijéramos esto de cualquier artífice humano, diríamos un gran disparate. Así, pues, Dios<br />

conocía lo que había de hacer, no por ser hecho; conocía para hacerlo y no porque lo hizo.<br />

Por consiguiente, aunque ya fuesen conocidas, pues sólo el que las conoce puede hacerlas,<br />

sin embargo no comenzaron a ser hechas por ser conocidas para ser hechas, sino desde el<br />

instante en que fueron hechas, pues sencillamente para ser hechas tenían que ser<br />

conocidas antes de ser hechas.<br />

10. Pero cuando la Verdad, que no puede pensarse que carezca de ciencia o engañe a<br />

alguno, ha prometido para después de la resurrección de los cuerpos espirituales nuestra<br />

purificación, más aún, nuestra futura perfección hasta equiparamos a los ángeles 15 , ¿<br />

cómo se afirma que los mismos santos ángeles, a los que nos asemejaremos una vez<br />

limpísimos, aún han de ser purgados de sus pecados? Y cuando Dios ha prometido un cielo<br />

nuevo y una tierra nueva como morada de los santos y limpios de toda mancha de este<br />

siglo 16 , ¿con qué atrevimiento afirman que el mundo no existiría, es decir, el cielo y la<br />

tierra, si no fuera por la necesidad de purificación que tienen los espíritus racionales, los<br />

cuales no estarían en el cielo o en la tierra si no fuera a causa de sus pecados? ¿Para qué<br />

necesitarían los que ya están purificados un cielo nuevo y una tierra nueva si han de<br />

volver a aquel estado en el que se encontraban antes del cielo y de la tierra, pero sin cielo<br />

ni tierra? En realidad, si esto fuera cierto, deberíamos tender esperanzados hasta lo que<br />

nos promete la Escritura. Y si después fuéramos trasladados a algo mejor, entonces<br />

sabríamos con mayor razón que ya habíamos estado allí; mientras que ahora no sólo lo<br />

creeríamos temerariamente, sino que también pretenderíamos enseñarlo con todo<br />

descaro. Pero ¿hay mayor absurdo que decir que el cielo y la tierra no existirían sino en<br />

cuanto estructura necesaria del mundo para los que se han de purificar, cuando la<br />

Escritura promete a los purificados otro cielo y otra tierra?<br />

11. Finalmente, sabemos que el sol, la luna y los otros astros son cuerpos celestes, pero<br />

no sabemos que estén animados. Si nos lo dicen los Libros Sagrados, lo creeremos. Pues<br />

el testimonio de la Epístola del Apóstol, que copias, porque lo suelen citar, también puede<br />

aplicarse a solos los hombres, ya que en cada uno de ellos se encuentran todos los seres<br />

creados, no en su propia entidad, como son el cielo y la tierra y todo lo que en ellos existe,<br />

sino de algún modo en general. Porque en el hombre existe la criatura racional, que<br />

demuestran o creen que la poseen los ángeles, y, por así decirlo, la sensitiva, de la cual no<br />

carecen las bestias (pues usan los sentidos y los impulsos sensitivos para apetecer lo útil y<br />

evitar su contrario), y la vegetativa, que está privada de sentidos, como puede apreciarse<br />

en los árboles, y también en nosotros crece el cuerpo sin que lo sintamos, y los cabellos<br />

no sienten cuando los cortamos y, sin embargo, crecen. Pero la misma criatura corporal<br />

aparece con mayor claridad en nosotros, y aunque hecha y formada de la tierra, se<br />

encuentra en ella algunas partículas de todos los elementos de este modo corpóreo para el<br />

equilibrio de la salud. Pues los miembros se vigorizan a causa del calor, que procede del<br />

fuego, del cual también procede de la luz, que brilla por los ojos; y se llena de aire el<br />

recorrido de las venas, llamadas arterias, y las aberturas del pulmón; y sin la humedad no<br />

saldrían los esputos, y la sequedad agostaría la vida; también la misma sangre, llenando<br />

otras venas con su húmedo curso, se esparce como los arroyos y los ríos por todas las


partes del cuerpo. Así, no existe género alguno de criatura que no pueda encontrarse en el<br />

hombre; y, por eso, toda criatura gime y se aflige en él, esperando la revelación de los<br />

hijos de Dios 17 . También por la resurrección del cuerpo, aunque no en todos los hombres,<br />

toda criatura será liberada de la servidumbre de la corrupción, pues toda está en cada<br />

uno. Y aunque otra interpretación explique mejor este pasaje de la Carta apostólica, no<br />

por eso podemos concluir de dichas palabras que el sol, la luna y los astros giman hasta<br />

que al final de los siglos sean liberados de la servidumbre de la corrupción.<br />

La exégesis de un texto de Job es válida para otros de la Escritura<br />

IX. 12. Ciertamente dije que si se encontrara en los Libros Sagrados, lo creeríamos. Pero<br />

no vayan a engañarte los que esto sostienen, pues suelen citar el pasaje del libro del santo<br />

Job, donde está escrito: ¿Cómo será justo el hombre ante Dios o cómo se limpiará el<br />

nacido de mujer? Si manda a la luna y no luce, ni las estrellas son puras ante Él, ¿cuánto<br />

menos el hombre, que es podredumbre, y el hijo del hombre, que es un gusano? 18 De<br />

aquí, pues, pretenden deducir que las estrellas tienen un espíritu racional y no están<br />

limpias de pecado, y están en los cielos porque les corresponde un lugar mayor o mejor a<br />

causa de su menor culpa. Creo que esta opinión no se ha de admitir como si estuviera<br />

basada en la autoridad divina. Pues no pronunció la frase el mismo Job, del que se da en<br />

cierto modo un singular testimonio divino, según el cual no pecó con sus labios ante el<br />

Señor 19 , sino que la pronunció uno de sus amigos, llamados los consoladores de todos los<br />

males 20 y reprobados por la sentencia de Dios. Así como en el Evangelio, aunque sea<br />

totalmente verdadero todo lo que se dice, sin embargo no todo lo que se dice creemos que<br />

sea verdadero, ya que la escritura veraz del Evangelio atestigua muchos dichos de los<br />

judíos que son falsos e impíos; así también, en este libro, en el que se nos dice que han<br />

hablado muchas personas, hay que tener en cuenta no sólo lo que se dice, sino también<br />

quien lo dice, no sea que admitamos indistintamente como verdadero todo lo que está<br />

escrito en este santo libro y tengamos que confesar, ¡no lo permita Dios!, que lo que<br />

sugería a su santo marido aquella mujer insensata era verdadero y justo, esto es, que<br />

maldijera a Dios y, muriendo, se librara de aquel tormento insoportable 21 . No por eso dije<br />

que aquellos amigos de Job, reprobados por Dios y culpados con razón por el mismo santo<br />

siervo de Dios, no pudieron decir algo verdadero; aunque lo que dijeron contra Job no era<br />

verdadero, sin embargo, el que sepa interpretar sabiamente esas afirmaciones, también<br />

puede sacar de sus palabras alguna sentencia correcta en favor de la verdad. Pero, si al<br />

investigar, queremos probar algo por el testimonio de los dichos sagrados, no se nos diga<br />

que también hay que creer lo que está escrito en el Evangelio, pues es posible que el<br />

evangelista refiera un dicho al que debemos dar crédito. Por ejemplo, allí se lee que los<br />

judíos afirmaron de Cristo el Señor: ¿Acaso no decimos con verdad que eres samaritano y<br />

estás endemoniado? 22 Cuanto más amamos a Cristo, con mayor energía rechazamos este<br />

insulto; con todo, los que tenemos por verdadera la narración evangélica no podemos<br />

dudar que fue proferido por los judíos; así, detestamos la blasfemia de los judíos sin negar<br />

la fe al evangelista que escribió esto. No sólo no creemos en virtud de la autoridad<br />

canónica a los impíos y nefandos, tampoco a los mismos pequeños en la fe, ni a los que<br />

aún son rudos e indoctos, que tal vez se les cita allí diciendo algo. Así, no debemos admitir<br />

por la autoridad evangélica la opinión del ciego de nacimiento, a quien el Señor abrió los<br />

ojos: Sabemos que Dios no escucha a los pecadores 23 , no vayamos a oponernos a las<br />

mismas palabras del Señor, recogidas en el Evangelio, que con su divina voz aseguró de<br />

aquel que suplicaba: Señor, apiádate de mí, que soy pecador, que bajó del templo<br />

justificado, y no el fariseo, que recordaba sus méritos y se vanagloriaba de ellos. No se<br />

irrite éste, recientemente iluminado en la carne, si decimos que estaba en el noviciado de<br />

su fe, cuando aún ignoraba quién era el que le había sanado, y pronunció una sentencia<br />

poco sensata: Dios no escucha a los pecadores. También hallamos que los mismos<br />

apóstoles, elegidos entre todos los demás, en contacto directo con el Señor, y pendientes<br />

de sus labios, dijeron muchas cosas vituperables, que sería prolijo recordar, de tal modo<br />

que el bienaventurado Pedro, a causa de ciertas palabras suyas, no sólo mereció ser<br />

reprendido, sino también ser llamado Satanás.<br />

La justicia de los ángeles no es justicia comparada con la de Dios<br />

X. 13. No me parece una sentencia impertinente sostener que, en comparación de la<br />

justicia de Dios, ni siquiera los santos ángeles en el cielo puedan ser llamados justos. No<br />

han perdido la justicia por ser de este modo; sino, porque fueron hechos y no son Dios, no<br />

pueden tener tanta luz espiritual cuanta tiene Aquel que los ha hecho. Pues donde hay<br />

suma justicia, allí hay suma sabiduría. Y esto es Dios, de quien se dice: A Dios, el único


sabio 24 . Sin embargo, es otra cuestión la de saber cuánta justicia tengan los ángeles y<br />

cuánta no tengan. Los que son justos por participación, en comparación de Él ni siquiera<br />

son justos.<br />

Agustín ignora en qué se diferencian los seres celestes<br />

XI. 14. Pero, como ya dije, una es esta cuestión y otra la de saber si los astros, el sol y la<br />

luna tienen espíritus racionales en sus cuerpos insignes y lúcidos. El que duda que sean<br />

cuerpos, ignora por completo qué es un cuerpo. Esto no nos interesa tanto que<br />

procuremos investigarlo con esmerado estudio, pues no sólo está alejado de nuestros<br />

sentidos y de la débil inteligencia humana, tampoco la misma Escritura habla de ello,<br />

como si su conocimiento nos estuviera preceptuado. Es más, para que no caigamos en<br />

fábulas sacrílegas por una imprudente opinión, la Sagrada Escritura advierte: No busques<br />

lo que te sobrepasa y no trates de escrutar lo que excede tus fuerzas, pero lo que te ha<br />

mandado el Señor, medítalo siempre 25 , para que se vea que en esto es más culpable la<br />

presunción temeraria que la prudente ignorancia. Ciertamente dice el Apóstol: Ya sean los<br />

tronos, ya las dominaciones ya los principados, ya las potestades 26 . Así, pues, creo<br />

firmísimamente que en la organización celeste existen los tronos, las dominaciones, los<br />

principados, las potestades, y sostengo con inquebrantable fe que difieren algo entre sí.<br />

Pero para que me bajes del pedestal, pues piensas que soy un gran doctor, te diré que<br />

ignoro qué sean y en qué se diferencian entre sí. En verdad, creo que por esta ignorancia<br />

no peligro, como peligraría por la desobediencia si desdeñara los preceptos del Señor. Y<br />

por eso opino que nuestros autores, que escribieron los Libros Sagrados bajo el influjo de<br />

Dios, no expusieron del todo estas cosas, sino que las tocaron y rozaron como de paso,<br />

para que si por ventura a alguno de nuestra misma condición le fuere mostrado, por una<br />

revelación más detallada, algo sobre esto no se crea superior a los que nos han<br />

transmitido los dichos sagrados de las Escrituras canónicas. Cuanto más se perfecciona<br />

uno por su saber tanto más se ha de someter a aquellas Letras, que Dios puso como<br />

firmamento sobre todos los corazones humanos. Así, no es necesario saber más, sino<br />

saber sobriamente, como a cada uno Dios le ha otorgado según la medida de su fe 27 .<br />

Acaso otros más doctos te enseñarán estas cosas si les manifiestas tanto deseo de<br />

aprender cuanto afán de saber tienes. No opines de lo desconocido por lo conocido;<br />

tampoco vayas a creer lo que no hay que creer, o no vayas a no creer lo que hay que<br />

creer. Es más, el único y verdadero Maestro, que ve en tu interior cómo trabajas por su<br />

Iglesia y Él mismo puso en ti esto, te instruirá por medio de esas personas doctas o del<br />

modo que quisiere; Él, que conoce perfectamente al que llama y se ha dignado otorgar la<br />

caridad, manifestará con mayor amplitud la verdad.<br />

CARTA A LOS CATÓLICOS SOBRE LA SECTA<br />

DONATISTA<br />

Traductor: P. Santos Santamarta, OSA<br />

Agustín obispo a los muy amados hermanos encomendados a nuestro cuidado: que la<br />

salvación que está en Cristo, y la paz de la unidad y de su caridad esté con vosotros, y que<br />

vuestro espíritu y vuestra alma y vuestro cuerpo se mantengan intachables hasta la<br />

llegada de nuestro Señor Jesucristo.<br />

Réplica a Petiliano, que pide contrarréplica<br />

I. 1. Recordáis, hermanos, que un día llegó a nuestras manos un reducido fragmento de<br />

una carta de Petiliano donatista, obispo de Constantina , y que yo escribí a vuestra caridad<br />

lo que tenía que responder a ese pequeño fragmento. Pero después, al enviármela<br />

completa y cabal los hermanos de allí, me pareció bien contestarla desde el principio,<br />

como si estuviera en presencia de ellos; sabéis bien que siempre he querido conferir con<br />

ellos de suerte que, sin afán de pelea, tras el debate, quede a todos patente qué es lo que<br />

afirman ellos y nosotros.<br />

Sabemos que muchos tienen en sus manos esa carta y han aprendido de memoria muchos<br />

párrafos de la misma, y piensan que él ha dicho algo válido contra nosotros. Ahora bien, si<br />

quieren leer nuestra contestación, sin duda se darán cuenta de lo que tienen que rechazar<br />

y de lo que deben aceptar. Porque las explicaciones que se dan no son de nuestra<br />

cosecha, como bien pueden comprender si quieren juzgar sin prejuicios. Todas están


tomadas de las santas Escrituras y con tal fidelidad, que sólo puede negarlas quien se<br />

confiese enemigo de esos Libros.<br />

Sobre nuestra obra, bien sé lo que pueden decir los defensores tan pertinaces de una mala<br />

causa, es decir, que yo he respondido a su carta estando él ausente, sin que pudiera oír<br />

mis palabras para contestarlas de inmediato.<br />

Que defienda, pues, las aserciones de la suya, y, si puede, demuestre que mis respuestas<br />

no las han refutado convincentemente; y si no quiere hacer esto, que haga él con esta mi<br />

carta lo que yo hice con la suya, a la que ya he contestado; él escribió aquélla a los suyos,<br />

como yo os escribo ésta a vosotros; si le place, también puede él responder.<br />

Dónde está la Iglesia<br />

II. 2. La cuestión que se debate entre nosotros es ver dónde está la Iglesia, si en nosotros<br />

o en ellos. La Iglesia es una solamente, a la que nuestros antepasados llamaron Católica,<br />

para demostrar por el solo nombre que está en todas partes; es lo que significa en griego<br />

la expresión κ α ψ ' ⎟ λ ο ν . Pero esta Iglesia es el Cuerpo de Cristo, como dice el Apóstol:<br />

En favor de su cuerpo, que es la Iglesia 1 . De donde resulta claro que todo el que no se<br />

encuentra entre los miembros de Cristo, no puede tener la salvación de Cristo. Ahora bien,<br />

los miembros de Cristo se unen entre sí mediante la caridad de la unidad y por la misma<br />

están vinculados a su Cabeza, que es Cristo Jesús.<br />

De esta suerte, todo lo que se dice de Cristo se refiere a él como cabeza y cuerpo. La<br />

Cabeza es el mismo unigénito Jesucristo, el Hijo del Dios vivo, Salvador de su Cuerpo 2 ,<br />

que murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación 3 ; su cuerpo es la<br />

Iglesia, de la cual se dice: A fin de presentarse a sí una Iglesia gloriosa, sin mancha, o<br />

arruga o cosa semejante 4 .<br />

Entre nosotros y los donatistas se ventila la cuestión de dónde está este cuerpo, esto es,<br />

dónde está la Iglesia. ¿Qué es, pues, lo que tenemos que hacer? ¿La hemos de buscar en<br />

nuestras palabras o en las palabras de su Cabeza, nuestro Señor Jesucristo? Yo pienso que<br />

debemos buscarla más bien en las palabras de aquel que es la verdad 5 y conoce<br />

perfectamente a su Cuerpo, pues el Señor conoce a los que son suyos 6 .<br />

3. Parad la atención ahora en nuestras palabras, en las cuales no se ha de buscar la<br />

Iglesia, y ved también qué diferencia hay entre las nuestras y las de ellos. Y con todo, no<br />

pretendemos que se busque a la Iglesia en nuestras palabras. Cuanto nos echamos en<br />

cara unos a otros sobre la entrega de los Libros divinos, sobre la ofrenda de incienso a los<br />

ídolos, sobre las persecuciones, todo son palabras nuestras. Y en esta materia nosotros<br />

nos atenemos a esta norma: o se consideran verdaderas o falsas las palabras que ellos y<br />

nosotros decimos, o se consideran verdaderas las nuestras y falsas las de ellos, o falsas<br />

las nuestras y verdaderas las de ellos. Vamos a demostrar que, en cualquiera de estos<br />

casos, es ajeno a toda culpa el pueblo cristiano, con el que estamos en comunión.<br />

En efecto, si son verdaderas las acusaciones que les achacamos nosotros a ellos o ellos a<br />

nosotros, cumplamos lo que dice el Apóstol: Perdonándonos mutuamente, como también<br />

Dios nos ha perdonado en Cristo 7 . Así, ni los malos que ha podido haber o hay entre<br />

nosotros, o los que ha podido haber o hay entre ellos, han de impedir nuestra concordia y<br />

el vínculo de la paz, si logran corregir su único delito, el de separarse de la unidad del orbe<br />

de la tierra.<br />

Si, en cambio, son falsas las acusaciones que mutuamente nos lanzamos unos a otros<br />

sobre la entrega de los Libros o la persecución de inocentes, no veo causa alguna de<br />

discordia; sólo veo motivo para que se corrijan los que se separaron sin motivo.<br />

Si, por el contrario, somos nosotros los que decimos la verdad, puesto que apoyamos las<br />

actas que presentamos no sólo en las cartas del emperador, a quien fueron ellos los<br />

primeros en escribir y al que luego apelaron, sino también en la comunión del orbe entero;<br />

y, a su vez, de ellos se demuestra que es falso lo que ellos afirman, ya que no pudieron<br />

sacar adelante su causa en aquellos mismos tiempos en que se debatía la cuestión; si esto<br />

es así, queda de manifiesto que es mayor el delirio de su cólera sacrílega y la persecución<br />

de almas inocentes que si se les acusase sólo del crimen del cisma. Las otras acusaciones<br />

pueden atribuirlas no a todos los suyos, sino a los que les parezca; en cambio, el cisma es


delito de todos.<br />

Además, si pretenden que son verdaderas las acusaciones sobre la entrega de los Libros y<br />

la persecución que nos imputan, y falsas las que nosotros les imputamos, ni aun así<br />

quedan libres de la acusación de cisma. En efecto, esas acusaciones pueden afectar a<br />

algunos, pero no a todo el mundo cristiano. Si piensan que éste ha perecido por contagio,<br />

paso por alto cuántos y bien conocidos males han tenido que soportar los santos por el<br />

bien de la paz en la sociedad humana. Solamente digo esto: que muestren cómo no han<br />

perecido ellos mismos por el contagio con aquellos profanadores sacrílegos de la pureza de<br />

las vírgenes consagradas, que se ocultan o se han ocultado entre ellos, de los que no<br />

están enterados al presente o no lo estuvieron nunca. Dirán que ellos no se contaminaron<br />

porque no lo conocieron. Entonces, ¿cómo pudo contaminarse el orbe que no sabe aún si<br />

son verdaderas sus acusaciones? Supongamos que con respecto a nosotros quedan<br />

probadas y demostradas; ¿qué hemos de pensar de tantos pueblos? Se los deja sin que<br />

ellos lo sepan; luego se los deja siendo inocentes, y, como no supone crimen en ellos,<br />

comienza a ser suma impiedad por nuestra parte. ¿O debemos acudir a toda prisa y<br />

enseñarles lo que sabemos? Y ¿para qué? ¿Para que sean inocentes? Ya lo son al no<br />

saberlo. En efecto, no conservamos la inocencia porque conozcamos las maldades de los<br />

hombres, sino porque no consentimos en las que conocemos y no juzgamos<br />

temerariamente sobre las conocidas. Por esto, como dije, es inocente el orbe entero, que<br />

desconoce las acusaciones que lanzan éstos contra algunos, aunque sean verdaderas. Y<br />

por eso los que se separaron de esos inocentes perdieron la inocencia por el mismo crimen<br />

de la separación y del cisma; y ahora pretenden demostrarnos que son verdaderas las<br />

acusaciones que lanzan contra algunos, con el fin de separarnos de aquellos contra los<br />

cuales no tienen nada verdadero que decir.<br />

4. Esto es lo que les dice el orbe entero, muy breve en palabras, pero de una verdad<br />

contundente: los obispos africanos combatían entre sí. Si no podían poner fin a la discordia<br />

surgida, de modo que, reducidos unos a la concordia o degradados los querellantes, los<br />

que mantenían la buena causa permaneciesen en la comunión del orbe mediante el vínculo<br />

de la unidad, no quedaba otro recurso sino éste: que los obispos del otro lado del mar,<br />

donde se halla la inmensa mayoría de la Iglesia católica, juzgasen acerca de las<br />

disensiones de los obispos africanos, sobre todo ante la insistencia de los que reprochaban<br />

a los otros la acusación de una ordenación reprobable.<br />

Si no se hizo esto, la culpa es de los que debieron hacerlo, no del resto del orbe, que no<br />

conoció la causa porque no se la llevó ante él. Y si se hizo, ¿dónde está la culpa de los<br />

jueces eclesiásticos, quienes, aunque se les hubiese presentado la acusación y fuese<br />

verdadera, no debían condenar porque no se la habían probado? ¿Podían acaso<br />

mancharlos los malos que no podían descubrírselos? Si se los descubrieron y, quizá por<br />

apatía o complicidad, no quisieron apartar a los tales de la comunión y con un detestable<br />

juicio llegaron a dictar sentencia en su favor, ¿qué pecado cometió el orbe de la tierra que<br />

no se enteró de que aquella causa había tenido malos jueces y creyó que habían juzgado<br />

rectamente aquellos a los cuales él no pudo juzgar?<br />

A la manera que el crimen de unos reos, si lo ignoraban los jueces, no pudo<br />

contaminarlos, así el crimen de los jueces, si existió alguno, al desconocerlo el orbe no<br />

pudo contaminarlo. Por tanto, nosotros estamos en inocente comunión con inocentes al no<br />

saber hoy lo que tuvo lugar entonces. Y así, aunque nos enterásemos hoy de que es<br />

verdad lo que dicen contra algunos, no hay motivo alguno para apartarnos de los<br />

inocentes que ignoran esto y pasarnos a aquellos que sin excepción están implicados en el<br />

crimen del cisma por haber hecho lo que nos aconsejan hacer a nosotros; es decir, que no<br />

toleremos a los malos como los toleraron los Apóstoles, sino que, a imitación de los<br />

herejes, abandonemos a los buenos.<br />

Pero concedamos que el orbe entero, cosa imposible, puede conocer claramente hoy con<br />

nosotros que son verdaderos los crímenes de algunos a los que éstos acusan: ¿será acaso<br />

más inocente que lo era antes de conocerlo? Como los malos desconocidos no podían<br />

mancharlos, aunque se encontraran aún en vida, del mismo modo los que salieron ya de<br />

esta vida, aun siendo conocidos, no pueden manchar.<br />

Por consiguiente, si nuestra causa, en nuestras palabras sobre los crímenes de algunos<br />

que mutuamente nos reprochamos, es tal que se mantiene firme, aunque hoy conozcamos<br />

ser falsas las acusaciones que lanzamos sobre algunos de aquéllos y verdaderas las que


lanzan contra algunos de los nuestros, aunque esto sea así, ¿qué pueden responder si más<br />

bien son verdaderas las acusaciones que nosotros lanzamos y falsas las que lanzan ellos, o<br />

son falsas unas y otras, o unas y otras verdaderas, ya que aun ahí quedan convictos de<br />

que sólo desean que se les dé crédito unánimemente?<br />

El único recurso válido: el recurso a la Escritura<br />

III. 5. Pero, como había empezado a decir, dejemos ya de escuchar "tú dices esto", "yo<br />

digo esto otro", y digamos: "Esto dice el Señor". Ciertamente hay Libros del Señor cuya<br />

autoridad aceptamos unos y otros; ante la cual, unos y otros cedemos, a la cual unos y<br />

otros servimos. Busquemos en ellos la Iglesia, discutamos nuestra causa apoyándonos en<br />

ellos.<br />

Quizá me repliquen aquí: "¿Por qué buscas en Libros que entregaste al fuego?". Mas yo les<br />

respondo: "¿Por qué temes la lectura de esos Libros, si los has librado del fuego?" Créase<br />

más bien que los entregó aquel que, tras su lectura, quedó convicto de estar en<br />

desacuerdo con ellos, o si tal vez estos Libros señalan al que los entregó como señaló el<br />

Señor a Judas, lean en ellos nominal y expresamente que Ceciliano y los que le ordenaron<br />

habían de entregar esos mismos Libros, y si yo no anatematizo a aquéllos, considérese<br />

que yo los he entregado como ellos. Tampoco nosotros hemos descubierto en dichos<br />

Libros que los que consagraron a Mayorino hayan sido señalados como traditores, pero lo<br />

probamos con otros medios.<br />

Vamos, pues, a dejar a un lado las acusaciones que mutuamente nos estamos lanzando,<br />

no tomadas precisamente de los Libros divinos canónicos, sino de otra parte. Y si no<br />

quieren que las dejemos, ellos dirán el porqué; si unas y otras son verdaderas, no hubo<br />

motivo alguno de separación por huir de otros incriminados; si unas y otras son falsas, no<br />

hubo tampoco motivo de separación por huir de aquellos en quienes no encontraban delito<br />

alguno; si nuestras acusaciones son verdaderas y las suyas falsas, no hubo tampoco<br />

motivo de separación, porque más bien tenían obligación de corregirse y permanecer en la<br />

unidad; y si son falsas las nuestras y verdaderas las suyas, tampoco hubo motivo de<br />

separación por su parte, porque no debían abandonar a todo el orbe inocente, al cual o no<br />

quisieron o no pudieron demostrar estas cosas.<br />

6. Quizá haya alguno que me pregunte: "Por qué quieres quitar de en medio esas<br />

acusaciones si, aunque se las saque a relucir, tu comunión no sufre menoscabo alguno?"<br />

Sencillamente, porque no quiero acudir a testimonios humanos, sino a los oráculos divinos<br />

para poner de relieve a la Iglesia santa. En efecto, si las santas Escrituras han señalado a<br />

la Iglesia sólo en África y en los pocos Cutzupitanos y Montenses de Roma, y en la casa o<br />

el patrimonio de una sola mujer española aunque se aporte lo que se aporte de otros<br />

escritos, serán los donatistas los únicos que poseen la Iglesia. Si la Sagrada Escritura la<br />

señala entre los pocos moros de la provincia cesariense, hay que pasarse a los rogatistas.<br />

Si en los escasos habitantes de la Tripolitana o Bizacena o de la Proconsular, entonces han<br />

llegado a ella los maximianistas. Si está en sólo los orientales, hay que buscarla entre los<br />

arrianos, los eunomianos, los macedonianos y cualesquiera otros que se encuentren allí.<br />

¿Quién podrá enumerar todas las herejías de cada uno de los pueblos? Ahora bien, si la<br />

Iglesia de Cristo fue señalada presente en todos los pueblos por los testimonios divinos y<br />

certísimos de las Escrituras canónicas, a pesar de lo que puedan aducir, tomándolo de<br />

donde sea, los que dicen: Cristo está aquí, Cristo está allí, si somos ovejas suyas,<br />

escuchemos más bien la voz de nuestro Pastor que dice: No lo creáis 8 , pues ninguna de<br />

esas sectas se encuentra en los muchos pueblos donde está ésta; y ésta, en cambio, que<br />

está en todas partes, se encuentra también donde están aquéllas. Por tanto, busquemos la<br />

Iglesia en las Escrituras santas y canónicas.<br />

Cristo, Cabeza de su Iglesia, que es su Cuerpo<br />

IV. 7. El Cristo total es Cabeza y Cuerpo: la Cabeza es el Hijo unigénito de Dios, y su<br />

Cuerpo, la Iglesia; Esposo y Esposa, dos en una misma carne 9 . Quienes disienten de las<br />

santas Escrituras sobre la misma Cabeza, aunque se encuentren en todos los lugares en<br />

que se señala a la Iglesia, no están en la Iglesia. A su vez, quienes están de acuerdo con<br />

las santas Escrituras acerca de la Cabeza y no están en la comunión de la unidad de la<br />

Iglesia, no están en la Iglesia, porque disienten del testimonio de Cristo sobre el Cuerpo<br />

de Cristo, que es la Iglesia. Así, por ejemplo, quienes no creen que Cristo se hizo carne en


el seno de la Virgen María, de la descendencia de David, hecho afirmado con tanta claridad<br />

en la Escritura de Dios; o que resucitó en el mismo cuerpo en el que fue crucificado y<br />

sepultado, aunque se encuentren por todas las tierras en que está la Iglesia, no por eso<br />

están dentro de la Iglesia, porque no tienen la misma Cabeza de la Iglesia, que es Cristo<br />

Jesús, y no es precisamente en algún punto oscuro de las divinas Escrituras en el que se<br />

engañan, sino que contradicen sus testimonios más claros y conocidos.<br />

También puede ocurrir que algunos crean que Jesucristo, según se ha dicho, vino en la<br />

carne, y que en la misma carne en que nació y sufrió, resucitó, y que es Hijo de Dios, Dios<br />

en Dios, uno con el Padre, Verbo inconmutable del Padre, por medio del cual fueron<br />

hechas todas las cosas 10 y, sin embargo, disienten tanto de su Cuerpo, la Iglesia, que no<br />

están en comunión con el todo, por doquiera se extiende, sino en alguna parte aislada; si<br />

esto es así, es manifiesto que los tales no se encuentran en la Iglesia católica .<br />

Ahora bien, como nuestra discusión con los donatistas no se refiere a la Cabeza, sino al<br />

Cuerpo; es decir, no trata de la Cabeza, sino del Cuerpo; esto es, no del mismo Salvador<br />

Jesucristo, sino de su Iglesia, sea la misma Cabeza, en la que estamos de acuerdo, la que<br />

nos muestre su Cuerpo, sobre el cual disentimos, a fin de que por sus palabras dejemos ya<br />

de hacerlo. Él es, en efecto, el Hijo unigénito y Palabra de Dios y, por tanto, ni los mismos<br />

santos profetas hubieran podido proclamar las verdades si la misma Verdad, que es la<br />

Palabra de Dios, no les manifestara lo que tenían que decir y no les mandara decirlo. Así,<br />

pues, la Palabra de Dios resonó en los primeros tiempos por medio de los profetas, luego<br />

lo hizo por sí mismo, cuando la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros 11 ; después<br />

por los apóstoles que envió a predicarle, para que llegara la salvación a los confines de la<br />

tierra 12 . En todos éstos, por consiguiente, hay que buscar la Iglesia.<br />

Recurrir sólo a textos claros<br />

V. 8. Pero los maldicientes tantas veces cambian muchos textos aplicándolos a quienes o<br />

a lo que les place. Igualmente, a muchos otros que, para ejercitar las mentes racionales,<br />

aparecen en lenguaje figurado y oscuro, se les considera, recurriendo a imágenes<br />

enigmáticas o de sentido ambiguo, como en armonía y al servicio de una interpretación<br />

errónea. Por eso, de antemano digo y propongo que escojamos algunos textos claros y<br />

manifiestos, pues si éstos no se encontrasen en las divinas Escrituras, no habría manera<br />

de sacar a luz lo encerrado ni de esclarecer lo oscuro.<br />

Ved, por ejemplo, qué fácil nos sería a nosotros aplicar contra ellos o a ellos contra<br />

nosotros lo que dice el Señor de los fariseos: Vosotros os asemejáis a los sepulcros<br />

blanqueados: por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de<br />

muertos y de porquería. Así también vosotros, por fuera parecéis justos ante los hombres,<br />

pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de maldad 13 . Si nosotros aplicamos estas<br />

palabras contra ellos o ellos contra nosotros, si no se demuestra antes con documentos<br />

irrefutables quiénes son los que siendo injustos se tienen por justos, ¿quién<br />

medianamente sano puede ignorar que todo eso se dice a impulso más bien de una<br />

ligereza insultante que de una verdad convincente? El Señor decía todo eso contra los<br />

fariseos en calidad de Señor, esto es, como conocedor del corazón y conocedor y juez de<br />

todos los secretos humanos 14 ; nosotros, en cambio, debemos primero hallar y demostrar<br />

las imputaciones, a fin de que no seamos inculpados de la gravísima acusación de insana<br />

temeridad.<br />

Sin duda, si nos demuestran ellos antes que somos nosotros tales hipócritas, en modo<br />

alguno hemos de rehusar admitir que esas palabras de las santas Escrituras nos reprenden<br />

y sacuden a nosotros; e igualmente, si nosotros demostramos que son ellos los afectados<br />

por esa hipocresía, estará también en nuestras manos, tras la demostración y refutación<br />

de su conducta, descargar sobre ellos los reproches del Señor.<br />

9. También se hace preciso dejar a un lado entre tanto los pasajes oscuros y ocultos bajo<br />

figuras que pueden ser interpretados a favor nuestro o de ellos. Corresponde a los<br />

hombres perspicaces dilucidar y discernir cuál es la interpretación más probable de esos<br />

pasajes; pero no queremos, en una causa que afecta a los pueblos, encomendar nuestra<br />

discusión a la rivalidad de semejantes ingenios.<br />

Así, nadie de nosotros puede dudar que en el arca de Noé, dejando a un lado la verdad<br />

histórica de los acontecimientos, es decir, que muriendo los pecadores se salvó del diluvio


la familia de un justo, estaba figurada también la Iglesia. Esto parecería una conjetura<br />

ingeniosa si el apóstol Pedro no lo hubiera dicho en su carta 15 . Pero si alguno de nosotros<br />

afirma, cosa que no dijo él, que la razón de haber estado allí toda clase de animales fue<br />

porque anunciaba de antemano que la Iglesia había de estar en todos los pueblos, quizá a<br />

los donatistas les pareciera otra cosa y quisieran interpretarlo de diferente manera.<br />

Igualmente, si ellos interpretaran a su manera algún pasaje oscuro y dudoso y nosotros<br />

pensáramos que allí se indica otra cosa que nos favorece a nosotros, ¿a dónde iríamos a<br />

parar con este sistema?<br />

En efecto, cierto obispo suyo, en un sermón que, según hemos oído, predicó aquí en<br />

Hipona al pueblo, dijo que la misma arca de Noé había sido embreada por dentro para que<br />

no se escapara el agua que tenía y también por fuera para no dejar entrar la ajena. Quiso<br />

servirse de esta interpretación para sostener que ni el bautismo podía salir de la Iglesia ni<br />

ser aceptado si se daba fuera de ella. Le pareció que decía algo, y los que le escuchaban le<br />

aclamaron gustosos, sin reflexionar atentamente sobre lo que habían oído; así, no<br />

advirtieron, como era fácil, que no puede suceder que la ensambladura de la madera<br />

admita el agua de fuera si no deja salir la de dentro, y a su vez, que si deja salir la de<br />

dentro, es natural admita también la de fuera. Pero, admitido que fuera verdad lo que él<br />

dice del casco del barco, ¿quién me impediría a mí dar otra interpretación, si pudiera,<br />

sobre el arca embreada por ambas partes, de suerte que fuera incierto cuál de estas dos<br />

interpretaciones, o aun alguna tercera, fuera la verdadera? Tampoco es absurdo afirmar, y<br />

quizá tenga más probabilidad, que en la brea, como es un adhesivo fortísimo y tan<br />

ardiente, está significada la caridad. ¿Por medio de qué, sino por medio de la ardentísima<br />

caridad, acontece lo que dice el salmo: Mi alma está adherida a ti? 16 Como está mandado<br />

que la tengamos todos recíprocamente y con todos, por eso el arca estaba embreada por<br />

dentro y por fuera. Y también, dado que está escrito: Todo lo tolera 17 , la misma fuerza de<br />

la tolerancia, tenaz defensora de la unidad, está significada por la brea, con la que está<br />

embadurnada por dentro y por fuera, precisamente para indicarnos que dentro y fuera hay<br />

que tolerar a los malos, a fin de que no se disuelva la ensambladura de la paz.<br />

Por consiguiente, procuremos economizar semejantes interpretaciones en esta nuestra<br />

discusión y busquemos algunos textos claros que nos den a conocer la Iglesia.<br />

10. Por ejemplo, se lee en el libro de los Jueces: Gedeón dijo a Dios: Si de verdad quieres<br />

salvar a Israel por mi mano, como has dicho, voy a poner un vellón de lana en la era: si el<br />

rocío aparece sólo sobre el vellón, quedando seco todo el suelo, sabré que liberarás a<br />

Israel por mi mano, como has dicho. Y así sucedió. Gedeón madrugó al día siguiente,<br />

exprimió el vellón y llenó una vasija con el agua del rocío. Gedeón dijo a Dios: No se<br />

encienda tu ira contra mí; Señor, si me atrevo a hablarte una vez más. Permíteme que<br />

repita por última vez la prueba del vellón: que quede seco sólo el vellón y en todo el suelo<br />

haya rocío. Y Dios lo hizo así aquella noche. Quedó seco sólo el vellón y en todo el suelo<br />

había rocío 18 .<br />

No veo que aquí esté figurada y anunciada otra cosa sino que la era es el orbe de la tierra,<br />

y el lugar del vellón el pueblo de Israel. Sabemos que aquel pueblo en otro tiempo fue<br />

bañado por la gracia del sacramento divino como con un rocío celeste, que no tenían los<br />

pueblos en torno, por lo que se vieron presa de la sequedad. Pero en el mismo pueblo se<br />

hallaba este don en el vellón, es decir, como en un velo y una nube misteriosa, ya que aún<br />

no había sido revelado. Pero, revelado ya el misterio del rocío, vemos el orbe de la tierra<br />

alimentado por el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, figurado entonces en aquel<br />

vellocino; en cambio, aquel pueblo, perdido el sacerdocio que tenía, porque no entendió<br />

en las Escrituras a Cristo, ha quedado como el vellón seco. Pero no quiero que busquemos<br />

a la Iglesia en tales simbolismos, aunque no veo qué otra cosa se puede entender aquí.<br />

Dejemos a un lado, de momento, los textos que necesitan alguna interpretación, no<br />

porque sean falsas las soluciones que se dan de tales misterios, sino porque exigen un<br />

intérprete, y no quiero yo que en esto se enfrenten nuestros ingenios; sea la verdad sin<br />

ambages la que clame, resplandezca, irrumpa en los oídos cerrados, golpee los ojos de los<br />

que disimulan -para que nadie busque en esos escondrijos lugar para su falsa opinión-,<br />

confunda todo intento de contradecir, triture todo descaro y desvergüenza .<br />

La universalidad de la Iglesia, anunciada a los patriarcas<br />

VI. 11. Donatistas, leed el Génesis: He jurado por mí mismo, dice el Señor, que, por<br />

haber hecho esto y no haber perdonado a tu hijo amadísimo por mí, te colmaré de


endiciones y multiplicaré inmensamente tu descendencia, como las estrellas del cielo,<br />

como la arena que hay a la orilla del mar, y tu descendencia poseerá las ciudades de tus<br />

enemigos. En tu descendencia serán bendecidas todas las naciones de la tierra por haber<br />

obedecido tú mi voz 19 .<br />

¿Qué contestáis a esto? ¿Queréis luchar con nosotros imitando la perversidad de los<br />

judíos, afirmando que la descendencia de Abrahán se halla sólo en el pueblo nacido de la<br />

carne de Abrahán? Pero los judíos no leen en sus sinagogas al apóstol Pablo, que leéis<br />

vosotros en vuestras reuniones.<br />

Oigamos, pues, lo que dice el Apóstol, puesto que nosotros buscamos ya cómo se ha de<br />

entender lo de la descendencia de Abrahán. Dice él: Hermanos, os voy a hablar a lo<br />

humano: un testamento humano, si está en debida forma, nadie puede anularlo ni<br />

añadirle nada. Ahora bien, las promesas fueron hechas a Abrahán y a su descendencia. No<br />

dice: "Y a las descendencias", como si fueran muchas, sino: "Y a tu descendencia", como a<br />

una sola, esto es, Cristo 20 .<br />

Aquí tenemos la descendencia en que son bendecidos todos los pueblos; aquí está el<br />

testamento de Dios, escuchadlo. Dice: Un testamento humano, si está en debida forma,<br />

nadie puede anularlo ni añadirle nada. ¿Por qué anuláis vosotros el testamento de Dios<br />

diciendo que no se ha cumplido en todos los pueblos y que ha desaparecido de los pueblos<br />

en que existía la posteridad de Abrahán? ¿Por qué añadís nuevas cláusulas diciendo que en<br />

parte alguna permanece Cristo como heredero sino donde ha podido tener como<br />

coheredero a Donato? No es porque tengamos envidia a nadie. Leednos esto en la Ley, en<br />

los Profetas, en los Salmos, en el mismo Evangelio, en las cartas de los Apóstoles.<br />

Leédnoslo y creeremos, como nosotros os leemos en el Génesis y en el Apóstol que en la<br />

descendencia de Abrahán, que es Cristo, son bendecidos todos los pueblos.<br />

12. Escuchad este mismo testamento renovado a Isaac, hijo de Abrahán: Hubo hambre en<br />

el país (otra distinta de la primera que hubo en tiempo de Abrahán) e Isaac se fue a<br />

Guerar donde Abimelec, rey de los filisteos. El Señor se le apareció y le dijo: "No bajes a<br />

Egipto; quédate en el país que yo te indicaré. Habita en esta tierra; yo estaré contigo y te<br />

bendeciré, porque a ti y a tu descendencia daré yo toda esta tierra, y yo mantendré el<br />

juramento que hice a Abrahán, tu padre, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas<br />

del cielo. A ti y a tu descendencia te daré toda esta tierra y en tu descendencia serán<br />

bendecidas todas las naciones de la tierra, porque Abrahán me obedeció y guardó mis<br />

preceptos y mandamientos, mis normas y leyes" 21 .<br />

Responded a esto. La descendencia de Abrahán es la misma descendencia de Isaac,<br />

Cristo. Y cómo vino Cristo en la carne por la descendencia de Abrahán por medio de la<br />

Virgen, ¿qué cristiano puede ignorarlo?<br />

13. Escuchad también el mismo testamento renovado a Jacob: Partió, pues, Jacob del<br />

pozo del juramento camino a Jarán. Llegado a cierto lugar, se dispuso a pasar allí la<br />

noche, porque ya el sol se había puesto. Tomó una piedra, la puso por cabecera y se<br />

acostó. Tuvo un sueño. Veía una escalera que, apoyándose en tierra, tocaba con su vértice<br />

el cielo, y por la que subían y bajaban los ángeles de Dios. De pronto, el Señor, que<br />

estaba encima, le dijo: "Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abrahán y el Dios de Isaac;<br />

no temas; la tierra en que descansas te la daré a ti y a tu descendencia. Tu descendencia<br />

será como el polvo de la tierra; te extenderás al este y al oeste, al norte y al sur. En ti y<br />

en tu descendencia serán bendecidas todas las naciones de la tierra. Yo estoy contigo. Te<br />

guardaré dondequiera que vayas y te volveré a esta tierra, porque no te abandonaré hasta<br />

haber cumplido lo que te he dicho" 22 .<br />

Ahí tenéis la promesa a la que os oponéis, ahí tenéis el legítimo testamento que tratáis de<br />

anular. Dice el Señor: No te abandonaré hasta haber cumplido lo que te he dicho. Y<br />

vosotros lo contradecís, diciendo que os creamos más bien a vosotros los crímenes que<br />

achacáis al orbe de la tierra que desconocéis y que os desconoce, y que no creamos a Dios<br />

que dice: No te abandonaré hasta haber cumplido lo que te he dicho.<br />

14. Leednos en las Escrituras canónicas que entregaron los Libros divinos aquellos a<br />

quienes acusáis nominalmente; leednos pasajes tan claros como los que os hemos leído<br />

del Génesis. No os preguntamos qué significa aquella piedra en que apoyó Jacob la cabeza<br />

cuando dormía ni la escala apoyada en el suelo y cuyo extremo tocaba al cielo, ni los


ángeles de Dios subiendo y bajando por ella. Investiguen estos misterios personas más<br />

juiciosas y más sabias, y expónganlos en medio de un pueblo pacífico en donde no<br />

resuene la insolente contradicción, que arma su desvergüenza con la oscuridad del<br />

misterio y los enigmas del texto.<br />

No faltan corazones fieles, que recuerda el Señor en el Evangelio, donde indica, al ver a un<br />

israelita sin dolo, que Jacob, que vio esta escala, fue llamado Israel. No faltan, pues, fieles<br />

a los que alude el mismo Señor donde dice: Veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios<br />

subir y bajar sobre el Hijo del hombre 23 , es decir, sobre la descendencia de Abrahán, en<br />

quien son bendecidos todos los pueblos. Pero no trato de persuadir estas cosas a los que<br />

las rehúsan. Mirad lo que tenéis que oír: Tu descendencia será como el polvo de la tierra;<br />

te extenderás al este y al oeste, al norte y al sur. En ti y en tu descendencia serán<br />

bendecidas todas las naciones de la tierra 24 .<br />

Dadme esa Iglesia, si está en vosotros. Demostrad que estáis en comunión con todos los<br />

pueblos, que vemos ya son bendecidos en esta descendencia. Dádmela o, depuesto ya<br />

vuestro furor, recibidla, no ciertamente de mí, sino de aquel mismo en quien son<br />

bendecidos todos los pueblos.<br />

Podrían ser suficientes las citas aportadas del primer libro de la Ley; pero saldrán a relucir<br />

otras muchas si se leen sin impía emulación y con piadoso afecto.<br />

...Por los Profetas<br />

VII. 15. ¿Qué se encuentra en los Profetas? ¡Cuántos y cuán claros son los testimonios en<br />

favor de la Iglesia esparcida por todo el orbe! Voy a recordar unos pocos dejando otros<br />

muchos a los lectores que disponen de tiempo e interés y tienen temor de Dios.<br />

Tomemos las respuestas divinas dadas por boca del santo Isaías, y consultemos sus<br />

palabras cual oráculos del Señor. Que callen y enmudezcan las rivalidades violentas y<br />

perniciosas de las contiendas humanas. Prestemos oídos a la palabra de Dios. Diga Isaías<br />

dónde, por revelación de Dios, vio con antelación la Iglesia santa, a fin de que veamos<br />

ahora el presente en las palabras del que habla del porvenir. Dice él: La tierra está llena<br />

del conocimiento del Señor, como las aguas colman el mar. Aquel día la raíz de Jesé se<br />

alzará como enseña de los pueblos, en ella esperarán las naciones 25 . Ningún cristiano, sea<br />

el que sea, ignora que la raíz de Jesé es Cristo, nacido del linaje de David según la carne;<br />

y si es amigo de contiendas, que discuta con el Apóstol, que en sus cartas se sirve de este<br />

testimonio 26 .<br />

Dice también Isaías: Israel germinará y florecerá, y llenará la tierra de sus frutos 27 . Israel<br />

fue hijo de Isaac, nieto de Abrahán, a quien se prometió que en su descendencia serían<br />

bendecidos todos los pueblos; y, según el Apóstol, esa descendencia es Cristo. Cristo<br />

procede de la descendencia de Abrahán mediante Isaac, Israel y así sucesivamente, según<br />

las generaciones, hasta el nacimiento de Cristo, que nos refirió el Evangelista 28 . Por<br />

consiguiente, quien pretenda argüir en contra, que contradiga al Evangelio, niegue que<br />

Cristo procede del linaje de Israel para poder negar lo que dice Isaías: Israel germinará y<br />

florecerá y llenará la tierra de sus frutos. Y dice también: Yo, Dios, soy el primero y estaré<br />

también en medio de lo que vendrá después. Los pueblos lo han visto y han temblado los<br />

confines de la tierra 29 . Es lo que dice la Escritura en otra parte: Yo soy el primero y el<br />

último 30 ; de suerte que es el A y la Σ , que son las letras de todos conocidas como signo<br />

de Cristo, pues en lugar de la palabra "el último", que se dice allí, se puso aquí estaré<br />

también en medio de lo que vendrá después. Contradicen, pues, a esta manifestación los<br />

que no quieren creer, más aún, no quieren ver el cumplimiento de lo que sigue: Los<br />

pueblos lo han visto y han temblado.<br />

Y un poco después: Jacob es mi hijo; yo lo reconoceré; Israel es mi elegido, mi alma lo ha<br />

acogido. He puesto en él mi espíritu, para que proclame el derecho a las naciones. No<br />

gritará, no faltará, no se oirá fuera su voz; no romperá la caña cascada, ni apagará la<br />

mecha humeante, sino que proclamará fielmente el derecho. Brillará y no se quebrará,<br />

hasta implantar en la tierra el derecho; los pueblos esperarán en su nombre 31 . Que este<br />

testimonio se refiere a Cristo, consta por el mismo Evangelio 32 . Contradígalo quien se<br />

atreva, y quien no se atreva espere en él con lo pueblos y no se aparte de la unidad de los<br />

pueblos que esperan en él, o si se había apartado ya, torne para no perecer.


16. El mismo Isaías dice también: Y ahora así dice el Señor, que desde el seno me formó<br />

para ser siervo suyo, a fin de reunir a Jacob y a Israel a su lado. Me acercaré a él y le<br />

honraré en presencia del Señor y mi Dios será mi fuerza. Y me dijo: Tu mayor gloria será<br />

llamarte mi siervo, destinado a restablecer la tribus de Jacob y traer a la descendencia de<br />

Israel. Yo te he puesto como alianza de la raza, luz de los gentiles, para que seas<br />

salvación hasta los extremos de la tierra 33 . Y un poco después: Así dice el Señor de<br />

Israel: En el momento adecuado te he escuchado y en el día de la salvación te he oído 34 .<br />

Al comentar el apóstol Pablo estas palabras, demuestra que sólo se cumplen en los<br />

cristianos. Las relaciona diciendo: Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de<br />

salvación 35 . Escuchemos, pues, lo que añade Isaías: Te he hecho alianza de los gentiles,<br />

para que habites y poseas en heredad los territorios devastados 36 . Y pasados unos versos<br />

lo enlaza diciendo: Unos vendrán de lejos, otros del norte y del oeste, otros del país de los<br />

persas. Gritad, cielos, de gozo; salta, tierra, de alegría; montes, estallad de júbilo, porque<br />

Dios se ha compadecido de su pueblo, y se ha dirigido a los desvalidos de su pueblo. Sión,<br />

en cambio, dijo: el Señor me ha abandonado, y Dios me ha olvidado. ¿Se olvida acaso una<br />

mujer de su niño de pecho, o puede darse que no tenga piedad del hijo de sus entrañas?<br />

Pues aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré a ti, dice el Señor. He aquí que en la palma<br />

de mis manos he grabado tus murallas; tú estás sin cesar ante mis ojos, y en breve te<br />

reconstruirán los que te destruyeron 37 . Como la palabra del Apóstol no nos permite<br />

aplicar esto al pueblo de los judíos, sino al pueblo cristiano, ¿cómo hemos de entender las<br />

palabras de Isaías y en breve te reconstruirán los que te destruyeron, sino como una<br />

predicción muy anterior de que los reyes de la tierra, que antes perseguían a la Iglesia, la<br />

habían de ayudar después? Pero como muchos de ellos habían de morir en sus maldades,<br />

añade: Y los que te han asolado se alejarán de ti 38 .<br />

Luego, como todos los pueblos se habían de integrar en la Iglesia, continúa diciendo: Mira<br />

por doquier a tu alrededor y observa a todos. Vivo yo, dice el Señor. Te revestirás de<br />

todos éstos y dispondrás de ellos como adorno de la recién casada, pues lo que en ti era<br />

desolación, corrupción y ruinas, es ahora demasiado estrecho para quienes moran ahí.<br />

Aléjense de ti los que te devoraban. Los hijos que habías perdido te dirán al oído: Este<br />

lugar es reducido para nosotros; haznos, pues, también ahora un lugar en que habitemos.<br />

Pero tú dirás en tu interior: ¿Quién me engendró a éstos, pues sé que carezco de hijos y<br />

soy viuda? ¿Quién me los ha educado? Yo estuve sola y abandonada. ¿Dónde tenía yo a<br />

éstos? Así dice el Señor: He aquí que pondré en los pueblos mis manos y en las islas mi<br />

estandarte, y llevaré tus hijos en mi regazo y a tus hijas las llevarán sobre los hombros.<br />

Los reyes serán vuestros educadores, y las damas principales tus nodrizas. Inclinando su<br />

rostro a tierra te suplicarán y lamerán las huellas de tus pies, y sabrás que yo soy el Señor<br />

y no te avergonzarás 39 . Y poco después añade: Oídme, escúchame, pueblo mío; miradme<br />

también vosotros los reyes, porque yo dictaré leyes y mi sentencia será luz para los<br />

pueblos. Mi justicia, ya a punto, se acerca; mi salvación avanza y en mi brazo consiguen la<br />

salvación los pueblos 40 .<br />

Acerca de este brazo consultemos las Escrituras apostólicas. El apóstol Pablo, hablando de<br />

la infidelidad de los judíos, después de citar el testimonio del mismo profeta según el cual<br />

Cristo no se les había revelado a ellos, añadió: ¿Quién ha creído a nuestra predicación? ¿A<br />

quién se ha revelado el brazo del Señor? 41 Después Isaías añade: Estallad a una en gritos<br />

de alegría, ruinas de Jerusalén, pues el Señor se ha apiadado de ella y ha liberado a<br />

Jerusalén. El Señor descubrirá su brazo santo, y todas las naciones, hasta los confines de<br />

la tierra, verán la salvación de Dios 42 . ¿Quién hay tan sordo, quién tan demente, quién<br />

tan romo de inteligencia que ose contradecir testimonios tan evidentes, sino quien ignora<br />

lo que dice?<br />

17. Pero vengamos a cuestiones más patentes. Bien conocidas nos son las bodas<br />

mencionadas en las Sagradas Escrituras, el Esposo y la Esposa, Cristo y la Iglesia. Isaías<br />

nos describe al uno y a la otra, por si nos equivocamos en alguno de los dos; si alguien se<br />

equivoca sobre uno, pierde a los dos, porque de este matrimonio se dijo misteriosamente,<br />

como testifica el Apóstol: Serán dos en una sola carne 43 . He aquí cómo el Esposo se<br />

describe a sí mismo. Después de la multiplicidad de rasgos que de él nos da Isaías a fin de<br />

que enmudezcan los judíos, y para que no nos resulte pesado recordarlos todos, prestad<br />

atención a esto poco: Cargará sobre sí sus maldades. Por eso se le dará en herencia las<br />

multitudes, repartirá los despojos de los poderosos, pues su alma fue entregada a la<br />

muerte y fue contado entre los malhechores. Él ha llevado los pecados de muchos y fue<br />

entregado por nuestras maldades 44 . Vosotros mismos confesáis que todo esto fue un


anuncio y profecía referida a nuestro Señor Jesucristo desde mucho tiempo antes. ¿Por<br />

qué este Esposo fue entregado a la muerte, por qué fue contado entre los malhechores? ¿<br />

Qué hizo, qué consiguió su excelsidad con una humillación tan grande? ¿Quién hay tan<br />

sordo que no oiga estas cosas, quién tan embotado que no las comprenda? ¿Quién tan<br />

ciego que no las vea? Por eso dice: Por eso se le dará en herencia las multitudes y<br />

repartirá los despojos de los poderosos, pues su alma fue entregada a la muerte y fue<br />

contado entre los malhechores. ¿Por qué, herejes, os vanagloriáis de vuestro pequeño<br />

número, si precisamente nuestro Señor Jesucristo se entregó a la muerte para poseer<br />

muchos en herencia? ¿Y quiénes forman esta multitud, o qué tierra tan extensa ocupan?<br />

Escuchemos lo que sigue.<br />

18. Anunciado ya y descrito el Esposo, aparezca ya la Esposa en las palabras de Isaías.<br />

Veámosla en la verdad de las páginas santas y reconozcámosla en el orbe de la tierra.<br />

También el apóstol Pablo nos da este testimonio profético sobre la santa Iglesia; no tiene<br />

adónde ir la tergiversación pendenciera de los herejes: Da gritos de alegría, estéril que no<br />

has dado a luz; estalla de gozo y júbilo, la que no has conocido los dolores de parto;<br />

porque los hijos de la abandonada son más que los de la casada 45 . ¿Dónde está, repito, el<br />

motivo de gloriaros de vuestro escaso número? ¿No son éstos los muchos de los que se<br />

dijo poco antes: Por eso se le dará en herencia las multitudes? Y ¿cuál es su herencia sino<br />

su Iglesia? Son más, dice, los hijos de la abandonada que los hijos de la casada. En la que<br />

tenía varón quiere que se entienda a la sinagoga de los judíos, puesto que había recibido<br />

la Ley.<br />

En consecuencia, ya puede quedar dirimida nuestra cuestión. Confronten éstos la<br />

muchedumbre de los suyos, constituida por africanos o en África, con la multitud de los<br />

judíos presentes en todos los países, pues se hallan dispersos por doquier, y vean cuán<br />

pocos son en comparación de ellos. ¿Cómo pueden aplicarse a sí mismos aquel dicho: Son<br />

más los hijos de la abandonada que los de la casada?<br />

Comparen también la muchedumbre de cristianos de todos los pueblos, con quienes no<br />

están en comunión, y vean qué pocos son en comparación con ellos los judíos; y vean<br />

finalmente que es en la Iglesia católica, extendida por todo el orbe, donde se ha cumplido<br />

esta profecía: Son más los hijos de la abandonada que los de la casada. Admitamos que es<br />

un enigma oscurísimo el hecho de que en cuanto al número de hijos la abandonada ha<br />

sido preferida a la casada; pero quien se oponga a que es de la Iglesia de Cristo de la que<br />

se dijo: Son más los hijos de la abandonada que los de la casada, no es a mí a quien se<br />

opone, sino a Cristo.<br />

19. Y de dónde había de tener muchos hijos, lo añade a continuación al decir: Dijo el<br />

Señor: Ensancha el espacio de tu campamento y de tus tiendas; clava sin miedo, estira<br />

tus cuerdas, asegura tus postes; extiende todavía las cuerdas a derecha e izquierda. Tu<br />

descendencia heredará las naciones y habitarás las ciudades desiertas. No temas, pues te<br />

impondrás, ni te avergüences de haber sido objeto de desprecio. Olvidarás el bochorno sin<br />

fin, y no te acordarás de la afrenta de tu viudez. Porque yo soy el Señor que te he hecho;<br />

el Señor es su nombre, y el que te ha librado se llamará el Dios de Israel de toda la tierra<br />

46 . He aquí hasta dónde se le mandó extender sus cuerdas: hasta que su Dios sea llamado<br />

el Dios de un Israel de toda la tierra. De ella, en efecto, habla el mismo profeta y a ella se<br />

dirige al decir: Por amor de Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta<br />

que rompa como aurora mi justicia. Mi salvación llameará como antorcha. Todos los<br />

pueblos verán su justicia, y los reyes tu gloria. Te llamará con un nombre nuevo,<br />

pronunciado por la boca del Señor. Serás corona fúlgida en presencia del Señor y diadema<br />

real en la mano de tu Dios. Ya no te llamarán "abandonada" ni a tu tierra "devastada"; a ti<br />

te llamarán "mi favorita" y a tu tierra el "Orbe de la tierra" 47 .<br />

¿Se puede exigir aún algo más claro? He aquí cuántas cosas y qué claras dice un único<br />

profeta. Y, sin embargo, se resiste y se contradice no a un hombre cualquiera, sino al<br />

Espíritu de Dios y a la verdad más evidente. Y, no obstante, aquellos que quieren tener su<br />

gloria en el nombre cristiano, sienten envidia de la gloria de Cristo, no sea que se crea que<br />

se cumplen estas cosas que tanto tiempo ha se han profetizado de él, cuando en realidad<br />

ya no se anuncian, sino que se muestran, se ven, se poseen.<br />

Ahora bien, si quisiera reunir en una sola carta los testimonios de todos los profetas<br />

relativos a esta Iglesia señalada antes que vemos tal como la leemos, temo que parezca<br />

que yo mismo considero que son pocos los que son tantos, que si pretendiera reunir todos


los de Isaías sólo, había de superar los justos limites de esta exposición.<br />

...en los Salmos<br />

VIII. 20. Escuchemos ya algunos pasajes de los Salmos cantados tanto tiempo antes de<br />

los hechos, y veamos con inmenso gozo cómo se cumplen ya ahora. Y sea el primer pasaje<br />

el que Petiliano puso en su carta, no sé con qué cara; óiganlo y júzguenlo ellos: El Señor<br />

me ha dicho: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. Pídemelo: te daré en herencia las<br />

naciones; en posesión, la tierra hasta sus confines 48 . ¿Qué cristiano ha dudado jamás que<br />

esto se predijo de Cristo, o ha pensado que esta herencia era algo distinto a la Iglesia? Y<br />

como ella había de tener a buenos y malos en las redes de sus sacramentos, dice: Los<br />

gobernarás con cetro de hierro, los quebrarás como jarro de loza 49 . Sin duda, la misma<br />

justicia, firme e inflexible, gobierna a los buenos y quiebra a los malos.<br />

21. ¿Quién está tan alejado y ajeno a los divinos oráculos que no reconozca el mismo<br />

Evangelio al escuchar las palabras del Salmo: Taladraron mis manos y mis pies, contaron<br />

todos mis huesos. Me miraron y me contemplaron, se repartieron mis vestidos y echaron<br />

suertes sobre mi túnica? 50 El mismo evangelista, al narrar el hecho, recuerda este<br />

testimonio. Pero, ¿qué se puede comparar con el precio de esta cruz, con tamaña<br />

humillación de tan excelsa grandeza, y con aquella santísima y divina sangre, sino lo que<br />

se dice en las siguientes palabras: Se recordarán y volverán al Señor desde todos los<br />

confines de la tierra y se postrarán en su presencia todas las familias de los pueblos; y él<br />

dominará a las naciones? 51<br />

¿Acaso el Apóstol no aplicó a los predicadores del Nuevo Testamento las siguientes<br />

palabras: A toda la tierra se extendió su voz y hasta los límites del orbe de la tierra sus<br />

palabras? 52 ¿De quién otro sino de Cristo se pueden entender estas otras: El Dios de<br />

dioses, el Señor, ha hablado y ha llamado la tierra desde la salida del sol hasta su ocaso.<br />

Desde Sión, dechado de belleza? 53 ¿De quién sino de Cristo es esta voz: Me dormí en la<br />

turbación? De dónde le viene esa turbación lo dice inmediatamente: Los hijos de los<br />

hombres: sus dientes son lanzas y flechas; su lengua es una espada afilada 54 . ¿De quién<br />

era esa voz sino de los que gritaron: Crucifícalo, crucifícalo? 55 ¿Por qué todo esto, en bien<br />

de quién, para beneficio de quién? Escucha lo que sigue: Elévate sobre el cielo, oh Dios, y<br />

llene la tierra entera tu gloria 56 . Aquí tienes que Cristo durmió en su pasión y por su<br />

resurrección se elevó sobre los cielos. Y ¿de dónde viene que su gloria esté sobre toda la<br />

tierra sino de su Iglesia que se extiende por toda ella? En estas dos brevísimas frases os<br />

pregunto a vosotros, herejes, todo lo que se ventila entre nosotros. Dice: Elévate sobre el<br />

cielo, oh Dios, y llene la tierra tu gloria 57 . ¿Por qué proclamáis que Cristo el Señor ha sido<br />

elevado sobre los cielos y no estáis en comunión con su gloria, que alcanza a toda la<br />

tierra?<br />

22. El salmo 71 lleva por título "a Salomón". Pero como las cosas que allí se dicen no<br />

pueden referirse a ese rey efímero que luego pecó tan gravemente, se sostiene<br />

inapelablemente contra los judíos que son predicciones sobre Cristo. Ningún cristiano<br />

niega esto; pues son tales las cosas dichas, que no se puede dudar que se refieren a<br />

Cristo. También se encuentran allí expresiones en que se reconoce a la Iglesia extendida<br />

por todo el orbe, tras someter a todos los reyes al yugo de Cristo: Y dominará de mar a<br />

mar, desde el río hasta el confín de la tierra 58 ; desde el río, en efecto, en que el Espíritu<br />

Santo en forma de paloma y la voz del cielo lo dieron a conocer. Luego continúa: Ante él<br />

caerán los etíopes y sus enemigos morderán el polvo; los reyes de Tarsis y las islas le<br />

pagarán tributo; los reyes de Saba y Arabia le ofrecerán sus dones. Todos los reyes de la<br />

tierra lo adorarán, y todos los pueblos le servirán. Y un poco después: En él serán<br />

bendecidas todas las tribus de la tierra, todos los pueblos le glorificarán. Bendito el Señor<br />

Dios de Israel, el único que hace maravillas, y bendito por siempre su nombre glorioso; su<br />

gloria llenará toda la tierra. Así sea, así sea 59 .<br />

Salid ahora, donatistas, y clamad: no sea así, no sea así. Os ha vencido la palabra de Dios<br />

diciendo: Sea así, sea así. He aquí manifestada en los Salmos la Iglesia extendida por todo<br />

el orbe, sobre la cual reposa la gloria de su Rey. Y así esa Reina es su Esposa, de la cual<br />

se le dice en el salmo 44: De pie a tu derecha está la reina, con vestido bordado en oro y<br />

manto de varios colores 60 . A exhortarla se encamina de inmediato la palabra divina:<br />

Escucha, hija, mira; presta oído, olvida tu pueblo y la casa paterna: prendado está el rey<br />

de tu belleza; él es tu señor 61 . Atended dónde empieza la divina profecía a hablar a la<br />

Esposa de Cristo: Escucha, hija, mira. Pero vosotros ni queréis oír estas profecías ni verlas


cumplidas. Y, sin embargo, las oís y las veis contra vuestra voluntad. Oíd lo que se le dice<br />

un poco después; escuchad cómo anuncian esto las divinas letras, y ved cómo se cumple<br />

en toda la tierra: A cambio de tus padres, te han nacido hijos que harás príncipes por toda<br />

la tierra 62 .<br />

Cuántos testimonios de todas las Escrituras sobre esta cuestión paso por alto, los conocen<br />

los que los leen, y los conozco yo también; pero no quiero recargar la carta, a la cual<br />

quiero que se responda.<br />

Libertad humana y cumplimiento de las profecías<br />

IX. 23. ¿Qué van a responder a estos pasajes tomados de la Ley, de los Profetas, de los<br />

Salmos sobre la Iglesia de Cristo extendida por todo el mundo, a la cual, extraviados,<br />

prefieren oponerse, antes que, corregidos, entrar en comunión con ella? ¿Qué, repito,<br />

dirán? ¿Dirán que los textos son falsos u oscuros? No se atreven a decir que son falsos,<br />

pues se ven apabullados por el peso de tal autoridad. Así es que, al tener que confesar<br />

que son verdaderos, se esfuerzan por demostrar que no pueden cumplirse; como si el<br />

acusar del crimen de falsedad a una profecía fuera cosa distinta de afirmar la imposibilidad<br />

del cumplimiento de lo que anuncia. Esto equivale a decir que no es una profecía, sino una<br />

falsa profecía. Y cuando se les pregunta por qué no pueden cumplirse, contestan: "Porque<br />

los hombres no quieren. El hombre -dicen- ha sido creado con el libre albedrío; y si quiere,<br />

cree en Cristo; si no quiere, no cree; si quiere, persevera en lo que cree; si no quiere, no<br />

persevera. Y por ello, habiendo comenzado la Iglesia a crecer por el orbe entero, no<br />

quisieron los hombres perseverar en su fe, y desapareció de todos los pueblos la religión<br />

cristiana, exceptuado el partido de Donato".<br />

Como si el Espíritu de Dios no hubiera conocido la voluntad futura de los hombres. ¿Quién<br />

puede llegar a la necedad de decir esto? ¿Por qué no afirmar que predijo más bien lo que<br />

él sabía había de suceder con las voluntades de los hombres? Pues de la misma manera<br />

que éstos piensan que se predijo esto, puede ser profeta todo el que quiera, de suerte que<br />

cuando no se hayan cumplido sus predicciones, puede contestar: "No han querido los<br />

hombres; son cristianos por su libre albedrío". De la misma manera podía alguno<br />

profetizar que Cristo no había de sufrir en la cruz, sino que había de morir por la espada;<br />

y, una vez que sucedió de otra manera, responder: "¿Qué he hecho yo? Los hombres con<br />

su libre albedrío no quisieron hacerle lo que yo había predicho, e hicieron lo que ellos<br />

quisieron". ¿A quién no se le ocurre cuántas profecías podían y pueden hacerse de este<br />

modo y por cualquier clase de hombres? ¿Quién puede, en efecto, dudar que si Judas no<br />

hubiese querido no habría entregado a Cristo, y que Pedro, si no hubiese querido, no le<br />

habría negado tres veces? Si la predicción de estos dos acontecimientos fue cierta, es<br />

porque Dios prevé aun las voluntades futuras.<br />

¿Qué dice Jesús?<br />

X. 24. Sin embargo, aunque todo esto está presente aun a los espíritus lentos,<br />

escuchemos al respecto la voz del mismo Verbo expresada por su propia boca de carne.<br />

Después de su resurrección, al dejarse tocar y palpar por las manos de sus discípulos aún<br />

dudosos, y después de recibir y comer delante de ellos lo que le habían presentado, les<br />

dijo: A esto me refería cuando, estando todavía con vosotros, os dije que todo lo escrito<br />

en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí tenía que cumplirse 63 . Pero ¿<br />

de quién sino de él se escribieron los pasajes citados también por nosotros, tomados de la<br />

Ley, los Profetas y los Salmos, como he demostrado con detalle? Ahora bien, si dice él,<br />

que es la verdad: Todo tenía que cumplirse, ¿por qué lo niegan éstos sino porque son<br />

enemigos de la verdad?<br />

Pero si aún dicen que son oscuros los textos, escuchemos a la misma Cabeza, quien,<br />

siendo veraz en extremo, nos señala su Cuerpo. Dijo: Todo lo escrito en la Ley de Moisés y<br />

en los Profetas y Salmos acerca de mí tenía que cumplirse 64 , y como si le preguntáramos<br />

si en las palabras de mí había que entender la Iglesia, pues está escrito: Serán dos en una<br />

sola carne 65 , de suerte que tuviéramos oráculos divinos seguros referidos no sólo a la<br />

Cabeza, sino también al Cuerpo, continúa el Evangelista, y dice: Entonces les abrió el<br />

entendimiento para que comprendieran las Escrituras. Y añadió: Así está escrito: Y así<br />

convenía que Cristo padeciera y resucitara al tercer día 66 . Aquí se muestra la misma<br />

Cabeza, que se ofreció para ser tocada por las manos de los discípulos. Ved cómo él añade<br />

lo referente a su Cuerpo, que es la Iglesia, para no dejar que nos equivoquemos ni sobre


el Esposo ni sobre la Esposa. Dice: Y que en su nombre se predique la penitencia y el<br />

perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén 67 . ¿Qué puede<br />

haber más veraz, más divino, más manifiesto que estas palabras? Tengo reparo en<br />

ponderarlas con las mías y ¿no lo tienen los herejes en atacarlas con las suyas?<br />

25. Atrévanse a sostener que los pasajes que cité, tomados de la Ley, los Profetas y los<br />

Salmos, son oscuros, y que, como hablan figuradamente, pueden entenderse también de<br />

otra manera; aunque he tratado, según mi capacidad, de que, al respecto, no se atrevan<br />

ni a decirlo; pero digan si está oscuramente expresado y encubierto por la envoltura del<br />

enigma lo que dijo el mismo Cristo: Así está escrito y así convenía que Cristo padeciera y<br />

resucitara al tercer día, y que en su nombre se predique la penitencia y el perdón de los<br />

pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén 68 . Si es oscuro Me dormí en la<br />

turbación, ¿acaso es oscuro convenía que Cristo padeciera? 69 Si es oscuro Elévate sobre<br />

los cielos, oh Dios 70 , ¿es oscuro y que resucitara al tercer día? Igualmente si es oscuro<br />

Sobre toda la tierra se extiende tu gloria 71 , ¿acaso es oscuro Y que en su nombre se<br />

predique la penitencia y el perdón de los pecados a todos los pueblos? Si es oscuro El Dios<br />

de dioses, el Señor ha hablado y llamado a la tierra desde donde sale el sol hasta su<br />

ocaso 72 , ¿es oscuro que en su nombre se predique la penitencia y el perdón de los<br />

pecados a todos los pueblos? Así la tierra fue llamada también desde donde sale el sol<br />

hasta el ocaso, como dice él mismo: No he venido a llamar a los justos, sino a los<br />

pecadores. Si es oscuro Desde Sión, dechado de belleza, Dios resplandece 73 , ¿es acaso<br />

oscuro Comenzando por Jerusalén? Sión se identifica con Jerusalén; mas ¿qué me importa<br />

a mí? Digan en buena hora que lo que he puesto tomado de la Ley, los Profetas y los<br />

Salmos no se relaciona con las palabras del Señor que se leen en el Evangelio. No me<br />

preocupa, no ofrezco resistencia. Ciertamente, si no se hubiese profetizado esto en la Ley,<br />

los Profetas o los Salmos, sea en los pasajes que yo he alegado, sea en otros, en modo<br />

alguno hubiera dicho el Señor: Todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y en<br />

los Salmos acerca de mí tenía que cumplirse 74 . Y después, descubriéndoles el sentido de<br />

esos pasajes, para que entendieran las Escrituras, se les habría expuesto lo que está<br />

escrito sobre él en la Ley, los Profetas y los Salmos, hasta el punto de decirles: Así está<br />

escrito y así convenía que Cristo padeciera y resucitara al tercer día, y que en su nombre<br />

se predique la penitencia y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por<br />

Jerusalén 75 . Aunque yo no hubiera podido advertir estos textos en la Ley, los Profetas y<br />

los Salmos, el que es la Verdad me certifica que están escritos allí. Pero aunque no dijera<br />

que estaban escritos allí, les bastaría sin duda a los cristianos que el mismo Cristo hubiese<br />

dicho que era preciso que se predicara en su nombre la penitencia y remisión de los<br />

pecados por todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Pero como sus discípulos<br />

dudaban de él aunque veían y tocaban su cuerpo, quiso confirmarlos con la prueba,<br />

tomada de las Escrituras, más sólida que el ofrecerse a sí mismo visible y palpable a los<br />

sentidos de los mortales. Adhirámonos, pues, a la Iglesia designada por la boca del Señor,<br />

desde el punto inicial hasta el punto de llegada, es decir, desde Jerusalén hasta todos los<br />

pueblos.<br />

26. Aquí puede ya alguno decirme que por Jerusalén no se ha de entender la ciudad<br />

visible, sino una metáfora, de suerte que se entienda, en sentido alegórico, toda la Iglesia<br />

eterna ya en el cielo y peregrina en parte en la tierra. Ese mismo puede decir también que<br />

se dijeron en sentido figurado aquellas palabras: Convenía que Cristo padeciera y<br />

resucitara al tercer día 76 . Pero si alguno dijera esto, no se le puede tener en modo alguno<br />

por cristiano. Por consiguiente, como aquello debe entenderse en sentido propio, lo mismo<br />

debe admitirse de lo añadido sobre la Iglesia de todos los pueblos que comienza por<br />

Jerusalén. El Señor explicó que todos esos datos estaban predichos de él en la Ley, los<br />

Profetas y los Salmos y, por supuesto, esa explicación no pudo ser figurada; de lo<br />

contrario, no sería explicación.<br />

Además, puesto que Jerusalén, considerada en sentido alegórico y espiritual, significa la<br />

Iglesia entera, ¿cómo la Iglesia entera comienza por la Iglesia entera, como si Jerusalén<br />

empezase por Jerusalén?<br />

Queda, por tanto, bien claro que se trata en sentido propio de aquella ciudad, en la que<br />

está demostrado también que tuvo su principio la Iglesia, como una y otra vez lo<br />

manifestó él sin dejar a la astucia herética refugio alguno para sus asechanzas. Sigue, en<br />

efecto, así y dice: Vosotros sois testigos de todo esto. Y ahora yo os voy a enviar sobre<br />

vosotros al que os he prometido; vosotros quedaos en la ciudad hasta que seáis revestidos<br />

de fuerza de lo alto 77 . En esta ciudad les ordenó que se quedaran hasta que fueran


evestidos de fuerza desde lo alto, es decir, del Espíritu Santo, que había prometido les<br />

enviaría; ciudad desde la cual les había anunciado que comenzaría la Iglesia. Ahora bien,<br />

si no creen que sea Jerusalén, escuchen lo que sigue: Después los llevó hasta Betania y,<br />

levantando las manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos. Ellos<br />

volvieron a Jerusalén llenos de alegría. Y se hallaban siempre en el templo alabando a<br />

Dios 78 . He aquí señalada la ciudad en la cual les ordenó permanecer hasta que fueran<br />

revestidos de fuerza desde lo alto.<br />

El testimonio de los Hechos de los Apóstoles<br />

XI. 27. Aquí se pasó por alto cuántos días estuvo con ellos después que se les apareció<br />

vivo ante sus ojos y sus manos. Sin embargo, no lo callaron los Hechos de los Apóstoles,<br />

donde una vez más las mismas palabras del Señor predicen que la Iglesia se extenderá<br />

por el orbe de la tierra. Al respecto nadie en absoluto puede dudar -salvo quien pone en<br />

duda la historicidad de las santas Escrituras- que se trata de aquella ciudad visible<br />

Jerusalén, en que empezó la Iglesia después de la Resurrección y Ascensión del Señor<br />

Jesucristo; y que él no quiso significar otra cosa que el lugar de esta tierra en que daría<br />

comienzo a la Iglesia, y de qué manera la difundiría, a partir de allí, por todas partes. Así<br />

está escrito en los Hechos de los Apóstoles: En primer lugar, querido Teófilo, traté de todo<br />

lo que hizo y enseñó Jesús desde el principio hasta el día en que eligió a los apóstoles por<br />

medio del Espíritu Santo y les mandó predicar el Evangelio. Fue a ellos a quienes se<br />

manifestó después de su Pasión, con numerosas pruebas. Durante cuarenta días, se les<br />

apareció y les habló del reino de Dios. Una vez que se hallaba con ellos les mandó que no<br />

se alejasen de Jerusalén, sino que esperasen la promesa que escuchasteis -les dijo- de mi<br />

boca. Juan bautizó con agua; vosotros, en cambio, dentro de pocos días seréis bautizados<br />

con Espíritu Santo. Ellos, reuniéndose, preguntaron: Señor, ¿es ahora cuando vas a<br />

restaurar el reino de Israel? Él les contestó: No os toca a vosotros conocer los tiempos que<br />

el Padre ha reservado en su poder. Pero recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que<br />

descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría<br />

y hasta la tierra entera 79 . También aquí se pone de manifiesto el punto de partida y el<br />

punto de llegada.<br />

28. ¿Qué responden a todo esto los que con todo orgullo blasonan de cristianos y<br />

abiertamente contradicen a Cristo? Nosotros admitimos esta Iglesia, no podemos aceptar<br />

acusación humana alguna contra estas palabras de Dios. Nos mueve, sobre todo, el que<br />

nuestro Señor, a quien no creer es sacrílego e impío, nos dejó, en las últimas palabras que<br />

pronunció en la tierra, estos saludables y últimos documentos sobre la primitiva Iglesia.<br />

Pues, dichas estas palabras, inmediatamente subió al cielo, y quiso prevenir nuestros<br />

oídos contra los que, con el pasar del tiempo, había predicho que se levantarían y habían<br />

de decir: He aquí a Cristo, helo allí 80 , y nos avisó que no los creyéramos.<br />

No tenemos excusa alguna si los creyéramos contra la voz de nuestro Pastor, tan clara,<br />

tan abierta, tan manifiesta, que nadie, por muy sordo espíritu que tenga, puede decir: "No<br />

he entendido". Pues ¿quién no entiende estas palabras: Así convenía que Cristo padeciera<br />

y resucitara al tercer día, y que en su nombre se predique la penitencia y el perdón de los<br />

pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén? 81 ¿Quién no entiende estas<br />

otras: Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta la tierra entera.<br />

Dicho esto, se elevó; las nubes lo recibieron y lo vieron subir al cielo? 82 ¿Qué es esto?,<br />

pregunto. Cuando se oyen las últimas palabras de un moribundo que se despide de esta<br />

vida, a nadie se le ocurre decir que miente, y se le tiene por impío al heredero que tal vez<br />

las menosprecia. ¿Cómo, pues, podremos evitar la ira de Dios si, por falta de fe o por<br />

menosprecio, rechazamos las últimas palabras del Hijo único de Dios, de nuestro Señor y<br />

Salvador , que está para ir al cielo y que ha de mirar desde allí quién las menosprecia,<br />

quién las observa, y que desde allí ha de venir para juzgar a todos? Poseo la voz bien clara<br />

de mi Pastor, que me encarece y describe sin rodeos su Iglesia. A mí me reprocharía que,<br />

seducido por las palabras de los hombres, me apartara voluntariamente de su rebaño que<br />

es la Iglesia misma, sobre todo después que me ha advertido: Mis ovejas oyen mi voz y<br />

me siguen 83 .<br />

Ahí está su voz clara y nítida. Quien no le sigue después de oírla, ¿cómo osará decir que es<br />

su oveja? Que nadie me diga: "Oh, ¿qué ha dicho Donato; oh, qué ha dicho Parmeniano, o<br />

Poncio, o cualquiera otro de ellos?" Porque ni a los obispos católicos hemos de asentir, si<br />

quizá alguna vez se engañan hasta el punto de pensar algo contra las Escrituras canónicas<br />

de Dios. Pero si, manteniendo el vínculo de la unidad y la caridad, caen en este error, les


acontecerá lo que dice el Apóstol: Si en algún punto pensáis de otro modo, Dios os<br />

revelará también eso 84 . Ahora bien, son tan claras estas voces divinas sobre la Iglesia<br />

universal, que sólo los herejes en su orgullosa perversidad y ciego furor pueden ladrar<br />

contra ellas.<br />

29. Ya hemos mostrado a la Iglesia en el Verbo de Dios, su Esposo; Iglesia anunciada<br />

tanto por la Ley, los Profetas y los Salmos como por su propia boca; Iglesia que ha de<br />

empezar por Jerusalén y llegar hasta los confines del orbe entero. Y cómo empezó por<br />

Jerusalén y, extendida desde allí a todos los pueblos, está dando fruto, nos lo demuestra<br />

la misma palabra de Dios a través de los apóstoles. Así está escrito en los Hechos de los<br />

Apóstoles, cosa que ya recordé que dijo el Señor: Seréis mis testigos en Jerusalén, en<br />

toda Judea, en Samaría y hasta la tierra entera 85 .<br />

Continúa después: Dicho esto, en presencia de ellos se elevó y una nube lo ocultó a sus<br />

ojos. Mientras miraban fijos al cielo viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos<br />

de blanco, que les dijeron: Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo<br />

Jesús que se han llevado de aquí al cielo volverá como lo habéis visto marcharse. Entonces<br />

volvieron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que dista de Jerusalén lo que<br />

se permite caminar en sábado. Llegados a casa, subieron a la sala superior donde se<br />

alojaban; eran Pedro y Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo,<br />

Santiago el de Alfeo, Simón el Fanático y Judas el de Santiago. Todos ellos se dedicaban a<br />

la oración en común, junto con algunas mujeres, además de María, la Madre de Jesús, y<br />

sus hermanos 86 . En aquellos días se levantó Pedro en medio de los discípulos -había un<br />

grupo de unos ciento veinte hombres-, les dijo...<br />

Se narra a continuación cómo, tras el discurso de Pedro, fue elegido Matías en lugar de<br />

Judas, que entregó al Señor. Después de la elección, continúa diciendo la Escritura: Al<br />

llegar el día de Pentecostés estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un<br />

ruido del cielo, como de viento recio, llenó toda la casa donde se encontraban, y vieron<br />

aparecer unas lenguas como de fuego que se repartían posándose encima de cada uno. Se<br />

llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en diferentes lenguas, según el<br />

Espíritu les concedía expresarse. Residían entonces en Jerusalén judíos devotos de todas<br />

las naciones existentes bajo el cielo. Al oír el ruido, acudieron en masa, y quedaron<br />

desconcertados porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Todos, desorientados,<br />

admirados, preguntaban: ¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿<br />

cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Partos, medos y<br />

elamitas; judíos de Mesopotamia, de Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y de Panfilia,<br />

de Egipto o de la zona de Libia que confina con Cirene; romanos de paso, judíos y<br />

forasteros; cretenses y árabes: cada uno los oye hablar de las maravillas de Dios en su<br />

propia lengua. Estaban estupefactos y, entre dudas, se preguntaban unos a otros: ¿Qué<br />

puede ser esto? Otros se burlaban diciendo. Están bebidos. Pedro, de pie con los Once,<br />

tomó la palabra y les dijo: Judíos y habitantes de Jerusalén, sabed que... 87 y las restantes<br />

palabras con que los exhorta a la fe. Terminado esto, continúa la Escritura su relato. Al oír<br />

esto, con el corazón compungido, dijeron a Pedro y a los demás apóstoles. ¿Qué tenemos<br />

que hacer, hermanos? Indicádnoslo. Pedro les contestó. Arrepentíos; que cada uno se<br />

bautice en el nombre del Señor Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y<br />

recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa se nos hizo a nosotros y a nuestros<br />

hijos y a todos los que, estando lejos, llame el Señor Dios nuestro. Y con muchas otras<br />

palabras les daba testimonio diciendo: Poneos a salvo de esta generación depravada. Ellos<br />

aceptaron su palabra, se bautizaron y aquel día se les agregaron unos tres mil 88 .<br />

Ahí está el principio desde Jerusalén, desde donde la Iglesia iba a pasar a todas las<br />

lenguas; realidad prefigurada en el hecho de que los allí presentes, una vez que recibieron<br />

el Espíritu Santo, hablaron en todas las lenguas.<br />

30. Cómo se extendió por los otros pueblos, vamos a verlo luego; ya Pedro lo había<br />

anunciado al decir: La promesa se nos hizo a nosotros y a nuestros hijos y a todos los que,<br />

estando lejos, llame el Señor Dios nuestro 89 .<br />

Se narran a continuación los acontecimientos que tuvieron lugar en Jerusalén hasta el<br />

martirio de Esteban diácono, donde también se menciona a Saulo, que aprobó su muerte.<br />

Cuando esto tuvo lugar, así continúa el relato: Aquel día se desató una violenta<br />

persecución contra la iglesia de Jerusalén: todos, menos los apóstoles, que permanecieron<br />

en Jerusalén, se dispersaron por Judea y Samaría 90 . Ved cómo se cumple después y en su


orden lo que había dicho el Señor: Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en<br />

Samaría y hasta la tierra entera 91 .<br />

Lo anunciado ya se había cumplido en Jerusalén: seguía cumpliéndose en Judea y<br />

Samaría, razón por la que aquéllos se habían dispersado en las regiones de Judea y<br />

Samaría. Así se dice de ellos a continuación: Los dispersados, en su ida por las ciudades y<br />

pueblos, iban anunciando la palabra de Dios 92 . También habían ido los apóstoles al oír que<br />

Samaría había recibido la palabra de Dios, cuando por la imposición de sus manos<br />

recibieron el Espíritu Santo. Por eso se dice de Pedro y de Juan: Pedro y Juan, después de<br />

testimoniar la palabra del Señor, regresaron a Jerusalén anunciando, al pasar, la buena<br />

noticia en muchas aldeas samaritanas 93 .<br />

Después se nos habla del eunuco que, volviendo de Jerusalén, fue bautizado por Felipe; de<br />

éste se dice: El Espíritu del Señor arrebató a Felipe. El eunuco no volvió a verlo, y siguió<br />

su viaje lleno de alegría. Felipe fue a parar a Azoto y, de regreso, anunciaba la buena<br />

noticia en todas las ciudades hasta llegar a Cesarea 94 . Así se ve que el Evangelio se había<br />

predicado también en las ciudades de Samaría y de Judea. Restaba, pues, que se<br />

predicara, según el orden predicho por el Señor, a todos los pueblos, hasta la tierra<br />

entera 95 . Así, pues, Saulo es llamado desde el cielo, se trueca de perseguidor en<br />

predicador, y el Señor dice de él a Ananías: Anda, ve, que ese hombre es un instrumento<br />

elegido por mí para dar a conocer mi nombre y glorificarme ante los paganos y sus reyes y<br />

ante los hijos de Israel. Yo le enseñaré cuánto tiene que sufrir por mi nombre 96 . De suerte<br />

que ya tenemos la Iglesia presente en Jerusalén y extendida por toda Judea y Samaría;<br />

por eso dice con toda claridad poco después: En toda Judea, Galilea y Samaría las Iglesias<br />

gozaban de paz, edificadas y consolidadas en el temor del Señor, y crecían impulsadas por<br />

el Espíritu Santo 97 .<br />

Después, pasados algunos versículos, se llega al lugar en que creyó el centurión Cornelio y<br />

fue bautizado con todos los suyos, gentiles todos e incircuncisos. Antes de tener lugar<br />

esto, estando Pedro en oración, vio en un éxtasis El cielo abierto y, sujeto por las cuatro<br />

esquinas, un mantel claro que contenía dentro todo género de cuadrúpedos, fieras y<br />

pájaros. Y se oyó una voz. Pedro, mata y come. Replicó Pedro: Señor, nunca he comido<br />

nada impuro o manchado. Por segunda vez le dijo la voz: Lo que Dios ha declarado puro,<br />

no lo llames tú impuro 98 .<br />

Que esta visión significa la conversión de los gentiles, no necesitamos suponerlo; el mismo<br />

apóstol nos lo explicó hablando del mantel que se le ofreció. Pues al entrar en la casa<br />

donde estaba Cornelio, y donde se habían reunido muchos, les dijo Pedro: Sabéis que a un<br />

judío le está prohibido tener trato con extranjeros o entrar en su casa; pero a mí me ha<br />

enseñado Dios a no llamar impuro o manchado a ningún hombre 99 . Así explicó aquella voz<br />

que, referida a los animales que se le mostraron en el mantel, había oído: Lo que Dios ha<br />

declarado puro, no lo llames tú impuro 100 . ¿Quién no ve que en aquel mantel se<br />

significaba el orbe de la tierra con todos sus pueblos? Por eso estaba atado por los cuatro<br />

ángulos, que significaban las cuatro partes bien conocidas del orbe, oriente y occidente,<br />

septentrión y mediodía, que cita con tanta frecuencia la Escritura.<br />

Ahora bien, respecto a la misión de Pablo entre los gentiles, es muy largo recordar qué<br />

lugares recorrió sembrando la palabra de Dios y confirmando las jóvenes Iglesias. Cuando<br />

los judíos le ofrecieron resistencia en Antioquía, él y Bernabé les dijeron: Era menester<br />

anunciaros primero a vosotros el mensaje de Dios; pero como lo habéis rechazado y no os<br />

considerasteis dignos de la vida eterna, sabed que vamos a dedicarnos a los paganos. Así<br />

nos lo ha mandado el Señor: Yo te he hecho luz de las naciones, para que lleves la<br />

salvación hasta el extremo de la tierra 101 . Y continúa el texto: Al oírlo los paganos,<br />

acogieron la palabra de Dios y cuantos estaban destinados a la vida eterna creyeron 102 .<br />

Se recuerda también aquí el testimonio tomado del profeta Isaías, que ya pusimos<br />

también nosotros: la salvación ha de llegar hasta los confines de la tierra.<br />

Los escritos apostólicos<br />

XII. 31. Vamos a dejar de lado los pueblos que creyeron y se unieron a la Iglesia después<br />

de los tiempos apostólicos; miremos sólo a aquellos que encontramos en las sagradas<br />

Letras, en los Hechos, en las cartas de los Apóstoles y en el Apocalipsis de Juan, que unos<br />

y otros aceptamos y a los que unos y otros nos sometemos. Dígannos ellos cómo<br />

perecieron en la sedición africana. Los hemos acogido no por concilios de obispos que


contendían entre sí, no por controversias, no por los registros de tribunales o municipios,<br />

sino por los santos Libros canónicos. ¿Cómo la iglesia antioquena, donde por vez primera<br />

los discípulos se llamaron cristianos 103 , pudo perecer por los crímenes de los africanos? ¿<br />

Qué viento tan impetuoso del sur pudo esparcir la pestilencia de origen tan lejano, allí<br />

donde no podían conocerse siquiera los nombres de aquellos que fueron el origen o la<br />

causa de este mal: en Atenas, en Iconio, en Listra? ¿Quién destruyó las iglesias fundadas<br />

por los sudores del Apóstol?<br />

Al final de la carta a los Romanos nos dice el mismo Apóstol, doctor de los gentiles: Os he<br />

escrito para refrescaros la memoria, a veces con bastante atrevimiento. Me da pie el don<br />

recibido de Dios que me hace ministro de Jesucristo entre los paganos: mi función sacra<br />

consiste en anunciar la buena noticia de Dios, para que la ofrenda de los paganos,<br />

consagrada por el Espíritu Santo, le sea agradable. Por eso, en lo que toca a Dios, pongo<br />

mi orgullo en Cristo Jesús, y así no se me ocurrirá hablar de nada que no sea lo que Cristo<br />

ha hecho por mi medio para que respondan los paganos, valiéndose de palabra y acciones,<br />

de la fuerza de señales y prodigios, de la fuerza del Espíritu; de ese modo, dando la vuelta<br />

desde Jerusalén hasta la Iliria, he completado el anuncio de la buena noticia de Cristo 104 .<br />

Preguntad, oh donatistas, si no lo sabéis, preguntad cuántas etapas hay por tierra desde<br />

Jerusalén hasta Iliria, pasando por los alrededores. Si contamos tantas Iglesias, decid<br />

cómo pudieron perecer por las contiendas de los africanos. Vosotros conserváis sólo para<br />

la lectura las cartas del Apóstol a los Corintios, Efesios, Filipenses, Tesalonicenses,<br />

Colosenses; nosotros, en cambio, las conservamos en la lectura y la fe, y mantenemos la<br />

comunión con esas Iglesias.<br />

Además, Galacia no es una Iglesia sola, sino que en dicha región se encuentran<br />

innumerables. Y en cuanto a los corintios, ved cómo los saluda: Pablo, apóstol de<br />

Jesucristo por designio de Dios, y el hermano Timoteo, a la Iglesia de Dios que está en<br />

Corinto y a todos los santos que hay en toda la Acaya 105 . ¿Cuántas Iglesias pensáis hay<br />

en toda la Acaya? Quizá ni sabéis dónde está Acaya y juzgáis con temeraria ceguera de<br />

una provincia tan desconocida, que afirmáis que ha desaparecido por los crímenes de los<br />

africanos. ¿No están acaso llenos de florecientes Iglesias todos los lugares que cita Pedro:<br />

Ponto, Capadocia, Asia, Bitinia 106 ? Pues ¿qué? Sobre las Iglesias a que escribió Juan:<br />

Esmirna, Pérgamo, Sardes, Tiatira, Filadelfia, Laodicea 107 -y ya hemos mencionado la de<br />

Éfeso-, ¿puede decirme alguno de vosotros dónde se encuentran, qué distancia hay de<br />

unas a otras? Quizá ahora andáis buscándolo con la lectura de algún documento o<br />

consultando a alguien. Aprended también cuán alejadas están de África y decidnos por qué<br />

acusáis con tan sacrílega temeridad a Iglesias tan desconocidas por vosotros y tan<br />

conocidas en las cartas apostólicas y afirmáis con la misma demencia que perecieron por<br />

los crímenes de los africanos. En fin, sé qué hay escrito sobre ellas en los santos Libros<br />

canónicos, pero ignoro qué decís vosotros de ellas. Como nosotros leemos en los Libros<br />

que también vosotros veneráis cuáles son las Iglesias de Cristo, leednos vosotros en los<br />

Libros que veneramos nosotros cómo perecieron. ¿Os parece bien que creamos nosotros<br />

cualquier calumnia, venga de donde venga, lanzada contra las Iglesias que son miembros<br />

de la única Iglesia por todo el orbe, que nos ha entregado y recomendado el Espíritu Santo<br />

en sus Escrituras? Esto os agrada a vosotros, pero no nos place a nosotros. Cuál es la<br />

postura más justa también lo veis vosotros, pero, vencidos por vuestra hostilidad, no<br />

queréis ser vencidos por la verdad. Aquí están las Escrituras de Dios, aquí están las<br />

Iglesias que ellas señalan con el nombre de todo el orbe y con el suyo propio. Qué es lo<br />

que vuestros antepasados reprocharon a sus colegas, no lo saben; qué jueces<br />

sentenciaron la causa, no lo saben tampoco; ¿cómo perecieron entonces? He aquí las<br />

Escrituras que yo creo, he aquí las Iglesias con las que yo estoy en comunión: donde yo te<br />

leo sus nombres, léeme tú allí sus delitos.<br />

32. Ahora bien, si apelas a otras fuentes, para manifestar o recitar tus acusaciones,<br />

nosotros, siguiendo la voz de nuestro Pastor, tan claramente manifestada por la boca de<br />

sus Profetas, por su boca propia, por la de los Evangelistas, no podemos admitir, no<br />

creemos, no podemos recibir la vuestra. Dice el Pastor celeste: Mis ovejas oyen mi voz, y<br />

me siguen 108 . Su voz sobre la Iglesia no es oscura. Quien no quiere apartarse del rebaño,<br />

escúchela, siga tras ella. Su dispensador tan fiel, el doctor de los gentiles 109 , dado que<br />

Cristo hablaba por él, dice esto: Me extraña que tan de prisa dejéis al que os llamó a la<br />

gracia de Cristo para pasaros a otro evangelio, que no es tal evangelio: sólo que hay<br />

algunos que os turban tratando de trastocar el Evangelio de Cristo. Pues mirad, incluso si<br />

nosotros mismos o un ángel bajado del cielo os anunciara otro evangelio distinto del que


os hemos anunciado, sea anatema. Lo que os tenía dicho, os lo repito ahora: si alguien os<br />

anuncia un nuevo evangelio distinto del que recibisteis, sea anatema 110 .<br />

Se nos ha anunciado que la Iglesia se extenderá por todo el mundo. En la Ley, los Profetas<br />

y los Salmos nos ha testificado el Señor que eso está anunciado; él mismo predijo que ella<br />

había de comenzar por Jerusalén y difundirse por todos los pueblos, y anunció, al estar<br />

para subir al cielo, que tendría testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y en toda<br />

la tierra. Los hechos siguieron a las palabras: las santas Escrituras nos testifican<br />

progresivamente su comienzo desde Jerusalén, y luego su paso a Judea y Samaría y de allí<br />

a toda la tierra, donde sigue creciendo la Iglesia hasta que llegue finalmente a conseguir el<br />

resto de los pueblos en que aún no está. Si alguno anuncia otra cosa, sea anatema.<br />

Textos bíblicos a que recurren los donatistas<br />

XIII. Ciertamente predica otro evangelio quien afirma que la Iglesia desapareció del resto<br />

del mundo y que permanece solamente en África, en el partido de Donato. Por<br />

consiguiente, sea anatema; o que me lea esto en las santas Escrituras, y dejará de ser<br />

anatema.<br />

33. "Lo leo, dice. Enoch fue el único entre los hombres que agradó a Dios y fue trasladado.<br />

Después, destruido el mundo entero por la inundación de las aguas, sólo Noé, con su<br />

esposa, hijos y nueras, mereció ser salvado en el arca".<br />

Añaden también el caso de Lot, único que con sus hijas fue liberado de Sodoma; el del<br />

mismo Abrahán, Isaac y Jacob, porque fueron de los pocos que agradaron a Dios en una<br />

tierra consagrada a los ídolos y a los demonios. Finalmente, multiplicado ya el pueblo de<br />

Israel, en tiempo de los reyes en la tierra de promisión, que había sido repartida entre las<br />

doce tribus, recuerdan que diez tribus habían sido separadas y entregadas al siervo de<br />

Salomón, y dos habían quedado para el hijo del mismo Salomón, para formar el reino de<br />

Jerusalén. "Así -dicen-, ahora todo el mundo ha apostatado, y en cambio nosotros hemos<br />

permanecido, como aquellas dos tribus, en el templo de Dios, esto es, en la Iglesia.<br />

Muchísimos eran también los discípulos que seguían a Jesucristo, y al separar los setenta y<br />

dos, permanecieron con él solamente doce".<br />

Con estos y parecidos ejemplos, los herejes tratan de hacer valer su escaso número y no<br />

cesan de ultrajar en los santos a la multitud de la Iglesia extendida por todo el orbe. Pero<br />

yo les pregunto: Si yo, líbreme Dios, no quisiera creer que son verdaderos los ejemplos<br />

que alegan, ¿cómo me convencerían? ¿No sería por las santas Escrituras, donde se leen<br />

con tal claridad, que cualquiera que da fe a estas Letras no puede menos de confesar su<br />

extrema veracidad? Pero si me viera forzado a creer que esas cosas son verdaderas<br />

porque están escritas allí, donde no puedo afirmar que lo escrito sea falso, ¿por qué no<br />

creen ellos a las mismas Escrituras acerca de la Iglesia extendida por el universo entero?<br />

He aquí que nosotros creemos todo aquello; crean ellos también lo que dice el Señor: que<br />

se predique la penitencia y el perdón de los pecados a todos los pueblos comenzando por<br />

Jerusalén 111 . Crean también lo que dijo ya al final, estando para subir al cielo: Seréis mis<br />

testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta la tierra entera 112 . Créase que<br />

son verdaderos tanto los textos que ellos aportan como los que aportamos nosotros, y no<br />

quedará ya rivalidad entre nosotros, puesto que ni sus afirmaciones, si son verdaderas, se<br />

oponen a las nuestras, ni las nuestras, si son verdaderas, a las suyas.<br />

Insisten: "Creemos esas cosas y confesamos que se han cumplido, pero después apostató<br />

el orbe de la tierra, y quedó sólo la comunión de Donato".<br />

Léannos eso, como nos leen lo referente a Enoch, a Noé y a Abrahán, Isaac y Jacob, y a<br />

las dos tribus que quedaron cuando se separaron las otras, y a los doce Apóstoles que<br />

permanecieron cuando apostataron los demás. Léannos igualmente eso, y no pondremos<br />

resistencia alguna. Pero si lo que leen no es de las santas Escrituras, sino que tratan de<br />

persuadírnoslo con sus contiendas, entonces creo lo que se lee en las santas Escrituras, no<br />

lo que dicen esos vacíos herejes.<br />

Pero como ellos quieren compararse con aquellas dos tribus que permanecieron con el hijo<br />

de Salomón, sigan leyendo, y les pesará de haber elegido eso. Vean si no el recuerdo que<br />

queda de estos dos pueblos en las Escrituras: la parte que comprendía Jerusalén se llama<br />

Judá, y la otra más numerosa, que se separó con el siervo de Salomón, se llama Israel 113 .


Lean lo que dicen los Profetas de cada una de ellas; cómo dicen que Judá fue peor que<br />

Israel 114 , hasta el punto que justifican que se haya separado Israel por los pecados de la<br />

prevaricadora Judá, esto es: que eran tan graves los pecados de ésta, que en su<br />

comparación aquélla debe ser llamada justa. Sin embargo, ni los pecados de ésta ni los de<br />

aquélla perjudicaron en nada a los justos que se encontraban en una y otra parte. Aun en<br />

la parte que ponen como ejemplo de perdición los donatistas, esto es, en Israel, existieron<br />

santos profetas. Allí estaba, para no hablar de otros, el célebre Elías, a quien se dijo<br />

también: Me he reservado siete mil varones, que no doblaron sus rodillas ante Baal 115 .<br />

Por ello no se ha de tomar aquella parte del pueblo como una herejía. Dios había mandado<br />

la separación de estas tribus no para dividir la religión, sino el reino, y de este modo<br />

tomar venganza del reino de Judá. Jamás ordena el Señor que se haga un cisma o una<br />

herejía. Pues no porque haya división de reinos en la tierra queda por eso dividida la<br />

unidad cristiana, ya que en una y otra parte se encuentra la Iglesia católica.<br />

34. Si me ha parecido bien recordar este detalle sobre Judá e Israel, ha sido sobre todo<br />

para advertir a éstos que no perjudica a los justos que viven en medio de los impíos lo que<br />

se dice contra esos pueblos, a causa de la multitud de impíos; a ver si así dejan de aducir<br />

como pruebas cuanto puede haber dicho la boca del Señor, los Profetas o los Evangelios<br />

contra la cizaña o la paja en el mundo entero. Generalmente, la palabra de Dios recrimina<br />

a los impíos que hay en la Iglesia y que no son contados dentro de la Iglesia; sin embargo,<br />

como por los sacramentos que tienen en común con los santos se encuentra en ellos cierta<br />

apariencia de piedad, cuya realidad niegan, como dice el Apóstol: Con una apariencia de<br />

piedad, pero negando su eficacia 116 ; por eso los recrimina de esa manera, como si todos<br />

fueran iguales y no quedara uno solo bueno. Esta manera de hablar nos avisa que todos<br />

éstos, es decir, los hijos de la gehena, se encuentran citados en ese determinado número,<br />

al cual Dios supo de antemano que pertenecían.<br />

Estos, obrando con ignorancia o con engaño, recogen de la Escritura los textos que<br />

encuentran dirigidos contra los malos, mezclados con los justos hasta el fin, o los que se<br />

relacionan con la devastación del primer pueblo de los judíos, y tratan de distorsionados<br />

contra la Iglesia de Dios, para que parezca que ha desaparecido y perecido el universo.<br />

Dejen, pues, de presentar semejantes pasajes, si quieren contestar a esta carta. Que<br />

tampoco nosotros afirmamos que la Iglesia está tan difundida por todo el orbe, que en sus<br />

sacramentos sólo se encuentran los buenos y no también los malos, y éstos quizá en<br />

mucho mayor número, de tal modo que, en su comparación, los justos son pocos, aunque<br />

ellos en sí constituyan una gran multitud.<br />

La mezcla de buenos y malos indicada en la Escritura<br />

XIV. 35. Tenemos testimonios innumerables tanto sobre la mezcla de los malos con los<br />

buenos en la misma participación en los sacramentos, cual Judas, malo desde el principio,<br />

entre los once buenos, como sobre la escasez de los buenos en comparación de los malos,<br />

más numerosos, y a su vez sobre la muchedumbre de los buenos considerada en sí<br />

misma. Para no hacerme pesado, voy a recordar sólo unos pocos.<br />

En el Cantar de los Cantares se encuentra aquel pasaje que se aplica a la Iglesia, como<br />

cualquier cristiano sabe: Lirio entre espinas es mi amada entre las muchachas 117 . ¿Por<br />

qué las llama espinas sino por sus depravadas costumbres? ¿Por qué a la vez hijas sino<br />

por la comunión en los sacramentos? También Ezequiel ve a algunos hombres marcados a<br />

fin de que no perecieran con los malos, y se le dice respecto a ellos: Los que gimen y se<br />

lamentan por los pecados e iniquidades de mi pueblo presentes en medio de ellos 118 . No<br />

llamaría su pueblo al que él condena a muerte, exceptuados los señalados, si ese pueblo<br />

no conservara sus sacramentos. Dice también el Señor sobre la cizaña que sembró entre<br />

el trigo: Dejadlos crecer juntos hasta la siega 119 , es decir, el trigo y la cizaña, y él mismo<br />

interpreta la cosecha como el fin del mundo, y el mundo como el campo donde se sembró<br />

una y otra semilla.<br />

Es preciso, pues, dejar crecer a una y otra en el mundo hasta el fin de los tiempos. Por<br />

consiguiente, no se permite a los donatistas ni sospechar ni asegurar lo que dicen, esto es,<br />

que han desaparecido todos los buenos del mundo y que sólo quedan en el partido de<br />

Donato. Dirigen sus esfuerzos contra la clarísima afirmación del Señor que dice: El campo<br />

es el mundo, y dejadlos crecer juntos hasta la siega, y La cosecha es el fin del tiempo 120 .<br />

Hay otra semejanza clarísima sobre la mezcla de los buenos y los malos en la comunión y


vínculos en los mismos sacramentos, y es el mismo Señor quien la pone y explica: Se<br />

parece el reino de Dios a la red que echan en el mar, y recoge toda clase de peces:<br />

cuando estaba llena, la arrastraron a la orilla y, sentados, recogieron los buenos en cestos<br />

y tiraron fuera los malos. Lo mismo sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles,<br />

separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido. Allí será el llanto y<br />

el apretar los dientes 121 . Así pues, ninguna mezcla con los malos puede atemorizar a los<br />

buenos, de modo que quieran como romper las redes y salirse de la reunión de la unidad<br />

para no soportar, en la participación de los sacramentos, a los hombres que no pertenecen<br />

al reino de los cielos, ya que, cuando se llegue a la orilla, esto es, al fin del mundo, tendrá<br />

lugar la debida separación, obrada no por la temeridad humana, sino por el juicio divino.<br />

36. Por lo que se refiere a la escasez de los buenos, con toda claridad dice el Señor:<br />

Entrad por la puerta angosta; porque ancha es la puerta y amplia la calle que lleva a la<br />

perdición, y muchos entran por ellas. ¡Qué angosta es la puerta y qué estrecho el callejón<br />

que llevan a la vida! Y pocos dan con ellos 122 . Los donatistas piensan que este escaso<br />

número lo forman ellos, y por eso dicen que el orbe de la tierra ha perecido, mientras que<br />

ellos han quedado en ese reducido número que alabó el Señor. Claro que, comparándolos<br />

con ellos, les echamos en cara que los rogatistas o maximianistas, que se separaron de<br />

ellos son muchos menos, si piensan que pueden gloriarse de su pequeño número. Sin<br />

embargo, las sagradas Escrituras no han callado cómo el Señor ha puesto de relieve que<br />

ese número es pequeño comparado con la multitud de los malos, pero que los buenos son<br />

una muchedumbre en sí misma considerada; léanlas y vean cuántos testimonios se<br />

encuentran. ¿Por qué se promete que la descendencia de Abrahán será como las estrellas<br />

del cielo y la arena del mar 123 , sino por su innumerable multitud? El Apóstol dice que por<br />

eso está escrito: Por Isaac continuará tu apellido, que no es la generación natural la que<br />

hace hijos de Dios, es lo engendrado en virtud de la promesa lo que cuenta como<br />

descendencia 124 . ¿Por qué la abandonada tendrá más hijos que la casada? 125 ¿Por qué<br />

vendrán muchos de oriente y occidente a sentarse a la mesa de Abrahán, Isaac y Jacob en<br />

el reino de Dios; en cambio, a los hijos del reino, esto es, los impíos judíos, los echarán<br />

afuera, a las tinieblas exteriores? 126 ¿Por qué dice el Apóstol: Para purificarnos y hacernos<br />

un pueblo abundante, émulo en hacer el bien? 127 ¿Por qué dice el Apocalipsis que los<br />

santos hijos de la Iglesia son millares de millares? He aquí que a los mismos se les llama a<br />

la vez muchos y pocos. ¿Por qué, sino porque en sí mismos considerados son muchos,<br />

pero pocos en relación con los inicuos?<br />

Crítica de los argumentos bíblicos de los donatistas<br />

XV. 37. "De nosotros, afirman ellos, se dijo: Los últimos serán los primeros 128 . El<br />

Evangelio llegó después al África, y por eso en ningún lugar de las cartas apostólicas está<br />

escrito que África haya creído. En cambio, de los orientales y demás pueblos, cuya<br />

recepción de la fe se menciona en los santos libros, se dijo: Los primeros serán los<br />

últimos, porque habían de apartarse de la fe".<br />

¿No es ésta la peligrosa astucia de los herejes, que pretenden cambiar las palabras de<br />

Dios de su sentido propio a la perversidad en que se encuentran ellos? ¿Por qué no<br />

entender esto más bien de los judíos, que llegaron a ser los últimos después de ser los<br />

primeros, y de los cristianos de la gentilidad, que llegaron a ser los primeros después de<br />

haber sido los últimos? Si yo no pude probar este sentido con un documento más<br />

convincente, debió bastar al lector discreto que he encontrado una interpretación de estas<br />

palabras, que deja claro que los donatistas no han aportado nada seguro en su favor que<br />

excluya toda duda. En efecto, aunque no hubiera judíos ni gentiles, de quienes pudiera<br />

entender yo que se dijeron esas palabras, hubo aún algunos pueblos bárbaros que<br />

creyeron después de África. Luego no es cierto que sea África la última en la conversión a<br />

la fe. Además, el mismo Señor explicó de quiénes había dicho esto y cerró la boca de los<br />

calumniadores. Hablando con los judíos que habían de decir: Tú has enseñado en nuestras<br />

plazas, les replica: Cuando veáis a Abrahán, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el<br />

reino de Dios, mientras a vosotros se os echará fuera. Y vendrán de oriente y de occidente<br />

del norte y del sur, y se sentarán en el reino de Dios. Mirad: Hay últimos que serán<br />

primeros, y primeros que serán últimos 129 . No se encuentra qué oponer a esto.<br />

38. Afirman igualmente que se aplican a la apostasía del orbe de la tierra las palabras del<br />

Señor: Cuando vuelva el Hijo del hombre, ¿crees que va a encontrar fe en la tierra? 130<br />

Texto que puede aplicarse ya a la perfección de la fe, que es tan difícil entre los hombres,<br />

que aun en los mismos santos admirables, como en el mismo Moisés, se encuentra algún


momento en que vacilaron o pudieron vacilar por la abundancia de los malos y escasez de<br />

los buenos, sobre lo que ya hemos dicho bastante. Por eso el Señor lo afirmó como<br />

dudando. No dijo: "Cuando vuelva el Hijo del hombre no encontrará fe en la tierra", sino ¿<br />

Piensas que va a encontrar fe en la tierra? 131 Él lo sabe todo y lo sabe con anticipación, y<br />

no se le puede atribuir duda de nada; su duda es como una figura de nuestra duda, ya<br />

que, a causa de los escándalos que pulularán hacia el fin del mundo, hablará alguna vez de<br />

esa manera la debilidad humana. Por eso se dice en el salmo: Mi alma se ha adormecido<br />

por la pena: sostenme con tu palabra 132 . ¿Por qué mi alma se ha embotado por el tedio<br />

sino por lo que dijo el Señor: Al crecer la maldad, se enfriará el amor de muchos? 133 Y ¿<br />

por qué sostenme con tus palabras sino por lo que sigue: El que persevere hasta el final se<br />

salvará? 134 Hay personas en todo el mundo en las que abunda la iniquidad, por la que se<br />

resfriará la caridad de muchos, y, a su vez, hay personas por todo el mundo que<br />

perseverarán hasta el fin y se salvarán, porque dice el Señor: Dejadlos crecer juntos hasta<br />

la siega, y la cosecha es el fin del tiempo; el campo, el mundo 135 . Es también la debilidad<br />

humana la que grita: Sálvame, Señor, que no hay ya santos porque desaparece la<br />

sinceridad entre los hijos de los hombres 136 . Y entre todos éstos existe el único corazón y<br />

la única alma de los fieles que clama hacia Dios: Sálvame, Señor. De tal manera es uno<br />

solo este hombre que grita: Sálvame, Señor, que consta de muchos; por eso se dice poco<br />

después en el mismo salmo: Por la miseria de los indigentes, por el gemido de los pobres,<br />

ahora me levantaré, dice el Señor 137 . De nuevo, poco después, se dice en plural: Tú nos<br />

guardarás, Señor, y nos protegerás para siempre de esa raza 138 .<br />

¿Qué raza es ésta sino aquella de que se dijo arriba: ya no hay santos porque desaparece<br />

la sinceridad entre los hijos de los hombres? 139 Pero estas dos razas se hallarán por todo<br />

el mundo hasta el fin, porque dijo el Señor: Dejadlos crecer juntos hasta la siega, y el<br />

campo es el mundo, la cosecha, el fin del tiempo 140 . Y ese hombre único, que es el cuerpo<br />

de Cristo compuesto de muchos, será trasladado como Enoch, que agradaba a Dios, y será<br />

liberado como Lot de Sodoma y Noé del diluvio 141 . En el mismo está la miseria de los<br />

indigentes y el gemido de los pobres, porque su alma está embotada por el tedio cuando<br />

necesita que la sostengan las palabras del Señor. Y en el mismo salmo expresa de dónde<br />

procede este tedio: El tedio se ha apoderado de mí ante los pecadores que abandonan tu<br />

ley 142 . También clama el mismo cuando su corazón se siente angustiado por el mismo<br />

tedio; pero vean desde dónde clama: He clamado a ti desde el confín de la tierra, en la<br />

angustia de mi corazón 143 . Él padece verdaderamente persecución por la justicia, no sólo<br />

si padece tormentos corporales, lo cual no sucede siempre, sino porque padece siempre,<br />

mientras dure la iniquidad, los tormentos del corazón, mientras le domina el tedio<br />

producido por los pecadores que abandonan la ley de su Dios.<br />

Así, Lot no sufría ninguna persecución en Sodoma, donde en su estancia nadie le causó<br />

sufrimientos corporales, pero: Aquel justo, con lo que veía y oía mientras convivía con<br />

ellos, sentía despedazarse su espíritu recto 144 . De éste dice el Apóstol: Todo el que quiere<br />

vivir como buen cristiano será perseguido 145 . En cambio, de los que dejan la ley de Dios -<br />

de los cuales dice el mismo cuerpo de Cristo: He visto a los insensatos, y me consumía-<br />

dice él: Los criminales irán a peor, extraviando a otros y extraviándose ellos 146 . Pero esas<br />

dos razas llenarán el mundo entero hasta el fin, porque dice el Señor: Dejadlos crecer<br />

juntos hasta la siega; el campo es el mundo; la cosecha, el fin del tiempo 147 .<br />

39. No obstante, me sorprende que éstos no presten atención a lo que dicen cuando se<br />

aplican a sí lo que dice el Señor: Cuando vuelva el Hijo del hombre, ¿crees que va a<br />

encontrar fe en la tierra? 148 Como si África no fuera una parte de la tierra. Si dijo esto<br />

como si no hubiera de encontrar fe en nadie, o lo dijo de una tierra determinada, y no se<br />

sabe de cuál, o lo dijo de toda la tierra, y no hallan cómo exceptuar a África. Que presten<br />

atención, no sea que en las palabras que se siguen se refiera a personas como ellos. Al<br />

decir: Cuando vuelva el Hijo del hombre, ¿crees que va a encontrar fe en la tierra?, pienso<br />

que a ciertos herejes soberbios, que en alguna parte de la tierra se habían separado de la<br />

unidad del orbe, les llegó a su corazón la idea necia y soberbia de que ellos eran los<br />

justos, mientras desfallecía y perecía la fe en todos los otros pueblos, entre los que se<br />

extendía la comunión de la Iglesia; por eso continúa el Evangelista: A algunos que se<br />

sentían seguros de sí y despreciaban a los demás, les dirigió esta parábola 149 . Sigue con<br />

el relato de los dos que estaban orando en el templo, el fariseo y el publicano, en los que<br />

quedan retratados el orgullo soberbio de las buenas obras y la humilde confesión de los<br />

pecados.<br />

Dejen ya, si quieren responder a esta carta, de citar estos testimonios de que nos


servimos nosotros como ellos y que se refieren sea a la perdición de los judíos, sea a la<br />

cizaña o a la paja o a los malos peces de todo el mundo; y como nosotros hemos<br />

demostrado con testimonios evidentes que la Iglesia está difundida por el mundo entero,<br />

presenten ellos algún testimonio claro, por el que demuestren que está anunciado que,<br />

entre todos los pueblos que se apartan de la fe de Cristo, solo quedará el África y los<br />

lugares adonde se envíen obispos desde África.<br />

El texto del Cantar de los Cantares<br />

XVI. 40. Dicen los donatistas: "Está escrito en el Cantar de los Cantares que la Esposa,<br />

esto es, la Iglesia, dice a su Esposo: Indícame, amor de mi alma, dónde apacientas, dónde<br />

reposas en el mediodía" 150 .<br />

Es el único testimonio que los donatistas piensan resuena en su favor, porque África se<br />

encuentra en la parte media de la tierra. A este propósito, yo les preguntaría cómo<br />

pregunta la Iglesia a Cristo que le comunique dónde está la Iglesia, pues no hay dos, sino<br />

una sola. Bien, puesto que no niegan que estas palabras las dice la Iglesia a Cristo, que<br />

demuestren cuál es la Iglesia que pregunta y cuál la Iglesia sobre que pregunta. Solicita,<br />

en efecto, adónde ha de ir para encontrarse con su Esposo, y le dice: Indícame, amor de<br />

mi vida, dónde apacientas, dónde reposas en el mediodía. Esta es la Iglesia que habla y la<br />

que busca dónde está en el mediodía. No pregunta precisamente dónde apacientas, dónde<br />

reposas, y se le responde: en el mediodía, como si el Esposo respondiera: "Yo apaciento<br />

en el mediodía, reposo en el mediodía", sino que todas estas palabras pertenecen a la<br />

interrogación: ¿dónde apacientas, dónde reposas en el mediodía? Y ella insiste aún: Para<br />

no hacerme como una mujer velada en los rebaños de tus compañeros 151 . A lo que él<br />

responde: Si no te conoces tú, la más bella de las mujeres 152 , etc.<br />

Por consiguiente, esas palabras no demuestran que la Iglesia se encuentre sólo en el<br />

mediodía, sino que está también en otras partes del mundo. Ella pregunta quizá qué es lo<br />

que pertenece a su comunión en el mediodía, esto es, dónde apacienta y reposa al<br />

mediodía su Esposo, porque apacienta a los suyos y reposa en los suyos. En efecto, vienen<br />

algunos de sus miembros, es decir, los fieles buenos, de ultramar a África, y, oyendo que<br />

aquí está el partido de Donato, por temor de caer en manos de algún rebautizante,<br />

invocan a Cristo suplicándole: Indícame, amor de mi alma, dónde apacientas, dónde<br />

reposas en el mediodía, es decir, quiénes son el mediodía donde tú apacientas y reposas,<br />

esto es, quiénes tienen la caridad y no rompen la unidad. Y véase lo que añade: Para no<br />

hacerme como una mujer velada en los rebaños de tus compañeros; esto es, no sea que,<br />

como escondida e incógnita y no descubierta -que esto significa la palabra velada-, vaya a<br />

caer, no en tu rebaño, sino en los rebaños de tus compañeros, quienes primero estuvieron<br />

contigo y luego quisieron recoger fuera, no tu rebaño, sino los suyos propios, y no<br />

escucharon tus palabras: El que no recoge conmigo, desparrama 153 , ni las que dijiste a<br />

Pedro: Apacienta mis ovejas 154 , no las tuyas. No está velada la Iglesia, puesto que no<br />

está bajo el celemín, sino sobre el candelero, a fin de que alumbre a todos los que están<br />

en la casa 155 . De ella precisamente se dijo: No se puede ocultar una ciudad situada en lo<br />

alto de un monte 156 . Pero para los donatistas está como velada; oyen testimonios tan<br />

claros y manifiestos que la señalan por el orbe, y prefieren chocar con los ojos cerrados<br />

contra el monte a subir a aquel que siendo la piedra desprendida del monte sin<br />

intervención de manos humanas, creció y se hizo un monte inmenso y llenó toda la tierra.<br />

41. Puede también entenderse de otra manera el pasaje: Dónde apacientas, dónde<br />

reposas en el mediodía. Es la misma voz que en los Salmos se pone en boca de Moisés el<br />

servidor de Dios: Hazme conocer tu derecha y los hombres instruidos de corazón en la<br />

sabiduría 157 . En las Escrituras se habla de mediodía por la gran luz de la sabiduría y el<br />

gran ardor de la caridad. Y por ello, cuando el espíritu de Dios por el profeta exhorta a<br />

alguien a las buenas obras, le hace también esta promesa: Tus tinieblas brillarán como<br />

mediodía 158 . Pero si algún lugar del mundo pudiera tenerse por lo que se llamó mediodía,<br />

las mismas palabras, como dije, que juntas constituyen una pregunta, no permitirían a<br />

nadie desfigurar a su antojo esa frase. Aun suponiendo que, al preguntar dónde apacienta<br />

y dónde reposa, se respondiera, como si se tratara de un lugar terreno, en el mediodía, no<br />

deberíamos aceptar inmediatamente que éste era África. Es cierto que África está en la<br />

parte meridional del mundo, pero hacia el ábrego, no hacia el sur, que es el verdadero<br />

mediodía. Allí, en verdad, el sol cumple el mediodía, y en esa región del cielo se encuentra<br />

más bien Egipto. Por consiguiente, si la Esposa pregunta al Esposo por su lugar predilecto<br />

y por cierta alcoba suya secreta, y el Esposo responde que está en el mediodía, con mayor


seguridad la Iglesia católica reconocería esa alcoba en sus miembros que se encuentran en<br />

Egipto, en los miles de siervos de Dios que viven por el desierto en santa sociedad,<br />

afanándose por llegar a la perfección del precepto evangélico: ¿Quieres ser perfecto? Vete,<br />

vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo, y ven y<br />

sígueme 159 .<br />

Ahora bien, ¡cuánto mejor se puede afirmar que el Hijo de Dios apacienta y reposa allí,<br />

esto es, descansa, mejor que entre las agitadas turbas de los furibundos circunceliones<br />

que es el azote propio de África! Pues sobre Egipto profetiza Isaías: Aquel día, en medio<br />

de Egipto, habrá un altar del Señor, y un monumento al Señor junto a la frontera. Será un<br />

memorial perpetuo del Señor en tierra egipcia. Pues gritarán al Señor contra los<br />

opresores; él les enviará un hombre que los salve; juzgándolos los preservará. El Señor se<br />

manifestará a Egipto, y los egipcios en aquel día temerán al Señor y le ofrecerán<br />

sacrificios; harán votos al Señor y los cumplirán. El Señor herirá a Egipto con una plaga y<br />

los curará por su misericordia; ellos volverán al Señor, él los escuchará y los curará 160 .<br />

¿Qué tienen que decir a esto? ¿Por qué no mantienen la comunión con la Iglesia de los<br />

egipcios? Y si, en la prefiguración profética, Egipto significa el mundo, ¿por qué no están<br />

en comunión con el orbe terráqueo?<br />

42. Por tanto, que escudriñen las Escrituras, y contra tantos testimonios que nos<br />

muestran a la Iglesia de Cristo extendida por todo el orbe, preséntennos siquiera uno tan<br />

cierto y tan manifiesto como aquéllos, con que demuestren que la Iglesia de Cristo pereció<br />

en todos los pueblos y ha permanecido sólo en África, como si partiera de un nuevo<br />

principio, no de Jerusalén, sino de Cartago, donde por primera vez elevaron un obispo<br />

contra otro obispo.<br />

Si quisiéramos entender a Donato como "el príncipe de Tiro", porque Cartago se llamó<br />

Tiria, ¿qué profecías no lanzó Ezequiel contra ella? A él señalan sobre todo estas palabras:<br />

Te mostraré que eres hombre y no dios 161 . Estos se glorían más del nombre de aquél que<br />

del nombre de Dios; y como sólo está sin pecado Dios y el sacerdote que intercede por<br />

nosotros, porque de él se dijo: Que está sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos<br />

162 , estos imitadores de Donato de tal modo quieren aparecer sin pecado, que llegan hasta<br />

a asegurar que son los que justifican a los hombres, y que su óleo no es el óleo del<br />

pecador. Con razón se dice al príncipe de Tiro: Tú dijiste: "soy Dios"; tú eres hombre y no<br />

dios 163 . Y se le dice también: ¿Eres tú acaso mejor que Daniel? 164 Daniel confiesa sus<br />

pecados y los de su pueblo; en cambio, éstos, que pertenecen al espíritu de Tiro, dicen<br />

que sus oraciones por los pecados del pueblo son escuchadas porque ellos están sin<br />

pecado. Justamente se le dice al príncipe de Tiro: ¿Eres tú acaso mejor que Daniel? 165<br />

He aquí que nosotros podemos encontrar algo propio, este mal supremo, surgido en la<br />

capital de África, es decir, Cartago; y saben todos cuán lógicamente se acepta que Tiro<br />

simboliza a Cartago. Sin embargo, no adoptamos este procedimiento. Quizá Tiro tiene otro<br />

significado; ¡cuánto más el mediodía, si las mismas palabras nos fuerzan a darle otro<br />

sentido!<br />

43. Para ver que no se les permite ni siquiera buscar algún testimonio con que probar que<br />

se había anunciado que, decayendo la fe en los restantes pueblos, sólo en África había de<br />

quedar la Iglesia, consideren lo que he recordado tantas veces, es decir, que el trigo y la<br />

cizaña crecen hasta la cosecha, que el campo es el mundo, que la cosecha significa el fin<br />

del mundo 166 , según la interpretación que el Señor, no nosotros, da a su parábola. Hay<br />

otro testimonio bien claro que les ahorra cualquier esfuerzo por buscar la demostración de<br />

que la Iglesia, perdido el mundo, ha quedado reducida a sólo los africanos. Una cosa<br />

puede existir sin ser descubierta, pero no puede ser descubierta sin existir. Dejen, pues,<br />

de buscar lo que no pudieron encontrar, no porque esté oculto, sino porque no existe.<br />

Existen todavía algunos pueblos a los que aún no se ha predicado el Evangelio; y es<br />

preciso que se cumplan todas las profecías sobre Cristo y la Iglesia. Es, pues, preciso que<br />

se predique en ellos, y cuando esto se realice, entonces vendrá el fin.<br />

Interpretación donatista del anuncio de la universalidad<br />

XVII. ¿Cómo afirman éstos que ya se ha cumplido lo que dijo el Señor: Y que en su<br />

nombre se predique la penitencia y el perdón de los pecados a todos los pueblos,<br />

comenzando por Jerusalén 167 , pero que luego, al apostatar todos, sólo quedó el África


para Cristo, si todavía tiene que realizarse esa predicación, que no ha tenido lugar aún?<br />

Cuando se lleve a cabo, entonces vendrá el fin, según dijo el Señor: Y se predicará este<br />

evangelio del reino en todo el orbe para que llegue a oídos de todos los pueblos. Entonces<br />

llegará el fin 168 . ¿Cómo, pues, una vez hecha realidad la conversión de todos los pueblos,<br />

le siguió la pérdida de ellos, excepto África, si aún no se ha completado la conversión de<br />

todos los pueblos?<br />

44. Quizá lleguen a la locura de afirmar que no es en las iglesias fundadas por los trabajos<br />

apostólicos donde se completa la predicación del Evangelio a todos los pueblos, sino que,<br />

al perecer ellas, su restauración tendrá lugar a través del partido de Donato, a partir del<br />

África, lo mismo que la conquista de otros pueblos.<br />

Pienso que ellos mismos se reirán de oír esto, y, sin embargo, si no acuden a este recurso,<br />

que ellos mismos se avergüenzan de emplear, nada en absoluto tienen que decir. Pero ¿<br />

qué nos importa esto a nosotros? No tenemos nada contra nadie. Léannos esto en las<br />

santas Escrituras, y creemos; léannos, digo, en el canon de los Libros divinos que tantas<br />

ciudades, que hasta el día de hoy conservaron el bautismo transmitido por los apóstoles,<br />

se han alejado de la fe de Cristo por los crímenes de los africanos desconocidos para ellos,<br />

y que han de ser bautizadas de nuevo por el partido de Donato y que a partir de ahí se<br />

predicará al resto de los gentiles el Evangelio que aún no han oído. Léannos eso. ¿Por qué<br />

esos retrasos, esas tergiversaciones, esos impedimentos a la salvación de los gentiles?<br />

Léannos eso, y junto con la misma lectura envíen nuevos apóstoles a rebautizar a tantos<br />

pueblos y bautizar a los restantes.<br />

45. Pero vean, cuando lleguen a los colosenses, cómo han de leer o escuchar allí la carta<br />

que les envió el Apóstol, en la cual les dice: Damos constantemente gracias por vosotros a<br />

Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, orando continuamente por vosotros desde que<br />

nos enteramos de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis a todos los santos, por<br />

la esperanza que os está reservada en el cielo y que conocisteis con anterioridad en la<br />

palabra verdadera del Evangelio. Os ha llegado a vosotros como a todo el mundo en el que<br />

da frutos y crece, como en vosotros, desde el día en que oísteis y conocisteis la gracia de<br />

Dios en la verdad 169 . Estas palabras están de acuerdo con el Evangelio cuando dice: El<br />

reino de Dios se parece a un hombre que sembró semilla buena en su campo 170 , y luego<br />

explica que el campo es este mundo. Como se dice que este grano crece desde que fue<br />

sembrado hasta la cosecha, así dice el Apóstol: En todo el mundo en el que da frutos y<br />

crece, como en vosotros, desde el día en que oísteis 171 . Crece hasta el fin, porque lo hace<br />

hasta la cosecha, y La cosecha es el fin del tiempo 172 .<br />

Por tanto, dirán no sólo los colosenses a quienes fue dirigida, sino también todos los<br />

demás que lean esta carta, donde por las palabras del Apóstol consta que se ha sembrado<br />

buena semilla y que ya entonces comenzó a crecer y fructificar: "¿Qué novedad nos<br />

ofrecéis? ¿Acaso hay que sembrar de nuevo la buena semilla, siendo así que desde que se<br />

sembró va creciendo hasta la cosecha?" Si decís que lo que sembraron los Apóstoles<br />

pereció en aquellos lugares y que por eso hay que sembrarlo de nuevo desde África, se os<br />

responde: "Leednos esto en los oráculos divinos". Ciertamente no podéis leerlo si no<br />

demostráis que es falso lo que está escrito: que la semilla sembrada antes allí va<br />

creciendo hasta la cosecha. Y como las palabras divinas en modo alguno pueden<br />

contradecirse, no encontraréis en ellas texto alguno que poder aducir contra éste tan<br />

manifiesto. Por consiguiente, sólo queda que digáis que esto no es de los Libros divinos,<br />

sino vuestro. De suerte que con toda razón se os responderá: "Sed anatemas". Conservan<br />

bien las iglesias fundadas por el trabajo apostólico con qué solicitud se les anunció: Si<br />

alguien os anuncia un evangelio distinto del que recibisteis, sea anatema 173 .<br />

Datos tomados de la historia<br />

XVIII. 46. Así pues, las santas Escrituras nos muestran claramente a la Iglesia que<br />

comienza en Jerusalén y se extiende por todos los pueblos, hasta que los ocupe todos al<br />

final de los tiempos; y no sólo mencionan el buen grano, sino también sus impurezas.<br />

Corregíos primero y entrad en comunión con los granos buenos, y veréis entonces a qué<br />

debéis llamar allí paja o cizaña. De otra manera os veis forzados, por un error detestable,<br />

a honrar a los malos con las alabanzas debidas a los buenos y a acusar a los buenos de los<br />

crímenes de los malos.<br />

En verdad, tenemos en nuestras manos documentos en que se demuestra que vuestros


antepasados, cuyo cisma seguís, entregaron, según las actas municipales, los Libros<br />

santos al fuego, y no han podido negarlo, conforme a las actas eclesiásticas; y que ellos<br />

mismos se encontraron entre los jueces que en Cartago dictaron sentencia contra<br />

Ceciliano y sus colegas ausentes. Es decir, según las actas municipales y eclesiásticas,<br />

consta que fueron traditores los mismos que después presentáis como autores de la<br />

condenación de los traditores ausentes.<br />

Ahí tenéis a Nundinario, diácono vuestro entonces, que ante el consular Zenófio descubrió<br />

todas las intrigas de Lucila, quien compró a los obispos la condena de Ceciliano, con el que<br />

se había enemistado por predicar éste la verdad. Aún más, ellos mismos enviaron después<br />

una carta al emperador Constantino; él les dio, como habían pedido, unos obispos por<br />

jueces, pero no los aceptaron y más tarde los acusaron ante él de prevaricación; apelaron<br />

ante el mismo emperador contra otros que les había dado en Arlés, y, siendo él mismo<br />

juez entre las partes, quedaron convictos de haber calumniado y, habiendo sido<br />

condenados, permanecieron en furiosa pertinacia.<br />

Aun vosotros mismos, que sostenéis que la santidad cristiana desapareció de tantos<br />

pueblos en los que los apóstoles la dejaron tan asentada, precisamente porque habían<br />

mantenido la comunión con aquellos a quienes vuestros antepasados habían condenado en<br />

su concilio, reunido en Cartago con sesenta obispos; vosotros mismos, ¿no estáis ahora en<br />

comunión con aquellos a quienes vosotros, en número de trescientos diez, condenasteis<br />

con Maximiano en el concilio de Bagái? ¿Acaso no se lee que Pretextato de Asuras fue<br />

condenado en el mismo concilio, acusado y atacado por vosotros, según las actas<br />

consulares, y, sin embargo, lo recibisteis luego en el mismo honor en que lo habíais<br />

condenado, muriendo después en vuestra comunión? Igualmente Feliciano de Musti,<br />

condenado por los obispos por la misma causa en el mismo concilio, acusado ante los<br />

jueces, a quien recibisteis después, ¿no vive ahora como obispo entre vosotros? Y los que<br />

fueron bautizados por estos condenados, ¿no están en comunión con vosotros ahora en el<br />

mismo bautismo?<br />

Sin duda, tantas iglesias transmarinas fundadas por la fatiga de los apóstoles, si han<br />

estado en comunión de sacramentos con aquellos a quienes, aun siendo acusados ante<br />

ellos, no condenaron, y supieron que después los otros los habían declarado inocentes y<br />

absueltos, esas iglesias pierden la salvación y la religión cristiana. En cambio, la parte de<br />

Donato condena a los que quiere y en la misma condenación exagera de tal modo los<br />

sacrilegios del cisma de ellos, que no duda en compararlos con los que ha tragado la tierra<br />

vivos 174 ; pero luego, cuando le place, los acepta en el mismo honor y mantiene la<br />

comunión con ellos, y queda tan santa y tan pura. ¡Oh regla del derecho númida ¡Oh<br />

privilegios de Bagai! Se rechaza el bautismo de Cristo en aquellos que lo recibieron en las<br />

iglesias apostólicas, y en cambio en los que bautizaron los "condenados sacrílegos", como<br />

está escrito en el concilio de Baga¡, Pretextato y Feliciano, se perdona el bautismo de<br />

Cristo, no porque es bautismo de Cristo, sino porque ha sido dado por aquellos que<br />

merecieron seguir siendo obispos aun apartándose de quienes los condenaron y continuar<br />

siéndolo al retornar a ellos.<br />

47. Ciertamente, todo esto que estoy recordando tan largo rato lo leemos en los<br />

rescriptos imperiales y en las actas eclesiásticas, municipales y proconsulares. Sin<br />

embargo, oh donatistas, si vosotros os mantuvierais en la Iglesia extendida por todo el<br />

mundo y señalada y designada por los testimonios clarísimos de las Escrituras canónicas,<br />

no debían tener valor ninguno contra vosotros todas aquellas recriminaciones; en verdad,<br />

no os prejuzgarían los crímenes de la paja si vosotros fueseis trigo en medio de ella, ni<br />

tampoco, si vosotros fueseis la paja y fueran vuestros los crímenes, podríais prejuzgar en<br />

nada al trigo de la mies del Señor, que está de tal modo sembrado en el campo del Señor,<br />

que ha de crecer hasta la cosecha, es decir, que está sembrado de tal modo en el mundo,<br />

que ha de crecer hasta el fin mismo. De la misma manera, si, lo que nunca nos habéis<br />

probado, adujerais tales documentos contra nuestra paja, y nosotros no tuviéramos contra<br />

vosotros tantos como he recordado, aun así no prejuzgarían en nada a nuestro trigo<br />

esparcido por todo el orbe cuantos ataques pudierais dirigir contra nuestra paja por muy<br />

veraces, manifiestos y probados que fueran.<br />

Por consiguiente, dejemos a un lado todas las tergiversaciones dilatorias. Cuantas<br />

acusaciones falsas se reprochan sobre los pecados de los hombres, arréglense en la<br />

conciencia y no se reprochen; ni se reprochen las acusaciones aun verdaderas sobre<br />

pecados de los hombres que no pueden demostrarse o que no se demostraron cuando


debieron demostrarse; ni se reproducen cuantas acusaciones, incluso verdaderas y<br />

demostradas, se presentan sobre pecados de los hombres y que no dicen relación con el<br />

buen grano que está oculto entre la paja, sino con la misma paja que será separada al<br />

final.<br />

También nosotros podemos lanzar estas acusaciones y con mucha mayor abundancia y<br />

fundamento, no con la vana pretensión de ellos de apoyar ahí nuestra causa, sino para<br />

demostrarles que, si no queremos confiar en dichas acusaciones, no es porque no<br />

podamos aducirlas, sino para no perder en cosas innecesarias un tiempo tan útil para las<br />

necesarias. Esto es lo que hacen ellos, porque no pueden encontrar documentos basados<br />

en una verdad robusta y sólida con que defender su causa, y quieren aparentar que dicen<br />

algo, avergonzándose de callar y no avergonzándose de decir vaciedades.<br />

Dejadas de lado, pues, tales evasivas, demuéstrennos, si pueden, su iglesia no en<br />

habladurías o rumores de los africanos, no en concilios de sus obispos, no en cartas de<br />

cualesquiera polemistas, no en falaces milagros y prodigios, porque contra todo esto nos<br />

ha preparado y prevenido la palabra del Señor, sino en los preceptos de la Ley, en los<br />

anuncios de los profetas, en los cánticos de los salmos, en las palabras del mismo y único<br />

Pastor, en las predicaciones y trabajos de los evangelistas, es decir, en todas las<br />

autoridades canónicas de los Libros santos. Y dejen ya de recoger y recordar textos<br />

oscuros, ambiguos o figurados, que cada uno puede interpretar a su arbitrio. Aparte de<br />

que tales textos no pueden entenderse y explicarse rectamente, si antes no se poseen con<br />

una fe sólida las verdades expresadas con toda claridad.<br />

48. Por consiguiente, quien se prepare a responder a esta carta, le sugiero de antemano<br />

que no me diga: "Aquéllos entregaron al fuego los Libros del Señor, aquéllos sacrificaron a<br />

los ídolos de los paganos, aquéllos nos hicieron objeto de la más injusta de las<br />

persecuciones, y vosotros habéis estado de acuerdo con ellos en todo".<br />

A esto os respondo brevemente lo que siempre he respondido: "O decís cosas falsas, o, si<br />

son verdaderas, estas acusaciones no conciernen al trigo de Cristo, sino a la paja de ese<br />

grano". No pereció por eso la Iglesia, que en la bielda del último juicio será purificada con<br />

la separación de toda esta paja. Lo que yo busco es la Iglesia, dónde está la que oyendo<br />

las palabras de Cristo y practicándolas edifica sobre piedra 175 , y haciendo y oyendo tolera<br />

a los que oyendo y no haciendo edifican sobre arena; busco también dónde está el trigo<br />

que crece entre cizaña hasta la cosecha 176 , no lo que ha hecho o hace la misma cizaña;<br />

busco dónde está la íntima de Cristo en medio de las hijas malas, como el lirio en medio<br />

de las espinas 177 , no qué es lo que han hecho o hacen las mismas espinas; busco dónde<br />

están los peces buenos que hasta llegar a la orilla toleran a los peces malos metidos en la<br />

misma red 178 , no qué es lo que hacen o han hecho los mismos peces malos.<br />

En qué se apoyan las tesis donatistas<br />

XIX. 49. Abandonadas, pues, estas maniobras dilatorias, demuestre que la Iglesia, tras la<br />

pérdida de tantos pueblos, debe conservarse sólo en África, o que debe rehacerse y<br />

completarse, partiendo de África, en todas las naciones; pero demuéstrelo de suerte que<br />

no diga: "Es verdad porque yo lo digo, o porque lo dijo tal colega o tales colegas míos, o<br />

aquellos obispos o clérigos o laicos nuestros; o es verdad porque Donato o Poncio o<br />

cualquier otro ha realizado aquellos prodigios, o porque los hombres oran ante las tumbas<br />

de nuestros muertos y son escuchados, o porque aquel hermano nuestro o aquella<br />

hermana nuestra ha visto despierta tal visión o durmiendo soñó tal otra".<br />

Dejemos estos recursos, ficciones de hombres mentirosos o prodigios de espíritus falaces.<br />

En realidad, o no son verdad estas afirmaciones, o, si los herejes han realizado algunas<br />

maravillas, debemos andar más precavidos, porque, habiendo dicho el Señor que habría<br />

personas falaces que realizando algunos prodigios engañarían, si fuese posible, aun a los<br />

justos, añadió esta seria recomendación: Ved que os lo dije antes 179 . Por eso amonesta el<br />

Apóstol: El Espíritu dice expresamente que en los últimos tiempos algunos abandonarán la<br />

fe por dar oídos a espíritus seductores y a enseñanzas de demonios 180 .<br />

Por lo demás, si alguno, orando ante los sepulcros de los herejes, es escuchado, recibe el<br />

bien o el mal no en atención al lugar, sino en atención a su deseo. Como está escrito: El<br />

Espíritu del Señor llenó la tierra 181 , y también: El oído celo solo escucha todo 182 . Hay<br />

también muchos a quienes escucha Dios porque está airado, y de ellos dice el Apóstol: Los


entregó Dios a los deseos de su corazón 183 . E, igualmente, Dios, estando propicio, no<br />

concede a muchos lo que piden, para darles lo que es útil. Por eso el mismo Apóstol habla<br />

del aguijón de su carne, el ángel de Satanás, que dice le dio Dios para que le azotara, para<br />

que no se enorgulleciera por la grandeza de sus revelaciones: Tres veces le he pedido al<br />

Señor que me lo quitara, pero me contestó: Te basta con mi gracia, la fuerza alcanza su<br />

plenitud en la debilidad 184 . ¿No leemos que el mismo Señor escuchó a algunos en las<br />

alturas de los montes de Judea, y, sin embargo, esas alturas le desagradaban de tal<br />

manera que se declaraba culpables a los reyes por no abatirlas y se alababa a los que las<br />

derribaban? De donde se sigue que es más importante el afecto del que suplica que el<br />

lugar de la súplica.<br />

Sobre las visiones engañosas, lean lo que está escrito; cómo el mismo Satanás se disfraza<br />

de mensajero de la luz 185 , y cómo a muchos los extraviaron sus sueños 186 ; escuchen<br />

también lo que cuentan los paganos sobre los prodigios y visiones de sus templos y sus<br />

dioses, y, sin embargo, los dioses de los paganos son demonios, mientras que el Señor ha<br />

hecho el cielo 187 . Son escuchados favorablemente muchos y de muchos modos, no sólo<br />

cristianos católicos, sino también paganos y judíos y herejes, entregados a toda suerte de<br />

errores y supersticiones. Y son escuchados favorablemente o bien por espíritus seductores,<br />

los cuales, sin embargo, nada pueden hacer sin permiso, siendo Dios el que sublime e<br />

inefablemente juzga qué es lo que se ha de dar a cada uno, o bien por el mismo Dios, ya<br />

para castigo de la malicia, ya para consuelo de la miseria, ya para invitar a que se busque<br />

la salvación eterna. Claro que a la salvación y a la vida eterna no puede llegar nadie si no<br />

tiene a Cristo por Cabeza; pero nadie podrá tener a Cristo por Cabeza sino quien está en<br />

su Cuerpo, que es la Iglesia; Iglesia que, como a la misma Cabeza, debemos reconocer en<br />

las santas Escrituras canónicas, en vez de buscarla en la variedad de rumores, opiniones,<br />

hechos, dichos y visiones de los hombres.<br />

50. Nadie, por consiguiente, me oponga nada de lo dicho, si está dispuesto a contestarme,<br />

como tampoco yo digo que se me debe creer cuando digo que la comunión de Donato no<br />

es la Iglesia de Cristo, porque algunos, que fueron obispos entre ellos, quedan convictos<br />

por las actas eclesiásticas, municipales y judiciales de haber entregado los Libros sagrados<br />

al fuego; o bien porque en el juicio ante los obispos que habían solicitado del emperador<br />

no lograron el triunfo de su causa; o porque, apelando al mismo emperador, merecieron<br />

una sentencia contraria del mismo; o porque tal categoría alcanzan entre ellos los jefes de<br />

los circunceliones; o porque los mismos circunceliones cometen tales fechorías; o porque<br />

hay entre ellos quienes se lanzan por abruptos precipicios o se arrojan para ser abrasados<br />

al fuego que ellos mismos se prepararon; o porque mediante el terror obtienen que otros,<br />

contra su voluntad, les den muerte, y deseen espontáneamente tantas muertes, resultado<br />

del furor, para ser honrados por los hombres; o porque, en torno a sus sepulcros,<br />

manadas de vagabundos y vagabundas en indolente mezcolanza se sepulten día y noche<br />

en la bebida y se manchen con torpezas. Podemos conceder que toda esta turba no es<br />

sino la paja de ellos y que no prejuzgue al buen grano, si ellos son los que detentan la<br />

Iglesia.<br />

Pero si son o no ellos los que detentan la Iglesia, tienen que demostrarlo sólo por los<br />

Libros canónicos de las divinas Escrituras; así como nosotros tampoco decimos que debe<br />

creérsenos que estamos en la Iglesia de Cristo porque la que tenemos está avalada por<br />

Optato de Milevi o el obispo de Milán Ambrosio u otros innumerables obispos de nuestra<br />

comunión, o porque está acreditada por los concilios de nuestros colegas, o porque en<br />

todo el orbe de la tierra tienen lugar tales maravillas de curaciones y oraciones<br />

favorablemente despachadas en los lugares santos que frecuenta nuestra comunión, de tal<br />

modo que los cuerpos de los mártires, ocultos durante tantos años, como puede<br />

escucharse de boca de muchos testigos, fueron revelados a Ambrosio, y en esos mismos<br />

sepulcros un ciego de muchos años, famosísimo en Milán, recobró los ojos y la luz; o<br />

porque aquél tuvo un sueño y el otro tuvo un éxtasis y oyó o que no se adscribiera al<br />

partido de Donato o que se alejara del mismo. Toda esta serie de acontecimientos que<br />

tienen lugar en la Iglesia católica deben ser aprobados porque han sucedido en la Iglesia<br />

católica, pero no se manifiesta como católica porque se hayan realizado en ella. El mismo<br />

Señor Jesús, cuando resucitó de entre los muertos y presentó su cuerpo a los discípulos<br />

para que lo vieran con sus ojos y lo tocaran con sus manos, para que no pensaran que se<br />

engañaban, juzgó más conveniente confirmarlos por los testimonios de la Ley, los Profetas<br />

y los Salmos, y les demostró que se habían cumplido en él las predicciones hechas tanto<br />

tiempo atrás. Se lo recomendó también a la Iglesia con estas palabras: Y que en su<br />

nombre se predique la penitencia y el perdón de los pecados a todos los pueblos,


comenzando por Jerusalén 188 .<br />

Que esto estaba escrito en la Ley, los Profetas y los Salmos, es testimonio que tenemos de<br />

su propia boca 189 . Estos son los documentos de nuestra causa, éstos los fundamentos,<br />

éstas las pruebas.<br />

51. Leemos en los Hechos de los Apóstoles que ciertos fieles escrutaban todos los días las<br />

Escrituras para ver si las cosas eran así 190 . ¿A qué Escrituras se refiere sino a las<br />

canónicas de la Ley y los Profetas? A éstas se añadieron los Evangelios, las cartas<br />

apostólicas, los Hechos de los Apóstoles, el Apocalipsis de Juan. Examinad todos estos<br />

Libros y sacad una prueba clara para demostrar que la Iglesia ha permanecido sólo en<br />

África y que desde África ha de tener cumplimiento lo que dijo el Señor: Este Evangelio se<br />

proclamará en el mundo entero para testimonio de todos los pueblos. Entonces llegará el<br />

fin 191 . Pero presentad algo que no necesite intérprete y por lo cual no se os pueda<br />

redargüir que se dijo de otra cosa y vosotros intentáis apartarlo hacia vuestro sentido.<br />

Tenéis presente sólo aquel que soléis aducir: Dónde apacientas, dónde reposas en el<br />

mediodía 192 . Analizadas todas las palabras de ese texto, se refiere a cosa muy diferente<br />

de la que pensáis, y si apoyara lo que decís, os vencerían con él los maximianistas. El<br />

mediodía es más bien la proconsular, la Bisacena y Trípoli, donde ellos, más o menos<br />

numerosos, se hallan, que Numidia, donde vosotros prevalecéis. Así pues, ellos pueden<br />

gloriarse más genuina y netamente de estar en el mediodía, de modo que no podéis<br />

excluirlos de esa afirmación si no mantenéis en aquellas palabras el sentido verdadero y<br />

católico, demostrándoles que, según los cuatro puntos cardinales, el mediodía cae más<br />

bien hacia el austro que hacia el ábrego, y, según las metáforas de las Escrituras, se<br />

denomina con el nombre del mediodía a la perfecta iluminación de la mente y al máximo<br />

fervor de la caridad, y por ello se dice: Tus tinieblas se volverán mediodía 193 .<br />

Así pues, presentad algún texto que no se interprete con más verdad contra vosotros, sino<br />

que no necesite en absoluto de intérprete, como no lo necesita éste: Todos los pueblos<br />

serán bendecidos en tu descendencia 194 , porque no soy yo, sino el Apóstol quien<br />

interpreta a Cristo como descendencia de Abrahán. Como no necesita de intérprete: A ti te<br />

llamarán mi favorita, y tu territorio será el orbe de la tierra 195 , porque se aplica a la que<br />

todo cristiano entiende como Iglesia de Cristo. Como tampoco necesita de intérprete: Se<br />

recordarán y volverán al Señor todos los confines del orbe, y en su presencia se postrarán<br />

todas las razas de los pueblos. Porque el Señor es rey, él gobierna a los pueblos 196 ; esto<br />

se dice en el salmo en que se proclama la Pasión del Señor, según lo testifica el Evangelio<br />

197 . Como tampoco necesita de intérprete: Convenía que Cristo padeciera y resucitase al<br />

tercer día, y que en su nombre se predique la penitencia y el perdón de los pecados a<br />

todos los pueblos, comenzando por Jerusalén 198 ; como tampoco necesita de intérprete: Y<br />

seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta la tierra entera 199 ;<br />

que la Iglesia ha comenzado en Jerusalén y desde allí se ha extendido a Judea, Samaría y<br />

todas las demás naciones, nos lo atestiguan los hechos que siguen, confirmados por los<br />

documentos canónicos. Como tampoco necesita de intérprete: Este Evangelio se<br />

proclamará como testimonio para todos los pueblos. Entonces llegara el fin 200 , pues,<br />

preguntado el Señor sobre el fin de este mundo por haber hablado de ciertos comienzos<br />

de dolor, dice: Pero no es todavía el final 201 ; el fin predijo que había de tener lugar<br />

después de la predicación del Evangelio en todo el orbe a todas las naciones. Como<br />

tampoco necesita de intérprete: Dejadlos crecer juntos hasta la siega 202 ; porque, como<br />

necesitaba intérprete, el mismo Señor, a quien nadie puede contradecir, lo interpretó y lo<br />

explicó, sobre todo en la parábola que él propuso; dice que la buena semilla son los hijos<br />

del reino, el campo es el mundo, la cosecha el fin del tiempo 203 .<br />

Presentad vosotros un texto siquiera de esta clase que manifieste con toda claridad que<br />

África ha quedado sola entre todos o ha sido ella sola salvada como principio para renovar<br />

y llenar el orbe. En verdad que no se recomendaría con tantos testimonios lo que había de<br />

perecer pronto, ni se pasaría en silencio lo único que había de quedar o de lo cual había de<br />

venir la recuperación y el cumplimiento de todo. Y si no podéis demostrar lo que tan<br />

justamente os pedimos, callad de una vez, dormid profundamente, despertaos de vuestro<br />

furor para vuestra salud.<br />

52. ¿Podéis decir aún: "Si la Iglesia está entre vosotros, por qué nos forzáis con la<br />

persecución a entrar en su paz? Y si somos malos, ¿por qué nos buscáis? Y si somos<br />

cizaña, dejadnos crecer hasta la cosecha". Como si nosotros no hiciéramos cuanto está a<br />

nuestro alcance para que no se arranque el trigo al querer separar la cizaña antes de


tiempo 204 . Todos los que han de ser buenos en la eternidad, aunque algún tiempo sean<br />

malos, en la presencia de Dios son trigo y no cizaña. Y así nos preguntáis, en tono de<br />

acusación, por qué os buscamos si sois malos; como si vuestra malicia no os hubiera<br />

causado la muerte y debáis ser buscados porque habéis perecido, a fin de que habiendo<br />

perecido seáis buscados y siendo buscados seáis encontrados, y después de encontrados<br />

seáis llamados de nuevo como aquella oveja por el pastor, aquella dracma por la mujer,<br />

como aquel hijo que había muerto y revivido, había perecido y fue encontrado. Pues el que<br />

os busca es el que habita entre los santos y manda que se os busque.<br />

Justificación del empleo de la fuerza pública<br />

XX. 53. Vuestra queja sobre la persecución se calmará si pensáis y comprendéis a tiempo<br />

que no toda persecución es culpable; de otra manera, no se hubiera dicho en tono de<br />

alabanza: Al que en secreto difama a su prójimo, yo lo perseguiré 205 . Vemos, en efecto,<br />

todos los días que el hijo se queja de su padre como si le persiguiese, la esposa del<br />

marido, el colono del propietario, el reo del juez, el soldado o el sometido de su jefe o de<br />

su rey, cuando ellos con actividad ordenada apartan y contienen, generalmente por el<br />

miedo de penas leves, de males más graves a los que les están sujetos, y otras veces<br />

también apartan de una vida buena con amenazas y violencias. Ahora bien, cuando<br />

apartan del mal y de lo ilícito son correctores o consejeros; cuando del bien y de lo lícito,<br />

no son sino perseguidores y opresores. Se culpa también a los que apartan del mal si la<br />

manera de corregir sobrepasa la moderación de la corrección. Y lo mismo han de ser<br />

culpados quienes desordenada y anárquicamente se lanzan a corregir a aquellos que no<br />

les están subordinados por ley alguna.<br />

54. Por consiguiente, reprendemos con justicia a vuestros circunceliones por sus<br />

desenfrenos y soberbias locuras, aun cuando las ejerzan contra algunos malvados, ya que<br />

no está permitido castigar ilícitamente lo ilícito o apartar ilícitamente de lo ilícito. Cuando<br />

se persigue a los inocentes sin instruir el proceso o por enemistades sumamente injustas,<br />

¿quién no se estremece de tan criminales atracos? Más aún, nosotros no reprendemos el<br />

que hayáis pensado reprimir el furor de los maximianistas con las leyes públicas, a fin de<br />

urgirlos a la consideración de su crimen tras arrojarlos de las basílicas que tenían,<br />

mediante mandato judicial, intervención de los poderes públicos y la policía de las<br />

ciudades; lo que sí os reprochamos es el haber perseguido en ellos lo mismo que hicisteis<br />

vosotros, y aun mucho más leve de lo que vosotros hicisteis. En efecto, ellos obraron<br />

contra la parte de Donato, pero vosotros elevasteis el altar de la sacrílega disensión contra<br />

el orbe de la tierra y contra las palabras del que encareció que su Iglesia comenzaría por<br />

Jerusalén y se dilataría por todos los pueblos. Aún más, si los maximianistas osaran<br />

resistir ilícita y frenéticamente a los mandatos judiciales que conseguisteis contra ellos, ¿<br />

no conseguirían su propia condenación al decir el Apóstol: El insumiso a la autoridad se<br />

opone a la disposición de Dios y los que se le oponen se ganarán su sentencia. De hecho,<br />

los que mandan no son una amenaza para la buena acción, sino para la mala? 206 Al<br />

incurrir ellos en esa mala acción, que intentabais corregir vosotros mediante los poderes<br />

establecidos, si quisieran enfrentarse a las leyes por su mala acción con otra peor aún, ¿no<br />

sería de ellos mismos y no de vosotros de quien les vendría el mal que les sucediera? Al<br />

igual que quien hubiera pretendido lanzar una blasfemia contra el Dios de Sidrac, Misac y<br />

Abdénago, y fuera aniquilado con toda su casa 207 , ¿sería por parte de esos tres varones<br />

por cuya liberación del fuego se había conmovido el rey y había dado el edicto, o por parte<br />

del mismo rey, y no más bien por culpa de sí mismos por quien sufrirían justamente esos<br />

males? Si aun aquellos cuarenta judíos, que se habían conjurado para asesinar a Pablo, se<br />

hubieran lanzado contra los soldados que lo conducían con orden de protegerlo, ¿sería<br />

acaso Pablo quien los habría hecho perecer y no su propia resistencia a la autoridad?<br />

55. Por consiguiente, también vosotros, sin animosidad tumultuosa, sin turbulenta<br />

contienda, sin la amargura del odio, considerad con diligencia las medidas que han tomado<br />

contra vosotros los emperadores de nuestra comunión, considerad cuál es la causa por la<br />

que sufrís; y si descubrís que estáis en la Iglesia de Cristo, alegraos y regocijaos, porque<br />

es grande vuestra recompensa en los cielos 208 . Pues vosotros sois coronados como<br />

mártires; ellos, en cambio, son juzgados como perseguidores de los mártires. Pero si la<br />

Sagrada Escritura os deja convictos de que habéis levantado un altar contra la Iglesia de<br />

Cristo, y de que os habéis separado con un sacrílego cisma de la unidad cristiana, que se<br />

extiende por el orbe, y que combatís rebautizando, blasfemando y, en cuanto está a<br />

vuestro alcance, atacando el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia difundida por todo el<br />

mundo; si todo ello es así, vosotros sois los impíos y sacrílegos; en cambio, los que


determinan seáis apartados y refrenados tan suavemente por un crimen tan grande con<br />

amonestaciones de perjuicios o privación de lugares u honores o dinero, a fin de que,<br />

reflexionando por qué padecéis todo esto, evitéis vuestro tan conocido sacrilegio y os<br />

libréis de la condenación eterna, ellos, digo, son considerados como dirigentes solícitos y<br />

piadosísimos consejeros. Este es el amor que os deben los emperadores cristianos y<br />

católicos: castigar vuestros sacrilegios, no según lo merecen, atendiendo a la<br />

mansedumbre cristiana, y no dejarlos sin castigo alguno teniendo en cuenta la solicitud<br />

cristiana. Esto obra en ellos Dios, cuya misericordia, aun en estas incomodidades de que<br />

os quejáis, no queréis reconocer. Nosotros, en cambio, en cuanto está en nuestro poder,<br />

en cuanto el Señor nos concede y permite, no movemos contra vosotros ni siquiera la<br />

aplicación de las más suaves leyes de represión, si no es para que la Iglesia católica se<br />

vea libre de vuestros errores en favor de la fragilidad de los débiles, para que puedan<br />

elegir sin temor lo que han de creer y seguir; de suerte que si vuestros partidarios<br />

cometen alguna violencia contra los nuestros, vosotros, a quienes tenemos como rehenes<br />

en nuestras propiedades y ciudades, no vayáis a soportar lo que merecen los vuestros,<br />

sino que mediante los poderes públicos seáis castigados pecuniariamente según las<br />

exigencias de las leyes. Si esto os parece grave, que os lo ahorren los vuestros y se<br />

mantengan en paz. Pero si quienes están a vuestras órdenes, o simplemente con vosotros,<br />

no reposan en su ensañamiento contra vosotros, no tenéis motivo para quejaros de<br />

nosotros, que hemos puesto en vuestro poder o en el de los vuestros la facultad de no<br />

padecer mal alguno por seguir vuestra herejía, si la Católica no tiene que aguantar<br />

molestia alguna ni de vosotros ni de los vuestros. Y si se le causaren algunas sin vuestra<br />

cooperación y sin que podáis reprimirlas, con toda misericordia y justicia os recuerdan<br />

esos daños qué sujetos tenéis con vosotros, que pensáis no os contaminan; ello os fuerza<br />

a comprender qué vacías de sentido son las calumnias que lanzáis contra la Iglesia de<br />

Cristo extendida por todo el orbe.<br />

Dejad, pues, ya de reprocharnos que os perseguimos; antes bien, achacádselo a los<br />

vuestros, si prefieren molestarnos a nosotros con su violencia y trituraros a vosotros con<br />

las leyes públicas antes que calmar su acostumbrado furor. Si en verdad sufrís alguna<br />

odiosa calamidad por parte de los nuestros que no observan la moderación y exigencias de<br />

la caridad cristiana, diría sin vacilar que ésos no son los nuestros, sino que lo serán si se<br />

enmiendan, o serán separados al final si perseveran en su malicia. Mientras nosotros ni<br />

rasgamos las redes a causa de los malos peces 209 , ni abandonamos la casa grande a<br />

causa de los vasos convertidos en afrenta 210 . Vosotros, en cambio, si por la misma regla<br />

decís que no son vuestros los que así perjudican a la Católica, demostrad vuestra buena<br />

disposición, corregid el error, abrazad la unidad del espíritu en el vínculo de la paz 211 .<br />

Porque si ni aquéllos os contaminan a vosotros ni a nosotros éstos, no nos reprochemos<br />

mutuamente los crímenes ajenos: como buen grano crezcamos en la caridad, soportemos<br />

juntos la paja hasta la bielda.<br />

56. Si no necesitan de intérprete los testimonios de las Escrituras canónicas, que nos<br />

enseñan que la Iglesia se encuentra en la comunión del orbe entero, y si vosotros no<br />

podéis aducir ningún testimonio semejante de los mismos Libros en favor de vuestra<br />

separación en África, no es justa vuestra queja sobre las persecuciones; mucho más<br />

graves son las que soporta la Católica cuanto más extendida se encuentra y soporta con<br />

fe, esperanza y caridad 212 todas las calamidades; no sólo las que vuestros circunceliones<br />

y sus semejantes causan a sus miembros donde pueden, sino todos los escándalos de las<br />

distintas iniquidades que abundan por el universo mundo, refiriéndose a las cuales<br />

exclama el Señor: ¡Ay del mundo por los escándalos! 213 Más duramente persigue el hijo a<br />

su padre con su mala vida que el padre al hijo con el castigo, y más dura fue la<br />

persecución de la esclava contra Sara con su inicua soberbia que la de Sara contra ella con<br />

la debida disciplina 214 y más duramente persiguieron al Señor aquellos pensando en los<br />

cuales se dijo: El celo por tu casa me consume 215 que él a aquellos cuyas mesas echó por<br />

el suelo arrojándolos con el látigo del templo 216 .<br />

Cómo recibe la Católica a los herejes<br />

XXI. 57. ¿Tenéis algo más que decir? ¿Queréis acaso que pongamos delante aquella<br />

vuestra última objeción: "He aquí que vosotros tenéis la Iglesia. Cómo nos recibís si<br />

quisiéramos pasarnos a ella?"<br />

Os respondo brevemente: "Os recibimos como recibe la Iglesia que hemos encontrado en<br />

los Libros canónicos". Dejad a un lado el espíritu de contradicción, de que están hinchados


todos los que no quieren ser abatidos por la verdad de Dios y se dejan vencer por su<br />

perversidad. Así podéis comprender fácilmente que buenos y malos tienen los<br />

sacramentos divinos; pero en los primeros para la salvación y en los segundos para su<br />

condenación. Y aunque haya tal distancia entre ellos, según se acerquen digna o<br />

indignamente, los mismos sacramentos les sirven a aquéllos para el premio y a los otros<br />

para el juicio.<br />

58. Por lo cual en el tiempo en que el Señor bautizaba a más personas que Juan, según<br />

está escrito en el Evangelio, cuando añadió el Evangelista: Aunque en realidad no<br />

bautizaba él personalmente, sino sus discípulos 217 , aunque era tan grande la distancia<br />

entre Pedro y Judas, ninguna diferencia había en el bautismo dado por Pedro y el dado por<br />

Judas. Uno sólo era el que daban los dos, aunque ellos no formaban unidad; el bautismo<br />

era de Cristo, pero uno de ellos pertenecía a los miembros de Cristo y el otro al partido del<br />

diablo. En cambio, cuando Juan el Bautista y el Apóstol formaban unidad, porque ambos<br />

eran amigos del Esposo 218 , como era diferente el bautismo dado por Juan del que daba<br />

Pablo, Pablo ordenó que fueran bautizados con el bautismo de Cristo los que lo habían sido<br />

con el de Juan. Así pues, el primer bautismo fue llamado bautismo de Juan; en cambio, el<br />

dado por Pablo no se llamó bautismo de Pablo, sino que mandó que fueran bautizados en<br />

Cristo 219 .<br />

Ved cómo Juan y Pablo forman unidad, pero no dan lo mismo; Pedro y Judas no forman<br />

unidad, pero dan el mismo bautismo; y Pedro y Pablo forman unidad y dan un solo<br />

bautismo. Abrahán y Cornelio justificados por la fe 220 forman unidad, pero no recibieron<br />

un mismo sacramento; lo mismo Cornelio y Simón el Mago no forman unidad, pero<br />

recibieron el mismo sacramento; en cambio, Cornelio y aquel eunuco que Felipe bautizó en<br />

el camino forman unidad y recibieron el mismo sacramento: ni la diversidad de ministros<br />

ni la de receptores hacen que no sea uno lo que es uno.<br />

59. Estos, al querer que sea de los hombres lo que es de Cristo, intentan convencernos de<br />

las cosas más falsas y absurdas, de suerte que hay casi tantos bautismos como son los<br />

hombres que los dan. Así, lo que dice el Señor sobre el hombre y la obra del hombre: Los<br />

árboles sanos dan frutos buenos, los árboles dañados dan frutos malos 221 , intentan éstos<br />

deformarlo en el sentido de que el bautizado por un ministro bueno es bueno, y malo el<br />

bautizado por uno malo. De donde se seguiría, aunque ellos no lo admitan, que el<br />

bautizado por uno mejor es mejor, y el bautizado por uno menos bueno es menos bueno.<br />

De donde se sigue que los que antes de la Pasión del Señor no bautizó el mismo Señor,<br />

sino sus discípulos, serían más santos si hubieran sido bautizados por él mismo. En efecto,<br />

¿quién puede ni siquiera pensar la diferencia que hay entre él mismo y sus discípulos, por<br />

quienes eran bautizados? ¿Luego privó él de una regeneración más santa a los que,<br />

estando él presente, quiso que fueran bautizados por sus discípulos? Sería una locura<br />

creer esto.<br />

¿Qué se dignó, pues, demostrar con eso sino que era suyo lo que se daba, fuera quien<br />

fuera el ministro, y que quien bautizaba era él, de quien había dicho el amigo del Esposo:<br />

Este es el que bautiza 222 , cualquiera que fuera el ministro que bautizaba a quien había<br />

creído en él? Dice también Pablo: Gracias a Dios, no os bauticé a ninguno más que a<br />

Crispo y Gayo, para que nadie diga que lo bauticé en mi nombre 223 . ¿Se va a creer que<br />

regateó a los hombres una santificación mejor, si cuanto más santo era habían de recibir<br />

un bautismo más santo quienes fueran bautizados por él? Precisamente a esto mismo<br />

prestó una atención especial el dispensador tan prudente y tan fiel: a que nadie fuera a<br />

pensar que había recibido un bautismo más santo por haberlo recibido de un ministro más<br />

santo, atribuyendo al siervo lo que era del Señor.<br />

60. Así pues, como buenos y malos dan y reciben el sacramento del bautismo, pero sólo<br />

los buenos regenerados son agregados espiritualmente al cuerpo y hechos miembros de<br />

Cristo, sin duda en los buenos está aquella Iglesia a la que se dice: Lirio entre espinas es<br />

mi amada entre las hijas 224 . Ella está en los que edifican sobre piedra, esto es, los que<br />

oyen la palabra de Cristo y la practican, ya que así lo dijo a Pedro cuando confesó a Cristo<br />

como Hijo de Dios: Sobre esta roca edificaré mi Iglesia 225 . No está la Iglesia en los que<br />

edifican sobre arena, esto es, en los que oyen la palabra de Cristo y no la practican. Ya lo<br />

dijo él: Todo aquel que escucha estas palabras mías y las pone por obra se parece al<br />

hombre sensato que edifica su casa sobre roca 226 ; y un poco más adelante: Todo aquel<br />

que escucha estas palabras mías y no las pone por obra se parece al necio que edifica su<br />

casa sobre arena 227 . Por consiguiente, quienes mediante la unión de la caridad han sido


incorporados al edificio construido sobre piedra y al lirio brillante en medio de las espinas,<br />

poseerán ciertamente el reino de Dios; y, en cambio, los que edifican sobre arena o han<br />

sido contados entre las espinas, ¿quién puede dudar que no poseerán el reino de Dios? De<br />

nada les sirve a los tales el sacramento del bautismo; y, sin embargo, no se ha de hacer<br />

injuria alguna al sacramento que tienen por causa del inestable fundamento y la estéril<br />

malicia de éstos.<br />

No basta con tener los sacramentos<br />

XXII. 61. Igualmente, advertid sin prejuicios, en aquel pasaje de la carta del apóstol<br />

Pablo a los Gálatas, cuán justo es que, corrigiendo el error herético, si tienen este<br />

sacramento que debieron tener, y reciben lo que les faltaba, no se desapruebe ni se<br />

insulte a lo que existía: Las obras de la carne son conocidas: lujuria, inmoralidad,<br />

libertinaje, idolatría, magia, enemistades, discordia, rivalidad, arrebatos de ira, egoísmos,<br />

partidismos, envidias, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y os prevengo, como ya os<br />

previne, que los que se dan a eso no heredarán el reino de Dios 228 .<br />

Por consiguiente, todos éstos ni se relacionan con el lirio ni están edificados sobre piedra;<br />

entre ellos se hallan también los herejes. ¿Por qué vosotros, para pasar por alto otras<br />

cosas, no bautizáis después de hacerlo los borrachos, los lujuriosos, los envidiosos, que no<br />

poseerán el reino de Dios y, por tanto, no están en la piedra, y como no están en la<br />

piedra, no son contados en la Iglesia, porque dice Jesús: Sobre esta piedra edificaré mi<br />

Iglesia? 229 ¿Por qué queréis, en cambio, que nosotros bauticemos después de hacerlo los<br />

herejes, que están contados entre las mismas espinas que no poseerán el reino de Dios y<br />

en quienes están los sacramentos, cuando los tienen, pero no les son de provecho, porque<br />

siendo éstos rectos están ellos torcidos?<br />

Considerando y pensando estas cosas sin pertinacia, podéis entender fácilmente que se ha<br />

de corregir en cada uno lo que está torcido y aprobar lo que está recto, y que se ha de dar<br />

lo que falta y reconocer lo que existe. Si viene un hereje a hacerse católico, que primero<br />

corrija su propio error, no profane el sacramento de Cristo, reciba el vínculo de la paz que<br />

no tenía, sin el cual no podrá serle de provecho el bautismo que tenía: una y otra cosa son<br />

necesarias para alcanzar el reino de Dios, el bautismo y la justicia. En el que menosprecia<br />

el bautismo de Cristo no puede existir la justicia, y en cambio puede existir el bautismo<br />

aun en el que no tiene la justicia, pero no puede serle de provecho. Igual que dijo la<br />

Verdad: A menos que uno nazca del agua y el Espíritu, no puede entrar en el reino de<br />

Dios 230 , ella misma dijo: Si vuestra justicia no sobrepasa la de los letrados y fariseos, no<br />

entraréis en el reino de Dios 231 . De modo que no basta el bautismo solo para llevar al<br />

reino; se precisa también la justicia. Al que le falten los dos elementos o uno solo, no<br />

puede llegar.<br />

Por lo cual, al decirles a los herejes: "Os falta la justicia, que no puede tener nadie sin el<br />

vínculo de la paz", y al confesar ellos que muchos tienen el bautismo y no tienen la justicia<br />

-y si no lo confiesan, que se dejen convencer por la Escritura divina-, me maravillo de que<br />

-al no querer nosotros bautizarlos de nuevo porque tienen el bautismo de Cristo, no el<br />

suyo propio- piensen que nosotros obramos así como si juzgáramos que no les falta ya<br />

nada; y que como en la Católica no se les da el bautismo que ya tienen, crean que no<br />

reciben nada allí donde reciben precisamente aquello sin lo cual el bautismo que ellos<br />

tienen sólo les sirve para su ruina, no para su salvación. Si no quieren entender esto, a<br />

nosotros nos basta con tener la Iglesia que señalan los testimonios más evidentes de las<br />

Escrituras santas y canónicas.<br />

63. Puede ahora decirme un hereje: "¿Cómo me recibes?" Yo le respondo<br />

inmediatamente: "Como recibe la Iglesia, a la que Cristo da testimonio. ¿Acaso puedes<br />

conocer cómo has de ser recibido tú mejor que Cristo, nuestro Salvador, médico de tu<br />

herida?" Quizá ante esto digas tú: "Léeme cómo mandó Cristo que se recibiese a los que<br />

quieren pasar de la herejía a la Iglesia". Al respecto, no te puedo leer textos claros y<br />

evidentes, como tampoco tú. Si Juan hubiera sido hereje, y bautizara en el nombre del<br />

Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, después de cuyo bautismo ordenó Pablo que se<br />

bautizara a los hombres, te saldrías con la tuya y yo nada tendría que decir en contra.<br />

Igualmente, si los herejes hubieran bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del<br />

Espíritu Santo a Pedro, a quien dijo el Señor: Uno que se ha bañado no necesita lavarse de<br />

nuevo 232 , yo conseguiría mi intento, y no tendrías nada que decir. Ahora bien, como en<br />

las Escrituras no encontramos a nadie que haya pasado de la herejía a la Iglesia, y que


haya sido recibido como yo digo o como dices tú, pienso que si hubiera habido algún<br />

sabio, al cual el Señor hubiera dado testimonio, y le consultáramos sobre esta cuestión, a<br />

buen seguro que no dudaríamos lo más mínimo en hacer lo que él hubiera dicho; de lo<br />

contrario, se consideraría que nos oponíamos, más que a él, al mismo Cristo, cuyo<br />

testimonio le avala. Ahora bien, Cristo da testimonio en favor de su Iglesia. Lee lo que dice<br />

el Evangelio: Convenía que Cristo padeciera y resucitara al tercer día, y que en su nombre<br />

se predique la penitencia y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por<br />

Jerusalén 233 . Como recibe esta Iglesia extendida por todos los pueblos, a partir de<br />

Jerusalén, dejando de lado toda ambigüedad o tergiversación, así has de ser recibido tú. Y<br />

si no quieres, no es a mí o a cualquier otro hombre, que así quiere recibirte, a quien<br />

resistes tan funestamente para tu salvación, sino al mismo Salvador; eres tú el que te<br />

empeñas en no creer que te han de recibir como recibe aquella Iglesia, a la que con su<br />

testimonio recomienda aquel a quien confiesas que es impío no creer.<br />

Citas bíblicas aducidas por los donatistas<br />

XXIII. 64. "Pero dijo Jeremías: Se ha vuelto para mí como agua engañosa que no es de<br />

fiar" 234 . No habló de esta agua que piensas; lee con atención. Es a la muchedumbre de<br />

hombres mendaces a los que llamó agua engañosa, según la costumbre de los profetas,<br />

que suelen hablar figuradamente, igual que en el Apocalipsis sabemos que aplica el<br />

nombre de aguas a los pueblos 235 . Así dice Jeremías: ¿Por qué prevalecen los que me<br />

llenan de tristeza? Mi herida es seria, ¿cómo la curaré? Se ha vuelto para mí como agua<br />

engañosa que no es de fiar 236 . Ahora bien, Cristo da testimonio a su Iglesia. Dijo que su<br />

herida se le había convertido en agua engañosa, y llamó herida suya a los que le llenaban<br />

de tristeza; pues a las palabras los que me llenan de tristeza corresponde luego mi herida,<br />

y a la palabra de antes prevalecen denomina "seria".<br />

65. Lo mismo hacéis con el otro texto: Abstente del agua ajena, y no bebas de la fuente<br />

de otro 237 . Pensáis que esto se dijo referido al bautismo que se da entre los herejes, y<br />

que por eso es agua ajena, porque los herejes no poseerán el reino de Dios. Como si no<br />

ocurriera también así entre los ebrios, los envidiosos y otra gente viciosa semejante de los<br />

cuales se dijo también: No heredarán el reino de Dios 238 . Y, sin embargo, en todos éstos,<br />

si han sido bautizados según el Evangelio, el bautismo es de Cristo, no de ellos. Y así esa<br />

agua no es ajena, aunque sean ajenos aquellos a quienes ha de decir: No os conozco 239 .<br />

Así pues, ¿por qué no he de entender más bien que el agua ajena y la fuente ajena es la<br />

doctrina del espíritu maligno, por la cual son engañados y seducidos los alejados de Dios<br />

por la ignorancia que existe en ellos a causa de la ceguedad de su corazón? Nos lo<br />

encarece más claramente el Apóstol: El Espíritu dice claramente que en los últimos<br />

tiempos algunos abandonarán la fe por dar oídos a espíritus seductores, a enseñanzas de<br />

demonios 240 . Esta es el agua y la fuente ajena. Si el agua se toma en el buen sentido<br />

como el Espíritu Santo, ¿cómo no se ha de entender en el malo como el espíritu maligno?<br />

Porque no siempre que la Escritura menciona el agua quiere significar este sacramento<br />

visible del bautismo, sino unas veces el bautismo y otras veces otra cosa. Ya habían<br />

bautizado los discípulos del Señor a otros con este bautismo visible antes que viniera a<br />

ellos el Espíritu Santo conforme lo había prometido, sobre el cual dice el mismo Jesús:<br />

Quien tenga sed, que venga a mí y beba. El que cree en mí, según dice la Escritura, de su<br />

seno manarán ríos de agua viva 241 . Y sigue el Evangelista y explica por qué se dijo: Decía<br />

esto refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él. Aún no se había dado<br />

el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado 242 . Ved cómo aquí llama agua al<br />

Espíritu, que aún no había sido dado, cuando el agua del bautismo se había dado ya a<br />

muchos.<br />

66. Así se explica también aquello de tus pozos, que tampoco entendéis: Bebe agua de<br />

tus depósitos y de los arroyos que fluyen de tus pozos; que el manantial de tu agua te sea<br />

propio y que ningún extraño la comparta contigo; que tus aguas no se desborden y que<br />

fluyan por tus plazas 243 . No se refiere al bautismo visible que pueden tener aun los<br />

extraños, es decir, los que no poseerán el reino de Dios, sino que encarece el don del<br />

Espíritu Santo, que es propio sólo de aquellos que reinarán con Cristo para siempre, ya<br />

que la caridad de Dios, como dice el Apóstol, se ha derramado en nuestros corazones por<br />

el Espíritu Santo que se nos ha dado 244 . La misma dilatación del corazón que produce la<br />

caridad, en atención a la cual dice que ha sido derramada y por la que habla así a los<br />

corintios: Mi boca está abierta para vosotros, oh corintios; nuestro corazón se ha dilatado<br />

245 , está significada en las plazas.


67. Lo que escuchamos en sentido propio: No deis fe a cualquier espíritu, antes bien,<br />

examinad qué espíritu viene de Dios 246 , lo escuchamos en sentido figurado: Bebe agua de<br />

tus depósitos y de los arroyos que fluyen de tus pozos 247 . Y lo que oímos en su sentido<br />

obvio: La caridad de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo<br />

que se nos ha dado 248 , lo oímos en sentido figurado: Que el manantial de tu agua te sea<br />

propio y que ningún extraño la comparta contigo 249 . Muchos son los dones que pueden<br />

tener aun los extraños, no sólo los comunes con las piedras y los árboles, como son el<br />

existir y el vivir, sino también otros más excelentes y propios de los hombres, como son la<br />

razón, el uso de la palabra, las innumerables artes útiles y otros muchos. También pueden<br />

tener algunos más que se han dado a la casa de Dios los extraños, esto es, los que no han<br />

de poseer el reino de Dios, a los cuales se dirá al final: No os conozco 250 , aunque ellos<br />

digan: Hemos profetizado en tu nombre y hecho muchos milagros 251 , puesto que aunque<br />

tenga el don de profecía y conozca todos los misterios y posea toda la ciencia; aunque<br />

tenga tanta fe que traslade las montañas, si no tengo caridad, nada soy 252 . Este es el don<br />

del Espíritu Santo propio de los justos, del que ningún extraño participa. Este es el que<br />

falta a todos los malignos e hijos de la gehena, aunque sean bautizados con el bautismo<br />

de Cristo, como lo había sido Simón el Mago. Este les falta también a los herejes; ellos lo<br />

reciben cuando, una vez corregidos, vienen y abrazan sinceramente el vínculo de la<br />

unidad. Y si no lo reciben, incluso teniendo el bautismo de Cristo no han de poseer el reino<br />

de Cristo, ya que no se han acercado a la fuente propia de las aguas que corren en las<br />

plazas de los santos sin desbordarse afuera, fuente de la que la caridad de Dios se ha<br />

derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado 253 .<br />

Dejad ya de citar esos testimonios que no entendéis o que entendéis que se tornan contra<br />

vosotros en favor nuestro. Y si son ambiguos y se pueden interpretar en nuestro favor o el<br />

vuestro, en nada ciertamente favorecerían vuestra causa, porque si nosotros quisiéramos<br />

usar de semejantes testimonios, los tendríamos incontables, pero que, de idéntica<br />

manera, en nada favorecerían la nuestra. Semejantes testimonios no consiguen otra cosa<br />

que sostener una causa mala, aunque sea sólo por la pérdida de tiempo.<br />

Argumentos donatistas que se vuelven contra ellos<br />

XXIV. 68. "He aquí -dicen ellos- que del Cuerpo del Señor fluyó agua". Y ¿qué te favorece<br />

esto, oh hereje? "Mucho, dice. Quiere decir que no hay bautismo sino en el Cuerpo del<br />

Señor, esto es, en la Iglesia".<br />

Sería mejor que dijeras: "Del Cuerpo del Señor, esto es, de la Iglesia", aunque ya conste -<br />

lo que quizá haya que investigar aún con más diligencia- que aquella agua significaba el<br />

bautismo. También nosotros decimos que el bautismo que tenéis procede del Cuerpo del<br />

Señor, esto es, de la Iglesia, aunque vosotros no estéis en ella como todos los que no<br />

edifican sobre piedra, sino sobre arena. Sin embargo, ¿por qué no prestas atención a que<br />

aquella agua, que dices significa el bautismo, no sólo estuvo en el Cuerpo del Señor, sino<br />

que salió fuera y precisamente por la herida del perseguidor? Ciertamente, ni los herejes<br />

ni todos los malos hubieran llevado los sacramentos fuera consigo si hubieran conservado<br />

la integridad de la unidad en el Cuerpo del Señor.<br />

Pero vosotros veis también qué profundo es esto y en qué profundidad misteriosa se<br />

oculta.<br />

69. Baste ya; dejad de recurrir a tales argumentos. Cuantos testimonios de ese estilo<br />

presentéis, o redundan en favor nuestro, o, para quitar no poco a nuestra causa, queda<br />

incierto a quién favorece. Pero vosotros os apoyáis con agrado en los textos oscuros para<br />

no veros forzados a reconocer los claros. He aquí la Iglesia. ¿Por qué sufrís, os ruego? He<br />

aquí la Iglesia recomendada y designada, anunciada y confirmada por tantos y tan claros<br />

testimonios de las santas Escrituras: Como la oímos, la hemos visto 254 . ¿Por qué tantas<br />

vueltas sobre cómo te recibirá? ¿Por qué rehúsas ser recibido como recibe ella, de quien<br />

da testimonio quien no pudo mentir 255 ? Demuestra que las Escrituras canónicas han dicho<br />

claramente que ha de ser bautizado en la Iglesia quien fue bautizado por herejes en el<br />

nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Si no puedes demostrar esto, muéstranos<br />

que tu comunión, el partido de Donato donde tú has aprendido eso, tiene algún testimonio<br />

claro y manifiesto en las Escrituras canónicas, y yo confesaré que hay que pasar a tu<br />

partido y que no hay que recibir a los heréticos más que como los recibe la Iglesia en que<br />

estás tú, ya que ha sido proclamada por testimonio de tal valor. ¿Por qué sudas, por qué


te turbas? No encuentras en las Escrituras canónicas lo que con toda justicia te pedimos.<br />

Lo que soléis aducir: Dónde apacientas, dónde reposas en el mediodía 256 , ves qué valor<br />

tiene y qué lejos está de favorecerte. No busques, pues, tales textos, porque aunque el<br />

partido de Donato estuviera en el aquilón, que es la parte opuesta al mediodía, trataría de<br />

aplicarse a sí aquel pasaje: Montes de Sión, frontera del norte, ciudad del gran Rey 257 .<br />

Bien claro es que la ciudad del gran Rey no es otra que la Iglesia, y este texto pone más<br />

de manifiesto a la Iglesia que aquel de dónde apacientas, dónde reposas en el mediodía<br />

258 . Pero quizá se apropiaría este testimonio el hereje Marción, de quien se dice procede<br />

del Ponto, región que está hacia el norte. A su vez, si el partido de Donato estuviera en el<br />

occidente, se aplicaría aquel texto: Abridle el camino a quien asciende a occidente, su<br />

nombre es "el Señor" 259 . Quizá diría era más sublime el ascender a occidente que reposar<br />

en el mediodía. Todos estos pasajes son misteriosos, encubiertos, figurados; lo que os<br />

pedimos es algo claro, que no necesite de intérprete.<br />

70. Por tanto, yo te recibo como recibe el linaje de Abrahán, en el que serán bendecidos<br />

todos los pueblos 260 . Esto sería oscuro si Pablo no hubiera explicado que el linaje de<br />

Abrahán es Cristo 261 . Te recibo como recibe aquella estéril, cuyos hijos son más que los<br />

de la casada 262 ; lo cual sería oscuro si Pablo no hubiera dicho que ella era nuestra Madre<br />

la Iglesia 263 , a la que se dijo: El Señor que te libró se llamará "Dios de toda la tierra" 264 al<br />

que se dijo: tu territorio es el orbe de la tierra 265 . Te recibo como recibe aquella reina de<br />

la que se dice en los Salmos: A tu diestra está la reina, y a la que se dice: En lugar de tus<br />

padres, te han nacido hijos, los harás príncipes por toda la tierra 266 . Finalmente, para no<br />

citar otros muchos textos, te recibo como recibe la Iglesia extendida en todos los pueblos,<br />

comenzando por Jerusalén 267 ; como recibe la Iglesia, que es testigo de Cristo en<br />

Jerusalén, en toda la Judea y Samaría y hasta el fin de la tierra 268 . El que te recibe es<br />

quien dijo todo esto de aquélla, el que nos la mostró con tales palabras, a fin de que nadie<br />

dudara de ella. Te recibo como recibe el trigo sembrado en el campo, que crece con la<br />

cizaña hasta la cosecha. Este grano son los hijos del reino, el campo es el mundo, la siega<br />

es el fin del tiempo 269 . El Señor lo expuso; es el Evangelio; son palabras de Dios, son bien<br />

claras.<br />

Podría decirte: "Te recibo como vosotros recibisteis a los que bautizaron Pretextato y<br />

Feliciano fuera de vuestra comunión, a lo cual no tienes nada que oponer". Pero diré más<br />

bien lo que puede tener una fuerza invencible contra los mismos maximianistas, que os<br />

han derrotado absolutamente sobre todo con dos argumentos de que soléis usar con tanta<br />

ineptitud como frecuencia, el del pequeño número y el del mediodía. Diré esto que os<br />

abata a todos vosotros, como si de común acuerdo os levantarais contra nosotros: Os<br />

recibimos, si queréis corregiros, como recibe la Iglesia de la que dijo el Señor que<br />

comenzaría en Jerusalén -y leemos en los Hechos de los Apóstoles que allí empezó-; que<br />

pasaría a todos los pueblos -y leemos en los Hechos de los Apóstoles que pasó a muchos<br />

antes de llegar a África- y que llegaría a todos antes de que llegue el fin, puesto que el<br />

mismo Señor dijo: Este Evangelio se predicará a todos los pueblos, y entonces vendrá el<br />

fin 270 . He aquí sus impurezas: Como abundará la maldad se enfriará la caridad de<br />

muchos 271 . He aquí su grano: El que persevere hasta el fin, ése se salvará 272 . ¿Dónde se<br />

cita aquí el África en el partido de Donato? He aquí de nuevo su grano: Quiero que sepas -<br />

dice el Apóstol- cómo conviene que te portes en la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios<br />

vivo, columna y fundamento de la verdad. Es grande sin duda el misterio de la piedad que<br />

se ha manifestado en la carne, justificado en el espíritu, mostrado a los ángeles, predicado<br />

a los gentiles, creído en el mundo, ensalzado en la gloria 273 . He aquí sus impurezas: El<br />

Espíritu dice claramente que en los últimos tiempos algunos se alejarán de la fe y<br />

escucharán a espíritus seductores y doctrinas diabólicas 274 , etc. ¿Dónde se ha citado aquí<br />

el África en el partido de Donato, cual si en ella hubiera de permanecer como columna y<br />

fundamento de la verdad o como el sacramento de la piedad, desde el cual corrió hasta el<br />

fin, hasta el punto de decir: Ha sido predicado a los gentiles, creído en el mundo,<br />

ensalzado en la gloria? 275<br />

71. ¿Para qué detenerme en más cosas? El que piense responder a esta carta, o que<br />

examine las Escrituras y presente algún testimonio claro sobre el África, lugar único donde<br />

o de donde se extiende el partido de Donato, texto que no podrá presentar, porque la<br />

Escritura no puede oponerse a los otros textos tan evidentes presentados por nosotros; o<br />

si busca seguidores crédulos de sus sospechas o acusaciones o calumnias, y llevarlos a<br />

otro evangelio, que no es otro, y anunciaros otra cosa diferente de lo que hemos recibido,<br />

aunque fuera un ángel del cielo, sea anatema 276 , porque el mismo diablo, que cayó del<br />

cielo precisamente porque no permaneció en la verdad, si hubiera sido anatema para el


hombre, cuando le anunció algo diferente de lo que el hombre había recibido del Señor<br />

Dios, nuestros primeros padres no hubieran caído en la pena de muerte ni hubieran salido<br />

de aquel lugar de felicidad.<br />

Exhortaciones finales<br />

XXV. 72. Por todo lo cual, vosotros, amadísimos, a quienes escribo esta carta, conservad<br />

con fidelidad y firmeza absoluta el mandato del Pastor, que entregó su vida por sus<br />

ovejas 277 y, ya exaltado y glorificado, está sentado a la derecha del Padre y nos dice: Mis<br />

ovejas escuchan mi voz y me siguen 278 . Habéis escuchado con toda claridad su voz no<br />

sólo a través de la Ley, los Profetas y los Salmos, sino también por su propia boca, que<br />

recomienda a su Iglesia futura, y percibís claramente por la lectura cómo se han cumplido<br />

en su orden los acontecimientos que anunció en los Hechos y Cartas de los apóstoles, que<br />

forman el complemento del canon de las Escrituras. No es esto una cuestión oscura, en la<br />

que puedan engañarnos los que el mismo Señor dijo que habían de venir diciendo: Cristo<br />

está aquí o allí, o en el desierto 279 , como en un lugar donde no se agolpa la multitud, o en<br />

lugar secreto, como si se tratara de tradiciones y doctrinas secretas.<br />

Sabéis que la Iglesia se esparcirá por todas partes y crecerá hasta la cosecha. Tenéis una<br />

ciudad de la cual dice el mismo que la fundó: No puede ocultarse una ciudad situada en la<br />

cima de un monte 280 . Ella es conocidísima no en alguna parte del orbe, sino por todo él.<br />

Ella sufre alguna vez tempestades pasajeras aun en sus granos, de tal suerte que en<br />

algunos lugares no se los reconoce, aunque allí estén ocultos. Y no puede fallar la palabra<br />

divina, según la cual crecen hasta la cosecha.<br />

73. Así sucede que, en otros pueblos, con frecuencia algunos miembros de la Iglesia se<br />

ven oprimidos y oscurecidos por las sediciones prepotentes de las herejías y de los cismas<br />

y, sin embargo, como estaban allí, poco después brillaron sin dejar lugar a duda; y en la<br />

misma África, después de aquel concilio sedicioso y turbulento de Segundo de Tigisi en<br />

Cartago, en el cual una mujer noble, Lucila, llevó a cabo una corrupción luego mencionada<br />

en las actas judiciales, que envió una carta a casi toda el África en que ya habían surgido<br />

las Iglesias de Cristo, y se dio fe a la carta del concilio -y no era posible otra cosa- y<br />

pareció que por alguna parte había desaparecido el trigo del Señor; pero en ningún modo<br />

había desaparecido el que era verdadero trigo, predestinado y sembrado, y que había<br />

germinado ferazmente con profundas raíces. Con conciencia limpia habían creído a la carta<br />

del concilio; en efecto, nada increíble decían unos hombres contra otros hombres, ni creían<br />

algo contra el Evangelio. Pero después que aquéllos con furiosa pertinacia llevaron su<br />

obstinadísima lucha hasta una disensión sacrílega contra todo el orbe cristiano y llegó a<br />

conocimiento de los fieles buenos, a quienes una falsa acusación había apartado de<br />

Ceciliano, vieron éstos que, si persistían en aquella comunión, emitían un juicio malvado,<br />

no ya de un cierto hombre o de algunos hombres, sino de la Iglesia extendida por todo el<br />

orbe de la tierra, y prefirieron creer al Evangelio de Cristo antes que al concilio de los<br />

colegas. Así, separándose de aquéllos, tornaron luego a la Iglesia católica muchos:<br />

obispos, clérigos y pueblos; los cuales, ya antes de regresar, estaban deputados como<br />

trigo. No habían regresado antes porque aquella su oposición dirigíase contra hombres<br />

calumniados ante ellos por sus colegas, no contra la Iglesia de Dios, que crece en todos<br />

los pueblos. Así, también en África el trigo que había sembrado el Hijo del hombre<br />

permaneció trigo, y desde entonces crece y crece hasta ahora y después fructificará y<br />

crecerá hasta la cosecha en todo el mundo.<br />

74. También algunos hombres aun de los de buena voluntad envueltos en las tinieblas de<br />

la carne anduvieron errantes por mucho tiempo en aquella disensión, aun después de<br />

confirmado el furor de los malignos contra la Iglesia de Dios; como si el trigo delicado<br />

fuera pisoteado y el vigor de la hierba fuera aplastado permaneciendo viva la raíz. Sin<br />

embargo, Dios conocía su trigo, aunque para revivir tenía que experimentar el reproche y<br />

la increpación. No se dijo a Pedro: Quítate de mi vista, Satanás 281 , con el mismo tono con<br />

que se dijo a Judas: Uno de vosotros es un demonio 282 .<br />

Algunos combatieron también la verdad más clara con funesto celo. Habían sido<br />

desarraigados o cortados, pero al no permanecer en la infidelidad, como dice el Apóstol de<br />

algunos ramos cortados 283 , fueron replantados por la mano divina e injertados de nuevo.<br />

Efectivamente, un ramo es infructuoso, pero aún no separado de la raíz, cuando practica<br />

con perverso deseo aquellas obras de las cuales se dijo: Los que hacen tales cosas no<br />

poseerán el reino de Dios 284 ; en cambio, se lo corta cuando por amor a las mismas obras


empieza a resistir incluso a la verdad más clara que le reprende. De éstos hay muchos en<br />

comunión de sacramentos con la Iglesia y, sin embargo, ya no están en la Iglesia. De lo<br />

contrario, si cada uno fuera cortado cuando se le excomulga visiblemente, sería<br />

consecuente que quedara injertado de nuevo cuando se le restituye visiblemente a la<br />

comunión. Pues qué: si uno se acerca con fingimiento y tiene un corazón totalmente<br />

enemistado con la verdad y la Iglesia, aunque se celebre con él aquel rito solemne, ¿<br />

quedará reconciliado, quedará injertado? Dios nos libre. Así como el que torna de nuevo a<br />

la comunión aún no está injertado, de la misma manera quien antes de ser visiblemente<br />

excomulgado tiene sentimientos hostiles contra la verdad, que le recrimina y reprocha, ya<br />

está cortado. Sucede que la buena y la mala semilla crecen una y otra por el campo hasta<br />

la cosecha; es decir, los hijos del reino y los hijos del maligno crecen unos y otros hasta el<br />

fin del mundo, dando los unos fruto con su perseverancia, convirtiéndose en amargos los<br />

otros con su esterilidad.<br />

75. Vosotros, en cambio, apoyándoos en tantos testimonios clarísimos de la Ley, los<br />

Profetas y los Salmos, del mismo Señor y de los Apóstoles, acerca de la Iglesia extendida<br />

por todo el orbe, exigid de éstos que os muestren algunos documentos manifiestos de los<br />

Libros canónicos sobre el África en lo que toca al partido de Donato. Es de todo punto<br />

imposible, como ya dije, que, si la Iglesia, como dicen y Dios no quiera, había de<br />

desaparecer tan pronto de tantos pueblos, fuera anunciada por tan numerosa cantidad de<br />

textos sublimes que no dejan duda, y que, en cambio, no se hablara nada sobre ésa, que<br />

dicen suya, y que sostienen había de permanecer hasta el fin. Recordad lo que se dijo a<br />

aquel rico atormentado en los infiernos cuando pedía que se enviara a sus hermanos<br />

alguno de los muertos: Tienen allí a Moisés y a los profetas 285 ; al replicar él que no<br />

creerían si no iba allá alguno de los muertos, se le dijo: Si no escuchan a Moisés y a los<br />

profetas, no creerán ni aunque uno resucite de entre los muertos 286 . Moisés dijo que en la<br />

descendencia de Abrahán serán benditos todos los pueblos 287 ; los profetas dijeron: A ti te<br />

llamarán "mi favorita" y tu territorio será "el orbe de la tierra" 288 y: Se recordarán y<br />

volverán al Señor todos los confines de la tierra 289 .<br />

Tales y tan manifiestos son los anuncios que testimonian a la Iglesia, y ellos no han<br />

querido darles fe. Resucitó Cristo de entre los muertos, dijo que en su nombre se<br />

predicara la penitencia y el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando<br />

desde Jerusalén 290 . Los que no creyeron a Moisés ni a los profetas, ni creyeron tampoco a<br />

Cristo resucitado de entre los muertos, ¿qué pueden esperar sino la participación en los<br />

tormentos de aquel rico?<br />

Escapad vosotros de ellos, mientras hay tiempo, antes de salir de esta vida; adheríos<br />

continuamente a las palabras divinas, a fin de que no os turbéis en esta vida y merezcáis<br />

recibir después de ella la promesa que se hizo a la descendencia de Abrahán.<br />

Traductor: P. Angel Custodio Vega, OSA<br />

LIBRO PRIMERO<br />

CAPITULO I<br />

1. Grande eres, Señor, y laudable sobremanera 1 ; grande tu poder, y tu sabiduría no tiene<br />

número 2 . ¿Y pretende alabarte el hombre, pequeña parte de tu creación, y precisamente<br />

el hombre, que, revestido de su mortalidad, lleva consigo el testimonio de su pecado y el<br />

testimonio de que resistes a los soberbios? 3 Con todo, quiere alabarte el hombre,<br />

pequeña parte de tu creación. Tú mismo le excitas a ello, haciendo que se deleite en<br />

alabarte, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse<br />

en ti.<br />

Dame, Señor, a conocer y entender qué es primero, si invocarte o alabarte, o si es antes<br />

conocerte que invocarte. Mas ¿quién habrá que te invoque si antes no te conoce? Porque,


no conociéndote, fácilmente podrá invocar una cosa por otra. ¿Acaso, más bien, no habrás<br />

de ser invocado para ser conocido? Pero ¿y cómo invocarán a aquel en quien no han<br />

creído? ¿Y cómo creerán si no se les predica? 4<br />

Ciertamente, alabarán al Señor los que le buscan 5 , porque los que le buscan le hallan y<br />

los que le hallan le alabarán.<br />

Que yo, Señor, te busque invocándote y te invoque creyendo en ti, pues me has sido<br />

predicado. Invócate, Señor, mi fe, la fe que tú me diste e inspiraste por la humanidad de<br />

tu Hijo y el misterio de tu predicador.<br />

CAPITULO II<br />

2. Pero ¿cómo invocaré yo a mi Dios, a mi Dios y mi Señor, puesto que al invocarle le he<br />

de llamar a mí? ¿Y qué lugar hay en mí a donde venga mi Dios a mí, a dónde Dios venga a<br />

mí, el Dios que ha hecho el cielo y la tierra? 6 ¿Es verdad, Señor, que hay algo en mí que<br />

pueda abarcarte? ¿Acaso te abarcan el cielo y la tierra, que tú has creado, y dentro de los<br />

cuales me creaste también a mí? ¿O es tal vez que, porque nada de cuanto es puede ser<br />

sin ti, te abarca todo lo que es? Pues si yo soy efectivamente, ¿por qué pido que vengas a<br />

mí, cuando yo no sería si tú no fueses en mí?<br />

No he estado aún en el infierno, mas también allí estás tú. Pues si descendiere a los<br />

infiernos, allí estás tú 7 .<br />

Nada sería yo, Dios mío, nada sería yo en absoluto si tú no estuvieses en mí; pero, ¿no<br />

sería mejor decir que yo no sería en modo alguno si no estuviese en ti, de quien, por quien<br />

y en quien son todas las cosas? 8 Así es, Señor, así es. Pues ¿adónde te invoco estando yo<br />

en ti, o de dónde has de venir a mí, o a qué parte del cielo y de la tierra me habré de<br />

alejar para que desde allí venga mi Dios a mí, él, que ha dicho: Yo lleno el cielo y la tierra?<br />

CAPITULO III<br />

3. ¿Abárcame, por ventura, el cielo y la tierra por el hecho de que los llenas? ¿O es, más<br />

bien, que los llenas y aún sobra por no poderte abrazar? ¿Y dónde habrás de echar eso<br />

que sobra de ti, una vez llenó el cielo y la tierra? ¿Pero es que tienes tú, acaso, necesidad<br />

de ser contenido en algún lugar, tú que contienes todas las cosas, puesto que las que<br />

llenas las llenas conteniéndolas? Porque no son los vasos llenos de ti los que te hacen<br />

estable, ya que, aunque se quiebren, tú no te has de derramar; y si se dice que te<br />

derramas sobre nosotros, no es cayendo tú, sino levantándonos a nosotros; ni es<br />

esparciéndote tú, sino recogiéndonos a nosotros 9 .<br />

Pero las cosas todas que llenas, ¿las llenas todas con todo tu ser o, tal vez, por no poderte<br />

contener totalmente todas, contienen una parte de ti? ¿Y esta parte tuya la contienen<br />

todas y al mismo tiempo o, más bien, cada una la suya, mayor las mayores y menor las<br />

menores? Pero ¿es que hay en ti alguna parte mayor y alguna menor? ¿Acaso no estás<br />

todo en todas partes, sin que haya cosa alguna que te contenga totalmente?<br />

CAPITULO IV<br />

4. Pues ¿qué es entonces mi Dios? ¿Qué, repito, sino el Señor Dios? ¿Y qué Señor hay<br />

fuera del Señor o qué Dios fuera de nuestro Dios? 10 Sumo, óptimo, poderosísimo,<br />

omnipotentísimo, misericordiosísimo y justísimo; secretísimo y presentísimo, hermosísimo<br />

y fortísimo, estable e incomprensible, inmutable, mudando todas las cosas; nunca nuevo y<br />

nunca viejo; renueva todas las cosas y conduce a la vejez a los soberbios sin ellos saberlo;<br />

siempre obrando y siempre en reposo; siempre recogiendo y nunca necesitado; siempre<br />

sosteniendo, llenando y protegiendo; siempre creando, nutriendo y perfeccionando;<br />

siempre buscando y nunca falto de nada.<br />

Amas y no sientes pasión; tienes celos y estás seguro; te arrepientes y no sientes dolor;<br />

te aíras y estás tranquilo; mudas de obra, pero no de consejo; recibes lo que encuentras y<br />

nunca has perdido nada; nunca estás pobre y te gozas con los lucros; no eres avaro y<br />

exiges usuras. Te ofrecemos de más para hacerte nuestro deudor; pero ¿quién es el que<br />

tiene algo que no sea tuyo, pagando tú deudas que no debes a nadie y perdonando<br />

deudas, sin perder nada con ello?


¿Y qué es cuanto hemos dicho, Dios mío, vida mía, dulzura mía santa, o qué es lo que<br />

puede decir alguien cuando habla de ti? Al contrario, ¡ay de los que se callan de ti!, porque<br />

no son más que mudos charlatanes.<br />

CAPITULO V<br />

5. ¿Quién me dará descansar en ti? ¿Quién me dará que vengas a mi corazón y le<br />

embriagues, para que olvide mis maldades y me abrace contigo, único bien mío? ¿Qué es<br />

lo que eres para mí? Apiádate de mí para que te lo pueda decir. ¿Y qué soy yo para ti para<br />

que me mandes que te ame y si no lo hago te aíres contra mí y me amenaces con<br />

ingentes miserias? ¿Acaso es ya pequeña la misma de no amarte? ¡Ay de mí! Dime por tus<br />

misericordias, Señor y Dios mío, qué eres para mí. Di a mi alma: "Yo soy tu salud." 11 Dilo<br />

de forma que yo lo oiga. Los oídos de mi corazón están ante ti, Señor; ábrelos y di a mi<br />

alma: "Yo soy tu salud". Que yo corra tras esta voz y te dé alcance. No quieras<br />

esconderme tu rostro. Muera yo para que no muera y pueda así verle.<br />

6. Angosta es la casa de mi alma para que vengas a ella: sea ensanchada por ti. Ruinosa<br />

está: repárala. Hay en ella cosas que ofenden tus ojos: lo confieso y lo sé; pero ¿quién la<br />

limpiará o a quién otro clamaré fuera de ti: De los pecados ocultos líbrame, Señor, y de<br />

los ajenos perdona a tu siervo? 12 Creo, por eso hablo 13 . Tú lo sabes, Señor. ¿Acaso no he<br />

confesado ante ti mis delitos contra mí, ¡oh Dios mío!, y tú has remitido la impiedad de mi<br />

corazón? 14 No quiero contender en juicio contigo, que eres la verdad, y no quiero<br />

engañarme a mí mismo, para que no se engañe a sí misma mi iniquidad 15 . No quiero<br />

contender en juicio contigo, porque si miras a las iniquidades, Señor, ¿quién, Señor,<br />

subsistirá? 16<br />

CAPÍTULO VI<br />

7. Con todo, permíteme que hable en presencia de tu misericordia, a mí, tierra y ceniza 17 ;<br />

permíteme que hable, porque es a tu misericordia, no al hombre, mi burlador, a quien<br />

hablo. Tal vez también tú te reirás de mí; mas vuelto hacia mí, tendrás compasión de mí.<br />

Y ¿qué es lo que quiero decirte, Señor, sino que no sé de dónde he venido aquí, a esta,<br />

digo, vida mortal o muerte vital? " No lo sé. Mas recibiéronme los consuelos de tus<br />

misericordias, según tengo oído a mis padres carnales, del cual y en la cual me formaste<br />

en el tiempo, pues yo de mí nada recuerdo. Recibiéronme, digo, los consuelos de la leche<br />

humana, de la que ni mi madre ni mis nodrizas se llenaban los pechos, sino que eras tú<br />

quien, por medio de ellas, me daban el alimento aquel de la infancia, según tu ordenación<br />

y los tesoros dispuestos por ti hasta en el fondo mismo de las cosas.<br />

Tuyo era también el que yo no quisiera más de lo que me dabas y que mis nodrizas<br />

quisieran darme lo que tú les dabas, pues era ordenado el afecto con que querían darme<br />

aquello de que abundaban en ti, ya que era un bien para ellas el recibir yo aquel bien mío<br />

de ellas, aunque, realmente, no era de ellas, sino tuyo por medio de ellas, porque de ti<br />

proceden, ciertamente, todos los bienes, ¡oh Dios!, y -de ti, Dios mío, pende toda mi<br />

salud.<br />

Todo esto lo conocí más tarde, cuando me diste voces por medio de los mismos bienes<br />

que me concedías interior y exteriormente. Porque entonces lo único que sabía era<br />

mamar, aquietarme con los halagos, llorar las molestias de mi carne y nada más.<br />

8. Después empecé también a reír, primero durmiendo, luego despierto. Esto han dicho de<br />

mí, y lo creo, porque así lo vemos también en otros niños; pues yo, de estas cosas mías,<br />

no tengo el menor recuerdo.<br />

Poco a poco comencé a darme cuenta dónde estaba y a querer dar a conocer mis deseos a<br />

quienes me los podían satisfacer, aunque realmente no podía, porqué aquéllos estaban<br />

dentro y éstos fuera, y por ningún sentido podían entrar en mi alma. Así que agitaba los<br />

miembros y daba voces, signos semejantes a mis deseos, los pocos que podía y como<br />

podía, aunque verdaderamente no se les semejaban. Mas si no era complacido, bien<br />

porque no me habían entendido, bien porque me era dañoso, me indignaba: con los<br />

mayores, porque no se me sometían, y con los libres, por no querer ser mis esclavos, y de<br />

unos y otros vengábame con llorar. Tales he conocido que son los niños que yo he podido<br />

observar; y que yo fuera tal, más me lo han dado ellos a entender sin saberlo que no los


que me criaron sabiéndolo.<br />

9. Mas he aquí que mi infancia ha tiempo que murió, no obstante que yo vivo. Mas dime,<br />

Señor, tú que siempre vives y nada muere en ti-porque antes del comienzo de los siglos y<br />

antes de todo lo que tiene antes existes tú, y eres Dios y Señor de todas las cosas, y se<br />

hallan en ti las causas de todo lo que es inestable, y permanecen los principios inmutables<br />

de todo lo que cambia, y viven las razones sempiternas de todo lo temporal-, dime a mí,<br />

que te lo suplico, ¡oh Dios mío!, di, misericordioso, a este mísero tuyo; dime, ¿por ventura<br />

sucedió esta mi infancia a otra edad mía ya muerta? ¿Será ésta aquella que llevé en el<br />

vientre de mi madre? Porque también de ésta se me han hecho algunas indicaciones y yo<br />

mismo he visto mujeres embarazadas.<br />

Y antes de esto, dulzura mía y Dios mío, ¿qué? ¿Fui yo algo o en alguna parte? . Dímelo,<br />

porque no tengo quien me lo diga, ni mi padre, ni mi madre, ni la experiencia de otros, ni<br />

mi memoria. ¿Acaso te ríes de mí porque deseo saber estas cosas y me mandas que te<br />

alabe y te confiese por aquello que he conocido de ti?<br />

10. Confiésote, Señor de cielos y tierra, alabándote por mis comienzos y mi infancia, de<br />

los que no tengo memoria, mas que diste al hombre conjeturar de sí por otros y que<br />

creyese muchas cosas, aun por la simple autoridad de mujercillas. Porque al menos era<br />

entonces, vivía, y ya al fin de la infancia buscaba signos con que dar a los demás a<br />

conocer las cosas que yo sentía.<br />

¿De dónde podía venir, en efecto, un tal animal, sino de ti, Señor? ¿Acaso hay algún<br />

artífice de sí mismo? ¿Por ventura hay alguna otra vena por donde corra a nosotros el ser<br />

y el vivir, fuera del que tú causas en nosotros, Señor, en quien el ser y el vivir no son cosa<br />

distinta, porque eres el sumo Ser y el sumo Vivir? Sumo eres, en efecto, y no te mudas, ni<br />

camina por ti el día de hoy, no obstante que por ti camine, puesto que en ti están,<br />

ciertamente, todas estas cosas, y no tendrían camino por donde pasar si tú no las<br />

contuvieras. Y porque tus años no fenecen 18 , tus años son un constante Hoy. ¡Oh, cuántos<br />

días nuestros y de nuestros padres han pasado ya por este tu Hoy y han recibido de él su<br />

modo y de alguna manera han existido, y cuántos pasarán aún y recibirán su modo y<br />

existirán de alguna manera! Mas tú eres uno mismo, y todas las cosas del mañana y más<br />

allá, y todas las cosas de ayer y más atrás, en ese Hoy las haces y en ese Hoy las has<br />

hecho.<br />

¿Qué importa que alguien no entienda estas cosas? Gócese aún éste diciendo: ¿Qué es<br />

esto? Gócese éste aun así y desee más hallarte no indagando que indagando no hallarte.<br />

CAPITULO VII<br />

11. Escúchame, ¡oh Dios! ¡Ay de los pecados de los hombres! Y esto lo dice un hombre, y<br />

tú te compadeces de él por haberlo hecho, aunque no el pecado que hay en él.<br />

¿Quién me recordará el pecado de mi infancia, ya que nadie está delante de ti limpio de<br />

pecado, ni aun el niño cuya vida es de un solo día sobre la tierra? .¿Quién me lo<br />

recordará? ¿Acaso cualquier chiquito o párvulo de hoy, en quien veo lo que no recuerdo de<br />

mí? ¿Y qué era en lo que yo entonces pecaba? ¿Acaso en desear con ansia el pecho<br />

llorando? Porque si ahora hiciera yo esto, no con el pecho, sino con la comida propia de<br />

mis años, deseándola con tal ansia, justamente fuera mofado y reprendido. Luego dignas<br />

eran de reprensión las cosas que hacía yo entonces; mas como no podía entender a quien<br />

me reprendiera, ni la costumbre ni la razón sufrían que se me reprendiese. La prueba de<br />

ello es que, según vamos creciendo, extirpamos y arrojamos estas cosas de nosotros, y<br />

jamás he visto a un hombre cuerdo que al tratar de limpiar una cosa arroje lo bueno de<br />

ella.<br />

¿Acaso, aun para aquel tiempo; era bueno pedir llorando lo que no se podía conceder sin<br />

daño, indignarse acremente con las personas libres que no se sometían y aun con las<br />

mayores y hasta con mis propios progenitores y con muchísimos otros, que, más<br />

prudentes, no accedían a las señales de mis caprichos, esforzándome yo por hacerles daño<br />

con mis golpes, en cuanto podía, por no obedecer a mis órdenes, a las que hubiera sido<br />

pernicioso obedecer? ¿De aquí se sigue que lo que es inocente en los niños es la debilidad<br />

de los miembros infantiles, no el alma de los mismos?


Vi yo y hube de experimentar cierta vez a un niño envidioso. Todavía no hablaba y ya<br />

miraba pálido y con cara amargada a otro niño colactáneo suyo. ¿Quién hay que ignore<br />

esto? Dicen que las madres y nodrizas pueden conjurar estas cosas con no sé qué<br />

remedios. Yo no sé que se pueda tener por inocencia no sufrir por compañero en la fuente<br />

de leche que mana copiosa y abundante al que está necesitadísimo del mismo socorro y<br />

que con sólo aquel alimento sostiene la vida. Mas tolérase indulgentemente con estas<br />

faltas, no porque sean nulas o pequeñas, sino porque se espera que con el tiempo han de<br />

desaparecer. Por lo cual, aunque lo apruebes, si tales cosas las hallamos en alguno<br />

entrado en años, apenas si las podemos llevar con paciencia.<br />

12. Así, pues, Señor y Dios mío, tú que de niño me diste vida y un cuerpo, al que dotaste,<br />

según vemos, de sentidos, y compaginaste de miembros y vestiste de hermosura, y<br />

adornaste de instintos animales con que atender al conjunto e incolumidad de aquél, tú<br />

me mandas que te alabe por tales dones y te confiese y cante a tu nombre altísimo 19 ,<br />

porque serías Dios omnipotente y bueno aunque no hubieras creado más que estas solas<br />

cosas, que ningún otro puede hacer más que tú. Uno, de quien procede toda modalidad;<br />

Hermosísimo, que das forma a todas las cosas y con tu ley las ordenas todas.<br />

Vergüenza me da, Señor, tener que asociar a la vida que vivo en este siglo aquella edad<br />

que no recuerdo haber vivido y sobre la cual he creído a otros y yo conjeturo haber<br />

pasado, por verlo así en otros niños, bien que esta conjetura merezca toda fe. Porque en<br />

lo referente a las tinieblas en que está envuelto mi olvido de ella corre parejas con aquella<br />

que viví en el seno de mi madre.<br />

Ahora bien, si yo fui concebido en iniquidad y me alimentó en pecados mi madre en su<br />

seno, 20 ¿dónde, te suplico, Dios mío; dónde, Señor, yo, tu siervo, dónde o cuándo fui yo<br />

inocente? Mas ved que ya callo aquel tiempo. ¿A qué ya ocuparme de él, cuando no<br />

conservo de él vestigio alguno?<br />

CAPITULO VIII<br />

13. ¿No fue, acaso, caminando de la infancia hacia aquí como llegué a la puericia. ¿O, por<br />

mejor decir, vino ésta a mí y suplantó a la infancia, sin que aquélla se retirase; porque<br />

adónde podía ir? Con todo, dejó de existir, pues ya no era yo infante que no hablase, sino<br />

niño que hablaba. Recuerdo esto; mas cómo aprendí a hablar, advertílo después.<br />

Ciertamente no me enseñaron esto los mayores, presentándome las palabras con cierto<br />

orden de método, como luego después me enseñaron las letras; sino yo mismo con el<br />

entendimiento que tú me diste, Dios mío, al querer manifestar mis sentimientos con<br />

gemidos y voces varias y diversos movimientos de los miembros, a fin de que satisficiesen<br />

mis deseos, y ver que no podía todo lo que yo quería ni a todos los que yo quería. Así,<br />

pues, cuando éstos nombraban alguna cosa, fijábala yo en la memoria, y si al pronunciar<br />

de nuevo tal palabra movían el cuerpo hacia tal objeto, entendía y colegía que aquel<br />

objeto era el denominado con la palabra que pronunciaban, cuando lo querían mostrar.<br />

Que ésta fuese su intención deducíalo yo de los movimientos del cuerpo, que son como las<br />

palabras naturales de todas las gentes, y que se hacen con el rostro y el guiño de los ojos<br />

y cierta actitud de los miembros y tono de la voz, que indican los afectos del alma para<br />

pedir, retener, rechazar o huir alguna cosa. De este modo, de las palabras, puestas en<br />

varias frases y en sus lugares y oídas repetidas veces, iba coligiendo yo poco a poco los<br />

objetos que significaban y, vencida la dificultad de mi lengua, comencé a dar a entender<br />

mis quereres por medio de ellas.<br />

Así fue como empecé a usar los signos comunicativos de mis deseos con aquellos entre<br />

quienes vivía y entré en el fondo del proceloso mar de la sociedad, pendiente de la<br />

autoridad de mis padres y de las indicaciones de mis mayores.<br />

CAPITULO IX<br />

14. ¡Oh Dios mío, Dios mío! Y ¡qué de miserias y engaños no experimenté aquí cuando se<br />

me proponía a mí, niño, como norma de bien vivir obedecer a los que me amonestaban a<br />

brillar en este mundo y sobresalir en las artes de la lengua, con las cuales después pudiese<br />

lograr honras humanas y falsas riquezas! A este fin me pusieron a la escuela para que<br />

aprendiera las letras, en las cuales ignoraba yo, miserable, lo que había de utilidad. Con<br />

todo, si era perezoso en aprenderlas, era azotado, sistema alabado por los mayores,


muchos de los cuales, que llevaron este género de vida antes que nosotros, nos trazaron<br />

caminos tan trabajosos, por los que se nos obligaba a caminar, multiplicando así el trabajo<br />

y dolor a los hijos de Adán.<br />

Mas dimos por fortuna con hombres que te invocaban, Señor, y aprendimos de ellos a<br />

sentirte, en cuanto podíamos, como un Ser grande que podía, aun no apareciendo a los<br />

sentidos, escucharnos y venir en nuestra ayuda. De ahí que, siendo aún niño, comencé a<br />

invocarte como a mi refugio y amparo, y en tu vocación rompí los nudos de mi lengua y,<br />

aunque pequeño, te rogaba ya con no pequeño afecto que no me azotasen en la escuela. Y<br />

cuando tú no me escuchabas, lo cual era para mi instrucción 21 , reíanse los mayores y aun<br />

mis mismos padres, que ciertamente no querían que me sucediese ningún mal de aquel<br />

castigo, grande y grave mal mío entonces.<br />

15. ¿Por ventura, Señor, hay algún alma tan grande, unida a ti con tan subido afecto; hay<br />

alguna, digo -pues también puede producir esto cierta estolidez-; hay, repito, alguna que<br />

unida a ti con piadoso afecto llegue a tal grandeza de ánimo que desprecie los potros y<br />

garfios de hierro y demás instrumentos de martirio -por huir de los cuales se te dirigen<br />

súplicas de todas las partes del mundo-y así se ría de ellos-amando a los que<br />

acerbísimamente los temen-como se reían nuestros padres de los tormentos con que de<br />

niños éramos afligidos por nuestros maestros? Porque, en verdad, ni los temíamos menos<br />

ni te rogábamos con menos fervor que nos librases de ellos.<br />

Con todo, pecábamos escribiendo, o leyendo, estudiando menos de lo que se exigía de<br />

nosotros. Y no era ello por falta de memoria o ingenio, que para aquella edad me los diste,<br />

Señor, bastantemente, sino porque me deleitaba el jugar, aunque no otra cosa hacían los<br />

que castigaban esto en nosotros. Pero los juegos de los mayores cohonestábanse con el<br />

nombre de negocios, en tanto que los de los niños eran castigados por los mayores, sin<br />

que nadie se compadeciese de los unos ni de los otros, o más bien de ambos. A no ser que<br />

haya un buen árbitro de las cosas que. apruebe el que me azotasen porque jugaba a la<br />

pelota y con este juego impedía que aprendiera más prontamente las letras, con las cuales<br />

de mayor había de jugar más perniciosamente.<br />

¿Acaso hacía otra cosa el mismísimo que me azotaba, quien, si en alguna cuestioncilla era<br />

vencido por algún colega suyo, era más atormentado de la cólera y envidia que yo cuando<br />

en un partido de pelota era vencido por mi compañero?<br />

CAPITULO X<br />

16. Con todo pecaba, Señor mío, ordenador y creador de todas las cosas de la naturaleza,<br />

mas sólo ordenador del pecado; pecaba yo, Señor Dios mío, obrando contra las órdenes<br />

de mis padres y de aquellos mis maestros, porque podía después usar bien de las letras<br />

que querían que aprendiese, cualquiera que fuese la intención de los míos.<br />

Porque no era yo desobediente por ocuparme en cosas mejores, sino por amor del juego,<br />

buscando en los combates soberbias victorias y halagar mis oídos con falsas fabulillas, con<br />

las cuales se irritase más la comezón, al mismo tiempo que con idéntica curiosidad se<br />

encandilaban mis ojos más y más por ver espectáculos, que son los juegos de los<br />

mayores, juegos que quien los da goza de tan gran dignidad que casi todos desean esto<br />

para sus hijos, a quienes, sin embargo, sufren de buen grado que los maltraten, si con<br />

tales espectáculos se retraen del estudio, por medio del cual desean puedan llegar algún<br />

día a darlos ellos semejantes. Mira, Señor, estas cosas misericordiosamente y líbranos de<br />

ellas a los que ya te invocamos. Mas libra también a los que aún no te invocan, a fin de<br />

que te invoquen y sean igualmente libres.<br />

CAPITULO XI<br />

17. Siendo todavía niño oí ya hablar de la vida eterna, que nos está prometida por la<br />

humildad de nuestro Señor Dios, que descendió hasta nuestra soberbia; y fui signado con<br />

el signo de la cruz, y se me dio a gustar su sal desde el mismo vientre de mi madre, que<br />

esperó siempre mucho en ti.<br />

Tú viste, Señor, cómo cierto día, siendo aún niño, fui presa repentinamente de un dolor de<br />

estómago que me abrasaba y puso en trance de muerte. Tú viste también, Dios mío, pues<br />

eras ya mi guarda, con qué fervor de espíritu y con qué fe solicité de la piedad de mi


madre y de la madre de todos nosotros, tu Iglesia, el bautismo de tu Cristo, mi Dios y<br />

Señor. Turbóse mi madre carnal, porque me paría con más amor en su casto corazón en tu<br />

fe para la vida eterna; y ya había cuidado, presurosa, de que se me iniciase y purificase<br />

con los sacramentos de la salud, confesándote, ¡oh mi Señor Jesús!, en remisión de mis<br />

pecados, cuando he aquí que de repente comencé a mejorar. Difirióse, en vista de ello, mi<br />

purificación, juzgando que sería imposible que, si vivía, no me volviese a manchar y que el<br />

reato de los delitos cometidos después del bautismo es mucho mayor y más peligroso.<br />

Por este tiempo creía yo, creía ella y creía toda la casa, excepto sólo mi padre, quien, sin<br />

embargo, no pudo vencer en mí el ascendiente de la piedad materna para que dejara de<br />

creer en Cristo, como él no creía. Porque cuidaba solícita mi madre de que tú, Dios mío,<br />

fueses para mí padre, más bien que aquél, en lo cual tú la ayudabas a triunfar de él, a<br />

quien, no obstante ser ella mejor, servía, porque en ello te servía a ti, que lo tienes así<br />

mandado.<br />

18. Mas quisiera saber, Dios mío, te suplico, si tú gustas también de ello, por qué razón se<br />

difirió entonces el que fuera yo bautizado; si fue para mi bien el que aflojaran, por decirlo<br />

así, las riendas del pecar o si no me las aflojaron. ¿De dónde nace ahora el que de unos y<br />

de otros llegue a nuestros oídos de todas partes: "Dejadle; que obre; que todavía no está<br />

bautizado"; sin embargo, que no digamos de la salud del cuerpo: "Dejadle; que reciba aún<br />

más heridas, que todavía no está sano"?<br />

¡Cuánto mejor me hubiera sido recibir pronto la salud y que mis cuidados y los de los míos<br />

se hubieran empleado en poner sobre seguro bajo tu tutela la salud recibida de mi alma,<br />

que tú me hubieses dado! Mejor fuera, sin duda; pero como mi madre preveía ya cuántas<br />

y cuán grandes olas de tentaciones me amenazaban después de la niñez, quiso ofrecerles<br />

más bien la tierra, de donde había de ser formado, que no ya la misma imagen.<br />

CAPITULO XII<br />

19. En esta mi niñez, en la que había menos que temer por mí que en la adolescencia, no<br />

gustaba yo de las letras y odiaba el que me urgiesen a estudiarlas. Con todo, era urgido y<br />

me hacían gran bien. Quien no hacía bien era yo, que no estudiaba sino obligado; pues<br />

nadie que obra contra su voluntad obra bien, aun siendo bueno lo que hace.<br />

Tampoco los que me urgían obraban bien; antes todo el bien que recibía me venía de ti,<br />

Dios mío, porque ellos no veían otro fin a que yo pudiera encaminar aquellos<br />

conocimientos que me obligaban a aprender sino a saciar el insaciable apetito de una<br />

abundante escasez y de una gloria ignominiosa. Mas tú, Señor, que tienes numerados los<br />

cabellos de nuestra cabeza 22 , usabas del error de todos los que me apremiaban a estudiar<br />

para mi utilidad y del mío en no querer estudiar para mi castigo, del que ciertamente no<br />

era indigno, siendo niño tan chiquito y tan gran pecador.<br />

Así que de los que no obraban bien, tú sacabas bien para mí; y de mis pecados, mi justa<br />

retribución; porque tú has ordenado, y así es, que todo ánimo desordenado sea castigo de<br />

sí mismo.<br />

CAPITULO XIII<br />

20. ¿Cuál era la causa de que yo odiara las letras griegas, en las que siendo niño era<br />

imbuido? No lo sé; y ni aun ahora mismo lo tengo bien averiguado. En cambio,<br />

gustábanme las latinas con pasión, no las que enseñan los maestros de primaria, sino las<br />

que explican los llamados gramáticos; porque aquellas primeras, en las que se aprende a<br />

leer, y escribir y contar, no me fueron menos pesadas y enojosas que las letras griegas. ¿<br />

Mas de dónde podía venir aun esto sino del pecado y de la vanidad de la vida, por ser<br />

carne y viento que camina y no vuelve? 23<br />

Porque sin duda que aquellas letras primeras, por cuyo medio podía llegar, como de hecho<br />

ahora puedo, a leer cuanto hay escrito y a escribir lo que quiero, eran mejores, por ser<br />

más útiles, que aquellas otras en que se me obligaba a retener los errores de no sé qué<br />

Eneas, olvidado de los míos, y a llorar a Dido muerta, que se suicidó por amores, mientras<br />

yo, miserabilísimo, me sufría a mí mismo con ojos enjutos, muriendo para ti con tales<br />

cosas, ¡oh Dios, vida mía! .


21. Porque ¿qué cosa más miserable que el que un mísero no tenga misericordia de sí<br />

mismo y, llorando la muerte de Dido, que fue por amor de Eneas, no llore su propia<br />

muerte por no amarte a ti, ¡oh Dios!, luz de mi corazón, pan interior de mi alma, virtud<br />

fecundante de mi mente y seno amoroso de mi pensamiento? No te amaba y fornicaba<br />

lejos de ti 24 , y, fornicando, oía de todas partes: "¡Bien! ¡Bien!"; porque la amistad de este<br />

mundo es adulterio contra ti; y si le gritan a uno: "¡Bien! ¡Bien!", es para que tenga<br />

vergüenza de no ser así. Y no llorando esto, lloraba a Dido muerta, "que buscó su última<br />

hora en el hierro" 25 , en tanto que yo buscaba tus últimas criaturas, dejándote a ti y<br />

yendo, como tierra, tras la tierra 26 , hasta el punto que, si entonces me hubieran prohibido<br />

leer tales cosas, me hubieran causado dolor, por no leer lo que me dolía. No obstante,<br />

semejante demencia es tenida por cosa más noble y provechosa que las letras, en las que<br />

se aprende a leer y escribir.<br />

22. Mas ahora, Dios mío, grite en mi alma tu verdad y diga: no es así, no es así; antes<br />

aquella primera instrucción es absolutamente mejor que ésta, puesto que yo preferiría<br />

olvidar antes todas las aventuras de Eneas y demás fábulas por el estilo que no el saber<br />

leer y escribir. Ya sé que de las puertas de las escuelas de los gramáticos penden unos<br />

velos o cortinas, pero éstos no son tanto para velar el secreto cuanto para encubrir el<br />

error.<br />

No den voces contra mí aquellos que ya no temo mientras te confieso a ti las cosas de que<br />

gusta mi alma y descanso en la detestación de mis malos andares, a fin de que ame tus<br />

buenos caminos. No den voces contra mí los mercaderes de gramática, porque si les<br />

propongo la cuestión de si es verdad que Eneas vino alguna vez a Cartago, como afirma el<br />

poeta, los indoctos me dirán que no lo saben, y los entendidos, que no es verdad. Pero si<br />

les pregunto con qué letras se escribe el nombre de Eneas, todos los que las han<br />

estudiado me responderán lo mismo, conforme al pacto y convenio por el que los hombres<br />

han establecido tales signos entre sí.<br />

Igualmente, si les preguntare qué sería más perjudicial para la vida humana: olvidársele a<br />

uno saber leer y escribir o todas las ficciones de los poetas, ¿quién no ve lo que<br />

responderían, de no estar fuera de sí? Luego pecaba yo, Dios mío, en aquella edad al<br />

anteponer aquellas cosas vanas a estas provechosas, arrastrado únicamente del gusto. O<br />

por mejor decir: al amar aquéllas y odiar éstas, porque odiosa canción era para mí aquel<br />

"uno y uno son dos, dos y dos son cuatro", en tanto que era para mí espectáculo dulcísimo<br />

y entretenido la narración del caballo de madera lleno de gente armada, y el incendio de<br />

Troya, "y la sombra de Creusa" 27 .<br />

CAPITULO XIV<br />

23. Pues ¿por qué odiaba yo entonces la gramática griega, en la que tales cosas se<br />

cantan? Porque también Homero es perito en tejer tales fabulillas y dulcísimamente vano,<br />

aunque para mí de niño fue bien amargo. Yo creo que igualmente les será Virgilio a los<br />

niños griegos cuando se les apremie a aprender, como a mí a Homero. Y es que la<br />

dificultad, sí, la dificultad de tener que aprender totalmente una lengua extraña era como<br />

una hiel que rociaba de amargura todas las dulzuras griegas de las narraciones fabulosas.<br />

Porque todavía no conocía yo palabra de aquella lengua, y ya se me instaba con<br />

vehemencia, con crueles terrores y castigos, a que la aprendiera. En cambio, del latín,<br />

aunque, siendo todavía infante, no sabía tampoco ninguna, sin embargo, con un poco de<br />

atención lo aprendí entre las caricias de las nodrizas, y las chanzas de los que se reían, y<br />

las alegrías de las que jugaban, sin miedo alguno ni tormento. Aprendílo, digo, sin el grave<br />

apremio del castigo, acuciado únicamente por mi corazón, que me apremiaba a dar a luz<br />

sus conceptos, y no hallaba otro camino que aprendiendo algunas palabras, no de los que<br />

las enseñaban, sino de los que hablaban, en cuyos oídos iba yo depositando cuanto sentía.<br />

Por aquí se ve claramente cuánta mayor fuerza tiene para aprender estas cosas una libre<br />

curiosidad que no una medrosa necesidad. Mas constríñese con ésta el flujo de aquélla<br />

según tus leyes, ¡oh Dios!, según tus leyes, que establecen desde las férulas de los<br />

maestros hasta los tormentos de los mártires; sí, según tus leyes, Señor, poderosas a<br />

acibararnos con saludables amarguras que nos vuelvan a ti del pestífero deleite por el que<br />

nos habíamos apartado de ti.


CAPITULO XV<br />

24. Oye, Señor, mi oración 28 , a fin de que no desfallezca mi alma bajo tu disciplina ni me<br />

canse en confesar tus misericordias, con las cuales me sacaste de mis pésimos caminos,<br />

para serme dulce sobre todas las dulzuras que seguí, y así te ame fortísimamente, y<br />

estreche tu mano con todo mi corazón, y me libres de toda tentación hasta el fin. He aquí,<br />

Señor, que tú eres mi rey y mi Dios 29 ; pues ceda en tu servicio cuanto útil aprendí de niño<br />

y para tu servicio sea cuanto hablo, escribo, leo y cuento, pues cuando aprendía aquellas<br />

vanidades, tú eras el que me dabas la verdadera ciencia, y me has perdonado ya los<br />

pecados de deleite cometidos en tales vanidades. Muchas palabras útiles aprendí en ellas,<br />

es verdad; pero también se pueden aprender en las cosas que no son vanas, y éste es el<br />

camino seguro por el que debían caminar los niños.<br />

CAPITULO XVI<br />

25. Mas ¡ay de ti, oh río de la costumbre humana! ¿Quién hay que te resista? ¿Cuándo no<br />

te secarás? ¿Hasta cuándo dejarás de arrastrar a los hijos de Eva a ese mar inmenso y<br />

espantoso que apenas logran pasar los que subieren sobre el leño? ¿Acaso no fue en ti<br />

donde yo leí la fábula de Júpiter tonante y adulterante? Cierto es que no pudo hacer<br />

ambas cosas; mas fingióse así para autorizar la imitación de un verdadero adulterio con el<br />

engaño de un falso trueno. Con todo, ¿quién es de los maestros que llevan pénula el que<br />

oye con oído sobrio al hombre de su misma profesión que clama y dice: "Fingía estas<br />

cosas Homero y trasladaba las cosas humanas a los dioses, pero yo más quisiera que<br />

hubiera pasado las divinas a nosotros"? 30 Aunque más verdadero sería decir que fingió<br />

estas cosas aquél, atribuyendo las divinas a hombres corrompidos, para que los vicios no<br />

fuesen tenidos por vicios y cualquiera que los cometiese pareciese que imitaba a dioses<br />

celestiales, no a hombres perdidos.<br />

26. Y, sin embargo, ¡oh río infernal!, en ti son arrojados los hijos de los hombres<br />

juntamente con los honorarios que pagan por. aprender tales cosas. Y se tiene por cosa<br />

grande poder hacer esto públicamente en el foro al amparo de las leyes, que determinan,<br />

a más de los honorarios, los salarios que se les han de dar. Y golpeas tus cantos y gritas<br />

diciendo: "Aquí se aprenden las palabras; aquí se adquiere la elocuencia, sumamente<br />

necesaria para explicar las sentencias y persuadir las cosas". Como si no pudiéramos<br />

aprender estas palabras: lluvia, dorado, regazo, templo, celeste y otras más que se hallan<br />

escritas en dicho lugar, si Terencio no nos introdujese a un joven perdido que se propone<br />

a Júpiter como modelo de estupro, al contemplar una pintura mural "en la que se<br />

representaba al mismo Júpiter en el momento en que, según dicen, envió una lluvia de oro<br />

sobre el regazo de Dánae, engañando con semejante truco a la pobre mujer" 31 .<br />

Y ved cómo se excitaba a la lujuria a vista de tan celestial maestro:<br />

-¡Y qué dios!-dice.<br />

-¡Nada menos que el que hace retumbar la bóveda del cielo con enorme trueno!<br />

-Y yo, hombrecillo, ¿no iba a hacer esto? -Hícelo, sí, y con mucho gusto.<br />

De ningún modo, de ningún modo con semejante torpeza se aprenden mejor aquellas<br />

palabras, sino que con tales palabras se perpetra más atrevidamente semejante torpeza.<br />

No condeno yo las palabras, que son como vasos selectos y preciosos, sino el vino del<br />

error que maestros ebrios nos propinaban en ellos, y del que si no bebíamos éramos<br />

azotados, sin que se nos permitiese apelar a otro juez sobrio.<br />

Y, no obstante, Dios mío, en cuya presencia ya no ofrece peligro este mi recuerdo,<br />

confieso que aprendí estas cosas con gusto y en ellas me deleité, miserable, siendo por<br />

esto llamado "niño de grandes esperanzas".<br />

CAPITULO XVII<br />

27. Permíteme, Señor, que diga también algo de mi ingenio, don tuyo, y de los delirios en<br />

que lo empleaba. Proponíaseme como asunto-cosa muy inquietante para mi alma, así por<br />

el premio de la alabanza o deshonra como por el temor a los azotes que dijese las<br />

palabras de Juno, airada y dolorida por no poder "alejar de Italia al rey de los teucros" 32 ,


que jamás había oído yo que Juno las dijera. Pero se nos obligaba a seguir los pasos<br />

errados de las ficciones poéticas y a decir algo en prosa de lo que el poeta había dicho en<br />

verso, diciéndolo más elogiosamente aquel que, conforme a la dignidad de la persona<br />

representada, sabía pintar con más viveza y similitud y revestir con palabras más<br />

apropiadas los afectos de ira o dolor de aquélla.<br />

Mas de qué me servía, ¡oh vida verdadera, Dios mío!, ¿de qué me servía que yo fuera<br />

aplaudido más que todos mis coetáneos y condiscípulos? ¿No era todo aquello humo y<br />

viento? ¿Acaso no había otra cosa en que ejercitar mi ingenio y mi lengua? Tus alabanzas,<br />

Señor, tus alabanzas, contenidas en tus Escrituras, debieran haber suspendido el pámpano<br />

de mi corazón, y no hubiera sido arrebatado por la vanidad de unas bagatelas, víctima de<br />

las aves. Porque no es de un solo modo como se sacrifica a los ángeles transgresores.<br />

CAPITULO XVIII<br />

28. Pero ¿qué milagro que yo me dejara arrastrar de las vanidades y me alejara de ti,<br />

Dios mío, cuando me proponían como modelos que imitar a unos hombres que si, al contar<br />

alguna de sus acciones no malas, eran notados de algún barbarismo o solecismo, se<br />

llenaban de confusión, y, en cambio, cuando eran alabados por referir con palabras<br />

castizas y apropiadas, de modo elocuente y elegante, sus deshonestidades, se hinchaban<br />

de vanidad? "<br />

Tú ves, Señor, estas cosas y callas longánime, y lleno de misericordia, y veraz 33 . Pero ¿<br />

callarás para siempre? Pues saca ahora de este espantoso abismo al alma que te busca, y<br />

tiene sed de tus deleites, y te dice de corazón: Busqué, Señor, tu rostro; tu rostro, Señor,<br />

buscaré 34 , pues lejos está de tu rostro quien anda en afecto tenebroso, porque no es con<br />

los pies del cuerpo ni recorriendo distancias como nos acercamos o alejamos de ti. ¿Acaso<br />

aquel tu hijo menor buscó caballos, o carros, o naves, o voló con alas visibles, o hubo de<br />

mover las tabas para irse a aquella región lejana donde disipó lo que le habías dado, oh<br />

padre dulce en dárselo y más dulce aún en recibirle andrajoso? Así, pues, estar en afecto<br />

libidinoso es lo mismo que estarlo en tenebroso y lo mismo que estar lejos de tu rostro.<br />

29. Mira, Señor, Dios mío, y mira paciente, como sueles mirar, de qué modo guardan<br />

diligencias los hijos de los hombres los pactos sobre las letras y las sílabas recibidos de los<br />

primeros hablistas y, en cambio, descuidan los pactos eternos de salud perpetua recibidos<br />

de ti; de tal modo que si alguno de los que saben o enseñan las reglas antiguas sobre los<br />

sonidos pronunciase, contra las leyes gramaticales, la palabra homo sin aspirar la primera<br />

letra, desagradaría más a los hombres que si, contra tus preceptos, odiase a otro hombre<br />

siendo hombre.<br />

¡Como si el hombre pudiese tener enemigo más pernicioso que el mismo odio con que se<br />

irrita contra él o pudiera causar a otro mayor estrago persiguiéndole que el que causa a su<br />

corazón odiando! Y ciertamente que no nos es tan interior la ciencia de las letras como la<br />

conciencia que manda no hacer a otro lo que uno no quiere sufrir 35 .<br />

¡Oh, cuán secreto eres tú!, que, habitando silencioso en los cielos, Dios sólo grande,<br />

esparces infatigable, conforme a- ley, cegueras vengadoras sobre las concupiscencias<br />

ilícitas, cuando el hombre, anheloso de fama de elocuente, persiguiendo a su enemigo con<br />

odio feroz ante un juez rodeado de gran multitud de hombres, se guarda muchísimo de<br />

que por un lapsus linguae no se le escape un inter hominibus y no se le da nada de que<br />

con el furor de su odio le quite de entre los hombres (ex hominibus).<br />

CAPITULO XIX<br />

30. En el umbral de tales costumbres yacía yo, miserable, de niño, siendo ésta la palestra<br />

arenaria en que yo me ejercitaba, y en la que temía más cometer un barbarismo que<br />

cuidaba de no envidiar, si lo cometía, a aquellos que lo habían evitado.<br />

Estas cosas, Dios mío, te digo y confieso, en las cuales era alabado de aquellos a quienes<br />

agradar era entonces para mí vivir honestamente, porque no veía yo el abismo de torpeza<br />

en que me había arrojado lejos de tus ojos 36 . Y aun entre ellos, ¿quién más deforme que<br />

yo, que, con ser tales, todavía les desagradaba, engañando con infinidad de mentiras a<br />

mis ayos, maestros y padres por amor del juego y por el deseo de ver espectáculos<br />

frívolos e imitarlos con juguetona inquietud?


También hacía algunos hurtos de la despensa de mis padres y de la mesa, ya provocado<br />

por la gula, ya también por tener que dar a los niños que me vendían el gusto de jugar<br />

conmigo, aun cuando ellos se divirtiesen igualmente que yo. En el juego andaba<br />

frecuentemente a caza de victorias fraudulentas, vencido del vano deseo de sobresalir. Sin<br />

embargo, ¿qué cosa había que yo quisiera menos sufrir y que yo reprendiese más<br />

atrozmente en otros, si lo descubría, que aquello mismo que yo les hacía a los demás?<br />

Más aún: si por casualidad era yo cogido en la trampa y me lo echaban en cara, poníame<br />

furioso antes que ceder. ¿Y es ésta la inocencia infantil? No, Señor, no lo es, te lo confieso,<br />

Dios mío. Porque estas mismas cosas que se hacen con los ayos y maestros por causa de<br />

las nueces, pelotas y pajarillos, se hacen cuando se llega a la mayor edad con los<br />

prefectos y reyes por causa del dinero, de las fincas y siervos, del mismo modo que a las<br />

férulas se suceden suplicios mayores.<br />

Luego cuando tú, Rey nuestro, dijiste: De tales es el reino de los cielos 37 , quisiste, sin<br />

duda darnos en la pequeñez de su estatura un símbolo de humildad.<br />

31. Con todo, Señor, gracias te sean dadas a ti, excelentísimo y óptimo creador y<br />

gobernador del universo, Dios nuestro, aunque te hubieses contentado con hacerme sólo<br />

niño. Porque, aun entonces, era, vivía, sentía y tenía cuidado de mi integridad, vestigio de<br />

tu secretísima unidad, por la cual era.<br />

Guardaba también con el sentido interior la integridad de los otros mis sentidos y me<br />

deleitaba con la verdad en los pequeños pensamientos que sobre cosas pequeñas<br />

formaba. No quería me engañasen, tenía buena memoria y me iba instruyendo con la<br />

conversación. Deleitábame la amistad, huía del dolor, abyección e ignorancia. ¿Qué hay en<br />

un viviente como éste que no sea digno de admiración y alabanza? Pues todas estas cosas<br />

son dones de mi Dios, que yo no me los he dado a mí mismo. Y todos son buenos y todos<br />

ellos soy yo.<br />

Bueno es el que me hizo y aun él es mi bien; a él quiero ensalzar por todos estos bienes<br />

que integraban mi ser de niño. En lo que pecaba yo entonces era en buscar en mí mismo y<br />

en las demás criaturas, no en él, los deleites, grandezas y verdades, por lo que caía luego<br />

en dolores, confusiones y errores.<br />

Gracias a ti, dulzura mía, gloria mía, esperanza mía y Dios mío, gracias a ti por tus dones;<br />

pero guárdamelos tú para mí. Así me guardarás también a mí y se aumentarán y<br />

perfeccionarán los que me diste, y yo seré contigo, porque tú me diste que existiera.<br />

LIBRO SEGUNDO<br />

CAPITULO I<br />

1. Quiero recordar mis pasadas fealdades y las carnales inmundicias de mi alma, no<br />

porque las ame, sino por amarte a ti. Dios mío. Por amor de tu amor hago esto,<br />

recorriendo con la memoria, llena de amargura, aquellos mis caminos perversísimos, para<br />

que tú me seas dulce, dulzura sin engaño, dichosa y eterna dulzura, y me recojas de la<br />

dispersión en que anduve dividido en partes cuando, apartado de ti, uno, me desvanecí en<br />

muchas cosas.<br />

Porque hubo un tiempo de mi adolescencia en que ardí en deseos de hartarme de las<br />

cosas más bajas, y osé ensilvecerme con varios y sombríos amores, y se marchitó mi<br />

hermosura, y me volví podredumbre ante tus ojos por agradarme a mí y desear agradar a<br />

los ojos de los hombres.<br />

CAPITULO II<br />

2. ¿Y qué era lo que me deleitaba, sino amar y ser amado? Pero no guardaba modo en<br />

ello, yendo de alma a alma, como señalan los términos luminosos de la amistad, sino que<br />

del fango de mi concupiscencia carnal y del manantial de la pubertad se levantaban como<br />

unas nieblas que obscurecían y ofuscaban mi corazón hasta no discernir la serenidad de la<br />

dirección de la tenebrosidad de la libídine. Uno y otro abrasaban y arrastraban mi flaca<br />

edad por lo abrupto de mis apetitos y me sumergían en un mar de torpezas. Tu ira había<br />

arreciado sobre mí y yo no lo sabía. Me había hecho sordo con el ruido de la cadena de mi


mortalidad, justo castigo de la soberbia de mi alma, y me iba alejando cada vez más de ti,<br />

y tú lo consentías; y me agitaba, y derramaba, y esparcía, y hervía con mis fornicaciones y<br />

tú callabas, ¡oh tardo gozo mío!; tú callabas entonces, y yo me iba cada vez más lejos de<br />

ti tras muchísimas semillas estériles de dolores con una soberbia abyección y una inquieta<br />

laxitud.<br />

3. ¡Oh, quién hubiera regulado aquella mi miseria, y convertido en uso recto las fugaces<br />

hermosuras de las criaturas inferiores, y puesto límites a sus suavidades, a fin de que las<br />

olas de aquella mi edad rompiesen en la playa conyugal, si es que no podía haber paz en<br />

ellas, conteniéndose dentro de los límites de lo matrimonial, como prescribe tu ley, Señor,<br />

tú que formas el germen transmisor de nuestra vida mortal y con mano suave puedes<br />

templar la dureza de las espinas, que quisiste estuviesen excluidas de tu paraíso! Porque<br />

no está lejos de nosotros tu omnipotencia, aun cuando nosotros estemos lejos de ti.<br />

Al menos debiera haber atendido con más diligencia al sonido de tus nubes: Igualmente<br />

padecerán las tribulaciones de la carne; mas yo os perdono, y Bueno es al hombre no<br />

tocar a mujer, y El que está sin mujer piensa en las cosas de Dios y en cómo le ha de<br />

agradar; pero el que está ligado con el matrimonio piensa en las cosas del mundo y en<br />

cómo ha de agradar a la mujer 1 . Estas voces son las que yo debiera haber escuchado<br />

atentamente, y mútilo por el reino de Dios 2 hubiera suspirado más feliz por tus abrazos.<br />

4. Mas yo, miserable, pospuesto tú, me convertí en un hervidero, siguiendo el ímpetu de<br />

mi pasión, y transpasé todos tus preceptos, aunque no evadí tus castigos; y ¿quién lo<br />

logró de los mortales? Porque tú siempre estabas a mi lado, ensañándote<br />

misericordiosamente conmigo y rociando con amarguísimas contrariedades todos mis<br />

goces ilícitos para que buscara así el gozo sin pesadumbre y, cuando yo lo hallara, en<br />

modo alguno fuese fuera de ti, Señor; fuera de ti, que finges dolor en mandar 3 , y hieres<br />

para sanar, y nos das muerte para que no muramos sin ti.<br />

Pero ¿dónde estaba yo? ¡Oh, y qué lejos, desterrado de las delicias de tu casa en aquel<br />

año decimosexto de mi edad carnal, cuando empuñó su cetro sobre mí, y yo me rendí<br />

totalmente a ella, la furia de la libídine, permitida por la desvergüenza humana, pero ilícita<br />

según tus leyes!<br />

Ni aun los míos se cuidaron de recogerme en el matrimonio al verme caer en ella; su<br />

cuidado fue solo de que aprendiera a componer discursos magníficos y a persuadir con la<br />

palabra.<br />

CAPITULO III<br />

5. En este mismo año se hubieron de interrumpir mis estudios de regreso de Madaura,<br />

ciudad vecina, a la que había ido a estudiar literatura y oratoria, en tanto que se hacían los<br />

preparativos necesarios para el viaje más largo a Cartago, más por animosa resolución de<br />

mi padre que por la abundancia de sus bienes, pues era un muy modesto munícipe de<br />

Tagaste.<br />

Pero ¿a quién cuento yo esto? No ciertamente a ti, Dios mío, sino en tu presencia cuento<br />

estas cosas a los de mi linaje, el género humano, cualquiera que sea la partecilla de él que<br />

pueda tropezar con este mi escrito. ¿Y para qué esto? Para que yo y quien lo leyere<br />

pensemos de qué abismo tan profundo hemos de clamar a ti. ¿Y qué cosa más cerca de<br />

tus oídos que el corazón que te confiesa y la vida que procede de la fe?<br />

¿Quién había entonces que no colmase de alabanza a mi padre, quien, yendo más allá de<br />

sus haberes familiares, gastaba con el hijo cuanto era necesario para un tan largo viaje<br />

por razón de sus estudios? Porque muchos ciudadanos, y mucho más ricos que él, no se<br />

tomaban por sus hijos semejante empeño.<br />

Sin embargo, este mismo padre nada se cuidaba entre tanto de que yo creciera ante ti o<br />

fuera casto, sino únicamente de que fuera diserto, aunque mejor dijera desierto, por<br />

carecer de tu cultivo, ¡oh Dios!, único, verdadero y buen Señor de tu campo, mi corazón.<br />

6. Pero en aquel decimosexto año se hubo de imponer un descanso por la falta de<br />

recursos familiares y, libre de escuela, hube de vivir con mis padres. Eleváronse entonces<br />

sobre mi cabeza las zarzas de mis lascivias, sin que hubiera mano que me las arrancara. Al


contrario, cuando cierto día me vio pubescente mi padre en el baño y revestido de inquieta<br />

adolescencia, como si se gozara ya pensando en los nietos, fuese a contárselo alegre a mi<br />

madre; alegre por la embriaguez con que este mundo se olvida de ti, su criador, y ama en<br />

tu lugar a la criatura, y que nace del vino invisible de su perversa y mal inclinada voluntad<br />

a las cosas de abajo.<br />

Mas para este tiempo habías empezado ya a levantar en el corazón de mi madre tu templo<br />

y el principio de tu morada santa, pues mi padre no era más que catecúmeno, y esto de<br />

hacía poco. De aquí el sobresaltarse ella con un santo temor y temblor, pues, aunque yo<br />

no era todavía cristiano, temió que siguiese las torcidas sendas por donde andan los que<br />

te vuelven la espalda y no el rostro 4 .<br />

7. ¡Ay de mí! ¿Y me atrevo a decir que callabas cuando me iba alejando de ti? ¿Es verdad<br />

que tú callabas entonces conmigo? ¿Y de quién eran, sino de ti, aquellas palabras que por<br />

medio de mi madre, tu creyente, cantaste en mis oídos, aunque ninguna de ellas penetró<br />

en mi corazón para ponerlas por obra?<br />

Quería ella-y recuerdo que me lo amonestó en secreto con grandísima solicitud -que no<br />

fornicase y, sobre todo, que no adulterase con la mujer de nadie. Pero estas<br />

reconvenciones parecíanme mujeriles, a las que me hubiera avergonzado obedecer. Mas<br />

en realidad tuyas eran, aunque yo no lo sabía, y por eso creía que tú callabas y que era<br />

ella la que me hablaba, siendo tú despreciado por mí en ella, por mí, su hijo, hijo de tu<br />

sierva y siervo tuyo, que no cesabas de hablarme por su medio.<br />

Pero yo no lo sabía, y me precipitaba con tanta ceguera que me avergonzaba entre mis<br />

coetáneos de ser menos desvergonzado que ellos cuando les oía jactarse de sus maldades<br />

y gloriarse tanto más cuanto más torpes eran, agradando hacerlas no sólo por el deleite<br />

de las mismas, sino también por ser alabado. ¿Qué cosa hay más digna de vituperio que el<br />

vicio? Y, sin embargo, por no ser vituperado me hacía más vicioso, y cuando no había<br />

hecho nada que me igualase ton los más perdidos, fingía haber hecho lo que no había<br />

hecho, para no parecer tanto más abyecto cuanto más inocente y tanto más vil cuanto<br />

más casto.<br />

8. He aquí con qué compañeros recorría yo las plazas de Babilonia y me revolcaba en su<br />

cieno, como en cinamomo y ungüentos preciosos. Y en medio de él, para que me adhiriese<br />

más tenazmente, pisoteábame el enemigo invisible y me seducía, por ser yo fácil de<br />

seducir.<br />

Ni aun mi madre carnal, que había comenzado a huir ya de en medio de Babilonia 5 , pero<br />

que en lo demás iba despacio, cuidó-como antes lo había hecho aconsejándome la purezade<br />

contener con los lazos del matrimonio aquello que había oído a su marido de mí-y que<br />

ya veía me era pestilencial y en adelante me había de ser más peligroso-, si es que no se<br />

podía cortar por lo sano. No cuidó de esto, digo, porque tenía miedo de que con el vínculo<br />

matrimonial se frustrase la esperanza que sobre mí tenía; no la esperanza de la vida<br />

futura, que mi madre tenía puesta en ti, sino la esperanza de las letras, que ambos a dos,<br />

padre y madre, deseaban ardientemente; el padre, porque no pensaba casi nada de ti y sí<br />

muchas cosas vanas sobre mí; la madre, porque consideraba que aquellos acostumbrados<br />

estudios de la ciencia no sólo no me habían de ser estorbo, sino de no poca ayuda para<br />

alcanzarte a ti. Así lo conjeturo yo ahora al recordar, en cuanto me es posible, las<br />

costumbres de mis padres.<br />

Por esta razón me aflojaban también las riendas para el juego más de lo que permite una<br />

moderada severidad, dejándome ir tras la disolución de mis varios afectos, en todos los<br />

cuales había una obscuridad que me interceptaba, ¡oh Dios mío!, la claridad de tu verdad,<br />

y como de mi grosura, brotaba mi iniquidad 6 .<br />

CAPITULO IV<br />

9. Ciertamente, Señor, que tu ley castiga el hurto, ley de tal modo escrita en el corazón de<br />

los hombres, que ni la misma iniquidad puede borrar. ¿Qué ladrón hay que sufra con<br />

paciencia a otro ladrón? Ni aun el rico tolera esto al forzado por la indigencia. También yo<br />

quise cometer un hurto y lo cometí, no forzado por la necesidad, sino por penuria y<br />

fastidio de justicia y abundancia de iniquidad, pues robé aquello que tenía en abundancia y<br />

mucho mejor. Ni era el gozar de aquello lo que yo apetecía en el hurto, sino el mismo


hurto y pecado.<br />

Había un peral en las inmediaciones de nuestra viña cargado de peras, que ni por el<br />

aspecto ni por el sabor tenían nada de tentadoras. A hora intempestiva de la noche -pues<br />

hasta entonces habíamos estado jugando en las eras, según nuestra mala costumbre- nos<br />

encaminamos a él, con ánimo de sacudirle y vendimiarle, unos cuantos jóvenes pésimos. Y<br />

llevamos de él grandes cargas, no para regalarnos, sino más bien para tener que<br />

echárselas a los puercos, aunque algunas comimos, siendo nuestro deleite hacer aquello<br />

que nos placía por el hecho mismo de que nos estaba prohibido.<br />

He aquí, Señor, mi corazón; he aquí mi corazón, del cual tuviste misericordia cuando<br />

estaba en lo profundo del abismo. Que este mi corazón te diga qué era lo que allí buscaba<br />

para ser malo de balde y que mi maldad no tuviese más causa que la maldad. Fea era, y<br />

yo la amé; amé el perecer, amé mi defecto, no aquello por lo que faltaba, sino mi mismo<br />

defecto. Torpe alma mía, que saltando fuera de tu base ibas al exterminio, no buscando<br />

algo en la ignominia, sino la ignominia misma.<br />

CAPITULO V<br />

10. Todos los cuerpos que son hermosos, como el oro, la plata y todos los demás, tienen,<br />

en efecto, su aspecto grato. En el tacto carnal interviene por mucho la congruencia de las<br />

partes, y cada uno de los demás sentidos percibe en los cuerpos cierta modalidad propia.<br />

También el honor temporal y el poder mandar y dominar tiene su atractivo, de donde nace<br />

la avidez de venganza.<br />

Sin embargo, para conseguir todas estas cosas no es necesario abandonarte a ti, ni<br />

desviarse un ápice de tu ley. También la vida que aquí vivimos tiene sus encantos, por<br />

cierta manera suya de belleza y por la correspondencia que tiene con las inferiores. Cara<br />

es, finalmente, la amistad de los hombres por la unión que hace de muchas almas con el<br />

dulce nudo del amor.<br />

Por todas estas cosas y otras semejantes se peca cuando por una inclinación inmoderada a<br />

ellas-no obstante que sean bienes ínfimos-son abandonados los mejores y sumos, como<br />

eres tú, Señor, Dios nuestro; tu Verdad y tu Ley.<br />

Cierto que también estos bienes ínfimos tienen sus deleites, pero no como los de Dios,<br />

hacedor de todas las cosas, porque en él se deleita el justo y hallan sus delicias los rectos<br />

de corazón 7 .<br />

11. Esta es la razón por que cuando se inquiere la causa de un crimen no descansa uno<br />

hasta haber averiguado qué apetito de los bienes que hemos dicho ínfimos o qué temor de<br />

perderlos pudo moverle a cometerlo. Hermosos son, sin duda, y apetecibles, aunque<br />

comparados con los bienes superiores y beatíficos son viles y despreciables. Uno comete<br />

un homicidio; ¿por qué habrá sido? Porque amó la esposa del muerto o su finca, o porque<br />

quiso robar para tener con qué vivir, o temió sufrir de él otro tanto, o bien, herido, ardió<br />

en deseos de venganza. ¿Acaso hubiera cometido el crimen sin motivo, por sólo el gusto<br />

de matar? ¿Quién lo podrá creer?<br />

Porque aun de cierto hombre sin entrañas y excesivamente cruel, de quien se dijo que era<br />

malo y cruel de balde, se añadió, sin embargo, el motivo: "Para que la ociosidad no<br />

embotara su mano o el sentimiento" 8 .<br />

Mas si todavía indagares por qué esto es así, te diré que para con aquel ejercicio de<br />

crímenes, tomada la ciudad, consiguiese honores, poderes y riquezas y careciese del<br />

miedo a las leyes y de los apremios de la vida, causados por la escasez de su patrimonio y<br />

de la conciencia de sus crímenes. Así, pues, ni aun el mismo Catilina amaba sus crímenes,<br />

sino otra cosa, por cuyo motivo los hacía.<br />

CAPITULO VI<br />

12. ¿Pues qué fue entonces lo que yo, miserable de mí, amé en ti, oh hurto mío, oh<br />

crimen nocturno mío de mis dieciséis años? Porque no eras hermoso, siendo un hurto.<br />

Pero ¿es que eres algo para que yo hable contigo? Las hermosas eran las peras aquellas<br />

que robamos, por ser criaturas tuyas, ¡oh el más hermoso de todos, criador de todas las


cosas!, Dios bueno, Dios sumo bien y verdadero bien mío: ¡hermosas eran aquellas peras!<br />

Pero no eran éstas lo que apetecía mi alma miserable. Abundancia de ellas tenía yo y<br />

mejores. Pero arranquélas del árbol por sólo el hecho de hurtar, pues apenas las cogí las<br />

tiré, gustando en ellas sólo la iniquidad, de la que me gozaba con fruición. Porque si<br />

alguna de aquéllas entró en mi boca, solo el delito la hizo sabrosa.<br />

Y ahora pregunto yo, Dios mío: ¿Qué era lo que me deleitaba en el hurto? Porque yo no<br />

encuentro ninguna hermosura en él; no digo ya como la que brilla en la justicia y<br />

prudencia, pero ni aun siquiera como la que resplandece en la inteligencia del hombre, o<br />

en la memoria y los sentidos, o en la vida vegetativa; ni como son bellos los astros<br />

hermosos en sus cursos, y la tierra, y el mar, llenos de vivientes, que nacen para<br />

sucederse unos a otros; ni siquiera como la defectuosa y umbrátil hermosura de los<br />

engañadores vicios.<br />

13. Porque la soberanía imita la celsitud, mas tú eres el único sobre todas las cosas, ¡oh<br />

Dios excelso! Y la ambición, ¿qué busca, sino honores y gloria, siendo tú el único sobre<br />

todas las cosas digno de ser honrado y glorificado eternamente? La crueldad de los tiranos<br />

quiere ser temida; pero ¿quién ha de ser temido, sino el solo Dios, a cuyo poder nadie en<br />

ningún tiempo, ni lugar, ni por ningún medio puede sustraerse ni huir? Las blanduras de<br />

los lascivos provocan al amor; pero nada hay más blando que tu caridad ni que se ame<br />

con mayor provecho que tu verdad, sobre todas las cosas hermosa y resplandeciente. La<br />

curiosidad parece afectar amor a la ciencia, siendo tú quien conoce sumamente todas las<br />

cosas. Hasta la misma ignorancia y estulticia se cubren con el nombre de sencillez e<br />

inocencia, porque no hallan nada más sencillo que tú; ¿y qué mas inocente que tú, que<br />

aun el daño que reciben los malos les viene de sus malas obras? La indolencia apetece el<br />

descanso; pero ¿qué descanso cierto hay fuera del Señor? El lujo apetece ser llamado<br />

saciedad y abundancia; mas tú solo eres la plenitud y la abundancia indeficiente de eterna<br />

suavidad. La prodigalidad vístese con capa de liberalidad; pero sólo tú eres el verdadero y<br />

liberalísimo dador de todos los bienes. La avaricia quiere poseer muchas cosas; pero tú<br />

solo las posees todas. La envidia cuestiona sobre excelencias; pero ¿qué hay más<br />

excelente que tú? La ira busca la venganza; ¿y qué venganza más justa que la tuya? El<br />

temor se espanta de las cosas repentinas e insólitas, contrarias a lo que uno ama y desea<br />

tener seguro; mas ¿qué en ti de nuevo o repentino?, ¿quién hay que te arrebate lo que<br />

amas? y ¿en dónde sino en ti se encuentra la firme seguridad? La tristeza se abate con las<br />

cosas perdidas, con que solía gozarse la codicia, y no quisiera se le quitase nada, como<br />

nada se te puede quitar a ti.<br />

14. Así es como fornica el alma: cuando es apartada de ti y busca fuera de ti lo que no<br />

puede hallar puro y sin mezcla sino cuando vuelve a ti. Perversamente te imitan todos los<br />

que se alejan y alzan contra ti. Pero aun imitándote así indican que tú eres el criador de<br />

toda criatura y, por tanto, que no hay lugar adonde se aparte uno de modo absoluto de ti.<br />

Pues ¿qué fue entonces lo que yo amé en aquel hurto o en qué imité, siquiera viciosa e<br />

imperfectamente, a mi Señor? ¿Acaso fue en deleitarme obrando contra la ley<br />

engañosamente, ya que no podía por fuerza, simulando cautivo una libertad manca en<br />

hacer impunemente lo que estaba prohibido, imagen tenebrosa de tu omnipotencia?<br />

He aquí al siervo que, huyendo de su señor, consiguió la sombra 9 . ¡Oh podredumbre!. ¡Oh<br />

monstruo de la vida y abismo de la muerte! ¿Es posible que me fuera grato lo que no me<br />

era lícito, y no por otra cosa sino porque no me era lícito?<br />

CAPITULO VII<br />

15. ¿Qué daré en retorno al Señor 10 por poder recordar mi memoria todas estas cosas sin<br />

que tiemble ya mi alma por ellas? Te amaré, Señor, y te daré gracias y confesaré tu<br />

nombre por haberme perdonado tantas y tan nefandas acciones mías. A tu gracia y<br />

misericordia debo que hayas deshecho mis pecados como hielo y no haya caído en otros<br />

muchos. ¿Qué pecados realmente no pude yo cometer, yo, que amé gratuitamente el<br />

crimen?<br />

Confieso que todos me han sido ya perdonados, así los cometidos voluntariamente como<br />

los que dejé de hacer por tu favor. ¿Quién hay de los hombres que, conociendo su<br />

flaqueza, atribuya a sus fuerzas su castidad y su inocencia, para por ello amarte menos,<br />

cual si hubiera necesitado menos de tu misericordia, por la que perdonas los pecados a los


que se convierten a ti?<br />

Que aquel, pues, que, llamado por ti, siguió tu voz y evitó todas estas cosas que lee de<br />

mí, y yo recuerdo y confieso, no se ría de mí por haber sido curado estando enfermo por el<br />

mismo médico que le preservó a él de caer enfermo; o más bien, de que no enfermara<br />

tanto. Antes, sí, debe amarte tanto y aún más que yo; porque el mismo que me sanó a mí<br />

de tantas y tan graves enfermedades, ése le libró a él de caer en ellas.<br />

16. Y ¿qué fruto saqué yo, miserable, de aquellas acciones que ahora recuerdo con rubor?<br />

¿Sobre todo de aquel hurto en el que amé el hurto mismo, no otra cosa, siendo así que<br />

éste era nada, quedando yo más miserable con él? Sin embargo, es cierto que yo solo no<br />

lo hubiera hecho -a juzgar por la disposición de mi ánimo de entonces-; no, en modo<br />

alguno yo solo lo hubiera hecho. Luego amé también allí el consorcio de otros culpables<br />

que me acompañaran a cometerlo. Luego-tampoco es cierto que no amara en el hurto otra<br />

cosa que el hurto; aunque no otra cosa amé, por ser nada también éste.<br />

Pero ¿qué es realmente-y quién me lo podrá enseñar, sino el que ilumina mi corazón y<br />

discierne sus sombras-, qué es lo que me viene a la mente y deseo averiguar, discutir y<br />

meditar, ya que si entonces amara aquellas peras que robé y deseara su deleite<br />

solamente, podía haber cometido solo, si yo me hubiera bastado, aquella iniquidad por la<br />

cual llegara a aquel deleite sin necesidad de excitar la picazón de mi apetito con el roce de<br />

almas cómplices? Pero como no hallaba deleite alguno en las peras, ponía éste en el<br />

mismo pecado, siendo aquél causado por el consorcio de los que juntamente pecaban.<br />

CAPITULO IX<br />

17. Y ¿qué afecto era aquel del alma? Ciertamente muy torpe, y yo un desgraciado en<br />

temerle. Pero ¿qué era en realidad? Y ¿quién hay que entienda los pecados? 11 Era como<br />

una risa que nos retozaba en el cuerpo, nacida de ver que engañábamos a quienes no<br />

sospechaban de nosotros tales cosas y sabíamos que habían de llevarlas muy a mal.<br />

Pero ¿por qué me deleitaba no pecar solo? ¿Acaso porque nadie se ríe fácilmente cuando<br />

está solo? Nadie fácilmente, es verdad; pero también lo es que a veces tienta y vence la<br />

risa a los que están solos, sin que nadie los vea, cuando se ofrece a los sentidos o al alma<br />

alguna cosa extraordinariamente ridícula. Porque la verdad es que yo solo no hubiera<br />

hecho nunca aquello, no; yo solo jamás lo hubiera hecho. Vivo tengo delante de ti, Dios<br />

mío, el recuerdo de aquel estado de mi alma, y repito que yo solo no hubiera cometido<br />

aquel hurto, en el que no me deleitaba lo que robaba, sino porque robaba; lo que solo<br />

tampoco me hubiera agradado en modo alguno, ni yo lo hubiera hecho.<br />

¡Oh amistad enemiga en demasía, seducción inescrutable del alma, ganas de hacer mal<br />

por pasatiempo y juego, apetito del daño ajeno sin provecho alguno propio y sin pasión de<br />

vengarse! Pero basta que se diga: "Vamos. Hagamos", para que se sienta vergüenza de no<br />

ser desvergonzado.<br />

CAPITULO X<br />

18. ¿Quién deshará este nudo tortuosísimo y enredadísimo? Feo es; no quiero volver los<br />

ojos a él, no quiero ni verle. Sólo a ti quiero, justicia e inocencia bella y graciosa a los ojos<br />

puros, y con insaciable saciedad. Sólo en ti se halla el descanso supremo y la vida sin<br />

perturbación. Quien entra en ti entra en el gozo de su Señor 12 y no temerá y se hallará<br />

sumamente bien en el sumo bien. Yo me alejé de ti y anduve errante, Dios mío, muy fuera<br />

del camino de tu estabilidad allá en mi adolescencia y llegué a ser para mí región de<br />

esterilidad.<br />

LIBRO TERCERO<br />

CAPITULO I<br />

1. Llegué a Cartago, y por todas partes crepitaba en torno mío un hervidero de amores<br />

impuros. Todavía no amaba, pero amaba el amar y con secreta indigencia me odiaba a mí<br />

mismo por verme menos indigente. Buscaba qué amar amando el amar y odiaba la<br />

seguridad y la senda sin peligros, porque tenía dentro de mí hambre del interior alimento,<br />

de ti mismo, ¡oh Dios mío!, aunque esta hambre no la sentía yo tal; antes estaba sin


apetito alguno de los manjares incorruptibles, no porque estuviera lleno de ellos, sino<br />

porque, cuanto más vacío, tanto más hastiado me sentía.<br />

Y por eso no se hallaba bien mi alma, y, llagada, se arrojaba fuera de sí, ávida de<br />

restregarse miserablemente con el contacto de las cosas sensibles, las cuales, si no<br />

tuvieran alma, no serían ciertamente amadas.<br />

Amar y ser amado era la cosa más dulce para mí, sobre todo si podía gozar del cuerpo del<br />

amante. De este modo manchaba la vena de la amistad con las inmundicias de la<br />

concupiscencia y obscurecía su candor con los vapores tartáreos de la lujuria. Y con ser<br />

tan torpe y deshonesto, deseaba con afán, rebosante de vanidad, pasar por elegante y<br />

cortés.<br />

Caí también en el amor en que deseaba ser cogido. Pero, ¡oh Dios mío, misericordia mía,<br />

con cuánta hiel no rociaste aquella mi suavidad y cuán bueno fuiste en ello! Porque al fin<br />

fui amado, y llegué secretamente al vínculo del placer, y me dejé atar alegre con ligaduras<br />

trabajosas, para ser luego azotado con las varas candentes de hierro de los celos,<br />

sospechas, temores, iras y contiendas.<br />

CAPITULO II<br />

2. Arrebatábanme los espectáculos teatrales, llenos de imágenes de mis miserias y de<br />

incentivos del fuego de mi pasión. Pero ¿qué será que el hombre quiera en ellos sentir<br />

dolor cuando contempla cosas tristes y trágicas que en modo alguno quisiera padecer?<br />

Con todo, quiere el espectador sentir dolor con ellas, y aun este dolor es su deleite. ¿Qué<br />

es esto sino una incomprensible locura? Porque tanto más se conmueve uno con ellas<br />

cuanto menos libre se está de semejantes afectos, bien que cuando uno las padece se<br />

llamen miserias, y cuando se compadecen en otros, misericordia.<br />

Pero ¿qué misericordia puede darse en cosas fingidas y escénicas? Porque allí no se<br />

provoca al espectador a que socorra a alguien, sino que se le invita a condolerse<br />

solamente, favoreciendo tanto más al autor de aquellas ficciones cuanto es mayor el<br />

sentimiento que siente con ellas. De donde nace que si tales desgracias humanas -sean<br />

tomadas de las historias antiguas, sean fingidas- se representan de forma que no causen<br />

dolor al espectador, márchase éste de allí aburrido y murmurando; pero si, al contrario,<br />

siente dolor en ellas, permanece atento y contento.<br />

3. Luego ¿se aman las lágrimas y el dolor? Ciertamente que todo hombre quiere gozar;<br />

mas no agradando a nadie ser miserable, y siendo grato a todos ser misericordioso; y no<br />

pudiendo ser esto sin sentir dolor, ¿no será ésta la causa verdadera por que se amen los<br />

dolores?<br />

También esto viene de la vena de la amistad; pero ¿adónde va? ¿Hacia qué parte fluye? ¿<br />

Por qué corre el torrente de la pez hirviendo, a los ardores horribles de negras liviandades,<br />

en las que aquélla se muda y vuelve por voluntad propia, alejada y privada de su celestial<br />

serenidad?<br />

Luego ¿habrá que rechazar la compasión? De ningún modo. Preciso será, pues, que alguna<br />

vez se amen los dolores; mas guárdate en ello de la impureza, alma mía, bajo la tutela de<br />

mi Dios, el Dios de nuestros padres, alabado y ensalzado por todos los siglos 1 ; guárdate<br />

de la impureza, porque ni aun al presente me hallo exento de tal compasión. Pero<br />

entonces complacíame en los teatros con los amantes cuando ellos se gozaban en sus<br />

torpezas-aun cuando éstas se ejecutasen sólo imaginariamente en juego escénico-. Y así,<br />

cuando alguno de ellos se perdía, contristábame cuasi misericordioso, y lo uno y lo otro<br />

me deleitaba.<br />

Pero ahora tengo más compasión del que se goza en sus pecados que del que padece<br />

recias cosas por la carencia de un pernicioso deleite o la pérdida de una mísera felicidad.<br />

Esta misericordia es ciertamente más verdadera, pero, en ella el dolor no causa deleite.<br />

Porque si bien es cierto que merece aprobación quien por razón de caridad se compadece<br />

del miserable, sin embargo, quien es verdaderamente compasivo quisiera más que no<br />

hubiera de qué dolerse. Porque así como no es posible que exista una benevolencia<br />

malévola, tampoco lo es que haya alguien verdadera y sinceramente misericordioso que<br />

desee haya miserables para tener de quien compadecerse.


Hay, pues, algún dolor que merece aprobación, ninguno que merezca ser amado. Por eso<br />

tú, Dios mío, que amas las almas mucho más copiosa y elevadamente que nosotros, te<br />

compadeces de ellas de modo mucho más puro, por no sentir ningún dolor. Pero ¿quién<br />

será capaz de llegar a esto?<br />

4. Mas yo, desventurado, amaba entonces el dolor y buscaba motivos de tenerle cuando<br />

en aquellas desgracias ajenas, falsas y mímicas, me agradaba tanto más la acción del<br />

histrión y me tenía tanto más suspenso cuanto me hacía derramar más copiosas lágrimas.<br />

Pero ¿qué maravilla era que yo, infeliz ovejuela descarriada de tu rebaño por no sufrir tu<br />

guarda, estuviera plagado de roña asquerosa? De aquí nacían, sin duda, los deseos de<br />

aquellos sentimientos de dolor, que, sin embargo, no quería que me penetrasen muy<br />

adentro, porque no deseaba padecer cosas como las representadas, sino que aquéllas,<br />

oídas o fingidas, como que me rascasen por encima; mas, semejantemente a los que se<br />

rascan con las uñas, solía terminar produciéndome un tumor abrasador y una horrible<br />

postema y podredumbre.<br />

Tal era mi vida. Pero ¿era ésta vida, Dios mío?<br />

CAPITULO III<br />

5. Entre tanto, tu misericordia fiel circunvolaba sobre mí a lo lejos. Mas ¡en cuántas<br />

iniquidades no me consumí, Dios mío, llevado de cierta curiosidad sacrílega, que,<br />

apartándome de ti, me conducía a los más bajos, desleales y engañosos obsequios a los<br />

demonios, a quienes sacrificaba mis malas obras, siendo en todas castigado con duro<br />

azote por ti!<br />

Tuve también la osadía de apetecer ardientemente y negociar el modo de procurarme<br />

frutos de muerte en la celebración de una de tus solemnidades y dentro de los muros de<br />

tu iglesia. Por ello me azotaste con duras penas, aunque comparadas con mi culpa no eran<br />

nada, ¡oh tú, grandísima misericordia mía, Dios mío y refugio mío contra "los terribles<br />

malhechores", con quienes vagué con el cuello erguido, alejándome cada vez más de ti,<br />

amando mis caminos y no los tuyos, amando una libertad fugitiva!<br />

6. Tenían aquellos estudios que se llaman honestos o nobles por blanco y objetivo las<br />

contiendas del foro y hacer sobresalir en ellas tanto más laudablemente cuanto más<br />

engañosamente. ¡Tanta es la ceguera de los hombres, que hasta de su misma ceguera se<br />

glorían!<br />

Y ya había llegado a ser "el mayor" de la escuela de retórica y gozábame de ello<br />

soberbiamente y me hinchaban de orgullo. Con todo, tú sabes, Señor, que era mucho más<br />

pacato que los demás y totalmente ajeno a las calaveradas de los eversores -nombre<br />

siniestro y diabólico que ha logrado convertirse en distintivo de urbanidad-, y entre los<br />

cuales vivía con impudente pudor por no ser uno de tantos. Es verdad que andaba con<br />

ellos y me gozaba a veces con sus amistades, pero siempre aborrecí sus hechos, esto es,<br />

las calaveradas con que impudentemente sorprendían y ridiculizaban la candidez de los<br />

novatos, sin otro fin que el de tener el gusto de burlarles y apacentar a costa ajena sus<br />

malévolas alegrías. Nada hay más parecido que este hecho a los hechos de los demonios,<br />

por lo que ningún nombre les cuadra mejor que el de eversores o perversores, por ser<br />

ellos antes trastornados y pervertidos totalmente por los espíritus malignos, que así los<br />

burlan y engañan, sin saberlo, en aquello mismo en que desean reírse y engañar a los<br />

demás.<br />

CAPITULO IV<br />

7. Entre estos tales estudiaba yo entonces, en tan flaca edad, los libros de la elocuencia,<br />

en la que deseaba sobresalir con el fin condenable y vano de satisfacer la vanidad<br />

humana. Mas, siguiendo el orden usado en la enseñanza de tales estudios, llegué a un<br />

libro de un cierto Cicerón, cuyo lenguaje casi todos admiran, aunque no así su fondo. Este<br />

libro contiene una exhortación suya a la filosofía, y se llama el Hortensio. Semejante libro<br />

cambió mis afectos y mudó hacia ti, Señor, mis súplicas e hizo que mis votos y deseos<br />

fueran otros. De repente apareció a mis ojos vil toda esperanza vana, y con increíble ardor<br />

de mi corazón suspiraba por la inmortalidad de la sabiduría, y comencé a levantarme para<br />

volver a ti. Porque no era para pulir el estilo -que es lo que parecía debía comprar yo con


los dineros maternos en aquella edad de mis diecinueve años, haciendo dos que había<br />

muerto mi padre-; no era, repito, para pulir el estilo para lo que yo empleaba la lectura de<br />

aquel libro, ni era la elocución lo que a ella me incitaba, sino lo que decía.<br />

8. ¡Cómo ardía, Dios mío, cómo ardía en deseos de remontar el vuelo de las cosas<br />

terrenas hacia ti, sin que yo supiera lo que entonces tú obrabas en mí! Porque en ti está la<br />

sabiduría 2 . Y el amor a la sabiduría tiene un nombre en griego, que se dice filosofía, al<br />

cual me encendían aquellas páginas. No han faltado quienes han engañado sirviéndose de<br />

la filosofía, coloreando y encubriendo sus errores con nombre tan grande, tan dulce y<br />

honesto. Mas casi todos los que en su tiempo y en épocas anteriores hicieron tal están<br />

notados y descubiertos en dicho libro. También se pone allí de manifiesto aquel saludable<br />

aviso de tu Espíritu, dado por medio de tu siervo bueno y pío [Pablo]: Ved que no os<br />

engañe nadie con vanas filosofías y argucias seductoras, según la tradición de los<br />

hombres, según la tradición de los elementos de este mundo y no según Cristo, porque en<br />

él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad 3 .<br />

Mas entonces -tú lo sabes bien, luz de mi corazón-, como aún no conocía yo el consejo de<br />

tu Apóstol, sólo me deleitaba en aquella exhortación el que me excitaba, encendía e<br />

inflamaba con su palabra a amar, buscar, lograr, retener y abrazar fuertemente no esta o<br />

aquella secta, sino la Sabiduría misma, estuviese dondequiera. Sólo una cosa me resfriaba<br />

tan gran incendio, y era el no ver allí escrito el nombre de Cristo. Porque este nombre,<br />

Señor, este nombre de mi Salvador, tu Hijo, lo había yo por tu misericordia bebido<br />

piadosamente con la leche de mi madre y lo conservaba en lo más profundo del corazón; y<br />

así, cuanto estaba escrito sin este nombre, por muy verídico, elegante y erudito que fuese,<br />

no me arrebataba del todo.<br />

CAPITULO V<br />

9. En vista de ello decidí aplicar mi ánimo a las Santas Escrituras y ver qué tal eran. Mas<br />

he aquí que veo una cosa no hecha para los soberbios ni clara para los pequeños, sino a la<br />

entrada baja y, en su interior sublime y velada de misterios, y yo no era tal que pudiera<br />

entrar por ella o doblar la cerviz a su paso por mí. Sin embargo, al fijar la atención en<br />

ellas, no pensé entonces lo que ahora digo, sino simplemente me parecieron indignas de<br />

parangonarse con la majestad de los escritos de Tulio. Mi hinchazón recusaba su estilo y<br />

mi mente no penetraba su interior. Con todo, ellas eran tales que habían de crecer con los<br />

pequeños; mas yo me desdeñaba de ser pequeño y, finchado de soberbia, me creía<br />

grande.<br />

CAPITULO VI<br />

10. De este modo vine a dar con unos hombres que deliraban soberbiamente, carnales y<br />

habladores en demasía, en cuya boca hay lazos diabólicos y una liga viscosa hecha con las<br />

sílabas de tu nombre, del de nuestro Señor Jesucristo y del de nuestro Paráclito y<br />

Consolador, el Espíritu Santo. Estos nombres no se apartaban de sus bocas, pero sólo en<br />

el sonido y ruido de la boca, pues en lo demás su corazón estaba vacío de toda verdad.<br />

Decían: "¡Verdad! ¡Verdad!", y me lo decían muchas veces, pero jamás se hallaba en ellos;<br />

antes decían muchas cosas falsas, no sólo de ti, que eres verdad por esencia, sino también<br />

de los elementos de este mundo, creación tuya, sobre los cuales, aun diciendo verdad los<br />

filósofos, debí haberme remontado por amor de ti, ¡oh padre mío sumamente bueno y<br />

hermosura de todas las hermosuras!<br />

¡Oh verdad, verdad!, cuán íntimamente suspiraba entonces por ti desde los meollos de mi<br />

alma, cuando aquéllos te hacían resonar en torno mío frecuentemente y de muchos<br />

modos, bien que sólo de palabras y en sus muchos y voluminosos libros. Estos eran las<br />

bandejas en las que, estando yo hambriento de ti, me servían en tu lugar el sol y la luna,<br />

obras tuyas hermosas, pero al fin obras tuyas, no tú, y ni aun siquiera de las principales.<br />

Porque más excelentes son tus obras espirituales que estas corporales, siquiera lucidas y<br />

celestes. Pero yo tenía hambre y sed no de aquellas primeras, sino de ti misma, ¡oh<br />

verdad, en quien no hay mudanza alguna ni obscuridad momentánea! 4<br />

Y continuaban aquéllos sirviéndome en dichas bandejas espléndidos fantasmas, en orden a<br />

los cuales hubiera sido mejor amar este sol, al menos verdadero a la vista, que no<br />

aquellas falsedades que por los ojos del cuerpo engañaban al alma.


Mas como las tomaba por ti, comía de ellas, no ciertamente con avidez, porque no me<br />

sabían a ti-que no eras aquellos vanos fantasmas-ni me nutría con ellas, antes me sentía<br />

cada vez más extenuado. Y es que, el manjar que se toma en sueños, no obstante ser<br />

muy semejante al que se toma despierto, no alimenta a los que duermen, porque están<br />

dormidos. Pero aquéllos no eran semejantes a ti en ningún aspecto, como ahora me lo ha<br />

manifestado la verdad, porque eran fantasmas corpóreos o falsos cuerpos, en cuya<br />

comparación son más ciertos estos cuerpos verdaderos que vemos con los ojos de la carne<br />

-sean celestes o terrenos- al par que los brutos y aves.<br />

Vemos estas cosas y son más ciertas que cuando las imaginamos, y a su vez, cuando las<br />

imaginamos, más ciertas que cuando por medio de ellas conjeturamos otras mayores e<br />

infinitas, que en modo alguno existen. Con tales quimeras me apacentaba yo entonces y<br />

por eso no me nutría.<br />

Mas tú, amor mío, en quien desfallezco para ser fuerte, ni eres estos cuerpos que vemos,<br />

aunque sea en el cielo, ni los otros que no vemos allí, porque tú eres el Criador de todos<br />

éstos, sin que los tengas por las más altas creaciones de tu mano.<br />

¡Oh, cuán lejos estabas de aquellos mis fantasmas imaginarios, fantasmas de cuerpos que<br />

no han existido jamás, en cuya comparación son más reales las imágenes de los cuerpos<br />

existentes; y más aun que aquéllas, éstos, los cuales, sin embargo, no eres tú! Pero ni<br />

siquiera eres el alma que da vida a los cuerpos -y como vida de los cuerpos, mejor y más<br />

cierta que los cuerpos-, sino que tú eres la vida de las almas, la vida de las vidas que vives<br />

por ti misma y no te cambias: la vida de mi alma.<br />

11. Pero ¿dónde estabas entonces para mí? ¡Oh, y qué lejos, sí, y qué lejos peregrinaba<br />

fuera de ti, privado hasta de las bellotas de los puercos que yo apacentaba con ellas! ¡<br />

Cuánto mejores eran las fábulas de los gramáticos y poetas que todos aquellos engaños!<br />

Porque los versos, y la poesía, y la fábula de Medea volando por el aire son cosas<br />

ciertamente más útiles que los cinco elementos diversamente disfrazados, conforme a los<br />

cinco antros o cuevas tenebrosas, que no son nada real, pero que dan muerte al que los<br />

cree. Porque los versos y la poesía los puedo yo convertir en vianda; y en cuanto al vuelo<br />

de Medea, si bien lo recitaba, no lo afirmaba; y si gustaba de oírlo, no lo creía. Mas<br />

aquellas cosas las creí.<br />

¡Ay, ay de mí, por, qué grados fui descendiendo hasta las profundidades del abismo, lleno<br />

de fatiga y devorado por la falta de verdad! Y todo, Dios mío- a quien me confieso por<br />

haber tenido misericordia de mí cuando aún no te confesaba--, todo por buscarte no con la<br />

inteligencia -con la que quisiste que yo aventajase a los brutos-, sino con los sentidos de<br />

la carne, porque tú estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío y más<br />

elevado que lo más sumo mío.<br />

Así vine a dar con aquella mujer procaz y escasa de prudencia -enigma de Salomón- que,<br />

sentada a la puerta de su casa sobre una silla, dice a los que pasan: Comed gustosos los<br />

panes escondidos y bebed del agua dulce hurtada 5 , la cual me sedujo por hallarme<br />

vagando fuera de mí, bajo el imperio del sentido carnal de la vista, rumiando dentro de mí<br />

tales cosas cuales por él devoraba.<br />

CAPITULO VII<br />

12. No conocía yo otra cosa -en realidad de verdad lo que es- y sentíame como<br />

agudamente movido a asentir a aquellos necios engañadores cuando me preguntaban de<br />

dónde procedía el mal, y si Dios estaba limitado por una forma corpórea, y si tenía<br />

cabellos y uñas, y si habían de ser tenidos por justos los que tenían varias mujeres a un<br />

tiempo, y los que causaban la muerte a otros y sacrificaban animales.<br />

Yo, ignorante de estas cosas, perturbábame con ellas y, alejándome de la verdad, me<br />

parecía que iba hacia ella, porque no sabía que el mal no es más que privación del bien<br />

hasta llegar a la misma nada. Y ¿cómo la había yo de saber, si con la vista de los ojos no<br />

alcanzaba a ver más que cuerpos y con la del alma no iba más allá de los fantasmas?<br />

Tampoco sabía que Dios fuera espíritu y que no tenía miembros a lo largo ni a lo ancho, ni<br />

cantidad material alguna, porque la cantidad o masa es siempre menor en la parte que en<br />

el todo, y, aun dado que fuera infinita, siempre sería menor la contenida en el espacio de


una parte que la extendida por el infinito, a más de que no puede estar en todas partes<br />

como el espíritu, como Dios.<br />

También ignoraba totalmente qué es aquello que hay en nosotros según lo cual somos y<br />

con verdad se nos llama en la Escritura imagen de Dios 6 .<br />

13. No conocía tampoco la verdadera justicia interior, que juzga no por la costumbre, sino<br />

por la ley rectísima de Dios omnipotente, según la cual se han de formar las costumbres<br />

de los países y épocas conforme a los mismos países y tiempos; y siendo la misma en<br />

todas las partes y tiempos, no varía según las latitudes y las épocas. Según la cual fueron<br />

justos Abraham, Isaac, Jacob y David y todos aquellos que son alabados por boca de Dios;<br />

aunque los ignorantes, juzgando las cosas por el módulo humano 7 y midiendo la conducta<br />

de los demás por la suya, los juzgan inicuos. Como si un ignorante en armaduras, que no<br />

sabe lo que es propio de cada miembro, quisiera cubrir la cabeza con las grebas y los pies<br />

con el casco y luego se quejase de que no le venían bien las piezas. O como si otro se<br />

molestase de que en determinado día, mandando guardar de fiesta desde mediodía en<br />

adelante, no se le permitiera vender la mercancía por la tarde que se le permitió por la<br />

mañana; o porque ve que en una misma casa se permite tocar a un esclavo cualquiera lo<br />

que no se consiente al que asiste a la mesa; o porque no se permite hacer ante los<br />

comensales lo que se hace tras los pesebres; o, finalmente, se indignase porque, siendo<br />

una la vivienda y una la familia, no se distribuyesen las cosas a todos por igual.<br />

Tales son los que se indignan- cuando oyen decir que en otros siglos se permitieron a los<br />

justos cosas que no se permiten a los justos de ahora, y que mandó Dios a aquéllos una<br />

cosa y a éstos otra, según la diferencia de los tiempos, sirviendo unos y otros a la misma<br />

norma de santidad. Y no echan de ver éstos que en un mismo hombre, y en un mismo día,<br />

y en la misma hora, en la misma casa conviene una cosa a un miembro y otra a otro y que<br />

lo que poco antes fue lícito, en pasando la hora no lo es; y que lo que en una parte se<br />

concede, justamente se prohíbe y castiga en otra.<br />

¿Diremos por esto que la justicia es varia y mudable? Lo que hay es que los tiempos que<br />

aquélla preside y rige no caminan iguales porque son tiempos. Mas los hombres, cuya vida<br />

sobre la tierra es breve, como no saben compaginar las causas de los siglos pasados y de<br />

las gentes que no han visto ni experimentado con las que ahora ven y experimentan, y,<br />

por otra parte, ven fácilmente lo que en un mismo cuerpo, y en un mismo día, y en una<br />

misma casa conviene a cada miembro, a cada tiempo, a cada parte y a cada persona,<br />

condenan las cosas de aquellos tiempos, en tanto que aprueban las de éstos.<br />

14. Ignoraba yo entonces estas cosas y no las advertía; y aunque por todas partes me<br />

daban en los ojos, no las veía; y aunque veía cuando declamaba algún poema que no me<br />

era lícito poner un pie cualquiera en cualquiera parte del verso, sino en una clase de metro<br />

unos y en otra otros, y en un mismo verso no siempre y en todas sus partes el mismo pie;<br />

y que el arte mismo conforme al cual declamaba, no obstante mandar cosas tan distantes,<br />

no era diverso en cada parte, sino uno en todas ellas; con todo, no veía cómo la justicia, a<br />

la que sirvieron aquellos buenos y santos varones, podía contener simultáneamente de<br />

modo mucho más excelente y sublime preceptos tan diversos sin variar en ninguna parte,<br />

no obstante que no manda y distribuye a los diferentes tiempos todas las cosas<br />

simultáneamente, sino a cada uno las que le son propias. Y, ciego, reprendía a aquellos<br />

piadosos patriarcas, que no sólo usaron del presente como se lo mandaba e inspiraba<br />

Dios, sino que también anunciaban lo por venir conforme Dios se lo revelaba.<br />

CAPITULO VIII<br />

15. ¿Acaso ha sido alguna vez o en alguna parte cosa injusta amar a Dios de todo<br />

corazón, con toda el alma y con toda la mente, y amar al prójimo como a nosotros<br />

mismos 8 ? Así pues, todos los pecados contra naturaleza, como fueron los de los<br />

sodomitas, han de ser detestados y castigados siempre y en todo lugar, los cuales, aunque<br />

todo el mundo los cometiera, no serían menos reos de crimen ante la ley divina, que no ha<br />

hecho a los hombres para usar tan torpemente de sí, puesto que se viola la sociedad que<br />

debemos tener con Dios cuando dicha naturaleza, de la que él es autor, se mancha con la<br />

perversidad de la libídine.<br />

Respecto a los pecados que son contra las costumbres humanas, también se han de evitar<br />

según la diversidad de las costumbres, a fin de que el concierto mutuo entre pueblos o


naciones, firmado por la costumbre o la ley, no se quebrante por ningún capricho de<br />

ciudadano o forastero, porque es indecorosa la parte que no se acomoda al todo.<br />

Pero cuando Dios manda algo contra estas costumbres o pactos, sean cuales fueren,<br />

deberá hacerse, aunque no se haya hecho nunca; y si se dejó de hacer, ha de instaurarse,<br />

y si no estaba establecido, se ha de establecer. Porque si es lícito a un rey mandar en la<br />

ciudad que gobierna cosas que ninguno antes de él ni aun él mismo había mandado y no<br />

es contra el bien de la sociedad obedecerle, antes lo sería el no obedecerle -por ser ley<br />

primordial de toda sociedad humana obedecer a sus reyes-, ¿cuánto más deberá ser Dios<br />

obedecido sin titubeos en todo cuanto ordenare, como rey del universo? Porque así como<br />

entre los poderes humanos la mayor potestad es antepuesta a la menor en orden a la<br />

obediencia, así Dios lo ha de ser de todos.<br />

16. Lo mismo ha de decirse de los delitos cometidos por deseo de hacer daño, sea por<br />

contumelia o sea por injuria; y ambas cosas, o por deseo de venganza, como ocurre entre<br />

enemigos; o por alcanzar algún bien sin trabajar, como el ladrón que roba al viajero; o por<br />

evitar algún mal, como el que teme; o por envidia, como acontece al desgraciado con el<br />

que es más dichoso, o al que ha prosperado y teme se le iguale o se duele de haberlo sido<br />

ya; o por el solo deleite, como el espectador de juegos gladiatorios o el que se ríe y burla<br />

de los demás.<br />

Estas son las cabezas o fuentes de iniquidad que brotan de la concupiscencia de mandar,<br />

ver o sentir, ya sea de una sola, ya de dos, ya de todas juntas, y por las cuales se vive<br />

mal, ¡oh Dios altísimo y dulcísimo!, contra los tres y siete, el salterio de diez cuerdas, tu<br />

decálogo.<br />

Pero ¿qué pecados puede haber en ti, que no sufres corrupción? ¿O qué crímenes pueden<br />

cometerse contra ti, a quien nadie puede hacer daño? Pero lo que tú vengas es lo que los<br />

hombres perpetran contra sí, porque hasta cuando pecan contra ti obran impíamente<br />

contra sus almas y se engaña a sí misma su iniquidad, ya corrompiendo y pervirtiendo su<br />

naturaleza -la cual has hecho y ordenado tú-, ya usando inmoderadamente de las cosas<br />

permitidas, ya deseando ardientemente las no permitidas, según el uso que es contra<br />

naturaleza 9 .<br />

También se hacen reos del mismo crimen quienes de pensamiento y de palabra se<br />

enfurecen contra ti y dan coces contra el aguijón, o cuando, rotos los frenos de la humana<br />

sociedad, se alegran, audaces, con privadas conciliaciones o desuniones, según que fuere<br />

de su agrado o disgusto. Y todo esto se hace cuando eres abandonado tú, fuente de vida,<br />

único y verdadero criador y rector del universo, y con privada soberbia se ama en la parte<br />

una falsa unidad.<br />

Así, pues, sólo con humilde piedad se vuelve uno a ti, y es como tú nos purificas de las<br />

malas costumbres, y te muestras propicio con los pecados de los que te confiesan, y<br />

escuchas los gemidos de los cautivos, y nos libras de los vínculos que nosotros mismos<br />

nos forjamos, con tal que no levantemos contra ti los cuernos de una falsa libertad, sea<br />

arrastrados por el ansia de poseer más, sea por el temor de perderlo todo, amando más<br />

nuestro propio interés que a ti, Bien de todos.<br />

CAPITULO IX<br />

17. Pero entre las maldades, delitos y tanta muchedumbre de iniquidades están los<br />

pecados de los proficientes, que los hombres de buen juicio vituperan, según la regla de<br />

perfección, y alaban por la esperanza del fruto, como ocurre con el trigo en ciernes.<br />

Otras cosas hay semejantes a los pecados o delitos y que no lo son, porque ni te ofenden<br />

a ti, Señor Dios nuestro, ni son tampoco contra la sociedad humana, como acontece<br />

cuando se procuran algunas cosas convenientes para el uso de la vida y las circunstancias<br />

y no se sabe si ello nace o no del apetito de poseer, o cuando se castiga a algunos con<br />

deseo de que se corrijan, en uso de la potestad ordinaria, y no se sabe si es o no por el<br />

gusto de mortificar.<br />

De aquí sucede que muchas cosas que parecen a los hombres vituperables son aprobadas<br />

por tu testimonio, y muchas alabadas por los hombres son condenadas por ti, su testigo,<br />

por ser con frecuencia una cosa las apariencias del hecho y otra el ánimo del que obra y


las circunstancias secretas del tiempo.<br />

Mas cuando tú mandas de repente algo inusitado e imprevisto, aun cuando lo hayas<br />

prohibido alguna vez, aun cuando ocultes por algún tiempo la causa de tu mandato, aun<br />

cuando sea contra el pacto de algunos hombres de la sociedad, ¿quién dudará de que se<br />

ha de hacer, siendo justa la sociedad humana que te sirve? Pero felices los que saben que<br />

tú lo has mandado, porque los que te sirven lo hacen todo o porque así lo requiere el<br />

tiempo presente o para significar lo por venir.<br />

CAPITULO X<br />

18. Desconocedor yo de estas cosas, reíame de aquellos tus santos siervos y profetas.<br />

Pero ¿qué hacía yo cuando me reía de ellos, sino hacer que tú te rieses de mí, dejándome<br />

caer insensiblemente y poco a poco en tales ridiculeces que llegara a creer que el higo,<br />

cuando se le arranca, juntamente con su madre el árbol llora lágrimas de leche, y que si<br />

algún santo de la secta comía dicho higo, arrancado no por delito propio, sino ajeno, y lo<br />

mezclaba con sus entrañas, exhalaba después, gimiendo y eructando, en la oración<br />

ángeles y aun partículas de Dios, las cuales partículas del sumo y verdadero Dios hubieren<br />

estado ligadas siempre en aquel fruto de no ser libertadas por el diente y vientre del santo<br />

Electo?<br />

También creí, miserable, que se debía tener más misericordia con los frutos de la tierra<br />

que con los hombres, por los que han sido creados; porque si alguno estando hambriento,<br />

que no fuese maniqueo, me los hubiera pedido, me parecía que el dárselos era como<br />

condenar a pena de muerte aquel bocado.<br />

CAPITULO XI<br />

19. Pero enviaste tu mano de lo alto y sacaste mi alma de este abismo de tinieblas. Entre<br />

tanto, mi madre, fiel sierva tuya, llorábame ante ti mucho más que las demás madres<br />

suelen llorar la muerte corporal de sus hijos, porque veía ella mi muerte con la fe y<br />

espíritu que había recibido de ti. Y tú la escuchaste, Señor; tú la escuchaste y no<br />

despreciaste sus lágrimas, que, corriendo abundantes, regaban el suelo debajo de sus ojos<br />

allí donde hacía oración; sí, tú la escuchaste, Señor. Porque ¿de dónde si no aquel sueño<br />

con que la consolaste, viniendo por ello a admitirme en su compañía y mesa, que había<br />

comenzado a negarme por su adversión y detestación a las blasfemias de mi error?<br />

Viose, en efecto, estar de pie sobre una regla de madera y a un joven resplandeciente,<br />

alegre y risueño que venía hacia ella, toda triste y afligida. Este, como la preguntase la<br />

causa de su tristeza y de sus lágrimas diarias, no por saberla, como ocurre<br />

ordinariamente, sino para instruirla, y ella a su vez le respondiese que era mi perdición lo<br />

que lloraba, le mandó y amonestó para su tranquilidad que atendiese y viera cómo donde<br />

ella estaba allí estaba yo también. Lo cual, como ella observase, me vio junto a ella de pie<br />

sobre la misma regla.<br />

¿De dónde esto sino de que tú tenías tus oídos aplicados a su corazón, oh tú, omnipotente<br />

y bueno, que así cuidas de cada uno de nosotros, como si no tuvieras más que cuidar, y<br />

así de todos como de cada uno?<br />

20. ¿Y de dónde también le vino que, contándome mi madre esta visión y queriéndola yo<br />

persuadir de que significaba lo contrario y que no debía desesperar de que algún día sería<br />

ella también lo que yo era al presente, al punto, sin vacilación alguna, me respondió: "No<br />

me dijo: donde él está, allí estás tú, sino donde tú estás, allí está él"?<br />

Confieso, Señor, y muchas veces lo he dicho, que, a lo que yo me acuerdo, me movió más<br />

esta respuesta de mi avispada madre, por no haberse turbado con una explicación errónea<br />

tan verosímil y haber visto lo que debía verse -y que yo ciertamente no había visto antes<br />

que ella me lo dijese-, que el mismo sueño con el cual anunciaste a esta piadosa mujer<br />

con mucho tiempo de antelación, a fin de consolarla en su inquietud presente, un gozo que<br />

no había de realizarse sino mucho tiempo después.<br />

Porque todavía hubieron de seguirse casi nueve años; durante los cuales continué<br />

revolcándome en aquel abismo de cieno 10 y tinieblas de error, hundiéndome tanto más<br />

cuanto más conatos hacía por salir de él. Entre tanto, aquella piadosa viuda, casta y sobria


como las que tú amas, ya un poco más alegre con la esperanza que tenía, pero no menos<br />

solícita en sus lágrimas y gemidos, no cesaba de llorar por mí en tu presencia en todas las<br />

horas de sus oraciones, las cuales no obstante ser aceptadas por ti, me dejabas, sin<br />

embargo, que me revolcara y fuera envuelto por aquella oscuridad.<br />

CAPITULO XII<br />

21. También por este mismo tiempo le diste otra respuesta, a lo que yo recuerdo -pues<br />

paso en silencio muchas cosas por la prisa que tengo de llegar a aquellas otras que me<br />

urgen más te confiese y otras muchas porque no las recuerdo -; diste, digo, otra<br />

respuesta a mi madre por medio de un sacerdote tuyo, cierto Obispo, educado en tu<br />

Iglesia y ejercitado en tus Escrituras, a quien como ella rogase que se dignara hablar<br />

conmigo, refutar mis errores, desengañarme de mis malas doctrinas y enseñarme las<br />

buenas -hacía esto con cuantos hallaba idóneos-, negóse él con mucha prudencia, a lo que<br />

he podido ver después, contestándole que estaba incapacitado para recibir ninguna<br />

enseñanza por estar muy fiero con la novedad de la herejía maniquea y por haber puesto<br />

en apuros a muchos ignorantes con algunas cuestioncillas, como ella misma le había<br />

indicado: "Dejadle estar-dijo-y rogad únicamente por él al Señor; él mismo leyendo los<br />

libros de ellos descubrirá el error y conocerá su gran impiedad." Y al mismo tiempo le<br />

contó cómo siendo él niño había sido entregado por su seducida madre a los maniqueos,<br />

llegando no sólo a leer, sino a copiar casi todos sus escritos; y cómo él mismo, sin<br />

necesidad de nadie que le arguyera ni convenciese, llegó a conocer cuán digna de<br />

desprecio era aquella secta y cómo al fin la había abandonado .<br />

Mas como dicho esto no se aquietara, sino que instase con mayores ruegos y más<br />

abundantes lágrimas a que se viera conmigo y disputase sobre dicho asunto, él, cansado<br />

ya de su importunidad, le dijo: "Vete en paz, mujer; ¡así Dios te dé vida! que no es posible<br />

que perezca el hijo de tantas lágrimas," Respuesta que ella recibió, según me recordaba<br />

muchas veces en sus coloquios conmigo, como venida del cielo.<br />

LIBRO CUARTO<br />

CAPITULO I<br />

1. Durante este espacio de tiempo de nueve años -desde los diecinueve de mi edad hasta<br />

los veintiocho-fuimos seducidos y seductores, engañados y engañadores (Tim 2,3-13),<br />

según la diversidad de nuestros apetitos; públicamente, por medio de aquellas doctrinas<br />

que llaman liberales; ocultamente, con el falso nombre de religión, siendo aquí soberbios,<br />

y allí supersticiosos, en todas partes vanos: en aquéllas, persiguiendo el aura de la gloria<br />

popular hasta los aplausos del teatro, los certámenes de poesía, las contiendas de coronas<br />

de heno, los juegos de espectáculos y la intemperancia de la concupiscencia ; en ésta,<br />

deseando mucho purificarme de semejantes inmundicias, con llevar alimentos a los<br />

llamados elegidos y santos, para que en la oficina de su estómago nos fabricasen ángeles<br />

y dioses que nos librasen. Tales cosas seguía yo y practicaba con mis amigos, engañados<br />

conmigo y por mí.<br />

Ríanse de mí los arrogantes, y que aún no han sido postrados y abatidos saludablemente<br />

por ti, Dios mío; mas yo, por el contrario, confiese delante de ti mis torpezas en alabanza<br />

tuya. Permíteme, te suplico, y concédeme recorrer al presente con la memoria los pasados<br />

rodeos de mi error y que yo te sacrifique una hostia de jubilación 1 .<br />

Porque ¿qué soy yo sin ti sino un guía que lleva al precipio? ¿O qué soy yo cuando me va<br />

bien sino un niño que mama tu leche o que paladea el alimento incorruptible que eres tú?<br />

¿Y qué hombre hay, cualquiera que sea, que se las pueda echar de tal siendo hombre?<br />

Ríanse de nosotros los fuertes y poderosos, que nosotros, débiles y pobres, confesaremos<br />

tu santo nombre.<br />

CAPITULO II<br />

2. En aquellos años enseñaba yo el arte de la retórica y, vencido de la codicia, vendía una<br />

victoriosa locuacidad. Sin embargo, tú bien sabes, Señor, que quería más tener buenos<br />

discípulos, lo que se dice buenos, a quienes enseñaba sin engaño el arte de engañar, no<br />

para que usasen de él contra la vida del inocente, sino para defender alguna vez al


culpado. Mas, ¡oh Dios!, tú viste de lejos aquella fe mía que yo exhibía en aquel magisterio<br />

con los que amaban la vanidad y buscaban la mentira 2 , siendo yo uno de ellos, que<br />

vacilaba y centelleaba sobre un suelo resbaladizo y entre mucho humo.<br />

Por estos mismos años tuve yo una mujer no conocida por lo que se dice legítimo<br />

matrimonio, sino buscada por el vago ardor de mi pasión, falto de prudencia; pero una<br />

sola, a la que guardaba la fe del tálamo en la cual hube de experimentar por mí mismo la<br />

distancia que hay entre el amor conyugal pactado con el fin de la procreación de los hijos<br />

y el amor lascivo, en el que la prole nace contra el deseo de los padres, bien que, una vez<br />

nacida, les obligue a quererla.<br />

3. Recuerdo también que, habiendo tenido el capricho de tomar parte en un certamen de<br />

poesía, me envió a decir no sé qué arúspice a ver qué merced querría darle para salir<br />

vencedor. Yo, que abominaba de aquellos nefandos sortilegios, le contesté que no quería,<br />

así fuera la corona de oro imperecedero, se sacrificase por mi triunfo ni una mosca<br />

siquiera, porque había él de matar en tales sacrificios animales y con tales honores había<br />

de invocar en favor mío los votos de los demonios.<br />

Mas confieso, Dios de mi corazón, que el haber rechazado semejante maldad no fue por<br />

amor puro hacia ti, porque aún no te sabía amar, yo, que no sabía pensar sino<br />

resplandores corpóreos. Porque un alma que suspira por tales ficciones, ¿no fornica lejos<br />

de ti 3 , y se apoya en la falsedad, y se apacienta de viento 4 ? Mas he aquí que, no<br />

queriendo que se ofreciesen por mí sacrificios a los demonios, yo mismo me sacrificaba a<br />

ellos con aquella superstición. Porque ¿qué otra cosa es apacentar vientos que apacentar a<br />

aquéllos, esto es, servirles de placer y mofa con nuestros errores?<br />

CAPITULO III<br />

4. Así, pues, no cesaba de consultar a aquellos impostores llamados matemáticos, porque<br />

no usaban en sus adivinaciones casi ningún sacrificio ni dirigían conjuro alguno a ningún<br />

espíritu, lo que también, sin embargo, condena y rechaza con razón la piedad cristiana y<br />

verdadera. Porque lo bueno es confesarte a ti, Señor, y decirte: Ten misericordia de mí y<br />

sana mi alma, porque ha pecado contra ti 5 , y no abusar de tu indulgencia para pecar más<br />

libremente, sino tener presente la sentencia del Señor: He aquí que has sido ya sanado;<br />

no quieras más pecar, no sea que te suceda algo peor 6 . Palabras cuya eficacia pretenden<br />

destruir los astrólogos diciendo: "De los cielos viene la necesidad de pecar", y "esto lo hizo<br />

Venus, Saturno o Marte", y todo para que el hombre, que es carne y sangre y soberbia<br />

podredumbre, quede sin culpa y sea atribuida al criador y ordenador del cielo y las<br />

estrellas. ¿Y quién es éste, sino tú, Dios nuestro, suavidad y fuente de justicia, que das a<br />

cada uno según sus obras 7 y no desprecias al corazón contrito y humillado 8 ?<br />

5. Había por aquel tiempo un sabio varón, peritísimo en el arte médica y muy celebrado<br />

en ella, quien, siendo procónsul, puso con su propia mano sobre mi cabeza insana aquella<br />

corona agonística, aunque no como médico, pues de aquella enfermedad mía sólo podías<br />

sanarme tú, que resistes a los soberbios y das gracias a los humildes 9 .<br />

No obstante, ¿dejaste por ventura de mirar por mí por medio de aquel anciano o desististe<br />

tal vez de curar mi alma? Lo digo porque, habiéndome familiarizado mucho con él y<br />

asistiendo asiduo y como colgado de sus discursos, que eran agradables y graves no por la<br />

elegancia de su lenguaje, sino por la vivacidad de sus sentencias, como coligiese de mi<br />

conversación que estaba dado a los libros de los genetlíacos o astrólogos, me amonestó<br />

benigna y paternalmente que los dejase y no gastara inútilmente en tal vanidad mis<br />

cuidados y trabajo, que debía emplear en cosas útiles, añadiendo que también él se había<br />

aprendido aquel arte, hasta el punto de querer tomarla en los primeros años de su edad<br />

como una profesión para ganarse la vida, puesto que, si había entendido a Hipócrates, lo<br />

mismo podía entender aquellos libros; pero que al fin había dejado aquellos estudios por<br />

los de la medicina, no por otra causa que por haberlos descubierto falsísimos y no querer,<br />

a fuer de hombre serio, buscar su sustento engañando a los demás. "Pero tú-me decía-,<br />

que tienes de qué vivir entre los hombres con tu clase de retórica, sigues este engaño no<br />

por apremios de dinero sino por libre curiosidad. Razón más para que me creas lo que te<br />

he dicho, pues cuidé de aprenderla tan perfectamente que quise vivir de su ejercicio<br />

solamente."<br />

Mas como yo le preguntara por qué causa muchas de las cosas que pronostica dicha


ciencia resultan verdaderas, me respondió como pudo que la fuerza de la suerte está<br />

esparcida por todas las cosas de la Naturaleza. "Porque-decía él -si a veces, consultando<br />

uno las páginas de un poeta cualquiera, se encuentra con un verso que, no obstante<br />

pensar el poeta en cosas muy distintas cuando lo compuso, responde, sin embargo, de<br />

modo admirable al asunto que trae entre manos, tampoco tiene nada de extraño que el<br />

alma humana, movida de superior instinto, sin saber ella lo que pasa en sí, diga no por<br />

arte, sino por suerte, alguna cosa que responda a los hechos y negocios del que<br />

pregunta".<br />

6. Y esto, Señor, me lo procuró aquél, o más bien me lo procuraste tú por medio de él y<br />

delineaste en mi memoria lo que yo mismo más tarde debía buscar. Pero entonces ni éste<br />

ni mi carísimo Nebridio, joven adolescente muy bueno y muy casto, que se burlaba de<br />

todo aquel arte de adivinación, pudieron persuadirme a que desechara tales cosas, porque<br />

me movía más la autoridad de aquellos autores y no había hallado aún un argumento<br />

cierto, cual yo lo deseaba, que me demostrara sin ambigüedad que las cosas que salen<br />

verdaderas a los astrólogos les salen así por suerte o casualidad y no por arte de la<br />

observación de los astros.<br />

CAPITULO IV<br />

7. En aquellos años, en el tiempo en que por vez primera abrí cátedra en mi ciudad natal,<br />

adquirí un amigo, a quien amé con exceso por ser condiscípulo mío, de mi misma edad y<br />

hallarnos ambos en la flor de la juventud. Juntos nos habíamos criado de niños, juntos<br />

habíamos ido a la escuela y juntos habíamos jugado. Mas entonces no era tan amigo como<br />

lo fue después, aunque tampoco después lo fue tanto como exige la verdadera amistad,<br />

puesto que no hay amistad verdadera sino entre aquellos a quienes tú aglutinas entre sí<br />

por medio de la caridad, derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos<br />

ha sido dado 10 .<br />

Con todo, era para mí aquella amistad -cocida con el calor de estudios semejantes- dulce<br />

sobremanera. Hasta había logrado apartarle de la verdadera fe, no muy bien hermanada y<br />

arraigada todavía en su adolescencia, inclinándole hacia aquellas fábulas supersticiosas y<br />

perjudiciales, por las que me lloraba mi madre. Conmigo erraba ya aquel hombre en<br />

espíritu, sin que mi alma pudiera vivir sin él.<br />

Mas he aquí que, estando tú muy cerca de la espalda de tus siervos fugitivos, ¡oh Dios de<br />

las venganzas y fuente de las misericordias a un tiempo, que nos conviertes a ti por<br />

modos maravillosos!, he aquí que tú le arrebataste de esta vida cuando apenas había<br />

gozado un año de su amistad, más dulce para mí que todas las dulzuras de aquella mi<br />

vida.<br />

8.¿Quién hay que pueda contar tus alabanzas, aun reducido únicamente a lo que uno ha<br />

experimentado en sí solo? ¿Qué hiciste entonces, Dios mío? ¡Oh, y cuán impenetrable es el<br />

abismo de tus juicios! Porque como fuese atacado aquél de unas calenturas y quedara<br />

mucho tiempo sin sentido bañado en sudor de muerte, como se desesperara de su vida, se<br />

le bautizó sin él conocerlo, lo que no me importó, por presumir que retendría mejor su<br />

alma lo que había recibido de mí, que no lo que había recibido en el cuerpo, sin él saberlo.<br />

La realidad, sin embargo, fue muy otra. Porque habiendo mejorado y ya puesto a salvo,<br />

tan pronto como le pude hablar-y lo pude tan pronto como lo pudo él, pues no me<br />

separaba un momento de su lado y mutuamente pendíamos el uno del otro-, tenté de<br />

reírme en su presencia del bautismo, creyendo que también él se reiría del mismo,<br />

recibido sin conocimiento ni sentido, pero que, sin embargo, sabía que lo había recibido-.<br />

Pero él, mirándome con horror como a un enemigo, me amonestó con admirable y<br />

repentina libertad, diciéndome que, si quería ser su amigo, cesase de decir tales cosas. Yo,<br />

estupefacto y turbado, reprimí todos mis ímpetus para que convaleciera primero y,<br />

recobradas las fuerzas de la salud, estuviese en disposición de poder discutir conmigo en<br />

lo que fuera de mi gusto. Mas tú, Señor, le libraste de mi locura, a fin de ser guardado en<br />

ti para mi consuelo, pues pocos días después, estando yo ausente, le repitieron las<br />

calenturas y murió.<br />

9. ¡Con qué dolor se entenebreció mi corazón! Cuanto miraba era muerte para mí. La<br />

patria me era un suplicio, y la casa paterna un tormento insufrible, y cuanto había<br />

comunicado con él se me volvía sin él cruelísimo suplicio. Buscábanle por todas partes mis


ojos y no parecía. Y llegué a odiar todas las cosas, porque no le tenían ni podían decirme<br />

ya como antes, cuando venía después de una ausencia: "He aquí que ya viene". Me había<br />

hecho a mí mismo un gran lío y preguntaba a mi alma por qué estaba triste y me<br />

conturbaba tanto, y no sabía qué responderme. Y si yo le decía: "Espera en Dios", ella no<br />

me hacía caso, y con razón; porque más real y mejor era aquel amigo queridísimo que yo<br />

había perdido que no aquel fantasma en que se le ordenaba que esperase. Sólo el llanto<br />

me era dulce y ocupaba el lugar de mi amigo en las delicias de mi corazón.<br />

CAPÍTULO V<br />

10. Mas ahora, Señor, que ya pasaron aquellas cosas y con el tiempo se ha suavizado mi<br />

herida, ¿puedo oír de ti, que eres la misma verdad, y aplicar el oído de mi corazón a tu<br />

boca para que me digas por qué el llanto es dulce a los miserables? ¿Acaso tú, aunque<br />

presente en todas partes, has arrojado lejos de ti nuestra miseria y permaneces inmutable<br />

en ti en tanto que nos dejas a nosotros ser zarandeados por nuestras pruebas? Y, sin<br />

embargo, es cierto que, si nuestros suspiros no llegasen a tus oídos, ninguna esperanza<br />

quedara para nosotros.<br />

Pero ¿de dónde nace que el gemir, llorar, suspirar y quejarse se recoja de lo amargo de la<br />

vida como un fruto dulce? ¿Acaso es dulce en sí esto porque esperamos ser escuchados de<br />

ti? Así es cuando se trata de las súplicas, las cuales llevan en sí siempre el deseo de llegar<br />

a ti; pero ¿podía decirse lo mismo del dolor de la cosa perdida o del llanto en que estaba<br />

yo entonces inundado? Porque no esperaba yo que resucitara él ni pedía esto con mis<br />

lágrimas, sino que me contentaba con dolerme y llorar, porque era miserable y había<br />

perdido mi gozo.<br />

¿Acaso también el llanto, cosa amarga de suyo, nos es deleitoso cuando por el hastío<br />

aborrecemos aquellas cosas que antes nos eran gratas?<br />

CAPITULO VI<br />

11. Pero ¿a qué hablo de estas cosas? Porque no es éste tiempo de plantear cuestiones,<br />

sino de confesarte a ti. Era yo miserable, como lo es toda alma prisionera del amor de las<br />

cosas temporales, que se siente despedazar cuando las pierde, sintiendo entonces su<br />

miseria, por la que es miserable aun antes de que las pierda. Así era yo en aquel tiempo, y<br />

lloraba amarguísimamente y descansaba en la amargura. Y tan miserable era que aún más<br />

que a aquel amigo carísimo amaba yo la misma vida miserable. Porque aunque quisiera<br />

trocarla, no quería, sin embargo, perderla más que al amigo, y aun no sé si quisiera<br />

perderla por él, como se dice de Orestes y Pílades -si no es cosa inventada-, que querían<br />

morir el uno por el otro o ambos al mismo tiempo, por serles más duro que la muerte no<br />

poder vivir juntos. Mas no sé qué afecto había nacido en mí, muy contrario a éste, porque<br />

sentía un grandísimo tedio de vivir y al mismo tiempo tenía miedo de morir. Creo que<br />

cuanto más amaba yo al amigo, tanto más odiaba y temía a la muerte, como a un<br />

cruelísimo enemigo que me lo había arrebatado, y pensaba que ella acabaría de repente<br />

con todos los hombres, pues había podido acabar con aquél. Tal era yo entonces, según<br />

recuerdo.<br />

He aquí mi corazón, Dios mío; helo aquí por dentro. Ve, porque tengo presente, esperanza<br />

mía, que tú eres quien me limpia de la inmundicia de tales afectos, atrayendo hacia ti mis<br />

ojos y librando mis pies de los lazos que me aprisionaban 11 . Maravillábame que viviesen<br />

los demás mortales por haber muerto aquel a quien yo había amado, como si nunca<br />

hubiera de morir; y más me maravillaba aún de que, habiendo muerto él, viviera yo, que<br />

era otro él. Bien dijo uno de su amigo que "era la mitad de su alma" 12 . Porque yo sentí<br />

que "mi alma y la suya no eran más que una en dos cuerpos", y por eso me causaba<br />

horror la vida, porque no quería vivir a medias, y al mismo tiempo temía mucho morir, por<br />

que no muriese del todo aquel a quien había amado tanto.<br />

CAPITULO VII<br />

12. ¡Oh locura, que no sabe amar humanamente a los hombres! ¡Oh necio del hombre que<br />

sufre inmoderadamente por las cosas humanas! Todo esto era yo entonces, y así me<br />

abrasaba, suspiraba, lloraba, turbaba y no hallaba descanso ni consejo. Llevaba el alma<br />

rota y ensangrentada, impaciente de ser llevada por mí, y no hallaba dónde ponerla. Ni<br />

descansaba en los bosques amenos, ni en los juegos y cantos, ni en los lugares olorosos,


ni en los banquetes espléndidos, ni en los deleites del lecho y del hogar, ni, finalmente, en<br />

los libros ni en los versos. Todo me causaba horror, hasta la misma luz; y cuanto no era lo<br />

que él era me resultaba insoportable y odioso, fuera de gemir y llorar, pues sólo en esto<br />

hallaba algún descanso. Y si apartaba de esto a mi alma, luego me abrumaba la pesada<br />

carga de mi miseria.<br />

A ti, Señor, debía ser elevada para ser curada. Lo sabía, pero ni quería ni podía. Tanto<br />

más cuanto que lo que pensaba de ti no era algo sólido y firme, sino un fantasma, siendo<br />

mi error mi Dios. Y si me esforzaba por poner sobre él mi alma por ver si descansaba,<br />

luego resbalaba como quien pisa en falso y caía de nuevo sobre mí, siendo para mí mismo<br />

una infeliz morada, en donde ni podía estar ni me era dado salir. ¿Y adónde podía huir mi<br />

corazón que huyese de mi corazón? ¿Adónde huir de mí mismo? ¿Adónde no me seguiría<br />

yo a mí mismo?<br />

Con todo, huí de mi patria, porque mis ojos le habían de buscar menos donde no solían<br />

verle. Y así me fui de Tagaste a Cartago.<br />

CAPITULO VIII<br />

13. No en balde corren los tiempos ni pasan inútilmente sobre nuestros sentidos, antes<br />

causan en el alma efectos maravillosos. He aquí que venían y pasaban unos días tras<br />

otros, y viniendo y pasando dejaban en mí nuevas esperanzas y nuevos recuerdos y poco<br />

a poco me restituían a mis pasados placeres, a los que cedía aquel dolor mío, no<br />

ciertamente para ser sustituido por otros dolores, pero sí por causas de nuevos dolores.<br />

Porque ¿de dónde venía que aquel dolor me penetrara tan facilísimamente y hasta lo más<br />

íntimo, sino de que había derramado mi alma en la arena, amando a un mortal, como si<br />

no fuera mortal? Pero lo que más me reparaba y recreaba eran los solaces con los otros<br />

amigos, con quienes amaba aquello que amaba en tu lugar, esto es, una enorme fábula y<br />

una larga mentira, con cuyo roce adulterino se corrompía nuestra mente, que sentía<br />

prurito por oírlas, fábula que no moría para mí, aunque muriese alguno de mis amigos.<br />

Otras cosas había que cautivaban más fuertemente mi alma con ellos, como era el<br />

conversar, reír, servirnos mutuamente con agrado, leer juntas libros bien escritos,<br />

chancearnos unos con otros y divertirnos en compañía; discutir a veces, pero sin<br />

animadversión, como cuando uno disiente de sí mismo, y con tales disensiones, muy<br />

raras, condimentar las muchas conformidades; enseñarnos mutuamente alguna cosa,<br />

suspirar por los ausentes con pena y recibir a los que llegaban con alegría. Con estos<br />

signos y otros semejantes, que proceden del corazón de los amantes y amados, y que se<br />

manifiestan con la boca, la lengua, los ojos y mil otros movimientos gratísimos, se<br />

derretían, como con otros tantos incentivos, nuestras almas y de muchas se hacía una<br />

sola.<br />

CAPITULO IX<br />

14. Esto es lo que se ama en los amigos; y de tal modo se ama, que la conciencia humana<br />

se considera rea de culpa si no ama al que le ama o no corresponde al que le amó<br />

primero, sin buscar de él otra cosa exterior que tales signos de benevolencia. De aquí el<br />

llanto cuando muere alguno, y las tinieblas de dolores, y el afligirse el corazón, trocada la<br />

dulzura en amargura; y de aquí la muerte de los vivos, por la pérdida de la vida de los que<br />

mueren.<br />

Bienaventurado el que te ama a ti, Señor; y al amigo en ti, y al enemigo por ti, porque<br />

sólo no podrá perder al amigo quien tiene a todos por amigos en aquel que no puede<br />

perderse. ¿Y quién es éste sino nuestro Dios, el Dios que ha hecho el cielo y la tierra y los<br />

llena, porque llenándoles los ha hecho? Nadie, Señor, te pierde, sino el que te deja. Mas<br />

porque te deja, ¿adónde va o adónde huye, sino de ti plácido a ti airado? Pero ¿dónde no<br />

hallará tu ley para su castigo? Porque tu ley es la verdad, y la verdad, tú 13 .<br />

CAPITULO X<br />

15. ¡Oh Dios de las virtudes!, conviértenos y muéstranos tu faz y seremos salvos 14 .<br />

Porque, adondequiera que se vuelva el alma del hombre y se apoye fuera de ti, hallará<br />

siempre dolor, aunque se apoye en las hermosuras que están fuera de ti y fuera de ellas,<br />

las cuales, sin embargo, no serían nada si no estuvieran en ti. Nacen éstas y mueren, y


naciendo comienzan a ser, y crecen para llegar a perfección, y ya perfectas, comienzan a<br />

envejecer y perecen. Y aunque no todas las cosas envejecen, mas todas perecen. Luego<br />

cuando nacen y tienden a ser, cuanta más prisa se dan por ser, tanta más prisa se dan a<br />

no ser. Tal es su condición. Sólo esto les diste, porque son partes de cosas que no existen<br />

todas a un tiempo, sino que, muriendo y sucediéndose unas a otras, componen todas el<br />

conjunto cuyas partes son.<br />

De semejante modo se forma también nuestro discurso por medio de los signos sonoros.<br />

Porque nunca sería íntegro nuestro discurso si en él una palabra no se retirase, una vez<br />

pronunciadas sus sílabas, para dar lugar a otra.<br />

Alábate por ellas mi alma, "¡oh Dios creador de cuanto existe!"; pero no se pegue a ellas<br />

con el visco del amor por medio de los sentidos del cuerpo, porque van a donde iban para<br />

no ser y desgarran el alma con deseos pestilenciales; y ella quiere el ser y ama el<br />

descanso en las cosas que ama. Mas no halla en ellas dónde, por no permanecer. Huyen, ¿<br />

y quién podrá seguirlas con el sentido de la carne? ¿O quién hay que las comprenda,<br />

aunque estén presentes? Tardo es el sentido de la carne por ser sentido de carne, pero<br />

ésa es su condición. Es suficiente para aquello otro para que fue creado, mas no basta<br />

para esto, para detener el curso de las cosas desde el principio, que les es debido, hasta el<br />

fin que se les ha señalado. Porque en tu Verbo, por quien fueron creadas, oyen allí:<br />

"Desde aquí... y hasta aquí."<br />

CAPITULO XI<br />

16. No quieras ser vana, alma mía, ni ensordezcas el oído de tu corazón con el tumulto de<br />

tu vanidad. Oye también tú. El mismo Verbo clama que vuelvas, porque sólo hallarás lugar<br />

de descanso imperturbable donde el amor no es abandonado, si él no nos abandona. He<br />

aquí que aquellas cosas se retiran para dar lugar a otras y así se componga este bajo<br />

universo en todas sus partes. "Pero ¿acaso me retiro yo a algún lugar", dice el Verbo de<br />

Dios? Pues fija allí tu mansión, confía allí cuanto de allí tienes, alma mía, siquiera fatigada<br />

ya con tantos engaños. Encomienda a la Verdad cuanto de la verdad has recibido y no<br />

perderás nada, ante se florecerán tus partes podridas, y serán sanas todas tus dolencias y<br />

reformadas y renovadas y unidas contigo tus partes inconsistentes, y no te arrastrarán ya<br />

al lugar adonde ellas caminan, sino que permanecerán contigo para siempre donde está<br />

Dios, que nunca se muda y eternamente permanece.<br />

17. ¿Por qué, perversa, sigues a tu carne? Sea ésta, convertida, la que te siga a ti. Todo lo<br />

que por ella sientes es parte, mas ignoras el todo cuyas partes son, y que, sin embargo, te<br />

deleitan. Mas si el sentido de tu carne fuese idóneo para comprender el todo y en castigo<br />

tuyo no hubiera sido éste reducido a comprender una sola parte del universo en su justa<br />

medida, sin duda que tú suspirarías por que pasase todo lo que existe de presente, para<br />

mejor disfrutar del conjunto.<br />

Porque también lo que hablamos, por el sentido de la carne lo percibes, y no quieres que<br />

las sílabas se paren, sino que vuelen, para que vengan las otras y así oigas el conjunto.<br />

Así acontece siempre con todas las cosas que componen un todo, y cuyas partes todas que<br />

lo forman no existen al mismo tiempo, las cuales más nos deleitan todas juntas que no<br />

cada una de ellas, de ser posible sentirlas todas. Pero mejor que todas ellas es el que las<br />

ha hecho, que es nuestro Dios, el cual no se retira, porque ninguna cosa le sucede.<br />

CAPITULO XII<br />

18. Si te agradan los cuerpos, alaba a Dios en ellos y revierte tu amor sobre su artífice, no<br />

sea que le desagrades en las mismas cosas que te agradan.<br />

Si te agradan las almas, ámalas en Dios, porque, si bien son mudables, fijas en él,<br />

permanecerán; de otro modo desfallecerían y perecerían. Amalas, pues, en él y arrastra<br />

contigo hacia él a cuantos puedas y diles: "A éste amemos"; él es el que ha hecho estas<br />

cosas y no está lejos de aquí. Porque no las hizo y se fue, antes de él proceden y en él<br />

están. Mas he aquí que él está donde se gusta la verdad: en lo más íntimo del corazón;<br />

pero el corazón se ha alejado de él.<br />

Volved, pues, prevaricadores, al corazón 15 y adheríos a él, que es vuestro Hacedor. Estad<br />

con él, y permaneceréis estables; descansad en él, y estaréis tranquilos. ¿Adónde vais por


ásperos caminos, adónde vais? El bien que amáis, de él proviene, mas sólo en cuanto a él<br />

se refiere es bueno y suave; pero justamente será amargo si, abandonado Dios,<br />

injustamente se amare lo que de él procede. ¿Por que andáis aún todavía por caminos<br />

difíciles y trabajosos? No está el descanso donde lo buscáis. Buscad lo que buscáis, pero<br />

sabed que no está donde lo buscáis. Buscáis la vida en la región de la muerte: no está allí.<br />

¿Cómo hallar vida bienaventurada donde no hay vida siquiera?<br />

19. Nuestra Vida verdadera bajó acá y tomó nuestra muerte, y la mató con la abundancia<br />

de su vida, y dio voces como de trueno, clamando que retornemos a él en aquel retiro de<br />

donde salió para nosotros, pasando primero por el seno virginal de María, en el que se<br />

desposó con la humana naturaleza, carne mortal, para no ser siempre mortal.<br />

De aquí como esposo que sale de su tálamo, se esforzó alegremente, como un gigante,<br />

para correr su camino 16 . Porque no se retardó, sino que corrió dando voces con sus<br />

palabras, con sus obras, con su muerte, con su vida, con su descendimiento y su<br />

ascensión, clamando que nos volvamos a él, pues si partió de nuestra vista fue para que<br />

entremos en nuestro corazón y allí le hallemos; porque si partió, aún está con nosotros.<br />

No quiso estar mucho tiempo con nosotros, pero no nos abandonó. Retiróse de donde<br />

nunca se apartó, porque él hizo el mundo 17 , y el mundo era, y al mundo vino a salvar a<br />

los pecadores 18 . Y a él se confiesa mi alma y él la sana de las ofensas que le ha hecho 19 .<br />

Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo seréis duros de corazón? 20 ¿Es posible que, después<br />

de haber bajado la vida a vosotros, no queráis subir y vivir? Mas ¿adónde subisteis cuando<br />

estuvisteis en alto y pusisteis en el cielo vuestra boca 21 ? Bajad, a fin de que podáis subir<br />

hasta Dios, ya que caísteis ascendiendo contra él.<br />

Diles estas cosas para que lloren en este valle de lágrimas 22 , y así les arrebates contigo<br />

hacia Dios, porque, si se las dices, ardiendo en llamas de caridad, con espíritu divino se las<br />

dices.<br />

CAPITULO XIII<br />

20. Yo no sabía nada entonces de estas cosas; y así amaba las hermosuras inferiores, y<br />

caminaba hacia el abismo, y decía a mis amigos: "¿Amamos por ventura algo fuera de lo<br />

hermoso? ¿Y qué es lo hermoso? ¿Qué es la belleza? ¿Qué es lo que nos atrae y aficiona a<br />

las cosas que amamos? Porque ciertamente que si no hubiera en ellas alguna gracia y<br />

hermosura, de ningún modo nos atraerían hacia sí."<br />

Y notaba yo y veía que en los mismos cuerpos una cosa era el todo, y como tal hermoso, y<br />

otro lo que era conveniente, por acomodarse aptamente a alguna cosa, como la parte del<br />

cuerpo respecto del conjunto, el calzado respecto del pie, y otras cosas semejantes. Esta<br />

consideración brotó en mi alma de lo íntimo de mi corazón, y escribí unos libros sobre Lo<br />

hermoso y apto, creo que dos o tres -tú lo sabes, Señor-, porque lo tengo ya olvido y no<br />

los conservo por habérseme extraviado no sé cómo.<br />

CAPITULO XIV<br />

21. Pero ¿qué fue lo que me movió, Señor y Dios mío, para que dedicara aquellos libros a<br />

Hierio, retórico de la ciudad de Roma, a quien no conocía de vista, sino que le amaba por<br />

la fama de su doctrina, que era grande, y por algunos dichos suyos que había oído y me<br />

agradaban? Pero principalmente me agradaba porque agradaba a los demás, que le<br />

ensalzaban con elogios estupendos, admirados de que un hombre sirio, educado en la<br />

elocuencia griega, llegase luego a ser un orador admirable en la latina y sabedor acabado<br />

en todas las materias pertinentes al estudio de la sabiduría. Era alabado aquel hombre y<br />

se le amaba aunque ausente. Pero ¿es acaso que el amor entra en el corazón del que<br />

escucha por la boca del que alaba? De ninguna manera, sino que de un amante se<br />

enciende otro. De aquí que se ame al que es alabado, pero sólo cuando se entiende que es<br />

alabado con corazón sincero o, lo que es lo mismo, cuando se le alaba con amor.<br />

22. De este modo amaba yo entonces a los hombres, por el juicio de los hombres y no por<br />

el tuyo, Dios mío, en quien nadie se engaña. Sin embargo, ¿por qué no le alababa como se<br />

alaba a un cochero célebre o a un cazador afamado con las aclamaciones del pueblo, sino<br />

de modo muy distinto y más serio y tal como yo quisiera ser alabado?


Porque ciertamente yo no quisiera ser alabado y amado como los histriones, aunque los<br />

ame y alabe; antes preferiría mil veces permanecer desconocido a ser alabado de esa<br />

manera, y aun ser odiado antes que ser amado así. ¿Dónde se distribuyen estos pesos, de<br />

tan varios y diversos amores, en una misma alma? ¿Cómo es que yo amo en otro lo que a<br />

su vez si yo no odiara no lo detestara en mí ni lo desechara, siendo uno y otro hombre?<br />

Porque no se ha de decir del histrión, que es de nuestra naturaleza, que es alabado como<br />

un buen caballo por quien, aun pudiendo, no querría ser caballo.<br />

¿Luego amo en el hombre lo que yo no quiero ser, siendo, no obstante, hombre? Grande<br />

abismo es el hombre, cuyos cabellos tienes tú, Señor, contados, sin que se pierda uno sin<br />

tú saberlo; y, sin embargo, más fáciles de contar son sus cabellos que sus afectos y los<br />

movimientos de su corazón.<br />

23. Pero aquel orador [Hierio] era del número de los que yo amaba, deseando ser como<br />

él; mas yo erraba por mi orgullo y era arrastrado por toda clase de viento 23 , aunque<br />

ocultísimamente era gobernado por ti. ¿Y de dónde sé yo y te confieso con tanta certeza<br />

que amaba más a aquél por mor de los que le loaban que por las cosas de que era loado?<br />

Porque si no le alabaran, antes le vituperaran aquellos mismos, y vituperándole y<br />

despreciándole contasen aquellas mismas cosas, ciertamente no me encendieran en su<br />

amor ni me movieran, no obstante que las cosas no fueran distintas ni el hombre otro,<br />

sino únicamente el afecto de los que las contaban.<br />

He aquí dónde para el alma débil que no está aún adherida a la firmeza de la verdad, la<br />

cual es llevada y traída, arrojada y rechazada, según soplaren los vientos de las lenguas<br />

emitidas por los pechos de los opinadores; y de tal suerte se le obscurece la luz, que no ve<br />

la verdad, no obstante que esté a la vista. Por gran cosa tenía yo que aquel hombre<br />

conociera mis discursos y mis estudios. Que si él los diera por buenos, me habrían de<br />

encender mucho más en su amor, mas si, al contrario, los reprobara, lastimara mi corazón<br />

vano y falto de tu solidez. Sin embargo, yo revolvía en mi mente y contemplaba con<br />

regusto aquel tratado mío sobre Lo hermoso y apto, admirándolo a mis solas en mi<br />

imaginación, sin que nadie le alabase.<br />

CAPITULO XV<br />

24. Mas no acertaba aún a ver la clave de tan grande cosa en tu arte, ¡oh Dios<br />

omnipotente!, obrador único de maravillas 24 , y así íbase mi alma por las formas corpóreas<br />

y definía lo hermoso diciendo que era lo que convenía consigo mismo, y apto, lo que<br />

convenía a otro, lo cual distinguía, y definía, y confirmaba con ejemplos materiales.<br />

Pasé de aquí a la naturaleza del alma, pero la falsa opinión o concepto que tenía de las<br />

cosas espirituales no me dejaba ver la verdad. La misma fuerza de la verdad se me<br />

echaba a los ojos y tenía que apartar la mente palpitante de la cosas incorpóreas hacia las<br />

figuras, los colores y las magnitudes físicas; y como no podía ver estas cosas en el alma,<br />

juzgaba que tampoco era posible que viese mi alma.<br />

Mas como yo amara en la virtud la paz y en el vicio aborreciese la discordia, notaba en<br />

aquélla cierta unidad y en éste una como división, pareciéndome residir en esta unidad el<br />

alma racional y la esencia de la verdad y del sumo bien, y en la división, no sé qué<br />

sustancia de vida irracional y la naturaleza del sumo mal, la cual no sólo era sustancia,<br />

sino también verdadera vida, sin proceder, sin embargo, de ti, Dios mío, de quien<br />

proceden todas las cosas. Y llamaba a aquélla mónada, como mente sin sexo; y a ésta,<br />

díada, por ser ira en los crímenes y concupiscencia en la liviandad, sin saber lo que me<br />

decía. Porque no sabía aún ni había aprendido que ninguna sustancia constituye el mal, ni<br />

que nuestra mente es el sumo e inconmutable bien .<br />

25. Porque así como se dan los crímenes cuando el movimiento del alma es vicioso y se<br />

precipita insolente y turbulento, y se dan los pecados cuando el afecto del alma, con que<br />

se alimentan los deleites carnales, es inmoderado, así también los errores y falsas<br />

opiniones contaminan la vida si la mente racional está viciada, cual estaba la mía<br />

entonces, que no sabía debía ser ilustrada por otra luz para participar de la verdad, por no<br />

ser ella la misma cosa que la verdad. Porque tú, Señor, iluminarás mi linterna; tú, Dios<br />

mío, iluminarás mis tinieblas 25 ; y de tu plenitud recibimos todos 26 ; porque tú eres la luz<br />

verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo 27 , y porque en ti no hay


mutación ni la más instantánea obscuridad 28 .<br />

26. Yo me esforzaba por llegar a ti, mas era repelido por ti para que gustase de la muerte,<br />

porque tú resistes a los soberbios 29 . ¿Y qué mayor soberbia que afirmar con<br />

incomprensible locura que yo era lo mismo que tú en naturaleza? Porque siendo yo<br />

mudable y reconociéndome tal -pues si quería ser sabio era por hacerme de peor mejor-,<br />

prefería, sin embargo, juzgarte mudable antes que no ser yo lo que tú. He aquí por qué<br />

era yo repelido y tú resistías a mi ventosa cerviz.<br />

Yo no sabía imaginar más que formas corporales, y carne, acusaba a la carne; y espíritu<br />

errante, no acertaba a volver a ti 30 ; y caminando, marchaba hacia aquellas cosas que no<br />

son nada ni en ti, ni en mí, ni en el cuerpo; ni me eran sugeridas por tu verdad, sino que<br />

eran fingidas por mi vanidad según los cuerpos; y decía a tus fieles parvulitos, mis<br />

conciudadanos, de los que yo sin saberlo andaba desterrado; decíales yo, hablador e<br />

inepto: "¿Por qué yerra el alma, hechura de Dios?"; mas no quería se me dijese: "Y ¿por<br />

qué yerra Dios?" Y porfiaba en defender que tu sustancia inconmutable obligada erraba,<br />

antes de confesar que la mía, mudable, se había desmandado espontáneamente y en<br />

castigo de ello andaba ahora en error.<br />

27. Sería yo de unos veintiséis o veintisiete años cuando escribí aquellos volúmenes<br />

revolviendo dentro de mí puras imágenes corporales, cuyo ruido aturdía los oídos de mi<br />

corazón, los cuales procuraba yo aplicar, ¡oh dulce verdad!, a tu interior melodía,<br />

pensando en Lo hermoso y apto y deseando estar ante ti, y oír tu voz, y gozarme con gran<br />

alegría por la voz del esposo 31 ; pero no podía, porque las voces de mi error me<br />

arrebataban hacia afuera y con el peso de mi soberbia caía de nuevo en el abismo. Porque<br />

todavía no dabas gozo y alegría a mis oídos ni se alegraban mis huesos, que no habían<br />

sido aún humillados 32 .<br />

CAPITULO XVI<br />

28.¿Y qué me aprovechaba que siendo yo de edad de veinte años,. poco más o menos, y<br />

viniendo a mis manos ciertos escritos aristotélicos intitulados Las diez categorías -que mi<br />

maestro el retórico de Cartago y otros que eran tenidos por doctos citaban con gran<br />

énfasis y ponderación, haciéndome suspirar por ellos como por una cosa grande y divina-,<br />

los leyera y entendiera yo solo? Porque como yo las consultase con otros que decían de sí<br />

haberlas apenas logrado entender de maestros eruditísimos que se las habían explicado no<br />

solo con palabras, sino también con figuras pintadas en la arena, nada me supieron decir<br />

que no hubiera yo entendido a mis solas con aquella lectura.<br />

Y aun parecíame que dichos escritos hablaban con mucha claridad de la substancia, cual es<br />

el hombre, y de las cosas que en ella se encierran, como son la figura, cualidad, altura,<br />

cantidad, raza y familia del mismo, o dónde se halla establecido y cuándo nació, y si está<br />

de pie o sentado, y si calzado o armado, o si hace algo o lo padece, y demás cosas que se<br />

contienen en estos nueve predicamentos o géneros, de los que he puesto algunos<br />

ejemplos, o en el género de substancia, que son también innumerables los que encierra.<br />

29. ¿De qué me aprovechaba, digo, todo esto? Antes bien me dañaba, porque, creyendo<br />

yo que en aquellos diez predicamentos se hallaban comprendidas absolutamente todas las<br />

cosas, me esforzaba por comprenderte también a ti, Dios mío, ser maravillosamente<br />

simple e inconmutable, como un cuasi sujeto de tu grandeza y hermosura, cual si<br />

estuvieran éstas en ti como en su sujeto, al modo que en los cuerpos, siendo así que tu<br />

grandeza y tu hermosura son una misma cosa contigo, al contrario de los cuerpos, que no<br />

son grandes y hermosos por ser cuerpos; puesto que, aunque fueran menos grandes y<br />

menos hermosos, no por eso dejarían de ser cuerpos.<br />

Falsedad, pues, era lo que pensaba de ti, no verdad; ficción de miseria, no firmeza de tu<br />

beatitud. Habías ordenado, Señor, y puntualmente se cumplía en mí, que la tierra me<br />

produjese abrojos y espinas 33 y yo lograse mi sustento con trabajo.<br />

30. ¿De qué me aprovechaba también que leyera y comprendiera por mí mismo todos los<br />

libros que pude haber a la mano sobre las artes que llaman liberales, siendo yo entonces<br />

esclavo perversísimo de mis malas inclinaciones? Gozábame con ellos, pero no sabía de<br />

dónde venía cuanto de verdadero y cierto hallaba en ellos, porque tenía las espaldas<br />

vueltas a la luz y el rostro hacia las cosas iluminadas, por lo que mi rostro, que veía las


cosas iluminadas, no era iluminado .<br />

Tú sabes, Señor Dios mío, cómo sin ayuda de maestro entendí cuanto leí de retórica, y<br />

dialéctica, y geometría, y música, y aritmética, porque también la prontitud de entender y<br />

la agudeza en el discernir son dones tuyos. Mas no te ofrecía por ellos sacrificio alguno, y<br />

así no me servían tanto de provecho como de daño, pues tan buena parte de mi hacienda<br />

cuidé mucho de tenerla en mi poder, mas no así de guardar mi fortaleza para ti 34 ; antes,<br />

apartándome de ti, me marché a una región lejana 35 para disiparla entre las rameras de<br />

mis concupiscencias.<br />

Pero ¿qué me aprovechaba cosa tan buena, si no usaba bien de ella? Porque no comprendí<br />

yo que aquellas artes fueran tan difíciles de entender aun de los estudiosos y de ingenio<br />

hasta que tuve que exponerlas, siendo entonces entre ellos el más sobresaliente el que me<br />

comprendía al explicarlas con menos tardanza.<br />

31. Mas ¿de qué me servía todo esto, si juzgaba que tú, Señor Dios Verdad, eras un<br />

cuerpo luminoso e infinito, y yo un pedazo de ese cuerpo? ¡Oh excesiva perversidad! Pero<br />

así era yo; ni me avergüenzo ahora, Dios mío, de confesar tus misericordias para conmigo<br />

y de invocarte, ya que no me avergoncé entonces de profesar ante los hombres mis<br />

blasfemias y ladrar contra ti. ¿Qué me aprovechaba, repito, aquel ingenio fácil para<br />

entender aquellas doctrinas y para explicar con claridad tantos y tan enredados libros, sin<br />

que ninguno me los hubiese explicado, si en la doctrina de la piedad erraba<br />

monstruosamente y con sacrílega torpeza? ¿Acaso era gran daño para tus pequeñuelos el<br />

que fuesen de ingenio mucho más tardo, si no se apartaban lejos de ti para que, seguros<br />

en el nido de tu Iglesia, echasen plumas y les creciesen -las alas de la caridad con el sano<br />

alimento de la fe?<br />

¡Oh Dios y Señor nuestro! Esperemos al abrigo de tus alas y protégenos 36 y llévanos. Tú<br />

llevaras, sí. Tú llevarás a los pequeñuelos, y hasta que sean ancianos 37 tú los llevarás,<br />

porque nuestra firmeza, cuando eres tú, entonces es firmeza; mas cuando es nuestra,<br />

entonces es debilidad. Nuestro bien vive siempre contigo, y así, cuando nos apartamos de<br />

él, nos pervertimos. Volvamos ya, Señor, para que no nos apartemos, porque en ti vive sin<br />

ningún defecto nuestro bien, que eres tú, sin que temamos que no haya lugar adonde<br />

volar, porque de allí hemos venido y, aunque ausentes nosotros de allí, no por eso se<br />

derrumba nuestra casa, tu eternidad.<br />

LIBRO QUINTO<br />

CAPITULO I<br />

1. Recibe, Señor, el sacrificio de mis Confesiones de mano de mi lengua, que tú formaste<br />

y moviste para que confesase tu nombre, y sana todos mis huesos y digan: Señor, ¿quién<br />

semejante a ti? 1 Nada, en verdad, te enseña de lo que pasa en él quien se confiesa a ti,<br />

porque no hay corazón cerrado que pueda sustraerse a tu mirada ni hay dureza de hombre<br />

que pueda repeler tu mano, antes la abres cuando quieres, o para compadecerte o para<br />

castigar y no hay nadie que se esconda de tu calor 2 . Mas alábete mi alma para que te<br />

ame, y confiese tus misericordias para que te alabe. No cesan ni callan tus alabanzas las<br />

criaturas todas del universo, ni los espíritus todos con su boca vuelta hacia ti, ni los<br />

animales y cosas corporales por boca de los que las contemplan, a fin de que, apoyándose<br />

en estas cosas que tú has hecho, se levante hacia ti nuestra alma de su laxitud y pase a ti,<br />

su hacedor admirable, donde está la hartura y verdadera fortaleza.<br />

CAPITULO II<br />

2. Váyanse y huyan de ti los inquietos pecadores, que tú les ves y distingues sus sombras.<br />

Y ved que con ellos hasta son más hermosas las cosas, no obstante ser ellos feos. ¿Y en<br />

qué te pudieron dañar? ¿O en qué pudieron mancillar tu imperio justo y entero desde los<br />

cielos hasta las cosas más ínfimas? ¿Y adónde huyeron cuando huyeron de tu presencia? ¿<br />

Y dónde tú no les encontrarás? Huyeron, sí, por no verte a ti, que les estabas viendo,<br />

para, cegados, tropezar contigo, que no abandonas ninguna cosa de las que has hecho;<br />

para tropezar contigo, injustos, y así ser justamente castigados, por haberse sustraído a<br />

tu blandura, haber ofendido tu santidad y haber caído en tus rigores. Ignoran éstos, en<br />

efecto, que tú estás en todas partes, sin que ningún lugar te circunscriba, y que estás


presente a todos, aun a aquellos que se alejan de ti.<br />

Conviértanse, pues, y búsquente, porque no como ellos abandonaron a su Criador así<br />

abandonas tú a tu criatura. Conviértanse, y al punto estarás tú allí en sus corazones, en<br />

los corazones de los que te confiesan, y se arrojan en ti, y lloran en tu seno a vista de sus<br />

caminos difíciles, y tú, fácil, enjugarás sus lágrimas; y llorarán aún más y se gozarán en<br />

sus llantos, porque eres tú, Señor, y no ningún hombre, carne y sangre, eres tú, Señor,<br />

que les hiciste, quien les repara y consuela.<br />

¿Y dónde estaba yo cuando te buscaba? Tú estabas, ciertamente, delante de mí, mas yo<br />

me había apartado de mí mismo y no me encontraba. ¿Cuánto menos a ti?<br />

3. Hable yo en presencia de mi Dios de aquel año veintinueve de mi edad. Ya había<br />

llegado a Cartago uno de los obispos maniqueos, por nombre Fausto, gran lazo del<br />

demonio, en el que caían muchos por el encanto seductor de su elocuencia, la cual.<br />

aunque también yo ensalzaba, sabíala, sin embargo, distinguir de la verdad de las cosas,<br />

que eran las que yo anhelaba saber. Ni me cuidaba tanto de la calidad del plato del<br />

lenguaje cuanto de las viandas de ciencia que en él me servía aquel tan renombrado<br />

Fausto.<br />

Habíamelo presentado la fama como un hombre doctísimo en toda clase de ciencias y<br />

sumamente instruido en las artes liberales. Y como yo había leído muchas cosas de los<br />

filósofos y las conservaba en la memoria, púseme a comparar algunas de éstas con las<br />

largas fábulas del maniqueísmo, pareciéndome más probables las dichas por aquellos, que<br />

llegaron a conocer las cosas del mundo, aunque no dieron con su Criador 3 ; porque tú eres<br />

grande, Señor, y miras las cosas humildes, y conoces de lejos las elevadas 4 , y no te<br />

acercas sino a los contritos de corazón, ni serás hallado de los soberbios, aunque con<br />

curiosa pericia cuenten las estrellas del cielo y arenas del mar y midan las regiones del<br />

cielo e investiguen el curso de los astros.<br />

4. Porque con sólo el entendimiento e ingenio que tú les diste han investigado estas cosas,<br />

y han descubierto muchas de ellas, y han predicho con muchos años de anticipación los<br />

eclipses del sol y de la luna en el día y hora en que han de suceder y la parte que se ha de<br />

ocultar, sin que les falle nunca el cálculo, sucediendo siempre tal y como lo tienen<br />

anunciado.<br />

Además de esto han dejado por escrito las reglas por ellos descubiertas, las cuales se<br />

enseñan hoy día en las escuelas y conforme a ellas se predice en qué año, y en qué mes<br />

del año, y en qué día del mes, y en qué hora del día, y en qué parte de su luz se habrán<br />

de eclipsar el sol y la luna, sucediendo siempre como lo pronostican.<br />

Admíranse de esto los ignorantes y quedan pasmados de tales cosas, y los que las saben<br />

gloríanse de ello, y se desvanecen, y con impía soberbia se apartan de tu luz, y<br />

desfallecen; y viendo con tanta antelación el defecto del sol que ha de suceder, no ven el<br />

suyo, que lo tienen presente, porque no buscan religiosamente de dónde les viene el<br />

ingenio con que investigan estas cosas, y hallando que tú les has hecho, no se te dan a sí<br />

para que tú les conserves lo que les has dado, ni te ofrecen en sacrificio cuales se han<br />

hecho a sí mismos, ni dan muerte a sus altanerías como a aves del cielo, ni a sus<br />

insaciables curiosidades, que, como los peces del mar, repasan las secretas sendas del<br />

abismo; ni a sus concupiscencias, que les asemejan a los cuadrúpedos del campo 5 , a fin<br />

de que tú, ¡oh Dios, fuego devorador! 6 , consumas estos sus cuidados de muerte y los<br />

recrees inmortalmente.<br />

5. Pero no conocieron el camino, tu Verbo, por quien hiciste las cosas que numeran, a los<br />

mismos que las numeran, el sentido con que advierten las cosas que numeran y la mente<br />

en virtud de la cual las numeran; y aunque tu sabiduría no tiene número 7 , mas tu<br />

Unigénito se ha hecho para nosotros sabiduría, justicia y santificación 8 , y ha sido<br />

numerado entre nosotros y ha pagado tributo al César. No conocieron este camino, por el<br />

que, descendiendo de sí, bajasen a él y por él subiesen al mismo; no conocieron, digo,<br />

este camino y se creyeron mas elevados y resplandecientes que estrellas, y así vinieron a<br />

rodar por tierra, obscureciéndose su necio corazón.<br />

Cierto que dicen muchas cosas verdaderas de las criaturas, pero como no buscan<br />

piadosamente la Verdad, es decir, al artífice de la criatura, de ahí que no le encuentren, y


si le encuentran, reconociéndole por Dios, no le honran como a Dios ni le dan gracias,<br />

antes se desvanecen con sus lucubraciones 9 y dicen de sí que son sabios, atribuyéndose a<br />

sí lo que es tuyo y, por lo mismo, atribuyéndote a ti con perversísima ceguedad sus cosas,<br />

es decir, sus mentiras; a ti, que eres la misma Verdad, trocando la gloria de un Dios<br />

incorruptible por la semejanza de imagen de un hombre corruptible, de aves, cuadrúpedos<br />

y serpientes. Y convierten tu verdad en su mentira, y adoran y sirven a la criatura más<br />

bien que al Creador 10 .<br />

6. Retenía yo, sin embargo, en la memoria muchos dichos suyos verdaderos acerca de las<br />

criaturas, y hallaba ser tales respecto de los números, sucesión de las estaciones y visibles<br />

atestaciones de los actos, y los comparaba con los escritos de Manés, que sobre estas<br />

cosas escribió mucho, desbarrando sin tino, y no hallaba por ninguna parte la explicación<br />

de los solsticios y equinoccios, de los eclipses del sol y de la luna y otras cosas por el estilo<br />

que yo había leído y entendido en los libros de la sabiduría de este siglo.<br />

Con todo, mandábaseme allí que creyera, aunque no me daban explicación alguna de<br />

aquellas doctrinas, que yo tenía bien averiguadas por los números y el testimonio de mis<br />

ojos; antes era muy diferente.<br />

CAPITULO IV<br />

¿Acaso, Señor Dios de la verdad, quienquiera que sabe estas cosas te agrada a ti ya? ¡<br />

Infeliz, en verdad, del hombre que sabiéndolas todas ellas te ignora a ti, y feliz, en<br />

cambio, quien te conoce, aunque ignore aquéllas! En cuanto a aquel que te conoce a ti y a<br />

aquéllas, no es más feliz por causa de éstas, sino únicamente es feliz por ti, si,<br />

conociéndote, te glorifica como a tal y te da gracias y no se envanece en sus<br />

pensamientos.<br />

Porque así como es mejor el que sabe poseer un árbol y te da gracias por su utilidad,<br />

aunque ignore cuántos codos tiene de alto y cuántos de ancho, que no el que lo mide y<br />

cuenta todas sus ramas, mas no lo posee, ni conoce, ni ama a su Criador, así el hombre<br />

fiel -cuyas son todas las riquezas del mundo y que, no teniendo nada, lo posee todo, por<br />

estar unido a ti, a quien sirven todas las cosas-, aunque no sepa siquiera el curso de los<br />

septentriones, es -sería necio dudarlo- ciertamente mejor que aquel que mide los cielos, y<br />

cuenta las estrellas, y pesa los elementos, pero es negligente contigo, que has dispuesto<br />

todas las cosas en número, peso y medida 11 .<br />

CAPITULO V<br />

8. Pero ¿quién le pedía al tal Manés que escribiese de estas cosas, sin cuya industria se<br />

podía aprender la piedad? Porque tú has dicho al hombre: Ved que la piedad es la<br />

sabiduría 12 , la cual podía ciertamente ignorar aquél aunque conociese perfectamente<br />

éstas. Mas porque no las conocía y se atrevía impudentísimamente a señalarlas,<br />

claramente indicaba que de ningún modo conocía aquélla. Porque vanidad es ciertamente<br />

alardear de estas cosas mundanas, aun sabiéndolas, y piedad, confesarte a ti. Por donde<br />

él, descaminado en esto, habló mucho sobre estas cosas, para que, convencido de<br />

ignorante por los que las conocen bien, se viera claramente el crédito que merecía en las<br />

otras más obscuras. Porque no fue que él quiso ser estimado en poco, antes tuvo empeño<br />

en persuadir a los demás de que tenía en sí personalmente y en la plenitud de su<br />

autoridad al Espíritu Santo, consolador y enriquecedor de tus fieles. Así que, sorprendido<br />

de error al hablar del cielo y de las estrellas, y del curso del sol y de la luna, aunque tales<br />

cosas no pertenezcan a la doctrina de la religión, claramente se descubre ser sacrílego su<br />

atrevimiento al decir cosas no sólo ignoradas, sino también falsas, y esto con tan vesana<br />

vanidad de soberbia que pretendiera se las tomasen como salidas de boca de una persona<br />

divina.<br />

9. Así, pues, cuando oigo que algún hermano cristiano, éste o aquél, ignora estas cosas y<br />

las confunde, llevo con paciencia su modo de opinar y no veo que le dañe en nada<br />

mientras no crea cosas indignas de ti, Señor, criador del universo, aunque ignore hasta el<br />

lugar y modo de estar del ser corporal. Dañaríale, en cambio, si creyese que esto<br />

pertenecía a la esencia de la piedad y con gran pertinacia se atreviese a afirmar lo que<br />

ignora. Pero aun esta flaqueza es soportada en los comienzos de la fe por la madre caridad<br />

hasta que crezca y llegue el hombre nuevo a varón perfecto 13 y no pueda ser arrebatado<br />

por cualquier viento de doctrina.


En cuanto a aquél [Manés], que se atrevió a hacerse maestro, autor, guía y cabeza de<br />

aquellos a quienes persuadía tales cosas, y en tal forma que los que le siguiesen creyeran<br />

que seguían no a un hombre cualquiera, sino a tu Espíritu Santo, ¿quién no juzgará que<br />

tan gran demencia, una vez demostrado ser todo impostura, debe ser detestada y<br />

arrojada muy lejos?<br />

Sin embargo, no había aún claramente averiguado si lo que había leído yo en otros libros<br />

sobre los cambios de los días y las noches, unos más largos y otros más cortos, y sobre la<br />

sucesión del día y la noche, y de los eclipses del sol y de la luna, y otras cosas semejantes,<br />

podrían explicarse conforme a su doctrina, lo que, de ser posible, ya me dejaría en duda<br />

de si la cosa era así o no, en cuyo caso antepondría a mi fe la autoridad de aquél por el<br />

gran crédito de santidad en que le tenía.<br />

CAPITULO VI<br />

10. En estos nueve años escasos en que les oí con ánimo vagabundo, esperé con muy<br />

prolongado deseo la llegada de aquel anunciado Fausto. Porque los demás maniqueos con<br />

quienes yo por casualidad topaba, no sabiendo responder a las cuestiones que les<br />

proponía, me remitían a él, quien a su llegada y una sencilla entrevista resolvería<br />

facilísimamente todas aquellas mis dificultades y aun otras mayores que se me ocurrieran<br />

de modo clarísimo.<br />

Tan pronto como llegó pude experimentar que se trataba de un hombre simpático, de<br />

grata conversación y que gorjeaba más dulcemente que los otros las mismas cosas que<br />

éstos decían. Pero ¿qué prestaba a mi sed este elegantísimo servidor de copas preciosas?<br />

Ya tenía yo los oídos hartos de tales cosas, y ni me parecían mejores por estar mejor<br />

dichas, ni más verdaderas por estar mejor expuestas, ni su alma más sabia por ser más<br />

agraciado su rostro y pulido su lenguaje. No eran, no, buenos valuadores de las cosas<br />

quienes me recomendaban a Fausto como a un hombre sabio y prudente porque les<br />

deleitaba con su facundia, al revés de otra clase de hombres que más de una vez hube de<br />

experimentar, que tenían por sospechosa la verdad y se negaban a reconocerla si les era<br />

presentada con lenguaje acicalado y florido.<br />

Mas para esta época ya había aprendido de ti, Señor, por modos ocultos y maravillosos -y<br />

creo que eras tú el que me enseñabas, porque era verdadero aquello, y nadie puede ser<br />

maestro de la verdad sino tú, sea cualquiera el lugar y modo en que ella brille-, ya había<br />

aprendido de ti que no por decirse una cosa con elegancia debía tenerse por verdadera, ni<br />

falsa porque se diga con desaliño; ni a su vez verdadero lo que se dice toscamente, ni<br />

falso lo que se dice con estilo brillante; sino que la sabiduría y necedad son como<br />

manjares, provechosos o nocivos, y las palabras elegantes o triviales, como platos<br />

preciosos o humildes, en los que se pueden servir ambos manjares.<br />

11. Así, pues, aquella ansia mía con que había esperado tanto tiempo a aquel hombre<br />

deleitábase de algún modo con el movimiento y afecto de sus disputas, y las palabras<br />

apropiadas que empleaba, y la facilidad con que se le venían a la boca para expresar sus<br />

ideas. Deleitábame, ciertamente, y le alababa y ensalzaba con los demás y aun mucho<br />

más que los demás.<br />

Sin embargo, me molestaba que en las reuniones de los oyentes no se me permitiera<br />

presentarle mis dudas y departir con él el cuidado de las cuestiones que me preocupaban,<br />

confiriendo con él mis dificultades en forma de preguntas y respuestas. Cuando al fin lo<br />

pude, acompañado de mis amigos, comencé a hablarle en la ocasión y lugar más<br />

oportunos para tales discusiones, presentándole algunas objeciones de las que me hacían<br />

más fuerza; mas conocí al punto que era un hombre totalmente ayuno de las artes<br />

liberales, a excepción de la gramática, que conocía de un modo vulgar. Sin embargo, como<br />

había leído algunas oraciones de Marco Tulio, alguno que otro libro de Séneca, algunos<br />

trozos de los poetas y los escritos de la secta, compuestos en un latín limado y elegante,<br />

y, por otra parte, se estaba ejercitando todos los días en hablar, había adquirido gran<br />

facilidad de expresión, la que él hacía más grata y seductora con la agudeza de su ingenio<br />

y cierta gracia natural.<br />

¿Es así o no como lo cuento, Señor y Dios mío, juez de mi conciencia? Delante de ti están<br />

mi corazón y mi memoria, quien entonces obraba conmigo en lo secreto de tu providencia


y ponías ante mis ojos 14 mis vergonzosos errores para que los viese y los odiase.<br />

CAPITULO VII<br />

12.Así que cuando comprendí claramente que era un ignorante en aquellas artes en las<br />

que yo le creía muy aventajado, comencé a desesperar de que me pudiese aclarar y<br />

resolver las dificultades que me tenían preocupado. Cierto que podía ignorar tales cosas y<br />

poseer la verdad de la religión; pero esto a condición de no ser maniqueo, porque sus<br />

libros están llenos de larguísimas fábulas acerca del cielo y de las estrellas, del sol y de la<br />

luna, las cuales no juzgaba yo ya que me las pudiera explicar sutilmente como lo deseaba,<br />

cotejándolas con los cálculos de los números que había leído en otras partes, para ver si<br />

era así como se contenía en los libros de Manés y si daban buena razón de las cosas o al<br />

menos era igual que la de aquéllos.<br />

Mas él, cuando presenté a su consideración y discusión dichas cuestiones, no se atrevió,<br />

con gran modestia, a tomar sobre sí semejante carga, pues conocía ciertamente que<br />

ignoraba tales cosas y no se avergonzaba de confesar. No era él del número de aquella<br />

caterva de charlatanes que había tenido yo que sufrir, empeñados en enseñarme tales<br />

cosas, para luego no decirme nada. Este, en cambio, tenía un corazón, si no dirigido a ti,<br />

al menos no demasiado incauto en orden a sí. No era tan ignorante que ignorase su<br />

ignorancia, por lo que no quiso meterse disputando en un callejón de donde no pudiese<br />

salir o le fuese muy difícil la retirada. Aun por esto me agradó mucho más, por ser la<br />

modestia de un alma que se conoce más hermosa que las mismas cosas que deseaba<br />

conocer. Y en todas las cuestiones dificultosas y sutiles le hallé siempre igual.<br />

13. Quebrantado, pues, el entusiasmo que había puesto en los libros de Manés y<br />

desconfiando mucho más de los otros doctores maniqueos, cuando éste tan renombrado<br />

se me había mostrado tan ignorante en muchas de las cuestiones que me inquietaban,<br />

comencé a tratar con él, para su instrucción, de las letras o artes que yo enseñaba a los<br />

jóvenes de Cartago, y en cuyo amor ardía él mismo, leyéndole, ya lo que él deseaba, ya lo<br />

que a mí me parecía más conforme con su ingenio.<br />

Por lo demás, todo aquel empeño mío que había puesto en progresar en la secta se me<br />

acabó totalmente apenas conocí a aquel hombre, mas no hasta el punto de separarme<br />

definitivamente de ella, pues no hallando de momento cosa mejor determiné permanecer<br />

provisionalmente en ella, en la que al fin había venido a dar, hasta tanto que apareciera<br />

por fortuna algo mejor, preferible. De este modo, aquel Fausto, que había sido para<br />

muchos lazo de muerte, fue, sin saberlo ni quererlo, quien comenzó a aflojar el que a mí<br />

me tenía preso. Y es que tus manos, Dios mío, no abandonaban mi alma en el secreto de<br />

tu providencia, y que mi madre no cesaba día y noche de ofrecerte en sacrificio por mí la<br />

sangre de su corazón que corría por sus lágrimas.<br />

Y tú, Señor, obraste conmigo por modos admirables, pues obra tuya fue aquélla, Dios mío.<br />

Porque el Señor es quien dirige los pasos del hombre y quien escoge su camino 15 . Y ¿<br />

quién podrá procurarnos la salud, sino tu mano, que rehace lo que ha hecho?<br />

CAPITULO VIII<br />

14. También fue obra tuya para conmigo el que me persuadiesen irme a Roma y allí<br />

enseñar lo que enseñaba en Cartago. Mas no dejaré de confesarte el motivo que me<br />

movió, porque aun en estas cosas se descubre la profundidad de tu designio y merece ser<br />

meditada y ensalzada tu presentísima misericordia para con nosotros. Porque mi<br />

determinación de ir a Roma no fue por ganar más ni alcanzar mayor gloria, como me<br />

prometían los amigos que me aconsejaban tal cosa -aunque también estas cosas pesaban<br />

en mi ánimo entonces-, sino la causa máxima y casi única era haber oído que los jóvenes<br />

de Roma eran más sosegados en las clases, merced a la rigurosa disciplina a que estaban<br />

sujetos, y según la cual no les era lícito entrar a menudo y turbulentamente en las aulas<br />

de los maestros que no eran los suyos, ni siquiera entrar en ellas sin su permiso; todo lo<br />

contrario de lo que sucedía en Cartago, donde es tan torpe e intemperante la licencia de<br />

los escolares que entran desvergonzada y furiosamente en las aulas y trastornan el orden<br />

establecido por los maestros para provecho de los discípulos. Cometen además con<br />

increíble estupidez multitud de insolencias, que deberían ser castigadas por las leyes, de<br />

no patrocinarles la costumbre, la cual los muestra tanto más miserables cuanto cometen<br />

ya como lícito lo que no lo será nunca por tu ley eterna, y creen hacer impunemente tales


cosas, cuando la ceguedad con que las hacen es su mayor castigo, padeciendo ellos<br />

incomparablemente mayores males de los que hacen.<br />

Así, pues, vime obligado a sufrir de maestro en los demás aquellas costumbres que siendo<br />

estudiante no quise adoptar como mías; y por eso me agradaba ir allí, donde los que lo<br />

sabían aseguraban que no se daban tales cosas. Mas tú, Señor, esperanza mía y porción<br />

mía en la tierra de los vivientes 16 , a fin de que cambiase de lugar para la salud de mi<br />

alma, me ponías espinas en Cartago para arrancarme de allí y deleites en Roma para<br />

atraerme allá, por medio de unos hombres que amaban una vida muerta unos haciendo<br />

locuras aquí, otros prometiendo cosas vanas allí, usando tú para corregir mis pasos<br />

ocultamente de la perversidad de aquéllos y de la mía. Porque los que perturbaban mi ocio<br />

can gran rabia eran ciegos, y los que me invitaban a lo otro sabían a tierra, y yo, que<br />

detestaba en Cartago una verdadera miseria, buscaba en Roma una falsa felicidad.<br />

15. Pero el verdadero porqué de salir yo de aquí e irme allí sólo tú lo sabías, oh Dios, sin<br />

indicármelo a mí ni a mi madre que lloró atrozmente mi partida y me siguió hasta el mar.<br />

Mas hube de engañarla, porque me retenía por fuerza, obligándome o a desistir de mi<br />

propósito o a llevarla conmigo, por lo que fingí tener que despedir a un amigo al que no<br />

quería abandonar hasta que, soplando el viento, se hiciese a la vela. Así engañé a mi<br />

madre, y a tal madre, y me escapé, y tú perdonaste este mi pecado misericordiosamente,<br />

guardándome, lleno de execrables inmundicias, de las aguas del mar para llegar a las<br />

aguas de tu gracia, con las cuales lavado, se secasen los ríos de los ojos de mi madre, con<br />

los que ante ti regaba por mí todos los días la tierra que caía bajo su rostro.<br />

Sin embargo, como rehusase volver sin mí, apenas pude persuadirla a que permaneciera<br />

aquella noche en lugar próximo a nuestra nave, la Memoria de San Cipriano. Mas aquella<br />

misma noche me partí a hurtadillas sin ella, dejándola orando y llorando. ¿Y qué era lo que<br />

te pedía, Dios mío, con tantas lágrimas, sino que no me dejases navegar? Pero tú,<br />

mirando las cosas desde un punto más alto y escuchando en el fondo su deseo, no<br />

cuidaste de lo que entonces te pedía para hacerme tal como siempre te pedía.<br />

Sopló el viento, hinchó nuestras velas y desapareció de nuestra vista la playa, en la que mi<br />

madre, a la mañana siguiente, enloquecía de dolor, llenando de quejas y gemidos tus<br />

oídos, que no los atendían, antes bien me dejabas correr tras mis pasiones para dar fin a<br />

mis concupiscencias y castigar en ella con el justo azote del dolor su deseo carnal. Porque<br />

también como las demás madres, y aún mucho más que la mayoría de ellas, deseaba<br />

tenerme junto a sí, sin saber los grandes gozos que tú la preparabas con mi ausencia. No<br />

lo sabía, y por eso lloraba y se lamentaba, acusando con tales lamentos el fondo que había<br />

en ella de Eva al buscar con gemidos lo que con gemidos había parido.<br />

Por fin, después de haberme acusado de mentiroso y mal hijo y haberte rogado de nuevo<br />

por mí, se volvió a su vida ordinaria y yo a Roma.<br />

CAPITULO IX<br />

16. Aquí fui yo recibido con el azote de una enfermedad corporal, que estuvo a punto de<br />

mandarme al sepulcro, cargado con todas las maldades que había cometido contra ti,<br />

contra mí y contra el prójimo, a más del pecado original, en el que todos morimos en<br />

Adán 17 . Porque todavía no me habías perdonado ninguno de ellos en Cristo, ni éste había<br />

deshecho en su cruz las enemistades 18 que había contraído contigo con mis pecados. ¿Y<br />

cómo los había de deshacer en aquella cruz fantástica que yo creía de él? Porque tan<br />

verdadera era la muerte de mi alma como falsa me parecía a mí la muerte de su carne, y<br />

tan verdadera la muerte de su carne como falsa la vida de mi alma, que no creía esto. Y<br />

agravándose las fiebres, ya casi estaba a punto de irme y perecer. Pero ¿adónde hubiera<br />

ido, si entonces hubiera tenido que salir de este mundo, sino al fuego y tormentos que<br />

merecían mis acciones, según la verdad de tu ordenación? No sabía esto mi madre, pero<br />

oraba por mí ausente, escuchándola tú, presente en todas partes allí donde ella estaba, y<br />

ejerciendo tu misericordia conmigo donde yo estaba, a fin de que recuperara la salud del<br />

cuerpo, todavía enfermo y con un corazón sacrílego. Porque estando en tan gran peligro<br />

no deseaba bautismo, siendo mejor de niño, cuando lo supliqué de la piedad de mi madre,<br />

como ya tengo recordado y confesado. Mas había crecido, para vergüenza mía, y, necio,<br />

burlábame de los consejos de tu medicina.


Con todo, no permitiste que en tal estado muriese yo doblemente, y con cuya herida, de<br />

haber sido traspasado el corazón de mi madre, nunca hubiera sanado. Porque no puedo<br />

decir bastantemente el gran amor que me tenía y con cuánto mayor cuidado me paría en<br />

el espíritu que me había parido en la carne.<br />

17. Así que no veo cómo hubiese podido sanar si mi muerte en tal estado hubiese<br />

traspasado las entrañas de su amor. ¿Y qué hubiese sido de tantas y tan continuas<br />

oraciones como por mí te hacía sin cesar? ¿Acaso tú, Dios de las misericordias,<br />

despreciarías el corazón contrito y humillado 19 de aquella viuda casta y sobria, que hacía<br />

frecuentes limosnas y servía obsequios a tus santos? ¿Que ningún día dejaba de llevar su<br />

oblación al altar? ¿Que iba dos veces al día -mañana y tarde- a tu iglesia, sin faltar jamás,<br />

y esto no para entretenerse en vanas conversaciones y chismorreos de viejas, sino para<br />

oírte a ti en los sermones y que tú la oyeses a ella en sus oraciones? ¿Habías tú de<br />

despreciar las lágrimas con que ella te pedía no oro, ni plata, ni bien alguno frágil y<br />

mudable, sino la salud de su hijo? ¿Habrías tú, digo, por cuyo favor era ella tal, de<br />

despreciarla y negarle tu auxilio? De ningún modo, Señor; antes estabas presente a ella, y<br />

la escuchabas, y hacías lo que te pedía, mas por el modo señalado por tu providencia.<br />

No era posible, no, que tú la engañaras en aquellas visiones y respuestas que le habías<br />

dado, de alguna de las cuales hemos hablado ya, y otras que paso en silencio, las cuales<br />

conservaba ella fielmente en su pecho y te las recordaba en sus oraciones como firmas de<br />

tu mano, que debías cumplir. Porque aunque tu misericordia es infinita 20 , tienes a bien<br />

hacerte deudor con promesas de aquellos mismos a quienes tú perdonas todas sus<br />

deudas.<br />

CAPITULO X<br />

18. Restablecísteme, pues, de aquella enfermedad y salvaste al hijo de tu sierva por<br />

entonces, en cuanto al cuerpo, para tener a quién dar después una mejor y más segura<br />

salud. En Roma juntábame yo con los que se decían santos, engañados y engañadores;<br />

porque no sólo trataba con los oyentes, de cuyo número era el huésped de la casa en que<br />

yo había caído enfermo y convalecido, sino también con los que llaman electos.<br />

Todavía me parecía a mí que no éramos nosotros los que pecábamos, sino que era no sé<br />

qué naturaleza extraña la que pecaba en nosotros, por lo que se deleitaba mi soberbia en<br />

considerarme exento de culpa y no tener que confesar, cuando había obrado mal, mi<br />

pecado para que tú sanases mi alma, porque contra ti era contra quien yo pecaba 21 .<br />

Antes gustaba de excusarme y acusar a no sé qué ser extraño que estaba conmigo, pero<br />

que no era yo. Mas, a la verdad, yo era todo aquello, y mi impiedad me había dividido<br />

contra mí mismo. Y lo más incurable de mi pecado era que no me tenía por pecador,<br />

deseando más mi execrable iniquidad que tú fueras vencido por mí en mí para mi<br />

perdición, que no serlo yo por ti para mi salvación. Porque todavía no habías puesto<br />

guardia a mi boca ni puerta que cerrase mis labios para que mi corazón no declinase a las<br />

malas palabras ni buscase excusa a mis pecados entre los hombres que obran la iniquidad,<br />

y ésta era la razón por que alternaba con los electos 22 de los maniqueos. Mas,<br />

desesperando ya de poder hacer algún progreso en aquella falsa doctrina, y aun las<br />

mismas cosas que había determinado conservar hasta no hallar algo mejor, profesábalas<br />

ya con tibieza y negligencia.<br />

19. Por este tiempo se me vino también a la mente la idea de que los filósofos que llaman<br />

académicos habían sido los más prudentes, por tener como principio que se debe dudar de<br />

todas las cosas y que ninguna verdad puede ser comprendida por el hombre. Así me<br />

pareció entonces que habían claramente sentido, según se cree vulgarmente, por no haber<br />

todavía entendido su intención.<br />

En cuanto a mi huésped, no me recaté de llamarle la atención sobre la excesiva credulidad<br />

que vi tenía en aquellas cosas fabulosas de que estaban llenos los libros maniqueos. Con<br />

todo, usaba más familiarmente de la amistad de los que eran de la secta que de los otros<br />

hombres que no pertenecían a ella. No defendía ya ésta, es verdad, con el entusiasmo<br />

primitivo; mas su familiaridad -en Roma había muchos de ellos ocultos- me hacía<br />

extraordinariamente perezoso para buscar otra cosa, sobre todo desesperando de hallar la<br />

verdad en tu Iglesia, ¡oh Señor de cielos y tierra y creador de todas las cosas visibles e<br />

invisibles!, de la cual aquéllos me apartaban, por parecerme cosa muy torpe creer que<br />

tenías figura de carne humana y que estabas limitado por los contornos corporales de


nuestros miembros. Y porque cuando yo quería pensar en mi Dios no sabía imaginar sino<br />

masas corpóreas, pues no me parecía que pudiera existir lo que no fuese tal, de ahí la<br />

causa principal y casi única de mi inevitable error.<br />

20. De aquí nacía también mi creencia de que la sustancia del mal era propiamente tal<br />

[corpórea] y de que era una mole negra y deforme; ya crasa, a la que llamaban tierra; ya<br />

tenue y sutil, como el cuerpo del aire, la cual imaginaban como una mente maligna que<br />

reptaba sobre la tierra. Y como la piedad, por poca que fuese, me obligaba a creer que un<br />

Dios bueno no podía crear naturaleza alguna mala, imaginábalas como dos moles entre sí<br />

contrarias, ambas infinitas, aunque menor la mala y mayor la buena; y de este principio<br />

pestilencial se me seguían los otros sacrilegios. Porque intentando mi alma recurrir a la fe<br />

católica, era rechazado, porque no era fe católica aquella que yo imaginaba. Y parecíame<br />

ser más piadoso, ¡oh Dios!, a quien alaban en mí tus misericordias, en creerte infinito por<br />

todas partes, a excepción de aquella por que se te oponía la masa del mal, que no<br />

juzgarte limitado por todas partes por las formas del cuerpo humano.<br />

También me parecía ser mejor creer que no habías creado ningún mal -el cual aparecía a<br />

mi ignorancia no sólo como sustancia, sino como una sustancia corpórea, por no poder<br />

imaginar al espíritu sino como un cuerpo sutil que se difunde por los espacios- que creer<br />

que la naturaleza del mal, tal como yo la imaginaba, procedía de ti.<br />

Al mismo Salvador nuestro, tu Unigénito, de tal modo le juzgaba salido de aquella masa<br />

lucidísima de tu mole para salud nuestra, que no creía de El sino lo que mi vanidad me<br />

sugería.<br />

Y así juzgaba que una tal naturaleza como la suya no podía nacer de la Virgen María sin<br />

mezclarse con la carne, ni veía cómo podía mezclarse sin mancharse lo que yo imaginaba<br />

tal, y así temía creerle nacido en la carne, por no verme obligado a creerle manchado con<br />

la carne.<br />

Sin duda que tus espirituales se reirán ahora blanda y amorosamente al leer estas mis<br />

Confesiones; pero, realmente, así era yo.<br />

CAPITULO XI<br />

21. Por otra parte, no creía ya que las cosas que reprendían aquéllos [los maniqueos] en<br />

tus Escrituras podían sostenerse. Con todo, de cuando en cuando deseaba sinceramente<br />

consultar cada uno de dichos lugares con algún varón doctísimo en tales libros y ver lo que<br />

él realmente sentía sobre ellos. Porque ya estando en Cartago habían empezado a<br />

moverme los discursos de un tal Elpidio, que públicamente habló y disertó contra los<br />

maniqueos, alegando tales cosas de la Sagrada Escritura, que no era fácil refutarle.<br />

En cambio, la respuesta que aquéllos dieron me pareció muy débil, y aun ésta no la daban<br />

fácilmente en público, sino a nosotros muy en secreto, diciendo que las Escrituras del<br />

Nuevo Testamento habían sido falseadas por no sé quiénes, que habían querido mezclar la<br />

ley de los judíos con la fe cristiana, bien que ellos no podían presentar ningún ejemplo<br />

incorrupto.<br />

Pero lo que principalmente me tenía cogido y ahogado eran las corporeidades que yo<br />

imaginaba cuando pensaba en aquellas dos grandes moles, que parecían oprimirme, y<br />

bajo cuyo peso, anhelante, me era imposible respirar el aura pura y sencilla de tu verdad.<br />

CAPITULO XII<br />

22. Con toda diligencia había empezado a poner por obra el designio que me había llevado<br />

a Roma, y que era enseñar el arte retórico, comenzando por reunir al principio a algunos<br />

estudiantes en casa para darme a conocer a ellos y por su medio a los demás.<br />

Mas al punto advertí con sorpresa que los estudiantes de Roma hacían otras travesuras<br />

que no había experimentado con los de Cartago. Porque si era verdad, como me habían<br />

asegurado, que aquí {Roma} no se practicaban aquellas trastadas de los jóvenes perdidos<br />

de allí {Cartago}, también me aseguraban que aquí los estudiantes se concertaban<br />

mutuamente para dejar de repente de asistir a las clases y pasarse a otro maestro, con el<br />

fin de no pagar el salario debido, faltando así a su fe y teniendo en nada la justicia por


amor del dinero.<br />

Odiaba también a éstos mi corazón, aunque no con odio perfecto 23 , porque realmente<br />

más les aborrecía por el perjuicio que me causaban que por la injusticia en sí que<br />

cometían. Infames son, sin duda, los que así obran y andan divorciados 24 de ti, amando<br />

unas burlas y engaños pasajeros y un interés de lodo que no se puede coger con la mano<br />

sin mancharse, agarrándose.al mundo efímero que huye, y despreciándote a ti, que<br />

permaneces eternamente y llamas y perdonas al alma humana pecadora que se vuelve a<br />

ti. Aun ahora mismo siento aborrecimiento a gente tan depravada y descompuesta, si bien<br />

deseo que se enmienden, a fin de que prefieran la doctrina que aprenden al dinero, y<br />

antes que aquélla, a ti, Dios, verdad y abundancia de bien verdadero y paz castísima del<br />

alma. Pero entonces -lo confieso- más deseaba que no fuesen malos por mi bien, que no<br />

buenos por tu amor.<br />

CAPITULO XIII<br />

23. Así que cuando la ciudad de Milán escribió al prefecto de Roma para que la proveyera<br />

de maestro de retórica, con facultad de usar la posta pública, yo mismo solicité presuroso,<br />

por medio de aquellos embriagados con las vanidades maniqueas -de los que iba con ello<br />

a separarme, sin saberlo ellos ni yo-, que, mediante la presentación de un discurso de<br />

prueba, me enviase a mí el prefecto a la sazón, Símaco.<br />

Llegué a Milán y visité al obispo, Ambrosio, famoso entre los mejores de la tierra, piadoso<br />

siervo tuyo, cuyos discursos suministraban celosamente a tu pueblo "la flor de tu trigo",<br />

"la alegría del óleo" y "la sobria embriaguez de tu vino". A él era yo conducido por ti sin<br />

saberlo, para ser por él conducido a ti sabiéndolo.<br />

Aquel hombre de Dios me recibió paternalmente y se interesó mucho por mi viaje como<br />

obispo. Yo comencé a amarle; al principio, no ciertamente como a doctor de la verdad, la<br />

que desesperaba de hallar en tu Iglesia, sino como a un hombre afable conmigo. Oíale con<br />

todo cuidado cuando predicaba al pueblo, no con la intención que debía, sino como<br />

queriendo explorar su facundia y ver si correspondía a su fama o si era mayor o menor<br />

que la que se pregonaba, quedándome colgado de sus palabras, pero sin cuidar de lo que<br />

decía, que más bien despreciaba. Deleitábame con la suavidad de sus sermones, los<br />

cuales, aunque más eruditos que los de Fausto, eran, sin embargo, menos festivos y<br />

dulces que los de éste en cuanto al modo de decir; porque, en cuanto al fondo de los<br />

mismos, no había comparación, pues mientras Fausto erraba por entre las fábulas<br />

maniqueas, éste enseñaba saludablemente la salud eterna. Porque lejos de los pecadores<br />

anda la salud 25 , y yo lo era entonces. Sin embargo, a ella me acercaba insensiblemente y<br />

sin saberlo.<br />

CAPITULO XIV<br />

24. Y aun cuando no me cuidaba de aprender lo que decía, sino únicamente de oír cómo lo<br />

decía -era este vano cuidado lo único que había quedado en mí, desesperado ya de que<br />

hubiese para el hombre algún camino que le condujera a ti-, veníanse a mi mente,<br />

juntamente con las palabras que me agradaban las cosas que despreciaba, por no poder<br />

separar unas de otras, y así, al abrir mi corazón para recibir lo que decía elocuentemente,<br />

entraba en él al mismo tiempo lo que decía de verdadero; mas esto por grados.<br />

Porque primeramente empezaron a parecerme defendibles aquellas cosas y que la fe<br />

católica -en pro de la cual creía yo que no podía decirse nada ante los ataques de los<br />

maniqueos- podía afirmarse y sin temeridad alguna, máxime habiendo sido explicados y<br />

resueltos una, dos y más veces los enigmas de las Escrituras del Viejo Testamento, que,<br />

interpretados por mí a la letra, me daban muerte. Así, pues, declarados en sentido<br />

espiritual muchos de los lugares de aquellos libros, comencé a reprender aquella mi<br />

desesperación, que me había hecho creer que no se podía resistir a los que detestaban y<br />

se reían de la ley y los profetas.<br />

Mas no por eso me parecía que debía seguir el partido de los católicos, porque también el<br />

catolicismo podía tener sus defensores doctos, quienes elocuentemente, y no de modo<br />

absurdo, refutasen las objeciones, ni tampoco por esto me parecía que debía condenar lo<br />

que antes tenía porque las defensas fuesen iguales. Y así, si por una parte la católica no<br />

me parecía vencida, todavía aún no me parecía vencedora.


25. Entonces dirigí todas las fuerzas de mi espíritu para ver si podía de algún modo, con<br />

algunos argumentos ciertos, convencer de falsedad a los maniqueos. La verdad es que si<br />

yo entonces hubiera podido concebir una sustancia espiritual, al punto se hubieran<br />

deshecho aquellos artilugios y los hubiera arrojado de mi alma; pero no podía.<br />

Sin embargo, considerando y comparando más y más lo que los filósofos habían sentido<br />

acerca del ser físico de este mundo y de toda la Naturaleza, que es objeto del sentido de<br />

la carne, juzgaba que eran mucho más probables las doctrinas de éstos que no las de<br />

aquéllos {maniqueos}. Así que, dudando de todas las cosas y fluctuando entre todas,<br />

según costumbre de los académicos, como se cree, determiné abandonar a los maniqueos,<br />

juzgando que durante el tiempo de mi duda no debía permanecer en aquella secta, a la<br />

que anteponía ya 'algunos filósofos, a quienes, sin embargo, no quería encomendar de<br />

ningún modo la curación de las lacerías de mi alma por no hallarse en ellos el nombre<br />

saludable de Cristo.<br />

En consecuencia, determiné permanecer catecúmeno en la Iglesia católica, que me había<br />

sido recomendada por mis padres, hasta tanto que brillase algo cierto a donde dirigir mis<br />

pasos.<br />

LIBRO SEXTO<br />

CAPITULO I<br />

1. ¡Esperanza mía desde la juventud! 1 ¿Dónde estabas para mí o a qué lugar te habías<br />

retirado? ¿Acaso no eras tú quien me había creado y diferenciado de los cuadrúpedos y<br />

hecho más sabio que las aves del cielo? Mas yo caminaba por tinieblas y resbaladeros y te<br />

buscaba fuera de mí, y no te hallaba, ¡oh Dios de mi corazón!, y había venido a dar en lo<br />

profundo del mar 2 , y desconfiaba y desesperaba de hallar la verdad.<br />

Ya había venido a mi lado la madre, fuerte por su piedad, siguiéndome por mar y tierra,<br />

segura de ti en todos los peligros; tanto, que hasta en las tormentas que padecieron en el<br />

mar era ella quien animaba a los marineros -siendo así que suelen ser éstos quienes<br />

animan a los navegantes desconocedores del mar cuando se turban-, prometiéndoles que<br />

llegarían con felicidad al término de su viaje, porque así se lo habías prometido tú en una<br />

visión.<br />

Hallóme en grave peligro por mi desesperación de encontrar la verdad. Sin embargo,<br />

cuando le indiqué que ya no era maniqueo, aunque tampoco cristiano católico, no saltó de<br />

alegría como quien oye algo inesperado, por estar ya segura de aquella parte de mi<br />

miseria, en la que me lloraba delante de ti como a un muerto que había de ser resucitado,<br />

y me presentaba continuamente en las andas de tu pensamiento para que tú dijeses al<br />

hijo de la viuda: Joven, a ti te digo: levántate 3 , y reviviese y comenzase a hablar y tú lo<br />

entregases a su madre.<br />

Ni se turbó su corazón con inmoderada alegría al oír cuánto se había cumplido ya de lo<br />

que con tantas lágrimas te suplicaba todos los días le concedieras, viéndome, si no en<br />

posesión de la verdad, sí alejado de la falsedad. Antes bien, porque estaba cierta de que le<br />

habías de dar lo que restaba -pues le habías prometido concedérselo todo-, me respondió<br />

con mucho sosiego y con el corazón lleno de confianza, que ella creía en Cristo que antes<br />

de salir de esta vida me había de ver católico fiel.<br />

Esto en cuanto a mí, que en cuanto a ti, ¡oh fuente de las misericordias!, redoblaba sus<br />

oraciones y lágrimas para que acelerases tu auxilio y esclarecieras mis tinieblas, y acudía<br />

con mayor solicitud a la iglesia para quedar suspensa de los labios de Ambrosio, como de<br />

la fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna 4 . Porque amaba ella a este varón<br />

como a un ángel de Dios, pues conocía que por él había venido yo en aquel intermedio a<br />

dar en aquella fluctuante indecisión, por la que presumía segura que había de pasar de la<br />

enfermedad a la salud, salvado que hubiese aquel peligro agudo que, por su mayor<br />

gravedad, llaman los médicos "crítico".<br />

CAPÍTULO II<br />

2. Así, pues, como llevase, según solía en Africa, puches, pan y vino a las Memorias de los


mártires y se lo prohibiese el portero, cuando conoció que lo había vedado el Obispo, se<br />

resignó tan piadosa y obedientemente que yo mismo me admiré de que tan fácilmente se<br />

declarase condenadora de aquella costumbre, más bien que criticadora de semejante<br />

prohibición.<br />

Y es que no era la vinolencia la que dominaba su espíritu, ni el amor del vino la encendía<br />

en odio de la verdad como sucedía a muchos hombres y mujeres, que sentían náuseas<br />

ante el cántico de la sobriedad, como los beodos ante la bebida aguada, Antes ella,<br />

trayendo el canastillo con las acostumbradas viandas, que habían de ser probadas y<br />

repartidas, no ponía más que un vasito de vino aguado, según su gusto harto sobrio, de<br />

donde tomara lo suficiente para hacer aquel honor. Y si eran muchos los sepulcros que<br />

debían ser honrados de este modo, traía el vasito por todos no sólo muy aguado, sino<br />

también templado, el cual repartía con los suyos presentes, dándoles pequeños sorbos,<br />

porque buscaba en ello la piedad y no el deleite.<br />

Así que tan pronto como supo que este esclarecido predicador y maestro de la verdad<br />

había prohibido se hiciera esto -aun por los que lo hacían sobriamente, para no dar con<br />

ello ocasión de emborracharse a los ebrios y porque éstas, a modo de parentales, ofrecían<br />

muchísima semejanza con la superstición de los gentiles-, se abstuvo muy conforme, y en<br />

lugar del canastillo lleno de frutos terrenos aprendió a llevar a los sepulcros de los<br />

mártires el pecho lleno de santos deseos y a dar lo que podía a los pobres, y de este modo<br />

celebrar la comunión con el cuerpo del Señor allí, a imitación de cuya pasión fueron<br />

inmolados y coronados los mártires.<br />

Mas tengo para mí, Señor y Dios mío-y así lo cree en tu presencia mi corazón-, que tal vez<br />

mi madre no hubiera cedido tan fácilmente de aquella costumbre -que era, sin embargo,<br />

necesario cortar- si la hubiese prohibido otro a quien no amase tanto como a Ambrosio;<br />

porque realmente le amaba sobremanera por mi salvación, así como él a ella por la<br />

religiosidad y fervor con que frecuentaba la iglesia con toda clase de obras buenas; de tal<br />

modo que cuando me encontraba con él solía muchas veces prorrumpir en alabanzas de<br />

ella, felicitándome por tener tal madre, ignorando él qué hijo tenía ella en mí, que dudaba<br />

de todas aquellas cosas y creía era imposible hallar la verdadera senda de la vida.<br />

CAPITULO III<br />

3. Ni siquiera gemía orando para que me socorrieras, sino que mi espíritu se hallaba<br />

ocupado en investigar e inquieto en discutir, teniendo al mismo Ambrosio por hombre feliz<br />

según el mundo, viéndole tan honrado de tan altas potestades. Sólo su celibato me<br />

parecía trabajoso. Mas yo no podía sospechar, por no haberlo experimentado nunca, las<br />

esperanzas que abrigaba, ni las luchas que tenía que sostener contra las tentaciones de su<br />

propia excelencia, ni los consuelos de que gozaba en las adversidades, ni los sabrosos<br />

deleites que gustaba con la boca interior de su corazón cuando rumiaba tu pan; ni él, a su<br />

vez, conocía mis inquietudes, ni la profundidad de mi peligro, por no poderle yo preguntar<br />

lo que quería y como quería, y de cuyos oídos y boca me apartaba la multitud de hombres<br />

de negocios, a cuyas flaquezas él servía.<br />

Cuando éstos le dejaban libre, que era muy poco tiempo, dedicábase o a reparar las<br />

fuerzas del cuerpo con el alimento necesario o las de su espíritu con la lectura. Cuando<br />

leía, hacíalo pasando la vista por encima de las páginas, penetrando su alma en el sentido<br />

sin decir palabra ni mover la lengua.<br />

Muchas veces, estando yo presente-pues a nadie se le prohibía entrar ni había costumbre<br />

de avisarle quién venía-, le vi leer calladamente, y nunca de otro modo; y estando largo<br />

rato sentado en silencio -porque ¿quién se atrevía a molestar a un hombre tan atento?-,<br />

me largaba, conjeturando que aquel poco tiempo que se le concedía para reparar su<br />

espíritu, libre del tumulto de los negocios ajenos, no quería se lo ocupasen en otra cosa,<br />

leyendo mentalmente, quizá por si. alguno de los oyentes, suspenso y atento a la lectura,<br />

hallara algún pasaje obscuro en el autor que leía y exigiese se lo explicara o le obligase a<br />

disertar sobre cuestiones difíciles, gastando el tiempo en tales cosas, con lo que no<br />

pudiera leer tantos volúmenes como deseaba, aunque más bien creo que lo hiciera así por<br />

conservar la voz, que se le tomaba con facilidad.<br />

En todo caso, cualquiera que fuese la intención con que aquel varón lo hacía, ciertamente<br />

era buena.


4. Lo cierto es que a mí no se me daba tiempo para Interrogar a tan santo oráculo tuyo,<br />

su pecho, sobre las cosas que yo deseaba, sino cuando sólo podía darme una respuesta<br />

breve, y mis inquietudes perdían mucho tiempo y vagar en aquel con quien las había de<br />

conferir, cosa que nunca hallaba. Oíale, es verdad, predicar al pueblo rectamente la<br />

palabra de la verdad 5 todos los domingos, confirmándome más y más en que podían ser<br />

sueltos los nudos todos de las maliciosas calumnias que aquellos engañadores nuestros<br />

levantaban contra los libros sagrados.<br />

Así que, cuando averigüé que los hijos espirituales, a quienes has regenerado en el seno<br />

de la madre Católica con tu gracia, no entendían aquellas palabras: Hiciste al hombre a tu<br />

imagen 6 , de tal suerte que creyesen o pensasen que estabas dotado de forma de cuerpo<br />

humano -aunque no acertara yo entonces a imaginar, pero ni aun siquiera a sospechar de<br />

lejos, el ser de una sustancia espiritual-, me alegré de ello, avergonzándome de haber<br />

ladrado tantos años no contra la fe católica, sino contra los engendros de mi inteligencia<br />

carnal, siendo impío y temerario por haber dicho reprendiendo lo que debía haber<br />

aprendido preguntando. Porque ciertamente tú - ¡oh altísimo y próximo, secretísimo y<br />

presentísimo, en quien no hay miembros mayores ni menores, sino que estás todo en<br />

todas partes, sin que te reduzcas a ningún lugar!- no tienes ciertamente tal figura<br />

corporal, no obstante que hayas hecho al hombre a tu imagen y desde la cabeza a los pies<br />

ocupe éste un lugar.<br />

CAPITULO IV<br />

5. No sabiendo, pues, cómo pudiera subsistir esta tu imagen [en el hombre], debí<br />

proponer llamando el modo como se debía creer, no oponerme insultando como si<br />

realmente fuera aquello que yo creía. Y así, tanto más agudamente me roía el corazón el<br />

cuidado de alcanzar algo cierto, cuanto más me confundía el haber vivido tanto tiempo<br />

engañado y burlado con la promesa de cosas ciertas y haber sostenido con pueril empeño<br />

y animosidad tantas cosas dudosas como ciertas.<br />

Sin embargo, ya era cierto para mí que eran dudosas no obstante que en algún tiempo las<br />

creí ciertas, es decir, cuando con mis ciegas disputas combatía a tu Católica, a la cual,<br />

aunque entonces no conocía por maestra de la verdad, al menos sabía que no enseñaba<br />

aquellas cosas de que gravemente la acusaba.<br />

Por esta razón me llenaba de confusión, y volvía contra mí, y me alegraba, Dios mío, de<br />

que tu Iglesia única -cuerpo de tu Único, y en la cual siendo niño se me había inculcado el<br />

nombre de Cristo- no gustase de tan pueriles engaños ni tuviera como doctrina sana el<br />

que tú, Creador de todas las cosas, estuvieses confinado en un lugar, aunque sumo y<br />

amplio, pero al fin limitado por la figura de los miembros humanos.<br />

6. También me alegraba de que las Antiguas Escrituras de la ley y los profetas ya no se<br />

me propusiesen en aquel aspecto de antes, en que me parecían absurdas, reprendiéndolas<br />

como si tal hubieran sentido tus santos, cuando en realidad nunca habían sentido de ese<br />

modo; y así oía con gusto decir muchas veces a Ambrosio en sus sermones al pueblo<br />

recomendando con mucho encarecimiento como una regla segura que la letra mata y el<br />

espíritu vivifica 7 al exponer aquellos pasajes, que, tomados a la letra, parecían enseñar la<br />

perversidad, pero que, interpretados en un sentido espiritual, roto el velo místico que les<br />

envolvía, no decían nada que pudiera ofenderme, aunque todavía ignorase si las cosas que<br />

decía eran o no verdaderas.<br />

Por eso retenía a mi corazón de todo asentimiento, temiendo dar en un precipicio; mas<br />

con esta suspensión matábame yo mucho más, porque quería estar tan cierto de las cosas<br />

que no veía como lo estaba de que dos y tres son cinco, pues no estaba entonces tan<br />

demente que creyese que ni aun esto se podía comprender. Sino que así como entendía<br />

esto, así quería entender las demás cosas, ya fuesen las corporales, ausentes de mis<br />

sentidos, ya las espirituales, de las que no sabía pensar más que corporalmente.<br />

Es verdad que podía sanar creyendo; y de este modo, purificada más la vista de mi mente,<br />

poder dirigirme de algún modo hacia tu verdad, eternamente estable y bajo ningún<br />

aspecto defectible. Mas como suele acontecer al que cayó en manos de un mal médico,<br />

que después recela de entregarse en manos del bueno, así me sucedía a mí en lo tocante<br />

a la salud de mi alma; porque no pudiendo sanar sino creyendo, por temor de dar en una<br />

falsedad, rehusaba ser curado, resistiéndome a tu tratamiento, tú que has confeccionado


la medicina de la fe y la has esparcido sobre las enfermedades del orbe, dándole tanta<br />

autoridad y eficacia.<br />

CAPITULO V<br />

7. Sin embargo, desde esta época empecé ya a dar preferencia a la doctrina católica,<br />

porque me parecía que aquí se mandaba con más modestia, y de ningún modo<br />

falazmente, creer lo que no se demostraba -fuese porque, aunque existiesen las pruebas,<br />

no había sujeto capaz de ellas; fuese porque no existiesen-, que no allí, en donde se<br />

despreciaba la fe y se prometía con temeraria arrogancia la ciencia y luego se obligaba a<br />

creer una infinidad de fábulas absurdísimas que no podían demostrar.<br />

Después, con mano blandísima y misericordiosísima, comenzaste, Señor, a tratar y<br />

componer poco a poco mi corazón y me persuadiste-al considerar cuántas cosas creía que<br />

no había visto ni a cuya formación había asistido, como son muchas de las que cuentan los<br />

libros de los gentiles; cuántas relativas a los lugares y ciudades que no había visto;<br />

cuántas referentes a los amigos, a los médicos y a otras clases de hombres que, si no las<br />

creyéramos, no podríamos dar un paso en la vida, y, sobre todo, cuán inconcusamente<br />

creía ser hijo de tales padres, cosa que no podría saber sin dar fe a 1o que me habían<br />

dicho -de que más que los que creen en tus libros, que has revestido de tanta autoridad<br />

en casi todos los pueblos del mundo, deberían ser culpados los que no creyesen en ellos; y<br />

que así no debía dar oídos a los que tal vez me dijeren: "¿De dónde sabes tú que aquellos<br />

libros han sido dados a los hombres por el Espíritu de Dios, único y veracísimo?" Porque<br />

precisamente esto era lo que mayormente debía creer, por no haber podido persuadirme<br />

ningún ataque de las opiniones calumniosas, que yo había leído en los muchos escritos<br />

contradictorios de los filósofos, a que no creyera alguna vez que tú no existías -aunque yo<br />

ignorase lo que eras- y que no tienes cuidado de las cosas humanas.<br />

8. Esto lo creía unas veces más fuertemente y otras más débilmente; pero que existías y<br />

tenías cuidado del género humano, siempre creí, si bien ignoraba lo que debía sentir de tu<br />

sustancia y qué vía era la que nos conducía o reducía a ti. Por lo cual, reconociéndonos<br />

enfermos para hallar la verdad por la razón pura y comprendiendo que por esto nos es<br />

necesaria la autoridad de las sagradas letras, comencé a entender que de ningún modo<br />

habrías dado tan soberana autoridad a aquellas Escrituras en todo el mundo, si no<br />

quisieras que por ellas te creyésemos y buscásemos.<br />

Y en cuanto a los absurdos en que antes solía tropezar, habiendo oído explicar en un<br />

sentido aceptable muchos de sus lugares, atribuíalo ya a la profundidad de sus misterios,<br />

pareciéndome la autoridad de las Escrituras tanto más venerable y digna de la fe<br />

sacrosanta cuanto que es accesible a todos los que quieren leerlas, y reserva la dignidad<br />

de su secreto bajo un sentido más profundo, y, prestándose a todos con unas palabras<br />

clarísimas y un lenguaje humilde, da en qué entender aun a los que no son leves de<br />

corazón; por lo que, si recibe a todos en su seno popular, son pocos los que deja pasar<br />

hacia ti por sus estrechos agujeros; muchos más, sin embargo, de los que serían si el<br />

prestigio de su autoridad no fuera tan excelso o no admitiera a las turbas en el gremio de<br />

su santa humildad.<br />

Pensaba yo en estas cosas, y tú me asistías; suspiraba, y tú me oías; vacilaba, y tú me<br />

gobernabas; marchaba por la senda ancha del siglo, y tú no me abandonabas.<br />

CAPITULO VI<br />

9. Sentía vivísimos deseos de honores, riquezas y matrimonio , y tú te reías de mí. Y en<br />

estos deseos padecía amarguísimos trabajos, siéndome tú tanto más propicio cuanto<br />

menos consentías que hallase dulzura en lo que no eras tú. Ve, Señor, mi corazón, tú qué<br />

quisiste que te recordase y confesase esto. Adhiérase ahora a ti mi alma, a quien libraste<br />

de liga tan tenaz de muerte. ¡Qué desgraciada era! Y tú la punzabas, Señor, en lo más<br />

dolorido de la herida, para que, dejadas todas las cosas, se convirtiese a ti, que estás<br />

sobre todas ellas y sin quien no existiría absolutamente ninguna; se convirtiese a ti, digo,<br />

y fuese curada.<br />

¡Qué miserable era yo entonces y cómo obraste conmigo para que sintiese mi miseria en<br />

aquel día en que -como me preparase a recitar las alabanzas del emperador, en las que<br />

había de mentir mucho, y mintiendo había de ser favorecido de quienes lo sabían-


espiraba anheloso mi corazón con tales preocupaciones y se consumía con fiebres de<br />

pensamientos insanos, cuando al pasar por una de las calles de Milán advertí a un<br />

mendigo que ya harto, a lo que creo, se chanceaba y divertía! Yo gemí entonces y hablé<br />

con los amigos que me acompañaban sobre los muchos dolores que nos acarreaban<br />

nuestras locuras, porque con todos nuestros empeños, cuales eran los que entonces me<br />

afligían, no hacía más que arrastrar la carga de mi infelicidad, aguijoneado por mis<br />

apetitos, aumentarla al arrastrarla, para al fin no conseguir otra cosa que una tranquila<br />

alegría, en la que ya nos había adelantado aquel mendigo y a la que tal vez no llegaríamos<br />

nosotros. Porque lo que éste había conseguido con unas cuantas monedillas de limosna<br />

era exactamente a lo que aspiraba yo por tan trabajosos caminos y rodeos; es a saber: la<br />

alegría de una felicidad temporal.<br />

Cierto que la de aquél no era alegría verdadera; pero la que yo buscaba con mis<br />

ambiciones era aún mucho más falsa. Y, desde luego, él estaba alegre y yo angustiado, él<br />

seguro y yo temblando. Ciertamente que si alguno me hubiera preguntado entonces si<br />

preferiría estar alegre o estar triste, le hubiese respondido que "estar alegre"; pero si<br />

nuevamente me preguntara si quería ser como aquél o como yo era, sin duda me<br />

escogería a mí mismo lleno de cuidados y temores; mas esto lo hubiera hecho por mi<br />

perversidad; ¿cuándo jamás con verdad? Porque no debía anteponerme yo a aquél por ser<br />

más docto que él, puesto que esto no era para mí fuente de felicidad, y yo sólo buscaba<br />

con ello agradar a los hombres y nada más que agradarles, no instruirles. Por eso<br />

quebrantabas, Señor, con el báculo de tu disciplina mis huesos 8 .<br />

10. Apártense, pues, de mi alma los que le dicen: "Importa tener en cuenta la causa de la<br />

alegría, porque el mendigo aquel se alegraba con la borrachera, tú con la gloria." ¿Y con<br />

qué gloria, Señor? Con la que no está en ti. Porque así como aquel gozo no era verdadero<br />

gozo, así aquella gloria no era verdadera gloria, antes pervertía más mi corazón. Porque<br />

aquél digeriría aquella misma noche su embriaguez, y yo, en cambio, había dormido con la<br />

mía, y me había levantado con ella, y me volvería a dormir y a levantar con ella tú sabes<br />

por cuántos días.<br />

Importa, es cierto, conocer los motivos del gozo de cada uno; lo sé, como sé que el gozo<br />

de la esperanza fiel dista incomparablemente de aquella vanidad. Mas también entonces<br />

había gran distancia entre nosotros, pues ciertamente él era más feliz que yo, no sólo<br />

porque rebosaba de alegría, en tanto que yo me consumía de cuidados, sino también<br />

porque él con buenos modos había adquirido el vino y yo buscaba la vanidad con mentiras.<br />

Muchas cosas dije entonces a este propósito a mis amigos y muchas veces volvía sobre<br />

ellas para ver cómo me iba, y hallaba que me iba mal, y sentía dolor, y yo mismo me<br />

aumentaba el mal, hasta el punto que, si me acaecía algo próspero, tenía pesar de<br />

tomarlo, porque casi antes de tomarlo se me iba de las manos.<br />

CAPITULO VII<br />

11. Lamentábamos estas cosas los que vivíamos juntos amigablemente, pero de modo<br />

especial y familiarísimo trataba de ellas con Alipio y Nebridio, de los cuales Ailipio era,<br />

como yo, del municipio de Tagaste, y nacido de una de las primeras familias municipales<br />

del mismo y más joven que yo, pues había sido discípulo mío cuando empecé a enseñar en<br />

nuestra ciudad y después en Cartago. El me quería a mí mucho por parecerle bueno y<br />

docto, así como yo a él por la excelente índole de virtud, que tanto mostraba en su no<br />

mucha edad.<br />

Sin embargo, la sima de corrupción de las costumbres de los cartagineses, con las cuales<br />

se alimentan aquellos engañosos juegos, habíale absorbido, arrastrándole tras la locura de<br />

los juegos circenses. Rodaba él miserablemente por dicho abismo cuando enseñaba yo<br />

públicamente en esta ciudad retórica, mas no me oía aún como a maestro por cierto<br />

altercado que había tenido yo con su padre. Yo sabía que amaba perdidamente el circo, de<br />

lo que me afligía no poco por parecerme que iban a perderse, si es que no estaban ya<br />

perdidas las grandes esperanzas que tenía puestas en él. Pero no hallaba modo de<br />

amonestarle y con algún apremio apartarle de ellos, ni por razón de amistad ni de<br />

magisterio, pues creía que pensaría de mí como su padre, aunque en realidad no era así,<br />

pues pospuesta la voluntad del padre en esta materia, había empezado a saludarme,<br />

viniendo a mi aula, donde me oía y luego se iba.


12. Y ya se me había ido de la memoria el tratar con él de que no malograse ingenio tan<br />

excelente con aquella ciega y apasionada afición a juegos tan vanos. Pero tú, Señor, tú,<br />

que tienes en tu mano el gobernalle de todo lo creado, no te habías olvidado de él, a quien<br />

tenías destinado para ser entre tus hijos ministro de tus sacramentos; y para que<br />

abiertamente se atribuyese a ti su corrección, la hiciste ciertamente por mí, pero sin<br />

saberlo yo.<br />

Porque estando cierto día sentado en el lugar de costumbre y delante de mí los discípulos,<br />

vino Alipio, saludó, sentóse y púsose a atender a lo que se trataba; y por casualidad traía<br />

entre manos una lección que para mejor exponerla y hacer más clara y gustosa su<br />

explicación me había parecido oportuno traer la semejanza de los juegos circenses,<br />

burlándome hasta con sarcasmo de aquellos a quienes había esclavizado esta locura. Pero<br />

tú sabes, Señor, que entonces no pensé en curar a Alipio de tal peste; mas él tomó para sí<br />

lo que yo había dicho y creyó que sólo por él lo había dicho, y así lo que hubiera sido para<br />

otro motivo de enojo conmigo, él, joven virtuoso, lo tomó para enojarse contra sí mismo y<br />

para encenderse más en amor de mí.<br />

Ya habías dicho tú en otro tiempo y consignado en tus letras: Corrige al sabio y te amará<br />

9 ; mas no era yo quien le había corregido, sino tú, que -usando de todos, conózcanlo o no,<br />

por el orden que tú sabes, y este orden es justo- hiciste de mi corazón y de mi lengua<br />

carbones abrasadores, con los cuales cauterizaras aquella mente de tan bellas esperanzas,<br />

pero pervertida, y así la sanaras.<br />

Calle, Señor, tus alabanzas quien no considere tus misericordias, las cuales te alaban de lo<br />

más íntimo de mi ser. Porque ello fue que después que oyó mis palabras salió de aquel<br />

hoyo tan profundo, en el que gustosamente se sumergía y con inefable deleite se cegaba,<br />

y sacudió el ánimo con una fuerte templanza, y saltaron de él todas las inmundicias de los<br />

juegos circenses y no volvió a poner allí los pies.<br />

Después venció la resistencia del padre para tenerme a mí de maestro, el cual cedió y<br />

consintió en ello. Mas oyéndome por segunda vez, fue envuelto conmigo en la superstición<br />

de los maniqueos, amando en ellos aquella ostentación de su continencia, que él creía<br />

legítima y sincera. Mas en realidad era falsa y engañosa, cazando con ella almas preciosas<br />

que aún no saben llegar al fondo de la virtud y, por lo mismo, fáciles de engañar con la<br />

apariencia de la virtud, siquiera fingida y simulada.<br />

CAPITULO VIII<br />

13. No queriendo dejar la carrera del mundo, tan decantada por sus padres, había ido<br />

delante de mí a Roma a estudiar Derecho, donde se dejó arrebatar de nuevo, de modo<br />

increíble y con increíble afición, a los espectáculos de gladiadores.<br />

Porque aunque aborreciese y detestase semejantes juegos, cierto día, como topase por<br />

casualidad con unos amigos y condiscípulos suyos que venían de comer, no obstante<br />

negarse enérgicamente y resistirse a ello, fue arrastrado por ellos con amigable violencia<br />

al anfiteatro y en unos días en que se celebraban crueles y funestos juegos.<br />

Decíales él: "Aunque arrastréis a aquel lugar mi cuerpo y le retengáis allí, ¿podréis acaso<br />

obligar a mi alma y a mis ojos a que mire tales espectáculos? Estaré allí como si no<br />

estuviera, y así triunfaré de ellos y de vosotros." Mas éstos, no haciendo caso de tales<br />

palabras, lleváronle consigo, tal vez deseando averiguar si podría o no cumplir su dicho.<br />

Cuando llegaron y se colocaron en los sitios que pudieron, todo el anfiteatro hervía ya en<br />

cruelísimos deleites. Mas Alipio, habiendo cerrado las puertas de dos ojos, prohibió a su<br />

alma salir de sí a ver tanta maldad. ¡Y pluguiera a Dios que hubiera cerrado también los<br />

oídos! Porque en un lance de la lucha fue tan grande y vehemente la gritería de la turba,<br />

que, vencido de la curiosidad y creyéndose suficientemente fuerte para despreciar y<br />

vencer lo que viera, fuese lo que fuese, abrió los ojos y fue herido en el alma con una<br />

herida más grave que la que recibió el gladiador en el cuerpo a quien había deseado ver; y<br />

cayó más miserablemente que éste, cuya caída había causado aquella gritería, la cual,<br />

entrando por sus oídos, abrió sus ojos para que hubiese por donde herir y derribar a<br />

aquella alma más presuntuosa que fuerte, y así presumiese en adelante menos de sí,<br />

debiendo sólo confiar en ti. Porque tan pronto como vio aquella sangre, bebió con ella la<br />

crueldad y no apartó la vista de ella, sino que la fijó con detención, con lo que se enfurecía


sin saberlo, y se deleitaba con el crimen de la lucha, y se embriagaba con tan<br />

sangriento.placer.<br />

Ya no era el mismo que había venido, sino uno de tantos de la turba, con los que se había<br />

mezclado, y verdadero compañero de los que le habían llevado allí.<br />

¿Qué más? Contempló el espectáculo, voceó y se enardeció, y fue atacado de la locura,<br />

que había de estimularle a volver no sólo con los que primeramente le habían llevado, sino<br />

aparte y arrastrando a otros consigo. Mas tú te dignaste, Señor, sacarle de este estado<br />

con mano poderosa y misericordiosísima, enseñándole a no presumir de sí y a confiar de<br />

ti, aunque esto fue mucho tiempo después.<br />

CAPITULO IX<br />

14. Sin embargo, ya se iba asentando esto en su memoria para futuro remedio suyo.<br />

También creo que lo sucedido siendo estudiante y oyente mío en Cartago, cuando estando<br />

hacia mediodía repasando en el foro lo que había de recitar, según costumbre de los<br />

escolares, fue preso como ladrón por los guardias del foro, fue, sin duda, permitido por ti,<br />

Dios nuestro, no por otra razón sino para que varón que había de ser tan grande algún día<br />

comenzara a aprender cuán difícilmente se debe dejar llevar el hombre que ha de<br />

sentenciar contra otro hombre de una temeraria credulidad en el examen de las causas.<br />

Paseábase, en efecto, Alipio ante el tribunal sólo con las tabletas y el estilo, cuando he<br />

aquí que un joven del número de los estudiantes, pero verdadero ladrón que llevaba<br />

escondida un hacha, entró sin él sentirlo a las balaustradas de plomo que daban a la calle<br />

de los plateros y se puso a cortar plomo.<br />

Al ruido de los golpes alborotáronse los plateros que estaban debajo y enviaron guardias<br />

que lo prendiesen, fuera quien fuera. Mas aquél, habiendo oído las voces de aquéllos, huyó<br />

a todo escape, dejando el instrumento de hierro, temiendo ser cogido con él. Alipio, que<br />

no le había visto entrar, le vio salir precipitadamente y escapar; mas deseando saber la<br />

causa, entró en el lugar y, encontrándose con el hacha, se puso, admirado, a<br />

contemplarla. Mas he aquí que estando en esto llegan los que habían sido enviados y le<br />

sorprenden a él solo con el hierro en la mano, a cuyos golpes, alarmados, habían acudido.<br />

Echan mano de él, llévanle por fuerza, gloríanse los inquilinos del foro de haber dado con<br />

el verdadero ladrón y condúcenle desde allí al juzgado.<br />

15. Hasta aquí era menester llegar a la lección, pues al punto saliste, Señor, en socorro de<br />

su inocencia, de la que tú solo eras testigo. Porque al tiempo que era llevado o a la cárcel<br />

o al tormento, les salió al encuentro un arquitecto que tenía el cuidado supremo de los<br />

edificios públicos. Alegróse la turba muchísimo de haber topado con él, porque siempre<br />

que faltaba alguna cosa del foro sospechaba de ellos, y así supiera, al fin, quién era el<br />

verdadero ladrón. Pero como este señor había visto muchas veces a Alipio en la casa de un<br />

senador a quien él solía ir a ver frecuentemente, tan pronto como le vio, cogiéndole de la<br />

mano, le apartó de la turba y le preguntó la causa de tamaña desgracia.<br />

Cuando se enteró dio orden el arquitecto a toda aquella turba alborotada allí presente y<br />

enfurecida contra Alipio de que fueran con él. Cuando llegaron a la casa de aquel joven<br />

adolescente autor del delito, hallábase a la puerta un muchacho tan pequeñito que no era<br />

fácil sospechar mal alguno para su dueño, y el cual podía decirlo todo, puesto que le había<br />

acompañado al foro. Habiéndole reconocido Alipio, se lo dijo al arquitecto, quien<br />

enseñándole el hacha le dijo: "¿Sabes de quien es ésta?" A lo que contestó el muchacho<br />

sin demora: "Nuestra." Después, interrogado, descubrió lo restante.<br />

De este modo, trasladada la causa a aquella casa y confusas las turbas, que habían<br />

empezado a triunfar de él, salió más experimentado e instruido; él, que había de ser<br />

dispensador de tu palabra y examinador de muchas causas de tu Iglesia.<br />

CAPITULO X<br />

16. Halléle yo ya en Roma, y unióseme con vínculo tan estrecho de amistad, que se partió<br />

conmigo a Milán, ya por no separarse de mí, ya por ejercitarse algo en lo que había<br />

aprendido de Derecho, aunque esto más era por- voluntad de sus padres que suya'. Tres<br />

veces había hecho ya de asesor, y su entereza había admirado a todos, admirándose más


él de que ellos pospusiesen la inocencia al dinero.<br />

También fue probada su integridad, no sólo con el cebo de la avaricia, sino también con el<br />

estímulo del temor. Hacía en Roma de asesor del conde del erario de las tropas italianas, y<br />

hallábase en este tiempo un senador poderosísimo, que tenía obligados a muchos con sus<br />

beneficios, y a otros muchos sujetos con sus amenazas. Intentó éste hacer, según la<br />

costumbre de su poderío, no sé qué cosa que estaba prohibida por las leyes, y opúsosele<br />

Alipio. Prometióle dones, y rióse de ellos. Dirigióle amenazas, y se burló de ellas,<br />

admirando todos alma tan extraordinaria, que así despreciaba a un hombre tan poderoso y<br />

tan celebrado de la fama por los mil modos que tenía de hacer bien o mal, y a quien no<br />

había nadie que no quisiera tener por amigo o le temiera de enemigo. Hasta el mismo<br />

juez, cuyo asesor era Alipio, si bien no quería que lo hiciera dicho senador, no se atrevía a<br />

negárselo abiertamente, sino que echándole a aquél la culpa, le decía que no se lo<br />

permitía éste; antes si él se lo concediese, éste se iría de él.<br />

Sólo una cosa estuvo a punto de hacerle caer por su amor a las letras; y era mandar<br />

copiar para sí a precios pretorianos algunos códices; pero consultado a la justicia, se<br />

inclinó por lo mejor, prefiriendo la equidad, que se lo prohibía, al poder, que se lo<br />

consentía.<br />

Poco es esto, pero el que es fiel en lo poco, también lo es en lo mucho, ni en modo alguno<br />

puede resultar vano lo salido de la boca de tu Verdad: Si en las riquezas injustas no<br />

fuisteis fieles,¿quién os confiará las verdaderas? Y si en las ajenas no fuisteis fieles, ¿quién<br />

os confiará las vuestras? 10<br />

Así era entonces este amigo tan íntimamente unido a mí, y que juntamente conmigo<br />

vacilaba sobre el modo de vida que habríamos de seguir.<br />

17. También Nebridio-que había dejado su patria, vecina de Cartago, y aun la misma<br />

Cartago, donde solía vivir muy frecuentemente-, abandonada la magnífica finca rústica de<br />

su padre, y abandonada la casa y hasta su madre, que no podía seguirle, había venido a<br />

Milán no por otra causa que por vivir conmigo en el ardentísimo estudio de la verdad y de<br />

la sabiduría, por la que, igualmente que nosotros, suspiraba e igualmente fluctuaba,<br />

mostrándose investigador ardiente de la vida feliz y escrutador acérrimo de cuestiones<br />

dificilísimas.<br />

Eran tres bocas hambrientas que mutuamente se comunicaban el hambre y esperaban de<br />

ti que les dieses comida en el tiempo oportuno. Y en toda amargura que por tu<br />

misericordia se seguía a todas nuestras acciones mundanas, queriendo nosotros averiguar<br />

la causa por que padecíamos tales cosas, nos salían al paso las tinieblas, apartándonos,<br />

gimiendo y clamando: ¿Hasta cuándo estas cosas? 11 Y esto lo decíamos muy a menudo,<br />

pero diciéndolo no dejábamos aquellas cosas, porque no veíamos nada cierto con que,<br />

abandonadas éstas, pudiéramos abrazarnos.<br />

CAPITULO XI<br />

18. Pero, sobre todo, maravillábame de mí mismo, recordando con todo cuidado cuán<br />

largo espacio de tiempo había pasado desde mis diecinueve años, en que empecé a arder<br />

en deseos de la sabiduría, proponiendo, hallada ésta, abandonar todas las vanas<br />

esperanzas y engañosas locuras de las pasiones.<br />

Ya tenía treinta años y todavía me hallaba en el mismo lodazal, ávido de gozar de los<br />

bienes presentes, que huían y me disipaban, en tanto que decía: "Mañana lo averiguaré; la<br />

verdad aparecerá clara y la abrazaré. Fausto está para venir y lo explicará todo. ¡Oh<br />

grandes varones de la Academia!; ¿es cierto que no podemos comprender ninguna cosa<br />

con certeza para la dirección de la vida?"<br />

Pero busquemos con más diligencia y no desesperemos. He aquí que ya no me parecen<br />

absurdas en las Escrituras las cosas que antes me lo parecían, pudiendo entenderse de<br />

otro modo y razonablemente. Fijaré, pues, los pies en aquella grada en que me colocaron<br />

mis padres hasta tanto que aparezca clara la verdad.<br />

Mas ¿dónde y cuándo buscarla? Ambrosio no tiene tiempo libre y yo tampoco lo tengo<br />

para leer. Y aunque lo tuviera, ¿dónde hallar los códices? ¿Y dónde o cuándo podré


comprarlos? ¿Quién podrá prestármelos?<br />

Con todo, es preciso destinar tiempo a esto y dedicar algunas horas a la salud del alma.<br />

Aparece una gran esperanza. La fe católica no enseña lo que pensábamos y, necios, le<br />

achacábamos. Sus doctores tienen por crimen atribuir a Dios figura humana, ¿y dudamos<br />

llamar para que se nos esclarezcan las demás cosas? Las horas de la mañana las<br />

empleamos con los discípulos, pero ¿qué hacemos de las otras? ¿Por qué no emplearlas en<br />

esto?<br />

Pero ¿cuándo saludar a los amigos poderosos, de cuyo favor tienes necesidad? ¿Cuándo<br />

preparar las lecciones que compran los estudiantes? ¿Cuándo reparar las fuerzas del<br />

espíritu con el abandono de los cuidados?<br />

19. "Piérdase todo y dejemos todas estas cosas vanas y vacías y démonos por entero a la<br />

sola investigación de la verdad. La vida es miserable, y la muerte, incierta. Si ésta nos<br />

sorprende de repente, ¿en qué estado saldríamos de aquí ? ¿Y dónde aprenderíamos lo<br />

que aquí descuidamos aprender? ¿Acaso más bien no habríamos de ser castigados por<br />

esta nuestra negligencia? Pero ¿qué si la muerte misma cortase y terminase con todo<br />

cuidado y sentimiento? También esto convendría averiguarlo. Mas ¡lejos que esto sea así!<br />

No inútilmente, no en vano se difunde por todo el orbe el gran prestigio de la autoridad de<br />

la fe cristiana. Nunca hubiera hecho Dios tantas y tales cosas por nosotros si con la muerte<br />

del cuerpo se terminara también la vida del alma. ¿Por qué, pues, nos detenemos en dar<br />

de mano a las esperanzas del siglo y consagrarnos por entero a buscar a Dios y la vida<br />

feliz?<br />

Pero vayamos despacio, que también estas cosas mundanas tienen su dulzura, y no<br />

pequeña, y no se ha de cortar con ellas a las primeras, pues sería cosa fea tener que<br />

volver de nuevo a ellas. He aquí que falta poco para que puedas obtener algún honorcillo;<br />

y ¿qué más se puede desear? Tengo abundancia de amigos poderosos, por medio de los<br />

cuales, en caso de apuro, puedo conseguir, al menos, una presidencia. Podré entonces<br />

casarme con una mujer que tenga algunos dineros, para que no sea tan gravoso el gasto<br />

para mí, con lo que pondría fin a mis deseos. Muchos grandes hombres, y muy dignos de<br />

ser imitados, se dieron al estudio no obstante estar casados."<br />

20. Mientras yo decía esto, y alternaban estos vientos, y zarandeaban de aquí para allí mi<br />

corazón, se pasaba el tiempo, y tardaba en convertirme al Señor, y difería de día en día 12<br />

vivir en ti, aunque no difería morir todos los días en mí. Amando la vida feliz temíala<br />

donde se hallaba y buscábala huyendo de ella. Pensaba que había de ser muy desgraciado<br />

si me veía privado de las caricias de la mujer y no pensaba en la medicina de tu<br />

misericordia, que sana esta enfermedad, porque no había experimentado aún y creía que<br />

la continencia se conseguía con las propias fuerzas, las cuales echaba de menos en mí,<br />

siendo tan necio que no sabía lo que está escrito de que nadie es continente si tú no se lo<br />

dieres 13 . Lo cual ciertamente tú me lo dieras si llamase a tus oídos con gemidos interiores<br />

y con toda confianza "arrojase en ti mi cuidado".<br />

CAPITULO XII<br />

21. Prohibíame Alipio de tomar mujer, diciéndome repetidas veces que, si venía en ello,<br />

de ningún modo podríamos dedicarnos juntos quieta y desahogadamente al amor de la<br />

sabiduría, como hacía mucho tiempo lo deseábamos. Porque él era en esta materia<br />

castísimo, de modo tal que causaba admiración; porque aunque al principio de su juventud<br />

había experimentado el deleite carnal, pero no se había pegado a él, antes se dolió mucho<br />

de ello y lo despreció, viviendo en adelante continentísimamente.<br />

Resistíale yo con los ejemplos de aquellos que, aunque casados, se habían dado al estudio<br />

de la sabiduría y merecido a Dios, y habían tenido y amado fielmente a sus amigos. Lejos<br />

estaba yo, en verdad de 'la grandeza de alma de éstos, y, prisionero de la enfermedad de<br />

la carne, arrastraba con letal dulzura mi cadena, temiendo ser desatado de ella y<br />

repeliendo las palabras del que me aconsejaba bien como se repele en una herida contusa<br />

la mano que quiere quitar las vendas.<br />

Por añadidura, la serpiente infernal hablaba por mi boca a Alipio y le tejía y tendía por mi<br />

lengua dulces lazos en su camino, en los que sus pies honestos y libres se enredasen.


22. Porque como se admirase de que yo, a quien no tenía en poco, estuviese tan apegado<br />

con el visco de aquel deleite, hasta afirmar, cuantas veces tratábamos entre nosotros de<br />

esto, que yo no podía en modo alguno llevar vida célibe, diciéndole para defenderme, al<br />

verle a él admirado, que había mucha diferencia entre lo que él había experimentado -tan<br />

arrebatada y furtivamente que ya apenas se acordaba de ello, y que, por lo mismo, podía<br />

despreciarlo sin molestia alguna- y los deleites de mi costumbre, a los que, si juntase el<br />

honesto nombre de matrimonio, no debería admirarse por qué yo no quería despreciar<br />

aquella vida, comenzó también él a desear el matrimonio, no vencido ciertamente por el<br />

apetito de tal deleite, sino de la curiosidad. Porque decía que deseaba saber qué era<br />

aquello, sin lo que mi vida-que a él agradaba tanto-no me parecía vida, sino tormento.<br />

Pasmábase, en efecto, su alma, libre de tal vínculo, de mi servidumbre, y pasmándose iba<br />

entrando en deseos de querer experimentarla, para caer tal vez después en aquella<br />

servidumbre que le extrañaba, porque quería.pactar con la muerte 14 , y el que ama el<br />

peligro caerá en él 15 .<br />

Ciertamente que ni a él ni a mí nos movía sino muy débilmente aquello que hay de<br />

decoroso y honesto en el matrimonio, como es la dirección de la familia y la procreación<br />

de los hijos; sino que a mí, cautivo, me atormentaba en gran parte y con vehemencia la<br />

costumbre de saciar aquella mi insaciable concupiscencia y a él le atraía a la esclavitud la<br />

admiración. Así éramos, Señor, hasta que tú, ¡oh Altísimo!, no desamparando nuestro<br />

lodo, te dignaste socorrer, compadecido, a estos miserables por modos maravillosos y<br />

ocultos.<br />

CAPITULO XIII<br />

23. Instábaseme solícitamente a que tomase esposa. Ya había hecho la petición, ya se me<br />

había concedido la demanda, sobre todo siendo mi madre la que principalmente se movía<br />

en esto, esperando que una vez casado sería regenerado por las aguas saludables del<br />

bautismo, alegrándose de verme cada día más apto para éste y que se cumplían con mi fe<br />

sus votos y tus promesas.<br />

Sin embargo, como ella, así por ruego mío como por deseo suyo, te rogase con fuerte<br />

clamor de su corazón todos los días de que le dieses a conocer por alguna visión algo<br />

sobre mi futuro matrimonio, nunca se lo concediste. Veía, sí, algunas cosas vanas y<br />

fantásticas que formaba su espíritu, preocupado grandemente con este asunto, y me lo<br />

contaba a mí no con la seguridad con que solía cuando tú realmente le revelabas algo,<br />

sino despreciándolas. Porque decía que no sé por qué sabor, que no podía explicar con<br />

palabras, discernía la diferencia que hay entre una revelación tuya y un sueño del alma.<br />

Con todo, insistíase en el matrimonio y habíase pedido ya la mano de una niña que aún le<br />

faltaban dos años para ser núbil; pero como era del gusto, había que esperar.<br />

CAPITULO XIV<br />

24. También muchos amigos, hablando y detestando las turbulentas molestias de la vida<br />

humana, habíamos pensado, y casi ya resuelto, apartarnos de las gentes y vivir en un ocio<br />

tranquilo. Este ocio lo habíamos trazado de tal suerte que todo lo que tuviésemos o<br />

pudiésemos tener lo pondríamos en común y formaríamos con ello una hacienda familiar,<br />

de tal modo que en virtud de la amistad no hubiera cosa de éste ni de aquél, sino que de<br />

lo de todos se haría una cosa, y el conjunto sería de cada uno y todas las cosas de todos.<br />

Seríamos como unos diez hombres los que habíamos de formar tal sociedad, algunos de<br />

ellos. muy ricos, como Romaniano, nuestro conmunícipe, a quien algunos cuidados graves<br />

de sus negocios le habían traído al Condado, muy amigo mío desde niño, y uno de los que<br />

más instaban en este asunto, teniendo su parecer mucha autoridad por ser su capital<br />

mucho mayor que el de los demás. Y habíamos convenido en que todos los años se<br />

nombrarían dos que, como magistrados, nos procurasen todo lo necesario, estando los<br />

demás quietos. Pero cuando se empezó a discutir si vendrían en ello o no las mujeres que<br />

algunos tenían ya y otros las queríamos tener, todo aquel proyecto tan bien formado se<br />

desvaneció entre las manos, se hizo pedazos y fue desechado.<br />

De aquí vuelta otra vez a nuestros suspiros y gemidos y a caminar por las anchas y<br />

trilladas sendas del siglo 16 , porque había en nuestro corazón muchos pensamientos, mas<br />

tu consejo permanece eternamente. Y por este consejo te reías tú de los nuestros y


preparabas el cumplimiento de los tuyos, a fin de darnos el alimento que necesitábamos<br />

en el tiempo oportuno y, abriendo la mano, llenarnos de bendición 17 .<br />

CAPITULO XV<br />

25. Entre tanto multiplicábanse mis pecados, y, arrancada de mi lado, como un<br />

impedimento para el matrimonio, aquella con quien yo solía partir mi lecho, mi corazón,<br />

sajado por aquella parte que le estaba pegado, me había quedado llagado y manaba<br />

sangre. Ella, en cambio, vuelta al África, te hizo voto, Señor, de no conocer otro varón,<br />

dejando en mi compañía al hijo natural que yo había tenido con ella.<br />

Mas yo, desgraciado, incapaz de imitar a esta mujer, y no pudiendo sufrir la dilación de<br />

dos años que habían de pasar hasta recibir por esposa a la que había pedido -porque no<br />

era yo amante del matrimonio, sino esclavo de la sensualidad-, me procuré otra mujer, no<br />

ciertamente en calidad de esposa, sino para sustentar y conducir íntegra o aumentada la<br />

enfermedad de mi alma bajo la guarda de mi ininterrumpida costumbre al estado del<br />

matrimonio.<br />

Pero no por eso sanaba aquella herida mía que se había hecho al arrancarme de la primera<br />

mujer, sino que después de un ardor y dolor agudísimos comenzaba a corromperse,<br />

doliendo tanto más desesperadamente cuanto más se iba enfriando.<br />

CAPITULO XVI<br />

26. A ti sea la alabanza, a ti la gloria, ¡oh fuente de las misericordias! Yo me hacía cada<br />

vez más miserable y tú te acercabas más a mí. Ya estaba presente tu diestra para<br />

arrancarme del cieno de mis vicios y lavarme, y yo no lo sabía. Mas nada había que me<br />

apartase del profundo abismo de los deleites carnales como el miedo de la muerte y tu<br />

juicio futuro, que jamás se apartó de mi pecho a través de las varias opiniones que seguí.<br />

Y discutía con mis amigos Alipio y Nebridio sobre el sumo bien y el sumo mal; y fácilmente<br />

hubiera dado en mi corazón la palma a Epicuro de no estar convencido de que después de<br />

la muerte del cuerpo resta la vida del alma y la sanción de las acciones, cosa que no quiso<br />

creer Epicuro. Y preguntábales yo: "Si fuésemos inmortales y viviésemos en perpetuo<br />

deleite del cuerpo, sin temor alguno de perderlo, qué, ¿no seríamos felices? ¿O qué más<br />

podríamos desear?" °- Y no sabía yo que esto era una gran miseria, puesto que, tan<br />

hundido y ciego como estaba, no podía pensar en la luz de la virtud y de la hermosura,<br />

que por sí misma debe ser abrazada, y que no se ve con los ojos de la carne, sino con los<br />

del alma. Ni consideraba yo, miserable, de qué fuente me venía el que, siendo estas cosas<br />

feas, sintiese yo gran dulzura en tratarlas con los amigos, y que, según el modo de pensar<br />

de entonces, no podía ser bienaventurado sin ellas, por más grande que fuese la<br />

abundancia de deleites carnales. Porque amaba yo a mis amigos desinteresadamente y<br />

sentíame a la vez amado desinteresadamente de ellos.<br />

¡Oh caminos tortuosos! ¡Mal haya al alma audaz que esperó, apartándose de ti, hallar algo<br />

mejor! Vueltas y más vueltas, de espaldas, de lado y boca abajo, todo lo halla duro,<br />

porque sólo tú eres su descanso. Mas luego te haces presente, y nos libras de nuestros<br />

miserables errores, y nos pones en tu camino, y nos consuelas, y dices: "Corred, yo os<br />

llevaré y os conduciré, y todavía allí yo os llevaré."<br />

LIBRO SEPTIMO<br />

CAPITULO I<br />

1. Ya era muerta mi adolescencia mala y nefanda y entraba en la juventud, siendo cuanto<br />

mayor en edad tanto más torpe en vanidad, hasta el punto de no poder concebir una<br />

sustancia que no fuera tal cual la que se puede percibir por los ojos.<br />

Cierto que no te concebía, Dios mío, en figura de cuerpo humano desde que comencé a<br />

entender algo de la sabiduría; de esto huí siempre y me alegraba de hallarlo así en la fe de<br />

nuestra Madre espiritual, tu Católica; pero no se me ocurría pensar otra cosa de ti. Y<br />

aunque hombre ¡y tal hombre!, esforzábame por concebirte como el sumo, y el único, y<br />

verdadero Dios; y con toda mi alma te creía incorruptible, inviolable e inconmutable,<br />

porque sin saber de dónde ni cómo, veía claramente y tenía por cierto que lo corruptible


es peor que lo que no lo es, y que lo que puede ser violado ha de ser pospuesto sin<br />

vacilación a lo que no puede serlo, y que lo que no sufre mutación alguna es mejor que lo<br />

que puede sufrirla.<br />

Clamaba violentamente mi corazón contra todas estas imaginaciones mías y me esforzaba<br />

por ahuyentar como con un golpe de mano aquel enjambre de inmundicia que revoloteaba<br />

en torno a mi mente, y que apenas disperso, en un abrir y cerrar de ojos, volvía a<br />

formarse de nuevo para caer en tropel sobre mi vista y anublarla, a fin de que si no<br />

imaginaba que aquel Ser incorruptible inviolable e inconmutable, que yo prefería a todo lo<br />

corruptible, violable y mudable, tuviera forma de cuerpo humano, me viera precisado al<br />

menos a concebirle como algo corpóreo que se extiende por los espacios sea infuso en el<br />

mundo, sea difuso fuera del mundo y por el infinito. Porque a cuanto privaba yo de tales<br />

espacios parecíame que era nada, absolutamente nada, ni aun siquiera el vacío, como<br />

cuando se quita un cuerpo de un lugar, que permanece el lugar vacío de todo cuerpo, sea<br />

terrestre, húmedo, aéreo o celeste, pero al fin un lugar vacío, como una nada extendida.<br />

2.Así, pues, "encrasado mi corazón", y ni aun siquiera a mí mismo transparente, creía que<br />

cuanto no se extendiese por determinados espacios, o no se difundiese, o no se juntase, o<br />

no se hinchase, o no tuviese o no pudiese tener algo de esto, era absolutamente nada.<br />

Porque cuales eran las formas por las que solían andar mis ojos, tales eran las imágenes<br />

por las que marchaba mi espíritu. Ni veía que la misma facultad con que formaba yo tales<br />

imágenes no era algo semejante, no obstante que no pudiera formarlas si no fuera alguna<br />

cosa grande.<br />

Y así, aun a ti, vida de mi vida, te imaginaba como un Ser grande extendido por los<br />

espacios infinitos que penetraba por todas partes toda la mole del mundo, y fuera de ellas,<br />

en todas las direcciones, la inmensidad sin término; de modo que te poseyera la tierra, te<br />

poseyera el cielo y te poseyeran todas las cosas y todas terminaran en ti, sin terminar tú<br />

en ninguna parte. Sino que, así como el cuerpo del aire-de este aire que está sobre la<br />

tierra-no impide que pase por él la luz del sol, penetrándolo, no rompiéndolo ni<br />

rasgándolo, sino llenándolo totalmente, así creía yo que no solamente el cuerpo del cielo y<br />

del aire, y del mar, sino también el de la tierra, te dejaban paso y te eran penetrables en<br />

todas partes, grandes y pequeñas, para recibir tu presencia, que con secreta inspiración<br />

gobierna interior y exteriormente todas las cosas que has creado. De este modo discurría<br />

yo por no poder pensar otra cosa; mas ello era falso. Porque si fuera de ese modo, la<br />

parte mayor de la tierra tendría mayor parte de ti, y menor la menor. Y de tal modo<br />

estarían todas las cosas llenas de ti, que el cuerpo del elefante ocuparía tanto más de tu<br />

Ser que el cuerpo del pajarillo, cuanto aquél es más grande que éste y ocupa un lugar<br />

mayor; y así, dividido en partículas, estarías presente, a las partes grandes del inundo, en<br />

partes grandes, y pequeñas a las pequeñas, lo cual no es así. Pero entonces aún no habías<br />

iluminado mis tinieblas 1 .<br />

CAPITULO II<br />

3. Bastábame, Señor, contra aquellos engañados engañadores y mudos charlatanes -<br />

porque no sonaba en su boca tu palabra-, bastábame, ciertamente, el argumento que<br />

desde antiguo, estando aún en Cartago, solía proponer Nebridio, y que todos los que le<br />

oímos entonces quedamos impresionados. "¿Qué podía hacer contra ti-decía-aquella no sé<br />

qué raza de tinieblas que los maniqueos suelen oponer como una masa contraria a ti, si tú<br />

no hubieras querido pelear contra ella?" Porque si respondían que te podía dañar en algo,<br />

ya era violable y corruptible; y si decían que no te podía dañar en nada no había razón<br />

para que pelearas, y pelearas de tal suerte que una porción tuya y miembro tuyo o<br />

engendro de tu misma sustancia se mezclase con las potestades adversas y naturalezas no<br />

creada por ti, y quedara corrompida y deteriorada de tal modo que su felicidad se trocase<br />

en miseria y tuviese necesidad de auxilio par ser libertada y purgada. Y que tal era el alma<br />

a la que vino a socorrer tu Verbo: el libre a la esclava, el puro a la contaminada; y el<br />

íntegro a la corrompida; mas, al fin, también él corruptible por proceder de una y misma<br />

sustancia.<br />

Y así, si decían que tú (seas lo que seas, esto es, tu sustancia por lo que eres) eras<br />

incorruptible, falsas y execrables eran toda aquellas cosas; y si decían que eras<br />

corruptible, esto mismo era falso y desde la primera palabra abominable.<br />

Bastábame, pues, esto contra aquéllos para arrojarlos entera mente de mi pecho


angustiado, porque, sintiendo y diciendo de ti tales cosas, no tenían por donde escapar,<br />

sin un horrible sacrilegio de corazón y de lengua.<br />

CAPITULO III<br />

4. Pero tampoco yo, aun cuando afirmaba y creía firmemente que tú, nuestro Señor y Dios<br />

verdadero, creador de nuestras almas y de nuestros cuerpos, y no sólo de nuestras almas<br />

y de nuestros cuerpos, sino también de todos los seres y cosas, eras incontaminable,<br />

inalterable y bajo ningún concepto mudable, tenía por averiguada y explicada la causa del<br />

mal. Sin embargo, cualquiera que ella fuese, veía que debía buscarse de modo que no me<br />

viera obligado por su causa a creer mudable a Dios inmutable, no fuera que llegara a ser<br />

yo mismo lo que buscaba.<br />

Así, pues, buscaba aquélla, mas estando seguro y cierto de que no era verdad lo que<br />

decían aquéllos [los maniqueos], de quienes huía con toda el alma, porque los veía<br />

buscando el origen del mal repletos de malicia, a causa de la cual creían antes a tu<br />

sustancia capaz de padecer el mal, que no a la suya capaz de obrarle.<br />

5. Ponía atención en comprender lo que había oído de que el libre albedrío de la voluntad<br />

es la causa del mal que hacemos, y tu recto juicio, del que padecemos; pero no podía<br />

verlo con claridad. Y así, esforzándome por apartar de este abismo la mirada de mi mente,<br />

me hundía de nuevo en él, e intentando salir de él repetidas veces, otras tantas me volvía<br />

a hundir.<br />

Porque levantábame hacia tu luz el ver tan claro que tenía voluntad como que vivía; y así,<br />

cuando quería o no quería alguna cosa, estaba certísimo de que era yo y no otro el que<br />

quería o no quería; y ya casi, casi me convencía de que allí estaba la causa del pecado; y<br />

en cuanto a lo que hacía contra voluntad, veía que más era padecer que obrar, y juzgaba<br />

que ello no era culpa, sino pena, por la cual confesaba ser justamente castigado por ti, a<br />

quien tenía por justo.<br />

Pero de nuevo decía: "¿Quién me ha hecho a mí? ¿Acaso no ha sido Dios, que es no sólo<br />

bueno, sino la misma bondad? ¿De dónde, pues, me ha venido el querer el mal y no<br />

querer el bien? ¿Es acaso para que yo sufra las penas merecidas? ¿Quién depositó esto en<br />

mí y sembró en mi alma esta semilla de amargura, siendo hechura exclusiva de mi<br />

dulcísimo Dios? Si el diablo es el autor, ¿de dónde procede el diablo? Y si éste de ángel<br />

bueno se ha hecho diablo por su mala voluntad, ¿de dónde le viene a él la mala voluntad<br />

por la que es demonio, siendo todo él hechura de un creador bonísimo?"<br />

Con estos pensamientos me volvía a deprimir y ahogar, si bien no era ya conducido hasta<br />

aquel infierno del error donde nadie te confiesa 2 , al juzgar más fácil que padezcas tú el<br />

mal, que no sea el hombre el que lo ejecuta.<br />

CAPITULO IV<br />

6. Así, pues, empeñábame por hallar las demás cosas, como ya había hallado que lo<br />

incorruptible es mejor que lo corruptible, y por eso confesaba que tú, fueses lo que fueses,<br />

debías ser incorruptible. Porque nadie ha podido ni podrá jamás concebir cosa mejor que<br />

tú, que eres el bien sumo y excelentísimo. Ahora bien: siendo certísimo y verdaderísimo<br />

que lo incorruptible debe ser antepuesto a lo corruptible, como yo entonces lo anteponía,<br />

podía ya con el pensamiento concebir algo mejor que mi Dios, si tú no fueras incorruptible.<br />

Mas allí donde veía que lo incorruptible debe ser preferido a lo corruptible, allí decía yo<br />

haberte buscado y por allí deducir la causa del mal, esto es, el origen de la corrupción, la<br />

cual de ningún modo puede violar tu sustancia, de ningún modo en absoluto; puesto que<br />

ni por voluntad, ni por necesidad, ni por ningún caso fortuito puede la corrupción dañar a<br />

nuestro Dios, ya que él es Dios y no puede querer para sí sino lo que es bueno, y aun él es<br />

el mismo bien, y el corromperse no es ningún bien.<br />

Tampoco puedes ser obligado a algo contra tu voluntad porque tu voluntad no es menor<br />

que tu poder, y lo sería en caso de que tú pudieras ser mayor que tú, puesto que la<br />

voluntad y el poder de Dios son el mismo Dios. ¿Y qué puede haber imprevisto para ti, que<br />

conoces todas las cosas y todas existen porque las has conocido?


Pero ¿a qué tantas palabras para demostrar que no es corruptible la sustancia de Dios,<br />

cuando si fuera corruptible no sería Dios?<br />

CAPITULO V<br />

7. Buscaba yo el origen del mal, pero buscábale mal, y ni aun veía el mal que había en el<br />

mismo modo de buscarle. Ponía yo delante de los ojos de mi alma toda la creación -así lo<br />

que podemos ver en ella, como es la tierra y el mar, el aire y las estrellas, los árboles y los<br />

animales, como lo que no vemos en ella, cual es el firmamento del cielo, con todos los<br />

ángeles y seres espirituales, pero éstos como si fuesen cuerpos colocados en sus<br />

respectivos lugares, según mi fantasía- e hice con ella (la creación) como una masa<br />

inmensa, especificada por diversos géneros de cuerpos, ya de los que realmente eran<br />

cuerpos, ya de los que como tales fingía mi fantasía en sustitución de los espíritus.<br />

E imaginábala yo inmensa, no cuanto ella era realmente - que esto no lo podía saber-,<br />

sino cuanto me placía, aunque limitada por todas partes; y a ti, Señor, como a un ser que<br />

la rodeaba y penetraba por todas partes, aunque infinito en todas las direcciones, como si<br />

hubiese un mar único en todas partes e infinito en todas direcciones, extendido por la<br />

inmensidad, el cual tuviese dentro de sí una gran esponja, bien que limitada, la cual<br />

estuviera llena en todas sus partes de ese mar inmenso.<br />

De este modo imaginaba yo tu creación, finita, llena de ti, infinito, y decía: "He aquí a Dios<br />

y he aquí las cosas que ha creado Dios, y un Dios bueno, inmenso e infinitamente más<br />

excelente que sus criaturas; mas como bueno, hizo todas las cosas buenas; y ¡ved cómo<br />

las abraza y llena! Pero si esto es así, ¿dónde está el mal y de dónde y por qué parte se ha<br />

colado en el mundo? ¿Cuál es su raíz y cuál su semilla? ¿Es que no existe en modo alguno?<br />

Pues entonces, ¿por qué tememos y nos guardamos de lo que no existe? Y si tememos<br />

vanamente, el mismo temor es ya ciertamente un mal que atormenta y despedaza sin<br />

motivo nuestro corazón, y tanto más grave cuanto que, no habiendo de qué temer,<br />

tememos. Por tanto, o es un mal lo que tememos o el que temamos es ya un mal. ¿De<br />

dónde, pues, procede éste, puesto que Dios, bueno, hizo todas las cosas buenas: el Mayor<br />

y Sumo bien, los bienes menores, pero Criador y criaturas, todos buenos? ¿De dónde<br />

viene el mal? ¿Acaso la materia de donde las sacó era mala y la formó y ordenó, sí, mas<br />

dejando en ella algo que no convirtiese en bien? ¿Y por qué esto? ¿Acaso siendo<br />

omnipotente era, sin embargo, impotente para convertirla y mudarla toda, de modo que<br />

no quedase en ella nada de mal? Finalmente, ¿por qué quiso servirse de esta materia para<br />

hacer algo y no más bien usar de su omnipotencia para destruirla totalmente? ¿O podía<br />

ella existir contra su voluntad? Y si era eterna, ¿por qué la dejó por tanto tiempo estar por<br />

tan infinitos espacios de tiempo para atrás y le agradó tanto después de servirse de ella<br />

para hacer alguna cosa? O ya que repentinamente quiso hacer algo, ¿no hubiera sido<br />

mejor, siendo omnipotente, hacer que no existiera aquella, quedando él solo, bien total,<br />

verdadero, sumo e infinito? Y -si no era justo que, siendo él bueno, no fabricase ni<br />

produjese algún bien, ¿por qué, quitada de delante y aniquilada aquella materia que era<br />

mala, no creó otra buena de donde sacase todas las cosas? Porque no sería omnipotente si<br />

no pudiera crear algún bien sin ayuda de aquella materia que él no había creado".<br />

Tales cosas revolvía yo en mi pecho, apesadumbrado con los devoradores cuidados de la<br />

muerte y de no haber hallado la verdad. Sin embargo, de modo estable se afincaba en mi<br />

corazón, en orden a la Iglesia católica, la fe de tu Cristo, Señor y Salvador nuestro;<br />

informe ciertamente en muchos puntos y como fluctuando fuera de la norma de doctrina;<br />

mas con todo, no la abandonaba ya mi alma, antes cada día se empapaba más y más en<br />

ella.<br />

CAPITULO VI<br />

8. Asimismo había rechazado ya las engañosas predicciones e impíos delirios de los<br />

matemáticos.<br />

¡Confiérete, por ello, Dios mío, tus misericordias desde lo más íntimo de mis entrañas!<br />

Porque tú y solamente tú-¿porque quién otro hay que nos aparte de la muerte del error<br />

sino la Vida que no muere y la Sabiduría que ilumina las pobres inteligencias sin necesidad<br />

de otra luz y gobierna el mundo hasta en las volanderas hojas de los árboles?-: sí, sólo tú<br />

procuraste remedio a aquella terquedad mía con que me oponía a Vindiciano, anciano<br />

sagaz, y a Nebridio, joven de un alma admirable, los cuales afirmaban -el uno con firmeza,


el otro con alguna duda, pero frecuentemente- que no existía tal arte de predecir las cosas<br />

futuras y que las conjeturas de los hombres tienen muchas veces la fuerza de la suerte, y<br />

que diciendo muchas cosas acertaban a decir algunas que habían de suceder sin saberlo<br />

los mismos que las decían, acertando a fuerza de hablar mucho.<br />

Porque tú fuiste el que me proporcionaste un amigo muy aficionado a consultar a los<br />

matemáticos, aunque no muy entendido en esta ciencia; mas consultábales, como digo,<br />

por curiosidad, y sabía una anécdota, que había oído contar a su padre, según decía, y que<br />

él ignoraba hasta qué punto era eficaz para destruir la autoridad de aquel arte de la<br />

adivinación.<br />

Este tal, llamado Fermín, docto en las artes liberales y ejercitado en la elocuencia, vino a<br />

consultarme, como a amigo carísimo, acerca de algunos asuntos suyos sobre los que<br />

abrigaba ciertas esperanzas terrenas, a ver qué me parecía sobre el particular, según las<br />

constelaciones suyas. Yo, que en esta materia había empezado ya a inclinarme al parecer<br />

de Nebridio, aunque no me negué a hacer el horóscopo y decirle lo que, según ellos, se<br />

deducía, le añadí, sin embargo, que estaba ya casi persuadido de que todo aquello era<br />

vano y ridículo.<br />

Entonces me contó cómo su padre había sido muy aficionado a la lectura de tales libros y<br />

que había tenido un amigo igualmente aficionado como él y al mismo tiempo que él, con lo<br />

que, platicando los dos sobre dicha materia, se encendían mutuamente más y más en el<br />

estudio de aquellas bagatelas, hasta el punto de que observaran los momentos de nacer<br />

aun de los mudos animales que nacían en casa y notaran en orden a ellos la posición del<br />

cielo para recoger algunas experiencias de aquella cuasi arte.<br />

Y decía haber oído contar a su padre que, estando embarazada la madre del mismo<br />

Fermín, sucedió hallarse también encinta una criada de aquel amigo de su padre, la cual<br />

no pudo ocultarse al amo, que cuidaba con exquisita diligencia de conocer hasta los partos<br />

de sus perras.<br />

Y sucedió que, contando con el mayor cuidado los días, horas y minutos, aquél los de la<br />

esposa y éste los de la esclava, vinieron las dos a parir al mismo tiempo, viéndose así<br />

obligados a hacer hasta en sus pormenores las mismas constelaciones a los dos nacidos, el<br />

uno al hijo y el otro al siervo.<br />

Porque habiendo comenzado el parto, ambos se comunicaron lo que pasaba en la casa de<br />

cada uno y dispusieron nuncios que enviarse mutuamente para que tan pronto como<br />

terminara el parto se lo comunicase el uno al otro, lo que fácilmente habían podido<br />

ejecutar para comunicárselo al momento como reyes en su reino. Y así -decía-, los dos<br />

que habían sido enviados por cada uno vinieron a encontrarse tan igualmente<br />

equidistantes de sus respectivas casas, que ninguno de ellos podía notar diversa posición<br />

de las estrellas ni diferentes partículas de tiempo. Y, sin embargo, Fermín, nacido en un<br />

espléndido palacio entre los suyos, corría por los más felices caminos del siglo, crecía en<br />

riquezas y era ensalzado con honores, en tanto que el siervo, no habiendo podido sacudir<br />

el yugo de su condición, tenía que servir a señores, según contaba él mismo, que lo<br />

conocía.<br />

9. Oídas y creídas por mí estas cosas-por ser tal quien me las contaba -toda aquella mi<br />

resistencia, resquebrajada, se vino a tierra, y desde luego intenté apartar de aquella<br />

curiosidad al mismo Fermín, diciéndole que, vistas sus constelaciones, para pronosticarle<br />

conforme a verdad, debería ciertamente ver en ellas a sus padres, los principales entre los<br />

suyos; a su familia, la más noble de su ciudad; su nacimiento, ilustre; su educación,<br />

esmerada, y sus conocimientos, liberales. Y, al contrario, si el siervo aquel me consultase<br />

sobre sus constelaciones -porque de él eran también éstas-, si había de decirle verdad,<br />

debería yo asimismo ver en ellas: a su familia, abyectísima; su condición, servir, y todas<br />

las otras cosas tan diferentes y tan opuestas de las primeras.<br />

Mas del hecho de que viendo las mismas constelaciones debía pronosticar cosas distintas,<br />

si había de decir verdad, y de que si pronosticaba las mismas había de decir cosas falsas,<br />

deduje certísimamente que aquellas cosas que, consideradas las constelaciones, se decían<br />

con verdad, no se decían por razón del arte, sino de la suerte; y a su vez, las falsas, no<br />

por impericia del arte, sino por fallo de la suerte.


10. Pero tomando pie de aquí y rumiando dentro de mí mismo tales cosas para que<br />

ninguno de aquellos delirantes que buscan el lucro en esto, y a quienes yo deseaba refutar<br />

y ridiculizar, no me objetase que podía Fermín haberme contado cosas falsas o a él su<br />

padre, fijé la consideración en los que nacen mellizos, muchos de los cuales salen del seno<br />

materno tan seguidos que este pequeño intervalo de tiempo, por mucha influencia que<br />

tenga en las cosas de la Naturaleza, como pretenden, no puede ser apreciado por la<br />

observación humana ni consignado en modo alguno en las tablas que luego ha de usar el<br />

matemático para pronosticar las cosas verdaderas. Mas no serán verdaderas, porque,<br />

mirando los mismos signos, debería aquél decir las mismas cosas de Esaú y de Jacob,<br />

siendo así que fue muy diverso lo que a cada cual le aconteció.<br />

Luego cosas falsas había de pronosticar, o, de decir cosas verdaderas, forzosamente no<br />

habría de decir las mismas cosas, no obstante que contemplase las mismas<br />

constelaciones; luego el que dijese cosas verdaderas no había de ser por arte, sino por<br />

suerte o casualidad. Porque tú, Señor, gobernador justísimo del universo, obras de modo<br />

oculto, sin que lo sepan los consultores ni consultados, a fin de que cuando alguno<br />

consulta oiga lo que le conviene oír, atendidos los méritos de las almas, según el abismo<br />

de tu justo juicio. Al cual no diga el hombre: ¿Qué es esto? ¿Por qué esto? 3 No lo diga, no<br />

lo diga, porque es hombre.<br />

CAPITULO VII<br />

11. Ya me habías sacado, Ayudador mío, de aquellas ligaduras; y aunque buscaba el<br />

origen del mal y no hallaba su solución, mas no permitías ya que las olas de mi<br />

razonamiento me apartasen de aquella fe por la cual creía que existes, que tu sustancia es<br />

inconmutable, que tienes providencia de los hombres, que has de juzgarles a todos y que<br />

has puesto el camino de la salud humana, en orden a aquella vida que ha de sobrevenir<br />

después de la muerte, en Cristo, tu hijo y Señor nuestro, y en las Santas Escrituras, que<br />

recomiendan la autoridad de tu Iglesia católica.<br />

Puestas, pues, a salvo estas verdades y fortificadas de modo inconcuso en mi alma,<br />

buscaba lleno de ardor de dónde venía el mal. Y ¡qué tormentos de parto eran aquellos de<br />

mi corazón!, ¡qué gemidos, Dios mío! Allí estaban tus oídos y yo no lo sabía. Y como en<br />

silencio te buscara yo fuertemente, grandes eran las voces que elevaban hacia tu<br />

misericordia las tácitas contriciones de mi alma.<br />

Tú sabes lo que yo padecía, no ninguno de los hombres. Porque ¿cuánto era lo que mi<br />

lengua comunicaba a los oídos de mis más íntimos familiares? ¿Acaso percibían ellos todo<br />

el tumulto de mi alma, para declarar el cual no bastaban ni el tiempo ni la palabra? Sin<br />

embargo, hacia. tus oídos se encaminaban todos los rugidos de los gemidos de mi corazón<br />

y ante ti estaba mi deseo 4 ; pero no estaba contigo la lumbre de mis ojos, porque ella<br />

estaba dentro y yo fuera; ella no ocupaba lugar alguno y yo fijaba mi atención en las cosas<br />

que ocupan lugar, por lo que no hallaba en ellas lugar de descanso ni me acogían de modo<br />

que pudiera decir: "¡Basta! ¡Está bien!"; ni me dejaban volver adonde me hallase<br />

suficientemente bien. Porque yo era superior a estas cosas, aunque inferior a ti; y tú eras<br />

gozo verdadero para mí sometido a ti, así como tú sujetaste a mí las cosas que criaste<br />

inferiores a mí. Y éste era el justo temperamento y la región media de mi salud: que<br />

permaneciese a imagen tuya y, sirviéndote a ti, dominase mi cuerpo. Mas habiéndome yo<br />

levantado soberbiamente contra ti y corrido contra el Señor con la cerviz crasa de mi<br />

escudo 5 , estas cosas débiles se pusieron también sobre mí y me oprimían y no me<br />

dejaban un momento de descanso ni de respiración.<br />

Cuando yo las miraba salíanme al encuentro amontonada y confusamente de todas partes;<br />

mas cuando pensaba en ellas oponíanseme las mismas imágenes de los cuerpos a que me<br />

retirase, como diciéndome: "¿Adónde vas, indigno y sucio?" Mas estas cosas habían<br />

crecido en mí a causa de mi llaga, porque me humillarte como a un soberbio herido 6 , y<br />

me hallaba separado de ti por mi hinchazón, y mi rostro, hinchado en extremo, no dejaba<br />

a mis ojos ver.<br />

CAPITULO VIII<br />

12. Pero tú, Señor, permaneces eternamente y no te aíras eternamente contra nosotros 7 ,<br />

porque te compadeciste de la tierra y ceniza y fue de tu agrado reformar nuestras<br />

deformidades. Tú me aguijoneabas con estímulos interiores para que estuviese impaciente


hasta que tú me fueses cierto por la mirada interior. Y bajaba mi hinchazón gracias a la<br />

mano secreta de tu medicina; y la vista de mi mente, turbada y obscurecida, iba sanando<br />

de día en día con el fuerte colirio de saludables dolores.<br />

CAPITULO IX<br />

13. Y primeramente, queriendo tú mostrarme cuánto resistes a los soberbios y das tu<br />

gracia a los humildes 8 y con cuánta misericordia tuya ha sido mostrada a los hombres la<br />

senda de la humildad, por haberse hecho carne tu Verbo y haber habitado entre los<br />

hombres 9 , me procuraste, por medio de un hombre hinchado con monstruosísima<br />

soberbia-, ciertos libros de los platónicos, traducidos del griego al latín.<br />

Y en ellos leí -no ciertamente con estas palabras, pero sí sustancialmente lo mismo,<br />

apoyado con muchas y diversas razones -que en el principio era el Verbo, y el Verbo<br />

estaba en Dios, Y Dios era el Verbo. Este estaba desde el principio en Dios. Todas las<br />

cosas fueron hechas por él, y sin él no se ha hecho nada. Lo que se ha hecho es vida en<br />

él; y la vida era luz de los hombres, y la luz luce en las tinieblas, mas las tinieblas no la<br />

comprendieron. Y que el alma del hombre, aunque da testimonio de la luz, no es la luz,<br />

sino el Verbo, Dios; ése es la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este<br />

mundo. Y que en este mundo estaba, y que el mundo es hechura suya, y que el mundo no<br />

le reconoció.<br />

Mas que él vino a casa propia y los suyos no le recibieron, y que a cuantos le recibieron les<br />

dio potestad de hacerse hijos de Dios creyendo en su nombre, no lo leí allí.<br />

14. También leí allí que el Verbo, Dios, no nació de carne ni de sangre, ni por voluntad de<br />

varón, ni por voluntad de carne, sino de Dios. Pero que el Verbo se hizo carne y habitó<br />

entre nosotros, no lo leí allí.<br />

Igualmente hallé en aquellos libros, dicho de diversas y múltiples maneras, que el Hijo<br />

tiene la forma del Padre y que no fue rapiña juzgarse igual a Dios por tener la misma<br />

naturaleza que él. Pero que se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo, hecho<br />

semejante a los hombres y reconocido por tal por su modo de ser; y que se humilló,<br />

haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, por lo que Dios le exaltó de entre<br />

los muertos y le dio un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble<br />

toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los infiernos y toda lengua confiese que el Señor<br />

Jesús está en la gloria de Dios Padre 10 , no lo dicen aquellos libros.<br />

Allí se dice también que antes de todos los tiempos, y por encima de todos los tiempos,<br />

permanece inconmutablemente tu Hijo unigénito, coeterno contigo, y que de su plenitud<br />

reciben las almas para ser felices y que por la participación de la sabiduría permanente en<br />

sí son renovadas para ser sabias. Pero que murió, según el tiempo, por los impíos y que<br />

no perdonaste a tu Hijo único, sino que le entregaste por todos nosotros 11 , no se halla<br />

allí. Porque tú escondiste estas cosas a los sabios y las revelaste a los pequeñuelos 12 , a<br />

fin de que los trabajados y cargados viniesen a él y les aliviase, porque es manso y<br />

humilde de corazón, y dirige a los mansos en justicia y enseña a los pacíficos sus caminos<br />

13 , viendo nuestra humildad y nuestro trabajo y perdonándonos todos nuestros pecados 14 .<br />

Mas aquellos que, elevándose sobre el coturno de una doctrina, digamos más sublime, no<br />

oyen al que les dice: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis<br />

descanso para vuestras almas 15 , aunque conozcan a Dios no le glorifican como a Dios y le<br />

dan gracias, antes desvanécense con sus pensamientos y obscuréceseles su necio corazón,<br />

y diciendo que son sabios se hacen necios 16 .<br />

15. Y por eso leía allí también que la gloria de tu incorrupción había sido trocada en ídolos<br />

y simulacros varios, en la semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de<br />

cuadrúpedos y serpientes 17 , es decir, en aquel manjar de Egipto por el que Esaú perdió su<br />

primogenitura, porque el pueblo primogénito, volviendo de corazón a Egipto, honró en<br />

lugar de ti a la cabeza de un cuadrúpedo, inclinando tu imagen -su alma- ante la imagen<br />

de un becerro comiendo hierba 18 .<br />

Estas cosas hallé allí, mas no comí de ellas, porque te plugo, Señor, quitar de Jacob el<br />

oprobio de disminución, a fin de que el mayor sirviese al menor 19 , llamando a los gentiles<br />

a ser tu herencia.


También yo venía de los gentiles a ti y puse la atención en el oro que quisiste que tu<br />

pueblo transportase de Egipto 20 , porque era tuyo dondequiera que se hallara; y dijiste a<br />

los atenienses por boca de tu Apóstol que en ti vivimos, nos movernos y somos, como<br />

algunos de las tuyos dijeron 21 , y ciertamente de allí eran aquellos libros. Mas no puse los<br />

ojos en los ídolos de los egipcios, a quienes ofrecían tu oro los que mudaron la verdad de<br />

Dios en mentira y dieron culto y sirvieron a la criatura más bien que al creador 22 .<br />

CAPITULO X<br />

16. Y, amonestado de aquí a volver a mí mismo, entré en mi interior guiado por ti; y<br />

púdelo hacer porque tú te hiciste mi ayuda". Entré y vi con el ojo de mi alma, comoquiera<br />

que él fuese, sobre el mismo ojo de mi alma, sobre mi mente, una luz inconmutable, no<br />

esta vulgar y visible a toda carne ni otra cuasi del mismo género, aunque más grande,<br />

como si ésta brillase más y más claramente y lo llenase todo con su grandeza. No era esto<br />

aquella luz, sino cosa distinta, muy distinta de todas éstas.<br />

Ni estaba sobre mi mente como está el aceite sobre el agua o el cielo sobre la tierra, sino<br />

estaba sobre mí, por haberme hecho, y yo debajo, por ser hechura suya. Quien conoce la<br />

verdad, conoce esta luz, y quien la conoce, conoce la eternidad. La Caridad es quien la<br />

conoce.<br />

¡Oh eterna verdad, y verdadera caridad, y amada eternidad! Tú eres mi Dios; por ti<br />

suspiro día y noche, y cuando por vez primera te conocí, tú me tomaste para que viese<br />

que existía lo que había de ver y que aún no estaba en condiciones de ver. Y reverberaste<br />

la debilidad de mi vista, dirigiendo tus rayos con fuerza sobre mí; y me estremecí de amor<br />

y de horror. Y advertí que me hallaba lejos de ti en la región de la desemejanza, como si<br />

oyera tu voz de lo alto: Manjar soy de grandes: crece y me comerás. Ni tú me mudarás en<br />

ti como al manjar de tu carne, sino tú te mudarás en mí.<br />

Y conocí que por causa de la iniquidad corregiste al hombre e hiciste que se secara mi<br />

alma como una tela de araña 23 , y dije: ¿Por ventura no es nada la verdad, porque no se<br />

halla difundida por los espacios materiales finitos e infinitos? Y tú me gritaste de lejos: Al<br />

contrario. Yo soy el que soy, y lo oí como se oye interiormente en el corazón, sin<br />

quedarme lugar a duda, antes más fácilmente dudaría de que vivo, que no de que no<br />

existe la verdad, que se percibe por la inteligencia de las cosas creadas 24 .<br />

CAPITULO XI<br />

17.Y miré las demás cosas que están por bajo de ti, y vi que ni son en absoluto ni<br />

absolutamente no son. Son ciertamente, porque proceden de ti; mas no son, porque no<br />

son lo que eres tú, y sólo es verdaderamente lo que permanece inconmutable. Mas para<br />

mí el bien está en adherirme a Dios 25 , porque, si no permanezco en él, tampoco podré<br />

permanecer en mí. Mas él, permaneciendo en sí mismo, renueva todas las cosas 26 ; y tú<br />

eres mi Señor, porque no necesitas de mis bienes 27 .<br />

CAPITULO XII<br />

18. También se me dio a entender que son buenas las cosas que se corrompen, las cuales<br />

no podrían corromperse si fuesen sumamente buenas, como tampoco lo podrían si no<br />

fuesen buenas; porque si fueran sumamente buenas, serían incorruptibles, y si no fuesen<br />

buenas, no habría en ellas. qué corromperse. Porque la corrupción daña, y no podría dañar<br />

si no disminuyese lo bueno. Luego o la corrupción no daña nada, lo que no es posible, o, lo<br />

que es certísimo, todas las cosas que se corrompen son privadas de algún bien. Por<br />

donde, si fueren privadas de todo bien, no existirían absolutamente; luego si fueren y no<br />

pudieren ya corromperse, es que son mejores que antes, porque permanecen ya<br />

incorruptibles. ¿Y puede concebirse cosa más monstruosa que decir que las cosas que han<br />

perdido todo lo bueno se han hecho mejores? Luego las que fueren privadas de todo bien<br />

quedarán reducidas a la nada. Luego en tanto que son en tanto son buenas. Luego<br />

cualesquiera que ellas sean, son buenas, y el mal cuyo origen buscaba no es sustancia<br />

ninguna, porque si fuera sustancia sería un bien, y esto había de ser sustancia<br />

incorruptible -gran bien ciertamente- o sustancia corruptible, la cual, si no fuese buena, no<br />

podría corromperse.<br />

Así vi yo y me fue manifestado que tú eras el autor de todos los bienes y que no hay en


absoluto sustancia alguna que no haya sido creada por ti. Y porque no hiciste todas las<br />

cosas iguales, por eso todas ellas son, porque cada una por sí es buena y todas juntas<br />

muy buenas, porque nuestro Dios hizo todas las cosas buenas en extremo 28 .<br />

CAPITULO XIII<br />

19. Y ciertamente para ti, Señor, no existe absolutamente el mal; y no sólo para ti, pero<br />

ni aun para la universidad de tu creación, porque nada hay de fuera que irrumpa y<br />

corrompa el orden que tú le impusiste. Mas en cuanto a sus partes, hay algunas cosas<br />

tenidas por malas porque no convienen a otras; pero como estas mismas convienen a<br />

otras, son asimismo buenas; y ciertamente en orden a sí todas son buenas. Y aun todas<br />

las que no dicen conveniencia entre sí, la dicen con la parte inferior de las criaturas que<br />

llamamos "tierra", la cual tiene su cielo nuboso y ventoso apropiado para sí.<br />

No quiera Dios que diga: ¡Ojalá no existieran estas cosas!, porque, aunque no<br />

contemplara más que estas solas, desearía ciertamente otras mejores; pero aun por estas<br />

solas debiera ya alabarte, porque laudable te muestran en la tierra los dragones y todos<br />

los abismos, el fuego, el granizo, la helada, el viento de la tempestad, que ejecutan tu<br />

mandato; los montes y todos los collados, los árboles frutales y todos los cedros, las<br />

bestias y todos los ganados, los reptiles y todos los volátiles alados; los reyes de la tierra<br />

y todos los pueblos, los príncipes y todos los jueces de la tierra, las jóvenes y las vírgenes,<br />

los ancianos y los jóvenes; todos alaban tu nombre 29 .<br />

Mas como también te alaban, ¡oh Dios nuestro!, en las alturas, todos tus ángeles y todas<br />

tus virtudes alaben tu nombre y el sol y la luna, todas las estrellas y la luz, y el cielo de los<br />

cielos y las aguas que están sobre los cielos 30 . Así que ya no deseaba cosas mejores,<br />

porque todas las abarcaba con el pensamiento, y aunque juzgaba que las superiores eran<br />

mejores que las inferiores, pero con más sano juicio consideraba que todas juntas eran<br />

mejores que solas las superiores.<br />

CAPITULO XIV<br />

20. No hay salud 31 para quienes les desagrada algo en tu criatura, como no la había para<br />

mí cuando me desagradaban muchas de las cosas hechas por ti. Pero porque mi alma no<br />

se atrevía a decir que le desplacía mi Dios, por eso no quería conocer por tuyo lo que le<br />

desagradaba.<br />

Y de aquí también que se fuera tras la opinión de las dos sustancias, en la que no hallaba<br />

descanso, y dijese cosas extrañas. Mas retornando de aquí, se había hecho para sí un dios<br />

esparcido por los infinitos espacios de todos los lugares, y le tenía por ti y le había<br />

colocado en su corazón, haciéndose por segunda vez templo de su ídolo, cosa abominable<br />

a tus ojos.<br />

Pero después que pusiste fomentos en la cabeza de este ignorante y cerraste mis ojos<br />

para que no viese la vanidad 32 , me dejó en paz un poco y se adormeció mi locura; y<br />

cuando desperté en ti, te vi de otra manera infinito; pero esta visión no procedía de la<br />

carne.<br />

CAPITULO XV<br />

21. Y miré las otras cosas y vi que te son deudoras, porque son; y que en ti están todas<br />

las finitas, aunque de diferente modo, no como en un lugar, sino por razón de sostenerlas<br />

todas tú, con la mano de la verdad, y que todas son verdaderas en cuanto son, y que la<br />

falsedad no es otra cosa que tener por ser lo que no es.<br />

También vi que no sólo cada una de ellas dice conveniencia con sus lugares, sino también<br />

con sus tiempos, y que tú, que eres el solo eterno, no has comenzado a obrar después de<br />

infinitos espacios de tiempo, porque todos los espacios de tiempo -pasados y futuros- no<br />

podrían. pasar ni venir sino obrando y permaneciendo tú.<br />

CAPITULO XVI<br />

22.Y conocí por experiencia que no es maravilla sea al paladar enfermo tormento aun el<br />

pan, que es grato para el sano, y que a los ojos enfermos sea odiosa la luz, que a los


puros es amable. También desagrada a los inicuos tu justicia mucho más que la víbora y el<br />

gusano, que tú criaste buenos y aptos para la parte inferior de tu creación, con la cual los<br />

mismos inicuos dicen aptitud, y tanto más cuanto más desemejantes son de ti, así como<br />

son más aptos para la superior cuanto te son más semejantes.<br />

E indagué qué cosa era la iniquidad, y no hallé que fuera sustancia, sino la perversidad de<br />

una voluntad que se aparta de la suma sustancia, que eres tú, ¡oh Dios!, y se inclina a las<br />

cosas ínfimas, y arroja sus intimidades, y se hincha por de fuera.<br />

CAPITULO XVII<br />

23. Y me admiraba de que te amara ya a ti, no a un fantasma en tu lugar; pero no me<br />

sostenía en el goce de mi Dios, sino que, arrebatado hacia ti por tu hermosura, era luego<br />

apartado de ti por mi peso, y me desplomaba sobre estas cosas con gemido, siendo mi<br />

peso la costumbre carnal. Mas conmigo era tu memoria, ni en modo alguno dudaba ya de<br />

que existía un ser a quien yo debía adherirme, pero a quien no estaba yo en condición de<br />

adherirme, porque el cuerpo que se corrompe apesga el alma y la morada terrena deprime<br />

la mente que piensa muchas cosas 33 . Asimismo estaba certísimo de que tus cosas<br />

invisibles se perciben, desde la constitución del mundo, por la inteligencia de las cosas que<br />

has creado, incluso tu virtud sempiterna y tu divinidad 34 .<br />

Porque buscando yo de dónde aprobaba la hermosura de los cuerpos-ya celestes, ya<br />

terrestres-y qué era lo que había en mí para juzgar rápida y cabalmente de las cosas<br />

mudables cuando decía: "Esto debe ser así, aquello no debe ser así"; buscando,.digo, de<br />

dónde juzgaba yo cuando así juzgaba, hallé que estaba la inconmutable y verdadera<br />

eternidad de la verdad sobre mi mente mudable.<br />

Y fui subiendo gradualmente de los cuerpos al alma, que siente por el cuerpo; y de aquí al<br />

sentido íntimo, al que comunican o anuncian los sentidos del cuerpo las cosas exteriores, y<br />

hasta el cual pueden llegar las bestias. De aquí pasé nuevamente a la potencia<br />

raciocinante, a la que pertenece juzgar de los datos de los sentidos corporales, la cual, a<br />

su vez, juzgándose a sí misma mudable, se remontó a la misma inteligencia, y apartó el<br />

pensamiento de la costumbre, y se sustrajo a la multitud de fantasmas contradictorios<br />

para ver de qué luz estaba inundada, cuando sin ninguna duda clamaba que lo<br />

inconmutable debía ser preferido a lo mudable; y de dónde conocía yo lo inconmutable, ya<br />

que si no lo conociera de algún modo, de ninguno lo antepondría a lo mudable con tanta<br />

certeza. Y, finalmente, llegué a "lo que es" en un golpe de vista trepidante.<br />

Entonces fue cuando "vi tus cosas invisibles por la inteligencia de las cosas creadas"; pero<br />

no pude fijar en ellas mi vista, antes, herida de nuevo mi flaqueza, volví a las cosas<br />

ordinarias, no llevando conmigo sino un recuerdo amoroso y como apetito de viandas<br />

sabrosas que aún no podía comer.<br />

CAPITULO XVIII<br />

24. Y buscaba yo el medio de adquirir la fortaleza que me hiciese idóneo para gozarte; ni<br />

había de hallarla sino abrazándome con el Mediador entre Dios y los hombres, el hombre<br />

Cristo Jesús 35 , que es sobre todas las cosas Dios bendito por los siglos, el cual clama y<br />

dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida 36 , y el alimento mezclado con carne (que yo no<br />

tenía fuerzas para tomar), por haberse hecho el Verbo carne, a fin de que fuese<br />

amamantada nuestra infancia por la Sabiduría, por la cual creaste todas las cosas.<br />

Pero yo, que no era humilde, no tenía a Jesús humilde por mi Dios, ni sabía de qué cosa<br />

pudiera ser maestra su flaqueza. Porque tu Verbo, verdad eterna, trascendiendo las partes<br />

superiores de tu creación, levanta hacia sí a las que le están ya sometidas, al mismo<br />

tiempo que en las partes inferiores se edificó para sí una casa humilde de nuestro barro,<br />

por cuyo medio abatiera en sí mismo a los que había de someterse y los atrajese a sí,<br />

sanándoles el tumor y fomentándoles el amor, no sea que, fiados en sí, se fuesen más<br />

lejos, sino, por el contrario, se hagan débiles viendo ante sus pies débil a la divinidad por<br />

haber participado de nuestra túnica pelícea 37 , y, cansados, se arrojen en ella, para que, al<br />

levantarse, ésta los eleve.<br />

ºCAPITULO XIX


25. Pero yo entonces juzgaba de otra manera, sintiendo de mi Señor Jesucristo tan sólo lo<br />

que se puede sentir de un varón de extraordinaria sabiduría, a quien nadie puede igualar.<br />

Sobre todo parecíame haber merecido de la divina Providencia a favor nuestro una tan<br />

gran autoridad de magisterio por haber nacido maravillosamente de la Virgen, para darnos<br />

ejemplo de desprecio de las cosas temporales en pago de la inmortalidad.<br />

Mas qué misterio encerraran aquellas palabras: El Verbo se hizo carne, ni sospecharlo<br />

siquiera podía. Sólo conocía, por las cosas que de él nos han dejado escritas, que comió y<br />

bebió, durmió, paseó, se alegró, se estremeció y predicó, y que la carne no se juntó a tu<br />

Verbo sino dotada de alma y razón. Conoce esto todo el que conoce la inmutabilidad de tu<br />

Verbo, la cual ya conocía yo, en cuanto podía, sin que dudara un punto siquiera en esto.<br />

Porque, en efecto, mover ahora los miembros del cuerpo a voluntad o no moverlos, estar<br />

dominado de algún afecto o no lo estar, proferir por medio de signos sabias sentencias o<br />

estar callado, indicios son de la mutabilidad de un alma y de una inteligencia. Todo lo cual,<br />

si fuese escrito falsamente de aquél, periclitaría a causa de la mentira todo lo demás y no<br />

quedaría en aquellas letras esperanza alguna de salud para el género humano. Pero como<br />

son verdaderas las cosas allí escritas , reconocía yo en Cristo al hombre entero, no cuerpo<br />

sólo de hombre o cuerpo y alma sin mente, sino al mismo hombre, el cual juzgaba debía<br />

ser preferido a todos los demás no por ser la persona de la verdad, sino por cierta<br />

extraordinaria excelencia de la naturaleza humana y una más perfecta participación de la<br />

sabiduría.<br />

Alipio, en cambio, pensaba que los católicos de tal modo creían a Dios revestido de carne,<br />

que en Cristo, fuera de Dios y la carne, no había alma; y así no juzgaba que hubiera en él<br />

mente humana. Y como estaba bien persuadido de que todas aquellas cosas que nos han<br />

dejado escritas de él no podían ejecutarse si no es por una criatura viviente y racional, de<br />

ahí que se moviera muy perezosamente hacia la verdadera fe cristiana. Pero cuando<br />

después conoció que este error era el de los herejes apolinaristas, se congratuló y<br />

atemperóse a la fe católica.<br />

En cuanto a mí, confieso que conocí un poco más tarde la diferencia que había, en orden a<br />

la interpretación de las palabras el Verbo se hizo carne, entre la verdad católica y la<br />

falsedad de Fotino. Porque la reprobación de los herejes hace destacar más el sentir de tu<br />

Iglesia y lo que tiene por sana doctrina: Porque conviene que haya herejías, fiara que los<br />

probados se hagan manifiestos 38 entre los débiles.<br />

CAPITULO XX<br />

26. Pero entonces, leídos aquellos libros de los platónicos, después que, amonestado por<br />

ellos a buscar la verdad incorpórea, percibí tus cosas invisibles por la contemplación de las<br />

creadas y, rechazado, sentí qué era lo que no se me permitía contemplar por las tinieblas<br />

de mi alma, quedé cierto de que existías; y de que eras infinito, sin difundirte, sin<br />

embargo, por lugares finitos ni infinitos; y de que eras verdaderamente, tú que siempre<br />

eres el mismo, sin cambiar en otro ni sufrir alteración alguna por ninguna parte ni por<br />

ningún accidente; y de que todas las cosas proceden de ti por la sola razón firmísima de<br />

que eres. Cierto estaba de todas estas verdades, pero también de que me hallaba<br />

debilísimo para gozar de ti. Charlaba mucho sobre ellas, como si fuera instruido, y si no<br />

buscara el camino de la verdad en Cristo, salvador nuestro, no fuera instruido, sino<br />

destruido. Porque ya había comenzado a querer parecer sabio, lleno de mi castigo, y no<br />

lloraba, antes me hinchaba con la ciencia. Mas ¿dónde estaba aquella caridad que edifica<br />

sobre el fundamento de la humildad, que es Cristo Jesús? O ¿cuándo aquellos libros me la<br />

hubieran enseñado, con los cuales creo quisiste que tropezase antes de leer tus Escrituras,<br />

para que quedasen grabados en mi memoria los efectos que produjeron en mí, y para que,<br />

después de haberme amansado con tus libros y restañado las heridas con sus suaves<br />

dedos, discerniese y percibiese la diferencia que hay entre la presunción y la confesión,<br />

entre los que ven adónde se debe ir y no ven por dónde se va y el camino que conduce a<br />

la patria bienaventurada, no sólo para contemplarla, sino también para habitarla?<br />

Porque si yo hubiera sido instruido en tus sagradas letras y en su trato familiar te hubiera<br />

hallado dulce para conmigo y después hubiera tropezado con aquellos libros, tal vez me<br />

apartaran del fundamento de la piedad; o si persistiera en aquel afecto saludable que<br />

había bebido en ellas, juzgase que también en aquellos libros podía adquirirlo quienquiera<br />

que no hubiese leído más que éstos.


CAPITULO XXI<br />

27. Así, pues, cogí avidísimamente las venerables Escrituras de tu Espíritu, y con<br />

preferencia a todos, al apóstol Pablo. Y perecieron todas aquellas cuestiones en las cuales<br />

me pareció algún tiempo que se contradecía a sí mismo y que el texto de sus discursos no<br />

concordaba con los testimonios de la Ley y de los Profetas, y apareció uno a mis ojos el<br />

rostro de los castos oráculos y aprendí a alegrarme con temblor 39 .<br />

Y comprendí y hallé que todo cuanto de verdadero había yo leído allí, se decía aquí<br />

realzado con tu gracia, para que el que ve no se gloríe, como si no hubiese recibido, no ya<br />

de lo que ve, sino también del poder ver -pues;¿qué tiene que no lo baya recibido? 40 -; y<br />

para que sea no sólo exhortado a que te vea, a ti, que eres siempre el mismo, sino<br />

también sanado, para que te retenga; y que el que no puede ver de lejos camine, sin<br />

embargo, por la senda por la que llegue, y te vea, y te posea.<br />

Porque aunque el hombre se deleite con la ley de Dios según el hombre interior 41 , ¿qué<br />

hará de aquella otra ley que lucha en sus miembros contra la ley de su mente, y que le<br />

lleva cautivo bajo la ley del pecado, que existe en sus miembros? 42 Porque tú eres justo,<br />

Señor, y nosotros, en cambio, hemos pecado, hemos obrado inicuamente 43 ; nos hemos<br />

portado con impiedad, y tu mano se ha hecho pesada sobre nosotros 44 , y justamente<br />

hemos sido entregados al pecador de antiguo, prepósito de la muerte, porque persuadió a<br />

nuestra voluntad de que se asemejara a la suya, que no quiso persistir en tu verdad 45 .<br />

¿Qué hará el hombre miserable, quién le librará del cuerpo, de esta muerte, sino tu gracia,<br />

por medio de Jesucristo, nuestro Señor 46 , a quien tú engendraste coeterno y creaste en el<br />

principio de tus caminos 47 ; en quien no halló el Príncipe de este mundo nada digno de<br />

muerte y al que dio muerte 48 , con lo que fue anulada la sentencia que había contra<br />

nosotros? 49<br />

Nada de esto dicen aquellas Letras. Ni tienen aquellas páginas el aire de esta piedad, ni las<br />

lágrimas de la confesión , ni tu sacrificio, ni el espíritu atribulado, ni el corazón contrito y<br />

humillado 50 , ni la salud del pueblo, ni la ciudad esposa, ni el arra del Espíritu Santo, ni el<br />

cáliz de nuestro rescate 51 .<br />

Nadie allí canta: ¿Acaso mi alma no estará sujeta a Dios? Porque de él procede mi<br />

salvación, puesto que él es mi Dios, y mi salvador, y mi amparo, del cual no me apartaré<br />

ya más 52 .<br />

Nadie allí oye al que llama: Venid a mí los que trabajáis. Tienen a menos aprender de él,<br />

porque es manso y humilde de corazón 53 . Porque tú escondiste estas cosas a los sabios y<br />

prudentes y las revelaste a los pequeñuelos 54 .<br />

Mas una cosa es ver desde una cima agreste la patria de la paz, y no hallar el camino que<br />

conduce a ella, y fatigarse en balde por lugares sin caminos, cercados por todas partes y<br />

rodeados de las asechanzas de los fugitivos desertores con su jefe o príncipe el león y el<br />

dragón 55 , y otra poseer la senda que conduce allí, defendida por los cuidados del celestial<br />

Emperador, en donde no latrocinan los desertores de la celestial milicia, antes la evitan<br />

como un suplicio.<br />

Todas estas cosas se me entraban por las entrañas por modos maravillosos cuando leía al<br />

menor de tus apóstoles 56 y consideraba tus obras, y me sentía espantado, fuera de mí.<br />

LIBRO OCTAVO<br />

CAPITULO I<br />

1. ¡Dios mío!, que yo te recuerde en acción de gracias y confiese tus misericordias sobre<br />

mí. Que mis huesos se empapen de tu amor y digan. Señor, ¿quién semejante a ti? 1<br />

Rompiste mis ataduras; sacrifíquete yo un sacrificio de alabanza 2 . Contaré cómo las<br />

rompiste, y todos los que te adoran dirán cuando lo oigan: Bendito sea el Señor en el cielo<br />

y en la tierra; grande y admirable es el nombre suyo.<br />

Tus palabras, Señor, se habían pegado a mis entrañas y por todas partes me veía cercado


por ti. Cierto estaba de tu vida eterna, aunque no la viera más que en enigma y como en<br />

espejo 3 , y así no tenía ya la menor duda sobre la sustancia incorruptible, por proceder de<br />

ella toda sustancia; ni lo que deseaba era estar más cierto de ti, sino más estable en ti.<br />

En cuanto a. mi vida temporal, todo eran vacilaciones, y debía purificar mi corazón de la<br />

vieja levadura, y hasta me agradaba el camino -el Salvador mismo-; pero tenía pereza de<br />

caminar por sus estrecheces.<br />

Tú me inspiraste entonces la idea -que me pareció excelente- de dirigirme a Simpliciano,<br />

que aparecía a mis ojos como un buen siervo tuyo y en el que brillaba tu gracia. Había<br />

oído también de él que desde su juventud vivía devotísimamente, y como entonces era ya<br />

anciano, parecíame que en edad tan larga, empleada en el estudio de tu vida, estaría muy<br />

experimentado y muy instruido en muchas cosas, y verdaderamente así era. Por eso<br />

quería yo conferir con él mis inquietudes, para que me indicase qué método de vida sería<br />

el más a propósito en aquel estado de ánimo en que yo me encontraba para caminar por<br />

tu senda.<br />

2. Porque veía yo llena a tu Iglesia y que uno iba por un camino y otro por otro.<br />

En cuanto a mí, disgustábame lo que hacía en el siglo y me era ya carga pesadísima, no<br />

encendiéndome ya, como solían, los apetitos carnales, con la esperanza de honores y<br />

riquezas, a soportar servidumbre tan pesada; porque ninguna de estas cosas me deleitaba<br />

ya en comparación de tu dulzura y de la hermosura de tu casa, que ya amaba 4 , mas<br />

sentíame todavía fuertemente ligado a la mujer; y como el Apóstol no me prohibía<br />

casarme, bien que me exhortara a seguir lo mejor al desear vivísimamente que todos los<br />

hombres fueran como él, yo, como más flaco, escogía el partido más fácil, y por esta<br />

causa me volvía tardo en las demás cosas y me consumía con agotadores cuidados por<br />

verme obligado a reconocer en aquellas cosas que yo no quería padecer algo inherente a<br />

la vida conyugal, a la cual entregado me sentía ligado.<br />

Había oído de boca de la Verdad que hay eunucos que se han mutilado a sí mismos por el<br />

reino de los cielos, bien que añadió que lo haga quien pueda hacerlo 5 . Vanos son<br />

ciertamente todos los hombres en quienes no existe la ciencia de Dios, y que por las cosas<br />

que se ven, no pudieron hallar al que es 6 . Pero ya había salido de aquella vanidad y la<br />

había traspasado, y por el testimonio de la creación entera te había hallado a ti, Creador<br />

nuestro, y a tu Verbo, Dios en ti y contigo un solo Dios, por quien creaste todas las cosas.<br />

Otro género de impíos hay: el de los que, conociendo a Dios, no le glorificaron como a tal<br />

o le dieron gracias 7 . También había caído yo en él; mas tu diestra me recibió y sacó de él<br />

y me puso en lugar en que pudiera convalecer, porque tú has dicho al hombre: He aquí<br />

que la piedad es la sabiduría 8 y No quieras parecer sabio 9 , porque los que se dicen ser<br />

sabios son vueltos necios 10 .<br />

Ya había hallado yo, finalmente, la margarita preciosa, que debía comprar con la venta de<br />

todo lo que tenía. Pero vacilaba.<br />

CAPITULO II<br />

3. Me encaminé, pues, a Simpliciano, padre en la colación de la gracia bautismal del<br />

entonces obispo Ambrosio, a quien éste amaba verdaderamente como á padre. Contéle los<br />

asendereados pasos de mi error; mas cuando le dije haber leído algunos libros de los<br />

platónicos, que Victorino, retórico en otro tiempo de la ciudad de Roma -y del cual había<br />

oído decir que había muerto cristiano-, había vertido a la lengua latina, me felicitó por no<br />

haber dado con las obras de otros filósofos, llenas de falacias y engaños, según los<br />

elementos de este mundo 11 , sino con éstos en los cuales se insinúa por mil modos a Dios<br />

y su Verbo.<br />

Luego, para exhortarme a la humildad de Cristo, escondida a los sabios y revelada a los<br />

pequeñuelos, me recordó al mismo Victorino, a quien él había tratado muy familiarmente<br />

estando en Roma, y de quien me refirió lo que no quiero pasar en silencio. Porque encierra<br />

gran alabanza de tu gracia, que debe serte confesada, el modo como este doctísimo<br />

anciano -peritísimo en todas las disciplinas liberales y que había leído y juzgado tantas<br />

obras de filósofos-, maestro de tantos nobles senadores, que en premio de su preclaro<br />

magisterio había merecido y obtenido una estatua en el Foro romano (cosa que los


ciudadanos de este mundo tienen por el sumo); venerador hasta aquella edad de los<br />

ídolos y partícipe de los sagrados sacrilegios, a los cuales se inclinaba entonces casi toda<br />

la hinchada nobleza romana, mirando propicios ya "a los dioses monstruos de todo género<br />

y a Anubis el ladrador", que en otro tiempo "habían estado en armas contra Neptuno y<br />

Venus y contra Minerva", y a quienes, vencidos, la misma Roma les dirigía súplicas ya, y a<br />

los cuales tantos años este mismo anciano Victorino había defendido con voz aterradora,<br />

no se avergonzó de ser siervo de tu Cristo e infante de tu fuente, sujetando su cuello al<br />

yugo de la humildad y sojuzgando su frente al oprobio de la cruz.<br />

4. ¡Oh Señor, Señor!, que inclinaste los cielos y descendiste tocaste los montes y<br />

humearon 12 , ¿de qué modo te insinuaste en aquel corazón?<br />

Leía -al decir de Simpliciano- la Sagrada Escritura e investigaba y escudriñaba<br />

curiosísimamente todos los escritos cristianos, y decía a Simpliciano, no en público, sino<br />

muy en secreto y familiarmente: "¿Sabes que ya soy cristiano?" A lo cual respondía aquél:<br />

"No lo creeré ni te contaré entre los cristianos mientras no te vea en la Iglesia de Cristo".<br />

A lo que éste replicaba burlándose: "Pues qué, ¿son acaso las paredes las que hacen a los<br />

cristianos?" Y esto de que "ya era cristiano" lo decía muchas veces, contestándole lo<br />

mismo otras tantas Simpliciano, oponiéndole siempre aquél "la burla de las paredes".<br />

Y era que temía ofender a sus amigos, soberbios adoradores de los demonios, juzgando<br />

que desde la cima de su babilónica dignidad, como cedros del Líbano aún no quebrantados<br />

por el Señor, habían de caer sobre él sus terribles enemistades. Pero después que,<br />

leyendo y suplicando ardientemente, se hizo fuerte y temió ser "negado por Cristo delante<br />

de sus ángeles si él temía confesarle delante de los hombres 13 y le pareció que era<br />

hacerse reo de un gran crimen avergonzarse de "los sacramentos de humildad" de tu<br />

Verbo, no avergonzándose de "los sagrados sacrilegios" de los soberbios demonios, que él,<br />

imitador suyo y soberbio, había recibido, se avergonzó de aquella vanidad y se sonrojó<br />

ante la verdad, y de pronto e improviso dijo a Simpliciano, según éste mismo contaba:<br />

"Vamos a la iglesia; quiero hacerme cristiano." Este, no cabiendo en sí de alegría, fuese<br />

con él, quien, una vez instruido en los primeros sacramentos de la religión, "dio su nombre<br />

para ser" -no mucho después- regenerado por el bautismo, con admiración de Roma y<br />

alegría de la Iglesia. Veíanle los soberbios y llenábanse de rabia, rechinaban sus dientes y<br />

se consumían; mas tu siervo había puesto en el Señor Dios su esperanza y no atendía a<br />

las vanidades y locuras engañosas 14 .<br />

5. Por último, cuando llegó la hora de hacer la profesión de fe (que en Roma suele hacerse<br />

por los que van a recibir tu gracia en presencia del pueblo fiel con ciertas y determinadas<br />

palabras retenidas de memoria y desde un lugar eminente), ofrecieron los sacerdotes a<br />

Victorino -decía aquél [Simpliciano]- que la recitase en secreto, como solía concederse a<br />

los que juzgaban que habían de tropezar por la vergüenza. Mas él prefirió confesar su<br />

salud en presencia de la plebe santa. Porque ninguna salud había en la retórica que<br />

enseñaba, y, sin embargo, la había profesado públicamente. ¡Cuánto menos, pues, debía<br />

temer ante tu mansa grey pronunciar tu palabra, él que no había temido a turbas de locos<br />

en sus discursos!<br />

Así que, tan pronto como subió para hacer la profesión, todos, unos a otros, cada cual<br />

según le iba conociendo, murmuraban su nombre con un murmullo de gratulación -y ¿<br />

quién había allí que no le conociera?- y un grito reprimido salió de la boca de todos los que<br />

con él se alegraban: "Victorino, Victorino." Presto gritaron por la alegría de verle, mas<br />

presto callaron por el deseo de oírle. Hizo la profesión de la verdadera fe con gran<br />

entereza, y todos querían arrebatarle dentro de sus corazones, y realmente le arrebataban<br />

amándole y gozándose de él, que éstas eran las manos de los que le arrebataban.<br />

CAPITULO III<br />

6. ¡Dios bueno!, ¿qué es lo que pasa en el hombre para que se alegre más de la salud de<br />

un alma desahuciada y salvada del mayor peligro que si siempre hubiera ofrecido<br />

esperanzas o no hubiera sido tanto el peligro? También tú, Padre misericordioso, te gozas<br />

más de un penitente que de noventa y nueve justos que no tienen necesidad de<br />

penitencia 15 ; y nosotros oímos con grande alegría el relato de la oveja descarriada, que<br />

es devuelta al redil en los alegres hombros del Buen Pastor, y el de la dracma, que es<br />

repuesta en tus tesoros después de los parabienes de las vecinas a la mujer que la halló. Y<br />

lágrimas arranca de nuestros ojos el júbilo de la solemnidad de tu casa cuando se lee en


ella de tu hijo menor que era muerto y revivió, había perecido y fue hallado 16 .<br />

Y es que tú te gozas en nosotros y en tus ángeles, santos por la santa caridad, pues tú<br />

eres siempre el mismo, por conocer del mismo modo y siempre las cosas que no son<br />

siempre ni del mismo modo.<br />

7. Pero ¿qué ocurre en el alma para que ésta se alegre más con las cosas encontradas o<br />

recobradas, y que ella estima, que si siempre las hubiera tenido consigo? Porque esto<br />

mismo testifican las demás cosas y llenas están todas ellas de testimonios que claman:<br />

"Así es."<br />

Triunfa victorioso el emperador, y no venciera si no peleara; mas cuanto mayor fue el<br />

peligro de la batalla, tanto mayor es el gozo del triunfo.<br />

Combate una tempestad a los navegantes y amenaza tragarlos, y todos palidecen ante la<br />

muerte que les espera; serénanse el cielo y la mar, y alégranse sobremanera, porque<br />

temieron sobremanera.<br />

Enferma una persona amiga y su pulso anuncia algo fatal, y todos los que la quieren sana<br />

enferman con ella en el alma; sale del peligro, y aunque todavía no camine con las fuerzas<br />

de antes, hay, ya tal alegría entre ellos como no la hubo antes, cuando andaba sana y<br />

fuerte.<br />

Aun los mismos deleites de la vida humana, ¿no los sacan los hombres de ciertas<br />

molestias, no impensadas y contra voluntad, sino buscadas y queridas? Ni en la comida ni<br />

en la bebida hay placer si no precede la molestia del hambre y de la sed. Y los mismos<br />

bebedores de vino, ¿no suelen comer antes alguna cosa salada que les cause cierto ardor<br />

molesto, el cual, al ser apagado con la bebida, produce deleite? Y cosa tradicional es entre<br />

nosotros que las desposadas no sean entregadas inmediatamente a sus esposos, para que<br />

no tenga a la que se le da por cosa vil, como marido, por no haberla suspirado largo<br />

tiempo como novio.<br />

8. Y esto mismo acontece con le deleite torpe y execrable, esto con el lícito y permitido,<br />

esto con la sincerísima honestidad de la amistad, y esto lo que sucedió con aquel que era<br />

muerto y revivió, se había perdido y fue hallado, siendo siempre la mayor alegría<br />

precedida de mayor pena.<br />

¿Qué es esto, Señor, Dios mío? ¿En qué consiste que, siendo tú gozo eterno de ti mismo y<br />

gozando siempre de ti algunas criaturas que se hallan junto a ti, se halle esta parte<br />

inferior del mundo sujeta a alternativas de adelantos y retrocesos, de uniones y<br />

separaciones? ¿Es acaso éste su modo de ser y lo único que le concediste cuando desde lo<br />

más alto de los cielos hasta lo más profundo de la tierra, desde el principio de los tiempos<br />

hasta el fin de los siglos, desde el ángel hasta el gusanillo y desde el primer movimiento<br />

hasta el postrero, ordenaste todos los géneros de bienes y todas tus obras justas, cada<br />

una en su propio lugar y tiempo?<br />

¡Ay de mí! ¡Cuán elevado eres en las alturas y cuán profundo en los abismos! A ninguna<br />

parte te alejas y, sin embargo, apenas si logramos volvernos a ti.<br />

CAPITULO IV<br />

9. Ea, Señor, manos a la obra; despiértanos y vuelve a llamarnos, enciéndenos y<br />

arrebátanos, derrama tus fragancias y sénos dulce: amemos, corramos.<br />

¿No es cierto que muchos se vuelven a ti de un abismo de ceguedad más profundo aún<br />

que el de Victorino, y se acercan a ti y son iluminados, recibiendo aquella luz, con la cual,<br />

quienes la reciben, juntamente reciben la potestad de hacerse hijos tuyos?<br />

Mas si éstos son poco conocidos de los pueblos, poco se gozan de ellos aun los mismos<br />

que les conocen; pero cuando el gozo es de muchos, aun en los particulares es más<br />

abundante, por enfervorizarse y encenderse unos con otros.<br />

A más de esto, los que son conocidos de muchos sirven a muchos de autoridad en orden a<br />

la salvación, yendo delante de muchos que los han de seguir; razón por la cual se alegran<br />

mucho de tales convertidos aun los mismos que les han precedido, por no alegrarse de


ellos solos.<br />

Lejos de mí pensar que sean en tu casa más aceptas las personas de los ricos que las de<br />

los pobres y las de los nobles más que las de los plebeyos, cuando más bien elegiste las<br />

cosas débiles para confundir las fuertes, y las innobles y despreciadas de este mundo y las<br />

que no tienen ser como si lo tuvieran, para destruir las que son 17 .<br />

No obstante esto, el mínimo de tus apóstoles, por cuya boca pronunciaste estas palabras,<br />

habiendo abatido con su predicación la soberbia del procónsul Pablo y sujetándole al suave<br />

yugo del gran Rey, quiso en señal de tan insigne victoria cambiar su nombre primitivo de<br />

Saulo en Paulo. Porque más vencido es el enemigo en aquel a quien más tiene preso y por<br />

cuyo medio tiene a otros muchos presos; porque muchos son los soberbios que tienen<br />

presos por razón de la nobleza; y de éstos, a su vez, muchos por razón de su autoridad.<br />

Así que cuanto con más gusto se pensaba en el pecho de Victorino -que como fortaleza<br />

inexpugnable había ocupado el diablo y con cuya lengua, como un dardo grande y agudo,<br />

había dado muerte a muchos-, tanto más abundantemente convenía se alegrasen tus<br />

hijos, por haber encadenado nuestro Rey al fuerte 18 y ver que sus vasos, conquistados,<br />

eran purificados y destinados a tu honor, convirtiéndolos así en instrumentos del Señor<br />

para toda buena obra 19 .<br />

CAPITULO V<br />

10. Mas apenas me refirió tu siervo Simpliciano estas casas de Victorino, encendíme yo en<br />

deseos de imitarle, como que con este fin me las había también él narrado. Pero cuando<br />

después añadió que en tiempos del emperador Juliano, por una ley que se dio, se prohibió<br />

a los cristianos enseñar literatura y oratoria, y que aquél„ acatando dicha ley, prefirió más<br />

abandonar la verbosa escuela que dejar a tu Verbo, que hace elocuentes las lenguas de los<br />

niños 20 que aún no hablan, no me pareció tan valiente corno afortunado por haber hallado<br />

ocasión de consagrarse a ti, cosa por la que yo suspiraba, ligado no con hierros extraños,<br />

sino por mi férrea voluntad.<br />

Poseía mi querer el enemigo, y de él había hecho una cadena con la que me tenía<br />

aprisionado. Porque de la voluntad perversa nace el apetito, y del apetito obedecido<br />

procede la costumbre, y de la costumbre no contradecida proviene la necesidad; y con<br />

estos a modo de anillos enlazados entre sí -por lo que antes llamé cadena- me tenía<br />

aherrojado en dura esclavitud. Porque la nueva voluntad que había empezado a nacer en<br />

mí de servirte gratuitamente y gozar de ti, ¡oh Dios mío!, único gozo cierto, todavía no era<br />

capaz de vencer la primera, que con los años se había hecho fuerte. De este modo las dos<br />

voluntades mías, la vieja y la nueva, la carnal y la espiritual, luchaban entre sí y<br />

discordando destrozaban mi alma<br />

11. Así vine a entender por propia experiencia lo que había leído de cómo la carne apetece<br />

contra el espíritu, y el espíritu contra la carne 21 , estando yo realmente en ambos, aunque<br />

más yo en aquello que aprobaba en mí que no en aquello que en mí desaprobaba; porque<br />

en aquello más había ya de no yo, puesto que en su mayor parte más padecía contra mi<br />

voluntad que obraba queriendo.<br />

Con todo, de mí mismo provenía la costumbre que prevalecía contra mí, porque queriendo<br />

había llegado a donde no quería. Y ¿quién hubiera podido replicar con derecho, siendo<br />

justa la pena que se sigue al que peca?<br />

Ya no existía tampoco aquella excusa con que solía persuadirme de que si aun no te<br />

servía, despreciando el mundo, era porque no tenía una percepción clara de la verdad;<br />

porque ya la tenía y cierta; con todo, pegado todavía a la tierra, rehusaba entrar en tu<br />

milicia y temía tanto el verme libre de todos aquellos impedimentos cuanto se debe temer<br />

estar impedido de ellos.<br />

12. De este modo me sentía dulcemente oprimido por la carga del siglo, como acontece<br />

con el sueño, siendo semejantes los pensamientos con que pretendía elevarme a ti a los<br />

esfuerzos de los que quieren despertar, mas, vencidos de la pesadez del sueño, caen<br />

rendidos de nuevo. Porque así como no hay nadie que quiera estar siempre durmiendo -y<br />

a juicio de todos es mejor velar que dormir-, y, no obstante, difiere a veces el hombre<br />

sacudir el sueño cuando tiene sus miembros muy cargados de él, y aun desagradándole


éste lo toma con más gusto aunque sea venida la hora de levantarse, así tenía yo por<br />

cierto ser mejor entregarme a tu amor que ceder a mi apetito. No obstante, aquello me<br />

agradaba y vencía, esto me deleitaba y encadenaba.<br />

Ya no tenía yo que responderte cuando me decías: Levántate, tú que duermes, y sal de<br />

entre los muertos, y te iluminará Cristo 22 ; y mostrándome por todas partes ser verdad lo<br />

que decías, no tenía ya absolutamente nada que responder, convicto por la verdad, sino<br />

unas palabras lentas y soñolientas: Ahora... En seguida... Un poquito más. Pero este ahora<br />

no tenía término y este poquito más se iba prolongando.<br />

En vano me deleitaba en tu Ley, según el hombre interior, luchando en mis miembros otra<br />

ley contra la ley de mi espíritu, y teniéndome cautivo bajo la ley del pecado existente en<br />

mis miembros 23 . Porque ley del pecado es la fuerza de la costumbre, por la que es<br />

arrastrado y retenido el ánimo, aun contra su voluntad, en justo castigo de haberse dejado<br />

caer en ella voluntariamente.<br />

¡Miserable, pues, de mí!, ¿quién habría podido librarme del cuerpo de esta muerte sino tu<br />

gracia, por Cristo nuestro Señor? 24<br />

CAPITULO VI<br />

13. También narraré de qué modo me libraste del vínculo del deseo del coito, que me<br />

tenía estrechísimamente cautivo, y de la servidumbre de los negocios seculares, y<br />

confesaré tu nombre, ¡oh, Señor!, ayudador mío y redentor mío 25 . Hacía las cosas de<br />

costumbre con angustia creciente y todos los días suspiraba por ti y frecuentaba tu iglesia,<br />

cuanto me dejaban libre los negocios, bajo cuyo peso gemía.<br />

Conmigo estaba Alipio, libre de la ocupación de los jurisconsultos después de la tercera<br />

asesoración, aguardando a quién vender de nuevo sus consejos, como yo vendía la<br />

facultad de hablar, si es que alguna se puede comunicar con la enseñanza.<br />

Nebridio, en cambio, había cedido a nuestra amistad, auxiliando en la enseñanza a nuestro<br />

íntimo y común amigo Verecundo, ciudadano y gramático de Milán, que deseaba con<br />

vehemencia y nos pedía, a título de amistad, un fiel auxiliar de entre nosotros, del que<br />

estaba muy necesitado.<br />

No fue, pues, el interés lo que movió a ello a Nebridio -que mayor lo podría obtener si<br />

quisiera enseñar las letras-, sino que no quiso este amigo dulcísimo y mansísimo desechar<br />

nuestro ruego en obsequio a la amistad. Mas hacía esto muy prudentemente, huyendo de<br />

ser conocido de los grandes personajes del mundo, evitando con ello toda preocupación de<br />

espíritu, que él quería tener libre y lo más desocupado posible para investigar, leer u oír<br />

algo sobre la sabiduría.<br />

14. Mas cierto día que estaba ausente Nebridio -no sé por qué causa- vino a vernos a<br />

casa, a mí y a Alipio, un tal Ponticiano, ciudadano nuestro en cualidad de africano, que<br />

servía en un alto cargo de palacio. Yo no sé qué era lo que quería de nosotros.<br />

Sentámonos a hablar, y por casualidad clavó la vista en un códice que había sobre la mesa<br />

de juego que estaba delante de nosotros. Tomóle, abrióle, y halló ser, muy<br />

sorprendentemente por cierto, el apóstol Pablo, porque pensaba que sería alguno de los<br />

libros cuya explicación me preocupaba. Entonces, sonriéndose y mirándome<br />

gratulatoriamente, me expresó su admiración de haber hallado por sorpresa delante de<br />

mis ojos aquellos escritos, y nada más que aquéllos, pues era cristiano y fiel, y muchas<br />

veces se postraba delante de ti, ¡oh Dios nuestro!, en la iglesia con frecuentes y largas<br />

oraciones.<br />

Y como yo le indicara que aquellas Escrituras ocupaban mi máxima atención, tomando él<br />

entonces la palabra, comenzó a hablarnos de Antonio, monje de Egipto, cuyo nombre era<br />

celebrado entre tus fieles y nosotros ignorábamos hasta aquella hora. Lo que como él<br />

advirtiera, detúvose en la narración, dándonos a conocer a tan gran varón, que nosotros<br />

desconocíamos, admirándose de nuestra ignorancia.<br />

Estupefactos quedamos oyendo tus probadísimas maravillas realizadas en la verdadera fe<br />

e Iglesia católica y en época tan reciente y cercana a nuestros tiempos. Todos nos


admirábamos: nosotros, por ser cosas tan grandes, y él, por sernos tan desconocidas.<br />

15. De aquí pasó a hablarnos de las muchedumbres que viven en monasterios, y de sus<br />

costumbres, llenas de tu dulce perfume, y de los fértiles desiertos del yermo, de los que<br />

nada sabíamos. Y aun en el mismo Milán había un monasterio, extramuros de la ciudad,<br />

lleno de buenas hermanos, bajo la dirección de Ambrosio, y que también desconocíamos.<br />

Alargábase Ponticiano y se extendía más y más, oyéndole nosotros atentos en silencio. Y<br />

de una cosa en otra vino a contarnos cómo en cierta ocasión, no sé cuando, estando en<br />

Tréveris, salió él con tres compañeros, mientras el emperador se hallaba en los juegos<br />

circenses de la tarde, a dar un paseo por los jardines contiguos a las murallas, y que allí<br />

pusiéronse a pasear juntos de dos en dos al azar, uno con él por un lado y los otros dos de<br />

igual modo por otro, distanciados.<br />

Caminando éstos sin rumbo fijo, vinieron a dar en una cabaña en la que habitaban ciertos<br />

siervos tuyos, pobres de espíritu, de los cuales es el reino de los cielos 26 . En ella hallaron<br />

un códice que contenía escrita la Vida de San Antonio, la cual comenzó uno de ellos a leer,<br />

y con ello a admirarse, encenderse y a pensar, mientras leía, en abrazar aquel género de<br />

vida y, abandonando la milicia del mundo, servirte a ti solo.<br />

Eran estos dos cortesanos de los llamados agentes de negocios. Lleno entonces<br />

repentinamente de un amor santo y casto pudor, airado contra sí y fijos los ojos en su<br />

compañero, le dijo: "Dime, te ruego, ¿adónde pretendemos llegar con todos estos<br />

nuestros trabajos? ¿Qué es lo que buscamos? ¿Cuál es el fin de nuestra milicia? ¿Podemos<br />

aspirar a más en palacio que a amigos del César? Y aun en esto mismo, ¿qué no hay de<br />

frágil y lleno de peligros? ¿Y por cuántos peligros no hay que pasar para llegar a este<br />

peligro mayor? Y aun esto, ¿cuándo sucederá? En cambio, si quiero, ahora mismo puedo<br />

ser amigo de Dios." Dijo esto, y turbado con el parto de la nueva vida, volvió los ojos al<br />

libro y leía y se mudaba interiormente, donde tú le veías, y desnudábase su espíritu del<br />

mundo, como luego se vio.<br />

Porque mientras leyó y se agitaron las olas de su corazón, lanzó algún bramido que otro, y<br />

discernió y decretó lo que era mejor y, ya tuyo, dijo a su amigo: "Yo he roto ya con<br />

aquella nuestra esperanza y he resuelto dedicarme al servicio de Dios, y esto lo quiero<br />

comenzar en esta misma hora y en este mismo lugar. Tú, si no quieres imitarme, no<br />

quieras contrariarme."<br />

Respondió éste que "quería juntársele y ser compañero de tanta merced y tan gran<br />

milicia". Y ambos tuyos ya comenzaron a edificar la torre evangélica con las justas<br />

expensas del abandono de todas las cosas y de tu seguimiento.<br />

Entonces Ponticiano y su compañero, que paseaban por otras partes de los jardines,<br />

buscándoles, dieron también en la misma cabaña, y hallándoles les advirtieron que<br />

retornasen, que era ya el día vencido. Entonces ellos, refiriéndoles su determinación y<br />

propósito y el modo cómo había nacido y confirmádose en ellos tal deseo, les pidieron<br />

que, si no se les querían asociar, no les fueran molestos. Mas éstos, en nada mudados de<br />

lo que antes eran, lloráronse a sí mismos según decía, y les felicitaron piadosamente y se<br />

encomendaron a sus oraciones; y poniendo su corazón en la tierra se volvieron a palacio;<br />

mas aquéllos, fijando el suyo en el cielo, se quedaron en la cabaña.<br />

Y los dos tenían prometidas; pero cuando oyeron éstas lo sucedido, te consagraron<br />

también su virginidad.<br />

CAPITULO VII<br />

16. Narraba estas cosas Ponticiano, y mientras él hablaba, tú, Señor, me trastocabas a mí<br />

mismo, quitándome de mi espalda, adonde yo me había puesto para no verme, y<br />

poniéndome delante de mi rostro para que viese cuán feo era, cuán deforme y sucio,<br />

manchado y ulceroso.<br />

Veíame y llenábame de horror, pero no tenía adónde huir de mí mismo. Y si intentaba<br />

apartar la vista de mí, con la narración que me hacía Ponticiano, de nuevo me ponías<br />

frente a mí y me arrojabas contra mis ojos, para que descubriese mi iniquidad y la odiase.<br />

Bien la conocía, pero la disimulaba, y reprimía, y olvidaba.


17. Pero entonces, cuanto más ardientemente amaba a aquellos de quienes oía relatar tan<br />

saludables afectos por haberse dado totalmente a ti para que los sanases, tanto más<br />

execrablemente me odiaba a mí mismo al compararme con ellos. Porque muchos años<br />

míos habían pasado sobre mí -unos doce aproximadamente- desde que en el año<br />

diecinueve de mi edad, leído el Hortensio, me había sentido excitado al estudio de la<br />

sabiduría, pero difería yo entregarme a su investigación, despreciada la felicidad terrena,<br />

cuando no ya su invención, pero aun sola su investigación debería ser antepuesta a los<br />

mayores tesoros y reinos del mundo y a la mayor abundancia de placeres.<br />

Mas yo, joven miserable, sumamente miserable, había llegado a pedirte en los comienzos<br />

de la misma adolescencia la castidad, diciéndote: "Dame la castidad y continencia, pero no<br />

ahora", pues temía que me escucharas pronto y me sanaras presto de la enfermedad de<br />

mi concupiscencia, que entonces más quería yo saciar que extinguir. Y continué por las<br />

sendas perversas de la superstición sacrílega, no como seguro de ella, sino como dándole<br />

preferencia sobre las demás, que yo no buscaba piadosamente, sino que hostilmente<br />

combatía.<br />

18. Y pensaba yo que el diferir de día en día seguirte a ti solo, despreciada toda esperanza<br />

del siglo, era porque no se me descubría una cosa cierta adonde dirigir mis pasos. Pero<br />

había llegado el día en que debía aparecer desnudo ante mí, y mi conciencia increparme<br />

así: "¿Dónde está lo que decías? ¡Ah! Tú decías que por la incertidumbre de la verdad no<br />

te decidías a arrojar la carga de tu vanidad. He aquí que ya te es cierta, y, no obstante, te<br />

oprime aún aquélla, en tanto que otros, que ni se han consumido tanto en su investigación<br />

ni han meditado sobre ella diez años y más, reciben en hombros más libres alas para<br />

volar."<br />

Con esto me carcomía interiormente y me confundía vehementemente con un pudor<br />

horrible mientras Ponticiano refería tales cosas, el cual, terminada su plática y la causa por<br />

que había venido, se fue. Mas yo, vuelto a mí, ¿qué cosas no dije contra mí? ¿Con qué<br />

azotes de sentencias no flagelé a mi alma para que me siguiese a mí, que me esforzaba<br />

por ir tras ti? Ella se resistía Rehusaba aquello, pero no alegaba excusa alguna, estando ya<br />

agotados y rebatidos todos los argumentos. Sólo quedaba en ella un mudo temblor, y<br />

temía, a par de muerte, ser apartada de la corriente de la costumbre, con la que se<br />

consumía normalmente.<br />

CAPITULO VIII<br />

19. Entonces estando en aquella gran contienda de mi casa interior, que yo mismo había<br />

excitado fuertemente en mi alma, en lo más secreto de ella, en mi corazón, turbado así en<br />

el espíritu como en el rostro, dirigiéndome a Alipio exclamé: "¿Qué es lo que nos pasa? ¿<br />

Qué es esto que has oído? Levántanse los indoctos y arrebatan el cielo, y nosotros, con<br />

todo nuestro saber, faltos de corazón, ved que nos revolcamos en la carne y en la sangre.<br />

¿Acaso nos da vergüenza seguirles por habernos precedido y no nos la da siquiera el no<br />

seguirles?"<br />

Dije no sé qué otras cosas y arrebatóme de su lado mi congoja, mirándome él atónito en<br />

silencio. Porque no hablaba yo como de ordinario, y mucho más que las palabras que<br />

profería declaraban el estado de mi alma la frente, las mejillas, los ojos, el color y el tono<br />

de la voz.<br />

Tenía nuestra posada un huertecillo, del cual usábamos nosotros, así como de lo restante<br />

de la casa, por no habitarla el huésped señor de la misma. Allí me había llevado la<br />

tormenta de mi corazón, para que nadie estorbase el acalorado combate que había<br />

entablado yo conmigo mismo, hasta que se resolviese la cosa del modo que tú sabías y yo<br />

ignoraba; mas yo no hacía más que ensañarme saludablemente y morir vitalmente,<br />

conocedor de lo malo que yo estaba, pero desconocedor de lo bueno que de allí a poco iba<br />

a estar.<br />

Retiréme, pues, al huerto, y Alipio, paso sobre paso tras mí; pues, aunque él estuviese<br />

presente, no me encontraba yo menos solo. Y ¿cuando estando así afectado me hubiera él<br />

abandonado? Sentámonos lo más alejados que pudimos de los edificios. Yo bramaba en<br />

espíritu, indignándome con una turbulentísima indignación porque no iba a un acuerdo y<br />

pacto contigo, ¡oh Dios mío!, a lo que me gritaban todos mis huesos que debía ir,<br />

ensalzándolo con alabanzas hasta el cielo, para lo que no era necesario ir con naves, ni


cuadrigas, ni con pies, aunque fuera tan corto el espacio como el que distaba de la casa el<br />

lugar donde nos habíamos sentado; porque no sólo el ir, pero el mismo llegar allí, no<br />

consistía en otra cosa que en querer ir, pero fuerte y plenamente, no a medias,<br />

inclinándose ya aquí, ya allí, siempre agitado, luchando la parte que se levantaba contra la<br />

otra parte que caía.<br />

20. Por último, durante las angustias de la indecisión, hice muchísimas cosas con el<br />

cuerpo, cuales a veces quieren hacer los hombres y no pueden, bien por no tener<br />

miembros para hacerlas, bien por tenerlos atados, bien por tenerlos lánguidos por la<br />

debilidad o bien impedidos de cualquier otro modo. Si mesé los cabellos, si golpeé la<br />

frente, si, entrelazados los dedos, oprimí las rodillas, lo hice porque quise; mas pude<br />

quererlo y no hacerlo si la movilidad de los miembros no me hubiera obedecido. Luego<br />

hice muchas cosas en las que no era lo mismo querer que poder.<br />

Y, sin embargo, no hacía lo que con afecto incomparable me agradaba muy mucho, y que<br />

al punto que lo hubiese querido lo hubiese podido, porque en el momento en que lo<br />

hubiese querido lo hubiese realmente podido, pues en esto el poder es lo mismo que el<br />

querer, y el querer era ya obrar.<br />

Con todo, no obraba, y más fácilmente obedecía el cuerpo al más tenue mandato del alma<br />

de que moviese a voluntad sus miembros, que no el alma a sí misma para realizar su<br />

voluntad grande en sola la voluntad.<br />

CAPITULO IX<br />

21. Pero ¿de dónde nacía este monstruo? ¿Y por qué así? Luzca tu misericordia e<br />

interrogue -si es que pueden responderme- a los abismos de las penas humanas y las<br />

tenebrosísimas contriciones de los hijos de Adán: ¿De dónde este monstruo? ¿Y por qué<br />

así?<br />

Manda el alma al cuerpo y le obedece al punto; mándase el alma a sí misma y se resiste.<br />

Manda el alma que se mueva la mano, y tanta es la prontitud, que apenas se distingue la<br />

acción del mandato; no obstante, el alma es alma y la mano cuerpo. Manda el alma que<br />

quiera el alma, y no siendo cosa distinta de sí, no la obedece, sin embargo. ¿De dónde<br />

este monstruo? ¿Y por qué así?<br />

Manda, digo, que quiera -y no mandara si no quisiera-, y, no obstante, no hace lo que<br />

manda. Luego no quiere totalmente; luego tampoco manda toda ella; porque en tanto<br />

manda en cuanto quiere, y en tanto no hace lo que manda en cuanto no quiere, porque la<br />

voluntad manda a la voluntad que sea, y no otra sino ella misma. Luego no manda toda<br />

ella; y ésta es la razón de que no haga lo que manda. Porque si fuese plena, no mandaría<br />

que fuese, porque ya lo sería.<br />

No hay, por tanto, monstruosidad en querer en parte y en parte no querer, sino cierta<br />

enfermedad del alma; porque elevada por la verdad, no se levanta toda ella, oprimida por<br />

el peso de la costumbre. Hay, pues, en ella dos voluntades, porque, no siendo una de ellas<br />

total, tiene la otra lo que falta a ésta.<br />

CAPITULO X<br />

22. Perezcan a tu presencia, ¡oh Dios!, como realmente perecen, los vanos habladores y<br />

seductores 27 de inteligencias, quienes, advirtiendo en la deliberación dos voluntades,<br />

afirman haber dos naturalezas, correspondientes a dos mentes, una buena y otra mala.<br />

Verdaderamente los malos son ellos creyendo tales maldades; por lo mismo, sólo serán<br />

buenos si creyeren las cosas verdaderas y se ajustaren a ellas, para que tu Apóstol pueda<br />

decirles: Fuisteis algún tiempo tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor 28 . Porque ellos,<br />

queriendo ser luz no en el Señor, sino en sí mismos, al juzgar que la naturaleza del alma<br />

es la misma que la de Dios, se han vuelto tinieblas aún más densas, porque se alejaron<br />

con ello de ti con horrenda arrogancia; de ti, verdadera lumbre que ilumina a todo hombre<br />

que viene a este mundo 29 . Mirad lo que decís, y llenaos de confusión, y acercaos a él, y<br />

seréis iluminados, y vuestros rostros no serán confundidos 30 .<br />

Cuando yo deliberaba sobre consagrarme al servicio del Señor, Dios mío, conforme hacía


ya mucho tiempo lo había dispuesto, yo era el que quería, y el que no quería, yo era. Mas<br />

porque no quería plenamente ni plenamente no quería, por eso contendía conmigo y me<br />

destrozaba a mí mismo; y aunque este destrozo se hacía en verdad contra mi deseo, no<br />

mostraba, sin embargo, la naturaleza de una voluntad extraña, sino la pena de la mía. Y<br />

por eso no era yo ya el que lo obraba, sino el pecado que habitaba en mí 31 , como castigo<br />

de otro pecado más libre, por ser hijo de Adán.<br />

23. En efecto: si son tantas las naturalezas contrarias cuantas son las voluntades que se<br />

contradicen, no han de ser dos, sino muchas. Si alguno, en efecto, delibera entre ir a sus<br />

conventículos o al teatro, al punto claman éstos: "He aquí dos naturalezas, una buena, que<br />

le lleva a aquéllos, y otra mala, que le arrastra a éste. Porque ¿de dónde puede venir esta<br />

vacilación de voluntades que se contradicen mutuamente?"<br />

Mas yo digo que ambas son malas, la que le guía a aquéllos y la que arrastra al teatro;<br />

pero ellos no creen buena sino que le lleva a ellos.<br />

¿Y qué en el caso de que alguno de los nuestros delibere y, altercando consigo las dos<br />

voluntades, fluctúe entre ir al teatro o a nuestra iglesia? ¿No vacilarán éstos en lo que han<br />

de responder? Porque o han de confesar, lo que no quieren, que es buena la voluntad que<br />

les, conduce a nuestra iglesia como van a ella los que han sido imbuidos en sus misterios y<br />

permanecen fieles, o han de reconocer que en un hombre mismo luchan dos naturalezas<br />

malas y dos espíritus malos, y entonces ya no es verdad lo que dicen, que la una es buena<br />

y la otra mala, o se convierten a la verdad, y en este caso no negarán que, cuando uno<br />

delibera, una sola es el alma, agitada con diversas voluntades.<br />

24. Luego no digan ya, cuando advierten en un mismo hombre dos voluntades que se<br />

contradicen, que hay dos mentes contrarias, una buena y otra mala, provenientes de dos<br />

sustancias y dos principios contrarios que se combaten. Porque tú, ¡oh Dios veraz!, les<br />

repruebas, arguyes y convences, como en el caso en que ambas voluntades son malas; v.<br />

gr., cuando uno duda si matar a otro con el hierro o el veneno; si invadir esta o la otra<br />

hacienda ajena, de no poder ambas; si comprar el placer derrochando o guardar el dinero<br />

por avaricia; si ir al circo o al teatro, caso de celebrarse al mismo tiempo; y aun añado un<br />

tercer término: de robar o no la casa del prójimo si se le ofrece ocasión; y aun añado un<br />

cuarto: de cometer un adulterio si tiene posibilidad para ello en el supuesto de concurrir<br />

todas estas cosas en un mismo tiempo y de ser igualmente deseadas todas, las cuales no<br />

pueden ser a un mismo tiempo ejecutadas; porque estas cuatro voluntades -y aun otras<br />

muchas que pudieran darse, dada la multitud de cosas que apetecemos-, luchando contra<br />

sí, despedazan el alma, sin que puedan decir en este caso que existen otras tantas<br />

sustancias diversas.<br />

Lo mismo acontece con las buenas voluntades. Porque si yo les pregunto si es bueno<br />

deleitarse con la lectura del Apóstol y gozarse con el canto de algún salmo espiritual o en<br />

la explicación del Evangelio, me responderán a cada una de estas cosas que es bueno. Mas<br />

en el caso de que deleiten igualmente y al mismo tiempo, ¿no es cierto que estas diversas<br />

voluntades dividen el corazón del hombre mientras delibera qué ha de escoger con<br />

preferencia?<br />

Y, sin embargo, todas son buenas y luchan entre sí hasta que es elegida una cosa que<br />

arrastra y une toda la voluntad, que antes andaba dividida en muchas. Esto mismo ocurre<br />

también cuando la eternidad agrada a la parte superior y el deseo del bien temporal<br />

retiene fuertemente a la inferior, que es la misma alma queriendo aquello o esto no con<br />

toda la voluntad, y por eso desgárrase a sí con gran dolor al preferir aquello por la verdad<br />

y no dejar esto por la familiaridad.<br />

CAPITULO XI<br />

25. Así enfermaba yo y me atormentaba, acusándome a mí mismo más duramente que de<br />

costumbre, mucho y queriéndolo, y revolviéndome sobre mis ligaduras, para ver si rompía<br />

aquello poco que me tenía prisionero, pero que al fin me tenía. Y tú, Señor, me instabas a<br />

ello en mis entresijos y con severa misericordia redoblabas los azotes del temor y de la<br />

vergüenza, a fin de que no cejara de nuevo y no se rompiese aquello poco y débil que<br />

había quedado, y se rehiciese otra vez y me atase más fuertemente.<br />

Y decíame a mí mismo interiormente: "¡Ea! Sea ahora, sea ahora"; y ya casi: pasaba de la


palabra a la obra, ya casi lo hacía; pero no lo llegaba a hacer. Sin embargo, ya no recaía<br />

en las cosas de antes, sino que me detenía al pie de ellas y tomaba aliento y lo intentaba<br />

de nuevo; y era ya un poco menos lo que distaba, y otro poco menos, y ya casi tocaba al<br />

término y lo tenía; pero ni llegaba a él, ni lo tocaba, ni lo tenía, dudando en morir a la<br />

muerte y vivir a la vida, pudiendo más en mí lo malo inveterado que lo bueno<br />

desacostumbrado y llenándome de mayor horror a medida que me iba acercando al<br />

momento en que debía mudarme. Y aunque no me hacía volver atrás ni apartarme del fin,<br />

me retenía suspenso.<br />

26. Reteníanme unas bagatelas de bagatelas y vanidades de vanidades antiguas amigas<br />

mías; y tirábanme del vestido de la carne, y me decían por lo bajo: "¿Nos dejas?" Y "¿<br />

desde este momento no estaremos contigo por siempre jamás?" Y "¿desde este momento<br />

nunca más te será lícito esto y aquello?"<br />

¡Y qué cosas, Dios mío, qué cosas me sugerían con las palabras esto y aquello! Por tu<br />

misericordia aléjalas del alma de tu siervo. ¡Oh qué suciedades me sugerían, que<br />

indecencias! Pero las oía ya de lejos, menos de la mitad de antes, no como<br />

contradiciéndome a cara descubierta saliendo a mi encuentro, sino como musitando a la<br />

espalda y como pellizcándome a hurtadillas al alejarme, para que volviese la vista.<br />

Hacían, sin embargo, que yo, vacilante, tardase en romper y desentenderme de ellas y<br />

saltar adonde era llamado, en tanto que la costumbre violenta me decía: "¿Qué?, ¿piensas<br />

tú que podrás vivir sin estas cosas?"<br />

27. Mas esto lo decía ya muy tibiamente. Porque por aquella parte hacia donde yo tenía<br />

dirigido el rostro, y adonde temía pasar, se me dejaba ver la casta dignidad de la<br />

continencia, serena y alegre, no disolutamente, acariciándome honestamente para que me<br />

acercase y no vacilara y extendiendo hacia mí para recibirme y abrazarme sus piadosas<br />

manos, llenas de multitud de buenos ejemplos.<br />

Allí una multitud de niños y niñas, allí una juventud numerosa y hombres de toda edad,<br />

viudas venerables y vírgenes ancianas, y en todas la misma continencia, no estéril, sino<br />

fecunda madre de hijos nacidos de los gozos de su esposo, tú, ¡oh Señor!<br />

Y reíase ella de mí con risa alentadora, como diciendo: "¿No podrás tú lo que éstos y<br />

éstas? ¿O es que éstos y éstas lo pueden por sí mismos y no en el Señor su Dios? El Señor<br />

su Dios me ha dado a ellas. ¿Por qué te apoyas en ti, que no puedes tenerte en pie?<br />

Arrójate en él, no temas, que él no se retirará para que caigas; arrójate seguro, que él te<br />

recibirá y sanará".<br />

Y llenábame de muchísima vergüenza, porque aún oía el murmullo de aquellas bagatelas<br />

y, vacilante, permanecía suspenso. Mas de nuevo aquélla, como si dijera: Hazte sordo<br />

contra aquellos tus miembros inmundos sobre la tierra 32 , a fin de que sean mortificados.<br />

Ellos te hablan de deleites, pero no conforme a la ley del Señor tu Dios 33 .<br />

Tal era la contienda que había en mi corazón, de mí mismo contra mí mismo. Mas Alipio,<br />

fijo a mi lado, aguardaba en silencio el desenlace de mi inusitada emoción<br />

CAPITULO XII<br />

28. Mas apenas una alta consideración sacó del profundo de su secreto y amontonó toda<br />

mi miseria a la vista de mi corazón, estalló en mi alma una tormenta enorme, que<br />

encerraba en sí copiosa lluvia de lágrimas. Y para descargarla toda con sus truenos<br />

correspondientes, me levanté de junto Alipio -pues me pareció que para llorar era más a<br />

propósito la soledad- y me retiré lo más remotamente que pude, para que su presencia no<br />

me fuese estorbo. Tal era el estado en que me hallaba, del cual se dio él cuenta, pues no<br />

sé qué fue lo que dije al levantarme, que ya el tono de mi voz parecía cargado de<br />

lágrimas.<br />

Quedóse él en el lugar en que estábamos sentados sumamente estupefacto; mas yo,<br />

tirándome debajo de una higuera, no sé cómo, solté la rienda a las lagrimas, brotando dos<br />

ríos de mis ojos, sacrificio tuyo aceptable. Y aunque no con estas palabras, pero sí con el<br />

mismo sentido, te dije muchas cosas como éstas: ¡Y tú, Señor, hasta cuándo! 34 ¡Hasta<br />

cuándo, Señor, has de estar irritado! No quieras más acordarte de nuestras iniquidades


antiguas 35 . Sentíame aún cautivo de ellas y lanzaba voces lastimeras: "¿Hasta cuándo,<br />

hasta cuándo, ¡mañana!, ¡mañana!? ¿Por qué no hoy? ¿Por qué no poner fin a mis<br />

torpezas en esta misma hora?"<br />

29. Decía estas cosas y lloraba con amarguísima contrición de mi corazón. Mas he aquí<br />

que oigo de la casa vecina una voz, como de niño o niña, que decía cantando y repetía<br />

muchas veces: "Toma y lee, toma y lee".<br />

De repente, cambiando de semblante, me puse con toda la atención a considerar si por<br />

ventura había alguna especie de juego en que los niños soliesen cantar algo parecido, pero<br />

no recordaba haber oído jamás cosa semejante; y así, reprimiendo el ímpetu de las<br />

lágrimas, me levanté, interpretando esto como una orden divina de que abriese el códice y<br />

leyese el primer capítulo que hallase.<br />

Porque había oído decir de Antonio que, advertido por una lectura del Evangelio, a la cual<br />

había llegado por casualidad, y tomando como dicho para sí lo que se leía: Vete, vende<br />

todas las cosas que tienes, dalas a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos, y después<br />

ven y sígueme 36 , se había la punto convertido a ti con tal oráculo.<br />

Así que, apresurado, volví al lugar donde estaba sentado Alipio y yo había dejado el códice<br />

del Apóstol al levantarme de allí. Toméle, pues; abríle y leí en silencio el primer capítulo<br />

que se me vino a los ojos, y decía: No en comilonas y embriagueces, no en lechos y en<br />

liviandades, no en contiendas y emulaciones sino revestíos de nuestro Señor Jesucristo y<br />

no cuidéis de la carne con demasiados deseos 37 .<br />

No quise leer más, ni era necesario tampoco, pues al punto que di fin a la sentencia, como<br />

si se hubiera infiltrado en mi corazón una luz de seguridad, se disiparon todas las tinieblas<br />

de mis dudas.<br />

30. Entonces, puesto el dedo o no sé qué cosa de registro, cerré el códice, y con rostro ya<br />

tranquilo se lo indiqué a Alipio, quien a su vez me indicó lo que pasaba por él, y que yo<br />

ignoraba. Pidió ver lo que había leído; se lo mostré, y puso atención en lo que seguía a<br />

aquello que yo había leído y yo no conocía. Seguía así: Recibid al débil en la fe 38 , lo cual<br />

se aplicó él a sí mismo y me lo comunicó. Y fortificado con tal admonición y sin ninguna<br />

turbulenta vacilación, se abrazó con aquella determinación y santo propósito, tan<br />

conforme con sus costumbres, en las que ya de antiguo distaba ventajosamente tanto de<br />

mí.<br />

Después entramos a ver a la madre, indicándoselo, y llenóse de gozo; contámosle el modo<br />

como había sucedido, y saltaba de alegría y cantaba victoria, por lo cual te bendecía a ti,<br />

que eres poderoso para darnos más de lo que pedimos o entendemos 39 , porque veía que<br />

le habías concedido, respecto de mí, mucho más de lo que constantemente te pedía con<br />

gemidos lastimeros y llorosos.<br />

Porque de tal modo me convertiste a ti que ya no apetecía esposa ni abrigaba esperanza<br />

alguna de este mundo, estando ya en aquella regla de fe sobre la que hacía tantos años<br />

me habías mostrado a ella. Y así convertiste su llanto en gozo 40 , mucho más fecundo de<br />

lo que ella había apetecido y mucho más caro y casto que el que podía esperar de los<br />

nietos que le diera mi carne.<br />

LIBRO NOVENO<br />

CAPÍTULO I<br />

1. ¡Oh Señor!, siervo tuyo soy e hijo de tu sierva. Rompiste mis ataduras, yo te sacrificaré<br />

una hostia de alabanza 1 . Alábete mi corazón y mi lengua y que todos mis huesos digan:<br />

Señor, ¿quién semejante a ti? Díganlo, y que tú respondas y digas a mi alma: Yo soy tu<br />

salud 2 .<br />

¿Quién fui yo y qué tal fui? ¡Qué no hubo de malo en mis obras, o si no en mis obras, en<br />

mis palabras, o si no en mis palabras, en mis deseos! Mas tú, Señor, te mostrate bueno y<br />

misericordioso, poniendo los ojos en la profundidad de mi muerte y agotando con tu<br />

diestra el abismo de corrupción del fondo de mi alma. Todo ello consistía en no querer lo


que yo quería y en querer lo que tú querías.<br />

Pero ¿dónde estaba durante aquellos años mi libre albedrío y de qué bajo y profundo<br />

arcano no fue en un momento evocado para que yo sujetase la cerviz a tu yugo suave y el<br />

hombro a tu carga ligera, ¡oh Cristo Jesús!, ayudador mío y redentor mío? 3 ¡Oh, qué dulce<br />

fue para mí carecer de repente de las dulzuras de aquellas bagatelas, las cuales cuanto<br />

temía entonces perderlas, tanto gustaba ahora de dejarlas! Porque tú las arrojabas de mí,<br />

¡oh verdadera y sana dulzura!, tú las arrojabas, y en su lugar entrabas tú, más dulce que<br />

todo deleite, aunque no a la carne y a la sangre; más claro que toda luz, pero al mismo<br />

tiempo más interior que todo secreto; más sublime que todos los honores, aunque no para<br />

los que se subliman sobre sí.<br />

Libre estaba ya mi alma de los devoradores cuidados del ambicionar, adquirir y revolcarse<br />

en el cieno de los placeres y rascarse la sarna de sus apetitos carnales, y hablaba mucho<br />

ante ti, ¡oh Dios y Señor mío!, claridad mía, riqueza mía y salud mía.<br />

CAPITULO II<br />

2. Y me agradó en presencia tuya no romper tumultuosamente, sino substraer<br />

suavemente del mercado de la charlatanería el ministerio de mi lengua, para que en<br />

adelante los jóvenes que meditan no tu ley ni tu paz, sino engañosas locuras y contiendas<br />

forenses, no comprasen de mi boca armas para su locura. Y como casualmente faltaban<br />

poquísimos días para las vacaciones vendimiales, decidí aguantarlos para retirarme como<br />

de costumbre y, redimido por ti, no volver ya más a venderme.<br />

Esta mi determinación era conocida de ti; de los hombres, sólo lo era de los míos. Y aun<br />

se había convenido entre nosotros no descubrirlo fácilmente a cualquiera, aunque ya tú a<br />

los que subíamos del valle de las lágrimas 4 y cantábamos el cántico de los grados 5 nos<br />

habías proveído de agudas saetas y carbones devastadores contra la lengua dolosa, que<br />

contradice aconsejando y consume amando, como sucede con la comida.<br />

3. Asaeteado habías tú nuestro corazón con tu caridad y llevábamos tus palabras clavadas<br />

en nuestras entrañas; y los ejemplos de tus siervos, que de negros habías vuelto<br />

resplandecientes y de muertos vivos, recogidos en el seno de nuestro pensamiento,<br />

abrasaban y consumían nuestro grave torpor, para que no volviésemos atrás, y<br />

encendíannos fuertemente para que el viento de la contradicción de las lenguas dolosas no<br />

nos apagase, antes nos inflamase más ardientemente.<br />

Sin embargo, como por causa de tu nombre, que has santificado en toda la tierra, había<br />

de tener también sus panegiristas nuestra decisión y propósito, parecía algo de jactancia<br />

no aguardar al tiempo tan cercano de las vacaciones, retirándome anticipadamente de<br />

aquella profesión pública y tan a la vista de todos, para que, ocupadas de mi resolución las<br />

lenguas de cuantos me vieran, dijesen muchas cosas de mí y que había querido<br />

adelantarme al día tan vecino de las vacaciones de las vendimias, como si quisiera pasar<br />

por un gran personaje. Y ¿qué bien me iba a mí en que se pensase y discutiese sobre mis<br />

intenciones y se blasfemase de nuestro bien? 6<br />

4. Así que cuando en este mismo verano, debido al excesivo trabajo literario, había<br />

empezado a resentirse mi pulmón y a respirar con dificultad, acusando los dolores de<br />

pecho que estaba herido y a negárseme a emitir una voz clara y prolongada, me turbó<br />

algo al principio, por obligarme a dejar la carga de aquel magisterio casi por necesidad o,<br />

en caso de querer curar y convalecer, interrumpirlo ciertamente; mas cuando nació en mí<br />

y se afirmó la voluntad plena de vacar y ver que tú eres el Señor 7 , tú lo sabes, Dios mío,<br />

que hasta llegué a alegrarme de que se me hubiera presentado esta excusa, no falsa, que<br />

templase el sentimiento de los hombres, que por causa de sus hijos no querían verme<br />

nunca libre.<br />

Lleno, pues, de tal gozo, toleraba aquel lapso de tiempo hasta que terminase-no sé si eran<br />

unos veinte días-; y tolerábalo ya con gran trabajo, porque se había ido la ambición que<br />

solía llevar conmigo este pesado oficio y me había quedado yo solo; por lo que hubiera<br />

sucumbido de no haber sucedido en lugar de aquélla la paciencia.<br />

Tal vez dirá alguno de tus siervos, mis hermanos, que pequé en esto, porque, estando ya<br />

con el corazón lleno de deseos de servirte, sufrí estar una hora más siquiera sentado en la


cátedra de la mentira. No porfiaré con ellos. Pero tú, Señor misericordiosísimo, ¿acaso no<br />

me has perdonado y remitido también este pecado con todos los demás, horrendos y<br />

mortales, en el agua santa del bautismo?<br />

CAPITULO III<br />

5. Angustiábase de pena Verecundo por este nuestro bien, porque veía que iba a tener<br />

que abandonar nuestra compañía a causa de los vínculos [matrimoniales] que le<br />

aprisionaban tenacísimamente. Aunque no cristiano, estaba casado con una mujer<br />

creyente; mas precisamente en ella hallaba el mayor obstáculo que le retraía de entrar en<br />

la senda que habíamos emprendido nosotros, pues no quería ser cristiano, decía, de otro<br />

modo de aquel que le era imposible.<br />

Generosísimamente, sin embargo, nos ofreció, para cuanto tiempo estuviésemos allí que<br />

viviésemos en su finca. Tú, Señor, le retribuirás el día de la retribución de los justos 8 con<br />

la gracia que ya le concediste. Porque estando nosotros ausentes, ya en Roma, atacado de<br />

una enfermedad corporal y hecho en ella cristiano y creyente, salió de esta vida. De este<br />

modo tuviste misericordia no sólo de él, sino también de nosotros para que, cuando<br />

pensásemos en el gran rasgo de generosidad que tuvo con nosotros este amigo, no nos<br />

viésemos traspasados de un insufrible dolor por no poder contarle entre los de tu grey.<br />

Gracias te sean dadas, ¡oh Dios nuestro! Tuyos somos; tus exhortaciones y consuelos lo<br />

indican. ¡Oh fiel cumplidor de tus promesas!, da a Verecundo en pago de la estancia de su<br />

quinta de Casiciaco , en la que descansamos en ti de las congojas del siglo, la amenidad<br />

de tu paraíso eternamente verde, porque le perdonaste los pecados sobre la tierra en el<br />

monte de quesos, monte tuyo, monte fértil 9 .<br />

6. Angustiábase entonces, como digo, éste, mas alegrábase Nebridio con nosotros.<br />

Porque, aunque también éste -no siendo aún cristiano- había caído en el hoyo del<br />

perniciosísimo error de creer fantástica la carne de la Verdad, tu Hijo, ya, sin embargo,<br />

había salido de él, aunque permanecía sin imbuirse en ninguno de los sacramentos de tu<br />

Iglesia, bien que investigador ardentísimo de la verdad.<br />

No mucho después de nuestra conversión y regeneración por tu bautismo, hízose al fin<br />

católico fiel, sirviéndote a ti junto a los suyos en África en castidad y continencia<br />

perfectas; y después de haberse convertido a la fe cristiana por su medio toda su casa,<br />

librástele de los lazos de la carne, viviendo ahora en el seno de Abraham 10 , sea lo que<br />

fuere lo que por dicho seno se significa. Allí vive mi Nebridio, dulce amigo mío y, de<br />

liberto, hijo adoptivo tuyo. Allí vive -porque ¿qué otro lugar convenía a un alma tal?-, allí<br />

vive, de donde solía preguntarme muchas cosas a mí, hombrecillo inexperto. Ya no aplica<br />

su oído a mi boca, sino que pone su boca espiritual a tu fuente y bebe cuanto puede de la<br />

sabiduría según su avidez, sin término feliz. Mas no creo que así se embriague de ella que<br />

se olvide de mí, cuando tú, Señor, que eres su bebida, te acuerdas de nosotros.<br />

Así, pues, nos hallábamos, por una parte, consolando a Verecundo, que, sin daño de la<br />

amistad, se sentía triste de aquella nuestra conversión, exhortándole a la fe en su estado,<br />

esto es, en su vida conyugal; por otra, esperando a Nebridio a ver si nos seguía, que tan<br />

fácilmente lo podía y estaba ya casi a punto de hacerlo, cuando he aquí que por fin<br />

transcurrieron aquellos días, que me parecieron muchos y largos por el deseo de una<br />

libertad desocupada, para cantarte a ti de la medula de mis huesos: A ti dijo mi corazón:<br />

Busqué tu rostro, tu rostro, Señor, buscaré 11 .<br />

CAPITULO IV<br />

7. Por fin llegó el día en que debía ser absuelto de hecho de la profesión de retórico, de la<br />

que ya estaba suelto con el afecto; y así se hizo. Tú sacaste mi lengua de donde habías ya<br />

sacado mi corazón. Y bendecíate con gozo, con todos los míos, camino de la quinta de<br />

Verecundo; en donde qué fue lo que hice en el terreno de las letras, puestas ya a tu<br />

servicio, pero aún respirando, como en una pausa, la soberbia de la escuela, lo testifican<br />

los libros que discutí con los presentes y conmigo mismo a solas en tu presencia; de lo que<br />

traté con Nebridio, ausente, claramente lo indican las cartas habidas con él.<br />

Pero ¿qué espacio de tiempo no necesitaría para recordar todos tus grandes beneficios<br />

para con nosotros en aquel tiempo, sobre todo teniendo prisa por llegar a otros mayores?


Porque viéneme a la memoria -y me es dulce confesártelo, Señor- el recuerdo de los<br />

estímulos internos con que me domaste, y el modo como allanaste -humillados repetidas<br />

veces los montes y collados de mis pensamientos-, y cómo enderezaste mis sendas<br />

tortuosas y suavizaste mis esperanzas, así como también el modo como sometiste al<br />

mismo Alipio -el hermano de mi corazón- al nombre de tu Unigénito, Jesucristo, Señor y<br />

Salvador nuestro; el cual [Alipio] en un principio se desdeñaba de insertarlo en nuestros<br />

escritos, porque quería que oliesen más a los cedros de los gimnasios, que había ya<br />

quebrantado el Señor, que no a las saludables hierbas eclesiásticas, enemigas de las<br />

serpientes 12 .<br />

8. ¡Qué voces te di, Dios mío, cuando, todavía novicio en tu verdadero amor y siendo<br />

catecúmeno, leía descansado en la quinta los salmos de David-cánticos de fe, sonidos de<br />

piedad, que excluyen todo espíritu hinchado -en compañía de Alipio, también catecúmeno,<br />

y de mi madre, que se nos había juntado con traje de mujer, fe de varón, seguridad de<br />

anciana, caridad de madre y piedad cristiana! ¡Qué voces, sí, te daba en aquellos salmos y<br />

cómo me inflamaba en ti con ellos y me encendía en deseos de recitarlos, si me fuera<br />

posible, al mundo entero, contra la soberbia del género humano! Aunque cierto es ya que<br />

en todo el mundo se cantan y que no hay nadie que se esconda de tu calor 13 .<br />

¡Con qué vehemente y agudo dolor me indignaba también contra los maniqueos, a los que<br />

compadecía grandemente, por ignorar aquellos sacramentos, aquellos medicamentos, y<br />

ensañarse contra el antídoto que podía sanarlos! Quisiera que hubiesen estado entonces<br />

en un lugar próximo y, sin saber yo que estaban allí, que hubieran visto mi rostro y oído<br />

mis clamores cuando leía el salmo 4 en aquel ocio y los efectos saludables que en mí<br />

obraba este salmo: Cuando yo te invoqué, tú me escucharte, ¡ oh Dios de mi justicia!, y<br />

en la tribulación me dilataste. Compadécete, Señor, de mí y escucha mi oración 14 . ¡<br />

Oyéranme, digo -ignorando yo que me oían, para que no pensasen que lo decía por ellos-,<br />

las cosas que yo dije entre palabra y palabra; porque realmente ni yo dijera tales cosas, ni<br />

las dijera de este modo, de sentirme visto y escuchado de ellos; ni, aunque las dijese,<br />

serían recibidas así, como hablando yo conmigo mismo y dirigiéndome a mí en tu<br />

presencia en íntima efusión de los afectos de mi alma.<br />

9. Me horroricé de temor y a la vez me enardecí de esperanza y gozo en tu misericordia, ¡<br />

oh Padre! Y todas estas cosas salíanseme por los ojos y por la voz al leer las palabras que<br />

tu Espíritu bueno, vuelto a nosotros, nos dice: Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo habéis<br />

de ser pesados de corazón? ¿Por qué amáis la vanidad y buscáis la mentira?<br />

También yo había amado la vanidad y buscado la mentira. Mas tú, Señor, habías ya<br />

glorificado a tu Santo, resucitándole de entre los muertos y colocándole a tu diestra, desde<br />

donde había de enviar, según su promesa, al Paráclito, el Espíritu de la Verdad 15 . Y<br />

ciertamente ya lo había enviado, mas yo no lo sabía; ya le habías enviado, porque ya<br />

había sido glorificado, resucitando de entre los muertos y subiendo a los cielos, no<br />

habiendo sido antes dado el Espíritu por no haber sido aún glorificado Jesús 16 .<br />

Clama la profecía: ¿Hasta cuándo seréis pesados de corazón? ¿Por qué amáis la vanidad y<br />

buscáis la mentira? Mas sabed que el Señor ha glorificado ya a su santo 17 . Clama: Hasta<br />

cuándo, clama: Sabed, y yo, sin saberlo tanto tiempo, amando la vanidad y buscando la<br />

mentira.<br />

Por eso cuando lo oí me llené de temblor, porque veía que se decía a tales cual yo me<br />

reconocía haber sido; pues en los fantasmas que yo había tomado por la verdad se hallaba<br />

la vanidad y mentira.<br />

Y proferí muchas cosas, duras y fuertes, en medio del dolor de mi recuerdo, las cuales<br />

ojalá hubieran escuchado los que aún aman la vanidad y buscan la mentira. Porque tal vez<br />

se conturbasen y vomitasen su error y tú les escuchases cuando clamaran a ti, porque por<br />

nosotros murió con muerte verdadera de carne quien interpela ante ti por nosotros 18 .<br />

10.Leía: Airaos y no queráis pecar 19 . ¡Y cómo me sentía movido, Dios mío, yo, que había<br />

aprendido ya a airarme por las cosas pasadas, para no pecar más en adelante, y a airarme<br />

justamente, porque no era una naturaleza extraña, procedente de la gente de las<br />

tinieblas, la que en mí pecaba, como dicen los que no se aíran contra sí y atesoran ira para<br />

sí en el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios 20


Ni mis bienes eran ya exteriores, ni los buscaba a la luz de este sol con ojos carnales,<br />

porque los que quieren gozar externamente, fácilmente se hacen vanos y se desparraman<br />

por las cosas que se ven y son temporales y van con pensamiento famélico lamiendo sus<br />

imágenes. Pero ¡oh si se fatigasen de inedia y dijeran: ¿Quién nos mostrará las cosas<br />

buenas? 21 , y nosotros les dijésemos y ellos nos oyeran: ¡Ha sido impresa sobre nosotros<br />

la luz de tu rostro, Señor! Porque no somos nosotros la luz que ilumina a todo hombre,<br />

sino que somos iluminados por ti, a fin de que los que fuimos algún tiempo tinieblas<br />

seamos luz en ti 22 .<br />

¡Oh si viesen ellos aquella luz interna eterna que yo había visto! Y porque la había<br />

gustado, bramaba por no poder mostrársela si me presentaran su corazón en sus ojos,<br />

fuera de ti, y me dijesen: "¿Quién nos mostrará las cosas buenas?" Porque allí en donde<br />

yo me había airado interiormente, en mi corazón; donde yo había sentido la compunción y<br />

había sacrificado, dando muerte, a mi vetustez; donde, incoada la idea de mi renovación,<br />

confiaba en ti, allí me habías empezado a ser dulce y a dar alegría a mi corazón. Y<br />

clamaba leyendo estas cosas exteriormente y reconociéndolas interiormente; ni deseaba<br />

ya multiplicarme en bienes terrenos, devorando los tiempos y siendo devorado por ellos,<br />

teniendo como tenía en la eterna simplicidad otro trigo, otro vino y otro aceite.<br />

11. Y clamaba en el siguiente verso con un profundo clamor de mi corazón: ¡Oh en paz!, ¡<br />

oh en el mismo! 23 , ¡oh qué cosa dijo: Me acostaré y dormiré! Porque ¿quién nos resistirá<br />

cuando se cumpla la palabra que está escrita: La muerte ha sido cambiada en victoria? 24<br />

Tú eres en sumo grado el mismo, porque no te mudas y en ti se halla el descanso que<br />

pone olvido de todos los trabajos; porque ningún otro hay contigo aún para alcanzar<br />

aquella otra multitud de cosas que no son lo que tú; mas tú solo, Señor, me has<br />

constituido en esperanza 25 .<br />

Leía yo esto y me inflamaba y no sabía qué hacer con aquellos sordomuertos, siendo yo de<br />

los cuales fui una peste, un perro rabioso y ciego que ladraba contra aquellas letras,<br />

melifluas por su miel de cielo y luminosas por tu luz, y me consumía contra los enemigos<br />

de estas Escrituras.<br />

12. ¿Cuándo podré yo recordar todas las cosas que pensé en aquellos días de retiro? Pero<br />

lo que no he olvidado, ni quiero pasar en silencio, es la aspereza de un azote tuyo y la<br />

admirable celeridad de tu misericordia.<br />

Atormentásteme entonces con un dolor de muelas, y como arreciase tanto que no me<br />

dejase hablar, se me vino a la mente avisar a todos los míos, presentes, que orasen por<br />

mí ante ti, ¡oh Dios de toda salud! Escribí mi deseo en unas tablillas de cera y las di para<br />

que las leyeran. Luego, apenas doblamos la rodilla con suplicante afecto, huyó aquel dolor.<br />

¡Y qué dolor! ¡Y cómo huyó! Llenéme de espanto, lo confieso, Dios mío y Señor mío 26 .<br />

Nunca desde mi primera edad había experimentado cosa semejante.<br />

De este modo insinuaste en lo más profundo de mí tus voluntades, y yo, gozoso en la fe,<br />

alabé tu nombre. Sin embargo, esta fe no me dejaba vivir tranquilo sobre mis pasados<br />

pecados, que todavía no me habían sido perdonados por no haber recibido aún tu<br />

bautismo.<br />

CAPITULO V<br />

13. Terminadas las vacaciones vendimiales, anuncié a los milaneses de que proveyesen a<br />

sus estudiantes de otro vendedor de palabras, porque, por una parte, había determinado<br />

consagrarme a tu servicio, y por otra, no podía atender a aquella profesión por la dificultad<br />

de la respiración y el dolor de pecho.<br />

También insinué por escrito a tu obispo y santo varón Ambrosio mis antiguos errores y mi<br />

actual propósito, a fin de que me indicase qué era lo que principalmente debía leer de tus<br />

libros para prepararme y disponerme mejor a recibir tan grande gracia.<br />

El me mandó que al profeta Isaías; creo que porque éste anuncia más claramente que los<br />

demás el Evangelio y vocación de los gentiles. Sin embargo, no habiendo entendido lo<br />

primero que leí y juzgando que todo lo demás sería lo mismo, lo dejé para volver a él


cuando estuviese más ejercitado en el lenguaje divino.<br />

CAPITULO VI<br />

14. Así que cuando llegó el tiempo en que debíamos "dar el nombre", dejando la quinta,<br />

retornamos a Milán.<br />

Plugo también a Alipio renacer en ti conmigo, revestido ya de la humildad conveniente a<br />

tus sacramentos, y tan fortísimo domador de su cuerpo, que se atrevió, sin tener<br />

costumbre de ello, a andar con los pies descalzos sobre el suelo glacial de Italia.<br />

Asociamos también con nosotros al niño Adeodato, nacido carnalmente de mi pecado. Tú,<br />

sin embargo, le habías hecho bien. Tenía unos quince años; mas por su ingenio iba delante<br />

de muchos graves y doctos varones. Dones tuyos eran éstos, te lo confieso, Señor y Dios<br />

mío, creador de todas las cosas y muy poderoso para dar forma a todas nuestras<br />

deformidades, pues yo en este niño no tenía otra cosa que el delito. Porque aun aquello<br />

mismo en que le instruíamos en tu disciplina, tú eras quien nos lo inspirabas, no ningún<br />

otro; dones tuyos, pues, eran, te lo confieso.<br />

Hay un libro nuestro que se intitula Del Maestro: él es quien habla allí conmigo. Tú sabes<br />

que son suyos los conceptos todos que allí se insertan en la persona de mi interlocutor,<br />

siendo de edad de dieciséis años. Muchas otras cosas suyas maravillosas experimenté yo;<br />

espantado me tenía aquel ingenio. Mas ¿quién fuera de ti podía ser autor de tales<br />

maravillas? Pronto le arrebataste de la tierra; con toda tranquilidad lo recuerdo ahora, no<br />

temiendo absolutamente nada por un hombre tal, ni en su puericia ni en su adolescencia.<br />

Asociámosle coevo en tu gracia, para educarle en tu disciplina; y así fuimos bautizados, y<br />

huyó de nosotros el cuidado en que estábamos por nuestra vida pasada.<br />

Yo no me hartaba en aquellos días, por la dulzura admirable que sentía, de considerar la<br />

profundidad de tu consejo sobre la salud del género humano. ¡Cuánto lloré con tus himnos<br />

y tus cánticos, fuertemente conmovido con las voces de tu Iglesia, que dulcemente<br />

cantaba! Penetraban aquellas voces mis oídos y tu verdad se derretía en mi corazón, con<br />

lo cual se encendía el afecto de mi piedad y corrían mis lágrimas, y me iba bien con ellas.<br />

CAPITULO VII<br />

15. No hacía mucho que la iglesia de Milán había empezado a celebrar este género de<br />

consolación y exhortación, con gran entusiasmo de los hermanos, que los cantaban con la<br />

boca y el corazón. Es a saber: desde hacía un año o poco más, cuando Justina, madre del<br />

emperador Valentiniano, todavía niño, persiguió, por causa de su herejía -a 1a que había<br />

sido inducida por los arrianos-, a tu varón Ambrosio. Velaba la piadosa plebe en la iglesia,<br />

dispuesta a morir con su Obispo, tu siervo.<br />

Allí se hallaba mi madre, tu sierva, la primera en solicitud y en las vigilias, que no vivía<br />

sino para la oración. Nosotros, todavía fríos, sin el calor de tu Espíritu, nos sentíamos<br />

conmovidos, sin embargo, por la ciudad, atónita y turbada.<br />

Entonces fue cuando se instituyó que se cantasen himnos y salmos, según la costumbre<br />

oriental, para que el pueblo no se consumiese del tedio de la tristeza. Desde ese día se ha<br />

conservado hasta el presente, siendo ya imitada por muchas, casi por todas tus iglesias,<br />

en las demás regiones del orbe.<br />

16. Entonces fue cuando por medio de una visión descubriste al susodicho Obispo el lugar<br />

en que yacían ocultos los cuerpos de San Gervasio y San Protasio, que tú habías<br />

conservado incorruptos en el tesoro de tu misterio tantos años, a fin de sacarlos<br />

oportunamente para reprimir una rabia femenina y además regia.<br />

Porque habiendo sido descubiertos y desenterrados, al ser trasladados con la pompa<br />

conveniente a la basílica ambrosiana, no sólo quedaban sanos los atormentados por los<br />

espíritus inmundos, confesándolo los mismos demonios, sino también un ciudadano, ciego<br />

hacía muchos años y muy conocido en la ciudad, quien, como preguntara la causa de<br />

aquel alegre alboroto del pueblo y se lo indicasen, dio un salto y rogó a su lazarillo que le<br />

condujera al lugar; llegado allí, suplicó se le concediese tocar con el pañuelo el féretro de<br />

tus santos, cuya muerte había sido preciosa en tu presencia 27 . Hecho esto, y aplicado


después a los ojos, recobró al instante la visita.<br />

Al punto corrió la fama del hecho, y al punto sonaron tus alabanzas, fervientes y<br />

luminosas, con lo que si el ánimo de aquella adversaria no se acercó a la salud de la fe, se<br />

reprimió al menos en su furor de persecución.<br />

¡Gracias te sean dadas, Dios mío! Pero ¿de dónde y por dónde has traído a mi memoria<br />

para que también te confiese estas cosas que, aunque grandes, las había olvidado,<br />

pasándolas de largo?<br />

Y, sin embargo, con exhalar entonces de ese modo un olor tal tus ungüentos, no corríamos<br />

tras de ti 28 . Por eso lloraba tan abundantemente en medio de los cánticos de tus himnos:<br />

al principio suspirando por ti y luego respirando, cuanto lo sufre el aire en una "casa de<br />

heno".<br />

CAPITULO VIII<br />

17. Tú, que haces morar en una misma casa a los de un solo corazón 29 , nos asociaste<br />

también a Evodio, joven de nuestro municipio, quien, militando como "agente de<br />

negocios", se había antes que nosotros convertido a ti y bautizado y, abandonada la<br />

milicia del siglo, se había alistado en la tuya.<br />

Juntos estábamos, y juntos, pensando vivir en santa concordia, buscábamos el lugar más<br />

a propósito para servirte, y juntos regresábamos al África. Mas he aquí que estando en<br />

Ostia Tiberina murió mi madre.<br />

Muchas cosas paso por alto, porque voy muy de prisa, Recibe mis confesiones y acciones<br />

de gracias, Dios mío, por las innumerables cosas que paso en silencio. Mas no callaré lo<br />

que mi alma me sugiera de aquella tu sierva que me parió en la carne para que naciera a<br />

la luz temporal y en su corazón a la eterna. No referiré yo sus dones, sino los tuyos en<br />

ella. Porque ni ella se hizo a sí misma ni a sí misma se había educado. Tú fuiste quien la<br />

creaste, pues ni su padre ni su madre sabían cómo saldría de ellos; la Vara de tu Cristo, el<br />

régimen de tu Único fue quien la instruyó en tu temor en una casa creyente, miembro<br />

bueno de tu Iglesia.<br />

Ni aun ella misma ensalzaba tanto la diligencia de su madre en educarla cuanto la de una<br />

decrépita sirvienta, que había llevado a su padre siendo niño a la espalda, al modo como<br />

suelen hoy llevarlos las muchachas ya mayores a la espalda.<br />

Por esta razón, y por su ancianidad y óptimas costumbres, era muy honrada de los<br />

señores en aquella cristiana casa, razón por la cual tenía ella misma mucho cuidado de las<br />

señoritas hijas que le habían encomendado, siendo en reprimirlas, cuando era menester,<br />

vehemente con santa severidad y muy prudente en enseñarlas. Porque fuera de aquellas<br />

horas en que comían muy moderadamente a la mesa de sus padres, aunque se abrasasen<br />

de sed, ni aun agua les dejaba beber, precaviendo con esto una mala costumbre y<br />

añadiendo este saludable aviso: "Ahora bebéis agua porque no podéis beber vino; mas<br />

cuando estéis casadas y seáis dueñas de la bodega y despensa, no os tirará el agua, pero<br />

prevalecerá la costumbre de beber".<br />

Y con este modo de mandar y la autoridad que tenía para imponerse, refrenaba el apetito<br />

en aquella tierna edad y ajustaba la sed de aquellas niñas a la norma de la honestidad,<br />

para que no les agradase lo que no les convenía.<br />

18. Y, sin embargo, llegó a filtrarse en ella -según me contaba a mí, su hijo, tu sierva-,<br />

llegó a filtrarse en ella cierta afición al vino. Porque mandándole de costumbre sus padres,<br />

como a joven sobria, sacar vino de la cuba, ella, después de sumergir el vaso por la parte<br />

superior de aquélla, antes de echar el vino en la botella sorbía con la punta de los labios<br />

un poquito, no más por rechazárselo el gusto. Porque no hacía esto movida del deseo del<br />

vino, sino por ciertos excesos desbordantes de la edad, que saltan en movimientos<br />

juguetones, y que en los años pueriles suelen ser reprimidos con la gravedad de los<br />

mayores. De este modo, añadiendo un poco todos los días a aquel poco cotidiano, vino a<br />

caer -porque el que desprecia las cosas pequeñas, poco a poco viene a caer 30 -en aquella<br />

costumbre, hasta llegar a beber con gusto casi la copa llena.


¿Dónde estaba entonces aquella sagaz anciana y aquella su severa prohibición? ¿Por<br />

ventura valía algo contra la enfermedad oculta si tu medicina, Señor, no velase sobre<br />

nosotros? Porque aunque ausentes el padre y la madre y las nodrizas, estabas tú<br />

presente, tú, que nos has criado, que nos llamas y que te sirves de nuestros propósitos<br />

para hacernos algún bien para la salud de nuestras almas. ¿Qué fue lo que entonces<br />

hiciste, Dios mío? ¿Con qué la curaste? ¿Con qué la sanaste? ¿No es cierto que sacaste,<br />

según tus secretas providencias, un duro y punzante insulto de otra alma como un hierro<br />

medicinal, con el que de un solo golpe sanaste aquella postema?<br />

Porque discutiendo cierto día la criada que solía bajar a la bodega con la señorita, como<br />

ocurre con frecuencia estando las dos solas, le echó en cara este defecto con acerbísimo<br />

insulto, llamándola borrachina. Herida ésta con tal insulto, comprendió la fealdad de su<br />

pecado, y al instante lo condenó y arrojó de sí. Cierto es que muchas veces los amigos nos<br />

pervierten adulando, así como los enemigos nos corrigen insultando; mas no es el bien<br />

que viene por ellos lo que tú retribuyes, sino la intención con que lo hacen. Porque aquella<br />

criada airada lo que pretendía era afrentar a su señorita, no corregirla; y si lo hizo<br />

ocultamente fue o porque así las sorprendió la circunstancia del lugar y tiempo o porque<br />

no padeciese ella por haberlo descubierto tan tarde. Pero tú, Señor, gobernador de las<br />

cosas del cielo y de la tierra, convirtiendo para tus usos las cosas profundas del torrente,<br />

el flujo de los siglos ordenadamente turbulento, aun con la insania de una alma sanaste a<br />

otra, para que nadie, cuando advierta esto, lo atribuya a su poder, si por su medio se<br />

corrige alguien a quien desea corregir.<br />

CAPITULO IX<br />

19. Así, pues, educada púdica y sobriamente, y sujeta más por ti a sus padres que por sus<br />

padres a ti, luego que llegó plenamente a la edad núbil fue dada {en matrimonio} a un<br />

varón, a quien sirvió como a señor y se esforzó por ganarle para ti, hablándole de ti con<br />

sus costumbres, con las que la hacías hermosa y reverentemente amable y admirable ante<br />

sus ojos. De tal modo toleró las injurias de sus infidelidades, que jamás tuvo con él sobre<br />

este punto la menor riña, pues esperaba que tu misericordia vendría sobre él y, creyendo<br />

en ti, se haría casto.<br />

Era éste, además, si por una parte sumamente cariñoso, por otra extremadamente<br />

colérico; mas tenía ésta cuidado de no oponerse a su marido enfadado, no sólo con los<br />

hechos, pero ni aun con la menor palabra; y sólo cuando le veía ya tranquillo y sosegado,<br />

y lo juzgaba oportuno, le daba razón de lo que había hecho, si por casualidad se había<br />

enfadado más de lo justo.<br />

Finalmente, cuando muchas matronas, que tenían maridos más mansos que ella, traían las<br />

rostros afeados con las señales de los golpes y comenzaban a murmurar de la conducta de<br />

ellos en sus charlas amigables, ésta, achacándolo a su lengua, advertíales seriamente<br />

entre bromas que desde el punto que oyeron leerlas las tablas llamadas matrimoniales<br />

debían haberlas considerado como un documento que las constituía en siervas de éstos; y<br />

así recordando esta su condición, no debían ensoberbecerse contra sus señores. Y como se<br />

admirasen ellas, sabiendo lo feroz que era el marido que tenía, de que jamás se hubiese<br />

oído ni traslucido por ningún indicio que Patricio maltratase a su mujer, ni siquiera que un<br />

día hubiesen estado desavenidos con alguna discusión, y le pidiesen la razón de ello en el<br />

seno de la familiaridad, enseñábales ella su modo de conducta, que es como dije arriba.<br />

Las que la imitaban experimentaban dichos efectos y le daban las gracias; las que no la<br />

seguían, esclavizadas, eran maltratadas.<br />

20. También a su suegra, al principio irritada contra ella por los chismes de las malas<br />

criadas, logró vencerla de tal modo con obsequios y continua tolerancia y mansedumbre,<br />

que ella misma espontáneamente manifestó a su hijo qué lenguas chismosas de las<br />

criadas eran las que turbaban la paz doméstica entre ella y su nuera y pidió se las<br />

castigase. Y así, después que él, ya por complacer a la madre, ya por conservar la<br />

disciplina familiar, ya por atender a la armonía de los suyos, castigó con azotes a las<br />

acusadas a voluntad de la acusante, aseguró ésta que tales premios debían esperar de ella<br />

quienes, pretendiendo agradarla, le dijesen algo malo de su nuera. Y no atreviéndose ya<br />

ninguna a ello, vivieron las dos en dulce y memorable armonía.<br />

21. Igualmente a esta tu buena sierva, en cuyas entrañas me criaste, ¡oh Dios mío,<br />

misericordia mía! 31 , le habías otorgado este otro gran don: de mostrarse tan pacífica,


siempre que podía, entre almas discordes y disidentes, cualesquiera que ellas fuesen, que<br />

con oír muchas cosas durísimas de una y otra parte, cuales suelen vomitar una hinchada e<br />

indigesta discordia, cuando ante la amiga presente desahoga la crudeza de sus odios en<br />

amarga conversación sobre la enemiga ausente, que no delataba nada a la una de la otra,<br />

sino aquello que podía servir para reconciliarlas.<br />

Pequeño bien me parecería éste si una triste experiencia no me hubiera dado a conocer a<br />

muchedumbre de gentes -por haberse extendido muchísimo esta no sé qué horrenda<br />

pestilencia de pecados- que no sólo descubren los dichos de enemigos airados a sus<br />

airados enemigos, sino que añaden, además, cosas que no se han dicho; cuando, al<br />

contrario, a un hombre que es humano deberá parecer poco el no excitar ni aumentar las<br />

enemistades de los hombres hablando mal, si antes no procura extinguirlas hablando bien.<br />

Tal era aquélla, adoctrinada por ti, maestro interior, en la escuela de su corazón.<br />

22. Por último, consiguió también ganar para ti a su marido al fin de su vida, no teniendo<br />

que lamentar en él siendo fiel lo que había tolerado siendo infiel.<br />

Era, además, sierva de tus siervos, y cualesquiera de ellos que la conocía te alababa,<br />

honraba y amaba mucho en ella, porque advertía tu presencia en su corazón por los frutos<br />

de su santa conversación.<br />

Había sido mujer de un solo varón, había cumplido con sus padres, había gobernado su<br />

casa piadosamente y tenía el testimonio de las buenas obras 32 , y había nutrido a sus<br />

hijos, pariéndoles tantas veces cuantas les veía apartarse de ti.<br />

Por último, Señor, ya que por tu gracia nos dejas hablar a tus siervos, de tal manera cuidó<br />

de todos nosotros los que antes de morir ella vivíamos juntos, recibida ya la gracia del<br />

bautismo, como si fuera madre de todos; y de tal modo nos sirvió, como si fuese hija de<br />

cada uno de nosotros.<br />

CAPITULO X<br />

23. Estando ya inminente el día en que había de salir de esta vida -que tú, Señor,<br />

conocías, y nosotros ignorábamos-, sucedió a lo que yo creo, disponiéndolo tú por tus<br />

modos ocultos, que nos hallásemos solos yo y ella apoyados sobre una ventana, desde<br />

donde se contemplaba un huerto o jardín que había dentro de la casa, allí en Ostia<br />

Tiberina, donde, apartados de las turbas, después de las fatigas de un largo viaje,<br />

cogíamos fuerzas para la navegación.<br />

Allí solos conversábamos dulcísimamente; y olvidando las cosas pasadas, ocupados en lo<br />

por venir 33 , inquiríamos los dos delante de la verdad presente, que eres tú, cuál sería la<br />

vida eterna de los santos, que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre<br />

concibió 34 . Abríamos anhelosos la boca de nuestro corazón hacia aquellos raudales<br />

soberanos de tu fuente -de la fuente de vida que está en ti 35 - para que, rociados según<br />

nuestra capacidad, nos formásemos de algún modo idea de cosa tan grande.<br />

24. Y como llegara nuestro discurso a la conclusión de que cualquier deleite de los<br />

sentidos carnales, aunque sea el más grande, revestido del mayor esplendor corpóreo,<br />

ante el gozo de aquella vida no sólo no es digno de comparación, pero ni aun de ser<br />

mentado, levantándonos con más ardiente afecto hacia el que es siempre el mismo,<br />

recorrimos gradualmente todos los seres corpóreos, hasta el mismo cielo, desde donde el<br />

sol y la luna envían sus rayos a la tierra.<br />

Y subimos todavía más arriba, pensando, hablando y admirando tus obras; y llegamos<br />

hasta nuestras almas y las pasamos también, a fin de llegar a la región de la abundancia<br />

indeficiente, en donde tú apacientas a Israel eternamente con el pasto de la verdad, y es<br />

la vida la Sabiduría, por quien todas las cosas existen, así las ya creadas como las que han<br />

de ser, sin que ella lo sea por nadie; siendo ahora como fue antes y como será siempre, o<br />

más bien, sin que haya en ella fue ni será, sino sólo es, por ser eterna, porque lo que ha<br />

sido o será no es eterno.<br />

Y mientras hablábamos y suspirábamos por ella, llegamos a tocarla un poco con todo el<br />

ímpetu de nuestro corazón; y suspirando y dejando allí prisioneras las primicias de nuestro


espíritu, tornamos al estrépito de nuestra boca, donde tiene principio y fin el verbo<br />

humano, en nada semejante a tu Verbo, Señor nuestro, que permanece en sí sin<br />

envejecerse y renueva todas las cosas.<br />

25. Y decíamos nosotros: Si hubiera alguien en quien callase el tumulto de la carne;<br />

callasen las imágenes de la tierra, del agua y del aire; callasen los mismos cielos y aun el<br />

alma misma callase y se remontara sobre sí, no pensando en sí; si callasen los sueños y<br />

revelaciones imaginarias, y, finalmente, si callase por completo toda lengua, todo signo y<br />

todo cuanto se hace pasando - puesto que todas estas cosas dicen a quien les presta oído:<br />

No nos hemos hecho a nosotras mismas, sino que nos ha hecho el que permanece<br />

eternamente 36 -; si, dicho esto, callasen, dirigiendo el oído hacia aquel que las ha hecho, y<br />

sólo él hablase, no por ellas, sino por sí mismo, de modo que oyesen su palabra, no por<br />

lengua de carne, ni por voz de ángel, ni por sonido de nubes, ni por enigmas de<br />

semejanza, sino que le oyéramos a él mismo, a quien amamos en estas cosas, a él mismo<br />

sin ellas, como al presente nos elevamos y tocamos rápidamente con el pensamiento la<br />

eterna Sabiduría, que permanece sobre todas las cosas; si, por último, este estado se<br />

continuase y fuesen alejadas de él las demás visiones de índole muy inferior, y esta sola<br />

arrebatase, absorbiese y abismase en los gozos más íntimos a su contemplador, de modo<br />

que fuese la vida sempiterna cual fue este momento de intuición por el cual suspiramos, ¿<br />

no sería esto el Entra en el gozo de tu Señor 37 ? Mas ¿cuándo será esto? ¿Acaso cuando<br />

todos resucitemos, bien que no todos seamos inmutados? 38<br />

26. Tales cosas decía yo, aunque no de este modo ni con estas palabras. Pero tú sabes,<br />

Señor, que en aquel día, mientras hablábamos de estas cosas -y a medida que<br />

hablábamos nos parecía más vil este mundo con todos sus deleites-, díjome ella: "Hijo,<br />

por lo que a mí toca, nada me deleita ya en esta vida. No sé ya qué hago en ella ni por<br />

qué estoy, aquí, muerta a toda esperanza del siglo. Una sola cosa había por la que<br />

deseaba detenerme un poco en esta vida, y era verte cristiano católico antes de morir.<br />

Superabundantemente me ha concedido esto mi Dios, puesto que, despreciada la felicidad<br />

terrena, te veo siervo suyo. ¿Qué hago, pues, aquí?".<br />

CAPITULO XI<br />

27. No recuerdo yo bien qué respondí a esto; pero sí que apenas pasados cinco días, o no<br />

muchos más, cayó en cama con fiebres. Y estando enferma tuvo un día un desmayo,<br />

quedando por un poco privada de los sentidos. Acudimos corriendo, mas pronto volvió en<br />

sí, y viéndonos presentes a mí y a mi hermano, díjonos, como quien pregunta algo: "¿<br />

Dónde estaba?" Después, viéndonos atónitos de tristeza, nos dijo: "Enterráis aquí a<br />

vuestra madre". Yo callaba y frenaba el llanto, mas mi hermano dijo no sé qué palabras,<br />

con las que parecía desearle como cosa más feliz morir en la patria y no en tierras tan<br />

lejanas. Al oírlo ella, reprendióle con la mirada, con rostro afligido por pensar tales cosas;<br />

y mirándome después a mí, dijo: "Enterrad este cuerpo en cualquier parte, ni os preocupe<br />

más su cuidado; solamente os ruego que os acordéis de mí ante el altar del Señor<br />

doquiera que os hallareis". Y habiéndonos explicado esta determinación con las palabras<br />

que pudo, calló, y agravándose la enfermedad, entró en la agonía.<br />

28. Mas yo, ¡oh Dios invisible!, meditando en los dones que tú infundes en el corazón de<br />

tus fieles y en los frutos admirables que de ellos nacen, me gozaba y te daba gracias<br />

recordando lo que sabía del gran cuidado que había tenido siempre de su sepulcro,<br />

adquirido y preparado junto al cuerpo de su marido. Porque así como había vivido con él<br />

concordísimamente, así quería también -cosa muy propia del alma humana menos<br />

deseosa de las cosas divinas- tener aquella dicha y que los hombres recordasen cómo<br />

después de su viaje transmarino se le había concedido la gracia de que una misma tierra<br />

cubriese el polvo conjunto de ambos cónyuges.<br />

Ignoraba yo también cuándo esta vanidad había empezado a dejar de ser en su corazón,<br />

por la plenitud de tu bondad; alegrábame, sin embargo, admirando que se me hubiese<br />

mostrado así, aunque ya en aquel nuestro discurso de la ventana me pareció no desear<br />

morir en su patria al decir: "¿Qué hago ya aquí?" También oí después que, estando yo<br />

ausente, como cierto día conversase con unos amigos míos con maternal confianza sobre<br />

el desprecio de esta vida y el bien de la muerte, estando ya en Ostia, y maravillándose<br />

ellos de tal fortaleza en una mujer -porque tú se la habías dado-, le preguntasen si no<br />

temería dejar su cuerpo tan lejos de su ciudad, respondió: "Nada hay lejos para Dios, ni


hay que temer que ignore al fin del mundo el lugar donde estoy para resucitarme"<br />

Así, pues, a los nueve días de su enfermedad, a los cincuenta y seis años de su edad y<br />

treinta y tres de la mía, fue libertada del cuerpo aquella alma religiosa y pía.<br />

CAPITULO XII<br />

29. Cerraba yo sus ojos, mas una tristeza inmensa afluía a mi corazón, y ya iba a<br />

resolverse en lágrimas, cuando al punto mis ojos, al violento imperio de mi alma,<br />

resorbían su fuente hasta secarla, padeciendo con tal lucha de modo imponderable.<br />

Entonces fue cuando, al dar el último suspiro, el niño Adeodato rompió a llorar a gritos;<br />

mas reprimido por todos nosotros, calló. De ese modo era también reprimido aquello que<br />

había en mí de pueril, y me provocaba al llanto, con la voz juvenil, la voz del corazón, y<br />

callaba. Porque juzgábamos que no era conveniente celebrar aquel entierro con quejas<br />

lastimeras y gemidos, con los cuales se suele frecuentemente deplorar la miseria de los<br />

que mueren o su total extinción; y ella ni había muerto miserablemente ni había muerto<br />

del todo; de lo cual estábamos nosotros seguros por el testimonio de sus costumbres, por<br />

su fe no fingida y otros argumentos ciertos 39 .<br />

30.¿Y qué era lo que interiormente tanto me dolía sino la herida reciente que me había<br />

causado el romperse repentinamente aquella costumbre dulcísima y carísima de vivir<br />

juntos?<br />

Cierto es que me llenaba de satisfacción el testimonio que había dado de mí, cuando en<br />

esta su última enfermedad, como acariciándome por mis atenciones con ella, me llamaba<br />

piadoso y recordaba con gran afecto de cariño no haber oído jamás salir de mi boca la<br />

menor palabra dura o contumeliosa contra ella. Pero ¿qué era, Dios mío, Hacedor nuestro,<br />

este honor que yo le había dado en comparación de lo que ella me había servido? Por eso,<br />

porque me veía abandonado de aquel tan gran consuelo suyo, sentía el alma herida y<br />

despedazada mi vida, que había llegado a formar una sola con la suya.<br />

31. Reprimido, pues, que hubo su llanto el niño, tomó Evodio un salterio y comenzó a<br />

cantar -respondiéndole toda la casa- el salmo Misericordia y justicia te cantaré, Señor 40 .<br />

Enterada la gente de lo que pasaba, acudieron muchos hermanos y religiosas mujeres, y<br />

mientras los encargados de esto preparaban las cosas de costumbre para el entierro, yo,<br />

retirado en un lugar adecuado, junto con aquellos que no habían creído conveniente<br />

dejarme solo, disputaba con ellos sobre cosas propias de las circunstancias; y con este<br />

lenitivo de la verdad mitigaba mi tormento, conocido de ti, pero ignorado de ellos, quienes<br />

me oían atentamente y me creían sin sentimiento de dolor.<br />

Mas en tus oídos, en donde ninguno de ellos me oía, increpaba yo la blandura de mi afecto<br />

y reprimía aquel torrente de tristeza, que cedía por algún tiempo, pero que nuevamente<br />

me arrastraba con su ímpetu, aunque no ya hasta derramar lágrimas ni mudar el<br />

semblante; sólo yo sabía lo oprimido que tenía el corazón. Y como me desagradaba<br />

sobremanera que pudiesen tanto en mí estos sucesos humanos, que forzosamente han de<br />

suceder por el orden debido y por la naturaleza de nuestra condición, me dolía de mi dolor<br />

con nuevo dolor y me atormentaba con doble tristeza.<br />

32. Cuando llegó el momento de levantar el cadáver, acompañámosle y volvimos sin<br />

soltar una lágrima. Ni aun en aquellas oraciones que te hicimos, cuando se ofrecía por ella<br />

el sacrificio de nuestro rescate, puesto ya el cadáver junto al sepulcro antes de ser<br />

depositado, como suele hacerse allí, ni aun en estas oraciones, digo, lloré, sino que todo el<br />

día anduve interiormente muy triste, pidiéndote, como podía, con la mente turbada, que<br />

sanases mi dolor; mas tú no lo hacías, a lo que yo creo, para que fijase bien en la<br />

memoria, aun por sólo este documento, qué fuerza tiene la costumbre aun en almas que<br />

no se alimentan ya de vanas palabras.<br />

Asimismo me pareció bien tomar un baño, por haber oído decir que el nombre de baño<br />

(bálneo, en latín) venía de los griegos, quienes le llamaron bálanion (= arrojar), por creer<br />

que arrojaba del alma la tristeza. Mas he aquí -lo confieso a tu misericordia, ¡oh Padre de<br />

los huérfanos! 41 que, habiéndome bañado, me hallé después del baño como antes de<br />

bañarme. Porque mi corazón no trasudó ni una gota de la hiel de su tristeza.<br />

Después me quedé dormido; desperté, y hallé en gran parte mitigado mi dolor; y estando


solo como estaba en mi lecho, me vinieron a la mente aquellos versos verídicos de tu<br />

Ambrosio. Porque<br />

Tú eres, Dios, criador de cuanto existe,<br />

del mundo supremo gobernante,<br />

que el día vistes de luz brillante,<br />

de grato sueño la noche triste;<br />

a fin de que a los miembros rendidos<br />

el descanso al trabajo prepare,<br />

y las mentes cansadas repare,<br />

y los pechos de pena oprimidos.<br />

33. Mas de aquí poco a poco tornaba al pensamiento de antes, sobre tu sierva y su santa<br />

conversación, piadosa para contigo y santamente blanda y morigerada con nosotros, de la<br />

cual súbitamente me veía privado. Y sentí ganas de llorar en presencia tuya, por causa de<br />

ella y por ella, y por causa mía y por mí. Y solté las riendas. a las lágrimas, que tenía<br />

contenidas, para que corriesen cuanto quisieran, extendiéndolas yo como un lecho debajo<br />

de mi corazón; el cual descansó en ellas, porque tus oídos eran los que allí me<br />

escuchaban, no los de ningún hombre que orgullosamente pudiera interpretar mi llanto.<br />

Y ahora, Señor, te lo confieso en estas líneas: léalas quienquiera e interprételas como<br />

quisiere; y si hallare pecado en haber llorado yo a mi madre la exigua parte de una hora, a<br />

mi madre muerta entonces a mis ojos, ella, que me había llorado tantos años para que yo<br />

viviese a los tuyos, no se ría; antes, si es mucha su caridad, llore por mis pecados delante<br />

de ti, Padre de todos los hermanos de tu Cristo.<br />

CAPITULO XIII<br />

34. Mas sanado ya mi corazón de aquella herida, en la que podía reprocharse lo carnal del<br />

afecto, derramo ante ti, Dios nuestro, otro género de lágrimas muy distintas por aquella tu<br />

sierva: las que brotan del espíritu conmovido a vista de los peligros que rodean a toda<br />

alma que muere en Adán. Porque, aun cuando mi madre, vivificada en Cristo, primero de<br />

romper los lazos de la carne, vivió de tal modo que tu nombre es alabado en su fe y en<br />

sus costumbres, no me atrevo, sin embargo, a decir que, desde que fue regenerada por ti<br />

en el bautismo, no saliese de su boca palabra alguna contra tu precepto. Porque la<br />

Verdad, tu Hijo, tiene dicho: Quien llamare a su hermano necio será reo del fuego del<br />

infierno 42 , y ¡ay de la vida de los hombres, por laudable que sea, si tú la examinas<br />

dejando a un lado la misericordia! Mas porque sabemos que no escudriñas hasta lo último<br />

nuestros delitos, vehemente y confiadamente esperamos ocupar un lugar contigo. Porque<br />

quien enumera en tu presencia sus verdaderos méritos, ¿qué otra cosa enumera sino tus<br />

dones? ¡Oh si se reconociesen hombres los hombres, y quien se gloría se gloriase en el<br />

Señor! 43<br />

35. Así, pues, alabanza mía, y vida mía, y Dios de mi corazón; dejando a un lado por un<br />

momento sus buenas acciones, por las cuales gozoso te doy gracias, pídate ahora perdón<br />

por los pecados de mi madre. Óyeme por la Medicina de nuestras heridas, que pendió del<br />

leño de la cruz, y sentado ahora a tu diestra, intercede contigo por nosotros 44 . Yo sé que<br />

ella obró misericordia y que perdonó de corazón las deudas a sus deudores; perdónale<br />

también tú sus deudas, si algunas contrajo durante tantos años después de ser bautizada.<br />

Perdónala, Señor, perdónala, te suplico, y no entres en juicio con ella 45 . Triunfe la<br />

misericordia sobre la justicia 46 , porque tus palabras son verdaderas y prometiste<br />

misericordia a los misericordiosos, aunque lo sean porque tú se lo das, tú que tienes<br />

compasión de quien la tuviere y prestas misericordia a quien fuere misericordioso 47 .<br />

36. Yo bien creo que has hecho ya con ella lo que te pido; mas deseo aprobéis, Señor, los<br />

deseos de mi boca 48 . Porque estando inminente el día de su muerte, no pensó aquélla en<br />

enterrar su cuerpo con gran pompa o que fuese embalsamado con preciosas esencias, ni<br />

deseó un monumento escogido, ni se cuidó del sepulcro patrio. Nada de esto nos ordenó,


sino únicamente deseó que nos acordásemos de ella ante el altar del Señor, al cual había<br />

servido sin dejar ningún día, sabiendo que en él es donde se inmola la Víctima santa, con<br />

cuya sangre fue borrada la escritura que había contra nosotros 49 , y vencido el enemigo<br />

que cuenta nuestros delitos y busca de qué acusarnos, no hallando nada en aquel en quien<br />

nosotros vencemos.<br />

¿Quién podrá devolverle su sangre inocente? ¿Quién restituirle el precio con que nos<br />

compró, para arrancarnos de aquél? A este sacramento de nuestro precio ligó tu sierva su<br />

alma con el vínculo de la fe. Nadie la aparte de tu protección. No se interponga, ni por<br />

fuerza ni por insidia, el león o el dragón. Porque no dirá ella que no debe nada, para ser<br />

convencida y presa del astuto acusador, sino que sus deudas le han sido perdonadas por<br />

aquel a quien nadie podrá devolvedle lo que no debiendo por nosotros dio por nosotros.<br />

37. Sea, pues, en paz con su marido, antes del cual y después del cual no tuvo otro; a<br />

quien sirvió, ofreciéndote a ti el fruto con paciencia 50 , a fin de lucrarle para ti. Mas inspira,<br />

Señor mío y Dios mío, inspira a tus siervos, mis hermanos; a tus hijos, mis señores, a<br />

quienes sirvo con el corazón, con la palabra y con la pluma, para que cuantos leyeren<br />

estas cosas se acuerden ante tu altar de Mónica, tu sierva, y de Patricio, en otro tiempo su<br />

esposo, por cuya carne me introdujiste en esta vida no sé cómo. Acuérdense con piadoso<br />

afecto de los que fueron mis padres en esta luz transitoria; mis hermanos, debajo de ti, ¡<br />

oh Padre!, en el seno de la madre Católica, y mis ciudadanos en la Jerusalén eterna, por la<br />

que suspira la peregrinación de tu pueblo desde su salida hasta su regreso, a fin de que lo<br />

que aquélla me pidió en el último instante le sea concedido más abundantemente por las<br />

oraciones de muchos con estas mis Confesiones, que no por mis solas oraciones.<br />

LIBRO DECIMO<br />

CAPITULO I<br />

1. Conózcate a ti, Conocedor mío, conózcate a ti como soy conocido 1 , Virtud de mi alma,<br />

entra en ella y ajústala a ti, para que la tengas y poseas sin mancha ni ruga 2 .<br />

Esta es mi esperanza, por eso hablo; y en esta esperanza me gozo cuando rectamente me<br />

gozo. Las demás cosas de esta vida, tanto menos se han de llorar cuanto más se las llora,<br />

y tanto más se han de llorar cuanto menos se las llora.<br />

He aquí que amaste la verdad 3 , porque el que la obra viene a la luz 4 . Quiérola yo obrar<br />

en mi corazón, delante de ti por esta mi confesión y delante de muchos testigos por este<br />

mi escrito.<br />

CAPITULO II<br />

2. Y ciertamente, Señor, a cuyos ojos está siempre desnudo el abismo de la conciencia<br />

humana, ¿qué podría haber oculto en mí, aunque yo no te lo quisiera confesar? Lo que<br />

haría sería escondérteme a ti de mí, no a mí de ti. Pero ahora que mi gemido es testigo de<br />

que yo me desagrado a mí, tú brillas y me places y eres amado y deseado hasta<br />

avergonzarme de mí y desecharme y elegirte a ti, y así no me plazca a ti ni a mí si no es<br />

por ti.<br />

Quienquiera, pues, que yo sea, manifiesto soy para ti, Señor. También he dicho yo el fruto<br />

con que te confieso; porque no hago esto con palabras y voces de carne, sino con palabras<br />

del alma y clamor de la mente, que son las que tus oídos conocen. Porque, cuando soy<br />

malo, confesarte a ti no es otra cosa que desplacerme a mí; y cuando soy piadoso,<br />

confesarte a ti no es otra cosa que no atribuírmelo a mí. Porque tú, Señor, eres el que<br />

bendices al justo 5 pero antes le haces justo de impío 6 .<br />

Así, pues, mi confesión en tu presencia, Dios mío, se hace callada y no calladamente: calla<br />

en cuanto al ruido [de las palabras], clama en cuanto al afecto. Porque ni siquiera una<br />

palabra de bien puedo decir a los hombres si antes no la oyeres tú de mí, ni tú podrías oír<br />

algo tal de mí si antes no me lo hubieses dicho tú a mí.<br />

CAPITULO III<br />

3. ¿Qué tengo, pues, yo que ver con los hombres, para que oigan mis confesiones, como


si ellos fueran a sanar todas mis enfermedades? 7 Curioso linaje para averiguar vidas<br />

ajenas, desidioso para corregir la suya. ¿Por qué quieren oír de mí quién soy, ellos que no<br />

quieren oír de ti quiénes son? ¿Y de dónde saben, cuando me oyen hablar de mí mismo, si<br />

les digo verdad, siendo así que ninguno de los hombres sabe lo que pasa en el hombre, si<br />

no es el espíritu del hombre, que, existe en él? 8 Pero si te oyeren a ti hablar de ellos, no<br />

podrán decir: "Miente el Señor." Porque ¿qué es oírte a ti hablar de ellos sino conocerse a<br />

sí? ¿Y quién hay que se conozca y diga "es falso", si él mismo no miente?<br />

Mas porque la caridad todo lo cree -entre aquellos, digo, a quienes unidos consigo hace<br />

una cosa-, también yo, Señor, aun así me confieso a ti, para que lo oigan los hombres, a<br />

quienes no puedo probarles que las cosas que confieso son verdaderas. Mas créanme<br />

aquellos cuyos oídos abre para mí la caridad.<br />

4. No obstante esto, Médico mío íntimo, hazme ver claro con qué fruto hago yo esto.<br />

Porque las confesiones de mis males pretéritos -que tú perdonaste ya y cubriste, para<br />

hacerme feliz en ti, cambiando mi alma con tu fe y tu sacramento-, cuando son leídas y<br />

oídas, excitan al corazón para que no se duerma en la desesperación y diga: "No puedo",<br />

sino que le despierte al amor de tu misericordia y a la dulzura de tu gracia, por la que es<br />

poderoso todo débil que sé da cuenta por ella de su debilidad.<br />

Y deleita a los buenos oír los pasados males de aquellos que ya carecen de ellos; pero no<br />

les deleita por aquello de ser malos, sino porque lo fueron y ahora no lo son.<br />

¿Con qué fruto, pues, Señor mío -a quien todos los días se confiesa mi conciencia, más<br />

segura ya con la esperanza de tu misericordia que de su inocencia-, con qué fruto, te<br />

ruego, confieso delante de ti a los hombres, por medio de este escrito, lo que yo soy<br />

ahora, no lo que he sido? Porque ya hemos visto y consignado el fruto de confesar lo que<br />

fui.<br />

Pero hay muchos que me conocieron, y otros que no me conocieron, que desean saber<br />

quién soy yo al presente en este tiempo preciso en que escribo las Confesiones, los cuales,<br />

aunque hanme oído algo o han oído a otros de mí, pero no pueden aplicar su oído a mi<br />

corazón, donde soy lo que soy. Quieren, sin duda, saber por confesión mía lo que soy<br />

interiormente, allí donde ellos no pueden penetrar con la vista, ni el oído, ni la mente.<br />

Dispuestos están a creerme, ¿acaso lo estarán a conocerme? Porque la caridad, que los<br />

hace buenos, les dice que yo no les miento cuando confieso tales cosas de mí y ella misma<br />

hace que ellos crean en mí.<br />

CAPITULO IV<br />

5. Pero ¿con qué fruto quieren esto? ¿Acaso desean congratularse conmigo al oír cuánto<br />

me he acercado a ti por tu gracia y orar por mí al oír cuánto me retardo por mi peso? Me<br />

manifestaré a los tales, porque no es pequeño fruto, Señor Dios mío, el que sean muchos<br />

los que te den gracias por mí 9 y seas rogado de muchos por mí. Ame en mí el ánimo<br />

fraterno lo que enseñas se debe amar y duélase en mí de lo que enseñas se debe doler.<br />

Haga esto el ánimo fraterno, no el extraño, no el de hijos ajenos, cuya boca habla la<br />

vanidad y su diestra es la diestra de la iniquidad 10 , sino el fraterno, que cuando aprueba<br />

algo en mí se goza en mí y cuando reprueba algo en mí se contrista por mí, porque, ya me<br />

apruebe, ya me repruebe, me ama.<br />

Me manifestaré a estos tales. Respiren en mis bienes, suspiren en mis males. Mis bienes<br />

son tus obras y tus dones; mis males son mis pecados y tus juicios. Respiren en aquéllos y<br />

suspiren en éstos, y el himno y el llanto suban a tu presencia de los corazones fraternos,<br />

tus turíbulos.<br />

Y tú, Señor, deleitado con la fragancia de tu santo templo, compadécete de mí, según tu<br />

gran misericordia 11 , por amor de tu nombre; y no abandonando en modo alguno tu obra<br />

comenzada, consuma en mí lo que hay de imperfecto.<br />

6. Este es el fruto de mis confesiones, no de lo que he sido, sino de lo que soy. Que yo<br />

confiese esto, no solamente delante de ti con secreta alegría mezclada de temor y con<br />

secreta tristeza mezclada de esperanza, sino también en los oídos de los creyentes hijos<br />

de los hombres, compañeros de mi gozo y consortes de mi mortalidad, ciudadanos míos y<br />

peregrinos conmigo, anteriores y posteriores y compañeros de mi vida. Estos son tus


siervos, mis hermanos, que tú quisiste fuesen hijos tuyos, señores míos, y a quienes me<br />

mandaste que sirviese si quería vivir contigo de ti.<br />

Poco hubiera sido de provecho para mí si tu Verbo lo hubiese mandado de palabra y no<br />

hubiera ido delante con la obra. Por eso hago yo también esto con palabras y con hechos,<br />

y lo hago bajo tus alas y con un peligro enormemente grande, si no fuera porque bajo tus<br />

alas 12 te está sujeta mi alma y te es conocida mi flaqueza.<br />

Pequeñuelo soy, mas vive perpetuamente mi Padre y tengo en él tutor idóneo. El es el<br />

mismo que me engendró y me defiende, y tú eres todos mis bienes, tú Omnipotente, que<br />

estás conmigo aun desde antes de que yo lo estuviera contigo.<br />

Manifestaré, pues, a estos tales -a quienes tú mandas que les sirva-no quién he sido, sino<br />

quién soy ahora al presente y qué es lo que todavía hay en mí. Pero no quiero juzgarme a<br />

mí 13 mismo. Sea, pues, oído así.<br />

CAPITULO V<br />

7. Tú eres, Señor, el que me juzgas; porque, aunque nadie de los hombres sabe las cosas<br />

interiores del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él 14 , con todo hay algo en<br />

el hombre que ignora aun el mismo espíritu que habita en él; pero tú, Señor, sabes todas<br />

sus cosas, porque le has hecho. También yo, aunque en tu presencia me desprecie y tenga<br />

por tierra y ceniza, sé algo de ti que ignoro de mí. Y ciertamente ahora te vemos, por<br />

espejo en enigmas, no cara a cara 15 , y así, mientras peregrino fuera de ti, me soy más<br />

presente a mí que a ti. Con todo, sé que tú no puedes ser de ningún modo violado, en<br />

tanto que no sé a qué tentaciones puedo yo resistir y a cuáles no puedo, estando<br />

solamente mi esperanza en que eres fiel y no permitirás que seamos tentados más de lo<br />

que podemos soportar, antes con la tentación das también el éxito, para que podamos<br />

resistir 16 .<br />

Confiese, pues, lo que sé de mí; confiese también lo que de mí ignoro; porque lo que sé<br />

de mí lo sé porque tú me iluminas, y lo que de mí ignoro no lo sabré hasta tanto que mis<br />

tinieblas se conviertan en mediodía en tu presencia 17 .<br />

CAPITULO VI<br />

8. No con conciencia dudosa, sino cierta, Señor, te amo yo. Heriste mi corazón con tu<br />

palabra y te amé. Mas también el cielo y la tierra y todo cuanto en ellos se contiene he<br />

aquí que me dicen de todas partes que te ame; ni cesan de decírselo a todos, a fin de que<br />

sean inexcusables 18 . Sin embargo, tú te compadecerás más altamente de quien te<br />

compadecieres y prestarás más tu misericordia con quien fueses misericordioso: de otro<br />

modo, el cielo y la tierra cantarían tus alabanzas a sordos.<br />

Y ¿qué es lo que amo cuando yo te amo? No belleza de cuerpo ni hermosura de tiempo, no<br />

blancura de luz, tan amable a estos ojos terrenos; no dulces melodías de toda clase de<br />

cantilenas, no fragancia de flores, de ungüentos y de aromas, no manás ni mieles, no<br />

miembros gratos a los amplexos de la carne: nada de esto amo cuando amo a mi Dios. Y,<br />

sin embargo, amo cierta luz, y cierta voz, y cierta fragancia, y cierto alimento, y cierto<br />

amplexo, cuando amo a mi Dios, luz, voz, fragancia, alimento y amplexo del hombre mío<br />

interior, donde resplandece a mi alma lo que no se consume comiendo, y se adhiere lo que<br />

la saciedad no separa. Esto es lo que amo cuando amo a mi Dios.<br />

9. Pero ¿y qué es entonces?<br />

Pregunté a la tierra y me dijo: "No soy yo"; y todas las cosas que hay en ella me<br />

confesaron lo mismo. Pregunté al mar y a los abismos y a los reptiles de alma viva, y me<br />

respondieron: "No somos tu Dios; búscale sobre nosotros." Interrogué a las auras que<br />

respiramos, y el aire todo, con sus moradores, me dijo: "Engáñase Anaxímenes: yo no soy<br />

tu Dios." Pregunté al cielo, al sol, a la luna y a las estrellas. "Tampoco somos nosotros el<br />

Dios que buscas", me respondieron.<br />

Dije entonces a todas las cosas que están fuera de las puertas de mi carne: "Decidme algo<br />

de mi Dios, ya que vosotras no lo sois; decidme algo de él." Y exclamaron todas con<br />

grande voz: "El nos ha hecho." Mi pregunta era mi mirada, y su respuesta, su apariencia.


Entonces me dirigí a mí mismo y me dije: "¿Tú quién eres?", y respondí: "Un hombre." He<br />

aquí, pues, que tengo en mí prestos un cuerpo y un alma; la una, interior; el otro,<br />

exterior. ¿Por cuál de éstos es por donde debí yo buscar a mi Dios, a quien ya había<br />

buscado por los cuerpos desde la tierra al cielo, hasta donde pude enviar los mensajeros<br />

rayos de mis ojos? Mejor, sin duda, es el elemento interior, porque a él es a quien<br />

comunican sus noticias todos los mensajeros corporales, como a presidente y juez, de las<br />

respuestas del cielo, de la tierra y de todas las cosas que en ellos se encierran, cuando<br />

dicen: "No somos Dios" y "El nos ha hecho". El hombre interior es quien conoce estas<br />

cosas por ministerio del exterior; yo interior conozco estas cosas; yo, Yo-Alma, por medio<br />

del sentido de mi cuerpo.<br />

Interrogué, finalmente, a la mole del mundo acerca de mi Dios, y ella me respondió: "No<br />

lo soy yo, simple hechura suya".<br />

10. Pero ¿no se muestra esta hermosura a cuantos tienen entero el sentido? ¿Por qué,<br />

pues, no habla a todos lo mismo?<br />

Los animales, pequeños y grandes, la ven; pero no pueden interrogarla, porque no se les<br />

ha puesto de presidente de los nunciadores sentidos a la razón que juzgue. Los hombres<br />

pueden, sí, interrogarla, por percibir por las cosas visibles las invisibles de Dios; más<br />

hácense esclavos de ellas por el amor, y, una vez esclavos, ya no pueden juzgar. Porque<br />

no responden éstas a los que interrogan, sino a los que juzgan; ni cambian de voz, esto<br />

es, de aspecto, si uno ve solamente, y otro, además de ver, interroga, de modo que<br />

aparezca a uno de una manera y a otro de otra; sino que, apareciendo a ambos, es muda<br />

para el uno y habladora para el otro, o mejor dicho, habla a todos, mas sólo aquellos la<br />

entienden que confieren su voz, recibida fuera, con la verdad interior. Porque la verdad me<br />

dice: "No es tu Dios el cielo, ni la tierra, ni cuerpo alguno." Y esto mismo dice la<br />

naturaleza de éstos, a quien advierte que la mole es menor en la parte que en el todo. Por<br />

esta razón eres tú mejor que éstos; a ti te digo; ¡oh alma!, porque tú vivificas la mole de<br />

tu cuerpo prestándole vida, lo que ningún cuerpo puede prestar a otro cuerpo. Mas tu Dios<br />

es para ti hasta la vida de tu vida.<br />

CAPITULO VII<br />

11. ¿Qué es, por tanto, lo que amo cuando amo yo a mi Dios? ¿Y quién es él sino el que<br />

está sobre la cabeza de mi alma?<br />

Por mi alma misma subiré, pues, a él. Traspasaré esta virtud mía por la que estoy unido al<br />

cuerpo y llena su organismo de vida, pues no hallo en ella a mi Dios. Porque, de hallarle,<br />

le hallarían también el caballo y el mulo, que no tienen inteligencia 19 , y que, sin embargo,<br />

tienen esta misma virtud por la que viven igualmente sus cuerpos.<br />

Hay otra virtud por la que no sólo vivifico, sino también sensifico a mi carne, y que el<br />

Señor me fabricó mandando al ojo que no oiga y al oído que no vea, sino a aquél que me<br />

sirva para ver, a éste para oír, y a cada uno de los otros sentidos lo que les es propio<br />

según su lugar y oficio; las cuales cosas, aunque diversas, las hago por su medio, yo un<br />

alma única.<br />

Traspasaré aún esta virtud mía; porque también la poseen el caballo y el mulo pues<br />

también ellos sienten por medio del cuerpo.<br />

CAPITULO VIII<br />

12. Traspasaré, pues, aun esta virtud de mi naturaleza, ascendiendo por grados hacia<br />

aquel que me hizo.<br />

Mas heme ante los campos y anchos senos de la memoria, donde están los tesoros de<br />

innumerables imágenes de toda clase de cosas acarreadas por los sentidos. Allí se halla<br />

escondido cuanto pensamos, ya aumentando, ya disminuyendo, ya variando de cualquier<br />

modo las cosas adquiridas por los sentidos, y todo cuanto se le ha encomendado y se halla<br />

allí depositado y no ha sido aún absorbido y sepultado por el olvido.<br />

Cuando estoy allí pido que se me presente lo que quiero, y algunas cosas preséntanse al<br />

momento; pero otras hay que buscarlas con más tiempo y como sacarlas de unos


eceptáculos abstrusos; otras, en cambio, irrumpen en tropel, y cuando uno desea y busca<br />

otra cosa se ponen en medio, cono diciendo: "¿No seremos nosotras?" Mas espántolas yo<br />

del haz de mi memoria con la mano del corazón, hasta que se esclarece lo que quiero y<br />

salta a mi vista de su escondrijo.<br />

Otras cosas hay que fácilmente y por su orden riguroso se presentan, según son llamadas,<br />

y ceden su lugar a las que les siguen, y cediéndolo son depositadas, para salir cuando de<br />

nuevo se deseare. Lo cual sucede puntualmente cuando narro alguna cosa de memoria.<br />

13. Allí se hallan también guardadas de modo distinto y por sus géneros todas las cosas<br />

que entraron por su propia puerta, como la luz, los colores y las formas de los cuerpos,<br />

por la vista; por el oído, toda clase de sonidos; y todos los olores por la puerta de las<br />

narices; y todos los sabores por la de la boca; y por el sentido que se extiende por todo el<br />

cuerpo (tacto), lo duro y lo blando, lo caliente y lo frío, lo suave y lo áspero, lo pesado y lo<br />

ligero, ya sea extrínseco, ya intrínseco al cuerpo. Todas estas cosas recibe, para<br />

recordarlas cuando fuere menester y volver sobre ellas, el gran receptáculo de la<br />

memoria, y no sé qué secretos e inefables senos suyos. Todas las cuales cosas entran en<br />

ella, cada una por su propia puerta, siendo almacenadas allí.<br />

Ni son las mismas cosas las que entran, sino las imágenes de las cosas sentidas, las cuales<br />

quedan allí a disposición del pensamiento que las recuerda. Pero ¿quién podrá decir cómo<br />

fueron formadas estas imágenes, aunque sea claro por qué sentidos fueron captadas y<br />

escondidas en el interior? Porque, cuando estoy en silencio y en tinieblas, represéntome, si<br />

quiero, los colores, y distingo el blanco del negro, y todos los demás que quiero, sin que<br />

me salgan al encuentro los sonidos, ni me perturben lo que, extraído por los ojos,<br />

entonces considero, no obstante que ellos [los sonidos] estén allí, y como colocados<br />

aparte, permanezcan latentes. Porque también a ellos les llamo, si me place, y al punto se<br />

me presentan, y con la lengua queda y callada la garganta canto cuanto quiero, sin que las<br />

imágenes de los colores que se hallan allí se interpongan ni interrumpan mientras se<br />

revisa el tesoro que entró por los oídos.<br />

Del mismo modo recuerdo, según me place, las demás cosas aportadas y acumuladas por<br />

los otros sentidos, y así, sin oler nada, distingo el aroma de los lirios del de las violetas, y,<br />

sin gustar ni tocar cosa, sino sólo con el recuerdo; prefiero la miel al arrope y lo suave a lo<br />

áspero.<br />

14. Todo esto lo hago yo interiormente en el aula inmensa de mi memoria. Allí se me<br />

ofrecen al punto el cielo y la tierra y el mar con todas las cosas que he percibido<br />

sensiblemente en ellos, a excepción de las que tengo ya olvidadas. Allí me encuentro con<br />

mí mismo y me acuerdo de mí y de lo que hice, y en qué tiempo y en qué lugar, y de qué<br />

modo y cómo estaba afectado cuando lo hacía. Allí están todas las cosas que yo recuerdo<br />

haber experimentado o creído. De este mismo tesoro salen las semejanzas tan diversas<br />

unas de otras, bien experimentadas, bien creídas en virtud de las experimentadas, las<br />

cuales, cotejándolas con las pasadas, infiero de ellas acciones futuras, acontecimientos y<br />

esperanzas, todo lo cual lo pienso como presente. "Haré esto o aquello", digo entre mí en<br />

el seno ingente de mi alma, repleto de imágenes de tantas y tan grandes cosas; y esto o<br />

aquello se sigue. "¡Oh si sucediese esto o aquello!" "¡No quiera Dios esto o aquello!" Esto<br />

digo en mi interior, y al decirlo se me ofrecen al punto las imágenes de las cosas que digo<br />

de este tesoro de la memoria, porque si me faltasen, nada en absoluto podría decir de<br />

ellas.<br />

15. Grande es esta virtud de la memoria, grande sobremanera, Dios mío, Penetral amplio<br />

e infinito. ¿Quién ha llegado a su fondo? Mas, con ser esta virtud propia de mi alma y<br />

pertenecer a mi naturaleza, no soy yo capaz de abarcar totalmente lo que soy. De donde<br />

se sigue que es angosta el alma para contenerse a sí misma. Pero ¿dónde puede estar lo<br />

que de sí misma no cabe en ella? ¿Acaso fuera de ella y no en ella? ¿Cómo es, pues, que<br />

no se puede abarcar.<br />

Mucha admiración me causa esto y me llena de estupor. Viajan los hombres por admirar<br />

las alturas de los montes, y las ingentes olas del mar, y las anchurosas corrientes de los<br />

ríos, y la inmensidad del océano, y el giro de los astros, y se olvidan de sí mismos, ni se<br />

admiran de que todas estas cosas, que al nombrarlas no las veo con los ojos, no podría<br />

nombrarlas si interiormente no viese en mi memoria los montes, y las olas, y los ríos, y<br />

los astros, percibidos ocularmente, y el océano, sólo creído; con dimensiones tan grandes


como si las viese fuera. Y, sin embargo, no es que haya absorbido tales cosas al verlas con<br />

los ojos del cuerpo, ni que ellas se hallen dentro de mí, sino sus imágenes. Lo único que sé<br />

es por qué sentido del cuerpo he recibido la impresión de cada una de ellas.<br />

CAPITULO IX<br />

16. Pero no son estas cosas las únicas que encierra la inmensa capacidad de mi memoria.<br />

Aquí están como en un lugar interior remoto, que no es lugar, todas aquellas nociones<br />

aprendidas de las artes liberales, que todavía no se han olvidado. Mas aquí no son ya las<br />

imágenes de ellas las que llevo, sino las cosas mismas. Porque yo sé qué es la gramática,<br />

la pericia dialéctica, y cuántos los géneros de cuestiones; y lo que de estas cosas sé, está<br />

de tal modo en mi memoria que no está allí como la imagen suelta de una cosa, cuya<br />

realidad se ha dejado fuera; o como la voz impresa en el oído, que suena y pasa, dejando<br />

un rastro de sí por el que la recordamos como si sonara, aunque ya no suene; o como el<br />

perfume que pasa y se desvanece en el viento, que afecta al olfato y envía su imagen a la<br />

memoria, la que repetimos con el recuerdo; o como el manjar, que, no teniendo en el<br />

vientre ningún sabor ciertamente, parece lo tiene, sin embargo, en la memoria; o como<br />

algo que se siente por el tacto, que, aunque alejado de nosotros, lo imaginamos con la<br />

memoria. Porque todas estas cosas no son introducidas en la memoria, sino captadas<br />

solas sus imágenes con maravillosa rapidez y depositadas en unas maravillosas como<br />

celdas, de las cuales salen de modo maravilloso cuando se las recuerda.<br />

CAPITULO X<br />

17. Pero cuando oigo decir que son tres los géneros de cuestiones -si la cosa es, qué es y<br />

cuál es-, retengo las imágenes de los sonidos de que se componen estas palabras, y sé<br />

que pasaron por el aire con estrépito y ya no existen. Pero las cosas mismas significadas<br />

por estos sonidos ni las he tocado jamás con ningún sentido del cuerpo, ni las he visto en<br />

ninguna parte fuera de mi alma, ni lo que he depositado en mi memoria son sus imágenes,<br />

sino las cosas mismas. Las cuales digan, si pueden, por dónde entraron en mí. Porque yo<br />

recorro todas las puertas de mi carne y no hallo por cuál de ellas han podido entrar. En<br />

efecto, los ojos dicen: "Si son coloradas, nosotros somos los que las hemos noticiado." Los<br />

oídos dicen: "Si hicieron algún sonido, nosotros las hemos indicado." El olfato dice: "Si son<br />

olorosas, por aquí han pasado." El gusto dice también: "Si no tienen sabor, no me<br />

preguntéis por ellas." El tacto dice: "Si no es cosa corpulenta, yo no la he tocado, y si no<br />

la he tocado, no he dado noticia de ella."<br />

¿Por dónde, pues, y por qué parte han entrado en mi memoria? No lo sé. Porque cuando<br />

las aprendí, ni fue dando crédito a otros, sino que las reconocí en mi alma y las aprobé por<br />

verdaderas y se las encomendé a ésta, como en depósito, para sacarlas cuando quisiera.<br />

Allí estaban, pues, y aun antes de que yo las aprendiese; pero no en la memoria. ¿En<br />

dónde, pues, o por qué, al ser nombradas, las reconocí y dije: "Así es, es verdad", sino<br />

porque ya estaban en mi memoria, aunque tan retiradas y sepultadas como si estuvieran<br />

en cuevas muy ocultas, y tanto que, si alguno no las suscitara para que saliesen, tal vez<br />

no las hubiera podido pensar?<br />

CAPITULO XI<br />

18. Por aquí descubrimos que aprender estas cosas -de las que no recibimos imágenes por<br />

los sentidos, sino que, sin imágenes, como ellas son, las vemos interiormente en sí<br />

mismas- no es otra cosa sino un como recoger con el pensamiento las cosas que ya<br />

contenía la memoria aquí y allí y confusamente, y cuidar con la atención que estén como<br />

puestas a la mano en la memoria, para que, donde antes se ocultaban dispersas y<br />

descuidadas, se presenten ya fácilmente a una atención familiar. ¡Y cuántas cosas de este<br />

orden no encierra mi memoria que han sido ya descubiertas y, conforme dije, puestas<br />

como a la mano, que decimos haber aprendido y conocido! Estas mismas cosas, si las dejo<br />

de recordar de tiempo en tiempo, de tal modo vuelven a sumergirse y sepultarse en sus<br />

más ocultos penetrales, que es preciso, como si, fuesen nuevas, excogitarlas segunda vez<br />

en este lugar -porque no tienen otra estancia- y juntarlas de nuevo para que puedan ser<br />

sabidas, esto es, recogerlas como de cierta dispersión, de donde vino la palabra cogitare;<br />

porque cogo es respecto de cogito lo que ago de agito y facio de factito. Sin embargo, la<br />

inteligencia ha vindicado en propiedad esta palabra para sí, de tal modo que ya no se diga<br />

propiamente cogitari de lo que se recoge (colligitur), esto es, de lo que se junta (cogitur)<br />

en un lugar cualquiera, sino en el alma.


CAPITULO XII<br />

19. También contiene la memoria las razones y leyes infinitas de los números y<br />

dimensiones, ninguna de las cuales ha sido impresa en ella por los sentidos del cuerpo,<br />

por no ser coloradas, ni tener sonido ni olor, ni haber sido gustadas ni tocadas. Oí los<br />

sonidos de las palabras con que fueron significadas cuando se disputaba de ellas; pero una<br />

cosa son aquéllos, otra muy distinta éstas. Porque aquéllos suenan de un modo en griego<br />

y de otro modo en latín; mas éstas ni son griegas, ni latinas, ni de ninguna otra lengua.<br />

He visto líneas trazadas por arquitectos tan sumamente tenues como un hilo de araña.<br />

Mas aquéllas {las matemáticas} son distintas de éstas, pues no son imágenes de las que<br />

me entran por los ojos de la carne, y sólo las conoce quien interiormente las reconoce sin<br />

mediación de pensamiento alguno corpóreo. También he percibido por todos los sentidos<br />

del cuerpo los números que numeramos; pero otros muy diferentes son aquellos con que<br />

numeramos, los cuales no son imágenes de éstos, poseyendo por lo mismo un ser mucho<br />

más excelente.<br />

Ríase de mí, al decir estas cosas, quien no las vea, que yo tendré compasión de quien se<br />

ría de mí.<br />

CAPITULO XIII<br />

20. Todas estas cosas téngolas yo en la memoria, como tengo en la memoria el modo<br />

como las aprendí. También tengo en ella muchas objeciones que he oído aducir<br />

falsísimamente en las disputas contra ellas, las cuales, aunque falsas, no es falso, sin<br />

embargo, el haberlas recordado y haber hecho distinción entre aquéllas, verdaderas, y<br />

éstas, falsas, aducidas en contra. También retengo esto en la memoria, y veo que una<br />

cosa es la distinción que yo hago al presente y otra el recordar haber hecho muchas veces<br />

tal distinción, tantas cuantas pensé en ellas. En efecto, yo recuerdo haber entendido esto<br />

muchas veces, y lo que ahora discierno y entiendo lo deposito también en la memoria,<br />

para que después recuerde haberlo entendido al presente. Finalmente, me acuerdo de<br />

haberme acordado; como después, si recordare lo que ahora he podido recordar,<br />

ciertamente lo recordaré por virtud de la memoria.<br />

CAPITULO XIV<br />

21. Igualmente se hallan las afecciones de mi alma en la memoria, no del modo como<br />

están en el alma cuando las padece, sino de otro muy distinto, como se tiene la virtud de<br />

la memoria respecto de sí. Porque, no estando alegre, recuerdo haberme alegrado; y no<br />

estando triste, recuerdo mi tristeza pasada; y no temiendo nada, recuerdo haber temido<br />

alguna vez; y no codiciando nada, haber codiciado en otro tiempo. Y al contrario, otras<br />

veces, estando alegre, me acuerdo de mi tristeza pasada, y estando triste, de la alegría<br />

que tuve. Lo cual no es de admirar respecto del cuerpo, porque una cosa es el alma y otra<br />

el cuerpo; y así no es maravilla que, estando yo gozando en el alma, me acuerde del<br />

pasado dolor del cuerpo.<br />

Pero aquí, siendo la memoria parte del alma -pues cuando mandamos retener algo de<br />

memoria, decimos: "Mira que lo tengas en el alma", y cuando nos olvidamos de algo,<br />

decimos: "No estuvo en mi alma" y "Se me fue del alma", denominando alma a la<br />

memoria misma-, siendo esto así, digo, ¿en qué consiste que, cuando recuerdo alegre mi<br />

pasada tristeza, mi alma siente alegría y mi memoria tristeza, estando mi alma alegre por<br />

la alegría que hay en ella, sin que esté triste la memoria por la tristeza que hay en ella? ¿<br />

Por ventura no pertenece al alma? ¿Quién osará decirlo? ¿Es acaso la memoria como el<br />

vientre del alma, y la alegría y tristeza como un manjar, dulce o amargo; y que una vez<br />

encomendadas a la memoria son como las cosas transmitidas al vientre, que pueden ser<br />

guardadas allí, mas no gustadas? Ridículo sería asemejar estas cosas con aquéllas; sin<br />

embargo, no son del todo desemejantes.<br />

22. Mas he aquí que, cuando digo que son cuatro las perturbaciones de alma: deseo,<br />

alegría, miedo y tristeza, de la memoria lo saco; y cuanto sobre ellas pudiera disputar,<br />

dividiendo cada una en particular en las especies de sus géneros respectivos y<br />

definiéndolas, allí hallo lo que he de decir y de allí lo saco, sin que cuando las conmemoro<br />

recordándolas sea perturbado con ninguna de dichas perturbaciones; y ciertamente, allí<br />

estaban antes que yo las recordase y volviese sobre ellas; por eso pudieron ser tomadas


de allí mediante el recuerdo. ¿Quizá, pues, son sacadas de la memoria estas cosas<br />

recordándolas, como del vientre el manjar rumiando? Mas entonces, ¿por qué no se siente<br />

en la boca del pensamiento del que disputa, esto es, de quien las recuerda, la dulzura de<br />

la alegría o la amargura de la tristeza? ¿Acaso es porque la comparación que hemos<br />

puesto, no semejante en todo, es precisamente desemejante en esto? Porque ¿quién<br />

querría hablar de tales cosas si cuantas veces nombramos el miedo o la tristeza nos<br />

viésemos obligados a padecer tristeza o temor?<br />

Y, sin embargo, ciertamente no podríamos nombrar estas cosas si no hallásemos en<br />

nuestra memoria no sólo los sonidos de los nombres según las imágenes impresas en ella<br />

por los sentidos del cuerpo, sino también las nociones de las cosas mismas, las cuales no<br />

hemos recibido por ninguna puerta de la carne, sino que la misma alma, sintiéndolas por<br />

la experiencia de sus pasiones, las encomendó a la memoria, o bien ésta misma, sin<br />

haberle sido encomendadas, las retuvo para sí.<br />

CAPITULO XV<br />

23. Mas, si es por medio de imágenes o no, ¿quién lo podrá fácilmente decir?<br />

En efecto: nombro la piedra, nombro el sol, y no estando estas cosas presentes a mis<br />

sentidos, están ciertamente presentes en mi memoria sus imágenes.<br />

Nombro el dolor del cuerpo, que no se halla presente en mí, porque no me duele nada, y,<br />

sin embargo, si su imagen no estuviera en mi memoria, no sabría lo que decía, ni en las<br />

disputas sabría distinguirle del deleite.<br />

Nombro la salud del cuerpo, estando sano de cuerpo: en este caso tengo presente la cosa<br />

misma; sin embargo, si su imagen no estuviese en mi memoria, de ningún modo<br />

recordaría lo que quiere significar el sonido de este nombre; ni los enfermos, nombrada la<br />

salud, entenderían qué era lo que se les decía, si no tuviesen en la memoria su imagen,<br />

aunque la realidad de ella esté lejos de sus cuerpos.<br />

Nombro los números con que contamos, y he aquí que ya están en mi memoria, no sus<br />

imágenes, sino ellos mismos. Nombro la imagen del sol, y preséntase ésta en mi memoria,<br />

mas lo que recuerdo no es una imagen de su imagen, sino esta misma, la cual se me<br />

presenta cuando la recuerdo.<br />

Nombro la memoria y conozco lo que nombro; pero ¿dónde lo conozco, si no es en la<br />

memoria misma? ¿Acaso también ella está presente a sí misma por medio de su imagen y<br />

no por sí misma?<br />

CAPITULO XVI<br />

24. ¿Y qué cuando nombro el olvido y al mismo tiempo conozco lo que nombro? ¿De<br />

dónde podría conocerlo yo si no lo recordase? No hablo del sonido de esta palabra, sino de<br />

la cosa que significa, la cual, si la hubiese olvidado, no podría saber el valor de tal sonido.<br />

Cuando, pues, me acuerdo de la memoria, la misma memoria es la que se me presenta y<br />

a sí por sí misma; mas cuando recuerdo el olvido, preséntanseme la memoria y el olvido:<br />

la memoria con que me acuerdo y el olvido de que me acuerdo.<br />

Pero ¿qué es el olvido sino privación de memoria? Pues ¿cómo está presente en la<br />

memoria para acordarme de él, siendo así que estando presente no puedo recordarle? Mas<br />

si, es cierto que lo que recordamos lo retenemos en la memoria, y que, si no<br />

recordásemos el olvido, de ningún modo podríamos, al oír su nombre, saber lo que por él<br />

se significa, síguese que la memoria retiene el olvido. Luego está presente para que no<br />

olvidemos la cosa que olvidamos cuando se presenta. ¿Deduciremos de esto que cuando lo<br />

recordamos no está presente en la memoria por sí mismo, sino por su imagen, puesto<br />

que, si estuviese presente por sí mismo, el olvido no haría que nos acordásemos, sino que<br />

nos olvidásemos? Mas al fin, ¿quién podrá indagar esto? ¿Quién comprenderá su modo de<br />

ser?<br />

25. Ciertamente, Señor, trabajo en ello y trabajo en mí mismo, y me he hecho a mí<br />

mismo tierra de dificultad y de excesivo sudor. Porque no exploramos ahora las regiones<br />

del cielo, ni medimos las distancias de los astros, ni buscamos los cimientos de la tierra;


soy yo el que recuerdo, yo el alma. No es gran maravilla si digo que está lejos de mí<br />

cuanto no soy yo; en cambio, ¿qué cosa más cerca de mí que yo mismo? Con todo, he<br />

aquí que, no siendo este "mí" cosa distinta de mi memoria, no comprendo la fuerza de<br />

ésta.<br />

Pues ¿qué diré, cuando de cierto estoy que yo recuerdo el olvido? ¿Diré acaso que no está<br />

en mi memoria lo que recuerdo? ¿O tal vez habré de decir que el olvido está en mi<br />

memoria para que no me olvide? Ambas cosas son absurdísimas. ¿Qué decir de lo tercero?<br />

Mas ¿con qué fundamento podré decir que mi memoria retiene las imágenes del olvido, no<br />

el mismo olvido, cuando lo recuerda? ¿Con qué fundamento, repito, podré decir esto,<br />

siendo así que cuando se imprime la imagen de alguna cosa en la memoria es necesario<br />

que primeramente esté presente la misma cosa, para que con ella pueda grabarse su<br />

imagen? Porque así es como me acuerdo de Cartago y así de todos los demás lugares en<br />

que he estado; así del rostro de los hombres que he visto y de las noticias de los demás<br />

sentidos; así de la salud o dolor del cuerpo mismo; las cuales cosas, cuando estaban<br />

presentes, tomó de ellas sus imágenes la memoria, para que, mirándolas yo presentes, las<br />

repasase en mi alma cuando me acordase de dichas cosas estando ausentes.<br />

Ahora bien, si el olvido está en la memoria en imagen no por sí mismo, es evidente que<br />

tuvo que estar éste presente para que fuese abstraída su imagen. Mas cuando estaba<br />

presente, ¿cómo esculpía en la memoria su imagen, siendo así que el olvido borra con su<br />

presencia lo, ya delineado? Y, sin embargo, de cualquier modo que ello sea -aunque este<br />

modo sea incomprensible e inefable-, yo estoy cierto que recuerdo el olvido mismo con<br />

que se sepulta lo que recordamos.<br />

CAPITULO XVII<br />

26. Grande es la virtud de la memoria y algo que me causa horror, Dios mío: multiplicidad<br />

infinita y profunda. Y esto es el alma y esto soy yo mismo. ¿Qué soy, pues, Dios mío? ¿<br />

Qué naturaleza soy? Vida varia y multiforme y sobremanera inmensa. Vedme aquí en los<br />

campos y antros e innumerables cavernas de mi memoria, llenas innumerablemente de<br />

géneros innumerables de cosas, ya por sus imágenes, como las de todos los cuerpos; ya<br />

por presencia, como las de las artes; ya por no sé qué nociones o notaciones, como las de<br />

los afectos del alma, las cuales, aunque el alma no las padezca, las tiene la memoria, por<br />

estar en el alma cuanto está en la memoria. Por todas estas cosas discurro y vuelo de aquí<br />

para allá y penetro cuando puedo, sin que dé con el fin en ninguna parte. ¡Tanta es la<br />

virtud de la memoria, tanta es la virtud de la vida en un hombre que vive mortalmente!<br />

¿Qué haré, pues, oh tú, vida mía verdadera, Dios mío? ¿Traspasaré también esta virtud<br />

mía que se llama memoria? ¿La traspasaré para llegar a ti, luz dulcísima? ¿Qué dices? He<br />

aquí que ascendiendo por el alma hacia ti, que estás encima de mí, traspasaré también<br />

esta facultad mía que se llama memoria, queriendo tocarte por donde puedes ser tocado y<br />

adherirme a ti por donde puedes ser adherido. Porque también las bestias y las aves<br />

tienen memoria, puesto que de otro modo no volverían a sus madrigueras y nidos, ni<br />

harían otras muchas cosas a las que se acostumbran, pues ni aun acostumbrarse pudieran<br />

a ninguna si no fuera por la memoria. Traspasaré, pues, aun la memoria para llegar a<br />

aquel que me separó de los cuadrúpedos y me hizo más sabio que las aves del cielo;<br />

traspasaré, sí, la memoria. Pero ¿dónde te hallaré, ¡oh, tú, verdaderamente bueno y<br />

suavidad segura!, dónde te hallaré? Porque si te hallo fuera de mi memoria, olvidado me<br />

he de ti, y si no me acuerdo de ti, ¿cómo ya te podré hallar?<br />

CAPITULO XVIII<br />

27. Perdió la mujer la dracma y la buscó con la linterna; mas si no la hubiese recordado,<br />

no la hallara tampoco; porque si no se acordara de ella 20 , ¿cómo podría saber, al hallarla,<br />

que era la misma?<br />

Yo recuerdo también haber buscado y hallado muchas cosas perdidas; y sé esto porque<br />

cuando buscaba alguna de ellas y se me decía: "¿Es por fortuna esto?", "¿Es acaso<br />

aquello?", siempre decía que "no", hasta que se me ofrecía la que buscaba, de la cual, si<br />

yo no me acordara, fuese la que fuese, aunque se me ofreciera, no la hallara, porque no la<br />

reconociera. Y siempre que perdemos y hallamos algo sucede lo mismo.<br />

Sin embargo, si alguna cosa desaparece de la vista por casualidad -no de la memoria-,


como sucede con un cuerpo cualquiera visible, consérvase interiormente su imagen y se<br />

busca aquél hasta que es devuelto a la vista; el cual, al ser hallado, es reconocido por la<br />

imagen que llevamos dentro. Ni decimos haber hallado lo que había perecido si no lo<br />

reconocemos, ni lo podemos reconocer si no lo recordamos; pero esto, aunque<br />

ciertamente había perecido para los ojos, mas era retenido en la memoria.<br />

CAPITULO XIX<br />

28. ¿Y qué cuando es la misma memoria la que pierde algo, como sucede cuando<br />

olvidamos alguna cosa y la buscamos para recordarla? ¿Dónde al fin la buscamos sino en<br />

la misma memoria? Y si por casualidad aquí se ofrece una cosa por otra, la rechazamos<br />

hasta que se presenta lo que buscamos. Y cuando se presenta decimos: "Esto es"; lo cual<br />

no dijéramos si no la reconociéramos, ni la reconoceríamos si no la recordásemos.<br />

Ciertamente, pues, la habíamos olvidado. ¿Acaso era que no había desaparecido del todo,<br />

y por la parte que era retenida buscaba la otra parte? Porque sentíase la memoria no<br />

revolver conjuntamente las cosas que antes conjuntamente solía, y como cojeando por la<br />

truncada costumbre, pedía que se le volviese lo que la faltaba: algo así como cuando<br />

vemos o pensamos en un hombre conocido, y, olvidados de su nombre, nos ponemos a<br />

buscarle, a quien no le aplicamos cualquier otro distinto que se nos ofrezca, porque no<br />

tenemos costumbre de pensarle con él, por lo que los rechazamos todos hasta que se<br />

presenta aquel con que, por ser el acostumbrado y conocido, descansamos plenamente.<br />

Mas éste, ¿de dónde se me presenta sino de la memoria misma? Porque si alguno nos lo<br />

advierte, el reconocerlo de aquí viene. Porque no lo aceptamos como cosa nueva, sino<br />

que, recordándolo, aprobamos ser lo que se nos ha dicho, ya que, si se borrase<br />

plenamente del alma, ni aun advertidos lo recordaríamos.<br />

No se puede, pues, decir que nos olvidamos totalmente, puesto que nos acordamos al<br />

menos de habernos olvidado y de ningún modo podríamos buscar lo perdido que<br />

absolutamente hemos olvidado.<br />

CAPITULO XX<br />

29. ¿Y a ti, Señor, de qué modo te puedo buscar? Porque cuando te busco a ti, Dios mío,<br />

la vida bienaventurada busco. Búsquete yo para que viva mi alma, porque si mi cuerpo<br />

vive de mi alma, mi alma vive de ti. ¿Cómo, pues, busco la vida bienaventurada -porque<br />

no la poseeré hasta que diga "Basta" allí donde conviene que lo diga-, cómo la busco,<br />

pues? ¿Acaso por medio de la reminiscencia, como si la hubiera olvidado, pero conservado<br />

el recuerdo del olvido? ¿O tal vez por el deseo de saber una cosa ignorada, sea por no<br />

haberla conocido, sea por haberla olvidado hasta el punto de olvidarme de haberme<br />

olvidado?<br />

¿Pero acaso río es la vida bienaventurada la que todos apetecen, sin que haya ninguno<br />

que no la desee? Pues ¿dónde la conocieron para así quererla? ¿Dónde la vieron para<br />

amarla? Ciertamente que tenemos su imagen no sé de qué modo. Mas es diverso el modo<br />

de serlo el que es feliz por poseer realmente aquélla y los que son felices en esperanza.<br />

Sin duda que éstos la poseen de modo inferior a aquellos que son felices en realidad; con<br />

todo, son mejores que aquellos otros que ni en realidad ni en esperanza son felices; los<br />

cuales, sin embargo, no desearan tanto ser felices si no la poseyeran de algún modo; y<br />

que lo desean es certísimo. Yo no sé cómo lo han conocido y, consiguientemente, ignoro<br />

en qué noción la poseen, sobre la cual deseo ardientemente saber si reside en la memoria;<br />

porque si está en ésta, ya fuimos en algún tiempo felices: ahora, si todos individualmente<br />

o en aquel hombre que primero pecó, y en el cual todos morimos y de quien todos hemos<br />

nacido con miseria, no me preocupa por el momento, sino lo que me interesa saber es si<br />

la vida bienaventurada está en la memoria; porque ciertamente que no la amaríamos si no<br />

la conociéramos. Oímos este nombre y todos confesamos que apetecemos la cosa misma;<br />

porque no es el sonido lo que nos deleita, ya que éste, cuando lo oye en latín un griego,<br />

no le causa ningún deleite, por ignorar su significado; en cambio, nos lo causa a nosotros -<br />

como se lo causaría también a aquél si se la nombrasen en griego-, porque la cosa misma<br />

ni es griega ni latina, y ésta es la que desean poseer griegos y latinos, y los hombres de<br />

todas las lenguas.<br />

Luego es de todos conocida aquélla; y si pudiesen ser interrogados "si querían ser felices",<br />

todos a una responderían sin vacilaciones que querían serlo. Lo cual no podría ser si la


cosa misma, cuyo nombre es éste, no estuviese en su memoria.<br />

CAPITULO XXI<br />

30. ¿Acaso está así como recuerda a Cartago quien la ha visto? No; porque la vida<br />

bienaventurada no se ve con los ojos, porque no es cuerpo. ¿Acaso como recordamos los<br />

números? No; porque el que tiene noticia de éstos no desea ya alcanzarlos; en cambio, la<br />

vida bienaventurada, aunque la tenemos en conocimiento y por eso la amamos, con todo,<br />

la deseamos alcanzar, a fin de ser felices.<br />

¿Tal vez como recordamos la elocuencia? Tampoco; porque aunque al oír este nombre se<br />

acuerdan de su realidad aquellos que aún no son elocuentes -y son muchos los que desean<br />

serlo, por donde se ve que tienen noticia de ella-, sin embargo, esta noticia les ha venido<br />

por los sentidos del cuerpo, viendo a otros elocuentes, y deleitándose con ellos, y<br />

deseando ser como ellos, aunque ciertamente no se deleitaran si no fuera por la noticia<br />

interior que tienen de ella, ni desearan esto si no se hubiesen deleitado; y la vida<br />

bienaventurada no la hemos experimentado en otros por ningún sentido.<br />

¿Será por ventura como cuando recordamos el gozo? Tal vez sea así. Porque así como<br />

estando triste recuerdo mi gozo pasado, así siendo miserable recuerdo la vida<br />

bienaventurada; por otra parte, por ningún sentido del cuerpo he visto, ni oído, ni<br />

olfateado, ni gustado, ni tocado jamás el gozo, sino que lo he experimentado en mi alma<br />

cuando he estado alegre, y se adhirió su noticia a mi memoria para que pudiera<br />

recordarle, unas veces con desprecio, otras con deseo, según los diferentes objetos del<br />

mismo de que recuerdo haberme gozado.<br />

Porque también me sentí en algún tiempo inundado de gozo de cosas torpes, recordando<br />

el cual ahora lo detesto y execro, así como otras veces de cosas honestas y buenas, el<br />

cual lo recuerdo deseándolo; aunque tal vez uno y otro estén ausentes, y por eso recuerde<br />

estando triste el pasado gozo.<br />

31. Pues ¿dónde y cuándo he experimentado yo mi vida bienaventurada, para que la<br />

recuerde, la ame y la desee? Porque no sólo yo, o yo con unos pocos, sino todos<br />

absolutamente quieren ser felices, lo cual no deseáramos con tan cierta voluntad si no<br />

tuviéramos de ella noticia cierta.<br />

Pero ¿en qué consiste que si se pregunta a dos individuos si quieren ser militares, tal vez<br />

uno de ellos responda que quiere y el otro que no quiere, y, en cambio, si se les pregunta<br />

a ambos si quieren ser felices, uno y otro al punto y sin vacilación alguna respondan que lo<br />

quieren y que no por otro fin que por ser felices quiere el uno la milicia y el otro no la<br />

quiere? ¿No será tal vez porque el uno se goza en una cosa y el otro en otra? De este<br />

modo concuerdan todos en querer ser felices, como concórdarían, si fuesen preguntados<br />

de ello, en querer gozar, gozo al cual llaman vida bienaventurada. Y así, aunque uno la<br />

alcance por un camino y otro por otro, uno es, sin embargo, el término adonde todos se<br />

empeñan por llegar: gozar. Lo cual, por ser cosa que ninguno puede decir que no ha<br />

experimentado, cuando oye el nombre de "vida bienaventurada", hallándola en la<br />

memoria, la reconoce.<br />

CAPITULO XXII<br />

32. Lejos, Señor, lejos del corazón de tu siervo, que se confiesa a ti, lejos de mí juzgarme<br />

feliz por cualquier gozo que disfrute. Porque hay gozo que no se da a los impíos, sino a los<br />

que generosamente te sirven, cuyo gozo eres tú mismo. Y la misma vida bienaventurada<br />

no es otra cosa que gozar de ti, para ti y por ti: ésa es y no otra. Mas los que piensan que<br />

es otra, otro es también el gozo que persiguen, aunque no el verdadero. Sin embargo, su<br />

voluntad no se aparta de cierta imagen de gozo.<br />

CAPITULO XXIII<br />

33. No es, pues, cierto que todos quieran ser felices, porque los que no quieren gozar de<br />

ti, que eres la única vida feliz, no quieren realmente la vida feliz. ¿O es acaso que todos la<br />

quieren, pero como la carne apetece contra el espíritu y el espíritu contra la carne para<br />

que no hagan lo que quieren 21 , caen sobre lo que pueden y con ello se contentan, porque<br />

aquello que no pueden no lo quieren tanto cuanto es menester para poderlo?


Porque, si yo pregunto a todos si por ventura querrían gozarse más de la verdad que de la<br />

falsedad, tan no dudarían en decir que querían más de la verdad cuanto no dudan en decir<br />

que quieren ser felices. La vida feliz es, pues, gozo de la verdad, porque éste es gozo de<br />

ti, que eres la verdad, ¡oh Dios, luz mía, salud de mi rostro, Dios mío 22 ! Todos desean<br />

esta vida feliz; todos quieren esta vida, la sola feliz; todos quieren el gozo de la verdad.<br />

Muchos he tratado a quienes gusta engañar; pero que quieran ser engañados, a ninguno.<br />

¿Dónde conocieron, pues, esta vida feliz sino allí donde conocieron la verdad? Porque<br />

también aman a ésta por no querer ser engañados, y cuando aman la vida feliz, que no es<br />

otra cosa que gozo de la verdad, ciertamente aman la verdad; mas no la amaran si no<br />

hubiera en su memoria noticia alguna de ella. ¿Por qué, pues, no se gozan de ella? ¿Por<br />

qué no son felices? Porque se ocupan más intensamente en otras cosas que les hacen más<br />

bien miserables que felices con aquello que débilmente recuerdan.<br />

Pues todavía hay un poco de luz en los hombres: caminen, caminen; no se les echen<br />

encima las tinieblas 23 .<br />

34. Pero ¿por qué "la verdad pare el odio" 24 y se les hace enemigo tu hombre, que les<br />

predica la verdad, amando como aman la vida feliz, que no es otra cosa que gozo de la<br />

verdad? No por otra cosa sino porque de tal modo se ama la verdad, que quienes aman<br />

otra cosa que ella quisieran que esto que aman fuese la verdad. Y como no quieren ser<br />

engañados, tampoco quieren ser convictos de error; y así, odian la verdad por causa de<br />

aquello mismo que aman en jugar de la verdad. Amanla cuando brilla, ódianla cuando les<br />

reprende; y porque no quieren ser engañados y gustan de engañar, ámanla cuando se<br />

descubre a sí y ódianla cuando les descubre a ellos. Pero ella les dará su merecido,<br />

descubriéndolos contra su voluntad; ellos, que no quieren ser descubiertos por ella, sin<br />

que a su vez ésta se les manifieste.<br />

Así, así, aun así el alma humana, aun así ciega y lánguida, torpe e indecente, quiere estar<br />

oculta, no obstante que no quiera que se le oculte nada. Mas lo que le sucederá es que ella<br />

quedará descubierta ante la verdad sin que ésta se descubra a ella. Pero aun así,<br />

miserable como es, quiere más gozarse con las cosas verdaderas que en las falsas.<br />

Bienaventurado será, pues, si libre de toda molestia se alegrase de sola la verdad, por<br />

quien son verdaderas todas las cosas.<br />

CAPITULO XXIV<br />

35. Ved aquí cuánto me he extendido por mi memoria buscándote a ti, Señor; y no te<br />

hallé fuera de ella. Porque, desde que te conocí no he hallado nada de ti de que no me<br />

haya acordado; pues desde que te conocí no me he olvidado de ti. Porque allí donde hallé<br />

la verdad, allí hallé a mi Dios, la misma verdad, la cual no he olvidado desde que la<br />

aprendí. Así, pues, desde que te conocí, permaneces en mi memoria y aquí te hallo cuando<br />

me acuerdo de ti y me deleito en ti. Estas son las santas delicias mías que tú me donaste<br />

por tu misericordia, poniendo los ojos en mi pobreza.<br />

CAPITULO XXV<br />

36. Pero ¿en dónde permaneces en mi memoria, Señor; en dónde permaneces en ella? ¿<br />

Qué habitáculo te has construido para ti en ella? ¿Qué santuario te has edificado? Tú has<br />

otorgado a mi memoria este honor de permanecer en ella; mas en qué parte de ella<br />

permaneces es de lo que ahora voy a tratar.<br />

Porque cuando te recordaba, por no hallarte entre las imágenes de las cosas corpóreas,<br />

traspasé aquellas sus partes que tienen también las bestias, y llegué a aquellas otras<br />

partes suyas en donde tengo depositadas las afecciones del alma, que tiene en mi<br />

memoria -porque también el alma se acuerda de sí misma-, y ni aun aquí estabas tú;<br />

porque así como no eres imagen corporal ni afección vital, como es la que se siente<br />

cuando nos alegramos, entristecemos, deseamos, tememos, recordamos, olvidamos y<br />

demás cosas por el estilo, así tampoco eres alma, porque tú eres el Señor Dios del alma, y<br />

todas estas cosas se mudan, mientras que tú permaneces inconmutable sobre todas las<br />

cosas, habiéndote dignado habitar en mi memoria desde que te conocí.<br />

Mas ¿por qué busco el lugar de ella en que habitas, como si hubiera lugares allí?


Ciertamente habitas en ella, porque me acuerdo de ti desde que te conocí, y en ella te<br />

hallo cuando te recuerdo.<br />

CAPITULO XXVI<br />

37. Pues ¿dónde te hallé para conocerte -porque ciertamente no estabas en mi memoria<br />

antes que te conociese-, dónde te hallé, pues, para conocerte, sino en ti sobre mí? No hay<br />

absolutamente lugar, y nos apartamos y nos acercamos, y, no obstante, no hay<br />

absolutamente lugar. ¡Oh Verdad!, tú presides en todas partes a todos los que te<br />

consultan, y a un tiempo respondes a todos los que te consultan, aunque sean cosas<br />

diversas. Claramente tú respondes, pero no todos oyen claramente. Todos te consultan<br />

sobre lo que quieren, mas no todos oyen siempre lo que quieren. Optimo ministro tuyo es<br />

el que no atiende tanto a oír de ti lo que él quisiera cuanto a querer aquello que de ti<br />

oyere.<br />

CAPITULO XXVII<br />

38.¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú<br />

estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba<br />

sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba<br />

contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían.<br />

Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi<br />

ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y<br />

sed, me tocaste, y abraséme en tu paz.<br />

CAPITULO XXVIII<br />

39. Cuando yo me adhiriere a ti con todo mi ser, ya no habrá más dolor ni trabajo para<br />

mí, y mi vida será viva, llena toda de ti . Mas ahora, corno al que tú llenas lo elevas, me<br />

soy carga a mí mismo, porque no estoy lleno de ti.<br />

Contienden mis alegrías, dignas de ser lloradas, con mis tristezas, dignas de alegría, y no<br />

sé de qué parte está la victoria. Contienden mis tristezas malas con mis gozos buenos, y<br />

no sé de qué parte está la victoria. ¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí! ¡Ay de mí!<br />

25<br />

He aquí que no oculto mis llagas. Tú eres médico, y yo estoy enfermo; tú eres<br />

misericordioso, y yo miserable. ¿Acaso no es tentación la vida del hombre sobre la tierra?<br />

26 ¿Quién hay que guste de las molestias y trabajos? Tú mandas tolerarlos, no amarlos.<br />

Nadie ama lo que tolera, aunque ame el tolerarlos. Porque, aunque goce en tolerarlos,<br />

más quisiera, sin embargo, que no hubiese qué tolerar.<br />

En las cosas adversas deseo las prósperas, en las cosas prósperas temo las adversas. ¿<br />

Qué lugar intermedio hay entre estas cosas en el que la vida humana no sea una<br />

tentación?<br />

¡Ay de las prosperidades del mundo una y otra vez por el temor de la adversidad y la<br />

corrupción de la alegría! ¡Ay de las adversidades del mundo una, dos y tres veces, por el<br />

deseo de la prosperidad y porque es dura la misma adversidad y no falle la paciencia! ¿<br />

Acaso no es tentación sin interrupción la vida del hambre sobre la tierra?<br />

CAPITULO XXIX<br />

40. Toda mi esperanza no estriba sino en tu muy grande misericordia. Da lo que mandas y<br />

manda lo que quieras. Nos mandas que seamos continentes. Y como yo supiese -dice uno-<br />

que ninguno puede ser continente si Dios no se lo da, entendí que también esto mismo era<br />

parte de la sabiduría, conocer de quién es este don 27 .<br />

Por la continencia, en efecto, somos juntados y reducidos a la unidad, de la que nos<br />

habíamos apartado, derramándonos en muchas cosas. Porque menos te ama quien ama<br />

algo contigo y no lo ama por ti.<br />

¡Oh amor que siempre ardes y nunca te extingues! Caridad, Dios mío, enciéndeme. ¿<br />

Mandas la continencia? Da lo que mandas y manda lo que quieras.


CAPITULO XXX<br />

41. Ciertamente tu mandas que me contenga de la concupiscencia de la carne, de la<br />

concupiscencia de los ojos y de la ambición del siglo 28 . Mandaste que me abstuviese del<br />

concúbito, y aun respecto del matrimonio mismo aconsejaste algo mejor de lo que<br />

concediste. Y porque tú lo otorgaste se hizo, y aun antes de ser dispensador de tu<br />

sacramento.<br />

Pero aun viven en mi memoria, de la que he hablado mucho, las imágenes de tales cosas,<br />

que mi costumbre fijó en ella, y me salen al encuentro cuando estoy despierto, apenas ya<br />

sin fuerzas; pero en sueños llegan no sólo a la delectación, sino también al consentimiento<br />

y a una acción en todo semejante a la real. Y tanto puede la ilusión de aquella imagen en<br />

mi alma, en mi carne, que estando durmiendo llegan estas falsas visiones a persuadirme<br />

de lo que estando despierto no logran las cosas verdaderas. ¿Acaso entonces, Señor Dios<br />

mío, yo no soy yo? Y, sin embargo, ¡cuánta diferencia hay entre mí mismo y mí mismo en<br />

el momento en que paso de la vigilia al sueño o de éste a aquélla! ¿Dónde está entonces<br />

la razón por la que el despierto resiste a tales sugestiones y, aunque se le introduzcan las<br />

mismas realidades, permanece inconmovible? ¿Acaso se cierra aquélla con los ojos? ¿<br />

Acaso se duerme con los sentidos del cuerpo?<br />

Mas ¿de dónde viene que muchas veces, aun en sueños, resistamos, acordándonos de<br />

nuestro propósito, y, permaneciendo castísimamente en él, no damos ningún asentimiento<br />

a tales sugestiones? Y, sin embargo, hay tanta diferencia, que, cuando sucede al revés, al<br />

despertar volvemos a la paz de la conciencia, y la distancia que hallamos entre ambos<br />

estados nos convence de no haber hecho nosotros aquello que lamentamos que se ha<br />

hecho de algún modo en nosotros.<br />

42. ¿Acaso no es poderosa tu mano, ¡oh Dios omnipotente!, para sanar todos los<br />

languores de mi alma y extinguir con más abundante gracia hasta los mismos<br />

movimientos lascivos de mi cuerpo? Tú aumentarás, Señor, más y más en mí tus dones,<br />

para que mi alma me siga a mí hacia ti, libre del visco de la concupiscencia, para que no<br />

sea rebelde a sí misma, para que aun en sueños no sólo no perpetre estas torpezas de<br />

corrupción a causa de las imágenes animales hasta el flujo de la carne, sino para que ni<br />

aun siquiera consienta. Porque el que nada tal me deleite o me deleite tan poquito que<br />

pueda ser cohibido a voluntad hasta en el casto afecto del que duerme, no sólo en esta<br />

vida, sino también en esta edad, no es cosa grande para un ser omnipotente como tú, que<br />

puedes otorgarnos más de lo que pedimos y entendemos 29 .<br />

Qué sea, pues, al presente en este género de mal, ya te lo he dicho a ti, mi buen Señor,<br />

alegrándome con temblor 30 por lo que me has dado y llorando por lo que aún me falta,<br />

esperando que darás perfección en mí a tus misericordias, hasta lograr paz completa, que<br />

contigo tendrán mi interior y mi exterior "cuando fuere la muerte trocada en victoria" 31 .<br />

CAPITULO XXXI<br />

43. Otra malicia tiene el día 32 , y ¡ojalá que le bastase! Porque hemos de reparar<br />

comiendo y bebiendo las pérdidas cotidianas del cuerpo, en tanto no destruyas los<br />

alimentos y el vientre, cuando dieres muerte a la necesidad con una maravillosa saciedad<br />

y vistieres a este cuerpo corruptible de eterna incorrupción 33 .<br />

Mas ahora me es grata la necesidad y tengo que luchar contra esta dulzura para no ser<br />

esclavo de ella, y la combato todos los días con muchos ayunos, reduciendo a servidumbre<br />

a mi cuerpo 34 ; más mis molestias se ven arrojadas por el placer. Porque el hambre y la<br />

sed son molestias, queman y, como la fiebre, dan muerte si el remedio de los alimentos<br />

no viene en su ayuda; y como éste está pronto, gracias al consuelo de tus dones, entre los<br />

cuales están la tierra, el agua y el cielo, que haces sirvan a nuestra flaqueza, llámase<br />

delicias a semejante calamidad.<br />

44. Tú me enseñaste esto: que me acerque a los alimentos que he de tomar como si<br />

fueran medicamentos. Mas he aquí que cuando paso de la molestia de la necesidad al<br />

descanso de la saciedad, en el mismo paso me tiende insidias el lazo de la concupiscencia,<br />

porque el mismo paso es ya un deleite, y no hay otro paso por donde pasar que aquel por<br />

donde nos obliga a pasar la necesidad. Y siendo la salud la causa del comer y beber,<br />

júntasele como pedisecua una peligrosa delectación, y muchas veces pretende ir delante


para que se haga por ella lo que por causa de la salud digo o quiero hacer.<br />

Ni es el mismo el modo de ser de ambas cosas, porque lo que es bastante para la salud es<br />

poco para la delectación, y muchas veces no se sabe si el necesario cuidado del cuerpo es<br />

el que pide dicho socorro o es el deleitoso engaño del apetito quien solicita se le sirva.<br />

Ante esta incertidumbre alégrase la infeliz alma y con ella prepara la defensa de su<br />

excusa, gozándose de que no aparezca qué es lo que basta para la conservación de la<br />

buena salud, a fin de encubrir con pretexto de ésta la satisfacción de deleite. A tales<br />

tentaciones procuro resistir todos los días e invoco tu diestra y te confieso mis<br />

perplejidades, porque mi parecer sobre este asunto no es aún suficientemente sólido.<br />

45. Oigo la voz de mi Dios, que manda: No se agraven vuestros corazones en la crápula y<br />

embriaguez 35 . La embriaguez está lejos de mí; tú tendrás misericordia para que no se<br />

acerque a mí. Mas la crápula llega algunas veces a deslizarse en tu siervo. Tú tendrás<br />

misericordia a fin de que se aleje también de mí; porque nadie puede ser continente si tú;<br />

no se lo dieres 36 .<br />

Muchas cosas nos concedes cuando oramos; mas cuanto de bueno hemos recibido antes<br />

de que orásemos, de ti lo recibimos, y el que después lo hayamos conocido, de ti lo<br />

recibimos también. Yo nunca fui borracho, pero he conocido a muchos borrachos hechos<br />

sobrios por ti. Luego obra tuya es que no sean borrachos los que nunca lo fueron; obra<br />

tuya que no lo fuesen siempre los que lo fueron alguna vez, y obra tuya, finalmente, que<br />

unos y otros conozcan a quién deben atribuirlo.<br />

Oí otra voz tuya: No vayas tras tus concupiscencias y reprime tu deleite 37 . También oí por<br />

tu gracia aquella que tanto amé: Ni porque comamos tendremos de sobra ni porque no<br />

comamos tendremos falta 38 ; que es como decir: Ni aquella cosa me hará rico ni ésta<br />

necesitado.<br />

También oí esta otra: Porque yo he aprendido a bastarme con lo que tengo, y sé lo que es<br />

abundar y lo que padecer penuria, Todo lo puedo en aquel que me conforta 39 . ¡He aquí un<br />

soldado de las milicias celestiales, no el polvo que somos nosotros! Pero acuérdate, Señor,<br />

de que somos polvo y que de polvo hiciste al hombre, y que, habiendo perecido, fue<br />

hallado 40 .<br />

Ni aun aquel a quien, diciendo tales cosas bajo el soplo de tu divina inspiración, amé en<br />

extremo pudo algo por sí, porque era también polvo. Todo lo puedo -dice- en aquel que<br />

me conforta 41 . Confórtame, pues, para que pueda; da lo que mandas y manda lo que<br />

quieras. Confiesa éste haberlo recibido todo, y de lo que se gloría se gloría en el Señor 42 .<br />

Oí a otro que rogaba: Aleja de mí -dice- la concupiscencia del vientre 43 . Por todo lo cual<br />

se ve, ¡oh mi Santo Dios!, que eres tú quien das que se haga lo que, cuando mandas que<br />

se haga, se hace.<br />

46. Tú me enseñaste, Padre bueno, que para los puros todas las cosas son puras; pero<br />

que es malo para el hombre comer con escándalo 44 ; y que toda criatura tuya es buena y<br />

que nada se ha de arrojar de lo que se recibe con acción de gracias; y que no es la comida<br />

la que nos recomienda a Dios 45 ; y que nadie nos debe juzgar por la comida o bebida; y<br />

que el que coma no desprecie al que no coma, y el que no come no desprecie al que come<br />

46 . Estas cosas he aprendido. ¡Gracias a ti, alabanzas a ti, Dios mío, maestro mío, pulsador<br />

de mis oídos, ilustrador de mi corazón! Líbrame de toda tentación. No temo yo la<br />

inmundicia de la comida, sino la inmundicia de la concupiscencia.<br />

Sé que a Noé le fue permitido comer de toda clase de carnes que pueden usarse, y que<br />

Elías comió carne, y que Juan, dotado de una admirable abstinencia, no se manchó con los<br />

animales, esto es, con las langostas que le servían de comida. Y, al contrario, sé que Esaú<br />

fue engañado por el apetito de unas lentejuelas, y David por haber deseado sólo agua se<br />

reprendió a sí mismo; y que nuestro Rey no fue tentado con carne, sino con pan; y que<br />

asimismo el pueblo [israelítico] mereció, estando en el desierto, que Dios le reprendiese,<br />

no por haber deseado carne, sino por haber murmurado contra el Señor por el deseo de<br />

manjar.<br />

47. Colocado en tales tentaciones, combato todos los días contra la concupiscencia del<br />

comer y beber, porque no es esto cosa que se pueda cortar de una vez, con ánimo de no


volver a ello, como lo pude hacer con el concúbito. Porque en el comer y beber hay que<br />

tener el freno de la garganta con un tira y afloja moderado. ¿Y quién es, Señor, el que no<br />

es arrastrado un poco más allá de los límites de la necesidad? Quienquiera que no lo es,<br />

grande es, magnifique tu nombre. Yo ciertamente no lo soy, porque soy hombre pecador;<br />

mas también magnifico tu nombre, porque por mis pecarlos interpela ante ti aquel que<br />

venció al mundo 47 , contándome entre los miembros débiles de su cuerpo, y porque tus<br />

ojos vieron lo imperfecto de él, y en tu libro serán todos escritos 48 .<br />

CAPITULO XXXII<br />

48. Del encanto de los perfumes no cuido demasiado. Cuando no los tengo, no los busco;<br />

cuando los tengo, no los rechazo, dispuesto a carecer de ellos siempre. Así me parece al<br />

menos, aunque tal vez me engañe. Porque también son dignas de llorarse estas tinieblas<br />

en que a veces se me oculta el poder que hay en mí, hasta el punto que, si mi alma se<br />

interroga a sí misma sobre sus fuerzas, no se da crédito fácilmente a sí, porque muchas<br />

veces le es oculto lo que hay en ella, hasta que se lo da a conocer la experiencia; y nadie<br />

debe estar seguro en esta vida, que toda ella está llena de tentaciones, no sea que como<br />

pudo uno hacerse de peor mejor, se haga a su vez de mejor peor. Nuestra única<br />

esperanza, nuestra única confianza, nuestra firme promesa, es tu misericordia.<br />

CAPITULO XXXIII<br />

49. Más tenazmente me enredaron y subyugaron los deleites del oído; pero me desataste<br />

y libraste.<br />

Ahora, respecto de los sonidos que están animados por tus palabras, cuando se cantan con<br />

voz suave y artificiosa, lo confieso, accedo un poco, no ciertamente para adherirme a<br />

ellos, sino para levantarme cuando quiera. Sin embargo, juntamente con las sentencias,<br />

que les dan vida y que hacen que yo les dé entrada, buscan en mi corazón un lugar<br />

preferente; mas yo apenas si se lo doy conveniente.<br />

Otras veces, al contrario, me parece que les doy más honor del que conviene, cuando<br />

siento que nuestras almas se mueven más ardiente y religiosamente en llamas de piedad<br />

con aquellos dichos santos, cuando son cantados de ese modo, que si no se cantaran así, y<br />

que todos los afectos de nuestro espíritu, en su diversidad, tienen en el canto y en la voz<br />

sus modos propios, con los cuales no sé por qué oculta familiaridad son excitados<br />

Pero aun en esto me engaña muchas veces la delectación sensual -a la que no debiera<br />

entregarse el alma para enervarse-, cuando el sentido no se resigna a acompañar a la<br />

razón de modo que vaya detrás, sino que, por el hecho de haber sido por su amor<br />

admitido, pretende ir delante y tomar la dirección de ella. Así, peco en esto sin darme<br />

cuenta, hasta que luego me la doy.<br />

50. Otras veces, empero, queriendo inmoderadamente evitar este engaño, yerro por<br />

demasiada severidad; y tanto algunas veces, que quisiera apartar de mis oídos y de la<br />

misma iglesia toda melodía de los cánticos suaves con que se suele cantar el Salterio de<br />

David, pareciéndome más seguro lo que recuerdo haber oído decir muchas veces del<br />

obispo de Alejandría, Atanasio, quien hacía que el lector cantase los salmos con tan débil<br />

inflexión de voz que pareciese más recitarlos que cantarlos.<br />

Con todo, cuando recuerdo las lágrimas que derramé con los 'cánticos de la iglesia en los<br />

comienzos de mi conversión, y lo que ahora me conmuevo, no con el canto, sino con las<br />

cosas que se cantan, cuando se cantan con voz clara y una modulación convenientísima,<br />

reconozco de nuevo la gran utilidad de esta costumbre.<br />

Así fluctúo entre el peligro del deleite y la experiencia del provecho, aunque me inclino<br />

más -sin dar en esto sentencia irrevocable- a aprobar la costumbre de cantar en la iglesia,<br />

a fin de que el espíritu flaco se despierte a piedad con el deleite del oído. Sin embargo,<br />

cuando me siento más movido por el canto que por lo que se canta, confieso que peco en<br />

ello y merezco castigo, y entonces quisiera más no oír cantar.<br />

¡He aquí en qué estado me hallo! Llorad conmigo y por mí los que en vuestro interior, de<br />

donde proceden las obras, tratáis con vosotros mismos algo bueno. Porque los que no<br />

tratáis de tales cosas no os habrán de mover estas mías. Y tú, Señor Dios mío, escucha,


mira y ve, y compadécete y sáname 49 ; tú, en cuyos ojos estoy hecho un enigma, y ésa es<br />

mi enfermedad.<br />

CAPITULO XXXIV<br />

51. Resta el deleite de estos ojos de mi carne, del cual quiero hacer confesión, que ¡ojalá<br />

oigan los oídos de tu templo, los oídos fraternos y piadosos, para que concluyamos con las<br />

tentaciones de la concupiscencia carnal, que todavía me incitan, a mí, que gimo y no<br />

deseo sino ser revestido de mi habitáculo, que, es del cielo! 50<br />

Aman los ojos las formas bellas y variadas, los claros y amenos colores. No posean estas<br />

cosas mi alma; poséala Dios, que hizo estas cosas, muy buenas ciertamente; porque mi<br />

bien es él, no éstas. Y tiéntanme despierto todos los días, ni me dan momento de reposo,<br />

como lo dan las voces de los cantores, que a veces quedan todas en silencio. Porque la<br />

misma reina de los colores, esta luz, bañando todas las cosas que vemos, en cualquier<br />

parte que me hallare durante el día, me acaricia y se me insinúa de mil modos, aun<br />

estando entretenido en otras cosas y sin fijar en ella la atención. Y con tal vehemencia se<br />

insinúa, que si de repente desaparece es buscada con deseo, y si falta por mucho tiempo<br />

se contrista el alma.<br />

52. ¡Oh luz!, la que veía Tobías cuando, cerrados sus ojos, enseñaba al hijo el camino de<br />

la vida y andaba delante de él con el pie de la caridad, sin errar jamás. O la que veía Isaac<br />

cuando, entorpecidos y velados por la senectud sus ojos carnales, mereció no bendecir a<br />

sus hijos conociéndoles, sino conocerles bendiciéndoles. O la que veía Jacob cuando, ciego<br />

también por la mucha edad, proyectó los rayos de su corazón luminoso sobre las<br />

generaciones del pueblo futuro, prefigurado en sus hijos, y cuando puso a sus nietos, los<br />

hijos de José, las manos místicamente cruzadas, no como su padre de ellos exteriormente<br />

corregía, sino como él interiormente discernía. Esta es la verdadera luz, luz única, y que<br />

cuantos la ven y aman se hacen uno.<br />

Pero esta luz corporal de que antes hablaba, con su atractiva y peligrosa dulzura, sazona<br />

la vida del siglo a sus ciegos amadores; mas cuando aprenden a alabarte por ella, ¡oh Dios<br />

creador de cuanto existe! , la convierten en himno tuyo, sin ser asumidos por ella en su<br />

sueño. Así quiero ser yo.<br />

Resisto a las seducciones de los ojos, para que no se traben mis pies, con los que me<br />

introduzco en tu camino. Y levanto hacia ti mis ojos invisibles, para que tú libres de lazo a<br />

mis pies 51 . Tú no cesarás de librarlos, porque no cesan de caer en él. Sí, no cesarás de<br />

librarlos, no obstante que yo no cese de caer en las asechanzas esparcidas por todas<br />

partes, porque tú, que guardas a Israel, no dormirás ni dormitarás 52 .<br />

53. ¡Cuán innumerables cosas, con variadas artes y elaboraciones en vestidos, calzados,<br />

vasos y demás productos por el estilo, en pinturas y otras diversas invenciones que van<br />

mucho más allá de la necesidad y conveniencia y de la significación religiosa que debían<br />

tener, han añadido los hombres a los atractivos de los ojos, siguiendo fuera lo que ellos<br />

hacen dentro, y abandonando dentro al que los ha creado, y destruyendo aquello que les<br />

hizo.<br />

Mas yo, Dios mío y gloria mía, aun por esto te canto un himno y te ofrezco como a mi<br />

santificador el sacrificio de la alabanza, porque las bellezas que a través del alma pasan a<br />

las manos del artista vienen de aquella hermosura que está sobre las almas, y por la cual<br />

suspira la mía día y noche.<br />

Los obradores y seguidores de las bellezas exteriores de aquí toman su criterio o modo de<br />

aprobarlas, pero no derivan de allí el modo de usarlas. Y, sin embargo, allí está, aunque<br />

no lo ven, para que no vayan más allá y guarden para ti su fortaleza 53 y no la disipen en<br />

enervantes delicias.<br />

Aun yo mismo, que digo estas cosas y las discierno, me enredo a veces en estas<br />

hermosuras; pero tú, Señor, me librarás; sí, tú me librarás, porque tu misericordia está<br />

delante de mis ojos 54 ; pues si yo caigo miserablemente, tú me arrancas<br />

misericordiosamente, unas veces sin sentirlo, por haber caído muy ligeramente; otras con<br />

dolor, por estar ya apegado.


CAPITULO XXXV<br />

54. A esto añádase otra manera de tentación, cien veces más peligrosa. Porque, además<br />

de la concupiscencia de la carne, que radica en la delectación de todos los sentidos y<br />

voluptuosidades, sirviendo a la cual perecen los que se alejan de ti, hay una vana y<br />

curiosa concupiscencia, paliada con el nombre de conocimiento y ciencia, que radica en el<br />

alma a través de los mismos sentidos del cuerpo, y que consiste no en deleitarse en la<br />

carne, sino en experimentar cosas por la carne. La cual [curiosidad], como radica en el<br />

apetito de conocer y los ojos ocupan el primer puesto entre los sentidos en orden a<br />

conocer, es llamada en el lenguaje divino concupiscencia de los ojos 55 .<br />

A los ojos, en efecto, pertenece propiamente el ver; pero también usamos de esta palabra<br />

en los demás sentidos cuando los aplicamos a conocer. Porque no decimos: "Oye cómo<br />

brilla", o "huele cómo luce", o "gusta cómo resplandece", o "palpa cómo relumbra", sino<br />

que todas estas cosas se dicen ver. En efecto, nosotros no sólo decimos: "mira cómo<br />

luce" -lo cual pertenece a solos los ojos-, sino también "mira cómo suena", "mira cómo<br />

huele", "mira cómo sabe", "mira qué duro es". Por eso lo que se experimenta en general<br />

por los sentidos es llamado, como queda dicho, concupiscencia de los ojos, porque todos<br />

los demás sentidos usurpan por semejanza el oficio de ver, que es primario de los ojos,<br />

cuando tratan de conocer algo.<br />

55. Por aquí se advierte muy claramente cuándo se busca el placer, cuándo la curiosidad<br />

por medio de los sentidos; porque el deleite busca las cosas hermosas, sonoras, suaves,<br />

gustosas y blandas; la curiosidad, en cambio, busca aun cosas contrarias a ésta, no para<br />

sufrir molestias, sino por el placer de experimentar y conocer. Porque ¿qué deleite hay en<br />

contemplar en un cadáver destrozado aquello que te horroriza? Y, sin embargo, si yace en<br />

alguna parte, acuden las gentes para entristecerse y palidecer. Y aun temen verle en<br />

sueños, como si alguien les hubiera obligado despiertos a verle o les hubiera persuadido a<br />

ello la fama de una gran hermosura. Y esto mismo dígase de los demás sentidos, que sería<br />

muy largo enumerar.<br />

De este deseo insano proviene el que se exhiban monstruos en los espectáculos; y de aquí<br />

también el deseo de escrutar los secretos de la naturaleza, que está sobre nosotros, y que<br />

no aprovecha nada conocer, y que los hombres no desean más que conocer. De aquí<br />

proviene igualmente el que con el mismo fin de un conocimiento perverso se busque algo<br />

por medio de las artes mágicas. De aquí proviene, finalmente, el que se tiente a Dios en la<br />

misma religión, pidiendo signos y prodigios no para salud de alguno, sino por el solo deseo<br />

de verlos.<br />

56. En esta selva tan inmensa, llena de insidias y peligros, ya ves, ¡oh Dios de mi salud!,<br />

cuántas cosas he cortado y arrojado de mi corazón, según me concediste hacer. Sin<br />

embargo ¿cuándo me atrevo a decir, mientras nuestra vida cotidiana se ve aturdida por<br />

todas partes con el ruido que en su derredor hace esta multitud de cosas, cuándo me<br />

atrevo a decir que ninguna de estas cosas me llama la atención para que mire y caiga en<br />

algún cuidado vano? Ciertamente que no me arrebatan ya los teatros, ni cuido de saber el<br />

curso de los astros, ni mi alma consultó jamás a las sombras, y detesto todos los<br />

sacrílegos sacramentos.<br />

Pero ¡con cuántos ardides de sugestiones no trata el enemigo de que te pida un signo a ti,<br />

Señor Dios mío, a quien debo humilde y sencilla servidumbre! Mas yo te suplico por<br />

nuestro Rey y por Jerusalén, nuestra patria pura y casta, que así como ahora está lejos de<br />

mi consentir estas cosas, así esté siempre cada vez más lejos de mí. Pero cuando te ruego<br />

por la salud de alguien, otro muy distinto es el fin de mi intención. Mas haciendo tú lo que<br />

quieres, tú me das y me darás que te siga de buen grado.<br />

57. Pero ¿quién podrá contar la multitud de cosas menudísimas y despreciables con que<br />

es tentada todos los días nuestra curiosidad y las muchas veces que caemos? ¿Cuántas<br />

veces, a los que narran cosas vanas, al principio apenas si los toleramos, por no ofender a<br />

los débiles, y después poco a poco gustosos les prestamos atención?<br />

Ya no contemplo, cuando se verifica en el circo, la carrera del perro tras la liebre; pero en<br />

el campo, cuando por casualidad paso por él, todavía atrae mi atención hacia sí aquella<br />

caza y me distrae tal vez hasta de algún gran pensamiento y me hace salir del camino, no<br />

con el jumento que me lleva, sino con la inclinación del corazón; y si tú, demostrada ya mi


flaqueza, no me amonestaras al punto, o a levantarme hacia ti por medio de alguna<br />

consideración tomada de lo mismo que contemplo, o a despreciarlo todo y pasar adelante,<br />

me quedaría, como vano, hecho un bobo.<br />

¿Y qué decir cuando, sentado en casa, me llama la atención el estelión que anda a caza de<br />

moscas o la araña que envuelve una y más veces a las caídas en sus redes? ¿Acaso porque<br />

son animales pequeños no es el efecto el mismo? Cierto que paso después a alabarte por<br />

ello, Creador admirable y ordenador de todas las cosas; pero cuando empiezo a fijarme en<br />

ellas, realmente no lo hago con este fin. Una cosa es levantarse presto y otra no caer.<br />

Y de cosas por el estilo está llena mi vida, por lo que mi única esperanza es tu grandísima<br />

misericordia. Porque cuando nuestro corazón llega a ser un receptáculo de semejantes<br />

cosas y lleva consigo tan gran copia de vanidad, sucede que nuestras oraciones se<br />

interrumpen con frecuencia y se perturban; y mientras en tu presencia dirigimos a tus<br />

oídos la voz del corazón, no sé de dónde procede impetuosamente una turba de<br />

pensamientos vanos que cortan tan grande. cosa.<br />

CAPITULO XXXVI<br />

58. ¿Acaso habremos de contar también esto entre las cosas despreciables? ¿O hay algo<br />

que puede reducirnos a esperanza, si no es tu conocida misericordia, puesto que has<br />

comenzado a mudarnos? Ante todo, tú sabes en qué medida me has mudado, sanándome<br />

primeramente del apetito de venganza, para serme después propicio en todas las demás<br />

iniquidades mías, y sanar todos mis languores, y redimir mi vida de la corrupción, y<br />

coronarme con misericordia, y saciar de bienes mi deseo 56 , tú que reprimiste mi soberbia<br />

con tu temor y domaste mi cerviz con tu yugo, el cual llevo ahora y me es suave, porque<br />

así lo prometiste y has cumplido. En realidad así era, y yo no lo sabía, cuando temía<br />

someterme a él.<br />

59. Mas ¿por ventura, Señor -tú, que dominas solo sin altivez, porque eres el único<br />

verdadero Señor 57 que no tiene señor-, por ventura me ha dejado o puede dejarme<br />

durante toda esta vida este tercer género de tentación, que consiste en querer ser temido<br />

y -amado de los hombres no por otra cosa sino por conseguir de ello un gozo que no es<br />

gozo? ¡Mísera vida es y fea jactancia<br />

De aquí proviene principalmente el que no se te ame ni tema castamente, y tú resistas a<br />

los soberbios y des tu gracia a los humildes 58 , y truenes contra las ambiciones del siglo, y<br />

se estremezcan los fundamentos de los montes 59 .<br />

Mas como quiera que por ciertos oficios de la sociedad humana nos es necesario ser<br />

amados y temidos de los hombres, insiste el adversario de nuestra verdadera felicidad<br />

esparciendo en todas partes como lazos estas palabras: "¡Bien, bien!", para que, mientras<br />

las recogemos con avidez, caigamos incautamente, y dejemos de poner en tu verdad<br />

nuestro gozo y lo pongamos en la falsedad de los hombres, y nos agrade el ser amados y<br />

temidos no por motivo tuyo, sino en tu lugar; y de esta manera, hechos semejantes a<br />

nuestro adversario, nos tenga consigo no para concordia de la caridad, sino para ser<br />

consortes de su suplicio, él que determinó poner su sede en el aquilón, a fin de que,<br />

tenebrosos y fríos, sirviesen al que te imitó por caminos perversos y torcidos.<br />

Nosotros, empero, Señor, somos tu grey pequeñita 60 . Tú nos posees. Extiende tus alas<br />

para que nos refugiemos bajo ellas. Tú serás nuestra gloria. Por ti seamos amados y tu<br />

palabra sea temida en nosotros. Quien quiere ser alabado de los hombres vituperándole<br />

tú, no será defendido de los hombres cuando tú le juzgues, ni asimismo librado cuando tú<br />

le condenes. Mas cuando no es el pecador el que es alabado en los deseos de su alma ni<br />

es bendecido el que obra la iniquidad 61 , sino es alabado un hombre cualquiera por algún<br />

don que tú le has dado, y ese tal se goza más de ser alabado que de tener el mismo don<br />

por que es alabado, también este tal es alabado vituperándole tú; siendo ya mejor el que<br />

alaba que este que es alabado, porque aquél se agradó en el hombre del don de Dios, y<br />

éste se complació más del don del hombre que del de Dios.<br />

CAPITULO XXXVII<br />

60. Diariamente somos tentados, Señor, con semejantes tentaciones, y somos tentados<br />

sin cesar. Nuestro horno cotidiano es la lengua humana. Tú nos mandas que seamos


también en este orden continentes; da lo que mandas y manda lo que quieras. Tú tienes<br />

conocidos sobre este punto los gemidos de mi corazón dirigidos hacia ti y los ríos de mis<br />

ojos . Porque no puedo fácilmente saber cuánto me he limpiado de esta lepra, y temo<br />

mucho mis delitos ocultos, patentes a tus ojos, pero no a los míos. Porque en cualquier<br />

otro género de tentaciones tengo yo facultad de examinarme a mí mismo, pero en éste es<br />

casi nula. Porque en orden a los deleites de la carne y a la vana curiosidad de conocer, veo<br />

bien cuánto he aprovechada al tener que refrenar mi alma, cuando carezco de tales cosas<br />

por voluntad o por necesidad. Porque entonces yo mismo me pregunto cuándo me es más<br />

o menos molesto carecer de ellas.<br />

En cuanto a las riquezas, que son deseadas para servicio de una de estas tres<br />

concupiscencias, o de dos de ellas, o de todas, si el alma no puede percibir si las desprecia<br />

poseyéndolas, puede hacer prueba de sí abandonándolas. Pero, en orden a la alabanza, ¿<br />

acaso, para carecer de ella y así experimentar lo que podemos en este punto, hemos de<br />

vivir mal y tan perdidamente y con tanta crueldad que todo el que nos conozca nos<br />

deteste? ¿Qué mayor locura puede decirse ni pensarse?<br />

Mas si la alabanza suele y debe ser compañera de la vida buena y de las buenas obras, no<br />

debemos abandonar ni la vida buena ni su compañero la alabanza. Sin embargo, yo ignoro<br />

si puedo llevar con igualdad de ánimo o de mala gana la carencia de alguna cosa, hasta<br />

ver que me falta.<br />

61. Pues ¿qué es, Señor, lo que te confieso en este género de tentación? ¿Qué, sino que<br />

me deleito en las alabanzas? Más, sin duda alguna, me deleita la verdad que las<br />

alabanzas; pero si me propusiesen qué quería más: ser loco furioso y desatinado en todo y<br />

ser alabado de todos los hombres, o estar cabal y certísimo de la verdad, y ser vituperado<br />

de todos, ya veo lo que elegiría.<br />

Con todo, yo no quisiera que la aprobación ajena aumentase el gozo de cualquier bien<br />

mío. Mas de hecho no sólo lo aumenta, lo confieso, sino también la vituperación lo<br />

disminuye. Y cuando me siento turbado con esta miseria mía, viéneseme luego una<br />

excusa, que tú sabes, ¡oh Dios!, lo que vale, porque a mí me trae perplejo. Porque<br />

habiéndonos mandado tú no sólo la continencia, esto es, de qué cosas debemos cohibir el<br />

amor, sino también la justicia, esto es, en qué lo debemos poner, y queriendo no sólo que<br />

te amásemos a ti, sino también al prójimo, sucede muchas veces que parezco deleitarme<br />

del provecho o esperanza del prójimo, cuando me deleito con la alabanza del que ha<br />

entendido bien, y a su vez contristarme con su mal, cuando le oigo vituperar lo bueno que<br />

ignora.<br />

Porque también me contristo algunas veces con las alabanzas, cuando o alaban en mí<br />

aquellas cosas en que yo me desagrado o estiman algunos bienes pequeños y leves míos<br />

más de lo que debieran serlo.<br />

Pero a su vez, ¿de dónde sé yo si el sentirme así afectado es porque no quiero que<br />

disienta de mí, respecto de mí, el que me alaba, no porque me mueva su utilidad, sino<br />

porque los mismos bienes que veo con agrado en mí me son mas gratos cuando agradan<br />

también a otros? Porque, en cierto modo, no soy yo alabado cuando no es aprobado mi<br />

juicio respecto de mí, puesto que o alaban cosas que a mí me desagradan o alaban más<br />

las que a mí me agradan menos. ¿Luego también en esto ando incierto de mí?<br />

62. He aquí que veo en ti, ¡oh Verdad!, que no debían moverme mis alabanzas por causa<br />

de mí, sino por utilidad del prójimo, y no sé si tal vez es así; pues en este asunto me soy<br />

menos conocido a mí que tú. Yo te suplico, Dios mío, que me des a conocer a mí mismo,<br />

para que pueda confesar a mis hermanos, que han de orar por mí, cuanto hallare en mí de<br />

malo. Me examinaré, pues, nuevamente con más diligencia.<br />

Pero si es la utilidad del prójimo la que me mueve en mis alabanzas, ¿por qué me muevo<br />

menos cuando es vituperado injustamente un extraño que no cuando lo soy yo? ¿Por qué<br />

me hiere más la contumelia lanzada contra mí que la que en mi presencia se lanza con la<br />

misma iniquidad contra otro? ¿Acaso ignoro también esto? ¿Había de faltar esto para<br />

engañarme a mí mismo y no decir la verdad en tu presencia, ni con el corazón ni con la<br />

lengua?<br />

Aleja, Señor, de mí semejante locura, para que mi boca no sea para mí el óleo del pecador


con que unja mi cabeza 62 .<br />

CAPITULO XXXVIII<br />

63. Menesteroso y pobre soy 63 , aunque mejor cuando con secreto gemido me desagrado<br />

a mí mismo y busco tu misericordia para que sea reparada mi indigencia y llevada a la<br />

perfección de aquella paz que ignora el ojo del arrogante.<br />

Pero la palabra que sale de la boca y las obras conocidas de los hombres están expuestas<br />

a una tentación peligrosísima por causa del amor a la alabanza, que encamina los<br />

mendigados votos a una cierta excelencia personal. Tienta, en efecto; y cuando la<br />

reprendo en mí, por el mismo hecho de reprenderla -y muchas veces aun del mismo<br />

desprecio de la vanagloria- se gloría más vanamente; razón por la cual ya no se gloría del<br />

desprecio mismo de la vanagloria, puesto que realmente no desprecia ésta cuando se<br />

gloría de ella.<br />

CAPITULO XXXIX<br />

64. También hay dentro de nosotros, sí, dentro de nosotros, y en este mismo género de<br />

tentación, otro mal, con el cual se desvanecen los que se complacen a sí mismos de sí,<br />

aunque no agraden, o más bien desagraden, a los demás, ni tengan deseo alguno de<br />

agradarles. Mas estos tales, agradándose a sí mismos, te desagradan mucho a ti, no sólo<br />

teniendo por buenas las cosas que no lo son, sino poseyendo tus bienes como si fuesen<br />

suyos propios; o si tuyos, como debidos a sus méritos; o si como debidos a tu gracia, no<br />

gozándose de ellos socialmente, sino envidiándolos en otros.<br />

En todos estos peligros y trabajos y otros semejantes, tú ves el temor de mi corazón y que<br />

siento más el que tengas que sanar continuamente mis heridas que el que no se me<br />

inflijan.<br />

CAPITULO XL<br />

65. ¿Dónde tú no caminaste conmigo, ¡oh Verdad!, enseñándome lo que debo evitar y lo<br />

que debo apetecer, al tiempo de referirte mis puntos de vista interiores, los que pude, y<br />

de los que te pedía consejo? Recorrí el mundo exterior con el sentido, según me fue<br />

posible, y paré mientes en la vida de mi cuerpo que recibe de mí y de mis sentidos.<br />

Después entré en los ocultos senos de mi memoria, múltiples latitudes llenas de<br />

innumerables riquezas por modos maravillosos, los cuales consideré y quedé espantado, y<br />

de todas ellas no pude discernir nada sin ti; mas hallé que nada de todas estas cosas eras<br />

tú. Ni yo mismo, el descubridor, que las recorrí todas ellas y me esforcé por distinguirlas y<br />

valorarlas según su excelencia, recibiendo unas por medio de los sentidos e<br />

interrogándolas, sintiendo otras mezcladas conmigo, discerniendo y dinumerando los<br />

mismos sentidos transmisores, y dejando aquéllas y sacando las otras; ni yo mismo -<br />

digo-, cuando hacía esto, o más bien la facultad mía con que lo hacía, ni aun esta misma<br />

eras tú, porque tú eras la luz indeficiente a la que yo consultaba sobre todas las cosas: si<br />

eran, qué eran y en cuánto se debían tener; y de ella oía lo que me enseñabas y<br />

ordenabas. Y esto lo hago yo ahora muchas veces, y esto es mi deleite; y siempre que<br />

puedo desentenderme de los quehaceres forzosos, me refugio en este placer.<br />

Mas en ninguna de estas cosas que recorro, consultándote a ti, hallo lugar seguro para mi<br />

alma sino en ti, en quien se recogen todas mis cosas dispersas, sin que se aparte nada de<br />

mí.<br />

Algunas veces me introduces en un afecto muy inusitado, en una no sé qué dulzura<br />

interior, que si se completase en mí, no sé ya qué será lo que no es esta vida. Pero con el<br />

peso de mis miserias vuelvo a caer en estas cosas terrenas y a ser reabsorbido por las<br />

cosas acostumbradas, quedando cautivo en ellas. Mucho lloro, pero mucho mas soy<br />

detenido por ellas. ¡Tanto es el poder de la costumbre! Aquí puedo estar y no quiero; allí<br />

quiero y no puedo. Infeliz en ambos casos.<br />

CAPITULO XLI<br />

66. Por eso consideré las enfermedades de mis pecados en su triple concupiscencia e<br />

invoqué tu diestra para mi salud. Porque vi tu esplendor con corazón enfermo, y, repelido,


dije: ¿Quién podrá llegar allí? Arrojado he sido de la faz de tus ojos 64 . Tú eres la verdad<br />

que preside sobre todas las cosas. Mas yo, por mi avaricia, no quise perderte, sino que<br />

quise poseer contigo la mentira; del mismo modo que nadie quiere decir la mentira hasta<br />

el punto que ignore lo que es la verdad Y así yo te perdí, porque no te dignas ser poseído<br />

con la mentira.<br />

CAPITULO XLII<br />

67. ¿Quién hallaría yo que me reconciliase contigo? ¿Debí recurrir a los ángeles? ¿Y con<br />

qué preces, con qué sacramentos? Muchos, esforzándose por volver a ti y no pudiendo por<br />

sí mismos, tentaron, según oigo, este camino y cayeron en deseos de visiones curiosas y<br />

merecieron ser engañados, porque te buscaban con el fasto de la ciencia, hinchando más<br />

bien que hiriendo sus pechos; y atrajeron hacia así, por la semejanza de su corazón, a las<br />

potestades aéreas 65 , conspiradoras y cómplices de su soberbia, las cuales con sus<br />

poderes mágicos les engañaron, por buscar un mediador que los juzgara, que no era tal,<br />

sino un diablo transfigurado en ángel de luz 66 . El cual atrajo sobremanera a la carne<br />

soberbia, por el hecho mismo de carecer de cuerpo carnal. Eran ellos mortales y<br />

pecadores, y tú, Señor, con quien ellos buscaban soberbiamente reconciliarse, inmortal y<br />

sin pecado.<br />

Mas era necesario que el Mediador entre Dios y los hombres tuviese algo de común con<br />

Dios y algo de común con los hombres, no fuese que, siendo semejante en ambos<br />

extremos a los hombres, estuviese alejado de Dios; o, siendo semejante en ambos<br />

extremos a Dios, estuviese alejado de los hombres, y así no pudiera ser mediador.<br />

Así, pues, aquel mediador falaz por quien merece, según tus secretos juicios; ser<br />

engañada la soberbia, una cosa tiene de común con los hombres; es a saber, el pecado; y<br />

otra que quiere aparentar tener con Dios, mostrándose inmortal por la razón de no<br />

hallarse revestido de la carne mortal. Pero como el estipendio del pecado es la muerte 67 ,<br />

síguese que tiene esto de común con los hombres, por lo que juntamente con ellos será<br />

condenado a muerte.<br />

CAPITULO XLIII<br />

68. Mas el verdadero Mediador, a quien por tu secreta misericordia revelaste a los<br />

humildes y lo enviaste para que con su ejemplo aprendiesen hasta la misma humildad;<br />

aquel Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús 68 , apareció entre los<br />

pecadores mortales y el Justo Inmortal, mortal con los hombres, justo con Dios, para que,<br />

pues el estipendio de la justicia es la vida y la paz, por medio de la justicia unida a Dios<br />

fuese destruida en los impíos justificados la muerte, que se dignó tener de común con<br />

ellos. Este Mediador fue mostrado a los antiguos santos para que fuesen salvos por la fe<br />

en su pasión futura, como nosotros lo somos por la fe en la ya pasada. Porque en tanto es<br />

Mediador en cuanto Hombre; pues en cuanto Verbo no puede ser intermediario, por ser<br />

igual a Dios, Dios en Dios y juntamente con él un solo Dios.<br />

69.¡Oh cómo nos amaste, Padre bueno, que no perdonaste a tu Hijo único, sino que le<br />

entregaste por nosotros, impíos! 69 ¡Oh cómo nos amaste, haciéndose por nosotros, quien<br />

no tenía por usurpación ser igual a ti, obediente hasta la muerte de cruz, siendo el único<br />

libre entre los muertos, teniendo potestad para dar su vida y para nuevamente recobrarla<br />

70 . Por nosotros se hizo ante ti vencedor y víctima, y por eso vencedor, por ser víctima;<br />

por nosotros sacerdote y sacrificio ante ti, y por eso sacerdote, por ser sacrificio,<br />

haciéndonos para ti de esclavos hijos, y naciendo de ti para servirnos a nosotros.<br />

Con razón tengo yo gran esperanza en él de que sanarás todos mis languores por su<br />

medio, porque el que está sentado a tu diestra te suplica por nosotros 71 ; de otro modo<br />

desesperaría. Porque muchas y grandes son las dolencias, sí; muchas y grandes son,<br />

aunque más grande es tu Medicina. De no haberse hecho tu Verbo carne y habitado entre<br />

nosotros, con razón hubiéramos podido juzgarle apartado de la naturaleza humana y<br />

desesperar de nosotros.<br />

70. Aterrado por mis pecados y por el peso enorme de mi miseria, había tratado en mi<br />

corazón y pensado huir a la soledad mas tú me lo prohibiste y me tranquilizaste, diciendo:<br />

Por eso murió Cristo por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel<br />

que murió por ellos 72 .


He aquí, Señor, que ya arrojo en ti mi cuidado, a fin de que viva y pueda considerar las<br />

maravillas de tu ley 73 . Tú conoces mi ignorancia y mi debilidad: enséñame y sáname.<br />

Aquel tu Unigénito en quien se hallan escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la<br />

ciencia 74 , me redimió con su sangre. No me calumnien los soberbios 75 , porque pienso en<br />

mi rescate, y lo como y bebo y distribuyo, y, pobre, deseo saciarme de él en compañía de<br />

aquellos que lo comen y son saciados. Y alabarán al Señor los que le buscan 76 .<br />

LIBRO UNDECIMO<br />

CAPITULO I<br />

1. ¿Por ventura, Señor, siendo tuya la eternidad, ignoras las cosas que te digo, o ves en el<br />

tiempo lo que se ejecuta en el tiempo? Pues ¿por qué te hago relación de tantas cosas? No<br />

ciertamente para que las sepas por mí, sino que excito con ellas hacia ti mi afecto y el de<br />

aquellos que leyeren estas cosas, para que todos digamos: Grande es el Señor y laudable<br />

sobremanera 1 . Ya lo he dicho y lo diré: por amor de tu amor hago esto.<br />

Porque también oramos, y, no obstante, dice la verdad: Sabe vuestro Padre qué es lo que<br />

necesitáis aun antes que se lo pidáis 2 . Hacémoste, pues, patente nuestro afecto<br />

confesándote nuestras miserias y tus misericordias sobre nosotros, para que nos libres<br />

enteramente, ya que comenzaste; para que dejemos de ser miserables en nosotros y<br />

seamos felices en ti, ya que nos llamaste; y para que seamos pobres de espíritu, y<br />

mansos, y llorosos, y hambrientos, y sedientos de justicia, y misericordiosos, y puros de<br />

corazón, y pacíficos.<br />

He aquí que te he referido muchas cosas: las que he podido y he querido, por haberlo<br />

querido tú primero, a fin de que te confesase, Señor Dios mío, porque eres bueno, porque<br />

tu. misericordia es eterna 3 .<br />

CAPITULO II<br />

2. Pero ¿cuándo podré yo suficientemente referir con la lengua de mi pluma todas tus<br />

exhortaciones, todos tus terrores y consolaciones y direcciones, a través de los cuales me<br />

llevaste a predicar tu Palabra y dispensar tu Sacramento a tu pueblo?<br />

Mas aunque fuese bastante a referir por orden estas cosas, me cuestan caras las gotas de<br />

tiempo y desde antiguo ardo en deseos de meditar tu ley y "confesarte en ella mi ciencia y<br />

mi impericia, las primicias de tu iluminación y las reliquias de mis tinieblas", hasta que la<br />

flaqueza sea devorada por la fortaleza, y no quiero que se me vayan en otra cosa las horas<br />

que me dejen libres las necesidades de la refección del cuerpo, de la atención del alma y<br />

de la servidumbre que debemos a los hombres, y la que no debemos, y, sin embargo, les<br />

damos.<br />

3. Dios y Señor mío: está atento a mi corazón y escuche tu misericordia mi deseo, porque<br />

no sólo me abrasa en orden a mí, sino también en orden a servir a la caridad fraterna; y<br />

que así es, lo ves tú en mi corazón.<br />

Que yo te sacrifique la servidumbre de mi inteligencia y de mi lengua; mas dame qué te<br />

ofrezca, porque soy pobre y necesitado y tú rico para todos los que te invocan 4 , y que<br />

seguro tienes cuidado de nosotros. Circuncida mis labios interiores y exteriores de toda<br />

temeridad y de toda mentira. Tus Escrituras sean mis castas delicias: ni yo me engañe en<br />

ellas ni con ellas engañe a otros. Atiende, Señor, y ten compasión; Señor, Dios mío, luz de<br />

los ciegos y fortaleza de los débiles y luego luz de los que ven y fortaleza de los fuertes,<br />

atiende a mi alma, que clama de lo profundo, y óyela. Porque si no estuvieren aun en lo<br />

profundo tus oídos, ¿adónde iríamos, adónde clamaríamos?<br />

Tuyo es el día, tuya es la noche 5 : a tu voluntad vuelan los momentos. Dame espacio para<br />

meditar en los entresijos de tu ley y no quieras cerrarla contra los que pulsan, pues no en<br />

vano quisiste que se escribiesen los oscuros secretos de tantas páginas. ¿O es que estos<br />

bosques no tienen sus ciervos, que en ellos se alberguen, y recojan, y paseen, y pasten, y<br />

descansen, y rumien? ¡Oh, Señor!, perfeccióname y revélamelos. Ved que tu voz es mi


gozo; tu voz sobre toda afluencia de deleites. Dame lo que amo, porque ya amo, y esto es<br />

don tuyo. No abandones tus dones ni desprecies a tu hierba sedienta. Te confesaré cuanto<br />

descubriere en tus libros y oiré la voz de la alabanza 6 , y beberé de ti, y consideraré las<br />

maravillas de tu ley 7 desde el principio, en el que hiciste el cielo y la tierra, hasta el reino<br />

de la tu santa ciudad, contigo perdurable.<br />

4. Señor, compadécete de mí y escucha mi deseo. Porque creo que no es de cosa de la<br />

tierra, oro, plata y piedras preciosas; ni de hermosos vestidos, honores y poderíos ni de<br />

deleites carnales, ni de cosas necesarias al cuerpo y a esta vida de nuestra peregrinación,<br />

todas las cuales cosas se dan por añadidura a los que buscan tu reino y tu justicia 8 .<br />

Ve, Dios mío, de dónde es este mi deseo. Me contaron los inicuos sus deleites, pero no son<br />

como tu ley, Señor 9 . He aquí de dónde es mi deseo. Mira, ¡oh Padre!, mira, y ve, y<br />

aprueba, y sea grato delante de tu misericordia que yo halle gracia ante ti, para que a mis<br />

llamadas se abran las interioridades de tus palabras.<br />

Te lo suplico por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, el Varón de tu diestra, el Hijo del<br />

Hombre, a quien escogiste para ti 10 , Mediador tuyo y nuestro, por quien nos buscaste<br />

cuando no te buscábamos y nos buscaste para que te buscásemos; Verbo tuyo, por quien<br />

hiciste todas las cosas, entre las cuales también a mí; Único tuyo, por quien llamaste a<br />

adopción al pueblo de los creyentes y en él a mí.<br />

Te lo pido por él, que está sentado a tu diestra 11 y te suplica por nosotros, y en el cual se<br />

hallan escondidos todos los tesoros de sabiduría y ciencia 12 , los cuales busco yo ahora en<br />

tus libros. Moisés escribió de él; él mismo lo dice, y lo dice, la Verdad misma '.<br />

CAPITULO III<br />

5. Oiga yo y entienda cómo hiciste en el principio el cielo y la tierra. Moisés escribió esto,<br />

lo escribió y se ausentó; salió de aquí por ti, para ti, y ahora no le tengo delante de mí.<br />

Porque si estuviese le asiría, y rogaría, y conjuraría por ti, para que me declarase estas<br />

cosas, y yo prestaría los oídos de mi corazón a las palabras que brotasen de su boca. Claro<br />

es que si me hablase en hebreo, en vano pulsaría a mis oídos ni mi mente percibiría nada<br />

de ellas; mas si lo dijera en latín, sabría lo que decía.<br />

Pero ¿de dónde sabría si decía verdad? Y dado caso que lo supiese, ¿lo sabría tal vez por<br />

él? No; la verdad -que ni es hebrea, ni griega, ni latina, ni bárbara- sería la que me diría<br />

interiormente, en el domicilio interior del pensamiento, sin los órganos de la boca ni de la<br />

lengua, sin el estrépito de las sílabas: "Dice verdad", y yo, certificado, diría al instante<br />

confiadamente a aquel hombre: "Dices la verdad."<br />

No pudiendo, pues, interrogarle, ruégote, ¡oh Verdad!, de la que lleno habló él cosas<br />

verdaderas; ruégote, ¡oh Dios mío! -y perdona mis pecados 13 ...-, que me des a entender<br />

a mí las cosas que concediste decir a aquel tu siervo.<br />

CAPITULO IV<br />

6. He aquí que existen el cielo y la tierra, y claman que han sido hechos, porque se mudan<br />

y cambian. Todo, en efecto, lo que no es hecho y, sin embargo, existe, no puede contener<br />

nada que no fuese ya antes, en lo cual consiste el mudarse y variar. Claman también que<br />

no se han hecho a sí mismos: Por eso somos, porque hemos sido hechos; no éramos antes<br />

de que existiéramos, para poder hacernos a nosotros mismos. Y la voz de los que así<br />

decían era la voz de la evidencia. Tú eres, Señor, quien los hiciste; tú que eres hermoso,<br />

por lo que ellos son hermosos; tú que eres bueno, por lo que ellos son buenos; tú que<br />

eres Ser, por lo que ellos son. Pero ni son de tal modo hermosos, ni de tal modo buenos,<br />

ni de tal modo ser como lo eres tú, su Creador, en cuya comparación ni son hermosos, ni<br />

son buenos, ni tienen ser. Conocemos esto; gracias te sean dadas; mas nuestra ciencia,<br />

comparada con tu ciencia, es una ignorancia.<br />

CAPITULO V<br />

7. Pero ¿cómo hiciste el cielo y la tierra y cuál fue la máquina de tan gran obra tuya?<br />

Porque no los hiciste como el hombre artífice, que forma un cuerpo de otro cuerpo al<br />

arbitrio del alma, que puede imponer en algún modo la forma que contempla en sí misma


con el ojo interior -¿y de dónde podría esto sino de que tú la hiciste?- e impone la forma a<br />

lo que ya existía y la tenía, a fin de ser, como es la tierra, la piedra, el leño, el oro o<br />

cualquier otra especie de cosas.<br />

¿Y de dónde serían estas cosas si tú no las instituyeras? Tú diste cuerpo al artífice; tú<br />

creaste al alma, que manda a los miembros; tú la materia, de que hace algo; tú el<br />

ingenio, con que alcanza el arte y ve interiormente lo que hace fuera; tú el sentido del<br />

cuerpo, con el que, como un intérprete, transmite del alma a la materia aquello que hace y<br />

a su vez anuncia al alma lo que se ha hecho, para que ésta consulte interiormente a la<br />

verdad, que la preside, si se hizo bien la cosa.<br />

Todas estas cosas te alaban, ¡oh Creador de todo! Pero ¿cómo las hiciste? ¿Cómo hiciste, ¡<br />

oh Dios!, el cielo y la tierra? Ciertamente que no hiciste el cielo y la tierra en el cielo y la<br />

tierra, ni en el aire, ni en las aguas; porque también estas cosas pertenecen al cielo y la<br />

tierra. Ni hiciste el mundo universo en el universo mundo, porque no había donde hacerle<br />

antes que se hiciera para que fuese. Ni tú tenías algo en la mano, de donde hicieses el<br />

cielo y la tierra; porque ¿de dónde te habría venido esto que tú no habías hecho, y de lo<br />

cual harías tú algo? ¿Y qué cosa hay que sea si no es porque tú eres? Tú dijiste, y las<br />

cosas fueron hechas y con tu palabra las hiciste.<br />

CAPITULO VI<br />

8. Pero ¿cómo lo dijiste? ¿Fue acaso de aquel modo como se hizo aquella voz de la nube<br />

que dijo: Este es mi hijo amado 14 ? Porque aquella voz se hizo y pasó, comenzó y terminó.<br />

Sonaron las sílabas y pasaron, la segunda después de la primera, la tercera después de la<br />

segunda, y así por orden hasta llegar a la última, y después de la última, el silencio. Por<br />

donde se ve clara y evidentemente que aquella voz fue expresada por el movimiento de<br />

una criatura, y aun ésta temporal, sirviendo a tu voluntad eterna. Y estas palabras tuyas,<br />

pronunciadas en el tiempo, fueron transmitidas por el oído exterior a la mente prudente,<br />

cuyo oído interior tiene aplicado a tu palabra eterna. Mas comparó aquélla estas palabras<br />

que suenan temporalmente con tu palabra eterna en el silencio y dijo: "Cosa muy distinta<br />

es, cosa muy distinta es"; porque estas palabras están muy por debajo de mí, ni aun son,<br />

pues huyen y pasan; y la palabra de mi Dios permanece sobre mí eternamente 15 .<br />

Si, pues, dijiste con palabras que suenan y pasan que fuese hecho el cielo y la tierra y así<br />

fue como hiciste el cielo y la tierra, ya había una criatura corporal antes del cielo y de la<br />

tierra, con cuyos movimientos temporales transcurriese aquella voz temporalmente. Mas<br />

antes del cielo y de la tierra no había ningún cuerpo, y si lo había, ciertamente lo habías<br />

hecho tú sin una voz transitoria de donde formases la voz transitoria, con la que dijeses<br />

que fuesen hechos el cielo y la tierra. Porque, sea lo que fuere, aquello de donde había de<br />

formarse tal voz, si no hubiese sido hecho por ti, no sería absolutamente nada. Mas para<br />

que llegase a ser el cuerpo de donde se formasen estas palabras, ¿con qué palabra fue<br />

dicho por ti?<br />

CAPITULO VII<br />

9. Así, pues, tú nos invitas a comprender aquella palabra, que es Dios ante ti, Dios, que<br />

sempiternamente se dice y en la que se dicen sempiternamente todas las cosas. Porque no<br />

se termina lo que se estaba diciendo y se dice otra cosa, para que puedan ser dichas todas<br />

las cosas, sino todas a un tiempo y eternamente. De otro modo, habría ya tiempo y<br />

cambio, y no habría eternidad verdadera ni verdadera inmortalidad.<br />

He comprendido esto y te doy gracias; lo he comprendido y te lo confieso, Señor; y<br />

conmigo lo conoce y te bendice quien no es ingrato a la verdad cierta. Conocemos, Señor,<br />

conocemos que, en cuanto una cosa no es lo que era y es lo que no era, en tanto muere y<br />

nace. Nada hay, pues, en tu Verbo que ceda o suceda, porque es verdaderamente inmortal<br />

y eterno. Y así en tu Verbo, coeterno a ti, dices a un tiempo y sempiternamente todas las<br />

cosas que dices, y se hace cuanto dices que sea hecho; ni las haces de otro modo que<br />

diciéndolo, no obstante que no todas las cosas que haces diciendo, se hacen a un tiempo<br />

sempiternamente.<br />

CAPITULO VIII<br />

10. ¿Por qué esto, te suplico, Señor Dios mío? De algún modo lo veo, pero no sé cómo


declararlo sino diciendo que todo lo que comienza a ser y deja de ser, entonces comienza<br />

y entonces acaba cuando en la razón eterna, en la que nada empieza ni acaba, se conoce<br />

que debió comenzar o debió acabar. Es el mismo Verbo tuyo, que es también Principio,<br />

porque nos habla 16 . Así habla por la carne en el Evangelio, y así habló exteriormente a los<br />

oídos de los hombres, para que fuese creído, y se le buscase dentro, y se le hallase en la<br />

Verdad eterna, en donde el Maestro bueno y único enseña a todos los discípulos.<br />

Allí oigo tu voz, Señor, que me dice que quien nos habla es quien nos enseña; pero el que<br />

no nos enseña, aunque hable, no nos habla a nosotros. ¿Y quién es el que nos enseña sino<br />

la Verdad que permanece? Porque hasta cuando somos amonestados por la criatura<br />

mudable, somos conducidos a la Verdad inmutable, donde verdaderamente aprendemos<br />

cuando estamos en su presencia y le oímos y nos gozamos con grande alegría por la voz<br />

del esposo 17 , tornando allí de donde somos. Y es Principio, porque si no permaneciese<br />

cuando erramos, no tendríamos adónde volver. Mas cuando retornamos de nuestro error,<br />

ciertamente volvemos conociendo; pero para que conozcamos, él nos enseña, porque es<br />

Principio y nos habla.<br />

CAPITULO IX<br />

11. En este Principio, ¡oh Dios!, hiciste el cielo y la tierra, en tu Verbo, en tu Hijo, en tu<br />

Virtud, en tu Sabiduría, en tu Verdad, hablando de modo admirable y obrando de igual<br />

modo. ¿Quién será capaz de comprender, quién de explicar, qué sea aquello que fulgura a<br />

mi vista y hiere mi corazón sin lesionarle? Me siento horrorizado y enardecido:<br />

horrorizado, por la desemejanza con ella; enardecido, por la semejanza con ella. La<br />

Sabiduría, la Sabiduría misma es la que fulgura a mi vista, rompiendo mi niebla, que otra<br />

vez me cubre, desfallecido por aquella calígine y acervo de mis penas; porque de tal modo<br />

se debilitó en la pobreza mi vigor 18 , que no puedo soportar a mi bien, hasta que tú,<br />

Señor, que te hiciste propicio a todos mis pecados, sanes también todos mis languores,<br />

porque redimirás de la corrupción mi vida y me coronarás en miseración y misericordia, y<br />

saciarás con bienes mi deseo, porque será renovada mi juventud como la del águila 19 .<br />

Porque por la esperanza fuimos hechos salvos y esperamos con paciencia 20 tus promesas.<br />

Oigate cuando hablas interiormente el que pueda; que yo confiadamente clamaré,<br />

conforme a tu oráculo: ¡Qué excelsas son tus obras, Señor; todas las has hecho con<br />

sabiduría! 21 Este es el principio, y en este principio hiciste el cielo y la tierra.<br />

CAPITULO X<br />

12. ¿No es verdad que están llenos de su vetustez quienes nos dicen: ¿Qué hacía Dios<br />

antes que hiciese el cielo y la tierra? Porque si estaba ocioso, dicen, y no obraba nada, ¿<br />

por qué no permaneció así siempre y en adelante como hasta entonces había estado, sin<br />

obrar? Porque si para dar la existencia a alguna criatura es necesario que surja un<br />

movimiento nuevo en Dios y una nueva voluntad, ¿cómo puede haber verdadera eternidad<br />

donde nace una voluntad que antes no existía? Porque la voluntad de Dios no es creación<br />

alguna, sino anterior a toda creación; porque en modo alguno sería creado nada si no<br />

precediese la voluntad del creador. Pero la voluntad de Dios pertenece a su misma<br />

sustancia; luego si en la sustancia de Dios ha nacido algo que antes no había, no se puede<br />

decir ya con verdad que aquella sustancia es eterna. Mas si la voluntad de Dios de que<br />

fuese la criatura era sempiterna, ¿por qué no había de ser también sempiterna la<br />

criatura?.<br />

CAPITULO XI<br />

13. Quienes así hablan, todavía no te entienden, ¡oh sabiduría de Dios, luz de las mentes!;<br />

todavía no entienden cómo se hagan las cosas que son hechas en ti y por ti, y se empeñan<br />

por saber las cosas eternas; pero su corazón revolotea aún sobre los movimientos<br />

pretéritos y futuros de las cosas y es aún vano 22 . ¿Quién podrá detenerle y fijarle, para<br />

que se detenga un poco y capte por un momento el resplandor de la eternidad, que<br />

siempre permanece, y la compare con los tiempos, que nunca permanecen, y vea que es<br />

incomparable, y que el tiempo largo no se hace largo sino por muchos movimientos que<br />

pasan y que no pueden coexistir a la vez, y que en la eternidad, al contrario, no pasa<br />

nada, sino que todo es presente, al revés del tiempo, que no puede existir todo él<br />

presente; y vea, finalmente, que todo pretérito es empujado por el futuro, y que todo<br />

futuro está precedido de un pretérito, y todo lo pretérito y futuro es creado y transcurre


por lo que es siempre presente? ¿Quién podrá detener, repito, el corazón del hombre para<br />

que se pare y vea cómo, estando fija, dicta los tiempos futuros y pretéritos la eternidad,<br />

que no es futura ni pretérita? ¿Acaso puede realizar esto mi mano o puede obrar cosa tan<br />

grande la mano de mi boca por sus discursos?<br />

CAPITULO XII<br />

14. He aquí que yo respondo al que preguntaba: "¿Qué hacía Dios antes que hiciese el<br />

cielo y la tierra?" Y respondo, no lo que se dice haber respondido un individuo<br />

bromeándose, eludiendo la fuerza de la cuestión: "Preparaba -contestó- los castigos para<br />

los que escudriñan las cosas altas." Una cosa es ver, otra reír. Yo no responderé tal cosa.<br />

De mejor gana respondería: "No lo sé", lo que realmente no sé, que no aquello por lo que<br />

fue mofado quien preguntó cosas altas y fue alabado quien respondió cosas falsas.<br />

Mas digo yo que tú, Dios nuestro, eres el creador de toda criatura; y si con el nombre de<br />

cielo y tierra se entiende toda criatura, digo con audacia que antes que Dios hiciese el<br />

cielo y la tierra, no hacía nada. Porque si hiciese algo, ¿qué podía hacer sino una criatura?<br />

Y ¡ojalá que así supiese lo que deseo saber útilmente, como sé que ninguna criatura fue<br />

hecha antes de que alguna criatura fuese hecha!<br />

CAPITULO XIII<br />

15. Mas si la mente volandera de alguno, vagando por las imágenes de los tiempos<br />

anteriores [a la creación], se admirase de que tú, Dios omnipotente, y omnicreante, y<br />

omniteniente, artífice del cielo y de la tierra, dejaste pasar un sinnúmero de siglos antes<br />

de que hicieses tan gran obra, despierte y advierta que admira cosas falsas. Porque ¿cómo<br />

habían de pasar innumerables siglos, cuando aún no los habías hecho tú, autor y creador<br />

de los siglos? ¿O qué tiempos podían existir que no fuesen creados por ti? ¿Y cómo habían<br />

de pasar, si nunca habían sido? Luego, siendo tú el obrador de todos los tiempos, si existió<br />

algún tiempo antes de que hicieses el cielo y la tierra, ¿por qué se dice que cesabas de<br />

obrar 23 ? Porque tú habías hecho el tiempo mismo; ni pudieron pasar los tiempos antes de<br />

que hicieses los tiempos.<br />

Mas si antes del cielo y de la tierra no existía ningún tiempo, ¿.por qué se pregunta qué<br />

era lo que entonces hacías? Porque realmente no había tiempo donde no había entonces.<br />

16. Ni tú precedes temporalmente a los tiempos: de otro modo no precederías a todos dos<br />

tiempos. Mas precedes a todos los pretéritos por la celsitud de tu eternidad, siempre<br />

presente; y superas todos los futuros, porque son futuros, y cuando vengan serán<br />

pretéritos. Tú, en cambio, eres el mismo, y tus años no mueren 24 . Tus años ni van ni<br />

vienen, al contrario de estos nuestros, que van y vienen, para que todos sean. Tus años<br />

existen todos juntos, porque existen; ni son excluidos los que van por los que vienen,<br />

porque no pasan; mas los nuestros todos llegan a ser cuando ninguno de ellos exista ya.<br />

Tus años son un día 25 , y tu día no es un cada día, sino un hoy, porque tu hoy no cede el<br />

paso al mañana ni sucede al día de ayer. Tu hoy es la eternidad; por eso engendraste<br />

coeterno a ti a aquel a quien dijiste: Yo te he engendrado hoy 26 . Tú hiciste todos los<br />

tiempos, y tú eres antes de todos ellos; ni hubo un tiempo en que no había tiempo.<br />

CAPITULO XIV<br />

17. No hubo, pues, tiempo alguno en que tú no hicieses nada, puesto que el mismo<br />

tiempo es obra tuya. Mas ningún tiempo te puede ser coeterno, porque tú eres<br />

permanente, y éste, si permaneciese, no sería tiempo. ¿Qué es, pues, el tiempo? ¿Quién<br />

podrá explicar esto fácil y brevemente? ¿Quién podrá comprenderlo con el pensamiento,<br />

para hablar luego de él? Y, sin embargo, ¿qué cosa más familiar y conocida mentamos en<br />

nuestras conversaciones que el tiempo? Y cuando hablamos de él, sabemos sin duda qué<br />

es, como sabemos o entendemos lo que es cuando lo oímos pronunciar a otro. ¿Qué es,<br />

pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo<br />

pregunta, no lo sé. Lo que sí digo sin vacilación es que sé que si nada pasase no habría<br />

tiempo pasado; y si nada sucediese, no habría tiempo futuro; y si nada existiese, no<br />

habría tiempo presente. Pero aquellos dos tiempos, pretérito y futuro, ¿cómo pueden ser,<br />

si el pretérito ya no es él y el futuro todavía no es? Y en cuanto al presente, si fuese<br />

siempre presente y no pasase a ser pretérito, ya no sería tiempo, sino eternidad. Si, pues,<br />

el presente, para ser tiempo es necesario que pase a ser pretérito, ¿cómo decimos que


existe éste, cuya causa o razón de ser está en dejar de ser, de tal modo que no podemos<br />

decir con verdad que existe el tiempo sino en cuanto tiende a no ser?<br />

CAPITULO XV<br />

18. Y, sin embargo, decimos "tiempo largo" y "tiempo breve", lo cual no podemos decirlo<br />

más que del tiempo pasado y futuro. Llamamos tiempo pasado largo, v.gr., a cien años<br />

antes de ahora, y de igual modo tiempo futuro largo a cien años después; tiempo pretérito<br />

breve, si decimos, por ejemplo, hace diez días, y tiempo futuro breve, si dentro de diez<br />

días. Pero ¿cómo puede ser largo o breve lo que no es? Porque el pretérito ya no es, y el<br />

futuro todavía no es. No digamos, pues, que "es largo", sino, hablando del pretérito,<br />

digamos que "fue largo", y del futuro, que "será largo".<br />

¡Oh Dios mío y luz mía!, ¿no se burlará en esto tu Verdad del hombre? Porque el tiempo<br />

pasado que fue largo, ¿fue largo cuando era ya pasado o tal vez cuando era aún presente?<br />

Porque entonces podía ser largo, cuando había de qué ser largo; y como el pretérito ya no<br />

era, tampoco podía ser largo, puesto que de ningún modo existía. Luego no digamos: "El<br />

tiempo pasado fue largo", porque no hallaremos que fue largo, por la razón de que lo que<br />

es pretérito, por serlo, no existe; sino digamos: "Largo fue aquel tiempo siendo presente",<br />

porque siendo presente fue cuando era largo; todavía, en efecto, no había pasado para<br />

dejar de ser, por lo que era y podía ser largo; pero después que pasó, dejó de ser largo, al<br />

punto que dejó de existir.<br />

19. Pero veamos, ¡oh alma mía!, si el tiempo presente puede ser largo; porque se te ha<br />

dado poder sentir y medir las duraciones. ¿Qué me respondes? ¿Cien años presentes son<br />

acaso un tiempo largo? Mira primero si pueden estar presentes cien años. Porque si se<br />

trata del primer año, es presente; pero los noventa y nueve son futuros, y, por tanto, no<br />

existen todavía; pero si estamos en el segundo, ya tenemos uno pretérito, otro presente,<br />

y los restantes, futuros. Y así de cualquiera de cada uno de los años medios de este<br />

numero centenario que tomemos como presente todos los anteriores a él serán pasados;<br />

todos los que vengan después de él, futuros. Por todo lo cual no pueden ser presentes los<br />

cien años.<br />

Pero veamos si aun el año que se toma es presente. En efecto si de él el primer mes es<br />

presente, los restantes son futuros; si se trata del segundo, ya el primero es pasado, y los<br />

restantes no son aún. Luego ni aun el año en cuestión es todo presente; y si no es todo<br />

presente, no es el año presente; porque el año consta de doce meses, de los cuales<br />

cualquier mes que se tome es presente siendo los restantes pasados o futuros.<br />

Pero es que ni el mes que corre es todo presente, sino un día. Porque si lo es el primero,<br />

los restantes son futuros; si es el ultimo, los restantes son pasados; si alguno de los<br />

intermedios, unos serán pasados, otros futuros.<br />

20. He aquí el tiempo presente -el único que hallamos debió llamarse largo-, que apenas<br />

si se reduce al breve espacio de un día. Pero discutamos aún esto mismo. Porque ni aun el<br />

día es todo él presente. Compónese éste, en efecto, de veinticuatro horas entre las<br />

nocturnas y diurnas, de las cuales la primera tiene como futuras las restantes, y la última<br />

como pasadas todas las demás, y cualquiera de las intermedias tiene delante de ella<br />

pretéritas y después de ella futuras. Pero aun la misma hora está compuesta de partículas<br />

fugitivas, siendo pasado lo que ha transcurrido de ella, y futuro lo que aún le queda.<br />

Si, pues, hay algo de tiempo que se pueda concebir como indivisible en partes, por<br />

pequeñísimas que éstas sean, sólo ese momento es el que debe decirse presente; el cual,<br />

sin embargo, vuela tan rápidamente del futuro al pasado, que no se detiene ni un instante<br />

siquiera. Porque, si se detuviese, podría dividirse en pretérito y futuro, y el presente no<br />

tiene espacio ninguno.<br />

¿Dónde está, pues, el tiempo que llamamos largo? ¿Será acaso el futuro? Ciertamente que<br />

no podemos decir de éste que es largo, porque todavía no existe qué sea largo; sino<br />

decimos que será largo; y si fuese largo, cuando saliendo del futuro, que todavía no es,<br />

comenzare a ser y fuese hecho presente para poder ser largo, ya clama el tiempo<br />

presente, con las razones antedichas, que no puede ser largo.<br />

CAPITULO XVI


21. Y, sin embargo, Señor, sentimos los intervalos de los tiempos y los comparamos entre<br />

sí, y decimos que unos son más largos y otros más breves. También medimos cuánto sea<br />

más largo o más corto aquel tiempo que éste, y decimos que éste es doble o triple y aquél<br />

sencillo, o que éste es tanto como aquél. Ciertamente nosotros medimos los tiempos que<br />

pasan cuando sintiéndolos los medimos; mas los pasados, que ya no son, o los futuros,<br />

que todavía no son, ¿quién los podrá medir? A no ser que se atreva alguien a decir que se<br />

puede medir lo que no existe.<br />

Porque cuando pasa el tiempo puede sentirse y medirse; pero cuando ha pasado ya, no<br />

puede, porque no existe.<br />

CAPITULO XVII<br />

22. Pregunto yo, Padre, no afirmo: ¡oh Dios mío!, presídeme y gobiérname. ¿Quién hay<br />

que me diga que no son tres los tiempos, como aprendimos de niños y enseñamos a los<br />

niños pretérito, presente y futuro, sino solamente presente, por no existir aquellos dos? ¿<br />

Acaso también existen éstos, pero como procediendo de un sitio oculto cuando de futuro<br />

se hace presente o retirándose a un lugar oculto atando de presente se hace pretérito?<br />

Porque si aún no son, ¿dónde los vieron los que predijeron cosas futuras?; porque en<br />

modo alguno puede ser visto lo que no es. Y los que narran cosas pasadas no narraran<br />

cosas verdaderas, ciertamente, si no viesen aquéllas con el alma, las cuales, si fuesen<br />

nada, no podrían ser vistas de ningún modo. Luego existen las cosas futuras y las<br />

pretéritas.<br />

CAPITULO XVIII<br />

23. Permíteme ir adelante en mi investigación, Señor, esperanza mía; que no se distraiga<br />

mi atención. Porque, si son las cosas futuras y pretéritas, quiero saber dónde están. Lo<br />

cual si no puedo todavía, sé al menos que, dondequiera que estén, no son allí futuras o<br />

pretéritas, sino presentes; porque si allí son futuras, todavía no son, y si son pretéritas, ya<br />

no están allí; dondequiera, pues, que estén, cualesquiera que ellas sean, no son sino<br />

presentes. Cierto que, cuando se refieren a cosas pasadas verdaderas, no son las cosas<br />

mismas que han pasado las que se sacan de la memoria, sino las palabras engendradas<br />

por sus imágenes, que pasando por los sentidos imprimieron en el alma como su huella.<br />

Así, mi puericia, que ya no existe, existe en el tiempo pretérito, que tampoco existe; pero<br />

cuando yo recuerdo o describo su imagen, en tiempo presente la intuyo, porque existe<br />

todavía en mi memoria. Ahora, si es semejante la causa de predecir los futuros, de modo<br />

que se presientan las imágenes ya existentes de las cosas que aún no son, confieso, Dios<br />

mío, que no lo sé. Lo que sí sé ciertamente es que nosotros premeditamos muchas veces<br />

nuestras futuras acciones, y que esta premeditación es presente, no obstante que la<br />

acción que premeditamos aún no exista, porque es futura; la cual, cuando acometamos y<br />

comencemos a poner por obra nuestra premeditación, comenzará entonces a existir,<br />

porque entonces será no futura, sino presente.<br />

24. Así, pues, de cualquier modo que se halle este arcano presentimiento de los futuros,<br />

lo cierto es que no se puede ver sino lo que es. Mas lo que es ya, no es futuro, sino<br />

presente. Luego cuando se dice que se ven las cosas futuras, no se ven estas mismas, que<br />

todavía no son, esto es, las cosas que son futuras, sino a lo más sus causas o signos, que<br />

existen ya, y por consiguiente ya no son futuras, sino presentes a los que las ven, y por<br />

medio de ellos, concebidos en el alma, son predichos los futuros. Los cuales conceptos<br />

existen ya a su vez, y los intuyen presentes en sí quienes predicen aquéllos.<br />

Explíqueme esto un ejemplo tomado de la inmensa multitud de cosas. Contemplo la<br />

aurora, anuncio que ha de salir el sol. Lo que veo es presente; lo que predigo, futuro; no<br />

futuro el sol, que ya existe, sino su orto, que todavía no ha sido. Sin embargo, aun su<br />

mismo orto, si no lo imaginara en el alma como ahora cuando digo esto, no podría<br />

predecirlo. Pero ni aquella aurora, que veo en el cielo, es el orto del sol, aunque le<br />

preceda; ni tampoco aquella imaginación mía que retengo en el alma; las cuales dos cosas<br />

se ven presentes para que se pueda predecir aquel futuro. Luego no existen aún como<br />

futuras; y si no existen aún, no existen realmente; y si no existen realmente, no pueden<br />

ser vistas de ningún modo, sino solamente pueden ser predichas por medio de las<br />

presentes que existen ya y se ven.


CAPITULO XIX<br />

25. Así, pues, ¡oh Rey de la creación!, ¿cuál es el modo con que tú enseñas a las almas las<br />

cosas que son futuras -puesto que tú las enseñaste a los profetas-, cuál es aquel modo<br />

con que enseñas las cosas futuras, tú para quien no hay nada futuro? ¿O más bien<br />

enseñas las cosas presentes acerca de las futuras? Porque lo que no es, tampoco puede<br />

ser ciertamente enseñado. Muy lejos está este modo de mi vista: excelso es; no podré<br />

alcanzarlo por mí 27 , mas lo podré por ti, cuando lo tuvieres a bien, dulce luz de los ojos<br />

míos ocultos<br />

CAPITULO XX<br />

26.Pero lo que ahora es claro y manifiesto es que no existen los pretéritos ni los futuros,<br />

ni se puede decir con propiedad que son tres los tiempos: pretérito, presente y futuro;<br />

sino que tal vez sería más propio decir que los tiempos son tres: presente de las cosas<br />

pasadas, presente de las cosas presentes y presente de las futuras. Porque éstas son tres<br />

cosas que existen de algún modo en el alma, y fuera de ella yo no veo que existan:<br />

presente de cosas pasadas (la memoria), presente de cosas presentes (visión) y presente<br />

de cosas futuras (expectación).<br />

Si me es permitido hablar así, veo ya los tres tiempos y confieso que los tres existen.<br />

Puede decirse también que son tres los tiempos: presente, pasado y futuro, como<br />

abusivamente dice la costumbre; dígase así, que yo no curo de ello, ni me opongo, ni lo<br />

reprendo; con tal que se entienda lo que se dice y no se tome por ya existente lo que está<br />

por venir ni lo que es ya pasado. Porque pocas son las cosas que hablamos con propiedad,<br />

muchas las que decimos de modo impropio, pero que se sabe lo que queremos decir con<br />

ellas.<br />

CAPITULO XXI<br />

27. Dije poco antes que nosotros medimos los tiempos cuando pasan, de modo que<br />

podamos decir que este tiempo es doble respecto de otro sencillo, o que este tiempo es<br />

igual que aquel otro, y si hay alguna otra cosa que podamos anunciar midiendo las partes<br />

del tiempo. Por lo cual, como decía, medimos los tiempos cuando pasan. Y si alguno me<br />

dice: "¿De dónde lo sabes?", le responderé que lo sé porque los medimos, y porque no se<br />

pueden medir las cosas que no son, y porque no son los pasados ni los futuros.<br />

En cuanto al tiempo presente, ¿cómo lo medimos, si no tiene espacio? Lo medimos<br />

ciertamente cuando pasa, no cuando es ya pasado, porque entonces ya no hay qué medir.<br />

Pero ¿de dónde, por dónde y adónde pasa cuando lo medimos? ¿De dónde, sino del<br />

futuro? ¿Por dónde, sino por el presente? ¿Adónde, sino al pasado? Luego va de lo que<br />

aún no es, pasa por lo que carece de espacio y va a lo que ya no es. Sin embargo, ¿qué es<br />

lo que medimos sino el tiempo en algún espacio? Porque no decimos: sencillo, o doble, o<br />

triple, o igual y otras cosas semejantes relativas al tiempo, sino refiriéndonos a espacios<br />

de tiempo. ¿En qué espacio de tiempo, pues, medimos el tiempo que pasa? ¿Acaso en el<br />

futuro de donde viene? Pero lo que aún no es no lo podemos medir. ¿Tal vez en el<br />

presente, por donde pasa? Pero tampoco podemos medir el espacio que es nulo. ¿Será,<br />

por ventura, en el pasado, adonde camina? Pero lo que ya no es no podemos medirlo.<br />

CAPITULO XXII<br />

28. Enardecido se ha mi alma en deseos de conocer este enredadísimo enigma. No<br />

quieras ocultar, Señor Dios mío, Padre bueno, te lo suplico por Cristo, no quieras ocultar a<br />

mi deseo estas cosas tan usuales como escondidas, antes bien penetre en ellas y<br />

aparezcan claras, esclarecidas, Señor, por tu misericordia. ¿A quién he de preguntar sobre<br />

ellas? Y ¿a quién podré confesar con más fruto mi impericia que a ti, a quien no son<br />

molestos mis vehementes e inflamados cuidados por tus Escrituras? Dame lo que amo,<br />

pues ciertamente lo amo, y esto es don tuyo. Dámelo, ¡oh Padre!, tú que sabes dar<br />

buenas dádivas a tus hijos 28 ; dámelo, porque me he propuesto conocerlas y se me<br />

presenta mucho trabajo en ello, hasta que tú me las abras. Suplícote por Cristo, en su<br />

nombre, en el del Santo de los santos, que nadie me estorbe en ello. También yo he<br />

creído, por eso hablo 29 . Esta es mi esperanza; para ello vivo, a fin de contemplar la<br />

delectación del Señor 30 .


He aquí que has hecho viejos mis días 31 , y pasan; mas ¿cómo? No lo sé. Y hablamos "de<br />

tiempo y de tiempo" y "de tiempos y tiempos", y "¿en cuánto tiempo dijo aquél esto?", "¿<br />

en cuánto tiempo hizo esto aquél?", y "¡cuán largo tiempo hace que no vi aquello!", y<br />

"esta sílaba tiene doble tiempo respecto de aquella otra breve sencilla". Decimos estas<br />

cosas o las hemos oído, y las entendemos y somos entendidos. Clarísimas y vulgarísimas<br />

son estas cosas, las cuales de nuevo vuelven a ocultarse, siendo nuevo su descubrimiento.<br />

CAPITULO XXIII<br />

29. Oí de cierto hombre docto que el movimiento del sol, la luna y las estrellas es el<br />

tiempo; pero no asentí. Porque ¿por qué el tiempo no ha de ser más bien el movimiento<br />

de todos los cuerpos? ¿Acaso si cesaran los luminares del cielo y se moviera la rueda de<br />

un alfarero, no habría tiempo con que pudiéramos medir las vueltas que daba y decir que<br />

tanto tardaba en unas como en otras, o se movía unas veces más despacio y otras más<br />

aprisa, que unas duraban más, otras menos?" Y aun diciendo estas cosas, ¿no hablamos<br />

nosotros también en el tiempo? ¿Y cómo habría en nuestras palabras sílabas largas y<br />

sílabas breves, si no es sonando durante más tiempo aquéllas y menos éstas?<br />

Concede, ¡oh Dios!, a los hombres ver en lo pequeño las nociones comunes de las cosas<br />

pequeñas y grandes. Son las estrellas y luminares del cielo "signos para distinguir los<br />

tiempos, días y años"; lo son sin duda; pero ni yo diría que una vuelta de aquella<br />

ruedecilla de madera es un día, ni tampoco, por lo mismo, podría decir que dicha vuelta no<br />

es tiempo.<br />

30. Lo que yo deseo saber es la virtud y naturaleza del tiempo con el que medimos el<br />

movimiento de los cuerpos y decimos que tal movimiento, v.gr., es dos veces más largo<br />

que éste. Porque pregunto: puesto que se llama día no sólo la duración del sol sobre la<br />

tierra, según la cual una cosa es el día y otra la noche, sino todo su recorrido de oriente a<br />

oriente, según lo cual decimos: "Han pasado tantos días" -incluyendo en "tantos días" sus<br />

noches, no contadas aparte-, puesto que el día se cierra con el movimiento del sol y su<br />

recorrido de oriente a oriente, pregunto yo si el día es el mismo movimiento o la duración<br />

con que hace dicho recorrido, o ambas cosas a la vez.<br />

Porque si el día fuera lo primero, sería desde luego un día, aunque el sol tardase en hacer<br />

su recorrido el tiempo de una hora solamente. Si fuese lo segundo, no sería un día si<br />

hiciese el recorrido de salida a salida en el breve espacio de una hora, sino que tendría el<br />

sol que dar veinticuatro vueltas para formar un día. Y si fuesen ambas cosas, ni aquél se<br />

llamaría día, en el supuesto que el sol realizara su giro en el espacio de una hora, ni<br />

tampoco éste, en el caso en que cesando el sol transcurriese tanto tiempo cuanto éste<br />

suele emplear en su recorrido de mañana a mañana.<br />

Mas no trato ahora de investigar qué es lo que llamamos día, sino qué es el tiempo, con el<br />

cual, midiendo el recorrido del sol, podríamos decir que lo hizo en la mitad menos de<br />

tiempo de lo que suele, si lo hubiese hecho en un espacio de tiempo equivalente a doce<br />

horas; y comparando ambos tiempos diríamos que aquél es sencillo, éste doble, aun dado<br />

caso que unas veces hiciese el sol su recorrido de oriente a oriente en veinticuatro horas y<br />

otras en doce.<br />

Nadie, pues, me diga que el tiempo es el movimiento de los cuerpos celestes; porque<br />

cuando se detuvo el sol por deseos de un individuo para dar fin a una batalla victoriosa,<br />

estaba quieto el sol y caminaba el tiempo, porque aquella lucha se ejecutó y terminó en el<br />

espacio de tiempo que le era necesario.<br />

Veo, pues, que el tiempo es una cierta distensión. Pero ¿lo veo o es que me figuro verlo?<br />

Tú me lo mostrarás, ¡oh Luz de la verdad!<br />

CAPITULO XXIV<br />

31. ¿Mandas que apruebe si alguno dice que el tiempo es el movimiento del cuerpo? No lo<br />

mandas. Porque yo oigo, y tú lo dices, que ningún cuerpo se puede mover si no es en el<br />

tiempo; pero que el mismo movimiento del cuerpo sea el tiempo no lo oigo, ni tú lo dices.<br />

Porque cuando se mueve un cuerpo, mido por el tiempo el rato que se mueve, desde que<br />

empieza a moverse hasta que termina. Y si no le vi comenzar a moverse y continúa<br />

moviéndose de modo que no vea cuándo termina, no puedo medir esta duración, si no es


tal vez desde que lo comencé a ver hasta que dejé de verlo. Y si lo veo largo rato, sólo<br />

podré decir que se movió largo rato, pero no cuánto; porque cuando decimos: "Cuánto",<br />

no lo decimos sino por relación a algo, como cuando decimos: "Tanto esto, cuanto<br />

aquello", o "Esto es doble respecto de aquello", y así otras cosas por el estilo.<br />

Pero si pudiéramos notar los espacios de los lugares, de dónde y hacia dónde va el cuerpo<br />

que se mueve, o sus partes, si se moviese sobre sí como en un torno, podríamos decir<br />

cuánto tiempo empleó en efectuarse aquel movimiento del cuerpo o de sus partes desde<br />

un lugar a otro lugar. Así, pues, siendo una cosa el movimiento del cuerpo, otra aquello<br />

con que medimos su duración, ¿quién no ve cuál de los dos debe decirse tiempo con más<br />

propiedad? Porque si un cuerpo se mueve unas veces más o menos rápidamente y otras<br />

está parado, no sólo medimos por el tiempo su movimiento, sino también su estada, y<br />

decimos: "Tanto estuvo parado cuanto se movió", o "Estuvo parado el doble o el triple de<br />

lo que se movió", y cualquiera otra.cosa que comprenda o estime nuestra dimensión, más<br />

o menos, como suele decirse. No es, pues, el tiempo el movimiento de los cuerpos.<br />

CAPITULO XXV<br />

32. Confiésote, Señor, que ignoro aún qué sea el tiempo; y confiésote asimismo, Señor,<br />

saber que digo estas cosas en el tiempo, y que hace mucho que estoy hablando del<br />

tiempo, y que este mismo "hace mucho" no sería lo que es si no fuera por la duración del<br />

tiempo. ¿Cómo, pues, sé esto, cuando no sé lo que es el tiempo? ¿O es tal vez que ignoro<br />

cómo he de decir lo que sé? ¡Ay de mí, que no sé siquiera lo que ignoro! Heme aquí en tu<br />

presencia, Dios mío, que no miento. Como hablo, así está mi corazón. Tú iluminarás mi<br />

lucerna, Señor, Dios mío; tú iluminarás mis tinieblas 32 .<br />

CAPITULO XXVI<br />

33. ¿Acaso no te confiesa mi alma con confesión verídica que yo mido los tiempos? Cierto<br />

es, Señor, Dios mío, que yo mido -y no sé lo que mido-, que mido el movimiento del<br />

cuerpo por el tiempo; pero ¿no mido también el tiempo mismo?<br />

Y ¿podría acaso medir el movimiento del cuerpo, cuánto ha durado y cuánto ha tardado en<br />

llegar de un punto a otro, si no midiese el tiempo en que se mueve?<br />

Pero ¿de dónde mido yo el tiempo? ¿Acaso medimos el tiempo largo por el breve, como<br />

medimos por el espacio de un codo el espacio de una viga? Pues así vemos que medimos<br />

la cantidad de una sílaba larga por la cantidad de una breve, diciendo de ella que es doble.<br />

Y de este modo medimos la extensión de los poemas, por la extensión de los versos; y la<br />

extensión de los versos, por la extensión de los pies; y la extensión de los pies, por la<br />

cantidad de las sílabas; y la cantidad de las largas, por la cantidad de las breves; no por<br />

las páginas -que de este modo medimos los lugares, no los tiempos-, sino cuando,<br />

pronunciándolas, pasan las voces y decimos: "largo poema", pues se compone de tantos<br />

versos; "largos versas", pues constan de tantos pies; "larga sílaba", pues es doble<br />

respecto de la breve.<br />

Pero ni aun así llegaremos a una medida fija del tiempo, porque puede suceder que un<br />

verso más breve suene durante más largo espacio de tiempo, si se pronuncia más<br />

lentamente, que otro más largo, si se recita más aprisa. Y lo mismo dígase del poema, del<br />

pie y de la sílaba.<br />

De aquí me pareció que el tiempo no es otra cosa que una extensión; pero ¿de qué? No lo<br />

sé, y maravilla será si no es de la misma alma. Porque ¿qué es, te suplico, Dios mío, lo<br />

que mido cuando digo, bien de modo indefinido, como: "Este tiempo es más largo que<br />

aquel otro"; o bien de modo definido, como: "Este es doble que aquél"? Mido el tiempo, lo<br />

sé; pero ni mido el futuro, que aún no es; ni mido el presente, que no se extiende por<br />

ningún espacio; ni mido el pretérito, que ya no existe. ¿Qué es, pues, lo que mido? ¿Acaso<br />

los tiempos que pasan, no los pasados? Así lo tengo dicho ya. (Cf. nn. 21 y 27.)<br />

CAPITULO XXVII<br />

34.Insiste, alma mía, y presta gran atención: Dios es nuestro ayudador. El nos ha hecho y<br />

no nosotros 33 . Atiende de qué parte alborea la verdad.


Supongamos, por ejemplo, una voz corporal que empieza a sonar y suena, y suena, y<br />

luego cesa y se hace silencio, y pasa ya a pretérita aquella voz y deja de existir tal voz.<br />

Antes de que sonase era futura y no podía ser medida, por no ser aún; pero tampoco<br />

ahora lo puede ser, por no existir ya. Luego sólo pudo serlo cuando sonaba, porque<br />

entonces había qué medir. Pero entonces no se detenía, sino que caminaba y pasaba. ¿<br />

Acaso por esta causa podía serlo mejor? Porque pasando se extendía en cierto espacio de<br />

tiempo en que podía ser medida, por no tener el presente espacio alguno. Si, pues,<br />

entonces podía medirse, supongamos otra voz que empieza a sonar y continúa sonando<br />

con un sonido seguido e ininterrumpido. Midámosla mientras suena, porque cuando cesare<br />

de sonar ya será pretérita y no habrá qué pueda ser medido. Midámosla totalmente y<br />

digamos cuánto sea.<br />

Pero todavía suena, y no puede ser medida sino desde su comienzo, desde que empezó a<br />

sonar, hasta el fin, en que cesó, puesto que lo que medimos es el intervalo mismo de un<br />

principio a un fin. Por esta razón, la voz que no ha sido aún terminada no puede ser<br />

medida, de modo que se diga "qué larga o breve es", o denominarse igual a otra, ni<br />

sencilla o doble, o cosa semejante, respecto de otra. Mas cuando fuere terminada, ya no<br />

existirá. ¿Cómo podrá en este caso ser medida?<br />

Y, sin embargo, medimos los tiempos, no aquellos que aún no son, ni aquellos que ya no<br />

son, ni aquellos que no se extienden con alguna duración, ni aquellos que no tienen<br />

términos. No medimos, pues, ni los tiempos futuros, ni los pretéritos, ni los presentes, ni<br />

los que corren. Y, sin embargo, medimos los tiempos.<br />

35. ¡Oh Dios, creador de todo! Este verso consta de ocho sílabas, alternando las breves y<br />

las largas. Las cuatro breves primera, tercera, quinta y séptima- son sencillas respecto de<br />

las cuatro largas -segunda, cuarta, sexta y octava-. Cada una de éstas, respecto de cada<br />

una de aquéllas, vale doble tiempo. Yo las pronuncio y las repito, y veo que es así, en<br />

tanto que son percibidas por un sentido fino. En tanto que un sentido fino las acusa, yo<br />

mido la sílaba larga por la breve, y noto que la contiene justamente dos veces.<br />

Pero cuando suena una después de otra, si la primera es breve y larga la segunda, ¿cómo<br />

podré retener la breve y cómo la aplicaré a la larga para ver que la contiene justamente<br />

dos veces, siendo así que la larga no empieza a sonar hasta que no cesa de sonar la<br />

breve? Y la misma larga, ¿por ventura la mido presente, siendo así que no la puedo medir<br />

sino terminada? Y, sin embargo, su terminación es su preterición. ¿Qué es, pues, lo que<br />

mido? ¿Dónde está la breve con que mido? ¿Dónde la larga que mido? Ambas sonaron,<br />

volaron, pasaron, ya no son. No obstante, yo las mido, y respondo con toda la confianza<br />

con que puede uno fiarse de un sentido experimentado, que aquélla es sencilla, ésta<br />

doble, en duración de tiempo se entiende. Ni puedo hacer esto si no es por haber pasado y<br />

terminado.<br />

Luego no son aquéllas [sílabas], que ya no existen, las que mido, sino mido algo en mi<br />

memoria y que permanece en ella fijo.<br />

36. En ti, alma mía, mido los tiempos. No quieras perturbarme, que así es; ni quieras<br />

perturbarte a ti con las turbas de tus afecciones. En ti -repito- mido los tiempos. La<br />

afección que en ti producen las cosas que pasan -y que, aun cuando hayan pasado,<br />

permanece- es la que yo mido de presente, no las cosas que pasaron para producirla: ésta<br />

es la que mido cuando mido los tiempos. Luego o ésta es el tiempo o yo no mido el<br />

tiempo.<br />

Y qué; cuando medimos los silencios y decimos: aquel silencio duró tanto tiempo cuanto<br />

duró aquella otra voz, ¿no extendemos acaso el pensamiento para medir la voz como si<br />

sonase, a fin de poder determinar algo de los intervalos de silencio en el espacio del<br />

tiempo? Porque callada la voz y la boca, recitamos a veces poemas y versos, y toda clase<br />

de discursos y cualesquiera dimensiones de mociones, y nos damos cuenta de los espacios<br />

de tiempo y de la cantidad de aquél respecto de éste, no de otro modo que si tales cosas<br />

las dijésemos en voz alta.<br />

Si alguno quisiese emitir una voz un poco sostenida y determinase en su pensamiento lo<br />

larga que había de ser, este tal determinó, sin duda, en silencio el espacio dicho de<br />

tiempo, y encomendándolo a la memoria, comenzó a emitir aquella voz que suena hasta<br />

llegar al término prefijado; ¿qué digo?, sonó y sonará. Porque lo que se ha realizado de


ella, sonó ciertamente; mas lo que resta, sonará, y de esta manera llegará a su fin,<br />

mientras la atención presente traslada el futuro en pretérito, disminuyendo al futuro y<br />

creciendo el pretérito hasta que, consumido el futuro, sea todo pretérito.<br />

CAPITULO XXVIII<br />

37. Pero ¿cómo disminuye o se consume el futuro, que aún no existe? ¿O cómo crece el<br />

pretérito, que ya no es, si no es porque en el alma, que es quien lo realiza, existen las tres<br />

cosas? Porque ella espera, atiende y recuerda, a fin de que aquello que espera pase por<br />

aquello que atiende a aquello que recuerda.<br />

¿Quién hay, en efecto, que niegue que los futuros aún no son? Y, sin embargo, existe en el<br />

alma la expectación de los futuros. ¿Y quién hay que niegue que los pretéritos ya no<br />

existen? Y, sin embargo, todavía existe en el alma la memoria de los pretéritos. ¿Y quién<br />

hay que niegue que el tiempo presente carece de espacio por pasar en un punto? Y, sin<br />

embargo, perdura la atención por donde pase al no ser lo que es. No es, pues, largo el<br />

tiempo futuro, que no existe, sino que un futuro largo es una larga expectación del futuro;<br />

ni es largo el pretérito, que ya no es, sino que un pretérito largo es una larga memoria del<br />

pretérito.<br />

38. Supongamos que voy a recitar un canto sabido de mí. Antes de comenzar, mi<br />

expectación se extiende a todo él; mas en comenzándole, cuanto voy quitando de ella<br />

para el pasado, tanto a su vez se extiende mi memoria y se distiende la vida de esta mi<br />

acción en la memoria, por lo ya dicho, y en la expectación, por lo que he de decir. Sin<br />

embargo, mi atención es presente, y por ella pasa lo que era futuro para hacerse<br />

pretérito. Lo cual, cuanto más y más se verifica, tanto más, abreviada la expectación, se<br />

alarga la memoria, hasta que se consume toda la expectación, cuando, terminada toda<br />

aquella acción, pasare a la memoria.<br />

Y lo que sucede con el canto entero, acontece con cada una de sus partecillas, y con cada<br />

una de sus sílabas; y esto mismo, es lo que sucede con una acción más larga, de la que tal<br />

vez es una parte aquel canto; esto lo que acontece con la vida total del hombre, de la que<br />

forman parte cada una de las acciones del mismo; y esto lo que ocurre con la vida de la<br />

humanidad, de la que son partes las vidas de todos los hombres.<br />

CAPITULO XXIX<br />

39. Pero como tu misericordia es mejor que las vidas 34 [de los hombres], he aquí que mi<br />

vida es una distensión. Y me recibió tu diestra 35 en mi Señor, en el Hijo del hombre,<br />

mediador entre ti -uno- y nosotros -muchos-, divididos en muchas partes por la multitud<br />

de cosas, a fin de que coja por él aquello en lo que yo he sido cogido 36 , y siguiendo al Uno<br />

sea recogido de mis días viejos, olvidado de las cosas pasadas, y no distraído en las cosas<br />

futuras y transitorias, sino extendido en las que están delante de nosotros; porque no es<br />

por la distracción, sino por la atención, como yo camino hacia la palma de la vocación de<br />

lo alto, donde oiré la voz de la alabanza 37 y contemplaré tu delectación 38 , que no viene ni<br />

pasa.<br />

Mas ahora mis años se pasan en gemidos 39 . Y tú, consuelo mío, Señor y Padre mío, eres<br />

eterno; en tanto que yo me he disipado en los tiempos, cuyo orden ignoro, y mis<br />

pensamientos -las entrañas íntimas de mi alma- son despedazadas por las tumultuosas<br />

variedades, hasta que, purificado y derretido en el fuego de tu amor, sea fundido en ti.<br />

CAPITULO XXX<br />

40. Mas me estabilizaré y solidificaré en ti, en mi forma, en tu verdad; ni sufriré ya las<br />

cuestiones de los hombres, que, por la enfermedad contraída en pena de su pecado,<br />

desean más de lo que son capaces y dicen: "¿Qué hacía Dios antes de hacer el cielo y la<br />

tierra?"; o también: "¿Por qué le vino el pensamiento de hacer algo, no habiendo hecho<br />

antes absolutamente nada?" Dales, Señor, que piensen bien lo que dicen y descubran que<br />

no se dice nunca donde no hay tiempo. Luego cuando se dice que nunca había obrado, ¿<br />

qué otra cosa se dice sino que no había obrado en tiempo alguno? Vean, pues, que no<br />

puede haber ningún tiempo sin criatura y dejen de hablar semejante vaciedad.<br />

Extiéndanse también hacia aquellas cosas que están delante y entiendan que tú, creador


eterno de todos los tiempos, eres antes que todos los tiempos, y que no hay tiempo<br />

alguno que te sea coeterno ni criatura alguna, aunque haya alguna que esté sobre el<br />

tiempo.<br />

CAPITULO XXXI<br />

41. Señor, Dios mío, ¿cuál es el seno de tu profundo secreto? ¡Y qué lejos de él me<br />

arrojaron las consecuencias de mis delitos! Sana mis ojos y yo me gozaré con tu luz.<br />

Ciertamente que si existe un alma dotada de tanta ciencia y presciencia, para quien sean<br />

conocidas todas las cosas, pasadas y futuras, como lo es para mí un canto conocidísimo,<br />

esta alma es extraordinariamente admirable y estupenda hasta el horror, puesto que nada<br />

se le oculta de cuanto se ha realizado y ha de realizarse en los siglos, al modo como no se<br />

me oculta a mí, cuando recito dicho canto, qué y cuánto ha pasado de él desde el<br />

principio, qué y cuánto resta de él hasta terminar.<br />

Mas lejos de mí pensar que tú, creador del universo, creador de las almas y de los<br />

cuerpos, sí, lejos de mí pensar que tú conozcas así todas las cosas futuras y pretéritas. Sí;<br />

tú las conoces de otro modo, de otro modo más admirable y más profundo. Porque no<br />

sucede en ti, inconmutablemente eterno, esto es, creador verdaderamente eterno de las<br />

inteligencias, algo de lo que sucede en el que recita u oye recitar un canto conocido, que<br />

con la expectación de las palabras futuras y la memoria de las pasadas varía el afecto y se<br />

distiende el sentido. Pues así como conociste desde el principio el cielo y la tierra sin<br />

variedad de tu conocimiento, así hiciste en el principio el cielo y la tierra sin distinción de<br />

tu acción.<br />

Quien entiende esto, que te alabe, y quien no lo entiende, que te alabe también. ¡Oh qué<br />

excelso eres! Con todo, los humildes de corazón son tu morada. Porque tú levantas a los<br />

caídos 40 , y no caen aquellos cuya elevación eres tú.<br />

LIBRO DUODECIMO<br />

CAPITULO I<br />

1. Muchas cosas ansía, Señor, mi corazón en esta escasez de mi vida, provocado por las<br />

palabras de tu santa Escritura, y de ahí que sea muchas veces en su discurso copiosa la<br />

escasez de la humana inteligencia; porque más habla la investigación que la invención, y<br />

más larga es la petición que la consecución, y mas trabaja la mano llamando que<br />

recibiendo.<br />

Tenemos una promesa: ¿Quién podrá desvirtuarla? Si Dios está por nosotros, ¿quién<br />

contra nosotros? 1 Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo<br />

el que pide, recibe, y el que busca, hallará, y al que llama, le será abierto 2 .<br />

Promesas tuyas son. ¿Y quién temerá ser engañado, siendo la Verdad la que promete?<br />

CAPITULO II<br />

2. Alabe tu alteza la humildad de mi lengua, porque tú has hecho el cielo y la tierra, este<br />

cielo que veo y esta tierra que piso, de la cual procede esta tierra que llevo. Tú los has<br />

hecho.<br />

Pero ¿dónde está, Señor, el cielo del cielo, del cual hemos oído decir en el Salmo: El cielo<br />

del cielo para el Señor, mas la tierra la ha dado a los hijos de los hombres 3 ? ¿Dónde está<br />

el cielo que no vemos, en cuya comparación es tierra todo lo que vemos?<br />

Porque este todo corpóreo, no todo en todas partes, de tal modo tomó una forma bella,<br />

que lo es hasta en sus últimas partes, cuyo fondo es nuestra tierra; mas en comparación<br />

de aquel cielo del cielo, aun el cielo de nuestra tierra es tierra. Y así ambos cuerpos<br />

grandes [nuestro cielo y nuestra tierra] son sin absurdo tierra respecto de aquel no sé qué<br />

cielo, que es para el Señor, no para los hijos de los hombres.<br />

CAPITULO III


3. Mas esta tierra era invisible e incompuesta 4 , y no sé qué profundidad de abismo, sobre<br />

el cual no había luz, porque no tenía forma alguna; por lo que mandaste que se escribiese<br />

que las tinieblas eran sobre el abismo; y ¿qué es esto sino ausencia de luz? Porque si<br />

existiese la luz; ¿dónde había de estar sino encima, sobresaliendo e ilustrando? Donde,<br />

pues, no había luz aún, ¿qué era estar presentes las tinieblas, sino estar ausente la luz?<br />

Así, pues, encima estaban las tinieblas, porque encima estaba ausente la luz, como<br />

acontece con el sonido, que, cuando no existe, existe el silencio. Pues ¿qué es haber<br />

silencio en alguna parte sino no haber allí sonido?<br />

¿Acaso no has enseñado tú, Señor, a esta alma que te confiesa, acaso no me has<br />

enseñado tú, Señor, que antes de que dieses forma a esta materia informe y la<br />

especificases no era nada, ni calor, ni figura ni cuerpo ni espíritu. Sin embargo, no era<br />

absolutamente nada: era "cierta informidad" sin ninguna apariencia.<br />

CAPITULO IV<br />

4. Pues ¿cómo se habría de llamar y por qué sentido de algún modo se habría de insinuar<br />

a los muy tardos de inteligencia sino con algún vocablo usado? ¿Y qué puede hallarse en<br />

todas partes del mundo más cercano a esta informidad total que la tierra y el abismo?<br />

Porque menos hermosas son, en su grado ínfimo de ser, que las otras superiores, todas<br />

transparentes y brillantes.<br />

¿Por qué, pues, no he de admitir que la informidad de la materia, que habías hecho sin<br />

apariencia y de la cual habías de hacer un mundo hermoso, fue tan cómodamente dada a<br />

conocer a los hombres con el nombre de "tierra invisible e incompuesta"?<br />

CAPITULO V<br />

5. Y así, cuando nuestro pensamiento busca en ella qué es lo que alcanza el sentido y dice<br />

para sí: "No es una forma inteligible, como la vida, como la justicia, porque es la materia<br />

de los cuerpos; ni tampoco una sensible, porque no hay qué ver ni qué sentir en cosa<br />

invisible e incompuesta"; mientras el pensamiento humano se dice estas cosas, esfuércese<br />

o por conocerla ignorando o por ignorarla conociendo.<br />

CAPITULO VI<br />

6. Mas si yo, Señor, he de confesarte con la boca y con la pluma todo cuanto me has<br />

enseñado sobre esta materia, cuyo nombre al oírlo yo antes y no entenderlo de aquellos<br />

que me lo referían, que tampoco lo entendían, concebíala yo bajo mil variadas formas, por<br />

lo que en realidad no la concebía; feas y horribles formas en confuso desorden revolvía mi<br />

espíritu, pero formas al fin, y llamaba informe no a lo que carecía de forma, sino a lo que<br />

la tenía tal que, si se manifestara, mi sentido lo apartara como cosa insólita y<br />

desagradable y se turbara la flaqueza del hombre.<br />

Y, sin embargo, lo que yo pensaba era informe, no porque estuviese privado de toda<br />

forma, sino en comparación de las cosas más hermosas; mas la verdadera razón me<br />

aconsejaba que, si quería pensar o imaginar algo enteramente informe, debía despojarme<br />

de toda reliquia de forma; pero no podía. Porque más fácilmente juzgaba que no era lo<br />

que estaba privado de toda forma, que imaginaba un ser entre la forma y la nada, que ni<br />

fuese formado ni fuese la nada, sino una cosa informe y casi-nada.<br />

Y cesó mi mente de interrogar sobre esto a mi espíritu, lleno de imágenes de cosas<br />

formadas, que mudaba y combinaba a su antojo; y fijé mi vista en los mismos cuerpos y<br />

escudriñé más profundamente su mutabilidad, por la que dejan de ser lo que habían sido y<br />

comienzan a ser lo que no eran, y sospeché que el tránsito este de forma a forma se debía<br />

verificar por medio de algo informe, no enteramente nada; mas deseaba saberlo, no<br />

sospecharlo tan sólo.<br />

Pero si mi voz y mi pluma hubieran de confesarte todo cuanto me has dado a entender<br />

acerca de esta cuestión, ¿quién de los lectores tendrá paciencia para recibirlo? Sin<br />

embargo, no por eso cesará mi corazón de darte gloria Y entonarte un cántico de alabanza<br />

por las cosas de que no es capaz de decir. La mutabilidad misma de las cosas mudables<br />

es, pues, capaz de todas las formas en que se mudan las cosas mudables. Pero ¿qué es<br />

ésta? ¿Es acaso alma? ¿Es tal vez cuerpo? ¿Es por fortuna una especie de alma o cuerpo?


Si pudiera decirse nada algo y un es no es, yo la llamaría así. Y, sin embargo, ya era de<br />

algún modo, para poder recibir estas especies visibles y compuestas.<br />

CAPITULO VII<br />

7. Mas ¿de dónde procedía, cualquiera que ella fuese, de dónde procedía sino de ti, por<br />

quien son todas las cosas, en cualquier grado que ellas sean? Pero distaba tanto de ti<br />

cuanto te era más desemejante; porque no se trata de lugares.<br />

Así, pues, tú Señor -que no eres unas veces uno y otras otro, sino uno mismo y uno<br />

mismo, Santo, Santo, Santo, Señor 5 Dios omnipotente-, en el Principio, que procede de<br />

ti; en la Sabiduría, nacida de tu sustancia, hiciste algo y de la nada; hiciste el cielo y la<br />

tierra, pero no de ti, pues sería igual a tu Unigénito y, por consiguiente, a ti, y no fuera en<br />

modo alguno justo que fuese igual a ti, no siendo de tu sustancia.<br />

Mas como fuera de ti no había nada de donde los hicieses, ¡oh Dios, Trinidad una y Unidad<br />

trina!, por eso hiciste de la nada el cielo y la tierra, una cosa grande y otra pequeña;<br />

porque eres bueno y omnipotente para hacer todas las cosas buenas: el gran cielo y la<br />

pequeña tierra.<br />

Existías tú y otra cosa, la nada, de donde hiciste el cielo y la tierra, dos criaturas: la una,<br />

cercana a ti; la otra, cercana a la nada; la una, que no tiene más superior que tú; la otra,<br />

que no tiene nada inferior a ella.<br />

CAPITULO VIII<br />

8. Pero aquel cielo del cielo te lo reservaste para ti, Señor. Mas la tierra, que diste a los<br />

hijos de los hombres para que la vean y palpen, no era entonces tal cual ahora la vemos y<br />

tocamos. Porque era invisible e incompuesta y abismo sobre el que no había luz, o mejor,<br />

estaban las tinieblas sobre el abismo, esto es, más que si estuviesen en el abismo. Porque<br />

este abismo de las aguas ya visibles tiene también en sus profundidades una luz de su<br />

misma especie, en algún modo sensible a los peces y animales que reptan por su fondo.<br />

Pero aquel "todo" era un casi-nada, por ser aún totalmente informe. Sin embargo, ya tenía<br />

ser al poder recibir formas.<br />

Tú, pues, Señor, hiciste el mundo de una materia informe, la cual hiciste cuasi-nada de la<br />

nada, para hacer de ella las cosas grandes que admiramos los hijos de los hombres:<br />

soberanamente admirable es, sí, este cielo corpóreo, al cual firmamento, puesto entre<br />

agua y agua, dijiste en el día segundo después de la creación de la luz: "Hágase, y así se<br />

hizo"; al cual firmamento llamaste cielo, pero cielo de esta tierra y mar que hiciste en el<br />

tercer día, dando con ello aspecto visible a la materia informe, que hiciste antes que todo<br />

día.<br />

Ya habías hecho también el cielo antes que todo día; mas fue el cielo de este cielo, por<br />

haber hecho ya en el principio el cielo y la tierra. En cuanto a la tierra que habías hecho,<br />

era materia informe, porque era invisible e incompuesta y tinieblas sobre el abismo, de<br />

cuya tierra invisible e incompuesta, de cuya informidad, de cuya casi-nada habías de hacer<br />

todas estas cosas de que consta y no consta este mundo mudable, en el cual aparece la<br />

misma mutabilidad, en la que pueden sentirse y numerarse los tiempos, porque los<br />

tiempos se forman con los cambios de las cosas, en cuanto cambian y se convierten sus<br />

formas, de las cuales es materia la susodicha tierra invisible.<br />

CAPITULO IX<br />

9. De ahí que el Espíritu, maestro de tu siervo [Moisés], cuando recuerda que "tú hiciste<br />

en el principio el cielo y la tierra", calla sobre los tiempos, guarda silencio sobre los días. Y<br />

es porque el "cielo del cielo", que hiciste en el principio, es una criatura intelectual, que<br />

aunque no coeterna a ti, ¡oh Trinidad!, sí participa de tu eternidad; cohíbe sobremanera su<br />

mutabilidad con la dulzura de tu felicísima contemplación, y sin ningún desfallecimiento,<br />

desde que fue hecha, adhiriéndose a ti supera toda vicisitud voluble de los tiempos. Pero<br />

esta informidad o tierra invisible e incompuesta tampoco se halla numerada entre los días;<br />

porque donde no hay ninguna especie, ningún orden, ni viene ni va cosa alguna; y donde<br />

eso no sucede, ni existen realmente días ni vicisitud de espacios temporales.


CAPITULO X<br />

10. ¡Oh Verdad, lumbre de mi corazón, no me hablen mis tinieblas! Me incliné a éstas y<br />

me quedé a oscuras; pero desde ellas, sí, desde ellas te amé con pasión. Erré y me acordé<br />

de ti. Oí tu voz detrás de mí 6 , que volviese; pero apenas la oí por el tumulto de los sinpaz.<br />

Mas he aquí que ahora, abrasado y anhelante, vuelvo a tu fuente. Nadie me lo<br />

prohíba: que beba de ella y viva de ella. No sea yo mi vida; mal viví de mí; muerte fui<br />

para mí. En ti comienzo a vivir: háblame tú, sermonéame tú. He dado fe a tus libros, pero<br />

sus palabras son arcanos profundos.<br />

CAPITULO XI<br />

11. Ya me tienes dicho, Señor, con voz fuerte en el oído interior, que tú eres eterno y solo<br />

posees la inmortalidad 7 ; porque bajo ningún aspecto o movimiento te mudas, ni tu<br />

voluntad varía con los tiempos, porque no es una voluntad inmortal la que es ya una, ya<br />

otra. Esto me parece claro delante de ti, y te suplico que se me esclarezca más y más y<br />

que persista sobrio en esta manifestación bajo tus alas.<br />

También me dijiste, Señor, con voz fuerte en el oído interior, que todas las naturalezas y<br />

sustancias que no son lo que tú, pero que existen, las has hecho tú, y que sólo no procede<br />

de ti lo que no es, y el movimiento de la voluntad, que va de ti, ser por excelencia, a lo<br />

que es menos que tú, porque tal movimiento es pecado y delito; y que ningún pecado de<br />

nadie te daña ni perturba el orden de tu imperio en lo sumo ni en lo ínfimo. Esto me<br />

parece claro delante de ti y te suplico que se me aclare más y más y que yo persista<br />

sobrio en esta manifestación bajo tus alas.<br />

12. También me has dicho con voz fuerte en el oído interior que ni aquella criatura te es<br />

coeterna, cuyo deleite eres tú solo, y que gustándote con perseverantísima pureza, en<br />

ningún lugar ni tiempo muestra su mutabilidad; y siendo siempre presente a ti, se te<br />

adhiere con todo el afecto; no teniendo futuro que esperar ni pasado al que transmitir lo<br />

que recuerda, no varía con ninguna alternativa ni se distiende en los tiempos. ¡Oh feliz<br />

[criatura], si ella existe en alguna parte, en adherirse a tu beatitud; feliz por ti, su eterno<br />

inhabitador e iluminador! Ni hallo cosa que con más gusto crea se deba llamar cielo del<br />

cielo para el Señor que la tu casa, que contempla tu delectación sin ningún<br />

desfallecimiento por no tener que pasar a otra cosa: mente pura, concordísimamente una<br />

en el fundamento de la paz de los santos espíritus ciudadanos de tu ciudad en los cielos,<br />

por encima de estos nuestros cielos.<br />

13. Por aquí entienda el alma, cuya peregrinación se ha hecho larga, si tiene ya sed de ti,<br />

si sus lágrimas son ya su pan, en tanto que le dicen todos los días. ¿dónde está tu Dios? 8 ;<br />

si te pide una sola cosa y sólo ésta busca, que es habitar en tu casa todos los días de su<br />

vida 9 -y ¿cuál es su vida sino tú?, y ¿cuáles son tus días sino tu eternidad, como son tus<br />

años, que no terminan, porque eres siempre el mismo 10 ?-, entienda, digo, por aquí el<br />

alma que es capaz cuán muy por encima de todos los tiempos eres eterno, cuando tu<br />

casa, que no ha peregrinado, ni te es coeterna, adhiriéndose a ti incesante e<br />

indefinidamente, no padece ya vicisitud alguna de tiempos. Esto me parece claro en tu<br />

presencia, y te suplico que me lo sea más y más y persista sobrio en esta manifestación<br />

bajo tus alas.<br />

14. He aquí no sé qué de informe que hallo en estas mutaciones de las cosas extremas e<br />

ínfimas; y ¿quién podrá decirme sino el que vaga y gira con sus fantasmas por los vacíos<br />

de su corazón; quién sino tal podrá decirme si, disminuida y consumida toda especie<br />

sensible y quedando sola la informidad, por medio de la cual la cosa se muda y vuelve de<br />

especie en especie, puede ella producir las vicisitudes de los tiempos? Ciertamente que no<br />

puede; porque sin variedad de movimientos no hay tiempos, y donde no hay forma alguna<br />

no hay tampoco variedad alguna.<br />

CAPITULO XII<br />

15. Bien consideradas estas cosas, ¡oh Dios mío!, en cuanto lo donas, en cuanto me<br />

incitas a llamar y en cuanto abres al que llama, hallo las dos cosas que hiciste y que<br />

carecen de tiempo, ninguna de las cuales es coeterna contigo: una de tal modo formada;<br />

que sin ningún desfallecimiento de contemplación, sin ningún intervalo de cambio, aunque<br />

mudable, goza inmutable de cierta eternidad e inconmutabilidad; la otra de tal modo


informe, que no tenía forma de la cual pudiese pasar a otra forma, ya de movimiento, ya<br />

de reposo, por donde estuviese sujeta al tiempo. Pero no dejaste que ésta fuese informe,<br />

porque antes de todo día, en el principio, hiciste el cielo y la tierra, las dos cosas de que<br />

antes hablaba. Mas la tierra era invisible e incompuesta y las tinieblas estaban sobre el<br />

abismo. Con estas palabras se indica la informidad -a fin de ser gradualmente preparados<br />

aquellos que no pueden pensar o concebir una privación absoluta de forma que no llega,<br />

sin embargo, a la nada- de donde había de salir otro cielo y tierra visible y compuesta, y el<br />

agua especiosa, y cuanto después en la formación del mundo presente se conmemora<br />

haber sido hecho en los seis días, porque son tales que en ellos pueden realizarse los<br />

cambios de los tiempos por las ordenadas conmutaciones de los movimientos y de las<br />

formas.<br />

CAPITULO XIII<br />

16. Esto es lo que comprendo ahora, Dios mío, cuando oigo a tu Escritura que dice: En el<br />

principio hizo Dios el cielo y la tierra; mas la tierra era invisible e incompuesta y las<br />

tinieblas estaban sobre el abismo, sin conmemorar qué día hiciste estas cosas. Así lo que<br />

entiendo yo ahora a causa de aquel cielo del cielo, el cielo intelectual, en donde es propio<br />

del entendimiento conocer las cosas conjuntamente y no en parte, no en enigma, no por<br />

espejo, sino totalmente, en visión, cara a cara 11 , no ahora esto y luego aquello, sino lo<br />

que hemos dicho: conocimiento simultáneo, sin vicisitud alguna de tiempos; y así lo<br />

entiendo también a causa de la "tierra invisible e incompuesta", sin vicisitud alguna de<br />

tiempos, la cual suele tener ahora un ser, luego otro, porque lo que no tiene especie<br />

alguna no puede ser esto o aquello.<br />

Por causa de estas dos cosas: la primera, formada; la otra, totalmente informe; aquélla,<br />

cielo, pero cielo de cielo; ésta, tierra, mas tierra invisible e incompuesta; por razón de<br />

estas dos cosas entiendo ahora que dice tu Escritura sin mención de días: En el principio<br />

hizo Dios el cielo y la tierra. Por eso al punto añadió a qué tierra se refería. Y así, cuando<br />

en el día segundo se conmemora que fue hecho el firmamento, llamado cielo, claramente<br />

insinúa de qué cielo habló antes, al no mentar los días.<br />

CAPITULO XIV<br />

17. Maravillosa profundidad la de tus Escrituras, cuya superficie ved que aparece ante<br />

nosotros acariciando a los pequeñitos; ¡pero maravillosa profundidad la suya, Dios mío,<br />

maravillosa profundidad! Horror me causa fijar la vista en ella, pero es un horror de<br />

respeto y un temor de amor. Les tengo odio vehementísimo a sus enemigos. ¡Oh si los<br />

mataras con la espada de dos filos y no fueran más sus enemigos! Porque de tal modo<br />

amo que sean muertos a sí, que sólo vivan para ti.<br />

Mas he aquí otros, no reprensores, sino alabadores del libro del Génesis, que dicen: "No es<br />

esto lo que quiso que se entendiera en estas palabras el Espíritu de Dios, que es quien<br />

escribió estas cosas por medio de Moisés su siervo; no quiso que se entendiera eso que tú<br />

dices, sino otra cosa: lo que decimos nosotros." A los cuales, tomándote a ti, ¡oh Dios de<br />

todos nosotros!, por árbitro, respondo de esta manera.<br />

CAPITULO XV<br />

18. ¿Acaso diréis que son falsas las cosas que me dice en el oído interior con voz fuerte la<br />

Verdad acerca de la verdadera eternidad del Creador: que su sustancia no varía de ningún<br />

modo con los tiempos, ni que su voluntad es extraña a su sustancia, razón por la cual no<br />

quiere ahora esto y luego aquello, sino que todas las cosas que quiere las quiere de una<br />

vez y a un tiempo y siempre, no una vez y otra vez, ni ahora éstas y luego aquéllas; ni<br />

quiere después lo que no quería antes ni quiere ahora lo que antes quiso?; porque<br />

semejante voluntad sería mudable, y todo lo que es mudable no es eterno, y nuestro Dios<br />

es eterno.<br />

¿Asimismo [me diréis que es falso] lo que me dice la Verdad en el oído interior: que la<br />

expectación de las cosas por venir se convierte en visión cuando llegan, así como la visión<br />

se transforma en memoria cuando han pasado? Porque toda intención que así varía es<br />

mudable, y todo lo que se muda no es eterno, y nuestro Dios es eterno.<br />

Yo agrupo estas verdades y las junto, y hallo que mi Dios, Dios eterno, no creó con nueva


voluntad al mundo, ni su ciencia puede padecer nada transitorio.<br />

19. ¡Qué decís ahora, oh contradictores? ¿Son acaso falsas estas cosas?<br />

- No -dicen. .<br />

-Pues ¿cuál lo es? ¿Es tal vez falso que toda naturaleza formada o materia formable<br />

procede de aquel que es sumamente bueno por ser sumamente?<br />

-Tampoco negamos esto -dicen.<br />

-Pues entonces ¿qué? ¿Negáis tal vez que exista una criatura tan sublime que se adhiera a<br />

Dios verdadero y de verdad eterno con tan casto amor que, aunque no le sea coeterna,<br />

jamás se separe de él ni se deje arrastrar por ninguna variedad ni vicisitud temporal, sino<br />

que descanse en la verdaderísima contemplación de sólo él, porque tú, ¡oh Dios!,<br />

muestras a quien te ama cuanto mandas, y le bastas, y por eso no se desvía de ti ni aun<br />

para mirarse a sí?<br />

Esta es la casa de Dios, no terrena ni corpórea con mole celeste alguna, sino espiritual y<br />

participante de tu eternidad, porque no sufre detrimento eternamente. Porque tú la<br />

estableciste en los siglos de los siglos; la pusiste un precepto y no lo traspasará 12 . Sin<br />

embargo, no te es coeterna, por no carecer de principio al haber sido creada.<br />

20. Ciertamente que aunque no hallamos tiempo antes de ella, puesto que la sabiduría fue<br />

creada la primera de todas las cosas 13 -no digo aquella Sabiduría que es, ¡oh Dios<br />

nuestro!, totalmente coeterna y parigual a ti, su Padre, y por quien fueron hechas todas<br />

las cosas y en cuyo principio hiciste el cielo y la tierra, sino aquella otra sabiduría creada,<br />

esto es, aquella naturaleza intelectual que es luz por la contemplación de la luz, porque<br />

también, aunque creada, es llamada sabiduría; mas, cuanto es diferente la luz que ilumina<br />

de la que es reflejada, tanto difiere la sabiduría que crea de la que es creada, como difiere<br />

la justicia justificante de la justicia obrada en nosotros por la justificación; porque también<br />

somos llamados justicia tuya, conforme dice uno de tus siervos: ... a fin de que seamos<br />

justicia de Dios en él, razón por la cual existe una sabiduría creada antes que todas las<br />

cosas, la cual, aunque creada, es la mente racional e intelectual de tu casta ciudad,<br />

nuestra Madre, que está allá arriba y es libre y eterna en los cielos 14 ; ¿y en qué cielos<br />

sino en los cielos de los cielos 15 , que te alaban, porque también éste es cielo del cielo<br />

para el Señor?-, aunque no hallamos tiempo, digo, antes de ella, por anteceder a la<br />

creación del tiempo, ya que es la primera creada de todas las cosas, existe, sin embargo,<br />

antes de ella la eternidad del mismo Creador, creada por el cual tomó principio, y aunque<br />

no de tiempo, porque todavía no existía el tiempo, sí al menos de su propia creación.<br />

21. Pero de tal modo tiene el ser de ti, ¡oh Dios nuestro!, que es totalmente cosa distinta<br />

de ti y no lo mismo que tú. Y si bien no hallamos tiempo, no sólo antes de ella, pero ni aun<br />

siquiera en ella -porque es idónea para ver siempre tu faz y no se aparta jamás de ella, lo<br />

cual hace que por ningún cambio varíe-, le es, sin embargo, propia la mutabilidad; por lo<br />

que se oscurecería y se resfriaría si no fuera que con el amor grande con que se adhiere a<br />

ti luciera y ardiese de ti como un eterno mediodía.<br />

¡Oh casa luminosa y bella!, amado he tu hermosura y el lugar donde mora la gloria 16 de<br />

mi Señor, tu hacedor y tu poseedor. Por ti suspire mi peregrinación, y dígale al que te hizo<br />

a ti que también me posea a mí en ti, porque también me ha hecho a mí. Erré como oveja<br />

perdida 17 , mas espero ser transportado a ti en los hombros de mi pastor, tu<br />

estructurador.<br />

22.¿Qué me decís, contradictores a los que antes hablaba, y que, sin embargo, creéis que<br />

Moisés fue siervo piadoso de Dios y que sus libros son oráculo del Espíritu Santo? ¿No es<br />

acaso esta casa de Dios, no digo yo coeterna con él, pero sí a su modo eterna en los<br />

cielos, en donde vanamente buscáis cambios de tiempos, porque no los halláis, puesto que<br />

sobrepasa toda extensión y todo espacio voluble de tiempo, para quien es el bien<br />

adherirse siempre a Dios? 18<br />

-Sí lo es -dicen.<br />

-Pues ¿cuál de las cosas que mi corazón gritó al Señor cuando oía interiormente la voz de


su alabanza 19 , cuál de ellas, decidme de una vez, pretendéis que es falsa? ¿Acaso porque<br />

dije que existía una materia informe, en la que por no haber forma alguna no había ningún<br />

orden? Mas donde no había orden tampoco podía haber vicisitud de tiempos. Con todo,<br />

este cuasi-nada, en cuanto no era totalmente nada, ciertamente procedía de aquel de<br />

quien procede cuanto existe y que de algún modo es algo.<br />

-Tampoco -dicen- negamos esto.<br />

CAPITULO XVI<br />

23.Pues con éstos quiero hablar ahora en tu presencia, Dios mío, los cuales conceden ser<br />

verdaderas todas estas cosas que no cesa de decirme interiormente en el alma tu verdad.<br />

Porque los que las niegan ladren cuanto quieran y atruénense a sí mismos, que yo me<br />

esforzaré por persuadirles que se calmen y ofrezcan paso hacia sí a tu palabra. Mas si no<br />

quisieren y me rechazaren, suplícate, Dios mío, que no calles tú para mí 20 . Háblame tú<br />

verazmente en mi interior, porque sólo tú eres el que así habla; y concédeme que les deje<br />

fuera soplando en el polvo y levantando tierra contra sus ojos en tanto que yo entro en mi<br />

retrete y te canto un cántico de enamorado, gimiendo con gemidos inenarrables en mi<br />

peregrinación; acordándome de Jerusalén, alargando hacia ella, que está arriba, mi<br />

corazón; de Jerusalén la patria mía, de Jerusalén la mi madre, y de ti, su Rey sobre ella,<br />

su iluminador, su padre, su tutor, su marido, sus castas y grandes delicias, su sólida<br />

alegría y todos los bienes inefables, a un tiempo todos; porque tú eres el único, el sumo y<br />

verdadero bien. Que no me aparte más de ti hasta que, recogiéndome, cuanto soy, de<br />

esta dispersión y deformidad, me conformes, y confirmes eternamente, ¡oh Dios mío,<br />

misericordia mía!, en su paz de madre carísima, donde están las primicias de mi espíritu y<br />

de donde me viene la certeza de estas cosas.<br />

Pero con aquellos que no dicen que sean falsas todas las cosas que hemos dicho ser<br />

verdaderas, y que honran y colocan, como nosotros, en la cumbre de la autoridad que ha<br />

de seguirse a aquella tu Santa Escritura, editada por el santo Moisés, y que, sin embargo,<br />

nos contradicen en algo, así es como les hablo. Tú, ¡oh Dios nuestro!, serás juez. entre<br />

mis confesiones y sus contradicciones.<br />

24. Porque dicen:<br />

CAPITULO XVII<br />

-Aunque sean verdaderas estas cosas, no fijaba, sin embargo, Moisés la mirada en estas<br />

dos cosas, cuando por revelación del Espíritu decía: En el principio hizo Dios el cielo y la<br />

tierra. Ni con el nombre de cielo significó aquella espiritual o intelectual criatura que<br />

contempla sin cesar la faz de Dios, ni con el nombre de tierra la materia informe.<br />

-¿Qué significó, pues?<br />

-Lo que nosotros decimos -responden-, eso es lo que aquel varón sintió y lo que en<br />

aquellas palabras expresó.<br />

-¿Y qué es ello?<br />

-Con el nombre de cielo y tierra -dicen- quiso primero significar todo este mundo visible<br />

universal compendiosamente, para ir después exponiendo por el orden de los días, como<br />

articuladamente, todas y cada una de las cosas que plugo al Espíritu Santo enunciar de<br />

este modo. Porque tales hombres eran los que constituían aquel pueblo rudo y carnal a<br />

quien hablaba, que no juzgó oportuno encomendarles otras obras de Dios que las solas<br />

visibles.<br />

Convienen, pues, en que no es incongruente afirmar que por tierra invisible e incompuesta<br />

y abismo tenebroso se ha de entender la materia informe, de donde a continuación se dice<br />

haber sido hechas en aquellos días y dispuestas todas estas cosas visibles, conocidas de<br />

todos.<br />

25. ¿Y qué si otro dijere que esta misma informidad y confusión de la materia es insinuada<br />

primeramente con el nombre de cielo y tierra por haber sido formado y perfeccionado de<br />

ella este mundo visible con todas las naturalezas que en él aparecen clarísimamente, y


que frecuentemente suele ser denominado cielo y tierra? ¿Y qué si otro dijere que la<br />

naturaleza invisible y visible es llamada no impropiamente cielo y tierra, y, por tanto, que<br />

toda la creación que Dios hizo en la sabiduría, esto es, en el principio, está de este modo<br />

comprendida en estas dos palabras; pero que por no ser de la misma sustancia de Dios,<br />

sino hechas, todas de la nada, porque no son lo que Dios, les es propia a todas ellas cierta<br />

mutabilidad, ya sean permanentes, como la casa eterna de Dios; ya mudables, como el<br />

alma y el cuerpo del hombre; y que esta materia común a todas las cosas visibles e<br />

invisibles -materia todavía informe, más ciertamente susceptible de forma, de donde había<br />

de salir el cielo y la tierra, es decir, la creación visible e invisible, una y otra ya formadas-,<br />

designada con estos nombres, es llamada tierra invisible e incompuesta y tinieblas sobre<br />

el abismo con esta distinción: que por tierra invisible e incompuesta se entienda la materia<br />

corporal antes de toda cualidad de forma, y por tinieblas sobre el abismo, la materia<br />

espiritual antes de la cohibición de su, digamos, inmoderada fluidez y de la iluminación de<br />

la Sabiduría?<br />

26. Todavía cabe una nueva interpretación, si a algún otro le place, y es que cuando<br />

leemos en el principio hizo Dios el cielo y la tierra, no quiso significar por los nombres de<br />

cielo y tierra aquellas naturalezas ya perfectas y formadas, visibles e invisibles, sino la<br />

todavía informe incoación de las cosas, la materia formable y creable, llamada con tales<br />

nombres por estar ya en ella confusas, aunque no diferenciadas por cualidades y formas,<br />

estas cosas que ahora, distribuidas por sus órdenes, se llaman cielo y tierra: aquélla,<br />

criatura espiritual; ésta, corporal.<br />

CAPITULO XVIII<br />

27. Oídas y consideradas todas estas cosas, no quiero discutir por cuestión de palabras,<br />

que no es útil para nada, sino para confusión de los oyentes 21 . Mas para edificación,<br />

buena es la ley, si alguno usare bien, de ella 22 , pues su fin es la caridad, que nace del<br />

corazón puro, de la buena conciencia y de la fe no fingida 23 ; y sé bien en qué dos<br />

preceptos suspendió nuestro Maestro toda la ley y los profetas 24 . Mas pudiéndose<br />

entender diversas cosas en estas palabras, las cuales son, sin embargo, verdaderas, ¿qué<br />

inconveniente puede haber para mí que te las confieso ardientemente, ¡oh Dios mío, luz<br />

de mis ojos en lo interior!; qué daño, digo, me puede venir de que entienda yo cosa<br />

distinta de lo que otro cree que intentó el sagrado escritor?<br />

Todos los que leemos, sin duda nos esforzamos por averiguar y comprender lo que quiso<br />

decir el autor que leemos, y cuando le creemos veraz, no nos atrevemos a afirmar que<br />

haya dicho nada de lo que entendemos o creemos que es falso.<br />

De igual modo, cuando alguno se esfuerza por entender en las Santas Escrituras aquello<br />

que intentó decir en ellas el escritor, ¿qué mal hay en que yo entienda lo que tú, luz de<br />

todas las mentes verídicas, muestras ser verdadero, aunque no haya intentado esto el<br />

autor a quien lee, si ello es verdad, aunque realmente no lo intentara?<br />

CAPITULO XIX<br />

28. Porque verdad es, Señor, que tú hiciste el cielo y la tierra; verdad que el principio en<br />

que hiciste todas las cosas 25 es tu sabiduría; verdad asimismo que este mundo visible<br />

tiene dos grandes partes, el cielo y la tierra, breve compendio de todas las naturalezas<br />

hechas y creadas; y verdad igualmente que todo lo mudable sugiere a nuestro<br />

pensamiento la idea de cierta informidad, susceptible de forma y de cambios y mutaciones<br />

de una en otra. Verdad que no padece acción de los tiempos lo que de tal modo está unido<br />

a la forma inconmutable, que, aun siendo mudable, no se muda; verdad que la informidad,<br />

que es casi-nada, no puede recibir las variaciones de los tiempos; verdad que aquello de<br />

que se hace una cosa puede, en cierto modo de hablar, llevar el nombre de la cosa que se<br />

forma de ella: por donde pudo ser llamado cielo y tierra cualquier informidad de donde fue<br />

hecho el cielo y la tierra; verdad que, de todas las cosas formadas, nada hay tan próximo<br />

a lo informe como la tierra y el abismo; verdad que no sólo lo creado y formado, sino<br />

también todo lo creable y formable, es obra tuya, de quien proceden todas las cosas;<br />

verdad, finalmente, que todo lo que es formado de lo informe es primeramente informe y<br />

luego formado.<br />

CAPITULO XX


29. De todas estas verdades, de las que no dudan aquellos a quienes has dado ver con el<br />

ojo interior del alma tales cosas y que creen firmemente que Moisés, tu siervo, habló con<br />

espíritu de verdad; de todas estas verdades, digo, una cosa toma para sí el que dice: En el<br />

principio hizo Dios el cielo y la tierra; esto es, en su Verbo, coeterno con él, hizo Dios las<br />

criaturas inteligibles y sensibles o las espirituales y las corporales.<br />

Otra el que dice: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra; esto es, en su Verbo,<br />

coeterno consigo, hizo Dios toda la materia de este mundo corpóreo, con todas las<br />

naturalezas manifiestas y conocidas que contiene.<br />

Otra el que dice: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra; esto es, en su Verbo,<br />

coeterno consigo, hizo Dios la materia informe de las criaturas espirituales y corporales.<br />

Otra el que dice: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra; esto es, en su Verbo,<br />

coeterno consigo, hizo Dios la materia informe de la creación corporal, en donde estaban<br />

confusos el cielo y la tierra, que ahora, ya distintos y formados, percibimos en la mole de<br />

este mundo.<br />

Otra el que dice: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra; esto es, en el principio mismo<br />

del hacer y del obrar hizo Dios la materia informe que contenía confusamente el cielo y la<br />

tierra, de donde salieron formados, como ahora están y aparecen, con todas las cosas que<br />

hay en ellos.<br />

CAPITULO XXI<br />

30. Igualmente, por lo que mira a la inteligencia de las palabras que se siguen, de todas<br />

aquellas verdades, una cosa toma para sí el que dice: La tierra era invisible e<br />

incompuesta, y las tinieblas estaban sobre el abismo; esto es, que aquello corpóreo que<br />

hizo Dios era la materia informe de las cosas corpóreas, sin orden y sin luz.<br />

Otra el que dice: La tierra era invisible e incompuesta, y las tinieblas estaban sobre el<br />

abismo; esto es, este todo llamado cielo y tierra era todavía materia informe y tenebrosa,<br />

de la cual se habían de hacer el cielo corpóreo y la tierra corpórea con todas las cosas que<br />

hay en ellos sensibles a los sentidos.<br />

Otra el que dice: La tierra era invisible e incompuesta, y las tinieblas estaban sobre el<br />

abismo; esto es, este todo llamado cielo y tierra era todavía materia informe y tenebrosa,<br />

de donde había de salir el cielo inteligible -que en otra parte se llama cielo del cielo- y la<br />

tierra, es decir, toda naturaleza corpórea, bajo cuyo nombre se ha de entender también<br />

este cielo corpóreo, de donde había de salir toda criatura visible e invisible.<br />

Otra el que dice: La tierra era invisible e incompuesta, y las tinieblas estaban sobre el<br />

abismo; esto es, la Escritura no designó con los nombres de cielo y tierra a aquella<br />

informidad, sino dice que ya existía dicha informidad, a la que llamó "tierra. invisible e<br />

incompuesta y abismo tenebroso", y de la cual había dicho antes que "hizo Dios el cielo y<br />

la tierra", esto es, la criatura espiritual y corporal.<br />

Otra, finalmente, el que dice: La tierra era invisible e incompuesta, y las tinieblas estaban<br />

sobre el abismo; esto es, que había una cierta informidad, ya hecha materia, de la que<br />

antes dijo la Escritura que había hecho Dios el cielo y la tierra, es decir, la mole corpórea<br />

total del mundo, distribuida en dos enormes partes, una superior y la otra inferior, con<br />

todas las criaturas que vemos y conocemos que existen en ellas.<br />

CAPITULO XXII<br />

31. Mas si alguno tentase oponerse a estas dos últimas sentencias, diciendo: "Si no<br />

queréis ver designada con el nombre de cielo y tierra a esta materia informe, luego había<br />

ya algo que Dios no había creado, de donde había de hacer el cielo y la tierra; porque<br />

tampoco la Escritura deja narrado que Dios hiciese esta materia, a no ser que la<br />

entendamos significada con el nombre de cielo y tierra o con el de tierra solamente al<br />

decir: En el principio creó Dios el cielo y la tierra, de modo que aquello que sigue: Mas la<br />

tierra era invisible e incompuesta, aunque así le pluguiese [a Moisés] llamar a la materia<br />

informe, no entendamos, sin embargo, sino a aquella que hizo Dios indicada en lo antes<br />

escrito: ..., responderán los asertores de estas dos sentencias que hemos puesto las


últimas, ya los de la una, ya los de la otra, al oír tales cosas, diciendo: "No negamos<br />

ciertamente que esta materia informe ha sido hecha por Dios, por Dios, de quien proceden<br />

todas las cosas sobremanera buenas; porque así como decimos que es mayor bien lo que<br />

ha sido creado y formado, así también confesamos que es menor bien lo que ha sido<br />

hecho creable y formable, pero al fin bueno.<br />

Cierto es que la Escritura no recuerda que Dios hiciese esta informidad, pero tampoco<br />

conmemora otras muchas cosas, v. gr., los querubines y serafines, y las sedes,<br />

dominaciones, principados y potestades 26 , de que habla distintamente el Apóstol, los<br />

cuales, sin embargo, fueron hechos por Dios. Porque si en aquello que se dijo: Hizo el cielo<br />

y la tierra, fueron comprendidas todas las cosas, ¿qué decimos de las aguas, sobre las que<br />

era llevado el Espíritu de Dios 27 ?<br />

Porque si se entienden juntamente con la llamada tierra, ¿cómo se habrá de entender ya<br />

con el nombre de tierra la materia informe, cuando vemos las aguas tan hermosas? Y dado<br />

que lo entendemos así, ¿por qué se escribió que de tal informidad se hizo el firmamento,<br />

llamado cielo, y no se escribió que habían sido hechas las aguas? Porque no son informes<br />

e invisibles las que vemos fluir con tan bella apariencia. Y si esta apariencia la recibieron<br />

cuando dijo Dios: "Sea congregada el agua que está bajo el firmamento" 28 , de modo que<br />

esta reunión sea su misma formación, ¿que se responderá de las aguas que están sobre el<br />

firmamento, puesto que informes no hubieran merecido recibir asiento tan honroso, ni se<br />

halla escrito en virtud de qué palabra fueron formadas?<br />

De aquí es que si el Génesis calla haber hecho Dios alguna cosa que, sin embargo, ni la fe<br />

sana ni la razón clara dudan haberla hecho Dios, ni, por lo mismo, ninguna prudente<br />

doctrina se puede atrever a decir que estas aguas son coeternas a Dios por el hecho de<br />

oírlas mencionar en el libro del Génesis, en el que, sin embargo, no hallamos cuándo<br />

fueron hechas, ¿por qué no hemos de entender, enseñándonoslo la Verdad, que también la<br />

materia informe que la Escritura llama tierra invisible e incompuesta y abismo tenebroso<br />

ha sido hecha por Dios de la nada y, por lo tanto, que no le es coeterna, aunque dicho<br />

relato no diga cuándo fue hecha?<br />

CAPITULO XXIII<br />

32. Oídas, pues, estas cosas y consideradas según la capacidad de mi flaqueza -la cual te<br />

confieso, ¡oh Dios mío!, que la conoces-, veo que pueden originarse dos géneros de<br />

cuestiones cuando por medio de signos se relata algo por nuncios veraces: una si se<br />

discute acerca de la verdad de las cosas, otra acerca de la intención del que relata. Del<br />

mismo modo, una cosa es lo que inquirimos sobre la creación de las cosas, qué sea<br />

verdad, y otra qué fue lo que Moisés, ilustre servidor de tu fe, quiso que entendiera en<br />

tales palabras el lector y oyente.<br />

En cuanto al primer género de disputa, apártense de mí todos los que creen saber las<br />

cosas que son falsas. Respecto del segundo, apártense de mí todos los que creen que<br />

Moisés dijo cosas falsas. Júnteme, Señor, en ti con aquéllos y góceme en ti con ellos, que<br />

son apacentados por tu verdad en la latitud de la caridad, y juntos nos acerquemos a las<br />

palabras de tu libro y busquemos en ellas tu intención a través de la intención de tu<br />

siervo, por cuya pluma nos dispensaste estas cosas.<br />

CAPITULO XXIV<br />

33.Pero entre tantas cosas verdaderas como se ofrecen a los investigadores en aquellas<br />

palabras entendidas de diversas maneras, ¿quién de nosotros halló dicha intención, de<br />

modo que pueda decir con la misma certeza que esto fue lo que intentó Moisés y que esto<br />

fue lo que quiso que se entendiera en aquella narración, que afirma ser esto que dice<br />

verdadero, ya quisiera decir aquél esto, ya otra cosa?<br />

He aquí, Dios mío, que yo, tu siervo, te quise ofrecer un sacrificio de alabanza en estas<br />

Letras: yo te suplico por tu misericordia que te cumpla mi promesa 29 .<br />

Ved que digo con toda confianza que hiciste todas las cosas, visibles e invisibles, en tu<br />

Verbo inconmutable; pero ¿digo tan confiadamente que no intentó [Moisés] otra cosa que<br />

ésta cuando escribía: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra, puesto que no veo en su<br />

mente -como veo en tu verdad ser esto cierto- que pensase aquél en esto al escribir tales


cosas? Porque pudo pensar, al decir en el principio, en el comienzo mismo del obrar; pudo<br />

también querer que se entendiese en este lugar por cielo y tierra no alguna naturaleza ya<br />

formada y acabada, bien espiritual, bien corporal, sino una y otra comenzadas, pero<br />

todavía informes. Veo que pudo decir con verdad cualquiera de estas dos cosas; mas cuál<br />

de ellas tenía en la mente al decir estas palabras, no lo veo ya tan claro, aunque no dudo<br />

que aquel gran varón veía en su mente, cuando decía estas palabras, que percibía la<br />

verdad y que la expresaba aptamente, sea ésta alguno de los sentidos expuestos o sea<br />

otra cosa distinta.<br />

CAPITULO XXV<br />

34.Nadie ya me sea molesto diciéndome: "No intentó Moisés esto que tú dices, sino esto<br />

otro que yo digo." Porque si me dijese: "¿De dónde sabes tú que Moisés intentó decir esto<br />

que tú afirmas de sus palabras?", debería sobrellevarlo con buen ánimo y responderle tal<br />

vez lo que respondí más arriba, o un poco más largamente, si fuese duro de convencer.<br />

Pero cuando me dice: "No sintió aquél lo que tú dices, sino lo que yo digo, y, por otra<br />

parte, no niega que sea verdad lo que el uno y el otro decimos, ¡oh vida de los pobres,<br />

Dios mío, en cuyo seno no hay contradicción!, derrama sobre mi corazón una lluvia de<br />

calmantes a fin de que pueda tolerar a tales individuos, quienes no dicen esto porque sean<br />

adivinos y hayan visto en el corazón de tu siervo lo que dicen, sino porque son soberbios;<br />

ni es que conozcan el pensamiento de Moisés, sino que aman el suyo, no porque sea<br />

verdadero, sino porque es suyo. De otro modo amarían igualmente lo que es verdadero;<br />

como amo yo lo que dicen, cuando dicen verdad, no porque sea de ellos, sino porque es<br />

verdadero y, por tanto, no ya de ellos, puesto que es verdad. Pero si aman lo que dicen<br />

porque es verdadero, ciertamente es de ellos, aunque también mío, porque pertenece al<br />

común de todos los amantes de la verdad.<br />

Mas que ellos sostengan que Moisés no sintió lo que yo digo, sino lo que ellos dicen, no lo<br />

quiero ni lo amo; porque aunque así fuera, semejante temeridad no es hija de la ciencia,<br />

sino de la audacia; ni lo es de visión, sino de soberbia. Por eso, Señor, son terribles tus<br />

juicios, porque tu verdad no es mía ni de aquél o del de más allá, sino de todos nosotros,<br />

a cuya comunicación nos llama públicamente, advirtiéndonos terriblemente que no<br />

queramos poseerla privada, para no vernos de ella privados. Porque cualquiera que<br />

reclame para sí propio lo que tú propones para disfrute de todos, y quiera hacer suyo lo<br />

que es de todos, será repelido del bien común hacia lo que es suyo, esto es, de la verdad<br />

a la mentira. Porque el que habla mentira, de lo que es suyo habla 30 .<br />

35. Atiende, ¡oh Juez óptimo, Dios, la verdad misma!, presta atención a lo que voy a decir<br />

a este contradictor; atiende, sí, porque hablo delante de ti y de mis hermanos, que<br />

legítimamente usan de la ley, cuyo fin es la caridad; atiende y ve lo que digo, si es de tu<br />

agrado. Porque a este tal le respondo yo de este modo fraternal y pacífico: "Si los dos<br />

vemos que es verdad lo que dices, y asimismo vemos los dos que es verdad lo que yo<br />

digo, ¿en dónde, pregunto, lo vemos? No ciertamente tú en mí ni yo en ti, sino ambos en<br />

la misma inconmutable Verdad, que está sobre nuestras mentes".<br />

Pues si no disentimos acerca de la luz misma de nuestro Señor Dios, ¿por qué<br />

contendemos acerca del pensamiento del prójimo, el cual no podemos ver, como se ve la<br />

inconmutable Verdad; y tanto, que si el mismo Moisés se nos apareciese y dijera: "Esto<br />

fue lo que pensé", no lo viéramos aún así, sino que lo creeríamos? Así, pues, no se engría<br />

con motivo de lo que está escrito un hermano contra otro por favorecer a un tercero 31 .<br />

Amemos al Señor Dios nuestro de todo corazón, con toda el alma, con toda la mente, y al<br />

prójimo como a nosotros mismos 32 . Si no creemos que por estos dos preceptos de la<br />

caridad sintió Moisés cuanto sintió en aquellos libros, hacemos mentiroso al Señor<br />

opinando del alma de nuestro siervo otra cosa de lo que él enseñó.<br />

Ve, pues, cuán necio sea afirmar temerariamente, entre tanta multitud de sentencias<br />

verdaderas como pueden sacarse de aquellas palabras, cuál de ellas intentó<br />

concretamente Moisés y ofender con perniciosas disputas a la misma caridad, por amor de<br />

la cual dijo aquél todas las cosas cuyo sentido nos esforzamos por explicar.<br />

CAPITULO XXVI<br />

36. Y, sin embargo, ¡oh Dios mío, encumbramiento de mi humildad y descanso de mi


trabajo, que escuchas mis confesiones y perdonas mis pecados!, puesto que me mandas<br />

que ame a mi prójimo como a mí mismo, no puedo creer de tu fidelísimo siervo Moisés<br />

que recibiese menos de tu don de lo que yo hubiera optado y deseado me concedieras a<br />

mí si hubiera nacido en el tiempo en que él nació y hubiera sido puesto en su lugar, para<br />

que por el ministerio de mi corazón y de mi lengua fuesen dispensadas aquellas Letras,<br />

que después habían de ser de tanto provecho a todos los pueblos y tanto habían de<br />

prevalecer en todo el orbe por su excelsa autoridad sobre las palabras de todas las falsas y<br />

soberbias doctrinas.<br />

Porque hubiera querido, si entonces fuera yo Moisés -ya que venimos todos de la misma<br />

masa 33 , y ¿qué es el hombre sino lo que tú acuerdas que sea? 34 -, hubiera querido, digo,<br />

si entonces fuera yo él y me hubieras encomendado escribir el libro del Génesis, que me<br />

hubiese sido dada tal facultad de hablar y tal manera de disponer mis palabras que<br />

aquellos que no pueden todavía comprender cómo Dios crea no rehusasen mis palabras<br />

como superiores a sus fuerzas, y los que ya lo pueden hallasen que, en cualquier sentencia<br />

verdadera que viniesen a dar con el pensamiento, no estaba excluida de estas breves<br />

palabras de tu siervo; y, finalmente, que si otro viese otra cosa distinta en la luz de la<br />

verdad ni aun esta misma dejase de ser comprendida en dichas palabras.<br />

CAPITULO XXVII<br />

37. Porque así como la fuente en un lugar reducido es más abundante -y surte de agua a<br />

muchos arroyuelos, que la esparcen por más anchos espacios- que cualquiera de los<br />

arroyuelos que a través de muchos espacios locales deriva de la misma fuente, así la<br />

narración de tu dispensador, que ha de aprovechar a muchos predicadores, de un pequeño<br />

número de palabras mana copiosos raudales de líquida verdad, de las que cada cual saca<br />

para sí la verdad que puede, esto éste, aquello aquél, para desenvolverlo después en<br />

largos rodeos de palabras.<br />

Porque hay algunos que cuando leen u oyen estas palabras imaginan a Dios como un<br />

hombre, o como un poder dotado de una masa enorme, que a consecuencia de un nuevo y<br />

repentino querer produjese fuera de él (el poder), como en lugares distantes, el cielo y la<br />

tierra, dos grandes cuerpos, el uno arriba y el otro abajo, en los que se hallaran<br />

contenidas todas las cosas; y cuando oyen: Dijo Dios. Hágase tal cosa y tal cosa fue<br />

hecha, piensan en palabras comenzadas y terminadas, que sonaron algún tiempo y que<br />

pasaron, después de cuyo tránsito comenzó al punto a existir lo que se ordenó que<br />

existiese. Y si por casualidad piensan alguna otra cosa por el estilo, opinan según la<br />

costumbre de la carne.<br />

En las cuales cosas, todavía como pequeños animales, mientras es llevada su flaqueza en<br />

este humildísimo género de palabras como en un seno materno, es edificada<br />

saludablemente su fe, a fin de que tengan por cierto y retengan que Dios ha hecho todas<br />

las naturalezas que sus sentidos contemplan en admirable variedad.<br />

Mas si alguno de ellos, como desdeñoso de la vileza de aquellas sentencias, con soberbia<br />

imbecilidad se sale fuera del nido en que se nutre, ¡ay!, caerá miserable; pero tú, ¡oh<br />

Señor Dios!, ten compasión de él, para que los transeúntes no pisoteen al pollo implume,<br />

y envía a tu ángel para que le reponga en el nido, a fin de que viva hasta que vuele.<br />

CAPITULO XXVIII<br />

38. Pero hay otros para quienes estas palabras no son ya nido, sino cerrado plantel, en las<br />

que ven frutos ocultos, y vuelan gozosos, y gorjean buscándolos, y los arrancan.<br />

Porque, cuando leen u oyen estas palabras, ven, ¡oh Dios eterno!, que todos los tiempos<br />

pasados y futuros son superados por tu permanencia estable, que no hay nada en la<br />

creación temporal que tú no hayas hecho, y que, sin cambiar en lo más mínimo ni nacer<br />

en ti una voluntad que antes no existiera, por ser tu voluntad una cosa contigo, hiciste<br />

todas las cosas, no semejanza tuya sustancial, forma de todas las cosas, sino una<br />

desemejanza sacada de la nada, informe, la cual habría de ser luego formada por tu<br />

semejanza, retornando a ti, Uno, en la medida ordenada de su capacidad, cuanto a cada<br />

una de las cosas se le ha dado dentro de su género. Y así fueron hechas todas muy<br />

buenas; ya permanezcan junto a ti, ya-separadas por grados cada vez más distantes de<br />

lugar y tiempo -formen o padezcan hermosas variaciones. Ven estas cosas y se gozan en


la luz de tu verdad en lo poco que pueden.<br />

39. Mas, de ellos, uno se fija en lo que está escrito: En el principio hizo Dios..., y vuelve<br />

sus ojos a la sabiduría, principio, porque también ella nos habla 35 .<br />

Otro se fija en dichas palabras, y entiende por principio el comienzo de todas las cosas<br />

creadas, interpretándolas de este modo: En el principio hizo, como si dijera:<br />

primeramente hizo. Y entre los mismos que entienden por la expresión en el principio en el<br />

que tú hiciste, en la sabiduría, el cielo y la tierra, uno de ellos entiende por estos nombres<br />

del cielo y tierra, que fue designada la materia creable del cielo y de la tierra; otro, las<br />

naturalezas ya formadas y especificadas; otro, una formada y espiritual, con el nombre de<br />

cielo, y otra informe, de materia corporal, con el nombre de tierra.<br />

Y todavía, entre los que entienden por los nombres de cielo y tierra la materia informe<br />

aún, de la cual se habría de formar el cielo y la tierra, no lo entienden de un mismo modo,<br />

sino uno dice que era de donde se había de dar fin a la creación inteligible y sensible; otro,<br />

solamente que era de donde había de salir esta mole sensible corpórea que contiene en su<br />

enorme seno las naturalezas visibles que están a la vista. Pero ni aun los que creen que en<br />

este lugar son llamadas cielo y tierra las naturalezas ya dispuestas y organizadas lo<br />

entienden tampoco de un modo mismo; porque uno se refiere a la creación invisible y<br />

visible, otro a la sola visible, en la que vemos el cielo luminoso y la tierra oscura y las<br />

cosas que hay en ellos.<br />

CAPITULO XXIX<br />

40. Pero aquel que no entiende de otro modo las palabras "en el principio hizo" que si<br />

dijese "primeramente hizo", no tiene manera de entender verazmente las palabras cielo y<br />

tierra, sino entendiéndolas de la materia del cielo y de la tierra, esto es, de toda la<br />

creación, o lo que es lo mismo, de la creación inteligible y corporal.<br />

Porque, si quiere entender la creación toda, ya formada, justamente se le puede<br />

preguntar: Si esto fue lo primero que hizo Dios, ¿qué fue lo que hizo después? Pero<br />

después de hecho el universo no hallará nada, y así oirá de mala gana que le digan: ¿Qué<br />

significa aquel primeramente, si después no viene nada?<br />

Pero, si dice que primero lo hizo [el universo] informe y luego lo formó, ya no es ello<br />

absurdo, con tal que sea idóneo para discernir qué es lo que procede por eternidad, qué<br />

por tiempo, qué por elección, qué por origen: por eternidad, como Dios a todas las cosas;<br />

por tiempo, como la flor al fruto; por elección, como el fruto a la flor; por origen, como el<br />

sonido al canto.<br />

De estas cuatro cosas que he mencionado, la primera y la última se entienden<br />

dificilísimamente; las dos medias, muy fácilmente. Porque rara visión es, y en extremo<br />

ardua, Señor, contemplar tu eternidad, haciendo sin mudarse todas las cosas mudables y<br />

precediéndolas consiguientemente. Por otra parte, ¿quién hay tan agudo que vea con el<br />

alma y discierna sin gran trabajo si es primero el sonido que el canto, por la razón de ser<br />

el canto sonido formado y de que puede existir realmente algo no formado, no pudiendo,<br />

en cambio, ser formado lo que no es? Ciertamente que primero es la materia que lo que<br />

se hace de ella; mas no primero porque sea ella la que produce, antes más bien es hecha<br />

ella; ni tampoco primero por intervalo de tiempo. Porque no proferimos primero sonidos<br />

informes, sin canto, y después los adaptamos a la forma del canto, o los componemos<br />

como las tablas con las que se fabrica un arca o la plata con que se construye un vaso;<br />

porque tales materias preceden aun en tiempo a las formas de las cosas que se hacen de<br />

ellas.<br />

Pero en el canto no sucede así. Porque cuando se canta se oye el sonido del canto, mas no<br />

suena primeramente informe y después formado en canto; porque lo que de algún modo<br />

suena primero, pasa, y no queda de él nada que, tomado de nuevo, puedas reducirlo a<br />

arte; y por eso el canto se resuelve en su sonido, el cual sonido constituye su materia y<br />

debe ser formado para que haya canto.<br />

Y ésta es la razón por qué, como decía antes, es primero la materia del sonar que la forma<br />

del cantar; no primero por la potencia eficiente, puesto que el sonido no es el artífice del<br />

canto, antes está sujeto al alma que canta por el cuerpo, del que se sirve para formar el


canto; ni tampoco primero por razón del tiempo, porque los dos se producen a un tiempo;<br />

ni tampoco por elección, porque no es más excelente el sonido que el canto, puesto que el<br />

canto no es sonido solamente, sino sonido bello; sino es primero por el origen porque no<br />

se forma el canto para que sea sonido, sino es el sonido el que es formado para que haya<br />

canto.<br />

Con este ejemplo entienda el que puede, que la materia de las cosas hecha primero y<br />

llamada cielo y tierra, por haberse hecho de ella el cielo y la tierra, no fue hecha primero<br />

en tiempo, puesto que las formas de las cosas son las que producen los tiempos, y aquello<br />

era informe, bien que se la conciba ligada ya con los tiempos; sin embargo, nada puede<br />

decirse de ella sino que es en cierto modo primera en tiempo, aunque sea la última en<br />

valor -porque mejores son, sin duda, las cosas formadas que las informes -y esté<br />

precedida de la eternidad del Creador, a fin de que hubiese algo de la nada, de donde<br />

poder hacer algo.<br />

CAPITULO XXX<br />

41. En esta diversidad de opiniones verídicas haga nacer la misma verdad la concordia y<br />

se compadezca nuestro Dios de nosotros, para que usemos legítimamente de la ley según<br />

el precepto de la misma, cuyo fin es la caridad pura.<br />

Por eso, si alguno me pregunta cuál de ellos intentó aquel tu siervo Moisés, [le diré que]<br />

no son estos discursos propios de mis Confesiones, si no es confesándote que no lo sé.<br />

Sin embargo, sé que son verdaderas todas aquellas sentencias, a excepción de las<br />

carnales, sobre las que ya he dicho cuanto me ha parecido. Mas a los pequeñuelos de<br />

grandes esperanzas no les aterran estas palabras de tu libro, sencillamente sublimes y<br />

copiosamente breves. Mas todos los que en estas palabras han dicho y visto cosas<br />

verdaderas, amémonos mutuamente y al mismo tiempo amémoste a ti, Señor Dios<br />

nuestro, fuente de toda verdad, si es que tenemos sed de ésta y no de cosas vanas. Y en<br />

cuanto a tu siervo, dispensador de esta Escritura, lleno de tu Espíritu, honrémosle de tal<br />

modo que creamos que, cuando tú le inspirabas al escribir estas cosas, tenía la vista<br />

puesta en aquello que principalísimamente sobresale en ellas por la luz de la verdad y el<br />

fruto de la utilidad.<br />

CAPITULO XXXI<br />

42. Así, cuando oigo decir a uno: "Moisés intentó lo que yo digo", y a otro: "Nada de esto,<br />

sino lo que yo digo", creo más religioso decir: "¿Por qué no más bien las dos cosas, si las<br />

dos cosas son verdaderas, y aun una tercera, y una cuarta, y otra cualquiera verdadera<br />

que uno crea ver en estas palabras? ¿Por qué no se ha de creer que vio todas aquellas<br />

interpretaciones aquel por quien Dios, uno, atemperó las sagradas Letras a las<br />

interpretaciones de muchos que en aquéllas habían de ver cosas verdaderas y distintas?<br />

Yo ciertamente -y lo digo de todo corazón, sin vacilar-, si, elevado a la cumbre de la<br />

autoridad, hubiese de escribir algo, más quisiera escribir de modo que mis palabras<br />

sonaran lo que cada cual pudiese alcanzar de verdadero en estas cosas que no poner una<br />

sentencia sola verdadera muy claramente, a fin de excluir las demás cuya falsedad no<br />

pudiese ofenderme. Y así no quiero, Dios mío, ser tan inconsiderado que crea no haber<br />

merecido de ti esta gracia aquel varón.<br />

Percibió, pues, éste absolutamente en estas palabras y tuvo en la mente, cuando las<br />

escribía, cuanto de verdadero hemos podido hallar en ellas y cuanto no hemos podido o<br />

todavía no hemos podido y, sin embargo, se puede hallar en ellas.<br />

43. Finalmente, Señor, tú que eres Dios y no carne y sangre, aun dado que aquel hombre<br />

no viese todos aquellos sentidos, ¿acaso se pudo ocultar a tu espíritu bueno, que me debe<br />

conducir a la tierra recta 36 , cuando tú mismo habías de revelar a los lectores venideros en<br />

estas palabras, aunque aquel por cuyo medio han sido dictadas estas cosas no tuviese en<br />

la mente tal vez mas que una sentencia de entre tantas verdaderas?<br />

Pues si ello es así, tengamos la que él pensó por más excelsa que las demás; mas tú,<br />

Señor, o muéstranos ésta u otra verdadera que te plazca, a fin de que, bien nos muestres<br />

lo que aquel hombre pensó o bien otra cosa con ocasión de las mismas palabras, seas tú


quien nos apacientes, no nos engañe el error.<br />

¡He aquí, Señor, Dios mío, cuántas cosas, sí, cuántas cosas hemos escrito sobre tan pocas<br />

palabras! Con este procedimiento, ¿qué fuerzas, qué tiempo no nos serían necesarios para<br />

exponer todos tus libros? Permíteme, pues, que te confiese en ellos más sucintamente y<br />

que elija algo que tú me inspirares, verdadero, cierto y bueno, aunque me salgan al paso<br />

muchas cosas allí donde pueden ofrecerse muchas; y esto con tal fidelidad de mi<br />

confesión, que si atinare con lo que pensó tu ministro, sea bien y perfectamente, porque<br />

esto es lo que debo intentar; pero si no lograse alcanzarlo, diga, sin embargo, lo que tu<br />

Verdad quisiere decirme por medio de sus palabras, que también ella dijo a Moisés lo que<br />

le plugo.<br />

LIBRO DECIMOTERCERO<br />

CAPITULO I<br />

1. Yo te invoco, Dios mío, misericordia mía, que me criaste y no olvidaste al que se olvidó<br />

de ti; yo te invoco sobre mi alma, a la que tú mismo preparas a recibirte con el deseo que<br />

la inspiras.<br />

Y ahora no abandones al que te invoca, tú que previniste antes que te invocara e insististe<br />

multiplicando de mil modos tus voces para que te oyese de lejos, y me convirtiera, y te<br />

llamase a ti, que me llamabas a mí. Porque tú, Señor, borraste todos mis méritos malos,<br />

para que no tuvieses que castigar estas mis manos, con las que me alejé de ti; y<br />

previniste todos mis méritos buenos para tener que premiar a tus manos, con las cuales<br />

me formaste. Porque antes de que yo fuese ya existías tú; ni yo era algo, para que me<br />

otorgases la gracia de que fuese.<br />

Sin embargo, he aquí que soy por tu bondad, que ha precedido en mí a todo: a aquello<br />

que me hiciste y a aquello de donde me hiciste. Porque ni tú tenías necesidad de mí, ni yo<br />

era un bien tal con el que pudieras ser ayudado, ¡oh Señor y Dios mío!, ni con el que te<br />

pudiera servir como si te hubieras fatigado en obrar o fuera menor tu poder si careciese<br />

de mi obsequio; ni así te cultive como la tierra, de modo que estés inculto si no te cultivo,<br />

sino que te sirva y te cultive para que me venga el bien de ti, de quien me viene el ser<br />

capaz de recibirle.<br />

CAPITULO II<br />

2. En efecto: de la plenitud de tu bondad subsiste tu criatura, a fin de que el bien, que a ti<br />

no te había de aprovechar nada ni, proviniendo de ti, había de ser igual a ti, sin embargo,<br />

porque podía ser hecho por ti, no faltase. Porque ¿qué pudo merecer de ti el cielo y la<br />

tierra que tú hiciste en el principio? Digan: ¿qué te merecieron la naturaleza espiritual y<br />

corporal, que tú hiciste en tu sabiduría, para pender de ella hasta las cosas incoadas e<br />

informes -cada cual en su género, espiritual o corporal- que van hacia la inmoderación y<br />

una desemejanza tuya lejana, lo espiritual informe de modo más excelente que si fuese<br />

cuerpo formado, y el corporal informe de más excelente manera que si fuese<br />

absolutamente nada, y así pendieran informes de tu palabra si no fuesen llamadas por<br />

esta misma palabra a tu unidad y formadas y hechas todas ellas por ti, Bien sumo, muy<br />

buenas? ¿Qué méritos podían tener contigo para ser siquiera informes, cuando ni aun esto<br />

serían si no fuera por ti?<br />

3. ¿Qué pudo merecer de ti la materia corporal para ser siquiera invisible e incompuesta,<br />

cuando no sería esto si no la hubieras hecho? Ciertamente que, no siendo, no podía<br />

merecer de ti el que fuese. O ¿qué pudo merecer de ti la incoación de la creación espiritual<br />

para que, al menos, tenebrosa sobrenadase semejante al abismo, desemejante a ti, si no<br />

fuera convertida por el Verbo a sí mismo, por quien fue hecha; e iluminada por él, fuese<br />

hecha luz, si bien no igual, sí, al menos, conforme a la forma igual a ti? Porque así como<br />

en un cuerpo no es lo mismo ser que ser hermoso -de otro modo no podría ser deforme-,<br />

así tampoco, en orden al espíritu creado, no es lo mismo vivir que vivir sabiamente,<br />

puesto que de otro modo inconmutablemente comprendería.<br />

Mas su bien está en adherirse a ti siempre 1 , para que con la aversión no pierda la luz que<br />

alcanzó con la conversión, y vuelva a caer en aquella vida semejante al abismo tenebroso.<br />

Porque también nosotros, que en cuanto al alma somos creación espiritual, apartados de


ti, nuestra luz, "fuimos algún tiempo en esta vida tinieblas", y aun al presente luchamos<br />

contra los restos de esta nuestra oscuridad, hasta ser justicia tuya, en tu Único, como<br />

montes de Dios, ya que antes fuimos juicios tuyos, como abismo profundo 2 .<br />

CAPITULO III<br />

4. En cuanto a lo que dijiste sobre las primeras creaciones: Hágase la luz y la luz fue<br />

hecha 3 , entiéndolo yo no incongruentemente de la criatura espiritual, porque era ya una<br />

cierta vida, a la que habías de iluminar. Pero así como no había merecido de ti ser tal la<br />

vida que pudiera ser iluminada, así tampoco, siendo ya, pudo merecer de ti el ser<br />

iluminada. Porque ni aun su informidad te agradara si no fuese hecha luz, no siendo, sino<br />

intuyendo la luz que ilumina y adhiriéndose a ella, para que lo que de algún modo vive, y<br />

lo que vive felizmente, no lo deba sino a tu gracia, convertida por una conmutación mejor<br />

en aquello que no pueda mudarse en cosa mejor o peor. Lo cual eres tú solo, porque tú<br />

solo eres simplicísimamente, para quien no es cosa distinta vivir de vivir felizmente,<br />

porque tu ser es tu felicidad.<br />

CAPITULO IV<br />

5. Pero ¿acaso te faltaría algo en cuanto Bien, cual eres tú para ti, aunque estas cosas no<br />

fueren en modo alguno o permanecieran informes, las cuales hiciste tú no por indigencia,<br />

sino por la plenitud de tu bondad, reduciéndolas y dándolas forma, aunque no como si tu<br />

gozo hubiera de ser completado con ellas? No, sino que, como a perfecto, te desagrada su<br />

imperfección, para que tú las perfecciones y te agraden, aunque no como a imperfecto,<br />

como si tú hubieras de perfeccionarte con su perfección.<br />

Mas tu Espíritu bueno era sobrellevado sobre las aguas, no llevado por ellas, como si en<br />

ellas descansara. Porque en quienes se dice que descansa tu espíritu, a estos tales les<br />

hace descansar en sí. Mas tu voluntad era sobrellevada incorruptible e incontaminable,<br />

bastándose ella misma en sí para sí, sobre aquella vida que habías creado, y para la cual<br />

no es lo mismo vivir que vivir felizmente, porque vive aun flotando en su oscuridad, y a la<br />

que resta convertirse a aquel por quien ha sido hecha, y vivir más y más en la fuente de la<br />

vida, y ver en su luz la luz 4 , y así perfeccionarse, ilustrarse y ser feliz.<br />

CAPITULO V<br />

6. He aquí que ante mí aparece como en enigma la Trinidad, que eres tú, Dios mío. Porque<br />

tú, Padre, en el principio de nuestra Sabiduría, que es tu Sabiduría, nacida de ti y coeterna<br />

contigo, esto es, en tu Hijo, hiciste el cielo y la tierra.<br />

Muchas cosas hemos dicho ya del cielo del cielo, y de la tierra invisible e incompuesta, y<br />

del abismo tenebroso según la defectibilidad vagarosa de la informidad espiritual en que<br />

hubiera permanecido si no se hubiese convertido a aquel que la había dado aquella<br />

especie de vida y mediante la iluminación se hubiese hecho vida hermosa y llegado a ser<br />

cielo del cielo de aquel que después fue hecho entre agua y agua.<br />

Ya tenía, pues, al Padre, en el nombre de Dios, que hizo estas cosas; y al Hijo, en el<br />

nombre del principio en el cual las hizo; y creyendo a mi Dios trinidad, como la creía, tal<br />

yo le buscaba en sus sagrados oráculos; y ved que tu Espíritu era sobrellevado sobre las<br />

aguas. He aquí a mi Dios trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, creador de todas las cosas.<br />

CAPITULO VI<br />

7. Pero ¿cuál era la causa, ¡oh Luz verídica!, a quien acerco mi corazón para que éste no<br />

me enseñe cosas vanas y disipe en él sus tinieblas?; dime, te ruego por la caridad, mi<br />

madre; dime, te suplico, ¿cuál era la causa de que, después de nombrados el cielo y la<br />

tierra invisible e incompuesta y las tinieblas sobre el abismo, nombrase entonces tu<br />

Escritura a tu Espíritu? ¿Acaso porque convenía insinuarle así a fin de poder decir de él que<br />

era sobrellevado, lo cual no pudiera decirse si antes no se conmemorara aquello sobre lo<br />

que se pudiese entender que era sobrellevado tu Espíritu? Porque ni era sobrellevado<br />

sobre el Padre ni sobre el Hijo, y, sin embargo, no podría decirse propiamente que era<br />

sobrellevado si no fuera llevado sobre alguna cosa.<br />

Así que era preciso que se nombrase primeramente aquello sobre lo que era llevado, y


luego aquel a quien no convenía conmemorar de otro modo sino diciendo que era<br />

sobrellevado. Pero ¿por qué no convenía insinuarle de otro modo sino diciendo que era<br />

sobrellevado?<br />

CAPITULO VII<br />

8. A partir ya de aquí, siga el que pueda con el pensamiento a tu Apóstol, que dice: La<br />

caridad se ha difundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado 5 ,<br />

y en orden a las cosas espirituales nos enseña y muestra la sobreeminente senda 6 de la<br />

caridad, y dobla la rodilla por nosotros ante ti, para que conozcamos la ciencia<br />

sobreeminente de la caridad de Cristo 7 ; y que ésta es la razón por qué desde el principio<br />

era sobrellevado sobreeminentemente sobre las aguas.<br />

¿A quién hablaré yo y cómo le hablaré del peso de la concupiscencia que nos arrastra<br />

hacia el abrupto abismo, y de la elevación de la caridad por tu Espíritu, que era<br />

sobrellevado sobre las aguas? ¿A quién hablaré y cómo hablaré? Porque no hay lugares en<br />

los cuales somos sumergidos o emergidos. ¿Qué cosa más semejante y más desemejante<br />

a la vez? Afectos son, amores son: la inmundicia de nuestro espíritu corriendo a lo más<br />

ínfimo por amor de los cuidados, y tu santidad elevándonos a lo más alto por amor de la<br />

seguridad, para que tengamos nuestros corazones arriba hacia ti, allí donde tu Espíritu es<br />

llevado sobre las aguas, y de este modo vengamos al descanso sobreeminente, apenas<br />

haya pasado nuestra alma las aguas que son sin sustancias 8 .<br />

CAPITULO VIII<br />

9. Cayó el ángel, cayó el alma del hombre, y con ello señalaron cuál hubiera sido el<br />

abismo de la creación espiritual en el profundo tenebroso si no hubieras dicho desde el<br />

principio: Hágase la luz y no hubiese sido hecha la luz y se adhiriese a ti obediente toda<br />

inteligencia de la celestial ciudad y descansase en tu Espíritu, que es sobrellevado<br />

inconmutablemente sobre todo lo mudable. De otro modo, aun el mismo cielo del cielo,<br />

que ahora es luz en el Señor 9 , hubiera sido en sí mismo tenebroso abismo.<br />

Porque aun en la misma mísera inquietud de los espíritus caedizos, que dan a entender<br />

sus tinieblas desnudas del vestido de tu luz, claramente nos muestras cuán grande hiciste<br />

la criatura racional, para cuyo descanso feliz nada es bastante que sea menos que tú, por<br />

lo cual ni aun ella misma se basta a sí. Porque tú, Señor nuestro, iluminarás nuestras<br />

tinieblas; pues de ti nacen nuestros vestidos y nuestras tinieblas serán como un mediodía<br />

10 .<br />

Dáteme a mí, Dios mío, y devuélvete a mí. He aquí que te amo, y si aún es poco, que yo<br />

te ame con más fuerza. No puedo medir a ciencia cierta cuánto me falta del amor para que<br />

sea bastante, a fin de que mi vida corra entre tus abrazos y no me aparte hasta que sea<br />

escondida en lo escondido de tu rostro 11 .<br />

Esto sólo sé: que me va mal lejos de ti, no solamente fuera de mí, sino aun en mí mismo;<br />

y que toda abundancia mía que no es mi Dios, es indigencia.<br />

CAPITULO IX<br />

10. Pero ¿acaso no eran sobrellevados sobre las aguas el Padre o el Hijo? Si esto se<br />

entiende del lugar como si fuera un cuerpo, ni aun el Espíritu Santo lo era; pero si se<br />

entiende de una eminencia de la inconmutable divinidad sobre todo lo mudable, entonces,<br />

juntamente el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo eran sobrellevados sobre las aguas. Pero<br />

entonces, ¿por qué se ha dicho esto únicamente de tu Espíritu? ¿Por qué se ha dicho<br />

únicamente de él esto, como si fuera un lugar donde estuviese, él que no es lugar y del<br />

que sólo se ha dicho que es Don tuyo 12 ? En tu Don descansamos: allí te gozamos. Nuestro<br />

descanso es nuestro lugar. El amor nos levanta a allí y tu Espíritu bueno exalta nuestra<br />

humildad de las puertas de la muerte 13 . Nuestra paz está en tu buena voluntad. El<br />

cuerpo, por su peso, tiende a su lugar. El peso no sólo impulsa hacia abajo, sino al lugar<br />

de cada cosa. El fuego tira hacia arriba, la piedra hacia abajo. Cada uno es movido por su<br />

peso y tiende a su lugar. El aceite, echado debajo del agua, se coloca sobre ella; el agua<br />

derramada encima del aceite se sumerge bajo el aceite; ambos obran conforme a sus<br />

pesos, y cada cual tiende a su lugar.


Las cosas menos ordenadas se hallan inquietas: ordénanse y descansan. Mi peso es mi<br />

amor; él me lleva doquiera soy llevado. Tu Don nos enciende y por él somos llevados<br />

hacia arriba: enardecémonos y caminamos; subimos las ascensiones dispuestas en<br />

nuestro corazón y cantamos el Cántico de los grados 14 Con tu fuego, sí; con tu fuego<br />

santo nos enardecemos y caminamos, porque caminamos para arriba, hacia la paz de<br />

Jerusalén, porque me he deleitado de las cosas que aquéllos me dijeron: Iremos a la casa<br />

del Señor 15 . Allí nos colocará la buena voluntad, para que no queramos más que<br />

permanecer eternamente allí.<br />

CAPITULO X<br />

11. Bienaventurada la criatura que no ha conocido otra cosa, cuando ella misma hubiera<br />

sido esa cosa, si luego que fue hecha, sin ningún intervalo de tiempo, no hubiera sido<br />

exaltada por tu Don, que es sobrellevado sobre todo lo mudable hacia aquel llamamiento<br />

por el cual dijiste: Hágase la luz, y la luz fue hecha. Porque en nosotros distínguese el<br />

tiempo en que fuimos tinieblas y el en que hemos sido hechos luz; pero en aquélla se dijo<br />

lo que hubiera sido de no ser iluminada, y se dijo de este modo, como si primero hubiera<br />

sido fluida y tenebrosa, para que apareciese la causa por la cual se ha hecho que sea otra,<br />

esto es, para que, vuelta hacia la luz indeficiente, fuese también luz. Quien sea capaz,<br />

entienda, o pídatelo a ti. ¿Por qué me ha de molestar a mí, como si yo fuera el que ilumino<br />

a todo hombre que viene a este mundo 16 ?<br />

CAPITULO XI<br />

12. ¿Quién será capaz de comprender la Trinidad omnipotente? ¿Y quién no habla de ella,<br />

si es que de ella habla? Rara el alma que, cuando habla de ella, sabe lo que dice. Y<br />

contienden y se pelean, mas nadie sin paz puede ver esta visión.<br />

Quisiera yo que conociesen los hombres en sí estas tres cosas.<br />

Cosas muy diferentes son estas tres de aquella Trinidad; mas dígolas para que se ejerciten<br />

en sí mismos y prueben y sientan cuán diferentes son. Y las tres cosas que digo son: ser,<br />

conocer y querer. Porque yo soy, y conozco, y quiero: soy esciente y volente y sé que soy<br />

y quiero y quiero ser y conocer. Vea, por tanto, quien pueda, en estas tres cosas, cuán<br />

inseparable sea la vida, siendo una la vida, y una la mente, y una la esencia, y cuán,<br />

finalmente, inseparable de ella la distinción, no obstante que existe la distinción.<br />

Ciertamente que cada uno está delante de sí; así que atienda a sí y vea y hábleme<br />

después. Y cuando hubiere hallado algo en estas cosas y hubiese hablado, no por eso<br />

piense ya haber hallado aquello que es inconmutable sobre todas las cosas, y existe<br />

inconmutablemente, y conoce inconmutablemente, y quiere inconmutablemente.<br />

Ahora, si es por hallarse en ella estas tres cosas por lo que hay allí Trinidad, o si estas tres<br />

cosas se hallan en cada una para que cada una de ellas sea una terna, o si tal vez se<br />

realizan ambas cosas por modos maravillosos, simple y múltiplemente, siendo en sí para sí<br />

fin infinito, por el que es y se conoce a sí misma y se basta inconmutablemente a sí por la<br />

abundante magnitud de su unidad, ¿quién podrá fácilmente imaginarlo? ¿Quién podrá<br />

explicarlo de algún modo? ¿Quién se atreverá temerariamente a definirlo de cualquier<br />

modo?<br />

CAPITULO XII<br />

13. ¡Adelante en tu confesión, oh fe mía! Di al Señor tu Dios: Santo, Santo, Santo, Señor<br />

Dios mío; en tu nombre, Padre; Hijo y Espíritu Santo, hemos sido bautizados 17 , en tu<br />

nombre, Padre, Hijo y Espíritu Santo, bautizamos; porque también entre nosotros hizo<br />

Dios en su Cristo el cielo y la tierra, los espirituales y carnales de tu Iglesia; y nuestra<br />

tierra, antes de recibir la forma de tu doctrina, era invisible e incompuesta y estábamos<br />

cubiertos con las tinieblas de la ignorancia, porque a causa de la iniquidad instruiste al<br />

hombre 18 , y tus juicios son como grandes abismos 19 .<br />

Mas, porque tu Espíritu era sobrellevado sobre las aguas, no abandonó tu misericordia<br />

nuestra miseria, y así dijiste Hágase la luz. Haced penitencia, porque se ha acercado el<br />

reino de los cielos: haced penitencia: hágase la luz 20 . Y porque nuestra alma se había<br />

conturbado dentro de nosotros mismos, nos acordamos de ti, Señor, desde la tierra del<br />

Jordán y del monte igual a ti 21 , pero hecho pequeño por causa nuestra; y así nos


desagradaron nuestras tinieblas, y nos convertimos a ti y fue hecha la Luz. Y ved cómo,<br />

habiendo sido algún tiempo tinieblas, somos ahora luz en el Señor 22 .<br />

CAPITULO XIII<br />

14. Mas esto lo somos por fe, no por visión 23 ; porque por la esperanza somos hechos<br />

salvos; y la esperanza que ve no es esperanza 24 . Todavía el abismo llama al abismo, mas<br />

ya es en la voz de tus cataratas 25 . Ni aun aquel mismo que dice: No puedo hablaros como<br />

a espirituales, sino como a carnales 26 , ni aun aquel mismo juzga haber alcanzado el<br />

término, y, olvidado de lo que queda atrás, se alarga hacia las cosas que tiene delante 27 ,<br />

y gime agobiado y tiene su alma sed del Dios vivo, como los ciervos de las fuentes de las<br />

aguas, y dice: ¿Cuándo llegaré? 28 , deseoso de ser revestido de su habitáculo celestial 29 :<br />

y llama al abismo inferior, diciendo: No queráis con formaros con este mundo, sino<br />

reformaros en la novedad de vuestra mente 30 , y no queráis haceros niños en la<br />

inteligencia, sino sed pequeñitos por la malicia para que seáis perfectos en la mente 31 , y ¡<br />

Oh necios gálatas!, ¿quién os fascinó? 32 Mas no ya en su palabra, sino en la tuya, nos<br />

enviaste a tu Espíritu de lo alto por medio de aquel que ascendió a lo alto y abrió las<br />

cataratas de sus dones 33 para que las impetuosas corrientes del río alegrasen tu ciudad<br />

34 . Porque por él suspira el amigo del esposo 35 , teniendo ya en él las primicias de su<br />

espíritu, mas todavía gimiendo en sí mismo, esperando la adopción, redención de su<br />

cuerpo 36 . Por él suspira, porque es miembro de la esposa; y por él cela, porque es amigo<br />

del esposo: por él cela, no para sí, porque no ya con la voz suya, sino de tus cataratas,<br />

llama a otro abismo 37 al que celando teme, no sea que como la serpiente engañó con su<br />

astucia a Eva, así también sean corrompidas sus inteligencias, degenerando de aquella<br />

pureza que hay en nuestro esposo, tu Único 38 . Y ésta es aquella luz de visión que<br />

gozaremos cuando le viéramos como es 39 , y hayan pasado las lágrimas, que se han vuelto<br />

mi pan día y noche, en tanto que todos los días se me dice: ¿Dónde está tu Dios? 40<br />

CAPITULO XIV<br />

15. También yo digo: ¿Dónde estás, Dios mío? He aquí que donde estás respiro en ti un<br />

poquito 41 , al derramar mi alma sobre mí en el grito de alegría y alabanza del que celebra<br />

una festividad 42 . Con todo, aún está triste mi alma, porque vuelve a caer y a ser abismo,<br />

o más bien siente que todavía es abismo.<br />

Dícele mi fe, la que encendiste en la noche ante mis pies: ¿Por qué estás triste, alma mía,<br />

y por qué me conturbas? 43 Espera en el Señor; su palabra es lucerna para tus pies 44 .<br />

Espera y persevera hasta que pase la noche, madre de los inicuos; hasta que pase la ira<br />

del Señor, de la cual fuimos hijos nosotros cuando fuimos tinieblas, cuyos residuos<br />

arrastramos aún en este cuerpo muerto por el pecado 45 , hasta tanto que alboree el día y<br />

sean disipadas las sombras 46 . Espera en el Señor: Mañana estaré ante él, y le<br />

contemplaré, y le alabaré eternamente 47 . Mañana estaré ante él, y veré la salud de mi<br />

rostro 48 , mi Dios, quien vivificará nuestros cuerpos mortales por causa del Espíritu que<br />

habita en nosotros 49 , porque sobre nuestro interior tenebroso y fluido era sobrellevado<br />

misericordiosamente.<br />

De ahí que hayamos recibido en este destierro una prenda, para que seamos ya luz, en<br />

tanto que somos hechos salvos por la esperanza, e hijos de la luz e hijos del día, no hijos<br />

de la noche ni de las tinieblas 50 , lo que fuimos, sin embargo. Entre las cuales y nosotros,<br />

aun en esta incertidumbre de la ciencia humana„ sólo tú haces distinción, tú que pruebas<br />

nuestros corazones y llamas día a la luz y tinieblas a la noche 51 . Porque ¿quién es el que<br />

nos discierne sino tú? Y ¿qué tenemos que no lo hayamos recibido de ti 52 , nosotros, vasos<br />

de honor, sacados de la misma masa de la que han sido otros hechos para contumelia 53 ?<br />

CAPITULO XV<br />

16. ¿Y quién sino tú, Dios nuestro, hizo para nosotros y sobre nosotros ese firmamento de<br />

autoridad en tu divina Escritura? Porque el cielo se plegará como un libro 54 , mas ahora se<br />

extiende como una piel sobre nosotros 55 . Porque de más sublime autoridad está revestida<br />

tu divina Escritura después que murieron a esta vida mortal aquellos mortales por cuyo<br />

medio nos dispensaste aquélla. Y tú sabes, Señor, tú sabes cómo vestiste de pieles a los<br />

hombres cuando se hicieron mortales por el pecado. Por eso extendiste como una piel el<br />

firmamento de tu libro, tus concordes palabras, las cuales por ministerio de mortales<br />

colocaste sobre nosotros. Porque con la muerte misma de éstos se extendió de modo


sublime sobre todas las cosas que tiene debajo la solidez de la autoridad de tus palabras,<br />

dadas a luz por ellos la cual, viviendo ellos aquí, no se hallaba tan sublimemente<br />

extendida, pues todavía no habías extendido el cielo como una piel ni habías aún dilatado<br />

la fama de su muerte por todas partes.<br />

17. Veamos, Señor, los cielos, obra de tus dedos 56 ; purifica nuestros ojos de la nube con<br />

que los tienes velados. Allí está tu testimonio, dando sabiduría a los pequeñitos 57 . Saca,<br />

Señor, tu alabanza de la boca de los niños, y que aún maman 58 . Porque no conocemos<br />

otros libros que así destruyan la soberbia, que así destruyan al enemigo y defensor 59 que<br />

resiste a tu conciliación, defendiendo sus pecados. No conozco, Señor, no conozco otros<br />

oráculos tan castos que así me persuadan a la confesión, y sometan mi cerviz a tu yugo, y<br />

me inviten a servirte gratis. ¡Que yo los entienda, Padre bueno! Concédeme esto a mí, ya<br />

sometido, puesto que para los sometidos las has establecido.<br />

18. Otras aguas hay sobre este firmamento, a lo que yo creo inmortales y al abrigo de<br />

toda corrupción terrena. Alaben tu nombre, alábente los pueblos supracelestes de tus<br />

ángeles, los cuales no tienen necesidad de mirar este firmamento y conocer tu palabra<br />

leyendo. Porque ven siempre tu faz 60 y allí leen sin las sílabas de los tiempos lo que<br />

quiere tu voluntad eterna. Leen, eligen y aman; leen. siempre y nunca pasa lo que leen;<br />

porque eligiendo y amando leen la misma inconmutabilidad de tu consejo. No se cierra su<br />

códice ni se pliega su libro; porque tú mismo eres para ellos esto, y tú eres eternamente,<br />

porque tú los ordenaste sobre este firmamento, que afirmaste sobre la flaqueza de los<br />

pueblos inferiores, en donde viesen y conociesen tu misericordia, que te anuncia<br />

temporalmente a ti, que hiciste los tiempos. Porque en el cielo, Señor, está tu misericordia<br />

y tu verdad sobre las nubes 61 . Pasan las nubes, mas el cielo permanece. Pasan los<br />

predicadores de tu palabra, de esta vida a otra vida; pero tu Escritura se extiende hasta el<br />

fin sobre los pueblos. Y pasarán el cielo y la tierra, pero tus palabras no pasarán 62 ; se<br />

plegará la piel, y el heno sobre el que se extendía pasará con su brillantez; mas tu palabra<br />

permanecerá eternamente 63 . Lo cual se nos muestra ahora en el enigma de las nubes y<br />

en el espejo del cielo, no como realmente es; porque también nosotros, aunque seamos<br />

amados de tu Hijo, no se nos ha mostrado aún lo que seremos 64 . Miró a través del velo de<br />

la carne y nos acarició y nos inflamó, y corrimos tras su aroma 65 . Mas cuando apareciere,<br />

seremos semejantes a él, porque le veremos como es; como es, Señor, nuestro ver, que<br />

todavía no tenemos.<br />

CAPITULO XVI<br />

19. Porque así como tú eres absolutamente, así tú solo conoces, tú que eres<br />

inconmutablemente y conoces inconmutablemente, y quieres inconmutablemente. Y tu<br />

esencia conoce y quiere inconmutablemente; y tu ciencia existe y quiere<br />

inconmutablemente, y tu voluntad existe y conoce inconmutablemente. Ni parece cosa<br />

justa en tu presencia que del mismo modo que se conoce a sí misma la luz inconmutable,<br />

sea así conocida del entendimiento mudable iluminado. De ahí que mi alma sea delante de<br />

ti como tierra sin agua 66 ; pues así como de suyo no puede iluminarse a sí misma, así<br />

tampoco puede saciarse de sí misma. Porque así como está en ti la fuente de la vida, así<br />

en tu luz veremos la luz 67 .<br />

CAPITULO XVII<br />

20. ¿Quién ha juntado a los amargados en una sociedad? Porque idéntico es para ellos el<br />

fin temporal y la felicidad terrena, por la que hacen todas las cosas, aunque fluctúen por la<br />

innumerable diversidad de cuidados. ¿Quién sino tú, Señor, que dijiste que se congregasen<br />

las aguas en una sola reunión y apareciese la tierra árida, sedienta de ti? Porque tuyo es el<br />

mar, y tú le hiciste, y tus manos plasmaron la tierra seca 68 . Porque no se llama mar a la<br />

amargura de voluntades, sino a la reunión de aguas. Porque también tú enfrenas los malos<br />

apetitos de las almas y los pones límites hasta donde permites avanzar las aguas, para<br />

que se deshagan en ellas sus olas, y de este modo haces el mar según el orden de tu<br />

imperio que se extiende sobre todas las cosas.<br />

21. Pero las almas sedientas de ti y que aparecen ante ti separadas de la sociedad del mar<br />

por otro fin, tú las riegas con una fuente secreta y dulce, a fin de que la tierra dé su fruto.<br />

Da, sí; su fruto, y mandándolo tú, su Dios y Señor, produce nuestra alma obras de<br />

misericordia según su género, amando a su prójimo con el socorro de las necesidades<br />

carnales, teniendo en sí la semilla de aquél por razón de la semejanza, porque por nuestra


flaqueza es por lo que nos compadecemos y movemos a socorrer a los indigentes, del<br />

mismo modo que quisiéramos nosotros que se nos socorriese si nos hallásemos en la<br />

misma necesidad; y ello no sólo en las cosas fáciles, como en hierba seminal, sino también<br />

en la protección de una ayuda robusta y fuerte, como árbol fructífero, esto es, benéfico,<br />

para arrancar al que padece injuria de la mano del poderoso; dándole sombra de<br />

protección con el roble poderoso del justo juicio.<br />

CAPITULO XVIII<br />

22. De este modo, Señor, te ruego, de este modo te ruego que nazca -como tú lo haces, y<br />

como tú das la alegría y la facultad-, nazca de la tierra la verdad y mire la justicia, desde<br />

el cielo 69 , y sean hechos luminares en el firmamento 70 . Partamos con el hambriento<br />

nuestro pan, e introduzcamos en casa al necesitado sin techo, vistamos al desnudo y no<br />

despreciemos a los domésticos de nuestra semilla 71 . A tales frutos nacidos en la tierra<br />

atiende, Señor, porque es bueno; y brote nuestra luz mañanera 72 y, obtenido, a cambio<br />

de esta inferior cosecha de la acción, la inteligencia de la palabra de la vida superior en las<br />

delicias de la contemplación, aparezcamos en el mundo como luminares, adheridos al<br />

firmamento de tu Escritura.<br />

Allí, en efecto, discutes con nosotros, para que hagamos distinción entre las cosas<br />

inteligibles y sensibles, como entre el día y la noche y entre las almas dadas a las cosas<br />

inteligibles y a las sensibles, a fin de que no seas tú sólo ya el que en lo escondido de tu<br />

juicio, como antes de que fuera hecho el firmamento, hagas distinción entre la luz y las<br />

tinieblas, sino también tus espirituales, colocados y diferenciados en el mismo firmamento,<br />

luzcan tu gracia manifestada por todo el orbe sobre la tierra, y hagan distinción entre el<br />

día y la noche y signifiquen los tiempos 73 , porque pararon los viejos y han sido creados<br />

otros nuevos 74 , y porque ahora está más cerca nuestra salud que cuando creímos 75 , y<br />

porque la noche ha precedido y se acercó el día 76 , y porque bendices la corona de tu año<br />

77 , enviando operarios a tu mies, en cuya siembra otros habían trabajado 78 , y enviándoles<br />

a otra sementera, cuya mies se recogerá al fin [del mundo].<br />

Así cumples los votos del deseoso y bendices los años del justo, mas tú eres el mismo, y<br />

en tus años, que no mueren 79 , preparas el hórreo para los años que pasan.<br />

23. Porque con eterno consejo derramas a sus propios tiempos bienes celestiales sobre la<br />

tierra; porque a uno le es dado por el espiritu la palabra de sabiduría, como a luminar<br />

mayor, en favor de aquellos que se deleitan con la luz de la verdad clara, como en el<br />

principio del día; a otro le es otorgada la palabra de ciencia, según el mismo Espíritu,<br />

como a luminar menor; a otro la fe, a otro el don de curaciones, a otro el poder de<br />

milagros, a otro la profecía, a otro la discreción de espíritus, a otro el don de lenguas;<br />

todos los cuales dones son como estrellas. Porque todos ellos los obra uno e idéntico<br />

Espíritu, que reparte sus dones a cada uno como le place, y hace aparecer estrellas en<br />

sitio visible para utilidad de todos 80 . La palabra de la ciencia, en la que están contenidos<br />

todos los sacramentos que cambian con los tiempos, es semejada a la luna; mas la<br />

restante lista de dones, que hemos mencionado después como estrellas, cuanto más<br />

difieren de aquella claridad de la sabiduría de que goza el precitado día, tanto se hallan<br />

más en el principio de la noche. Porque tales dones eran necesarios a aquellos a quienes<br />

aquel tu siervo prudentísimo no podía hablar como a espirituales, sino como a carnales,<br />

aquel, digo, que hablaba la sabiduría entre los perfectos 81 . Pero como hombre animal,<br />

como niño en Cristo que se alimenta de leche, mientras no se robustezca para tomar<br />

alimento sólido y fortalezca su vista para contemplar el sol, no abandone su noche, antes<br />

conténtese con la luz de la luna y de las estrellas. Estas cosas tienes dispuestas<br />

sapientísimamente para nosotros, Dios nuestro, en tu libro, en tu firmamento, a fin de que<br />

discernamos todas las cosas con admirable contemplación, aunque sea todavía según los<br />

signos, y los tiempos, y los días, y los años.<br />

CAPITULO XIX<br />

24. Mas ante todo lavaos, purificaos, arrancad la maldad de vuestras almas y de la<br />

presencia de mi vista 82 , a fin de que aparezca la tierra árida. Aprended a hacer bien,<br />

juzgad al pupilo, haced justicia a la viuda 83 , para que la tierra produzca hierba tierna y<br />

árboles frutales; y luego venid, dice el Señor, disputemos, a fin de que sean hechos los<br />

luminares en el firmamento del cielo y luzcan sobre la tierra.


Quería saber del Maestro bueno aquel rico qué debía hacer para conseguir la vida eterna.<br />

Dígale el Maestro bueno -a quien él juzgaba hombre y nada más, pero que realmente es<br />

bueno porque es Dios-, dígale que si quiere conseguir la vida, guarde tus mandamientos<br />

separe de sí lo amargo de la malicia y de la iniquidad; que no mate, no fornique, no hurte,<br />

no diga falsos testimonios, a fin de que aparezca la tierra seca, y germine el honor de la<br />

madre y del padre y la dilección del prójimo.<br />

Todo esto -dijo- lo he practicado. ¿De dónde, pues, tantas espinas si es tierra fructífera?<br />

Vete, arranca los espesos zarzales de la avaricia, vende lo que posees, y llénate de frutos<br />

dándolo todo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, y sigue al Señor si quieres ser<br />

perfecto, en compañía de aquellos entre quienes habla la sabiduría, aquel que conoce qué<br />

se debe dar al día y qué a la noche, como lo conoces tú, a fin de que sean también para ti<br />

luminares en el firmamento del cielo, lo cual no se hará si no estuviese allí tu corazón, ni<br />

tampoco podrá ser si no estuviera allí tu tesoro 84 , como oíste del Maestro bueno. Pero se<br />

contristó la tierra estéril y las espinas sofocaron la palabra 85 .<br />

25. Pero vosotros, raza escogida 86 , lo más débil del mundo 87 , que dejasteis todas las<br />

cosas para seguir al Señor, id tras él, confundid a los fuertes; id tras él, pies especiosos, y<br />

lucid en el firmamento, para que los cielos narren su gloria dividiendo entre la luz de los<br />

perfectos, aunque no como la de los ángeles, y las tinieblas de los pequeñuelos, aunque<br />

no de los desesperados: lucid sobre toda tierra, y el día, encandeciente por el sol, anuncie<br />

al día la palabra de la sabiduría; y la noche, esclarecida por la luna, anuncie a la noche la<br />

palabra de la ciencia 88 . La luna y las estrellas lucen en la noche, mas no las oscurece la<br />

noche, porque ellas mismas la iluminan, según su capacidad.<br />

Ved aquí como si Dios dijera: Háganse luminares en el firmamento del cielo, y al punto se<br />

oyó un sonido del cielo, como si sonara un viento vehemente, y fueron vistas lenguas<br />

divididas como de fuego, el cual se puso sobre cada uno de ellos 89 , y fueron hechos los<br />

luminares en el firmamento del cielo, teniendo palabras de vida. Discurrid por todas<br />

partes, fuegos santos, fuegos hermosos. Vosotros sois la luz del mundo, y no estáis debajo<br />

del celemín 90 . Ha sido exaltado Aquel a quien os juntasteis, y os exaltará a vosotros.<br />

Discurrid y dadle a conocer a todas las gentes.<br />

CAPITULO XX<br />

26. Conciba aún el mar, y dé a luz vuestras obras, y las aguas produzcan reptiles de almas<br />

vivas. Porque, separando lo precioso de lo vil, habéis sido hechos boca de Dios 91 , por la<br />

que dice: Produzcan las aguas, no el alma viva que debe producir la tierra, sino reptiles de<br />

almas vivas y volátiles que, vuelen sobre la tierra. Porque tus sacramentos, ¡oh Dios!<br />

reptaron por las obras de tus santos en medio de las olas de las tentaciones del siglo, para<br />

imbuir a las gentes con tu nombre en tu bautismo. Y de ellos algunos fueron hechos<br />

grandezas maravillosas, como los grandes cetáceos, y las voces de tus nuncios volando<br />

sobre la tierra junto al firmamento de tu libro, propuesto a sí mismo como autoridad, bajo<br />

la cual revoloteen adondequiera que vayan. Porque no hay lengua ni palabras en las que<br />

no se oigan sus voces de ellos, habiéndose ,extendido por todo el mundo sus sonidos y<br />

llegado hasta los confines de la tierra sus palabras 92 , porque tú, Señor, bendiciéndolas,<br />

multiplicaste éstas.<br />

27. ¿Miento yo, por ventura, o mezclo confundidas las cosas, y no distingo los claros<br />

conocimientos de estas cosas en el firmamento del cielo, así como las obras corporales en<br />

el proceloso mar y debajo del firmamento del cielo? Porque de las cosas susodichas<br />

existen nociones sólidas y cabales, que no reciben aumento de las generaciones, como las<br />

luces de la sabiduría y de la ciencia. De estas mismas cosas existen operaciones<br />

corporales muchas y varias, y creciendo una de otra multiplícanse con tu bendición, ¡oh<br />

Dios!, que has tenido a bien reparar el fastidio de los sentidos mortales, para que en el<br />

conocimiento del alma la cosa que es única sea por las mociones del cuerpo figurada y<br />

dicha de muchos modos. Las aguas produjeron estas cosas, mas en tu palabra. Las<br />

necesidades de los pueblos extraños a la eternidad de tu verdad produjeron estas cosas,<br />

pero en tu Evangelio; porque las mismas aguas arrojaron éstas, cuyo amargo languor fue<br />

causa de que éstas saliesen a luz por tu palabra.<br />

28. Hermosas son todas las cosas haciéndolas tú; mas he aquí que tú, que las has hecho<br />

todas, eres inenarrablemente más hermoso. Si Adán no hubiera caído, no se difundiera de<br />

su vientre la salazón del mar, el linaje humano profundamente curioso, y procelosamente


hinchado, e inestablemente fluido; y así no hubiera sido necesario que tus ministros.<br />

obrasen místicos hechos y dichos corporal y sensiblemente en muchas aguas. Pues así se<br />

me han presentado ahora los reptiles y volátiles, por los cuales imbuidos los hombres e<br />

iniciados, sometidos a sacramentos corporales, no fuesen más allá, a no ser que el alma<br />

viviese espiritualmente en otro grado y mirase a la consumación después de la palabra del<br />

principio.<br />

CAPITULO XXI<br />

29. Y por esta razón, por tu palabra, no ya la profundidad del mar, sino la tierra separada<br />

de lo amargo de las aguas, produce no los reptiles de almas vivas y los volátiles, sino el<br />

alma viva. Porque ya no tiene necesidad del bautismo, necesario para los gentiles, como la<br />

tenía cuando estaba cubierta por las aguas, pues ya no se entra de otro modo en el reino<br />

de los cielos desde que tú estableciste que se entrase de esa manera. Ni busca las<br />

grandezas de tus maravillas, para que tenga fe, puesto que no es de aquellos que no<br />

creen si no vieren signos y prodigios 93 , estando ya separada la tierra fiel de las aguas del<br />

mar amargas en su infidelidad; y sabe que las lenguas son signos no para los fieles, sino<br />

para los infieles 94 .<br />

Tampoco tiene necesidad la tierra, que fundaste sobre las aguas, de este género volátil,<br />

que las aguas produjeron por tu palabra. Envía a ella tu palabra por medio de tus nuncios<br />

-puesto que, aunque narramos sus obras, tú eres, sin embargo, quien obras en ellos- y<br />

produzcan el alma viva. La tierra la produce, porque la tierra es causa de que éstas se<br />

obren en ella, como fue la causa el mar de que se produjesen los reptiles de alma viva y<br />

los volátiles que vuelan debajo del firmamento del cielo, de los cuales ya no tiene<br />

necesidad la tierra aunque coma el pez, sacado del profundo, en aquella mesa que<br />

preparaste delante de los fieles 95 ; porque por eso fue sacado del profundo, para que<br />

alimente a la tierra seca.<br />

También las aves son generación marina: no obstante, multiplícanse sobre la tierra.<br />

Porque la infidelidad de los hombres fue causa de las primeras voces de los<br />

evangelizadores, aunque también los fieles son exhortados y bendecidos por ellos de mil<br />

modos de día en día. Mas el alma viviente toma su principio de la tierra, porque ya no<br />

aprovecha a los fieles, sino el contenerse del amor de este mundo, para que viva para ti<br />

su alma, que estaba muerta viviendo en delicias 96 , en delicias mortíferas, Señor; porque<br />

tú solo eres del corazón puro sus delicias vitales.<br />

30. Trabajen, pues, ya en la tierra tus ministros, no como en las aguas de la infidelidad,<br />

anunciando y hablando por milagros, sacramentos y voces místicas que atraen la atención<br />

de la ignorancia, madre de la admiración, por el temor de estos signos misteriosos -<br />

porque tal es la entrada a la fe en los hijos de Adán olvidados de ti en tanto que se<br />

esconden de tu faz y se hacen abismo-, sino trabajen también como en la tierra seca,<br />

separada de los peligros del abismo, y sean para los fieles modelo viviendo entre ellos<br />

excitándolos a la imitación. Porque de este modo oyen no sólo para oír, sino también para<br />

obrar. Buscad a Dios y vivirá vuestra alma 97 , para que la tierra produzca el alma viva. No<br />

queráis conformaros con este mundo 98 , absteneos de él. Evitando aquellas cosas que<br />

apeteciéndolas muere, es como vive el alma. Absteneos de la cruel firmeza de la soberbia,<br />

de la indolente voluptuosidad de la lujuria y del nombre falaz de la ciencia, a fin de que<br />

sean las bestias amansadas, y los brutos domados, y las serpientes inocuas. Movimientos<br />

de alma son éstos de un sentido alegórico; pero el fausto del orgullo, y el deleite de la<br />

libídine, y el veneno de la curiosidad son movimientos de un alma muerta; porque no<br />

muere ésta de modo que carezca de todo movimiento, sino que muere apartándose de la<br />

fuente de la vida, y ya así es recibida por el mundo pasajero y se conforma con él.<br />

31. Pero tu palabra, ¡oh Dios!, es fuente de vida eterna y no pasa; por eso en tu palabra<br />

es cohibido aquel apartamiento de él, cuando se nos dice: No queráis conformaros con<br />

este siglo, para que la tierra produzca en la misma fuente de la vida el alma viviente, y en<br />

tu palabra, por medio de tus evangelistas, un alma continente, imitando a los imitadores<br />

de tu Cristo. Porque esto es lo que quieren decir las palabras según su género, porque la<br />

emulación del varón viene del amigo: Sed -dice- como yo, porque yo soy como vosotros<br />

99 . Así en el alma viva habrá bestias buenas por la mansedumbre de sus acciones. Porque<br />

tú lo has ordenado diciendo: Haz tus obras con mansedumbre y serás amado de todo<br />

hombre 100 . También habrá brutos buenos, que no estarán hartos si comieren, ni<br />

necesitados si no comieren; y serpientes buenas, no perniciosas para dañar, sino astutas


para cautelar, y que exploran la naturaleza temporal en tanto cuanto basta para que por la<br />

inteligencia de las cosas creadas se perciba la eternidad. Porque tales animales sirven a la<br />

razón cuando, refrenados para que no hagan progresos mortíferos, viven y son buenos.<br />

CAPITULO XXII<br />

32. Porque he aquí, Señor Dios nuestro y creador nuestro, que cuando fueren cohibidas<br />

del amor del siglo aquellas afecciones con las cuales moriríamos viviendo mal, y<br />

comenzare a ser alma viviente viviendo bien, y fuere cumplida tu palabra, que dijiste por<br />

tu Apóstol: No queráis conformaron con este siglo, se seguirá también aquello otro que<br />

añadiste al punto y dijiste: Mas reformaos en la novedad de vuestra mente 101 , no ya<br />

según su género, como imitando al prójimo que nos precede, ni viviendo según la<br />

autoridad de un hombre mejor. Porque no dijiste: "Sea hecho el hombre según su<br />

género", sino: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza 102 , para que nosotros<br />

probemos cuál sea tu voluntad. Pues a este fin, aquel tu dispensador, engendrando hijos<br />

por el Evangelio y no queriendo tener siempre de párvulos a estos que él nutriera con<br />

leche y fomentara como una nodriza, dijo: Reformaos en la novedad de vuestra mente a<br />

fin de conocer la voluntad de Dios y qué sea lo bueno, acepto y perfecto 103 . Y por eso no<br />

dices: Sea hecho el hombre, sino: Hagámosle; ni dices según su género, sino a imagen y<br />

semejanza nuestra. Porque, renovado en la mente y contemplando tu verdad inteligible,<br />

no necesita de hombre que se la muestre para que imite a su género, sino que, teniéndote<br />

por guía, él mismo conoce cuál sea tu voluntad y qué es lo bueno, acepto y perfecto; y ya<br />

capaz, tú le enseñes a ver la Trinidad de su Unidad o la Unidad de su Trinidad. Y por eso<br />

habiendo dicho en plural: Hagamos al hombre, añadió en singular: e hizo Dios al hombre;<br />

y a lo dicho en plural: a imagen nuestra, repuso en singular: a imagen de Dios. Así es<br />

como el hombre se renueva en el conocimiento de Dios según la imagen de aquel que le<br />

ha creado 104 ; y, hecho espiritual, juzga de todas las cosas, que ciertamente han de ser<br />

juzgadas; mas él de nadie es juzgado 105 .<br />

CAPITULO XXIII<br />

33. En cuanto a que juzga todas las cosas, es lo mismo que decir que tiene potestad sobre<br />

los peces del mar, y las aves del cielo, y todas las bestias y fieras, y toda la tierra, y todos<br />

los reptiles que reptan sobre la tierra. Esto lo ejecuta por la inteligencia, por medio de la<br />

cual percibe las cosas que son del Espíritu de Dios 106 . Mas, por el contrario, el hombre<br />

constituido en tal honor no lo entendió, siendo comparado con los jumentos insensatos y<br />

hecho semejante a ellos 107 .<br />

Pero en tu Iglesia, ¡oh Dios nuestro!, conforme a la gracia que tú le has dado -porque<br />

somos obra de tus manos, creados para obras buenas 108 -, tanto los que espiritualmente<br />

presiden como los que espiritualmente obedecen a los que presiden -porque tú hiciste al<br />

hombre de este modo varón y hembra 109 según tu gracia espiritual, en la que no hay<br />

según el sexo material varón ni hembra, por no haber judío, ni griego, ni esclavo, ni libre<br />

110 -, tanto, digo, los que presiden como los que obedecen, juzgan ya espirituales<br />

espiritualmente no de los conocimientos espirituales que brillan en el firmamento, porque<br />

no conviene juzgar de tan sublime autoridad; ni siquiera de tu mismo Libro, aunque haya<br />

algo en él que no luzca; porque sometemos a él nuestra inteligencia y tenemos por cierto<br />

aun aquello que está cerrado a nuestras miradas y que está dicho recta y verazmente.<br />

Porque el hombre, aunque ya espiritual y renovado por el conocimiento de Dios según la<br />

imagen del que le ha creado, debe, sin embargo, ser así obrador de la ley y no juez 111 . Ni<br />

tampoco juzga de aquella distinción entre hombres espirituales y carnales, que son, ¡oh<br />

Dios nuestro!, bien conocidos para tus ojos, aunque no se nos han manifestado a nosotros<br />

con obra alguna todavía para que les conozcamos por sus frutos 112 ; pero tú, Señor, ya les<br />

conoces, y los has dividido y llamado en secreto antes de que fuera hecho el firmamento.<br />

Tampoco juzga el hombre, aunque espiritual, de los turbulentos pueblos de este mundo.<br />

Porque ¿qué le va a él en juzgar de los que están fuera 113 , ignorando quién vendrá de allí<br />

a la dulzura de tu gracia y quién permanecerá en la perpetua amargura de la impiedad?<br />

34. Por eso el hombre, a quien tú hiciste a tu imagen, no recibió potestad sobre los<br />

luminares del cielo, ni sobre el mismo cielo invisible, ni sobre el día y la noche, que<br />

llamaste antes de la constitución del cielo; ni sobre la congregación de las aguas, que es el<br />

mar; sino que la recibió sobre los peces del mar, y las aves del cielo, y todas las bestias, y


toda la tierra, y todos los reptiles que reptan sobre ella. Porque él juzga y aprueba lo que<br />

halla recto, y, al contrario, desaprueba lo que halla malo, sea en aquella solemnidad de<br />

sacramentos con que son iniciados los que tu misericordia busca en las aguas profundas,<br />

sea en aquella otra en que es presentado aquel pez que, sacado del profundo, come la<br />

tierra piadosa, sea, finalmente, en los signos de las palabras y en las voces sujetas a la<br />

autoridad de tu Libro, como revoloteando bajo el firmamento, interpretando, exponiendo,<br />

disertando, disputando, bendiciendo e invocándote con signos que brotan y suenan en la<br />

boca, para que el pueblo diga: Amén.<br />

La causa de que deban ser enunciadas corporalmente todas estas voces es el abismo del<br />

mundo y la ceguera de la carne, por la que no pueden ser vistos los pensamientos, siendo<br />

necesario hacer ruido en los oídos. Así, aunque se multipliquen las aves sobre la tierra,<br />

con todo traen su origen de las aguas. Juzga también el que es espiritual, aprobando lo<br />

bueno y reprobando lo malo que hallare en las obras y costumbres de los fieles, de las<br />

limosnas como de tierra fructífera, y del alma viva por los afectos domeñados por la<br />

castidad, por medio de ayunos y de pensamientos piadosos, por la parte que en ellos<br />

toman los sentidos del cuerpo. Porque ahora se dice que juzga de aquellas cosas en las<br />

cuales tiene facultad de corregir.<br />

CAPITULO XXIV<br />

35. Pero ¿qué es esto y qué misterio hay en ello? He aquí que tú, Señor, bendices a los<br />

hombres para que crezcan y se multipliquen y llenen la tierra. ¿Es verdad que no nos<br />

indicas nada con esto, a fin de que entendamos algún tanto por qué no bendijiste<br />

igualmente la luz, a la que llamaste día, ni el firmamento del cielo, ni a los luminares, ni a<br />

las estrellas, ni a la tierra, ni al mar? Yo diría que tú, nuestro Dios, que nos has creado a<br />

tu imagen, yo diría que tú quisiste otorgar propiamente este don de bendición al hombre,<br />

si no hubieras bendecido también de este modo a los peces y cetáceos, para que<br />

creciesen, y se multiplicasen, y llenasen las aguas del mar, y se multiplicasen las aves<br />

sobre la tierra.<br />

Asimismo diría que esta bendición pertenece a aquellos géneros de cosas que,<br />

engendrando de sí mismos, se multiplican, si la hallase también en los arbustos, frutales y<br />

bestias de la tierra. Ahora bien, ni a las hierbas y plantas ni a las bestias y serpientes se<br />

ha dicho: Creced y multiplicaos, no obstante que también todas estas cosas aumenten y<br />

conserven su género engendrando, como los peces, las aves y los hombres.<br />

36. ¿Qué, pues? ¿Diré, ¡oh Luz mía, oh Verdad!, que huelga esto y que ha sido dicho en<br />

vano? De ningún modo, ¡oh Padre de la piedad!; lejos esté de tu siervo que diga<br />

semejante cosa de tu palabra. Y si yo no entiendo lo que quieres significar con esta<br />

expresión, usen de ella mejor los mejores, esto es, los que son más inteligentes que yo,<br />

cada cual según el saber que tú le hayas dado. Sea, pues, agradable ante tus ojos mi<br />

confesión, por la que te confieso, Señor, mi creencia de no haber tú hablado así en vano.<br />

Ni tampoco callaré lo que se me ocurriere con ocasión de esta lectura. Porque ello es<br />

verdad y no veo nada que me impida entender de este modo las locuciones figuradas de<br />

tus libros, pues sé que lo que es entendido de un solo modo por la mente puede ser<br />

expresado de muchos por el cuerpo, y lo que se expresa de un modo por el cuerpo puede<br />

entenderse de muchos por la mente. Ved la simple dilección de Dios y del prójimo, con<br />

cuántos misterios y con cuántas lenguas, y en cada lengua, de cuán infinitos modos es<br />

enunciada corporalmente. Así es como crecen y se multiplican los fetos de las aguas.<br />

Atiende nuevamente, cualquiera que seas tú el que esto lea; he aquí que de un solo modo<br />

presenta la Escritura y la voz pronuncia: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra. ¿Por<br />

ventura no es cierto que puede entenderse esto de muchos modos, no por falacia del<br />

error, sino por los diversos géneros de interpretaciones verdaderas? Así es como crecen y<br />

se multiplican los fetos de los hombres.<br />

37. Y así, si entendemos las mismas naturalezas de las cosas no en sentido alegórico, sino<br />

propio, conviene la sentencia creced y multiplicaos a todas las cosas que son engendradas<br />

de semillas; pero si las tratamos en sentido figurado -lo que creo más bien que fue lo que<br />

intentó la Escritura, que no en vano atribuye esta bendición a solas las generaciones de las<br />

aguas y de los hombres-, hallaremos ciertamente multitudes, así en las criaturas<br />

espirituales y corporales como en el cielo y la tierra; en las almas justas e inicuas, como


en la luz y las tinieblas; en los santos autores por quienes nos ha sido suministrada la Ley,<br />

como en el firmamento colocado entre las aguas; en la sociedad de los pueblos amargos,<br />

como en el mar; en el cielo de las almas pías, como en la tierra seca; en las obras de<br />

misericordia, según la vida presente, como en las hierbas seminales y en los árboles<br />

frutales; en los dones espirituales manifestados para utilidad, como en los luminares del<br />

cielo, y en los afectos formados por la templanza, como en el alma viva. En todas estas<br />

cosas hallamos multitudes, abundancias y aumentos; pero el que de tal modo crezca y se<br />

multiplique que, siendo una cosa sola, sea enunciada de muchos modos y que una sola<br />

enunciación sea entendida de muchas maneras, no lo hallamos sino en los signos<br />

corporalmente expresados y en las cosas inteligiblemente excogitadas.<br />

Hemos entendido que estos signos corporalmente expresados son las generaciones de las<br />

aguas, por las causas necesarias de la carnal profundidad; y las cosas inteligiblemente<br />

excogitadas, las generaciones humanas, a causa de la fecundidad de la razón.<br />

Y ésta es la causa por qué hemos creído que a uno y otro de estos géneros les ha sido<br />

dicho por ti, Señor: Creced y multiplicaos, porque por esta bendición entiendo que nos ha<br />

sido concedida por ti la facultad y poder de enunciar de muchos modos lo que hubiéramos<br />

entendido de uno solo y de entender de muchos modos lo que leyéremos enunciado<br />

oscuramente de un solo modo.<br />

Y de esta manera es como se llenan las aguas del mar, que no se mueven sino con varios<br />

afectos, y así es como se llena la tierra de generaciones humanas, cuya aridez aparece en<br />

sus solicitudes y sobre las cuales domina la razón.<br />

CAPITULO XXV<br />

38. También quiero decir, Señor Dios mío, lo que me advierte tu Escritura en lo que sigue;<br />

y lo diré sin avergonzarme, porque diré cosas verdaderas, inspirándome tú lo que de tales<br />

palabras quieres que diga. Porque no creo que diga verdad inspirándome otro fuera de ti,<br />

siendo tú la verdad, y todo hombre, mentiroso 114 . Por eso, quien habla la mentira, habla<br />

de lo suyo 115 . Luego para que yo hable la verdad debo hablar de lo tuyo.<br />

He aquí que nos has dado para comida toda planta sativa que lleva simiente, la cual existe<br />

sobre toda tierra, y todo árbol que tiene en sí fruto de semilla sativa 116 . Y no para<br />

nosotros solos, sino también para todas las aves del cielo y bestias de la tierra y<br />

serpientes; mas no para los peces y grandes cetáceos. Porque decíamos que por los frutos<br />

de la tierra se significaban y figuraban alegóricamente las obras de misericordia que son<br />

ofrecidas por la fructífera tierra para las necesidades de esta vida. Tal tierra era el piadoso<br />

Onesíforo, a cuya casa comunicaste misericordia por haber refrigerado frecuentemente a<br />

tu Paulo y no haber tenido rubor de sus cadenas 117 .<br />

Y esto hicieron otros hermanos que fructificaron con tal fruto, que suplieron desde<br />

Macedonia lo que le faltaba 118 . Pero ¡cómo se duele de otros árboles que no le dieron el<br />

fruto debido, cuando dice: En mi primera defensa nadie me asistió, antes todos me<br />

abandonaron; no les sea esto imputado! 119 Porque estas cosas les son debidas a los que<br />

ministran la doctrina racional por medio de la inteligencia de los misterios divinos, y se les<br />

deben como a hombres; mas se les deben como a alma viva en cuanto se nos ofrecen<br />

para ser imitadas en toda suerte de continencia. También se les deben como a aves de<br />

cielo por sus bendiciones, que se multiplican sobre la tierra, porque su sonido se ha<br />

extendido por toda la tierra 120 .<br />

CAPITULO XXVI<br />

39. Apaciéntanse con estos alimentos quienes se gozan en ellos; mas no se gozan en ellos<br />

los que tienen a su vientre por Dios 121 . Porque tampoco en aquellos que dan estas cosas<br />

es el fruto lo que dan, sino la intención con que lo dan. Y así veo con toda claridad de<br />

dónde se gozaba aquel que servía a Dios, no a su vientre; le veo y le doy el parabién con<br />

toda el alma. Porque había recibido de los filipenses las cosas que le habían enviado por<br />

Epafrodito; mas ya veo de dónde le venía el gozo. Veníale el gozo de allí, de donde se<br />

alimentaba, porque, hablando con verdad, dijo: Me he alegrado vehementemente en el<br />

Señor, porque al fin habéis brotado hacia mí en aquellos sentimientos en que antes<br />

abundabais y que os habían causado tedio 122 . Estos, en efecto, con el largo tedio se<br />

habían marchitado y casi secado en orden a este fruto de buenas obras. Y se goza por


ellos, no por él, porque brotaron, porque socorrieron su indigencia. Por esto dice a<br />

continuación: No digo esto porque me haya faltado algo; porque he aprendido a bastarme<br />

con las cosas que tengo. Sé lo que es tener poco y lo que es abundar; he probado todas<br />

las cosas y estoy hecho a todo: a estar harto, a tener hambre, a abundar y a padecer<br />

penuria; todo lo puedo en aquel que me conforta 123 .<br />

40. ¿En qué, pues, te gozas, oh gran Pablo? ¿En qué te gozas? ¿En qué te apacientas, ¡oh<br />

hombre!, renovado en el conocimiento de Dios, según la imagen de aquel que te ha<br />

creado 124 , ya alma viva por tan gran continencia, ya lengua voladora que habla misterios?<br />

Porque a tales animales les es debido este manjar. ¿Qué es lo que te alimenta? La alegría.<br />

Oigamos lo que sigue: Sin embargo -dice-, hicisteis bien participando de mi tribulación 125 .<br />

De esto es de lo que se goza, de esto es de lo que se alimenta: porque obraron bien con<br />

él, no porque fuera aliviada su angustia, según aquel que te dice: En la tribulación me<br />

ensanchaste 126 ; porque también supo en ti, que eres quien le confortas, lo que es<br />

abundar y padecer penuria. Porque también vosotros, ¡oh filipenses!-dice-, sabéis que en<br />

el principio de mi predicación, cuando salí de Macedonia, ninguna iglesia me asistió con<br />

sus bienes en razón de lo dado y recibido, sino únicamente vosotros; porque una y más<br />

veces enviasteis a Tesalónica con qué atender a mis necesidades 127 . Gózase ahora de que<br />

hayan vuelto a estas buenas obras, y se alegra que hayan brotado como la fertilidad del<br />

campo que revive.<br />

41. Pero ¿es acaso por razón de sus necesidades por lo que dijo: Me enviasteis para<br />

remedio de mis necesidades? ¿Es acaso por esto por lo que se goza? No es por esto. Mas ¿<br />

de dónde sabemos esto? De lo que él mismo añade, diciendo: No porque busque la<br />

dádiva, sino porque exijo el fruto 128 . He aprendido de ti, Dios mío, a distinguir entre el<br />

don y el fruto. Don es la cosa que da quien socorre tales necesidades, como, por ejemplo,<br />

el dinero, la comida, la bebida, el vestido, el hospedaje, la ayuda. Mas el fruto es la buena<br />

y recta voluntad del dador. Porque no dice solamente el Maestro El que recibiere al<br />

profeta, sino que añadió en nombre del profeta. Ni dijo solamente: El que recibiere al<br />

justo, sino añadió: en nombre del justo; porque así es como recibí aquél la merced del<br />

profeta y éste la del justo. Ni dijo solamente: El que diera a uno de mis pequeñuelos un<br />

vaso de agua fría, sino que añadió: únicamente en nombre del discípulo; y así agregó: En<br />

verdad os digo que no perderá su recompensa. Don es recibir al profeta, recibir al justo,<br />

dar un vaso de agua fría al discípulo; fruto, hacer esto en nombre del profeta, en nombre<br />

del justo, en nombre del discípulo 129 . Con el fruto era apacentado Elías por la viuda, que<br />

sabía que alimentaba a un hombre de Dios y como a tal le alimentaba; mas por el cuervo<br />

era alimentado con el don. Ni era el Elías interior, sino el exterior, el que era alimentado, y<br />

que a su vez era quien por falta de tal alimento podía destruirse.<br />

CAPITULO XXVII<br />

42. Por eso diré lo que es verdadero en tu presencia, Señor. Cuando hombres idiotas e<br />

infieles 130 -para iniciar y ganar a los cuales son necesarios los sacramentos de iniciación y<br />

las grandezas de los milagros, los cuales creemos que han sido significados con los<br />

nombres de peces y cetáceos -reciben corporalmente a tus siervos para sustentarlos o<br />

ayudarlos en alguna necesidad de la vida presente, ignorando el motivo por qué lo deben<br />

hacer y a qué clase de aquéllos pertenezcan, y así ni aquéllos sustentan a éstos, ni éstos<br />

son sustentados por aquéllos; porque ni aquéllos obran estas cosas con santa y recta<br />

voluntad, ni éstos se alegran con las dádivas de aquéllos, en los que no ven todavía fruto.<br />

Porque, realmente, el alma se apacienta de aquello de que se alegra. Y ésta es la razón<br />

por que los peces y los cetáceos no comen de los manjares que no germinan, sino la tierra<br />

distinta y separada ya de la amargura de las olas marinas.<br />

CAPITULO XXVIII<br />

43. Y viste, Señor, todas das cosas que hiciste y hallaste que todas eran muy buenas;<br />

también nosotros las vemos, y nos parecen todas muy buenas. En cada uno de los géneros<br />

de tus obras, cuando dijiste que fuesen y fueran hechas, viste que cada uno de ellos era<br />

bueno. Siete veces he contado que dice la Escritura que viste que era bueno lo que<br />

creaste, y la octava nos dices que viste todas las cosas que hiciste y que no sólo eran<br />

buenas, sino muy buenas, todas ellas en conjunto. Porque tomadas cada una de por sí,<br />

son todas buenas; pero todas ellas juntas son buenas y muy buenas. Esto mismo nos<br />

dicen también los cuerpos que son hermosos; porque más hermoso es sin comparación el<br />

cuerpo cuyos miembros todos son hermosos que no cada uno de los miembros, de cuya


conexión ordenadísima se compone el conjunto, aunque cada uno en particular sea<br />

hermoso.<br />

CAPITULO XXIX<br />

44. Y puse atención para ver si eran siete u ocho veces las que viste que eran buenas tus<br />

obras cuando te agradaron; mas en tu visión no hallé tiempos por los que entendiera que<br />

otras tantas veces viste lo que hiciste; y dije: ¡Oh Señor!, ¿acaso no es verdadera esta<br />

Escritura tuya, cuando tú, veraz y la misma Verdad 131 , eres el que la has promulgado? ¿<br />

Por qué, pues, me dices tú que en tu visión no hay tiempos, si esta tu Escritura me dice<br />

que por cada uno de los días viste que las cosas que hiciste eran buenas, y contando las<br />

veces hallé ser otras tantas? A esto me dices tú -porque tú eres mi Dios-, y lo dices con<br />

voz fuerte en el oído interior a mí, tu siervo, rompiendo mi sordera y gritando: ¡Oh<br />

hombre!, lo que dice mi Escritura eso mismo digo yo; pero ella lo dice en orden al tiempo,<br />

mientras el tiempo no tiene que ver con mi palabra, que permanece conmigo igual en la<br />

eternidad; y así, aquellas cosas que vosotros veis por mi Espíritu, yo las veo; y asimismo,<br />

las que vosotros decís por mi Espíritu, yo las digo. Mas viéndolas vosotros temporalmente<br />

no las veo yo temporalmente, del mismo modo que diciéndolas vosotros temporalmente<br />

no las digo yo temporalmente.<br />

CAPITULO XXX<br />

45. He oído, Señor Dios mío, y he gustado una gota de la dulzura de tu verdad, y he<br />

entendido que hay algunos a quienes desagradan tus obras, muchas de las cuales, dicen,<br />

las hiciste compelido por la necesidad, como la fábrica de los cielos y la composición de las<br />

estrellas; y esto, no de cosa tuya, sino que ya antes existían creadas en otra parte y por<br />

otro, y que tú las redujiste, compaginaste y entrelazaste, cuando de los enemigos<br />

vencidos fabricaste la fortaleza de este mundo, para que cautivos en esta construcción no<br />

pudieran rebelarse nuevamente contra ti; pero que otras cosas, como las carnes y los<br />

animales diminutos y todo lo que echa raíces en la tierra, ni las has hecho tú ni de ningún<br />

modo las has compaginado, sino que las has engendrado y formado una mente enemiga y<br />

una naturaleza diferente de ti y no creada por ti. Locos, dicen estas cosas porque no ven<br />

tus obras a través de tu Espíritu, ni te conocen en ellas.<br />

CAPITULO XXXI<br />

46. Mas los que las ven a través de tu Espíritu, tú eres quien las ves en ellos. Y, por tanto,<br />

cuando ellos ven que son buenas, tú eres quien ve que son buenas, y cualesquiera que por<br />

ti les plazcan, tú eres quien les place en ellas, y los que por tu Espíritu nos placen, a ti te<br />

placen en nosotros. ¿Quién de los hombres sabe las cosas del hombre sino el espíritu del<br />

hombre que está en él? Así también, las cosas que son de Dios no las sabe nadie sino el<br />

Espíritu de Dios 132 . Mas nosotros -dice-no hemos recibido el espíritu de este mundo, sino<br />

el espíritu que es de Dios, para que sepamos las cosas que nos han sido donadas por Dios<br />

133 . Mas siéntome tentado a preguntar: Ciertamente que nadie sabe las cosas que son de<br />

Dios sino el Espíritu de Dios; pero ¿cómo sabemos nosotros también las cosas que nos han<br />

sido donadas por Dios? Y oigo que se me responde: Las cosas que sabemos por su<br />

Espíritu, puede decirse que no las sabe nadie sino el Espíritu de Dios 134 . Porque así como<br />

se ha dicho rectamente de aquellos que habían de hablar con el Espíritu de Dios: No sois<br />

vosotros los que habláis 135 , así también de los que conocen las cosas por el Espíritu de<br />

Dios se dice rectamente: No sois vosotros los que conocéis; y, consiguientemente, a los<br />

que ven con el Espíritu de Dios se les dice no menos rectamente: No sois vosotros los que<br />

veis. Así, cuanto ven en el Espíritu de Dios que es bueno, no son ellos, sino es Dios el que<br />

ve que es bueno. Una cosa es, pues, que uno juzgue que es malo lo que es bueno, como<br />

hacen los que hemos dicho antes; otra, que lo que es bueno vea el hombre que es bueno,<br />

como sucede a muchos, a quienes agrada tu creación porque es buena, y, sin embargo, no<br />

les agradas tú en ella, por lo que quieren gozar más de ella que de ti; y otra, finalmente,<br />

el que cuando el hombre ve algo que es bueno, es Dios el que ve en él que es bueno, para<br />

que Dios sea amado en su obra, el cual no lo sería si no fuera por el Espíritu que nos ha<br />

dado; porque el amor de Dios se ha difundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo<br />

que se nos ha dado 136 , por el cual vemos que es bueno cuanto de algún modo es, porque<br />

procede de aquel que es, no de cualquier modo, sino ser por esencia.<br />

CAPITULO XXXII


47. ¡Gracias te sean dadas, Señor! Vemos el cielo y la tierra, ya la parte corporal superior<br />

e inferior, ya la creación espiritual y corporal; y en el adorno de estas dos partes de que<br />

consta, ya la mole entera del mundo, ya la creación universal sin excepción, vemos la luz<br />

creada y dividida de las tinieblas. Vemos el firmamento del cielo, sea el que está entre las<br />

aguas espirituales superiores y las corporales inferiores, cuerpo primario del mundo; sea<br />

este espacio de aire -porque también esto se llama cielo- por el que vagan las aves del<br />

cielo entre las aguas que van sobre ellas en forma de vapor y caen en las noches serenas<br />

en forma de rocío, y estas aguas que corren graves sobre la tierra. Vemos en los vastos<br />

espacios del mar la belleza de las aguas reunidas, y la tierra seca, ya desnuda, ya formada<br />

de modo que fuere visible y compuesta y madre de hierbas y de árboles. Vemos de lo alto<br />

resplandecer los luminares: el sol, que se basta para el día, y la luna y las estrellas, que<br />

alegran la noche, y con todos los cuales se notan y significan los tiempos. Vemos toda la<br />

naturaleza húmeda, fecundada de peces y de monstruos y de aves, porque la grosura del<br />

aire que soporta el vuelo de las aves se forma con las emanaciones de las aguas. Vemos<br />

que la superficie de la tierra se hermosea con animales terrestres, y que el hombre, hecho<br />

a tu imagen y semejanza, por esta misma imagen y semejanza, esto es, en virtud de la<br />

razón y de la inteligencia, es antepuesto a todos los animales irracionales; mas al modo<br />

que en su alma una cosa es lo que domina consultando y otra lo que se somete<br />

obedeciendo, así fue hecha aún corporalmente para el hombre la mujer, la cual, aunque<br />

fuera igual en naturaleza racional a éste, fuera, sin embargo, en cuanto al sexo del cuerpo,<br />

sujeta al sexo masculino, del mismo modo que se somete el apetito de la acción para<br />

concebir de la razón de la mente la facilidad de obrar rectamente. Vemos estas cosas,<br />

cada una por sí buena y todas juntas muy buenas.<br />

CAPITULO XXXIII<br />

48. Alábante tus obras para que te amemos, y amámoste para que te alaben tus obras,<br />

las cuales tienen por razón del tiempo principio y fin, nacimiento y ocaso, aumento y<br />

disminución, apariencia y privación. Tienen, pues, consiguientemente, mañana y tarde,<br />

parte oculta y parte manifiesta. Porque han sido hechas de la nada por ti, no de ti, ni de<br />

alguna cosa no tuya o que ya existiera antes, sino de la materia concretada, esto es,<br />

creada a un tiempo por ti, porque tú formaste sin ningún intermedio de tiempo su<br />

informidad. Porque siendo una cosa la materia del cielo y de la tierra y otra la forma del<br />

cielo y de la tierra, tú hiciste, sin embargo, a un tiempo las dos cosas, la materia de la<br />

nada absoluta, la forma del mundo de la materia informe, a fin de que la forma siguiese a<br />

la materia sin ninguna demora interpuesta.<br />

CAPITULO XXXIV<br />

49. También consideramos la significación por qué cosas quisiste que éstas fueren hechas<br />

con tal orden o con tal orden descritas, y vimos, por ser cada cosa buena y todas juntas<br />

muy buenas, significada en tu Verbo, en tu Único, el cielo y la tierra, la cabeza y cuerpo de<br />

la Iglesia, en la :predestinación anterior a todos los tiempos sin mañana ni tarde. Pero<br />

cuando comenzaste a poner por obra temporalmente las cosas predestinadas para<br />

manifestar las cosas ocultas y componer nuestras descomposturas -porque sobre nosotros<br />

eran nuestros pecados y habíamos descendido lejos de ti al abismo tenebroso, sobre el<br />

que era sobrellevado tu Espíritu bueno para socorrernos en tiempo oportuno-, y<br />

justificaste a los impíos y los separaste de los inicuos, y afirmaste la autoridad de tu Libro<br />

entre los superiores, que sólo a ti serían dóciles, y los inferiores, que habían de<br />

sometérseles a éstos, y congregaste a la sociedad, de los infieles en una misma<br />

aspiración, a fin, de que apareciesen los anhelos de los fieles y te preparasen obras de<br />

misericordia, distribuyendo a los pobres las riquezas terrenas para adquirir las celestiales.<br />

Luego encendiste ciertos luminares en el firmamento, tus santos, que tienen palabra de<br />

vida, y, llenos de dones espirituales, brillan con soberana autoridad.<br />

Después, para instruir a las gentes infieles, produjiste los sacramentos y milagros visibles,<br />

y las voces de palabras según el firmamento de tu Libro -con que fuesen bendecidos<br />

también los fieles- de la materia corporal. Más tarde formaste el alma viva de los fieles por<br />

medio de los afectos ordenados con el vigor de la continencia, y, finalmente, renovaste a<br />

tu imagen y semejanza al alma, a ti solo sujeta y que no tiene necesidad ninguna de<br />

autoridad humana que imitar; y sometiste a la excelencia del entendimiento la acción<br />

racional, como al varón la mujer, y quisiste que todos tus ministerios, necesarios para


perfeccionar a los fieles en esta vida, fuesen socorridos por los mismos fieles, en orden a<br />

las necesidades temporales, con obras fructuosas para lo futuro.<br />

Vemos todas estas cosas y todas son muy buenas, porque tú las ves en nosotros, tú que<br />

nos diste el Espíritu con que las viéramos y en ellas te amáramos.<br />

CAPITULO XXXV<br />

50. Señor Dios, danos la paz, puesto que nos has dado todas las cosas; la paz del<br />

descanso, la paz del sábado, la paz que no tiene tarde. Porque todo este orden<br />

hermosísimo de cosas muy buenas, terminados sus fines, ha de pasar; y por eso se hizo<br />

en ellas mañana y tarde.<br />

CAPITULO XXXVI<br />

51. Mas el día séptimo no tiene tarde, ni tiene ocaso, porque lo santificaste para que<br />

durase eternamente, a fin de que así como tú descansaste el día séptimo después de<br />

tantas obras sumamente buenas como hiciste, aunque las hiciste estando quieto, así la<br />

voz de tu Libro nos advierte que también nosotros, después de nuestras obras, muy<br />

buenas, porque tú nos las has donado, descansaremos en ti el sábado de la vida eterna.<br />

CAPITULO XXXVII<br />

52. Porque también entonces descansarás en nosotros, del mismo modo que ahora obras<br />

en nosotros; y así será aquel descanso tuyo por nosotros, como ahora son estas obras<br />

tuyas por nosotros. Tú, Señor, siempre obras y siempre estás quieto; ni ves en el tiempo,<br />

ni te mueves en el tiempo, ni descansas en el tiempo, y, sin embargo, tú eres el que haces<br />

la visión temporal y el tiempo mismo y el descanso del tiempo.<br />

CAPITULO XXXVIII<br />

53. Nosotros, pues, vemos estas cosas, que has hecho, porque son; mas tú, porque las<br />

ves, son. Nosotros las vemos externamente, porque son, e internamente, porque son<br />

buenas; mas tú las viste hechas allí donde viste que debían ser hechas. Nosotros, en otro<br />

tiempo, nos hemos sentido movidos a obrar bien, después que nuestro corazón concibió<br />

de tu Espíritu; pero en el tiempo anterior fuimos movidos a obrar mal, abandonándote a<br />

ti; tú, en cambio, Dios, uno y bueno, nunca has cesado de hacer bien. Algunas de nuestras<br />

obras, por gracia tuya, son buenas; pero no sempiternas: después de ellas esperamos<br />

descansar en tu grande santificación. Mas tú, bien que no necesitas de ningún otro bien,<br />

estás quieto, porque tú mismo eres tu quietud. Pero ¿qué hombre dará esto a entender a<br />

otro hombre? ¿Qué ángel a otro ángel? ¿Qué ángel al hombre? A ti es a quien se debe<br />

pedir, en ti es en quien se debe buscar, a ti es a quien se debe llamar: así; así se recibirá,<br />

así se hallará y así se abrirá 137 . Amén.<br />

EL ESPEJO DE LA SAGRADA ESCRITURA<br />

Traductor: Manuel A. Marcos Casquero<br />

¿Quién ignora que en las Sagradas Escrituras (es decir, las acordes con la ley, proféticas<br />

evangélicas, apostólicas y sancionadas por la autoridad canónica) existen pasajes<br />

expresados de modo que se conozcan y se crea en ellos - por ejemplo, "en el principio<br />

creó Dios el cielo y la tierra" 1 y "en el principio era el Verbo" 2 -; otro que narran los<br />

hechos divinos y los humanos con la única finalidad de que sean conocidos; y otros, en fin,<br />

que se recogen como mandamientos para que sean observados y cumplidos, o como<br />

prohibiciones para no realizar determinados actos -por ejemplo, "honra al padre y a la<br />

madre" 3 ; y "no cometerás adulterio" 4 ?<br />

Pues bien: de aquellos pasajes que fueron escritos para ordenar o prohibir, hay algunos<br />

que se presentan envueltos en el velo del misterio. Así, muchos de los mandatos del<br />

Antiguo Testamento formulados para que aquel pueblo los cumpliera, pero que hoy día no<br />

son observados por el pueblo cristiano, sino que únicamente se examinan y se analizan<br />

para ser comprendidos; por ejemplo, que el sábado sea día de descanso que hay que<br />

observar 5 ; o la prescripción de los ázimos en el pan sin levadura 6 ; o la pascua, en que se<br />

sacrifica un cordero 7 ; en fin, tantos tipos de sacrificios y de alimentos que hay que evitar;


las celebraciones de la luna nueva y las festividades anuales, que todavía hoy observan los<br />

judíos; aquellas "justificaciones" que no pertenecen propiamente a obras de justicia, pero<br />

que se las considera portadoras de algún significado. En efecto, ¿qué cristiano se siente<br />

obligado a conceder la libertad a un siervo al cabo de siete años, y en el caso de que éste<br />

no quiera ser libre lo arrima a la jamba de su puerta y le perfora la oreja con un punzón 8 ,<br />

y demás prescripciones de este tipo?<br />

En cambio, hay otras prescripciones que también hoy día deben observarse,<br />

cumpliéndolas, si se trata de mandamientos que hay que realizar, o absteniéndose de<br />

algo, si se trata de prohibiciones; por ejemplo, los que antes he mencionado: "honra al<br />

padre y a la madre" y "no cometerás adulterio".<br />

Pues bien: acerca de esos pasajes que se encuentran en las Sagradas Escrituras y que<br />

ordenan, prohíben o permiten algo. que atañen al ejercicio de la vida piadosa y de las<br />

buenas costumbres, y que deben observarse también hoy día, en tiempos del Nuevo<br />

Testamento, es por lo que he comenzado a componer esta obra que tengo entre manos,<br />

para reunir, con la ayuda de Dios, todos esos preceptos entresacándolos de los libros<br />

canónicos y agrupándolos para que puedan fácilmente ser observados, como en un espejo.<br />

En efecto, es conveniente que se expongan de la forma que han sido expuestos por<br />

nuestros autores, para que en las exposiciones o en las controversias los preceptos<br />

figurados se mezclen con los auténticos y los auténticos con los figurados, mientras se<br />

observa el orden narrativo de los hechos, o se responde a los adversarios, o se instruye a<br />

quienes hay que enseñar, o con el descubrimiento de lo encubierto en cierto modo se<br />

renueva la atención de quienes sienten aversión hacia lo sencillo y evidente.<br />

Nosotros en esta obra ni intentamos llevar hasta la fe o infundírsela a quien no la tiene, ni<br />

pretendemos ejercitar, mediante algunas dificultades provechosas, el ingenio y la atención<br />

de los instruidos, sino que aconsejamos que aquí se mire aquel que, creyendo ya, no<br />

quiere obedecer a Dios, y que se dé cuenta de cuánto le aprovecha mantenerse en las<br />

buenas costumbres y en las buenas obras, y cuánto le hace falta. Así puede dar las gracias<br />

por lo que tiene y actuar convenientemente para poseer lo que no tiene, y, por<br />

conservarlo o por alcanzarlo, mostrar la preocupación y elevar las plegarias propias de una<br />

piedad sincera.<br />

Entre todos estos preceptos que he decidido reunir aquí para tenerlos a la vista, aquellos<br />

que parezcan mostrarse contrarios entre sí deberán ser expuestos y desentrañados más<br />

adelante, tras plantear las cuestiones.<br />

Realmente, ¿quién ignora que en el Nuevo Testamento los castigos por las malas acciones<br />

y los premios por las buenas obras (si bien he considerado oportuno no hacerme eco de<br />

ninguno) son muy distintos a los castigos y premios antiguos?<br />

Partiendo de la Ley misma dictada por medio de Moisés, vamos a comenzar el exordio de<br />

los preceptos divinos qué hemos prometido registrar.<br />

I. Del libro de la Ley titulado Éxodo<br />

"No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás escultura ni imagen alguna de<br />

cuanto hay arriba, en el cielo, ni de lo que hay abajo, en la tierra, ni de lo que existe en<br />

las aguas, bajo la tierra. No las adorarás ni rendirás culto 9 . Y asimismo: "No emplearás en<br />

falso el nombre de tu Dios, porque el Señor no dejará sin castigo a aquel que emplee en<br />

falso el nombre del Señor, su Dios" 10 . Y un poco más adelante: "Honra a tu padre y a tu<br />

madre para que llegues a ser viejo sobre la tierra que te entregará el Señor, tu Dios. No<br />

matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No prestarás falso testimonio contra tu<br />

prójimo. No desearás la casa de tu prójimo, ni codiciarás a su mujer, ni a su siervo, ni a su<br />

esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada de cuanto le pertenece" 11 .<br />

Asimismo, después del Decálogo, en otros pasajes de este mismo libro se encuentran las<br />

siguientes normas de conducta: "no os hagáis conmigo dioses de plata, ni os hagáis dioses<br />

de oro" 12 . Y un poco más adelante: "El que hiera a un hombre con la intención de matarlo,<br />

pénesele con la muerte. Pero el que no le tendió asechanzas, sino que Dios se lo puso a<br />

mano para herido, yo le indicaré un lugar en el que pueda refugiarse. Si alguien<br />

intencionadamente matara a su prójimo tendiéndole asechanzas, lo arrancarás de mi<br />

mismo altar para matarlo. Al que hiera a su padre o a su madre, pénesele con la muerte.


Al que secuestrare a un hombre o lo vendiere, convicto de su delito, pénesele con la<br />

muerte. Al que maldijere a su padre o a su madre, pénesele con la muerte. Si dos<br />

hombres se pelean y uno de ellos hiere al otro con una piedra o con el puño, y no muere,<br />

pero debe guardar cama, si se levantara y pudiera salir a la calle apoyado en un bastón, el<br />

que lo golpeó será inocente, pero deberá abonarle los días que no pudo trabajar y lo que<br />

se gastó en médicos. Quien azotara a su siervo o a su esclava con una vara y muriera bajo<br />

sus manos, será reo de delito; pero si sobreviviere uno o dos días, estará libre de culpa,<br />

porque la víctima pertenecía a su hacienda. Si pelearan dos hombres y alguno de ellos<br />

golpeara a una mujer preñada y le provocara un aborto, pero no se produjera muerte,<br />

será sancionado con una indemnización que determine el marido de la mujer y establezcan<br />

los jueces; pero si se produjera su muerte, pagará vida por vida, ojo por ojo, diente por<br />

diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida,<br />

cardenal por cardenal. Si alguien golpeare en un ojo a su siervo o a su esclava y los dejara<br />

tuertos, les concederá la libertad en compensación por el ojo que les ha saltado.<br />

Asimismo, si provoca la caída de un diente a su siervo o a su esclava, los dejará<br />

igualmente libres. Si un buey corneara a un hombre o a una mujer y murieran, lapídese al<br />

animal; no se comerá su carne, y el dueño del buey será inocente. Pero si el buey tiraba<br />

cornadas desde ayer o antesdeayer, y advirtieron a su dueño, pero éste no lo mantuvo<br />

encerrado: si matara a un hombre o a una mujer, el buey será lapidado y matarán<br />

también a su dueño. Si se le impusiera un rescate pagará por su vida lo que se le reclame.<br />

Si el buey cornea a un niño o a una niña, se aplicará idéntico criterio. Si atacara a un<br />

siervo o a una esclava, pagará al amo de éstos treinta siclos de plata, y el buey será<br />

lapidado. Si uno descubriera un pozo o lo cavara y no lo tapase, y un buey o un asno<br />

cayera en él, el dueño del pozo abonará el precio de los animales; pero el animal muerto<br />

pasará a pertenecerle. Si el buey de una persona hiriese y provocase la muerte al buey de<br />

otro propietario, venderán el buey vivo y repartirán lo obtenido; asimismo, se repartirán el<br />

animal muerto. Ahora bien: si se sabía que el buey tiraba cornadas desde ayer o<br />

antesdeayer, y su dueño no lo tuvo vigilado, entregará su buey por el otro buey, y el<br />

animal muerto será entero de su propiedad. Si alguien robare un buey o una oveja, y lo<br />

matare o vendiere, restituirá cinco bueyes por buey y cuatro ovejas por oveja" 13 .<br />

"Si un ladrón fuera descubierto forzando una casa o perforando una pared, y, después de<br />

herírsele, muriera, su homicida no será reo de sangre. Pero si ello sucediese después de<br />

amanecer, el causante del homicidio será penado también con la muerte. Si un ladrón no<br />

tuviera con qué restituir lo robado, será vendido. Si en su poder se hallase aún vivo lo que<br />

robó -trátese de un buey, un asno o una oveja-, restituirá el doble. Si alguien causara<br />

daño en un campo o en una viña por dejar suelto su ganado para que paste en propiedad<br />

ajena, restituirá, por el daño estimado, lo mejor que tuviera en su campo o en su viña. Si<br />

al prender fuego éste se extiende a zarzales y alcanza la mies amontonada o aún sin<br />

cosechar en los campos, el que encendió el fuego abonará los daños. Si uno confiara a un<br />

amigo dinero o enseres para que se los guarde, y son sustraídos por robo de la casa del<br />

receptor, si el ladrón fuera descubierto, restituirá el doble; si no apareciera, el dueño de la<br />

casa se presentará ante los dioses (sic) y jurará que no ha puesto su mano sobre las<br />

pertenencias de su prójimo para perpetrar un fraude, ya se trate de un buey, como de un<br />

asno, una oveja o un vestido, o de algo a lo que pueda causarse daño; los afectados<br />

acudirán ante los dioses (sic), y si éstos emiten su veredicto, el culpable restituirá el doble<br />

a su prójimo. Si uno encomienda a su prójimo la custodia de un asno, un buey, una oveja<br />

o cualquier otro animal, y dicho animal muriera, resultara inválido o fuera robado por<br />

cuatreros sin que nadie se diera cuenta de ello se interpondrá juramento de que no ha<br />

puesto su mano sobre las pertenencias de su prójimo; el dueño aceptará el juramento, y<br />

el otro no se verá obligado a restituir. Pero si se le sustrajeran por hurto, pagaría una<br />

indemnización al dueño. Si el animal es devorado por una fiera, preséntele los restos y no<br />

deberá restituir. Quien pidiere prestado a su prójimo una cualquiera de aquellos animales,<br />

y resultare inválido o muerte sin estar presente su dueño, se verá obligado a restituir.<br />

Ahora bien: si el dueño estuviere presente, no deberá restituir excepto el precio del<br />

alquiler, si es que se había alquilado el animal. Si alguien sedujera a una doncella aún no<br />

desposada y yaciera con ella, le entregará una dote y la tomará por esposa. Si el padre de<br />

la doncella se negará a entregársela, el seductor pagará la cantidad que se acostumbra a<br />

pagar por las doncellas. No consentirás que las hechiceras sigan con vida. Pénese con la<br />

muerte a quienquiera que tuviere ayuntamiento carnal con animales. Quien realice<br />

sacrificios en honor de los dioses -salvo sólo el Señor-, mátesele. No entristecerás ni<br />

afligirás a ningún extranjero, pues también vosotros fuisteis extranjeros en la tierra de<br />

Egipto. No causaréis daño a la viuda ni al huérfano: si llegarais a dañarlos, clamarán ante<br />

mí y yo escucharé su clamor, se inflamará mi cólera y os golpearé con la espada; vuestras


mujeres se quedarán viudas, y vuestros hijos, huérfanos. Si le prestaras dinero a uno de<br />

mi pueblo, a un pobre que vive junto a ti, no se lo reclamarás como un acreedor ni lo<br />

exprimirás con usuras. Si a tu prójimo le tomaras en prenda el vestido, devuélveselo antes<br />

de la puesta del sol, pues es el único vestido con que cubre su cuerpo y no tiene otra cosa<br />

con que dormir. Si clamara ante mí, lo escucharía, porque soy misericordioso. No<br />

blasfemarás contra los dioses (sic) ni maldecirás al dirigente de tu pueblo. No retrasarás el<br />

ofrecimiento de tus diezmos y de tus primicias. Me entregarás al primogénito de tus hijos"<br />

14 .<br />

Y un poco más adelante: "No escuches falsos rumores, no ofrecerás tu colaboración para<br />

prestar falso testimonio en favor de un impío. No seguirás a la chusma para hacer el mal,<br />

ni en un juicio te plegarás al parecer de la mayoría apartándote de la verdad. Tampoco en<br />

los pleitos te compadecerás de los pobres. Si encuentras perdidos el buey o el asno de un<br />

enemigo tuyo, devuélveselos. Si vieras que el asno de una persona a la que odias se<br />

encuentra caído bajo su carga, no pasarás de largo, sino que le ayudarás a levantarlo. En<br />

un juicio, no desatenderás los derechos del pobre. Rehúye la mentira. No matarás al<br />

inocente y al justo, porque yo desprecio al impío. No recibas regalos, que ciegan incluso a<br />

los prudentes y pervierten las opiniones de los justos. No mostrarás animosidad hacia el<br />

extranjero, pues vosotros conocéis bien los sentimientos de un forastero, porque también<br />

vosotros fuisteis extranjeros en la tierra de Egipto" 15 .<br />

Y unas líneas más abajo, cuando se refiere a los extranjeros: "No adorarás a sus dioses ni<br />

les rendirás culto. No imitarás sus obras, sino que las destruirás, y demolerás sus<br />

estatuas. Serviréis a Dios, vuestro Señor" 16 .<br />

Mucho después, en el mismo libro, hablando de los dioses de los gentiles: "Y destruye sus<br />

altares, demuele sus estatuas y tala sus bosques sagrados. No adores a un dios ajeno. El<br />

Señor, cuyo nombre es Zelotes ("celoso"), Dios celoso es. No establezcas pactos con<br />

hombres de otros países, no sea que, cuando se prostituyan ante sus dioses y adoren sus<br />

estatuas, alguien te invite a comer de lo que han sacrificado. Tampoco elijas de entre sus<br />

hijas esposa para tus hijos, no sea que, cuando ellas se prostituyan ante sus dioses, te<br />

hagan prostituir a ti y a tus hijos ante los mismos. No te fabricarás dioses de metal" 17 .<br />

Y un poco más adelante: "Ofrecerás a la casa del Señor, tu Dios, las primicias de los frutos<br />

de tu tierra" 18 .<br />

He considerado oportuno reunir estas sentencias del libro de la Ley que se titula Éxodo.<br />

Examinemos ahora del mismo modo lo que tenemos en el siguiente, el Levítico.<br />

II. Del Levítico<br />

"Ningún varón -dice- se acercara a una mujer próxima en parentesco para descubrir su<br />

desnudez. Yo, el Señor. No descubrirás la desnudez de tu padre ni la de tu madre; es tu<br />

madre: no descubrirás su desnudez. No descubrirás la desnudez de la esposa de tu padre,<br />

pues es la desnudez de tu padre. No descubrirás la desnudez de una hermana tuya, por<br />

línea paterna o materna, nacida en casa o fuera de ella: no descubrirás su desnudez. No<br />

descubrirás la desnudez de una hija de tu hijo o de una nieta tuya, hija de tu hija, porque<br />

es tu propia desnudez. No descubrirás la desnudez de la hija de la esposa de tu padre, por<br />

tu padre engendrada: es tu hermana, y no descubrirás su desnudez. No descubrirás la<br />

desnudez de la hermana de tu padre, porque es carne de tu padre. No descubrirás la<br />

desnudez de la hermana de tu madre, porque es carne de tu madre. No descubrirás la<br />

desnudez de tu tío paterno, ni te acercarás a tu esposa, relacionada contigo por su<br />

parentesco. No descubrirás la desnudez de tu nuera, porque es la esposa de tu hijo; no<br />

descubrirás su desnudez. No descubrirás la desnudez de la esposa de tu hermano, porque<br />

es la desnudez de tu hermano. No descubrirás la desnudez de tu esposa ni la de su hija.<br />

No tomarás a la hija de su hijo, ni a la hija de su hija para descubrir su desnudez, porque<br />

son su carne, y tal coito es un incesto. No tomarás a la hermana de tu mujer para<br />

convertida en rival suya, ni descubrirás su desnudez mientras tu esposa aún vive. No te<br />

acercarás a una mujer que esté con el período menstrual, ni descubrirás su desnudez. No<br />

tendrás comercio carnal con la esposa de tu prójimo, ni la mancillarás con la emulsión de<br />

tu semen. No entregarás a ninguno de tus descendientes para ser ofrendado al ídolo<br />

Moloch , ni profanarás el nombre de tu Dios. Yo, el Señor. No te ayuntarás con hombre<br />

como si de coito con mujer se tratara: es una abominación. No te ayuntarás con bestia<br />

alguna, ni te mancillarás con ella. La mujer no se prostituirá con ninguna bestia, ni se


ayuntará con ella, porque es una depravación. No os mancilléis con ninguno de estos<br />

actos" 19 .<br />

Y un poco más adelante: "Respete cada uno a su padre y a su madre" 20 . Y un versículo<br />

después: "No os volváis hacia los ídolos ni os fabriquéis dioses forjados en metal. Yo soy el<br />

Señor, vuestro Dios" 21 .<br />

Y un poco más abajo: "(Cuando recolectes tus cosechas) no rebuscarás -dice- las espigas<br />

que han quedado, ni recogerás los racimos que se te hayan olvidado en tu viña, ni la fruta<br />

caída de tus árboles, sino que lo dejarás a los pobres y extranjeros para que los recojan.<br />

Yo soy el Señor, vuestro Dios. No cometeréis hurto. No mentiréis, ni ninguno de vosotros<br />

engañará a su prójimo. No cometerás perjurio utilizando mi nombre: no mancillarás el<br />

nombre de tu Dios. Yo soy el Señor. No calumniarás a tu prójimo, ni le causarás violencia.<br />

No retengas hasta el día siguiente el salario de tu jornalero. No maldigas al sordo, ni<br />

pongas ante el ciego tropiezo alguno. Temerás al Señor, tu Dios, porque yo soy el Señor.<br />

No cometerás injusticia, ni juzgarás de manera injusta. No muestres consideración hacia la<br />

persona del pobre, ni rindas homenaje a la figura del poderoso: juzga con justicia a tu<br />

prójimo. No siembres la maledicencia y la murmuración entre tu gente. No te pondrás en<br />

contra de la vida de tu prójimo. Yo soy el Señor. No guardes en tu corazón odio hacia tu<br />

hermano, sino recrimínalo públicamente, para que, por su causa, no te hagas merecedor<br />

de pecado. No busques la venganza, ni guardes el recuerdo de las afrentas que te hayan<br />

causado tus conciudadanos. Ama a tu amigo como a ti mismo. Yo soy el Señor. Cumple<br />

mis mandamientos" 22 .<br />

Un poco después: "No comáis carne con sangre. No practiquéis el arte augural ni<br />

interpretéis los sueños. No os rapéis en redondo vuestra cabellera ni eliminéis el borde de<br />

vuestra barba. No arañéis vuestra carne a causa de una defunción, ni imprimáis en ella<br />

tatuajes ni señales de ningún tipo. Yo soy el Señor. No empujes a tu hija a la prostitución,<br />

para que no se contamine la tierra y se llene de maldad" 23 .<br />

Un versículo más adelante: "Yo soy el Señor. No consultéis a los adivinos, ni preguntéis<br />

nada a los videntes, para no mancillaros por ellos. Yo soy el Señor, vuestro Dios. Ponte en<br />

pie ante una cabeza cana y honra la persona del anciano. Teme a tu Dios. Yo soy el Señor.<br />

Si un extranjero habitara en vuestra tierra y morara entre vosotros, no se lo echéis<br />

encara, sino portaos con él como si de un paisano se tratara. Y amadlo como a vosotros<br />

mismos, porque también vosotros fuisteis extranjeros en tierra de Egipto. Yo soy el Señor,<br />

vuestro Dios. No cometáis injusticia alguna en los juicios, ni en las medidas de longitud, ni<br />

en los pesos, ni en las medidas de capacidad. Que vuestras balanzas estén equilibradas y<br />

vuestras pesas sean correctas; equilibrado el modio, correcto el sextario. Yo soy el Señor,<br />

vuestro Dios, que os sacó de la tierra de Egipto. Guardad todos mis preceptos y todos mis<br />

mandamientos, y ponedlos en práctica. Yo soy el Señor" 24 .<br />

"Habló el Señor a Moisés diciéndole: "Les comunicarás a los hijos de Israel lo siguiente: a<br />

cualquier varón de los hijos de Israel o de los extranjeros que en Israel habitan que<br />

ofrendare al ídolo Moloch algún miembro de su descendencia, pénesele con la muerte: la<br />

gente de esta tierra lo lapidará, yo me enfrentaré a él y lo extirparé de entre su pueblo por<br />

haber ofrendado a Moloch un miembro de su descendencia, por haber profanado mi<br />

santuario y por haber mancillado mi santo nombre. Porque si la gente de esta tierra,<br />

despreocupándose y como despreciando mi mandato, dejara libre a la persona que<br />

ofrendó a Moloch un miembro de su descendencia, y no quisiera matarlo, yo me<br />

enfrentaré a él y a su familia, y extirparé de entre su pueblo a él y a todos cuantos<br />

estuvieron de acuerdo con él para prostituirse delante de Moloch. La persona que se<br />

confiare a magos y adivinos, y se prostituyese en su compañía, yo me enfrentaré a ella y<br />

la exterminaré de entre su pueblo. Santificaos y sed santos, porque yo soy el Señor,<br />

vuestro Dios. Salvaguardad mis mandamientos y cumplidlos. Yo, el Señor, soy el que os<br />

santifico. A quien maldijere a su padre o a su madre, pénesele con la muerte. Caiga su<br />

sangre sobre quien maldijere a su padre o a su madre. Si un hombre se amancebase con<br />

la esposa de otro y cometiera adulterio con la mujer de su prójimo, pénese con la muerte<br />

tanto al adúltero como a la adúltera. Si uno yaciera con su madrastra y descubriera así la<br />

desnudez de su padre, los dos serán penados con la muerte: que la sangre de ambos<br />

caiga sobre ellos. Si uno se acostara con su nuera, que mueran los dos, porque han<br />

cometido delito: que la sangre de ambos caiga sobre ellos. Quien se ayuntara con un<br />

hombre como si de coito con mujer se tratara, uno y otro han cometido una abominación:<br />

péneseles con la muerte; que la sangre de ambos caiga sobre ellos. Quien tomare por


mujer a madre e hija ha cometido delito: será quemado vivo junto con ellas, para que<br />

entre vosotros no se dé abominación semejante. A quien se ayuntase con bestia, con<br />

animal, pénesele con la muerte: matad también al animal. La mujer que se prostituyere<br />

con cualquier tipo de bestia sea matada junto con ésta: que la sangre de ambos caiga<br />

sobre ellos. Si uno poseyere a una hermana suya -hija de su padre o hija de su madre- y<br />

descubriera su desnudez, y ella descubriera la desnudez de su hermano, ambos han<br />

cometido un hecho abominable: máteselos en presencia del pueblo por haberse<br />

descubierto mutuamente su desnudez; pagarán su iniquidad. Si uno copulase con mujer<br />

en período menstrual y descubriera su desnudez, y ella le enseñara el flujo de su sangre,<br />

que ambos sean exterminados de entre su pueblo. No descubrirás la desnudez de tu tía<br />

materna ni de tu tía paterna. Quien tal hiciera, descubriría la desnudez de su propia carne:<br />

ambos portarán sobre sí su iniquidad. Si uno copulara con la esposa de su tío paterno o de<br />

su tío materno, y descubriera la desnudez de su parentesco, ambos se harán acreedores<br />

de su pecado: morirán sin hijos. Si uno tomare a la esposa de su hermano, está<br />

cometiendo un acto ilícito, pues ha descubierto la desnudez de su hermano: no tendrán<br />

hijos" 25 .<br />

Y en otro pasaje: "El hombre o la mujer dotados de espíritu oracular o adivinador sean<br />

penados con la muerte: lapídeselos, y que la sangre de ambos caiga sobre ellos" 26 .<br />

Asimismo, en otro pasaje, cuando se está hablando del sumo sacerdote, dice: "Tomará por<br />

esposa a una doncella; no tomará a una viuda, o repudiada, o desflorada, o ramera, sino a<br />

una doncella de su pueblo. Y no deshonrará su linaje con gente de baja extracción. Porque<br />

yo, el Señor, soy quien le santifico" 27 .<br />

Y bastante después: "El hombre que maldijere a su Dios se hará reo de su pecado. Quien<br />

blasfemare el nombre del Señor, sea penado con la muerte: el pueblo entero lo abatirá a<br />

pedradas, trátese de un ciudadano o de un extranjero. Quien blasfemare el nombre del<br />

Señor, sea penado con la muerte. A quien hiriere a otro hombre o lo matare, pénesele con<br />

la muerte. Quien hiriere mortalmente a un animal, entregue otro a cambio: es decir, vida<br />

por vida. A quien causare a cualquiera de sus conciudadanos una lesión, hágasele lo<br />

mismo que él hizo: restituirá fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente. La<br />

misma lesión que causare será la que él deba sufrir. Quien hiriere mortalmente a una<br />

bestia, entregue otra a cambio; pero a quien hiriere mortalmente a un hombre, mátesele.<br />

Haya entre vosotros un único criterio, tanto si quien ha delinquido es un extranjero como<br />

si es un ciudadano. Porque yo soy el Señor, vuestro Dios" 28 .<br />

Y un poco después: "No os fabriquéis ídolos, ni imágenes, ni erijáis cipos, ni pongáis en<br />

vuestra tierra piedra pintada para adorarla. Pues yo soy el Señor, vuestro Dios" 29 .<br />

Esto, sobre el Levítico. Ahora recogeremos lo que parece digno de recordarse del libro<br />

titulado Números.<br />

III. De los Números<br />

"Cuando un hombre muera sin dejar descendencia masculina, que la herencia pase a su<br />

hija. Si no tuviera tampoco hija, los sucesores serán sus hermanos. Y si tampoco tuviera<br />

hermanos, entregaréis la herencia a los hermanos de su padre. Ahora bien, si tampoco<br />

tuviera tíos paternos, la herencia se les dará a los parientes más próximos. Para los hijos<br />

de Israel esto será un principio sagrado por ley inalterable, según el Señor prescribió a<br />

Moisés" 30 .<br />

Bastante más adelante: "A nadie se le condenará por el testimonio de una sola persona.<br />

No aceptaréis el rescate de una persona que es reo de muerte" 31 .<br />

Esto es lo que hemos encontrado en los Números considerado digno de registrar. Pasemos<br />

ahora al Deuteronomio.<br />

IV. Del Deuteronomio<br />

"No establezcáis discriminaciones entre las personas: escucharéis lo mismo al humilde que<br />

al poderoso; no os acobardéis ante la personalidad de nadie, porque el juicio es de Dios"<br />

32 .


Y después de múltiples pasajes, en donde aparece repetido el Decálogo: "Guardad, pues,<br />

solícitamente vuestras almas. El día en que el Señor os habló en Horeb en medio del fuego<br />

no visteis figura ninguna. Por ello, no vayáis, sumidos en el error, a fabricaros esculturas o<br />

imágenes de hombre o de mujer, o representaciones de cualquier clase de animal<br />

existente sobre la tierra, o de ave que vuele bajo el cielo, o de reptil que se desliza por<br />

tierra, o de pez que mora en las aguas bajo la tierra. Guárdate, asimismo, de que, al<br />

elevar los ojos hacia el cielo, contemples el Sol, la Luna y todos los astros celestes, e,<br />

inducido por el error, los adores, y rindas culto a lo que creó el Señor, tu Dios, para<br />

servicio de todos los pueblos que se hallan bajo el cielo" 33 .<br />

Y un poco más adelante dice: "Guárdate de no olvidarte en ningún momento del pacto que<br />

el Señor, tu Dios, estableció contigo, y vayas a fabricarte alguna imagen esculpida de todo<br />

eso que el Señor ha prohibido que se haga. Porque el Señor, tu Dios, es fuego devorador;<br />

es un Dios celoso" 34 .<br />

En otro pasaje: "No tendrás dioses extraños en mi presencia. No te fabricarás imágenes,<br />

ni representación alguna de cuanto hay arriba, en el cielo; ni de cuanto hay abajo, en la<br />

tierra; ni de cuanto se mueve en el agua, bajo la tierra. No las adorarás ni les rendirás<br />

culto. Pues yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso, que castiga la iniquidad de los padres<br />

sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de quienes me aborrecieron, y que en<br />

cambio se muestra misericordioso hasta miles de generaciones sobre los que me aman y<br />

observan mis mandamientos. No tomarás en vano el nombre del Señor, tu Dios, porque<br />

quien utilice su nombre inútilmente no quedará sin castigo" 35 .<br />

Y un poquitín después dice: "Honra a tu padre y a tu madre como te lo ha ordenado el<br />

Señor, tu Dios, para que vivas largo tiempo y con felicidad en la tierra que el Señor, tu<br />

Dios, va a entregarte. No matarás. No cometerás adulterio. No hurtarás. No levantarás<br />

falso testimonio contra tu prójimo. No desearás la mujer de tu prójimo, ni su casa, ni su<br />

campo, ni su siervo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que le pertenezca" 36 .<br />

En otro pasaje de este mismo libro: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con<br />

toda tu alma y con todas tus fuerzas" 37 .<br />

Y un poco después: "Cuando comas y estés saciado, guárdate mucho de no olvidarte del<br />

Señor, que te sacó de la cierra de Egipto, de la casa de la servidumbre. Temerás al Señor,<br />

tu Dios: a Él solo servirás y jurarás por su nombre. No andaréis en pos de los dioses<br />

extraños de los otros pueblos que os rodean, porque el Dios que está en medio de ti es el<br />

Señor, tu Dios, un Dios celoso; y si la cólera del Señor, tu Dios, se desatara en algún<br />

momento contra ti, te borraría de sobre la faz de la tierra. No tentarás al Señor, tu Dios"<br />

38 .<br />

Asimismo, un poco más adelante, cuando se habla de los extranjeros: "No establecerás<br />

pactos con ellos. No les entregarás tu hija para un hijo suyo, ni recibirás a una hija suya<br />

para tu hijo, porque pervertirá a tu hijo para que no me siga a mí y adore, en cambio, a<br />

dioses extraños; y entonces la cólera del Señor se inflamará y te exterminará al punto.<br />

Mejor haréis con ello lo siguiente: derribad sus altares, despedazad sus estatuas, talad sus<br />

bosques sagrados y prended fuego a sus imágenes" 39 .<br />

Poco después: "Pégale fuego a sus imágenes. No desearás la plata y el oro con que fueron<br />

fabricadas, ni tomarás para ti lo más mínimo de esos metales, para no cometer delito,<br />

porque aquello sería una abominación del Señor, tu Dios; no introducirás en tu casa nada<br />

procedente de un ídolo, para no hacerte anatema, como lo es también aquél. Lo<br />

detestarás como inmundicia, y lo considerarás como corrupción y basura propia de la<br />

abominación, porque es anatema" 40 .<br />

Y en otro pasaje: "Atiende y procura no olvidarte en ningún momento del Señor, tu Dios, y<br />

dejes de cumplir sus mandatos, y los preceptos y rituales que hoy te prescribo yo; no vaya<br />

a ser que, después de que hayas comido y te encuentres saciado, de que hayas edificado<br />

hermosas casas y habites en ellas, de que poseas boyadas y rebaños de ovejas y<br />

abundancia de plata, de oro y de toda riqueza, tu corazón se ensoberbezca y no te<br />

acuerdes del Señor, tu Dios" 41 .<br />

Y unos pocos versículos después dice: "Finalmente se apiadó de ti, para que no dijeras en<br />

tu corazón: mi fuerza y el vigor de mi mano es lo que me ha proporcionado todo esto, sino


para que te acordaras del Señor, tu Dios, porque Él fue quien te dotó de esas fuerzas" 42 .<br />

Un poquito después: "... para que vosotros comáis y os saciéis. Guardaos de que vuestro<br />

corazón no os induzca a error, y os alejéis del Señor, vuestro Dios, y rindáis culto a dioses<br />

extraños, y los adoréis, y el Señor, airado, cierre los cielos..." 43 .<br />

Y más abajo: "Arrasad todos los lugares en los que los pueblos, de cuyas posesiones vais a<br />

haceros los dueños, rindieron culto a sus dioses, en la cima de los montes, sobre las<br />

colinas o bajo cualquier frondoso árbol. Haced añicos sus altares, despedazad sus<br />

estatuas, prended fuego a sus bosques sagrados y destrozad sus ídolos: extirpad sus<br />

nombres de los lugares que fueron suyos" 44 .<br />

Tras algunos versículos, cuando habla de los extranjeros, dice: "Guárdate de imitados,<br />

después de que, al invadidos tú, fueron exterminados; y no indagues sus ceremonias<br />

diciendo: del mismo modo que estos pueblos rindieron culto a sus dioses, así lo haré yo.<br />

No te portes así con el Señor, tu Dios: todas las abominaciones que aborrece el Señor las<br />

practicaron aquéllos ante sus dioses al ofrendarles sus hijos y sus hijas, abrasándolos en el<br />

fuego en su honor. Lo que te ordeno, eso es lo único que harás para tu Señor: ni añadirás<br />

ni quitarás nada" 45 .<br />

"Si en medio de vosotros se levanta un profeta o alguien que diga que tiene sueños de<br />

vidente, y predijera un signo o un prodigio, y se produjera su predicción, y dijera: vamos y<br />

sigamos a dioses extraños -que tú desconoces- y rindámosles culto, no escuches las<br />

palabras de ese profeta o de ese soñador, porque el Señor, vuestro Dios, os está probando<br />

para que se ponga de manifiesto si lo amáis o no con todo vuestro corazón y toda vuestra<br />

alma. Seguid al Señor, vuestro Dios, y a Él solo temed; guardad sus mandamientos y<br />

escuchad su voz; a Él solo serviréis y sólo a Él os vincularéis. En cuanto a ese profeta o<br />

vidente de sueños, condénesele a muerte, porque os aconsejó apartaros del Señor,<br />

vuestro Dios -que os sacó de la tierra de Egipto y os liberó de la casa de la servidumbre-,<br />

para alejaros del camino que te había señalado el Señor, tu Dios. Y así apartará el mal de<br />

tu lado. Si tu hermano, hijo de tu madre, o tu hijo o tu hija, o la esposa que descansa en<br />

tu regazo, o un amigo a quien amas como a tu propia vida, quisiera persuadirte diciéndote<br />

en secreto: vamos y sigamos a dioses extraños -desconocidos por ti y por tus padres- de<br />

los pueblos que nos rodean, cercanos o lejanos, de un extremo a otro de la tierra, no le<br />

complazcas ni lo escuches, ni tu ojo se apiade de él para mostrarle compasión y<br />

encubrirlo. Al contrario: mátalo inmediatamente. Que tu mano sea la primera que sobre él<br />

se abata, y que después de ti, todo el pueblo levante sobre él sus manos. Que perezca<br />

lapidado, porque te quiso apartar del Señor, tu Dios" 46 .<br />

Un poco después: "No os hagáis incisiones, ni os rapéis el cabello en señal de duelo por un<br />

muerto, porque eres un pueblo consagrado al Señor, tu Dios" 47 .<br />

Y en otro pasaje dice: "Si uno de tus hermanos que mora en tu ciudad, en la tierra que el<br />

Señor, tu Dios, va a entregarte, se encontrara en la indigencia, no endurezcas tu corazón<br />

ni le cierres tu mano. Al contrario: ábrela para el pobre y préstale lo que veas que<br />

necesita. Guárdate de que no se te infiltre un impío pensamiento y para tus adentros te<br />

digas: se aproxima al séptimo año, el de la remisión, y apartes tus ojos de tu hermano<br />

pobre negándote a prestarle lo que te pide, no sea que él clame contra ti ante el Señor y<br />

te hagas reo de pecado. Deberás darle, y al subvenir a sus necesidades no lo hagas con<br />

malicia alguna, para que el Señor, tu Dios, te bendiga en todo momento y en todas las<br />

empresas que acometas. No faltarán pobres en la tierra en que mores. Por eso te dicto<br />

este mandamiento: que abras tu mano a tu hermano pobre y necesitado que vive contigo<br />

en la tierra" 48 .<br />

Un poco después: "Nombrarás jueces y árbitros en todas las ciudades que el Señor, tu<br />

Dios, te conceda, de acuerdo con cada una de tus tribus, para que juzguen a la gente con<br />

juicio justo, y no se muestren proclives a alguna de las partes. No des oído a ninguna<br />

persona, ni aceptes regalos, porque los regalos ciegan los ojos de los sabios y alteran las<br />

palabras de los justos. Seguirás con justicia lo que es justo, para que así vivas y poseas la<br />

tierra que te entregará el Señor, tu Dios" 49 .<br />

Tras un versículo: "No construirás ni erigirás estatuas, cosa que odia el Señor, tu Dios" 50 .<br />

Asimismo, un poquitín después: "Cuando cerca de ti, en una de las ciudades que te


conceda el Señor, tu Dios, se descubra a hombre o mujer que obren mal a los ojos del<br />

Señor, tu Dios, y transgredan su pacto yendo tras dioses extraños para rendirles culto y<br />

adorarlos -al Sol, a la Luna, o a todo el ejército de astros celestes-, cosa que yo no he<br />

ordenado, y se te anuncie que tal sucede, al enterarte investigarás atentamente el caso, y<br />

si descubres que el hecho es cierto y que se ha cometido abominación en Israel, sacarás a<br />

las puertas de la ciudad al hombre o a la mujer que hayan perpetrado tan grandísima<br />

iniquidad, y allí serán lapidados. El condenado a muerte lo será sólo cuando testimonien<br />

contra él dos o tres testigos: nadie será condenado a muerte cuando sólo testifique contra<br />

él un solo testigo. Las manos de los testigos serán las primeras que se alcen para matado;<br />

y después lo harán las del resto del pueblo, para extirpar el mal de en medio de vosotros"<br />

51 .<br />

Un poquito más adelante: "Ahora bien, quien se mostrare soberbio negándose a obedecer<br />

las órdenes del sacerdote que en ese momento atiende al culto del Señor, tu Dios, o hace<br />

caso omiso de los decretos del juez, que ese hombre tal muera. Al enterarse de ello, todo<br />

el pueblo temerá, de manera que en lo sucesivo no se desarrolle la soberbia" 52 .<br />

Después de algunos pasajes, cuando llama la atención sobre los extranjeros, dice:<br />

"Guárdate de imitar las abominaciones de aquellos pueblos; no se encuentre en ti quien<br />

purifique a su hijo o a su hija lIevándolos a través del fuego, o quien consulte a los<br />

adivinos, y observe los sueños y los augurios no vaya a ser mago, encantador; no<br />

consultes a pitonisas ni agoreros; ni trates de conocer la verdad por los muertos. El Señor<br />

abomina todas esas prácticas" 53 .<br />

Un poco más abajo: "No será suficiente un solo testigo contra una persona, cualquiera que<br />

fuese su falta o delito. Toda sentencia se basará en la palabra de dos o tres testigos. Si se<br />

levantara contra un hombre un testigo falso acusándolo de prevaricación, las dos partes<br />

implicadas en la causa se presentarán ante el Señor, en presencia de los sacerdotes y de<br />

los jueces que en ese momento estuvieran en funciones, quiénes, si después de una<br />

escrupulosísima investigación descubrieren que el falso testigo ha dicho mentira contra su<br />

hermano, le impondrán el castigo que pensó que se le impusiera a su hermano; y así<br />

apartarás el mal de tu lado. Los demás, al enterarse, tendrán miedo y no se atreverán a<br />

cometer semejante delito. No tendrás compasión de él. Le exigirás vida por vida, ojo por<br />

ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie" 54 .<br />

En otro lugar, en este mismo libro: "Si un hombre tuviere un hijo indócil y rebelde que no<br />

acatara las órdenes de su padre y de su madre, y se negare a obedecer incluso a la fuerza,<br />

lo aprehenderán y lo llevarán ante los ancianos de su ciudad y a la puerta de la misma,<br />

donde se celebran los juicios, y les dirán: este hijo nuestro es indócil y rebelde; se niega a<br />

escuchar nuestros consejos; se pasa el día en francachelas, libertinajes y comilonas; y la<br />

gente de la ciudad lo lapidará, y morirá, para que así se erradique el mal de entre<br />

vosotros; y todo Israel, al enterarse, sienta temor" 55 .<br />

Poco después: "Si ves que un buey o una oveja de tu hermano andan perdidos, no pasarás<br />

de largo, sino que se los devolverás a tu hermano; y si es que tu hermano no vive cerca o<br />

no lo conoces, llevarás a los animales a tu casa y en ella permanecerán hasta que tu<br />

hermano venga a buscarlos y los recoja. Lo mismo harás cuando se trate del asno, o de un<br />

vestido, o de cualquier pertenencia de tu hermano que haya perdido: si lo encuentras, no<br />

te desentiendas de ello como de cosa ajena. Si vieras que el asno de tu hermano, o su<br />

buey han caído en el camino, no te desentiendas, sino ayúdale a levantarlos. La mujer no<br />

se vestirá con vestido masculino ni el hombre empleará vestimenta femenina. Quien tal<br />

hace es abominable ante el Señor" 56 .<br />

Un poco más abajo: "Cuando construyas una casa nueva, en torno a tu terraza levantarás<br />

un antepecho, para que en tu casa no se derrame sangre y seas culpable de que alguien<br />

resbale y se caiga de cabeza desde arriba" 57 .<br />

Líneas después: "Si un hombre tomare esposa y luego la aborreciere y buscare motivos<br />

por lo que librarse de ella llenándola de calumnias, y dijere: he tomado esta mujer, y al<br />

ayuntarme con ella he descubierto que no era virgen, su padre y su madre la tomarán y<br />

llevarán consigo la prueba de su virginidad ante los ancianos de la ciudad que se hallan a<br />

las puertas, y el padre dirá: entregué mi hija a este hombre como esposa y él, por<br />

aborrecerla, la calumnia diciendo: he descubierto que tu hija no era virgen; pero aquí<br />

están las pruebas de la virginidad de mi hija. Y extenderán la sábana ante los ancianos de


la ciudad. Los ancianos de la ciudad prenderán al hombre y lo harán azotar, condenándolo,<br />

además, a cien siclos de plata, que entregará al padre de la joven, porque lanzó una<br />

infamia contra una doncella de Israel; deberá tomarla por esposa y no podrá repudiarla en<br />

toda su vida. Ahora bien: si la acusación que le imputa resulta verdadera y se descubre<br />

que la muchacha no es virgen, la arrojarán a la puerta de la casa de su padre, y los<br />

varones de la ciudad la lapidarán, y morirá, porque cometió un acto infame en Israel a<br />

fornicar en casa de su padre. Así extirparás el mal de junto a ti. Si un hombre se acostara<br />

con la esposa de otro, que ambos mueran, esto es, el adúltero y la adúltera; y arrancarás<br />

así el mal de Israel. Si un hombre desposara a una joven doncella y alguien la encontrara<br />

en la ciudad y yaciera con ella, sacarás a ambos hasta la puerta de la ciudad y serán<br />

lapidados: la joven, porque no gritó, estando en la ciudad; el hombre, porque deshonró a<br />

la esposa de su prójimo; y así arrancarás el mal de entre vosotros. Ahora bien: si un<br />

hombre encontrara en el campo a una joven que está desposada y, tomándola, yaciera<br />

con ella, sólo a él pénesele con la muerte; nada sufra la joven, que no es rea de muerte,<br />

porque del mismo modo que un ladrón cae sobre su prójimo y lo mata, así ella sufrió la<br />

violencia: sola se encontraba en el campo, gritó y nadie acudió en su socorro. Si un<br />

hombre se encontrara a una joven doncella, aún no desposada, y, tomándola, yaciera con<br />

ella, y el hecho terminara ante los tribunales, el que se acostó con ella pagará al padre de<br />

la joven cien siclos de plata y la tomará por esposa, porque la deshonró. No podrá<br />

repudiada en todos los días de su vida. Ningún hombre tomará a la esposa de su padre ni<br />

levantará la manta del lecho paterno" 58 .<br />

Un poquito más abajo: "No haya prostituta entre las hijas de Israel, ni prostituto entre los<br />

hijos de Israel" 59 .<br />

Versículos después: "No cobres a tu hermano interés usurero alguno por dinero, ni por<br />

alimento, ni por cualquier otra cosa; hazlo con el extraño" 60 .<br />

Y unas cuantas líneas más abajo: "Cuando formules un voto al Señor, tu Dios, no te<br />

retrases en cumplido, porque el Señor, tu Dios, te lo reclamará, y si te demoras, te lo<br />

consideraría un pecado. Si no quisieras jurar, estarías libre de pecado. En cambio, una vez<br />

que la palabra ha salido de tus labios deberás cumplirla y hacer como prometiste al Señor,<br />

tu Dios, y por propia voluntad dijiste" 61 .<br />

Poco después: "No tomarás en prenda ni la muela inferior ni la superior de un molino,<br />

porque es como tomarle (al deudor) en prenda su propia vida. Si se descubriera que una<br />

persona que, tras secuestrar a un hermano. Suyo de entre lo hijos de Israel, y lo hubiera<br />

vendido recibiendo a cambio una cantidad de dinero, pénesele con la muerte. Así alejarás<br />

el mal de tu lado" 62 .<br />

Y unos versículos después dice: "Cuando le reclames a tu prójimo algo que te debe, no<br />

entrarás en su casa para reclamar la prenda, sino que permanecerás a la puerta y él te<br />

sacará lo que tuviere. Ahora bien: si es pobre, la prenda no pasará la noche en tu casa,<br />

sino que se la devolverás inmediatamente antes de la puesta del sol para que duerma<br />

sobre su ropa y te bendiga y así halles justicia ante el Señor tu Dios. No negarás su paga<br />

al indigente y al pobre ya se trate de tu hermano, ya sea un extranjero que mora contigo<br />

en tu tierra y en tu ciudad; antes bien, le pagarás cada día su salario antes de la puesta<br />

del sol, porque es pobre" y así es como sustenta a su vida, no vaya a ser que clame contra<br />

ti ante el Señor y se te impute como pecado. Que los padres no sufran la pena capital en<br />

lugar de los hijos, ni los hijos en lugar de sus padres, sino que cada uno muera por su<br />

propio delito" 63 .<br />

Unos versículos más abajo: "Cuando siegues la mies en tu campo y te dejes olvidada<br />

alguna gavilla, no retornes a recogerla, sino deja que se la lleve algún extranjero, algún<br />

huérfano o alguna viuda, para que el Señor, tu Dios, te bendiga en todas las empresas que<br />

pongas en práctica. Cuando recolectes el fruto de tus olivos y se quede algo en las ramas,<br />

no retornes a recogerlo, sino déjalo para el extranjero, el huérfano y la viuda. Cuando<br />

vendimies tu viña, no rebusques los racimos olvidados, sino que queden para el<br />

extranjero, para el huérfano y la viuda. Acuérdate de que también tú fuiste esclavo en<br />

Egipto. Por eso te mando que obres así" 64 .<br />

"Cuando entre diferentes personas surja un pleito y los jueces tengan que intervenir,<br />

darán la palma de la justicia al que consideren justo, y condenarán por impiedad al<br />

injusto. Si consideraran al delincuente merecedor de azotes, prostérnenlo en tierra y


háganlo azotar en su presencia. La cantidad de azotes estará en relación con el delito. En<br />

cualquier caso, no superarán la cifra de cuarenta, para que tu hermano no marche<br />

ignominiosamente afrentado en tu presencia" 65 .<br />

Un poquito después: "Si surge una disputa entre hombres y comenzaran a pelear uno con<br />

otro, y la esposa de uno de ellos, queriendo apartar a su marido de las manos del<br />

contrincante, que es más fuerte, agarrara a éste por sus genitales, le cortarás la mano y<br />

no tendrás con ella misericordia. No tendrás en tu bolsa dos tipos de pesas, una mayor y<br />

otra menor. Tendrás un peso equilibrado y cabal, y tu modio será preciso y correcto" 66 .<br />

Bastante más adelante: "Maldito sea el hombre que esculpe o funde una imagen,<br />

abominación del Señor, obra de manos de artífices, y la pone en lugar oculto. Todo el<br />

pueblo responderá y dirá "amén". Maldito quien no honra a su padre y a su madre. Y todo<br />

el pueblo dirá "amén" Maldito quien altera los lindes de su prójimo Y todo el pueblo dirá<br />

"amén " Maldito quien hace andar a un ciego por fuera del camino. Y todo el pueblo dirá<br />

"amén Maldito el que quebranta los derechos del extranjero, del huérfano y de la viuda. Y<br />

todo el pueblo dirá "amén". Maldito todo aquel que duerme con la esposa de su padre y<br />

levanta la manta del lecho paterno. Y todo el pueblo dirá "amén" Maldito el que tiene<br />

ayuntamiento carnal con un animal. Y todo el pueblo dirá "amén". Maldito quien se<br />

acuesta con su hermana, hija de su padre o de su madre. Y todo el pueblo dirá "amén".<br />

Maldito el que yace con su suegra. Y todo el pueblo dirá "amén". Maldito quien a<br />

escondidas hiere a su prójimo. Y todo el pueblo dirá "amén". Maldito el que recibe dádivas<br />

para acabar con la vida de un inocente. Y todo el pueblo dirá"amén"" 67 .<br />

Hasta aquí los pasajes que, de los libros de Moisés, hemos recogido como dignos de tener<br />

en cuenta. En los libros que siguen -y que se titulan De Josué, De los jueces, De los reinos<br />

(sic) y Paralipómenos- se registra más la historia de los acontecimientos que normas de<br />

vida. Hay, sin embargo, en el Libro de Josué unas cuantas que he considerado oportuno no<br />

pasar por alto en este trabajo nuestro.<br />

V. Del libro de Josué<br />

"Volveos y regresad a vuestras tiendas y a la tierra que os pertenece, la que os entregó<br />

Moisés, siervo del Señor, al otro lado del Jordán. Únicamente, que guardéis con atención r<br />

pongáis por obra los mandamientos y leyes que os dictó Moisés, el siervo del Señor, para<br />

que améis al Señor, vuestro Dios, y caminéis por todos sus senderos, observéis sus<br />

mandatos, los cumpláis y acatéis con todo vuestro corazón y toda vuestra alma" 68 .<br />

Y en otro pasaje dice: "Cuando os acerquéis a esas gentes que van a estar entre vosotros,<br />

no juréis en nombre de sus dioses, ni los adoréis ni rindáis culto, sino permaneced fieles al<br />

Señor, vuestro Dios, como lo habéis estado haciendo hasta el día de hoy" 69 .<br />

Sin embargo, del Libro de los Salmos deben recogerse numerosos pasajes, aunque a<br />

menudo se repitan. Pero en la medida de mis posibilidades pondré atención para que esta<br />

obra destinada sobre todo a conservar en la memoria, no alcance una extensión excesiva.<br />

VI. De los Salmos<br />

En el salmo 1: "Bienaventurado el varón que no participó en consejo de impíos, ni se<br />

detuvo en el camino de los pecadores, ni se sentó en tertulia de burladores, sino que su<br />

voluntad se mantiene en la ley del Señor, y en esa ley medita día y noche" 70 .<br />

En el salmo 2: "Ahora, pues, ¡oh reyes!, mostraos inteligentes: dejaos enseñar, jueces de<br />

la tierra. Servid al Señor con temor y regocijaos temblorosos en su honor. Adoradle con<br />

pureza, no sea que se encolerice y sucumbáis en el camino Cuando su furor se ha<br />

inflamado un poco, bienaventurados los que esperan en él" 71 .<br />

En el salmo 4: "¿Hasta cuándo, hijos de varón, ínclitos míos, amaréis ignominiosamente la<br />

vanidad buscando la mentira?" 72 .<br />

Y un poco después: "Desahogaos y no pequéis. Tumbados en vuestras camas, meditad<br />

dentro de vuestros corazones y guardad silencio. Sacrificad un sacrificio de justicia, y<br />

confiad en el Señor" 73 .


En el salmo 5: "Porque no eres tú un Dios que quiera la iniquidad; tampoco el maligno<br />

habitará a tu lado; los inicuos no se mantendrán ante la presencia de tus ojos. Sientes<br />

odio hacia todos cuantos practican la injusticia; causas la perdición a quienes hablan<br />

mentira. El Señor abomina al hombre sanguinario y mendaz" 74 .<br />

En el salmo 14: "Señor, ¿quién puede residir en tu tabernáculo? ¿Quién puede habitar en<br />

tu monte santo? El que camina sin mancha, pone en obra la justicia y habla la verdad de<br />

corazón; el que no es un lenguaraz, ni hace el mal a su amigo, ni causa oprobio a su<br />

vecino; aquel al que el ímprobo resulta despreciable a sus ojos y en cambio glorifica a los<br />

que temen al Señor; el que hace un juramento y, aunque es en detrimento suyo, no se<br />

retracta; el que no entrega dinero en usura, ni acepta dádivas en perjuicio de un inocente.<br />

Quien así se comporta, jamás nada lo hará vacilar" 75 .<br />

En el salmo 23: "¿Quién ascenderá al monte del Señor? ¿ Quién se mantendrá en su santo<br />

lugar? El que conserva limpias sus manos y su corazón; el que no levantó su espíritu a<br />

cosas vanas y no juró falazmente. Ese recibirá la bendición del Señor y la justificación de<br />

Dios, su salvador" 76 .<br />

En el salmo 26: "El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién voy a temer? El Señor es el<br />

baluarte de mi vida; ¿ante quién voy a temblar?" 77 .<br />

Y cuatro versículos después: "Aunque planten campamentos contra mí, no temerá mi<br />

corazón. Aunque se me declare la guerra, yo seguiré confiando en Él. Una sola cosa le pido<br />

al Señor, y esto anhelo: habitar en la casa del Señor en todos los días de mi vida para<br />

contemplar la hermosura del Señor y admirar su santuario" 78 .<br />

En otro versículo: "Mi corazón te ha dicho: he buscado tu rostro; tu rostro, Señor,<br />

buscaré" 79 . Y luego: "Espera en el Señor, esfuérzate; robustece tu corazón y confía en el<br />

Señor" 80 .<br />

En el salmo 27: "No me mezcles con los malvados y con quienes practican la iniquidad,<br />

que hablan de paz con sus amigos, pero la maldad está en su corazón" 81 .<br />

En e salmo 30: "Esforzaos y robusteced vuestro corazón todos cuantos esperáis al Señor"<br />

82 .<br />

En el salmo 31: "No te comportes como el caballo o el mulo, que carecen de inteligencia.<br />

Sujeta sus quijadas con la brida y el freno si quieres que se te acerquen. Muchos son los<br />

dolores del impío; en cambio, la misericordia circundará al que confía en el Señor.<br />

Alegraos en el Señor y saltad de gozo, hombres justos. Regocijaos todos los puros de<br />

corazón" 83 .<br />

En el salmo 32: "Justos: alabad al Señor; la alabanza es oportuna para los hombres<br />

rectos" 84 . Y en otro pasaje: "Bienaventurado el pueblo cuyo Dios es el Señor, y a nación a<br />

la que el Señor eligió como heredad" 85 .<br />

En el salmo 33: "Bendeciré al Señor en todo momento: su alabanza estará siempre en mi<br />

boca. Mi alma se gloria en el Señor: óiganlo los humildes y alégrense. Ensalzad conmigo al<br />

Señor y exaltemos a una su nombre" 86 .<br />

Y unos versículos después: "Probad y ved qué bueno es el Señor. Bienaventurado el varón<br />

que en Él pone sus esperanzas. Temed al Señor vosotros, sus santos, porque nada les<br />

falta a quienes lo temen. Los leones sufrieron calamidades y pasaron hambre; en cambio,<br />

a quienes buscan al Señor no les faltará bien ninguno. Venid, hijos, y escuchadme: os<br />

enseñaré el temor hacia el Señor. ¿ Quién es el varón que desea la vida ansiando<br />

contemplar días felices? Preserva del mal tu lengua y tus labios, para que no hablen<br />

mentira. Apártate del mal y haz el bien; busca la paz y persevera en ella" 87 .<br />

Siete versículos más adelante: "El Señor se encuentra al lado de los contritos de corazón,<br />

y salvará a los abatidos de espíritu" 88 .<br />

En el salmo 36: "No rivalices con los malvados ni emules a los que practican la iniquidad,<br />

porque, al igual que la hierba, rápidamente se agostarán, y como el pasto verde se<br />

marchitarán. Pon tu esperanza en el Señor y haz el bien. Considérate peregrino en la tierra


y aliméntate de fe. Deléitate en el Señor y atenderá los anhelos de tu corazón. Pon tu<br />

camino en manos del Señor y confía en Él, y Él obrará. Exhibirá tu justicia como una luz, y<br />

tus derechos como el medio día. Mantente silencioso ante el Señor y espera en Él: no te<br />

enfrentes contra quien avanza en su camino ni contra el hombre que hace lo que piensa.<br />

Aplaca tu ira y depón tu cólera: no te excites, ya que obrarías el mal. Porque los que obran<br />

el mal perecerán; en cambio, quienes esperan al Señor heredarán a tierra. Un poquito más<br />

aún, y desaparecerá el impío: lo buscarás en el lugar en que estaba, y no aparecen. Son<br />

embargo, los humildes heredarán la tierra y se deleitarán en una paz abundante" 89 .<br />

Y un poco después: "Mejor le conviene al justo la penuria que las abundantes riquezas de<br />

los impíos. Porque los brazos de los impíos serán quebrantados, mientras que e; Señor<br />

sostiene a los justos" 90 .<br />

Algo después: "Apártate del mal y haz el bien" 91 . Y en otro lugar: "Espera al Señor y<br />

guarda su camino. Y te exaltará para que poseas la tierra" 92 . Observa la. sencillez y<br />

practica la rectitud, porque al final al hombre encontrará la paz" 93 .<br />

En el salmo 39: "Bienaventurado el varón que puso en e; Señor su confianza y no se ha<br />

vuelto hacia las soberbias ostentaciones del mentiroso" 94 .<br />

En el salmo 43: "En el Señor nos alegraremos todos los días, y confesaremos eternamente<br />

tu nombre" 95 .<br />

Y un poco más abajo: "Todo esto se precipitó sobre nosotros, pero no te olvidamos ni<br />

rompimos tu pacto. No se ha vuelto atrás nuestro corazón, ni nuestros pasos se apartaron<br />

de tu camino. Porque Tú nos arrojaste a un lugar plagado de serpientes y nos cubriste con<br />

la sombra de la muerte. Si nos hubiéramos olvidado del nombre de nuestro Dios y<br />

hubiéramos tendido nuestras manos a un dios extraño, ¿no se habría enterado de ello el<br />

Señor? El conoce los pensamientos secretos del corazón. Por tu causa somos masacrados<br />

a diario y considerados como rebaños destinados al matadero" 96 .<br />

En el salmo 46: "¡Cantad a Dios, cantadle! ¡Cantad a nuestro Rey, cantadle! Porque Dios<br />

es el Rey de toda la tierra, cantadle con maestría" 97 .<br />

En el salmo 49: "Haz sacrificios de alabanza a Dios, y dirige tus votos al Altísimo.<br />

Invócame cuando estés atribulado: yo te libraré y tú me glorificarás. En cambio, Dios le<br />

dice al impío: ¿Qué tienes tú que ver con la exposición de mis mandamientos y para que<br />

pongas en tu boca mi alianza? Tú, que despreciaste mis enseñanzas y das de lado a mis<br />

palabras. Cuando veías a un ladrón, te ponías de acuerdo con él; y tomabas parte con los<br />

adúlteros. Entregaste tu boca al mal, y tu lengua celebró el engaño. Sentado, hablabas<br />

contra tu hermano y maquinabas el oprobio contra el hijo de tu madre. Eso hiciste, y yo<br />

me callé. Creíste que yo iba a ser semejante a ti. Te denunciaré y te pondré todo ante tus<br />

ojos. Recobrad el seso los que os olvidáis de Dios, no sea que me apodere de vosotros y<br />

no haya quien pueda liberaros. El que sacrifica en reconocimiento mío, me glorifica. Al que<br />

camina de acuerdo con mis palabras, yo le mostraré la salvación de Dios" 98 .<br />

En el salmo 50: "Límpiame de mi iniquidad y de mi pecado, porque yo he reconocido mi<br />

iniquidad, y mi pecado está constantemente ante mí" 99 .<br />

Y en otro pasaje: "Mi sacrificio a Dios es el de un espíritu atribulado. ¡Oh Dios!, no<br />

desprecies un corazón contrito y humillado" 100 .<br />

En el salmo 51: "¿Por qué te ufanas en la maldad, hombre poderoso? La misericordia de<br />

Dios es permanente. Tu lengua maquina asechanzas como una afilada navaja, urdiendo el<br />

engaño. Has amado el mal más que el bien; y has pretendo hablar la mentira más que la<br />

justicia. Has apreciado toda palabra devoradora, lengua engañosa. Pero Dios te destruirá;<br />

para siempre: te asolará y expulsará de su tienda, y te exterminará de la tierra de los<br />

vivos. Los justos lo verán, tendrán temor y se reirán de él: Ahí tenéis al hombre que no<br />

puso a Dios como baluarte suyo, sino que colocó su confianza en sus grandes riquezas: se<br />

hizo fuerte en sus maldades. En cambio yo, como olivo verde plantado en la casa de Dios.<br />

Basé mi esperanza en la misericordia del Señor por los siglos de los siglos. Te alabaré<br />

siempre por lo que hiciste; y esperaré en tu nombre, porque es bueno ante la presencia de<br />

tus santos" 101 .


En el salmo 61: "Pueblos, poned en Él siempre vuestra confianza; derramad ante Él<br />

vuestro corazón: Dios es nuestra esperanza. Verdaderamente, pura vanidad son los hijos<br />

de Adán, mera mentira son los hijos del hombre. Colocados juntos en una balanza, pesan<br />

menos que la nada. No confiéis en la calumnia, ni os burléis en la rapiña. Si abundaran las<br />

riquezas, no pongáis en ellas vuestro corazón" 102 .<br />

En el salmo 63: "El justo se alegrará en el Señor, y en Él tendrá puesta la esperanza" 103 .<br />

En el salmo 68: "Porque por causa tuya he soportado el oprobio: la vergüenza cubrió mi<br />

rostro. Me he convertido en un extranjero para mis hermanos y en un extraño para los<br />

hijos de mi madre. Porque el celo por tu casa me devora y las injurias de los que te<br />

vituperan han caído sobre mí. He llorado por mi alma durante el ayuno y ello me ha<br />

servido de oprobio. Por vestido me puse cilicio, y me convertí para ellos en tema de<br />

comidilla. Contra mí hablaban los que se sentaban a la puerta, y cantaban los bebedores<br />

de vino" 104 .<br />

Y un poco después: "En mis cánticos alabaré el nombre de Dios y lo ensalzaré con mis<br />

alabanzas. Y ello le complacerá al Señor más que un novillo que está echando los cuernos<br />

y las pezuñas. Los pacíficos de corazón que lo vean se alegrarán. Que viva vuestra alma,<br />

vosotros, los que buscáis al Señor. Porque el Señor ha oído a los humildes" 105 .<br />

En el salmo 72: "Porque aquellos que se alejan de ti perecerán: hiciste perecer a todo el<br />

que de ti abominó. En cambio, mi felicidad consiste en acercarme a Dios: en Dios, mi<br />

Señor, he puesto mi esperanza para contar todos tus mensajes" 106 .<br />

En el salmo 75: "Haced votos al Señor, vuestro Dios, y cumplidlos. Todos cuantos están<br />

cercanos a Él, ofrezcan sus dones al Terrible; Él abate la altivez de los gobernantes, y es<br />

motivo de pavor para los reyes de la tierra 107 .<br />

En el salmo 77: "Pueblo mío escucha mi ley; inclinad vuestros oídos a las palabras de mi<br />

boca. Abriré mis labios, sirviéndome de parábolas, y hablaré, antiguos enigmas" 108 .<br />

Y en otro pasaje: "Y se los contarán a sus hijos para que pongan en Dios su esperanza, no<br />

se olviden de sus pensamientos y guarden sus preceptos" 109 .<br />

En el salmo 80: "Alabad a Dios; que es nuestro baluarte aclamad al Dios de Jacob" 110 .<br />

Y en otro pasaje: "¡Oh Israel, Si me escucharas!.No tengas un dios extraño y no adores a<br />

una divinidad extrajera. Yo soy el Señor, tu Dios" 111 .<br />

En el salmo 81: "¿Hasta cuándo vais a juzgar sin equidad y vais a tener en cuenta la<br />

categoría social de los impíos? Haced justicia al pobre y al huérfano; tratad con<br />

imparcialidad al menesteroso y al desvalido" 112 .<br />

En el salmo 83: "Bienaventurados. Los que habitan en tu casa y continuamente te alaban.<br />

Bienaventurado el hombre que tiene en ti su baluarte y guarda en su corazón tus<br />

preceptos; los que cruzan por este valle de lágrimas encontrarán aquella fuente. También<br />

el sabio se cubrirá de bendiciones: irán de baluarte en baluarte; se presentarán ante Dios<br />

en Sión" 113 .<br />

Y un poco después: "Porque mejor es vivir un solo día en tus atrios que mil lejos de ellos.<br />

Prefiero hallarme a la puerta de la casa de mi Dios que morar en las tiendas donde se<br />

practica la impiedad" 114 .<br />

En el salmo 91: "Bueno es alabar al Señor y cantar tu nombre, ¡oh Altísimo!" 115 .<br />

En el salmo 93: "Recuperad vuestra inteligencia, estúpidos del pueblo; y vosotros, necios,<br />

aprended algún día" 116 .<br />

Y algo más abajo: "Bienaventurado el hombre al que tú enseñes, Señor, y al que instruyas<br />

en tu ley, para que encuentre descanso en épocas de aflicción, mientras que para el impío<br />

se cava la fosa" 117 .<br />

En el salmo 94: "Venid, adoremos y postrémonos: doblemos nuestras rodillas ante el


ostro del Señor, nuestro Hacedor" 118 .<br />

Dos versículos más adelante: "Si hoy escucharais su voz, no endurezcáis vuestros<br />

corazones, como lo hicisteis el día de la querella y el día de la tentación en el desierto" 119 .<br />

En el salmo 95: "Cantad al Señor un canto nuevo; que la tierra entera cante al Señor.<br />

Cantad al. Seño y bendecid su nombre. Anunciad de día en día su salvación. Proclamad<br />

entre los pueblos su gloria, y entre todas las naciones sus maravillas" 120 .<br />

Seis versículos más adelante: Atribuid al Señor, familias de los pueblos, atribuid al Señor<br />

la gloria y el poderío. Atribuid al Señor la gloria de su nombre; portad vuestras ofrendas y<br />

penetrad en sus atrios. Adorad... Seño: en la hermosura de su santuario" 121 .<br />

En el salmo 96: "Los que amáis al Señor, odiad el mal" 122 .<br />

Y tres versículos después: Justos: alegraos en el Señor y confesad su santo recuerdo" 123 .<br />

En el salmo 97: "Que toda la tierra se alegre en el Señor: dejad oír vuestras voces,<br />

alabadle y cantadle" 124 .<br />

En el salmo 98: "Ensalzad al Señor, Dios nuestro y postraos ante el escabel de sus pies,<br />

porque el es Santo" 125 .<br />

En el salmo 99: "Alabad al Señor toda la tierra; servid al Señor en la alegría. Acudid<br />

alegres ante su presencia. Sabed que el Señor es Dios mismo: Él nos creó y suyos somos"<br />

126 .<br />

Un versículo después: "Entrad por sus puertas en acción de gracias, y por sus atrios<br />

entonando sus alabanzas: bendecid su nombre" 127 .<br />

En el salmo 100: "Caminaré con sencillez de corazón por medio de mi casa. No pondré<br />

ante mis ojos la doctrina de Belial. Odio al que practica la traición: no me contagiaré. El<br />

corazón depravado se apartará de mí: desconozco al malvado. Obligaré a guardar silencio<br />

a quien, conspirando, hable contra su prójimo. Al de mirada altanera y engreído corazón<br />

no lo soportaré a mi lado. Mis ojos se dirigirán hacia los fieles de la tierra, para que<br />

convivan conmigo. Aquel que camine por la vida con sencillez, ése será mi colaborador. No<br />

habitará en mi casa el que practica el fraude: el mentiroso no hallará gracia en mi<br />

presencia. Cuando amanezca, exterminaré a todos los impíos de la tierra, y erradicaré de<br />

la ciudad del Señor a cuantos practican la iniquidad" 128 .<br />

En el salmo 102: "Sin embargo, la misericordia del Señor desde siempre y para siempre<br />

alcanza a quienes lo temen. Y lo mismo su justicia sobre los hijos de los hijos para<br />

aquellos que guardan su alianza y recuerdan sus mandamientos para ponerlos en<br />

práctica" 129 .<br />

En el salmo 104: "Alabad al Señor e invocad su nombre; dad a conocer a los pueblos su<br />

doctrina. Cantadle y ensalzadle con salmos: hablad de todas sus maravillas. Alegraos en<br />

su santo nombre: alégrese el corazón de los que buscan al Señor. Buscad al Señor y su<br />

poderío; buscad en todo momento su rostro. Recordad las maravillas que ha obrado, las<br />

señales y sentencias de su boca" 130 .<br />

En el salmo 107: "Dispuesto está mi corazón: entonaré canciones y salmos. Pero también<br />

en gloria mía. Despierta salterio y cítara: me despertaré al amanecer Te alabaré entre los<br />

pueblos, Señor; te cantaré entre las naciones" 131 .<br />

En el salmo 110: "Te cantaré, Señor, con todo mi corazón en la asamblea y reunión de los<br />

justos" 132 .<br />

Y en otro pasaje: "El principio de la sabiduría es el temor hacia el Señor: buena sabiduría<br />

tienen aquellos que la practican Su gloria permanece inalterable" 133 .<br />

En el salmo 111: "Bienaventurado el varón que teme al Señor, y en sus mandamientos<br />

encuentra el mayor deleite" 134 .<br />

Y cinco versículos después: "El hombre bueno es clemente y hace préstamos y hace


préstamos, y sabrá emplear sus palabras de acuerdo con el derecho; por ello, nunca<br />

jamás se sentirá turbado. El hombre justo dejará un recuerdo eterno: no temerá la mala<br />

fama Su corazón está siempre dispuesto, confiando en el Señor: su firme corazón no<br />

sentirá temor, mientras que sí lo verá en su enemigo. Esparce sus limosnas y se las da a<br />

los pobres: su justicia permanece eternamente; su poder será exaltado en la gloria. El<br />

impío lo verá y se inflamará de ira; rechinará sus dientes y se consumirá: el deseo de los<br />

impíos se frustrará" 135 .<br />

En el salmo 112: "Alabad al Señor, siervos; alabad el nombre del Señor. Que el nombre<br />

del Señor sea bendito desde ahora y hasta la eternidad. Desde el orto del sol hasta su<br />

ocaso, sea alabado el nombre del Señor" 136 .<br />

En el salmo 113: "Los ídolos de los gentiles son plata y oro, obra de las manos de los<br />

hombres. Tienen boca y no hablan; tienen ojos y no ven; tienen oídos y no oyen", etc 137 .<br />

Y poco después: "Semejante a ellos serán quienes los fabrican y todos los que en ellos<br />

ponen su confianza. Israel confía en el Señor: Él es su ayuda y su protector. La casa de<br />

Aarón confía en el Señor: Él es su ayuda y su protector. Quienes temen al Señor, en el<br />

Señor confían: Él es su ayuda y su protector" 138 .<br />

En el salmo 115: "Creí, y por eso dije: Estoy profundamente afligido" 139 .<br />

Y dos versículos después: "¿Qué le devolveré al Señor por todos los beneficios que me ha<br />

hecho? Tomaré el cáliz de la salvación e invocaré el nombre del Señor" 140 . "A los ojos del<br />

Señor, gloriosa resulta la muerte de sus santos" 141 .<br />

Y tres versículos más adelante: "Te inmolaré una víctima en señal de alabanza e invocaré<br />

en el nombre del Señor. En presencia de todo su pueblo cumpliré los votos hechos al<br />

Señor: en los atrios de la casa del Señor, en medio de ti, ¡oh Jerusalén!" 142 .<br />

En el salmo 116: "Alabad al Señor todas las naciones; alabadlo, pueblos todos" 143 .<br />

En el salmo 117: "Ensalzad al Señor porque es bueno, porque su misericordia dura<br />

eternamente. Que lo diga ahora Israel: eterna es su misericordia. Que lo diga la casa de<br />

Aarón: eterna es su misericordia. Que lo digan quienes temen al Señor: eterna es su<br />

misericordia. Cuando me encontraba atribulado, invoqué al Señor, y el Señor me escuchó<br />

en toda la amplitud" 144 .<br />

Después de cinco versículos: "Mejor es confiar en el Señor que confiar en los príncipes" 145 .<br />

Y ocho versículos después: "Mi baluarte y mi gloria es el Señor, y Él me ha servido de<br />

salvación. Voces de alabanza y de salvación se oyen en las tiendas de los justos" 146 .<br />

En el salmo 118: "Bienaventurados los que se mantienen incólumes en el camino; los que<br />

caminan en la ley del Señor. Bienaventurados quienes observan sus mandamientos y lo<br />

buscan con todo su corazón" 147 .<br />

Y en otro pasaje: "Y caminaré sin estrecheces porque he observado tus mandamientos.<br />

Daré testimonio de ti ante los reyes y no sentiré vergüenza. Me deleitaré en tus preceptos,<br />

que es lo que amo. Levantaré mis manos a tus mandamientos, que es lo que amo, y<br />

hablaré de tus preceptos" 148 .<br />

Cuatro versículos más adelante: "No me he apartado de tu ley. He recordado los juicios<br />

que pronunciaste hace tiempo, Señor, y he hallado consuelo. El horror se apoderó de mí<br />

por los impíos que se apartaron de tu ley. Tus mandamientos me sirvieron de canciones en<br />

la morada de mi vida errante. Durante la noche recordé tu nombre, y observé tu ley. Y me<br />

sucedió esto por observar tus preceptos. Mi destino, ¡oh Señor! -me dije-, es cumplir tu<br />

mandato. En mi corazón elevé mi plegaria hasta tu rostro: apiádate de mí según tu<br />

palabra. He meditado en mis caminos y he vuelto los pies hacia tu testimonio. Me he<br />

apresurado y no me he mostrado negligente en el cumplimiento de tus mandatos. Las<br />

ligaduras de los impíos me atenazaron, pero yo no me olvidé de tu ley. Me levantaré en<br />

medio de la noche para alabarte por la justicia de tu justificación. Amigo soy de cuantos te<br />

temen y observan tus mandamientos" 149 .<br />

Unos versículos más adelante: "Y, sin embargo, yo guardaba en mi corazón tus


mandamientos. Mi corazón está espeso como el sebo, y yo meditaba en tu ley. Me alegro<br />

por haber sido humillado, para aprender tus enseñanzas. Mejor es la ley de tu boca que<br />

montones de oro y de plata" 150 .<br />

Unos cuantos versículos después: "Porque tu ley es mi deleite" 151 . Y un poquito después:<br />

"Sin embargo, yo hablaré de acuerdo con tus preceptos" 152 . Y un poco más adelante: "No<br />

he olvidado tus mandamientos 153 . Y dos versículos después: "Los soberbios me cavaron la<br />

fosa, lo que no estaba de acuerdo con tu ley" 154 . Tras otros dos versículos: "Casi me<br />

abatieron en tierra, pero yo no abandoné tus mandamientos 155 .Y después de siete<br />

versículos: "A no ser porque tu ley era deleite, quizá hubiera perecido en mi aflicción.<br />

Nunca jamás me olvidaré de tus preceptos, porque por ellos me has dado la vida. Tuyo<br />

soy, ¡sálvame!, porque he guardado tus mandamientos. Me acecharon los impíos para<br />

perderme: yo seguiré prestando atención a tus palabras. He visto que toda perfección<br />

tiene un límite. Tus mandamientos, en cambio, son enormemente: dilatados. ¡Cuánto amo<br />

tu ley! En ella medito durante todo el día" 156 .<br />

Un poco más abajo: "Aparté mis pies de todo mal camino, para guardar tus palabras. No<br />

me alejé de tus preceptos, porque tú me has iluminado. ¡Qué dulces para mi garganta son<br />

tus preceptos! ¡Más que la miel para boca! Meditaba en tus mandamientos; por eso odio<br />

todo camino de falsedad Tus palabras son faro para mis pies y luz para mi sendero" 157 .<br />

Cinco versículos después: "Mi alma esta siempre en mi mano, y yo no me he olvido de tu<br />

ley. Los impíos me tendieron lazos, y no me aparté de tus mandamientos. Tus preceptos<br />

serán mi herencia por los siglos de los siglos, pues ellos son la alegría de mi corazón. He<br />

inclinado mi corazón para cumplir tus decretos, para lograr la recompensa eterna. Odio a<br />

los alborotadores y amo tu ley. Tú eres mi baluarte y mi escudo: tengo esperanza en tu<br />

promesa. Apartaos de mi los malvados: yo cumpliré los mandamientos de mi Dios" 158 .<br />

Siete versículos después: "Consideraste como escoria a todos los impíos de la tierra; por<br />

eso amo tus testimonios. Mi carne se estremeció por temor a ti, y de tus juicios tuve<br />

miedo. He practicado el juicio y la justicia: no me abandones en manos de quienes me<br />

calumnian" 159 .<br />

Tras unos cuantos versículos: "Por eso amo tus mandamientos más que al oro y al topacio.<br />

Por eso he caminado siempre conforme a tus preceptos: odio todo camino de falsedad.<br />

Tus testimonios son admirables; por eso mi alma los ha guardado" 160 .<br />

Dos versículos después: "Abrí mi boca y suspiré, porque anhelaba tus mandamientos" 161 .<br />

Y en otro pasaje: "Mi celo me consumió, porque mis enemigos se olvidaron de tus<br />

palabras. Tu palabra es sobremanera sin tacha, y tu siervo la ama. Pequeño soy y<br />

despreciable, pero no he olvidado tus preceptos" 162 . Tres versículos después: "Tus<br />

mandamientos son mi voluntad" 163 . Y poco después: "Observa mi aflicción y sálvame,<br />

porque no me he olvidado de tu ley" 164 . Seis versículos después: "Muchos son los que me<br />

persiguen y me acosan, pero yo no me he apartado de tus testimonios. Vi a tus<br />

prevaricadores y me entristecía, porque no guardaron tus palabras. Observa, Señor, que<br />

yo he amado tus mandamientos: dame vida de acuerdo con tu misericordia" 165 . Cuatro<br />

versículos después: "Siento alegría en tus palabras como quien encuentra un espléndido<br />

botín. Odio y detesto al mentiroso; yo, en cambio, amo tu ley. Siete veces al día te amo<br />

por la rectitud de tu justicia. Mucha paz tienen quienes aman tu ley y no sufren tropiezo.<br />

Tenía esperanza en tu salvación, Señor y cumplí tus mandamientos. Mi alma ha observado<br />

tus preceptos y los amo sobremanera. He guardado tus mandamientos y tus preceptos,<br />

porque todos mis caminos están ante ti" 166 .<br />

Tras ocho versículos: "Sea tu mano la que me auxilie porque he elegido tus preceptos.<br />

Anhelo tu salvación, Señor, y tu ley es mi voluntad" 167 . Dos versículos después: "He<br />

andado errante como oveja perdida: busca a tu siervo, porque no me he olvidado de tus<br />

mandamientos" 168 .<br />

En el salmo 119: "Yo hablaba palabras pacíficas, pero ellos las combatían" 169 .<br />

En el salmo 121: "Rogad la paz para Jerusalén. ¡Gocen de felicidad quienes la aman!" 170 .<br />

Dos versículos después: "Por mis hermanos y mis amigos te deseare la paz. Por amor a la<br />

casa del Señor, nuestro Dios, te desearé el bien" 171 .


En el salmo 122: "He levantado mis ojos hacia ti que habitas en los cielos. Igual que los<br />

ojos de los siervos están: atentos a las manos de sus señores, igual que los ojos de las<br />

esclavas están atentos a las manos de sus señoras, así están nuestros ojos atentos al<br />

Señor, nuestro Dios, hasta que se apiade de nosotros" 172 .<br />

En el salmo 124: "Los que confían en el Señor son como el monte Sión: eternamente<br />

inmóvil, asentado en Jerusalén" 173 .<br />

En el salmo 127: "Bienaventurado el que teme al Señor; el que sigue sus caminos" 174 .<br />

En el salmo 129: "He puesto mi esperanza en el Señor; en Él espera también mi alma; en<br />

su palabra confío" 175 .<br />

En el salmo 130: "Señor, mi corazón no se ha ensoberbecido ni mis ojos se han mostrado<br />

altaneros; no he andado tras de grandezas ni tras cosas demasiado altas para mí. No he<br />

destacado, e hice que mi alma guardara silencio como un niño destetado de su madre: de<br />

igual modo, destetada de mi está mi alma. Espera en el Señor, Israel, desde ahora y por<br />

los siglos de los siglos" 176 .<br />

En el salmo 132: "Ahí tenéis cuán bueno y cuán hermoso s que los hermanos convivan<br />

entrañablemente unidos" 177 .<br />

En el salmo 133: "Bendecid al Señor todos los siervos del Señor; los que os encontráis en<br />

casa del Señor durante la noche. Levantad vuestras manos hacia el santuario y bendecid al<br />

Señor" 178 .<br />

En el salmo 134: "Alabad el nombre del Señor; siervos, alabad al Señor. Y vosotros, los<br />

que os encontráis en la casa del Señor y en los atrios de la morada de nuestro Dios.<br />

Alabad al Señor, porque el Señor es bueno; cantad en honor de su nombre, porque es<br />

amable" 179 . Y un poco después: "Los ídolos de los gentiles son plata y oro obra de las<br />

manos de los hombres. Tienen boca y no hablan: tienen ojos y no ven no ven", etc 180 . Y<br />

un poro después: "Semejantes a ellos serán quienes los fabrican y todos los que en ellos<br />

ponen su confianza. Casa de Israel, bendecid al Señor; casa de Aarón, bendecid al Señor;<br />

temerosos del Señor, bendecid al Señor" 181 .<br />

En el salmo 135: "Alabad al Señor porque es bueno, porque su misericordia dura<br />

eternamente. Alabad al Dios de dioses porque su misericordia dura eternamente Alabad al<br />

Señor de los señores, porque su misericordia dura eternamente" 182 . Y al final del salmo:<br />

"Alabad a Dios del cielo porque su misericordia dura eternamente" 183 .<br />

En el salmo 136: "Si llegar a olvidarme de ti, Jerusalén, que mi diestra caiga en el olvido.<br />

Que mi lengua se me pegue a la garganta si llegara a olvidarme de ti, Jerusalén si no<br />

colocara a Jerusalén en el origen de mi alegría" 184 .<br />

En el salmo 138: "¿Acaso no he podido por menos de odiar a los que te odian, Señor, y de<br />

plantarme frente a tus adversarios? Concebí contra ellos un odio absoluto: se convirtieron<br />

en enemigos míos" 185 .<br />

En el salmo 139: "No cumplas, Señor, los deseos de los impíos: que sus crímenes no se<br />

difundan, para que no se ensoberbezcan" 186 . Y tres versículos después: "El hombre<br />

lenguaraz no tendrá nada que hacer en la tierra" 187 .<br />

En el salmo 140: "Que el justo me corrija benévolamente y que me reproche: no será un<br />

bálsamo de amargura derramado sobre mi cabeza" 188 . Después de cinco versículos:<br />

"Porque hacia ti, Señor, están dirigidos mis ojos; en ti he puesto mi esperanza: no<br />

desampares mi alma" 189 .<br />

En el salmo 141: "Con mi voz he clamado ante el Señor; ante el Señor he suplicado con mi<br />

voz. En su presencia dejaré oír mis palabras; ante Él proclamaré mi tribulación" 190 . Y siete<br />

versículos después: "Clamé ante ti, Señor, y dije: Tú eres mi esperanza y mi parcela en la<br />

tierra de los vivientes" 191 .<br />

En el salmo 142: "Meditaba en todas tus obras y hablaba de lo que tus manos han llevado<br />

a cabo. Hacia ti tengo tendidas mis manos: mi alma se levanta hacia ti como tierra


sedienta" 192 . Tres versículos después: "Al amanecer hazme oír tu misericordia, porque en<br />

ti confío. Dame a conocer el sendero por el que camino, porque hacia ti tengo levantada<br />

mi alma. Líbrame de mis enemigos, Señor: junto a ti busco protección" 193 .<br />

En el salmo 143: "Líbrame y sálvame de la mano de hijos extraños, cuya boca habla<br />

vanidad; y de la diestra de quienes tienen diestra de perfidia. Que nuestros hijos sean<br />

como una plantación que crece en su lozanía; y nuestras hilas como pilares engalanados,<br />

semejantes a los del templo. Que nuestros graneros estén llenos y rebosantes de toda<br />

clase de granos. Que nuestros rebaños se cuenten por millares y resulten innumerables en<br />

los cruces de nuestros caminos. Que nuestros toros sean rollizos. No hay<br />

derrumbamientos en (las murallas), ni salidas de ataque, ni gritos de terror en nuestras<br />

plazas: Feliz el pueblo que disfruta de tales cosas. Feliz el pueblo que tiene por Señor a su<br />

Dios" 194 .<br />

En el salmo 144: "Te ensalzaré, Señor, Dios mío, mi Rey, y bendeciré tu nombre por los<br />

siglos de los siglos. Todo el día te bendeciré y alabaré tu nombre eternamente sin<br />

interrupción" 195 . Dos versículos más adelante: "Una generación le ensalzará tus obras a la<br />

generación siguiente y proclamarán tu poderío. Narraré el esplendor de la gloria de<br />

grandeza y proclamaré tus maravillas. Se harán eco del poderío de tus prodigios y<br />

contarán tus grandezas. Recordarán tu inmensa bondad y ensalzarán tu justicia 196 Tres<br />

versículos después: "Tus santos te bendecirán. Proclamarán la gloria de tu reino y<br />

hablarán de tu poderío Que presenten a los hijos de los hombres su poderío y la gloria del<br />

esplendor de tu reino" 197 . Y un poco mas adelante: "Cerca está el Señor de todos los que<br />

lo invocan, de todos los que lo invocan de verdad. Se mostrará placentero con los que lo<br />

temen, escuchará su clamor y los salvará. El Señor custodia a todos los que lo aman, y<br />

extermina a todos los impíos. Mi boca entonará la gloria del Señor, y toda mi carne<br />

bendecirá su santo nombre eternamente sin interrupción" 198 .<br />

En el salmo 145: "Alaba, alma mía, al Señor. Alabaré al Señor durante toda mi vida;<br />

cantaré a mi Dios mientras viva. No confiéis en los príncipes, ni en hijo de hombre en<br />

cuyas manos no está la salvación" 199 . Dos versículos después: "Bienaventurado aquel<br />

cuyo auxilio es el Dios de Jacob y cuya esperanza está puesta en el Señor, su Dios" 200 .<br />

En el salmo 146: "Alabad al Señor, porque es bueno elevar nuestro cántico a nuestro Dios,<br />

pues honrosa es la bella alabanza" 201 . Siete versículos después: "El Señor levanta a los<br />

humildes, y abate por tierra a los impíos. Cantad en agradecimiento al Señor, cantad a<br />

nuestro Dios" 202 . Tras otros siete versículos: "No se complace en la fogosidad del caballo<br />

ni en las piernas del hombre. El Señor se complace en aquellos que lo temen y esperan su<br />

misericordia" 203 .<br />

En el salmo 148: "Los reyes de la tierra y los pueblos todos, todos los príncipes y jueces<br />

de la tierra, jóvenes y doncellas, ancianos y niños alaben el nombre del Señor" 204 .<br />

En el salmo 149: "Cantad al Señor un cántico nuevo; que se oiga su alabanza en la<br />

asamblea de los santos. Alégrese Israel en su Hacedor; salten de gozo por su rey los hijos<br />

de Sión" 205 . Tres versículos después: "Exaltará a los humildes en Jesús. Los santos<br />

gozarán en la gloria. Cantarán sobre sus lechos. Las alabanzas hacia Dios sonarán en sus<br />

gargantas" 206 .<br />

En el salmo 150: "Alabad al Señor en su santuario, alabadlo en el poderío de su potestad.<br />

Alabadlo en sus hazañas, alabadlo de acuerdo con la inmensidad de su magnificencia" 207 .<br />

Y al final del salmo: "Todo cuanto respira alabe al Señor" 208 .<br />

Esto es lo que hemos recopilado del Libro de los Salmos, en los que cada uno puede<br />

sopesar su vida si es que aspira a perfeccionarse. Advertimos al lector que los pasajes que<br />

hemos tomado de los Salmos los lea encadenadamente, como si de un salmo único se<br />

tratara, pasando por alto los incisos que hemos incluido entre los versículos por si quisiera<br />

consultarse el lugar en que se halla lo que hemos tomado, es decir, el pasaje concreto y la<br />

extensión del salmo en cuestión. El que omitiendo esos incisos, leyere únicamente y<br />

seguidas. Las palabras de los Salmos, lo hallará mucho más gratificante y por ello, sacará<br />

mayor utilidad de las palabras sagradas.<br />

A continuación recogeremos de los Libros de Salomón aquellos pasajes que parezcan<br />

convenientes a esta obra. En primer lugar, de los Proverbios, libro que, Si se comprende


ien, servirá prácticamente entero para instruirse en las piadosas costumbres. Pasaremos<br />

por alto aquellos pasajes que resultan oscuros: ocúpense de ellos los lectores y amantes<br />

de la literatura religiosa que en tales menesteres se ejercitan. Por nuestra parte,<br />

establecimos que en esta obra sólo recogeríamos aquellos pasajes que, fácilmente<br />

comprensibles, ayudan a llevar una vida recta. No obstante, podría parecerles a muchos<br />

que hemos omitido pasajes muy transparentes. Pero la verdad es que existe a menudo<br />

oscuridad en determinados pasajes que se consideran claros. En efecto, ¿existe algo que<br />

parezca tan comprensible, pero que tan torpemente resulte si se trata de aplicarlo al pie<br />

de la letra, como este pasaje: "abstente del agua ajena; de la fuente ajena no bebas"? Y ¿<br />

para qué sirve con vistas a corregir las costumbres -si no se le busca una interpretación<br />

más profunda- un pasaje como éste: "La pobreza humilla al hombre; en cambio, la mano<br />

de los poderosos enriquece" 209 . Y es que no ser pobre y ser poderoso por las manos no<br />

depende de la voluntad de los hombres buenos, y en cambio se les concede a los hombres<br />

depravados; y este proverbio, mal interpretado, podría provocar a los pobres dotados de<br />

fuerzas físicas a que creyeran que deben hacerse ricos por medio de las rapiñas. ¿Quién no<br />

se echaría a reír si considerara al pie de la letra el siguiente pasaje: "los malvados no<br />

tendrán hijos"? 210 .<br />

Dejaremos, pues, de lado semejantes pasajes. Recojamos en este Espejo aquellos otros<br />

en los que bastante a menudo se aconseja algo, cuando eso que se aconseja y se enseña<br />

no resulta oscuro. Así, en este Espejo podrán mirarse aquellos que ya están persuadidos a<br />

vivir honrada y loablemente, pero que, para llevarlo a cabo, buscan qué deben escoger y<br />

qué han de observar. De acuerdo con ello, creo que, de los Proverbios de Salomón, hay<br />

que reseñar los siguientes.<br />

VII. De los Proverbios<br />

"El temor hacia el Señor es el principio de la sabiduría. Los necios desprecian la sabiduría y<br />

la enseñanza. Escucha, hijo mío, la doctrina de tu padre y no desdeñes los consejos de tu<br />

madre" 211 . Catorce versículos después, cuando se habla de los homicidios, dice: "Contra<br />

su propia sangre tienden asechanzas, y fraudes maquinan contra su propia vida. Así, la<br />

práctica de la avaricia se apodera de todos los ricos" 212 . Cuatro versículos más adelante:<br />

"¿Hasta cuándo, hombres simples, seguís amando la simpleza? ¿Hasta cuándo los<br />

estúpidos seguirán deseando lo que les es nocivo, y los necios aborrecerán la ciencia?" 213 .<br />

Después de once versículos: "Entonces me invocarán y yo no les prestaré oídos; se<br />

levantarán por la mañana y no me encontrarán, por haber tenido a la sabiduría como algo<br />

odioso y no haber concebido temor hacia el Señor, ni haberse ajustado a mis consejos, y<br />

por haber despreciado todas mis advertencias. Comerán, pues, el fruto de su<br />

comportamiento y se saciarán de sus propios criterios. Su descarrío aniquilará a los<br />

simples y su prosperidad echará a perder a los necios. En cambio, aquel que me escuche<br />

se encontrará libre de terror y disfrutará de la abundancia, al margen del miedo a la<br />

desgracia" 214 .<br />

Cuatro versículos después: "Si invocaras a la inteligencia e inclinaras tu corazón hacia la<br />

prudencia; si la buscaras como si de la riqueza se tratase o como si excavaras un tesoro,<br />

entonces comprenderías el temor del Señor y descubrirías la ciencia de Dios. Porque el<br />

Señor da la sabiduría y de su boca brota la ciencia y la prudencia. Vigilará la salvación de<br />

los justos y protegerá a los que caminan en la sencillez: guarda las sendas de la justicia y<br />

custodia los caminos de sus santos. Entonces comprenderías la justicia, el juicio, la<br />

equidad y todo buen camino. Si la sabiduría entrara en tu corazón y la ciencia le fuera<br />

grata a tu alma, la cordura te guardaría y la prudencia te mantendría a salvo, para<br />

apartarte del mal camino y del hombre que habla perversidades: de aquellos que<br />

abandonan el buen camino y echan a andar por senderos tenebrosos; los que se alegran<br />

cuando hacen el mal y se complacen en las corrupciones; de aquellos cuyas sendas son<br />

perversas, y los pasos que dan, infames; para apartarte de la mujer ajena y de la extraña,<br />

que pronuncia tiernas palabras que abandonó al prometido que tuvo desde su mocedad y<br />

se olvidó de los juramentos hechos a su Dios" 215 .<br />

Tres versículos más adelante: "Que no te abandonen la misericordia y la verdad: átatelas<br />

al cuello y escríbelas en las tablillas de tu corazón, y encontrarás gracia y buena opinión<br />

ante Dios y ante los hombres. Deposita tu confianza en el Señor con todo tu corazón y no<br />

te apoyes en tu prudencia. En todas tus empresas piensa en Él y Él dirigirá tus pasos. No<br />

te consideres un sabio. Teme al Señor y apártate del mal" 216 . Tras un versículo: "Honra al


Señor con parte de tu hacienda y con las primicias de todos tus frutos" 217 . Y dos<br />

versículos después: "No menosprecies, hijo mío, las observaciones del Señor, y no te<br />

sientas abatido cuando te corrija, pues el Señor corrige a quien Él ama y en él se complace<br />

como un padre con su hijo. Bienaventurado el hombre que descubre la sabiduría y abunda<br />

en inteligencia. Tal adquisición es mejor que una transacción de plata, y su beneficio mejor<br />

que el oro puro. Resulta más precioso que todas las riquezas, y todo cuanto se desea no<br />

alcanza a compararse con ello" 218 .<br />

Diez versículos después: "Hijo mío, que estos consejos no se aparten jamás de tus ojos:<br />

observa la ley y la prudencia" 219 . Y al cabo de nueve versículos: "No impidas hacer el bien<br />

a quien puede hacerlo: si tienes ocasión, haz lo tú también. No le digas a tu amigo: vete y<br />

vuelve, que mañana te lo daré, si es que en ese momento pudieras dárselo. No maquines<br />

la desgracia contra tu amigo si éste ha depositado en ti su confianza. No pleitees contra<br />

una persona sin motive alguno" 220 . Y tras siete versículos: "Él se burlará de los burladores<br />

y mostrará su simpatía a los humildes" 221 .<br />

Cuarenta y cuatro versículos después: "Guarda tu corazón con la mayor cautela, porque de<br />

él brota la vida. Aleja de ti la boca depravada y mantén lejos de ti los labios difamadores.<br />

Que tus ojos miren lo que es justo y tus párpados dirijan rectamente tus pasos. Lleva tus<br />

pies por el camino recto y que todos tus caminos sean seguros. No te desvíes ni a derecha<br />

ni a izquierda. Aleja tus pies del mal. En efecto, el Señor conoce los caminos que están a<br />

la derecha; los que están, en cambio, a la izquierda son perversos. Él hace que tus<br />

senderos sean rectos. Él tenderá en paz tus caminos" 222 .<br />

"Hijo mío, atiende a mi sabiduría y da oídos a mi inteligencia, para que mantengas a salvo<br />

mis consejos y tus labios guarden mi doctrina. Los labios de la meretriz son un panal que<br />

destila miel y su garganta es más radiante que el óleo. Sin embargo, su final es amargo<br />

como el ajenjo y punzante como una espada de doble filo. Sus pies encaminan a la muerte<br />

y sus pasos conducen al sepulcro" 223 .<br />

Noventa y siete versículos más adelante: "Que tu corazón no codicie su hermosura, para<br />

no verte cazado por sus guiños. El salario de una ramera es apenas un pan; en cambio, la<br />

mujer casada se apodera de una vida preciosa. ¿Puede acaso el hombre esconder el fuego<br />

en su regazo sin que sus vestidos echen a arder? ¿O caminar sobre brasas sin que las<br />

plantas de sus pies se quemen? Así, el que se acerque a la mujer de su prójimo no estará<br />

incólume si llegara a tocarla. No es grande el delito cuando alguien roba para saciar su<br />

hambre; pero, si lo sorprenden, devolverá el séptuplo y entregará toda la hacienda de su<br />

casa. Ahora bien, el adúltero lo que hace es perder su alma por escasez de inteligencia"<br />

224 .<br />

Cinco versículos después: "Hijo mío, guarda mis palabras y conserva en tu corazón mis<br />

mandamientos. Observa mis mandamientos y vivirás; que mi ley sea para ti como la niña<br />

de tus ojos" 225 .<br />

Cincuenta y siete versículos más adelante. "Vosotros, hombres simples, proveeros de<br />

sensatez; y vosotros, necios, recuperad el juicio" 226 . Dos versículos después: "Mi garganta<br />

expresará la verdad y mis labios detestarán al impío 227 . Y pasados tres versículos:<br />

"Recibid mis enseñanzas, que no dinero: amad mi doctrina más que al oro. Mi sabiduría es<br />

mejor que todas las riquezas juntas y no puede compararse con ella todo cuanto es<br />

deseable" 228 . Y después de dos versículos: "Temer al Señor es odiar el mal: yo detesto la<br />

arrogancia, la soberbia, el camino depravado y la lengua mentirosa" 229 . Y al cabo de seis<br />

versículos: "Yo amo a quienes me aman; y los que desde por la mañana me buscan, me<br />

encontrarán. Junto a mí se hallan las riquezas y la gloria, la fortuna opulenta y la justicia.<br />

Mi fruto es mejor que el oro puro y que la piedra preciosa, y mis beneficios mejores que la<br />

plata escogida. Camino por senderos de justicia, por medio de sendas de equidad, para<br />

enriquecer a los que me aman, y colmar sus tesoros" 230 . Y veintitrés versículos después:<br />

"Bienaventurado el hombre que me oye que a diario monta guardia ante mis puertas y<br />

vigila las jambas de mi entrada Quien me encuentre, encontrará la vida y alcanzará del<br />

Señor la salvación. En cambio quien pecare contra mí lesionara su alma Todos los que me<br />

tienen odio aman la muerte" 231 .<br />

Nueve versículos más adelante :"Abandonad la simpleza y vivid y caminad por los<br />

senderos de la prudencia. El que intenta enseñar a un burlador se causa a sí mismo una<br />

afrenta; a: el que corrige a un impío se echa encima una mancha. No corrijas a un


urlador, para que no te aborrezca; corrige al Sabio, y te amará. Da al sabio, y se le<br />

acrecentará la sabiduría. Enseña al justo, y se apresurará a escucharte. El principio de la<br />

sabiduría es el temor hacia el Señor; y la ciencia de los santos es la prudencia" 232 .<br />

Dieciocho versículos después: "No aprovechan los tesoros producto de la iniquidad: es la<br />

justicia lo que liberará de la muerte 233 . Cuatro versículos más adelante: "Quien recoge en<br />

tiempo de cosecha, hijo inteligente es. En cambio quien durante la siega estival se<br />

duerme, es hijo del desorden" 234 . Después de cuatro versículos: "El sabio guarda los<br />

mandamientos en su corazón; el necio se perderá por lenguaraz. Quien va por la vida con<br />

sencillez, camina con confianza en cambio, quien pervierte sus caminos, será puesto en<br />

evidencia. El que guiña los ojos ocasionará la desgracia; el estúpido lenguaraz sufrirá el<br />

castigo. Fuente de vida es la boca del justo; la boca de los impíos oculta la iniquidad. El<br />

odio suscita enfrentamientos; el amor encubre todas las faltas. En los labios del sabio se<br />

encuentra la sabiduría; los palos, sobre las espaldas de aquel que carece de cordura. Los<br />

sabios esconden su sapiencia; pero la boca del necio está al lado de la ruina" 235 .<br />

Cuatro versículos después: "Quienes observan la doctrina se hallan en el camino de la<br />

vida; en cambio, el que deja a un lado las advertencias que se le hacen, anda extraviado.<br />

Los labios mentirosos esconden odio. El que esparce la difamación es un necio. No falta<br />

pecado en la charlatanería: el que modera sus labios, ése es e más prudente. Plata<br />

escogida es la lengua del justo; el corazón de los impíos carece de valor alguno. Los labios<br />

del justo enseñan a muchos; los necios. en cambio, mueren por falta de cordura. La<br />

bendición del Señor hace ricos, y a ellos no se les arrimará la tristeza. El necio hace el mal<br />

como por entretenimiento; en cambio, para el sabio, la prudencia es sabiduría. Lo que el<br />

impío teme, caerá sobre él; a los justos se les colmarán sus deseos" 236 .<br />

Dos versos más adelante: "Como el vinagre para los dientes y el humo para los ojos, así<br />

es el vago para quienes lo envían. El temor hacia el Señor alarga los días de la vida; los<br />

años de los impíos serán abreviados. La esperanza de los justos les es motivo de alegría;<br />

en cambio, la esperanza de los impíos se desvanecerá. El baluarte del hombre sencillo es<br />

el camino del Señor; pero es el terror para quienes obran el mal. El justo no se verá<br />

alterado en el jamás de los jamases; en cambio, los impíos no habitarán la tierra. La boca<br />

del justo alumbrará sabiduría; la lengua de los depravados perecerá. Los labios del justo<br />

tienen en cuenta lo que resulta amable; la boca de los impíos, lo perverso" 237 .<br />

"La balanza trucada es una abominación a los ojos de Dios; el peso justo es lo que le<br />

place. Donde halla soberbia, allí habrá afrenta. En cambio, donde se encuentre la<br />

modestia, allí estará también la sabiduría. La sencillez de los justos es lo que dirige sus<br />

pasos; la doblez de los perversos es la que pierde a éstos. No servirán de nada las<br />

riquezas el día del castigo final, pero la justicia liberará de la muerte. La justicia del<br />

hombre sencillo orienta su camino; el impío se verá arrastrado en su propia impiedad. La<br />

justicia de los hombres rectos los liberará; los inicuos caerán en sus propias trampas.<br />

Ninguna esperanza futura tendrá el hombre impío una vez muerto; y las expectativas de<br />

los llenos de preocupaciones se desvanecerán" 238 .<br />

Siete versículos después: "El que desprecia a su amigo está falto de inteligencia; en<br />

cambio, el hombre prudente sabrá guardar silencio. El que se mueve en medio de<br />

mentiras, termina por revelar los secretos; el que posee un espíritu fiel, sabe guardar lo<br />

que se le confía. Cuando no hay dirigente, el pueblo se precipita en la ruina; la salvación,<br />

en cambio, se halla donde los consejos abundan. El que saca la cara por un extraño se<br />

verá afligido por la desgracia; quien toma precauciones ante las trampas, estará seguro"<br />

239 .<br />

Tras dos versículos: "El hombre misericordioso le hace bien a su alma; en cambio, el que<br />

es cruel aflige incluso a sus allegados" 240 . Cuatro versículos después: "El corazón<br />

depravado resulta abominable al Señor; su simpatía la pone en quienes van por la vida<br />

con sencillez. El malvado no se quedará sin castigo, mano sobre mano; la descendencia de<br />

los justos se salvará" 241 . Dos versículos después: "El deseo de los justos es todo él bueno;<br />

la esperanza de los impíos es la ira. Algunos reparten sus pertenencias y se hacen ricos;<br />

otros se apoderan de lo que nos les pertenece, v siempre se hallan en la indigencia. El<br />

alma que expande el bien se verá satisfecha; y el que da de beber, también él se verá<br />

saciado. Maldito es entre la gente el que acapara el trigo; la bendición cae, en cambio,<br />

sobre la cabeza de quienes lo venden. Mucho madruga el que busca el bien; pero quien<br />

anda en busca de maldades, por ellas se verá aplastado. El que confía en sus riquezas, se


derrumbará; sin embargo, los justos prosperarán como las hojas verdes" 242 .<br />

Cuatro versículos más adelante: "Si el justo recibe en la tierra su recompensa, ¡cuánto<br />

más el impío y el pecador!" 243 . "El que ama las correcciones, ama la ciencia; en cambio, el<br />

que odia las reprensiones es un necio. El bueno alcanzará del Señor la gracia; quien confía<br />

en sus propias ideas, se comporta impíamente. No arraigará sólidamente el hombre que<br />

parte de la impiedad, pero la raíz de los justos será inamovible" 244 .<br />

Dieciséis versículos después: "El deseo del impío es un fortín de maldades; la raíz de los<br />

justos dará fruto. A causa de los pecados salidos de sus labios la ruina se arrima al<br />

malvado; el justo escapará de la tribulación. Cada hombre se saciará con los frutos que,<br />

como bienes, brotan de su propia boca, y se le retribuirá de acuerdo con las obras que<br />

salen de sus manos. A los ojos del necio le parece recto su camino; el sabio, en cambio,<br />

escucha los consejos" 245 .<br />

Al cabo de cuatro versículos: "Hay quien habla, y como con una espada se causa una<br />

herida al sentimiento; la lengua de los sabios es medicina. Los sabios que dicen la verdad<br />

se mantienen en todo momento firmes; en cambio, el testigo de ocasión emplea una<br />

lengua mentirosa. En el corazón de los que maquinan maldades se asienta el engaño; a<br />

quienes conciben ideas de paz los sigue la alegría. Al justo no le entristecerá nada de lo<br />

que le suceda; los impíos se verán desbordados por la desgracia. El Señor aborrece los<br />

labios mentirosos; le complacen, en cambio, quienes se portan con fidelidad. El hombre<br />

prudente oculta su ciencia; el corazón de los necios proclamará a los vientos su<br />

estupidez" 246 .<br />

Dos versículos después: "La tristeza que llena el corazón del hombre lo deprime, pero se<br />

alegra con la palabra amable. Quien, por amistad, disimula el daño, es hombre justo; el<br />

camino de los impíos les tiende trampas. El hombre fraudulento no encontrará provecho:<br />

el carácter del hombre valdrá su peso en oro. En el sendero de la justicia se encuentra la<br />

vida: cuando el camino se desvía, conduce a la muerte" 247 .<br />

"El hijo sabio sigue las enseñanzas del padre; el estúpido, en cambio, no tiene en cuenta<br />

cuando se le corrige. Cada hombre se saciará con los frutos que, como bienes, brotan de<br />

la propia boca: el alma de los prevaricadores es inicua. Quien su boca guarda, guarda su<br />

vida; quien sin tino habla, su ruina busca. El vago quiere, pero no quiere; el alma de los<br />

que trabajan medrará. El justo despreciará la palabra del mendaz; impío confunde y es<br />

confundido. La justicia custodia el camino del inocente; la impiedad abate a los pecadores.<br />

Hay quien es como rico, aunque nada tenga, y hay quien es como pobre, a pesar de que<br />

posea abundantes riquezas. Sus riquezas sirven para rescatar la vida de un hombre; pero<br />

el que es pobre no tiene que soportar reproches. La luz de los justos produce alegría; la<br />

lámpara de los impíos se extinguirá. Entre los soberbios siempre hay enfrentamientos;<br />

pero quienes todo lo hacen pidiendo consejos son dirigidos por la sabiduría. La riqueza<br />

pronto amasada se dilapidará; en cambio, aquella que fue acumulada poco a poco se<br />

multiplicará. La esperanza que se demora aflige al alma; el deseo que se ve cumplido es<br />

árbol de vida. Quien se sustrae a alguna obligación se compromete para el futuro; quien<br />

respeta lo que se le manda vivirá en paz. La ley es fuente de vida para el sabio, para<br />

escapar de la ruina de la muerte. La buena educación os granjeará simpatías; en la vida<br />

de los altaneros sólo hay torbellinos" 248 .<br />

Doce versículos más adelante: "El que no emplea su vergajo, odia a su hijo; el que lo ama,<br />

se apresura a corregirlo El justo come y sacia su alma; en cambio, el estómago de los<br />

impíos es insaciable" 249 .<br />

Dos versículos después: "El que camina por el recto sendero y teme a Dios es despreciado<br />

por quien avanza por camino tortuoso. En la boca del necio está el látigo de la soberbia: a<br />

los sabios los custodian sus propios labios" 250 . Tras dos versículos más: "El testigo fiel no<br />

miente: el testigo mendaz declara mentiras. El chancero busca la sabiduría y no la<br />

encuentra; la ciencia es fácil de alcanzar para los prudentes. Enfréntate al hombre necio e<br />

ignora los labios de la necedad. La sabiduría del sabio radica en comprender su camino,<br />

equivocándose en él la insensatez de los necios. El necio se burlará del pecado; la del<br />

pecado; la benevolencia convivirá entre los justos. Porque el corazón conoce la amargura<br />

de su alma, no dejará que en su alegría participe ningún extraño. La casa de los impíos<br />

será arrasada; las viviendas de los justos florecerán. Hay caminos que le parecen rectos al<br />

hombre: pero cuyo final desemboca en la muerte. La risa se mezclará con el dolor y al


final de la alegría sobreviene la angustia 251 .<br />

Al cabo de tres versículos: "El sabio siente temor y se aparta del mal; el necio se exalta y<br />

se muestra confiado. El impaciente cometerá tonterías y el hombre taimado resulta<br />

odioso" 252 . Cuatro versículos después: "Peca quien a su prójimo desprecia; en cambio, el<br />

que se apiada de los pobres será bienaventurado. Yerran quienes hacen el mal; la<br />

misericordia y la verdad traerán bienes. En todo esfuerzo habrá recompensa; pero cuando<br />

sólo hay abundante palabrería, a menudo lo que hay es pobreza" 253 . Tras cuatro<br />

versículos: "En el temor hacia el Señor se halla la confianza del hombre fuerte, y sus hijos<br />

tendrán esperanza. El temor hacia el Señor es fuente de vida para escapar de la ruina de<br />

la muerte" 254 . Dos versículos más adelante: "El que es paciente se conduce con gran<br />

prudencia; sin embargo, el impaciente pone de manifiesto su estupidez. La pureza de<br />

corazón es la vida del cuerpo; la envidia es el cáncer de los huesos. Quien calumnia al<br />

necesitado desprecia a su Hacedor; en cambio, lo honra quien se apiada del pobre" 255 .<br />

Siete versículos después: "Una respuesta amable aplaca la ira; una palabra dura suscita el<br />

furor. La lengua del sabio hace atractiva la ciencia; la boca de los fatuos esparce<br />

insensatez" 256 . Diecisiete versículos más adelante: "El hombre funesto no aprecia a quien<br />

lo corrige, y no se acerca a los sabios" 257 . Tras cinco versículos: "Es mejor poseer poco<br />

con el temor del Señor que grandes e insaciables tesoros. Es mejor ser invitado a comer<br />

legumbres, cuando se hace con amor, que a comer ternero cebado, cuando se hace con<br />

odio. El hombre colérico provoca enfrentamientos; el paciente aplaca las cóleras<br />

desatadas. El camino de los vagos es como un seto de espinas; el sendero de los justos<br />

está libre de obstáculos. El hijo sabio causa alegría a su padre; el hombre necio desprecia<br />

a su madre" 258 .<br />

Dos versículos después: "Donde no hay consejo, los planes se vienen abajo; en cambio, se<br />

afianzan cuando los consejeros son muchos. Se alegra el hombre cuando su boca<br />

encuentra respuesta, y una palabra oportuna es magnífica. El camino de la vida siempre<br />

conduce al erudito hacia arriba para apartarlos del sepulcro postrero" 259 . Cuatro versículos<br />

después: El que camina tras la avaricia perturba su casa; el que odia la recompensa, ése<br />

vivirá. La mente del justo tendrá en cuenta la obediencia; la boca de los impíos rebosa<br />

maldades. Lejos de los impíos se halla el Señor, pero escucha las oraciones de los justos.<br />

La luz de los ojos alegra al alma; la: buenas noticias vigorizan los huesos. La oreja que<br />

escucha las correcciones saludables tendrá un puesto en medio de los sabios. Quien<br />

menosprecia las censuras, menosprecia su alma, pero quien se atiene a las correcciones<br />

posee inteligencia. El temor hacia el Señor es enseñanza de sabiduría; la humildad va por<br />

delante de la gloria" 260 .<br />

"Al hombre le compete disponer el corazón, y a Dios gobernarle la lengua. A los ojos del<br />

hombre todos los caminos son practicables, pero es el Señor quien sopesa los espíritus.<br />

Revela al Señor todas tus obras, y tus proyectos serán llevados a cabo. El Señor lo ha<br />

realizado todo siendo Él mismo su finalidad, dando vida incluso al impío para su desgracia.<br />

El Señor abomina a todo hombre arrogante; aunque estuviera mano sobre mano, no será<br />

considerado inocente. Con misericordia y verdad se lava el pecado; con el temor hacia el<br />

Señor, el hombre aleja el mal Cuando los caminos del hombre resultan gratos al Señor,<br />

incluso a sus enemigos se los reconcilia. Mejor es tener poco, pero con honradez, que<br />

abundantes ingresos, pero con injusticia. El corazón del hombre elige su camino, mas al<br />

Señor le compete dirigirle sus pasos. El destino está en los labios del rey: que su boca no<br />

yerre al emitir su juicio. Peso y balanza están fijados por el Señor, y obra suya son todas<br />

las pesas de la bolsa. Abominables son los reyes que actúan impíamente, pues el trono se<br />

impíamente, pues el trono se consolida mediante la justicia. Los labios justos son gratos a<br />

los reyes: el que habla la verdad, ése será amado. La cólera del rey es mensajero de<br />

muerte: el hombre sabio la aplacará. En la alegría del rostro del rey está la vida, y su<br />

clemencia es como lluvia tardía. Aprópiate de sabiduría, porque es mejor que el oro; y<br />

adquiere prudencia, porque es más preciosa que la plata. La senda de los justos está lejos<br />

del mal; quien custodia su alma vigila su camino. La soberbia va por delante de la<br />

catástrofe; y antes de la ruina el alma se ensoberbece. Mejor es humillarse con los<br />

humildes que repartirse el botín con los soberbios. El experto en la palabra encontrará el<br />

bien; y quien pone su esperanza en el Señor es bienaventurado. El sabio de corazón será<br />

calificado de prudente; y quien habla con dulzura obtendrá mayores resultados" 261 .<br />

Diecisiete versículos después: "El hombre paciente es mejor que el esforzado; quien sabe<br />

dominar el espíritu vale más que el conquistador de ciudades. Las suertes se depositan en


el regazo, pero es el Señor quien las administra" 262 .<br />

"Mejor es un mendrugo seco comido con alegría que una casa llena de carne de víctimas<br />

en la que reina la discordia. El siervo prudente se impondrá sobre los hijos estúpidos y se<br />

repartirá la herencia con los hermanos. Como la plata se prueba en el fuego, y el oro en el<br />

crisol, así prueba el Señor los corazones. El malvado obedece a la lengua inicua y el<br />

mentiroso se somete a los labios mendaces. El que desprecia a un pobre, desdeña a su<br />

Hacedor; quien se alegra en la desgracia de otro no escapará al castigo. Corona de los<br />

ancianos son los hijos de sus hijos, y gloria de los hijos son los padres. No convienen al<br />

necio las palabras grandilocuentes ni al príncipe un labio mentiroso. Piedra preciosa es la<br />

esperanza de tener un fiador: adondequiera que se dirija, sus proyectos serán prudentes.<br />

Quien disimula las faltas ajenas, hace amistades; quien se hace eco de sus chismorreos,<br />

aleja a los amigos. Más aprovecha una corrección al hombre sensato que cien azotes a un<br />

necio. El malvado siempre anda buscando pendencia; contra él será enviado un mensajero<br />

cruel. Es preferible toparse con una osa a la que acaban de arrebatarle sus cachorros que<br />

con un insensato pagado de sí mismo en su necedad. Quien devuelve mal por bien no<br />

alejará la desgracia de su casa. Quien inicia una querella es como el que abre una<br />

compuerta de agua y abandona el pleito antes de sufrir una afrenta. Quien disculpa a un<br />

impío y quien condena a un inocente, ambos dos son abominables a los ojos del Señor"<br />

263 .<br />

Dieciséis versículos después: "El impío acepta regalos de bolsa ajena para alterar los<br />

caminos de la justicia. En el rostro del hombre prudente luce la sabiduría; los ojos de los<br />

necios se encuentran en los confines de la tierra" 264 . Cuatro versículos más adelante:<br />

"Quien modera sus palabras es sabio y prudente; el hombre inteligente posee un alma<br />

preciosa" 265 .<br />

Dos versículos después: "El que quiere alejarse de un amigo busca pretextos: en cualquier<br />

circunstancia será reprensible" 266 . Seis versículos más adelante: "No es bueno favorecer a<br />

la persona de un impío para apartarte de la rectitud de un juicio" 267 . Al cabo de otros<br />

cuatro versículos: "El que en su trabajo es blandengue e indolente es hermano del que<br />

dilapida su fortuna. Torre inquebrantable es el nombre del Señor: a ella se acoge el justo,<br />

y será exaltado" 268 . Dos versículos después: "Antes de sucumbir en la ruina, el corazón<br />

del hombre se ensoberbece; antes de ser alabado, sufre humillación" 269 .<br />

Siete versículos más adelante: "Quien primero defiende su causa tiene la razón; pero<br />

luego llega su oponente y lo somete a análisis. La suerte dirime los pleitos y emite<br />

también su veredicto entre los poderosos. El hermano que es ayudado por su hermano es<br />

como una ciudad inexpugnable, y sus criterios son como los cerrojos de las fortalezas" 270 .<br />

Dos versículos después: "La muerte y la vida dependen de la lengua: los que en ella ponen<br />

su predilección se alimentarán de sus frutos. Quien encuentra una mujer buena, encuentra<br />

el bien y recibe del Señor la alegría. El pobre habla con ruegos; el rico se expresa con<br />

dureza. Un hombre ligada por los vínculos de la amistad resultará más entrañable que un<br />

hermano".<br />

"Es preferible un pobre que vive sencillamente que el necio que crispa sus labios. Cuando<br />

el alma carece de ciencia, no existe el bien; el apresurado tropieza. La necedad dci<br />

hombre le impide progresar, y dentro de su corazón se subleva contra Dios. Las riquezas<br />

hacen ganar abundantes amigos, mientras que del pobre se apartan incluso aquellos<br />

amigos que antes tenía. El testigo falso no quedará sin castigo; quien habla mentiras no<br />

escapará. Muchos rinden pleitesía a la personalidad del poderoso y se muestran amigos<br />

del que distribuye dádivas. Al hombre pobre lo odian incluso sus hermanos; con mayor<br />

motivo, de él se apartan también los amigos. El que solamente va detrás de las palabras<br />

no tendrá nada; pero el que posee inteligencia, ése aprecia la vida" 271 .<br />

Nueve versículos más adelante: "La pereza invita al sueño, y el alma holgazana pasará<br />

hambre. Quien cumple lo ordenado salvaguarda su vida; quien desdeña sus caminos<br />

sufrirá la muerte. Hace un préstamo al Señor el que se apiada de los pobres, y Él a su vez<br />

se lo recompensará. Corrige a tu hijo y no esperes para hacerlo más adelante" 272 . Seis<br />

versículos después: "El hombre indigente es misericordioso: mejor es ser pobre que<br />

mentiroso. El temor hacia el Señor conduce a la vida, y se vivirá en la abundancia y libres<br />

de recibir la visita de la desgracia" 273 . Tras dos versículos: "Cuando se castiga al hombre<br />

funesto, el necio se vuelve más cuerdo; pero cuando se corrige al sabio, gana en<br />

sabiduría. Quien aflige a su padre y ahuyenta a su madre es persona indigna y nefasta. No


dejes, hijo mío, de escuchar las enseñanzas, para que no ignores las palabras de la<br />

sapiencia. El testigo inicuo se burlará de la justicia; la boca de los impíos devora iniquidad.<br />

Dispuestas están las sentencias para los burladores, y vergajos que sacudan los cuerpos<br />

de los necios" 274 .<br />

"Cosa alborotadora es el vino, y la embriaguez, amiga de altercados: quien en ello se<br />

deleita, no es sabio" 275 . Diecinueve versículos después: "Dobles pesos y dobles medidas,<br />

cosas son ambas abominables a los ojos de Dios. Por las aficiones de un niño puede<br />

colegirse si su comportamiento futuro será limpio y recto" 276 . Tras otros dos versículos:<br />

"No te aficiones al sueño, para que no te oprima la pobreza: mantén abiertos tus ojos, y te<br />

hartarás de pan" 277 . Diecisiete versículos más adelante: "El doble peso es abominable a<br />

los ojos de Dios; la balanza trucada no es buena" 278 .<br />

Después de veinticinco versículos: "Quien cierra sus oídos ante el clamor del pobre,<br />

cuando también él clame no será escuchado. La dádiva disimulada aplaca la ira, y el regalo<br />

que se recibe en el regazo extingue la mayor indignación. Al justo le produce alegría que<br />

se haga justicia, pero les causa pavor a quienes obran la iniquidad. El hombre que se<br />

apartare del camino de la doctrina será considerado como integrante de la pandilla de los<br />

monstruos" 279 . Nueve versículos más tarde: "Quien vigila su boca y su lengua, preserva<br />

su alma de las asechanzas. El soberbio y arrogante es calificado de necio que en su ira<br />

manifiesta su soberbia. Los deseos matan al holgazán: sus manos no quieren trabajar en<br />

nada. Hay quien durante todo el día codicia y ambiciona; pero el justo lo regalará todo y<br />

no cesará de hacerlo. Las víctimas que ofrendan los impíos son abominables, porque son<br />

ofrecidas desde la maldad. El testigo falso perecerá; el hombre que habla bien proclama la<br />

victoria" 280 .<br />

Cinco versículos después: "Vale más un buen nombre que abundantes riquezas" 281 . Y<br />

quince versículos después: "Quien es proclive a la misericordia es bendecido, pues de su<br />

pan da al pobre. Expulsa al depravado y con él se marchará la discordia y cesarán los<br />

pleitos y las afrentas" 282 . Tras otros cuatro versículos: "Dice el vago: ahí fuera hay un<br />

león; voy a ser devorado en medio de la plaza" 283 . Al cabo de tres versículos: "El que<br />

oprima al pobre para aumentar sus propias riquezas, pero por su parte dé al rico, también<br />

él empobrecerá" 284 . Y ocho versículos más adelante: "No causes violencia al pobre por el<br />

hecho de ser pobre, ni atropelles a tu puerta al necesitado, porque el Señor asumirá su<br />

defensa y aherrojará a quienes lo aherrojaron. No tengas amistad con un hombre<br />

iracundo, ni vayas en compañía de una persona colérica, no sea que aprendas sus<br />

comportamientos y sumerjas tu vida en el escándalo. No te relaciones con quienes ofrecen<br />

su mano y salen fiadores de deudas" 285 .<br />

Y un poquito más adelante: "No eludas castigar a tu hijo, pues, aunque lo zurres con la<br />

vara, no morirá. Con la vara lo golpeas, y estarás librando su alma de. Infierno" 286 . Ocho<br />

versículos después: "No participes en francachelas de bebedores, ni en banquetes de<br />

quienes se reúnen para comer carne" 287 . Al cabo de veinte versículos: "No te quedes<br />

prendado mirando vino cuando rojea, cuando su color resplandece en el vaso. Entra<br />

suavemente, pero a la postre morderá como una serpiente y expandirá su veneno como el<br />

basilisco" 288 .<br />

Siete versículos más adelante dice: "No emules a los malvados ni desees estar en su<br />

compañía, porque su corazón maquina rapiñas y sus labios hablan mentiras" 289 .<br />

Asimismo, dieciséis versículos después: "Libera a aquellos que son conducidos a la<br />

muerte, y no dejes de procurar la libertad a quienes son arrastrados a la ejecución. Si<br />

dijeras: no nos alcanzan las fuerzas; aquel que examina los corazones bien lo sabe: nada<br />

se le oculta al que vela por tu vida y dará a cada hombre de acuerdo con sus obras" 290 .<br />

Asimismo, nueve versículos más adelante: "Cuando sucumba tu enemigo, no te alegres; ni<br />

salte de gozo tu corazón cuando lo veas en la ruina, no sea que el Señor se dé cuenta de<br />

ello, le desagrade y aleje de él su cólera. No rivalices con los perversos, ni emules a los<br />

impíos" 291 .<br />

Dos versículos después: "Hijo mío, teme al Señor y al rey, y no te mezcles con sus<br />

detractores, porque su perdición se desencadenará repentinamente, y ¿quién conoce la<br />

ruina de ambos? También son propias de los sabios las siguientes máximas. No es bueno<br />

tener en cuenta en un juicio el rango de una persona. Quien dice al impío: eres justo, la<br />

gente lo maldecirá y las naciones lo detestarán. Quienes lo reprenden serán alabados y<br />

sobre ellos vendrá la bendición. Recibirá un beso en los labios quien responde palabras


justas" 292 . Dos versículos después: "No seas testigo falaz contra tu prójimo, ni con tus<br />

palabras adules a nadie. No digas: le haré a él lo mismo que él me hizo; le pagaré a cada<br />

uno según sus obras. Crucé por el campo del hombre holgazán y por la viña del necio, y<br />

las ortigas lo habían llenado todo; los cardos habían ocultado su superficie, y su cerca de<br />

piedra había sido destruida. Al contemplarlo, medité en mi corazón, y ante su ejemplo<br />

aprendí una lección" 293 .<br />

Veinte versículos más adelante: "No emitas un juicio apresurado sobre lo que tus ojos han<br />

visto, no sea que no puedas luego dar marcha atrás cuando hayas infamado a tu amigo.<br />

Cuando tengas alguna diferencia con un amigo tuyo, dirímela con él y no reveles el secreto<br />

a un extraño, no vaya a ser que te llene de insultos cuando lo oiga y no cese de<br />

reprochártelo. Manzanas de oro en lechos de plata es quien pronuncia su palabra en el<br />

momento oportuno. Pendientes de oro y perla refulgente es el que corrige al oído sabio y<br />

obediente" 294 . Diecisiete versículos después: "Quien canta canciones a un corazón afligido<br />

es como vinagre derramado sobre el nitro". Si tu enemigo tuviera hambre, dale de comer;<br />

si tuviese sed, dale de beber, pues así echas ascuas sobre su cabeza y el Señor te lo<br />

recompensará" 295 . Diez versículos después: "Como ciudad abierta y sin muros en su<br />

entorno es e hombre que al hablar no sabe dominar su carácter" 296 .<br />

Dos versículos después: "Como ave que emigra a otro lugar o pájaro que marcha de<br />

donde le place, así resultará la maldición lanzada contra alguien sin motivo. El látigo, para<br />

el caballo; el cabestro, para el asno; y el vergajo, para la. espalda de los necios. No<br />

respondas al estúpido rebajándote a su estupidez, para no equipararte a él. Responde al<br />

estúpida como merece su estupidez, para que no se considere un sabio" 297 .<br />

Al cabo de diez versículos: "Como el perro que retorna a su vómito, así es el necio que<br />

reitera su necedad. ¿Has visto un hombre que se considera sabio? Un necio ofrecerá más<br />

confianza que él. Dice el vago: en la calle hay una leona; en los caminos hay un león. Del<br />

mismo modo que la puerta gira sobre sus goznes, lo hace el vago en su cama. El vago<br />

esconde su mano bajo las axilas y se fatiga si tiene que llevárselas hasta la boca. El vago<br />

se considera más sabio que siete personas juntas que le hagan saber sus opiniones. El que<br />

al pasar se inmiscuye, apasionado, en querellas que ni le van ni le vienen, es como el que<br />

pasa y agarra a un perro por las orejas. Como el cretino que comienza a disparar lanzas,<br />

flechas y muerte es el hombre que dolosamente causa daño a su amigo y, al ser prendido,<br />

dice: lo hice por broma. Cuando la leña falta, se apaga el fuego; cuando cesa la<br />

murmuración, se aquietan las querellas. Como el carbón es a la brasa y la leña al fuego,<br />

así el hombre colérico que desata las riñas. Las palabras del murmurador son como<br />

minucias y llegan hasta lo más íntimo del vientre" 298 . Tres versículos más adelante: "El<br />

enemigo habla con sus labios, pero en su corazón actúa el engaño. Cuando suavice su voz,<br />

recela de él, porque en su corazón hay siete maldades. Quien dolosamente trata de ocultar<br />

su odio, pondrá de manifiesto su malicia en la asamblea. Quien cava la fosa, en ella cae;<br />

quien rueda una piedra, ésta se precipita sobre él. Una lengua falaz no ama la verdad; la<br />

boca engañosa provoca ruinas" 299 .<br />

"No te vanagloríes cuando ignoras el mañana, no sabiendo lo que va a depararte el día<br />

venidero. Alábete el extraño v no tu propia boca; la persona ajena, y no tus labios" 300 .<br />

Cuatro versículos después: "Mejor es una abierta corrección que un amor mantenido<br />

secreto. Son preferibles heridas que te causa el que te ama a los mentirosos besos de<br />

quien te odia" 301 . Tras seis versículos: "No abandones a tu amigo ni al amigo de tu<br />

padre" 302 . Dieciocho versículos más adelante: "El infierno y la perdición: no se colman<br />

nunca; del mismo modo, los ojos de los hombres son insaciables. Igual que la plata se<br />

prueba en el crisol v el oro en el horno, así se prueba al hombre en la boca de quien lo<br />

alaba. Aunque estrujaras al necio en una prensa como si fuera cebada machacándolo con<br />

un mortero, no se desprendería de él la necedad" 303 .<br />

Veinte versículos más adelante: "El pobre que oprime a los pobres es semejante a una<br />

lluvia torrencial que acarrea el hambre. Quienes viven al margen de la ley alaban al impío;<br />

quienes la observan, se enardecen contra él. Los malvados no tienen en cuenta la justicia;<br />

en cambio, quienes buscan al Señor, todo lo tienen presente. Preferible es un pobre que<br />

vive honradamente que un rico que sigue caminos tortuosos" 304 . Dos versículos después:<br />

"Quien acumula riquezas mediante usura e intereses, las amontona para el que se muestra<br />

dadivoso con los pobres. Execrable es la oración dé quien aparta sus oídos para no<br />

escuchar la ley. El que extravía a los justos por el mal camino, se precipitará en su ruina, y


los humildes poseerán sus bienes" 305 .<br />

Cuatro versículos después: "Quien oculta sus pecados no prosperará; pero quien los<br />

confesare y renegare de ellos alcanzará el perdón. Bienaventurado el hombre que siempre<br />

se muestra temeroso; en cambio, el que tiene duro el corazón se precipitará en la<br />

desgracia" 306 . Asimismo, al cabo de doce versículos: "El hombre fiel será muy alabado: no<br />

puede ser inocente el que se hace rico muy deprisa. Quien en un juicio tiene en cuenta la<br />

categoría de las personas, no obra bien: por un pedazo de pan dejará de lado la verdad. El<br />

hombre que se apresura a enriquecerse y siente envidia de los demás, ignora que le<br />

sobrevendrá la pobreza. Quien corrige a un hombre, encontrará luego en él más<br />

reconocimiento que en aquel otro que lo engaña llenándolo de lisonjas. El que roba algo a<br />

su padre y a su madre, y dice: esto no es pecado, es equiparable a un criminal. El<br />

jactancioso y engreído suscita discordias; quien tiene puestas sus esperanzas en el Señor,<br />

tendrá salud. Quien sólo en sí confía, es un necio; en cambio, quien vive prudentemente,<br />

ése se salvará. Quien da al pobre, no sufrirá la pobreza; quien menosprecia al que le<br />

suplica, padecerá penuria" 307 .<br />

Diez versículos más adelante: "El hombre que habla a su amigo con palabras aduladoras y<br />

falsas, está tendiendo, una trampa bajo sus pies" 308 . Veinticinco versículos después: "Al<br />

siervo no puede corregírsele sólo con palabras, porque comprende lo que dice, pero<br />

rehúsa obedecer. ¿Has visto a un hombre ligero para hablar? Más esperanzas hay de<br />

corregir la necedad que corregido a él" 309 . Después de cuatro versículos: "La humillación<br />

va detrás del soberbio; la honra levanta al humilde de corazón. El que participa con un<br />

ladrón odia su alma: escucha al que maldice y no lo anuncia. Quien teme al hombre,<br />

pronto se arruina; quien en el Señor pone sus esperanzas, se mantendrá seguro. Muchos<br />

están pendientes del rostro del príncipe; pero el juicio que cada uno merece proviene del<br />

Señor. El hombre impío siente abominación hacia los justos; los impíos son abominados<br />

por quienes se hallan en el recto camino" 310 .<br />

Catorce versículos más adelante: "Te he suplicado dos cosas; no me las niegues antes de<br />

morirme: haz que se mantengan lejos de mí la vanidad y la mentira. No me concedas ni<br />

pobreza ni riqueza: proporción ame simplemente lo necesario para alimentarme, no sea<br />

que, bien repleto, me sienta arrastrado a negarte, y diga: ¿quién es el Señor?, y empujado<br />

por la necesidad me entregue al robo y reniegue del nombre de mi Dios. No acuses al<br />

siervo delante de su señor, no sea que te maldiga y sufras castigo" 311 .<br />

Y un poco más adelante: "Abre tu boca, discierne bien lo que es justo y haz justicia al<br />

necesitado y al pobre" 312 .<br />

Ya es suficiente esto del libro de los Proverbios. Ahora examinando del mismo modo el<br />

otro libro de Salomón, titulado Eclesiastés, vamos a mostrar lo que en él consideramos<br />

apropiado para recogerlo aquí.<br />

VIII. Del Eclesiastés<br />

Escuchad unas pocas ideas. "Y vi que la sabiduría aventajaba a la necedad tanto cuanto la<br />

luz se diferenciaba de las tinieblas. Los ojos del sabio están en su cabeza; el necio camina<br />

en tinieblas" 313 .<br />

Y poco después: "Presta atención a tu pie cuando entres en la casa de Dios. Es mucho más<br />

apreciada la obediencia que las víctimas de los necios, que ignoran que hacen el mal" 314 .<br />

"No hables nada temerariamente, ni tu corazón se precipite a expresar sus palabras<br />

delante de Dios, pues Dios está en el cielo y tú sobre la tierra: que sean, por eso, pocas<br />

tus palabras. El sueño sigue a las múltiples ocupaciones, y en la mucha palabrería se<br />

encuentra la necedad. Si hiciste a Dios algún voto, no te demores en cumplirlo, pues a Él<br />

le desagradan los incumplidores de su palabra y las promesas insensatas. Lo que<br />

prometas, cúmplelo: es preferible no formular ningún voto a no cumplir lo prometido<br />

después de formulario. No des ocasión a tu boca para que hagas pecar a tu carne, y no<br />

digas ante el ángel: lo hice sin querer, no sea que Dios, irritado contra tus palabras,<br />

destruya todas las obras de tus manos. Donde mucho se duerme, abundantes son las<br />

vanidades, y la charlatanería, incontable: tú, por tú, parte, teme a Dios" 315 . Y seis<br />

versículos más adelante: "El avaro no se sacia de dinero, y el que ama las riquezas no<br />

sacará provecho de ellas" 316 .


Un poco más adelante: "Mejor es acudir a una casa afligida por el luto que a una casa en<br />

que se celebra un banquete, pues en aquélla se recuerda el fin de todos los hombres, y el<br />

vivo puede meditar en lo que va a ocurrirle. Mejor es la tristeza que la risa, porque<br />

mediante la tristeza el rostro se corrige el carácter del que delinque. El corazón de los<br />

sabios se halla donde hay tristeza; el corazón de los necios, donde hay alegría. Mejor es<br />

ser corregido por el sabio que ser engañado por la adulación de los necios; porque igual<br />

que el crepitar de las espinas ardiendo, así es la risa del necio" 317 . Y cuatro versículos más<br />

adelante: "Es mejor el paciente que el arrogante. No seas propenso a encolerizarte,<br />

porque la cólera reposa en el regazo del necio. No digas: ¿cuáles son los motivos por los<br />

que crees que los tiempos pasados fueron mejores que los presentes? ; una pregunta<br />

semejante resulta estúpida" 318 . Y tres versículos después: "La erudición y la sapiencia<br />

tienen esta ventaja: que dan la vida a quien la posee" 319 .<br />

Poco más adelante: "Yo presto atención a la boca del rey y a los compromisos del<br />

juramento hecho a Dios. No te apresures a alejarte de su presencia ni persistas en las<br />

malas acciones" 320 . Y un poco después dice: "Por aquello de que el pecador comete cien<br />

veces su maldad y pervive gracias a la paciencia (divina), yo he llegado a saber que<br />

quienes temen a Dios alcanzarán el bien: los que respetan temerosamente su presencia.<br />

Que el impío no alcance el bien ni se prolonguen sus días, sino que caminen como en<br />

tinieblas quienes no temen la presencia de Dios" 321 .<br />

Un poco más adelante: "Decía yo que era mejor la sabiduría que la fuerza" 322 Y tras<br />

cuatro versículos: "Es mejor la sabiduría que las armas bélicas; quien en una cosa se<br />

equivocare, muchos bienes perderá" 323 .<br />

Dos versículos después: "En un momento determinado, una pequeña locura es más<br />

evidente que la sabiduría y la gloria" 324 . Y al cabo de trece versículos: "El que cava una<br />

fosa, en ella caerá; al que destruye un seto lo morderá una serpiente. El que traslade<br />

piedras, en ellas sufrirá la fatiga; el que corta leña, con ella se causará una herida. Si un<br />

filo se empezara a embotar y no se afila antes de que se haya embotado por completo,<br />

costará luego mayor trabajo afilado; pero tras e esfuerzo viene la sabiduría" 325 . "Si una<br />

serpiente agazapada te muerde, no te causa mayor daño que quien te difama en secreto.<br />

Una bendición son las palabras de la boca del sabio; al necio le causan la ruina sus propios<br />

labios" 326 .<br />

Un poco más adelante: "Alégrate, pues, joven, en tu adolescencia, y que tu corazón goce<br />

en los días de tu juventud; sigue los dictados de tu corazón y las miradas a que te<br />

arrastran tus ojos. Pero entérate de que por todo ello tu Dios te invocará a juicio.<br />

Ahuyenta la tristeza de tu corazón y aparta de tu carne la malicia, pues la juventud y el<br />

placer son cosas vanas" 327 .<br />

"Acuérdate de tu creador en los días de tu juventud" 328 . Y treinta y tres versículos más<br />

adelante: "Teme a Dios y observa sus mandamientos" 329 .<br />

Resta sólo el libro de Salomón titulado Cantar de los cantares. Pero ¿qué podemos recoger<br />

de él cuando todo él recomienda, bajo expresión figurada, el puro amor a Cristo y a la<br />

Iglesia, y cuando declama con elevación profética? Sin embargo, aunque sea muy difícil de<br />

comprender, podemos, no obstante, damos cuenta fácilmente de cuán divino es ese amor;<br />

de cómo, divinamente inspirado, debe anhelarse; y de cuánto; hay que estimarlo.<br />

IX. Del Cantar de los cantares<br />

"Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, por las gacelas y los ciervos de los campos, que no<br />

despertéis ni desveléis a mi amada hasta que ella quiera" 330 . "Os conjuro, hijas de<br />

Jerusalén, a las pujanzas y fuerzas de los campos si despertáis a mi amor antes de que él<br />

lo quiera" 331 . La Iglesia, en la que estamos integrados, exhorta con esta palabras a sus<br />

hijas, es decir, a sí misma constituida en múltiples personas. También ella es el ubérrimo<br />

campo de Dios cuyas pujanzas y fuerzas son enormes, y a las cuales han llegado los<br />

mártires amando a Cristo. ¿Hasta cuándo quiere despertar el amor de su amada mientras<br />

se halla en esta vida, sino hasta cuando Él mismo nos lo enseñó con su palabra y nos lo<br />

predicó con su ejemplo, al decir: "Nadie tiene mayor amor que quien entrega su vida por<br />

sus amigos" 332 , haciendo lo que dijo? De donde se desprende que esto no parece atañerle<br />

sólo a Él, por lo que Juan dice en su epístola: "Del mismo modo que Cristo entregó su vida<br />

por nosotros, así también nosotros debemos entregar nuestra vida por los hermanos" 333 .


Eso es lo que significa "hasta que quiera".<br />

Se lee también en el Cantar: "Aparejad hacia mí el amor" 334 . También el propio Cristo<br />

dice allí: "Hermosa eres, amiga mía; suave y encantadora como Jerusalén" 335 . Y en otro<br />

pasaje: "¡Qué hermosa eres y qué encantadora, queridísima mía, en tus delicias!" 336 . Y en<br />

otro lugar: "Colócame como una etiqueta sobre tu corazón, como una etiqueta sobre tu<br />

brazo; porque el amor es fuerte como la muerte; y los celos, crueles como el infierno" 337 .<br />

Y un versículo después: "Copiosas aguas no han podido apagar el amor, ni ahogarlo los<br />

ríos. Aunque un hombre ofreciera toda la hacienda familiar a cambio de ese amor, la<br />

despreciarían como cosa sin valor" 338 .<br />

X. Del libro de Job<br />

"Quienes lo conocen, ignoran sus días. Otros han traspasado las lindes, han salteado los<br />

rebaños y se los han llevado. Han robado el asno del huérfano y han tomado en prenda el<br />

buey de la viuda" 339 . Y cinco versículos después: "Cosechan un campo que no es suyo y<br />

vendimian la viña de aquel a quien han oprimido por la fuerza. Abandonan a los hombres<br />

desnudos después de despojarles de los vestidos, sin abrigo alguno contra el frío" 340 . Y<br />

pasados tres versículos: "Practicaron la violencia saqueando al huérfano y espoliaron<br />

masivamente al pobre. Les robaron las espigas a quienes estaban desnudos, iban sin<br />

vestidos y harapientos" 341 . Dos versículos después: "Hicieron que los hombres gimieran<br />

desde la ciudad, y el alma de los heridos levantó su clamor, y Dios no permitió que<br />

marcharan impunemente. Fueron rebeldes a la luz: desconocieron sus caminos y no<br />

retornaron por sus senderos" 342 . Y ventiún versículos más adelante: "Es arrancado como<br />

árbol sin fruto, pues maltrató a la mujer estéril y a la que no tiene hijos, y no ayudó a la<br />

viuda. Derribó al poderoso en su poderío" 343 .<br />

Un poco después: "El oído que me oía me bendecía, y el ojo que me veía prestaba<br />

testimonio a mi favor, porque había liberado al pobre que clamaba y al huérfano que no<br />

tenía quien le ayudase. Sobre mi descendencia, la bendición de quien estaba a punto de<br />

perecer, y consolé al corazón de la viuda. Me investí de justicia y me vestí como con un<br />

vestido y un manto con lo que era mi derecho. Fui ojo para el ciego y pie para el cojo. Era<br />

el padre de los pobres; y, cuando no conocía bien un pleito, me informaba de él<br />

diligentemente. Quebrantaba las muelas del inicuo y le arrancaba de sus dientes la presa"<br />

344 .<br />

Un poco más adelante: "Si caminé en la vanidad y mi pie se apresuró en el engaño,<br />

péseme en la balanza justa y sepa Dios mi integridad. También si mi marcha se apartó del<br />

camino y si mi ojo se fue tras mi corazón, y en mis manos se me pegó alguna mancha" 345 .<br />

Y dos versículos después: "Y si mi corazón se dejó seducir por una mujer y estuve al<br />

acecho a la puerta de un amigo mío" 346 . Dos versículos más adelante: "Pues perversidad<br />

es esto y enorme iniquidad. Es fuego que devora hasta la perdición y consume de raíz toda<br />

mi hacienda. Si desprecié someterme a juicio cae mi siervo y mi esclavo cuando litigaron<br />

contra mí" 347 .<br />

Seis versículos después: "Si le negué a los pobres lo que querían e hice concebir<br />

esperanzas vanas a los ojos de la viuda; si comí yo solo mi bocado y el huérfano no<br />

participó de él (porque desde mi infancia creció conmigo la compasión y ésta nació<br />

conmigo desde el seno de mi madre); si desprecié al desfallecido porque carecía de<br />

vestido, y al pobre privado de cobertura; si sus costados no me bendijeron, y no se<br />

calentó con los vellones de mis ovejas; si levanté mi mano sobre el huérfano al ver que en<br />

la puerta yo era superior..." 348 . Cinco versículos después: "Si consideré al oro como mi<br />

vigor y le dije al oro cobrizo: Tú eres mi seguridad; si me alegré por mis abundantes<br />

riquezas, y porque mi mano encontró grandes caudales" 349 . Seis versículos después: "Si<br />

me alegré por la ruina de quien me odiaba y salté de gozo porque había caído sobre él la<br />

desgracia" 350 .<br />

Cuatro versículos más adelante: "El extranjero no se quedó en la calle; mi puerta estuvo<br />

abierta al viajero. Si escondí, como los hombres, mi pecado, y oculté en mi pecho la<br />

iniquidad; si me aterré ante una gran multitud y me atemoricé ante el desprecio de mis<br />

allegados, y no me callé más ni salí a la puerta. ¿Quién me daría un oyente para que el<br />

todopoderoso escuche mi deseo, y redacte mi acusación el mismo que me juzga, para<br />

llevarla yo sobre mis hombros y ceñírmela como una corona? Le daré cuenta de cada uno<br />

de mis pasos v me presentaré ante él como un príncipe. Si mi tierra clamó contra mí y si


con ella lloraban sus surcos; si comí sus frutos sin pagarlos, y afligí el alma de sus<br />

cautivadores... " 351 .<br />

Pasemos ahora ya a recoger aquello que de los libros de los Profetas resulta apropiado<br />

para esta obra. Y, de los profetas, en primer lugar aquellos que por la poca extensión les<br />

son calificados de "menores". Pues bien, en el profeta Oseas hemos recogido lo siguiente.<br />

XI. Del libro de Oseas<br />

Aquí tenéis unas pocas cosas. "Escuchad la palabra del Señor, hijos de Israel, porque el<br />

Señor llama a juicio a los habitantes de este país, pues en este país no hay verdad, ni<br />

misericordia, ni conocimiento de Dios. Lo han inundado la maledicencia, la mentira, el<br />

homicidio, el robo y el adulterio; y la sangre arrastró la sangre" 352 . Y doce versículos<br />

después: "Porque rechazaste el conocimiento, yo te rechacé a ti, para que no desempeñes<br />

el sacerdocio en servicio mío" 353 . Y quince versículos más adelante: "Porque abandonaron<br />

al Señor no atendiendo su culto; y la fornicación, el vino y la embriaguez arrastraron su<br />

corazón" 354 . Y dieciséis versículos más adelante: "Porque ellos se relacionaban con<br />

prostitutas y sacrificaban en compañía de afeminados; y el pueblo incauto irá a la ruina. Si<br />

tú, Israel, eres una ramera, ¡que al menos Judá no caiga en el vicio!: Y no entréis en el<br />

Guilgal, ni subáis a Betavén, y no pronunciéis como juramento "vive el Señor"" 355 .<br />

Dieciocho versículos después: "Sus preocupaciones no estarán dirigidas hacia el Señor, su<br />

Dios, porque el espíritu de fornicación está en medio de ellos y no conocieron al Señor"<br />

356 .<br />

Sesenta y un versículos más adelante: "Tus sentencias emergen como luz. Porque quise<br />

misericordia y no sacrificio; conocimiento de Dios más que holocaustos" 357 .<br />

Y un poco más adelante: "Sembrad de acuerdo con la justicia y cosechad con misericordia;<br />

arad vuestro barbecho: es el momento de buscar al Señor mientras llega el que os enseñó<br />

la justicia" 358 .<br />

Después de setenta y ocho versículos: "Y tú conviértete al Señor, tu Dios; practica la<br />

misericordia y la justicia, y en todo momento ten puestas tus esperanzas en el Señor, tu<br />

Dios" 359 .<br />

Cuarenta y un versículos más adelante: "Sin embargo, yo, el Señor, te saqué de la tierra<br />

de Egipto: no conocerás a otro: Señor más que a mí, a ningún Salvador excepto a mí" 360 .<br />

Y tras treinta y nueve versículos: "Conviértete, Israel al Señor, tu Dios, porque en tu<br />

iniquidad te has arruinado. Preparad vuestro discurso y convertíos al Señor; decidle:<br />

aparta de nosotros toda iniquidad, y recibe nuestros dones, y ofreceremos los becerros de<br />

nuestros labios" 361 .<br />

XII. Del libro de Joel<br />

"Espabilaos, borrachos, y llorad; y vosotros todos, los: que bebéis vino, aullad por el<br />

mosto, porque os lo quitan de vuestra boca: un pueblo fuerte e incontable viene sobre mi<br />

país" 362 .<br />

Y un poco más adelante: "Por eso ahora dice el Señor: convertíos a mí con todo vuestro<br />

corazón mediante el ayuno, el llanto y el luto; desgarraos vuestros corazones, no vuestros<br />

vestidos; y convertíos al Señor, vuestro Dios, porque es benigno y misericordioso" 363 .<br />

XIII. Del libro de Amós<br />

"Así dice el Señor: por tres delitos he perdonado a Judá, pero no lo haré por el cuarto,<br />

porque rechazaron la ley del Señor y no observaron sus mandamientos, pues los han<br />

extraviado aquellos ídolos suyos tras los cuales sus padres se alejaron de mí" 364 . Dos<br />

versículos después: "Así dice el Señor: por tres delitos he perdonado a Israel, pero no lo<br />

haré por el cuarto, porque han vendido al inocente por dinero y al pobre por unas<br />

sandalias; esos que arrastran por el polvo de la tierra la cabeza de los pobres y tuercen el<br />

camino de los humildes. El hijo y su padre han acudido juntos a casa de una muchacha<br />

para profanar mi santo nombre" 365 . Un versículo más adelante dice: "y en la casa del


Señor, su Dios, bebían el vino producto de las multas" 366 .<br />

Y un poco más adelante: "Porque así dice el Señor a la casa de Israel: buscadme, y<br />

viviréis" 367 . Y tres versículos después: "Buscad al Señor, y viviréis" 368 . Y después de ocho<br />

versículos: "Odiaron a quien los censuraba ante los tribunales, y abominaron a quien<br />

exponía los hechos el toda su integridad. Precisamente porque saqueabais al pobre y le<br />

arrebatabais el lote que le correspondía" 369 . Y tres versículos después: "Porque conozco<br />

bien vuestros muchos delitos y vuestros desmedidos pecados: considerando inocentes a<br />

los culpables, aceptáis sobornos y atropelláis a los pobres ante los tribunales" 370 . Dos<br />

versículos después:"Buscad el bien y no el mal, para que tengáis vida; y el Señor, Dios de<br />

los ejércitos, estará con vosotros, como decís Odiad el mal y obrad el bien, y asentad la<br />

justicia en los tribunales, por ver si el Señor, Dios de los ejércitos, se apiada de lo que<br />

resta de José" 371 .<br />

Cincuenta versículos más adelante: "Vosotros, los que dormís en lechos de marfil y<br />

disfrutáis en vuestros sitiales: los que coméis cordero de hato y ternera escogida de entre<br />

el rebaño; los que cantáis acompañados de salterio (como David, han inventado<br />

instrumentos musicales), mientras bebéis vinos en fíalos, ungidos con el más fragante<br />

perfume, en tanto que nada os condolíais por el desastre de José" 372 .<br />

Y un poquito después: "Escuchad esto, vosotros los que oprimís al pobre y hacéis extenuar<br />

a los indigentes de la tierra diciendo: ¿cuándo terminará el mes y venderemos la<br />

mercadería; cuándo pasará el sábado y daremos salida al trigo; para acortar la medida,<br />

aumentar el precio y trucar las balanzas; para poder comprar con dinero al indigente y al<br />

pobre por unas sandalias; y para vender incluso las barreduras del trigo?" 373 .<br />

XIV. Del libro de Miqueas<br />

"¡Ay de los que meditáis la iniquidad y maquináis el mal en vuestras camas! Al amanecer<br />

lo ponen en práctica, porque sus manos se levantan contra Dios. Han codiciado los campos<br />

y los han saqueado violentamente; y han salteado las casas. Llenaban de oprobio al varón<br />

y su casa, al varón y su heredad" 374 .<br />

Y un poco más adelante: "Escuchad, príncipes de la casa de Jacob y jueces de la casa de<br />

Israel, vosotros, que abomináis la justicia y pervertís todo derecho; vosotros, que edificáis<br />

Sión sobre sangre y a Jerusalén sobre iniquidad. Sus príncipes ejercían la justicia por<br />

soborno; sus sacerdotes predicaban por dádivas, y sus profetas practicaban la adivinación<br />

por dinero. Y se apoyaban en el Señor diciendo: ¿Es que no está Dios en medio de<br />

nosotros? No nos sobrevendrá ninguna desgracia" 375 .<br />

Asimismo, un poco después: "Yo te explicaré, hombre, que es el bien y qué desea de ti el<br />

Señor: que practiques la justicia, estimes la misericordia y camines temeroso en compañía<br />

de tu Dios" 376 . Y tres versículos después: "¿Arde aún el hogar en casa del impío, tesoro de<br />

iniquidad, y conserva la medida trucada, causa de indignación? ¿Es que voy a disculpar la<br />

balanza manipulada y las pesas de la bolsa amañadas? En esas trampas los ricos se<br />

llenaron de iniquidad; la gente hablaba mentira contra ellos, y en su boca su lengua era<br />

embustera" 377 .<br />

Doce versos más adelante: "¡Ay de mí! Me pasa como que en otoño rebusca los racimos<br />

después de la vendimia: no queda racimo alguno para comer. Mi alma deseó las brevas de<br />

la higuera. De la tierra ha desaparecido todo hombre justo, y no hay entre los hombres<br />

una persona honrada: todos tienden trampas mortales, y el hombre da caza a su hermano<br />

hasta causarle la muerte. Llaman "bien" a la maldad salida de sus manos: el príncipe es<br />

exigente; el juez actúa por soborno. y el poderoso pone de manifiesto la ambición de su<br />

alma" 378 .<br />

XV. Del libro de Habacuc<br />

"Contra mí se ha llevado a cabo el juicio y la más poderosa oposición. Por eso, la ley ha<br />

sido vulnerada y la justicia no llega a triunfar; y porque el impío prevalece frente al justo,<br />

el derecho resulta conculcado" 379 .<br />

Y un poco después: "Sin embargo, el justo que se mantiene fiel vivirá. De mismo modo<br />

que el vino echa a perder a quien lo bebe, así le ocurrirá al hombre soberbio: no


triunfará" 380 . Y un poquito más adelante: "¿De qué le sirve al ídolo esculpido que su<br />

escultor lo esculpiese? ¿Ya la estatua -imagen falsa- que su modelador pusiera su<br />

esperanza en su obra para fabricar ídolos mudos? ¡Ay del que dice a un leño: despierta, y<br />

a una piedra: levántate! ¿Podrá ese ídolo enseñar? Ahí lo tienes, recubierto de oro y plata,<br />

pero en sus miembros no existe alma alguna. En cambio, el Señor está en su santo<br />

templo: ¡qué la tierra entera guarde silencio en su presencia!" 381 .<br />

XVI. Del libro de Sofonías<br />

Dice: "Erradicaré de este lugar lo que queda de Baal y el nombre de los guardianes de sus<br />

templos junto con sus sacerdotes; y aquellos que adoran por encima de las azoteas al<br />

ejército del cielo; y a quienes, rindiendo culto al Señor y jurando en su nombre, juran<br />

también en nombre de Moloch; a quienes, yendo tras las huellas del Señor, se dan la<br />

vuelta; a quienes no han buscado al Señor ni han tratado de encontrado. ¡Guardad silencio<br />

en presencia del Señor porque el día del Señor está próximo!" 382 . Y diecisiete versículos<br />

después: "y será en aquel momento cuando yo registre a Israel con linternas y cuando<br />

venga a visitar a los hombres que están sentados sobre sus propias heces y dicen para sus<br />

adentros: Dios no hará ni el bien ni el mal" 383 .<br />

Dieciocho versículos más adelante: "Reuníos, congregas, pueblo despreciable, antes de<br />

que mi orden haga nacer aquel día semejante al polvo volandero, y antes de que venga<br />

sobre vosotros la cólera del furor del Señor. Buscad al Señor todos los humildes de la<br />

tierra que ponéis en práctica sus mandamientos. Buscad la justicia, buscad la humildad, si<br />

queréis encontrar algún refugio en el día de la ira del Señor" 384 .<br />

Y un poco más adelante: "y dejaré en medio de ti un pueblo pobre y necesitado; y lo que<br />

resta de Israel pondrá su esperanza en el nombre del Señor: no practicarán la iniquidad, ni<br />

hablarán mentira; y en su boca no se encontrará una lengua embustera" 385 .<br />

XVII. Del libro de Zacarías<br />

Cuando se refiere al rollo que vio en su espíritu: "y me dijo: Esta es la maldición que<br />

sobreviene sobre la faz de la cierra; porque -como en él está escrito- todo ladrón será<br />

juzgado; y todo el que jura -escrito igualmente en él está- también será juzgado. Yo lo<br />

sacaré -dice el Señor de los ejércitos- y vendrá a la casa del ladrón, y a la casa del que<br />

jura falsamente en mi nombre; y plantará su residencia en medio de su casa y la<br />

consumirá, así como sus maderas y sus piedras" 386 .<br />

Y un poco más adelante: "y el Señor dirigió su palabra a Zacarías diciéndole: Así habla el<br />

Señor de los ejércitos: Emitid vuestro juicio de acuerdo con la justicia, y que cada uno de<br />

vosotros practique la misericordia y la compasión con su hermano; no oprimáis a la viuda,<br />

ni al huérfano, ni al pobre; ni que el hombre maquine en su corazón maldad contra su<br />

hermano" 387 .<br />

Asimismo, un poquito después: "Que cada uno de vosotros hable la verdad a su prójimo;<br />

en vuestros tribunales; actuad de acuerdo con la verdad y la justicia. Que ninguno de<br />

vosotros maquine en su corazón maldad alguna contra su amigo. No os aficionéis al<br />

perjurio. Todo eso es lo que odio, dice el Señor" 388 .<br />

XVIII. Del libro de Malaquías<br />

"Honra el hijo a su padre y el siervo a su señor. Pues bien, si yo soy el padre, ¿ dónde está<br />

mi honor? Y si yo soy el Señor, ¿dónde está el respeto que se me debe? Así dice el Señor<br />

de los ejércitos" 389 .<br />

Y un poco después: "Yo os volveré despreciables y viles ante todos los pueblos, del mismo<br />

modo que vosotros no seguisteis mis caminos, y en la práctica del derecho tuvisteis en<br />

cuenta la categoría de las personas. ¿Es que no tenemos todos un mismo padre? ¿No nos<br />

creó un mismo Dios? ¿Por qué, entonces, alguno de nosotros menosprecia a su hermano,<br />

violando la alianza de nuestros padres? Judá prevaricó, y en Israel y en Jerusalén se<br />

cometió abominación; porque Judá profanó la santificación del Señor -aquella que Él amó-,<br />

y tomó por esposa a la hija de un dios extranjero. Que el Señor erradique de los<br />

tabernáculos de Jacob al varón que tal cosa hiciere, al que enseña tal práctica y al que<br />

aprende tal enseñanza y que trae su ofrenda al Señor de los ejércitos. Y además hicisteis


otra cosa: cubríais de lágrimas el altar del Señor, con llantos y lamentos, de manera que<br />

no me fijaré más en vuestro sacrificio, ni aceptaré cualquier ofrenda venida de vuestra<br />

mano para aplacarme. Y dijisteis: ¿por qué motivo? Porque el Señor estuvo presente como<br />

testigo entre tú y la esposa tomada en tu juventud y a la que has sido infiel; ella era tu<br />

compañera y tu esposa según lo que tú habías pactado. ¿No los ha creado acaso Aquel que<br />

es Uno, y lo que permanece es el espíritu? ¿Y qué busca ese Uno sino descendencia<br />

divina? Guardad, pues, vuestro espíritu, y no desprecies a la esposa de tu juventud.<br />

Cuando la odies, repúdiala, dice el Señor, Dios de Israel; pero el que tal haga, la iniquidad<br />

le cubrirá su vestido, dice el Señor de los ejércitos. Guardad vuestro espíritu y no la<br />

despreciéis. Con vuestras palabras habéis cansado al señor. Y dijisteis: ¿en qué lo hemos<br />

hecho cansar? Cada vez que decís: todo el que obra mal es bueno a los ojos del Señor, y a<br />

Él le placen tales personas; o bien: ¿dónde está el día del juicio?" 390 .<br />

Quince versículos más adelante dice: "Me presentaré ante vosotros en el juicio y seré<br />

agresivo contra los hechiceros, los adúlteros, los perjuros, los que estafan su salario al<br />

obrero, los que oprimen a viudas, huérfanos y extranjeros, y no han mostrado temor hacia<br />

mí, dice el Señor de los ejércitos. Pues Yo soy el Señor y no cambio; y vosotros, hijos de<br />

Jacob, no habéis sido consumidos. Desde los días de vuestros padres os habéis apartado<br />

de mis preceptos y no los habéis observado. Retornad a mí, y yo retornaré a vosotros,<br />

dice el Señor de los ejércitos" 391 . Y después de otros quince versículos: "Vuestras<br />

palabras se han levantado contra mí. Y dijisteis: ¿qué es lo que hemos hablado? Pues<br />

habéis dicho: Pierde el tiempo quien sirve a Dios. ¿Qué recompensa hemos obtenido por<br />

observar sus preceptos y mostramos austeros ante el Señor de los ejércitos? Así que<br />

ahora calificamos de bienaventurados a los arrogantes, puesto que han prosperado<br />

practicando la iniquidad: han tentado a Dios y se hallan impunes. Entonces los temerosos<br />

de Dios hablaron cada uno con su prójimo, y el Señor prestó atención y lo oyó, y ante Él<br />

se escribió un libro de memorias para quienes temen al Señor y tienen en cuenta su<br />

nombre. El día en que yo actúe -dice el Señor de los ejércitos-, ellos serán contados en mi<br />

haber; y los perdonaré como el hombre que perdona al hijo que le sirve. Entonces os<br />

volveréis y veréis qué diferencia hay entre un justo y un impío, entre quien sirve a Dios y<br />

quien no le sirve" 392 .<br />

"Pues he aquí que se acerca el día abrasador como un horno, y todos los soberbios y todos<br />

cuantos practican la iniquidad serán como paja; y ese día que se acerca los abrasará y no<br />

quedará de ellos raíz ni tallo, dice el Señor de los ejércitos. Para vosotros, los que me<br />

teméis, alumbrará el sol de la justicia, y en sus alas se hallará la salud. Y saldréis y<br />

comenzaréis a saltar como los terneros del rebaño. Y pisotearéis a los impíos que ese día,<br />

cuando yo actúe, se habrán convertido en ceniza bajo la planta de vuestros pies, dice el<br />

Señor de los ejércitos" 393 .<br />

XIX. Del libro del profeta Isaías<br />

"Lavaos, purificaos. Alejad de mis ojos la maldad de vuestros pensamientos. Cesad de<br />

obrar perversamente. Aprended a practicar el bien. Buscad la justicia, ayudad al oprimido,<br />

proteged los derechos del huérfano, defended a la viuda. Venid luego y encaraos a mí,<br />

dice el Señor" 394 . Y ocho versículos más adelante: "Tu plata se ha convertido en escoria;<br />

tu vino se ha aguado. Tus príncipes son aliados de ladrones: todos aprecian las dádivas y<br />

van detrás de recompensas; no tienen en cuenta los derechos del huérfano; ni la causa de<br />

una viuda llega hasta ellos" 395 .<br />

Y un poco después: "Venid, casa de Jacob: caminemos a la luz del Señor. Has rechazado a<br />

tu pueblo, la casa de Jacob, porque, como en otro tiempo, se ha llenado (de agoreros) y<br />

tienen adivinos como los filisteos, y se han vinculado en alianza a hijos extranjeros" 396 .<br />

Tres versículos más adelante: "Su país está lleno de ídolos: han adorado las obras salidas<br />

de sus manos, aquello que fabricaron sus dedos" 397 . Y cinco versículos después: "Porque<br />

el día del Señor de los ejércitos vendrá sobre todo soberbio, sobre todo orgulloso y sobre<br />

todo arrogante, y lo humillará" 398 .<br />

Un poco más adelante: "A mi pueblo lo han expoliado sus recaudadores y lo gobiernan<br />

mujeres. Pueblo mío: los que te llaman "feliz", ésos son quienes te engañan y desvían el<br />

camino de tus pasos" 399 . Cuatro versículos después: "Vosotros sois los que habéis<br />

devorado mi viña; en vuestra casa tenéis lo que robasteis al pobre. ¿Por qué trituráis a mi<br />

pueblo y moléis las caras de los pobres? -dice el Señor de los ejércitos-. Y dijo el Señor:<br />

Porque se mostraron soberbias las hijas de Sión y caminaron con el cuello erguido: iban


guiñando los ojos, chascaban los dedos, se paseaban y se movían con un caminar de pies<br />

estudiado previamente" 400 .<br />

Y un poco después: "¡Ay de los que sumáis casa tras casa y unís campo tras campo hasta<br />

el último confín de la comarca! ¿Es que sois vosotros los únicos que vivís en medio del<br />

país? Estas son las palabras que, del Señor de los ejércitos, resuenan en mis oídos" 401 .<br />

Tres versículos más adelante: "¡Ay de los que os levantáis por la mañana para ir en busca<br />

de la embriaguez y de beber hasta el atardecer, cuando ya el vino os ha puesto calientes!<br />

En vuestros banquetes resuena la cítara, la lira, la pandereta y la flauta, y corre el vino;<br />

pero no os fijáis en la obra del Señor, ni tenéis en cuenta las obras salidas de sus manos"<br />

402 . Diecisiete versículos después: "¡Ay de los que llamáis mal al bien, y al bien mal; los<br />

que tenéis a las tinieblas por luz, y a la luz por tinieblas; los que encontráis lo amargo en<br />

lo dulce, y lo dulce en lo amargo! ¡Ay de los que os consideráis sabios ante vuestros ojos,<br />

y previsores ante vosotros mismos! ¡Ay de los que sois esforzados para beber vino, y<br />

hombres intrépidos para mezclar licores! ¡Los que por soborno absolvéis al culpable y<br />

priváis de justicia al inocente!" 403 .<br />

Un poco más adelante: "¡Ay de los que dictan leyes injustas y las redactan para oprimir en<br />

los tribunales a los pobres y para presionar en las causas de los humildes de mi pueblo;<br />

para que las viudas sean presa suya; y para esquilmar a los huérfanos!" 404 .<br />

Un poquito después: "Sobre él descansará el espíritu del Señor; espíritu de sabiduría y de<br />

inteligencia; espíritu de sensatez y de prudencia; espíritu de ciencia y de piedad; y lo<br />

colmará el espíritu del temor hacia el Señor. No emitirá su juicio basándose en lo que sus<br />

ojos contemplen, ni sentenciará por lo que sus oídos oigan, sino que juzgará a los pobres<br />

de acuerdo con la justicia, y su sentencia, dentro de la equidad, mirará por los humildes<br />

de la tierra. Fustigará a la tierra con la vara de su boca, y con el aliento de sus labios dará<br />

muerte al impío. La justicia será el cinto de sus lomos, y la verdad el ceñidor de sus<br />

riñones" 405 .<br />

Sesenta versículos más adelante: "He aquí que Dios es mi salvador. Actuaré con confianza<br />

y no tendré miedo, porque mi fortaleza y mi gloria es el Señor, Dios; y Él me llevó a la<br />

salvación. En tu alegría extraerás agua de los manantiales del Salvador. Y ese día diréis:<br />

Cantad al Señor e invocad su nombre: dad a conocer entre los pueblos sus hazañas;<br />

recordad que su nombre es excelso. Cantad al Señor, porque obró magníficamente;<br />

anunciadlo por toda la tierra. Salta de alegría y entona tus alabanzas, casa de Sión,<br />

porque grande es en medio de ti el Santo de Israel" 406 .<br />

Y cuarenta versículos más adelante: "Aplacaré la soberbia de los orgullosos y humillaré la<br />

arrogancia de los poderosos" 407 .<br />

Asimismo, un poco después: "Dice el Señor, Dios de Israel: Aquel día el hombre se<br />

inclinará ante su Hacedor y sus ojos estarán dirigidos hacia el Santo de Israel. Y no se<br />

inclinará ante altares que fabricaron sus manos; y no mirará obras salidas de sus dedos, ni<br />

bosques ni santuarios" 408 .<br />

Algo más adelante dice: "El Señor, Dios de los ejércitos, os llamará aquel día al llanto y al<br />

lamento, a raparos la cabeza y a ceñiros cilicio. Y vosotros, ¡venga gozo y alegría, a<br />

sacrificar terneros, a degollar corderos, a comer carne y a beber vino! Comamos y<br />

bebamos, pues que habremos de morir mañana. Y esto es lo que se ha revelado a mis<br />

oídos por parte del Señor de los ejércitos: no quedaréis libres de esta iniquidad hasta que<br />

muráis, dice el Señor, Dios de los ejércitos" 409 .<br />

Asimismo, un poco después: "Abrid las puertas y que entre la gente justa, observante de<br />

la verdad. El antiguo error ha desaparecido: velarás por su paz, por, su paz, porque hemos<br />

puesto en ti nuestra confianza; mantened la confianza en el Señor por los siglos de los<br />

siglos, en el Señor, Dios, poderoso eternamente" 410 . Seis versículos más adelante: "En la<br />

senda de tus juicios, Señor, te hemos estado esperando: tu nombre y tu recuerdo se<br />

hallan en la añoranza íntima que siente mi alma. Mi alma te ha añorado de noche; pero<br />

también en mis entrañas, desde el amanecer, con mi espíritu mi preocupación estará<br />

dirigida hacia ti. Cuando en la tierra hayas realizado tus juicios, los moradores del orbe<br />

aprenderán la justicia. Si nos compadecemos del impío, no aprenderá a practicar la<br />

justicia. En tierra de justos se comportará inicuamente y no mirará la gloria del Señor" 411 .


Un poco más adelante: "Se agotó el que antes era poderoso; se consumió el que de todo<br />

se burlaba; y derribados han sido todos cuantos se desvelaban por cometer iniquidades,<br />

los que hacían blasfemar a los hombres" 412 .<br />

Diez versículos después: "¡Ay de los hijos rebeldes -dice el Señor-, que buscáis consejo, y<br />

no de mí; y urdís la tela, pero no de acuerdo con mis dictados, de forma que añadís<br />

pecado sobre pecado!" 413 . Y un poco después: "Esto dice el Señor, Dios, el Santo de<br />

Israel: Si retornáis y os mantenéis en paz, os encontraréis a salvo: vuestra fortaleza se<br />

hallará en el silencio y en la esperanza. Pero no lo quisisteis" 414 . Y veinte versículos<br />

después: "Considerarás impuras las láminas de tu plata procedente de ídolos esculpidos, y<br />

el revestimiento de oro de estatuas fundidas, y te desharás de ello como de la compresa<br />

de una menstruante" 415 .<br />

Un poco después: "Hijos de Israel, retornad lo mismo que antes os retirasteis a las<br />

profundidades. Aquel día el hombre repudiará los ídolos de plata y los ídolos de oro que,<br />

para vuestro pecado, os fabricaron vuestras manos" 416 .<br />

Asimismo, un poco después: "Y en tus tiempos existirá la lealtad: la sabiduría y la ciencia<br />

serán riquezas de salvación: y su auténtico tesoro el respeto hacia el Señor" 417 . Algo más<br />

adelante: "¿Quién de vosotros podrá vivir con un fuego devorador? ¿Quién de entre<br />

vosotros habitará junto a hogueras eternas? Quien se comporta con justicia y dice la<br />

verdad; quien rechaza la avaricia que procede de la calumnia y sacude de sus manos<br />

cualquier soborno; quien tapa sus oídos para no escuchar la incitación a la sangre; quien<br />

cierra sus ojos para no ver ninguna maldad. Ese tal habitará en las alturas, y baluartes de<br />

rocas serán su fortaleza. Se le han dado provisiones y tiene asegurada el agua" 418 .<br />

Un poco más adelante: "Acordaos de estas cosas, Jacob, y tú, Israel, pues tú eres mi<br />

siervo. Yo te formé, y mi siervo eres tú, Israel: no me olvides. Como a una nube he<br />

disipado tus iniquidades; y como a niebla tus pecados; retorna a mí, puesto que te he<br />

redimido" 419 .<br />

Asimismo, algo más adelante: "Acordaos de esto y avergonzaos: recobrad la sensatez,<br />

prevaricadores; recordad tiempos pasados, porque yo soy Dios, y no hay otro Dios más<br />

allá, ni semejante a mí" 420 .<br />

Y más adelante: "¿Quién caminó en tinieblas y no tuvo luz?. Espere en el nombre del<br />

Señor y busque apoyo sobre su Dios" 421 .<br />

Asimismo, un poco después: "Escuchadme vosotros, quienes conocéis lo que es justo; tú,<br />

pueblo, en cuyo corazón está mi ley. No temáis la afrenta de los hombres, ni os amilanéis<br />

ante sus denuestos. Pues del mismo modo que lo hace con la ropa, así los devorará la<br />

polilla; e igual que lo hace con la lana, así los corroerá la tiña. Pero mi salvación durará<br />

eternamente y mi justicia se mantendrá generación tras generación" 422 .<br />

Más adelante: "Buscad al Señor mientras pueda ser encontrado; invocadlo mientras está<br />

cerca. Que el impío abandone su camino y el hombre inicuo sus planes, y vuélvase hacia el<br />

Señor, y se apiadará de él; retorne hacia nuestro Dios, porque su capacidad para perdonar<br />

es infinita" 423 .<br />

Veinte versículos más adelante: "Esto dice el Señor: Respetad el derecho y practicad la<br />

justicia, porque mi salvación está cercana, a punto de llegar, y mi justicia próxima a<br />

revelarse. Bienaventurado el varón que obra así, y el hijo del hombre que tal practica: que<br />

observa el sábado para no quebrantarlo, y vigila sus manos para no cometer maldad<br />

alguna" 424 .<br />

Y un poco después: "Vosotros, los que buscáis consuelo en los dioses bajo cualquier árbol<br />

frondoso; los que inmoláis niños en las torrenteras y al pie de riscos escarpados. Tu<br />

destino participará del destino del torrente. Esa será tu suerte: en su honor ofreciste las<br />

libaciones, en su honor realizaste los sacrificios. ¿No voy a sentirme indignado por ello?"<br />

425 .<br />

Asimismo, un poco más adelante: "A diario me consultan y desean conocer mis caminos<br />

como pueblo que practicara la justicia y no descuidara el cumplimiento del mandato de su<br />

Dios. Me solicitan sentencias justas: quieren acercarse a Dios. ¿Para qué estuvimos


ayunando, si no volviste hacia nosotros tu mirada? ¿Para qué hemos mortificado nuestra<br />

alma, si tú lo has ignorado? Reparad que el día de vuestro ayuno era vuestro interés lo<br />

que se buscaba y, mientras, todos reclamabais premiosamente a vuestros deudores. Daos<br />

cuenta de que ayunabais entre riñas y altercados, y golpeabais sin piedad con vuestros<br />

puños. No ayunéis como lo habéis hecho hasta ahora, para que vuestro clamor se escuche<br />

en el cielo. ¿Es acaso ése el ayuno que yo escogí: que el hombre mortifique su alma<br />

durante el día, que combe su cabeza como un junco y duerma sobre saco y ceniza? ¿<br />

Llamaréis a eso ayuno y día grato al Señor? El ayuno que yo escogí, ¿no es precisamente<br />

este otro: pon fin a las detenciones injustas; termina con los azotes vejatorios; pon en<br />

libertad a quienes se encuentran oprimidos; rompe cualquier opresión; comparte tu pan<br />

con el y recoge en tu casa a los indigentes y vagabundos; cuando veas a alguien desnudo<br />

vístelo y no desprecies a tu propia carne?" 426 .<br />

Y cuatro versículos más adelante: "Si apartaras de tu presencia las cadenas, y dejaras de<br />

señalar con el dedo y de decir lo que no conviene; si le ofrecieras tu alimento al que tiene<br />

hambre y saciaras alma afligida, tu luz surgiría entre las tinieblas y tu oscuridad se<br />

convertiría como en un mediodía. Y el Señor te dará siempre la tranquilidad" 427 .<br />

Mucho más adelante: "Gente que me provoca de continuo a la cólera delante de mi cara:<br />

los que inmolan en los jardines y sacrifican sobre ladrillos; que habitan en sepulcros y<br />

duermen en los templos de los ídolos" 428 . Y dos versículos después: "Que dicen: apártate<br />

de mí, no te me acerques, porque eres inmundo. En mi cólera, ésos serán humo, un fuego<br />

que arde todo el día. Reparad en que escrito está ante mí: no me callaré, sino que<br />

regresaré y en vuestro regazo depositaré el pago de vuestras iniquidades y de las<br />

iniquidades de vuestros padres, todas juntas -dice el Señor-; porque ellos realizaron<br />

sacrificios en las cimas de las montañas v me afrentaron en lo alto de las colinas; y yo<br />

tasaré el precio de aquella antigua obra suya depositándoselo en su regazo" 429 . Y diez<br />

versículos después dice: "Y vosotros, los que abandonasteis al Señor; que os olvidasteis<br />

de mi Monte Santo; que preparasteis la mesa para la Fortuna y sobre ella efectuasteis<br />

libaciones; yo os iré contabilizando bajo la espada, y todos sucumbiréis en la matanza;<br />

porque os llamé, y no respondisteis; os hablé, y no escuchasteis; practicabais la maldad<br />

ante mis ojos, y escogisteis lo que yo no quería" 430 .<br />

Y un poco después: "Así dice el Señor: El cielo es mi trono y la tierra el escabel de mis<br />

pies. ¿Qué morada es la que podréis construirme? ¿Qué lugar para mi descanse? Todo eso<br />

lo realizaron mis manos, y con ellas fue hecho todo cuanto existe -dice el Señor- ¿En quién<br />

pondré yo mis ojos sino en el más humilde, en el de corazón contrito y que siente temor<br />

ante mis palabras?" 431 . Y siete versículos más adelante: "Yo escogeré sus afrentas y les<br />

proporcionan: precisamente lo que temían; porque llamé, y no había nadie que<br />

respondiera; hablé, y no me escucharon; practicaron la maldad ante mis ojos, y<br />

escogieron lo que yo no quería. Escuchad los mandatos del Señor, vosotros los que<br />

tembláis ante su palabra: vuestros hermanos, los que os odian y os rechazan por mi<br />

nombre, dijeron: Que el Señor manifieste su gloria y lo veremos en vuestra alegría. Ellos<br />

serán los confundidos" 432 .<br />

XX. Del libro de Jeremías<br />

"Escuchad la palabra del Señor, casa de Jacob y tribus todas de la casa de Israel. Así dice<br />

el Señor: ¿Qué injusticia encontraron en mí vuestros padres para alejarse de mí y caminar<br />

en pos de la vanidad y volverse sanos?" 433 . Diez versículos más adelante: "Convertisteis<br />

mi heredad en una abominación. Los sacerdotes no dijeron: ¿Dónde está Dios? Los<br />

depositarios de la ley me ignoraron, y los pastores; .Se rebelaron contra mí; los profetas<br />

profetizaron en nombre de Baal y se hicieron seguidores de ídolos" 434 . Y algo más<br />

adelante: "¿Acaso una muchacha se olvida de sus joyas, y una novia de su justillo? En<br />

cambio, mi pueblo me ha olvidado durante incontables días. ¿Por qué te esfuerzas en<br />

presentar como bueno tu camino para buscar el amor, tú que, además, esas maldades<br />

tuyas las enseñaste como caminos tuyos, y en el reborde de tus vestidos se descubrió<br />

sangre de personas pobres e inocentes? Y a esas personas no las encontré practicando<br />

boquetes, sino en todos esos otros menesteres que más atrás he mencionado. Y dijiste:<br />

Estoy libre de pecado y soy inocente; por eso, ¡aléjese de mí tú cólera! Pero he aquí que<br />

yo me enfrentaré contigo en el juicio, porque dices: No he pecado. ¡Qué despreciable has<br />

llegado a ser cambiando tanto tus caminos! Te verás abandonada por Egipto, lo mismo<br />

que antes lo fuiste por Asiria . También saldrás de allí y te llevarás las manos a la cabeza,


porque el Señor ha destrozado tu confianza" 435 .<br />

Y un poco más adelante: "Convertíos, hijos rebeldes -dice el Señor-, porque yo soy<br />

vuestro dueño" 436 .<br />

Asimismo, un poco más adelante: "Si vas a convertirte, Israel, conviértete -dice el Señor-,<br />

pero conviértete a mí. Si apartaras tus abominaciones de delante de mi rostro, no<br />

andarías de un sitio para otro. Y entonces, cuando jures diciendo: ¡Vive el Señor!, lo harás<br />

con verdad, con derecho, con justicia; y las gentes entonarán en su honor cantos de<br />

alabanza y a ti te alabarán" 437 . Y un poco después: "Mi estúpido pueblo no me ha<br />

conocido: sus hijos son necios e insensatos; son diestros para cometer maldades, pero<br />

ignorantes para practicar el bien" 438 .<br />

Al cabo de treinta versículos: "Recorred las calles de Jerusalén y mirad, indagad y buscad<br />

por las plazas si podéis encontrar un hombre que practique la justicia y cultive la lealtad, y<br />

yo le seré propicio. Si dijeran: ¡Vive el Señor!, jurarán en falso. Señor, tus ojos buscan la<br />

lealtad. Los golpeaste y no sintieron dolor; los machacaste, y se resistieron a admitir la<br />

corrección: hicieron sus rostros más duros que roca y no quisieron convertirse. Sin<br />

embargo, yo dije: Quizá es que son pobres y estúpidos, ignorantes del camino del Señor y<br />

de los mandamientos de su Dios. Me presentaré, pues, ante sus jefes y les hablaré, pues<br />

ellos sí conocen el camino del Señor y los mandamientos de su Dios. Pero he aquí que<br />

todos ellos, juntos, rompieron el yugo e hicieron saltar las cadenas" 439 . Seis versículos<br />

después: "Tus hijos me han abandonado y juran por divinidades que no son tales. Los<br />

sacié, pero ellos se dieron al adulterio y acudían en masa a los prostíbulos. Se convirtieron<br />

en caballos fogosos y sementales, y cada uno de ellos relinchaba ante la mujer de su<br />

prójimo. ¿No voy a visitarlos para tomarles cuenta de todo ello -dice el Señor-, y no va mi<br />

mano a tomar venganza sobre un pueblo semejante?" 440 . Y cuarenta versículos más<br />

adelante: "Puse la arena como frontera del mar, que no traspasará; se embravecerán las<br />

olas, pero no podrán lograrlo; se hinchará su oleaje, pero no será capaz de cruzar esa<br />

frontera. Sin embargo, este pueblo está dotado de un corazón descreído y rebelde: se<br />

alejaron, me abandonaron, y no se dijeron para sus adentros: Temamos al Señor, nuestro<br />

Dios" 441 . Y siete versículos después dice: "Se ha encontrado en mi pueblo gente impía que<br />

tiende trampas como cazadores, que urde lazos y cepos para cazar hombres. Como una<br />

red llena de pájaros, así está su casa llena de fraudes. Así es como se han engrandecido y<br />

progresado, han engordado y se han puesto lustrosos, y transgredieron vilmente mis<br />

preceptos. No defendieron los intereses del huérfano ni respetaron el derecho de los<br />

pobres. ¿No voy a visitarlos para tomarles cuenta de todo ello -dice el Señor-, y sobre un<br />

pueblo de esta calaña no va a tomar venganza mi alma? El estupor y el pasmo<br />

sobrevinieron en la tierra. Los profetas profetizaban la mentira; los sacerdotes los<br />

aplaudían con sus propias manos; y mi pueblo se aficionó a tales cosas. ¿ Qué puede<br />

suceder, pues, en su último momento?" 442 .<br />

Treinta versículos más adelante: "¿A quién dirigiré mi palabra? ¿A quién le contestaré para<br />

que me escuche? Reparad en que sus oídos están incircuncisos y no pueden oír. Reparad<br />

en que para ellos la palabra del Señor se ha convertido en algo desagradable y no la<br />

acatan" 443 .<br />

Y un poco después: "Vosotros todos, pueblo de Judá, que cruzáis por esas puertas para<br />

adorar al Señor, escuchad la palabra del Señor. Esto es lo que dice el Señor de los<br />

ejércitos, Dios de Israel: enderezad vuestros caminos y vuestras inclinaciones, y habitaré<br />

con vosotros en este lugar. No confiéis en las palabras del mentiroso, diciendo: ¡El templo<br />

del Señor; es el templo del Señor! Porque si enderezáis vuestros caminos y vuestras<br />

inclinaciones; si practicáis la justicia entre el hombres y su prójimo; si no oprimierais al<br />

extranjero, al huérfano y a la viuda; si no derramarais sangre- inocente en este lugar, y si<br />

no caminarais, para vuestra propia desgracia tras dioses extraños, entonces habitaré con<br />

vosotros aquí, en la tierra que, por los siglos de los siglos, les di a vuestros padres. Pero<br />

hete aquí que ponéis vuestra confianza en las palabras del mentiroso, que en nada os han<br />

beneficiado: robar, asesinar, cometer adulterio, jurar en falso, hacer libaciones en honor<br />

de Baal y marchar en pos de dioses extranjeros que desconocéis. Y luego vinisteis y os<br />

presentasteis ante mi en esta casa, en la que se invoca mi nombre, y dijisteis: estamos<br />

salvados por aquello de que hayamos cometido todas abominaciones. ¿Así que a vuestros<br />

ojos se ha convertido en cueva de ladrones esta morada mía en la que se invoca mi<br />

nombre? Yo, soy yo, yo el que lo he visto -dice el Señor- Id a mi templo en Siló, donde<br />

desde un principio habitó :ni nombre, y observad lo que hice a causa de la malicia de


Israel, mi pueblo. Y ahora, porque habéis cometido todas esas acciones -dice el Señor-;<br />

porque os hablé levantándome al amanecer y, a pesar de que os hablaba, no me<br />

escuchasteis; y os llamé y no me respondisteis; haré con esta .sa (en la que se invoca mi<br />

nombre y en la que vosotros tenéis puestas vuestras esperanzas) y con este lugar (que di<br />

a vuestros padres) lo mismo que hice con Siló: os arrojaré de mi presencia igual que<br />

arrojé a todos vuestros hermanos, a toda la descendencia de Efraím. Así que tú no<br />

intercedas en favor de este pueblo, ni asumas por ellos la tarea de disculparlos y de<br />

suplicar; no acudas ante mí, porque no te escucharé. ¿No ves lo que están haciendo ellos<br />

en las ciudades de Judá y en las plazas de Jerusalén? Los hijos van en busca de leña; los<br />

padres encienden el fuego, y las mujeres hiñen la masa para hacer tortas en ofrenda de la<br />

reina del cielo; para hacer libaciones en honor de dioses extranjeros y para empujarme a<br />

la cólera. ¿Es que no me empujan a la cólera? -dice el Señor- ¿No obran para causar<br />

vergüenza a sus propios rostros?" 444 .<br />

Un poco después: "¿No vuelve a levantarse quien se cae? ¿No regresa el que ser marchó?<br />

¿Por qué entonces este pueblo de Jerusalén se ha alejado de mí con un alejamiento<br />

obstinado? Abrazaron la mentira y no quieren convertirse. He prestado atención y los he<br />

oído: nadie dice la verdad; no hay nadie que se arrepienta de su pecado diciendo: ¿Qué he<br />

hecho?" 445 . Y nueve versículos más adelante: "¿Cómo es que decís: Nosotros somos los<br />

sabios, y la ley del Señor está con nosotros, cuando lo cierto es que ha sido la pluma<br />

mentirosa de los escribas la que ha fraguado la mentira? Esos sabios se han visto<br />

avergonzados, espantados y hechos prisioneros, pues despreciaron la palabra del Señor, y<br />

en ellos no hay sabiduría alguna" 446 .<br />

Algo más adelante: "¿Quién me ofrecerá en el desierto albergue de caminantes, para<br />

abandonar a mi pueblo y alejarme de ellos? Porque todos ellos son unos adúlteros, un<br />

hatajo de malhechores. Y tensaron su lengua como un arco que dispara la mentira, no la<br />

verdad: se sienten poderosos en la tierra, porque han ido de maldad en maldad y se<br />

olvidaron de mí -dice el Señor- Guárdese cada uno de su prójimo y no ponga su confianza<br />

en ninguno de sus hermanos. Porque todo hermano, falaz como es, pondrá zancadillas, y<br />

todo amigo se portará engañosamente. El hombre se burlará de su hermano, y nadie dirá<br />

la verdad, pues enseñaron a sus lenguas a decir la mentira; se esforzaron en practicar la<br />

injusticia. Tu morada está en medio del engaño: en ese engaño renunciaron a conocerme -<br />

dice el Señor- Por todo ello, dice el Señor de los ejércitos: He aquí que yo los fundiré en el<br />

crisol y probaré su calidad; pues ¿qué otra cosa puedo hacer ante los ojos de la hija de mi<br />

pueblo? Su lengua es una saeta punzante; en su boca habla la mentira: desea la paz a su<br />

amigo, y a escondidas le tiende asechanzas. ¿No voy a visitarlos para tomarles cuenta de<br />

todo ello -dice el Señor-, y sobre un pueblo de esta calaña no va a tomar venganza mi<br />

alma?" 447 . Y un poco después: "No se enorgullezca el sabio de su sabiduría, ni se<br />

enorgullezca el valiente de su valentía, ni se enorgullezca el rico de su riqueza: quien<br />

quiera enorgullecerse, que se enorgullezca de saber y conocer quién soy yo; porque yo<br />

soy el Señor, que establezco la misericordia, el derecho y la justicia en la tierra, pues eso<br />

es lo que a :mí me resulta grato, dice el Señor" 448 .<br />

Y después de dieciséis versículos: "Así dice el Señor: No aprendáis según las doctrinas de<br />

los paganos, ni temáis, como los paganos temen, los signos astrales, porque las<br />

enseñanzas de esos pueblos son vanas. Y así, la mano del artista, con su azuela, trabaja el<br />

leño cortado en un bosque; lo reviste de plata y oro, y lo consolida con clavos y martillo<br />

para que no se desmorone. Su hechura es semejante a la de una palmera: no hablan; hay<br />

que transportarlos a cuestas, pues son incapaces de andar. No los temáis, porque no<br />

pueden causar el mal ni el bien. No hay como tú, Señor: grande eres tú y poderosamente<br />

grande es tu nombre. ¿Quién no te temerá, Rey de las naciones? Tuya es la gloria. Entre<br />

todos los sabios de las naciones y entre todos sus países nadie hay semejante a ti. Se<br />

comprobará que todos ellos, por un igual, son necios y fatuos, y que su sabiduría de<br />

ficción es un madero. Se trae plata laminada desde Tarsis y oro desde Ofir: obra es salida<br />

de manos de orfebres. Grana y púrpura serán sus galas: obras de artesanos son también<br />

ellas. Sin embargo, el Señor es Dios verdadero: Él es el Dios vivo y el Rey eterno. Por su<br />

cólera temblará la tierra, y las naciones no resistirán sus amenazas. Por eso les diréis así:<br />

que los dioses que no crearon los cielos ni la tierra desaparezcan de la tierra y de cuanto<br />

bajo el sol existe" 449 .<br />

Un poco más adelante: "Así dice el Señor: ¡Maldito el hombre que confía en el hombre y<br />

busca su apoyo en la carne, apartando su corazón del Señor! Pues será como el tamarindo<br />

en el desierto, y no verá cuándo llega el buen tiempo, sino que vivirá en el secarral, en


tierra salobre e inhóspita. Bienaventurado el hombre que pone su confianza en el Señor y<br />

el Señor es su seguridad. Será como un árbol plantado a la vera del agua que hunde sus<br />

raíces en la humedad: no temerá cuando lleguen los calores; su follaje se mantendrá<br />

verde, y no tendrá preocupación alguna en tiempo de sequía, ni dejará de tener fruto en<br />

momento alguno" 450 .<br />

Y un poco después: "Así dice el Señor: Practicad el derecho y la justicia, y liberad de mano<br />

de su opresor a quien está oprimido por la fuerza; no causéis tristeza ni explotéis<br />

inicuamente al extranjero, al huérfano y a la viuda; no derraméis en este lugar sangre<br />

inocente" 451 .<br />

Un poco más adelante: "¡Ay de los pastores que dispersan y destrozan el rebaño de mi<br />

majada! -dice el Señor- Pues esto es lo que el Señor, Dios de Israel, les dice a los<br />

pastores: Vosotros dispersasteis mi rebaño, espantasteis mis ovejas y no os preocupasteis<br />

de vigilarlas. Por eso yo os pasaré la cuenta por la maldad de vuestras inclinaciones, dice<br />

el Señor" 452 . Y algo más adelante: "Así dice el Señor de los ejércitos: No escuchéis las<br />

palabras de los profetas que os exponen sus profecías y se burlan de vosotros. Os<br />

transmiten la visión de su propia fantasía, no la que brota de la boca del Señor. A quienes<br />

blasfeman contra mí les dicen: El Señor lo ha dicho: tendréis la paz; y a todo el que actúa<br />

siguiendo la depravación de sus sentimientos le dijeron: Nada malo os sobrevendrá. Pues<br />

¿quién está al tanto de los secretos del Señor?" 453 . Y once versículos más adelante: "Yo<br />

no enviaba profetas, y ellos corrían; yo les hablaba, y ellos profetizaban. Si hubieran<br />

estado al tanto de mis secretos y hubieran transmitido a mi pueblo palabras mías<br />

auténticas, los hubiera apartado de su mal camino y de sus pésimas inclinaciones" 454 .<br />

Cuatro versículos después: "He escuchado lo que han dicho los profetas que profetizaban<br />

la mentira sirviéndose de mi nombre y diciendo: He tenido un sueño, he tenido un sueño.<br />

¿Hasta cuándo va a persistir esto en el corazón de los profetas que vaticinan la mentira y<br />

en el de quienes profetizan las fantasías de su propia mente, que lo hacen a sabiendas,<br />

para que mi pueblo se olvide de mi nombre a causa de esos sueños de su fantasía que<br />

cada uno le cuenta a su prójimo, del mismo modo que también sus padres se olvidaron de<br />

mi nombre a causa de Baal? El profeta que tenga un sueño, que cuente ese sueño; y el<br />

que tenga mi palabra, que transmita mi palabra con toda autenticidad ¿Qué tiene que ver<br />

la paja con el grano limpio? -dice el Señor- ¿Acaso no son mis palabras como e fuego -dice<br />

el Señor-, y como la maza que desmenuza una piedra? Por eso, he aquí que yo me levanto<br />

contra los profetas -dice el Señor-, que se roban mis palabras unos a otros. He aquí que<br />

yo me levanto contra los profetas -dice el Señor-, que utilizan sus lenguas para afirmar: lo<br />

dice el Señor. He aquí que yo me levanto contra los profetas, que sueñan la mentira -dice<br />

el Señor-, y la cuentan, y con su mentira y sus embelecos han seducido a mi pueblo,<br />

cuando yo no los había enviado ni los había mandado: de ningún provecho le ha sido a mi<br />

pueblo, dice el Señor" 455 .<br />

Un poco más adelante: "y el Señor, levantándose temprano, os envió a todos vosotros a<br />

sus siervos, los profetas mandándooslos, y no los escuchasteis; ni aprestasteis vuestros<br />

oídos para oír cuando se decía: Que cada uno se convierta de su mala conducta y<br />

abandone sus malvados sentimientos. y así habitaréis en la tierra que os entregó el Señor<br />

a vosotros y a vuestros padres por los siglos de los siglos. No vayáis tras dioses<br />

extranjeros para servirlos y adorarlos, y no me empujéis a la cólera por las obras que<br />

salen de vuestras manos, y no os afligiré. Pero no me escuchasteis, dice el Señor" 456 .<br />

Y algo después: "Maldito el que cumple engañosamente los mandatos del Señor" 457 .<br />

Asimismo, un poco más adelante: "Bueno es el Señor con quienes en Él ponen su<br />

esperanza, con el alma que lo busca. Bueno es esperar en silencio la salvación proveniente<br />

del Señor. Bueno es para el hombre que haya llevado el yugo desde la adolescencia. Se<br />

sentará solitario y guardará silencio, porque se lo quitó de encima. Pondrá su boca sobre<br />

el polvo, por si acaso hubiera esperanza. Presentará su mejilla al que le abofetea, y se<br />

hartará de oprobios, porque el Señor no lo rechaza para siempre" 458 .<br />

XXI. Del libro de Ezequiel<br />

"Al cabo de siete días se dio a conocer la palabra del Señor en estos términos: Hijo de<br />

hombre, te he puesto de vigía de la casa de Israel: escucharás la palabra que sale de mi<br />

boca y les darás a conocer lo que te manifieste. Si yo le dijera al impío: serás reo de<br />

muerte, y tú no se lo transmitieras ni se lo comunicaras para que se aparte de su


depravado camino y conserve la vida, el impío perecerá en su depravación, pero yo te<br />

reclamaré a ti la culpabilidad de su muerte. Si, por el contrario, advirtieras al impío y él no<br />

se apartara de su impiedad y de su depravado camino, perecerá en su depravación, pero<br />

tú habrás salvado tu vida. Si un justo, apartándose de la justicia, cometiera maldad,<br />

tenderé ante él un obstáculo y perecerá, porque no le advertiste. Morirá en su pecado y no<br />

le serán tenidas en cuenta las buenas acciones que llevó a cabo; pero a ti te pediré<br />

responsabilidad por su muerte. Ahora bien, si hubieras advertido al justo para que, como<br />

justo que es, no peque, y él efectivamente no peca, conservará la vida, porque tú le<br />

advertiste, y tú habrá salvado tu vida" 459 .<br />

Algo más adelante: "y le dijo el Señor: Cruza por medio de la ciudad a través de Jerusalén<br />

y pon la señal de la tau sobre la frente de los hombres que se lamentan y deploran todas<br />

las abominaciones que en ella se comenten. Y a los otros, oyéndolo yo, les dijo: Atravesad<br />

la ciudad en su persecución y golpeadlo; que vuestro ojo no se compadezca ni sintáis<br />

piedad: matad hasta el exterminio a todo anciano y joven, doncella y adolescente, y a las<br />

mujeres. Ahora bien, respetad a todo aquel que veáis marcado con una tau. Empezad por<br />

mi santuario" 460 .<br />

Poco después: "Porque hicisteis entristecer con vuestros embustes el corazón del justo, a<br />

quien yo no había afligido, ayudasteis al impío para que no se apartara de su depravado<br />

camino y conservara la vida" 461 .<br />

Asimismo, algo más adelante: "Reparad en que ésa fue la iniquidad de Sodoma, tu<br />

hermana: soberbia, hartura de pan, opulencia y ociosidad tuvieron ella y sus hijas; pero<br />

no tendían su mano al menesteroso y al pobre. Se ensoberbecieron y cometieron<br />

abominaciones ante mí. Y las quité de en medio, como tú has visto" 462 .<br />

Un poquito después: "El hombre que es justo y practica la equidad y la justicia; que no<br />

celebra banquetes en los montes ni levanta sus ojos hacia los ídolos de la casa de Israel;<br />

que no mancilla a la mujer de su prójimo ni tiene relación sexual con mujer menstruante;<br />

que no causa tribulación a otra persona; que devuelve al deudor lo que le ha dejado en<br />

prenda; que no emplea la fuerza para robar algo; que da su pan al hambriento y cubre con<br />

su vestido al desnudo; que no presta para practicar la usura ni reclama más de lo<br />

prestado; que aparta de la maldad su mano; que emite un juicio imparcial entre dos<br />

personas; que camina de acuerdo con mis preceptos y observa mis mandamientos para<br />

practicar la verdad, ese hombre es justo y conservará su vida -dice el Señor Dios-. Porque<br />

si engendrara un hijo ladrón v criminal; si practicara alguna de esas prohibiciones o no las<br />

observara todas ellas, sino que celebrara banquetes en los montes, mancillara a la mujer<br />

de su prójimo, atribulase a. necesitado y al pobre, practicase el robo, no devolviese lo<br />

dejado en prenda, levantase sus ojos hacia los ídolos, cometiese abominación ejerciendo<br />

la usura y cobrando más de prestado, ¿conservará su vida? No vivirá, no: por haber<br />

cometido todas esas detestables abominaciones será penado con la muerte, y de esa<br />

muerte él será el único responsable. Si engendrara un hijo que, viendo todos los pecados<br />

que su padre ha cometido, siente temor y no los imita; que no celebra banquetes en los<br />

montes ni levanta sus ojos hacia los ídolos de la casa de Israel; que no mancilla a la mujer<br />

de su prójimo ni causa tribulación a otra persona; que no retiene lo que le ha dejado en<br />

prenda; que no practica el robo; que da pan al hambriento y cubre con un vestido al<br />

desnudo; que aparta su mano de la injusticia contra el pobre; que no cobra usura ni<br />

intereses desorbitados; que observa mis mandamientos y camina de acuerdo con mis<br />

preceptos, ese hombre no perecerá por la iniquidad de su padre, sino que conservará su<br />

vida. En cambio, su padre, por haber practicado el falso testimonio y haber hecho violencia<br />

a su hermano, por obrar maldad en medio de su gente, pereció por su propia culpa. Pero<br />

decís: ¿Por qué ese hijo no cargó con la culpa de su padre? Pues está claro que porque el<br />

hijo practicó la equidad y la justicia, observó todos mis preceptos y los cumplió. Por eso<br />

conservará la vida. La persona que peca, ésa es la que perecerá. El hijo no cargará con la<br />

culpa de su padre, como tampoco el padre cargará con la culpa de su hijo. Sobre el justo<br />

recaerá su justicia; su impiedad recaerá sobre el impío. Ahora bien, si el impío se<br />

arrepintiera de todos los pecados que ha cometido, observara todos mis preceptos y<br />

practicara la equidad y la justicia, conservará su vida y no perecerá. Toda la maldad que<br />

cometió no se le tendrá en cuenta: conservará la vida por la justicia que hizo. ¿Acaso<br />

deseo yo la muerte del impío -dice el Señor-, y no que se convierta de su mala conducta y<br />

viva? Sin embargo, si el justo se aparta de su justicia y practica la maldad imitando todas<br />

las iniquidades que suele cometer el malvado, ¿conservará su vida? Todas las acciones<br />

justas que llevó a cabo no le serán tenidas en cuenta. Morirá en la prevaricación que


perpetró y en el pecado que cometió. Pero decís: Este criterio del Señor no es justo.<br />

Escucha, casa de Israel: ¿que mi criterio no es justo? ¿No será más bien que son vuestros<br />

criterios los equivocados? Cuando un justo se aparta de la justicia y practica la maldad,<br />

perecerá por ello: perecerá por la maldad que ha cometido. Pero cuando un malvado se<br />

arrepiente de la iniquidad que realizó y se atiene a la equidad y a la justicia, ése dará vida<br />

a su alma, pues recapacitó y repudió todas las maldades que había cometido: conservará<br />

su vida y no perecerá. Pero dicen los hijos de Israel: Este criterio del Señor no es justo. ¿<br />

Que mi criterio no es justo, casa de Israel? ¿No será más bien que son vuestros criterios<br />

los equivocados? Así que cada uno será juzgado de acuerdo con su comportamiento, casa<br />

de Israel -dice el Señor, Dios-. Convertíos y haced penitencia de todas vuestras<br />

iniquidades, y la maldad no os acarreará la ruina. Arrojad de vosotros todas vuestras<br />

prevaricaciones, en las que hayáis incurrido, y renovad vuestro corazón y vuestro espíritu:<br />

¿Por qué vais a morir, casa de Israel? y es que yo no deseo la muerte del moribundo -dice<br />

el Señor-: arrepentíos y viviréis" 463 .<br />

Algo más adelante: "Ahí tenéis a cada uno de los príncipes de Israel cómo se mostraron a<br />

porfía contra ti para derramar sangre. Contra ti va dirigido el desprecio que hicieron al<br />

padre y a la madre; en tu presencia atropellaron al extranjero; ante ti causaron oprobio a<br />

huérfano y viuda. Habéis menospreciado mis santuarios y profanado mis sábados. En ti<br />

hubo hombres calumniadores dispuestos a derramar sangre. Contra ti celebraron<br />

banquetes en lo alto de los montes; en tu presencia han cometido infamias. Contra ti<br />

descubrieron la desnudez de su padre; contra ti despreciaron la suciedad de la mujer<br />

menstruante. Cada uno cometió abominación con la mujer de su prójimo; el suegro<br />

mancilló infamemente a su nuera; el hermano violentó ante ti a su hermana, hija de su<br />

padre. En tu presencia aceptaron sobornos para derramar sangre; cobraste usura e interés<br />

desmedidos; oprimiste avaramente a tus prójimos; y de mí te has olvidado, dice el Señor,<br />

Dios" 464 .<br />

Un poquito después: "Se me dio a conocer la palabra del Señor en estos términos: Hijo de<br />

hombre, dile: tú eres tierra inmunda y no lavada por la lluvia en el día de mi furor. En<br />

medio de ti se conjuraron los profetas. Como león rugiente que ha capturado una presa te<br />

devoraron el alma; se apoderaron de tus riquezas y de tu tesoro, y multiplicaron dentro de<br />

ti el número de las viudas. Sus sacerdotes menospreciaron la ley y profanaron mis<br />

santuarios. No establecieron diferencias entre lo santo y lo profano, ni distinguieron entre<br />

lo puro y lo impuro" 465 . Dos versículos después: "En medio de ella sus príncipes se<br />

portaron como lobos que se han ponderado de una presa para derramar sangre, para<br />

destruir vidas, para enriquecerse avaramente. Sin embargo, sus profetas los enlodaban<br />

presentándoles las vanas visiones de su imaginación y vaticinándoles embustes<br />

asegurándoles que esto es que dice el Señor, Dios, siendo así que el Señor no les había<br />

hablado. Los pueblos de la tierra cometían atropellos y se dedicaban violentamente a la<br />

rapiña; atropellaban al necesitado y al pobre: oprimían al extranjero contra todo derecho<br />

con falsas acusaciones. Busqué entre ellos un hombre que levantase una cerca, que en<br />

defensa de su tierra se mantuviera firme, enfrentándose a mí para que yo no la<br />

destruyera: y no lo encontré. Y descargué sobre ellos mi cólera, los consumí en el fuego<br />

de mi ira. Sobre la cabeza de cada uno hice sentir su propio comportamiento, dice el<br />

Señor, Dios" 466 .<br />

Asimismo, un poco después: "Se me dio a conocer la palabra del Señor en estos términos:<br />

Hijo de hombre, háblales a los hijos de tu pueblo y diles: cuando yo desenvaine la espada<br />

sobre esta tierra y el pueblo de esta tierra escoja a su hombre de entre sus pobladores y<br />

lo coloque de vigía, y él vea venir la espada sobre la tierra y haga sonar la trompeta para<br />

darle al pueblo la señal de alerta, cualquiera que, al escuchar el sonido de la trompeta, no<br />

tomare precauciones y la espada llega y lo mata, él será el responsable de su propia<br />

muerte, porque oyó el sonido de la trompeta y no tomó precauciones. Él será el culpable<br />

de su muerte. En cambio, si se pone en guardia, salvará la vida. Pero si el vigía viera venir<br />

la espada y no hiciera sonar la trompeta, y el pueblo no pone en guardia, y llega la espada<br />

y mata a la gente, ésta muere ciertamente por su propia iniquidad, pero la responsabilidad<br />

de tales muertes se le reclamará al vigía. A ti, hijo de hombre, te he designado como vigía<br />

de la casa de Israel de modo que, cuando escuches la palabra que sale de la boca, se la<br />

anunciarás de mi parte. Si yo le dijera el impío: impío, serás castigado con la muerte, y tú<br />

no se lo comunicarás para que el impío cambie de conducta, ese impío morirá por su<br />

propia iniquidad, pero la responsabilidad de su muerte se te reclamará a ti. En cambio, si<br />

tú adviertes al impío para que cambie de conducta, y él no se convirtiera, morirá por su<br />

propia iniquidad, y tú a tu vez salvarás tu vida. Así que, hijo de hombre, dile a la casa de


Israel: vosotros andáis diciendo así: nuestras iniquidades y nuestros pecados gravitan<br />

sobre nosotros y en ellos nos consumimos. ¿Cómo, pues, podremos vivir? Diles: por vida<br />

mía -dice el Señor-, que no quiero la muerte del impío, sino que éste cambie de conducta<br />

y viva. Convertíos de vuestra malvada conducta. ¿Porqué vais a morir, casa de Israel? Hijo<br />

de hombre, diles también así a los hijos de tu pueblo: su justicia no le salvará al justo si<br />

un día comete pecado; tampoco su impiedad le dañará al impío si un día se convirtiera de<br />

su maldad. El justo no podrá vivir a expensas de su justicia si un día delinquiera. Si yo le<br />

dijera al justo que conservaría su vida, y él, confiado en su justicia, cometiera iniquidad,<br />

todas sus acciones justas caerían en el olvido, y perecería en esa iniquidad que cometió.<br />

Pero si yo le dijera al impío: serás condenado a muerte, y él hiciera penitencia por su<br />

pecado y practicara la equidad y la justicia; si ese impío restituyera lo que se le ha<br />

entregado m prenda; si devolviera lo que ha robado; si siguiera los preceptos de vida y no<br />

cometiera iniquidad ninguna, conservaría la vida y no perecería. Todos los pecados en que<br />

incurrió no le serán tenidos en cuenta. Practicó la equidad y la justicia, así que conservará<br />

la vida. Los hijos de tu pueblo argumentaron: el criterio que aplica el Señor no es justo. Lo<br />

que no es justo es su comportamiento. Pues cuando el justo se aparta de su justicia y<br />

comete iniquidades, por ellas perecerá. Y cuando el impío abandone su impiedad y<br />

practique la equidad y la justicia, por ellas conservará la vida. Y replicáis: no es justo el<br />

criterio del Señor, yo os juzgaré a cada uno de vosotros, casa de Israel, de acuerdo con su<br />

comportamiento 467 . Y cuarenta y nueve versículos después: "Y tú, hijo de hombre: los<br />

hijos de tu pueblo andan murmurando de ti a la vera de los muros y a la puerta de las<br />

casas, y se dicen unos a otros: venid y escuchemos qué palabra nos transmite el Señor.<br />

Acudirán ante ti como pueblo que emigra; se sientan delante de ti, escuchan tus palabras,<br />

pero no las ponen en práctica. Porque las transforman en un canto de alabanza emanado<br />

de su boca, mientras su corazón va en pos de la avaricia. Eres para ellos como un cantor<br />

de: coplas que entona sus canciones con suave y dulce voz. Escuchan tus palabras, pero<br />

no las ponen en práctica. Pero cuando suceda lo que se vaticina -y su suceso está a punto<br />

de producirse-, se darán cuenta entonces de que entre ello había un profeta" 468 .<br />

"Se me dio a conocer la palabra del Señor en estos términos: Hijo de hombre, anuncia tu<br />

profecía sobre los pastores de Israel; anuncia tu profecía y diles a los pastores Esto es lo<br />

que dice el Señor, Dios: ¡ay de los pastores de Israel que se apacentaban a sí mismos! ¿<br />

No son los rebaño lo que apacientan los pastores? Consumíais su leche, os vestíais con su<br />

lana y sacrificabais a los animales gordos: no apacentabais verdaderamente mi rebaño. No<br />

procurasteis que la res débil cobrase fuerza, ni curasteis a la que estaba enferma, ni<br />

entablillasteis a la que tenía una fractura, ni fuisteis en busca de la extraviada, ni<br />

rastreasteis a la perdida. Al contrario, las conducíais con rigor y violencia. Mis ovejas se<br />

desperdigaron porque no había pastor, y se convirtieron en presa fácil para ser devorada<br />

por todas las bestias salvajes; y se desperdigaron mis rebaños y anduvieron errantes por<br />

todos los montes y por todos los altos cerros; por toda la superficie de la tierra se vieron<br />

desperdigados mis rebaños. Y no había nadie que marchara en su búsqueda; no había<br />

nadie -repito- que marchara en su búsqueda. Por eso, pastores, escuchad la palabra del<br />

Señor. ¡Por vida mía! -dice el Señor, Dios-, que mis rebaños fueron expuestos a la rapiña<br />

y mis ovejas a servir de presa para ser devorada por todas las bestias salvajes, porque no<br />

había pastor; y los pastores no se preocuparon de mi rebaño, sino que esos pastores se<br />

apacentaban a sí mismos, pero no apacentaban a mi rebaño. Por eso, pastores, escuchad<br />

la palabra del Señor. Así dice el Señor, Dios: He aquí que yo voy a enfrentarme a los<br />

pastores; les pediré que me devuelvan mi rebaño y haré que dejen de ser pastores, para<br />

que en el futuro ni apacienten mi rebaño ni se apacienten más a sí mismos. Liberaré a su<br />

ganado de su boca y no les servirá más de alimento" 469 .<br />

Treinta y cuatro versículos más adelante: "Esto es lo que a vosotras, ovejas mías, os dice<br />

el Señor, Dios: Soy yo quien va a dirimir el pleito entre oveja y oveja, entre carnero y<br />

macho cabrío. ¿No os resulta suficiente pastar el mejor pasto? Es que además teníais que<br />

pisotear con vuestras pezuñas el resto del pasturaje. Y aunque bebíais el agua más<br />

cristalina, enturbiabais la demás con vuestras pezuñas. Y mis ovejas se apacentaban con<br />

lo que había sido pisoteado por vuestras pezuñas, y bebían el agua que vuestras pezuñas<br />

habían enturbiado. Por eso el Señor, Dios, os dice así: He aquí que yo dirimo el pleito<br />

entre el ganado lustroso y el macilento, porque vosotros, con vuestros costados y vuestras<br />

tabadillas, empujabais a todas las reses que eran débiles, y las espantabais tirándoles<br />

cornadas, hasta que se desperdigaban lejos del rebaño" 470 .<br />

Un poco más adelante: "Así dice el Señor, Dios: Ya es suficiente, príncipes de Israel.<br />

Poned punto final a vuestra maldad y a vuestras rapiñas; practicad la equidad y la justicia,


y demarcad claramente los límites entre vuestros campos y los de mi pueblo -dice el<br />

Señor, Dios-. Balanzas precisas, epha justa y bato justo" 471 .<br />

Esto es lo que hemos recopilado de los libros que también los judíos consideran<br />

"canónicos", y en los que hemos espigado aquellos pasajes que convenían a esta obra. No<br />

hay, empero, que omitir aquellos otros libros que tenemos constancia de que fueron<br />

escritos antes de la venida del Salvador, y que, si bien no son admitidos por los judíos, sí<br />

que lo son, en cambio, por la Iglesia del Salvador. Entre ellos hay dos que muchos llaman<br />

"de Salomón" a causa, según creo, de una cierta semejanza en la expresión. En cambio,<br />

otros eruditos están absolutamente convencidos de que no son de Salomón. Se ignora<br />

quién es el autor del que se titula Libro de la Sabiduría: En cambio, del otro que<br />

denominamos Eclesiástico, parece fuera de dudas, entre quienes han examinado a fondo<br />

el libro, que su autor es un tal Jesús, apellidado Sirach Pues bien, del Libro de la Sabiduría<br />

nos ha parecido oportuno entresacar para esta obra los siguientes pasajes.<br />

XXII. Del Libro de la Sabiduría<br />

"Amad la justicia vosotros, los que gobernáis la tierra. Tened sobre el Señor pensamientos<br />

basados en la bondad, y buscadlo con sencillez de corazón. Porque lo encuentran quienes<br />

no lo tientan y se manifiesta a quienes depositan en Él su confianza. Los pensamientos<br />

perversos alejan de Dios; la virtud puesta a prueba sirve de correctivo a los necios;<br />

porque en un alma malévola no entrará la sabiduría, ni pondrá su morada en un cuerpo<br />

dominado por las pasiones. El sagrado aliento de la sabiduría rehúye la mentira y se<br />

mantiene lejos de los pensamientos irracionales: se disipa cuando sobreviene la maldad.<br />

El aliento de la sabiduría es amable, pero no dejará sin castigo al maldito por sus labios.<br />

Porque Dios es testigo de sus interioridades, escrutador auténtico de su corazón y oidor de<br />

su lengua. Porque el espíritu del Señor ha llenado el orbe de las tierras, y aquello que todo<br />

lo engloba conoce muy bien cuanto se dice. Por eso, el que habla maldades no puede<br />

permanecer oculto, sino que la justicia acusadora no lo dejará en el olvido. Al impío se le<br />

someterá a examen teniendo en cuenta sus pensamientos: hasta el Señor llegará el<br />

contenido de sus palabras para castigo de: sus maldades. Porque su oído de celoso lo<br />

escucha todo, y el rumor de las murmuraciones no le pasará inadvertido. Guardaos, pues,<br />

de la murmuración, que nada aprovecha, y apartaos de la lengua maldiciente, porque ni<br />

una palabra secreta quedará sin castigo. La boca que miente mata al alma" 472 .<br />

Y un poco después: "Quienes en Él ponen su confianza, entienden la verdad; los que se<br />

mantienen fieles en su amor, en Él encontrarán descanso. Porque la benevolencia y la paz<br />

las reserva para sus elegidos. En cambio, los malvados, que menospreciaron la justicia y<br />

se alejaron del Señor, recibirán: el castigo acorde con sus pensamientos. ¡Desdichado<br />

quien desprecia la sabiduría de sus preceptos!" 473 . Seis versículos después: "Porque feliz<br />

la mujer estéril, pero no mancillada, que desconoce un lecho pecaminoso. Cuando Sé<br />

juzgue a las almas, tendrá su recompensa. Dichoso también el hombre estéril que no puso<br />

en obra la iniquidad, ni concibió malvados pensamientos contra el Señor" 474 .<br />

Un poco más adelante: "Escuchad vosotros, reyes, y enteraos; y vosotros, gobernantes,<br />

aprended la justicia de los territorios de la tierra. Aprestad vuestros oídos vosotros los que<br />

domináis sobre la gente y os ufanáis sobre la multitud de naciones. Porque ese poderío os<br />

ha sido dado por el Señor, y esa soberanía os ha sido concedida por el Altísimo, que os<br />

interrogará por vuestras acciones e indagará vuestros pensamientos. Porque, siendo<br />

administradores de su reino, no juzgasteis con rectitud, ni observasteis los dictados de la<br />

justicia, ni os comportasteis de acuerdo con la voluntad de Dios. Su aparición ante<br />

vosotros será terrible y repentina: porque el juicio al que se someterá a los gobernantes<br />

será rigurosísimo. Al humilde se le tendrá compasión, mientras que a los poderosos se les<br />

aplicarán poderosamente los tormentos. El Señor no tendrá en cuenta la alta personalidad<br />

de nadie ni de nadie temerá la grandeza. Porque Él ha creado por igual al pequeño y al<br />

grande, y su preocupación por todos es la misma. Pero las reclamaciones más poderosas<br />

irán dirigidas a los más poderosos. Hacia vosotros apuntan estas palabras mías, reyes<br />

pervertidos, para que aprendáis la sabiduría y no delincáis. Aquellos que observaron<br />

justamente la justicia serán justificados; y quienes la aprendieren hallarán respuesta que<br />

ofrecer. Anhelad, pues, mis palabras; amadlas, y poseeréis sapiencia. La sabiduría es<br />

resplandeciente; es algo que nunca se marchita; quienes la aman, la ven fácilmente;<br />

quienes la buscan, la encuentran. Sale al encuentro de quienes la ansían, ya que se<br />

apresura a presentarse ante ellos. Quien desde temprana hora se levantare para ir tras<br />

ella, no sentirá la fatiga: la encontrará sentada a su puerta. Inteligencia consumada es


meditar en ella; quien por ella se mantuviere en vela, pronto se encontrará libre de<br />

preocupaciones. Porque es ella la que ronda de un lado a otro buscando a quienes<br />

merecen; les sale alegremente al paso, y en todos sus pensamientos se les hace la<br />

encontradiza. El punto de partida de la sabiduría es el sincero deseo de alcanzarla. Anhelar<br />

la sabiduría equivale a amarla; amarla equivale a observar sus preceptos; observar sus<br />

preceptos equivale a una innegable integridad moral; y la integridad moral acerca a Dios.<br />

En consecuencia, anhelar la sabiduría conduce a la gloria eterna. Así que, si vosotros,<br />

reyes de la tierra, os complacéis en tronos y cetros, amad la sabiduría para que reinéis<br />

eternamente" 475 .<br />

Y un poco más adelante: "Si alguno ama la justicia, sus desvelos tendrán grandes<br />

recompensas, pues enseña la templanza y la sensatez, la equidad y la prudencia; en la<br />

vida de: hombre nada hay más útil que esto" 476 .<br />

Voy a recoger a continuación lo que parezca oportuno de: libro titulado Eclesiástico.<br />

Respecto a él, también aquí aplicaré las mismas observaciones que hice al referirme a los<br />

Proverbios, aunque en el Eclesiástico he encontrado muchos mili pasajes válidos para la<br />

obra que traemos entre manos.<br />

XXIII. Del Eclesiástico<br />

"La plenitud religiosa de la sabiduría consiste en temer a Dios. Esa religiosidad custodiará<br />

y justificará al corazón; le proporcionará gozo Y alegría. El que teme al Señor alcanzará A<br />

felicidad, y será bendecido cuando llegue su último día. La plenitud de la sabiduría es<br />

temer a Dios; y esa plenitud emana de sus frutos" 477 . Dos versículos después: "La corona<br />

de la sabiduría es temer al Señor" 478 . Y cuatro versículos más adelante: "La raíz de la<br />

sabiduría es temer a Dios: sus ramas son largamente duraderas. En los tesoros de la<br />

sapiencia se halla la inteligencia y la plenitud religiosa de la sabiduría. Sapiencia es la<br />

maldición contra los pecadores. El temor hacia el Señor aleja el pecado; el que carece de<br />

temor no puede justificarse. El arrebato de un espíritu iracundo es motivo de ruina. El<br />

hombre sabio resistirá pacientemente hasta el momento oportuno, tras el cual recobra la<br />

alegría. El hombre inteligente guarda silencio hasta el momento oportuno; los labios de las<br />

gentes se harán eco de su inteligencia" 479 . "Si anhelas la sabiduría, respeta la justicia, y<br />

Dios te la concederá. Pues la sabiduría y la ciencia consisten en temer al Señor; la fe y la<br />

mansedumbre es lo que le agrada: de este modo llenará tus tesoros. No seas reacio al<br />

temor hacia el Señor, y no te acerques a Él con doblez de corazón. No te muestres<br />

hipócrita ante los hombres, y no causes escándalo con tus palabras: pon tu cuidado en<br />

ellas, no sea que caigas y lleves la confusión a tu alma, no vaya a ser que Dios ponga de<br />

manifiesto tus secretos y te aniquile en medio de la asamblea, porque te acercaste lleno<br />

de maldad ante el Señor y tu corazón está lleno de mentira y engaño" 480 .<br />

"Hijo mío, si te dispones a dedicarte al servicio de Dios mantente en la justicia y el temor,<br />

y dispón tu alma para las tentaciones. Domina tu corazón y resiste con entereza. Presta<br />

atención y escucha los dictados de la inteligencia; y no te precipites en la calamidad.<br />

Resiste la resistencia de Dios; únete a Él y resiste, para que tu vida se incremente en tus<br />

postrimerías. Acepta todo cuanto te ocurra; resiste en el dolor y ten paciencia cuando se<br />

te humille. Porque en el fuego se prueba el oro y la plata; y a los hombres dignos, en el<br />

horno de la humillación. Confía en Dios, y Él te rescatará. Endereza tus caminos y deposita<br />

en Él tu confianza. Conserva el temor hacia Él y en Él pasa tu vida" 481 .<br />

"Los que teméis al Señor, aguardad su misericordia; no os alejéis de Él, no sea que<br />

sucumbáis. Los que teméis al Señor, poned en Él vuestra confianza, y vuestra recompensa<br />

no será defraudada. Los que teméis al Señor, depositad en Él la confianza, y en el<br />

momento de la recompensa os alcanzará su misericordia. Los que teméis al Señor,<br />

amadlo, y vuestros corazones se verán iluminados. Mirad, hijos míos, las generaciones que<br />

os han precedido, y daos cuenta de esto: ¿Quién puso su confianza en el Señor y resultó<br />

engañado? ¿Quién cumplió sus mandatos y fue abandonado? ¿Quién lo invocó y se vio<br />

defraudado? Porque Dios es compasivo y misericordioso, y en el tiempo de la tribulación<br />

perdona sus pecados a todos los que lo buscan con sinceridad" 482 .<br />

"¡Ay de aquel de doble corazón, labios criminales y manos malhechoras; y del pecador que<br />

va por la tierra siguiendo dos caminos! ¡Ay de los disolutos de corazón, que no confían en<br />

Dios, y por eso Él no los protege! ¡Ay de aquellos que han perdido su perseverancia y,<br />

abandonando el recto camino, se han metido por senderos tortuosos! ¿Qué vais a hacer


cuando Dios comience a pasaros la cuenta? Quienes remen al Señor no se mostrarán<br />

remisos a su palabra; quienes lo aman seguirán su camino. Los que sienten temor del<br />

Señor indagarán cuáles son sus deseos. Los que lo aman se sentirán satisfechos con su<br />

ley. Aquellos que temen al Señor le dispondrán sus corazones y, ante su presencia,<br />

procurarán que sus almas se muestren limpias. Los que temen al Señor observan sus<br />

mandamientos; tendrán paciencia hasta el día del juicio, diciendo: Si no practicamos la<br />

penitencia, caeremos en manos de Dios y no en manos de los hombres. Porque, lo mismo<br />

que es su grandeza, así es la misericordia que con él mostrará" 483 .<br />

"Hijos de la sabiduría integran la asamblea de los justo e hijos suyos son la obediencia y el<br />

afecto. Escuchad el consejo de vuestro padre, queridos hijos, y obrad según el mismo para<br />

que podáis salvaros" 484 . Dos versículos más adelante: "El que ama a Dios rogará por sus<br />

pecados y se apartará de ellos; cada vez que eleve su oración, será escuchado. El que<br />

honra a su madre es como el que acumula un tesoro. El que honra a su padre encontrará<br />

la alegría entre sus hijos. El que honra a su padre gozará de larga vida. La que honra a su<br />

padre servirá de consuelo a su madre. El que teme a Dios honra a sus padres: servirá<br />

como a señores a quienes lo engendraron. En toda circunstancia honra a tu padre, de<br />

palabra y de obra, para que venga sobre ti la bendición del Señor" 485 . Tres versículos<br />

después: "No te alegres de la deshonra de tu padre" 486 . Y otros tres más adelante: "Hijo,<br />

acoge a tu padre en su vejez y no le des disgustos en su vida. Y si llegara a perder la<br />

razón, sé comprensivo con él y no lo desprecies por estar tú en plenitud de fuerzas" 487 .<br />

Cuatro versículos después "¡Qué infame es el que abandona a su padre! Maldito de Dios es<br />

el que irrita a su madre. Hijo mío, realiza tus obras con modestia, y tu gloria superará a la<br />

de los demás. Cuanto más grande seas, humíllate más ante todos y hallarás gracia ante<br />

Dios. Porque el trono de Dios es poderoso y es honrado en los humildes. No busques<br />

comprender lo que está por encima de ti ni pretendas escudriñar lo que supera tus<br />

fuerzas: a lo que en todo momento debes atender es a lo que Dios te ha proporcionado;<br />

no muestres curiosidad por lo demás. No tienes necesidad de lo que está escondido" 488 .<br />

Tres versículos después: "A muchos los perdió su temeridad, y su inteligencia se trastornó<br />

en su vanidad. Un corazón malvado recibirá su castigo al final de su vida: el que ama el<br />

peligro, en él perecerá. El corazón que sigue los caminos no tendrá éxito: en ellos se<br />

perderá el corazón depravado. El corazón infame se verá agobiado en medio de<br />

calamidades, y el pecador se hundirá más aún en sus pecados" 489 . Dos versículos<br />

después: "El corazón sencillo medita en su sabiduría; el oído discreto escuchará con el<br />

mayor afán la sabiduría. El corazón inteligente y sabio se apartará de los pecados y tendrá<br />

éxito en sus obras de justicia. El agua extingue el fuego ardiente, y la limosna sirve de<br />

defensa ante los pecados: Dios tiene en cuenta para el futuro a aquel que se muestra<br />

agradecido, y en el momento de tu desgracia encontrarás apoyo" 490 .<br />

"Hijo, no le niegues tu limosna al pobre ni apartes del pobre tus ojos. No menosprecies al<br />

alma hambrienta ni exasperes al pobre en su indigencia. No aflijas al corazón del<br />

necesitado y no demores tu dádiva al menesteroso. No pases por alto la súplica atribulada<br />

ni vuelvas tu rostro apartándolo del necesitado. No apartes tus ojos del necesitado, no sea<br />

que provoques su enojo, Y no dejes que los suplicantes se alejen de ti maldiciéndote: la<br />

plegaria de quien maldice en su amargura será atendida, y Dios escuchará a quien la<br />

pronunció. Muéstrate amable con el grupo humano de los pobres; humilla tu alma ante el<br />

anciano; humilla tu cabeza ante el poderoso. Presta oídos al pobre; dirígele con sencillez<br />

palabras amables. Libera a quien sufre injusticia de manos del soberbio y no te muestres<br />

amargado de espíritu. En el momento de juzgar, sé misericordioso con los huérfanos,<br />

como si fueras su padre, y pórtate con su madre como un marido, y serás como obediente<br />

hijo del Altísimo, y Él tendrá hacia ti más comprensión que una madre" 491 .<br />

"La sabiduría infundió vida a sus hijos, acoge a quienes la buscan, y los mantendrá en el<br />

camino de la justicia. Quien la ama, ama la vida. Quienes madrugaren para ir a su<br />

encuentro, encontrarán la paz que ella proporciona. Quienes la poseyeren, heredarán la<br />

vida; y adondequiera que llegue, Dios lo bendecirá. Quienes le sirven, serán gratos al<br />

Santo; a quienes la aman, Dios los ama. El que la escucha se convierte en juez de las<br />

gentes. El que pone en ella su atención, podrá mostrarse confiado. Si alguno deposita en<br />

ella su confianza, será su heredero, y sus descendientes mantendrán esa herencia. En<br />

medio de la tentación caminará en su compañía, y lo elegirá entre los primeros. Traerá<br />

sobre él el temor, el miedo y las pruebas, y lo atormentará en las exigencias de su<br />

doctrina, hasta que lo vea fortalecido en sus principios doctrinales y pueda confiar en su<br />

alma. Y le devolverá el vigor, y de nuevo se llegará directamente a él, le revelará sus<br />

secretos y. acumulará sobre él el tesoro de la ciencia y el conocimiento Fe la justicia. En


cambio, si se mostrare remiso, lo abandonará a su suerte y lo entregará en manos de su<br />

enemigo" 492 .<br />

"Hijo, espera el momento oportuno y evita el mal. No te avergüences de decir la verdad:<br />

es a favor de tu alma. Hay una vergüenza que redunda en recado, y una vergüenza que<br />

redunda en gloria y en gracia. No aceptes el prestigio que va contra tu auténtico prestigio,<br />

ni admitas la mentira que redunda en perjuicio de tu alma. Cuando tengas una desgracia,<br />

no sientas vergüenza ante tu prójimo, ni guardes silencio cuando tienes la oportunidad de<br />

hacer un favor. Pues la sabiduría se pone de manifiesto al hablar; la inteligencia, la ciencia<br />

y el saber se muestran en las palabras de la verdad, y la firmeza, en la práctica de la<br />

justicia. No te opongas en modo alguno a la verdad, pero avergüénzate de tu falta de<br />

erudición. No te dé vergüenza de arrepentirte de tus pecados, pero no te sometas a un<br />

hombre por el pecado. No te enfrentes a la personalidad del poderoso, ni intentes ir contra<br />

la fuerza de la corriente. Lucha valientemente por la justicia en defensa de tu alma, y<br />

pelea hasta la muerte en favor de la justicia; y Dios combatirá por ti a tus enemigos. No<br />

seas de lengua fácil, e indolente y remiso en tus obras. No seas en tu casa como un león<br />

que espanta a tu servidumbre; no oprimas a tus servidores. No tengas mano extendida<br />

para recibir y cerrada para dar" 493 .<br />

"No pongas tu confianza en riquezas mal logradas, ni digas: Mi vida me es suficiente,<br />

porque de nada va a servirte en el día del juicio y de la rendición de cuentas. No sigas la<br />

concupiscencia de tu corazón y no digas: ¿Cómo he podido hacerlo? o ¿quién va a<br />

exigirme responsabilidades por mis actos?, pues cuando Dios exija responsabilidades, te<br />

exigirá las tuyas. No digas: He pecado, ¿qué desgracia puede sucederme?, pues el<br />

Altísimo es un pagador paciente. Aunque hayas purgado tus pecados, no dejes de sentir<br />

temor por ellos, y no añadas culpa sobre culpa. Y no digas: La misericordia de Dios es<br />

grande, y se compadecerá de mis muchos pecados, pues de Él emana al punto la<br />

misericordia y la ira y su cólera descarga sobre los pecadores. No retrases el convertirte al<br />

Señor, y no lo dejes de un día para otro, porque su ira se desencadena de repente y te<br />

aniquilará el día del juicio. No te afanes por sentirte seguro en las riquezas mal logradas,<br />

pues de nada van a servirte en el día del juicio y de la rendición de cuentas" 494 .<br />

"No te expongas al soplo de todos los vientos ni eches a andar por todos los caminos: así<br />

es como el pecador es puesto en evidencia por su doble lengua. Mantente firme en el<br />

camino de Dios, en la sinceridad de tus sentimientos y en tus convicciones, y tras de ti irá<br />

palabra de paz y de justicia. Muéstrate humilde para escuchar la palabra de Dios, de modo<br />

que puedas comprenderla; y con esa sabiduría, ofrece respuestas verdaderas. Si sabes la<br />

solución, preséntasela a tu prójimo; de lo contrario, ponte la mano sobre la boca, no vaya<br />

a ser que seas puesto en evidencia por tu insensata palabra y recriminado por ello. En las<br />

palabras del hombre prudente están el honor y la gloria; en cambio, en la lengua del<br />

imprudente se halla su propia ruina. Que no te llamen "chismoso", ni seas puesto en<br />

evidencia por tu propia lengua y se te recrimine por ello. Sobre el ladrón recae la<br />

vergüenza y el castigo; sobre el hombre de doble lengua, la peor reputación: ,al chismoso<br />

lo acompañan el odio, la enemistad y el desprecio. Disculpa por igual al humilde y al<br />

poderoso" 495 .<br />

"No te conviertas en enemigo de tu prójimo, en vez de ser amigo suyo: el malvado se hará<br />

acreedor de la crítica y del desprecio; todo pecador es envidioso y de doble lengua. No te<br />

enorgullezcas cuando consideres lo que es tu vida, fuerte como un toro, no sea que por tu<br />

necedad tu propia fuerza te destroce" 496 .<br />

Siete versículos después: "Ten abundantes amigos, pero sólo uno entre mil sea tu<br />

confidente. Cuando consigas un amigo, hazlo sometiéndolo a una prueba, y no te<br />

apresures a confiarte a él. Hay amigos que lo son según las circunstancias, y su amistad<br />

se desvanece en el momento de la desgracia. También hay amigos que se convierten en<br />

enemigos, y amigos que te dejarán inerme cuando sobrevenga una disputa, una riña, un<br />

pleito. Hay amigos que te acompañan a la mesa pero que no permanecerán a tu lado el<br />

día en que se presente la necesidad. Si el amigo mantuviera fielmente su lealtad, ser para<br />

ti como otro tú, y se comportará entre los miembros de tu familia con toda confianza. Si<br />

ante ti se mostrara humilde y se ocultara de tu presencia, tendrás una amistad cordial y<br />

buena. Mantente alejado de tus enemigos y guárdate de tus amigos. Un amigo fiel es una<br />

poderosa defensa: quien lo encuentra, encuentra un tesoro. Nada es comparable a un<br />

amigo fiel; y frente al valor de su fidelidad, nada valen ni el oro ni la plata. El amigo fiel es<br />

una medicina de vida y de inmortalidad: quienes temen al Señor, lo encuentran. El que


teme a Dios poseerá también una buena amistad; porque según se comporta él, así será<br />

su amigo" 497 .<br />

"Hijo, desde tu juventud busca la sabiduría, y encontrarás la sapiencia hasta tu ancianidad.<br />

Acércate a ella como quien ara y siembra, y espera sus buenos frutos. Tendrás que<br />

esforzarte un poco en su trabajo, pero pronto comerás de sus productos. ¡Cuán<br />

excesivamente agotadora resulta la sapiencia para los hombres incultos: el insensato no<br />

permanece en ella! ¡Pesará sobre ellos como una piedra agobiante, y no tardarán en<br />

desembarazarse de ella!" 498 . Dos versículos después: "Sin embargo, para quienes<br />

conozcan la sabiduría, ésta permanecerá con ellos hasta llegar a presencia de Dios.<br />

Escucha, hijo; oye mi sabio consejo y no lo rechaces. Introduce tu pie en sus cepos y tu<br />

cuello en su argolla. Ponla encima de tus hombres, carga con ella y no te incomodes por<br />

sus ataduras. Acércate a ella con todo tu entusiasmo y observa con todas tus fuerzas sus<br />

caminos. Síguela tras sus huellas y se te manifestará, y cuando la hayas atrapado no la<br />

dejes escapar: al fin encontrarás en ella el descanso y se te transformará en gozo. Sus<br />

cepos se te volverán defensa de tu fortaleza y fundamento de virtud, y sus argollas<br />

ornamento de gloria" 499 . Y cuatro versículos después: "Hijo, si me escucharas,<br />

aprenderías; y si acomodaras tu vida a mis palabras, serías sabio. Si me prestaras oídos,<br />

recibirías mis enseñanzas; y si te gustara oír, serías sabio. Asiste a las reuniones de los<br />

ancianos prudentes y participa cordialmente de su sabiduría, para que puedas oír toda<br />

conversación que tenga a Dios por tema, y no se te escapen los proverbios que aluden a<br />

su gloria. Si vieras a algún hombre prudente, no lo pierdas de vista, y que tu pie desgaste<br />

el umbral de su puerta. Medita en los preceptos de Dios y, sobre todo, ejercítate en sus<br />

mandamientos, y Él te proporcionará un corazón animoso, y se te dará el ansia de saber"<br />

500 .<br />

"No hagas el mal, y el mal no te alcanzará. Aléjate de lo inicuo, y la maldad estará lejos de<br />

ti. No siembres el mal en los surcos de la injusticia y no lo cosecharás septuplicado. No<br />

pidas al hombre un puesto de gobierno ni al rey un sitial de honor. No te disculpes ante<br />

Dios, porque Él conoce tu corazón; ni quieras ante el rey aparecer como sabio. No<br />

pretendas que se te nombre juez si no tienes fuerzas suficientes para reprimir las<br />

injusticias, no sea que te atemorices ante la mirada del poderoso y, en tu ligereza,<br />

provoques el escándalo. No cometas el mal entre la muchedumbre de la ciudad y no te<br />

enfrentes al pueblo: no te ates a un doble pecado, pues ni con uno solo resultarás inmune.<br />

No Seas apocado en tu vida. No desdeñes orar y hacer limosna. No digas: Dios me tendrá<br />

en cuenta mis muchas dádivas y aceptará mis ofrendas cuando se las presente al Dios<br />

altísimo. No te burles del hombre sumido en la amargura, porque quien humilla y enaltece<br />

es Dios. No tiendas trampas contra tu hermano, ni hagas eso mismo contra tu amigo. No<br />

acumules mentira sobre mentira: esa persistencia acarrea desgracia. No seas parlanchín<br />

en la asamblea de los ancianos" 501 . Doce versículos después: "No maltrates al siervo que<br />

trabaja con sinceridad, ni al asalariado que deja su vida en el trabajo Ama al siervo<br />

prudente como a tu propia vida: no le niegues la libertad ni lo dejes sin recursos" 502 . Dos<br />

versículos después: "¿Tienes hijos? Instrúyelos" 503 . "¿Tienes rebaños? Cuida de ellos" 504 .<br />

"¿Tienes hijas? : Vela por sus cuerpos. No muestres ante ellas un rostro risueño. Casa a tu<br />

hija, y habrás hecho una obra importante; pero cásala con un hombre prudente. Si tienes<br />

una mujer conforme a tus sentimientos, no la repudies; pero si te resulta odiosa: no te<br />

confíes a ella con todo tu corazón. Honra a tu padre y no te olvides de los lamentos de tu<br />

madre. Recuerda que, de no haber sido por ellos, no existirías. Págales teniendo en cuenta<br />

cuánto han hecho por ti" 505 .<br />

"Teme a Dios con toda tu alma y venera a sus sacerdotes. Ama a Dios con todas tus<br />

fuerzas y no te olvides de sus ministros. Honra a Dios con toda tu alma y venera a sus<br />

sacerdotes" 506 . Seis versículos después: "Tiende tu mano al pobre, para que tu bendición<br />

sea completa. Muéstrate dadivoso con todo viviente, y tampoco niegues tu dádiva a los<br />

muertos. No niegues tu ayuda a los que lloran mientras suplican; acompaña en su pena a<br />

los afligidos. No te avergüence visitar a los enfermos: por ello te harás más entrañable en<br />

su afecto. En todas tus acciones acuérdate del día de su muerte, y jamás pecarás" 507 .<br />

"No pleitees contra un hombre poderoso, no sea que caigas en sus manos. No te enfrentes<br />

a un hombre rico, no vaya a ser que el pleito se vuelva contra ti. El oro ha echado a perder<br />

a muchos: alcanza hasta el corazón de los reyes y lo transforma. No disputes con un<br />

hombre lenguaraz: estarías echándole leña a su fuego" 508 . Dos versículos después: "No<br />

desprecies al hombre que se arrepiente de su pecado ni le dirijas reproches: recuerda que<br />

todos somos culpables. No desprecies al hombre que ha llegado a su ancianidad, porque


también nosotros envejeceremos. No te alegres porque alguien haya muerto, teniendo en<br />

cuenta que todos moriremos y no nos gustaría que ello causara alegría. No desprecies las<br />

enseñanzas de los ancianos sabios, sino procura prestar atención a sus sentencias, pues<br />

de ellos aprenderás la ciencia y podrás, con todo derecho, colaborar con los poderosos. No<br />

se te pasen por alto las tradiciones de los ancianos, pues también ellos las aprendieron de<br />

sus padres: de ellas aprenderás la sabiduría y la respuesta apropiada en el momento<br />

necesario" 509 . Dieciséis versículos después "No confíes tu secreto a los estúpidos, pues no<br />

sabrán apreciar más que lo que les complace. No reveles tu secreto delante de un extraño,<br />

pues no sabes qué consecuencias desencadenara" 510 .<br />

Dos versículos más adelante: "No sientas celos de la mujer que amas" 511 . Siete versículos<br />

después: "No desees lujuriosamente a una virgen, no sea que incurras en los castigos que<br />

velan por su decoro. No expongas tu alma en prostíbulo alguno entregándote a las<br />

prostitutas, no sea que te pierdas tú y tu hacienda" 512 . Dos versículos después: "Aparta tu<br />

mirada de la mujer acicalada y no mires una beldad que pertenece a otro" 513 . Doce<br />

versículos después: "No abandones a un amigo de siempre, porque el nuevo no será<br />

semejante a aquél. El amigo nuevo es como el vino nuevo: envejecerá y entonces lo<br />

beberás con gusto. No sientas envidia de la fama y de las riquezas del pecador, pues no<br />

sabes cuál será la suerte que le aguarda. No te sientas atraído por la injusticia de los<br />

injustos" 514 . Dos versículos después: "Mantente lejos del hombre que tiene potestad para<br />

matar y no te asaltará el temor a la muerte. Y si te acercaras a él, no lo ofendas en nada,<br />

no sea que te quite la vida" 515 . Cuatro versículos más adelante: "Ten trato con los sabios<br />

y los prudentes. Que tus invitados sean hombres justos y que tu gloria se base en el temor<br />

de Dios" 516 .<br />

Después de cincuenta y cuatro versículos: "Una generación de hombres será gloriosa si<br />

teme a Dios; en cambio, una generación de hombres será despreciable si hace caso omiso<br />

de los mandatos de Dios. En medio de los hermanos, el jefe ocupa el lugar de honor; a los<br />

ojos del Señor, el honor lo reciben quienes le temen. La gloria de los ricos, de los hombres<br />

ilustres y de los pobres es el temor de Dios. No hay que despreciar al hombre justo, pero<br />

pobre, ni hay que ensalzar al pecador rico. Grande es el juez, y honorable resulta d<br />

poderoso; pero no es mayor que aquel que teme a Dios. los hombres libres sirven al<br />

siervo prudente. El varón prudente y disciplinado no murmurará cuando se le corrige" 517 .<br />

Cinco versículos después: "Hijo, conserva tu alma en la humildad y tribútale el honor que<br />

se merece" 518 .<br />

Seis versículos más adelante: "La sabiduría del hombre pobre es la que le hace levantar la<br />

cabeza y lo lleva a sentarse en medio de los poderosos. No alabes a nadie por su<br />

hermosura ni desprecies a ninguno por su fealdad. Entre los volátiles, la abeja es un<br />

animal pequeñito, pero fabrica el producto más dulce de todos. Jamás bases la gloria en el<br />

vestido ni te ensoberbezcas el día en que triunfes" 519 . Seis versículos después: "No<br />

censures a nadie antes de haber recabado de él información; no te entremetas a hablar en<br />

medie de los ancianos. No pleitees por asunto que a ti no te incumba ni te inmiscuyas en<br />

litigio de pecadores. Hijo mío no te metas en demasiadas controversias: aunque fueras<br />

rico, no estarías libre de culpabilidad. Por mucho que corrieras no los alcanzarías; ni<br />

tampoco podrías escapar, por mucho que huyeras" 520 . Veinte versículos después: "No<br />

pongas tu confianza en obras de pecadores: confía en Dios y persevera en tu deber" 521 .<br />

Catorce versículos después: "No consideres feliz a ningún hombre antes de que haya<br />

muerto" 522 . Tras un versículo más: "No introduzcas en tu casa a cualquier persona, pues<br />

las maquinaciones del tramposo son abundantes. Igual que los vientres de los niños<br />

eructan; igual que la perdiz es atraída a la trampa y la cabra al lazo, así es también el<br />

corazón de los soberbios: como el espectador que contempla la desgracia de su prójimo.<br />

El insidioso convierte lo bueno en malo, y provoca defectos en lo que se considera<br />

intachable. De una sola chispa se origina un gran incendio; de un solo insidioso se<br />

incrementa el derramamiento de sangre, pues el hombre vil está al acecho de la sangre.<br />

Apártate del malvado, pues maquina maldades, no sea que haga caer sobre ti un escarnio<br />

imperecedero. Acoge en tu casa al forastero, y te perturbará con sus alborotos y te hará<br />

extraño a tus propios familiares" 523 .<br />

"Si haces el bien, ten en cuenta a quién se lo haces, y en tu haber se contabilizará una<br />

buena recompensa. Haz bien al justo, y hallarás una gran retribución, si no de él, al menos<br />

de Dios. No existe provecho para quienes practican asiduamente el mal y no dan limosna,<br />

porque el Altísimo odia al pecador y se muestra misericordioso con quien practica la<br />

penitencia. Da al misericordioso y no ayudes al pecador" 524 . "Haz el bien al humilde y no


des al impío. Impide que le proporcionen recursos, no sea que en ellos llegue a ser más<br />

poderoso que tú. Descubrirás que, a todos los bienes que hayas hecho, se te<br />

corresponderá con males duplicados, porque también el Altísimo odia a los pecadores, v a<br />

los impíos les hace sentir su venganza" 525 .<br />

Cuatro versículos más adelante: "No te fíes jamás de tu enemigo, pues del mismo modo<br />

que al bronce, su maldad lo cubre de herrumbre. Y aunque camine encorvado y lleno de<br />

humildad, mantén despierta tu atención y guárdate de él. No lo coloques cerca de ti, y no<br />

se siente a tu diestra, no sea que, cambiando, ocupe tu lugar, y poniéndose en tu puesto<br />

se apodere de tu asiento, y a la postre descubras la verdad de mis palabras, y sientas<br />

congoja al recordar mis advertencias ¿Quién se compadecerá del encantador de serpientes<br />

mordido por una de ellas, o de quienes se acercan a todo tipo de fieras? De igual modo, el<br />

que anda en compañía del hombre inicuo se ve envuelto en sus maldades. Permanecerá<br />

contigo una hora: si ve que vacilas, no te sostendrá. El enemigo muestra dulzura en sus<br />

labios, pero en su corazón urde maquinaciones para atraerte a la trampa. El enemigo deja<br />

ver lágrimas en sus ojos, pero si se presentara la ocasión, no se vería saciado de sangre.<br />

Si te sobrevienen desgracias, allí lo encontrarás el primero. El enemigo dejará ver<br />

lágrimas en sus ojos y, fingiendo ayudarte, te echará la zancadilla. Moverá su cabeza y<br />

aplaudirá, y con muchos murmullos cambiará de semblante" 526 .<br />

Sesenta y un versículos después: "Buena es la riqueza de cuya conciencia no existe<br />

pecado; muy mala es la pobreza en boca del impío" 527 . Tres versículos más adelante:<br />

"Dichoso el varón que no se deja arrastrar por las palabras; que salen de su boca y no se<br />

ve empujado al remordimiento del pecado. Feliz el que no sintió tristeza de alma y no<br />

perdió su esperanza. Para el hombre tacaño y avaro la riqueza carece de sentido. ¿De qué<br />

sirve el oro al hombre envidioso? 528 . Tras catorce versículos más: "Hijo mío, si puedes<br />

hazte el bien a ti mismo, y preséntale a Dios ofrendas dignas. Ten en cuenta que la<br />

muerte no tarda en llegar, y que lo que entonces ha contado para ti es el testamento que<br />

se haga en la otra vida; pues el testamento de este mundo de existir en el momento de la<br />

muerte, Antes de morir haz el bien a tu amigo y, según tus posibilidades, extiende tu<br />

mano dadivosa al pobre" 529 , Dieciséis versículos más adelante: "Dichoso el varón que<br />

muera en la sabiduría, que medite en su justicia y reflexione en la prudencia de Dios: el<br />

que observa en su corazón los caminos del Señor y trata de penetrar sus secretos" 530 .<br />

Veinticinco versículos más adelante: "Los hombres necios no la alcanzarán; pero los<br />

sensatos se encontrarán con ella. No la verán los necios, pues ella está lejos de la soberbia<br />

de la mentira, Los mentirosos no se acordarán de ella; pero los hombres veraces se<br />

hallarán en ella y tendrán la suerte de contemplar a Dios. No resulta decorosa la alabanza<br />

en la boca del pecador, porque la sabiduría emana de Dios. La alabanza corre pareja a la<br />

sabiduría de Dios: será abundante en la boca del fiel, y el Poderoso se la concederá" 531 .<br />

"No digas: de Dios procede mi culpa; no hagas lo que Él odia. No digas: Él me ha inducido,<br />

pues no tiene necesidad de hombres impíos. Dios aborrece toda abominación, y ésta no<br />

resultará grata a quienes los temen. Dios creó al hombre desde el comienzo y lo dejó en<br />

manos de sus propias decisiones. Le dictó sus mandamientos y sus preceptos: si quisieras,<br />

sus mandamientos te mantendrán a salvo, y el considerar que su fidelidad es grata para<br />

siempre. Te proporcionó el agua y el fuego: extiende tu mano hacia lo que quieras. Ante el<br />

hombre está la vida y la muerte: lo que a uno le plazca, se le concederá. Porque grande es<br />

la sabiduría de Dios, y fuerte es en su poderío viendo a todos sin excepción. Los ojos de<br />

Dios están dirigidos a quien lo teme: Él juzga todas las obras del hombre. Él no ha<br />

ordenado a nadie que obre impíamente, y a nadie le ha dado permiso para pecar. No<br />

desea tener una muchedumbre de hijos infieles e inútiles" 532 .<br />

"No te alegres de tener muchos hijos, si es que éstos son impíos. No te ufanes de ellos si<br />

carecen de temor de Dios. No pongas tu confianza en su vida ni des crédito a sus trabajos,<br />

pues mejor es un único hijo temeroso de Dios que mil hijos impíos. Es preferible morir sin<br />

descendencia a dejar tras de sí hijos impíos" 533 .<br />

Veintiún versículos más adelante: "No digas: Me esconderé de Dios; ¿quién se acordará de<br />

mí allá, en el cielo? 534 . Un poco después: "No están ocultas las acciones que cometieron<br />

por su iniquidad, y todas sus iniquidades se hallan a la vista de Dios. La limosna del<br />

hombre es como un aval firmado con él; como a la niña de sus ojos cuidará los favores<br />

hechos por el hombre; más adelante se levantará, y a cada uno en particular le asignará<br />

su recompensa, y llegará hasta lo más recóndito de la tierra. Sin embargo, a quienes se


arrepienten les ofrece siempre la oportunidad de justificarse; ayuda a mantener su firmeza<br />

a los que vacilan, y les procura la ocasión de encontrar la verdad. Vuélvete a Dios y<br />

abandona tus pecados. Póstrate suplicante ante su presencia y trata de disminuir tu falta.<br />

Conviértete a Dios, aléjate de tu injusticia y odia profundamente la abominación" 535 .<br />

Nueve versículos después: "¡Cuán grande es la misericordia de Dios y el perdón para<br />

quienes retornan a Él! No todo es posible entre los hombres, porque el hijo de hombre no<br />

es inmortal" 536 .<br />

Treinta versículos más adelante: "Se apiadará de los que practican la doctrina de la<br />

misericordia y de quienes se apresuran a cumplir sus preceptos. Hijo mío, al hacer favores<br />

no ofendas, y al hacer cualquier donativo no digas palabra que pueda causar aflicción. ¿<br />

Acaso el rocío no refresca el calor? Del mismo modo, mejor es una palabra amable que un<br />

buen donativo. Pues ¿no es preferible una palabra amable a un buen obsequio? El hombre<br />

santo compagina ambas cosas. El necio lanza humillantes reproches, y el donativo del<br />

orgulloso hace daño a los ojos. Antes de un juicio pertréchate de justicia, y antes de<br />

hablar aprende. Antes de enfermar, procura la medicina; antes de un juicio, interrógate a<br />

ti mismo, y encontrarás compasión a los ojos de Dios. Antes de caer enfermo, humíllate, y<br />

en el tiempo de tu enfermedad demuestra que te has arrepentido. No difieras tu ofrenda<br />

un día tras otro, ni esperes a arrepentirte hasta el día de la muerte, porque la recompensa<br />

de Dios perdura eternamente. Antes de hacer tu ofrenda, dispón tu alma, y no seas como<br />

el hombre que tienta a Dios" 537 . Al cabo de seis versículos: "El hombre sabio en todas las<br />

cosas vive con temor, y en el día del pecado se preservará de la culpa" 538 . Cinco<br />

versículos después: "No vayas detrás de tus pasiones, e imponte a tu voluntad, pues si<br />

permites a tu alma cumplir sus deseos concupiscentes, te convertirá en el hazmerreír de<br />

tus enemigos. No te sumerjas en los placeres mundanos ni te deleites con los<br />

inmoderados" 539 .<br />

Cinco versículos más adelante: "El que menosprecia las cosas pequeñas, poco a poco se<br />

arruina. El vino y las mujeres; hacen que los sabios se extravíen, y dejan en evidencia a<br />

los sensatos" 540 . Cuatro versículos después: "Quien al punto cree, es débil de corazón y se<br />

verá amenazado; quien defrauda a su alma, a sí mismo se hace daño" 541 . Dos versículos<br />

después: "El que odia la murmuración erradica la maldad" 542 . Ocho versículos más<br />

adelante: "Si he escuchado alguna habladuría contra tu prójimo, quede sepultada en ti;<br />

seguro de que no te destrozará. El necio, por la presencia palabra, siente dolores de parto,<br />

como la parturienta ante e llanto de la criatura. Una flecha clavada en el muslo carnoso:<br />

así es la palabra en la boca del necio. Pregunta a tu amigo no sea que no te haya<br />

entendido y te diga: No lo he hecho, y si lo ha hecho, para que no lo repita. Pregunta a tu<br />

amigo aunque no lo haya dicho; y si lo ha dicho, para que no lo repita. Pregunta a tu<br />

amigo, pues a menudo se comete calumnia. Y no des crédito a cualquier palabra. Hay<br />

quien con su lengua comete un desliz, aunque sin intención, pues ¿quién no ha pecado<br />

jamás con su lengua? Pregunta a tu prójimo antes de amenazarlo. Dale su oportunidad al<br />

temor de Dios, porque toda sabiduría temor de Dios es, y en ella se halla el temor a Dios"<br />

543 . Cinco versículos después: "Es mejor el hombre que carece de sabiduría, y careciendo<br />

de ella vive en temor de Dios, que aquel otro que es profundamente inteligente y<br />

transgrede la ley del Altísimo" 544 .<br />

Dieciséis versículos después: "¡Cuánto mejor es persuadir con argumentos que imponerse<br />

por la ira!" 545 . Doce versículos después: "El que detenta injustamente el poder se hace<br />

odioso" 546 . Ocho versículos después: "Quien se muestra sabio en sus palabras se hace<br />

amable" 547 . Trece versículos después: "El desliz de una lengua falsa es como el que se da<br />

un batacazo en el suelo: así de veloz llega la desgracia de los malos. Un hombre sin gracia<br />

es como un chascarrillo insulso repetido en boca de gente mentecata. Un chascarrillo<br />

salido de la boca de un necio resulta molesto, porque lo dice en momento inoportuno" 548 .<br />

Dos versículos después: "Hay quien, por timidez, pierde su alma, y quien, ante la<br />

presencia de un necio, es también capaz de perderla: se perderá por respetos humanos.<br />

Hay quien, por vergüenza, hace promesas a un amigo, y quien, por cosa sin importancia,<br />

se crea un enemigo. Oprobio nefando es en el hombre la mentira, y estará continuamente<br />

en la boca de la gente mentecata. Preferible es un ladrón a un mentiroso habitual, aunque<br />

ambos heredarán la perdición. Las costumbres de las personas mentirosas carecen de<br />

honor, y la vergüenza los acompañará en todo momento. El sabio se acredita a sí mismo<br />

con sus palabras" 549 . Cuatro versículos después: "Regalos y dones ciegan los ojos de los<br />

jueces, y, como si su boca estuviera muda, no les hace censuras. Sabiduría escondida y<br />

tesoro oculto, ¿qué utilidad tiene una y otro? Es mejor el hombre que oculta su estupidez


que el que oculta su sabiduría" 550 .<br />

"Hijo, has pecado: no vuelvas a hacerlo; pero ruega también por los pecados anteriores,<br />

para que te sean perdonados. Huye de los pecados como de la presencia de una serpiente,<br />

porque si te acercas a ellos te morderán. Sus dientes de león son dientes que matan las<br />

almas de los hombres. Toda iniquidad es como un hacha de doble filo: su herida no tiene<br />

remedio" 551 . Cuatro versículos después: "El que odia la represión sigue las huellas del<br />

pecador; quien teme a Dios, se arrepiente de todo corazón" 552 . Cinco versículos después:<br />

"El camino de los pecadores está sembrado de piedras, y su final son los infiernos, las<br />

tinieblas y los castigos. Quien observa la ley, dominará sus pasiones. El cumplimiento del<br />

temor de Dios es la sabiduría y la inteligencia" 553 . "Cuando el sabio escucha alguna<br />

palabra prudente, la alabará y la asimilará; la escucha un disoluto, y le desagradará y la<br />

echará a sus espaldas. La explicación de un necio es como un fardo cuando se va de viaje;<br />

pero en los labios del inteligente resulta grata. En la asamblea se solicita la opinión del<br />

hombre prudente, y los oyentes sopesarán en sus corazones las palabras que diga" 554 .<br />

Dos versículos después: "Para el estúpido, la sapiencia resulta como grilletes en sus pies y<br />

como esposas colocadas en su mano derecha. El necio, al reír, levanta la voz; en cambio,<br />

el hombre prudente sonríe apenas en silencio. Un ornamento de oro resulta para el<br />

prudente la sapiencia, y como brazalete en su brazo derecho" 555 . Ocho versículos<br />

después: "En la boca de los necios está su corazón; en el corazón de los sabios está su<br />

boca. Cada vez que el impío maldice al diablo, maldice a su propia alma. El murmurador<br />

mancha su propia alma, y resulta odioso para todos; quien persista en la murmuración, se<br />

hará odioso; el hombre callado y prudente será honrado" 556 .<br />

"El vago es apedreado con pellas de barro, y todos se mofarán de su infamia" 557 . Cuatro<br />

versículos después: "Una hija prudente será una herencia para el marido que tenga; en<br />

cambio, la que provoca escándalos es motivo de afrenta para su padre. La desvergonzada<br />

deshonra al padre y al marido; no se verá amenazada por los impíos; en cambio, será<br />

despreciada por aquellos dos. La música en un duelo es como una narración en un<br />

momento inoportuno; pero los azotes y las enseñanzas son en todo momento sabiduría. El<br />

que intenta enseñar a un estúpido es como quien intenta arreglar un cacharro de barro<br />

que se ha roto. Quien habla al que no entiende es como el que trata de despertar a un<br />

durmiente sumido en profundo sueño; como quien habla a un tonto que dice a la postre: ¿<br />

Quién anda ahí? Llora por un muerto pues su luz se extinguió; y llora por un necio, pues se<br />

extinguió su inteligencia. Llora poco por un muerto, porque alcanzó el reposo; para el<br />

fatuo, en cambio, su inútil vida es peor que la muerte. Siete días dura el duelo por un<br />

muerto; en cambio, el de un necio y el de un impío dura todos días de su vida" 558 .<br />

Veintiún versículos después: "Quien lanza una piedra contra los pájaros, los espanta; del<br />

mismo modo, quien agravia a un amigo disuelve la amistad. Aunque hayas desenvainado<br />

tu espada ante el amigo, no desesperes, pues hay posibilidad de volver de nuevo. Si has<br />

abierto contra el amigo tu boca desabrida, no temas, pues posibilidad de reconciliación,<br />

excepto si ha habido escarnio, dicterio, soberbia, revelación de secretos, o golpes<br />

traicioneros: un amigo se pierde por todo ello" 559 . Diez versículos después: "¡Quién<br />

pusiera un centinela a mi puerta y un sello seguro sobre mis labios, para no sucumbir por<br />

ellos y para que mi lengua no me pierda!" 560 .<br />

"Señor, padre y dueño de mi vida: no me abandones ni me dejes caer en sus manos. ¿<br />

Quién aplicará el látigo a mi forma de pensar, y a mi corazón la disciplina de la sabiduría,<br />

para que su ignorancia no me perdone ni le pasen inadvertidos mis pecados, con el fin de<br />

que mi ignorancia no se incremente, ni se multipliquen mis culpas, ni se desborden mis<br />

pecados, y no caiga en presencia de mis adversarios y se alegre mi enemigo? Señor,<br />

padre y Dios de mi vida: no me abandones a su capricho. No me permitas tener ojos<br />

altaneros; aparta de mí toda concupiscencia. Aleja de mí la gula; y que la lujuria no se<br />

apodere de mí; no me dejes caer en una vida irreverente e insulsa" 561 . "Escuchad, hijos,<br />

las enseñanzas que se refieren a la boca; aquel que las observare, no perecerá por sus<br />

labios ni será motivo de escándalo en depravadas situaciones. El pecador se ve<br />

sorprendido en su propia vanidad; el soberbio y el murmurador se ven escandalizados en<br />

sus propias palabras. No se acostumbre tu boca al juramento; mucha desgracia hay en<br />

ello. No se acostumbre tampoco tu boca a pronunciar el nombre de Dios, ni se habitúe a<br />

emplear los nombres de los santos, porque no escaparás inmune de ellos. Del mismo<br />

modo que un esclavo sometido habitualmente a interrogatorio no se ve libre de<br />

cardenales, así tampoco estará exento de pecado cualquiera que está dispuesto en todo<br />

momento a jurar y a invocar el nombre de Dios. El hombre habituado a jurar se verá lleno<br />

de iniquidad, y el azote no se apartará de su casa. Si dejara de cumplir su juramento, su


delito caerá sobre él; y si jurara a la ligera, su pecado será doble; y si jurara en vano, no<br />

tendrá disculpa: su casa se verá llena de penas" 562 .<br />

Cuatro versículos después: "Que tu boca no se acostumbre a la torpeza, pues en ella hay<br />

palabras pecaminosas. Acuérdate de tu padre y de tu madre, pues te encuentras en medio<br />

de poderosos, no sea que Dios se olvide de ti en presencia de éstos y, entontecido por tu<br />

forma habitual de ser, recibas desprecios, y hubieras preferido no haber nacido y maldigas<br />

el día de tu nacimiento. El hombre acostumbrado a pronunciar improperios no se corregirá<br />

en todos los días de su vida. Dos tipos de personas abundan en pecados, y un tercero se<br />

hace acreedor de mi ira y de su perdición. Un alma apasionada es como fuego ardiente<br />

que no se extingue hasta que devora completamente algo; el hombre lujurioso dominado<br />

por su carne no parará hasta que extinga su fuego" 563 . "Todo hombre que mancilla su<br />

lecho muestra desprecio hacia su propia alma al decirse: ¿Quién me ve? Me envuelve la<br />

oscuridad, me ocultan las paredes y nadie me observa. ¿A quién puedo temer? El Altísimo<br />

no se acordará de mis pecados. Y no se da cuenta de que el ojo de Dios lo contempla,<br />

porque el temor hacia el hombre desplazará de su alma el temor de Dios, siendo los ojos<br />

de los hombres los que lo atemorizan. Y no comprende que los ojos del Señor son, con<br />

mucho, más brillantes que el sol, y que otean todos los caminos humanos y la profundidad<br />

del abismo, penetrando hasta los rincones más recónditos en el corazón de los hombres"<br />

564 .<br />

Un poco después: "Si no has cosechado en tu juventud, ¿cómo puedes encontrar en tu<br />

vejez? ¡Qué bien le cuadra el juicio a las canas y a los ancianos el saber aconsejar! ¡Qué<br />

bien les cuadra la sapiencia a las personas mayores y a los nobles la inteligencia y el<br />

discernimiento! Corona de los ancianos es su mucha experiencia; y su gloria, el temor de<br />

Dios" 565 . Diez versículos después: "El temor de Dios lo recupera todo. Dichoso a quien se<br />

le concedió poseer temor de Dios. Aquel que lo posee, ¿a quién compararlo?" 566 . Veinte<br />

versículos después: "No te pares a observar la belleza de una mujer, ni desees a la mujer<br />

sólo por su belleza" 567 .<br />

Veintiocho versículos más adelante: "Motivo de profundo enfado es una mujer borracha:<br />

no se ocultará su vergüenza y su torpeza. La lujuria de la mujer se manifiesta en el<br />

descaro de su mirada y en su pestañeo. Tú vigila sin descanso a una hija indócil, no sea<br />

que, a la menor ocasión que encuentre, la aproveche. Guárdate de toda mirada descarada,<br />

y no te extrañes si te menosprecia" 568 . Cuatro versículos después: "El encanto de una<br />

mujer solícita complacerá a su marido, y su prudencia le vigorizará los huesos. Don de<br />

Dios es una mujer sensata y silenciosa; el alma discreta no tiene precio. Gracia sobre<br />

gracia es una mujer honesta y pudorosa. Cualquier ponderación que se haga de un alma<br />

reservada, se queda corta" 569 . Doce versículos después: "El que de una vida honrada se<br />

pasa al pecado, Dios lo tiene destinado a la espada" 570 .<br />

Después de cuatro versículos: "Quien busca enriquecerse tuerce el ojo" 571 . Tres versículos<br />

después: "Abandona el pecado. Si no te asientas firmemente en el temor del Señor,<br />

pronto verás tu casa derribada. Del mismo modo que al zarandear la criba queda el<br />

desecho, así quedan los defectos del hombre cuando se criban sus pensamientos. El horno<br />

somete a prueba los cacharros del alfarero; a los hombres justos los pone a prueba la<br />

desgracia. Igual que el cultivo de un árbol se manifiesta por sus frutos, así la palabra del<br />

hombre es manifestación de las ideas que su corazón guarda. No alabes a un hombre<br />

antes de oírlo hablar: ésa es su prueba. Si buscas la justicia, la alcanzarás y te vestirás<br />

con ella como con un manto de gloria. Vivirás con ella y te protegerá eternamente, y el día<br />

del juicio alcanzarás el cielo. Los pájaros se reúnen con los de su especie; la verdad acude<br />

a quienes la practican. El león se mantiene siempre al acecho de su presa: lo mismo que<br />

hace el pecado con quienes practican la iniquidad. Como el sol, inalterable se mantiene en<br />

la sabiduría el hombre piadoso; el necio cambia como la luna. En medio de los insensatos<br />

habla según las circunstancias; en medio de la gente sensata mantén tu forma de pensar.<br />

La conversación de los pecadores resulta odiosa; su risa se escucha en circunstancias<br />

pecaminosas. La verborrea del habituado a jurar pone los pelos de punta, y sus excesos<br />

obligan a taparse los oídos. En las reyertas de los soberbios siempre hay derramamiento<br />

de sangre, y las maldiciones que se oyen son terribles. Quien revela los secretos de un<br />

amigo, pierde fiabilidad y no encontrará un amigo en su vida. Ama a tu amigo y únete a él<br />

con fidelidad; pero si has aireado sus secretos, no vuelvas en su busca. Como un hombre<br />

que ha matado a su amigo es quien ha matado la amistad de su prójimo. Como quien deja<br />

escapar un ave de su mano, así has perdido a tu prójimo, y no lo recuperarás. No vayas<br />

tras él, porque se halla lejos. Ha huido como gacela escapada del lazo, porque has herido


sus sentimientos y ya no podrás nunca más apresarlo. Una injuria tiene reparación; pero<br />

el revelar los secretos de un amigo acarrea la desesperación para la vida del infeliz. Males<br />

está maquinando quien hace señas con los ojos, y nadie escapará de él. En presencia tuya<br />

su boca se volverá amable, y mostrará admiración ante tus palabras; pero a la postre<br />

cambiará de forma de hablar y tergiversará tus palabras para hacerte motivo de<br />

escándalo. Muchas cosas me son objeto de odio, pero ninguna como él; y el Señor<br />

también lo odiará" 572 . Dos versículos después: "Quien cava una fosa, caerá en ella; quien<br />

le pone a su prójimo una piedra, en ella tropezará; quien a otro tiende un lazo, en él<br />

quedará preso. Las decisiones malvadas se volverán contra quien las maquina, y no sabrá<br />

de dónde le vienen. El desprecio y la maldición son patrimonio de los soberbios, y la<br />

venganza estará a su acecho como un león. En la trampa caerán quienes disfrutan con la<br />

desgracia de los justos" 573 .<br />

Tres versículos después: "Quien desea vengarse, venganza encontrará por parte de Dios, y<br />

manteniendo sus pecados le pedirá cuenta de ellos. Perdona al prójimo que te causa mal,<br />

y se te perdonarán los pecados cuando supliques. ¡El hombre le guarda rencor a otro<br />

hombre y suplica al Señor la curación! ¡No siente compasión hacia su semejante y viene a<br />

suplicar por sus pecados! ¿Quién lo escuchará cuando implore por sus pecados? Acuérdate<br />

del día de la muerte y deja de odiar. La putrefacción y la muerte penden sobre los<br />

mandamientos. Recuerda el temor de Dios y no te aíres contra tu prójimo. Ten presente la<br />

alianza del Altísimo, y pasa por alto la ignorancia de tu prójimo. Mantente al margen de<br />

los pleitos y lograrás disminuir tus pecados. Pues un hombre iracundo aviva la discordia; el<br />

pecador fomentará la turbación entre los amigos y siembra la enemistad en medio de<br />

quienes disfrutan de la paz" 574 . Cuatro versículos después: "Un súbito altercado provoca<br />

el fuego, y un conflicto excitado hace correr la sangre: la lengua que testifica lleva a la<br />

muerte. Si soplaras, es como si el fuego se espabilara; pero si escupieras sobre él, se<br />

apagaría: y una y otra cosa proceden de la boca. Maldito el murmurador y el de doble<br />

lengua, pues ha causado la ruina a muchos que disfrutaban de paz. La tercera lengua ha<br />

perdido a muchos, y los ha dispersado de nación en nación. Ha destruido amuralladas<br />

ciudades de gente poderosa y arruinado moradas de grandes hombres. Derribó el poderío<br />

de pueblos, y asoló naciones poderosas. La tercera lengua hizo repudiar a esforzadas<br />

mujeres, y las privó del fruto de sus fatigas. Quien le presta atención, ni encontrará<br />

descanso ni tendrá amigo en quien descansar" 575 . Veintitrés versículos después: "Utiliza<br />

una balanza para tus palabras, y un freno seguro para tu boca: mantente en guardia, para<br />

que no cometas desliz con tu lengua y vayas a caer en presencia de enemigos que te<br />

tienden trampas, y tu caída mortal te lleve a la muerte" 576 .<br />

"Quien practica la misericordia da prestado a su prójimo; quien le tiende la mano observa<br />

los mandamientos. Da prestado a tu prójimo cuando éste se halla necesitado, y devuélvele<br />

a tiempo a tu prójimo lo que él te prestó. Cumple tu palabra, y compórtate fielmente con<br />

él, y en todo momento encontrarás lo que necesitas. Muchos consideran el préstamo como<br />

algo que se encuentran, y provocan problemas a quienes le ayudaron" 577 . Trece versículos<br />

después: "Muéstrate magnánimo con el necesitado, y no lo obligues a ir tras tu limosna.<br />

Toma a tu cargo al pobre, de acuerdo con la ley, y, teniendo en cuenta su indigencia, no lo<br />

dejes ir con las manos vacías. Pierde tu dinero ayudando a tu hermano y a tu amigo, y no<br />

lo escondas bajo una piedra para echarlo a perder. Pon tu riqueza en los preceptos del<br />

Altísimo, y te aprovechará más que el oro. Encierra tu limosna en el corazón del pobre, y<br />

ella intercederá por ti en toda desgracia. Más poderosa que un escudo y que una lanza,<br />

luchará por ti contra tu enemigo" 578 . "El hombre bueno sale fiador por su prójimo; pero el<br />

que ha perdido la vergüenza, lo abandona a su suerte. No olvides el favor que te ha hecho<br />

tu fiador, pues puso en juego su vida en favor tuyo. El pecador y el sinvergüenza<br />

abandonan a quien se hizo garante suyo. El pecador se apropia de los bienes del garante,<br />

y el ingrato borra de su memoria a quien lo salvó. El hombre sale fiador de su prójimo, y<br />

éste, cuando ha perdido la vergüenza, lo abandona. Una nefasta fianza ha perdido a<br />

muchos que prosperaban, y los zarandeó como olas del mar. En su torbellino obligó a<br />

emigrar a muchos hombres poderosos, y anduvieron errabundo s por naciones<br />

extranjeras. El pecador que incumple los mandamientos del Señor caerá en las redes de<br />

una nefasta fianza" 579 . Un versículo después: "Ayuda a tu prójimo según tus posibilidades,<br />

y mantente en guardia, no vayas a caer" 580 .<br />

Dieciséis versículos más adelante: "El que ama a su hijo lo acostumbra a los azotes para<br />

poder alegrarse el día de su muerte" 581 . "Quien educa a su hijo, en él hallará alegría" 582 .<br />

Diez versículos después: "Un caballo sin domar resulta ingobernable, un hijo dejado a su<br />

aire resulta indócil. Mima a tu hijo, y te causará sobresaltos; juega con y te producirá


tristeza. No bromees con él, para que no tengas que sufrir ni tengas que rechinar los<br />

dientes el día de tu muerte. No le des libertades en su juventud y no le pases por alto su<br />

forma de pensar. Doblega su cuello mientras es joven y túndele las costillas mientras es<br />

niño, no sea que se haga terco y no te obedezca, y ello cause dolor a tu alma. Educa a tu<br />

hijo y pon en él tu dedicación, para que no tengas que avergonzarte por su torpeza" 583 .<br />

"Mejor es ser pobre, pero sano y robusto, que rico, pero débil o azotado por la<br />

enfermedad. La salud del alma en la santidad de la justicia es mejor que todo el oro y la<br />

plata; y un cuerpo sano es preferible a una inmensa fortuna. No hay fortuna superior a la<br />

fortuna de la salud del cuerpo, ni hay alegría superior a la del gozo del corazón. Preferible<br />

es la muerte a la vida amargada, y el descanso eterno a un dolor persistente. Bienes<br />

escondidos en una boca cerrada son como ofrendas de manjares colocadas en torno a su<br />

sepulcro" 584 . Cinco versículos después: "No causes tristeza a tu alma y no te aflijas en tus<br />

reflexiones. La alegría del corazón es vida y un tesoro inagotable de santidad; el<br />

optimismo del hombre prolonga sus años. Apiádate de tu alma complaciendo a Dios y<br />

domínate: concentra tu corazón en su santidad y arroja de ti la tristeza. Porque a muchos<br />

mató la tristeza y en ella no hay utilidad. Los celos y la cólera acortan la vida, y las<br />

preocupaciones traen la vejez antes de tiempo" 585 .<br />

Diez versículos después: "Quien ama el oro no se atendrá a la justicia; quien va tras su<br />

perdición se verá colmado por ella. Muchos han perecido por el oro, y ante su vista se<br />

produjo su desgracia. Leño de tropiezo es el oro de los que le rinden culto. ¡Ay de aquellos<br />

que van en pos de él, y en todo incauto que cae en sus redes! Dichoso el rico que se halla<br />

sin mancha, y que no marcha tras el oro ni pone en su esperanza en el dinero ni en las<br />

riquezas. ¿Quién es ese tal, para que podamos alabarlo? Porque hizo maravillas en su<br />

vida. ¿Quién fue sometido a semejante prueba y resultó perfecto? Ello le redundará en<br />

gloria eterna, porque pudo delinquir y no delinquió, cometer maldades y no las cometió.<br />

Por eso sus cualidades serán muy tenidas en cuenta por Dios, y su liberalidad será<br />

pregonada en la asamblea de los santos" 586 . Diez versículos después: "Como hombre<br />

frugal, come lo que te sirvan, para que no te desprecien por comer en exceso. Por<br />

educación, sé el primero en dejar de comer, y no te muestres insaciable, para no<br />

desagradar a nadie. Si te sentaste en medio de muchas personas, no extiendas tu mano el<br />

primero, ni pidas el primero de beber. ¡Qué poco vino le basta al hombre educado!" 587 .<br />

Diecisiete versículos después: "No provoques a quienes les gusta el vino, pues el vino<br />

perdió a muchos" 588 .<br />

Veinticinco versículos después: "Anciano, toma la palabra: cumple que tú hables el<br />

primero, como amante de la sabiduría; pero no interrumpas la música. Donde se te preste<br />

atención, no alargues tu discurso; ni quieras en momento oportuno hacer ostentación de<br />

sapiencia" 589 . Cinco versículos después: "Joven, cuando tengas ocasión, habla, pero poco.<br />

Si se te pregunta dos veces, que tu cabeza tenga preparada su respuesta. Cuando haya<br />

mucha gente, muéstrate como ignorante; escucha, callando y preguntando a un tiempo.<br />

No hagas ostentación en medio de gente importante; y cuando haya ancianos, no hables<br />

demasiado. Antes de que descargue el granizo se deja ver el rayo; así, antes que la<br />

simpatía general, por delante va la sencillez. Apresúrate a ir a tu casa el primero: que<br />

vayan allí a buscarte; diviértete allí, celebra allí tus reuniones, sin caer en pecados ni en<br />

palabras soberbias. Después de todo ello, bendice a Dios, que te creó y te ha colmado de<br />

todos sus bienes" 590 . "El que teme a Dios acepta sus enseñanzas; quienes se desviven por<br />

cumplirlas, encontrarán su bendición. Quien cumple la ley se verá colmado por ella; quien<br />

actúa malévolamente, en ella se verá sorprendido. Los que temen al Señor descubrirán<br />

que su juicio es justo, y harán que su justicia brille como una luz. El hombre pecador<br />

eludirá que se le corrija, y encontrará disculpas acordes con sus intereses. El hombre<br />

prudente no echa a perder su inteligencia" 591 . Cuatro versículos después: "Hijo, no hagas<br />

nada irreflexivamente, y no tendrás después que arrepentirte 592 . Seis versículos después:<br />

"Quien confía en Dios observa sus mandamientos; quien deposita en Él su confianza no<br />

sufrirá menoscabo" 593 .<br />

"A quien teme al Señor, las maldades no le saldrán al paso; al contrario, en medio de la<br />

tentación, Dios lo sostendrá y lo librará del mal. El sabio no odia la ley y los<br />

mandamientos, y no se verá zarandeado como una nave en plena tempestad. El hombre<br />

prudente confía en la ley de Dios, y la ley es para él norma segura. Quien plantea una<br />

cuestión preparará sus argumentos" 594 .<br />

Un poco más adelante: "La vana esperanza y la mentira son propias del hombre insensato;<br />

los sueños exaltan a los necios. Como quien intenta apresar una sombra y persigue al


viento, así es también quien da crédito a los sueños vanos Una cosa frente a otra es la<br />

visión de los sueños, como la imagen de una persona frente al rostro auténtico de esa<br />

persona. ¿Qué cosa pura puede resultar de lo impuro? ¿Qué verdad puede derivar de la<br />

mentira? La adivinación es propia del error, los augurios son mentiras y los sueños son<br />

vanidades de quienes obran mal: tu corazón imagina esas fantasías como lo hace la mujer<br />

embarazada. Si tales visiones no te fueran enviadas por el Altísimo, no les des cabida en<br />

tu corazón. A muchos los extraviaron sus sueños, y cayeron quienes pusieron en ellos sus<br />

esperanzas. La ley debe cumplirse sin engaño, y la sabiduría estará plantada en la boca<br />

del fiel" 595 . Cinco versículos más adelante: "Muchas cosas he visto en mis narraciones, y<br />

abundantes son las experiencias de mis palabras. A menudo, a causa de ello he llegado a<br />

estar en peligro de muerte, y me libré gracias a Dios. Se salvará el espíritu de los que<br />

temen a Dios, y ante sus ojos serán benditos; pues su esperanza está puesta en quien los<br />

salva, lo mismo que los ojos de Dios lo están en quienes lo aman. Quien teme al Señor no<br />

tendrá nada que temer, porque Él es su esperanza. Dichosa el alma de quien teme al<br />

Señor. ¿En quién confía? ¿Quién es su defensa? Los ojos del Señor están puestos sobre<br />

quienes lo temen: Él es el protector de su poderío, el fundamento de su valor, abrigo de<br />

su solanera, sombra en el mediodía, refugio en el peligro, ayuda en la desgracia; Él<br />

consuela al alma, da luz a los ojos, proporciona salud, vida y felicidad. Quien hace una<br />

ofrenda procedente de la injusticia, tal oblación es indigna: las ofrendas de los injustos no<br />

son gratas. El Señor sólo acepta las de quienes se mantienen en el camino de la verdad y<br />

de la justicia. El Altísimo no admite las ofrendas de los injustos, ni tiene en cuenta las<br />

oblaciones de los inicuos, ni perdonará sus pecados por muchos sacrificios que se le<br />

hagan. Quien ofrece un sacrificio con lo que les ha robado a los pobres es como quien<br />

inmola a un hijo en presencia de su padre. Pan de indigentes es la vida del pobre: hombre<br />

sanguinario es quien de él los priva. Quien quita el pan ganado con sudor es como el que<br />

asesina a su prójimo. Hermanos son el que derrama sangre ajena y el que defrauda al<br />

obrero su salario Uno construye y otro destruye: ¿qué obtienen sino trabajar en vano? Uno<br />

suplica y otro maldice: ¿de quién oirá Dios la voz? A quien se lava para purificarse del<br />

contacto con un muerto y luego lo toca de nuevo, ¿de qué le aprovecha haberse lavado?<br />

Asimismo, al hombre que ayuna por sus pecados y comete luego los mismos, ¿de qué le<br />

sirve haberse humillado? ¿Quién escuchará su plegaria?" 596 .<br />

"Quien cumple la ley, multiplica su oración. Sacrificio saludable es observar los<br />

mandamientos y apartarse de toda iniquidad" 597 . "El perdón de los pecados se consigue<br />

abandonando la injusticia" 598 . "No te presentes ante Dios con las manos vacías. Todo se<br />

hace acorde con el mandato del Señor. La ofrenda del justo colma de grasa el altar, y su<br />

suave olor llega a presencia del Altísimo. El sacrificio del justo es aceptado, y su recuerdo<br />

no lo olvidará el Señor. Da gloria a Dios de todo corazón y no escatimes las primicias de<br />

tus manos. En todas tus ofrendas muestra alegre tu rostro, y consagra tus diezmos con<br />

regocijo. Dale al Altísimo de acuerdo con lo que Él te ha dado y muéstrate generoso<br />

cuando eches cuentas de tus bienes, porque el Señor sabe recompensar, y te devolverá el<br />

séptuplo. No le hagas ofrendas depravadas, porque no las aceptará. No confíes en<br />

sacrificios injustos, porque el Señor es juez y El no tiene en cuenta la categoría de las<br />

personas. El Señor no prefiere a nadie en detrimento del pobre, y escucha la súplica del<br />

desdichado. No desdeñará las plegarias del huérfano ni de la viuda cuando deja oír sus<br />

palabras lastimeras. ¿No descienden las lágrimas por sus mejillas, y desde sus mejillas se<br />

eleva el lamento a causa de la desgracia que se abatió sobre ella?" 599 . Cuatro versículos<br />

después: "La súplica del humilde llegará hasta las nubes" 600 .<br />

Un poco más adelante: "Relaciónate estrechamente con el hombre santo, con todo el que<br />

sepas que siente temor de Dios y cuya alma armoniza con tu alma" 601 . "En todas estas<br />

circunstancias suplica al Altísimo para que te dirija por el camino de la verdad" 602 .<br />

Veintiún versículos después: "Hijo, en tu vida pon a prueba tu alma, y si fuera de malas<br />

inclinaciones, no permitas que te domine. No a todos les conviene todo ni a toda alma le<br />

complace todo. No te muestres ávido ante todo manjar, y no te precipites sobre cualquier<br />

alimento" 603 .<br />

Cuatro versículos después: "Honra a tu médico, pues lo necesitas: también a él lo creó el<br />

Altísimo. De Dios le viene su habilidad, y del rey recibe recompensas. La ciencia del<br />

médico le hará ir con la cabeza erguida; y en presencia de los grandes será ensalzado. De<br />

la tierra creó el Altísimo las medicinas, y el hombre prudente no las desdeña. ¿No endulzó<br />

con un leño el agua amarga para dar a conocer a los hombres sus poderes? El Altísimo<br />

concedió al hombre esta ciencia para que se le honrase en sus maravillas. Curando con las<br />

medicinas mitigó el dolor de los hombres" 604 . Cuatro versículos más adelante: "Hijo mío,


en tu enfermedad no desesperes, sino suplica al Señor y Él te curará. Aléjate del pecado,<br />

domina tus manos y limpia tu corazón de toda maldad" 605 . Un versículo después: "Ofrece<br />

una pingüe oblación y haz participar de ella al médico, pues también a él lo creó Dios: que<br />

no esté lejos de ti, porque su ayuda es necesaria. Hay ocasiones en que depositas tu<br />

suerte en sus manos. También ellos suplicarán al Señor, para que procure el alivio a sus<br />

enfermos y la curación mediante su diagnóstico" 606 . Un versículo después: "Hijo mío,<br />

derrama lágrimas por el difunto y comienza a llorar como si hubieras sufrido cosas<br />

terribles. Entierra su cuerpo como conviene y no dejes de darle sepultura. Por tan amarga<br />

pérdida lleva luto por él durante un día, y consuélate de la tristeza" 607 . "Pues a partir de la<br />

tristeza se apresura a llegar la muerte, y consume el vigor: la tristeza del corazón abate el<br />

coraje" 608 . Un versículo después: "La sabiduría del escriba se incrementa en los períodos<br />

de ocio: quien no se ve invadido de trabajo, adquiere sabiduría" 609 .<br />

Un poco después: "Decid en vuestras palabras: obedecedme, divinos frutos de las aguas, y<br />

fructificad como rosales plantados en sus riberas. Emanad, como el Líbano, suaves<br />

fragancias. Floreced como el lirio, exhalad perfumado olor, frondosead en gracia, entonad<br />

vuestro cántico y bendecid al Señor por todas sus obras. Ensalzad su nombre y confesadle<br />

en las palabras que brotan de vuestro labio, en vuestros cánticos y con vuestras cítaras. Y<br />

decid así en vuestra manifestación: Las obras del Señor son todas sobremanera buenas.<br />

En una palabra suya se detienen las aguas como en un montón, y a una orden de su boca<br />

se forman como depósitos de agua. Porque a un mandato suyo se produce la calma y no<br />

hay retraso alguno en su ejecución. Las obras de todo hombre están ante Él y nada<br />

permanece escondido a sus ojos. Desde el principio hasta el final de los tiempos lo verá<br />

todo, y a su mirada nada hay admirable. No hay ocasión de decir: ¿Qué esto? o ¿qué es<br />

aquello?, pues todas las cosas se crearon en su momento" 610 .<br />

Un poco después: "La gracia es como un paraíso colmado de bendiciones, y las obras de<br />

misericordia perviven eternamente" 611 . Doce versículos después: "Los hermanos sirven de<br />

auxilio en los momentos de angustia; pero por encima de ellos lo que salvará será la<br />

misericordia" 612 .<br />

Apenas un poco más adelante: "La sabiduría escondida y el tesoro oculto, ¿qué utilidad<br />

hay en una y otro? Mejor es el hombre que oculta su estupidez que el que oculta su<br />

sabiduría" 613 .<br />

Algo después: "Los que bendecís al Señor, exaltadle todo lo que podáis: Él es superior a<br />

toda alabanza. Por mucho que lo exaltéis, no abarcaréis toda su grandeza" 614 . Mucho más<br />

adelante: "Acercaos a mí los que no sabéis y acudid a la escuela. ¿ Hasta cuándo vais aún<br />

a esperar ¿Qué diréis aún a esto? Vuestras almas están angustiosamente sedientas. Abrí<br />

mi boca y hablé así: comprad sin dinero y someted vuestro cuello bajo el yugo, y que<br />

vuestra alma adquiera sabiduría. Cercana está para poder encontrarla. Ved con vuestros<br />

ojos que apenas me he esforzado y mucho descanso he hallado en ella. Adquirid sabiduría<br />

que vale dinero abundante, y poseed en ella oro en abundancia. Vuestra alma se alegrará<br />

en su misericordia, y no os avergonzaréis de alabarle. Poned a tiempo vuestro esfuerzo, y<br />

en el momento oportuno Él os dará vuestra recompensa" 615 .<br />

Del Libro de Tobías hemos creído oportuno recoger los siguientes pasajes.<br />

XXIV. DEL LIBRO DE TOBÍAS<br />

"Honrarás a tu madre todos los días de tu vida. Deberás recordar cuáles y cuán grandes<br />

peligros sufrió por ti cuando te llevaba en su seno" 616 . Dos versículos después: "En todos<br />

los días de tu vida ten presente a Dios, y ten cuidado en consentir en el pecado en<br />

ninguna ocasión, y de no pasar por alto los mandamientos de tu Dios. Practica la limosna<br />

con tus bienes y no vuelvas la mirada ante ningún pobre. Hazlo así para que tampoco el<br />

Señor aparte de ti su mirada. En la medida de tus posibilidades, muéstrate misericordioso.<br />

Si posees mucho, ayuda en abundancia; si posees poco, esfuérzate por ayudar<br />

magnánimamente, aunque sea poco, pues así es como atesoras un buen premio para ti<br />

para el día de la necesidad, porque la limosna libera de todo pecado y de la muerte, y no<br />

permite que el alma se precipite en las tinieblas. Aval importante a los ojos del Dios<br />

supremo es la limosna para todos aquellos que la practican. Guárdate, hijo mío, de toda<br />

fornicación, y no consientas nunca en cometer delito semejante contra tu mujer. No<br />

permitas nunca que la soberbia domine tus sentimientos o tus palabras: toda perdición<br />

toma en ella su origen. A cualquiera que te haya hecho un trabajo, dale inmediatamente


su salario: que la paga del asalariado no quede en absoluto retenida entre tus manos. Lo<br />

que odias que otro te haga a ti, procura no hacérselo jamás a otro. Come tu pan con los<br />

necesitados hambrientos, y cubre con tus vestidos a los desnudos" 617 . Dos versículos<br />

después: "Busca siempre el consejo del sabio. Bendice a Dios en todo momento, y pídele<br />

que dirija todos tus caminos, y que todas tus decisiones permanezcan en Él" 618 . Seis<br />

versículos después: "No temas, hijo mío, llevamos verdaderamente una vida pobre, pero<br />

poseemos abundantes bienes; si nos mantenemos temerosos de Dios, nos conservamos<br />

lejos de todo pecado y practicamos el bien" 619 .<br />

Mucho más adelante: "Entonces Rafael les dijo en particular: Bendecid al Dios del cielo y<br />

confesadle ante todos los vivientes, porque practicó con vosotros su misericordia. Bueno<br />

es guardar el secreto del rey, pero honroso es revelar y. confesar las obras de Dios. Buena<br />

es la oración acompañada del ayuno; pero la limosna es mejor que almacenar tesoros de<br />

oro. Porque la limosna libera de la muerte: ella es la que purga los pecados y hace<br />

encontrar la vida eterna. En cambio, quienes practican el pecado y la iniquidad, son<br />

enemigos de su alma" 620 .<br />

Un poco después: "Escuchad, pues, a vuestro padre, hijos míos, servid al Señor en la<br />

verdad y procurad hacer lo que le complace; encargad a vuestros hijos que practiquen la<br />

justicia y la limosna, para que se acuerden de Dios y lo bendigan en todo momento en la<br />

verdad y en toda su fuerza" 621 .<br />

Ahora que ya todos los libros canónicos y antiguos nos han proporcionado las citas<br />

oportunas para nuestra obra (y los que nos las han proporcionado no convenía que nos las<br />

facilitaran de todos sus pasajes, sino sólo de aquellos en que hemos encontrado preceptos<br />

claros de buenas costumbres, ya sea por ordenar cosas útiles o por prohibir las que no lo<br />

son), vamos a pasar a las obras sagradas, evangélicas y apostólicas. En el canon del<br />

Nuevo Testamento la cabeza la ocupan los cuatro conocidísimos y preclarísimos<br />

evangelios. En el primero de ellos -"Según Mateo"-, éstas son las Ideas que consideramos<br />

oportunas para la obra que hemos emprendido.<br />

XXV. DEL EVANGELIO SEGÚN MATEO<br />

"Cuando el Señor se dio cuenta de la muchedumbre, subió a un monte. Habiéndose<br />

sentado, se le acercaron sus discípulos. Él, tomando la palabra, les enseñaba diciendo:<br />

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.<br />

Bienaventurados los apacibles, porque ellos poseerán la tierra. Bienaventurados los que<br />

lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de<br />

justicia, porque ellos se verán hartos. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos se<br />

harán dignos de la misericordia. Bienaventurados los de corazón limpio, porque ellos verán<br />

a Dios. Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios.<br />

Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de<br />

los cielos. Bienaventurados sois cuando os maldijeren y os denigraren echándoos<br />

dolosamente en cara todo tipo de acusaciones por causa mía: alegraos y saltad de gozo,<br />

porque vuestra recompensa en los cielos será abundante; porque as: es como<br />

persiguieron a los profetas antes que a vosotros" 622 .<br />

" Vosotros sois la sal de la tierra; y si la sal pierde sus propiedades, ¿con qué se salará?<br />

No servirá ya para nada, sino para tirarla a la calle y que la pise la gente. Vosotros, sois la<br />

luz del mundo. No puede camuflarse una ciudad levantada sobre un monte. Nadie<br />

enciende una lámpara y coloca debajo de un cubo, sino que la cuelga de un candelabro<br />

para que dé luz a cuantos se hallan dentro de casa. Así ilumine vuestra luz delante de los<br />

hombres, para que todos vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que<br />

está en los cielos" 623 .<br />

"No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas. No he venido a abolirla, sino a<br />

cumplirla. En verdad os digo que mientras perduren el cielo y la tierra, ni una yota ni una<br />

tilde será suprimida de la ley, hasta que todo se haya cumplido De manera que quien<br />

dejare de observar el más mínimo de esos mandamientos y enseñare a hacer lo mismo a<br />

los demás, será considerado como el más pequeño en el reino de los cielos. En cambio,<br />

aquel que los observare y enseñare a observarlos, ése será considerado grande en el reino<br />

de los cielos. Pues os aseguro que si vuestra justicia no superase a la de los escribas y<br />

fariseos, no entraréis en el reino de los cielos" 624 .


"Habéis oído que se ha dicho a los antiguos: No matarás, pues el que mate se hará reo de<br />

juicio 625 . Pero yo os digo que todo aquel que se encoleriza contra su hermano se hará reo<br />

de juicio; y quien a su hermano llamare racha se hará reo ante la asamblea; y quien le<br />

calificare de "loco" se hará reo del fuego del infierno. Si en el momento de ir a presentar<br />

tu ofrenda sobre el altar recordaras que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda<br />

allí mismo, ante el altar, y vete antes de nada a reconciliarte con tu hermano, y luego<br />

regresa y presenta tu ofrenda. Muéstrate inmediatamente conciliador con tu adversario<br />

mientras vas con él por el camino, no vaya a suceder que tu adversario te entregue al<br />

juez, el juez te entregue al alguacil y seas arrojado a la cárcel. En verdad te digo que no<br />

saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo" 626 .<br />

"Habéis oído que se ha dicho a los antiguos: No cometerás adulterio 627 . Pero yo os digo<br />

que todo el que mirare a una mujer codiciándola, ya ha cometido adulterio en su corazón.<br />

Por tanto, si tu ojo derecho te sirve como motivo de escándalo, arráncatelo y arrójalo lejos<br />

de ti. Más provechoso te será que perezca uno de tus miembros que tu cuerpo entero sea<br />

arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te es motivo de escándalo, córtatela y arrójala<br />

lejos de ti. Más provechoso te será que perezca uno de tus miembros que tu cuerpo entero<br />

acabe en el infierno. También se ha dicho: Quienquiera que repudiare a su esposa,<br />

entréguele el certificado del divorcio 628 . Sin embargo, yo os digo que todo el que<br />

repudiare a su esposa -a no ser que el motivo sea la fornicación- la empuja al adulterio. Y<br />

quien se case con mujer repudiada, comete adulterio" 629 .<br />

"Asimismo habéis oído que se ha dicho a los antiguos No perjurarás, antes bien, cumplirás<br />

los juramentos que le has formulado al Señor 630 . Sin embargo, yo os digo: no juréis en<br />

modo alguno, ni por el cielo -porque es el trono de Dios-, ni por la tierra -porque es el<br />

escabel de sus pies-, ni por Jerusalén -porque es la ciudad del gran Rey-. No jures<br />

tampoco por tu cabeza porque no tienes poder para convertir uno solo de tus cabellos en<br />

blanco o en negro. Que vuestra forma de hablar sea "sí, sí", "no, no". Cuanto se añada de<br />

más a eso, del mal procede" 631 .<br />

"Habéis oído que se ha dicho: Ojo por ojo y diente por diente 632 . En cambio, yo os digo:<br />

no presentéis resistencia al malvado; antes bien, si alguien te abofetea en la mejilla<br />

derecha, preséntale también la otra; y al que quiera litigar contigo y tomarte la ropa,<br />

entrégale también el manto. Y si uno te obliga a cargar con él durante una milla, vete con<br />

él otras dos. Dale a quien te pida; y no rechaces a quien te solicita un préstamo" 633 .<br />

"Habéis oído que se ha dicho: Amarás a tu prójimo, y odiarás a tu enemigo En cambio, yo<br />

os digo: amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian, orad por los que os<br />

persiguen y os calumnian, para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los cielos,<br />

que hace que su sol salga sobre malos y buenos, y envía su lluvia sobre justos e injustos.<br />

Pues si amáis a quienes os aman, ¿a qué recompensa os haréis acreedores? ¿No hacen<br />

también eso los publicanos? Y si solamente saludáis a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de<br />

más? ¿No hacen también eso los gentiles? Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro<br />

Padre celestial" 634 .<br />

"Procurad que no cumpláis vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por<br />

ellos. De lo contrario, no os haréis merecedores de la recompensa de vuestro Padre, que<br />

está en los cielos. Cuando des limosna no toques la trompeta delante de ti, como hacen<br />

los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres. En<br />

verdad os digo que ya han recibido su recompensa. En cambio, cuando des limosna, que<br />

tu mano izquierda no se entere de lo que hace la derecha, para que tu limosna pase<br />

inadvertida. Y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará" 635 .<br />

"Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, quienes gustan de orar en pie en las<br />

sinagogas y en las esquinas de las plazas para que la gente los vea. En verdad os digo que<br />

ya recibieron su recompensa. En cambio, tú, cuando ores, entra en tu habitación y, con la<br />

puerta cerrada, ora en secreto a tu Padre; y tu Padre, que ve lo escondido, te<br />

recompensará.. Ahora bien, cuando hagáis oración, no seáis habladores como los gentiles,<br />

que piensan que van a ser escuchados por su verborrea. No os asemejéis, pues, a ellos,<br />

porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de que formuléis vuestra petición. Por<br />

tanto, orad así: Padre nuestro, que estás en el cielo; santificado sea tu nombre; venga tu<br />

reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo; danos hoy nuestro pan de cada<br />

día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos


ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Pues si perdonarais a los<br />

hombres sus ofensas, así también vuestro Padre celestial os perdonará vuestros delitos;<br />

ahora bien, si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras<br />

faltas" 636 .<br />

"Cuando ayunéis, no os mostréis tristes, como hacen los hipócritas, que desencajan su<br />

rostro para que la gente se dé cuenta de que están ayunando. En verdad os digo que ésos<br />

han recibido ya su recompensa. En cambio, tú, cuando practiques el ayuno, unge tu<br />

cabeza y lávate la cara para que la gente no se entere de que estás ayunando, sino sólo tu<br />

Padre, que está en el secreto; y tu Padre, que ve lo oculto, te recompensará" 637 .<br />

"No atesoréis tesoros en la tierra, donde los ataca el orín y la polilla, y donde los ladrones<br />

pueden abrir un boquete y robarlo. Atesorad tesoros en el cielo, donde ni el orín ni la<br />

polilla los ataca, y donde los ladrones no pueden abrir un boquete y robarlo. Pues donde<br />

esté tu tesoro, allí está también tu corazón. Tu ojo es la lámpara de tu cuerpo: si tu ojo<br />

fuera perfecto, todo tu cuerpo sería luminoso; pero si tu ojo estuviera defectuoso, tu<br />

cuerpo todo estaría envuelto en tinieblas. De modo que, si la luz que hay en ti es<br />

oscuridad, ¿hasta qué punto resultará tenebrosa la oscuridad?" 638 .<br />

"Nadie puede servir a dos señores, pues odiará a uno y amará al otro, o apoyará a uno y<br />

combatirá al otro. No podéis servir a Dios y a Mammon. Por eso os digo: no andéis<br />

preocupados por vuestra vida, por lo que comeréis o con qué recubriréis vuestro cuerpo. ¿<br />

No importa acaso el alma más que la comida y el cuerpo más que el vestido? Daos cuenta<br />

de las aves del cielo, cómo no siembran, ni cosechan, ni recolectan en graneros, y sin<br />

embargo vuestro Padre celestial las alimenta. ¿Y no sois vosotros más importantes que<br />

ellas? ¿Quién de vosotros, a fuerza de meditar, es capaz de añadir un simple codo a su<br />

estatura? Y del vestido, ¿por qué vais a preocuparos? Considerad cómo crecen los lirios del<br />

campo: ni trabajan, ni hilan; y yo os digo que, sin embargo, ni Salomón con toda su gloria<br />

estuvo vestido como uno de ellos. Pues si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy<br />

existe y mañana es arrojada al horno, ¿cuánto más os vestirá a vosotros, hombres de<br />

poca fe? Así que no os preocupéis diciendo: ¿qué comeremos?, ¿qué beberemos? o ¿con<br />

qué nos vestiremos? Los gentiles se afanan por todo eso; pero vuestro Padre sabe que de<br />

todo ello tenéis necesidad. Buscad, por tanto, primero el reino de Dios y su justicia, y todo<br />

aquello otro se os dará por añadidura. No os preocupéis, pues, por el día de mañana; el<br />

día de mañana tendrá sus propias preocupaciones: bástele a cada día su problema" 639 .<br />

"No juzguéis para que no seáis juzgados, pues con el criterio que juzguéis seréis juzgados,<br />

y con la medida que midiereis seréis medidos. ¿Por qué ves la paja en el ojo de tu<br />

hermano y no ves la viga en el tuyo? O ¿ cómo le dices a tu hermano: deja que te saque la<br />

paja de tu ojo, cuando en el tuyo propio hay una viga? ¡Hipócrita! Sácate antes la viga de<br />

tu ojo, y ya intentarás luego sacar la paja del ojo de tu hermano. No arrojéis nada santo a<br />

los perros, ni les echéis vuestras perlas a los cerdos, para que no las pisoteen con sus<br />

patas y, volviéndose contra vosotros, os despedacen" 640 .<br />

"Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá. Pues todo el que pide,<br />

recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. ¿Quién de vosotros, si su hijo<br />

le pidiera pan, él le entregaría una piedra? Y si le pidiera un pez, ¿le ofrecería acaso una<br />

serpiente? Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis darles a vuestros hijos cosas<br />

buenas, ¡cuánto más vuestro Padre, que está en los cielos, dará buenas cosas a quienes se<br />

las piden!" 641 .<br />

"Todo aquello que deseáis que los hombres os hagan a vosotros, hacédselo también<br />

vosotros a ellos, porque ésa es la ley y los profetas. Entrad por la puerta estrecha, pues<br />

ancha es la puerta y espacioso el camino que conduce a la perdición; y muchos son los<br />

que por él caminan. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que conduce a la<br />

vida, y cuán pocos son los que lo encuentran!" 642 .<br />

"Precaveos de los falsos profetas que se acercan a vosotros vestidos de ovejas y, sin<br />

embargo, por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se<br />

vendimian las uvas en los espinos y los higos se cogen de los abrojos? Todo árbol bueno<br />

proporciona buenos frutos; mientras que el árbol malo son malos frutos lo que<br />

proporciona. Un árbol bueno no puede producir malos frutos, ni un árbol malo producirlos<br />

buenos. Todo árbol que no da buen fruto, arránquesele y arrójesele al fuego. Por sus<br />

frutos, pues, los conoceréis" 643 .


"No todo el que dice "Señor, Señor" entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la<br />

voluntad de mi Padre, que está en los cielos: ése entrará en el reino de los cielos. Muchos<br />

me dirán aquel día: Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu nombre; en tu nombre<br />

arrojamos los demonios, y fueron muchos los milagros que en tu nombre hicimos? Y<br />

entonces les responderé: Nunca os he conocido; apartaos de mí, porque vosotros<br />

practicabais la iniquidad. Todo el que escucha estas palabras mías y las pone en práctica<br />

será comparado a un hombre prudente que edificó su casa encima de roca; y cayó la<br />

lluvia, y vinieron las torrenteras y soplaron los vientos y arremetieron contra su casa; pero<br />

ésta no se derrumbó porque estaba cimentada sobre roca. Pero todo el que escucha estas<br />

palabras mías y no las pone en práctica será equiparado a un estúpido que edificó su casa<br />

sobre la arena; y cayó la lluvia, y vinieron las tormentas y soplaron los vientos y<br />

arremetieron contra su casa; y ésta se derrumbó, y su ruina fue enorme" 644 .<br />

Y un poco más adelante: "Gratis lo habéis recibido; dadlo gratis. No guardéis ni oro, ni<br />

plata, ni dinero alguno en vuestras faltriqueras. No os procuréis alforja para el camino, ni<br />

dos túnicas, ni calzado, ni bastón, porque el obrero se hace acreedor de su sustento.<br />

Cuando entréis en cualquier ciudad o plaza fuerte, preguntad quién hay en ella que sea<br />

persona digna, y permaneced allí hasta que partáis. Entrando en la casa, saludad la. Si<br />

aquella casa fuera digna, descienda sobre ella vuestra paz; pero si no lo fuera, que vuestra<br />

paz retorne a vosotros. Si no hubiera nadie que os recibiese y escuchase vuestras<br />

palabras, en el momento de abandonar la casa o la ciudad sacudíos el polvo de vuestros<br />

pies. En verdad os digo que, en el día del juicio, la tierra de Sodoma y de Gomorra correrá<br />

una suerte más llevadera que aquella ciudad" 645 .<br />

"Daos cuenta de que os envío como ovejas en medio de lobos; sed, pues, precavidos como<br />

serpientes y sencillos como palomas. Guardaos de los hombres, porque os entregarán a<br />

los tribunales y os flagelarán en las sinagogas. Os conducirán ante sus gobernantes y sus<br />

reyes por causa mía, para ofrecerles vuestro testimonio a ellos y a los gentiles. Ahora<br />

bien, cuando os entreguen, no andéis meditando cómo y qué hablaréis, porque ya se os<br />

proporcionará qué habéis de decir en aquel momento. No seréis vosotros quienes habléis,<br />

sino el Espíritu de vuestro Padre será el que hable en vosotros. El hermano entregará al<br />

hermano a la muerte, y el padre al hijo; los hijos se levantarán contra sus padres y les<br />

causarán la muerte. Para todos seréis motivo de odio a causa de mi nombre. Sin embargo,<br />

el que perseverare hasta el final, ése estará salvo. Cuando os persigan en una ciudad, huid<br />

a otra. En verdad os digo que no acabaréis de recorrer las ciudades de Israel antes de que<br />

venga el Hijo del hombre. No está el discípulo por encima del maestro ni el siervo por<br />

encima de su señor. Bástele al discípulo llegar a ser como su maestro y al siervo como su<br />

señor. Si al cabeza de familia lo calificaron de Beelzebub, ¡cuánto más a los miembros de<br />

su casa! No los temáis, pues, porque nada hay tan oculto que no sea descubierto, ni tan<br />

secreto que no acabe por conocerse. Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo a la luz; lo<br />

que os susurre al oído, predicadlo desde los tejados. No temáis a quienes matan el cuerpo,<br />

pero no pueden matar el alma; temed mas bien a quienes pueden hacer perecer alma y<br />

cuerpo en los infiernos. ¿No se venden dos pajarillos por un as? Y, sin embargo, ninguno<br />

de ellos cae a tierra sin que vuestro Padre lo sepa. Todos y cada uno de los cabellos de<br />

vuestra cabeza están contados. No temáis, pues: vosotros valéis más que muchos<br />

pajarillos. Todo el que se manifieste defensor mío ante los hombres, yo también lo<br />

defenderé ante mi Padre que está en los cielos. Al que me niegue delante de los hombres,<br />

también yo lo negaré ante mi Padre, que está en los cielos. No creáis que he venido a<br />

traer la paz a la tierra; no he venido a traer la paz, sino la espada, pues he venido a<br />

separar al hombre frente a su padre, a la hija frente a su madre y a la nuera frente a su<br />

suegra: los enemigos del hombre serán sus propios familiares. Quien ama a su padre o a<br />

su madre más que a mí no es digno de mí; quien ama a su hijo o a su hija por encima de<br />

mí no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. Quien<br />

encuentra su vida, la perderá; el que perdiera su vida por mi causa, la encontrará. Quien a<br />

vosotros recibe, a mí me recibe, y quien a mí me recibe, recibe a Aquel que me envió.<br />

Quien recibe a un profeta por su condición de profeta, tendrá recompensa del profeta;<br />

quien recibe a un justo por su condición de justo, tendrá recompensa del justo; cualquiera<br />

que diere de beber a uno solo de estos pequeños un simple vaso de agua fría por el hecho<br />

de ser mi discípulo, en verdad os digo que no quedará sin su recompensa" 646 .<br />

Y un poco después: "¿Con quién compararé la generación actual? Se asemeja a niños<br />

sentados en la plaza y que, gritándoles a sus camaradas, dicen: Os hemos tocado la flauta<br />

y no habéis bailado; hemos entonado lamentos y no habéis llorado. Porque vino Juan, que


ni comía ni bebía, y dijeron: Está endemoniado. Viene el Hijo del hombre, que come y<br />

bebe, y dicen: Ahí tenéis a un hombre tragón y bebedor de vino, amigo de publicanos y de<br />

pecadores. Pero su sabiduría es puesta de manifiesto por sus hijos" 647 .<br />

Algo más adelante: "Acudid a mí cuando estáis fatigados y llenos de cargas, y yo os<br />

aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy pacífico y humilde de<br />

corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi<br />

carga liviana" 648 .<br />

Un poco más adelante: "Si supierais qué significa "misericordia quiero y no sacrificio",<br />

nunca condenaríais a inocentes" 649 .<br />

Algo después: "Quien no está conmigo, está contra mí; quien conmigo no recoge,<br />

desparrama. Por eso os digo: al hombre se le perdonará cualquier pecado y blasfemia;<br />

pero la blasfemia contra el Espíritu no le será perdonada. Quien hablara contra el Hijo del<br />

hombre podrá ser perdonado; pero quien hablara contra el Espíritu Santo no tendrá<br />

perdón ni en este mundo ni en el venidero. Plantad un árbol bueno, y bueno será su fruto;<br />

plantad un árbol malo, y malo será su fruto, porque por su fruto se conoce al árbol. ¡Raza<br />

de víboras! ¿ Cómo podéis decir cosas buenas cuando sois malvados? De la abundancia del<br />

corazón habla la lengua. El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca cosas<br />

buenas; el hombre malvado, de su malvado tesoro saca cosas malas. Yo os digo que en el<br />

día del juicio los hombres darán cuenta de toda palabra inútil que hubieren pronunciado.<br />

Pues por tus palabras serás declarado inocente y por tus palabras serás condenado" 650 .<br />

Un poco después: "Escuchad y comprended. Lo que mancilla al hombre no es lo que entra<br />

por su boca; lo que procede de su boca, eso es lo que al hombre mancilla" 651 .<br />

Algo más adelante: "Pedro, respondiendo, le dijo: Explícanos esa palabra. Pero Él dijo: ¿<br />

También vosotros carecéis aún de entendimiento? ¿No os dais cuenta de que todo lo que<br />

entra por la boca va al vientre y evacua en el retrete? En cambio, lo que sale de la boca<br />

procede del corazón; y es eso lo que mancilla al hombre. Porque del corazón emanan los<br />

malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos<br />

testimonios, las blasfemias. Todo eso es lo que mancilla al hombre; en cambio, el comer<br />

sin lavarse las manos no mancilla al hombre" 652 .<br />

Asimismo, un poco más adelante: "Entonces les dijo Jesús a sus discípulos: Si alguno<br />

quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz y venga tras de mí. Pues quien quiera<br />

salvar su vida, la perderá; en cambio, quien perdiere su vida por mi causa, la encontrará.<br />

¿Qué le aprovecha al hombre ganar el mundo entero si ello redunda en perjuicio de su<br />

alma? ¿Qué podrá dar el hombre a cambio de su alma? Pues el Hijo del hombre vendrá en<br />

medio de la gloria de su Padre en compañía de sus ángeles, y entonces recompensará a<br />

cada uno de acuerdo con sus obras" 653 .<br />

Algo después: "En verdad os digo que si no os volvierais como niños y os comportarais<br />

como ellos, no entraréis en el reino de los cielos. Pues cualquiera que se hiciere humilde<br />

con este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos. Y el que acogiera a un pequeñuelo<br />

como éste en atención a mí, es a mí a quien acoge. En cambio, el que causare escándalo a<br />

uno de estos pequeños que creen en mí, más cuenta le tendría que le colgasen al cuello<br />

una piedra de molino 164 y lo tirasen al fondo del mar. ¡Ay del mundo por causa de los<br />

escándalos! Porque, si bien necesariamente se producirán escándalos, ¡ay, sin embargo,<br />

del hombre por el que aquel escándalo se produce! Si tu mano o tu pie es motivo de<br />

escándalo, córtatelo y arrójalo de ti. Más te vale entrar en la vida mutilado que ser<br />

arrojado al fuego eterno conservando tus dos manos o tus dos pies. Y si tu ojo te es<br />

motivo de escándalo, arráncatelo y arrójalo de ti. Más te vale entrar en la vida con un solo<br />

ojo que ser arrojado al fuego del infierno conservando tus dos ojos. Guardaos de<br />

menospreciar a uno solo de estos pequeñuelos, porque yo os digo que sus ángeles en el<br />

cielo están siempre contemplando la faz de mi Padre, que está en los cielos. Pues el Hijo<br />

del hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido" 654 .<br />

Y un poco más adelante: "Si tu hermano te ofendiera, ve y repréndele encontrándote a.<br />

solas con él. Si te presta oídos, habrás ganado a tu hermano; si, por el contrario, no te<br />

escucha, llévate contigo a una o dos personas, para que todo el pleito se apoye en el<br />

testimonio de dos o tres testigos. Si a éstos no se les hace caso, dirígete a la asamblea. Y<br />

si tampoco la asamblea te atiende, considera a tu hermano como gentil o publicano. En


verdad os digo que cuanto atareis en la tierra será atado en el cielo; y que cuando<br />

desatareis en la tierra, desatado será también en el cielo. Y aún os digo algo más: que si<br />

dos de vosotros estuvieran perfectamente de acuerdo en algo aquí, en la tierra, cualquier<br />

cosa que pidieran, mi Padre, que está en los cielos, se la concedería. Pues cuando dos o<br />

tres personas os reunís en mi nombre, allí, en medio de vosotros, estoy yo" 655 .<br />

"Entonces, acercándosele Pedro, le dijo: Señor, ¿cuántas veces puede ofenderme mi<br />

hermano y yo perdonarle? ¿ Hasta siete veces? Y Jesús le responde: No te digo que hasta<br />

siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso el reino de los cielos es semejante a<br />

un rey que quiso pedirles cuentas a sus siervos. Cuando había comenzado a pedirlas se le<br />

presentó uno que le debía diez mil talentos. Como no tuviera con qué pagarle, el señor<br />

ordenó que fueran vendidos él, su esposa y sus hijos, y todo cuanto poseía, y con ello se<br />

saldase la deuda. Entonces el siervo, postrándose de rodillas ante él, le dice: Ten un poco<br />

de paciencia conmigo, y te pagaré todo lo que te debo. Compadeciéndose el señor de su<br />

siervo, lo dejó marchar y le perdonó la deuda. Pero el siervo, apenas marcharse, se<br />

encontró con uno de sus compañeros de servidumbre que le adeudaba cien denarios,<br />

agarrándolo, intentaba ahogarlo mientras le decía: Págame lo que me debes. Su<br />

compañero, hincándose de hinojos, le suplicaba diciendo: Ten un poco de paciencia, y te<br />

pagaré todo lo que te debo. Pero el otro se negó a escucharlo, y lo envió a la cárcel hasta<br />

que le abonara la deuda. Viendo sus compañeros lo que sucedía, se sintieron<br />

profundamente apenados y acudieron a su señor, y le contaron lo que había acontecido.<br />

Entonces el señor lo llamó a su presencia y le dijo: Siervo infame, yo te perdoné toda tu<br />

deuda porque me suplicaste. ¿No era, pues, oportuno que tú te apiadases de tu<br />

compañero, lo mismo que yo me apiadé de ti? E irritado su señor lo entregó a los<br />

verdugos hasta que abonase toda su deuda. Del mismo modo actuará mi Padre celestial<br />

con vosotros si cada uno no perdonara a su hermano de todo corazón" 656 .<br />

Y un poco más adelante: "Se acercaron a Él unos fariseos con la intención de tentarle y le<br />

preguntaron: ¿ Le es lícito ¿ un hombre repudiar a su esposa por cualquier motivo? Él,<br />

respondiéndoles, les dijo: ¿No habéis leído que en un principio el Hacedor los hizo varón y<br />

hembra 657 y dijo: por esto el hombre abandonará a su padre y a su madre y se unirá a su<br />

esposa, y serán dos en una sola carne? 658 . De manera que ya no son dos, sino una sola<br />

carne. Así que. lo que Dios unió, no lo separe el hombre. Le replican ellos: Entonces, ¿por<br />

qué Moisés ordenó dar libelo de repudio yo enviarla a su casa? 659 . Y Él les responde:<br />

Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres por la dureza de vuestro corazón; pero en<br />

un principio no fue así. Sin embargo, yo os digo que cualquiera que repudiare a su esposa<br />

(excepto en caso de adulterio) y se casase con otra, está cometiendo adulterio; y quien se<br />

casase con la repudiada, también está cometiendo adulterio" 660 .<br />

"Y le dicen sus discípulos: Si ésas son las condiciones del hombre respecto a la esposa, no<br />

conviene casarse. Y Él les respondió: No todos son capaces de entender esto, sino aquellos<br />

a quienes se les ha concedido. Pues hay eunucos que han nacido del vientre de su madre<br />

con semejante condición; hay eunucos convertidos en tal por obra de los hombres, y hay<br />

eunucos con vistas al reino de los cielos. El que pueda entender, que entienda" 661 .<br />

"Entonces le presentaron unos pequeñuelos para que impusiera las manos sobre ellos y<br />

orase; pero los discípulos les reñían. Entonces Jesús les dijo: Dejad a los niños y no<br />

impidáis que se acerquen a mí, pues de quienes son como ellos es el reino de los cielos. Y<br />

después de imponerles las manos, se alejó de allí" 662 .<br />

"He aquí que acercándosele uno le dijo: Maestro bueno, ¿qué buena obra debo realizar<br />

para poseer la vida eterna? Él le respondió: ¿Por qué me preguntas sobre lo bueno? Uno<br />

solo es bueno: Dios. Ahora bien, si quieres entrar en la vida, observa los mandamientos. Y<br />

el otro le pregunta: ¿Cuáles? A su vez, Jesús le contesta: No matarás; no cometerás<br />

adulterio; no hurtarás; no dirás falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre, y ama al<br />

prójimo como a ti mismo 663 . Y el joven le replica: Todos esos mandamientos los he<br />

observado. ¿Qué me queda todavía? Jesús le dice: Si quieres ser perfecto, vende cuanto<br />

posees y dáselo a los pobres; luego, ven y sígueme. Al escuchar el joven semejante<br />

respuesta se marchó triste, porque poseía abundantes bienes. Entonces Jesús dijo a sus<br />

discípulos: En verdad os digo, ¡qué difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos! Y<br />

os lo repito: le resultará más sencillo a un camello penetrar por el ojo de una aguja que a<br />

un rico entrar en el reino de los cielos. Al escucharlo, sus discípulos se quedaron<br />

sobremanera consternados, comentando: ¿Quién podrá entonces salvarse? Jesús, dándose<br />

cuenta de ello, les dice: Para los hombres ello es imposible, pero para Dios todo es


posible" 664 .<br />

"Tomando entonces Pedro la palabra, le dijo: Date cuenta de que nosotros lo hemos<br />

dejado todo y te hemos seguido. ¿Cuál va a ser, por ello, nuestra recompensa? Jesús les<br />

dijo: En verdad os digo que vosotros, los que me habéis seguido, el día de la resurrección,<br />

cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de su majestad, también vosotros os<br />

sentaréis sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Y todo aquel que por<br />

mi nombre abandone su casa, a sus hermanos o hermanas, a su padre o a su madre, a su<br />

esposa, a sus hijos y sus campos, recibirá el céntuplo y poseerá la vida eterna. Muchos<br />

que son los primeros, pasarán a ser los últimos, y los últimos serán los primeros" 665 .<br />

Y un poco más adelante: "Del mismo modo que el Hijo del hombre no vino a ser servido,<br />

sino a servir y a dar su vida para la redención de muchos" 666 .<br />

Algo después: "Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios" 667 .<br />

Yen otro pasaje: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con<br />

toda tu mente. Este es el más importante mandato, y el primero de todos. Y el segundo,<br />

semejante a éste, es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos mandamientos se<br />

resume toda la ley y los profetas" 668 .<br />

Y unos versículos más adelante: "Entonces Jesús habló a la muchedumbre y a sus<br />

discípulos en estos términos: Sobre la silla de Moisés se han sentado los escribas y los<br />

fariseos. Por tanto, observad y cumplid cuanto os digan, pero no hagáis lo mismo que ellos<br />

hacen: pues ellos predican, pero no ponen en práctica. Ellos preparan pesados fardos y<br />

cargas, y las colocan sobre las espaldas de los hombres, pero no quieren emplear ni un<br />

solo dedo para moverlas. Todas las obras que practican tienen por finalidad el que los<br />

hombres los vean. Ensanchan sus filacterias y alargan las orlas de sus vestidos 669 ; les<br />

gustan los primeros asientos en los banquetes y las primeras sillas en las sinagogas; el<br />

que se les salude en la plaza; y que los hombres se dirijan a ellos llamándoles rabbi<br />

(maestro). Vosotros, en cambio, no deseéis que os llamen rabbi, porque uno solo es<br />

vuestro Maestro y todos vosotros sois hermanos. Tampoco llaméis "padre" a nadie en la<br />

tierra, pues uno solo es vuestro Padre, que está en los cielos. Ni os hagáis llamar<br />

"maestros", porque vuestro Maestro sólo es uno, Cristo. Aquel de vosotros que sea el más<br />

grande, conviértase en vuestro servidor. Pues el que se ensalzare será humillado, y el que<br />

se humillare será ensalzado" 670 .<br />

Y un poco después: "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que contabilizáis el<br />

diezmo hasta la menta, el anís y el comino, y dejáis en cambio de lado lo que es<br />

fundamental en la ley: la justicia, la misericordia y la lealtad! Convenía atender a aquello,<br />

pero sin omitir esto otro. Guías ciegos, que coláis el mosquito y, sin embargo os tragáis el<br />

camello. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas que limpiáis el exterior de la copa y<br />

del plato, mientras que en el interior estáis llenos de rapiña y de toda clase de inmundicia!<br />

Fariseo ciego: limpia primero el interior de tu copa y de tu plato para que también el<br />

exterior esté limpio. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a<br />

sepulcros blanqueados, que por de fuera se muestran hermosos a la gente, pero por<br />

dentro están llenos de huesos de muertos y de todo tipo de porquería! Así también<br />

vosotros, por fuera les parecéis justos la gente pero por dentro estáis llenos de hipocresía<br />

y de iniquidad ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que levantáis sepulcros a los<br />

profetas y adornáis los monumentos de los justos, y decía: Si hubiéramos vivido en<br />

tiempo de nuestros padres, no hubiéramos sido cómplices suyos en la muerte de los<br />

profetas! Y con semejante afirmación os confesáis hijos de aquellos que mataron a los<br />

profetas. ¡Colmad vosotros la medida de vuestros padres! Serpientes, raza de víboras, ¿<br />

cómo podréis escapar al castigo del infierno? Por eso os envío yo profetas, sabios y<br />

escribas, y a unos los mataréis y crucificaréis, y a otros los flagelaréis en vuestras<br />

sinagogas, y los perseguiréis de ciudad en ciudad: para que caiga sobre vosotros la sangre<br />

inocente que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la<br />

sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el templo y el altar. En<br />

verdad os digo que todo esto descargará sobre esta generación" 671 .<br />

Algo después: "Y por la abundancia de maldad se enfriará el amor de muchos; pero aquel<br />

que se mantenga fiel hasta el final, ése se salvará" 672 . Y un poquito después: "Estad<br />

preparados, porque no sabéis a qué hora va a venir el Hijo del hombre. ¿Quién consideras<br />

que es el siervo fiel y prudente a quien su señor colocó al frente de la servidumbre para


que les reparta la comida en el momento oportuno? Dichoso el siervo a quien el amo, al<br />

presentarse, lo encuentra cumpliendo así con su deber. En verdad os digo que lo colocará<br />

al frente de toda su hacienda. En cambio, si el mal siervo se dijera para sus adentros: mi<br />

amo se retrasa en regresar, y comenzara a vapulear a sus compañeros de servidumbre, y<br />

a comer y beber con borrachos, el amo se presentará en el momento más inesperado y a<br />

una hora que él no sabe, y lo apartará de su cargo, colocándolo al lado de los hipócritas: y<br />

allí habrá llanto y chirriar de dientes" 673 .<br />

Un poquito más adelante: "Estad, pues, vigilantes, porque no sabéis ni el día ni la hora"<br />

674 . Y algo después: "Cuando venga el Hijo del hombre en toda su majestad y acompañado<br />

de sus ángeles, se sentará en el trono de su gloria, y todos los pueblos se reunirán ante su<br />

presencia, y comenzará a separar a unos de otros, del mismo modo que ci pastor separa a<br />

las ovejas de los cabritos, y colocará a las ovejas a su derecha, y a los cabritos a su<br />

izquierda. Y entonces el Rey dirá a los que están a su derecha: Venid, benditos de mi<br />

Padre, y tomad posesión del reino que, desde la creación del mundo, estaba destinado<br />

para vosotros. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de<br />

beber; era peregrino, y me acogisteis en vuestra casa; estaba desnudo, y me vestisteis;<br />

enfermo, y me curasteis; en la cárcel, y acudisteis a mi lado. Entonces los justos<br />

replicarán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te alimentamos; sediento, y te dimos<br />

de beber? ¿Cuándo te vimos peregrino, y te acogimos en casa; o desnudo, y te vestimos?<br />

¿O cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y acudimos a visitarte? Y el Rey,<br />

respondiéndoles, les dirá: En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos<br />

hermanos míos pequeñuelos, conmigo lo hicisteis. Y luego les dirá a los que están<br />

colocados a la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, que fue dispuesto para<br />

el diablo y para sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; era<br />

peregrino, y no me acogisteis en vuestra casa; estaba desnudo, y no me vestisteis;<br />

enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis. También ellos le replicarán entonces diciendo:<br />

Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, peregrino, o desnudo, o enfermo, o en la<br />

cárcel, y no te prestamos atención? Y Él les responderá diciendo: En verdad os digo que<br />

cada vez que no lo hicisteis con uno de estos pequeñuelos, tampoco conmigo lo hicisteis. E<br />

irán al suplicio eterno, mientras que los justos amarán en la vida eterna" 675 . Y un poco<br />

después: "Velad y orad para no caer en la tentación" 676 .<br />

XXVI. Del Evangelio según Marcos<br />

"Llamando de nuevo a la muchedumbre, les decía: Escuchadme todos y entended lo que<br />

os digo: nada existe de fuera del hombre que, entrando en él, pueda inficionarle; lo que<br />

contamina al hombre es aquello que del hombre procede. El que tenga oídos para oír, que<br />

oiga. Habiéndose apartado de la multitud y entrado en casa, sus discípulos le preguntaban<br />

por el significado de sus palabras. Y Él les dice: Así que ¿también vosotros sois cortos de<br />

entendimiento? ¿No os dais cuenta de que todo lo que de fuera entra en el hombre no<br />

puede inficionarle porque no penetra en su corazón, sino en su vientre, y, cuando va al<br />

retrete, expulsa todo alimento, quedando limpio? Lo que decía era que lo que emana del<br />

hombre es lo que al hombre contamina, pues es del interior del corazón humano de donde<br />

brotan los malos pensamientos y de donde proceden los adulterios, las fornicaciones, los<br />

homicidios, los hurtos, la avaricia, la maldad, el engaño, la impudicia, la envidia, la<br />

blasfemia, la soberbia, la necedad. Esas son las maldades que proceden del interior del<br />

hombre y lo contaminan" 677 .<br />

Y en otro pasaje: "Después de congregar a la muchedumbre junto con sus discípulos, les<br />

dijo: Si alguno desea venir tras mí, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me<br />

siga. Quien quiera salvar su vida, la perderá; en cambio. quien pierda su vida por mi causa<br />

y por el Evangelio, ése la salvará. Pues ¿qué le aprovecha al hombre ganar el mundo<br />

entero si ello redunda en detrimento de su alma? Porque ¿qué puede dar el hombre a<br />

cambio de su alma? Si alguno se avergonzara de mí y de mis palabras ante esta<br />

generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él en la<br />

gloria de su Padre junto con sus santos ángeles" 678 .<br />

Y en otro lugar: "Cogiendo a un niño, lo colocó en medio de ellos, y abrazándolo les dijo:<br />

Quienquiera que acoja en mi nombre a uno de estos niños, a mí me acoge; y quien a mí<br />

me acoge, no es a mí a quien acoge, sino a Aquel que me ha enviado" 679 . Un poco<br />

después: "Quienquiera que os dé a beber un vaso de agua en mi nombre por el hecho de<br />

ser discípulos de Cristo, en verdad os digo que no quedará sin recompensa. Cualquiera<br />

que escandalizare a uno solo de estos pequeñuelos que creen en mí, mucho más le


convendría que se atase al cuello una rueda de molino y se arrojase al mar" 680 . Y un<br />

poquito más adelante: Mantened en vosotros la sal, y guardad entre vosotros la paz" 681 .<br />

Algo después: "Acercándosele dos fariseos le preguntaban, con la intención de tentarle, si<br />

le era lícito al marido repudiar a su mujer. Pero Él, respondiéndoles, les dijo: ¿Qué<br />

precepto os dio Moisés? Ellos contestaron: Moisés permitió que se redactase certificado de<br />

divorcio y se la repudiara 682 . Dirigiéndose a ellos Jesús, les dijo: Por la dureza de vuestro<br />

corazón redactó Moisés ese precepto; sin embargo, en el principio de la creación Dios los<br />

hizo varón y hembra. Por esto, el hombre abandonará a su padre y a su madre y se unirá<br />

a su esposa, y serán dos en una sola carne 683 . De manera que ya no son dos, sino una<br />

sola carne. Así que, lo que Dios unió, no lo separe el hombre. Al regresar a casa,<br />

nuevamente los discípulos le preguntaron sobre el mismo tema. Y Él les dice: Quienquiera<br />

que repudiare a su esposa y se casare con otra, contra aquélla está cometiendo adulterio;<br />

y si una mujer repudiare a su marido y se casare con otro, se está comportando como<br />

adúltera" 684 .<br />

Cuatro versículos después: "Dejad que los niños se acerquen a mí y no se lo impidáis,<br />

pues de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad os digo, quien no reciba el<br />

reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y abrazándolos y colocando sus manos sobre<br />

ellos, los bendecía" 685 .<br />

"Habiéndose puesto en camino, una persona que corrió a su encuentro, arrodillada ante Él,<br />

le preguntaba: Maestro bueno, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna? Jesús le<br />

dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, excepto Dios. Ya conoces los<br />

mandamientos: no cometas adulterio, no mates, no robes, no levantes falso testimonio,<br />

no cometas fraude, honra a tu padre y a tu madre 686 . El otro, respondiéndole, le dice:<br />

Maestro, todo eso lo he observado desde mi juventud. Jesús, poniendo en él su mirada,<br />

sintió afecto por él, y le dijo: Sólo te falta una cosa: vete, vende cuanto tengas y dalo a<br />

los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Luego, ven y sígueme. Entristecido por estas<br />

palabras, se marchó apesadumbrado, porque tenía mucha hacienda. Jesús, mirando a su<br />

alrededor, les dijo a sus discípulos: ¡Qué difícilmente entrarán en el reino de Dios aquellos<br />

que tienen riquezas! Los discípulos estaban estupefactos ante sus sentencias. Pero Jesús,<br />

dirigiéndoles de nuevo la palabra, les dijo: Hijitos míos, ¡cuán difícil es que entren en el<br />

reino de Dios aquellos que ponen sus esperanzas en la riqueza! Resulta más sencillo que<br />

un camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el reino de Dios. Ellos<br />

se mostraban aún más asombrados y comentaban entre sí: Entonces, ¿quién puede<br />

salvarse? Y Jesús, poniendo en ellos su mirada, le dijo: Para los hombres sí resulta<br />

imposible, pero no para Dios, porque para Dios todo es posible" 687 .<br />

"Pedro comenzó a decirle: Date cuenta de que nosotros lo hemos abandonado todo y te<br />

hemos seguido. Jesús le respondió diciéndole: En verdad os digo que no habrá nadie: que,<br />

habiendo abandonado su casa, o a sus hermanos o hermanas, o a su madre o padre o<br />

hijo, o sus campos, por causa mía y del Evangelio, se quede sin recibir en esta vida el<br />

céntuplo en casas, hermanas, hermanos, madres, hijos y campos, sufriendo<br />

persecuciones, pero también la vida eterna en el siglo venidero. Pues muchos que ahora<br />

son los primeros serán los últimos, y los últimos serán los primeros" 688 .<br />

Y un poco después: "Sabéis que aquellos que parecen seros dirigentes de los pueblos son<br />

quienes los gobiernan, y sus gobernantes son dueños del poder sobre los pueblos. En<br />

cambio, entre vosotros no rige esta norma. Al contrario, aquel que quiera ser el jefe,<br />

rebájese a ser sirviente; y el que desee ser entre vosotros el primero, sea esclavo de<br />

todos, porque tampoco el Hijo del hombre vino a ser servido, sino a servir y entregar su<br />

vida por la salvación de muchos" 689 .<br />

Algo más adelante: "Y Jesús, respondiendo, les dijo: ¡Tened fe en Dios! En verdad os digo<br />

que si alguno le dijera a ese monte: Quítate de ahí y precipítate en el mar, y en su<br />

corazón no hubiese la menor duda de ello, sino que tuviera pleno convencimiento cuando<br />

dijera: ¡Que eso suceda!, eso sucedería. Por eso os digo: convenceos de que todo lo que<br />

pidáis en vuestras oraciones se os concederá y llegará a vosotros. Cuando os dispongáis a<br />

orar, si tenéis alguna cosa contra alguien, perdonádsela, para que también vuestro Padre,<br />

que está en los cielos, os perdone vuestros pecados. Porque si vosotros no perdonáis,<br />

tampoco vuestro Padre, que está en los cielos, os perdonará vuestros pecados" 690 .<br />

Igualmente, un poco después: "Sin embargo, Jesús, respondiéndoles, les dijo: Dad, pues,


al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios" 691 .<br />

Y en otro pasaje: "Se le acercó uno de los escribas que los había oído disputar, y viendo lo<br />

bien que les había respondido, le preguntó cuál era el primer mandamiento de todos. Y<br />

Jesús le contestó: De todos los mandamientos, el primero es: Escucha, Israel: el Señor,<br />

nuestro Dios, es el único Señor; y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda<br />

tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas 692 . Ese es el primer mandamiento, y el<br />

segundo, semejante a éste, es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo 693 . No hay otro<br />

mandamiento mayor que éstos. Y el escriba le dijo: Muy bien, Maestro. En verdad has<br />

dicho que Él es único, y fuera de Él no existe otro; y que amarle con todo el corazón, con<br />

todo el entendimiento, con toda el alma y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a<br />

uno mismo es superior a todos los holocaustos y sacrificios. Viendo Jesús que le había<br />

replicado con tanta agudeza, le dijo Tú no andas lejos del reino de Dios. Y ya nadie se<br />

atrevía; formularle preguntas" 694 .<br />

Un poco después: "Guardaos de los escribas, que gustan de pasearse vestidos con sus<br />

estolas, ser saludados en la plaza sentarse en las primeras sillas de las sinagogas y ocupar<br />

lo; primeros asientos en los banquetes; esos que devoran la hacienda de las viudas con el<br />

pretexto de largas oraciones. Ellos sufrirán un severo juicio. Sentándose Jesús frente al<br />

gazofilacio observaba cómo la gente echaba sus monedas en aquel gazofilacio. Y eran<br />

numerosos los ricos que depositaban muchas monedas. En esto, acercándose una pobre<br />

viuda, echó dos moneditas por el valor de un cuadrante. Jesús, reuniendo a sus discípulos,<br />

les dijo: En verdad os digo que esa pobre viuda ha depositado más que todos los que han<br />

echado dinero en el gazofilacio. Porque todos ellos han entregado de lo que les sobraba,<br />

pero ella, en su pobreza, ha dado todo lo que tenía para vivir" 695 .<br />

Algo más adelante: "Cuando os lleven para ser entregados, no os preocupéis de lo que<br />

vais a decir: ya se os proporcionará en el momento preciso qué es lo que tenéis que<br />

hablar, porque no seréis vosotros quienes habléis, sino el Espíritu Santo" 696 . Y un poquito<br />

después: "Para todos seréis motivo de odio por mi nombre. Pero aquel que se mantenga<br />

firme hasta el final, ése estará a salvo" 697 . Y en otro pasaje: "Manteneos alerta y velad<br />

haciendo oración, porque no sabéis cuándo será el tiempo. Es como un hombre que, al<br />

partir de viaje, dejó su casa, después de encargar a sus siervos determinados servicios y<br />

de recomendar al portero que se mantenga vigilante. Vigilad, pues, porque ignoráis el<br />

momento en que regresará el amo de la casa, si al atardecer, a media noche, al canto del<br />

gallo, o de madrugada, no vaya a ser que se presente de improviso y os encuentre<br />

dormidos y lo que os digo a vosotros, a todos se lo digo: manteneos, alerta" 698 .<br />

XXVII. Del Evangelio según Lucas<br />

"Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad" 699 .<br />

Un poco después: "Las gentes le preguntaban: ¿Qué hemos de hacer? Él, respondiendo,<br />

les decía: Quien tenga dos túnicas, dé una a quien no tiene; quien tenga comida, obre del<br />

mismo modo. Se acercaron también publicanos para ser bautizados, y le preguntaron:<br />

Maestro, ¿qué hemos de hacer? Y Él les contestó: No exijáis más de lo que os ha sido<br />

fijado. Le preguntaban también los soldados diciendo: Y nosotros, ¿qué hemos de hacer? Y<br />

Él les respondía: No extorsionéis a nadie; ni le acuséis en falso: daos por satisfechos con<br />

vuestra paga" 700 .<br />

Un poquito más adelante: "Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de<br />

Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque habréis de hartaros.<br />

Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. Bienaventurados seréis cuando la<br />

gente os odie, se aparte de vosotros, os maldiga y desprecie vuestro nombre como algo<br />

infecto a causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, pues grande será<br />

vuestra recompensa en el cielo. Del mismo modo obraban sus padres con los profetas" 701 .<br />

"Pero ¡ay de vosotros, ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros,<br />

los que ya estáis saciados, porque entonces pasaréis hambre! ¡Ay de vosotros, los que<br />

ahora reís, porque habréis de gemir y de llorar! ¡Ay cuando todos los hombres hablaren<br />

bien de vosotros, porque del mismo modo obraban sus padres con los profetas!" 702 .<br />

"Mas yo os digo a los que me estáis escuchando: amad a vuestros enemigos, y haced el<br />

bien a quienes os tienen odio. Bendecid a los que os maldicen. Orad por los que os


calumnian. Si uno te abofetea en una mejilla, preséntale también la otra; y si alguno te<br />

sustrae el manto, no le impidas que se lleve también la túnica. A todo el que te pida algo,<br />

dáselo; y no reclames al que se ha llevado lo que era tuyo. Haced con los demás lo mismo<br />

que queréis que los demás os hagan a vosotros. Si amáis a los que os aman, ¿a qué<br />

recompensa os hacéis merecedores? También los pecadores aman a quien los aman. Y si<br />

hicierais el bien solamente a aquellos que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis en<br />

ello? También los pecadores se portan así. Y si sólo prestarais a aquellos de quienes<br />

esperáis recibir, ¿qué merecimiento ganáis? También los pecadores prestan a los<br />

pecadores para recibir otro tanto. Muy al contrario: amad a vuestros enemigos; haced el<br />

bien prestad sin esperar nada a cambio. Así, vuestra recompensa será grande, y seréis<br />

hijos del Altísimo, porque Él es misericordioso con los ingratos y malvados. Sed, pues,<br />

misericordiosos, como misericordioso es también vuestro Padre. No juzguéis, y no seréis<br />

juzgados. No condenéis, y no seréis condenados. Perdonad, y seréis perdonados. Dad, y<br />

se os dará. Sobre vuestro regazo depositarán una buena medida, apretada, colmada,<br />

rebosante; porque con la misma medida que midiereis, se os medirá a vosotros" 703 .<br />

"Y les ponía una comparación: ¿puede acaso un ciego guiar a otro ciego? ¿No terminarán<br />

ambos cayendo en un hoyo? No es el discípulo superior al maestro; ahora bien, todo aquel<br />

que sea como su maestro, será perfecto. ¿Por qué andas mirando la paja en el ojo de tu<br />

hermano y, en cambio, no reparas en la viga que hay en tu propio ojo? ¿Cómo puedes<br />

decirle a tu hermano: hermano, déjame que te saque paja que tienes en el ojo, mientras<br />

que tú no te das cuenta de la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga<br />

de tu ojo, y luego intentarás el modo de sacar la paja del ojo de tu hermano. No es el<br />

árbol bueno el que produce malos frutos; ni es el árbol malo el que da frutos buenos Cada<br />

árbol se conoce por su fruto. No se cosechan higos en los espinos ni se vendimian uvas en<br />

los zarzales. El hombre bueno ofrece la bondad que se extrae del buen tesoro de su<br />

corazón. El hombre malo, de su malignidad hace salir el mal. De la abundancia del corazón<br />

habla la lengua. ¿Por qué me llamáis "Señor, Señor", y no hacéis lo que os digo? Todo el<br />

que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone en práctica, os diré a quién se parece.<br />

Se parece a un hombre que construyó una casa, cavó profundamente y asentó los<br />

cimientos sobre roca. Y cuando sobrevino una inundación, el río se abatió sobre su casa,<br />

pero no pudo moverla porque estaba asentada sobre roca. En cambio, el que escucha y no<br />

practica lo que oye se parece a un hombre que edificó su casa sobre tierra sin cimiento<br />

alguno: el río se precipitó sobre ella, y al punto la derribó; y la casa se arruinó<br />

completamente" 704 .<br />

Un poco más adelante: "¿A qué os diré que se parecen los hombres de esta generación? ¿<br />

A qué se parecen? A niños sentados en la plaza que juegan con otros diciéndose: Os<br />

hemos cantado acompañándonos con flautas, y no habéis bailado; hemos entonado<br />

lamentos, y no habéis llorado. Porque vino Juan, el Bautista, que ni comía pan ni bebía<br />

vino, y dijisteis: está endemoniado. Y vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís:<br />

ahí tenéis a un tragón y bebedor de vino, amigo de los publicanos y de los pecadores. Pero<br />

la sabiduría es testimoniada por todos sus hijos" 705 .<br />

Asimismo, un poco más adelante: "La parábola se interpreta así: la semilla es la palabra<br />

de Dios. Quienes se hallan cerca del camino son los que escuchan, pero luego viene el<br />

diablo y arranca de sus corazones esa palabra para que no crean y, en consecuencia, no se<br />

salven. Quienes están sobre roca son los que, habiendo escuchado, aceptan gustosamente<br />

la palabra, mas no echan raíces: de momento creen, pero en cuanto surge la tentación, se<br />

apartan. Lo que cayó entre las espinas, ésos son los que escucharon, pero cuando<br />

comienzan a germinar se ven ahogados por las preocupaciones, por la: riquezas y por los<br />

placeres de la vida, y no producen frutos. Lo que cayó en buena tierra, ésos son los que<br />

guardan las enseñanzas en un corazón bueno y perfecto y, en su paciencia, proporcionan<br />

fruto" 706 .<br />

"Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o la coloca debajo de la cama, sino que<br />

lo pone en un candelabro para que quienes entran vean la luz. No hay cosa oculta que no<br />

termine poniéndose de manifiesto; ni nada escondido que no acabe por conocerse y<br />

hacerse público. Atended, pues, a lo que estáis oyendo: al que tiene se la dará; y al que<br />

no tiene se le quitará incluso lo que cree tener" 707 .<br />

Algo después: "Reuniendo a los doce apóstoles, les confié la virtud y la potestad sobre<br />

todos los demonios, y la de sanar las enfermedades. Y los envió a predicar el reino de Dios<br />

y a sanar a los enfermos. Y les dijo: No toméis nada para el camino, ni bestia, ni alforja, ni


pan, ni dinero; no tengáis dos vestidos; en cualquier casa que entréis, en ella albergaos y<br />

no salgáis de ella. Cuando en algún lugar no os reciban, alejándoos de la ciudad sacudíos<br />

incluso el polvo de vuestros pies en testimonio contra aquella gente" 708 .<br />

Un poco más adelante: "Y les decía a todos: El que quiera venir tras de mí, niéguese a sí<br />

mismo, tome su cruz y sígame. Quien quiera salvar su vida, la perderá. En cambio, quien<br />

pierda su vida por mi causa, ése la salvará. Pues ¿de qué le aprovecha a un hombre ganar<br />

todo el mundo si se pierde a sí mismo o se expone al peligro? El que se avergonzare de mí<br />

o de mis palabras, de él se avergonzará también el Hijo del hombre cuando se presente en<br />

medio de su gloria, de la del Padre y de la de los santos ángeles" 709 .<br />

En otro pasaje: "Surgió entre ellos la discusión de quién sería el más grande. Pero Jesús,<br />

dándose cuenta de los pensamientos de sus corazones, tomando a un niño lo colocó a su<br />

lado y les dijo: Cualquiera que recibiere a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y<br />

quien a mí me recibiera, recibe a Aquel que me ha enviado. Aquel que de entre vosotros<br />

sea el más pequeño, ése es el más grande" 710 .<br />

Un poco después: "y le dijo a otro: Sígueme. Y aquél le respondió: Señor, permíteme<br />

primero ir a enterrar a mi padre. Y Jesús le dijo: Deja que los muertos entierren a sus<br />

muertos; tú ve y anuncia el reino de Dios. Y el otro añadió: Te seguiré, Señor; pero<br />

déjame antes ir a despedirme de los que están en mi casa. Y Jesús le dice: Nadie que<br />

ponga la mano en el arado y vuelva la vista atrás es apto para el reino de Dios" 711 .<br />

Algo más adelante: "Daos cuenta de que os envío como corderos en medio de lobos. No<br />

llevéis bolsa, ni alforja, ni calzado; no saludéis a nadie por el camino. En cualquier casa en<br />

que entréis, decid primero: Paz para esta casa. Y si allí hubiera un hijo de paz, vuestra paz<br />

reposará sobre aquella casa; en caso contrario, retornará a vosotros. Albergaos en esa<br />

casa comiendo y bebiendo lo que en ella hubiere; pues el trabajador se hace acreedor a su<br />

salario. No paséis de casa en casa. En cualquier ciudad a la que lleguéis y os reciban,<br />

comed lo que os ofrezcan. Sanad a los enfermos que en ella hubiere, y decidles: El reino<br />

de Dios se ha acercado a vosotros. Cuando lleguéis a alguna ciudad y no os reciban, salid<br />

por sus plazas y decid: Sacudimos sobre vosotros incluso el polvo que se nos ha pegado<br />

de vuestra ciudad; pero enteraos, no obstante, de que se os ha acercado el reino de Dios.<br />

Y os digo que en aquel día Sodoma obtendrá mayor benevolencia que aquella ciudad" 712 .<br />

Un poquito después: "Sin embargo, no os alegréis por el hecho de que los espíritus se os<br />

sometan; alegraos, más bien, porque vuestros nombres están escritos en los cielos" 713 .<br />

Algo más adelante: "He aquí que un doctor de la Ley se levantó tratándolo de ponerlo a<br />

prueba y diciéndole: Maestro, ¿qué he de hacer para poseer la vida eterna? Pero Él le<br />

contestó: ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees en ella el otro le respondió: Amarás al<br />

Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con toda tu<br />

mente, y al prójimo como a ti mismo" 714 .<br />

Y un poco después: "¿Quién de estos tres te parece que fue el prójimo de aquel que cayó<br />

en manos de los ladrones? Y el otro respondió: Él que se mostró misericordioso con él. Y<br />

Jesús le dijo: Ve y obra tú de igual manera" 715 . Y un poquito más adelante: "Marta, Marta;<br />

te muestras afanosa y te preocupas por demasiadas cosas, cuando sólo una es necesaria.<br />

María supo elegir la mejor parte, que no le será quitada" 716 .<br />

Asimismo, un poco más adelante: "Cuando oréis -afirma-, decid así: Padre, santificado sea<br />

tu nombre; venga tu reino; proporciónanos también hoy nuestro pan cotidiano;<br />

perdónanos nuestros pecados, igual que nosotros perdonamos a todos los que nos<br />

ofenden; y no nos expongas a la tentación. Les dijo también: Quién de vosotros tiene un<br />

amigo, y acude a media noche hasta su casa y le dice: Amigo, préstame tres panes,<br />

porque se me ha presentado un amigo mío que venía de viaje y no tengo qué ofrecerle de<br />

comer; y el de dentro le respondiera diciéndole: No me molestes; la puerta está ya<br />

cerrada y los niños están conmigo en la cama: no puedo levantarme y dártelo. Os digo<br />

que, aunque no se los diera por el hecho de ser amigo suyo, al menos por su<br />

inoportunidad se levantaría de la cama y le daría lo que necesitase. Y yo os digo: pedid, y<br />

se os dará; buscad, y encontraréis; llamad, y se os abrirá. Pues todo el que pide, recibe;<br />

el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. Si alguno de vosotros le pide a su<br />

padre pan, ¿acaso le dará éste una piedra? O si le pide un pez, ¿le dará tal vez una<br />

serpiente en vez de un pez? O si le pide un huevo, ¿le ofrecerá quizá un escorpión? Pues


ien, si vosotros, que sois malos, sabéis entregarles a vuestros hijos cosas buenas, ¿<br />

cuánto más vuestro Padre, que está en el cielo, dejará de daros bienes espirituales a<br />

quienes le pidan?" 717 .<br />

Algo después: "y sucedió que, mientras estaba hablando, una mujer entre la<br />

muchedumbre, levantando la voz, le dijo: Bendito el vientre que te llevó y los pechos que<br />

mamaste. Pero Él replicó: Al contrario: benditos quienes escuchan la palabra de Dios y la<br />

cumplen" 718 . Y un poco más adelante: "Al terminar de hablar, un fariseo le rogó que<br />

comiera en su casa. Entrando en ella, ocupó un asiento. El fariseo, entonces, comenzó a<br />

decirse para sus adentros por qué Jesús no había bendecido antes el alimento. Pero el<br />

Señor le dijo: Vosotros, fariseos, limpiáis el exterior de la copa y del plato, pero vuestro<br />

interior está lleno de rapiña y de iniquidad. Necios, ¿acaso quien hizo el exterior no hizo<br />

también el interior? Dad en limosna lo que os sobra y todo se os limpiará. Pero ¡ay de<br />

vosotros, fariseos, que contabilizáis el diezmo de la menta, de la ruda y de todas las<br />

hortalizas, pero os despreocupáis de la justicia y del amor de Dios! Eso es lo que conviene<br />

practicar, sin dejar de lado aquello otro. ¡Ay de vosotros, fariseos, que ansiáis los primeros<br />

asientos en las sinagogas y los saludos en la plaza! ¡Ay de vosotros, que sois como<br />

sepulturas que no se ven, y los hombres que pasan por encima de ellas las ignoran!<br />

Interviniendo en la conversación un doctor en la Ley le dijo: Maestro, con eso que estás<br />

diciendo nos ofendes también a nosotros. Y Él le contestó: ¡Ay también de vosotros,<br />

doctores en la Ley, que cargáis a los hombres con pesados fardos que no pueden ser<br />

acarreados, y vosotros no tocáis la carga ni con un solo dedo!" 719 .<br />

En otro pasaje: "Precaveos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía" 720 . Y un<br />

poco más abajo: "Sin embargo, yo os digo, amigos míos, que no os aterroricen quienes<br />

matan el cuerpo, pero, aparte de ello, no pueden hacer nada más. Os indicaré a quién<br />

debéis temer: temed a Aquel que, después de matar, tiene la potestad de enviaros al<br />

infierno. Eso es lo que os digo: temed a ése. ¿No se venden cinco pajarillos por dos<br />

monedas? Y, sin embargo, ni uno solo de ellos es olvidado por Dios. Incluso todos los<br />

cabellos de vuestra cabeza están contados. No tengáis, pues, miedo: vosotros valéis más<br />

que todos los pajarillos. Y yo os digo: todo aquel que se confesare discípulo mío delante<br />

de los hombres, también el Hijo del hombre testificará en favor suyo delante de los<br />

ángeles de Dios. A todo aquel que hable contra el Hijo del hombre se le perdonará; ahora<br />

bien, si alguien blasfemare contra el Espíritu Santo, no se le perdonará. Cuando os<br />

conduzcan a las sinagogas, ante los magistrados y ante las autoridades, no andéis<br />

preocupándoos de cómo y qué tenéis que responder, ni de lo que habréis de decir: el<br />

Espíritu Santo os inspirará en ese momento qué es lo que conviene decir" 721 .<br />

"Uno de entre la gente le dijo: Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la<br />

herencia. Pero Él replicó. Hombre, ¿quién me ha designado juez o repartidor entre<br />

vosotros? Y dirigiéndose a ellos, les dijo: Mirad y precaveos de toda avaricia, pues no es<br />

en la abundancia de riquezas en donde se fundamenta la vida de quien las posee. Y les<br />

puso una comparación diciéndoles: El campo de cierto hombre rico produjo pingües frutos,<br />

y él cavilaba para sus adentros preguntándose: ¿Qué haré, pues no tengo dónde<br />

almacenar mis cosechas? Y se dijo: Lo que haré será destruir mis graneros y levantar<br />

otros mayores; en ellos almacenaré todos los bienes que he acumulado; y le diré a mi<br />

alma: alma mía, tienes riquezas abundantes para muchos años; descansa, come, bebe,<br />

banquetea. Pero Dios le dijo: ¡Necio! Esta noche irán a reclamarte la vida. ¿De quién será<br />

todo cuanto has almacenado? Así se comporta todo el que acumula tesoros para sí mismo,<br />

pero no es rico a los ojos de Dios" 722 .<br />

"Y dijo a sus discípulos: Por eso os digo: no os andéis preocupando de vuestra vida, de<br />

qué comeréis, ni con qué cubriréis vuestro cuerpo. La vida importa más que la comida y el<br />

cuerpo es más importante que el vestido. Fijaos en los cuervos, que no siembran, ni<br />

cosechan, ni poseen despenseros ni hórreos, y sin embargo Dios los alimenta. ¡Cuánto<br />

más importantes sois vosotros que esas aves! ¿Quién de vosotros por mucho que cavile,<br />

es capaz de añadir un simple centímetro a su estatura? Y si no sois capaces de hacer algo<br />

tan sin importancia, ¿para qué os preocupáis de lo demás? Fijaos en cómo crecen los<br />

lirios: no trabajan ni hilan; y yo os digo que Salomón, a pesar de toda su magnificencia,<br />

no estuvo, sin embargo, vestido como uno solo de ellos. Si Dios viste a la hierba, que hoy<br />

está en el campo y mañana se arroja al horno, ¿ cuánto más no va a hacerlo con vosotros,<br />

hombres de poca fe? No andéis buscando qué vais a comer o a beber, ni os dejéis sumir<br />

en las preocupaciones. Por todo eso es por lo que se afanan las gentes del mundo; sin<br />

embargo, vuestro Padre sabe que vosotros tenéis necesidad de ello. Procurad, más bien,


uscar el reino de Dios, y todo lo demás se os dará por añadidura. No tengáis miedo,<br />

rebañito, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros el reino. Vended lo que poseáis<br />

y dadlo como limosna. Fabricaos bolsas que no envejecen, un tesoro que habrá de seros<br />

valioso en los cielos, al que no llega el ladrón, ni la polilla lo deteriora. Pues donde está<br />

vuestro tesoro, allí está también vuestro corazón" 723 .<br />

Un poco más adelante: "Vosotros estad preparados, porque a la hora que no esperáis<br />

vendrá el Hijo del hombre. Pedro le pregunta: Señor, ¿esa parábola nos la aplicas a<br />

nosotros, o también a todos los demás? Y el Señor le respondió: ¿Quién crees tú que es el<br />

siervo fiel y prudente al que su señor colocará al frente de toda la servidumbre para que<br />

les reparta su ración en el momento oportuno? Bienaventurado el siervo a quien su señor,<br />

al llegar, lo encuentra cumpliendo con su deber. En verdad os digo que le encomendará la<br />

administración de todo cuanto posee. Pero si el siervo se dijera para sus adentros: Mi amo<br />

tardará en venir, y comenzara a vapulear a los criados y a las criadas, a comer, a beber y<br />

a embriagarse, el señor de aquel siervo se presentará en el día que no lo espera y a una<br />

hora que no sabe; lo apartará de su cargo y colocará su suerte entre la de los infieles.<br />

Pues el siervo que conocía la voluntad de su amo y no lo preparó todo y obró de acuerdo<br />

con tales deseos, recibirá numerosos azotes; en cambio, el que no la conocía y se hizo<br />

acreedor a los golpes, recibirá pocos azotes. Pues a todo el que se le da mucho, mucho<br />

será lo que se le reclame; y al que mucho se le encargó, más será lo que se le exija" 724 .<br />

Asimismo, un poco después: "Hipócritas: sabéis escudriñar la faz de la tierra y del cielo, ¿<br />

cómo es que no supisteis reconocer este tiempo? ¿Por qué incluso no sois capaces de<br />

determinar lo que de vosotros mismos es justo?" 725 . Algo después: "Esforzaos por entrar<br />

por la puerta estrecha; porque yo os digo que muchos que pretenden entrar no podrán<br />

hacerlo" 726 .<br />

Y en otro pasaje: "Dándose cuenta de cómo los invitados elegían los primeros asientos, les<br />

decía esta parábola: Cuando se te invite a una boda, no ocupes el lugar más importante,<br />

no sea que se haya invitado a alguien más eminente que tú y, acercándose aquel que os<br />

invitó a ambos, te diga: Cédele tu lugar; y lleno de vergüenza tengas que ocupar el lugar<br />

más humilde. Muy al contrario; cuando te inviten, ve y ocupa el lugar más humilde, para<br />

que, cuando se te acerque el que te invitó, te diga: Amigo, colócate en este sitio más<br />

digno; y entonces ganes reputación ante todos los comensales. Porque todo el que se<br />

ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado. Le decía también a la persona<br />

que lo había invitado: Cuando prepares una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni<br />

a tus hermanos, ni a tus parientes o vecinos ricos, no sea que también ellos te cursen una<br />

invitación y resultes recompensado. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los<br />

pobres, a los débiles, a los cojos, a los ciegos, y serás bienaventurado, porque no tienen<br />

posibilidad de recompensarte; pero se te recompensará cuando se recompense a los<br />

justos" 727 .<br />

Y un poquito después: "Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre y a su madre, a su<br />

esposa e hijos, a sus hermanos y hermanas, e incluso a su propia vida, no puede ser<br />

discípulo mío. Quien no carga con su cruz y viene detrás de mí, no puede ser mi discípulo.<br />

Porque ¿quién de vosotros, deseando construir una torre, no se sienta primero a<br />

presupuestar los gastos y ver si tiene lo necesario para llevar a cabo su proyecto, no vaya<br />

a ser que después de echar los cimientos no pudiera concluirla y todos los que lo vieran<br />

comenzaran a reírse de él, diciendo: Ahí tienes a un tipo que comenzó a construir y no<br />

pudo culminar la obra? ¿O qué rey, al ir a hacer la guerra contra otro rey, no se sienta<br />

primero a sopesar si puede con diez mil hombres salir al encuentro de quien viene en su<br />

busca con veinte mil? En caso negativo, mientras aún se halla lejos su enemigo, le envía<br />

una embajada y le hace propuestas de paz. Así, pues, todo aquel de vosotros que no<br />

renuncie a cuanto posea no puede ser discípulo mío" 728 .<br />

Algo más adelante: "Y yo os digo: Con las riquezas terrenales, que son inicuas, ganaos<br />

amigos, para que, cuando muráis, se os reciba en las moradas eternas. Quien es leal en lo<br />

intrascendente, también es leal en lo importante. Y quien es inicuo en cosa sin<br />

importancia, inicuo es también en lo trascendental. Pues bien: si no os mostrasteis fieles a<br />

las riquezas en la iniquidad, ¿quién os confiará lo verdadero? Y si en lo ajeno no fuisteis<br />

leales, ¿quién os dará lo que es vuestro? Nadie puede servir a dos señores, pues o<br />

aborrecerá a uno y amará al otro, o se aliará a uno y despreciará al otro. No podéis servir<br />

a Dios y a la riqueza. Estaban los fariseos escuchando todas estas palabras y, como eran<br />

avaros, se reían de Él. Y díjoles: Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos


delante de los hombres; pero Dios conoce vuestros corazones. Porque aquello que los<br />

hombres consideran sublime, a los ojos de Dios sólo es abominación" 729 . Y unos versículos<br />

después: "Todo el que repudia a su esposa y se casa con otra, comete adulterio" 730 .<br />

Y un poco más tarde: "No pueden por menos de sobrevenir escándalos. Pero ¡ay de aquel<br />

por el que sobrevienen! Más le valiera que le pusieran una rueda de molino en torno al<br />

cuello y lo arrojasen al mar antes de escandalizar a uno de estos pequeñuelos míos. Velad<br />

por vuestros intereses: si tu hermano te ofendiera, amonéstalo; y si se arrepintiese,<br />

perdónalo. Y si te ofendiera siete veces al día, y siete veces al día se dirigiera a ti<br />

diciéndote "perdóname", concédele tu perdón" 731 .<br />

Y en otro pasaje: "A unos que se ufanaban de justos y despreciaban a los demás, les dijo<br />

esta parábola: Dos hombres -el uno fariseo, el otro publicano- subieron al templo a orar.<br />

El fariseo, puesto en pie, oraba consigo de esta manera: Gracias te doy, Señor, porque no<br />

soy como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros; ni siquiera como ese<br />

publicano. Yo ayuno dos veces por semana y entrego el diezmo de todo lo que poseo. En<br />

cambio, el publicano, situado en un rincón, no osaba siquiera elevar sus ojos al cielo, sino<br />

que se golpeaba el pecho diciendo: Dios mío, ten benevolencia conmigo, que soy un<br />

pecador. Yo os aseguro que éste regresó a su casa justificado antes que el otro. Porque<br />

todo el que se ensalza será humillado, y todo el que se humilla será ensalzado" 732 .<br />

"También traían niños ante Él para que los tocase. Viéndolo los discípulos, les reñían. Pero<br />

Jesús, reuniéndolos, les dijo: Dejad que los niños se acerquen a mí y no se lo impidáis. El<br />

reino de Dios es de quienes son como ellos. En verdad os digo que quien no recibiere el<br />

reino de Dios como un niño, no entrará en él" 733 .<br />

"Un personaje importante le preguntó: Maestro bueno, ¿qué debo hacer para poseer la<br />

vida eterna? Y Jesús le respondió: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino solo<br />

Dios. Ya conoces los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no<br />

dirás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre 734 . El otro replicó: Todo eso lo he<br />

observado desde mi juventud. Al oírlo, Jesús le dijo: Aún te falta una cosa: vende todo<br />

cuanto tienes y dáselo a los pobres, y poseerás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme.<br />

El otro, al escucharlo, se puso triste, porque era muy rico. Y viendo Jesús que se había<br />

entristecido, añadió: ¡Qué difícil es que quienes poseen riquezas entren en el reino de<br />

Dios! Resulta más sencillo que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre<br />

en el reino de Dios. Los que le escuchaban comentaron: ¿Quién puede, entonces,<br />

salvarse? Y Él les respondió: Lo que les resulta imposible a los hombres, le es posible a<br />

Dios. Pero Pedro dijo: Date cuenta de que nosotros lo hemos abandonando todo y te<br />

hemos seguido. Y Él afirmó: En verdad os digo que no habrá nadie que deje su casa o sus<br />

padres, hermanos, esposa e hijos a causa del reino de Dios, que no reciba mucho más en<br />

esta tierra y la vida eterna en el siglo venidero" 735 .<br />

Y en otro lugar: Entonces Zaqueo, poniéndose en pie, le dijo al Señor: Mira, Señor:<br />

entrego a los pobres la mitad de mis bienes; y si en algo he defraudado a alguien, le<br />

restituyo el cuádruple. Jesús le contestó: Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque<br />

también éste es hijo de Abraham. Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo<br />

que se había perdido" 736 .<br />

Un poco después: "Por lo tanto, devolved al César lo que es del César, y a Dios lo que es<br />

de Dios" 737 . Y en otro pasaje: "Oyéndolo todo el pueblo, dijo a sus discípulos: Guardaos<br />

de los escribas, que gustan pasearse vistiendo estolas y ansían los saludos en las plazas,<br />

los primeros asientos en las sinagogas y los lugares de honor en los banquetes; que<br />

devoran las haciendas de las viudas con la disculpa de hacer larga oración: ésos recibirán<br />

una condena más severa" 738 .<br />

"Mirando, observó que los ricos depositaban sus ofrendas en el gazofilacio; observó, sin<br />

embargo, que una pobrecita viuda depositaba dos pequeñas monedas. Y dijo: En verdad<br />

os digo que esa pobre viuda ha entregado más que todos. Porque todos aquellos dieron a<br />

Dios como ofrenda lo que les sobraba, pero ella, en su pobreza, ha entregado lo único que<br />

tenía para su sustento" 739 . Asimismo, en otro pasaje: "Convenceos en vuestro corazón de<br />

que no andéis pensando lo que habréis de responder. Yo os daré boca y sabiduría, a la que<br />

no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Sin embargo, seréis<br />

entregados por vuestros padres y hermanos, por vuestros parientes y amigos; y a algunos<br />

de vosotros os castigarán con la muerte; y para todo el mundo seréis motivo de odio por


mi nombre. Pero no perecerá ni un pelo de vuestra cabeza. En vuestra paciencia,<br />

conservaréis vuestras almas" 740 .<br />

Algo más adelante: "Mirad por vuestros intereses, no vaya a ser que vuestros corazones<br />

se vean agravados por la glotonería y la embriaguez, y por las preocupaciones de esta<br />

vida; y venga sobre vosotros repentinamente aquel día. Porque como un lazo caerá sobre<br />

todos cuantos habitan sobre la superficie de la tierra toda. Manteneos, pues, en vela,<br />

orando en todo momento, para que seáis considerados dignos de escapar a todas aquellas<br />

calamidades que han de suceder, y de estar en pie delante del Hijo del hombre" 741 .<br />

Asimismo, un poquito después: "Surgió entre ellos la discusión de cuál parecía el mayor. Y<br />

Él les dijo: Los reyes de las naciones dominan sobre ellas, y se califica de bienhechores a<br />

quienes tienen potestad sobre ellas. No seáis vosotros así. Al contrario; el que entre<br />

vosotros es mayor, sea como el más joven; el que es superior, sea como el sirviente. Pero<br />

¿quién es más importante: el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No lo es el que está<br />

sentado a la mesa? Sin embargo, entre vosotros yo soy como el que sirve" 742 . Y en otro<br />

pasaje: "Orad, para que no sucumbáis a la tentación" 743 .<br />

XXVIII. Del Evangelio según Juan<br />

"¿Cómo podéis creer vosotros, que recibís la gloria que proviene de unos y de otros, y no<br />

buscáis la gloria que de solo Dios emana?" 744 . Y un poco después: "Sin embargo, Jesús<br />

dijo: Tampoco yo te condenaré. Vete y no peques ya más" 745 . Y algo más adelante: "Si<br />

vosotros permanecierais fieles a mi palabra, seríais verdaderamente discípulos míos y<br />

conoceríais la verdad, y la verdad os haría libres" 746 . Y un poquito después: "En verdad,<br />

en verdad os digo que todo el que peca se convierte en esclavo del pecado" 747 . Y en otro<br />

pasaje: "En verdad, en verdad os digo que si alguno observare mi palabra, no morirá<br />

eternamente" 748 .<br />

Algo más adelante: "Quien ama su vida, la perderá; quien odia su vida en este mundo, la<br />

mantendrá a salvo para la vida eterna. Si alguno quiere ser siervo mío, que me siga. Y<br />

donde yo esté, allí estará también mi siervo. Si alguien me sirviera, mi Padre lo honrará"<br />

749 . Y en otro pasaje: "Pues tuvieron en mayor estima la gloria de los hombres que la<br />

gloria de Dios" 750 .<br />

Y en otro lugar: "Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si<br />

yo, que soy el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, también vosotros debéis<br />

lavaros los pies los unos a los otros. Os he dado ejemplo para que, del mismo modo que<br />

yo he hecho con vosotros, también vosotros lo hagáis" 751 . Un poco después: "Un nuevo<br />

mandamiento os doy: que os améis los unos a los otros; que del mismo modo que yo os<br />

he amado, también vosotros os améis los unos a. los otros. En esto conocerán que sois<br />

discípulos míos, si os amarais unos a otros" 752 .<br />

Algo más adelante: "Si me amáis, cumpliréis mis mandamientos" 753 . Y un poquito<br />

después: "Quien conoce mis mandamientos y los cumple; ése es quien me ama. Y el que<br />

me ama es amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él" 754 . Tres versículos<br />

después: "Si alguien me ama, guardará mi palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a<br />

él, y pondremos en él nuestra morada. El que no me ama, no guarda mis palabras" 755 .<br />

Un poco después: "Permaneced en mí y yo en vosotros. Del mismo modo que el sarmiento<br />

no puede tener fruto si no permanece unido a la parra, así os pasará a vosotros si no<br />

permanecéis unidos a mí. Yo soy la parra, vosotros los sarmientos: el que permanece<br />

unido a mí y yo a él, producirá abundante fruto, porque sin mí nada podéis lograr. Si<br />

alguno no permanece unido a mí, será como sarmiento que se poda y se seca; los<br />

recogerán, los echarán al fuego y arderán. Si permanecierais unidos a mí, mis palabras<br />

permanecerán en vosotros: pedid lo que queráis, y se os concederá. En esto es glorificado<br />

mi Padre: en que produzcáis abundante fruto y os convirtáis en discípulos míos. Como mi<br />

Padre me amó, así yo os he amado: permaneced en mi amor. Si cumplierais mis<br />

mandamientos, permaneceréis en mi amor, igual que yo cumplí los mandamientos de mi<br />

Padre y permanezco en su amor. Os he dicho todo esto para que mi gozo esté en vosotros<br />

y vuestro gozo se vea satisfecho. Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los<br />

otros como yo os he amado. No existe mayor amor que el de quien da su vida por sus<br />

amigos" 756 . Y un poco después: "Esto es lo que os encargo: que os améis los unos a los<br />

otros" 757 .


Todos estos pasajes son los que, tomados de los cuatro evangelios, hemos considerado<br />

oportuno recoger en esta obra. Como puede advertirse, tres evangelistas -Mateo, Marcos y<br />

Lucas- son los que nos han proporcionado mayor cantidad de normas de vida, porque<br />

reflejan aquella faceta que se califica de "activa". En cambio, Juan se atuvo más a la faceta<br />

"contemplativa", de modo que, si bien su evangelio es superior a los otros, sin embargo<br />

encontramos en él pocos preceptos morales.<br />

Apuntemos que son también poquísimos los pasajes que extraemos del libro que titularon<br />

Hechos de los Apóstoles. Ello se explica porque su contenido es la historia de los<br />

acontecimientos sobre los que se edificó la fe, y recoge, por tanto, más ejemplos que<br />

preceptos.<br />

XXIX. Del libro de los Hechos de los Apóstoles<br />

Hablando Santiago, dice: "Por eso pienso que no debe inquietarse a aquellos de entre los<br />

gentiles que se conviertan al Señor, sino escribirles que se aparten del pecaminoso culto<br />

de los ídolos, de la fornicación, de lo ahogado y de la sangre" 758 . Y un poco después: "Nos<br />

ha parecido oportuno al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros más carga que la<br />

necesaria: que os abstengáis de los sacrificios de los ídolos, de la sangre, de lo ahogado y<br />

de la fornicación. Haréis bien en guardaros de tales prácticas. Adiós" 759 .<br />

Mucho más adelante, cuando el apóstol Pablo habla a los jefes de la Iglesia, a quienes<br />

había reunido, dice: "Mirad por vosotros y por todo vuestro rebaño, a cuyo frente os ha<br />

colocado el Espíritu Santo como obispos para pastorear la Iglesia de Dios, la cual ganó con<br />

su sangre" 760 . Y un poco después, dirigiéndose a las mismas personas: "No he codiciado<br />

ni el oro, ni la plata, ni el vestido de nadie. Vosotros sabéis que cuando algo he necesitado<br />

para mí y para los que conmigo estaban, estas manos mías son las que me han servido.<br />

En todo os he mostrado que, trabajando así, es como conviene hacerse cargo de los<br />

enfermos y tener presentes las palabras del Señor Jesús, cuando dijo: Mayor<br />

bienaventuranza es dar que recibir" 761 .<br />

En otro pasaje, cuando Santiago y sus acompañantes están hablando con el apóstol Pablo,<br />

le dijeron: "Ya ves, hermano, cuántos miles son, entre los judíos, los que han creído, y<br />

todos se muestran observantes de la ley. Sin embargo, han tenido noticias sobre ti de que<br />

enseñas a alejarse de Moisés a los judíos que viven entre los gentiles, diciéndoles que no<br />

deben circuncidar a sus hijos ni andar según la costumbre. ¿Qué sucede, pues?<br />

Lógicamente, la multitud vendrá a reunirse, pues se ha enterado de que has llegado. Haz<br />

lo que te decimos. Hay entre nosotros cuatro hombres que tienen formulado un voto.<br />

Tómalos contigo, purifícate con ellos y págales para que te rasuren la cabeza 762 , y sepan<br />

todos que es falso lo que de ti han oído. Al contrario, verán que tú también andas<br />

guardando la ley. En cuanto a quienes, de entre los gentiles, se han convertido a nuestra<br />

fe, les hemos escrito diciéndoles que hemos acordado que se abstengan de lo que se<br />

sacrifica de los ídolos, de la sangre, de lo ahogado y de la fornicación" 763 .<br />

Esto es lo que del libro de los Hechos de los Apóstoles hemos encontrado oportuno recoger<br />

aquí como pasajes apropiados para esta obra nuestra. En ellos vemos a los apóstoles no<br />

queriendo imponer ninguna carga de la antigua ley por lo que se refiere a la abstinencia<br />

del placer corporal, excepto la observancia de tres preceptos: que se abstengan de lo que<br />

se inmola a los ídolos, que se aparten de la sangre y que eviten la fornicación. De ahí que<br />

algunos consideren que sólo estos tres delitos son capitales: la idolatría, el homicidio y la<br />

fornicación. (En este último se incluye tanto el adulterio como todo comercio carnal que no<br />

sea con la esposa.) ¡Como si no fueran también capitales todos los demás pecados -aparte<br />

de estos tres- que alejan del reino de Dios; y como si se hubiese dicho vana y<br />

caprichosamente que "ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes,<br />

ni los robado res poseerán el reino de Dios"! 764 .<br />

Pero lo que interesa es que, retomando el hilo de nuestro argumento, abordemos las<br />

epístolas apostólicas y veamos también en ellas qué cuadra convenientemente a esta<br />

obra.<br />

XXX. De la epístola del apóstol Pablo a los Romanos<br />

"No me avergüenzo del Evangelio, pues es poder de Dios para la salvación de todo el que<br />

cree; en primer lugar, la del judío, pero también la del griego, pues en éste se pone de


manifiesto la justicia de Dios al apartarlo de una fe y llevarlo a otra, según está escrito: El<br />

justo vivirá de mi fe 765 . La ira de Dios se manifiesta desde el cielo sobre la impiedad y la<br />

injusticia de aquellos hombres que detienen la verdad arrastrándola a la injusticia. Porque<br />

lo que de Dios puede ser conocido se ha puesto de manifiesto en ellos, porque Dios se lo<br />

ha manifestado. Desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, así como su eterno<br />

poder y su divinidad, pueden observarse a través de aquellas obras que se conocen, de<br />

manera que no tendrán excusa alguna, dado que, habiendo conocido a Dios, no le<br />

glorificaron como a Dios, ni se le mostraron agradecidos, sino que se disiparon en sus<br />

propios pensamientos, y su necio corazón se tiñó de tinieblas. Ufanándose de sabios, se<br />

volvieron estúpidos, y cambiaron la gloria de Dios inmortal por representaciones que, en<br />

imagen, figuraban al hombre mortal, o aves, o cuadrúpedos, o serpientes" 766 .<br />

"Por eso Dios los dejó expuestos al capricho de las pasiones de su corazón para que se<br />

hundieran en la inmundicia, y con sus ultrajes deshonraran entre sí sus propios cuerpos,<br />

pues trocaron la verdad de Dios por mentira, y adoraron y rindieron pleitesía a la criatura<br />

prefiriéndola al Criador, que es bendito por los siglos. Amén. Por eso Dios los dejó<br />

expuestos a pasiones ignominiosas. Sus mujeres cambiaron la práctica natural del sexo<br />

por otras relaciones contra natura, y lo mismo hicieron los varones: dejando de lado el<br />

contacto sexual natural con la mujer, se abrasaron en la pasión de unos por otros,<br />

practicando la infamia varones con varones, y haciéndose acreedores en sí mismos de la<br />

recompensa que convenía a su extravío. Y como demostraron que no tenían preocupación<br />

alguna de conocer a Dios, Dios los dejó en manos de una mentalidad condenable para que<br />

hicieran lo que no convenía; repletos de toda iniquidad, de malicia, de fornicación, de<br />

avaricia, de perversidad; llenos de envidia, de homicidios, de pleitos, de mentira, de<br />

malignidad; murmuradores, detractores, abominables de Dios, difamadores, soberbios,<br />

altaneros, maquinadores de males, desobedientes a sus padres, insensatos,<br />

desordenados, sin afecto, sin lealtad, sin misericordia. Ellos, conociendo cómo actúa la<br />

justicia de Dios, no quisieron comprender que quienes se comportan de aquella forma se<br />

hacen merecedores de la muerte; más aún, no sólo quienes lo llevan a cabo, sino también<br />

quienes están de acuerdo con los que lo realizan" 767 .<br />

"Por eso, no tienes disculpa tú, hombre que juzgas, quienquiera que seas; pues en aquello<br />

mismo que a otro juzgas te estás tú mismo condenando, ya que practicas precisamente<br />

aquello que juzgas. Pero sabemos que el juicio de Dios sobre quienes tales cosas hacen se<br />

atiene a la verdad. ¿Y piensas tú -hombre que juzgas a los que hacen esas cosas y que tú<br />

mismo haces también- que vas a escapar al juicio de Dios? ¿Acaso desprecias las riquezas<br />

de su bondad, de su paciencia, de su longanimidad, ignorando que la benignidad de Dios<br />

te conduce al arrepentimiento? Consecuente con tu obcecación y con tu corazón<br />

impenitente, vas acumulando contra ti la ira de la cólera y de la manifestación del justo<br />

juicio de Dios, que recompensa a cada uno según sus obras: gloria, honor e inmortalidad a<br />

quienes buscan la vida eterna mediante la perseverancia en el bien obrar; ira y<br />

desesperación para quienes, en su obcecación, no se atienen a la verdad y se confían a la<br />

iniquidad. Tribulación y angustia sobre toda alma del hombre que practica el mal, tanto del<br />

judío, primeramente, como del griego. En cambio, gloria, honor y paz para todo el que<br />

practica el bien, tanto para el judío, primeramente, como para el griego" 768 . Y un poco<br />

después: "Pues ante Dios, los justos no son los auditores de la ley, sino que quienes la<br />

practican serán los considerados justos" 769 . Asimismo, un poco después: "¿Cómo es que<br />

tú, que enseñas a los demás, no te enseñas a ti mismo? Tú, que predicas que no hay que<br />

robar, ¿robas? Tú, que dices que no hay que fornicar, ¿fornicas? Tú, que abominas los<br />

ídolos, ¿cometes sacrilegio? Tú, que te ufanas en la ley, ¿deshonras a Dios transgrediendo<br />

esa ley? Pues, según está escrito 770 , el nombre de Dios es, entre los pueblos, motivo de<br />

blasfemia por culpa vuestra" 771 .<br />

Un poco más adelante: "Justificados, pues, por la fe, mantengamos la paz con Dios<br />

mediante nuestro Señor Jesucristo. Por Él, merced a la fe, hemos tenido acceso a esta<br />

gracia en que nos mantenemos, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de los hijos<br />

de Dios. Más aún: nos gloriamos también en las tribulaciones, conscientes de que la<br />

tribulación engendra perseverancia; la perseverancia, a su vez, acrisola; y este crisol<br />

alienta la esperanza; y la esperanza a nadie frustra, porque el amor de Dios ha sido<br />

derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" 772 .<br />

Y en otro pasaje: "Que en vuestro cuerpo mortal no reine el pecado hasta el punto de que<br />

obedezcáis a sus concupiscencias. No ofrezcáis vuestros miembros al pecado como<br />

instrumentos de iniquidad; antes bien, presentaos ante Dios como vivos resucitados de


entre los muertos, y vuestros miembros como instrumentos de justicia al servicio de Dios"<br />

773 . Y un poquito después: "Lo califico de humano teniendo en cuenta la debilidad de<br />

vuestra carne. Del mismo modo que ofrecisteis vuestros miembros al servicio de la<br />

impureza y de la iniquidad para la iniquidad, así ahora ofreced vuestros miembros al<br />

servicio de la justicia para la santificación" 774 .<br />

"Así, pues, hermanos, el que vivamos según la carne no se lo debemos a la carne; pues si<br />

vivierais según la carne, según la carne moriréis; pero si con el Espíritu reprimís las obras<br />

de la carne, viviréis. Quienes son conducidos por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de<br />

Dios" 775 . Unos cuantos versículos después: "Herederos de Dios y, por lo tanto,<br />

coherederos de Cristo: si juntamente hemos sufrido, también conjuntamente recibiremos<br />

la gloria" 776 . Algo después: "Si esperamos lo que no vemos, lo aguardamos gracias a la<br />

paciencia" 777 . Unos versículos más adelante: "Sabemos que Dios lo dirige todo con vistas<br />

al bien de quienes lo aman" 778 . Y un poco después: "¿Quién nos alejará del amor a Cristo?<br />

¿La tribulación? ¿La angustia? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿El peligro? ¿<br />

La espada? Según está escrito: Por ti nos vemos mortificados todo el día, y hemos sido<br />

considerados como ovejas destinadas al matadero 779 . Pero en todas estas adversidades<br />

mantenemos las esperanzas gracias a Aquel que nos amó. Pues estoy convencido de que<br />

ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni principados, ni cosas presentes ni futuras, ni<br />

poderíos, ni altura, ni profundidad , ni criatura alguna podrá apartamos del amor de Dios<br />

que está en Jesucristo, nuestro Señor" 780 .<br />

Yen otro pasaje: "Pues con el corazón se cree atendiendo a la justicia; pero con la boca se<br />

hace la confesión de fe atendiendo a la salvación. Dice la Escritura: Todo el que crea en Él<br />

no se verá confundido 781 . No hay, pues, distinción entre judíos y griegos (=gentiles): uno<br />

mismo es el Señor de todos, rico para cuantos lo invocan; porque "todo el que invocare el<br />

nombre del Señor será salvo"" 782 .<br />

En otro lugar: "Mantente firme en tu fe: no te ensoberbezcas; al contrario, muéstrate<br />

temeroso. Pues si Dios no perdonó a las ramas naturales, cuida no sea que tampoco a ti te<br />

perdone. Considera, pues, la bondad y la severidad de Dios: la severidad hacia aquellos<br />

que sucumbieron; la bondad hacia ti, si permaneces en la bondad" 783 .<br />

Un poco después: "Por eso, hermanos, os exhorto, por la misericordia de Dios, a que<br />

ofrezcáis vuestros cuerpos como ofrenda viva, santa y grata a Dios, como obsequio<br />

espiritual de vosotros mismos. No os amoldéis a las hechuras de este mundo; al contrario,<br />

transformaos en la renovación de vuestro espíritu, para que comprobéis cuán buena,<br />

placentera y perfecta es la voluntad de Dios. En virtud de la gracia que me fue concedida,<br />

os digo a todos los que se hallan entre vosotros que nadie se precie más de lo que<br />

conviene preciarse, sino préciese con mesura, según Dios le repartió a cada uno la medida<br />

de la fe. Del mismo modo que en un solo cuerpo tenemos múltiples miembros y esos<br />

miembros no tienen todos idéntica función, así nosotros, siendo muchos, formamos un<br />

solo cuerpo en Cristo, sin dejar de ser cada une de nosotros un miembro distinto del otro.<br />

Y así, cada une posee un don diferente según la gracia que se nos ha otorgado: ya sea<br />

profecía, manteniendo el equilibrio con la fe; y sea el ministerio, en el cumplimiento de sus<br />

funciones; ya sea el que enseña, en la enseñanza; o el que exhorta, en la exhortación; o el<br />

que tiene alguna responsabilidad, en su solicitud; el que practica la misericordia,<br />

haciéndolo con alegría" 784 .<br />

"El amor, sin fingimientos. Rechazando el mal, practicando el bien. Practicando el amor<br />

fraternal queriéndonos unos a. otros, concediéndonos mutuamente el primer puesto; no<br />

siendo perezosos en la solicitud; fervientes en el espíritu; sumisos al Señor; alegres en la<br />

esperanza; pacientes en la tribulación; constantes en la oración; compartid en las<br />

necesidades de los fieles; practicad asiduamente la hospitalidad. Bendecid a los que os<br />

persiguen: bendecidlos y no los maldigáis. Alegraos con los que se alegran; llorad con<br />

quienes lloran. Concebid los mismos sentimientos unos hacia otros. No os ensoberbezcáis,<br />

sino mostraos afines a los humildes. No os consideréis sabios ante vuestra propia opinión.<br />

No le devolváis a nadie mal por mal, procurando el bien no sólo a los ojos de Dios, sino<br />

también delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto de vosotros dependa,<br />

mantened la paz con todos los hombres. No os defendáis a vosotros mismos, queridos<br />

míos: dad oportunidad a la ira de Dios. Pues escrito está: Mía es la venganza; yo le daré<br />

su merecido, dice el Señor 785 . Al contrario: Si tu enemigo tuviera hambre, dale de comer;<br />

si tuviera sed, dale de beber; pues haciéndolo amontonarás sobre su cabeza carbones<br />

encendidos 786 . No permitas que el mal te venza; antes bien, vence tú al mal con el bien"


787 .<br />

"Sométase toda alma a las autoridades superiores, pues ninguna autoridad existe sino<br />

emanada de Dios. Aquellas que existen, por Dios han sido establecidas. Y así, quien resiste<br />

a la autoridad, a Dios, su instaurador, es a quien resiste. Y quienes se resisten, su propio<br />

castigo están buscando. Los gobernantes no son motivo de temor para quien obra bien,<br />

sino para quien obra mal. ¿Deseas, pues, no temer a la autoridad? Haz el bien, y<br />

alcanzarás de ella el elogio, pues Dios te lo ha colocado como ministro suyo con vistas a<br />

bien. En cambio, si haces el mal, teme, porque no sin motivo porta la espada: es ministro<br />

de Dios, vengador en su ira para quien obra el mal. Por eso, necesario es que os sometáis<br />

no sólo por el castigo, sino también por propio convencimiento. Además, también por ello<br />

les pagáis tributos, pues son funcionarios de Dios, puestos precisamente para ese servicio.<br />

Pagad a todos sus deudas; el tributo, a quienes debáis el tributo; al que el impuesto, el<br />

impuesto; a quien el respeto, el respeto. y el honor a quien debáis rendir honor" 788 .<br />

"No debáis nada a nadie, sino el amaros los unos a los otros, ya que quien ama a su<br />

prójimo está cumpliendo la Ley. Pues aquello de "no cometerás adulterio, no matarás. no<br />

robarás, no levantarás falso testimonio, no codiciarás", y cualquier otro mandamiento que<br />

exista, se resume en estas palabras: Amarás al prójimo como a ti mismo 789 . El amor al<br />

prójimo evita causarle el mal. Por tanto, el amor es la plenitud de la Ley. Y esto, sobre<br />

todo teniendo en cuenta el tiempo en que vivimos, porque hora es ya de despertar de<br />

nuestro sueño. Ahora nuestra salvación está más cercana que cuando abrazamos nuestra<br />

fe. La noche toca a su fin: el día se aproxima. Despojémonos. pues, de las obras de las<br />

tinieblas y revistámonos las armas de la luz. Comportémonos decorosamente como en<br />

pleno día, no en comilonas y borracheras, ni en casas de lenocinio y de indecencia, ni en<br />

rivalidades ni envidias: revestíos del Señor Jesucristo. Y no atendáis a las exigencias de la<br />

carne para someteros a sus pasiones" 790 .<br />

"Haceos cargo de que es débil en la fe, sin pararos a discutir sobre criterios distintos. Hay<br />

quien cree que puede comer cualquier alimento, mientras que el enfermo sólo se<br />

alimentará de verduras; pero el que come, que no menosprecie a quien no come; y quien<br />

no come, no juzgue al que sí come: Dios los ha aceptado así. ¿Quién eres tú para juzgar al<br />

siervo ajeno? Para su señor se mantiene en pie o se cae; sin embargo, se mantendrá en<br />

pie, pues poderoso es Dios para sostenerlo. Hay quien diferencia un día de otro, y hay<br />

quien considera iguales todos los días. Que cada cual se muestre rico en su propia forma<br />

de pensar. Quien sienta simpatía por un día determinado, para el Señor la siente; el que<br />

come, para el Señor come, pues da gracias a Dios; y quien no come, para el Señor no<br />

come, y también da gracias a Dios. Porque ninguno de nosotros vive sólo para sí, ni para<br />

sí sólo muere. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. De<br />

modo que, tanto si vivimos como si morimos, somos del Señor. Pues para esto murió<br />

Cristo y resucitó: para el Señor de los muertos y de los vivos. Y tú, ¿por qué juzgas a tu<br />

hermano? ¿O por qué desprecias tú a tu hermano? Todos hemos de presentamos ante el<br />

tribunal de Dios. Pues escrito está: Vivo yo -dice el Señor-, que ante mí se doblará toda<br />

rodilla, y toda lengua ensalzará a Dios 791 . Así que cada uno de nosotros dará<br />

personalmente cuenta de sí mismo a Dios" 792 .<br />

"Por tanto, no nos juzguemos jamás los unos a los otros. Antes bien, convenceos de que<br />

no tenéis que ponerle a vuestro hermano tropiezos, ni causarle escándalos. Sé -y tengo<br />

plena confianza de ello en el Señor Jesús- que nada, por sí mismo, es impuro, sino que<br />

para aquel que considera que una cosa es impura, para él es impura. Pues si por un<br />

alimento se le causa tristeza a tu hermano, ya no estás comportándote de acuerdo con la<br />

caridad. No hagas que, por tu alimento, se pierda aquel por quien Cristo murió. Así que no<br />

se exponga a la crítica lo que es nuestro bien. El reino de Dios no consiste en la comida y<br />

en la bebida, sino en la justicia, la paz y la alegría en el Espíritu Santo. Quien en esto sirve<br />

a Cristo, se hace grato a Dios y es estimado por los hombres. Así pues, seamos partidarios<br />

de lo que fomenta la paz y la edificación mutua. No destruyas la obra de Dios a causa de<br />

un manjar. Todo es, ciertamente, puro; pero resulta maligno para el hombre que come<br />

provocando el escándalo. Bueno es no comer carne, ni beber vino, ni practicar algo en lo<br />

que tu hermano se sienta ofendido, o escandalizado, o vacilante. La fe que posees dentro<br />

de tu corazón, mantenla ante Dios. Dichoso aquel que no se juzga a sí mismo en las<br />

decisiones que adopta. En cambio, el que no tiene claras las ideas, si come, se condena,<br />

porque su actuación no emana de la fe. Y todo lo que no procede de la fe es pecado" 793 .<br />

"Los que somos fuertes debemos de soportar las debilidades de quienes carecen de fuerza,


y no complacemos en nosotros mismos. Que cada uno de nosotros complazca a su prójimo<br />

atendiendo al bien y con vistas a su edificación. Cristo no se complugo a sí mismo, sino<br />

que, como está escrito, "las injurias de quienes te injuriaban cayeron sobre mí" 794 . Todo<br />

cuanto se ha escrito, se ha escrito para nuestra enseñanza, con el fin de que, mediante la<br />

paciencia y el consuelo de las Escrituras, mantengamos la esperanza. Que el Dios de la<br />

paciencia y el consuelo os conceda un mutuo sentimiento según Jesucristo, para que,<br />

unánimes, a una voz alabéis al Dios y Padre nuestro Señor Jesucristo. Por eso, aceptaos<br />

unos a otros, como también Cristo os aceptó para gloria de Dios" 795 . Y un poco después:<br />

"Macedonia y Acaya acordaron realizar alguna colecta en favor de los pobres que, entre los<br />

fieles, hay en Jerusalén. Les pareció oportuno y les son deudores de ello; pues si aquéllos<br />

han hecho a los gentiles partícipes de sus bienes espirituales, justo es que éstos les<br />

atiendan en sus necesidades terrenales" 796 . Y apenas unas líneas después: "Por eso os<br />

recomiendo, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por la caridad del Espíritu, que me<br />

ayudéis implorando en favor mío en vuestras oraciones a Dios" 797 .<br />

Y un poco más adelante: "Os ruego, hermanos, que os mantengáis sobre aviso acerca de<br />

aquellos que provocan disensiones y escándalos transgrediendo la doctrina que habéis<br />

aprendido: apartaos de ellos, pues tales personas no sirven a Cristo nuestro Señor, sino a<br />

su propio vientre; y con dulces palabras y halagos seducen los corazones de los inocentes.<br />

Vuestra fidelidad se ha divulgado por doquier. Me alegro, pues, en vosotros; pero deseo<br />

que os mostréis prudentes en el bien y sencillos en el mal" 798 .<br />

XXXI. De la primera epístola a los Corintios<br />

"Os suplico, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos manifestéis<br />

lo mismo, y que no existan escisiones entre vosotros; que logréis todos tener el mismo<br />

pensamiento y la misma opinión. Pues se me he hecho saber por los de Cloe que entre<br />

vosotros, hermanos, existen rivalidades. Quiero decir que cada uno de vosotros afirma: Yo<br />

soy de Pablo; en cambio, yo de Apolo; pues yo de Cefas; yo, por mi parte, de Cristo. ¿Está<br />

dividido Cristo? ¿Es que Pablo fue crucificado en provecho vuestro? ¿O fuisteis bautizados<br />

en nombre de Pablo?" 799 . Un poco después: "Él emana lo que vosotros sois en Jesucristo,<br />

a quien Dios convirtió para nosotros en sabiduría, justicia, santificación y redención, para<br />

que -como está escrito- "el que se gloría, gloríese en el Señor"" 800 .<br />

Y en otro pasaje: "Mientras entre vosotros haya celos y rencillas, ¿no significa eso que sois<br />

carnales y os comportáis con criterios humanos? Pues cuando alguien dice: Yo soy de<br />

Pablo; y otro, por su parte, Yo de Apolo, ¿no estáis actuando como hombres?" 801 . Y un<br />

poquito después: "¿No os dais cuenta de que sois templo de Dios, y el Espíritu de Dios<br />

mora en vosotros? Si alguno mancillara el templo de Dios, Dios lo destruiría a él. Santo es<br />

el templo Dios, que sois vosotros. Nadie se engañe: si alguno de entre vosotros cree ser<br />

sabio en este mundo, hágase necio para que pueda ser sabio. Pues la sabiduría de este<br />

mundo es necedad a los ojos de Dios" 802 .<br />

Unos versículos más adelante: "Así que no os convirtáis en jueces antes de tiempo, hasta<br />

que el Señor venga: Él sacará a la luz los secretos de las tinieblas y revelará los<br />

pensamientos íntimos de los corazones. Entonces cada uno recibirá de Dios su alabanza.<br />

Estas ideas, hermanos, las he ejemplificado en mí y en Apolo, pensando en vosotros, para<br />

que aprendáis con nuestro ejemplo con el fin de que nadie, enfrentándose a otro, vaya a ir<br />

mucho más allá de lo que está escrito, tomando partido por alguien. Pues ¿quién te<br />

considera a ti distinto? ¿Qué tienes tú que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te<br />

ufanas como si no lo hubieras recibido?" 803 . Un poco más adelante: "Hasta el momento<br />

actual pasamos hambre, tenemos sed y nos hallamos desnudos; recibimos bofetadas,<br />

carecemos de seguridad y nos extenuamos trabajando con nuestras propias manos.<br />

Somos maldecidos, y nosotros bendecimos; sufrimos persecución, y resistimos; se nos<br />

ultraja, y suplicamos. Hemos venido a convertimos como en la escoria de este mundo, el<br />

detrito de todos, hasta ahora. No escribo esto para avergonzaros, sino que os amonesto<br />

como a queridísimos hijos míos" 804 .<br />

Asimismo, un poquito después: "Abiertamente se escucha el comentario de que entre<br />

vosotros existe fornicación, y una fornicación tal que ni siquiera se da entre los gentiles,<br />

hasta el punto de que alguien posee la mujer de su padre. ¿Y vosotros estáis tan<br />

satisfechos, en lugar de vestiros de luto, pan que sea erradicado de entre vosotros aquel<br />

que cometió acción semejante? Por mi parte, yo, ausente con el cuerpo, pero presente con<br />

el espíritu, he tomado ya la decisión -como si ahí mismo me hallara- de que a quien así ha


obrado, y en nombre de nuestro Señor Jesucristo -tras congregarnos vosotros y mi<br />

espíritu-, con el poder del Señor Jesús, se exponga a ese tal a la muerte de la carne, para<br />

que su espíritu se salve en el día del Señor Jesús. No es buena vuestra jactancia. ¿No<br />

sabéis que un trocito de levadura hace fermentar toda la masa? Desprendeos de la vieja<br />

levadura para que seáis una masa nueva, igual que sois ázimos. Puesto que nuestro<br />

cordero pascual, Cristo, fue inmolado. Así que, celebremos el banquete, no con la levadura<br />

vieja, ni la levadura de la malicia y la iniquidad, sino con ázimos de sinceridad y de<br />

verdad. Os escribí en mi carta que no os mezclaseis con fornicadores; entiéndase que no<br />

quiero decir con los fornicadores de este mundo, o con los avaros y ladrones, o con los<br />

que rinden culto a los ídolos; si así fuera, deberíais abandonar este mundo. No. Lo que<br />

quiero decir al escribiros que no os mezcléis es que no lo hagáis con aquel que,<br />

llamándose hermano, resulta ser un fornicador, o un avaro, o un idólatra, o un<br />

calumniador, o un borracho, o un ladrón: con semejante persona, ni siquiera comáis. Pues<br />

¿qué interés tengo en juzgar a los de fuera? ¿No es a los de dentro a los que vosotros<br />

juzgáis? A los de fuera los juzgará Dios. Apartad de entre vosotros al malvado" 805 .<br />

"¿Se atreve alguno de vosotros, si tiene diferencias con otra persona, a llevar el pleito<br />

ante los injustos, y no ante los santos? ¿Ignoráis acaso que los santos juzgarán al mundo?<br />

Y si sois vosotros quienes juzgaréis al mundo, ¿no sois entonces dignos de juzgar a niveles<br />

más inferiores? ¿No sabéis que juzgaremos a los ángeles? ¡Cuánto más los asuntos de la<br />

vida diaria! Pues bien, si celebrarais juicios sobre asuntos de la vida diaria, nombrad como<br />

jueces a quienes en la Iglesia son considerados como irrelevantes. Os lo digo para<br />

vergüenza vuestra. ¿De modo que no hay entre vosotros alguna persona sensata que<br />

pueda dirimir un pleito entre hermanos? ¡Y el hermano se enfrenta en juicio a su hermano,<br />

yeso ante infieles! La verdad es que resulta bochornoso para vosotros que existan pleitos<br />

en vuestro seno. ¿Por qué mejor no dejáis que os atropellen? ¿ Por qué mejor no permitís<br />

los abusos? Al contrario: sois vosotros quienes cometéis el atropello y quienes abusáis; y<br />

eso, a hermanos. ¿Ignoráis que los inicuos no poseerán el reino de Dios? No os<br />

equivoquéis: ni fornicadores, ni idólatras, ni adúlteros, ni afeminados, ni sodomitas, ni<br />

ladrones, ni avaros, ni borrachos, ni calumniadores, ni salteadores poseerán el reino de<br />

Dios" 806 .<br />

Un poco después: "¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿<br />

Sirviéndome, pues, de los miembros de Cristo, voy a convertirlos en miembros de ramera?<br />

¡De ninguna manera! ¿No sabéis que quien se une a una ramera se convierte en un solo<br />

cuerpo con ella? Serán -dice- dos en una sola carne 807 . En cambio, quien se une al Señor<br />

se convertirá en un solo espíritu con Él. Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que<br />

comete el hombre queda fuera de su cuerpo. Sin embargo, el que fornica contra su propio<br />

cuerpo peca. ¿No sabéis que vuestros miembros son templo del Espíritu Santo, que está<br />

en vosotros, que tenéis dado por Dios, y que no os pertenecéis a vosotros mismos? Habéis<br />

sido comprados a elevado precio: glorificad a Dios y portadlo en vuestro cuerpo" 808 .<br />

"Respecto a lo que me escribisteis, bueno es para el hombre abstenerse de la mujer; sin<br />

embargo, debido a las fornicaciones, que cada uno tenga su propia mujer, y cada mujer<br />

tenga su propio marido. El marido cumpla con su esposa el débito conyugal; y lo mismo<br />

haga también la esposa con su; marido. La mujer no es dueña de su cuerpo, sino el<br />

marido: del mismo modo, el marido no es dueño de su propio cuerpo, sino la mujer. No<br />

dejéis de cumplir mutuamente el débito, excepto si de común acuerdo dejáis de hacerlo<br />

por un tiempo para entregaros libremente a la oración; pero luego retorna a uniros, no sea<br />

que Satanás os tiente debido a vuestra incontinencia. No obstante, esto lo digo atendiendo<br />

a las circunstancias, no como una norma obligatoria. Me gustaría que todos los hombres<br />

fueran como yo; pero cada uno ha recibido de Dios su propio don, y uno es así y el otro es<br />

asá. Sin embargo, a los solteros y a las viudas les digo que bien están si permanecen así,<br />

como también lo estoy yo. Pero si no pueden guardar continencia, cásense. Pues mejor es<br />

casarse que abrasarse" 809 .<br />

"Sin embargo, a los que ya están casados les ordeno -no yo, sino el Señor- que la mujer<br />

no se separe del marido (y en caso de separación, que no vuelva a casarse, o se reconcilie<br />

con su marido); y al marido, que no despida a la mujer. A los demás les digo yo -no el<br />

Señor- que si un hermano tiene por esposa a una mujer no cristiana y ella está de acuerdo<br />

en vivir con él, que no la despida; y si una mujer tiene por marido a uno que no es<br />

cristiano y éste está de acuerdo en vivir con ella, que no despida al marido, pues<br />

santificado queda el marido no cristiano en la mujer cristiana, y santificada queda la mujer<br />

no cristiana en su marido cristiano. De no ser por esto, vuestros hijos serían impuros,


mientras que ahora son santos. Ahora bien, si el que no es cristiano se separa, que se<br />

separe: el hermano o la hermana no están, en casos semejantes, sujetos a la<br />

servidumbre; al contrario: Dios nos ha llamado para vivir en paz. Pues ¿ cómo puedes<br />

saber tú, mujer, si podrás salvar al marido? ¿Y cómo puedes tú, marido, saber si podrás<br />

salvar a tu mujer?" 810 .<br />

"Que cada uno se comporte según los dones que el Señor le ha otorgado, y para lo que<br />

Dios lo ha llamado. Y así lo enseño en todas las iglesias. ¿Que un circunciso ha sido<br />

llamado a la fe? Pues no disimule su circuncisión. ¿Que el llamado ha sido un incircunciso?<br />

Pues no se circuncide. Ni la circuncisión ni la in circuncisión significan nada; lo que importa<br />

es la observancia de los mandamientos de Dios. Que cada uno permanezca fiel en la<br />

vocación a la que fue llamado. ¿Se te llamó a la fe siendo siervo? No te preocupes: aunque<br />

puedas ser libre, aprovecha especialmente tu condición; pues quien siendo esclavo ha sido<br />

llamado en el Señor, liberto es del Señor; del mismo modo, quien, siendo libre, ha sido<br />

llamado a la fe, esclavo es de Cristo. Habéis sido comprados a precio: no os convirtáis en<br />

esclavos de los hombres. Que cualquier hermano permanezca ante Dios en aquella<br />

condición en la que fue llamado a la fe" 811 .<br />

"Respecto a las vírgenes, no tengo ningún precepto do Señor; sin embargo, os ofrezco mi<br />

consejo como quien ha alcanzado del Señor la misericordia para ser fiel. Pues bien: creo<br />

que, a causa de la apremiante necesidad, resulta bueno para el hombre mantener su<br />

estado. ¿Que está casado? No busque la disolución del matrimonio. ¿Que está soltero? No<br />

busque mujer. Si ya habías tomado esposa, no has cometido pecado; como tampoco lo<br />

cometió la doncella que se casó. No obstante, quienes se hallan en esta situación, sufrirán<br />

tribulación en su carne. Sin embargo, yo os la trato de ahorrar. Esto es, pues, lo que os<br />

digo, hermanos: que el tiempo es breve; en definitiva, los que estén casados, que se<br />

comporten como si no lo estuviesen; los que lloran, como si no lloraran; los que gozan,<br />

como si no gozasen; y los que se sirven de este mundo, como si no se sirviesen. Porque la<br />

figura de este mundo es pasajera, y yo deseo que no tengáis preocupaciones. El que está<br />

soltero atiende a los intereses del Señor. E casado, en cambio, se preocupa de las cosas<br />

de este mundo de la manera de complacer a su mujer, y está dividido. También la mujer<br />

soltera y la doncella piensan en las cosas del Señor, en cómo alcanzar la santidad de<br />

cuerpo y de espíritu. En cambio, la que está casada se preocupa de las cosas de este<br />

mundo, de la manera de complacer a su marido. Y esto lo digo pensando en vuestro<br />

provecho, no para tenderos una trampa, sino teniendo en cuenta lo que es honesto y la<br />

manera de tener la posibilidad de atender al culto del Señor sin ninguna traba. Pero si<br />

alguno piensa que se le mira con malos ojos por tener sin casar a una hija doncella ya<br />

adulta y considera oportuno hacerlo, hágalo si así lo quiere. No por ello comete pecado.<br />

Quien, plenamente convencido, toma una decisión firme, sin que nada le fuerce a ello, y<br />

tiene potestad absoluta de su voluntad, y decide en su corazón no casar a su hija doncella,<br />

hace bien. Resumiendo: quien casa a una hija doncella, hace bien; quien no la casa, hace<br />

mejor. La mujer está ligada al vínculo matrimonial todo el tiempo que viva su marido; si<br />

su marido muriera, queda libre: cásese con quien quiera, con tal de que lo haga en el<br />

Señor. No obstante, será más feliz si permanece como está, siguiendo mi consejo. Pienso<br />

que también yo estoy inspirado por el Espíritu de Dios" 812 .<br />

"Respecto a las víctimas que se sacrifican a los ídolos, todos sabemos que tenemos<br />

ciencia. La ciencia hincha; pero la caridad proporciona consistencia. Si uno considera que<br />

sabe algo, ignora aún de qué manera conviene tener esa sapiencia. Si uno ama a Dios, ése<br />

es conocido por Él. Pues bien, acerca de consumir como alimento los animales inmolados a<br />

los ídolos, sabemos que en el mundo un ídolo no es nada" 813 . Y un poco después: "Pero<br />

no en todos se da esta sapiencia. Algunos, por el escrúpulo de su conciencia hacia el ídolo,<br />

que aún persiste, comen la carne como sacrificada al ídolo; y su conciencia, débil como es,<br />

se mancilla. Este alimento no nos hará gratos a Dios. No vamos a ser menos porque no lo<br />

comamos; ni vamos a ser más porque lo comamos. Prestad, no obstante, atención, no<br />

vaya a ser que esa libertad vuestra vaya a ser motivo de escándalo para los débiles. Pues<br />

si alguno viera que una persona dotada de ciencia participa en un banquete idolátrico, ¿no<br />

lo empujará su conciencia, débil como es, a consumir carne sacrificada a los ídolos? ¡Y por<br />

tu ciencia se echa a perder un hermano débil, por quien murió Cristo! Pecando así contra<br />

los hermanos y machacando así su débil conciencia pecáis contra Cristo. Resumiendo: si<br />

ese alimento escandaliza a mi hermano, no comeré jamás esa carne, para no escandalizar<br />

a mi hermano" 814 .<br />

Después de unos cuantos versículos: "¿No tenemos acaso derecho a comer y a beber? ¿No


tenemos acaso derecho a llevar en nuestra compañía a una mujer hermana, como los<br />

demás apóstoles y los hermanos del Señor y de Cefas? ¿O sólo yo y Bernabé no tenemos<br />

derecho a obrar así? ¿Quién milita jamás a sus propias expensas? ¿Quién planta la viña y<br />

no come de sus frutos? ¿Quién apacienta un hato y no se alimenta de la leche del rebaño?<br />

¿ Hago estas afirmaciones con criterio humano? ¿O no se expresa la ley en los mismos<br />

términos? Escrito está en la ley de Moisés: No le atarás la boca al buey que trilla 815 . ¿<br />

Acaso se preocupa Dios de los bueyes? ¿No dice tal cosa refiriéndose a nosotros? Por<br />

nosotros se escribió que debe poner su esperanza en el arar el que ara; y su esperanza en<br />

obtener fruto aquel que trilla. Si lo que nosotros sembramos en vosotros son bienes<br />

espirituales, ¿resulta excesivo que cosechemos vuestros bienes materiales? Si otros<br />

participan de ese derecho sobre vosotros, ¿no lo haremos nosotros con mayores motivos?<br />

Pero no hemos hecho uso de ese derecho. Al contrario, lo hemos aguantado todo para no<br />

poner traba alguna al Evangelio de Cristo. ¿No os dais cuenta de que quienes trabajan en<br />

el templo, del templo comen, y que quienes sirven al altar, del altar participan? Del mismo<br />

modo, el Señor encargó que del Evangelio viviesen quienes el Evangelio predican. Sin<br />

embargo, yo no he hecho valer ninguno de esos privilegios. Prefiero morir a que alguien<br />

me prive de mi gloria. Pues si predico el Evangelio, ello no me supone gloria alguna, ya<br />

que es la obligación la que a ello me empuja. ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! Ahora<br />

bien: si ello lo hiciera por decisión personal, recibiría mi paga; pero desde el momento en<br />

que lo hago al margen de mi voluntad, se trata de una misión que se me ha confiado. ¿<br />

Cuál puede ser, pues, mi paga? Pues que la predicación del Evangelio, sin recibir a cambio<br />

un salario, vaya en beneficio del Evangelio de Cristo, para no reclamar mis derechos en la<br />

predicación evangélica" 816 .<br />

"Y es que, estando yo libre de todos, de todos me hice esclavo para ganarme a cuantos<br />

más pudiera. Con los judíos me hice judío; con quienes observaban la ley me comporté<br />

como quien observa la ley para atraerme a quienes son observantes de la ley (a pesar de<br />

que yo no estoy bajo la ley, sino bajo la gracia de Cristo); con quienes no están sujetos a<br />

la ley actué como quien no está sujeto a la ley, para atraerme a quienes no están sujetos<br />

a la ley (no estaba yo sin ley de Dios, sino con la ley de Cristo). Me hice débil con los<br />

débiles, para atraerme a los débiles. Me hice todo para todos, para atraérmelos a todos. Y<br />

todo esto lo hago por el Evangelio, para hacerme partícipe de él. ¿No os dais cuenta de<br />

que quienes corren en un estadio participan todos en la carrera, pero sólo uno de ellos es<br />

el que obtiene el premio? Corre, pues, de tal modo que lo obtengáis vosotros. Todos<br />

cuantos participan en una competición se abstienen de todo; y lo que van a recibir como<br />

premio es una corona que se marchita; nosotros, en cambio, lo hacemos por una corona<br />

inmarcesible. De modo que yo no corro como a la aventura; y lucho no como quien golpea<br />

el aire; al contrario, castigo mi cuerpo y lo someto a la esclavitud, no vaya a ser que,<br />

después de anunciar el premio a los demás, vaya yo a quedar descalificado" 817 .<br />

"No quiero que ignoréis, hermanos, que todos nuestros padres estuvieron debajo de la<br />

nube" 818 . Y apenas unos versículos después: "Pero en la mayoría de ellos no se mostró el<br />

beneplácito divino, pues quedaron tendidos en el desierto. Todo ello se realizó para que<br />

nos sirviera de ejemplo, a fin de que no ansiemos lo malo, como aquéllos lo ansiaron; para<br />

que no nos hagamos idólatras, como algunos de aquéllos, según está escrito: El pueblo se<br />

sentó a comer y a beber, y se levantaron a jugar 819 ; para que no forniquemos como<br />

fornicaron algunos de aquéllos, y perecieron veintitrés mil en un solo día 820 ; ni tentemos a<br />

Cristo como tentaron al Señor algunos de aquéllos, y perecieron mordidos por las<br />

serpientes; para que no murmuréis como murmuraron algunos de aquéllos, y perecieron a<br />

manos del Exterminador. Todo esto les sucedía ejemplarmente, pero fue escrito para<br />

advertencia nuestra, que hemos alcanzado las postrimerías de los siglos. De modo que si<br />

alguno considera que está seguro tenga, cuidado no caiga. No se os presenta tentación<br />

que no sea humana. Pero fiel es Dios que no permite que se os tiente por encima de<br />

vuestras fuerzas, sino que, junto a la tentación, os proporciona los recursos para que<br />

podáis resistir. Por eso, queridísimos míos, huid del culto de los ídolos" 821 .<br />

Y un poco después: "Pero lo que inmolan los gentiles, se lo inmolan a los demonios, no a<br />

Dios. Y yo no quiero que vosotros os convirtáis en fieles de los demonios. No podéis beber<br />

el cáliz del Señor y el cáliz de los demonios. No podéis compartir la mesa del Señor y la<br />

mesa de los demonios. ¿Queremos acaso dar celos al Señor? ¿Nos consideramos tal vez<br />

más fuertes que Él? Todo es lícito, pero no todo resulta conveniente. Todo es lícito, pero<br />

no todo es constructivo. Que nadie busque sus propios intereses, sino los del prójimo.<br />

Comed todo lo que provenga del mercado, sin andar planteándoos preguntas por<br />

escrúpulo de conciencia" 822 . "Si alguno os dijera: Eso procede de una inmolación hecha a


los ídolos, no lo comáis en atención de aquel que os ha hecho la indicación y a causa de la<br />

conciencia. Y cuando digo conciencia estoy refiriéndome no a la tuya, sino a la de aquel<br />

otro. Pues ¿por qué mi libertad es juzgada por una conciencia ajena? Si yo hago algo con<br />

mi acción de gracias, ¿por qué se me censura por dar las gracias? De modo que, sea que<br />

comáis, sea que bebáis o realicéis cualquier otra acción, hacedlo todo para gloria de Dios.<br />

No sirváis de escándalo ni a judíos, ni a gentiles, ni a la Iglesia de Dios. Del mismo modo,<br />

también yo intento complacer a todos en todo, no buscando mi propio interés, sino el de la<br />

mayoría, para que se salven" 823 .<br />

"Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo" 824 . Un poco más adelante: "Todo varón<br />

que mantenga cubierta su cabeza mientras ora o profetiza está afrentando su cabeza.<br />

Toda mujer que no mantiene cubierta su cabeza mientras ora o profetiza está afrentando<br />

su cabeza" 825 . Un poquito después: "Os comunico también otra cosa, y no para alabaros:<br />

que os reunís no para lo mejor, sino para lo peor. Llega a mis oídos la noticia de que,<br />

cuando os reunís en la iglesia, hay entre vosotros escisiones; y en parte, lo creo. Resulta<br />

conveniente que existan bandos para que se demuestre entre vosotros quiénes han<br />

sometido a prueba su personalidad. Cuando os reunís conjuntamente no es para celebrar<br />

la cena del Señor, pues cada cual se afana por ingerir su propia cena, de modo que,<br />

mientras unos pasan hambre, otros se embriagan. ¿Es que no tenéis vuestras propias<br />

casas para comer y beber? ¿O es que pretendéis menospreciar a la Iglesia de Dios, y<br />

sonrojar a quienes no tienen? ¿Qué puedo deciros? ¿Os alabo? En esto no os alabo" 826 .<br />

Unos pocos versículos después: "y así, quien indignamente comiera el pan y bebiera el<br />

cáliz del Señor, se convertirá en reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examine cada<br />

uno su propia conciencia, y después coma de aquel pan y beba de aquel cáliz. Pues quien<br />

come y bebe indignamente, lo que está comiendo y bebiendo es su propia condenación si<br />

no tiene en cuenta que se trata del Cuerpo del Señor. Por eso hay entre vosotros muchos<br />

enfermos débiles, y mueren muchos. Si nos juzgáramos a nosotros mismos, no seríamos<br />

juzgados. Cuando se nos juzga, es el Señor quien nos corrige, para que no seamos<br />

condenamos junto con este mundo. De modo que, hermanos míos, cuando os reunáis para<br />

comer, respetaos los unos a los otros. Si alguno tiene hambre, coma en su casa, a fin de<br />

que no os reunáis para la condenación. En cuanto a lo demás, adoptaré medidas cuando<br />

vaya" 827 .<br />

Y en otro pasaje: "Pero Dios organizó el cuerpo, confiriendo un mayor honor a quien más<br />

lo precisaba, para que no haya separatismos en el cuerpo, sino que todos los miembros se<br />

muestren solícitos unos con otros. Si un miembro sufre, todos los demás miembros<br />

padecen junto con él. Si uno de los miembros goza, junto con él gozan todos los demás<br />

miembros. Pues bien: vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno, a su vez, miembro de<br />

sus miembros. Dios os puso en su Iglesia según un rango: en el primero, a unos los hizo<br />

apóstoles; en el segundo colocó a los profetas; en el tercero, a los doctores; luego,<br />

quienes tienen la virtud de hacer milagros; a continuación, los dotados de poderes<br />

curativos, los que proporcionan ayuda, los que hablan múltiples lenguas. ¿Acaso son todos<br />

apóstoles? ¿Acaso son todos profetas? ¿Acaso son todos doctores? ¿Acaso son todos<br />

capaces de hacer milagros? ¿Acaso todos tienen poderes curativos? ¿Acaso todos hablan<br />

múltiples lenguas? Codiciad, no obstante, los carismas más sobresalientes. Pero os voy a<br />

apuntar todavía un camino que sobresale de los demás" 828 .<br />

"Si hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tuviera caridad,<br />

sería como un bronce sonoro o un címbalo tintineante. Si poseyera el don de la profecía y<br />

conociera todos los misterios y toda la ciencia, y tuviera una fe tan grande que trasladara<br />

de su emplazamiento las montañas, pero no tuviera caridad, no sería nada. Si distribuyera<br />

todas mis riquezas para alimentar a los pobres, y entregara mi cuerpo para que lo<br />

abrasaran, pero no tuviera caridad, de nada me aprovecharía. La caridad es paciente, es<br />

benigna. La caridad no siente envidia, no es falaz, no se enorgullece, no es ambiciosa, no<br />

busca su propio provecho, no se irrita, no maquina maldades, no se alegra con la<br />

injusticia, sino que goza con la verdad. Lo aguanta todo, lo cree todo, todo lo espera, todo<br />

lo soporta. La caridad jamás flaquea" 829 . Algunos versículos después: "Ahora lo que queda<br />

es la fe, la esperanza y la caridad: esas tres; pero la mayor de ellas es la caridad" 830 .<br />

"Id en pos de la caridad" 831 . Y un poco más adelante: "Puesto que estáis ansiosos de<br />

poseer carismas espirituales, procurad tenerlos en abundancia para desarrollo de la<br />

Iglesia" 832 . Asimismo, algo después: "Hermanos, no os hagáis niños en vuestra<br />

inteligencia; comportaos como niños en la malicia; pero en la inteligencia sed hombres<br />

maduros" 833 . Y en otro pasaje: "En resumen, hermanos, ¿qué hacer? Cuando os reunís,


uno de vosotros aporta un salmo, otro una enseñanza, otro una revelación, otro una<br />

lengua, otro una interpretación: que todo se haga para edificación mutua" 834 . Unos<br />

poquitos versículos después: "Que en las iglesias las mujeres guarden silencio, pues no les<br />

está permitido hablar, sino mostrarse sumisas, como dice la ley 835 . Si quieren aprender<br />

algo, que pregunten en casa a sus maridos, pues resulta indecoroso que una mujer hable<br />

en la iglesia. ¿O es que la palabra de Dios emanó de vosotros o a vosotros solos llegó?"<br />

836 .<br />

Y un poco después: "No os dejéis engañar: las malas compañías corrompen las buenas<br />

costumbres. Despertad justamente y no pequéis; pues lo que algunos tienen es ignorancia<br />

de Dios. Y os lo digo para vergüenza vuestra" 837 . Y un poco después: "Así, pues,<br />

hermanos míos queridos, manteneos firmes e inamovibles, desviviéndoos continuamente<br />

en el servicio al Señor, conscientes de que vuestro esfuerzo no resulta vano a los ojos del<br />

Señor" 838 .<br />

"Por lo que atañe a las colectas que se hacen para los fieles, ateneos también vosotros a<br />

las directrices que marqué a las iglesias de Galacia. Cada sábado, uno cualquiera de<br />

vosotros guarde en su casa, poniéndolo a buen recaudo, lo que haya recogido, con el fin<br />

de que las colectas no deban hacerse cuando llegue yo. Cuando me encuentre ahí, a<br />

aquellos que vosotros deis el visto bueno los enviaré con cartas para que lleven vuestro<br />

donativo a Jerusalén. Y si parece oportuno que vaya yo, irán conmigo. Llegaré hasta<br />

vosotros después de cruzar por Macedonia, ya que por Macedonia me limitaré a pasar. En<br />

cambio, me demoraré quizás entre vosotros, e incluso es posible que pase ahí el invierno,<br />

para que dispongáis mi viaje adondequiera que deba ir. No quiero en esta ocasión veros<br />

de paso, pues espero permanecer una temporada entre vosotros, si el Señor me lo<br />

permitiere. Estaré en Éfeso hasta Pentecostés, pues se me ha abierto una puerta grande y<br />

manifiesta, aunque los adversarios son numerosos. Si llegara hasta vosotros Timoteo,<br />

procurad que esté sin temor en vuestra compañía" 839 . Un poquito después: "Mostraos<br />

vigilantes, manteneos firmes en la fe, comportaos animosamente y confortaos. Que todas<br />

vuestras cosas se hagan en caridad" 840 .<br />

XXXII. De la segunda epístola a los Corintios<br />

"Pues ésta es nuestra gloria, testimonio de nuestra conciencia: que hemos actuado en este<br />

mundo en la humildad y sinceridad de Dios, no con la sabiduría humana, sino con la gracia<br />

de Dios" 841 . Un poco después: "Si alguno causó tristeza, no me la causó a mí, sino (al<br />

menos en parte, para no exagerar) a todos vosotros. Al que tal hizo, séale suficiente esta<br />

corrección hecha por la mayoría de vosotros, de manera que, al contrario, os apresuréis a<br />

perdonarlo y a consolarlo, no vaya a ser que la excesiva tristeza consuma a una persona<br />

de semejante carácter. Por eso os suplico que dirijáis hacia él vuestro amor. Pues por eso<br />

os escribo, para comprobar vuestra valía y si sois obedientes en todo. A quien le perdonéis<br />

algo, también yo se lo perdono. Pues lo que yo perdoné, si es que he perdonado algo, lo<br />

hice por vosotros en la persona de Cristo, para no vemos atrapados por Satanás, pues no<br />

desconocemos sus artimañas" 842 .<br />

Y en otro pasaje: "Por ello, encargados de esta misión -de acuerdo con la magnanimidad<br />

de que hemos sido objeto-, no desfallecemos; al contrario, rechazamos los tapujos de la<br />

ignominia, no actuando con astucia ni manipulando la palabra de Dios, sino con la<br />

manifestación de la verdad, recomendándonos a nosotros mismos ante toda conciencia de<br />

los hombres a los ojos de Dios" 843 . Un poco después: "Sin embargo, tenemos este tesoro<br />

en vasos de barro para que se evidencie que su grandeza es obra de Dios, no nuestra. En<br />

todo sufrimos tribulación, pero no nos sentimos angustiados; estamos perplejos, pero no<br />

desconcertados; padecemos persecución, pero no nos vemos abandonados; estamos<br />

abatidos, pero no aniquilados; continuamente y en todo lugar portamos en nuestro cuerpo<br />

la mortificación de Jesús, pero también la vida de Jesús se manifiesta en nuestros cuerpos.<br />

Porque nosotros, que vivimos, somos continuamente entregados a la muerte por causa de<br />

Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. En<br />

consecuencia, en nosotros opera la muerte; la vida, en cambio, lo hace en vosotros.<br />

Poseedores del mismo espíritu de la fe, de acuerdo con lo que fue escrito: Creí, y por eso<br />

he hablado 844 " 845 .<br />

Seis versículos después: "Por eso no desfallecemos. Al contrario: aunque se desmorone el<br />

hombre que exteriormente somos, en cambio ese otro que interiormente somos se<br />

renueva de día en día. Pues eso que, en un momento determinado, es un momentáneo y


pasajero reflejo de nuestra tribulación, opera en cambio en nosotros sobremanera,<br />

siempre en aumento, una ganancia eterna de gloria. Y no fijamos nuestra atención en<br />

cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las que se ven son pasajeras,<br />

mientras que las que no e ven son eternas" 846 .<br />

Un poco más adelante: "Poniendo nuestro esfuerzo, os exhortamos también a que no<br />

recibáis en vano la gracia de Dios. Porque dice: En tiempo favorable te escuché, y en día<br />

le salud te presté mi ayuda 847 . Daos cuenta de que ahora es tiempo favorable; daos<br />

cuenta de que ahora es día le salud. Procuramos no causar ofensa a nadie, para que<br />

nuestro ministerio no sea vituperado; queremos mostramos en todo momento como<br />

ministros de Dios, con mucha paciencia en las tribulaciones, en las necesidades, en las<br />

estrecheces, en los golpes, en las cárceles, en las sediciones, en los trabajos, en las<br />

vigilias, en los ayunos, en la castidad, en la ciencia, en la longanimidad, en la amabilidad,<br />

en el Espíritu Santo, en la caridad sin fingimiento, en la palabra de verdad, en la fuerza de<br />

Dios; sirviéndonos de las armas de la justicia a derecha y a izquierda, por la gloria y la<br />

deshonra, por la infamia y la buena fama; como seductores, aunque veraces; como<br />

desconocidos, aunque bien conocidos; como moribundos, pero a la vista está que vivimos;<br />

como castigados, aunque no ejecutados; como tristes, aunque siempre alegres; como<br />

pobres, aunque a muchos hacemos ricos; como quienes nada poseen, pero lo tienen<br />

todo" 848 . Unos cuantos versículos después: "Dilatad vuestro corazón también vosotros. No<br />

ponéis el mismo yugo con los infieles. ¿En qué participa la justicia con la iniquidad? ¿ Qué<br />

relación tiene la luz con las tinieblas? ¿Qué afinidad hay entre Cristo y Belial? ¿Qué parte<br />

tiene el fiel con el infiel? ¿En qué coinciden el templo de Dios y los ídolos? Pues vosotros<br />

sois templo de Dios vivo, como dice el Señor: Yo moraré en ellos y entre ellos caminaré, y<br />

seré su Dios, y ellos serán mi pueblo 849 . Por eso, salid de en medio de ellos y separaos,<br />

dice el Señor; cosa inmunda no toquéis, y yo os acogeré 850 ; Y seré para vosotros un<br />

padre, y vosotros seréis mis hijos y mis hijas, dice el Señor todopoderoso" 851 " 852 .<br />

"Por lo tanto, queridos míos, teniendo semejantes promesas, limpiémonos de toda<br />

suciedad de carne y de espíritu, esforzándonos en alcanzar la santidad en el temor de<br />

Dios 853 . Un poquito después: "Porque si os causé tristeza con mi carta, ello no me pesa.<br />

Aunque me pesara, viendo que aquella carta os entristeció -si bien por poco tiempo-,<br />

ahora me alegro, no porque vosotros os entristecierais, sino porque vuestra tristeza os<br />

llevó a la penitencia. Pues os entristecisteis según Dios, de modo que por nuestra parte no<br />

os causamos ningún perjuicio. Y es que la tristeza según Dios actúa como penitencia para<br />

la salvación eterna; y la tristeza del mundo, en cambio, engendra muerte. Ahí tenéis cómo<br />

ese mismo que a vosotros os entristeció según Dios, ¡cuánta solicitud desarrolló en<br />

vosotros" 854 .<br />

Unos pocos versículos después: "Os hago saber, hermanos, la gracia de Dios que les ha<br />

sido dada a las iglesias de Macedonia, porque en medio de la gran tribulación que han<br />

experimentado, su gozo es inmenso, y su profunda pobreza se desbordó en la riqueza de<br />

su generosidad. Porque -y de ello soy testigo- según sus posibilidades, e incluso por<br />

encima de sus posibilidades, se han mostrado dadivosos, pidiéndonos con la mayor<br />

insistencia la gracia de participar en esta colecta que se hace con destino a los fieles.<br />

Hicieron su ofrenda no sólo según esperábamos, sino que se ofrendaron ellos mismos,<br />

primero al Señor y luego a nosotros por voluntad de Dios. Así que le pediremos a Tito que,<br />

tal y como ha comenzado a hacerlo, lleve también a cabo entre vosotros esta obra de<br />

caridad. Del mismo modo que por todo sobresalís en la fe, en la palabra, en la ciencia, en<br />

toda solicitud y en caridad hacia nosotros, así también destaquéis en esta obra de caridad.<br />

Y no lo digo con exigencias, sino que, fijándome en la solicitud mostrada por otros, intento<br />

comprobar la honda raigambre de vuestra caridad. Pues ya conocéis la gracia de nuestro<br />

Señor Jesucristo: Él, siendo rico, se convirtió en pobre por vosotros, para que con su<br />

pobreza vosotros os enriquecierais. En ese sentido os aconsejo, pues vosotros sois los más<br />

indicados, ya que no sólo en ponerlo en obra, sino en tomar la decisión, fuisteis los<br />

primeros desde el año pasado. Realizad también ahora igual empresa, de forma que, así<br />

como el deseo de querer se mostró dispuesto, del mismo modo su realización sea un<br />

hecho, según vuestras posibilidades. Cuando la voluntad está dispuesta, se la acepta de<br />

acuerdo con lo que se tiene. No se trata de que otros tengan holgura y vosotros paséis<br />

necesidades. No. Se busca el equilibrio. Que actualmente vuestra abundancia supla las<br />

estrecheces que ellos sufren; y en otro momento su abundancia pueda remediar vuestras<br />

necesidades: que así se logre el equilibrio. Según está escrito: El que mucho tenía, no<br />

nadó en la abundancia; el que tenía poco, no tuvo menos 855 . Doy gracias a Dios, que ha<br />

puesto en el corazón de Tito la misma solicitud por vosotros. Porque cierto es que asimiló


la recomendación que le hice, pero también es verdad que, siendo enorme su solicitud,<br />

marchó hacia vosotros por propia voluntad. Con él enviamos a otro hermano, cuyo<br />

prestigio en la predicación del Evangelio es enorme por todas las iglesias; y no sólo eso:<br />

fue además designado por las iglesias como compañero de nuestro viaje en esta empresa<br />

de solidaridad que nosotros administramos para gloria del Señor, y puesta en marcha a<br />

instancias nuestras. Tratamos de evitar que en esta cuestión que realizamos nadie pueda<br />

criticamos. Nos esforzamos en hacer el bien no sólo ante Dios, sino también ante los<br />

hombres" 856 .<br />

Nueve versículos después: "Por lo que respecta a la labor que se realiza en favor de los<br />

fieles, me resulta superfluo escribiros. Conozco vuestra pronta disposición, por lo que me<br />

ufano de vosotros ante los macedonios, pues Acaya está enterada de ello desde el año<br />

pasado, y vuestro ejemplo ha estimulado a mucha gente. No obstante, he enviado a los<br />

hermanos para que la satisfacción que sentimos por vosotros no resulte estéril en esta<br />

empresa; para que -como he dicho- estéis preparados, no vaya a ser que, cuando los<br />

macedonios lleguen conmigo, os encuentren sin preparar, y nosotros -por no decir<br />

vosotros- tengamos que sonrojamos en esta colecta. Así que consideré oportuno pedirle a<br />

los hermanos que acudieran a vosotros y procuraran que estuviera dispuesta la aportación<br />

que habíais prometido, pero como auténtica aportación, no como tacañería" 857 . "Os digo<br />

esto: quien poco siembra, también poco cosecha; y el que siembra con bendiciones, con<br />

bendiciones cosecha. Cada uno, pues, obre como le dicta su corazón, sin pesadumbre y sin<br />

sentirse obligado, pues Dios ama al que da con alegría. Poderoso es Dios para hacer que<br />

entre vosotros abunde todo género de gracia, a fin de que, disponiendo en todo momento<br />

de cuanto se necesita, abundéis también para llevar a cabo toda buena obra, según está<br />

escrito: Repartió por doquier a los pobres; su justicia pervivirá eternamente 858 . El que<br />

proporciona la simiente a quien siembra, suministrará también el pan para comer,<br />

multiplicará vuestra sementera y hará que crezcan los frutos de vuestra justicia para que,<br />

enriquecidos en todo, abundéis en alcanzar la inocencia que, a través de nosotros, lleva a<br />

la acción de gracias a Dios. Porque la realización de esta empresa no sólo remedia las<br />

necesidades que padecen los fieles, sino también desemboca en abundantes acciones de<br />

gracias al Señor: al experimentar los beneficios de esta labor, glorifican a Dios por la<br />

forma que cumplís con vuestras creencias, por la sencillez de compartir con ellos y con<br />

todos, y por las oraciones que ellos elevan en favor de vosotros, a quienes aprecian por la<br />

gracia de Dios que tan manifiesta resulta en vosotros. Gracias le doy a Dios por su inefable<br />

don" 859 .<br />

En otro pasaje: "Quien se gloría, gloríese en el Señor Pues a quien se acepta no es al que<br />

se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba" 860 .<br />

Un poco más adelante: "¿Son ministros de Cristo? Pues -hablando con menos cordura- yo<br />

más. En trabajos, mucho más; en cárceles, muchas más veces; en palizas, un número<br />

incalculable; en peligros de muerte, muy a menudo. Por parte de los judíos he recibido en<br />

cinco ocasiones cuarenta azotes menos uno. Tres veces fui vapuleado con varas. En una<br />

ocasión fue apedreado. He sufrido tres naufragios, y estuve una noche y un día en la<br />

profundidad del mar. Viajando a menudo, me expuse a los peligros de los ríos, peligros de<br />

ladrones, peligros de los de mi raza, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros<br />

en los descampados, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos, en el trabajo y en<br />

la fatiga, en las muchas noches en vela, en el hambre y en la sed, en prolongados ayunos,<br />

en el frío y en la desnudez. Y eso, sin contar otras cosas que me afectan; mis<br />

preocupaciones diarias, mi inquietud por todas las iglesias. ¿Quién enferma sin que con él<br />

no me sienta también enfermo yo? ¿Quién se escandaliza sin que yo no me abrase? Si<br />

conviene gloriarse en algo, me gloriaré en aquello que es mi debilidad" 861 .<br />

Un poco después: "Por tanto, me gloriaré muy gustosamente en mis debilidades, para que<br />

more en mí la fuerza de Cristo. Por eso me siento contento en mis debilidades, en las<br />

afrentas que se me hacen, en mis necesidades, en las persecuciones que sufro, en mis<br />

angustias por Cristo. Pues cuanto más débil, más poderoso soy" 862 . Once versículos<br />

después: "He aquí que por tercera vez me dispongo a viajar hasta vosotros. Pero no os<br />

resultaré oneroso, pues no busco vuestros bienes, sino a vosotros. No deben los hijos<br />

acumular riquezas para sus padres, sino los padres para sus hijos. Y así yo con sumo<br />

agrado me gastaré y me desgastaré por vuestras almas, aunque mi amor hacia vosotros<br />

sea superior al que vosotros sentís por mí" 863 . Unos versículos después: "Porque me temo<br />

que quizá, cuando llegue a vosotros, no os encuentre como yo deseo, y tal vez vosotros no<br />

me encontréis a mí como queréis. Mucho me temo que haya entre vosotros


enfrentamientos, envidias, animosidades, disensiones, difamaciones, murmuraciones,<br />

insolencias, banderías; que cuando de nuevo llegue allí, Dios me humille ante vosotros y<br />

deba llorar por muchos de los que antes pecaron y no hicieron penitencia por la indecencia<br />

y el libertinaje que practicaron" 864 .<br />

Y en otro pasaje: "Rogamos a Dios que no cometáis mal alguno, pero no para que nos<br />

encuentren justos, sino para que vosotros practiquéis el bien" 865 . Seis versículos después:<br />

"Por lo demás, hermanos, alegraos, buscad la perfección, animaos mutuamente, que<br />

vuestros sentimientos sean los mismos; vivid en paz, y el Dios del amor y de la paz estará<br />

con vosotros" 866 .<br />

XXXIII. De la epístola a los Gálatas<br />

"Si aún me interesara agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo" 867 . Y un poco<br />

después: "Porque en Cristo Jesús ninguna importancia tiene la circuncisión ni en prepucio,<br />

sino la fe que se pone de manifiesto a través del amor" 868 . Y en otro pasaje: "Vosotros,<br />

hermanos, habéis sido llamados a la libertad; ahora bien, no empleéis esa libertad para<br />

dar pábulo a la carne; al contrario: ayudaos mutuamente con profundo amor. Porque toda<br />

la ley se resume en una sola palabra: Amarás al prójimo como a ti misma 869 . Pero si os<br />

mordéis y os devoráis unos a otros, mirad no sea que os consumáis entre vosotros. Por<br />

eso os digo: que el espíritu conduzca vuestros pasos, y no os sometáis a las pasiones de la<br />

carne. Pues los deseos de la carne son contrarios al espíritu, igual que los del espíritu son<br />

contrarios a la carne. Ambas cosas se oponen mutuamente, de forma que no hagáis<br />

cuanto deseáis. Por ello, si sois gobernados por el espíritu, no os encontraréis bajo la ley.<br />

No obstante, las obras de la carne son patentes: indecencia, fornicación, lujuria, idolatría,<br />

hechicerías, enemistades, celos, iras, pleitos, disensiones, envidias, homicidios,<br />

borracheras, comilonas, y cosas semejantes a éstas. Os pongo en guardia sobre tales<br />

cosas -como ya antes os había puesto- porque quienes las practican no poseerán el reino<br />

de Dios. En cambio, el fruto del espíritu es la caridad, la alegría, la paz la longanimidad, la<br />

bondad, la benignidad, la fidelidad, la mansedumbre, la templanza. Contra cosas<br />

semejantes no hay ley. Sin embargo, los que son de Cristo han crucificado su carne junto<br />

con sus vicios y sus pasiones. Si vivimos según el espíritu, caminemos también según el<br />

espíritu. No seamos codiciosos de vanagloria provocándonos unos a otros y envidiándonos<br />

mutuamente" 870 .<br />

"Hermanos, si alguna persona fuera sorprendida en alguna falta, vosotros, que seguís los<br />

dictados del espíritu, corregidla con ánimo de benignidad, considerándote a ti mismo, no<br />

vayas también a ser tentado. Ayudaos a llevaros unos a otros vuestras cargas, y así<br />

cumpliréis la ley de Cristo. Pues si alguno se considera que es algo, sin ser nada, se está<br />

engañando a sí mismo. Ahora bien, que cada uno sopese sus obras, y así descubrirá la<br />

gloria que hay sencillamente en él y no en otro. Pues cada uno deberá llevar su propio<br />

bagaje. Aquel que reciba enseñanzas en la doctrina, comparta todos sus bienes con quien<br />

le enseña. No os engañéis: de Dios nadie se burla. Lo que siembre el hombre, eso también<br />

cosechará: quien siembra en su carne, de su carne también cosechara corrupción; en<br />

cambio, quien siembra en su espíritu, de su espíritu cosechará la vida eterna. Por ello, no<br />

nos cansemos de practicar el bien, pues si no nos cansamos, a su debido tiempo<br />

cosecharemos. Así que, mientras tenemos tiempo, hagamos el bien a todos,<br />

especialmente a quienes comparten nuestra fe" 871 .<br />

XXXIV. De la epístola a los Efesios<br />

"Por ello, hermanos, yo -encarcelado por el Señor- os ruego que os portéis dignamente en<br />

la vocación a la que habéis sido llamados, con toda humildad de espíritu y mansedumbre,<br />

soportándoos mutuamente con paciencia en el amor, esforzándoos en guardar la unión del<br />

espíritu gracias al vínculo de la paz" 872 . "Por eso os digo y proclamo en el Señor que no<br />

viváis como viven los gentiles, en la vanidad de sus sentidos, con la inteligencia oscurecida<br />

por las tinieblas, apartados de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay a causa<br />

de la ceguera de sus corazones: sin esperanzas trascendentales, se entregaron a la<br />

concupiscencia practicando todo tipo de obscenidades y de avaricia. Sin embargo, vosotros<br />

no habéis aprendido así de Cristo: si lo habéis oído y habéis sido instruidos en su doctrina,<br />

dado que la verdad está en Jesús, despojaos del hombre viejo que se atenía al antiguo<br />

comportamiento y que se deprava al seguir los caprichos del error. Renovaos en el espíritu<br />

de vuestra mente y revestíos del hombre nuevo, que fue creado según Dios en la justicia y


en la santidad de la verdad" 873 .<br />

"Por eso, dejando la mentira, que cada uno hable la verdad con su prójimo, porque todos<br />

somos miembros unos de otros. No deis oportunidad al diablo. El que hurtaba, ya no<br />

hurte; al contrario, esfuércese trabajando con sus manos en algo útil para tener con qué<br />

subvenir a las necesidades de quien las padece. No salga de vuestra boca ninguna palabra<br />

torpe, sino cualquier expresión conveniente que sirva para aleccionar y ayudar a quienes<br />

escuchan. No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, cuya señal lleváis en el día de la<br />

redención. Alejad de vosotros toda amargura, ira, indignación, protesta y blasfemia, junto<br />

con toda maldad. Al contrario, sed benignos los unos con los otros, compasivos,<br />

perdonándoos unos a otros, como también Dios os ha perdonado a vosotros en Cristo" 874 .<br />

"Así que sed imitadores de Dios, como queridísimos hijos suyos; comportaos con amor,<br />

del mismo modo que Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y<br />

víctima ofrecida a Dios en olor de suavidad. Que la fornicación, toda inmoralidad y<br />

avaricia, ni siquiera se mencione entre vosotros, como conviene a personas santas; y lo<br />

mismo la torpeza, las palabras necias, las tonterías, que en nada aprovechan; en cambio,<br />

practicad sobre todo la acción de gracias. Pues enteraos bien de que ningún fornicador,<br />

inmoral o avaro -lo que equivale a ser adorador de ídolos- tendrá herencia en el reino de<br />

Cristo. Que nadie os encandile con vanas palabras: pues por semejantes prácticas viene la<br />

ira de Dios sobre los hijos faltos de fe. No seáis, pues, partícipes de ellos" 875 .<br />

"Antaño erais tinieblas; ahora, en cambio, sois luz en el Señor: comportaos como hijos de<br />

la luz (y el fruto de la luz se halla en toda bondad, justicia y verdad) practicando lo que<br />

resulta grato a Dios. No participéis en las infructuosas obras de las tinieblas; al contrario,<br />

denunciadlas; pues incluso torpe resulta mencionar lo que ellos practican en secreto. Todo<br />

cuanto se denuncia es puesto de manifiesto por la luz. Y todo lo que se pone de manifiesto<br />

es luz. Por ello dice: Tú, el que estás dormido, despiértate y levántate de entre los<br />

muertos, y Cristo te iluminará. Por eso, hermanos, mirad cómo os comportáis cautamente,<br />

no como necios, sino avisados de cuál es la voluntad del Señor. No os embriaguéis de<br />

vino, en lo que hay intemperancia; llenaos más bien del Espíritu, hablando entre vosotros<br />

con salmos, himnos y cánticos espirituales, entonando en vuestros corazones cantos y<br />

salmos al Señor, dándole en todo momento gracias por todo a Dios Padre en nombre de<br />

nuestro Señor Jesucristo, mostrándoos vinculados unos a otros en el temor de Cristo" 876 .<br />

"Que las mujeres se sometan a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de<br />

la mujer, del mismo modo que Cristo es cabeza de la Iglesia, Él, que es salvador de su<br />

cuerpo. Igual que la Iglesia esta sujeta a Cristo, así lo estén también las mujeres a sus<br />

maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres, igual que también Cristo amó a su<br />

Iglesia y se entregó a sí mismo por ella para santificarla, purificándola con el lavado del<br />

agua en la palabra, a fin de presentar ante sus ojos a una Iglesia gloriosa, sin mancha, ni<br />

arruga, ni defecto semejante, sino santa e inmaculada. Así también los maridos deben<br />

amar a sus esposas como a sus propios cuerpos: quien ama a su esposa, a sí mismo se<br />

ama, pues nadie odia jamás a su propia carne, sino que la alimenta y abriga, como Cristo<br />

hace con su Iglesia; porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos.<br />

Por eso el hombre abandonará a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y serán<br />

dos en una sola carne 877 . Gran misterio es éste, pero yo lo aplico a Cristo y a su Iglesia.<br />

Resumiendo: que cada uno de vosotros ame a su esposa como se ama a sí mismo; y a su<br />

vez, que la esposa respete a su marido" 878 .<br />

"Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor, pues eso es lo justo. Honra a tu padre y a<br />

tu madre 879 , tal es el primer mandamiento, que lleva aparejado esta promesa: para que<br />

seas feliz y tengas larga vida en la tierra. Y vosotros, padres, no empujéis a vuestros hijos<br />

a la irritación; antes bien, educadlos en la enseñanza y doctrina del Señor" 880 .<br />

"Siervos, obedeced a vuestros amos terrenales con temor y temblor, en la sencillez de<br />

vuestro corazón, como a Cristo, no sirviendo para que os vean, como buscando complacer<br />

a los hombres, sino como siervos de Cristo que cumplen de todo corazón la voluntad de<br />

Dios, sirviendo de buena gana como quien sirve al Señor, no a los hombres, persuadidos<br />

de que cada uno recibirá del Señor el bien que haya hecho, sea siervo o sea libre. Y<br />

vosotros, amos, obrad con ellos del mismo modo, dejando de lado las amenazas,<br />

conscientes de que el Señor suyo y vuestro está en los cielos, y a sus ojos no tiene<br />

importancia la categoría de las personas" 881 .


"Por lo demás, hermanos, confortaos en el Señor y en la potencia de sus fuerzas.<br />

Revestíos la armadura de Dios, para que podáis mostraras firmes frente a las asechanzas<br />

del diablo; porque nuestro combate no es contra la carne y la sangre, sino contra<br />

principados y potestades, contra los que rigen este mundo de tinieblas, y contra los<br />

espíritus de maldad que viven en los aires. Por eso, revestíos la armadura de Dios, para<br />

que podáis resistir el día nefasto, y en todo momento mantengáis vuestra integridad.<br />

Estad, pues, con vuestros lomos bien fajados en la verdad 882 , pertrechados con la coraza<br />

de la justicia 883 , y los pies calzados, en la preparación del evangelio de la paz 884 :<br />

embrazad en todo momento el escudo de la fe, con el que podáis sofocar todos los dardos<br />

encendidos del maligno. Encasquetaos el yelmo de la salvación, y empuñad la espada del<br />

espíritu 885 -que es la palabra de Dios- mediante la oración y la plegaria continua,<br />

suplicando constantemente en el espíritu, mostrándoos en él vigilantes con toda<br />

perseverancia, e implorando por todos los fieles -y también por mí-, para que en mis<br />

palabras, al abrir la boca, se me permita dar a conocer con sinceridad el misterio del<br />

Evangelio -tarea a cuyo cumplimiento estoy encadenado-, de modo que en ello me atreva<br />

a hablar como conviene" 886 .<br />

XXXV. De la epístola a los Filipenses.<br />

"... que en ningún momento me sentiré desamparado, sino que, manteniendo toda mi<br />

confianza, como siempre, también ahora Cristo será glorificado en mi cuerpo, ya sea por<br />

mi vida, ya sea por mi muerte. Pues para mí, vivir es Cristo; y morir, una ganancia. Vivir<br />

en la carne redunda en beneficio de mi misión, y no sé qué escoger. Me siento constreñido<br />

por dos lados: por uno, el deseo que tengo de morir y estar con Cristo (lo que, con mucho,<br />

es lo mejor); y por otro, seguir viviendo (lo que considero necesario para vosotros)" 887 .<br />

Seis versículos después: "Simplemente comportaos como corresponde al Evangelio de<br />

Cristo, para que, ya sea que viaje hasta vosotros y os vea, ya sea que, lejos de ahí, oiga<br />

hablar de vosotros, sepa que os mantenéis firmes en un mismo espíritu, esforzándoos<br />

juntos en la fe del Evangelio, sin sentir temor alguno ante los adversarios, lo que para<br />

ellos es señal de derrota, mientras que para vosotros lo es de salvación: y ello procede de<br />

Dios. Porque a vosotros se os ha concedido por Cristo no sólo que creáis en Él, sino<br />

también que por Él padezcáis, viéndoos envueltos en el mismo combate que visteis en mí,<br />

y ahora de mí sabéis" 888 .<br />

"Pues si en Cristo hay algún consuelo, algún alivio de amor, alguna coparticipación de<br />

Espíritu, entrañas y compasión, llenadme de alegría teniendo todos un mismo sentir, una<br />

misma caridad, mostrándoos unánimes y de un mismo sentimiento. No hagáis nada por<br />

rivalidad ni por vanagloria; al contrario, mostraos humildes considerando que los demás<br />

son superiores a uno mismo. No mire nadie por su interés personal, sino por el interés de<br />

los otros" 889 . "Tened en vosotros el mismo sentimiento que hubo en Cristo Jesús, quien,<br />

aunque tenía la forma de Dios, no ambicionó ser igual a Dios. Antes bien, se anonadó a sí<br />

mismo adoptando la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres y revistiendo la<br />

apariencia de hombre: se humilló haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de<br />

cruz. Por eso Dios lo exaltó y le compensó con un nombre sobre todo nombre, de forma<br />

que ante el nombre de Jesús doble su rodilla todo cuanto hay en los cielos, en la tierra y<br />

en los infiernos, y que toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor en la gloria de Dios<br />

Padre" 890 .<br />

"Así, pues, queridísimos míos, igual que siempre habéis obedecido -no sólo cuando yo me<br />

encontraba presente, sino sobre todo ahora, en mi ausencia-, esforzaos con temor y<br />

temblor por vuestra salvación. Pues es Dios quien en vosotros lleva a cabo el querer y el<br />

obrar según su buena voluntad. Hacedlo todo sin murmuraciones ni rencillas, para que no<br />

haya en vosotros tacha alguna, y seáis sencillos hijos de Dios, sin reproche en medio de<br />

esa generación depravada y perversa, en la cual resplandecéis como faros en el mundo<br />

guardando la palabra de vida para gloria mía en el día de Cristo, porque no corrí en vano<br />

ni en vano me esforcé. Y aunque me inmolo por el sacrificio y el servicio de vuestra fe, me<br />

alegro y congratulo por todos vosotros. Alegraos también vosotros y congratulaos<br />

conmigo" 891 .<br />

"Espero en el Señor Jesús que pronto pueda enviaros a Timoteo, para que también yo me<br />

anime al conocer vuestra situación. No tengo a ninguna otra persona que confraternice<br />

tanto conmigo y que se preocupe por vosotros con afecto más sincero, pues todos buscan<br />

sus propios intereses, no los de Cristo Jesús. Conoced por experiencia propia que, como


un hijo a su padre, me ayudó en la predicación evangélica. Espero, pues, enviároslo tan<br />

pronto como vea qué sesgo toma mi situación. No obstante, confío en el Señor que pronto<br />

pueda viajar hasta vosotros. He creído, empero, oportuno enviaros a Epafrodito, hermano,<br />

cooperador y camarada mío, así como enviado y comisionado vuestro en mis necesidades,<br />

porque siente por todos vosotros cierta añoranza, y está triste porque os habéis enterado<br />

de que estuvo enfermo. La verdad es que ha estado enfermo de muerte, pero Dios se<br />

compadeció de él; y no sólo de él, sino también de mí, para que no acumulara tristeza<br />

sobre tristeza. Así que me he apresurado a enviároslo para que, viéndolo de nuevo, os<br />

alegréis y yo no esté triste. Recibidle, pues, con toda alegría en el Señor, y tened en<br />

estima a los que son como él, pues por servir a Cristo estuvo a punto de morir,<br />

exponiendo su vida para suplir en provecho mío lo que vosotros podíais hacer" 892 .<br />

Un poco después: "Hermanos, yo no creo haber alcanzado (sc. la perfección):<br />

sencillamente, olvidándome de lo pasado y lanzándome es pos de lo que tengo delante,<br />

tiendo hacia la meta, hacia el galardón de la suprema llamada de Dios en Cristo Jesús.<br />

Cuantos aspiramos a la perfección, tengamos este sentimiento; y si sentís alguna otra<br />

cosa diferente, Dios os lo pondrá de manifiesto. No obstante, cualquiera que sea el punto<br />

al que hemos llegado, mantengamos el mismo sentimiento y sigamos la misma línea.<br />

Hermanos, sed imitadores míos y fijaos en aquellos que actúan según el modelo que<br />

tenéis en nosotros. Pues muchos son los que -a menudo os lo decía- actúan como<br />

enemigos de la cruz de Cristo: su meta es la perdición; su dios, el vientre; y la gloria de<br />

quienes atienden sólo a las cosas terrenas se hallará en la ignominia. En cambio, nuestra<br />

morada está en los cielos" 893 .<br />

Trece versículos después: "Alegraos siempre en el Señor; os lo digo de nuevo: alegraos.<br />

Que vuestra mesura sea conocida por todos los hombres. El Señor está cerca. No os<br />

preocupéis por nada, sino que todas vuestras peticiones se presenten ante Dios, en toda<br />

oración y plegaria, acompañadas de acción de gracias. Y que la paz de Dios, que supera<br />

todo entendimiento, guarde vuestros corazones y vuestros entendimientos en Cristo Jesús.<br />

Por lo demás, hermanos, prestad atención a cuanto es verdadero, a cuanto es honesto, a<br />

cuanto es justo, a cuanto es santo, a cuanto es digno de amor, a cuanto entraña buena<br />

fama, a toda virtud y gloria; y practicad lo que habéis aprendido, recibido, oído y visto en<br />

mí. Y el Dios de la paz estará con vosotros" 894 .<br />

"Profunda fue mi alegría en el Señor al darme cuenta de que el afecto que sentíais por mí<br />

se ha reavivado; simplemente, estabais ocupados en otras cosas. Y no lo digo por la<br />

penuria en que me encuentro, pues he aprendido a bastarme con lo que tengo. Sé vivir en<br />

la pobreza y sé vivir en la abundancia -estoy bien enseñado en todo lugar y en todo tipo<br />

de situaciones-, a estar harto, a pasar hambre, a tener prosperidad y a sufrir estrecheces:<br />

todo lo puedo en Aquel que me conforta. Sin embargo, habéis hecho muy bien en tomar<br />

parte en mi adversidad. Bien sabéis vosotros, filipenses, que al comienzo de la predicación<br />

del Evangelio, cuando salí de Macedonia, con ninguna Iglesia tuve que hacer cuentas de lo<br />

dado y de lo recibido, sino únicamente con vosotros; porque incluso una y otra vez me<br />

enviasteis a Tesalónica lo que necesitaba. Y no es que yo busque donativos; lo que<br />

pretendo es un fruto que redunde en beneficio de vuestra cuenta. Tengo de todo, incluso<br />

en abundancia. He sido colmado después de recibir de Epafrodito lo que me enviasteis:<br />

olor de suavidad, ofrenda grata y placentera para el Señor" 895 .<br />

XXXVI. De la epístola a los Tesalonicenses<br />

"Vosotros mismos, hermanos, sabéis que nuestra llegada hasta ahí no resultó baldía:<br />

después de haber sufrido y soportado antes afrentas en Filipos -como sabéis-, tuvimos el<br />

coraje, confiados en nuestro Dios, de predicar ante vosotros el Evangelio de Dios, en<br />

medio de grandes preocupaciones. Porque nuestra predicación no procedía de error, ni de<br />

la inmoralidad, ni de la mentira, sino que, tal y como fuimos probados por Dios, para<br />

encomendamos al Evangelio, así lo predicamos, no para complacer a los hombres, sino a<br />

Dios, que es quien prueba nuestros corazones. Pues bien sabéis que nunca empleamos un<br />

lenguaje lisonjero, ni nos movió la avaricia. Dios es testigo de ello. Ni tampoco<br />

pretendimos de los hombres -ni de vosotros ni de otros cualesquiera- la alabanza, a pesar<br />

de que podíamos ser personas de peso como apóstoles de Cristo. Al contrario, en medio<br />

de vosotros nos convertimos en pequeñuelos, como nodriza que alimentara a sus niños. Y<br />

así, encariñados de vosotros, queríamos confiaros no sólo el Evangelio de Dios, sino<br />

incluso nuestras propias almas. ¡Tan entrañables os hicisteis para nosotros! Acordaos,<br />

pues, hermanos, de nuestros desvelos y fatigas, y de cómo día y noche, esforzándonos


para no resultar gravosos a ninguno de vosotros, os predicábamos el Evangelio de Dios.<br />

Vosotros y Dios sois testigos de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos<br />

con quienes abrazasteis la fe. Del mismo modo sabéis cómo, igual que un padre a sus<br />

hijos, exhortábamos a cada uno de vosotros y os alentábamos conjurándoos a<br />

comportaros dignamente con Dios, ,que os llamó a su reino y a su gloria. Por eso, también<br />

nosotros damos incesantemente gracias a Dios porque, cuando recibisteis de nosotros la<br />

palabra de Dios, la escuchasteis no como palabra de hombre, sino como auténtica palabra<br />

de Dios, que obra en vosotros, los que creéis. Pues vosotros, hermanos, os habéis<br />

convertido en imitadores de las iglesias de Dios, en Cristo Jesús, existentes en Judea,<br />

porque también vosotros habéis sufrido de vuestros conciudadanos las mismas<br />

persecuciones que ellos por parte de los judíos" 896 .<br />

Y en otro pasaje: "Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús a<br />

que os comportéis del modo que habéis oído de nosotros, como conviene comportaros y<br />

agradar a Dios -tal como estáis comportándoos-, para que progreséis en vuestra<br />

perfección. Pues ya sabéis los preceptos que os hemos dictado en nombre del Señor Jesús.<br />

Porque la voluntad de Dios es vuestra santificación: que os abstengáis de la fornicación;<br />

que cada uno de vosotros sepa guardar el vaso de su cuerpo con santidad y honra, no con<br />

pasión libidinosa, como gentiles que desconocen a Dios; que nadie se propase ni tienda<br />

asechanzas a su hermano en nada, porque Dios es vengador de todos estos pecados,<br />

como ya os hemos dicho y testimoniado. Pues no nos ha llamado Dios a la liviandad, sino<br />

a la santificación. Por lo tanto, quien desprecia estos preceptos no está despreciando al<br />

hombre, sino a Dios, que también os concedió su Espíritu Santo. Respecto a la caridad, no<br />

es preciso que os escribamos, pues Dios os ha enseñado que os améis los unos a los<br />

otros; por otro lado, así lo estáis practicando con todos los hermanos que viven por toda<br />

Macedonia. Sin embargo, hermanos, os encarecemos que abundéis en ello y os esforcéis<br />

más; que seáis afables; que desempeñéis vuestras labores y trabajéis con vuestras<br />

manos, como os hemos enseñado, para que os comportéis honradamente ante quienes<br />

nos son extraños y no necesitéis nada de nadie. Tampoco deseamos, hermanos, que<br />

ignoréis la suerte de quienes han muerto, para que no os entristezcáis como quienes no<br />

tienen esperanza" 897 .<br />

Unos versículos después: "Por tanto, no nos durmamos como los otros, sino<br />

mantengámonos vigilantes y sobrios. Pues quienes duermen, de noche duermen; y<br />

quienes se embriagan, de noche de embriagan. Ahora bien, nosotros, que somos hijos del<br />

día, mantengámonos sobrios, revestidos con la coraza de la fe y de la caridad, y con el<br />

yelmo que es la esperanza en la salvación. Porque Dios no nos ha destinado a la ira, sino a<br />

alcanzar la salvación mediante nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros, de modo<br />

que, ya velemos, ya durmamos, vivamos unidos a Él. Por eso, consolaos unos a otros, y<br />

daos mutuamente ejemplo, como lo estáis haciendo" 898 . "Os rogamos, hermanos, que<br />

reconozcáis a quienes se afanan entre vosotros, están al frente vuestro en nombre del<br />

Señor y os aconsejan, para que los tengáis en el mayor aprecio por la labor que<br />

desarrollan. Vivid en paz con ellos. Asimismo, os rogamos, hermanos, que amonestéis a<br />

los impacientes, consoléis a los desalentados, sostengáis a los débiles, mostrándoos<br />

pacientes con todos. Procurad que ninguno devuelva a nadie mal por mal; al contrario, en<br />

todo momento practicad el bien mutuamente y hacia todos. Estad siempre contentos; orad<br />

sin interrupción; dad gracias en toda circunstancia. Tal es la voluntad de Dios en Cristo<br />

Jesús para todos vosotros. No apaguéis el Espíritu. No menospreciéis las profecías. Catad<br />

lo todo, pero quedaos sólo con lo bueno. Alejaos incluso de toda apariencia de mal" 899 .<br />

XXXVII. De la segunda epístola a los Tesalonicenses.<br />

"Debemos en todo momento dar gracias a Dios por vosotros, hermanos, como es digno,<br />

porque vuestra fe se acrecienta, y porque el amor de cada uno de vosotros hacia el<br />

prójimo se hace desbordante. Y ello hasta tal punto que nos gloriamos de vosotros en las<br />

iglesias de Dios por vuestro aguante y vuestra fe en todas las persecuciones y<br />

tribulaciones que padecéis, soportándolas como prueba del justo juicio de Dios, para ser<br />

considerados dignos del reino de Dios, por el cual os sometéis a prueba, si realmente<br />

resulta justo a los ojos de Dios recompensar con tribulaciones a quienes os atribulan;<br />

mientras que a vosotros, que estáis atribulados, se os recompensa con el descanso en<br />

compañía nuestra el día en que tenga lugar la manifestación del Señor Jesús descendiendo<br />

del cielo acompañado de los ángeles de su poderío y con las llamas de su fuego, tomando<br />

venganza sobre aquellos que desconocen a Dios y no obedecen al Evangelio de nuestro<br />

Señor Jesucristo. Esos recibirán su castigo en la perdición eterna alejados de la presencia


del Señor y de la gloria de su majestad, cuando venga para ser glorificado en sus santos y<br />

para ser admirado en todos aquellos que creyeron, porque nuestro testimonio en aquel día<br />

recibió crédito entre vosotros. En esta confianza oramos siempre por vosotros, para que<br />

nuestro Dios os considere dignos de su llamada y, en su poder, llene de bondad toda<br />

voluntad y de fe todo esfuerzo; y para que el nombre del Señor nuestro, Jesucristo, sea<br />

glorificado en vosotros, y vosotros en Él, por la gracia de nuestro Dios y del Señor<br />

Jesucristo" 900 .<br />

En otro pasaje: "En nombre del Señor nuestro, Jesucristo, os animamos, hermanos, a que<br />

os apartéis de todo hermano que viva desordenadamente y al margen de la normativa que<br />

ha recibido de nosotros. Ya sabéis cómo conviene que me imitéis, pues entre vosotros<br />

nunca hemos sido desordenados ni hemos comido de balde el pan de nadie, sino<br />

esforzándonos día y noche en el trabajo y la fatiga para no resultar gravoso a ninguno de<br />

vosotros. Y ello, no porque no tuviéramos derecho, sino para ofrecemos a nosotros<br />

mismos como ejemplo a imitar por parte vuestra. Cuando nos encontrábamos entre<br />

vosotros os manifestábamos que si alguno no quiere trabajar, que no coma. Y es que nos<br />

hemos enterado de que, entre vosotros, hay algunos que viven desordenadamente, sin<br />

trabajar en nada, sino ocupados en fisgonear. A esos tales les recomendamos y les<br />

suplicamos en el Señor Jesucristo que, trabajando discretamente, coman su pan. Por<br />

vuestra parte, hermanos, no ceséis de practicar el bien. Y si alguno no obedeciera el<br />

consejo que le damos con esta carta, a ése señalad lo para que no os relacionéis con él a<br />

fin de que sienta vergüenza. Pero no lo consideréis como a un enemigo, sino corregid lo<br />

como a un hermano" 901 .<br />

XXXVIII. De la epístola a los Colosenses<br />

"Pues bien, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde se halla<br />

Cristo sentado a la diestra de Dios: preocupaos de las cosas de arriba, no de las terrenas.<br />

Pues habéis muerto y vuestra vida está enterrada con Cristo en Dios. Con Cristo se<br />

manifestará vuestra vida, y en el momento en que Cristo se manifieste en la gloria,<br />

también lo haréis vosotros junto con Él. Mortificad, pues, vuestros miembros terrenos, la<br />

fornicación, la liviandad, la lujuria, la concupiscencia malvada y la avaricia, que es<br />

idolatría. Por todo ello, la ira de Dios se abate sobre los hijos de la impiedad. En esos<br />

pecados anduvisteis también vosotros antaño, cuando en ellos vivisteis. Ahora alejad de<br />

vosotros también todos estos otros: ira, indignación, maldad, blasfemia; no dejéis salir de<br />

vuestra boca palabras torpes. No os engañéis unos a otros; despojaos del hombre viejo<br />

con su modo de obrar y revestíos del nuevo, aquel que se renueva para alcanzar el<br />

conocimiento a imagen de su Creador, a cuyos ojos no hay diferencia entre gentil y judío,<br />

circuncisión e incircuncisión, bárbaro y escita, siervo y esclavo: Cristo es el todo y está en<br />

todos. Por eso vosotros, como elegidos de Dios, santos y predilectos, revestíos de<br />

sentimientos de misericordia, benignidad, humildad, modestia y paciencia, soportándoos<br />

unos a otros y perdonándoos si alguno tuviera motivo de queja contra alguien. Del mismo<br />

modo que os perdonó el Señor, hacedlo también vosotros. Pero, por encima de cuanto<br />

acabo de mencionar, tened caridad, que es lo que afianza la perfección. Y que la paz de<br />

Cristo bulla de alegría en vuestros corazones, pues también en ella habéis sido llamados a<br />

formar un solo cuerpo. Y mostraos agradecidos. Que la palabra de Cristo habite en<br />

vosotros abundantemente con toda su sabiduría, enseñándoos y aconsejándoos unos a<br />

otros con salmos, himnos y cánticos espirituales, entonando en vuestros corazones cantos<br />

de gracias a Dios. Todo cuanto hagáis de palabra o de obra, hacedlo en nombre del Señor<br />

Jesús, dando gracias por Él a Dios, también Padre" 902 .<br />

"Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene serio en el Señor. Maridos,<br />

amad a vuestras mujeres y no os portéis desabridos con ellas. Hijos, obedeced en todo a<br />

vuestros padres, pues ello resulta grato en el Señor. Padres, no empujéis a vuestros hijos<br />

a la irritación, para que no se vuelvan apocados. Siervos, obedeced en todo a vuestros<br />

amos terrenales, no sirviendo para que os vean, como buscando complacer a los hombres,<br />

sino con sencillez de corazón, temerosos del Señor. Todo cuanto hagáis, realizadlo de todo<br />

corazón, como quien sirve al Señor la recompensa de la herencia. Servir al Señor Cristo,<br />

pues quien obra injustamente recibe el pago de lo que injustamente hizo; y para Dios no<br />

hay discriminación de personas" 903 .<br />

"Amos, proporcionad a los siervos lo que es justo y equitativo, conscientes de que también<br />

vosotros tenéis un Amo en el cielo. Perseverad en la oración, velando en ella con acción de<br />

gracias, orando al mismo tiempo también por nosotros, para que Dios nos abra la puerta


de la palabra a fin de predicar el misterio de Cristo -motivo por el que estoy preso-, para<br />

que sepa expresarlo cual conviene que lo predique. Comportaos sensatamente ante los<br />

extraños, aprovechando las oportunidades. Que vuestra conversación sea siempre<br />

graciosa, con su chispa de sal, para saber cómo conviene responder a cada uno" 904 .<br />

XXXIX. De la epístola a Timoteo<br />

"Sin embargo, la finalidad de la recomendación que te hago es la caridad que emana de un<br />

corazón puro, de una buena conciencia y de una fe sincera. Algunos, desviándose de tales<br />

principios, se han entregado a la palabrería vana, pretendiendo ser doctores de la ley,<br />

cuando en realidad no entienden ni lo que dicen ni lo que afirman. Sabemos, ciertamente,<br />

que la ley es buena si uno se sirve legítimamente de ella, conscientes de que la ley no se<br />

ha dictado para el justo, sino para los injustos y pecadores, para los criminales y<br />

corrompidos, para los parricidas y matricidas, para los homicidas, para los fornicadores,<br />

para los sodomitas, para los ladrones de esclavos, para los embusteros, para los perjuros<br />

y cualquier otra cosa que se oponga a la saludable doctrina que se conforma al Evangelio<br />

de la gloria de Dios bendito que me ha sido encomendado" 905 .<br />

Un poco después: "Lo primero de todo que te ruego es que se eleven plegarias, oraciones,<br />

súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y por todos los que<br />

están en el poder, para que disfrutemos de una vida sosegada y tranquila, con toda piedad<br />

y honestidad" 906 . Asimismo, un poco después: "Deseo, pues, que los hombres oren en<br />

todo lugar, elevando sus manos puras, libres de ira y de disensiones. Y lo mismo hagan las<br />

mujeres, ataviadas con vestido decoroso, engalanándose con recato y sencillez, no con<br />

cabellos rizados, sin oro, ni perlas, ni costosos vestidos, sino como conviene a mujeres<br />

que profesan la piedad, mediante buenas obras. Que la mujer aprenda en silencio, con<br />

toda sumisión: no permito a la mujer que enseñe ni domine al marido, sino que se<br />

mantenga en silencio" 907 .<br />

Después de algunos versículos: "Es preciso que el obispo sea persona irreprochable,<br />

marido de una sola mujer, sabio, prudente, bien vestido, hospitalario, capaz de enseñar;<br />

no inclinado al vino ni pendenciero, sino moderado; no amante de pleitos ni avaricioso,<br />

sino buen gobernante de su casa; que tenga a sus hijos sometidos a él con toda<br />

honestidad. Pues si uno no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo va a tener solicitud por la<br />

Iglesia de Dios? Que no sea un neófito, no vaya a ser que, ensoberbecido, venga a parar<br />

en manos del diablo. Es preciso que goce de buena fama entre los extraños para no caer<br />

en el oprobio y en el lazo del diablo. Asimismo, conviene que los diáconos sean modestos,<br />

no hipócritas ni dados al mucho vino; ni perseguidores de torpes ganancias, y que<br />

conserven el misterio de la fe en una conciencia pura. Sométaseles primero a prueba, y<br />

confíeseles luego el ministerio si se les halla irreprensibles. Igualmente, las mujeres deben<br />

ser modestas, no calumniadoras, sobrias, fieles en todo. Que los diáconos sean maridos de<br />

una sola mujer, y sepan gobernar bien a sus hijos y a su casa. Quienes desempeñen bien<br />

su ministerio, lograrán buena reputación y mucha confianza en la fe que está puesta en<br />

Cristo Jesús" 908 .<br />

"Sin embargo, el Espíritu dice claramente que al final de los tiempos algunos se apartarán<br />

de la fe, prestando atención a los espíritus del error y a las enseñanzas de los demonios,<br />

actuando con la hipocresía de quienes predican mentiras, de quienes tienen encallecida la<br />

conciencia y prohíben casarse, y prescriben abstenerse de alimentos que Dios creó para<br />

que, dándole gracias, los consuman tanto los fieles como quienes han llegado a conocer la<br />

verdad. Porque toda creatura de Dios es buena y no hay por qué abstenerse de alimento<br />

alguno con tal de que se dé gracias a Dios, pues mediante la palabra de Dios y la oración<br />

es santificado. Buen ministro de Jesucristo serás si enseñas tales cosas a los hermanos,<br />

alimentado con las palabras de la fe y de la buena doctrina que has abrazado. Deja de<br />

lado esos cuentos estúpidos y propios de viejas. Estrénate para la piedad, pues la<br />

gimnasia corporal para poco sirve, mientras que la piedad para todo aprovecha, ya que<br />

entraña promesas para la vida presente y para la futura. Doctrina auténtica y digna de<br />

toda aprobación, pues en esa creencia nos afanamos y somos criticados, porque hemos<br />

puesto nuestra confianza en Dios vivo, que es el Salvador de todos los hombres,<br />

especialmente de los creyentes. Manda y enseña estos principios. Nadie desdeñe tu<br />

juventud; al contrario, que ella sirva de ejemplo en la predicación, en la conversión, en la<br />

caridad, en la fe, en la castidad. Hasta que yo llegue, dedícate a la enseñanza, a la<br />

exhortación, al adoctrinamiento. No descuides la cualidad que tienes y que te fue conferida<br />

mediante la profecía al imponerte las manos los presbíteros. Medita en estas ideas;


mantente firme en ellas, para que tus progresos resulten patentes para todos. Mira por ti y<br />

por la doctrina; persevera en ello. Obrando así te salvarás a ti mismo y a quienes te<br />

escuchan" 909 .<br />

"No reprendas al anciano, sino suplícale como a un padre; a los jóvenes, como a<br />

hermanos; a las ancianas, como a madres; a las jovencitas, como a hermanas. Honra a las<br />

viudas que sean verdaderamente viudas. Si alguna viuda tiene hijos o nietos, que<br />

aprendan ante todo a gobernar su casa y a mostrarse agradecidos a sus padres, pues tal<br />

resulta grato a los ojos de Dios. La que verdaderamente sea viuda y desamparada, ponga<br />

su esperanza en Dios y persevere noche y día en las plegarias y en las oraciones. La que<br />

se entrega al deleite, aunque viva, está muerta. Enséñales esto para que sean<br />

irreprochables. Si alguno no se preocupa de los suyos y sobre todo de los de su familia,<br />

reniega de su fe y es peor que un infiel. Desígnese a una viuda no menor de sesenta años<br />

que haya sido mujer de un solo marido, que haya dado ejemplo en sus buenas obras,<br />

como la crianza de los hijos, la práctica de la hospitalidad, el lavatorio de pies a los fieles,<br />

la ayuda a quienes padecen tribulaciones, la práctica, en fin, de toda buena obra. Evita, en<br />

cambio, designar a viudas demasiado jóvenes, pues cuando las domina la lujuria, aunque<br />

dedicadas a Cristo, desean casarse, haciéndose reprensibles por hacer ineficaz su primera<br />

fe. Además, aprenden también a ser ociosas, y a ir de casa en casa; y no sólo a ser<br />

ociosas, sino también chismosas y murmuradoras de lo que no deben. Por ello deseo que<br />

las jóvenes se casen, tengan hijos, sean madres de familia y no den al enemigo ninguna<br />

ocasión para criticar. Porque algunas se han descarriado ya siguiendo a Satanás. Si algún<br />

fiel tiene viudas en su familia, manténgalas a sus expensas para no gravar a la Iglesia, a<br />

fin de que ésta pueda atender a las que son viudas de verdad" 910 .<br />

"Los presbíteros que desempeñan bien su cargo sean considerados doblemente dignos de<br />

honra, especialmente los que se dedican a la predicación y a la enseñanza. Pues dice la<br />

Escritura: No le pondrás bozal al buey que trilla 911 ; y digno es el obrero de su jornal 912 .<br />

No admitas acusación contra un presbítero si no viene avalada por dos o tres testigos 913 .<br />

A quienes pecan, corrígelos delante de todos para que los demás conciban temor. Te<br />

conjuro ante Dios, ante Cristo Jesús y ante sus ángeles elegidos que practiques estas<br />

normas sin prejuicio alguno, sin hacer nada por simpatía hacia alguna de las partes. No te<br />

precipites en la imposición de manos a nadie, no vaya a ser que compartas los pecados<br />

ajenos. Consérvate puro. No bebas agua sola, sino mezclada con un poquito de vino, en<br />

beneficio de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades. Los delitos de algunos<br />

hombres se ponen de manifiesto antes de ser juzgados; otros, en cambio, después del<br />

juicio. Del mismo modo, las buenas obras, unas se manifiestan antes; y las que no lo han<br />

sido, no podrán a la postre permanecer ocultas 914 .<br />

"Quienes se hallan bajo el yugo de la servidumbre consideren a sus amos dignos de todo<br />

honor, para que no sea ultrajado el nombre del Señor y su doctrina. Quienes tengan amos<br />

cristianos, no los desprecien, pues son hermanos; al contrario, sírvanles con mayor celo,<br />

porque son también fieles y amados que participan del beneficio. Esto es lo que tienes que<br />

enseñar y aconsejar. Si alguien enseña otra cosa y no se acomoda a las saludables<br />

palabras de nuestro Señor Jesucristo y a la doctrina que conviene a la piedad, es un<br />

engreído que nada sabe, sino que se consume en disputas y controversias verbales de las<br />

que nacen envidias, enfrentamientos, blasfemias, malignas suspicacias, porfías de<br />

personas de mente corrompida y probados de la vedad, que consideran la piedad como un<br />

lucro. Ahora bien, la piedad es un gran negocio cuando uno se da por satisfecho con lo que<br />

posee. Nada hemos traído a este mundo, y no cabe duda de que nada podemos llevamos<br />

de él. Con tal de tener con qué alimentamos y con qué cubrimos, démonos con ello por<br />

satisfechos. Pues quienes desean hacerse ricos caen en la tentación y lazo que les tiende<br />

el diablo, en muchos deseos inútiles y nocivos que sumergen a los hombres en la ruina y<br />

en la perdición. Porque la avaricia es la raíz de todos los males. Algunos, arrastrados por<br />

ella, se desviaron de la fe y se vieron atormentados por muchos dolores. Tú, hombre de<br />

Dios, huye de estos vicios; marcha en pos de la justicia, de la piedad, de la fe, de la<br />

caridad, de la paciencia, de la mansedumbre. Pelea la buena pelea de la fe, aprópiate de la<br />

vida eterna, a la cual has sido llamado y de la que diste un hermoso testimonio ante<br />

numerosos testigos. Te encarezco ante Dios, que todo lo vivifica, y ante Cristo Jesús, que<br />

prestó su testimonio ante Poncio Pilato -buen testimonio el suyo-, que conserves sin<br />

mancha el mandato, de manera irreprochable, hasta la venida de nuestro Señor<br />

Jesucristo" 915 .<br />

Unos versículos después: "A los ricos de este mundo recomiéndales que no se comporten


soberbiamente ni pongan sus esperanzas en la incertidumbre de las riquezas, sino en Dios,<br />

que nos lo proporciona todo en abundancia para que disfrutemos de ello; que practiquen<br />

el bien, haciéndose ricos en buenas obras; que repartan con liberalidad y compartan sus<br />

riquezas, atesorando una buena base para el futuro, para conseguir la verdadera vida. ¡<br />

Oh, Timoteo! Guarda lo que se te ha confiado, evitando las vanidades profanas de la<br />

palabrería y las contradicciones de la falsamente llamada ciencia que algunos profesan<br />

apartándose de la fe. Que la gracia sea contigo. Amén" 916 .<br />

XL. De la segunda epístola a Timoteo<br />

"No nos ha dado Dios espíritu de temor, sino de valor, de amor y de sobriedad. Así que no<br />

te avergüences del testimonio de nuestro Señor, ni de mí, su prisionero; al contrario, pon<br />

tu colaboración en el Evangelio según el poder de Dios" 917 . Unos poquitos versículos<br />

después: "Conserva la forma de los saludables discursos que de mí has oído, inspirados en<br />

la fe y el amor en Cristo Jesús. Guarda ese buen acopio mediante el Espíritu Santo, que<br />

habita en nosotros" 918 .<br />

"Por tanto, tú, hijo mío, busca robustecerte en la gracia que hay en Cristo Jesús. Y las<br />

enseñanzas que de mí recibiste ante muchos testigos, transmíteselas a hombres fieles que<br />

sean idóneos a su vez para enseñar a otros. Esfuérzate como buen soldado de Cristo<br />

Jesús. Nadie que combata por Dios se deja envolver por preocupaciones terrenales, para<br />

complacer a Aquel que lo alistó. Y cualquiera que compite en un certamen no es coronado<br />

si no ha competido ateniéndose a las reglas. Es lógico que el campesino trabaje antes de<br />

recoger los frutos. Comprende bien lo que te digo, pues el Señor te dará la inteligencia en<br />

todo. Recuerda por Jesucristo, del linaje de David, resucitó de entre los muertos, según mi<br />

Evangelio, por el que sufro hasta el punto de verme encadenado como un malhechor; pero<br />

la palabra de Dios no está encadenada. Ahora bien, todas mis adversidades las sobrellevo<br />

por amor de los elegidos, para que también ellos alcancen la salvación que hay en Cristo<br />

Jesús, junto con la gloria celestial. Palabra verdadera es ésta: que si hemos muerto,<br />

viviremos; si resistimos, reinaremos con Él; si le negamos, también Él nos negará; aunque<br />

no confiemos en Él, El se mantendrá fiel, pues no puede negarse a sí mismo. Recuérdales<br />

estas verdades dando testimonio ante Dios. No te entregues a discusiones verbales, para<br />

nada útiles más que para trastorno de los oyentes. Procura con todo empeño presentarte<br />

ante Dios como persona probada, como trabajador irreprensible, que maneja rectamente<br />

la palabra en verdad. Evita, sin embargo, las palabrerías profanas y hueras, pues arrastran<br />

sobremanera a la impiedad, y su conversación se extiende como la gangrena" 919 .<br />

Cinco versículos después: "El Señor conoce a quienes son suyos; y apártese de la<br />

iniquidad todo el que invoca el nombre del Señor. En una casa importante no hay sólo<br />

vasos de oro y de plata, sino también de madera y de barro; aquéllos, para circunstancias<br />

señaladas; éstos, para usos viles. Quien se mantuviera limpio de estos vicios, será un vaso<br />

consagrado para usos honorables y apto para el Señor, dispuesto para toda buena obra.<br />

Aléjate también de las pasiones propias de la juventud; vete, en cambio, en pos de la<br />

justicia, de la fe, de la caridad, de la paz junto a quienes invocan al Señor con corazón<br />

puro. Evita las discusiones estúpidas y necias convencido de que engendran litigios. No<br />

resulta conveniente que un siervo del Señor ande metido en pleitos, sino que sea apacible<br />

con todos, dispuesto a enseñar, paciente y presto a corregir con mesura a quienes se le<br />

enfrentan, por si en algún momento Dios les concede el arrepentimiento preciso para<br />

conocer la verdad y recobrar el seso, escapando de los lazos del diablo, que los tenía<br />

cautivos, atados a su voluntad" 920 .<br />

"Sabrás que en los días postreros sobrevendrán tiempos difíciles y aparecerán hombres<br />

pagados de sí mismos, avaros, engreídos, soberbios, blasfemos, indóciles a sus padres,<br />

ingratos, criminales, sin afecto, sin tranquilidad, facinerosos, disolutos, insensibles, sin<br />

compasión, traicioneros, protervos, hinchados, más amantes de los placeres que de Dios,<br />

que muestran una apariencia de piedad, pero que niegan su eficacia. Evita también a ésos.<br />

Pues a su número pertenecen los que entran en las casas y se llevan cautivas a las<br />

mujerzuelas cargadas de pecados, esas que se dejan arrastrar por las más variadas<br />

pasiones; siempre intentando aprender, pero sin llegar nunca al conocimiento de la<br />

verdad" 921 .<br />

Ocho versículos después: "Sin embargo, tú has seguido de cerca mis enseñanzas, mi<br />

instrucción, mis planes, mi fe, mi entereza de ánimo, mi caridad, mi paciencia, las<br />

persecuciones y padecimientos que tuve que soportar en Antioquía, en Icono, en Listra;


todas esas persecuciones las soporté y de todas ellas me libró Dios. Todos cuantos desean<br />

piadosamente vivir en Cristo Jesús padecerán persecuciones. Los hombres malvados y<br />

seductores terminarán en lo peor, engañando y arrastrando al engaño. Tú mantente fiel a<br />

las enseñanzas que has aprendido y que se te han confiado, teniendo presente de quién lo<br />

has aprendido, y que desde la infancia conociste las Sagradas Escrituras, que pueden<br />

instruirte para alcanzar la salvación mediante la fe que se basa en Cristo Jesús. Toda la<br />

Escritura, inspirada por Dios, es útil para enseñar, para argumentar, para corregir, para<br />

educar en la justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, instruido para toda buena<br />

obra" 922 .<br />

"Te conjuro ante Dios y ante Cristo Jesús, que juzgará a vivos y muertos, por su llegada y<br />

por su reino: predica la palabra, insiste tempestiva e intempestivamente; arguye, suplica,<br />

reprende con toda paciencia y doctrina. Pues vendrá una época en que no soportarán la<br />

saludable doctrina. Al contrario, siguiendo sus pasiones, y ansiosos de oír, se buscarán<br />

montones de maestros y apartarán sus oídos de la verdad para prestar atención a fábulas.<br />

Tú mantente vigilante, esfuérzate en todo, lleva a cabo tu labor de evangelista cumple tu<br />

ministerio. Yo estoy a punto ya de ser ofrendado, y el tiempo de mi partida se acerca. He<br />

combatido un buen combate, he concluido mi carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me<br />

está preparada la corona de la justicia que aquel día me otorgará el Señor, justo juez; y<br />

no sólo a mí, sino también a aquellos que ansían su llegada" 923 .<br />

XLI. De la epístola a Tito<br />

"Te dejé en Creta con el fin de que revises lo que falta y establezcas presbíteros en las<br />

ciudades, tal como te ordené: quien sea irreprochable, marido de una sola esposa, que<br />

tenga unos hijos respetuosos, no se le acuse de lujuria o de sedición. Pues resulta<br />

necesario que el obispo esté libre de vicios, como administrador de Dios; que no sea<br />

soberbio, ni iracundo, ni bebedor, ni camorrista, ni ambicioso de ganancias ilegales, sino<br />

hospitalario, benigno, sobrio, justo, santo, honesto, cumplidor de la palabra que es fiel<br />

según la doctrina, de manera que pueda exhortar en la saludable doctrina y argüir a<br />

quienes la contradicen" 924 . Y unos pocos versículos después: "Por eso, repréndelos<br />

duramente, para que se mantengan íntegros en la fe, sin prestar atención a las patrañas<br />

judaicas y a las normas que dictan los hombres que se han apartado de la verdad. Para los<br />

limpios todo es limpio; en cambio, nada hay limpio para los inmundos e infieles, sino que<br />

su mente y su conciencia son inmundas. Proclaman que conocen a Dios, pero con sus<br />

actos lo niegan, ya que son abominables, incrédulos e incapaces para toda buena obra"<br />

925 .<br />

"Por tu parte, predica lo que conviene a la sana doctrina: que los ancianos sean sobrios,<br />

moderados, prudentes, íntegros en la fe, en la caridad, en la paciencia. Y otro tanto las<br />

ancianas: muéstrense con un atuendo recatado; no sean calumniadoras, ni inclinadas al<br />

mucho vino; buenas maestras, para que enseñen la prudencia a las jovencitas, de forma<br />

que amen a sus maridos, quieran entrañablemente a sus hijos, sean prudentes, honestas,<br />

preocupadas por su casa, bondadosas, sumisas a sus maridos, para que no se mancille la<br />

palabra de Dios. Exhorta igualmente a los jóvenes a que sean sobrios. Muéstrate a ti<br />

mismo en todo como ejemplo de buenas acciones: en la doctrina, con tu integridad y<br />

gravedad; palabra sana, irreprensible, de forma que cualquier adversario se avergüence<br />

de no encontrar ningún defecto que decir de nosotros. Que los siervos sean obedientes a<br />

sus señores, complaciéndolos en todo, no contradiciéndolos ni defraudándolos, sino<br />

mostrando en todo una buena fidelidad para que honren en todo la doctrina del Salvador,<br />

nuestro Dios. Pues la gracia de Dios Salvador se ha manifestado a todos los hombres<br />

enseñándonos a renunciar a la impiedad y deseos mundanos, para vivir con justicia y<br />

piedad en este mundo, aguardando la esperanza bienaventurada y la venida del gran Dios<br />

y de nuestro Salvador Jesucristo, que se entregó a sí mismo por nosotros, para redimimos<br />

de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo digno y seguidor de las buenas obras.<br />

Predica estas ideas, exhorta y reprende con toda autoridad. Que nadie te desprecie" 926 .<br />

"Adviérteles que sean sumisos a sus príncipes y autoridades; que obedezcan sus<br />

ordenanzas; que estén dispuestos a toda buena obra; que no mancillen a nadie, ni sean<br />

pendencieros, sino moderados y presentando ante todos los hombres una perfecta<br />

mansedumbre" 927 .<br />

Unos cuantos versículos después: "Doctrina auténtica es ésta. Quiero que tú des<br />

testimonio de estas creencias, para que quienes creen en Dios procuren progresar en sus


uenas obras. Creencias son éstas buenas y provechosas para los hombres. Evita las<br />

discusiones estúpidas, las genealogías, los debates y controversias sobre la ley, pues son<br />

inútiles y vanas. Al herético, evítalo después de haberlo amonestado dos veces,<br />

convencido de que está echado a perder quien es tal: peca, y su propio juicio lo condena"<br />

928 .<br />

XLII. De la epístola a Filemón<br />

"He recibido una gran alegría y consuelo por tu caridad, hermano, porque los corazones de<br />

los fieles han encontrado alivio gracias a ti" 929 . Y un poco después: "Hubiera querido yo<br />

retenerlo conmigo para que, por ti, me ayudara en mi prisión por el Evangelio; pero no he<br />

querido hacer nada sin tu consentimiento, a fin de que este servicio tuyo no pareciese<br />

proceder de una obligación, sino que resultase voluntario" 930 .<br />

LXIII. De la epístola a los Hebreos<br />

"Mirad, hermanos, no sea que en algunos de vosotros exista un corazón enfermo de<br />

incredulidad que lo aleje de Dios vivo; exhortaos unos a otros a diario, mientras aún se<br />

hable del "hoy", para que ninguno de vosotros se embote con los engaños del pecado.<br />

Porque hemos sido hechos partícipes de Cristo, con tal de que mantengamos firme hasta<br />

el final la confianza que en Él pusimos al principio. Entre tanto, se dice: Si hoy oyerais su<br />

voz, no endurezcáis vuestros corazones como en un arrebato de cólera" 931 .<br />

Unos pocos versículos después: "Sintamos, pues, temor, no vaya a ser que alguno de<br />

vosotros crea haber llegado tarde, cuando lo cierto es que aún se mantiene en pie la<br />

promesa de entrar en su reposo. Porque también a nosotros se nos hizo el mismo anuncio<br />

que a ellos, si bien no les sirvió de nada el haber oído el mensaje, por cuanto quienes lo<br />

escucharon carecían de fe" 932 . Y en otro pasaje: "Por tanto, dado que tenemos un gran<br />

Pontífice que entró en los cielos -Jesús, hijo de Dios-, mantengamos la fe" 933 . Cuatro<br />

versículos después: "Acerquémonos, pues, con confianza hasta el trono de la gracia para<br />

alcanzar la misericordia y encontrar gracia para e momento en que precisemos auxilio" 934 .<br />

Un poco más adelante: "Pues no es Dios injusto como para olvidarse de nuestro esfuerzo y<br />

del amor que habéis mostrado en su nombre, en los servicios que habéis prestado -y<br />

estáis prestando- a los fieles. Ansiamos que cada uno de vosotros muestre la misma<br />

solicitud hasta el fin en la realización efectiva de su esperanza; que no os mostréis<br />

perezosos, sino imitadores de aquellos que, por su fe y su paciencia, heredarán las<br />

promesas" 935 . Y siete versículos después: "Pues los hombres suelen jurar por algo<br />

superior a ellos, y el juramento que les sirve de garantía pone fin a toda controversia" 936 .<br />

"Mantengamos inquebrantable la profesión de nuestra esperanza -pues fiel es quien nos ha<br />

hecho la promesa-, y animémonos unos a otros en la práctica de la caridad y de las<br />

buenas obras, no abandonando nuestra congregación -como algunos acostumbran a<br />

hacer-, sino exhortándonos, y tanto más cuanto que veis que el día está cerca. Pues si<br />

pecamos voluntariamente después de haber recibido el mensaje de la verdad, entonces ya<br />

no hay lugar para el sacrificio de nuestros pecados, sino sólo una terrible expectativa de<br />

juicio y el fuego devorador que consumirá a los adversarios. Si uno quebranta la ley de<br />

Moisés, es condenado sin piedad alguna a la muerte con el testimonio de dos o tres<br />

testigos 937 ; ¿de cuántos más terribles suplicios consideráis que se hace merecedor quien<br />

pisotea al Hijo de Dios, estima como impía la sangre de la alianza en la que fue<br />

santificado, y ultraja al Espíritu de la gracia? Sabemos quién dijo: Mía es la venganza; yo<br />

estableceré la revancha 938 . Y luego: Que el Señor juzgará a su pueblo 939 . Terrible es caer<br />

en manos del Dios vivo" 940 .<br />

"Acordaos, empero, de los primeros días en los que, recién recibida la luz de la revelación,<br />

tuvisteis que soportar una amplia ofensiva de padecimientos. Por un lado, se os convirtió<br />

en espectáculo de oprobios y tribulaciones; por otro, acabasteis siendo partícipes de los<br />

que tales ignominias padecían. Y es que os compadecisteis de los encarcelados y<br />

soportasteis con alegría el despojo de vuestros bienes, persuadidos de que teníais una<br />

riqueza mayor y perdurable. No perdáis, pues, vuestra esperanza, que entraña una<br />

enorme recompensa. Necesitáis paciencia, para que, cumpliendo la voluntad de Dios, os<br />

hagáis acreedores de la promesa. Pues un momentito aún, y el que ha de venir vendrá, y<br />

no tardará mucho. Mi justo vivirá de la fe; porque si se apartara de mí, no agradará a mi<br />

alma" 941 .


Un poco después: "Teniendo, pues, sobre nosotros una nube tan grande de testigos,<br />

dejando a un lado todo este enorme peso del pecado que nos asedia, llenos de paciencia<br />

corramos al combate que se nos plantea con la mirada puesta en el promotor y<br />

consumador de la fe, Jesús. Él, a pesar de que era gozo lo que se le ofrecía, prefirió<br />

soportar la cruz, sin tener en cuenta la vergüenza que ello suponía; y ahora está sentado a<br />

la derecha del trono de Dios. Meditad, pues, en Aquel que soportó semejante contradicción<br />

por parte de los pecadores contra ellos mismos, para que no os desfondéis porque<br />

vuestros ánimos flaqueen. En vuestro enfrentamiento contra el pecado no habéis resistido<br />

hasta el derramamiento de sangre, y os habéis olvidado de la exhortación que os hizo<br />

hablándoos como a hijos en estos términos: Hijo mío, no menosprecies la doctrina del<br />

Señor, y no te desanimes cuando Él te corrija; pues el Señor castiga a quien ama, y<br />

fustiga a todo el que acepta como hijo 942 . Perseverad cuando os corrija: Dios os trata<br />

como a hijos. ¿Hay algún hijo a quien no corrija su padre? Porque si aún no habéis<br />

experimentado la corrección de la que ha hecho partícipes a todos, es señal de que sois<br />

bastardos y no hijos legítimos. Además, hemos tenido a nuestros padres carnales como<br />

correctores nuestros, y los hemos respetado. ¿No vamos a obedecer mucho más al padre<br />

de los espíritus, y así viviremos eternamente? La verdad es que aquéllos nos corregían,<br />

según su dictado, para una vida de escasa duración; éste, en cambio, con vistas a lo que<br />

es provechoso para alcanzar su santificación. Ninguna corrección parece, de momento, ser<br />

motivo de gozo, sino de tristeza; sin embargo, a quienes se ejercitan en ella les<br />

proporciona a la postre un apacible fruto de justicia Por eso, levantad vuestras manos<br />

caídas y vuestras rodillas flojas, y haced que vuestros pies caminen rectos, para que el<br />

que cojea no equivoque su camino, sino más bien se cure. Procurad con todos la paz y la<br />

santidad, sin la cual nadie verá a Dios. Mirad que a nadie le falta la gracia de Dios, que<br />

ninguna raíz de amargura, al brotar, sirva de impedimento, y por ella se contaminen<br />

muchos; que no haya ningún fornicador o profano como Esaú, que vendió su<br />

primogenitura por un plato de comida" 943 .<br />

Y en otro pasaje: "Manténgase entre vosotros el amor fraternal. Y no os olvidéis de la<br />

fraternidad. Por ella, algunos ignoraron que eran ángeles a quienes habían acogido 944 .<br />

Acordaos de los presos como si también presos estuvierais vosotros; y de aquellos que<br />

padecen, como si también estuvierais en su cuerpo. Respétese entre todos vosotros el<br />

matrimonio, y que no se mancille el lecho conyugal, pues Dios juzgará a los fornicadores y<br />

a los adúlteros. Que vuestras costumbres estén al margen de la avaricia, dándoos por<br />

satisfechos con lo que tenéis; pues Él mismo ha dicho: No te abandonaré, ni te dejaré<br />

desamparado 945 , de manera que con toda confianza podamos decir: El Señor es mi<br />

valedor; no temeré. ¿Qué pueden hacerme los hombres? 946 . Acordaos de quienes están al<br />

frente de vosotros, que os predicaron la palabra de Dios; y teniendo en cuenta cuál es el<br />

devenir de su conducta, imitad su fe. Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos de<br />

los siglos. No os dejéis arrastrar por doctrinas diversas y extrañas. Mejor es afirmar el<br />

corazón con la gracia, que no con los alimentos, que en nada aprovecharon a quienes en<br />

ellos anduvieron. Tenemos un altar del que no tienen posibilidad de comer quienes sirven<br />

al tabernáculo. La sangre de aquellos animales es introducida en el santuario por el<br />

pontífice como ofrenda por los pecados, mientras que los cuerpos son incinerados fuera<br />

del campamento. Por eso también Jesús, para santificar al pueblo con su sangre, padeció<br />

fuera de la puerta de la ciudad. Salgamos, pues, al encuentro suyo fuera del campamento,<br />

cargando con su vituperio. Pues no tenemos aquí una ciudad permanente, sino que vamos<br />

en busca de la futura. Por ello, mediante Él, ofrezcamos en todo momento a Dios el<br />

sacrificio de la alabanza, es decir, el fruto de los labios que ensalzan su nombre. No os<br />

olvidéis de la beneficencia y de la coparticipación de bienes, pues con tales sacrificios se<br />

agrada a Dios. Obedeced a vuestras autoridades y acatadlas, pues ellas se mantienen<br />

también en vela como quienes han de dar cuenta por vuestras almas, para que lo hagan<br />

con gozo y no con lágrimas: esto no os aprovecharía. Rogad por nosotros. Pues confiamos<br />

en que la conciencia que tenemos es buena, pretendiendo comportamos bien en todo<br />

momento 947 .<br />

XLIV. De la epístola de Pedro.<br />

"Aunque ahora sea necesario que os afecten un poco diferentes tentaciones, para que<br />

sirva de prueba a vuestra fe, que es, con mucho, más preciosa que el oro que se destruye<br />

con el fuego" 948 . Y en otro pasaje: "Por ello, teniendo bien fijados los redaños de vuestro<br />

entendimiento, con absoluta templanza, poned vuestra esperanza en la gracia que se os<br />

ofrece en la revelación de Jesucristo. Como hijos obedientes, no es amoldéis a las


pasiones que antes teníais, propias de vuestra ignorancia, sino que, del mismo modo que<br />

santo es Aquel que nos ha llamado, así también sed vosotros santos en todo vuestro<br />

comportamiento. Porque escrito está: Seréis santos porque también santo soy Yo 949 . Y si<br />

llamáis Padre a Aquel que, sin tener en cuenta el rango de las personas, juzga a cada cual<br />

según sus obras, comportaos con temor todo el tiempo que dure vuestra peregrinación<br />

terrena" 950 . Y algunos versículos después: "Purificando vuestras almas en las exigencias<br />

de la caridad, en la sencillez del amor fraterno, amaos unos a otros profundamente de<br />

todo corazón: renacidos..." 951 .<br />

Unos cuantos versículos después: "Por lo tanto, dejando a un lado toda malicia, todo<br />

engaño, la hipocresía, las envidias y las maledicencias todas, anhelad -como niños recién<br />

nacidos- la leche espiritual no adulterada" 952 . Y unos versículos más adelante: "Os ruego,<br />

queridísimos míos, que, como extranjeros y peregrinos, os abstengáis de las<br />

concupiscencias carnales que combaten contra el alma. Seguid entre los gentiles un buen<br />

comportamiento, de manera que, en aquello mismo que os echan en cara como<br />

malhechores, puedan, considerando vuestras buenas obras, glorificar a nuestro Dios el día<br />

de su venida. Acatad, por respeto a Dios, toda autoridad humana, ya sea el rey -como<br />

soberano-, ya sean los gobernadores -como delegados suyos designados para castigo de<br />

los malhechores y encomio de los buenos- Porque tal es la voluntad de Dios: que,<br />

practicando el bien, hagáis enmudecer la ignorancia de las personas insensatas. Como<br />

hombres libres, y no como quien emplea la libertad como careta de su malicia, sino como<br />

siervos de Dios. Respetad a todos, amad la fraternidad, temed a Dios, honrad al rey. Los<br />

que sois siervos, acatad con todo temor a vuestro amo, no sólo a los buenos y benévolos,<br />

sino también a los severos. Pues es agradable a Dios el que, por amor a Él, uno sufra<br />

ofensas, padeciéndolas injustamente. Pues ¿qué gloria podéis tener si sois castigados por<br />

haber delinquido y lo aguantáis? En cambio, si sufrís aunque practicáis el bien, eso sí que<br />

resulta grato a los ojos de Dios. Pues para esto fuisteis llamados, ya que también Cristo<br />

padeció por nosotros dejándoos el ejemplo para que sigáis sus pasos" 953 .<br />

Y en otro pasaje: "Igualmente, que las mujeres sean sumisas a sus maridos, de forma que<br />

si alguno no da crédito a la palabra, alcance la fe gracias al comportamiento de la esposa,<br />

sin necesidad de palabras, al fijarse en vuestro honrado comportamiento basado en el<br />

respeto. Su apariencia externa no presente rizados los cabellos o atavíos de oro o una<br />

preocupación desmedida por el vestido; al contrario, cual persona de corazón, que es<br />

recatada, en la incorruptibilidad de un espíritu pacífico y moderado, que es rico a los ojos<br />

de Dios. Así es como se adornaban antaño las santas mujeres que tenían puesta en Dios<br />

su confianza y eran sumisas a sus propios maridos. Igual que Sara obedecía a Abraham<br />

llamándolo "señor"; hijas de ella habéis venido a ser vosotras, que hacéis el bien sin sentir<br />

temor hacia amenaza alguna. Asimismo, vosotros, maridos, convivid con ellas con<br />

sensatez, tratándolas como a un vaso delicado, honrando a la esposa como a coheredera<br />

de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no encuentren obstáculo. En fin, que<br />

todos tengáis un mismo sentimiento, experimentéis el mismo espíritu de fraternidad, seáis<br />

amables, misericordiosos, moderados, humildes; no devolváis mal por mal, ni maldición<br />

por maldición; al contrario: bendecid, porque para eso habéis sido llamados, para que<br />

poseáis en herencia la bendición. Porque quien quiere amar la vida y ver días felices,<br />

refrene su lengua apartándola del mal y sus labios no hablen el mal. Aléjese del mal y<br />

practique el bien; busque la paz y vaya tras ella; porque los ojos del Señor se posan sobre<br />

los justos y sus oídos atienden a sus súplicas. Pero el rostro del Señor se levanta sobre<br />

quienes obran el mal 954 . Y ¿quién es el que puede haceros daños si fuerais celosos<br />

practicantes del bien? No obstante, si sufrís por ajustaros a la justicia, felices de vosotros.<br />

No os causen temor las amenazas, ni os sintáis turbados. Al contrario, ensalzad al Señor<br />

Jesucristo en vuestros corazones, dispuestos en todo momento a dar satisfacción a todo el<br />

que os pida testimonio de la esperanza que hay en vosotros. Pero hacedlo con modestia y<br />

con respeto, teniendo buena conciencia, para que, en aquello mismo que os echan en<br />

cara, queden confundidos quienes difaman vuestra conducta en Cristo. Pues mejor es<br />

sufrir (si tal es la voluntad de Dios) haciendo el bien que haciendo el mal" 955 .<br />

"Puesto que Cristo padeció en la carne, estad vosotros pertrechados también de idéntico<br />

pensamiento: que el que padeció en la carne se apartó de los pecados, de manera que el<br />

resto de su vida viva en la carne, ero no sujeto ya a las pasiones humanas, sino a la<br />

voluntad de Dios. Séanos suficiente el tiempo pasado que hemos perdido atendiendo a la<br />

voluntad de los gentiles, entregados al desenfreno, a las pasiones, a las borracheras, a las<br />

comilonas, a las embriagueces y a abominables cultos idolátricos" 956 .


"Sed, pues, prudentes, y manteneos vigilantes en oración. Sobre todo practicad entre<br />

vosotros una constante caridad mutua, porque la caridad borra multitud de pecados. Sed<br />

hospitalarios unos con otros, sin murmuraciones. Según el don que cada uno haya<br />

recibido, póngalo al servicio de los demás, empleándolo como buenos administradores de<br />

la gracia de Dios, que se manifiesta de múltiples formas. Si uno tiene el don de la palabra,<br />

hable conforme a la palabra de Dios; si ejerce algún ministerio, ejérzalo con el poder que<br />

Dios le otorga, de manera que en todo sea Dios glorificado mediante Jesucristo, que posee<br />

la gloria y el poder por los siglos de los siglos" 957 .<br />

"Queridísimos míos, no os admiréis de que se os someta ahora al fuego, porque ello se<br />

hace para prueba vuestra. No os asustéis como si os sucediese cosa extraña; al contrario,<br />

alegraos de participar de los sufrimientos de Cristo, para que el día de su venida os<br />

regocijéis saltando de gozo. Felices de vosotros si sois ultrajados en nombre de Cristo,<br />

porque el espíritu de la gloria y de poder de Dios reposa sobre vosotros. Él es afrentado<br />

por ellos, pero glorificado, en cambio, por vosotros. Ninguno de vosotros padezca como<br />

homicida, o ladrón, o detractor, o entremetido en negocios ajenos; ahora bien, si<br />

padeciera como cristiano, que no se avergüence, sino que glorifique a Dios en este<br />

nombre. Porque tiempo es ya de que se inicie el juicio sobre la casa de Dios. Y si se inicia<br />

en vosotros, ¿cuál será el fin de quienes no creen en el Evangelio de Dios? Si a duras<br />

penas se salvará el justo, ¿adónde irán a parar el impío y el pecador? De modo que<br />

quienes padecen según la voluntad de Dios están poniendo en manos del Creador fiel sus<br />

almas en la práctica del bien" 958 .<br />

"A los ancianos que hay entre vosotros, yo -anciano también y testigo de los sufrimientos<br />

de Cristo, así como participante de su gloria que habrá de revelarse en el futuro- les<br />

formulo esta petición: apacentad la grey de Dios que se ha puesto en vuestras manos,<br />

cuidando de ella no obligados, sino espontáneamente; no como dueños del patrimonio,<br />

sino convirtiéndoos, de todo corazón, en el ejemplo de la grey. Y cuando se presente el<br />

mayoral de los pastores recibiréis la inmarchitable corona de gloria. También vosotros,<br />

jóvenes, mostraos sumisos a los ancianos. Inspiraos todos sencillez unos a otros, porque<br />

Dios no soporta a los soberbios, mientras que a los humildes les otorga su gracia.<br />

Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios para que os exalte del día de su venida,<br />

depositando en Él todas vuestras preocupaciones, porque Él se preocupa de vosotros. Sed<br />

mesurados, manteneos alerta, porque el diablo, vuestro adversario como león rugiente<br />

anda rondando en busca de a quién devorar. Hacedle frente afianzados en la fe,<br />

conscientes de que esos mismos sufrimientos los están padeciendo vuestras<br />

congregaciones hermanas existentes en el mundo. Sin embargo, el Dios de toda la gracia,<br />

que nos ha llamado a su eterna gloria en Cristo Jesús, después de que padezcamos un<br />

poco, nos hará perfectos, nos afirmará y consolidará. Suyo es el poder por los siglos de los<br />

siglos. Amén" 959 .<br />

XLV. De la segunda epístola del mismo (Pedro)<br />

"Por ellas nos ha otorgado las promesas mayores y más preciosas, para que, mediante<br />

ellas, os convirtáis en partícipes de la naturaleza divina, huyendo de la corrupción de la<br />

concupiscencia existente en el mundo. Vosotros, por vuestra parte, poniendo todo vuestro<br />

celo, mostrad virtud en vuestra fe, ciencia en la virtud, templanza en la ciencia, paciencia<br />

en la templanza, piedad en la paciencia, amor fraterno en la piedad, caridad en el amor<br />

fraterno. Si estas virtudes están en vosotros -y lo están en abundancia-, no os dejarán<br />

vacíos ni sin fruto en el reconocimiento del Señor nuestro, Jesucristo. Quien carece de<br />

ellas es ciego y camina a tientas, olvidado de purgar sus antiguos pecados. Por eso,<br />

hermanos, poned todo vuestro empeño en hacer firme vuestra vocación y vuestra elección<br />

mediante las buenas obras; pues practicándolas, no pecaréis nunca" 960 .<br />

Un poquito más adelante: "También del mismo modo habrá entre vosotros falsos maestros<br />

que promoverán herejías de perdición que niegan al Señor que los rescató,<br />

desencadenando sobre sus cabezas una fulminante ruina. Y muchos seguirán sus<br />

seducciones, y por ellos será ultrajado el camino de la verdad: en su avaricia, con sus<br />

mentirosas palabras os convertirán a vosotros en objeto de negocio. Desde hace tiempo<br />

pende sobre ellos el juicio, y su castigo no está adormecido" 961 . Y en otro pasaje: "El<br />

Señor sabe librar de la tentación a los piadosos, y reservar a los malvados para su<br />

perdición el día del juicio. Sobre todo, a aquellos que siguen los dictados de la carne<br />

sumidos en las pasiones de la lujuria y desprecian su potestad. Atrevidos, engreídos, no


espetan las normas de conducta, mostrándose despectivos; a pesar de que los ángeles<br />

son superiores en poder e influencia, no manifiestan ante el Señor una opinión que les<br />

resulte perniciosa. En cambio, éstos, como bestias irracionales, destinadas por la<br />

naturaleza para presa y exterminio, ultrajando lo que ignoran, se precipitarán en su propia<br />

ruina, recibiendo la recompensa de su iniquidad: consideran que la felicidad consiste en los<br />

placeres de cada día; suciedades y corrupciones manan en abundancia de esos placeres;<br />

en sus banquetes, junto a vosotros, se entregan a los excesos; tienen sus ojos llenos de<br />

adulterio y son insaciables de pecado; seducen a las almas inseguras; poseen un corazón<br />

perito en la avaricia; son hijos de maldición: abandonando el camino recto, se han<br />

extraviado" 962 .<br />

Unos cuantos versículos después: "Poniendo de manifiesto la soberbia de su vanidad,<br />

seducen, arrastrándolos a las pasiones del placer carnal, a quienes poco antes habían<br />

logrado apartarse de lo que vivían en el error, prometiéndoles la libertad, cuando<br />

precisamente ellos son esclavos de la corrupción: quien es vencido por otro se convierte<br />

en esclavo suyo. Pues si después de huir de la impudicia del mundo gracias al<br />

conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, se ven de nuevo derrotados,<br />

enredados por esos mismos vicios; sus pecados últimos se convierten en peores que los<br />

primeros. Más les hubiese valido no conocer el camino de la justicia que apartarse de él<br />

después de conocerlo, abandonando el santo mandamiento que les fue dado. En ellos se<br />

constata aquello de este verdadero proverbio: Retorna el perro a su vómito y la cerda<br />

recién lavada vuelve a revolcarse en el lodo" 963 .<br />

Algo más adelante: "Dado que todo ha de aniquilarse, ¿cómo debéis ser vosotros en<br />

vuestras devotas conversaciones y en vuestra piedad, aguardando y adelantándoos al<br />

advenimiento del día de Dios?" 964 . Y un poco después: "Queridos míos, a la espera de<br />

estos acontecimientos, portaos diligentemente, de forma que podáis ser hallados puros e<br />

inmaculados, en paz" 965 . Y en otro pasaje: "Por lo tanto, vosotros, que estáis sobre aviso,<br />

manteneos alerta no vaya a ser que, arrastrados por el yerro de los insensatos, decaigáis<br />

de vuestra propia firmeza. Al contrario, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro<br />

Señor y Salvador Jesucristo. Para Él la gloria, ahora y en el día de la eternidad. Amén" 966 .<br />

XLVI. De la epístola de Santiago<br />

"Hermanos míos, consideraos plenamente dichosos cuando os sobrevienen diferentes<br />

tentaciones, sabedores de que la prueba de vuestra fe desarrolla vuestra perseverancia.<br />

Pero esa perseverancia debe tener una realización perfecta, para que perfectos e íntegros<br />

seáis vosotros, sin falta alguna. Si alguno de vosotros precisa sabiduría, pídasela a Dios,<br />

que a todos da con largueza y no hace reproches, y se la concederá. Pero pídala con fe, sin<br />

vacilación alguna, pues quien vacila se parece a las olas del mar, que el viento mueve y<br />

arrastra de un lado a otro. El hombre que sea así no espere recibir nada del Señor: es<br />

varón voluble del espíritu, inconstante en su comportamiento. El hermano pobre gloríese<br />

en su exaltación y el rico en su humillación, porque pasará como la flor del heno 967 . Salió<br />

el sol con todos sus ardores, se secó el heno, se marchitó la flor y desapareció la belleza<br />

de su aspecto: así también se marchitará el rico en sus empresas. Bienaventurado el<br />

varón que soporta la tentación, porque después de probado recibirá la corona de la vida<br />

que Dios prometió a quienes lo aman" 968 . Y un poco después: "No os equivoquéis,<br />

queridísimos hermanos: toda dádiva intachable y todo don perfecto de arriba proviene,<br />

procedente del Padre de las luces" 969 .<br />

Y unos versículos después: "Ya lo sabéis, hermanos míos queridos: que todo hombre esté<br />

presto para escuchar, pero tardo para hablar y tardo para la iracundia pues la ira no<br />

produce justicia de Dios. Por ello, rechazando toda impudicia y toda reliquia de maldad,<br />

acoged con sencillez la palabra sembrada en vosotros y que puede salvar almas. Poned en<br />

práctica esa palabra, y no os limitéis a escucharla, engañándoos a vosotros mismos.<br />

Porque si uno se limita a escuchar la palabra y no la practica, será comparable a un<br />

hombre que contempla en un espejo su rostro natural, y tras contemplarlo se marcha y<br />

olvida al punto cómo era. En cambio, quien dirige su mirada hacia la ley perfecta, la de la<br />

libertad, y persevera en ella (no como oyente olvidadizo, sino como practicante de la<br />

misma), ése será bienaventurado por sus obras. Si alguno se considera religioso, pero no<br />

refrena su lengua, sino que engaña a su corazón, vana es su religión. Una religión pura e<br />

inmaculada ante Dios Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su<br />

tribulación, y guardarse sin mancha de este mundo" 970 .


"Hermanos míos, no practiquéis la fe de la gloria de nuestro Señor Jesucristo teniendo en<br />

cuenta la categoría de las personas" 971 . Y algunos versículos después: "Escuchad,<br />

hermanos míos queridísimos: ¿no eligió Dios a los pobres de este mundo para hacerlos<br />

ricos en la fe y herederos del reino que prometió Dios a quienes lo aman? Y, sin embargo,<br />

vosotros deshonrasteis al pobre. ¿No son los ricos quienes os oprimen con su prepotencia<br />

y quienes os arrastran ante los tribunales? ¿No son ellos los que ultrajan el buen nombre<br />

invocado sobre vosotros? No obstante, si estáis cumpliendo el soberano precepto acorde<br />

con las Escrituras que dice: Amarás al prójimo como a ti mismo 972 , estáis obrando bien;<br />

pero si actuáis teniendo en cuenta la categoría de las personas, cometéis pecado y la ley<br />

os señalará como a transgresores" 973 . Y unos versículos después: "Sin misericordia se<br />

juzgará a quien no practica la misericordia. La misericordia supera en gloria al juicio" 974 .<br />

No mucho más adelante: "Hermanos míos, no pretendáis muchos ser maestros, sabedores<br />

de que os exponéis a un juicio más riguroso. Todos nos equivocamos en muchas cosas. Si<br />

uno no yerra en sus palabras, ése es un hombre perfecto, y puede también dominar con<br />

freno todo su cuerpo" 975 . Y en otro pasaje: "Sin embargo, ninguna persona puede domar<br />

la lengua: es un mal incansable y está llena de mortal veneno. Con ella bendecimos al<br />

Dios y Padre nuestro, y con ella maldecimos a los hombres que han sido creados a<br />

semejanza de Dios. De la misma boca brotan la bendición y la maldición. Y esto, hermanos<br />

míos, no es oportuno" 976 . Y unos versículos después: "¿Quién es entre vosotros sabio e<br />

instruido? Que con su buena conducta muestre su forma de obrar en la sencillez de su<br />

sabiduría. Pero, si en vuestros corazones albergáis amarga envidia y rivalidades, no os<br />

ufanéis ni seáis mentirosos contra la verdad; que no es ésta la sabiduría que procede de lo<br />

alto, sino terrenal, animal, diabólica. Pues donde hay envidia y rivalidad, allí hay<br />

volubilidad y todo tipo de depravación. En cambio, la sabiduría que procede de lo alto es,<br />

ante todo, recatada; y luego pacífica, moderada, persuasiva, simpatizante con los buenos,<br />

llena de misericordia y de buenas obras, nada dada a prejuzgar, libre de hipocresía: el<br />

fruto de la justicia se cultiva en la paz para quienes practican la paz" 977 .<br />

"¿De dónde proceden entre vosotros las guerras y los litigios? ¿No lo es, acaso, de<br />

vuestras pasiones, esas que porfían en vuestros miembros?" 978 . Asimismo, unos<br />

versículos más adelante: "Pedís, y no recibís, precisamente porque pedís mal, para dar<br />

pábulo a vuestras pasiones. Adúlteros, ¿no sabéis que la amistad hacia el mundo es<br />

enemistad hacia Dios? Pues cualquiera que prefiera ser amigo de este mundo, se convierte<br />

en enemigo de Dios" 979 . Y un poco después: "Por eso se dice: Dios resiste a los soberbios;<br />

en cambio, a los humildes les concede la gracia 980 . Así que mostraos sumisos a Dios, y<br />

resistid al diablo, que huirá de vosotros. Aproximaos a Dios, y El se aproximará a vosotros.<br />

Lavad vuestras manos, pecadores; purificad vuestros corazones, hipócritas. Sentíos<br />

abatidos e implorad. Llorad: que vuestra risa se trueque en llanto y vuestro gozo en<br />

tristeza. Humillaos ante el Señor, y Él os ensalzará. No os desacreditéis unos a otros,<br />

hermanos" 981 . Unos versículos después: "Uno solo es el legislador y el juez, el que puede<br />

condenar o dejar libre. En cambio, ¿quién eres tú para juzgar a tu prójimo? Ahí tenéis<br />

ahora; decís: Hoyo mañana iremos a tal ciudad, permaneceremos en ella un año,<br />

comerciaremos y obtendremos ganancias, sin saber qué pasará mañana; porque ¿qué es<br />

vuestra vida? Es simplemente humo que se ve un momento, y luego se disipa. En vez de<br />

eso, decid: Si Dios quisiera, y si viviéramos, haremos esto o aquello. Sin embargo, ahora<br />

os fundáis en vuestras jactancias: semejante fatuidad es siempre perniciosa. Quien sabe<br />

practicar el bien y no lo practica comete pecado" 982 .<br />

"¡Ea, ricos! Llorad ahora aullando por las desgracias que os sobrevendrán. Vuestras<br />

riquezas están putrefactas, y vuestros vestidos han sido devorados por la polilla. Vuestro<br />

oro y vuestra plata están oxidados, y esa herrumbre servirá de testimonio contra vosotros,<br />

y devorará vuestras carnes como el fuego. Estáis amontonando tesoros para los últimos<br />

días. Los salarios de los jornaleros que segaron vuestros campos, y que fueron estafados<br />

por vosotros, dejan oír su protesta, y esa protesta ha llegado a oídos del Señor de los<br />

ejércitos. Habéis banqueteado en la tierra y habéis cebado en los placeres vuestros<br />

corazones para el día de la destrucción. Apresasteis y matasteis al justo, y no os opuso<br />

resistencia. Por eso, hermanos, tened paciencia hasta la llegada del Señor" 983 . Un poco<br />

después: "Mostrad paciencia también vosotros; templad vuestros corazones, porque la<br />

llegada del Señor será muy pronto. No os quejéis unos de otros, hermanos, para que no se<br />

os juzgue" 984 . Y en otro pasaje: "Pero sobre todo, hermanos míos, no juréis por el cielo,<br />

ni por la tierra, ni por cualquier otro juramento. Que vuestro "esto es así" sea "esto es<br />

así", y vuestro "no" sea "no", para que no incurráis en juicio. ¿Alguno de vosotros está


triste? Que haga oración con ecuanimidad y entone salmos. ¿Hay algún enfermo entre<br />

vosotros? Haga venir a los ancianos de la Iglesia y que oren por él, ungiéndolo con el óleo<br />

en nombre del Señor, y la oración de la fe sanará al enfermo. Y el Señor lo levantará y se<br />

le perdonarán los pecados que haya cometido. Confesaos, pues, mutuamente vuestros<br />

pecados y orad los unos por los otros, para que alcancéis la salvación. De mucho vale la<br />

asidua súplica del justo" 985 . Unos versículos después: "Hermanos míos, si alguno de<br />

vosotros se desvía de la verdad, y algún otro lo hace retornar al recto camino, cabe saber<br />

que quien convierte a un pecador de su error salvará su alma de la muerte y borrará<br />

multitud de pecados" 986 .<br />

XLVII. De la epístola de Juan<br />

"Si dijéramos que tenemos comunión con Él, pero andamos en tinieblas, estamos<br />

mintiendo y no nos ajustamos a la verdad. En cambio, si andamos en la luz -igual que<br />

también Él está en la luz- es cuando realmente estamos en comunión unos con otros, y la<br />

sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado. Si afirmáramos que estamos<br />

libres de pecado, nos engañaríamos a nosotros mismos y la verdad no estaría en nosotros.<br />

Si confesáramos nuestros pecados, fiel es Él para perdonamos nuestras culpas y dejamos<br />

limpios de toda iniquidad. Si afirmáramos que no hemos pecado, lo estaríamos calificando<br />

de mentiroso y su palabra no estaría en nosotros" 987 .<br />

"Hijitos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno de vosotros peca, como<br />

defensor ante el Padre tenemos a Jesucristo, el justo. Él es la propiciación por nuestros<br />

pecados; y no sólo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo. Y sabemos<br />

que lo conocemos en esto: en que guardamos su mandamientos. Pues quien dice que lo<br />

conoce, pero no cumple sus mandamientos, es un mentiroso y en él no hay verdad. En<br />

cambio, quien practica sus enseñanzas, en ése la caridad de Dios es verdaderamente<br />

perfecta. En eso sabemos que estamos en Él. Quien dice que permanece en Él, debe<br />

comportarse como Él se comportó" 988 . Y unos versículos después: "Quien afirma que vive<br />

en la luz, pero odia a su hermano, vive todavía en las tinieblas. Quien ama a su hermano<br />

permanece en la luz, y no hay en él motivo de escándalo. En cambio, quien odia a su<br />

hermano, vive en tinieblas, en tinieblas camina, y no sabe adónde va, porque las tinieblas<br />

le han cegado los ojos" 989 . Un poco después: "No améis al mundo ni a lo que en el mundo<br />

existe, porque todo cuanto en el mundo hay es concupiscencia de la carne, concupiscencia<br />

de los ojos y soberbia de la vida: no procede del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa,<br />

y con él su concupiscencia; en cambio, quien cumple la voluntad de Dios, vive<br />

eternamente" 990 . Y en otro pasaje: "De la verdad no emana ninguna mentira" 991 .<br />

Un poco después: "Queridísimos míos, ahora somos hijos de Dios y todavía no se ha hecho<br />

patente lo que seremos. Sabemos que cuando ello tenga lugar seremos semejantes a Él,<br />

porque lo veremos tal cual es. Todo el que tenga esta esperanza en Él, se santifica, como<br />

santo es Él. Todo el que comete pecado realiza una injusticia, porque injusticia es el<br />

pecado. Y sabemos que Él se presentó para borrar el pecado. Todo el que en Él permanece<br />

no peca; en cambio, el que peca es que ni lo ha visto ni lo ha conocido. Hijitos míos, que<br />

nadie os engañe. Quien practica la justicia es justo, como también justo es Él. Quien<br />

comete pecado, del diablo procede, porque el diablo comete pecado desde el principio.<br />

Para esto se presentó el Hijo de Dios, para aniquilar las obras del diablo. Todo el que ha<br />

nacido de Dios no comete pecado, porque su semilla permanece en él; y no puede<br />

cometer pecado porque ha nacido de Dios. En esto se reconocen los que son hijos de Dios<br />

o hijos del diablo. Todo el que no es justo no procede de Dios, como tampoco el que no<br />

ama a su hermano. Porque éste es el mensaje que estáis recibiendo desde el comienzo:<br />

que nos amemos los unos a los otros" 992 .<br />

Unos cuantos versículos después: "No os extrañéis, hermanos, si os odia el mundo.<br />

Sabemos que hemos sido pasados de la muerte a la vida porque amamos a nuestros<br />

hermanos; quien no los ama, permanece en la muerte. Todo el que odia a su hermano es<br />

un homicida, y sabéis que ningún homicida poseerá la vida eterna. Hemos conocido la<br />

caridad en que E entregó su vida por nosotros; también nosotros debemos entregar la<br />

vida por los hermanos. Si uno tuviera riquezas terrenales y viera a su hermano pasar<br />

necesidades y le cerrara sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?<br />

Hijitos míos, no hablemos de palabra ni de boquilla, sino de obra y de verdad. En esto<br />

reconoceremos que procedemos de la verdad y que tenemos seguros nuestros corazones<br />

en su presencia. Porque si nuestro corazón nos reprendiera, mayor que nuestro corazón es<br />

Dios, y Ello sabe todo. Queridísimos míos, si el corazón no nos reprendiera, podemos


presentamos con confianza ante Dios; de Él recibiremos cuanto le pidamos, porque<br />

observamos sus mandamientos y realizamos lo que le resulta grato a sus ojos. Y su<br />

mandamiento es éste: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y nos amemos los<br />

unos a los otros, de acuerdo con el mandamiento que nos hizo. Quien observa sus<br />

preceptos permanece en Dios y Dios en él. Y sabemos que permanece en nosotros gracias<br />

al Espíritu Santo que nos ha dado" 993 .<br />

"Queridísimos míos, no deis crédito a cualquier espíritu, sino examinad primero si son<br />

espíritus procedentes de Dios. Porque muchos falsos profetas han hecho su aparición en el<br />

mundo. En esto reconoceréis a un espíritu de Dios: todo aquel espíritu que confiese que<br />

Jesucristo ha venido en carne, de Dios procede; en cambio, todo aquel otro espíritu que<br />

rechaza a Jesús, no procede de Dios: ése es el Anticristo que habéis oído que está<br />

llegando y que ahora se encuentra en el mundo. Vosotros procedéis de Dios, hijitos, y los<br />

habéis derrotado, porque mayor es el que está en vosotros que el que está en e mundo.<br />

Ellos son del mundo, y por eso del mundo hablan y el mundo los escucha. Nosotros<br />

venimos de Dios: quien a Dios conoce, nos presta oídos; quien no viene de Dios, no nos<br />

escucha. En eso reconocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error. Queridísimos,<br />

amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y todo el que ama, de<br />

Dios ha nacido y conoce a Dios. Quien no ama, no conoce a Dios, porque Dios es amor"<br />

994 . Algo después: "Queridísimos míos, si Dios nos amó así, también nosotros debemos<br />

amamos los unos a los otros. Nadie vio jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios<br />

permanece en nosotros, y su amor alcanzará en nosotros su realización" 995 .<br />

Asimismo, un poco más adelante: "El que confesare que Jesús es Hijo de Dios, Dios<br />

permanecerá en él y él en Dios. Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios<br />

nos profesa. Dios es amor, y quien permanece en el amor, en Dios permanece y Dios en<br />

él. La plasmación de su amor hacia nosotros se manifiesta en que mantengamos la<br />

confianza el día del juicio; porque como Él es, así también somos nosotros en este mundo.<br />

En el amor no hay recelo: el amor auténtico echa fuera todo temor. Dado que el temor<br />

entraña pesadumbre, aquel que teme no es perfecto en su amor. Amemos, pues, a Dios,<br />

puesto que Dios nos amó primero. Si alguien dijera: Yo amo a Dios, pero odia a su<br />

hermano, es un mentiroso. Pues quien no ama a su hermano -al que sí ve-, ¿cómo puede<br />

amar a Dios -al que no ve-? Y tal es el precepto que de Él hemos recibido: que quien ama<br />

a Dios, ame también a su hermano" 996 .<br />

"Todo el que crea que Jesús es el Cristo, de Dios ha nacido; y todo el que ama a Aquel que<br />

ha engendrado, ama también a aquel que de Él ha nacido. Conocemos que amamos a los<br />

hijos de Dios cuando amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues el amor de<br />

Dios consiste en que cumplamos sus mandamientos; y sus mandamientos no son pesados.<br />

Porque todo cuanto procede de Dios vence al mundo" 997 . Y algo después: "Pues ésta es la<br />

confianza que tenemos depositada en Él: que cualquier cosa que pidamos conforme a su<br />

voluntad, Él nos atiende. Y sabemos que nos atiende..." 998 . Tres versículos después:<br />

"Quien sepa que su hermano comete un pecado que no conduce a la muerte, suplique por<br />

él, y se le concederá la vida para quienes no pecan haciéndose dignos de la muerte. Pues<br />

hay un pecado digno de muerte, y no es a ese al que me refiero cuando digo que se<br />

suplique. Toda la iniquidad es pecado, pero hay pecados que no son mortales. Sabemos<br />

que todo el que ha nacido de Dios no comete pecado; al contrario, Dios protege a su<br />

descendencia, y el maligno no los toca" 999 . Y en otro pasaje: "Hijitos, guardaos de los<br />

ídolos" 1000 .<br />

XLVIII. De la segunda epístola del mismo (Juan)<br />

"No estoy como escribiéndote un mandato nuevo, sino el que tenemos desde el principio:<br />

que nos amemos los unos a los otros. Y en esto consiste el amor: en que nos<br />

comportemos de acuerdo con sus mandamientos. Este es el mandamiento: que actuéis de<br />

acuerdo con él como habéis escuchado desde el principio" 1001 . Unos versículos después:<br />

"Todo el que se descarría y no permanece en la doctrina de Cristo, no posee a Dios. Quien<br />

permanece en la doctrina, ése es el que posee al Hijo y al Padre. Si uno llega hasta<br />

vosotros y no aporta esa doctrina, no la acojáis en vuestra casa ni le dirijáis el saludo.<br />

Pues quien le saluda se hace partícipe de sus malas obras" 1002 .<br />

XLIX. De la tercera epístola del mismo (Juan)<br />

"Querido mío, en práctica pones la fe cuando te comportas así con los hermanos, así como


con los peregrinos. Ellos han dado testimonio de tu caridad delante de la asamblea. Bien<br />

harás ayudándolos como Dios merece, pues en su nombre emprendieron el viaje sin<br />

recibir nada de los gentiles. Por eso debemos hacemos cargo de ellos, para convertimos<br />

en cooperadores de la verdad" 1003 . Y un poco después: "Querido mío, no imites lo malo,<br />

sino lo bueno. El que practica el bien, de Dios procede; quien obra el mal, no ve a Dios"<br />

1004 .<br />

L. De la epístola de Judas<br />

"Pues se han infiltrado algunas personas, ya desde hace tiempo designadas para esa<br />

tarea; impíos que intentan convertir la gracia de nuestro Dios en lujuria, y que niegan que<br />

Jesús sea el único dueño y señor nuestro" 1005 . Un poco después: "En vuestros ágapes,<br />

ésos son motivo de desprestigio al banquetear sin mesura alguna, cebándose a sí<br />

mismos" 1006 . Y en otro pasaje: "Esos son murmuradores, querellosos, que se comportan<br />

según sus caprichos, y cuya boca habla blasfemia. En cambio, vosotros, queridísimos<br />

míos, tened presentes las palabras que os han comunicado los apóstoles de nuestro Señor<br />

Jesucristo. Ellos os decían que al final de los tiempos aparecerán burladores que se<br />

comportarán según las pasiones de su impiedad. Esos son los que forman banderías;<br />

animales carentes de espíritu. Sin embargo, vosotros, queridísimos míos, dándoos<br />

mutuamente ejemplo de vuestra santísima fe y orando en el Espíritu Santo, manteneos<br />

firmes en el amor de Dios. A unos, convencedlos de su culpa después de juzgados; salvad<br />

a otros, arrancándolos del fuego; compadeceos de aquellos otros con temor, odiando<br />

incluso la túnica contaminada por sus carnes" 1007 .<br />

LI. Del libro titulado "Apocalipsis" de Juan<br />

Si los hombres... o, mejor, porque se entiende que se aconseja a los hombres cuando los<br />

ángeles se ponen en actividad, en todos aquellos preceptos aprendemos a soportar a los<br />

falsos hermanos, sirviéndonos de la paciencia por amor al nombre de Dios; a retornar,<br />

mediante la penitencia, a la práctica de las antiguas buenas obras; a sufrir hasta la muerte<br />

las persecuciones por la fe; a ser fervientes en la caridad. Casi al final del libro, cuando se<br />

habla de la Ciudad Santa, se dice: "En ella no entrará nada impuro, ni que cometa<br />

abominación o mentira" 1008 . Yen otro pasaje: "Bienaventurados quienes lavan sus<br />

vestidos para hacerse acreedores al árbol de la vida y poder entrar en la ciudad a través<br />

de sus puertas. Fuera se quedarán los perros, los envenenadores, los impúdicos, los<br />

homicidas, los idólatras, y todo el que ama o practica la mentira. Yo, Jesús, he enviado a<br />

mi ángel a comunicároslo" 1009 .<br />

Aquí concluye el libro -titulado "Speculum"- del bienaventurado obispo Agustín.<br />

DE LA FE EN LO QUE NO SE VE<br />

Traductor: P. Herminio Rodríguez, OSA<br />

En la vida social, también se creen muchas cosas sin ser vistas. La buena<br />

voluntad del amigo no se ve, pero se cree en ella. Sin alguna fe, ni siquiera<br />

podemos tener certeza del afecto del amigo probado<br />

I. 1. Piensan algunos que la religión cristiana es más digna de burla que de adhesión,<br />

porque no presenta ante nuestros ojos lo que podemos ver, sino que nos manda creer lo<br />

que no vemos. Para refutar a los que presumen que se conducen sabiamente negándose a<br />

creer lo que no ven, les demostramos que es preciso creer muchas cosas sin verlas,<br />

aunque no podamos mostrar ante sus ojos corporales las verdades divinas que creemos.<br />

En primer lugar, a esos Insensatos, tan esclavos de los ojos del cuerpo que llegan a<br />

persuadirse que no deben creer lo que no ven, hemos de advertirles que ellos mismos<br />

creen y conocen muchas cosas que no se pueden percibir con aquellos sentidos. Son<br />

innumerables las que existen en nuestra alma, que es por naturaleza invisible. Por<br />

ejemplo: ¿qué hay más sencillo, más claro, más cierto que el acto de creer o de conocer<br />

que creemos o que no creemos alguna cosa, aunque estos actos estén muy lejos del


alcance de la visión corporal? ¿Qué razón hay para negarse a creer lo que no vemos con<br />

los ojos del cuerpo, cuando, sin duda alguna, vemos que creemos o que no creemos, y<br />

estos actos no se pueden percibir con los sentidos corporales?<br />

2. Pero dicen: lo que está en e1 alma, podemos conocerlo con la facultad interior del<br />

alma, y. no necesitamos los ojos del cuerpo; pero lo que nos mandáis creer, ni lo<br />

presentáis al exterior para que lo veamos con los ojos corporales ni está dentro en nuestra<br />

alma para que podamos verlo con el entendimiento. Dicen estas cosas como si a alguno se<br />

le mandara creer lo que ya tiene ante los ojos. Es preciso creer algunas cosas temporales<br />

que no vemos, para que seamos dignos de ver las eternas que creemos. Y tú, que no<br />

quieres creer más que lo que ves, escucha un, momento: ves los objetos presentes con los<br />

ojos del cuerpo; ves tus pensamientos y afectos con los ojos del alma. Ahora dime, por<br />

favor: ¿cómo ves el afecto de tu amigo? Porque el afecto no puede verse con los ojos<br />

corporales. ¿Ves, por ventura, con los ojos del alma lo que pasa en el alma de otro? Y, si<br />

no lo ves, ¿cómo corresponderás a los sentimientos amistosos, cuando no crees lo que no<br />

puedes ver? ¿Replicarás, tal vez, que ves el afecto del amigo en sus obras? Verás, en<br />

efecto, las obras de tu amigo, oirás sus palabras; pero habrás de creer en su afecto,<br />

porque éste ni se puede ver ni oír, ya que no es un color o una figura que entre por los<br />

ojos, ni un sonido o una canción que penetre por los oídos, ni una afección interior que se<br />

manifieste a la conciencia. Sólo te resta creer lo que no puedes ver, ni oír; ni conocer por<br />

el testimonio de la conciencia, para que no quedes aislado en la vida sin el consuelo de la<br />

amistad, o el afecto de tu amigo quede sin justa correspondencia. ¿Dónde está tu<br />

propósito de no creer más que lo que vieres exteriormente con los ojos del cuerpo o<br />

interiormente con los ojos del alma? Ya ves que tu afecto te mueve a creer en el afecto no<br />

tuyo; y adonde no pueden llegar ni tu vista ni tu entendimiento, llega tu fe. Con los ojos<br />

del cuerpo ves el rostro de tu amigo, y con los ojos del alma ves tu propia fidelidad; pero<br />

la fidelidad del amigo no puedes amarla si no tienes también la fe que te incline a creer lo<br />

que en él no ves; aunque el hombre puede engañar mintiendo amor y ocultando su mala<br />

intención. Y, si no intenta hacer daño, finge la caridad, que no tiene, para conseguir de ti<br />

algún beneficio.<br />

3. Pero dices que, si crees al amigo, aunque no puedes ver su corazón, es porque lo<br />

probaste en tu desgracia y conociste su fidelidad cuando no te abandonó en los momentos<br />

de peligro. ¿Te imaginas, por ventura, que hemos de anhelar nuestra desgracia para<br />

probar el amor de los amigos? Ninguno podría gustar la dulzura de la amistad si no<br />

gustara antes la amargura de la adversidad; ni gozaría el placer del verdadero amor quien<br />

no sufriera el tormento de la angustia y del dolor. La felicidad de tener buenos amigos, ¿<br />

por qué no ha de ser más bien temida que deseada, si no se puede conseguir sin la propia<br />

desgracia? Y, sin embargo, es muy cierto que también en la prosperidad se puede tener un<br />

buen amigo, aunque su amor se prueba más fácilmente en la adversidad.<br />

Si de la sociedad humana desaparece la fe, vendrá una confusión espantosa<br />

II. En efecto, si no creyeras, no te expondrías al peligro para probar la amistad. Y, por<br />

tanto, cuando así lo haces, ya crees antes de la prueba. En verdad, si no debemos creer lo<br />

que vemos, ¿cómo creemos en la fidelidad de los amigos sin tenerla comprobada? Y<br />

cuando llegamos a probarla en la adversidad, aun entonces es más bien creída que vista.<br />

Si no es tanta la fe que, no sin razón, nos imaginamos ver con sus ojos lo que creemos.<br />

Debemos creer, porque no podemos ver.<br />

4. ¿Quién no ve la gran perturbación, la confusión espantosa que vendrá si de la sociedad<br />

humana desaparece la fe? Siendo invisible el amor, ¿cómo se amarán mutuamente los<br />

hombres, si nadie cree lo que no ve? Desaparecerá la amistad, porque se funda en el amor<br />

recíproco. ¿Qué testimonio de amor recibirá un hombre de otro si no creer que se lo puede<br />

dar? Destruida la amistad, no podrán conservarse en el alma los lazos del matrimonio, del<br />

parentesco y de la afinidad, porque también en estos hay relación amistosa. Y así, ni el<br />

esposo amará a la esposa, ni ésta al esposo, si no creen en el amor recíproco porque no se<br />

puede ver. Ni desearán tener hijos, cuando no creen que mutuamente se los han de dar.<br />

Si estos nacen y se desarrollan, tampoco amarán a sus padres; pues, siendo invisible el<br />

amor, no verán el que para ellos abrasa los paternos corazones, si creer los que no se ve<br />

es temeridad reprensible y no fe digna de alabanza. ¿Qué diré de las otras relaciones de<br />

hermanos, hermanas, yernos y suegros, y demás consanguíneos y afines, si el amor de los<br />

padres a sus hijos y de los hijos a sus padres es incierto y la intención sospechosa, cuando<br />

no se quieren mutuamente? Y no lo hacen estimando que no tienen obligación, pues no


creen en el amor del otro porque no lo ven. No creer que somos amados, porque no<br />

vemos el amor, ni corresponder al afecto con el afecto, porque no pensamos que nos lo<br />

debemos recíprocamente, es una precaución mas molesta que ingeniosa. Si no creemos lo<br />

que no vemos, si no admitimos la buena voluntad de los otros porque no puede llegar<br />

hasta ella nuestra mirada, de tal manera se perturban las relaciones entre los hombres,<br />

que es imposible la vida social. No quiero hablar del gran número de hechos que nuestros<br />

adversarios, los que nos reprenden porque creemos lo que no vemos, creen ellos también<br />

por el rumor público y por la historia, o referentes a los lugares donde nunca estuvieron. Y<br />

no digan: No creemos porque no vimos. Pues si lo dicen, se ven obligados a confesa que<br />

no saben con certeza quiénes son sus padres. Ya que, no conservando recuerdo alguno de<br />

aquel tiempo, creyeron sin vacilación a los que se lo afirmaron, aunque no se lo pudieran<br />

demostrar por tratarse de un hecho ya pasado. De otra manera, al querer evitar la<br />

temeridad de creer lo que no vemos, incurriríamos necesariamente en el pecado de<br />

infidelidad a los propios padres.<br />

Motivos para creer. Cumplimiento de las profecías relativas a la Iglesia<br />

III. Si no es posible que subsista, por falta de concordia, la sociedad humana, cuando<br />

rehusamos creer lo que no vemos, ¿con cuánta mayor razón hemos de dar fe a las<br />

verdades divinas que no vemos; pues, si se niega, no se profana la amistad de los<br />

hombres, sino la religión sublime, para caer en la eterna desventura?<br />

5. Pero dirás: aunque no veo el afecto del amigo, puedo tener pruebas de su existencia.<br />

Vosotros, en cambio, sin prueba alguna nos mandáis creer lo que no vemos. Ya es algo<br />

que me concedas que hay motivos para creer algunas verdades aunque no se vean.<br />

Porque así queda bien sentada esta afirmación: No todo lo que no se ve debe no ser<br />

creído. Y rechazada en absoluto esta otra: No debemos creer lo que no vemos. Mucho se<br />

equivocan los que piensan que sin pruebas suficientes creemos en Cristo ¿Qué prueba más<br />

evidente que el cumplimiento de las profecías? Por tanto, los que pensáis que no hay<br />

motivo alguno para creer de Cristo lo que no visteis, considerad lo que estáis viendo.<br />

La misma Iglesia con voz maternal os habla: Yo, a quien admiráis extendida por todo el<br />

mundo y dando frutos copiosos de santidad, no siempre existí como ahora me estáis<br />

viendo. Pero escrito está: En tu descendencia serán bendecidas todas las naciones 1 .<br />

Cuando Dios bendecía a Abraham, era yo la prometida, pues con la bendición de Cristo me<br />

propago entre todas las gentes. La serie de generaciones de testimonio de Cristo,<br />

descendiente de Abraham. Lo probaré en pocas palabras: Abraham engendró a Isaac,<br />

Isaac engendr6 a Jacob, Jacob engendró doce hijos, y de éstos procede el pueblo de<br />

Israel. Pues Jacob fue llamado Israel. Entre los doce hijos se cuenta Judá, del que tomaron<br />

su nombre los judíos; y de éstos nació la Virgen María, que dio a luz a Cristo. Veis con<br />

asombro cómo en Cristo, esto es, en la descendencia de Abraham, son bendecidas todas<br />

las naciones. ¡Y aun teméis creer en Él, cuando lo que debisteis temer, en realidad, es<br />

vuestra falta de fe! ¿Ponéis en duda o negáis el parto de la Virgen, cuando más bien<br />

debéis creer que así convenía que naciera el Hombre Dios? Sabed que fue anunciado por el<br />

profeta: He aquí que una virgen concebirá y parirá un hijo, y llamarán su nombre<br />

Emmanuel, que, traducido, quiere decir Dios con nosotros 2 . No podéis dudar que da a luz<br />

la Virgen, si queréis creer que nace Dios; que, sin dejar el gobierno del mundo, viene a<br />

nosotros en carne humana; que hace a su madre fecunda sin quitarle la integridad<br />

virginal. Así debía nacer el que, siendo eternamente Dios, se hizo hombre para ser nuestro<br />

Dios. Por eso, hablando de Él, dice el profeta: Tu trono, ¡oh Dios!, es por los siglos<br />

eternos, y cetro de equidad es el cetro de tu reino. Amaras la justicia y aborreces la<br />

iniquidad; por eso Dios, tu Dios, te ha ungido con el óleo de la alegría más que a tus<br />

compañeros. Con esta unción espiritual, Dios ungió a Dios, o sea, el Padre al Hijo. De aquí<br />

sabemos que el nombre de Cristo viene de crisma, que significa unción.<br />

Yo soy la Iglesia, de la que se le habla en el mismo salmo y se anuncia como un hecho que<br />

había de venir: Estará la reina a tu derecha, vestida de oro, rodeada de variedad, es decir,<br />

en el templo de la sabiduría, adornada con variedad de lenguas. Allí se me dice: Oye, hija,<br />

mira, aplica tu oído, olvida tu pueblo Y la casa de tu padre; porque el rey se prendó de tu<br />

hermosura, pues él es el Señor Dios tuyo, y las hijas de Tiro vendrán con dones para<br />

adorarle, los ricos del pueblo solicitarán tu favor. Toda la gloria de la hija del rey viene de<br />

dentro; sus vestidos son brocado de oro y variedad de colores. Detrás de ella, las vírgenes<br />

son introducidas al rey; sus amigas os son presentadas: vendrán con júbilo y con alegría,<br />

serán introducidas en el real palacio. A tus padres sucederán tus hijos; los constituirás


príncipes por toda la tierra. Recordarán tu nombre de una en otra generación. Por esto los<br />

pueblos te alabarán eternamente 3 .<br />

6. Si no veis a esta reina acompañada de su real descendencia; si ella no ve cumplida la<br />

promesa que le fue hecha cuando se le dijo: Oye, hija, mira; si no ha dejado ya los<br />

antiguos ritos del mundo, obedeciendo la orden: Olvida tu pueblo Y la casa de tu padre; si<br />

no glorifica en todas partes a nuestro Señor Jesucristo, según la profecía: El rey se prendó<br />

de tu hermosura, pues Él es el Señor Dios tuyo; si no ve cómo las ciudades de los gentiles<br />

elevan súplicas a Cristo y le ofrecen dones, como fue anunciado: Las hijas de Tiro vendrán<br />

con dones para adorarle; si no se humilla la soberbia de los poderosos, y piden auxilio a la<br />

Iglesia, a quien fue dicho: Los ricos del pueblo solicitarán tu favor; si no reconoce a la hija<br />

del rey, a quien se ordenó decir: Padre nuestro, que estás en los cielos 4 ; y si en sus<br />

santos no se renueva interiormente de día en día 5 , aquella de quien fue dicho: Toda la<br />

gloria de la hija del rey viene de dentro; aunque impresione a los extraños con la gloria de<br />

sus predicadores en diversidad de lenguas, como vestidos resplandecientes de oro y<br />

variedad de colores; si, después de difundir por todas partes el buen olor de sus obras, no<br />

lleva las santas vírgenes a Cristo, de quien y a quien se dice: Detrás de ella, las vírgenes<br />

son introducidas al rey; sus amigas os son presentadas, y, para que no se imagine alguno<br />

que son conducidas a una prisión, vendrán, dice, con júbilo y con alegría, serán<br />

introducidas en el real palacio; si no da a luz hijos, y de entre ellos venera algunos como<br />

padres y los nombra prelados en diversos lugares, según el texto: A tus padres sucederán<br />

tus hijos, los constituirás príncipes por toda la tierra; a sus oraciones se encomienda la<br />

madre que es, al mismo tiempo, señora y súbdita; y por esto se añade: Recordarán tu<br />

nombre de una en otra generación; si, por la predicación de esos padres que recordaron<br />

siempre la gloria de la santa madre Iglesia, no se congregan en su seno tantas multitudes<br />

de creyentes que en sus propias lenguas la alaban sin cesar, conforme a la profecía: Por<br />

esto los pueblos te alabarán eternamente.<br />

Lo que ahora vemos cumplido, debe movernos a creer lo que no vimos<br />

IV. Si todo esto no se demuestra con tanta evidencia que los adversarios, adonde quiera<br />

que vuelvan la vista, encuentren el fulgor de la luz que les obligue a confesar la verdad,<br />

decís, y tal vez con razón, que no hay motivos para creer lo que no veis. Si, por el<br />

contrario, lo que estáis viendo fue anunciado mucho antes y se ha cumplido con toda<br />

exactitud; si la verdad se os manifiesta a sí misma en los hechos, pasados y presentes,<br />

entonces, ¡oh restos de la infidelidad!, para creer lo que no veis, sonrojaos ante lo que<br />

veis.<br />

7. Prestadme atención, os dice la Iglesia; prestadme atención, pues me veis, aun sin<br />

quererlo. Todos los fieles que había en aquel tiempo en la Judea conocieron estos hechos<br />

cuando se realizaron: que Cristo nació milagrosamente de la Virgen; que padeció, resucitó<br />

y subió a los cielos, y, además, todas sus palabras y obras divinas. Estas cosas no las<br />

visteis vosotros, y por eso os negáis a creerlas. Pero mirad, ved y considerad atentamente<br />

las que estáis viendo. No se os habla de las pasadas ni se os anuncian las futuras: se os<br />

muestran las presentes. ¿Os parece de poca monta, o imagináis que no es un milagro, y<br />

un milagro estupendo, que todo el mundo siga a un hombre crucificado? No visteis lo que<br />

fue vaticinado y cumplido sobre el nacimiento de Cristo según la carne: He aquí que una<br />

virgen concebirá y parirá un hijo; pero veis cumplida la promesa que hizo Dios a Abraham:<br />

En tu descendencia serán bendecidas todas las naciones. No visteis los milagros de Cristo<br />

que la profecía anuncia con estas palabras: Venid y ved las obras del Señor, los prodigios<br />

que ha dejado sobre la tierra 6 ; pero veis lo que fue vaticinado: Díjome el Señor: tú eres<br />

mi Hijo; hoy te engendré yo. Pídeme y haré de las gentes tu heredad, te daré en posesión<br />

los confines de la tierra 7 . No visteis lo que fue anunciado y cumplido referente a la pasión<br />

de Cristo: Han taladrado mis manos y mis pies, puedo contar todos mis huesos; y ellos me<br />

miran, me contemplan; se han repartido mis vestiduras y echan suerte acerca de mi<br />

túnica; pero veis lo que en el mismo salmo fue anunciado y ahora aparece cumplido: Se<br />

acordarán del. Señor y se convertirán a El todos los confines de la tierra, y le adorarán<br />

todas las familias de las gentes; porque del Señor es el reino, y Él dominará a las<br />

naciones 8 . No visteis la profecía, que se cumplió, acerca de la resurrección de Cristo; pero<br />

hablando en nombre de Él, el Salmista dice primeramente del traidor y de los<br />

perseguidores: Salían fuera y hablaban reunidos, murmuraban contra mí todos mis<br />

contrarios; contra mí pensaban mal; en mi daño dijeron palabras injustas. Y para<br />

demostrarles que nada conseguirían dando muerte al que había de resucitar, añadió estas<br />

palabras: ¿Por ventura el que duerme no volverá a levantarse? Y un poco después, en el


mismo salmo, anunció del traidor lo que también está escrito en el Evangelio: El que<br />

comía mi pan, alzó contra mí su calcañal; es decir, me pisoteó. E inmediatamente añadió:<br />

Pero tú, ¡oh Señor!, ten piedad de mí, haz que me levante, y les daré su merecido 9 . Esto<br />

se ha cumplido: durmió Cristo y despertó, es decir, resucitó, El es quien en otro salmo,<br />

por boca del mismo profeta, dijo: Acostéme y me dormí, y me levanté porque el Señor me<br />

sustentaba 10 .<br />

No visteis esto, ciertamente; pero veis su Iglesia, de la que también se ha cumplido lo<br />

anunciado: Señor Dios mío, a ti vendrán los pueblos desde los últimos confines de la tierra<br />

y dirán: Verdaderamente nuestros padres adoraron dioses falsos, vanidad sin provecho<br />

alguno. Esto, ciertamente lo veis, queráis o no. Y aunque os imaginéis que hay o que hubo<br />

algún provecho en el culto de los dioses falsos, sin embargo, a innumerables pueblos<br />

gentiles que habían abandonado, derribado o destruido esas estatuas inútiles, les oísteis<br />

decir: Verdaderamente nuestros padres adoraron dioses falsos, vanidad sin provecho<br />

alguno; si es el hombre el que se hace los dioses, entonces no son dioses 11 . Y no se os<br />

ocurra pensar que estos pueblos han de venir a Dios en un lugar divino determinado,<br />

porque se ha dicho: A ti vendrán los pueblos desde los últimos confines de la tierra.<br />

Entended, si podéis, que al Dios de los cristianos, que es el Dios altísimo y verdadero, no<br />

vienen los pueblos gentiles caminando, sino creyendo. Esto mismo anunció otro profeta: El<br />

Señor será terrible contra ellos y destruirá a todos los dioses de la tierra, y todos, cada<br />

uno desde su lugar, y todas las islas de las gentes le adorarán 12 . Lo que uno dice: A ti<br />

vendrán todos los pueblos, el otro lo expresa de esta manera: Cada uno desde su lugar le<br />

adorarán. Vendrán, por consiguiente, a Él sin salir de su lugar, porque, creyendo en Él, lo<br />

hallarán en su propio corazón.<br />

No visteis lo que fue anunciado y cumplido acerca de la ascensión de Cristo: Alzate, ¡oh<br />

Dios!, sobre los cielos; pero veis lo que añade el profeta: Y brille tu gloria por toda la<br />

tierra 13 . No visteis todos aquellos hechos ya pasados referentes a Cristo, pero estos que<br />

están presentes en su Iglesia no podéis negarlos. Os demostramos la predicción de<br />

aquellos y de éstos, pero no podemos demostraras el cump1imiento de todos, porque es<br />

imposible presentar de nuevo ante la vista el pasado.<br />

La visión del presente es motivo de la fe en el pasado y en el porvenir<br />

V. 8. Pero así como por las pruebas que se ven creemos en los sentimientos amistosos sin<br />

ser vistos, de la misma manera, la Iglesia, que ahora vemos, es índice del pasado y<br />

anticipo y anuncio del porvenir, que no se ve, pero se muestra en las mismas Escrituras,<br />

en que ella es anunciada. En el instante de la predicción, nada era visible: ni el pasado,<br />

que ya no se puede ver, ni el presente, que no todo es visible. Cuando comenzaron a<br />

realizarse estas cosas, desde las ya pasadas hasta las presentes, todas las profecías<br />

relativas a Cristo y a su Iglesia se han ido cumpliendo en serie ordenada. A esta serie<br />

pertenecen: el juicio final, la resurrección de los muertos, la eterna condenación de los<br />

malos con el diablo y la eterna gloria de los buenos con Cristo. Todas estas cosas fueron<br />

igualmente anunciadas y han de realizarse. ¿Por qué no hemos de creer las cosas pasadas<br />

Y futuras que no vemos, teniendo la 'prueba de unas Y otras en las presentes que vemos,<br />

Y leyendo u oyendo leer en los libros proféticos que las pasadas, las presentes y las<br />

futuras fueron todas anunciadas antes que sucedieran? A no ser que los infieles sospechen<br />

que las escribieron los cristianos para dar mayor autoridad a las que ya creían,<br />

suponiéndolas prometidas antes de realizarse.<br />

Los libros de los judíos prueban nuestra fe. Por qué no ha sido exterminada la<br />

secta de los judíos<br />

VI. 9. Si tienen esta sospecha, examinen detenidamente los libros de los judíos, nuestros<br />

enemigos. Lean allí todas estas cosas de que hemos hablado, anunciadas de Cristo, en<br />

quien creemos, y de su Iglesia, que vemos desde los primeros trabajos en la propagación<br />

de la fe, hasta la eterna bienaventuranza del reino de los cielos. Cuando leen, no les<br />

sorprenda que los poseedores de esos libros, cegados por el odio, no entiendan estas<br />

cosas. Pues esta falta de inteligencia ya fue anunciada por los profetas, y debía cumplirse,<br />

como todas las demás profecías, para que los judíos, por secretos motivos de la divina<br />

justicia, reciban el castigo merecido por sus culpas. Aquel que crucificaron, y a quien<br />

dieron hiel y vinagre, aunque estando pendiente del madero, por amor de los que había de<br />

sacar de las tinieblas a la luz, dijo al Padre: Perdónales, porque no saben lo que hacen 14 ,<br />

sin embargo, a causa de los otros que, por secretos juicios divinos, había de abandonar,


anunció mucho antes por boca del profeta: Echaron hiel en mi alimento, y cuando tuve<br />

sed, me dieron a beber vinagre; séales su mesa un lazo y su prosperidad un tropiezo;<br />

apáguese la luz de sus ojos para que no vean, y sus lomos estén siempre vacilantes 15 .<br />

Con los ojos sin luz van por todas partes, nevando consigo las pruebas luminosas de<br />

nuestra causa, para que con ellas ésta sea probada y ellos, reprobados. Este pueblo judío<br />

no fue exterminado, sino dispersado por todo el mundo, para que, llevando consigo las<br />

profecías de la gracia que hemos recibido, nos sirva en todas partes para convencer más<br />

fácilmente a los infieles. Esto mismo que voy diciendo ha sido anunciado por el profeta: No<br />

los mates, por que no se olviden de tu ley; dispérsales con tu fortaleza 16 . No fueron<br />

muertos porque no olvidaron lo que habían leído o habían oído leer en las sagradas<br />

Escrituras. Si, aunque no entienden esos libros santos, los hubieran olvidado<br />

completamente, habrían perecido con los ritos judaicos. Porque si los judíos no conocieran<br />

la Ley y los Profetas, para nada nos servirían. Por eso no fueron muertos, sino<br />

dispersados: para que sus recuerdos nos sean útiles, aunque ellos no tengan la fe que<br />

salva. En sus corazones son nuestros adversarios, y en sus Escrituras nuestros servidores<br />

y testigos.<br />

Maravillosa conversión del mundo a la fe de Cristo<br />

VII. 10. Aunque no existieran profecías acerca de Cristo y de su Iglesia, ¿quién dejaría de<br />

creer que brilló de improviso para el género humano una divina claridad, cuando vemos<br />

los falsos dioses abandonados, sus imágenes destrozadas, sus templos destruidos o<br />

destinados a fines diversos, tantos ritos supersticiosos, profundamente arraigados en las<br />

costumbres populares, abolidos, y que todos invocan a un solo Dios verdadero? Y esto lo<br />

realizó un hombre por los hombres insultado, detenido, maniatado, azotado, despojado,<br />

cubierto de oprobios, crucificado, muerto. Eligió, para continuar su obra, unos discípulos<br />

humildes e ignorantes, pescadores y publicanos, que predicaron la resurrección del<br />

Maestro y su gloriosa ascensión, de la que ellos, según propia declaración, fueron testigos<br />

oculares; y, llenos del Espíritu Santo, anunciaron este Evangelio en lenguas que no habían<br />

aprendido. Algunos de los que oyeron la buena nueva, creyeron; otros se negaron a creer<br />

y se opusieron ferozmente a los predicadores y a los fieles, que lucharon por la verdad<br />

hasta la muerte, no haciendo mal, sino padeciéndolo con resignación; y vencieron, no<br />

matando, sino muriendo. Así se convirtió el mundo; así entró el Evangelio en el corazón de<br />

los mortales, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, sabios e ignorantes, prudentes y<br />

necios, fuertes y débiles, nobles y plebeyos, grandes y pequeños; y de tal manera se<br />

propagó la Iglesia por todas las naciones, que no hay secta perversa contraria a la fe<br />

católica, ni error tan enemigo de la verdad cristiana, que no usurpe y quiera gloriarse del<br />

nombre de Cristo. Por cierto que no le sería permitido manifestarse en el mundo si la<br />

contradicción no sirviera también para probar la verdadera doctrina.<br />

Aunque nada de esto hubiera sido anunciado por los profetas, ¿cómo hubiera podido un<br />

hombre crucificado realizar tan grandes cosas si no fuera un Dios encarnado? Mas<br />

habiendo tenido este gran misterio de amor sus vates y predicadores, que por inspiración<br />

divina lo anunciaron, y habiéndose cumplido con absoluta fidelidad, ¿quién estará tan<br />

privado de la razón que diga que los apóstoles mintieron, predicando que Cristo ha venido<br />

como lo anunciaron los profetas, que no callaron la verdad de los hechos futuros<br />

referentes a los mismos apóstoles? De éstos habían dicho: No hay idioma ni lenguaje en el<br />

que no se oiga su voz; su pregón resonó en toda la tierra, y sus palabras llegaron hasta<br />

los confines del universo 17 . Esto, ciertamente, lo vemos cumplido en el mundo, aunque no<br />

conocimos en carne a Cristo. ¿Quién, pues, que no padezca increíble ceguera intelectual o<br />

que no esté endurecido con increíble obstinación, rehusará dar fe a las sagradas<br />

Escrituras, que anunciaron la conversión de todo el mundo a la fe de Cristo?<br />

Exhortación a permanecer constantes en la fe<br />

VIII. 11. Fortalézcase y aumente en vosotros, queridos míos, esta fe que ya tenéis o que<br />

acabáis de recibir. Como se cumplieron las cosas temporales mucho antes anunciadas, se<br />

cumplirán también las eternas prometidas. No os dejéis seducir ni por los supersticiosos<br />

paganos, ni por los pérfidos judíos, ni por los falaces herejes, ni tampoco, dentro de la<br />

Iglesia, por los malos cristianos, enemigos tanto más peligrosos cuanto más interiores. Y,<br />

para que no vacilasen los débiles, no guardó silencio el profeta divino. Y así, en el Cantar<br />

de los Cantares, hablando el Esposo a la Esposa, o sea, Cristo a la Iglesia, le dice: Como el<br />

lirio entre espinas, así mi amada entre las hijas 18 . No dijo entre las extrañas, sino entre<br />

las hijas. Quien tenga oídos para oír, oiga; y mientras la red que fue echada al mar y


ecoge toda clase de peces, como dice el santo Evangelio, es sacada a la orilla, esto es, al<br />

fin del mundo, apártese de los peces malos, no con el cuerpo, sino con el corazón; no<br />

rompiendo las redes santas, sino mudando las malas costumbres. No sea que los justos,<br />

que ahora aparecen mezclados con los malos, encuentren no la vida eterna, sino el eterno<br />

castigo cuando sean separados en la orilla 19 .<br />

LAS HEREJÍAS<br />

Dedicado a Quodvultdeo<br />

Traductor: P. Teodoro C. Madrid, OAR<br />

LIBRO ÚNICO<br />

Prólogo<br />

1. Atiendo a lo que me pides repetidamente y con tanta insistencia, santo hijo<br />

Quodvultdeo, que escriba sobre las Herejías algo digno de leer para quienes desean evitar<br />

los dogmas contrarios a la fe cristiana y que engañan con el señuelo del nombre cristiano.<br />

Has de saber que, en otro tiempo, y mucho antes de pedírmelo, ya había pensado hacerlo,<br />

y lo habría hecho de no haber caído en la cuenta de que excedía mis propias fuerzas al<br />

considerar con cuidado la calidad y la extensión de trabajo semejante. Pero, porque<br />

confieso que nadie como tú me ha importunado pidiendo, y en tan molesta importunidad<br />

he tenido en cuenta también tu nombre, me he dicho: voy a intentarlo, y haré lo que Dios<br />

quiere (Quodvultdeus).<br />

Y yo confío en que Dios también lo quiere, si me lleva a feliz término con su misericordia<br />

para que por el ministerio de mi lengua logre esclarecer tamaña dificultad, o incluso mejor<br />

eliminarla con la plenitud de su gracia.<br />

La primera de las dos cuestiones hace tiempo que la vengo pensando, estoy dándole<br />

vueltas y hasta lo medito. Lo que te he dicho a continuación, confieso que yo no lo he<br />

aceptado, y aún no estoy seguro si lo aceptaré en tanto que trabajo para llevarlo a cabo,<br />

mientras pido, mientras busco, mientras llamo 1 . Sé también que ni voy a pedir ni a buscar<br />

ni a llamar cuanto es suficiente, si no recibo a la vez este afecto por una gracia de la<br />

divina inspiración.<br />

2. Así, pues, en esta empresa que he aceptado por voluntad de Dios, apremiándome tú<br />

con pasión, ves que para llegar a buen fin debo ser apremiado no tanto con tus repetidas<br />

súplicas cuanto ser ayudado con piadosas oraciones a Dios, no sólo tuyas, sino también de<br />

cuantos hermanos fieles compañeros tuyos para esta tarea pudieres encontrar. Para que<br />

esto suceda, he procurado darme prisa en mandar a tu caridad, con la ayuda de Dios, las<br />

primicias de mi trabajo donde va este prolegómeno. Así, por todo lo que aún falta, podréis<br />

conocer cuánto tenéis que orar por mí quienes lleguéis a saber que estoy embarcado en<br />

una tarea tan enorme que estáis deseando ver acabada.<br />

3. Me pides, como indican las cartas que me has enviado cuando comenzaste a pedirme<br />

todo esto, que exponga "breve, ceñida y sumariamente qué herejías ha habido y hay<br />

desde que la religión cristiana recibió el nombre de la herencia prometida; qué errores han<br />

inspirado e inspiran; qué han sentido y sienten frente a la Iglesia acerca de la fe, de la<br />

Trinidad, del bautismo, de la penitencia, de Cristo-hombre, de Cristo-Dios, de la<br />

resurrección, del Nuevo y Antiguo Testamento" 2 . Pero, como ves que todas estas<br />

averiguaciones tuyas se pierden en la inmensidad, pensaste que había que hacer un<br />

compendio de amplitud general, y has dicho: "además, absolutamente todos los puntos<br />

que disienten de la verdad" 3 , para añadir a continuación: "cuáles mantienen aún el<br />

bautismo y cuáles no: y después, a cuáles bautiza la Iglesia sin jamás rebautizar; de qué<br />

modo recibe a los que llegan; y qué responde a cada uno con la ley, la autoridad y la<br />

razón" 4 .<br />

4. Cuando pides que exponga todo esto me admiro de que tu luminoso ingenio sienta<br />

hambre de tantas y tan grandes cosas, y que a la vez, temiendo el hastío, pida brevedad.<br />

Pero también te has dado cuenta qué podría pensar de este pasaje de tu carta, y, como en<br />

guardia, te has adelantado a mi pensamiento al decir: "Que tu beatitud no me crea tan


inepto que no vea cuántos y cuán gruesos volúmenes sean necesarios para ventilar todo<br />

eso. Pero yo no reclamo tanto, puesto que sé que eso ya se ha hecho muchas veces" 5 . Y<br />

apuntándome el consejo de cómo puede conseguirse la brevedad y desplegar las velas de<br />

la verdad, añades las palabras anteriores, diciendo: "Pero lo que te ruego es que expongas<br />

breve, ceñida y sumariamente las opiniones de cada herejía y, por el contrario, qué es lo<br />

que la Iglesia sostiene que hay que enseñar como suficiente para la instrucción" 6 . Otra<br />

vez te pierdes en la inmensidad. No porque todo esto no pueda o no deba ser expresado<br />

brevemente, sino porque son tantas las cuestiones, que exigen mucha literatura para<br />

poder decir brevemente cuanto se quiera.<br />

Ahora bien: tú dices "que formado, por así decirlo, como un compendio de todo ello, si<br />

alguno quisiera conocer más y mejor las objeciones y las críticas, pueda dirigirse a los<br />

opulentos y magníficos volúmenes, según consta que otros, y sobre todo -añades- tu<br />

reverencia, han escrito sobre esto". Al hablar así, das a entender que tú deseas algo así<br />

como un compendio de todo. Ves, pues, cómo quedas ya advertido sobre qué es lo que<br />

pides.<br />

5. Un tal Celso recogió en seis volúmenes no pequeños las opiniones de todos los filósofos<br />

que fundaron diversas sectas hasta su época; mas tampoco podía. No hizo ninguna réplica<br />

a nadie, únicamente puso de manifiesto lo que opinaban, con tal sobriedad que sólo<br />

emplea la palabra justa cuando es necesario, no para alabar ni criticar, ni afirmar o<br />

defender, sino para poner al descubierto y notificar. Llegó a nombrar a casi cien filósofos,<br />

de los cuales no todos fundaron herejías propias, porque no le pareció que debía callar<br />

aquellos que siguieron a sus maestros sin oposición alguna.<br />

6. En cambio, nuestro Epifanio, obispo de Chipre, no hace mucho tiempo difunto, escribió<br />

también seis libros hablando de ochenta herejías, recordando todo su ambiente histórico y<br />

combatiendo sin discusión alguna contra la falsedad en favor de la verdad. Realmente son<br />

breves estos libritos, y si se juntan en uno solo, no se podría comparar por su extensión<br />

con cualquiera de los libros míos o de otros. Si fuese a imitar tal brevedad al recoger las<br />

herejías, no tendrás algo más resumido que pedir o esperar de mí. No consiste en eso el<br />

resumen de este trabajo mío, como podría llegar a parecerte también a ti, bien porque yo<br />

te lo demuestro, bien porque tú mismo lo adivinas, cuando lo hiciese. Cierto que verás en<br />

la obra del mencionado obispo cuán lejos está de lo que tú mismo quieres, ¿y cuánto más<br />

de lo que quiero yo? Porque tú, aunque breve, ceñida y sumariamente, quieres, sin<br />

embargo, que responda también a las herejías reseñadas. Que aquél no hizo.<br />

7. Yo incluso quiero hacer bastante más, si Dios también lo quiere: ¿cómo puede ser<br />

evitada toda herejía, cuál es conocida y cuál desconocida, y cómo puede ser descubierta<br />

rectamente cualquiera que llegara a aparecer? En efecto, no todo error es una herejía,<br />

aunque toda herejía, porque se sitúa en el vicio, no puede dejar de ser una herejía por<br />

algún error. Qué es lo que hace que uno sea hereje, según mi humilde opinión, o no se<br />

puede definir con precisión del todo o muy difícilmente. Esto lo iré declarando a lo largo de<br />

la obra, si Dios me guía y conduce mi discusión hasta donde yo pretendo. Para qué sirve<br />

esta investigación, aun cuando no consigamos comprender cómo debe ser definido un<br />

hereje, lo iremos viendo y diciendo en su lugar. Porque si esto pudiera ser comprendido, ¿<br />

quién no iba a ver cuánta es su utilidad?<br />

Según esto, la primera parte de la obra será Las Herejías, que han existido desde la<br />

venida de Cristo y su Ascensión en contra de su doctrina, y siempre que hayan podido<br />

llegar a nuestro conocimiento. En la segunda parte, en cambio, disputaré sobre qué es lo<br />

que hace a uno ser hereje.<br />

Catálogo<br />

Cuando el Señor subió al cielo, aparecieron los siguientes herejes:<br />

1. Simonianos<br />

2. Menandrianos<br />

3. Saturninianos<br />

4. Basilidianos


5. Nicolaítas<br />

6. Gnósticos<br />

7. Carpocratianos<br />

8. Cerintianos o Merintianos<br />

9. Nazareos<br />

10. Ebionitas o Ebioneos<br />

11. Valentinianos<br />

12. Secundianos<br />

13. Ptolomeos<br />

14. Marcitas o Marcianos<br />

15. Colorbasos<br />

16. Heracleonitas<br />

17. Ofitas<br />

18. Caianos o cainianos, cainitas<br />

19. Setianos<br />

20. Arcónticos<br />

21. Cerdonianos<br />

22. Marcionitas<br />

23. Apelitas<br />

24. Severianos<br />

25. Tacianos o Encratitas<br />

26. Catafrigas<br />

27. Pepucianos o Pepudianos y Quintilianos<br />

28. Artotiritas<br />

29. Tesarescedecatitas<br />

30. Alogios o Alogos, Alogianos<br />

31. Adamianos<br />

32. Elceseos o Elceseítas y Sampseos<br />

33. Teodotianos<br />

34. Melquisedecianos<br />

35. Bardesanistas<br />

36. Noetianos<br />

37. Valesios


38. Cátaros o Novacianos<br />

39. Angélicos<br />

40. Apostólicos<br />

41. Sabelianos o Patripasianos<br />

42. Origenianos<br />

43. Otros Origenianos<br />

44. Paulianos<br />

45. Fotinianos<br />

46. Maniqueos<br />

47. Hieracitas<br />

48. Melecianos<br />

49. Arrianos<br />

50. Vadianos o Antropomorfitas<br />

51. Semiarrianos<br />

52. Macedonianos<br />

53. Aerianos<br />

54. Aetianos y también Eunomianos<br />

55. Apolinaristas<br />

56. Antidicomaritas<br />

57. Masalianos o Euquitas<br />

58. Metangismonitas<br />

59. Seleucianos<br />

60. Ploclianitas<br />

61. Patricianos<br />

62. Ascitas<br />

63. Pasalorinquitas<br />

64. Acuarios<br />

65. Colutianos<br />

66. Florinianos<br />

67. Los disconformes con el estado del mundo<br />

68. Los que andan con los pies descalzos<br />

69. Donatistas o Donatianos<br />

70. Priscilianistas


71. Los que no comen con los hombres<br />

72. Retorianos<br />

73. Los que afirman la divinidad pasible de Cristo<br />

74. Los que piensan a Dios triforme<br />

75. Los que afirman que el agua es coeterna con Dios<br />

76. Los que dicen que la imagen de Dios no es el alma<br />

77. Los que opinan que los mundos son innumerables<br />

78. Los que creen que las almas se convierten en demonios y en cualquier animal<br />

79. Los que creen que el descenso de Cristo a los infiernos liberó a todos<br />

80. Los que dan comienzo al tiempo con el nacimiento de Cristo del Padre<br />

81. Luciferianos<br />

82. Jovianistas<br />

83. Arábicos<br />

84. Elvidianos<br />

85. Paternianos o Venustianos<br />

86. Tertulianistas<br />

87. Abeloítas<br />

88. Pelagianos y Celestianos<br />

Libro<br />

1. Los Simonianos. Vienen de Simón Mago, el cual, como se lee en los Hechos de los<br />

Apóstoles, bautizado por el diácono Felipe, quiso comprar de los santos Apóstoles con<br />

dinero que el Espíritu Santo fuese dado también por la imposición de sus manos. Había<br />

engañado a muchos con sus magias 7 . En cambio, enseñaba que había que detestar la<br />

torpeza de usar indiferentemente de las mujeres. Decía que Dios no había creado el<br />

mundo. Negaba también la resurrección de la carne. Y afirmaba que él era Cristo. Y hasta<br />

quería creerse el mismo Júpiter, que Minerva era realmente una meretriz llamada Elena, a<br />

la que había hecho cómplice de sus crímenes, y las imágenes, tanto suyas como de la<br />

meretriz, las daba a sus discípulos para adorarlas, y hasta las había levantado en Roma<br />

con autorización pública como simulacros de los dioses. En Roma, el apóstol Pedro lo<br />

aniquiló con el poder verdadero de Dios omnipotente.<br />

2. Menandrianos, de Menandro, mago también y discípulo suyo, que afirmaba que el<br />

mundo no había sido hecho por Dios, sino por los ángeles.<br />

3. Saturninianos, de un cierto Saturnino, de quien se dice que confirmó en Siria la torpeza<br />

simoniana. Además decía que el mundo lo habían hecho, solos, siete ángeles, fuera de la<br />

conciencia de Dios Padre.<br />

4. Basilidianos, de Basílides, el cual se apartaba de los simonianos en que decía que<br />

existían trescientos sesenta y cinco cielos, con cuyo número de días se completa un año.<br />

También recomendaba como nombre santo la palabra - $ D " > " H , cuyas letras, según el<br />

cómputo griego, hace el mismo número. En efecto, son siete letras: " , $ , D , " , > , " y H ,<br />

que suman: uno más sesenta. La suma total son trescientos sesenta y cinco.<br />

5. Nicolaítas, llamados así por Nicolás; se dice que era uno de los siete varones a quienes<br />

los apóstoles ordenaron diáconos 8 . Como fuese acusado de los celos de su hermosísima


mujer, se dice que para expiarlo permitió que usara de ella quien quisiera. Este hecho se<br />

convirtió en una secta torpísima donde se aprueba el uso indiscriminado de las mujeres.<br />

Tampoco separan sus alimentos de aquellos inmolados a los ídolos ni se niegan a los ritos<br />

de las supersticiones gentiles. Además, cuentan fábulas sobre el mundo, mezclando en sus<br />

disputas no sé qué nombres de príncipes bárbaros para aterrar a los oyentes, causando<br />

risa a los prudentes más que temor. Son conocidos también porque no atribuyen la<br />

criatura a Dios, sino a algunas potestades en las que creen o al menos fingen creer con<br />

increíble vanidad.<br />

6. Gnósticos, son los que se glorían de ser llamados así o de que debieran ser llamados así<br />

por la superioridad de su ciencia, siendo más vanidosos e infames que todos los<br />

anteriores. Y aunque son llamados por unos y otros de distintos puntos de la tierra y de<br />

diversos modos, no pocos los llaman también Borboritas, que significa como inmundos,<br />

por la desbordante infamia que dicen realizar en sus misterios. Algunos opinan que<br />

proceden de los Nicolaítas. Otros que de Carpócrates, de quien hablaremos luego. Enseñan<br />

dogmas plagados de fábulas: atrapan también a las almas inferiores con nombres terribles<br />

de príncipes o de ángeles y urden sobre Dios y la naturaleza de las cosas muchas ficciones<br />

lejos de la verdad saludable. Afirman que la sustancia de las almas es la naturaleza de<br />

Dios, y su venida a los cuerpos presentes y su regreso a Dios los mezclan según sus<br />

errores con sus mismas fábulas inacabables y estúpidas. A los que creen en ellos los<br />

hacen, por así decirlo, no sobresalir por su mucha ciencia, sino envanecerse por su<br />

charlatanería. Sostienen también en sus dogmas que existe un dios bueno y un dios malo.<br />

7. Carpocratianos. Vienen de Carpócrates, que enseñaba toda clase de torpezas y toda<br />

inventiva de pecado, y que no pueden escapar de otro modo ni marcharse los principados<br />

y las potestades, a quienes gusta todo esto, para poder llegar al cielo más empíreo. Se<br />

dice que creyó también que Jesús era solamente hombre, nacido de los dos sexos, pero<br />

que recibió un alma tal con la que llegaría a saber todas las cosas superiores y las<br />

anunciaría. Rechazaba la resurrección del cuerpo juntamente con la ley. No aceptaba que<br />

el mundo fue hecho por Dios, sino por no sé qué virtudes. Se cuenta que fue de esta secta<br />

una tal Marcelina, que daba culto a las imágenes de Jesús, de Pablo, de Homero y de<br />

Pitágoras, adorando y poniendo incienso.<br />

8. Cerintianos, de Cerinto, y los mismos llamados también Merintianos, de Merinto, que<br />

afirman que el mundo fue hecho por los ángeles, y que conviene circuncidar la carne y<br />

observar los otros preceptos de la ley. Que Jesús fue solamente hombre, que no resucitó,<br />

pero aseguran que resucitará. Inventan también que va a haber mil años, después de la<br />

resurrección, en un reino terreno de Cristo según los placeres carnales del vientre y la<br />

libido. Por esto se les llama también Quiliastas.<br />

9. Nazareos, que confiesan que Cristo es hijo de Dios; sin embargo, observan todo lo de la<br />

Antigua Ley, que los cristianos han aprendido por tradición apostólica, no a observarlo<br />

carnalmente, sino a entenderlo espiritualmente.<br />

10. Ebioneos (Ebionitas); afirman igualmente que Cristo es sólo hombre. Observan los<br />

mandatos carnales de la ley, como la circuncisión de la carne y las demás cargas de las<br />

que nos ha librado el Nuevo Testamento. Epifanio vincula esta herejía a los Sampseos y<br />

Elceseos, de modo que los pone con la misma numeración como una misma herejía, dando<br />

a entender, sin embargo, que algo los diferencia. Aunque también habla de ellos en los<br />

números que siguen con numeración propia. Eusebio, en cambio, aludiendo a la secta de<br />

los Elcesaítas, afirma que enseñaron que en la persecución hay que negar la fe y guardarla<br />

en el corazón.<br />

11. Valentinianos, de Valentín, que imaginó muchas cosas fabulosas, afirmando que han<br />

existido hasta treinta eones o siglos, cuyo principio es el abismo y el silencio; al abismo<br />

también lo llaman padre. Afirman que de estos dos, como de un matrimonio, han<br />

procedido el entendimiento y la verdad, y que han producido en honor del padre ocho<br />

eones. Del entendimiento y la verdad han procedido la palabra y la vida, y han producido<br />

diez eones. Finalmente de la palabra y de la vida han procedido el hombre y la Iglesia, han<br />

producido doce eones. Así, dieciocho y doce hacen treinta eones, y como hemos dicho, su<br />

primer principio es el abismo y el silencio. Que Cristo, enviado por el padre, esto es por el<br />

abismo, tomó consigo un cuerpo espiritual o celeste, sin que haya tomado nada de la<br />

Virgen María, sino que pasó por ella como por un río o canal, sin tomar nada de su carne.<br />

También niegan la resurrección de la carne, afirmando que el espíritu y el alma reciben la


salvación únicamente por Cristo.<br />

12. Secundianos; se diferencian de los valentinianos, según dicen, en que añaden las<br />

obras deshonestas.<br />

13. Ptolomeo; discípulo también de Valentín, que, deseando fundar una nueva herejía,<br />

prefirió afirmar cuatro eones con otros cuatro productos.<br />

14. Marcos, o no sé quién, fundó la herejía que niega la resurrección de la carne y afirma<br />

que Cristo no sufrió verdaderamente, sino supuestamente. También opinó que para él<br />

había, por el contrario, dos principios, afirmando de los eones algo parecido a lo de<br />

Valentín.<br />

15. Colorbaso, siguió a los anteriores, pensando no muy distinto que ellos y afirmando<br />

que la vida de todos los hombres y la generación consistía en siete astros.<br />

16. Heracleonitas, de Heracleón, un discípulo de los anteriores. Afirman que hay dos<br />

principios, uno del otro, y de estos dos otras muchas cosas. Se dice que casi redimía a sus<br />

moribundos con un modo nuevo: por medio del aceite, el bálsamo y el agua, más las<br />

invocaciones que dicen en hebreo sobre sus cabezas.<br />

17. Ofitas; se llaman así por la culebra, que en griego se dice Ð n 4 H . Piensan que así es<br />

Cristo. Pero tienen también una culebra verdadera encantada para lamer sus panes, y que<br />

de este modo, con ellos, los santifica como una eucaristía. Algunos dicen que estos ofitas<br />

proceden de los nicolaítas o de los gnósticos, y por medio de sus invenciones fabulosas<br />

llegaron a dar culto a una culebra.<br />

18. Caianos (o cainianos y cainitas); así llamados porque honran a Caín, diciendo que era<br />

de poderosísima fortaleza. Consideran también en el traidor Judas algo divino y su crimen<br />

un beneficio, asegurando que él supo de antemano cuánto aprovecharía al género humano<br />

la pasión de Cristo, y por eso lo entregó a los judíos para matarlo. Se dice que también<br />

veneran a aquellos que perecieron al abrirse la tierra cuando promovían un cisma en el<br />

primitivo pueblo de Dios, así como a los sodomitas. Blasfeman de la ley y de Dios, autor<br />

de la ley, y niegan la resurrección de la carne.<br />

19. Setianos; toman el nombre del hijo de Adán llamado Set. Le honran, pero con una<br />

vanidad fabulosa y herética. En efecto, afirman que nació de una madre de lo alto, que<br />

dicen se juntó con un padre de lo alto, de quien nacería otro germen divino distinto, el de<br />

los hijos de Dios. Estos novelan también muchas cosas vanísimas sobre los principados y<br />

las potestades. Algunos afirman que creían que Sem, el hijo de Noé, era Cristo.<br />

20. Arcónticos; llamados así por los príncipes (arcontes); dicen que la universalidad que<br />

Dios creó son las obras de los príncipes. Hacen también una especie de torpeza. Niegan la<br />

resurrección de la carne.<br />

21. Cerdonianos, de Cerdón, que dogmatizó que existían dos principios que se oponen<br />

entre sí. Que el Dios de la Ley y los Profetas no es el Padre de Cristo, ni que Dios es<br />

bueno, sino justo; que el Padre de Cristo sí es bueno; que el mismo Cristo ni nació de una<br />

mujer ni tuvo carne; ni murió verdaderamente o padeció cosa alguna, sino que simuló la<br />

pasión. Algunos cuentan que en sus dos principios dijo que había dos dioses, de manera<br />

que uno de ellos era bueno y el otro malo. Niega la resurrección de los muertos,<br />

despreciando además el Antiguo Testamento.<br />

22. Marción también, de quien se llaman Marcionitas, siguió los dogmas de Cerdón sobre<br />

los dos principios. Aunque Epifanio diga que sostuvo tres principios: lo bueno, lo justo y lo<br />

perverso. Pero Eusebio escribe que el autor de los tres principios y naturalezas es un tal<br />

Sinero y no Marción.<br />

23. Apelitas, porque el principal es Apeles, que introduce también dos dioses: uno bueno y<br />

otro malo. Sin embargo, no existen como dos principios diversos y opuestos entre sí, sino<br />

que el uno es el principio, es decir, el dios bueno, que hizo también al otro, el cual, como<br />

fuese un maligno, fue descubierto que en su malignidad hizo el mundo. Algunos dicen que<br />

este Apeles también pensó cosas tan falsas de Cristo que él no se quitó de encima desde<br />

el cielo la carne que dio al mundo, cuando resucitando sin carne subió al cielo, sino que la


tomó de los elementos del mundo.<br />

24. Severianos, de Severo; no beben vino porque afirman con vanidad fabulosa que la vid<br />

germinó de Satanás y la tierra. También éstos hinchan, con los nombres de príncipes que<br />

les agradan, su doctrina no sana, despreciando la resurrección de la carne con el Antiguo<br />

Testamento.<br />

25. Tacianos, fundados por cierto Taciano; también se les llama Encratitas. Condenan el<br />

matrimonio, y lo equiparan por completo a las fornicaciones y otras corrupciones; no<br />

reciben en su grupo a ninguno, varón o mujer, que haga uso del matrimonio. Tampoco<br />

comen carne, y la abominan todos. Estos también conocen algunos aplazamientos<br />

fabulosos de los siglos. Están en contra de la salvación del primer hombre. Epifanio<br />

distingue entre tacianos y encratitas, de modo que a los encratitas los llama cismáticos de<br />

Taciano.<br />

26. Catafrigas, son los que tienen por fundadores a Montano como paráclito y a dos<br />

profetisas suyas, Prisca y Maximila. Les dio el nombre la provincia de Frigia, porque allí<br />

han existido y allí han vivido, y hasta hoy tienen en aquellos lugares algunos pueblos.<br />

Afirman que la venida del Espíritu Santo prometida por el Señor se cumplió en ellos y no<br />

en los apóstoles. Tienen como fornicación a las segundas nupcias; y por eso dicen que el<br />

apóstol Pablo las permitió, porque en parte lo sabía y en parte profetizaba: ya que aún no<br />

había llegado lo que es perfecto 9 . Ahora bien: ellos deliran que esto perfecto vino sobre<br />

Montano y sus profetisas. Dicen que los sacramentos los tienen por funestos. Realmente<br />

cuentan que de la sangre de un niño de un año, que extraen con pequeñas punciones de<br />

todo su cuerpo, realizan en cierto modo su eucaristía, mezclándola con harina y haciendo<br />

un pan. Si el niño llegase a morir, lo tienen por mártir; pero si viviera, por gran sacerdote.<br />

27. Pepucianos o Quintilianos, así llamados por cierto lugar que Epifanio llama ciudad<br />

desierta. Ellos, convencidos de que es algo divino, la llaman Jerusalén. De tal manera dan<br />

solamente a las mujeres el primer puesto, que hasta ejercen el sacerdocio entre ellos.<br />

Realmente dicen que Cristo se apareció en figura de mujer en la misma ciudad de Pepuza<br />

a Quintila y Priscila, por lo cual se llaman también quintilianos. Hacen también éstos con la<br />

sangre de un niño lo que hemos dicho antes que hacían los catafrigas. En efecto, se dice<br />

que nacieron de ellos. Finalmente, otros dicen que la tal Pepuza no es una ciudad, sino que<br />

fue la villa de Montano y sus profetisas, Prisca y Maximila. Y porque vivieron allí, el lugar<br />

mereció llamarse Jerusalén.<br />

28. Artotiritas, son los llamados así por sus ofrendas. En efecto, ofrecen pan y queso<br />

diciendo que ya los primeros hombres celebraron las oblaciones de los frutos de la tierra y<br />

de las ovejas; Epifanio los une a los pepucianos.<br />

29. Tesarescedecatitas; se llaman así porque no celebran la Pascua, sino la luna<br />

decimocuarta, cualquiera que sea el día ocurrente de la semana; y si fuera domingo,<br />

ayunan y guardan vigilia ese día.<br />

30. Alogos, Alogios, Alogianos, los sin palabra; se llaman así como negadores del Verbo<br />

(la Palabra) -8 ` ( @ H , en griego, significa palabra-, porque no quieren admitir al Verbo-<br />

Dios (la Palabra-Dios), despreciando el Evangelio de San Juan y su Apocalipsis, negando,<br />

por supuesto, que estos escritos sean suyos.<br />

31. Adamianos, de Adam, cuya desnudez en el Paraíso antes del pecado imitan. De donde<br />

también se oponen al matrimonio, porque Adam, ni antes de pecar, ni después de haber<br />

sido expulsado del Paraíso, conoció a su mujer. Creen, por tanto, que el matrimonio no<br />

habría existido si nadie hubiera pecado. Conviven, pues, desnudos hombres y mujeres,<br />

escuchan sus lecciones desnudos, oran desnudos, desnudos celebran los sacramentos y<br />

por eso piensan ellos que su iglesia es el paraíso.<br />

32. Elceseos o Sampseos; Epifanio, según su orden, los nombra aquí, y dice que fueron<br />

engañados por cierto pseudo-profeta llamado Elci, de cuyo linaje presenta a dos mujeres<br />

adoradas por ellos como diosas. Lo demás es semejante a los ebioneos.<br />

33. Teodotianos; formados por un tal Teodoto, afirman que Cristo es solamente hombre. Y<br />

dicen que lo enseñó el mismo Teodoto porque, lapso en la persecución, creía que de este<br />

modo evitaba el oprobio de su caída si aparecía que él no había negado a Dios, sino a un


hombre.<br />

34. Melquisedecianos; creen que Melquisedec, sacerdote del Dios Altísimo 10 , no fue un<br />

hombre, sino la virtud de Dios.<br />

35. Bardesanistas; de un cierto Bardesano; se dice que al principio sobresalió insigne en la<br />

doctrina de Cristo; pero después, aunque no en todo, cayó en la herejía de Valentín.<br />

36. Noetianos; de un tal Noeto, que decía que Cristo era él mismo el Padre y el Espíritu<br />

Santo.<br />

37. Valesios; se castran a sí mismos y a sus huéspedes, pensando de este modo que<br />

deben servir a Dios. Se dice también que enseñan otras cosas heréticas y torpes; pero<br />

cuáles son, ni siquiera Epifanio las recordó, y yo tampoco he podido encontrarlas en parte<br />

alguna.<br />

38. Cátaros; porque se llaman a sí mismos con este nombre soberbia y odiosísimamente,<br />

no admiten las segundas nupcias como por amor a la pureza y se oponen a la penitencia,<br />

siguiendo al hereje Novato. Por esto se llaman también Novacianos.<br />

39. Angélicos, propensos al culto de los ángeles. Epifanio atestigua que ya habían<br />

desaparecido por completo.<br />

40. Apostólicos; los que se llaman por vana presunción con este nombre, dado que no<br />

recibían en su comunión a los que usaban de su cónyuge y poseían bienes propios, como<br />

tiene la Católica muchos monjes y clérigos. Pero por eso son herejes, porque, separándose<br />

de la Iglesia, juzgan que no tienen esperanza alguna los que usan de esas cosas de las<br />

que ellos carecen. Son semejantes a los encratitas. También se les llama Apotactitas. Y no<br />

sé qué más cosas heréticas enseñan como propias.<br />

41. Sabelianos; se dice que salieron de aquel Noeto que hemos recordado antes. Algunos<br />

dicen también que Sabelio fue discípulo suyo. Por qué causa Epifanio las enumera como<br />

dos herejías, no lo sé. Veamos cómo pudo suceder que este Sabelio fuese más famoso y<br />

que por eso esta herejía tomara de él mayor renombre. En efecto, los noetianos<br />

difícilmente son conocidos por alguien; en cambio, los sabelianos están en la boca de<br />

muchos. Algunos los llaman también Praxeanos, de Práxeas, y tal vez Hermogenianos, de<br />

Hermógenes; de los cuales, Práxeas y Hermógenes, que pensaban lo mismo, se dice que<br />

estuvieron en África. Pero no son varias sectas, sino que tienen diversos nombres de una<br />

sola secta, según los hombres que han destacado más en ella. Lo mismo que son<br />

donatistas los parmenianistas, como son pelagianos los mismos celestianos. Es decir, que<br />

el citado Epifanio pone a los noetianos y sabelianos no como dos nombres de una sola<br />

herejía, sino como dos herejías distintas. Yo no lo he podido encontrar claramente, porque<br />

si existe alguna diferencia entre ellos, lo dijo tan oscuramente, por la brevedad tal vez,<br />

que no lo entiendo. Mencionando a los sabelianos, tan distantes de los noetianos, en este<br />

mismo pasaje, sin duda, como nosotros, dice: "Los sabelianos, que dogmatizan igual que<br />

Noeto, menos esto que dicen que el Padre no padeció". ¿Cómo puede entenderse esto de<br />

los sabelianos, cuando se distinguen porque dicen que el Padre padeció de tal modo que<br />

se les llama con más frecuencia patripasianos que sabelianos? Y si tal vez en la frase<br />

"menos esto que dicen que el Padre no padeció" quiso que se entendiese que eso lo decían<br />

los novacianos, ¿quién puede distinguirlos con esta ambigüedad? O ¿cómo podemos<br />

entenderlos, a cualquiera de ellos que no afirman que el Padre sufrió, cuando dicen que es<br />

la mismísima cosa el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo? Filastrio, obispo de Brescia, en un<br />

libro muy prolijo que escribió sobre las herejías, también estimó que debía enumerar<br />

ciento veintiocho herejías. Poniendo a los sabelianos a continuación de los noetianos, dice:<br />

"Sabelio, su discípulo, que siguió paso a paso a su maestro, por lo que también han sido<br />

llamados sabelianos y patripasianos, praxeanos, de Práxeas, y hermogenianos, de<br />

Hermógenes, que estuvieron en África; y por pensar de este modo fueron separados de la<br />

Iglesia católica". Muy bien dice que después fueron llamados sabelianos, porque defendían<br />

lo mismo que Noeto; y recordó los otros nombres de la misma secta. No obstante, puso a<br />

los noetianos y sabelianos con dos numeraciones distintas, como a dos herejías. ¿Por qué?<br />

Él lo sabrá.<br />

42. Origenianos, por un cierto Orígenes, no el famoso conocido de casi todos, sino de otro<br />

no sé quién. Epifanio, hablando de él y de sus seguidores, dice: "Origenianos, de un tal


Orígenes, de acciones torpes, que realizan cosas nefandas, entregando sus cuerpos al<br />

desenfreno". Sin embargo, a continuación, al añadir Otros Origenianos, dice:<br />

43. Origenianos, "son otros, los del tratadista Adamancio, que rechazan la resurrección de<br />

los muertos: introduciendo a Cristo como criatura y al Espíritu Santo, alegorizando además<br />

el paraíso, los cielos y todas las otras cosas". Esto dice Epifanio de este Orígenes. Pero<br />

quienes lo defienden afirman que enseñó que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo son de<br />

una y de la misma sustancia, que no rechazó la resurrección de los muertos, aunque<br />

quienes han leído sus muchas obras se esfuerzan por refutarle también en todo esto. Este<br />

Orígenes tiene otros dogmas que no acepta la Iglesia católica, en los cuales le arguye con<br />

verdad y sus defensores no pueden desmentir. Sobre todo en cuanto a la purgación y<br />

liberación, y a que después de un largo tiempo se vuelve de nuevo a los mismos males por<br />

la revolución de toda la criatura racional. Realmente, qué cristiano católico, docto o<br />

indocto, no se horroriza con vehemencia de esa que llama purificación de los males; esto<br />

es, que aun aquellos que acabaron esta vida con pecados, abominaciones, sacrilegios e<br />

impiedades las más atroces, incluso al final al mismísimo diablo y a sus ángeles, si bien,<br />

después de tiempos incontables, son restituidos al Reino de Dios y a la luz una vez<br />

purgados y librados; pero de nuevo, también después de larguísimos tiempos, todos los<br />

que han sido liberados, volverán a caer en los mismos males y a levantarse, y que estos<br />

períodos de felicidad y de miseria de la criatura racional siempre han existido y siempre<br />

existirán? De semejante vanidosísima impiedad he disputado con el máximo cuidado en<br />

los libros de La Ciudad de Dios contra los filósofos de quienes Orígenes aprendió tales<br />

cosas.<br />

44. Paulianos, de Paulo de Samosata; dicen que Cristo no existió siempre, sino que<br />

sostienen su comienzo desde que nació de María, y no lo creen algo más que hombre. Esta<br />

herejía fue algún tiempo de un cierto Artemón, pero cuando falleció la restauró Paulo y<br />

después la confirmó Fotino, de modo que los Fotinianos son nombrados con más<br />

celebridad que los Paulianos. Por cierto que el Concilio de Nicea estableció que estos<br />

paulianos debían ser bautizados en la Iglesia católica. De donde hay que creer que no<br />

mantenían la regla del bautismo que muchos herejes se llevaron consigo al separarse de la<br />

Católica y la conservan.<br />

45. Fotinianos; Epifanio no los coloca inmediatamente después de Paulo o con Paulo, sino<br />

después de interponer a otros. Pero no calla que creyó cosas parecidas. Sin embargo,<br />

afirma que en algo se le opuso; qué sea ese algo lo calla por completo. Filastrio, en<br />

cambio, pone a continuación a los dos con numeración particular y propia, como dos<br />

herejías distintas, mientras afirma que Fotino siguió en todo la doctrina de Paulo.<br />

46. 1. Maniqueos; existieron por cierto persa que llamaban Manés, aunque sus discípulos<br />

preferían llamarle el Maniqueo, cuando comenzó a predicar en Grecia su loca doctrina<br />

insana para evitar el nombre de locura. Por lo cual, algunos, como más espabilados y por<br />

lo mismo más mentirosos, por la letra n geminada, le llaman el Manniqueo, como el que<br />

derrama manná.<br />

46. 2. Este inventó dos principios diversos y contrarios entre sí, los dos eternos y<br />

coeternos, esto es, que existieron siempre. Siguiendo a otros herejes antiguos, opinó que<br />

existen dos naturalezas y sustancias, a saber: una del bien y otra del mal. Novelan<br />

muchas fábulas que sería muy largo de relatar aquí, afirmando según sus doctrinas la<br />

lucha y la mezcolanza de las dos naturalezas entre sí, la purgación del bien por parte del<br />

mal y del bien que no puede ser purgado, mientras para el mal la condenación<br />

eternamente; novelan muchas fábulas que sería muy largo de relatar aquí.<br />

46. 3. Por estas fábulas suyas vanas e impías se ven obligados a decir que las almas<br />

buenas, a las que creen que deben liberar de la mezcolanza de las almas malas, a saber:<br />

de la naturaleza contraria, son de esa naturaleza de la que es Dios.<br />

46. 4. En consecuencia, confiesan que el mundo fue hecho por la naturaleza del bien, esto<br />

es, por la naturaleza de Dios; pero de aquella mezcolanza del bien y del mal que salió<br />

cuando lucharon entre sí las dos naturalezas.<br />

46. 5. De hecho, afirman que esta purgación y liberación del bien por parte del mal la<br />

hacen las fuerzas de Dios, no sólo por todo el mundo y de todos sus elementos, sino<br />

también sus Elegidos por medio de los alimentos que consumen. Dicen que la sustancia de


Dios, ciertamente, está mezclada también en esos alimentos, como en el mundo entero, y<br />

creen que es purgada en sus Elegidos por el género de vida con que viven los Elegidos<br />

maniqueos como más santa y excelentemente que sus Oyentes. De estas dos profesiones,<br />

Elegidos y Oyentes, quisieron que constase su iglesia.<br />

46. 6. En el resto de los hombres, e incluso en sus mismos Oyentes, creen que esta parte<br />

de la sustancia buena y divina está retenida, mezclada y atrapada en los alimentos y<br />

bebidas, y sobre todo en los que engendran hijos está atrapada más estrecha y<br />

corrompidamente. La parte de la luz, que es purgada por doquier, a través de ciertas<br />

naves, que quieren que sean el sol y la luna, vuelve al reino de Dios como a sus sitiales<br />

propios. Por lo mismo, dicen que estas naves están fabricadas de la sustancia pura de<br />

Dios.<br />

46. 7. Y afirman que es también naturaleza de Dios esta luz corpórea que agrada a los<br />

ojos de los animales mortales, no sólo en esas naves, donde creen que la luz es purísima,<br />

sino también en otras cualesquiera cosas lúcidas, en las cuales según ellos es retenida con<br />

la mezcolanza, y creen que para ser purgada. En efecto, para la gente de las tinieblas dan<br />

cinco elementos que han engendrado sus propios príncipes, y a esos elementos los llaman<br />

con los nombres siguientes: humo, tinieblas, fuego, agua y aire. En el humo han nacido los<br />

animales bípedos, de quienes piensan que proceden los hombres; en las tinieblas, los<br />

reptiles; en el fuego, los cuadrúpedos; en las aguas, los natátiles; en el aire, los volátiles.<br />

Para vencer a estos cinco elementos malos han sido enviados del reino y de la sustancia<br />

de dios otros cinco elementos, y en esa lucha quedaron mezclados: la atmósfera con el<br />

humo, la luz con las tinieblas, el fuego bueno con el fuego malo, el agua buena con el agua<br />

mala, el aire bueno con el aire malo. Pero distinguen aquellas naves, es decir, los dos<br />

luminares del cielo, de tal modo que sostienen que la luna fue hecha del agua buena y el<br />

sol del fuego bueno.<br />

46. 8. Que en esas naves existen las virtudes santas, que se transfiguran en hombres<br />

para atraer a las mujeres de la gente mala, y a su vez en mujeres para atraer a los<br />

hombres de la misma gente mala, y al ser conmovida mediante esta tiniebla la<br />

concupiscencia que hay en ellos, huya la luz que retenían mezclada entre sus miembros, y<br />

sea tomada para su purgación por los ángeles de la luz, y como purgatorio se les imponga<br />

que tienen que transportarla en esas naves hasta sus propios reinos.<br />

46. 9. Con esta ocasión, o más bien por exigencias de una superstición execrable, los<br />

Elegidos están obligados a tomar como una eucaristía rociada con semen humano, para<br />

que de ella, como de los demás alimentos que toman, sea purgada igualmente aquella<br />

sustancia divina. Ellos niegan que hacen tal cosa, y afirman que son otros, no lo sé, los<br />

que hacen eso con el nombre de Maniqueos. Sin embargo, tú mismo lo sabes, en Cartago<br />

fueron cogidos in fraganti en la iglesia, siendo tú allí ya diácono, cuando a instancias del<br />

tribuno Urso, que entonces estaba al frente de la casa real, fueron llevados a su presencia<br />

algunos donde una muchacha, por nombre Margarita, denunció semejante torpeza<br />

nefanda, porque, cuando aún no tenía doce años, según ella afirmaba, fue maliciada<br />

mediante ese misterio sacrílego. Entonces con dificultad se vio obligada a confesar que<br />

una medio beata maniquea, llamada Eusebia, sufrió lo mismo por la misma causa. Como<br />

al principio aseguró que ella se mantenía virgen y pidió ser reconocida por una<br />

comadrona, fue reconocida, y ¿qué descubrieron? Contó de forma parecida todo aquel<br />

sacrilegio torpísimo, en el cual ella se tendía debajo con harina para recoger y mezclar el<br />

semen de los que se acostaban con ella. Esto no lo había oído por estar ausente cuando lo<br />

indicó Margarita. Y más recientemente fueron sorprendidos algunos maniqueos, y llevados<br />

al tribunal eclesiástico, como lo demuestran las Actas Episcopales que me enviaste,<br />

confesaron mediante un diligente interrogatorio que eso no era sacramento, sino un<br />

execramento, una execración.<br />

46. 10. Uno de ellos, llamado Viator, no pudo negar que todos son maniqueos en general,<br />

tanto los que decían que quienes hacían eso se llamaban propiamente Cataristas, como los<br />

que se dividían en otros grupos de la misma secta maniquea como los Matarios, y<br />

específicamente los maniqueos, puesto que todas estas tres formas tienen como<br />

propagandista a un mismo agente. Y ciertamente que los libros maniqueos son comunes a<br />

todos sin duda alguna, y en ellos están escritas las fábulas monstruosas sobre la<br />

transfiguración de hombres en mujeres y de mujeres en hombres, para atraer y disolver<br />

por medio de la concupiscencia de los dos sexos a los príncipes de las tinieblas, de manera<br />

que la sustancia divina que está atrapada cautiva en ellas, liberada, huya de ellos; de


donde procede tamaña torpeza que todos niegan pertenecer a ella. En efecto, ellos<br />

piensan que imitan a las virtudes divinas, hasta donde pueden, para purgar la parte de su<br />

dios, que sin la menor duda está mancillada también en el semen del hombre, como en<br />

todos los cuerpos celestes y terrestres y en las semillas de todas las cosas. De donde se<br />

sigue que ellos, comiendo, tienen que purgar también la del semen humano del mismo<br />

modo que las demás semillas que toman en los alimentos. Por esto se les llama también<br />

Cataristas, como los purgadores, que la purgan con tanta diligencia que no se abstienen<br />

siquiera de esa comida tan horrenda y torpe.<br />

46. 11. Pero no comen carnes, como si la sustancia hubiese huido de los muertos y<br />

matados, y así permaneciese tan grande y pura que ya no es digno el purgarla en el<br />

vientre de los Elegidos. Ni siquiera comen huevos, porque cuando se rompen es como si<br />

expiraran, y no se debe comer cuerpo alguno muerto; únicamente queda vivo de la carne<br />

lo que se toma con harina para que no muera. Tampoco toman la leche aunque se ordeñe<br />

y mame de un cuerpo animal vivo, no porque crean que allí no hay nada mezclado con la<br />

divina sustancia, sino porque no están seguros de ello. Ni beben vino, porque dicen que es<br />

la hiel de los príncipes de las tinieblas; cuando se comen las uvas no sorben nada del<br />

mosto, aunque sea recentísimo.<br />

46. 12. Creen que las almas de sus Oyentes se convierten en Elegidos, o, con ventaja más<br />

feliz, en alimentos de sus Elegidos, para que purgadas de ese modo ya no se vuelvan a<br />

convertir en ningún cuerpo. En cambio, piensan que las demás almas vuelven o bien a los<br />

animales, o bien a todo lo que está enraizado y que se alimenta en la tierra. Realmente<br />

opinan que las hierbas y los árboles viven de tal modo que creen que la vida que hay en<br />

ellos es sensible, y que se duelen cuando son dañados; así que nadie puede arrancar o<br />

desgajar algo de ellos sin sufrimiento. Por eso limpiar el campo de espinos lo tienen por<br />

ilícito; y en su demencia llegan a acusar a la agricultura, que es la más inocente de todas<br />

las artes, como culpable de muchos homicidios. Sostienen que todo eso se les perdona a<br />

sus oyentes, porque ofrecen de su parte los alimentos a sus Elegidos, para que la divina<br />

sustancia purgada en sus vientres les alcance el perdón a aquellos que los dan en oblación<br />

purgatoria. De este modo, los mismos Elegidos, sin trabajar nada en los campos, ni coger<br />

frutos, ni arrancar siquiera hoja alguna, están esperando que todas esas cosas se las<br />

acarreen sus Oyentes con sus costumbres, viviendo de tan numerosos y tan enormes<br />

homicidios ajenos según su vanidad. Aconsejan también a los mismos Oyentes que, si<br />

comen carne, no maten a los animales, para no ofender a los príncipes de las tinieblas<br />

atrapados en los seres celestiales, de los cuales tiene origen la carne.<br />

46. 13. Y si usan de sus mujeres, que eviten la concepción y la generación, para que la<br />

sustancia divina, que entra en ellos por los alimentos, no sea atrapada en la prole con los<br />

vehículos de la carne. Así, creen con certeza que las almas vienen a toda carne, a saber:<br />

por medio de los alimentos y de las bebidas. En consecuencia, condenan el matrimonio sin<br />

duda alguna, y en cuanto está en su mano, lo prohíben.<br />

46. 14. Cuando prohíben engendrar, porque los matrimonios deben unirse, es porque<br />

afirman que Adán y Eva nacieron de los padres príncipes del humo: como su padre, de<br />

nombre Saclas, hubiese devorado a los fetos de todos sus compañeros, también todo lo<br />

que de allí había tomado mezclado con la sustancia divina al cohabitar con su mujer había<br />

quedado igualmente atrapado en la carne de la prole como un vínculo firmísimo.<br />

46. 15. En cambio afirman la existencia de Cristo, a quien nuestra Escritura llama<br />

serpiente, que ellos aseguran que los ha iluminado para abrir los ojos del conocimiento y<br />

conocer el bien y el mal. Que ese Cristo, en los últimos tiempos, vino a librar las almas,<br />

pero no los cuerpos. Que no existió en carne verdadera, sino que presentó una especie de<br />

carne simulada para engañar a los sentidos humanos, desde el momento en que<br />

anunciaba falsamente no sólo la muerte, sino también y de igual modo la resurrección.<br />

Que el Dios que dio la ley por Moisés y que habló por los Profetas hebreos no es el<br />

verdadero dios, sino uno de lo príncipes de las tinieblas. Leen las Escrituras del mismo<br />

Nuevo Testamento falseadas, de tal modo que toman de ellas lo que les pete y rechazan lo<br />

que no, y anteponen a ellas algunas escrituras apócrifas que tienen como un todo<br />

verdadero.<br />

46. 16. Dicen que la promesa del Señor Jesucristo sobre el Espíritu Santo Paráclito quedó<br />

cumplida en su heresiarca Manés. Por eso se llama a sí mismo en sus cartas apóstol de<br />

Jesucristo, porque Jesucristo había prometido que él sería enviado y en él habría enviado


al Espíritu Santo. Por todo esto Manés tuvo también doce apóstoles, a la manera del<br />

número apostólico, que guardan hasta hoy los maniqueos. En efecto, de los Elegidos<br />

tienen a doce a los que llaman maestros, y a un decimotercero como el principal de ellos;<br />

en cuanto a los obispos, tienen setenta y dos ordenados por los maestros; además, los<br />

presbíteros que ordenan los obispos. Los obispos tienen también diáconos; los restantes<br />

se llaman solamente Elegidos. Pero también son enviados aquellos que parecen idóneos<br />

para defender y aumentar este error, donde ya está implantado, o para sembrarlo también<br />

donde no lo está.<br />

46. 17. Manifiestan que el bautismo de agua no trae a nadie ninguna salvación, y así<br />

creen que ninguno de los que engañan debe ser bautizado.<br />

46. 18. Hacen oraciones: durante el día, hacia el sol por la parte que va girando; por la<br />

noche, hacia la luna cuando sale; si no sale, hacia la parte del aquilón, por donde al<br />

ponerse el sol vuelve al oriente. Cuando oran están de pie.<br />

46. 19. Atribuyen el origen de los pecados no al libre albedrío de la voluntad, sino a la<br />

sustancia de la gente enemiga. Dogmatizando que está mezclada entre los hombres,<br />

afirman que toda carne no es obra de Dios, sino de un espíritu malo que es coeterno del<br />

principio contrario a Dios. Que la concupiscencia carnal, por la cual la carne codicia contra<br />

el espíritu, es una enfermedad innata en nosotros desde la naturaleza viciada con el<br />

primer hombre; pero quieren que exista una sustancia contraria que está tan adherida a<br />

nosotros que, cuando somos liberados y purgados, se separa de nosotros, y ella misma<br />

vive también inmortal en su propia naturaleza. Que estas dos almas o dos mentes, una<br />

buena y otra mala, luchan entre sí en cada hombre, cuando la carne codicia contra el<br />

espíritu y el espíritu contra la carne 11 . Que este vicio no llegará a ser sanado en nosotros<br />

en parte alguna, como nosotros afirmamos, sino que esta sustancia del mal separada de<br />

nosotros y encerrada en alguna esfera, como en una cárcel sempiterna, ha de vencer, una<br />

vez acabado este siglo, después de la consumación del mundo por el fuego. Afirman<br />

también que a esa esfera se acercará siempre y se adherirá como un cobertor y<br />

baldaquino de las almas naturalmente buenas, pero que, sin embargo, no han podido<br />

llegar a ser purificadas del contagio de la naturaleza mala.<br />

47. Hieracitas, porque su autor se llama Hiéracas; niegan la resurrección de la carne.<br />

Únicamente reciben en su comunión a monjes y a monjas y a los que no tienen<br />

matrimonio. Dicen que los niños no pertenecen al reino de los cielos, porque no hay en<br />

ellos ningún mérito de lucha con que superen los vicios.<br />

48. Melecianos, llamados así por Melecio, porque al no querer rezar con los conversos, es<br />

decir, con aquellos que claudicaron en la persecución, hicieron un cisma. Dicen que ahora<br />

están unidos a los arrianos.<br />

49. Arrianos, de Arrio, son conocidísimos por aquel error con que niegan que el Padre y el<br />

Hijo y el Espíritu Santo son de una y la misma naturaleza y sustancia o, para decirlo más<br />

claramente, esencia, que en griego se llama @ Û F \ " , sino que el Hijo es criatura, pero<br />

además que el Espíritu es criatura de la criatura, es decir, quieren que sea creado por el<br />

mismo Hijo. En cambio, son mucho menos conocidos en aquello que opinan sobre que<br />

Cristo recibió la carne sola sin el alma. Y no hallo a nadie que les haya rebatido nunca en<br />

este punto. Y esto es verdad. Epifanio tampoco lo calló, y yo lo he comprobado con<br />

absoluta certeza por algunos escritos suyos y conversaciones. Sabemos que rebautizan<br />

también a los católicos; si hacen lo mismo a los no católicos, lo ignoro.<br />

50. Vadianos, a quienes llama así Epifanio, y los quiere presentar claramente como<br />

cismáticos y no como herejes. Otros los llaman Antropomorfitas, porque se representan a<br />

Dios con un conocimiento carnal a semejanza del hombre corruptible. Lo cual Epifanio lo<br />

atribuye a su rusticidad, disculpándolos de llamarlos herejes. Sin embargo, dice que se<br />

separaron de nuestra comunión, echando la culpa a que los obispos son ricos, celebrando<br />

la Pascua con los judíos. Aunque también hay quienes aseguran que en Egipto comulgan<br />

con la Iglesia católica. Sobre los Fotinianos, que Epifanio recuerda en este pasaje, ya he<br />

hablado bastante más arriba.<br />

51. Semiarrianos llama Epifanio a los que afirman que el Hijo es de esencia semejante (Ò :<br />

@ 4 @ b F 4 @ < ), como no plenamente arrianos; de igual modo que los arrianos no


quieren la esencia semejante, porque los Eunomianos propagan que esto lo dicen ellos.<br />

52. Macedonianos, son los de Macedonio, a quienes los griegos llaman A < g L : " J @ : V P<br />

@ L H , porque disputan acerca del Espíritu Santo. Realmente, piensan bien del Padre y del<br />

Hijo, que son de una y de la misma sustancia o esencia; pero no quieren creer esto del<br />

Espíritu Santo, diciendo que es una criatura. A éstos, con más propiedad, algunos los<br />

llaman Semiarrianos porque, en esta cuestión, por una parte están con ellos y por otra con<br />

nosotros. Aunque algunos manifiesten que al Espíritu Santo no le dicen Dios, sino la<br />

deidad del Padre y del Hijo, y que no tiene una sustancia propia.<br />

53. Aerianos, de un tal Aerio, el cual, siendo presbítero, se dice que estaba muy dolido de<br />

que no pudo ser obispo, y cayendo en la herejía de los arrianos, añadió de su cosecha<br />

algunos dogmas, afirmando que no era conveniente hacer ofrendas por los difuntos, ni<br />

había por qué celebrar los ayunos establecidos solemnemente, sino que se debía ayunar<br />

cuando cada uno quisiera, para que pareciese que estaba bajo la ley. También afirmaba<br />

que un presbítero no debía distinguirse de un obispo en nada. Algunos señalan que éstos,<br />

como los Encratitas o Apotactitas, no admiten a su comunión sino a los continentes y a<br />

aquellos que de tal manera han renunciado al siglo que no poseen nada propio. Epifanio<br />

dice que, en cambio, no se abstienen de comer carne. Filastrio sí les atribuye esa<br />

abstinencia.<br />

54. Aetianos, así llamados por Aetio, y los mismos llamados también Eunomianos, de<br />

Eunomio, un discípulo de Aetio, por cuyo nombre son más conocidos. En efecto, Eunomio,<br />

mejor dialéctico, defiende esta herejía con más agudeza y vehemencia, afirmando que el<br />

Hijo es en todo desemejante al Padre, y el Espíritu Santo al Hijo. Se dice también que<br />

hasta tal punto fue enemigo de las buenas costumbres, que llegaba a asegurar que en<br />

nada le perjudicaría la realización y la perseverancia de cualesquiera pecados a quien<br />

fuese partícipe de esa fe que él enseñaba.<br />

55. Apolinaristas; los fundó Apolinar; han disentido de la Católica sobre el alma de Cristo,<br />

diciendo, como los arrianos, que Cristo-Dios tomó carne sin alma. Vencidos en esta<br />

cuestión por los testimonios evangélicos, dijeron que la mente por la cual el alma del<br />

hombre es racional, faltó en el alma de Cristo, pero en vez de ella existió en Él el mismo<br />

Verbo. Por cierto, es bien notorio que se apartaron de la recta fe sobre su misma carne,<br />

hasta llegar a decir que aquella carne y el Verbo son de una sola y de la misma sustancia,<br />

asegurando obstinadamente que el Verbo se hizo carne, esto es, que algo del Verbo se<br />

convirtió y cambió en carne, pero no que la carne fue tomada de la carne de María.<br />

56. Antidicomaritas; se llama así a los herejes que se oponen a la virginidad de María, de<br />

tal modo que afirman que, después de nacido Cristo, ella estuvo unida con su marido.<br />

57. Masalianos; Epifanio pone como última la herejía de los Masalianos, nombre de la<br />

lengua siria. En griego se llaman Euquitas, de orar. Realmente, oran tanto que hasta a los<br />

que lo saben por ellos mismos les parece imposible. Porque cuando dijo el Señor:<br />

Conviene orar siempre y no desfallecer 12 ; y el Apóstol: Orad sin descanso 13 , lo cual se<br />

entiende rectísimamente que ningún día deben faltar algunos tiempos de oración, ellos lo<br />

cumplen tan exageradamente que por eso se han adjudicado el mérito de ser contados<br />

entre los herejes. Aunque algunos dicen que ellos cuentan no sé qué fábula fantástica y<br />

ridícula sobre la purgación de las almas, a saber: que se ve salir de la boca del hombre<br />

que es purgado una cerda con sus cerditos, y que entra en él de forma visible como un<br />

fuego que no le quema. Epifanio los une a lo Eufemitas, Martirianos y Satanianos, y a<br />

todos éstos los pone con ellos como una sola herejía. Se dice que los Euquitas opinan que<br />

a los monjes no les es lícito trabajar en cosa alguna para sustentar su vida, y que ellos<br />

mismos se profesan monjes, de modo que estén ociosos completamente de trabajo.<br />

El tantas veces citado obispo de Chipre, tenido entre los grandes por los griegos y alabado<br />

por muchos en la pureza de la fe católica, llegó en su obra De las herejías hasta éstos. Yo,<br />

al recordar a los herejes, he seguido no sólo su exposición, sino también su orden. Si bien<br />

he tomado de otros algunas cosas que él no tomó, así como no he puesto otras que él<br />

puso. Por lo mismo, he explicado algunas cosas con mayor amplitud que él, y otras, en<br />

cambio, más brevemente, procurando en la mayoría una brevedad semejante,<br />

moderándolo todo como lo exigía mi plan propuesto. Así, pues, él contó ochenta herejías,<br />

y, según le pareció, separó veinte que existieron antes de la venida del Señor; las sesenta<br />

restantes, nacidas después de la ascensión del Señor, las recoge en cinco brevísimos


libros, y así completa todos los seis libros de su misma obra entera. Pero yo, como me he<br />

comprometido, según tu petición, a recordar aquellas herejías que después de la<br />

glorificación de Cristo se levantaron, hasta con la fachada del nombre cristiano, contra la<br />

doctrina de Cristo, he trasladado a mi obra cincuenta y siete de la obra del mismo<br />

Epifanio, agrupando dos en una cuando no he podido encontrar ninguna diferencia; y<br />

cuando él ha querido hacer de dos una, las he puesto a cada una con su numeración<br />

propia. Todavía debo recordar las herejías que yo he encontrado en otros, y también las<br />

que yo mismo recuerdo. Ahora añado las que ha puesto Filastrio y que no ha puesto<br />

Epifanio.<br />

58. Metangismonitas; pueden llamarse así los que afirman el Metangismon, diciendo que<br />

el Hijo está en el Padre como un vaso en otro vaso, uniéndolos a semejanza de dos<br />

cuerpos carnalmente, de tal modo que el Hijo entre en el Padre como el vaso menor en el<br />

vaso mayor. De donde tamaño error recibe tal nombre, que en griego se dice : g J " ( ( 4 F :<br />

` H : porque • ( ( g à @ < , en esa lengua, significa vaso, pero la penetración de un vaso en<br />

otro, en latín no puede decirse con una sola palabra, como en griego ha podido : g J " ( ( 4<br />

F : ` H .<br />

59. Seleucianos y también Hermianos; lo son por sus autores, Seleuco y Hermias, que<br />

dicen que la materia de los elementos, de la que fue hecho el mundo, no fue creada por<br />

Dios, sino que es coeterna a Dios. Tampoco atribuyen el alma a un Dios creador, sino que<br />

opinan que los creadores de las almas son los ángeles del fuego y del aire (espíritu). Pero<br />

aseguran que el mal, algunas veces, es de Dios, y otras, de la materia. Niegan que el<br />

Salvador en carne esté sentado a la derecha del Padre, porque dicen que se despojó de<br />

ella y la puso en el sol, tomando el pretexto del Salmo, donde se lee: En el sol puso su<br />

tabernáculo 14 ; también niegan el paraíso visible. No reciben bautismo de agua. Creen que<br />

no habrá resurrección, sino que se está realizando día a día en la generación de los hijos.<br />

60. Proclianitas; han seguido a los anteriores, añadiendo que Cristo no vino en la carne.<br />

61. Patricianos, así llamados de su autor, Patricio; dicen que la sustancia de la carne<br />

humana no es creada por Dios, sino por el diablo; y creen que hay que evitarla y<br />

detestarla de tal modo, que algunos de ellos han preferido librarse de la carne dándose<br />

muerte.<br />

62. Ascitas, así llamados por el odre. En efecto, el griego • F 6 ` H se dice uter en latín<br />

(odre o pellejo en español), al que refieren que, una vez lleno y cerrado, dan vueltas a su<br />

alrededor los bacantes, como si ellos mismos fuesen los nuevos odres evangélicos llenos<br />

del vino nuevo.<br />

63. Pasalorinquitas; estiman tanto el silencio que se ponen el dedo en sus narices y labios<br />

para no romper el silencio ni con el hálito de la boca; en efecto, B V F F " 8 @ H , en<br />

griego, significa palo, y Ö b ( P @ H , nariz. Por qué han preferido significar el dedo por<br />

medio del palo los que han formado ese nombre, no lo sé, porque en griego dedo se dice *<br />

V 6 J L 8 @ H , y podían llamarse con mucha más claridad Dactilorinquitas.<br />

64. Acuarios, así llamados porque ofrecen agua en el cáliz del Sacramento y no lo que<br />

ofrece toda la iglesia.<br />

65. Colutianos, de un tal Coluto, que decía que Dios no hace los males, contra aquello que<br />

está escrito: Yo el Dios que crea los males 15 .<br />

66. Florinianos, de Florino, que, por el contrario, decía que Dios creó los males contra lo<br />

escrito: Dios hizo todas las cosas, y he ahí que son muy buenas 16 , y por eso, aunque<br />

diciendo lo contrario entre sí, sin embargo los dos se oponían a las palabras divinas. En<br />

efecto, por un lado Dios crea males, infligiendo castigos justísimos. Lo cual Coluto no veía.<br />

En cambio, por otro lado, nunca lo hace creando naturalezas y sustancias malas (seres<br />

malos), en cuanto son naturalezas y sustancias, en lo cual erraba Florino.<br />

67. Filastrio recuerda una herejía, sin autor y sin nombre 17 , que sostiene que este mundo,<br />

aun después de la resurrección de los muertos, ha de permanecer en el mismo estado en<br />

que está ahora, y que no ha de ser cambiado de modo que sea un nuevo cielo y una tierra<br />

nueva, como promete la Escritura Santa.


68. Hay una herejía de los que andan siempre con los pies desnudos, porque el Señor dijo<br />

a Moisés y a Josué: Deja el calzado de tus pies 18 , y porque al profesa Isaías se le mandó<br />

andar con los pies desnudos 19 . Precisamente por eso es herejía, porque andan así no por<br />

la mortificación del cuerpo, sino porque entienden de ese modo los testimonios divinos 20 .<br />

69. Donatistas o Donatianos. 1. Son los que primeramente hicieron el cisma por haber<br />

sido ordenado contra su voluntad Ceciliano, obispo de la iglesia de Cartago, echándole en<br />

cara unos crímenes no probados y, sobre todo, porque fue ordenado por los traditores de<br />

las Divinas Escrituras. Pero después de declarada la causa y fallada la sentencia, fueron<br />

descubiertos como reos de una falsedad, y hecha firme su pertinaz disensión, añadieron el<br />

cisma a su herejía: como si la Iglesia de Cristo, por los crímenes de Ceciliano, verdaderos<br />

o falsos, como apareció más claramente ante los jueces, hubiese perecido en todo el orbe<br />

de la tierra, donde había sido prometido que existiría; y, por tanto, ha permanecido sólo<br />

en la parte africana de Donato, puesto que en las otras partes de la tierra quedó<br />

extinguida como por el contagio de la comunión. También se atreven a rebautizar a los<br />

católicos, en lo cual se confirma que ellos son más herejes, cuando a toda la Iglesia<br />

católica no le agrada anular el bautismo común ni en los mismo herejes.<br />

69. 2. Damos por hecho que el primero de esta herejía fue Donato, el cual, viniendo de la<br />

Numidia y dividiendo al pueblo cristiano contra Ceciliano, juntándosele otros obispos de su<br />

partido, ordenó en Cartago a Mayorino como obispo. A este Mayorino le sucedió en la<br />

misma división otro Donato, quien con su elocuencia confirmó esta herejía, de tal modo<br />

que muchos llegan a creer que más bien se llaman donatistas por él. Se conservan sus<br />

escritos, donde se ve claramente que él sostuvo igualmente la opinión no católica sobre la<br />

Trinidad, sino que, aunque de la misma sustancia, creyó que el Hijo es, sin embargo,<br />

menor que el Padre, y el Espíritu Santo menor que el Hijo. Pero la mayoría de los<br />

donatistas no se han inclinado hacia ese error suyo sobre la Trinidad, ni es fácil hallar<br />

entre ellos alguno que conozca haberlo seguido.<br />

69. 3. Estos herejes, en la ciudad de Roma, son llamados los Montenses, a quienes, por su<br />

parte, desde África suelen enviar un obispo, o, si les pareciere mejor ordenar a uno allí,<br />

suelen venir hasta él obispos africanos suyos.<br />

69. 4. En África pertenecen también a esta herejía los que se llaman Circunceliones, un<br />

género agreste de hombres y de una audacia increíble, no sólo para cometer contra los<br />

demás los mayores crímenes, sino hasta para no perdonárselos a sí mismos con una<br />

fiereza demencial. Así, acostumbran matarse con diversos géneros de muerte, y sobre<br />

todo de precipicios, de agua y de fuego; así como a seducir hacia esta locura a los que<br />

pudieren de ambos sexos, amenazándoles de muerte si no lo hacen, y a veces hasta<br />

matarlos ellos. Sin embargo, a la mayoría de los Donatistas les desagradan esas gentes, y<br />

creen que no se contaminan con su comunión quienes en todo el orbe cristiano se oponen<br />

al crimen demencial de unos fanáticos africanos.<br />

69. 5. También hay entre ellos muchos cismas. Y unos y otros se han ido dividiendo en<br />

grupúsculos diversos, de cuya separación la gran masa restante ni se entera. Sin<br />

embargo, en Cartago, Maximiano, ordenado contra Primiano por casi cien obispos de su<br />

mismo error, pero condenado de un crimen atrocísimo por otros trescientos diez, y con<br />

ellos doce que habían intervenido también en su ordenación con su presencia corporal, los<br />

empujó a reconocer que aun fuera de la Iglesia puede darse el bautismo de Cristo. Así han<br />

recibido entre ellos y con todos los honores a algunos que se habían bautizado fuera de su<br />

Iglesia, sin repetir en ninguno el bautismo, ni a denunciarlos para que los castigue el<br />

poder público, ni temieron que su comunión se contaminase con los pecados exagerados<br />

vehementemente por la sentencia condenatoria de un concilio suyo.<br />

70. 1. Priscilianistas; son los que en España fundó Prisciliano y siguen los dogmas<br />

entremezclados de los Gnósticos y los Maniqueos. Aunque también han confluido en ellos<br />

con horrible confusión, como en una cloaca, las inmundicias de otras herejías. Para ocultar<br />

sus contaminaciones y torpezas tienen entre sus dogmas la siguiente consigna: Jura,<br />

perjura, pero no descubras el secreto. Aseguran que las almas de la misma naturaleza y<br />

sustancia de Dios han descendido gradualmente a través de siete cielos y de algunos<br />

principados para llevar a cabo una lucha espontánea en la tierra e irrumpir en el príncipe<br />

maligno que ha hecho este mundo, y ser diseminados por este príncipe a través de los<br />

diversos cuerpos de carne. Garantizan también que los hombres están atrapados por la


fatalidad de las estrellas, y que nuestro mismo cuerpo está compuesto según los doce<br />

signos del cielo, como esos que el pueblo llama matemáticos (horóscopos): poniendo en la<br />

cabeza a Aries, en el cuello a Tauro, Géminis en los hombros, Cáncer en el pecho, y<br />

recorriendo los demás signos por sus nombres, llegan a las plantas de los pies, que<br />

atribuyen a Piscis, que es el último signo de los astrólogos. Esta herejía ha novelado estas<br />

y otras cosas fabulosas, vanas y sacrílegas, que es largo de contar.<br />

70. 2. Reprueban también las carnes como alimentos inmundos, desuniendo a los<br />

cónyuges a quienes este mal ha podido convencer, tanto a los maridos contra la voluntad<br />

de sus mujeres como a las mujeres contra la voluntad de sus maridos. La hechura de toda<br />

carne la atribuyen no a un Dios bueno y verdadero, sino a los ángeles malignos. En esto<br />

son aún mucho peores que los maniqueos, porque no rechazan nada de las Escrituras<br />

canónicas, que leen todos juntamente con los apócrifos, y los citan como autoridad; pero<br />

luego, alegorizando a su capricho, van expurgando todo cuanto en los libros santos<br />

destruye su error. Sobre Cristo aceptan la secta de Sabelio, diciendo que Él mismo es a la<br />

vez no sólo el Hijo, sino también el Padre y el Espíritu Santo.<br />

71. Filastrio dice que hay unos herejes que no comen alimentos con los hombres; pero no<br />

dice si lo hacen con otros que no son de su misma secta o entre ellos mismos. Afirma<br />

también que piensan rectamente del Padre y del Hijo, pero no en católico sobre el Espíritu<br />

Santo, porque opinan que es una criatura 21 .<br />

72. Dice también que un tal Retorio fundó una herejía de inaudita vanidad, porque afirma<br />

que todos los herejes caminan rectamente y dicen la verdad. Lo cual es tan absurdo que<br />

me resisto a creerlo 22 .<br />

73. Hay otra herejía que afirma que la divinidad sufrió en Cristo cuando su carne era<br />

clavada en la cruz 23 .<br />

74. Hay otra que afirma que Dioses de tal modo triforme, que una parte de Él es el Padre,<br />

otra el Hijo, otra el Espíritu Santo; o sea, que las partes de un solo Dios son las que hacen<br />

esta Trinidad, como si Dios se compusiese de esas tres partes, y no es perfecto en sí<br />

mismo ni el Padre, ni el Hijo, ni el Espíritu Santo 24 .<br />

75. Otra dice que el agua no ha sido creada por Dios, sino que siempre ha sido coeterna<br />

con Él 25 .<br />

76. Otra, que el cuerpo del hombre, y no el alma, es la imagen de Dios 26 .<br />

77. Otra, que los mundos son innumerables, como han opinado algunos filósofos paganos<br />

27 .<br />

78. Otra, que las almas de los perversos se convierten en demonios y en algunos<br />

animales, proporcionados a sus méritos 28 .<br />

79. Otra, que creyó que al descender Cristo a los infiernos los incrédulos y todos fueron<br />

liberados de allí 29 .<br />

80. Otra, que al no entender al Hijo nacido sempiternamente, cree que ese nacimiento<br />

tomó el principio del tiempo; y, sin embargo, al querer confesar al Hijo coeterno al Padre<br />

estima que existió en Él antes de que naciese de Él, o sea: Él existió siempre, pero no fue<br />

siempre Hijo, sino que comenzó a ser Hijo por aquel de quien nació 30 . He creído que estas<br />

herejías debía trasladarlas a esta obra mía de la obra de Filastrio. Todavía trae él algunas<br />

otras que a mí no me parece que deban llamarse herejías. Las que he citado sin nombrar<br />

tampoco él ha recordado sus nombres.<br />

81. Luciferianos, salidos de Lucifer, obispo de Cagliari, y muy renombrados, tanto que ni<br />

Epifanio ni Filastrio los ha puesto entre los herejes, creyendo, según pienso, que<br />

solamente habían fundado un cisma y no una herejía. En alguno, cuyo nombre no he<br />

podido encontrar ni en su mismo opúsculo, sí he leído que ha puesto a los luciferianos<br />

entre los herejes por estas palabras: "Los luciferianos, aunque aceptan en todo la verdad<br />

católica, caen en este error estultísimo de que el alma es engendrada por transfusión, y<br />

además dicen que es de carne y de la sustancia de la carne". Si, en efecto, creyó, y creyó<br />

rectamente, que debía ponerlos entre los herejes por lo que piensan sobre el alma (si


verdaderamente lo piensan así); o también, si no lo han pensado o no lo piensan ya, son<br />

herejes, sin embargo, porque se obstinan con terca animosidad en su disensión, es una<br />

cuestión distinta en la que me parece que no debo entrar aquí.<br />

82. Jovinianistas, a los que yo he llegado a conocer, los he hallado ciertamente en ese<br />

opúsculo sin nombrar. Esta herejía nació, en nuestra época, de un cierto monje llamado<br />

Joviniano, cuando todavía éramos jóvenes. Decía, como los filósofos estoicos, que todos<br />

los pecados son iguales; que el hombre, después de recibido el bautismo, no puede pecar,<br />

y que no sirven de nada ni los ayunos ni la abstinencia de algunos alimentos. Negaba la<br />

virginidad de María, diciendo que al dar a luz no quedó intacta. También equiparaba la<br />

virginidad de las consagradas y la continencia del sexo viril en los religiosos que eligen la<br />

vida célibe a los méritos de los matrimonios castos y fieles, de tal modo que, según dicen,<br />

algunas vírgenes consagradas y de edad ya provecta, en la misma ciudad de Roma donde<br />

lo enseñaba, se casaron al oírlo. Es verdad que él mismo ni tenía ni quiso tener mujer.<br />

Sostenía que todo eso no serviría para mérito alguno mayor ante Dios en el reino de la<br />

vida eterna, sino para aprovechar la necesidad presente, o sea, para que el hombre no<br />

tuviese que soportar las molestias conyugales. Sin embargo, esta herejía fue oprimida y<br />

extinguida tan pronto que no pudo conseguir engañar a sacerdote alguno.<br />

83. Cuando investigué la Historia de Eusebio, a la cual Rufino, después de trasladarla al<br />

latín, añadió dos libros de las épocas siguientes, no encontré herejía alguna que no haya<br />

leído en éstos (Epifanio y Filastrio), a excepción de la que Eusebio pone en el libro sexto,<br />

cuando cuenta que existió en Arabia. Y como a esos herejes no los señala ningún autor,<br />

podemos llamarlos Arábicos. Estos dijeron que las almas mueren y se corrompen con los<br />

cuerpos, y que al final de los siglos resucitan ambos. También dicen que fueron corregidos<br />

rapidísimamente en una disputa con Orígenes, que estaba presente y los instruyó.<br />

Ahora ya debo recordar aquellas herejías que yo no he encontrado en ninguno, pero que<br />

de alguna manera me han venido a la memoria.<br />

84. Elvidianos, de Elvidio; de tal modo contradicen la virginidad de María, que defienden<br />

que después de Cristo tuvo también otros hijos de su esposo, José. Pero me causa<br />

extrañeza que a éstos Epifanio no los ha llamado Antidicomaritas, omitido el nombre de<br />

Elvidio.<br />

85. Paternianos; opinan que las partes inferiores del cuerpo humano no fueron hechas por<br />

Dios, sino por el diablo, y viven impurísimamente dando rienda suelta a todos los pecados<br />

con esas partes. Algunos los llaman también Venustianos.<br />

86. Tertulianistas, de Tertuliano, de quien muchos libros escritos elocuentísimamente son<br />

leídos, decayendo poco a poco hasta nuestros días, han podido durar en sus últimas<br />

reliquias en la ciudad de Cartago. Pero estando yo allí hace algunos años, como creo que<br />

tú también te acordarás, se acabaron del todo. En efecto, los poquísimos que habían<br />

quedado se pasaron a la Católica, y su iglesia, que ahora es también famosísima, la<br />

entregaron a la Católica. Tertuliano, pues, como está en sus escritos, dice que el alma<br />

ciertamente es inmortal, pero que ella lucha por ser cuerpo, y no sólo ella, sino hasta el<br />

mismo Dios. Sin embargo, no se le llama hereje por esto. Ya que de algún modo se podría<br />

pensar que a la misma naturaleza y sustancia divina la llama cuerpo, no este cuerpo cuyas<br />

partes puedan y deban pensarse unas mayores y otras menores, como son los que<br />

propiamente llamamos cuerpos, aun cuando sobre el alma opine alguna otra cosa; pero,<br />

como he dicho, se pudo por eso pensar que llama a Dios cuerpo porque no es nada, no es<br />

vaciedad, no es cualidad del cuerpo o del alma, sino todo en todas partes, y no repartido<br />

por espacio alguno local, permanece inmutablemente en su naturaleza y sustancia. Por eso<br />

Tertuliano no es hereje, sino porque, pasándose a los catafrigas, a quienes antes había<br />

destruido, comenzó también a condenar las segundas nupcias como estupros contra la<br />

doctrina apostólica 31 . Después, separado de ellos, propagó sus grupúsculos. Además,<br />

también dice que las almas de los hombres pésimos, después de la muerte, se convierten<br />

en demonios.<br />

87. Existe una herejía rusticana en la zona rural nuestra, esto es, de Hipona, o más bien<br />

existió, porque poco a poco se ha reducido hasta encerrarse en una villa exigua, donde,<br />

aunque eran poquísimos, todos fueron de la secta; los cuales se han corregido ahora y se<br />

han hecho católicos, de modo que no queda ni rastro de aquel error. Se llamaban<br />

Abelonios, por la declinación púnica del nombre. Algunos dicen que se llamaron así por el


hijo de Adam, que fue Abel; por eso nosotros podemos llamarlos Abelianos o Abeloítas. No<br />

se mezclaban con mujeres y, sin embargo, no les era lícito vivir sin ellas, según dogma de<br />

su secta. El varón y la mujer habitaban juntos, profesando continencia, y adoptaban para<br />

ellos, como pacto de su convivencia, que un niño y una niña serían sus sucesores. Si la<br />

muerte sorprendía a cualquiera de ellos, otros les sustituían, siempre que los dos<br />

sucediesen a los otros dos de distinto sexo en la sociedad de aquella casa. Si moría no<br />

importa qué padre de los dos, los hijos atendían al superviviente hasta su muerte.<br />

Después de su muerte, adoptaban también ellos un niño y una niña del mismo modo.<br />

Nunca les faltó a quienes adoptar, porque los vecinos de los alrededores, al engendrar,<br />

daban gustosos sus hijos pobres con la esperanza de la herencia ajena.<br />

88. 1. Pelagianos. La herejía de éstos es la más reciente de todas, nacidas en nuestro<br />

tiempo del monje Pelagio. Celestio lo siguió como a un maestro, de tal modo que sus<br />

discípulos se llaman también Celestianos.<br />

88. 2. Son tan enemigos de la gracia de Dios, por la que somos predestinados a la<br />

adopción de hijos por Jesucristo para Él 32 , que nos libera de la potestad de las tinieblas<br />

para que creamos en Él y seamos llevados a su reino 33 , por lo que dice: Nadie viene a mí<br />

si mi Padre no se lo ha dado 34 , y que derrama la caridad en nuestros corazones 35 para<br />

que la fe obre por amor 36 , que llegan a creer que sin la gracia el hombre puede cumplir<br />

todos los mandamientos divinos. Y si esto fuese verdadero, parece inútil que haya dicho el<br />

Señor: Sin mí no podéis hacer nada 37 . Además, Pelagio, increpado por los hermanos de<br />

que no atribuía nada a la ayuda de la gracia de Dios para cumplir sus mandamientos,<br />

cedió a su corrección hasta el punto de no anteponerla al libre albedrío, sino subordinarla<br />

con astucia desleal, diciendo que para eso fue dada a los hombres, para que lo que está<br />

mandado cumplir por medio del libre albedrío lo puedan cumplir más fácilmente por medio<br />

de la gracia. Exacto, al decir "para que lo puedan cumplir más fácilmente" quiso hacer<br />

creer que aun en lo más difícil los hombres podrían cumplir los mandamientos divinos sin<br />

la gracia de Dios. Eso sí, esa gracia de Dios, sin la cual no podemos hacer nada bueno,<br />

dicen que no está sino en el libre albedrío, porque lo ha recibido de Él nuestra naturaleza<br />

sin que preceda mérito alguno suyo, ayudando Él únicamente por medio de su ley y su<br />

doctrina para que aprendamos lo que debemos hacer y lo que debemos esperar; en modo<br />

alguno para que obremos por el don de su Espíritu cuanto hayamos aprendido que<br />

debemos obrar.<br />

88. 3. Por esta razón confiesan que Dios nos da la ciencia para eliminar la ignorancia; en<br />

cambio, niegan que nos dé la caridad para vivir piadosamente. O sea, que sí es don de<br />

Dios la ciencia que infla sin la caridad, pero no es don de Dios la misma caridad que edifica<br />

para que la ciencia no infle 38 .<br />

88. 4. Destruyen también las oraciones que hace la iglesia, tanto por los infieles y los que<br />

se oponen a la doctrina de Dios, para que se conviertan a Dios, como por los fieles, para<br />

que aumente en ellos la fe y perseveren en ella. En efecto, porfían que la fe los hombres<br />

no la reciben de Dios, sino que la tienen por sí mismos, diciendo que la gracia de Dios, por<br />

la que somos librados de la impiedad, se nos da por nuestros propios méritos. Que es lo<br />

que Pelagio se vio obligado a condenar en el juicio episcopal de Palestina; sin embargo, en<br />

sus escritos posteriores se ve que es eso lo que él enseña.<br />

88. 5. Llegan incluso a decir que la vida de los justos en este siglo no tiene en absoluto<br />

pecado alguno, y de ellos está constituida la Iglesia de Cristo en esta mortalidad, para ser<br />

completamente sin mancha ni arruga 39 . Como si no fuese Iglesia de Cristo la que por toda<br />

la tierra clama a Dios: Perdónanos nuestra deudas 40 .<br />

88. 6. Niegan también que los niños nacidos de Adam según la carne contraen el contagio<br />

del pecado desde la concepción. Ellos afirman que nacen sin vinculación alguna de pecado<br />

original, de tal modo que no hay en suma por qué convenga perdonarlos con el bautismo,<br />

sino que son bautizados para que, adoptados por la regeneración, sean admitidos al reino<br />

de Dios, trasladados de lo bueno a lo mejor, pero no absueltos por la renovación de algún<br />

mal de la vieja deuda. En realidad, aunque no sean bautizados, les prometen, por<br />

supuesto fuera del reino de Dios, una cierta vida propia, pero en todo caso eterna y<br />

bienaventurada.<br />

88. 7. También dicen que el mismo Adam, aunque no hubiese pecado, habría muerto en el<br />

cuerpo; de este modo no ha muerto por mérito de la culpa, sino por condición de la


naturaleza. Se les atribuyen otras muchas cosas, pero eso es lo principal, de donde<br />

entendemos que depende todo o casi todo lo demás.<br />

Epílogo<br />

1. Ya ves cuántas herejías he recordado y, sin embargo, no he colmado la medida de tu<br />

petición. Porque, empleando tus mismas palabras, ¿cómo voy a poder recordar todas las<br />

herejías desde que "la religión cristiana recibió el nombre de la herencia prometida", yo<br />

que no he podido conocerlas todas? Por lo mismo pienso que ninguno de cuantos he leído<br />

que han escrito sobre este asunto las han recogido todas. Puesto que he encontrado en<br />

uno las que el otro no puso. Además, he puesto más que ellos, porque he recogido de<br />

todos todas aquellas que no he encontrado en cada uno, añadiendo todavía las que,<br />

recogiéndolas yo mismo, no he podido encontrar en ninguno de ellos. Por eso creo con<br />

razón que yo mismo tampoco he puesto todas, porque ni yo he podido leer a todos los que<br />

han escrito de esto, ni veo que lo haya hecho nadie de cuantos he leído. Finalmente, en el<br />

supuesto de que haya puesto todas, que no lo creo, ciertamente no sé si todas lo son. Y,<br />

en consecuencia, lo que tú quieres que acabe con mi escrito, ni siquiera puede abarcarlo<br />

mi conocimiento, porque yo no puedo saberlo todo.<br />

2. He sabido que el santo Jerónimo escribió sobre las herejías, pero ni he podido encontrar<br />

su obrita en la biblioteca ni sé dónde pueda adquirirla. Si tú lo supieras, acércate a ella y a<br />

lo mejor consigues algo más completo que esto mío; aunque me parece a mí que tampoco<br />

él, siendo hombre doctísimo, ha podido indagar todas las herejías. Por ejemplo, seguro<br />

que él ignoró a los herejes Abeloítas de nuestra región, y lo mismo a otros desconocidos<br />

por otras partes en lugares ocultísimos, que tratan de evitar su descubrimiento con la<br />

misma oscuridad de sus lugares.<br />

3. En cuanto a lo que insinúan tus cartas: que exponga completamente todo aquello en<br />

que los herejes se apartan de la verdad, aun cuando lo supiese todo, no podría hacerlo. ¡<br />

Cuánto menos al no poder saberlo todo! En efecto, hay herejes, y lo confieso, que atacan,<br />

cada uno en un dogma o poco más, la regla de la verdad, por ejemplo, los Macedonianos o<br />

Fotinianos, y cualesquiera otros que tienen la misma situación. En cuanto a aquellos, por<br />

así llamarlos, fabulistas, es decir, los que tejen fábulas vanas, y ésas interminables y<br />

complejas, están tan repletos de falsos dogmas, que ni ellos mismos son capaces de<br />

enumerarlos o dificilísimamente pueden hacerlo. Por otra parte, a ningún extraño se le<br />

deja conocer una herejía tan fácilmente como a los suyos. En consecuencia, tengo que<br />

confesar que yo no he podido decir ni aprender todos los dogmas, ni siquiera de las<br />

herejías que he recordado. Porque ¿quién no comprende el enorme trabajo y la cantidad<br />

de cartas que esto exige? Sin embargo, no es de poco provecho el evitar esos errores que<br />

he recogido en esa obra, una vez leídos y conocidos. De lo que tú has pensado, que yo<br />

debía decirte: sobre qué es lo que la Iglesia católica piensa de las herejías, es una<br />

cuestión superflua, ya que es suficiente saber que siente en contra, y que nadie debe creer<br />

nada de eso.<br />

En cambio, ¿cómo hay que acoger y defender lo que con respecto a ellas hay de<br />

verdadero?, excede el plan de este trabajo; lo que sí vale mucho es un corazón fiel para<br />

discernir qué es lo que no se debe creer, aun cuando no pueda refutarlo con la facultad de<br />

disputar. Por tanto, el cristiano católico no debe creer nada de eso, pero no todo el que no<br />

lo cree debe en consecuencia creerse o llamarse ya cristiano católico. Porque bien pueden<br />

existir o llegar a nacer otras herejías que no están mencionadas en esta obra mía, y quien<br />

aceptase alguna de ellas no sería cristiano católico. Finalmente, hay que investigar qué es<br />

lo que a uno hace ser hereje, para que, a la vez que lo evitamos con la gracia de Dios,<br />

evitemos los miasmas heréticos, no sólo los que conocemos, sino también los que<br />

ignoramos, bien los que ya han nacido, bien los que todavía no han podido nacer.<br />

Y pongo ya fin a este volumen que, antes de terminarlo del todo, he creído que te lo debía<br />

enviar, para que quienes de entre vosotros lo leyereis, veáis que aún lo que queda por<br />

hacer es tan enorme que me tenéis que ayudar con vuestras oraciones.<br />

Apéndice<br />

1. Timoteanos; dicen que el Hijo de Dios es ciertamente verdadero hombre nacido de la<br />

Virgen María, pero que no ha resultado una sola persona, de tal modo que no se ha<br />

formado una sola naturaleza. Queriendo que las entrañas de la Virgen fuesen un crisol por


medio del cual las dos naturalezas, o sea, Dios y hombre, disueltas y compactas en una<br />

sola masa, han mostrado la forma única de Dios y hombre, o sea, la fusión de las<br />

naturalezas eficientes, quedando inmutable su propiedad. Y para confirmar esta impiedad<br />

de que Dios ha cambiado su naturaleza, toman el testimonio del evangelista, que dice: Y<br />

el Verbo se hizo carne, que lo interpretan así: la naturaleza divina se ha cambiado en<br />

naturaleza humana. ¡Abolición que mancilla la sustancia inviolable! El principio de esta<br />

impiedad fue Timoteo, que, estando desterrado primeramente en Biza, ciudad de Bitinia,<br />

engañó a muchos con la apariencia de una vida continente y religiosa.<br />

2. Nestorianos, del obispo Nestorio, quien se atrevió a dogmatizar contra la fe católica:<br />

que nuestro Señor Jesucristo era únicamente hombre (algunos manuscritos traen "que se<br />

atrevió a dogmatizar que Cristo nuestro Señor era Dios-hombre únicamente"); ni que<br />

quien fue hecho Mediador de Dios y de los hombres fue concebido en el vientre de la<br />

Virgen del Espíritu Santo, sino que después Dios fue unido al hombre. Decía que Dioshombre<br />

no padeció ni fue sepultado; esforzándose por vaciar todo nuestro remedio por el<br />

cual el Verbo de Dios de tal modo se dignó asumir al hombre en el seno de la Virgen que<br />

se hiciese una sola persona del Dios-hombre; y por ello nació tan singular y<br />

maravillosamente, murió, también por nuestros pecados, y después de cancelar aquello<br />

que Él no había robado, el Dios-hombre, después de resucitar de los muertos, subió al<br />

cielo.<br />

2A. Nestorianos; se llama así a la herejía por su autor, Nestorio, obispo de la iglesia de<br />

Constantinopla. Su perversión consistió en que predicaba que solamente fue engendrado<br />

el hombre de Santa María Virgen, a quien el Verbo de Dios no asumió en la unidad de<br />

persona y en sociedad inseparable. Por eso, la Virgen-Madre debe entenderse no como<br />

Madre de Dios, sino como madre del hombre, lo cual en modo alguno han podido aceptar<br />

los oídos católicos, porque esa versión afirmaba no al único Cristo, verdadero hombre y<br />

verdadero Dios, sino a un doble Cristo, lo cual es impiedad.<br />

3. Eutiquianos; nacieron de un tal Eutiques, presbítero de la iglesia de Constantinopla<br />

(algún códice añade "monje"), el cual, pretendiendo refutar a Nestorio, cayó en Apolinar y<br />

en Manés, y negando la verdadera humanidad en Cristo, todo cuanto asumió el Verbo de<br />

nuestra propiedad lo imputa únicamente a la esencia divina, de modo que al negar nuestra<br />

naturaleza en Cristo llega a anular el sacramento de la salvación humana, que no existe<br />

sino en las dos sustancias, sin entender con necia impiedad que se arrebataba a todo el<br />

cuerpo lo que hubiese faltado a la cabeza.<br />

3A. Eutiquianos, del presbítero Eutiques, el cual, como ambicionase para sí amparo y<br />

patrocinio regio, se atrevió a dogmatizar que antes de la encarnación hubo en Cristo dos<br />

naturalezas. Pero que después, cuando el Verbo se hizo carne, hay una sola naturaleza, la<br />

divina, ya que todo el hombre se convirtió en Dios, sin que fuese concebido un verdadero<br />

hombre en el seno de la Virgen ni fuese tomada la carne del cuerpo de María. Ignoro cómo<br />

construía el cuerpo formado tan sutilmente que pudiese alumbrarlo por medio de las<br />

inmaculadas entrañas virginales de la Madre, confirmando así que todo él es Dios en una<br />

sola naturaleza, y no Dios-hombre, sino que sólo la divinidad sufrió la pasión y subió al<br />

cielo, a la vez que lo nacido de María Virgen y engendrado de la semilla de David según la<br />

carne fue crucificado, muerto y sepultado, que resucitó de los muertos y subió al cielo<br />

hombre perfecto, a quien esperamos que ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.<br />

La fe católica nos confirma y toda la autoridad de las Divinas Escrituras lo proclama.<br />

Revolviéndose contra esta fe el mencionado Eutiques, cuando el Concilio de Éfeso fue<br />

perseguido por el poder regio y sobre todo cuando Dióscoro, obispo de Alejandría, seguía<br />

sus errores, privó al obispo de Constantinopla no sólo de su honor, sino que hizo que fuera<br />

hasta desterrado de su patria por Flaviano, siendo testigo y oponiéndose Hílaro, diácono<br />

de la venerada Sede Apostólica. En cambio, a los demás sacerdotes ausentes los<br />

deshonraron en la segunda sesión, pero a éste la divina majestad providente lo consumió<br />

en juicio repentino y justo. En efecto, desaparecido y muerto el emperador Teodosio, así<br />

como también Crisafio, con cuyo patrocinio el tantas veces citado Eutiques atacando a la<br />

fe católica había difundido su error, yéndose antes a Dios el santo obispo y confesor<br />

Flaviano, de modo que fuesen enterrados a la vez, como se ha referido el examen de Dios<br />

juez justo. Así, pues, con la autoridad de la predicha Sede Apostólica fue restablecido el<br />

vigor de la fe y extinguido el error de tan nefando dogma. Asimismo, recuperado el cuerpo<br />

del confesor con honores, la dignidad de la santa Iglesia alegó que se les restituyese en el<br />

sacerdocio a los relajados evidentemente en él si se reconciliaban con Dios por medio de<br />

una digna confesión y eran bien vistos de los hombres. El autor de tan nefando error,


Eutiques, fue expulsado de la provincia, y el Sínodo predicho, apartando con su firma los<br />

errores mal concebidos, como doctrina contraria y no razonable, como paz de la santa<br />

madre Iglesia, repone a sus sacerdotes.<br />

EL MATRIMONIO Y LA CONCUPISCENCIA<br />

Traductores: Teodoro C. Madrid, OAR y Antonio Sánchez<br />

Carazo OAR<br />

LIBRO PRIMERO<br />

EL MATRIMONIO CRISTIANO<br />

Argumento del libro<br />

I. 1. Queridísimo hijo Valerio: Los nuevos herejes, enemigos de la medicina de Cristo para<br />

los niños nacidos según la carne, medicina que sana los pecados, van gritando con rabia<br />

que yo condeno el matrimonio y la obra divina por la que Dios crea de hombres y mujeres<br />

a los hombres. Y esto porque he dicho que los que nacen de tal unión contraen el pecado<br />

original, del que el Apóstol dice: Lo mismo que por un solo hombre entró el pecado en el<br />

mundo, y por el pecado la muerte, y así se propagó a todos los hombres, en quien todos<br />

pecaron 1 . Y además porque admito que los que nacen, cualesquiera que sean sus padres,<br />

estarían siempre bajo el dominio del diablo si no renacen en Cristo, para que, sacados por<br />

su gracia del dominio de las tinieblas, sean trasladados al reino de aquel 2 que no quiso<br />

nacer de la misma unión de los dos sexos.<br />

Porque afirmo esto, que contiene la antiquísima y firmísima regla de fe católica, estos<br />

defensores de una doctrina nueva y perversa -los cuales dicen que en los niños no existe<br />

ningún pecado que deba ser lavado con el baño de la regeneración- me calumnian desleal<br />

o ignorantemente, como si yo condenase el matrimonio y como si defendiese que la obra<br />

de Dios, es decir, el hombre que nace de ella, fuese obra del diablo. Y no se dan cuenta de<br />

que el bien del matrimonio no puede ser culpado de este modo por el mal original<br />

contraído de él, como el mal de los adulterios y de las fornicaciones no puede ser<br />

excusado por el bien natural que nace de aquí. Pues así como el pecado que los niños<br />

contraen de esta unión o de la otra es obra del diablo, del mismo modo, el hombre, ya<br />

nazca de esta unión o de la otra, es obra de Dios.<br />

Así, pues, la intención de este libro es ésta: distinguir, en cuanto Dios se digne ayudarnos,<br />

la bondad del matrimonio del mal de la concupiscencia carnal, por el cual el hombre, que<br />

nace por ella, arrastra el pecado original. Esta vergonzosa concupiscencia, de hecho, ¡tan<br />

desvergonzadamente alabada por los desvergonzados!, no existiría jamás si el hombre no<br />

hubiera pecado antes; pero el matrimonio existiría igualmente aunque nadie hubiera<br />

pecado. Ciertamente, se haría sin esta enfermedad la generación de los hijos en aquel<br />

cuerpo de vida, sin la cual (enfermedad) no puede realizarse ahora (la generación) en este<br />

cuerpo de muerte 3 .<br />

Dedicatoria al conde Valerio<br />

II. 2. Son tres las causas principales -las señalaré brevemente- por las que he querido<br />

escribirte de modo especial a ti sobre este tema. La primera, porque tú, con la ayuda de<br />

Cristo, observas de modo insigne la castidad conyugal. La segunda, porque, reaccionando<br />

y apremiando con autoridad, te has enfrentado eficazmente a estas novedades sacrílegas<br />

a las que yo me enfrento aquí con esta disertación. La tercera, porque me he enterado de<br />

que ha llegado a tus manos una obra escrita por ellos; pues, aunque te reirás en tu<br />

robustísima fe, sin embargo, es bueno que, para sostener lo que creemos, sepamos<br />

defenderlo. Por esto, el apóstol Pedro nos manda estar preparados para dar razón de<br />

nuestra fe y nuestra esperanza a todo el que nos la pidiere 4 ; y el apóstol Pablo dice:<br />

Vuestra palabra sea condimentada con la sal en la gracia, de modo que sepáis cómo os<br />

conviene responder a cada uno 5 .<br />

Estos son los motivos que me han empujado a tener contigo estas palabras, en cuanto el<br />

Señor me lo conceda, en el volumen que tienes en las manos. De veras que a mí nunca<br />

me ha gustado empujar a leer alguno de mis opúsculos a ningún varón ilustre y conspicuo,


por un puesto tan alto como el que tienes tú, cuando no me lo ha pedido. Esto no sería<br />

juicioso, sino más bien imprudente, ya que aún no goza de la tranquilidad gloriosa; al<br />

contrario, está todavía ocupado en cargos públicos e incluso militares. Por tanto, si ahora<br />

hago algo de esto por los motivos antes señalados, ten la cortesía de perdonarme y la<br />

bondad de prestar atención a lo que sigue a continuación.<br />

Primera parte<br />

La santidad del matrimonio cristiano<br />

A) El matrimonio es esencialmente bueno<br />

Tanto la castidad conyugal como la virginidad es don de Dios<br />

III. 3. El bienaventurado apóstol Pablo muestra que la castidad conyugal es un don de<br />

Dios cuando, hablando sobre ella, dice: Quiero que todos los hombres fuesen como yo,<br />

pero cada uno ha recibido de Dios su propio don: uno de este modo, otro de otro 6 . Así,<br />

pues, afirmó que también este don proviene de Dios. Y, aunque sea inferior a la<br />

continencia, en la que habría deseado que todos estuvieran como él, sin embargo, es un<br />

don de Dios. De aquí comprendemos, cuando se aconseja que se hagan estas cosas, que<br />

solamente se da a entender la necesidad de que exista en nosotros la voluntad propia de<br />

recibirlas y conservarlas. Ciertamente, cuando se ve que son dones de Dios -al que se han<br />

de pedir, si no se tienen, y al que se ha de agradecer, si se poseen-, uno se da cuenta de<br />

que, sin la ayuda divina, nuestra voluntad tiene poca fuerza para desear, conseguir y<br />

conservar estas cosas.<br />

En los infieles<br />

4. Pero ¿qué decir cuando se encuentra también en algunos infieles la castidad conyugal?<br />

¿Afirmaremos que pecan porque usan mal del don de Dios, ya que no lo encaminan al<br />

culto de quien lo han recibido? ¿O hemos de negar, más bien, que estas cosas, cuando las<br />

realizan los infieles, sean dones de Dios, según la sentencia del Apóstol: Todo lo que no<br />

proviene de la fe es pecado? 7 Sin embargo, ¿quién se atreverá a decir que un don de Dios<br />

es pecado? Pues el alma y el cuerpo y todas las cosas buenas que el alma y el cuerpo<br />

poseen de forma natural, incluso en los pecadores, son dones de Dios, porque ha sido Dios<br />

quien las ha hecho, no ellos. Por tanto, es a propósito de sus actos por lo que se ha dicho:<br />

Todo lo que no proviene de la fe es pecado 8 . Luego, cuando los hombres sin fe llevan a<br />

cabo estas cosas que parecen pertenecer a la castidad conyugal, no es que embriden los<br />

pecados, sino que vencen unos pecados con otros. En efecto, o bien las buscan para<br />

agradar a los hombres -a ellos mismos o a otros-, o para evitar las molestias humanas que<br />

proporcionan estas cosas deseadas desordenadamente, o bien porque sirven a los<br />

demonios. Por tanto, que a nadie se le ocurra llamar sinceramente virtuoso al que guarda<br />

la fidelidad conyugal a su esposa sin tener por motivo al Dios verdadero.<br />

En los infieles<br />

IV. 5. Así, pues, la unión del hombre y la mujer, causa de la generación, constituye el bien<br />

natural del matrimonio. Pero usa mal de este bien quien usa de él como las bestias, de<br />

modo que su intención se encuentra en la voluntad de la pasión y no en la voluntad de la<br />

procreación. Aunque en algunos animales privados de razón -por ejemplo, en la mayor<br />

parte de los pájaros- también se observa como un cierto pacto conyugal; así, el ingenio de<br />

construir los nidos, el tiempo dividido en turnos para incubar los huevos y los trabajos<br />

sucesivos de alimentar los polluelos hacen ver que al juntarse se preocupan más por<br />

asegurar la especie que de saciar el placer. De estas dos cosas, la primera hace al animal<br />

semejante al hombre; la segunda, al hombre semejante al animal.<br />

Pero esto que indiqué como propio de la naturaleza del matrimonio, que el hombre y la<br />

mujer se unen en sociedad para engendrar -de este modo eviten todo fraude entre ellos,<br />

lo mismo que cualquier sociedad rechaza al miembro desleal 9 -, esto es un bien patente;<br />

sin embargo, cuando lo tienen los infieles, lo convierten en mal y pecado, pues lo usan sin<br />

fe. Del mismo modo, también a la concupiscencia de la carne, por la que la carne lucha<br />

contra el espíritu 10 , el matrimonio de los fieles la convierte en fruto de rectitud. En efecto,<br />

se tiene la intención de engendrar para que sean regenerados, es decir, para que los que<br />

nacen hijos de este mundo renazcan hijos de Dios.


Por tanto, los infieles que no engendran los hijos con esta intención, con esta voluntad y<br />

con este fin, a saber, que de miembros del primer hombre se transformen en miembros de<br />

Cristo, sino que, por el contrario, se enorgullecen de su descendencia infiel, éstos no<br />

poseen la verdadera pureza conyugal por más que su respeto por el contrato matrimonial<br />

sea grande, hasta el punto de no tener relaciones sino con el fin de procrear hijos. Pues<br />

como la pureza es una virtud, a la que se opone el vicio de la impureza, y todas las<br />

virtudes residen en el alma, incluso las que obran por medio del cuerpo, ¿cómo se puede<br />

reivindicar con todo derecho un cuerpo puro cuando la misma alma fornica del verdadero<br />

Dios? El santo salmo denuncia esta fornicación cuando dice: Ciertamente, los que se alejan<br />

de ti perecerán; tú has hecho perecer a todo aquel que fornica de ti 11 . Así, pues, no se ha<br />

de llamar verdadera pureza, ya sea conyugal, viudal o virginal, sino a aquella que está al<br />

servicio de la verdadera fe. Con toda razón se prefiere la virginidad consagrada al<br />

matrimonio; pero ¿qué cristiano con sentido común no antepone las cristianas católicas<br />

casadas una sola vez no sólo a las vestales, sino también a las vírgenes heréticas? Así de<br />

grande es el valor de la fe, de la que el Apóstol dice: Todo lo que no proviene de la fe es<br />

pecado 12 ; y de la que, igualmente, escribió a los Hebreos: Sin la fe es imposible agradar a<br />

Dios 13 .<br />

En Adán y Eva<br />

V. 6. Siendo las cosas así, evidentemente yerran los que piensan que se condena el<br />

matrimonio cuando se reprueba la pasión carnal, como si este mal viniera del matrimonio<br />

y no del pecado. ¿Acaso no dijo Dios a los primeros cónyuges, cuyo matrimonio bendijo,<br />

creced y multiplicaos? 14 Estaban desnudos y no se avergonzaban 15 . ¿Por qué, pues,<br />

después del pecado nace de aquellos miembros la confusión sino porque se produjo allí un<br />

movimiento deshonesto, que, sin duda, no lo padecería el matrimonio de no haber pecado<br />

el hombre? ¿Es posible, como piensan algunos por no prestar suficiente atención a lo que<br />

leen, que al principio los hombres fueron creados ciegos como los perros y, lo que es aún<br />

más absurdo, no adquirieron la vista al crecer, como ocurre con los perros, sino al pecar?<br />

¡Lejos de nosotros creer tal cosa! Mas lo que les empuja a defenderlo son estas palabras:<br />

Tomando de su fruto, comió, dio a su marido, que estaba con ella, y comieron. Los ojos de<br />

ambos se abrieron, y se dieron cuenta de que estaban desnudos 16 . De aquí, los poco<br />

inteligentes deducen que antes tenían cerrados los ojos, ya que la divina Escritura<br />

atestigua que entonces les fueron abiertos. Pero ¿es que Agar, sierva de Sara, los tenía<br />

también cerrados, ya que, cuando su hijo estaba sediento y llorando, abrió los ojos y vio el<br />

pozo? ¿O tenían los ojos cerrados aquellos dos discípulos que después de la resurrección<br />

del Señor iban con él por el camino, porque el Evangelio dice que en la fracción del pan se<br />

abrieron sus ojos y le reconocieron? 17 En cuanto a los primeros hombres, que se abrieron<br />

los ojos de ambos 18 , debemos entender esto como que cayeron en la cuenta de lo<br />

extraordinario que había sucedido en sus cuerpos; pues, sin duda, el cuerpo aparecía<br />

diariamente a sus ojos abiertos desnudo y familiar.<br />

Además, ¿cómo podría Adán, con los ojos cerrados, imponer el nombre a los animales<br />

terrestres y a todas las aves que le fueron presentados? Esto no se puede hacer si no se<br />

discierne, y no se puede discernir si no se ve. Finalmente, ¿de qué modo le fue mostrada<br />

la misma mujer cuando dijo: Esto sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne? 19<br />

En fin, si todavía alguno se obstina en decir que el primer hombre no podía ver estas<br />

cosas, sino solamente palparlas, ¿qué dirá cuando se lee allí mismo que la mujer vio qué<br />

hermoso era a la vista 20 el árbol del que iba a tomar el fruto prohibido? Estaban, pues,<br />

desnudos y no se avergonzaban 21 ; no porque no viesen, sino porque no percibían motivo<br />

alguno de vergüenza en los miembros que veían. Además, no se ha dicho: "Estaban los<br />

dos desnudos" y lo ignoraban, sino: No se avergonzaban. En efecto, todavía no había<br />

sucedido nada que fuera ilícito, y no existía ninguna razón para avergonzarse.<br />

La desobediencia de la carne, consecuencia de la desobediencia a Dios<br />

VI. 7. Desde el momento en que el hombre transgredió la ley de Dios, comenzó a tener en<br />

sus miembros una ley opuesta a su espíritu; y percibió el mal de su desobediencia 22<br />

después que descubrió la desobediencia de su carne, retribuida con todo merecimiento. Y,<br />

de hecho, la serpiente prometió 23 , al seducir, tal apertura de los ojos, evidentemente,<br />

para conocer algo que era mejor no saber. Entonces, sin duda, el hombre sintió en sí<br />

mismo lo que había hecho; entonces distinguió el mal del bien, por sufrirlo, no por no


tenerlo. Pues era injusto que fuera obedecido por su siervo, es decir, por su cuerpo, el que<br />

no había obedecido a su Señor.<br />

Pero ¿cómo es que, cuando tenemos el cuerpo libre y sano de impedimentos, se tiene<br />

poder para mover y realizar las funciones propias de los ojos, labios, lengua, manos, pies,<br />

espalda, cuello y caderas, y, sin embargo, cuando se trata de engendrar hijos, los<br />

miembros creados para esta función no se someten a la inclinación de la voluntad? Por el<br />

contrario, se espera que los mueva esta pasión, en cierto modo autónoma; aunque a<br />

veces no lo haga, teniendo el espíritu predispuesto, y otras lo realice, sin que el espíritu lo<br />

desee. ¿No deberá avergonzarse por esto el libre arbitrio del hombre, ya que ha perdido el<br />

dominio incluso sobre sus miembros al despreciar lo que Dios manda? ¿Y dónde se puede<br />

mostrar con más exactitud que la naturaleza humana se ha depravado a causa de la<br />

desobediencia que en estos miembros desobedientes, por los que la misma naturaleza<br />

subsiste por sucesión? Por este motivo, estos miembros son denominados, con toda<br />

propiedad, con el nombre de órganos naturales. Y cuando los primeros hombres<br />

advirtieron en su carne este movimiento indecoroso, por desobedientes, y se<br />

avergonzaron de su desnudez, cubrieron dichos miembros con hojas de higuera 24 . Así, por<br />

lo menos fue tapado libremente por el pudor lo que se excitaba sin el consentimiento de la<br />

voluntad; y, como era causa de vergüenza el placer indecoroso, se realizaría ocultamente<br />

lo que era honroso.<br />

La concupiscencia y el bien del matrimonio<br />

VII. 8. Como ni siquiera con la entrada de este mal puede destruirse el bien del<br />

matrimonio, los ignorantes piensan que esto no es un mal, sino que es parte del bien del<br />

matrimonio. Sin embargo, se distingue no sólo con sutiles razonamientos, sino también<br />

con el comunísimo juicio natural, que aparece en los primeros hombres y se mantiene aún<br />

hoy en los casados; lo que hicieron después por la procreación es el bien del matrimonio,<br />

pero lo que antes cubrieron por vergüenza es el mal de la concupiscencia, que evita por<br />

todas partes la mirada y busca con pudor el secreto. En consecuencia, el matrimonio se<br />

puede gloriar de conseguir un bien de este mal, pero se ha de sonrojar porque no puede<br />

realizarlo sin él. Por ejemplo, si alguien con un pie en malas condiciones alcanza un bien<br />

aunque sea cojeando, ni es mala la conquista por el mal de la cojera ni buena la cojera por<br />

el bien de la conquista. Igualmente, por el mal de la libido no debemos condenar el<br />

matrimonio, ni por el bien del matrimonio alabar la libido.<br />

El matrimonio cristiano y el apóstol San Pablo<br />

VIII. 9. Esta es, en efecto, la enfermedad de la que el Apóstol, hablando a los esposos<br />

cristianos, dice: Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación: que os abstengáis de la<br />

fornicación, de modo que cada uno de vosotros sepa conservar su vaso en santidad y<br />

respeto, no en la maldad del deseo, como los gentiles, que no conocen a Dios 25 . Por<br />

tanto, el esposo cristiano no sólo no debe usar del vaso ajeno, lo que hacen aquellos que<br />

desean la mujer del prójimo, sino que sabe que incluso su propio vaso no es para poseerlo<br />

en la maldad de la concupiscencia carnal. Pero esto no ha de entenderse como si el<br />

Apóstol condenase la unión conyugal, es decir, la unión carnal lícita y buena. Quiere decir<br />

que esta unión, que no estaría contaminada de pasión morbosa si con un pecado<br />

precedente no hubiera perecido en ella el arbitrio de la libertad, ahora está contaminada<br />

por este pecado, no ya de forma voluntaria, sino inevitable. Con todo, sin la pasión<br />

morbosa no se puede llegar, en la procreación de los hijos, al fruto de la misma voluntad.<br />

Esta voluntad en la unión de los cristianos no está determinada por el fin de dar vida a<br />

hijos para que pasen por este mundo, sino por el de que sean regenerados para que no se<br />

aparten de Cristo. Si consiguen esto, obtendrán del matrimonio la recompensa de la plena<br />

felicidad; si no lo consiguen, obtendrán la paz de la buena voluntad. El que posea su vaso,<br />

es decir, su esposa, con esta intención del corazón, sin duda que no la posee en la maldad<br />

del deseo, como los gentiles, que no conocen a Dios, sino en santidad y respeto 26 , como<br />

los fieles, que esperan en Dios. En efecto, el hombre no es vencido por el mal de la<br />

concupiscencia, sino que usa de él cuando, ardiendo en deseos desordenados e<br />

indecorosos, la frena, y la sujeta, y la afloja para usarla pensando únicamente en la<br />

descendencia, para engendrar carnalmente a los que han de ser regenerados<br />

espiritualmente, y no para someter el espíritu a la carne en una miserable servidumbre.<br />

Explicación de la poligamia de los patriarcas


Ningún cristiano debe dudar de que los santos patriarcas, desde Abrahán y antes de<br />

Abrahán, de quienes Dios da testimonio de que le complacían, usaron así de sus esposas.<br />

Si a algunos de ellos se les permitió tener varias mujeres, se debió al deseo de aumentar<br />

la prole, no el de cambiar de placer.<br />

La unidad del matrimonio<br />

IX. 10. Pero si al Dios de nuestros padres, que es también Dios nuestro, no le hubiera<br />

desagradado la pluralidad de esposas, para que el placer se dilatase más<br />

abundantemente, también las santas mujeres podrían haber servido cada una a muchos<br />

maridos. Porque, si alguna lo hubiera hecho, ¿qué le habría empujado a tener diversos<br />

maridos sino la vergonzosa concupiscencia, ya que con esta licencia no habría tenido más<br />

hijos? Que al bien del matrimonio pertenezca la unión de un hombre con una mujer más<br />

que la de uno con muchas, lo indica suficientemente la primera unión conyugal instituida<br />

por Dios, para que de allí el matrimonio tome origen, donde se observa el ejemplo más<br />

honesto. Pero, al aumentar el género humano, algunas santas mujeres se unen a algunos<br />

varones santos de forma poligámica. De donde se concluye que la monogamia se acercaba<br />

más a la medida de la dignidad, mientras que la poligamia fue permitida por la necesidad<br />

de la fecundidad. Es más natural que el primer puesto sea ejercido por uno solo sobre<br />

muchos que por muchos sobre uno solo. Y no se puede dudar de que, en el orden natural,<br />

los hombres dominan a las mujeres más bien que las mujeres a los hombres. Lo declara el<br />

Apóstol cuando dice: La cabeza de la mujer es el varón 27 ; y: Mujeres, someteos a<br />

vuestros maridos 28 . El apóstol Pedro dice: Del mismo modo que Sara obedecía a Abrahán<br />

llamándolo señor 29 . Aunque esto sea así, es decir, que la naturaleza ame la singularidad<br />

del mando y prefiera la pluralidad de los súbditos, nunca habría sido lícita la unión<br />

poligámica si de ella no naciera un número mayor de hijos. Por lo cual, si una mujer se<br />

une a muchos hombres, al no aumentar por ello el número de hijos, sino sólo la<br />

abundancia del placer, será una meretriz, nunca una esposa.<br />

La indisolubilidad del matrimonio<br />

X 11. Ciertamente, a los esposos cristianos no se les recomienda sólo la fecundidad, cuyo<br />

fruto es la prole; ni sólo la pureza, cuyo vínculo es la fidelidad, sino también un cierto<br />

sacramento del matrimonio -por lo que dice el Apóstol: Maridos, amad a vuestras mujeres<br />

como Cristo amó a la Iglesia- 30 . Sin duda, la res (virtud propia) del sacramento consiste<br />

en que el hombre y la mujer, unidos en matrimonio, perseveren unidos mientras vivan y<br />

que no sea lícita la separación de un cónyuge de otro, excepto por causa de fornicación 31 .<br />

De hecho, así sucede entre Cristo y la Iglesia, a saber, viviendo uno unido al otro no los<br />

separa ningún divorcio por toda la eternidad. En tan gran estima se tiene este sacramento<br />

en la ciudad de nuestro Dios, en su monte santo 32 -esto es, en la Iglesia de Cristo- por<br />

todos los esposos cristianos, que, sin duda, son miembros de Cristo, que, aunque las<br />

mujeres se unan a los hombres y los hombres a las mujeres con el fin de procrear hijos,<br />

no es lícito abandonar a la consorte estéril para unirse a otra fecunda. Si alguno hiciese<br />

esto, sería reo de adulterio; no ante la ley de este mundo, donde, mediante el repudio,<br />

está permitido realizar otro matrimonio con otro cónyuge -según el Señor, el santo Moisés<br />

se lo permitió a los israelitas por la dureza de su corazón-, pero sí lo es para la ley del<br />

Evangelio. Lo mismo sucede con la mujer que se casara con otro 33 .<br />

Hasta tal punto permanecen entre los esposos vivos los derechos del matrimonio una vez<br />

ratificados, que los cónyuges que se han separado el uno del otro siguen estando más<br />

unidos entre sí que con el que se han juntado posteriormente, pues no cometerían<br />

adulterio con otro si no permaneciesen unidos entre sí. A lo más, muerto el varón, con el<br />

que existía un auténtico matrimonio, podrá realizarse una verdadera unión con el que<br />

antes se vivía en adulterio. Por tanto, existe entre los cónyuges vivientes tal vínculo, que<br />

ni la separación ni la unión adúltera lo pueden romper. Pero permanece para el castigo del<br />

delito, no para el vínculo de la alianza, igual que el alma del apóstata, que se separa, por<br />

decirlo de alguna forma, del matrimonio con Cristo: por más que haya perdido la fe, no<br />

destruye el sacramento de la fe, que recibió con el baño de la regeneración. Sin duda, le<br />

sería devuelto al tornar, si lo hubiera perdido alejándose. Pero quien se haya separado lo<br />

tiene para aumento del suplicio, no para mérito del premio.<br />

El matrimonio virginal de María y José<br />

XI 12. Los que prefieren, por mutuo consentimiento, abstenerse para siempre del uso de


la concupiscencia carnal, no rompen el vínculo conyugal; más aún, será tanto más firme<br />

cuanto más hayan sido estrechados entre ellos estos pactos, que deben ser guardados<br />

amorosa y concordemente; no con los lazos voluptuosos de sus cuerpos, sino con los<br />

afectos voluntarios de sus almas. En efecto, el ángel le dijo con toda propiedad a José: No<br />

temas recibir a María, tu esposa 34 . Se llama esposa, antes del compromiso del<br />

desposorio, a la que no había conocido ni habría de conocer por unión carnal. No se<br />

destruyó ni se mantuvo de forma engañosa el título de esposa donde ni había existido ni<br />

existiría ninguna unión carnal. Pues, ciertamente, aquella virgen era más santa y más<br />

admirablemente agradable a su marido, porque incluso había sido fecundada sin el<br />

marido, superior a él por el Hijo, igual por la fidelidad. Por esto, por la fidelidad del<br />

matrimonio, merecieron ambos ser llamados padres de Cristo: no sólo ella es madre, sino<br />

que también él es padre, como esposo de la madre; una y otra cosa según el espíritu, no<br />

según la carne. Aunque el padre lo era sólo según el espíritu, y la madre según la carne y<br />

el espíritu, ambos eran padres de su humildad, no de su grandeza; de su enfermedad no<br />

de su divinidad. Pues el Evangelio no miente cuando dice: Su padre y su madre estaban<br />

admirados por las cosas que se decían de él. Y en otro lugar: Todos los años iban sus<br />

padres a Jerusalén; y poco después: Y le dijo su madre: "Hijo, ¿por qué nos has hecho<br />

esto? Mira, tu padre y yo, preocupados, te hemos buscado" 35 . Y él, para mostrar que<br />

tenía otro padre además de ellos, que lo había engendrado sin madre, les respondió: "¿Por<br />

qué me buscabais? ¿No sabéis que debo preocuparme de las cosas de mi Padre?" 36 Y de<br />

nuevo, para que con estas palabras no pareciese que renegaba de sus padres, el<br />

evangelista añade a continuación: Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. Él bajó<br />

con ellos y fue a Nazaret, y les estaba sometido 37 . ¿Sometido a quiénes sino a los padres?<br />

Y ¿quién era el sometido sino Jesucristo, el que, teniendo la forma de Dios, no consideró<br />

una rapiña ser igual a Dios? ¿Por qué, pues, se sometió a aquellos que estaban muy por<br />

debajo de la forma de Dios sino porque se anonadó a sí mismo, tomando la forma de<br />

siervo 38 , a la que pertenecían sus padres? Pero como ella dio a luz sin el concurso del<br />

marido, no habrían sido los dos padres de su condición de siervo de no haber existido<br />

entre ellos la unión conyugal aun sin la unión carnal. Por lo que, cuando se recuerdan los<br />

ascendientes de Cristo por orden de sucesión, la serie de las generaciones debía ser<br />

conducida 39 , más bien, hasta José, como así fue, para que en este matrimonio no sufriese<br />

menoscabo el sexo masculino, sin duda alguna superior, y sin que la verdad fuese<br />

quebrantada, ya que tanto José como María eran de la estirpe de David, de la que se<br />

predijo que nacería el Cristo.<br />

Los tres bienes del matrimonio de María y José<br />

13. Por tanto, todo el bien del matrimonio se encuentra colmado en los padres de Cristo:<br />

la prole, la fidelidad, el sacramento. La prole, conocemos al mismo Señor Jesús; la<br />

fidelidad, porque no existió ningún adulterio; el sacramento, porque no lo rompió ningún<br />

divorcio.<br />

La unión conyugal y la concupiscencia de la carne<br />

XII. Allí solamente faltó el acto conyugal, porque no podía realizarse en la carne del<br />

pecado sin la concupiscencia de la carne, que proviene del pecado, sin la cual quiso ser<br />

concebido no en la carne de pecado, sino en la semejanza de la carne de pecado, el que<br />

habría de ser sin pecado. De este modo enseña también que es carne de pecado la que<br />

nace de la relación conyugal, porque sólo la carne que no nazca de esta relación no es<br />

carne de pecado. Esto a pesar de que la relación conyugal, hecha con la intención de<br />

engendrar, no es en sí misma pecado, porque la buena voluntad del alma conduce el<br />

deseo del cuerpo, que la acompaña y no se adhiere a él; y el arbitrio humano no es<br />

arrastrado y subyugado por el pecado cuando la herida del pecado se abre, como es<br />

lógico, en el uso de la generación.<br />

Una cierta comezón de esta herida reina en las deshonestidades de los adulterios,<br />

fornicaciones y cualquier estupro e impureza; sin embargo, en los actos necesarios del<br />

matrimonio es un simple sirviente; allí se condena a la deshonestidad por tal amo, aquí se<br />

avergüenza la honestidad de tal lacayo. Por tanto, la libido no es un bien del matrimonio,<br />

sino obscenidad para los que pecan, necesidad para los que engendran, ardor de los<br />

amores lascivos, pudor del matrimonio. Por tanto, ¿por qué no van a continuar siendo<br />

esposos los que por mutuo consenso han dejado de tener relaciones conyugales, si fueron<br />

esposos José y María, los que ni siquiera comenzaron a tener tales relaciones?


El matrimonio antes y después de Cristo<br />

XIII 14. Ahora ya no existe aquella necesidad de procreación de hijos, que,<br />

efectivamente, fue muy grave en los santos patriarcas por la generación y conservación<br />

del pueblo de Dios, en el que se debía preanunciar a Cristo. Ahora, por el contrario, lo que<br />

de verdad es evidente en todo el mundo es la multitud de niños que han de ser<br />

engendrados espiritualmente, pues, dondequiera que sea, ellos han sido engendrados<br />

carnalmente. Y así, lo que está escrito: Hay un tiempo para el abrazo y un tiempo para<br />

abstenerse del abrazo 40 , se ha de interpretar como la división entre aquel tiempo y el<br />

presente; aquél, ciertamente, fue el tiempo del abrazo; éste, por el contrario, el de la<br />

abstinencia del abrazo.<br />

El matrimonio en San Pablo<br />

15. Del mismo modo, también el Apóstol, cuando habla de este asunto, dice: Yo os digo<br />

esto, hermanos: el tiempo es breve; resta que los que tienen mujer vivan como si no la<br />

tuvieran; los que lloran, como si no llorasen; los que se alegran, como si no se alegrasen;<br />

los que compran, como si no comprasen; los que usan de este mundo, como si no lo<br />

usasen, pues la figura de este mundo pasa. Quiero que vosotros viváis sin ninguna<br />

inquietud.<br />

Todo esto, trataré de exponerlo brevemente, creo que se ha de entender así: Digo esto,<br />

hermanos: el tiempo es breve, es decir, que el pueblo de Dios ha de ser reunido por la<br />

generación espiritual, no que se haya de propagar por la generación carnal. Por tanto,<br />

desde ahora, los que tienen esposa no se subyuguen a la concupiscencia carnal; los que<br />

lloran las tristezas por el mal del momento presente, se alegren con la esperanza del bien<br />

futuro; quien se alegra por el bien temporal, tema el juicio eterno; quien compra, posea<br />

de tal modo lo que tiene que no se le adhiera el corazón; quien usa de este mundo, piense<br />

que está de paso, no para vivir en él establemente. Pues la figura de este mundo pasa.<br />

Quiero que vosotros viváis sin ninguna inquietud, esto es, quiero que vosotros tengáis<br />

levantado el corazón hacia las cosas que no pasan.<br />

Finalmente, añade: El que vive sin mujer, se preocupa de las cosas que son propias de<br />

Dios, cómo agradar al Señor; quien, por el contrario, está unido en matrimonio, se<br />

preocupa de las cosas que son propias del mundo, cómo agradar a la mujer 41 . Y así<br />

explica, en cierto modo, lo que dijo más arriba: El que tenga esposa, viva como si no la<br />

tuviera 42 . Pues los que de tal modo están casados que piensan en las cosas del Señor,<br />

cómo agradarán al Señor, y ni siquiera en las cosas de este mundo se preocupan de<br />

agradar a sus mujeres, éstos viven como si no las tuviesen. Y esto se realizará más<br />

fácilmente si también las mujeres son así, de modo que no traten de agradar a sus<br />

maridos porque son ilustres, de familias nobles o sensuales, sino porque son hombres<br />

fieles, religiosos, honestos y virtuosos.<br />

Comprensión y tolerancia de San Pablo<br />

XIV 16. Pero en estas uniones, así como hemos de desear y alabar tales cosas, así<br />

también debemos tolerar otras, para que no se caiga en infamias condenables, es decir,<br />

en fornicaciones o adulterios. A fin de evitar el mal, las relaciones conyugales realizadas<br />

sin intención de engendrar, y que sólo sirven a la concupiscencia dominante, de las que<br />

está mandado no privarse recíprocamente, para que Satanás no los tiente por la<br />

incontinencia, no han sido impuestas por un mandato, sino sólo toleradas por indulgencia.<br />

Pues está escrito: El marido dé a su mujer lo debido, e igualmente la mujer al marido. La<br />

mujer no tiene potestad sobre su cuerpo, sino el marido; igualmente, el marido no tiene<br />

potestad sobre su cuerpo, sino la mujer. No os neguéis el uno al otro, a no ser por<br />

consenso y de forma temporal, para daros a la oración; en seguida volved a uniros, para<br />

que Satanás no os tiente por vuestra incontinencia. Esto lo digo como indulgencia, no<br />

como mandato 43 . Ahora bien, donde se da la indulgencia, no se puede negar que hay<br />

alguna culpa. Como, de hecho, la unión con intención de engendrar, la que se ha de<br />

suponer en el matrimonio, no es culpable, ¿qué es lo que el Apóstol concede por<br />

indulgencia sino que los esposos, los que no se contienen, se pidan el uno al otro el débito<br />

conyugal no por la voluntad de procrear, sino por la voluptuosidad del placer? Por tanto,<br />

esta voluntad no cae en la culpa por el matrimonio, sino que por el matrimonio alcanza<br />

indulgencia. En consecuencia, también por este motivo es laudable el matrimonio: porque<br />

es perdonado por él incluso aquello que no le pertenece. Pero es evidente que esta unión,


que sirve para apagar la concupiscencia, no debe ser realizada de modo que se ponga<br />

obstáculo al feto que el matrimonio reclama.<br />

Degradación pagana del matrimonio<br />

XV 17. Sin embargo, una cosa es no unirse sino con la sola voluntad de engendrar, cosa<br />

que no tiene culpa, y otra apetecer en la unión, naturalmente con el propio cónyuge, el<br />

placer, cosa que tiene una culpa venial. Porque, aunque se unan sin intención de propagar<br />

la prole, por lo menos no se oponen a ella, a causa del placer, con un propósito ni con una<br />

acción mala. Pues los que hacen esto, aunque se llamen esposos, no lo son ni mantienen<br />

nada del verdadero matrimonio, sino que alargan este nombre honesto para velar las<br />

torpezas. Manifiestan abiertamente su malicia cuando llegan al extremo de abandonar a<br />

los hijos que les nacen contra su voluntad. No quieren alimentar o tener consigo a los hijos<br />

que temieron engendrar. De manera que, al mostrarse despiadados con los hijos<br />

engendrados contra sus deseos ocultos y nefandos, ponen de manifiesto toda su iniquidad,<br />

y con esta evidente crueldad descubren sus ocultas deshonestidades. A veces llega a tanto<br />

esta libidinosa crueldad o, si se quiere, libido cruel, que emplean drogas esterilizantes, y,<br />

si éstas resultan ineficaces, matan en el seno materno el feto concebido y lo arrojan fuera,<br />

prefiriendo que su prole se desvanezca antes de tener vida, o, si ya vivía en el útero,<br />

matarla antes de que nazca. Lo repito: si ambos son así, no son cónyuges, y, si se<br />

juntaron desde el principio con tal intención, no han celebrado un matrimonio, sino que<br />

han pactado un concubinato. Si los dos no son así, digo sin miedo que o ella es una<br />

prostituta del varón o él es un adúltero de la mujer.<br />

Matrimonio cristiano y virginidad<br />

XVI 18. Puesto que las nupcias ya no pueden ser tan puras como pudieron ser entre los<br />

primeros hombres si no hubiera aparecido el pecado, al menos se ha de procurar sean<br />

como las de los santos patriarcas. Por tanto, no debe dominar la vergonzosa<br />

concupiscencia de la carne, inseparable del cuerpo mortal, la cual antes del pecado no<br />

existió en el paraíso y después del pecado fue arrojada de allí, sino, más bien, ha de estar<br />

sometida para servir únicamente a la propagación de la prole. O bien porque el tiempo<br />

presente, que ya hemos indicado como el tiempo de la abstinencia de los abrazos, no tiene<br />

la necesidad de este deber, mientras existe a nuestro alrededor y en el mundo tan gran<br />

abundancia de hijos que han de ser engendrados espiritualmente.<br />

Quien pueda entender, entienda 44 el bien preferible de la continencia ideal. Sin embargo,<br />

quien no pueda entenderlo, si se casa, no peca; y la mujer, si no es capaz de contenerse,<br />

se case. Es bueno para el hombre no tocar a la mujer 45 . Mas como no todos entienden<br />

esta palabra, sino únicamente aquellos a quienes se les ha concedido 46 , sólo queda que,<br />

para evitar la fornicación cada hombre tenga su mujer, y cada mujer tenga su marido 47 . Y<br />

así, para que no caiga en la ruina de las acciones deshonestas, la enfermedad de la<br />

incontinencia es contrarrestada por la honestidad del matrimonio. De hecho, esto es lo que<br />

el Apóstol dice a las mujeres: Quiero que las jóvenes se casen 48 ; y lo mismo se puede<br />

decir de los maridos: "Quiero que los jóvenes se casen", de modo que se extiende a los<br />

dos sexos lo siguiente: que engendren hijos, que sean padres y madres de familia y que<br />

no den a nuestro adversario motivo de calumniar nuestra fe 49 .<br />

Conclusión, los tres bienes del matrimonio cristiano<br />

XVII 19. Ahora bien, en el matrimonio se deben amar los bienes peculiares: la prole, la<br />

fidelidad, el sacramento. La prole no sólo para que nazca, sino para que renazca, pues<br />

nace a la pena si no renace a la vida. La fidelidad no como la conservan los infieles, que<br />

sufren celos carnales; pues ¿qué hombre, por impío que sea, quiere una mujer adúltera? ¿<br />

O qué mujer, por impía que sea, quiere un marido adúltero? Tal fidelidad, en el<br />

matrimonio, es un bien natural, pero carnal. Por el contrario, el miembro de Cristo debe<br />

temer el adulterio del cónyuge por el mismo cónyuge, no por sí mismo, y ha de esperar<br />

del mismo Cristo el premio a la fidelidad conyugal que propone al cónyuge. En cuanto al<br />

sacramento -que no se destruye ni por el divorcio ni por el adulterio-, éste ha de ser<br />

guardado por los esposos casta y concordemente; es el único de los tres bienes que por<br />

derecho de religión mantiene indisoluble el matrimonio de los consortes estériles cuando<br />

ya han perdido enteramente la esperanza de tener hijos, por la que se casaron.<br />

Alaba el matrimonio quien alaba en él estos bienes nupciales. Sin embargo, la


concupiscencia carnal no se debe atribuir al matrimonio, sino sólo tolerar. Pues no es un<br />

bien que venga de la naturaleza del matrimonio, sino un mal que proviene del antiguo<br />

pecado.<br />

Segunda parte<br />

Realidad de la concupiscencia<br />

A) La concupiscencia y el pecado original<br />

El bautismo de los párvulos de padres cristianos<br />

XVIII 20. A causa de esta concupiscencia, ni siquiera del matrimonio justo y legítimo de<br />

hijos de Dios nacen hijos de Dios, sino hijos del mundo. Porque los que engendran,<br />

aunque ya hayan sido regenerados, no engendran como hijos de Dios, sino como hijos del<br />

siglo. En efecto, tal es la sentencia del Señor: Los hijos de este siglo engendran y son<br />

engendrados 50 . En cuanto somos todavía hijos de este siglo, nuestro hombre exterior se<br />

corrompe. Por esta razón, ellos son engendrados también hijos de este mundo, y no serán<br />

hijos de Dios si no son regenerados. Pero, en cuanto somos hijos de Dios, el hombre<br />

interior se renueva de día en día 51 ; y también el hombre exterior, por el baño de la<br />

regeneración, es santificado y recibe la esperanza de la futura incorrupción, por lo que con<br />

toda razón es llamado templo de Dios: Vuestros cuerpos -dice el Apóstol- son templos del<br />

Espíritu Santo, que está en vosotros, que habéis recibido de Dios. Ya no os pertenecéis;<br />

habéis sido comprados a un gran precio. Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo 52 .<br />

Todo esto ha sido dicho no sólo por la santificación presente, sino especialmente por la<br />

esperanza, de la cual el mismo Apóstol dice en otro lugar: Pero también nosotros que<br />

poseemos las primicias del espíritu, también nosotros gemimos en nuestro interior,<br />

esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo 53 . Luego si, según el Apóstol, se<br />

espera la redención de nuestro cuerpo, ciertamente lo que se espera, todavía es objeto de<br />

esperanza, no de posesión. Por esto añade: Hemos sido salvados en esperanza; sin<br />

embargo, la esperanza que se ve no es ya esperanza, puesto que lo que se ve, ¿cómo se<br />

puede esperar? Pero, si esperamos lo que no vemos, aguardamos con paciencia 54 . Así,<br />

pues, los hijos son engendrados carnales no por lo que aguardamos, sino por lo que<br />

toleramos. Por lo tanto, lejos del hombre fiel, cuando oye al Apóstol: Amad vuestras<br />

mujeres 55 , amar en la esposa la concupiscencia carnal, la cual no debe amar ni en sí<br />

mismo; escuche a otro apóstol: No améis el mundo ni las cosas que están en el mundo.<br />

Todo el que ame el mundo, el amor del Padre no está en él, porque todas las cosas que<br />

están en el mundo son concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y ambición<br />

del mundo, lo cual no procede del Padre, sino del mundo. El mundo pasa con su<br />

concupiscencia; sin embargo, el que haga la voluntad de Dios permanece por siempre,<br />

como también Dios permanece eternamente 56 .<br />

El acebuche y el olivo<br />

XIX 21. En efecto, lo que nace de esta concupiscencia de la carne es, sin duda, del<br />

mundo, no de Dios. De Dios se nace cuando se renace del agua y del Espíritu. Sólo la<br />

regeneración borra el reato de esta concupiscencia, al que arrastra la generación. Luego lo<br />

que ha sido engendrado debe ser regenerado, porque no existe otro modo de borrar lo<br />

que se arrastra. Ciertamente sorprende que lo que ha sido borrado en los padres esté<br />

presente en la prole; sin embargo, es así. Por esta razón, la divina Providencia se ha<br />

preocupado de que estas cosas invisibles e increíbles para los infieles, aunque verdaderas,<br />

tuvieran algún ejemplo visible en ciertos árboles. ¿Por qué no hemos de creer que por este<br />

motivo fue establecido que del olivo naciese el acebuche? ¿Acaso no se deberá creer que,<br />

en una cosa creada para el uso de los hombres, el creador haya previsto y establecido lo<br />

que serviría de ejemplo al género humano? Es admirable cómo los que han sido librados<br />

de la atadura del pecado por la gracia, engendren, sin embargo, encadenados por el<br />

mismo vínculo, a los que es necesario librar del mismo modo; lo confieso, es admirable.<br />

Pero ¿cómo se creerá también, si no lo probara la experiencia, que los frutos de los<br />

acebuches se esconden incluso en las semillas de los olivos? Por lo tanto, como el<br />

acebuche es engendrado por la semilla del acebuche y por la del olivo -a pesar de existir<br />

una gran distancia entre el acebuche y la aceituna-, así el que es engendrado tanto de la<br />

carne del pecador como de la del justo, uno y otro son pecadores, aunque entre el pecador<br />

y el justo haya una gran distancia. Es engendrado pecador; por la acción propia, todavía


no lo es; nuevo por el origen; viejo por el reato. Es hombre por el creador, prisionero por<br />

el engañador, necesitado del redentor.<br />

Pero se pregunta cómo la maldad de la prole puede ser heredada de unos padres que han<br />

sido ya redimidos. Porque no es fácil indagarlo con la razón ni explicarlo con la palabra, los<br />

infieles no lo creen. ¡Como si la razón encontrara fácil solución o la palabra acertara a<br />

explicar lo que hemos dicho del acebuche y del olivo: que especies diferentes producen<br />

frutos semejantes! Pero quien quiera experimentarlo puede constatarlo. Sirva, pues, el<br />

ejemplo para creer lo que no se llega a percibir claramente.<br />

Los párvulos y el pecado original<br />

XX 22. En efecto, la fe cristiana, que han comenzado a atacar los nuevos herejes, no duda<br />

de que los que son lavados con el baño de la regeneración han sido redimidos de la<br />

potestad del diablo, y los que todavía no han sido redimidos con tal regeneración, aunque<br />

sean hijos de padres redimidos, están cautivos bajo la potestad del mismo diablo, a no ser<br />

que sean redimidos por la misma gracia de Cristo. Pues no dudamos de que pertenece a<br />

todos los tiempos aquel beneficio de Dios del que habla el Apóstol: Él nos ha sacado del<br />

dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su hijo amado 57 . Todo el que<br />

niega que los niños son arrancados, al ser bautizados, de esta potestad de las tinieblas, de<br />

las que el diablo es el príncipe, es decir, de la potestad del diablo y de sus ángeles, es<br />

refutado por la verdad de los mismos sacramentos de la Iglesia. Ninguna novedad herética<br />

puede cambiar o destruir algo en la Iglesia de Cristo, ya que la cabeza dirige y ayuda a<br />

todo su cuerpo, tanto a los pequeños como a los grandes.<br />

Así, pues, en verdad, y no de forma simulada, es exorcizada en los niños la potestad<br />

diabólica y renuncian a ella por el corazón y boca de los que los llevan, ya que no pueden<br />

por los suyos, para que, arrancados del dominio de las tinieblas, sean transferidos al reino<br />

de su Señor. ¿Qué es lo que los tiene bajo el poder del diablo hasta que finalmente son<br />

arrancados por el sacramento del bautismo de Cristo? ¿Qué es sino el pecado? Pues el<br />

diablo no encuentra otra cosa en la que pueda someter a su poder la naturaleza humana,<br />

que el creador bueno había creado buena. Pero como los niños no han cometido ningún<br />

pecado propio en su vida, resta sólo el pecado original, por el cual están cautivos bajo el<br />

poder del diablo, a no ser que sean redimidos con el baño de la regeneración y la sangre<br />

de Cristo y pasen al reino de su redentor, quebrantado el poder de su cautivador y<br />

recibida la potestad de transformarse, de hijos de este siglo, en hijos de Dios 58 .<br />

El pecado original y los bienes del matrimonio<br />

XXI 23. Ahora, si interrogamos de algún modo a los bienes del matrimonio sobre cómo<br />

puede el pecado propagarse de ellos a los niños, el acto de la propagación de la prole nos<br />

respondería: "Yo en el paraíso habría sido más feliz si no se hubiera cometido el pecado,<br />

porque a mí me pertenece la bendición de Dios: Creced y multiplicaos" 59 . Para esta obra<br />

buena cada sexo tiene miembros distintos, que ciertamente existían ya antes del pecado,<br />

pero no eran vergonzosos. La fidelidad de la castidad respondería: "Si no hubiera existido<br />

el pecado, ¿qué cosa habría existido en el paraíso más serena que yo, donde ni me habría<br />

punzado mi pasión ni me habría tentado la de otro?" Y también el sacramento<br />

respondería: "Antes del pecado se dijo de mí en el paraíso: Dejará el hombre el padre y la<br />

madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne 60 ; y esto es un gran<br />

sacramento -dice el Apóstol- en Cristo y en la Iglesia 61 . Luego éste es grande en Cristo y<br />

en la Iglesia, muy pequeño en todos y cada uno de los maridos y mujeres; y, sin embargo,<br />

sacramento de unión inseparable. ¿Qué tienen éstos en el matrimonio para que pase el<br />

vínculo del pecado a la descendencia? Seguramente, nada; en verdad, la bondad del<br />

matrimonio se realiza perfectamente en estos tres bienes, gracias a los cuales también<br />

hoy el matrimonio es un bien.<br />

Pecado y concupiscencia vergonzosa<br />

XXII 24. Por otra parte, si interrogamos a la concupiscencia de la carne, por la que se han<br />

hecho vergonzosos los miembros que antes no lo eran, ¿no responderá que comenzó a<br />

estar en los miembros del hombre después del pecado? Y por esta razón la llama el<br />

Apóstol ley del pecado, porque hizo al hombre súbdito suyo al no querer ser súbdito de<br />

Dios. De ella se avergonzaron entonces los primeros esposos, y cubrieron sus miembros<br />

vergonzosos 62 ; de ella se avergüenzan todavía ahora, y buscan el secreto para unirse, sin


atreverse a tener por testigos de esta obra ni siquiera a los hijos que de ella han sido<br />

engendrados. A este pudor natural, el error de los filósofos cínicos se ha opuesto con una<br />

llamativa desvergüenza, ya que esta acción, lícita y honesta, pensaban que se debería<br />

realizar con la mujer en público. Por lo que, con toda razón, la impureza de su<br />

atrevimiento recibió un nombre canino; en efecto, por esto son denominados cínicos.<br />

Transmisión y herencia del pecado original<br />

XXIII 25. Indudablemente, es esta concupiscencia, esta ley del pecado que habita en los<br />

miembros, a la que la ley de la justicia prohíbe obedecer, como dice el Apóstol: No reine el<br />

pecado en vuestro cuerpo mortal, para obedecer a sus deseos, ni ofrezcáis vuestros<br />

miembros al pecado como instrumentos de iniquidad 63 . Y afirma que esta concupiscencia,<br />

que se expía solamente con el sacramento de la regeneración, transmite, sin duda, por la<br />

generación el vínculo del pecado a los descendientes, a no ser que también ellos sean<br />

desligados de dicho vínculo.<br />

Así, pues, esta concupiscencia ya no es pecado en los regenerados cuando no consienten<br />

en obras ilícitas, ni los miembros son dados por el espíritu, que es el rey, para que se<br />

cometan tales cosas; de modo que, si no se hace lo que está escrito: No codicies 64 , al<br />

menos se haga lo que se lee en otra parte: No vayas detrás de las pasiones 65 . Pero,<br />

según cierto modo de hablar, se la ha llamado pecado, ya que viene del pecado y, si<br />

vence, suscita el pecado. Su culpabilidad, por el contrario, es efectiva en el engendrado;<br />

culpabilidad que la gracia de Cristo, por la remisión de todos los pecados, no permite que<br />

sea eficaz en el regenerado si no la obedece cuando le impulsa, en cierto modo, a las<br />

malas acciones. Por tanto, se llama pecado porque proviene del pecado -aunque en los<br />

regenerados no sea pecado-, como se llama lengua el lenguaje que profiere la lengua y se<br />

llama mano la escritura que traza la mano. También se llama pecado porque, si vence,<br />

suscita el pecado, del mismo modo que el frío es llamado perezoso no porque sea<br />

producido por los perezosos, sino porque suscita perezosos.<br />

La concupiscencia, lazo del diablo a la naturaleza humana<br />

26. Esta herida infligida por el diablo al género humano hace que esté bajo el diablo<br />

cualquiera que nazca por ella -como si cogiera, con pleno derecho, el fruto del propio<br />

árbol-, no porque provenga de él la naturaleza humana, que proviene sólo de Dios, sino<br />

porque de él arranca el vicio, el cual no proviene de Dios. Así, pues, la naturaleza humana<br />

es condenada no por sí misma, sino por el vicio execrable que la ha corrompido. El motivo<br />

por el que es condenada es el mismo por el que está subyugada al execrable diablo. Y es<br />

que también el mismo diablo es espíritu inmundo; bueno, en cuanto espíritu; malo, en<br />

cuanto inmundo. Es espíritu por naturaleza, inmundo por vicio; de estas dos cosas, la<br />

primera proviene de Dios; la segunda, de él mismo. Por consiguiente, no posee a los<br />

hombres, grandes o pequeños, porque sean hombres, sino porque son inmundos.<br />

El que se maraville de que una criatura de Dios esté sujeta al diablo, que no se maraville;<br />

una criatura de Dios está sujeta a otra criatura de Dios, la menor a la mayor; es decir, el<br />

hombre al ángel; pero no es por la naturaleza, sino por el vicio, por lo que el inmundo está<br />

sometido al inmundo. Este es el fruto que saca de la antigua raíz de impureza que plantó<br />

en el hombre. En el juicio final, ciertamente padecerá las mayores penas, en cuanto que<br />

es el más impuro. No obstante -como nada será causa de condenación sino el pecado-,<br />

para los que están subyugados a él, como príncipe y autor del pecado, también existirá<br />

una pena, más suave, en la condenación.<br />

La concupiscencia como rebeldía contra la razón<br />

XXIV 27. El diablo tiene prisioneros a los niños porque no han nacido del bien, que hace<br />

bueno al matrimonio, sino del mal de la concupiscencia, del que el matrimonio hace un<br />

buen uso, aunque incluso se avergüence de él. Porque, a pesar de que el matrimonio sea<br />

honorable en todos los bienes que le son propios y de que mantenga limpio el tálamo 66 de<br />

fornicaciones y adulterios, son torpezas siempre condenables, y aun de excesos<br />

conyugales no realizados al dictado de la voluntad, en busca de la prole, sino bajo el<br />

imperio del ansia de placer, cosa que en los esposos es pecado venial, al llegar el acto de<br />

la procreación, la misma unión lícita y honesta no puede realizarse sin el ardor de la<br />

pasión, y sólo a través de ella consigue lo que pertenece a la razón y no a la pasión. Este<br />

ardor, siga o preceda a la voluntad, es, sin duda, el que, como por propia autoridad,


mueve los miembros que la voluntad no es capaz de mover. Y así muestra que no es<br />

siervo de la voluntad, sino suplicio de una voluntad rebelde; que no es excitado por el libre<br />

albedrío, sino por un estímulo placentero; por esto es vergonzoso.<br />

Todos los niños que nacen de esta concupiscencia de la carne, que, aunque en los<br />

regenerados no se impute como pecado, ha entrado en la naturaleza por el pecado; repito,<br />

todos los niños que nacen de esta concupiscencia de la carne, en cuanto hija del pecado, y<br />

también madre de muchos pecados cuando consiente en actos deshonestos, están<br />

encadenados por el pecado original. A no ser que renazcan en aquel que concibió la Virgen<br />

sin esta concupiscencia. Él fue el único que nació sin pecado cuando se dignó nacer en<br />

esta carne.<br />

También en el bautizado<br />

XXV 28. Pero si se pregunta: ¿Cómo esta concupiscencia de la carne permanece en el<br />

regenerado, en quien se ha realizado la remisión de todos los pecados, ya que por la<br />

concupiscencia se concibe, y con ella nace la prole carnal de los padres bautizados? O, al<br />

menos, si en el padre bautizado puede estar y no ser pecado, ¿por qué esta misma<br />

concupiscencia en el hijo ha de ser pecado? A esto se responderá: La concupiscencia de la<br />

carne ha sido vencida en el bautismo no para que no exista, sino para que no se impute<br />

como pecado. Aunque ya haya sido disuelta su culpa, permanece hasta que sea sanada<br />

toda nuestra enfermedad cuando, progresando la renovación del hombre interior de día en<br />

día, el hombre exterior se vista de incorruptibilidad. Pero no permanece sustancialmente,<br />

como cuerpo o espíritu, sino que la inclinación proviene de una cierta cualidad mala, como<br />

la flaqueza 67 . En efecto, cuando se realiza lo que está escrito: El Señor es propicio con<br />

todas nuestras iniquidades, no permanece nada que no haya sido perdonado. Ahora bien,<br />

hasta que se cumpla lo que sigue: Él sana todas tus debilidades, el que redime de la<br />

corrupción tu vida 68 , la concupiscencia carnal permanece en el cuerpo de esta muerte, y<br />

tenemos orden de no obedecer a sus viciosos deseos de cometer cosas ilícitas para que el<br />

pecado no reine en nuestro cuerpo mortal.<br />

Esta concupiscencia, por otra parte, disminuye diariamente en los que progresan en la<br />

virtud y en los continentes; mucho más cuando se llega a la vejez. Sin embargo, en los<br />

que se esclavizan viciosamente a ella adquiere tanta fuerza que, ordinariamente, no deja<br />

de comportarse con toda desvergüenza e indecencia, incluso en la edad en que los mismos<br />

miembros y las partes del cuerpo destinadas a esta obra han perdido su vigor.<br />

El pecado y el reato del pecado<br />

XXVI 29. Ahora bien, como los regenerados en Cristo reciben la total remisión de sus<br />

pecados, evidentemente es necesario que se les perdone también la culpabilidad de su<br />

concupiscencia, que, como ya he explicado, no se ha de imputar como pecado, aunque<br />

todavía permanezca. El pecado es un acto transitorio, y, por tanto, no permanece. Pero su<br />

culpabilidad sí permanece para siempre si no es perdonada. Del mismo modo, la<br />

culpabilidad de la concupiscencia desaparece cuando es perdonada.<br />

Esto significa, en efecto, no tener pecado, no ser reo de pecado. Pero si alguno, por<br />

ejemplo, cometiera adulterio, aunque no lo vuelva a repetir, es reo de adulterio hasta que<br />

su culpabilidad sea perdonada por indulgencia. Por tanto, está en pecado aunque ya no<br />

exista lo que consintió, porque ha pasado con el tiempo en el que fue hecho. Pero si no<br />

tener pecado significase desistir de pecar, bastaría que la Escritura nos dijese: Hijo, has<br />

pecado; no lo hagas de nuevo; sin embargo, no basta, ya que añade: En cuanto a los<br />

pasados, ruega para que te sean perdonados 69 . Por tanto, permanecen si no son<br />

perdonados. Pero ¿cómo permanecen, si han pasado, sino porque han pasado en cuanto<br />

acto y duran en cuanto culpa? Así, también puede suceder a la inversa, que permanezca<br />

como acto y pase como culpabilidad.<br />

Las malas inclinaciones de la concupiscencia<br />

XXVII 30. La concupiscencia de la carne obra incluso cuando no se le presta ni el<br />

consentimiento del corazón, donde reina, ni los miembros, como instrumentos para<br />

cumplir lo que manda. Y ¿qué es lo que obra sino las mismas acciones malas y<br />

deshonestas? Pues, si fueran buenas y lícitas, el Apóstol no prohibiría obedecerlas cuando<br />

dice: No reine el pecado en vuestro cuerpo mortal para obedecer a sus deseos 70 ; no dice:


"Para tener sus deseos", sino para obedecer a sus deseos, de modo que, como en unos<br />

son más fuertes y en otros menos fuertes, según el progreso de cada uno en la renovación<br />

del hombre interior, no desfallezcamos nunca en la lucha por la rectitud y la castidad y no<br />

los obedezcamos.<br />

Ahora bien, debemos aspirar a que esos mismos deseos desaparezcan, aunque no<br />

podemos conseguirlo en este cuerpo mortal. De aquí también que en otro lugar el mismo<br />

Apóstol, poniendo como ejemplo su persona, nos instruye con estas palabras: Pues no<br />

pongo por obra lo que quiero, sino que lo que aborrezco, eso es lo que hago; es decir,<br />

siento el apetito -porque él no quería ni siquiera sufrir esto para ser perfecto en todos los<br />

sentidos-. Pues si lo que no quiero eso es lo que hago -dice-, estoy de acuerdo con la ley,<br />

que es buena, porque lo que no quiere ella, tampoco yo lo quiero 71 . Ella no quiere que yo<br />

tenga estas apetencias, y dice: No codiciarás, y yo no quiero codiciar. Así, pues, en esto<br />

concuerdan la voluntad de la ley y la mía. Pero, porque no quería codiciar y, sin embargo,<br />

sentía el apetito, aunque sin hacerse esclavo consintiendo en él, continuó, diciendo:<br />

Ahora, sin embargo, ya no soy yo el que hago esto, sino el pecado que habita en mí 72 .<br />

Errores sobre Romanos 7, 15-20<br />

XXVIII 31. Se equivoca totalmente el hombre que, consintiendo en la concupiscencia de<br />

su carne y decidiendo y pensando hacer lo que ella desea, cree que todavía se puede<br />

aplicar a él: No soy yo el que hago esto, porque, aunque aborrece, consiente. Pues una y<br />

otra cosa existen a la vez: él lo aborrece, porque sabe que es malo, y él lo hace, porque<br />

ha decidido hacerlo. Y más aún, si añade lo que prohíbe la Escritura cuando dice: No<br />

ofrezcáis vuestros miembros al pecado como instrumento de iniquidad 73 , de modo que lo<br />

que determina hacer en el corazón también lo realiza en el cuerpo; y todavía dice: No soy<br />

yo el que hago esto, sino el pecado que habita en mí, puesto que, cuando decide esto, lo<br />

hace y siente desagrado, se equivoca tanto que no se conoce a sí mismo desde el<br />

momento que, estando compuesto en su totalidad de voluntad que decide y cuerpo que<br />

ejecuta, aún piensa que no es él mismo<br />

Exégesis<br />

XXIX. Luego el que dice: Ya no soy yo quien hago esto, sino el pecado que habita en mí,<br />

si solamente siente el deseo, dice la verdad. Pero no la dice si se adhiere con el<br />

consentimiento de la voluntad o si lo lleva a cabo sirviéndose del cuerpo.<br />

La perfección cura la concupiscencia<br />

32. Después añade el Apóstol: Sé que el bien no habita en mí, esto es, en mi carne, pues<br />

quererlo está a un paso; sin embargo, el hacerlo no lo consigo 74 . El motivo de tal<br />

afirmación está en que se realiza el bien cuando no existen deseos malos, del mismo<br />

modo que se realiza el mal cuando se obedece a los malos deseos. Pero cuando existen<br />

éstos y no se les obedece, ni se realiza el mal -ya que no se les obedece- ni tampoco el<br />

bien -porque los malos deseos están presentes-, sino que se realiza en parte el bien, pues<br />

no se consiente en la concupiscencia mala, y en parte permanece el mal, ya que<br />

permanecen los deseos desordenados.<br />

Por esto, el Apóstol no dice que no esté al alcance de su mano hacer el bien, sino<br />

realizarlo en plenitud. Realiza un gran bien quien hace lo que está escrito: No vayas detrás<br />

de tus pasiones 75 ; pero no lo realiza perfectamente, porque no cumple lo que también<br />

está escrito: No codicies 76 . Por este motivo, la ley dice: No codicies; para que nosotros,<br />

constatando que estamos inmersos en esta enfermedad, busquemos la medicina de la<br />

gracia, y para que aprendamos en este precepto a dónde debemos tender para progresar<br />

en este camino mortal y a dónde podremos llegar en la inmortalidad beatísima. Si no se<br />

debiera alcanzar esta perfección, sin duda nunca habría sido mandada.<br />

La gracia de la libertad<br />

XXX 33. Seguidamente, el Apóstol, insistiendo de nuevo para darle todavía más valor a la<br />

sentencia precedente, dice: Pues no hago el bien que quiero. Pero si lo que no quiero lo<br />

hago, ya no soy yo el que lo realiza, sino el pecado que habita en mí 77 ; y sigue:<br />

Encuentro en mí esta ley: cuando quiero hacer el bien, el mal se me pone delante 78 ; esto<br />

es, encuentro que la ley es un bien para mí, que quiero hacer lo que la ley quiere, porque


el mal, que yo no quiero, no se presenta a la misma ley, que dice: No codicies, sino a mí,<br />

que siento el apetito contra mi voluntad. Me complazco -dice- en la ley de Dios, según el<br />

hombre interior. Pero veo otra ley en mis miembros que combate a la ley de mi espíritu y<br />

me tiene prisionero bajo la ley del pecado, que está en mis miembros 79 . Esta<br />

complacencia en la ley de Dios, según el hombre interior, nos viene de la inmensa gracia<br />

de Dios. En ella, en efecto, nuestro hombre interior se renueva de día en día 80 , en cuanto<br />

que avanza en ella con perseverancia. Pues no es temor que tortura, sino amor que<br />

deleita. Nosotros somos verdaderamente libres allí cuando no nos deleitamos en contra de<br />

nuestra voluntad.<br />

La concupiscencia esclaviza<br />

34. En cuanto a aquello que dice: Pero veo otra ley en mis miembros que combate<br />

a la ley de mi espíritu, es la misma concupiscencia de la que hablamos, la ley del<br />

pecado en la carne del pecado. Y cuando dijo: Y me tiene prisionero bajo la ley<br />

del pecado, esto es, bajo ella misma, que está en mis miembros, con me tiene<br />

prisionero quiso decir, o bien que intentaba hacerme prisionero, es decir,<br />

empujándome al consentimiento y a la acción, o, más bien -lo cual es<br />

indiscutible-, me aprisiona según la carne. Si ésta no estuviera dominada por la<br />

concupiscencia carnal, a la que llama ley del pecado, sin duda no se suscitaría<br />

ningún deseo ilícito, al que el espíritu no debe obedecer. Pero como no dice<br />

"aprisiona mi carne", sino me aprisiona, nos induce a buscar otro sentido y a<br />

tomar me aprisiona como si dijese: me intenta aprisionar. Pero ¿por qué no podía<br />

decir me aprisiona queriendo entender su carne? ¿Acaso no se ha dicho de Jesús,<br />

cuando no fue encontrada su carne en el sepulcro: Se han llevado a mi Señor y no<br />

sé dónde lo han puesto? 81 ¿Quizás es inexacto porque no se haya dicho "carne o<br />

cuerpo de mi Señor", sino mi Señor?<br />

Explicación del apóstol sobre la esclavitud de la concupiscencia<br />

XXXI 35. Con todo, poco más arriba, también el mismo Apóstol, como mejor pudo,<br />

mostró con bastante claridad que se refería a su carne con me tiene prisionero.<br />

Pues cuando dijo: Sé que el bien no habita en mí, añade para esclarecerlo: esto<br />

es, en mi carne 82 . Luego está prisionera bajo la ley del pecado esta en la que no<br />

habita el bien, es decir, la carne. Pero aquí llama carne a la parte en que reside<br />

una cierta inclinación morbosa de la carne, no precisamente a la estructura del<br />

cuerpo, cuyos miembros no deben ser utilizados como instrumentos de pecado,<br />

de la concupiscencia, que tiene prisionera esta parte carnal de nuestro cuerpo 83 .<br />

Pero la carne, en lo que atañe a la sustancia y a la naturaleza corporal, es ya<br />

templo de Dios en los fieles casados o continentes. No obstante, si no estuviera<br />

prisionero absolutamente nada de nuestra carne, no ya bajo el diablo, pues allí se<br />

ha realizado la remisión del pecado, de modo que no se impute como pecado lo<br />

que se llama ley del pecado; si nuestra carne no estuviera prisionera de algún<br />

modo, al menos bajo la misma ley del pecado, esto es, bajo su concupiscencia, ¿<br />

cómo podría ser verdad lo que el mismo Apóstol dijo: Esperando la adopción, la<br />

redención de nuestro cuerpo? 84 Por consiguiente, en tanto se espera todavía la<br />

redención de nuestro cuerpo en cuanto que, en alguna medida, está prisionero<br />

todavía bajo la ley del pecado. Por lo que también exclamó: ¡Qué desgraciado<br />

soy! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal? La gracia de Dios por nuestro<br />

Señor Jesucristo 85 . En lo cual, ¿qué podemos entender sino que el cuerpo<br />

corruptible es un peso para el alma? 86 Luego, cuando se recobre incorruptible<br />

este mismo cuerpo, obtendrá la plena liberación de este cuerpo mortal, del que<br />

no se librarán los que resuciten al castigo. Se entiende, por tanto, que pertenece<br />

a este cuerpo mortal el que otra ley se oponga verdaderamente en nuestros<br />

miembros a la ley del espíritu cuando la carne desea contra el espíritu 87 , aunque<br />

ella no subyugue el espíritu, porque también el espíritu desea contra la carne. Y<br />

así, aunque esta ley de pecado tenga cautivo algo de la carne, por lo que se<br />

opone a la ley del espíritu, ella no reina en nuestro cuerpo, a pesar de ser mortal,<br />

a no ser que se obedezca a sus deseos. Pues también suele ocurrir que los<br />

enemigos contra los que se lucha, siendo inferiores y vencidos en la batalla,<br />

retengan algún prisionero. Por esto se conserva la esperanza de la redención en<br />

nuestra carne aunque esté bajo la ley de pecado, porque la concupiscencia<br />

viciosa desaparecerá totalmente, mientras que nuestra carne será sanada de esta<br />

peste y enfermedad, será revestida de inmortalidad y permanecerá para siempre


en la eterna beatitud.<br />

La liberación por la gracia<br />

36. El Apóstol continúa diciendo: Yo mismo con el espíritu sirvo a la ley de Dios;<br />

con la carne, a la ley del pecado 88 . Esto ha de entenderse así: Con el espíritu<br />

sirvo a la ley de Dios, no consintiendo en la ley del pecado; con la carne, sin<br />

embargo, sirvo a la ley del pecado, teniendo deseos de pecado, de los que todavía<br />

no estoy enteramente libre aunque no consienta en ellos. Finalmente, prestemos<br />

atención a lo que añade después de esto: Luego ninguna condenación -dice- pesa<br />

ahora para el que está en Cristo Jesús 89 . Incluso ahora, dice, cuando la ley en los<br />

miembros se opone a la ley del espíritu y tiene prisionero algo en este cuerpo<br />

mortal, ninguna condenación existe para los que están en Cristo Jesús. Escucha<br />

en qué modo: La ley del espíritu de vida -dice- me libró en Cristo Jesús de la ley<br />

del pecado y de la muerte 90 . ¿De qué modo ha librado sino borrando la culpa con<br />

la remisión de todos los pecados, para que no se impute como pecado aunque<br />

todavía permanezca y de día en día disminuya más y más?<br />

La culpa en los niños antes del bautismo<br />

XXXII 37. Por tanto, hasta que no se realiza en el hijo nacido esta remisión de los<br />

pecados, la ley del pecado está en él de tal modo que se le imputa incluso como<br />

pecado. Es decir, que junto con ella está presente su culpa, y ésta lo mantiene<br />

deudor del suplicio eterno. Esto es lo que el padre transmite a la prole carnal, en<br />

cuanto que él mismo ha nacido carnalmente, no en cuanto ha renacido<br />

espiritualmente. Porque esto mismo por lo que ha nacido carnalmente, aunque no<br />

le impida alcanzar su fruto, permanece oculto, como en la semilla del olivo, aun<br />

después de borrada la culpa, si bien, por la remisión de los pecados, no daña en<br />

absoluto al aceite, es decir, a esta vida, ya que, según Cristo -él toma el nombre<br />

del aceite, o sea, del crisma-, el justo vive por la fe. Pero esto que en el padre<br />

regenerado está oculto, como en la semilla del olivo, sin ninguna culpa, porque<br />

ha sido redimido, se encuentra ciertamente con culpa en la prole que todavía no<br />

ha sido regenerada, como en el acebuche, hasta que también ella sea redimida<br />

con la misma gracia. Pues desde el momento en que Adán de tal olivo, en el que<br />

ni siquiera existía rastro de la semilla de que pudiera nacer la amargura del<br />

acebuche, se convirtió en acebuche por el pecado, quedó transformado todo el<br />

género humano en acebuche. ¡Tan grande fue la degeneración que su pecado<br />

provocó en la naturaleza! Así que -como nosotros constatamos todavía en estos<br />

mismos árboles-, si la gracia divina lo convierte seguidamente en olivo, entonces<br />

el vicio del primer nacimiento, que era el pecado original, transmitido y contraído<br />

por la concupiscencia carnal, es perdonado, cubierto, no imputado; del cual, sin<br />

embargo, nacerá el acebuche, a no ser que también él renazca como olivo por la<br />

misma gracia.<br />

El bautismo, su necesidad, importancia y efecto<br />

XXXIII 38. Feliz, por tanto, aquel olivo al que le han sido perdonadas las<br />

iniquidades y le han sido ocultados los pecados; feliz aquel a quien el Señor no le<br />

imputa el pecado 91 . Pero aquel pecado que ha sido perdonado, y ocultado, y no<br />

imputado hasta que se realice la transformación total en la inmortalidad eterna,<br />

tiene una cierta fuerza oculta, que cierne al amargo acebuche, a no ser que<br />

también allí se perdone, se oculte y no se impute por la labranza de Dios. Ahora<br />

bien, de ningún modo existirá algo vicioso, ni siquiera en la semilla carnal, desde<br />

el momento en que, purgado y sanado totalmente todo lo malo del hombre con<br />

esta regeneración que ahora se realiza por el baño sagrado, la misma carne, por<br />

la que el alma se hace carnal, se haga también ella espiritual; no tendrá la menor<br />

concupiscencia carnal que se oponga a la ley del espíritu y no emitirá ninguna<br />

semilla carnal. Así hemos de entender lo que dice el Apóstol: Cristo amó a su<br />

Iglesia y se entregó a sí mismo por ella a fin de santificarla, lavándola con el<br />

baño del agua y la palabra para que aparezca ante él Iglesia gloriosa, sin<br />

mancha, ni arruga, ni nada semejante 92 . Así, decía yo, se ha de entender esto:<br />

con este baño de regeneración y con la palabra de santificación quedan limpias y<br />

sanadas enteramente todas las cosas malas de los hombres regenerados; no sólo<br />

todos los pecados que ahora son perdonados en el bautismo, sino también los


que se contraerán en el futuro por ignorancia o debilidad humana.<br />

Con esto no se afirma que el bautismo deba reiterarse cada vez que se pegue,<br />

sino que por este bautismo, que se confiere una sola vez, los fieles alcanzan el<br />

perdón de cualquier género de pecado cometido antes o después de recibirlo.<br />

Pues ¿qué aprovecharía la penitencia antes del bautismo, si éste no la siguiera, o<br />

después, si el bautismo no la precediese? E incluso en la oración dominical,<br />

nuestro medio diario de purificación, ¿con qué fruto se diría perdona nuestras<br />

deudas 93 si no son los bautizados quienes lo dicen? Igualmente, por grande que<br />

sea la generosidad y beneficencia de las limosnas, ¿a quién aprovecharía para el<br />

perdón de sus pecados si no estuviera bautizado? Por último, la misma felicidad<br />

del reino de los cielos, donde la Iglesia no tendrá mancha, ni arruga, ni cosa<br />

semejante, donde no habrá nada que reprochar ni esconder, donde no existirá la<br />

culpa y ni siquiera la concupiscencia del pecado, ¿de quiénes será sino de los<br />

bautizados?<br />

La perfecta justicia del hombre<br />

XXXIV 39. Y en consecuencia, no sólo todos los pecados, sino absolutamente<br />

todos los males del hombre son borrados por la santidad del baño cristiano, con<br />

el cual Cristo purifica a su Iglesia, a fin de presentársela a sí mismo, no en este<br />

siglo, sino en el futuro, sin mancha, ni arruga, ni cosa semejante. Pero algunos<br />

afirman que ahora ya sucede esto así, y, sin embargo, ellos forman parte de la<br />

Iglesia. Con todo, puesto que ellos mismos confesarán, si dicen la verdad, que<br />

tienen pecados, la Iglesia tiene en ellos una mancha; y, si no dicen la verdad, la<br />

Iglesia tiene en ellos una arruga, ya que hablan con doblez de corazón. Si dicen<br />

que son ellos los que tienen estos pecados y no la Iglesia, entonces confiesen que<br />

no son miembros de ella ni pertenecen a su cuerpo, y así se condenan por su<br />

propia confesión.<br />

Confirmación del contenido de esta obra<br />

XXXV 40. Me he preocupado de distinguir con un largo discurso la concupiscencia<br />

de la carne de los bienes del matrimonio obligado por los nuevos herejes, los<br />

cuales, cuando ven que es condenada, lanzan calumnias como si se condenase el<br />

matrimonio. Evidentemente, de este modo -alabándola como un bien natural-<br />

confirman su pestífera doctrina, según la cual la descendencia que nace por ella<br />

no arrastra ningún pecado original. Pero de esta concupiscencia carnal, el<br />

bienaventurado Ambrosio, obispo de Milán -por su ministerio sacerdotal, yo recibí<br />

el baño de regeneración-, habló así, tan escuetamente, cuando aludió al<br />

nacimiento carnal de Cristo, comentando el profeta Isaías: "Por esto -dice-, en<br />

cuanto hombre, ha sido tentado por todas las cosas, y en la semejanza de los<br />

hombres las soportó todas; pero, en cuanto nacido del Espíritu, se abstuvo del<br />

pecado". En efecto, todo hombre es mentiroso 94 y no hay nadie sin pecado, sino<br />

sólo Dios. Por tanto, sigue en pie que ningún nacido del varón y de la mujer, es<br />

decir, de la unión carnal, se verá libre de pecado. Así, pues, quien sea libre de<br />

pecado, deberá serlo también de semejante concepción. ¿Acaso el santo<br />

Ambrosio condenó la bondad del matrimonio, o, más bien, no fue condenada, con<br />

la verdad de su sentencia, la pretensión de estos herejes, aunque todavía no<br />

habían aparecido?<br />

Por el testimonio de San Ambrosio<br />

He creído que debía recordarlo porque Pelagio alaba a Ambrosio de la siguiente<br />

forma: "El bienaventurado obispo Ambrosio, en cuyos libros brilla principalmente<br />

la fe romana, que despunta entre los escritores latinos como una hermosa flor, y<br />

cuya fe y purísimo sentido de las Escrituras ni siquiera un enemigo se ha atrevido<br />

a criticar". Así, pues, que se arrepienta por haber pensado contrariamente a<br />

Ambrosio; pero no se arrepienta por haber alabado de tal modo a Ambrosio.<br />

Envío de la obra al conde Valerio<br />

Ahí tienes el libro en que, por lo enojoso de su extensión y lo complejo de su<br />

tema, has de poner, al leerlo en los raros momentos en que te ha podido o te


podrá encontrar desocupado, el esfuerzo que yo he hecho al dictarlo. Lo he<br />

elaborado, en cuanto el Señor se ha dignado ayudarme, entre mis preocupaciones<br />

eclesiásticas. Ciertamente, no te lo habría presentado a ti, ocupado en tus<br />

obligaciones públicas, si no hubiera oído a un hombre de Dios, que te conoce<br />

bien, que lees con tanto gusto, que gastas algunas horas nocturnas en atenta<br />

lectura.<br />

EL MATRIMONIO Y LA CONCUPISCENCIA<br />

Traductores: Teodoro C. Madrid, OAR y Antonio Sánchez<br />

Carazo OAR<br />

LIBRO SEGUNDO<br />

PRIMERA RESPUESTA A JULIANO DE ECLANA<br />

Saludo y ocasión<br />

I. 1. Queridísimo y honorable hijo Valerio: No puedo expresar suficientemente con cuánta<br />

alegría espiritual me complazco de que te inflames con tanto celo contra los herejes por<br />

las divinas palabras en medio de las ocupaciones de tu profesión militar y del importante<br />

cargo que desempeñas tan dignamente, y aun de las actividades necesarias para el bien<br />

público. Después de leer las cartas de tu Excelencia, donde me agradeces el libro que te<br />

escribí, me apremias además a que me entere por mi hermano y coepíscopo Alipio de qué<br />

disputan los herejes sobre algunos pasajes del mismo libro; por eso me he animado a<br />

escribir éste. Además, no sólo lo he llegado a saber por la relación de mi recordado<br />

hermano, sino que también he leído los papeles que él me ha entregado y que tú mismo,<br />

después de su partida de Ravena, procuraste enviar a Roma. He podido descubrir en ellos<br />

las fanfarronadas de los adversarios; me he propuesto, Dios mediante, contestar con tanta<br />

verdad como pueda y con la autoridad de las divinas Escrituras.<br />

Presentación del escrito<br />

II. 2. El escrito al que ahora voy a responder lleva por título "Réplica breve tomada de<br />

algunas obras contra los enunciados de un libro escrito por Agustín". Estoy viendo aquí<br />

que el que ha enviado a tu Excelencia estos escritos, los ha querido recoger no sé de qué<br />

libros con el fin, según creo, de responder más rápidamente para no diferir tu<br />

cumplimiento. Pero, al pensar qué libros son éstos, he juzgado que son los que Juliano<br />

menciona en la carta que envió a Roma, cuyo ejemplar ha llegado hasta mí al mismo<br />

tiempo. Lo cierto es que afirma allí: "Dicen también que el matrimonio existente en la<br />

actualidad no fue instituido por Dios, como se lee en el libro de Agustín, a quien acabo de<br />

responder con cuatro libro". Creo que ha sido de estos libros de donde ha sacado la<br />

respuesta. Por eso, tal vez mejor hubiera sido dedicar la atención a replicar y refutar su<br />

misma obra entera, expuesta en cuatro volúmenes, en lugar de responder con urgencia,<br />

como tú también urgentemente has enviado los escritos, a los que debo responder.<br />

Parte primera<br />

Omisiones del escrito y objeciones en general<br />

Sobre el pecado original (Rm 5, 12...)<br />

3. Así, pues, él ha tomado del libro mío, que te envié y te es bien conocido, las siguientes<br />

palabras que ha intentado refutar: "Van gritando con rabia que yo condeno el matrimonio<br />

y la obra divina por la que Dios, de hombres y mujeres, crea otros hombres. Y esto porque<br />

he dicho que los que nacen de tal unión contraen el pecado original. Y además porque<br />

afirmo que los que nacen, cualesquiera que sean sus padres, están aún bajo el dominio del<br />

diablo si no renacen en Cristo".<br />

En estas palabras mías ha omitido el testimonio del Apóstol que interpolé, por cuyo gran<br />

peso él se daba cuenta de que era aplastado. Efectivamente, al haber dicho yo que los<br />

hombres nacidos contraen el pecado original, introduje en seguida esto que dice el<br />

Apóstol: Lo mismo que por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado


la muerte, y así se propagó a todos los hombres por aquel en quien todos pecaron 1 .<br />

Omitido por él este testimonio, como he dicho, ha urdido lo demás que acabo de<br />

mencionar. Porque sabe de qué modo el sentir de los fieles católicos suele entender estas<br />

palabras apostólicas que él ha omitido. Palabras tan directas y tan luminosas que los<br />

nuevos herejes procuran oscurecer y desfigurar.<br />

El bautismo de los niños<br />

4. Además, ha añadido otras palabras mías donde yo dije: "Y no se dan cuenta de que al<br />

bien del matrimonio no se le puede culpar por el mal original contraído de él, como el mal<br />

de los adulterios y de las fornicaciones no puede ser excusado por el bien natural que nace<br />

de allí; como el pecado, que los niños contraen de esta unión o de la otra, es obra del<br />

diablo así el hombre, nazca de aquí o de allí, es obra de Dios". También ha omitido en esta<br />

cita aquello en lo que ha tenido miedo de los oídos católicos. Porque antes yo había dicho<br />

hasta estas palabras: "Porque afirmo esto, que contiene la regla antiquísima y firmísima<br />

de la fe católica, estos defensores de una doctrina nueva y perversa -los cuales dicen que<br />

en los párvulos no hay pecado alguno que deba ser lavado por el baño de la<br />

regeneración-, me calumnian desleal e ignorantemente como si yo condenase el<br />

matrimonio y como si defendiese que la obra de Dios, esto es el hombre que nace de él,<br />

es la obra del diablo". Omitidas estas palabras mías, siguen las otras como las he<br />

transcrito arriba. Por lo tanto, en estas que ha omitido ha temido esto: que es unánime en<br />

todos el sentir de la Iglesia católica, y que se remonta a la fe transmitida desde los<br />

tiempos antiguos y sólidamente establecida con voz de algún modo clara, y que se<br />

revuelve muy enérgicamente contra ellos aquello que he afirmado: "ellos dicen que en los<br />

párvulos no hay pecado alguno que deba ser lavado por el baño del bautismo". Porque<br />

todos corren a la Iglesia con los párvulos, no por otro motivo sino para que el pecado<br />

original, contraído por la generación del primer nacimiento, sea purificado por la<br />

regeneración del segundo nacimiento.<br />

La salvación, por la gracia de Cristo<br />

5. Después vuelve a las palabras mías anteriores, que no entiendo por qué las repite:<br />

"Ahora bien, he dicho que los que nacen de tal unión contraen el pecado original; y<br />

además afirmo que los que nacen, cualesquiera que sean sus padres, están aún bajo el<br />

dominio del diablo si no renacen en Cristo". Estas palabras mías él ya las había citado<br />

también poco antes. A continuación añade lo que he dicho sobre Cristo: "El cual no quiso<br />

nacer de la unión de los dos sexos". Pero también ha omitido aquí lo que he escrito: "Para<br />

que, sacados por su gracia del dominio de las tinieblas, sean trasladados al reino de aquel<br />

que no quiso nacer de la misma unión de los dos sexos". ¡Fíjate, por favor, qué palabras<br />

mías ha evitado, como enemigo declarado de la gracia de Dios, que nos viene por<br />

Jesucristo, Señor nuestro! Porque él sabe, sin duda, que es el colmo de la maldad y de la<br />

impiedad separar a los párvulos de aquella sentencia del Apóstol donde dice a propósito<br />

de Dios Padre: Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino<br />

de su Hijo querido 2 . Por esto, sin duda, ha preferido omitir estas palabras a citarlas.<br />

La ley del pecado, destruida por la gracia de Cristo<br />

6. Luego sigue con aquel pasaje donde dije: "Porque esta vergonzosa concupiscencia, tan<br />

desvergonzadamente alabada por los desvergonzados, no existiría jamás si el hombre no<br />

hubiese pecado antes, pero el matrimonio existiría aunque nadie hubiese pecado.<br />

Ciertamente, se haría sin esta enfermedad la generación de los hijos". Hasta aquí él ha<br />

citado mis palabras, porque ha tenido miedo de lo que he añadido: "En aquel cuerpo de<br />

vida, sin la cual (enfermedad) no puede realizarse ahora (la generación) en este cuerpo de<br />

muerte". Y aquí, por no terminar la frase mía, sino por mutilarla de algún modo, ha<br />

sentido horror a aquel testimonio del Apóstol donde dice: ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me<br />

librará de este cuerpo mío presa de muerte? La gracia de Dios por Jesucristo, Señor<br />

nuestro 3 . Es cierto que en el paraíso no existía este cuerpo presa de muerte antes del<br />

pecado, y por eso he dicho que en aquel cuerpo vivo habría podido realizarse la<br />

generación de los niños sin esta enfermedad, sin la cual no puede realizarse ahora en este<br />

cuerpo presa de muerte. Para llegar el Apóstol a semejante mención de la miseria humana<br />

y de la gracia divina había dicho antes: Percibo en mi cuerpo un principio diferente que<br />

guerrea contra la ley que aprueba mi razón, y me hace prisionero de la Ley del pecado que<br />

está en mi cuerpo. Pero después de estas palabras exclamó: ¡Desgraciado de mí! ¿Quién<br />

me librará de este cuerpo mío presa de muerte? La gracia de Dios por Jesucristo, Señor


nuestro. Por consiguiente, en este cuerpo presa de muerte, como existió en el paraíso<br />

antes del pecado, de seguro que no había un principio diferente en nuestro cuerpo que<br />

guerreaba contra la ley que aprueba nuestra razón. Porque, tanto cuando no queremos<br />

como cuando no consentimos ni le entregamos nuestro cuerpo para que sacie lo que<br />

desea, habita, no obstante, en él; y turba la razón, que resiste y lucha de tal modo que la<br />

misma lucha aunque no sea condenable, porque no comete la iniquidad, sin embargo, es<br />

digna de compasión, porque no trae consigo la paz. Pues bien, he advertido<br />

suficientemente que este pobre ha querido citar mis palabras como para refutarlas de tal<br />

manera que en algunas partes deja las frases a medias y en otras las mutila al final. Ya he<br />

manifestado bastante por qué lo ha hecho.<br />

Objeciones calumniosas<br />

III. 7. Veamos ahora su respuesta a palabras mías, que ha citado como le ha parecido.<br />

Siguen ya las palabras suyas. Y como este pobre insinuó al que te ha enviado los papeles,<br />

ha transcrito antes algo del prefacio, sin duda de los libros aquellos de donde ha sacado el<br />

extracto. La cuestión, pues, está así: "Doctores -dice- de nuestro tiempo, hermano<br />

dichosísimo, y autores de una nefasta división que todavía está hirviendo, han<br />

determinado llegar, por la ruina de toda la Iglesia, hasta las afrentas y la perdición de los<br />

hombres que se abrasan en deseos santos. No comprendo cuánto honor les procuran a<br />

éstos, cuya gloria han manifestado al no haber podido ser arrancada más que con la<br />

religión católica. Porque se le llama celestiano o pelagiano a quien afirme o que en los<br />

hombres existe el libre albedrío o que Dios es el creador de los que nacen. De este modo,<br />

para no ser tildados de herejes, se hacen maniqueos, y, mientras temen una falsa infamia,<br />

se precipitan en un crimen verdadero a manera de las fieras, que son cercadas de plumas<br />

para encerrarlas en las redes, y allí, por faltarles la inteligencia, son empujadas por un<br />

terror aparente hacia un verdadero desastre".<br />

Respuesta de san Agustín: la libertad verdadera es obra de la gracia<br />

8. No es así, quien quiera que seas tú que has dicho semejantes frases; no es ésta la<br />

verdad. ¡Mucho te engañas y tramas engañar! Yo no niego el libre albedrío. Pero dice la<br />

Verdad: Si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres 4 . ¡Sois vosotros los que priváis<br />

de este Libertador a los cautivos a quienes ofrecéis una falsa libertad! En efecto, de quien<br />

uno es vencido, de ése queda hecho esclavo 5 , como dice la Escritura. Y nadie es librado<br />

de una esclavitud de la cual no está libre ningún hombre si no es por la gracia del<br />

Libertador. Como quiera que por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el<br />

pecado la muerte, y así se propagó a todos los hombres, por quien todos pecaron 6 . Dios,<br />

sí, es el creador de todos los nacidos, pero de esta forma: todos, por culpa de uno, irán a<br />

la condenación, si no tienen al libertador que les hace renacer. Ciertamente, él se llamó<br />

alfarero haciendo del mismo barro un vaso para honor según la misericordia, otro para<br />

vileza según la justicia, a quien canta la Iglesia misericordia y justicia 7 . No es verdad, por<br />

lo tanto, como tú dices, engañándote a ti y a otros, que "se le llama celestiano o pelagiano<br />

al que afirmare o que en los hombres existe el libre albedrío, o que Dios es el creador de<br />

los que nacen". Esto, ciertamente, lo afirma la fe católica. Pero, si alguno dice que el libre<br />

albedrío existe en los hombres para dar debidamente culto a Dios sin su ayuda y que todo<br />

el que dice que Dios es el creador de los nacidos, pero negando al Redentor de los<br />

párvulos el dominio del diablo, él mismo se llama pelagiano y celestiano. Por consiguiente,<br />

os digo a los dos que en los hombres existe el libre albedrío y que Dios es el creador de<br />

los niños. Vosotros no sois celestianos o pelagianos por este motivo. En cambio, que uno<br />

es libre para obrar el bien sin la ayuda de Dios y que los párvulos no son sacados del<br />

dominio de las tinieblas y trasladados así al reino de Dios 8 , esto sí es lo que decís<br />

vosotros. Y por este motivo sois celestianos y pelagianos. ¿Por qué empuñas tú falazmente<br />

el escudo del dogma común para cubrir el propio crimen de donde os viene el nombre?<br />

Además, dices para espantar por terror a los mal informados con un pretexto impío: "De<br />

este modo, para no ser tildados de herejes, se hacen maniqueos".<br />

La fe católica, contraria al maniqueísmo<br />

9. Escucha brevemente de qué se trata en esta cuestión. Los católicos afirman que Dios,<br />

bueno y creador, creó buena a la naturaleza humana; pero que, viciada por el pecado,<br />

tiene necesidad de Cristo, médico. Los maniqueos dicen que la naturaleza humana no ha<br />

sido creada por Dios bueno ni viciada por el pecado, sino que el hombre ha sido creado<br />

por el príncipe de las tinieblas eternas de la mezcolanza de dos naturalezas: una buena y


otra mala. Los pelagianos y celestianos sostienen que la naturaleza humana fue creada<br />

buena por un Dios bueno, pero que es de tal modo sana en los niños que nacen, que en<br />

aquella edad no necesitan la medicina de Cristo.<br />

Reconoce, pues, tu nombre en tu propia doctrina. ¡Déjate de echar en cara a los católicos<br />

que te refutan la doctrina y el nombre ajeno! Porque la verdad desmiente a los dos: a los<br />

maniqueos y a vosotros. En efecto, dice a los maniqueos: ¿No babéis leído que el Creador<br />

en el principio los creó hombre y mujer, y dijo: "Por eso abandonará el hombre a su padre<br />

y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne?" De modo que ya no<br />

son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre 9 . De<br />

este modo ha demostrado que Dios es el creador de los hombres y el unidor de los<br />

cónyuges, contra los maniqueos, que niegan ambas cosas. Y a vosotros también os dice:<br />

El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido 10 . Con todo,<br />

vosotros, cristianos egregios, responded a Cristo: "Si has venido a buscar y a salvar lo que<br />

estaba perdido, ¡no has venido para los niños! -éstos no estaban perdidos, y han nacido<br />

sanos y salvos-. ¡Vete a los mayores! Te lo ordenamos con tus propias palabras: No tienen<br />

necesidad de médico los sanos, sino los enfermos" 11 .<br />

Así sucede que Manés, al afirmar que el hombre está mezclado con una naturaleza mala,<br />

quiere por ello, al menos, que el alma buena sea salvada por Cristo. En cambio, tú porfías<br />

en que Cristo nada tiene que salvar en los párvulos, puesto que gozan de buena salud. Por<br />

esto, Manés rebaja con maledicencia a la naturaleza humana. Pero tú la ensalzas con<br />

crueldad porque todos cuantos te crean a ti, halagador, no ofrecerán sus niños pequeños<br />

al Salvador. Dándote cuenta de tales maldades, ¿de qué te sirve no temer a lo que te<br />

sucede? Mejor te sería tener temor saludable. Te harías un hombre en lugar de una fiera<br />

que, asediada por plumas, va a caer en la red. Pero sería necesario que te mantuvieses en<br />

la verdad y no tuvieras miedo de profundizar en ella.<br />

Desgraciadamente, estás tan ajeno a los temores, que, si los tuvieras, podrías evitar el<br />

precipitarte en las malignas redes. Por esto, la Madre católica te atemoriza, porque<br />

también teme por ti y por otros a causa tuya. Y si actúa, por medio de sus hijos, con<br />

alguna autoridad para que temas, no lo hace por crueldad, sino por caridad. En cambio,<br />

tú, hombre muy valiente, crees que es cobardía temer a los hombres. Teme entonces a<br />

Dios, y no quieras intentar destruir con tanta obstinación los fundamentos antiguos de la<br />

fe católica. Aunque ¡ojalá que este valor tuyo, tan orgulloso en esta cuestión, temiese a<br />

los hombres! ¡Ojalá, repito, te causara pavor, al menos, la cobardía antes de que te<br />

hiciera perecer la audacia!<br />

Parte segunda<br />

Refutación<br />

A) Concupiscencia, matrimonio y pecado en Adán y Noé<br />

Reflexión sobre el orden que va a seguir<br />

IV. 10. Voy a examinar también lo que él añade. Y no sé qué hacer si recorrer los puntos<br />

suyos, para responder uno por uno, o bien, omitidos los que coinciden con la fe católica,<br />

tratar y refutar solamente aquellos en los cuales se aparta del camino de la verdad y se<br />

esfuerza en sembrar la herejía pelagiana entre los planteles católicos como brotes<br />

venenosos. Esto es lo más breve, sin duda. Pero creo que hay que procurar que ninguno<br />

piense, al leer este libro mío sin conocer todas las palabras dichas por él, que no he<br />

querido mencionar los principios de los cuales dependen estas razones suyas y de dónde<br />

pueda deducirse, como una consecuencia lógica, que son verdaderas aquellas razones que<br />

yo refuto como falsas. Por lo tanto, que el lector no se sienta molesto al tener que prestar<br />

atención y examinar detenidamente ambas cosas incluidas en este opúsculo mío, a saber,<br />

lo que él ha dicho y lo que yo mismo respondo.<br />

Una acusación falsa: el título<br />

11. El que envió el escrito a tu caridad ha titulado los textos que siguen de este modo:<br />

"Contra aquellos que condenan el matrimonio y atribuyen su fruto al diablo". Por lo tanto<br />

esto no va contra nosotros, porque nosotros ni condenamos el matrimonio, al que<br />

alabamos con el mérito debido en su rango, ni atribuimos su fruto al diablo. Ciertamente


que el fruto del matrimonio son los hombres engendrados de él ordenadamente y no los<br />

pecados con que los hombres nacen. Y no por eso los hombres están bajo el dominio del<br />

diablo, no por ser hombres, fruto del matrimonio, sino por ser pecadores, descendencia de<br />

los vicios. En efecto, el diablo es el autor de la culpa, no de la naturaleza.<br />

Adán llama a Eva madre de los vivientes<br />

12. Presta atención a lo que sigue, donde él cree que está de acuerdo con el título<br />

mencionado en contra nuestra. Afirma: "Dios, que había formado a Adán del limo de la<br />

tierra, construyó a Eva de una costilla 12 ; y dijo: Se llamará Vida, porque es la madre de<br />

todos los vivientes. Ciertamente que esto no está escrito así; pero ¿qué importa?<br />

Efectivamente, suele ocurrir que la memoria falla en las palabras, en tanto que se retiene<br />

el sentido. No fue Dios quien impuso el nombre de Eva para llamarla Vida, sino su marido.<br />

Así, en efecto, se lee: Y Adán llamó a su mujer Vida, porque ella misma es la madre de<br />

todos los vivientes 13 . Tal vez haya entendido esto creyendo que Dios impuso a Eva aquel<br />

nombre por medio de Adán como en profecía. Porque en esto de llamarla Vida y madre de<br />

los vivientes se encierra un gran misterio de la Iglesia, del cual sería largo tratar ahora, y<br />

tampoco es necesario para el trabajo emprendido. También aquello que afirmó el Apóstol:<br />

Es éste un gran misterio, y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia 14 , lo dijo el mismo Adán:<br />

Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los<br />

dos una sola carne 15 .<br />

Sin embargo, el Señor Jesús recuerda en el Evangelio que esto lo dijo Dios; porque fue<br />

Dios ciertamente quien dijo, por medio del hombre, lo que el hombre predijo profetizando.<br />

Considera también lo que sigue. Afirma: "Con aquel primer nombre, Dios manifestó para<br />

qué obra quedaba preparada; así dijo: Creced, multiplicaos y llenad la tierra. Porque ¿<br />

quién de los nuestros niega que la mujer fue preparada para la maternidad por el Señor<br />

Dios, creador bueno de todos los bienes?<br />

Fíjate en esto que añade. Dice: "Por consiguiente, Dios, creador del hombre y de la mujer,<br />

formó los miembros convenientes para la generación, y ordenó que los cuerpos fueran<br />

engendrados de los cuerpos. Sin embargo, en su eficacia interviene el poder de su acción,<br />

porque él gobierna todo lo que existe con esta virtud con que lo creó".<br />

Esto también es católico, lo mismo que lo que sigue, cuando añade: "Por tanto, si la<br />

generación es sólo por medio del sexo, el sexo sólo por medio del cuerpo y el cuerpo sólo<br />

por Dios, ¿quién puede dudar de que la fecundidad hay que atribuirla, con todo derecho, a<br />

Dios?"<br />

Malicia encubierta de Juliano<br />

13. A continuación, estas afirmaciones, que son verdaderas y católicas; más aún, que<br />

están escritas con toda verdad en los libros divinos, no las ha dicho en sentido católico.<br />

Como su intención no es la de un corazón católico, comienza, en este momento en que<br />

habla, a introducir la herejía pelagiana y celestiana. Repara, por ejemplo, en lo que sigue:<br />

"-Tú, ¿qué es lo que dices? -Afirmo que los que nacen, cualesquiera que sean sus padres,<br />

están aún bajo el dominio del diablo si no renacen en Cristo. -¡Demuestra, pues, ahora<br />

qué es lo que el diablo reconoce como suyo en los sexos para poseer su fruto con todo<br />

derecho, como dices! ¿La diversidad de l os sexos? ¡Pero si ésta se halla en los cuerpos<br />

que Dios creó! ¿La mutua unión? ¡Pero si goza del privilegio de la bendición, no menor que<br />

el de su institución! Esta es la palabra de Dios: Abandonará el hombre a su padre y a su<br />

madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne 16 ; y también es palabra de<br />

Dios: Creced, multiplicaos y llenad la tierra 17 . ¿O tal vez la misma fecundidad? ¡Pero si<br />

precisamente es la causa de la institución del matrimonio!"<br />

Omisión culpable<br />

V. 14. Ya ves cómo me pregunta qué es lo que el diablo reconoce como suyo en los sexos<br />

para que los recién nacidos, cuaslesquiera que sean sus padres, estén bajo su dominio si<br />

no renacen en Cristo: si es la diversidad de los sexos la que pertenece al diablo, o su<br />

unión, o la misma fecundidad. Esta es mi respuesta: ¡Nada de eso! Porque pertenece a los<br />

genitales tanto la diversidad de los sexos como su mutua unión para la generación de los<br />

hijos, como la misma fecundidad para la bendición del matrimonio. Y todo esto viene de


Dios. Pero no ha querido ni nombrar la concupiscencia de la carne, que no viene del Padre<br />

18 , sino del mundo, del cual es llamado príncipe el diablo, que no la encontró en el Señor,<br />

porque el Señor, en cuanto hombre, no vino por ella a los hombres.<br />

A este respecto, él mismo dice también: He aquí que se acerca el príncipe de este mundo;<br />

y en mí no encuentra nada 19 ; evidentemente, nada de pecado, ni del que es contraído por<br />

el que nace ni del que es adquirido durante la vida. Entre todos los bienes naturales<br />

mencionados, no ha querido ni nombrar esta concupiscencia, de la cual se avergüenza<br />

hasta el matrimonio, que se gloría de todos estos bienes. En realidad, ¿por qué el acto<br />

conyugal es sustraído y ocultado, aun a los ojos de los hijos, sino porque no pueden asistir<br />

a la unión mutua, tan laudable, sin avergonzarse de la concupiscencia? De ésta se<br />

avergonzaron hasta los primeros cónyuges. Cubrieron sus miembros 20 que antes no eran<br />

vergonzosos, como obras de Dios dignas de alabanza y de gloria. Los cubrieron cuando se<br />

avergonzaron y se avergonzaron cuando después de su desobediencia sintieron sus<br />

miembros desobedientes. ¡De ésta ha tenido pudor también este panegirista! Porque ha<br />

recordado la diversidad de los sexos, ha recordado la mutua unión, ha recordado la<br />

fecundidad, pero de aquélla ha tenido reparo hasta de recordarla. ¡Y no es maravilla que<br />

avergüence a los panegiristas lo que vemos que avergüenza a los mismos progenitores!<br />

Testimonio de San Ambrosio sobre el pecado original<br />

15. Continúa aún y dice: "¿Por qué están bajo el dominio del diablo aquellos que Dios<br />

creó?" Y se responde a sí mismo, que coincide con mi respuesta: "Por causa del pecado,<br />

no por la naturaleza". Después, contrastando su respuesta con la mía, añade: "Como la<br />

generación no puede existir sin los sexos, tampoco el pecado sin la voluntad". ¡Asimismo,<br />

así es! Efectivamente, lo mismo que por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y<br />

por el pecado la muerte, y así se propagó a todos los hombres por aquel en quien todos<br />

pecaron 21 . Todos pecaron en él por la mala voluntad de aquel único hombre, cuando<br />

todos eran aquel hombre único, del cual por eso cada uno ha contraído el pecado original.<br />

Asegura: "Dices que por esto aquéllos están bajo el dominio del diablo, porque han nacido<br />

de la unión de los dos sexos". Yo afirmo claramente que están bajo el dominio del diablo<br />

por causa del pecado mismo, y no se ven libres del pecado porque han nacido de aquella<br />

unión que no puede realizarse, ni siquiera en lo que es honesto, sin el pudor de la<br />

concupiscencia.<br />

Esto mismo afirmó Ambrosio, de feliz memoria, obispo de la Iglesia de Milán, cuando<br />

exponía que el nacimiento de Cristo según la carne estaba libre del pecado, porque su<br />

concepción está libre de la unión de los dos sexos. Pero que ningún hombre concebido de<br />

aquella unión está sin pecado. Estas son sus palabras: "Por esto también fue probado en<br />

todo en cuanto hombre, y lo soportó todo como los hombres. Mas, porque nació del<br />

Espíritu, careció del pecado 22 . En efecto, todo hombre es mentiroso 23 , y nadie está sin<br />

pecado, sino Dios sólo. Queda a salvo que ninguno nacido de un hombre y una mujer,<br />

mediante la unión mutua de sus cuerpos, está libre de pecado. Ahora bien, el que esté<br />

libre de pecado, lo está también de este modo de concepción".<br />

¿Es que además os vais a atrever, pelagianos y celestianos, a llamarle maniqueo? Porque<br />

eso decía el hereje Joviniano. Y, contra tamaña impiedad, aquel santo varón defendía la<br />

virginidad permanente de Santa María aun después del parto. Si, pues, no os atrevéis a<br />

llamarle maniqueo, ¿por qué razón me llamáis maniqueo a mí, que defiendo la fe católica,<br />

por la misma causa y con la misma doctrina? O más bien, si os jactáis de que aquel<br />

fidelísimo varón entendió esto según los maniqueos, ¡jactaos, jactaos hasta que llenéis<br />

más cumplidamente la medida de Joviniano! Yo por mi parte soporto con paciencia al lado<br />

de aquel hombre de Dios, vuestras maldiciones y burlas. Y, no obstante, vuestro<br />

heresiarca Pelagio alaba la fe de Ambrosio y su conocimiento tan puro de las Escrituras<br />

hasta llegar a decir que ni siquiera un enemigo se ha atrevido a reprenderle. Reflexionad<br />

vosotros hasta dónde habéis llegado y, por fin, apartaos de una vez de los atrevimientos<br />

de Joviniano. Él, a pesar de que, alabando demasiado al matrimonio, lo ha igualado con la<br />

santa virginidad, sin embargo, no ha negado que Cristo, salvador y redentor del dominio<br />

del diablo, sea necesario también a los párvulos, fruto del matrimonio. Pero vosotros sí lo<br />

negáis. Y porque me opongo a vosotros por la salvación de los que aún no tienen voz y en<br />

defensa de los fundamentos de la fe católica, ¡me acusáis de que soy maniqueo! Pero<br />

veamos ya lo que sigue.


El pecado, causa de la esclavitud<br />

VI. 16. Plantea un nuevo interrogante: "¿Y quién dices que es el autor de los niños? ¿El<br />

Dios verdadero?" Respondo: El Dios verdadero. Luego añade: "¡Pero él no es autor del<br />

mal!"; y pregunta otra vez si el diablo es el autor de los niños, para responder de nuevo<br />

"que él no ha creado la naturaleza del hombre". Y a continuación parece que concluye y<br />

expone: "Si la unión sexual es mala, también es deforme la condición de los cuerpos, y,<br />

por lo tanto, tú atribuyes los cuerpos a un autor malo". Respuesta: Yo no atribuyo los<br />

cuerpos a un autor malo, sino los pecados, por cuya causa sucedió que, cuando todo<br />

parecía bueno en los cuerpos, como obra de Dios, les sorprendió al varón y a la mujer lo<br />

que les avergonzaría, de suerte que su unión sexual no fuese tal como pudo ser en aquel<br />

cuerpo de vida, sino cual lo vemos, al avergonzarse, en este cuerpo de muerte.<br />

Insiste aún: "Dios ha dividido en el sexo lo que uniría en su función. Así la mutua unión de<br />

los cuerpos procede del mismo autor de quien procede el origen de los cuerpos". Ya he<br />

respondido antes que esto procede de Dios, pero no el pecado ni la desobediencia de los<br />

mismos a causa de la concupiscencia de la carne, que no procede del Padre. Afirma<br />

además: "Así, pues, es imposible que sean malos los frutos de tantas cosas buenas, como<br />

los cuerpos, los sexos, las uniones; ni que Dios haga a los hombres, como dices tú, para<br />

que el diablo sea su dueño con legítimo derecho". Ya he contestado que los hombres no<br />

son esclavizados por ser hombres y proceder de la naturaleza, cuyo autor no es el diablo,<br />

sino porque son pecadores, y esto procede de la culpa, cuyo autor sí que es el diablo.<br />

El hombre es la obra de Dios, no su concupiscencia<br />

VII. 17. Entre tantas cosas buenas, como los cuerpos, los sexos y sus relaciones, éste no<br />

nombra siquiera la libido o concupiscencia de la carne. Calla porque se avergüenza de<br />

alabar, con inaudita desvergüenza del pudor, lo que se avergüenza aun de nombrar.<br />

Fíjate, finalmente, de qué modo ha preferido darla a entender con su circunloquio antes<br />

que nombrarla. Afirma: "Después que el marido conoció a su mujer por el deseo<br />

natural..." Fíjate que tampoco ha querido decir que conoció a su mujer por la<br />

concupiscencia de la carne, sino, según él, "por el deseo natural". En lo cual se puede<br />

entender aún la misma voluntad justa y honesta, por la que ha querido procrear los hijos,<br />

y no aquella concupiscencia de la que este pobre se avergüenza, hasta preferir hablar de<br />

forma ambigua antes que decir con claridad lo que piensa. ¿Qué entiende "por el deseo<br />

natural?" ¿Acaso tanto el querer estar sano como el querer tener hijos, alimentarlos y<br />

educarlos no es un deseo natural, y, por lo mismo, de la razón y no de la concupiscencia?<br />

Pero como conozco sus intenciones, creo por eso que con estas palabras ha querido dar a<br />

entender solamente la concupiscencia de los miembros genitales. ¿O es que no te parece<br />

también a ti que estas palabras son las hojas de higuera con las cuales no oculta otra cosa<br />

que aquello que le avergüenza? Sin duda que está cubriendo con este rodeo lo mismo que<br />

aquéllos se cubrieron con ceñidores. Que siga cubriéndose y diga: "Después de que el<br />

marido se llegó a su mujer por el deseo natural, dice la Escritura divina: Eva concibió, dio<br />

a luz un hijo, y lo llamó Caín 24 . Pero, afirma, oigamos lo que dice Adán: He adquirido un<br />

hombre con la ayuda de Dios 25 . De donde consta que es obra de Dios el hijo que la<br />

Escritura divina asegura que ha sido adquirido con la ayuda de Dios". Y ¿quién lo duda? ¿<br />

Quién lo va a negar, sobre todo si es cristiano católico? El hombre es obra de Dios. Pero la<br />

concupiscencia de la carne, sin la cual, de no haber precedido el pecado, el hombre sería<br />

engendrado por los miembros genitales, obedientes a la voluntad serena, como los demás<br />

miembros, no procede del Padre, sino que procede del mundo 26 .<br />

Dominio despótico de la concupiscencia<br />

18. Ahora bien, te ruego que te fijes con mayor atención en el nombre que ha inventado<br />

para ocultar de nuevo lo que se avergüenza de manifestar. Porque dice: "Adán le había<br />

engendrado por la potencia de sus miembros, no por la diversidad de sus méritos"? ¿Qué<br />

ha querido decir por "la diversidad de sus méritos?" Confieso que no lo entiendo. Creo que<br />

por "la potencia de sus miembros" ha querido decir aquello que se avergüenza en<br />

manifestar con evidencia. Porque ha preferido decir "potencia de los miembros" antes que<br />

concupiscencia de la carne. Así, aunque él no lo ha pensado, ha dado a entender algo que<br />

parece referirse claramente al fondo de la cuestión. Cierto, ¿qué más potente que los<br />

miembros del hombre cuando no sirven a la voluntad del hombre? Y aun cuando la<br />

templanza o continencia frene un poco su uso, sin embargo, su excitación escapa al


control del hombre.<br />

Adán, pues, engendró los hijos, como dice este pobre, por esta potencia de sus miembros,<br />

de la cual se avergonzó después del pecado, antes de que los engendrase. Si no hubiese<br />

pecado, no los habría engendrado por la potencia de sus miembros, sino por la obediencia<br />

de los mismos. Ciertamente que él mismo sería potente para mandarles con la voluntad a<br />

estar sumisos si él mismo hubiese servido con la misma voluntad sumiso al que es más<br />

potente aún.<br />

Interpretación maliciosa de la Biblia<br />

VIII. 19. Un poco después insiste: "Dice la Escritura divina: Adán se llegó a Eva, su<br />

mujer; concibió y dio a luz un hijo. Y lo llamó Set, pues dijo: El Señor me ha dado un<br />

descendiente a cambio de Abel, asesinado por Caín" 27 , y añade: "Como prueba de la<br />

institución del coito, se dice que la divinidad excitó el mismo semen". Este pobre hombre<br />

no ha entendido lo que está escrito, porque ha pensado que la frase: El Señor me ha dado<br />

un descendiente a cambio de Abel, fue dicha para que creyésemos que Dios excitó la<br />

concupiscencia del coito, por cuya excitación sería suscitado el semen para poder<br />

eyacularlo en el seno de la mujer. Ignora que no dijo: "Excitó en mí el semen", sino: Me<br />

ha dado un hijo. Finalmente, Adán no dijo esto después de su coito, cuando él eyaculó el<br />

semen, sino después del parto de su mujer, cuando recibió el hijo como un don de Dios.<br />

Efectivamente, ¿qué otra manifestación de alegría puede ser ésta, de no ser, tal vez, la de<br />

los lujuriosos y la de los que usan sus miembros con la morbosidad de la concupiscencia,<br />

lo cual prohíbe el Apóstol 28 cuando el semen es eyaculado con el máximo placer del coito<br />

sin que se siga la concepción o el parto, que es el verdadero fruto del matrimonio?<br />

Contagio del pecado en la generación humana<br />

20. Ni he querido decir por esto que haya que pensar, fuera del Dios sumo y verdadero,<br />

en otro creador o del semen humano o del mismo hombre a partir de él; sino que este<br />

semen habría salido del hombre a voluntad con la obediencia serena de los miembros si no<br />

hubiera precedido el pecado. Y no se trata ahora de la naturaleza del hombre, sino de su<br />

vicio. En efecto, la naturaleza tiene a Dios por autor, mientras que por este vicio es<br />

contraído el pecado original. Porque si el mismo semen no tiene vicio alguno, ¿para qué<br />

está escrito en el libro de la Sabiduría: No ignorando que era el suyo un origen perverso, y<br />

que era ingénita su maldad, y que jamás se mudaría su pensamiento. Porque era semilla<br />

maldita desde su origen? 29 Sin duda que lo dice de los hombres, no importa de quiénes lo<br />

diga. ¿Cómo es ingénita la malicia de cualquier hombre y la semilla maldita desde su<br />

origen si no se refiere a aquello que por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y<br />

por el pecado la muerte, y así se propagó a todos los hombres por quien todos pecaron? 30<br />

¿Qué pensamiento malo del hombre es imposible cambiar jamás? Por sí solo le es<br />

imposible, pero sí lo puede con la ayuda de la gracia divina. ¿Qué otra cosa son los<br />

hombres sin su ayuda sino lo que dice el apóstol Pedro: Como animales irracionales,<br />

naturalmente nacidos para la esclavitud y la muerte? 31 De donde el apóstol Pablo,<br />

recordando ambas cosas en un mismo lugar: la ira de Dios, con la cual nacemos, y la<br />

gracia, por la que somos librados, dice: Antes procedíamos nosotros también así;<br />

siguiendo las tendencias sensuales, obedeciendo los impulsos del instinto y de la<br />

imaginación; y naturalmente éramos hijos de ira como los demás. Pero Dios, rico en<br />

misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los<br />

pecados, nos ha hecho vivir con Cristo, por cuya gracia estáis salvados 32 . ¿Qué quiere<br />

decir la malicia natural (congénita) del hombre y la semilla maldita desde su origen, y<br />

naturalmente nacidos para la esclavitud y la muerte, y naturalmente hijos de ira? ¿Es que<br />

esta naturaleza fue creada así en Adán? De ninguna manera, sino que, por haber sido<br />

viciados en él, se propagó y propaga ya naturalmente a todos, de manera que no le libra<br />

de esta ruina sino la gracia de Dios por Jesucristo, Señor nuestro.<br />

La corrupción del pecado, la bondad de la naturaleza y los bienes de dios<br />

IX. 21. ¿Qué significa aquello que nuestro acusador añadió y dijo de Noé y de sus hijos:<br />

Creced, multiplicaos, llenad la tierra y dominadla? 33 A estas palabras añade las suyas,<br />

diciendo: "Luego este placer que tú quieres ver como diabólico se encontraba ya en los<br />

cónyuges mencionados, el cual, por ser bueno en su institución, permanece también ahora<br />

por la bendición. Porque no cabe duda de que se lo dijo a Noé y a sus hijos acerca de esta<br />

unión sexual de sus cuerpos, cuyo uso estaba ya arraigado: Creced, multiplicaos y llenad


la tierra".<br />

No hay necesidad de repetir lo mismo con largas discusiones. Aquí se trata del vicio que<br />

corrompió a la naturaleza buena, y cuyo autor es el diablo; no de la bondad de la misma<br />

naturaleza, cuyo autor es Dios, que no ha retirado su bondad ni aun de la misma<br />

naturaleza viciada y corrompida, quitando a los hombres la fecundidad, la vitalidad, la<br />

salud y la misma sustancia del alma y del cuerpo, los sentidos y la razón, los alimentos, la<br />

nutrición, el crecimiento, el cual hasta hace salir el sol sobre buenos y malos y manda la<br />

lluvia a justos e injustos 34 ; y todo lo bueno que tiene la naturaleza humana procede del<br />

Dios bueno, incluso en aquellos hombres que no serán librados del mal.<br />

Únicamente la concupiscencia es vergonzosa<br />

22. Sin embargo, éste ha hablado aquí solamente del placer y no ha nombrado la<br />

concupiscencia de la carne o libido, que es vergonzosa, porque puede haber también un<br />

placer honesto. A continuación ha destapado su vergüenza, y no ha podido disimular<br />

aquello que la misma naturaleza ha impuesto con violencia, según él dice: "También esto:<br />

Por eso abandonar el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los<br />

dos una sola carne 35 . Añadiendo a estas palabras de Dios las suyas, dice: "Para expresar<br />

su confianza en las obras, el profeta se ha acercado peligrosamente al pudor". ¡Confesión<br />

demasiado clara, arrancada por la fuerza misma de la verdad, es decir que el profeta, para<br />

expresar su confianza en las obras, ha puesto casi en peligro el pudor, porque dijo: Serán<br />

dos en una sola carne 36 , cuando quiso dar a entender la unión mutua del hombre y de la<br />

mujer! Que diga la causa por qué el profeta, al expresar las obras de Dios, llegó a poner<br />

casi en peligro el pudor! ¿Conque las obras humanas no deben ser vergonzosas, sino más<br />

bien dignas de honra y alabanza, mientras que las divinas son pudendas? Es decir, ¿que<br />

no es honrado ni el amor ni el esfuerzo del profeta por manifestar y expresar las obras de<br />

Dios, sino que se pone en peligro el pudor? ¿Qué obra ha podido hacer Dios que le<br />

avergüence decirla a su predicador, y, lo que es aún más grave, que le avergüence al<br />

hombre de alguna obra que el hombre no ha hecho, sino que la ha hecho Dios en el<br />

hombre, cuando todos los artesanos se esfuerzan, con el empeño y habilidad que pueden,<br />

en no avergonzarse de sus propias obras?<br />

Pero ciertamente que nos avergüenza lo que avergonzó a aquellos primeros padres cuando<br />

cubrieron sus partes pudendas. Este es el castigo del pecado, ésta la herida y la marca del<br />

pecado, éste el incentivo y la seducción del pecado 37 , ésta la ley que en los miembros<br />

lucha contra la ley del espíritu, ésta es la desobediencia que procede de nosotros contra<br />

nosotros mismos, devuelta, en justísima reciprocidad, a los desobedientes por su<br />

desobediencia. ¡Esto es lo que nos avergüenza y nos avergüenza con razón! Porque, si no<br />

fuese esto, ¿qué mayor ingratitud e impiedad nuestra que avergonzarnos en nuestros<br />

miembros no de un vicio o de un castigo nuestro, sino de las obras de Dios?<br />

B) La concupiscencia y la generación en Abrahán<br />

Isaac, el hijo de la promesa<br />

X. 23. Todavía afirma muchas inutilidades sobre Abrahán y Sara, cómo recibieron el hijo<br />

de la promesa, para nombrar por fin a la concupiscencia, sin añadir "de la carne", porque<br />

se avergüenza. En cambio, otras veces llega a fanfarronear con este nombre de<br />

concupiscencia, porque existe también la concupiscencia del espíritu contra la carne 38 , y<br />

también la concupiscencia de la sabiduría. Así, pues, asegura: "Es cierto que esta<br />

concupiscencia, sin la cual no hay fecundidad alguna, la has definido como naturalmente<br />

mala. ¿De dónde procede que es excitada en los ancianos bajo la apariencia de don<br />

celeste? Demuestra ya, si puedes, que esto que tú comprendes bien que Dios lo da como<br />

premio pertenece a la obra del diablo".<br />

Así, habla como si la concupiscencia de la carne no hubiese estado presente antes en ellos,<br />

y Dios se la hubiera dado. Ya había estado presente en este cuerpo de muerte. Lo que le<br />

faltó fue la fecundidad, cuyo autor es Dios y que se la dio cuando él quiso. ¡Nada más lejos<br />

que afirmar lo que se ha creído que iba a decir: que Isaac fue engendrado sin el ardor de<br />

la unión sexual!<br />

La circuncisión, sacramento de fe y figura del bautismo


XI. 24. Que diga ya por qué sería borrado de su pueblo de no haber sido circuncidado al<br />

octavo día. ¿En qué habría pecado? ¿En qué habr'a ofendido a Dios para ser castigado con<br />

una sentencia tan severa por una negligencia ajena en contra suya si no hubiese pecado<br />

original alguno? Porque Dios lo ordenó así sobre la circuncisión de los niños: Todo varón<br />

que no circuncidare la carne de su prepucio al octavo día será borrado de su pueblo,<br />

porque ha roto mi pacto 39 . Que lo diga, si puede, cómo aquel niño podía romper el pacto<br />

de Dios a los ocho días. Qué es lo que le toca propiamente a él, niño inocente; y, sin<br />

embargo, Dios o la Escritura santa en modo alguno lo diría con mentira. Entonces es que<br />

pudo romper el pacto de Dios, no éste sobre el precepto de la circuncisión, sino aquél,<br />

sobre el árbol prohibido: Cuando por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por<br />

el pecado la muerte, y así se propagó a todos los hombres por aquel en quien todos<br />

pecaron 40 . Y esto significaba en aquel niño la expiación por medio de la circuncisión al<br />

octavo día, es decir, por el sacramento del Mediador que tendría que venir en la carne;<br />

porque por la misma fe en Cristo, que iba a venir en la carne y que iba a morir por<br />

nosotros y a resucitar al tercer día -que después del séptimo, el sábado, sería el octavo-,<br />

también los justos antiguos eran salvados. Porque fue entregado por nuestros pecados y<br />

resucitó por nuestra justificación 41 .<br />

En efecto, desde que fue instituida la circuncisión en el pueblo de Dios, que era entonces<br />

la señal de la justificación por la fe, tenía valor para significar la purificación del pecado<br />

original antiguo también para los párvulos, por lo mismo que el bautismo comenzó a tener<br />

valor también para la renovación del hombre desde el momento en que fue instituido. No<br />

que antes de la circuncisión no hubiese justicia alguna por la fe -porque el mismo Abrahán,<br />

padre de las naciones que habían de seguir su misma fe, fue justificado por la fe cuando<br />

todavía era incircunciso-, sino que el sacramento de la justificación por la fe estuvo oculto<br />

del todo en los tiempos más antiguos. Sin embargo, la misma fe en el Mediador salvaba a<br />

los antiguos justos, pequeños y grandes; no el Antiguo Testamento, que engendra para la<br />

esclavitud 42 ; ni la ley, que no fue dada para poder producir vida 43 , sino la gracia de Dios<br />

por Jesucristo, Señor nuestro 44 . Porque del mismo modo que nosotros creemos que Cristo<br />

vino en la carne, así ellos creían que iba a venir; como nosotros creemos que murió, ellos<br />

creían que había de morir; como nosotros creemos que resucitó, así ellos creían que<br />

habría de resucitar. Y tanto nosotros como ellos creemos que ha de venir a juzgar a los<br />

vivos y a los muertos.<br />

¡Que este pobre no impida su propia salvación defendiendo malamente a la naturaleza<br />

humana, porque todos nacemos bajo el dominio del pecado y somos librados por uno solo:<br />

aquel que ha nacido sin pecado!<br />

La fecundidad no evita el pecado original<br />

XII. 25. Prosigue: "Esta cópula de los cuerpos con pasión, con placer, con semen, es<br />

aprobada como hecha por Dios y laudable en su justa medida, porque a veces hasta los<br />

justos cumplen un importante deber". Ha dicho "con pasión", ha dicho "con placer", ha<br />

dicho "con semen"; sin embargo, no se ha atrevido a decir "con concupiscencia".<br />

¿Por qué sino porque se avergüenza de nombrar a la que no se avergüenza de alabar? La<br />

propagación fecunda de los hijos es deber de los justos, no la excitación vergonzosa de los<br />

miembros, que la naturaleza íntegra no la tendría al engendrar los hijos, pero que ahora la<br />

tiene la naturaleza caída. Por esta razón, el que nace de ella necesita renacer para ser<br />

miembro de Cristo; y, si ha renacido, también el que nace de él necesita ser librado de<br />

aquella ley del pecado que está en este cuerpo de muerte.<br />

Siendo esto así, ¿cómo es que añade: "No tiene más remedio que confesar que el pecado<br />

original, que tú habías inventado, ha desaparecido?" Yo no he inventado el pecado original<br />

que la fe católica confiesa desde antiguo, sino que tú, porque lo niegas, eres, sin duda, un<br />

nuevo hereje. Al contrario, todos los engendrados con el pecado están, por justo juicio de<br />

Dios, bajo el dominio del diablo mientras no sean regenerados en Cristo.<br />

Error sobre el modo de entender la concupiscencia en la generación<br />

XIII. 26. Como venía hablando de Abrahán y de Sara, ha añadido: "Porque, si tú has<br />

dicho que la cópula existía en ellos y no había prole, voy a responder: No es la cópula, que<br />

el Creador prometió y el Creador dio, la obra de Dios, sino el hijo que nace es la obra de<br />

Dios. En efecto, el que hizo al primer hombre del polvo, también hace a todos los demás


de su semilla 45 . Luego como entonces el barro, que empleó como materia, no fue el autor<br />

del hombre, así ahora la fuerza del placer formadora y copuladora del semen, no completa<br />

del todo la operación, sino que de los tesoros de la naturaleza suministra a Dios la<br />

materia, y de ella Dios se digna hacer al hombre".<br />

Todo esto que ha dicho, menos lo de que el semen se forma y se une por el placer, sería<br />

bueno si se apoyara en ello para defender el sentido católico. Pero como sé qué es lo que<br />

trama con ello, resulta en realidad que pervierte aun lo que es bueno. Sí admito que lleva<br />

razón en lo que dice, excepto en este punto concreto; y eso porque el placer de la<br />

concupiscencia carnal no forma el semen, sino que éste, ya creado en los cuerpos por el<br />

Dios verdadero, que ha creado también los mismos cuerpos, no es producido por el placer,<br />

sino que es excitado y eyaculado con placer. En cuanto a si el semen de los dos sexos se<br />

fusiona con placer en el útero femenino y cómo sucede, que juzguen las mujeres qué es lo<br />

que sienten en lo secreto de sus entrañas. No nos parece delicado a los demás ser<br />

curiosos injustificadamente hasta estas cosas. Sin embargo, aquella concupiscencia<br />

vergonzosa - y por esto a los mismos miembros se les llama vergüenzas- no existió en<br />

aquel cuerpo de vida del paraíso antes del pecado, sino que comenzó a existir en este<br />

cuerpo de muerte por la desobediencia, que recibió el pago debido a la desobediencia<br />

después del pecado. Sin aquella concupiscencia habría podido consumarse la obra de los<br />

cónyuges en la generación de los hijos, como se realizan otras muchas obras con la<br />

obediencia de los demás miembros sin aquella pasión, movidos por orden de la voluntad y<br />

no agitados por la fogosidad de la concupiscencia.<br />

Una objeción, mal tomada de la Biblia, contra el pecado original<br />

27. Fíjate en lo que sigue cuando dice: "La autoridad del Apóstol también lo confirma,<br />

porque San Pablo, cuando habla de la resurrección de los muertos, dice: Tonto, lo que tu<br />

siembras no recibe la vida 46 ; y más abajo: Y Dios le da el cuerpo según ha querido, a<br />

cada una de las semillas el propio cuerpo 47 . Luego si Dios -prosigue- da a la semilla<br />

humana su propio cuerpo, como a todas las cosas, lo cual no niega nadie que sea prudente<br />

o piadoso, ¿cómo vas a probar que todo nacido es culpable? Finalmente, te ruego que<br />

adviertas en qué lazos queda atrapada tu afirmación del pecado ingénito". Y sigue: "Pido<br />

que te vaya a ti, en verdad, más suavemente. Créeme que Dios te hizo a ti también,<br />

aunque hay que confesar que un grave error te ha inficionado. Porque ¿qué cosa más<br />

profana puede afirmarse: o que Dios no ha creado al hombre, o que, según dices, lo creó<br />

para el diablo, o que, sin duda, el diablo fabricó una imagen de Dios, esto es, el hombre,<br />

lo cual hay que reconocer que no es menos insensato que impío?" Y continúa: "¿Tan<br />

impotente y tan cínico es Dios, que no ha tenido qué darles como premio a los hombres<br />

santos sino lo que el diablo ha escanciado a sus víctimas en el vicio? ¿Quieres saberlo?<br />

Pues está probado que Dios ha dado, aun a los que no son santos, esta potencia para la<br />

procreación. Así, en aquel tiempo, cuando Abrahán, temeroso de un pueblo bárbaro, dice<br />

que Sara, siendo su mujer, es hermana suya, se refiere que Abimelec, rey de aquel<br />

territorio, la tomó para su uso en la noche 48 . Pero Dios, que cuidaba de la honra de esta<br />

santa mujer, apareciéndose en sueños a Abimelec, refrenó la audacia del rey,<br />

amenazándole de muerte si proseguía en violar el matrimonio. Entonces responde<br />

Abimelec: 'Señor, ¿matarías así al inocente? ¿No me han dicho ellos que son hermano y<br />

hermana?' 49 Después se levantó Abimelec por la mañana y tomó mil monedas de plata,<br />

ovejas, terneros, criados y criadas, y se los dio a Abrahán, y le devolvió su mujer intacta.<br />

Abrahán rogó a Dios por Abimelec, Dios curó a Abimelec, a su mujer y a sus criadas" 50 . ¿A<br />

qué viene esta narración tan prolija? Atiende brevemente a lo que ha añadido a<br />

continuación: "Por la oración de Abrahán, Dios curó la potencia de la función misteriosa<br />

que había quitado a todo útero de la servidumbre, pues Dios había cerrado enteramente<br />

todo útero en la casa de Abimelec 51 . Insiste: "considera, pues, si debe ser llamado<br />

naturalmente malo lo que a veces quita Dios irritado y devuelve aplacado". Y añade: "ƒl es<br />

quien hace los hijos tanto de los justos como de los impíos, porque el ser progenitores<br />

pertenece a la naturaleza, que goza de Dios como autor; pero el ser impíos pertenece a la<br />

depravación de sus pasiones, la cual contagia a cada uno según su libre voluntad".<br />

Respuesta de San Agustín: "La cita de San Pablo ha sido mutilada"<br />

XIV. 28. Respondo a todo esto tan prolijo que él ha expuesto que los testimonios divinos<br />

aducidos por él no dicen nada sobre la concupiscencia vergonzosa, que, repito, no existió<br />

en el cuerpo de los bienaventurados cuando estaban desnudos y no se avergonzaban 52 .<br />

Porque, en primer lugar, la cita del Apóstol se refiere a las semillas de las gramíneas, que


primero mueren para fructificar después. Sentencia nada menos que del Apóstol, que no<br />

sé por qué este hombre no ha querido completar. Puesto que la ha recordado hasta este<br />

lugar: Tonto, lo que tú siembras no recibe la vida. Y el Apóstol añade: Si antes no muere<br />

53 . En cambio, según creo, éste ha preferido que quienes lean esto y desconozcan o no<br />

recuerden las santas Escrituras entiendan de la semilla humana lo que el Apóstol ha dicho<br />

de las gramíneas. Aún más, no sólo ha mutilado esta sentencia al no añadir: si antes no<br />

muere, sino que también ha omitido lo que sigue, donde el Apóstol ha declarado de qué<br />

semillas estaba hablando. Efectivamente dice: Y, al sembrar, no siembras lo mismo que va<br />

a brotar después, sino un simple grano, de trigo, por ejemplo, o de otra planta 54 .<br />

Omitiendo esto, ha empalmado lo que el Apóstol dice después: Y Dios le da el cuerpo<br />

según quiere, a cada una de las semillas el propio cuerpo 55 ; como si el Apóstol hubiese<br />

dicho del hombre que hace el coito: Tonto, lo que tu siembras no recibe la vida, dando así<br />

a entender que no es el hombre el que siembra los hijos por el acto conyugal, sino Dios<br />

quien da la vida a la semilla humana. En este sentido lo había explicado antes que "aquel<br />

placer no cumple el destino de la acción, sino que de los tesoros de la naturaleza le ofrece<br />

a Dios la materia con la que se digna producir al hombre"; y ha añadido el testimonio del<br />

Apóstol, como si hubiese querido decir esto: Tonto, lo que tú siembras no recibe la vida;<br />

esto es, no recibe la vida de ti, sino que Dios produce el hombre de tu semilla, como si el<br />

Apóstol no hubiese dicho las palabras intermedias que éste ha omitido. He aquí su<br />

sentencia completa, como si hablase de la semilla humana: Tonto, lo que tú siembras no<br />

recibe la vida. Y Dios le da el cuerpo según quiere, a cada una de las semillas su propio<br />

cuerpo 56 . A continuación de estas palabras del Apóstol introduce las suyas así: "Por<br />

consiguiente, Dios da al semen humano su propio cuerpo, como a todas las cosas, y esto<br />

lo admiten tanto los prudentes como los piadosos". ¡Como si el Apóstol en este testimonio<br />

hubiese hablado de la semilla humana!<br />

Interpretación falsa de la cita del Apóstol<br />

29. ¿Qué es lo que pretende con este truco? Cuando lo examino con atención, no consigo<br />

descubrir sino que ha querido tomar al Apóstol como testigo para probar, como también<br />

yo lo afirmo, que Dios hace al hombre de semillas humanas. Y, al no acudir en su ayuda<br />

ningún testimonio, ha abusado fraudulentamente de éste, con evidente temeridad de que,<br />

si se probaba que las palabras del Apóstol no se habían referido a las semillas humanas,<br />

sino a las gramíneas, quedaría advertido por este lado para refutar al acusador vergonzoso<br />

y desvergonzado predicador no de una voluntad religiosa, sino del placer libidinoso. ¡Sin<br />

duda que el pobre puede ser refutado por las mismas semillas que los agricultores<br />

siembran en los campos! Efectivamente, ¿por qué no voy a creer que Dios en el paraíso<br />

pudo conceder al hombre feliz, en cuanto a su semen, lo que vemos concedido a los<br />

agricultores en cuanto a la semilla del trigo, de tal modo que la pudiesen sembrar sin<br />

pasión vergonzosa alguna, obedeciendo los órganos genitales a una orden de la voluntad,<br />

como siembran las manos de los agricultores obedientes a una orden de la voluntad sin<br />

pasión vergonzosa alguna, siendo en los progenitores el deseo de engendrar hijos mucho<br />

más honesto que en los labradores el de llenar los graneros? ¿Y que luego el Creador<br />

omnipotente, por su omnipresencia siempre pura y por su poder creador, obrase en la<br />

mujer con el semen de los hombres, según su voluntad, lo mismo que ahora lo hace, como<br />

obra en la tierra con las semillas de las gramíneas, según su voluntad, para que las<br />

madres concibiesen sin placer pasional, pariesen sin gemido angustioso, puesto que en<br />

aquella felicidad y con un cuerpo todavía sin esta muerte, aunque sí con aquella vida, las<br />

mujeres no tendrían nada de qué avergonzarse al recibir el semen, como tampoco<br />

tendrían nada que les causase dolor al dar los hijos a luz?<br />

Quien no cree o no quiere que se crea posible a la voluntad y la benignidad de Dios el<br />

conceder todo esto a los hombres en aquella felicidad del paraíso antes de todo pecado,<br />

no es alabador de la fecundidad deseable, sino amador de la pasión vergonzosa.<br />

El caso traído sobre Abimelec está fuera de lugar<br />

XV. 30. Igualmente, ¿a qué viene el otro testimonio, tomado del libro divino, que ha<br />

propuesto sobre Abimelec, cuando Dios quiso cerrar todo útero en su casa para que no<br />

pariesen sus mujeres, y de nuevo lo abrió para que pariesen? ¿Qué tiene que ver esto con<br />

la concupiscencia vergonzosa de que se trata? ¿O es que Dios se la quitó a aquellas<br />

mujeres y se la devolvió cuando quiso? Sin embargo, el castigo consistió en que no<br />

pudiesen tener hijos, y el beneficio en que pudiesen tenerlos según es normal en esta<br />

carne corruptible. Porque Dios no concedería a este cuerpo de muerte un beneficio tal,


cual no lo tendría sino aquel cuerpo de vida en el paraíso antes del pecado, para que se<br />

produjese tanto la concepción sin el prurito de la concupiscencia como el parto sin el<br />

tormento del dolor. ¿Por qué, pues, yo no entiendo que, cuando la Escritura dice<br />

precisamente que todo útero fue cerrado desde el exterior, lo hizo con algún dolor para<br />

que las mujeres no pudiesen realizar la cópula, dolor que fue infligido por una decisión de<br />

Dios y quitado por su misericordia? Puesto que si la concupiscencia fue quitada para<br />

impedir la fecundación de la prole, tenía que ser quitada a los varones, no a las mujeres.<br />

En efecto, la mujer podría aceptar la cópula voluntariamente aun sin el placer que la<br />

estimulase, a condición de que no le faltase al varón para ser excitado. ¡A no ser que<br />

venga a decir tal vez, porque está escrito, que el mismo Abimelec también fue curado y<br />

que le fue devuelta la concupiscencia viril! Y si le fue quitada, ¿qué necesidad tuvo de ser<br />

amonestado a que no se uniese a la mujer de Abrahán? Pero dice que fue sanado porque<br />

toda su casa fue curada de aquel castigo.<br />

Los pelagianos se olvidan de la Providencia en el problema del mal<br />

XVI. 31. Pasemos ya a examinar ahora las tres cuestiones propuestas. Y diga lo que haya<br />

dicho yo de las tres, él afirma que no se puede decir nada más impío que o que Dios no<br />

hizo al hombre, o que lo hizo para el diablo, o que ciertamente fue el diablo quien fabricó<br />

una imagen de Dios, esto es, al hombre. Él mismo reconoce que ni la primera ni la tercera<br />

de estas tres cuestiones son afirmaciones mías, de no ser un simplón o un terco. El<br />

planteamiento, por lo tanto, queda centrado en la segunda cuestión. Y éste es el error: su<br />

creencia de que es opinión mía que Dios hizo al hombre para el diablo. ¡Como si, en los<br />

hombres que Dios crea de sus progenitores, Dios intentase, procurase y dispusiese, como<br />

fin y plan de su obra, el que el diablo posea de hecho como esclavos a los que él mismo no<br />

puede hacer para su bien! ¡Nada más lejos de que pueda sospechar semejante cosa! ¡Ni la<br />

concepción religiosa más infantil! Dios hizo a los hombres por su bondad; a los primeros,<br />

sin pecado; a los demás, bajo el dominio del pecado, para la realización de sus profundos<br />

designios. En efecto, él sabe lo que ha de hacer con la misma malicia del diablo; y lo que<br />

él hace es lo justo y lo bueno, aunque sea injusto y malo aquel de quien lo hace. A pesar<br />

de todo, no quiso dejar de crearle, aunque sabía de antemano que iba a venir el mal. De<br />

esta manera, a la vista de todo el género humano y aunque ningún hombre vaya a nacer<br />

sin la mancha del pecado, el que es sumamente bueno obra el bien al hacer a unos como<br />

vasos de misericordia: a los que la gracia separa de aquellos que son vasos de ira; a<br />

otros, como vasos de ira, para hacer ostentación de las riquezas de su gloria sobre los<br />

vasos de su misericordia 57 . ¡Que vaya ahora éste también contra el Apóstol, de quien es<br />

esta sentencia, y que argumente al mismo Alfarero! Ya que el Apóstol le prohíbe<br />

contradecir cuando dice: ¡Hombre! ¿Quién eres tú para pedir cuentas a Dios? ¿Acaso dice<br />

el vaso al alfarero: "Por qué me has hecho así?" ¿O es que no puede el alfarero hacer del<br />

mismo barro un vaso para usos honorables y otro para usos viles? 58 ¿O es que niega que<br />

los vasos de ira están bajo el dominio del diablo? O porque están bajo el dominio del<br />

diablo, ¿el que los hace es distinto de aquel que hace los vasos de misericordia? ¿O de<br />

algún modo no los hace tampoco de la misma materia?<br />

Que concluya ahora, por lo tanto: ¡luego Dios hace vasos para el diablo! ¡Como si Dios no<br />

supiese servirse de ellos para sus obras justas y buenas, igual que se sirve del mismo<br />

diablo!<br />

Dios se sirve bien de los malos para mostrar las riquezas de su gloria<br />

XVII. 32. ¿Será también que apacienta para el diablo a los hijos de la perdición, los<br />

cabritos de la izquierda, y que los alimenta y viste para el diablo, porque hace salir el sol<br />

sobre buenos y malos y manda la lluvia a justos e injustos? 59 Crea a los malos, lo mismo<br />

que los apacienta y alimenta, porque lo que les da al crearlos pertenece a la bondad de la<br />

naturaleza y lo que les da al apacentarlos y alimentarlos pertenece no ciertamente a su<br />

malicia; al contrario, es una ayuda buena a la naturaleza, también buena, creada por el<br />

que es Bueno.<br />

Efectivamente, en cuanto que son hombres, es un bien de la naturaleza, cuyo autor es<br />

Dios. En cuanto que nacen con el pecado, pereciendo si no renacen, pertenecen a la<br />

semilla maldita desde su origen 60 por el vicio de aquella desobediencia antigua. Del cual,<br />

sin embargo, se sirve bien el Hacedor, aun de los vasos de ira, para hacer ostentación de<br />

las riquezas de su gloria sobre los vasos de misericordia 61 , a fin de que no lo atribuya a


sus propios méritos si alguien que pertenece a la misma masa es librado por la gracia,<br />

sino, más bien, el que se gloría, que se gloríe en el Señor 62 .<br />

Gravedad de la herejía pelagiana<br />

XVIII. 33. Este nuestro adversario, apartándose con los pelagianos de la fe apostólica y<br />

católica, no quiere que los que nacen estén bajo el dominio del diablo, para que los<br />

párvulos no sean llevados a Cristo 63 , arrancados de la potestad de las tinieblas y<br />

trasladados a su reino. Y especialmente acusa a la Iglesia extendida por el mundo entero,<br />

donde todos los infantitos en el bautismo reciben en todas partes el rito de la insuflación<br />

no por otra razón sino para arrojar fuera de ellos al príncipe del mundo 64 , bajo cuyo<br />

dominio necesariamente están los vasos de ira desde que nacen de Adán si no renacen en<br />

Cristo y son trasladados a su reino una vez que hayan sido hechos vasos de misericordia<br />

por la gracia.<br />

Al chocar contra esta verdad tan fundamental, para no dar la impresión de que ataca a la<br />

Iglesia universal de Cristo, en cierta manera me habla a mí solo; y, como corrigiéndome y<br />

amonestándome, dice: "Dios también te hizo a ti, pero hay que confesar que un grave<br />

error te ha envenenado". Cierto, yo reconozco que Dios me ha hecho y le doy gracias,<br />

porque a pesar de todo, si sólo me hubiese hecho de Adán y no me hubiese rehecho en<br />

Cristo, habría perecido con los vasos de ira.<br />

Como este pobre poseso de la impiedad pelagiana no lo cree, si se obstina en tan gran mal<br />

hasta el final, ¡que vean, no él, sino los católicos, la naturaleza y la gravedad del error,<br />

que no sólo le ha envenenado, sino que le ha matado por completo!<br />

C) El matrimonio es un bien, y la concupiscencia, un mal<br />

Introducción<br />

a) La objeción de Juliano contra el pecado original<br />

XIX. 34. Atiende a lo siguiente. Dice: "Los hijos del matrimonio son naturalmente buenos,<br />

como nos lo enseña el Apóstol al hablar de los hombres perversos: Dejando el uso natural<br />

de la mujer, se abrasaron en la concupiscencia de unos por otros, los varones de los<br />

varones, cometiendo torpezas 65 . Aquí enseña que el uso de la mujer es natural y, en su<br />

justa medida, también laudable, pero que la acción vergonzosa proviene de la propia<br />

voluntad contra el pudor de su institución. Con razón pues -continúa-, es alabado el origen<br />

de la concupiscencia y su moderación en los que usan rectamente, y castigado su<br />

desenfreno en los impúdicos. Finalmente, por el mismo tiempo en que Dios castigó los<br />

miembros impúdicos en Sodoma con una lluvia de fuego, Dios reanimó los miembros de<br />

Abrahán y de Sara, marchitos por la edad 66 .<br />

Si, por tanto -insiste-, crees que hay que acusar como falta el vigor de los miembros,<br />

puesto que por su causa perecieron los sodomitas en sus infamias, también tendrás que<br />

acusar a la criatura del pan y del vino, puesto que la Escritura divina ha hecho saber que<br />

por esta parte ellos también pecaron. Porque el Señor dice por el profeta Ezequiel: Mira<br />

cuál fue la iniquidad de Sodoma, tu hermana: tuvo soberbia, hartura de pan y abundancia<br />

de vino, ella y sus hijas. No dio la mano al pobre ni ayudó al desvalido 67 . Elige ya -<br />

prosigue- qué prefieres: o atribuir como mala a la obra divina la cópula de los cuerpos, o<br />

declarar que es igualmente mala la naturaleza del pan y del vino. Si lo haces, quedarás<br />

convencido claramente de que eres un maniqueo. Pero el que guarda la medida justa de la<br />

concupiscencia congénita, usa rectamente de un bien; el que no guarda la medida justa,<br />

usa mal de un bien. Por lo tanto. ¿qué es lo que dices? -continúa-; ¿que no puedes acusar<br />

al bien del matrimonio por el mal original que se contrae por él así como no puedes<br />

excusar el mal de los adulterios por el bien natural que de allí nace? Con estas palabras -<br />

concluye- has concedido lo que habías negado, has sustraído lo que habías concedido, y<br />

no te esfuerces más en ser poco inteligible. ¡Presenta un solo matrimonio corporal sin<br />

cópula o ponle un nombre cualquiera a esta obra, y llámale matrimonio, sea bueno o sea<br />

malo! Has prometido en serio definir el matrimonio como bueno. Si el matrimonio es<br />

bueno; si el hombre, fruto del matrimonio, es bueno; si este fruto, como obra de Dios, no<br />

puede ser malo, porque nace de un bien por un medio bueno ¿dónde está, pues, el mal<br />

original, quitado ya del medio por tantos prejuicios?"


) Respuesta de Agustín: en cuanto al uso natural, según San Pablo<br />

XX. 35. Respondo: No solamente los hijos del matrimonio, sino también los del adulterio,<br />

son un bien según la obra de Dios por la que son creados. En cambio, el pecado original<br />

nace del primer Adán en estado de condenación no sólo cuando los hijos son engendrados<br />

de un adulterio, sino también cuando lo son de un matrimonio, a no ser que sean<br />

regenerados en el segundo Adán, que es Cristo.<br />

En cuanto a lo que el Apóstol dice de los hombres perversos: Dejado el uso natural de la<br />

mujer, se abrasaron en la concupiscencia de unos por otros, los varones de los varones<br />

cometiendo torpezas 68 , no lo llama uso conyugal, sino uso natural, dando a entender que<br />

se realiza con los miembros creados para eso, de modo que por ellos los dos sexos puedan<br />

unirse para engendrar. Por esta razón, cuando alguno se une con los mismos miembros<br />

aun a una meretriz, el uso es natural; y, sin embargo, no es laudable, sino reprobable.<br />

Pero, si alguno usa, aunque sea su esposa, de una parte del cuerpo que no ha sido<br />

ordenada para la generación, es un acto contra naturaleza y vergonzoso. En fin, el mismo<br />

Apóstol ha dicho antes a propósito de las mujeres: Pues sus mujeres mudaron el uso<br />

natural en el uso que es contra naturaleza 69 . Y a continuación habla de los varones que<br />

realizaban torpezas con los varones, dejando el uso natural de la mujer.<br />

Por consiguiente, con este nombre, uso natural, no es alabada la cópula conyugal, sino<br />

que son denunciadas las acciones vergonzosas, mucho más inmundas e infames que si<br />

hubiesen usado de las mujeres aun ilícitamente, pero de un modo natural.<br />

c) Respuesta en cuanto al pan y al vino de que habla Ezequiel<br />

XXI. 36. En cuanto al pan y al vino, no los critico por los glotones y los borrachos, como<br />

tampoco al oro por los ambiciosos y avaros. Ni critico, por lo tanto, la cópula honesta de<br />

los cónyuges por la concupiscencia vergonzosa de los cuerpos. Efectivamente, de no haber<br />

precedido la consumación del pecado, hubiera podido existir, sin tener que avergonzarse<br />

los casados 70 . De aquí que, aun cuando usen bien y lícitamente de este mal, ha quedado,<br />

para los casados posteriores, el tener que evitar las miradas humanas en su realización, y<br />

el tener que confesar así algo que es vergonzoso, cuando a nadie debe avergonzar lo que<br />

es bueno.<br />

De este modo quedan insinuadas estas dos cosas: el bien de la cópula digna de alabanza,<br />

que engendra a los hijos, y el mal de la concupiscencia vergonzosa, por la que los que son<br />

engendrados tienen que ser regenerados para que no se condenen.<br />

Así, pues, el que yace lícitamente con la concupiscencia vergonzosa, usa bien de un mal;<br />

en cambio, el que yace ilícitamente, usa mal de un mal. Porque más exactamente se llama<br />

mal, que no bien, a aquello de lo que se avergüenzan tanto los malos como los buenos; y<br />

mejor creo a quien ha dicho: Sé muy bien que es bueno eso que habita en mí, es decir, en<br />

mi carne 71 que a este otro que llama bueno a esto que, si se equivoca, confiesa que es<br />

malo. Pero que, si no se equivoca, ¡añade a su desvergüenza un mal peor!<br />

Con toda razón he afirmado "que el bien del matrimonio no puede ser acusado de este<br />

modo por el mal original que se contrae por él, así como el mal de los adulterios y de las<br />

fornicaciones no puede ser excusado por el bien natural que de allí nace", porque la<br />

naturaleza humana, que nace ya del matrimonio, ya del adulterio, es obra de Dios. Y, si<br />

fuese mala, no sería engendrada, y, si no tuviese el mal, no sería regenerada.<br />

Para concluir todo con una sola palabra: si la naturaleza humana fuese un mal, no sería<br />

posible salvarla. Y, si no hubiese en ella nada malo, no sería necesario salvarla. Luego<br />

quien afirma que no es un bien, niega que es bueno el creador que la ha creado. Y el que<br />

niega que en ella existe el mal, priva a la naturaleza viciada del salvador misericordioso.<br />

En consecuencia, tratándose de los hombres que nacen, no hay que excusar a los<br />

adulterios por el bien que de allí ha creado el Creador bueno, ni hay que acusar a los<br />

matrimonios por el mal que allí sana el Salvador misericordioso.<br />

Más objeciones y respuestas<br />

XXII. 37. Insiste: "Preséntame un matrimonio corporal sin cópula". Yo no presento


matrimonio corporal alguno sin cópula, como tampoco él presenta la misma cópula sin<br />

pudor. En el paraíso, de no haber precedido el pecado, cierto que no hubiese habido<br />

generación sin la cópula de ambos sexos, pero la cópula habría sido sin confusión<br />

pudorosa. Sin duda que habría existido en la cópula una obediencia serena de los<br />

miembros, no la pasión vergonzosa de la carne. Así, pues, el matrimonio es un bien de<br />

donde nace el hombre engendrado ordenadamente; y el fruto del matrimonio es bueno,<br />

esto es, el mismo hombre que nace de ese modo. En cambio, el pecado es un mal con el<br />

cual nace todo hombre. Dios es quien ha hecho y quien hace al hombre, pero por un solo<br />

hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y la muerte se propagó a<br />

todos los hombres por aquel en quien todos pecaron 72 .<br />

La vieja táctica de los herejes: la acusación falsa<br />

XXIII. 38. Sigue: "Con un nuevo estilo de discutir te confiesas católico y favoreces a<br />

Manés afirmando que el matrimonio es, a la vez, un gran bien y un gran mal". No sabe en<br />

absoluto lo que dice o disimula no saberlo. En todo caso, o no lo entiende o no quiere que<br />

se entienda lo que digo. Con todo, si no lo entiende, es que se lo impide el señorío en él<br />

del error y, si no quiere que se entienda lo que digo, es el vicio de la obstinación el que le<br />

obliga a defender su propio error.<br />

También Joviniano, que hace unos años se empeñó en fundar una nueva herejía, afirmaba<br />

que los católicos favorecían a los maniqueos porque, en contra de él, preferían la santa<br />

virginidad al matrimonio. Este pobre tendrá que responder que no opina lo mismo que<br />

Joviniano sobre la equivalencia del matrimonio y de la virginidad. Tampoco digo yo que<br />

estos pobres lo entiendan así. Sin embargo, los nuevos herejes deben reconocer por<br />

medio de Joviniano, que acusa a los católicos de maniqueos, que su táctica no es nueva.<br />

Nosotros decimos que el matrimonio es un bien y no un mal. Pero así como los arrianos<br />

nos acusan de sabelianos, aunque no digamos que el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo<br />

son una y la misma persona, como dicen los sabelianos, sino que decimos que es una y la<br />

misma naturaleza la del Padre: y del Hijo, y del Espíritu Santo, según afirman los<br />

católicos: del mismo modo, los pelagianos nos acusan de maniqueos, aunque no digamos<br />

que el matrimonio es un mal, como dicen los maniqueos, sino que decimos que el mal<br />

primero de los hombres ocurrió a los primeros cónyuges, y de allí se propagó a todos los<br />

hombres, como dicen los católicos. Y como los arrianos, queriendo huir de los sabelianos,<br />

cayeron en algo peor, porque se atrevieron a distinguir no las personas de la Trinidad, sino<br />

las naturalezas, lo mismo los pelagianos, tratando de evitar el contagio perverso de los<br />

maniqueos, se ven obligados a admitir, a propósito del fruto del matrimonio, cosas más<br />

perniciosas que los mismos maniqueos, porque creen que los párvulos no necesitan a<br />

Cristo como médico.<br />

Obstinación y confusionismo<br />

XXIV. 39. Sigue diciendo: "Tú afirmas que el hombre, cuando nace de la fornicación, no<br />

es culpable; cuando nace del matrimonio, no es inocente. Porque esto se desprende de lo<br />

que has dicho: que el bien natural puede subsistir en los adulterios y que el mal original es<br />

contraído también en el matrimonio". Se empeña inútilmente en confundir lo que está<br />

claro. ¡Lejos de mí afirmar que el hombre, si nace de la fornicación, no es culpable, sino<br />

que afirmo que el hombre, sea que nace del matrimonio, sea que nace de la fornicación,<br />

es un bien como efecto del autor de la naturaleza, que es Dios, y que contrae un mal a<br />

causa del pecado original!<br />

Así, pues, lo que digo: que el bien natural puede subsistir también en los adulterios y que<br />

el mal original se contrae aun en el matrimonio, no llega al extremo adonde él se empeña<br />

en llegar: que no se nace culpable de los adulterios, ni inocente del matrimonio, sino que<br />

en ambos casos se hace reo por la generación a causa del pecado original, y uno y otro<br />

tienen que ser absueltos por la regeneración a causa del bien de la naturaleza.<br />

D) Matrimonio y pecado original<br />

Culpabilidad de los adúlteros y alabanza de la fecundidad<br />

XXV. 40. "Una de estas dos proposiciones -dice- es verdadera, la otra falsa". Voy a<br />

responder con la misma brevedad: Sí y aún más. Las dos son verdaderas y ninguna falsa.


Continúa: "Es verdadera: que el hombre nacido de un adulterio no puede excusar la culpa<br />

de los adúlteros, porque lo que ellos han hecho pertenece al vicio de la voluntad; pero lo<br />

que han engendrado tiene relación con la fecundidad digna de alabanza. Porque, si alguno<br />

siembra trigo robado, la mies no nace culpable por eso. Y así, insiste, que yo censuro al<br />

ladrón pero que alabo el sembrado. Que declaro que es inocente el que nace por la<br />

generosidad de las semillas, al decir del Apóstol: Dios le da un cuerpo como quiere, a cada<br />

una de las semillas su propio cuerpo 73 ; pero que condeno al hombre criminal que ha<br />

pecado por la perversidad de su intención".<br />

Una objeción: el pecado original, ¿hace malo el matrimonio?<br />

XXVI. 41. A todo esto añade y dice: "Por su parte, si el mal se contrae totalmente del<br />

matrimonio, puede ser acusado, no puede ser excusado, y tú colocas su obra y su fruto<br />

bajo el dominio del diablo, porque toda causa del mal no es partícipe del bien. Insiste:<br />

"Pero el hombre que nace del matrimonio se hace reo no por los delitos, sino por la<br />

generación. En cuanto a la causa de la generación, está en la condición de los cuerpos:<br />

quien usa mal de ellos vicia la responsabilidad del bien, no su origen. Aparece, pues,<br />

suficientemente claro -prosigue- que el bien no es la causa del mal. Si el mal original se<br />

contrae por el matrimonio, el contrato matrimonial es causa de un mal; y es necesario que<br />

sea un mal aquello por lo cual y de lo cual se ha originado un fruto malo, según dice el<br />

Señor en el Evangelio: El árbol se conoce por sus frutos" 74 . Y concluye: "¿Cómo crees tú<br />

que se te puede oír cuando dices que es bueno el matrimonio, del que defines claramente<br />

que no sale otra cosa que el mal? Pues es evidente que los matrimonios son culpables si el<br />

pecado original procede de allí; ni es posible su defensa si su fruto no es claramente<br />

inocente. Pero el matrimonio es tenido y declarado como bueno, pues su fruto es<br />

claramente inocente".<br />

Respuesta de san Agustín en general<br />

42. Antes de responder a todo esto, quiero advertir al lector que todos éstos no persiguen<br />

otra cosa sino evitar que el Salvador sea necesario para los niños, a quienes niegan que<br />

tengan en absoluto pecados de los que deben ser salvados. Tamaña perversidad, enemiga<br />

de gracia de Dios tan importante, dada por Jesucristo, Señor nuestro, que ha venido a<br />

buscar y a salvar lo que estaba perdido 75 , se empeña en insinuarse en los corazones de<br />

los pocos juiciosos con la alabanza de las obras divinas, como son la naturaleza humana,<br />

el semen, el matrimonio, la cópula de los dos sexos, la fecundidad, porque todas son<br />

buenas. Por cierto que yo no quiero nombrar la alabanza de la concupiscencia, porque<br />

hasta él mismo se avergüenza en nombrarla, de manera que parece que no alaba a la<br />

concupiscencia misma, sino a cualquier otra cosa.<br />

De este modo, los males que sucedieron a la naturaleza al no ser distinguidos de la<br />

bondad de la naturaleza misma, no demuestra que sea sana porque es falso, sino que no<br />

permite que sea curada como enferma. Por eso, lo que he dicho: "que no puede ser<br />

excusado el mal de los adulterios por el bien que nace de ellos, es decir, el hombre",<br />

reconoce que es verdadero; y este punto, sobre el que no hay cuestión alguna entre los<br />

dos, él lo añade y confirma también, como puede, con la semejanza del ladrón que<br />

siembra trigo robado, del que nace ciertamente una mies buena.<br />

En cuanto a la segunda afirmación: "el bien del matrimonio no puede ser acusado de este<br />

modo por el mal original que es contraído por él", no quiere admitir que esto sea<br />

verdadero, porque, si lo admitiese, no sería hereje pelagiano, sino cristiano católico. "En<br />

suma -dice-, si el mal se contrae del matrimonio, se le puede acusar, no excusar. Y tú<br />

colocas a su obra y a su fruto bajo el dominio del diablo, porque toda causa del mal está<br />

desprovista de bien". Y conforme a esto ha urdido el resto para probar que la causa del<br />

mal no puede ser un bien; y por eso, que el matrimonio, que es un bien, no es causa del<br />

mal. Y, por lo tanto, que es absolutamente imposible que nazca de él un pecador,<br />

necesitado de un salvador. ¡Como si yo afirmase que el matrimonio es la causa del<br />

pecado! Aunque el hombre que nace de él naciese con pecado, el matrimonio fue instituido<br />

para engendrar, no para pecar. Por lo cual procede del Señor aquella bendición del<br />

matrimonio: Creced, multiplicaos y llenad la tierra 76 .<br />

En cuanto al pecado que los recién nacidos contraen del matrimonio, no pertenece a él,<br />

sino al mal que concurre en los hombres, por cuya unión existe el matrimonio. Realmente,<br />

el mal de la concupiscencia vergonzosa puede existir también sin matrimonio, como pudo


existir el matrimonio sin ella; pero pertenece a la condición no de aquel cuerpo de vida,<br />

sino de éste de muerte, de tal modo que ahora el matrimonio no puede existir sin ella,<br />

aunque ella pueda existir sin él. En todo caso, la concupiscencia vergonzosa de la carne<br />

existe sin matrimonio cuando hace cometer adulterios y toda clase de estupros e<br />

inmundicias, bien contrarios a la castidad del matrimonio; o cuando no hace cometer nada<br />

de esto porque el hombre no lo consiente en modo alguno; y, no obstante, surge, es<br />

excitada y excita, y a veces llega en sueños hasta la misma semejanza de su realidad y<br />

hasta las últimas consecuencias de su excitación. Todo este mal no es un mal del<br />

matrimonio ni está en el mismo matrimonio, pero lo lleva consigo preparado en este<br />

cuerpo de muerte, aunque no quiera aquello sin lo cual no puede cumplir lo que desea.<br />

Por consiguiente, no proviene de la institución del matrimonio, que es bendita, sino de<br />

aquello que por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y<br />

la muerte se propagó a todos los hombres, por quien todos pecaron 77 .<br />

Respuesta a la comparación del árbol y sus frutos<br />

43. ¿Qué quiere decir con el árbol se conoce por sus frutos, porque leemos que esto lo<br />

dijo el Señor en el Evangelio? ¿Es que el Señor habla allí de esta cuestión? ¿O más bien de<br />

la doble voluntad de los hombres, la buena y la mala, cuando llama a la una árbol bueno y<br />

a la otra árbol malo, porque de la voluntad buena nacen las obras buenas, y las obras<br />

malas de la mala, siendo imposible las obras buenas de la voluntad mala, y las obras<br />

malas de la voluntad buena?<br />

Si, pues, aceptamos que el matrimonio es como el árbol bueno según esta comparación<br />

evangélica que él ha recordado, ciertamente tenemos que aceptar, por el contrario, que la<br />

fornicación es el árbol malo. Por lo cual, si el hombre se llama fruto del matrimonio, como<br />

el fruto bueno del árbol bueno está fuera de duda que el hombre no debió nacer de la<br />

fornicación, puesto que un árbol malo no da frutos buenos 78 . Por otra parte, si hubiera<br />

dicho que allí no había que poner al adulterio en el lugar del árbol, sino, más bien, a la<br />

naturaleza humana de la cual nace el hombre, entonces tampoco en este caso el árbol<br />

será el matrimonio, sino la naturaleza humana, de la cual nace el hombre.<br />

En conclusión: la famosa comparación evangélica no vale para esta cuestión, porque el<br />

matrimonio no es la causa del pecado, que contrae todo el que nace y que es expiado en<br />

el que renace; sino que el pecado voluntario del primer hombre es la causa del pecado<br />

original. "Insistes -dice- en que como el pecado que los niños contraen de esta unión o de<br />

la otra es obra del diablo, del mismo modo el hombre nacido de aquí o de allí es obra de<br />

Dios". Yo he dicho esto, y lo he dicho con toda verdad. Y si él no fuese pelagiano, sino<br />

católico, él mismo tampoco diría otra cosa en la Iglesia católica.<br />

Sentido y alcance de la objeción<br />

XXVII. 44. ¿Qué es, pues, lo que pretende al decir: "¿Por qué causa se encuentra el<br />

pecado en el ni-o? ¿Es por su voluntad, por el matrimonio, o por sus padres?" Así se<br />

expresa en efecto, y como que responde a todo, y, en cierto modo, limpiándolo todo junto<br />

del pecado, no quiere que permanezca nada por lo que se pueda adquirir el pecado en el<br />

ni-o.<br />

Atiende, finalmente, ya a sus mismas palabras: "¿Por qué causa se encuentra el pecado en<br />

el niño? ¿Es por su voluntad? Nunca la hubo en él. ¿Es por el matrimonio? Pero éste es<br />

obra de sus padres, los cuales, según has admitido antes, no pecaron en este acto, sino<br />

que tú no habías concedido esto con sinceridad, mientras más se hace patente por las<br />

consecuencias. ¿Hay que maldecir al matrimonio porque ha causado el mal? Con todo, el<br />

matrimonio sólo indica la obra de las personas. Los progenitores, que por su cópula<br />

causaron el pecado, son, con razón, culpables. Luego sentencia: no puede dudarse, si<br />

seguimos tu opinión, de que son condenados al suplicio eterno los cónyuges, por cuyo<br />

medio el diablo ha llegado a dominar sobre los hombres. Y ¿dónde está lo que poco antes<br />

has dicho: que el hombre es obra de Dios? Porque, si el mal está en los hombres en su<br />

origen, y el dominio del diablo sobre ellos viene por el mal, tú estás afirmando que el<br />

diablo es el autor de los hombres, pues de él proceden los recién nacidos pero, si crees<br />

que Dios hace al hombre y que los cónyuges son inocentes, ¡fíjate bien que no puede<br />

compaginarse con que el pecado original provenga de ellos!


La respuesta de San Agustín según el Apóstol<br />

en Rm 5, 12 y su CONTEXTO 13-.19<br />

45. A todo esto le responde el Apóstol que ni culpa la voluntad del párvulo, porque aún no<br />

la hay propia en él para pecar, ni al matrimonio en cuanto tal matrimonio, porque tiene de<br />

Dios no solamente la institución, sino también su bendición; ni a los progenitores, en<br />

cuanto que son progenitores casados el uno con el otro para procrear lícita y<br />

legítimamente; sino que dice: Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el<br />

pecado la muerte, y así se propagó a todos los hombres, por quien todos pecaron 79 . Si<br />

éstos lo entendiesen bien con oídos y mentalidad católicos, no tendrían sus mentes<br />

rebeldes contra la fe y la gracia de Cristo, ni tratarían en vano de acomodar a su herética<br />

manera de pensar estas palabras del Apóstol, tan claras y tan evidentes. Ellos pretenden<br />

que esto lo dijo porque había cometido Adán el primer pecado, y en él, encuentra el<br />

primer ejemplo todo el que en lo sucesivo ha querido pecar, de forma que el pecado se<br />

transmitiese a todos los hombres no precisamente por generación a partir de aquel único<br />

hombre, sino por la imitación de aquel solo pecado. En realidad, si el Apóstol hubiese<br />

querido dar a entender aquí la imitación, no hubiese dicho que por un solo hombre entró el<br />

pecado en este mundo, sino, más bien, por el diablo, y que luego se propagó a todos los<br />

hombres. En efecto, está escrito del diablo: Y le imitan los que le pertenecen 80 . Sino que<br />

por esto dijo: Por un solo hombre, de quien comenzó ciertamente la generación de los<br />

hombres, para dar a entender que, por la generación, el pecado se ha propagado a todos.<br />

El texto de San Pablo en el capítulo 5, 12-20 a los Romanos<br />

46. ¿Qué otra cosa significan también las palabras que siguen del Apóstol? Porque<br />

después de haber dicho esto añadió: Porque antes de la ley había ya pecado en el mundo<br />

81 , es decir, que la ley no pudo quitar el pecado. Pero el pecado -prosigue- no era<br />

imputado cuando no existía la ley. Existía, pues, pero no era imputado, porque no estaba<br />

claro qué debería imputarse. Así, efectivamente, lo dice en otra parte: Por la ley viene el<br />

conocimiento del pecado, pero la muerte reinó desde Adán hasta Moisés -que es lo que<br />

había dicho antes: hasta la ley-; no que el pecado hubiese desaparecido desde Moisés en<br />

adelante, sino que ni la misma ley, dada por medio de Moisés, pudo suprimir el reino de la<br />

muerte, que ciertamente no reina sino por el pecado. En lo sucesivo, su reino consiste en<br />

precipitar al hombre, mortal también, a la muerte segunda, que es sempiterna. Pero la<br />

muerte reinó. ¿En quiénes? También en éstos -dice-, que no habían pecado a semejanza<br />

de la transgresión de Adán, que es la figura del que había de venir 82 . ¿De quién había de<br />

venir sino de Cristo? ¿Y cuál es la figura sino la antítesis? Que es lo que en otro lugar dice<br />

brevemente: Como en Adán hemos muerto todos, así también en Cristo somos todos<br />

vivificados 83 ; como en aquél aquello, así en éste esto. La figura es la misma, pero esta<br />

figura no es del todo conforme. De aquí que el Apóstol a continuación ha añadido: Mas no<br />

sucedió en el perdón como en el pecado; pues si por el pecado de uno solo han muerto<br />

muchos, mucho más la gracia de Dios y el don, por la gracia de un solo hombre,<br />

Jesucristo, ha abundado en beneficio de muchos 84 . ¿Qué es mucho más ha abundado sino<br />

porque todos, los librados por medio de Cristo, mueren temporalmente a causa de Adán, y<br />

a causa del mismo Cristo han de vivir sin fin? Y no es el don -dice- como (la transgresión)<br />

de un solo hombre pecador. Pues el juicio (proveniente) de uno solo (llevó) a la<br />

condenación; mas la gracia, después de muchas transgresiones, (acabó) en justificación<br />

85 . Por uno solo, ¿qué significa sino un solo pecado? Porque continúa: pero la gracia,<br />

después de muchas transgresiones. ¡Que expliquen éstos cómo, por un solo pecado, el<br />

juicio llevó a la condenación, sino porque fue suficiente para condenar un solo pecado<br />

original, que se ha transmitido a todos los hombres! Por eso ciertamente, la gracia,<br />

después de muchos pecados, acabó en justificación, porque no solamente pagó aquel<br />

único pecado contraído originalmente, sino también los demás que cada hombre añade<br />

por el ejercicio de su propia voluntad. Porque si por el pecado de un solo hombre comenzó<br />

el reinado de la muerte, ¡cuánto más ahora, por un solo hombre, Jesucristo, vivirán y<br />

reinarán todos los que han recibido un derroche de gracia y el don de la salvación! Por<br />

tanto, si el pecado de uno trajo la condena a todos, también la justicia de uno traerá la<br />

salvación y la vida 86 . ¡Que todavía permanezcan en sus fatuas ideas y que digan que un<br />

solo hombre no ha transmitido la herencia del pecado, sino que ha dado el ejemplo del<br />

pecado! ¿Cómo, pues, por el pecado de un solo hombre (llegó) a todos los hombres la<br />

condenación, y no más bien por los muchos pecados propios de cada uno, sino porque<br />

aunque aquel pecado sea uno solamente, es muy capaz de llevar a la condenación aun sin<br />

todos los demás juntos, como sucede con los niños que mueren, nacidos de Adán, si no


han renacido en Cristo?<br />

¿Por qué. pues, este pobre me exige lo que no quiere o, del Apóstol, a saber, "por qué<br />

causa el pecado está en el niño: si es por su voluntad, o por el matrimonio, o por sus<br />

progenitores?"<br />

¡Que escuche por qué causa! Que escuche y calle por qué el pecado está en el párvulo: Por<br />

el pecado de un solo hombre -dice el Apóstol- (llegó) a todos los hombre la condenación.<br />

Pues dijo que todos van a la condenación por Adán y todos van a la justificación por Cristo,<br />

aunque ciertamente Cristo no lleva a la vida a todos los que mueren en Adán. Pero ha<br />

dicho todos y otra vez todos porque como sin Adán ninguno va a la muerte, así sin Cristo<br />

ninguno va a la vida. Lo mismo que decimos de un maestro de escuela, si está él solo en<br />

una población: "Este maestro enseña aquí las letras a todos", no porque todos las<br />

aprendan, sino porque nadie las aprende más que por medio de él.<br />

Y, finalmente, a los que había dicho todos, después ha llamado muchos, dando a entender,<br />

sin embargo, que son los mismos en todos que en muchos. Dice: Como, por la<br />

desobediencia de un solo hombre, todos se convirtieron en pecadores, así, por la<br />

obediencia de uno solo, muchos se convertirán en justos 87 .<br />

La transmisión del pecado original<br />

47. Todavía indaga por qué causa está el pecado en el recién nacido. Que le respondan las<br />

páginas santas: Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la<br />

muerte, y así se propagó a todos los hombres, por quien todos pecaron... Por el pecado de<br />

un solo hombre, muchos han muerto. El juicio (proveniente) de uno solo (llevó) a la<br />

condenación. Por el pecado de uno comenzó el reinado de la muerte por uno solo. Por el<br />

pecado de uno solo (llevó) a todos los hombres a la condenación. Por la desobediencia de<br />

uno solo, muchos se convirtieron en pecadores 88 . ¡Mira por qué causa el pecado está en el<br />

párvulo! ¡Que crea de una vez en el pecado original! ¡Que deje a los párvulos ir a Cristo<br />

para que se salven!<br />

Explicación del texto del Apóstol<br />

XXVIII. ¿Qué es lo que quiere decir: "No peca este que nace; no peca aquel que ha<br />

engendrado; no peca este que ha creado? ¿Por qué grietas, entre tantas defensas de<br />

inocencia, te imaginas que ha entrado el pecado?"<br />

¿Para qué busca una grieta oculta, teniendo un portón tan abierto? Por un solo hombre,<br />

dice el Apóstol; por el pecado de uno solo, dice el Apóstol; por la desobediencia de un solo<br />

hombre, dice el Apóstol. ¿Para qué busca más? ¿Para qué mayor apertura? ¿Para qué<br />

tanto insistir?<br />

Origen del mal y del pecado<br />

48. "Si el pecado -dice- procede de la voluntad, la voluntad es mala, porque produce el<br />

pecado. Si procede de ]a naturaleza, es que la naturaleza es mala". Respondo<br />

rápidamente: El pecado procede de la voluntad. ¿Pregunta, tal vez, si también el pecado<br />

original? Respondo: Totalmente, también el pecado original, porque también éste fue<br />

sembrado por la voluntad del primer hombre, de modo que a la vez, por un lado,<br />

estuviese en él y, por otro, se transmitiese a todos. Pero porque a continuación ha<br />

añadido: "Si procede de la naturaleza, es que la naturaleza es mala", le pido que, si<br />

puede, me responda; del mismo modo que está claro que por una voluntad mala son<br />

hechas todas las obras malas, como de un árbol malo proceden sus frutos, así que<br />

explique de dónde se ha originado la misma voluntad mala, es decir el mismo árbol malo<br />

de los frutos malos.<br />

Si procede de un ángel, ¿qué era el mismo ángel sino una obra buena de Dios? Si del<br />

hombre, ¿qué era el propio hombre sino una obra buena de Dios? Más aún, porque la<br />

voluntad mala del ángel se ha originado del ángel, y del hombre la que tiene el hombre, ¿<br />

qué eran estas dos antes de que naciesen en ellas estos males sino una obra buena de<br />

Dios y naturaleza buena y digna de alabanza? ¡Mira, pues, cómo el mal nace del bien, ni<br />

ha existido absolutamente nada de donde podría nacer sino del bien!


Yo digo que el origen es la misma voluntad mala, no precedida de ningún mal. Y no han<br />

sido las obras malas, que no proceden sino de la voluntad mala, como de un árbol malo.<br />

Sin embargo, la mala voluntad ha podido originarse de un bien no precisamente porque<br />

este bien ha sido creado por Dios, que es bueno, sino porque ha sido hecho de la nada, no<br />

de Dios.<br />

¿Qué significa entonces lo que dice: "Si la naturaleza es obra de Dios, no es posible<br />

permitir que la obra del diablo se transmita por una obra de Dios?" ¿Es que la obra del<br />

diablo no nació, acaso, en una obra de Dios, cuando nació como primicia en el ángel, que<br />

se hizo diablo? Si el mal, que ciertamente no existía en parte alguna, pudo nacer en una<br />

obra de Dios, ¿por qué el mal, ya existente en alguna parte, no pudo propagarse por una<br />

obra de Dios, sobre todo cuando el Apóstol se sirve de esta misma palabra al decir: Y así<br />

se propagó a todos los hombres? 89 ¿Es que los hombres no son obra de Dios? Luego el<br />

pecado se propagó por los hombres, esto es, la obra del diablo por la obra de Dios. Y para<br />

decirlo de otro modo: porque la obra del diablo, es decir, el pecado, originado por medio<br />

del mismo diablo, que es hechura y obra de Dios, se propagó por medio de otra obra de<br />

Dios, esto es, por el hombre. La obra de una obra de Dios por medio de otra obra de Dios.<br />

En consecuencia, Dios es el solo inmutable y de bondad omnipotente, el cual, aun antes de<br />

que existiese mal alguno, hizo todas las obras buenas y saca siempre el bien aun de las<br />

obras malas, que se han producido en las obras buenas hechas por él.<br />

Conocimiento del Apóstol sobre el pecado original<br />

XXIX. 49. Sigue: "En un hombre con razón es vituperada la intención y alabado su origen,<br />

porque son dos cosas que se contraponen. Pero en el párvulo es una sola cosa, la<br />

naturaleza únicamente, porque no hay voluntad. Es decir, que esta única cosa habrá que<br />

atribuirla o a Dios o al demonio. Si la naturaleza existe por Dios, no puede existir en ella el<br />

mal original; si procede del diablo, no podrá haber nada en el hombre que sea obra de<br />

Dios. Así, pues, el que defiende el mal original es un perfecto maniqueo".<br />

Todo lo contrario. ¡Que escuche mejor lo que es verdadero! En un hombre con razón es<br />

vituperada la intención y alabada la naturaleza, porque son dos cosas las que se<br />

contraponen. Pero en el párvulo tampoco hay una cosa solamente, esto es, la naturaleza,<br />

en la cual el Dios bueno creó al hombre; porque tiene, además, el vicio, que por uno solo<br />

se propagó a todos los hombres, como lo entiende el Apóstol; no como lo desfigura<br />

Pelagio, o Celestio, o cualquiera de sus discípulos. Por lo tanto, una de estas dos cosas que<br />

he dicho que están en el párvulo se atribuye a Dios, la otra al diablo. Y el que ambas<br />

cosas, por causa de una de las dos, es decir, por causa del vicio, estén sometidas al<br />

dominio del diablo, no es un inconveniente, porque no sucede por la potestad del diablo,<br />

sino de Dios; el vicio, en efecto, está sometido al vicio, y la naturaleza a la naturaleza.<br />

Porque también en el diablo están las dos cosas, para que, cuando los amados y elegidos<br />

sean sacados del dominio de las tinieblas, al que con toda razón están sometidos aparezca<br />

claramente qué es lo que se da a los buenos justificados por Dios, que saca bien de los<br />

bienes en los mismos males.<br />

Prueba del origen del pecado original: el bien creado<br />

50. En cambio, lo que a nuestro adversario le ha parecido casi una expresión religiosa: "Si<br />

la naturaleza es de Dios, no puede existir en ella el mal original", ¿acaso a otro no le<br />

puede parecer más religiosa aún la expresión: "Si la naturaleza es de Dios, no puede en<br />

ella producirse mal alguno?" Y, sin embargo, es falso, porque esto es lo que quisieron<br />

afirmar los maniqueos; y se empeñaron en que no era una criatura de Dios hecha de la<br />

nada, sino en llenar de todos los males la misma naturaleza de Dios.<br />

Porque el mal no se produjo sino en el bien ciertamente no en el bien sumo e inmutable,<br />

cual es la naturaleza de Dios sino en el bien hecho de la nada por la sabiduría de Dios. Es<br />

por esto por lo que el hombre es una obra de Dios, porque no existiría el hombre si no<br />

fuese creado por la obra de Dios. Como tampoco existiría el mal en los párvulos si la<br />

voluntad del primer hombre no hubiese pecado y propagado el pecado original a partir de<br />

este origen viciado.<br />

a) Prueba por los testimonios de la Escritura


Luego no es como éste dice: que "es perfectamente un maniqueo el que defiende el<br />

pecado original", sino que es perfectamente un pelagiano el que no cree en el mal original.<br />

Porque no fue desde que comenzó a existir la doctrina pestilente de Manés cuando los<br />

párvulos bautizados en la Iglesia de Dios comenzaron a recibir los exorcismos y la<br />

insuflación para demostrar con estos misterios que no son trasladados al reino de Cristo,<br />

sino los sacados del dominio de las tinieblas 90 . O que en los libros de Manés se lee que el<br />

hijo del hombre ha venida a buscar y a salvar lo que estaba perdido 91 ; o que por un solo<br />

hombre entró el pecado en este mundo 92 , y lo que sigue perteneciente a la misma<br />

sentencia que he recordado arriba; o que Dios castiga el pecado de los padres en los hijos<br />

93 ; o lo que está escrito en el salmo: Yo en maldades fui concebido y en pecados mi madre<br />

me alimentó en su seno 94 ; o El hombre es semejante a la vanidad, sus días pasan como<br />

una sombra 95 ; o: He aquí que han envejecido mis días, y mi existencia es como la nada<br />

delante de ti; pero, sin embargo, todo hombre viviente es vanidad total 96 ; o lo que dice el<br />

Apóstol: Toda criatura está sujeta a la vanidad 97 ; o en el libro del Eclesiastés: Vanidad de<br />

vanidades y todo vanidad. ¿Qué saca el hombre de todas las fatigas que lo fatigan bajo el<br />

sol? 98 ; o en el libro del Eclesiástico: Un pesado yugo oprime a los hijos de Adán desde el<br />

día en que salen del seno de su madre hasta el día en que vuelven a la tierra madre de<br />

todos 99 ; o lo que dice el Apóstol: Todos mueren en Adán 100 , o lo que dice el santo Job<br />

cuando habla de sus pecados: El hombre, nacido de mujer, corto de días y harto de<br />

inquietudes, se marchita como flor de heno, huye como sombra, sin pararse; ¿y sobre un<br />

tal tienes cuidado y le citas a juicio contigo? ¿Quién podrá sacar pureza de lo impuro?<br />

Nadie. Aunque su vida fuese de un solo día sobre la tierra 101 . Efectivamente, la misma<br />

lectura, donde aparece con claridad de qué habla, ha llamado impurezas, porque quiso dar<br />

a entender los pecados. Lo mismo es aquello del profeta Zacarías cuando se le quita al<br />

sacerdote el vestido sucio y se le dice: Mira, he quitado de ti tus pecados 102 .<br />

Yo creo que todos estos testimonios y otros semejantes, que están indicando que todo<br />

hombre nace bajo el dominio del pecado y de la maldición, no son leídos en medio de las<br />

tinieblas de los maniqueos, sino en la luz de los católicos.<br />

b) Prueba por los testimonios de le tradición<br />

51. ¡Y qué diré de los mismos comentaristas de las divinas Escrituras que han florecido en<br />

la Iglesia católica? ¿Cómo no se han empeñado en destruir estos testimonios con<br />

interpretaciones distintas sino porque estaban firmes en la fe antiquísima y solidísima, sin<br />

dejarse arrastrar por las novedades del error? Si quisiera reunir y utilizar todos sus<br />

testimonios, por una parte sería demasiado prolijo y, por otra, me parece que quizás me<br />

habría apoyado menos de lo que debía en la autoridad de los libros canónicos, de los<br />

cuales no nos debemos apartar.<br />

Sin embargo, para no hablar del beatísimo Ambrosio, a quien Pelagio, como ya he<br />

recordado, ha rendido un gran testimonio de integridad en la fe: Ambrosio no defendió<br />

otra cosa en los párvulos necesitados de Cristo como médico sino el pecado original. ¿<br />

Acaso dirá alguno que también Cipriano, digno de una corona de gloria, fue íntegramente<br />

o quizás hasta hubiera podido ser algo maniqueo? Sabemos que sufrió martirio antes que<br />

esta peste hiciera su aparición en el mundo romano, y, sin embargo, en su libro El<br />

bautismo de los párvulos defendió de tal modo el pecado original que llega a decir que<br />

conviene bautizar al párvulo aun antes de los ocho días, en caso de necesidad, para que<br />

no perezca su alma. Así quiere dar a entender que tanto más fácilmente llega al bien del<br />

bautismo cuanto más pronto le son perdonados los pecados, no los propios, sino los<br />

ajenos.<br />

¡Que este pobre se atreva a decir que tales autores son maniqueos! Y que salpique con<br />

este crimen impío a la tradición antiquísima de la Iglesia, según la cual los párvulos son<br />

exorcizados, como he dicho, e insuflados para que, arrancados del dominio de las<br />

tinieblas, es decir, del diablo y de sus ángeles, sean trasladados al reino de Cristo!<br />

En cuanto a mí, ¡estoy más dispuesto a aguantar cualquier maldición y afrenta con estos<br />

grandes varones y con la Iglesia de Cristo, firmemente asegurada en la antigüedad de esta<br />

fe, que a recibir alabanzas con los pelagianos por la lisonja de cualquier discurso!<br />

La concupiscencia es consecuencia del pecado original<br />

XXX. 52. Dice: "Repites y afirmas que no existiría la concupiscencia si el hombre no


hubiese pecado antes, pero el matrimonio existiría aunque ninguno hubiese pecado". Yo<br />

no he dicho que no existiría concupiscencia alguna, porque existe también una<br />

concupiscencia digna de alabanza, como es la espiritual, por la que apetecemos la<br />

sabiduría; sino que he dicho: "Esta concupiscencia vergonzosa no existiría jamás". ¡Que<br />

vuelva a leer mis palabras el mismo que las ha citado para que se vea con qué mala fe él<br />

las ha recordado! ¡Y que la llame con el nombre que quiera! Yo he dicho que no existiría si<br />

el hombre antes no hubiese pecado, aquella concupiscencia de la cual se avergonzaron en<br />

el paraíso los que cubrieron sus vergüenzas, y nadie niega que es una consecuencia,<br />

porque había precedido un pecado de desobediencia.<br />

Pero, si quiere entender qué experimentaron, considere qué es lo que cubrieron. En<br />

realidad, se hicieron ceñidores de hojas de higuera, no vestidos 103 , porque ceñidores se<br />

dice en griego . Pero ¿qué es lo que cubren los perizómata? Saben todos<br />

que muchos latinos lo traducen por taparrabos (campestria). Y ¿quién ignora qué partes<br />

del cuerpo cubren los taparrabos? Porque las cubrían los jóvenes romanos cuando,<br />

desnudos, se ejercitaban en el campo de Marte. De ahí ha tomado nombre esta clase de<br />

vestido.<br />

Interpretación maliciosa de los herejes<br />

XXXI. 53. Continúa: "El matrimonio, por consiguiente, que, según dices, pudo existir sin<br />

la concupiscencia, sin la excitación de los cuerpos, sin la necesidad de los sexos, tú lo<br />

declaras laudable; en cambio, este matrimonio que ahora está en juego lo declaras<br />

inventado por el diablo. De este modo el matrimonio que, según tus sueños, pudo ser<br />

instituido, lo declaras bueno; pero este del que habla la Escritura divina: El hombre<br />

abandonará a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos en una sola<br />

carne 104 , reconoces que es un mal diabólico; que, en definitiva, debe llamarse<br />

enfermedad y no matrimonio".<br />

No es extraño que los pelagianos se empeñen en desfigurar mis palabras hacia el<br />

significado que ellos quieren, cuando están acostumbrados a hacer lo mismo aun con las<br />

Escrituras santas, según suelen hacerlo los demás herejes, y no en algún pasaje oscuro,<br />

sino precisamente cuando los testimonios son claros y evidentes.<br />

En efecto: ¿quién iba a afirmar que ha podido existir el matrimonio sin la excitación de los<br />

cuerpos ni la necesidad de los sexos? Realmente, Dios hizo el sexo, porque los hizo varón<br />

y mujer 105 , como está escrito. ¿Cómo entonces iba a poder realizarse que los que tenían<br />

que unirse para poder engendrar por la misma unión no excitaran sus cuerpos, puesto que<br />

la unión corporal del hombre a su pareja no es posible si falta la excitación del cuerpo? Por<br />

lo tanto, la cuestión aquí no es sobre la excitación corporal, sin la cual no podrían unirse<br />

en absoluto, sino sobre la excitación vergonzosa de los genitales, que ciertamente no<br />

habría existido sin que hubiera faltado la cópula fecunda, si los genitales hubiesen<br />

obedecido no a la concupiscencia, sino a la voluntad, como los demás miembros. ¿O es<br />

que acaso, aun ahora, no manda la voluntad al pie, al brazo, al dedo, al labio, a la lengua,<br />

y al instante obedecen a nuestro antojo? Y lo que es aún más maravilloso: que mande,<br />

como guste, a la secreción interna de la vejiga, aunque no haya necesidad de evacuar, y<br />

fluya y obedezca. Y, en todo caso, la voluntad manda a las mismas vísceras y nervios<br />

ocultos que controlan dicha secreción para que la estimulen, la obliguen y la eyaculen, y,<br />

si hay salud, obedecen a la voluntad sin dificultad.<br />

Por consiguiente, ¿con cuánta mayor facilidad y serenidad, obedeciendo las partes<br />

genitales del cuerpo, vendría la erección del mismo miembro y sería engendrado el<br />

hombre, si a aquellos desobedientes no les hubiese sido dado, en justo castigo, la<br />

desobediencia de estos mismos miembros? Castigo que sienten los castos, que, sin duda<br />

alguna, preferirían, si pudiesen, engendrar los hijos a las órdenes de su voluntad antes<br />

que con la comezón lasciva del placer. Por el contrario, los impuros, que, a causa de esta<br />

enfermedad, codician lujuriosamente no sólo a las meretrices, sino incluso a sus propias<br />

esposas, se regodean desenfrenadamente de este suplicio de la carne con otro suplicio<br />

mucho más grave de la mente.<br />

Bondad del ÚNICO matrimonio instituido por Dios<br />

XXXII. 54. ¡Lejos, pues, de mí el lenguaje, que éste pretende atribuirme de que "el<br />

matrimonio actual ha sido inventado por el diablo!" Es del todo el mismo matrimonio que


Dios instituyó desde el principio. Porque este bien suyo, instituido para la generación de<br />

los hombres, no se lo ha quitado ni a los hombres condenados, a quienes no ha quitado<br />

tampoco la sensación de la carne, ni sus miembros, que son, indudablemente, dones<br />

suyos, aunque condenados a muerte por una condenación bien merecida. Repito que éste<br />

es el matrimonio del que se ha dicho -exceptuado el gran sacramento de Cristo y de la<br />

Iglesia aquí simbolizado 106 -: Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se<br />

unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne 107 .<br />

Efectivamente, esto fue pronunciado antes del pecado, y, si nadie hubiese pecado, habría<br />

podido realizarse sin la concupiscencia vergonzosa. Y ahora, aunque no se realice sin ella<br />

en este cuerpo de muerte, sin embargo, no deja de realizarse el que el hombre se una a<br />

su mujer y sean los dos una sola carne. Por lo cual, aunque se dice que una cosa es el<br />

matrimonio de ahora y otra el que hubiera podido existir si nadie hubiese pecado, se dice<br />

esto no según su naturaleza, sino según una cierta disposición degradada. Así como se<br />

dice que es otro hombre aunque sea el mismo, cuando ha cambiado de vida para mejor o<br />

para peor -realmente, una cosa es el justo y otra el pecador, aunque sea el mismo hombre<br />

personalmente-, del mismo modo, una cosa es el matrimonio sin concupiscencia<br />

vergonzosa y otra con ella; y, sin embargo, en su constitución, que une legítimamente a la<br />

mujer con su marido, y guarda la fidelidad del débito carnal inmune del pecado de<br />

adulterio, y realiza de manera legítima la generación de los hijos, es idénticamente el<br />

mismo matrimonio que Dios instituyó; aun cuando el diablo haya herido con la persuasión<br />

antigua del pecado no al matrimonio, sino a los hombres, que hacen el matrimonio,<br />

persuadiéndoles al pecado de desobediencia, al cual, por justo juicio de Dios, le fue<br />

devuelto en reciprocidad la desobediencia de los miembros, en la cual los casados, aunque<br />

se avergüencen de su desnudez, sin embargo, no han podido perder por completo la<br />

bondad del matrimonio instituido por Dios.<br />

Interpretación del pecado original en los párvulos<br />

XXXIII. 55. Y aquí nuestro interlocutor pasa de los que se han casado a los que han<br />

engendrado, por los cuales disputo tan duramente en esta cuestión contra los nuevos<br />

herejes: y, empujado por una oculta inspiración de Dios, afirma algo donde, por propia<br />

confesión, resuelve todo este problema. En efecto, queriendo excitar contra m' mayor<br />

hostilidad, porque sostengo que los párvulos, aun los de matrimonio legítimo, nacen bajo<br />

el dominio del pecado, dice: "Afirmas tú que aquellos que nunca han nacido hubieran<br />

podido ser buenos, pero que estos que han llenado el mundo, en favor de los cuales Cristo<br />

ha muerto, son obra del diablo, nacidos de la enfermedad y culpables desde un principio.<br />

Por consiguiente -continúa- queda probado que no pretendes otra cosa que negar que Dios<br />

es el creador de los hombres".<br />

En realidad, yo no digo sino que el creador de todos estos hombres, aunque todos nazcan<br />

bajo el dominio del pecado y perezcan si no renacen, no es otro que Dios. Por supuesto<br />

que por la persuasión del diablo fue sembrada la corrupción, por la cual los hombres nacen<br />

bajo el dominio del pecado, pero no por la naturaleza creada por la que son hombres. En<br />

cambio, que la concupiscencia vergonzosa no excite los miembros sino cuando queremos,<br />

¡tampoco es enfermedad! Que la cópula lícita y honesta de los cónyuges, ¡tampoco se<br />

avergüence de ella al evitar toda mirada y buscar el secreto, tampoco es enfermedad! Que<br />

el Apóstol no prohíba poseer las propias esposas con esta morbosidad, ¡tampoco es<br />

enfermedad! Porque lo que el texto griego trae: algunos lo han<br />

traducido en latín por in morbo desiderii: con deseo morboso; otros, en cambio, traducen:<br />

in passione concupiscentiae: con pasión carnal; o de algún otro modo, según los códices,<br />

tanto unos como otros. En latín, la palabra passio, sobre todo en el uso eclesiástico, no ha<br />

solido entenderse en sentido peyorativo.<br />

Puntualización sobre esta cuestión<br />

56. Con todo, fíjate qué ha dicho -cualquiera que sea su opinión sobre la concupiscencia<br />

vergonzosa- sobre los párvulos de quienes me ocupo y su necesidad de un salvador para<br />

no morir sin salvación. Repito sus mismas palabras. Dice: "Así que tú afirmas que aquellos<br />

que nunca han nacido hubieran podido ser buenos; pero que estos pobres que han llenado<br />

el mundo y por quienes Cristo ha muerto son obra del diablo, nacidos de la enfermedad y<br />

culpables desde su origen". ¡Qué bien si resolviese primero la rivalidad como resuelve la<br />

dificultad de la cuestión! ¿Es que será capaz de decir que está hablando ahora de los<br />

adultos? Porque se trata de los párvulos, de los recién nacidos. De esto promueve la


hostilidad contra mí, porque yo los llamo culpables desde su origen, porque afirmo que<br />

son culpables aquellos por quienes ha muerto Cristo. Y ¿por qué ha muerto Cristo por<br />

ellos, si no son culpables? ¡En adelante, sí, ya tenemos el motivo para creerse obligado a<br />

excitar la animosidad! Él mismo lo declara: "¿Cómo van a ser culpables los párvulos, por<br />

quienes ha muerto Cristo?" Le respondo: Al revés, ¿cómo no van a ser culpables los<br />

párvulos, cuando Cristo ha muerto por ellos? Esta controversia reclama un juez. ¡Que<br />

juzgue Cristo y que nos diga a quién ha aprovechado su muerte como reo! Dice: Esta es<br />

mi sangre, que será derramada por muchos para remisión de los pecados 108 .<br />

¡Que el Apóstol juzgue al mismo tiempo que él, porque el mismo Cristo en persona habla<br />

también en el Apóstol! Grita y dice a propósito de Dios Padre que no perdonó a su propio<br />

Hijo, sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros 109 . Yo creo que de tal modo<br />

declara aquí que Cristo fue entregado por todos nosotros, que en esta causa los párvulos<br />

no deben separarse de nosotros. Pero ¿qué necesidad hay de preocuparse de un punto del<br />

cual ya ni este hombre discute, puesto que no solamente confiesa que Cristo murió<br />

también por los párvulos, sino que además me argumenta por esto que yo digo que son<br />

culpables los mismos párvulos, por quienes ha muerto Cristo? Por lo tanto, ¡que el<br />

Apóstol, que ha dicho que Cristo fue entregado por todos nosotros, diga también por qué<br />

Cristo fue entregado por nosotros! Él lo dice: Fue entregado por nuestros pecados y<br />

resucitó para nuestra justificación! 110 Por consiguiente, si, como él también confiesa, y<br />

reconoce, y afirma, y expone que los párvulos están también entre aquellos por quienes<br />

Cristo fue entregado, y Cristo fue entregado por nuestros pecados, es que también los<br />

párvulos tienen ciertamente los pecados originales, por los que Cristo fue entregado. Es<br />

que se encuentra en ellos lo que hay que sanar, porque, según él, no tienen necesidad de<br />

médicos los sanos, sino los enfermos 111 . Es que encuentra el porqué los salva aquel que<br />

vino al mundo, como dice el apóstol Pablo, para salvar a los pecadores 112 . Es que<br />

encuentra qué perdonar en ellos aquel que afirma que ha derramado su sangre para<br />

remisión de los pecados. Es que encuentra la causa por la que los busca el que ha venido,<br />

como dice, a buscar y a salvar lo que estaba perdido 113 . Es que encuentra lo que deshace<br />

en ellos el Hijo de Dios, que vino por eso como dice el apóstol Juan, para deshacer las<br />

obras del diablo 114 .<br />

Por consiguiente, todo el que afirma la inocencia de los párvulos de tal modo que niegue<br />

que es necesaria la medicina a los enfermos y a los heridos, es enemigo de su salvación.<br />

Última objeción de Juliano<br />

XXXIV. 57. Atención ahora a lo que añade a continuación. Dice: "Si Dios creó, antes del<br />

pecado, aquello por lo cual habrían de nacer los hombres, y, en cambio, el diablo aquello<br />

por lo cual los progenitores habrían de ser excitados, sin duda que la santidad será<br />

atribuida a los que nacen, y la culpa a los que engendran. Te ruego que deseches esta<br />

opinión del medio de las Iglesias, porque condena clarísimamente el matrimonio. Y que<br />

creas verdaderamente que todo fue hecho por Jesucristo y que sin él no ha sido hecho<br />

nada 115 ".<br />

Así lo afirma, como si yo dijese que en los hombres ha sido creado algo sustancial por<br />

medio del diablo. El diablo indujo al mal como pecado, no lo creó como una naturaleza. Es<br />

evidente que él persuadió a una naturaleza, porque el hombre es una naturaleza, y por<br />

esto la vició con la persuasión. En efecto, el que vulnera los miembros, no los crea, sino<br />

que los maltrata. Y las heridas infligidas a los cuerpos hacen cojear y moverse con<br />

dificultad a los miembros, no a aquella virtud que hace al hombre justo. Por el contrario, la<br />

herida que se llama pecado vulnera a la misma vida por la cual el hombre vivía<br />

rectamente. Y esto el diablo lo ha infligido mucho más grave y profundamente que lo son<br />

todos estos pecados conocidos de los hombres. De este modo, nuestra naturaleza,<br />

cambiada entonces para peor, no solamente se hizo pecadora, sino que también ha<br />

engendrado a pecadores. Y, no obstante, la misma enfermedad que destruyó la fortaleza<br />

del vivir bien, no es realmente una naturaleza, sino un vicio. Lo mismo que una mala<br />

disposición del cuerpo no es, ciertamente, una sustancia o una naturaleza, sino algo<br />

viciado. Y, si bien no siempre, sin embargo, muchas voces las malas disposiciones de los<br />

progenitores son transmitidas genéticamente de algún modo y se manifiestan en los<br />

cuerpos de los hijos.<br />

Respuesta de san Agustín


58. ¿Pero qué digo? Este pecado, que cambió para peor al mismo hombre en el paraíso, y<br />

mucho más gravemente de lo que podemos juzgar, es contraído por todo el que nace y no<br />

es perdonado sino en el que renace, de tal modo que aun los padres ya renacidos, en<br />

quienes ha sido perdonado y destruido, es transmitido como reato de los hijos que nacen,<br />

a no ser que el segundo nacimiento espiritual absuelva también a los mismos que<br />

comprometió el primer nacimiento carnal. De esta maravilla, el Creador produjo un<br />

ejemplo maravilloso en el olivo y en el acebuche, donde no solamente de la semilla de un<br />

acebuche, sino también de la de un olivo, nace el puro acebuche. Y por eso, aunque tanto<br />

en los hombres engendrados por la naturaleza como en los regenerados por la gracia,<br />

exista esta concupiscencia carnal que repugna a la ley del espíritu; sin embargo, porque<br />

ha sido perdonada con el perdón de los pecados, ya no les es imputada como pecado ni les<br />

perjudica cosa alguna, a no ser que se consienta en sus inclinaciones hacia las cosas<br />

ilícitas. Pero, porque es inseminada no ya por la concupiscencia espiritual, sino por la<br />

carnal, como el acebuche de nuestro linaje procede de aquel olivo, así su descendencia<br />

arrastra consigo de allí el reato al nacer, de tal modo que no puede ser liberado de aquella<br />

peste sino renaciendo.<br />

Por lo tanto, ¿cómo este hombre afirma que atribuyo la santidad a los que nacen, y la<br />

culpa a los progenitores, cuando la verdad demuestra, más bien, que, aunque hubiese<br />

existido santidad en los progenitores, la culpa está presente en los que nacen y no es<br />

borrada sino en los que renacen?<br />

Conclusión<br />

Ironía sobre "la buena concupiscencia" de Juliano<br />

XXXV. 59. As' las cosas, ¡que este pobre, a propósito de esta concupiscencia de la carne y<br />

de la libido tiránica para los impúdicos, vencida por los castos, vergonzosa, sin embargo,<br />

tanto para castos como para impúdicos, piense lo que quiera, porque, según veo, a él le<br />

agrada mucho! ¡Que no dude en alabar a la que se avergüenza de nombrar! ¡Que la llame<br />

como ya la ha llamado: vigor de los miembros, sin temer el horror de los oídos piadosos! ¡<br />

Que la llame potencia de los miembros, sin que se preocupe de la desvergüenza! ¡Que<br />

diga, si no se avergüenza, que en el paraíso, de no haber pecado nadie, hubiera podido<br />

estar siempre lozano allí este vigor como una flor, sin que hubiera sido necesario cubrirlo,<br />

porque su excitación no llenaría a nadie de confusión, sino que, sin jamás ser reprimida,<br />

llegaría al acto siempre por la disponibilidad de la esposa, sin que a la voluntad se le<br />

privase jamás de tanta felicidad!<br />

En efecto, sería absurdo que tal dicha tuviera la posibilidad de no conseguir en aquel lugar<br />

lo que quisiera, o sentir en su cuerpo y alma algo que no quisiera. Y, por lo mismo, si la e<br />

citación de la libido antecediese a la voluntad de los hombres, seguiría inmediatamente la<br />

voluntad; y la esposa, que por esta causa nunca debería estar ausente, bien para<br />

concebir, bien ya encinta, se acercaría al punto; y o sería engendrada la prole o satisfecho<br />

el placer natural y laudable, y se perdería el esperma del hombre, para que el apetito de<br />

tan buena concupiscencia no quedase defraudado!<br />

Únicamente los cónyuges no se atraerían para el uso contra naturaleza, pero cuantas<br />

veces les apeteciese usarían de los miembros creados para esto y para la generación.<br />

Sin embargo, ¿y si aquel uso contra la naturaleza tal vez fuese también placentero? ¿Y si<br />

aquella libido laudable relinchase buscando este placer? ¿Acaso la seguirían, por ser<br />

agradable, o la rechazarían, por ser torpe? Si la seguían, ¿dónde está el pensamiento de<br />

cualquier clase de honestidad? Si la resistían, ¿dónde está la paz de tan gran felicidad?<br />

De aquí que, si se avergonzase, tal vez, y dijera que había podido existir en todo esto<br />

tanta paz de aquella felicidad y tanto orden que jamás la concupiscencia de la carne<br />

pudiese preceder a la voluntad de aquellos hombres, sino que, cuando ellos lo quisiesen,<br />

entonces aquélla se excitaba, y ellos lo quisieren cuando fuera necesario para engendrar<br />

los hijos, de tal manera que ninguna eyaculación seminal fuese inútil, no se hiciese<br />

ninguna cópula a la que no siguiese la concepción y el parto, sirviendo la carne a la menor<br />

orden, y la libido a voluntad. Si afirma esto, ¡que reflexione, al menos, que ahora no existe<br />

entre los hombres lo que él dice! Y, si no quiere conceder que es un vicio la libido, que<br />

admita, por lo menos, que, debido a la desobediencia de aquellos primeros hombres,<br />

también la misma concupiscencia de la carne fue viciada, de manera que la que debía ser


excitada obediente y ordenadamente, ahora se excita desobediente y desordenadamente,<br />

hasta el punto de no obedecer ni a la voluntad siquiera de los mismos casados castos; al<br />

contrario, se excita incluso cuando no es necesaria, y, cuando lo es, unas veces más<br />

precozmente, otras más frígidamente, sigue las órdenes, pero exterioriza sus propios<br />

impulsos. Fue así como aquellos hombres desobedientes cargaron entonces con esta<br />

desobediencia, y nos la han transmitido a nosotros por generación. Porque sus<br />

movimientos no eran voluntarios, sino en todo caso desordenados, cuando aquellos<br />

miembros, antes dignos de gloria, tuvieron que cubrirlos ya dignos de vergüenza.<br />

El Jesús salvador de los párvulos<br />

60. Pero, como ya he dicho, que piense lo que quiera acerca de esta concupiscencia, que<br />

la predique como quiera, que la alabe cuanto quiera -como lo da a entender en tantos<br />

lugares y cuanto le agrada-; que la halaguen los pelagianos, si no con sus costumbres, al<br />

menos con sus panegíricos, cualesquiera de ellos que por el voto de continencia no gozan<br />

de la carne de sus cónyuges. Pero que, al menos, se abstenga de alabar inútilmente a los<br />

párvulos y de defenderlos cruelmente. ¡Que no diga que están salvados! ¡Que les permita<br />

llegar no hasta su adulador Pelagio, sino hasta Cristo, su salvador!<br />

Finalmente, y para concluir este libro, termina así nuestro adversario el discurso escrito en<br />

el papel que me has enviado con las siguientes palabras: "Cree de verdad que todo ha<br />

sido hecho por Jesús y que sin él no se ha hecho nada 116 ". ¡Ojalá él crea que Jesús es<br />

Jesús incluso para los párvulos! Y como confiesa que todo ha sido hecho por él, puesto que<br />

él es el Verbo Dios, que del mismo modo confiese que también los párvulos son salvados<br />

por él, porque él es Jesús, si es que quiere ser cristiano católico.<br />

Así está escrito en el Evangelio: Y le pondrán por nombre Jesús, porque él salvará a su<br />

pueblo de sus pecados 117 . Por esto, pues, se llama Jesús, porque Jesús quiere decir<br />

Salvador. Porque él salvará a su pueblo, y en su pueblo ciertamente hay también niños;<br />

pero lo salvará de sus pecados. Luego en los párvulos también hay pecado original, por el<br />

que puede ser también su Jesús, es decir, su salvador.<br />

MENSAJE A LOS DONATISTAS<br />

DESPUÉS DE LA CONFERENCIA<br />

Traducción: P. Santos Santamarta, OSA<br />

Incongruencia de los donatistas<br />

I. 1. ¿Por qué, donatistas, os dejáis seducir por vuestros obispos, cuyas falacias<br />

tenebrosas han quedado desbaratadas por la luz radiante, cuyo error quedó descubierto y<br />

cuya pertinacia quedó vencida? ¿Por qué continúan acosándoos con vanas mentiras? ¿Por<br />

qué creéis aún a unos hombres vencidos? Cuando os dicen que el juez fue corrompido por<br />

soborno, ¿hacen algo nuevo? ¿Qué otra cosa acostumbran hacer los vencidos, que no<br />

quieren ceder ante la verdad, sino acumular mentiras sobre las parcialidades del juez?<br />

Preguntadles a ellos, y que nos respondan primeramente, si pueden, a esto: ¿Por qué se<br />

atrevieron a venir a Cartago y a reunirse con nosotros en un lugar con motivo de una<br />

conferencia? Ya unos años antes les habíamos invitado públicamente a sostener una<br />

conferencia, y que así se pusiera en claro la verdad y desapareciera la disensión que nos<br />

divide; pero rehuyendo la verdad, respondieron en las actas: "Es indigno que concurran<br />

juntos los hijos de los mártires y los descendientes de los traditores".<br />

¿Por qué entonces aceptaron ahora reunirse con nosotros? Pienso que no harían lo que les<br />

parecía indigno si no reconocieran que nosotros no somos descendientes de traditores; al<br />

menos a ellos les toca responder por qué dijeron: "Es indigno que concurran los hijos de<br />

los mártires y los descendientes de los traditores", y luego se reunieron con nosotros.<br />

¿Qué les obligó a hacer algo que es indigno? No fueron atados de pies y manos, sino que<br />

vinieron absolutamente libres. Si dijeran: "Porque lo ha ordenado el emperador", es<br />

evidente que hacen lo que es indigno cuando lo ordena el emperador. ¿Por qué entonces<br />

montan en cólera por no sé qué traditores que no pertenecen a nuestra causa?


Ciertamente es indigno entregar los códices del Señor a los perseguidores; cuando hizo<br />

esto el traditor, no tiene culpa, pues lo había ordenado el emperador. Planteamos este<br />

razonamiento no siguiendo los dictámenes de la verdad, sino los de su perversidad. Ellos,<br />

en efecto, lo dijeron, lo atestiguan las actas públicas, ante el secretario lo dijeron. No lo<br />

dijo cualquier desconocido, sino su mismo obispo de Cartago Primiano; Primiano entregó<br />

este escrito al magistrado de Cartago, y ordenó que dijera su diácono en las actas: "Es<br />

indigno que se reúnan juntos los hijos de los mártires y los descendientes de los<br />

traditores".<br />

Ea, pues, ya nos hemos reunido, ¿qué responden a esto? Si dicen: "no es indigno", ¿por<br />

qué mintieron cuando dijeron que era indigno? Si dicen: "es indigno", ¿por qué hicieron lo<br />

que es indigno? Tendrían un recurso para afirmar que ellos no han hecho nada indigno ni<br />

han mentido en las palabras de Primiano; tendrían el recurso de decir: "Es indigno que se<br />

reúnan juntos los hijos de los mártires y los descendientes de los traditores, pero nosotros<br />

nos hemos reunido con vosotros, porque reconocemos que vosotros no sois descendientes<br />

de los traditores".<br />

Si esto es así, ¿por qué al reunirnos nos echaron en cara las mismas calumnias, sino quizá<br />

para que nosotros reconociésemos que ellos no son hijos de los mártires? Mártir es lo<br />

mismo que testigo. Y los testigos de Cristo son testigos que dicen verdad. Y se ha<br />

descubierto que éstos son testigos falsos, ya que echaron en cara a los otros los crímenes<br />

de la entrega sin poder demostrarlos.<br />

La catolicidad de la Iglesia, testimoniada por las Escrituras<br />

II. 2. ¿Por qué prestáis atención aún a las mentiras de los hombres y no la prestáis a los<br />

testimonios divinos? ¿Por qué creéis aún a unos hombres vencidos y no creéis a la verdad,<br />

que no ha sido vencida nunca? La verdad de Dios, como demostramos también en la<br />

misma Conferencia, dio testimonio en favor de su Iglesia por muchos textos de las santas<br />

Escrituras, por los escritos proféticos y apostólicos, y fue designado el lugar de donde<br />

había de comenzar la Iglesia de Cristo y los confines de la tierra adonde había de llegar. El<br />

Señor anunció que su Iglesia se había de extender por todas las naciones, comenzando<br />

por Jerusalén. Se lee en el texto sagrado cómo comenzó por Jerusalén, donde el Espíritu<br />

Santo fue enviado del cielo sobre los fieles reunidos por primera vez. Se lee en los textos<br />

sagrados cómo se extendió desde Jerusalén por las regiones vecinas y lejanas. Quedan allí<br />

citados los nombres de los lugares, se expresan los nombres de las ciudades, en las que<br />

gracias al esfuerzo apostólico fue fundada la Iglesia de Cristo, lugares y ciudades que<br />

fueron dignos de recibir las cartas enviadas por los apóstoles. Cartas que leen ellos<br />

mismos en vuestras reuniones, y no están, sin embargo, en comunión con las iglesias de<br />

esos lugares y ciudades, que fueron dignas de recibir las mismas cartas, echándoles en<br />

cara no sé qué pecados de los africanos, cuyo contagio les había hecho perecer, aunque<br />

ellos han dicho en esta misma Conferencia, que hemos celebrado poco ha en Cartago, que<br />

no perjudica una causa a otra causa ni una persona a otra persona.<br />

Dos medidas distintas: una para Ceciliano y otra para Primiano<br />

III. 3. Esto lo afirmaron ellos cuando les dijimos: "El concilio que alegáis contra Ceciliano,<br />

que estaba ausente, como el consejo celebrado en la causa de Maximiano, en que fue<br />

condenado Primiano, no perjudica a Primiano, también ausente". Alegaron, en efecto, el<br />

concilio en que algo más de setenta obispos condenaron al ausente Ceciliano, cuando se<br />

citan más o menos un centenar de su facción que habían condenado a Primiano, también<br />

ausente. Como les dijimos que aquello no perjudicaba a Ceciliano, lo mismo que esto no<br />

perjudica a Primiano, puesto que ambos concilios se habían celebrado contra personas<br />

ausentes, de momento, no teniendo qué responder, dijeron que habían soportado<br />

horribles perplejidades, y que ni una causa perjudicaba a otra causa ni una persona a otra<br />

persona. Esto lo tiene siempre en la boca la iglesia católica contra todas las calumnias de<br />

los hombres, pero al presente, con una fuerza y libertad inmensamente mayor, al ver<br />

confirmado por la confesión de sus enemigos lo que defendió siempre la verdad.<br />

Por consiguiente, quién, al considerar dignamente esto, puede soportarlo sin grave<br />

tristeza, quién puede reprimir un gemido, quién no romperá en un mar de lágrimas y en<br />

un grito de dolor? He aquí que, condenado Primiano por los obispos del partido de Donato,<br />

no pierde su episcopado, o, condenado Primiano, no inquieta al partido de Donato; no<br />

prejuzga una causa a otra causa ni una persona a otra persona; en cambio, Ceciliano, a


quien de modo semejante condenaron en su ausencia los enemigos, no es considerado<br />

como obispo y contamina a todo el pueblo cristiano hasta los confines del mundo, prejuzga<br />

una causa a otra causa y una persona a otra persona.<br />

Qué dirían las Iglesias de Oriente y África<br />

IV. 4. Podrían gritar con la voz de la misma unidad las Iglesias del Ponto, Bitinia, Asia,<br />

Capadocia y de las restantes regiones orientales, a las que escribe el bienaventurado<br />

apóstol Pedro: "Oh partido de Donato, no sabemos lo que decís; ¿por qué no mantenéis la<br />

comunión con nosotras? Si Ceciliano cometió alguna falta, lo cual no se nos ha probado ni<br />

demostrado; en fin, si cometió alguna falta, ¿por qué sienta precedente contra nosotros?"<br />

Si no queréis escucharnos a nosotros, escuchaos a vosotros mismos cuando decís: "Ni una<br />

causa prejuzga a otra causa ni una persona a otra persona". ¿Acaso llega vuestra<br />

perversidad hasta el punto de afirmar que estas palabras tienen valor para que no<br />

prejuzgue contra vosotros Primiano y no lo tienen, en cambio, para que nos prejuzgue el<br />

caso de Ceciliano a nosotros?<br />

También pueden gritar las siete Iglesias orientales a las que escribe el apóstol Juan, la de<br />

Éfeso, Esmirna, Tiatira, Sardes, Filadelfia, Laodicea, Pérgamo: "¿Qué os hemos hecho,<br />

hermanos, para preferir ser del partido de Donato a estar en nuestra comunión? Si<br />

Ceciliano cometió alguna falta, aunque no habéis podido demostrarlo, ya que, como<br />

vuestro Primiano, fue aquél condenado en ausencia, en fin, fuera él como haya sido, ¿qué<br />

os hicimos nosotros? ¿Por qué no queréis mantener la paz cristiana con cristianos? ¿Por<br />

qué habéis roto los sacramentos comunes a todos? ¿Qué os hemos hecho? ¿Por qué la<br />

causa de Primiano no prejuzga al partido de Donato sino porque es verdad lo que habéis<br />

dicho: 'Una causa no prejuzga a otra causa ni una persona a otra persona?' ¿Por qué,<br />

pues, va a prejuzgar la causa de Ceciliano a la heredad de Cristo, en la cual hemos sido<br />

plantados por el esfuerzo de los apóstoles?" A una de nosotras escribe el apóstol Juan que<br />

tiene en Sardes pocos nombres que no hayan manchado sus propios vestidos, y, sin<br />

embargo, no fueron manchados los vestidos de aquellos pocos por los inmundos que hubo<br />

en aquella Iglesia, porque habéis dicho con verdad que una causa no prejuzga a otra<br />

causa ni una persona a otra persona'. ¿Cómo, pues, pudo la causa y la persona de<br />

Ceciliano prejuzgamos a nosotros? Y si no nos prejuzga, ¿por qué os separáis de nosotras?<br />

Pueden también gritar las Iglesias a las que escribe el apóstol Pablo, la de los Romanos,<br />

Corintios, Filipenses, Colosenses, Tesalonicenses, pues sobre la de Galacia y Éfeso ya se<br />

habló; clamen éstas también: "Todos los días, hermanos, leéis, vosotros que queréis ser<br />

aún del partido de Donato, las cartas enviadas a nosotras. En ellas nos saluda el Apóstol<br />

por el nombre de la paz diciendo: Gracia y paz a vosotros de parte de Dios nuestro Padre<br />

del Señor Jesucristo 1 .<br />

¿Por qué, habiendo aprendido la paz con la lectura de nuestras cartas, rehusáis<br />

mantenerla con nosotras? A las que vivimos en tierras tan lejanas, situadas al otro lado<br />

del mar, nos echáis en cara al africano Ceciliano. Es sin duda verdadero lo que dijisteis: Ni<br />

una causa prejuzga a otra causa ni una persona a otra. Entonces, ¿qué santidad tan<br />

particular y peculiar es ésta, en virtud de la cual podéis vosotros sostener que la causa del<br />

africano Primiano no perjudica al partido africano de Donato, ni la persona de Feliciano de<br />

Musti a la persona de Primiano de Cartago, y en cambio se nos cargan a nosotros de tan<br />

lejos los prejuicios africanos y nos prejuzga la causa de Ceciliano?"<br />

5. Clame también la Iglesia católica, establecida en la misma África y unida a todas<br />

aquéllas por la paz y la unidad de Cristo; clame ella también: "No me prejuzga a mí la<br />

causa de Ceciliano, contra el cual se dio, en su ausencia, la sentencia de setenta obispos,<br />

porque no prejuzga a la Iglesia difundida por todo el orbe, en cuya comunión permanezco,<br />

o si no, perjudicará al partido de Donato la causa de Primiano, a quien sus colegas<br />

condenaron de modo semejante, en su ausencia, en un concilio más numeroso. Pero si no<br />

le perjudica precisamente porque ni una causa prejuzga a otra causa ni una persona a<br />

otra, con mucha mayor razón se debe aplicar esta justicia a favor de la Iglesia de Cristo si<br />

pide Donato que se observe para con él".<br />

He aquí lo que proclama la Iglesia católica establecida en África: "Oh partido de Donato, tú<br />

pronunciaste estas palabras, tú reconociste estas palabras como tuyas, tú escribiste<br />

también estas palabras: 'Una causa no prejuzga a otra causa ni una persona a otra<br />

persona'. Yo recibo a Ceciliano en el elenco de los que descansan; tú ves aún y tienes


contigo corporalmente a Feliciano, por quien fue condenado Primiano. Tú condenaste en la<br />

misma causa de Primiano a Feliciano y después le asociaste en su dignidad de obispo que<br />

tenía a ti y a Primiano. Si el principio 'ni una causa prejuzga a otra ni una persona a la<br />

otra' tiene tal fuerza que no te perjudica a ti la comunión de Feliciano, que vive en la<br />

actualidad contigo, ¿cómo me puede perjudicar a mí la memoria de Petiliano, muerto ya<br />

tiempo ha?"<br />

6. ¿Qué responden a esto quienes continúan ensartando ante vosotros mentiras vacías y<br />

perjudiciales a su propia salud si no se corrigen? ¿Por qué siguen diciendo que nosotros<br />

hemos sobornado al juez para que diera sentencia en nuestro favor? ¿Acaso hemos podido<br />

sobornar a un obispo tan notable y de tal categoría entre vosotros, vuestro defensor,<br />

hasta el punto de llegar a decir tales cosas en favor nuestro? Lo que procurábamos con<br />

todos los recursos a nuestro alcance, en lo que insistíamos era en que quedara<br />

demostrado que la causa y la persona de Ceciliano, fuera él como fuera, no pertenecía a la<br />

causa y a la persona de la Iglesia, que Dios había consolidado con sus sagrados<br />

testimonios. Esto es también lo que procurábamos con el testimonio de las parábolas<br />

evangélicas: que la causa y la persona de la cizaña no prejuzgasen a la causa y la persona<br />

del trigo, aunque crezcan juntos en el mismo campo, con la misma lluvia, hasta la<br />

recolección, cuando sea necesario separarlos; que la causa y la persona de la paja no<br />

prejuzguen la causa y la persona del grano, aunque se trillaran juntos en la misma era,<br />

hasta que sean separados en la última bielda; que la causa y la persona de los cabritos no<br />

perjudiquen a la causa y la persona de las ovejas, aunque se conserven unos y otras<br />

mezclados en pastos comunes, hasta que el pastor supremo los coloque a los unos a la<br />

izquierda y a las otras a la derecha en el último juicio; que la causa y la persona de los<br />

peces malos no prejuzguen a la causa y la persona de los peces buenos, aunque estén<br />

todos encerrados en las mismas redes, para ser separados en la orilla, esto es, en el límite<br />

del mar, que significa el fin del mundo.<br />

En estas palabras y figuras está anunciada la Iglesia, que albergará juntos, hasta el fin del<br />

mundo, a buenos y malos, pero de tal suerte que los malos no perjudiquen a los buenos,<br />

cuando no se los desconoce, o por la paz y la tranquilidad se los tolera, si no conviniera<br />

denunciarlos o acusarlos, o no se los pudiera demostrar como malos a los buenos; pero<br />

con el presupuesto de que no se abandone la vigilancia de su enmienda, con la corrección,<br />

degradación, excomunión y demás represiones lícitas y concedidas que, salva la paz de la<br />

unidad, se practican a diario en la Iglesia conservando la caridad según el precepto<br />

apostólico que dijo: Si alguno no obedece a lo que os decimos en esta carta, a ése<br />

señaladle y no tratéis con él, para que se avergüence. Pero no le miréis como a enemigo,<br />

sino amonestadle como a hermano 2 . De este modo, la disciplina salvaguarda la paciencia<br />

y la paciencia salvaguarda la disciplina, y una y otra están informadas por la caridad, no<br />

sea que la paciencia indisciplinada promueva la iniquidad o la disciplina impaciente<br />

destruya la unidad.<br />

Contradicciones de los donatistas<br />

V. 7. Cuando los buenos obran así, no se contaminan con los malos, ya que ni por una<br />

parte consienten y comulgan en sus pecados, y se apartan de ellos por otra, no por una<br />

separación corporal, sino por la desemejanza espiritual de su vida y por la diversidad de<br />

sus costumbres, y obedecen así al precepto del Señor, que dice: Apartaos de allí y no<br />

toquéis lo inmundo 3 . Los que piensan que no hay que observar espiritualmente esto, caen<br />

por la arrogancia de su vanidad en lo que detesta el Señor, que dice por el mismo profeta:<br />

Ellos dicen: "No me toques, pues soy puro"; éste es el humo de mi indignación 4 .<br />

Esto es lo que vuestros obispos pensaron había que hacer cuando, al ofrecernos el juez a<br />

unos y a otros sentarnos juntos, no quisieron hacerlo con nosotros, alegando que les<br />

estaba prohibido sentarse con esa gente, no entendiendo espiritual sino carnalmente lo del<br />

salmo: No me sentaré con los impíos. Y, sin embargo, hicieron lo que se prohíbe<br />

igualmente en el mismo pasaje del salmo. Dice, en efecto, allí el profeta: Y no entraré con<br />

los que practican la iniquidad 5 . Si, pues, rehusaron sentarse con nosotros, porque nos<br />

conocían o nos tenían por injustos, ¿por qué ante una prohibición semejante entraron en<br />

parte manchados y en parte santos juntamente con nosotros sino porque, al no entender<br />

las santas Escrituras y al juzgarlas carnalmente , llegaron a destruir la misma unidad?<br />

8. Así, pues, los malos no contagian a los buenos hallándose en el mismo campo, en la<br />

misma era, en los mismos pastos, en las mismas redes, porque no comulgan los buenos


con ellos en esos lugares, sino con el altar y los sacramentos de Dios; comulgan, sí, con<br />

los malos los que consienten en sus males; así está escrito: No sólo los que lo hacen, sino<br />

también los que están de acuerdo con los que lo hacen 6 .<br />

Los malos no contaminan a los buenos<br />

VI. En cambio, cuando se tolera a los malos por la necesidad de salvar la paz y no se<br />

busca su compañía para participar en su iniquidad, a fin de que el trigo beba junto con la<br />

cizaña la suave lluvia y conserve, sin embargo, su propia fertilidad, sin llegar a la<br />

esterilidad de la cizaña, sino que uno y otra crezcan hasta la siega, por temor de que al<br />

recoger la cizaña se arranque también el trigo; cuando se tolera así a los malos, no tienen<br />

éstos participación alguna de salud o de perdición con los buenos -¿qué relación hay entre<br />

la justicia y la iniquidad? 7 -, no tienen los malos con los buenos participación en el reino o<br />

el fuego eterno -¿qué comunidad entre la luz y las tinieblas? 8 -, no están los malos en<br />

armonía de conducta y de voluntad con los buenos -pues ¿qué concordia entre Cristo y<br />

Belial? 9 -, no tienen parte los buenos con los malos en la pena del pecado ni en el premio<br />

de la piedad -pues ¿qué participación hay entre el fiel y el infiel? 10 - Y mientras dentro de<br />

las mismas redes reciben igualmente los divinos sacramentos, hasta que lleguen a la<br />

orilla, aquéllos se asocian, éstos se separan; los unos están en concordia, los otros en<br />

discordia; los unos participan en la misericordia, los otros en el juicio. Porque la Iglesia<br />

canta al Señor la misericordia y el juicioso, y quien come indignamente, come el juicio, no<br />

para otro, sino para sí. Del mismo pan, en efecto, y de la misma mano del Señor tomaron<br />

su parte Judas y Pedro, y, sin embargo, ¿qué sociedad, qué acuerdo, qué parte tiene<br />

Pedro con Judas, puesto que una causa no prejuzga a otra causa ni una persona a otra<br />

persona?<br />

9. Salgan, pues, aquellos de quienes está escrito: De nosotros han salido, pero no eran de<br />

los nuestros 11 , o parezcan estar dentro los otros de quienes habla claro el bienaventurado<br />

Cipriano: "Pues aunque parezca que en la Iglesia existe cizaña, nuestra fe o nuestra<br />

caridad no deben hallar impedimento, de suerte que, por ver que existe cizaña en la<br />

Iglesia, nos apartemos nosotros de la misma".<br />

Nada en absoluto se han atrevido a responder vuestros obispos a estas palabras, aunque<br />

durante mucho tiempo han sostenido inútilmente que no se había predicho y figurado que<br />

la cizaña se hallaría en la Iglesia, ya que el Señor dijo: El campo es el mundo 12 , y no: "El<br />

campo es la Iglesia". Nosotros, por el contrario, sosteníamos que con el nombre de mundo<br />

se significaba a la Iglesia, como también lo entendió Cipriano, puesto que se prefiguraba la<br />

Iglesia que había de encontrarse por todo el mundo. Por eso decían ellos que el mundo<br />

siempre se tomaba en sentido peyorativo y presentaban testimonios tomados de las<br />

Escrituras, como éste: Si alguien ama el mundo, el amor del Padre no está en él 13 , y otros<br />

semejantes. Nosotros, en cambio, respondíamos que el mundo en las Escrituras estaba<br />

tomado no sólo en mal sentido, sino también en el bueno, y citábamos entre otros lugares<br />

aquel pasaje: En Cristo estaba Dios reconciliando el mundo consigo 14 .<br />

Por consiguiente, ya se salgan los malos o se queden dentro, ignorados o conocidos, la<br />

misericordia y la justicia de Dios hacen que no perjudiquen a los buenos si no consienten<br />

en sus maldades, sino que unos y otros lleven su propia carga, y que ni el hijo cargue con<br />

los pecados del padre, a no ser que le imitara en su malicia, sino que el alma que peque<br />

sea la que muera.<br />

Se es cómplice del mal cuando se asiente a él<br />

VII. Por tanto, cuando alguien está de acuerdo con los malos para el mal, tiene ya causa<br />

común con ellos y se hace una sola persona de toda la sociedad de los malos, y por ello,<br />

cuando juntos perecen y son condenados juntos, es la causa y la persona propia, no la<br />

ajena, la que prejuzga a cada cual.<br />

Por el contrario, cuando los buenos y los malos oyen juntos la palabra de Dios y reciben<br />

juntos los sacramentos de Dios, y sin embargo son diferentes las causas de sus actos, y se<br />

diferencian también las personas por diversidad de voluntades, comiendo el mismo santo<br />

alimento, dignamente unos e indignamente otros, ni una causa prejuzga a otra causa ni<br />

una persona a otra persona.<br />

10. Por esto, cualesquiera sean los testimonios de las divinas Escrituras que hayan podido


citar vuestros obispos, testimonios que anunciaban una Iglesia limpia de toda mancha de<br />

hombres malos, no se anunciaba por aquellos testimonios la que existe al presente, sino la<br />

que existirá tras esta mortalidad en la vida futura; y cualesquiera fueran los testimonios<br />

que adujeron sobre los hijos, que, según ellos, tenían una causa común con sus padres,<br />

precisamente por la culpa de los padres, no porque los hijos imitaran su malicia, no<br />

comprendiendo los testimonios divinos, los hacían oponerse entre sí, y lejos de<br />

comprender y tratar de concordar unos y otros pasajes según la diversidad de los tiempos,<br />

causas y personas, pretendían que, como ellos contra nosotros, así se oponían entre sí los<br />

documentos divinos. Nada tiene de particular que no entendieran la armonía de las<br />

Escrituras quienes no tenían paz con su Iglesia.<br />

Sólo en el siglo futuro carecerá la Iglesia de pecadores<br />

VIII. 11. Nosotros aceptábamos unos y otros documentos y demostrábamos la concordia<br />

entre ellos. Aceptábamos, en efecto, lo que citaron en la carta que aplicaba a la Iglesia: Ya<br />

no volverán a entrar en ti incircuncisos ni impuros 15 y también lo que está escrito: Dejad<br />

que ambos crezcan juntos hasta la siega 16 ; pero decíamos que esto se realizaba en el<br />

campo y aquello tendría lugar en el granero. Finalmente nos han combatido durante<br />

mucho tiempo, afirmando que la cizaña, a la que se dejó crecer junto con el trigo hasta la<br />

siega, no se encuentra en la Iglesia, sino en el mundo, y esto va contra el pensamiento del<br />

mártir Cipriano, que dijo: "Aunque se encuentra la cizaña en la Iglesia, nuestra fe o<br />

nuestra caridad no deben hallar impedimento hasta el punto de que, como vemos que hay<br />

cizaña en la Iglesia, nos apartemos nosotros de ella". Y no quieren admitir que bajo el<br />

nombre del mundo puede significarse la Iglesia, contra las palabras del Apóstol, que dijo:<br />

En Cristo estaba Dios reconciliando el mundo consigo 17 , y contra las palabras del mismo<br />

Señor, que dijo: Dios no ha enviado su Hijo al mundo para condenar el mundo, sino para<br />

que el mundo se salve por él 18 . No puede el mundo, en efecto, ser reconciliado, y por<br />

tanto ser salvado, si bajo el nombre de mundo no se entiende la Iglesia, que es la única<br />

que, reconciliada con Dios, alcanza la salud.<br />

No obstante ello, en la parábola que hemos citado del Evangelio, en que se dice que los<br />

peces buenos y los malos se encuentran mezclados en las mismas redes hasta que sean<br />

separados en la orilla, esto es, en el fin del mundo, vuestros obispos, vencidos por la<br />

evidencia de la verdad, confesaron que los malos se encuentran mezclados en la Iglesia<br />

hasta el final del mundo, aunque afirmaron estaban ocultos, ya que los desconocen los<br />

sacerdotes, como los pescadores no distinguen a los peces en las redes mientras se<br />

encuentran en el mar.<br />

Entonces, ¿cómo se entiende que pertenece a ese tiempo el testimonio profético que<br />

pusieron en su respuesta, en el que se dijo a la Iglesia: No volverán a entrar en ti<br />

incircuncisos ni impuros 19 , si se comparó a la Iglesia con las redes, en las cuales,<br />

hallándose aún en el mar, confesaron que los malos estaban mezclados con los buenos o<br />

estaban ocultos? Por donde se ve claramente que no tendrá lugar sino en el siglo futuro,<br />

después del juicio, aquello de que no volverá a entrar ningún incircunciso ni inmundo. ¡Oh<br />

violencia de la verdad, que atormenta a sus enemigos, no en la carne, sino en el corazón,<br />

hasta hacerlos confesarla contra su voluntad!<br />

Distinguir los tiempos de la Iglesia<br />

IX. 12. Ha quedado claro lo que decíamos nosotros: hay que distinguir los tiempos de la<br />

Iglesia; ella no es hoy la que será después de la resurrección; ahora tiene malos<br />

mezclados, entonces no los tendrá; aquellos testimonios divinos, en los que el Señor la<br />

presentó como totalmente ajena de toda mezcla de los malos, no se refieren a la mezcla<br />

que existe en el tiempo actual.<br />

He aquí lo que la verdad evangélica les ha forzado a confesar a quienes dijeron que ahora<br />

había malos mezclados ocultamente en la Iglesia. He aquí que al presente pasa por ella el<br />

inmundo, aunque oculto. Luego no es éste el tiempo que fue anunciado por el profeta al<br />

decir: Ya no volverán a entrar en ti incircuncisos ni inmundos 20 . Por consiguiente, ahora<br />

entran al menos ocultos. Aun eso mismo que dice: No volverán a entrar, demuestra que<br />

ellos solían antes entrar, pero que no volverán a hacerlo.<br />

Y todavía nos preguntaban malévolamente cómo pudo el diablo sembrar la cizaña en la<br />

Iglesia de Cristo, reconociendo ellos que en la Iglesia están mezclados los malos, al menos


ocultos, sin querer darse cuenta de que han sido sembrados por el diablo.<br />

Presencia de pecadores manifiestos<br />

X. 13. La misma objeción tan ingeniosa que les parecía haber descubierto la lanzaban más<br />

bien contra sí. Si el Señor ha comparado a la Iglesia con las redes que reúnen igualmente<br />

a los peces buenos y a los malos, porque quiso significar que los malos no estaban en la<br />

Iglesia manifiestos, sino ocultos, y a ellos los desconocen los sacerdotes como los<br />

pescadores desconocen a los que las redes han capturado bajo las olas, por eso mismo ha<br />

sido comparada la Iglesia también con la era, para anunciar que los malos manifiestos<br />

habían de estar en ella mezclados con los buenos. Pues la paja mezclada en la era con el<br />

grano no se oculta bajo las olas, antes destaca a los ojos, de tal suerte que más bien<br />

queda oculto el grano y salta ella a la vista.<br />

Sobre esta parábola, aunque la habíamos puesto entre las restantes tomadas del<br />

Evangelio, no han podido aducir nada contra nosotros, sino que el profeta Jeremías dijo: ¿<br />

Qué relación hay entre la paja y el trigo? 21 Sin embargo, dijo esto porque no tienen<br />

semejanza entre sí, no porque no puedan estar mezclados; porque no estarán juntos en el<br />

granero, no porque en la era no son igualmente trillados.<br />

Bien que Jeremías, cuando decía esto, no trataba del pueblo de Dios, sino de los sueños<br />

de los hombres y de las visiones de los profetas, cosas estas que no admiten comparación<br />

por semejanza alguna, como la vacuidad de la paja no admite comparación con la<br />

consistencia del trigo.<br />

14. Intentaron ciertamente vuestros obispos negar que estuviera escrita en el Evangelio la<br />

comparación de la Iglesia con la era pero luego, convencidos con la cita de las palabras<br />

evangélicas, cambiaron de parecer hasta llegar a decir que se indicaban allí malos ocultos,<br />

no notorios, de los cuales se dijo: En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era:<br />

recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga 22 .<br />

¡Ea!, juzgad vosotros, abrid los ojos, prestad oídos a la verdad. Si, como ellos dijeron,<br />

comparó el Señor a la Iglesia con las redes precisamente porque no quiso que se<br />

entendiera que había malos sino escondidos, a quienes no conocen los sacerdotes, como<br />

los pescadores no distinguen los peces bajo las olas, ¿acaso se trilla la era bajo el agua o<br />

bajo la tierra, o acaso en las horas nocturnas y no al calor del sol, o es ciego el labrador<br />

que trabaja en la era? ¡Cuánto mejor sería que se corrigieran ellos mismos antes que estar<br />

trastocando los santos Evangelios e intentar desviar las palabras divinas a los vanos<br />

errores de su mente! Una de dos, o el Señor utilizó la semejanza de los peces no<br />

precisamente por los ocultos, sino también por los mezclados en la Iglesia, o ciertamente<br />

se atribuyó a cada cosa una semejanza propia: se habló de los peces por los malos ocultos<br />

y de la era por los manifiestos, porque como aquéllos están mezclados con los buenos<br />

antes de llegar a la orilla, así están éstos en la Iglesia antes de la bielda.<br />

Ellos mismos, vuestros obispos, nos avisan que en la era debemos entender como paja a<br />

los malos notorios presentes en la Iglesia, y pretenden que por los peces presentes en las<br />

redes flotantes deben entenderse los malos ocultos, ya que como a aquéllos no los<br />

conocen los pescadores, tampoco los sacerdotes conocen a éstos. ¿Por qué no hemos de<br />

decir: "Por consiguiente, los malos están figurados en la paja porque es lo que ven<br />

claramente los trilladores"? Pero como aquéllos no pueden ser separados antes de llegar a<br />

la orilla, así la paja no puede ser beldada antes del fin señalado. Pero el Señor se encarga<br />

de guardar la inocencia de sus santos y de sus fieles como peces buenos, como trigo<br />

fecundo, de suerte que no los perjudiquen dentro de estas redes las especies mezcladas,<br />

que serán rechazadas, ni en la era la paja, que será aventada, ya que, como ellos dijeron,<br />

releyeron y suscribieron, ni una causa podrá prejuzgar a otra causa ni una persona a otra<br />

persona.<br />

Los donatistas firmaron todas sus intervenciones<br />

XI. 15. Quizá se atrevieran a negar que han dicho esto si no pudieran ser convencidos por<br />

su firma. Notad con qué diligencia se procuró vuestra salud, hasta llegar nosotros a<br />

suscribir, cosa que no querían ellos se hiciese aunque al fin el honor les obligó a hacerlo.<br />

Se conservan sus palabras, que rechazaron esta propuesta, y también existen otras en<br />

que dieron su consentimiento para lo que antes habían negado; todo consta por escrito,


está firmado por todos. Parece que no querían suscribirlo, para poder negar haber dicho lo<br />

que habían dicho y calumniar al juez acusándolo de corrupción de las actas.<br />

Al no poder hacer esto ahora, dicen que el juez fue sobornado; pero los causantes de que<br />

sentenciase contra ellos no fueron sino ellos mismos, que tantas pruebas dieron en favor<br />

nuestro aun en contra suya; y para que no pudiesen negar nada, aunque forzados y de<br />

mala gana, suscribieron todas sus intervenciones. No querían, en efecto, suscribirlas; así,<br />

sirviéndose de la calumnia de que se habían corrompido las actas, podían negar lo que<br />

habían dicho. No obstante, consintieron a instancias del juez, porque se daban cuenta de<br />

que al no querer suscribirlas era claro para todos que no manifestaban otra cosa sino<br />

temor de que se les leyeran sus palabras. Prefirieron defender después con ciertas<br />

nebulosidades sus intervenciones a condenarlas tan pronto.<br />

Una sentencia pronunciada de noche<br />

XII. 16. Pero ved, por favor, cómo con esa su defensa se comprometen más y defienden<br />

nuestra causa echando a perder enteramente la suya. Después de la conferencia, al querer<br />

apelar tras su derrota, se les objetaron estas palabras suyas, y enredándose aún más, se<br />

esfuerzan en defenderlas si se les pregunta qué es lo que hicieron. Así os tienen por gente<br />

de poco talento, que no advertís que han sido vencidos de forma absoluta, al deciros tales<br />

historias que no os contarían en modo alguno si encontraran algo útil que deciros.<br />

En efecto, ¿quién puede tolerar se quejen unos hombres vencidos porque se dio la<br />

sentencia contra ellos por la noche? Como si la necesidad de una causa no retuviera<br />

muchas veces al juez obligándolo a estar en su oficio hasta bien entrada la noche, o como<br />

si no fuera verdad lo que se dice porque se dice por la noche. No oyen a la Escritura que<br />

dice: De día manda el Señor su gracia y de noche se manifiesta 23 , y también: Para<br />

anunciar tu misericordia por la mañana y tu verdad por la noche 24 . Como también dijeron<br />

que los perseguidores habían venido por la noche, sin fijarse en que también el Señor<br />

predicó la verdad a sus discípulos durante la noche, y no quisieron prestar atención a lo<br />

que está escrito: que el apóstol Pablo prolongó su conversación hasta media noche.<br />

Si tuvieran una verdad que decir, no se lo impediría la noche. Ciertamente, una noche<br />

tenebrosa cegaba sus mentes cuando proferían tales argumentos contra sí mismos y no<br />

corregía su alma extraviada ni siquiera ante la verdad de la luz. En realidad, era aún de<br />

día cuando nos objetaban que, según la norma forense, había prescrito el tiempo, diciendo<br />

que la causa había caducado y no podía tratarse en modo alguno. No se daban cuenta de<br />

que no habían mostrado a los hombres otra cosa que su gran temor de que se llevase a<br />

cabo un proceso en el que quedaba de manifiesto su perversidad y la verdad católica.<br />

Los casos de Milciades, Estratón y Casiano<br />

XIII. 17. Era también aún de día cuando quisieron invalidar el juicio del obispo de Roma,<br />

Milciades, en el cual quedó justificado y absuelto Ceciliano, y llegaron a afirmar que el<br />

mismo Milciades había sido traditor. Al exigirles una prueba de esa acusación, leyeron<br />

unas actas larguísimas donde no aparecía el nombre de un Milciades que hubiera<br />

entregado algo, luego leyeron otras actas donde se hallaba que Milciades había enviado<br />

unos diáconos con cartas del emperador Majencio y del prefecto del pretorio al prefecto de<br />

la ciudad para recuperar los lugares arrebatados a los cristianos en tiempo de la<br />

persecución. No apareció allí la menor acusación contra Milciades, y entonces dijeron que<br />

en las actas anteriores relativas a la entrega se citó el nombre de Estratón, como se<br />

llamaba uno de los diáconos que había enviado Milciades para recuperar los lugares,<br />

pretendiendo, sin demostrarlo, que era el mismo personaje. Ni siquiera demostraban que<br />

hubiese sido al menos diácono el Estratón autor de la entrega. Aunque realmente lo<br />

hubiese sido, les respondimos que hace poco tiempo había habido en el mismo clero de la<br />

Iglesia romana dos diáconos con el nombre de Pedro. Así, cegados en su espíritu,<br />

ensartaban tenebrosas calumnias, con la añadidura de una falsedad evidente: la<br />

coincidencia no sólo del nombre, sino también de los lugares, regiones y personas, que<br />

demostraban que no se trataba de cualquier otro sino del mismo Estratón, cuando en<br />

aquellas actas no se encontraba coincidencia alguna fuera de la semejanza del nombre; y<br />

es costumbre bien corriente del género humano designar con el mismo nombre a dos y a<br />

más personas.<br />

Ellos mismos obraron así con su Donato de Cartago: para que no fuera considerado como


condenado en el juicio de Milciades, ya que lo tenían por tan importante, gritaron bien alto<br />

que había que distinguirlo de Donato de Casas Negras, porque no había sido Donato de<br />

Cartago el enviado contra Ceciliano al juicio episcopal de Milciades; tan crasa era la noche<br />

que albergaban en su espíritu, que no querían quedara deshonrado Donato con la<br />

semejanza de su nombre y pretendían que fuera manchado Milciades con la de un nombre<br />

extranjero.<br />

Ahora bien, se dice que añaden al de Estratón el nombre de Casiano, cosa que callaron en<br />

la conferencia, como si sólo Estratón hubiera podido tener un sinónimo y no lo hubiera<br />

podido tener Casiano, y obcecados en su noche interna, no pudieron fijarse en que había<br />

dos Juanes, uno el Bautista y otro el Evangelista, así como también dos Simones, uno<br />

Pedro y otro el Mago , y finalmente en el número tan reducido de los apóstoles, no sólo<br />

dos Santiagos, uno el de Alfeo y otro el de Zebedeo, sino también dos Judas, santo el uno<br />

y diablo el otro; y si alguien tan ciego de espíritu acusase al santo apóstol Judas del<br />

pecado de Judas el traidor, no haría sino imitarlos a ellos.<br />

Nada tiene de sorprendente que la memoria de Milciades, después de tanto tiempo, tenga<br />

que soportar a semejantes calumniadores a propósito de dos Casianos o de dos<br />

Estratones, lo mismo que la verdad evangélica tiene que soportar a otros semejantes<br />

sobre dos Herodes. Pues como no se ha dicho expresamente qué Herodes es el que murió<br />

tras la matanza de los niños sacrificados en lugar de Cristo, y qué Herodes persiguió al<br />

Señor junto con Pilato, esos calumniadores, juzgando que es el mismo, acusan de falsedad<br />

al Evangelio, al igual que aquéllos, juzgando que había un solo Estratón o Casiano, le<br />

tildan a Milciades de traditor. Y, sin embargo, es más tolerable el error de aquéllos, ya que<br />

concuerdan el nombre y la dignidad de los aludidos, pues uno y otro son llamados el rey<br />

Herodes; éstos, en cambio, han falsificado la concordancia de la dignidad, ya que no<br />

pudieron leer en modo alguno que ambos hubieran sido diáconos.<br />

Autenticidad del concilio de Cirta<br />

XIV. 18. Era aún de día cuando pretendieron demostrar que no había existido el concilio<br />

de Cirta -si se puede llamar concilio aquel en que apenas se reunieron once o doce<br />

obispos-, donde leímos que hubo algunos traditores, que con Segundo de Tígisi<br />

condenaron a Ceciliano. Para demostrar aquella falsedad dijeron que era imposible que en<br />

tiempo de persecución se reunieran en alguna casa esos doce obispos. Y para demostrar<br />

que era época de persecución, presentaron las actas de los mártires, a fin de que,<br />

compulsando los tiempos y los cónsules, quedara claro de qué tiempo se trataba.<br />

Quedaron convictos de que esas actas de mártires testificaban contra ellos; en efecto, en<br />

ellas quedó bien de manifiesto que en la persecución de ese tiempo tenían los fieles<br />

cristianos la costumbre de reunirse. De ahí se sigue la posibilidad de que aquellos obispos<br />

se reunieran en alguna casa, a fin de poder ordenar ocultamente algún obispo para el<br />

pueblo que, como confirman las actas de los mártires, se podía reunir incluso en tiempo de<br />

persecución; ese obispo podría también ordenar para sí ocultamente clérigos por la<br />

necesidad tan grande en que se encontraba el obispo anterior, venido a menos con su<br />

clero, según el testimonio de la carta del mismo Segundo que ellos habían alegado.<br />

Las actas de los mártires que los donatistas presentaban nos indujeron a mirar otras, y<br />

descubrimos, y lo publicamos, que en el hervor de la persecución se concedió para la<br />

reunión de los cristianos hasta una casa privada -cosa que ellos daban por imposible-, y<br />

que en la misma cárcel fueron bautizados mártires; por ello podían ver que no era tan<br />

increíble que en tiempo de persecución se reunieran unos pocos obispos en una casa<br />

privada, si llegaban a celebrarse los sacramentos de Cristo incluso en la misma cárcel en<br />

que se encontraban encerrados los cristianos por la fe de Cristo. ¿Quién, si no alberga en<br />

su espíritu una noche como la que tenían estos ciegos, quién no verá lo que nos han<br />

ayudado presentando las actas de los mártires?<br />

Cuestión de fechas<br />

XV. 19. Ellos osaron también objetar a las mismas actas de Cirta, porque en ellas se leían<br />

la fecha y los cónsules, y nos exigían que presentásemos algunos concilios eclesiásticos en<br />

que constara la fecha y los cónsules. Mencionaban ellos el texto del concilio de Cartago,<br />

que no aportaba ni fecha ni cónsules. Decían que ni siquiera el concilio celebrado por<br />

Cipriano menciona los cónsules, aunque sí tiene fecha; en cambio, el de Cartago ni día<br />

siquiera. Mas nosotros, como teníamos en la mano el concilio romano de Milciades, lo


mismo que el de Cirta, y demostramos que citaban la fecha y los cónsules, no necesitamos<br />

examinar para ese momento los antiguos archivos eclesiásticos por los cuales se<br />

demuestra que ésta fue también la costumbre de los antiguos. No queríamos tampoco<br />

suscitar fútiles objeciones sobre por qué se encontraba la fecha en el concilio de Cipriano y<br />

no se encontraba en el de los suyos, porque ellos trataban de ensartar inútiles demoras<br />

que nosotros procurábamos evitar.<br />

También nos exigían que les demostráramos si se hallaba consignada la fecha y los<br />

cónsules en las divinas Escrituras; como si se hubieran comparado alguna vez los concilios<br />

de los obispos con las Escrituras canónicas, o pudieran ellos presentarnos de las santas<br />

Escrituras algún concilio en el que se hayan sentado como jueces los apóstoles y hayan<br />

absuelto o condenado a algún reo. No obstante, les contestamos que hasta los profetas<br />

avalaron sus libros con la anotación precisa de los tiempos, consignando en qué año de<br />

qué rey, en qué mes del año, en qué día del mes les llegó a ellos la palabra del Señor; con<br />

ello pretendíamos demostrar con qué estupidez y malevolencia promovían cuestiones tan<br />

inútiles sobre las fechas y los cónsules de los concilios episcopales.<br />

Ciertamente puede existir en los códices tal variedad, que mientras unos indican las fechas<br />

y los cónsules con mucha diligencia, se pasen otros esos detalles como cosa superflua: tal<br />

fue el caso del códice del cual por primera vez nos enteramos del juicio de Constantino, en<br />

el que, en presencia de las dos partes, declaró inocente a Ceciliano y a ellos<br />

calumniadores; el tal códice no tenía ni fecha ni cónsules; en cambio, los tenía otro que<br />

presentamos después contra las calumnias.<br />

También allí habían protestado con toda malevolencia porque nosotros leíamos la carta del<br />

emperador sin fecha y sin el nombre del cónsul, y no obstante también ellos leyeron sin<br />

fecha ni nombre del cónsul una carta del mismo emperador en la causa de Félix, el<br />

consagrante de Ceciliano, que con sorprendente ceguedad presentaron contra sí mismos.<br />

Nada les objetamos entonces a fin de no ocupar como ellos tiempo necesario con palabras<br />

superfluas. Lo decimos ahora, no obstante, para que, al menos vosotros, abráis los ojos y<br />

os libréis de la noche tenebrosa que albergaban en su espíritu vuestros obispos, quienes<br />

reprocharon a la actuación del juez la sentencia nocturna, mientras ellos, envueltos en<br />

interiores tinieblas durante el día, dijeron con sorprendente ceguedad tantas cosas contra<br />

sí mismos.<br />

Donato, perseguidor de Ceciliano<br />

XVI. 20. Se leen en las actas del magistrado de Cartago las palabras bien claras de<br />

Primiano, donde dice que nuestros antepasados molestaron con varios destierros a sus<br />

padres, y en la Conferencia se esforzaron en demostrar que, bajo las acusaciones de sus<br />

antepasados, el emperador condenó a Ceciliano al destierro. Dicen en su carta que su<br />

comunión es la Iglesia de la verdad, la que soporta la persecución y no la ocasiona, y se<br />

afanan por demostrar que Ceciliano fue condenado por sentencia del emperador bajo la<br />

demanda de sus antecesores; y afirman que no fue el instigador de esto Donato de Casas<br />

Negras, sino el que ellos ensalzan sobre todos, Donato de Cartago.<br />

Esto es, en efecto, lo que se dice que ponen de relieve ahora en sus escritos por medio de<br />

los suyos, cuando, vencidos, acusan al juez, porque la verdad de la noche ha refutado la<br />

noche de su corazón. A aquel Donato, el famoso Donato a quien llamaron ornamento de la<br />

Iglesia de Cartago y varón con la aureola del martirio, a este Donato trataron de<br />

encumbrar hasta el punto de decir que él fue quien declaró y dejó convicto como reo a<br />

Ceciliano ante el tribunal del emperador Constantino. De suerte que este varón coronado<br />

con la aureola del martirio fue quien constituyó y declaró reo a Ceciliano ante el tribunal<br />

del emperador, como consecuencia de lo cual le llegó la condenación a Ceciliano.<br />

Nosotros hemos demostrado que esto es falso al leer una carta del mismo emperador<br />

tomada de los archivos públicos, en la cual testifica que él escuchó y juzgó entre las dos<br />

partes, y rechazó las calumnias de aquéllos absolviendo y declarando inocente a Ceciliano.<br />

Nada pudieron encontrar para responder a esa carta, aunque sí presentaron otros<br />

documentos que sirvieron para confirmarla en contra de ellos precisamente. Por<br />

consiguiente, consta que Ceciliano fue acusado ante el emperador por los antepasados de<br />

aquéllos; lo que no consta es que fuese condenado; más aún, consta que fue absuelto.<br />

Veis, sin embargo, vosotros cómo han favorecido nuestra causa vuestros obispos, que


pretendieron conseguir su gloria incluso con esa falsedad. En efecto, si el famoso Donato<br />

aureolado con la gloria del martirio presentó como reo a Ceciliano ante el tribunal del<br />

emperador; si por la acusación y las instancias de este aureolado con la gloria martirial fue<br />

condenado Ceciliano por el emperador, que os contesten ellos quién de los dos era el<br />

mártir en estas circunstancias: Donato, que perseguía a este hombre ante el emperador, o<br />

bien el mismo Ceciliano, que bajo esa acusación era condenado por el emperador. ¿En qué<br />

queda ahora aquel principio definitivo suyo de que la comunión de Donato es la Iglesia de<br />

la verdad, la que sufre persecución y no la causa? El que padece aquí es Ceciliano, el que<br />

persigue es Donato; ¿quién de los dos es laureado con la gloria del martirio?<br />

Justificación de la persecución<br />

XVII. 21. Atended, fijaos, no os quedéis todavía en el error pernicioso. Dios ha tenido a<br />

bien descubriros la verdad que os ocultaban; Dios ha tenido a bien refutar la falsedad que<br />

os cegaba: ¿por qué permanecéis aún ingratos ante beneficio tan grande?<br />

Esto es sin duda lo que os decían muchas veces, con lo cual ofuscaban con su falaz astucia<br />

los ojos de vuestro espíritu, y por eso aún hoy, aunque vencidos, se glorían y por ello nos<br />

denigran diciendo que nosotros somos los que perseguimos y ellos soportan la<br />

persecución. Este es el recurso que les queda tras su derrota en toda línea, y mediante él<br />

tratan de ofuscar a los ignorantes, haciendo ostentación de ser la Iglesia de la verdad,<br />

porque padece persecución, no la suscita.<br />

Que no continúen, pues, engañándoos; nosotros no les hacemos ni más ni menos que lo<br />

que se glorían haber hecho con Ceciliano sus antepasados y el que tienen como laureado<br />

con la gloria del martirio. Esto es lo que hizo aquél ante el emperador a fin de que<br />

Ceciliano fuese convicto y condenado. Esto es lo que hemos hecho nosotros a fin de que<br />

queden convictos y sufran penas semejantes. Si está mal, ¿por qué le hacía esto Donato?<br />

Y si éste obró bien, ¿por qué no puede hacer esto la Católica al partido de Donato? En todo<br />

caso, no pueden dudar que se obra rectamente con quienes se glorían de haber hecho eso<br />

mismo sus antepasados, a quienes tanto alaban; así como tampoco dudamos nosotros que<br />

no podemos negar se ha de obrar con ellos de la misma manera que, sin llegar a la<br />

efusión de la sangre, sean castigados estos incorregibles en sus palabras por la ley con<br />

alguna pena, bien que levísima; aún más, si acaso el emperador, exacerbado ya, se ha<br />

decidido a castigar la obstinación de su espíritu con algún suplicio más grave, que en ese<br />

caso procedan con más blandura los jueces, que siempre tuvieron la facultad de mitigar y<br />

suavizar la sentencia.<br />

Por consiguiente, aunque no pueda demostrarse que Ceciliano fue condenado por el<br />

emperador Constantino, se os ha quitado a vosotros el error de pensar que es verdadera<br />

la Iglesia que sufre persecución, no la que la ocasiona; pues la hizo Donato y la soportó<br />

Ceciliano. Y si soporta la persecución el partido de Donato, la soporta con él incluso el<br />

partido de Maximiano, del que afirman ellos no ser de la Iglesia de Cristo.<br />

En consecuencia, el suscitar la persecución no es indicio de iniquidad, ya que la suscitan<br />

los buenos a los malos y los malos a los buenos, y el soportar la persecución no es prueba<br />

de santidad, puesto que no sólo la soportan los buenos por su piedad, sino también los<br />

malos por su iniquidad.<br />

22. Sólo os queda, pues, que, corregido el error, veáis y mantengáis a la Católica como la<br />

Iglesia de Cristo, y que no la elijáis por sufrir ella persecución. Si es verdad que dijo el<br />

Señor: Bienaventurados los perseguidos, para no dar lugar a vanagloriarse a los herejes,<br />

añadió: por causa de la justicia 25 .<br />

Conocéis también vosotros todos los horrores que causaron a los nuestros los clérigos y<br />

los circunceliones del partido de Donato: incendiaron iglesias, quemaron libros sagrados,<br />

arrancaron de su casa a las personas, arrebataron o destruyeron cuanto tenían, y a ellos<br />

los golpearon, desgarraron, dejaron ciegos. No se contuvieron ni ante el homicidio, aunque<br />

sea más llevadero arrancar a un moribundo de la luz de esta vida, que quitarle a un<br />

viviente la luz de los ojos. No se respetó ni a las personas, no precisamente para llevarlas<br />

detenidas a alguna parte, sino para hacerlas sufrir esos malos tratos. Nosotros, sin<br />

embargo, no tenemos por justos a los nuestros por haber sufrido todo esto, sino porque lo<br />

sufrieron por la verdad cristiana, por la paz de Cristo, por la unidad de la Iglesia.


En cambio, ellos, ¿han sufrido algo semejante bajo tantas y tan severas leyes, y bajo tan<br />

grandes poderes como el Señor ha otorgado a la Iglesia católica? Si alguna vez son<br />

castigados con la muerte, es o porque se la dan ellos, o porque mueren cuando se hace<br />

frente a su cruel violencia; no precisamente por la comunión del partido de Donato ni por<br />

el error de un cisma sacrílego, sino por sus clarísimas atrocidades y crímenes, llevados a<br />

cabo según la costumbre de los bandidos con inhumano furor y crueldad. Por pertenecer al<br />

partido de Donato apenas si soportan alguna pequeñez, como la que dijeron había<br />

soportado Ceciliano a consecuencia de la acusación de Donato.<br />

23. En conclusión, o no es injusta cualquier persecución, o no se la debe llamar<br />

persecución si es justa. Y así, o el partido de Donato soporta una persecución justa, o no<br />

soporta persecución, ya que sufre justamente. No sufrió, sin embargo, justamente<br />

Ceciliano, ya que fue declarado inocente y absuelto. Esto, ciertamente, lo negaron ellos;<br />

es más, dijeron que había sido condenado por el emperador, y por eso aseguraron que sus<br />

antepasados y sobre todo Donato, tan encarecidamente alabado por ellos, habían<br />

suscitado la persecución contra Ceciliano, aunque no pudieron en modo alguno demostrar<br />

que fue convicto y condenado; incluso más -y ya lo decíamos nosotros- confirmaron ellos,<br />

leyendo tantas cosas contra sí mismos, que había sido absuelto y justificado.<br />

Sin embargo, proclaman jactanciosamente que el emperador les ha concedido la libertad.<br />

Incluso, vencidos y confundidos, reclamaban que se les debía conceder a ellos ahora lo<br />

que sus antepasados no concedían a Ceciliano, a quien así acusaron ante el emperador, y<br />

contra quien, tras su acusación, lanzaron la falsedad de que había sido condenado. Si se<br />

debe conceder a cada uno la libertad, se le concedería primero a Ceciliano; si tales<br />

cuestiones no se deben confiar al juicio del hombre, sino que se deben dejar más bien al<br />

juicio de Dios, no debería acusarse a Ceciliano ante el emperador.<br />

La causa de la Iglesia y la de Ceciliano son distintas<br />

XVIII. 24. Despertad ya de una vez; que no os tenga sujetos el sueño infernal, que deje<br />

ya de sumergiros en el abismo la impía costumbre del error antiguo; poneos de acuerdo<br />

con la paz, adheríos a la unidad, asentid a la caridad, dad paso a la verdad; reconoced que<br />

la Iglesia católica, que comenzó en Jerusalén, se extiende por todas partes, y que el<br />

partido de Donato no está en comunión con ella ni la prejuzga la causa de Ceciliano.<br />

Justificado ya tantas veces y tantas veces absuelto, aunque no fuera inocente, ni una<br />

causa prejuzga a otra causa ni una persona a otra persona.<br />

Este es el pregón que lanza a través del orbe la Iglesia universal y el clamor de su<br />

miembro en África: "Reconozco el testimonio de Dios, no conozco la cuestión de Ceciliano;<br />

creo inocente a quien han perseguido vuestros antepasados y de quien leo que ha sido<br />

absuelto tantas veces; mas cualquiera que sea su causa, en nada prejuzga a mi causa, en<br />

nada prejuzga a mi persona. Vosotros sois los que habéis dicho esto, vosotros los que lo<br />

firmasteis: 'Ni una causa prejuzga a otra causa ni una persona a otra'. He aquí al Señor,<br />

que dice: A todas las naciones, empezando por Jerusalén 26 . Amarrémonos a la divina<br />

verdad en la única Iglesia y liquidemos de una vez los litigios humanos".<br />

Incongruencias donatistas<br />

XIX. 25. ¿Acaso pudieron defender después de la Conferencia el principio establecido por<br />

ellos de que una causa no prejuzga a otra causa ni una persona a otra persona? ¿No se<br />

embrollaron más bien en una mayor confusión? Veamos cómo se han expresado en ciertos<br />

principios suyos: "Cierto, dicen, ha sido reflejado fielmente el principio de que una causa<br />

no prejuzga a otra causa ni una persona a la otra, pero solamente hasta el pasaje: 'que a<br />

nosotros no nos prejuzgan los que han sido rechazados o condenados por nosotros'. Pero<br />

quienes descienden a la consagración de Ceciliano, quienes por tener tal predecesor están<br />

contados entre los culpables, ¿cómo no van a incurrir en los crímenes de quien los<br />

consagró, puesto que la misma cuerda de los pecados tendida por toda la sucesión<br />

necesariamente hace cómplices del pecado a cuantos ha ligado con el vínculo de la<br />

comunión?"<br />

¡Estupenda defensa! Tan denso y apretado es el lodo en que se les pegaron los pies, que<br />

al hacer inútiles esfuerzos por sacarlos, quedan sujetos también de manos y de cabeza, y,<br />

apresados en el lodo, se hunden más. Efectivamente, entre los que citan como rechazados<br />

o condenados por ellos, esto es, de entre los maximianistas, tienen ellos consigo a


Feliciano, que fue quien condenó a Primiano y fue a su vez condenado por ellos en la causa<br />

de Primiano. ¿Cómo es posible que traten de enlazar a la Iglesia católica con tan larga<br />

cuerda desde Ceciliano hasta estos tiempos y no adviertan su cadena tan cerca como la<br />

tienen?<br />

Es muy célebre la sentencia de Bagái sobre Maximiano y sus compañeros. Dice: "La<br />

cadena del sacrilegio arrastró a muchísimos a la participación en el crimen". Feliciano,<br />

pues era arrastrado por esta cadena: si no les prejuzga a ellos Feliciano, ¿por qué nos va a<br />

prejuzgar Ceciliano a nosotros? ¿Acaso prejuzga cuando ellos quieren, y cuando no quieren<br />

no, una causa a otra causa, y según su antojo es más fuerte la cuerda antigua que la<br />

cadena nueva? No prejuzga Maximiano a Feliciano, por quien fue condenado; no prejuzgan<br />

Maximiano y Feliciano a Primiano, por quienes fue condenado; no prejuzga Maximiano a<br />

los que recibieron una dilación, con quienes se asoció en un cisma; no prejuzga Feliciano<br />

al partido de Donato, que le recibió con el mismo honor, sin destruir en él el bautismo que<br />

dio en el mismo sacrilegio; y prejuzga Ceciliano a tantos pueblos cristianos, él, que había<br />

sido condenado una vez como Primiano y absuelto tres veces, lo que no fue Primiano.<br />

Nos prejuzga a nosotros un desconocido, ya muerto tiempo ha; y uno que vive aún no les<br />

prejuzga a ellos, por quienes leemos que fue condenado poco antes y con quienes se le ve<br />

ahora asociado. Nos enrolla a nosotros la cuerda de Ceciliano; y no les enrolla a ellos la<br />

cadena de Feliciano, a ellos que han pronunciado sentencia contra él, en la que se condena<br />

la misma cadena. Pueden ellos decir: "Hemos recibido a los que condenamos en pro de la<br />

paz de Donato, ya que ni una causa prejuzga a otra causa ni una persona a otra persona";<br />

y nosotros no podernos decir: "No abandonamos la paz de Cristo por causa de aquellos a<br />

los que condenasteis, ya que ni una causa prejuzga a otra causa ni una persona a la otra".<br />

¡Oh frente de hierro, oh furor tenebroso: reprochan al juez la sentencia dada de noche, y<br />

andan a tientas, tropiezan, caen en la noche de su corazón, litigan rabiosamente contra<br />

nosotros y dicen cosas tan estupendas en nuestro favor!<br />

La separación de los malos es ahora espiritual<br />

XX. 26. Pero hay más aún. Hasta se atreven a recordar ahora los testimonios proféticos y<br />

evangélicos, a los que hemos respondido en su totalidad en aquella Conferencia,<br />

demostrando que los mismos santos profetas se encontraron junto con los inicuos en un<br />

solo templo, bajo los mismos sacerdotes, celebrando los mismos misterios, y, sin<br />

embargo, no fueron mancillados por los malos, porque sabían distinguir entre lo santo y lo<br />

inmundo, no dividiendo corporalmente al pueblo, como hacen éstos, sino juzgando con<br />

rectitud y viviendo santamente. Y hacían esto ininterrumpidamente, a fin de que aquella<br />

gran casa, en que había, como dice el Apóstol, unos vasos para usos nobles y otros para<br />

usos viles, se purificasen a sí mismos con la diversidad de costumbres respecto a ellos, y<br />

llegaran a ser vasos para usos nobles, útiles a su señor, dispuestos siempre para toda<br />

obra buena.<br />

Ha sido una buena oportunidad, que ellos mismos, entre los muchos testimonios que, sin<br />

entenderlos, insertaron en la carta que presentaron y leyeron a la Conferencia, han<br />

recordado, vencidos ahora después de la Conferencia, como testimonio principal el tomado<br />

del profeta Ageo. En este profeta, en efecto, demostramos con mucha mayor evidencia lo<br />

que pretendemos: que no es el contacto corporal, sino el espiritual que tiene lugar por el<br />

consentimiento, el que mancha a los hombres, cuyo asentimiento común produce la<br />

unidad de su causa.<br />

27. Cuando el Señor tuvo a bien perder a los impíos con un castigo visible separó él<br />

mismo con un aviso a los justos; así, separó a Noé con su familia de los que había de<br />

destruir con el diluvio; a Lot, de los que había de consumir por el fuego; a su pueblo, del<br />

grupo de Abirón, a quien destruiría bien pronto. Por eso en el episodio de aquel que no<br />

tenía vestido nupcial, quien ordenó que fuera atado y echado fuera no fueron los que le<br />

habían invitado, sino el mismo señor del convite. Ni vale decir que él estaba como el pez<br />

bajo las olas, y así no podía ser visto por los que le habían invitado, como el pez no es<br />

visto por los pescadores. Por eso, para que no se pensara, como piensan ellos, que era<br />

como si uno solo se hubiera introducido entre la turba, oculto para los ignorantes, al<br />

momento el Señor no demoró significar que en éste único, a quien mandó atar de pies y<br />

manos y que fuera arrojado fuera del convite a las tinieblas exteriores, debía entenderse<br />

una gran multitud de malos, entre los cuales viven unos pocos buenos en el convite del<br />

Señor. En efecto, después de decir: Atadle de pies y manos y echadle a las tinieblas de


fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes, añadió al instante: Porque muchos son<br />

llamados, mas pocos los escogidos 27 .<br />

¿Cómo es verdad esto, habiendo sido uno solo de entre muchos arrojado a las tinieblas<br />

exteriores, sino porque en aquél sólo estaba figurado el gran cuerpo de todos los malos<br />

mezclados en el banquete del Señor antes del juicio divino? De ellos se separan mientras<br />

tanto los buenos por su corazón y sus costumbres, comiendo y bebiendo junto con ellos el<br />

Cuerpo y la Sangre del Señor, pero con una gran diferencia; éstos, en honor del Esposo,<br />

llevan vestido especial, no buscando sus intereses, sino los de Cristo, mientras aquéllos no<br />

tienen vestido especial, el amor enteramente fiel al Esposo, y buscan sus intereses, no los<br />

de Jesucristo. Así, aunque están en el mismo banquete, los unos comen la misericordia,<br />

los otros el juicio, ya que es un cántico del mismo banquete lo que cité antes: Quiero<br />

cantar tu piedad y tu justicia 28 .<br />

28. Sin embargo, no por eso se va a dormir la disciplina de la Iglesia y dejar de corregir a<br />

los turbulentos. No separamos del pueblo de Dios a los que mediante la degradación y la<br />

excomunión relegamos al lugar inferior de los penitentes. Y cuando mirando a la paz y<br />

tranquilidad de la Iglesia no podemos hacer esto, no despreciamos por ello la disciplina de<br />

la Iglesia, sino que toleramos lo que no queremos para llegar adonde queremos, y así nos<br />

precavemos como nos mandó el Señor para no arrancar el trigo al querer recoger la cizaña<br />

antes de tiempo; así seguimos también el ejemplo y el mandato del bienaventurado<br />

Cipriano, que soportó con vistas a la paz a semejantes colegas suyos, usureros,<br />

tramposos, salteadores, y no se hizo semejante a ellos con su contagio.<br />

Nosotros, si somos trigo, tenemos que repetir con toda confianza las palabras de este<br />

bienaventurado mártir: "Aunque parece que hay cizaña en la iglesia, no debe ser obstáculo<br />

a nuestra fe y nuestra caridad, de suerte que, por ver que hay cizaña en la Iglesia, nos<br />

apartemos nosotros de ella". Estas palabras las repetirían con toda justicia y piedad<br />

nuestros antepasados, aunque tuvieran por malos a Ceciliano y algunos obispos suyos, a<br />

quienes, sin embargo, no podían separar de la Iglesia precisamente por aquellos ante<br />

quienes no se podía demostrar esa malicia y que los tenían por inocentes. Estas palabras,<br />

ni más ni menos, dirían, éstos serían sus sentimientos, para no arrancar a la vez el trigo al<br />

tratar de separar irreflexivamente la cizaña.<br />

29. Cierto profeta recibió la orden de no comer ni beber agua en Samaría, adonde había<br />

sido enviado para corregir a los que habían señalado las vacas que habían de ser adoradas<br />

según el rito de los ídolos de los egipcios; él debió cumplir sin falta esto porque lo había<br />

mandado el Señor, que tuvo entonces a bien corregirlos de este modo, absteniéndose el<br />

profeta, a quien había enviado, de tocar allí alimento alguno. Ni más ni menos lo que<br />

sucede a diario en la Iglesia, cuando al encontrarnos en la casa de algunos a quienes<br />

queremos corregir duramente, no tomamos alimento alguno con ellos, a fin de que se den<br />

cuenta de cómo nos duelen sus pecados. ¿Se debe acaso llevar a cabo también una<br />

escisión del pueblo hasta el punto de que como hierba suave sean arrancados<br />

indiscriminadamente los débiles, que no pueden juzgar sobre los corazones de los<br />

hombres y sus hechos que no conocen aunque nos sean conocidos a nosotros? En la<br />

misma Samaria estaban Elías y Eliseo, aunque vivían en la soledad, no precisamente por<br />

evitar la participación en los misterios, sino porque sufrían persecución de parte de los<br />

reyes impíos. Pues allí había, no ciertamente separados de los demás, ignorados por el<br />

mismo Elías, siete mil varones que no doblaron sus rodillas ante Baal. Finalmente, entre<br />

los principales fue tenido como santo Samuel, que reprendió severamente a Saúl, y, sin<br />

embargo, partió sin excusa a ofrecer con él el sacrificio al Señor, sin que le contaminaran<br />

sus pecados, antes permaneció plenamente limpio conservando sus propios méritos.<br />

30. Pero, aunque esta cuestión ha quedado evidentemente resuelta en la Conferencia y<br />

ahora mismo, que nos la resuelva con mayor evidencia Ageo, cuyo testimonio leyeron con<br />

preferencia a los demás, hasta el punto de presentarlo aun como síntesis de todos.<br />

Censura el Señor por el profeta Ageo al pueblo que había regresado de Babilonia, donde<br />

estaba como cautivo, porque descuidaban la casa del Señor y cuidaban con esmero las<br />

suyas, y dice que por ello había herido su región con la plaga de la esterilidad. Entonces<br />

Zorobabel, hijo de Salatiel, y Jesús, hijo de Josedec, gran Sacerdote, y todo aquel pueblo<br />

inspirado por Dios, comenzaron a trabajar en la casa del Señor su Dios. Así lo dice la<br />

misma Escritura: Y despertó el Señor el espíritu de Zorobabel, hijo de Salatiel, de la tribu<br />

de Judá; el espíritu de Jesús, hijo de Josedec, sumo sacerdote, y el espíritu de todo el<br />

resto del pueblo. Y vinieron y emprendieron la obra en la casa del Señor todopoderoso su


Dios. Era el día veinticuatro del sexto mes, el año segundo del rey Darío 29 . He aquí cómo<br />

se señala hasta el día en que comenzaron a trabajar en la casa de Dios.<br />

Pienso que ni aquellos varones ni aquel pueblo eran inmundos cuando trabajaban en la<br />

casa de Dios, sobre todo porque les había dicho el Señor: Yo estoy con vosotros, y había<br />

excitado el Señor su espíritu para trabajar bien en su casa. Finalmente, ved lo que sigue.<br />

Lo enlaza la misma Escritura y dice: El día veintiuno del séptimo mes fue dirigida la<br />

palabra del Señor, por medio del profeta Ageo, en estos términos: Habla ahora a<br />

Zorobabel, hijo de Salatiel, de la tribu de Judá; a Jesús, hijo de Josedec, sumo sacerdote,<br />

y al resto del pueblo, y di: ¿Quién queda entre vosotros que haya visto esta casa en su<br />

primer esplendor? Y ¿qué es lo que veis ahora? ¿No es como nada a vuestros ojos? ¡Mas<br />

ahora ten ánimo, Zorobabel, dice el Señor; ánimo, Jesús, hijo de Josedec, sumo<br />

sacerdote; ánimo, pueblo todo de la tierra! Dice el Señor: y mi espíritu preside en medio<br />

de vosotros. ¡No temáis! Porque así dice el Todopoderoso: dentro de muy poco tiempo<br />

sacudiré yo los cielos y la tierra, el mar y el suelo firme, sacudiré a todas las naciones,<br />

para que vengan los tesoros de todas las naciones, y llenaré de gloria a esta Casa, dice el<br />

Señor todopoderoso 30 ; y todo lo restante que añade profetizando los acontecimientos<br />

futuros. Esto suele aplicarse con mayor justeza a los tiempos de nuestro Señor Jesucristo,<br />

cuyo pueblo es el templo más auténtico y más santo de Dios, que no está precisamente en<br />

los que se toleran por hallarse mezclados, sino sólo en aquellos que al presente están<br />

separados de los demás por su vida santa, y después han de estarlo también<br />

corporalmente.<br />

Sin embargo, está a la vista cómo ha exhortado y recomendado el Señor a aquel pueblo, a<br />

quien se anunció esto y que trabajaba entonces en la casa del Señor, donde estaban<br />

también aquellos dos, Zorobabel, hijo de Salatiel, y Jesús, hijo de Josedec, en estas<br />

palabras del profeta que hemos citado sin cambiar nada. ¿Podemos acaso decir que es<br />

impuro este pueblo y que quien se llegue a él quedará manchado, pueblo al que se dice:<br />

Ahora ten ánimo, Zorobabel, dice el Señor; ánimo, Jesús, hijo de Josedec, sumo<br />

sacerdote; ánimo, pueblo todo de la tierra, dice el Señor, y mi espíritu preside en medio<br />

de vosotros? 31 ¿Hay alguien tan demente que diga que éste es un pueblo tal que quien se<br />

acerque a él quedará manchado?<br />

31. Atended ahora, pues, qué es lo que añade a continuación la Escritura después de la<br />

profecía que se dirigió a este pueblo sobre los tiempos de Cristo: El día veinticuatro del<br />

noveno mes, el año segundo de Darío, fue dirigida la palabra del Señor al profeta Ageo en<br />

estos términos: Así dice el Señor todopoderoso: Pregunta a los sacerdotes sobre la Ley.<br />

Di: "Si alguien lleva carne sagrada en la halda de su vestido, y toca con su halda pan,<br />

guiso, vino, aceite o cualquier otra comida, ¿quedará santificada?" Respondieron los<br />

sacerdotes y dijeron: "No". Continuó Ageo: "Si alguien manchado por el contacto de un<br />

cadáver toca alguna de esas cosas, ¿queda ella impura?" Respondieron los sacerdotes y<br />

dijeron: "Sí, queda impura". Entonces Ageo tomó la palabra y dijo: "Así es este pueblo, así<br />

esta nación delante de mí, dice el Señor, así toda la labor de sus manos. Y cualquiera que<br />

se acerca allí quedará manchado por su precoz presunción a la vista de sus trabajos; y<br />

vosotros aborrecíais a los que reprobaban en las puertas" 32 .<br />

¿Qué pueblo es éste tan inmundo que mancha a quien se acerque a él? ¿Es acaso aquel a<br />

quien se dijo: Ten buen ánimo, en medio de vosotros preside mi espíritu? 33 No puede ser<br />

aquél. Por consiguiente, había dos, uno inmundo y otro al que se prohíbe acercarse al<br />

inmundo, al que se exhortaba a tener buen ánimo, porque el Espíritu del Señor estaba en<br />

medio de ellos. Por tanto, si eran dos, que se nos muestren también los dos templos, uno<br />

en el que entraba éste y otro en el que entraba el otro; que se nos muestren también dos<br />

altares, uno en el que ofrecía víctimas uno y otro en el que las ofrecía el otro; que se nos<br />

muestren también los sacerdotes, unos del uno y otros del otro, que sacrificaban<br />

separadamente cada uno por su pueblo.<br />

Si alguien intenta sostener esto, no está en su sano juicio: estos pueblos estaban en un<br />

solo pueblo, bajo un sumo sacerdote, entrando en un solo templo, al igual que bajo un<br />

solo Moisés había unos que ofendían a Dios y otros que le eran gratos, de los cuales dice<br />

el Apóstol: No todos ellos fueron del agrado de Dios. No dijo: "En su totalidad no fueron<br />

del agrado de Dios", como si todos hubieran desagradado a Dios, sino: No todos ellos<br />

fueron del agrado de Dios 34 , es decir, que se complació en algunos, no en todos.<br />

Y, no obstante, todos estaban bajo los mismos sacerdotes, en uno y el mismo tabernáculo,


en uno y el mismo altar ofrecían sus víctimas, y, sin embargo, se distinguían, pero por las<br />

obras, no por los lugares; por el espíritu, no por el templo; por sus costumbres, no por sus<br />

altares. Así evitaban unos acercarse a los otros para no ser contaminados por ellos, es<br />

decir, no consentían en sus malas obras para no ser igualmente condenados. No<br />

desconocía un profeta de la categoría de Moisés a aquellos malos, cuyas impías<br />

murmuraciones y horrendas amarguras tenía que soportar cada día. Pero admitamos que<br />

éste los ignorase: ¿Acaso ignoraba también Samuel a Saúl, a quien por su boca le había<br />

condenado Dios con sentencia eterna? Sin embargo, veía a él y al santo David entrar en el<br />

único tabernáculo de Dios durante los mismos sacrificios, pero a buen seguro que los veía<br />

de muy diferente manera, ya que los veía bien diferentes, y amaba al uno para la<br />

eternidad y al otro lo toleraba temporalmente.<br />

De la misma manera conocía Ageo en un solo pueblo dos pueblos que entraban en un solo<br />

templo, que vivían bajo un mismo sacerdote, y señalaba a uno como inmundo y prohibía<br />

al otro acercarse a él, y, sin embargo, ni se separaba él mismo ni separaba a los demás<br />

del mismo templo y de los mismos altares. Luego lo que prohibía era la aproximación<br />

espiritual y el consentimiento a los hechos, como lo proclaman las mismas palabras, si hay<br />

oído que no cierre furiosos apasionamientos o el estrépito de vana emulación no lo impida.<br />

Dice, en efecto, el profeta: Todo el que se acerque a él se mancillará 35 . Señaló el vicio al<br />

que prohibió acercarse, no apartó a los hombres de los hombres con separación corporal.<br />

Y el acceso al vicio de la corrupción tiene lugar mediante el vicio del consentimiento.<br />

32. Alguien podría afirmar que el pueblo a quien se dijo: Ten ánimo, en medio de vosotros<br />

preside mi espíritu 36 , se había cambiado a peor en pocos días, de suerte que mereciera<br />

oír: Así es este pueblo, así esta nación: quien se le acerque quedará manchado 37 , pues se<br />

encuentran casi noventa días entre las palabras de alabanza dirigidas al pueblo estas otras<br />

en que se ordena evitar su inmundicia. Pues bien, para que nadie pudiera afirmar que<br />

aquel pueblo se había hecho tan malo en este pequeño intervalo de tiempo, mirad lo que<br />

sigue, atended a lo que se dice en este mismo día, o sea, en el vigésimo cuarto del mes<br />

noveno, en el que se dijo: Así es este pueblo, así esta nación: quien se le acerque quedará<br />

manchado 38 . Después de decir esto y conmemorar sus maldades, por las cuales se<br />

demostraba que eran inmundos, añadiendo aún y diciendo: Vosotros aborrecíais a los que<br />

reprobaban en las puertas, prosiguió inmediatamente: Y ahora aplicad vuestro corazón,<br />

desde este día en adelante: antes de poner piedra sobre piedra en el templo del Señor, ¿<br />

qué era de vosotros? Metíais en el cofre veinte medidas y no había más que diez; se venía<br />

a la cava para sacar cincuenta cántaros, y no había más que veinte. Yo os herí con la<br />

infecundidad, con añublo, con granizo en toda labor de vuestras manos, y ninguno de<br />

vosotros se volvió a mí, dice el Señor. Aplicad, pues, vuestro corazón, desde este día en<br />

adelante (desde el día veinticuatro del noveno mes, día en que se echaron los cimientos<br />

del Templo del Señor, aplicad vuestro corazón): ¿hay ahora grano en el granero? Pues si<br />

ni la vid ni la higuera ni el granado ni el olivo producían fruto, desde este día yo daré mi<br />

bendición 39 .<br />

He aquí que este mismo día merecieron ser bendecidos. Claro, pienso que esta bendición<br />

no se refiere a aquellos individuos a cuya inmundicia prohíbe que se acerquen, sino a<br />

aquellos buenos a quienes se intima la prohibición de acercarse. Estuvieron, pues, en un<br />

solo pueblo reunidos y separados, mezclados ciertamente con el contacto corporal y<br />

separados por el alejamiento de la voluntad. Pero la Escritura habla según su costumbre, y<br />

reprueba a los malos como si todos lo fueran en aquel pueblo, y consuela a los buenos<br />

como si allí fueran buenos todos.<br />

Vuestros obispos adujeron en favor nuestro la profecía de Ageo en aquel escrito que se<br />

dice escribieron después de la Conferencia y su derrota; con lo cual nos recordaban que<br />

quedaba probado con más evidencia lo que decimos, ya que si viven hombres en un<br />

mismo pueblo, en un mismo templo, bajo los mismos sacerdotes, participando de los<br />

mismos misterios, aunque con voluntad opuesta y discrepando por la diferencia de sus<br />

costumbres, ni una causa prejuzga a otra causa ni una persona a otra persona.<br />

Enseñanza de Pablo a los corintios<br />

XXI. 33. También nos citan ahora en sus escritos el texto de la carta del Apóstol: No os<br />

juntéis con los infieles. Pues ¿qué relación hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué unión<br />

entre la luz y las tinieblas? 40 , y lo demás, que hemos citado antes, demostrando cómo<br />

había que entenderlo rectamente. ¿Qué hace con esto sino recordarnos a quiénes escribió


esto el Apóstol? Efectivamente demostramos que se daba en el mismo pueblo de Corinto<br />

lo que decimos, a fin de que no piensen que el reprochar a los dignos de reprensión, como<br />

si fueran todos reprobados en este pueblo, es propio sólo de la costumbre de los profetas<br />

y que no es costumbre del Nuevo Testamento, sino del Antiguo, e igualmente es propio<br />

del Antiguo Testamento el animar a los dignos de alabanza como si fueran todos<br />

merecedores de ella. Veamos cómo se dirige el Apóstol a los corintios: Pablo, llamado a<br />

ser apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios, y Sóstenes, su hermano, a la Iglesia<br />

de Dios que está en Corinto: a los santificados en Cristo Jesús, llamados santos, con<br />

cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro, de nosotros y<br />

de ellos, gracia a vosotros y paz de parte de Dios Padre nuestro, y del Señor Jesucristo.<br />

Doy gracias a Dios sin cesar por vosotros, a causa de la gracia de Dios que os ha sido<br />

otorgada en Cristo Jesús, pues en él habéis sido enriquecidos en todo, en toda palabra y<br />

en todo conocimiento, en la medida en que se ha consolidado entre vosotros el testimonio<br />

de Cristo. Así, ya no os falta ningún don de gracia 41 .<br />

¿Quién al oír estas palabras puede creer que existe réprobo alguno en la Iglesia de<br />

Corinto, pues que resuenan como si esa alabanza alcanzara a todos? Y, sin embargo, poco<br />

después dice: Os conjuro, hermanos, a que tengáis todos un mismo sentir, y no haya<br />

entre vosotros disensiones 42 . De nuevo, como reprochándolos e increpándolos en este<br />

horrendo vicio, a todos dice: ¿Acaso fue Pablo crucificado por vosotros? ¿O habéis sido<br />

bautizados en nombre de Pablo? 43<br />

Pienso que los que decían en aquel pueblo: Yo soy de Cristo, no llevaron el yugo con los<br />

que decían: Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas 44 ; y, sin embargo, todos se<br />

acercaban a un mismo altar, participaban en los mismos misterios quienes no participaban<br />

de los mismos vicios. A estos mismos corintios dijo también aquello: Quien come y bebe<br />

indignamente, come y bebe para sí su condenación 45 . ¿En qué pensaba el Apóstol sino en<br />

estos charlatanes para no contentarse con decir: come y bebe su condenación 46 , sino<br />

añadir para sí, para que se entendiera que esto no se refería a los que ciertamente comían<br />

junto con ellos, pero no comían su condenación?<br />

34. Había también entre los mismos corintios quienes no creían en la resurrección de los<br />

muertos, un dogma característico de los cristianos, que el Apóstol les propone con estas<br />

palabras: Si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo andan<br />

diciendo algunos de entre vosotros que no hay resurrección de muertos? 47 No dijo: "en<br />

esta tierra" o "en este mundo", sino entre vosotros. No podría proponer esa enseñanza<br />

sobre la resurrección de Cristo sino a los ya cristianos, a los cuales dice sobre la misma<br />

resurrección de Cristo: Esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído 48 .<br />

Paremos ahora nuestra atención en aquellas palabras con que al principio de su carta<br />

ensalza a la Iglesia de los corintios hasta decir: Doy gracias a Dios sin cesar por vosotros,<br />

por la gracia de Dios que os ha sido otorgada en Cristo Jesús, pues en él habéis sido<br />

enriquecidos en todo, en toda palabra y en todo conocimiento, en la medida en que ha<br />

sido consolidado entre vosotros el testimonio de Cristo. Así, ya no os falta ningún don de<br />

la gracia 49 .<br />

Vemos aquí cómo estaban ellos tan enriquecidos en Cristo en toda palabra y en toda<br />

ciencia, cómo nada les faltaba en todo género de gracia, y, sin embargo, había entre ellos<br />

quienes no creían aún en la resurrección de los muertos. Pienso que esos a quienes nada<br />

faltaba en todo género de gracia no llevaban el yugo con aquellos que no creían que los<br />

muertos habían de resucitar. He aquí cómo los fieles no llevan el yugo con los infieles,<br />

aunque estén mezclados en el mismo pueblo y sean instruidos bajo los mismos sacerdotes<br />

en los mismos misterios.<br />

35. En definitiva, el mismo Apóstol, para que no consintieran en esta increencia los que<br />

tenían fe en la resurrección de los muertos, no les ordenó una separación corporal; eran<br />

muchos en verdad, no como aquel único que tomó la mujer de su padre, a quien sí juzga<br />

digno de una corrección y excomunión más clara. De una manera bien diferente debe ser<br />

llevado éste y de otra la viciosa multitud, no sea que si se separa una parte del pueblo de<br />

la otra se arranque también el trigo con la impiedad del cisma.<br />

Por ello no separa el Apóstol corporalmente a los que ya creían en la resurrección de los<br />

muertos de los que en el mismo pueblo no creían en ella; y, sin embargo, no cesa de<br />

separarlos espiritualmente al decir: No os engañéis: las malas conversaciones corrompen


las buenas costumbres 50 . No teme él el trato, sino el asentir a ellos, no sea que vayan a<br />

acomodar su fe a las malas compañías, que corrompen las buenas costumbres; los<br />

exhorta, pues, a separarse de las costumbres, no de los altares.<br />

Finalmente, antes que el Apóstol les escribiera esto, había en la misma Iglesia quienes no<br />

creían en la resurrección de los muertos y quienes abundaban en todo género de gracia; y<br />

no les manchaban aquéllos a éstos en su increencia. He aquí la manera no de acercarse a<br />

aquel a quien acercarse es mancharse; he aquí cómo no comulga en modo alguno la luz<br />

con las tinieblas; he aquí cómo, aunque ambas clases de peces naden dentro de las<br />

mismas redes, ni una causa prejuzga a otra causa ni una persona a otra persona.<br />

36. Si esto es así, esta necedad tan ruda, este sueño tan pesado del espíritu, ¿no debe ser<br />

desechado para poder sentir de una vez que la causa de Ceciliano no puede prejuzgar al<br />

orbe católico, con el cual no está en comunión el partido de Donato, si no prejuzga al<br />

partido de Donato la causa de Maximiano, o mejor, la causa de Feliciano y de Primiano,<br />

tan unidas al presente como condenándose mutuamente ambas? Basta, en verdad, para<br />

hablar como hablan ellos, con que los peces malos, ocultos entre las olas, no manchen a<br />

los pescadores, que los desconocen, aunque no se trata aquí precisamente de los<br />

pescadores, en quienes quizá quiso el Señor significar a los ángeles; en efecto, a lo que se<br />

debe prestar más atención es a que dentro de las redes los peces buenos no pueden ser<br />

manchados por los malos. Porque no dejan de verse mutuamente, como en cambio<br />

nadando bajo el agua no son ellos vistos por los pescadores. Pero, como dije, basta para<br />

nuestra cuestión que no manchan los malos cuyas obras malas no son conocidas.<br />

La causa de Ceciliano no afecta a la Iglesia<br />

XXII. 37. Hubo en tiempo de Ceciliano algunos pacíficos dichosos que, conociéndole,<br />

aunque no fuera inocente, lo hubiesen tolerado conscientemente en bien de la unidad<br />

católica; al verle unido por la participación común en los sacramentos a tantos pueblos<br />

desconocidos, en los que se extiende la misma unidad, y ver que no podían probar que era<br />

tal cual ellos le conocían, se defenderían contra semejantes calumnias con las palabras del<br />

bienaventurado y pacífico Cipriano y clamaban con toda confianza diciendo: "No<br />

abandonamos la unidad por causa de Ceciliano, ya que 'aunque parece que existe cizaña<br />

en la Iglesia, no debe hallar impedimento nuestra fe y nuestra caridad, hasta el punto de<br />

apartarnos nosotros de la Iglesia por constatar que en ella hay cizaña'". Qué bien se<br />

aplicaría a la pacífica paciencia de éstos aquella tan ilustre alabanza con que ensalza al<br />

ángel de la Iglesia de Éfeso, que nadie, si juzga rectamente, puede dudar personifica a esa<br />

misma Iglesia; a él le dice el Espíritu en el Apocalipsis: Conozco tu conducta: tus fatiga y<br />

tu paciencia, y que no puedes soportar a los malvados y que pusiste a prueba a los que se<br />

llaman apóstoles sin serlo y descubriste su engaño. Tienes paciencia en el sufrimiento: has<br />

sufrido por mi nombre sin desfallecer 51 .<br />

Esta misma alabanza debe tributarse a quienes fueron contemporáneos de Ceciliano, y que<br />

por el nombre del Señor, que como ungüento derramado dependía su perfume en todo el<br />

universo a través de innumerables pueblos, no desfallecerían en mantener con toda<br />

paciencia al que conocían como malo, si ese malo se hallaba en tales circunstancias que a<br />

su juicio no podía ser descubierto a los demás ni ser arrancado ni apartado de ellos.<br />

Nuestra situación es diferente; no debemos arrogarnos la gloria de esta paciencia. No<br />

podemos, en efecto, decir que hemos tolerado por la paz lo que no ha podido llegar<br />

cabalmente a nuestro conocimiento. Para nosotros, la causa de Ceciliano estuvo bajo las<br />

olas. Nuestra voz es la del resto de los pueblos cristianos, contra quienes éstos no han<br />

encontrado nada que decir. No obstante, aunque sea desconocida la causa de Ceciliano,<br />

nosotros la tenemos por buena, ya que leemos de él que fue condenado una vez por la<br />

facción de sus enemigos, pero luego, teniéndolos a ellos por acusadores, fue absuelto por<br />

tercera vez. O crean éstos a casi cien obispos del partido de Donato sobre las acusaciones<br />

de que fue objeto Primiano, y entonces traten de forzarnos a creer a los setenta<br />

antepasados suyos sobre las acusaciones vertidas sobre Ceciliano. Respecto a lo que dicen<br />

de Ceciliano, que estando ausente firmó con su silencio las acusaciones que se le hicieron<br />

en aquel concilio, podemos afirmarlo también de las acusaciones a Primiano, que le fueron<br />

hechas por cien obispos, y ni aun después se demuestra que fueran desmentidas.<br />

38. Por supuesto que una causa no prejuzga a otra causa ni una persona a la otra, si se<br />

trata de evitar que disminuya el partido de Donato, y prejuzga en cambio si se trata de


dividir a la herencia de Cristo. ¿Acaso no prejuzga la causa de Ceciliano a la unidad<br />

católica, que mantenemos y de cuya sociedad nos alegramos, ya que Ceciliano fue obispo<br />

de Cartago, y la prejuzga la causa de Novelo de Tizica, de Faustino de Tuburbo, a quienes<br />

ni pensaron acusar después, como a Ceciliano y Félix, cuyos nombres y aun los nombres<br />

de las ciudades en que estuvieron ni fueron conocidos para toda África, y quizá ni para<br />

toda la provincia proconsular?<br />

He aquí cómo pretenden que la causa de esta ralea de pececillos, aunque malos, ocultos<br />

en las profundidades, perjudique a la causa de una pesca de tal categoría, cuyas redes<br />

bien repletas se han extendido por todo el orbe, ralea esa de pececillos que apenas<br />

pudieron ser conocidos de los peces que nadan a su lado. ¿Por qué no hemos de creer que<br />

también éstos fueron inocentes, puesto que ni se les juzgó dignos de acusación, como<br />

dije, por parte de aquéllos, y en cambio pudo justificarse aquel a quien vuestros<br />

antepasados llamaron fuente de todos los males en aquella conspiración hostil?<br />

Los católicos, acusados de haber sobornado al juez<br />

XXIII. 39. Pero hayan sido éstos como hayan sido, ¿qué nos importa a nosotros? En<br />

realidad, no pueden negarnos que la persona y la causa de no sé qué individuos no<br />

perjudica a la causa y la persona de la Iglesia católica, si una causa no prejuzga a otra<br />

causa ni una persona a otra persona.<br />

Sin embargo, para seduciros aún, nos echan en cara que hemos sobornado al juez a fin de<br />

que pronunciara la sentencia contra vosotros en favor nuestro. Decid vosotros, si podéis<br />

cuánto tuvimos que dar a vuestros obispos elegidos como defensores para que declararan<br />

o presentaran contra ellos mismos, en favor nuestro, pruebas de tal categoría que así<br />

defendieran nuestra causa y echaran a perder la suya. ¿A qué precio tuvimos que<br />

comprarlos para que después de las palabras de Primiano: "Es indigno que se reúnan<br />

juntos los hijos de los mártires y la descendencia de los traditores, vinieran, sin embargo,<br />

y se reunieran con nosotros, cosa que habían dicho era indigna? ¿A qué precio tuvimos<br />

que comprarlos para que, a la manera de los abogados del foro, intentaran intimarnos<br />

órdenes acerca de los tiempos y de los días y de las personas, y demostrar con ello<br />

claramente a todos, aun a los que no podían entender nuestras discusiones, qué<br />

desafortunada era la causa que defendían, la cual tanto temían presentar y defender ante<br />

aquel juez, cuya benignidad y justicia para con ellos tanto habían ensalzado, y en la cual<br />

no habían observado aún algún movimiento contra ellos? ¿A qué precio tuvimos que<br />

comprarlos para que luego exigiera que no debía tratarse con ellos con formas jurídicas,<br />

sino más bien con testimonios divinos, y prometieran que responderían igualmente según<br />

los testimonios de las Escrituras, y cuando se leyó el mandato del concilio católico, que<br />

habíamos presentado, en el que había quedado claro, según su propia confesión, que<br />

nosotros habíamos querido resolver la cuestión de la Iglesia católica desde los testimonios<br />

de las santas Escrituras, después de todo esto ellos, como olvidándose de lo que<br />

manifestaron que les parecía bien, retornaron con sus debates embrollados y enojosos a<br />

las mismas prescripciones forenses?<br />

40. ¿A qué precio tuvimos que comprarlos para que, conmovidos por el gran número de<br />

nuestras firmas, que se veían en el mismo mandato, exigieran la presencia de todo<br />

nuestro concilio, del cual sólo asistíamos según la orden del juez dieciocho, e introdujeran<br />

la cuestión sobre la falsedad de que pudieron firmar unos por otros? Así se llegó hasta<br />

llevarse a cabo también el censo de ellos, y fueron sorprendidos en la falsedad, cuya<br />

sospecha pretendieron hacer recaer sobre nosotros, de suerte que no sólo se leía en su<br />

mandato que algunos habían firmado por los ausentes, que ni habían venido a Cartago,<br />

sino que se dio el caso de citar a uno, y al no responder, dijeron que había muerto en el<br />

camino. Se les preguntó entonces cómo había firmado en Cartago quien había muerto ya<br />

en el camino; tras grandes perplejidades de perturbación de inconstantes y variadas<br />

respuestas, afirmaron que no había muerto al venir, sino al retornar a su domicilio,<br />

después ya de haber firmado. Luego, preguntados bajo juramento divino si constaba que<br />

había estado en Cartago, en el colmo de la perturbación contestaron: "¿Qué importa si ha<br />

firmado otro por él?" Así, con sus propias palabras confirmaron que aparecía y quedaba<br />

claramente demostrada en su mandato la falsedad que nos habían reprochado a nosotros.<br />

Los donatistas exageraron el número de sus obispos<br />

XXIV. 41. ¿A qué precio tuvimos que comprarlos para que, al querer gloriarse de su gran


número, pusieran de manifiesto aun en esto sus mentiras? En efecto, el número de los<br />

nuestros era un poco mayor y habíamos dicho que casi otros cien obispos católicos no<br />

habían acudido a Cartago, unos por su ancianidad, otros por el estado de su salud y otros<br />

por diversas obligaciones. Al oír ellos esto dijeron que eran muchos más los suyos que no<br />

habían venido. Lo mismo que al presente hacían ostentación de ser más de cuatrocientos<br />

en todo el África y se olvidaron de que en su relación pusieron que habían venido todos a<br />

Cartago, hasta el punto de que, exceptuados solamente los que retuvo en sus propias<br />

sedes o en el camino la enfermedad del cuerpo, ni la vejez ni la fatiga de un largo camino<br />

pudo impedir a los ancianos más débiles. Se leyeron en su mandato, según el cómputo<br />

oficial, hasta doscientas setenta y nueve firmas, contados incluso los sorprendidos en<br />

falsedad y los de los que firmaron por los ausentes, porque retenidos por la enfermedad<br />

no habían podido venir a Cartago.<br />

¿Cómo, pues, puede ser verdad que ellos eran más de cuatrocientos, si dijeron que sólo<br />

habían dejado de venir a Cartago los impedidos por la debilidad del cuerpo, aunque por<br />

algunos de ellos firmaron otros, para no decir que se hizo esto por todos los enfermos? ¿<br />

Acaso les había invadido una peste tal que había postrado de repente a una tercera parte<br />

de ellos? La claridad de requerimiento con que los llamaba su primado, a fin de que<br />

dejando todas sus ocupaciones se apresurasen a reunirse en Cartago, estaba concebida en<br />

tales términos que hacía comprender que si alguno rehusase acudir anulaba el argumento<br />

de más peso en favor de su causa. Y el argumento de más peso en favor de su causa<br />

consistía en que se presentara un gran número de ellos, como si la posibilidad de<br />

encontrar algo más fácilmente fuera tanto más grande cuanto mayor fuera la multitud de<br />

buscadores ciegos.<br />

42. ¿A qué precio tuvimos que comprarlos para que, habiendo diferido la audiencia con el<br />

consentimiento suyo y nuestro para el día siguiente, pidieran la víspera que se les<br />

mostrase oficialmente nuestro mandato, a fin de poder asistir documentados con él,<br />

pretextando que en tan poco tiempo no podía la oficina enfrentarse con la redacción de las<br />

actas? Sucedió, en efecto, que en la audiencia del día siguiente pedían y conseguían esa<br />

justa dilación. Pero los que consideraban la causa -contenida íntegramente en nuestro<br />

mandato- sufrían varias perplejidades, y se convencían de que esa dilación les salía al<br />

revés de lo que ellos habían pensado. ¿Qué cosa más justa que solicitar una dilación<br />

quienes estaban desconcertados por una solidez tan fundamentada de la verdad? ¡Lástima<br />

que el examinar nuestro mandato, al que no pudieron en absoluto responder, les hubiera<br />

servido para tratar más bien de corregir su perversidad en lugar de acrecentarla!<br />

Justamente, pues, solicitaban la dilación, pero nunca debieron decir el día antes, en su<br />

requerimiento, que se les debía leer nuestro mandato para acudir preparados en el día<br />

señalado, ya que los secretarios no podían tener lista la redacción de las actas, y luego el<br />

mismo día del proceso pretender quejarse de los mismos secretarios porque no las habían<br />

terminado. ¿Qué fue lo que les obligó a esto sino una grave perturbación al ver que en la<br />

redacción de nuestro mandato nosotros habíamos tratado la causa de tal suerte que no<br />

podían encontrar respuesta? En efecto, ¿a qué precio tuvimos que comprar el que pidieran<br />

esa demora y que la consiguieran de seis días, hasta que nadie pudiera decir que la<br />

escasez de tiempo les impidió contestar a nuestro mandato?<br />

Maniobras de despiste<br />

XXV. 43. Pero en el tercer día de nuestro debate, ¿a qué precio tuvimos que comprar la<br />

demostración bien clara de que no querían llegar a la causa, interponiendo vacíos e<br />

inútiles retrasos? En su mismo temor manifestaban claramente qué mala era la causa que<br />

sostenían, aunque ese su temor llegó a estallar con un testimonio oral bien manifiesto de<br />

la voz cuando dijeron: "Poco a poco somos llevados a la causa", y en otro lugar dijeron:<br />

"Tu fuerza poco a poco nos va llevando al fondo de la cuestión".<br />

¡Oh fuerza de la verdad, más fuerte para arrancar una conclusión que cualquier aguijón y<br />

que cualesquiera garfios para arrancar una confesión!<br />

Se reúnen de toda el África tantos obispos; entran en Cartago con la impresionante pompa<br />

de un pintoresco ejército, con la intención de atraer hacia sí los ojos de ciudad tan<br />

importante; se eligen oradores por todos para que hablen en nombre de todos; se<br />

encuentra un lugar digno de tal acontecimiento en el centro de la ciudad; se reúnen ambas<br />

partes; el juez está dispuesto; se ponen a disposición los registros; están a la expectativa


suspensos los corazones de todos sobre el resultado de asamblea tan importante. Y<br />

entonces sucede que personajes bien escogidos y elocuentes emplean los poderosísimos<br />

recursos, con que debía llevarse a cabo un proceso, en procurar que no se lleve a cabo.<br />

Solicitan que se discuta sobre las personas según la norma forense, cuestión interminable<br />

en la que acostumbraron los litigantes a consumir tiempo y más tiempo. En esta audiencia<br />

tuvieron ellos que reconocer que los católicos habían redactado su mandato apoyándose<br />

en testimonios divinos más que en fórmulas forenses, y prometieron que ellos igualmente<br />

darían su respuesta apoyándose en las Escrituras. Y como por un admirable socorro hizo<br />

Dios que al cuestionar la personalidad del demandante, a fin de no llegar a la causa, fue la<br />

misma averiguación del demandante la que la puso delante; gritan los ilustres personajes,<br />

que al parecer habían sido elegidos para discutir, y atestiguan que han sido elegidos más<br />

bien para no intervenir, y se quejan maliciosamente al juez de que poco a poco han sido<br />

llevados al fondo de la cuestión; como si pasando por alto lo demás, debiera llevarse a<br />

cabo algo muy diferente de lo que con tal empeño rechazaban se realizara después o más<br />

tarde, ya que no querían se tratara en absoluto aquello en que temían ser vencidos. ¿<br />

Quién podría extirpar de su corazón cerrado la voz tan evidente del temor, no digo si les<br />

obsequiáramos con prodigalidad sin límites, sino incluso si los atormentáramos con<br />

cruelísimos tormentos?<br />

44. Con palabrería quisquillosa presentaron la cuestión de la persona de los demandantes,<br />

para poder así discutir jurídicamente nuestras personas y encontrar retrasos incluso de<br />

años; leyeron un escrito que habíamos hecho al cónsul tiempo hacía ya, en el cual<br />

solicitábamos un encuentro común, con el fin de que tuviera lugar entre nosotros esta<br />

conferencia que al presente conseguimos del emperador se llevara a cabo, y por esta<br />

petición intentaban demostrar que éramos nosotros los demandantes.<br />

Respondimos nosotros que siempre habíamos querido se celebrara la asamblea, no para<br />

echarles en cara sus crímenes, sino para justificarnos de los que ellos nos reprochaban:<br />

por esto, en efecto, han llegado a ser herejes y a separarse de la unidad de la Iglesia:<br />

porque nos achacan crímenes que no pueden probar.<br />

Después le pareció al juez seguir el orden cronológico, y antepuso a las actas que nosotros<br />

habíamos presentado, según las cuales también ellos habían solicitado de los prefectos la<br />

conferencia; antepuso, digo, nuestro escrito, presentado por ellos precisamente porque<br />

era anterior cronológicamente a aquellas actas prefectoriales. Presentada esta<br />

oportunidad, obtuvimos del juez con toda facilidad y justicia que, si se daba preferencia a<br />

lo que constaba era anterior cronológicamente, ordenase que se leyesen más bien las<br />

actas en que por medio del procónsul Anulino acusaron ante el emperador Constatino a<br />

Ceciliano, cuyos crímenes achacan a nuestra comunión, de los cuales queríamos<br />

justificarnos en aquella conferencia.<br />

Así, pues, cuando comenzó la lectura, como allí se veían clarísimamente vencidos en toda<br />

línea, comenzaron a gritar: "Poco a poco nos introducen en la causa", y también: "Bien ve<br />

tu fuerza que poco a poco nos llevan al fondo de la cuestión". ¡Qué confusión tan grande,<br />

aunque nada sorprendente! ¿Cuándo podría el demonio temer a un exorcista como<br />

temieron éstos que se diera lectura a aquellos procesos en que aparecía Ceciliano acusado<br />

por sus antecesores ante el emperador y absuelto, no sólo por tantos jueces episcopales,<br />

sino hasta por los imperiales?<br />

45. ¿Cuándo y a qué precio hubiéramos podido comprar el que, turbados por el mismo<br />

temor, se atrevieran a retornar aun a su prescripción del tiempo, según la cual dijeron que<br />

la causa ya había prescrito y que ya no podía en absoluto tratarse pasados los cuatro<br />

meses? ¿Qué es esto? ¿Qué indicio del estado de un espíritu se puede encontrar tan a<br />

propósito como este temor tan manifiesto, tan claro, pues soliendo el temor quitar la<br />

libertad, éstos han temido tan libremente, que lejos de cubrir con el silencio el juicio de su<br />

mala causa lo manifiestan con palabras tan claras? ¡Qué temor tan vehemente que llega a<br />

arrancar la confesión! Salió de su boca el temor con tal fuerza que con su ímpetu huyó de<br />

su rostro el pudor. Si no se hubiesen leído los documentos que demostraban que Ceciliano<br />

había sido condenado y justificado, se había buscado a los demandantes del proceso, se<br />

hubiesen discutido las personas, y se habrían levantado, tergiversándolas, ridículas<br />

trampas de demora para que no se llegase a la causa en sí; sin embargo, parecían<br />

solicitarse con justo derecho aun estos extremos relacionados con la causa a tratar.<br />

Cuando se presentó para su lectura la causa tan excelente de Ceciliano, se acude de nuevo


a la prescripción rechazada ya y refutada, se vocifera que ya pasó la fecha de resolver la<br />

causa.<br />

Los donatistas, jueces de sí mismos<br />

XXVI. 46. ¿Por qué esperáis aún la sentencia pronunciada por el juez en nuestro favor, si<br />

estáis viendo qué es lo que ha pronunciado contra ellos mismos el temor de vuestros<br />

obispos? El mismo juez les había otorgado ciertamente la facultad de elegir al otro juez,<br />

elegido por ellos, juntamente con él, y ellos lo rehusaron, porque si hubieran elegido a<br />

alguno, no podrían mentiros a vosotros de que también él había sido sobornado por<br />

nosotros. Pero hicieron lo que rehusaban: eligieron con él a otro juez, no un extraño<br />

cualquiera, sino un íntimo suyo.<br />

He aquí que el mismo temor de ellos fue otro juez. Sin duda que no recibió nada de<br />

nosotros, y juzgó libremente en nuestro favor; no favoreció en nada a la persona de<br />

aquellos con quienes tan unido estaba, de cuya intimidad procedía; antes que se<br />

pronunciase la causa fue el primero en juzgar, porque la conoció el primero en el corazón<br />

de los mismos. Finalmente subió al tribunal el otro juez para conocer la causa, subió éste<br />

que ya la conocía; juzgó aquél manteniéndose en pie, escuchando, hablando; éste la juzgó<br />

con sólo salir al medio. Pienso que ellos decían que no se tratase ya la causa; ¡cuánto más<br />

pronto la concluyó el temor de los litigantes que el trabajo del juez! Aquél buscaba qué era<br />

lo que se sacaba en limpio de sus informes, y este otro, en cambio, señaló qué era lo que<br />

sucedía en los corazones de aquéllos.<br />

Cuestiones de procedimiento<br />

XXVII. 47. Como ellos, aterrados por los documentos que se habían presentado para su<br />

lectura, habían llegado a decir que la causa ya había prescrito y que no se podía tratar,<br />

nos propusieron lo que ya antes se había convenido: que si usábamos testimonios de las<br />

santas Escrituras, no se leyeran aquellos documentos; pero si nos decidíamos por esa<br />

lectura, tenían ellos una prescripción poderosa para no permitir se tratara una causa ya<br />

caducada en el tiempo. Ellos, en cambio, no cumplieron lo que habían prometido antes, es<br />

decir, que responderían igualmente con testimonios de las Escrituras a nuestro mandato,<br />

en el que confesaron que nosotros habíamos defendido la causa de la Iglesia con<br />

testimonios de las Escrituras, que ellos se esforzaban por defender que no se deben<br />

discutir las personas de los demandantes como si se tratase de una discusión, sino de un<br />

proceso civil.<br />

Nosotros les respondimos que si no querían tratar más que de saber cuál era la Iglesia<br />

católica y dónde se encontraba, nosotros no podíamos defender su causa más que con los<br />

testimonios divinos que la anunciaron; pero que si ellos ponían delante los crímenes de<br />

algunos hombres, como ellos no podían probarlo con testimonios divinos, sino con algunos<br />

otros como los que han aducido, que nosotros trataríamos también de justificarnos con<br />

testimonios de esa naturaleza.<br />

Así están repitiendo asiduamente sus vaciedades, y nosotros los repetimos<br />

constantemente los mismos razonamientos; así les ha vencido la verdad y les ha forzado,<br />

refutado y superado a escuchar los que hemos propuesto. Veían, en efecto, que si no se<br />

achacaban a nuestra comunión los crímenes de Ceciliano, no les quedaba ningún recurso<br />

que justificara en modo alguno su separación de la unidad; y si ponían por delante los<br />

crímenes de Ceciliano, ni ellos podrían afirmarlo sino con semejantes documentos, ni<br />

nosotros defenderlo de otra manera.<br />

Concesión donatista: las Iglesias de ultramar, causa aparte<br />

XXVIII. 48. Ahora bien, ¿a qué precio hubo de comprarse lo que entre sus estrepitosos<br />

debates nos respondieron? Les propusimos, en efecto, que probaran si podían los<br />

crímenes que suelen achacar a nuestra comunión extendida por todos los pueblos, para<br />

que de este modo se conociera si había sido justa su separación. Contestaron que<br />

nosotros queríamos tratar de una causa ajena, es decir, la de las Iglesias transmarinas, a<br />

las que no reprochaban esto, ya que esta discusión tenía lugar entre africanos, y aquellas<br />

Iglesias debían esperar, más bien, unir a sí a los que salieran vencedores en esta<br />

Conferencia y tuvieran así con ellas el nombre católico.


¿Por qué, pues, indagáis aún? ¿Por qué dudáis sobre qué Iglesia debéis tener? Aquí está<br />

aquélla, contra la cual confesaron vuestros obispos que no tenían queja alguna, a la cual<br />

está unida nuestra comunión y de la cual se separó la de ellos. Si en verdad dijeron que<br />

ella debía esperar a ver cuál de las dos partes vencía y así unirse a ella y conservar con<br />

ella el nombre católico, ya nuestros antepasados vencieron a los suyos; por ello, unidos a<br />

aquella Iglesia, conservaron el nombre católico en su unidad. Vuestros obispos, en cambio,<br />

si ya fueron vencidos sus antepasados por nuestros antepasados, ¿por qué todavía<br />

polemizan con nosotros? Y si no fueron vencidos, ¿por qué no están en comunión con<br />

aquella Iglesia, contra la cual, al no poder negarle el nombre de católica, confesaron no<br />

tener queja alguna?<br />

Así tenemos a la Iglesia católica de allende el mar extendida en tantos pueblos, la cual<br />

dijeron debía esperar para unir a sí a los que salieran vencedores; ¿cómo debe esperar<br />

unir a sí a los vencedores si no estuviera ajena a los crímenes que entre nosotros se<br />

ventilan? Pues si no estuviera ajena a ellos, siendo ella rea vencida con los vencidos, ¿<br />

cómo puede unir a sí a los vencedores? Por otra parte, si, como confiesan ellos, es ajena a<br />

estos crímenes, también lo estamos nosotros que estamos unidos a ella por la comunión.<br />

Porque si por esa comunión nos contamina a nosotros el crimen ajeno, también nuestro<br />

crimen debe contaminar a aquella con la cual estamos en comunión.<br />

Ahora bien: ellos confesaron que no está mancillada con el crimen de los africanos,<br />

aunque se asocien a ella por la comunión de los sacramentos; luego en ello quedan<br />

convictos de que tampoco nosotros hemos podido mancharnos con el crimen de aquellos a<br />

los cuales nos asociamos en la comunión de los sacramentos, ya que no nos vincula en<br />

modo alguno el consentimiento con ellos.<br />

Y aun la causa de Ceciliano queda demostrada fácilmente como vencedora por las mismas<br />

palabras de aquellos. En efecto, si la Iglesia transmarina, ajena a estos crímenes, debe<br />

mantenerse a la expectativa durante nuestras luchas para unir a sí misma y al nombre<br />

católico a los que resultaran vencedores, ya estaba también a la expectativa cuando los<br />

antepasados de éstos luchaban duramente con Ceciliano. Por consiguiente, salió vencedor<br />

aquel a quien la que estaba a la expectativa agregó a sí misma tras el conflicto. O si pudo<br />

agregar a sí misma en la comunión de los sacramentos al manchado y, como confesaron,<br />

continuar limpia de estos crímenes, mayor es entonces nuestra victoria, demostrando por<br />

esto que cada cual lleva su carga y ni una causa prejuzga a otra causa ni una persona a<br />

otra persona.<br />

No respondieron al "mandato" católico<br />

XXIX. 49. Ahora bien, ¿a qué precio hubo que comprar el que pensaran habían de<br />

responder, no con palabras improvisadas, sino con documentos escritos, a nuestro<br />

mandato en que habíamos abarcado la causa entera? Quedó en efecto bien claro que no<br />

pudieron responder a todas las cuestiones propuestas en nuestro mandato y ni trataron<br />

siquiera de rozar su contenido en sus escritos. Ni puede nadie decir que ellos no pudieron<br />

retener de memoria nuestra argumentación, y que por eso procuraron responder no a<br />

todas las cuestiones, sino a las esenciales. Se les dio una referencia oficial de nuestro<br />

mandato según solicitaban, alegando que ilustrados con ella podían responder a todo.<br />

Eligieron todos a siete de ellos para que trataran todas las cuestiones en nombre de todos;<br />

sin embargo, presentaron en nombre de su concilio entero esa carta con que intentaron<br />

responder a nuestros mandatos, como una carta dirigida por todos ellos al juez. Si no<br />

queríamos admitirla, estábamos en nuestro pleno derecho; pues estaba fuera de orden<br />

que, una vez encomendada la causa a siete personas, se tratara cuestión alguna a no ser<br />

por los que habían sido elegidos. Pero para no dar la impresión con nuestro escrito de que<br />

temíamos su carta, aceptamos sin la menor vacilación que se leyeran sus alegaciones.<br />

Era de desear, en efecto, y había que comparar, como dije, que, tras la demora de tantos<br />

días que les habíamos otorgado accediendo a su petición, presentaran un trabajo<br />

elaborado en tantas vigilias, en el cual apareciera bien claro a los lectores de ambas partes<br />

que no habían respondido a nuestro mandato, y constara, en cambio, que nosotros<br />

habíamos contestado luego sin demora alguna a su misma carta. Si hay personas de<br />

ingenio tan lento que piensen que ellos han dicho algo en los pasajes de nuestro mandato,<br />

que no quisieron pasar por alto, no imagino alguien tan necio que piense haber ellos<br />

respondido algo en esos pasajes, sobre los cuales en absoluto hablaron. Y no son esas


cuestiones sin importancia o como despreciables, ya que en ellas está más bien el meollo<br />

de la cuestión.<br />

50. Así, abrumados por el peso de la autoridad divina, pasaron por alto, como si no<br />

hubieran sido aducidos, los testimonios de las Escrituras, mediante los cuales afirmamos<br />

que la Iglesia, en cuya comunión estábamos, comenzando por Jerusalén, se difundía por el<br />

orbe de la tierra. Asimismo tampoco se atrevieron a rozar siquiera lo que se ponía en<br />

nuestro mandato acerca del bienaventurado Cipriano, quien ordenó con sus palabras y<br />

confirmó con su ejemplo que había que tolerar en la Iglesia a los malos antes que<br />

abandonar la Iglesia por su causa. Pienso que hicieron esto siendo conscientes de que si<br />

pretendieran menoscabar la autoridad de Cipriano en alguno de sus escritos, se verían<br />

forzados a confesar que con razón nosotros no reconocíamos su autoridad en lo que suelen<br />

presentar sobre sus afirmaciones o mandatos acerca de la reiteración del bautismo,<br />

sabiendo que también ahí, si lo hicieran, se exponían al fracaso, ya que Cipriano no<br />

abandonó la unidad, antes bien permaneció en ella con los que pensaban de diferente<br />

manera sobre la cuestión; de donde se sigue que o hay que decir que entonces<br />

desapareció la Iglesia y no existió más, y, por tanto, no puede proceder de ella el Donato<br />

de éstos, o si -como es verdad- permaneció la Iglesia, no contaminan en ella los malos a<br />

los buenos, como juzgó también Cipriano, que permaneció en ella en la misma comunión<br />

con los que pensaban de diferente manera que él; y por ello esos se echaron encima el<br />

detestable sacrilegio del cisma, puesto que, por no sé qué crímenes no demostrados,<br />

aunque fuesen verdaderos, no debieron separarse en modo alguno de la unidad extendida<br />

por todo el orbe. Esto, a lo que se puede entender, lo previeron ellos por aquel testimonio<br />

de Cipriano que se recordó en nuestro mandato, y por eso lo pasaron en completo silencio.<br />

51. Otro argumento más. En la causa de los maximianistas declararon ellos también,<br />

según su juicio, que no se debía abandonar la unidad a causa de los malos, pues dijeron<br />

que los socios de Maximiano no habían sido manchados por él, y por eso aceptaron con<br />

todos sus honores a los que habían condenado, y mostraron que había que reconocer más<br />

que destruir el bautismo de Cristo que había sido dado fuera de la Iglesia, cuando no se<br />

atrevieron a bautizar de nuevo a los ya bautizados por Feliciano en el cisma y recibidos<br />

después con él. Al leer esto también en nuestro mandato, juzgaron más oportuno callar y<br />

pasarlo por alto que tratar de rechazarlo con la menor contradicción. Tampoco tocaron en<br />

absoluto en su respuesta la causa de Ceciliano, nítidamente separada en nuestro mandato<br />

de la causa de la Iglesia, aunque defendida también ella misma en todos sus extremos.<br />

¿Quién, pues, puede juzgar que han respondido a aquel nuestro mandato, cuando ni<br />

siquiera han intentado decir una palabra contra todos esos extremos, al menos no con una<br />

mínima apariencia de respuesta? En cuanto a lo que tiene apariencia de respuesta, léalo<br />

quien quisiere y júzguelo confrontando su carta con ese mandato nuestro, aparte de la<br />

respuesta que inmediatamente les dimos y que desbarató todas las maquinaciones de su<br />

vaciedad.<br />

Concesión donatista: una causa no prejuzga a otra causa<br />

XXX. 52. Aún más: aunque ofreciéramos montañas de oro, ¿podríamos comprar esta otra<br />

confesión? Les hemos presentado la causa de Maximiano a fin de que se dieran cuenta de<br />

que no perjudicó a Ceciliano el concilio en el que lanzaron contra él, ausente, setenta<br />

obispos lo que se les antojó, al igual que no perjudicó a Primiano que le condenaran,<br />

también en ausencia, casi ciento veinte obispos en favor de Maximiano.<br />

Extraordinariamente perturbados y puestos en gravísima dificultad, respondieron que ni<br />

una causa prejuzga a otra causa ni una persona a otra persona, confirmando con estas<br />

cuatro palabras que quedaba plenamente invencible nuestra causa, sobre la cual<br />

contendíamos con ellos. En efecto, ¿qué otra cosa pretendíamos al demostrar con tantos<br />

testimonios de los divinos oráculos, con tan grande autoridad de los profetas, de los<br />

apóstoles, de los obispos, de los mismos adversarios; qué otra cosa pretendíamos sino<br />

que los buenos no son manchados por los malos en la comunión de los sacramentos si en<br />

su corazón, en su voluntad, en sus costumbres, en sus obras tienen diversidad de motivos<br />

y se conducen de otra manera? ¿Por qué otro motivo trabajábamos sino para que<br />

aparezca que ni una causa prejuzga a otra causa ni una persona a otra persona? Esto es lo<br />

que, forzados por necesidad extrema, dijeron brevemente ellos: que no habían querido dar<br />

paso a la verdad cuando tanto tiempo se la estuvimos diciendo nosotros.


Falsedades contra Ceciliano<br />

XXXI. 53. Nos queda todavía otro extremo: ¿Con qué tesoros, con qué riquezas, con qué<br />

montones de piedras preciosas tuvimos que comprar lo que sigue? No tuvieron el menor<br />

reparo no sólo en confesar, sino hasta en proclamar y vanagloriarse de que sus<br />

antepasados persiguieron a Ceciliano ante el emperador Constantino, e intentaron afirmar<br />

con toda seriedad y mentira que había sido condenado por el emperador. ¿Qué fue de<br />

aquella cantilena con que acostumbraron engañarnos, tratando de provocar la animosidad<br />

contra nosotros, atribuyéndonos el tratar de ventilar la causa de la Iglesia ante el<br />

emperador? ¿Dónde quedan las palabras de Primiano expresadas en las actas del<br />

magistrado de Cartago: "Ellos llevan las cartas de muchos emperadores, nosotros<br />

presentamos sólo los Evangelios"? ¿Dónde está aquel ilustre elogio en que ensalzan su<br />

separación, diciendo que la Iglesia de la verdad es la que sufre la persecución, no la que la<br />

causa? Ahí está deshecha, ahí está derrumbada. Se pueden leer sus actuaciones; no las<br />

pueden negar, porque también se leen sus firmas. Es un hecho irrebatible que confiesan,<br />

proclaman, se glorían de que sus antepasados persiguieron incansablemente a Ceciliano<br />

ante el emperador; más aún, que Ceciliano, bajo la persecución de aquéllos, fue<br />

condenado por el emperador.<br />

Por consiguiente, dejen ya de proclamar que su secta es la Iglesia de la verdad, porque no<br />

suscita la persecución, sino que la padece, o confiesen que no fue la Iglesia de la verdad<br />

cuando Ceciliano sufría la persecución a manos de los antepasados de ellos. Si son buenos<br />

por el solo hecho de que sufren persecución, bueno era Ceciliano cuando la soportaba;<br />

pero si puede suceder que los malos sufran persecución, pero no pueden ser los buenos<br />

los que la promueven, no eran buenos los antepasados de éstos cuando perseguían a<br />

Ceciliano. A su vez, si puede ocurrir que sean los buenos los que suscitan la persecución y<br />

los malos quienes la soportan, no por eso hemos de ser culpados nosotros, ni éstos<br />

alabados, si soportan algo semejante a lo que se glorían que tuvo que soportar Ceciliano<br />

bajo la persecución de sus antepasados.<br />

Y, sin embargo, no consta en absoluto que Ceciliano haya sido condenado por el<br />

emperador; en cambio, en su absolución y justificación, realizada por determinación<br />

episcopal e imperial, no pudo probarse luego que se hubiera alterado algo. Con lo cual<br />

sucedió que, dejando a un lado la condenación de Ceciliano, que ellos se inventaron,<br />

queda en pie la persecución que confesaron haber llevado a cabo sus antepasados.<br />

54. Fue poco que se atrevieran a gloriarse con su mentira de que Ceciliano había sido<br />

condenado por el emperador y que al afirmar esto no pudieran probarlo. Además,<br />

demostraron y revalorizaron más nuestras pruebas sobre este asunto, es decir, que la<br />

absolución de Ceciliano había quedado plenamente firme sin que hubiera cambiado, como<br />

habían mentido, el juicio posterior del emperador en sentido contrario. Pues primeramente<br />

solicitaron que se leyera un escrito de Optato, obispo católico de la Iglesia de Milevi,<br />

prometiendo que por él probarían la condenación de Ceciliano por parte del emperador.<br />

Hecha esta lectura, que iba más bien contra ellos, nadie pudo contener la risa. Esta risa no<br />

se hubiera podido añadir a la redacción de los hechos, y hubiera quedado completamente<br />

oculta si no lo hubieran impedido ellos al decir: "Escuchen los que se rieron". Esto quedó<br />

ciertamente escrito y firmado.<br />

Lo que ellos quisieron que se leyera en favor de su causa fue bien ambiguo. Por eso al<br />

mandar el juez con toda justicia que se leyera lo de un poco antes, para que por ahí<br />

quedaran, si era posible, más claras aquellas palabras, se leyó precisamente lo que no<br />

querían, es decir, que Ceciliano había sido justificado no condenado como ellos se jactaban<br />

de presentar en su informe, sino retenido en Brescia en bien de la paz.<br />

Dijeron entonces que con aquellas palabras había pretendido Optato suavizar la<br />

condenación de Ceciliano; se les contestó que mostraran en otra parte una clara<br />

condenación del mismo, a fin de que se pudiera demostrar que había sido suavizada por<br />

Optato, quien había escrito con toda claridad que Ceciliano había sido justificado.<br />

No pudiendo en absoluto hacer esto, interpuestos y terminados los superfluos rodeos de<br />

toda clase de retrasos, comenzaron a ayudarnos con toda claridad: como si nosotros los<br />

hubiéramos aleccionado o como si hubieran sido elegidos para defender y declarar con<br />

nosotros la inocencia de Ceciliano. Se les requirió que mostrasen, si podían, lo que decían,<br />

o sea, que Ceciliano había sido condenado en juicio posterior por el emperador, cuya carta


habíamos leído y en la cual se mostraba que había sido absuelto. Presentaron un memorial<br />

de sus antepasados entregado al mismo emperador Constantino, en el cual demostraban<br />

con toda claridad que habían sido ellos más bien los condenados por sentencia de aquel.<br />

Les sucedió a ellos, ni más ni menos, ante el poder imperial, lo que a los enemigos del<br />

santo Daniel, que sufrieron de parte de los leones lo que habían intentado sufriera el<br />

inocente.<br />

Les hicimos notar brevemente que habían leído aquel memorial que nos daba la razón a<br />

nosotros; presentaron entonces otro mencionando la carta del mismo emperador al vicario<br />

Verino, en la cual les muestra una tremenda aversión, los abandona al juicio de Dios, que<br />

ya había comenzado a tomar venganza de ellos, y con afrentosísima ignominia les levanta<br />

el destierro.<br />

Con todo ello quedó francamente en claro que no solamente no había recaído después<br />

condenación alguna sobre Ceciliano, sino también que su absolución y justificación se<br />

confirmó con el castigo de aquéllos y con la afrentosísima indulgencia con los mismos.<br />

Documentos de tanto valor, tenemos que reconocerlo, no estaban a nuestro alcance; pero<br />

si por alguna casualidad supiéramos que se hallaban en alguna parte, de donde no se nos<br />

pudieran dar gratis, a cualquier precio llegaríamos a conseguir una copia. Y ¿qué cantidad<br />

no daríamos, si estuviera a nuestro alcance comprar el que los mismos adversarios los<br />

leyeran, favoreciendo así nuestra causa?<br />

Ayudan a probar la inocencia de Félix de Aptonga<br />

XXXII. 55. ¿Qué más podía añadirse para colmar la ayuda que nos prestaban? Pues<br />

todavía hicieron más. Recordaron la causa de Félix de Aptonga, que había ordenado a<br />

Ceciliano y al cual había achacado el crimen de la entrega. Tras la absolución de Ceciliano,<br />

al tratar de llevar a cabo la unidad, habían suscitado la cuestión de este Félix, juzgando<br />

que de esta manera podía Ceciliano, ya justificado, quedar envuelto en nuevos crímenes<br />

ajenos. Se discutió también esta causa en el tribunal proconsular, y apareció a plena luz la<br />

inocencia de Félix.<br />

Pero surgió entonces cierto Ingencio, que confesó al mismo tribunal que él había dicho<br />

algo falso contra Félix. No debió ser castigado a la ligera, porque se trataba la causa de un<br />

obispo; pero tampoco el procónsul pudo fácilmente declarar libre a un reo de crimen de tal<br />

categoría sin consultar al emperador, a instancia del cual llevaba a cabo todo este proceso.<br />

Como tal, el procónsul informó entonces al emperador, y ordenó éste que enviaran a su<br />

corte al tal Ingencio, con la intención de que quedaran refutados en su presencia los<br />

antepasados de éstos, que estaban interpelando de continuo, no dudando, en cambio,<br />

sobre la justificación, antes bien, confirmándola con sus palabras, como lo demostró su<br />

propio rescripto.<br />

Todos estos documentos sobre la causa de Félix estaban en nuestras manos y habíamos<br />

propuesto entregarlos para su lectura. En esto se adelantaron ellos y fueron los primeros<br />

en presentar y leer esa carta del emperador en que ordenaba que se le enviara a<br />

Ingencio; con ello quizá nos abstuviéramos nosotros de leerla, porque pensábamos que<br />

con eso bastaba para que aún la causa de Ceciliano quedara tan completa que no parecía<br />

pudiera exigirse más. Pero como nuestros enemigos estaban tratando de poner de<br />

manifiesto, por una parte, la persecución que sus antepasados promovieron ante el<br />

emperador contra los nuestros, y por otra apareciera el fracaso total de sus calumnias, ¿<br />

qué podíamos hacer sino aceptar de buen grado la oportunidad y dar gracias al Señor por<br />

todo?<br />

Presentaron ellos, pues, la carta de Constantino, y ellos la leyeron. Parece increíble lo que<br />

voy a decir, pero lo atestiguan las actas: se consignaron por escrito sus actuaciones, se<br />

conservan las firmas. Ellos, repito, leyeron que Constantino había suscrito que el procónsul<br />

Eliano había concedido audiencia competente en la causa de Félix, y que constaba que<br />

Félix había salido inocente de la acusación de entrega, pero que había ordenado fuera<br />

llevado a su presencia Ingencio precisamente "para que a ellos, que llevan el proceso al<br />

presente y no dejan de interpelar a lo largo del día, se les pudiera hacer ver e intimar<br />

estando presentes y delante que en vano había acumulado animosidad contra Ceciliano y<br />

habían pretendido levantarse violentamente contra él".


Ellos mismos lo leyeron. ¿Quién de nosotros osaría desear que a quienes la iniquidad había<br />

hecho nuestros acusadores, los convirtiera la verdad en defensores nuestros? De la misma<br />

manera, ni más ni menos, el célebre Balaán, a quien la iniquidad había llevado en los<br />

tiempos antiguos a maldecir al pueblo de Dios, se vio forzado por la verdad a bendecirlo.<br />

La ayuda de la cronología<br />

XXXIII. 56. Lo demuestra la sucesión de los cónsules, sucesión que entonces no dejaba<br />

considerar el apremio del tiempo: no había facilidad de consultar entonces las llamadas<br />

listas consulares, ni tampoco podía creer nadie que ellos iban a presentar semejante<br />

vaciedad, como era querer que nosotros respondiéramos qué había sucedido tras el envío<br />

de Ingencio o si Ingencio había sido enviado, ya que, por una parte, la sentencia<br />

proconsular había declarado la inocencia de Félix, y la respuesta del emperador,<br />

presentada y leída por ellos mismos, había confirmado la misma sentencia, y por otra,<br />

ellos hubieran presentado más pruebas si, una vez enviado Ingencio, confiasen que se<br />

había decidido algo en favor suyo; la sucesión de los cónsules demuestra que Ceciliano fue<br />

absuelto primeramente por el juicio episcopal de Milcíades, y poco tiempo después, por el<br />

juicio del procónsul, quedó declarada la inocencia de Félix; de esta manera, después<br />

Ceciliano fue justificado también por el emperador, que actuaba entre las dos partes;<br />

luego, pasados unos años, sus adversarios fueron aliviados de su destierro con aquella<br />

ignominiosa indulgencia.<br />

Milciades, en efecto, dio su sentencia siendo cónsul por tercera vez Constantino y por<br />

segunda Licinio, el día dos de octubre. El procónsul Eliano oyó la causa de Félix siendo<br />

cónsules Volusiano y Aniano, el día quince de febrero, esto es, casi cuatro meses después.<br />

Constantino escribió al vicario Eumalio sobre la justificación de Ceciliano, siendo cónsules<br />

Sabino y Rufino, el día diez de noviembre, esto es casi dos años y ocho meses después. Y<br />

el mismo emperador envió una carta al vicario Valerio sobre la terminación del destierro<br />

de aquéllos y la entrega de su furor a la justicia divina, siendo cónsules Crispo y<br />

Constantino por segunda vez, el día cinco de mayo, esto es, después de cuatro años y casi<br />

seis meses. De donde consta clarísimamente, sin rodeo alguno, hubiera sido enviado o no<br />

Ingencio a la corte, que nada se sentenció después contra Ceciliano; más aún, que él fue<br />

declarado después, incluso por sentencia imperial, vencedor de sus adversarios y de sus<br />

perseguidores.<br />

Los donatistas, los mejores abogados de los católicos<br />

XXXIV. 57. Que se atreva a presentarse ahora el partido de Donato tantas veces<br />

desaprobado, calumniador tantas veces, tantas mentiroso, tantas refutado, vencido y<br />

confundido tantas veces: siga proclamando todavía que hemos sobornado al juez. ¡Como<br />

si acostumbrara a ser otra la voz de los vencidos! Claro, fue preciso corromper al juez para<br />

que su autoridad debilitara lo que ellos habían tratado tan bien...<br />

Pero no diría yo que ellos obraron mal; antes, desempeñaron un papel a las mil maravillas,<br />

ellos que dijeron cosas tan estupendas en pro de la verdad contra sus propios errores. En<br />

verdad, si se considera su causa, bien claro está que pronunció su sentencia contra ellos;<br />

pero si se leen sus dones, más bien sentenció conforme a ellos. ¿Acaso quien estaba entre<br />

las dos partes podía sernos contrario en esta causa, en la cual dijeron, presentaron,<br />

leyeron cosas tan estupendas en favor nuestro los que estaban en la parte opuesta? ¿Qué<br />

deberíamos comprar del juez, cuando no tuvimos que comprar del adversario aquellos<br />

argumentos que forzaron al juez de paz, aunque hubiera recibido dinero de ellos, a<br />

pronunciar sentencia en nuestro favor?<br />

Aunque si no supiésemos que era un hombre temeroso de Dios, amante de la justicia y<br />

ajeno a todas las mezquindades de esta clase, tendríamos que formarnos semejante<br />

sospecha de que viéndolos con tal paciencia oprimidos por la verdad y no queriendo<br />

aparecer contrario a ellos, soportó con excesiva paciencia a estos hombres fluctuando<br />

entre vaciedades, diciendo tal cantidad de cosas superfluas y volviendo a los mismos<br />

argumentos tantas veces refutados, que casi todos se sentían molestos en desenvolver<br />

actas cargadas de volúmenes tan pesados y conocer por la lectura cómo se había<br />

desarrollado la causa. No sé si ellos han llevado a cabo todo esto más por carencia de<br />

verdad o por industriosa astucia. De aquí que ellos sólo pudieran en cierto modo favorecer<br />

una causa tan pésima, que más bien debieron abandonar.


Finalmente, si los demás obispos dirigen la acusación contra los que actuaron y afirman<br />

que más bien fueron sobornados por nosotros, de suerte que en tantas actuaciones o<br />

lecturas presentadas por ellos ayudaban tanto a nuestra causa como perjudicaban a la<br />

suya, ignoro cómo podrían defenderse y purificarse de esta sospecha, sino quizá diciendo:<br />

"Si nos hubiéramos dejado sobornar, acabaríamos pronto con una causa tan mala,<br />

refutada por nosotros y por ellos. Ahora bien: estad convencidos de que nosotros pusimos<br />

nuestra voluntad y tratamos de ser útiles precisamente porque hemos conseguido con<br />

nuestra palabrería que no se leyera fácilmente lo que se trató y se descubriera pronto que<br />

habíamos sido superados".<br />

Si ellos no se portaran así, quizá no se les creyera ni a ellos ni a nosotros, aunque lo<br />

juráramos, es decir, que ellos nos habían otorgado gratis tantos y tantos documentos<br />

como contra sí y en favor nuestro pronunciaron y leyeron. Claro que no es a ellos, sino a<br />

Dios más bien, a quien tenemos que mostrar nuestra gratitud por esto. En efecto, fue la<br />

verdad la que les obligó y no la caridad la que les impulsó a presentar y publicar, en bien<br />

de nuestra santa causa, todos esos documentos ya con sus palabras ya en sus lecturas.<br />

Invitación a la unidad<br />

XXXV. 58. Por lo cual, hermanos, si no os molesta que os llamemos hermanos -porque<br />

aquéllos, en efecto, cuando oían esto de nosotros, hicieron constar en acta que se les<br />

injuriaba, y ni aun amonestados por nuestro mandato, donde estaba este testimonio<br />

tomado del profeta, no pudieron recordar que había ordenado Dios: Decid "hermanos<br />

nuestros sois" a los que os aborrecen y os rechazan, a fin de que el nombre del Señor sea<br />

santificado y brille entre ellos alegremente, mientras quedan ellos avergonzados- 52 ; ¡ea!,<br />

pues, hermanos, brille para vosotros alegremente el nombre del Señor, que ha sido<br />

invocado sobre nosotros y cuyos sacramentos tenemos unos y otros, y por ello justamente<br />

nos llamamos hermanos. Amad definitivamente la paz, dejad de una vez, al menos ahora<br />

ya evidenciada y confundida, la conducta litigiosa y calumniosa, y no odiéis a vuestros<br />

obispos cuando se corrigen y vienen a nosotros, sino cuando permanecen en su nefasto<br />

error y continúan seduciéndoos a vosotros.<br />

Que ellos no se tengan por grandes, porque se les conserva en la unidad los mismos<br />

honores que han de poseer para liberarse, ya que poseyéndolo fuera de la unidad son por<br />

ello más dignos de condenación. El tener las enseñas militares es para los usurpadores<br />

más pernicioso que no tenerlas, y, sin embargo, si ellos se corrigen y regresan al<br />

campamento del emperador, no se destrozan o se anulan, sino que comienzan a honrar y<br />

proteger a los que antes delataban y exponían al castigo.<br />

¿Por qué prestáis aún atención a sus dementes querellas y vacías mentiras? La causa ha<br />

terminado de noche precisamente para que terminara la noche del error; de noche se ha<br />

dictado la sentencia, pero brillando con el resplandor de la verdad. Ellos se quejan de<br />

haber estado encerrados como en una cárcel; también nosotros estábamos allí; o a unos y<br />

a otros se nos ha hecho la injuria, o unos y otros hemos sido objeto de la misma solicitud.<br />

Aunque, ¿cómo vamos a hablar de injuria si recordamos que hemos estado en un lugar tan<br />

amplio, tan claro, tan fresco? O ¿cómo podía haber cárcel donde estaba hasta el juez? En<br />

fin, no sabíamos que estuviera cerrado, nosotros que nos encontrábamos dentro con ellos.<br />

¿Por qué lo saben ellos sino porque quizá quisieron huir?<br />

Antes bien, ¿quién no echará de ver que no dirían estas falsedades más dignas de risa que<br />

de refutación sobre un juez de tal categoría si pudieran encontrar algo importante que<br />

decir en favor de su causa? Sabemos cuántos de vosotros y quizá todos o casi todos soléis<br />

decir: "¡Oh, si todos se reunieran en un solo lugar!; ¡oh, si tuvieran al fin una conferencia<br />

y apareciera la verdad en sus discusiones!"<br />

He aquí que ya tuvo lugar, he aquí que ya quedó refutada la falsedad, he aquí que ya<br />

apareció la verdad. ¿Por qué se huye aún de la unidad? ¿Por qué se desprecia aún la<br />

caridad? ¿Qué necesidad tenemos nosotros de dividirnos a causa de los nombres de las<br />

personas? Quien nos creó es solo Dios, quien nos redimió es solo Cristo, quien debe<br />

unirnos es el único Espíritu.<br />

Sea ya honrado el nombre del Señor y aparezca para vosotros en la alegría, a fin de que<br />

reconozcáis a vuestros hermanos en su unidad. Ya en las actuaciones de vuestros obispos<br />

ha quedado vencido el error que nos separaba: que quede vencido definitivamente


también el diablo en vuestros corazones, y que Cristo, que mandó esto, conceda propicio<br />

la unión y la paz a su rebaño.<br />

OCHO CUESTIONES DEL ANTIGUO TESTAMENTO<br />

Traductor: Manuel A. Marcos Casquero<br />

Nadie viola la justicia general, sino quien, por placer, transgrede los principios de la<br />

convivencia humana (así, el robo, la rapiña, el adulterio, el incesto y cosas de este tenor)<br />

o la naturaleza (como es el ultraje, el asesinato, el homicidio, el comercio carnal entre<br />

hombres o con animales) o la justa medida en acciones permitidas (por ejemplo, azotar a<br />

un siervo o a un hijo más de lo justo; comer o beber más de lo normal; yacer con la<br />

propia esposa más de lo conveniente; y actos similares). Por ello, se comprende<br />

perfectamente que el Espíritu Santo concediese a los hombres como primer don el de<br />

lenguas, que fueron instituidas a conveniencia y voluntad de los hombres, y se conocen<br />

externamente, mediante los sentidos corporales, con la capacidad auditiva, para mostrar<br />

cuán fácilmente puede hacer sabios gracias a la sabiduría de Dios, la cual está dentro de<br />

ellos.<br />

1. Item más: la voluntad del Verbo sempiterno es siempre inalterable, porque lo posee<br />

todo a un tiempo; en cambio, nuestra voluntad es inestable, porque no lo posee todo a un<br />

tiempo: ora queremos esto, ora aquello otro.<br />

2. Item más: así en aquel Verbo estuvo presente todo cuanto se llevó a cabo. Incluso la<br />

propia peripecia humana érale conocida. Es como el pintor que desea pintar una casa<br />

entera, y planea y examina e lugar en que debe pintarse, pero lo domina todo en su arte,<br />

en su planificación y en su voluntad, aunque cada fase la desarrolle según las<br />

circunstancias de lugar y tiempo. Así, toda creatura (y el hombre mismo, que iba a ser<br />

concebido), místicamente y con un desvelo inenarrable, como personificación de la propia<br />

sabiduría, estaba desde siempre presente en la sabiduría misma como una sempiterna<br />

obra de arte de Dios, aunque esta sabiduría se manifestase según las circunstancias;<br />

sabiduría que se extiende poderosamente desde un extremo al otro, y todo lo dispone con<br />

suavidad 1 ; y que permaneciendo en lo que es, todo lo renueva 2 .<br />

3. Cómo desearía la muerte si hubiera llegado a querer morir así. Quien ya posee una fe<br />

auténtica y sabe adónde debe llegar, ha progresado ya tal grado que puede abandonar<br />

gustosamente esta vida. No es suficiente darse cuenta del fin adonde debe llegar, sino<br />

también amado y desear estar allí. Si esta creencia arraiga en el espíritu de una persona,<br />

es lógico que muera gustosamente. De modo que algunos, que poseen ya una fe<br />

auténtica, vanamente dicen que no quieren morir para así hacer más méritos, cuando en<br />

verdad su propio mérito se halla precisamente en que desean morir. Así que, si quieren<br />

hablar verdad, que no digan: "no quiero morir para hacer más méritos", sino<br />

"precisamente no quiero morir porque he hecho pocos méritos". Así, pues, para los fieles<br />

el no desear la muerte no es señal de que hacen méritos, sino indicio de que han hecho<br />

escasos méritos. De ahí que deseen lo que ahora no quieren para ser perfectos; y así ya<br />

son perfectos.<br />

4. Acerca de lo que se dice en el Ecclesiástico de Salomón: El vientre admitirá todo tipo de<br />

alimento, aunque hay unos manjares mejores que otros 3 . Es como si dijera lo que<br />

aconseja el Apóstol: Probad poco y quedaos con lo bueno 4 . El paladar distingue la carne<br />

de caza; así, el corazón sensato distingue entre la verdad y las palabras mentirosas 5 . Del<br />

mismo modo que la carne cobrada con el esfuerzo de la caza resulta agradable, agradable<br />

resulta también al corazón descubrir y señalar la mentira. El corazón perverso ocasionará<br />

tristeza, y el hombre avezado le opondrá resistencia 6 . Es semejante a al herético evítalo<br />

después de haberle amonestado dos veces, convencido de que ese tal está echado a<br />

perder: peca, y su propio juicio lo condena 7 . El de corazón perverso opone resistencia a la<br />

tristeza; la caridad de los buenos es, a la inversa, triste.<br />

5. La mujer acepta cualquier marido, pero hay unas doncellas mejores que otras 8 . La<br />

mujer que acepta cualquier marido tiene su aplicación en aquellos que dicen: Yo soy de<br />

Pablo; yo, en cambio, de Apolo; yo, por mi parte, de Pedro 9 . "La doncella mejor" se aplica<br />

a aquellos que dicen: Yo, sin embargo, soy de Cristo 10 . La misma idea se encuentra en el<br />

Cantar de los cantares: Es su amada en medio de las doncellas como un lirio en medio de


las espinas 11 .<br />

6. Acerca de aquello que dicen los Proverbios: Hijo, si eres sabio, serás sabio para ti y<br />

para quienes viven cerca de ti; en cambio, si eres malo, tú solo cargarás con tus<br />

maldades 12 . Porque la alegría que sienten los buenos hermanos por el buen hermano es<br />

una alegría buena; y la tristeza que, por amor, sienten por el hermano malo, no les resulta<br />

mala a ellos, porque también con ello agradan a Dios. De modo que sólo el malvado carga<br />

con sus propias maldades.<br />

7. Acerca de aquello que se dice en el Deuteronomio: Si dos hermanos vivieran juntos y<br />

uno de ellos muriera sin dejar descendencia, que la esposa del difunto no se case fuera de<br />

la familia con un hombre extraño, sino que el hermano de su marido la posea y la reciba<br />

como esposa, y así está casada; y el hijo que nazca llevará el nombre del difunto, y así el<br />

nombre de éste no desaparecerá de Israel. Pero si aquel hombre no quiere recibir a la<br />

esposa de su hermano, la mujer se presentará ante los ancianos de su ciudad y dirá: El<br />

hermano de mi marido no quiere conservar el nombre de su hermano en Israel. Y los<br />

ancianos de la ciudad lo llamarán y le dirán:¿Por qué no quieres mantener en Israel la<br />

descendencia de tu hermano? Pero si él se mantuviera en su decisión y dijera: No quiero<br />

recibir a esa mujer, la mujer de su hermano, acercándose ante los ancianos de la ciudad,<br />

le descalzará una sandalia de uno de los pies (de su cuñado) y le escupirá en la cara; y<br />

respondiéndole, le dirá: Así se le hará al hombre que no edifique la casa de su hermano. Y<br />

su casa será llamada en Israel "casa del descalzado" 13 . La esposa del difunto es la Iglesia<br />

que Cristo dejó en manos de los primeros fieles cuando, tras la muerte y resurrección,<br />

ascendió hasta el Padre. Para que aquélla engendrara hijos, fue confiada a los apóstoles y<br />

a los dirigentes de cada iglesia. Pues en el Evangelio Él llama "hermanos" a los apóstoles,<br />

quienes, haciéndose cargo de ella, han de procurar la descendencia, no la suya, sino la de<br />

su difunto hermano, por cuyo nombre se denominarán cristianos aquellos que, gracias al<br />

evangelio, nazcan teniendo por padres a los apóstoles. Pues en Cristo Jesús -dice Pablo-,<br />

mediante el Evangelio, yo os he engendrado 14 . Y es Él quien, manteniendo el nombre del<br />

difunto, dice: ¿Es acaso Pablo quien fue crucificado por vosotros? ¿O habéis sido<br />

bautizados en nombre de Pablo? 15 . Quienquiera que se negare a realizar esta obra de<br />

misericordia y no quisiere edificar la casa de su hermano para que perviva eternamente,<br />

es como aquello que dice el Apóstol: Sois edificio de Dios 16 . Mediante esta imagen se<br />

recomienda que la Iglesia desdeñe a quien rehúsa tan santa y piadosa obra y considere<br />

despreciable su persona. Esto es lo que quiere dar a entender la imagen de la viuda que<br />

escupía a la cara al hombre que rehusaba ser su esposo. El que le quitase el calzado de<br />

uno de sus pies, quiere dar a entender que no caminan unidos en el vínculo de la paz.<br />

Pues escrito está: ¡Qué hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de quienes<br />

anuncian la buena nueva! 17 . Dice el Apóstol: Y calzados los pies en la empresa del<br />

anuncio de la paz 18 .<br />

8. Acerca de aquella frase: No cocerás el cordero en la leche de su madre 19 . No matarás a<br />

Cristo; pues parece una profecía que advertía a los buenos israelitas que no se<br />

relacionaran con los malos judíos, por quienes padeció Cristo. La prueba de la pasión es<br />

como el fuego, según está escrito: Del mismo modo que el oro en el crisol, así los he<br />

probado yo, y los acepté como víctima en el sacrificio 20 . También alude el Señor a esta<br />

idea cuando dice: Para bautizaras tengo un bautismo que vosotros desconocéis 21 . Esto es<br />

lo que indica cuando afirmaba: He venido a pegar fuego al mundo 22 . Juan dice: Él os<br />

bautizará en el Espíritu Santo y en fuego 23 , lo que se interpreta como purificación<br />

santificadora y como prueba de amargura. También Él aludió a este fuego al ser conducido<br />

a la pasión, cuando les dijo a las mujeres que lloraban por Él que mejor deberían llorar por<br />

ellas mismas; y concluye sus palabras diciendo: Si esto lo hacen con el leño verde, ¿qué<br />

no se hará con el seco? 24 . Es decir: se aconseja a los buenos que no se pongan de<br />

acuerdo con los malos para crucificar a Cristo. Pues a Él se le llamó cordero de Dios, que<br />

quita el pecado del mundo 25 . De modo que no cocerás el cordero en la leche de su madre<br />

significa: "no echarás sobre Cristo el fuego del sufrimiento en el día en que fue concebido".<br />

Pues, efectivamente, se dice que sufrió la pasión en aquella fecha, es decir, el 25 de<br />

marzo; desde ese día hasta el 25 de diciembre, en que se considera que nació, se<br />

contabilizan nueve meses, comenzándose el décimo. Se considera que los pechos de las<br />

mujeres comienzan a producir leche desde el día en que conciben.<br />

Pero hay otra interpretación más sencilla. No cocerás el cordero en la leche de su madre:<br />

no expondrás al que aún es pequeño y lactante -a ellos les dice el Apóstol: Os di a beber<br />

leche; no fue comida lo que os di 26 - a una pasión anticipada. Como si se aludiera a Cristo,


que puso a salvo a sus discípulos ofreciéndose en lugar de ellos con estas palabras: Si es a<br />

mí a quien buscáis, dejad marchar a éstos 27 . Y para que se entendiera que ellos aún eran<br />

débiles y poco preparados para el sufrimiento, como corderos amamantados en la leche de<br />

su madre, prosigue diciendo el evangelista: A fin de que se cumpliera aquello que fue<br />

dicho: No perdí a ninguno de los que me diste. De lo que se desprende que, si aquéllos<br />

hubieran padecido en aquel momento, habrían perecido. No sufrieron entonces lo que más<br />

tarde sufrieron, cuando ya no eran "corderos de leche", sino "carneros en el rebaño".<br />

EL ORDEN<br />

Traductor: P. Victorino Capánaga, OAR<br />

LIBRO PRIMERO<br />

DISPUTA PRIMERA<br />

CAPÍTULO I<br />

Todo lo dirige la divina Providencia<br />

1. Cosa muy ardua y rarísima es, amigo Cenobio, alcanzar conocimiento y declarar a los<br />

hombres el orden de las cosas, el propio de cada una, ya sobre todo el del conjunto o<br />

universalidad con que es moderado y regido este mundo. Añádese a esto que, aun<br />

pudiéndolo hacer uno, no es fácil tener un oyente digno y preparado para tan divinas y<br />

oscuras cosas, ya por los méritos de su vida, ya por el ejercicio de la erudición.<br />

Y con todo, tal es el ideal de los mejores ingenios, y hasta; que contemplan ya, como<br />

quien dice con la cabeza erguida, escollos y tempestades de la vida, nada desean tanto<br />

como aprender y conocer cómo, gobernando Dios las cosas humanas, cunde tanta<br />

perversidad por doquiera, de modo que, al parecer, ha de atribuirse su dirección no ya a<br />

un régimen y administración divinos, pero ni siquiera a un gobierno de esclavos, al que se<br />

dotara de suficiente poder. Por lo cual, los que se inquietan por estas cuestiones se ven<br />

casi en la necesidad de creer que o la divina Providencia no llega a estas cosas últimas e<br />

inferiores o ciertamente todos los males se cometen por voluntad de Dios.<br />

Impías ambas soluciones, pero sobre todo la última. Porque, aunque es propio de gente<br />

muy horra de cultura y además peligrosísimo para el alma creer que hay algo dejado de la<br />

mano de Dios, con todo, entre los hombres, nunca se censura a nadie por su impotencia;<br />

pero el vituperio por negligencia es también mucho menos denigrante que él reproche por<br />

malicia y crueldad. Y así, la razón, moviéndose por piedad, se ve como forzada a<br />

reconocer que las cosas humanas no están regidas por la Providencia divina, o son objeto<br />

de desatención y menosprecio antes que de un gobierno donde toda queja contra Dios<br />

sería benigna y disculpable.<br />

2. Pero ¿quién es tan ciego que vacile en atribuir al divino poder y disposición el orden<br />

racional de los movimientos de los cuerpos, tan fuera del alcance y posibilidad de la<br />

voluntad humana? A no ser que se atribuya a la casualidad la maravillosa y sutil estructura<br />

dé los miembros de los más minúsculos animales, o como si lo que no se atribuye al<br />

acaso, pudiera explicarse de otro modo que por la razón, o como si por atender a las<br />

fruslerías de la vana opinión humana osáramos substraer de la dirección de la majestad<br />

inefable de Dios el orden maravilloso que se aplaude y admira en todo el universo, sin<br />

tener el hombre en ello arte ni parte.<br />

Mas esto mismo plantea más problemas, pues los miembros de un insectillo están<br />

labrados con tan admirable orden y distinción, mientras la vida humana versa y fluctúa<br />

entre innumerables perturbaciones y vicisitudes.<br />

Pero este modo de mirar las cosas se asemeja al del que restringiendo el campo visual y<br />

abarcando con sus ojos sólo el módulo de un azulejo de un mosaico, censurara al artífice,<br />

como ignorante de la ordenación y composición de tales obras; creería que no hay orden<br />

en la combinación de las teselas, por no considerar ni examinar el conjunto de todos los


adornos que concurren a la formación de una faz hermosa. Lo mismo ocurre a los hombres<br />

poco instruidos, que, incapaces de abarcar y considerar con su angosta mentalidad el<br />

ajuste y armonía del universo, al topar con algo que les ofende, luego piensan que se trata<br />

de un desorden o deformidad inherente a las cosas.<br />

3. Y la causa principal de este error es que el hombre se desconoce a sí mismo. Para<br />

conocerse necesita estar muy avezado a separarse de la vida de los sentidos y replegarse<br />

en sí y vivir en contacto consigo mismo. Y esto lo consiguen solamente los que o<br />

cauterizan con la soledad las llagas de las opiniones que el curso de la vida ordinaria<br />

imprime en ellos, o las curan con la medicina de las artes liberales.<br />

CAPITULO II<br />

Dedica el libro a Cenobio<br />

Así, el espíritu, replegado en sí mismo, comprende la hermosura del universo, el cual tomó<br />

su nombre de la unidad. Por tanto, no es dable ver aquella hermosura a las almas<br />

desparramadas en lo externo, cuya avidez engendra la indigencia, que sólo se logra evitar<br />

con el despego de la multitud. Y llamo multitud, no de hombres, sino de todas las cosas<br />

que abarcan nuestros sentidos.<br />

Ni te admires de que sea tanto más pobre uno cuanto más cosas quiere abrazar. Porque<br />

así como en una circunferencia, por muy grande que sea, sólo hay un punto adonde<br />

convergen los demás, llamado por los geómetras centro, y aunque todas las partes de la<br />

circunferencia se pueden dividir infinitamente, sólo el punto del centro está a igual<br />

distancia de los demás, y como dominándolos por cierto derecho de igualdad. Mas si<br />

quieres salir de allí a cualquier parte, cuanto de más cosas vayas en pos tanto más se<br />

pierden todas: así el ánimo, desparramado de sí mismo, recibe golpes innumerables y<br />

vese extenuado y reducido a la penuria de un mendicante cuando toda su naturaleza lo<br />

impulsa a buscar doquiera la unidad y la multitud le pone el veto.<br />

4. Pero tú, querido Cenobio, comprenderás, sin duda, el valor de lo que he expuesto,' y la<br />

causa del extravío de los hombres, y cómo todo confluye para formar la unidad, y siendo<br />

todo perfecto, sin embargo, hay que evitar el pecado. Porque conozco tu ingenio y tu<br />

ánimo, enamorado de la hermosura ideal y limpio de toda contaminación y pasión baja.<br />

Esta señal de la sabiduría a que estás llamado te previene contra los nocivos placeres por<br />

divino derecho para que no abandones tu vocación, atraído por engañosa molicie, pues no<br />

hay prevaricación más torpe y dañosa que ésta. Pero tú, créeme, darás alcance a todo<br />

esto si te dedicas al trabajo de la erudición, con la que se purifica e instruye el alma, pues<br />

antes no está dispuesta para recibir la divina semilla. En qué consiste todo esto y el orden<br />

que requiere, lo que la razón promete a los estudiosos y buenos, la vida que hacemos aquí<br />

nosotros, para ti carísimos, y el fruto que cosechamos con nuestro ocio liberal te<br />

informarán estos libros, más dulces para mí por tu nombre que los encabeza que por el<br />

trabajo de nuestra elaboración, y sobre todo, si tú quieres, eligiendo la mejor parte,<br />

ajustarte y acomodarte a este orden sobre que se diserta aquí.<br />

5. Pues habiéndome obligado una enfermedad de estómago a dejar la cátedra-y como tú<br />

sabes, aun sin tal motivo quería refugiarme ya en la filosofía-, al punto me retiré a la<br />

quinta de Verecundo, nuestro generosísimo amigo. ¿Será necesario decirte el placer que<br />

tuvo en ello? Ya conoces su benevolencia singular para todos, y especialmente para<br />

conmigo. Allí disertábamos dé todo lo que nos parecía provechoso, recogiéndolo por<br />

escrito por ver que esto favorecía a mi salud. Pues como me esmeraba en el lenguaje, no<br />

se mezclaba al disputar ninguna porfía descomedida; y al mismo tiempo aunque nos<br />

pluguiera publicar algo propio, no sería necesario decirlo de otro modo ni fatigar la<br />

memoria.<br />

Participaban en las conversaciones Alipio y Navigio, mi hermano y Licencio, consagrado<br />

con pasión repentina y admirable a la poesía. La milicia nos había devuelto a Trigecio, el<br />

cual, en su calidad de veterano, era apasionado a la historia. Teníamos a nuestra<br />

disposición algunos libros.<br />

CAPÍTULO III


Ocasión de la disputa<br />

6. Velaba yo una noche, según costumbre, meditando en silencio sobre unas ideas que no<br />

sé de dónde me venían, pues por amor a la investigación de la verdad solía estar<br />

desvelado la primera o la segunda parte de la noche, reflexionando sobre lo que fuera. No<br />

quería distraerme discutiendo con los jóvenes, porque durante el día ellos trabajaban<br />

tanto que me parecía demasiado hurtarles algo del sueño, por razón de estudio, si bien me<br />

tenían encargado que, fuera de los libros, les mandase otros trabajos con el fin de<br />

habituarse al recogimiento interior.<br />

Yo, pues, como digo, velaba aquella noche, cuando me obligó a aplicar el oído y prendió<br />

más fuertemente que de costumbre mi atención el rumor del agua que corría junto a los<br />

baños. Me causaba mucha admiración que la misma agua, al precipitarse sobre las<br />

piedras, unas veces resonaba con más claridad y otras más amortiguadamente. Púseme a<br />

averiguar la causa, y lo confieso, no atinaba en ella, cuando Licencio andaba a golpes en la<br />

cama con una tabla contra unos ratones molestos, y esto me dio a entender que estaba<br />

despierto. Yo le dije:<br />

-¿Has notado, Licencio, pues parece que tu musa te ha encendido la lámpara para que<br />

poetices, cómo el agua de ese canal discurre con sonido irregular?<br />

-Esto no es nuevo para mí-contestó él-. Pues algunas veces, al despertarme con el deseo<br />

de saber si se ha engrosado con la lluvia su caudal, me ha hecho aplicar el oído y advertir<br />

el mismo fenómeno.<br />

También Trigecio dio señal de aprobación, pues, aunque recostado en su lecho del mismo<br />

aposento, velaba sin saberlo nosotros. Había obscuridad, cosa que en Italia es necesaria<br />

aun para los ricos.<br />

7. Al ver, pues, que toda nuestra escuela estaba allí (Alipio y Navigio se habían ido a la<br />

ciudad) y cómo todos velaban aún en aquellas horas, aquel fenómeno de las aguas me<br />

indujo a darles alguna lección y les dije:<br />

-¿Cuál os parece, pues, la causa de la alternancia de ese sonido? Pues no creo que<br />

ninguna persona a estas horas, al pasar o para lavar alguna cosa, intercepte tantas veces<br />

el curso del agua.<br />

-¿Cuál ha de ser-replicó Licencio-sino que las hojas de los árboles, que ahora en el otoño<br />

sin cesar y copiosamente se desprenden, recogidas y detenidas por la angostura del canal,<br />

al fin son arrastradas, cediendo algunas veces al empuje del raudal; mas pasado el ímpetu<br />

de la corriente, nuevamente se recogen, se amontonan y represan? O tal vez se produce<br />

algún otro fenómeno con la variable afluencia de las hojas, capaces ora de refrenar, ora de<br />

precipitar la corriente.<br />

Me pareció plausible su explicación, máxime porque yo no tenía ninguna, y alabé su<br />

ingenio, diciéndole que nada se me había ocurrido a mí, habiéndolo pensado largo rato.<br />

8. Después de un breve silencio le dije:<br />

-Justamente, tú no te admirabas de nada por hallarte interiormente entretenido con tu<br />

Calíope.<br />

-Es cierto-me respondió-; pero tú me has dado ahora un gran argumento de admiración.<br />

-¿Cuál es?<br />

-El haberte tú admirado de eso.<br />

-Pues ¿de dónde nace la admiración o cuál es la madre de este vicio sino algo insólito<br />

ocurrido fuera del orden manifiesto de las causas?<br />

-Fuera del orden manifiesto, concedo; pero no admito que suceda algo fuera del orden.<br />

Yo, oyendo esto, me erguí a una esperanza más viva de lo acostumbrado, cuando al


hacerles algunas preguntas veo que un tan tierno muchacho, ganado recientemente para<br />

estas cosas, ha improvisado una sentencia de tanta gravedad, sin haber nunca tratado<br />

antes esta materia entre nosotros, Le dije:<br />

-Muy bien, muy bien; digna de toda loa es tu manera de pensar; a mucho te has atrevido,<br />

créeme que te has elevado mucho sobre el Helicón, a cuya cima deseas llegar, como si<br />

fuera el cielo. Mas has de mantenerte firme en tu sentencia, porque la voy a combatir.<br />

-Déjame ahora libre, te ruego, porque otras cosas me roban la atención.<br />

Yo, temiendo que la poesía me lo arrebatase totalmente de los estudios filosóficos, le dije:<br />

-Me irrita verte andar cantando y lamentando en pos de tus versos de todo metro, que<br />

levantan entre ti y la verdad un muro más grueso que el que separaba a los amantes de la<br />

fábula que cantas, pues ellos se comunicaban por una delgada hendidura. ( Él estaba<br />

poetizando sobre los amores de Píramo (Cf Ovidio, Metamorfosis IV, 55.) ).<br />

9. Díjele esto con un tono más severo de lo acostumbrado y se calló.<br />

Cortada la conversación, yo volví a mis pensamientos para no entretener inútil e<br />

impertinentemente al que veía tan ocupado con su tema. Entonces dijo él:<br />

-Con más razón que Terencio puedo yo repetir ahora: Pobre de mí, yo mismo me he<br />

perdido con mi propia boca como el ratón (Terencio, Eunuco, 5, 1024). Pero tal vez lo que<br />

añade no concuerda con mi ventura. Porque si él dice: Hoy me he perdido; yo, en cambio,<br />

tal vez hoy me hallaré a mí mismo. Pues dando algún valor a lo que los supersticiosos<br />

auguran de los múridos, si yo con mi estrépito he avisado, suponiendo que entienda algo,<br />

al ratón que te denunció mi vigilancia para que torné a su agujero y allí descanse, ¿por<br />

qué no me tendré yo ahora por amonestado por ti, para que, dejando el canto de las<br />

musas, me consagre a la investigación de la verdad por la filosofía? Pues según he<br />

empezado a conjeturar por las pruebas diarias que tú nos das, ella es nuestro verdadero y<br />

seguro lugar de reposo. Por lo cual, si no te enoja y crees que debes hacerlo, pregunta lo<br />

que quieras; defenderé con tesón el orden de las cosas, sosteniendo que nada se realiza<br />

fuera de él. Porque tan penetrado y empapado me hallo de este pensamiento, que, aun<br />

cuando saliera vencido en la disputa, eso mismo no lo atribuiré a la casualidad, sino al<br />

orden de las cosas. Porque aun entonces no será vencida la verdad, sino Licencio.<br />

CAPÍTULO IV<br />

Nada se verifica absolutamente sin razón<br />

10. Otra vez, pues, me volví a ellos lleno de gozo y dije a Trigecio:<br />

-A ti ¿qué te parece?<br />

-Me declaro en favor del orden-dijo-; pero tengo mis incertidumbres, y quiero se trate la<br />

cuestión con suma diligencia.<br />

-Cuente, pues, con tu favor aquella parte; mas en lo que toca a la incertidumbre, es<br />

patrimonio común a todos, a mí y a Licencio.<br />

-Pues yo-replicó Licencio-estoy cierto de mi modo de pensar. ¿Cómo voy a titubear en<br />

derruir antes de que esté levantada la pared de que has hecho mención? Pues no puede el<br />

arte poético apartarme del estudio de la filosofía tanto como la desconfianza de hallar la<br />

verdad.<br />

Entonces Trigecio dijo con palabras festivas:<br />

-Ya tenemos a Licencio cambiado, libre de la duda de los académicos, a quienes antes<br />

patrocinaba con ardor.<br />

-No me recuerdes eso, te ruego-le replicó Licencio-, no sea que esa doctrina astuta e<br />

insidiosa me aparte y prive de no sé qué divina vislumbre que ha comenzado a<br />

mostrárseme y me trae suspendido el deseo.


Aquí, arrebatado yo también de un gozo superior al que podía aspirar, recité este verso<br />

con gozo: "Así plegué al padre de los dioses, así al soberano Apolo que comiences...<br />

(Virgilio, Eneida X, 875) " Porque Él nos guiará a feliz término si vamos a donde nos<br />

manda, para fijar allí nuestra morada, pues nos da ahora buenos augurios y desciende a<br />

nuestros ánimos.<br />

No es ya el encumbrado Apolo el que en las cuevas, en los montes, en los bosques,<br />

provocado por el olor del incienso y la ofrenda de los animales, hinche de furor poético a<br />

los hombres; es otro, ciertamente, más alto y verdadero; mas ¿para qué jugar con las<br />

palabras? Es la misma Verdad, de la que son vates cuantos pueden llegar a la sabiduría.<br />

Manos, pues, a la tarea, Licencio; fomentemos con confianza la piedad y hollemos con<br />

nuestros pies el fuego pernicioso de nuestras humeantes pasiones.<br />

11. Pregúntame, pues, ya, te ruego-dijo él-, para poder explicar con tus palabras y con las<br />

mías este no sé qué tan grande que siento.<br />

-Respóndeme primero a esto: ¿ por qué te parece que esa agua no corre fortuitamente,<br />

sino con orden? Que ella corra y sea conducida por acueductos de madera para nuestro<br />

uso y empleo, bien pertenece al orden, por ser obra razonable y de la -industria humana,<br />

que quiere aprovecharse de su curso para la limpieza y bebida, y justo es que se hiciera<br />

así, según las necesidades de los lugares. Pero que las hojas caigan del modo que dices,<br />

dando lugar al fenómeno que nos admira, ¿cómo puede relacionarse con el orden? ¿No es<br />

más bien obra de la casualidad?<br />

-Pero-replicó él-al que ve claramente que nada puede hacerse sin suficiente causa, ¿puede<br />

ocurrírsele otro modo diverso de caerse las hojas? Pues qué, ¿ quieres que te describa la<br />

posición de los árboles, y de sus ramas, y el peso que dio la misma naturaleza a las hojas?<br />

Ni es cosa de ponderar ahora la movilidad del aire que las arrastra, o la suavidad con que<br />

descienden, ni las diversas maneras de caer, según el estado de la atmósfera, el peso, la<br />

figura y otras innumerables causas más desconocidas. Hasta aquí no llega la potencia de<br />

nuestros sentidos y son cosas enteramente ocultas; pero no sé cómo (lo cual basta para<br />

nuestra cuestión) es patente a nuestros ojos que nada se hace sin razón. Un curioso<br />

impertinente podía continuar preguntando por qué razón hay allí árboles, y yo le<br />

responderé que los hombres se han guiado por la fertilidad del terreno.<br />

- ¿Y si los árboles no son fructíferos y han nacido por casualidad?<br />

-A eso responderé que nosotros sabemos muy poco y que no puede censurarse a la<br />

naturaleza por haber obrado sin razón poniéndolos allí. ¿Qué más? O me convencéis de<br />

que hace algo sin razón o creed que todo sigue un orden cierto de causalidad".<br />

12. Yo respondí a Licencio:<br />

CAPÍTULO V<br />

Cómo Dios todo lo dirige con orden<br />

-Aunque me tengas por un curioso impertinente, y ciertamente debo de serlo para ti por<br />

haber interrumpido tu coloquio con Píramo y Tisbe, insistiré en proponerte algunas<br />

cuestiones. Esta naturaleza, que, según tu modo de pensar, toda resplandece con ordendejando<br />

otras innumerables cosas-, ¿podrás decirme para qué utilidad crió los árboles no<br />

frutales?<br />

Cuando el interpelado buscaba una respuesta, dijo Trigecio:<br />

-Pero ¿acaso la utilidad de los árboles está cifrada únicamente en el fruto? ¿ No reportan<br />

su provecho otras cosas: su misma sombra, su madera y, finalmente, hasta las hojas?<br />

-No des esta solución a la cuestión propuesta-le atajó Licencio-. Porque pueden sacarse<br />

innumerables ejemplos de cosas sin provecho para los hombres o de tan escasa y<br />

desconocida utilidad que apenas podemos defenderlas. Que nos diga él más bien si hay<br />

alguna cosa sin causa suficiente.<br />

-Después tocaremos brevemente ese punto-le dije-. No es necesario que yo haga de


maestro, porque tú, que profesas la certeza de tan alta doctrina, nada nuevo me has<br />

enseñado todavía, y yo estoy tan deseoso de aprender que me paso días y noches en ese<br />

ejercicio.<br />

13. -¡En valiente aprieto me pones! ¿Es tal vez porque te sigo con más ligereza que estas<br />

hojas al viento, que las arrastra a la corriente del agua, de modo que es poco decir que<br />

caen, sino que son arrebatadas? Pues ¿qué otra cosa es que Licencio se meta a maestro<br />

de Agustín, y nada menos que en las cuestiones más entrañables de la filosofía?<br />

-No te rebajes tanto-le repliqué-ni me encumbres a mí demasiado, porque en filosofía soy<br />

un niño aún, ni me preocupo, al dirigir mis preguntas, por medio de quién me responde<br />

Aquel a quien presento todos los días mis lamentos, de quien te auguro que serás un vate<br />

algún día; y ese algún día tal vez no se halle lejano. Otros también, separados de esta<br />

clase de estudios, pueden enseñarnos algo cuando se asocian a los que discuten con el<br />

sistema de hábiles preguntas. Y ese algo vale lo suyo. ¿No ves cómo las mismas hojaspara<br />

usar tu símil-, arrastradas por el viento y flotando sobre la corriente, pueden ofrecer<br />

su/resistencia al curso del agua que se precipita, avisando a los hombres acerca del orden<br />

de la Naturaleza, si damos por válida tu tesis?<br />

14. Licencio, saltando de gozo en su lecho, exclamó:<br />

- ¿Quién negará, ¡oh Dios grande!, que todo lo administras con orden? ¡Cómo se<br />

relacionan entre sí en el universo todas las cosas y con qué ordenada sucesión van<br />

dirigidas a sus desenlaces! ¡cuántos y cuán varios acontecimientos no han ocurrido para<br />

que nosotros entabláramos esta discusión! ¡Cuántas cosas se hacen para que te hallemos<br />

a ti! ¿De dónde sino del mismo orden universal mana y brota esto mismo, es decir, que<br />

nosotros estuviésemos despiertos y tú atento al sonido del agua e indagando la causa de<br />

un fenómeno tan ordinario, sin atinar en ella? Intervino también un ratoncito para que yo<br />

saliera a la escena. Finalmente, tu mismo discurso, tal vez sin intención tuya-nadie es<br />

dueño de que alguna idea le venga a la mente-, no sé cómo me revolotea en el magín,<br />

inspirándome la respuesta que debo dar. Pues yo te pregunto: si la disputa que tenemos<br />

aquí la escribes, como te has propuesto, y se divulga algún tanto, llegando a la fama de<br />

los hombres, ¿no les parecerá una cosa tan grave, digna de la respuesta de algún gran<br />

adivino o caldeo, que, preguntado sobre ella, hubiese respondido antes de verificarse? Y si<br />

hubiera respondido, se hubiera considerado una cosa tan divina; tan digna de celebrarse<br />

con aplauso universal, que nadie se atrevería a preguntar por qué cayó una hoja de árbol<br />

o un ratón inquieto fue molesto para un hombre que descansaba en su lecho. Pues ¿acaso<br />

estas predicciones de lo futuro las hizo alguno de ellos por cuenta propia o fue requerido<br />

por el consultor a decirlas? Y si adivinare que ha de publicarse un libro de importancia y<br />

viese que era necesario aquel hecho, pues de otro modo no podría adivinarlo, luego tanto<br />

la caída de las hojas en el campo como todo lo que hace en casa ese animalito, todo se<br />

hallaría enlazado con el orden, lo mismo que este escrito, Porque con estas palabras<br />

estamos haciendo unos razonamientos que, de no haber precedido aquellos hechos tan<br />

insignificantes, no nos hubieran ocurrido ni se hubieran expuesto ni tomado en cuenta<br />

para legarlos a la posteridad. Así que nadie me pregunte ya por qué suceden cada una de<br />

estas cosas. Baste con saber que nada se engendra, nada se hace sin una causa suficiente,<br />

que la produce y lleva a su término.<br />

CAPÍTULO VI<br />

el orden lo comprende todo<br />

15. -Por lo que has dicho se ve-le dije yo-que no ha llegado a tu noticia de adolescente lo<br />

mucho que se ha escrito contra la adivinación por graves autores. Pero responde ahora, no<br />

si se verifica algo sin razón suficiente, porqué a esto veo que no quieres responder, sino si<br />

este orden cuya defensa has tomado te parece bueno o malo.<br />

Y él respondió a sovoz:<br />

-No me has propuesto la cuestión de modo que pueda responder una de las dos cosas.<br />

Porque veo aquí un término medio. El orden no me parece a mí ni bien ni mal.<br />

-¿Qué piensas-le insté yo-que a lo menos sea contrario al orden?


-Nada-dijo él-. ¿Cómo puede tener contrario lo que todo lo ocupa, lo que reina por<br />

doquier? Pues lo que es contrario al orden debe hallarse fuera del orden. Y nada veo<br />

puesto fuera del orden, ni se puede pensar que hay nada contrario a él.<br />

-Luego ¿no es contrario al orden el error?-le preguntó Trigecio.<br />

-De ningún modo-replicó-. Pues nadie veo que; yerre sin causa. Y la serie de las causas<br />

pertenece al orden. Y el error no sólo tiene causas que lo producen, sino efectos que le<br />

siguen. Por consecuencia, no puede ser contrario al orden lo que no está fuera de él.<br />

16. Cuando calló Trigecio, yo no cabía de gozo dentro de mí viendo cómo aquel<br />

adolescente, hijo de un carísimo amigo mío, se hacía mío por espiritual filiación; y no sólo<br />

esto, sino que crecía y se engrandecía con su amistad para conmigo; y habiendo<br />

desconfiado de su aplicación aun para llegar a ser una medianía en las letras, lo veía<br />

ahora, despreciando todo su caudal, lanzarse con todo su ímpetu al corazón mismo de la<br />

filosofía.<br />

Cuando en silencio me maravillaba de esto, ardiendo en deseos de felicitarle, él, como<br />

arrebatado de alguna idea, exclamó:<br />

- ¡Oh, si yo pudiera decir lo que quiero! ¿Dónde, dónde estáis, palabras? Venid en mi<br />

ayuda. Los bienes y los males están dentro del orden. Creed si queréis, porque yo no sé<br />

explicarlo.<br />

CAPÍTULO VII<br />

Dios no ama el mal, aunque pertenece al orden<br />

17. Yo, lleno de asombro, callaba. Trigecio, cuando, pasada la embriaguez de su arrebato,<br />

lo vio más afable y accesible, le instó:<br />

-Me parece un absurdo y contrario a la verdad lo que dices, Licencio; ten un poco de<br />

paciencia para aguantarme y no me interrumpas con tus voces.<br />

-Di lo que te plazca-respondió él-; no me arrebatarás lo que vislumbro y casi está a mis<br />

manos.<br />

-Ojalá-le dijo el otro-no te desvíes del orden que defiendes ni te hagas reo de incuria a<br />

Dios, para suavizar mi expresión. Porque ¿hay cosa más impía que decir que hasta los<br />

males están dentro del orden? Pues Dios ama, ciertamente, el orden.<br />

-Lo ama, sin duda-replicó Licencio-; de Él procede y con Él se halla. Y si algo puede<br />

decirse de tema tan elevado con más decoro, piénsalo tú, porque yo no soy apto para<br />

declarar estas cosas ahora.<br />

-¿Qué voy a pensar yo?-le preguntó Trigecio-. Tomo tus palabras como suenan, y me<br />

basta con lo que entiendo. Porque ciertamente has dicho que los males están dentro del<br />

orden y que este orden proviene del sumo Dios y lo ama. De donde se sigue que de Él<br />

proceden los males y los quiere.<br />

18. En esta conclusión temí a Licencio, Pero él, lamentándose de la dificultad de las<br />

palabras, sin buscar una respuesta adecuada, sino más bien embarazado por la forma de<br />

la contestación, dijo:<br />

-No quiere Dios los males, porque no pertenece al orden que Dios los ame. Por eso ama<br />

mucho el orden, porque Él no ama los males, los cuales, ¿cómo no han de estar dentro del<br />

orden cuando Dios no los quiere? Mira que esto mismo pertenece al orden del mal, el que<br />

no sea amado de Dios. ¿Te parece poco orden que Dios ame los bienes y no ame los<br />

males? Así, pues, ni los males están fuera del orden, porque Dios no los quiere, y ama, en<br />

cambio, el orden. Él quiere amar los bienes y aborrecer los males, lo cual es un orden<br />

acabado y de una divina disposición. Orden y disposición que conservan por medio de<br />

distintos elementos la concordia de todas las cosas, haciendo que los mismos males sean<br />

en cierto modo necesarios. De este modo, como con ciertas antítesis, por la combinación<br />

de cosas contrarias, que en la oratoria agradan tanto, se produce la hermosura universal


del mundo.<br />

19. Hubo una breve pausa de silencio; pero, irguiéndose de improviso por la parte en que<br />

tenía su lecho Trigecio, le instaba:<br />

-Dime, te ruego, si Dios es justo.<br />

Callaba el otro, porque, según después confesó, admiraba y temía otro discurso repentino<br />

e inflamado de nueva inspiración de su condiscípulo y amigo. Viéndole callado, Licencio<br />

prosiguió:<br />

-Porque si me respondes que Dios no es justo, tú verás lo que haces, pues no ha mucho<br />

me censurabas de impiedad. Y si, conforme a la doctrina que recibimos y nos lo persuade<br />

el sentimiento, de la necesidad del orden, Dios es justo, sin duda lo es, porque da a cada<br />

cual lo suyo. ¿Y qué distribución cabe donde no hay distinción? ¿Y qué distinción, si todo<br />

es bueno? ¿Y qué puede haber fuera del orden, si la justicia dé Dios trata de buenos y<br />

malos según su merecido? Mas todos afirmamos que Dios es justo. Luego todo se halla<br />

encerrado dentro del orden.<br />

Terminado este discurso saltó del lecho, y con la voz más suave, porque nadie le<br />

respondía, me dijo a mí:<br />

-¿Nada me dices tampoco tú, que has provocado esta discusión?<br />

Yo le respondí:<br />

20. - ¡Ea! Veo que un nuevo entusiasmo se enseñorea de ti ahora (Terencio, Andria, 4<br />

,730). Pero mi parecer lo expondré durante el día, que ya parece se avecina, a no ser que<br />

sea de la luna el fulgor de la ventana. Al mismo tiempo hay que esforzarse, Licencio, para<br />

que el olvido no arrebate cosas tan bellas como las que has dicho. Nuestra ocupación<br />

literaria exige que se guarde memoria de todo. Te diré atentamente lo que pienso,<br />

disputando contra ti según mis fuerzas, pues mi mayor triunfo será el ser vencido por ti.<br />

Pero si acaso tu debilidad, insuficientemente robustecida todavía con la erudición de las<br />

artes para sostener la causa de tan gran Dios, cediere a la astucia y agudo razonamiento<br />

en favor de los errores humanos, cuya defensa tomaré a mi cargo, eso mismo te enseñará<br />

la falta que tienes de nuevas fuerzas para subir hasta Él con más firmeza. Además quiero<br />

que esta discusión salga un poco limada, pues ha de llegar a muy delicados oídos. Porque<br />

nuestro amigo Cenobio frecuentemente me consultó muchas cosas acerca del orden del<br />

mundo en ocasión en que yo no le podía satisfacer a tan elevadas cuestiones ora por la<br />

dificultad de las preguntas ora por la premura del tiempo. Y andaba tan impaciente por<br />

mis demoras, que, para obligarme a responderle más copiosa y diligentemente, me instó a<br />

ello con versos, y bien elaborados por cierto, para que tú le ames más. Tú no podías<br />

leerlos entonces, porque vivías alejadísimo de estas aficiones, y tampoco es posible<br />

hacerlo ahora, porque su partida fue tan repentina y agitada que huyó de nuestra mente el<br />

recuerdo de estas cosas, pues él había pensado en dejarme su poema para que le<br />

respondiese. Tengo, en fin, otras muchas razones para dirigirle este mi escrito. La primera<br />

es porque se lo debo; la segunda, porque conviene agradecer su benevolencia para con<br />

nosotros, dándole cuenta de la vida que llevamos; finalmente, nadie le supera en el gozo<br />

de la esperanza que tiene puesta en ti. Estando con nosotros, por la amistad con tu padre<br />

o más bien con todos nosotros, se interesaba muchísimo por que el vivo centelleo de tu<br />

ingenio, que observaba atentamente, se atizase con mi cuidado y no se malograse por tu<br />

incuria. Y al saber ahora tu afición a la poesía se complacerá tanto, que me figuro verlo<br />

saltando de alborozo.<br />

CAPÍTULO VIII<br />

Licencio, enamorado de la filosofía. -Reprensión de santa Mónica.<br />

Utilidad de las artes liberales<br />

21. -Nada más grato será para mí-respondió-; pero sea por la inconstancia y veleidad<br />

moceril, sea por alguna disposición y orden divino, os lo confieso, me he vuelto<br />

repentinamente flojo para el cultivo del metro poético, porque siento arder dentro de mí<br />

una luz muy diferente, muy superior. Más bella es la filosofía que Tisbe y Píramo, más que


Venus y Cupido y los demás amores.<br />

Y suspirando daba gracias a Cristo. Yo oía todo aquello con gozo, ¿por qué no decirlo? ¿O<br />

qué no diré? Tómelo cada cual como le plazca; a mí sólo me inquieta el haber sentido un<br />

gozo tal vez inmoderado.<br />

22. Mientras tanto, pasado algún tiempo, amaneció; se levantaron ellos, y yo, llorando,<br />

elevé muchas plegarias a Dios; y he aquí que oigo a Licencio, muy parlero y festivo,<br />

canturrear el verso del salmo: Oh Dios todopoderoso; conviértenos, muéstranos tu rostro<br />

y seremos salvos (Sal 79, 8). Lo mismo había hecho la noche anterior cuando, después de<br />

la cena, salió fuera para una necesidad natural, cantando en voz más alta, cosa que no<br />

agradó a nuestra madre, porque tales lugares no eran para repetir tales cánticos. Alegaba<br />

que aquella tonadilla la había aprendido poco ha y le gustaba como una melodía nueva. Lo<br />

reprendió la santa mujer, porque el lugar era impropio para tales expansiones. Y él le<br />

replicó chanceando:<br />

- ¡Pues qué!, si un enemigo me encerrase en aquel lugar, ¿no escucharía Dios mi voz?<br />

23. Habiendo, pues, a la mañana vuelto solo, pues los dos habían salido por la misma<br />

causa, se acercó a mi lecho.<br />

-Dime la verdad; y hágase de mí lo que quieras: ¿qué piensas tú de mi acción?<br />

Y yo, tomándole la diestra al muchacho, le dije:<br />

-Lo que de ti pienso ya lo sabes, crees y entiendes. Creo que no en vano cantaste tanto<br />

ayer para que el Dios todopoderoso se te manifieste a ti, que te has dirigido a Él.<br />

Y recordando él lo pasado con admiración, respondió:<br />

-Gran cosa y verdad dices. Porque me hace fuerza el pensar que poco ha se me hacía tan<br />

duro el dejar las bagatelas poéticas, y ya me siento remiso y avergonzado de volver a<br />

ellas, pues me arrebatan totalmente cosas grandes y maravillosas. ¿ No es esto<br />

convertirse a Dios? Alegróme también porque en vano se ha querido contagiarme con el<br />

escrúpulo supersticioso por haber cantado tales cosas en aquel lugar.<br />

-Eso a mí no me desagrada-le dije-, y creo que pertenece a aquel orden, que vuelve a<br />

darnos motivo para decir algo sobre él. Pues veo una congruencia entre aquel canto y el<br />

lugar por el que se ofendió ella y la misma noche. Pues ¿qué oramos al pedir nuestra<br />

conversión a Dios y la vista de su rostro sino que nos purifique de cierta impureza corporal<br />

y de las tinieblas de los errores? ¿Y qué es convertirse sino erguirse en espíritu de los<br />

vicios irrefrenados con la templanza y la virtud? Y la faz de Dios, ¿no es la Verdad, por la<br />

que suspiramos, purificándonos y adornándonos para ella, porque es nuestra amada?<br />

-Mejor no se puede hablar-dijo él.<br />

Y luego, como cuchicheando en mi oído, añadió:<br />

-Mira cuántas cosas han ocurrido, haciéndome creer que algo se prepara para nosotros<br />

con un orden más favorable.<br />

24. -Si amas el orden-le insistí-, hay que volver a la poesía, porque la erudición moderada<br />

y racional de las artes liberales nos hace más agües y constantes, más limpios y bellos<br />

para el abrazo de la verdad, para apetecerla más ardientemente, para conseguirla con<br />

más ahínco, y unirse más dulcemente a la que se llama vida bienaventurada. La cual<br />

cuando se nombra, todos se yerguen, como mirando a las manos y esperando que se les<br />

dé lo que ansían tantos menesterosos e impedidos con diversas enfermedades. Pero<br />

cuando la sabiduría les impera que se pongan en las manos del médico, dejándose curar<br />

con paciencia, luego vuelven a sus andrajos y a su calorcillo se rascan gustosamente la<br />

sarna de sus perniciosos deleites antes que someterse a los algún tanto duros preceptos<br />

de la medicina, insoportables a su dolencia, para volver a la salud y a la luz de los fuertes.<br />

Y así, contentos con él nombre y sentimiento del Soberano Dios, como con un salario,<br />

viven miserables, pero viven. Mas aquel Esposo bonísimo y hermosísimo busca a otros<br />

hombres, o por mejor decir, otras almas, que son dignas ya de su tálamo, aunque moren<br />

en el cuerpo, a las cuales no les basta vivir, sino quieren vivir dichosamente. Dedícate,


pues, entre tanto, a las musas. Sin embargo, ¿sabes lo que te propongo para tu ejercicio?<br />

-Mándame lo que te plazca-dijo.<br />

-Cuando aquel Píramo y su amante se apuñalen, según has de cantar, sobre el cuerpo del<br />

moribundo, en el mismo dolor en que se encenderá tu poesía con acentos más emotivos,<br />

hallarás muy buena oportunidad. Detesta tan feas liviandades y su mortal incendio, origen<br />

de aquella tragedia; después, elévate para cantar el amor puro con que las almas,<br />

adornadas por las artes liberales y embellecidas por la virtud, se desposan con el<br />

entendimiento por la filosofía, y no sólo evitan la muerte, sino gozan de vida dichosísima.<br />

Aquí Licencio estuvo un rato silencioso y vacilante, y después, cabeceando, se retiró.<br />

25. Luego me levanté yo también, y elevando a Dios las acostumbradas preces, nos<br />

pusimos en camino hacia los baños. Pues por estar nublado el cielo, y no poder<br />

acomodarnos al aire libre, nos era cómodo y familiar aquel lugar para nuestras<br />

discusiones, cuando he aquí que a la misma puerta se nos ofrece el espectáculo de dos<br />

gallos empeñados en reñidísimo combate. Plúgonos ser espectadores. Pues ¿qué no<br />

desean o qué no observan los ojos de los amantes para captar todos los indicios de la<br />

hermosura de la tazón, que gobierna a los seres racionales e irracionales, invitando a sus<br />

seguidores y enamorados a buscarla por todas partes? ¿Y de dónde y por dónde no puede<br />

hacer sus señas? Y así era cosa de ver los gallos con las cabezas tiesas y las plumas<br />

erizadas, acometiéndose a fuertes picotazos y esquivando con arte los golpes ajenos; en<br />

aquellos movimientos de animales sin razón todo parecía armonioso, como concertado por<br />

una razón superior que todo lo rige. Finalmente, pondérese la ley del vencedor, con el<br />

soberbio canto, y aquel recoger todas las plumas, como redondeándose en ostentación de<br />

orgulloso dominio; y luego las señales del vencido: su cuello desplumado, su voz humilde<br />

y sus torpes movimientos, todo indica no sé qué conformidad y decoro con las leyes de la<br />

Naturaleza.<br />

26. Y nos proponíamos muchas cuestiones: ¿Por qué hacen todos lo mismo? ¿Por qué<br />

siempre obran así para dominar las hembras, que les están sumisas? ¿Por qué el aspecto<br />

mismo de la lucha, además de llevarnos a esta alta investigación, nos producía el deleite<br />

de un espectáculo? ¿Qué hay en nosotros que nos impele a buscar en lo sensible cosas<br />

qué caen fuera del ámbito de los sentidos? ¿Y qué tenemos que se detiene como preso con<br />

el halago de los mismos? Y nos decíamos a nosotros mismos: ¿Dónde no rigen las leyes y<br />

a los mejores no se debe el imperio? ¿Dónde falta una sombra de regularidad? ¿Dónde no<br />

se imita a la verdaderísima Hermosura? ¿Dónde no reina la medida? Al fin, advertidos por<br />

aquel mismo hecho para que nos moderásemos en la contemplación del espectáculo,<br />

seguimos adonde nos guiaba nuestro propósito. Y allí, tan pronto como se pudo, por ser<br />

tan recientes y notables estos episodios qué difícilmente se podían borrar de la memoria<br />

de los tres estudiosos, con la debida diligencia ajustando todos los apuntes de nuestra<br />

conversación, formamos esta parte del libro. Y mirando por mi salud, nada hice más aquel<br />

día; sólo antes de la cena tenía costumbre de escuchar con ellos todos los días la lectura<br />

de medio volumen de Virgilio, y era nuestra ocupación considerar el admirable modo de<br />

ser de las cosas. El cual nadie deja de reconocerlo; pero el sentirlo, cuando se hace algo<br />

con empeño, es muy difícil y raro.<br />

DISPUTA SEGUNDA<br />

CAPÍTULO IX<br />

el orden eleva a Dios<br />

27. Al día siguiente, todos de buen humor, muy de mañana volvimos al mismo lugar y allí<br />

nos sentamos. Al ver la atención de ambos, les dije:<br />

-Estáte aquí, Licencio, y tú, Trigecio, no te separes, porque vamos a discutir una cuestión<br />

muy grave; se trata del orden. ¿Ya qué hacer ahora, como era costumbre en la escuela, de<br />

cuya servidumbre con tanto gozo acabo de librarme, el panegírico del orden con un estilo<br />

copioso y elegante? Recibid, si os place, o más bien esforzaos por admitir el elogio más<br />

breve y verdadero que se puede hacer de él, a mi parecer. El orden es el que,<br />

guardándolo, nos lleva a Dios; y si no lo guardamos en la vida, no lograremos elevarnos


hasta Él. Mas yo presumo y espero que nosotros llegaremos, según la estimación que de<br />

vosotros tengo. Debemos, pues, tratar y resolver con suma diligencia esta cuestión.<br />

Yo quisiera ver aquí presentes a los otros que también acostumbran participar en estas<br />

conversaciones.<br />

Quisiera que, a ser posible, no sólo éstos, sino todos vuestros familiares, cuyo ingenio<br />

admiro siempre, estuviesen aquí conmigo y atentos como vosotros; o a lo menos, que no<br />

faltase nuestro gran Cenobio, al cual, cuando andaba enfrascado en estas cuestiones, por<br />

falta de ocio nunca pude responderle satisfactoriamente. Pero como no es posible su<br />

presencia, ellos leerán nuestro escrito, pues nos hemos propuesto no perder palabra y las<br />

cosas mismas, tan fáciles para resbalarse de la memoria, sujetarlas por medio del escrito.<br />

Así lo exigía tal vez el mismo orden, que dispuso su ausencia. Vosotros, ciertamente, venís<br />

con un ánimo más levantado, dispuestos a soportar solos el peso de esta discusión sobre<br />

tema tan importante; y cuando leyeren nuestro escrito aquellos a quienes nos hallamos<br />

unidos por nuestra amistad, si alguna objeción nos viene de su parte, a esta disertación se<br />

irán enlazando otras, y con la serie de los discursos insertados se formará un cuerpo de<br />

doctrina. Pero ahora, según la promesa hecha y la índole de este trabajo, llevaré la contra<br />

a Licencio, quien cumplirá su cometido si protege su tesis con sólida y firme muralla.<br />

CAPÍTULO X<br />

Qué es el orden.-Cómo se han de refrenar los movimientos de la emulación y vanagloria<br />

en los jóvenes que se consagran a las letras<br />

28. Cuando por el silencio, la cara, los ojos, la quietud que guardaban, noté que todos<br />

estaban interesados por la grandeza del argumento y ansiaban escucharme, dije:<br />

-Vamos, pues, Licencio; recoge en ti todas las fuerzas que puedas, afina la agudeza de tu<br />

ingenio y danos una definición con todos los elementos del orden.<br />

Entonces él, al verse obligado a dar una definición, retrocedió como si le hubieran echado<br />

una rociada de agua fría, y mirándome turbado y sonriente con la misma trepidación, me<br />

dijo:<br />

-Pero ¿qué es esto? ¿Por quién me has tomado? Yo no sé de qué espíritu extraño me<br />

consideras inspirado. Animándose después a sí mismo, añadió:<br />

- ¿O tal vez hay algo en mí?<br />

Calló un rato para reconcentrarse y definir el orden, e irguiéndose dijo:<br />

-El orden es por el que se hacen todas las cosas que Dios ha establecido.<br />

29. -Y el mismo Dios-le dije yo-, ¿no te parece que es movido por el orden?<br />

-Ciertamente me parece-respondió.<br />

- ¿Conque Dios también está sometido al orden?-le preguntó Trigecio,<br />

-¿Pues qué?-le replicó Licencio-. ¿Niegas que sea Dios Cristo, el cual vino a nosotros según<br />

el orden y Él mismo se dice enviado por él Padre? Si a Cristo envió Dios a la tierra según<br />

un plan de orden y Dios es Cristo, no sólo obra todas las cosas, sino qué Él mismo se halla<br />

sometido a cierto orden.<br />

Aquí Trigecio respondió titubeando:<br />

-No sé cómo entender lo que dices. Pues cuando nombramos a Dios no es Cristo el que<br />

nos viene a la mente, sino el Padre. Pensamos en Aquél cuando se nombra al Hijo.<br />

- ¡Aguda distinción la tuya!-le arguyó Licencio-. Habrá que negar entonces que sea Dios el<br />

Hijo de Dios.<br />

Aquí el contendiente, no obstante que le pareció peligrosa la respuesta, se aventuró a


decir:<br />

-Cristo, sin duda, es Dios; pero propiamente al Padre damos este nombre. Le atajé yo:<br />

-No sigas por ese camino, porque el Hijo de Dios se llama propiamente Dios.<br />

Y él, movido por sentimiento religioso, no quería que constasen aquellas palabras; pero<br />

Licencio urgía, a estilo de muchacho, o más bien de todo 'los hombres, ¡oh desgracia!, a<br />

que se escribieran, como si se tratase de una rivalidad de vanagloria. Y reprendiéndole yo<br />

con graves palabras por aquel movimiento de su ánimo, quedó corrido, motivando el<br />

regocijo y la risa de Trigecio. Encarándome con ambos, les reprendí:<br />

-Pero ¿es éste vuestro espíritu? ¡No sabéis cuan pesada carga de vicios nos oprime y qué<br />

tenebrosa ignorancia nos envuelve! ¿Dónde está aquella vuestra atención y ánimo<br />

levantado a Dios y a la verdad, de que poco ha me gloriaba yo ingenuamente? ¡Oh si<br />

vierais, aun con unos ojos tan turbios como los míos, en cuántos peligros yacemos y de<br />

qué demente enfermedad es indicio vuestra risa! ¡Oh si supierais, cuan pronto, cuan luego<br />

la trocaríais en llanto! ¡Desdichados! ¡No sabéis dónde estamos! Es un hecho común que<br />

todos los necios e ignorantes están sumidos en la miseria: mas no a todos los que así se<br />

ven, alarga de un mismo y único modo la sabiduría su mano. Y creedme: unos son<br />

llamados a lo alto, otros quedan en lo profundo. No queráis, os pido, doblar mis miserias.<br />

Bastante tengo con mis heridas, cuya curación imploro a Dios con llanto casi cotidiano, si<br />

bien estoy persuadido de que no me conviene sanar tan pronto como deseo. Si algún<br />

cariño me tenéis, si algún miramiento de amistad; si comprendéis cuánto os amo, cuánto<br />

estimo y el cuidado que me da vuestra formación moral; si soy digno de alguna<br />

correspondencia de parte vuestra; si, en fin, como Dios es testigo, no miento al desear<br />

para vosotros lo que para mí, hacedme este favor. Y si me llamáis de buen grado maestro,<br />

pagadme con esta moneda; sed buenos.<br />

30. Las lágrimas me impidieron continuar la reprensión. A Licencio le molestaba<br />

muchísimo que se escribiese todo aquello.<br />

-¿Pues qué hemos hecho?-me dijo él.<br />

-¿Y todavía no reconoces tu pecado? ¿No sabes lo mucho que me disgustaba en la escuela<br />

que a los jóvenes se provocase a la emulación, no mirando la utilidad y excelencia de las<br />

artes, sino el amor a una vanísima gloria, hasta el punto de que no se ruborizan de recitar<br />

discursos ajenos y recibir aplausos, ¡qué vergüenza!, de los mismos cuya composición<br />

recitan? Vosotros, si bien no incurrís en semejante fragilidad, no obstante os empeñáis en<br />

traer aquí e infestar la filosofía y el nuevo género de vida que gozosamente he emprendido<br />

con aquella mortífera jactancia de la vanagloria, la última, pero la más funesta de las<br />

pestes; y tal vez porque os quiero apartar de esa morbosa vanidad, os haréis más pigres<br />

para el estudio de la doctrina, y repelidos por el deseo ardiente de la fama, que se lleva el<br />

viento, os volveréis carámbanos de torpor y desidia. Desdichado de mí si aún tengo que<br />

lidiar con tales enemigos, en quienes no es posible expulsar a unos vicios sino con la<br />

alianza de otros.<br />

-Ya verás cómo en adelante somos más correctos-dijo Licencio-. Ahora te pedimos por<br />

todo lo que más amas que nos perdones y mandes borrar lo escrito; aun mirando por la<br />

economía de las tabletas, porque ya no tenemos más. Y no se ha hecho copia en el libro<br />

de lo mucho que hemos disertado entre nosotros.<br />

-Quede ahí-dijo Trigecio-el castigo de nuestro delito, para que la misma fama que nos<br />

atrae, con el propio azote nos aparte de su afición. Pues cuando se den a conocer estos<br />

ensayos a nuestros amigos y familiares, no será pequeño nuestro bochorno.<br />

Ambos quedaron conformes.<br />

CAPÍTULO XI<br />

Mónica, no por ser mujer, es excluida de la cultura<br />

31. En esto entró la madre y nos preguntó qué habíamos adelantado en la cuestión, que<br />

también le era conocida. Mandé que se hiciera constar la intervención y la pregunta de


ella.<br />

-Pero ¿qué hacéis?-dijo ella-. ¿Acaso me consta de los libros que leéis que las mujeres<br />

hayan tomado parte en semejantes discusiones?<br />

-Me importan poco-le dije-los juicios de los soberbios e imperitos, que con igual afán<br />

buscan los libros como las congratulaciones y saludos de los hombres. Ellos no miran lo<br />

que son, sino cómo visten y el brillo de su pompa y bienestar. Ni indagan en el estudio de<br />

las letras de qué cuestión se trata, ni el fin que se pretende con ella, ni las explicaciones<br />

que se han dado. Entre ellos no faltan algunos merecedores de aprecio por cierto barniz de<br />

humanidad y porque fácilmente entran por las doradas y pintadas puertas al santuario de<br />

la filosofía; los estimaron nuestros mayores, cuyos libros, por nuestra lectura, veo que te<br />

son conocidos.<br />

Y en estos tiempos, omitiendo otros nombres, es digno de mención, como varón de<br />

elocuencia e ingenio, insigne también por los bienes de fortuna y, sobre todo, dotado de<br />

un aventajadísimo talento, Teodoro, a quien conoces bien, el cual se esfuerza dignamente<br />

para que ni ahora ni después nadie pueda lamentarse con razón del estado de las letras en<br />

nuestros días. Pero en el caso de llegar mis libros a las manos de algunos, que al leer mi<br />

nombre no digan: pero éste, ¿quién es?, arrojando el códice, sino que o por curiosidad o<br />

por amor vehemente al estudio, despreciando la humildad del pórtico, entren adentro, no<br />

llevarán a mal verme a mí filosofando contigo ni despreciarán seguramente el nombre de<br />

ninguno de éstos, cuyos discursos aquí se interpolan, porqué no sólo son libres-cosa que<br />

basta para dedicarse a las artes liberales y aun a la filosofía-, sino de muy elevada<br />

posición por su nacimiento. Y por libros de doctísimos autores sabemos que se han<br />

dedicado a la filosofía hasta zapateros y otros de profesiones menos estimadas, los cuales<br />

brillaron con tanta luz de ingenio y de virtud que,, aun pudiéndolo, no hubieran querido<br />

cambiar su posición y suerte por ningún género de nobleza. Y no faltará, créeme, clase de<br />

hombres a quienes seguramente agradará más que tú filosofes conmigo que cualquier otro<br />

recurso de amenidad o gravedad doctrinal. Porque también las mujeres filosofaron entre<br />

los antiguos, y tu filosofía me agrada muchísimo.<br />

32. Pues para que sepas, madre, este nombre griego de filosofía, en latín vale lo mismo<br />

que amor a la sabiduría. Por eso nuestras divinas Letras, que estimas tanto, mandan se<br />

evite no a todos los filósofos, sino a los filósofos de este mundo (Col 2, 8). Y que hay otro<br />

mundo remotísimo de los sentidos, alcanzado por un número muy reducido de hombres<br />

sanos, lo enseña igualmente Cristo, el cual no dice: Mi reino no es del mundo, sino Mi<br />

reino no es de este mundo (Jn 18, 36). Quien reprueba indistintamente toda filosofía<br />

condena el mismo amor a la sabiduría. Te excluiría, pues, a ti de este escrito si no amases<br />

la sabiduría; te admitiría en él aun cuando sólo tibiamente la amases; mucho más al ver<br />

que la amas tanto como yo. Ahora bien: como la amas mucho más que a mí mismo, y yo<br />

sé cuánto me amas, y has progresado tanto en su amor que ya ni te conmueve ninguna<br />

desgracia ni el terror de la muerte, cosa dificilísima aun para los hombres más doctos, y<br />

que por confesión de todos constituye la más alta cima de la filosofía; por esta causa yo<br />

mismo tengo motivos para ser discípulo de tu escuela.<br />

33. Aquí ella, acariciante y piadosa, dijo que nunca había yo mentido tanto; y notando yo<br />

la extensión de nuestras discusiones que habían de copiarse, y que, por otra parte, había<br />

materia para un libro ni quedaban más tabletas de escribir, puse fin a la discusión; así<br />

miraba también por el bienestar de mi pecho, porque me había acalorado más de lo justo<br />

en la reprensión dirigida a los jóvenes.<br />

Al marcharnos dijo Licencio:<br />

-No olvides cuántas y cuan necesarias cosas por conducto tuyo, y sin reparar en ello tú<br />

mismo, nos son suministradas por aquel orden ocultísimo y divino.<br />

-Ya lo veo-le dije-, y doy gracias a Dios por ello; y espero que vosotros, conscientes de<br />

esto, seréis cada día mejores. Tal fue la jornada única de aquel día.<br />

LIBRO SEGUNDO<br />

DISPUTA PRIMERA


CAPÍTULO I<br />

Examen de la definición del orden<br />

1. Pasados pocos días, vino Alipio, y después de una espléndida salida del sol, la claridad y<br />

la pureza del cielo, la temperatura benigna para el rigor de la estación invernal, nos<br />

convidaron a bajar a un prado que frecuentábamos y nos era muy familiar. Con nosotros<br />

también se hallaba nuestra madre, cuyo ingenio y ardoroso entusiasmo por las cosas<br />

divinas había observado yo con larga y diligente atención. Pero entonces, en una<br />

conversación que sobre un grave tema tuvimos con motivo de mi cumpleaños y asistencia<br />

de algunos convidados, y que yo redacté y reduje a volumen, se me descubrió tanto su<br />

espíritu que ninguno me parecía más apto que ella para el cultivo de la sana filosofía. Y<br />

así, había ordenado que cuando estuviese libre de ocupaciones tomase parte en nuestros<br />

coloquios, como te consta por el libro primero.<br />

2. Estando, pues, sentados con la mayor comodidad en el lugar mencionado, dije a los dos<br />

jóvenes:<br />

-Aunque me mostré severo con vosotros, porque tratabais puerilmente de cosas tan<br />

graves, con todo, me parece que no sin orden y favor de Dios se empleó tanto tiempo en<br />

el discurso, con que os quise curar de esta ligereza, obligándonos a aplazar el estudio de<br />

la cuestión hasta la venida de Alipio. Por lo cual, como le tengo ya bien informado de todo,<br />

así como de los progresos que hemos realizado, ¿estás dispuesto, Licencio, a defender con<br />

tu definición el orden según tu cometido? Pues recuerdo que definiste el orden diciendo<br />

que es aquello con que Dios obra todas las cosas.<br />

-Dispuesto estoy según mis fuerzas-contestó el interpelado.<br />

-¿Cómo, pues, realiza Dios con orden todas las cosas? ¿Está Él mismo dentro del orden, o<br />

modera todo lo demás con exclusión de sí mismo?<br />

-Donde todas las cosas son buenas, allí no hay orden-dijo-. Porque hay una suma igualdad<br />

que no exige orden.<br />

-¿Niegas-le dije-que en Dios están todos los bienes?<br />

-De ningún modo-respondió.<br />

-Luego ni Dios ni todo lo divino están regidos por el orden. Hizo señales de aprobación.<br />

-¿Crees tal vez que todos los bienes no son nada?-le insté yo.<br />

-Antes bien, ellos verdaderamente existen.<br />

-¿Dónde está, pues, aquello que dijiste que todo está regido y administrado con orden, sin<br />

haber nada que se sustraiga a su jurisdicción?<br />

-Es que también hay males-respondió-, los cuales contribuyen al orden de los bienes; no<br />

sólo, pues, los bienes, sino bienes y males están regidos por el orden. Cuando decimos:<br />

todo lo que existe, no hablamos solamente de los bienes. De lo cual se sigue que todas las<br />

cosas que Dios administra se moderan con orden.<br />

3. Yo le apremié diciendo:<br />

CUESTIÓN PRIMERA<br />

-Las cosas administradas y regidas, ¿te parece que se mudan o son inmóviles?<br />

-Las que se hacen en este mundo, confieso que se mueven -dijo.<br />

-Y las demás, ¿niegas que se muevan?<br />

-Todo cuanto hay en Dios es inmóvil; lo demás, creo está sometido a la ley del


movimiento.<br />

-Luego-le argüí yo-si todo lo que está en Dios es inmutable y lo demás se mueve, síguese<br />

que las cosas mudables no están con Dios.<br />

-Repíteme lo que has dicho más claro. Parecióme que dijo esto, no para comprender mejor<br />

el argumento, sino para tomarse tiempo y resolver mi objeción.<br />

-Tú afirmas-repetí-que lo que está en Dios no se muda,, mientras todo lo demás se<br />

mueve. Luego si las cosas mudables fueran inmutables puestas en Dios, porque sigue su<br />

condición inmutable todo lo que se halla en Dios, dedúcese que están fuera de Dios las<br />

cosas que se mudan.<br />

Licencio callaba, pero al fin rompió el silencio diciendo:<br />

-Paréceme a mí que, aun en este mundo, las cosas que permanecen sin mudarse están en<br />

Dios.<br />

-Eso no me interesa-le dije-. Porque equivale a decir que no todas las cosas que hay en<br />

este mundo se mueven. Luego hay cosas en el mundo que no están en Dios.<br />

-Lo confieso: no todo está con Dios.<br />

-Luego hay algo sin Dios.<br />

-No-respondió.<br />

-Están, pues, con Dios todas las cosas.<br />

-No he dicho-continuó vacilando-que no hay nada sin Dios, porque las cosas móviles no<br />

me parece que están con Dios.<br />

-Luego ¿está sin Dios ese cielo que a los ojos de todos aparece moviéndose?<br />

-De ningún modo admito eso.<br />

-Por lo mismo, hay cosas mudables que están con Dios.<br />

-No acierto a explicar como quisiera mi pensamiento; pero lo que me esfuerzo por decir,<br />

penetradlo, más que por mis palabras, con la sagacidad de vuestra mente. Porque sin<br />

Dios, a mi parecer, no hay nada, y lo que está con Dios creo que debe permanecer en un<br />

firme ser; pero no oso decir que el cielo está vacío de Dios, no sólo porque creo que nada<br />

hay sin Él, más también porque, según opino, el cielo tiene algo de inmutable, que o es<br />

Dios o está con Dios, aun cuando creo que gira constantemente.<br />

CAPÍTULO II<br />

Qué es estar con Dios.-Cómo el sabio permanece sin mudarse en Dios<br />

4. -Define, pues, si te place-le dije-, lo que es el estar con Dios y qué es no estar sin Él.<br />

Porque si se trata de una cuestión de palabras, fácilmente se disipa, con tal que<br />

convengamos en la realidad concebida por la mente.<br />

-No me gusta definir-respondió.<br />

-Entonces, ¿qué vamos a hacer?<br />

-Define tú, te ruego, porque a mí más fácil me resulta combatir las definiciones ajenas que<br />

dar una propia exacta.<br />

-Pues te daré gusto. ¿No te parece que está con Dios lo que es regido y gobernado por Él?<br />

-No era ésa mi idea al decir que se hallaba en Dios las cosas inmudables.


-Dime, pues, si se agrada esta obra definición: está con Dios todo lo que entiende a Dios.<br />

-Esa me gusta.<br />

-Ahora te pregunto: el sabio, ¿no te parece que entiende a Dios?<br />

-Sí.<br />

-Pues bien: los sabios no sólo se mueven en su casa o ciudad, sino recorren vastas<br />

regiones peregrinando y navegando; entonces, ¿ cómo puede ser verdad que todo lo que<br />

está en Dios es inmóvil?<br />

-Me has provocado a risa como si hubieses dicho que la acción del sabio está con Dios.<br />

Con Dios está lo que él conoce.<br />

-Pues ¿no conoce igualmente el sabio sus libros, su manto, su túnica, el mobiliario de su<br />

casa y todo lo demás que hasta los necios también conocen?<br />

-Confieso que el conocer la túnica y el manto no es estar con Dios.<br />

5. -He aquí, pues, lo que tú dices: no todo lo que el sabio conoce está con Dios. Mas<br />

aquella parte suya que está unida a Dios, la conoce el sabio.<br />

-Muy bien has explicado, pues todo lo que conoce por los sentidos no está con Dios, sino<br />

lo que percibe con su mente. Me atrevo aún a decir más: vuestra discreción me confirmará<br />

o corregirá. Quien se entrega a la percepción de las cosas sensibles, no sólo está alejado<br />

de Dios, mas aun de sí mismo.<br />

Aquí conocí por el semblante que Trigecio quería intervenir y hablar y se lo impedía la<br />

vergüenza de meterse en campo ajeno; le di licencia para que, aprovechando el silencio de<br />

su compañero, manifestase su modo de pensar. Y dijo:<br />

-Lo que pertenece a las percepciones sensoriales, yo creo que nadie lo conoce, porque una<br />

cosa es sentir, otra entender. Por lo cual creo yo que lo que conocemos se contiene en la<br />

inteligencia, y con ella sólo puede comprenderse. Luego si suponemos hallarse en Dios lo<br />

que el sabio comprende con su inteligencia, será necesario poner en Dios todos los<br />

conocimientos del sabio.<br />

Habiendo aprobado esta observación Licencio, añadió otra digna de consignarse:<br />

-El sabio está ciertamente con Dios, porque también a sí mismo se entiende el que lo es.<br />

Esta es una conclusión derivada de lo que tú has dicho: que está con Dios el que lo<br />

abraza, con su inteligencia, y de lo que nosotros decimos, conviene a saber: que también<br />

está con Dios aquello que es objeto de la inteligencia del sabio. Mas por lo que se refiere a<br />

esta parte inferior por la que usa de los sentidos corporales-la cual creo no debe tenerse<br />

en cuenta cuando se habla del sabio-, confieso que no la conozco ni puedo conjeturar qué<br />

sea.<br />

6. -Luego niegas tú-le dije-que el sabio no sólo consta de alma y cuerpo, pero aun del<br />

alma íntegra, pues locura sería negar que a ella pertenece también la porción que usa de<br />

los sentidos. No son los ojos ni los oídos, sino no sé qué otra cosa la que siente por ellos.<br />

Y si la misma facultad de sentir no la ponemos en la potencia intelectiva, tampoco habrá<br />

que ponerla en ninguna parte del alma. Y entonces habrá que atribuirla al cuerpo, lo cual<br />

me parece ahora grave desatino.<br />

-El alma del sabio-dijo él-, purificada con las virtudes y unida ya a Dios, merece el nombre<br />

de sabia, ni hay en ella otra porción digna de tal calificativo; con todo, aún militan a su<br />

servicio cierta como sordidez y despojos, de que se ha purificado, y como desnudado,<br />

retirándose dentro de sí mismo. O si toda ella se ha de llamar alma, sirven esas cosas y<br />

viven sometidas a la porción a la que sólo conviene el nombre de sabia. En la parte inferior<br />

pienso que habita también la memoria, de la cual el sabio dispone, dándole e<br />

imponiéndole leyes como a siervo sumiso y amansado para que mientras utiliza la ayuda<br />

de los sentidos en las cosas necesarias, no ya al sabio, sino a ella, reprima todo ímpetu y<br />

rebeldía contra el señor, usando moderadamente de su caudal. A esta porción inferior


pertenecen igualmente las cosas transitorias. Pues ¿para qué es necesaria la memoria sino<br />

para las cosas que se deslizan y huyen? El sabio, pues, abraza a Dios y goza de su ser<br />

eterno sin sucesión ni alternativa temporal, y por lo mismo que verdaderamente es,<br />

siempre presente. Y permaneciendo inmutable y en sí mismo, cuida de los bienes de su<br />

esclavo, usándolos bien y conservándolos sobriamente, como fámulo morigerado y<br />

diligente.<br />

7. Admíreme de esta sentencia, recordando que yo también la había dicho delante de él. Y<br />

sonriéndome le dije:<br />

-Da gracias a este siervo tuyo, que si no te sirviese algo de su caudal, no hallarías qué<br />

ofrecernos aquí. Pues si la memoria pertenece a aquella porción que como esclava se<br />

somete a la jurisdicción de la mente para ser regida, ella te ha ayudado, créeme, ahora<br />

para decir lo que has dicho. Antes, pues, de volver al orden, ¿no te parece que el sabio<br />

necesita de la memoria para estas disciplinas honestas e indispensables?<br />

-Mas ¿para qué quiere el sabio la memoria, si todo lo guarda y tiene presente en sí<br />

mismo? Mira que no recurrimos a ella en cosas que tenemos o vemos delante. ¿Qué<br />

necesidad, pues, tiene el sabio del uso de la memoria, teniendo todo ante a los ojos<br />

interiores de su entendimiento, esto es, teniendo a Dios, a quien abraza con una mirada<br />

fija e inmutable, y en Él todas las cosas que el entendimiento ve y posee? A mí, en<br />

cambio, para recordar las cosas que te he oído a ti me falla el dominio sobre el siervo;<br />

unas veces le sirvo, otras lucho para no servirle, aspirando a mi propia libertad. Y si<br />

algunas veces le mando y él me obedece, haciéndome creer que lo tengo vencido, otras se<br />

me solivianta y caigo miserablemente a sus pies. Por lo cual, cuando hablamos del sabio<br />

yo no entro para nada.<br />

-Ni yo tampoco-le dije-. Pero ¿acaso el sabio puede abandonar a los suyos, o mientras<br />

vive en esta vida, donde trae ligado a este siervo, dejará su obligación de favorecer a los<br />

demás a quienes puede y, sobre todo, de enseñar la sabiduría, lo cual principalísimamente<br />

se le exige? Y al hacer esto y enseñar como conviene, con aptitud, frecuentemente<br />

prepara lo que ha de exponer y discutir con orden; y si esto no se encomienda a la<br />

memoria, necesariamente perece. Luego, o niega los oficios de benevolencia que debe<br />

cumplir el sabio, o confiesa que algunas cosas se manipulan en su memoria. ¿O tal vez<br />

guarda en el depósito de aquel siervo algún bien necesario, no para sí, sino para los suyos,<br />

para que él, como sobrio y puesto bajo la óptima disciplina de su dueño, sólo tenga en<br />

custodia lo que para atraer a los ignorantes a la sabiduría le ha ordenado que embolse?<br />

-No creo que el sabio-dijo Licencio-encomiende nada a éste, porque siempre se halla<br />

engolfado en Dios, ya calle, ya hable con los hombres, y aquel siervo, bien instruido ya,<br />

conserva diligentemente lo que le ha de sugerir al dueño cuando disputa, porque de muy<br />

buen grado le presta su obediencia y sumisión, como a justísimo señor bajo cuya potestad<br />

vive. Y esto no lo hace como razonando, sino imperándole él con una ley y orden superior.<br />

-No resisto-le respondí-ya a tus razones, a fin de dar cima al plan que emprendimos. Pero<br />

convendrá volver a este tema y tratarlo con esmero en otra ocasión, cuando Dios nos<br />

diere oportunidad con su orden, porque es interesante y requiere detenido estudio.<br />

CAPÍTULO III<br />

Si la ignorancia está con Dios<br />

8. Se ha definido lo que es estar con Dios, y al decir yo que está con Dios todo lo que<br />

entiende a Dios, vosotros habéis querido añadir más, y es que también están allí las cosas<br />

que entiende el sabio. Y en este punto me sorprende mucho que hayáis colocado la<br />

estulticia en Dios. Porque si con Dios están las cosas que el sabio entiende y no puede<br />

evitar la estulticia sino después de comprenderla, luego también se hallará esa peste en<br />

Dios. Y me horroriza decir eso.<br />

Mi inesperada conclusión les sorprendió, y al cabo de un rato de silencio declaró Trigecio:<br />

-Celebraremos que intervenga aquí quien con su llegada ha traído un nuevo alborozo a<br />

estas discusiones familiares.


Entonces dijo Alipio:<br />

-Quiera el cielo depararme más agradables sorpresas. ¿Conque para mí se guardaba tan<br />

largo silencio? Se acabó mi reposa Me esforzaré por satisfacer a esta pregunta, con tal que<br />

antes me ponga en salvo para lo futuro, consiguiendo de vosotros que no me hagáis más<br />

preguntas.<br />

-No es propio-le dije yo-, ¡oh Alipio!, de tu benevolencia y humanidad negar la deseada<br />

cooperación de tu palabra a nuestra conversación. Pero sigue adelante y cumple lo qué<br />

has prometido; todo lo demás se desplegará según el orden que se ofreciere.<br />

-Justamente el orden-añadió-me hace concebir las más bellas esperanzas, y para su<br />

defensa me habéis querido substituir entre tanto. Pero, si no me engaño, lo que te mueve<br />

a ti a poner la estulticia en Dios es la aserción de éstos: Está con Dios todo lo que el sabio<br />

conoce. No me meto ahora en interpretar el sentido que debe darse a esta aserción;<br />

repara más bien en tu raciocinio. Porque has dicho: si con Dios está todo lo que entiende<br />

el sabio, no puede evitar la estulticia, sino entendiéndola. Pero es evidente que ninguno<br />

antes de escapar de la ignorancia merece el nombre de sabio. Se dijo que las cosas que el<br />

sabio entiende, están con Dios. Luego cuando para evitar la ignorancia se esfuerza por<br />

entenderla, no ha alcanzado aún la sabiduría. Y cuando ya es sabio, no se ha de enumerar<br />

la ignorancia entre las cosas que entiende. En conclusión: por hallarse unidas en Dios<br />

todas las cosas que el sabio entiende, síguese que está alejada de allí la estulticia.<br />

9. -Aguda, como tuya, Alipio-le dije-, ha sido la respuesta, pero como de quien ha sido<br />

metido en un aprieto ajeno. Con todo, como creo que tú también te cuentas entre los<br />

ignorantes, lo mismo que yo, ¿qué haríamos si hallásemos un sabio para que<br />

generosamente nos libertase de este mal con su doctrina y discusión? Pues yo creo que lo<br />

primero que debemos exigirle es que nos declare la calidad, la esencia y las propiedades<br />

de la ignorancia. No va contigo esta afirmación; pero en cuanto a mí, es un estorbo y un<br />

impedimento que me detiene, mientras no sepa lo que es. Según tú, pues, aquel maestro<br />

nos diría: para enseñaros esto debíais haber venido a preguntármelo cuando era un<br />

ignorante; ahora vosotros podéis ser vuestros propios maestros, porque yo no conozco la<br />

ignorancia. Si así hablara aquel sabio, yo no tendría reparo en decirle que se hiciera<br />

compañero nuestro, e iría a buscar otro maestro para todos. Pues aunque no conozco<br />

plenamente lo que es la estulticia, sin embargo, esta respuesta me parece sumamente<br />

necia. Pero se sonrojará él tal vez o de dejarnos o seguirnos, y disputará con nosotros<br />

muy copiosamente acerca de los males que trae la estulticia. Y nosotros, ya advertidos, o<br />

bien oiremos cortésmente al que habla de lo que no sabe, o creeremos que él sabe lo que<br />

no entiende, o que la estulticia va vinculada a Dios, si nos atenemos a la opinión de tus<br />

defendidos. Pero ninguna de las dos hipótesis primeras me parece aceptable, y queda, por<br />

tanto, el extremo que a vosotros os desplace.<br />

-Nunca te creí envidioso-dijo-. Pero si de estos amparados míos que dices hubiera recibido<br />

algún honorario, al verte a ti tan tenazmente adherido a tus razones, debiera devolverles<br />

lo que recibí. Básteles, pues, a éstos el tiempo que, al entretenerme contigo, les he dado<br />

para discurrir; o si quieren atenerse al consejo de su defensor vencido, sin culpa alguna de<br />

su parte, dobleguen su parecer ante ti y sean en lo demás más precavidos.<br />

10. -No despreciaré lo que Trigecio-le repliqué yo-deseaba proferir, como porfiando en<br />

favor de tu defensa, y lo haré contando con tu venia. Porque tal vez no estás bien<br />

informado por tu reciente llegada, y así, quiero pacientemente escucharlos defender su<br />

propia causa sin abogado alguno, como había comenzado.<br />

Entonces Trigecio dijo (Licencio estaba ausente):<br />

-Tomad como queráis y burlaos de mi ignorancia. A mí me parece que no debe llamarse<br />

inteligencia o intelección el acto de conocer lo que es la ignorancia, porque ella es el<br />

obstáculo principal o único del entender.<br />

-No es cosa fácil rehusar lo que dices-le dije yo-. Aunque me hace fuerza lo que dice<br />

Alipio: que muy bien puede enseñarse la cualidad de una cosa que no se entiende y los<br />

daños que acarrea a la mente que la desconoce, y mirando también cómo ha tenido reparo<br />

en decir lo que tú dices (siéndole conocida esta sentencia por los libros de algunos autores<br />

graves), no obstante, cuando considero los sentidos del cuerpo, que son instrumentos dé


que usa el alma, y me suministran algún elemento de comparación con el entendimiento,<br />

no puedo menos que confesar que nadie puede ver las tinieblas. Por lo cual, si es a la<br />

mente el entender lo que a los sentidos el ver, y aunque uno tenga los ojos sanos,<br />

abiertos y puros, con todo, no puede ver las tinieblas, no habrá ningún absurdo en decir<br />

que no puede entenderse la estulticia, porque ella forma las tinieblas de la mente. Ni hará<br />

dificultad cómo pueda ser evitada la necedad sin haberla conocido. Pues así como con los<br />

ojos evitamos las tinieblas queriendo ver, de igual modo el que quiera evitar la necedad no<br />

se esfuerce por entenderla, sino aplique su atención a las cosas que pueden entenderse y<br />

de cuyo conocimiento le priva la ignorancia y téngala como presente, no porque en ella se<br />

entienda más, sino como un impedimento que le hace entender menos otras cosas.<br />

CAPÍTULO IV<br />

Si el hombre, haciendo mal, obra con orden. - Los males ordenados contribuyen al decoro<br />

del universo<br />

11. Pero volvamos al orden, para que alguna vez nos sea restituido Licencio. Ahora, pues,<br />

os pregunto si todo lo que obra el necio se hace también con orden. Observad la trampa<br />

que hay en la pregunta. Una respuesta afirmativa tira por tierra vuestra definición: el<br />

orden es por el que Dios hace todas las cosas, si también el necio obra con el mismo orden<br />

todo cuanto hace. Y si falta el orden en las cosas hechas neciamente, hay, sin duda, algo<br />

fuera del orden y éste no es universal; y ninguna de las dos cosas os agrada. Cuidad, os<br />

ruego, de no embrollarlo todo con pretexto de defender el orden.<br />

Como Licencio estaba ausente todavía, tomó su vez Trigecio, respondiendo:<br />

- Fácil me parece desbaratar tu objeción, pero no me ocurre ahora ningún símil para<br />

ilustrar mi pensamiento con más fuerza y claridad. Yo expondré mis ideas y tú las<br />

completarás con la luz de tu ingenio. Pues gran servicio ha prestado la comparación de las<br />

tinieblas para declarar lo que yo había formulado oscuramente. Aunque la vida inconstante<br />

de los necios no se halla ordenada por ellos mismos, sin embargo, la divina Providencia la<br />

encaja dentro de un orden y la asienta como en ciertos lugares dispuestos por su ley<br />

inefable y eterna, sin permitirle estar donde no debe. Y así considerada en sí misma con<br />

un espíritu estrecho, nos ofende y asquea por su fealdad. Pero si levantamos y<br />

extendemos los ojos de la mente a la universalidad de las cosas, nada hallaremos que no<br />

esté ordenado y ocupando un lugar distinto y acomodado.<br />

12. -¡Cuántas ideas sublimes-respondí yo-, cuántas verdades admirables me comunica por<br />

vuestra boca nuestro Dios, y no sé qué orden oculto de las cosas, según cada vez más me<br />

inclino a creer! Porque me estáis diciendo unas cosas que no sé cómo pueden decirse sin<br />

haberlas intuido ni cómo las conocéis. ¡Tan altas y verdaderas me parecen! ¿Y buscabas tú<br />

un símil para dar resalte a tu pensamiento? A mí me ocurren a granel, confirmándome en<br />

la verdad que has dicho. ¿Qué cosa más horrible que un verdugo? ¿Ni más truculento y<br />

fiero que su ánimo? Y, sin embargo, él tiene lugar necesario en las leyes y está<br />

incorporado al orden con que se debe regir una sociedad bien gobernada. Es un oficio<br />

degradante para el ánimo, pero contribuye al orden ajeno castigando a los culpables. ¿Qué<br />

cosa mas sórdida y vana que la hermosura y las torpezas de las meretrices, alcahuetes y<br />

otros cómplices de la corrupción? Suprime el lenocinio de las cosas humanas y todo se<br />

perturbará con la lascivia; pon a las meretrices en el lugar de las matronas, y todo<br />

quedará envilecido, afeado y mancillado. Así, pues, esta clase de hombres de vida<br />

desordenada se reduce a un vilísimo lugar por las leyes del orden. ¿No hay también en los<br />

animales algunos miembros que mirados por sí mismos, sin la conexión que tienen con el<br />

organismo entero, nos repugnan? Sin embargo, el orden de la Naturaleza ni los ha<br />

suprimido, por ser necesarios, ni los ha colocado en un lugar preeminente por causa de su<br />

deformidad, porque ellos, aun siendo deformes y ocupando su lugar, enaltecen el de los<br />

miembros más nobles. ¿Qué cosa más atrayente, qué espectáculo más propio de una<br />

granja campestre, como la riña y contienda de los gallos mencionados en el libro anterior?<br />

Y con todo, ¡ qué abominable nos pareció la deformidad del vencido! Y, sin duda, ella<br />

contribuyó también a un aumento del interés del combate.<br />

13. Así son todas las cosas, en mi opinión; pero su comprensión exige una mirada<br />

perspicaz. Los poetas estiman los barbarismos y solecismos, prefiriendo, con disfrazados<br />

nombres llamarlos figuras y metaplasmos a evitar vicios manifiestos. Quitad a la poesía


esas libertades, y echaremos en falta un condimento gratísimo. Prodigadlas con demasía y<br />

todo será acre, podrido, rancio y fastidioso. Trasladadlas a la conversación libre y forense,<br />

y ¿quién no las mandará que se retiren al teatro? El orden, pues, que todo lo modera y<br />

enfrena, ni permitirá su excesivo empleo donde se puede, ni su uso en cualquier parte.<br />

Intercalando un estilo humilde y algo descuidado, se embellecen los pasos y lugares<br />

venustos. Pero si predomina en todo el discurso, se desprecia como vil; si falta, no relucen<br />

tanto los pasajes bellos ni dominan, por decirlo así, en sus dominios y posesiones; su<br />

propio brillo los oscurece y todo es confusión.<br />

CAPÍTULO V<br />

Cómo se ha de curar el error de los que creen que las cosas no están regidas con orden<br />

Aquí también hemos de mostrarnos muy agradecidos al orden. Pues ¿quién no teme y<br />

detesta las conclusiones engañosas o que se deslizan furtivamente con paulatinas<br />

adiciones y sustracciones para introducir el error? ¿ Quién no las aborrece? Con todo, en<br />

las disputas, debidamente colocadas en sus lugares, tanto pueden que no sé cómo por<br />

ellas hasta el mismo engaño nos resulta agradable. ¿No se alabará también aquí el orden?<br />

14. Si pasamos a la música, a la geometría, a los movimientos de los astros, a las leyes<br />

de los números, de tal modo el orden impera en ellos, que si alguien quiere ver, por<br />

decirlo así, su fuente y su santuario, o lo descubre en ellos o por ellos, es guiado sin error<br />

hasta él. La erudición adquirida en estas disciplinas, usada moderadamente-pues nada<br />

más temible que lo excesivo-, forma tales discípulos y maestros en la filosofía que por<br />

doquier volarán y llegarán, llevándose a muchos consigo, hasta aquel sumo modo, fuera<br />

del cual ni se puede ni se debe exigir más. Y desde allí cuando todavía vive en medio de<br />

las cosas de la vida humana, ha de mirarlas con menosprecio y discernirlas bien, sin<br />

dejarse impresionar por cuestiones particulares; como, por ejemplo: por qué uno carece<br />

de hijos, cuando desea tenerlos y al otro le aflige tanto la excesiva fecundidad de la<br />

esposa; por qué éste anda tan escaso de dinero, siendo tan liberal en sus deseos, y el<br />

usurero, macilento y roñoso, lo incuba enterrándolo en los fosos de la tierra; por qué la<br />

lujuria dilapida y derrocha tan cuantiosos patrimonios, y el mendigo, a fuerza de lágrimas,<br />

apenas logra unos ochavos; por, qué es encumbrado a los.honores este indigno; por qué<br />

hay ocultas ejemplares costumbres en la multitud anónima.<br />

15. Estas y otras parecidas cuestiones que se ventilan en la vida humana impulsan<br />

muchas veces a los hombres a creer impíamente que 'no estamos gobernados por el orden<br />

de la Providencia, mientras otros, piadosos y buenos y dotados de espléndido ingenio, no<br />

pudiendo creer que estemos abandonados del sumo Dios, con todo, envueltos en la bruma<br />

y en la confusa riolada de tantas cosas, no aciertan a ver ningún orden y quieren que se<br />

les descubran las causas ocultísimas, y recurren a la poesía para cantar sus lamentos y<br />

errores. Los cuales no hallarán una satisfactoria respuesta ni para esta sencilla cuestión: ¿<br />

por qué los italianos piden siempre inviernos serenos y nuestra miserable Getulia se<br />

muere de sed? ¿Quién puede responder a esto? ¿O dónde se pueden descifrar y conjeturar<br />

los motivos de semejante disposición? Pero yo, si algo.valen mis amonestaciones para mis<br />

discípulos, creo que deben educarse antes en aquellas artes liberales; de otro modo no<br />

puede aspirarse a la luminosa aclaración de estos problemas. Pero si los detiene la pereza,<br />

la preocupación de los negocios seculares o la falta de capacidad, entonces acójanse al<br />

baluarte seguro de la fe, y con vínculos los atraiga a sí, librándolos de los males horrendos<br />

y oscurísimos, Aquel que no permite que se pierda nadie, si cree en Él adhiriéndose a los<br />

divinos misterios.<br />

16. Un doble camino, pues, se puede seguir para evitar la obscuridad que nos circuye: la<br />

razón o la autoridad. La filosofía promete la razón, pero salva a poquísimos, obligándolos,<br />

no a despreciar aquellos misterios, sino a penetrarlos con su inteligencia, según es posible<br />

en esta vida. Ni persigue otro fin la verdadera y auténtica filosofía sino enseñar el principio<br />

sin principio de todas las cosas, y la grandeza de la sabiduría que en Él resplandece, y los<br />

bienes que sin detrimento suyo se han derivado para nuestra salvación de allí. A este Dios<br />

único, omnipotente, tres veces poderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, nos lo dan a<br />

conocer los sagrados misterios, cuya fe sincera e inquebrantable salva a los pueblos,<br />

evitando la confusión de algunos, y el agravio de otros. Y la sublimidad del misterio de la<br />

encarnación, por la que Dios tomó nuestro cuerpo, viviendo entre nosotros, cuanto más vil<br />

parece, tanto mejor ostenta la clemencia divina, y resulta más remota e inasequible a la


soberbia de los hombres de ingenio.<br />

17. ¿Y no os parece que pertenece a un elevado orden el aprender y conocer el origen del<br />

alma, su destino en, este mundo, su diferencia de Dios, la porción propia que alterna con<br />

ambas naturalezas, en qué sentido muere y cómo se demuestra su inmortalidad? Temas<br />

son éstos cuyo estudio reclama un orden grave y cierto, del que hablaremos después si ha<br />

lugar. Yo quiero ahora grabéis bien en vuestro ánimo lo siguiente: si alguien,<br />

temerariamente y sin ordenar bien sus conocimientos de las artes, se atreve a entrar en<br />

este campo, es más bien curioso que estudioso, más crédulo que docto, más temerario<br />

que precavido. Así, pues, me lleno de asombro-pero véome obligado a confesarlo-cómo<br />

habéis podido responder tan bien y con tanto tino a las cuestiones que os he propuesto.<br />

Pero veamos hasta dónde puede progresar vuestra secreta intención. Ya podemos<br />

escuchar también las palabras de Licencio, a quien no sé qué prolija ocupación le ha<br />

arrebatado de.nuestra presencia y de nuestro discurso, de modo que leerá esta parte de<br />

nuestro escrito con la misma novedad con que nuestros amigos ausentes. Pero vuelve ya a<br />

nosotros, Licencio, y presta toda tu atención, porque para ti hablo. Diste por buena mi<br />

definición y quisiste enseñarme, según interpreto tus palabras, en qué consiste el estar<br />

con Dios, con quien permanece inmutablemente unida la mente del sabio.<br />

CAPÍTULO VI<br />

Cómo la mente del sabio está inmóvil<br />

18. Pero me turba la siguiente dificultad: mientras el sabio se halla en este mundo, no<br />

puede negarse que vive en el cuerpo; ¿cómo, pues, moviéndose corporalmente de una<br />

parte a otra, puede permanecer inmóvil su mente? De este modo podríase decir también<br />

que los hombres embarcados en una nave no se mueven con el movimiento de la misma,<br />

si bien sabemos que ellos la dirigen y gobiernan. Aunque sólo con el pensamiento la<br />

dirigiesen, llevándola a donde les plazca, con todo, al moverse ella, no puede menos de<br />

afectarles el movimiento a todos los que van dentro.<br />

-No está el alma en el cuerpo de modo que éste mande en aquélla-objetó Licencio.<br />

-Ni yo digo eso; pero tampoco el caballero va en el caballo de modo que éste mande en<br />

aquél, y, sin embargo, aunque gobierna al animal, no puede menos de moverse con él.<br />

-Puede estar sentado inmóvil-replicó él.<br />

-Así nos vas a obligar a definir el movimiento; y si te atreves, hazlo.<br />

-Quede para ti hacerme ese favor, pues sigue en pie mi ruego, y no me preguntes otra vez<br />

si me gusta definir. Cuando lo pueda hacer, ya te lo manifestaré.<br />

Dicho esto vino a nosotros corriendo un muchacho de la casa, a quien habíamos dado este<br />

encargo, diciéndonos que era la hora de comer.<br />

Entonces dije yo:<br />

-Este muchacho nos obliga no a definir qué sea el movimiento, sino a verlo con nuestros<br />

propios ojos. Vayamos, pues, y de este lugar nos traslademos a otro. Porque no otra cosa<br />

es, según pienso, el moverse.<br />

Se rieron ellos y nos retiramos de allí.<br />

DISPUTA SEGUNDA<br />

19. Terminada la comida, porque el cielo se había cubierto de nubes nos fuimos a sentar<br />

en el lugar acostumbrado de los baños. Y yo comencé:<br />

-¿Concedes, pues, Licencio, que el movimiento es el tránsito de un lugar a otro?<br />

-Sí.<br />

- ¿Concedes igualmente que nadie puede hallarse en un lugar donde no había estado


antes sin haberse movido?<br />

-No entiendo lo que dices.<br />

-Si una cosa ha estado en un lugar antes y ahora se halla en otro, ¿concedes que se ha<br />

movido?<br />

-Ciertamente.<br />

-Luego-le dije yo-, ¿puede un sabio estar aquí corporal-mente presente con nosotros y su<br />

ánimo ausente?<br />

-Creo que es posible.<br />

-¿Y podría suceder eso aunque hablase con nosotros y nos comunicase su doctrina?<br />

-Aunque nos comunicase su sabiduría, no diría que estaba con nosotros, sino consigo<br />

mismo.<br />

-¿Luego no en su cuerpo?<br />

-No.<br />

-Pues entonces aquel cuerpo que yo he llamado vivo, ¿no sería un cadáver?-le objeté yo.<br />

-No sé cómo explicarme. Porque comprendo que no puede haber un organismo vivo sin su<br />

alma, y no puedo decir que el alma del sabio, hállese donde se halle su cuerpo, no está<br />

con Dios.<br />

-Yo te ayudaré a explicar eso. Tal vez porque Dios está presente en todas partes,<br />

adondequiera que vaya el sabio, allí encuentra a Dios con quien estar. Y así podemos<br />

afirmar que él se mueve localmente y siempre está con Dios.<br />

-Confieso que su cuerpo se ha trasladado de un lugar a otro, pero niego que su mente se<br />

mueva, si realmente es sabio.<br />

CAPÍTULO VII<br />

Cómo había orden antes de venir el mal<br />

20. -Cedo en esta ocasión-le dije-para que no estorbe nuestra marcha un problema<br />

obscurísimo que debe tratarse largamente con suma cautela. Mas como ya hemos definido<br />

qué es estar con Dios, veamos ahora si podemos saber qué es hallarse sin Dios, aunque la<br />

tengo ya por cosa manifiesta. Seguramente dirás que están sin Dios todos los que no<br />

están con Dios.<br />

-Si yo tuviera tu facundia-respondió Licencio-, te diría tal vez una cosa grata. Pero soporta<br />

mi balbuceo infantil y con mente veloz penetra en las mismas cosas. Porque los tales no<br />

me parecen que están con Dios, y, sin embargo, son poseídos por Él. Así no puedo decir<br />

que están sin Dios aquellos a quienes posee Dios. Ni digo que están con Dios, porque ellos<br />

no tienen a Dios. Pues ya definimos en la amenísima conversación de tu natalicio que<br />

poseer a Dios equivale a gozarle. Con todo, te confieso que me asustan estas<br />

proposiciones contrarias como son el no estar ni separado de Dios ni unido con Él.<br />

21. -No te inquiete por ahora eso. Habiendo acuerdo sobre las cosas, no repares en las<br />

palabras. Volvamos por fin a la definición del orden. Orden has dicho que es la regla con<br />

que Dios dirige todas las cosas. Pero ninguna cosa hay que no la haga Él; por eso, según<br />

crees, nada puede hallarse fuera del orden.<br />

-Sigo firme en mi opinión; pero ya adivino lo que vas a decir: si Dios hace también las<br />

cosas mal hechas.<br />

-Muy bien-le dije-; has clavado tus ojos en mi pensamiento. Pero como has adivinado mi


objeción, adivina también mi respuesta.<br />

Y él, moviendo la cabeza y hombros, dijo:<br />

-Estoy agitado.<br />

En aquel momento llegó allí la madre. Y él pidió después de un rato de silencio que le<br />

repitiese la pregunta, pues no había notado que Trigecio había respondido ya. Yo le dije<br />

entonces:<br />

-¿A qué repetir lo que está dicho? "No hagas lo que está hecho", dice el refrán. Infórmate<br />

después por la lectura dé lo que tratamos entonces, si no pudiste oírnos. Disimulé aquella<br />

ausencia de nuestro discurso, aun siendo larga, para no impedirte de lo que hacías por ti<br />

mismo, atento a tus ideas, lejos de nosotros, y para proseguir los razonamientos que<br />

habían de conservarse por escrito.<br />

22. Ahora te pregunto lo que no hemos discutido minuciosamente hasta aquí. Pues cuando<br />

en un principio no sé qué orden nos dio ocasión para tratar esto, recuerdo que dijiste que<br />

era la justicia de Dios la que separa buenos y malos, dando a cada uno lo suyo. No hay, a<br />

mi parecer, más clara definición de la justicia. Así, pues, te ruego me respondas a esto: ¿<br />

te parece que Dios dejó de ser justo alguna vez?<br />

-Nunca-respondió.<br />

-Luego si Dios fue siempre justo, siempre coexistieron el bien y el mal.<br />

-También me parece a mí legítima la consecuencia-dijo la madre-. No habiendo malos, no<br />

podía ejercitarse la justicia de Dios; y si alguna vez no retribuyó a buenos y malos según<br />

su merecido, no parece que fuese justo entonces.<br />

-Luego si es verdad esa opinión-dijo Licencio-, ¿tendremos que decir que el mal es eterno?<br />

-No me atrevo a decir eso-respondió ella.<br />

-Pues ¿a qué nos atenemos?-les dije yo-. Si Dios es justo, porque juzga entre buenos y<br />

malos, cuando no había malos, no era justo.<br />

Hubo silencio aquí, y notando que Trigecio quería intervenir, le di permiso.<br />

Y dijo lo siguiente:<br />

-Ciertamente, Dios era justo, porque podía discriminar lo bueno de lo malo en caso de<br />

existir, y por esa potestad era ya justo. Pues cuando decimos que Cicerón prudentemente<br />

descubrió la conjuración de Catilina y que por la templanza se mantuvo insobornable para<br />

perdonar a los culpables, condenándolos justamente al último suplicio con la autoridad del<br />

Senado, soportando con fortaleza los dardos de los enemigos, y, como dijo él, todo el peso<br />

del odio, no significa esto que le hubieran faltado dichas virtudes a no haber maquinado<br />

Catilina un plan tan funesto para la república. Porque la virtud hay que estimarla en sí<br />

misma en el hombre, no al trasluz de esta clase de obras; pues, ¿ cuánto más en Dios?, si<br />

es que es lícito en el aprieto y penuria de nuestras palabras comparar las cosas divinas<br />

con las humanas. Pues para comprender cómo Dios era justo siempre, al comenzar el mal<br />

y discriminarlo del bien, sin ninguna demora dio a cada cual lo suyo; no tenía necesidad de<br />

aprender lo que era la justicia, sino de usar la que siempre tuvo.<br />

23. Habiendo asentido a esto mi madre y Licencio, yo intervine:<br />

-¿Qué dices a esto, Licencio? ¿Dónde está lo que con tanto ahínco defendías, esto es. que<br />

nada se hace fuera del orden? Lo que dio lugar al origen del mal no se hizo por orden de<br />

Dios, sino que al nacer el mal fue sometido al orden divino.<br />

Y él, admirándose y molestándose de que se le escapase de las manos una causa tan<br />

noble, dijo:<br />

-Absolutamente sostengo que comenzó el orden cuando tuvo origen el mal.


-Luego el origen del mal no se debe al orden-dije-, si el orden comenzó a existir después<br />

del mal. Pero siempre estaba el orden en Dios; y o siempre existió la nada, que es el mal,<br />

o si alguna vez comenzó, puesto que el orden o es un bien o procede del bien, nada hubo<br />

ni habrá jamás sin orden. No sé qué razón más adecuada se me ha ofrecido, pero me la<br />

arrebató el olvido, lo cual creo ha sucedido por el mérito, la condición o el orden de mi<br />

vida.<br />

-Ignoro cómo se me ha deslizado una sentencia que ahora desecho-insistió él-, porque no<br />

debí haber dicho que después del mal comenzó el orden; antes bien, se ha de creer que<br />

siempre estuvo en Dios, como ha sostenido Trigecio, la divina justicia y que no vino a<br />

aplicarse hasta que hubo males.<br />

-Vuelves a caer en el cepo-le contesté yo-, siempre permanece inconcuso lo que no<br />

quieres; porque haya estado el orden en Dios o haya comenzado a coexistir con el mal,<br />

siempre resulta que el mal nació fuera del orden. Y si concedes esto, debes igualmente<br />

confesar que puede hacerse algo contra el orden; y con esto se debilita y cae por tierra tu<br />

causa; si no lo concedes, parece que el mal se origina del orden de Dios, y entonces le<br />

confiesas autor de los males, lo cual es una impiedad horrible.<br />

Habiéndose repetido esto tantas veces, porque no lo entendía o simulaba no entenderlo,<br />

cerró la boca y guardó silencio.<br />

Entonces dijo la madre :<br />

-Yo creo que algo puede hacerse fuera del orden de Dios, porque el mismo mal que se ha<br />

originado no ha nacido del orden divino; pero la divina justicia no le ha consentido estar<br />

desordenado y lo ha reducido y vinculado al orden conveniente.<br />

24. Viendo yo aquí con qué afán y entusiasmo buscaban todos a Dios, pero sin tener un<br />

concepto claro del orden, con que se llega a la inteligencia de su inefable Majestad, les<br />

dije:<br />

-Os ruego que, si amáis mucho el orden, no permitáis en vosotros ninguna precipitación ni<br />

desorden. Pues si bien una secretísima razón nos promete demostrar que nada se hace<br />

fuera del orden divino, con todo, si al maestro de escuela viésemos empeñado en enseñar<br />

a un niño el silabario antes de darle a conocer las letras, no digo que sería digno de risa y<br />

un necio, sino un loco de atar, por no guardar el método de la enseñanza. Y cosas de este<br />

género cometen a granel los ignorantes, que son reprendidos y burlados por los doctos, y<br />

los dementes, censurados hasta por los necios; y, sin embargo de que aun todas estas<br />

cosas, tenidas como perversas, no se exorbitan de un orden divino, promete evidenciarlo a<br />

las almas amantes de Dios y de sí mismas una disciplina elevada y remotísima del alcance<br />

de la multitud, comunicándoles una certeza superior a la que ofrecen las verdades de la<br />

matemática.<br />

CAPÍTULO VIII<br />

Se enseñan a los jóvenes los preceptos de la vida y el orden de la erudición<br />

25. Esta disciplina es la misma ley de Dios, que, permaneciendo siempre fija e inconcusa<br />

en Él, en cierto modo se imprime en las almas de los sabios; de modo que tanto mejor<br />

saben vivir y con tanta mayor elevación, cuanto más perfectamente la contemplan con su<br />

inteligencia y la guardan con su vida. Y esa disciplina a los que desean conocerla les<br />

prescribe un doble orden, del que una parte se refiere a la vida y otra a la instrucción.<br />

Los jóvenes dedicados al estudio de la sabiduría se abstengan de todo lo venéreo, de los<br />

placeres de la mesa, del cuidado excesivo y superfluo ornato de su cuerpo, de la vana<br />

afición a los espectáculos, de la pesadez del sueño y la pigricia, de la emulación,<br />

murmuración, envidia, ambición de honra y mando, del inmoderado deseo de alabanza.<br />

Sepan que el amor al dinero es la ruina cierta de todas sus esperanzas. No sean ni flojos ni<br />

audaces para obrar. En las faltas de sus familiares no den lugar a la ira o la refrenen de<br />

modo que parezca vencida. A nadie aborrezcan. Anden alerta con las malas inclinaciones.<br />

Ni sean excesivos en la vindicación ni tacaños en perdonar. No castiguen a nadie sino para<br />

mejorarlo, ni usen la indulgencia cuando es ocasión de más ruina. Amen como familiares a


todos los que viven bajo su potestad. Sirvan de modo que se avergüencen de ejercer<br />

dominio; dominen de modo que les deleite servirles. En los pecados ajenos no importunen<br />

a los que reciban mal la corrección. Eviten las enemistades con suma cautela, súfranlas<br />

con calma, termínenlas lo antes posible. En todo trato y conversación con los hombres<br />

aténganse al proverbio común: "No hagan a nadie lo que no quieren para sí". No busquen<br />

los cargos de la administración del Estado sino los perfectos. Y traten de perfeccionarse<br />

antes de llegar a la edad senatorial, o mejor, en la juventud. Y los que se dedican tarde a<br />

estas cosas no crean que no les conciernen estos preceptos, porque los guardarán mejor<br />

en la edad avanzada. En toda condición, lugar, tiempo, o tengan amigos o búsquenlos.<br />

Muestren deferencia a los dignos, aun cuando no la exijan ellos. Hagan menos caso de los<br />

soberbios y de ningún modo lo sean ellos. Vivan con orden y armonía; sirvan a Dios; en Él<br />

piensen; búsquenlo con el apoyo de la fe, esperanza y caridad. Deseen la tranquilidad y el<br />

seguro curso de sus estudios y de sus compañeros; y para sí y para cuantos puedan, pidan<br />

la rectitud del alma y la tranquilidad de la vida.<br />

CAPÍTULO IX<br />

Dos medios para aprender: la autoridad y la razón<br />

26. Faltan ahora que exponer las normas con que han de instruirse los que ya aprendieron<br />

a vivir bien. Dos caminos hay que nos llevan al conocimiento: la autoridad y la razón. La<br />

autoridad precede en el orden del tiempo, pero en realidad tiene preferencia la razón.<br />

Porque una cosa es lo que se prefiere en el orden ejecutivo y otra lo que se aprecia más<br />

en el orden de la intención. Así, pues, si bien a la multitud ignorante parece más saludable<br />

la autoridad de los buenos, la razón es preferida por los doctos.<br />

Mas como todo hombre sin duda se hace docto de indocto y ningún indocto conoce la<br />

disposición y la docilidad dé vida con que debe ponerse bajo la dirección de los maestros,<br />

resulta que a todos cuantos desean llegar al conocimiento de las grandes y ocultas<br />

cuestiones, la autoridad les abre la puerta. Y una vez que entró sin ninguna hesitación<br />

observa los mejores preceptos morales, y capacitado por ellos, al fin verá cuan razonables<br />

son las cosas que abrazó sin comprender aún; y qué es la razón, a la que sigue con<br />

firmeza y seguridad después de dejar la cuna de la autoridad; y qué el entendimiento,<br />

donde están todas las cosas, o más bien, él es todas ellas; y cuál es el principio de todas<br />

las cosas, y cómo es superior al universo. A estos conocimientos llegan pocos en esta vida,<br />

y en la otra no puede aspirarse a otros mejores.<br />

Mas a quienes, contentándose sólo con la autoridad, se esfuerzan por alcanzar la práctica<br />

de una vida buena y morigerada, sea por desdén, sea por dificultad de imbuirse en las<br />

disciplinas liberales, no sé cómo llamarlos bienaventurados en ésta vida; pero creo, sin<br />

duda, que al dejar el cuerpo mortal, cuanto mejor o peor vivieron, tanto más fácil o<br />

difícilmente alcanzarán su liberación,<br />

27. La autoridad puede ser divina y humana; la divina es la verdadera, firme y suprema. Y<br />

al buscarla se ha de temer la maravillosa potencia de engañar que tienen los demonios,<br />

pues por medio de la adivinación de cosas relativas a la percepción sensible y por algunas<br />

obras han logrado engañar fácilmente a las almas amigas de sortilegios, ambiciosas de<br />

mando o temerosas de milagros vanos.<br />

Aquélla es la verdadera autoridad divina que no sólo trasciende con signos sensibles toda<br />

humana potestad, sino que, actuando sobre el nombre, le manifiesta cómo se abatió por él<br />

y le manda librarse de la tiranía de los sentidos y aun de los mismos milagros sensibles<br />

elevarse a su interpretación espiritual, demostrándole a la par cuánto puede él obrar aquí<br />

y por qué puede todo esto y lo poco que lo estima. Ha dé descubrir con sus milagros el<br />

poder, y con la humildad su clemencia, y su naturaleza con mandatos, cosas todas que se<br />

nos enseñan más íntima y seguramente en las verdades sagradas en que estamos<br />

iniciándonos, pues por ellas la vida de los buenos se purifica muy fácilmente, no con<br />

rodeos de disputas, sino con la autoridad de los misterios.<br />

La autoridad humana, en cambio, engaña muchas veces; y en ella aventajan<br />

particularmente, según el aprecio de los ignorantes, los que dan muchos indicios de la<br />

verdad de su doctrina, conformando su enseñanza con el ejemplo. Y si a esto se agrega<br />

que tienen algunos bienes de fortuna, cuyo uso los engrandece y les granjea reverencia,


será muy difícil que quien dé crédito a sus preceptos de buen vivir sea digno de censura.<br />

28. Aquí dijo Alipio:<br />

CAPÍTULO X<br />

Pocos cumplen los preceptos de la vida<br />

-Una grandiosa imagen de la vida, tan completa como breve, acabas de trazar ante<br />

nuestros ojos, y aunque aspiremos a ella por tus consejos diarios, hoy nos hemos<br />

enardecido, y nos has hecho más entusiastas. A esta clase de vida desearía que<br />

llegásemos no sólo nosotros, sino todos los hombres, a ser posible, y que a ella se<br />

abrazasen, si, como son tan fáciles de entender, lo fueran de practicarse estos consejos.<br />

Pues no sé cómo-y Dios aparte de nosotros esta desgracia-el espíritu humano, al oír tales<br />

cosas, las proclama celestiales, divinas y absolutamente verdaderas; pero en la práctica<br />

sucede otra cosa; de tal modo, que me parece que para cumplir estos preceptos se<br />

requieren hombres divinos o que cuenten con un divino auxilio para ello.<br />

Yo le respondí:<br />

-Los anteriores preceptos del arte de vivir, que, como siempre, te placen a ti tanto, Alipio,<br />

aunque los he expresado yo oportunamente con mis palabras, tú sabes muy bien que no<br />

son invención mía. Están entresacados de los libros de los grandes ingenios y de hombres<br />

excelentísimos; hago esta observación no por ti, sino por los jóvenes, para que no los<br />

menosprecien, tomándolos por cosa mía. Porque no quiero que ellos me crean a mí sino<br />

cuando razono y pruebo lo que les digo; y este mismo discurso, que tú has intercalado<br />

aquí, creo que contribuirá a inflamar su entusiasmo en asunto de tanta gravedad. Para ti<br />

sé que no son difíciles de seguir dichos preceptos, pues con tanta avidez los has<br />

arrebatado y con tan generoso ímpetu has entrado en ellos que, si bien yo soy para ti<br />

maestro de las palabras, tú eres para mí maestro de ejemplo. No hay aquí motivo alguno<br />

de adularte, porque no creo que tú te hagas más estudioso con una falsa alabanza, y por<br />

otra parte los presentes nos conocen a ambos, y este escrito irá dirigido al que a todos<br />

nos conoce.<br />

29. Si me atengo a tus palabras, para ti es más escaso que para mí el número de los<br />

hombres rectos y sanos y de óptimas costumbres; pero repara en que muchos se hallan<br />

ocultos, y en los muchos que no se ocultan, lo más admirable en ellos está escondido a la<br />

vista: se trata de cosas del espíritu, el cual es inaccesible directamente a los sentidos, y<br />

muchas veces, mezclándose en la conversación de los hombres viciosos, dice cosas que<br />

parece aprobar o desear. Obra igualmente muchas cosas contra su gusto o para evitar el<br />

odio de los hombres o para huir de sus majaderías; y al informarnos de esto, formamos<br />

juicio diferente del que nos podían sugerir los sentidos. De donde resulta que a muchos no<br />

los creemos cuales son para sí mismos y sus familiares. Podrás persuadirte de lo dicho por<br />

el conocimiento que sólo tenemos nosotros de las excelentes cualidades de algunos<br />

amigos nuestros. Nace este error de que muchos de improviso se convierten y dedican a<br />

una admirable vida, y mientras no se manifiesta por algunos hechos relevantes, no se<br />

cambia sobre ellos la antigua reputación. Para no ir muy lejos, ¿quién, habiendo conocido<br />

a estos jóvenes, creerá fácilmente que con tanto arrojo se han lanzado al estudio de las<br />

más graves cuestiones, renunciando a la vida mundana y placeres? Desterremos, pues,<br />

esta opinión de nuestro ánimo, pues aquel divino socorro a que antes aludías<br />

religiosamente al fin de tu discurso desempeña el oficio de su clemencia por todos los<br />

pueblos con más amplitud y generosidad de lo que muchos creen. Y volvamos, si os place,<br />

al orden de nuestra discusión, y porque hemos hablado bastante de la autoridad, veamos<br />

lo que la razón exige.<br />

CAPÍTULO XI<br />

Qué es la razón.-Sus vestigios en el mundo sensible. diferencia entre lo racional y lo<br />

razonable<br />

30. Razón es el movimiento de la mente capaz de discernir y enlazar lo que conoce;<br />

guiarse de su luz para conocer a Dios y el alma que está en nosotros o en todas partes es<br />

privilegio concedido a poquísimos hombres; y la causa es porque resulta difícil al que anda


desparramado en las impresiones de los sentidos entrar en sí mismo. Así, pues, como los<br />

hombres se esfuerzan por obrar con la razón en todo, aun en las mismas cosas falaces,<br />

son raros los que conocen la razón y sus cualidades. Hecho extraño, pero innegable. Basté<br />

por ahora con lo dicho, porque si me propusiera dilucidaros, como merece, materia tan<br />

excelente, sería tan inepto como arrogante, aunque sólo presumiese conocerla. No<br />

obstante, según se ha dignado manifestarse en cosas conocidas por nosotros,<br />

indaguémosla, si podemos, porque así lo exige el desarrollo de nuestro discurso.<br />

31. Y primero veamos a qué cosas se aplica ordinariamente esta palabra razón. Y nos<br />

interesa mucho saber que el hombre fue definido por los antiguos sabios así: el hombre es<br />

un animal racional, mortal. Puesto el género de animal, le han agregado dos diferencias,<br />

con el fin de advertir al hombre, según yo entiendo, dónde debe refugiarse y de dónde<br />

debe huir. Pues así como el alma, extrañada de sí misma, cayó en las cosas mortales, así<br />

debe regresar y volver a la intimidad de la razón. Por ser racional, aventaja a las bestias;<br />

por ser mortal, se diferencia de las cosas divinas. Si le faltara lo primero, sería un bruto; si<br />

no se apartara de lo segundo, no podría deificarse. Pero como hombres doctísimos suelen<br />

distinguir aguda y sutilmente la diferencia que hay entre lo racional y lo razonable, quiero<br />

tomarla en cuenta, porque viene a nuestro propósito. Racional llamaron a lo que usa o<br />

puede usar de razón; razonable, lo que está hecho o dicho conforme a razón. Estos baños<br />

podemos llamarlos razonables, y también estos nuestros discursos; y racionales son el<br />

artífice de los primeros y nosotros que conversamos aquí. Así, pues, la razón procede del<br />

alma racional, y se aplica a las obras y a los discursos razonables.<br />

32. Dos cosas, pues, veo donde la fuerza y la potencia de la razón puede ofrecerse a los<br />

mismos sentidos: las obras humanas, que se ven, y las palabras, que se oyen. En ambas<br />

usa la mente de un doble mensajero, indispensable para la vida corporal: el de los ojos y<br />

el de los oídos. Así, cuando vemos una cosa compuesta de partes congruentes entre sí,<br />

decimos muy bien qué nos parece razonable. Cuando oímos también una música bien<br />

concertada, decimos que suena razonablemente. Al contrario, sería disparaté decir: huele<br />

razonablemente, o sabe razonablemente, o es razonablemente blando, a no ser que se<br />

aplique esto a cosas que con algún fin han sido procuradas por los hombres para que<br />

tuviesen tal perfume, tal sabor, tal grado de calor, etc. Como si alguien, atendiendo a la<br />

razón del fin, dice que huele razonablemente un lugar ahumado con fuertes olores para<br />

ahuyentar a las serpientes; o que una pócima que propina el médico es razonablemente<br />

amarga o dulce; o si se manda templar un baño para un enfermo, se dice que está<br />

razonablemente caliente o tibio. Pero nadie, entrando en un jardín y tomando una rosa,<br />

exclama: " ¡Qué razonablemente huele esta rosa! ", aunque el médico le haya mandado<br />

olería. Pues entonces dícese que lo mandado y recetado es razonable, pero no puede<br />

llamarse así el olor de la rosa, por ser un olor natural. Cuando un cocinero prepara un<br />

manjar, podemos decir que está razonablemente guisado; pero decir que sabe<br />

razonablemente no lo consiente la costumbre del lenguaje, porque no hay ninguna cosa<br />

extrínseca, sino la satisfacción de un gusto presente.<br />

Preguntad a un enfermo a quien el médico ha recetado una poción por qué debe ser tan<br />

dulce, y no os dará como causa el placer que le produce; alegará el motivo de la<br />

enfermedad, que no afecta al gusto, sino al estado del cuerpo, que es cosa diversa. Pero si<br />

preguntamos a un goloso catador de algún manjar por qué es tan dulce y responde:<br />

porque me agrada, porque hallo gusto, nadie dice que es aquello razonablemente dulce, a<br />

no ser que su dulzura sea necesaria para otro fin y lo que se toma se ha hecho con este<br />

fin.<br />

33. Según hemos averiguado, pues, hallamos ciertos vestigios de la razón en los sentidos;<br />

y con respecto a la vista y el oído, hasta en lo deleitable. En la satisfacción de los demás<br />

sentidos se da este nombre no por causa del placer, sino por otro fin que prevalece con<br />

alguna obra realizada intencionadamente por un ser racional. En lo tocante a los ojos, la<br />

congruencia razonable de las partes se llama belleza, y en lo relativo a los oídos, un<br />

concierto agradable o un canto compuesto con debida armonía recibe el nombre propio de<br />

suavidad. Pero ni en las cosas bellas, cuando nos agrada un color, ni en la suavidad del<br />

oído, cuando pulsando una lira suena clara y dulcemente, acostumbramos a decir que<br />

aquello es razonable. Para decir que la razón participa del placer de estos sentidos se<br />

requiere que haya cierta proporción y armonía.<br />

34. Así, pues, cuando observamos bien en este mismo edificio todas sus partes, no puede<br />

menos que ofendernos el ver una puerta colocada a un lado, la otra casi en medio, pero no


en medio. Porque en las artes humanas, no habiendo necesidad, la desigual dimensión de<br />

las partes ofende, en cierto modo, a nuestra vista. En cambio, es cosa evidente, y que no<br />

necesita declararse con muchas palabras, cuánto nos deleitan las tres ventanas internas<br />

debidamente colocadas, a intervalos iguales dos a los lados y una en medio, para dar luz<br />

al cuarto de baño. Por lo cual, hasta los mismos arquitectos llaman razón a este modo dé<br />

disponer las partes; y dicen que las desigualmente colocadas carecen de razón.<br />

Es una forma de hablar muy difundida y que ha pasado a todas las artes y obras humanas.<br />

Y en los versos, donde también decimos que hay una razón, que pertenece al gusto de los<br />

sentidos, ¿quién no sabe que la medida y dimensión es artífice de toda su armonía? Pero<br />

en los movimientos cadenciosos de una danza, donde toda la mímica obedece a un fin<br />

expresivo, aunque cierto movimiento rítmico de los miembros deleita los ojos con su<br />

misma dimensión, con todo, se llama razonable aquella danza, porque el espectador<br />

inteligente comprende lo que significa y representa. dejando aparte el placer sensual. Si<br />

se hace una Venus alada y un Cupido cubierto con un manto, aun dándoles un maravilloso<br />

donaire y proporción de los miembros, no parece que se ofenden los ojos, pero sí el<br />

ánimo, a quien toca la interpretación de los signos. Los ojos se ofenderían privándolos de<br />

la armonía de los movimientos. Porque éste pertenecería al sentido, en el que el alma, por<br />

hallarse unida al cuerpo, percibe su deleite. Una cosa es, pues, el sentido y otra lo que se<br />

percibe por el sentido; al sentido halagan los movimientos rítmicos, y al ánimo, al través<br />

del sentido corporal, le place la agradable significación captada en el movimiento. Lo<br />

mismo se advierte más fácilmente en los oídos: lo que suena suavemente agrada al<br />

órgano sensitivo; pero los bellos pensamientos, aunque expresados por medio de voces<br />

que impresionan al oído, sólo ellos entran en la menté. Así, pues, cuando oímos aquellos<br />

versos: " Muéstrenme las musas por qué los soles invernales se apresuran tanto a bañarse<br />

en el océano y por qué se retardan las noches perezosas del estío", de diverso modo<br />

alabamos la armonía del verso y la belleza del pensamiento. Ni en el mismo sentido<br />

decimos que una armonía es bella o que una expresión es razonable.<br />

CAPÍTULO XII<br />

La razón, inventora de todas las artes.-Ocasión de los vocablos, de las letras, de los<br />

números, de la división de las letras, sílabas y palabras.-Origen de la historia<br />

35. Hay, pues, tres géneros de cosas en que se muestra la obra de la razón: uno, en las<br />

acciones relacionadas con un fin; el segundo, en el lenguaje; el tercero, en el deleite. El<br />

primero nos amonesta a no hacer nada temerariamente; el segundo, a enseñar con<br />

verdad; el tercero nos invita a la dichosa contemplación. El primero se relaciona con las<br />

costumbres; el segundo y el tercero, con las artes, de que hablamos aquí. Porque la<br />

potencia razonadora que usa, sigue o imita lo que es racional, pues por un vínculo natural<br />

está ligado el hombre a vivir en sociedad con los que tienen común la razón, ni puede<br />

unirse firmísimamente a otros, sino por el lenguaje, comunicando y como fundiendo sus<br />

pensamientos con los de ellos. Por eso vio la necesidad de poner vocablos a las cosas, esto<br />

es, fijar sonidos que tuviesen una significación, y así, superando la imposibilidad de una<br />

comunicación directa de espíritu a espíritu, valióse de los sentidos como intermediarios<br />

para unirse con los otros. Pero vio que no podían oírse las palabras de los ausentes, y<br />

entonces inventó las letras, notando y distinguiendo todos los sonidos formados por él<br />

movimiento de la boca y de la lengua. Mas no se podía hablar ni escribir aún, en medio de<br />

la multitud inmensa de cosas que se extienden a lo infinito, sin ponerles un límite fijo.<br />

Advirtió, pues, la grande necesidad del cálculo y de la numeración. De ambas invenciones<br />

nació la profesión de los calígrafos y calculadores. Era como una infancia de la gramática;<br />

según dice Varrón, comprendía los elementos de la lectura, escritura y del cálculo. Su<br />

nombre griego no recuerdo en este momento.<br />

36. Y siguiendo adelante, la razón notó los diversos sonidos que constituyen nuestro<br />

lenguaje y dan lugar a nuestra escritura, y unos piden moderada abertura dé la boca para<br />

que se produzcan limpios y fáciles, sin esfuerzo de colisión; otros se emiten con diferentes<br />

compresiones de los labios para producir el sonido: las últimas, finalmente, deben reunirse<br />

a las primeras para su formación. Y así, según el orden en que se ha expuesto, las llamó<br />

vocales, semivocales y mudas. Después combinó las sílabas, y luego agrupó las palabras<br />

en ocho clases y formas, distinguiendo con pericia y sutileza sus movimientos, integridad y<br />

enlace. Y estudiando la armonía y medidas, aplicó su atención a las diversas cantidades de<br />

las palabras y sílabas; y advirtiendo que en la pronunciación de unas se requiere doble


espacio de tiempo que en otras, clasificó las sílabas en largas y breves, y organizándolo<br />

todo, lo redujo a reglas fijas.<br />

37. Podía darse por terminada la gramática, pero como su mismo nombre reclama la<br />

profesión de las letras-de donde le viene el nombre de literatura en latín-, a ella pertenece<br />

perpetuar por escrito todo cuanto hay digno de memoria. Vino, pues, a abrazarse con ella<br />

la historia, nombre único, pero en él se encierran infinidad de cosas de múltiple variedad;<br />

y que está más llena de afanes que de gusto y de verdad y es laboriosa lo mismo para los<br />

historiadores que para los gramáticos. Porque ¿quien aguantará que se tilde de ignorante<br />

a un hombre que no ha oído hablar dé Dédalo volando por los aires y no se tache de<br />

mentiroso al que ha inventado tal fábula, de insensato al que la cree y de petulante al que<br />

promueve cuestiones sobre ella? ¡Y cuánto no compadezco a mis familiares, a quienes se<br />

les moteja de tontos por no saber responder qué nombre tenía la madre de Euríalo, y que<br />

ellos no se atrevan a tener por vanos, necios y curiosos a los que tales preguntas dirigen!<br />

CAPÍTULO XIII<br />

Origen de la dialéctica y retórica<br />

38. Una vez acabada y organizada la gramática, la razón pasó al estudio de la misma<br />

actividad pensante y creadora de las artes, porque no sólo las había reducido a cuerpo<br />

orgánico por medio de definiciones, divisiones y síntesis, sino también las defendió de todo<br />

error. Pues ¿cómo podía pasar a nuevas construcciones sin asegurarse primero de la<br />

perfección y seguridad de sus instrumentos, distinguiéndolos, notándolos, clasificándolos y<br />

creando de este modo la disciplina de las disciplinas, que es la dialéctica? Ella nos da el<br />

método para enseñar y aprender; en ella se nos declara lo que es la razón, su valor, sus<br />

aspiraciones y potencia. Nos da la seguridad y certeza de lo que sabemos.<br />

Pero como muchas veces los hombres, cuando se les persuade de las cosas buenas, útiles<br />

y honestas, no siguen el dictamen de la verdad pura, que brilla a los ojos de muy pocos,<br />

sino se van en pos del halago de los sentidos y de la propia costumbre, era necesario no<br />

sólo instruirlos según su capacidad, mas también muchas veces enardecerlos para la<br />

práctica. Llamó retórica a esta disciplina, confiándole la misión, más necesaria que<br />

sencilla, de esparcir y endeliciar al pueblo con variadísimas amenidades, atrayéndole a<br />

buscar su propio bien y provecho. Mirad hasta dónde se elevó por las artes liberales la<br />

parte racional aplicada al estudio de la significación de las palabras.<br />

CAPÍTULO XIV<br />

La música y la poesía.-Tres clases de sonidos.-Origen de la palabra "verso".-El ritmo<br />

39. Por estas gradas, la razón quiso elevarse a la contemplación beatísima de las mismas<br />

cosas divinas. Mas para no caer de lo alto buscó una escala, abriéndose camino al través<br />

de lo que poseía y había ordenado. Deseaba contemplar la hermosura que sola y con una<br />

simple mirada puede verse sin los ojos del cuerpo; pero la impedían los sentidos. Así,<br />

pues, volvió la mirada hacia los mismos sentidos, los cuales, blasonando de poseer la<br />

verdad, nos importunan con su tumulto, cuando más queremos subir arriba. Y primero<br />

comenzó por los oídos, los cuales alegaban que eran cosa de su jurisdicción las palabras,<br />

de que nacieron la gramática, la dialéctica y retórica. Pero con su maravillosa potencia de<br />

discernimiento pronto advirtió la razón la diferencia que hay entre los sonidos y la idea<br />

que expresan y que a la jurisdicción de los oídos sólo pertenecen los sonidos, agrupados<br />

en tres clases: el formado por la voz animal, el producido por el soplo del aire y el que se<br />

obtiene por percusión. Producen el primero los actores trágicos, cómicos y todos los que<br />

cantan con voz propia; el segundo, las flautas y demás instrumentos de aire; el tercero,<br />

las arpas, liras, tambores y demás instrumentos de percusión.<br />

40. Notó también que los sonidos son materia deleznable si no se distribuyen con cierta<br />

medida de tiempo y combinación de notas agudas y graves. Y volviendo a la gramática y<br />

examinando los pies y los acentos, reconoció que allí estaba el germen de lo que buscaba<br />

ahora. Y como en el desarrollo del discurso hay una casi igual distribución de sílabas<br />

breves y largas, quiso combinar con cierto orden y variedad aquellos pies y acentos; y<br />

siguiendo en esto primero a los sentidos, introdujo unas divisiones, que llamó cesura y<br />

hemistiquios. Y a fin de que el número de los pies no se multiplicase más de lo que puede


abarcar el juicio, estableció un límite y un término para que, llegado allí, se volviese, y de<br />

aquí el nombre de verso. Designó con el nombre de ritmo, que en latín equivale a número,<br />

lo que se halla distribuido y fluye con un orden racional de pies, aunque no sigue una<br />

medida uniforme. De aquí nacieron los poetas, y al considerar en ellos no sólo los efectos<br />

maravillosos que producen con la armonía de los sonidos, sino también con la fuerza de<br />

las palabras y argumentos, los honró muchísimo, otorgándoles potestad para componer<br />

toda clase de ficciones razonables. Y como traían su origen de aquella primera disciplina,<br />

permitió a los gramáticos ser sus jueces.<br />

41. En este cuarto grado, ora en los ritmos, ora en la misma modulación, se percató de<br />

que reinaban los números y que todo lo hacían ellos; investigó, pues, con suma diligencia<br />

su naturaleza, y descubrió que había números divinos y eternos, y, sobre todo, que con su<br />

ayuda había organizado todo cuanto precede. Y no podía soportar que su esplendor y<br />

pureza se ofuscase en la materia corporal de las voces; y como lo que constituye el objeto<br />

de la contemplación del espíritu siempre está presente y se aprueba como inmortal, y<br />

tales eran aquellos números; y, al contrario, los sonidos pertenecen a un orden sensible y<br />

se desvanecen en el tiempo, dejando su impresión en la memoria, por la licencia que dio<br />

la razón a los poetas para forjar mitos, se fingió que las Musas son hijas de Júpiter y de la<br />

Memoria. (¿Gozará también de semejante licencia la progenie?) Por eso esta disciplina,<br />

sensual e intelectual a la vez, se llamó música.<br />

CAPÍTULO XV<br />

La geometría y la astronomía<br />

42. De aquí pasando a los dominios de los ojos y recorriendo cielos y tierra, advirtió que<br />

nada le placía, sino la hermosura, y en la hermosura las figuras, y en las figuras las<br />

dimensiones, y en las dimensiones los números; e indagó si en lo real están las líneas y<br />

las esferas o cualquier otra forma, y figura, como se contienen en la inteligencia. Y halló la<br />

ventaja a favor de ésta, señalando la diferencia entre las figuras corporales y las ideales<br />

de la mente. Llamó geometría a la ciencia que distingue y ordena estos conocimientos. Y<br />

le admiraban mucho los movimientos del cielo, y se puso a estudiarlos diligentemente; y<br />

halló que igualmente predominaban allí las dimensiones y los números en las vicisitudes<br />

regulares de los tiempos, en los movimientos fijos y concertados de los astros, en los<br />

intervalos moderados de las distancias. Ordenó con definiciones y divisiones todos los<br />

resultados, e inventó la astronomía, grandioso espectáculo para las almas religiosas, duro<br />

trabajo para los curiosos.<br />

43. En todas estas disciplinas, doquiera le salían al encuentro proporciones numéricas,<br />

que brillaban con más evidencia y fulgor de verdades absolutas en el propio reino del<br />

pensamiento y de la intuición interior que en el mundo sensible, donde aparecían más bien<br />

como sombra y vestigios de ellas.<br />

Aquí se irguió mucho y cobró grande ánimo la razón, atreviéndose a probar que era<br />

inmortal. Estudió todo diligentemente, y se percató de su fuerza y que todo su poder<br />

estaba en la potencia de los números. Y le centelleó una maravillosa vislumbre,<br />

sospechando que ella misma era el número que regulaba todas las cosas, o si no lo era,<br />

allí estaba él como término a donde quería llegar. Lo abrazó, pues, con todas sus fuerzas,<br />

como revelador de toda la verdad, aquel de que hizo mención Alipio en la disputa contra<br />

los académicos, como de un Proteo que estaba en sus manos. Porque las imágenes falaces<br />

de las cosas que numeramos, procedentes de aquel principio secreto de toda medida y<br />

cálculo, se apoderan de nuestro espíritu y frecuentemente nos hacen perder al que<br />

teníamos asido.<br />

CAPÍTULO XVI<br />

Las artes liberales elevan el espíritu a Dios<br />

44. Quien no se deje seducir de ellas y cuanto halla disperso en las varias disciplinas lo<br />

unifica y reduce a un organismo sólido y verdadero, merece muy bien el nombre de<br />

erudito, dispuesto para consagrarse al estudio de las cosas divinas, no sólo para creerlas,<br />

sino también para contemplarlas, entenderlas y guardarlas. Al contrario, el que vive<br />

esclavizado de los apetitos, sediento de las cosas transitorias, o también el que se ha


libertado ya de ese cautiverio y vive en continencia, pero no sabe lo que es la nada, la<br />

materia informe, lo que está formado y no tiene alma, el cuerpo y la forma en el cuerpo, el<br />

espacio y el tiempo, la localización y la temporalidad; el que ignora qué es el movimiento<br />

local y el cambio, el movimiento estable y la inmortalidad; el qué no tiene idea de lo que<br />

es trascender todo lugar y todo tiempo y existir siempre, lo que es no hallarse en ninguna<br />

parte, siendo inmenso, ni encerrado en ningún límite de tiempo, siendo eterno; quien no<br />

sepa esto y se mete a investigar, no la naturaleza de Dios, a quien se conoce mejor<br />

ignorando, sino la naturaleza de la misma alma, caerá en toda clase de errores. Y más<br />

fácilmente responderá a esta clase de problemas el que tuviere conocimiento de los<br />

números abstractos e inteligibles, para cuya comprensión se requiere vigor de ingenio,<br />

madurez de edad, ocio, bienestar y vivo entusiasmo para recorrer suficientemente el<br />

orden indicado de las disciplinas liberales. Pues como esas artes se ordenan en parte al<br />

provecho de la vida, en parte a la contemplación y conocimiento dé las cosas, es<br />

dificilísimo adquirir su ejercicio, si no se emplea desde niño mucho ingenio, mucho<br />

entusiasmo y perseverancia.<br />

CAPÍTULO XVII<br />

Los ignorantes no deben dedicarse a problemas arduos<br />

45. Mas viniendo a los conocimientos que hemos menester para proseguir nuestro<br />

estudio, no te amedrente, ¡oh madre!, esta selva inmensa de cosas. Porque de todas esas<br />

artes se escogerán algunas ideas esenciales y genéricas, muy pocas en número, pero de<br />

gran eficacia y difíciles de asimilar para muchos, pero no para ti, porque tu ingenio me<br />

parece nuevo cada día, y tu espíritu, alejadísimo por la edad y templanza de todas las<br />

bagatelas y limpio de toda corrupción corporal, se ha erguido a una maravillosa altura.<br />

Para ti serán tan fáciles estas cosas como difíciles a los muy torpes de ingenio y a los que<br />

arrastran una vida miserable. Si te prometo que fácilmente llegarás al lenguaje puro de<br />

todo vicio, no te diré la verdad, porque aun a mí, obligado por mi profesión al estudio de<br />

estas cosas, los italianos me reprochan por la defectuosa pronunciación de muchas<br />

palabras. Es verdad que yo, a mi vez, les devuelvo el mismo reproche en cuanto al sonido<br />

mismo. Porque una cosa es la certeza adquirida por el conocimiento del arte, otra la<br />

seguridad lograda con el uso de la gente. En lo que toca a los llamados solecismos, tal vez<br />

quien con atención analice mis discursos los hallará, pues no ha faltado quien me ha<br />

persuadido con mucha pericia de que algunos de éstos vicios los ha cometido el mismo<br />

Cicerón. Y en nuestro tiempo se ha averiguado tal género de barbarismos, que parece<br />

bárbaro hasta el mismo discurso con qué salvó a Roma. Pero tú, menospreciando todas<br />

estas cosas pueriles o no haciendo caso de ellas, conoces de tal modo la fuerza casi divina<br />

y la naturaleza de la gramática, que parece que posees su alma, habiendo dejado su<br />

cuerpo para los eruditos.<br />

46. Lo mismo digo de las demás artes, las cuales, si totalmente desestimas, ruégote con<br />

la confianza propia de un hijo, que conserves firme y prudentemente la fe que has recibido<br />

con los sagrados misterios, y permanece firme y cuidadosamente en la vida y costumbres<br />

que has profesado.<br />

Hay problemas muy arduos y divinos; por ejemplo, cómo no siendo autor del mal y siendo<br />

omnipotente Dios, se cometen tantos males, y con qué fin creó el mundo, no teniendo<br />

necesidad de él; si el mal es eterno o comenzó con el tiempo; y si es eterno y estuvo<br />

sometido a Dios; si tal vez siempre existió el mundo donde el mal fuese dominado por un<br />

orden divino; y si el mundo comenzó a existir alguna vez, cómo antes de su existencia el<br />

mal estaba sofrenado por la potestad de Dios; y qué necesidad había de fabricar un<br />

mundo en que, para tormento de las almas, se incluyese el mal, frenado antes por el<br />

divino poder; si se supone un tiempo en que él no estaba bajo el dominio divino, qué<br />

ocurrió de improviso que no había acaecido en eternos tiempos anteriores (porque es<br />

incalificable necedad, por no decir impiedad, sostener que hubo un cambio de consejo); y<br />

si decimos que el mal fue inoportuno y hasta nocivo para Dios, según piensan algunos, no<br />

habrá docto que no se burle ni indocto que no se irrite por semejante dislate. Pues ¿qué<br />

daño pudo hacer a Dios aquella no sé qué naturaleza del mal? Si dicen que no pudo<br />

dañarle, no habrá motivo para fabricar el mundo; si pudo dañarle, es imperdonable<br />

iniquidad creer a Dios violable, sin otorgarle siquiera la potencia de esquivar el golpe de la<br />

violación. Porque creen también que las almas aquí purgan su pena, pues no admiten<br />

diferencia entre la substancia de Dios y la de ellas. Si decimos que este mundo no ha sido


creado, es una ingratitud e impiedad creerlo, porque la consecuencia será admitir que Dios<br />

no lo ha creado. Todas estas cuestiones y otras semejantes, o hay que estudiarlas con<br />

aquel orden de erudición que hemos expuesto o dejarlas enteramente.<br />

CAPÍTULO XVIII<br />

Por qué orden el alma es elevada a su propio conocimiento y al de la unidad<br />

47. Y para que nadie piense que he emprendido un tema vastísimo, lo resumo todo más<br />

llana y brevemente. Y digo que al conocimiento de todos estos problemas nadie debe<br />

aspirar sin el doble conocimiento de la buena argumentación y de la potencia de los<br />

números. Si aun esto les parece mucho, aprendan bien o la ciencia de los números o el<br />

arte de razonar bien. Si todavía les acobarda esto, ahonden en el conocimiento de la<br />

unidad numérica y de su valor, sin considerarla en la suprema ley y sumo orden de todas<br />

las cosas, sino en lo que cotidianamente sentimos y hacemos. Se afana por esta erudición<br />

la misma filosofía, y llega a la unidad, pero de un modo mucho más elevado y divino. Dos<br />

problemas le inquietan: uno concerniente al alma, el otro concerniente a Dios. El primero<br />

nos lleva al propio conocimiento, el segundo al conocimiento de nuestro origen. El propio<br />

conocimiento nos es más grato, el de Dios más caro; aquél nos hace dignos de la vida<br />

feliz, éste nos hace felices. El primero es para los aprendices, el segundo para los doctos.<br />

He aquí el método de la sabiduría con que el hombre se capacita para entender el orden<br />

de las cosas, conviene a saber: para conocer los dos mundos y el mismo principio de la<br />

universalidad de las cosas, cuya verdadera ciencia consiste en la docta ignorancia.<br />

48. Siguiendo, pues, este orden, el alma consagrada ya a la filosofía, primeramente<br />

examínase a sí misma, y si está persuadida ya por la erudición de que la razón es una<br />

fuerza propia, o que ella misma es la razón, y que en la razón no hay cosa mejor ni más<br />

poderosa que los números, o que no es más que un número ella misma, tendrá consigo<br />

este discurso: yo, con un movimiento interior y oculto, puedo separar y unir lo que es<br />

objeto de las disciplinas, y esta fuerza se llama razón. Mas ¿qué ha de separarse, sino lo<br />

que parece uno y no lo es o no es tan uno como parece? Asimismo, ¿por qué ha de<br />

enlazarse una cosa, sino para unificarla cuanto es posible? Luego, lo mismo al analizar que<br />

al sintetizar, busco la unidad, amo la unidad; mas cuando analizo, la busco purificada;<br />

cuando sintetizo, la quiero íntegra. En aquélla se prescinde de todo elemento extraño; en<br />

ésta se recoge todo lo que le es propio para lograr una unidad perfecta y total.<br />

La piedra, para ser piedra, tiene todas sus partes y toda su naturaleza coagulada en la<br />

unidad. ¿Qué es un árbol? ¿Sería árbol si no fuera uno? Y los miembros y las vísceras de<br />

cualquier animal y todas las partes de que se compone, si se desgarran en su unidad, no<br />

habrá animal. Los que se aman, ¿buscan otra cosa más que la unión? Y cuanto más se<br />

unen, son más amigos. El pueblo es un conjunto de ciudadanos para los cuales es<br />

peligrosa la disensión. ¿Y qué es disentir más que no sentir una misma cosa? Con muchos<br />

soldados se forma un ejército; ¿y no es verdad que la multitud es tanto más invencible<br />

cuanto guarda mejor cohesión entre sí? Y esta cohesión en la unidad se llamó cuñacuneus-,<br />

como couneus, unión reforzada. ¿Qué busca también el amor, sino adherirse al<br />

que ama y, si es posible, fundirse con él? La grande fuerza del deleite proviene<br />

cabalmente dé la mucha unión con que se traban entre sí los amantes. Y el dolor es<br />

pernicioso, porque se empeña en desgarrar la unidad. Luego dañoso y peligroso es formar<br />

unión con lo que puede separarse.<br />

CAPÍTULO XIX<br />

Superioridad del hombre sobre los animales, cómo puede ver a Dios<br />

49. Con muchos materiales dispersos desordenadamente antes, pero reunidos, construyo<br />

una casa. Yo valgo más que ella, porque soy su causa y ella es mi hechura; tengo más<br />

aventajada naturaleza, porque la fabrico; por eso no puede dudarse de que valgo más que<br />

la casa. Mas mirando a esta luz, no sería mejor que una golondrina o una abejita, pues la<br />

primera ingeniosamente construye su nido y la segunda su panal; mas yo aventajo a las<br />

dos, porque soy animal racional. Pero si la razón se manifiesta en las medidas bien<br />

calculadas, ¿acaso las aves miden con menor exactitud y proporción el nido que<br />

construyen? Ciertamente, es proporcionadísimo. Luego yo soy superior, no por fabricar<br />

cosas bien proporcionadas, sino por conocer las proporciones. Y ¡cómo! ¿los pájaros sin


conocer los números pueden construir nidos con toda proporción? Sin duda alguna. ¿Cómo<br />

puede explicarse esto? Con el hecho que también nosotros adaptamos la lengua con los<br />

dientes y el paladar para formar las palabras, sin pensar al hablar en los movimientos que<br />

hemos de hacer con la boca. Además, ¿no hay buenos cantores sin saber música, porque<br />

con el sentido natural observan al cantar el ritmo y la melodía que conservan en la<br />

memoria? ¿ Puede darse una cosa mejor proporcionada? El ignorante no sabe esto, pero lo<br />

hace con él impulso de la naturaleza. Mas ¿cuándo es mejor el hombre y aventaja a los<br />

animales? Cuando sabe lo que hace. Luego no hay en mí ningún fundamento de<br />

superioridad sobre los animales, sino éste: que yo soy un animal racional.<br />

50. ¿Cómo, pues, siendo inmortal la razón, soy definido yo corno un animal racional y<br />

mortal? ¿Acaso la razón no es inmortal? Uno es a dos como dos es a cuatro: he aquí razón<br />

absolutamente cierta. Tan verdadera era ayer como hoy, como lo será mañana y siempre;<br />

y aunque este mundo perezca, no dejará de ser verdadera esa razón. Ella siempre es la<br />

misma, mientras el mundo no tuvo ayer ni tendrá mañana lo que tiene hoy, ni aun en una<br />

misma hora ocupa el sol el mismo punto de espacio. Por lo cual, no permaneciendo en el<br />

mismo ser, todo está sujeto a mutación dentro de un breve espacio de tiempo. Luego si es<br />

inmortal la razón, y yo, que todo lo discierno y enlazo, soy razón, lo que es mortal no<br />

entra en mí, no me pertenece. O si el alma no se identifica con la razón, y, sin embargo,<br />

uso de razón, y por ella poseo un título de nobleza y superioridad, es necesario huir de lo<br />

inferior a lo superior y de lo mortal a lo inmortal.<br />

Estas y otras muchas reflexiones se hace consigo misma el alma bien instruida; pero las<br />

omito, no sea que al daros mis lecciones sobre el orden falte a la moderación, que es el<br />

padre del orden. Porque gradualmente se va elevando a una pureza de costumbres y vida<br />

perfecta, no sólo por la fe, sino también por la guía de la razón. Pues al que considera la<br />

potencia y la fuerza de los números le parecerá grande miseria y cosa lamentable que con<br />

su ciencia y pericia suene agradablemente el verso bien escandido y arranque armonías a<br />

las cuerdas del arpa, y permite, en cambio, que su vida y su propia alma se deslice por<br />

caminos tortuosos y que dé un estrépito discordante por dominarle las pasiones carnales y<br />

los vicios.<br />

51. Mas cuando el alma se arreglare y embelleciera a sí misma, haciéndose armónica y<br />

bella, osará contemplar a Dios, fuente de todo lo verdadero y Padre de la misma verdad. ¡<br />

Oh gran Dios, cómo serán entonces aquéllos ojos! ¡Cuan puros y sanos, cuan vigorosos y<br />

firmes, cuan serenos y dichosos! ¿Y cuál será el objeto de su contemplación? ¿Quién es<br />

capaz de figurarlo, creerlo, decirlo? Sólo disponemos del caudal de las palabras usuales,<br />

mancilladas con la significación de las cosas más viles. Yo sólo diré que se nos promete la<br />

visión de una Hermosura por cuyo reflejo son bellas, en cuya comparación son deformes<br />

todas las demás. Quien contemplare esta Hermosura-y la alcanzará el que vive bien, el<br />

que ora bien, el que busca bien-ya no le hará mella ver que uno desea tener hijos y no le<br />

vienen, y otros tienen demasiados y los abandonan; éste los aborrece antes de nacer,<br />

aquél los ama ya nacidos. Verá razonable que todo lo futuro esté en Dios y<br />

necesariamente todo se verifica con orden, y no obstante, la plegaria es conveniente.<br />

Finalmente, ¿cómo al hombre justo le van a agitar el ánimo las molestias, o los peligros, o<br />

los halagos de la fortuna?<br />

En este mundo sensible conviene meditar mucho sobre el tiempo y el espacio, y se verá<br />

que lo que deleita en parte, sea de lugar, sea de tiempo, vale mucho menos que el todo<br />

de que es parte. Igualmente notará el hombre instruido que lo que ofende en parte es<br />

porque no se abraza la totalidad, a que maravillosamente se ajusta aquella parte; en<br />

cambio, en el mundo ideal, toda parte, lo mismo que el todo, resplandece de hermosura y<br />

perfección.<br />

Se explicará esto más ampliamente si en vuestros estudios os proponéis, como espero,<br />

observar y guardar con absoluta gravedad y constancia el mencionado orden expuesto<br />

aquí u otro más breve y andadero, pero recto.<br />

CAPÍTULO XX<br />

Epílogo y exhortación a la vida honesta<br />

52. Para lograr esto, hay que dedicarse con todas las veras del entusiasmo al ejercicio de<br />

una vida virtuosa. Es condición para que nos oiga Dios, pues a los que viven bien los oye


con agrado. Reguémosle, pues, no que nos dé riquezas y honores y otras cosas caducas y<br />

pasajeras, a pesar de toda nuestra oposición, sino que nos colme de bienes que nos<br />

mejoren y hagan dichosos. Para que se cumplan nuestras aspiraciones, a ti sobre todo, ¡<br />

oh madre!, te encomendamos este negocio, pues creo y afirmo sin vacilación que por tus<br />

ruegos me ha dado Dios el deseo dé consagrarme a la investigación de la verdad, sin<br />

preferir nada a este ideal, sin desear, ni pensar, ni buscar otra cosa. Y mantengo la<br />

confianza de que esta gracia tan grande, cuyo deseo arde en nosotros por tus méritos, la<br />

hemos dé conseguir igualmente con tus ruegos.<br />

¿Y qué exhortación y avisos te puedo dar a ti, Alipio? Pues aquí no cabe exceso ni<br />

demasía, porque en amar tales cosas se puede pecar por defecto, pero nunca por exceso.<br />

53. Entonces dijo Alipio:<br />

-Verdaderamente has hecho revivir ante nuestros ojos la memoria de los grandes y doctos<br />

varones, que algunas veces nos parecía increíble por su elevación y grandeza; pero aquí,<br />

por la observación de todos los días y por la admiración que sentimos hacia ti, no sólo no<br />

nos parece dudosa aquella imagen, sino que estamos dispuestos a jurar por ella. ¿Pues<br />

qué? ¿no nos ha introducido, acaso, en la venerable disciplina de Pitágoras, justamente<br />

estimada como casi divina? Porque con tanta concisión y plenitud nos has descubierto las<br />

normas de la vida, y los caminos y campos, y los mares cristalinos de la ciencia, y todo lo<br />

que era objeto de gran veneración para aquel varón, y dónde están los santuarios de la<br />

verdad, y cuáles y qué exigen a sus investigadores, y todo con tanto dominio y perfección,<br />

que, aunque sospechábamos y creemos que todavía nos guardas mayores secretos, nos<br />

parece una falta de cortesía exigir más de tu ingenio.<br />

54. Admito lo que dices con gusto, dije yo. Porque no me animan tanto tus palabras, tan<br />

exageradas, cuanto tu verdadero espíritu y entusiasmo. Y precisamente va dirigido este<br />

escrito al que suele excederse también demasiado en su benevolencia cuando me juzga. Y<br />

si algunos otros lo leyeren, creo que no se irritarán contigo. Porque los errores de los que<br />

se aman hay que juzgarlos con suma benevolencia. Pero la mención que has hecho de<br />

Pitágoras creo que por algún oculto orden te ha venido a la memoria. Porque se me había<br />

olvidado de él una sentencia muy buena, si hemos de dar crédito a los libros que hablan<br />

de él (¿y quién no creerá a Varrón?); una sentencia que yo admiro y elogio todos los días,<br />

conviene a saber: que él reservaba para lo último la enseñanza del arte de gobernar la<br />

república para comunicarlo a los perfectos, a los sabios, a los dichosos. Le parecía tan<br />

lleno de escollos dicho arte que no quería confiarlo sino al varón que con un socorro casi<br />

divino supiera sortear todos los escollos, y en caso de naufragio, él quedase como una<br />

roca para las olas. Porque únicamente del sabio se ha dicho con toda verdad: " Y él,<br />

inmóvil como una roca marina, se resiste", y lo demás que con tan espléndidos versos se<br />

expresa en el mismo lugar para confirmar esta sentencia.<br />

Aquí se terminó nuestra disputa, y todos alborozados y con buena esperanza<br />

interrumpimos la sesión, después de haber sido traída la luz para alumbrarnos.<br />

LA PERFECCIÓN DE LA JUSTICIA DEL HOMBRE<br />

Traductor: P: Teodoro Calvo Madrid, OAR<br />

Agustín a los santos hermanos y coepíscopos Eutropio y Pablo.<br />

Presentación del libro de Celestio. Plan de san Agustín en la respuesta<br />

I. Me ha pedido vuestra caridad -tan profunda y santa entre vosotros, que es un placer<br />

prestarle servicios- que dé una réplica a las llamadas definiciones de Celestio. Yo creo que<br />

esta titulación no es de él, sino de quienes han traído esta obra desde Sicilia, en donde se<br />

ve que no es Celestio, sino muchos propagandistas de tales ideas, los que, como dice el<br />

Apóstol, equivocados, precipitan también a otros en el error. Sin embargo, puedo creer<br />

que esta doctrina también es de él y de algunos de sus discípulos. Porque estas breves<br />

definiciones, o mejor argumentaciones, no desdicen de su pensamiento, como he<br />

comprobado en otra obra suya, donde consta que él es el autor. Creo que no va<br />

descaminado lo que estos hermanos, que las han recogido en Sicilia, han oído decir: que<br />

Celestio en persona había enseñado o escrito estas teorías. Por esto desearía, si me fuera


posible, atender de tal modo a vuestra benevolencia fraterna, que, a la vez que os<br />

respondo, mi respuesta fuese también concisa. Pero, si no cito aquellos argumentos a los<br />

que respondo, ¿quién va a poder juzgar cómo he respondido? Por lo tanto, tengo que<br />

intentar, hasta donde pueda y con la ayuda de vuestras oraciones ante la misericordia del<br />

Señor, que mi respuesta no se extienda más de lo necesario.<br />

Primera parte<br />

Las preguntas de Celestio<br />

La justicia perfecta es posible por la gracia de Jesucristo<br />

El pecado, ¿puede ser evitado?<br />

II 1. "Ante todo -dice- hay que preguntar qué es pecado a quien niegue que el hombre<br />

puede estar sin él. Cuál puede evitarse y cuál no. Si no se puede, ya no es pecado. Si se<br />

puede, el hombre puede estar sin el pecado que puede evitar. Porque no hay razón justa<br />

alguna para llamar pecado a aquello que no puede ser evitado en modo alguno".<br />

A esto respondo: El pecado puede ser evitado si la gracia de Dios, por Jesucristo nuestro<br />

Señor 1 , sana la naturaleza viciada. Y en tanto no está sana en cuanto que o no cumple<br />

por debilidad lo que debe o no lo ve por ceguera, ya que la carne lucha contra el espíritu,<br />

y el espíritu contra la carne 2 , de suerte que el hombre no hace lo que quiere.<br />

El pecado, ¿es un acto libre o necesario?<br />

2. Insiste: "Hay que preguntar de nuevo si el pecado es voluntario o necesario. Si es de<br />

necesidad, ya no es pecado, y, si es de voluntad, entonces puede ser evitado". Respondo<br />

lo mismo que antes: que para sanar invocamos a aquel de quien decimos en el salmo:<br />

Sácame de mis tribulaciones 3 .<br />

¿Cuál es la naturaleza del pecado?<br />

3. "Hay que preguntar de nuevo -continúa Celestio- qué es pecado. ¿Es algo natural o<br />

accidental? Si es natural, no es pecado. Pero, si es accidental, también podrá desaparecer,<br />

y lo que puede desaparecer puede ser evitado. Y como puede ser evitado, el hombre<br />

podrá estar sin ello".<br />

Respuesta: El pecado no es algo natural, sino fruto precisamente de la naturaleza<br />

corrompida, por lo cual nos hacemos, por naturaleza, hijos de ira 4 . Y es insuficiente el<br />

libre albedrío de la voluntad para no pecar si no le sana la gracia adyuvante de Dios por<br />

Jesucristo Señor nuestro.<br />

El pecado, ¿es un acto o una sustancia?<br />

4. "Otra vez -dice- hay que preguntarse qué es el pecado: ¿es un acto o es una sustancia?<br />

Si es una sustancia, tiene que tener un creador, y, si convenimos en que tiene un creador,<br />

está claro que ya tiene que existir otro autor independiente de Dios. Como esta afirmación<br />

es impía, hay que concluir que todo pecado es un acto y no una sustancia. Y, si es un acto,<br />

puede ser evitado precisamente por ser un acto".<br />

Respuesta: Ciertamente que el pecado es y se le llama acto y no sustancia. Pero también<br />

la cojera en el cuerpo es, por la misma razón, un acto y no una sustancia, porque la<br />

sustancia es el mismo pie, o el cuerpo, o el hombre que cojea a causa de su pie viciado; y,<br />

sin embargo, no puede evitar la cojera si no tiene el pie sano. Lo cual puede realizar la<br />

gracia de Dios en el interior del hombre por Jesucristo nuestro Señor 5 .<br />

Además, el mismo defecto de la cojera del hombre no es ni el cuerpo, ni el hombre, ni la<br />

cojera en sí, porque ciertamente que no hay cojera cuando no se anda, y, sin embargo,<br />

existe el defecto de la cojera cuando se anda. Por lo tanto, cabe preguntar cómo habría<br />

que llamar a este defecto, si se le quiere llamar sustancia o acto, o más bien cualidad mala<br />

de una sustancia por la que existe el acto defectuoso. Del mismo modo, en el interior del<br />

hombre, el alma es una sustancia, el robo un acto, la avaricia un vicio, esto es, una<br />

cualidad por la que el alma es mala aun cuando no obre por ser esclava de su avaricia, a<br />

pesar de que escuche el no codiciarás 6 y de que se reprenda a sí misma; pero que, sin<br />

embargo, continúa siendo avara. Únicamente la gracia divina, mediante la fe, la renueva,


esto es, le devuelve la salud, de día en día 7 , por Jesucristo nuestro Señor.<br />

El hombre, ¿debe estar sin pecado?<br />

III 5. "Hay que investigar -prosigue Celestio- si el hombre debe estar sin pecado. Sin<br />

duda alguna. Entonces, si debe, puede; pero no puede, luego tampoco debe. Y, si el<br />

hombre no debe estar sin pecado, luego se ve obligado a vivir en estado de pecado. Y<br />

entonces no será pecado si está determinado a tenerlo. Mas, si esto es absurdo, hay que<br />

confesar que el hombre debe estar sin pecado, y es evidente que él no está obligado a<br />

más de lo que puede".<br />

La respuesta es la misma de antes. Porque, cuando vemos a un rengo que puede curar,<br />

decimos con razón: "Este hombre debe vivir sin cojera". Y, si debe, es porque puede. Sin<br />

embargo, aun cuando quiera, no lo puede inmediatamente si no es curado con un<br />

tratamiento eficaz y la medicina ayuda a la voluntad. Esto mismo, por lo que se refiere<br />

tanto al pecado como a su cojera, sucede en el interior del hombre por la gracia de aquel<br />

que no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores 8 , porque no tienen necesidad<br />

de médico los sanos, sino los enfermos 9 .<br />

¿Está mandado que el hombre esté sin pecado?<br />

6. "Hay que volver a preguntar si hay un precepto que obligue al hombre a estar sin<br />

pecado. Porque, o no puede, y entonces no hay precepto, o sí puede, porque está<br />

mandado. Y ¿por qué va a estar mandado lo que no se puede cumplir?"<br />

Respuesta: Al hombre se le ha mandado sapientísimamente que camine con rectitud para<br />

que, cuando vea que él solo no puede, busque la medicina, que es la gracia de Dios por<br />

medio de nuestro Señor Jesucristo 10 , para sanar la cojera del pecado en el interior del<br />

hombre.<br />

¿Quiere Dios que el hombre esté sin pecado?<br />

7. "Cabe aún preguntar si Dios quiere que el hombre esté sin pecado. Indudablemente que<br />

Dios lo quiere, y, sin duda, que también el hombre puede. Porque ¿quién hay tan loco que<br />

llegue a dudar de que se puede cumplir lo que, sin duda alguna, quiere Dios?"<br />

Respuesta: Si Dios no quisiera que el hombre esté sin pecado, no habría enviado a su Hijo<br />

sin pecado para sanar a los hombres de sus pecados. Pero esto se realiza en los que creen<br />

y progresan, por la renovación del hombre interior de día en día, hasta alcanzar la perfecta<br />

justicia como curación completa.<br />

¿Cómo quiere Dios que esté el hombre: en pecado o sin pecado?<br />

8. Todavía prosigue: "¿Cómo quiere Dios que esté el hombre: en pecado o sin pecado? No<br />

hay duda que quiere que esté sin pecado. ¡Qué tremenda blasfemia de impiedad sería<br />

afirmar que el hombre puede estar en pecado, cosa que Dios detesta, y negar al mismo<br />

tiempo que puede estar sin pecado, que es lo que Dios quiere! ¡Como si Dios hubiese<br />

creado a alguien para poder ser lo que no quiere, y no poder ser lo que quiere, y existir<br />

más bien contra que según su voluntad!"<br />

Respuesta: Ya he respondido arriba; pero veo que hay que añadir que estamos salvados<br />

en esperanza; y una esperanza que se ve, ya no es esperanza. ¿Cómo seguirá esperando<br />

uno aquello que ve? Cuando esperamos lo que no vemos, esperamos con perseverancia 11 .<br />

Por tanto, hay justicia plena cuando hay curación plena, y hay curación plena cuando hay<br />

caridad plena. Por eso, la caridad es la plenitud de la ley 12 . Habrá caridad plena cuando le<br />

veamos tal cual es 13 . Porque nada habrá ya que añadir a la caridad cuando la fe se<br />

convierta en visión.<br />

Por qué el hombre está en pecado: ¿por la naturaleza o por el libre albedrío?<br />

IV 9. Vuelve a preguntar: "¿Por qué causa el hombre está en pecado, por una necesidad<br />

de la naturaleza o por el libre albedrío? Si por necesidad de la naturaleza, no hay culpa<br />

alguna. Si por el libre albedrío, se busca de quién ha recibido esa libertad de decisión. Sin<br />

duda que de Dios. Pero lo que Dios ha dado es ciertamente bueno, y esto no puede<br />

negarse. ¿Cómo entonces se prueba que el libre albedrío es bueno, si está inclinado más al


mal que al bien? Porque está inclinado más al mal que al bien, si el hombre por causa suya<br />

puede estar en pecado y es incapaz de estar sin él".<br />

Respuesta: Precisamente, el libre albedrío hace que el hombre esté en pecado; pero la<br />

mala inclinación, que se siguió ya como pena a partir de la libertad, se ha hecho<br />

necesidad. Por eso, la fe grita a Dios: Sácame de mis tribulaciones 14 . Condicionado de<br />

este modo, o no podemos entender lo que queremos o, aunque queramos lo que hemos<br />

entendido, no lo podemos cumplir. Porque el libertador ha prometido también la misma<br />

libertad a los que creen. Dice: Y, si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres 15 .<br />

Porque, vencida por el vicio, en el que cayó voluntariamente, la naturaleza se ha visto<br />

privada de libertad. Por eso, en otro pasaje se dice: Porque quien ha sido vencido por el<br />

vicio, ha quedado encadenado a él también como esclavo 16 . Luego así como no tienen<br />

necesidad de médico los sanos, sino los enfermos 17 , del mismo modo no tienen necesidad<br />

de libertador los libres, sino los esclavos, para que pueda agradecerle la libertad: Has<br />

librado mi alma de la tribulación 18 . La curación es en sí misma verdadera libertad, y no se<br />

habría perdido si la voluntad hubiese permanecido buena. Mas, porque pecó la voluntad, le<br />

ha seguido al pecador la dura necesidad de que su haber sea el pecado hasta que se cure<br />

totalmente de la enfermedad y reciba la perfecta libertad, en la cual -como debe ser-<br />

permanezca la voluntad de vivir bien en él y tenga también una como necesidad voluntaria<br />

y dichosa de vivir rectamente y de no pecar jamás.<br />

¿Cuál es la bondad original de la naturaleza humana?<br />

10. Insiste Celestio: "Dios hizo al hombre bueno, y, además de crearlo bueno, le ordenó<br />

también hacer el bien. Sería impío decir que el hombre es malo por naturaleza y negar que<br />

pueda ser bueno. Pero ni ha sucedido lo primero ni se le ha mandado el mal".<br />

Respuesta: El hombre no es quien se ha hecho bueno a sí mismo, sino Dios. Por eso es<br />

Dios quien restablece en su bondad a todo el que libremente cree y lo invoca, librándolo<br />

del mal que el mismo hombre se causó a sí mismo. Y esto se realiza cuando el hombre<br />

interior se renueva de día en día por la gracia de Dios mediante nuestro Señor Jesucristo<br />

19 , a fin de que el hombre exterior resucite el último día, no al castigo eterno, sino a la<br />

vida eterna.<br />

¿De cuántas formas existe el pecado?<br />

V 11. "Nos preguntamos nuevamente cuántas formas reviste el pecado. Si no me engaño,<br />

dos: una cuando hacemos lo que está prohibido, y otra cuando omitimos lo que está<br />

mandado. Tan cierto es que puede ser evitado todo lo que está prohibido, como que puede<br />

ser realizado todo lo que está mandado. Porque sería inútil prohibir o mandar aquello que<br />

no se puede evitar o no puede ser cumplido. Y ¿negaremos la posibilidad de que el<br />

hombre esté sin pecado, cuando tenemos que confesar que sí le es posible tanto evitar lo<br />

que está prohibido como hacer lo que está mandado?"<br />

Respuesta: Hay muchos preceptos divinos en las Escrituras santas, todos los cuales sería<br />

muy trabajoso recordar. Pero el Señor, que llevó a término cumplidamente y muy pronto<br />

su palabra sobre la tierra 20 , ha declarado que la ley y los profetas se sostienen en dos<br />

preceptos, para que entendamos que cualquier otro precepto divino tiene su fin en estos<br />

dos y a estos dos se refieren: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu<br />

alma, con todo tu ser; y: Amarás a tu prójimo como a ti mismo 21 . Estos dos<br />

mandamientos -dijo- sostienen la ley entera y los profetas 22 . Por lo tanto, lo que nos<br />

prohíbe o manda hacer la ley de Dios, lo manda y prohíbe para que cumplamos estos dos<br />

mandamientos. Y tal ve la prohibición general sea ésta: No codiciarás 23 , y el mandato<br />

general: Amarás 24 . Por eso, también el apóstol Pablo los resumió en una frase. Porque<br />

ésta es su prohibición: No os ajustéis a este mundo; y el mandato: sino transformaos por<br />

la renovación de la mente 25 . Lo primero se refiere al no codiciar; lo segundo, al amar.<br />

Aquello a la continencia, esto a la justicia. Lo primero, a evitar el mal; lo segundo, a hacer<br />

el bien. Porque, al no codiciar, nos despojamos de la vejez, y, al amar, nos revestimos de<br />

la novedad. Sin embargo, nadie puede ser continente si Dios no se lo da 26 ; y: El amor de<br />

Dios ha sido derramado en nuestros corazones 27 no por nosotros mismos, sino por el<br />

Espíritu Santo que se nos ha dado.<br />

Esto es lo que acontece día a día en aquellos que progresan, mediante el deseo de<br />

perfección, por la fe y por la oración y, olvidándose de lo que queda atrás, se lanzan a lo


que está por delante 28 . Para esto, la ley ordena que, cuando el hombre falte a su<br />

cumplimiento, no se engañe hinchado de soberbia, sino que, derrotado, acuda a la gracia.<br />

Y entonces la ley, atemorizándole, con su oficio de pedagogo le lleve al amor de Cristo.<br />

¿Cómo el hombre no puede estar sin pecado?<br />

VI 12. De nuevo insiste Celestio: "¿Cómo el hombre no puede menos de estar sin pecado:<br />

por su voluntad o por su naturaleza? Si es por naturaleza, no es pecado. Si es por<br />

voluntad, la voluntad puede cambiar fácilmente por sí misma".<br />

Respuesta: Debo advertir cuán grande es la presunción de quien llega a afirmar que la<br />

voluntad por sí misma no solamente puede cambiar -lo cual es verdadero con la gracia<br />

adyuvante de Dios-, sino hasta fácilmente, mientras que el Apóstol dice: La carne tiene<br />

deseos contra el espíritu, y el espíritu contra la carne. Hay entre ellos un antagonismo tal,<br />

que no hacéis lo que quisierais. Porque no dice: "Hay entre ellos un antagonismo tal, que<br />

no queréis hacer lo que podéis, sino que no hacéis lo que queréis 29 . Pero ¿por qué la<br />

concupiscencia de la carne? Es ciertamente culpable y viciosa, y no es otra cosa que el<br />

deseo del pecado, contra el cual alerta el Apóstol: Que el pecado no siga dominando<br />

vuestro cuerpo mortal 30 . Donde prueba claramente que, a pesar de todo, el pecado está<br />

presente en nuestro cuerpo mortal y que no hay que permitirle que reine. ¿Por qué<br />

entonces esta concupiscencia no es cambiada por la voluntad misma, a la cual se refiere<br />

evidentemente el Apóstol cuando dice: No hacéis lo que quisierais, siendo así que la<br />

voluntad se cambia tan fácilmente? Que conste que no acuso en modo alguno a la<br />

naturaleza ni del alma ni del cuerpo, que Dios creó y que es enteramente buena, sino que<br />

afirmo que la naturaleza, viciada por la propia voluntad, no puede sanar sin la gracia de<br />

Dios.<br />

¿Por qué el hombre no puede estar sin pecado?<br />

13. "Todavía -dice- hay que preguntar: si el hombre no puede estar sin pecado, ¿de quién<br />

es la culpa, del mismo hombre o de algún otro? Si es del mismo hombre, ¿cómo es<br />

culpable si no puede menos de ser lo que es?"<br />

Respuesta: Precisamente es culpa del hombre el no estar sin pecado, puesto que<br />

únicamente por la voluntad humana se ha llegado a esta situación de necesidad, de la que<br />

no es capaz de salir la sola voluntad del hombre.<br />

¿Cómo la naturaleza del hombre es buena y no puede carecer del mal?<br />

14. "De nuevo se pregunta si la naturaleza del hombre es buena, y nadie se atreverá a<br />

negarlo más que Marción o Manés. ¿Cómo entonces no le es posible carecer del mal?<br />

Porque ¿quién duda que el pecado es un mal?"<br />

Respuesta: La naturaleza del hombre es buena y también puede carecer del mal. Por eso<br />

gritamos: Líbranos del mal 31 . Lo cual no se cumple perfectamente en tanto que el cuerpo<br />

mortal es lastre del alma 32 . Pero lo realiza la gracia mediante la fe para que el hombre<br />

exclame algún día: ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? El<br />

aguijón de la muerte es el pecado y la fuerza del pecado es la ley 33 . Porque la ley, al<br />

prohibir, estimula el deseo del pecado, a no ser que el Espíritu derrame la caridad, que<br />

será plena y perfecta cuando veamos a Dios cara a cara.<br />

Dios, que es justo, ¿imputa al hombre lo que no puede evitar?<br />

15. "De nuevo hay que decir que ciertamente Dios es justo. Y no se puede negar. Pero<br />

Dios imputa al hombre todo pecado. Y también hay que confesar que no es pecado todo lo<br />

que no se imputa como pecado. Y, si hay algún pecado que no pueda evitarse, ¿cómo Dios<br />

puede ser llamado justo afirmando que imputa a alguien lo que es inevitable?"<br />

Respuesta: Hace tiempo que ya se gritó contra los soberbios: Dichoso el hombre a quien<br />

el Señor no le imputa el pecado 34 . Cierto que no apunta el pecado a los que le dicen con<br />

fe: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores 35 . Y<br />

justamente no le apunta la deuda, porque es justo lo que dice: La medida que uséis, la<br />

usarán con vosotros 36 . Pero hay pecado cuando o la caridad que debe haber no existe o<br />

es menor de la que debe haber, pueda o no evitarlo la voluntad. Si puede, es obra de la


voluntad actual; pero, si no puede evitarlo, es porque lo ha hecho imposible la voluntad<br />

crónica; y, sin embargo, puede ser evitado no cuando se engalla la voluntad soberbia, sino<br />

cuando recibe ayuda la voluntad humilde.<br />

¿Existe de hecho la justicia perfecta?<br />

VII 16. Después, el copista introduce su propia persona, como si disputase con un<br />

tercero. Y finge ser preguntado y que le dice su interlocutor: "Preséntame un hombre sin<br />

pecado". Y responde: "Te presento al que pueda estarlo? Y le replica: "¿Quién?"<br />

Respuesta: "Tú mismo, porque, si dices que yo no puedo ser, hay que contestar: '¿De<br />

quién es la culpa?' Y si dijeres que mía, habrá que concluir: '¿Y cómo va a ser tuya, si tú<br />

no puedes ser?'" Entonces responderá: "Si yo no estoy sin pecado, ¿de quién es la culpa?"<br />

Porque, si contesta: "Es tuya", hay que concluir: "¿Cómo va a ser mía, si yo no puedo<br />

ser?"<br />

Respuesta: No debe haber conflicto alguno en esta discusión, porque el autor no se ha<br />

atrevido a decir que exista un hombre sin pecado, sea uno cualquiera o él mismo; sino tan<br />

sólo responde que no puede existir. Y yo tampoco lo niego. Pero aquí la cuestión es: ¿<br />

Cuándo es posible y por medio de quién ello es posible? Porque, si al presente existe, no<br />

debe suplicar y decir toda alma fiel en este cuerpo mortal: Perdónanos nuestras deudas 37 ,<br />

porque ya han sido perdonados todos los pecados pasados en el santo bautismo. Y<br />

cualquiera que intente persuadir a los miembros fieles de Cristo que no se debe pedir esto,<br />

demuestra únicamente que él mismo no es cristiano. Si el hombre puede estar sin pecado<br />

por sí mismo, luego la muerte de Cristo sería inútil 38 . Pero Cristo no ha muerto<br />

inútilmente. Por consiguiente, el hombre no puede estar sin pecado, aunque lo desee, a no<br />

ser que le ayude la gracia de Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo 39 . Para<br />

conseguirlo, los proficientes se esfuerzan ahora, y lo conseguirán del todo con la victoria<br />

sobre la muerte y con la caridad, que se alimenta de la fe y de la esperanza hasta la visión<br />

y posesión de la perfección misma 40 .<br />

Segunda parte<br />

Textos de la sagrada escritura<br />

Cómo se consigue en esta vida la justicia con la oposición de la carne<br />

VIII 17. A continuación se propone Celestio probar con testimonios divinos lo que<br />

pretende. Veamos con cuidado su alcance. "Estos son los testimonios -dice- que prueban<br />

la obligación del hombre de estar sin pecado".<br />

Respuesta: La cuestión no es si está mandado, porque esto es evidente, sino si este<br />

precepto, tan manifiesto, puede ser cumplido en este cuerpo presa de muerte, donde la<br />

carne desea contra el espíritu, y el espíritu contra la carne 41 , para no hacer lo que<br />

queremos. De este cuerpo mortal no se ve libre todo el que muere, sino el que haya<br />

recibido la gracia en esta vida, y, para no recibirla en vano, fructifique en obras buenas.<br />

Porque una cosa es morir, lo cual obliga a todos los hombres el último día de su vida, y<br />

otra cosa es ser librado de este cuerpo de muerte, lo cual sólo lo concede a sus santos y<br />

fieles la gracia de Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo 42 . Además, después de esta<br />

vida se otorga un premio completo, pero solamente a aquellos que lo han merecido.<br />

Porque nadie alcanzará la plenitud de la justicia, cuando haya salido de este mundo, si no<br />

ha corrido hacia ella con hambre y sed cuando estaba en él. Dichosos, en verdad, los que<br />

tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados 43 .<br />

18. Así, pues, mientras estamos desterrados lejos del Señor, caminamos sin verlo,<br />

guiados por la fe y no por la visión 44 ; por eso dijo: El justo vivirá por su fe 45 ; ésta es<br />

nuestra justicia durante el mismo destierro, que tendamos ahora con un caminar recto y<br />

perfecto a aquella perfección y plenitud de la justicia, donde la caridad será ya plena y<br />

perfecta en la contemplación de su hermosura, castigando nuestro cuerpo y sometiéndole<br />

a servidumbre 46 , ayudando con limosnas, perdonando con alegría y de corazón los<br />

pecados cometidos contra nosotros y perseverando en la oración 47 ; haciendo todo esto<br />

con la profesión de la doctrina sana, sobre la que se edifica la fe auténtica, la esperanza<br />

firme, la caridad pura 48 . Esta es aquí nuestra justicia, por la que corremos, hambrientos y<br />

sedientos, hacia la perfección y plenitud de la justicia para después saciarnos de ella. El<br />

Señor dijo en el Evangelio: Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres<br />

para ser vistos por ellos 49 , a fin de que nosotros no andemos nuestra peregrinación con


fines de gloria humana. Pues bien, en la explicación de la misma justicia indicó solamente<br />

estas tres cosas: el ayuno, la limosna y la oración. Esto es: el ayuno, para significar la<br />

mortificación total del cuerpo; la limosna, para significar toda benevolencia y beneficencia<br />

de dar y de perdonar, y la oración, para resumir todas las reglas del deseo de perfección.<br />

Así, por la mortificación del cuerpo, se pone freno a la concupiscencia. Esta no solamente<br />

debe ser frenada, es que no debe existir en absoluto. Y no existirá en aquel estado<br />

perfecto de la justicia, donde no habrá absolutamente pecado alguno. Porque incluso en el<br />

uso de las cosas permitidas y lícitas manifiesta muchas veces su inmoderación; hasta en la<br />

misma beneficencia, por la cual el justo atiende al prójimo, se hacen algunas cosas que<br />

perjudican creyendo que aprovechan; incluso a veces por debilidad, bien cuando se<br />

atiende de modo insuficiente a las necesidades de otros, bien cuando se saca poco<br />

provecho de ello; y, al derrochar bondad y sacrificio, cunde el desánimo, que oscurece la<br />

alegría, siendo así que Dios ama al que da con alegría; y tanto más cunde cuanto menos<br />

aprovecha cada uno, y tanto menos cuanto mayor es su progreso. Por todo esto, pedimos<br />

justamente en la oración: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a<br />

nuestros deudores 50 . Así que pongamos en práctica lo que decimos: o amamos incluso a<br />

nuestros enemigos o, si alguno todavía, párvulo en Cristo, no llega a tanto, perdone de<br />

corazón al que, arrepentido de haber pecado contra él, le pide perdón, si es que quiere<br />

que el Padre celestial escuche su oración.<br />

19. Si no queremos ser obstinados, en esta oración se nos propone el espejo donde se<br />

contempla la vida de los justos, que viven de la fe y corren con perfección, aunque no<br />

estén sin pecado. Por eso dicen: Perdónanos, porque todavía no han llegado a la meta.<br />

Dice a propósito de esto el Apóstol: No es que ya haya conseguido el premio o que ya esté<br />

en la meta. Hermanos, yo a mí mismo me considero como si aún no hubiera conseguido el<br />

premio. Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo<br />

que está por delante, corro hacia el premio de la suprema vocación de Dios en Cristo<br />

Jesús. Cuantos somos perfectos comprendamos esto mismo 51 . Es decir, los que corremos<br />

con perfección debemos comprender esto: que aún no somos perfectos, para que<br />

lleguemos a ser perfeccionados allí hacia donde corremos ahora con perfección. Y así,<br />

cuando llegue lo que es perfecto, se aniquilará lo que es a medias 52 . Es a saber, que allí<br />

no existirá nada a medias, sino que todo será íntegro, porque a la fe y a la esperanza<br />

sucederá la realidad misma, que ya no es creída y esperada, sino contemplada y poseída.<br />

Pero la caridad, que es la más grande de las tres 53 , no será destruida, sino aumentada y<br />

completada por la contemplación de lo que creía y por la consecución de lo que esperaba.<br />

En esta plenitud de la caridad quedará cumplido el precepto: Amarás al Señor, tu Dios,<br />

con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser 54 . Porque, cuando existe aún algún<br />

poso de concupiscencia carnal, que será refrenado, v. gr., por la continencia, Dios no es<br />

amado por completo con toda el alma. Realmente, la carne sola no tiene deseos sin el<br />

alma, aunque se hable de deseo carnal, porque es el alma quien desea carnalmente. Pero<br />

entonces el justo existirá completamente sin pecado, porque no habrá en sus miembros<br />

ninguna ley que guerree contra la ley de su espíritu 55 , sino que amará completamente a<br />

Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todo el ser, que es el mandamiento<br />

primero 56 y principal.<br />

¿Por qué al hombre no le sería mandada tanta perfección, aunque nadie la alcance en esta<br />

vida? Porque nadie corre bien si no sabe a dónde debe correr. Y ¿cómo lo va a saber, si no<br />

hay un precepto que se lo indique? Por lo tanto, corramos de tal modo que lo alcancemos.<br />

Porque todos los que corren bien llegan a ganar; no como en el estadio, donde<br />

ciertamente todos los corredores cubren la carrera, pero uno solo se lleva el premio 57 .<br />

Corramos con fe, con esperanza, con deseo. Corramos castigando el cuerpo y haciendo la<br />

limosna de dar bienes, y perdonar males con alegría y de corazón, rezando para animar a<br />

los corredores en su esfuerzo. Así atenderemos al mandato de la perfección, para no<br />

descuidarnos en la carrera hacia la plenitud de la caridad.<br />

Preceptos de la perseverancia<br />

IX 20. Dicho esto, oigamos los testimonios del autor a quien respondemos, como si<br />

fuésemos nosotros mismos quienes los presentamos. En el Deuteronomio: Tú serás<br />

perfecto delante del Señor, tu Dios 58 . Ninguno será imperfecto entre los hijos de Israel 59 .<br />

Dice el Salvador en el Evangelio: Sed perfectos, porque vuestro Padre celestial es<br />

perfecto 60 . Y el Apóstol en la segunda a los Corintios: Por lo demás, hermanos, alegraos,


trabajad por vuestra perfección 61 . Y a los Colosenses: Amonestamos a todos, enseñamos<br />

a todos con todos los recursos de la sabiduría, para que todos lleguen a la madurez en su<br />

vida cristiana 62 . Lo mismo a los Filipenses: Cualquier cosa que hagáis, sea sin protestas ni<br />

discusiones; así seréis irreprochables y limpios, hijos de Dios sin tacha 63 . Y a los Efesios:<br />

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona<br />

de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales; él nos eligió en la persona de<br />

Cristo -antes de crear el mundo- para que fuésemos santos e irreprochables ante él 64 . De<br />

nuevo a los Colosenses: Antes estabais también vosotros alienados de Dios y erais<br />

enemigos suyos por la mentalidad que engendraban vuestras malas acciones; ahora, en<br />

cambio, gracias a la muerte que Cristo sufrió en su cuerpo de carne, habéis sido<br />

reconciliados, y Dios puede admitiros a su presencia como a un pueblo santo sin mancha y<br />

sin reproche 65 . De nuevo a los Efesios: Para colocarla ante si gloriosa, la Iglesia sin<br />

mancha, ni arruga, ni nada semejante, sino santa e inmaculada 66 . Y en la primera a los<br />

Corintios: Sed sobrios y justos y no pequéis 67 . Lo mismo en la epístola de San Pedro: Por<br />

eso, estad interiormente preparados para la acción, controlándoos bien, a la expectativa<br />

del don que os va a traer la revelación de Jesucristo. Como hijos obedientes, no os<br />

amoldéis más a los deseos que teníais antes, en los días de vuestra ignorancia. El que os<br />

llamó es santo; como él, sed también vosotros santos en toda vuestra conducta, porque<br />

dice la Escritura: "Seréis santos, porque yo soy santo" 68 . Por eso, el santo David dice<br />

también: Señor, ¿quién puede habitar en tu tabernáculo o quién puede descansar en tu<br />

monte santo? El que procede honradamente y practica la justicia 69 . En otro lugar: Con él<br />

viviré sin tacha 70 . Y también: Dichosos los que con vida intachable caminan en la voluntad<br />

del Señor 71 . Lo mismo en Salomón: El Señor ama los corazones santos, pues acepta a<br />

todos los que son sin tacha 72 .<br />

Algunos de estos testimonios exhortan a los que corren a que corran bien; otros recuerdan<br />

la misma meta adonde se dirigen corriendo. A veces no es absurdo decir que entra sin<br />

tacha no porque es ya perfecto, sino porque corre hacia la misma perfección<br />

intachablemente; y, sin delitos condenables, no descuida tampoco purificar con limosnas<br />

los mismos pecados veniales. Es decir, la oración pura purifica nuestro caminar, esto es, el<br />

camino por donde caminamos a la perfección; y la oración es pura cuando oramos con<br />

verdad: Perdónanos, así como nosotros perdonamos 73 , para que, al no ser objeto de<br />

reprensión lo que no es objeto de culpa, nuestro caminar hacia la perfección sea<br />

irreprensible, sin tacha, de tal modo que, cuando hayamos llegado a ella, no haya en<br />

absoluto ya nada que purificar con el perdón.<br />

Observaciones que hace san Agustín<br />

X 21. A continuación, nuestro autor aduce testimonios para demostrar que los preceptos<br />

divinos no son pesados. Pero ¿quién ignora que, siendo el amor el precepto general -<br />

porque el fin de todo precepto es el amor 74 ; por eso amar es cumplir la ley entera 75 -, no<br />

es pesado lo que se hace por amor, sino lo que se hace por temor? Se lamentan de los<br />

preceptos de Dios los que intentan cumplirlos por temor; en cambio, el amor perfecto<br />

expulsa el temor y hace ligera la carga del precepto, que no sólo no oprime con su peso,<br />

antes bien eleva a manera de las alas. Para alcanzar un amor tan grande como sea posible<br />

en la carne mortal, es poca cosa el poder de decisión de nuestra voluntad sin la ayuda de<br />

la gracia divina por Jesucristo nuestro Señor 76 . En efecto, hay que repetir que ha sido<br />

derramada en nuestros corazones no por nosotros mismos, sino por el Espíritu Santo que<br />

se nos ha dado 77 . La Escritura solamente recuerda que los preceptos divinos no son<br />

pesados para que el alma que los sienta pesados entienda que todavía no ha recibido las<br />

fuerzas por las cuales los preceptos del Señor son tal como los recomienda: ligeros y<br />

suaves, y para que pida con gemidos de la voluntad que le conceda el don de la facilidad.<br />

Ciertamente, el que dice: Haz mi corazón sin tacha 78 ; y: Dirige mis pasos según tu<br />

palabra para que no me domine la maldad 79 ; y: Hágase tu voluntad así en la tierra como<br />

en el cielo 80 ; y: No nos dejes caer en la tentación 81 , y otras citas semejantes que sería<br />

largo recordar, pide siempre lo mismo: cumplir los mandamientos de Dios. Porque no<br />

mandaría cumplirlos si nuestra voluntad no interviniese para nada, ni la voluntad tendría<br />

que acudir a la oración si ella se bastase por sí sola. Cuando nos recomienda que los<br />

preceptos no son pesados, es para que aquel a quien le parecen pesados entienda que no<br />

ha recibido aún el don por el cual no son pesados y para que no se crea que los cumple a<br />

la perfección cuando obra de tal modo que, siendo pesados -porque al que da de buena<br />

gana lo ama Dios 82 -, sin embargo, y a pesar de sentir su peso, no se desanima<br />

desesperando, sino que se esfuerza por buscar, pedir y llamar 83 .


¿Cómo los preceptos del Señor pueden ser "carga ligera"?<br />

22. Veamos también en estos testimonios citados cómo los preceptos que Dios nos<br />

recomienda no son pesados. "Porque -dice él- los mandamientos de Dios no sólo no son<br />

imposibles, sino ni siquiera pesados". En el Deuteronomio: Y el Señor, tu Dios, volverá a<br />

complacerse en hacerte el bien, como se complació en hacérselo a tus padres, si escuchas<br />

la voz del Señor, tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el<br />

código de esta ley: conviértete al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma.<br />

Porque el precepto que yo te mando hoy no es pesado ni inalcanzable; no está en el cielo;<br />

no vale decir: "¿Quién de nosotros subirá al cielo y nos lo traerá, y nos lo proclamará para<br />

que lo cumplamos?" No está más allá del mar; no vale decir: "¿Quién de nosotros cruzará<br />

el mar y nos lo traerá, y nos lo proclamará para que lo cumplamos?" El mandamiento está<br />

muy cerca de ti: en tu corazón, en tu boca y en tus manos. Cúmplelo 84 . Lo mismo dice el<br />

Señor en el Evangelio: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os<br />

aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y<br />

encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero, y mi carga ligera 85 .<br />

Igualmente, en la carta de San Juan: En esto consiste el amor de Dios, en que cumplamos<br />

sus mandamientos; y los mandamientos de Dios no son pesados 86 .<br />

Una vez vistos estos testimonios de la ley, del Evangelio y de los apóstoles, podemos<br />

elevarnos a esta gracia, que no comprenden los que, desconociendo la justicia de Dios y<br />

queriendo imponer la suya, no se someten a la justicia de Dios 87 . Realmente, los que no<br />

comprenden las palabras del Deuteronomio tal como las ha recordado el apóstol Pablo:<br />

Por la fe del corazón llegamos a la justicia, y por la profesión de los labios a la salvación 88 ,<br />

porque no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos 89 ; al menos por este<br />

último testimonio del apóstol Juan, traído para probar su opinión cuando dicen: En esto<br />

consiste el amor de Dios, en que cumplamos los mandamientos; y: Los mandamientos de<br />

Dios no son pesados 90 , deben recordar, sobre todo, que ningún mandamiento de Dios es<br />

pesado para el amor de Dios, que se derrama en nuestros corazones únicamente por el<br />

Espíritu Santo 91 y no por el poder de decisión de la voluntad humana, al que dan más<br />

importancia de la conveniente, con menoscabo de la justicia de Dios. Amor que solamente<br />

será perfecto cuando haya desaparecido todo temor del castigo.<br />

Discusión de los textos: la santidad de Job<br />

XI 23. Después de estos testimonios, Celestio ha propuesto los que suelen citarse contra<br />

ellos, sin dar solución alguna; y, al considerarlos contradictorios, ha embrollado más las<br />

cuestiones.<br />

Así, dice que "los testimonios de la Escritura que habría que poner como objeción a<br />

quienes juzgan a la ligera sobre el libre albedrío o sobre la posibilidad de no pecar, él los<br />

puede anular por la autoridad de la misma Escritura. En efecto, dice, suele objetarse<br />

aquello de Job: ¿Quién está sin pecado? Ni siquiera el niño de un solo día sobre la tierra"<br />

92 . A continuación, como para responder a este testimonio con otros parecidos, trae lo que<br />

el mismo Job ha dicho: Hombre justo y sin tacha, me he convertido en objeto de mofa 93 ,<br />

no entendiendo que puede llamarse justo al hombre que se acerca tanto a la perfección de<br />

la justicia que casi la toca. No niego que muchos lo hayan podido conseguir aun en esta<br />

vida, en la cual se vive por la fe.<br />

24. Estos testimonios confirman lo que dicho autor, en buena lógica, aduce, tomado del<br />

mismo Job: Heme aquí próximo ante mi propio juicio, y sé que seré hallado justo 94 . En<br />

realidad, el juicio de que se habla allí es éste: Y hará tu justicia como el amanecer, tu<br />

derecho como el mediodía 95 . Por último, no dijo: "Allí estoy", sino: Muy cerca estoy. Si<br />

quiso dar a entender por su juicio, no con el que él mismo se juzgará, sino con el que será<br />

juzgado al fin del mundo, serán encontrados justos en aquel juicio todos los que pueden<br />

decir sin mentira: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros<br />

deudores 96 . Por este perdón serán hallados justos y porque borraron con limosnas los<br />

pecados que aquí tenían. Por eso dice el Señor: Dad limosna, y lo tendréis limpio todo 97 .<br />

Finalmente, esto les dirá a los justos que van al reino prometido: Porque tuve hambre, y<br />

me disteis de comer 98 , etc.<br />

Sin embargo, una cosa es estar sin pecado -y esto se dice en esta vida únicamente del<br />

Unigénito-, y otra estar sin tacha, lo cual se puede decir también en esta vida de muchos<br />

justos, porque hay un modo de vivir virtuoso, del cual, aun en las relaciones humanas, no


puede haber queja justa. Así, ¿quién se puede quejar con razón de una persona que no<br />

quiere mal a nadie y que ayuda fielmente a cuantos puede, ni tiene deseo alguno de<br />

venganza contra quien le hace mal, de tal modo que pueda decir con verdad: Así como<br />

nosotros perdonamos a nuestros deudores? 99 Y, no obstante, por lo mismo que dice con<br />

verdad: Perdónanos, así como nosotros perdonamos, confiesa que él no está sin pecado.<br />

25. La oración de Job: ¿Qué es lo que dice Job? Ninguna maldad había en mis manos, sino<br />

que mi oración era pura 100 . Ciertamente que su oración era sin tacha, porque pedía<br />

perdón con toda justicia al que lo daba con verdad.<br />

26. Su sentimiento. Y cuando habla del Señor: Que multiplica mis muchas heridas sin<br />

motivo 101 , no dice: "Que ninguna le ha producido con motivo", sino: muchas sin motivo.<br />

Porque le ha multiplicado sus muchas heridas no a causa de sus muchos pecados, sino<br />

para probarle la paciencia. En efecto, cree que debió sufrir un poco a causa de los<br />

pecados, de los que no estuvo exento, como confiesa en otra parte.<br />

27. Progresos en la lucha contra el mal. También dice: He guardado sus caminos y no me<br />

desvié de sus mandatos, ni me apartaré 102 . Guarda los caminos de Dios todo el que no se<br />

desvía hasta abandonarlos, sino que progresa más corriendo en ellos, aunque a veces,<br />

como débil, tropieza y titubea; progresa reduciendo los pecados hasta que llegue a donde<br />

pueda estar sin pecado. Realmente, no puede progresar en modo alguno si no es<br />

guardando sus caminos. En cambio, el apóstata es el que se aparta y aleja de los<br />

mandatos del Señor, no el que, a pesar de algún pecado, no ceja de luchar con<br />

perseverancia contra él hasta que llegue allí donde no subsistirá lucha alguna con la<br />

muerte. En esta lucha somos revestidos de aquella justicia 103 con la cual vivimos aquí por<br />

la fe, y con ella somos protegidos de algún modo 104 . Además, tomamos en favor nuestro<br />

el juicio contra nosotros cuando condenamos nuestros pecados al acusarlos. Por lo cual<br />

está escrito: El mismo justo es el acusador de sí mismo cuando expone su causa 105 . Así<br />

dice también: Me vestí de justicia y me rodeé del derecho como clámide 106 . Porque ésta<br />

suele ser, más bien, vestidura de guerra más que de paz cuando todavía guerrea la<br />

concupiscencia, no cuando la justicia sea plena, sin enemigo alguno posible, una vez<br />

destruido el último enemigo: la muerte.<br />

28. La existencia del mal en nosotros. El mismo santo Job dice de nuevo: Mi conciencia no<br />

me arguye por uno de mis días 107 . Nuestra conciencia no nos reprende en esta vida, en la<br />

que vivimos de la fe, cuando la misma fe, por la cual del corazón llegamos a la justicia 108 ,<br />

no descuida reprender nuestro pecado. Por eso dice el Apóstol: Pues no hago el bien que<br />

quiero, sino el mal que aborrezco, eso hago 109 . Efectivamente, lo bueno es no amar<br />

desordenadamente, y el justo, que vive de su fe 110 quiere este bien; y, sin embargo, hace<br />

lo que aborrece, porque apetece con desorden, aunque no se deje llevar de sus codicias.<br />

Si lo hace, entonces él mismo cede, consiente, y obedece al deseo del pecado. Es cuando<br />

su conciencia le arguye, porque se reprende a sí mismo, no al pecado que reside en sus<br />

miembros. En cambio, cuando no permite que el pecado siga dominando en su cuerpo<br />

mortal para obedecer los deseos del cuerpo, ni pone sus miembros al servicio del pecado<br />

como instrumentos del mal 111 , entonces el pecado ciertamente reside en sus miembros,<br />

pero no reina en ellos, porque no obedece a sus deseos. Por eso, cuando él hace lo que no<br />

quiere, esto es, no quiere codiciar y codicia, reconoce la ley, que es buena. Además, él<br />

quiere también lo mismo que la ley, porque quiere no codiciar, y la ley dice: No codiciarás<br />

112 .<br />

Teniendo en cuenta que quiere lo que la ley también quiere, sin duda alguna que obedece<br />

a la ley; y, sin embargo, tiene apetencias desordenadas, porque no está sin pecado. Pero<br />

ya no lo realiza él, sino aquel pecado que habita en él. Por eso, su conciencia no le<br />

reprocha durante su vida, es decir, en su fe, porque el justo vive por su fe, y, por lo tanto,<br />

su fe es su vida. Realmente sabe que el bien no habita en su carne, donde reside el<br />

pecado; pero, al no consentir en él, vive por la fe, porque pide a Dios que le ayude en su<br />

lucha contra el pecado. Y para que no habite del todo en su carne le acompaña en el<br />

querer, aunque no le acompaña en el realizar perfectamente el bien. No le acompaña a no<br />

hacer el bien, sino a hacerlo a la perfección. Puesto que, cuando no consiente, hace el<br />

bien; y, cuando odia su concupiscencia, hace el bien; y, cuando no cesa de hacer<br />

limosnas, hace el bien; y, cuando perdona al que le ofende, hace el bien; y, cuando pide<br />

que le sean perdonadas sus deudas, y afirma con verdad que él mismo perdona también a<br />

sus deudores, y suplica no ser arrastrado a la tentación, sino librado del mal, hace el bien.<br />

Sin embargo, no le acompaña a hacer el bien a la perfección, porque esto sucederá


solamente cuando aquella concupiscencia que habita en sus miembros no exista más. Por<br />

lo tanto, su conciencia no le reprende cuando se reprocha el pecado que habita en sus<br />

miembros y no tiene infidelidad alguna que reprender. De este modo, su conciencia no le<br />

reprocha durante toda su vida, esto es, por su fe, y, a la vez, está convencido de que no<br />

está sin pecado. Que es lo mismo que confiesa Job cuando dice: No se te ha ocultado<br />

ninguno de mis pecados. Has sellado mis iniquidades en un saco y has anotado cuanto, a<br />

pesar mío, he transgredido 113 .<br />

He procurado demostrar, lo mejor que he podido, cómo hay que interpretar los<br />

testimonios citados por nuestro interlocutor del santo Job. Sin embargo, él no ha aclarado<br />

la cita del mismo Job que ha propuesto: ¿Quién está limpio de pecado? Ni siquiera el niño<br />

que tiene un día de vida sobre la tierra 114 .<br />

¿Está en el hombre la verdad?<br />

XII 29. "Los adversarios -continúa diciendo Celestio- acostumbran también a proponer<br />

esta frase: Todo hombre es engañoso" 115 . Pero él mismo tampoco aclara esto que<br />

propone contra ellos, sino que, al mencionar otros testimonios como contradictorios, ha<br />

dejado sin aclarar las palabras divinas ante aquellos que no entienden la Escritura santa.<br />

Así dice: "Debo responderles a todos ellos lo que está escrito en el libro de los Números:<br />

El hombre es veraz 116 . Y sobre el santo Job leemos textualmente: Había en tierra de Hus<br />

un varón llamado Job, hombre veraz, íntegro y recto, temeroso de Dios y apartado del<br />

mal" 117 .<br />

Me sorprende que tenga la audacia de traer este testimonio donde se dice: Apartado de<br />

todo mal, puesto que él quería que esto se entendiese de todo pecado, habiendo dicho<br />

más arriba que pecado es todo acto malo y no una sustancia. Recuerde que, aun cuando<br />

sea un acto, puede ser llamado cosa. Pero se aparta de todo mal el que o bien no<br />

consiente jamás en el pecado, del que no está libre, o bien no se deprime cuando alguna<br />

vez se ve agobiado; del mismo modo que un luchador más fuerte, aunque alguna vez es<br />

alcanzado, no por eso pierde su superioridad. Es verdad que se lee hombre íntegro,<br />

hombre sin tacha; pero no se lee "hombre sin pecado", excepto el Hijo del hombre, que<br />

es, al mismo tiempo, el Hijo único de Dios.<br />

30. "También leemos -dice- en el mismo Job: Y consideró el milagro del hombre veraz 118 .<br />

Igual en Salomón a propósito de la sabiduría: Los mentirosos no se acuerdan de ella, pero<br />

los veraces son reconocidos en ella 119 . Lo mismo en el Apocalipsis: En sus labios no se<br />

encontró mentira, son irreprochables" 120 .<br />

Se responde a todo esto interpelando, a la vez, que de algún modo se puede decir que el<br />

hombre, mentiroso, sin duda, por sí mismo, es veraz por la gracia y la verdad de Dios. Por<br />

eso se dice: Todo hombre es engañoso 121 . Esto mismo significa el testimonio citado por él<br />

acerca de la sabiduría: Pero los hombres veraces son reconocidos en ella 122 ; sin duda, los<br />

que no en ella, sino en sí mismos, se descubre que son engañosos, como está escrito:<br />

Antes sí erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor 123 . Cuando habla de tinieblas, no<br />

añade en el Señor; pero, cuando nombra la luz, añade, sobre todo, en el Señor, porque los<br />

hombres no pueden ser luz por sí mismos, para que el que se gloría, que se gloríe en el<br />

Señor. Con razón se dice en el Apocalipsis de tales hombres que en sus labios no se<br />

encontró mentira 124 , porque nunca dijeron que no tenían pecado. Si lo hubieran dicho, se<br />

habrían engañado a sí mismos y la verdad no estaría en ellos 125 ; ahora bien, si la verdad<br />

no estaba en ellos, en sus labios se encontraría la mentira. Pero si, movidos por la envidia,<br />

estando sin pecado, dijesen que ellos no estaban sin pecado, esto mismo sería una<br />

mentira, y resultaría falso lo dicho anteriormente: En sus labios no se encontró mentira<br />

126 ; son irreprochables; porque como ellos han perdonado a sus deudores, así son<br />

purificados por Dios, que los perdona.<br />

He tratado de exponer lo mejor que he podido, cómo han de ser interpretados los<br />

testimonios que él ha recordado en favor suyo. En cambio, él no ha explicado en absoluto<br />

cómo debe entenderse lo de todo hombre es engañoso, ni podrá hacerlo, a no ser que se<br />

corrija del error, por el que cree que el hombre puede ser veraz por su propia voluntad sin<br />

la ayuda de la gracia de Dios.<br />

¿Es la humanidad originariamente mala?


XIII 31. De igual modo, él ha dejado sin resolver esta otra cuestión; peor aún, la ha<br />

exagerado y puesto más difícil al citar un testimonio que prueba precisamente en contra<br />

suya: No hay quien obre bien; ni uno solo 127 , y porque, al referir testimonios contrarios,<br />

es como si él mismo demostrase que hay hombres que obran el bien. Lo cual demuestra<br />

ciertamente que, aun cuando el hombre haga muchas cosas buenas, una cosa es no hacer<br />

el bien y otra no estar sin pecado. Por lo tanto, los testimonios aducidos no van contra el<br />

dicho de que en esta vida no hay un hombre sin pecado, pues él no demuestra en qué<br />

sentido se ha dicho que no hay quien obre bien; ni uno solo 128 . "Efectivamente -advierte-<br />

que el santo David dice: Confía en el Señor y obra bien" 129 . Pero éste es un precepto, no<br />

un hecho. Precepto que ciertamente no guardaban los hombres de quienes se dijo: No hay<br />

quien obre bien; ni uno solo 130 . Igualmente, lo del santo Tobías: No temas, hijo; somos<br />

pobres, pero seremos ricos si tememos a Dios y nos apartamos de todo pecado y hacemos<br />

el bien 131 . Es muy cierto que el hombre llega a ser rico cuando se aparta de todo pecado,<br />

porque entonces no tendrá mal alguno ni necesidad de decir: Líbranos del mal 132 . Aunque<br />

también en este caso todo el que progresa con recta intención, al hacerlo, se aparta de<br />

todo pecado; y tanto más se aleja cuanto más se acerca a la plenitud de la justicia y a la<br />

perfección del mismo modo que la concupiscencia, que es el pecado que habita en nuestra<br />

carne, aunque permanece todavía en nuestros miembros mortales, sin embargo, no deja<br />

de disminuir en los que progresan. Por lo tanto, una cosa es ir alejándose de todo pecado<br />

que aún está presente en las obras actuales, y otra haberse alejado de todo pecado, como<br />

sucederá en aquel estado de perfección. Es indudable, no obstante, que tanto el que ya se<br />

ha alejado como el que todavía se está alejando están obrando el bien. Entonces, ¿en qué<br />

sentido se dice: No hay quien obre bien; ni uno solo 133 , cita que él ha propuesto y que ha<br />

dejado sin aclarar? Yo digo que este salmo condena a un pueblo donde no hay ni uno solo<br />

que obre bien, mientras quiera seguir siendo hijo de los hombres y no ser hijo de Dios,<br />

cuya gracia hace bueno al hombre para que pueda obrar bien. De este bien ha de<br />

entenderse lo que se dice en otro lugar: Dios observa desde el cielo a los hijos de los<br />

hombres para ver si hay alguno sensato que busque a Dios 134 . Este bien, que consiste en<br />

buscar a Dios, no había quien lo hiciese, ni uno solo, pero en aquella raza de hombres que<br />

está predestinada a la perdición. Porque la presciencia de Dios ha observado a éstos y ha<br />

publicado la sentencia.<br />

La bondad trascendente de Dios<br />

XIV 32. Insiste Celestio: "Aducen también aquello del Salvador: ¿Por qué me llamas<br />

bueno? No hay nadie bueno más que Dios" 135 . Tampoco ha aclarado esta proposición, sino<br />

que se ha limitado a traer otros testimonios contrarios para intentar probar que el hombre<br />

también es bueno. Porque él mismo ha dicho que había que responder con aquello del<br />

mismo Señor en otra parte: El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca cosas<br />

buenas 136 ; y otra vez: Que hace salir el sol sobre los buenos y los malos 137 ; y vuelve a<br />

insistir: Está escrito en otro lugar: "Las cosas buenas han sido creadas para los justos<br />

desde el principio" 138 ; y de nuevo: Los que son buenos habitarán la tierra 139 .<br />

Es preciso responderle, pero de manera que comprenda también en qué sentido está<br />

escrito: No hay nadie bueno más que Dios 140 . Toda la creación, aunque Dios la creó muy<br />

buena, pero, comparada con el Creador, no es buena, y, en su comparación, ni existe<br />

siquiera; pues él ha dicho de sí mismo de un modo altísimo y apropiado: Yo soy el que<br />

soy 141 . Del mismo modo que se dijo: No hay nadie bueno más que Dios, se dijo también a<br />

propósito de Juan: No era él la luz 142 , habiendo dicho el Señor que era una lámpara, como<br />

todos los discípulos, a quienes dijo: Vosotros sois la luz del mundo; nadie enciende una<br />

lámpara para meterla debajo del celemín 143 , pero que, en comparación con aquella luz<br />

que es la luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo 144 , no era ni<br />

siquiera luz; ya porque aun los mismos hijos de Dios, comparados a sí mismos con lo que<br />

llegarán a ser en aquel estado de perfección eterna, son de tal modo buenos, que al<br />

mismo tiempo también son malos. Lo cual yo no me atrevería a afirmar de ellos -¿y quién<br />

hay que se atreva a decir que son malos aquellos cuyo padre es Dios?-, a no ser que el<br />

mismo Señor lo hubiese dicho: Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas<br />

a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le<br />

pidan? 145 Precisamente, al decir vuestro Padre, ha demostrado que ya son hijos de Dios,<br />

y, sin embargo, no silenció que todavía eran malos.<br />

De todos modos, no ha aclarado este autor cómo, por una parte, estos hombres pueden<br />

ser buenos y, por otra, cómo no hay nadie bueno más que Dios. Por eso quedó bien


advertido aquel que había preguntado a Jesús qué bien debía hacer para alcanzar a aquel<br />

por cuya gracia era bueno y para quien esta bondad es su mismo ser, porque el que es<br />

inmutablemente bueno no puede ser malo en absoluto.<br />

La limpieza del hombre<br />

XV 33. Continúa: "También se nos dice: ¿Quién puede gloriarse de que tiene limpio el<br />

corazón?" 146 A esto contesta igualmente con muchos testimonios, queriendo demostrar<br />

que el hombre puede tener un corazón limpio, sin explicar el testimonio aducido en contra<br />

suya: ¿Quién puede gloriarse de que tiene limpio el corazón? 147 , no vaya a ser que la<br />

divina Escritura aparezca en contradicción consigo misma en este y en otros testimonios<br />

con los que responde.<br />

Por mi parte, al replicar a todo esto, digo que la frase: ¿Quién puede gloriarse de que<br />

tiene limpio el corazón?, no es sino continuación de aquello que estaba escrito, antes:<br />

Cuando el Rey justo esté sentado en su tribunal 148 . Porque, efectivamente, el hombre<br />

debe pensar, por grande que sea su justicia, que nada puede encontrarse en él digno de<br />

culpa, aunque él no lo vea, cuando el Rey justo se haya sentado en su trono, a cuya<br />

mirada no pueden ocultarse nuestras faltas ni aquellas de las cuales se dijo: ¿Quién<br />

conoce las faltas? 149 Cuando el Rey justo esté sentado en su tribunal, ¿quién puede<br />

gloriarse de que tiene limpio el corazón o de que él está limpio de pecado 150 , a no ser, tal<br />

vez, estos que quieren gloriarse en su propia justicia y no en la misericordia del mismo<br />

juez?<br />

34. Sin embargo, es igualmente verdad cuanto añade al responder lo que el Salvador dice<br />

en el Evangelio: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios 151 ; y lo que<br />

dice David: ¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto<br />

sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón 152 ; y en otro lugar: Señor, colma de<br />

bienes a los buenos, a los rectos de corazón 153 ; lo mismo en Salomón: Buena es la<br />

riqueza para aquel que no tiene pecado en la conciencia 154 ; y también: Huye del pecado y<br />

la parcialidad y purifica tu corazón de toda culpa 155 ; que es lo mismo de la carta de San<br />

Juan: Si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios, y cuanto<br />

pedimos lo recibimos de él 156 . Porque a esto se ordena la voluntad cuando cree, espera,<br />

ama; cuando castiga el cuerpo, da limosnas, perdona las injurias; cuando ora sin<br />

intermisión y pide fuerzas para adelantar y poder decir con verdad: Perdónanos, así como<br />

nosotros perdonamos; y: No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal 157 ; a<br />

esto se ordena del todo, a que el corazón esté limpio y libre de todo pecado, ya que el<br />

Juez justo, cuando esté sentado en su tribunal 158 , perdone por su misericordia lo que<br />

encontrare oculto o menos limpio, para que la visión de Dios lo vuelva todo sano y limpio.<br />

Porque hay un juicio sin misericordia, pero para aquel que no practica misericordia. Mas la<br />

misericordia triunfa sobre el juicio 159 . Si esto no fuese así, ¿cuál sería nuestra esperanza?<br />

Ciertamente, cuando el Rey justo esté sentado en su tribunal, ¿quién puede gloriarse de<br />

que tiene limpio el corazón o de que él está limpio de pecado? 160 Por lo tanto, entonces<br />

únicamente los justos, plena y perfectamente purificados por su misericordia, brillarán<br />

como el sol en el reino de su Padre 161 .<br />

Perfección y plenitud de la Iglesia en la gloria<br />

35. Entonces la Iglesia existirá en plenitud y en perfección, y al no tener ya ni mancha, ni<br />

arruga, ni nada semejante 162 , porque entonces será también realmente gloriosa. En<br />

efecto, no decir tan sólo: Para colocarla ante sí a la Iglesia sin mancha ni arruga, sino que<br />

añade gloriosa 163 , ha señalado suficientemente en qué momento estará sin mancha, ni<br />

arruga, ni nada semejante; ciertamente, entonces, cuando sea gloriosa. Actualmente en<br />

medio de tantos males, escándalos, mezcolanza de hombres perversísimos; en medio de<br />

tantos oprobios de los impíos, no puede decirse que sea gloriosa, puesto que los reyes le<br />

están sumisos; lo cual es una tentación más peligrosa y aún mayor; pero será gloriosa<br />

entonces más bien, cuando se cumpla lo que dice el mismo Apóstol: Cuando aparezca<br />

Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria<br />

164 .<br />

Efectivamente, cuando el mismo Señor, bajo la forma de siervo, por cuya gracia se unió a<br />

la Iglesia como mediador, no había sido glorificado por la gloria de la resurrección -por lo<br />

cual se dijo: Todavía no se había dado el espíritu, porque Jesús no había sido glorificado-<br />

165 , ¿cómo se va a poder decir que antes de la resurrección su Iglesia es gloriosa? Él la


purifica ahora con el baño del agua y la palabra 166 , lavándola de los pecados pasados y<br />

arrojando lejos de ella la dominación de los ángeles malos; después, restableciendo<br />

perfectamente su salud, la hace ir al encuentro de aquella Iglesia gloriosa, sin mancha ni<br />

arruga; porque a los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que<br />

justificó, los glorificó 167 . Creo que a este propósito se dijo: Mira que hoy y mañana seguiré<br />

curando y echando demonios; pasado mañana llego a mi consumación 168 , es decir, a mi<br />

perfección. Porque dijo esto refiriéndose a su cuerpo que es la Iglesia, hablando de días en<br />

vez de períodos distintos y ordenados, lo mismo que quiso decir también con su<br />

resurrección en el triduo sacro.<br />

Imperfección del hombre en esta vida<br />

36. Sin embargo, creo que hay diferencia entre un corazón recto y un corazón limpio.<br />

Puesto que el corazón recto, olvidándose de lo que queda atrás, se lanza a lo que está por<br />

delante 169 para poder llegar por camino derecho, esto es, con fe recta y buena intención,<br />

a donde pueda vivir el corazón limpio. De este modo hay que aplicar cada una de las<br />

preguntas a cada una de las respuestas cuando se ha dicho: ¿Quién puede subir al monte<br />

del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro<br />

corazón 170 -el hombre de manos inocentes podrá subir y el de puro corazón podrá estar;<br />

lo primero es el trabajo; lo segundo, el descanso final-, y allí, más bien, entenderemos<br />

aquel dicho: Buena es la riqueza sin pecado 171 . Efectivamente, entonces la riqueza será<br />

buena de verdad, es decir verdadera riqueza, cuando haya pasado toda pobreza,<br />

desaparecido toda necesidad. Mas ahora el hombre debe apartarse de dicho pecado 172 , ya<br />

que al progresar se aparta de él y se renueva de día en día y practica las obras de<br />

misericordia y purifica su corazón de todo pecado 173 para que lo que queda le sea<br />

perdonado graciosamente. Así se entiende con propiedad saludablemente y sin jactancia<br />

vana y presuntuosa aquel dicho de San Juan: Si la conciencia no nos condena, tenemos<br />

plena confianza ante Dios, y cuanto pidamos lo recibiremos de él 174 . Que es lo que parece<br />

amonestar en este pasaje el apóstol, para que nuestro corazón no nos reprenda en la<br />

misma oración y petición, no vaya a suceder que, al comenzar a decir el perdónanos, así<br />

como nosotros perdonamos 175 , nos entristezcamos al no hacer lo que decimos y aun no<br />

nos atrevamos a confesar lo que no hacemos, y perdamos la confianza en la oración.<br />

La justicia de Job<br />

XVI 37. Del mismo modo, va en contra suya el testimonio de las Escrituras que ellos<br />

suelen citar: No existe sobre la tierra ni un solo hombre justo, que obre bien y no peque<br />

176 ; y como si se respondiese con otros testimonios que el Señor dice del santo Job: ¿Te<br />

has fijado en mi siervo Job? En la tierra no hay otro como él: es un hombre justo y<br />

honrado, que teme a Dios y se aparta del mal 177 . Ya hemos discutido este punto más<br />

arriba. Y, sin embargo, tampoco ha demostrado cómo, de una parte, Job pudo estar sin<br />

pecado alguno en la tierra, si estas palabras hay que entenderlas en este sentido, ni, de<br />

otra parte, cómo puede ser verdadero el texto que cita: No existe sobre la tierra ni un solo<br />

hombre justo, que obre bien y no peque 178 .<br />

La justicia de Zacarías e Isabel<br />

XVII 38. "Asimismo, se nos dice según él: Ante ti no se justifica ningún viviente" 179 . A<br />

este testimonio casi no ha respondido para otra cosa sino para que parezca que las<br />

Escrituras santas están en conflicto, y cuya concordancia nosotros debemos demostrar.<br />

Porque dice: "Es preciso aclararles aquello que el evangelista afirma del santo Zacarías<br />

cuando dice: Zacarías e Isabel, su esposa, los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin<br />

falta según los mandamientos y leyes del Señor" 180 . Estos dos justos ciertamente habían<br />

leído en los mismos mandamientos de qué manera podían limpiar sus pecados. Porque<br />

Zacarías hacía todo lo que se dice en la carta a los Hebreos acerca de todo sacerdote<br />

tomado de entre los hombres, que ofrecía ciertamente sacrificios también por sus propios<br />

pecados 181 .<br />

De qué modo hay que entender entonces la expresión sin falta, creo que ya lo he<br />

demostrado de sobra más arriba.<br />

"En otra parte insiste en que el bienaventurado Apóstol dice también: Para que fuésemos<br />

santos e irreprochables ante su mirada" 182 .


Aquí se trata, para que podamos llegar a serlo, de si hay que entender por irreprochables<br />

a los que están absolutamente sin pecado, o, por el contrario, de si irreprochables son<br />

aquellos que no tienen delito, y en este caso no se puede negar que, aun en esta vida, los<br />

ha habido y los hay; y, a pesar de eso, no hay ni uno solo sin pecado por el hecho de que<br />

no tenga mancha alguna de delito. De donde se deduce también que el Apóstol cuando va<br />

a elegir a los ministros que ha de ordenar, no dice: "Que sea sin pecado" -porque no<br />

podría encontrarlo-, sino: Que sea irreprochable 183 , lo cual ciertamente era posible. Sin<br />

embargo, ese individuo no demuestra tampoco de qué modo, según su opinión, debemos<br />

entender lo que está escrito: Pues, ante ti no se justifica ningún viviente 184 . Sentencia<br />

que aparece clarísimamente por el versillo que le precede: No entres en juicio con tu<br />

siervo, pues ante ti no se justifica ningún viviente 185 . Teme el juicio, porque desea la<br />

misericordia, que triunfa sobre el juicio 186 . Esto significa no entres en juicio con tu siervo:<br />

"no me juzgues según tú, que eres sin pecado", pues ante ti no se justifica ningún<br />

viviente 187 . Lo cual se entiende sin dificultad de esta vida. Y lo de no se justifica se refiere<br />

a aquella perfección de justicia que no existe en esta vida.<br />

El hombre no está sin pecado en esta vida<br />

XVIII 39. Sigue Celestio: "Los contrarios insisten: Si decimos que no tenemos pecado,<br />

nos engañamos y la verdad no está en nosotros" 188 . Y se ha esforzado en refutar este<br />

testimonio evidentísimo con otros testimonios en parte contrarios, puesto que el mismo<br />

San Juan en esta misma carta dice: Esto os digo, hermanos: que no pequéis. El que ha<br />

nacido de Dios no peca, porque la simiente de Dios está en él, y no puede pecar 189 . Lo<br />

mismo en otro sitio: El que ha nacido de Dios no peca, sino que el nacido de Dios le<br />

guarda, y el Maligno no le toca 190 . "En este mismo sitio -insiste-, hablando del Salvador:<br />

Que apareció para evitar el pecado. El que permanece en él no peca; el que peca no le ha<br />

visto ni le ha conocido 191 . Igualmente en otro lugar: Queridos, ahora somos hijos de Dios<br />

y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos<br />

semejantes a él, porque le veremos tal cual es. Y todo el que tiene esta esperanza en él,<br />

se hace puro, como puro es él" 192 .<br />

No obstante ser todos estos testimonios verídicos, también lo es el que ha citado sin<br />

aclarar: Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la<br />

verdad no está en nosotros 193 . En consecuencia, siguiendo aquello de que hemos nacido<br />

de Dios, permanecemos en aquel que apareció para quitar los pecados, Cristo, y no<br />

pecamos -pues esto significa que el hombre interior se renueva día a día 194 -; pero,<br />

siguiendo aquello otro de que hemos nacido del hombre, por el cual entró el pecado en el<br />

mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte se propagó a todos los hombres 195 ,<br />

nosotros no estamos sin pecado, porque todavía estamos en la debilidad de aquel hombre<br />

hasta que esta debilidad, en la que hemos nacido del primer hombre y en la cual no<br />

estamos sin pecado, sea totalmente curada mediante aquella renovación que se hace día a<br />

día, puesto que, según ella, hemos nacido de Dios. Quedando en el hombre interior<br />

reliquias del pecado, aunque disminuyan día a día en los que progresan, si decimos que no<br />

tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros 196 .<br />

¿En qué sentido es verídico lo de todo el que peca no le ha visto ni conocido 197 (a Dios),<br />

cuando nadie puede verle ni conocerle en esta vida según la visión y el conocimiento de la<br />

contemplación? En cambio, según la visión y el conocimiento de la fe, son muchos los que<br />

pecan; ciertamente, los mismos apóstatas, los cuales, sin embargo, han creído algún<br />

tiempo en él, de manera que de ninguno de ellos se pueda decir: "Según la visión y el<br />

conocimiento que hasta el presente tiene la fe, no le ha visto ni conocido". Más bien creo<br />

entender que la renovación que debe llegar a la perfección le ve y le conoce, mientras que<br />

la debilidad, llamada a ser aniquilada, ni le ve ni le conoce; y en el cúmulo de sus reliquias<br />

almacenadas en nuestro interior, si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a<br />

nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Por consiguiente, aunque seamos hijos<br />

de Dios por la gracia de la renovación, sin embargo, debido a los residuos de nuestra<br />

debilidad, aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste,<br />

seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es 198 . Entonces no existirá más<br />

pecado alguno, porque no permanecerá ninguna debilidad ni interior ni exterior. Y todo el<br />

que tiene esta esperanza en él, se hace santo, como santo es él 199 ; efectivamente, se<br />

hace santo no por sí mismo, sino creyendo en él e invocando a aquel que hace santos a<br />

sus santos. La perfección de esta santificación, que ahora progresa y crece día a día,<br />

eliminará todos los restos de la debilidad.


Textos que demuestran el libre albedrío del hombre con la ayuda divina<br />

XIX 40. "Dicen de nuevo -añade Celestio-: No es del que quiere ni del que corre, sino de<br />

Dios, que tiene misericordia" 200 . A esto hay que responder, según Celestio, con aquello<br />

que el mismo Apóstol indica en otra parte a propósito de un hombre: Que haga lo que<br />

quiera 201 . Insiste en que "lo mismo está en la carta a Filemón sobre Onésimo: Me hubiera<br />

gustado retenerlo junto a mí, para que me sirviera en tu lugar; pero, sin tu<br />

consentimiento, nada he querido hacer, a fin de que ese favor no me lo hicieras por<br />

necesidad, sino por voluntad 202 . También en el Deuteronomio: Ha puesto delante de ti la<br />

vida y la muerte, el bien y el mal. Elige la vida y vivirás 203 . De nuevo en Salomón: Dios<br />

hizo al hombre desde el principio y le dejó en manos de su albedrío. Le dio mandatos y<br />

preceptos: si eliges los preceptos, ellos te guardarán para cumplir en lo sucesivo la<br />

promesa dada. Ante ti puso el agua y el fuego; a lo que tú quieras tenderás la mano. Ante<br />

el hombre están el bien y el mal, la vida y la muerte; la pobreza y la honestidad son del<br />

Señor Dios 204 . Y en Isaías: Y, si sabéis obedecer, comeréis lo sabroso de la tierra; si<br />

rehusáis y os rebeláis, la espada os comerá, porque lo ha dicho el Señor" 205 .<br />

Pero aquí los adversarios se ven descubiertos en todo cuanto ellos se quieren ocultar,<br />

porque están demostrando cómo combaten contra la gracia o la misericordia de Dios, que<br />

es lo que deseamos obtener cuando decimos: Hágase tu voluntad así en la tierra como en<br />

el cielo; o: No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal 206 . Porque para qué<br />

pedimos en la oración todo esto con tanto gemido, si depende del hombre, que quiere y<br />

que corre, y no de Dios, que tiene misericordia? 207 No porque esto se cumpla sin nuestra<br />

voluntad, sino porque la voluntad no cumple lo que se propone sin la ayuda divina. Esta es<br />

la fe sana, que nos hace orar: buscar para encontrar; pedir para recibir; llamar para que<br />

nos abran 208 . El que se rebela contra ella cierra contra sí mismo la puerta de la<br />

misericordia divina.<br />

No quiero seguir un asunto tan serio, porque es mejor encomendarlo a los gemidos de los<br />

fieles que a mis cavilaciones.<br />

41. Os suplico, sin embargo, que consideréis lo absurdo de que la misericordia divina, que<br />

precede incluso a aquel para que corra, no sea necesaria para el que quiere y el que corre,<br />

porque el Apóstol dice a propósito del hombre: Que haga lo que quiera; allí, según creo,<br />

donde sigue y dice: No peca; que se case 209 -como si fuera una gran hazaña el querer<br />

casarse, cuando se discute con tanta dificultad sobre la ayuda de la misericordia divina, o,<br />

aún más, como si sirviese de algo el querer, si Dios no une al varón y a la mujer con su<br />

providencia, que gobierna todas las cosas-, o porque el Apóstol escribió a Filemón: A fin<br />

de que ese favor no me lo hicieras por necesidad, sino por voluntad 210 ; como si, por otra<br />

parte, ese favor fuese voluntario, a menos que Dios active en nosotros el querer y el obrar<br />

para realizar su designio de amor 211 ; o porque está escrito en el Deuteronomio: Ante el<br />

hombre he puesto la vida y la muerte, el bien y el mal 212 , y aconsejó elegir la vida; como<br />

si el mismo consejo no procediese igualmente de la misericordia, o sirviese de algo elegir<br />

la vida si Dios no inspirase la caridad de elegir y concediese mantener la ya elegida, según<br />

está escrito: Porque por un instante dura su cólera, y su benevolencia de por vida 213 ; o<br />

porque ha dicho: Si eliges los preceptos, te guardará 214 ; como si no tuviese que<br />

agradecer a Dios, porque ha elegido los preceptos el hombre que, privado de toda luz de<br />

la verdad, no podía elegir ni eso. Puestos ante el hombre el fuego y el agua, extiende la<br />

mano ciertamente a donde quiere, pero está más alto aquel que llama por encima de todo<br />

pensamiento humano, puesto que la fe es el principio de la conversión del corazón, como<br />

está escrito: Vendrás y harás tu entrada desde el principio de la fe 215 . Y todo hombre<br />

elige así el bien según la medida de la fe que Dios otorgó a cada uno 216 ; y: Nadie puede<br />

venir a mí -dice el príncipe de la fe- si no lo trae el Padre que me ha enviado 217 . Lo dicho<br />

sobre la fe, por la que creemos en él, lo declara después con evidencia cuando expone:<br />

Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, algunos de vosotros no<br />

creen. Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién le iba a entregar. Y<br />

añadía: Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si mi Padre no se lo concede 218 .<br />

Un texto de Isaías<br />

42. Nuestro autor ha creído encontrar algo grande a su favor en el profeta Isaías, porque<br />

dijo Dios: Si sabéis obedecerme, comeréis lo sabroso de la tierra. Si rehusáis y os<br />

rebeláis, la espada os devorará, porque esto lo ha dicho la boca del Señor 219 . Como si la


ley entera no estuviera llena de estas expresiones o como si estos preceptos no hubiesen<br />

sido dados a los orgullosos por otra razón distinta, sino porque la ley fue añadida, por<br />

causa de las transgresiones, hasta que viniese la descendencia, a quien la promesa había<br />

sido hecha 220 . Por eso se introdujo la ley, para que abundase el pecado; pero donde<br />

abundó el pecado sobreabundó la gracia 221 ; esto es, para que el hombre recibiese los<br />

preceptos con soberbia, confiando en sus propias fuerzas; y así, cayendo y hecho también<br />

prevaricador, buscase a su libertador y salvador; y de este modo el temor de la ley le<br />

volviese humilde y, como un pedagogo, le llevase a la fe y a la gracia. Por esta razón,<br />

habiendo multiplicado sus infidelidades, después se hicieron diligentes 222 , a los cuales<br />

vino Cristo a sanar oportunamente. En esta gracia creyeron también los antiguos justos,<br />

ayudados por la misma gracia de Cristo, para que le conociesen previamente llenos de<br />

gozo y algunos predijesen también que iba a venir; ya entre aquel pueblo de Israel, como<br />

Moisés, Josué, Samuel, David y otros; ya fuera del mismo pueblo, como Job; o antes del<br />

mismo pueblo, como Abrahán, Noé y todos los que recuerda o calla la divina Escritura.<br />

Porque uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús 223 , sin<br />

cuya gracia nadie se libra de la condenación, sea la que se transmitió de aquel en quien<br />

todos pecaron, sea la que cada uno ha añadido después con sus propios pecados.<br />

Responsabilidad del hombre y necesidad de la gracia de Dios<br />

XX 43. Pero veamos cuál es el argumento que ha dejado para el final: "Si alguno dijera: '¿<br />

Es posible que el hombre no llegue a pecar ni de palabra?', habría que responder, según<br />

él, que si Dios lo quiere, es posible; pero Dios lo quiere, luego es posible". E insiste: "Si<br />

alguno dijera: 'Es posible que el hombre no llegue a pecar ni de pensamiento?', habría que<br />

responder: 'Si Dios lo quiere, es posible; es así que Dios lo quiere, luego es posible'".<br />

Conclusión<br />

Fijaos cómo no ha querido decir que es posible si le ayuda Dios, a quien decimos: Sé mi<br />

socorro, no me abandones 224 ; no ciertamente para conseguir los bienes corporales y<br />

evitar los males, sino para cumplir y perfeccionar la justicia. Por eso decimos: No nos<br />

dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal 225 . No es ayudado sino aquel que<br />

también hace algo; pero es ayudado si lo pide, si cree, si ha sido llamado según el<br />

designio de Dios, puesto que a los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen<br />

de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos. Pues a los que<br />

predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó 226 .<br />

Corremos, por lo tanto, cuando progresamos, cuando nuestra integridad avanza entre los<br />

que progresan -como se dice también que una cicatriz adelanta cuando la herida se va<br />

curando bien y diligentemente-, para que seamos perfectos del todo sin debilidad alguna<br />

de pecado; lo cual no solamente lo quiere Dios, sino que también actúa y ayuda para que<br />

se cumpla. Es lo que hace con nosotros la gracia de Dios por Jesucristo, Señor nuestro 227 ;<br />

no sólo por medio de los preceptos, de los sacramentos, de los ejemplos, sino también<br />

mediante el Espíritu Santo, por quien en secreto el amor de Dios ha sido derramado en<br />

nuestros corazones 228 para interceder con gemidos inefables 229 hasta que en nosotros se<br />

alcance la salud perfecta y Dios se manifieste como es, visible en la verdad eterna.<br />

Resumen de los bienes de la justicia<br />

XXI 44. En conclusión, quien crea que ha habido o que hay en esta vida algún hombre u<br />

hombres, excepto el único mediador de Dios y de los hombres, para quienes no ha sido<br />

necesaria la remisión de los pecados, va contra la divina Escritura cuando dice el Apóstol:<br />

Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así se<br />

propagó a todos los hombres por aquel en quien todos pecaron 230 ; y se ve obligado a<br />

sostener, con terquedad impía, la afirmación de que es posible que haya hombres que se<br />

vean libres y salvos de pecado sin el Cristo mediador, que libera y que salva cuando él<br />

mismo ha dicho: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos; no he<br />

venido a llamar a los justos, sino a los pecadores 231 . En cuanto a quien afirme que<br />

después de recibir el perdón de los pecados se puede vivir en esta carne santamente, de<br />

tal modo que no se tenga en absoluto pecado alguno, contradice al apóstol Juan cuando<br />

afirma: Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la<br />

verdad no está en nosotros 232 ; porque no dice "hemos tenido", sino tenemos. Si alguien<br />

lo entiende de aquel pecado que domina en nuestro cuerpo, según el vicio contraído por la<br />

voluntad del primer hombre pecador, a cuyas sugestiones pecaminosas el apóstol Pablo<br />

nos manda resistir; si entiende que no peca el que no consiente en absoluto al pecado


mismo para ninguna obra mala, aunque domine en la carne, sea en hecho, dichos o<br />

pensamientos, a pesar de que se revuelva la misma concupiscencia, llamada, de algún<br />

modo, pecado, el cual consiste en consentir en ella, y que nos provoca a pesar nuestro:<br />

quien lo entienda así, realmente distingue todo esto con sutileza, pero tenga en cuenta el<br />

contenido de la oración dominical cuando decimos: Perdónanos nuestras deudas 233 .<br />

Porque, si no me engaño, no habría sido necesario decir eso si jamás consintiera lo más<br />

mínimo a las sugestiones del pecado ni de palabra ni de pensamiento, sino que habría<br />

dicho tan sólo: No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal 234 ; y el apóstol<br />

Santiago no diría tampoco: Todos pecamos en muchas cosas 235 . Porque no peca sino<br />

aquel a quien la concupiscencia maliciosa persuade contra la ley justa, sea por engaño o<br />

por conquista, deseando u omitiendo hacer, decir o pensar algo que no debía.<br />

Finalmente, a excepción de aquella cabeza nuestra, salvador de su propio cuerpo, hay<br />

quienes afirman la existencia en esta vida de hombres justos sin pecado alguno, ya porque<br />

no han consentido jamás a las sugestiones, ya porque no ha de considerarse pecado lo<br />

que es tan pequeño que Dios no lo toma en cuenta en su justicia divina -aun cuando una<br />

cosa sea el bienaventurado sin pecado y otra el bienaventurado a quien Dios no le imputa<br />

el pecado-, no hay por qué seguir disputando.<br />

Ya sé que algunos hay de este parecer. Yo no me atrevo en este punto a condenar su<br />

sentencia, aunque tampoco puedo defenderla. Pero todo el que niega la obligación de orar<br />

para no caer en la tentación, afirmo, sin duda alguna, que su voz ha de ser apagada, y él<br />

condenado por la boca de todos. Y esto lo niega todo el que sostiene que el hombre no<br />

tiene necesidad de la ayuda divina para no pecar, sino que le basta la voluntad humana<br />

para cumplir la ley después que la ha aceptado.<br />

RÉPLICA A GAUDENCIO, OBISPO DONATISTA<br />

Traductor: P. Santos Santamarta, OSA<br />

LIBRO PRIMERO<br />

Motivación de la obra y modo de llevarla a cabo<br />

I. 1. Gaudencio, obispo donatista de Tamugadi, amenazaba con quemarse a sí mismo<br />

dentro de la iglesia con algunos otros descarriados que se le habían unido. Un varón<br />

notable, el tribuno y notario Dulcicio, a quien el piadosísimo emperador encargó el<br />

cumplimiento de sus leyes para llevar a cabo la unidad, trataba con la mansedumbre<br />

conveniente con los exaltados; primeramente le escribió una carta al mismo Gaudencio en<br />

plan de paz. Este le contestó con dos: una, breve y apresurada, debido, según indica, a<br />

que tenían prisa los portadores; otra, más extensa, en la que piensa que respondió con<br />

más diligencia según las Escrituras. Con la ayuda del Señor determiné refutar esos sus<br />

escritos, y de tal suerte que hasta los de ingenio menos capaz no alberguen duda de que<br />

he respondido a todos los puntos.<br />

Pondré en primer lugar sus palabras, después añadiré las mías; no precisamente como lo<br />

hice al responder a la carta de Petiliano. En efecto, entonces, ante sus palabras, puse:<br />

"Petiliano dijo", y ante las mías: "Respondió Agustín". Por ello, como si yo hubiera<br />

mentido, me calumnió diciendo que nunca había discutido conmigo, cara a cara; como si<br />

no hubiera dicho lo que escribió porque no lo oí de sus labios, sino que lo leí en su carta; o<br />

que yo no había respondido porque no había hablado estando él presente, sino que había<br />

respondido a sus escritos con otros escritos. ¿Qué podemos hacer con personas de tal<br />

espíritu que piensan que lo tienen igual aquellos que desean que conozcan sus escritos?<br />

Pero procuremos dar satisfacción aun a los tales, y al citar las palabras de Gaudencio no<br />

diré: "Gaudencio dijo", sino: "Texto de la carta"; y al responder, no diré: "Respondió<br />

Agustín", sino: "Respuesta a esto". Así pues, comencemos ya a refutar la carta primera y<br />

más breve.<br />

2. Texto de la carta: "Al honorable y, si así lo aceptas, muy deseable para nosotros,<br />

Dulcicio, tribuno y notario, Gaudencio obispo".<br />

Respuesta a esto: No debemos discutir hasta sobre esta cuestión para no detenernos en


cosas casi superfluas, ya que hay pasajes importantes que nos obligan a hablar con un<br />

poco más de detenimiento.<br />

Brevísimo comentario de las primeras palabras<br />

II. 3. Texto de la carta: "He recibido la carta de Tu Religión por medio de aquellos cuyas<br />

costumbres y tenor de vida ponen de manifiesto que son queridos por todos".<br />

Respuesta a esto: Tampoco discutiré cómo has podido decir "de Tu Religión" precisamente<br />

a un hombre a quien juzgas más bien irreligioso. Ciertamente le has tributado el honor<br />

como pensaste debías tributárselo, ya que en la carta que te escribió te otorgó uno mayor<br />

que el que un católico debió otorgar a un hereje, pensando que con ese modo de hablar tu<br />

mente se tornaría razonable.<br />

Gaudencio queda declarado como reo<br />

III. 4. Texto de la carta: "En la carta Tu Dignidad ha dicho muchas cosas, que de<br />

momento paso por alto; pero como la agudeza de tu ingenio no advirtió que en el mismo<br />

escrito no pudiste declararnos ni totalmente inocentes ni totalmente culpables..."<br />

Respuesta a esto: ¿No os declaró acaso reos, al decir que os habíais reunido para el mal?<br />

¿No te declaró reo al decir que, siendo tú su jefe, las almas de los miserables habían de<br />

perecer con nefando resultado, añadiendo que debías darte cuenta de qué malevolencia<br />

podías ganarte en este mundo y la pena que podía reservársete en el último juicio sin<br />

esperanza para ti? ¿No declaró reo a quien exhortó cuanto estuvo a su alcance para que,<br />

siguiendo el ejemplo imitable de otros, desechado el error de la anterior herejía, te<br />

convirtieras a la única y verdadera fe en Dios? Pero no hemos emprendido la tarea de<br />

defender las palabras del tribuno, sino la de refutar las del hereje. Si este nuestro,<br />

digamos, laico militar ha dicho algo incautamente, ¿quién no tendrá a bien perdonarle? ¿<br />

Quién puede defender que por sus palabras se prejuzga a la Iglesia católica? Eres tú quien<br />

debes considerar con más detenimiento lo que dices, tú a quien el partido de Donato, en<br />

nuestra común Conferencia de Cartago, proclamó, junto con otros seis, defensor de su<br />

cisma.<br />

Nuestra relación con los malvados<br />

IV. 5. Texto de la carta: "Si nos consideras criminales, debéis evitar nuestra sociedad que<br />

merece condenación".<br />

Respuesta a esto: Ciertamente debe huirse de la sociedad de los criminales, pero no se<br />

debe rechazar la de los corregidos. Y así evitamos saludablemente la primera, pero de<br />

suerte que queremos, solicitamos, apremiamos con afecto compasivo a la segunda.<br />

Gaudencio se cree perseguido sin motivo<br />

V. 6. Texto de la carta: "Si nos tienes por inocentes, como tú mismo dijiste, estando en la<br />

fe de Cristo, nos alegramos de soportar a los perseguidores".<br />

Respuesta a esto: He considerado la carta que te envió el tribuno, y nunca leí en ella que<br />

te considerara inocente, sino que de boca de otros había oído o te había tenido por<br />

prudente. Y así se suele llamar en las santas Escrituras no sólo a los buenos, sino también<br />

a los malos. La misma serpiente que engañó al hombre recibe allí este nombre. En efecto,<br />

algunos tradujeron "la más sabia de las bestias" 1 , pero los códices griegos traen "la más<br />

prudente"; y de ahí pasó el término a la versión latina. Y si se ha de juzgar que el tribuno<br />

llamó inocentes a aquellos de quienes dijo que tú forzabas a la muerte contra su voluntad,<br />

¿qué tiene de extraño que pensase que tenía allí lugar lo que sabía que había sucedido en<br />

otros lugares?<br />

No tienes, pues, motivo de alegrarte porque sufras persecución, ya que no puedes<br />

encontrar cómo afirmar tu inocencia. En modo alguno se debe hablar en este caso de<br />

persecución de hombres, ya que es más bien una persecución de vicios para librar a los<br />

hombres; es lo mismo que practica con los enfermos la diligencia de los médicos. En<br />

realidad, aunque fuerais inocentes, os convertiríais en culpables por el hecho de desear<br />

dar muerte a inocentes. Los que intentan afirmar su inocencia y, sin embargo, no quieren


espetar su vida, ¿de qué quedan convictos sino de matar a inocentes?<br />

Amenaza de Gaudencio y los suyos de darse muerte<br />

VI. 7. Texto de la carta: "En esta iglesia en que el nombre de Dios y de su Cristo, como<br />

también tú dijiste, siempre se ha celebrado en la verdad con numerosa asistencia nosotros<br />

o permanecemos vivos, mientras a Dios le plazca, o, como es digno de la familia de Dios,<br />

pondremos fin a nuestra vida dentro del campamento del Señor, y ciertamente bajo la<br />

condición de que, si se emplea la fuerza, eso podrá acaecer. No hay, en efecto, nadie tan<br />

demente que se apresure a caminar a la muerte si no hay nadie que lo empuje".<br />

Respuesta a esto: Tampoco se lee en la carta del tribuno que tú hayas invocado en la<br />

verdad el nombre del Señor, aunque sí ha dicho que lo has invocado. Bien es verdad que,<br />

aunque lo hubiera dicho, podría entenderse que no lo dijo para vuestra gloria, sino para<br />

vuestro castigo. Pues incluso de los pueblos impíos dijo el Apóstol: Aprisionan la verdad<br />

con la injusticia 2 , como hacéis también vosotros al mantener la verdad del bautismo<br />

divino en la iniquidad del error humano. Por eso, cuando corregimos vuestra iniquidad, no<br />

debemos anular la verdad de aquel sacramento. Proclamas ciertamente, oh hombre<br />

inocente, aunque con otras palabras, que tú y los tuyos vais a perecer con la iglesia. Al<br />

decir "en iglesia", ¿qué otra cosa quieres afirmar sino con la iglesia, ya que te dispones a<br />

realizar lo que piensas mediante el fuego? En esto consiste la inocencia del partido de<br />

Donato, en hacer, añadiendo vuestras propias muertes, lo que como pudisteis y con<br />

quienes pudisteis aseguráis haber hecho en Cartago, por malevolencia para con nosotros<br />

sin morir vosotros, con las basílicas que eran vuestras. ¿Quién no creerá que habéis<br />

hecho, llevados de los celos, lo que habéis dispuesto hacer incluso muriendo? Y si no<br />

llegasteis a hacerlo, es ciertamente una locura mayor lo que os preparáis a hacer. Pero<br />

dijiste: "Si se emplease la fuerza", y añadiste: "No hay en efecto nadie tan demente que<br />

se apresure a caminar a la muerte si no hay quien le empuje". ¡Cuánta mayor demencia es<br />

la de quien, empujado a la vida, se apresure a la muerte!<br />

Presume de que no quiere retener a nadie<br />

VII. 8. Texto de la carta: "En cuanto a los que están con nosotros pongo por testigo a<br />

Dios y a todos sus sacramentos de que los he exhortado y procurado persuadir con todo<br />

encarecimiento que el que tenga voluntad de salir, lo confiese sin temor alguno<br />

públicamente; porque no podemos retener a nadie contra su voluntad, nosotros que<br />

hemos aprendido que no se debe forzar a nadie a creer en Dios".<br />

Respuesta a esto: ¿Por qué no proclamas con toda claridad que, si no retienes a quienes<br />

no quieren, al menos los exhortas a hacer una obra buena, si es bueno lo que has de<br />

hacer? ¿Acaso te das cuenta de lo malo que es, y amenazas con que has de hacer esto<br />

más para aterrorizar que para cumplirlo, siendo infiel si mientes o cruel si dices la verdad?<br />

Termina la primera carta<br />

VIII. 9. Texto de la carta: "(Escrito por otra mano) Deseo te encuentres sano y salvo, con<br />

éxito en los asuntos de la república, y evitando inquietar a los cristianos".<br />

Respuesta a esto: También podemos nosotros desearle salud y éxito en los asuntos de la<br />

república, pero sin abstenerse de corregir a los herejes.<br />

Empieza la segunda carta<br />

IX. 10. Texto de la segunda carta: "A Dulcicio, honorable y con todo nuestro afecto<br />

deseable, Gaudencio obispo".<br />

Respuesta a esto: Si con todo afecto deseas al hombre, ¿por qué rechazas mantener con<br />

él la unidad de Cristo? ¿Acaso al devolver, digamos, un mal por otro, deseas rebautizar a<br />

quien consideras tu perseguidor?<br />

No se ve lógica la queja de Gaudencio<br />

X. 11. Texto de la carta: "Los que se conocen entre sí sólo por la opinión pública suelen<br />

intercambiarse mutuamente algunas palabras o al menos no temer la presencia del<br />

desconocido; en cambio, con tu censura me has hecho saber que te has felicitado de


haberme encontrado ausente y que te has entristecido de que haya vuelto".<br />

Respuesta a esto: No todos los que sólo se conocen por la opinión pública desean verse<br />

mutuamente, sino aquellos a quienes la misma opinión hace recomendables. Y es en<br />

verdad chocante lo que te ha ocurrido a ti: que consideras deseable a aquel de quien te<br />

quejas que sufres persecución; y que, en cambio, el que te persigue a ti prefiera que estés<br />

ausente y no quiera encontrar al que persigue. ¿De dónde procede esto sino de que quiso<br />

que se entendiese que eres tú más bien el perseguidor de aquellos cuya salud en Cristo<br />

pensó impedías con tu presencia?<br />

Le reprocha que atribuya al tribuno intentos de matar que no existieron<br />

XI. 12. Texto de la carta: "Pero como el otro día, para no dejar de responderte por carta,<br />

dada la prisa de los portadores, te comuniqué algunas cosas sucinta y brevemente, ahora<br />

tengo que responder a los escritos que te has dignado dirigirme con palabras de la<br />

sacrosanta ley divina. Dice el Señor: No darás muerte al inocente y al justo ni absolverás<br />

al culpable 3 . Es cierto, por consiguiente, que en el juicio de Dios se ven encadenados por<br />

un crimen y culpabilidad iguales el que absuelve a un culpable y el que mata a un<br />

inocente. Si antes de estar en comunión eran culpables ese Gabinio citado por ti o los<br />

restantes náufragos de la fe, que participaron con él en el mal paso, en modo alguno<br />

debieron ser absueltos según las palabras de Dios. Y si fueron recibidos como inocentes o<br />

como santos, ¿por qué, permaneciendo en aquella fe, por lo que los recibís como santos,<br />

los matáis siendo inocentes?"<br />

Respuesta a esto: Hablas con animosidad y mentira. Aquel a quien te diriges no recibió la<br />

orden de daros muerte, sino de procurar vuestra corrección, y, si no hubieseis querido<br />

corregiros, la de enviaros al destierro, para que no os convirtáis en impedimento para que<br />

se corrijan los demás. Si los justos no deben tratar así a los injustos, ¿por qué quisisteis<br />

gloriaros en la común Conferencia del destierro, falso, por una parte, de Ceciliano, al que<br />

dijisteis que había sido enviado por el emperador Constantino a instancias de vuestros<br />

antepasados? El tribuno a quien escribes, que tiene encomendada la ejecución de las leyes<br />

promulgadas en favor de la unidad, hasta tal punto desea que conserves la vida que teme<br />

te des muerte a ti mismo. ¡Mírale a él y mírate a ti mismo! Él quiere que vivas en la paz de<br />

Cristo; tú pretendes darte muerte en el partido de Donato: reconoce quién de los dos es el<br />

perseguidor.<br />

No es necesario rebautizar<br />

XII. 13. Respecto a Gabinio, ahora nuestro y en un tiempo vuestro, y muchísimos otros<br />

que pasaron de vosotros a nosotros después de haber examinado la verdad católica, no<br />

creáis que están sin purificar de vuestro contagio por el hecho de que no los hemos<br />

rebautizado. En efecto, a los que aún no han sido bautizados la Iglesia católica los purifica<br />

de todos sus pecados mediante el lavado de la regeneración. En cambio, a los que reciben<br />

el sacramento fuera, no para su salvación, sino para su condenación, como no violamos el<br />

carácter regio ni aun en el desertor, se les aplica lo que está escrito: La caridad cubre la<br />

multitud de los pecados 4 . He aquí cómo la caridad de la unidad católica puede purificar a<br />

quienes no se debe bautizar; de modo que no empieza a existir dentro lo que existía<br />

fuera, sino que comienza a ser de provecho dentro lo que fuera perjudicaba. Por<br />

consiguiente, no los recibimos de vosotros como si fueran santos; al contrario, son<br />

santificados al pasar a nosotros los que, permaneciendo entre vosotros, en ningún modo<br />

pueden serlo. Ni os damos muerte a vosotros siendo inocentes, si queremos que viváis<br />

aun siendo culpables.<br />

Ningún suicida es inocente<br />

XIII. 14. Pero tú, que tan a propósito recuerdas el testimonio de la divina palabra y nos<br />

pones ante los ojos el mandato de Dios: No darás muerte al inocente y justo 5 , si eres<br />

inocente y justo, ¿por qué te das muerte? Nosotros no decimos que seas inocente y justo<br />

y, sin embargo, no queremos que mueras; tú, que te consideras inocente y justo, no<br />

perdonas al inocente y justo. "Es cierto, por consiguiente -has dicho tú mismo-, que en el<br />

juicio de Dios se ven encadenados por un crimen y culpabilidad iguales el que absuelve a<br />

un culpable y el que mata a un inocente". ¿Por qué, pues, absolviste al maximianista<br />

Feliciano si era culpable? ¿Por qué te das muerte a ti mismo si eres inocente? Nosotros ni<br />

absolvemos al culpable, sino que deseamos que se corrija primero para merecer ser


absuelto, ni a ti te juzgamos inocente, ya te perdones, ya te des muerte, si permaneces en<br />

el partido de Donato. Por grande que sea la inocencia de que te gloríes, si te das muerte a<br />

ti mismo siendo inocente, no podrás ser inocente; a no ser que me contestes diciendo:<br />

"Cuando me mato, no mato ciertamente a un inocente, ya que por la misma voluntad con<br />

que intento darme muerte me hago culpable en mi ánimo antes de matar el cuerpo". Si<br />

dices esto, dices verdad, y te defiendes acusándote de modo singular. Cuando manifiestas<br />

al matarte a ti mismo que te haces culpable antes por la misma intención, sin duda que,<br />

realizado el crimen, nadie te dejará convicto de haber matado a un inocente. De aquí se<br />

sigue que si hay muchos inocentes matados por otros, nadie se mata a sí mismo siendo<br />

inocente. Por la sola intención de maquinar la muerte contra sí mismo, queda despojado<br />

de su inocencia, de suerte que cuando se da la muerte muere siendo ya culpable. Esto te<br />

sucedería a ti si fueras inocente antes de disponerte a darte muerte. Ahora bien, como ya<br />

antes no eras inocente por ser hereje, el darte muerte no será ya el comienzo sino el<br />

aumento de tu iniquidad.<br />

Se discute y pone de manifiesto el caso de Emérito<br />

XIV. 15. Texto de la carta: "Sobre el santo Emérito de Cesarea, nos llegaron a nosotros<br />

rumores falsos, a la vista de sus méritos. Si eso fuera así, escucha al Apóstol que dice: Si<br />

algunos de ellos se han apartado de la fe, ¿acaso anuló su infidelidad la fidelidad de Dios?<br />

6 No, ciertamente".<br />

Respuesta a esto: Sobre Emérito de Cesarea hay que decir lo que temiste decir tú. Cierto<br />

que se propagó de él el falso rumor de que se hizo católico; pero igual que oísteis esto,<br />

pudisteis saber todo lo que aconteció. ¿Por qué entonces quisiste callar las alabanzas de tu<br />

colega en el episcopado, cuyo nombre se te presentó como ejemplo? En efecto, si hizo<br />

algo digno de alabanza en momento tan importante, nunca debiste callarlo. Pero como no<br />

quieres que a causa de la alabanza a él vayamos a pensar que tú le mirabas con malos<br />

ojos, ¿por qué te callaste, sino porque temiste que ibas a sentir vergüenza de él?<br />

Vino, pues, Emérito de Cesarea, habiendo llegado nosotros y estando allí presentes. Y<br />

vino, no seducido por la sagacidad de alguno, ni traído por el poder de otro; movido por su<br />

propia voluntad quiso vernos. Lo vimos, acudimos juntos a la iglesia católica, estuvo<br />

presente una enorme multitud. No pudo decir nada en defensa suya o vuestra, rechazó<br />

nuestra comunión, prorrogó su estancia; una vez convicto calló, salió de allí ileso. ¿Pudo<br />

hacer algo más moderado nuestra mansedumbre, algo más convincente la verdad católica,<br />

algo más saludable para vuestra corrección, si lo entendéis? No habría venido<br />

espontáneamente a nosotros sino para decir algo contra nosotros en favor vuestro, y a<br />

buen seguro lo habría dicho si encontrara algo que decir. Lo que tenía preparado al venir,<br />

lo habíamos refutado previamente con la ayuda de la misericordia del Señor, antes de que<br />

lo pronunciara él con sus circunloquios. Si piensas que pudo, pero que no quiso responder,<br />

lee lo que se trató con él y responde tú mismo.<br />

Si Emérito se hubiera pasado a la paz católica, diríais que él no cedió a la luz de la verdad<br />

por la misericordia del Señor, sino que, arrastrado por la debilidad humana, cedió al peso<br />

de la persecución. Si finalmente hubiera sido capturado y llevado contra su voluntad,<br />

proclamaríais a vuestro antojo que calló no por no tener qué responder, sino por la<br />

intención de evadirse. Ahora bien, al venir por propia iniciativa, a buen seguro que no calló<br />

por falta de palabra, sino que falló la causa; y si no quiso pasar a la unidad católica, la<br />

confusión hizo su alma soberbia y pertinaz.<br />

Pero cuanto contribuyó esto a su perdición y tormento, tanto aprovechó a la salud y<br />

confirmación de otros. Si hubieran visto que Emérito había entrado en comunión con<br />

nosotros, habrían sospechado que tuvo miedo; sin embargo, al comprobar que permanecía<br />

en el partido de Donato y que se callaba frente a la fe católica, advirtieron que al callar<br />

gritaba en favor nuestro contra los suyos. ¿Acaso manteniéndose en pie, libre y sana la<br />

voz y la palabra, no era un testigo idóneo en favor de nuestra causa contra vosotros aquel<br />

Emérito, aquel Emérito, repito, enemigo y mudo?<br />

¿Conservan la fe los que creen en Dios, o los que creen en el hombre?<br />

XV. 16. Pero te pareció bien consolar a los vuestros con la autoridad apostólica; no<br />

precisamente en atención a Emérito, que no pudo hacer más por vosotros que no<br />

separarse al no encontrar qué decir en favor vuestro, sino en consideración a los otros


que, dejado vuestro error y cambiados a mejor, se agregaron a la sociedad católica, y de<br />

quienes recordaste tú había dicho el Apóstol: "Si algunos de ellos se han apartado de la fe,<br />

¿acaso anuló su infidelidad la fidelidad de Dios? No, ciertamente" 7 . En verdad, sólo queda<br />

que se diga que han desertado de la fe los que creyeron en Dios, y mantienen esa fe los<br />

que creen a los hombres. En tu descendencia serán bendecidas todas las naciones de la<br />

tierra 8 , dijo Dios. He aquí en quién creen los que pasan de vosotros a nosotros. Dijeron<br />

unos hombres que habían perecido los pueblos transmarinos por el pecado de Ceciliano.<br />

He aquí en quiénes creen los que persisten en vuestra sociedad.<br />

Y afirmas que se han apartado de la fe los que otorgaron fe a Dios, y que tienen fe en Dios<br />

los que permanecieron en las palabras de los hombres. ¿Dónde queda, por consiguiente, lo<br />

que añade el Apóstol inmediatamente después de la sentencia citada por ti: Dios es veraz<br />

y todo hombre falaz 9 , si se apartaron de la fe los que creen lo que dijo Dios que es veraz<br />

y persisten en la fe los que creen lo que dijo el hombre falaz?<br />

Rebate a Gaudencio sobre la huida en las persecuciones<br />

XVI. 17. Texto de la carta: "Me aconsejas la fuga, amparándote en la ley; pero sólo hay<br />

que escuchar al que cumple la ley, ya que dice el Apóstol: No son justos ante Dios los que<br />

oyen la Ley; los cumplidores de la Ley serán los justificados 10 . Escucha también al Señor<br />

que dice: El buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, el que no es pastor<br />

dueño de las ovejas, ve venir al lobo y huye, y el lobo arrebata y dispersa las ovejas" 11 .<br />

Respuesta a esto: ¡He aquí cómo entiende el Evangelio el partido de Donato! ¿Acaso el<br />

Apóstol no era pastor sino mercenario cuando, descolgado por el muro en una espuerta,<br />

huyó de las manos del que pretendía apresarle, y, en cambio, eres pastor tú que buscas<br />

matar contigo a las ovejas del Señor, de suerte que pierdan su alma por el error y maten<br />

su cuerpo con el furor, y no escuchas al pastor y príncipe de los pastores cuando dice: El<br />

ladrón no viene sino para matar y hacer perecer? 12 ¿A esto viniste, tú que te habías<br />

apartado? ¿Para esto tornaste, tú que habías huido? Esto es obra del ladrón y del bandido,<br />

no del pastor y del guardián. Sin embargo, sin que te forcemos nosotros, mira cómo has<br />

querido hacer pasar a todos los colegas que huyeron, no por pastores, sino por<br />

mercenarios. Si estuvieran contigo las ovejas del Señor, o vendrían contigo para poder<br />

tenerte como pastor una vez corregido, o, dejándote a ti, escaparían al pastor. El<br />

mercenario al que alude el Señor, al ver el lobo, no huye con el cuerpo, sino con el ánimo,<br />

cuando abandona la justicia por temor. Como huyó vuestro Segundo de Tigisi cuando<br />

temió a Purpurio de Limata que confesó un homicidio, e incluso le amenazaba con hacerle<br />

perder su primado o su episcopado.<br />

En cambio, aun aquellos buenos pastores, los apóstoles, huyeron físicamente en la<br />

persecución, sin dejar por eso de prodigar su solicitud y su afecto a las ovejas de Cristo.<br />

Por consiguiente, si tú fueras pastor, ante todo no harías el papel del lobo; y luego habrías<br />

escuchado obedientemente aun mediante la voz de cualquier pecador la orden de tu<br />

Señor, que ordenó a sus siervos huir en las persecuciones, y no argumentarías contra tu<br />

Señor diciendo: "Sólo hay que escuchar al que cumple la ley, ya que dice el apóstol Pablo:<br />

No son justos ante Dios los que oyen la ley; los cumplidores de la ley son los justificados"<br />

13 .<br />

Interpretación correcta de los textos escriturísticos<br />

XVII. 18. ¿Por qué truecas las palabras manifiestas en un sentido diferente? Negó que<br />

sean justos ante Dios los que oyen la ley y no la practican; pero no prohibió escuchar a los<br />

hombres cuando dicen la verdad, para no hablar, como haces tú, contra su Señor que dice<br />

de algunos: Haced lo que os digan, pero no imitéis sus obras, porque ellos dicen y no<br />

hacen 14 . Ves cómo Cristo, por medio de hombres que oyen y predican la ley sin<br />

observarla, ordenó a otros que la escucharan y la practicaran; y tú dices: "Sólo hay que<br />

escuchar al que cumple la ley"; y queriendo refutar al que consideras tu perseguidor,<br />

hablas contra tu Creador. Dios dice al pecador: ¿Por qué comentas mis mandamientos, y<br />

tienes en tu boca mi alianza? 15 Pero lo dice precisamente porque no le aprovecha nada al<br />

que lo dice y no hace lo que dice. En cambio, le aprovecha al que oye algo bueno por<br />

medio de uno malo y practica lo que oye. Ciertamente, no resplandece la alabanza en la<br />

boca del pecador, pero sí resplandece en la vida y costumbres del que cumple la ley,<br />

aunque éste la haya oído de labios del pecador.


Juzga, pues, cuanto te parezca que el tribuno es pecador y no cumplidor de la ley; pero<br />

escúchale y hazle caso, no sólo a él, sino también a quien por medio de él te dice: Cuando<br />

os persigan en una ciudad, huid a otra 16 . ¿Por qué os paráis? Escuchad y oíd, es Cristo el<br />

que lo manda, no el tribuno. A no ser que respondas y digas: "Ciertamente dice Cristo:<br />

Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra; pero ¿por qué tengo que salir de esta<br />

ciudad, cuando ni éste es mi perseguidor ni yo soy oyente de Cristo?" Por eso, si<br />

permaneces, eres un lobo sanguinario; si huyes, un lobo espantadizo. Y como el Esposo<br />

dice: A menos que te conozcas a ti misma, ¡oh la más hermosa entre las mujeres!, sal tras<br />

las huellas de los ganados y apacienta a tus cabritillos junto a las cabañas de los pastores<br />

17 ; aunque te glorías de ser pastor, como saliste del ovil del Señor, apacientas a tus<br />

cabritos, no a las ovejas de Cristo.<br />

No se persigue a los donatistas, sino sus errores<br />

XVIII. 19. Texto de la carta: "Además, ¿qué lugares habrá que en esta tempestad de la<br />

persecución, perturbada por doquier la tranquilidad, reciban a los sacerdotes como en<br />

puerto de salvación, si el Señor ha dicho: Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra?<br />

18 Los apóstoles huían entonces con toda seguridad, ya que el emperador no había<br />

proscrito a nadie por su causa. En cambio, ahora, aterrados por las proscripciones, los que<br />

reciben a los cristianos, temiendo el peligro, no sólo no los reciben, sino que temen ver a<br />

los que en secreto veneran".<br />

Respuesta a esto: Alabo sin vacilación el hecho de que os conocéis; pero me duele el que<br />

no os enmendéis. ¿Puede haber cosa más patente que esta tu confesión, por la que dejas<br />

bien claro que vosotros no pertenecéis a la comunidad de aquellos a quienes dice el<br />

Señor: Si os persiguen en una ciudad, huid a otra? 19 Aquí tienes lo que te dije poco ha,<br />

que me podías contestar con toda verdad si me dijeras: Ni éste es mi perseguidor, ni yo<br />

soy oyente de Cristo. Y con toda claridad lo dices. ¿Cómo, en efecto, eres oyente de<br />

Cristo, si él promete a sus oyentes, esto es, a sus seguidores, que no faltarán hasta el fin<br />

de los siglos ciudades en que refugiarse, cuando sufran persecución, diciendo: Cuando os<br />

persigan en una ciudad, huid a otra. En verdad os digo que no acabaréis las ciudades de<br />

Israel antes de que venga el Hijo del hombre? 20 Tú, en cambio, dices que en esta<br />

persecución, que os quejáis de soportar, ya os faltan lugares a donde huir y donde, como<br />

en un puerto, podáis descansar de esta tempestad; hablas ahí contra la promesa de<br />

Cristo, que asegura no faltarán ciudades en que refugiarse los suyos que sufren<br />

persecución hasta que él venga, esto es, hasta la consumación de los siglos. Como él<br />

prometió a los suyos esto que vosotros no encontráis, miente él si vosotros sois suyos;<br />

pero como él no miente, síguese que vosotros no sois suyos.<br />

Por esto, tampoco el tribuno, a quien contestas, es vuestro perseguidor, sino perseguidor<br />

de vuestro perseguidor, esto es, de vuestro error, que os impulsa a hacer tales cosas, de<br />

suerte que pertenecéis a aquella clase de hombres de los cuales está escrito que fueron<br />

perseguidos por sus propias obras 21 . Por consiguiente, si entendéis qué es lo que<br />

persiguen en vosotros los que os aman, huiríais sin duda de vuestros malos hechos, que<br />

son los que os persiguen, y os uniríais a los que, para haceros libres, persiguen a vuestros<br />

perseguidores; no persiguen, en efecto, sino vuestros errores.<br />

No hay libertad ilimitada<br />

XIX. 20. Texto de la carta: "Por el autor de todas las cosas, nuestro Señor Jesucristo,<br />

Dios todopoderoso, creó al hombre semejante a él y le entregó a su libre albedrío. Así está<br />

escrito: Dios creó al hombre, y le dejó en manos de su albedrío 22 . ¿Por qué un mandato<br />

humano me arrebata ahora lo que Dios me dio? Advierte, oh varón excelso, qué sacrilegios<br />

tan grandes se cometen contra Dios, llegando la presunción humana al extremo de quitar<br />

lo que él otorgó, y jactarse en vano de hacerlo por Dios. Supone una gran injuria a Dios<br />

que los hombres traten de defenderlo. ¿Qué piensa de Dios quien trata de defenderlo con<br />

la violencia, sino que no es capaz de vengar los ultrajes que se le hacen?"<br />

Respuesta a esto: Según estos sumamente falaces y vanos razonamientos vuestros, se<br />

deben soltar y abandonar las riendas y dejar impunes todos los pecados del capricho<br />

humano y permitir que el atrevimiento para dañar la pasión deshonesta campee sin<br />

cerrojo alguno de leyes: ni el rey en su reino, ni el jefe en sus soldados, ni el juez en su<br />

provincia, ni el señor en su siervo, ni el marido en su esposa, ni el padre en su hijo pueden


eprimir con pena ni amenaza alguna la libertad y la dulzura del pecado.<br />

Suprimid lo que sabiamente dice la sana doctrina por medio del Apóstol en pro de la<br />

cordura del orbe terráqueo, y para confirmar en una libertad tanto peor cuanto más<br />

autónoma a los hijos de la perdición; suprimid lo que dice el vaso de elección: Toda alma<br />

esté sometida a las autoridades superiores, pues no hay autoridad que no proceda de<br />

Dios; y las que hay han sido establecidas por Dios, de suerte que quien resiste a la<br />

autoridad, resiste a la disposición de Dios, y los que la resisten se atraen hacia sí la<br />

condenación. Porque los magistrados no son de temer para los que obran bien, sino para<br />

los que obran mal. ¿Quieres vivir sin temor a la autoridad? Haz el bien, y tendrás su<br />

aprobación, porque es ministro de Dios para el bien. Pero si haces el mal, teme, que no en<br />

vano lleva la espada. Es ministro de Dios, vengador para castigo del que obra mal 23 .<br />

Borrad esto, si podéis; o despreciadlo, como soléis hacer, si no podéis borrarlo. Formaos<br />

de todas estas cuestiones la más baja opinión, a fin de no perder vuestro libre albedrío. O<br />

de otra manera, ya que os ruborizáis como hombres ante los hombres, clamad si os<br />

atrevéis: Sean castigados los homicidios, sean castigados los adulterios, sea castigada<br />

toda acción dañina o deshonesta, o criminal o inmoral o torpe; queden sólo impunes por<br />

las leyes de los príncipes los sacrilegios. ¿Acaso expresáis otra cosa cuando decís: "Supone<br />

una gran injuria a Dios que los hombres traten de defenderlo?" ¿Qué piensa de Dios quien<br />

trata de defenderlo con la violencia, sino que no es capaz de vengar los ultrajes que le<br />

hacen?<br />

A afirmar esto, ¿qué otra cosa decís sino: "Ninguna potestad se oponga o moleste nuestro<br />

libre albedrío cuando injuriamos a Dios?" Qué dolor! Con tal magisterio quedan<br />

defraudados los tiempos antiguos, ya que aún no habías nacido tú cuando el santo Moisés<br />

soportó con toda mansedumbre las injurias que le hacían, y en cambio castigó con toda<br />

severidad las hechas a Dios. Tú, por el contrario, como un doctor con presunción malévola,<br />

clamas: "Dios creó al hombre, y le dejó en manos de su albedrío 24 . ¿Por qué un mandato<br />

humano me arrebata ahora lo que me dio Dios?"<br />

Con ello claramente reclamas que el hombre te deje libre albedrío para ofender a Dios,<br />

que te creó dotado de libre albedrío. También aquellas personas que por decreto del rey<br />

Nabucodonosor, bajo pena de su propia muerte y destrucción de sus casas, se veían<br />

impedidas con espantosas amenazas de blasfemar del Dios de Sidrach, Misach y<br />

Abdénago, y eran castigadas duramente si menospreciasen la orden 25 , pudieron decir lo<br />

que tú dijiste: "Supone una gran injuria a Dios que los hombres traten de defenderlo. ¿<br />

Qué piensa de Dios quien trata de defenderlo con la violencia, sino que no es capaz de<br />

vengar los ultrajes que le hacen?" Estas palabras tuyas pudieron decirlas aquéllos<br />

también, y quizá las dijeron, si no con la misma libertad, sí con vaciedad semejante.<br />

21. Se otorgó, es cierto, al hombre el libre albedrío en su creación; pero de modo que, si<br />

usaba mal de él, tendría que soportar el castigo. Finalmente, los primeros hombres,<br />

después de su pecado, fueron condenados, y antes de que se cumpliera en ellos la pena<br />

final de la muerte del cuerpo, fueron desterrados del paraíso. Influido por la mansedumbre<br />

cristiana, el emperador os infligió a vosotros penas más benignas: tuvo a bien imponeros<br />

el destierro, no la muerte; pero vosotros, hombres tan doctos, considerando qué es lo que<br />

merecíais y qué faltaba a vuestro castigo, añadís la muerte, siendo vosotros los jueces, no<br />

él. No perezcáis para siempre, al pretender que los hombres os concedan en este tiempo<br />

el libre albedrío para ofender a Dios. Escucha al Apóstol y tendrás un resumen con el cual<br />

no te puede perjudicar el poder regio: Haz el bien y tendrás su aprobación 26 . De ese<br />

poder ya antes de nosotros obtuvieron aprobación no sólo los que obedecieron fielmente a<br />

emperadores piadosos, sino también quienes tuvieron que soportar por la verdad de Dios<br />

la hostilidad de reyes impíos. Aquéllos obtuvieron la alabanza de la obediencia, éstos la de<br />

la pasión, unos y otros la obtuvieron de aquel poder, pero haciendo el bien, no resistiendo<br />

a la autoridad.<br />

Lo que hacéis vosotros no sólo no es bueno, sino un gran mal: rasgáis la unidad y la paz<br />

de Cristo, os rebeláis contra las promesas evangélicas y contra aquel de quien se dijo:<br />

Dominará de mar a mar, y desde el río hasta el extremo del orbe de la tierra 27 ; es decir,<br />

como si se tratara de una guerra civil, sois portadores de los estandartes cristianos contra<br />

el verdadero y supremo rey de los cristianos.<br />

Por consiguiente, debería bastaros como motivo de corrección el hecho de haber recibido


penas mucho más benignas y ligeras de lo que merecían vuestros grandes males, sin<br />

aventuraros espontáneamente en otros que no os ha impuesto el emperador; y no<br />

pretendáis que los hombres os otorguen un libre albedrío para una impunidad<br />

desenfrenada, evitando así caer, para mayor desdicha, en las manos del mismo Dios. Ya<br />

vuestros antepasados juzgaron que ante semejantes injurias a Dios los emperadores no<br />

debían dejar impune el libre albedrío del hombre; y aunque defendían una causa mala, en<br />

su persecución llevaron al obispo Ceciliano al tribunal del emperador Constantino.<br />

Recurso a los textos sagrados<br />

XX. 22. Texto de la carta: "Estas persecuciones nos hicieron sumamente grata nuestra fe,<br />

la que el Señor Jesucristo dejó a los apóstoles. Dice: Bienaventurados seréis cuando os<br />

persigan los hombres y digan contra vosotros todo género de mal a causa del Hijo del<br />

hombre. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos, pues<br />

así persiguieron sus padres a los profetas que hubo antes de vosotros 28 . Si se dijo sólo a<br />

los apóstoles, la fe tuvo sus premios hasta ellos; ¿qué iba a aprovechar a los que habían<br />

de creer después? De donde se sigue que se dijo para todos. Después dice el apóstol<br />

Pablo: Los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús es necesario que sufran<br />

persecuciones 29 . Y esto lo dijo el Señor en el Evangelio: Llega la hora en que todo el que<br />

os quite la vida pensará que ofrece un sacrificio a Dios. Y esto lo harán porque no<br />

conocieron al Padre ni a mí" 30 .<br />

Respuesta a esto: Con toda razón podríais decir estas cosas, buscando la gloria de los<br />

mártires, si tuvierais la causa de los mártires. No dice el Señor que son felices los que<br />

padecen esto, sino los que lo padecen por causa del Hijo del hombre, que es Cristo Jesús.<br />

Pero vosotros no lo sufrís por causa de él, sino contra él. Lo sufrís, es verdad, pero es<br />

porque no creéis en él, y lo toleráis para no creer. ¿Cómo, pues, presumís de tener esa fe<br />

que Jesucristo dejó a los apóstoles? ¿Queréis acaso que los hombres sean tan ciegos y tan<br />

sordos que no lean, que no oigan el Evangelio, donde conocen qué dejó Cristo a sus<br />

apóstoles que debían creer respecto a su Iglesia? Y si de ella os dividís y separáis, no<br />

hacéis otra cosa que rebelaros contra las palabras de la cabeza y del cuerpo, y no obstante<br />

presumís de sufrir persecución por el Hijo del hombre y por la fe que dejó a los apóstoles.<br />

Pasemos por alto otras cosas y escuchemos sus últimas palabras en la tierra, para ver en<br />

ellas qué fe sobre la Iglesia dejó a los apóstoles, qué testamento y de qué modo lo hizo,<br />

no precisamente cuando iba a terminar la vida, sino a vivir sin fin, no cuando iba a ser<br />

llevado al sepulcro, sino cuando iba a subir al cielo. Tras su resurrección de los muertos,<br />

después de aparecer a sus discípulos para que le vieran con sus ojos y le tocaran con sus<br />

manos, dijo: Convenía que se cumpliera todo lo que está escrito en la Ley, en los Profetas<br />

y en los Salmos de mí. Entonces les abrió la inteligencia para que entendieran las<br />

Escrituras, y les dijo: Pues así estaba escrito y así convenía que Cristo padeciese y al<br />

tercer día resucitase, y que se predicase en su nombre la penitencia para la remisión de<br />

los pecados a todas las naciones comenzando por Jerusalén 31 .<br />

Así también en el monte de los Olivos, momento después del cual ya no dijo nada más en<br />

la tierra, dio esta última recomendación en extremo necesaria. Habían de venir muchos<br />

por todas las partes del orbe a reclamar el nombre de la Iglesia para sí y a ladrar cada uno<br />

desde los escondrijos de sus ruinas contra la casa universal que a través de toda la tierra<br />

canta el cántico nuevo, de que se dijo: Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor<br />

toda la tierra 32 .<br />

Cosa distinta era lo que los apóstoles deseaban oír, sin buscar lo que les era sumamente<br />

necesario. Así dice: Dinos si es ahora cuando vas a restablecer el reino de Israel. Y él les<br />

contesta: No os toca a vosotros conocer los tiempos que el Padre ha fijado en su poder;<br />

pero recibiréis el poder del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos<br />

en Jerusalén, en toda la Judea, en Samaria y hasta el extremo de la tierra. Dichas estas<br />

palabras, una nube lo recibió en su seno 33 . Nada más añadió; todo esto lo grabó en los<br />

ánimos de los oyentes con tanta mayor tenacidad cuanto fue lo último que dijo.<br />

Esta es la Esposa que el Esposo confió a sus amigos al marchar. Esta es, pues, la fe que<br />

sobre la santa Iglesia dejó a sus discípulos. A esta fe, donatistas, oponéis vosotros<br />

resistencia, y os empeñáis en que soportáis persecución por la fe que Cristo el Señor dejó<br />

a sus apóstoles. Con sorprendente insolencia y ceguedad contradecís a este Hijo del<br />

hombre, que recomendó a su Iglesia que comenzaba en Jerusalén y fructificaba y crecía


por todos los pueblos, y proclamáis que estáis soportando calamidades por causa del Hijo<br />

del hombre. ¿Decís acaso esto porque habéis encontrado otro Hijo del hombre, con cuyo<br />

nombre queréis denominaros, de cuyo partido os proclamáis? Os equivocáis, no es el<br />

mismo: cuando hablaba de la felicidad que comportaba sufrir persecución a causa del Hijo<br />

del hombre, aquel Esposo se refería a sí mismo, no a un adúltero.<br />

23. También nosotros reconocemos, como decís, que no se dijo sólo a los apóstoles:<br />

Seréis bienaventurados cuando os persigan los hombres 34 . Pues esto se refiere a todos;<br />

no a los que padecieron cualquier persecución después de ellos, o los que la padecen, o los<br />

que han de padecerla, sino a los que la padecen por la justicia como ellos. Esto es lo que<br />

había dicho poco antes: Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia,<br />

porque de ellos es el reino de los cielos 35 . Después añadió todo lo que tuvisteis a bien<br />

recordar y en vano os lo habéis usurpado. En vano juzgáis que os pertenece esta<br />

bienaventuranza, cuando no demostráis que existe en vosotros la justicia a la que se debe<br />

el premio; antes, al contrario, padecéis por la iniquidad; menos por parte de los demás<br />

que por la vuestra, de suerte que antes del juicio futuro de Dios pagáis vosotros mismos<br />

alguna parte de lo que merecéis.<br />

Por donde, como tú afirmaste que no se dijo sólo a los apóstoles, sino a todos, y lo dijiste<br />

para que no pareciera que la fe sólo había tenido su premio hasta ellos; como esto no se<br />

dijo sólo a los apóstoles, sino a todos los que después de ellos habían de soportar<br />

cualesquiera males por la justicia, de la misma manera se dijo también a todos aquello:<br />

Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra 36 . ¿Por qué no hacéis esto si pertenecéis a<br />

la sociedad de aquellos a quienes se dijo esto? Cierto que, aunque lo hicierais, no por ello<br />

perteneceríais, ya que también pueden hacerlo hasta los ladrones, cuya búsqueda<br />

ordenaron las leyes públicas. Sin embargo, como no queréis hacerlo, bien claramente<br />

demostráis que vosotros no pertenecéis al número de aquellos a quienes se dijo eso. Y<br />

para que vuestro excusaros os ponga más de manifiesto que sois ajenos al número de los<br />

verdaderos cristianos, estáis pregonando que os faltan lugares en que refugiaros, lugares<br />

que Cristo prometió no faltarían hasta el fin de los siglos. Con ello en modo alguno<br />

demostráis que él hizo promesas vanas; lo que demostráis es que vosotros no pertenecéis<br />

a la comunidad de aquellos a quienes él prometió esto, y que así no sois mártires veraces,<br />

sino herejes embusteros. ¿Qué más podemos deciros si vuestro mismo hablar os derrota?<br />

Los donatistas se persiguen a sí mismos<br />

XXI. 24. Añadiste que dijo el Apóstol: "Todos los que quieren vivir piadosamente en<br />

Cristo, es necesario que padezcan persecución"; pero no dijo el Apóstol "es necesario",<br />

sino: Y todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo sufrirán persecución 37 . ¿Quién<br />

duda que vosotros no pertenecéis a éstos? Porque si sois de quienes dijo esto el Apóstol, ¿<br />

por qué no hacéis lo que hizo el mismo Apóstol? Si se os cerraron las puertas, debieron<br />

bajaros secretamente por el muro, para huir de los que os perseguían. Las puertas están<br />

abiertas, y no queréis salir. ¿Qué persecución es la que sufrís sino la vuestra? Os ama<br />

vuestro perseguidor, y os persigue vuestro furor. Aquél desea que huyáis, éste os impulsa<br />

a perecer. Lo que dice el Apóstol: Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo<br />

sufrirán persecución 38 , vosotros lo entendéis de tal manera que tenéis que confesar que<br />

vuestros antepasados no vivieron piadosamente bajo el apóstata emperador Juliano.<br />

Todo el que se hizo donatista en aquel tiempo, hasta que de nuevo surgió la cuidadosa<br />

diligencia de los emperadores cristianos contra vuestro error, si murió antes, no murió<br />

piadosamente, ya que no tuvo que soportar la persecución. Y si el Apóstol dijo esto<br />

precisamente porque está escrito en otra parte: La vida del hombre sobre la tierra es una<br />

prueba 39 , y no cesa de probar a los cristianos piadosos y verdaderos, no sólo con el<br />

vejamen de la adversidad, sino también con la seducción de la prosperidad, de suerte que<br />

el espíritu humano o sucumbe en la aflicción o se desvanece en la exaltación; sin duda que<br />

mientras se vive en este mundo, todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo<br />

sufrirán persecución 40 . Así, o vencidos son aprisionados por el diablo, o probados vencen<br />

al diablo; y a los que ya posee apresados o cautivos, no los persigue para convertirlos,<br />

sino que, como ya los domina, se sirve de ellos.<br />

25. A su vez, si se ha de decir que sólo persigue quien atormenta con algún dolor o quiere<br />

apoderarse de alguien para atormentarlo, no creas que es menos cruel el verdugo del<br />

corazón que el del cuerpo; considera también qué clase de persecución soportaba quien<br />

decía en el salmo: He visto a los insensatos y me consumía 41 . Esta es la persecución que


padecía el justo Lot en Sodoma aun antes que los ángeles, sus huéspedes, tenidos por<br />

hombres, fueran solicitados en su casa para ser violados por los sodomitas. Siendo justo<br />

como era, no podía sin gran tortura de su corazón ver a éstos tan públicamente torpes aun<br />

antes de la afrenta hecha a su casa.<br />

Los donatistas, perseguidores de los católicos<br />

XXII. Por eso entre sus persecuciones recuerda el Apóstol pruebas semejantes diciendo: ¿<br />

Quién desfallece que no desfallezca yo? ¿Quién se escandaliza que yo no me abrase? 42 Por<br />

consiguiente, cuanto es más intensa la caridad entre nosotros, con tanto mayor dolor del<br />

ánimo vemos que tenéis los sacramentos de Cristo y vivís separados de los miembros de<br />

Cristo, y os rebeláis contra la paz de Cristo. Cierto que mientras vivís en este cuerpo,<br />

alguna esperanza se nos concede respecto a vosotros; ahora bien, cuando morís en el<br />

cisma, tanto es mayor la amargura que nos embarga.<br />

Por otra parte, cuando os dais muerte a vosotros mismos, ya lanzándoos a las armas<br />

ajenas, ya arrojándoos a los precipicios, ya anegándoos o echándoos al fuego, no se puede<br />

explicar la tristeza con que nos atormentáis. Más le afligió Absalón a su santo padre David<br />

con su muerte que con su rebelión 43 . Pues estando vivo deseaba apresarlo, a fin de que<br />

quien se hinchaba de maldad se curara con la penitencia. Él perseguía a su padre, no sólo<br />

dividiendo al pueblo de Dios, ni sólo llevando armas y guerreando contra la ley de Dios y<br />

contra el legítimo reino de su padre; persiguió mucho más el corazón de su padre<br />

muriendo en aquella impiedad. Finalmente, perdida toda esperanza, el mejor padre lloró al<br />

peor hijo, ya muerto, por quien, no perdiendo la esperanza, no había llorado mientras<br />

estaba vivo.<br />

Aprended, pues, qué es lo que dice el Apóstol: Todos los que quieren vivir piadosamente<br />

en Cristo sufrirán persecución 44 . Si los donatistas no hubieran asaltado las casas de los<br />

católicos, si no hubiesen incendiado las iglesias católicas, si no hubieran echado al mismo<br />

fuego los códices de los católicos, si no hubieran afligido con tratos inhumanos los cuerpos<br />

de los católicos, si no hubieran amputado los miembros de los católicos ni les hubieran<br />

sacado los ojos, si finalmente no hubieran dado muerte cruel a los católicos, entonces<br />

podríamos decir con toda verdad que sólo habíamos soportado de vosotros esta durísima<br />

persecución: al veros insensatos, desfallecemos; al veros debilitados, somos presa de la<br />

debilidad; al ver que habéis tropezado, un fuego nos devora; al veros perdidos, os<br />

lloramos. Estos males vuestros que os conducen a la perdición eterna son una persecución<br />

para nosotros más amarga que la que nos causáis en nuestros cuerpos, en nuestros<br />

bienes, en las casas, en las basílicas. Nos perseguís menos cuando os ensañáis contra<br />

nosotros que cuando perecéis. Finalmente, en la persecución en que os ensañáis contra<br />

nosotros, nos alegramos alabando a Dios; en cambio, en la obra en que perecéis vosotros,<br />

pereceríamos junto con vosotros si nos alegráramos.<br />

Cierto que mientras vivís en esta carne no podemos desesperar de vosotros, pero cuando<br />

morís en esta impiedad, y sobre todo cuando con horrenda y furiosa ceguera os dais<br />

muerte a vosotros mismos, sólo puede consolar nuestra amarguísima tristeza lo que<br />

consoló al santo David, la reunificación en la unidad de Dios del pueblo que había sido<br />

dividido por la tiranía del hijo malvado. Que sea mucho menor el número de vuestros<br />

seguidores tan pertinaces que perecen en sus precipicios, anegaciones o fuego, es más<br />

tolerable que el que sean innumerables los pueblos que, al impedirles conseguir la<br />

salvación, ardan con ellos en las llamas del fuego eterno. Así pues, nunca le faltaron ni<br />

faltarán a la Iglesia de Cristo ocasiones en que, según el Apóstol, los que quieran vivir<br />

piadosamente en Cristo sufran persecución, ya soportando la malicia de los impíos cuando<br />

viven en su culpa, ya llorándolos cuando perecen.<br />

Interpretación torcida sobre la presunta persecución<br />

XXIII. 26. No os engañéis, por tanto, como si se os hubiera dicho a vosotros: Llega la<br />

hora en que los que os quiten la vida pensarán prestar un servicio a Dios 45 , o según tu<br />

cita: "pensará que ofrece un sacrificio a Dios". Esto, está bien claro, no se dijo de las<br />

persecuciones que causaron los gentiles a la Iglesia. Porque los gentiles pensaron ofrecer<br />

un sacrificio a sus muchísimos dioses, que ciertamente no existen, cuando en realidad lo<br />

hacían al único Dios. Por tanto, esto mismo que el Señor les predijo, una de dos: o tuvo su<br />

cumplimiento en los judíos, que dieron muerte al santo Esteban y a otros muchos,<br />

pensando prestar un servicio a Dios, pues parecía que ellos honraban al único verdadero


Dios; o también se dijo a nosotros, los católicos, a propósito de los diversos herejes<br />

furiosos por todas partes, que donde pueden, cuanto pueden y como pueden, mientras<br />

dan muerte a los católicos, piensan que prestan un servicio a Dios; y se dice sobre todo de<br />

vosotros, que con tales víctimas os habéis granjeado un nombre en África. Si se os<br />

hubiese dicho a vosotros, a buen seguro que no os dierais muerte a vosotros mismos,<br />

antes bien esperaríais que os diésemos muerte nosotros, que pensamos, como decís, que<br />

al hacer esto ofrecemos un sacrificio a Dios.<br />

Ahora bien, cuando os apresuráis a daros muerte para no ser detenidos por los nuestros,<br />

teméis vivir, no ser muertos, ya que os avergonzáis de corregiros o de quedar convictos<br />

sobre lo vuestro. ¿O acaso sois vosotros a quienes pertenecen los dos puntos, pues al<br />

daros muerte a vosotros mismos pensáis ofrecer a Dios un sacrificio y que vosotros<br />

mismos sois la víctima que le ofrecéis? A vosotros, pues, se refiere lo que sigue y que tú<br />

mismo citaste. En efecto, el Señor dice a continuación: Y esto os lo harán porque no<br />

conocieron al Padre ni a mí 46 . Así pues, cuando os dais muerte a vosotros mismos<br />

pensando que prestáis un servicio a Dios, ni habéis conocido al Padre, a quien no habéis<br />

oído decir: No matarás 47 , ni al Hijo, a quien no habéis oído decir: Huid 48 .<br />

¿Cómo pueden presumir ellos de la paz?<br />

XXIV. 27. Texto de la carta: "Pero se jactan de morar en una paz belicosa y en una<br />

unidad sanguinaria. Escuchen al Señor que dice: La paz os dejo, mi paz os doy; no como<br />

el mundo la da os la doy yo 49 . La paz del mundo entre los ánimos disidentes de los<br />

pueblos se establece mediante las armas y el triunfo en la guerra; la paz de Cristo el<br />

Señor, con la tranquilidad suave y saludable, invita a los que la aceptan, no fuerza a los<br />

que no quieren".<br />

Respuesta a esto: Sois vosotros los que deseáis conseguir una paz belicosa y una unidad<br />

sanguinaria, ya con las muertes violentas infligidas a los nuestros, ya con las vuestras<br />

voluntarias, no atribuyéndoos a vosotros lo que nos hacéis a nosotros, y en cambio<br />

achacándonos a nosotros lo que os hacéis a vosotros. Pero nosotros nos vemos forzados a<br />

soportar lo que nos hacéis, y respecto a lo que os hacéis a vosotros no podemos hacer<br />

más que lamentarlo; con tal de que, a pesar de todo, se afiance la paz y la unidad de<br />

Cristo por la salud de muchos, como ocurre en muchísimos, aunque a causa del furor de<br />

unos pocos no tiene lugar en todos.<br />

Si quisierais prestar atención no con mirada llena de odio, sino leal, veríais de qué<br />

verdadera paz y unidad de Cristo disfrutan quienes de entre vosotros han venido a<br />

nosotros, tantas muchedumbres de pueblos tan importantes, entre los cuales, aunque aún<br />

existen algunos turbados por la misma novedad, los mismos van sanando poco a poco de<br />

esta debilidad. Y si hay todavía algunos fingidos, no era ello motivo para no recoger a los<br />

que reconocemos veraces, algunos de los cuales en vuestras regiones se mostraron<br />

superiores a algunos de los nuestros cuando al concedérseos aquella libertad de perdición<br />

rehusaron tornar a vosotros. Y para no perder a éstos debíamos aceptar aun a los fingidos,<br />

ya que se lee en el Evangelio que los siervos habían reunido para las bodas de su señor a<br />

invitados buenos y malos 50 ; máxime teniendo en cuenta que a vosotros os arrojó de la<br />

era del Señor antes de la bielda el espíritu de soberbia como un viento maligno, de donde,<br />

en cuanto está a nuestro alcance, con la ayuda del Señor nos esforzamos por haceros<br />

volver a la misma. Y bien sabéis cómo un barrido diligente arrastra el trigo con partículas<br />

de tierra cuando se lo lleva a la era.<br />

¿Por qué no se puede forzar a nadie a la verdad?<br />

XXV. 28. Por lo que respecta a vuestra opinión de que no se debe llevar a nadie por<br />

fuerza a la verdad, os equivocáis ignorando las Escrituras y el poder de Dios, que los<br />

obliga a querer cuando fuerza su voluntad. ¿Acaso los ninivitas hicieron penitencia contra<br />

su voluntad porque la hicieron forzándolos su rey? En efecto, ya había anunciado el profeta<br />

la ira de Dios sobre la ciudad entera recorriéndola por tres días. ¿Por qué se necesitaba del<br />

mandato del rey para que suplicaran con humildad a Dios, que no atiende a la boca, sino<br />

al corazón, sino porque había entre ellos algunos que no se preocupaban ni creían los<br />

anuncios divinos sino aterrados por la potestad terrena? Así es que esta orden del poder<br />

real, a la que respondéis con vuestra muerte voluntaria, les suministra a muchos la<br />

oportunidad de entrar en la salud, que se encuentra en Cristo; y si ellos son llevados a la<br />

fuerza a la cena de tan gran padre de familias y se ven forzados a entrar, dentro ya


encuentran motivo de alegrarse de haber entrado. Ambas cosas las predijo el Señor que<br />

habían de suceder y ambas las realizó. Porque reprobados algunos, que se entiende son<br />

los judíos, ya que ellos habían sido invitados antes por los Profetas y llegado el momento<br />

prefirieron excusarse, dijo el Señor a su siervo: Sal a las plazas y calles de la ciudad, y a<br />

los pobres, tullidos, ciegos y cojos tráelos aquí. El siervo le dijo: Señor, está hecho lo que<br />

mandaste y aún queda lugar; y dijo el amo al siervo: Sal a los caminos y a los cercados, y<br />

obliga a entrar, para que se llene mi casa 51 . Entendemos por caminos las herejías y por<br />

cercados los cismas. Los caminos, en efecto, significan en este lugar las diversas<br />

opiniones. ¿Por qué os admiráis, pues, si no muere por el hambre del alimento corporal,<br />

sino del espiritual, cualquiera que no entra a esta cena, ya introducido de buen grado, ya<br />

impulsado por la violencia?<br />

En vano se apropian textos de la Escritura<br />

XXVI. 29. Texto de la carta: "Nos alegramos del odio del siglo, no sucumbimos a sus<br />

golpes, sino que nos alegramos. Este mundo no puede amar a los siervos de Cristo, ya<br />

que se sabe no ha amado a Cristo, según dice el mismo Señor: Si el mundo os aborrece,<br />

sabed que me aborreció a mí antes que a vosotros. Si me persiguieron a mí, también os<br />

perseguirán a vosotros" 52 .<br />

Respuesta a esto: ¿De qué odio del siglo os gozáis sin sucumbir ante sus tribulaciones,<br />

antes bien alegrándoos, si queréis mataros a vosotros mismos por no soportar cualquier<br />

molestia, y elegís morir, no matados por otros en defensa de la verdad de Cristo, sino por<br />

vosotros mismos en defensa del partido de Donato? Esto es locura de los circunceliones,<br />

no gloria de los mártires. Si aparecen claros vuestros hechos, ¿por qué usurpáis para<br />

vosotros las palabras dirigidas a otros? "Este mundo -dice- no puede amar a los siervos de<br />

Cristo, ya que se sabe no ha amado a Cristo". Entonces nosotros no pertenecemos a este<br />

mundo, ya que os amamos a vosotros. Pero vosotros no sois siervos de Cristo, ya que<br />

devolvéis mal por bien, y cuando no podéis ejercitar vuestra malicia contra nosotros, os<br />

volvéis contra vosotros mismos, sin amarnos a nosotros y odiándoos a vosotros. Cuando el<br />

Señor dijo: Si el mundo os aborrece, sabed que me aborreció a mí antes que a vosotros.<br />

Si me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán 53 , no os lo dijo a vosotros,<br />

sino a aquellos a quienes mandó que si los perseguían en una ciudad, huyeran a otra, cosa<br />

que no hacéis vosotros. Les dijo que hasta el fin del tiempo no faltarían ciudades en las<br />

que refugiarse; vosotros os quejáis de que ya ahora os faltan a vosotros, y no queréis<br />

confesar que no sois vosotros a quienes ha dicho esto.<br />

Sigue reprochándoles sus suicidios<br />

XXVII. 30. Texto de la carta: "Pero, aunque se suavice la persecución, ¿cómo se<br />

completa el número de los mártires? ¿No dice San Juan: Vi debajo del altar las almas de<br />

los que habían sido degollados, clamando a grandes voces y diciendo: Hasta cuándo,<br />

Señor, no juzgarás y vengarás nuestra sangre sobre los que moran en la tierra? Y a cada<br />

uno le fue dada una túnica blanca, y se les dijo que estuvieran callados un poco de tiempo<br />

aún, hasta que se completara el número de sus hermanos, que comenzarán a ser muertos<br />

como ellos" 54 .<br />

Respuesta a esto: Si quisierais ser mártires bajo el altar de Cristo, no sacrificaríais al<br />

diablo, quemándoos a vosotros mismos. ¿Quién puede alegrarse de este vuestro furor sino<br />

el diablo, que es el que os lo inspira, y sus partidarios? Es el mismo que lanzaba a aquel<br />

niño, como leemos en el Evangelio, unas veces al agua, otras al fuego 55 ; él mismo<br />

también hizo precipitarse a las aguas aquellas manadas de puercos 56 . Él es el que sugirió<br />

al mismo Señor la tentación tan audaz de precipitarse desde el pináculo del templo 57 . Sin<br />

duda alguna pertenecéis al diablo, pues frecuentáis en la práctica los tres géneros de<br />

muerte: el agua, el fuego, el precipicio. Si la demencia no os hace perder el juicio, esas<br />

mismas palabras que has aducido del libro santo debieran apartaros de esa clase de<br />

muerte a que os entregáis. ¿Qué dicen las almas de los mártires bajo el altar de Dios? ¿<br />

Hasta cuándo, Señor, no harás justicia y vengarás nuestra sangre sobre los que moran en<br />

la tierra? 58 Piden que se vengue su sangre en aquellos precisamente que la derramaron; ¿<br />

acaso en los otros? Por esto la vuestra será vengada en vosotros.<br />

31. ¿Y qué cosa hay más necia que pensar, como vosotros, que esta profecía sobre los<br />

mártires, anunciados para el futuro, no se ha de cumplir sino en los donatistas? Como si<br />

desde que el bienaventurado Juan escribió esto no hubiera habido mártir alguno hasta que


surgió el partido de Donato, éstos, si no pueden matar a otros, se matan a sí mismos,<br />

llevan a cabo las obras de los atracadores y de los demonios, y se arrogan la gloria de los<br />

mártires. Y si en un intervalo tan grande de tiempo, esto es, desde Juan hasta éstos, no<br />

hubiera habido muertes de mártires auténticos, llegando hasta afirmar que ni siquiera en<br />

los tiempos del anticristo, en los que se completará aquel número de mártires, han de<br />

existir, ni aun así creeríamos que éstos, reos de sangre ajena o de la suya, aumentarían el<br />

número de los verdaderos mártires, a quienes se dijo que reposasen durante un poco de<br />

tiempo, hasta que se completara el número de sus hermanos, que iban a comenzar a<br />

recibir la muerte como ellos mismos, ciertamente de manos de otros, no de la propia<br />

como los donatistas, que por esto no son como ellos.<br />

Podemos también decir con toda verdad que, en tiempos de los donatistas, los mismos<br />

católicos a quienes ellos matan contribuyen a completar aquel número. Pero como<br />

después del apóstol Juan, que escribió lo que había de suceder, tuvo lugar tal estrago de<br />

mártires por todas partes en tantos pueblos, merced a los impíos asesinos, ¿cómo<br />

presumen estos torturadores de sus propias almas y verdugos de las ajenas de que lo que<br />

leen que se anunció de los santos mártires se ha cumplido en ellos? Preparaos vosotros<br />

más bien, para que vuestra sangre quede vengada, no en aquellos que para que viváis<br />

desean vuestra captura o vuestra herida, sino en vosotros mismos. ¿O acaso, para evitar<br />

que suceda esto, no derramáis vuestra sangre, sino que os lanzáis al precipicio, os anegáis<br />

en las aguas, os reducís a ceniza? Andáis muy errados; quedará vengada en vosotros, sea<br />

el que fuere el medio con que os priváis de la vida. Sin duda, quedaría vengada en<br />

vosotros, incluso si no se derramara en la Iglesia de Cristo, sino que la derramaran otros<br />

en el partido de Donato. ¿Clamaréis vosotros acaso a Dios para que vengue vuestra<br />

sangre, y os escuchará el Señor sin condenaros? ¿Y cómo la vengará sin condenar a quien<br />

osó cometer el asesinato? En esta reclamación no sois sino acusadores de vosotros<br />

mismos, puesto que sois culpables de derramar vuestra sangre, y a nadie sino a vosotros<br />

condenará Dios cuando tome venganza de vuestra sangre hecha añicos, anegada,<br />

quemada o asesinada de cualquier otro modo, o, si os ha parecido mejor, derramada.<br />

Apoyo bíblico de los donatistas: Razías<br />

XXVIII. 32. Texto de la carta: "¿No es acaso persecución aquella que forzó a tantos miles<br />

de inocentes mártires a la muerte? En verdad, los cristianos dispuestos en el espíritu<br />

según el Evangelio y débiles por la carne 59 , encontrado el atajo de las hogueras, libraron<br />

sus almas del sacrílego contagio a imitación del anciano Razías en el libro de los<br />

Macabeos 60 . No era vano su temor, ya que nadie que cayera en manos de aquéllos se<br />

libró. Pero hagan lo que les plazca; lo cierto es que no pueden ser de Dios los que obran<br />

contra Dios".<br />

Respuesta a esto: Con toda claridad y verdad confiesas cuál es la persecución que<br />

padecéis. Es la misma de la que yo dije que se expresa con toda evidencia en las santas<br />

Escrituras referida a algunos impíos, de quienes se ha dicho que sufren persecución por<br />

sus mismos hechos 61 . Esto puede decirse con toda propiedad de vosotros, aunque fueran<br />

las manos de otros las que os asesinaran por vuestros sacrilegios. Ni siquiera de los<br />

atracadores y cualesquiera hombres culpables de delitos capitales, cuando son castigados<br />

por justas leyes, se debe decir que soportan persecuciones sino por sus propios hechos.<br />

Pero, en vuestra situación, al perdonaros la mansedumbre cristiana, de tal modo se ha<br />

ensañado contra vosotros vuestra demencia que, como dices, "encontrado el atajo de las<br />

hogueras, os quitáis la vida", sería excesivo descaro negar que vosotros soportáis de<br />

vosotros mismos toda clase de persecución, dado que hacéis una y otra cosa, aportando el<br />

motivo por el que vuestra ruina es justa y la misma ruina. Y alegas que hay tantos miles<br />

de hombres que hacen esto, como si eso no fuera un motivo importante para librar al<br />

África de vuestro magisterio.<br />

Existe, en efecto, tal clase de hombres a la cual pudisteis persuadir este mal, y ellos solían<br />

hacer esto antes, sobre todo cuando se desataba por todas partes el libertinaje de la<br />

idolatría, cuando con las armas de los paganos se lanzaban sobre cuantos afluían a sus<br />

fiestas. Los jóvenes paganos ofrecían a sus ídolos las víctimas que cada uno mataba, y<br />

éstos confluían en tropel de un lado y de otro; como bestias feroces acosadas por los<br />

cazadores en el anfiteatro, se lanzaban sobre los venablos que se les ponían delante;<br />

morían llevados por la furia, eran sepultados en estado de putrefacción, y en su engaño<br />

eran venerados. Además de esto están las rocas escarpadas y montañas de horrendas<br />

quebraduras, celebérrimas por las frecuentísimas muertes de los vuestros; más raramente


se servían del agua o del fuego; los precipicios consumían grandes rebaños.<br />

Hablo de cosas bien conocidas a nuestros contemporáneos. ¿Quién en verdad no conoce a<br />

esta clase de hombres turbulentos en sus horrendos crímenes, desocupados de todo<br />

trabajo útil, tan despiadados en los asesinatos de otras personas como viles en sus<br />

suicidios, sembrando el terror en los campos, huyendo de cultivarlos, recorriendo en busca<br />

de comida los graneros de los campesinos -por lo que se ganaron el nombre de<br />

circunceliones-, deshonra del error africano conocidísimo en casi todo el mundo?<br />

Muchísimos se han separado ya de los donatistas<br />

XXIX. 33. ¿Quién ignora cuántos de esta raza de hombres caminaban antes a la muerte y<br />

perecían, y cuán pocos en su comparación son los que ahora se dejan quemar en sus<br />

fuegos? Y si piensas que es preciso que nosotros nos sintamos afectados porque mueren<br />

de este modo tantos miles, ¿qué consolación piensas nos invade por el hecho de ser<br />

tantos miles, incomparablemente superiores en número, los que se libran de la demencia<br />

exorbitada del partido de Donato, en el que se ha convertido en ley no sólo el error del<br />

cisma nefasto, sino también este furor?<br />

Y estos que perecen no alcanzan al menos el número de los que siendo como ellos están<br />

ahora sometidos al orden de la disciplina, se dedican a cultivar los campos, habiendo<br />

perdido el modo de actuar y el nombre de los circunceliones, observan la castidad,<br />

mantienen la unidad; y mucho menos llegan aquellos perdidos al número de las personas<br />

de uno y otro sexo, no sólo de niños y niñas, de jóvenes y doncellas, sino también de<br />

casados y ancianos, que, en cantidad innumerable, se pasan del nefasto cisma de los<br />

donatistas a la verdadera y católica paz de Cristo. Ciertamente estos mismos que se<br />

entregan a las llamas no son tampoco tantos cuantas son las comunidades locales que son<br />

arrancadas de la peste destructiva de aquel error furioso a impulsos de esta solicitud por<br />

llevar a cabo la unidad.<br />

¿Acaso, ruego, es un plan razonable de misericordia que, junto con aquéllos, todos éstos<br />

queden destinados a los suplicios eternos del infierno para evitar que aquéllos, tan pocos<br />

en comparación de éstos, no se abrasen en el fuego de sus propias hogueras? Cierto que<br />

se ha de procurar con grandes esfuerzos y deseos que todos alcancen la vida con Cristo;<br />

pero si debido al furor de algunos no puede realizarse esto, al menos se ha de trabajar<br />

para que no perezcan todos con el diablo.<br />

Opinión de San Pablo y San Cipriano sobre el suicidio<br />

XXX. 34. Seguramente, indagando con extremada sagacidad en las santas Escrituras por<br />

ver si podías presentar algún argumento en defensa de esta insana teoría del suicidio,<br />

piensas haberlo encontrado, ya que se escribe en el Evangelio: El espíritu está pronto,<br />

pero la carne es débil 62 , como si alguno debiera darse muerte precisamente porque es<br />

débil para soportar los martirios de mano de los perseguidores. No pudiste expresar con<br />

mayor brevedad que vuestros falsos mártires pertenecen al número de aquellos de<br />

quienes se escribió: ¡Ay de los que perdieron la paciencia! 63 , y que, en cambio, no<br />

pertenecen en absoluto a aquellos a quienes dijo el Señor: Con vuestra paciencia<br />

poseeréis vuestras almas 64 .<br />

En cambio, aquellos de quienes se dice: El espíritu está pronto, pero la carne es débil 65 ,<br />

se veían abrumados por un sueño involuntario, no se daban muerte voluntariamente. Lee<br />

con diligencia y presta atención a lo que hablas. ¿Dónde queda lo que dice el Apóstol: Fiel<br />

es Dios, que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, antes dispondrá con<br />

la tentación la salida para que podáis resistirla? 66<br />

¿Acaso no debemos creer en esta verdad enseñada por el Apóstol y hemos de tenernos a<br />

nosotros mismos por enemigos, porque no podemos aguantar a los otros enemigos? Lejos<br />

esto del corazón cristiano. Den fe los católicos, no la den los donatistas, a esta fidelidad<br />

del Apóstol, y mejor aún, a la fidelidad del mismo Dios, que no permite que los suyos sean<br />

tentados más de lo que pueden, sino que con la tentación otorga una salida para que<br />

puedan aguantar; y para no rehusar siempre el dar fe, los donatistas dejen<br />

definitivamente de ser donatistas. Desesperar de conseguir del Señor la paciencia en<br />

cualesquiera tormentos y, en consecuencia, buscar el atajo de las hogueras en que se<br />

arrojan, no a las fieras como dice el bienaventurado Cipriano, sino a las llamas, éstos a


quienes nadie condenó, no es prudencia, sino frenesí; no es sensatez, sino demencia.<br />

Entréguense a sus hogueras los que no dicen refiriéndose a la ayuda del Señor: Puesto<br />

que de él viene mi paciencia 67 .<br />

35. Ciertamente, el santo Job, cuando se pudría con heridas intolerables de la cabeza a los<br />

pies y se veía atormentado con dolores inhumanos, tenía a su disposición ese vuestro<br />

recurso, con el cual no quería librarse de esta vida llena de horrendas calamidades, en la<br />

que perseveraba sin la menor vacilación. Tenía a su disposición ese recurso, pero no lo<br />

autorizaba la justicia. Por eso decía: Ojalá pudiera darme muerte o pedir a alguien que me<br />

la diera 68 . Negó que, como justo, pudiera él hacer lo que la justicia no podía autorizar.<br />

Usando de ese modo de hablar dice el Apóstol a los Gálatas: Testifico que, de haberos sido<br />

posible, los ojos mismos os hubierais arrancado para dármelos 69 . ¿Por qué no podría<br />

tener lugar esto sino porque en modo alguno lo permite la justicia?<br />

Así también el Señor, al urgir por sus ángeles a Lot que salía de Sodoma a que se diese<br />

prisa por llegar a Segor, dice: Pues no podré hacer nada hasta que tú entres allí 70 . Dijo<br />

que no podía hacer lo que sin duda podía realizar en virtud de su poder, pero no en virtud<br />

de la justicia. Podía, efectivamente, el pacientísimo Job no tomar ningún alimento ni<br />

bebida y de este modo concluir aquella vida atribulada y horrible. Pero esto no podía<br />

hacerse en justicia, ya que a nadie le está permitido darse muerte a sí mismo, sobre todo<br />

teniendo en cuenta que aquél pudiera recurrir a la fuga para poder vivir. ¿Podría dudar<br />

alguien que este santo varón, que tanto hablaba en medio de sus dolores, pudiera rogar a<br />

alguien que le hiciera esto? Pues como faltó al que sufría y se pudría una mano que le<br />

diera muerte, no le faltó una lengua para pedirlo. Bien podía pedírselo sin duda a su<br />

misma esposa, aunque ni ella misma le sugirió esto, a pesar de que deseaba su muerte al<br />

estar Dios enojado por su blasfemia 71 ; y así, aunque le aconsejara con impío consejo<br />

lanzar algo contra Dios, no osaba, sin embargo, decirle que se diera muerte.<br />

El diablo tiene más poder sobre vosotros al persuadiros tan fácilmente lo que no había<br />

podido persuadir a una mujer sin cordura, a la que se reservó como ministra para engañar<br />

al varón, a quien le había quitado todo lo suyo. Así es que dijo aquel justo que él no podía<br />

rogar a nadie que le diera muerte, mostrando además que no estaba permitido. Pues lo<br />

que no se puede hacer justamente, no lo puede hacer el justo, ya que al decidir esto,<br />

pierde primero la justicia, de suerte que lo que no puede hacer como justo, lo puede como<br />

injusto. Así pues, dijo: Ojalá pudiera darme muerte 72 , como si dijera: "Ojalá fuera eso<br />

conforme a justicia"; entonces podría hacerlo el justo. Y no deseaba para sí la injusticia de<br />

poder lo que no puede sino el injusto. Antes, si fuera posible, desearía que eso fuera<br />

conforme a la justicia; pero como no pudo suceder que eso fuera así, no pudo el justo<br />

llevar a cabo lo que sólo podía hacer la injusticia.<br />

Por eso no comete una injusticia el hombre justo al desear la muerte cuando la vida es<br />

sumamente amarga; pero si Dios no le da la vida que desea, lo justo será tolerar esa vida<br />

tan amarga. Como tampoco le es ajeno al justo el desear la vida cuando le amenaza una<br />

muerte cruel; pero cuando ve que no puede conseguirlo, dice como el Señor, que nos<br />

representaba en sí: No se haga lo que quiero, sino lo que quieres tú, Padre 73 . Esto hay<br />

que decírselo a aquellos a quienes buscan los perseguidores para causarles males, no a<br />

aquellos a quienes solicitan para hacerles partícipes del bien; se deben decir estas cosas a<br />

los que padecen persecución por la justicia, no a los que se la causan a sí mismos<br />

injustamente.<br />

El caso del anciano Razías citado por ellos<br />

XXXI. 36. Por consiguiente, aun aquel anciano Razías, de quien éstos, careciendo de<br />

modelos de su crimen, se glorían haber encontrado como ejemplo que imitar en los libros<br />

de los Macabeos 74 , debió hacer lo que en los mismos libros se lee que hicieron aquellos<br />

siete hermanos, siguiendo la exhortación de su madre 75 , es decir, que una vez detenido,<br />

sin apartarse de la ley de su Señor, aceptara lo que le fuera aplicado y se mantuviera en el<br />

sufrimiento, y en su humildad conservara la paciencia. Pero, no pudiendo soportar la<br />

humillación de estar en poder de sus enemigos, ofreció un ejemplo bien claro, no de<br />

cordura, sino de insensatez; de imitación no para los mártires de Cristo, sino para los<br />

circunceliones de Donato.<br />

Sin embargo, si consideramos el caso con más detención, aparece claramente cuán lejos<br />

estáis de él. En efecto, éste, una vez detenido por sus enemigos, no pudo huir libremente.


Por eso se hirió con la espada, y al no poder matarse, se precipitó desde la muralla.<br />

Después, no pudiendo ya vivir, pero todavía respirando y moviendo con ímpetu su cuerpo,<br />

alcanzó a la carrera, a pesar de la sangre perdida, una roca abrupta; en ella se arranca<br />

con ambas manos sus intestinos, los dispersa, se deja caer; quedó de tal suerte rodeado<br />

por la turba, que no podía escapar, aunque pudiera sobrevivir.<br />

Vosotros, por consiguiente, que ni escucháis al Señor cuando dice huid, ni imitáis a Razías<br />

que quiso y no pudo huir, no escucháis el mandato de aquél ni seguís el ejemplo de éste. Y<br />

¿qué? Este Razías, según vuestro discurso, ¿no debe ser sin duda culpado? Dijiste, en<br />

efecto, que en virtud de la sentencia evangélica, en que dice el Señor: El espíritu está<br />

pronto, pero la carne es débil 76 , vosotros habíais acudido al atajo de las hogueras porque<br />

sois débiles para soportar el poder de los enemigos si hubieran logrado apresaros.<br />

Entonces aquel que se hirió gravemente con la espada, que, herido, llegó a la muralla, que<br />

desde ella se precipitó de cabeza, que pudo, aun después de correr hacia una roca,<br />

permanecer en ella, sacarse los intestinos, cogerlos y esparcirlos, ¿se puede decir que<br />

tenía el espíritu pronto y la carne débil? No sólo su espíritu se mostró tan dispuesto, sino<br />

la carne tan firme, que se hace muy difícil creer que quiso y pudo hacer lo que hizo. De<br />

suerte que tenéis que sentiros avergonzados ante este que confunde con su firmeza el<br />

motivo de vuestra debilidad.<br />

Por otra parte, si, pudiendo y no queriendo huir, hubiera recogido leña en su casa y al<br />

lanzarse los enemigos para cogerle les hubiese prendido fuego y se hubiera quemado con<br />

su propia casa, os habría servido a vosotros ciertamente de ejemplo, pero se habría<br />

ganado gran tormento. Pero ahora, dado que no pudo huir, quizá sea un poco menos<br />

culpable de su sangre al haberse dado la muerte que el enemigo le iba a dar al cogerlo.<br />

37. "Pero en realidad la autoridad de las santas Escrituras ha alabado a Razías". ¿Por qué<br />

se le alabó? Porque amó la ciudad 77 . Esto pudo hacerlo también según la carne, es decir,<br />

amó a aquella Jerusalén terrena, esclava junto con sus hijos, no la de arriba, nuestra<br />

madre libre 78 . Fue alabado por haber perseverado en el judaísmo 79 . Ahora bien, esto,<br />

dice el Apóstol 80 , se considera pérdida y basura en comparación con la justicia cristiana.<br />

Fue alabado porque mereció ser llamado padre de los judíos 81 . A esto se debe el que,<br />

como a hombre, le dominó el no poder soportar la humillación, de modo que prefirió morir<br />

a someterse a los enemigos. Se dijo de él que eligió morir con dignidad; mejor sería que<br />

hubiera preferido la humildad, y así se hubiera seguido la utilidad. Con esas palabras<br />

acostumbra a ensalzar la historia de la gentilidad; pero refiriéndose a los varones fuertes<br />

de este mundo, no a los mártires de Cristo. Se dijo que él se había precipitado virilmente<br />

desde la muralla a las turbas; no decimos nosotros que se comportara afeminadamente.<br />

Aunque vosotros, que habéis explotado tanto este ejemplo, habéis enseñado también a<br />

practicar eso a vuestras mujeres; y hemos de confesar que ellas no lo llevaron a cabo con<br />

espíritu afeminado, sino varonil; aunque no saludablemente, porque no fue conforme a la<br />

fe. Con respecto a la invocación que se dice hizo al dominador de la vida y del espíritu,<br />

para que él le devolviera estas cosas, es decir, el espíritu y la vida, hay que decir que ni<br />

aun entonces pidió algo que distinga a los buenos de los malos. El Señor devuelve estas<br />

cosas aun a los que obraron mal, pero no en una resurrección para la vida eterna, sino en<br />

una resurrección para la eterna condenación.<br />

Así pues, este Razías, amante de la ciudad, fue alabad como hombre muy reputado, esto<br />

es, de buena fama, porque fue llamado padre de los judíos, y porque perseveró en el<br />

judaísmo. Pero sobre su muerte, más digna de admiración que sensata, la Escritura contó<br />

simplemente cómo tuvo lugar, no la alabó como si debiera haber sido así. A nosotros nos<br />

toca, como nos amonesta el Apóstol, probar todo, retener lo que es bueno, abstenernos de<br />

toda apariencia de mal 82 .<br />

38. Estos libros, denominados de los Macabeos, no los aprecian los judíos como a la Ley,<br />

los Profetas y los Salmos, los cuales aduce el Señor como testigos suyos al decir: Convenía<br />

que se cumpliera todo lo que está escrito en la Ley y en los Profetas y en los Salmos de<br />

mí 83 . Pero la Iglesia no los ha aceptado inútilmente si se leen o escuchan con prudencia,<br />

sobre todo por la alabanza de los Macabeos, que, como verdaderos mártires, soportaron<br />

por la ley de Dios ultrajes tan indignos y terribles por parte de los perseguidores, que<br />

incluso en ellos advierte el pueblo cristiano que no son comparables los sufrimientos de<br />

esta vida con la gloria futura que se ha de revelar en nosotros 84 , por quienes padeció<br />

Cristo; suponiendo que soportaron con toda paciencia tales cosas por la ley que dio Dios


por su siervo a aquellos hombres, por quienes no había entregado todavía a su Hijo.<br />

Aunque también este Razías tiene algo de provecho para los que lo leen, no sólo para que<br />

se ejercite la mente juzgando rectamente lo que lee, sino también para que el espíritu<br />

humano y aun el espíritu cristiano perciba cuántas fatigas hay que soportar de parte de los<br />

enemigos con el ardor de la caridad, si él sufrió tanto de sus propias manos por temor a la<br />

humillación. Pero el ardor de la caridad desciende de las alturas de la gracia divina,<br />

mientras el temor de la humillación procede del deseo de alabanza humana; y así, aquél<br />

lucha por medio de la paciencia, y éste peca por no saber sufrir.<br />

Por consiguiente, cuanto leemos en las Escrituras que realizaron hombres alabados incluso<br />

por el testimonio de Dios, no debemos aprobarlo y darles sin más nuestro asentimiento,<br />

sino discernirlo con la oportuna ponderación, no utilizando ciertamente el criterio de<br />

nuestra autoridad, sino el de las divinas y santas Escrituras; éstas no nos permiten imitar<br />

o alabar todos los hechos de aquellos hombres a quienes se tributa allí un laudable e<br />

ilustre testimonio, si se dan algunos que no fueron realizados conforme a justicia o que no<br />

encajan ya en estos tiempos. Pero sobre aquellas actitudes que entonces fueron correctas<br />

y ahora ya no lo son, ¿qué necesidad hay de discutir algo en esta cuestión, si esta acción<br />

de que se trata, es decir, que alguien se dé la muerte a sí mismo, sobre todo al que se le<br />

concede o más bien el que se ve forzado a vivir, está entre aquellos hechos que no podían<br />

nunca ser rectos ni lo pudieron ser según hemos demostrado ya suficientemente?<br />

39. Por consiguiente, como quiera que consideréis la vida alabada de este Razías, su<br />

muerte no implica una sabiduría digna de alabanza, ya que no va acompañada de una<br />

paciencia digna de los siervos de Dios; y más bien le conviene aquella voz de la Sabiduría,<br />

que no es de alabanza, sino de reproche: ¡Ay de los que perdieron la paciencia! 85 En<br />

efecto, si creéis que hay que imitar todos los hechos de personajes alabados, ¿es acaso<br />

mejor ese Razías que David? Entonces, ¿por qué ninguno que sea bueno se propone como<br />

objeto de imitación el haber apetecido la esposa ajena y haber dado muerte a su esposo,<br />

antes bien lo mira como algo de que hay que guardarse y evitarlo 86 ? ¿Es acaso Razías<br />

mejor que Salomón? ¿Acaso os parece bien que pongamos como ejemplo de imitación su<br />

pasión por las mujeres, cuyas seducciones le llevaron hasta la construcción de templos a<br />

los ídolos? ¿Es mejor Razías que el apóstol Pedro, que cuando dijo: Tú eres Cristo, el Hijo<br />

de Dios vivo 87 , el Señor le proclamó tan bienaventurado, que mereció recibir las llaves del<br />

reino de los cielos? Sin embargo, no se le juzga digno de imitación en el momento en que,<br />

reprendido inmediatamente después, escuchó aquello: Retírate de mí, Satanás; no sientes<br />

las cosas de Dios, sino las de los hombres 88 .<br />

Pasaré por alto las cosas que con voz bien clara condenó la santa Escritura de la Iglesia, y<br />

mencionaré las que allí están solamente narradas y consignadas, y sobre las que no se ha<br />

dado sentencia ni de alabanza ni de vituperio, sino que han quedado como remitidas a<br />

nuestro juicio. ¿Acaso es mejor Razías que Noé? Y, sin embargo, ¿qué varón sobrio le<br />

alabará de haberse acostado ebrio 89 ? ¿Acaso es mejor Razías que el patriarca Judas? ¿<br />

Quién, sin embargo, aprobará a éste, a quién parecerá bien, a quién no ofenderá<br />

justamente su fornicación, no aquella en que se unió con su nuera porque ignoraba que lo<br />

fuera, sino otra, con una mujer que consideró una meretriz 90 ? ¿Es mejor Razías que<br />

Sansón? Atreveos a decir, si podéis, que aquel grande y divino secreto de poder que tuvo<br />

en su cabellera debía descubrirlo a los halagos de una mujerzuela 91 . Pues el haberse dado<br />

muerte a sí mismo junto con sus enemigos, cuando derribó la casa sobre sí y sobre ellos,<br />

muerte que había de soportar luego de ellos, quiso que le fuera común con ellos porque no<br />

podía evadirse. Ciertamente no lo hizo por su propia iniciativa; antes bien, hay que<br />

atribuirlo al espíritu de Dios, que se sirvió de él para que hiciese, cuando le asistía, lo que<br />

no podía hacer cuando no le asistía 92 . Lo mismo se diga de la voluntad de Abrahán de<br />

inmolar a su hijo: fue un acto de obediencia, por haberlo mandado Dios, lo que si no lo<br />

hubiera mandado no sería sino un acto de locura 93 .<br />

40. Enseñado por estas santas Letras, el bienaventurado Cipriano dijo en su declaración<br />

que la disciplina impedía que alguien se entregara. Notad el mal tan grande que hacéis<br />

cuando queréis daros muerte a vosotros mismos, que os saldríais de la disciplina incluso si<br />

quisierais entregaros a otros que quisieran datos muerte. Aquel a quien llamáis Salvador<br />

ordenó la huida, huida que permite el perseguidor: ¿qué norma seguís sino vuestro furor<br />

para perecer en vuestras hogueras? ¿Y aún te atreves a decir: "No es acaso una<br />

persecución esto que forzó a la muerte a tantos miles de inocentes?" Demostrad cómo sois<br />

inocentes vosotros que dividís a Cristo y os dais muerte. Demostrad cómo sois


constreñidos a la muerte, vosotros a quienes por mandato divino se ordena la fuga y<br />

humanamente se les facilita la huida. Demostrad cómo libráis de la contaminación a<br />

vuestras almas por el atajo de las hogueras, a las que, con el sacrilegio de las hogueras<br />

las contamináis totalmente ofreciéndolas en sacrificio al demonio. Interrogad a Cristo, él<br />

os ordena que huyáis; interrogad al tribuno, él os permite huir; si pudierais interrogar al<br />

mismo Razías, os respondería: "Yo no pude huir". Por consiguiente, vosotros no tenéis ni a<br />

Cristo como salvador, ni al tribuno como perseguidor, ni a Razías como fiador.<br />

Nada tienen que temer de los católicos<br />

XXXII. 41. Tú dijiste, para que los vuestros se dieran muerte a sí mismos, que no habíais<br />

temido en vano, ya que quienes cayeron en nuestras manos o en las de los nuestros no<br />

pudieron evadirse. ¿De qué no pudieron evadirse, pregunto? Si de la muerte, ¿por qué os<br />

la causáis con vuestras manos, si la teméis de los nuestros? Pero es manifiesto que no<br />

habláis de la muerte. Pues bien sabéis cuánto deseamos que viváis; por eso queréis<br />

aterrarnos con vuestras muertes. Ahora bien, si dices que ninguno de los vuestros que<br />

cayó en nuestras manos ha podido evadir nuestra comunión, ¡ojalá fuera verdad lo que<br />

dices! ¡Qué felicidad no poder evadir la comunión que ofrecen los católicos, para librarse<br />

de la condenación que se prepara a los herejes!<br />

Que es falso lo que dices, has podido verlo en vuestro Emérito, quien, habiendo venido a<br />

nosotros, antes quedó convicto por la verdad que compelido a entrar en nuestra<br />

comunión. Hay también otros, menos conocidos, pero iguales en la necedad. Todo el que<br />

participó de la misma vaciedad hasta el punto que, frente a una verdad clarísima, se tornó<br />

pertinaz con perversísima timidez, al avergonzarse de que se le tuviera por inconstante,<br />

desconocedor de la comunión católica, se apartó de nosotros. Sin duda dijiste: "Quien<br />

cayó en sus manos no pudo evadirse", porque pensaste que estaban ocultos los<br />

poquísimos que resisten con obstinación a la verdad más clara y se alejan de ella. Pero,<br />

según vuestro modo de pensar, has inferido una gravísima injuria a Emérito, que perdió<br />

ante ti la alabanza de su pertinacia, como si hubiera pretendido estar entre los pocos que<br />

consienten con la verdad, ya que mereció ser contado entre los que estaban ocultos. ¿<br />

Quién de los nuestros no creerá que tú estás celoso de tu colega? O si no es así, sigue su<br />

ejemplo. Ven a nosotros, como vino él; escucha lo que decimos, como lo hizo él; responde<br />

si puedes, cosa que no pudo él. Pero si no quieres responder, ni quieres entrar en la<br />

comunión, apártate, como hizo él. Ahí tienes cómo salió ileso de nuestras manos. ¿Por qué<br />

dices tú: "Quien cayó en sus manos no pudo evadirse?" Mira cómo no creyó él que le<br />

habían de faltar lugares donde estar oculto; ¿por qué te preparas para arder? ¿Aún no ves<br />

que sois más bien vosotros los que no pertenecéis a Dios, y los que obráis contra Dios, no<br />

sólo por la iniquidad común con que os resistís a la unidad de Cristo, sino también sobre<br />

todo porque os apresuráis a añadir vuestras muertes a tan gran crimen vuestro?<br />

La Iglesia católica no es una fundación humana<br />

XXXIII. 42. Texto de la carta: "Mas como a Tu Prudencia no le convenía el oficio de<br />

perseguidor, presta atención, te ruego, a unas pocas advertencias. Una es, pienso yo, la<br />

verdad sólida, y otra la apariencia de verdad, ya que la verdad se mantiene sólida por su<br />

propia robustez; en cambio, la imagen o el simulacro es lo que la presunción humana ha<br />

hecho verosímil con ultraje a la verdad; con todo, nunca la falacia podrá perjudicar a la<br />

verdad. Llamo adoradores de los ídolos a los que no mantienen la verdad; con vocablo<br />

ajeno llamo gentil al que se fabrica el ídolo que ha de adorar. Por lo cual es público y<br />

notorio que Gabinio y sus semejantes, arrancados de la libertad natural mediante<br />

amenazas, el terror, las frecuentes persecuciones, se fabricaron, como se sabe, falsos<br />

ídolos para venerarlos y se ven forzados contra su voluntad a adorarlos".<br />

Respuesta a esto: Añades aún a vuestro furor palabras blasfemas, y no tienes reparo en<br />

afirmar que es una ficción la Iglesia católica, a la cual dice Dios: Yo soy el Señor que te ha<br />

creado, el Señor es su nombre. Y para que sepamos que ella es la Católica difundida por<br />

todo el mundo, sigue y añade: Y el que te libró se llamará Dios de Israel de toda la tierra<br />

94 .<br />

A esta obra tan evidente de Dios la consideráis como ficción humana; y no paráis la<br />

atención en que, si no siguierais al hombre, en modo alguno os separaríais de esta Iglesia<br />

que Dios prometió que había de establecer en toda la tierra. Nosotros seguimos al que dijo<br />

a Abrahán: En tu descendencia serán bendecidos todos los pueblos 95 . Nosotros seguimos


a quien dijo a su Iglesia lo que acabo de mencionar: Yo soy el Señor que te ha creado. El<br />

Señor es su nombre, y el que te libró se llamará el Dios de Israel de toda la tierra 96 . Por<br />

eso, manteniendo la iglesia que se extiende y crece por todos los pueblos y por toda la<br />

tierra, no seguimos sin duda una ficción humana, sino la promesa y su cumplimiento<br />

divino.<br />

Vosotros, en cambio, ¿qué es lo que seguís para estar separados de la comunión con esta<br />

divina promesa y con esta obra divina, y seguir el partido de Donato? ¿Quién os dijo a<br />

vosotros, Dios o un hombre, que las promesas de Dios habían desaparecido del orbe de la<br />

tierra por el pecado de Ceciliano y habían quedado en el partido de Donato? Si os lo dijo<br />

Dios, leédnoslo tomándolo de la Ley, Profetas, Salmos, Libros apostólicos y evangélicos.<br />

Leed, si podéis, lo que en modo alguno pudisteis leer en nuestra común Conferencia. Pero<br />

si esto os lo han dicho los hombres de quienes se dijo: Se envalentonaron con un discurso<br />

maligno 97 , ahí tenéis la ficción humana, ahí tenéis lo que vosotros adoráis, ahí tenéis a<br />

quien servís, ahí tenéis el objeto de vuestra rebelión, de vuestra insensatez, de vuestras<br />

hogueras.<br />

43. En cambio, Gabinio y los restantes que conocieron, eligieron y mantuvieron esta<br />

Iglesia, deseando mantener con los fieles no una ficción humana, sino la divina promesa<br />

anunciada y cumplida, no quisieron aguantar más las mismas molestias humanas en<br />

defensa de una ficción humana. Quien ha perdido por la verdad y la unidad de Cristo, no<br />

digo sus cosas, sino también su vida de aquí, siempre que se las quiten o les den muerte<br />

otros, tienen realmente fe, tienen realmente esperanza, tienen realmente caridad, tienen<br />

realmente a Dios.<br />

En cambio, quien pierde en pro del partido de Donato, aunque no sea más que la orla de<br />

su vestido, no tiene en verdad corazón sano. Por consiguiente, ¿qué tiene de particular<br />

que los hombres sabios, al ver que se les proponían daños y destierros contra la<br />

antigüedad tan firme de una costumbre persistente, pensaran bien si deberían soportar<br />

estas cosas por el partido de Donato contra la Iglesia católica, esto es, por una ficción<br />

humana contra la obra de Dios? Y vieron ciertamente que no debían hacerlo, y lo que<br />

vosotros llamáis persecución lo tomaron ellos como una oportunidad de corrección, y<br />

practicaron lo que está escrito: Da al sabio una ocasión, y se hará más sabio 98 . Ya puedes<br />

ver cuán sin fundamento dijiste al hombre que por orden de su piadosísimo emperador<br />

busca vuestra corrección, que el oficio de perseguidor no caía bien a Su Prudencia. ¿Qué<br />

mejor le puede convenir a quien milita por su religión que, en la causa en que aprecia que<br />

vosotros queréis ser una decepción para algunos, llegue a ser él la salvación para muchos<br />

que se han de corregir?<br />

Función de los reyes en los asuntos religiosos<br />

XXXIV. 44. Texto de la carta: "Para enseñar a su pueblo Israel, el Dios omnipotente dio<br />

su mensaje a los profetas, no lo mandó a los reyes. El Salvador de nuestras almas, Cristo<br />

el Señor, para anunciar la fe envió a pescadores, no a soldados".<br />

Respuesta a esto: Escuchad, pues, a los profetas santos y a los santos pescadores; y no<br />

tendréis que soportar las molestias de los reyes piadosísimos. Ya demostré más arriba<br />

cómo se encargó al cuidado del rey que los ninivitas aplacaran a Dios, cuya ira había<br />

anunciado el profeta. Mientras vosotros no mantengáis la Iglesia que anunciaron los<br />

profetas y plantaron los apóstoles pescadores, los reyes que la mantienen juzgan con toda<br />

justicia que es de su incumbencia que vosotros no os rebeléis impunemente contra ella.<br />

Dios, en efecto, tuvo reyes entre los profetas: el santo David, como no podéis ignorar, fue<br />

rey. Así es que oíd a un rey que profetiza y no temeréis la ira de ningún rey piadoso;<br />

escuchad, digo, al rey profeta que dice de Cristo: Dominará de un mar a otro, y desde el<br />

río hasta el extremo del orbe de la tierra 99 ; y no temeréis a ningún rey cristiano que se<br />

irrite contra vosotros que blasfemáis contra esta Iglesia que, como anunció el rey profeta,<br />

se extenderá hasta los términos del orbe de la tierra. Incluso el rey Nabucodonosor,<br />

aunque no fue profeta, reprimió con religiosa severidad a los que blasfemaban contra el<br />

Dios de Sidrach, Misach y Abdénago 100 .<br />

El uso de la fuerza en el ámbito religioso<br />

XXXV. 45. Texto de la carta: "Jamás esperó el auxilio de la milicia mundana Dios, el único<br />

que puede juzgar sobre los vivos y muertos".


Respuesta a esto: No espera Dios el auxilio de la milicia mundana, ya que más bien otorga<br />

mercedes a los reyes al inspirarles se preocupen de que en su reino se cumpla el mandato<br />

del Señor. A este efecto se les dijo: Ahora, oh reyes, entendedlo; instruíos los que juzgáis<br />

la tierra, servid al Señor con temor 101 . Se dan cuenta de que su poder debe servir de tal<br />

modo al Señor que haga doblegarse a los que no quieren cumplir su voluntad. Tú tratas de<br />

suscitar malquerencia hacia los soldados; pero si, como ya hemos dicho, se demuestra en<br />

las santas Escrituras que este cuidado pertenece a los reyes, ¿por medio de quién, si no es<br />

por los soldados súbditos suyos, van a llevarlo a cabo contra los rebeldes circunceliones y<br />

sus insensatos colaboradores o jefes?<br />

Error en la apreciación de su conducta<br />

XXXVI. 46. Texto de la carta: "Pero esto no lo saben los usurpadores de los bienes<br />

ajenos, que ni oyen a Dios que dice: No codiciarás los bienes de tu prójimo 102 , ni al<br />

Espíritu Santo, que dice por Salomón: Entonces los justos se enfrentarán con gran<br />

constancia a aquellos que los angustiaron y robaron el fruto de sus fatigas. Al verlo, se<br />

apoderará de éstos la turbación y un terror horrendo y se asombrarán de la repentina<br />

salvación de los justos, que ellos no esperaban; y arrepentidos y arrojando gemidos de su<br />

angustiado corazón, dirán dentro de sí: Estos son los que en otro tiempo fueron el blanco<br />

de nuestros escarnios, y a quienes proponíamos como un ejemplar de oprobio. Insensatos<br />

de nosotros. Su vida nos parecía una necedad, y su muerte una ignominia. Mirad cómo<br />

son contados en el número de los hijos de Dios, y cómo su suerte está con los santos.<br />

Luego, descarriados, nos hemos salido del camino de la verdad; no nos ha alumbrado la<br />

luz de la justicia. Nos hemos fatigado en seguir la carrera de la iniquidad y de la perdición;<br />

hemos andado por senderos fragosos, sin conocer el camino del Señor. ¿De qué nos ha<br />

servido la soberbia? O ¿qué provecho nos ha traído la vana ostentación de nuestras<br />

riquezas? Pasaron como sombra todas aquellas cosas 103 . Por tanto, esta fe nos exhorta a<br />

morir libremente por Dios en esta persecución".<br />

Respuesta a esto: Reconoced vuestro crimen, y no queráis usurpar el nombre ajeno. La<br />

Escritura dijo: Entonces los justos se enfrentarán con gran constancia a aquellos que los<br />

angustiaron y robaron el fruto de sus fatigas 104 . No dijo: "Permanecerán en pie todos los<br />

que sufrieron males", sino: Permanecerán en pie los justos. De la misma manera que el<br />

Señor cuando dijo: Bienaventurados los que padecen persecución, si no hubiera añadido:<br />

por la justicia 105 , no designaría sólo a los que son coronados por su paciencia en el Señor,<br />

sino también a los que son castigados por leyes justas.<br />

Por ello, si pensáis que estas palabras de los justos que se han escrito se refieren a<br />

vosotros, demostrad primero que sois justos. Tenéis asuntos importantes entre vuestras<br />

justicias que habéis de resolver: el haber dividido a Cristo, haber anulado los sacramentos<br />

de Cristo, haber abandonado la paz de Cristo, la guerra contra los miembros de Cristo, las<br />

acusaciones contra la esposa de Cristo, la negación de las promesas de Cristo. Estas son<br />

vuestras justicias, por las cuales os mantenéis con gran constancia frente a los que os<br />

angustiaron y robaron el fruto de vuestras fatigas.<br />

Ahora bien, ya que habéis comenzado a jactaros, como de un acto de justicia, de vuestros<br />

suicidios, ¿qué justo podrá equipararse con vosotros? Entonces aparecerá sobre todo que<br />

debéis ser vengados. Pero mirad de quiénes; ciertamente, de los que os mataron. Luego la<br />

venganza consistirá en ser castigados, ¿y así os enfrentaréis a vosotros mismos? Y os<br />

enfrentaréis sobre todo vosotros que, cerradas vuestras hogueras os encontráis en crueles<br />

estrecheces, de tal modo que quien quiera socorreros no pueda entrar, y quien quisiere<br />

escaparse no pueda evadirse. No es posible que se mantengan con gran constancia al<br />

encontrarse con tan mala conciencia. A no ser que penséis que puede Dios perdonaros<br />

vuestros crímenes, porque vosotros mismos no os perdonáis ahora.<br />

Por eso también algunas de vuestras religiosas encinta se lanzaron por los precipicios, y al<br />

deshacérseles el útero, con el crimen del homicidio descubrieron los crímenes de los<br />

estupros; pensaban que tomando contra sí mismas esta venganza, en modo alguno lo<br />

haría ya Dios. También vosotros pensáis que, del mismo modo, al daros muerte a vosotros<br />

se os puede perdonar todo lo que por el sacrilegio del cisma y la herejía pudisteis<br />

cometer: vuestras depredaciones, decapitaciones, extracciones de ojos, homicidios;<br />

finalmente, el rebautismo de los católicos<br />

Pero os equivocáis; esto también lo pensó Judas. ¿O queréis añadir aún este documento,


para que conozcamos con más seguridad que fueron más bien vuestros antepasados los<br />

traditores, ya que imitáis a Judas el traidor?<br />

Crímenes confesados<br />

XXXVII. 47. Por consiguiente, lo que intentasteis negar con todo empeño en la<br />

Conferencia, la veracidad de ciertos hechos, lo confirmáis con esto. De acuerdo con las<br />

actas, el obispo Segundo de Tigisi, entonces primado de Numidia, perdonó a los traditores<br />

confesos; y en presencia de aquellos a quienes absolvió en Cirta de crímenes manifiestos y<br />

confesados, junto con ellos castigó en Cartago como traditores a otros no convictos y<br />

ausentes. De ese crimen de haber entregado los Libros Sagrados no pudo justificarse el<br />

mismo Segundo ante la acusación de Purpurio de Limata cuando éste le dijo: "Qué hiciste<br />

tú cuando fuiste detenido por el curador y el consejo para que entregaras las Escrituras? ¿<br />

Cómo te libraste de ellos sino dando u ordenando dar cualquier cosa? Pues no te soltaban<br />

sin más ni más".<br />

Esto fue lo que confesó sin ambigüedad Segundo en su carta a Mensurio, que vosotros<br />

presentasteis y leísteis: que no entregó nada, sino que vinieron a él de parte del curador y<br />

del consejo los perseguidores a los que se refiere la acusación de Purpurio, para que<br />

entregara las Escrituras; al pedírselas, él respondió: "Soy cristiano y obispo, no traditor", y<br />

que no quiso entregar nada en absoluto. Queréis que nosotros le demos crédito, cuando<br />

vosotros mismos veis no se puede creer que en plena persecución un obispo detenido o<br />

llamado para que entregara las Escrituras del Señor fuera puesto en libertad sin haberlas<br />

entregado. Vosotros os empeñabais en demostrar que no habían podido reunirse los<br />

obispos en tiempo de la persecución en la ciudad de Cirta para ordenar a un obispo.<br />

¿Cómo arreciaba la persecución si un obispo pudo ser detenido para que entregara las<br />

Escrituras y ser puesto en libertad impunemente sin entregarlas? Y, sin embargo, al<br />

describir la ferocidad de la persecución de aquel entonces, gritabais que ni siquiera habían<br />

podido reunirse en concilio doce obispos para ordenar a otro y confeccionar aquellas actas<br />

en que se perdonaron mutuamente el crimen de la entrega, y confiaron al Señor el juicio<br />

en pro de la paz de la Iglesia. Y decís que ahora sufrís vosotros tal persecución cual no<br />

existió nunca, es decir, que os faltan lugares en que refugiaros y poder esconderos,<br />

cuando estáis celebrando concilios y ordenando obispos aun en lugar de aquellos que se<br />

abrasaron en sus propias hogueras, y tales, a su vez, que están dispuestos a perecer en<br />

ellas. Y en tiempo de persecución tan grande, como pensáis y de ello os jactáis, pudisteis<br />

reuniros más de treinta, donde estuvo también Petiliano, que vociferaba que en tiempo de<br />

la persecución no habían podido reunirse más de doce.<br />

48. Además, en el mismo concilio establecisteis que quienes, obispos o presbíteros, contra<br />

su voluntad, han entrado en comunión con nosotros, con tal que no hayan ofrecido<br />

sacrificio o predicado al pueblo, podían recibir el perdón y ser recibidos con sus honores;<br />

de esta manera, con este decreto vuestro anulasteis enteramente toda la fuerza de<br />

vuestras calumnias. ¿Dónde queda ahora aquel vano discurso vuestro en el que afirmáis<br />

que los que no fueron traditores se hicieron tales al entrar en comunión con nosotros, ya<br />

que, según calumniáis, los que nos mancharon fueron los que entregaron los libros<br />

eclesiásticos bajo la presión de poderes impíos? ¿Cómo, pues, absolvéis ahora del crimen<br />

a quienes sabéis han estado en comunión con nosotros contra su voluntad, con tal que no<br />

hayan ofrecido sacrificio ni hayan predicado al pueblo? Como si aquellos primeros<br />

traditores no hubieran entregado entonces los códices contra su voluntad bajo el terror y<br />

el horror de crueles suplicios, cuales nadie os ha causado a vosotros en modo alguno<br />

ahora, o hubieran ofrecido allí el sacrificio o hubieran predicado al pueblo.<br />

Veis, por consiguiente, que como vosotros pudisteis perdonar a quienes sin fundamento<br />

alguno acusáis de que nuestra comunión los hizo traditores, si hubieran hecho algo contra<br />

su voluntad, así según la misma regla pudieron perdonar a los verdaderos traditores en<br />

una necesidad mucho más apremiante. Mas, para condenar a otros ausentes y sin<br />

haberles interrogado previamente, se vieron forzados por la facción de los enemigos de<br />

Ceciliano, haciendo lo que de los tales dice el Apóstol: En lo mismo que juzgas a otro, a ti<br />

mismo te condenas, ya que haces eso mismo tú que juzgas 106 .<br />

49. Por todo ello, como los donatistas siempre tuvieron a bien darse muerte a sí mismos,<br />

y desde el principio fueron traditores, ¿qué tiene de particular que enseñaran a sus<br />

seguidores a amar la muerte del traditor? Mas para evitar tal semejanza, nunca o con


muchísima dificultad se dieron muerte colgándose de una soga. Claro que es un recurso<br />

inútil, ya que el que forzó a hacer esto a Judas es el mismo que arrojó muchas veces al<br />

agua y al fuego al joven que curó el Señor 107 , precipitó al mar la manada de puercos 108 y<br />

con mucha presunción sugirió al mismo Señor que se precipitase del pináculo del templo<br />

109 . Así pues, aunque sean tan diversos los modos en que vosotros os entregáis<br />

voluntariamente a la muerte, al daros muerte a vosotros mismos imitáis por inspiración<br />

diabólica al traidor. Y si vosotros no sois traditores, llevados por el abominable magisterio<br />

de los que lo fueron y crearon el cisma en que os encontráis de buen grado, os enseñaron<br />

con nefando magisterio a llevar a cabo en vosotros lo que llevó a cabo el traidor. Ahí<br />

tenéis la justicia con que os enfrentaréis a los que os apremiaron, de suerte que si se<br />

fueran a vengar vuestras muertes, sólo en vosotros mismos se podrían vengar con toda<br />

justicia.<br />

50. Ahora bien, ¿cuáles son los frutos de vuestras fatigas que os jactáis de que os han<br />

arrebatado? ¿Es acaso injusto que las iglesias que fueron vuestras, cuando pasan a la paz<br />

católica, pasen con todas sus cosas? Si ellas se pasan a nosotros y vosotros queréis<br />

quedaros con sus cosas, sin duda pretendéis arrebatar las cosas ajenas. La madre Católica<br />

os dice ciertamente lo que dijo a algunos el bienaventurado Apóstol: No busco vuestros<br />

bienes, sino a vosotros 110 . Sin embargo, ¿no es una contradicción por vuestra parte el<br />

echarnos en cara ambas cosas: que deseamos poseer vuestras cosas y os forzamos con<br />

violencia a estar con nosotros? ¿No os dais cuenta de la contradicción existente? Si os<br />

buscamos y os retenemos contra vuestra voluntad en nuestra comunión, ¿cómo podemos<br />

desear vuestras cosas, que no podemos tener si estáis en comunión con nosotros? Y si<br />

deseamos conseguir vuestras cosas, ¿cómo os buscamos a vosotros, hasta el punto de<br />

perderlas, si estáis en comunión con nosotros? Pero hemos de confesároslo: nuestro deseo<br />

se llama caridad; ésta es la que os busca entre nosotros, ésta desea encontraros,<br />

corregiros y asociaros a la unidad de Cristo. Si tememos que os queméis en vuestras<br />

hogueras es porque hervimos en ese fuego. La caridad nos hace arder, de modo que no<br />

sólo no deseamos vuestras cosas, sino que deseamos que poseáis con nosotros aun las<br />

nuestras. Reconocedlo, venid, y no perezcáis; o si tenéis reparo en venir<br />

espontáneamente, ayudamos a vuestra debilidad a fin de que la caridad no pierda nada.<br />

He aquí que deseamos teneros, ¿por qué os dais prisa en arder? Os tenemos para la vida,<br />

os tenemos para la salvación, os tenemos para la unidad, la verdad, la suavidad de Cristo;<br />

y si no queréis venir espontáneamente, os empujamos a entrar en el festín de tan gran<br />

padre de familias.<br />

Los católicos no buscan sus bienes<br />

XXXVIII. 51. Se combate por la justicia, no por el dinero. Estad precavidos, no sea que<br />

mientras pensáis que se refiere a vosotros lo que está escrito: Entonces los justos se<br />

enfrentarán con gran constancia a aquellos que los angustiaron y robaron el fruto de sus<br />

fatigas 111 , no os suceda eso respecto a los frutos de vuestros trabajos, sino más bien lo<br />

que está escrito en otra parte: Los justos comerán los trabajos de los impíos 112 . No se<br />

enfrentarán ciertamente a vosotros los maximianistas, cuyas basílicas arrebatasteis<br />

cuando os fue posible; tampoco los paganos, cuyos templos abatisteis, cuyas basílicas<br />

destruisteis donde pudisteis, lo cual también hicimos nosotros; ni los músicos de los<br />

demonios, cuyas flautas y pedales quebrasteis, lo cual hemos hecho también nosotros.<br />

De ese modo ni vosotros os enfrentaréis a nosotros. En todos estos casos no se desea<br />

robar, sino que se echa por tierra el error. De la misma manera, pues, que no se<br />

enfrentaron los cananeos a los israelitas, aunque los israelitas les arrebataron sus frutos,<br />

pero sí Nabot a Acab, porque fue obra de un delito, no de un mandato, el que el injusto<br />

arrebatase los frutos al justo. De idéntica manera los herejes no se enfrentarán a los<br />

católicos cuando en asuntos de herejes se cumplen los mandatos del imperio cristiano; ni<br />

los católicos arrebatan los bienes de los herejes, sino más bien los buscan y los guardan<br />

para, en cuanto sea posible, devolvérselos en abundancia si se corrigen.<br />

En cambio, sí se enfrentarán los católicos no sólo a los gentiles, quienes despojaron a los<br />

verdaderos mártires, sino también a los circunceliones de los donatistas, porque también<br />

ellos les arrebataron los frutos de sus trabajos. Pero sobre los frutos pecuniarios la<br />

cuestión resulta más fácil si aquellos cuyos eran pasan a la paz católica. De hecho, a<br />

diario, si alguno pasa a nosotros, devolvemos el dinero, los vestidos, los frutos, los<br />

utensilios, los campos, las casas de los vuestros; vosotros, en cambio, ¿cómo nos vais a


devolver los miembros de los nuestros?<br />

52. Ea, pues, despertad de una vez, y observad que ni vosotros sois de quienes se dice, ni<br />

nosotros de los que dicen: Estos son los que en otro tiempo fueron el blanco de nuestros<br />

escarnios 113 , ya que más bien hacemos llanto sobre vosotros. Vosotros no sois contados<br />

entre los hijos de Dios, a no ser que alejándoos del partido de Donato os adhiráis a esta<br />

Iglesia que el Hijo de Dios nos presenta como la anunció. Tampoco está vuestro lote entre<br />

los santos, sino entre los herejes. Pues respecto a lo que pensáis que dirán los otros sobre<br />

vosotros: Insensatos de nosotros, su vida nos parecía una necedad 114 , me maravilla que<br />

seáis tan insensatos que no lo digáis ahora vosotros de vosotros mismos.<br />

Los inmundos y los infieles dirán entonces estas cosas a los fieles verdaderos y santos; a<br />

aquellos de los que piensan ahora que son unos insensatos al no querer disfrutar de los<br />

placeres que se les presentan, mientras creen lo que no ven. Pero vosotros llegáis a una<br />

locura más desesperada si no tenéis como una insensatez, no digo vuestra vida, sino esta<br />

vuestra muerte que ciertamente os queréis causar. Y aquellas palabras: Luego,<br />

descarriados, nos hemos salido del camino de la verdad 115 , etc., no serán solamente<br />

vuestras, sino sobre todo vuestras. Pues os extraviáis, como es manifiesto, del camino de<br />

la verdad y no brilla para vosotros la luz de la justicia, os fatigáis en el camino de la<br />

iniquidad y de la perdición, y recorréis caminando las soledades difíciles, pero ignoráis el<br />

camino del Señor. Y lo que sigue: ¿De qué nos ha servido la soberbia? O ¿qué provecho<br />

nos ha traído la vana ostentación de nuestras riquezas? Pasaron como una sombra todas<br />

aquellas cosas 116 , no sé si habrá alguno entre todos que pueda decirlo más propia y<br />

convenientemente que tu predecesor Optato. No os tengáis por lo que no sois; ni<br />

perezcáis como sois, ya que no es la fe sino vuestro error perverso el que os exhorta no a<br />

morir de buen grado por Dios, como dices, en esta persecución, sino a soportar<br />

indignamente con vuestros hechos la persecución por Donato.<br />

Traten de enmendarse para no sufrir el castigo<br />

XXXIX. 53. Texto de la carta: "(con otra mano) Te deseo que amanses tu ánimo incólume<br />

con la visión de la verdad, y te abstengas de dar salida a inocentes".<br />

Respuesta a esto: Vosotros sois más bien los que tenéis que amansar vuestro ánimo con<br />

la visión de la verdad, no sea que se ensañe tanto que ni a vosotros os perdone. ¿Se<br />

puede, en efecto, encontrar fácilmente algo más manso que el destinatario de esta carta,<br />

quien os ha invitado a la vida, y, si no la queréis vivir con nosotros, os ha dejado libertad<br />

para huir? Vosotros sois los duros con vosotros, vosotros los inexorables, vosotros los<br />

crueles sin consideración alguna hacia sentimientos de humanidad; vosotros los que hacéis<br />

en vosotros lo que acostumbran a hacer en sus enemigos los amantes de los errores y<br />

perseguidores de los hombres, hasta el punto de ser lo que lamentan con toda amargura<br />

los que persiguen los errores y aman a los hombres.<br />

¿Por qué motivo deseas que se abstenga de dar salida a inocentes? Vosotros ciertamente<br />

no sois inocentes; con todo, el tribuno os proporcionó la oportunidad de escapar, pero<br />

queréis proporcionaros la muerte. Quiero pensar que el ignorar la palabra te engañó, y<br />

queriendo expresar la muerte, hablaste de salida. Y así, al exhortar con deseos de que el<br />

ejecutor de las leyes imperiales economizara las muertes de los inocentes, lo que<br />

pretendes es que perdone a los mentirosos y permita sean engañados impunemente los<br />

inocentes. ¿Qué otra cosa se sigue sino que aquel a quien tú piensas que le deseas el bien<br />

no ha de guardar su fidelidad ni a Dios ni a su emperador, ya que según vuestra justicia,<br />

no la verdadera, semejantes causas no deben caer bajo el cuidado de los emperadores<br />

para que se cure la división calumniosa, y sí, en cambio, para que se confirme una vez<br />

realizada?<br />

Si esta doctrina, que no habéis aprendido en las santas Escrituras, sino ignoro dónde, os<br />

parece justa y según ella estas cosas no caen bajo la potestad imperial se les debía haber<br />

ocurrido a vuestros antepasados cuando, acusándolo, sometieron al juicio del emperador<br />

Constantino la causa de Ceciliano. Ahora bien, como los leones no perjudicaron a Daniel<br />

117 por su inocencia, pretendéis que se perdone a los que, calumniándole, lo arrojaron a<br />

los leones. Pero no juzga como el hombre Dios, en cuyas manos está el corazón del rey y<br />

lo inclina a donde le place. Y cuando el corazón del rey es infiel, los buenos son ejercitados<br />

o probados, pero cuando es fiel, los malos o se corrigen o son castigados. Cuál de estos<br />

dos extremos prevalece en vuestra causa, ya lo he expuesto suficientemente, y


suficientemente he respondido a tu carta sin pasar por alto lugar alguno; lo cual confío<br />

que por la misericordia de Dios ha de aprovechar a algunos de entre vosotros, y ¡ojalá<br />

también a ti!<br />

54. Si te preparas para responder algo a todo esto, te ruego que leas las cuestiones que<br />

fueron tratadas con Emérito, a las cuales no pudo responder él, por ver si acaso tú<br />

puedes, como ya te recomendé más arriba lo intentases. También traté con él la causa de<br />

los maximianistas, respecto a la cual nada respondisteis a las objeciones que tantas veces<br />

os propusimos en la Conferencia, porque en cuestión tan manifiesta y reciente no pudisteis<br />

encontrar nada que responder: cómo Maximiano, a quien heristeis con una sentencia<br />

mucho más grave que a Ceciliano, hasta llamarle ministro de Datán, Coré y Abirón, a<br />

quienes la tierra tragó vivos por el crimen del cisma, no contagió a sus socios de cisma, a<br />

los que concedisteis un plazo para tornar a vuestra comunión; cómo no contagió un<br />

africano a africanos, un vivo a vivos, un conocido a conocidos, un socio a los otros socios,<br />

y en cambio contagió Ceciliano a los transmarinos, a los que habitan lejos, a desconocidos,<br />

a quienes aún no habían nacido.<br />

Halla, si puedes, qué decir sobre cómo aceptasteis en su dignidad a Feliciano y a<br />

Pretextato de Asuras, a los cuales junto con Maximiano y otros doce condenasteis sin<br />

otorgarles plazo alguno, contra los cuales, para expulsarlos de sus basílicas, os<br />

querellasteis ante dos o, si no me equivoco, ante tres procónsules; y cuando ya habíais<br />

ordenado a otro en lugar de Pretextato, lo recibisteis, después de tan largo tiempo, en sus<br />

honores. ¿Con qué justicia, con qué razón, con qué cara se recibe en su dignidad al<br />

condenado Maximiano, y se condena sin interrogarlo al orbe de la tierra? ¿Con qué<br />

justicia, con qué razón, con qué cara afirmáis que hay que estar precavidos para que no<br />

contagie Ceciliano, tiempo ha ya muerto y totalmente desconocido para vosotros,<br />

condenado una vez siendo vuestros antepasados los jueces y absuelto tres veces siendo<br />

ellos mismos los acusadores; y no juzgáis que debéis precaveros contra el contagio de<br />

Feliciano, condenado por la boca de vuestro concilio universal, y recibido por todos<br />

vosotros sobre todo con el amparo de tu predecesor? ¿Con qué justicia, con qué razón,<br />

con qué cara anuláis el bautismo que dan las Iglesias que plantaron los apóstoles con sus<br />

fatigas, habiendo recibido el bautismo que dieron fuera de vuestra Iglesia Feliciano y<br />

Pretextato durante tiempo tan prolongado, cuando os querellabais contra ellos, a quienes<br />

habíais condenado?<br />

En efecto, si como soléis comprender mal y echarnos en cara a nosotros, debe entenderse<br />

así lo que está escrito: A quien es lavado por un muerto, ¿de qué le aprovecha su baño?<br />

118 , entre esos muertos se encontraban, cuando bautizaban, éstos sobre los cuales resonó<br />

con tal estrépito vuestra sentencia de Bagái: "Conforme al ejemplo de los egipcios, las<br />

orillas están rebosantes de los cadáveres de los muertos; en la misma muerte tienen un<br />

castigo más grande, ya que, expulsada el alma por las olas vengadoras, ni siquiera logran<br />

encontrar sepultura". ¿Qué diréis a esto? He aquí que los muertos bautizan a los que<br />

vosotros recibís y, sin embargo, no morís; y nos calumniáis a nosotros como si<br />

estuviésemos muertos, de tal modo que, no queriendo estar en comunión con la Iglesia<br />

católica, morís verdaderamente en vuestras hogueras.<br />

Responde a todo esto; tienes tiempo para pensar lo que quieras decir. Concedámoste al<br />

menos en esto cierto favor: mientras piensas cómo has de responder, no piensas en modo<br />

alguno cómo te vas a quemar. Pero no quiero que, por no tener qué decir, pienses que has<br />

de repetir aquel principio ya agotado y desvirtuado que acostumbráis: "Si somos tales, ¿<br />

por qué nos buscáis?" Respondo: La Iglesia católica debe buscaros con más razón, ya que<br />

perecisteis, si vosotros, perdidos, buscasteis a los maximianistas perdidos. Sacándolo del<br />

fondo de vuestro corazón nos decís: "¿Por qué nos buscáis a nosotros, reos de tantos y tan<br />

grandes crímenes?" Pero nosotros os respondemos con las palabras del libro de Dios:<br />

porque la caridad cubre la multitud de los pecados 119 .<br />

RÉPLICA A GAUDENCIO, OBISPO DONATISTA<br />

LIBRO SEGUNDO<br />

Motivo de este libro


I. 1. Recibí, oh Gaudencio, tu respuesta; si respuesta puede llamarse la que has querido<br />

enviarme no fuera que, si te hubieras callado, dijéramos que habías quedado convicto.<br />

Pero no es lo mismo responder que no callar. Si fuera lo mismo habría que decir que<br />

ciertamente has respondido; pero de tal manera que aun los que pudieran esperar algo de<br />

ti se dan cuenta de que no has encontrado qué responder, y, sin embargo, has respondido<br />

para no callar. Así, precaviéndote de ser tenido como vencido, has conseguido<br />

demostrarlo. De lo cual son prueba suficiente tus mismos escritos, si son inteligentes los<br />

que los leen y los comparan con un diligente examen con los míos. Pero para mostrar esto<br />

con otros escritos, a fin de dar satisfacción aun a los ingenios medianos, se precisa una<br />

discusión un poco más extensa. Voy a acometerla si es necesario y el Señor lo quiere.<br />

El testimonio de San Cipriano<br />

II. 2. Ahora, en el entretanto, ya que has intentado afirmar, sobre todo con el testimonio<br />

del bienaventurado Cipriano, que vosotros sois católicos, considera un poco a qué Iglesia<br />

llamó él católica al defender su unidad. "La Iglesia -dice-, inundada de la luz del Señor,<br />

extiende sus rayos por el orbe entero; sin embargo, es una sola la luz que se difunde por<br />

todas partes, sin que se divida la unidad del cuerpo. Extiende sus ramos con abundante<br />

fecundidad a toda la tierra, expande más y más ampliamente sus fluidos ríos; pero hay<br />

una sola cabeza, una sola madre, abundante en frutos de fecundidad".<br />

¿Por qué, pues, vosotros no sólo os engañáis a vosotros mismos, sino que queréis engañar<br />

a los otros con mentiras desvergonzadas? Si, según el testimonio de este mártir, la Iglesia<br />

católica es la vuestra, mostrádnosla extendiendo sus rayos por el orbe entero;<br />

mostrádnosla propagando por toda la tierra sus ramos con abundante fecundidad. Por eso<br />

se denomina católica con vocablo griego. Pues lo que se dice en griego ⎟ λ ο ν , significa en<br />

nuestra lengua todo o universal. De suerte que κ α ψ ' ⎟ λ ο ν significa "a través de todo" o<br />

"según el todo" por lo cual se llama católica . Si sabes esto, ¿por qué simulas que no lo<br />

conoces? Y si lo ignoras, ¿por qué antes de hablar de lo que ignoras no preguntas a los<br />

que lo conocen?<br />

Si esto no te place, busca alguna otra lengua, no la griega, en la cual demuestres que κ α<br />

ψ ' ⎟ λ ο ν no significa "a través de todo", o "según el todo", o "según lo universal", y no te<br />

ampares en el testimonio de Cipriano. Porque, en verdad, él habla contra ti, que estás<br />

viendo lo que dice. Dice, atendiendo al término griego y a su significado, que la Católica se<br />

propaga y extiende por el orbe entero, por toda la tierra. Por tu parte está claro que<br />

defiendes, piensas, dices otra cosa, y mientras te apoyas en el testimonio de Cipriano,<br />

mientes teniéndole a él por testigo.<br />

No abandonar la Iglesia por causa de los pecadores<br />

III. 3. Así, pues, cuando se os pregunta cuál fue el motivo de saliros de esta verdadera y<br />

auténtica Católica que, inundada por la luz del Señor, extiende sus rayos por el orbe<br />

entero, propaga sus ramos con fecundidad abundosa por toda la tierra; cuando se os<br />

pregunta, repito, el motivo de vuestra salida, no encontráis nada justo que responder; no<br />

purgáis en absoluto con justificación alguna de excusa probable vuestra salida de esta<br />

Iglesia. ¿Qué otra disculpa aducís sino: "La necesidad obligó a que los justos dejáramos a<br />

los injustos?" La divina Escritura os responderá: El hijo malo se declara justo, pero no lavó<br />

su salida 1 . Llama su salida ciertamente a aquella de la cual dice el apóstol Juan: De<br />

nosotros han salido 2 , y en ningún modo la limpia, la defiende, la excusa, la purifica. A los<br />

justos no les toca en la Iglesia católica sino tolerar con toda paciencia a los malos que no<br />

pueden corregir o condenar; y no pueden salir del campo del Señor por causa de la cizaña<br />

3 , ni de la era del Señor por la paja 4 , ni de la casa del Señor por los vasos viles 5 , ni de las<br />

redes del Señor por los peces malos 6 ; con ello intentarían inútilmente justificar su salida.<br />

Si con una argumentación más sutil intentases dar a estas sentencias evangélicas otro<br />

sentido, irías en contra del mismo bienaventurado Cipriano, cuyo testimonio utilizas; así lo<br />

hicisteis en nuestra Conferencia. Pues éstas son, al respecto, las palabras del citado<br />

mártir, en la carta que escribió a Máximo y a sus compañeros de confesión: "Aunque se ve<br />

-dice- que hay cizaña en la Iglesia, ello no debe impedir nuestra fe o nuestra caridad, de<br />

modo que, porque vemos que hay cizaña en la Iglesia, nos separemos nosotros mismos de<br />

ella. Nosotros solamente tenemos que esforzarnos por poder ser trigo; a fin de que,<br />

cuando el trigo comience a ser recogido en los graneros del Señor, percibamos el fruto por


nuestra obra y fatiga. Dice el Apóstol en su carta: En una casa grande no sólo hay vasos<br />

de oro y plata, sino también de madera y de barro; y los unos para usos de honra, los<br />

otros para usos viles 7 . Nosotros procuremos y trabajemos cuanto podamos para ser vasos<br />

de oro o de plata. Por lo demás, el quebrar los vasos de barro sólo compete al Señor, a<br />

quien se ha dado el bastón de hierro 8 . El siervo no puede ser mayor que su amo 9 ; que<br />

nadie se arrogue lo que el Padre sólo da al Hijo, hasta el punto de pensar que puede llevar<br />

la pala o el bieldo para ventilar y limpiar la era o separar del trigo, con juicio humano,<br />

toda la cizaña. Esto sería una obstinación soberbia o una sacrílega presunción, que se<br />

arroga la insensata locura; y mientras algunos se arrogan siempre más de lo que autoriza<br />

la mansa justicia, perecen fuera de la Iglesia; y mientras se ensalzan con insolencia,<br />

cegados por esa su hinchazón, pierden la luz de la verdad".<br />

Los pecadores no manchan a los buenos<br />

IV. 4. ¿Verás al menos ahora que vosotros habéis levantado la voz contra Cipriano en<br />

nuestra común Conferencia, y le habéis resistido con vuestras peleas, en las que<br />

afirmabais que el campo de Cristo, del cual se dice: El campo es este mundo 10 , no es la<br />

Iglesia, sino el mundo fuera de la Iglesia, de modo que hubiera cabida para la cizaña que<br />

se ve? Decíais que en la Iglesia no podía haber cizaña manifiesta. ¿Cuántas veces hemos<br />

aducido este testimonio de Cipriano, y no habéis osado oponerle abierta resistencia, pero<br />

tampoco habéis querido darle vuestro asentimiento? Al menos ahora te despiertas,<br />

escuchas, adviertes "que aunque se ve que existe cizaña en la Iglesia, ello no debe<br />

impedir nuestra fe y nuestra caridad, de suerte que, porque veamos que hay cizaña en la<br />

Iglesia, nos salgamos nosotros de ella".<br />

¿Por qué, pues, vosotros os separáis con un nefasto cisma de la unidad de esta Iglesia y<br />

persistís con herética presunción en la misma separación? Mira, ahí tienes a Cipriano: dale<br />

tu asentimiento o contéstale. ¿Observas cómo con esas palabras, con las cuales afirma<br />

que existe y se ve cizaña en la Iglesia y no es esto motivo para separarse de ella, destruye<br />

todas las calumnias de tus escritos? En ellos has llegado a tan grandes despeñaderos y,<br />

según vuestra costumbre, te has precipitado, hasta decir que incluso los cristianos que no<br />

conocen a los que pecaron en todo el mundo podían perecer por los pecados ajenos;<br />

sencillamente porque leíste en las santas Escrituras que alguien había robado de la<br />

materia señalada por el anatema 11 , y que por este pecado un pueblo ajeno que lo<br />

ignoraba había sido condenado, sin darte cuenta de que aquellos castigos de los cuerpos<br />

mortales, esto es, las muertes de los que habían de morir, le habían servido al pueblo de<br />

útil terror; y que, en cambio, los pecados ajenos, sobre todo los desconocidos por ellos, no<br />

perjudicaron en nada a los mismos muertos en detrimento alguno de la vida futura.<br />

¿Acaso dirías esto? ¿Acaso te atreverías a creer y afirmar que por los pecados ajenos ha<br />

perecido alguien ante Dios? ¿No has tenido a tus propios colegas, quienes al callar tú en<br />

nuestra Conferencia, quizá no atreviéndote a hablar, pensando así, sostuvieron con<br />

grandes discusiones que los pescadores ignoraban los peces malos presentes en las redes<br />

del Señor para no perecer con su contagio si los conocieran? ¿No te acuerdas, discutiendo<br />

sobre el tolerar a la paja de la era del Señor, esto es, la Iglesia, mezclada hasta el tiempo<br />

de la bielda, cómo al ser urgido Emérito, negó él y dijo: "No lees la palabra era?" Al<br />

amonestarle los suyos en secreto y más abiertamente nosotros, que le recordamos que el<br />

Señor había de venir con su bieldo en la mano para limpiar su era y recoger el trigo en el<br />

granero y quemar la paja con fuego inextinguible 12 , al punto corrigió el error de su olvido,<br />

por el cual había negado que estaba escrito eso, pero no cambió su perversidad cismática<br />

o herética, por la que negaba que los buenos debían aguantar a los malos en pro de la<br />

unidad de la Iglesia, y a continuación dijo que con el nombre de paja se designaba a los<br />

malos ocultos, para así conservar con un celo especial por vuestra causa que los malos<br />

desconocidos no podían contaminar a ninguno de los buenos.<br />

He aquí cómo el ilustre patrón de vuestro partido, aun oponiéndote tú, echó a perder el<br />

fruto de sus esfuerzos. Aquél, ciertamente para salvaguardar la salud de los buenos, dice<br />

que los malos que permanecen en la Iglesia son ignorados por los buenos, a fin de que no<br />

los pierdan en caso de ser conocidos y tolerados; tú, en cambio, has afirmado que los<br />

buenos perecen con el contagio de los malos, aunque sean desconocidos. Y no te<br />

asustaron tantos de los vuestros ocultos desde el principio, deshonestos, criminales e<br />

impíos, quienes, según tu opinión, os echaron a perder a ti y a todos los vuestros sin daros<br />

cuenta vosotros. Pero aun ahora no te ha estremecido el que quizá alguno de los vuestros<br />

pecara y te perdiera a ti mientras dices esto. ¿Será porque, al darte cuenta de que pereces


por tus hechos conocidos, no temes perecer a consecuencia de los ajenos desconocidos?<br />

La cizaña, visible en la Iglesia<br />

V. 5. ¿Qué es lo que puedo desearte para ti, sino que lleguemos a encontrarte a fin de que<br />

no te agrade perecer? Pues ¿qué esperanza nos queda a nosotros que estamos de acuerdo<br />

con Cristo el Señor, con los Profetas, los Apóstoles y el santo Cipriano, en que hay que<br />

soportar por el vínculo de la unidad aun a los malos conocidos, si no podemos corregirlos<br />

ni castigarlos? O ¿qué esperanza os queda a vosotros que aprobáis la separación corporal<br />

de los malos antes de la cosecha, de la bielda y de la orilla? Suponiendo que fuera<br />

verdadera tu opinión de que "cualquiera perece por los pecados que comete y por los<br />

ajenos, aunque ignore que se han cometido". Si esto es así, sin duda vuestros<br />

antepasados, que se separaron, como pensáis, de los malos conocidos, perecieron por los<br />

que desconocían.<br />

Con palabra mucho más veraz responde el venerable Cipriano no sólo a ti, que, al decir<br />

que el hombre perece por los pecados ajenos, ya los conozca, ya los ignore, no soportas<br />

sin duda que nadie quede inocente, sino también al mismo Emérito, que con una opinión<br />

mucho más aceptable, aprisiona en la comunión de los sacramentos a los hombres sólo<br />

por los pecados ajenos que conoce, los libera, en cambio, de los que desconoce; y su<br />

respuesta es que, no obstante crecer juntos, el trigo no perece a causa de la cizaña, no la<br />

que está fuera, sino la que está dentro de la Iglesia, no sólo la oculta e ignorada, sino la<br />

bien conocida y manifiesta.<br />

Pienso que está ciego no sólo en la carne, sino en la misma mente, quien se esfuerza por<br />

defender que está oculto lo que se ve bien. Mas cuando aquel bienaventurado exhorta a no<br />

separarse de la Iglesia ni aun por la cizaña que hay en ella, no lo hace precisamente por la<br />

que está oculta, sino más bien por la que se ve. Ella es, en efecto, la que puede perturbar<br />

a los que la ven, si la sabiduría no los hace pacientes. Porque ¿cómo aprenderíamos<br />

nosotros que no debemos apartarnos a causa de la cizaña oculta si no sabemos siquiera<br />

que existe? "Aunque se ve -dice- la cizaña que hay en la Iglesia". "Se ve", dice, no "se<br />

cree por una sospecha". Y para que nadie crea que se dijo "parece que existe", como si no<br />

existiera, sino que sólo lo parecía, pone en claro en las palabras que siguen lo que ha<br />

dicho: "Sin embargo, no debe impedir ni nuestra fe ni nuestra caridad, de modo que,<br />

como vemos que existe cizaña en la Iglesia, nos separemos de ella". No dice:<br />

"Sospechamos, juzgamos, creemos, opinamos", sino "vemos". Así no creían que existiese<br />

oculta la cizaña, sino que la veían manifiesta aquellos que dijeron al padre de familias: ¿<br />

Quieres que vayamos y la arranquemos?, refiriéndose a aquella de la que había dicho:<br />

Cuando creció la hierba y dio fruto, entonces apareció la cizaña. Él les respondió: No, no<br />

sea que, al querer arrancar la cizaña, arranquéis con ella el trigo, y: Dejad que ambos<br />

crezcan hasta la siega 13 .<br />

Sin embargo, tú dices -en lo cual ¿qué haces sino contradecir al Señor?- que sólo la cizaña<br />

creció por el mundo, y que en casi todo el mundo disminuyó y pereció el trigo,<br />

precisamente cuando la Iglesia en su crecimiento no ha llegado aún a algunos pueblos.<br />

Ahora bien, es preciso que se predique el Evangelio en todo el mundo, y que entonces<br />

venga el fin. Sin ambigüedad alguna anunció el Señor qué había de suceder 14 .<br />

El escaso número de los buenos ya lo anunció Cristo<br />

VI. 6. Ves que, según el testimonio de Cipriano, la Iglesia se llama Católica de la palabra<br />

"todo", y que no está sin malos descubiertos, por los cuales, sin embargo, manifiesta que<br />

no hay que abandonarla. En ella hay buenos, muchos en sí mismos, pero pocos sin duda si<br />

se comparan con la cizaña o la paja. No fuera, sino en ella tiene lugar lo que el mismo<br />

Señor dice: Porque abundó la iniquidad, se enfriará la caridad de muchos 15 . Y allí se<br />

encuentra también el pueblo extendido por todas partes, al cual se dice: El que persevere<br />

hasta el fin, ése se salvará 16 . Son rarísimos en absoluto los que tienen la fe como un<br />

grano de mostaza, capaz de trasladar los montes. De esta fe decía el Señor: Crees que<br />

vendrá el Hijo del hombre, pero ¿encontrará fe en la tierra? 17 , no de la apostasía del orbe<br />

entero, como lo entiendes tú al revés.<br />

No deberían reconocer el bautismo dado por Feliciano<br />

VII. 7. Además, respecto al bautismo que piensas que no existe sino en la Iglesia, nos


atacas porque defendemos que los que vienen de las herejías, si ya han sido bautizados,<br />

no deben ser bautizados de nuevo; al respecto, es suficiente que no fuiste capaz de<br />

responder cómo pudo bautizar Feliciano condenado y estando fuera de vuestra iglesia, y a<br />

quien luego quisiste en vano colocarlo entre aquellos a quienes concedisteis el plazo.<br />

Lee la sentencia de vuestro concilio de Bagái; en ella, tras las muchas y durísimas<br />

acusaciones lanzadas contra aquéllos, mucho más graves que las dirigidas contra Ceciliano<br />

cuando vuestros antepasados lo condenaron estando ausente y siendo inocente; en ella<br />

quedó clara la condenación manifiesta e indudable de aquéllos en los siguientes términos:<br />

"Sabed que según el arbitrio de Dios que preside han sido condenados por la boca verídica<br />

del concilio los famosos reos de crimen Victoriano de Carcabia, Marciano de Sulecto,<br />

Bejano de Bejana, Salvio de Ausafa, Teodoro de Usula, Donato de Sabrata, Migene de<br />

Elefantaria, Pretextato de Asuras, Salvio de Membresa, Valerio de Melzi, Feliciano de Musti<br />

y Marcial de Pertusa, quienes con una obra funesta de perdición colaboraron en la<br />

formación de un vaso afrentoso lleno de inmundicia; así como también lo han sido los en<br />

algún tiempo clérigos de la iglesia de Cartago, quienes al asistir al crimen, sirvieron de<br />

alcahuetes a un incesto ilícito".<br />

Y luego comienza con la concesión de un plazo para los demás con estas palabras:<br />

"Permitimos, en cambio, tomar a la madre iglesia a quienes no mancharon los retoños del<br />

vástago sacrílego, esto es, a aquellos que por el pudor verecundo de la fe apartaron sus<br />

propias manos de la cabeza de Maximiano".<br />

Lo que hay que decir sobre estas cuestiones, ya queda suficientemente explicado en la<br />

carta que anteriormente te escribí. Cualquier lector un poco avisado no podrá dudar que<br />

no pudiste en absoluto responder a dicho pasaje.<br />

La Iglesia nunca repitió" el bautismo<br />

VIII. 8. Así es que en vano te parece a ti que en esta cuestión deben acatarse los<br />

concilios de Agripino y Cipriano, ya que vosotros mismos los habéis arrinconado cuando<br />

recibisteis sin reiterar el bautismo a los bautizados fuera de vuestra comunión por los<br />

condenados, contra los cuales os querellasteis para que fueran excluidos de las basílicas.<br />

Ahora bien, sobre la sentencia de Cipriano o de sus colegas, a los que entonces pareció<br />

bien que era preciso bautizar a los que venían de los herejes, es demasiado largo discutir<br />

como conviene. Pero resuélveme tú, si puedes, esta breve cuestión. Cuando Cipriano,<br />

obispo de la iglesia de Cartago, rebautizaba a los que venían de la herejía, Esteban, obispo<br />

entonces de la iglesia de Roma, aceptaba a los herejes con el mismo bautismo que habían<br />

recibido fuera; y ambos, practicando cosas tan diversas, permanecían en la unidad<br />

católica.<br />

Dime: en aquel tiempo en que según vosotros recibía sin el bautismo a los culpables de<br />

todos los crímenes por medio de Esteban y sus colegas en el orbe entero, que eran<br />

partícipes de su opinión, ¿había perecido la Iglesia por el contagio o no había perecido? No<br />

podrás decir que éstos eran malos ocultos, aunque tú afirmas que perjudican y causan la<br />

muerte aun los ocultos. Así es que cualquier homicida, o incluso parricida, un adúltero, un<br />

incestuoso, un idólatra, finalmente, no sólo el traditor por miedo de los códices santos,<br />

sino quien torturó cruelmente para que se entregaran, y el violento agente de extorsión, y<br />

el más furibundo incendiador voluntario o forzoso, bautizados entre los herejes, al acudir a<br />

Esteban y a sus socios, fueron recibidos según vosotros sin el bautismo. Ves, por<br />

consiguiente, que todos los crímenes de los hombres, si es verdad lo que pensáis acerca<br />

del bautismo, se hallaban reunidos entonces en la Iglesia sin el bautismo.<br />

Responde si Cipriano se manchó con estos crímenes en la misma unidad, responde si la<br />

Iglesia pereció o no pereció. Elige lo que hayas pensado. Si ya entonces había perecido, ¿<br />

cuál es la que engendró a Donato? Pero si no pudo perecer con tantos como se le<br />

agregaron sin el bautismo, responde, por favor, cuál fue la demencia que persuadió al<br />

partido de Donato a separarse de ella, como tratando de evitar la comunión de los malos.<br />

9. El bienaventurado Cipriano pensó sobre el bautismo de manera distinta a como lo<br />

mostró primero la verdad por la costumbre y luego un razonamiento más atento. Dios no<br />

quiera que por ello alguien de nosotros, en desacuerdo con lo que él piensa, tenga la<br />

osadía de anteponérsele. Sus otros grandes y numerosos méritos y el espíritu desbordante


de caridad, mediante el cual permaneció rebosante de paz con los colegas que pensaban<br />

de otra manera, y su martirio glorioso en la unidad de la Iglesia, demostraron a la<br />

perfección que él fue un sarmiento fructífero en la raíz de Cristo, que el Padre purificaría<br />

de ese error para que pudiera aportar un fruto mayor. Así, en efecto, dice el mismo Jesús:<br />

Todo sarmiento que en mí dé fruto lo poda mi Padre para que dé mayor fruto 18 .<br />

Demuestra que incluso en los sarmientos fructuosos el viñador del cielo encuentra algo<br />

que purificar. ¿Quién de nosotros puede compararse con el apóstol Pedro, aunque nunca<br />

hayamos forzado a judaizar a los pueblos, cosa que hacía él 19 cuando no caminaba<br />

rectamente según la verdad del Evangelio? Por eso, al ser corregido por el apóstol Pablo,<br />

inferior a él, con una saludable amonestación, dejó a la posteridad un ejemplo más útil de<br />

humildad que si no hubiera existido en él nada digno de corrección.<br />

Elocuente testimonio por la paz que nos legó Cipriano<br />

IX. 10. Por consiguiente, establecidos en esta Iglesia, que no pudo ni podrá perecer por el<br />

contagio de los malos, ya ocultos, ya también manifiestos, no tememos calumnia alguna,<br />

venga del hombre que venga. Pues si son malos, los buenos sin duda o los desconocen o<br />

al manifestarse los condenan en sus tribunales según las leyes eclesiásticas; o también, si<br />

los conocen y no pueden condenarlos al no haber sido acusados ante ellos ni quedado<br />

convictos, los toleran, en bien de la paz de la Iglesia, no sólo sin merecer reprensión, sino<br />

aun haciéndose acreedores al elogio; ni, rompiendo las redes del Señor a causa de los<br />

peces malos, se separan, para su condenación, antes de llegar a la ribera. Si quieren hacer<br />

esto, dejando de lado los innumerables testimonios sacados de las divinas Escrituras que<br />

se lo prohíben, los retiene ciertamente el testigo que tú citaste, el bienaventurado<br />

Cipriano, que clama y atestigua: "Aunque se ve que hay cizaña en la Iglesia, no debe<br />

impedir nuestra fe y nuestra caridad; de modo que, aunque veamos que hay cizaña en la<br />

Iglesia, nos separemos nosotros mismos de ella".<br />

Y nos exhorta no sólo con la palabra, sino también con su ejemplo, ya que soportó por el<br />

vínculo de la unidad a sus colegas que se apropiaban de las propiedades con insidiosos<br />

fraudes, que aumentaban sus intereses multiplicando las usuras, cuya avaricia<br />

comprendió, conforme al Apóstol que no era un vicio ligero, sino una idolatría 20 ; y no por<br />

eso se hizo uno de tantos por el contagio. Se separó de ellos por la diversidad de sus<br />

costumbres, no por la división de los sacramentos; y no tocó nada inmundo, pero<br />

alejándose con horror de sus hechos, no reuniendo aparte al pueblo.<br />

Vosotros, en cambio, mientras tomáis en sentido carnal lo dicho por el profeta Isaías:<br />

Apartaos, salid de en medio de ellos y separaos, dice el Señor, y no toquéis cosa inmunda<br />

21 , y cosas semejantes que se dicen en las Escrituras; mientras tomáis, digo, no en sentido<br />

espiritual, sino carnal, estas cosas, aparecéis ni más ni menos como aquellos que<br />

condenaba el mismo profeta porque decían: No me toquéis, porque soy puro 22 .<br />

Finalmente, cuando juzgasteis bien al revés que debíais evitar los pecados ajenos,<br />

cometisteis otros propiamente vuestros: un sacrílego cisma al dividir a los pueblos, y una<br />

sacrílega herejía al juzgar con espíritu impío contra las promesas anunciadas y cumplidas<br />

por Dios en relación con la Iglesia difundida por el orbe entero. Pues si, como piensas y<br />

reprendes nuestro hablar, una y la misma sociedad de los hombres perdidos no es a la vez<br />

cisma y herejía, no hubiera dicho el bienaventurado Cipriano en la misma carta, de donde<br />

he tomado este testimonio sobre la cizaña que se halla en la Iglesia, a los confesores que<br />

felicitaba por haberse librado del cisma de los novacianos: "Lamentaba con gran dolor y<br />

me veía muy angustiado por no poder estar en comunión con aquellos a quienes ya había<br />

comenzado a amar, ya que al salir de la cárcel os ha aceptado el error del cisma y de la<br />

herejía". No quieras, pues, contra una verdad tan clara o declinar falazmente una y otra<br />

cosa, o elegirte una de las dos, la que parece más suave, ya que eres cismático por tu<br />

separación sacrílega y hereje por tu doctrina sacrílega.<br />

Las verdades que tienen los donatistas fueron recibidas de la Iglesia<br />

X. 11. No os ufanéis de que no declaramos nulo vuestro bautismo. No es propiamente<br />

vuestro, sino de la Iglesia católica que seguimos, de la cual lo llevasteis, cuando os<br />

apartasteis, no para vuestra salud, sino para vuestra perdición. Pues los vasos del Señor<br />

habían permanecido siendo santos, aun entre los extranjeros. Por eso el rey que tuvo la<br />

osadía de usarlos afrentosamente fue castigado por la ira de Dios. Tampoco el arca de la<br />

Alianza capturada por los enemigos perdió en modo alguno su poder de santificación.


Luego si aquellos objetos santos, que entonces de tal manera estuvieron con los extraños<br />

que dejaron de estar con sus dueños, en modo alguno pudieron perder su fuerza de<br />

santificación, ¿cómo la conservarán los sacramentos cristianos, cuando pasan a los herejes<br />

sin dejar de estar entre nosotros? Esto es lo que te dije en mi escrito, lo que os dijimos<br />

también en la Conferencia, y que vosotros juzgasteis más bien eludirlo, porque no<br />

pudisteis dar respuesta. Ni más ni menos como dice de algunos el Apóstol: Aprisionan la<br />

verdad en la iniquidad 23 , vosotros retenéis la verdad del bautismo en la iniquidad del<br />

error humano.<br />

Nosotros no debemos declarar nula, por causa de vuestra iniquidad, la verdad que no es<br />

vuestra. Y como se entiende que el mismo Apóstol se refería a los pueblos idólatras al<br />

escribir: Aprisionan la verdad con la injusticia 24 , tú, como en respuesta a mi carta, me<br />

pediste que demostrara qué es lo que el Apóstol no rechaza en el sacrilegio de los<br />

gentiles, qué no condena acerca de su culto impío. Como si pudiera no rechazar y<br />

condenar lo que hay de sacrílego e impío, como lo hacemos nosotros respecto a vuestro<br />

cisma y vuestra herejía. En cambio, ciertas afirmaciones verdaderas de algunos filósofos<br />

de los gentiles sobre el Dios desconocido no sólo no las rechazó el Apóstol, sino que se<br />

sirvió de su testimonio cuando lo juzgó necesario. Así, dirigiéndose a los atenienses, dice<br />

de Dios: En él vivimos, y nos movemos y existimos, como algunos de los vuestros han<br />

dicho 25 . Esta verdad de sabiduría, que el bienaventurado Pablo no sólo no destruía, sino<br />

que incluso se servía de ella para instruirlos, esa verdad la retenían en la iniquidad de su<br />

idolatría, que la doctrina del Apóstol abatía con los recursos del mismo Apóstol.<br />

De idéntica manera nosotros no rechazamos, sino que reconocemos las verdades que<br />

vuestros antepasados recibieron en la verdadera Iglesia católica y os transmitieron a<br />

vosotros; en cambio, sí rechazamos vuestro sacrilegio cuando os convertís o lo execramos<br />

si persistís obstinados.<br />

Disquisición sobre la palabra "religión"<br />

XI. 12. En realidad, en una sola palabra del tribuno, expuesta con bastante diligencia, has<br />

resuelto cabalmente toda la cuestión y cuanto se ventila entre nosotros. Al decirte yo:<br />

"Tampoco se lee en la carta del tribuno que tú hayas invocado en la verdad el nombre de<br />

Dios", ya que en absoluto había leído allí tal palabra, respondiste: "Te engañas, o mejor,<br />

quieres engañar. Las palabras del tribuno son éstas: Que no se diga que obra tan grande<br />

de la casa del Señor, donde tantas veces invocaste el nombre de Dios y de su Cristo, ha<br />

sido reducida a cenizas por Tu Religión allí establecida. Comprende que lo que se llama<br />

religión en la verdad, en la falacia se denomina superstición".<br />

¿Cuándo iba a advertir yo esto? ¿Cuándo iba a razonar así? ¿Cuándo iba a demostrar así<br />

una cosa por la otra? Lo confieso, esto escapa a la escasa agudeza de mi ingenio; y por<br />

esto, créeme, pude haberme engañado allí; en ningún modo, como dijiste, quise engañar<br />

con la palabra. Así, pues, el tribuno, como hombre de la milicia, se equivocó, de modo que<br />

a quien creía un hereje le dijo: "por Tu Religión", cuando la herejía no es religión, sino<br />

superstición, y la religión se define en sentido propio con referencia a la verdad, no a la<br />

falsedad.<br />

Así es que según esta exposición tuya, el verdadero culto de Dios se llama religión, y el<br />

falso, superstición. Por consiguiente, escúchate a ti mismo, préstate atención a ti mismo, y<br />

no rehusarás en absoluto seguirnos. Pues escribiendo al mismo tribuno, en el principio de<br />

tu carta ponías estas palabras: "Al venerable y, si así lo aceptas, muy deseable para<br />

nosotros, Dulcicio, tribuno y notario, Gaudencio obispo"; y luego añadías: "Recibí la carta<br />

de Tu Religión".<br />

¿Por qué dudas aún venir a nosotros? Ahí tienes al tribuno Dulcicio; siendo hombre de<br />

nuestra comunión, según tu testimonio, no sigue una superstición, sino la religión; y en<br />

conformidad con ello, mantiene no el falso, sino el verdadero culto de Dios, según tu<br />

exposición. Por tanto, más bien él que tú está en la Católica, ya que tú estás tan lejos de<br />

equivocarte en el significado de esta palabra, que explicas diciendo que la religión dista<br />

tanto de la superstición cuanto dista la verdad del error.<br />

Aquel hombre, en cambio, militar como ya dije, y no tan erudito en el uso exacto de las<br />

palabras, no sabía qué era la religión. Lejos pues de mí el decir que te engañaba<br />

adulándote. En cambio, tú, que arguyes recurriendo al Profeta contra aquellos con quienes


disputas y clamas: ¡Ay de los que llaman a lo dulce amargo y a lo amargo dulce, y a las<br />

tinieblas luz y a la luz tinieblas! 26 ; si es superstición lo que tiene Dulcicio con nosotros, ¿<br />

por qué la llamaste religión? Y si dijiste verdad, ¿por qué, aferrándote a la superstición,<br />

rechazas la religión católica? Sigue, por consiguiente, tu testimonio; sobre todo teniendo<br />

en cuenta que los mismos vuestros, cuando lleguen a saberlo, quizá no se mantendrán en<br />

comunión contigo, porque mediante esa palabra has entrado en comunión con el tribuno<br />

Dulcicio.<br />

Ea, hermano Gaudencio, procura no perder la oportunidad que Dios te ha proporcionado<br />

por tu propia lengua. ¿Te enojas acaso porque te llame hermano? Sí, ya rechazasteis<br />

también este nombre en nuestra común Conferencia, mostrasteis así que fue a nosotros a<br />

quienes mandó el Señor por el Profeta: Decid "sois hermanos nuestros" a los que os<br />

aborrecen y os detestan 27 , y que vosotros, en cambio, estáis en el número de los que<br />

odian y detestan a quienes dijo eso el Señor. Ciertamente no puedes negar que tú<br />

llamaste religión al culto en que se encuentra el tribuno Dulcicio. Por eso te envió aquella<br />

carta, para que no te dieras muerte y para que entraras en comunión con la Iglesia en que<br />

él se encuentra. En consecuencia, si la suya es una religión, la tuya es una superstición.<br />

Aunque mutuamente os hayáis dicho eso, prefieres decir que es él y no tú el que ha dicho<br />

una cosa falsa.<br />

Trata de justificar la intervención imperial<br />

XII. 13. Por lo cual, teniendo en cuenta tu testimonio tan verdadero y tu exposición tan<br />

exacta, ya que a lo que se adhiere el tribuno Dulcicio es la religión, sin duda es la religión<br />

por la que la orden del emperador te impulsa a nuestra comunión. De donde se sigue que<br />

también es religión aquella por la cual el emperador cristiano piensa que es de su<br />

incumbencia procurar que no se peque impunemente contra las cosas divinas; tú, en<br />

cambio, no quieres que se preocupe sino de las que se relacionan con la república terrena.<br />

Por ello dijiste, olvidado de lo que habías leído, que el rey de los ninivitas no había<br />

mandado al pueblo que hiciera penitencia. Estas son precisamente las palabras que me<br />

dirigiste: "¿Por qué -dices- engañas a los desgraciados? Dios mandó a Jonás, el Señor<br />

envió un profeta al pueblo; nada semejante mandó el rey". Atiende a lo que está escrito, y<br />

no te enojes más que contra ti mismo, que o no recuerdas las Escrituras divinas, o eres tú<br />

más bien quien engaña a los desgraciados: Se levantó Jonás y se dirigió a Nínive, según la<br />

orden del Señor. Era Nínive una ciudad grandísima, que tenía tres días de camino. Y<br />

comenzó Jonás a recorrer la ciudad, y anduvo por ella un día clamando y diciendo: Dentro<br />

de tres días Nínive será destruida. Y creyeron los ninivitas al Señor, y publicaron el ayuno,<br />

y vistieron todos de saco, chicos y grandes. Cuando llegó la noticia al rey de Nínive, se<br />

levantó de su trono, se despojó de sus vestiduras, se vistió de saco y se sentó sobre<br />

ceniza. En seguida se publicó en Nínive una orden del rey y de sus principales magnates<br />

que decía: ni hombres, ni bestias, ni ovejas, ni bueyes coman algo ni salgan a pacer ni a<br />

beber. Hombres y bestias cúbranse con sacos. Clamaron con todo ahínco al Señor, y se<br />

apartó cada cual de su camino de maldad y de iniquidad 28 .<br />

¿Te das cuenta al fin de que el rey se preocupó de lo que a ti no te parece bien que sea<br />

objeto del cuidado de los reyes? Cierto, para que se llevara a cabo con más celo lo que se<br />

hacía con menos del que convenía. Los ninivitas no fueron forzados a la penitencia por el<br />

rey mediante confiscaciones, proscripciones y terror de los soldados, porque observaron<br />

obedientemente lo que les mandaron. Así pues, no ponemos de relieve que este pueblo<br />

haya sufrido estas cosas, porque tampoco tú destacas que el rey haya sido<br />

menospreciado.<br />

Así, cuando los reyes mandan con temor religioso lo que se ajusta al querer de Dios, si<br />

cada uno obedece empezando por el temor y llegando al amor, recibe la paz de parte del<br />

Señor; no la que da el mundo, ya que el mundo concede la paz en vista de una utilidad<br />

temporal; Dios, en cambio, en vista de la salvación eterna. Así pues, como es religión la<br />

que practica el tribuno Dulcicio, y no puedes negar tus propias palabras, es superstición el<br />

partido de Donato, del cual quiere apartarte la religión de aquél: superstición es el querer<br />

quitarte tú la vida, cosa que a toda costa quiere impedirte la religión de aquél;<br />

superstición es lo que tú rechazas en relación con lo que es objeto de la preocupación del<br />

emperador, y que la religión de aquél trató de llevar a cabo.<br />

Retorna al apoyo de san Cipriano


XIII. 14. Por tanto, como tu palabra ha dejado zanjada la cuestión, suplico por el Dios de<br />

la religión, por el Dios de la verdad, que se acabe también ya de una vez tu error. Es la<br />

misma Iglesia de Cristo, hermano, la que en este tiempo se dilata creciendo por el orbe<br />

entero de la tierra, conteniendo en su seno malos y buenos que han de ser separados en<br />

la última bielda. Y como colofón te hablaré con las palabras de quien tuviste a bien citar<br />

como testigo del nombre católico. "Ella es la que, inundada de la luz del Señor, extiende<br />

sus rayos por el orbe entero; extiende sus ramos con abundante fecundidad a toda la<br />

tierra". Por consiguiente, "aunque se ve que hay cizaña en la Iglesia, no debe impedir<br />

nuestra fe y nuestra caridad; de modo que, porque vemos que hay cizaña en la Iglesia,<br />

nos separemos nosotros mismos de ella. Nosotros solamente tenemos que esforzarnos por<br />

poder ser trigo; a fin de que, cuando el trigo comience a ser recogido en los graneros del<br />

Señor, percibamos el fruto por nuestra obra y fatiga. Dice el Apóstol en su carta: En una<br />

casa grande no hay sólo vasos de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y los<br />

unos para usos de honra, los otros para usos viles 29 . Nosotros procuremos y trabajemos<br />

cuanto podamos para ser vasos de oro o de plata. Por lo demás, el quebrar los vasos de<br />

barro sólo compete al Señor, a quien se ha dado el bastón de hierro. El siervo no puede<br />

ser mayor que su amo; que nadie se arrogue lo que el Padre sólo da al Hijo, hasta el<br />

punto de pensar que puede llevar la pala para ventilar y limpiar la era, o separar del trigo,<br />

con juicio humano, toda la cizaña. Esto sería una obstinación soberbia o una sacrílega<br />

presunción, que se arroga la insensata locura; y mientras algunos se arrogan siempre más<br />

de lo que autoriza la mansa justicia, perecen fuera de la Iglesia; y mientras se ensalzan<br />

con insolencia, cegados por esa su hinchazón, pierden la luz de la verdad".<br />

Estas son palabras del bienaventurado Cipriano, no mías; es decir, palabras de quien, en<br />

el exordio de tu escrito, nos propusiste como testigo bien escogido del nombre católico, y<br />

encareciste con muchos elogios. Más que palabras suyas, al ser verdaderas y divinas, son<br />

de Dios. Ahí tienes qué oír; ahí tienes de qué guardarte para que, con la ayuda de la<br />

misericordia del Salvador, mantengamos juntamente la caridad católica, crezcamos juntos<br />

por todas partes con el trigo de él, toleremos juntos hasta el fin la cizaña, vivamos juntos<br />

sin fin en su granero.<br />

Ves ya claramente cómo, sin pretender defensa alguna de Ceciliano o de cualesquiera<br />

otros que pensáis debemos acusar, la Católica se mantiene con vigor y firmeza propios.<br />

Aunque nuestra común Conferencia haya justificado a Ceciliano, y sea dudosa la acusación<br />

e injusta la condenación de los otros a quienes calumniáis. Pero es sumamente necio que<br />

con un razonamiento extraviado vinculemos a causas humanas la causa de la Iglesia, que<br />

se encuentra apoyada y protegida con testimonios divinos. Aunque viéramos con toda<br />

claridad que existen en ella malos, y no pudiéramos ya separarlos de los sacramentos de<br />

la Iglesia, en modo alguno eso debe impedir nuestra fe o nuestra caridad hasta el punto<br />

de deber separarnos de la Iglesia porque veamos que éstos se encuentran entre la cizaña<br />

en la Iglesia.<br />

Si piensas contestar, no dejes de lado la causa y andes vagando en cuestiones accesorias.<br />

Mira bien los argumentos que se han debatido, y contesta no con evasivas falaces, sino<br />

con argumentos racionales. Lo que has logrado en tu famosa y prolija respuesta, o mejor,<br />

lo que no has logrado, si pareciere necesario y el Señor me ayuda, lo mostraré con más<br />

diligencia en otra obra.<br />

RÉPLICA A JULIANO<br />

Traductor: P. Luis Arias Álvarez, OSA<br />

LIBRO I<br />

Plan de la obra<br />

I. 1. Mentiría, Juliano, si dijera que desprecio las injurias y palabras maldicientes que, en<br />

el llamear de la ira, viertes en tus cuatro libros. ¿Cómo despreciar estas cosas, si, al<br />

reflexionar en el testimonio de mi conciencia, veo que debo alegrarme por m' y<br />

entristecerme por ti y por todos aquellos que tú engañas? ¿Quién puede despreciar lo que<br />

es causa de intenso gozo o profundo pesar? Porque todo lo que en parte alegra y en parte<br />

apena, bajo ninguna razón lo podemos despreciar. Causa de mi gozo es la promesa de<br />

Dios, que dice: Cuando os injurien y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo


por mi causa, gozaos y alegraos, porque vuestra recompensa es grande en el cielo 1 . La<br />

causa de mi aflicción la expresa este sentimiento del Apóstol donde leo: ¿Quién desfallece<br />

sin que yo desfallezca? ¿Quién sufre escándalo y yo no me abraso? 2 Mas todo esto lo<br />

puedes también decir tú en favor de tu doctrina, que tienes por verdadera. Dejemos a un<br />

lado, si te place, estas cosas comunes que los dos podemos decir, aunque no las podamos<br />

afirmar los dos con verdad.<br />

2. En primer lugar, te pregunto: ¿Por qué te glorías de haber respondido, al menos en<br />

apariencia, en tus cuatro volúmenes, a mi opúsculo, cuando ni siquiera has tocado una<br />

cuarta parte de mi libro y omites cuanto se te antoja de mis razonamientos, como si<br />

desesperaras de poder encontrar alguien capaz de leer lo que tú y yo escribimos? Además,<br />

esta misma poquedad, que, como dije, apenas alcanza una cuarta parte de mi escrito,<br />

juzgándola quizás la más endeble, la intentas aplastar con la mole de tus cuatro<br />

volúmenes, como con el ímpetu de tus cuadrigas, dejando intacta la parte más difícil que<br />

temiste rozar y que es casi inútil probar. Aconsejo a cuantos deseen conocer toda la<br />

cuestión no se aparecen en leer lo que yo escribo y tu respuesta. Así se impondrá la<br />

evidencia y sólo los de cortos alcances exigirán pruebas.<br />

3. Y, pues te veo ayuno de verdad y muy dado al insulto, dispondré mi escrito de manera<br />

que quede a plena luz, a quiénes y a cuántos doctores de la Iglesia católica, de una<br />

manera intolerable, injurias con la etiqueta de maniqueos; y, cuando disparas contra mí,<br />

verán todos contra quiénes van dirigidos tus sacrílegos dardos. Luego demostraré cómo tú<br />

militas en favor del error nefando, condenable e impío de los maniqueos hasta tal punto<br />

que no podrán encontrar, ni entre sus seguidores, mejor patrono que tú. Con la brevedad<br />

y transparencia posibles, probaré, en tercer lugar, una doctrina que no es mía, sino de mis<br />

antecesores, que han defendido la ortodoxia de la fe católica contra tus falaces argucias y<br />

tus sofisticados argumentos.<br />

Por último, de no enmendarte, es inevitable un enfrentamiento con los grandes doctores<br />

de la Iglesia ante la pretensión de que ni siquiera ellos en este punto defienden la verdad<br />

católica. Con la ayuda del cielo, yo defenderé su doctrina, que es la mía. Y, cuando todo<br />

esto quede en claro, probaré, como prometí en segundo lugar, con palabras textuales<br />

tuyas y con vuestro dogma pelagiano, común a todos vosotros, la ayuda que prestáis a la<br />

causa del maniqueísmo.<br />

Controversia entre Agustín y Juliano<br />

II. 4. Pon atención a mi modo de proceder en esta primera parte de mi obra. Esta es la<br />

cuestión que entre nosotros se ventila en lo que a mi libro se refiere, y que te jactas haber<br />

refutado en los cuatro tuyos. Yo digo que el matrimonio es bueno y digno de toda<br />

alabanza y en ningún sentido puede ser vituperable y culposo, y esto aunque todos los<br />

hombres. descendientes de la primera pareja, nazcan reos de pecado. El que esto niegue<br />

intenta socavar los cimientos de la fe cristiana. Este fue el motivo de escribir mi libro El<br />

matrimonio y la concupiscencia. En él distingo el bien del matrimonio del mal de donde<br />

viene el pecado de origen. Tú, por el contrario, afirmas que, sin duda, se condena el<br />

matrimonio si no se predica que los niños, que son su fruto, están limpios de toda mancha<br />

de pecado, y por esta razón te glorías de haber refutado mi único opúsculo en tus cuatro<br />

libros. Intentas con tus escritos apartar a los hombres de la fe bien fundada de los<br />

católicos para conducirlos a la novedad de tu herejía, y así insuflas en tus lectores el<br />

veneno del maniqueísmo, como si un mal de la naturaleza tuviera sabor maniqueo cuando<br />

se afirma que los niños, nacidos de Adán según la carne, contraen, al nacer, la lepra de la<br />

muerte antigua, y, en consecuencia, necesitan ser purificados por "el baño de la<br />

regeneración" para poder ser contados entre los hijos adoptivos de Dios y ser<br />

trasplantados al reino del Unigénito.<br />

Al acusarme de patrocinar el error de los maniqueos, imitas la conducta de Joviniano. Este<br />

afirma, sí, la virginidad de María en su concepción, pero niega su virginidad en el parto.<br />

Como si decir que Cristo nació de una virgen pura y sin mancha fuera creer, con los<br />

maniqueos, que Cristo era un fantasma. Pero los católicos, así como, con la ayuda del<br />

Salvador, despreciaron las sutilezas de Joviniano y siempre creyeron en la virginidad de<br />

Santa María en el parto, no creyeron nunca en que el Señor fuera un fantasma, sino que<br />

de ella tomó Cristo un cuerpo real y verdadero, permaneciendo su madre virgen en el<br />

parto y después del parto. Y lo mismo desprecian ahora vuestra palabrería calumniadora,<br />

de suerte que no afirman, con los maniqueos, la existencia de un principio natural malo,


sino que, a tenor de la antigua y verdadera doctrina de la Iglesia, no dudan afirmar que<br />

Cristo, al abolir nuestra escritura paterna del pecado, se convierte en salvador de los<br />

niños.<br />

Testimonio de los Padres en favor del pecado original<br />

III. 5 Tú, con harta frecuencia, nos llamas maniqueos; pero, si estás despierto, considera<br />

el crimen tan horrible que imputas a tantos y tan ilustres defensores de la fe católica.<br />

Sería alargarme demasiado, y no lo juzgo necesario, citar los testimonios de todos, y ni<br />

siquiera prometo mencionarlos todos; pondré unos pocos, de algunos ante los cuales<br />

nuestros adversarios se vean, con sonrojo, obligados a ceder, si es que en ellos hay temor<br />

de Dios y el pudor humano vence el mal de su tozudez.<br />

Dice Ireneo, obispo de Lión, cercano a los tiempos apostólicos: "No se pueden salvar los<br />

hombres de la mordedura de la antigua serpiente si no creen en aquel que, en semejanza<br />

de carne de pecado y elevado de la tierra en el madero del martirio, atrajo a sí todas las<br />

cosas y vivifica a los muertos".<br />

Y en otro lugar dice él mismo: "Como por una virgen quedó el género humano sujeto a la<br />

muerte, así, por una virgen, fue liberado. La balanza está, pues, en el fiel; en un platillo, la<br />

desobediencia; la obediencia virginal en el otro. El pecado del primer hombre fue<br />

perdonado por el castigo que sufrió el Primogénito, y la sencillez de la paloma triunfó de la<br />

astucia de la serpiente, siendo liberados de las ataduras de la muerte con las que<br />

habíamos sido sujetados". ¿Ves lo que dice este hombre de Dios de la mordedura de la<br />

antigua serpiente? ¿Ves lo que dice de la semejanza de la carne de pecado, por la que<br />

somos curados de la herida que causó la serpiente en la carne de pecado? ¿Ves qué piensa<br />

del pecado del primer hombre por el que nos encontrábamos encepados?<br />

6. Con mayor claridad dice de esta misma fe el bienaventurado mártir y obispo Cipriano:<br />

"Si algún obstáculo impidiera a los hombres el logro de la gracia, los pecados más graves<br />

con mayor razón podrían impedirlo a los adultos y de edad avanzada. Además, si se<br />

concede también a los mayores pecadores y a los que han pecado mucho contra Dios<br />

cuando después han creído, si a nadie se excluye del bautismo ni de la gracia, ¿cuánto<br />

más no debe ser excluido el niño recién nacido, que aún no ha cometido pecado personal y<br />

sólo tiene el contagio de la muerte antigua, contraído por haber nacido de Adán según la<br />

carne, no se le podrá impedir recibir, con toda facilidad, el perdón de los pecados no<br />

propios, sino ajenos?"<br />

7. Reticio, obispo de Autún, de gran prestigio en la Iglesia, intervino durante su obispado,<br />

según rezan las actas eclesiásticas, con otros muchos, como juez, siendo obispo de la<br />

Sede Apostólica en Roma Melquiades, y condenó a Donato, primer corifeo del cisma<br />

donatista, y absolvió a Ceciliano, obispo de Cartago. Al hablar del bautismo, se expresa<br />

con estas palabras: "A nadie se le oculta que éste es el gran perdón en la Iglesia, en la<br />

que abandonamos el enorme peso del antiguo pecado, y se nos borran los crímenes<br />

antiguos de nuestra ignorancia, y nos despojamos del hombre viejo con sus inveterados<br />

delitos".<br />

¿Le oyes hablar del peso de crímenes antiguos, de antiguos delitos, del hombre viejo con<br />

sus inveteradas maldades, y aún te atreves a levantar contra este testimonio la ruinosa<br />

fábrica de tu novedad?<br />

8. Olimpio, obispo español, varón de gran renombre y autoridad en la Iglesia de Cristo, en<br />

un sermón eclesiástico dice: "Si la fe hubiera permanecido pura en la tierra y los hombres<br />

hubieran caminado por sus rutas, que abandonaron, nunca el primer hombre habría<br />

transmitido a sus descendientes el pecado, semilla de muerte, y el hombre no nacería en<br />

pecado". ¿Tienes algo que decir contra mí que no te veas forzado a decir contra este<br />

obispo o, mejor, contra todos los que acabo de mencionar? Una es, pues, la fe católica de<br />

todos los que afirman que el pecado entró en el mundo por un hombre, y en él todos<br />

hemos pecado 3 . Y esto lo creen todos con indiviso corazón y lo confiesan con voz<br />

unánime, y así la antigüedad católica socava los muros de vuestras presuntuosas<br />

novedades.<br />

9. Escucha aún algo que te puede conmover y turbar más, y ¡ojalá sea para mejorarte! ¿<br />

Quién ignora que Hilario, obispo galo, fue en la Iglesia de Cristo un acérrimo luchador


contra los herejes? Pon, pues, atención a sus palabras cuando habla de la carne de Cristo<br />

y dice: "Cuando fue enviado en semejanza de carne de pecado, tuvo carne, pero no tuvo<br />

pecado. Pero como toda carne trae su origen del pecado, esto es, del pecado de nuestro<br />

primer padre Adán, el Señor fue enviado en semejanza de carne de pecado, y en él existía<br />

no el pecado, sino la semejanza de la carne de pecado". Y en un comentario al salmo 18,<br />

al explicar las palabras: Vive mi alma y alabará tus alabanzas 4 , dice el mismo santo:<br />

"Vivir en esta vida no es vida". Antes había dicho: He sido concebido en iniquidad y<br />

pecador me concibió mi madre 5 ; sabe, pues, que "nació en pecado original bajo la ley del<br />

pecado". ¿Tienes algo qué responder? Si en ti hay un resto de vergüenza, atrévete a<br />

refutar lo que dice acerca del pecado original este varón, insigne entre los obispos<br />

católicos y celebrado por la fama de su doctrina.<br />

10. Escucha aún lo que dice un dispensador insigne de la palabra de Dios, al que venero<br />

como padre, pues me engendró en Cristo por el Evangelio 6 y de sus manos, como<br />

ministro de Cristo, recibí el baño de la regeneración. Hablo del bienaventurado Ambrosio,<br />

de cuyos trabajos y peligros en defensa de la fe católica con sus escritos y discursos soy<br />

testigo, y conmigo no duda todo el imperio romano en proclamarlo. Este santo varón, al<br />

comentar las palabras del salmo 113, 3: Lo vio el Jordán y retrocedió 7 , y explicarlas en su<br />

obra sobre el evangelio de San Lucas, escribe: "El Jordán es un símbolo de los misterios<br />

futuros del bautismo de salvación, por los cuales los niños que son bautizados quedan<br />

libres de la culpa contraída en el origen de su naturaleza". Y en otro lugar de esta misma<br />

obra dice: "No por ayuntamiento con varón se abrió la matriz virginal de María, sino que<br />

por obra del Espíritu Santo fue depositada en su seno una semilla pura. El Señor Jesús,<br />

único entre los nacidos de mujer, quedó libre del contagio de la corrupción terrena merced<br />

a su nacimiento excepcional y milagroso". Y en la misma obra: Todos morimos en Adán,<br />

porque por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la<br />

muerte pasó a todos los hombres, en el que todos pecaron. La culpa de Adán es la muerte<br />

de todos 8 . Y en otro lugar del mismo evangelio: Ten cuidado, no seas despojado, como<br />

Adán, al ser privado de la protección del precepto celestial y despojado del vestido de la<br />

fe, y así recibió una herida de muerte, capaz de matar a todo el género humano si el buen<br />

Samaritano, al descender del cielo, no curase sus llagas purulentas. Y en otro pasaje de la<br />

misma obra: Existió Adán, y en él todos existimos; pereció Adán, y en él todos perecimos.<br />

He aquí cómo se explica también en la Apología de David: "Ya antes de nacer estábamos<br />

contaminados por el pecado y antes de ver la luz recibimos la tara de nuestro origen.<br />

Todos hemos sido concebidos en iniquidad. No aclara si esta iniquidad es nuestra o de<br />

nuestros padres, como cuando dice que todo hombre es concebido por su madre en<br />

pecado. Ni se expresa aquí si los pecados son de la madre o si el niño al nacer tiene ya<br />

pecado alguno. Acaso quiera dar a entender se trata de los dos. En efecto, el niño no<br />

puede estar exento de pecado, porque sus padres no están limpios de toda culpa. Y si ni el<br />

niño de un día puede estar sin pecado 9 , con más razón es imposible que la madre<br />

permanezca sin pecado durante su preñez. En consecuencia, somos concebidos en el<br />

pecado de los padres y en sus pecados nacemos 10 . El mismo parto tiene también sus<br />

inmundicias, y la naturaleza, más de una contaminación".<br />

Y en la exposición al libro de Tobías dice: "¿Quién es el que se aprovecha con usura del<br />

pecado sino el diablo, del que Eva tomó en préstamo el pecado, y dejó en deuda, con<br />

subido interés, a toda su descendencia, y endeudó así a todo el género humano?" Y en el<br />

mismo libro: "Engañó el diablo a Eva que había suplantado al varón, y así endeudó a todos<br />

sus descendientes". Y en el comentario al salmo 48 escribe: "Una es nuestra iniquidad y<br />

otra la de nuestro calcañar, en el que Adán fue por la serpiente mordido, y esta<br />

mordedura la dejó como herencia a toda su posteridad, y así todos cojeamos a causa de<br />

aquella herida".<br />

Siguen los testimonios de la tradición<br />

IV. 11. Ven tú ahora y enróstrame el pecado original; disimula no conocer a éstos, finge<br />

ignorar lo que dicen, deja a un lado, como si nunca hubieran existido, a tantos y tan<br />

eximios doctores de la santa Iglesia que, después de una vida ejemplar y haber combatido<br />

contra los errores de su tiempo antes que vosotros metieseis bulla, abandonaron llenos de<br />

méritos este mundo. Dirige contra mí tus ultrajes, como si ignorases que ellos, en mi<br />

persona, son insultados. Lo confieso, estuve tentado a creer el mal que causabas, y<br />

atribuía a tu imprudencia, no a tu petulancia, la saña con que atacabas a estas lumbreras<br />

de la Ciudad de Dios, de las que debieras mostrarte fiel seguidor. Lo repito, estuve


tentado a creer que, sin saberlo, les hacías culpables de crimen tan odioso de no existir en<br />

el libro al que tú juzgas, o deseas se piense has respondido un testimonio muy<br />

convincente de San Ambrosio. En él pudiste leer lo que el santo obispo insinúa al hablar<br />

del nacimiento de Cristo de una virgen. "Como hombre -escribe- fue en todo tentado,<br />

hecho semejante a los hombres, sufrió todas las miserias de la humanidad; mas, en<br />

cuanto nacido del Espíritu Santo, no tuvo pecado. Todo hombre es mentiroso 11 . Nadie,<br />

sino sólo Dios, está sin pecado. Ningún hombre nacido de varón y hembra, es decir, del<br />

ayuntamiento de los cuerpos, está libre de pecado. El que esté inmune de pecado, libre<br />

está también de este modo de concepción".<br />

Y si no has leído estas palabras del venerable Ambrosio, ¿cómo impugnas mi obra, en la<br />

que se encuentran estas palabras? Y si las leíste, ¿por qué te enfureces contra mí, pues<br />

condenas en él lo que en mí incriminas? ¿Por qué ese empeño en manchar mi fama y<br />

hacer, silenciando su nombre, de Ambrosio un maniqueo?<br />

12. ¿Ves en compañía de quiénes soporto tus injurias? ¿Ves con quiénes hago causa<br />

común? A estos hombres, sin miramiento alguno, atacas y calumnias. ¿No comprendes el<br />

peligro que corres al imputar a tan eminentes varones crímenes tan horrendos? Y, si lo<br />

comprendes, calla y medita. Una lengua pelagiana ha de permanecer muda ante tantas<br />

lenguas católicas, y una boca proterva quede cerrada ante tantas lenguas dignas de todo<br />

respeto. Y si, achispado como Polemón, te levantases de un banquete nocturno y entrases<br />

en el aula de Jenócrates, no debieras sentir más vergüenza que ante esta venerable<br />

asamblea. Y tanto mayor debe ser el respeto que merece una reunión de tal calidad<br />

cuanto más pura es la verdad que enseña. Y la presencia de obispos tan ilustres ha de<br />

imponer mayor respeto que la presencia de Jenócrates, porque es más sabio Cristo que<br />

Platón, maestro de Jenócrates.<br />

Y no puedo olvidar a tu padre Memorio, de feliz recuerdo, con el que me unió una<br />

entrañable amistad en la república de las letras y me inspiró un gran cariño hacia ti; de<br />

manera que cuando te vi, no como Polemón, lleno de vapores de vino en una bacanal<br />

prolongada hasta las primeras luces del alba, sino como un joven atolondrado, amante de<br />

meter bulla, te he querido introducir no en el aula de un filósofo cualquiera, sino en una<br />

asamblea de santos Padres digna de toda veneración y respeto. Y si por todo esto merezco<br />

tu aprecio, te pido, por favor, contemples a estos santos personajes como si tuvieran su<br />

mirada fija en ti y te dijeran dulcemente: "¿Es verdad, Juliano, que somos maniqueos?" ¿<br />

Qué les podrás, te ruego, responder? ¿Cómo podrías sostener su mirada? ¿Qué razones<br />

podrías darles? ¿Recurrirías a las Categorías de Aristóteles, que parece has estudiado,<br />

para atacarme con la habilidad de un dialéctico? ¿Qué armas te atreverías a esgrimir<br />

contra ellos tomadas del arsenal de tus argumentos? ¿Las que son frágiles con punta de<br />

cristal o las pesadas como puñales de plomo? ¿No temes quedar pronto desarmado e<br />

indefenso? ¿Acaso dirás que a ninguno de ellos has nombrado ni achacado este crimen?<br />

Pero ¿qué harás cuando te digan que es más tolerable ser infamados con tus calumnias<br />

que verte atacar su fe, pues, por defenderla, sus nombres están escritos en el cielo? ¿<br />

Acaso les podrás responder que no has atacado su fe? Mas ¿cómo te atreverás a sostener<br />

esto con plena lucidez, cuando afirmas que tiene sabor maniqueo declarar que los niños en<br />

su nacimiento tienen pecado original? ¿No es esto, en efecto, lo que estos santos Padres<br />

han confesado y hecho profesión de creer, lo que aprendieron en la Iglesia de Cristo<br />

siendo aún catecúmenos, lo que han enseñado elevados ya a la dignidad de obispos,<br />

habiendo perdonado multitud de pecados a los bautizados, borrando en los niños la<br />

mancha del pecado original? De nuevo te lo ruego, te lo suplico: contempla a tantos y tan<br />

insignes defensores y doctores de la Iglesia católica, medita a quiénes haces objeto de tus<br />

graves y odiosas calumnias.<br />

13. ¿Piensas acaso que éstos son despreciables por pertenecer todos a la Iglesia latina, ya<br />

que no hice mención de ningún obispo oriental? ¿Qué hacer si ellos son griegos y nosotros<br />

latinos? Creo debiera ser para ti suficiente conocer la pureza de la fe en esta parte del<br />

mundo donde el Señor quiso coronar con la palma del martirio al primero de sus<br />

apóstoles. Ha tiempo te hubieras librado de las redes del pelagianismo, en las que se dejó<br />

prender tu juventud, de haber escuchado al bienaventurado Inocencio, jefe de la Iglesia de<br />

Occidente. ¿Qué podía contestar este varón santo a los sínodos africanos sino lo que desde<br />

antiguo, con perseverancia irrompible, confiesa la Sede Apostólica romana con todas las<br />

Iglesias? Sin embargo, acusas de prevaricación a su sucesor, Zósimo, porque no quiso<br />

oponerse a la doctrina de su inmediato predecesor en la Sede Apostólica.


Pero ahora prefiero guardar silencio sobre este punto para no irritar tu ánimo, que deseo<br />

curar, y no ulcerarte con mis alabanzas al que te condenó. Medita lo que vas a responder<br />

al santo Inocencio, que en esta materia no tiene otro sentir que el de aquellos en cuya<br />

asamblea te presenté con vistas a tu interés. Entre ellos toma asiento Inocencio, que,<br />

aunque posterior en el tiempo, ocupa la presidencia. Con ellos y con todos los cristianos<br />

cree que los niños han de ser liberados, por la gracia de Cristo, del pecado original,<br />

heredado de Adán. Enseña, en efecto, que Cristo, por el agua del bautismo, borra el<br />

antiguo pecado heredado del primer hombre, quien por un mal uso del libre albedrío se<br />

precipitó en el abismo. Y declara también que los niños no pueden tener vida en sí si no<br />

comen la carne del Hijo del hombre" 12 .<br />

Responde, pues, a Inocencio, y mejor, al Señor en persona, cuyas palabras reprodujo el<br />

santo obispo, y di: ¿Cómo puede un niño, imagen de Dios, ser castigado a suplicio tan<br />

horrendo como es ser privado de la vida, si es que el niño no contrae en su nacimiento<br />

pecado original? ¿Qué puedes responder o decir? Aunque te atrevas a llamar maniqueo a<br />

Inocencio, ¿te atreverás a llamárselo a Cristo?<br />

14. No hay, pues, por qué apelar a los obispos de Oriente, porque ellos también son<br />

cristianos y en las dos partes del mundo tenemos una misma fe, la cristiana; y a ti te<br />

engendró la Iglesia de Occidente y la Iglesia occidental te regeneró. ¿Por qué intentas<br />

introducir en ella lo que en ella no encontraste cuando eras uno de sus miembros? O<br />

mejor, ¿por qué tratas ahora de arrebatarle lo que en ella recibiste? Porque el pecado<br />

original, que, para ruina de estos niños, niegas existir, en cualquier edad que hayas sido<br />

bautizado, o se te perdonó o aún permanece en ti. Mas si es verdad, como hemos oído<br />

decir que fuiste bautizado en la niñez, aunque libre de pecados personales, sin embargo,<br />

como nacido de Adán según la carne, has contraído en tu primer nacimiento el contagio de<br />

la muerte antigua, y fuiste concebido en iniquidad, y sobre ti se pronunciaron los<br />

exorcismos y las insuflaciones para librarte del poder de las tinieblas y ser trasladado al<br />

reino de Cristo 13 .<br />

Hijo de Adán mal nacido, pero felizmente regenerado en Cristo, ¿cómo intentas robar a tu<br />

madre los sacramentos que te dieron nueva vida? ¿Era ella, acaso, maniquea cuando te<br />

engendró? ¿Por qué no quieres ahora que siga dando a luz, como si este nacimiento fuera<br />

un oprobio, y cierras a los demás las entrañas de caridad que te dieron a ti el ser? Divides<br />

el nombre de su esposo, y así, cuando regenera a los niños, es Cristo, y para los adultos<br />

es Cristo Jesús, pues Jesús se interpreta Salvador, y no quieres sea Salvador de los niños<br />

si, como enseñas, no tienen de qué ser salvados.<br />

Consenso de las Iglesias de Oriente y Occidente<br />

sobre el pecado original<br />

V. 15. Mas no te faltará un ilustre obispo del mundo oriental de fama incomparable, de<br />

gran renombre, de elocuente palabra, admirado en todo el mundo, cuyas obras han sido<br />

traducidas a la lengua del Lacio. Tome, pues, asiento con estos Padres San Gregorio y<br />

comparta con ellos el veneno de tus vanos reproches, pues pronuncia sentencia medicinal<br />

con ellos contra tu pestilente novedad. Escucha: "Lave -dice- la imagen de Dios la mancha<br />

contraída por la unión con su cuerpo y eleve en sus alas el Verbo de Dios la carne que<br />

asumió. Mejor era para el hombre no necesitar de esta purificación y permanecer en su<br />

primera dignidad en la que fue creado por Dios, y que nosotros, por todos los medios,<br />

tratamos de purificar; y mejor le hubiera sido no haberse apartado del árbol de la vida a<br />

causa del amargo bocado de su pecado. Sin embargo, en la situación en que nos<br />

encontramos, es mejor levantarse de la caída que perseverar en la iniquidad". Dice más:<br />

"Así como en Adán todos morimos, en Cristo todos seremos vivificados. Nacemos, pues,<br />

con Cristo, seamos con Cristo crucificados, consepultados con él en su muerte, para<br />

resucitar con él a una vida nueva. Es, pues, necesario sufrir estas alternativas muy<br />

provechosas, para que así como de los gozos de los bienes pasamos a la tristeza, así<br />

pasemos del dolor a la alegría. Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia; y los que<br />

condenó la gustación del fruto prohibido justifica, con gracia copiosa, la cruz de Cristo". Y<br />

de nuevo: "Venera el nacimiento por el cual eres desatado de los lazos de un nacimiento<br />

carnal. Honra la pequeña e insignificante Belén, que te hizo posible el regreso al paraíso".<br />

Y al hablar del bautismo dice en otro lugar: "Te debe convencer la palabra de Cristo<br />

cuando dice: Nadie puede entrar en el reino de los cielos si no renace del agua y del<br />

Espíritu Santo 14 . Por el bautismo somos, en efecto, purificados de las manchas del primer


nacimiento, porque hemos sido concebidos en iniquidad y en pecado nos engendraron<br />

nuestras madres".<br />

¿Vas a decir que estas palabras del santo doctor tienen tufillo maniqueo y trasudan<br />

veneno? Oyes cómo todos con sentir unánime, con una boca y una misma fe, afirman al<br />

unísono una verdad, la de la fe católica.<br />

16. ¿Te parece irrelevante la autoridad de todos los obispos orientales, centrada en San<br />

Gregorio? Persona tan ponderada no hablaría de esta manera si no estuviera convencida<br />

de que sus palabras son un eco de la fe común a todos los cristianos; y jamás los<br />

orientales hubieran sentido tanta estima y reverencia por él si no reconociesen en su<br />

doctrina la archiconocida regla de la verdad.<br />

Mas, si te place, sumaremos la doctrina de San Basilio a la del Nacianceno. O mejor, lo<br />

quieras o no, voy a citar su testimonio, teniendo en cuenta que en el cuarto volumen de tu<br />

obra te has servido de un texto de su libro para combatir a los maniqueos. Cierto que<br />

dicho pasaje, por ti citado, no tiene relación con el pecado original, que entró en el mundo<br />

por un hombre y pasó a todo el género humano. En el texto aducido quiere demostrar que<br />

el mal no es una sustancia, una especie de materia, como opinan los maniqueos. Dice: "El<br />

mal no es sustancia, sino un cambio que viene únicamente de la voluntad", y no en<br />

aquellos que en un primer momento contrajeron el mal de la muerte antigua, sino "en<br />

aquellos que por voluntad propia se contaminaron con esta enfermedad"; es decir, en los<br />

adultos, que tienen ya uso de razón y libre querer. Dice más el Santo: "El cambio que<br />

proviene de una causa accidental puede ser, con facilidad suma, separado de la voluntad<br />

de los enfermos". Dice aún: "Si en nosotros surgiese un mal y su origen radicase en algo<br />

accidental, pero que no pudiera ser de nuestra voluntad separado, se podría con razón<br />

decir no que es un mal sustancial, pero sí que hay una sustancia que ya no puede existir<br />

sin el mal que le sobrevino. Y si es un accidente y no viene de la sustancia, sino de la<br />

voluntad, el mal puede con facilidad separarse de la sustancia, de manera que la voluntad<br />

acepte la sustancia pura sin que en ella exista algo que señale la presencia del mal".<br />

Esto que dice San Basilio se puede entender, con toda verdad, del mal que entró en el<br />

mundo por Adán y pasó a todos los hombres, pues es un mal que sobrevino a la<br />

naturaleza humana de una manera accidental, porque no salió así de las manos del<br />

Creador, y el mal del pecado no viene de la sustancia sino que tiene su origen en la<br />

voluntad, ya sea de la Voluntad de la mujer, seducida por la serpiente, ya del hombre, que<br />

consintió en el pecado al ceder a los deseos de su esposa. Pero cuando dice que el mal<br />

"puede ser con facilidad separado de la voluntad o de la sustancia", se entiende que es<br />

fácil a la misericordia de Dios, no a la voluntad del hombre. Creo es suficiente esto para<br />

confundir a los maniqueos, que piensan es imposible cambiar el mal en bien. Por eso, San<br />

Basilio no dice que la voluntad, la sustancia o la naturaleza pueden alejar el mal que hay<br />

en ellas, sino que "puede con facilidad ser separado el mal". Pesa el santo doctor sus<br />

palabras, de suerte que refuta a los maniqueos a quienes combate, sin dar pretexto al<br />

orgullo humano para engreírse contra la gracia divina. El Todopoderoso, para el que,<br />

según el Evangelio, es fácil lo que para el hombre es imposible, puede destruir, con la<br />

abundancia de su gracia, el mal, que tiene su origen en el primer hombre o en nuestra<br />

propia voluntad; y la sustancia, sumisa a la voluntad, como dice San Basilio en el texto por<br />

ti citado, puede ser "perfectamente pura, sin tener nada que señale en ella la presencia<br />

del mal". Y esto llegará algún día; tal es la esperanza firme de los fieles. ¿Cuándo se<br />

cumplirá esta esperanza? La fe nos dice que esto sucederá en el instante en que se puede<br />

decir a la muerte: ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? 15<br />

17. Recuerdas que San Basilio dijo: "Si es una virtud la castidad y el cuerpo fuera<br />

sustancialmente malo, sería imposible encontrar un cuerpo casto, porque un cuerpo<br />

impuro no puede ser sede de la virtud. Pero, cuando es santificado, habita en él la virtud,<br />

y así la virtud se comunica al cuerpo, y el cuerpo participa de la virtud, por la cual se<br />

convierte en templo de Dios. Si todo cuerpo fuera cuerpo de fornicación, sería imposible<br />

encontrar un cuerpo casto, y entonces sí pudiéramos decir que el cuerpo, por naturaleza,<br />

era un mal sustancial. Si, por el contrario, el cuerpo ha podido elevarse a tan alto grado de<br />

virtud, de honor y de santidad que ha merecido ser templo de Dios y tálamo del Hijo, lugar<br />

que el Padre y el Hijo se dignaron elegir para morada, ¡cómo no tener por risible y<br />

execrable la doctrina de Manés!"<br />

¿Podía San Basilio hablar un lenguaje más conforme a la verdad y a la fe católica?


Combatía, en efecto, la teoría de los maniqueos, que opinaban y sostenían traer los<br />

cuerpos su origen del príncipe de las tinieblas, que ellos consideran como una naturaleza<br />

mala, coeterna al Dios bueno, existente desde la eternidad; por eso concluyen que los<br />

cuerpos son inmutablemente malos; pero no habla Basilio contra aquellos que, fieles a la<br />

verdadera fe católica, creen que el cuerpo, tal como ahora es, corruptible, hace pesada 16<br />

el alma. Cierto que el primer hombre no fue creado así al ser plantado en el paraíso, ni en<br />

un futuro ignorado va a estar expuesto a la corrupción, porque llegará un día en que se<br />

vista de inmortalidad. Ahora empieza ya a ser templo de Dios, adornado con la pureza<br />

virginal o conyugal y con la continencia de las viudas, y, aunque la carne lucha contra el<br />

espíritu, y el espíritu contra la carne, no permite al cuerpo ofrecer sus miembros como<br />

armas de injusticia al servicio del pecado 17 .<br />

18. Escucha algo que sí concierne a la cuestión presente y atiende a lo que, sin<br />

ambigüedad, dice San Basilio sobre el pecado del primer hombre, que a todos nos afectó.<br />

Y, aunque existen ya traducciones de este pasaje, quiero, no obstante, para mayor<br />

exactitud y verdad, traducirlo del griego palabra por palabra. En un Sermón sobre el<br />

ayuno dice: "La ley del ayuno fue intimada en el Edén, pues el primer mandato que se dio<br />

a Adán fue: Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comeréis 18 . Ayuno es no<br />

comeréis; principio normativo de toda ley. Y si Eva hubiera ayunado del fruto del árbol, no<br />

necesitaríamos nosotros ayunar, pues no son los sanos los que necesitan médico, sino los<br />

enfermos. Enfermamos por el pecado, sanemos por la penitencia. Penitencia sin ayuno es<br />

un mito. Maldita sea la tierra; producirá espinas y abrojos 19 . Se nos manda vivir en<br />

tristeza; ¿acaso en delicias?" Y en el mismo sermón, poco después, dice el mismo santo:<br />

"Por no ayunar fuimos arrojados del paraíso; ayunemos para regresar a él".<br />

Si hubieras leído estos textos de San Basilio y otros parecido, o, si leídos, los hubieras<br />

meditado en profundidad, nunca se hubiera ocurrido tomar de sus escritos pasajes que<br />

pudieran esparcir cendales de oscuridad entre los ignorantes, ni poner en tus libros, ignoro<br />

con qué intención, cosas que no pertenecen a nuestro tema. Le has oído decir que no<br />

necesitaríamos ayunar si el hombre no hubiera quebrantado, en el paraíso de delicias, la<br />

ley del ayuno, y ¿niegas que los hombres nazcan expuestos a las consecuencias del<br />

pecado? ¿Oyes lo que añade: "los sanos no necesitan médico", y niegas que hayamos<br />

perdido la salud, en la que fuimos creados, por el pecado de los primeros hombres? Oíste<br />

la sentencia pronunciada contra el primer pecador: Espinas y abrojos te producirá 20 ,<br />

sentencia que a todos nos alcanza, y ¿niegas que cuantos gimen bajo el peso de esta<br />

sentencia hayan contraído mancha del primer pecado? Oyes que debemos regresar al<br />

paraíso del que salimos, y ¿niegas participemos en el pecado de nuestros padres, únicos<br />

moradores del Edén, y en los que estamos incluidos nosotros?<br />

19. ¿Qué más? Mira si para ti no son suficientes los testimonios de estos dos insignes<br />

varones orientales, hermanos en santidad y, como se dice, también por sangre. Di que no<br />

son número. Podemos citar catorce obispos de la Iglesia de Oriente: Eulogio, Juan de<br />

Jerusalén, Amoniano, Porfirio, Eutonio, otro Porfirio, Fido, Zonino, Zoboeno, Ninfidio,<br />

Cromacio, Jovino y Clemacio; todos de una misma región, y a los que podemos invitar a<br />

tomar asiento entre los obispos ya nombrados. Son los mismos jueces que, reunidos para<br />

juzgar a Pelagio, lo declararon católico, sin que ninguno de la parte opuesta presentase<br />

acusación. Habría sido condenado si en su presencia no anatematizase a los que afirman<br />

que "el pecado de Adán sólo a él perjudicó y no al género humano, y que los niños recién<br />

nacidos se encuentran en el mismo estado que Adán antes del pecado, y que los niños,<br />

aunque no hayan sido bautizados, pueden alcanzar la vida eterna".<br />

¡De qué te sirven no sé qué asideros y garfios, introducidos por arte de ignoro qué<br />

confusión, para que lo sencillo no se manifieste y las cosas claras no se transparenten? ¿<br />

Quién no comprende cómo entendieron aquellos jueces la cuestión, pues, según la fe<br />

católica, en todas partes, mediante exorcismos e insuflaciones, los niños son arrancados<br />

del poder de las tinieblas, y no como vosotros exponéis estas cuestiones o, mejor, las<br />

amañáis? Sin embargo, después de esta declaración tan explícita de Pelagio, tú nos dices<br />

que el pecado de Adán hiere por imitación a todo el género humano y no por generación;<br />

y afirmas que los niños recién nacidos no se encuentran en el mismo estado que Adán<br />

antes del pecado, porque no son sujetos capaces de precepto, y el primer hombre sí lo<br />

era. Con estas ambiguas palabras creyó Pelagio poder eludir el juicio de los Padres,<br />

mientras vosotros, por vuestra parte, aprobáis de corazón doctrina tan herética y os reís<br />

con ganas porque tantos obispos se dejaron engañar por él. Mas ¿acaso podéis ocultar,<br />

con vuestras ambigüedades o con vuestras hojas de higuera, el sentido de esta


proposición: "Los niños, aunque no sean bautizados, pueden conseguir la vida eterna?"<br />

Porque Pelagio, en presencia de sus jueces, se vio obligado a condenar esta proposición.<br />

Ante los hombres condenó esta doctrina, por temor a ser condenado por los hombres. Si<br />

así no sentís, estamos de acuerdo; pero, si no estáis de acuerdo con nosotros, es<br />

necesario que lo estéis con él. Por consiguiente, os condenan estos obispos de Oriente,<br />

ante los cuales Pelagio evitó su condena, pues negó con la boca lo que en su corazón<br />

guardaba.<br />

Lo que anatematiza de viva voz se encuentra en sus escritos. Mas ahora no discuto con<br />

Pelagio; tú, con quien ahora disputo, ¿qué dices? Estamos en presencia de cierto número<br />

de jueces orientales; se leen las actas de lo que sucedió en la asamblea. Pelagio, se le<br />

objeta, ha dicho: "Los niños no bautizados pueden conseguir la vida eterna". Pelagio,<br />

como se lee en las actas, condenó a los que afirman esto, pues de otra manera no hubiera<br />

escapado a la condena de sus jueces. Ahora ¿qué dices tú? Los niños que abandonan esta<br />

vida antes de ser bautizados, ¿poseerán la vida eterna o no? Si respondes: "La poseerán",<br />

entonces te condenan las mismas palabras de Pelagio y las de todos los jueces por<br />

quienes él temía ser condenado. Si dijeres: "No poseerán", te pregunto: ¿Por qué estos<br />

niños, imagen inocente de Dios, van a ser castigados con la privación de la vida, si es que<br />

no contraen pecado alguno mediante la propagación de la especie humana? Y si contraen<br />

pecado, ¿por qué llamar maniqueos a todos los que esto creen, y por los que Pelagio<br />

hubiera sido ciertamente condenado de no haber fingido creer lo que ellos creían?<br />

20. Estás, pues, en presencia de obispos no sólo de Occidente, sino también de Oriente.<br />

Cuando nos parecía no se podían encontrar, tenemos un número crecido de orientales.<br />

Todos creen que por un hombre entró en el mundo el pecado y por el pecado la muerte, y<br />

así pasó a todos los hombres, en quien todos pecaron. Es decir, que todo hombre viene al<br />

mundo reo de pecado, el cometido por un solo hombre, el primero de todos. Si todo el que<br />

habla así es, según tú, maniqueo, echa una mirada a todos éstos, siente en su presencia<br />

sonrojo, perdónales, o mejor, ten piedad de ti mismo, no suceda que aquel que los juzga y<br />

es su Maestro no te perdone.<br />

Y, si dices que no son maniqueos, no puedes tacharme a mí de tal, porque lo que ellos<br />

creyeron, creo; lo que ellos sostienen, sostengo; lo que enseñaron, enseño; lo que<br />

predicaron, predico; a saber, que todos los hombres están, por su nacimiento carnal,<br />

ligados al pecado del primer hombre, del que nadie puede ser desatado sino por un<br />

nacimiento espiritual. Cede a su autoridad y cesa de injuriarme; aprueba lo que dicen y te<br />

dejaré en paz.<br />

Por último, si no quieres ser amigo mío por ellos, por favor, no te conviertas, por mi<br />

causa, en enemigo suyo. Pero ¿cómo no serlo si permaneces en el error? ¡Cuánto mejor te<br />

sería aproximarte a éstos y alejarte del error! ¡Tanta influencia ejercen sobre ti Pelagio y<br />

Celestio, que te atreves a abandonar, e incluso a tildar de maniqueos, a tantos y tan<br />

eximios doctores que, desde donde sale el sol hasta su ocaso, defendieron la fe católica,<br />

de los cuales algunos ya murieron y otros viven aún!<br />

Me asombra que tus labios osen pronunciar lo que la maldad de tu error te obliga a<br />

proclamar; pero me sorprende ver que a pesar de la distancia que existe en el rostro<br />

humano entre la frente y la lengua, no pueda, en esta causa, la frente poner freno a la<br />

lengua.<br />

Interpretación de un texto de San Juan Crisóstomo<br />

VI. 21. Sé lo que entre dientes musitas. Dilo en alta voz para que lo oigamos. Al final de<br />

tu obra, es decir, al término del libro cuarto, escribes: "San Juan de Constantinopla niega<br />

exista en los niños pecado original". En una homilía a los neófitos dice: "Bendito sea Dios,<br />

único hacedor de maravillas, creador del universo y autor de todos los cambios en las<br />

criaturas. Gozan ahora de serena libertad los que poco ha estaban cautivos; y los que<br />

andaban errantes se convierten en ciudadanos de la Iglesia, y los que se encontraban en<br />

el desorden del pecado participan ahora de la felicidad de los justos, porque son libres;<br />

más aún, son santos; no sólo santos, sino también justos; no sólo justos, sino también<br />

hijos de Dios; no sólo hijos de Dios, sino también herederos; no sólo herederos, sino<br />

también hermanos de Cristo; no sólo hermanos de Cristo, sino también coherederos; no<br />

sólo coherederos, sino también miembros, no sólo miembros, sino también templo; no<br />

sólo templo, sino también órganos del Espíritu. Ves cuántas son las gracias del bautismo. ¡


Y algunos sostienen aún que la gracia divina de este sacramento consiste sólo en el<br />

perdón de los pecados! Nosotros hemos contado hasta diez beneficios. Por esta razón<br />

nosotros bautizamos a los niños, aunque no estén manchados por el pecado, para que<br />

sean enriquecidos con santidad, justicia, adopción, hermandad con Cristo, y sean<br />

miembros suyos".<br />

22. Te atreves a oponer estas palabras del santo obispo Juan a las de tantos y tan<br />

insignes colegas suyos y presentando como adversario y como miembro disidente de su<br />

compañía en la que reina la más perfecta armonía, ¡Dios no lo permita! ¡Lejos de nosotros<br />

decir o pensar tan gran mal de varón tan ilustre! Lejos de nosotros pensar que Juan de<br />

Constantinopla abrigue, sobre el bautismo de los niños y sobre la liberación por Cristo de<br />

su escritura paterna, sentimientos contrarios a los de tantos y tan eximios colegas suyos<br />

en particular Inocencio de Roma, Cipriano de Cartago, Basilio de Capadocia, Gregorio de<br />

Nacianzo, Hilario de las Galias y Ambrosio de Milán. Existen, sí, otros temas sobre los<br />

cuales a veces discrepan estos doctísimos e invictos defensores de la fe católica, salva<br />

siempre la unidad en la fe, y uno puede decir algo más verídico y mejor que otro. Pero la<br />

materia que ahora tratamos pertenece a los fundamentos de la fe. Todo aquel que quiera,<br />

dentro de la fe cristiana, anular lo que está escrito, a saber, que la muerte ha entrado en<br />

el mundo por un hombre, y por un hombre vino la resurrección de los muertos; y así como<br />

en Adán todos mueren, así en Cristo todos serán vivificados 21 , éste se esfuerza en<br />

arrancar nuestra fe en Cristo.<br />

Cristo es el único salvador de los niños. Por él deben ser salvados, porque sin participar de<br />

su carne y de su sangre no pueden obtener la vida eterna. Esto es lo que Juan de<br />

Constantinopla pensó, creyó, aprendió y enseñó. Mas tú cambias sus palabras a favor de<br />

vuestro dogma. Dice, sí, que los niños no tienen pecados, pero propios. Con razón<br />

decimos que son inocentes, a tenor de las palabras del Apóstol: Antes de haber nacido,<br />

nada bueno o malo habían hecho 22 ; no en el sentido del pasaje donde dice: Por la<br />

desobediencia de un solo hombre, muchos fueron constituidos pecadores 23 . Nuestro<br />

Cipriano pudo decir lo mismo que San Juan dice de los niños, pues afirma en cierto pasaje:<br />

El niño recién nacido, en nada pecó; se le perdonan los pecados no propios, sino ajenos.<br />

En comparación con los adultos a quienes se les perdonan los pecados propios en el<br />

bautismo, afirma Juan que los niños no tienen pecados, y no como tú traduces: "No han<br />

sido manchados por el pecado", porque quieres se entienda que no han sido manchados<br />

por el pecado del primer hombre. Aunque esto no te lo achacaré a ti, sino al traductor; si<br />

bien en otros códices de la misma versión se lee pecados, no pecado. Y no me admira si<br />

alguno de los vuestros ha preferido escribir pecado, en singular, para que se entienda del<br />

único pecado lo que dice el Apóstol: Porque el juicio, partiendo de uno solo, lleva a la<br />

condenación; pero la gracia, partiendo de muchos, sirve para justificación 24 . Aquí el uno<br />

indica el delito, precisamente el que vosotros no queréis admitir en los niños. Por eso no<br />

decís que no tienen pecados, como dice San Juan, para que no se entiendan los pecados<br />

personales; o que no están manchados con pecados, según pone el traductor de las<br />

palabras del santo obispo en otros manuscritos. Vosotros preferís decir: "Los niños no<br />

tienen pecado", para hacer creer que él trata únicamente del pecado del primer hombre.<br />

Pero no tratemos de suposiciones, ni de un posible error del copista o de un matiz del<br />

traductor. Voy a citar las mismas palabras de Juan según se leen en el texto griego: ") \ " J<br />

@ Ø J @ 6 " Â J B " 4 * \ " $ " B J \ . @ : , < 6 " Â J @ 4 : " D J Z : " J " @ Û 6 § P @ < J " ".<br />

Que se traduce: "Por eso bautizamos a los niños, aunque no tienen pecados". Ves con<br />

certeza que no dice: "Los niños no están manchados de pecados o de pecado", sino que no<br />

tienen pecados. Entiende personales, y no hay ya discusión posible.<br />

¿Por qué, replicas, no dijo "propios"? La razón es sencilla, porque habla en el seno de la<br />

Iglesia católica, y creyó no sería interpretado en otro sentido al margen del que las<br />

palabras expresan; nadie había suscitado semejante discusión, y, al no estar en litigio esta<br />

verdad, él habla muy seguro.<br />

23. ¿Quieres oír ahora lo que con meridiana claridad dice sobre esta materia? Lo sumo al<br />

número de los santos; lo coloco entre aquellos cuyo testimonio invoco; lo introduzco en la<br />

asamblea de nuestros jueces al que tú invocas como patrón de tu doctrina. Seguro que le<br />

vas a llamar maniqueo.<br />

Entra, pues, Juan, por favor; toma asiento entre tus hermanos, de los que ningún<br />

argumento ni tentación te puede separar. Necesito conocer tu opinión, porque este joven -


Juliano- pretende encontrar en tus escritos motivos para vaciar e invalidar la doctrina de<br />

tantos y tan insignes colegas en el episcopado. Y, si fuera verdad que ha encontrado en<br />

tus discursos algo de lo que pretende haber leído y fuese evidente que participaras de su<br />

sentir, permite te diga que jamás puedo anteponer el testimonio de uno solo al de tantos<br />

insignes doctores en una cuestión en que la fe cristiana y la fe de la Iglesia jamás han<br />

variado. Mas no permita Dios hayas albergado sentimientos contrarios a los de la Iglesia,<br />

en la que ocupas sitial preeminente. Haznos oír tu palabra. Di algo que confunda y<br />

avergüence a este joven, porque maquina mi infamia. Perdona si invoco tu autoridad, pues<br />

confío que, después que le pruebe sobre lo que en esta materia piensas, es posible infame<br />

tu nombre, como lo hizo con el mío. Afirma ser maniqueo todo aquel que diga que los<br />

niños necesitan del auxilio de Cristo Salvador para verse libres de la condena que hace<br />

pesar sobre ellos el pecado del primer hombre. En consecuencia, cuando conozca tu<br />

doctrina, o corrige su error pelagiano o te acusará de maniqueo. Mas hagámosle un<br />

beneficio auténtico, sin preocuparnos de su falsa acusación.<br />

24. Escucha ya, Juliano, qué es lo que dice Juan con otros doctores. Escribe a Olimpia y<br />

dice: "Cuando pecó Adán, su gran pecado entrañó condena para todo el género humano y<br />

tuvo, con dolor, que expiar su culpa". Y en una homilía sobre la resurrección de Lázaro:<br />

"Lloró Cristo viendo que el hombre, después de caer de su estado de inmortalidad, amó<br />

las cosas perecederas de su mortalidad. Lloró Cristo al ver al diablo hacer mortales a los<br />

que podían ser inmortales".<br />

¿Se puede decir algo más claro? ¿Qué respondes a esto? Si Adán, con su gran pecado,<br />

condenó a todo el género humano, ¿cómo va a estar el niño, al nacer, exento de este<br />

pecado si no es por Cristo? Si representa Lázaro a la humanidad caída de su estado de<br />

inmortalidad y queda obligado al amor de las cosas inferiores de su estado presente, ¿<br />

quién es el mortal que no se ve envuelto en la pena del pecado y en la caída por la cual el<br />

primer hombre perdió el don de la inmortalidad, que recibió por gracia y habría<br />

conservado si no pecara? Si el diablo hizo mortales a los que podían ser inmortales, ¿por<br />

qué mueren los niños, si no contraen el pecado del primer hombre? Y ¿por quién pueden<br />

ser liberados del reino de la muerte si no es por aquel por quien todos seremos<br />

vivificados?<br />

25. En otra homilía plantea San Juan la siguiente cuestión: "¿Por qué las fieras matan o<br />

hieren a los hombres, cuando el Señor declaró que serían sometidas al dominio del<br />

hombre y éste ejercería sobre ellas su señorío? 25 " Y resuelve la dificultad diciendo que,<br />

antes del pecado, todas las fieras estaban sujetas al hombre; el que ahora dañen al<br />

hombre es castigo del primer pecado. Trata extensamente el Santo esta cuestión, y no<br />

juzgo necesario insertarla entera en esta obra, pero sí creo ser útil citar algunos textos.<br />

"Tenemos -dice- miedo y sentimos pavor ante una fiera. No lo niego. Perdimos la<br />

supremacía. También lo afirmo. Pero ello no significa que la ley de Dios sea fulera. Al<br />

principio, las cosas no estaban ordenadas así, y las fieras temían, temblaban y estaban<br />

sometidas a su amo. Al perder la confianza en Dios, perdimos la dignidad del mando".<br />

¿Cómo probar esto? Condujo Dios todas las fieras a presencia de Adán para ver qué<br />

nombre les ponía; y Adán no dio un salto por temor. Y continúa poco después: "Esto es<br />

señal de que las fieras, al principio, no eran terribles para el hombre. Una segunda prueba,<br />

más evidente, es el diálogo de la serpiente con la mujer. Si los animales fueran temibles<br />

para el hombre, la mujer no hubiera permanecido tranquila a la vista de la serpiente, ni<br />

hubiera seguido su consejo, ni con tanta confianza hubiera charlado con ella, sino que al<br />

verla hubiera dado un salto, llena de temor; pero no teme y conversa con ella. No existía<br />

el terror de ahora; pero al entrar el pecado en este mundo le fueron arrebatados al<br />

hombre todos sus privilegios". Y un poco más abajo: "Mientras el hombre permanece fiel<br />

al Señor, era temible para los animales; pero, como le ofendió teme ya hasta de las<br />

criaturas más abyectas que Dios había sometido a su dominio. Y si esto no es así, prueba<br />

que ya antes del pecado los animales eran temibles para el hombre. Ni un solo testimonio<br />

encontrarás. Si el hombre, después de ofender a Dios, siente temor, es prueba de que aún<br />

vela sobre él el Señor; porque si, violado el precepto que Dios le dio, permaneciese en<br />

posesión de las prerrogativas que Dios había dado a su naturaleza, permanecería en una<br />

pasividad absoluta y no se hubiera levantado aún de su caída".<br />

Por todos estos razonamientos prueba San Juan con evidencia que el pecado entró en el<br />

mundo por un hombre, y es un pecado a todos común, porque el terror que los animales<br />

inspiran es común a todos y ni a los niños perdona, a los cuales según argumenta Juan, no


les harían daño ni les inspirarían temor de no estar también ellos incluidos en la deuda del<br />

antiguo pecado.<br />

26. ¿Por qué vacilas? Di ya, Juliano, que este obispo es maniqueo, pues ha hecho una<br />

grave injuria a la naturaleza humana, cuya inocencia vosotros defendéis, mientras él<br />

sostiene la propagación de la condena a todo el género humano. Mas, si hay en ti un<br />

átomo de buen sentido, refrena tus arrebatos y corrígete; comprende en qué sentido pudo<br />

afirmar Juan que los niños no tienen pecados. No quiere decir que estén exentos del<br />

pecado de nuestros primeros padres, sino que no han cometido pecados personales. Y<br />

todo esto lo podías haber encontrado en la mencionada homilía si la hubieras leído toda. Y,<br />

si la leíste, no sé cómo se te pudo pasar inadvertido este texto; y, si no se te pasó<br />

inadvertido, me admira no te hayas corregido si es que el testimonio de Juan tiene algún<br />

valor para ti. Y si, releída dicha homilía y conocidas y pesadas sus palabras, decides<br />

permanecer en tus trece, ¿por qué has insertado en tu obra ciertas expresiones de este<br />

sermón? ¿Es acaso para animarnos a leerlo entero y proporcionarnos un medio ideal para<br />

poner de manifiesto tu mala fe y convencernos de tus imposturas? ¿Qué expresión más<br />

clara que ésta: "Una vez sola vino Cristo al mundo, y nos encontró endeudados por la<br />

cédula de obligación firmada por Adán de su puño y letra. Él contrajo esta obligación;<br />

nosotros aumentamos la deuda con nuestros pecados?"<br />

¿No oyes a este hombre docto, maestro de la fe católica, distinguir entre la deuda<br />

contraída por escritura paterna, que nos transmitió en herencia, y las deudas contraídas y<br />

aumentadas con nuestros pecados personales? ¿No oyes lo que se les perdona a los niños<br />

en el bautismo, sin deuda personal alguna y, sin embargo, deudores en virtud de una<br />

cédula paterna? He aquí las palabras de este santo doctor, tal como las leemos en el texto<br />

griego: " + D P , J " 4 ž B " H Ï O D 4 J Î H , , ß D , < º : ä < P , 4 D ` ( D " n @ < B " J D ä < , Ó J<br />

4 § ( D " n , < Ï z ! * " : . z + 6 , Ã < @ H J Z < • D P Z < , Æ F Z ( " ( , < J @ Ø P D , \ @ L H º : , Ã<br />

H J Î < * " < , 4 F : Î < 0 ß > Z F " : , < J " Ã H : , J " ( , < , F J X D " 4 H : " D J \ " 4 H ".<br />

Traducido palabra por palabra, dice: "Vino Cristo una vez sola, y encontró nuestra cédula<br />

paterna, suscrita por Adán. Con él principió nuestra deuda, que hemos aumentado sin<br />

cesar con nuestros posteriores pecados". No se contentó con mencionar "la cédula<br />

paterna", sino que añadió "nuestra". Y esto para que supiéramos que ya antes de que<br />

aumentáramos la deuda con nuestros pecados posteriores, ya nos había comprometido la<br />

cédula paterna.<br />

27. Lee también la interpretación que este santo varón hace de esta escritura del Apóstol:<br />

Por un hombre entró el pecado en el mundo. Es más claro que la luz, que se mueve en el<br />

marco auténtico de la fe católica. En gracia a la brevedad, sería muy extenso insertar todo<br />

el texto; citaré unas pocas sentencias. "Es manifiesto -dice- que no es el pecado que se<br />

comete cuando transgredimos una ley, sino el pecado de desobediencia de Adán el que lo<br />

contaminó todo". Y poco después: Reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, incluso en<br />

los que no han pecado con una transgresión semejante a la de Adán, figura del que había<br />

de venir. Adán es, pues, figura de Cristo. ¿En qué sentido es figura? Porque así como Adán<br />

fue causa de muerte, efecto del bocado prohibido, para sus descendientes, aunque no<br />

hayan comido del árbol, así Cristo es mediador de justicia, que nos otorga, por los méritos<br />

de su cruz, a todos los que nacemos de él, aunque nada bueno hayamos hecho".<br />

Y en otro pasaje de este mismo sermón dice: "Cuando te pregunte un judío: '¿Cómo<br />

puede ser el mundo salvado por el poder de uno solo?', le puedes contestar: '¿Y cómo, por<br />

la desobediencia de uno solo, pudo el mundo ser condenado? ' Si bien es cierto que no hay<br />

paridad entre gracia y pecado, entre muerte y vida, entre Dios y el diablo". Y de nuevo:<br />

No sucede en la gracia como en el delito. Si por el delito de uno solo murieron muchos, ¿<br />

cuánto más la gracia de Dios y el don otorgado por la gracia de un solo hombre,<br />

Jesucristo, abundará en muchos? Es, añade el santo doctor, como si dijera: "Si un pecado,<br />

el pecado de un solo hombre, tuvo tan funestas consecuencias, ¿cuánto más la gracia de<br />

Dios y no sólo del Padre, sino también del Hijo, no ha de prevalecer sobre el pecado? Esto<br />

es mucho más razonable. Que uno sea condenado por el delito de otro, no parece muy<br />

puesto en razón; pero que uno sea salvado por otro es más aceptable y conveniente. Si lo<br />

primero es una realidad, mucho más esto". Y en otro lugar dice: "El juicio, partiendo de<br />

uno, lleva a la condenación, y la gracia partiendo de muchos delitos, aboca a la<br />

justificación 26 . Que es como decir: el pecado tuvo poder para introducir la muerte en el<br />

mundo; pero la gracia no sólo destruye aquel único pecado, sino todos los que después se<br />

han infiltrado". Y sobre el mismo tema, poco más adelante: "Nosotros hemos recibido<br />

muchos bienes, y el Apóstol, queriendo hacernos ver que no es sólo el pecado de Adán,


sino todos los demás, dice: La gracia parte de muchos delitos para justificación". Y de<br />

nuevo: "Primero dijo San Pablo: si el pecado de uno es causa de muerte para todos los<br />

hombres, la gracia de uno solo puede salvar a muchos más". Y a continuación añade: "La<br />

gracia no sólo destruye el primer pecado, sino todos los otros, y nos concede la justicia, y<br />

así Cristo nos beneficia infinitamente más que nos perjudicó Adán". Y en un tratado sobre<br />

el bautismo intercala estas palabras del Apóstol: "¿Ignoráis, hermanos, que cuantos<br />

fuimos bautizados en Cristo fuimos sepultados en su muerte? Fuimos, pues, sepultados<br />

con él en su muerte. ¿Qué significa fuimos bautizados en su muerte? Que nosotros, como<br />

él, debemos morir. El bautismo es la cruz. Lo que fue para Cristo la cruz y el sepulcro, es<br />

para nosotros el bautismo. Sin embargo, este misterio tiene una realización diferente. ƒl<br />

murió y fue sepultado en la carne; nosotros, por el pecado, morimos en la carne y en el<br />

espíritu. Por esto no dijo: Hemos sido plantados juntamente con él en la muerte, sino que<br />

dice en la semejanza de su muerte 27 . Muerte en unos y otros, pero no en el mismo<br />

sentido. Cristo murió en la carne, nosotros morimos al pecado. Muerte verdadera una y<br />

otra".<br />

28. ¿No está, pues, fuera de duda que el obispo Juan está tan alejado de vuestra doctrina<br />

como identificado con el sentir de la Iglesia católica? Cuanto dice para explicar el texto del<br />

Apóstol, es muy a propósito para la cuestión que entre ambos se ventila, y cuando dice<br />

que el pecado entró en el mundo por un hombre 28 , y en todo lo que añade para<br />

desarrollar sus consecuencias, ¿hay acaso una sola palabra que se aproxime a lo que<br />

vosotros decís cuando pretendéis que el texto de la Escritura se ha de entender de un<br />

pecado de imitación y no de un pecado transmitido por nacimiento carnal? ¿No dice que<br />

todos quedamos tarados por el pecado de un solo hambre? ¿No distingue, acaso, este<br />

pecado de todos los cometidos después, y que también han entrado en este mundo;<br />

pecados que vosotros afirmáis haber entrado por imitación y no por generación, y que son<br />

uno y otros borrados por la gracia de Cristo? Y al explicar las palabras del Apóstol sobre el<br />

bautismo: Cuantos fuimos bautizados en Cristo, en su muerte fuimos bautizados 29 , ¿no<br />

dice que el bautizado en Cristo muere al pecado como Cristo murió en la carne? ¿A qué<br />

pecado muere el niño, si no tiene pecado original? ¿Acaso los niños no han sido bautizados<br />

en la muerte de Cristo? Sin embargo, el Apóstol no dice "algunos", sino todos los que<br />

somos bautizados en Cristo, en su muerte somos bautizados. ¿O vais a decir que cuantos<br />

reciben el bautismo cristiano no son bautizados en la muerte de Cristo, para poder evitar<br />

así veros confundidos por la autoridad de este gran obispo Juan, que afirma<br />

paladinamente que el bautismo es para los bautizados lo que la cruz y el sepulcro fueron<br />

para Cristo, de manera que así como él murió en la carne, entendamos que los bautizados<br />

están muertos al pecado?<br />

Y a este gran varón, a este santo defensor de la fe cristiana y del dogma católico, ¿queréis<br />

atribuir vuestra doctrina, como si hubiera dicho: "Los niños no nacen con el pecado del<br />

primer hombre", cuando lo que afirma es "que no tienen pecados"; es decir, no tienen<br />

pecados personales, como lo declara en muchos pasajes de sus escritos?<br />

En resumen, los Padres de Oriente condenan unánimes<br />

la novedad herética de Juliano<br />

VII. 29. ¿De qué te sirvió el testimonio de Juan de Constantinopla, que invocas como<br />

favorable a tu error? ¿No has usado, con sutileza y astucia, de una palabra que él silenció<br />

con la intención de evitar un alud de textos que te aplastan con su contundencia? Has<br />

actuado con marcada imprevisión e imprudencia, porque en la misma homilía en la que<br />

apenas puedes encontrar un testimonio cuyo sentido, mal comprendido, te despistó y<br />

engañó, no ves lo que San Juan de Constantinopla con toda claridad expresó; a saber, que<br />

todos los hombres amén de los propios pecados, son, ante Dios, culpables de la escritura<br />

de nuestro primer padre. No obstante, después de citar unas palabras suyas que juzgas<br />

favorables a tu opinión, añades: "Es evidente que ésta es la sana y verdadera doctrina,<br />

fundada, en primer lugar, en la razón, confirmada luego por la autoridad de la Escritura y<br />

celebrada por la sabiduría de santos varones; sin dar mayor peso a la verdad, de por sí<br />

evidente con su consenso, sino adquiriendo éstos gloria por la adhesión a su testimonio,<br />

sin que pueda turbar al prudente la conspiración de hombres malvados".<br />

¿Para qué sirven estas palabras tuyas sino para dar a conocer lo poco que te preocupas en<br />

averiguar en esta cuestión cuáles son los sentimientos y escritos de los doctores católicos;<br />

o si te preocupas por conocerlos, con qué mala fe tratas de engañar a los ignorantes?<br />

Porque, sin rozar ahora el argumento de razón o autoridad bíblica, ¿es que todos los


santos varones del mundo cristiano no han enseñado siempre, contrariamente a vuestra<br />

doctrina, que los niños al nacer son culpables por el pecado del primer hombre? ¿No queda<br />

esto bien probado por el testimonio de todos los santos y sabios doctores ya citados? Creo<br />

reconoces ya cuánto te has engañado sobre tus sentimientos, si es que no obras con dolo<br />

y finges ignorar lo que sabías. Pero quiero tener de ti buena opinión, y si ahora, por vez<br />

primera, conoces lo que han aprendido y enseñado tantos santos, que es lo que nosotros<br />

hemos aprendido y enseñado también, sobre el pecado original, esto es, que los niños al<br />

nacer contraen la mancha del pecado, que sólo se puede borrar por la regeneración<br />

espiritual, cambia de parecer; sepulta en el olvido tu fatal error, o más bien furor, con el<br />

que tratas ignominiosamente de maniqueos a Padres tan ilustres de la Iglesia. Y si por<br />

ignorancia lo has hecho, ¿por qué no condenas tu ignorancia? Y si lo hiciste con todo<br />

conocimiento, ¿por qué no abjuras tu sacrílega audacia?<br />

30. Quedas, pues, derrotado en todos los terrenos. Los numerosos testimonios de los<br />

santos son más claros que la luz. Medita en qué asamblea te he introducido. Este es<br />

Ambrosio obispo de Milán, al que colmó de elogios tu maestro Pelagio cuando escribe: "En<br />

sus escritos brilla rutilante la fe romana, bella flor entre los escritores latinos, y al que ni<br />

sus mismos enemigos osan atacar en su fe y en su sentir ortodoxo al explicar las<br />

Escrituras". Este es Juan de Constantinopla, al que en esta obra que ahora refuto colocas<br />

en el catálogo de los santos y sabios. Este es Basilio, que aducido fuera de lugar, creías<br />

podía favorecerte. Y éstos son todos los demás, cuyo voto unánime debiera emocionarte y<br />

convencer.<br />

No es ésta, como con lengua maldiciente dices, "una conspiración de hombres perversos".<br />

Todos han brillado en el cielo de la Iglesia por sus escritos, repletos de sana doctrina.<br />

Todos, vestidos con coraza espiritual, lucharon aguerridos contra la herejía. Cumplieron<br />

con fidelidad sus trabajos de siembra y se durmieron en el regazo de la paz. "Uno solo -<br />

dices-, y éste soy yo, se adelanta para sostener, en solitario, el peso del combate". Pero la<br />

verdad es que no estoy solo; todos estos santos e ilustres doctores te responden por mí y<br />

conmigo, en interés de tu salvación, si eres hombre sensato y sabio, y la de todos<br />

nosotros.<br />

31. No te oponemos, como calumnias, sólo "el rumor del pueblo", si bien es cierto que el<br />

pueblo murmura de vosotros, porque la cuestión que nos ocupa no escapa a su<br />

conocimiento. Ricos y pobres, señores y esclavos, doctos e indoctos, hombres y mujeres,<br />

todos saben qué es lo que se perdona en el sacramento del bautismo, en cualquier edad<br />

que se reciba. Por eso, las madres, en todos los cuadrantes del mundo, se apresuran a<br />

llevar a sus hijos no sólo a Cristo, es decir, al Ungido, sino a Cristo Jesús, esto es, a Cristo<br />

Salvador. Además, la asamblea de los santos en la que te he introducido no es una<br />

muchedumbre del pueblo, sino de hijos y Padres de la Iglesia. Son del número de aquellos<br />

de quienes se dice: En lugar de padres, tendrás hijos; los harás príncipes sobre toda la<br />

tierra 30 . Son todos hijos de la Iglesia, de la que aprendieron estas verdades; y se hicieron<br />

padres para enseñarlas.<br />

32. ¿Por qué te jactas gozoso de que esta verdad, que tú llamas error o que deseas se<br />

considere como tal, no encuentra defensor alguno "entre una gran multitud de<br />

hombres?" ¡Como si fuera cosa baladí el consenso de una multitud extendida por toda la<br />

tierra que reconoce esta verdad, fundada en el sólido y firme cimiento de la fe! Y si con<br />

insistencia exiges te cite autores, ilustres por su doctrina, que hayan consignado por<br />

escrito su saber, he aquí una junta memorable y digna de veneración de los defensores de<br />

la fe. San Ireneo afirma que por la fe y la cruz de Cristo se curan las heridas causadas por<br />

la serpiente y que todos estamos encordelados al pecado del primer hombre. Dice San<br />

Cipriano que el niño perece si no es bautizado, aunque en el bautismo no se le perdonan<br />

pecados personales, sino ajenos. Y el bienaventurado Reticio habla de un despojarnos del<br />

hombre viejo por el baño de la regeneración en el que no sólo se nos perdonan los<br />

pecados antiguos, sino también los que traemos al nacer. El pecado del primer hombre,<br />

dice San Olimpio, se comunica a sus descendientes, de suerte que, cuando venimos al<br />

mundo, traemos con nosotros el pecado. Es San Hilario el que afirma que toda carne viene<br />

del pecado, y sólo no tuvo pecado aquel que vino al mundo en semejanza de la carne de<br />

pecado. Y el que dijo: He sido concebido en la iniquidad 31 , nació bajo la ley del pecado y<br />

es hijo del pecado. Los niños bautizados se ven, dice San Ambrosio, libres de mal y les<br />

restituye la dignidad de su primitiva naturaleza. Entre los nacidos de mujer, dice también,<br />

sólo el Señor Jesús quedó exento del contagio del pecado por su concepción inmaculada.<br />

Todos, añade, morimos en Adán, porque por un hombre entró en el mundo el pecado, y su


culpa es muerte para nosotros. Todo el género humano, dice, habría muerto a<br />

consecuencias de esta herida letal si el divino Samaritano no hubiera descendido del cielo<br />

para curar sus llagas purulentas. Existió Adán, escribe, y en él todos los hombres<br />

existieron; pereció Adán, y en él todos perecieron. Afirma incluso que ya antes de nuestro<br />

nacimiento estamos contaminados con la lepra del pecado; y ni la concepción misma del<br />

hombre está exenta de pecado, pues somos concebidos en el delito de los padres y en su<br />

pecado nacemos. Hasta el parto, dice, tiene sus taras, pues la naturaleza adolece de<br />

multitud de males. El diablo, afirma, es un usurero, porque al seducir a Eva dejó exhausto,<br />

por las usuras de una deuda hereditaria, a todo el género humano. Eva, dice, engañada<br />

por el enemigo, suplantó al varón y encadenó a su descendencia. Y Adán fue herido por la<br />

mordedura de la serpiente, y por aquella herida todos cojeamos. En la unión carnal, dice,<br />

del hombre y la mujer nadie está libre de pecado; el único exento de pecado es el Señor<br />

Jesús, pues estuvo exento de semejante concepción.<br />

Por el baño de la regeneración, dice San Inocencio, se nos perdonan todos los pecados<br />

que nos transmitió aquel que por un mal uso del libre albedrío cayó en el abismo, y con él<br />

todos fuimos precipitados en una sima profunda. Dice que, si no comen la carne del Señor<br />

y no beben su sangre, los niños no pueden tener vida en sí mismos.<br />

Era mejor, dice San Gregorio, no verse privados del árbol de la vida por el amargo<br />

bocado; pero, una vez caídos, debemos levantarnos. Hemos pasado, dice, de la alegría del<br />

bien a la tristeza del mal, y pide volvamos de la tristeza al bien que hemos perdido; de<br />

suerte que a los que condenó el paladeo de la fruta vedada, justifique la gracia<br />

sobreabundante del árbol de ]a cruz de Cristo. Hemos de venerar, afirma, el nacimiento de<br />

aquel que vino a librarnos de las ataduras de nuestro nacimiento carnal. Por el bautismo<br />

de la regeneración, añade, y el Espíritu somos lavados de las inmundicias del primer<br />

nacimiento, que hacen seamos concebidos en iniquidad.<br />

Hemos contraído, habla San Basilio, la enfermedad del pecado, porque Eva no quiso<br />

ayunar del árbol prohibido. Finalmente, dice que fuimos arrojados del paraíso, y para<br />

entrar de nuevo en él nos manda ayunar.<br />

Los santos obispos Eulogio, Juan, Amoniano, Porfirio, Eutonio, otro Porfirio, Fido, Zonino,<br />

Zoboeno, Ninfidio, Cromacio, Jovino, Eleuterio y Clemacio claman con voz unánime:<br />

"Nosotros hemos declarado absuelto a Pelagio porque condenó a los que afirmaban que los<br />

niños, aunque no estuvieran bautizados, poseerían la vida eterna". Ahora responde: ¿<br />

puede un Dios justo privar de la vida eterna a una imagen suya que no es culpable de<br />

pecado?<br />

33. Por último, el santo obispo Juan, del que tú has hablado con respeto, cuya santidad y<br />

ciencia alabas, cuyo honor y reputación sublimas por su adhesión a la verdad, este mismo<br />

obispo dice: "El pecado de Adán fue tan enorme que arrastró consigo a una ruina común a<br />

todo el género humano. Cristo -dice- lloró en la muerte de Lázaro al ver que el hombre,<br />

después de caer de su estado de inmortalidad, quedó reducido al amor de la miseria<br />

presente, e hizo el diablo mortales a los que podían gozar de la inmortalidad. Antes del<br />

pecado -dice-. los animales estaban sometidos al hombre, pero después del pecado<br />

empezó a tenerles miedo, como dando a entender que el pecado del primer hombre es<br />

herencia de todos los hombres". ¿Quién, en consecuencia, no ve que los niños no temerían<br />

daño alguno de los animales si, por su nacimiento carnal, no se vieran atenazados por el<br />

pecado del primer hombre? Y en el mismo sermón, del que te has querido servir para<br />

engañar a incautos, dice que Cristo, al venir al mundo, nos encontró endeudados por la<br />

escritura paterna y por nuestros delitos personales posteriores. Explica el texto del<br />

Apóstol, esencial para nuestra cuestión: Por un hombre entró el pecado en el mundo 32 ,<br />

etcétera. Perícopa que da pie para que el santo obispo desarrolle su pensamiento. Y en su<br />

extensa discusión no dice lo que vosotros decís; esto es, que este pecado se transmite a<br />

los hombres por imitación, no por generación. Demuestra él todo lo contrario, de acuerdo<br />

con todos sus colegas en el episcopado. En efecto, la naturaleza humana, dice, fue<br />

contaminada por el pecado del primer hombre; y para que no se piense que este pecado<br />

se contrae por imitación ética y no por generación carnal, añade que Adán fue llamado<br />

figura del que había de venir; porque así como el bocado prohibido fue causa de muerte<br />

para todos nosotros, sus descendientes, aunque no comamos del árbol vedado, así Cristo<br />

se hizo perdón y justicia para todos los suyos por su cruz, aunque nada bueno hayan<br />

hecho. Dice más. Si los judíos niegan que los hombres puedan ser salvados por un solo<br />

hombre, Cristo, se les puede responder que el mundo pudo ser salvado por el poder de


uno, así como fue condenado por la desobediencia de uno solo. Y, aunque no parezca,<br />

dice, razonable que alguien sea condenado por el pecado de otro, y es precisamente lo<br />

que sucedió por el pecado de Adán, parece más puesto en razón que un hombre puede ser<br />

salvado por los méritos de otro, beneficio que ha lugar por la gracia de Cristo.<br />

¿Quién no comprende que, si el pecado del primer hombre se transmitiera a todos los<br />

hombres por imitación y no por generación, nadie se condenaría por el pecado de otro,<br />

sino por el suyo propio, pues nadie, al engendrarlo, se lo ha transmitido, sino que él, por<br />

su propia voluntad, imitó al primer pecador? Por la gracia, dice aún, se perdona no sólo el<br />

pecado del primer hombre, sino también todos aquellos que después han entrado en el<br />

mundo. En estas palabras distingue entre pecados posteriores, que se cometen por<br />

imitación, y el primer pecado, que se transmite por generación; y prueba que uno y otros<br />

son lavados por la gracia, para hacer ver, según el pensamiento del Apóstol, que la<br />

regeneración nos proporciona mayores beneficios que males la generación. En este sentido<br />

explica el texto de Pablo a los Romanos: No como el delito. así el don; porque la sentencia<br />

viene de uno para condenación, pero la gracia nos justifica de muchas transgresiones 33 .<br />

Con esta sentencia de Pablo el apóstol y el comentario de Juan de Constantinopla queda<br />

pulverizada vuestra teoría de la imitación, pues no es otra cosa que una nueva invención<br />

del error de Pelagio.<br />

Al hablar del bautismo y comentar este texto del Apóstol: Todos los que somos bautizados<br />

en Cristo somos bautizados en su muerte 34 , dice que morir al pecado, como Cristo murió<br />

en la cruz, es ser bautizados en la muerte de Cristo. Un dilema se impone ahora: o los<br />

niños no son bautizados en Cristo, o, si son bautizados, son bautizados en su muerte; y,<br />

en consecuencia, mueren al pecado; pero como no tienen pecado alguno personal, son<br />

purificados de la suciedad del primer pecado; esto es, del pecado original, común a todos<br />

los hombres.<br />

34. Arropado entre tantos santos y sabios varones, ¿seguirás pensando que no he podido<br />

encontrar, entre esta multitud, "ni uno solo que defienda mi causa?" ¿O es que llamas a<br />

este consentimiento de obispos católicos "una conspiración de hombres perversos?" Y,<br />

aunque San Jerónimo haya sido simple sacerdote, no lo desprecies, pues este santo varón<br />

fue experto en los idiomas griego, latino y hebreo; de la Iglesia occidental pasó a Oriente,<br />

y vivió hasta una edad muy avanzada en los Santos Lugares, entregado al estudio de las<br />

Sagradas Escrituras. Leyó todos o casi todos los comentarios que se escribieron sobre las<br />

materias que conciernen a la doctrina de la Iglesia y en nuestra materia no tuvo otro<br />

sentir. Al explicar un texto del profeta Jonás, dice de una manera muy clara: "Los mismos<br />

niños no están exentos del contagio del pecado de Adán". ¿Tan enamorado estás de tu<br />

error, en el que caíste por imprudencia, propia de la juventud, demasiado confiado en tus<br />

propias fuerzas, hasta separarte de estos sacerdotes, campeones de la unidad y de la<br />

verdad católicas, venidos de todas las partes del orbe y unidos entre ellos por unos<br />

mismos sentimientos de fe en un punto tan esencial de la religión cristiana, e incluso osas<br />

llamarlos maniqueos? Y, si no lo haces no lo puedes hacer con justicia conmigo, pues<br />

constatas que sigo con toda fidelidad sus pisadas en mis escritos, que tan ferozmente te<br />

irritan contra mí. Y si sólo a mí quieres rociar con tus ultrajes, porque pienso sobre el<br />

pecado del primer hombre lo mismo que ellos pensaron, y sostengo lo que ellos sostienen,<br />

y predico lo que ellos predicaron, ¿quién no ve que, al lanzar contra mí insultos tan<br />

manifiestos, en el fondo de tu pensar emites sobre ellos igual juicio que sobre mí?<br />

Considera, sin embargo, lo que el obispo Juan, omitiendo otras cosas, dice de la cédula<br />

paterna escrita por Adán; palabras que pienso has leído en el sermón del que citas lo que<br />

te plugo; o el pasaje en el que el obispo Ambrosio dice que ningún nacido de la unión<br />

carnal de hombre y mujer puede estar exento del contagio del pecado; pasaje que has<br />

leído en mi libro, pero que temiste poner en el tuyo. Y si ante los hombres eres un<br />

caradura, al menos ante Dios sienta tu alma rubor.<br />

35. De verdad, por el amor que te profeso, si Dios me es propicio, no permita que ninguna<br />

injuria tuya te arranque de mi corazón. Quisiera, hijo mío Juliano, que, rendido a la razón,<br />

en una juventud más reflexiva y madura que la de tus verdes años triunfases de ti mismo<br />

y que una verdadera y sincera piedad te hiciese renunciar a un deseo muy ambicioso y<br />

humano que te lleva a preferir tu sentir, sea el que sea, a la verdad. Imita el ejemplo de<br />

Polemón, que arranca de su cabeza una corona de lujuria, la arroja por tierra, pone su<br />

mano bajo el manto, toma un aire reservado y honesto y se entrega por entero como<br />

discípulo al maestro del que entró a reírse. Haz tú lo mismo, y ante tan venerables<br />

maestros y santos, y, sobre todo, ante el obispo Ambrosio, en el que reconoce y alaba tu


falso y nocivo doctor la integridad de su fe católica, y ante la enseñanza de los piadosos<br />

obispos Juan y Basilio, que tú, con toda verdad y justicia, has colocado en el número de<br />

los santos insignes por su sabiduría, te aconsejo arrojes lejos de ti, como bacanal corona,<br />

las alabanzas que te prodigan los pelagianos como si fueras el más esforzado paladín de<br />

su causa. No ocultes bajo una capa de pudor tu pluma injuriante, por no decir otra cosa;<br />

rómpela o cámbiala por otra más templada. Abre tu corazón, para llenarlo de la verdad, a<br />

las enseñanzas no de Jenócrates, el platónico, sino de las sanas doctrinas de estos<br />

sacerdotes cristianos, o mejor, de Cristo, el Señor, en persona. Escucha atento, no como<br />

un hombre que viene a ellos por vez primera, sino como uno que retorna después de<br />

haberse alejado. Y, si mi consejo no es de tu agrado, obra como quieras. Si te corriges,<br />

como es mi ardiente deseo, mi gozo será colmado. Si, por el contrario, no te enmiendas, y<br />

lo sentiría en el alma, y permaneces en tu perverso error, las injurias que me prodigas<br />

serán para mí fructíferas, pues aumentarán mi recompensa en el cielo al sentir el aguijón<br />

de un dolor compasivo por ti.<br />

Cumple Agustín su promesa, y demuestra cómo Juliano, al negar la existencia del<br />

pecado original, presta ayuda valiosa a los maniqueos<br />

VIII. 36. Queda probado que acusas falsamente de maniqueísmo a un gran número de<br />

varones, celosos y sabios defensores de la fe católica. Escucha ahora, breves momentos,<br />

cuánta es la ayuda que tu ignorante temeridad presta a los verdaderos maniqueos. Es lo<br />

que prometí demostrar en la segunda parte de este libro.<br />

Los maniqueos, y tú has indicado que lo sabes muy bien, admiten, con verdad de su error<br />

sacrílego, dos naturalezas: una buena y otra mala, creadas por dos diferentes principios,<br />

los dos eternos y entre sí opuestos. Por el contrario, la fe católica reconoce una sola<br />

naturaleza, la de Dios, sumo y eterno Bien; es decir, la Trinidad inefable. Y este supremo e<br />

inconmutable Bien creó, como hemos dicho, todos los seres; y todas las naturalezas son<br />

buenas, aunque inferiores al Creador, pues han sido creadas de la nada, y, en<br />

consecuencia, mudables; de suerte que no existe naturaleza que no sea Dios o creada por<br />

Dios; y de esta manera, toda naturaleza, sea de la especie que sea, en cuanto naturaleza,<br />

es buena.<br />

37. Nos preguntan los maniqueos ¿De dónde viene el mal? Y respondemos: Del bien, pero<br />

no del Bien supremo e inconmutable. Nacen, pues, los males de los bienes perecederos,<br />

mudables e inferiores al sumo Bien. Cuando decimos que el mal no es una naturaleza, sino<br />

un simple defecto de la sustancia, reconocemos que el mal viene de una naturaleza y<br />

existe en la naturaleza, pues el mal es sólo un defecto que aleja de la bondad.<br />

Pero ¿de quién es el defecto? Sin duda, de una naturaleza. Veamos; una mala voluntad es<br />

ciertamente voluntad de una naturaleza. El ángel y el hombre son naturalezas con<br />

voluntad propia, y para que exista voluntad tiene que existir una naturaleza. Y tal es la<br />

fuerza de la voluntad, que comunica a la naturaleza sus cualidades. Si preguntamos qué<br />

hemos de pensar de un ángel o de un hombre cuya voluntad es mala, se nos responderá,<br />

con razón, que es malo; y el calificativo le viene no de su naturaleza, que es buena, sino<br />

de su voluntad, que es mala. Porque la naturaleza es una sustancia capaz de bondad y de<br />

malicia. De bondad por la participación del Bien, su Creador. Y es capaz de malicia no<br />

porque participe del mal, sino porque se ve privada de un bien; es decir, no se hace mala<br />

porque se mezcle con una naturaleza mala en sí misma porque ninguna naturaleza, en<br />

cuanto naturaleza, es mala, sino porque se aleja de la naturaleza Bien sumo e<br />

inconmutable. Es, pues, capaz de maldad porque ha sido hecha de la nada y no de esta<br />

naturaleza inconmutable. De otra suerte, si no fuera mudable, no podría tener mala<br />

voluntad, porque no sería naturaleza mudable si fuese una porción de la naturaleza divina<br />

y no fuese creada por Dios de la nada. Dios es el autor del bien, porque es el Creador de<br />

todas las naturalezas; y estas naturalezas, alejándose voluntariamente del Bien, nos hacen<br />

ver no por quién fueron hechas, sino de dónde fueron tomadas. Y como este alejamiento<br />

del Bien en las naturalezas creadas no es algo positivo en sí, puesto que es la nada<br />

absoluta, no puede tener autor.<br />

38. El maniqueo es adversario de la fe católica, es decir, se opone a la verdad de la fe y a<br />

la verdadera piedad cuando afirma que no es, al separarse del bien, como una naturaleza<br />

se hace mala, y, en consecuencia, que el alejamiento del bien no es un mal, sino que el<br />

mal es en sí una naturaleza mala; y lo que es el colmo de la insensatez es afirmar que<br />

esta naturaleza mala no tiene principio, pues es eterna; y la denomina materia y espíritu;


materia en la que actúa el espíritu, espíritu que actúa por el cuerpo.<br />

No se puede ponderar la ayuda que este enemigo de la fe recibe del que sostiene que el<br />

mal no puede venir de un a naturaleza buena en sí misma, y en este sentido interpreta las<br />

palabras del Señor: El árbol bueno no puede dar frutos malos. Cuando Dios, maestro en el<br />

bien hacer, no ha querido designar, por este árbol frutal, la naturaleza, sino la buena o<br />

mala voluntad, cuyos frutos son las obras, obras que no pueden ser buenas si la voluntad<br />

es mala, ni malas cuando la voluntad es buena. Por eso dijo el Señor: El árbol dañado no<br />

puede dar frutos buenos, ni el árbol bueno puede dar frutos malos 35 . Como si dijera: Una<br />

voluntad mala no puede hacer obras buenas, ni una voluntad buena puede hacer obras<br />

malas. Y si investigamos el origen del árbol, esto es, de la voluntad, ¿de dónde viene, a no<br />

ser de la naturaleza, obra buena de Dios? De los buenos nacen los malos, pero las obras<br />

malas no son fruto de una voluntad buena, si bien una voluntad mala viene de una<br />

naturaleza buena. ¿Qué es lo que desea oír un maniqueo sino que los males no pueden<br />

venir de los bienes? Y como la existencia de males no se puede negar, resta únicamente<br />

que tengan su origen en el mal, si es que no pueden venir de una naturaleza buena.<br />

En consecuencia, dicen, el mal trae su origen de una naturaleza mala, sin principio; y así<br />

existen dos naturalezas, una buena y otra mala. Luego es necesario o que no exista el mal<br />

o, de existir, que venga de una sustancia buena o de una sustancia mala. Si decimos que<br />

el mal no existe, en vano clamamos a Dios que "nos libre del mal". Si decimos que los<br />

males vienen de una sustancia mala, hacemos triunfar la fétida herejía de los maniqueos,<br />

y toda la obra de Dios quedaría arrasada al hacerla mudable y ser contaminada con la<br />

mezcla de una sustancia mala.<br />

No queda otra solución que afirmar que el mal viene del bien, porque si esto negáramos,<br />

vendrían de las cosas malas y así les daríamos el voto a los maniqueos.<br />

39. Dices: "Es sentencia evangélica que el árbol se conoce por sus frutos; luego no se ha<br />

de escuchar al que afirma que el matrimonio es un bien del que procede un mal". Quieres<br />

que sea el matrimonio árbol bueno del cual no admites pueda venir un fruto malo, el<br />

hombre enlodado con las inmundicias del pecado original, y no te das cuenta que te hallas<br />

en la necesidad de reconocer como árbol malo el adulterio. En consecuencia, si lo que nace<br />

de un matrimonio es fruto del matrimonio, si no queremos, por consiguiente, que un árbol<br />

bueno dé fruto malo no es pecado; y el que nace de un adulterio no puede nacer sin<br />

pecado; de lo contrario, un árbol malo producirá un fruto bueno. Porque el Señor, con<br />

autoridad divina sentencia que un árbol bueno no puede producir frutos malos y un árbol<br />

malo no los puede producir buenos.<br />

Para salir de este laberinto, si dices que el fruto de un adulterio viene al mundo sin<br />

pecado, dirás, sin duda, también que el adulterio no es un árbol malo, para que el nacido<br />

de una unión adulterina y, según tú, sin mancha de pecado no parezca, contra la palabra<br />

del Señor, que es un fruto bueno producido por un árbol malo. Niega, por con siguiente,<br />

que el matrimonio sea un árbol sano y confiesa que te has equivocado al afirmarlo. Es<br />

posible digas que el nacido de un adulterio no es fruto de un adulterio. Pero entonces, ¿de<br />

dónde viene? "De la naturaleza humana, respondes, y, en los mismos adúlteros, los niños<br />

son obra de Dios, no de los adúlteros". ¿Por qué no dices también que los niños nacidos de<br />

una unión legítima entre hombre y mujer no son fruto del matrimonio, sino de la<br />

naturaleza humana, que en los esposos es obra de Dios y no de los mismos esposos? Y así<br />

no es preciso atribuir al matrimonio, bueno en sí, el pecado que los niños contraen al<br />

nacer de una naturaleza contaminada, como no es necesario atribuir al adulterio, que es<br />

un mal, el bien que los niños traen, al nacer, de ]a naturaleza, obra de Dios.<br />

Pero tú no entiendes por árbol sano lo que Cristo quiso se entendiera, esto es, la buena<br />

voluntad del hombre; sino que entiendes la obra de Dios, es decir, el matrimonio o la<br />

naturaleza humana. Y como estas cosas, como obras que son de Dios sólo pueden ser<br />

buenas, no es posible, según tú, que produzcan nada malo, porque un árbol sano no<br />

puede producir frutos dañados. Tu mismo razonamiento concluye contra ti y a favor del<br />

dogma de Manés, al que con tus palabras favoreces de tal manera que nada más grato<br />

puede escuchar que oírte decir que el mal no puede venir del bien. Reconocido este<br />

principio y aceptado, concluye contra ti y te dice: "Si el mal no puede venir del bien, ¿de<br />

dónde viene sino del mal? Porque el mal no puede producirse de golpe por sí mismo, sin<br />

tener autor". Tú afirmas que el mal no puede venir del bien para no estar en contradicción<br />

con el Evangelio, que nos dice: Un árbol sano no puede producir frutos malos. Resta, pues,


concluir: la naturaleza del mal es eterna, y así puede producir frutos malos porque de los<br />

árboles buenos, confiesas, no pueden provenir.<br />

40. ¿Te place cambiar ya de opinión para no favorecer a los maniqueos, o al menos para<br />

que la imprudencia e irreflexión de tus palabras no den pie a su perniciosa herejía? ¿Cómo<br />

iba a poder decir Cristo a los hombres, sus criaturas: O poned un árbol bueno, y bueno su<br />

fruto, o poned un árbol malo, y malo su fruto 36 , si la obra de Dios, siempre buena, es<br />

decir, el hombre, nada malo puede producir, porque, según tú, el árbol bueno representa<br />

la obra de Dios, que es buena, esto es, el matrimonio o la naturaleza humana? Al<br />

sentenciar tú que el mal no puede venir del bien, porque, si afirmamos que viene de una<br />

cosa buena, estaríamos, según tu sentir, en abierta contradicción con aquel que dijo: Un<br />

árbol sano no puede producir frutos malos 37 . Y ¿no sabes que de la naturaleza buena del<br />

ángel o del hombre no nacido de padres manchados por el pecado, sino que es obra de un<br />

Dios esencialmente bueno, sin intervención de los padres, no es el fruto malo, pero sí<br />

fueron árboles malos que produjeron malos frutos?<br />

Las palabras del Señor Jesús triunfan de Manés, pues un hombre, esto es, una sola<br />

naturaleza, puede producir un árbol bueno o malo; y triunfan de ti, porque de una<br />

naturaleza buena puede brotar un retoño malo. Todo esto nos hace ver la falsedad de tu<br />

afirmación en favor de los maniqueos al decir: "El mal no puede venir del bien"; porque<br />

esto es reconocer que el mal no puede venir sino de un principio malo o de una naturaleza<br />

mala, tal como la admiten, en su sacrílego error, los maniqueos.<br />

41. No es sólo en este pasaje en el que recuerdas palabras del Evangelio sobre el árbol<br />

bueno, sino también en otros lugares de tu libro favoreces la doctrina perversa de los<br />

maniqueos. Por ejemplo, dices: "Es imposible que la obra del diablo pase por la obra de<br />

Dios". Te respondo: ¿Cómo puede permanecer la obra del diablo en la obra de Dios, si se<br />

le prohíbe el paso? ¿Quién duda que es peor permanecer en la obra de Dios que pasar de<br />

largo? Es posible te preguntes cómo puede la obra del diablo permanecer en la obra de<br />

Dios. No busques lejos, recuerda lo que es el diablo mismo. Es obra de Dios, naturaleza<br />

angélica; pero la envidia es obra del diablo, y su obra permanece en él. Es una futileza<br />

decir que "la obra del diablo no puede pasar por la obra de Dios", pues te es fácil<br />

comprobar que permanece. ¿No ves lo reconocidos que te deben de estar los maniqueos?<br />

¿Aún no despiertas? Se afana el maniqueo en probar que el mal no puede venir de la obra<br />

de Dios, buena en sí, con la intención de hacer creíble que el mal sólo puede venir del mal.<br />

Tú, muy solícito, vienes en su ayuda cuando dices: "El mal no puede pasar por la obra de<br />

Dios". De ahí que Manés mismo, lógicamente, puede concluir: si el mal no puede pasar por<br />

la obra de Dios, menos podrá permanecer en ella.<br />

El pecado, incrustado en el don de Dios<br />

XI, 42. Escucha algo más grave aún en favor de los maniqueos. "Se evaporó -dices- el<br />

pecado original, porque la raíz del mal no puede penetrar en lo que llamas don de Dios".<br />

Pon atención, y verás qué fácil es convencerte de lo contrario. ¿No es don de Dios el<br />

espíritu del hombre? Sin embargo, ¿no es el espíritu donde hundió el diablo, sembrador de<br />

todos los males, la raíz del pecado cuando, con viperina astucia, empujó al hombre al mal?<br />

Porque, si el mal no hubiera hundido entonces sus raíces en el espíritu del hombre, Adán<br />

no hubiera prestado oídos al perverso consejo que el diablo le dio. Y ¿qué decir de la<br />

avaricia, raíz de todos los males? ¿Dónde se aposenta sino en el alma? Y ¿qué es un alma<br />

humana sino un don de Dios? ¿Cómo, con tan menguado seso, afirmas "que la raíz del mal<br />

no puede profundizar en un don de Dios?" Escucha lo que Manes, cuyo error favoreces con<br />

tus meditadas palabras, te responde. Si es cierto que la criatura racional es don de Dios y<br />

si, por otra parte, tú afirmas que la raíz del mal no puede existir en un don de Dios, ¿<br />

cuánto más verosímil es que la raíz del mal no pueda brotar en un don de Dios? Y así te<br />

enrola Manes en las filas de su causa al sostener que el mal trae su origen no de una<br />

naturaleza creada por Dios sino de una naturaleza mala y, como Dios, eterna. Porque si<br />

dices que el mal trae su origen del libre albedrío, naturaleza buena, obra de Dios, doctrina<br />

que la Iglesia católica enseña, Manes puede oponerte tus mismas palabras: "La raíz del<br />

mal no puede ubicarse en un don de Dios", pues todo el mundo reconoce que el libre<br />

albedrío es un don de Dios. Y, al decir que "la raíz del mal no puede encontrarse en un don<br />

que viene de Dios", prestas tus armas al maniqueo contra ti mismo. En efecto, si, como<br />

dices, es imposible que el mal se encuentre en lo que por naturaleza es bueno, es<br />

imposible mayor, como pretende Manes, que el mal traiga su origen del bien. Y concluirá:<br />

el mal sólo puede venir del mal. La victoria le pertenece, si no se refuta tu error y el suyo.


Mas la verdad de la fe católica triunfa de Manes, que en tus palabras triunfa de ti mismo.<br />

Si no triunfara de ti la verdad cuando afirmas que "la raíz del mal no puede existir en un<br />

don de Dios", tampoco triunfaría de Manés cuando afirma que el mal no puede venir de un<br />

don del Creador. Pero de ambos sale triunfadora la verdad, pues enseña que el pecado<br />

sólo puede enraizar y permanecer en una naturaleza racional, y ser naturaleza racional es<br />

un don de Dios; pero como es naturaleza, aunque mudable, ha sido creada de la nada por<br />

el inmutable y Bien sumo, puede, digo, la naturaleza creada abandonar el Bien increado, y<br />

es entonces cuando el mal encuentra en ella terreno abonado donde hundir sus raíces y<br />

permanecer, porque el mal es sólo privación del bien.<br />

43. Además, cuando dices: "La razón prohíbe admitir que el mal venga del bien, y la<br />

injusticia de la justicia", repites palabras de los maniqueos. Afirman que el mal sólo puede<br />

venir del mal. Y en esto consiste su abominable doctrina, porque se apoya, ante todo, en<br />

el principio de que el mal no puede nacer de un bien. Y si les concedemos, como tú, esta<br />

premisa, nos quedamos sin armas para poder combatirlos. Porque decir que la injusticia<br />

no puede venir de la justicia, equivale a sentar como cierto que el mal no puede venir del<br />

bien. Pero la fe católica, opuesta a su doctrina y a la tuya, enseña que el mal viene de una<br />

naturaleza buena, la injusticia, de una naturaleza justa; porque el ángel y el hombre, que<br />

dieron origen a la injusticia y al mal, fueron, en un principio, justos y buenos. No podemos<br />

vencer a los maniqueos si no te forzamos a confesar que los males nacen de los bienes y<br />

que el mal no es una sustancia, sino un vicio en la sustancia creada, que puede perder lo<br />

que de bueno recibió, pues es naturaleza mudable al ser creada de la nada. Tal es la salud<br />

de la doctrina católica que extirpa el virus de la pestilencia maniquea.<br />

44. Mi doctor Ambrosio, ensalzado por boca de tu doctor impío, en su obra De Isaac et de<br />

anima dice: "¿Qué es el mal sino indigencia de bien?" Y en otro lugar: "El mal viene del<br />

bien. No hay males sin indigencia de bienes. Las cosas malas hacen brillar más las buenas.<br />

Luego la carencia de lo bueno es raíz de todo lo malo". ¿Ves cómo el bienaventurado<br />

Ambrosio refuta, con la verdadera razón de la fe, a los maniqueos? ¿Ves cómo, sin<br />

nombrarlos siquiera en su obra, pone al descubierto, en breves palabras, y con toda la<br />

fuerza de la verdad, su doctrina? He aquí, pues, a un hombre de Dios a quien, en un<br />

momento de maldito furor, injustamente calificas de maniqueo y todo porque defiende,<br />

con todo el orbe, la existencia del pecado original, y con sus palabras presta poderosa<br />

ayuda a los defensores de la fe católica para que puedan combatir la doctrina de los<br />

maniqueos, de la que tú eres decidido protector. Grita Ambrosio contra los maniqueos:<br />

"Los males nacen de los bienes"; y tú, contra él, clamas a favor de los maniqueos:<br />

"Preciso sea malo lo que produce frutos malos o los hace aparecer malos". Dices: "La obra<br />

del diablo no puede pasar por la obra de Dios". Clamas: "La razón no permite enraizar el<br />

mal en la obra de Dios". Dices: "La razón prohíbe admitir que el mal venga de una cosa<br />

buena, o la injusticia de la justicia". Todo esto es lo que en alta voz clamas en favor de los<br />

maniqueos y contra la verdad de la fe católica, proclamada por boca de un sacerdote de<br />

Dios. Si te escuchamos a ti, vencen los maniqueos, que, silenciando otras palabras, dirán:<br />

"Si no permite la razón admitir que el mal venga de una cosa buena, no es del bien, como<br />

afirma Ambrosio, sino de una naturaleza mala, como tú sostienes, de donde viene el mal".<br />

Este es el abismo en el que te precipitas al no entender las palabras del Señor: Un árbol<br />

bueno no puede producir frutos malos 38 . Texto que aplicas a la naturaleza del hombre o al<br />

matrimonio, instituido por Dios, y ha de entenderse dicho de la buena voluntad del<br />

hombre, que no puede dar frutos macados.<br />

45. Es posible que tú u otro cualquiera diga: "¿Cómo un árbol cuyo autor es el hombre,<br />

esto es, la buena voluntad del hombre, no puede dar frutos malos, y la naturaleza, obra de<br />

Dios, puede dar nacimiento a un árbol que dé malos frutos? Una obra del hombre, de la<br />

que sólo pueden nacer frutos buenos, ¿sería mejor que la obra de Dios, de la que puede<br />

nacer un árbol malo?" Para no caer en este error, presta atención a estas palabras de<br />

Ambrosio: "¿Qué es -pregunta- el mal sino una carencia del bien?" Por estas palabras se<br />

comprende que un árbol malo es una mala voluntad, porque se aleja del Bien sumo, y así<br />

el bien creado se ve huérfano del Bien creador, y la raíz del mal en él no es otra cosa que<br />

indigencia de bien.<br />

Y un árbol bueno es una voluntad buena, porque por ella se convierte el hombre al Bien<br />

sumo e inconmutable, se llena de este bien y puede producir frutos buenos. Dios es, pues,<br />

el autor de todos los bienes; esto es, de la naturaleza humana y de la buena voluntad, que<br />

no es obra del hombre, sino que Dios actúa en él; porque, como dice la Escritura, es el


Señor el que prepara la voluntad 39 .<br />

46. A tenor del plan que me impuse, veo que he de cumplir, con la ayuda de Dios, lo que<br />

prometí en tercer lugar; esto es, citar los textos que pueda encontrar de cuantos obispos<br />

católicos existieron antes que nosotros, a propósito de nuestro tema, para destruir tus<br />

vanas sofisterías y frágiles argumentos, que te hacen creer que eres hombre de agudo y<br />

penetrante ingenio. Pongo, pues, fin a este ya extenso libro e inicio el prólogo del<br />

siguiente.<br />

RÉPLICA A JULIANO<br />

Traductor: P. Luis Arias Álvarez, OSA<br />

LIBRO II<br />

Plan de este libro<br />

I. 1. Entro ya en la materia que, según mi plan, me propuse desarrollar en tercer lugar.<br />

Con la ayuda de Dios, confío, ¡oh Juliano!, destruir tus ardides mediante testimonios<br />

tomados de los escritos de egregios obispos que con gran competencia han comentado las<br />

Sagradas Escrituras. No pretendo ahora hacer ver que su pensamiento acerca del pecado<br />

de origen armoniza con la fe católica, porque ya en la primera parte de esta obra quedó<br />

esto bien probado y es patente a cuántos ilustres doctores de la Iglesia y santos das el<br />

odioso nombre de maniqueos. Demostraré, pues, que, con perversa intención de<br />

perjudicar, acusas de herejes ante los indoctos a los que con gran celo han defendido la<br />

doctrina y la fe de la Iglesia católica contra los heterodoxos. Mi objetivo actual es refutar<br />

con palabras de estos santos doctores todos los argumentos que aducís para no creer que<br />

el hombre al nacer está contaminado por el pecado original. Y no dudo que el pueblo<br />

cristiano prefiera adherirse al sentir de estos eximios varones y no a vuestras profanas<br />

novedades.<br />

2. Estos son vuestros formidables argumentos básicos con los que atemorizáis a los<br />

débiles y a los poco versados en las Escrituras para que no puedan contestar a vuestros<br />

razonamientos. Decís que nosotros, al confesar el dogma del pecado original,<br />

"reconocemos al diablo como creador de los hombres; condenamos el matrimonio; no<br />

admitimos que en el bautismo se perdonen todos los pecados; acusamos a Dios de<br />

injusticia y quitamos a los hombres la esperanza de llegar a la perfección". Estas son las<br />

consecuencias que sacáis si nosotros creemos que los niños nacen con el pecado del<br />

primer hombre y bajo el poder del diablo si no son regenerados en Cristo.<br />

Decís: "El creador de los niños es el diablo, si traen su origen de la herida que el diablo<br />

causó a la naturaleza humana en el momento de la creación. Se condena el matrimonio si<br />

se afirma que hay en él algo que hace culpables a los que nacen en él. No se perdonan<br />

todos los pecados en el bautismo, si en los esposos bautizados permanece un vicio que<br />

transmiten a sus hijos, fruto de su unión. Y ¿cómo no va a ser Dios injusto, si a los<br />

bautizados perdona sus pecados personales, si condena a un niño creado por él, porque<br />

contrae un pecado ajeno, que ni conoce ni quiere, al nacer de unos padres a quienes les<br />

han sido perdonados todos sus pecados personales? Ni la virtud, que se opone al vicio,<br />

puede llegar a la perfección, pues los vicios connaturales no pueden desaparecer; de<br />

manera que no pueden considerarse como vicios. No peca el que no puede ser sino como<br />

ha sido creado".<br />

3. Si con fiel solicitud indagarais estas cosas y no impugnarais, con la audacia de un infiel,<br />

verdades admitidas en todos los tiempos por la fe católica, sostenido por la gracia de<br />

Cristo podías llegar un día a penetrar en los misterios escondidos a sabios y prudentes,<br />

pero revelados a los pequeñuelos 1 . Y, aunque el Señor no quiere privar a nadie de la<br />

abundancia de sus dulzuras, las reserva, sin embargo, para los que le temen, plenifica a<br />

los que ponen en él su esperanza y no en sí mismos.<br />

Nosotros decimos lo que dice la fe, de la que está escrito: Si no creéis, no entenderéis 2 .<br />

No es el diablo, sino el Dios verdadero, verdaderamente bueno, el Creador de los hombres<br />

y el que de una manera inefable sabe hacer de las inmundicias cosas puras; ningún<br />

hombre nace limpio, y ha de permanecer bajo el dominio del espíritu impuro hasta ser


purificado por el Espíritu Santo. Afirmamos más: no hay crimen en el matrimonio<br />

cualquiera que sea la contaminación de la naturaleza, porque el bien del matrimonio se<br />

distingue del vicio de la naturaleza. Decimos: no hay en Dios iniquidad cuando castiga<br />

como merecen ya sea el pecado original, ya sean los pecados personales; pero sí se<br />

mostraría injusto y débil si admitiéramos que los hijos de Adán no fueran culpables del<br />

pecado de origen ni de pecados personales, y, sin embargo, permitiese o hiciese pesar<br />

sobre ellos un yugo pesado desde el día de su nacimiento hasta el día de su retorno al<br />

seno de la madre de todos 3 . Ni debemos desesperar de alcanzar la perfección en la virtud<br />

ayudados por la gracia del que puede cambiar, mejorándola, y sanar la naturaleza, viciada<br />

desde su origen.<br />

Combate Ambrosio el error pelagiano<br />

II. 4. Cumplo mi promesa. No es mi intención refutar, por el testimonio de los santos,<br />

vuestros cinco argumentos uno por uno, en los que resumís todo cuanto se refiere a la<br />

cuestión que nos ocupa, y en los que largamente discutís contra la fe católica. Rechazaré<br />

vuestras objeciones con textos de obispos católicos, y, según la naturaleza de sus<br />

testimonios me lo permita, pienso demoler y arrasar uno por uno vuestros argumentos o<br />

el conjunto en bloque. Como, por ejemplo, este del bienaventurado Ambrosio, tomado de<br />

su libro De arca Noé: "Por uno, el Señor Jesús, vino la salvación a las naciones; el único<br />

justo, que no lo sería, en medio de la corrupción del género humano, de no nacer de una<br />

Virgen, y si por este nacimiento milagroso no estuviera exento de la condenación común a<br />

todos los hombres. En iniquidades he sido concebido y en delitos me parió mi madre 4 ,<br />

dice el hombre tenido por el más santo de todos. ¿A quién llamar justo sino al que siempre<br />

estuvo libre de ataduras vinculantes de la madre naturaleza? Todos los hombres gemimos<br />

bajo la ley del pecado. Después de Adán reinó la muerte en todos. Venga un solo justo a la<br />

presencia de Dios, del que no sólo se pueda decir sin reservas que no pecó con sus labios<br />

5 , sino sencillamente que no pecó 6 .<br />

Di ahora, si te atreves, que el bienaventurado Ambrosio tiene al diablo por creador de<br />

todos los hombres que nacen por ayuntamiento de los dos sexos porque enseña que, a<br />

excepción de Cristo, por su concepción en el seno de una Virgen, se vio libre de la común<br />

condena de los hombres, todos los demás nacidos de Adán vienen al mundo con la cédula<br />

del pecado, siembra del diablo en el mundo. Acúsale de condenar el matrimonio porque<br />

enseña que sólo el hijo nacido de una virgen está sin pecado. Acúsale de haber negado<br />

sea al hombre posible progresar en la virtud porque afirma que desde el instante de su<br />

concepción llevan los niños el germen de los vicios connaturales al hombre. Dile lo que<br />

piensas me has dicho a mí con delicada firmeza en el primero de tus libros. "No pecan -<br />

dices- los que nosotros afirmamos que pecan, porque cada uno, no importa por quién sea<br />

creado, se encuentra en la necesidad de vivir según la condición en que fue creado, y<br />

nadie puede actuar contra su naturaleza". Di todo esto al bienaventurado Ambrosio, o di,<br />

junto con él, lo que con tanto orgullo y en términos tan injuriosos, procaces y petulantes<br />

has dicho de mí. Quizá se puede decir de Ambrosio que en sus palabras no infama el<br />

sacramento del bautismo, como si no hubiera en él plena remisión de pecados; ni acusa a<br />

Dios de injusticia, como si castigase en los hijos pecados ajenos, ya en los padres<br />

perdonados, porque en este pasaje no habla de los hijos de los bautizados.<br />

Es cierto, Ambrosio no dice nunca que el diablo sea el creador del hombre, ni condena el<br />

matrimonio, ni cree que la naturaleza humana sea incapaz de progresar en la virtud: al<br />

contrario, reconoce y confiesa que existe un Dios supremo, soberanamente bueno, creador<br />

del hombre entero; esto es, alma y cuerpo; y honra el matrimonio en lo que tiene en sí de<br />

bueno y no arrebata al hombre la esperanza de alcanzar la perfección de la justicia.<br />

Quedan, pues, anulados vuestros tres argumentos por la autoridad de varón tan ilustre, y<br />

no puedes ya reprocharme por decir sobre el pecado original lo que él dice, sin atribuir al<br />

diablo la creación del hombre, ni condenar el matrimonio, ni considerar un imposible que<br />

el hombre alcance la perfección de la justicia.<br />

Testimonios de Cipriano y Gregorio de Nacianzo<br />

III. 5. En relación con vuestros dos argumentos que se refieren al bautismo, vamos a ver<br />

en seguida qué dice este santo varón y cómo os aplasta con el ingente peso de su<br />

autoridad. Dice en su libro contra los novacianos: "Todos los hombres nacemos en pecado<br />

y nadie es concebido sin pecado, como lo vemos por las palabras de David: He sido<br />

concebido en iniquidades y en delitos me alumbró mi madre 7 . Por eso, la carne de Pablo


era un cuerpo de muerte, como el mismo declara: ¿Quién me librará de este cuerpo de<br />

muerte? 8 Pero la carne de Cristo no conoció pecado, y lo crucificó en su muerte para que<br />

de nuestra carne, degradada antes por la culpa, surgiese la justificación por la gracia".<br />

Bastan estas palabras para desarbolar de un golpe todos vuestros argumentos. Si todos,<br />

en efecto, en cuanto hombres, nacemos en pecado y nadie es concebido sin pecado, ¿por<br />

qué me acusas como si yo dijera que el diablo es creador del hombre, si no he dicho otra<br />

cosa que lo que dice este doctor, que ni por sueños piensa en la posibilidad de que sea el<br />

diablo el creador del hombre? Si, pues, todo hombre viene al mundo bajo la ley del<br />

pecado, y David lo proclama cuando dice que ha sido concebido en iniquidades y en delitos<br />

lo parió su madre 9 , y estas palabras no condenan el matrimonio, ¿por qué entonces me<br />

acusas de condenar el matrimonio y no te atreves a decirlo de Ambrosio? En consecuencia,<br />

si todos nacemos en pecado y nuestra misma concepción está viciada, con razón llama<br />

Pablo a su carne cuerpo de muerte, según sus palabras: ¿Quién me librará de este cuerpo<br />

de muerte? 10 ¿Ves cómo Pablo quiere ser incluido en estas palabras? Su hombre interior<br />

se deleitaba en la ley de Dios, pero en sus miembros sentía otra ley que luchaba contra la<br />

ley de su espíritu, y por eso llamaba a su carne "cuerpo de muerte". No habitaba el bien<br />

en su carne, y por eso, no obraba el bien que quería, sino que hacía el mal que odiaba 11 .<br />

He aquí triturada vuestra causa, y, arrebatada como tamo que lleva el viento sobre haz de<br />

la tierra 12 , desaparecerá de los corazones, que habíais empezado a deslumbrar, si es que<br />

quieren renunciar a todo espíritu de tozudez y controversia.<br />

¿Es que Pablo no estaba bautizado? ¿O es que aún quedaba en él un resto de pecado<br />

original o de pecados personales cometidos por ignorancia o con plena advertencia, y no le<br />

habían sido perdonados del todo? ¿Por qué, pues, este lenguaje sino porque lo que yo<br />

escribí en mi libro, que te jactas de haber impugnado, es la verdad? La ley del pecado<br />

habita, en efecto, en los miembros de este cuerpo de muerte; se nos perdonan, sí, los<br />

pecados en el sacramento de nuestra regeneración espiritual, pero habita siempre en<br />

nuestro cuerpo de muerte, la mancha que nos hacía reos queda lavada en el sacramento,<br />

que confiere nueva vida a los fieles; pero permanece en nosotros y azuza las pasiones,<br />

contra las que han de combatir los fieles.<br />

Esta doctrina arrasa hasta los cimientos vuestra herejía. Y esto hasta tal punto lo veis y<br />

teméis que para escapar al bloqueo de estas palabras del Apóstol ponéis sumo empeño en<br />

probar que no se trata en esta perícopa de la persona del Apóstol, sino de un judío<br />

cualquiera que vive aún bajo el imperio de la ley, no de la gracia, y, en consecuencia, ha<br />

de luchar contra las inveteradas costumbres de una vida licenciosa, como si la misma<br />

violencia de la costumbre desapareciese en el bautismo y los bautizados no tuvieran que<br />

luchar contra ella, y con tanto más ardor y coraje cuanto más agradables desean ser a los<br />

ojos de aquel que con su gracia les ayuda a salir vencedores del combate que han de<br />

sostener. Si con atención y sin contumacia consideraras esta verdad, descubrirías en la<br />

misma fuerza de la costumbre cómo la concupiscencia no se nos imputa a pecado aunque<br />

permanezca en nosotros. No se puede decir que no pasa nada en el hombre cuando se<br />

sienten los alfilerazos de su concupiscencia, aunque la voluntad no consienta en sus<br />

apetencias. Pero no es la fuerza de la costumbre lo que hace llamar San Pablo cuerpo de<br />

muerte a su carne, sino, como muy bien comprendió Ambrosio, porque todos nacemos en<br />

pecado y la misma concepción está viciada. En verdad que no duda el Apóstol le haya sido<br />

perdonado el pecado original en el bautismo; pero, al combatir contra los movimientos de<br />

la concupiscencia, y primero, temiendo sucumbir, luego no combatir tanto tiempo contra<br />

el enemigo aunque saliera triunfador, exclama: ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este<br />

cuerpo de muerte? La gracia de Dios, por Jesucristo nuestro Señor 13 . Sabía él que no<br />

podíamos ser curados de estos movimientos de la concupiscencia si no es por aquel que<br />

nos sanó por la regeneración espiritual del pecado de origen. Es innegable que la sienten<br />

todos los que combaten con vigor la libido, no sus panegiristas impúdicos.<br />

6. En su tratado De dominica oratione escribe el gran triunfador Cipriano: "Pedimos se<br />

cumpla la voluntad de Dios en el cielo y en la tierra. Ambas peticiones pertenecen a la<br />

perfección de nuestra incolumidad y salud. Porque tenemos un cuerpo, que viene de la<br />

tierra, y un espíritu, que viene del cielo. Por eso pedimos a Dios se cumpla su voluntad en<br />

uno y otro, es decir, en el cuerpo y en el espíritu. Existe lucha sin cuartel entre la carne y<br />

el espíritu; la concordia cotidiana es una mutua discordancia, y así no podemos hacer lo<br />

que queramos, porque mientras el espíritu busca las cosas celestes y divinas, la carne<br />

codicia las terrenas y perecederas. Por eso pedimos a Dios restablezca, con su gracia y<br />

ayuda, la paz y la concordia entre estas dos partes de nuestro ser, para que la voluntad de


Dios tenga cabal cumplimiento en la carne y en el espíritu, y así el alma conserve su vigor<br />

de regenerada. Es lo que abiertamente declara el Apóstol cuando dice: La carne codicia<br />

contra el espíritu y el espíritu codicia contra la carne; los dos son entre sí contrarios, de<br />

suerte que no hacéis lo que queréis" 14 .<br />

¿Ves cómo instruye al pueblo de bautizados este eximio doctor? ¿Qué cristiano ignora que<br />

la oración dominical es la plegaria de un bautizado? Con estas palabras se quiere dar a<br />

entender que para la conservación y salud de la naturaleza humana no es necesario que la<br />

carne sea separada del espíritu, como si estas dos partes, una vez curado el hombre del<br />

vicio de la discordia, no pudieran coexistir en paz, como Manés necea. Esto significa ser<br />

librado de este cuerpo de muerte: para que lo que antes era cuerpo de muerte, se<br />

convierta en cuerpo de vida por la muerte, que pone fin a la discordia, no a la naturaleza.<br />

Por eso se puede clamar con el Apóstol: ¿Dónde está, muerte, tu guerrear? 15<br />

No es en esta vida cuando se llega a la perfección, como lo declara el mismo mártir en su<br />

carta sobre la muerte. El Apóstol, dice, deseaba verse libre de las ataduras del cuerpo<br />

para estar con Cristo y no estar expuesto al pecado y a los vicios de la carne. ¡Con qué<br />

cuidado habla en esta oración dominical contra vuestro dogma, porque en vuestra fuerza<br />

ponéis vuestra confianza! Oíd cómo se expresa: "En vez de confiar en nosotros mismos,<br />

pidamos a Dios haga reinar, con su divina gracia la concordia entre carne y espíritu". Rima<br />

con lo que dice el Apóstol: ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? La gracia de Dios<br />

por Jesucristo nuestro Señor 16 .<br />

7. De estas verdades da testimonio San Gregorio (Nacianceno): "El alma -dice- se<br />

encuentra en trabajos y dificultades; y, cuando es hostilmente acosada por la carne, se<br />

refugia en Dios, pues sabe bien a quién debe pedir ayuda". Y para que nadie sospeche del<br />

obispo Gregorio en estas palabras sobre la hostilidad de la carne una naturaleza mala,<br />

según la absurda doctrina de los maniqueos, ve cómo sus sentimientos concuerdan en<br />

todos sus números con los de sus hermanos y colegas en el episcopado. Enseña, en<br />

efecto, que, si la carne codicia contra el espíritu, es para que una y otro se reúnan, al final<br />

de los tiempos, con su Creador después de librar rudos combates en la tierra; combates<br />

de los que ni los santos estuvieron inmunes durante su existencia.<br />

Y en su Apologético escribe: "No menciono los combates que en nosotros libran nuestros<br />

propios vicios y pasiones, porque día y noche nos vemos asaeteados por rejones de fuego<br />

que atormentan nuestro cuerpo miserable; cuerpo de muerte ora de una manera<br />

solapada, ora a cara descubierta, cuando por todas partes nos incitan y encienden los<br />

halagos de las cosas visibles, y la viscosidad nos imana y como un hedor de estiércol<br />

circula por nuestras venas. Suma la ley del pecado, que habita en nuestros miembros y<br />

guerrea contra la ley del espíritu para esclavizar la imagen real que está dentro de<br />

nosotros con el fin de desvestirnos de nuestra primitiva condición divina. Por esto, apenas<br />

si se encontrará alguien que, a pesar de una conducta ajustada, durante largo tiempo, a<br />

los preceptos de una austera filosofía y por el conocimiento adquirido poco a poco sobre la<br />

nobleza del alma, enfoque los rayos de la luz que hay en él, unida ahora con el lodo y las<br />

tinieblas de su cuerpo, y los proyecte y refleje hacia Dios. Pero si, con la ayuda y la gracia<br />

de Dios, camina por la senda del bien, un día su cuerpo y su alma quedarán reunidos en su<br />

Creador; pues, tras larga y asidua meditación, se acostumbrará a elevar sus ojos al cielo y<br />

a despegarse de esta materia, a la que está fuertemente adherido y lo curva a las cosas<br />

de la tierra".<br />

Reconoce, Juliano, hijo mío, el consenso que reina en este lenguaje católico y no quieras<br />

desafinar en este concierto. Cuando dice San Gregorio: "Somos combatidos dentro de<br />

nosotros mismos por nuestros propios vicios y pasiones; noche y día nos asaetean rejones<br />

de fuego que atormentan este cuerpo miserable, cuerpo de muerte", habla un bautizado<br />

de los que están bautizados. Y cuando dice: "La ley del pecado que habita en nuestros<br />

miembros combate la ley del espíritu 17 ", habla un bautizado y a los bautizados. Lucha es<br />

ésta de fieles cristianos, no de infieles judíos.<br />

Si no luchas, cree; si luchas, reconócelo; ataca con valor la rebelde soberbia del error<br />

pelagiano. ¿No ves, no distingues, no reconoces que en el bautismo se perdonan todos los<br />

pecados, pero que en los bautizados permanecen aún deseos que se han de combatir,<br />

como si existiese una especie de guerra civil que se ha de sostener contra los vicios?<br />

Vicios, cierto, que no se pueden imputar como pecados si no arrastran el espíritu a ilícitas<br />

acciones y no le hacen concebir y parir el pecado. Se deben hacer todos los esfuerzos para


triunfar de estos enemigos que no cesan de combatirnos. No están fuera de nosotros; son<br />

vicios nuestros, pasiones nuestras que hemos de frenar, encadenar, sanar; pero, mientras<br />

se curan, males nuestros son. Y, si pierden virulencia a medida que progresamos en la<br />

virtud, no desaparecen del todo mientras vivimos en la tierra. Cesarán, sí, por completo<br />

cuando el alma piadosa parta de este mundo, y ya no revivirán en un cuerpo resucitado.<br />

Retorno a San Ambrosio<br />

IV. 8. Retornemos a San Ambrosio. "La carne -dice- de Pablo era cuerpo de muerte, como<br />

él mismo lo grita: ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" 18 Así lo entendieron<br />

también Ambrosio, Cipriano, Gregorio, sin mencionar otros doctores de no menor<br />

autoridad. A esta muerte se le podrá decir al final de los tiempos: ¿Dónde está, muerte, tu<br />

agresividad? 19 Pero ésta es la gracia de los regenerados, no la de los engendrados.<br />

Porque, como añade San Ambrosio, "la carne de Cristo condenó el pecado, que él no pudo<br />

cometer en su nacimiento y muriendo crucificó". Al nacer no lo sintió en sí, al morir lo<br />

crucificó en nosotros. Por eso, la ley del pecado, en guerra contra la ley del espíritu,<br />

habitaba en los miembros del gran apóstol Pablo y se perdona en el bautismo, no<br />

desaparece. El cuerpo de Cristo estuvo exento de esta ley de la carne que codicia contra la<br />

ley del espíritu, porque la Virgen concibió sin estar sujeta a dicha ley. Pero, a excepción de<br />

María, ninguna otra mujer ha concebido sin estar sometida a esta ley, y, por eso, ningún<br />

hombre, excepto Cristo, está exento, en su primer nacimiento, de esta ley de la carne que<br />

combate contra la ley del espíritu.<br />

Por esta razón, el venerable Hilario no tiene reparo en decir: "Toda carne viene del<br />

pecado". ¿Niega por esto que sea Dios autor de esta carne? Cuando decimos que la carne<br />

viene de la carne y que la carne viene del hombre, ¿negamos que venga de Dios? Viene,<br />

sí, de Dios, porque Dios la creó; viene del hombre, porque el hombre la engendra; viene<br />

del pecado, porque el pecado la corrompió. Mas Dios, que engendró un Hijo a él coeterno,<br />

pues en el principio existía ya la Palabra, por la que creó todo lo que no existía, creó en la<br />

persona de su Hijo, al hombre sin defecto, haciéndole nacer en el seno de una virgen, sin<br />

concurso de varón. Por él es el hombre regenerado después de su nacimiento; sana las<br />

heridas que le hacían culpable y, paulatinamente, la flaqueza que le queda.<br />

Contra esta flaqueza del hombre regenerado, si tiene ya uso de razón, ha de luchar sin<br />

desmayo, como en combate que sostiene bajo la mirada y protección del Señor, porque la<br />

fuerza brilla en la debilidad 20 . Y esto acaece cuando lo que en nosotros se aparta de la<br />

justicia es combatido por lo que en nosotros progresa hacia la justicia; para que en<br />

sucesivos avances, al triunfar, nuestro ser se mejore y no se deje, derrotado, resbalar por<br />

la pendiente del pecado. El niño, como aún no tiene uso de razón, no puede tomar parte,<br />

por propia iniciativa, ni en el bien ni en el mal; sus pensamientos no se inclinan a una u<br />

otra parte.<br />

La razón, bien natural, y el mal del pecado de origen están en ellos como adormecidos;<br />

pero, a medida que los años avanzan y la razón se despierta, viene el mandato y revive el<br />

pecado. Y es entonces cuando, si son vencidos en el combate, serán condenados, y, si<br />

triunfan, serán salvos. No quiere esto decir que estarán libres de toda pena, aunque el<br />

niño abandone esta vida antes de despertarse el mal en él agazapado, porque el reato de<br />

este mal se contrae por generación y lo hace criminal, a no ser que por el sacramento de<br />

la regeneración se le perdone. Por esta causa son bautizados los niños, y no sólo para que<br />

puedan disfrutar de los bienes del reino de Cristo, sino para verse libres del reino de la<br />

muerte. Y eso sólo es posible "por aquel que en su carne condenó el pecado y en él no<br />

hizo presa al nacer, mas con su muerte lo crucificó; y así, por gracia, hizo florecer en<br />

nuestra carne la justicia, donde antes, por el pecado, reinaba la inmundicia".<br />

9. En estas palabras de San Ambrosio vemos claro que el diablo no creó al hombre por<br />

bondad, pero sí lo vició con su malicia; que el mal de la concupiscencia no priva de su<br />

bondad al matrimonio; que en el sacramento del bautismo no queda sin lavar mancha<br />

alguna; que Dios no es injusto si, por ley de justicia, condena al que es culpable por ley<br />

del pecado, aunque esta ley, bajo cuyo imperio nace el hombre, no pueda hacer culpables<br />

a los renacidos en Cristo. Y, si es verdad que la virtud se perfecciona en la flaqueza, no<br />

podemos perder la esperanza de alcanzarla, pues la carne de Cristo, que condena y<br />

crucifica en su muerte lo que él no conoció, nos comunica, por gracia, la justicia, y en una<br />

carne donde antes reinaba el pecado.


Vuestros cinco argumentos no atemorizarán ya a los hombres, ni turbarán sus conciencias,<br />

ni os engañarán a vosotros mismos si prestáis fe a los obispos Ambrosio, Cipriano,<br />

Gregorio y a todos los santos e ilustres doctores de la Iglesia católica. Vosotros mismos<br />

sentís la ley del pecado que existe en los miembros del hombre carnal 21 ; ley que inspira a<br />

la carne apetencias contrarias a la ley del espíritu 22 e impone, incluso a los santos<br />

bautizados, la necesidad de combatirlas sin tregua. ¿Contra qué luchar, si el mal no<br />

existe? Pero el mal no es sustancia, sino un defecto en la sustancia; mal no imputable a<br />

los que han sido regenerados por la gracia de Dios; mal que la gracia nos ayuda a frenar;<br />

mal del que, por el don del Dios remunerador, hemos de ser definitivamente curados.<br />

Continúa Ambrosio en el uso de la palabra<br />

V. 10. Acaso digas: "Si los bautizados tienen aún que sostener combates, es contra los<br />

malos hábitos contraídos en su vida anterior y no contra el mal que traen de su<br />

nacimiento". Si esto afirmas, sin duda ves ya y concedes que existe en el hombre algo<br />

malo que no ha desaparecido, sino sólo en su reato, que hace al hombre culpable y se<br />

borra en el bautismo. Mas como esto apenas influye en la solución de nuestra causa, a no<br />

ser que se demuestre que este mal en nosotros innato es una consecuencia del pecado del<br />

primer hombre, escucha lo que dice con toda claridad Ambrosio en su Tratado sobre el<br />

evangelio de San Lucas, al explicar, en formas muy diversas, estas palabras de Cristo: En<br />

una misma casa estarán divididos tres contra dos y dos contra tres 23 . Escribe: "Se pueden<br />

entender estas palabras del alma y de la carne separadas del gusto, del tacto y del<br />

regodeo de la lujuria, los cuales, en una misma casa, están en lucha contra los vicios y<br />

pasiones que les asaltan, y así cuerpo y alma se someten a la ley de Dios y se apartan de<br />

la ley del pecado. Aunque la discordia haya sido introducida en nuestra naturaleza por la<br />

prevaricación del primer hombre, de suerte que, si cada uno ama sus apetencias, no<br />

pueden caminar juntos hacia la virtud. Sin embargo, Cristo, nuestro salvador, nuestra paz,<br />

al descender del cielo, es para que abandonemos nuestras discordias y la ley cargada de<br />

preceptos, y por su cruz restableció la unión y concordia social e hizo de dos uno 24 ".<br />

Y en otro pasaje de la misma obra, cuando habla de un manjar espiritual e incorruptible,<br />

dice: "La sabiduría es alimento del alma de exquisita dulzura, pues no causa pesadez al<br />

cuerpo ni excita torpes movimientos, sino que la transforma en ornato de la naturaleza; y<br />

lo que antes era posada de todos los vicios, se convierte en santuario de virtudes. Esto<br />

sucede cuando la carne, recobrado el vigor primitivo de su naturaleza, renuncia a toda<br />

rebelión contra el espíritu y se deja gobernar a voluntad del alma que la gobierna. Tal era<br />

la carne cuando Dios le dio por morada la soledad secreta del paraíso, hasta que,<br />

infatuado por el veneno de la serpiente maligna, causa de su ruina, sintió hambre<br />

sacrílega, se olvidó de los preceptos divinos, grabados en su corazón por mano de Dios, y<br />

se apagó a sus voraces deseos. Por esto, el pecado debe su nacimiento al cuerpo y al<br />

alma, pues ambos son sus progenitores. Cuando el cuerpo fue tentado, sintió el alma una<br />

morbosa compasión. Si hubiese frenado el apetito de su cuerpo, hubiese, en su<br />

nacimiento, ahogado el pecado, que se comunicó, como por un acto de virilidad corporal,<br />

al alma, y, debilitado su vigor, quedó empreñada y parió pesadas cargas para los demás".<br />

11. En este pasaje, el doctor San Ambrosio, del que tu doctor hace grandes elogios,<br />

declara con toda nitidez y hasta la saciedad la naturaleza y origen del pecado original. ¿De<br />

dónde viene esta confusión primera y esta rebelión causadas contra el espíritu? Por la<br />

desobediencia de la carne, discordia que sólo la gracia de Dios puede sanar por Jesucristo<br />

nuestro Señor. Ves cómo la carne codicia contra el espíritu; ves de dónde viene esa ley<br />

que habita en nuestros miembros y lucha contra la ley del espíritu; ves cómo esta<br />

discordia entre carne y espíritu se ha convertido, por decirlo así, en una segunda<br />

naturaleza, cómo estas enemistades entre las dos partes de nuestro ser son fuente de<br />

todas las miserias que nos consumen, y a las que sólo la misericordia de Dios puede poner<br />

fin. No te opongas a mí, porque, si lo haces, considera a quién y a quiénes te opones. De<br />

mí has dicho "que todos mis esfuerzos tienden a no hacerme comprender"; y en algunos<br />

pasajes interpretas a tu talante mis palabras, abusando de los mermados de luces, y<br />

contestas a un breve opúsculo mío con la mole de tus cuatro libros.<br />

Ambrosio derrama claridad, como un surtidor de luz, sobre todas estas cuestiones; no hay<br />

en sus palabras duda alguna para el lector, nieblas para el que escucha. Con toda claridad<br />

afirma que cuando grita el Apóstol: ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? 25 , es<br />

porque todos nacemos en pecado y nuestra misma concepción está viciada. Dice muy


claro que Cristo, el Señor, no tuvo pecado, porque al nacer de una virgen quedó libre de<br />

las ataduras de la esclavitud, común a la naturaleza humana; pecado que condenó en su<br />

nacimiento, sin contraer sus inmundicias. Dice muy claro que la discordia entre alma y<br />

cuerpo, consecuencia de la prevaricación del primer hombre, es como una segunda<br />

naturaleza. Dice muy claro que la carne, pocilga de lujuria, mesón de vicios inconfesable,<br />

se transforma en templo de Dios y santuario de virtudes cuando, retornando a la<br />

naturaleza y vigor perdidos, reconoce su dignidad, renuncia a toda lucha contra su<br />

espíritu, se deja dirigir con agrado por el alma que la gobierna y dice que así era el cuerpo<br />

cuando Dios le dio por morada la deliciosa soledad del paraíso hasta el día que se dejó<br />

babear por la serpiente, causa de su ruina. ¿Por qué andar cavilando en los libros que vas<br />

a escribir contra mí? Mira y atrévete a decir algo con el que, ya antes de nacer vuestra<br />

venenosa herejía, preparó la tisana con que neutralizar el veneno. Y, si todo lo dicho no es<br />

suficiente, escucha lo que escribe en el libro De Isaac et anima:<br />

12. "Un buen jinete sabe frenar y retener los caballos indómitos y animar a los dóciles.<br />

Cuatro son los buenos alazanes: prudencia, templanza, justicia y fortaleza. Los salvajes<br />

son: ira, concupiscencia, temor e iniquidad". ¿Dice, por ventura, que un buen jinete sólo<br />

tiene caballos dóciles y ninguno salvaje? No. Dice: "Un buen jinete frena y retiene los<br />

indómitos y anima a los dóciles". ¿De dónde vienen los salvajes? Si decimos o creemos<br />

que son sustancias malas, favorecemos y nos adherimos a la locura de los maniqueos. ¡Lo<br />

que Dios no permita! Si sentimos en católico, estos caballos salvajes son nuestros vicios y<br />

pasiones, rebeldes a la ley del espíritu por la ley del pecado. Vicios que habitan en<br />

nosotros y no podemos despojarnos de ellos y subsistirán en esta vida; cuando estén<br />

totalmente curados dejarán de existir. ¿Por qué no desaparecen en el bautismo? ¿No<br />

reconoces aún que la culpa pasa, la enfermedad permanece? No digo que después del<br />

bautismo no permanezca algo malo en nosotros, porque las pasiones que nos arrastran a<br />

obras malas son algo malo. Y no es porque permanezca en nosotros la flaqueza, como en<br />

las enfermedades que afligen a los caballos. Nuestra flaqueza es nuestra dolencia. Y no<br />

creamos que, al referirse a los caballos salvajes, haya querido Ambrosio dar a entender<br />

que la iniquidad no se perdona en el bautismo, porque esta iniquidad no es otra cosa que<br />

la inmundicia del pecado, que nos hace culpables desde el momento de cometer el<br />

pecado, pero que nos es perdonado y ya no existe, y la culpa permanece cuando se peca y<br />

pasa la acción. Da Ambrosio el nombre de iniquidad a esta ley de pecado, cuya<br />

inmundicia, que nos hacía ser criminales, es lavada en la fuente del bautismo y la llama<br />

iniquidad porque es inicuo que la carne codicie contra el espíritu, aunque florezca con<br />

nuestra renovación la justicia, cuando lo justo es que el espíritu codicie contra la carne y<br />

no realicemos las obras de la carne. De esta justicia pretende hablar Ambrosio cuando<br />

menciona los caballos domesticados.<br />

13. Escucha aún lo que escribe en su obra El paraíso: "Es posible haya dicho San Pablo<br />

que oyó palabras arcanas que el hombre no puede expresar 26 porque vivía aún en su<br />

cuerpo, esto es, sentía las pasiones en su cuerpo y la ley de la carne, que combatía contra<br />

la ley de su espíritu". Y en otro lugar: "Cuando dice la Escritura que la serpiente era la más<br />

astuta 27 entre todos los animales, ya sabes de quién habla; esto es, se trata de nuestro<br />

enemigo, que tiene la sabiduría de este mundo; porque la voluptuosidad y el amor de los<br />

placeres diversos se llaman sabiduría, pues existe una sabiduría de la carne, enemiga de<br />

Dios" 28 . "Y los que sueñan con los placeres son astutos en procurarse sensaciones<br />

venusinas diversas. Si se entiende, pues, por sabiduría de la carne el disfrute del placer,<br />

cierto, esta sabiduría es contraria a la ley de Dios y enemiga de nuestra alma. Esto hace<br />

decir a San Pablo: Veo otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi espíritu y<br />

me esclaviza a la ley del pecado" 29 . A qué placeres se refiere este doctor es claro; para<br />

que lo entendamos cita el testimonio del Apóstol: Veo otra ley en mis miembros contraria<br />

a la ley de mi espíritu, que me esclaviza a la ley del pecado. De esta concupiscencia haces<br />

tú grandes elogios, aunque condenas sus excesos. Y con tu actitud confiesas lo que es;<br />

pero con tantos rodeos, que la defiendes y alabas si es moderada, como si esta<br />

moderación constituyese su esencia, y no el espíritu, que lucha contra sus embestidas. Y<br />

contra esta concupiscencia, tu protegida, luchaba con virilidad aquel que gritó: Veo otra<br />

ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi espíritu. Si no se pone cuidado en<br />

frenar sus rebeldes movimientos, ¿en qué inmundicias no acaba? ¿A qué precipicios no<br />

arrastra? Pero en lo que ahora insisto es que no se trata de un judío, como vosotros decís,<br />

sino del mismo Pablo, como afirma Ambrosio, cuando escribe: Siento en los miembros de<br />

mi cuerpo otra ley que combate la ley de mi espíritu y me esclaviza a la ley del pecado. Y<br />

en otro pasaje del mismo libro se expresa así el santo doctor: "Pablo ha de sostener rudos<br />

combates, y siente en los miembros de su cuerpo la ley de su carne, que lucha contra la


ley de su espíritu y lo esclaviza bajo la ley del pecado". No presume de sus fuerzas; confía<br />

en la gracia de Cristo para verse libre de este cuerpo de muerte. ¿Cómo dices tú que un<br />

sabio no puede pecar? Pablo afirma: No hago el bien que quiero, sino que hago el mal que<br />

no quiero 30 . Y ¿piensas que la ciencia puede ser útil al hombre, cuando, por el contrario,<br />

sólo hace aumentar el pecado?"<br />

En la misma obra se dirige a todos nosotros el santo doctor, y, tomando a su cargo la<br />

defensa común, dice: "Lucha la ley de la carne contra la ley del espíritu, y debemos<br />

trabajar y sudar para sujetar nuestro cuerpo y reducirlo a servidumbre y sembrar<br />

realidades del espíritu".<br />

14. Y en otro de sus libros, titulado El sacramento de la regeneración o La filosofía,<br />

escribe: "Muerte feliz que nos rescata del pecado para remodelarnos en Dios. El que está<br />

muerto, justificado está del pecado" 31 . ¿Querrá decir que aquel que muere está libre de<br />

pecado? De ninguna manera, porque quien muere en pecado permanece en pecado. Sólo<br />

queda justificado del pecado aquel a quien se le perdonan todas sus culpas por el<br />

bautismo.<br />

¿Tienes algo que responder a esto? ¿No ves cómo se expresa este venerable varón cuando<br />

dice que en el bautismo ha lugar una muerte dichosa al perdonársele todos los pecados?<br />

Escucha aún algo que no te agradará oír. "Vimos -dice- cómo se muere místicamente,<br />

examinemos ahora cómo debe ser la sepultura; porque no basta que mueran los vicios; es<br />

preciso se marchite la lozanía del cuerpo, se desbarate el entramado de todas las ataduras<br />

carnales y se corte el nudo de todo uso corporal. Que nadie se jacte de haber reformado<br />

su conducta, de haber recibido místicos preceptos y de someter su espíritu a normas de<br />

continencia. No hacemos lo que queremos, sino que hacemos lo que odiamos. Muchos<br />

males obra en nosotros el pecado. Contra nuestro querer, con frecuencia, resucitan,<br />

pujantes los placeres. Hemos de luchar contra la carne. Contra ella lucha San Pablo<br />

cuando exclama: Siento otra ley en mis miembros contraria a la ley de mi espíritu que me<br />

esclaviza a la ley del pecado. ¿Eres tú, acaso, más fuerte que Pablo? No confíes en tu<br />

carne amansada; da fe al Apóstol, que grita: Sé que no habita en mí, esto es, en mi carne,<br />

el bien que quiero; porque querer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo, pues no<br />

hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Y, si hago lo que no quiero, ya no soy<br />

yo quien lo obra, sino el pecado que habita en mí" 32 .<br />

¡Oh Juliano! Sea la que sea la obstinación de tu alma y tu contumacia en defender contra<br />

nosotros el error de Pelagio, el bienaventurado Ambrosio ha hecho brillar la verdad ante<br />

tus ojos con tanta nitidez, evidencia y autoridad que si ni la razón, ni la reflexión, ni otra<br />

cualquier consideración de índole religiosa, humanitaria o de piedad que debiera conmover<br />

tu espíritu no es capaz de hacerte abandonar tu pertinacia, te muestre al menos, cómo<br />

uno de los mayores males del hombre es comprometerse en una causa en la que no es<br />

lícito permanecer y de la que se siente rubor en retractarse. Tal pienso debe ser la<br />

situación de tu espíritu. ¡Ojalá triunfe en tu corazón la paz de Cristo y una saludable<br />

penitencia lleve la palma sobre tu culpable pudor!<br />

Testimonios de Ambrosio, Crisóstomo y Cipriano<br />

VI. 15. Presta, por favor, un poco de atención, y verás cómo de esta ley de pecado, cuyos<br />

embates el hombre mortal casto ha de sufrir y la continencia conyugal trata de moderar, y<br />

la concupiscencia de la carne y la voluptuosidad que alabas, lanza, cuando se excita,<br />

violentos ataques contra la fortaleza de la voluntad, aunque no consiga realizar acto<br />

alguno al verse frenada. Atiende un momento, y verás qué dice San Ambrosio en el mismo<br />

libro Sobre el Sacramento de la regeneración o La filosofía, en el que declara que todos los<br />

hombres, que son engendrados por esta ley del pecado, "la sabiduría -dice- construyó una<br />

casa 33 con mesa bien abastecida de sacramentos celestiales, en la que el justo disfruta de<br />

un alimento de divinos deleites y paladea el vino generoso de la gracia si goza de la<br />

abundancia de sus buenas obras. Estos son los hijos que David anhelaba engendrar,<br />

mientras sentía horror a una unión carnal; y por eso desea ser purificado en las aguas de<br />

una fuente sagrada y lavar las manchas carnales y terrenas con la gracia espiritual. He<br />

sido -dijo- concebido en iniquidades y en delitos me alumbró mi madre 34 . Al tener Eva un<br />

mal parto, dejó a las mujeres la triste herencia de concebir como ella, de suerte que todos<br />

los hombres, fruto de una concupiscencia voluptuosa, formados con sangre de iniquidad en<br />

el seno de sus madres, envueltos en amplia túnica de miserias, patrimonio común de


todos, han contraído la mancha del pecado antes aún de respirar el aura vital".<br />

Si te queda un átomo de sentido común, debes comprender lo que sobre esta<br />

voluptuosidad concupiscente, de la que eres su panegirista, dice este venerable doctor San<br />

Ambrosio, a quien tu maestro le prodiga tan grandes elogios, cosa que no me canso de<br />

repetir. Todos los hombres, fruto del placer que acompaña a la concupiscencia, formados<br />

con sangre de iniquidad en el seno de sus madres, envueltos en pañales no de lino, lana o<br />

telas semejantes, en las que suelen ser envueltos los niños, sino en los amplios pliegues<br />

de una miseria común, han contraído la mancha del pecado antes aún de haber respirado<br />

el aura vital, que es como un manantial inmenso de alimento común y perpetuo en el que<br />

se abreva la vida, y los niños, después de vivir ocultos en el seno materno, empiezan a<br />

respirar y a llorar por el pecado contraído antes de su nacimiento. Luego, ¿no se<br />

ruborizarían aquellos hombres primeros al sentir despertarse en sus cuerpos el<br />

movimiento de esta concupiscencia carnal, que los evidenció culpables e hizo sufrir a sus<br />

hijos el castigo de sus padres? ¡Ojalá que así como ellos sintieron pudor al ver sus partes<br />

íntimas desnudas, partes en las que el movimiento de la carne se hace patente, así tú,<br />

obediente a los postulados de la fe católica, debieras sentir sonrojo por alabar lo que<br />

causa rubor!<br />

16. Advierte lo que en su libro El Paraíso escribe este santo doctor a propósito del vestido<br />

tejido con hojas de higuera: "Lo que es más grave -dice- es que Adán, en vez de taparse<br />

con hojas, debió cubrirse con el peto de la castidad. Se dice que los riñones, en torno a los<br />

cuales ponemos ceñidor, contienen ciertas semillas aptas para la generación. Fue, pues<br />

inútil que Adán se ciñera ciertas partes con hojas, porque indicaba así no el fruto venidero<br />

de una futura generación, sino cierta especie de pecados".<br />

Estas palabras del santo varón anulan tus estudiados razonamientos, muy extensos, con<br />

los que pretendes hacernos creer que, si Adán y Eva cubrieron sus desnudeces, no fue<br />

porque sus ojos se hayan abierto después del pecado 35 . Con una increíble locuacidad vas<br />

contra el sentir de todos y quieres entontecernos con tu charlatanería. ¿Qué más usual<br />

que el ajustarse a la cintura una especie de ceñidor, que los griegos llaman B , D 4 . f : " J "<br />

y el vulgo taparrabos? Este hombre de Dios, cuya doctrina te asfixia, se explica en un<br />

tema oscuro y nos hace ver se trata de algo que todos comprendemos. Repito sus<br />

palabras: "Se dice que los riñones, en torno a los cuales ponemos un ceñidor, contienen<br />

ciertas semillas aptas para la generación. Fue, pues, inútil que Adán se tapara ciertas<br />

partes con hojas, porque indicaba así no el fruto venidero de una generación futura, sino<br />

cierta especie de pecados".<br />

¿Tienes algo que oponer a esto? He aquí de dónde viene a los descendientes de Adán la<br />

confusión, el ceñidor tejido de hojas, el pecado original.<br />

17. San Juan, obispo de Constantinopla, cuanto lo permite el pudor, explica con claridad<br />

en dos palabras qué fue lo que a nuestros padres hizo enrojecer. "Se taparon con hojas de<br />

higuera, lo que era símbolo de su pecado". ¿Quién no comprende cuál es el símbolo de su<br />

pecado que el pudor forzó a cubrir la región de los riñones, a los que antes del pecado<br />

estaban desnudos y no sentían sonrojo? Comprended, por favor, y mejor, no impidáis<br />

comprender a los hombres lo que ellos entienden tan bien como vosotros, y no me<br />

obliguéis a entretenerme más sobre materias que apenas se pueden discutir sin rozar los<br />

límites del pudor.<br />

18. Con razón, el mismo San Juan, de acuerdo con el mártir Cipriano, recuerda que la<br />

circuncisión fue impuesta como figura del bautismo. "Ve -dice- cómo un judío no difiere<br />

ser circuncidado ante la amenaza de la ley, porque el que no fuera circuncidado al octavo<br />

día será borrado de su pueblo 36 . Y tú -añade- difieres recibir una circuncisión no hecha<br />

por mano de hombre, que consiste en el despojo de cuanto hay en nosotros de carnal,<br />

cuando oyes decir al Señor: En verdad, en verdad os digo: el que no renazca del agua y<br />

del Espíritu Santo no entrará en el reino de los cielos" 37 .<br />

Ves cómo este varón, adornado con saberes de la Iglesia, compara dos circuncisiones y<br />

dos amenazas. Lo que para un judío significaba ser no circuncidado al octavo día, es para<br />

el cristiano no ser bautizado en Cristo, y lo que era ser borrado de su pueblo para un<br />

judío, es no entrar en el reino de los cielos para un cristiano. Sin embargo, vosotros no<br />

queréis ver en el bautismo un despojo de la carne, es decir, una circuncisión no hecha por<br />

mano de hombres, pues afirmáis que los niños nada tienen de qué despojarse. Ni


confesáis que estén muertos en el prepucio de su carne, signo del pecado, sobre todo el<br />

original; porque nuestro cuerpo por este pecado es un cuerpo de pecado, anulado, como<br />

dice el Apóstol, por la cruz de Cristo.<br />

Destruye Ambrosio los cinco argumentos propuestos por Juliano<br />

VII. 19. Mi intención es combatir tu doctrina con testimonios de obispos que vivieron<br />

antes que nosotros y que han interpretado con exactitud y fidelidad las Sagradas<br />

Escrituras. Retornamos, pues, al obispo Ambrosio. No duda que todo lo que constituye el<br />

hombre, alma y cuerpo, es obra de Dios. Reconoce que el matrimonio es un bien. Confiesa<br />

que todos los pecados son perdonados en el bautismo de Cristo. Sabe que Dios es justo y<br />

no niega que la naturaleza humana sea capaz de perfeccionarse en la virtud con la ayuda<br />

de la gracia de Dios. Todas estas afirmaciones van contra vuestros cinco argumentos, pues<br />

juzgáis que ninguna puede ser verdadera, sino falsa la afirmación que sostiene que los<br />

niños contraen, en su nacimiento, el pecado original. Sin embargo, esto que tratáis de<br />

impugnar con vuestros cinco argumentos, Ambrosio, cuantas veces es necesario, lo explica<br />

con tanta claridad en sus sermones que es fácil reconocer lo que la fe católica enseña y lo<br />

que una novedad profana se empeña en destruir. ¿Dudas, acaso, que Ambrosio haya<br />

creído que Dios es el creador del cuerpo y del alma? Escucha lo que dice en su tratado La<br />

filosofía contra el filósofo Platón cuando enseña que las almas de los hombres se encarnan<br />

en animales, y opina que Dios es sólo creador de las almas, mientras los cuerpos son<br />

creación de dioses de segunda categoría. "Me asombra -dice- que filósofo de tan gran talla<br />

encarne las almas, a las que atribuye el don de la inmortalidad en lechuzas o ranillas, y<br />

hasta les atribuya la ferocidad de los animales salvajes, cuando en el Timeo dice que son<br />

obra de Dios y son una de sus obras inmortales. Por el contrario el cuerpo no parece sea<br />

obra de Dios excelso, porque la naturaleza de la carne humana no difiere en nada de los<br />

cuerpos de los animales. Y si el alma merece ser considerada obra de Dios ¿por qué va a<br />

ser indigna de ser vestida con un cuerpo que es también obra de Dios?"<br />

Ves, pues, cómo Ambrosio defiende, contra los platónicos, que no sólo el alma, sino<br />

también el cuerpo, es obra de Dios.<br />

20. ¿Vas a decir que el santo doctor condena como crimen el matrimonio, porque enseña<br />

que los niños al nacer son fruto de la concupiscencia carnal y traen el pecado de origen?<br />

Escucha lo que piensa acerca del matrimonio en la Apología del santo rey David: "Bueno<br />

es el matrimonio, y santa la unión la unión de los esposos". Sin embargo, "los que tienen<br />

mujer vivan como si no la tuvieran". El tálamo nupcial ha de ser limpio y los esposos no<br />

deben defraudarse mutuamente, a no ser por cierto tiempo, para vacar a la oración 38 . Y<br />

no se da a la oración, según el Apóstol, quien al mismo tiempo se entrega a esa unión<br />

corporal. Escucha aún lo que escribe en su libro La filosofía: "Buena es la continencia,<br />

fundamento de la piedad. Protege contra todo riesgo a los que pueden despeñarse en los<br />

precipicios de que está llena la vida. Como vigilante guardiana, cuida sin cesar para que no<br />

hagamos nunca nada ilícito. Por el contrario, la incontinencia es madre de todos los vicios<br />

y hace ilícito incluso lo que está permitido. Por eso nos recomienda el Apóstol evitar no<br />

sólo la fornicación, sino guardar también una cierta templanza entre los casados y les<br />

prescribe un tiempo para vacar a la oración. Porque ¿qué es un marido que abusa del acto<br />

carnal sino un adúltero de su esposa?"<br />

¿Ves cómo Ambrosio desea se observe en el matrimonio la ley de la honestidad? ¿Ves<br />

cómo afirma que la incontinencia convierte lo permitido en vicio y, aun cuando demuestra<br />

que el matrimonio es bueno, no quiere ensucie la pasión lo que hay de limpio en el acto<br />

conyugal? ¿No adviertes, lo que tú debes comprender tan bien como nosotros, cómo el<br />

Apóstol anhela preservarnos del virus de un mal deseo al recomendar un uso honesto de<br />

nuestro cuerpo, y no como lo hacen los paganos, que no conocen a Dios 39 ? A ti sólo te<br />

parece culpable la concupiscencia fuera del matrimonio. ¿Qué opinión te merece San<br />

Ambrosio cuando llama al marido abusón, adúltero de su mujer? ¿Es que honras tú más el<br />

matrimonio cuando abres la puerta a una desbocada intemperancia y te conviertes en<br />

defensor de lo que es ofensa de Dios? No has querido ni de lejos rozar un texto del Apóstol<br />

citado por mí, en el que se otorga a los cónyuges perdón, lo que indica una culpa; o aquel<br />

otro pasaje que pose íntegro, en el que recomienda a los esposos se abstengan de todo<br />

acto carnal con el fin de vacar a la oración 40 ; texto que en tu respuesta no te atreves a<br />

contradecir, creo por miedo a torcer el sentido de sus palabras, si en tu confesión la libido,<br />

que no te sonrojas en alabar, se revela como impedimento para la oración de los<br />

cónyuges, y así optas por silenciar el testimonio del Apóstol. ¿Honrarás tú más el


matrimonio, cuya dignidad pierde color si lo consideras como revolcadero irreprensible de<br />

concupiscencias carnales, o este santo varón, que lo considera no sólo como lícito, sino<br />

como un bien, y santa la unión, recomendando a los esposos abstenerse un tiempo del<br />

acto entre ellos para poder vacar a la oración, como aconseja el Apóstol? Lo honra más<br />

que vosotros aquel que recomienda a los esposos no se abandonen a las apetencias<br />

desordenadas de la concupiscencia, transmisora del pecado por generación; aquel que,<br />

según el consejo del mismo Apóstol, encarece, a los que tienen mujer, vivan como si no la<br />

tuvieran; aquel que no teme llamar adúltero al marido que abusa de su esposa; aquel que<br />

hace consentir el bien del matrimonio no en el placer desordenado de la carne, sino en la<br />

continencia y en la fe conyugal; no en el desenfreno de la pasión, sino en la santidad de<br />

los lazos que unen a los esposos entre sí, no el placer de la libido, sino en la voluntad de<br />

tener hijos, porque con este fin fue la mujer dada al hombre, verdad que vosotros discutís<br />

larga e inútilmente, como si alguno de los nuestros la negara.<br />

Estas son palabras de Ambrosio en su libro El paraíso: "Si la mujer fue para el hombre<br />

causa de pecado, ¿cómo se puede decir que fue creada para su bien? Mas, si consideras<br />

que la providencia de Dios se extiende a todo el universo, verás cómo fue más agradable a<br />

Dios crear una criatura que contribuía al bien del universo, que condenarla, al ser causa de<br />

pecado y ruina de todos. Y como el hombre en soledad no podía propagar la especie<br />

humana, dijo el Señor: No es bueno que el hombre esté solo 41 . Prefirió Dios la existencia<br />

de muchos, a quienes podía salvar perdonándoles sus pecados, que formar a Adán solo,<br />

libre de culpa. Por último, siendo Dios autor del hombre, macho y hembra, vino a este<br />

mundo para salvar pecadores. Ni siquiera quiso exterminar a Caín antes de engendrar<br />

hijos. Fue, pues, necesario -concluye Ambrosio- dar al hombre una mujer para una<br />

progresiva propagación del género humano".<br />

21. Tienes, pues, a mi doctor Ambrosio, elogiado por tu maestro, que enseña ser obra de<br />

Dios la creación del hombre y de la carne humana y dice ser el matrimonio un bien en sí<br />

mismo; y no sólo confiesa esta verdad, sino que la defiende. Más arriba demostré que, al<br />

admitir el dogma del pecado original, nada resta al santo bautismo, porque positivamente<br />

afirma que no hay pecado en aquel a quien se le perdonan todos en el bautismo, y cité sus<br />

palabras. ¿En qué pasaje de sus escritos no declara en alta voz que nadie puede encontrar<br />

injusticia en Dios? ¿Qué cristiano, fiel a la fe católica, puede dudar de esta verdad, si hasta<br />

los impíos la confiesan?<br />

Puede la naturaleza humana progresar en virtud y santidad<br />

VIII. 22. El quinto punto a examinar es constatar si admite Ambrosio en la naturaleza<br />

humana verdadera capacidad de progreso en virtud y santidad. No se contradice cuando,<br />

con frecuencia y de mil maneras diferentes, repite que todos los hombres nacen bajo la ley<br />

del pecado y su misma concepción está viciada. Esto queda demostrado con anterioridad,<br />

al recordar otro lugar del mismo pasaje. Escribe: "El pecado fue condenado por la carne de<br />

Cristo; pecado que él no conoció en su nacimiento y crucificó al morir, para que reinase,<br />

por gracia, la justificación en nuestra carne, en la que antes reinaba, por el pecado, la<br />

culpa".<br />

En estas palabras hace ver cómo esta misma naturaleza, nacida bajo la ley del pecado y<br />

cuyo nacimiento se realiza en el pecado, es, sin embargo, capaz de adquirir la justicia, con<br />

la ayuda de la gracia divina; verdad que vosotros no queréis reconocer, porque sois<br />

enemigos jurados de la gracia que viene de Dios. Y si te parece poco aún todo esto,<br />

escucha lo que dice en un comentario al profeta Isaías: "Veamos cómo, después de esta<br />

vida, existe una regeneración, de la que se dice: En la regeneración cuando el Hijo del<br />

Hombre se siente en su trono de gloria... 42 Se dice que existe una regeneración por el<br />

bautismo, que lava las manchas incontables de nuestros pecados y somos enteramente<br />

renovados, y lo mismo se puede decir que existe una regeneración cuando, purificados de<br />

toda inmundicia, renacemos con el alma limpia a una vida nueva y eterna".<br />

Distingue este veraz y santo varón entre una justificación en esta vida, que ha lugar en la<br />

fuente bautismal, y una regeneración y la perfección de un nuevo nacimiento, cuando<br />

nuestros cuerpos mortales sean revestidos de inmortalidad. Reconoce Ambrosio la<br />

existencia del pecado original en todo hombre, pero no tiene por imposible el progreso en<br />

la santidad. La razón es clara: si Dios pudo crear la naturaleza humana, la puede sanar<br />

redimiéndola.


23. Mas vosotros os precipitáis, y al apresuraros comprometéis vuestra opinión. Queréis<br />

se perfeccione el hombre, y ¡ojalá fuera con la ayuda de la gracia divina y no obra del libre<br />

o, mejor, esclavo albedrío! Pero de esta perfección os sentís ciertamente muy lejos,<br />

porque hay engaño en vuestros labios, ora os confeséis pecadores, ora os creáis justos,<br />

ora hagáis profesión de justicia, cuando vuestra conciencia clama contra vosotros lo<br />

contrario. Se alcanza en esta vida la justificación por uno de estos tres medios: primero,<br />

por el sacramento del bautismo, en el que se perdonan todos los pecados; segundo, por la<br />

lucha contra los vicios, cuyo tanto de culpa nos ha sido perdonada; tercero, cuando Dios<br />

escucha nuestra oración al implorar nos perdone nuestras deudas, porque, aunque<br />

luchemos con fortaleza contra los vicios, somos hombres. Mientras vivimos en este cuerpo<br />

corruptible, la gracia de Dios viene en ayuda de los que combaten y no abandona a los que<br />

imploran su perdón. Vosotros no juzgáis necesaria esta misericordia divina sobre nosotros<br />

porque sois del número de los que se dice en el salmo: Ponen en su fuerza la confianza 43 .<br />

¡Cuánto mejor es escuchar lo que dice Ambrosio en su libro De fuga saeculi!: "Con<br />

frecuencia hablo de la necesidad de huir de este siglo. ¡Ojalá fuera tan intensa la solicitud<br />

en el obrar como fácil y sencillo es hablar! El mal está en que, con frecuencia, los encantos<br />

de los placeres terrenos y los vapores de sus vanidades se introducen en nuestro espíritu,<br />

de suerte que el pensamiento de las cosas que se quieren evitar ocupan nuestro corazón y<br />

dan vueltas en el alma. Difícil es al hombre evitar estas tentaciones, e imposible<br />

desembarazarse de ellas. Que el bien tenga más de anhelo que de realidad, lo declara el<br />

salmista cuerdo dice: Inclina mi corazón a tus preceptos y no a la avaricia 44 . No somos,<br />

en efecto, dueños de nuestro corazón; ni de los pensamientos, que vienen de improviso a<br />

ofuscar y turbar el ánimo y la mente y te llevan a donde tú no quieres; nos impulsan hacia<br />

lo temporal, siembran en nosotros pensamientos mundanos e introducen en nosotros<br />

sensaciones placenteras y nos encadenan con sus hechizos; y cuando empezamos a<br />

levantar nuestro corazón a las cosas del cielo, estos vanos pensamientos nos hacen<br />

tropezar en lo terreno".<br />

Si nos decís que no padecéis estas debilidades, perdonad; pero no os creo. Por pequeño<br />

que sea nuestro progreso en la verdad, vemos en este pasaje como un espejo de la<br />

flaqueza, común a todos los hombres. Y si, por otra parte, damos fe a vuestras palabras y<br />

os decimos: "Rogad por nosotros para que también nos veamos libres de estas flaquezas",<br />

el orgullo que os señorea y os hace poner la confianza en vuestra sabiduría nos<br />

responderá que no sólo estáis al abrigo de estas debilidades sino que incluso está en<br />

poder del hombre no tenerlas, y, en consecuencia, no es necesario implorar la ayuda del<br />

cielo.<br />

24. ¡Con cuánto mayor agrado escuchamos a San Ambrosio, que confiesa la gracia de Dios<br />

y no confía en su poder! Dichas las anteriores palabras, añade: "¿Quién es tan feliz que<br />

ascienda siempre en su corazón? ¿Puede esto ser posible sin el auxilio del cielo? Sin duda,<br />

no. La misma Escritura lo afirma cuando dice: Dichoso el hombre que pone en el Señor su<br />

fortaleza y en su corazón están sus sendas 45 . Dice Ambrosio en su libro El sacramento de<br />

la regeneración: ¿Quién se sirve de las operaciones de la carne sino el alma? Es el alma<br />

dueña y princesa natural de la carne, que debe domar y gobernar. Por eso, apoyada en el<br />

Espíritu Santo, exclama en un salmo: No temeré lo que pueda hacerme mi carne 46 . Y por<br />

boca de San Pablo: Castigo mi cuerpo y lo esclavizo 47 . Castiga Pablo lo que hay en él, no<br />

lo que él es; porque una cosa es lo que tiene, otra lo que es. Castiga lo que hay en él para<br />

que el justo, que es él, haga morir en él los movimientos lascivos de su carne".<br />

Al decir esto, ¿no lucha Ambrosio contra el pecado? ¿No triunfa del mal? ¿No combate<br />

como un valiente soldado de Cristo, dentro de sí mismo, a una falange de variadas<br />

apetencias? ¿No azotaba su cuerpo? Y su alma, obra de Dios, después de triunfar de las<br />

astucias del diablo, ¿qué buscaba en su cuerpo, también creado por Dios, sino la paz de la<br />

justicia; de suerte que no pusiera su confianza en sus fuerzas, sino que, fuerte con la<br />

protección del Espíritu Santo, grite: No temeré lo que me haga mi carne? 48 He aquí cómo<br />

la naturaleza humana es capaz de justificación, cómo la virtud se perfecciona en la<br />

debilidad.<br />

25. Escuchemos también lo que dice sobre esta materia el invicto mártir Cipriano en su<br />

carta De mortalitate: "Nuestro combate es contra la avaricia, la lujuria, la ira, la ambición;<br />

hemos de luchar sin desmayo, y es lucha penosa, contra las pasiones de la carne y los<br />

hechizos del mundo. Asediada la mente y cercada en derredor por las ataduras del diablo,<br />

apenas si puede resistir y combatir uno por uno los vicios. Si vence la avaricia, se rebela la


concupiscencia; si sale triunfante de la lujuria, le emplaza la ambición; si frena la<br />

ambición, se enciende la ira, te infla la soberbia, te tienta el vicio, la envidia perturba tu<br />

paz y los celos rompen la amistad. Te ves obligado a maldecir, cosa que la ley divina<br />

prohíbe; te ves forzado a jurar, lo que no es lícito. El alma, cada amanecer, está expuesta<br />

a todas estas persecuciones y nuestro corazón está abierto a todos estos peligros; agrada<br />

estar largo tiempo bajo la amenaza del diablo cuando es más beneficioso ir, desatados los<br />

lazos de la muerte, con paso rápido, al encuentro de Cristo".<br />

No permite Dios pensemos en un Cipriano avaro, impúdico, iracundo, ambicioso, carnal,<br />

amador de este siglo, lujurioso, soberbio, dado al vino o envidioso, porque fue un<br />

luchador, y tuvo que combatir contra la avaricia, la impureza, la ira, la ambición, los vicios<br />

de la carne, los encantos del mundo, la voluptuosidad, la soberbia, la intemperancia o la<br />

envidia. En ninguno de estos vicios se enlodó el glorioso mártir, pues resistió con fortaleza<br />

a todos estos movimientos, que traen su origen del pecado original o de las malas<br />

costumbres, y jamás consintió caminar por las sendas del vicio. Sin embargo, en tan<br />

prolongado y rudo combate pudo alcanzarle alguna saeta lanzada contra él por su<br />

enemigo, pues en su carta sobre la limosna escribe: "Nadie blasone tener un corazón puro<br />

y sin mancha; ni, confiado en su inocencia, crea puede vivir sin aplicar a las heridas el<br />

remedio, porque está escrito: ¿Quién se puede gloriar de tener un corazón casto o quién<br />

se jactará de estar limpio de pecado?" 49 Y en su primera carta dice San Juan: Si<br />

dijéramos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no hay verdad en<br />

nosotros 50 . Si nadie puede vivir sin pecado sólo un soberbio o un mentecato se puede<br />

considerar exento de pecado. Nos es, pues, necesaria la divina misericordia, que sabiendo<br />

no pueden faltar heridas diversas en los sanos, prepara remedios saludables para<br />

restañarlas. ¡Oh doctor preclarísimo y mártir gloriosísimo!; éstos son tus consejos, éstas<br />

tus lecciones, éstos los ejemplos a imitar que nos has dado.<br />

Después de salir victorioso de todos los combates que has sostenido contra tan diversas<br />

pasiones, curadas las heridas que el pecado había causado en tu alma, te resta librar aún<br />

una lucha feroz, la última, la más violenta de todas; el amor a la vida que has sacrificado<br />

por defender, con la gracia, la verdad de Cristo. Segura está tu corona; tu doctrina triunfa<br />

en toda línea de estos engolados que ponen la confianza en sus propias fuerzas. Estos<br />

gritan: "La perfección es obra nuestra". Tú replicas: "Nadie es fuerte por su poder, y, si<br />

estás seguro, es por la bondad y misericordia del Señor".<br />

26. Escucha también al bienaventurado Hilario, y sabrás de quién espera la perfección.<br />

Habla de la paz evangélica, cita las palabras del Señor: Mi paz os dejo 51 , y escribe:<br />

"Siendo la ley sombra de los bienes futuros, Dios ha querido enseñarnos, mediante estos<br />

signos-figura, que, mientras vivimos en la tienda de nuestro cuerpo mortal, no podemos<br />

ser puros si, por la misericordia divina, no somos purificados; cuando nuestro cuerpo<br />

terreno, el día de la resurrección, sea revestido de una naturaleza gloriosa e inmortal". Y<br />

en el mismo comentario escribe: "Aunque los apóstoles estaban ya purificados y<br />

santificados por la palabra de la fe, no están aún exentos de toda malicia, secuela del<br />

pecado original, a todos común. Es lo que el Señor nos enseña cuando dice: Si vosotros,<br />

siendo malos, sabéis dar buenas cosas a vuestros hijos" 52 .<br />

Ves cómo este venerable defensor de la fe católica no niega se pueda alcanzar la pureza<br />

en esta vida; sin embargo, reconoce que esta pureza en la naturaleza del hombre no será<br />

perfecta hasta el día de la resurrección.<br />

27. Escucha lo que dice aún en una homilía sobre el libro del santo Job. Medita en la<br />

conclusión que saca de la guerra que el diablo no cesa de hacernos azuzando contra<br />

nosotros las pasiones que existen dentro de nosotros. Todo ello es, dice para utilidad del<br />

hombre, al transformar la misericordia divina la maldad del diablo en purificación nuestra.<br />

Atiende: "¡Qué grande y admirable es su misericordia y su bondad para con nosotros! Nos<br />

permite recuperar la dignidad y el estado feliz de nuestra primera creación por el mismo<br />

medio que la habíamos perdido al pecar Adán. Envidioso entonces de nuestra felicidad, el<br />

diablo nos perjudicó, y ahora, cuando intenta dañarnos, es derrotado. Lanza contra la<br />

debilidad de nuestra carne todos los dardos de su poder, enciende nuestra lujuria, nos<br />

empuja a la bebida, azuza nuestros odios, provoca nuestra avaricia, nos excita a la<br />

matanza, acidula nuestro carácter hasta la maldición. Pero, si con firmeza resistimos los<br />

asaltos de todos estos movimientos pasionales, somos purificados de todo pecado y<br />

triunfamos con gloria sobre el diablo. Porque está escrito: ¿Cómo puede ser puro el nacido<br />

de mujer? 53 Si no hay enemigo no hay combate, y sin combate no hay victoria. Sin triunfo


sobre las pasiones no hay purificación de pecados. Pero, una vez victoriosos de los dardos<br />

que el pirata enemigo lanza contra nosotros, quedamos purificados por la misma<br />

resistencia que oponemos a nuestras pasiones. Si somos conscientes y recordamos que<br />

nuestro cuerpo es materia apta para todos los vicios, sin que haya en nosotros nada puro,<br />

nada inocente, debemos alegrarnos exista este enemigo, contra el cual libramos<br />

encarnizado combate y nos proporciona una espléndida ocasión de luchar contra nuestras<br />

propias pasiones".<br />

28. En su comentario al primer salmo no duda en afirmar el mismo doctor que nuestra<br />

naturaleza, al contraer su enfermedad de otra enfermedad, nos arrastra al pecado, y para<br />

no pecar hemos de luchar contra ella con las armas de la fe y de la piedad. "Hay muchos -<br />

dice- que por su fe en Dios están alejados de la impiedad, pero no libres de pecado,<br />

porque no observan la disciplina de la Iglesia, como son los avaros, borrachos,<br />

alborotadores, insolentes, soberbios, hipócritas, mentirosos y ladrones; vicios todos a los<br />

que nos inclina el instinto de nuestro natural. Es muy provechoso alejarnos de este camino<br />

que nos atrae y no detenernos con la intención de apartarnos al momento. Por eso se lee<br />

en el salmo: Bienaventurado el varón que no se detiene en la senda de los pecadores 54 . Si<br />

la naturaleza nos pide caminar por esta senda, la fe y la piedad nos aparten de ella".<br />

¿Hemos de creer que Hilario condena la naturaleza humana, obra de Dios? ¡Ni por sueños!<br />

No duda que la naturaleza humana es creación de Dios, pero condena los vicios que<br />

traemos al nacer, a tenor del testimonio del Apóstol: Fuimos también nosotros hijos de<br />

ira, como todos los demás 55 . Si estas palabras que acabo de citar, tomadas de un sermón<br />

de San Hilario, fuesen mías, ¿qué no dirías contra mí? ¡Con qué gozo vocearías a pleno<br />

pulmón que soy un maniqueo y un defensor de la impiedad! Mas si por temor a una<br />

indigestión, no se te rompa un órgano interno, vomita, si te atreves, contra Hilario tus<br />

vanas maldiciones y demenciales mentiras. "A estos vicios nos empuja el instinto natural".<br />

¿De qué naturaleza se trata? ¿Será acaso, de una raza de tinieblas que la fábula de los<br />

maniqueos inventó? No. Habla un católico, habla un insigne doctor de la Iglesia, habla<br />

Hilario. Nuestra naturaleza fue viciada por la prevaricación del primer hombre; pero no por<br />

eso hemos de creer que ha de ser separada de alguna otra, sino que ella misma ha de ser<br />

sanada; de esta naturaleza a la que tú nos acusas falsamente de dar por autor el diablo y<br />

de la que niegas sea Cristo salvador; de esta naturaleza que, según tu sentir, puede vivir<br />

en esta vida exenta de pecado en plena perfección.<br />

29. Escucha aún lo que te dice el bienaventurado Hilario en su comentario al salmo 51: Mi<br />

esperanza en la misericordia del Señor por los siglos de los siglos 56 : "Nuestras obras de<br />

justicia no bastarían para hacernos merecedores de una felicidad perfecta si la<br />

misericordia de Dios no nos imputara a pecado nuestras infidelidades para con él y<br />

nuestras humanas flaquezas incluso cuando nuestra intención es practicar la justicia. Rima<br />

con la sentencia del profeta: Mejor es tu misericordia que la vida" 57 .<br />

¿Ves cómo este hombre de Dios pertenece al número de aquellos bienaventurados de<br />

quienes está escrito: Dichoso el hombre al que el Señor no imputa su pecado y en sus<br />

labios no se encontró engaño? 58 Confiesa, pues, que los justos no están exentos de<br />

pecado y asegura que ponen su esperanza más en la misericordia de Dios que en sus<br />

propias fuerzas. Por eso no hay engaño en sus labios, o mejor, en todos aquellos en los<br />

que se encuentra un testimonio de verdadera humildad y de humilde verdad. La mentira<br />

abunda en vuestros labios. Donde no hay virtud hay jactancia e hipocresía, y donde hay<br />

hipocresía hay mentira. Cuanto más presumen los santos de la misericordia de Dios,<br />

menos confían en sus fuerzas, que son nulas. Y cuanto más se esfuerzan en combatir, con<br />

la gracia de Dios, los vicios que traen al nacer, tanto más vosotros os declaráis enemigos<br />

de la gracia divina. ¡Ojalá que esta gracia, así como os vence en sus fieles, os venza en<br />

vosotros haciéndoos suyos!<br />

30. ¿Osaréis decir en vuestro corazón que los hombres que os escuchan se encienden en<br />

deseos de progresar en la virtud, mientras, si escuchan a varones de la categoría de un<br />

Cipriano, de un Hilario, de un Gregorio o de un Ambrosio y de tantos otros sacerdotes del<br />

Señor, caen en desesperación y han de renunciar a la santidad? ¿Pensamientos tan<br />

monstruosos ascienden en vuestro corazón y no enrojecéis de vergüenza? ¿Honráis<br />

vosotros a los santos de Dios, patriarcas, profetas y apóstoles, al alabar las fuerzas de la<br />

naturaleza, mientras estas lumbreras de la Iglesia la decoloran al censurarla, porque<br />

enseñan que los santos, para conservar el bien de la pureza en este cuerpo de muerte,<br />

tuvieron que combatir contra el mal de la concupiscencia; mal en nosotros innato, contra


el cual es necesario luchar, para poder triunfar, con la ayuda de la gracia divina, para ser<br />

definitivamente sanados en la última regeneración?<br />

Según tu parecer, es un judío el que dice: No hago el bien que quiero. Y con esta bella<br />

interpretación pretendes exonerar la naturaleza de las inmundicias de una vida<br />

desordenada y no aminorar la afrenta al injuriar a los apóstoles y a todos los santos. Y<br />

estos males que tú no sufres los sentían Ambrosio y todos sus colegas en el episcopado<br />

que piensan como él, pues Ambrosio entiende del Apóstol estas palabras suyas: No hago<br />

el bien que quiero, sino que hago el mal que no quiero. O estas otras: Veo otra ley en mis<br />

miembros en lucha contra la ley de mi espíritu 59 .<br />

Y estos santos, cuando enseñan estas verdades, ¿"socavan", como me objetas, "el muro<br />

del pudor", y vosotros sois víctimas de la envidia porque exhortáis a los hombres a la<br />

perfección? Pero tú -dices- te consuelas, sobre toda ponderación, porque piensas es una<br />

gloria disgustar a uno que ni a los apóstoles perdona". Si yo, hablando como hablo, no<br />

perdono a los apóstoles, tú tampoco perdonas a San Ambrosio ni a los obispos que<br />

piensan como él. Pero si ellos aprendieron todo esto de los apóstoles y enseñan lo que los<br />

apóstoles enseñaron, ¿por qué diriges tus ataques contra mí solo? Echa una mirada en<br />

torno a estos grandes hombres, míralos de hito en hito una y otra vez, amansa tu orgullo.<br />

Joven presuntuoso, ¿debes consolarte o llorar por haber disgustado a tan preclaros<br />

varones?<br />

Resumen de este segundo libro<br />

IX. 31. Hora es ya de resumir, con la brevedad posible, todo lo dicho en este libro. Mi<br />

propósito fue refutar vuestros argumentos por la autoridad de obispos santos que vivieron<br />

antes que nosotros, y que en sermones predicados en vida y en sus escritos legados a la<br />

posteridad han defendido con ardor la fe católica. Vuestros argumentos se reducen a<br />

cinco. "Si Dios -decís- es el creador de los hombres, no es posible nazcan con defecto<br />

alguno. Si el matrimonio es un bien, nada malo puede nacer de él. Si en el bautismo se<br />

perdonan todos los pecados, los nacidos de padres bautizados no pueden contraer el<br />

pecado original. Si Dios es justo, no puede castigar en los hijos los pecados de los padres,<br />

pues perdona a los padres sus propios pecados. Si la naturaleza humana es capaz de<br />

llegar a la perfección, no puede tener vicios naturales".<br />

Respondemos: Dios es creador del hombre, esto es, del alma y del cuerpo; el matrimonio<br />

es un bien, el bautismo de Cristo perdona todos los pecados; Dios es justo, y la naturaleza<br />

humana es capaz de llegar a la perfección de la justicia. Y siendo todo esto verdad, sin<br />

embargo, los hombres nacen en pecado original, heredado del primer hombre, y, en<br />

consecuencia, si no renacen en Cristo, se condenan. Esto lo probé con palabras y escritos<br />

de autores católicos, cuya autoridad confirma nuestra doctrina sobre el pecado original y<br />

confiesan ser verdaderas las cinco proposiciones mencionadas. Y no porque sean<br />

verdaderas se sigue que el pecado original no exista. Uno y otras son verdad, como lo<br />

confiesa la fe católica, extendida por todo el orbe desde los primeros tiempos, como lo<br />

afirman estos insignes varones.<br />

Su autoridad es suficiente para pulverizar vuestra frágil y casi aguda novedad. Sumad a<br />

todo esto que la misma verdad da testimonio al hablar por su boca. Al presente nos<br />

contentamos con aducir el peso el peso de su autoridad para reprimir vuestra audacia y<br />

haceros cejar en vuestra orgullosa presunción al confiar en vuestras propias fuerzas, y<br />

sintáis la herida que os hacéis, creyendo que estos hombres de Dios, instruidos en la fe<br />

católica, hayan podido engañarse hasta tal punto que enseñen que Dios no es el creador<br />

de los hombres, ni el matrimonio es un bien, o que el bautismo no perdona todos los<br />

pecados, ni Dios es justo, o que la naturaleza humana no es capaz de alcanzar la<br />

perfección ni practicar la virtud. Embridad vuestros juicios audaces y precipitados,<br />

despertad de esta especie de furor, repensad, advertid y comprended la verdad en la que<br />

habéis sido amamantados.<br />

32. Dice el bienaventurado Ambrosio que sólo hay un hombre, mediador entre Dios y los<br />

hombres, nacido de una virgen, sin conocer en su nacimiento el pecado, y está libre de las<br />

ataduras de una generación culpable. Todos los demás hombres nacen bajo la ley del<br />

pecado y su mismo nacimiento está viciado, porque, concebidos por el placer de la<br />

concupiscencia, contraen la mancha del pecado aun antes de respirar el aura vital. La<br />

concupiscencia es como una ley de pecado en un cuerpo de muerte, combate contra la ley


del espíritu, y no sólo los simples fieles, sino los varones más egregios y de apostólicas<br />

virtudes, han de luchar sin descanso contra ella para que la carne ande sometida al<br />

espíritu por la gracia de Cristo y se restablezca la paz entre estas dos partes de un mismo<br />

ser. Creadas ambas sin pecado, rompieron su armonía por el pecado del primer hombre.<br />

Y ¿quién dice estas cosas? Un hombre de Dios, un católico, un defensor intrépido de la fe<br />

cristiana, incluso con peligro de su vida; celebrado por tu maestro, que llega a decir:<br />

"Jamás nadie se atrevió a reprender la sinceridad de su fe, ni su fidelidad y pureza en<br />

interpretar el sentido de las Escrituras". Un doctor que defendió, contra el error de los<br />

filósofos platónicos que Dios es no sólo el creador de las almas, sino también de los<br />

cuerpos; un predicador santo que proclama ser un bien el matrimonio, instituido por Dios<br />

para la propagación del género humano y santificado por la castidad conyugal. Un<br />

venerable obispo que enseña que nadie puede ser justificado del pecado si en el bautismo<br />

no se perdonan todos los pecados; un hombre santo que rinde culto a un Dios justo por la<br />

práctica de la justicia, que no ha querido privar a los hombres de la esperanza de<br />

perfeccionarse en la virtud y en la justicia; pero una perfección plena, a la que nada se le<br />

pueda añadir, sólo es posible en la otra vida, cuando resuciten los muertos.<br />

En la vida presente, Ambrosio hace consistir la justicia humana en la lucha que hemos de<br />

sostener no sólo contra las potestades aéreas, sino contra nuestras concupiscencias, de las<br />

cuales estos enemigos se sirven desde fuera para precipitarnos e introducirse en nuestro<br />

castillo interior. Dice también que en esta lucha tenemos en nuestra misma carne un<br />

enemigo peligroso, cuya naturaleza, sin embargo, tal como fue creada en el principio del<br />

mundo, habría permanecido muy en armonía con nosotros de no haber sido viciada por la<br />

prevaricación del primer hombre, que dejó en nosotros flaquezas que nos afligen.<br />

Para triunfar en esta guerra, dice este santo varón, es necesario huir de este siglo; y nos<br />

advierte además de la dificultad, o mejor imposibilidad, que encontraremos en nuestra<br />

fuga, a no ser que acuda en nuestro socorro la gracia de Dios. Confiesa él que nuestros<br />

vicios mueren en el bautismo al perdonarse todos los pecados; pero es aún necesario<br />

darles sepultura, porque, aun muertos, nos mueven guerra feroz, de manera que no<br />

hacemos lo que queremos, sino que hacemos lo que odiamos.<br />

Muchas cosas obra en nosotros el pecado, a pesar de nuestras resistencias, y con<br />

frecuencia brotan pujantes las pasiones. Debemos combatir sin descanso contra la carne,<br />

como lo hacía San Pablo cuando escribe a los Romanos y dice: Siento otra ley en mis<br />

miembros que lucha contra la ley de mi espíritu. En consecuencia, San Ambrosio nos<br />

recomienda desconfiar de nuestra carne, porque el Apóstol mismo grita: Sé que no habita<br />

en mí, es decir, en mi carne, el bien; a mi alcance está el querer, pero no el realizarlo 60 .<br />

Tal es la violencia de los combates que hemos de librar con los pecados muertos, que este<br />

valiente soldado de Cristo y fiel doctor de la Iglesia señala. Pero si el pecado está muerto<br />

en nosotros, ¿cómo obra en nosotros muchas veces contra nuestro querer? Y ¿cuáles son<br />

estas muchas sino los torpes y malvados deseos, que, consentidos, nos sumergen en el<br />

abismo de la perdición 61 ? Sufrir sus embates y no consentirlos supone una lucha, un<br />

conflicto, una guerra. Lucha no entre dos naturalezas, sino entre el bien y el mal. Lucha de<br />

la naturaleza contra el pecado ya muerto, pero no sepultado; es decir, que no desaparece<br />

por completo hasta que esté perfectamente curado.<br />

Y ¿cómo decimos, con este santo varón, que el pecado murió en el bautismo, si<br />

confesamos que aún habita en nuestros miembros y aviva en nosotros un deseo que<br />

hemos de resistir, negándole nuestro consentimiento, sino porque, aunque muerto, no<br />

ceja de revolverse contra nosotros hasta que no esté enterrado mediante una perfecta<br />

curación? Llamamos pecado a la concupiscencia no porque nos haga culpables, sino<br />

porque, fruto como es de la culpa del primer hombre, con sus rebeliones trabaja por<br />

arrastrarnos al pecado si no resistimos a sus apetencias con el auxilio de la gracia de<br />

nuestro Señor Jesucristo, para que, muerto el pecado, no reviva y se rebele, y reine, si<br />

triunfa.<br />

Ley de pecado<br />

X. 33. Enrolados en esta milicia, pues la vida del hombre es una lucha sobre la tierra 62 ,<br />

no podemos estar sin pecado, y actúa en nuestros miembros corporales la concupiscencia<br />

contra la ley del espíritu, aunque no consintamos en nada ilícito. Pero, aunque no estemos


perfectamente curados del mal de esta concupiscencia, no tendríamos, en lo que de<br />

nosotros depende, pecado si nuestra voluntad no consintiese nunca en los deseos<br />

desordenados que ella inspira. Mas en la lucha que sin pausa nos declara somos con<br />

frecuencia vencidos y arrastrados a pecaminosas acciones, y, si no siempre son las faltas<br />

graves, sí son, al menos, veniales y nuestras deudas son realidad, y así podemos decir<br />

cada día al Señor con toda verdad: Perdónanos nuestras deudas 63 .<br />

En este estado se encuentran los esposos cuando usan del matrimonio exclusivamente por<br />

placer, y también los que guardan castidad, si se deleitan morosamente en pensamientos<br />

voluptuosos, sin darles con plena advertencia entrada, pero sin apartar la mente tan<br />

pronto se den cuenta.<br />

De esta ley del pecado, que, por otro nombre, se llama también pecado, que lucha contra<br />

la ley del espíritu, dice muchas cosas el bienaventurado Ambrosio, y con él los santos<br />

Cipriano, Hilario, Gregorio y muchos otros. Todo el que sea engendrado en Adán ha de ser<br />

regenerado en Cristo y el que muere en Adán ha de ser vivificado en Cristo, porque es<br />

prisionero del pecado de origen, y, nacido del mal, tiene deseos contrarios a los del<br />

espíritu y no del bien, que hace al espíritu codiciar contra la carne 64 .<br />

¿Qué tiene, pues, de asombroso que al hombre nacido de aquel mal, contra el que lucha el<br />

hombre renacido, le tenga esclavizado, si no fuere librado por un nuevo nacimiento en<br />

Cristo? Con todo, este mal no es obra del Dios creador, sino herida del diablo, que vicia la<br />

materia. Y no viene este mal del matrimonio, sino del pecado de nuestros primeros<br />

padres, que lo han transmitido, por generación, a todos sus descendientes. Pero todo lo<br />

que de culpable hay en él se perdona por la santificación del bautismo.<br />

Dios, que es la misma justicia, ¿no aparecerá como injusto haciendo sufrir a los niños<br />

males que no puedo enumerar, si estos niños, ya antes de nacer, no hubiesen contraído<br />

pecado alguno? Mas de todo esto no se deduce que el hombre sea incapaz de alcanzar la<br />

perfección de la justicia cuando hay un médico todopoderoso, ni se puede perder la<br />

esperanza de ser un día totalmente curados de todos los vicios. Esta verdad católica ha<br />

sido reconocida por todos los santos doctores e ilustres sacerdotes expertos en las<br />

Sagradas Escrituras: Ireneo, Cipriano, Reticio, Olimpio, Hilario, Ambrosio, Gregorio,<br />

Inocencio, Juan y Basilio; a los que añado, lo quieras o no, a Jerónimo, sin hablar de los<br />

que aún no han muerto. Todos, a una voz, proclaman, contra vuestra doctrina, que todos<br />

los hombres traen al nacer, la mancha del pecado original. Nadie está exento de esta ley,<br />

sino aquel que fue concebido por una virgen, sin intervención de esta ley del pecado que<br />

codicia contra el espíritu.<br />

34. ¿Por qué te alegras y me insultas con aires de triunfador, "como si yo no encontrase<br />

qué decir ni tuviera adónde huir si me viera forzado a comparecer ante unos jueces, o si<br />

me encontrase contigo ante una asamblea de sabios y escuchase como dices, la trompeta<br />

de la razón -tocada por un hábil trompetero como tú-, y los oyentes que nos rodean<br />

entrechocasen sus armas para testimoniar su asentimiento a tu favor?" Así te place<br />

imaginar nuestra lucha cuando contra mí argumentas, mientras yo no podría responderte<br />

ni media palabra. Estas son tus vanas y locas fantasías que volteas en tu imaginación,<br />

como si me emplazaras ante unos jueces pelagianos, cuyos aplausos te permitirían hacer<br />

oír tu voz como una trompeta y clamar contra la fe católica y la gracia de Cristo, por la<br />

que pequeños y grandes son rescatados del mal, y así podrías divulgar los impíos errores<br />

de la nueva doctrina que vosotros defendéis.<br />

Vuestro maestro Pelagio no pudo encontrar en la Iglesia de Dios semejantes doctores, sin<br />

encontrar también adversarios que le combatiesen. A los ojos de los hombres pudo<br />

parecer absuelto; pero, si escapó a su condena, fue porque condenó públicamente vuestro<br />

dogma. Por mi parte, dondequiera que te encuentres, dondequiera que puedas leer este<br />

escrito mío, te emplazo ante tu conciencia y ante estos jueces, y no como amigos míos y<br />

adversarios tuyos. No los cito en mi favor por agradecimiento, ni porque los vea<br />

predispuestos en contra tuya por alguna ofensa que les hayas podido haber hecho. Los<br />

constituyo jueces en esta disputa no como hombres imaginarios, que jamás hayan existido<br />

o que ya no existen, o como si sus opiniones en la materia que discutimos fueran inciertas.<br />

Son obispos santos, los he citado por sus nombres, célebres obispos en la Iglesia de Dios;<br />

versados no en la filosofía de Platón, Aristóteles, Zenón u otros filósofos, o en letras<br />

griegas o latinas, aunque algunos no las ignoraron, sino en el conocimiento de las


Escrituras.<br />

He dispuesto, en el orden que me pareció más conveniente, las sentencias en las que se<br />

expresan con gran claridad sobre el tema que nos ocupa, con el fin de inspirarte<br />

sentimientos de temor y respeto no a unas personas determinadas, sino al que los eligió<br />

como instrumentos de su voluntad y los convirtió en templos consagrados a su gloria.<br />

Observa que el juicio de estos hombres sobre la cuestión fue expresado en un tiempo en el<br />

que nadie puede decir que hayan perjudicado más a uno que a otro. No existíais aún<br />

vosotros, contra los que podíamos luchar en este terreno doctrinal, ni, por tanto, podían<br />

decir lo que en tus libros escribes: "Que hemos dicho de vosotros cosas falsas a la<br />

muchedumbre, y con el nombre de celestianos y pelagianos atemorizamos a los hombres,<br />

y mediante el terror les procuramos atraer a nuestro partido".<br />

Tú mismo has dicho, con verdad, que, para juzgar sabiamente, "los jueces han de estar<br />

limpios de odios, enemistades amistades o ira". De acuerdo, pero son muy contados los<br />

que se pueden encontrar con estas cualidades que mencionas, pero creo que Ambrosio y<br />

los colegas que mencioné fueron tales como tú los pides. Y aunque no fueran así en las<br />

causas abocadas a su tribunal cuando vivían y sentenciadas, escuchadas las partes, no se<br />

puede negar hayan sido jueces como tú los exiges cuando se pronunciaron sobre causas<br />

como las que son objeto de nuestra discusión.<br />

No fueron amigos vuestros ni nuestros: ni contra vosotros sintieron enojo o rechazo ni<br />

contra nosotros; ni se dejaron influenciar por ninguno de nosotros llevados de la<br />

compasión o la benevolencia. Lo que en la Iglesia aprendieron, eso enseñaron; lo que de<br />

sus padres recibieron, eso han transmitido a sus hijos. Ninguna causa estaba pendiente<br />

entre nosotros ante estos jueces, y habían pronunciado ya sentencia definitiva sobre la<br />

materia en discusión. Para ellos, tanto vosotros como nosotros éramos unos desconocidos,<br />

y en favor nuestro, contra vosotros, pronunciaron sentencia firme. Ninguna disputa había<br />

surgido entre los dos, y su sentencia nos proclamaba vencedores.<br />

35. Dices: "Si hubiera sido yo obligado a comparecer ante jueces -de tu partido se<br />

entiende-, no sabría qué hacer, a quién recurrir, ni encontraría palabra que responder a<br />

tus argumentos". Te engañas; con toda certeza tendría a quién recurrir, sabría qué hacer.<br />

Apelaría de las tinieblas del pelagianismo herético a estas rutilantes lumbreras de la<br />

Iglesia católica, y es lo que ahora estoy haciendo. Y tú, ¿qué vas a hacer, a quién vas a<br />

recurrir? Apelo yo de los pelagianos a estos sabios doctores; ¿a quién apelarás tú contra<br />

su sentencia? O es que no se ha de contar el número, sino pesar las razones, y que para<br />

encontrar la verdad no sirve para nada una multitud de ciegos, y en esto estoy también de<br />

acuerdo contigo. Pero ¿te atreverás a llamar a estos ilustres prelados ciegos? ¿O<br />

confundes la hondonada con las cimas, la luz con las tinieblas, la oscuridad con el<br />

resplandor, de suerte que los videntes sean Pelagio, Celestio y Juliano, y los ciegos Hilario,<br />

Gregorio y Ambrosio? Te considero todo un hombre, y, como tal, has de sentir sonrojo, si<br />

es que toda esperanza de curación no se ha extinguido en ti. Me parece oír tu voz y tu<br />

respuesta. Lejos de mí decir que estos hombres estén ciegos. Pesa entonces sus<br />

argumentos. No son tantos que te sea difícil contarlos; pero su autoridad vale la pena ser<br />

tomada en serio; o mejor, es tan contundente que, bajo su peso, te veo sucumbir. ¿Dirás<br />

aún que "soy demasiado débil para defenderme, y por eso te opongo un hombre de mi<br />

partido, y que en mi ineptitud, consternado por el miedo, acudo al fácil expediente de<br />

nombrar a mis cómplices?"<br />

36. Dices: "Cuando se trata de pronunciar sentencia en una causa importante, se debe<br />

reunir, lejos del tumulto de las turbas, una asamblea de hombres de todas las clases<br />

sociales: sacerdotes, personas con cargos administrativos, prefectos; y en las discusiones<br />

es conveniente tener en cuenta no el número, sino la capacidad; y honrar las minorías que<br />

se distingan por su inteligencia, saber y sinceridad, libre de todo prejuicio". Así es como<br />

dices; pero no pretenderás que trato de turbarte con el número y la multitud; aunque,<br />

gracias a Dios, sobre este artículo de fe que tú contradices, la muchedumbre de católicos<br />

tiene un mismo sentir, conforme a la sana doctrina de la Iglesia; y, desde todos los<br />

cuadrantes, un gran número de ellos refutan vuestros vanos argumentos, como y donde<br />

pueden, con el auxilio del cielo. Pero ¡lejos de mí la presunción que me reprochas, es<br />

decir, que "en esta causa que defiendo contra vosotros he prometido actuar sólo en<br />

nombre de todos!"<br />

Es, justo, lo que tú haces entre los pelagianos, pues no te da vergüenza decir y escribir


"que, ante Dios, tu gloria es mayor, al defender una verdad abandonada". Es preciso caer<br />

muy bajo y verse muy abandonado y depender de ti si es que no consideran imperdonable<br />

arrogancia el que te juzgues con más autoridad que Pelagio, Celestio y todos vuestros<br />

doctores; como si ellos se retiraran del combate y tú permanecieras solo en el campo de<br />

batalla para defender una verdad, en tu sentir, abandonada.<br />

Pero como te agrada no contar con la muchedumbre, sino pesar la calidad de la minoría,<br />

excepción hecha de los jueces de Palestina que condenaron vuestra doctrina y absolvieron<br />

a Pelagio después de obligarle, presa del temor, a condenar sus mismos dogmas<br />

pelagianos, sólo te he opuesto diez obispos, ya difuntos, y un presbítero como jueces de<br />

causa que en vida pronunciaron sentencia. Si se piensa en vuestra poquedad, son muchos;<br />

pero, en comparación de la multitud de obispos católicos, son pocos. Es posible que<br />

quieras borrar de esta lista al papa Inocencio y al sacerdote Jerónimo. Al primero, porque<br />

en Oriente defendió con celo la verdad de la fe católica contra los errores de Pelagio. Mas<br />

lee lo que el mismo Pelagio dice en alabanza del bienaventurado Inocencio, y ve si es<br />

posible encontrar jueces como éstos.<br />

En lo que se refiere al santo presbítero Jerónimo que, según la gracia que le fue dada,<br />

tanto trabajó en la Iglesia con sus muchas obras en lengua latina con el fin de propagar el<br />

conocimiento de la doctrina católica, Pelagio no dice otra cosa sino que este santo varón<br />

"le miraba, como rival, a contraluz". Pero ésta no es razón para tachar su nombre del<br />

número de los jueces. No cité testimonio alguno suyo perteneciente a la época de sus<br />

disputas contra el error de Pelagio, sino que me limité a los que expresan su pensamiento,<br />

libre de todo prejuicio, mucho tiempo antes de que pulularan vuestros sacrílegos dogmas.<br />

37. De los restantes jueces nada puedes decir. ¿Son, acaso, Ireneo, Cipriano, Reticio,<br />

Olimpio, Hilario, Gregorio, Basilio, Ambrosio y Juan, "de una clase plebeya", como tú, con<br />

frase tuliana, gozas llamar a los que contra vosotros son invocados? ¿Vas a decir que son<br />

soldados, jóvenes escolares, marinos, mesoneros, pescadores, matarifes, cocineros, gente<br />

disoluta arrojada de los monasterios? ¿Dirás que son una pobre turba de clérigos, a<br />

quienes haces objeto de tu fina mordacidad, o mejor, de tu vanidad; para los que sólo<br />

tienes desprecio "porque no son capaces de razonar sobre el dogma a tenor de las<br />

Categorías de Aristóteles?" ¡Cómo si tú, que tanto lamentas se os niegue un sínodo de<br />

obispos para que examinen y juzguen vuestra causa, pudieras encontrar una asamblea de<br />

peripatéticos donde se pueda discutir sobre el sujeto y cuanto existe en el sujeto, y luego<br />

se pronunciase sentencia dialéctica contra el pecado original! Los jueces ante los que te<br />

emplazo son obispos, doctores, graves, santos, defensores acérrimos de la verdad contra<br />

la garrulería. Son varones en los que la razón, la ciencia y la libertad, tres cualidades que<br />

tú juzgas indispensables en un buen juez, son evidentes, y nada tienes que objetar en esta<br />

materia.<br />

Si se reuniese un concilio episcopal del mundo entero, sería un milagro pudieran sentarse<br />

allí hombres de tanta ciencia y virtud. Porque estos citados no son coetáneos, sino que<br />

Dios, como le plugo y juzgó conveniente, eligió, en diversos tiempos y lugares muy<br />

lejanos, unos pocos fieles dispensadores de su palabra. Ves, pues, a estos santos obispos,<br />

que han vivido en épocas y regiones muy diversas, congregados de Oriente y Occidente no<br />

en un lugar a donde sólo por mar pueden llegar los hombres, sino en un libro que puede<br />

llegar a ellos dondequiera se encuentren.<br />

Cuanto más amables te sean estos jueces, si profesas la fe católica, tanto más terribles<br />

serán para ti si impugnas la fe que ellos mamaron con la leche; que tomaron como<br />

alimento; pan y leche que ellos sirvieron a pequeños y grandes; fe que con fortaleza y<br />

constancia defendieron contra enemigos que ya existían entonces, e incluso contra<br />

vosotros, que no habíais nacido y que hoy os rebeláis contra ella. Merced a estos<br />

agricultores, regantes, arquitectos, pastores y proveedores, la santa Iglesia apostólica<br />

creció y se propagó. Por eso mira con horror las profanas voces de vuestras novedades;<br />

cauta y prudente toma en cuenta el aviso del Apóstol, para no dejarse seducir, como Eva,<br />

por la astucia de la serpiente; ni permite se corrompa en su seno la castidad cristiana, que<br />

consiste en la pureza de su fe católica. Por eso se horroriza ante las insidias que tendéis al<br />

mundo con vuestra doctrina subrepticia y, como si fuera la cabeza de una serpiente, la<br />

pisotea, tritura y destruye.<br />

Que las palabras y la autoridad de tantos santos e ilustres doctores te curen con el colirio<br />

de la misericordia de Dios, como yo vivamente deseo; o si, lo que detesto, perseveras en


lo que a ti te parece gran sabiduría y es una gran necedad, no busques jueces ante los<br />

cuales te justifiques, sino donde te sea permitido acusar a tantos santos e insignes<br />

doctores, célebres defensores de la fe católica: Ireneo, Cipriano, Reticio, Olimpio, Hilario,<br />

Gregorio, Basilio, Ambrosio, Juan, Inocencio, Jerónimo y todos cuantos están unidos en la<br />

misma fe. En resumen, toda la Iglesia de Cristo, familia divina a la cual ellos fielmente<br />

distribuyeron el pan del Señor, adquiriendo así ante Dios gloria imperecedera. Y, si no<br />

quieres abandonar doctrina tan miserable e insensata -pido a Dios te apartes de ella-, me<br />

parece que, respondiendo a tus libros, defiendo, contra ti, la fe de estos santos doctores,<br />

como se defiende el mismo Evangelio contra los impíos, enemigos declarados de Cristo.<br />

RÉPLICA A JULIANO<br />

Traductor: P. Luis Arias Álvarez, OSA<br />

LIBRO III<br />

En este tercer libro se propone Agustín refutar<br />

los argumentos de Juliano<br />

I. 1. Como no te vas a rendir a la autoridad de tantos santos, doctos en saberes bíblicos,<br />

de grata memoria, célebres por sus servicios a la Iglesia, que gozan de gran fama y<br />

autoridad; y como sé que, si no adoptas sus sentimientos, los vas a tratar con tanto<br />

desprecio como a mí, o quizá con cierta amabilidad y pudor, pero en todo caso vas a decir<br />

que erraron, por eso, con la ayuda de Dios, querido hijo Juliano, debo refutar tus libros y<br />

tus argumentos, para que, si es posible, comprendas la desgracia que es para ti persuadir<br />

a otros. Espero, sin embargo, inspirarte un sincero arrepentimiento de tu error, en el que<br />

te embarcó la inexperiencia temeraria de tu juventud. Arrepentimiento que no sólo te<br />

beneficiaría a ti, sino a otros muchos, al comprobar que reconoces y confiesas las<br />

verdades enseñadas en la Iglesia de Dios por un número muy elevado de santos y<br />

expertos guías del pueblo cristiano, y que vosotros queréis destruir con novedades con<br />

apariencia de verdad.<br />

Mas si -Dios no lo permita- tienes tan entenebrecido el corazón que no puedas<br />

comprender estas cosas; si eres del número de los que en el salmo sagrado dice la<br />

Verdad: Renunció a entender y a practicar el bien 1 , o de esos hombres de quienes dice la<br />

Escritura: El esclavo duro no se corrige con palabras. pues, aunque las entienda, no<br />

obedece 2 , mi trabajo o el de otros hermanos que, con la gracia de Dios, defienden contra<br />

vosotros la fe católica no será infructuoso, porque cuantos más defensores tenga esta<br />

vetusta verdad, a tantos más cristianos puede persuadir defendida o corregida entre los<br />

que se han dejado seducir o engañar por vuestro error. Para no hacerme interminable, no<br />

citaré todas tus palabras; mas, con la ayuda del Señor, no dejaré ninguno de tus<br />

argumentos de peso sin refutar y daré solución cumplida a todas tus dificultades.<br />

2. Acerca de los jueces que os condenaron dices "que no habéis podido defender vuestra<br />

causa ante ellos porque para decidir con rectitud en casos dudosos se ha de tener el<br />

corazón limpio de odio, ira o amistad, y los que juzgaron vuestra causa os odiaban antes<br />

de conoceros". A esto te he contestado en mi libro anterior que, si buscáis jueces como los<br />

que Salustio 3 -de quien tomas las definición-describe, os rendiríais fácilmente a la<br />

autoridad de San Ambrosio y de sus colegas, pues en vuestra causa han emitido sentencia<br />

limpio el corazón de odio, ira o amistad y, lo que vosotros no decís, pero sí Salustio, libres<br />

de compasión, tanto en contra como a favor vuestro.<br />

Sin embargo, vosotros no sólo los rehusáis como jueces, sino que tenéis la osadía de<br />

acusarlos como reos. Por favor, ¿cómo los que condenaron vuestra doctrina pudieron<br />

odiarla antes de conocerla? No hay duda, porque la conocían la odiaron. Sabían que los<br />

niños, según vosotros, no contraen en su nacimiento mancha alguna de la que,<br />

renaciendo, debieran ser purificados. Sabían que decís: "La gracia de Dios se da según los<br />

méritos, y entonces "la gracia ya no sería gracia 4 , pues no se daría graciosamente, sino<br />

según los méritos". Sabían que afirmáis: "El hombre en esta vida puede no tener pecado,<br />

y no es, en consecuencia, necesario pedir lo que toda la Iglesia implora en la oración<br />

dominical: Perdónanos nuestras deudas" 5 . Y como todo esto sabían, con razón os<br />

odiaban. Y, si supieran que os corregís de estos errores, os amarían. No es cierto, como<br />

dices "que llamamos pelagianos o celestianos a todo el que reconoce en el hombre el libre


albedrío y afirme que Dios es el creador de los niños", sino que damos este nombre a los<br />

que no atribuyen la libertad, a la que hemos sido llamados, a la gracia divina; y a los que<br />

rehúsan reconocer a Cristo como Salvador de los niños; a los que no admiten en los justos<br />

la necesidad de dirigir a Dios petición alguna de la oración dominical. A éstos sí, los<br />

llamados pelagianos y celestianos, porque participan de sus criminales errores.<br />

3. No es necesario puntualizar a qué lumbreras católicas te atreves a infamar con el<br />

crimen de maniqueos, ya sea por ignorancia, ya lo finjas ignorar. Si, como dices, "existe<br />

un rescripto del emperador en favor vuestro", ¿por qué no saltas a la arena y<br />

espontáneamente lo aireas ante los magistrados públicos, para probar así que vuestro<br />

credo cuenta con la aprobación del emperador? Mas si la ley de Dios no la interpretáis en<br />

sentido propio, ¿qué de particular tiene hagáis lo mismo con un rescripto del emperador?<br />

Prometes hacerlo extensamente en otro lugar. Si cumples tu promesa, serás convencido<br />

de farsante y despreciado por frívolo.<br />

4. ¡Qué grandilocuente y gracioso elogio el que de ti mismo haces cuando te presentas "en<br />

solitario a sostener rudo combate"; de suerte que, para los pelagianos, tú eres David, yo<br />

Goliat! ¡Allá tú si has firmado un pacto o convenio con los pelagianos por el que, si eres<br />

vencido, ellos no den un paso más! Por mi parte, Dios me libre de provocarte a singular<br />

combate, pues sé que allí donde levantéis cabeza os combatirá todo el ejército de Cristo<br />

extendido por el mundo entero y sobre vosotros obtendrá clara victoria, como la obtuvo<br />

sobre Celestio en Cartago, donde yo no estuve; después en Constantinopla, tan distante<br />

de las costas africanas; y derrotó en Palestina a Pelagio, que se vio precisado a condenar<br />

vuestra doctrina por temor a ser él mismo condenado; allí cayó fulminada vuestra herejía.<br />

Aquel cuya figura fue David combate contra sus enemigos en la persona de todos sus<br />

soldados y se sirvió, como de una espada, de la lengua de un Pelagio vencido y aniquilado<br />

para decapitar vuestro error. Porque fue Pelagio, o, mejor, Dios por boca de Pelagio, el<br />

que dio el golpe de gracia a vuestra nueva herejía, pues sostenéis que el mal, es decir, el<br />

pecado, no existe en la naturaleza, sino en la voluntad. Y, temiendo ser condenado,<br />

anatematizó a los que enseñan que los niños no bautizados pueden gozar en la vida<br />

eterna. Vosotros, al negar la existencia en los niños de una mancha que ha de ser lavada<br />

en las aguas del bautismo, decidme: ¿en virtud de qué culpa puede un niño ser castigado<br />

con la muerte eterna? ¿Qué podéis responder, si no es, acaso, maldiciendo a Pelagio? Mas<br />

entonces os podría él replicar: "¿Qué queréis que hiciera? Si Cristo dijo: Si no coméis mi<br />

carne y bebéis mi sangre, no tendréis vida en vosotros 6 , ¿podría yo decir que un niño<br />

muerto sin este sacramento puede tener vida eterna?" Creo os pesará haber condenado a<br />

vuestro maestro. Arrepentíos, pues, de este error.<br />

5. Y no uséis el pobrísimo argumento que usaron ya los herejes, cuyo pernicioso influjo<br />

fue represado por las leyes de los emperadores católicos. Todos dijeron lo mismo que<br />

dices tú: "Sufre indigencia de razones el que en una discusión sustituye la razón por el<br />

terror, porque así consigue no el asentimiento de los sabios, sino la ciega adhesión de los<br />

tímidos y débiles". Vuestra herejía es, en verdad, nueva, pero en su defensa empleáis el<br />

lenguaje de los antiguos herejes. No tratéis de engañar ni engañaros alegando contra<br />

nosotros los mismos argumentos que nosotros usamos contra los donatistas cuando les<br />

forzamos, por decreto imperial, a reunirnos en una conferencia. Porque su furor se había<br />

extendido por toda el África. y para impedir a los católicos apreciar verdades contrarias a<br />

su doctrina recurrieron a las más violentas acciones, al bandidaje, a las asechanzas en los<br />

caminos, a las depredaciones, a los incendios, a los asesinatos, a las devastaciones y al<br />

terror.<br />

Contra su violencia no podíamos hacer nada en una conferencia de obispos, pues los suyos<br />

eran muy diferentes a los nuestros y los pueblos no conservaban recuerdo de lo que<br />

nuestros antepasados convinieron entre sí hacía casi cien años. La necesidad nos obligó a<br />

publicar las actas de la conferencia para reprimir su insolencia y su audacia. Pero vuestra<br />

causa fue definitivamente juzgada por un tribunal competente de obispos pertenecientes a<br />

los dos partidos. La causa ha terminado, y nada hay que hacer con vosotros, en lo que<br />

concierne al derecho de un nuevo examen, sino acatar en paz la sentencia dictada, y, si no<br />

queréis, será necesario recurrir a la fuerza para impediros sembrar por más tiempo la<br />

inquietud y el terror en los espíritus.<br />

Vosotros os asemejáis, más bien, a los maximianistas, los cuales, deseando consolarse de<br />

la pobreza de su número con el honor de una conferencia y dar la sensación de que<br />

significaban algo a los ojos de aquellos que los despreciaban, accedieron a examinar con


nosotros su causa. No hicimos caso a su convocatoria, ni a su provocación, ni al panfleto<br />

que publicaron. Los veíamos más preocupados de un prurito de que se hablara de ellos,<br />

sin importarles un comino la derrota en el combate; no confiaban en la gloria del<br />

triunfador, sino en la fama de una asamblea, pues no eran número. Si, pues, pensáis ser<br />

los vencedores porque no se os concedió un examen de vuestra causa tal como lo<br />

deseabais, ya os precedieron en este vano empeño los maximianistas; aunque, a decir<br />

verdad, a vosotros os admitió la Iglesia católica, como era su deber, a discusión, y en ella<br />

habéis sido definitivamente juzgados, mientras a ellos no se dignó concederles esta<br />

oportunidad, porque no se alejaron de nosotros como lo habéis hecho vosotros, sino de los<br />

donatistas.<br />

Si en los maximianistas no encontráis lógico su proceder, pues cuando se pide una<br />

conferencia sobre un asunto y no se le escucha no se puede invocar esta negativa como<br />

prueba de la verdad de una causa, dejad, pues, de invocar la negativa que habéis recibido<br />

como excelente pretexto para justificar la bondad de vuestra causa. Os es suficiente haber<br />

sido soportados, con bondad de madre, por la Iglesia católica y no haber sido condenados<br />

por un juez severo, sino justo, con el deseo de curar vuestro error.<br />

6. Para no perder tiempo en naderías, paso en silencio todas las imprecaciones e injurias<br />

que lanzas contra mí en el inicio de tu obra y a lo largo de tus cuatro libros, para no<br />

aparecer los dos ante los hombres sensatos como verduleras de barrio. Paso a examinar<br />

los argumentos, que, según tu promesa, van a probar que yo atribuyo al diablo la creación<br />

del hombre y la institución del matrimonio.<br />

Respuesta de Agustín a la primera calumnia de Juliano<br />

II. 7. Citas unas palabras mías con la evidente intención de refutarlas, y en seguida, como<br />

respondiendo a lo que he dicho, te esfuerzas por hacer creer que me contradigo, porque<br />

"para defenderme he dicho que los nuevos herejes nos acusan de condenar el matrimonio<br />

y las obras de Dios, y después me desdigo y afirmo que el hombre en su nacimiento es,<br />

parte, heredad de Dios y, parte, posesión del diablo, o mejor, heredad total del diablo, y<br />

excluyo así a Dios de su heredad que es el hombre". ¿Dónde está la agudeza de tu<br />

ingenio, que, según tú, es capaz de comprender las Categorías de Aristóteles y todas las<br />

sutilezas de la dialéctica? ¿No te das cuenta que las mismas objeciones que me pones<br />

acerca de los niños pueden ser lanzadas contra el adulto de mal vivir y contra mí por el<br />

enemigo de la verdad? Dime cuál es tu respuesta sobre cualquier hombre de pésima<br />

conducta no regenerado aún. Al menos confesarás que está bajo el poder del diablo, a no<br />

ser que renazca en Cristo. ¿Vas a negar esto? Si lo niegas, ¿quiénes son los que Dios<br />

arranca del poder de las tinieblas para trasplantarlos al reino del Hijo de su amor? 7<br />

Si, por el contrario, lo confiesas, te pregunto si tiene Dios imperio sobre un hombre que<br />

gime aún bajo el poder de las tinieblas. Si dices: "No tiene poder alguno", se te puede<br />

responder: "Luego Dios ha sido excluido por el diablo del poder que tenía sobre el<br />

hombre". Y si, por el contrario, afirmas que Dios no ha sido privado de este poder por el<br />

diablo, se te responde: "Luego el hombre, en parte, es heredad de Dios y, en parte, del<br />

diablo". Y entonces los ignorantes concentrarán contra ti su enojo; enojo que tú, que te<br />

tienes por erudito, has querido avivar contra mí a propósito del renacimiento de los niños.<br />

Ves con qué facilidad tu primer argumento queda anulado, consecuencia de un descuido<br />

tuyo al considerar que los hombres, antes de ser redimidos por Cristo, se encuentran bajo<br />

el poder del diablo, sin que puedan, sin embargo, sustraerse al poder de Dios ni los<br />

hombres ni el diablo.<br />

Respuesta de Agustín a la segunda calumnia de Juliano<br />

III. 8. En la cuestión del bautismo, en la que tú pretendes hayamos querido excitar con<br />

nuestras mentiras el odio de los ignorantes contra vosotros, sería difícil expresar lo airoso<br />

que has salido en tu empeño y cómo crees haber cambiado de dirección este odio<br />

confesando que los niños deben ser bautizados, "porque -dices- la gracia del bautismo no<br />

puede ser recusada por motivo alguno, pues Dios distribuye sus dones según la capacidad<br />

de los que los reciben". "Por eso -añades- Cristo Redentor, por derecho propio, multiplica,<br />

con inagotable largueza, sus beneficios en su imagen, y, después de crear a los niños en<br />

bondad e inocencia, los hace mejores aún por la adopción y la regeneración".<br />

¿Todo esto es lo que tienes que decir para alejar de vosotros el odio que suscita vuestra


doctrina acerca del bautismo de los niños? Pero ¿es que alguno de los nuestros os ha<br />

acusado jamás de sostener que no conviene bautizarlos? No negáis, es cierto, que sea<br />

necesario bautizarlos; pero en relación con este tema, en vuestra gran sabiduría, decías<br />

cosas maravillosas. Por ejemplo, que los niños son bautizados en el sacramento del<br />

Salvador, pero que no se salvan; que son redimidos, pero no liberados; que son lavados,<br />

pero no purificados, exorcizados por un soplo misterioso, pero sin ser por eso rescatados<br />

del poder del diablo.<br />

Estas son vuestras portentosas doctrinas; los sorprendentes misterios de vuestros nuevos<br />

dogmas; las paradojas de la herejía pelagiana, más sorprendentes aún que las de los<br />

filósofos de la Estoa. Porque, cuando esto afirmáis, teméis se os replique: "Si son curados,<br />

¿de qué enfermedad lo son? Si son desatados, ¿qué cadenas los tenían aherrojados? Si<br />

son lavados ¿qué inmundicia oculta tenían? Si son rescatados del poder del diablo, ¿qué<br />

habían hecho para ser retenidos bajo su poder, pues están exentos de toda mancha<br />

personal, al menos que no contraigan -cosa que tú niegas- la mancha del pecado de<br />

origen?" Y, si niegas, no es para afirmar que estén a salvo, libres, limpios, rescatados del<br />

poder del diablo, porque vuestro falso testimonio no les sirve de ayuda ante el juez<br />

supremo; pero niegas para que estos infelices permanezcan en su antigua maldad y sigan<br />

vuestra nueva vanidad. En vuestros labios no se encuentra verdad, sino en los de aquel<br />

que dijo: El que no renaciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios 8 .<br />

9. Pero vosotros, apasionados amadores de la vida futura y eterna en Cristo, no<br />

consideráis pena para esta imagen de Dios ser excluidos del reino de Dios; porque, si<br />

decís que es una pena ligera, vuestras palabras no serían las de un feliz amador de este<br />

reino, sino las de un despreciador desgraciado. Y si -lo que basta para nuestra cuestión-<br />

admitís que es una pena, aunque leve, para esta imagen de Dios el que no se le permita la<br />

entrada en el reino, ¡por favor!, abrid los ojos y ved qué justicia puede infligir tal pena a<br />

un pobre niño en quien vosotros no admitís pecado original, y así decidís permanecer en<br />

vuestra ceguera.<br />

No haré mención de los males que sufren casi todos los niños en esta existencia transitoria<br />

ni cómo ha de entenderse esta afirmación del Eclesiástico: Un duro yugo pesa sobre los<br />

hijos de Adán desde el día que salieron del vientre de su madre hasta el día de su retorno<br />

a la sepultura, madre común de todos 9 . Males que un Dios omnipotente y justo no puede<br />

imponer a una imagen suya, males que en una edad tan tierna no sirven de medio para<br />

practicar y ejercer la virtud si no contrajeran en su nacimiento alguna mancha heredada<br />

de sus padres. Tú silencias por completo todos los males que sufren los niños, y no los que<br />

vosotros negáis, sino los males que todos vemos padecen; pero a ti te encanta, varón<br />

elocuentísimo, ejercitar tu ingenio y tu lengua en tejer el elogio de la naturaleza.<br />

Naturaleza que ha caído en tantas y tales miserias que necesita un Cristo redentor,<br />

libertador, purificador y salvador, y no un adulador como Pelagio, Celestio o Juliano.<br />

Naturaleza que no confesáis sea redimida en los niños, aunque Celestio, no atreviéndose a<br />

negar esta verdad delante de los cristianos, se vio forzado a reconocerla en un sínodo de<br />

Cartago.<br />

Ahora te pregunto, por favor: ¿Cómo es posible entender la redención sino de un mal por<br />

el que rescata a Israel de todas sus iniquidades 10 ? Allí donde existe un rescate,<br />

comprendemos que existe un precio; y ¿qué precio es éste sino la sangre preciosa del<br />

Cordero inmaculado 11 , Jesucristo? Y si preguntas: "¿Por qué ha sido derramada esta<br />

sangre preciosa? ¿Por qué preguntar a otro?" Hable el mismo comprador, responda el<br />

mismo Redentor: Esta es -dice- mi sangre, que ha sido derramada por muchos para el<br />

perdón de los pecados. Seguid, seguid diciendo: "Los niños son bautizados en el<br />

sacramento de Cristo, pero no son salvados; son redimidos, pero no libertados; lavados en<br />

las aguas, pero no purificados; exorcizados por un soplo misterioso, pero no son<br />

rescatados del poder del diablo". Decid también que la sangre de Cristo ha sido derramada<br />

para el perdón de los pecados, pero que a los niños no los purifica de ningún pecado. Lo<br />

que decís es asombroso, decís cosas nuevas, decís cosas falsas. Nos maravillan estas<br />

cosas, evitamos vuestras novedades; estamos convencidos de vuestras falsedades.<br />

Miserias y pecado original<br />

IV. 10. ¿No has dicho tú mismo que "la administración del cuerpo ha sido confiada al<br />

alma, de suerte que el mérito de las obras sea común a uno y otra, y que el alma siente<br />

por igual el gozo de una acción virtuosa y el castigo y tristeza de su negligencia al sentir el


aguijón de su carne, no bien gobernada?" Respóndeme por qué, en esta vida, un niño<br />

sufre el ahogo de la carne, si en una edad tan tierna no se le puede reprochar el no haber<br />

gobernado bien su carne. "La naturaleza humana -dices- en la alborada de su existencia<br />

está enriquecida con la dote de la inocencia". Lo admito, pero sólo en lo que se refiere a<br />

pecados personales. En cambio, vosotros, al negar la existencia del pecado original,<br />

decidme, por favor: ¿por qué, a pesar de tanta inocencia, nacen a veces ciegos o sordos,<br />

defecto natural que perjudica a la fe, pues, según el testimonio del Apóstol, se recibe por<br />

el oído? 12<br />

Y por lo que se refiere al alma, imagen de Dios, ¿cómo explicar que, enriquecida con el<br />

don de la inocencia, como vosotros decís, venga al mundo privada de razón, si es verdad<br />

que no hay pecado que pase de padres a hijos? ¿Hay alguno entre vosotros tan falto de<br />

juicio que no entienda que la memez es un mal, cuando dice la Escritura: El duelo por un<br />

muerto dura siete días; por un necio se ha de llorar toda la vida 13 . ¿Quién ignora que<br />

existen subnormales profundos, vulgarmente llamados moriones, tan ayunos de razón que<br />

algunos apenas si cuentan con el sentido de los animales? Y, con todo, no queréis admitir<br />

que, desde el mismo instante en que el hombre tuvo la desgracia de alejarse de Dios, todo<br />

el género humano quedó tarado con el pecado original, que pasa de padres a hijos, fuente<br />

de todos los males que nos afligen, a no ser que el divino Creador, en su sabiduría infinita,<br />

por razón de una oculta disposición, no los evite. Sin embargo, Dios no retira de esta<br />

masa de perdición universal el bien de su obra, de manera que de esta naturaleza viciada<br />

modela una naturaleza racional, mortal, buena en sí misma, de la que sólo él es creador,<br />

aunque siempre se vea acompañada de males. Y esta generación, con toda justicia<br />

condenada, la convierte él en vasos de misericordia, que salva por la gracia de la<br />

regeneración.<br />

¿De dónde viene el mal?<br />

V. 11. Estás en un error si crees que en los niños no hay delito, porque dices, "no puede<br />

existir pecado sin voluntad y en los niños no hay voluntad". Esto es muy cierto cuando se<br />

trata de pecados personales, no cuando nos referimos al pecado original, herencia del<br />

pecado del primer hombre. Si no existiese este pecado, entonces los niños, bajo el imperio<br />

de un Dios justo, limpios de todo pecado, no sufrirían mal alguno ni en el cuerpo ni en el<br />

alma. Sin embargo, este pecado viene de la mala voluntad de los primeros padres. Es,<br />

pues, verdad que sin una voluntad mala no existiría el pecado. Si esto comprendes y<br />

confiesas, te será fácil reconocer humildemente la necesidad de la gracia de Cristo para los<br />

niños, y así no te verías obligado a decir cosas muy impías y absurdas; por ejemplo, que<br />

los niños no deben ser bautizados; y, si acaso en un futuro lo decís, que este gran<br />

sacramento, tan santo en sí mismo, es para los niños un rito inútil e ilusorio, pues decís<br />

que son bautizados en Cristo, pero no son salvados; redimidos por un libertador, pero no<br />

librados; lavados en la fuente del sacramento de la regeneración, pero no purificados;<br />

exorcizados por un soplo misterioso, pero no rescatados del poder de las tinieblas, y que<br />

la sangre preciosa de Cristo, derramada para el perdón de los pecados, no borra en los<br />

niños pecado alguno. Y tamaños absurdos porque teméis decir: "No es necesario bautizar<br />

a los niños, para no sentir vuestros rostros embadurnados con escupitajos, o vuestras<br />

cabezas ablandadas por las sandalias de unas mujerzuelas".<br />

12. Nosotros afirmamos ciertamente que la causa de estar el que nace bajo el poder del<br />

diablo hasta que no renazca en Cristo es el contagio del pecado de origen. Vosotros que<br />

esto negáis, abrid, al menos, los ojos a la evidencia y decid por qué algunos niños están<br />

poseídos por el diablo, a no ser que quieras negar que existen tales niños posesos o que<br />

no están realmente bajo el poder del diablo. Es que el Evangelio no te dice nada cuando el<br />

Señor, quizá por vosotros, preguntó al padre de un niño lo que él sabía muy bien, para<br />

darle ocasión de responderle que desde la infancia era su hijo tan atrozmente<br />

atormentado por un demonio, que ni los discípulos de Cristo pudieron echarlo fuera.<br />

No afirmo, como me calumnias, que el matrimonio sea causa de que los niños estén bajo<br />

el poder del diablo. El matrimonio tiene una finalidad muy concreta en el orden general de<br />

las cosas, su bendición y bondad propias, que el pecado no puede hacer desaparecer.<br />

Dime, si puedes: ¿por qué un niño, al menos, pudo ser tan atrozmente atormentado por el<br />

demonio, hasta casi hacerlo sucumbir bajo la acción diabólica? Porque tú no admites que<br />

alguien pueda ser castigado por un pecado de otro, para no hacer creíble que el mal del<br />

pecado de los padres pueda transmitirse a los hijos.


¿Es en los niños culpable la acción o la naturaleza?<br />

VI. 13. Como hábil dialéctico, "no vas a permitir escurrirme; apretarás en torno mío el<br />

cerco, rogándome te diga en dos palabras si en los niños es culpable la acción o la<br />

naturaleza". Y, respondiendo tú mismo a este dilema añades: "Si es acción, muestra qué<br />

han hecho; si la naturaleza, dime quién es su autor". ¡Como si una acción mala no hiciera<br />

culpable una naturaleza! El culpable de toda acción humana es un hombre, y, siendo el<br />

hombre una naturaleza concreta, se sigue que los adultos son criminales por la acción<br />

pecaminosa que cometen, y los niños se hacen culpables por el contagio del pecado de los<br />

mayores. Unos lo son por sus propios pecados, otros por el pecado de aquellos de quienes<br />

traen su origen. Ser hombres es un bien en los niños, y no lo podrían ser si el Bien sumo<br />

no los hubiera creado. Pero, si de su origen nada malo trajesen, nacerían sin defectos,<br />

incluso corporales. Dios es el Creador de las almas y de los cuerpos, y no permite defectos<br />

en la naturaleza humana si no hay méritos. Y de los incontables niños que nacen con una<br />

infinidad de males, no se puede decir lo que el Señor dijo del ciego de nacimiento: Ni él<br />

pecó ni sus padres; es para que se manifieste en él la obra de Dios 14 . Muchos, en efecto,<br />

jamás se han curado del todo, y mueren con esos mismos defectos en edad avanzada o en<br />

la infancia. Más aún, algunos niños son bautizados, y siguen con los defectos que tenían al<br />

nacer o que contraen después por cualquier accidente.<br />

Dios me libre de afirmar que lo tenían bien merecido; comprendemos, no obstante, que en<br />

la vida futura les puede ser útil renacer en Cristo; pero, en este siglo, los hombres, en<br />

castigo de su orgullo, que los aleja de Dios 15 , su Creador, están sujetos a grandes males;<br />

bajo un duro yugo que pesa sobre los hijos de Adán desde el día que salieron del vientre<br />

de su madre hasta el día de su retorno a la sepultura, madre de todos 16 .<br />

Apila Juliano calumnias contra Agustín<br />

VII. 14. En esta obra tuya te esfuerzas por enseñar cómo los dialécticos construyen los<br />

silogismos, cuestión que nadie te plantea, y así, cuanto más te deleitas en ti mismo, más<br />

desagradas a los lectores sensatos. Y, lo que es peor, me haces decir lo que jamás he<br />

dicho, concluir lo que no concluyo, conceder lo que no concedo y deducir unas<br />

consecuencias que yo no acepto. ¿Cuándo negué que "la naturaleza humana no sea un<br />

bien, en cuanto los hombres lo son?" ¿Cuándo he dicho que "los hombres sean culpables<br />

en cuanto son hombres?" ¿Cuándo reconozco que los hombres no serían culpables si<br />

alguno de ellos no hubiera pecado? ¿Cuándo dije "que la fecundidad era un mal", si, por el<br />

contrario, sostengo que, dentro del matrimonio, la fecundidad es una bendición de Dios? ¿<br />

Cómo te voy a pedir concedas lo que yo mismo no he dicho?<br />

15. En mis labios pones las siguientes palabras: "Toda unión de los cuerpos es mala". Es<br />

como si dijeras que condeno la mezcla del agua y del vino cuando en una misma bebida se<br />

combinan, pues se verifica entonces una mezcla de dos cuerpos, y, si yo hubiera dicho que<br />

toda mezcla de dos cuerpos es mala, no podía exceptuar ésta. No condeno, pues, la unión<br />

de dos sexos si ha lugar entre esposos legítimos, porque sin esta unión no era posible la<br />

generación ni antes de existir el pecado. He dicho, sí, lo que en seguida añades: "Los hijos<br />

nacen de la unión de los cuerpos", pero la conclusión que me endosas no es mía. No dije:<br />

"Son malos los hijos que nacen de una unión prohibida". ¡Lejos de afirmar que el acto<br />

matrimonial con la finalidad de engendrar hijos sea un mal! Declaro, por el contrario, que<br />

es un bien, porque hace un buen uso del mal de la concupiscencia, indispensable para la<br />

procreación de los hombres, obra de Dios. Mas como esta generación no está exenta de<br />

todo mal, es necesario que los niños sean regenerados para que sean liberados de todo<br />

mal.<br />

16. Tejes luego otro de tus silogismos. Digo tuyo, como el primero, pues tuyo es, no mío.<br />

Dices: "La causa de que existan dos sexos es la unión de los cuerpos". Pides te conceda<br />

esto. Bien; concedido. Continúas y añades: "Si esta unión es mala siempre, deforme es<br />

también la condición de los cuerpos, que consiste en la diversidad del sexo". Aunque fuera<br />

lógica la conclusión de tu silogismo, en nada anularía lo que yo dije cuando afirmé que el<br />

comercio conyugal, si tiene por finalidad la generación de los hijos, no sólo no es un mal,<br />

sino que digo es un bien. De aquí se deduce que, aunque siempre fuera mala la unión de<br />

los sexos, no es consecuente decir que sea deforme la condición de los cuerpos que radica<br />

en la diferencia del sexo. En efecto, si los hombres fueran esclavos de la libido y,<br />

abandonada toda honestidad, se hicieran el amor como perros, no por eso la condición de


los cuerpos, creados por Dios, sería una monstruosa deformidad, porque entonces sería<br />

criminal la unión de todos los hombres y mujeres.<br />

Así, una unión adulterina, mala de verdad, no impide que la obra de Dios en la condición<br />

de los cuerpos sea buena. Ves cómo nada concluyente has dicho, y no por culpa de la<br />

dialéctica, de cuyas reglas te apartas. Ves cómo te sirves de los argumentos de este arte<br />

para, inflado, dejar atónitos a los analfabetos, aparentando lo que no eres. Y, aunque lo<br />

fueses, en esta discusión que se ventila no eres nada. Ahora sólo eres un discutidor inepto<br />

e ignorante, y, como dialéctico, inhábil. No obstante, te lanzas al combate armado con las<br />

agudas saetas de un dialéctico, confías en tus puñales de plomo y clamas: "Si la unión de<br />

los sexos es siempre mala, mala también es la condición de los cuerpos con diferencia de<br />

sexos". No adviertes la inconsecuencia que existe entre las premisas de tu argumento y la<br />

conclusión. "Lo que no se puede negar". ¿Qué es, joven sin peso, lo que no puedo negar?<br />

¿Qué es lo que no puedo negar? Lo que tú mismo, si tienes juicio, no puedes menos de<br />

negar; porque el comercio adulterino entre el hombre y la mujer, por malo que sea, no es<br />

razón para que la condición de los niños, que es su fruto, sea un mal. La acción de los<br />

adúlteros es obra de los hombres, que hacen uso indebido de sus cuerpos, que es un bien,<br />

mientras los hijos son obra de Dios, que sabe sacar bienes de los mismos hombres malos.<br />

Dices: "La acción adulterina es buena en sí, pues es natural; pero los adúlteros hacen un<br />

mal uso de ella". ¿Por qué entonces no admites que, aun siendo la libido mala, puedan los<br />

casados hacer un buen uso de ella cuando tiene por fin la generación de los hijos? Si se<br />

puede hacer mal uso de lo bueno, ¿por qué no se puede hacer buen uso de lo malo? ¿No<br />

vemos cómo el Apóstol hizo buen uso del mismo Satanás cuando entregó a su poder a un<br />

fulano "para destrucción de su carne, a fin de que su espíritu se salvara en el día del<br />

Señor" 17 , y a otros los entregó para que aprendieran a no blasfemar? 18<br />

¿Puede Dios ser autor de un ser malo?<br />

VIII. 17. ¿Cómo puedes decir que "Dios no puede ser autor de una cosa mala?" Con más<br />

exactitud que tú sabe hablar aquel que dijo por el profeta: "Yo creo el mal" 19 . Cualquiera<br />

que sea el sentido que des a estas palabras, te diré que no me afectan, pues no te he<br />

concedido las premisas de las que estas tus palabras son conclusión. ¿Acaso no demostré<br />

que, aun concedido que toda unión de los cuerpos, incluso la sexual, fuera mala, era una<br />

inconsecuencia decir que era mala la condición de los cuerpos? Y, aun concedido que Dios<br />

no sea autor del mal, ¿no será menos el autor de la condición de los cuerpos, que en<br />

ningún sentido, como afirmé, puede ser mala, pues nada de lo que anteriormente dije me<br />

forzaba a ello? Es, pues, vana y ridícula la consecuencia que sacas de mis palabras cuando<br />

dices: "Todos los cuerpos vienen de un principio malo". Con mayor razón y verdad<br />

podemos concluir: una unión adulterina, por criminal que sea, no puede hacer mala la<br />

condición de los cuerpos, porque la unión de los sexos, incluso cuando es adulterina, es,<br />

en sí, una cosa buena, y, a pesar del mal uso que hacen los malos de este bien, no se<br />

puede deducir que la condición de los cuerpos sea un mal, porque se puede decir con<br />

razón que Dios es autor de los cuerpos. Ante mí no veo, pues, precipicio alguno que<br />

temer, que me fuerce a volver sobre mis pasos para retornar al buen camino. Explícame el<br />

camino e indícame tus razones.<br />

El ser y el haber en el hombre<br />

IX. 18. "El Dios bueno -dices-, creador de todas las cosas, es quien forma los miembros<br />

del cuerpo humano". Es verdad; lo concedo. Continúas y añades: "El Hacedor de los<br />

cuerpos los distinguió en el sexo para unirlos en la acción; la diferencia de sexo es un<br />

medio para posibilitar la unión". Te concedo esto también. "Si con los ingratos me<br />

concedes ser esto verdad, se sigue -dices- que tantas cosas buenas: cuerpos, sexo y<br />

uniones, no pueden producir frutos malos". También esto es verdad, pues el hombre es<br />

fruto de todos estos bienes, y el hombre, considerado en sí mismo, es bueno. Lo que de<br />

malo hay en él necesita ser curado por el Salvador, liberado por el Redentor, lavado por<br />

las aguas del bautismo, desencadenado por los exorcismos, rescatado por la sangre<br />

derramada para el perdón de los pecados; y no es fruto de los cuerpos, del sexo, de las<br />

uniones, sino del antiguo pecado original.<br />

Es como si yo dijese: "El fruto de la lascivia, de la torpeza, del crimen, no puede ser<br />

bueno"; y tú me podías, con razón, replicar: "El hombre nacido de adulterio no es fruto de<br />

la lascivia, de la torpeza, ni del crimen, de cuyos males el diablo es autor, sino de los<br />

cuerpos, sexo y uniones, de cuyos bienes es Dios el autor". Lo mismo te puedo decir con


toda razón: "El mal de la concupiscencia con el que el hombre viene a este mundo no es<br />

fruto de los cuerpos, del sexo, de las uniones, que son bienes, cuyo autor es Dios; sino de<br />

aquel que inspiró al primer hombre el pecado, es decir, del diablo".<br />

19. Lejos de mí afirmar, como me calumnias, que "Dios crea a los hombres para hacerlos,<br />

con todo derecho, esclavos del diablo". Es más bien efecto del poder divino que del diablo<br />

el que una generación impura esté bajo el dominio de un príncipe impuro hasta que sea<br />

purificada por el agua de la regeneración. Mas no por esto se puede decir que Dios creó al<br />

hombre para que en cierto sentido tenga el diablo una familia; al contrario, al crear al<br />

hombre, lo creó con la misma bondad divina que da ser a todas las criaturas, incluso al<br />

diablo mismo. Y, si retirase su bondad de los seres, dejarían de existir al momento. Y así<br />

como no da vida a los animales que pueblan los rebaños de los impíos para que los<br />

sacrifiquen a los demonios, aunque no ignora que lo van a hacer, así, aunque ve que está<br />

expuesta al pecado la generación humana, no suspende los efectos de su bondad sobre los<br />

hijos de los hombres, cuya misión es cooperar a este orden admirable en el correr de los<br />

tiempos.<br />

Dialéctica y Escritura<br />

X. 20. Después de este razonamiento, por el que a ti mismo te engañas, creyendo hacer<br />

algo constructivo, vuelves a tu acostumbrado maleficio, y añades: "¿Acaso debo decir que<br />

es con el testimonio de las Escrituras, no de los silogismos, como se ha de probar que los<br />

hijos nacidos de la unión de los cuerpos son obra de Dios?" ¡Como si el que esto negara<br />

pudiera ser cristiano! Con textos de las Escrituras te empeñas en probar una verdad que<br />

todos confesamos, sobre la que todos estamos de acuerdo y que no tenemos dificultad en<br />

predicar; y éste es un trabajo superfluo que sirve no para darnos respuesta, sino para<br />

poder rellenar tus libros. No obstante, cuando dices que el profeta, para exponer fielmente<br />

una verdad, usó esta expresión pudorosa: Serán dos en una carne 20 , debías advertir que<br />

nada vergonzoso existía en las obras de Dios si no hubiera sucedido algo que hizo<br />

ruborizarse a la naturaleza humana, de no preceder la deformidad del pecado.<br />

La concepción de Isaac a debate<br />

XI. 21. En elogio de la concupiscencia dices: "A Sara y a Abrahán les fue restituida, por un<br />

don de Dios, en una edad muy avanzada, cuando sus cuerpos, casi muertos, habían<br />

perdido todo vigor" 21 . Y, con la intención de injuriarme, me invitas a sostener, si puedo,<br />

que "se ha de considerar obra del diablo una cosa que, según yo, Dios concede a veces<br />

como un favor". Es, por ejemplo, como si Dios resucitase un cojo y le restituyese al mundo<br />

de los vivos con dicho defecto, del que, muerto, estaba libre. Te pregunto: ¿Sería la cojera<br />

un beneficio de Dios? Sí, les restituyó el vigor de los tiempos juveniles, pero en un cuerpo<br />

de muerte; porque no entra en los planes de Dios restituirlos al estado de Adán antes del<br />

pecado, es decir, que pudieran engendrar hijos sin sentir en sus miembros una ley que<br />

combate la ley del espíritu.<br />

22. Puede también interpretarse esto que Dios hizo en favor de Abrahán en el sentido de<br />

que no podía engendrar hijos con ninguna mujer, aunque ésta pudiera concebir y dar a<br />

luz. Se cuenta de un anciano, llegado ya a cierta edad, que puede tener hijos con una<br />

mujer joven, no con una anciana, aunque ésta pueda quedar en estado si se acuesta con<br />

un joven. Mas como en aquella época los hombres vivían muchos más años que hoy, la<br />

decrepitud senil, que hace imposible la cópula, llegase con retraso; con todo, es cierto que<br />

la edad produce este efecto en hombres antes sanos y vigorosos. Cuando tengo esta obra<br />

entre manos, me cuentan que un anciano de ochenta y cuatro años, y que durante<br />

veinticinco vivió en continencia con su mujer, de gran piedad, compró una tocadora de lira<br />

para sus desahogos libidinosos. Dado lo que hoy viven los hombres, es una edad más<br />

avanzada que la de Abrahán a los cien, cuya vida se prolongó aún unos setenta años más.<br />

Es, pues, más sensato pensar que Dios otorgó a sus siervos la fecundidad que no tenían.<br />

Se dan dos razones por las que Sara no podía tener hijos. Una, la esterilidad desde su<br />

juventud; la otra, la edad, no porque tenía noventa años, sino porque ya no puede quedar<br />

embarazada, aunque antes fuese fecunda. La Escritura no omite este detalle, para<br />

acrecentar la grandeza del milagro que Dios hizo en la raza de Abrahán y Sara. Cuando<br />

ésta entregó la esclava a su marido, era con la esperanza de que le diera hijos, y lo hizo<br />

movida no por la edad, sino porque era estéril. Las palabras de la Escritura son: Sara,<br />

mujer de Abrahán, no le daba hijos. Las que dirigió a su marido fueron: Mira, Dios me hizo


estéril para que no dé a luz. Si fueran hombres de nuestro tiempo y considerando la edad<br />

de ambos, ya eran muy ancianos, pues Abrahán contaba unos ochenta y tres años, y Sara<br />

setenta y cinco. Dice la Escritura: Abrahán tenía ochenta y seis años cuando Agar le dio a<br />

Abrahán su hijo Ismael 22 . Luego tenía entonces un año menos cuando conoció a su<br />

esclava y engendró a Ismael. Si no es por un milagro, ¿qué esposos pueden en nuestro<br />

tiempo tener hijos a esa edad? Sin embargo, Abrahán y Sara los hubieran podido tener de<br />

no ser Sara estéril, porque él los tuvo de Agar, y ella no era tan anciana para no tener sus<br />

reglas. El vigor corporal había declinado en Abrahán y no podía engendrar hijos de Sara,<br />

aunque hubiera sido fecundada en su juventud, por rondar ya la edad de la menopausia.<br />

De no ser esto verdad, no diría la Escritura: A Sara le había cesado el período, sino que<br />

hubiese dicho: Abrahán y Sara eran ya ancianos, entrados en años 23 . Luego, incluso en<br />

relación con aquellos tiempos, en los que la vida del hombre era más longeva que la del<br />

hombre actual, Abrahán y Sara no estaban ya en edad de tener hijos, porque Abrahán<br />

tenía cien años y Sara noventa; y, aun cuando ella no hubiera sido estéril y tuviera<br />

comercio con su marido, el año que precede a la menopausia fuera posible el embarazo si<br />

su marido fuera joven, entonces ya no era posible al faltarle, por la edad, el vigor corporal,<br />

y la mujer no puede quedar embarazada de un viejo, aunque él pudiera fecundar a una<br />

muchacha, como pudo más tarde engendrar de Quetará 24 .<br />

Se puede, sin embargo, decir que Dios, por un particular beneficio, prolongó en él el<br />

tiempo de la fecundidad que le otorgó cuando nació Isaac. Hoy que los hombres viven<br />

mucho menos que los antiguos, se dice que, cuando, sumada la edad de los dos esposos,<br />

no superan los cien años, pueden aún tener hijos; pero, si la suma de los dos superan los<br />

cien años, se afirma que ya no pueden procrear; aunque la mujer, si tiene sus reglas<br />

normales, pueda tenerlos de un joven. Tan convencidos se está de esto, que el Derecho<br />

romano legisla que las personas casadas no tienen derecho a tener hijos si, sumados los<br />

años de los dos, se prueba que exceden los cien años.<br />

23. La concepción de Isaac fue, pues un milagro de Dios, otorgado a los padres no en<br />

favor de la libido, sino de la fecundidad; porque la libido puede estar verde en aquella<br />

edad, pero ésta ya no era, por múltiples causas, posible. Pero, aun suponiendo que Dios,<br />

por un beneficio particular, como antes dije, hiciese reverdecer la concupiscencia en los<br />

miembros casi muertos de un anciano, animándolos de nueva vivacidad, esta<br />

voluptuosidad sería siempre efecto de la condición de una carne corruptible y existiría en<br />

un cuerpo de muerte, condición que no existía en el Edén, antes del pecado, en un cuerpo<br />

de vida.<br />

A tenor de esta ley penal del cuerpo, el don de la fecundidad lo concede ahora el Señor<br />

según la condición en que nos encontramos en este cuerpo de muerte y no en la condición<br />

feliz en la que nos encontraríamos en el paraíso, donde nada carnal existía que luchase<br />

contra el espíritu y era frenada por los deseos del espíritu, contrarios a las codicias de la<br />

carne; porque antes del pecado reinaba en el hombre la paz, no la guerra. Tu trabajo ha<br />

sido vano en esta obra. Supones que he dicho: "Isaac fue concebido sin la concupiscencia<br />

y sin el concurso del hombre". No dije tal. Queda, pues, en la cuneta todo lo que has dicho<br />

sobre esta materia.<br />

Naturaleza y vicio de origen<br />

XII. 24. Crees haber dado prueba de una gran agudeza de ingenio al decir: "Aun cuando<br />

fuera el diablo el creador de los hombres, serían malos sin culpa suya, y, en consecuencia,<br />

no serían malos, porque nadie puede existir si no nace, y no es justo exigir a uno lo que<br />

no puede dar". Este mismo argumento solemos aducir nosotros contra los maniqueos,<br />

que, según sus fábulas, sostienen que la naturaleza humana no fue creada buena en un<br />

principio y luego viciada, sino que desde la eternidad es inmutablemente mala.<br />

La fe católica reconoce, por el contrario, que la naturaleza humana fue creada buena;<br />

pero, viciada por el pecado, es con justicia condenada. No es ni sorprendente ni injusto<br />

que una raíz mala produzca frutos malvados, y así como en un principio no faltó una mano<br />

creadora, tampoco falta ahora una misericordia redentora, verdad que vosotros rechazáis<br />

al decir que los niños no tienen pecado del que puedan ser liberados.<br />

25. Vosotros que con una desafortunada defensa y elogio pernicioso cooperáis a la pérdida<br />

irremediable de estos niños desgraciados, decidme: ¿Por qué no admitís en el reino de<br />

Dios si no son bautizados, a tantas criaturas inocentes que ningún mal han hecho y que


son imágenes del mismo Dios? ¿Han faltado a sus deberes para verse privados del reino y<br />

ser condenados a destierro tan triste, si jamás han hecho lo que no pueden hacer? ¿Dónde<br />

pones a los que no tienen vida porque no comieron la carne ni bebieron la sangre del Hijo<br />

del hombre? Por esto, Pelagio, como queda dicho, en una asamblea eclesiástica condenó,<br />

para no ser condenado, a todos aquellos que dicen: "Los niños, aunque no estén<br />

bautizados, tendrán la vida eterna". Dime, por favor: ¿Es justo que los niños, imágenes de<br />

Dios, sean excluidos del reino de Dios, alejados de la vida de Dios, sin haber nunca<br />

transgredido la ley de Dios? ¿No oyes cómo el Apóstol detesta a los excluidos de la vida de<br />

Dios por la ignorancia que en ellos hay y la ceguera de su corazón 25 . ¿Estará en esta<br />

sentencia incluido el niño no bautizado o no? Si contestas: "No está incluido", te ves<br />

condenado por la verdad del Evangelio y la sentencia de Pelagio. ¿Dónde encontrar la vida<br />

de Dios sino en el reino de Dios, donde no pueden entrar los que no han renacido del agua<br />

y del Espíritu 26 ? Y si contestas que el niño no bautizado no está incluido en la sentencia<br />

del Apóstol, confesada la pena, decid la culpa; confesado el suplicio, decid cómo lo ha<br />

merecido. Nada en vuestro dogma encontraréis que poder aducir. Si hay en vosotros algún<br />

sentimiento cristiano, reconoced en los niños alguna falta transmisora de muerte y<br />

condenación por la que son con justicia castigados si no son por la gracia de Cristo<br />

redimidos. En su redención puedes alabar la misericordia de Dios y en su condenación no<br />

puedes acusar su justicia, porque todos los caminos del Señor son misericordia y verdad.<br />

Naturaleza y concupiscencia<br />

XIII. 26 Defines, divides, discutes, como experto galeno, sobre el género. especie,<br />

medida y exceso de la concupiscencia."El género -dices- consiste en un fuego vital; la<br />

especie, en un movimiento de los miembros genitales; la medida, en el acto conyugal, y el<br />

exceso, en la incontinencia de fornicación". Sin embargo, después de una disertación larga<br />

y sutil, si te pregunto, en contadas palabras, por qué este calor natural y vital es fuente de<br />

luchas continuas, porque la carne codicia contra el espíritu, y es necesario que el espíritu<br />

codicie contra la carne 27 ; si te pregunto aún por qué, si uno consiente en este fuego vital<br />

que nos hace vivir, nos hiere de muerte, creo, te verías en un gran aprieto para<br />

responderme y toda la tinta de tus libros se convertiría de vergüenza en bermellón. He<br />

aquí que este fuego natural y vital no sólo obedece al dictado del alma, vida verdadera de<br />

la carne, sino que con frecuencia se enciende, contra su querer, en movimientos torpes y<br />

desordenados, y, si el espíritu no lucha con firmeza contra ellos, este fuego vital mata<br />

nuestra vida virtuosa.<br />

27. Tras una larga discusión concluyes: "Con razón el origen de la concupiscencia se<br />

define como un fuego vital, y, esto supuesto, es necesario admitir que la concupiscencia<br />

de la carne viene del calor que mantiene la vida de la carne". Afirmas como si lo pudieras<br />

probar; pero por grande que sea tu descaro, pienso no osarás suponer que en el estado<br />

primitivo del hombre, antes que la pena siguiera a la culpa, esta concupiscencia carnal<br />

existiría en el Edén; o que, tal como hoy la sentimos, librara rudos combates contra la ley<br />

del espíritu con sus movimientos desordenados y vergonzosos. Luego añades: "Los<br />

movimientos de esta concupiscencia no son malos en su género, ni en su especie, ni en su<br />

medida; sólo en su exceso; porque en su género y especie son obra del Creador; la<br />

medida pertenece a un querer honesto, y el exceso, vicio es de la voluntad".<br />

Todas estas palabras, vacías de sentido, tienen un son agradable a tus oídos, como<br />

palabras de un hombre que no piensa lo que dice. Si la medida de la concupiscencia<br />

depende de un honesto querer, ¿cuándo se da este templado apetito en los esposos sino<br />

cuando estos movimientos son necesarios? Sin embargo, uno no siempre puede lo que<br />

quiere. ¿Qué hombre casto no querría no sentir estos movimientos de la carne? Pero no es<br />

dueño de lo que quiere. Y esto obliga al hombre a gritar con el Apóstol: Querer el bien<br />

está a mi alcance, no el realizarlo 28 . El apetito no se ajusta a la medida de nuestro querer<br />

y en sí mismo no conoce moderación; sólo un espíritu honesto, en vigilante lucha, impone<br />

su ritmo. ¿Por qué, hombres perversos, en vez de alabar la concupiscencia, no pedís con<br />

nosotros a Dios nos libre del mal? 29<br />

Matrimonio y concupiscencia<br />

XIV. 28. ¿De qué te sirve decir: "La concupiscencia termina por debilitarse", como si no<br />

se extinguiese del todo con la muerte; cuando el hombre, vencido y derrotado por ella, no<br />

tenga ya combates que sostener, y sólo espera el castigo que ha merecido por sus<br />

derrotas? Y lo más deplorable es que no entiendes lo que es este germen de muerte en un


luchador, y es que, cuando estamos sanos, este movimiento es malsano. Dices: "O en los<br />

casados estos movimientos se ejercen con honestidad, o en los castos se frena con poder".<br />

¿Es verdad esto? ¿Lo sabes por experiencia? ¿No deben los casados reprimir este mal que<br />

tú consideras un bien? Luego en el matrimonio uno se puede entregar con agrado a los<br />

placeres de la carne, siempre que surjan espontáneos sus movimientos, sin esperar la<br />

hora de la intimidad en el lecho, porque, según tú, este comercio del hombre y la mujer<br />

siempre es honesto, si se siente necesidad de satisfacer la pasión, que consideras un bien<br />

natural. Y, si es así como has usado de la vida conyugal, omite hablar de tus experiencias<br />

en esta discusión y estudia qué uso se debe hacer del matrimonio y qué lecciones se<br />

deben dar a los casados. Me llamaría la atención si no has embridado estos deseos<br />

adulterinos ni has sentido un deber el frenarlos. Mas, si la castidad conyugal puede<br />

impedir que el matrimonio caiga en las aguas turbulentas de la concupiscencia y cometa<br />

excesos contra la naturaleza, ¿por qué dices "se usa con honestidad de estos movimientos<br />

en el matrimonio", como si este movimiento fuera siempre honesto en los casados, nada<br />

se pudiese hacer, como dice el Apóstol 30 , por concesión? ¿No te expresarías mejor si<br />

dijeras: "En el matrimonio, el acto se puede realizar con honestidad y templanza"?<br />

¿Temías, acaso, se entendiese que la concupiscencia es un mal, si los mismos casados<br />

tienen necesidad de usar el freno de la moderación? Finalmente, si vives en continencia,<br />

reconoce en la libido uno de los caballos salvajes de la cuadriga ambrosiana y no alabes,<br />

de corazón ni de palabra, lo que te ves forzado a embridar por virtud. El cuarto punto se<br />

refiere al exceso de la concupiscencia; y como es obra de la insolencia, no de la<br />

naturaleza, con justicia se condena. Dime, por favor: ¿Cuál es la causa de este caso fuera<br />

de lo común, el libertinaje o la concupiscencia? Si no quieres ofender a tu favorita, has de<br />

responder: "La lascivia". Todo el mundo está de acuerdo en que no existe lujuria si no se<br />

consiente en los movimientos de la concupiscencia. En consecuencia, ¿no es un mal lo que<br />

nos hace pesar, si consentimos? Mal que introduce en la carne una lucha contra el espíritu,<br />

aunque éste no consienta y luche contra la carne. Clama: Líbranos del mal 31 , y no<br />

acrecientes este mal con tus falsas alabanzas.<br />

Lujuria, castidad conyugal, continencia<br />

XV. 29. Con claridad colocas la castidad conyugal entre la lascivia y la continencia. "Ves<br />

con indignación los excesos de los lujuriosos y admiras a los que se abstienen de los<br />

placeres lícitos. Te mantienes en los justos límites, sientes horror a los que se precipitan<br />

en el abismo del vicio, execrable barbarie, y respetas el fulgor centelleante del luchador<br />

que, con mano fuerte y pudorosa, templa sus ardores, y alabas a los que no necesitan de<br />

este remedio".<br />

Gran placer me causa oírte proclamar con tanta elocuencia esta verdad; pero, te ruego, si,<br />

como dices con trasparencia y verdad, la continencia conyugal alaba a los que guardan<br />

castidad porque no necesitan de tales remedios, creo pueden ver en sí mismos la<br />

necesidad; es decir, que, según el Apóstol, el que no pueda contenerse, que se case 32 .<br />

¿Por qué, cuando llamo enfermedad a la concupiscencia, tú lo niegas y, no obstante,<br />

confiesas que necesitan medicina? Si reconoces la necesidad del remedio, admite la<br />

existencia de la enfermedad; y, si niegas el mal, niega la necesidad del remedio. Te ruego,<br />

por favor, te rindas a tus palabras cuando dices verdad. Nadie receta una medicina al que<br />

goza de buena salud.<br />

Bienes del matrimonio<br />

XVI. 30. Dices también con verdad: "Pensándolo bien, no puede el matrimonio agradar, si<br />

merece alabanzas sólo si se lo compara a un mal". Esto es cierto. El matrimonio es un bien<br />

en sí; un bien, porque guarda fidelidad al lecho nupcial; un bien, porque se unen los<br />

esposos por el bien de los hijos, un bien, porque se aborrece la impiedad del divorcio.<br />

Estos son los bienes nupciales por los que el matrimonio es un bien; bien que era<br />

necesario conservar, como he dicho mil veces, aunque no existiera el pecado. Este, sí,<br />

impone a los casados la ley del combate, no del placer; de suerte que es preciso oponer el<br />

bien del matrimonio al mal de la concupiscencia para templar los ardores que pueden<br />

llevar a cometer actos ilícitos; aunque no cese la concupiscencia de excitar con<br />

movimientos ora perezosos, ora violentos, incluso a los que hacen un buen uso de la<br />

concupiscencia a favor de los hijos. ¿Quién puede negar que la concupiscencia es un mal<br />

sino aquel que es sordo a las palabras del Apóstol: Lo que os digo es una concesión, no un


mandato 33 . Cuando los esposos se unen no con una finalidad creadora, sino para<br />

satisfacer su placer carnal vencidos por el deseo, su acción nada tiene de loable; se la<br />

perdona en comparación de algo mucho peor y el bien del matrimonio los pone a salvo.<br />

Abrahán y Sara de nuevo en escena<br />

XVII. 31. Después de todas estas cosas, retornas, no sé por qué al ejemplo de Abrahán y<br />

Sara. Creo haber contestado suficientemente a todo. Ignoro qué se te pudo olvidar, y al<br />

recordarlo lo has querido añadir ahora. Esto es humano y suele acontecer. Oigamos, pues,<br />

lo que dices de nuevo. "El peligro escribes -escribes- que el marido o el pudor de una<br />

mujer hermosa y santa corría, quedó protegido por un milagro del cielo, y, como era<br />

figura de la Iglesia, la profecía se hace ahora visible en la región africana".<br />

Para no analizar en vano cada una de tus palabras, voy a citar el pasaje en que te diriges<br />

a Turbancio, y dices: "Ahora, mi venerado hermano Turbancio, querido colega en el<br />

sacerdocio, es necesario orar a Dios para que no tarde en librar, en los tiempos en que nos<br />

toca vivir, a la Iglesia católica con parecidos milagros, pues es la Esposa de su Hijo santa<br />

fecunda, casta, hermosa; orar para que la libre de la corrupción de los maniqueos, que<br />

ejercen el bandidaje en África y fuera de África".<br />

Esta es también nuestra plegaria contra maniqueos, donatistas y otros herejes, y contra<br />

todos los enemigos del nombre cristiano y católico que han surgido en África. Y contra<br />

vosotros, que sois para nosotros como una peste venida de la otra parte del mar, de la<br />

que no podemos vernos libres sino por Cristo Salvador. ¿Tú crees que somos piratas<br />

salidos de África para combatiros porque os oponemos un mártir, el bienaventurado<br />

Cipriano, con cuyo testimonio probamos que es la fe católica la que defendemos contra la<br />

profana vanidad de vuestro error? ¡Oh maldad! ¿Tendrá la Iglesia de Dios establecida en<br />

África necesidad de vuestras oraciones, cuando el bienaventurado Cipriano predicaba la<br />

verdad que tú combates? Escribe: "Con razón no se debe negar el bautismo a un niño<br />

recién nacido que no es culpable de pecado, a excepción del contagio que trae de la<br />

muerte antigua por haber nacido de Adán según la carne; de suerte que se le perdonen no<br />

sus propios pecados, sino los ajenos". Cuando Cipriano enseñaba estas verdades a otros,<br />

verdades que él había aprendido, ¿le faltó la ayuda de tus oraciones para que la belleza de<br />

la Iglesia, de la que Sara fue figura, se conservase intacta y fuera preservada la corrupción<br />

de los maniqueos, que, según tú, engañó a San Cipriano antes aún de que el nombre de<br />

Manés fuera conocido en el imperio romano? ¡Mira qué cosas tan sin sentido y<br />

monstruosas te ves forzado a proferir contra la fe secular de la Iglesia católica cuando no<br />

tienes nada que decir!<br />

32. Sean cualesquiera tus tergiversaciones, ¡oh herejía pelagiana!, construyes nuevas<br />

máquinas y trazas nuevas insidias para combatir las murallas de una verdad antiquísima.<br />

El "discutidor púnico", como me llama tu defensor; pues bien, "este discutidor púnico" no<br />

soy yo, sino el cartaginés Cipriano, y este púnico te yugula con su palabra y toma<br />

venganza de tu dogma impío. ¿Qué sucedería si yo hubiera citado tantos obispos africanos<br />

como nombré de otras partes del mundo, o si entre ellos se encontraran muchos venidos<br />

de África? Hice sólo mención de un africano; los otros pertenecen a diferentes naciones.<br />

Su consenso -Oriente y Occidente- destruye tu doctrina. Sin embargo, la obstinación te<br />

ciega y no te das cuenta que eres tú el que tratas de corromper y afear la belleza de la<br />

antigua Iglesia; es decir, la antigua fe, de la que fue figura la castísima belleza de la<br />

viejecita Sara.<br />

Si los maniqueos afearon el rostro bello de la Iglesia por medio de los santos obispos de<br />

Dios e ilustres doctores Ireneo, Cipriano, Reticio, Olimpio, Hilario, Ambrosio, Gregorio,<br />

Basilio, Juan, Inocencio y Jerónimo, dime, Juliano, ¿quién te parió a ti? ¿Fue una Iglesia<br />

casta y pura, o una hetaira cualquiera la que te engendró a la gracia de la vida espiritual,<br />

luz que has abandonado? Por defender la doctrina de Pelagio, en tu extravío, o, mejor,<br />

furor, ¿no temes difamar a la esposa de Cristo y deshonrar el seno de tu madre? No<br />

sabiendo qué mentira urdir para oponer la deformidad de tu nueva herejía a la belleza de<br />

Sara, vas tan lejos que acusas de maniqueísmo a una pléyade de gloriosos obispos<br />

católicos, todos unánimes en expresar sus sentimientos, aunque muchos ni el nombre de<br />

Manés habían oído.<br />

33. Después de esta digresión, a la que te llevó "no un exceso de dolor", como dices, sino<br />

la ausencia de todo pudor, retornas a tus programados delirios, sin renunciar a tus


extravagancias, y te afanas por confirmar con un texto del Apóstol 34 lo que ya habías<br />

dicho sobre los órganos ya muertos de Abrahán y Sara. Como creo haber discutido ya lo<br />

suficiente sobre este tema, me parece superfluo insistir. ¿Qué cristiano ignora "que aquel<br />

que creó al primer hombre del polvo, forma a todos los demás hombres del semen?" Pero<br />

esta semilla está con justicia corrompida y condenada; unos permanecen bajo los efectos<br />

de la condena, mientras otros son liberados del mal por misericordia. No es, pues, verdad,<br />

como opinas y concluyes, que la afirmación de un pecado original quede asfixiada en las<br />

mallas de tu red. Tus vacías palabras, que tratan de justificar la naturaleza humana,<br />

viciada por voluntad del primer transgresor, no sirven para justificarla; sólo la gracia de<br />

Dios, por Jesucristo nuestro Señor, puede limpiarla de su inmundicia.<br />

Para Juliano, el Obispo de Hipona es un adorador del diablo<br />

XVIII. 34. No creo, como me calumnias, que "los esposos puedan engendrar sin sentir<br />

ardor en sus cuerpos", ni opino que "Dios no sea el creador del hombre", ni pienso que lo<br />

haya formado "por mediación del diablo o que sea su autor el diablo", pues ni los padres<br />

pueden crear un hombre, porque, aunque intervienen los padres en la generación de los<br />

hijos, Dios da la virtud creadora, y ni el diablo en persona puede sustraerse a su poder. ¿<br />

Con cuánta más razón no podrá el diablo sustraer la naturaleza humana a la acción<br />

creadora de Dios, que, a causa del pecado, quedó condenada a estarle sometida? Si esto<br />

es así, eres tú no un adorador del diablo, como dices de mí, pero sí un auxiliar en sus<br />

obras, por mucho que le acuses, pues te atreves a decir que los niños no deben ser<br />

liberados por Cristo del mal que los hace esclavos del diablo, y así, con doctrina no sana,<br />

sostienes que están sanos. Yo, en cambio, según la sana fe, afirmo que Isaac debe su<br />

nacimiento a la concupiscencia, como todos los hombres, a excepción de uno solo, que no<br />

fue fruto de este mal y por el que todos somos sanados de este mal. No niego sea extraña<br />

la acción de la divina Providencia al movimiento de los miembros genitales, porque su<br />

sabiduría despliega vigorosa su acción de un confín a otro y todo lo dispone con suavidad<br />

35 , sin que haya en ella nada manchado 36 ; y para llevar a cabo sus obras se sirve de lo<br />

inmundo y contaminado, permaneciendo ella pura y limpia. No es preciso recurrir a largos<br />

razonamientos para probarme lo que precisamente concedo.<br />

Pero, si puedes, responde: ¿Por qué Isaac habría sido borrado de su pueblo si no hubiese<br />

sido circuncidado al octavo día de su nacimiento y no hubiese recibido el signo del<br />

bautismo de Cristo 37 ? Explícame, si eres capaz, ¿por qué habría merecido tan gran<br />

castigo, de no haber sido librado por este sacramento? No se puede negar que Dios haya<br />

vivificado la matriz estéril de Sara y el cuerpo casi muerto de Abrahán, que no podía ya<br />

engendrar hijos como en su juventud. Dios les comunicó como una vida nueva. Pero Isaac,<br />

nacido en perfecta inocencia no era culpable de ningún pecado personal aunque hubiera<br />

nacido de padres adúlteros. ¿Qué culpa tenía, pues, para ser borrado de su pueblo si no<br />

fuera circuncidado al octavo día? No discurras por caminos oscuros y difíciles; responde a<br />

esta pregunta clara, simple, necesaria.<br />

35. Insertas un texto del Apóstol que no rima con su pensamiento al hacerle decir lo que<br />

tú quieres. Mas, al no rozar la cuestión que nos ocupa, sería largo y superfluo discutir.<br />

Citas también estas palabras: ¿Cómo juzgará Dios al mundo? Si por mi mentira la verdad<br />

de Dios abundó para su gloria, ¿por que soy juzgado aun como pecador? 38 Y a<br />

continuación añades: "Por estas palabras ha querido el Apóstol probar que Dios ha perdido<br />

el derecho a juzgar si no tiene el poder de gobernar". Si, como piensas, la finalidad del<br />

Apóstol al hablar así era "imponer silencio a los que decían que los pecados de los<br />

mortales contribuían a la gloria de Dios, y, en consecuencia, manda cosas imposibles para<br />

preparar así los medios para hacer brillar su misericordia; y si, como juzgas, este pasaje<br />

de San Pablo prueba que los hombres son juzgados con justicia, porque no guardaron los<br />

mandamientos que podían cumplir, porque sería injusto sufrir condena por no observar<br />

preceptos imposibles de practicar", ¿qué dices de Isaac, al que nada posible o imposible se<br />

le intimó, y, sin embargo, habría perdido la vida, de no ser circuncidado al octavo día? ¿No<br />

ves, en fin, que el precepto dado por Dios al primer hombre era de posible y fácil<br />

cumplimiento; y que fue por esta violación y desprecio de este mandato de un solo<br />

hombre, como en masa común de origen, por lo que arrastró con su pecado a todo el<br />

género humano, herencia común, y de ahí viene el duro yugo que pesa sobre los hijos de<br />

Adán desde el día de su nacimiento hasta el día de su sepultura en la madre de todos? 39 Y<br />

como de esta generación maldita de Adán nadie se ve libre si no renace en Cristo, por eso<br />

Isaac habría perecido de no recibir el signo de esta regeneración; y con plena justicia,<br />

pues, habría salido de esta vida, en la que entró condenado por su nacimiento carnal, sin


el signo de la regeneración. Y si éste no es el motivo por el que Isaac habría perecido,<br />

indícame otro. Dios es bueno y justo; puede salvar a algunos porque es bueno, sin que lo<br />

hayan merecido; pero a nadie puede condenar sin motivo, porque es justo. Un niño de<br />

ocho días, sin pecado personal, ¿puede ser condenado, por no ser circuncidado, si no le<br />

hiciese digno de esta condena el pecado original?<br />

Explica Agustín textos de la Escritura citados por Juliano<br />

XIX. 36. Pasas a otro punto y tejes vanidad con vanidades mayores. No me refiero a los<br />

textos de las santas Escrituras que citas, sino a las conclusiones que sacas. Dices, por<br />

ejemplo: "Una ignorancia supina debe ser llamada justicia, pues Dios dijo al rey Abimelec,<br />

que había tomado a Sara por mujer sin saber que era esposa de otro: Sé que lo hiciste<br />

con limpieza de corazón"É 40 Y concluyes: "La voluntad de los padres no puede perjudicar<br />

a los hijos, pues, aunque esta voluntad sea mala, no puede ser -dices- conocida por los<br />

hijos". ¿Por qué no los declaras justos, si una ignorancia absoluta se ha de llamar justicia?<br />

Nada más absoluto que la ignorancia de los niños, nada, en consecuencia, se debe llamar<br />

más justo. ¿Dónde queda lo que antes dijiste: "Los niños no nacen justos ni injustos"? De<br />

sus acciones futuras depende el serlo. ¿Todo lo que se puede decir de la niñez es que es<br />

rica en inocencia? ¿No son estas palabras tuyas: "El hombre nace en plenitud de inocencia<br />

y es capaz de llegar a ser virtuoso, pues por su conducta merecerá ser alabado o<br />

condenado?" ¿Acaso vas a decir que la justicia no es virtud? ¿Cómo es que el niño no es<br />

plenamente virtuoso y sí sólo capaz de serlo si se halla en una absoluta ignorancia, que,<br />

según tú, ha de ser llamada justicia, a no ser que niegues ser virtud la justicia? ¿No<br />

despertarás sacudido por este absurdo y te arrepentirás de lo dicho? La palabra de Yahvé<br />

está en vela, pero tú roncas. No dice al rey Abimelec: "Sabía que tu corazón era justo" o<br />

que "tu corazón estaba limpio", pues está escrito: Dichosos los limpios de corazón, porque<br />

ellos verán a Dios 41 . Y tú pones como ejemplo del pecador al rey Abimelec. Le dice Dios:<br />

Sabía que hiciste esto con un corazón limpio. No todo lo que había hecho o pudiera hacer,<br />

sino esto, en que no tenía conciencia de adulterio.<br />

37. Me admiran tus esfuerzos por sacar de este ejemplo una conclusión imposible; no ves<br />

lo que no quieres oír. Te afanas en hacernos creer que por la oración de Abrahán reavivó<br />

Dios en las mujeres de Abimelec el ardor de la concupiscencia, pues está escrito: Dios<br />

había cerrado desde fuera toda matriz en casa de Abimelec por causa de Sara, mujer de<br />

Abrahán 42 . Quieres convencernos que esta esterilidad era efecto de la cólera divina y<br />

había apagado en estas mujeres el fuego de la concupiscencia, mientras las palabras de la<br />

Escritura indican, más bien, una oclusión que venía de una enfermedad que impedía a las<br />

mujeres o quedar empreñadas por ayuntamiento o, ya embarazadas, no podían dar a luz.<br />

Ni pones atención, hombre que no quieres admitir que la justicia divina pueda castigar a<br />

alguien no a causa de los pecados personales, sino de pecados ajenos, cómo pudo<br />

acontecer que el rey Abimelec pecara, aunque su corazón estuviera limpio de adulterino<br />

deseo, y Dios haya querido castigar una falta cualquiera del rey en sus mujeres.<br />

¡Ves cómo el contagio del pecado pasó de un hombre a las mujeres sobre las cuales<br />

ejercía su derecho de amo o de marido, y no quieres que este contagio pase de padres a<br />

hijos, de cuya semilla traen su origen! Pondera cuán inescrutables son los caminos de la<br />

sabiduría y ciencia de Dios y deja de graznar contra el misterio del pecado original.<br />

Posiciones encontradas de Agustín y Juliano sobre la concupiscencia<br />

XX. 38. Empiezas luego a discurrir sobre los excesos de la concupiscencia que juzgas<br />

reprobables, aunque merece elogio cuando usan de ella con moderación los casados; es<br />

como si un jinete se sirviese con destreza de un mal corcel; el elogio lo merece el jinete,<br />

no el caballo. ¿De qué te sirven los testimonios de la Escritura, en los que se evidencia que<br />

Dios prohíbe y castiga los excesos de la libido? Nos horroriza cualquier infame torpeza que<br />

se realice con las partes genitales, cuyos movimientos se dejan sentir durante el sueño<br />

incluso en personas castas, y sus efectos hacen gemir.<br />

39. ¿Por qué busca Dios, preguntas, justos en Sodoma, si la naturaleza los hacía tales? Es<br />

como si dijéramos que una naturaleza superior no pudiera frenar la concupiscencia carnal.<br />

Por el contrario, nosotros decimos: la concupiscencia es un mal, y un buen luchador la ha<br />

de vencer en combate, hasta ser como herida en el cuerpo, curada del todo.<br />

40. Si piensas que alaba el Apóstol la concupiscencia porque llama a la unión del hombre y


la mujer natural cuando escribe a los romanos y dice que algunos, abandonando el uso<br />

natural de la mujer, se abrasaron en deseos los unos por los otros 43 , te verás forzado a<br />

elogiar todo comercio con la mujer, y, en consecuencia, alabarás los estupros cometidos<br />

con mujeres, porque usar de ella, dices, es natural; sin embargo, es un crimen, pues<br />

sabemos que es un abuso, y los hijos, fruto de dicho ayuntamiento, son naturales, no<br />

legítimos. En consecuencia, no teje el Apóstol, en sus citadas palabras, un elogio de la<br />

concupiscencia carnal; dice tan sólo que el comercio entre hombre y mujer es conforme a<br />

la naturaleza, pues es por la generación de los hijos como subsiste la naturaleza humana<br />

41 "Los sodomitas -sostienes- pecaron haciendo mal uso del pan y del vino, criatura de<br />

Dios"; y con esto quieres dar a entender que la concupiscencia es buena; pero los<br />

hombres, al hacer mal uso de ella, son culpables; como el pan y el vino son cosas buenas<br />

en sí, pero se peca por un mal uso. No sabes lo que dices; no ves que el pan y el vino son<br />

dos sustancias y no se encienden en deseos contrarios al espíritu; y si existe un apetito<br />

desordenado en el comer y el beber, el mal radica no en los alimentos, algo extraño al<br />

hombre, sino en los glotones, que hacen mal uso de ellos; y si es necesario ser parcos y<br />

moderados en la comida y bebida, es para que la concupiscencia, nuestro enemigo<br />

interior, no se excite y la pesadez del cuerpo corruptible no se deje sentir en el alma,<br />

cargada en exceso por los vapores de suculentas viandas, y embista, con violencia<br />

incoercible, contra el espíritu.<br />

La concupiscencia es, pues, un mal. Nos lo prueba el luchador triunfante y el derrotado.<br />

Mal del que los esposos hacen buen uso cuando el fin es tener hijos, de los que la<br />

Providencia divina se sirve para la creación del hombre.<br />

En el corazón de la controversia<br />

XXI. 42. Medita ahora, te ruego; déjate provechosamente vencer por la verdad; medita,<br />

repito, abandonado todo deseo de victoria, y piensa si debes apegarte a tu sentencia o<br />

adherirte a la nuestra. Dices bien: "Quieres dar a tu lector un breve aviso para que grabe<br />

en su corazón cuanto en tus libros has dicho". Cuál sea tu breve advertencia, lo condensas<br />

en estas palabras: "El que mantiene en sus justos límites la concupiscencia natural, usa<br />

bien de una cosa buena; el que excede los justos límites, usa mal de una cosa buena; el<br />

que, por amor a la santa virginidad, no usa de este bien, obra mejor, pues renuncia a una<br />

cosa que en sí es un bien; confiado en su salvación y en su fuerza, desprecia la medicina<br />

para poder ejercitarse en más gloriosos combates".<br />

A todo esto respondo: El que hace un moderado uso de la concupiscencia carnal, usa bien<br />

de una cosa mala; el que excede sus justos límites, usa mal de una cosa mala; aquel que<br />

por amor a la santa virginidad la desprecia, obra mejor, porque, poniendo su confianza en<br />

el socorro y la gracia del Señor, no hace uso de las medicinas inferiores para poder<br />

ejercitarse en más gloriosos combates.<br />

El eje, pues, de la cuestión entre nosotros gira alrededor del buen uso de la<br />

concupiscencia, a saber, si es un bien o es un mal. Quisiera que en esta materia no<br />

rechazaras a los ilustres jueces, instruidos en saberes sanos, que, sin favoritismo alguno,<br />

han pronunciado sentencia, según probé en mis libros anteriores. Pero como es probable<br />

no te rindas a la evidencia, vas a prepararte para acusar a estos jueces, o, para servirme<br />

de una expresión más suave, para refutar sus afirmaciones; por eso me vas a permitir<br />

servirme de tus palabras en favor de mi sentencia contra ti mismo.<br />

No iré lejos a buscar las pruebas; las encuentro en tu libro y en el mismo pasaje que<br />

acabo de citar. Dices: "La santa virginidad, confiada en su salvación y en su fuerza,<br />

desprecia la medicina de la concupiscencia para ejercitarse en gloriosos combates". Te<br />

pregunto: ¿Qué medicinas infravalora? Responderás: "La del matrimonio". Te pregunto de<br />

nuevo: ¿Contra qué enfermedad son necesarias estas medicinas? La palabra medicina<br />

viene de medicinar; es decir, de medicamento. En consecuencia, los dos reconocemos que<br />

el matrimonio es un remedio. Pero entonces, ¿por qué alabas la concupiscencia, pues<br />

reconoces es una enfermedad que conduce a la muerte si el calzador de la continencia o el<br />

remedio del matrimonio no la ahorma? He discutido contigo este punto más arriba (c. 15),<br />

en un pasaje en que pones, con tanta razón como elocuencia, la castidad conyugal entre<br />

los lujuriosos y continentes y afirmas que la castidad conyugal "templa suavemente con<br />

mano pudorosa los ardores de la concupiscencia y ensalza a los que no tienen necesidad<br />

de este remedio". Repetiré ahora en pocas palabras lo que dije ya con claridad. Escucha:


Cuando afirmo que la concupiscencia es una enfermedad, tú lo niegas, y, sin embargo,<br />

confiesas que necesita de un remedio. Si reconoces la necesidad de la medicina, confiesa<br />

la existencia del mal. Si niegas la enfermedad, niega el remedio. Ríndete de una vez, te lo<br />

ruego, a la verdad que habla por tu boca. Ninguna persona sana necesita medicinas.<br />

43. ¿En qué consisten estos "gloriosos combates" que han de sostener las santas vírgenes<br />

sino en no dejarse vencer por el mal y superar el mal con el bien? Combates no digo<br />

gloriosos sino muy gloriosos. Porque la castidad conyugal triunfa también de la esclavitud<br />

de la concupiscencia, pero con menos gloria que la virginidad. Combate, en efecto, para<br />

mantenerla dentro de los límites del tálamo nupcial; combate para que no turbe a los<br />

esposos en los tiempos destinados, de común acuerdo, a la oración. Castidad conyugal,<br />

don excelso de Dios, fuerte para guardar cuanto el contrato matrimonial prescribe, y es,<br />

sobre todo, entre sábanas donde sostiene los más duros combates para no rebasar los<br />

límites que impone la procreación de los hijos cuando acaricia el cuerpo suave de la<br />

consorte. Castidad que respeta los períodos de la mujer, la gravidez y la edad, cuando ya<br />

el concebir no es posible y solamente cede al deseo cuando brilla la esperanza de un hijo.<br />

Y si alguna vez se rebasan los límites del contrato matrimonial y se dispone del cuerpo del<br />

cónyuge, si no es contra naturaleza, es, en sentir del Apóstol 44 , culpa leve, pues se<br />

rebasan los límites que el pudor impone a los esposos. Y para no traspasar estos límites es<br />

preciso luchar contra la libido, cuya violencia es tan arrolladora que, para contrarrestar sus<br />

efectos y no causar daño, la castidad ha de luchar y resistir.<br />

44. Tú, si no me equivoco, te hallas comprometido en este combate, y, como crees luchar<br />

por una causa buena, temes ser vencido. Dime, por favor: ¿por quién temes ser<br />

derrotado? ¿Por el bien o por el mal? ¿Temes, acaso, ser vencido por mí, y niegas el mal y<br />

alabas como bueno al que temes como vencedor? Emparedado entre dos adversarios, te<br />

debates entre grandes angustias y quieres vencer la libido con la castidad. Pero pon<br />

atención, porque, si la combates, confiesas su maldad; si la elogias, abandonas la verdad,<br />

que es bien. Ora combatas, ora elogies este mal, la victoria está de mi parte, y te lo voy a<br />

probar, eligiéndote a ti como juez.<br />

Quieres vencer la concupiscencia luchando y a mí alabándola. He aquí mi respuesta: si la<br />

alabas, confiesas tu derrota; si la combates, pronuncias contra ti mismo sentencia. Si la<br />

concupiscencia es un mal, ¿por qué el elogio? Si es un bien, ¿por que la lucha? Y si no es<br />

ni un bien ni un mal, ¿por qué el elogio? ¿Por qué la lucha? Mientras luches contra la<br />

concupiscencia eres juez que pronuncias sentencia a mi favor, en contra de ti mismo. ¿Vas<br />

a renunciar, acaso, a combatir la concupiscencia para no verte vencido en este certamen<br />

que sostenemos, diciendo para tus adentros: Mejor es no combatir que demostrar con la<br />

lucha que es un mal y no un bien lo que alabo? Por favor, renuncia a este empeño. ¿Qué<br />

soy yo para considerar una gran hazaña vencerme? Déjate vencer por la verdad para<br />

triunfar de la concupiscencia. Porque, si cesas de luchar, serás por ella vencido, y, una vez<br />

esclavizado, te revolcarás en todos los lodazales. Este mal sólo horror debe inspirarte,<br />

pues no te servirá para alcanzar el fin prometido y no te impedirá ser por mí derrotado y<br />

por la verdad que defiendo. Ora seas panegirista o impugnador de la concupiscencia, serás<br />

vencido por tu propia sentencia, pues alabas un mal que te glorías en combatir. Y, si cesas<br />

de luchar contra ella, para no destruir con el combate los elogios que le prodiga tu lengua,<br />

venzo a un esclavo de la concupiscencia y a un desertor de la continencia, y no por tu<br />

propio juicio, sino por el de la sabiduría.<br />

45. Nuestra causa ha terminado. Por mucho que alabes la concupiscencia de la carne, si la<br />

combates, has de reconocer con cuánta verdad dice el apóstol Juan de ella y sólo de ella<br />

que "no viene del Padre". Si, como dices, "el que no usa moderación, usa mal de un bien",<br />

pero incluso en los que hacen un mal uso de ella es un bien, ¿cuál es la que no viene del<br />

Padre? De cualquier manera que la entiendas, ¿estás dispuesto a elogiarla? Y si es un mal,<br />

¿cuándo y dónde lo será? Porque, según tú, es un bien incluso cuando se usa mal de ella;<br />

el mal, pues, no radica en ella, sino en el que usa mal de un bien. No podrás decir que<br />

viene del Padre cuando es moderada y que no viene del Padre cuando rebasa los límites<br />

de la moderación, porque afirmas que, incluso en este caso, es un bien del que el malo<br />

hace un mal uso. De todas estas dificultades te verías libre si creyeses no lo que dice tu<br />

boca, sino lo que prueba la lucha. Del Padre viene la continencia, que no tendría que<br />

luchar contra la concupiscencia si ésta viniera también del Padre. Este mal que con fuerza<br />

combates si vives en continencia, no viene del Padre, porque entonces no lo combatirías si<br />

no te opusiese viva resistencia, si fuera verdad que viene del Padre, pues no te opondría


esistencia, cuando haces lo que agrada al Padre, si del Padre viniera.<br />

46. De la concupiscencia y con la concupiscencia nace el hombre, obra buena de Dios,<br />

pero no sin el mal, que viene de la generación y sana la gracia de la regeneración. Por eso<br />

he dicho con toda verdad: "El bien del matrimonio no se puede condenar por el mal que se<br />

deriva, como tampoco se puede justificar el mal del adulterio o de la fornicación por el<br />

bien natural que nace de este mal". Llamo bien natural a lo que tú alabas conmigo; llamo<br />

mal original a lo que tú conmigo combates y alabas para combatirme. No es un mal lo que<br />

nace, sino con lo que nace y contra lo que espiritualmente luchas, si has renacido. Tu<br />

nacimiento es obra de Dios y de la fecundidad de tus padres; contra lo que combates, si<br />

has sido regenerado, viene de la prevaricación, que introdujo en el mundo la astucia del<br />

diablo, y de la que te libró la gracia de Cristo. Esta gracia te permite, primero, usar bien<br />

de este mal con tu consorte, y ahora, combatir este mal en ti mismo. No se te imputa a<br />

pecado, como el día de tu nacimiento, pero de su mancha no te verás limpio si no eres<br />

regenerado, para que, libre de la esclavitud en que te encontrabas, puedas reinar con<br />

Cristo, si es que tu herejía no te hace arder con el diablo. Lo que con toda mi alma deseo<br />

es que confieses la existencia del mal contra el que luchas, para que este mal, que no está<br />

separado de ti como una naturaleza extraña, sino que existe en ti, por completo curado<br />

puedas gozar alegre de una paz eterna.<br />

47. No soy, como dices, "un alquimista, capaz de crear una bestia que se devore a sí<br />

misma". Cuidado, no sea que este movimiento bestial de tu carne con el que estás en<br />

conflicto así como te ha pervertido ya al alabarle, termine por devorarte si aflojas en el<br />

combate. No dije, como me calumnias, que el matrimonio era "un gran bien y un gran<br />

mal", como si mi sentencia se devorase a sí misma; dije, sí, que en un mismo hombre hay<br />

una naturaleza buena y un vicio malo. Verdad que tú mismo reconoces en los adúlteros,<br />

pues no condenas la naturaleza a causa del vicio que hay en ellos, ni apruebas el vicio a<br />

causa de la naturaleza. El matrimonio, dije, al que debes tu nacimiento, es un bien; el mal<br />

proviene no del matrimonio, sino de una raíz viciada en su origen, contra la que, una vez<br />

regenerado, combates.<br />

48. Ridículo es lo que me dices: "Los epicúreos, al recorrer el camino, cortan todas las<br />

bridas que frenan los malos deseos". ¿Qué no dirías si alabase el placer de la carne? Tú,<br />

con relativa frecuencia, haces lo que hacía Epicuro zafia y burdamente, y, aunque<br />

aparentas ser su enemigo, dices con cierta elocuencia lo que él, sin estilo, decía. Te va a<br />

resultar difícil probar que se puede alabar la concupiscencia y no ser epicúreo. Mas no te<br />

tomes este trabajo, te voy a librar de este cuidado. No eres un epicúreo, porque un<br />

epicúreo pone toda la felicidad del hombre en el placer de la carne, mientras tú, en gran<br />

parte, la haces consistir en la virtud, que no es otra cosa sino la piedad verdadera. En<br />

efecto, dijo Dios al hombre: Mira, la piedad es sabiduría 45 . Y ¿de dónde viene la sabiduría<br />

sino de aquel de quien está escrito: Dios ciega a los sabios? 46 Y en otro lugar: Si alguno<br />

necesita sabiduría, se la pida al Señor 47 . Si no eres epicúreo, aunque de él tomas alguna<br />

de tus expresiones en alabanza del placer venusino, mucho menos lo seré yo, que pienso<br />

de la concupiscencia lo mismo que pensaba San Ambrosio; esto es, que "la concupiscencia<br />

es enemiga de la justicia y que el hombre, concebido con el placer de la carne, antes ya de<br />

su nacimiento, contrae la inmundicia del pecado".<br />

En lo concerniente a mis costumbres y cuál es mi vida, la conocen todos aquellos con<br />

quienes convivo. Pero ahora se trata entre nosotros de un dogma católico y de una verdad<br />

de fe. Que no se encubra en ti la perfidia de un desertor, pues no me atemoriza tu lengua<br />

de crítico a lo Catón. Confieso que enseño a los hombres lo que aprendí en los escritos<br />

apostólicos: Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la<br />

verdad no está en nosotros 48 . Confieso también que me golpeo el pecho entre el pueblo y<br />

con el pueblo de Dios y le suplico con toda verdad: Perdónanos nuestras deudas 49 .<br />

No te insolentes contra nosotros; eres precisamente hereje porque te desagradan estas<br />

verdades. Nosotros ponemos toda nuestra confianza en la misericordia de Dios; vosotros,<br />

en vuestras fuerzas. Vosotros decís que la gracia de Dios se otorga según nuestros<br />

méritos; palabras que, si Pelagio no condena, hubiera sido él condenado por los obispos<br />

católicos. Nosotros afirmamos que la gracia se da gratuitamente; por eso se llama gracia.<br />

Decimos también que a esta gracia deben los santos sus méritos, a tenor de las palabras<br />

del Apóstol: Por la gracia de Dios soy lo que soy 50 . Os burláis de nosotros y con la frente<br />

erguida nos despreciáis. Somos el sarcasmo de los satisfechos, desprecio de los


orgullosos 51 . Confundís al pobre porque ha puesto su esperanza en el Señor 52 .<br />

49. En la cuestión que tratamos no veo haya dicho nada que te autorice a decir que "he<br />

cortado todas las amarras que frenan la concupiscencia"; al contrario, declaro es necesario<br />

reprimir las pasiones con la fuerza de la gracia de Dios, otorgada a los hombres. Te<br />

pregunto: Estas pasiones que han de ser reprimidas y a las que me acusas dar rienda<br />

suelta, ¿son buenas o malas? Y no se trata, pienso, de las pasiones que experimentan los<br />

rocines o cualquier otro animal, sino de las nuestras. Existen en nosotros malas<br />

concupiscencias, que es necesario frenar con las bridas de una buena conducta. Me acusas<br />

de cortar las amarras que embridan estas apetencias malas o buenas. Entre ellas hay una,<br />

la concupiscencia de la carne, de la que y con la que nacen los niños, y por esta causa han<br />

de ser purificados por el sacramento de la regeneración.<br />

De este mal, declaro, usan bien los esposos castos; mal los adúlteros; tú, al contrario,<br />

sostienes que la concupiscencia es un bien del que hacen mal uso los adúlteros, y bueno<br />

los castos esposos; los dos decimos que hace mejor la continencia absteniéndose de un<br />

bien, según tú; de un mal, en mi sentir. Dios conoce nuestra conciencia, y los hombres<br />

entre los que vivimos, nuestra conducta; sin embargo los dos hacemos profesión de<br />

continencia, y, si observamos fielmente lo que profesamos, los dos reprimimos esta<br />

concupiscencia; los dos combatimos sus movimientos desordenados; los dos, si<br />

progresamos en este camino, venceremos. Pero entre nosotros dos existe esta diferencia:<br />

yo afirmo luchar contra un mal; tú, contra un bien; yo digo que es un mal el que se me<br />

resiste; tú, un bien; yo lucho contra un mal; tú, contra un bien. Mi deseo es triunfar de un<br />

mal; el tuyo, triunfar de un bien. De donde se puede deducir que te interesa más avivar<br />

esta concupiscencia con tus elogios que reprimirla con tu continencia.<br />

50. Con tu continencia declaras librar gloriosos combates. ¿Contra qué, por favor? Tu<br />

respuesta ha de ser: contra la concupiscencia de la carne. ¿Pero es enemiga o amiga?<br />

Responderás que es enemiga. La carne codicia contra el espíritu, y el espíritu contra la<br />

carne 53 . Son, pues, mutuos enemigos, testigo el Apóstol. Quizás sean una ficción tus<br />

elogios, si no lo es tu combate. No veo cómo puedes armonizar con sinceridad estas dos<br />

cosas: elogiarla como amiga y combatirla como enemiga. De estas dos cosas sólo una<br />

podemos creer, elige cuál de las dos hemos de creer. Si de corazón la combates, no la<br />

elogias de corazón; si tu alabanza es sincera, tu combate es una ilusión, juegas a la<br />

guerra. No soy enemigo tuyo, como lo es el mal que habita en tu carne, pero me gustaría<br />

oírte condenar este mal con la ortodoxia de tu doctrina y verte combatirlo con la santidad<br />

de tu vida.<br />

Y, si es preciso elegir una de estas dos acciones, una sincera, la otra fingida, me<br />

encantaría que tus loas a la concupiscencia fueran fingidas, no tu combate; porque es más<br />

tolerable mienta tu lengua que tu vida; más tolerable simular la palabra que la castidad. Si<br />

no finges la castidad que te lleva a combatir tu concupiscencia, finges el elogio para<br />

enfrentarte con mi doctrina; y sucederá entonces que, si la guerra que mueves a la<br />

concupiscencia es sincera, no podrás disimular mucho tiempo, en la guerrilla que de<br />

palabra me haces, tus verdaderos sentimientos. Mas, ora disimules una de estas dos cosas<br />

o ambas a la vez, no veo cómo se puede ser sincero si se lucha contra lo que se alaba y se<br />

alaba lo que se combate, entre las dos hipótesis, me agradaría ver en ti lo que más te<br />

favorece y discutir contigo como con un enemigo de la libido. Lo reafirmo: el matrimonio<br />

no es un mal, pues hace un buen uso del mal; mientras tú sostienes que usa bien de una<br />

cosa buena, porque consideras un bien la concupiscencia de la carne, que, al combatirla,<br />

demuestras que es un mal. Ya expuse más arriba cómo los casados usan bien, dentro del<br />

matrimonio, de este mal que combaten.<br />

La semilla y el mal<br />

XXII. 51. Siendo esto así, el matrimonio, en cuanto matrimonio, es un bien, y el hombre,<br />

en cuanto hombre, es un bien, ora sea fruto de una unión legítima o adulterina; porque,<br />

en cuanto hombre, es obra de Dios; sin embargo, como engendrado por y con este mal,<br />

del que hace buen uso la continencia conyugal, es necesario sea de este mal liberado por<br />

el sacramento de la regeneración. ¿Por qué preguntas de dónde viene el mal de origen, si<br />

la concupiscencia contra la que sostienes rudos combates habla en ti con más elocuencia<br />

que cuando tú mismo cantas sus excelencias? ¿Por qué preguntas "de dónde viene que el<br />

hombre, creado por Dios, gima bajo el poder del diablo?" ¿Por qué está sujeto a la<br />

muerte, que Dios no hizo? ¿Qué tiene, dices, el diablo como suyo, si él no es el creador ni


de lo hecho ni de la materia de la que fue formado? En efecto, lo hecho es el hombre y<br />

viene de la semilla del hombre. Los dos son sustancias buenas; ninguna es obra del<br />

diablo; pero fue él quien sembró en la semilla el vicio. No conoce como bien suyo el<br />

matrimonio, que tú y yo alabamos, pero conoce como suyo el mal, que los dos<br />

combatimos. No es, pues, razonable que uno de los dos alabe el mal contra el cual los dos<br />

peleamos. Ahora veo qué es lo que te mueve a preguntarme "de dónde viene el mal a los<br />

niños de entre tantos bienes". Silencias en el libro que combates estas palabras del<br />

Apóstol: Por un hombre entró en el mundo el pecado, y por el pecado la muerte, y así<br />

pasó a todos los hombres, en el que todos pecaron 54 . No quieres que los hombres lean u<br />

oigan leer esta perícopa muy necesaria, para que no reconozcan su fe y desprecien tus<br />

razonamientos.<br />

El niño es inocente y culpable<br />

XXIII. 52. Yo, dices, he declarado que "el hombre nacido de fornicación no es culpable, y,<br />

si nace de un matrimonio legítimo, no es inocente". Es una absurda calumnia. Declaré, por<br />

el contrario, según la fe católica, que los Padres defendieron contra vosotros, aun antes de<br />

existir vosotros, que, cualquiera que sea su nacimiento, son inocentes cuando de pecados<br />

personales se trata; culpables, a causa del pecado original. Declaro igualmente que toda<br />

sustancia es obra de Dios y es buena, incluso en los grandes pecadores de edad adulta;<br />

pero son malos por la cantidad de pecados personales que han añadido al pecado de<br />

origen con el que nacieron. Después de estas declaraciones, ¿puedo temer se me acuse,<br />

como tú lo haces, de imputar a los hijos los pecados de sus padres? Aunque esto fuera<br />

verdad, no lo es si se refiere a los pecados de los que gozan de libre albedrío de la<br />

voluntad, sino si se refiere a los niños; pero que en ningún sentido a la sustancia, obra de<br />

Dios, y en ella sólo hay de malo los vicios, contra los que, para servirme de una expresión<br />

tuya, libras "gloriosos combates".<br />

53. Dices: "Lo mismo que, cuando engendran los adúlteros un hombre, nace de su fuerza<br />

germinal, no de su torpeza, así, cuando los esposos engendran, nace un niño, y no de la<br />

honestidad del matrimonio, sino del vigor seminal". Y si en esta ocasión nace de los dos,<br />

también en el primer caso nace de los dos. El fruto de las nupcias, en lo que pertenece a<br />

las mismas nupcias, no es la generación de los hombres, que pueden nacer incluso de<br />

uniones adulterinas, sino la ordenada generación de los hijos. ¿Por qué "una parte de mi<br />

afirmación es falsísima" cuando digo que no se ha de imputar al bien del matrimonio el<br />

mal de origen, cuya fuente es el matrimonio, si el buen uso de este mal te hizo nacer<br />

culpable y tenerte esclavo, de no haber renacido por el sacramento de la regeneración? En<br />

consecuencia, no podemos condenar a los esposos que hacen buen uso de la<br />

concupiscencia, aunque los hijos han de ser regenerados para verse libres de este mal. Si<br />

el bien del matrimonio fuera sólo el buen uso de un bien, sería difícil explicar la presencia<br />

del mal. Pero consistiendo el bien del matrimonio en el buen uso de un mal, ¿qué hay de<br />

asombroso si del mal del que hace buen uso el matrimonio viene el mal del pecado<br />

original? Lo que sí es admirable es que, siendo los apóstoles buen olor de Cristo, para<br />

unos son causa de bienes, para otros causa de males. Para aquéllos, olor de vida, para<br />

vida; para éstos, olor de muerte, para muerte 55 , y eso aunque el uso de este olor fuera<br />

uso de cosa buena, no mala. Eran buen olor de Cristo porque hacían buen uso de la gracia<br />

de Cristo.<br />

Sientas una falsedad cuando dices: "Si el mal trae del matrimonio su origen, se le puede<br />

acusar, nunca excusar"; porque de él viene el mal de origen, pero es, al mismo tiempo,<br />

fuente de un bien, a saber, de la ordenada propagación de los hijos. No viene el mal del<br />

bien de las nupcias, pero en el bien existe un uso del mal. La cópula matrimonial no fue<br />

instituida, como dices, por el mal de la concupiscencia de la carne, sino a causa del bien<br />

que viene de este mal; bien sin mezcla de mal si el hombre no hubiera pecado. Y, aunque<br />

ahora este bien no pueda existir sin el mal, no por eso se sigue que el mal sea un bien.<br />

Todo lo que es obra de Dios es un bien en la naturaleza; sin embargo, sin este bien no<br />

podría existir una voluntad mala. Por consiguiente, el adulterio no puede existir sin el bien<br />

de la naturaleza, y no por eso es un bien; y el matrimonio no puede existir sin el mal de la<br />

concupiscencia, y no por eso es un mal. En consecuencia, aunque te conceda "que no<br />

existe el bien en lo que puede ser causa de un mal", nada puedes concluir contra el<br />

matrimonio, que no es causa de mal alguno, porque el mal de la concupiscencia no es<br />

consecuencia del matrimonio; mal que ya existía y del que hace un buen uso.


La rendija y la puerta<br />

XXIV. 54. "No debe -dices- escapar al castigo una cosa por la que otras son condenadas".<br />

Si te refieres a la concupiscencia de la carne, no es absurdo tu sentir. De este mal usan<br />

bien los fieles casados; pero se comunica a los que nacen de esta unión y los hace<br />

culpables, y por eso han de ser regenerados. Mal que no puede quedar impune, y el<br />

castigo alcanza a todos los no regenerados; pero carece de efecto en los ya regenerados<br />

cuando su curación es perfecta. "Si este mal de origen -dices- viene del matrimonio, la<br />

causa de este vicio es la alianza nupcial" ¿Y qué sucede si otro dijera: "Si una voluntad<br />

mala viene de la naturaleza, luego la causa del mal es ]a creación de la naturaleza? ¿No<br />

sería una gran mentira?" Lo mismo se puede decir de tu razonamiento. Por el contrario, yo<br />

sostengo que el pecado original no viene del matrimonio, sino de la concupiscencia de la<br />

carne, mal que tú combates, y del que los esposos hacen buen uso si se unen sólo con el<br />

fin de tener hijos; porque sin el viejo pecado, que pasó a todos los hombres, no existiría<br />

este mal, del que el matrimonio pudiera hacer un buen uso, y, sin embargo, se unirían<br />

también para poder tener hijos.<br />

55. En el primer libro de esta obra pienso queda suficientemente demostrado tu gran<br />

error al discurrir sobre los árboles malos y buenos; mas como repites las mismas<br />

dificultades ya resueltas, no es superfluo demorarme un poco. Preguntas: "¿Por qué el<br />

pecado se encuentra en los niños?" Enumeras muchas cosas buenas y silencias el mal que<br />

combates; pero al callar gritas: "Con razón se han de condenar los padres cuyo<br />

matrimonio es fuente de pecado, pues proporciona al diablo un medio de ejercer su<br />

dominio sobre los hombres". Esto lo puedes decir del mismo Dios; y no lo digo porque sea<br />

el creador de los hombres, que contraen el pecado original, sino porque alimenta y viste a<br />

infinidad de impíos que prevé van a permanecer en su impiedad; porque, si Dios no<br />

hubiera obrado así, el diablo no tendría hombres esclavos. Quizás digas: "Dios, al<br />

alimentarlos, piensa sólo en el bien, del que es autor"; es decir, en los hombres. Bien;<br />

pues lo mismo sucede a los padres: cuando engendran sus hijos, piensan sólo en el bien,<br />

que es el hombre, sobre todo al ignorar cómo en el futuro serán. Como tú mismo<br />

confiesas, no existiría el pecado si no hubiera precedido una mala voluntad; porque el<br />

pecado original -que yo admito y tú niegas- no existiría si la naturaleza no hubiera sido<br />

viciada por la mala voluntad del primer hombre. Y no existiría mala voluntad si no hubiera<br />

existido una naturaleza angélica o humana. ¿Dirás, acaso, que Dios es causa del pecado<br />

porque su voluntad es la causa de las naturalezas mudables? Si no se puede imputar a<br />

Dios creador el pecado de las criaturas racionales, que abandonaron el bien, sino el que<br />

sean buenas, tampoco se puede imputar a los padres que usan bien del mal de la<br />

concupiscencia el que los hijos nazcan con dicho mal, sino sólo en lo que tienen de buenos.<br />

No es, pues, verdad, como tú piensas, que "los niños vengan del diablo en cuanto<br />

hombres, aunque se diga que del diablo viene el origen del pecado", sin el cual ningún<br />

hombre viene a este mundo. No porque la muerte traiga su origen del diablo viene de él el<br />

origen de los mortales.<br />

56. Buscas una pequeña "rendija por la que haya podido filtrarse el pecado a través del<br />

muro de la inocencia", pues Pablo, el apóstol, te indica no una rendija, sino una puerta<br />

abierta de par en par: Por un hombre entró en el mundo el pecado, y por el pecado la<br />

muerte, y así pasó a todos los hombres 56 . Silencias estas palabras del Apóstol y añades<br />

de tu cosecha: "La obra del diablo no puede pasar por la obra de Dios". Los hombres son,<br />

ciertamente, criaturas de Dios, y el pecado es obra del diablo, que, testigo el Apóstol, ha<br />

pasado a todos los hombres. Gritas: "Si la naturaleza viene de Dios, no puede existir en<br />

ella pecado alguno". Pero otro más piadoso puede también decir: "Si la naturaleza viene<br />

de Dios, nada malo puede venir de ella o existir en ella". Sin embargo sería una falsedad,<br />

porque el mal sólo de una naturaleza puede nacer y sólo en una naturaleza puede existir.<br />

El que nace es obra de Dios, lo confieso, y aunque nazca con el pecado original, pues lo<br />

que en él existe de bueno es obra de Dios, y la obra de Dios siempre es buena aunque en<br />

ella se encuentre el mal; y no sólo en el niño, sino incluso en las personas de cualquier<br />

edad. Sustancia, forma, vida, sentidos, razón y todos los demás bienes propios de la<br />

naturaleza humana se encuentran en todos los hombres, incluso en los malos. ¿Y a quién<br />

debe el hombre el beneficio de la vida sino a aquel "en quien vivimos, nos movemos y<br />

existimos? 57 " Todo esto lo hace Dios como obra oculta de su providencia y bondad; los<br />

alimentos nos los da al descubierto para sostén de nuestra vida. Aquel que hace vivir al<br />

hombre, aunque lleve una vida licenciosa, hace que nazca el hombre aunque esté, en su<br />

origen, viciado.


Bienes del matrimonio<br />

XXV. 57. ¿Qué intención lleva el que, citadas unas palabras de mi libro, me hagas decir<br />

que, "antes del pecado de Adán, la institución del matrimonio era muy otra de lo que es<br />

hoy y que el matrimonio se hubiera podido realizar, con todas sus potencialidades, sin la<br />

unión de los cuerpos y sin necesidad de los sexos?" Suprime en el matrimonio la<br />

concupiscencia, que hace a la carne codiciar contra el espíritu; suprime el mal contra el<br />

que combates, y así te ejercitas en "gloriosos certámenes"; pero no suprimas nada más, si<br />

es que quieres saber cuál pudo ser la institución matrimonial antes del pecado de nuestros<br />

primeros padres. ¿Quién jamás ha pensado en un matrimonio sin movimiento en los<br />

miembros y sin unión de los sexos? Lo que sí puedo decir es que estos combates que en<br />

su carne sienten las personas, casadas o célibes, si son castas, de ninguna manera<br />

pudieron existir en el Edén antes del pecado.<br />

La diferencia radica en que antes los esposos no tenían necesidad de usar bien de mal<br />

alguno en la generación de los hijos, mientras ahora han de usar bien del mal de la<br />

concupiscencia. Mas este mal no vacía el matrimonio de sus bienes, como son la casta<br />

fidelidad en la alianza, que une a los esposos en una fecundidad creadora. En la<br />

procreación de los hijos, el hombre conocería a su mujer; pero entonces no sentirían en su<br />

carne el aguijón de la libido, sino un sereno dominio de la voluntad sobre todos sus<br />

miembros.<br />

58. Me acusas por sostener que "todos los niños del mundo, por los que Cristo murió, son<br />

obra del diablo, nacidos tarados y culpables desde el momento de su concepción". No, los<br />

niños, en cuanto a su naturaleza, no son obra del diablo, pero por su astucia, el diablo los<br />

hizo, en su origen, culpables. Por eso Cristo, como tú mismo confiesas, murió también por<br />

los niños; ellos, como todos, tienen derecho a la sangre derramada por Cristo para perdón<br />

de los pecados 58 . De este beneficio divino tú excluyes a los niños, pues niegas tengan<br />

pecado original. No te enciendas porque llamé enfermedad este mal, pues confiesas que<br />

necesita remedio. Adán es el tronco del que los niños traen su existencia; pero como esta<br />

fuente está enturbiada por el pecado, es, con justicia, condenada. Cristo es, para ellos,<br />

principio de un segundo nacimiento y de una vida nueva.<br />

Una herida en la naturaleza<br />

XXVI. 59. "Si, antes del pecado, Dios -dices- creó al hombre, del que todos descienden, y<br />

el diablo la pasión en los padres, sin duda a los hijos pertenece la santidad; la culpa, a los<br />

que los engendran". ¿A qué llamas pasión en los padres? Si a la piadosa intención de<br />

querer tener hijos, es institución divina; si se dejan llevar por la desordenada pasión de la<br />

concupiscencia, imposible de avivar o reprimir a voluntad, es una herida en la naturaleza<br />

que proviene de una prevaricación, sugerencia del diablo. Con razón dije: "La generación<br />

de los hijos pudo haber tenido lugar sin esta enfermedad en un cuerpo destinado a gozar<br />

de la vida eterna, pero ahora no puede realizarse en un cuerpo de esta muerte".<br />

60. Arguyes: "Los niños pertenecen al bien de la fecundidad instituida y bendecida por<br />

Dios antes de la enfermedad de la concupiscencia; pero no puede pertenecer a este mal si<br />

sobrevive después del pecado; en consecuencia, la santidad es herencia de los que nacen;<br />

la culpa, herencia de los que engendran". Al hablar así, no adviertes que, a causa de aquel<br />

enorme pecado, se deterioró la naturaleza en su fuente y origen. Así también podrías decir<br />

que Eva sola, no las otras mujeres, debería sufrir los dolores del parto, porque la<br />

bendición de Dios: Creced y multiplicaos 59 , en virtud de la cual se engendran los hijos,<br />

tuvo lugar antes de pronunciarse sentencia de condenación sobre la mujer. Mas, si<br />

dijéramos esto, se nos podría replicar: "Como por aquel pecado, así, por aquella<br />

maldición, toda la naturaleza humana se deterioró, de donde procede el pecado de origen,<br />

y desde entonces un duro yugo agobia a los hijos de Adán".<br />

61. No es exacto, como pretendes, que "el Apóstol haya querido describir el estado de un<br />

judío bajo la ley cuando dice: Sé que no habita en mí, esto es, en mi cuerpo, el bien; y:<br />

No soy yo el que obra, sino el pecado que habita en mí, y: El mal está a mi alcance; y:<br />

Veo otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi espíritu. Describe San Pablo la<br />

naturaleza humana, no como salió de las manos de Dios, sino tal como es en esta carne<br />

corruptible después de herida por el pecado cometido por nuestros primeros padres por el<br />

mal uso que hicieron de su libre albedrío. Suya es también esta voz: ¡Infeliz de mí,<br />

hombre! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte? La gracia de Dios por Jesucristo,


nuestro Señor 60 . ¿Se puede decir que es este lenguaje de un judío? No; es, sin duda, el<br />

de un cristiano, como lo son las palabras que preceden, de las que son éstas una<br />

consecuencia. Por eso dice: La gracia de Dios me librará del cuerpo de esta muerte por<br />

Jesucristo, nuestro Señor. El mismo había dicho: Veo otra ley en mis miembros que lucha<br />

contra la ley de mi espíritu 61 .<br />

62. Y para que no pienses que esta voz, quizás, sea de los catecúmenos, que esperan las<br />

aguas de la regeneración y, una vez recibidas, ya no experimentarán en sus miembros la<br />

ley del pecado, que lucha contra la ley del espíritu, si bien tú mismo quieres creamos que<br />

luchas contra este mal de la concupiscencia después de regenerado por las aguas del<br />

bautismo y sostienes, mediante el bien de la continencia, "gloriosos combates", recuerda<br />

las palabras de Pablo a los gálatas, hombres ciertamente bautizados: Os digo: caminad<br />

según el espíritu y no deis satisfacción a las apetencias de la carne. No les dice: "No<br />

tengáis deseos carnales", porque no podían no tenerlos, sino que les dice: No deis<br />

satisfacción, es decir, que vuestra voluntad no dé su consentimiento para realizar obras de<br />

la carne: Porque la carne codicia contra el espíritu, y el espíritu contra la carne, estas<br />

codicias se pelean entre sí, de manera que no hacéis lo que os place. Mira si no es lo<br />

mismo que dice en la carta a los Romanos: No hago el bien que quiero; hago el mal que<br />

no quiero. Y en la carta a los Gálatas añade: Si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo<br />

la ley 62 . Mira si no es lo que escribe a los romanos: No soy el que actúa, y: Me complazco<br />

en la ley de Dios según el hombre interior, finalmente: No reine en vuestro cuerpo mortal<br />

el pecado, ni obedezcáis sus concupiscencias 63 .<br />

En efecto, si se obedece a estos deseos, necesarios en una carne de pecado y en un<br />

cuerpo de muerte, se actuará contra lo que el Apóstol prohíbe: No deis satisfacción a las<br />

concupiscencias de la carne. Estas obras de la carne las enumera claramente en estos<br />

términos: Manifiestas son las obras de la carne: fornicaciones, inmundicias, lujurias,<br />

idolatrías 64 , etc. Si en los deseos de la carne no se consiente, aunque se sientan sus<br />

movimientos, no se realizan sus obras. Cuando la carne lucha contra el espíritu, y el<br />

espíritu contra la carne, y no hacemos lo que deseamos, no damos satisfacción a las<br />

apetencias de la carne, aunque existan en nosotros, como tampoco las buenas obras<br />

alcanzan su perfección a pesar del deseo que tenemos de alcanzarla. Y así como los<br />

deseos de la carne se cumplen cuando el espíritu, lejos de combatirlos, consiente en sus<br />

malas obras, lo mismo cuando la carne rima con el espíritu y no lucha contra él, se<br />

consuman las buenas obras.<br />

Esto es lo que nosotros queremos cuando deseamos la perfección de la justicia y es lo<br />

que, tenso el espíritu, debiéramos apetecer; pero mientras vivamos en esta carne<br />

corruptible no podemos conseguirlo, pues, como dice el Apóstol, el querer el bien está a<br />

mi alcance, pero no realizarlo 65 . En los códices griegos se lee: Puedo querer el bien, no el<br />

realizarlo a perfección. Es decir, no está a mi alcance llevar a cumplimiento el bien. No<br />

dice "hacer", sino realizarlo a perfección, porque "hacer" el bien consiste en no dejarse<br />

arrastrar por los deseos de la carne 66 ; el realizarlo a perfección es no tener malos deseos.<br />

Se dice a los Gálatas 67 : No deis satisfacción a vuestros deseos, que es el polo opuesto a lo<br />

que se lee en la carta a los Romanos 68 : No sé cómo cumplir el bien.<br />

Ni la concupiscencia se completa en el mal cuando nuestra voluntad no le da su<br />

consentimiento, ni nuestra voluntad se perfecciona en el bien mientras alienten en<br />

nosotros movimientos pasionales en los que no consentimos. Conflicto en el que los<br />

mismos bautizados se hallan envueltos, en lucha sin cuartel mientras la carne codicie<br />

contra el espíritu, y el espíritu contra la carne. En esta lucha hace bien el espíritu en no<br />

consentir el mal de la concupiscencia, pero no alcanza la perfección, pues las malas<br />

apetencias no desaparecen del todo. La carne, fuente de malos deseos, no los puede llevar<br />

a la práctica porque no consiente el espíritu. Y este conflicto no es de judíos o de paganos,<br />

sino de fieles cristianos que viven honestamente y se ven enzarzados en esta lucha, como<br />

con brevedad lo expresa el Apóstol cuando escribe a los romanos y dice: Yo mismo, por el<br />

espíritu, sirvo a la ley de Dios; pero con la carne, a la ley del pecado 69 .<br />

63. Si ésta es nuestra condición en el cuerpo de esta muerte -diferente de la del hombre<br />

en el Edén, en un cuerpo de vida-, con suficiente claridad y sin duda alguna se deja ver de<br />

dónde traen los niños el pecado de origen al nacer en la carne, y del que no se ven libres<br />

sino por la regeneración espiritual. No viene el pecado de la obra de Dios al crear la<br />

naturaleza humana, sino de la herida que el enemigo infligió a la naturaleza del hombre.<br />

No de un enemigo principio de una naturaleza mala, como quieren los maniqueos, de la


que Dios no es autor, sino de un ángel caído, criatura del Dios bueno que por su mal<br />

proceder, se hizo malo. Al herirlo, primero lo abate y, abatido, lo estrella. Con astuta<br />

sugerencia hiere de prevaricación al género humano, para que, incluso los que caminan<br />

por la senda de Dios, cojeen.<br />

64. Te enojas contra mi porque dije que "hay caraduras que no sienten sonrojo en alabar<br />

sin pudor la impúdica concupiscencia"; y como loco furioso, con impresionante petulancia,<br />

te das jabón y dices multitud de cosas. Por ejemplo, pretendes estar de acuerdo "con las<br />

Sagradas Escrituras y la sana razón" cuando afirmas que es tu intención animar a los<br />

hombres a la práctica de la virtud y defender que no existe en la naturaleza mal alguno;<br />

que no hay cima escarpada de virtud que un corazón esforzado y fiel no pueda escalar sin<br />

socorro alguno de Dios; y afirmas no existir en la carne necesidad vinculante al mal; en<br />

fin, que cada uno, persuadido de la bondad de la creación, debe sentir vergüenza de vivir<br />

en el vicio, y así este sonrojo le impide faltar a la nobleza de su origen. Añades aún otras<br />

reflexiones parecidas, de las que te jactas con relativa elocuencia.<br />

Luego, por otra parte, intentas confundirme con tus palabras, porque mi doctrina "tiende a<br />

destruir -dices- toda vida de santidad, corromper el pudor, arruinar las buenas<br />

costumbres". Y una cosa, según tú, no puedo negar, y es que hago responsable a la<br />

naturaleza de todo cuanto es inmundicia y deshonor en la vida, y, para animar al pecador<br />

y quitarle el miedo, matizo las obscenidades, injurio a los apóstoles y a todos los santos. Y<br />

toda esta andanada porque cito estas palabras de Pablo, vaso de oro en la Iglesia del<br />

Señor: No hago el bien que quiero, sino que hago el mal que aborrezco 70 , etc.<br />

65. Al tiempo que tejes tu elogio y mi acusación, luchas contra el mal de la<br />

concupiscencia, y así confiesas con tu lucha lo que niegas con tu palabra. Y te haces la<br />

ilusión de alcanzar las cimas de la virtud, y en lo alto, como desde castillo roqueño,<br />

combates la concupiscencia que sin pausa te acosa en tu santuario interior sin poder<br />

evitarlo. No sientes sonrojo en alabar esta concupiscencia, que, si te supera, te arrastra,<br />

inevitablemente, a la perdición; y todo para combatir a un adversario como yo que,<br />

aunque te venza, te busca, perdido, para salvarte. Y al final de tu libro escribes que "es mi<br />

intención manifiesta declarar la guerra a todas las virtudes en favor de los vicios que juro<br />

defender; y no retrocedo ante ninguna astucia, ninguna violencia, con tal de arrasar la<br />

ciudad de Dios y desalentar a cuantos resisten los embates de las torpezas de la carne,<br />

arrebatándoles toda esperanza de conquistar la castidad; porque el poder de la obscena<br />

concupiscencia es tan enorme que la razón no la puede frenar, ni dirigir, ni embridar la<br />

legión de apóstoles".<br />

Estas son pellas areneras que lanzas contra mí. En alta voz proclamo que nunca he<br />

declarado la guerra a las virtudes, sino a los vicios; y, en la medida de mis fuerzas,<br />

seguiré, con la ayuda del cielo, haciéndoles guerra eterna. Y si es cierto que tú también<br />

luchas contra ella, ¿por qué alabas lo que combates? ¿Cómo creer luchas con todas tus<br />

fuerzas contra un enemigo que ni de palabra combates? Y si los dos combatimos la<br />

concupiscencia, ¿por qué no la condenamos los dos? Y si te jactas de superarla con tu<br />

continencia, ¿por qué no la condenas con tu palabra? Falsamente me acusas de enseñar<br />

que las pasiones son de tal violencia que la razón no las puede reprimir ni gobernar,<br />

incluso cuando es iluminada y sostenida por la gracia de Dios. Mas ¿por qué te obstinas en<br />

negar que esta pasión es un mal, si mata cuando no la sofocas? Elevo mi voz cuanto<br />

puedo para afirmar todo lo que tú afirmas que niego. Sostengo, sí, que los apóstoles<br />

combatieron con todo vigor contra la concupiscencia, que codicia contra el espíritu. Tú<br />

aseguras que he calumniado a los apóstoles, y finges estar muy indignado por esta injuria.<br />

¿Por qué entonces alabas la concupiscencia, que es tan enemiga tuya como de ellos? Lo<br />

que una legión de apóstoles combatió, ¿no es enemigo de los apóstoles?<br />

66. ¿Es para ti la concupiscencia carnal algo que debes amar y combatir, de manera que<br />

en ti la combates y contra mí la defiendes? Tu guerra es oculta; tu amistad, manifiesta,<br />

por lo que manifiestas, haces sospechoso lo que ocultas. ¿Cómo dar crédito a tu lucha<br />

contra el aguijón de la libido, cuando hinchas tus libros con cantos a la concupiscencia?<br />

Acallo mi recelo y creo combates lo que alabas, pero siento en el alma alabes lo que<br />

impugnas. Es por y con este mal que tú, creo, combates como el hombre es engendrado y<br />

no quieres sea salvo por el sacramento de la regeneración. De este mal usan bien los<br />

casados, pero los que guardan continencia obran mejor al abstenerse. Y si la<br />

concupiscencia de la carne, que codicia contra el espíritu es un mal contra el que los<br />

apóstoles y tú mismo combatís, los esposos no usan bien de una cosa buena, sino que


hacen buen uso de un mal. De y con este mal, todos los niños engendrados necesitan ser<br />

regenerados para que se vean libres de este mal. Con este mal originario nacieron<br />

también sus padres, aunque se vean, al renacer, libres de culpa. ¿Por qué queremos que<br />

engendren no como renacidos, sino como nacidos, sino porque también ellos son nacidos?<br />

Luego culpables; y, pues eran en su nacimiento reos, no pueden engendrar sino como lo<br />

que fueron al nacer. Y todos los regenerados quedan libres de la culpa contraída en su<br />

nacimiento. Nacen los niños de un mal del que usan bien los regenerados para dar<br />

existencia a seres que han de ser regenerados por el bautismo. Si no luchas contra este<br />

mal, cree a los combatientes. Y, si lo combates, considérate enemigo y no quieras, con tus<br />

elogios, tener por amiga una enfermedad a la que con tu lucha consideras enemiga.<br />

RÉPLICA A JULIANO<br />

Traductor: P. Luis Arias Álvarez, OSA<br />

Libro IV<br />

Recapitulación de todo lo dicho en el libro III<br />

I. 1. Pasaré examen a cuanto dices a partir del exordio de tu libro II, en el que tratas de<br />

refutar mi opúsculo. Silenciaré a propósito todo aquello que no pertenezca a la cuestión<br />

medular, cuya solución exige atención y cuidado, para no entretenerme en las cosas<br />

superfluas y prolijas de tu obra y no aterrar al lector.<br />

En mi libro anterior traté con amplitud suficiente, como pueden apreciar los que juzgan<br />

según verdad, que, si bien el Dios bueno y veraz es creador del hombre; y bueno es el<br />

matrimonio, pues es institución divina la unión de los sexos y cuenta con la bendición del<br />

Señor; sin embargo, la concupiscencia de la carne, que codicia contra el espíritu, es un<br />

mal, del que hace buen uso la castidad conyugal, y mejor hace la virginidad al no usar.<br />

Mal que no procede, como desbarran los maniqueos, de una sustancia no creada por Dios<br />

y mezclada a la nuestra, sino que tuvo su origen y se nos transmitió por la desobediencia<br />

de un hombre, y que sólo ha podido ser expiado y sanado por la obediencia de otro<br />

hombre. Mal que somete al hombre a un castigo con justicia merecido y que permanece<br />

en nosotros desde el momento del nacimiento hasta vernos libres al renacer en virtud de<br />

una gracia gratuita.<br />

Cuando alabas este mal en contra mía, te revelas mi enemigo, cuando luchas contra él,<br />

eres mi testigo; pero, si no lo combates, eres enemigo de ti mismo. Creo haber<br />

respondido suficientemente a tu primer libro, y la causa podía, en su totalidad, quedar<br />

sustanciada; sin embargo, para no dar la sensación de que no tengo qué responder a los<br />

otros tres libros que has escrito, voy ahora a demostrarte que has dicho vaciedades.<br />

2. Citas unas palabras de mi libro El matrimonio y la concupiscencia, y saltas de gozo<br />

porque, según el testimonio del Apóstol, he dicho que "la castidad conyugal es un don de<br />

Dios" 1 ; como si el Apóstol alabara el mal que tú ensalzas: mal que codicia contra el<br />

espíritu 2 ; mal del que usa bien la castidad de los esposos, como probé en mi libro<br />

anterior. No es don menguado frenar este mal para que no resbale hacia lo ilícito y sirva<br />

sólo para engendrar hijos que han de ser regenerados. El ardor de esta concupiscencia no<br />

se modera espontáneamente, ni se abstiene de lo ilícito si el deseo sirve a los miembros<br />

de nuestro cuerpo. Por eso, lo que es loable es frenar la concupiscencia, cuyos<br />

movimientos son siempre desordenados; pero sí es de alabar el que la reprime y usa bien<br />

de ella.<br />

3. En consecuencia, de este mal hacen buen uso los fieles esposos, de cuyo reato han sido<br />

liberados por la gracia del Salvador; y así, los niños, fruto de su unión, por un beneficio del<br />

Creador, no son, como tú me haces decir, "seres destinados al reino del diablo", sino hijos<br />

que, una vez arrancados de sus garras, son trasplantados al reino del Unigénito de Dios.<br />

La intención de los consortes piadosos es y debe ser engendrar hijos para la regeneración.<br />

Si este mal que en sus miembros sienten los esposos, mal -me serviré de tus palabras-<br />

contra el cual combatió "la legión de los apóstoles"; si este mal, repito, no se comunicara<br />

a los niños en su nacimiento, éstos no lo contraerían al nacer; pero no, nacen con él. ¿Por<br />

qué te asombras necesiten renacer para verse libres de este mal, aunque después se han


de servir de la libertad para combatirlo y poder recibir, al final de la vida, la recompensa<br />

por su victoria?<br />

4. ¿Quién de nosotros imaginó nunca que "el matrimonio es un invento del diablo"? ¿Quién<br />

jamás ha creído que "la unión de los sexos es una consecuencia de la prevaricación", como<br />

si el matrimonio no hubiera existido sin ésta? Pero el mal, del que los casados hacen buen<br />

uso, no existiría si el hombre no hubiese pecado. Objétame, sí, lo que he dicho, para que<br />

pueda defenderme; pero, si me enrostras lo que nunca he dicho, ¿cuándo terminaremos?<br />

5. Crees "inevitable que el don de Dios sea nocivo si el hombre nace en pecado, pues<br />

nadie nace si no es por un beneficio de Dios". Escucha y comprende. El don de Dios a<br />

nadie perjudica; por él somos y vivimos; pero el mal de la concupiscencia sólo puede<br />

encontrarse en un hombre que existe y vive. En consecuencia, el mal puede anidar en un<br />

don de Dios; mal que ha de ser curado por otro beneficio de la gracia de Dios. En un<br />

hombre que existe y vive por un don de Dios puede encontrarse el mal contraído por<br />

generación carnal, y que sólo puede ser curado por la regeneración espiritual. Es evidente<br />

que ningún ni-o nacería esclavo del diablo si no naciese; pero el nacimiento no es causa de<br />

este mal. Nace, y es don de Dios, bajo el poder del diablo por un secreto designio de Dios.<br />

¿Es, acaso, una injusticia?<br />

Para Juliano, la concupiscencia es un bien; para Agustín, un mal<br />

II. 6. Dije: "Si no existiese el matrimonio, que es un bien, se debería pedir a Dios". Y ¿<br />

quiénes lo han de pedir sino aquellos para los que es un bien necesario? Tú piensas que<br />

era mi intención pedir a Dios "el vigor necesario para realizar el acto matrimonial". Lo que<br />

dije fue que era preciso pedir a Dios la castidad matrimonial, que pide moderación en lo<br />

lícito, no un abusivo libertinaje en el acto. Si el hombre sufre de frialdad, no busque<br />

mujer. La sentencia del Apóstol es: Si uno no puede contenerse, cásese 3 . Ha querido<br />

proponer el matrimonio como un remedio contra la enfermedad de la concupiscencia;<br />

enfermedad que no confiesas, aunque sí la medicina. El Apóstol receta este remedio no<br />

para que brote la concupiscencia donde no existe, sino para embridar sus movimientos<br />

desordenados, capaces de arrastrarnos a placeres ilícitos. Este es el fin de la petición que<br />

dirigimos a Dios en la oración dominical: No nos dejes caer en tentación, pues cada uno,<br />

como dice el apóstol Santiago, es tentado por su concupiscencia 4 . Rima con la petición<br />

siguiente: Líbranos del mal 5 . Libres del mal en el alma ruegan a Dios los casados para<br />

poder usar bien del mal radicado en su carne, pues saben "que en su carne no habita el<br />

bien" 6 ; para que, sanada toda corrupción, no permanezca en ellos ningún mal. ¿Por qué<br />

te juzgas vencedor de un enemigo en derrota? Vence al enemigo interno que loas. Porque<br />

entonces mi victoria sobre ti, si peleas contra este mal, es segura; porque no te atreverás<br />

a sostener que el que dice verdad sea vencido por el que dice mentiras. Yo afirmo que la<br />

concupiscencia contra la que tú combates, es un mal; tú dices que es un bien pero tu<br />

lucha testifica que es un mal; tu lengua proclama que es un bien, y apilas mentira sobre<br />

mentira cuando afirmas que yo la considero un bien. Jamás podré decir que la<br />

concupiscencia de la carne es un bien si afirma el apóstol Juan que no viene del Padre 7 .<br />

Dije, sí, que la castidad conyugal es un bien porque lucha contra el mal de la<br />

concupiscencia, para que con sus movimientos no nos empuje a ilícitas acciones.<br />

7. Mas como sientes la vacuidad de tus razonamientos, atacas por otro flanco mi definición<br />

y dices: "Si el ardor de la pasión, del que se sirve la castidad conyugal, es sólo reprimido<br />

de todo movimiento inmoderado por la piedad de los fieles y la fuerza del don, sin que sea<br />

por la gracia extinguido, sino sólo embridado, es laudable en su especie y moderación,<br />

condenable en su exceso".<br />

Pero al decir esto no adviertes que, si se alaba como un bien la unión de los esposos para<br />

engendrar hijos es porque este comercio sexual pone un límite de licitud al mal de la<br />

concupiscencia. ¿Por qué no llamar mal a lo que confiesas debe ser frenado? ¿Por qué este<br />

freno sino para impedir nos perjudique, si nos arrastra a lo ilícito de sus apetencias? El<br />

deseo de un mal es ya malo, aunque no se realice hasta llegar a donde no existan estos<br />

deseos. No pensemos en el bien que podemos sacar de la concupiscencia, sino en el mal<br />

que nos puede causar. La castidad conyugal frena en lo ilícito, permite lo lícito a una<br />

concupiscencia que con ardor codicia el placer lícito e ilícito. El bien radica no en la<br />

concupiscencia, sino en el que hace buen uso de ella. El mal de la concupiscencia está en<br />

el ardor, que la impulsa a desear indiferentemente lo que está permitido o vedado. De<br />

este mal usa bien la castidad conyugal, y mejor hace la continencia virginal al no usar de


ella.<br />

8. Dices: "Si el calor genital fuese malo en sí, se debería extirpar de raíz, no moderar". No<br />

has querido decir lo que más arriba dijiste: "frenar"; ahora prefieres decir "moderar". El<br />

temor te ha hecho cambiar de palabra y es una prueba de que es un mal en lucha contra<br />

un bien. Llamas a la concupiscencia "calor genital" porque te ruboriza llamarla libido o<br />

concupiscencia de la carne, como suelen llamarla las santas Escrituras. Habla claro y di:<br />

"Si la concupiscencia de la carne fuera naturalmente mala, se debería extirpar, no<br />

moderar". Así, aun los más torpes, si saben latín, comprenderían lo que dices. Hablas<br />

como si todos los casados, incapaces de soportar el trabajo de la castidad, opuesta al mal<br />

de la concupiscencia, no quisieran si pudiesen, extirparlo de raíz. Y hablas de esta manera<br />

sin comprender lo que dices; extirpa en tu cuerpo, si puedes, la pasión de la carne. No te<br />

es necesaria; o di que sus apetencias son buenas; mas esto no te impedirá morir, si cedes<br />

y eres vencido.<br />

9. Si existe en ti el mal que resistes, combates y destruyes si sales vencedor, mejor es no<br />

usar de este mal, del que hacen buen uso aquellos en los que sostienes existe este bien; y<br />

en esto o mientes o te engañas. No vas a decir que la concupiscencia es un bien en los<br />

casados, y en los santos, en las vírgenes y en los que guardan continencia un mal.<br />

Tenemos tu sentir en esta materia cuando escribes: "El que usa con moderación de la<br />

concupiscencia natural, hace buen uso de un bien; el que no guarda moderación, hace mal<br />

uso de un bien; pero el que, por amor a la virginidad, desprecia hasta el uso moderado de<br />

la concupiscencia, hace mejor en no usar de este bien. Por la esperanza de la salvación<br />

desprecian los remedios perecederos para ejercitarse en gloriosos combates".<br />

Al hablar así, declaras sin ambages que la concupiscencia de la carne es idéntica en los<br />

casados y en los que guardan continencia. Un bien, según tú, del que el matrimonio usa<br />

bien, y la continencia hace mejor al no usar. Para mí siempre es un mal; pero es, sobre<br />

todo, en el estado de santa virginidad y continencia donde la concupiscencia de la carne se<br />

revela como un mal, contra la cual, según confiesas, libran "gloriosos combates". Es<br />

evidencia que no es un bien, sino un mal del que es mejor no hacer uso; y, cuando los<br />

esposos hacen uso, usan en verdad de un mal, no de un bien.<br />

Toda la cuestión a discutir, si es que algo queda, se reduce a saber si la concupiscencia de<br />

la carne, objeto de nuestra disputa, en los que hacen voto a Dios de continencia es un bien<br />

o un mal. Lo que sea de estas dos cosas, lo será también en los casados, pues en uno y<br />

otro estado siempre es la misma realidad, de la que unos usan bien y los otros hacen<br />

mejor en no usar. Haz, pues, acopio de todos los recursos de tu agudo ingenio y di, si te<br />

atreves y puedes, que la concupiscencia, a la que los apóstoles opusieron resistencia<br />

tenaz, es un bien, como afirmas en tu libro III, en el que me reprochas haber dicho que<br />

"tanta es la fuerza de la concupiscencia que ni la legión de los apóstoles fue capaz de<br />

resistir". Trabajas en favor de mi causa, pues al mal que llamas bien resistieron una legión<br />

de santos y apóstoles.<br />

¿Quién va a dar crédito sea lícito al panegirista del mal tomar argumentos de su<br />

adversario? Lejos de mí colocar en este número alguno de los apóstoles o de los santos<br />

antiguos; pero sí es desconcertante que entre los nuevos herejes surja uno que, por<br />

inexplicables razones, se declare, a la vez, apologista y enemigo de la concupiscencia y<br />

que, sin renunciar a la herejía pelagiana, se esfuerza en alabar con toda su alma la<br />

concupiscencia, que mata su alma si no la combate; y, si la combate con sincero corazón,<br />

arruina su dogma si omite el elogio.<br />

10. Si hay en ti un adarme de sentido común, dime, por favor: ¿Puede ser un mal el<br />

pecado y un bien el deseo de pecar? ¿Qué hace en la carne de los santos esta<br />

concupiscencia sino apetecer el pecado, y, al no consentir, se ejercitan, según confiesas,<br />

en "gloriosos combates?" Porque, al menos en los que profesan castidad, el deseo sólo de<br />

casarse es ya un mal. ¿Qué bien puede hacer la concupiscencia en un estado en el que<br />

nada bueno se puede esperar de sus apetencias? ¿Qué bien puede hacer la libido allí de la<br />

que nada bueno se puede librar? Y no se diga que en los casados no tiene, porque, si han<br />

llegado a la cumbre de la castidad conyugal, algún buen uso hacen de ella, aunque no por<br />

ella. Mas en el estado de santa virginidad y en los que guardan la virtud de la continencia,<br />

te pregunto: ¿Qué bien puede hacer? ¿Qué bien hace esta concupiscencia, tu favorita,<br />

cuando neceas, y enemiga, cuando razonas? ¿Qué bien hace en un estado donde nada<br />

bueno hace y nada bueno se puede hacer de ella? ¿Qué hace en aquellos en los que todo


lo que por ella se codicia es malo? ¿Qué hace en los que velan y combaten contra ella, y<br />

si, sorprendidos durante el sueño, les roban el consentimiento, pero al despertar gimen y<br />

entre sollozos exclaman: Cómo se ha llenado mi alma de ilusiones? 8 Porque los sentidos<br />

adormecidos son juguete de los sueños, y no sé cómo sucede que las personas más castas<br />

dan una especie de asentimiento a torpes acciones; y si el Altísimo nos las imputara, ¿<br />

quién podría ser casto?<br />

11. ¿Cómo puedes decir que el mal es un bien, a no ser que tapones los oídos para no<br />

escuchar la trompetería de la verdad, mientras gritas que es bueno desear un mal, cosa<br />

que ni entre sordos te atreves a decir? ¿Por qué este mal no se extirpa de raíz de la carne<br />

de los que viven en santa continencia? ¿Por qué "todos los esfuerzos de su espíritu son<br />

impotentes a desterrarla?" Todo esto, dices, debiera desaparecer si es un mal. Y como ves<br />

no se apaga en las personas casadas, piensas que, represada en sus justos límites, es un<br />

bien. Ves también que no se extingue en los que no tienen necesidad de usar de ella y les<br />

es perjudicial. Porque, aun cuando, si no se consiente, no puede borrar a uno de la lista de<br />

los santos, sí disminuye en sus almas el deleite de las espirituales. De este deleite dice el<br />

Apóstol: Me deleito en la ley de Dios según el hombre interior 9 . Deleite que disminuye<br />

cuando el alma se ocupa no en dar satisfacción a la concupiscencia carnal de la<br />

voluptuosidad sino en combatirla, y esos "gloriosos combates" no le permiten gozar de las<br />

delicias de la belleza inteligible.<br />

Mas como en esta vida de miserias no hay peor enemigo que el orgullo, por eso la<br />

concupiscencia no desaparece totalmente de la carne de los que viven en santa<br />

continencia, para que mientras combaten contra ella advierta el alma el peligro y no se<br />

confíe en una seguridad engañosa hasta que la humana fragilidad llegue a plena perfección<br />

en la santidad, donde no existirá ya ni el temor a la concupiscencia ni la hinchazón de la<br />

soberbia. Así el poder se perfecciona en la debilidad 10 , pues es la flaqueza la que nos<br />

obliga a combatir. Cuanto mayor sea la facilidad en la victoria, menor es el esfuerzo en el<br />

combate. ¿Quién va a pelear contra sí mismo, si en su interior no encuentra resistencias?<br />

Y ¿qué es lo que en nosotros se resiste sino lo que necesita ser curado, para ser por<br />

completo libres? La debilidad es, pues, la única causa que nos obliga a entablar combate<br />

dentro de nosotros; y esta nuestra flaqueza es aviso para no ensoberbecernos. Por<br />

consiguiente, el poder que frena nuestro orgullo cuando podemos sentirnos soberbios, se<br />

perfecciona en la debilidad.<br />

12. Por eso, la concupiscencia es un mal del que usan bien los casados; y las personas<br />

que viven en continencia hacen mejor en no usar. Y así, este mal, que existe en los<br />

cónyuges, para que hagan buen uso de él, y en los que observan continencia para que<br />

hagan algo mejor al no usar, es un mal que permanece para reprimir su orgullo. Se<br />

condenan los excesos de la concupiscencia, pero sólo en el que no la frena; pero en sí y<br />

por sí es siempre condenable por sus apetencias, que es necesario combatir para que no<br />

se extralimite. No es verdad, pues, como dices, que importe poco a la inocencia promover<br />

la moderación de una cosa que es en sí perjudicial. Importa, y mucho, a la inocencia no<br />

consentir en el mal; y una cosa no deja de ser un mal porque sea un bien no consentir en<br />

él. ¿Qué mal podía existir si se consiente en las codicias de la carne, si son un bien, y en el<br />

acto conyugal, que nunca se realiza sin la presencia del mal pasional, y dar vida a un ser<br />

humano, obra de Dios?<br />

Y no digas que es la concupiscencia creadora del semen apto para la generación, porque el<br />

que hace nacer al hombre de esta semilla es también creador de la semilla. Nos interesa<br />

saber ahora de dónde la saca. Porque el contagio de este mal es secreto, terrible; y no es<br />

de los hombres exentos de este mal de los que Dios crea el semen o los hombres; aunque<br />

se encuentren algunos que por la generación se encuentren exentos de la tara de este<br />

mal, lo han de estar también los que de ellos nacen.<br />

13. Sobre el pudor conyugal dije, y no me arrepiento, las palabras que citas, a saber:<br />

"Cuando se nos hace ver que el pudor es un don de Dios, se nos enseña, si se carece de él<br />

a quién debemos pedirlo". Se dan gracias a Dios no por el origen de la concupiscencia,<br />

como tú dices, cuya raíz viene del primer pecado del hombre, sino por la ayuda para su<br />

buen gobierno, como afirmas con verdad. Hablas de dos cosas: del gobierno y del origen.<br />

Damos gracias por el buen gobierno de la concupiscencia, vencemos sus resistencias. Todo<br />

lo que se resiste a ser gobernado por una voluntad buena no es un bien. Y ¿quién puede<br />

negar sea un mal, a no ser alguien que esté huérfano de buena voluntad, y considera un


mal lo que contraría sus deseos?<br />

Virtudes de los paganos<br />

III. 14. Citas, entre otros pasajes de mi libro, uno donde declaro que la castidad conyugal<br />

es un don de Dios, y lo confirmo con un texto del Apóstol. No quise silenciar una cuestión<br />

que me salía al paso, y es la de saber qué debemos pensar de la castidad de algunos<br />

impíos para con sus esposas. Vosotros no queréis que las virtudes que nos hacen vivir en<br />

rectitud y justicia sean dones de Dios, y las atribuís no a la gracia divina sino a la<br />

naturaleza y voluntad humanas, y aducís como argumento que estas virtudes se<br />

encuentran entre infieles y así os afanáis por anular mi sentencia cuando afirmo que<br />

"nadie puede llevar una vida honesta sin la fe en Jesucristo nuestro Señor, único mediador<br />

entre Dios y los hombres"; y, en consecuencia, os declaráis enemigos de esta gracia.<br />

Sin ir más lejos, y, si me equivoco, corrígeme, afirmé que no se puede llamar casto un<br />

esposo que no guarda fidelidad a su mujer por el Dios verdadero. Y para probar esta<br />

afirmación aduje, después estas palabras, para mí un argumento de peso: "Si la castidad -<br />

dije- es una virtud contraria al vicio de la impureza, y todas las virtudes, incluso las que se<br />

ejercitan por el cuerpo, residen en el alma, ¿cómo, con verdad, se puede afirmar que un<br />

cuerpo es casto cuando el alma fornica lejos de Dios?"<br />

Y acto seguido, para que ninguno de vosotros pueda negar que el alma de los infieles sea<br />

fornicadora, cité un texto de las Escrituras en el que se lee: Sí, los que se alejan de ti<br />

perecerán; aniquilarás a todos los que te son fornicadores 11 . Y tú, que te tomas el trabajo<br />

de refutar en mis escritos los pasajes que te parecen más vinculantes e ingeniosos, ¿por<br />

qué silencias este testimonio, como si me pareciese a mí falto de peso y sin punta? Piensa<br />

cuál de estas dos cosas vas a negar. Sin dudarlo un instante, confiesas que la castidad<br />

conyugal es una virtud, y no niegas que todas las virtudes, incluso las que dependen del<br />

cuerpo, habitan en el alma. Sólo el que abiertamente se declare enemigo de las Sagradas<br />

Escrituras puede negar que un alma infiel sea ante Dios un alma fornicadora. De estas<br />

premisas se deduce, en resumen, o que pueden existir verdaderas virtudes en un alma<br />

adúltera, y ves es un absurdo de marca, o que la castidad verdadera no puede existir en el<br />

alma de un infiel, aunque sé que, cuando digo esto, finges hacer oídos de mercader. No<br />

alabo el don, como me calumnias, y condeno la naturaleza. No sería receptiva de los<br />

dones de Dios si no fuera la naturaleza humana buena, porque los mismos vicios que<br />

vemos son testimonio de su bondad. De hecho, ¿por qué nos desagradan los vicios sino<br />

porque disminuyen o destruyen lo que en la naturaleza humana nos deleita?<br />

15. Si Dios ayuda al hombre, no es sólo para que "alcance la perfección", como dices;<br />

dando a entender que el hombre puede iniciar el camino de la santidad y que la gracia nos<br />

hace alcanzar la perfección. La verdad la expresa el Apóstol: El que inició en vosotros la<br />

obra buena la llevará a perfección 12 . Tú pretendes que el hombre se ve estimulado al bien<br />

"por la generosidad de su corazón", y esto es querer que uno se gloríe no en el Señor, sino<br />

en su propio albedrío, y así primero da el hombre, luego el Señor le recompensa. De esta<br />

manera, la gracia ya no es gracia, pues no se da de balde.<br />

Sostienes que es "la bondad de la naturaleza la que es merecedora del don de la gracia".<br />

Esto es muy agradable al oído si lo entiendes de la naturaleza humana; porque la gracia<br />

de Dios, por Jesucristo nuestro Señor, no se da a las piedras ni a los árboles o a los<br />

animales, sino al hombre, que recibe esta gracia por ser imagen de Dios, y no porque la<br />

buena voluntad del hombre preceda al don de la gracia, ni porque el hombre sea el<br />

primero en el dar para merecer recompensa, porque entonces la gracia ya no sería gracia,<br />

sino paga de una deuda.<br />

¿Cómo has podido creer, según tu manera de pensar, que yo llamaba dones del cielo a lo<br />

que es efecto de la voluntad humana, como si el querer del hombre pudiera moverse al<br />

bien sin la gracia de Dios, y los efectos de este querer fueran recompensa debida otorgada<br />

por el Señor? ¿Olvidas lo que tantas veces, con la Escritura, he dicho contra vosotros, que<br />

es Dios el que prepara la voluntad 13 y el que obra en nosotros el querer? ¡Oh ingratos a la<br />

gracia de Dios! ¡Oh enemigos de la gracia de Cristo y sólo de nombre cristianos! ¿Acaso no<br />

ora la Iglesia por sus enemigos? Por favor, ¿qué es lo que pide? Si lo que implora es<br />

salario debido a la buena voluntad, ¿qué pide para ellos sino un gran castigo? Porque<br />

entonces las oraciones de la Iglesia serían no a su favor, sino contra ellos. Pero ora por<br />

ellos no porque de ellos proceda la buena voluntad, pues es Dios el que prepara la


voluntad; él es, como dice el Apóstol, el que obra el querer y el hacer 14 .<br />

16. Pero vosotros, encarnizados enemigos de la gracia de Dios, nos oponéis ejemplos de<br />

impíos que, como decís, "alejados de la fe y esclavos de los ídolos, abundan en virtudes<br />

que no se deben al socorro de la gracia, sino al bien de su naturaleza, y, contando sólo<br />

con las fuerzas de su libre albedrío, son con frecuencia, compasivos, modestos, castos y<br />

sobrios". Al decir esto, robas a la gracia lo que antes le atribuías, es decir, el efecto de la<br />

buena voluntad. No dices que ansían ser compasivos, modestos, castos, sobrios, y aún no<br />

lo son, porque no han recibido la gracia, y con ella el efecto de esta buena voluntad; pero<br />

si tuvieran voluntad de ser buenos y lo son, encontraríamos en ellos la voluntad y el efecto<br />

de su querer. Y entonces, ¿qué reservas a la gracia, si los paganos, según tú, "abundan en<br />

virtudes?"<br />

¡Cuánto más acertado sería, si te deleita alabar las virtudes de los impíos sin escuchar la<br />

voz de la Escritura, que grita: El que dice al impío que es justo, será maldito en su pueblo<br />

y odioso a todas las naciones 15 ; cuánto más acertado, repito, sería confesar que sus<br />

virtudes son dones de Dios, que él reparte a los hombres según le place en sus juicios<br />

insondables, siempre justos! Y así vemos que unos nacen memos o dotados de inteligencia<br />

tarda y plomiza para entender; desmemoriados otros; aquéllos, por el contrario, dotados<br />

de agudo ingenio o fácil memoria, y otros, adornados con ambos dones, unen, a una<br />

agudeza intelectual nada común, una memoria tenaz, y son capaces de retener en los silos<br />

de su memoria lo que han aprendido; algunos son de un natural tranquilo, mientras el que<br />

está a su lado se enciende en ira por un quítame allá esas pajas; otros guardan, entre<br />

estos dos extremos, un justo medio, y no se dejan arrebatar por un deseo de venganza.<br />

Existen eunucos de nacimiento, otros fríos y sin ardor para el acto conyugal; los hay<br />

lascivos, que apenas pueden contener su fuego; otros guardan entre ambos excesos, un<br />

cierto equilibrio. Los hay muy tímidos y los hay muy audaces; unos son optimistas, tristes<br />

otros, y muchos, en fin, ni melancólicos ni alegres.<br />

Los galenos no dudan en atribuirlo a cualidades temperamentales de los cuerpos. Mas,<br />

aunque esto se pudiera probar y no existiese sobre esta cuestión duda alguna, ¿es alguien<br />

creador de su propio cuerpo y se debe atribuir a su voluntad el mal físico que experimenta<br />

en mayor o menor grado? Porque en esta vida nadie se puede sustraer a estos males bajo<br />

ningún pretexto o esfuerzo. Sin embargo, por grandes o insignificantes que sean estos<br />

males, nadie puede decir a un Dios justo, bueno y todopoderoso: ¿Por qué me hiciste así?<br />

16 Y del pesado yugo que oprime a los hijos de Adán, nadie nos puede librar sino el<br />

segundo Adán. ¡Cuánto mejor harías en atribuir las virtudes que en los impíos supones a la<br />

misericordia divina y no a la voluntad humana! Beneficio que estos impíos desconocen<br />

hasta que, si son del número de los predestinados, reciban el Espíritu que viene de Dios y<br />

les haga conocer los dones que Dios les otorgó 17 .<br />

17. ¡Lejos de mí creer que existe en alguien una virtud verdadera si no es justo! Y nadie<br />

se puede considerar justo si no vive de fe, porque el justo vive de fe 18 . ¿Quién que se<br />

precie de cristiano, excepción hecha de los pelagianos, y entre ellos, quizás, tú solo, dirá<br />

que es justo un infiel, que es justo un impío, que es justo un esclavo del diablo? Y esto<br />

aunque sea un Fabricio, un Fabio, un Escipión, un Régulo, con cuyos nombres piensas<br />

poder aterrorizarme, como si hablásemos en una asamblea del antiguo Senado romano. Y<br />

en esta causa, aunque invoques la escuela de Pitágoras o de Platón, en las que hay<br />

varones doctísimos y sabios insignes que descuellan por su filosofía sublime entre todos, y<br />

que no llamaban verdaderas virtudes sino a las que están impresas, en cierto modo, en la<br />

mente humana por una forma eterna e inmutable sustancia que es Dios. Pues bien, aun<br />

entonces me levantaré contra ti, y con toda la fuerza que me da el que nos llamó gritaré<br />

con la libertad que me infunde la religión: "Ni en éstos existe verdadera justicia porque el<br />

justo vive de fe. Y la fe entra por la audición, y la audición por la palabra de Cristo, porque<br />

el fin de la ley es Cristo, para justificación de todo creyente" 19 . ¿Cómo pueden ser<br />

verdaderamente justos, si tienen por vileza la humildad del verdadero justo? Se acercan a<br />

Dios por el conocimiento y se alejan de él por la soberbia, porque, habiendo conocido a<br />

Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se ofuscaron en vanos<br />

razonamientos; y, jactándose de su sabiduría, se hicieron necios 20 . ¿Cómo pueden ser<br />

verdaderamente justos, si en ellos no hay verdadera sabiduría? Y, si les concedemos<br />

sabiduría, no hay por qué negarles la entrada en el reino del que está escrito: El deseo de<br />

la sabiduría conduce al reino 21 . En consecuencia, Cristo habría muerto en vano si los<br />

hombres sin fe en Cristo pueden adquirir la fe verdadera, la verdadera virtud, la verdadera<br />

justicia, la verdadera sabiduría. Y así como de la ley dice, con toda verdad, el Apóstol: Si


por la ley la justificación, entonces Cristo hubiera muerto en vano 22 . Y lo mismo, con toda<br />

verdad, se podía decir: "Si la justicia viene de la naturaleza y de la voluntad, Cristo murió<br />

en vano; si una justicia cualquiera viene por la enseñanza de los hombres, entonces Cristo<br />

murió en vano.<br />

Sin embargo, sólo de Cristo viene la verdadera justicia, y, por la justicia, el reino de Dios.<br />

Dios sería -pensarlo ya es un absurdo- injusto si en su reino no fuera admitido el<br />

verdadero justo; reino que consiste en la justicia, como dice San Pablo a los romanos: El<br />

reino de Dios no consiste en comer y beber sino en la justicia, en la paz, en el gozo 23 . Y si<br />

los impíos no tienen verdadera justicia, tampoco las restantes virtudes, que son sus<br />

compañeras y amigas; y, si tienen algunas, no son verdaderas virtudes, porque, al no<br />

referir a Dios, su verdadero autor, estos dones, los malos hacen mal uso de ella y se<br />

hacen impíos e injustos. Por eso, ni la continencia ni la castidad son, en los impíos,<br />

verdaderas virtudes.<br />

18. Tan mal comprendes esta sentencia del Apóstol: El que lucha en el circo se abstiene<br />

de todo 24 , que la gran virtud de la continencia, de la que está escrito que nadie puede ser<br />

casto si Dios no se lo otorga 25 , tú quieres lo sean mujeres de vida airada y licenciosa y<br />

sujetos de mala fama. Los atletas, cuando se preparan para combatir en el circo, viven en<br />

gran continencia, y esto para alcanzar una corona corruptible; pero no se abstienen de un<br />

vano deseo de vencer. Y este vano deseo de gloria es malo, porque es vano; y triunfa en<br />

ellos de toda otra pasión, y por eso se llaman continentes. Con todo, le haces a los<br />

Escipiones una gravísima afrenta, porque la continencia, que con tanto lirismo ensalzas en<br />

ellos, la atribuyes también a los histriones. No has comprendido la intención del Apóstol.<br />

Para exhortar a la práctica de la virtud a los hombres, les propone un ejemplo sacado de<br />

una pasión viciosa de los mortales; como cuando la Escritura, para encender a los<br />

hombres en amor a la sabiduría, dice se ha de buscar como la plata 26 . ¿Vamos por eso a<br />

decir que la Escritura elogia la avaricia? Mas conocemos bien a qué trabajos se someten<br />

con paciencia los amadores del dinero y de cuántos placeres se privan los avaros para<br />

aumentar sus tesoros o por el temor de verlos disminuir; y con cuánta sagacidad<br />

persiguen las ganancias, con qué astucia evitan los daños; cómo temen, con frecuencia,<br />

apoderarse de lo ajeno, y, a veces, no reclaman lo que les ha sido robado para no perder<br />

más en juicio al reclamar lo suyo. Con razón nos avisa la Escritura amar con este ardor la<br />

sabiduría, desear con avidez atesorarla para nosotros, acrecentarla sin cesar, a no perder<br />

nada y soportar por ella trabajos, penas, incomodidades; a reprimir las pasiones, prever el<br />

futuro, guardar castidad y cultivar la beneficencia. Cuando esto hacemos, practicamos las<br />

virtudes verdaderas, porque todas nuestras acciones tienen un fin justo y honesto; es<br />

decir, conforme a nuestra naturaleza, para nuestra salvación y felicidad verdadera.<br />

19. No me parece absurda la definición de los que dicen que "virtud es un hábito del alma<br />

conforme a la condición de nuestra naturaleza y a la razón". Es verdad lo que dicen, pero<br />

ignoraban lo que era conveniente a la naturaleza humana para hacerla libre y feliz. Los<br />

hombres no podrían desear instintivamente la felicidad inmortal si no pudieran serlo. Mas<br />

este bien supremo nadie lo puede otorgar sino Jesucristo, y éste crucificado; su muerte<br />

triunfó de la muerte y su sangre sana las heridas de nuestra naturaleza. El justo vive de<br />

fe.<br />

Por esta fe se vive con prudencia, fortaleza, templanza, justicia, y todas las virtudes son<br />

verdaderas, y la vida del justo es conforme a las reglas del derecho y de la sabiduría. En<br />

consecuencia, si las virtudes que existen en los hombres no pueden hacerles llegar a la<br />

felicidad verdadera, dicha eterna que nos promete la fe verdadera en Cristo, es que estas<br />

virtudes no son verdaderas virtudes. ¿Te place llamar virtudes verdaderas las del avaro,<br />

que le hacen escoger con prudencia los medios para enriquecerse; soportar con fortaleza<br />

las pruebas más duras y crueles para aumentar sus ganancias; abstenerse con templanza<br />

y sobriedad de las apetencias de un vivir regalado y voluptuoso; respetar los bienes<br />

ajenos y no reclamar a veces lo que parece pertenecerle en justicia para no gastar más en<br />

pleitos y tribunales? Cuando se actúa con prudencia, fortaleza, templanza y justicia, las<br />

cuatro virtudes actúan a un mismo ritmo, y, según tú, son verdaderas virtudes, porque<br />

entiendes que para conocer si son verdaderas se han de pesar las acciones, no las<br />

intenciones. Y, para no dar la sensación de calumniarte, voy a citar tus mismas palabras.<br />

"Todas las virtudes -dices- tienen su origen en el alma racional, y la prudencia, justicia,<br />

fortaleza y templanza, afecciones todas por las que somos buenos, estéril o<br />

fructuosamente habitan, como en su sujeto, en nuestra mente. Y, aunque el vigor de estas<br />

afecciones existan naturalmente en todos los hombres, no en todos tienden al mismo fin;


sino que, según el dictamen de la voluntad, a la cual obedecen, se dirigen hacia las cosas<br />

eternas o temporales. En consecuencia, lo que las distingue unas de otras no es lo que son<br />

en sí mismas ni lo que hacen, sino sólo lo que merecen. Conservan su nombre y nada de<br />

lo que son pueden perder. La única merma a que están expuestas es la grandeza o<br />

mezquindad de la recompensa que esperan".<br />

La verdad, no sé dónde aprendiste estas cosas; pero pienso has de ver que la<br />

consecuencia de todo lo que has dicho es que se deben considerar verdaderas virtudes: la<br />

prudencia de los avaros, que los lleva a no desperdiciar las más pequeñas ganancias, la<br />

justicia de los avaros, que, por temor a pérdidas ingentes, prefieren no hacer caso de las<br />

mermas que sufren en sus propios bienes ni apetecen lo ajeno; la templanza de los<br />

avaros, que reprimen toda inclinación a la sensualidad, porque es derrochona y se<br />

contentan con lo estrictamente necesario en comida y vestido; la fortaleza de los avaros,<br />

que, como canta Horacio, "para evitar la pobreza, huyen a través de los mares,<br />

acantilados y fuegos" 27 . Y alguno he conocido que en la invasión de los bárbaros no pudo<br />

ser forzado, ni con refinados tormentos, a revelar dónde tenía enterrados sus tesoros.<br />

Todas estas virtudes, con fines torpes e impuros, no pueden ser verdaderas virtudes, y a ti<br />

te parecen tan bellas y verdaderas que "conservan siempre su nombre, sin perder nunca ni<br />

un adarme de lo que son, y la única merma a que están expuestas es la grandeza o<br />

pequeñez de la recompensa". Es decir, gozar de los bienes de la tierra, no de las<br />

recompensas del cielo. Y en tu sentir será también verdadera justicia la de Catilina, pues<br />

se granjeó amigos a los que hizo participar de sus heredades y protegió con celo. Y su<br />

fortaleza sería verdadera, pues soportó el frío, el hambre, la sed; y verdadera su<br />

paciencia, pues fue paciente sobre toda ponderación en el hambre, en el frío, en las<br />

vigilias 28 . ¿Quién así puede pensar sin haber perdido el juicio?<br />

20. Hombre erudito como eres, te engaña la semejanza de la virtud con el vicio por su<br />

cercanía y aparente afinidad, pero en realidad están tan distantes como lo está el vicio de<br />

la virtud. La constancia es, sin duda, una virtud; la inconstancia, su polo opuesto; sin<br />

embargo, hay un vicio, la terquedad, que tiene cierto parecido con la constancia. ¡Ojalá<br />

carezcas de este vicio cuando reconozcas la verdad de esto que digo! Lo malo es que<br />

piensas amar la constancia cuando con pertinacia defiendes el error y permaneces en él.<br />

Hay vicios que son palmariamente opuestos a las virtudes, como lo es la temeridad a la<br />

prudencia; pero hay especies de vicios que son capaces de engañar por sus apariencias de<br />

verdad, como lo es, en relación con la prudencia, no la temeridad o la imprudencia, sino la<br />

astucia, y, sin embargo, es un vicio, aunque en las Sagradas Escrituras tiene a veces buen<br />

sentido, como cuando se dice: Sed astutos como la serpiente 29 ; pero otras veces se toma<br />

en mal sentido, como cuando leemos: La serpiente era el más astuto de todos los<br />

animales 30 . No siempre es fácil encontrar palabras para designar los vicios cercanos a las<br />

virtudes; pero, aunque ignoremos su nombre, se han de evitar.<br />

21. Has de saber que la virtud y el vicio se distinguen no sólo por el objeto, sino por el fin.<br />

El objeto es la acción; el fin, el motivo de la acción. Por eso, cuando un hombre hace algo<br />

que no parece pecado, si no lo hace por el fin que debe, es pecado. Por no haber puesto<br />

atención en este principio, separas el fin de la acción, y llamas a las acciones virtudes<br />

verdaderas sin considerar el fin, y de ahí el absurdo de verte obligado a llamar justicia a<br />

una acción que tiene por motivo la avaricia. Si sólo atiendes al hecho, el no meter la mano<br />

en la bolsa del prójimo puede parecer que es justicia; pero, si se pregunta con qué<br />

intención obra así, y se responde: "Para no arruinarse en pleitos", ¿cómo decir que es una<br />

acción de verdadera justicia, cuando el móvil es la avaricia? Y por el estilo son las virtudes<br />

que introdujo Epicuro al servicio del placer. ¡No permita Dios que las verdaderas virtudes<br />

sirvan a otro que no sea aquel a quien clamamos: Señor de las virtudes, conviértenos! 31<br />

Por consiguiente, no se pueden considerar virtudes verdaderas todas aquellas que sirven<br />

para gozar de los placeres de la carne o de otras ventajas temporales. Tampoco son<br />

verdaderas virtudes las que no sirven para nada. Las verdaderas virtudes sirven a Dios en<br />

los hombres, que las reciben de la bondad de Dios; y sirven a Dios en los ángeles, que<br />

también las reciben de Dios. Así, toda obra buena que el hombre haga, si no la hace por lo<br />

que la verdadera sabiduría aconseja debe hacerse, aunque la obra en sí parezca buena,<br />

como el fin no es bueno, la acción es pecado.<br />

22. Ciertas acciones pueden ser buenas sin que los que las hacen las hagan bien. Bueno<br />

es socorrer a un hombre en peligro, sobre todo si es inocente; pero, si el que esto hace<br />

busca la gloria de los hombres, no la de Dios, no hace bien esta obra buena, porque no la


hace como bueno si no la hace con voluntad buena. Ni es ni se puede llamar voluntad<br />

buena la que se gloría en sí misma o en otros, pero no en el Señor. Por consiguiente, ni el<br />

fruto se puede decir bueno, porque un árbol dañado no puede producir frutos sanos; y lo<br />

que hay de bueno en esta acción es, más bien, obra del que sabe sacar bien del mal. Es<br />

increíble el error en que te desplomas cuando escribes: "Todas las virtudes son afectos del<br />

alma que nos hacen estéril o fructuosamente buenos". No es posible ser estérilmente<br />

buenos; si somos estériles, no somos buenos. Un árbol bueno produce frutos buenos 32 .<br />

No es, pues, pensable que un Dios bueno, que corta los árboles que no dan fruto, se<br />

desdiga y arroje a las llamas árboles sanos 33 . Imposible ser bueno y estéril; pero entre<br />

los que no son buenos los hay más o menos malos.<br />

23. No veo en qué puedan ayudarte los personajes que mencionas, de los que escribe el<br />

Apóstol: Los gentiles, que no tienen ley, son para sí mismos ley, pues tienen la realidad de<br />

esa ley escrita en sus corazones 34 . Con este texto pretendes probar que, incluso los que<br />

no tienen fe en Cristo, pueden tener verdadera justicia, y la razón es porque, según<br />

testimonio del Apóstol, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley 35 . En estas<br />

palabras, con toda claridad, expresas vuestro dogma, que os hace enemigos de la gracia<br />

de Dios, que se nos da por nuestro Señor Jesucristo, que quita el pecado del mundo 36 , e<br />

introduces una especie de hombres capaces de agradar a Dios sin la fe en Cristo, sin otra<br />

ayuda que la ley natural.<br />

Por esta vuestra doctrina os detesta la Iglesia de Cristo. Pero ¿qué quieres sean estos<br />

hombres? ¿Tienen verdaderas virtudes y son buenos, pero infecundos, pues su acción no<br />

tiene a Dios por fin; o sus virtudes agradan a Dios, y su recompensa será la vida eterna?<br />

Si dices que su bondad es estéril, ¿de qué les sirve, como dice el Apóstol, que sus<br />

razonamientos los defiendan, si en aquel día Dios juzgará lo más secreto del corazón? 37<br />

Mas, si son defendidos por sus pensamientos, pues naturalmente cumplen las obras de la<br />

ley, su bondad no será estéril, y, en consecuencia, recibirán como recompensa la vida<br />

eterna y con toda certeza son justos, pues viven de fe 38 .<br />

24. El texto que cité del Apóstol: Todo lo que no viene de la fe es pecado, lo interpretas<br />

como te parece y según tu sentir, no en el sentido del Apóstol. Habla Pablo de los<br />

alimentos y dice: El que duda si puede comer y come, se condena, porque no obra<br />

conforme a la ley; y esta especie de pecado quiso probarla sentando un principio general:<br />

Todo lo que no viene de la fe es pecado 39 . Te concedo se entienda esto sólo de los<br />

alimentos. Pero ¿que decir de otro texto que también cité, y tú nada dijiste de él, sin duda<br />

por no encontrar modo de adaptarlo a tu doctrina, y se lee en la carta a los Hebreos? Dice:<br />

Sin la fe es imposible agradar a Dios 40 . Cuando esto dice, se entiende de la vida de todo<br />

hombre, porque el justo vive de fe; y siendo imposible, sin fe, agradar a Dios, a ti te<br />

agradan las virtudes de los que no tienen fe, las consideras verdaderas, y buenos los<br />

hombres que las practican; pero luego, como arrepentido de tu elogio, las llamas virtudes<br />

estériles.<br />

25. Estos que por ley natural son justos, y agradan a Dios, y le agradan por la fe, porque<br />

sin la fe es imposible agradar a Dios. Mas ¿por qué fe le pueden agradar sino por la fe en<br />

Cristo? Leemos en los Hechos de los Apóstoles: En él Dios fijó la fe para todos al<br />

resucitarle de entre los muertos 41 . Por eso se dice que, entre los hombres que no tienen<br />

ley, cumplen naturalmente las obras de la ley, porque de la gentilidad vinieron al<br />

Evangelio, y no de la circuncisión, a los que fue dada la ley; y se dice que cumplieron<br />

naturalmente la ley porque la gracia de Dios, para llevarles a la fe, corrigió su naturaleza.<br />

Imposible, pues, probar con su testimonio lo que intentas; esto es, que los paganos<br />

pueden tener verdaderas virtudes, porque éstos son ya fieles. Y, si no tienen la fe en<br />

Cristo, ni son en verdad justos ni agradan a Dios, porque sin fe es imposible agradarle. Y<br />

en el día del juicio sus pensamientos les servirán sólo para ser castigados con más<br />

benignidad, por haber cumplido, en cierto modo, los preceptos de la ley, cuyos mandatos<br />

tienen escritos en su corazón, mientras otros no los observaron porque no quisieron, y<br />

pecaron al no referir sus acciones al fin que debían. Así, Fabricio será castigado con menos<br />

rigor que Catilina, no porque aquél fuera bueno, sino porque éste fue peor y Fabricio<br />

menos impío que Catilina; no porque Fabricio abundara en virtudes, sino porque no se<br />

alejaba mucho de las verdaderas virtudes.<br />

26. ¡Por ventura, a estos hombres que rindieron a su patria terrena un amor babilónico y<br />

la sirvieron con virtud no verdadera, sino parecida, pues eran esclavos de los demonios o


de su vana gloria -por ejemplo, los Fabricios, los Régulos, los Fabios, los Escipiones, los<br />

Camilos y otros parecidos-, les reservas, como a los niños que mueren sin el bautismo, un<br />

lugar intermedio entre la condenación y el reino de los cielos, donde, al abrigo de toda<br />

miseria, gozarán de una felicidad eterna aunque no hayan agradado a Dios, pues sabemos<br />

que es imposible sin la fe, fe que no encontramos ni en sus obras ni en su corazón? No<br />

creo te lleve a tal impudencia tu tozudez. "¿Serán -dices- expuestos a eterna condenación<br />

los que tuvieron verdadera justicia?" ¡Oh palabra despeñada en la sima de la<br />

desvergüenza! No, no había, os digo, en ellos verdadera justicia, porque no es por las<br />

obras, sino por el fin que uno se propone, por el que se deben pesar las acciones.<br />

27. Con chispeante elegancia, hombre de extremada finura y urbanidad, dices: "Si se<br />

puede decir que la castidad de los infieles no es castidad, se podrá sostener, por la misma<br />

razón, que el cuerpo de los paganos no es cuerpo; que los ojos de los paganos carecen de<br />

potencia visiva; que los cereales que nacen en tierras de los paganos no son cereales, y<br />

otras muchas cosas tan inverosímilmente absurdas, que es casi imposible a las personas<br />

inteligentes contener la carcajada".<br />

No, tu risa no excita la carcajada, sino el llanto a toda persona seria e inteligente, como a<br />

llanto mueven a los amigos sanos las risotadas de un frenético. O niegas, contra el<br />

testimonio de las santas Escrituras, que el alma de un infiel no es culpable de fornicación,<br />

o afirmas que en un alma fornicaria existe verdadera castidad. ¿Y te ríes aún, si estás en<br />

tus cabales? ¿Dónde, cómo y en qué sentido puede ser esto verdad? No, ni existe<br />

verdadera castidad en un alma adúltera, y sí verdadera locura en el que tales disparates<br />

dice y se ríe. No permita Dios digamos que el cuerpo de un pagano no es cuerpo<br />

verdadero, porque el cuerpo es obra de Dios. Pero sí podemos decir que la frente de los<br />

herejes no es frente, si por frente entendemos no una parte del cuerpo, obra de Dios, sino<br />

el pudor. ¿Qué sucedería si en mi libro, al que te ufanas haber respondido, no te tapiase la<br />

salida con aquella sentencia del Apóstol: Todo lo que no viene de la fe es pecado? 42<br />

Porque ¿se ha de entender esto de las acciones de los infieles y no de las cosas que son<br />

dones del Señor, ora sean bienes del alma, ora del cuerpo? Y en el número de estos<br />

últimos se comprende el cuerpo, los ojos y los demás sentidos de los que charlas sin tino y<br />

sin sustancia. De este signo es el trigo que nace en las tierras de los paganos, cuyo<br />

creador es Dios, no los paganos. No has querido citar, entre otras, estas palabras de mi<br />

libro: "El alma y el cuerpo, como todo otro bien inherente por naturaleza al alma y al<br />

cuerpo, aun en los pecadores, son dones de Dios, porque Dios es el autor, no los<br />

pecadores. Y de sus acciones dice el Apóstol: Todo lo que no viene de la fe es pecado. Si<br />

en los silos de tu memoria hubieras conservado esta mi breve y clara sentencia, no te creo<br />

tan perverso como para hacerme decir "que el cuerpo de los paganos no es cuerpo y que<br />

el trigo que nace en sus tierras no es trigo". Te voy a repetir, para despertarte de tu<br />

letargo, mis palabras, por si las has olvidado: "Todos los bienes son, en los pecadores,<br />

dones de Dios, porque Dios es el autor y no ellos. Pero de sus acciones dice San Pablo:<br />

Todo lo que no viene de la fe es pecado. Cuando dices vanidades y ríes, te pareces a un<br />

loco frenético; pero, cuando citas palabras de mi libro y no les prestas atención o las<br />

olvidas por completo, no te comparo ya a un frenético, sino a un aletargado.<br />

28. "Te admira -dices con ironía- que una inteligencia tan penetrante y aguda como la mía<br />

no se haya dado cuenta de la ayuda que os presto cuando digo 'que unos pecados se<br />

vencen con otros pecados'". Sigues, y a continuación concluyes: "Es muy fácil verse libre<br />

de todo pecado por amor a la santidad, pues Dios siempre ayuda. En efecto -añades-, si<br />

se pueden vencer unos pecados con otros pecados, ¿cuánto más fácil será vencer los<br />

pecados con la ayuda de las virtudes?" ¡Como si yo negara que Dios, con su ayuda<br />

poderosa, puede, si quiere, extinguir hoy mismo en nosotros las malas codicias contra las<br />

que luchamos, sin ser de nuevo vencidos por ellas; pero que no es así ni tú te atreves a<br />

negarlo! ¿Por qué no sucede así? ¿Quién conoció los pensamientos del Señor? 43<br />

Pero no es poco saber, como lo sé, que, aunque sean ocultos los pensamientos del Señor,<br />

no puede haber injusticia en él, ni debilidad en su omnipotencia. Hay, pues, en su oculto y<br />

alto consejo alguna razón por la cual, mientras vivimos en esta carne mortal, tenemos un<br />

enemigo a combatir por el espíritu, y por eso debemos decir: Perdónanos nuestras<br />

deudas 44 . Sin embargo, no puedo hablarte de todo esto sino de hombre a hombre, cuya<br />

morada terrena abate el espíritu con una nube de pensamientos que lo agitan 45 .<br />

Cuando se consideran los diferentes méritos de las criaturas por Dios otorgados, vemos<br />

que nada hay más excelente que el alma racional. De donde se sigue que un alma bien


nacida se deleite en sí misma y se complazca más en sí que cualquier criatura. Tiene, sí, el<br />

peligro pernicioso de agradarse a sí misma, si se hincha con el viento de la soberbia y se<br />

infla con el humo de la vanidad; si el alma no acierta a ver, como lo verá al fin, el Bien<br />

supremo e inmutable, en cuya comparación sentirá desprecio por sí misma. Y será<br />

entonces a sus ojos tanto más vil cuanto más grande sea su amor por este Bien; y la<br />

plenitud de este Bien colmará su alma de tal manera que por la razón lo prefiera a sí<br />

misma y se apegará a él con amor eterno. Probar todas estas verdades sería larga<br />

disputa.<br />

Conocerá esto el que, trabajado por el hambre de placeres, entre dentro de sí mismo y<br />

diga: Me levantaré e iré a mi padre 46 . Y sabremos esto cuando el mal de la soberbia no<br />

pueda tentar el alma ni tengamos enemigo que combatir; cuando seamos saciados en la<br />

visión y nos inflamemos en el amor del Bien sumo y, al desfallecer en amor, no podamos<br />

ya complacernos en nosotros mismos. Pero esto no puede suceder en esta morada de<br />

miserias y flaquezas. Dios permite caigamos en el mal del orgullo para vernos obligados a<br />

pedirle cada día perdón de nuestros pecados. Por este mal del orgullo no se fiaba Pablo de<br />

su juicio, y como aún no había llegado a la posesión del Bien sumo y para que no se<br />

pudiese engreír, le fue dada una espina en su carne, como un ángel de Satanás, para que<br />

le abofetease y no tuviera de qué vanagloriarse.<br />

29. Mas ya sea ésta la causa u otra cualquiera que se me oculta, sin embargo, no puedo<br />

dudar que, por grandes que sean nuestros progresos en la virtud, mientras caminamos<br />

bajo el peso de este cuerpo corruptible, si dijéramos que no tenemos pecado, nos<br />

engañamos a nosotros mismos y no hay en nosotros verdad 47 . Por esta razón, la santa<br />

Iglesia, que en algunos de sus miembros no tiene mancha de pecado ni arruga de<br />

falsedad 48 , no cesa, aunque lo contradiga vuestra soberbia, de rogar a Dios: Perdónanos<br />

nuestras deudas.<br />

Tú, en cambio, ¡con qué arrogancia y presunción dices: "Es muy fácil al hombre evitar el<br />

pecado por amor a la santidad, pues Dios ayuda!" El que no conozca tu dogma ignora por<br />

qué hablas así. De hecho, pretendes que el esfuerzo del hombre por adquirir la santidad<br />

en un principio depende de la voluntad del hombre, sin la ayuda de Dios, y así, Dios debe<br />

otorgarle su ayuda como recompensa y no gratuitamente; en consecuencia creéis que el<br />

hombre, en esta vida trabajosa, puede vivir sin pecado sin tener que decir a Dios:<br />

Perdónanos nuestras deudas.<br />

Ahora lo dices con un matiz atenuante y tímido, porque es cierto que no has dicho que el<br />

hombre puede estar exento de todo pecado, ni tampoco quisiste decir que pudiera estar<br />

exento de algunos pecados. Mas como si, ruborizado de tu presunción, midieras tus<br />

palabras, de suerte que tu expresión pueda ser defendida por nosotros y por vosotros. En<br />

efecto, si la discusión es entre pelagianos, responderán que tú no has querido decir que el<br />

hombre pueda estar exento "de algunos pecados", porque vuestro sentir es que puede<br />

estarlo "de todos". Si, por el contrario, la cuestión se discute entre nosotros, se puede<br />

responder que no has dicho "de todo pecado", porque has querido dar a entender que el<br />

hombre debe pedir a Dios perdón "de algunos pecados". Pero conocemos a fondo tu<br />

pensamiento y no podemos ignorar en qué sentido dices estas palabras.<br />

30. "Si un pagano -dices- viste a un desnudo, ¿es esta acción un pecado, porque no viene<br />

de la fe?" Rotundamente digo: en cuanto no viene de la fe, es pecado, y no porque el<br />

hecho de vestir a un desnudo sea pecado, pero sólo un impío puede negar sea pecado no<br />

dar gloria a Dios con dicha acción. Y aunque este punto ya quedó suficientemente<br />

discutido por su enorme importancia; préstame unos momentos atención. Voy primero a<br />

recordar tus mismas palabras. "Si un pagano. que no vive de fe, viste a un desnudo, salva<br />

de un peligro a alguien, venda las heridas a un enfermo, reparte sus riquezas con un<br />

amigo honesto y honrado y ni los tormentos le hacen decir falso testimonio", te pregunto:<br />

estas obras buenas, ¿las hace bien o mal? Porque, si estas buenas obras las hace mal, no<br />

puedes negar que peca, porque toda acción mal hecha es pecado. Pero como no quieres<br />

que peque cuando hace estas obras buenas, dirás, sin duda, que estas acciones buenas<br />

están bien hechas. Y entonces, según tú, un árbol malo produce buenos frutos, y esto es<br />

contrario a lo que dice la Verdad.<br />

No te precipites en dar tu opinión, medita atentamente lo que han de responder. ¿Dirás,<br />

acaso, que un infiel es árbol bueno? Si así es, entonces agrada al Señor, porque lo bueno<br />

nunca puede desagradar al que es la Bondad esencial. Pero ¿dónde queda ahora lo que


está escrito: Sin fe, imposible agradar a Dios? ¿Vas a responder que es árbol bueno en<br />

cuanto hombre no en cuanto infiel? ¿De cuál dice el Señor: No puede un árbol malo dar<br />

buenos frutos? De quien se han de entender estas palabras es ángel o es hombre. Si es<br />

hombre, en cuanto hombre es árbol bueno; y, si es ángel, en cuanto ángel, también es<br />

árbol bueno, porque criaturas son de Dios, creador de las naturalezas. En consecuencia, no<br />

existirían árboles malos, de los que se dice que no pueden dar frutos buenos. ¿Qué infiel<br />

puede tan infielmente pensar? No se habla, pues, de los hombres en cuanto hombres,<br />

porque como hombres son obra de Dios, sino en cuanto es mala su voluntad, y hace<br />

seamos árboles malos, y no podemos producir frutos buenos. Y ahora di, si te atreves, que<br />

una voluntad infiel es una voluntad buena.<br />

31. Acaso digas: "Una voluntad compasiva es buena". Con razón se puede decir cuando la<br />

fe en Cristo actúa por el amor 49 , que es siempre buena, como buena es la misericordia.<br />

Pero la misericordia puede ser a veces mala, como, por ejemplo, cuando en juicio se<br />

favorece al pobre contra toda justicia 50 . Tal fue la misericordia del Señor cuando<br />

misericordiosamente condena la del rey Saúl, porque, llevado de una compasión humana,<br />

perdonó la vida al rey amalecita cautivo, contra el mandato de Dios. Si meditas con más<br />

atención, puede ser que reconozcas no es buena la compasión cuando no viene de una fe<br />

buena. Y si con claridad ves esto, responde si es o no buena la misericordia infiel; y si es<br />

pecado ejercer mal la misericordia, sin duda es vicio compadecerse infielmente. Hemos de<br />

confesar, es cierto, que la compasión ejercitada con natural clemencia es en sí una obra<br />

buena, pero se usa mal de este bien cuando se usa infielmente. Y todo el que hace mal<br />

una cosa es claro que peca.<br />

32. Se ha de concluir, pues, que, si los infieles hacen bien las obras buenas, no son suyas,<br />

sino de Aquel que sabe hacer buen uso de las malas, a ellos sólo se han de atribuir los<br />

pecados, porque hacen mal las obras buenas, porque no las realizan con fiel voluntad, sino<br />

infiel; es decir, con mala y perversa voluntad; voluntad que ningún cristiano duda que es<br />

árbol malo, y sólo malos frutos puede producir: esto es, el pecado. Lo quieras o no, todo<br />

lo que no viene de la fe es pecado 51 . Por consiguiente, Dios no puede amar árboles<br />

semejantes, y, si permanecen malos, dispone su tala, porque sin fe es imposible agradar a<br />

Dios 52 .<br />

Aquí me paro en seco, pues tú mismo has declarado estos árboles estériles. ¡Cómo creer,<br />

sino por juego o en pleno delirio, que puedes alabar el fruto de unos árboles estériles?<br />

Porque o no dan frutos o, si son malos, no pueden ser alabados, y, si su fruto es bueno, ya<br />

no son árboles estériles, sino buenos; buenos sus frutos y agradables a Dios, pues los<br />

árboles buenos no pueden no agradarle, y entonces es falso lo que está escrito: Sin fe,<br />

imposible agradar a Dios 53 .<br />

33. ¿Qué me vas a responder sino vaciedades? "Yo -dices- llamé estérilmente buenos a<br />

los hombres que no hacen por Dios el bien que realizan, y, en consecuencia, no obtienen<br />

de él la vida eterna". Pero Dios, justo y bueno, ¿va a enviar a los buenos a la muerte<br />

eterna? Me da pena poner de relieve los absurdos de tu doctrina que contienen tus<br />

escritos, tus palabras y los reproches que me diriges porque no participo de tus<br />

extravagancias. Escucha lo que en pocas palabras voy a decirte, para no dar la sensación<br />

que discutimos sobre vocablos, cuando nuestras discusiones versan sobre profundos<br />

errores. Comprende esta sentencia del Señor: Si tu ojo está enfermo, todo tu cuerpo<br />

estará a oscuras; y, si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso 54 . En este ojo<br />

reconoce la intención con la que cada uno hace lo que hace. Comprende, pues, que todo<br />

aquel que no hace las obras buenas con buena intención de fe, actuada por el amor, todo<br />

el cuerpo de sus acciones, que son como sus miembros, será tenebroso; es decir, velado<br />

por las negruras del pecado. O al menos, como reconoces, las obras de los infieles que te<br />

parecen buenas no conducen, a los que las practican, a la salvación eterna o reino de Dios.<br />

Has de saber que nosotros decimos que lo que hace buenos a los hombres, esta buena<br />

voluntad, estas buenas obras, no florecen en ningún hombre sin la gracia de Dios, que se<br />

nos otorga por el único Mediador entre Dios y los hombres; y por él conseguimos los<br />

dones de Dios y su reino eterno. Di que todas estas acciones, dignas de alabanza entre los<br />

hombres, a ti te parecen verdaderas virtudes y obras buenas exentas de todo defecto;<br />

pero para mí no las hacen con voluntad buena, porque una voluntad infiel e impía no es<br />

buena. Di que, según tú, estas voluntades son árboles buenos; basta que para Dios sean<br />

estériles, y, en consecuencia, no son buenos. Di que, para los hombres, estos árboles no<br />

son infructuosos, y entre ellos incluso sean buenos, pues tú lo afirmas, los alabas y, de<br />

alguna manera, tú los has plantado; pero tienes que concederme, quieras o no, que el


amor del mundo, que te amiga con él, no viene de Dios. El amor de Dios, que a Dios<br />

conduce, sólo puede venir del Padre, por Jesucristo, con el Espíritu Santo.<br />

Con este amor del Creador se usa bien de las criaturas Y, sin este amor del Creador, nadie<br />

puede usar bien de lo creado. Necesitamos, pues, de este amor para que sea un bien<br />

beatificante la castidad conyugal; no el placer de la carne, sino la voluntad de tener hijos,<br />

ha de ser el fin en el uso del cuerpo del cónyuge. Si vence el placer y nos lleva al abuso, y<br />

por él, no por los hijos, se usa del acto matrimonial, en virtud de la santidad del<br />

matrimonio cristiano, es pecado venial.<br />

Refuta Agustín falsas acusaciones de Juliano<br />

IV. 34. No dije, en las palabras que aduces de mi libro, lo que tú dices que dije, esto es,<br />

que "los hijos se encuentran bajo el dominio del diablo, porque nacen de la unión de los<br />

cuerpos". Una cosa es decir "que nacen de la unión de los cuerpos" y otra "porque nacen<br />

de la unión de los cuerpos". La unión no es la causa del mal; y, aunque la naturaleza<br />

humana no hubiera sido viciada por el pecado del primer hombre, los hijos no podían ser<br />

engendrados más que por la unión de los cuerpos. Pero gimen bajo el poder del diablo los<br />

que nacen de la unión de los cuerpos antes de renacer por el Espíritu Santo, pues son<br />

fruto de una concupiscencia que codicia contra el espíritu y obliga al espíritu a luchar<br />

contra ella 55 . Y no existiría lucha alguna entre el bien y el mal si el hombre no hubiera<br />

pecado. Pero así como antes de la prevaricación del hombre no existía la concupiscencia,<br />

ésta dejará de existir cuando desaparezca la debilidad en el hombre.<br />

Pasión y razón<br />

V. 35. Citas de nuevo palabras mías, y contra ellas levantas una polvareda de palabras.<br />

Dices: "Nuestra naturaleza está compuesta de bienes dispares, y debe el alma señorear<br />

sobre el cuerpo. Una es a los dioses común; el otro, a los animales". "Por eso -dices con<br />

razón-, la parte más noble, esto es, el alma, ha de señorear sobre las pasiones y sobre los<br />

miembros del cuerpo" 56 . Pero no consideras que no es tan fácil dominar las pasiones<br />

como los miembros del cuerpo. Las pasiones son malas, y es necesario frenarlas con la<br />

razón y combatirlas con el espíritu; los miembros, empero, son buenos y los movemos a<br />

voluntad, excepto las partes genitales, aunque sean, como obra de Dios, buenas. Se las<br />

llama partes deshonestas del cuerpo porque en sus movimientos tiene más fuerza la libido<br />

que la razón y a duras penas logramos dominar sus ímpetus, mientras es fácil someter al<br />

imperio de la voluntad los restantes miembros del cuerpo. Y ¿cuándo hace el hombre mal<br />

uso de sus miembros buenos sino cuando consiente en los malos deseos que habitan en<br />

nosotros? Y, entre estas apetencias, se lleva la palma de las torpezas la concupiscencia, y,<br />

si no se la frena, nos hace cometer inmundicias horrendas.<br />

De este mal sólo hace buen uso el pudor conyugal. Con todo, en los animales la<br />

concupiscencia no se ha de mirar como un mal, pues no lucha contra la razón, de la que<br />

están privadas las bestias. ¿Por qué no crees se puede conceder a los hombres que<br />

vivieron en el Edén antes del pecado el poder engendrar por un efecto del divino poder,<br />

mediante un tranquilo movimiento de unión natural de los cuerpos, sin mezcla de pasión<br />

desordenada; o, al menos, que la concupiscencia pudiera existir en ellos sin ningún<br />

movimiento que precediera o rebasara los límites de la voluntad? ¿O es que la<br />

concupiscencia te agrada poco, si no es tal que excite en el hombre movimientos<br />

involuntarios que es menester combatir? De esta pasión se glorían en sus disputas los<br />

pelagianos, como de un bien placentero y del que los santos, con sentidos gemidos,<br />

imploran ser liberados como de un mal.<br />

No existe contradicción<br />

VI. 36. Me acusas calumniosamente de "caer en una ridícula aporía y me haces decir que<br />

hay hombres culpables por hacer una buena obra, y otros se santifican por una obra<br />

mala". Y todo porque dije que "los infieles convertían en mal y en pecado el bien del<br />

matrimonio, mientras el matrimonio de los fieles convierte en bien el uso de un mal". En<br />

consecuencia, no he dicho que unos se hacen criminales por una obra buena sino por la<br />

obra mala que hacen al usar mal de una buena. Tampoco dije que algunos se hacen santos<br />

por una obra mala sino por una obra buena que hacen al usar bien de un mal. Si tú no<br />

quieres entender o finges no comprender, no impidas con tus gritos que yo me haga oír de<br />

los que pueden y quieren entenderme.


Los hijos son fruto del buen uso de un mal<br />

VII. 37. Dices: "Si alguien puede ser creado malo, jamás puede, por la ablución<br />

bautismal, llegar a ser bueno". De la misma manera podías decir que el cuerpo, creado<br />

mortal, no puede ser inmortal. Dios, en efecto, al crear al hombre no creó el mal, pero la<br />

naturaleza humana que salió de las manos del Creador buena ha contraído el mal del<br />

pecado, del que Dios no es autor, y él sana este mal que no creó y lo convierte en un bien<br />

del que es Creador.<br />

38. Jamás se me pasó por el pensamiento decir que "los demonios habían instituido el<br />

matrimonio; ni que sean autores de la unión de los sexos; ni que el comercio de los<br />

esposos con el fin de engendrar hijos sea obra diabólica". Al contrario, reconozco que Dios<br />

es autor de todas estas cosas; que se podían realizar sin el mal de la concupiscencia si el<br />

diablo no hubiese sido autor de la prevaricación del primer hombre, a la que siguió la<br />

discordia entre la carne y el espíritu. ¿No volverás sobre tus pasos para sentir vergüenza<br />

de tu vana charlatanería, que te lleva a tejer fábulas sin contenido? ¿Cómo has podido<br />

afirmar que "el diablo sorprende a los esposos en la acción matrimonial, y al sorprenderlos<br />

en este acto, que pertenece a la esencia del matrimonio, les impide tener hijos que<br />

puedan ser librados por el sacramento de la regeneración?" Si el diablo pudiera hacer todo<br />

lo que le venga en gana, haría sofocar a los impíos, que están aún bajo su poder, cuando<br />

conoce están dispuestos a hacerse cristianos. Y, aunque el diablo infirió grave herida al<br />

primer hombre, de la que cojea todo el género humano, herida que se transmite por<br />

generación a los hijos, criaturas de Dios, que deben pasar de la vida de Adán a la de<br />

Cristo, no se sigue por esto, como imaginas, que, cuando los padres usan del matrimonio,<br />

los demonios, con amenazas terroríficas, les impidan tener hijos, que han de ser<br />

regenerados; pues sabemos que una legión de demonios no podía tomar posesión de unos<br />

cerdos si Cristo, accediendo a su petición, no se lo hubiera permitido 57 .<br />

De las mismas persecuciones que permite desencadenar al diablo, Dios sabe trenzar<br />

coronas para los mártires y hacer buen uso de todo género de males para utilidad de los<br />

buenos. Más incluso en aquellos esposos que no piensan en la regeneración de los hijos o<br />

la detestan, bueno es el matrimonio y legítima la unión de los cuerpos en vista a los hijos,<br />

no dejando de ser un bien; porque los hijos que nacen de esta unión son un fruto bueno y<br />

honesto, aunque sus padres usen mal de este bien y pequen al gloriarse de la propagación<br />

de una prole impía. Porque los hombres, aunque manchados por el contagio del pecado,<br />

son siempre un bien, en cuanto hombres, y su nacimiento es un bien, pues es obra buena<br />

de Dios.<br />

39. De aquí no se sigue que "para tener hijos se cometan adulterios o estupros"; absurdo<br />

al que tú quieres llevarme porque dije que del mal de la concupiscencia hace brotar en el<br />

matrimonio el bien de los hijos. Pero de esta afirmación mía, conforme a la razón y a la<br />

verdad, no se puede en modo alguno sacar una consecuencia tan falsa y perversa como la<br />

tuya. No porque el Señor diga: Haceos amigos con las riquezas injustas 58 , debemos<br />

cometer injusticias, dedicarnos a la rapiña o robar para socorrer con mano más generosa a<br />

los santos pobres. Y así como hemos de granjearnos amigos con riquezas injustas, para<br />

que nos reciban en las moradas eternas, lo mismo los esposos, de la raíz viciada por el<br />

pecado, han de engendrar hijos que luego han de ser regenerados para entrar en la vida<br />

eterna. Y así como no se deben cometer robos, fraudes, rapiñas, para acrecentar las<br />

riquezas y socorrer a los indigentes amigos, tampoco hemos de sumar al mal con el que<br />

todos nacemos, adulterios, estupros, fornicaciones, con el fin de que nazcan de estas<br />

uniones multitud de hijos de nuestro mismo linaje. Una cosa es usar bien de un mal ya<br />

existente y otra cometer un crimen que no existía. Lo primero es hacer voluntariamente<br />

buen uso de un mal heredado de nuestros padres, lo segundo es aumentar el mal<br />

heredado de nuestros padres con otros voluntarios y personales. Hay, pues, una gran<br />

diferencia entre estos dos casos; laudable es emplear las riquezas mal adquiridas en<br />

socorrer a los pobres y reprimir la concupiscencia de la carne con la virtud de la<br />

continencia y usar de ella para recoger buen fruto en el matrimonio. Pero el mal de la<br />

concupiscencia es tan grande, que vale más no usar de ella que hacer de ella buen uso.<br />

Gracia, voluntad salvífica y libre albedrío<br />

VIII. 40. Citas luego otras palabras mías, contra las que ampliamente disputas sin decir<br />

nada. Insistes sobre un punto al que puse fin en mi anterior discusión. Y si ahora me


epitiera, ¿cuándo terminaríamos? Entre otras cosas, dices lo que con frecuencia has<br />

repetido contra la gracia de Cristo; a saber, que "con el nombre de gracia atribuimos la<br />

bondad de los hombres a una necesidad fatalista". Pero los mismos niños, que no pueden<br />

hablar, te precintan la boca y reducen a silencio. Con interminable verborrea te afanas por<br />

afirmar y persuadir lo mismo que Pelagio condenó en una asamblea de obispos en<br />

Palestina; es decir, "que la gracia se da según nuestros méritos". Y no puedes encontrar<br />

en los niños mérito alguno para poder distinguir los hijos adoptivos de Dios y los que<br />

mueren sin haber recibido esta gracia.<br />

41. Me calumnias al afirmar que he dicho: "No se debe esperar esfuerzo alguno de la<br />

voluntad humana, contrariamente a lo que dice el Señor en su Evangelio: Pedid, y<br />

recibiréis; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá; porque el que pide, recibe; el que<br />

busca, encuentra, y al que llama, se le abrirá" 59 . A tenor de estas palabras, creo has<br />

empezado a sentar como principio que los méritos preceden a la gracia; y estos méritos<br />

consisten en pedir, buscar, llamar, de suerte que la gracia, según tú, se nos da en virtud<br />

de estos méritos, y así en vano se llama gracia. Como si no existiera una gracia<br />

proveniente que toca nuestro corazón, y nos hace pedir a Dios el bien verdadero, y nos<br />

hace buscar a Dios y llamar a la puerta de Dios. Es en vano esté escrito: Tu misericordia<br />

sale a mi encuentro 60 ; en vano se nos manda orar por nuestros enemigos 61 si no está en<br />

su poder convertir los corazones que sienten aversión o enemistad por nosotros.<br />

42. Citas también un texto del Apóstol que deja la puerta abierta a todo el que llama,<br />

porque Dios quiere se salven todos los hombres y lleguen al conocimiento de la verdad 62 ;<br />

y quieres entendamos, bajo tu magisterio, que, si no se salvan todos los hombres ni llegan<br />

al conocimiento de la verdad, es porque no quieren pedir lo que Dios quiere darles; no<br />

quieren buscar, cuando Dios se hace el encontradizo, y no quieren llamar, cuando Dios les<br />

quiere abrir. Pero esta tu exégesis queda invalidada por el silencio de los niños, que ni<br />

piden, ni buscan, ni llaman; y, cuando son bautizados, se resisten, lloran y, a su manera,<br />

protestan; sin embargo, reciben, encuentran, se les abre, y entran en el reino, donde<br />

encuentran la salvación eterna y el conocimiento de la verdad; pero hay muchos que no<br />

reciben esta gracia de adopción de aquel que quiere se salven todos los hombres y lleguen<br />

al conocimiento de la verdad. De ellos ciertamente no se puede decir: Quise, y no habéis<br />

querido 63 ; porque, si él quiere, ¿quién de estos niños, que carecen del libre albedrío de la<br />

voluntad, puede resistir a su voluntad omnipotente? ¿Por qué no entender esta sentencia:<br />

Quiere se salven todos los hombres y lleguen al conocimiento de la verdad 64 , en el mismo<br />

sentido que entendemos el pasaje de Pablo a los romanos: Por la justificación de uno solo,<br />

la justificación de vida para todos los hombres? 65<br />

Dios quiere se salven y lleguen al conocimiento de la verdad todos aquellos que por la<br />

justificación de uno solo obtienen la gracia de una justificación que da vida. Y no se nos<br />

replique "Si Dios quiere se salven todos los hombres y lleguen al conocimiento de la<br />

verdad y no llegan, es porque no quieren"; y entonces, ¿por qué tantos millones de niños<br />

que mueren sin el bautismo no llegan al reino de Dios, donde existe conocimiento pleno de<br />

la verdad? ¿Acaso no son hombres y no deben contarse entre aquellos de quienes está<br />

escrito: Todos los hombres? ¿O es que hay alguien que diga: "Dios sí quiere salvarlos,<br />

pero ellos no quieren?" ¡Como si los niños tuvieran conocimiento para querer o no querer!<br />

¿No es evidente que los niños que mueren recibido el bautismo y, por la gracia<br />

sacramental llegan al conocimiento de la verdad, que en el reino de Dios es plenitud, no<br />

llegan porque hayan querido ser regenerados por el bautismo de Cristo? Luego, si ni unos<br />

no son bautizados porque no quieran ni otros son bautizados porque quieren, ¿por qué<br />

Dios, queriendo se salven todos los hombres y lleguen al conocimiento de la verdad,<br />

permite que una muchedumbre de niños no lleguen a su reino, en el que existe un<br />

perfecto conocimiento de la verdad, si en ellos no encuentra resistencia alguna por parte<br />

de su libre albedrío?<br />

43. A no ser vayas a decir que en aquellos todos que Dios quiere se salven no se cuentan<br />

los niños; porque, si no tienen pecado alguno de herencia, están salvos con la salvación de<br />

la que habla el texto. Pero entonces caes en un absurdo mayor porque de esta manera<br />

haces a Dios benévolo con los hombres más impíos y criminales que con los que son más<br />

inocentes y no tienen mancha de pecado; pues, si quiere se salven todos los hombres,<br />

quiere entren en su reino los impíos, con una condición: si se salvan; y, si no quieren<br />

salvarse, la culpa es de ellos solos.<br />

Cuanto al número incontable de niños que mueren sin el bautismo, no quiere Dios


admitirlos en su reino, aunque, según vosotros, ningún pecado les cierra la puerta, y nadie<br />

pone en tela de juicio que los niños no pueden resistir con voluntad propia a la voluntad de<br />

Dios. Así sería necesario decir que Dios quiere sean todos los hombres cristianos y muchos<br />

no quieren, y que no quiere lo sean todos, entre los que no hay nadie que no quiera; y<br />

esto es contrario a la verdad, pues conoce el Señor a los que son suyos 66 ; y su voluntad<br />

conocida es que sean salvos todos aquellos que entran en el reino. Luego la perícopa:<br />

Quiere se salven todos los hombres y lleguen al conocimiento de la verdad 67 , se ha de<br />

entender en el mismo sentido que esta otra: Por la justificación de uno solo para<br />

justificación de vida para todos los hombres 68 .<br />

44. Si crees que el texto del Apóstol se puede interpretar de manera que todos quiera<br />

significar muchos que en Cristo son justificados -otros muchos no son en Cristo<br />

vivificados-, se te puede responder que en el pasaje donde se lee: Quiere se salven todos<br />

los hombres y lleguen al conocimiento de la verdad, todos está puesto en lugar de<br />

muchos, que son los que él quiere lleguen a esta gracia. Este sentido parece estar más en<br />

consonancia con lo que se dice en otro lugar, porque nadie viene a Dios sino el que él<br />

quiere hacer venir: Nadie puede venir a mí -dice el Hijo- si el Padre, que me ha enviado,<br />

no lo atrae; y poco después: Nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre 69 . Y, en<br />

consecuencia, todos los que se salvan y llegan al conocimiento de la verdad, se salvan<br />

porque es voluntad de Dios y vienen a él porque él quiere. Unos, como los niños, que no<br />

pueden hacer uso del libre albedrío, son regenerados porque él lo quiere, como fueron<br />

creados porque él los creó; otros, en pleno uso del libre albedrío, no pueden querer el bien<br />

si él no quiere y si, por gracia, no prepara su voluntad 70 .<br />

45. Si me preguntas ahora: "¿Por qué no cambia las voluntades de todos los que no<br />

quieren?" Te responderé: ¿Por qué no adopta por el bautismo de la regeneración a todos<br />

los niños que van a morir, en los que no existe voluntad, y, por consiguiente, no pueden<br />

querer algo contra la voluntad divina? Si esto es para ti un misterio insondable que supera<br />

tu inteligencia, consideremos los dos como profundo misterio por qué Dios quiere, en<br />

adultos y niños, salvar a unos y no a otros; pero tengamos por cierto e infalible que en<br />

Dios no hay injusticia y que a nadie condena sin deméritos; aunque es tan grande su<br />

bondad que a muchos salva sin mérito alguno bueno; así demuestra, en los que condena,<br />

lo que a todos se debe, y aprendan, los que salva, la pena que les estaba reservada, y de<br />

la que son librados, y la gracia inmensa que Dios les concede. sin merecerla.<br />

46. Tu manera de razonar en esta materia no armoniza con un corazón cristiano, pues,<br />

según tu doctrina, atribuyes al destino estas realidades. En tu sentir, no en el nuestro,<br />

"obra es del hado todo lo que no es efecto del mérito". Y para que a tenor de tu definición,<br />

no se considere obra del destino cuanto acaece a los hombres, no de los méritos, te<br />

esfuerzas, por todos los medios posibles, en probar que todo hombre merece el bien o el<br />

mal que le sobreviene; porque, si niegas los méritos, el hado es una necesidad, y se os<br />

puede decir con razón; si los dones que se otorgan a los mortales no están fundados en<br />

sus merecimientos, es necesario sean obra del hado, y si suponemos existen méritos<br />

anteriores para no admitir el destino, es por obra del hado el que los niños sean<br />

bautizados y gracias al hado entran en el reino de Dios, sin méritos propios; y obra del<br />

hado es también el que los niños no sean bautizados; y por el hado no entran en el reino<br />

de Dios, aunque no tengan méritos malos. Y he aquí que los niños, sin saber hablar, os<br />

convencen de ser fabricantes del hado.<br />

Nosotros, al reconocer en los niños méritos malos, herencia de un origen viciado, decimos<br />

que uno entra por gracia en el reino de Dios, porque Dios es bueno, y otro es excluido por<br />

méritos, pues Dios es justo, y en ninguno de los dos casos interviene el destino, porque<br />

Dios hace lo que quiere. Y con el salmista 71 cantamos la misericordia y la justicia de Dios,<br />

porque nos consta que uno es condenado con justicia y otro salvado por misericordia. ¿Por<br />

qué condena a uno y salva a otro? ¿Quiénes somos nosotros para pedir cuentas a Dios? ¿<br />

Acaso puede decir el botijo al que lo modeló: "Por qué me hiciste así?" ¿Es que el alfarero<br />

no puede hacer de la misma masa de arcilla, viciada por el pecado de origen, una vasija<br />

para usos nobles, según su misericordia, y otra para usos bajos según su justicia 72 ?<br />

No ha querido hacer las dos vasijas para usos nobles para que no se piense que la<br />

naturaleza inocente lo ha merecido, y no ha querido hacer las dos para usos bajos porque<br />

la misericordia es superior al juicio 73 . Y así, ni el condenado se puede quejar del castigo<br />

que en justicia merece, ni el salvado por gracia puede vanagloriarse de su mérito, sino que<br />

con humildad ha de dar gracias al Señor al reconocer en el que es castigado como merece


el favor que le hace a él cuando se encontraba en las mismas circunstancias.<br />

47. Afirmas que en otro de mis libros dije: "Se niega el libre albedrío si se defiende la<br />

gracia, y se niega la gracia si se defiende el libre albedrío". Pura calumnia. No dije esto; lo<br />

que dije fue que esta cuestión presenta tan enormes dificultades que pudiera parecer se<br />

niega uno si se admite la otra. Y como mis palabras son pocas, las voy a repetir para que<br />

vean mis lectores cómo amañas mis escritos y con qué mala fe abusas de la ignorancia de<br />

los tardos y romos de inteligencia, para hacerles creer que me has respondido porque no<br />

sabes callar.<br />

Dije hacia el final del primer libro, dedicado al virtuoso Piniano, cuyo título es De gratia<br />

contra Pelagium: "En esta cuestión que trata del libre albedrío y de la gracia de Dios es<br />

tan difícil delimitar el campo, que, cuando se defiende el libre albedrío, parece se niega la<br />

gracia de Dios, y cuando se defiende la gracia de Dios, parece se destruye el libre<br />

albedrío". Pero tú, varón honesto y veraz, suprimes las palabras que dije y pones otras de<br />

tu invención. Dije, sí, que esta cuestión era difícil de resolver, no que fuera imposible. Y<br />

mucho menos afirmé como falsamente me acusas, "que, si se defiende la gracia, se niega<br />

el libre albedrío, y, si se defiende el libre albedrío, se niega la gracia de Dios". Cita mis<br />

palabras textuales, y se evaporan tus calumnias. Pon las palabras "parece, pudiera<br />

creerse", en el lugar que les corresponde, y se evidenciarán tus fraudes en tan importante<br />

cuestión. No dije que se niegue la gracia, sino que "parece se niega" la gracia. No dije que<br />

"se niega o destruye el libre albedrío", sino que dije: "parece se destruye el libre albedrío".<br />

Y haces luego una promesa, y es que, cuando principien tus libros a conocerse, pondrán al<br />

desnudo la impiedad de mis sentimientos. ¿Qué no puede esperarse de la sabiduría de un<br />

discutidor que se hace conocer por su ciencia en el mentir?<br />

48. ¿Qué quieres decir cuando escribes: "No cede en elogio de la gracia, si se contenta<br />

con dar a los suyos lo que el pecado da a los impíos? Lo dices, sin duda, por la castidad<br />

conyugal, que, según tú, pueden tener los impíos. ¡Hombre discutidor! La virtud verdadera<br />

es un don de la gracia, y no porque lo sea de nombre, sino porque lo es en realidad. ¿Por<br />

qué confundes virginidad y castidad, como si fuesen de la misma especie? La castidad<br />

reside en el alma; la virginidad, en el cuerpo. La castidad puede permanecer intacta en el<br />

alma, la virginidad puede ser arrancada con violencia del cuerpo; y mientras ésta<br />

permanece intacta en el cuerpo, la primera puede corromperse en el alma por un deseo<br />

lascivo. Por eso no dije: 'Sin fe no existe verdadero matrimonio, verdadera viudez,<br />

virginidad verdadera'; dije, sí, que sin fe verdadera no hay verdadera castidad en el<br />

matrimonio, en la viudez, en la virginidad". Las mujeres casadas, las viudas, las vírgenes,<br />

pueden ser castas en el cuerpo, y, sin embargo, no serlo en el alma, si fornican con el<br />

deseo y si, con impuro corazón, anhelan cometer actos impúdicos. Sin embargo, en éstas<br />

tú pretendes exista verdadera castidad aunque sea adúltera su alma, como lo es la de los<br />

impíos, según testimonio de la Escritura divina.<br />

49. ¿Quién de los nuestros ha dicho jamás que "el mal está como embutido en los<br />

miembros de los esposos" cuando el matrimonio hace buen uso del mal de la<br />

concupiscencia en vista a la generación de los hijos? Esta concupiscencia nada tendría de<br />

malo si todos sus movimientos tuviesen como finalidad el uso lícito del matrimonio.<br />

Tampoco he dicho, como me calumnias, que "el crimen del matrimonio queda impune a<br />

causa del sacramento", porque no existe tal crimen cuando por el bien de la fe se usa bien<br />

del mal de la concupiscencia; y así no cabe aplicar aquí, como tú crees, el adagio que dice:<br />

Hagamos males para que vengan bienes 74 , pues el matrimonio no tiene ni una brizna de<br />

mal. Porque no es un mal en el matrimonio el que los padres engendren hijos con un mal<br />

que encontraron, no causaron. En la primera pareja, nacida sin padres, fue el pecado el<br />

que hizo nacer en ellos el mal de la libido, de la que el matrimonio usa bien; pero este mal<br />

no viene del matrimonio en sí, porque entonces merecería condena. ¿Por qué preguntas<br />

"si en los esposos cristianos doy al placer que experimentan en el acto carnal el nombre de<br />

castidad o impudicicia?" Esta es mi respuesta: No llamo a la concupiscencia castidad, pero<br />

en el matrimonio es un bien el uso bueno de este mal; y por este buen uso no se puede<br />

llamar este placer impudicicia. Esta consiste en el abuso de este mal, así como la pureza<br />

virginal consiste en no hacer uso. Y, aunque la castidad conyugal se respete en el<br />

matrimonio, los hijos que nacen de esta unión contraen, en su nacimiento, este mal, del<br />

que son purificados al renacer.<br />

50. "Si el mal de la libido -dices- es causa de que nazca de padres cristianos una prole<br />

criminal, se sigue que la continencia virginal es portadora de felicidad; y como esta virtud


se puede encontrar en los impíos, los infieles que posean esta virtud aventajan a los<br />

cristianos manchados con el lodo de la concupiscencia carnal". No es como dices; estás en<br />

grave error. Porque los que usan bien de la concupiscencia no están manchados con el<br />

lodo de la libido, aunque los hijos nazcan tarados por el mal de la concupiscencia, y por<br />

eso necesitan ser regenerados; y en los impíos no se encuentra la pureza virginal aunque<br />

en ellos exista la virginidad física, porque la verdadera pureza virginal no puede<br />

encontrarse nunca en un alma adúltera. En consecuencia, no es posible anteponer el bien<br />

de la virginidad en los impíos al bien del matrimonio entre fieles. Los esposos que usan<br />

bien del mal de la concupiscencia son preferibles a las vírgenes que hacen mal uso del bien<br />

de la virginidad. Y así, cuando los esposos fieles usan bien del mal de la concupiscencia, no<br />

es, como calumnias, "en virtud de su fe el que obtengan la impunidad de su crimen", sino<br />

porque su fe produce en ellos no una falsa, sino verdadera virtud de castidad.<br />

51. ¿Qué nos importa digan los maniqueos, como afirmas: "Si alguno, por temor, comete<br />

un homicidio, es culpable, porque temió, pero si alguno, con audacia exultante, comete un<br />

crimen, creyendo hace en conciencia el mal que hace, evitará ser culpable?" La verdad es<br />

que nunca he oído decir esto a los maniqueos. Pero lo digan o sea invención tuya, ¿qué<br />

nos importa? La fe católica que profesamos, ciertamente no lo enseña y con su autoridad<br />

te acorralamos. Afirmamos que las obras que parecen buenas, no son verdaderamente<br />

buenas sin fe, porque las que en verdad son buenas es necesario agraden a Dios, y sin fe<br />

es imposible agradarle. Esto significa que sin fe no puede existir, en verdad, obra buena. Y<br />

las acciones que son evidentemente malas no son efecto de la fe actuada por la caridad 75 ,<br />

porque el amor al prójimo no obra mal 76 .<br />

52. "La concupiscencia natural -te sonroja llamarla carnal- es buena -dices-, pero siempre<br />

que esté enmarcada en sus justos límites y no reciba rociada alguna de impurezas". Te<br />

pregunto: ¿Cómo represarla en sus justos límites? ¿Cómo se la embrida sino oponiéndole<br />

resistencia? Y si se la resiste, ¿no es para impedir cumpla sus malvados deseos? ¿En qué<br />

sentido puede ser buena?<br />

Pudor y pecado<br />

IX. 53. Fijas tu atención en estas palabras de mi libro: "¿Acaso aquellos primeros<br />

esposos, cuyo matrimonio bendijo Dios diciendo: Creced y multiplicaos 77 , no estaban<br />

desnudos y no se avergonzaban 78 ? ¿Por qué motivo, después del pecado, nació la<br />

confusión en estos miembros sino porque en ellos surgió un movimiento deshonesto, que<br />

el matrimonio ciertamente no hubiera experimentado si los hombres no hubieran<br />

pecado?" Comprueba, y verás que estas mis palabras están tomadas de la Escritura, y<br />

todo aquel que haya leído o lea este pasaje del Génesis, sin duda aprobará lo que dije. En<br />

un interminable discurso sudas para contradecirme, pero no te has sincerado. E insistes,<br />

por el contrario, en tu depravado error, aunque compruebes, por experiencia, la ortodoxia<br />

de mi sentencia, sin que puedas destruir su verdad. Omito tus gestos en la disputa y tus<br />

jactancias, como hombre sin aliento que se esfuerza por llegar a donde no puede, o se<br />

pierde entre cendales de niebla y finge haber llegado a la meta.<br />

Con la ayuda del Señor, me dispongo a examinar y refutar hasta las más pequeñas partes<br />

de tu discurso, para que todo aquel que lea tus obras y las mías pueda ver tu obra<br />

arrasada y destruida; en especial aquellos pasajes que de mil maneras repites y otras<br />

tantas por nosotros anulados.<br />

54. Entre otras cosas, dices: "Al cubrir nuestros primeros padres sus partes íntimas, en las<br />

que radica la libido después del pecado, por sentir vergüenza de su desnudez, yo he<br />

querido probar que Dios instituyó un matrimonio espiritual". Si los matrimonios sin<br />

concupiscencia son espirituales, también, según tu razonar, serán espirituales los cuerpos<br />

cuando se vean libres de concupiscencias. ¿Es que la concupiscencia tiene para ti un<br />

encanto especial, y así como afirmas su existencia en el Edén, la quieres introducir en los<br />

cuerpos resucitados? No digo, corno afirmas, que "no es natural sino aquello sin lo que la<br />

naturaleza no puede existir". Lo que sí digo es que se llama vicio natural aquel sin el cual<br />

ningún hombre viene al mundo, aunque al principio la naturaleza no fue creada así. En<br />

consecuencia, este mal no trae su origen de la primera institución de la naturaleza, sino<br />

que viene de la mala voluntad del primer hombre. Mal que desaparecerá un día, pues será<br />

condenado o curado.<br />

55. Comparas mi doctrina a una chinche; viva, molesta; aplastada, hiede; como si te diera


apuro aplastarme con tu victoria o, con palabras tuyas, "para que, vencido, no huya a<br />

lugares pantanosos, a los que te causa horror seguirme, para rematarme; porque, cuando<br />

te fuerzo a rozar temas sexuales, el pudor, que monta centinela a la entrada de tu corazón<br />

como de un templo, no te permite explicarte con libertad, y te fuerza a silenciar aquellas<br />

partes de mi libro que pudieran servirte para triturarme y aniquilarme". ¿Por qué, con<br />

entera libertad, no hablas entonces de las cosas buenas que elogias? ¿Por qué, con entera<br />

libertad, no hablas de la obra de Dios, pues esta obra no pierde dignidad y en ella no ha<br />

lugar el pecado, ni puede suscitar sonrojo ni frenar la libertad de expresión?<br />

No hay lógica en el razonar de Juliano<br />

X. 56. "Si no hay -dices- matrimonio sin concupiscencia y, en general, vosotros condenáis<br />

la concupiscencia, condenáis también el matrimonio". Podrías también razonar: Puesto que<br />

se condena la muerte, todos los mortales han de ser condenados. Si la concupiscencia<br />

viniese del matrimonio, no existiría antes o fuera del matrimonio. "No puede -dices-<br />

llamarse enfermedad algo que siempre acompaña al matrimonio, porque el matrimonio<br />

puede existir sin el pecado, y la enfermedad, dice el Apóstol, es pecado". Te respondo: No<br />

toda enfermedad es pecado. La enfermedad de que habla el Apóstol es pena del pecado,<br />

sin la cual no puede existir la naturaleza humana hasta que no esté por completo curada.<br />

Pero, si la concupiscencia no es un mal, pues sin ella no puede existir el bien del<br />

matrimonio, sería lógico decir que el cuerpo no es un bien, porque sin él no existiría el mal<br />

del adulterio. Ambos supuestos son falsos. ¿Quién ignora que el Apóstol manda a los<br />

casados sepa cada uno poseer su cuerpo, es decir, a su esposa, no dominado por la<br />

pasión, como los gentiles, que no conocen a Dios 79 ?<br />

Todo el que lea este texto del Apóstol dejará a un lado tus razonamientos. ¿No te da<br />

vergüenza introducir en el paraíso este mal, que tú, con aparente recato, no designas por<br />

su nombre, es decir, concupiscencia de la carne, y afirmar que nuestros primeros padres<br />

no estuvieron exentos de ella antes del pecado? Y si no te escondes en el fondo del lodazal<br />

en que has caído, ¿no es que la concupiscencia de la carne y de la sangre tiene para ti<br />

tales encantos que te parece una corona de rosas cortadas en el Edén, y, adornado con<br />

tan vistosos colores enrojeces y aplaudes?<br />

En el paraíso, antes del pecado, pudo existir la unión del hombre y la mujer<br />

XI. 57. ¿Por qué te deleita hablar tanto y tratas de probar con incontenible verborrea lo<br />

que nosotros confesamos y enseñamos como si lo negáramos? ¿Quién niega que la unión<br />

de los sexos tendría lugar aunque no existiese el pecado? Afirmamos, sí, que la unión se<br />

realizaría, pero moviendo la voluntad las partes genitales, no la pasión, como acontece en<br />

los restantes miembros del cuerpo; o, si intervenía la concupiscencia, no sería como<br />

ahora, sino que estaría sometida al imperio del querer. Esto es una concesión que te hago<br />

para no contristarte. Tú sostienes con ardor la causa de tu favorita, y sufres de verdad si<br />

no la introduces, tal cual ahora es, en el paraíso. Afirmas que no fue el pecado el que la<br />

hizo como la experimentamos ahora, porque, aunque nadie hubiera pecado, sería como<br />

hoy es, porque en dicha mansión de paz tendría el hombre poder para combatirla o no<br />

combatirla siempre que quisiera satisfacer sus deseos. ¡Oh santas delicias del paraíso! ¡Oh<br />

discurso pudoroso de un obispo! ¡Oh castidad de los pretendidos fieles!<br />

Los filósofos paganos palparon la realidad, ignoraron la causa<br />

XII. 58. Para probar que no todas las partes del cuerpo que se cubren se han de tener por<br />

vergonzosas a causa del pecado, te pierdes en una selva de vanos razonamientos y hablas<br />

luego de las partes que naturalmente están cubiertas, como si sólo lo hubiesen sido<br />

después del pecado, como en nuestros primeros padres, cuestión que entre nosotros se<br />

ventila, pues, una vez cometido el pecado, sintieron vergüenza y taparon sus partes<br />

íntimas como avergonzados, cuando antes del pecado no sentían sonrojo alguno. "Balbo -<br />

dices-, con autoridad y exactitud, explica estas cosas cuando Tulio le hace disputar con<br />

Cota" 80 . Por eso citas unas pocas palabras, para no hacerme sentir vergüenza por no<br />

haber comprendido, con ayuda de las santas Escrituras, lo que los gentiles, con la sola luz<br />

de la razón, comprendieron. Y citas las palabras de Balbo, tomadas de Cicerón, para<br />

enseñarnos cuáles eran los sentimientos de los estoicos sobre la diferencia de los sexos en<br />

los animales; sobre las partes del cuerpo que sirven para la generación y lo que hay de<br />

maravilloso en los movimientos de la concupiscencia en la unión de los cuerpos.


Sin embargo, antes de citar las palabras de Tulio o de cualquier otro, adviertes con gran<br />

cautela "que él habla del acoplamiento de los sexos en los animales, porque la honestidad<br />

no le permite describir la de los hombres". ¿Por qué no se lo permite la honestidad? ¿<br />

Acaso hay algo en la sexualidad humana que puede ofender la honestidad, cuando Dios,<br />

con esmero especial, formó la naturaleza más noble de la creación? Por lo visto, esto te ha<br />

enseñado a discutir sobre las cosas más secretas y no te enseñaron los estoicos a sentir<br />

vergüenza de las deshonestas.<br />

Refieres luego cómo describe Balbo la estructura del cuerpo humano: "Lo que dice de la<br />

naturaleza del vientre, colocado debajo del estómago para ser receptáculo de bebidas y<br />

comidas; cómo los pulmones y el corazón entran el aire del exterior mediante la<br />

respiración; cómo explica las admirables transformaciones que han lugar en los intestinos<br />

y en parte se realizan por el sistema nervioso y cómo, por caminos variados y sinuosos, se<br />

retiene o expele lo que recibe, ya sea líquido, ya sólido". Citas aún otras cosas parecidas y<br />

terminas con estas palabras: "Y cómo se eliminan las heces mediante contracciones y<br />

dilataciones de los intestinos".<br />

Si se puede hacer esta minuciosa descripción aplicada a los animales, ¿por qué luego pasa<br />

a los hombres, sino porque estos órganos nada tienen de vergonzoso en el hombre;<br />

mientras los miembros que sirven a la generación, si en los animales no son deshonestos,<br />

sin embargo, los del hombre sí lo son? Por eso, después del pecado, nuestros primeros<br />

padres taparon sus partes con hojas de higuera. En la descripción del cuerpo humano, al<br />

llegar a la defecación, dice: "No es difícil explicar cómo se realiza, pero es preferible<br />

pasarlo en silencio, para no hacer inameno mi decir". No dice "deshonesto" o "impúdico",<br />

sino repugnante. Hay una diferencia entre las cosas que causan repugnancia a los sentidos<br />

a causa de su deformidad, y otras, que, aunque hermosas, causan al alma rubor. Las<br />

primeras ofenden nuestra sensibilidad, las segundas excitan la concupiscencia y son por<br />

ella excitados.<br />

59. Pero ¿de qué te sirve todo esto? "Nuestro Creador -dices- no conoce defecto en su<br />

obra, como para velar nuestras partes viriles". Lejos de nosotros pensar que el divino<br />

Artífice haya podido reconocer defecto alguno en su obra. Pero tú mismo has dicho antes<br />

por qué cubrió el hombre sus partes, al afirmar que fue para preservar sus miembros de<br />

perecer, o inspirasen horror expuestos a las miradas de todos. Sin embargo, cuando<br />

nuestros primeros padres cubren sus miembros genitales; no fue porque podían sufrir<br />

deterioro o porque eran causa de escándalo, porque estaban desnudos y no se<br />

avergonzaban 81 . Hoy, una pudorosa cautela nos hace apartar la mirada de las partes<br />

viriles, y no porque causen náusea, sino por el placer que en nosotros excitan.<br />

En vano creíste apuntalar la causa de la concupiscencia con un testimonio de los estoicos,<br />

pues, lejos de ser para ellos una amiga, no admiten en el placer voluptuoso ni una<br />

partecita de bien. Además, cuando hablan del placer de la carne, es en relación con los<br />

animales, y no como lo haces tú, con referencia a los hombres. En cuanto a la opinión de<br />

los estoicos, dice Tulio, en uno de sus libros: "Lo que es bueno en un carnero, no lo es en<br />

Publio Africano". Este pensamiento te enseña lo que debes pensar de la concupiscencia<br />

humana.<br />

60. Si te place discutir brevemente sobre estos escritos, sea porque en ellos podemos<br />

encontrar algunos vestigios de la verdad; pero has de confesar que las palabras por ti<br />

citadas no prueban nada contra nosotros. Medita si lo que ahora voy a decir no invalida tus<br />

asertos. En el tercer libro de la República afirma Tulio que "la naturaleza da a luz al<br />

hombre como madrastra, no como madre. Le da un cuerpo desnudo, frágil, enfermizo; un<br />

alma angustiada por penas sinnúmero, accesible al temor, floja para el trabajo, inclinada<br />

al placer; pero también hay en el hombre como una centella escondida de fuego divino, de<br />

inteligencia y razón". ¿Qué dices a esto? Tulio no dice que estos males sean efecto de<br />

costumbres depravadas; acusa a la naturaleza. Palpa la realidad, ignora la causa. No supo<br />

de dónde venía este yugo tan pesado que oprime a los hijos de Adán desde el día que<br />

salen del vientre de su madre hasta el día de su sepultura en la tierra, madre de todos. Al<br />

desconocer los libros sagrados, no tenía conocimiento del pecado original. Si hubiera<br />

tenido en buena opinión la concupiscencia que tú defiendes, no sentiría disgusto por la<br />

inclinación del ánimo a los placeres de la carne.<br />

61. Y si tan sólo consideras estas cosas como bienes menores que no deben desviar al


alma de bienes más nobles, no porque la concupiscencia sea un mal, sino porque es un<br />

bien de segunda categoría, escucha lo que escribe Cicerón en el mismo libro tercero de la<br />

República con más claridad al hablar del origen de los imperios. "¿No constatamos que la<br />

naturaleza otorga una especie de imperio a los dotados de más excelsas cualidades en<br />

favor de los más débiles? ¿No manda Dios al hombre, el alma al cuerpo, la razón al placer,<br />

a la ira y a todas las afecciones viciosas del alma?"<br />

Fundado en la autoridad del maestro, ¿confiesas ahora que todas estas pasiones, que<br />

como buenas defiendes, son vicios del alma? Y acto seguido dice: "Conviene conocer la<br />

gran diferencia que existe entre mandar y obedecer. Se dice que el alma manda al cuerpo<br />

y se dice que manda a la concupiscencia, al cuerpo, como un rey a sus súbditos o un padre<br />

a sus hijos, a la concupiscencia, como un déspota a sus esclavos, porque la frena y rompe<br />

sus ímpetus. Los reyes, emperadores, magistrados, padres y pueblos ejercen su imperio<br />

sobre sus ciudadanos y aliados como el espíritu manda al cuerpo; mas los déspotas hacen<br />

sentir la autoridad sobre sus esclavos como la parte superior del alma, es decir, la<br />

sabiduría domina la parte viciosa y más débil, como son las pasiones, la ira y otros<br />

movimientos desordenados". ¿Tienes aún algo que mascullar contra nosotros que hayas<br />

bebido en las fuentes de autores profanos? Mas aunque tengas apoyaturas para defender<br />

tu error contra la autoridad de ilustres obispos, intérpretes eximios de la Escritura divina,<br />

y quieres -lo que Dios no permita- resistir a su autoridad, ¿de qué te sirve Tulio sino para<br />

hacerte decir que en esta materia perdió el buen sentido y deliró? Silencia los pasajes<br />

tomados en préstamo de esta literatura profana, no te empeñes en servirnos doctrinas<br />

variadas para no verte confundido por el testimonio de aquellos que en vano creías te<br />

podían aupar.<br />

Al defender Juliano la concupiscencia de la carne, la condena<br />

XIII. 62. ¿Por qué razonas en vano sobre los movimientos pasionales de la mujer, de los<br />

que sientes sonrojo? No cubrió Eva movimiento alguno visible; pero como en su interior<br />

sintió los mismos movimientos que el hombre, los dos cubrieron sus partes íntimas, cuya<br />

vista despertaba en ellos mutuos deseos carnales, y ambos sintieron sonrojo al verse<br />

desnudos.<br />

Pero como hablas vaciedades, "pides perdón a los oídos castos y sollozas y suplicas no se<br />

indignen por lo que te ves obligado a decir". ¿Por qué sentir vergüenza al hablar de una<br />

obra de Dios? ¿Por qué pides perdón? Este perdón que imploras, ¿no es una acusación<br />

contra la concupiscencia? "Si ya, antes del pecado -dices-, el pene era eréctil, ninguna<br />

novedad introdujo el pecado". Estos movimientos podían tener lugar antes del pecado,<br />

pero nada indecente había en ellos que causara sonrojo, porque obedecían al imperio de la<br />

voluntad y la carne no codiciaba contra el espíritu. Y en esto precisamente consiste la<br />

novedad que se produce en el cuerpo del hombre y le causa sonrojo. Novedad que tu<br />

nueva herejía tiene la desvergüenza de elogiar. Nunca he condenado, en general, los<br />

movimientos que tienen por fin la generación de los hijos, o, como tú dices,<br />

"afirmativamente". Sí condeno los que son efecto de la concupiscencia en lucha contra el<br />

espíritu. Y, cuando tu error defiende la bondad de esta concupiscencia, ignoro cómo tu<br />

espíritu puede luchar contra ella como contra un mal.<br />

63. "Si esta concupiscencia -dices- existió en el fruto del árbol prohibido, es obra de Dios,<br />

y, en consecuencia, se debe defender como un bien". Te puedo responder que la<br />

concupiscencia no existía en el fruto del árbol y en sí este árbol era bueno. Lo que fue<br />

malo es la rebelión de la concupiscencia que surgió en el hombre cuando Dios lo<br />

abandona, en castigo de su desobediencia, al comer del fruto prohibido. Lejos de nosotros<br />

creer que Dios, cuando creó un árbol que era bueno en todos los tiempos y en todas las<br />

estaciones, haya querido hacer un regalo al hombre que hace nacer en los miembros del<br />

cuerpo un movimiento contra el cual es necesario luche la continencia.<br />

64. Sabemos que el apóstol San Juan no condenó este mundo, obra del Padre por el Hijo,<br />

es decir, el cielo, la tierra y cuanto en ellos se contiene, cuando dijo: Todo cuanto hay en<br />

el mundo es concupiscencia de la carne, y concupiscencia de los ojos, y ambición del siglo,<br />

que no viene del Padre, sino del mundo 82 . Sabemos esto, y no tenemos necesidad de que<br />

nos lo enseñes; y esta concupiscencia de la carne, que no viene del Padre, tú, queriendo<br />

aclararlo, dices que es la lujuria. Pero si te pregunto a qué hay que consentir para que sea<br />

lujuria o resistir para que no lo sea, la concupiscencia, tu favorita, te sale al paso. Tú verás


si debes aún alabar lo que, si consientes, es lujuria y, si lo combates, continencia.<br />

Me admira deliberes aún si has de condenarla como lujuria, pues es su fruto, o alabarla<br />

como continencia que le hace guerra, guerra en la que el triunfo de la castidad se llama<br />

pureza y la victoria de la concupiscencia, lujuria. Tú, juez insobornable e íntegro, alabas la<br />

continencia y condenas la lujuria; sin embargo, haces acepción de personas en favor de la<br />

concupiscencia -tú sabrás por qué temes ofenderla-, y no sientes sonrojo en alabarla, al<br />

mismo tiempo que la continencia, que es su contraria; y no te atreves a condenarla con la<br />

lujuria, precio de su victoria. Jamás un hombre de Dios puede aprobar tus elogios a la<br />

concupiscencia si te oye condenar la lujuria; nunca tus palabras le harán considerar como<br />

un bien lo que reconoce como un mal.<br />

Por último, el que triunfa de la concupiscencia, de la que trenzas elogios, nunca será<br />

esclavo de la lujuria, que tú condenas. ¿Cómo obedecer a Juan, el apóstol, si amamos la<br />

concupiscencia de la carne? Responderás: "No es la que yo alabo". ¿De cuál habla Juan<br />

cuando dice que no viene del Padre? "De la lujuria", respondes. Pero no somos lujuriosos<br />

sino cuando amamos la concupiscencia que tú alabas. Cuando San Juan nos exhorta a no<br />

amar la concupiscencia de la carne, es, sin duda, porque no quiere seamos lascivos. Y, al<br />

prohibirnos amar la impureza, nos prohíbe amar la concupiscencia de la carne, de la que<br />

tú eres panegirista. Todo lo que se nos prohíbe amar no viene del Padre. En efecto, dos<br />

bienes que vengan del Padre no pueden luchar entre sí, y la continencia y la<br />

concupiscencia mutuamente se pelean. ¿Cuál de las dos viene del Padre? Responde. Veo<br />

te encuentras en gran aprieto. Alabas la concupiscencia y te da apuro condenar la<br />

continencia. ¡Triunfe la pureza y sea derrotado el error! Del Padre viene la continencia,<br />

que triunfa de la concupiscencia carnal; acepta la continencia, que viene del Padre, ante la<br />

cual sientes, con toda razón, sonrojo, y vence la concupiscencia, que con labios impuros<br />

alabas.<br />

Vivacidad, utilidad, necesidad y placer<br />

XIV. 65. Juzgas conveniente invocar, en socorro de la concupiscencia, el placer, extendido<br />

por todos los sentidos, como si a pesar de tan hábil abogado, la voluptuosidad orgiástica<br />

no se abastase a sí misma sin el cortejo de todas sus compañeras. Y piensas, me veo<br />

forzado a confesar, que "el sentido de la vista, del oído, del gusto y del tacto nos han sido<br />

otorgados por el diablo; no por Dios, si sostengo que la concupiscencia de la carne, en<br />

lucha con la continencia, no existía en el paraíso antes del pecado y es una consecuencia<br />

del pecado que el diablo aconsejó al primer hombre".<br />

Pero ignoras, o finges ignorar, que en cualquier sentido del cuerpo existe una gran<br />

diferencia entre vivacidad, utilidad, necesidad y el placer de la concupiscencia. La<br />

vivacidad del sentido tiene por objeto hacer percibir, a unos más claramente que a otros,<br />

las cualidades de las cosas corporales, según su condición y naturaleza, y permitirnos<br />

discernir, con más o menos exactitud, lo verdadero y lo falso. La utilidad del sentido nos<br />

permite aprobar o rechazar, tomar o dejar, apetecer o evitar, lo que nos parece<br />

conveniente a la conservación del cuerpo o de la vida. La necesidad del sentido se<br />

manifiesta cuando se propone algo a nuestros sentidos que no queremos. Mientras la<br />

libido, de la que aquí tratamos, nos lleva, con afección puramente carnal, a gozar del<br />

placer mismo, ora consienta el espíritu, ora lo rechace. Y esta apetencia carnal es<br />

contraria al amor de la sabiduría y enemiga de todas las virtudes. Es un mal del que hace<br />

buen uso el matrimonio en el comercio sexual cuando los esposos tienen por fin la<br />

generación de los hijos y no el exclusivo deseo del placer de la carne.<br />

Si hubieras querido o podido distinguir la diferencia que existe entre vivacidad, utilidad y<br />

necesidad de los sentidos y la concupiscencia de la carne, te darías cuenta de las cosas<br />

superfluas que has dicho. No dijo el Señor: "Todo el que vea a una mujer", sino: Todo el<br />

que mira a una mujer deseándola ya cometió adulterio con ella en su corazón 83 . En<br />

contadas palabras, te hace ver con claridad, si no eres tozudo, la diferencia que hay entre<br />

el sentido de la vista y el deseo desordenado del corazón. Es obra de Dios el sentido,<br />

arquitecto del cuerpo humano; la concupiscencia la sembró el diablo incitando al pecado.<br />

66. Alaben los hombres piadosos el cielo, la tierra y cuanto en ellos hay. Glorifiquen todas<br />

las criaturas a su Creador al contemplar la belleza de su obra, sin apegarse a ella con<br />

amor desordenado. En un sentido alaba el oro el hombre religioso y en otro el avaro. La<br />

alabanza del primero es adoración al Creador; la del segundo, deseo de poseer riquezas.


Al escuchar una melodía divina, con toda certeza se mueve el alma con afecto piadoso; sin<br />

embargo, es un mal si es el sonido, no el sentido de la canción, lo que se escucha con<br />

placer. ¿Cuánto más si uno se deleita en cancioncillas ligeras y obscenas? Los restantes<br />

sentidos del cuerpo son más groseros en cierto modo; no se proyectan fuera, y su acción<br />

se limita a lo que está a su alcance. Pero el olor se distingue del que percibe el olor; el<br />

sabor, del que paladea el manjar; el tacto, del que toca diversos objetos. Un cuerpo puede<br />

ser frío o caliente, suave o áspero, y estas cualidades son diferentes de lo liviano o<br />

pesado. Cuando se quiere evitar lo que nos molesta, como los malos olores, lo amargo, el<br />

frío, el calor, las cosas ásperas, duras y pesadas, no hay en esto placer voluptuoso, sino<br />

simple cautela contra la incomodidad. En otras cosas contrarias a las precedentes que<br />

tomamos por placer, si no son necesarias para la salud, o calmar algún dolor, o aliviar la<br />

fatiga, aunque nos causen placer cuando las tomamos, sin embargo, no se han de buscar<br />

con afán desordenado, porque, si se buscan así, son un mal. En estos casos se ha de<br />

frenar y domar el apetito.<br />

¿Quién, por castigada que tenga su concupiscencia carnal, puede evitar aspirar un<br />

perfume delicadísimo cuando entra en un salón en el que se queman aromas, a no ser que<br />

se tape las narices, o con una fuerte sacudida de la voluntad se aliene de los sentidos del<br />

cuerpo? ¿Y si, cuando sale del local, de casa, o cuando va de camino, desea el mismo<br />

placer? Y si experimenta este deseo, ¿no debe frenarlo y oponer a las codicias de la carne<br />

las apetencias del espíritu hasta obtener la salud y no desear nada semejante? Es una<br />

minucia, es verdad, pero está escrito: El que desprecia las cosas pequeñas, poco a poco<br />

caerá 84 .<br />

67. Necesitamos de los alimentos. Si no son agradables al paladar, no se pueden comer y<br />

con frecuencia causan náuseas y se devuelven. Hay alimentos nocivos que se han de<br />

evitar. La flaqueza de nuestro cuerpo necesita no sólo de alimentos sanos, sino que tengan<br />

también un sabor agradable, no para saciar nuestra gula, sino para conservar nuestra<br />

salud. Y, cuando la naturaleza grita por estos alimentos, no se puede llamar a este deseo<br />

concupiscencia, sino hambre o sed, pero si, saciada la necesidad, el amor a la buena mesa<br />

llama a las puertas del deseo, ya es concupiscencia, mal al que conviene oponer<br />

resistencia y no ceder.<br />

Hambre y placer en el yantar son dos cosas que distingue el poeta. Cuando habla del<br />

frugal refrigerio que tomaron los compañeros de Eneas después del naufragio en tierra<br />

extraña, juzgando era suficiente remediar la necesidad, dice: "Saciada el hambre con<br />

escasas viandas, levantaron la mesa". Pero, cuando describe la recepción que el rey<br />

Evandro dispensa a su huésped Eneas y le agasaja con un banquete real, más suculento<br />

que lo que exige la necesidad, no se contenta con decir: "Saciada el hambre", sino que<br />

añade: "y satisfecho el placer de yantar" 85 .<br />

Con mayor motivo, hemos de conocer y distinguir lo que es necesario para el sustento de<br />

la vida y lo que exige el placer sensual; hemos de combatir los deseos de la carne con los<br />

deseos del espíritu y deleitarnos en la ley de Dios según el hombre interior 86 y no turbar<br />

un deseo tan puro con deseos impuros y carnales. El deseo de comer no se frena con la<br />

comida, sino con abstinencia.<br />

68. ¿Qué hombre sobrio no prefiere, si es posible, tomar alimentos sólidos o líquidos, sin<br />

experimentar el mordiente del placer de la carne, como inspiramos y espiramos el aire que<br />

nos rodea y lo exhalamos? Este alimento que sin pausa tomamos por narices y boca no<br />

tiene olor ni sabor y sin él apenas podemos vivir unos minutos; sin embargo, podemos<br />

vivir largo tiempo sin comer ni beber, y no sentimos su falta cuando cerramos narices y<br />

boca; o, a voluntad, contenemos, cuanto nos lo permite la angustia, la acción de los<br />

pulmones, que, con movimiento alterno, como de fuelle, nos sirven para inspirar y<br />

expulsar el aire que nos hace vivir. ¿No seríamos más felices si sólo a intervalos<br />

espaciados como ahora, o aún mayores, pudiéramos tomar alimentos y bebida sin<br />

encontrar en ellos el placer peligroso, fuente de tantas molestias y causa de tantos males?<br />

Porque si, en la vida presente, a los que se alimentan parcamente se les llama continentes<br />

y sobrios; si se encontraran muchos que dieran a la naturaleza sólo lo que necesitan para<br />

reparar las fuerzas, o menos aún, y prefieren padecer estrechez antes que abundar para<br />

no equivocarse en lo que reclama la necesidad, ¿cómo no creer que, si el hombre no<br />

hubiese abdicado de su dignidad, existiría un justo medio en el tomar alimentos, de<br />

manera que se diese lo necesario al cuerpo animal, sin rebasar la medida de la templanza,


como se cree aconteció a nuestros primeros padres en el paraíso?<br />

69. Intérpretes hay de la divina Escritura, y su opinión es digna de todo respeto, que<br />

piensan que nuestros primeros padres no necesitaron esta clase de alimentos y que en el<br />

Edén no tuvieron otro placer ni otro alimento que los alimentos y placeres de los<br />

corazones sabios. Yo comparto la opinión de aquellos que entienden las palabras del<br />

Génesis 1, 28: Los hizo Dios varón y hembra, y los bendijo, diciendo: "Creced y<br />

multiplicaos y llenad la tierra", en un sentido obvio y positivo, según lo indica la diferencia<br />

de sexos. Y quieren se entienda con la misma evidencia lo que poco después dice: Y dijo<br />

Dios: "Mirad os he dado todo heno que da semilla y existe sobre toda la tierra, y todo<br />

árbol que lleva fruto dé semilla, os servirá de alimento, y a todos los animales de la tierra,<br />

y a todas las aves del cielo, y a todo reptil que repta sobre la tierra, que tienen en sí alma<br />

viviente, les doy como alimento todo heno verde" 87 . Estas palabras significan que el<br />

hombre y la mujer usan los mismos alimentos que los restantes animales y que en estos<br />

alimentos encuentran el sustento conveniente a la naturaleza de su cuerpo, que, aunque,<br />

en cierto sentido, inmortal, es, sin embargo, animal, y necesita del alimento para no<br />

perecer de inanición, y del árbol de la vida, para no morir de vejez.<br />

Lo que de ninguna manera puedo imaginar es que, en aquel vergel de plena felicidad, la<br />

carne luchase contra el espíritu y el espíritu contra la carne; ni que, zarandeado por estos<br />

conflictos, viviese sin paz interior; o que el espíritu no opusiera resistencia a los deseos<br />

carnales, sino que, con torpe esclavitud, ejecutase cuanto le sugería la concupiscencia. Es,<br />

pues, cierto o que en el Edén no existía la concupiscencia carnal, aunque en aquel estado<br />

de vida sí existía cuanto era menester para sustento de todos los miembros del cuerpo y<br />

poder realizar sus funciones, aunque sin movimiento alguno concupiscente, como la tierra<br />

recibe en su seno, sin apetencias sensibles, el grano que las manos del sembrador arroja<br />

voluntariamente en el surco; o, para o ofender demasiado a los que defienden a cualquier<br />

precio la voluptuosidad del cuerpo, se puede creer, al menos, si existía alguna<br />

concupiscencia carnal en el paraíso, que en sus movimientos estaría sumisa al imperio de<br />

la voluntad racional y serviría tan sólo para el bien del cuerpo o la propagación de la<br />

especie, y jamás sería tan violenta como para impedir al espíritu contemplar las realidades<br />

externas; no existiría allí ningún movimiento importuno o superfluo y que, sin hacer nada<br />

a causa de ella, se aprovechase en caso de ser útil.<br />

70. Que ahora la realidad sea muy otra, lo saben bien todos cuantos luchan contra ella. Se<br />

introduce solapadamente en los que se ocupan en ver u oír algo en que el placer no entra<br />

para nada, y, si no tiene acceso al corazón, al menos hace nacer en ellos alguna ida<br />

voluptuosa entre pensamientos necesarios que no tienen relación ni de lejos con ella. Y en<br />

los mismos pensamientos, aunque ningún atractivo se ofrezca a la vista ni el oído escuche<br />

dulces melodías, ¡qué empeño tiene en refregar el recuerdo de olvidadas y adormecidas<br />

torpezas! ¡Hasta las honestas y santas intenciones se ven interrumpidas por un torbellino<br />

de sórdidas imágenes! Y cuando se trata de hacer uso de los placeres necesarios para<br />

sustento y reparación de las fuerzas corporales, ¿quién podrá con palabras explicar cómo<br />

la concupiscencia no nos permite atemperarnos a la necesidad y detenernos en el límite<br />

exigido por la restauración de la salud, y nos arrastra tras las cosas deleitables y en ellas<br />

se agazapa y entra? Y, creyendo no es suficiente lo que sí lo es, nos dejamos llevar de<br />

buen grado de sus excitaciones, y, cuando creemos cuidar de nuestra salud, favorecemos<br />

la indigestión. Que hemos obrado mal lo atestigua la pesadez de estómago. Y, para evitar<br />

este mal, con frecuencia somos demasiado parcos en la comida y no remediamos el<br />

hambre, porque la gula ignora la frontera de la necesidad.<br />

71. Hemos, pues, de vigilar con sumo cuidado el placer tolerable en la comida y en la<br />

bebida para no rebasar la medida de la templanza y el límite de lo suficiente. Contra esta<br />

concupiscencia de la sensualidad luchamos con el ayuno y parvedad en los alimentos; y<br />

usamos bien de este mal cuando no pasamos la frontera de lo que es conveniente a la<br />

salud. Llamé tolerable este placer porque su acción sobre nosotros no es tan violenta que<br />

nos aparte y aleje de los pensamientos, herencia de la sabiduría, cuyos encantos, en cierto<br />

modo, pone el alma en suspenso. Mientras banqueteamos, con frecuencia pensamos y<br />

discutimos temas interesantes, y entre mordisco y trago charlamos o escuchamos y con<br />

atención despierta recibimos el mensaje leído que anhelamos conocer o recordar.<br />

Por el contrario, la concupiscencia, cuya causa defiendes con tanto ardor contra mí, incluso<br />

cuando se usa de ella con buena intención como es la procreación de los hijos, a nadie<br />

permite durante el orgasmo pensar no digo en la sabiduría, pero en ninguna otra cosa. ¿


No se embeben en ella cuerpo y alma? ¿No se sumerge en ella el alma entera? Y cuando<br />

vence a los casados y se conocen no para engendrar hijos, sino para disfrutar del placer de<br />

la concupiscencia carnal, cosa que el Apóstol permite, no manda 88 , como él mismo<br />

declara, se levanta uno como de profundo sopor, y, cuando principia a respirar y a pensar,<br />

hace verdadero el refrán: "El arrepentimiento, de la mano del placer". ¿Qué hombre,<br />

enamorado del bien espiritual, si se casa para tener hijos, no desea, si fuera posible,<br />

tenerlos sin sentir el aguijón de la concupiscencia o sin sus movimientos absorbentes?<br />

Debemos creer que este estado por el cual suspiran los piadosos y castos esposos en esta<br />

vida, pienso hemos de admitirlo en el Edén, que era mil veces mejor que el nuestro, si es<br />

que no podemos pensar algo más noble.<br />

72. Por favor, no sea para ti de más valor la filosofía de los gentiles que la nuestra<br />

cristiana, única filosofía verdadera, pues esta palabra significa estudio o amor de la<br />

sabiduría. Lee lo que dice Tulio en su diálogo Hortensio. Sus palabras debieran causarte<br />

más deleite que las de Balbo, de la escuela de los estoicos. Palabras que, aunque son<br />

verdad, tratan de la parte inferior del hombre, esto es, del cuerpo, y en nada te pueden<br />

socorrer. Escucha lo que el orador romano dice en favor de la fuerza vivificante del espíritu<br />

contra la voluptuosidad de la carne: "¿Es que se pueden apetecer los placeres del cuerpo<br />

que Platón llama, con tanta verdad como razón, alimentos e incentivos del mal? La pérdida<br />

de la salud, la palidez del rostro, el enflaquecimiento del cuerpo, las quiebras vergonzosas,<br />

el deshonor, en fin, todos los males, ¿no vienen del placer desbocado? Sus movimientos,<br />

cuanto más violentos, son más enemigos de la filosofía. Los pensamientos nobles son<br />

incompatibles con la voluptuosidad del cuerpo. ¿Quién que se entregue al placer de la<br />

carne, con la violencia que imaginarse pueda, es capaz de fijar la atención, calcular,<br />

meditar en cualquier cosa? ¿Qué hombre hay tan profundamente sumergido en el vicio<br />

que quiera que sus sentidos estuvieran día y noche, sin interrupción, en una agitación<br />

parecida a la que siente en los más grandes placeres? Por el contrario, ¿quién, dotado de<br />

un buen espíritu, no desearía carecer de estos placeres?"<br />

Todo esto dice Cicerón, que no conocía nada de la vida de nuestros primeros padres, ni de<br />

la felicidad en el Edén, ni de la resurrección de los cuerpos. Debemos sentir rubor ante<br />

estas verdades de los impíos, nosotros que hemos aprendido en la cátedra de la verdadera<br />

y santa filosofía de la religión cómo la carne codicia contra el espíritu, y el espíritu contra<br />

la carne 89 .<br />

¿De dónde viene la lucha? Cicerón lo ignoraba; sin embargo, no era defensor, como tú, de<br />

la concupiscencia; la combate con ardor, lo que tú no haces, y además te enojas contra los<br />

que la condenan; el espíritu y la carne se combaten sin tregua. y tú con timidez y sin<br />

energía, en medio de esta pelea, alabas a las dos por temor a tener como enemiga la<br />

parte vencedora. Desecha todo temor y ten la audacia de alabar el deseo del espíritu en<br />

lucha contra la concupiscencia de la carne, y con tanta más fuerza cuanta mayor sea tu<br />

castidad. No temas condenar la concupiscencia que resiste a la ley del espíritu y<br />

combatirla en ti, oponiendo esta misma ley del espíritu contra la cual se rebela.<br />

73. Una cosa es la contemplación de las cosas corporales, cuya belleza cautiva el sentido<br />

de la vista, como los colores o las figuras; o el sentido del oído, como las canciones y<br />

melodías, que sólo por un animal racional pueden ser percibidas y otra cosa son los<br />

movimientos de la concupiscencia, que es necesario reprimir por la razón. Juan el apóstol<br />

dice que la concupiscencia que tiene deseos contrarios a los del espíritu no viene del<br />

Padre 90 , y sólo puede ser llamada buena por aquel cuyo espíritu no ama luchar contra<br />

ella. Y, si no dejase sentir en nuestro espíritu su movimiento y su ardor, no sería necesario<br />

que el espíritu luchase contra ella, para no ser, si pelea, ingrato a un don de Dios. Désele,<br />

pues, lo que pide, si viene del Padre; y, si nada tiene que darle, es preciso rogar al Padre<br />

no que la frene o suprima, sino que sacie las ansias de esta concupiscencia que nos dio<br />

como regalo. Pero, si es una locura pensar así, ¿cómo podemos comparar la<br />

concupiscencia con la comida y el vino y se cree decir algo cuando se escribe: "Si ni la<br />

embriaguez ni la indigestión condenan el vino o los alimentos, las acciones impuras nos<br />

obligan a condenar la concupiscencia?"<br />

Pero ¿hay borrachera, indigestión, obscenidad, cuando la concupiscencia de la carne es<br />

frenada por el espíritu que combate contra ella? "Culpa es -dices- del exceso". Mas no<br />

adviertes -y con suma facilidad lo podías ver si te esforzases en vencer la concupiscencia y<br />

no a mí- que es necesario resistir el mal de la pasión para no caer en excesos. Hay, pues,<br />

dos especies de males; uno que vive en nosotros, otro que cometemos si no ofrecemos


esistencia al que vive en nosotros.<br />

74. Hemos dicho ya que la concupiscencia no es en los animales un mal, pues en ellos no<br />

lucha contra el espíritu. No tienen conocimiento para dominar las pasiones triunfando o<br />

poder reprimirlas en combate. ¿Quién te ha dicho que "peca siempre el que imita a los<br />

animales?" Con acopio de vana palabrería tratas de refutar lo que nadie te objetó.<br />

Amontonas infinidad de cosas superfluas que existen en los animales y son útiles en<br />

medicina. Mas para que no se piense que la concupiscencia de la carne es un mal si para<br />

los animales es un bien, pues la naturaleza encuentra en ella un placer, hay que tener<br />

presente que son incapaces de sabiduría; se dice que es un bien en los animales, pues los<br />

contenta, sin excitar en ellos lucha alguna contra el espíritu; pero en el hombre es un mal,<br />

porque hace nacer en él deseos contrarios a los del espíritu.<br />

Los filósofos paganos no son autoridad en la materia<br />

XV. 75. Llamas en tu auxilio una turba de filósofos, pues como la vivacidad natural de los<br />

animales no te sirvió para apuntalar a tu favorita, quieres, al menos, confirmar tu error<br />

con la autoridad de unos hombres sabios. Pero ¿quién no ve que haces vana ostentación<br />

de tu saber citando por su nombre a sabios de ideologías distintas, cuando es fácil que el<br />

lector de tus escritos se dé cuenta que todo lo que dices nada tiene que ver con la<br />

cuestión que entre nosotros se ventila? ¿Quién puede escuchar sin respiro los nombres de<br />

"Tales de Mileto, uno de los siete sabios de Grecia; Anaximandro, Anaximenes,<br />

Anexágoras, Jenófanes, Parménides, Leucipo, Demócrito, Empédades, Heráclito, Meliso,<br />

Platón, los pitagóricos", puntualizando la sentencia de cada uno sobre ciencias naturales? ¿<br />

Quién puede, repito, escuchar esta letanía y no quedar aterrado con tantos nombres y<br />

sectas, si, como el común de los mortales, carece de erudición? Te considerará un gran<br />

genio al reunir tanta ciencia. Pero esto es lo que deseas, pues, aunque apilas cosas sobre<br />

cosas, no has dicho ni media palabra sobre el tema que tratamos.<br />

En efecto, en el prólogo a lo que luego dirás escribes: "Aunque todos estos filósofos<br />

enseñasen en sus aulas doctrinas diversas, sin embargo, adoraban con la plebe a los<br />

ídolos; pero los que deseaban descubrir algo nuevo sobre las causas naturales, en medio<br />

de falsas opiniones no han dejado de transmitir algunas briznas de verdad, oculta por<br />

tinieblas de los tiempos en que vivieron. Y podemos preferir sus palabras al dogma de<br />

aquellos que combatimos".<br />

Para probar tu aserto añades lo que con más o menos amplitud yo cité; esto es, los<br />

nombres de los filósofos de la naturaleza y las opiniones que han sostenido sobre las<br />

causas naturales. Sin embargo, no los nombraste a todos o porque no has querido o<br />

porque te haya sido imposible. Lo que no dudan todos los sabios es que has querido<br />

engañar a los ignorantes. Querías demostrar que "todos los filósofos que se afanaron en<br />

investigar las causas naturales han de ser preferidos a todos aquellos cuyos dogmas tú<br />

combates". No hablaré de aquellos cuyos nombres silencias; pero ¿por qué, al mencionar a<br />

Anaximenes y a su discípulo Anaxágoras, omitiste a otro de sus discípulos, Diógenes, que<br />

no comparte la opinión de su maestro ni de su condiscípulo en lo referente a las causas<br />

naturales y defiende su propio sistema? ¿No será, acaso, porque ha sostenido alguna<br />

teoría que te impide preferirlo a nosotros, como afirmas de todos los filósofos que han<br />

tratado de cosas de la naturaleza? Para probar esto aduces nombres y doctrinas de gran<br />

número de filósofos, bella muestra de inflacionismo. Pero, al nombrar a todos estos<br />

filósofos, omites uno que sí debiera figurar junto a su maestro y a su condiscípulo. ¿Quizá<br />

temías que, al nombrar a Diógenes, se le confundiera con Diógenes el cínico, y a los<br />

lectores les hiciese pensar era mejor abogado que vosotros de la voluptuosidad, pues no le<br />

daba sonrojo realizar el acto en la plaza, y por eso esta secta lleva el nombre de perruna?<br />

Tú te confiesas defensor de la libido, pero te da vergüenza sostener su causa, lo que ya no<br />

dice bien con la libertad y franqueza de un abogado.<br />

76. Dime, te ruego: si prefieres los filósofos a nosotros, ¿por qué no has citado a los que<br />

con gran erudición discutieron sobre las costumbres, una de las ramas de la filosofía que<br />

ellos llaman ética y nosotros moral? Esto te hubiera sido de gran utilidad, pues defiendes<br />

que el placer del cuerpo es un bien aunque inferior al del espíritu. ¿Quién no ve a dónde<br />

apuntas? Temes, en la cuestión del placer que nos ocupa, verte oprimido por la autoridad<br />

de filósofos honrados -entre otros, Cicerón- conocidos por su honestidad, y por filósofos<br />

consulares, como por ejemplo, los estoicos, enemigos acérrimos de la voluptuosidad, cuyo<br />

testimonio, en la persona de Balbo, discutiendo con Cicerón, creíste oportuno intercalar,


aunque de nada te sirvió.<br />

Mas como piensan que el placer no es un bien para el hombre, no has querido, en una<br />

cuestión moral, citar nombres y dogmas de estos filósofos, lo que hubiera tenido su<br />

importancia en la materia que discutimos, si es que se puede probar algo por la opinión de<br />

los filósofos. En efecto, no encontrarías punto de apoyo en ellos; no digo en Epicuro, que<br />

hace consistir todos los bienes del hombre en los placeres del cuerpo, porque en esto tu<br />

sentimiento difiere del suyo, sino en Dinómaco, cuya doctrina te place. Este conjuga el<br />

placer y la honestidad; piensa que son dos bienes que se han de apetecer por sí mismos.<br />

Has temido tocar esta parte que trata de las costumbres porque conocías te era contraria.<br />

En el punto clave de nuestra controversia ves cuántos y cuáles son los filósofos que<br />

preferimos a vosotros, cuya fama es conocida en las naciones. En primer término cito a<br />

Platón, al que no duda llamar casi el dios de los filósofos Cicerón 91 . No pudiste silenciar su<br />

nombre al tratar de la naturaleza, no de las costumbres. No olvides que Platón llama a los<br />

placeres del cuerpo, con tanta verdad como razón, "cebo e incentivo de todos los vicios".<br />

77. ¿Acaso juzgaste digno recordar lo que opinan los filósofos por ti mencionados acerca<br />

de la condición del hombre, pues esto sí dice referencia a la naturaleza, como exigía<br />

vuestra causa? No lo has hecho, y con razón. ¿Qué sabían ellos y qué iban a decir del<br />

primer hombre Adán, de su esposa, de su primer pecado, de la astucia de la serpiente, de<br />

la desnudez de los cuerpos, de la que no sentían rubor antes del pecado, y de la confusión<br />

que experimentaron luego de haber prevaricado? Nada semejante habían oído a lo que<br />

dice el Apóstol: Por un hombre entró en el mundo el pecado, y por el pecado la muerte, y<br />

así pasó a todos los hombres, en el que todos pecaron 92 . ¿Qué podían saber de todo esto<br />

unos hombres que no conocían las santas Escrituras ni las verdades que encierran? Y si<br />

juzgaste, y muy bien pensado, no insertar nada de lo que filósofos tan alejados de los<br />

Libros santos opinaron de la condición del hombre, ¿cómo no has visto no interesaba, para<br />

la cuestión que nos ocupa, referir sus opiniones sobre los principios de este mundo visible?<br />

Lejos de haber bebido ciencia profunda en los libros de los filósofos, has sacado una<br />

vanidosa jactancia y la mente ofuscada.<br />

78. No parecen estar alejados de la fe cristiana aquellos que opinan que esta vida, llena<br />

de ilusiones y miserias, es efecto de un juicio divino, rindiendo así tributo de justicia al<br />

Creador y Gobernador de todo el universo. ¡Cuánto más cercanos, en la cuestión de la<br />

generación de los hombres, están aquellos que Cicerón, al final de su diálogo el Hortensio,<br />

llevados de la evidencia de los hechos, menciona! Porque después de haber dicho muchas<br />

cosas sobre la vanidad y miseria de los hombres, cosas que con dolor vemos y palpamos,<br />

añade: "Parece que algo adivinaron los magos y los intérpretes de los oráculos de los<br />

dioses, basados en los errores y miserias de la vida humana, cuando afirman que nuestro<br />

nacimiento es para expiar crímenes cometidos en una existencia anterior. Esto me hace<br />

considerar como verdaderas estas palabras de Aristóteles: "Nosotros -dice el filósofo-<br />

estamos sometidos a un suplicio parecido al de aquellos que cayeron en manos de unos<br />

depredadores etruscos que los hacían morir con una crueldad inaudita, pues ataban con<br />

fuertes cordeles los cuerpos vivos a los muertos, cara con cara. Y así piensan que nuestras<br />

almas están atadas a nuestros cuerpos como un vivo a un muerto" 93 .<br />

Los que estos sentimientos expresan, ¿no han conocido, mejor que tú, el pesado yugo que<br />

oprime a los hijos de Adán, y el poder de la justicia divina, aunque no hayan conocido la<br />

gracia liberadora del Mediador de los hombres? Si he podido encontrar en los libros de los<br />

filósofos paganos algo que oponerte, tú me brindaste ocasión, al no poder encontrar en<br />

ellos apoyo alguno para sostener tu causa, y, no teniendo la prudencia de callar, me has<br />

proporcionado armas contra ti.<br />

Opina Juliano que el rubor que sentimos en ciertas partes de nuestro cuerpo es<br />

natural desde el principio de la creación<br />

XVI. 79. ¿Por qué piensas que te favorece el testimonio del Apóstol, si es en contra tuya?<br />

Sin saber lo que dices, ¿pretendes que los miembros que estaban, antes del pecado,<br />

desnudos y no se avergonzaban, afirmas tú que inspiraban pudor? Debí citar en mi favor el<br />

texto del Apóstol que tú empleas: Los miembros -dice- que parecen más débiles son<br />

indispensables 94 , y añade otras cosas que mencionas en nuestro favor. Merece la pena<br />

considerar por qué camino has venido a escribir: "Es ya tiempo de probar, por la misma<br />

autoridad de la ley, lo que sabíamos ya por el testimonio de la Escritura, es decir, que


Dios, al formar nuestros miembros, en unos puso un sentimiento de pudor, y en otros<br />

plena libertad". Y para probarlo aduces unas palabras del maestro de las naciones a los<br />

fieles de Corinto: Nuestro cuerpo es uno y tiene muchos miembros 95 . Después de citar el<br />

pasaje del Apóstol, en el que maravillosamente explica la unidad y mutua concordia de los<br />

miembros, añades: "Pablo ha nombrado algunos miembros del cuerpo y por honestidad no<br />

quiso nombrar directamente los miembros que sirven para la generación".<br />

En estas palabras, ¿no te contradices a ti mismo? ¿No era honesto nombrar directamente<br />

lo que Dios se dignó crear, y al heraldo le dio sonrojo nombrar lo que el juez no se<br />

avergonzó de formar? Somos nosotros los que por el pecado hemos convertido en<br />

deshonesto lo que era honesto al salir de las manos del Hacedor.<br />

80. Y a continuación citas una perícopa del Apóstol, que transcribes así: Por el contrario,<br />

los miembros de nuestro cuerpo que parecen más débiles son los más necesarios, y los<br />

miembros más viles del cuerpo los rodeamos de mayor honor y nuestras partes menos<br />

decorosas las vestimos con mayor honestidad, porque las que son honestas no lo<br />

necesitan. Dios ordenó el cuerpo dando mayor honor al que le faltaba, para que no haya<br />

en el cuerpo desavenencia, sino que todos se preocupen unos de otros 96 .<br />

Escrito esto, gritas triunfante: "He aquí un verdadero e inteligente expositor de la obra de<br />

Dios y fiel panegirista de su sabiduría. Nosotros -dice- velamos con más decoro las partes<br />

del cuerpo menos decorosas". Centras toda la cuestión en una palabra, y lees como si el<br />

Apóstol hubiera dicho "nuestras partes más pudorosas". Si hubieras leído deshonestas, no<br />

te habrías atrevido a citar este texto; porque Dios de manera alguna pudo crear, sobre<br />

todo antes del pecado, nada deshonesto en los miembros del cuerpo humano. Aprende,<br />

pues, lo que ignoras, ya que no quisiste buscar con diligencia. Deshonestas dijo el Apóstol,<br />

si bien es cierto que algunos intérpretes, entre los que está este que tú has leído, creo que<br />

por pudor tradujeron pudorosas cuando el Apóstol escribió deshonestas, como se puede<br />

comprobar por las palabras del códice con el texto original. Lo que traduces verecundiora,<br />

en griego es • F P Z : @ < " . Las palabras maiorem honestatem habent, en griego es g Û F<br />

P 0 : @ F b < 0 < . Lo que prueba que el vocablo • F P Z : @ < " se debe traducir<br />

deshonestas; esto es, partes que no son honestas.<br />

Y, aunque no hubieras tomado en consideración el texto griego, el sentido mismo del<br />

pasaje podía haberte hecho llegar a idéntica conclusión, porque las partes que se visten<br />

con mayor diligencia y honestidad no son honestas, pues las que son honestas no lo<br />

necesitan. ¿Qué significa "porque las partes honestas no lo necesitan" sino que las partes<br />

que necesitan cubrirse no son honestas? Se honran las partes del cuerpo que no son<br />

honestas, cuando por un sentimiento de pudor innato en la naturaleza racional se las<br />

cubre con vestidos, porque el honor que se les hace es cubrirlas con más diligencia cuanto<br />

más deshonestas son. El Apóstol no hubiera hablado de esta manera si intentase describir<br />

el cuerpo tal como era en aquellos hombres, que andaban desnudos y no sentían<br />

confusión.<br />

81. Mira qué grande es tu desfachatez cuando dices: "Si en un principio los primeros<br />

hombres andaban desnudos, es que les faltó habilidad para tejer unas telas con que<br />

cubrirse". De donde parece deducirse que antes del pecado eran inhábiles; después del<br />

pecado, hábiles tejedores. Añades otras muchas vaciedades, y elegante y agudamente<br />

concluyes: "No fue el pecado el que hizo sus partes genitales diabólicas y deshonestas, fue<br />

el pavor el que les hizo cubrir unas miembros que permanecían en su primitiva<br />

honestidad".<br />

A esto respondo: No existen miembros diabólicos, pues cuanto a sustancia, figura,<br />

cualidades, son obra de Dios, mas si estos miembros permanecieron en su primitiva<br />

honestidad, ¿por qué los llama deshonestos el Apóstol? Tienes razón al decir que estos<br />

miembros antes del pecado eran honestos, decir otra cosa sería blasfemia. Lo que Dios<br />

hizo honesto, llama deshonesto el Apóstol. Pregunto la causa. Si no es obra del pecado, ¿<br />

de quién es el empeño? ¿Quién pudo deshonestar la obra honesta de Dios para que el<br />

santo Apóstol las llame deshonestas? ¿Es una disposición que existe en nosotros, en la que<br />

brilla la obra de Dios, o la libido, castigo del pecado? Aun hoy, lo que Dios hace es<br />

honesto; lo que de origen se hereda, deshonesto. Con todo, no puede haber cisma en el<br />

cuerpo, porque Dios nos dotó de un instinto natural para que unos miembros se preocupen<br />

de otros, y así, lo que hizo deshonesto la concupiscencia lo cubre el pudor.


82. Replicas: "¿Por qué, al oír la voz del Señor, que se paseaba por el Edén, Adán y su<br />

mujer se escondieron avergonzados de su desnudez, cuando los ceñidores eran suficientes<br />

a cubrir sus partes genitales?" 97 ¿Qué vas a decir, si no sabes lo que hablas? ¿No piensas<br />

que fue por temor a encontrarse en presencia del Señor por lo que buscaron escondite en<br />

la espesura del jardín? Con improvisados ceñidores cubrieron los miembros en los que<br />

sentían pudor. Si cuando estaban desnudos no experimentaban confusión, se deduce que<br />

se taparon por pudor. No hay duda: sólo se siente pudor de algo que es deshonesto. Se<br />

lee: Estaban desnudos y no se avergonzaban 98 , para que se evidencie que el pudor fue<br />

causa de velar su desnudez. Y, cuando se escondieron en medio de los árboles del paraíso,<br />

respondió Adán: Oí tu voz al pasear por el jardín y tuve miedo, porque estaba desnudo.<br />

Ocultarse es señal de vergüenza exterior; ocultarse al oír la voz de Dios fue por un<br />

reproche interior que su conciencia le hizo por el pecado cometido, causa éste de su<br />

confusión exterior. Primero la vergüenza, luego el temor. De una parte, la concupiscencia,<br />

causa del sonrojo; de otra, el reproche de una conciencia criminal que le hace temer el<br />

castigo de su falta. Semejante a un enajenado, cree que, ocultando su cuerpo, se puede<br />

ocultar a la mirada de aquel que lee en el fondo de los corazones. ¿Qué significado tienen<br />

estas palabras del Señor: Quién te hizo ver que estabas desnudo sino porque has comido<br />

del árbol del que te prohibí comer? 99 ¿Qué quiere decir la desnudez que Adán reconoce<br />

después de haber comido del fruto del árbol prohibido sino que el pecado desnudó lo que<br />

la gracia tapaba? Grande era en el Edén la gracia de Dios, cuando el cuerpo animal y<br />

terreno no conocía la concupiscencia de la bestia. Vestido con la clámide de la gracia, no<br />

sentía en su cuerpo sonrojo; despojado de la gracia, sintió necesidad de vestirse.<br />

83. "Se ha de rechazar -dices- la opinión de los que afirman que el diablo obró algún<br />

maleficio en los miembros de los hombres o en los sentidos del cuerpo". ¿Por qué nos<br />

objetas estas vanas extravagancias? Sabemos perfectamente que nada de lo que<br />

pertenece a la naturaleza del hombre es obra del diablo; pero todo lo bueno que hizo Dios<br />

lo ajó la viscosidad del pecado; y así, todo el género humano cojea por una herida<br />

causada por el libre albedrío de los hombres. Rodea tus sentidos toda la miseria del<br />

género humano. "Eres hombre, y nada humano te es ajeno" 100 ; y, si no sufres, consuela a<br />

los que sufren.<br />

Aunque disfrutes de una gran felicidad, no hay día en tu vida sin lucha interior, si quieres<br />

cumplir con los deberes de tu profesión. Y, si quieres recordar los males de los que ya no<br />

tienes memoria, mira cuántos y cuán grandes son los que padecen los niños; entre qué<br />

multitud de vanidades, sufrimientos, errores y temores crecen, y ya adultos, aunque sean<br />

fieles servidores de Dios, llueven errores de toda especie para engañarlos; los trabajos y<br />

dolores para rendirlos; la concupiscencia para abrasarlos; la tristeza para abatirlos; el<br />

orgullo para inflarlos. ¿Quién, en pocas palabras, podrá explicar el cortejo de males que<br />

hacen pesado el yugo sobre los hijos de Adán?<br />

La evidencia de estas miserias forzó a los filósofos paganos, que nada sabían del pecado<br />

del primer hombre, a decir que nacemos para expiar crímenes cometidos en una<br />

existencia anterior y que las almas están como atadas a cuerpos corruptibles por un<br />

tormento parecido al que los piratas etruscos infligieron a sus cautivos atando vivos con<br />

muertos. Pero zanja la cuestión el Apóstol, y no nos permite creer que las almas sean<br />

embutidas en los cuerpos por deméritos contraídos en una existencia anterior. ¿Qué nos<br />

resta? O creer que la causa de todos estos males viene de la injusticia o impotencia de<br />

Dios, o que es un castigo debido a un pecado cometido por nuestro primer padre. Pero<br />

como en Dios no hay injusticia ni impotencia, resta confesar -cosa que tú no quieres- que<br />

este duro yugo que pesa sobre los hijos de Adán desde el día que salen del vientre de sus<br />

madres hasta el día de su sepultura en la tierra, madre de todos 101 , no existiría de no<br />

haber precedido el pecado original.<br />

RÉPLICA A JULIANO<br />

Traductor: P. Luis Arias Álvarez, OSA<br />

Libro V<br />

Objetivos que se propone Agustín en este libro<br />

I. 1. Exige el orden examinar ya el contenido del libro III de Juliano una vez que he


espondido a los libros I y II. Quiero, con la ayuda de Dios, oponer nuestros saludables<br />

esfuerzos a las perniciosas doctrinas de tus libros, siguiendo el método acostumbrado.<br />

Silenciaré cuanto no pertenezca a esta controversia para que los que deseen leer nuestra<br />

obra no empleen más tiempo y trabajo que el necesario para su aprovechamiento. ¿Qué<br />

necesidad hay de responder a las acostumbradas vaciedades que insertas en las primeras<br />

palabras de tu libro "cuando te jactas de exponerte a la envidia pública por defender la<br />

verdad y te alegras del reducido número de sabios a quienes agradas?" Es la misma<br />

canción de todos los herejes, antiguos y nuevos, en virtud de una costumbre trivial ya<br />

muy gastada. Con todo, la necesidad te obliga a vestirte con tales andrajos, porque tu<br />

vanidad es tan grande y tu hinchazón tan enorme, que para tu vergüenza y deshonra se<br />

extiende por todas partes. No juzgo conveniente refutar paso a paso las calumnias e<br />

injurias que prodigas a mi persona cuando, como un insensato o ciego, atacas, sin citar<br />

nombres, a tantas y tan excelsas lumbreras de la Iglesia católica. Creo haberte respondido<br />

a todo esto en mis dos libros, sin dejarte lugar a réplica alguna.<br />

2. Exageras "la dificultad que presenta la inteligencia de las Sagradas Escrituras y<br />

sostienes que sólo un número reducido de sabios son capaces de probar que Dios sea el<br />

creador de los hombres y del universo; que es justo, piadoso y veraz; que es él quien<br />

colma de dones a los hombres, porque, confiesas, nuestras acciones son buenas y<br />

meritorias en cuanto dan gloria a Dios". Entonces no le puedes honrar tú, que niegas sea<br />

el libertador de los niños por Cristo Jesús, es decir, salvador, cuyo bautismo, dices, no<br />

tiene por efecto procurarles la salvación, como si no tuviesen necesidad del Cristo médico<br />

para sanar; porque Juliano bucea con más sagacidad que nadie en la fuente de la<br />

humanidad y descubre que todos los niños están perfectamente sanos. Hubiera sido para<br />

ti un beneficio no saber nada que tener un conocimiento imperfecto de la ley, que te infla<br />

de orgullo y te lleva a tomar por guía no la ley de Dios, sino tu vanidad, que te despeña en<br />

una presunción enemiga de la fe cristiana y de tu alma.<br />

3. "Vuestra doctrina -escribes- es tan absurda y vana que se obstina en atribuir la<br />

injusticia a Dios; al diablo, la creación del hombre; al pecado, una sustancia, y conciencia,<br />

a los niños privados de razón". Respondo brevemente. Nuestra doctrina no es absurda ni<br />

vana, pues aclama al más hermoso de los hijos de los hombres como salvador de adultos<br />

y niños 1 . No es vana, porque enseña que, por el pecado del primer hombre, todo hombre<br />

es como un soplo, y sus días, como una sombra que pasa 2 . Ni atribuye injusticia alguna a<br />

Dios, justicia esencial, que no obra injustamente cuando castiga a los niños con tantos y<br />

tan grandes males como vemos con harta frecuencia; ni reconoce al diablo como creador<br />

de la naturaleza humana, pero sí como corruptor en su origen; ni enseña que el pecado<br />

sea una sustancia, sino un acto de nuestros primeros padres, y, en su posteridad, un<br />

castigo; ni dice que los niños tengan conciencia sin conocimiento, pero sí enseña que no<br />

faltó conocimiento en aquel en el que todos pecaron, y que transmitió a todos el mal del<br />

pecado.<br />

4. Adoctrinas a una muchedumbre de idiotas, a los que llamas "hombres sencillos, pues,<br />

ocupados en otros negocios, carecen de cultura elemental para entrar en la Iglesia de<br />

Cristo por vía de conocimiento, sino sólo por fe; y les avisas para que no se dejen<br />

aterrorizar por cuestiones difíciles y oscuras, pues les basta creer en un Dios verdadero,<br />

creador de los hombres, y tener por incuestionable que es un Dios de bondad, de verdad y<br />

de justicia. Recomiendas también atribuir a la Trinidad estas perfecciones; abrazar y<br />

alabar todo lo que rime con este sentir; permanecer firmes en la fe, a pesar de todos los<br />

argumentos en contra, y rechazar toda autoridad o toda sociedad que traten de<br />

persuadirles lo contrario".<br />

Si bien lo piensas, tus palabras los fortalecen en contra tuya. El único motivo por el que la<br />

multitud cristiana, la que tratas de ignorante y de cuyo juicio apelas a unos pocos de los<br />

tuyos, a los que presentas como prudentes y sabios, rechaza vuestra novedad, es su firme<br />

creencia en un Dios creador de los hombres, sumamente justo, y que por vista de ojos<br />

conocen los crueles sufrimientos de los niños, imágenes de un Dios justo y óptimo, y que<br />

en verdad no sufrirían en tan tierna edad de no existir el pecado original.<br />

Si alguno de estos hombres sin instrucción, con su hijo en brazos, te dirigiese la palabra,<br />

sin ninguna segunda intención, y donde nadie te oyera te dijese: "Yo con el espíritu,<br />

inteligencia y conocimiento que Dios, como a imagen suya, me dio, amo tan<br />

apasionadamente el reino de Dios, que tengo por el mayor castigo de un hombre saber<br />

que jamás podrá entrar en él". Y tú, hombre segregado de la turba de los ignorantes, uno


de los pocos sabios, que amas el reino con gran pasión, pues te ves animado por la<br />

compañía de esa exigüidad de sabios, sin que te enfríe la tibieza de la muchedumbre, ¿<br />

responderías al palurdo diciendo: "No es gran tormento para la imagen de Dios y ni<br />

siquiera es tormento alguno, el no poder entrar en el reino de Dios?" Creo no te atreverías<br />

a dar semejante respuesta ni a uno solo, aunque no temas su violenta reacción ni su<br />

testimonio. Pero sea la que sea tu respuesta o guardes silencio por un resto de pudor, no<br />

digo cristiano, sino humano, este hombre te presentaría a su hijo y te diría: "Dios es justo;<br />

¿qué mal ha hecho esta criatura inocente, imagen de Dios, para que le prohíba la entrada<br />

en su reino sino porque el pecado entró en el mundo por un solo hombre? 3 " Pienso que en<br />

este momento se desplomaría toda tu sabiduría, que te hizo creerte más sabio que este<br />

hombre sin letras, y, si tu impudencia te abandona como te abandonó tu saber, quedarás<br />

más niño que este bebé.<br />

Significado de "perizómata"<br />

II. 5. Has rematado tu prólogo dirigido a los ignorantes; ahora te alejas de ellos y<br />

preparas un discurso para oídos más selectos. Veamos lo que les tienes que decir. No sé<br />

qué idea picuda, olvidada en el libro II, viene a tu memoria; porque, después de hablar<br />

extensamente de los miembros que un sentimiento de pudor y la razón, después del<br />

pecado, obligaron a nuestros primeros padres a cubrir con hojas de higuera, haces vanos<br />

esfuerzos por refutar lo que yo dije, a saber: "¿Por qué después del pecado, sintieron<br />

vergüenza de su desnudez sino porque sintieron en su cuerpo movimientos<br />

deshonestos?" ¿Cuál fue, pues, tu ingeniosa ocurrencia, que tanto te agradó para que,<br />

terminado el libro, en el que con incontenible verborrea tratas con amplitud de esta<br />

cuestión, ahora juzgas imposible silenciar? "Está escrito -dices- que se hicieron unos<br />

vestidos 4 ; y recuerdas que "la palabra perizómata puede tener otros sentidos". Dices<br />

también que "se puede entender por vestidos todo lo que puede cubrir el cuerpo referente<br />

al pudor".<br />

Me llama la atención que el traductor que has leído, si no es pelagiano, haya podido<br />

traducir por vestidos la palabra griega perizómata. Aunque estés ayuno de pudor, al que<br />

pertenece el cuidado del vestido, no te empeñes en convencernos que fue el pecado el que<br />

enseñó a nuestros primeros padres el sentido del pudor y que en ellos la inocencia y la<br />

desvergüenza, como dos amigas y compañeras, vivían en mutua armonía. Cuando estaban<br />

desnudos y no sentían confusión, eran, según tú, unos sinvergüenzas, sin el menor sentido<br />

del recato natural; entonces el pecado corrigió en ellos semejante aberración, y el pecado<br />

que los hizo réprobos ante Dios les dio lecciones de pudor. Y así, siempre en tu sentir, la<br />

malicia hizo pudorosos a los que la justicia hacía unos perfectos sinvergüenzas. Esta tu<br />

doctrina es indecente, impúdica, horrendamente desnuda, y, por mucho que te afanes en<br />

coser las hojas de tus palabras, no la consigues tapar.<br />

6. Me dices, con cierta guasa, que aprendí de los pintores el que Adán y su mujer tapasen<br />

sus partes íntimas y me aconsejas leer este verso horaciano: "A pintores y poetas se les<br />

concede plena libertad para fingir lo que quieran" 5 . No aprendí de pintores de vanas<br />

figuras, sino de autores de los libros santos; éstos me dicen que nuestros primeros<br />

padres, antes del pecado, estaban desnudos y no sentían confusión. ¡Lejos de nosotros<br />

pensar en un estado de inocencia tamaña desvergüenza, pues allí no existía nada de qué<br />

avergonzarse! Mas pecaron, advirtieron su desnudez, y se taparon 6 . Y tú gritas aún:<br />

"Nada deshonesto ni nuevo sintieron en sus cuerpos". Es tu desvergüenza tan increíble,<br />

que no me atrevo a pensar hayas bebido en un apóstol o vidente, pero ni siquiera en un<br />

pintor o en un poeta. Porque estos mismos que, como con elegancia dice Horacio, han<br />

tenido plena libertad para fingir a capricho, hubieran sentido sonrojo en inventar cosas tan<br />

absurdas y risibles como las que tú no te avergüenzas de afirmar. Ningún poeta osaría<br />

cantar, ningún pintor representar, cohabitando en perfecta armonía cosas tan opuestas;<br />

óptima una, la otra pésima; es decir, la inocencia y la obscenidad. Ninguno llegó a<br />

desconfiar del sentido común de los hombres que osasen atribuir tal libertad o, mejor,<br />

vanidad, tan insana.<br />

7. Dices más: "Si se prefiere interpretar perizómata como ceñidores, estoy tentado a<br />

pensar que se cubrieron la cintura, no los muslos". Me apena verte abusar de la ignorancia<br />

de los que no saben griego y respetar tan poco el juicio de los que lo conocen. Es muy<br />

cómodo para un latino usar como palabra de su idioma el vocablo perizómata como en los<br />

códices griegos se lee. Pienso has querido reírte de ti mismo cuando afirmas que nuestros<br />

primeros padres usaron esta especie de ceñidor no para cubrirse los muslos, sino la


cintura. Ya sea sabio o ignorante, ¿quién no sabe qué partes del cuerpo tapan estos<br />

perizómata? Es un término que se usa para designar los vestidos, que entra como valor en<br />

la dote de las novias, y sirve como cinturón alrededor de los riñones. Infórmate y aprende<br />

lo que no creo ignores. Pero, aunque efectivamente lo ignoraras, no creo llegue tu<br />

ignorancia a querer alterar no la palabra humana, sino el vestido que de ordinario llevan<br />

los varones, haciendo subir hasta los hombros lo que se ajusta a la cintura; de manera<br />

que nuestros primeros padres se sirvieran de los perizómata para cubrirse de la cintura<br />

para arriba, dejando al descubierto muslos y órganos genitales. Al hablar así, sirves mi<br />

causa antes que la tuya, porque por cualquiera de las partes superiores hayan empezado a<br />

vestirse, ¿no han debido cubrir también las partes inferiores del cuerpo, en las que sentían<br />

una ley contraria a la ley del espíritu 7 , y cuyas mutuas miradas eran incentivo de<br />

movimientos que les llenaban de confusión por la misma novedad de su desobediencia a<br />

Dios? Y cuanto más violentos eran estos movimientos, más sonrojo hubieran sentido, de<br />

no cubrir con amplios vestidos sus cuerpos, pues sus miradas avivaban los deseos.<br />

Pero ora descendiesen los vestidos desde los hombros, ora desde la cintura, no es menos<br />

cierto que debieron de cubrir lo que el pudor obligaba a ocultar; necesidad a la que no se<br />

hubieran visto reducidos si la ley del pecado no se rebelara contra la ley del espíritu. Mas<br />

en cosa tan clara y evidente basta la autoridad de las Sagradas Escrituras. Todo lo que<br />

nosotros podemos añadir, para nada sirve. Si procediéramos de otra manera, no sería ya<br />

la ignorancia, sino la presunción maliciosa, la que nos hace hablar.<br />

El vocablo perizómata indica con claridad las partes del cuerpo que Adán y Eva cubrieron<br />

después del pecado, y de las que antes, a pesar de su desnudez, no se avergonzaban.<br />

Vemos lo que cubrieron; sería gran desvergüenza negar lo que sintieron. Tú mismo,<br />

contradictor obstinado, juzgas que ningún otro pensamiento se puede presentar al<br />

espíritu, sino que nuestros primeros padres quisieron ocultar los movimientos de la<br />

concupiscencia que sentían en sus partes íntimas, y de los que se avergonzaban. Pero tú,<br />

que reconoces todo esto, te empeñas en izar hasta los hombros unos taparrabos que<br />

sirven de ceñidores. Y así, al cubrirles la espalda, o reconoces que los pecadores jamás<br />

han tenido el mal de la concupiscencia, o, con deshonesto sentir, dejas a la intemperie<br />

partes que confiesas se han de cubrir por pudor.<br />

Pecado, castigo del pecado y causa de pecado<br />

III. 8. Citas estas palabras mías: "La desobediencia de la carne -digo-es digno castigo de<br />

la desobediencia del hombre. No sería justo que aquel que había desobedecido a su Señor<br />

fuese obedecido por su esclavo, es decir, por su cuerpo". Y tú tratas de probar que la<br />

desobediencia de la carne, si es castigo de un pecado, es algo laudable. Y cual si fuera una<br />

persona que castiga, con conocimiento de causa, el pecado, en estilo pomposo la alabas<br />

"como vengadora de un crimen y servidora de Dios". Y no adviertes que, por el mismo<br />

motivo, se puede alabar a los ángeles malos, pues, aunque prevaricadores e impíos, son<br />

ministros de Dios, e infligen a los pecadores merecido castigo, como lo atestigua la<br />

Escritura cuando dice: Lanzó contra ellos la ira de su indignación; indignación, ira,<br />

destrucción por sus ángeles malos 8 .<br />

Alaba, pues, a éstos; alaba a Satanás, su jefe, porque fue vengador de un pecado cuando<br />

le entregó el Apóstol un hombre para destrucción de su carne. Eres elocuente orador<br />

cuando hablas contra la gracia de Cristo y un panegirista de Satanás y sus ángeles, por<br />

cuyo ministerio Dios ejerce, con justicia, su venganza sobre los crímenes de muchos<br />

pecadores; porque, para retribuir a cada uno según sus obras y castigar a los malos, Dios<br />

se sirve de estos espíritus de malicia y perversidad, y así hace buen uso de malos y<br />

buenos.<br />

Alaba, pues, a estas potencias de iniquidad, puesto que por ellas los malos son castigados<br />

por sus crímenes, pues alabas la concupiscencia de la carne, porque su desobediencia es<br />

castigo de la prevaricación de un pecador. Alaba al impío rey Saúl, porque fue azote de<br />

pecadores, según la palabra del Señor: En mi cólera te di un rey 9 . Alaba al demonio que<br />

atormentaba a este rey, pues fue dado a un pueblo en castigo de sus pecados 10 . Alaba la<br />

ceguera de corazón que afligió a una parte de Israel, y el motivo nos lo explica el Apóstol<br />

cuando dice a los romanos: Hasta que entre en la Iglesia la totalidad de los gentiles 11 . A<br />

no ser que niegues ser esta ceguera un castigo; pero, si amas la luz interior, gritarás no<br />

que es un castigo, sino que es el mayor de los castigos. Esta ceguera fue en los judíos el<br />

gran mal de su incredulidad y causa de un gran mal: la muerte de Cristo. Si niegas que


esta ceguera sea un castigo, indicas, aunque no lo confieses, que padeces este mal.<br />

Y, si la consideras un castigo, no una pena del pecado, debes admitir que una misma cosa<br />

puede ser pecado y castigo de pecado; pero, si no es castigo de pecado, sería un castigo<br />

injusto, y entonces admitirías en Dios injusticia; injusticia, pues lo ordena o lo permite; o<br />

lo acusarás de impotencia, porque no puede evitar el castigo de un inocente. Y si, para no<br />

aparecer tú mismo como ciego, concedes que la ceguera de los judíos era un castigo de su<br />

pecado, ve ahora lo que antes no querías ver, y así la cuestión que habías propuesto<br />

queda enteramente resuelta.<br />

En efecto, así como el diablo, sus ángeles y los reyes perversos son en sí pecadores, pero<br />

sirven también a la justicia de Dios para castigar a los pecadores, y no por eso son dignos<br />

de alabanza, aunque por medio de ellos se aplique justa pena a los que la merecen, lo<br />

mismo se ha de decir de la concupiscencia, que lucha contra la ley del espíritu; no es<br />

justa, aunque justa sea la pena del que injustamente obró. Como la ceguera del corazón,<br />

que sólo el Dios de la luz puede iluminar, es un pecado que impide creer en Dios; y es<br />

pena de pecado pues es justo castigo del orgullo interior cuando el extravío de un corazón<br />

ciego nos lleva a cometer algún pecado; pecado es también la concupiscencia de la carne,<br />

contra la que lucha todo espíritu sano, porque es una rebelión contra el imperio del<br />

espíritu; y es pena de pecado, por ser justo castigo de una desobediencia a Dios; y es<br />

causa de pecado o por cobardía o contagio del que nace.<br />

9. Hemos dicho que la concupiscencia es castigo del pecado; tú respondes que, aunque lo<br />

sea, no es vituperable, sino digna de elogio; y para sostener esta ciega e inconsiderada<br />

opinión te pierdes en un laberinto de razonamientos que se desvanecen como humo.<br />

Dices: "Si la concupiscencia es castigo del pecado, arrojamos fuera la castidad para que no<br />

se la considere una rebelión contra la sentencia del Señor". Y añades otras muchas<br />

consideraciones, que son como secuela de tu sentir. Cayendo en tu mismo error, se puede<br />

decir de la ceguera interior: si la ceguera de corazón es un castigo del pecado, es doctrina<br />

a rechazar, para tomar la luz como una rebelión contra Dios, porque invalidaría su<br />

sentencia contra el pecado. Y este razonar es absurdo, aunque la ceguera de corazón sea<br />

pena del pecado. Y lo que tú afirmas que dije, es el colmo del absurdo, aunque sea la<br />

concupiscencia un castigo del pecado. A la ceguera de corazón ha de oponerse la luz; la<br />

pena que no sea error o libido se ha de soportar con paciencia. Por eso, cuando, por la<br />

gracia de Dios, se vive de fe verdadera, Dios mismo, presente en nosotros, ilumina<br />

nuestro espíritu, nos ayuda a dominar la concupiscencia y a tolerar pacientemente todos<br />

los sufrimientos de la vida. Todas estas acciones son buenas cuando se hacen por Dios; es<br />

decir, cuando le amamos con amor gratuito; y este amor puro sólo de él puede venir. Sin<br />

esto, cuando el hombre se complace en sí mismo y confía en sus propias fuerzas, si se<br />

entrega a los deseos de su orgullo, este mal aumenta, aunque las otras pasiones<br />

disminuyan, y las tratara de reprimir para deleitarse exclusivamente en la concupiscencia.<br />

10. Acerca de lo que dices haber leído en otros opúsculos míos y que en vano tratas de<br />

refutar, te aconsejo depongas todo afán revanchista y escuches con atención, y<br />

encontrarás ser muy cierto "que existen pecados que son castigo de otros pecados", como<br />

sucede con lo dicho sobre la ceguera de corazón. ¿De qué te sirvió, te pregunto, citar un<br />

pasaje del Apóstol con el que pruebo lo que leíste en otro de mis escritos en el que Pablo<br />

dice de ciertos hombres: Los entregó Dios a su réprobo sentir, para que hicieran lo que no<br />

conviene? Tú lo interpretas como una hipérbole, como hace un orador cuando quiere<br />

impresionar vivamente a sus oyentes y exagera las cosas.<br />

No te canses en señalar en qué lugares usa de esta figura el Apóstol. "Como si<br />

arremetiese -dices- contra los crímenes de los impíos, carga las tintas sobre su enormidad<br />

con los nombres de su castigo; y como inspirasen gran horror a un corazón como el suyo,<br />

santuario de todas las virtudes, dice que estos hombres le parecen, más que criminales,<br />

condenados".<br />

Si examinamos cómo habla el Apóstol, no como tú le haces hablar, di, más bien, que son<br />

condenados y reos, es decir, criminales por sus delitos y por su condena. Que sean reos lo<br />

manifiesta el Apóstol cuando dice: Adoraron y sirvieron a las criaturas antes que al<br />

Creador, bendito por los siglos. Amén. Luego hace ver que han sido condenados por sus<br />

delitos; y añade: Por eso los entregó Dios a pasiones infames 12 . ¿Lo oyes? Por eso, y en<br />

vano preguntas cómo se ha de entender los entregó Dios y sudas para demostrar que esa<br />

entrega es un abandono. Sea el que sea el sentido de esa entrega, por eso los entregó,


por eso los abandonó, y compruebas, lo entiendas como lo entiendas, que es una<br />

consecuencia del pecado.<br />

Tiene el Apóstol cuidado en hacer ver cuán grande es el castigo que Dios inflige a los<br />

pecadores cuando los entrega a la ignominia de sus pasiones, ora sea por abandono, ora<br />

de otro modo cualquiera, se pueda o no explicar, porque, en todo caso, Dios es siempre<br />

sumo Bien e inefablemente justo. Y continúa el Apóstol: Porque sus mujeres invirtieron el<br />

uso natural de sus relaciones por otras contra naturaleza. Igualmente, los hombres,<br />

abandonando el uso natural de la mujer, se abrasaron en deseos los unos por los otros,<br />

cometiendo la infamia de hombre con hombre, recibiendo en sí mismos la recompensa<br />

merecida por su extravío 13 .<br />

¿Hay nada más claro, más evidente, más expreso? Recibieron, dice el Apóstol, la<br />

recompensa que merecieron; es decir, fueron condenados a cometer crímenes tan atroces.<br />

Sin embargo, esta condena es también culpa, lo que implica mayor gravedad. Así son<br />

pecados y castigo de anteriores pecados. Y lo que es más de admirar es que el Apóstol<br />

dice que recibieron en sí mismos la recompensa merecida. Lo expresan las palabras que<br />

citas: Cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una representación en forma de<br />

hombre corruptible, de aves, cuadrúpedos y serpientes. Por eso los entregó Dios a los<br />

deseos de su corazón hasta la impureza 14 . Con toda claridad se indica en este pasaje la<br />

causa por la cual fueron entregados. Después de enumerar los males que habían<br />

cometido, añade Pablo: Por eso los entregó Dios a los deseos de su corazón 15 . En<br />

consecuencia, la entrega es castigo de un pecado precedente; sin embargo, es también<br />

pecado, como lo explican las palabras que siguen.<br />

11. Mas tú sostienes lo contrario, y piensas tener resuelta la cuestión con estas palabras<br />

del Apóstol: Los entregó a sus deseos. Y dices: "porque ardían ya en infames deseos". Y<br />

aún añades: "¿Cómo creer que hayan caído en tales crímenes por el poder de Dios, que<br />

los entregó a sus deseos?" Por favor, ¿los iba a entregar "a los deseos de su corazón", si,<br />

en cierto modo, estos malos deseos estaban ya en posesión de su corazón? ¿Es lógico<br />

decir que, si uno tiene ya en su corazón infames deseos, consienta en su realización? Por<br />

consiguiente, una cosa es tener malos deseos en su corazón y otra "ser entregados" a<br />

estos malos deseos, y ser poseídos por ellos hasta el punto de no poder rehusar el darles<br />

nuestro consentimiento, lo que sucede cuando son entregados a sus malos deseos por un<br />

justo juicio de Dios.<br />

De otra forma, en vano se nos diría: No vayas en pos de tus apetencias, si ya uno es<br />

culpable, si siente un torbellino de pasiones que le incitan al mal; si no las secunda y no se<br />

entrega a ellas, y si, por el contrario, las combate gloriosamente y vive siempre bajo el<br />

imperio de la gracia. ¿Qué te parece? El que observa lo que está escrito: Si consientes en<br />

tus deseos -se entiende malos-, serás la irrisión de tus enemigos y envidiosos 16 , ¿es por<br />

ventura culpable porque sienta tales deseos en su alma, que no debe consentir para no ser<br />

la irrisión del diablo y de sus ángeles, nuestros envidiosos enemigos?<br />

12. Cuando se dice que un hombre es entregado a sus deseos, es culpable, porque,<br />

abandonado de Dios, lejos de resistir, cede y les da su consentimiento, y entonces se<br />

puede considerar derrotado, cazado, atraído, poseído, pues uno es esclavo de aquel que le<br />

vence 17 , y el pecado que sigue es castigo de un pecado anterior. ¿No es pecado y castigo<br />

de pecado lo que nos dice Isaías: El Señor infundió en ellos espíritu de error, y se<br />

tambaleó Egipto en todas sus empresas como se tambalea un borracho? 18 ¿No es pecado<br />

y castigo de pecado cuando dice a Dios el profeta: Nos haces, Señor, errar fuera de tus<br />

caminos, endureciste nuestros corazones para que no te temamos? 19 ¿No hay pecado y<br />

pena de pecado en estas palabras que el mismo profeta dirige a Dios: Te has enojado y<br />

nosotros hemos pecado, y por eso erramos y todos somos inmundos? 20 ¿No es pecado y<br />

castigo de pecado lo que leemos de los gentiles, a los que derrotó Jesús Nave porque el<br />

Señor hizo que tuvieran un corazón duro para combatir a Israel y ser exterminados? ¿No<br />

es pecado y castigo de pecado el que el rey Roboán no escuchase a su pueblo, que le<br />

aconsejaba bien, porque, según dice la Escritura, el Señor, en su cólera, se alejó de él<br />

para cumplimiento de la palabra que había anunciado por el profeta? 21 ¿No es pecado y<br />

castigo de pecado lo que está escrito de Amasías, rey de Judá, cuando no quiso escuchar<br />

los consejos de Joás, rey de Israel, para que no saliese a guerrear? Leemos: Amasías no le<br />

escuchó, pues era disposición de Dios entregarlo en manos de sus enemigos por haber<br />

consultado al dios de Edón 22 .


Podía alargar la letanía con otros ejemplos semejantes, que prueban con toda claridad que<br />

el endurecimiento del corazón es efecto de un secreto juicio de Dios, que, al impedirnos<br />

estar a la escucha de la verdad, nos hace caer en pecado, de suerte que este pecado es<br />

castigo de un pecado anterior; porque es ciertamente pecado dar crédito a la mentira y no<br />

dar fe a ]a verdad. Y este pecado viene de la ceguera de corazón, que, por un secreto y<br />

justo juicio de Dios, aparece como castigo divino. Para probarlo escribe el Apóstol a los de<br />

Tesalónica: Por no haber aceptado el amor a la verdad, que les hubiera salvado, por eso<br />

Dios les envía un poder del error, para que crean en la mentira 23 . Tienes aquí un pecado y<br />

un castigo del pecado. Ambas cosas son evidencia. El Apóstol lo expresa breve y<br />

claramente; pero tú trabajas en vano, por arrimar a tu error sus palabras.<br />

13. ¿Qué quieres decir con estas palabras: "Cuando se dice son entregados a sus deseos,<br />

se entiende que pueden ser abandonados por la paciencia de Dios, no que con su poder<br />

los entregue al pecado?" Precisamente el Apóstol hace mención de estas dos virtudes<br />

divinas, de la paciencia y del poder, en este pasaje: Dios, queriendo mostrar su cólera y<br />

demostrar su poder, soportó con gran paciencia vasos de ira preparados para la perdición<br />

24 . Y ¿a cuál de las dos se refiere el profeta en estas palabras: Y, si yerra el profeta y<br />

habla, yo, el Señor, he seducido a ese profeta; extenderé mi mano sobre él y lo<br />

exterminaré de en medio de mi pueblo, Israel? 25 ¿Se refiere al poder o a la paciencia? Ora<br />

elijas una de las dos, ora ambas a la vez, es cierto que en labios de un falso profeta existió<br />

un pecado y un castigo de pecado. ¿Vas a decir que las palabras: Yo, el Señor, seduje a<br />

ese profeta, significan que lo abandonó para que, seducido por sus méritos, errase?<br />

Interprétalo como te plazca, pero no es menos cierto que fue castigado por su pecado<br />

para que, pecando de nuevo, anunciara falsedades.<br />

Examinemos atentamente la visión del profeta Miqueas: Vio -dice-al Señor sentado en su<br />

trono, y todo el ejército del cielo estaba a su lado, a derecha e izquierda. Y dijo el Señor:<br />

"¿Quién engañará a Ajab, rey de Israel, para que suba y caiga en Ramot de Galaad?" Y<br />

uno decía una cosa y otro otra. Se adelantó el Espíritu, se puso ante él y dijo: "Yo lo<br />

engañaré" El Señor dijo: "¿De qué modo?" Respondió: "Iré y me haré espíritu de mentira<br />

en boca de todos los profetas". Y dijo: "Lo engañarás y vencerás. Vete y hazlo así" 26 .<br />

¿Qué vas a decir a esto? Pecó el rey al dar crédito a falsos profetas. Este pecado era<br />

castigo de otro pecado; por juicio secreto de Dios, envía un ángel malo para hacernos<br />

comprender mejor estas palabras del salmista: Lanzó contra ellos el fuego de su cólera<br />

por medio de sus ángeles malos. ¿Se podrá acusar a Dios de error, de injusticia, de<br />

temeridad en sus juicios o en sus actos? De ningún modo. No en vano se lee en el salmo:<br />

Tus juicios, hondo abismo 27 . No en vano clama el Apóstol: ¡Oh profundidad de las<br />

riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios! ¡Cuán inescrutables son tus juicios, e<br />

irrastreables tus caminos! ¿Quién conoció el pensamiento del Señor? ¿Quién fue su<br />

consejero? ¿Quién le dio primero para que le recompense? 28 No elige a nadie porque sea<br />

digno, sino que, al elegirlo, lo hace digno; pero a nadie castiga si no es digno de castigo.<br />

Misterio insondable de predestinación y reprobación<br />

IV. 14. Escribes: "Dice el Apóstol: La bondad de Dios te invita a la conversión". Es verdad.<br />

Hay pruebas; pero invita al que predestinó, aunque él, por la dureza e impenitencia de su<br />

corazón, atesore, en cuanto de él depende, cólera para el día de la ira y revelación del<br />

justo juicio de Dios, que dará a cada uno según sus obras. Por grande que sea la bondad<br />

de Dios, ¿quién hará penitencia, si Dios no se lo concede? ¿Has olvidado lo que dice el<br />

mismo doctor: Por si Dios les da la conversión que les haga conocer la verdad, y se libren<br />

de los lazos del diablo? 29 Pero sus juicios son un abismo profundo.<br />

Cierto, si permitimos a algunos, sobre los que tenemos autoridad, cometer crímenes ante<br />

nuestros ojos, somos, como ellos, culpables. ¡Y cuán incontables son los crímenes que<br />

Dios permite cometer ante su vista, y que no se cometerían si él no quisiera! Sin embargo,<br />

Dios es justo y bueno, y con paciencia da lugar a la conversión y no quiere que nadie<br />

perezca; porque el Señor conoce a los suyos 30 y todo coopera al bien de los que ha<br />

llamado según su decreto. No todos los llamados lo son según su voluntad, pues muchos<br />

son los llamados, pocos los elegidos 31 . Todos los elegidos han sido llamados según su<br />

voluntad. Por eso se dice en otro lugar: Ayudado por la fuerza de Dios, que nos ha salvado<br />

y nos ha llamado con una vocación santa; no por nuestras obras, sino por su propia<br />

voluntad y gracia, que nos dio en Cristo Jesús desde la eternidad 32 . Por último, como


dijese San Pablo: Todas las cosas cooperan al bien de los que han sido llamados según su<br />

voluntad, añade en seguida: Porque a los que antes conoció, los predestinó a reproducir la<br />

imagen de su Hijo, para que fuera él primogénito entre muchos hermanos; a los que<br />

predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó, y a los que justificó, también los<br />

glorificó 33 . Estos son los llamados según el designio de Dios. Y estos mismos son elegidos<br />

antes de la constitución del mundo 34 por aquel que llama las cosas que no son para que<br />

sean. Y elegidos según elección de gracia. Es lo que el doctor de los gentiles dice a<br />

propósito de Israel: Subsiste un resto, elegido por gracia. Y para que no se crea que<br />

fueron elegidos, antes de la creación del mundo, en virtud de sus buenas obras previstas,<br />

continúa y dice: Y, si es por gracia, ya no es por las obras; pues, de otro modo, la gracia<br />

ya no sería gracia 35 .<br />

Del número de elegidos y predestinados los hay que llevaron una vida criminal, y por la<br />

bondad de Dios fueron inducidos a penitencia, y gracias a la paciencia del Señor no fueron<br />

arrancados de esta vida cuando se encontraban inmersos en sus delitos, para que se<br />

manifieste a ellos y a sus coherederos de qué profundo abismo de males los puede librar<br />

la gracia de Dios. Y ninguno de ellos perece en cualquier edad que muera. ¡Lejos de<br />

nosotros pensar que un predestinado pueda abandonar esta vida sin haber recibido el<br />

sacramento del Mediador! De éstos dice el Señor: Esta es la voluntad del Padre que me ha<br />

enviado, que no pierda nada de lo que él me dio 36 .<br />

Los demás mortales no pertenecen al número de los elegidos, aunque, formados de la<br />

misma masa que éstos, son vasos de ira, que nacen para bien de los elegidos. No es en<br />

vano y sin un designio sean creados por Dios, sin saber el bien que puede sacar de ellos,<br />

pues ya es un bien el crear en ellos la naturaleza humana y sirven al orden y belleza del<br />

mundo actual. A ninguno de éstos atrae a una penitencia saludable y espiritual que<br />

reconcilia al hombre con Dios en Cristo, aunque Dios use con ellos de mayor o igual<br />

paciencia. Así, aunque todos los hombres han sido formados de una misma masa de<br />

perdición y de pecado, según la dureza e impenitencia de sus corazones, en cuanto a ellos<br />

atañe atesoran ira para el día de cólera, en el que se da a cada uno según sus obras. Dios,<br />

sin embargo, por un efecto de su bondad y de su misericordia, conduce a unos a<br />

penitencia y deja a otros en su pecado, según su justo juicio, pues tiene poder para atraer<br />

y conducir hacia sí a los que él quiere, a tenor de las palabras del Señor cuando dice:<br />

Nadie viene a mí si el Padre, que me envió, no lo atrae 37 .<br />

¿Atrajo, acaso, Dios a penitencia al rey impío y sacrílego Ajab? ¿O después de ser<br />

engañado y seducido por un espíritu de mentira experimentó los efectos de la paciencia y<br />

longanimidad del Señor? ¿No se cumplió de inmediato la sentencia de muerte después de<br />

su engaño 38 ? ¿Quién puede decir que este pecado no fue castigo de otro pecado infligido,<br />

por justo juicio de Dios, al rey sacrílego, al que primero envía un espíritu de mentira y<br />

luego permite sea seducido y engañado? Hablar así, ¿no sería hablar sin fundamento y<br />

taponar los oídos a la verdad?<br />

15. ¿Quién puede haber tan ayuno de juicio que, al oír cantar en el salmo: Señor, no me<br />

entregues a mi mal deseo 39 , afirme que el hombre pide a Dios que no sea paciente con él,<br />

si Dios no entrega a nadie para que obre mal, sino para demostrar su paciencia y bondad<br />

con los obradores del mal? ¿Por qué entonces pedimos al Señor cada día no nos deje caer<br />

en tentación 40 sino para que no seamos entregados a nuestros malos deseos? Cada uno<br />

es tentado por su propia concupiscencia, que le arrastra y seduce 41 . ¿Pedimos, acaso, a<br />

Dios no sea paciente y bondadoso con nosotros? Así no invocaríamos su misericordia, sino<br />

que provocaríamos su cólera. ¿Quién será, no digo tan insensato, sino tan loco, que haga<br />

a Dios una petición semejante? Los entrega Dios a infames pasiones para que hagan lo<br />

que no conviene; pero él los entrega por su cuenta y razón; y por eso hay pecados que<br />

son castigo de pecados pasados y causa de pecados futuros. Por eso entregó Dios al rey<br />

Ajab a la mentira de falsos profetas, como entregó a Roboán para que siguiese un mal<br />

consejo 42 .<br />

Hace Dios estas cosas de un modo admirable e inefable, pues sabe ejercer justicia en sus<br />

juicios no sólo sobre los cuerpos, sino también sobre los corazones de los hombres. No<br />

hace malas las voluntades, pero las utiliza como quiere, aunque nada injusto puede<br />

querer. Escucha propicio, airado no escucha. Perdona propicio, no perdona airado; o, por<br />

el contrario, propicio no perdona, airado perdona; y en todas estas circunstancias, siempre<br />

es bueno y justo. ¿Quién es capaz para esto? 43 ¿Qué hombre, revestido de cuerpo<br />

corruptible, es capaz de sondear e investigar sus juicios, aunque haya recibido las arras


del Espíritu Santo?<br />

16. Tú, hombre de agudo ingenio e inteligente, dices: "La libido es justa y digna de<br />

encomio, pues por su rebelión contra el hombre castiga la desobediencia del hombre al<br />

Señor". Si tuvieras un adarme de sabiduría, te darías cuenta que es una injusticia el que la<br />

parte inferior del hombre luche contra la superior, que es más noble; sin embargo, es<br />

justo que el hombre injusto sea castigado por la iniquidad de su carne, como lo fue aquel<br />

rey impío por la iniquidad de un espíritu de mentira. ¿Estás dispuesto a encomiar a este<br />

espíritu de mentira? ¡Ánimo! ¿Por qué titubeas? Sienta bien a un enemigo de la bondad<br />

gratuita de Dios alabar a un espíritu mendaz. Y no tendrías que afanarte mucho para<br />

encontrar algo que decir. Está preparado el elogio, basta con aplicar al espíritu del mal las<br />

mismas palabras que has dicho en alabanza de la concupiscencia, y que consideras una<br />

consecuencia necesaria de lo que yo dije al hablar del hombre: "No era justo que su<br />

esclavo, es decir, su cuerpo, le obedezca, cuando él desobedeció a su Señor". Pero esto lo<br />

niegas, y con cierta ironía afirmas su falsedad, como queriendo probar lo absurdo de la<br />

consecuencia; porque, si esto es cierto, sería preciso alabar la concupiscencia en cuanto<br />

vengadora del pecado. Cierto, admites que un espíritu mentiroso fue el vengador de una<br />

iniquidad cuando engañó a un rey impío y lo arrastró a la muerte que merecía.<br />

También te digo ahora: no era justo que aquel que no creía en el Dios verdadero, no fuera<br />

engañado por un dios falso. Alaba la justicia de esta falsedad y repite lo que en alabanza<br />

de la concupiscencia dijiste: "Es digna de toda alabanza y de todo encomio, si es castigo<br />

de una iniquidad y venga una injusticia hecha a Dios, porque así no participa en el pecado,<br />

pues asume el papel de vengadora". Todo esto, según tu agudo ingenio, se puede<br />

rectamente decir en alabanza de aquel espíritu impuro. Este pregón de tu palabra, en<br />

causas semejantes, o hace mentiroso al espíritu de la mentira o quita mordiente a la<br />

concupiscencia.<br />

17. ¿Por qué buscas refugio en la cuestión muy oscura del alma? Es verdad que el pecado<br />

empezó en el Edén por la soberbia del alma, que dio el consentimiento a la transgresión<br />

de un precepto, pues la serpiente dijo a nuestros primeros padres: Seréis como dioses.<br />

Pero fue todo el hombre el que pecó, y nuestra carne se hizo carne de pecado, y sólo una<br />

carne semejante a la carne de pecado puede sanarla. Alma y cuerpo serán castigados, a<br />

no ser que el nacido sea purificado renaciendo. En verdad, o los dos traen su mal del<br />

primer hombre, o es que el alma es embutida en un cuerpo infectado y se encuentra como<br />

contagiada por su unión con el cuerpo donde es encerrada por secreto juicio de la justicia<br />

divina. Cuál de estas dos hipótesis es la verdadera, prefiero aprenderlo a decirlo, para no<br />

enseñar lo que ignoro.<br />

Pero sí sé con certeza que es necesario tener por verdad lo que la verdadera fe, antigua y<br />

católica, cree sobre la existencia del pecado original; negar su existencia sería error. Si<br />

este artículo de fe no se niega, importa poco ignorar cuál es el origen del alma. Es algo<br />

que se puede aprender en el ocio o ignorar, como muchas otras cosas, sin daño para<br />

nuestra salvación, en esta vida. Vale más prestar ayuda y salvar el alma de niños y<br />

adultos que saber cómo ha sido viciada. Pero, si se niega la existencia de este mal, su<br />

curación es imposible.<br />

18. No he podido adivinar por qué citas este texto del Apóstol: Se entenebreció su<br />

ignorante corazón 44 ; y añades: "Es preciso observar que el Apóstol declara que la<br />

ignorancia es la causa de todos los males". Que esto lo haya dicho el Apóstol no consta<br />

con claridad; sobre esto no discuto, pero sí te pregunto por qué has dicho esto. ¿Es acaso<br />

porque los niños se pueden llamar ignorantes al no participar aún de la sabiduría; y así,<br />

según tú, no puede haber en ellos mal alguno, consecuencia necesaria de tu doctrina, si la<br />

ignorancia es causa de todos los males? Mas si es necesario recurrir a una discusión muy<br />

sutil y muy limada para saber si fue la ignorancia la que hizo a nuestros primeros padres<br />

orgullosos, o si fue la soberbia la que los hizo ignorantes, debemos centrarnos ahora en la<br />

cuestión que nos ocupa. ¿Quién ignora que todos los que se han hecho sabios eran<br />

ignorantes antes? Podemos exceptuar a unos pocos pregoneros del Mediador, que, por<br />

una gracia extraordinaria y muy especial, pasaron de la infancia a la sabiduría sin la etapa<br />

de la ignorancia.<br />

Si pretendes que esto fuera posible por sólo las fuerzas de la naturaleza, sin la fe en el<br />

Mediador, dejas asomar el veneno oculto de tu herejía. Al defender y alabar la naturaleza,<br />

parece quieres evidenciar que Cristo murió en vano 45 . Nosotros, por el contrario,


sostenemos que la fe en Cristo, que actúa por la caridad 46 , viene en ayuda de los<br />

ignorantes de nacimiento. Hay quienes nacen tan negados de corazón que más parecen<br />

animales que hombres. Vosotros, al negar la existencia del pecado original, no podéis<br />

explicar el porqué de este embotamiento natural que en algunos aparece. ¿Quién no<br />

puede probar, por el testimonio de la humana experiencia, que un niño en su nacimiento<br />

no sabe nada; luego, a medida que va creciendo, sus gustos se van tras las vanidades; y<br />

más tarde, si llega a la sabiduría, puede conocer lo que es bueno; y así, de la edad infantil<br />

llega a la sabiduría pasando por la ignorancia? Por eso, al alabar la naturaleza humana<br />

como sana, latente en todo niño, al que queréis privar de un salvador, veis que, antes de<br />

dar frutos de sabiduría, los da de ignorancia; y ¡aún no quieres ver su raíz viciada, o, lo<br />

que es peor, la ves y no quieres reconocerla!<br />

Acusa Juliano de contradicción a San Agustín<br />

y es él quien se contradice<br />

V. 19. Citas luego unas palabras mías y me calumnias diciendo que "estoy en<br />

contradicción conmigo mismo, porque, después de haber dicho que la desobediencia del<br />

hombre había sido castigada con la desobediencia de su cuerpo, enumeré otros miembros<br />

del cuerpo que obedecen al imperio de la voluntad". Cierto, lo dije, pero exceptué las<br />

partes genitales, que designé con el nombre de cuerpo. En los movimientos de los otros<br />

miembros, el cuerpo obedece a la voluntad, pero no obedecen a su mandato los miembros<br />

que sirven para engendrar. No hay contradicción en mis palabras, aunque te tienen a ti<br />

por contradictor, ora porque no las entiendas, ora porque no permites a los demás<br />

entenderlas. Si una parte del cuerpo no se pudiera designar con el nombre de cuerpo, no<br />

diría el Apóstol: La mujer no tiene dominio de su cuerpo, sino su marido y el marido no<br />

dispone de su cuerpo, sino la mujer 47 . Con el nombre de cuerpo designa los miembros<br />

que diferencian los sexos y sirven para realizar el acto conyugal. ¿Quién va a decir que el<br />

varón no tiene dominio de su cuerpo, si en las palabras citadas del Apóstol entiendes todo<br />

el cuerpo, que consta de muchos miembros? Por eso, a imitación del Apóstol, designé con<br />

el nombre de cuerpo los miembros genitales, que no obedecen a la voluntad como el pie o<br />

la mano, sino al movimiento de la concupiscencia.<br />

Es verdad que todos conocen y se ríen de ti, porque en cosas tan evidentes levantas<br />

cendales de niebla, y la necesidad de hablar nos fuerza a entretenernos largo tiempo en<br />

materias de impureza y a recurrir al circunloquio para expresarnos con honestidad. Pero el<br />

que lea mis palabras, que tú te afanas en refutar, verá que tratas de tender insidias, y es<br />

suficiente que entienda lo que quiero decir con el vocablo cuerpo.<br />

20. Sostienes que en mis palabras hay contradicción; y que es una gran falsedad lo puede<br />

ver quien, al oírte, recuerde que el Apóstol designa con el nombre de cuerpo las partes<br />

genitales. Censuras y roes mis palabras como si entre sí fueran contrarias; pero, si tu<br />

sentir es rectilíneo, aclara cómo no existe contradicción en ti cuando dices primero: "Si se<br />

trata de la generación de los hijos, los miembros creados para este fin obedecen sumisos a<br />

la voluntad y, de no encontrar impedimentos en la enfermedad o en el exceso, obedecen<br />

al imperio del alma"; y luego añades: "Hay movimientos, como en muchas otras cosas,<br />

que, por el orden y secreta disposición que tienen en nuestro cuerpo, no requieren el<br />

imperio de la voluntad, sino sólo el consentimiento".<br />

Cedes aquí a la evidencia de la verdad, pero entonces borra todo lo que antes has escrito.<br />

¿Cómo es posible que estos "miembros" de los que hablamos "obedezcan en todo a la<br />

voluntad y estén sumisos al espíritu" si, a tenor de lo que dices después, "hay en algunos,<br />

como la sed, el hambre, la digestión, que no exigen mandato de la voluntad, sino sólo su<br />

consentimiento?" Por cierto que has trabajado firme para encontrar esto que has dicho<br />

contra ti mismo, no contra mí; la verdad, en esta causa no te era necesario el trabajo; te<br />

bastaba el pudor. ¿De qué te sirve decir: "Te da vergüenza hablar de ciertas cosas, pero te<br />

obliga la necesidad", si no te sonroja dejar por escrito tu sentir, contra el que, turbado<br />

luego por la evidencia de la verdad, acto seguido expresas otro sentir contrario? Hablar tú<br />

de pudor es la misma obscenidad. Pero me agrada, porque das contra ti testimonio. ¡Eres<br />

un hombre que te ruboriza hablar de los movimientos de la libido y no te da vergüenza<br />

alabar la concupiscencia!<br />

21. ¿Qué hay de extraordinario, si, después de haber dicho que "el movimiento de los<br />

otros miembros está en nuestro poder", a renglón seguido añadí: "siempre que tengamos<br />

un cuerpo sano y libre de impedimentos?" El sueño que nos oprime, el cansancio, son,


contra nuestro querer, obstáculos que impiden la agilidad ordinaria de nuestros miembros.<br />

Dices luego: "Nuestros miembros no van por donde queremos, si sus movimientos van<br />

contra su costumbre o naturaleza"; mas no pones atención en lo que dije con anterioridad:<br />

"siempre que sus movimientos sean conformes a su naturaleza", porque, si queremos<br />

imprimirles una dirección incompatible con su naturaleza, se niegan a seguirla. Sin<br />

embargo, cuando manda la voluntad, no tenemos necesidad de la ayuda de la<br />

concupiscencia, y, si queremos cese su movimiento, al instante paramos, sin que se rebele<br />

contra nuestro querer el aguijón de la libido.<br />

22. Cuando dices: "Los órganos genitales obedecen al imperio de la voluntad", entiendo<br />

hablas de una concupiscencia nueva, o acaso muy antigua, como pudo ser la del paraíso,<br />

de no existir el pecado. Pero ¿qué necesidad tengo de discutir contigo sobre esta<br />

posibilidad, si la destruyes tú mismo cuando dices "que estos movimientos no obedecen al<br />

mandato de la voluntad, sólo esperan su consentimiento?" Pero, con todo, no debes<br />

comparar la concupiscencia con el hambre, la sed u otras necesidades del cuerpo. Nadie<br />

digiere, siente hambre o sed cuando quiere. Estas son necesidades que debemos<br />

satisfacer para restaurar o exonerar el cuerpo, para que no sufra o perezca. ¿Sufre o<br />

muere el cuerpo si negamos nuestro consentimiento a la concupiscencia? Aprende, pues, a<br />

discernir los males que con paciencia sufrimos, de los males que por la continencia<br />

refrenamos. Los primeros son males que experimentamos en este cuerpo de muerte. Mas<br />

para establecer de una manera concreta y explicar de palabra la paz y sosiego que<br />

disfrutaríamos en la felicidad del Edén sobre estos movimientos, ¿de qué nos sirve comer<br />

y digerir alimentos? ¡Lejos de nosotros pensar que allí nuestros sentidos interiores o<br />

exteriores tendrían que sufrir las punzadas del dolor, la fatiga en el trabajo, la confusión<br />

del pudor, el ardor quemante, el frío que hace tiritar o algo que inspirase horror!<br />

23. ¿Qué más, si esta bellísima esclava tuya que a mí me da sonrojo nombrar con tanta<br />

frecuencia, aunque sea para vituperarla, y a ti no te da vergüenza ensalzar y piensas es<br />

digna de encomio, pues le sirven, para excitar su ardor, otros miembros del cuerpo, como<br />

los besos y abrazos? Hasta has encontrado modo para que le sirva de ayuda el oído, y le<br />

das un título muy antiguo y glorioso, recordando lo que expone Tulio en sus Consejos: "Un<br />

día, cuando unos jóvenes, algo bebidos, excitados, como suele suceder, por la música de<br />

unas flautas, comenzaron a romper la puerta de una casa donde vivía una mujer casta, se<br />

narra que Pitágoras advirtió a una tocadora de flauta entonase al compás lento un<br />

espondeo, y la lentitud del compás y la gravedad de la melodía amansó la fiera aulladora".<br />

Ves con cuánta razón dije que la concupiscencia es, en cierto sentido, señora, pues a su<br />

servicio están los sentidos, prontos a realizar su obra o remansar sus ímpetus. Y hablé así<br />

porque, según confiesas, "se la consiente, no se la impera". Si con unos estímulos se la<br />

aviva o con una melodía se la encalma y frena, esto no tendría lugar si estuviese la<br />

concupiscencia sometida a la voluntad.<br />

Las mujeres, a quienes exceptúas de estos movimientos aunque sufran la acometida<br />

lasciva del hombre, no la sienten en su carne; sin embargo, también las mujeres pueden<br />

sentir los embates arrolladores de la pasión, que repugna a la honestidad y decoro de las<br />

almas castas. José 48 puede ser la respuesta. Y tú, siendo como eres un hombre de Iglesia,<br />

debieras recordar la música sagrada, no la de Pitágoras, y recordar lo que el arpa de David<br />

obró en Saúl cuando era atormentado por un mal espíritu, y cómo a los arpegios<br />

armoniosos del arpa, pulsada por un santo, quedaba libre y sosegado 49 . Pero esto no es<br />

razón para considerar la concupiscencia de la carne como un bien aunque a veces el canto<br />

de una melodía la calme.<br />

El paraíso, figura de la Iglesia<br />

VI. 24. Lanzas una exclamación y dices: "¡Oh, qué bien entona con el coro de los profetas<br />

y santos Jeremías: ¡Quién me diese agua para mi cabeza y una fuente de lágrimas para<br />

mis ojos! 50 , para llorar los pecados de su pueblo!" Tal es tu gemido, porque la Iglesia de<br />

Cristo ha excluido de su seno a los doctores del error pelagiano. Si tus lágrimas fueran<br />

saludables, llorarías por verte enredado en el error pelagiano, y con tus lágrimas lavarías<br />

la mancha de esta nueva peste. ¿Ignoras, o has olvidado, o no quieres considerar que la<br />

Iglesia, una, santa, católica, está simbolizada por el paraíso? ¿Qué tiene de asombroso<br />

que seáis excluidos de este paraíso precisamente vosotros que queréis introducir en el<br />

paraíso la ley de nuestra carne, que lucha contra la ley del espíritu, paraíso del que fuimos<br />

arrojados por el Señor, y al que no podemos volver si antes no vencemos la<br />

concupiscencia de la carne en este paraíso en que nos encontramos? Si esta


concupiscencia que defiendes no luchase contra la ley del espíritu, no hubieran combatido<br />

los santos. Mas tú mismo confiesas que contra esta concupiscencia que alabas libraron los<br />

santos "gloriosos combates".<br />

Esta es la concupiscencia que lucha contra la ley del espíritu en nuestro cuerpo de muerte,<br />

de la cual, como dice el Apóstol, sólo podemos ser librados por la gracia de Dios, por<br />

Jesucristo nuestro Señor 51 . ¿Ves, por fin, con lágrimas de qué fuente se han de llorar<br />

estos enemigos de la gracia y con qué pastoral cuidado se han de evitar para que no<br />

arrastren consigo a otros a la perdición? Porque sois vosotros los que con esta novedad<br />

aumentáis la depravación "en estos tiempos de clara decadencia"; depravación que existe<br />

entre los herejes. Vosotros sois "la ruina de las costumbres", porque intentáis socavar los<br />

fundamentos de la fe. Vosotros sois "la ruina del pudor", porque no os da sonrojo alabar lo<br />

que combate el pudor. Esto es lo que debe oír la Iglesia virgen, para que os evite y las<br />

vírgenes consagradas, las matronas virtuosas y todos los que guardan castidad cristiana.<br />

No es cierto, como falsamente afirmas, que todos los cristianos enseñan que existe en la<br />

carne un mal necesario, mal sustancial y coeterno a Dios; pero sí dicen con el Apóstol:<br />

Siento otra ley en mis miembros contraria a la ley de mi espíritu. Ley que está sometida al<br />

espíritu por gracia de Dios, por Jesucristo nuestro Señor; ley que ha de ser mortificada en<br />

este cuerpo de muerte; ley que será destruida con la muerte del cuerpo, y que debe ser<br />

sanada radicalmente en la resurrección del cuerpo por la muerte de la misma muerte.<br />

Profesan santidad no sólo con el hábito, sino con la pureza de su alma y de su cuerpo, los<br />

que resisten a la pasión de la carne, cosa posible en este mundo, donde es imposible<br />

carecer de ella. Escuchen mis palabras, y hasta que no se vean libres de concupiscencias<br />

traten de huir de vosotros hasta el momento de carecer de sus deseos. Si preguntas a<br />

todos los santos, reunidos en santa asamblea a qué orador prefieren escuchar, al que<br />

condena o al que alaba la concupiscencia, ¿cuál crees sería la respuesta de todos los que<br />

han vivido en continencia, de los esposos que han respetado el pudor conyugal, de<br />

cuantos han guardado castidad? ¿Cerrarían sus oídos al que condena la concupiscencia,<br />

para escuchar con agrado al que alaba la deshonestidad? Sería necesario que el pudor<br />

hubiera sido desterrado del mundo para creer semejante infamia, a no ser que la<br />

asamblea en que peroraras, rodeado de discípulos, estuviera presidida por Celestio o<br />

Pelagio.<br />

Continúa Agustín triturando afirmaciones de Juliano<br />

VII. 25. Pasas luego revista a otras palabras de mi libro en el que digo: "Cuando aquellos<br />

primeros hombres advirtieron en la propia carne este movimiento deshonesto<br />

precisamente porque era una rebelión y se sonrojaron de su propia desnudez, cubrieron<br />

sus partes íntimas con hojas de higuera, para que lo que sin el arbitrio de la voluntad se<br />

movía fuese, al menos, vestido por el arbitrio de su pudor, y, pues se avergonzaba de un<br />

placer nada honesto, quedara a cubierto lo que convenía". Después de estas palabras<br />

mías, con vana jactancia recuerdas que todo esto quedó pulverizado en tu segundo libro y<br />

en la primera parte de este tercero, al que ahora respondo. Y cuando digo que "este<br />

movimiento es deshonesto porque actúa contra la voluntad", tú quieres hacer creer que<br />

dije: "La concupiscencia no está sujeta al cuerpo ni al espíritu; es como una energía fiera e<br />

indómita". La verdad, nunca la llamé virtud, sí vicio. Y si no se la puede domar con deseos<br />

contrarios, ¿por qué la castidad trata de combatirla por medio de la continencia? ¿Dónde<br />

quedan aquellos "gloriosos combates" de los santos que, según tú afirmas, sostienen sin<br />

pausa contra ella?<br />

En lo referente al pudor, que no permite la pasión nada ilícito y se conserva con el<br />

combate, el freno, la represión, estamos los dos de acuerdo. Pero tú consideras un bien lo<br />

que se ha de combatir, frenar y reprimir para que no nos arrastre a lo ilícito, y en esto no<br />

soy de tu opinión. ¿Quién de los dos está en la verdad? Sean jueces los hombres castos,<br />

aténganse a su experiencia, no a tus palabras. Juzgue el Apóstol. Siento -dice- otra ley en<br />

mis miembros que lucha contra la ley de m, espíritu 52 .<br />

26. "Mas los paternianos o venustianos, cuya doctrina es semejante a la de los<br />

maniqueos, sostienen que el cuerpo del hombre, de la cintura para abajo, es obra del<br />

diablo; pero las partes superiores las colocó Dios como sobre un pedestal. Añaden que el<br />

único cuidado del hombre consiste en conservar pura el alma, que habita en la cabeza o<br />

en el estómago; y, si se embetuna el empeine con toda clase de inmundicias, no ha de<br />

inquietarse. Y para abandonarse a la servidumbre de la libido le clavan un título de


propiedad. Afín a esta opinión -dices- es lo que puse en mi libro cuando digo: 'Nuestros<br />

primeros padres, por un sentimiento de pudor, cubrieron los movimientos carnales que su<br />

voluntad era impotente a embridar, porque la concupiscencia, al no estar sujeta a la<br />

voluntad, usa de su derecho y abrasa el cuerpo con sus ardores'".<br />

¿Crees poder escapar a la fuerza de la verdad porque con tus calumnias me asocias a<br />

compañeros de falsedades? La opinión que en mi libro defiendo, y que debieras aceptar<br />

rendido y no rechazar altivo, es muy diferente de la que defienden paternianos o<br />

venustianos. A tenor de la fe católica, atribuyo la creación del hombre entero, alma y<br />

cuerpo, al Dios supremo y verdadero. Afirmo también que el diablo no creó la naturaleza<br />

humana ni parte alguna del cuerpo, pero sí es su corruptor, y para sanar esta herida que<br />

el diablo nos causó necesitamos, con la ayuda de Dios, combatir sin cesar hasta ser<br />

definitivamente liberados. Sostengo además que el alma, por la que vive el cuerpo, no<br />

puede conservar su pureza -en cuanto el hombre puede estar puro en esta vida- si<br />

consiente en las codicias de la carne y se da a crímenes y torpezas.<br />

¿Queda en pie algo de tus calumnias? ¿Tienes algo que alegar contra esto? Y, si te parece<br />

poco, condeno y anatematizo todo lo que, según tú, defienden paternianos o venustianos y<br />

añado los maniqueos. Execro, anatematizo, condeno a unos y otros. ¿Pides más?<br />

Despójate de la calumnia, combate con las armas de la fortaleza, no de la mentira. Dime:<br />

¿qué es lo que nos impide ser castos si no se la combate? No es, ciertamente, una<br />

naturaleza mala, o una sustancia, como quieren venustianos y maniqueos. Y si no es una<br />

naturaleza viciada, ¿qué es? Se yergue, y la aplasto; se rebela, y la embrido; lucha, y<br />

venzo. Dios siembra paz en el alma y en el cuerpo. ¿Quién introdujo en mí esta guerra?<br />

Soluciona el Apóstol este acertijo y responde: Por un hombre entró el pecado en el mundo,<br />

y por el pecado la muerte; y así pasa a todos los hombres, en el que todos pecaron 53 . Mas<br />

Juliano no quiere entender. ¡Oh Apóstol bienaventurado, dile: Si alguien os anuncia un<br />

Evangelio distinto del que habéis recibido, sea anatema! 54<br />

27. "Si concedo -dices- que la concupiscencia es un mal invencible, me confieso abogado<br />

de torpezas; si, por el contrario, afirmo que es un mal natural -lo que es verdad-, pero que<br />

se puede vencer, es decir, evitar", saltas de alegría al instante por la segunda parte de mi<br />

afirmación y dices: "Luego pueden los hombres evitar toda clase de pecados si pueden<br />

evitar el mal de la concupiscencia; porque, si la concupiscencia es un mal natural y puede<br />

ser superada por el amor a la virtud, con mayor razón pueden ser superados todos<br />

aquellos vicios que vienen sólo de la voluntad".<br />

De mil maneras y con frecuencia he contestado ya a estas objeciones. Mientras vivimos<br />

aquí abajo, la carne codicia contra el espíritu, y el espíritu contra la carne 55 . En esta lucha<br />

podemos salir vencedores, pues nos exhorta el Apóstol a no ofrecer nuestros miembros<br />

como armas de iniquidad al pecado obedeciendo sus deseos 56 ; sin embargo, para no<br />

hablar de los sentidos exteriores y de sus excesos, en las cosas que lícitamente usamos de<br />

una manera solapada se introducen excesos en el placer y en nuestros pensamientos y<br />

afectos, y, si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no<br />

hay verdad en nosotros 57 . En vano tripudias de alegría en la segunda parte de tu<br />

sentencia, a no ser que, con sacrílega presunción, rechaces la sentencia del apóstol Juan.<br />

Por lo que atañe a nuestra cuestión, digo que la concupiscencia es natural, pues con ella<br />

nace todo hombre, y tú con mayor razón lo reconoces, pues afirmas que el primer hombre<br />

fue creado con ella. Digo también que la concupiscencia puede ser vencida, y para que<br />

esto suceda se debe resistir y combatir. Esto es lo que decimos tú y yo, para que no te<br />

aplique el reproche que tú me haces de ser "abogado de torpezas" si niegas que debe ser<br />

vencida la concupiscencia, y no lo ser‡ si no se la combate. Decimos los dos que la<br />

concupiscencia es natural y puede ser vencida. La cuestión entre nosotros consiste en<br />

saber si es un bien o un mal el que vencemos. Mira hasta dónde llega tu absurdo: quieres<br />

combatir la concupiscencia como a un enemigo y no quieres poner término a esta<br />

cuestión, considerándola como un mal; y así, si no te vence el diablo como adversario de<br />

la concupiscencia, te vence, al menos, por la perversidad de tu doctrina.<br />

28. ¿No espabilas aún para entender que la concupiscencia no es nuestra naturaleza, sino<br />

un vicio contra el que combate la virtud? No vencemos el bien con el bien, sino el mal con<br />

el bien. Piensa con qué vence la concupiscencia y en qué es vencida. Cuando triunfa la<br />

concupiscencia, triunfa el diablo, y, cuando es vencida la concupiscencia, queda el diablo<br />

derrotado. El que es vencido por la concupiscencia y por quien es vencida es su enemigo;


mas aquel con el que ella vence o es vencida es el que la introdujo en el mundo. Abre, por<br />

favor, los ojos, no los cierres a la luz. No hay combate sin un mal que combatir. Siempre<br />

que hay guerra, o el bien pelea contra el mal o el mal contra el mal; porque, si el bien<br />

guerrea contra el bien, es un gran mal. Cuando esta lucha ha lugar en el cuerpo y los<br />

elementos de su constitución, lo húmedo y lo seco, el frío y el calor, entre sí opuestos, no<br />

viven en paz y concordia, surgen el malestar y las enfermedades. ¿Quién se atreverá a<br />

decir que ninguno de estos elementos es bueno, si toda criatura de Dios es buena, y el frío<br />

y el calor alaban al Señor en el cántico de los tres jóvenes 58 ? Las cosas que en la<br />

naturaleza son contrarias guardan entre sí concordia para el bien del universo, y, cuando<br />

en nuestros cuerpos discrepan y guerrean entre sí, la salud se resiente. Y todo esto, como<br />

la misma muerte, viene de la propagación del primer pecado. ¿Quién va a decir que, si no<br />

hubiese existido el pecado, estaríamos expuestos a tantas miserias en el jardín del Edén?<br />

Una cosa son las cualidades del cuerpo, que, aunque entre sí contrarias, conviven en paz y<br />

armonía para la conservación de la salud, y, aunque buenas en sí, cada una en su género,<br />

cuando no van de acuerdo, sufre la salud; y otra cosa son las pasiones del alma, llamadas<br />

carnales porque el alma codicia conforme a las apetencias de la carne, cuando el espíritu,<br />

la parte más noble, debiera resistir. Estos males no necesitan de los médicos del cuerpo, sí<br />

de la gracia de Cristo; primero, para que la culpa no nos ate; luego, para que en la lucha<br />

no nos venzan; finalmente, para que, restablecidos por completo, no queden vestigios de<br />

su presencia. Por consiguiente, desear los males es un mal, codiciar los bienes es un bien;<br />

pero la lucha no da en esta vida respiro, pues la carne pelea contra el espíritu, y el espíritu<br />

contra la carne. ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? La gracia de Dios por<br />

Jesucristo nuestro Señor. ¡Me causa horror vuestro dogma, enemigos de esta gracia!<br />

29. Mas como eres varón muy robusto, y, si no eres campeón en guerras nocturnas, sí su<br />

predicador y consejero, dices que "es enervante y muelle la opinión de los que afirman<br />

que en el paraíso las partes viriles obedecían al imperio de la voluntad"; porque, para un<br />

hombre tan casto como tú, el espíritu tanto más se afemina cuanto mayor dominio tiene<br />

sobre su cuerpo. Pero no quiero discutir contigo sobre si la concupiscencia hizo o no acto<br />

de presencia en el paraíso, ni nos ofende la predilección que parece sientes por ella. Pero,<br />

si la admites en el Edén, lugar de plena felicidad, sométela, al menos, al imperio de la<br />

voluntad. Suprime en esta mansión de paz los combates manifiestos que ha de sostener el<br />

espíritu contra las apetencias de su carne. Suprime en esa morada la torpeza de una paz<br />

que esclaviza el alma a la pasión. Y pues, con toda certeza, hoy no es como era en el<br />

paraíso, y esto lo ves claro, si no te mueve la razón, te obligue, al menos, el pudor a<br />

confesar que, tal como es hoy, no puede ser sino efecto del pecado original; y, si en sus<br />

apetencias consentimos, perecemos; y de ahí nuestra lucha en la resistencia.<br />

Mira lo que alabas, ¿y no temes se te pueda reprochar el incitar a los hombres al crimen<br />

cuando les aconsejas no opongan resistencia a la pasión de la carne, que encomias como<br />

un bien natural? ¿De qué te sirve condenar sus excesos, si alabas sus movimientos? Se<br />

rebasa la raya cuando se cede a sus deseos; pero es mala incluso cuando no consentimos;<br />

luchamos contra un mal, para que no perezca el bien de la castidad si no se reprime el<br />

mal. Cuando dices que la concupiscencia es un bien natural, es una manera solapada de<br />

aconsejar se le preste asentimiento para no oponer resistencia viciada a un bien natural. Y<br />

así es fácil hacer verdadera tu doctrina cuando dices que el hombre, si quiere, puede vivir<br />

sin pecado. No hay forma de hacer nada ilícito cuando es lícito hacer cuanto nos agrada;<br />

porque, según tú, todo lo que deleita es naturalmente bueno. En consecuencia, si el placer<br />

te brinda sus encantos, ¡goza de ellos! ¡Si no están a tu alcance, deléitate en sus<br />

pensamientos, como te aconseja Epicuro! No hay pecado en no privarte de ningún bien.<br />

Olvida toda enseñanza que te aconseje resistir estos movimientos naturales, pues, como<br />

se lee en el Hortensio "se obedece a la naturaleza cuando sin maestro se conoce lo que la<br />

naturaleza desea". Y como la naturaleza es buena, nada malo puede codiciar o negar la<br />

bondad de lo bueno. Ríndete, pues, a los deseos de la libido, que es buena, no caigas en el<br />

mal de resistir a un bien.<br />

30. Nada de esto digo, me respondes; no es justo sospechar que pienso de una manera y<br />

hablo de otra. No hagas a otro lo que no quieres te hagan a ti y no digas: "Invitamos a<br />

disfrutar de la dulzura de sus frutos", cuando citamos estas palabras del Apóstol: Sé que<br />

no habita en mí, es decir, en mi carne, el bien 59 , porque, aunque no hagan el bien que<br />

quieren, y que consiste en no sentir apetencias, no dejan de hacer el bien al no ir detrás<br />

de sus malos deseos. Si crees dar lecciones de castidad cuando dices: "No quieras ser<br />

vencido por el bien; vence el bien con el bien", ¡con cuánta más razón no la enseñaremos


nosotros cuando decimos: No te dejes vencer por el mal, antes vence el mal con el bien! 60<br />

Mira lo injusto que es no creer que combatimos lo que censuramos cuando tú no quieres<br />

demos fe a tu deseo de gozar de lo que alabas. ¿Es que no pueden ser castos los<br />

enemigos de la concupiscencia y lo pueden ser sus amigos? Al negar la existencia del<br />

pecado original y rehusar creer en Jesús, salvador de los niños, quieres introducir en el<br />

paraíso, antes del pecado, la ley del pecado que lucha contra la ley del espíritu. Y es lo que<br />

en esta obra refutamos. No queremos ser jueces en lo que en vosotros no vemos, ni<br />

tampoco en lo que oímos decir de vosotros. No nos interesa saber lo que hacen en secreto<br />

los panegiristas públicos de la concupiscencia.<br />

Un ejemplo da luz<br />

VIII. 31. Mencionas unas palabras mías en las que, al hablar del matrimonio y de la<br />

concupiscencia en los primeros padres, hice una distinción y dije: "Lo que después hicieron<br />

para tener hijos constituye el bien del matrimonio; lo que por sonrojo cubrieron es el mal<br />

de la concupiscencia". Crees refutar mi sentencia diciendo: "Imposible que un buen efecto<br />

no merezca el mismo elogio que su causa, sin la cual no puede existir". Y así quieres aunar<br />

en el elogio matrimonio y concupiscencia. Pon un poco de atención, y verás cómo se<br />

derrumba tu doctrina. En primer lugar, el universo, obra de Dios, no puede existir sin<br />

males. Sin embargo, el mal no puede compartir con el bien la alabanza. Segundo, "si es<br />

imposible que un buen efecto no merezca el mismo elogio que su causa, sin la cual no<br />

puede existir"; será consecuente decir que, cuando se condena un mal, es necesario<br />

censurar las obras de Dios, sin las cuales no pueden existir los males. Y entonces<br />

censuramos las obras de Dios, pues condenamos los males, que sin las obras buenas no<br />

pueden existir. Todo mal existe en alguna obra buena de Dios, pues sin ella es imposible<br />

su existencia.<br />

En una palabra, sin ir más lejos, censuras los miembros humanos cuando condenas el<br />

adulterio, pues sin dichos miembros no hay adulterio. Y, si no lo haces, para no dar la<br />

sensación de estar loco, confiesa que no puedes aunar en el mismo elogio matrimonio y<br />

concupiscencia, sin la cual hoy no puede existir. Un mal cualquiera no puede tener común<br />

la censura con la obra de Dios, sin la cual nunca puede existir. Y como tu definición es<br />

vana y falsa, lo son también las consecuencias que has deducido.<br />

32. Nunca he dicho, como, siguiendo tu costumbre, me calumnias, que fuera invencible el<br />

placer de la carne. Los dos estamos de acuerdo en que puede y debe ser vencido: pero tú<br />

lo rechazas como un bien opuesto a otro bien mayor; yo como un mal opuesto a un bien;<br />

tú, confiado en tus propias fuerzas; yo, en la gracia del Salvador, para que sea vencida la<br />

concupiscencia no por un torpe apetito, sino por la caridad de Dios, que se ha derramado<br />

en nuestros corazones no por nuestro esfuerzo, sino por el Espíritu Santo que nos ha sido<br />

dado 61 .<br />

33. Por lo que se refiere a "la confusión de nuestros primeros padres, que les hizo tapar<br />

ciertas partes de su cuerpo", en vano pretendes haber probado tu aserto con un texto del<br />

Apóstol. De hecho, las partes del cuerpo que él llama deshonestas, tú las llamas<br />

pudibundas. Sobre esto hemos ya discutido bastante. Pero de nuevo te refugias en Balbo y<br />

en la literatura de los filósofos, como si Balbo pudiera prestarte su palabra sobre la<br />

confusión de nuestros primeros padres cuando no tienes nada que decir. Y si, al menos,<br />

cedieses a ciertas verdades que los filósofos han dejado caer en sus escritos, tendrías los<br />

ojos del corazón abiertos, y así oirías llamar al placer de la carne cebo e incentivo del mal<br />

y ver cómo lo declaran pasión viciosa del alma. Así, cuando Balbo afirma que las partes de<br />

nuestro cuerpo donde se realiza la digestión están alejadas del sentido, dice verdad,<br />

porque los alimentos, en el momento de la digestión, lejos de agradar al sentido, les<br />

causan repugnancia. Por eso, la parte del cuerpo por la que se expelen los restos de los<br />

alimentos ya digeridos está naturalmente oculta por las partes prominentes que la rodean.<br />

Y así estaban dispuestas en el cuerpo de nuestros primeros padres cuando estaban<br />

desnudos y no sentían sonrojo. Mas después del pecado se cubrieron no las partes ocultas,<br />

sino las que estaban patentes, y no por el horror que les causaba su vista, sino por el<br />

placer que les causaba tu favorita, y que excitaba en ellos un movimiento codicioso; por<br />

eso, oficio del pudor es ocultarlas.<br />

34. Si obras de buena fe, no has entendido lo que dije sobre el mal "que hace al hombre<br />

cojear y el bien que se alcanza cojeando". Por este bien al que se llega con ritmo desigual


no he querido designar al hombre que nace de la unión de los esposos, como crees o<br />

finges creer, sino que con este vocablo designo el fin bueno que tiene el matrimonio,<br />

aunque no se tengan hijos. La siembra pertenece al varón; el recibir la semilla, a la mujer.<br />

Hasta esta frontera pueden llegar los cónyuges en el acto marital. Por eso dije que no<br />

pueden llegar a esta meta sin el mal de la cojera, es decir, de la concupiscencia. La<br />

concepción y el nacimiento son ya obra de Dios, no del hombre; sin embargo, con esta<br />

intención y voluntad realiza el matrimonio el bien que pertenece a su obra. Mas como el<br />

feto nace expuesto a condenación si no renace, los matrimonios cristianos no deben<br />

limitar su obra a una acción pasajera, sino que han de prolongarla, y su querer ha de<br />

proponerse el engendrar hijos que puedan ser regenerados. Y así, en estos matrimonios se<br />

encuentra una castidad verdadera, que los hace agradables a Dios, pues sin fe es<br />

imposible agradar a Dios 62 .<br />

Precisiones. Pecado y pena del pecado<br />

IX. 35. Llegas luego al pasaje del Apóstol en el que dice: Sepa cada uno poseer su vaso -<br />

es decir, su esposa- no dominado por una pasión malsana, como hacen los gentiles, que<br />

no conocen a Dios 63 . Al comentar esta perícopa dije: "No se prohíbe el acto conyugal lícito<br />

y honesto; mas el fin del ayuntamiento ha de ser la voluntad de tener hijos, no el placer<br />

de la concupiscencia; y lo que sin pasión no puede realizarse, si se realiza, no ha de tener<br />

por fin la libido en sí misma".<br />

Al llegar aquí exclamas: "¡Oh abismo de las riquezas de sabiduría y ciencia de Dios! 64 ,<br />

porque quiso, al margen de toda recompensa por obras futuras, que el libre albedrío<br />

ejerza una especie de juicio sobre la mayor parte de nuestras obras; pues es -dices- de<br />

toda justicia que, si el hombre es bueno, lo sea para sí, y, si es malo, lo sea para sí; y de<br />

esta manera el bueno disfruta de su bondad y el malo sufre la pena de su maldad". Tu<br />

exclamación no viene a cuento, pero prueba tu embarazo; tu grito no puede aliviar el peso<br />

que te oprime si con tenacidad defiendes tu dogma impío, pues te empeñas en someter el<br />

hombre de bien a su propio juicio, de suerte que la gracia de Dios no le sea ya necesaria,<br />

como si pudiera obrar el bien por su propio esfuerzo. ¡Felizmente, no es así! Los que<br />

confían en sí mismos y por sí mismos actúan no son buenos, pues no son "hijos de Dios".<br />

Pienso que en estas palabras reconocerás el dogma católico que destruye el vuestro.<br />

36. Algo dices también contra ti mismo, que no puedo pasar en silencio. ¿Recuerdas que,<br />

al disputar contra la verdad luminosa del Apóstol, dijiste: "Es imposible que una cosa sea,<br />

al mismo tiempo, pecado y pena de pecado?" ¿Por qué ahora olvidas tu vana charlatanería<br />

y alabas los tesoros de la sabiduría y ciencia de Dios porque ha querido, en espera del día<br />

en que recompense a cada uno según sus obras, que el libre albedrío ejerza una especie<br />

de juicio sobre una gran parte de sus obras, pues es de toda justicia, según tú, que<br />

buenos y malos sean confiados a sí mismos, para que los buenos disfruten de sus buenas<br />

obras y los malos sufran por sus malas acciones? En efecto, las obras de los malos son<br />

pecado, pues hacen el mal; y son pena de pecado, pues se ven obligados a sufrirlo en sí<br />

mismos; de suerte que el libre albedrío ejerce ya una especie de juicio, en virtud del cual<br />

el bien es recompensa para los buenos, y el mal, castigo para los malos; los buenos gozan<br />

de sí mismos y los malos sufren en sí mismos.<br />

Ves ahora cómo las armas que con jactancia esgrimes contra nosotros están embotadas y<br />

son completamente ineficaces, te dejan al descubierto y se clavan en ti mismo. Te ufanas<br />

también de hallar contradicción en mis palabras porque sostengo, no como con falsedad<br />

me acusas, que "el matrimonio es un invento del diablo"; sino que, aunque nadie hubiera<br />

pecado, los hijos no podían nacer sin el acoplamiento de los sexos. Y dije también que "la<br />

rebelión de la carne, con apetencias contrarias a las del espíritu, viene de la herida que<br />

causó el diablo al género humano"; y añado: "Esta ley del pecado que lucha contra la ley<br />

del espíritu fue introducida en el mundo por Dios en castigo del pecado; y, en<br />

consecuencia, es una pena del pecado".<br />

Te parecen entre sí contrarias estas dos afirmaciones; como si no fuera posible que un<br />

mismo mal fuera obra de la injusticia del diablo y de la justicia de Dios, pues el diablo, por<br />

propia maldad, es enemigo del hombre, y, por justo juicio Dios, le permite perjudicar a los<br />

pecadores. Como no hay tampoco contradicción en la Sagrada Escritura porque en un<br />

lugar diga: Dios no es autor de la muerte 65 ; y en otro: Vida y muerte vienen de Dios 66 . El<br />

diablo, cizañero del hombre, es causa de muerte; y Dios la introdujo no como primer<br />

autor, sino como vengador del pecado. Verdad que tú mismo has resuelto con bastante


claridad cuando dices que el hombre malvado es abandonado a sí mismo para que sea su<br />

propio tormento, siendo jueces Dios y el propio albedrío. No hay, pues, contradicción en<br />

que el hombre sea causa de su tormento y Dios el vengador del crimen.<br />

37. Abusas de la inteligencia de los tarados. No quiero decir que no entiendas o no sepas<br />

distinguir cosas tan opuestas como son "voluntad" y "voluptuosidad" y que por ceguera o<br />

cálculo tortuoso las confundas; y así como a los duros de oído los dos vocablos suenan lo<br />

mismo, confíes en convencer a los duros de corazón que significan lo mismo. He aquí por<br />

qué crees o quieres hacer creer a otros que mis sentencias se contradicen, como si<br />

reprobara lo que antes aprobé o abrazara ahora lo que antes rechacé. Escucha. Esta es mi<br />

sentencia clara y definitiva: entiende o deja entender a otros, sin correr las espesas<br />

cortinas de tus nebulosos discursos sobre la transparencia auténtica de la verdad. Es<br />

bueno usar bien de los males y honesto usar bien de lo deshonesto. Por esta razón, si el<br />

Apóstol 67 llama a ciertos miembros deshonestos, no es porque a esta obra de Dios le falte<br />

belleza, sino por la fealdad de la concupiscencia. Y los hombres castos no tienen necesidad<br />

de cometer estupros cuando resisten a la torpe concupiscencia, que les empuja a<br />

deshonestas acciones, sin la cual los esposos no pueden honestamente engendrar hijos.<br />

En los cónyuges existe pues, voluntad, al querer tener descendencia, y necesidad, al tener<br />

que usar de la concupiscencia. Y así, una cosa deshonesta es causa de una honesta; es<br />

decir, de la generación de los hijos y con esta intención la castidad conyugal tolera la<br />

concupiscencia que no ama.<br />

38. Citas con agrado textos de autores profanos que te parecen favorables a tu causa.<br />

Medita, pues, con sincero corazón lo que de Catón canta un poeta 68 :<br />

"Padre y marido para la ciudad,<br />

rinde culto a la justicia, rígido guardián de la honestidad.<br />

Bueno con todos, en ninguna acción de Catón<br />

se deslizó la voluptuosidad".<br />

Qué clase de hombre fuera Catón y si existía en él virtud y honestidad verdaderas, es otra<br />

cuestión. Con todo, cualquier fin que se haya propuesto en el cumplimiento de su deber,<br />

una cosa es cierta, y es que no engendró hijos sin placer de la carne. Sin embargo, la<br />

voluptuosidad jamás tomó parte en los actos de Catón, porque nunca hizo por placer lo<br />

que no podía hacerse sin agrado, y, aunque no conoció a Dios, sabía poseer su vaso sin el<br />

virus de esta pasión. Y tú no quieres comprender lo que dice el Apóstol: Que cada uno de<br />

vosotros sepa poseer su vaso no dominado por el mal de la concupiscencia, como hacen<br />

los gentiles, que no conocen a Dios.<br />

39. Muy en su punto la distinción que haces entre el bien menor del matrimonio y la<br />

continencia, que es un bien más noble; pero no abandonas tu dogma, enemigo en grado<br />

sumo de la gracia. Afirmas que "el Señor honra la belleza de la continencia, fruto de libre<br />

elección, cuando dijo: El que pueda entender, que entienda. Como si esto se entendiese<br />

no por el don de Dios, sino por la libre elección. Y te callas lo que ha dicho antes: No todos<br />

entienden este lenguaje, sino aquellos a quienes es concedido 69 . Piensa lo que callas y lo<br />

que dices. Pero lo que impide en ti un temor saludable es el pudor de no saber cómo<br />

defender una opinión que has precipitadamente abrazado. Condenas los excesos de la<br />

concupiscencia, pero no dejas de alabarla. Ni atiendes, ni sientes, ni comprendes que es<br />

un mal que es necesario combatir con la continencia para que no rebase los límites de la<br />

necesidad.<br />

40. Nos amonesta el Apóstol, y dice: Cada uno posea su vaso no dominado por el mal de<br />

la concupiscencia, y tú no quieres se entienda del matrimonio, sino de la fornicación; y<br />

suprimes así, en la unión marital, la honestidad de la templanza de suerte que nadie se<br />

crea obligado a "poseer su vaso sin obedecer al mal de la concupiscencia", cualquiera que<br />

sea la brutalidad lujuriosa en el acto sexual con su propia mujer. Porque, si juzgas que no<br />

es necesario observar cierta moderación en el trato conyugal, pudieras, al menos,<br />

reprender el exceso que el Apóstol designa con el nombre de enfermedad de la<br />

concupiscencia, y no obstinarte en negar que el Apóstol haya querido hablar de la mujer<br />

cuando recomienda a cada uno poseer su vaso, no dominado por la pasión. Del mismo<br />

vocablo se sirve Pedro, el apóstol, cuando, al hablar de la mujer, dice: Maridos, dad honor<br />

a la mujer, como a vaso más frágil, como a coherederos de la gracia. Y añade: Mirad no<br />

encuentren obstáculo vuestras oraciones 70 . Y en este sentido, su colega en el apostolado<br />

prescribe tiempos de moderación conyugal para vacar a la oración. Y les permite, pura


condescendencia, volver a yacer juntos para alivio de la concupiscencia, aunque no sea<br />

para tener hijos 71 .<br />

Estas son las palabras que deben escuchar los matrimonios cristianos y no las tuyas, pues<br />

defiendes que nunca deben reprimir la concupiscencia que tú alabas y la dejan reinar<br />

tranquila cuando, hambrienta de placer, se entregan a sus apetencias. Escuchen todos los<br />

fieles de Cristo unidos en matrimonio al Apóstol, para que de mutuo acuerdo templen el<br />

ardor de la carne y puedan dedicarse a la oración; y, cuando vuelvan a yacer juntos a<br />

causa de su intemperancia, aprendan a orar al Señor: Perdónanos nuestras deudas 72 . Lo<br />

que en el pensamiento del Apóstol es condescendencia, no mandato; se perdona, no se<br />

impera.<br />

Jamás se puede hacer un mal para cosechar un bien<br />

X. 41. Citas otras palabras mías en las que recomiendo a los esposos piadosos, pues son<br />

cristianos, engendrar hijos en este siglo para que renazcan en Cristo en el otro; crees<br />

haber destruido en tu segundo libro todo cuanto dije a este respecto. A mis lectores dejo<br />

el cuidado de leer mi respuesta. No se han de cometer adulterios, es claro, con la sana<br />

intención de engendrar hijos que puedan ser regenerados; ni se pueden cometer rapiñas<br />

para socorrer a los santos pobres, aunque sea necesario alimentarlos, pero sin cometer<br />

robos; sí haciendo buen uso de las riquezas injustas para que nos reciban en las eternas<br />

moradas 73 ; como no se han de cometer adulterios, sino que, haciendo buen uso del mal<br />

de la concupiscencia, los fieles casados puedan engendrar hijos para reinar eternamente<br />

con ellos.<br />

42. En el elogio que haces de la concupiscencia, tu protegida, dices, y es verdad, que<br />

durante el orgasmo es imposible pensar en nada. ¿En qué se puede pensar en esos<br />

momentos, cuando el alma, sujeto pensante, queda sumergida en la corriente del deleite<br />

carnal? Con elegancia, al tratar Cicerón de la voluptuosidad en el pasaje que más arriba<br />

cité, escribe: "Cuando su movimiento es muy violento, es enemiga, en grado sumo de la<br />

filosofía, pues los grandes pensamientos son incompatibles con la voluptuosidad". Y<br />

añade: "¿Quién, en el goce del placer, en su apogeo, puede pensar en su alma, razonar,<br />

prestar atención a otra cosa cualquiera?" 74<br />

No pudiste lanzar contra la concupiscencia que alabas acusación más grave que<br />

confesando que no se pueden tener pensamientos santos durante la excitación de sus<br />

movimientos. Pero un alma piadosa, al hacer "buen uso" de este mal, puede ocupar, sin<br />

embargo, su espíritu para poder soportar, en el acto del matrimonio, el mal de la<br />

concupiscencia, lo que ya no puede hacer al sentir la violencia de sus movimientos. Un<br />

hombre puede pensar en su salud antes de entregarse al descanso, cosa que ya no puede<br />

hacer mientras duerme. Aunque el sueño, al invadir nuestros miembros, no los hace<br />

rebeldes a la voluntad, pues aleja el querer de sus dominios, dirigiendo su actividad a las<br />

visiones nocturnas, en las que, a veces, se revela el futuro. Y si, en el paraíso, el hombre<br />

alternaba vigilia y sueño, ausente el mal de la concupiscencia, los sueños serían tan<br />

deliciosos como la vida de los que estaban despiertos.<br />

43. Te pavoneas y en vano lanzas el chorro espumoso de tu elocuencia comparando "los<br />

padres a los parricidas, pues son causa de que sus hijos nazcan condenados". En tus<br />

discursos te pareces a un ave que bate sus alas para elevarse en el aire y, en medio de un<br />

gran estrépito, te precipitas en ti mismo, sin mirar al cielo. ¿Por qué esto que afirmas de<br />

los padres no lo refieres al creador de los hombres, autor y origen de todos los bienes? Sin<br />

embargo, él no cesa de crear a los que, en su presciencia, conoce han de arder en el fuego<br />

eterno. Con todo, la creación se considera efecto de la bondad divina. Y a ciertos niños<br />

bautizados, que preconoce van a ser futuros apóstatas, no los arranca de esta vida para<br />

adoptarlos en su reino eterno y no les otorga el inmenso beneficio que les concede a los<br />

que dice la Escritura: Fue arrebatado de esta vida para que la maldad no pervirtiera su<br />

inteligencia 75 . Sin embargo, a Dios sólo le podemos atribuir la bondad y la justicia en todo<br />

lo que hace con buenos y malos. Y mucho más fácil es comprender que no se puede<br />

atribuir a los padres otra cosa que el deseo de tener hijos, pues, sin duda, ignoran lo que<br />

en el futuro serán.<br />

Pena levísima a los niños que mueren sin el bautismo<br />

44. Recuerdas estas palabras del Evangelio: Más le valdría no haber nacido 76 . El


nacimiento de un hombre, ¿no es más obra de Dios que de los padres? ¿Por qué no otorgó<br />

a su imagen lo mejor, pues preconocía el mal futuro, que sus padres no pueden conocer?<br />

Sin embargo, todo hombre inteligente atribuye a Dios lo que conviene a la bondad del<br />

Creador. A los padres les atribuye el deseo de tener hijos, pues ignoran el mal que un día<br />

les puede sobrevenir. No digo que los niños que mueren sin el bautismo de Cristo sean<br />

castigados con una pena tan grande que más les valdría no haber nacido; porque el Señor<br />

no dijo estas palabras de cualquier pecador, sino de los muy criminales e impíos. Si la<br />

sentencia que pronunció sobre Sodoma no se ha de entender sólo de los sodomitas, pues<br />

en el día del juicio unos han de ser castigados más gravemente que otros, ¿quién puede<br />

dudar que los niños no bautizados, que mueren sin pecado personal alguno, con sólo el<br />

original, han de sufrir la pena más leve de todas?<br />

Ignoro cuál será la naturaleza y magnitud de esta pena; sin embargo, no me atrevo a<br />

decir que fuera mejor para ellos no haber nacido que vivir en el estado en que se<br />

encuentran. Pero vosotros que los consideráis libres de toda culpa no queréis pensar en la<br />

clase de penas a las que los condenáis privando de la vida y del reino de Dios a tantas<br />

imágenes suyas y separándolas de sus piadosos padres, a los que tan claramente<br />

exhortáis a engendrar. Es injusto que los niños sufran castigo, si no tienen pecado; pero,<br />

si su castigo es justo, es necesario reconocer en ellos la existencia del pecado original.<br />

45. En relación con otras palabras mías en las que hablo de la honestidad de los santos<br />

patriarcas antiguos para con sus esposas en el acto conyugal, dices: "En el uso del<br />

matrimonio no tenían intención de engendrar hijos pecadores, que debieran ser lavados en<br />

el bautismo, porque entonces este sacramento, por el que recibimos la gracia de la<br />

adopción, no había sido instituido". Lo que del bautismo dices, es verdad. Pero no se ha de<br />

creer que antes de ser dada la circuncisión a los servidores de Dios, que creían en la<br />

venida, en carne, de un mediador, no hayan tenido como socorro algún sacramento en<br />

vista a la salvación de estos niños, aunque, por alguna oculta razón, lo haya querido<br />

silenciar la Escritura. Leemos 77 que existieron sacrificios que prefiguraron la sangre que<br />

quita el pecado del mundo. Y en tiempos de la ley vemos con mayor claridad que en el<br />

nacimiento de los niños se ofrecían ciertos sacrificios por los pecados. ¿Quieres decirme<br />

por qué pecados? Recuerda también que el alma de un niño engendrado por padres santos<br />

sería borrada de su pueblo si no era circuncidado al octavo día. Dime el motivo, si niegas<br />

fuera reo del pecado original.<br />

Matrimonio de José y María<br />

XII. 46. Invoqué el testimonio del Evangelio para afirmar que María era esposa de José.<br />

Disputas largo y tendido para combatir mi sentencia y te esfuerzas en hacer ver que<br />

"donde no hay entre esposos comercio carnal no existe matrimonio". En consecuencia, si<br />

los esposos no usan de su derecho, ya no son consortes, y la interrupción significa el<br />

divorcio. Para evitar este divorcio es menester que los esposos ancianos realicen lo que de<br />

jóvenes realizaban y no den descanso a sus cuerpos, ya sin vigor, al servicio del placer.<br />

Luego para seguir siendo marido y mujer no piensen que no son para los viejos los<br />

incentivos de la concupiscencia.<br />

Si esto te agrada, allá tú. Para mí, que tomo por guía la honestidad natural, común a<br />

todos los hombres, que admite tener mujer en vista a la generación de los hijos, sin<br />

examinar cómo cede a la concupiscencia la flaqueza; para mí, digo, que amén de la<br />

fidelidad conyugal que los esposos se deben mutuamente para no caer en adulterio, y que,<br />

además de la procreación de los hijos, único fin del ayuntamiento de los sexos, el<br />

matrimonio tiene aún un tercer bien, sobre todo para los que pertenecen al pueblo de<br />

Dios. Bien que, según mi parecer, es un sacramento, pues consagra esta unión e impide al<br />

marido separarse de su mujer estéril, o entregarla a otro que la pueda fecundar, como se<br />

cuenta hizo Catón, cuando no se quiere tener muchos hijos.<br />

Por eso, en aquella unión que llamé, según el Evangelio, matrimonio, dije se encontraban<br />

los tres bienes nupciales: "la fidelidad de los esposos, porque no hubo adulterio; los hijos,<br />

Cristo Jesús; el sacramento, porque no hubo divorcio". Dije, sí, que esta trilogía de bienes<br />

se planificó en los padres de Cristo; pero no por eso me hagas decir, como falsamente me<br />

acusas, que, si no existen estos tres bienes, sea un mal el matrimonio. Al contrario, digo<br />

que el matrimonio siempre es un bien, aunque los hijos sean fruto de un ayuntamiento<br />

carnal. Si esto fuera posible de otra manera y los esposos se uniesen; sería una concesión<br />

a la concupiscencia y harían de dicho mal un mal uso. Mas como, según la institución


divina, el hombre no puede nacer si no es por la unión de los dos sexos, cuando los<br />

esposos se rinden uno al otro el deber conyugal, hacen buen uso del mal de la<br />

concupiscencia; y, si buscan sólo el placer de la carne, pecan, pero su falta es leve.<br />

47. "José -dices-, en opinión de todos, era el esposo de María". Parece quieres dar a<br />

entender que es una opinión, no la verdad, cuando llama la Escritura a la virgen María<br />

esposa de José. ¿Vamos a creer que, al narrar el evangelista, con sus propias palabras o<br />

las de otro cualquiera, un suceso, habla según la opinión de los hombres, y el ángel,<br />

contra su conciencia y la de su interlocutor, cuando habla cara a cara con José, le habló,<br />

acaso, según una opinión común y no según la verdad al decirle: No temas recibir a María<br />

como esposa? Además ¿por qué hacer descender la genealogía de Cristo hasta José 78 sino<br />

para expresar que su matrimonio era verdadero, en el que es cabeza el varón? Esto fue lo<br />

que dije en el libro que tú refutas; pero no te has atrevido a tocar este pasaje. Dice del<br />

Señor el evangelista San Lucas: Era, según se creía, hijo de José 79 ; y es porque los<br />

hombres creían era hijo de José según la carne, y el evangelista quiso destruir esta falsa<br />

opinión, sin negar, contra el testimonio del ángel, que María fuera su esposa.<br />

48. Tú mismo confiesas que "María recibió el nombre de esposa de José en virtud de la fe<br />

que se habían jurado al desposarse". En efecto, José no buscó otra mujer al comprobar la<br />

preñez de la virgen santa, fruto de una fecundidad divina; ni la hubiera recibido en su casa<br />

si no fuera su esposa. Ni pensó en romper la fe conyugal, aunque comprendió se debía<br />

abstener de todo contacto carnal. Piensa lo que quieras de este matrimonio, pero no me<br />

hagas decir, como falsamente me acusas, que "el matrimonio de nuestros primeros padres<br />

fue instituido de manera que sin la unión sexual fueran marido y mujer". Pero en el<br />

paraíso, antes del pecado, ¿la carne codiciaba ya contra el espíritu, o ahora no ha lugar en<br />

los casados cuando el pudor conyugal frena los excesos de la concupiscencia, en la que<br />

niegas exista algún mal? ¿Puede el hombre verse libre de este mal innato sino por la<br />

regeneración? Esto es lo que entre nosotros se discute. Y en este terreno vuestra impía<br />

novedad queda asfixiada por la verdad católica, con pátina de antigua tradición.<br />

Un testimonio de Job<br />

XIII. 49. Apilas testimonios de la Sagrada Escritura para probar lo que entre nosotros es<br />

incuestionable; es decir, "que Dios es el creador de los hombres". Verdad innegable, aun<br />

cuando se trate de la creación de cualquier gusarapo. ¿A qué todo esto sino para dar la<br />

sensación de correr en vano, impulsado por el viento, por el campo de las palabras? Y<br />

cuando, con verborrea incontenible, citas un testimonio del santo Job, ¿cómo no te vino a<br />

la memoria lo que este hombre de Dios dice del pecado del mundo: Nadie está libre de<br />

inmundicia, ni el niño cuya vida sobre la tierra es de un día? 80 ¿Quién, a no ser el que<br />

niegue la existencia de Dios o piense que Dios no se ocupa de lo que pasa aquí abajo,<br />

puede negar que la misericordia de Dios, que salva a hombres y animales, que hace salir<br />

el sol sobre buenos y malos 81 , se extiende a pequeños y grandes?<br />

Esto es lo que quieres enseñarnos, como si nosotros cuestionáramos estas verdades<br />

cuando citas el pasaje en el que Job dice al Señor: Me tejiste de huesos y nervios, me<br />

agraciaste con vida y misericordia 82 . Pudo muy bien hablar aquí Job no del hombre en<br />

general, sino que quiso dar gracias a Dios porque, nacido según la carne, Dios no<br />

abandonó al que había formado, antes usó con él de misericordia dándole verdadera vida,<br />

es decir, vida de justicia. O bien, como si la vida que al nacer había recibido le pareciera<br />

una nonada, añade que "Dios le hizo merced" para que no permaneciera, por naturaleza,<br />

hijo de ira como los demás, sino que le otorgó su gracia para que fuese vaso de<br />

misericordia y no de ira.<br />

50. No recuerdo ya cuántas veces he explicado el porqué un hombre fiel no es culpable, a<br />

pesar del mal que habita en él, es decir, en sus miembros, mientras el niño al nacer es reo<br />

de pecado. Se trata de un beneficio que el fiel recibe en su regeneración, no en su<br />

nacimiento. De este reato ha de ser liberada la prole, como lo fueron sus padres.<br />

Pueden cambiar de un cuerpo a otro las cualidades,<br />

sin emigrar de lugar<br />

XIV. 51. Algo grande te enseña la dialéctica, y es "que una cosa que está en un sujeto no<br />

puede subsistir sin su sujeto; de donde se sigue -piensas tú- que el mal, que está en los<br />

padres como en su sujeto, no puede pasar a otra cosa, es decir, a los hijos, y, por


consiguiente, no participan de la culpa de los padres". Tendrías toda la razón para hablar<br />

así si el mal de la concupiscencia no se transmitiera a los hijos. Pero nadie es engendrado<br />

sin este mal y nadie puede nacer sin él. ¿Cómo dices que este mal no se transmite a los<br />

hijos, si pasa por ellos? No es Aristóteles, cuyas Categorías no entiendes, sino el Apóstol,<br />

el que dice: Por un hombre entró el pecado en el mundo y pasó a todos los hombres 83 . No<br />

te engaña la dialéctica, es que tú no la entiendes.<br />

Sin embargo, es verdad lo que en ella leíste: todo radica en un sujeto; por ejemplo: las<br />

cualidades no pueden subsistir sin el sujeto en el que se encuentran; como en el sujeto<br />

cuerpo, el color y la forma; pero pueden pasar a otros cuerpos, modificándolos, sin<br />

cambiar de lugar. Así, los etíopes son negros, y engendran hijos negros como ellos. Sin<br />

embargo, no se puede decir que los padres transmitan el color a sus hijos, como si fuera<br />

una túnica, pero comunican la cualidad de su cuerpo al hijo que de ellos nace. Y lo que es<br />

aún más admirable es que cualidades corporales pasen a realidades incorpóreas; y esto ha<br />

lugar cuando, en cierto modo, sorbemos por la vista las formas de los cuerpos, y las<br />

guardamos en los silos de nuestra memoria y las llevamos con nosotros adondequiera que<br />

vayamos. Formas que no abandonan los cuerpos en que estaban y, sin embargo, pasaron<br />

a nosotros, impresionando, de una manera maravillosa, nuestros sentidos; y así pasaron<br />

del cuerpo al espíritu y de la misma manera que pasan del alma al cuerpo. Los colores de<br />

las varas que descortezó Jacob afectaron los sentidos de las ovejas, y de éstas pasaron a<br />

sus corderitos 84 . Quizá puede suceder algo semejante en los fetos humanos, si es cierto lo<br />

que escribe Sorano, médico celebérrimo, y lo confirma con un ejemplo histórico. Cuenta<br />

que el tirano Dionisio, no queriendo que los hijos fueran tan feos como él, tenía la<br />

costumbre de poner ante los ojos de su mujer, cuando se acostaba con ella, una imagen<br />

bellísima, para que su esposa, enamorada de la hermosura, la transmitiera a sus hijos.<br />

Dios no crea las naturalezas para suspender luego sus leyes, a las que dio movimientos<br />

acomodados a su ser. Y lo mismo los vicios, siempre radican en un sujeto, y de los padres<br />

pasan a los hijos, no emigrando de sujeto en sujeto, cosa imposible, como lo prueba la<br />

categoría dialéctica que citas y es muy verdadera; pero sí se pueden comunicar a otro<br />

sujeto por afección o contagio, lo que tú no entiendes.<br />

La carne de Cristo, a semejanza de una carne de pecado<br />

XV. 52. Con gran copia de argumentos te afanas por llegar al abismo de la impiedad<br />

cuando dices: "La carne de Cristo nacida de María, cuya carne virginal, como la de todos<br />

los hombres, viene de Adán y en nada difiere de la carne de pecado; por eso, sin<br />

establecer distinción alguna, dice el Apóstol que Cristo fue enviado revestido de una carne<br />

semejante a la carne de pecado" 85 . E insistes "en que no hay carne de pecado, para que<br />

no se diga que la carne de Cristo es carne de pecado".<br />

¿Cómo puede existir una carne a semejanza de la carne de pecado si no hay carne de<br />

pecado? Afirmas que "no entendí la sentencia del Apóstol". Pero el caso es que tú no me la<br />

explicas, para que, bajo tan gran doctor, pudiera aprender de tus labios que una cosa<br />

puede asemejarse a otra que no existe. Si hablar así no tiene sentido y la carne de Cristo<br />

no es carne de pecado, sino semejante a una carne de pecado, resta reconocer que,<br />

exceptuado la de Cristo, toda carne humana es carne de pecado.<br />

Aquí asoma la concupiscencia, por la cual Cristo no quiso ser concebido y es causa de la<br />

propagación del mal en el género humano; porque, aunque el cuerpo de María fuese fruto<br />

de la concupiscencia, no la trasvasó al cuerpo de aquel que concibió en su seno al margen<br />

de toda concupiscencia. Y todo el que niegue que la carne de Cristo es carne a semejanza<br />

de la carne de pecado, y compare la carne de Cristo a la carne de todos los hombres que<br />

vienen a este mundo, e iguale en pureza las dos, debe ser condenado como hereje<br />

detestable.<br />

53. Te parece haber hecho un gran descubrimiento, acerca del cual copiosamente<br />

discurres, para probar que "si los niños al nacer pueden traer de sus padres algún mal,<br />

serán sanados por las manos de Dios, que los formó en el seno de sus madres". Y como si<br />

yo negase que "él es el creador de los hombres", lo pruebas con multitud de textos<br />

escriturísticos, entre los cuales está éste del Eclesiástico: Las obras de Dios son ocultas 86 ;<br />

a continuación añades otras palabras de tu cosecha, y dices: "Este texto hace ver la<br />

vanidad de aquellos que piensan poder investigar y comprender las profundidades de los<br />

misterios de la naturaleza". Esto te lo puedes aplicar a ti mismo y no dogmatices


temerariamente sobre el origen del alma, porque ni la razón ni las santas Escrituras dicen<br />

nada positivo a este respecto. Di, más bien, con la madre de los Macabeos, cuyas<br />

palabras, dirigidas a sus hijos, mencionas: No sé cómo aparecisteis en mis entrañas 87 .<br />

Ciertamente, no habla de la formación de sus cuerpos, pues sabía con certeza haber<br />

concebido por la unión con su marido, pero ignoraba en absoluto si las almas de sus hijos<br />

traían su origen del alma de sus padres o venían a sus entrañas traídas de otra parte. Y,<br />

para evitar una afirmación temeraria, confesó su ignorancia.<br />

Cuestionas y dices: "¿Por qué los niños, que se dicen manchados por el pecado de sus<br />

padres, no son purificados por la mano divina que los ha formado?" Mas no adviertes que<br />

esto mismo se puede decir de los defectos corporales con los que no pocos niños vienen al<br />

mundo, aunque ¡lejos de nosotros dudar que es un Dios bueno y verdadero el creador de<br />

todos los cuerpos! Sin embargo, vemos salir de las manos de tan consumado artífice seres<br />

deformes y monstruosos, que algunos llaman errores de la naturaleza; y, al no poder<br />

adivinar la razón por la cual el poder divino actúa de esta manera, sienten sonrojo por<br />

ignorar lo que no saben.<br />

54. Por lo que se refiere a la transmisión del pecado original a todos los hombres por el<br />

canal de la concupiscencia de la carne, no pudo pasar a la carne que sin ella la Virgen<br />

concibió. Porque, aunque yo no haya dicho nada contrario a la verdad en el libro que<br />

dediqué a Marcelino, de santa memoria, y que tú has querido alegar contra mí porque dije<br />

que, "por su prevaricación, Adán había infectado, en su persona, a todos sus<br />

descendientes", sin embargo, no había infectado la carne de Cristo cuando vino al seno de<br />

su Madre, porque no vino vía concupiscencia, que infectó a todos los mortales.<br />

Mas, como no has querido citar mis palabras tal como yo las escribí y se refieren<br />

especialmente a nuestra cuestión, me vas a permitir ponerlas aquí a la letra para que se<br />

sepa por qué las omitiste. "Adán -dije- contagió en su persona a todos los que habían de<br />

nacer de su estirpe por el secreto conducto de su concupiscencia carnal". No pudo, pues,<br />

infectar la carne, en cuya concepción ni hizo acto de presencia. Cristo tomó nuestra<br />

mortalidad del cuerpo de su madre, en la cual encontró un cuerpo mortal; pero no<br />

contrajo la mancha del pecado original, porque la concupiscencia no tomó parte en su<br />

concepción. Mas, si no hubiera tomado de su madre la mortalidad, sino la sustancia de su<br />

carne, no sólo su carne no sería carne de pecado, sino tampoco semejante a una carne de<br />

pecado.<br />

55. Me comparas e igualas "al hereje Apolinar, que negó en Cristo una carne dotada de<br />

sentido". Dices esto para cubrir de tinieblas los ojos de los ignorantes, para que no puedan<br />

ver la luz de la verdad. Hay una gran diferencia entre el sentido de la carne, sin el cual<br />

ningún hombre ha existido, existe o existirá, si es cuerpo viviente, y la concupiscencia de<br />

la carne, que lucha contra el espíritu, y que el primer hombre no conoció antes del pecado.<br />

Tal ha sido la naturaleza de Cristo hombre; porque así como aquél fue creado del limo de<br />

la tierra, Cristo hombre fue formado de una mujer que no conoció la concupiscencia. Sin<br />

embargo, de ella asumió la flaqueza de su condición mortal, que no existía en la carne del<br />

primer hombre antes del pecado, para que su carne fuera a semejanza de la carne de<br />

pecado, semejanza que no existió en la carne de Adán. Y, para darnos ejemplo en el sufrir,<br />

no tuvo males propios, pero soportó los ajenos. Fue nuestro compañero en el sufrimiento,<br />

no en las concupiscencias<br />

56. Por lo cual es conveniente que los nacidos de Adán pasen a Cristo, para que las<br />

imágenes de Dios no sean excluidas del reino de Dios; decir que esto es factible sin que un<br />

mal sea la causa, es no tener temor ni amor de Dios. Es necesario, pues, que el hombre<br />

nazca con este mal, porque nuestro origen está viciado. "Lejos de nosotros reducir los<br />

regenerados, como nos calumnias, a la triste fatalidad de ser criminales, cuando Dios les<br />

concede la gracia de las virtudes". Aunque sintamos en nosotros una ley contraria a la ley<br />

de nuestro espíritu, no sólo no nos vemos reducidos a la fatalidad de cometer crímenes,<br />

sino que tenemos ocasión de adquirir gloria y honor cuando, por beneficio divino, el<br />

espíritu embrida los deseos de la concupiscencia. De cualquier lado que te vuelvas,<br />

cualquier dirección que tomes, en cualquier fuente que bebas tus razonamientos, los<br />

amplifiques, orees, desparrames, nunca se podrá reconocer como buena una cosa contra<br />

la cual combate el espíritu.<br />

57. "No pudo Cristo -dices- darnos ejemplo, si su naturaleza era diferente de la nuestra".<br />

Ciertamente pudo. ¿No nos exhorta a imitar el ejemplo de su Padre, que hace salir el sol


para buenos y malos, para que, a imitación suya, amemos a nuestros enemigos 88 ?<br />

Además, la naturaleza de Cristo hombre no era diferente de la nuestra, pero sí lo fue en el<br />

pecado; porque como hombre, sólo él y ninguno más nació sin pecado. En lo que se<br />

refiere a la vida, en la que sí debemos imitar a Cristo hay una gran diferencia entre él y<br />

nosotros, pues nosotros somos hombres y él es también Dios, porque un hombre justo no<br />

puede hacer por un hombre lo que puede hacer un hombre-Dios.<br />

Has dicho una gran verdad cuando citas el texto del apóstol San Pedro, en el que se dice<br />

de Cristo: No cometió pecado, y has hecho notar que, para demostrar que Cristo no tuvo<br />

pecado, juzgó suficiente decir: "No cometió pecado"; porque, si no lo cometió, dices, no lo<br />

tuvo. Todo esto es verdad. En efecto, si en la niñez hubiera tenido pecado, lo cometería en<br />

la edad adulta. No hay hombre, excepto Cristo, que no cometa pecados más graves al<br />

crecer en edad, porque no hay hombre, excepto él, que en su niñez esté sin pecado.<br />

58. "Suprime -dices- la causa por la que Cristo nos sirve de ejemplo, y queda suprimida la<br />

del precio que por nosotros se hizo". No es de admirar aludas sólo al ejemplo de Cristo,<br />

pues eres enemigo de la gracia, que él en plenitud tenía. "En la esperanza -dices- de<br />

carecer de todo mal, recurrimos a la fortaleza de la fe. Mas no por eso nos vemos privados<br />

de las fuerzas de la naturaleza, porque, aun después del bautismo, permanece intacta en<br />

nosotros la virilidad".<br />

Lo que llamas virilidad y no es otra cosa que la concupiscencia de la carne, ciertamente<br />

subsiste, no se puede negar; pero contra ella combate el espíritu, para que el hombre<br />

regenerado no se vea arrastrado por su concupiscencia, atraído y seducido. Esta<br />

concupiscencia que lucha contra el espíritu para seducirnos no es un bien, aunque no lo<br />

consiga por la resistencia que le opone el espíritu, que le impide concebir y parir el<br />

pecado. De esta concupiscencia habla el Apóstol cuando dice: Sé que no habita en mí, es<br />

decir, en mi carne, el bien 89 . Si Cristo hubiera tenido en su naturaleza algo que no fuera<br />

bueno, no podría sanar lo que hay de malo en la nuestra.<br />

¿Puede, de una naturaleza libre de vicio, nacer el pecado?<br />

XVI. 59. Copias otro pasaje de mi libro en el que digo: "El acto conyugal, con intención de<br />

engendrar hijos, no es pecado, pues entonces la buena voluntad del espíritu es guía de la<br />

voluptuosidad del cuerpo que acompaña al acto y no es el placer del cuerpo el que guía al<br />

espíritu". Por el contrario, tú replicas: "El pecado no puede nacer de una cosa exenta de<br />

pecado". Y de esta manera crees destruir el pecado original, que sólo lo puede ser por el<br />

Salvador, y de su beneficio tú excluyes a los niños. Él lo aniquila pagando la deuda de los<br />

culpables; tú, negando su existencia. Por eso, el acto conyugal en vista a la generación de<br />

los hijos no es pecado, porque usa bien de la ley del pecado, es decir, de la concupiscencia<br />

que habita en nuestros miembros y lucha con el espíritu. Si esta concupiscencia no hace<br />

reo al padre porque ha sido ya regenerado, ¿por qué admirarse que haga al niño culpable,<br />

fruto de esta concupiscencia, y por esta causa necesita ser regenerado? Pero cuando dices<br />

que "el pecado no puede venir de uno que esté sin pecado", si reflexionas un momento,<br />

verás el buen servicio que haces a los maniqueos, de suerte que anhelarías borrar estas<br />

palabras de tu libro y de la memoria de tus lectores. Porque, si el pecado no puede nacer<br />

de uno que está sin pecado, es necesario admitir, con los maniqueos, que los pecados<br />

nazcan de una naturaleza al hombre extraña. En el primer libro de esta obra (c. 8)<br />

demostré ya cuánto favorecen esta y otras expresiones semejantes la causa de los<br />

maniqueos. Lo que aquí dices y lo que allí afirmaste tiene igual valor. ¿Ves cómo, amén<br />

del error que te es propio por ser pelagiano, debemos refutar otras expresiones tuyas<br />

parecidas a ésta, si queremos triunfar de los maniqueos? "De una cosa libre de pecado no<br />

nacen pecados". Mas la verdad te es contraria, destruye tu doctrina y la de los maniqueos,<br />

con quienes sientes al unísono. El ángel, creado por Dios, fue una naturaleza libre de<br />

pecado, y el primer hombre, creado por Dios, libre de pecado lo creó; en consecuencia,<br />

negar que el pecado puede nacer de una naturaleza libre de pecado, o es maniqueísmo<br />

declarado o, incauto, favorece su causa.<br />

60. Refieres otras palabras mías y razonas como si yo hubiera dicho que "se honra la<br />

concupiscencia cuando se sirven de ella los casados para engendrar hijos". Dices lo que te<br />

place, pues yo no he dicho ni pensado nada semejante. ¿Cómo, en efecto, se puede<br />

honrar la concupiscencia cuando de ella se usa para la generación de los hijos, si, por el<br />

contrario, se la somete al imperio del espíritu para impedir nos arrastre a condenables<br />

excesos? Por eso dijimos que "no es siempre criminal usar de la concupiscencia", y, como


si fuéramos nosotros los que lo hemos dicho, concluyes: "Los adúlteros cometen pecado<br />

menos grave que los maridos, porque, según tú, la concupiscencia sirve a los casados para<br />

pecar y en los adúlteros manda". Pero como estoy muy lejos de haber hablado así, me<br />

inquieta poco la consecuencia que saques de lo que yo no he dicho; pues repito una vez<br />

más que no siempre es pecado usar de la concupiscencia porque no es pecado hacer buen<br />

uso de una cosa mala, como no se puede concluir que una cosa es buena porque el<br />

hombre haga buen uso de ella. De dos hombres muy diferentes dice la Escritura: El hijo<br />

instruido será sabio y se servirá del servidor imprudente 90 . ¿Acaso es un bien ser<br />

imprudente para que de él se sirva bien el sabio? No dice Juan el apóstol: "No os sirváis<br />

del mundo"; sino que en el mismo pasaje en que habla de la concupiscencia de la carne<br />

escribe: No améis este mundo 91 .<br />

El que usa una cosa sin amarla es como si no la usase, porque no la usa por la cosa en sí,<br />

sino en función de otra que ama y por la cual usa la que no ama. Por este motivo, Pablo,<br />

su colega en el apostolado, dice: Los que usan de este mundo, como si no usasen 92 . ¿Qué<br />

quieren decir las palabras como si no usasen sino que no han de amar este mundo del que<br />

usan, porque este mundo es de tal condición que no se puede hacer buen uso de él más<br />

que no amándolo? Y de esta manera es necesario obrar también en aquellas cosas de este<br />

mundo que en sí son buenas, sin embargo, no conviene poner en ellas el corazón. ¿Quién,<br />

con razón, puede decir que el dinero es malo? Con todo, nadie puede hacer buen uso de él<br />

si lo ama. ¿Con cuánto mayor motivo se podrá decir lo mismo de la concupiscencia? Un<br />

mal espíritu puede codiciar el dinero, pero éste no puede codiciar contra un espíritu bueno,<br />

cosa que hace la concupiscencia; por consiguiente, el que niega sea un mal la<br />

concupiscencia. peca, y el que hace buen uso de este mal, no peca. Tu razonar sería recto<br />

si dijeras: "Si la concupiscencia es mala, son más culpables los casados, a quienes ella<br />

obedece, que los adúlteros, sobre los que ejerce su imperio". Pero eso si nosotros<br />

dijéramos que los casados se sirven del mal de la concupiscencia para criminales acciones,<br />

como puede servirse un homicida de su esclavo para matar, en lugar de decir, como lo<br />

hacemos, que los casados no usan mal de la concupiscencia cuando tienen por fin la<br />

generación de los hijos. Y puesto que es nuestro sentir que el comercio carnal entre<br />

esposos, en vista a la procreación, es un bien, aunque los ni-os, fruto del matrimonio,<br />

nazcan infectados por el contagio del primer pecado, cuya herida no puede ser curada sino<br />

por la regeneración. Resta, pues, que los fieles casados usen del mal de la concupiscencia<br />

como un sabio que para realizar obras buenas se sirve de un servidor indiscreto.<br />

61. Mas como vosotros sois hombres de muy agudo ingenio, condenáis en los hombres<br />

entregados al placer y a las obscenidades no el modo o el género, sino el exceso de la<br />

voluptuosidad, porque sabéis, dices, que este exceso se puede reprimir "reduciéndolo a<br />

sus justos límites. Si puede, impida el alma a la concupiscencia rebasar los límites dentro<br />

de los cuales se quiere represar. Y, si es incapaz, es necesario, para impedir que la<br />

concupiscencia se entregue a los excesos, combatirla como a enemigo peligroso que trata<br />

de franquear la línea divisoria que le ha sido trazada. "Damos testimonio -dices-que sólo<br />

las vírgenes y los continentes la pueden menospreciar". ¿Es que las vírgenes y los<br />

continentes no luchan contra la concupiscencia de la carne? ¿Contra qué libran "gloriosos<br />

combates", de los cuales hablas, para poder conservar la virginidad y la continencia? Y, si<br />

guerrean, existe un mal a combatir. Y ¿dónde habita este mal sino en ellos mismos? Luego<br />

con plena verdad pueden decir: "No habita en mí, es decir, en mi carne, el bien".<br />

62. "El matrimonio -dices- no es otra cosa que la unión de los cuerpos"; y luego añades<br />

algo que es verdad: "sin la mutua atracción de los cuerpos y sin el acto natural, no es<br />

posible la procreación". Pero ¿vas a negar que en los adúlteros no existe esta mutua<br />

atracción de los cuerpos ni la acción natural? No es buena, pues, tu definición del<br />

matrimonio. Una cosa es el matrimonio y otra que sin el acto natural no se puedan<br />

engendrar hijos. Sabes que pueden nacer hijos fuera del matrimonio y que sin el acto<br />

íntimo puede existir verdadero matrimonio; de otra suerte, no existiría matrimonio<br />

verdadero, por silenciar otros casos, entre ancianos, impotentes para el acto matrimonial,<br />

o que, sin esperanza de hijos, sienten sonrojo o no quieren usar de su derecho.<br />

Ves con qué ligereza defines el matrimonio, diciendo que "es la unión de los cuerpos".<br />

Sería, quizás, más razonable decir que el matrimonio incoa esta unión física con el fin de<br />

tener hijos, pues sin la unión de los cuerpos no se engendran. Sin embargo, esta unión de<br />

los cuerpos con el fin de tener hijos hubiera sido muy otra a lo que hoy es si nadie hubiera<br />

pecado. ¡Lejos de nosotros pensar que, en el paraíso, aquella honestísima felicidad<br />

obedeciera a los movimientos de la concupiscencia! ¡Lejos de nosotros creer que aquel


sosiego de alma y cuerpo pudiera ser turbado por algo contra lo que la naturaleza del<br />

primer hombre debiera luchar! Si, pues en el Edén no existía concupiscencia a la cual<br />

servir ni contra la que era necesario luchar, o no existió en el paraíso o no era como hoy<br />

es. En la actualidad es preciso resistir a la concupiscencia si uno no quiere ser su esclavo,<br />

y el que en la lucha se emperece se convierte, necesariamente, en su servidor. De estas<br />

dos opiniones, una es molesta, pero laudable; la otra es torpeza y miseria. En esta vida,<br />

una es inevitable a los castos, pero ni una ni otra eran conocidas por los santos en el<br />

Edén.<br />

63. Me contradigo, afirmas de nuevo, y citas unas palabras mías en las que muestro la<br />

diferencia que existe entre un acto matrimonial realizado con vista a los hijos y el deseo<br />

de gozar del deleite carnal. Mis palabras son éstas: "Una cosa es la unión conyugal que<br />

tiene por fin la generación de los hijos, y por esta razón está exenta de pecado, y otra<br />

buscar en el acto conyugal el placer de la carne, lo que, si es con su esposa, es culpa<br />

venial". Nada tienen de contradictorias estas dos afirmaciones, como lo pueden ver todos<br />

los que conmigo ven la verdad. Escucha, sin embargo, algo que es necesario inculcar en el<br />

ánimo de aquellos que tú quieres engañar. Es calumnia afirmar que nosotros<br />

"proporcionamos a los hombres más degradados y criminales los medios de excusar sus<br />

acciones impuras e infames diciendo que las han cometido contra su voluntad, y así no<br />

tienen pecado".<br />

¡Como si nosotros no gritáramos más fuerte que vosotros que es necesario luchar contra<br />

la concupiscencia! Porque a vosotros, aun cuando la elogiáis, no os place creamos que<br />

vuestra lucha se enfría o relaja contra este bien; ¿con cuánta mayor vigilancia y ardor no<br />

creeremos nosotros se debe luchar contra la concupiscencia, que consideramos un mal?<br />

Afirmamos que es contra nuestro querer el que la carne luche contra el espíritu, no que el<br />

espíritu pelee contra la carne. Hacen buen uso de la concupiscencia los esposos cuando se<br />

unen para engendrar hijos y no por el placer venusino. Este buen uso de un mal es lo que<br />

hace honesta la cópula verdaderamente nupcial; pero, si la unión tiene por fin el placer, no<br />

la prole, dicha unión es culpable, y en los cónyuges la falta es venial. Por eso, los niños,<br />

fruto de un comercio legítimo y honesto, contraen una mancha que sólo puede ser lavada<br />

por el sacramento de la regeneración, y en el uso honesto del matrimonio hay un mal, del<br />

que hace buen uso la castidad conyugal. En consecuencia, no perjudica a los renacidos lo<br />

que daña a los nacidos. Perjudica, sí, a los que nacen si no renacen.<br />

64. En este razonar, en el que en vano te retuerces contra mis palabras, no te das cuenta<br />

cuánto favoreces a los maniqueos. Crees, en efecto, que todo el que nace de la unión<br />

marital no tiene pecado de origen, porque razonas: "El pecado no puede nacer de una<br />

acción exenta de culpa". ¿Por qué la obra de Dios, limpia de culpa, ha dado origen al<br />

pecado del ángel y al pecado del hombre? ¿Ves cómo favoreces a los que cubres de<br />

vituperios, porque compruebas van contra el fundamento más firme de la fe católica? Si es<br />

tu sentencia definitiva que "el pecado no puede nacer de una acción exenta de culpa",<br />

considera que ninguna obra de Dios tiene culpa. ¿De dónde, pues, nace la culpa? Aquí el<br />

maniqueo, con tu ayuda, trata, en su absurda doctrina, de introducir una naturaleza mala<br />

para que sepas de dónde viene el mal; porque, según tus palabras, de las obras de Dios<br />

no puede venir el pecado. ¿Puedes derrotar a un maniqueo sin que lo seas tú mismo?<br />

Porque el ángel y el hombre son obras de Dios, limpias de todo pecado; sin embargo,<br />

dieron origen al pecado cuando por su libre voluntad, otorgada por Dios sin pecado, se<br />

alejaron de aquel que está libre de todo pecado. Se hicieron malos no por una mezcla con<br />

el mal, sino por un abandono del bien.<br />

65. Dices que "alabo la continencia de los tiempos cristianos no para encender a los<br />

hombres en amor a la virginidad, sino para condenar el matrimonio, instituido por Dios".<br />

Mas para que nadie crea te atormenta la sospecha de una mala interpretación de mis<br />

sentimientos, me dices, como queriendo aprobar: "Si con sinceridad exhortas a los<br />

hombres a la virginidad, has de confesar que la virtud de la castidad puede ser observada<br />

por los que quieran, de suerte que cualquiera puede ser santo en el cuerpo y en el<br />

espíritu". Respondo que lo admito, pero no en tu sentido. Tú atribuyes este poder sólo a<br />

las fuerzas del libre albedrío; yo lo atribuyo a la voluntad, ayudada por la gracia de Dios.<br />

Sin embargo, pregunto: ¿Sobre qué ejerce el espíritu su poder para no pecar sino sobre<br />

un mal que, si vence, nos hace caer en pecado? Y para no tener que decir, con los<br />

maniqueos, que este mal viene de una naturaleza mala, a nosotros extraña y con la cual<br />

se mezcla, nos resta confesar que existe en nuestra naturaleza una herida que es<br />

necesario curar, y cuya mancha nos hace culpables si no es lavada por el sacramento de la


egeneración.<br />

66. En vano enumeras falsas opiniones de herejes, a los que me comparas, y ojalá no<br />

exageraras su número. Sostienes que la sentencia del Apóstol en la que predice que<br />

"existirán herejes que prohíban casarse" 93 me alcanza a mí, como si yo dijese que,<br />

después de la venida de Cristo, fuera el matrimonio una torpeza. Escucha bien lo que<br />

decimos, para que, oyendo la misma canción con frecuencia y con ritmos diversos, no<br />

disfraces la verdad fingiendo sordera. No decimos que el matrimonio sea una torpeza; por<br />

el contrario, afirmamos que para impedir a la incontinencia caer en crímenes reprobables<br />

hay que oponerle, como preservativo, la honestidad del matrimonio. Y lo que vosotros<br />

decís no lo enseña la doctrina cristiana, porque -repito tus palabras- sostienes "que el<br />

hombre se basta a sí mismo para imponer leyes a todos los movimientos naturales. Esto<br />

no lo decimos nosotros, pero sí decimos lo que dice el Apóstol: Cada uno tiene de Dios su<br />

propia gracia 94 . Decimos también lo que dijo el Señor: Sin mí nada podéis hacer 95 . Y en<br />

otro lugar: No todos entienden esto, sino aquellos a quienes se les concedió 96 .<br />

Si fuera cierto lo que vosotros enseñáis, debiera decir: "No todos entienden esto, sino sólo<br />

los que quieren". Os pregunto: ¿A qué movimientos naturales puede el hombre dar leyes?<br />

¿A los buenos o a los malos? Si a los buenos, el espíritu tiene deseos contrarios a lo que es<br />

bueno, y así en el hombre se combaten dos bienes. Y, si fuera así, la oposición mutua de<br />

dos bienes no puede ser un bien. Y si estos movimientos naturales son malos, confesad<br />

que hay en el hombre movimientos naturales malos, contra los cuales ha de luchar la<br />

castidad. Y para no verte obligado a confesar, con los maniqueos, que existe en nosotros<br />

una naturaleza mala, extraña y mezclada a la nuestra, reconoced la enfermedad del<br />

pecado original. De este mal de la concupiscencia hace buen uso la castidad conyugal.<br />

Contra el mal de esta languidez, los que no pueden guardar continencia han de recurrir al<br />

remedio saludable del matrimonio y los que viven en castidad se ejercitan en "gloriosos<br />

combates".<br />

Creo que mi promesa de contestar a tus objeciones queda cumplida sin rebasar el número<br />

de tus volúmenes. Termino aquí este mío; para dar contestación al último tuyo inicio otro<br />

exordio.<br />

RÉPLICA A JULIANO<br />

Traductor: P. Luis Arias Álvarez, OSA<br />

Libro VI<br />

Respuesta de Agustín a calumnias de Juliano<br />

I. 1. Di ya respuesta a tu libro III; paso ahora a contestar al IV. Me ayude el Señor para<br />

que te haga ver la verdad y mis sentimientos de caridad hacia ti. Todo el que cumpla estos<br />

dos deseos no puede ser acusado de loco ni de envidioso, vicios sobre los cuales dices<br />

muchas cosas al principio del mencionado volumen, porque la verdad disipa el error, y la<br />

caridad la envidia. Cuando en tu discusión dices que la insensatez es madre de todos los<br />

vicios, encuentras apoyo en un texto de la Escritura en el que se lee: Dios no ama sino a<br />

quien habita con la sabiduría 1 . Examina con atención si la vanidad pueril, por la que<br />

necesariamente ha de pasar la infancia, si es que pasa, puede habitar con la sabiduría y<br />

considera cuál es el fruto que brota de esta raíz que elogias y cómo el niño debe cambiar<br />

para que sea amado de Dios, porque sólo ama al que habita con la sabiduría. A los niños<br />

que Dios predestina los libra de todo lo que en ellos puede odiar para que, libres de toda<br />

vanidad, ame a los que habitan con la Sabiduría. Y, si les arrebata la muerte desde el<br />

pecho materno, no creo te atrevas a decir que habitan con la Sabiduría "fuera del reino de<br />

Dios", donde, según tú, "el bien de una naturaleza inocente y pura no les permite la<br />

entrada" sino después de ser liberados, por la gracia del Salvador, de la necedad de un<br />

falso panegirista.<br />

Omito a los que son memos por naturaleza, y de los que dice la Escritura han de ser<br />

llorados más que los muertos. La gracia de Dios puede, es verdad, librarles de tan gran<br />

mal por la sangre del Mediador. Mas ¿cómo pudieron caer en tan gran mal, si, por un juicio<br />

divino, ninguna pena se debe a nuestra naturaleza, viciada en su origen?


2. Con razón reprendes gravemente "a los que son perezosos en aprender lo que deben<br />

saber o no temen condenar lo que ignoran". Mas ¿puedes tú lamentar esto en los tontos?<br />

Sin embargo, no puedes encontrar un argumento válido por el que, bajo un Dios justo, les<br />

pueda suceder tamaña desgracia, si es que los hijos no contraen el mal de sus padres que<br />

los hace culpable. Y, para servirme de tus palabras, "la envidia que de ti sentimos nos<br />

hace enloquecer e impide ver la verdad, que ninguna sombra de ignorancia puede ocultar,<br />

pues es tan clara como la luz de mediodía". Y tú, que estás limpio de envidia, ¿no ves los<br />

males que oprimen a los niños? Dios es bueno, Dios es justo. No existe naturaleza mala,<br />

extraña a la nuestra y con ella mezclada, como opinan los maniqueos. ¿De dónde, pues,<br />

vienen tantos males como en los hombres vemos, no digo en el terreno de las costumbres,<br />

sino del espíritu, si el origen del hombre no está corrompido en su fuente y el género<br />

humano no es una masa condenada? Tú que eres un hombre exento de necedad y limpio<br />

de envidia, ¿por qué haces de ésta una descripción tal que en tus palabras se transparente<br />

este vicio que es pecado y castigo de pecado? ¿Acaso no es la envidia pecado diab-lico? ¿<br />

No es también pena de pecado, si ya en el momento de existir atormenta a su autor?<br />

Estas son tus propias palabras; sin embargo, te parece haber discutido con ingenio muy<br />

penetrante, con locuacidad interminable, y todo para probar que una cosa "no puede ser,<br />

a la vez, pecado y pena de pecado". Es posible que, no siendo envidioso, hayas<br />

encontrado en otro libro, después de muchos afanes, todo lo que de la envidia dices, y has<br />

preferido contradecirte a ti mismo para darme la alegría de que no nutres contra mí<br />

sentimiento alguno de envidia.<br />

El mundo, bajo el poder del maligno<br />

II. 3. Concluido el exordio, en el que, según tu costumbre, te esfuerzas en probar lo<br />

mismo que yo predico, es decir, que Dios es el creador de los hombres, citas unas<br />

palabras de mi libro en las que digo: "El hombre, fruto de la concupiscencia de la carne,<br />

nace para el mundo, no para Dios. Nace para Dios cuando renace del agua y del Espíritu".<br />

Pones asechanzas a mis palabras, y afirmas que se ha de entender que quiero decir que<br />

todo lo que al mundo pertenece es propiedad del diablo. Te apoyas en otro pasaje donde<br />

digo: "Los que nacen de la unión de los cuerpos pertenecen, por derecho, al diablo"; pero<br />

afirmo también que "son arrancados del poder de las tinieblas cuando son regenerados en<br />

Cristo".<br />

A tu calumnia respondo: Crees llamo mundo a lo que pertenece al dominio del diablo,<br />

como si éste fuera el creador de cielo y tierra y cuanto en ellos se contiene. Lejos de<br />

enseñar esto, condeno, rechazo y detesto a todo el que hable así. Cuando en este pasaje<br />

hablo del mundo, es en el mismo sentido que habla el Señor cuando dice: Llega el príncipe<br />

de este mundo 2 . Ciertamente, el Señor no ha querido dar a entender que el diablo es el<br />

príncipe de cielo y tierra y de todo lo que ha sido creado por la Palabra, es decir, el mismo<br />

Cristo, y del que está escrito: El mundo fue hecho por él 3 ; sino que tiene el mismo<br />

significado que en aquel otro lugar: El mundo está bajo el poder del Maligno 4 . Y en otro<br />

pasaje: Todo lo que en el mundo hay es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los<br />

ojos y ambición del siglo, que no viene del Padre, sino del mundo 5 .<br />

No se puede decir que el cielo y la tierra no vengan del Padre por el Hijo; ni que los<br />

ángeles, los astros, los árboles, los animales y los hombres, en cuanto a la sustancia, por<br />

la que son hombres, no vengan del Padre por el Hijo. Pero el diablo es el príncipe de este<br />

mundo, y el mundo está bajo el imperio del Maligno, como también todos los hombres,<br />

reos de condenación eterna si no son librados por la sangre derramada para el perdón de<br />

los pecados, y no sigan perteneciendo al príncipe de los pecadores. Este es el mundo cuyo<br />

príncipe es el diablo, del que dice aquel que venció al mundo: Llega el príncipe del mundo,<br />

y nada encuentra en mí 6 . Lo digo por este mundo en el que el hombre nace, hasta que no<br />

renazca de aquel que venció al mundo, y en él nada encontró el príncipe de este mundo.<br />

4. ¿Cuál es el mundo del que dice el Salvador y vencedor del mundo: El mundo no puede<br />

odiaros; a mí me odia porque doy testimonio de que sus obras son malas? 7 ¿Son malas,<br />

acaso, las obras del cielo, de la tierra y de los astros? Este mundo son los hombres. Nadie<br />

puede verse libre de este mundo sino por la gracia de Dios, que nos ha sido dada por<br />

Jesucristo nuestro Señor; que dio su carne por la vida del mundo, cosa que no hubiera<br />

hecho de no encontrar el mundo muerto. ¿Cuál es el mundo del que dice a los judíos:<br />

Vosotros sois de este mundo; yo no soy de este mundo? 8 Por último, ¿cuál es este mundo<br />

en el que Jesús ha elegido a sus discípulos para que no fueran ya del mundo, y que el


mundo odia, porque ya no son del mundo? Porque el Salvador del mundo y luz del mundo<br />

habla así: Esto os mando: que os améis los unos a los otros. Si el mundo os odia, sabed<br />

que antes me ha odiado a mí. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como<br />

no sois del mundo, porque yo, al elegiros, os saqué del mundo, por eso os odia el mundo<br />

9 .<br />

Si no añadiese: Yo os elegí del mundo, se podía pensar que dijese: "Vosotros no sois del<br />

mundo", como de sí mismo dijo: Yo no soy de este mundo. En efecto, él no era de este<br />

mundo ni fue elegido para ser sacado del mundo. No hay cristiano que niegue esta verdad.<br />

Tampoco se puede decir que el Hijo de Dios fue de este mundo, aunque se haya dignado<br />

revestirse de la naturaleza humana. ¿Cómo así? Porque jamás tuvo pecado, en virtud del<br />

cual todos los hombres nacen antes para el mundo que para Dios; y, a fin de que nazcan<br />

para Dios, elige a los que renacen, para que no sean ya del mundo. Por eso, el pr'ncipe de<br />

este mundo es arrojado fuera, como testifica el Salvador: Ahora es el juicio de este<br />

mundo; ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera 10 .<br />

5. A no ser que lleves tu audacia hasta el extremo, y digas que los niños no son elegidos<br />

del mundo cuando son lavados por el bautismo de aquel de quien está escrito: Dios estaba<br />

en Cristo reconciliando consigo el mundo. Si negáis que los niños tengan parte en esta<br />

reconciliación, si negáis sean del mundo, no sé cómo tenéis cara para vivir en el mundo. Y<br />

si confesáis que, al pasar a ser cuerpo de Cristo, fueron elegidos y separados del mundo,<br />

necesariamente han de nacer antes para renacer para el que los eligió del mundo. Nacen<br />

por la concupiscencia de la carne, renacen por la gracia del Espíritu. La concupiscencia es<br />

del mundo, la regeneración viene al mundo, para que sean elegidos del mundo los que<br />

fueron predestinados antes del mundo. Al decir el Apóstol: Dios estaba en Cristo<br />

reconciliando el mundo con él, añade en seguida para indicarnos cómo sucede esto: No<br />

imputándoles sus delitos 11 .<br />

Luego el mundo entero es culpable por Adán; pero Dios no rehusó alargar su mano a la<br />

obra de su creación, aunque viciada por la prevaricación paterna. Y, cuando el mundo es<br />

reconciliado con Dios por Cristo, es liberado del mundo por la misericordia de aquel que<br />

vino al mundo, no para ser elegido y separado del mundo, sino para elegir a los que han<br />

de ser separados del mundo; no en recompensa de sus méritos, sino por gracia, porque<br />

subsiste un resto salvado por gracia.<br />

Significado del bautismo "en la muerte de Cristo"<br />

III. 6. Insertas luego otras palabras mías en las que digo "La culpa de esta concupiscencia<br />

sólo la perdona la regeneración y se hereda por generación". Y acto seguido añado: "Lo<br />

que ha sido engendrado ha de ser regenerado, porque es el único medio de que se nos<br />

perdone el pecado que en nuestro nacimiento heredamos". Te empeñas, en vano, en<br />

disimular y consideras superfluo el bautismo de los niños, diciendo: "La gracia de los<br />

sacramentos de Cristo es rica en muchas clases de dones". Quieras o no, has de confesar<br />

que los niños creen en Cristo por boca y corazón de sus madres. A ellos se refieren<br />

también las palabras del Señor: El que no crea se condenará 12 . ¿Por qué motivo, con qué<br />

justicia, si no tienen pecado original? Replicas: "El bautismo es un nuevo beneficio que<br />

Dios añade a los que ya se han recibido de él, y mediante el cual reconoce a los que son<br />

suyos antes incluso que le presten el obsequio de su voluntad".<br />

En consecuencia, si Dios reconoce como suyos a los que dispensa este beneficio, ¿por qué<br />

no reconoce como suyos a los que no dispensa el mismo favor? Y como unos y otros le<br />

pertenecen por juro de creación, ¿por qué no reconoce a los dos de la misma manera? Y<br />

no me vengas ahora diciendo que todo esto es obra del hado o de la acepción de<br />

personas. Confiesa, pues, con nosotros la gracia de Dios. ¿Qué puede haber en ellos, si<br />

nada propio tienen? En una misma causa, uno es dejado por justo juicio de Dios; otro es<br />

aceptado, no en virtud de sus méritos, sino por gracia.<br />

7. En vano te empeñas en negar que los niños, por el baño de la regeneración, queden<br />

limpios del pecado original. No enseña esto el que dijo: Todos los que fuimos bautizados<br />

en Cristo, fuimos bautizados en su muerte. Al decir todos, no exceptúa el Apóstol a los<br />

niños. ¿Qué significa "ser bautizados en la muerte de Cristo" sino morir al pecado? Por<br />

eso, en otro pasaje dice San Pablo: Lo que está muerto al pecado, muere una sola vez, y<br />

se ha de entender, con toda certeza, de la carne a semejanza de la carne de pecado; por<br />

eso es un gran misterio el de la cruz, donde nuestro hombre viejo ha sido crucificado con


él para que fuera destruido el cuerpo de pecado.<br />

Si los niños son bautizados en Cristo, lo son en su muerte, y, si son bautizados en su<br />

muerte, mueren, cierto, al pecado, coplantados con él a semejanza de su muerte. Porque<br />

lo que está muerto al pecado, muere una sola vez, lo que vive, vive para Dios. Y ¿qué<br />

significa ser coplantados a semejanza de su muerte sino ser considerados muertos al<br />

pecado y vivir para Dios en Cristo Jesús? 13 ¿Vamos a decir que Jesús, exento de pecado,<br />

murió al pecado? ¡No lo permita Dios! Sin embargo, lo que está muerto al pecado muere<br />

una sola vez. Su muerte hace ver nuestro pecado, por el que sufrió muerte. Y como murió<br />

a esta muerte para no morir ya, se dice que murió al pecado. Lo que él simbolizó en una<br />

carne a semejanza de la carne de pecado, nosotros lo hacemos, por su gracia, en una<br />

carne de pecado; y así como decimos que él murió al pecado porque ha muerto a<br />

semejanza de la carne de pecado, decimos también que todos los bautizados en Cristo<br />

mueren a la realidad misma, cuya semejanza fue él; y es necesario un verdadero perdón<br />

de los pecados en aquellos que son verdaderamente pecadores.<br />

Comentario al capítulo 5, 8-35 de la carta a los Romanos<br />

IV. 8. Si esta perícopa de la carta del Apóstol no te corrige de tu perverso error, estás<br />

endurecido en grado sumo. Y, aunque todo lo que dice a los romanos para darles a<br />

conocer la excelencia de la gracia de Dios por Jesucristo esté íntimamente trabado, como<br />

sería muy largo comentar y repasar toda la carta, fijo mi atención en el capítulo 5, que<br />

trata de nuestra cuestión. La prueba -dice- de que Dios nos ama es que Cristo, siendo<br />

nosotros todavía pecadores, murió por nosotros 14 . Tú quieres se exceptúen los niños. Te<br />

pregunto: Si no se encuentran entre los pecadores, ¿cómo es que murió por ellos el que<br />

murió por los pecadores? A esta pregunta responderás que Cristo no sólo murió por los<br />

pecadores, aunque también haya muerto por los pecadores. Pero ni una sola vez lees en<br />

las divinas Escrituras que Cristo haya muerto por los que están limpios de pecado, pon<br />

atención a la fuerza de los argumentos. Cristo, dices, murió también por los pecadores; yo<br />

te respondo que murió sólo por los pecadores; de suerte que te ves obligado a reconocer<br />

que, si los niños no tienen pecado alguno, Cristo no murió por ellos. Y dice Pablo a los<br />

fieles de Corinto: Uno murió por todos; por tanto, todos murieron, y Cristo murió por<br />

todos 15 . No puedes negar que Cristo murió por los que estaban muertos. ¿Quiénes son,<br />

según tú, los que en este texto están muertos? ¿Serán los que han ya abandonado su<br />

cuerpo? ¿Quién puede estar tan loco para decir esto? Luego entendemos por muertos<br />

aquellos por quienes uno, Cristo, murió, como se lee en otro lugar: A vosotros, que<br />

estabais muertos, en vuestros delitos y en vuestra carne incircuncisa, os vivificó con él 16 .<br />

En consecuencia: Si uno murió por todos, todos han muerto, probando así que no es<br />

posible morir sino por los muertos. Por tanto, queda asentado que todos estaban muertos,<br />

pues uno murió por todos. Golpeo, insisto, machaco, persigo al recalcitrante con las<br />

palabras de Pablo; escúchalas, son saludables: no quiero dejarte morir: Uno murió por<br />

todos, luego todos murieron.<br />

Considera con atención que, al decir el Apóstol: Uno murió por todos, quiso darnos a<br />

entender que todos estaban muertos. Y como no todos estaban muertos en el cuerpo, es<br />

necesario admitir que todos estaban muertos en el pecado, por los que Cristo murió. Nadie<br />

lo dude, nadie lo niegue, si no quiere negar o dudar que es cristiano. En consecuencia, si<br />

los niños no contraen pecado, no están muertos. Si no están muertos, no murió por ellos<br />

el que no murió sino por los muertos.<br />

En tu primer libro gritas contra nosotros: "Cristo también murió por los niños". De ningún<br />

modo te está permitido negar que los niños contraigan pecado original. ¿Cuál sería la<br />

causa de su muerte sino este pecado? ¿O por qué muerte de los niños murió el que no<br />

murió sino por los muertos? Confiesa, pues, que Cristo murió por los niños. Retorna<br />

conmigo a lo que había comenzado a decir sobre la carta a los Romanos.<br />

9. Prueba Dios -dice- su amor por nosotros porque, siendo pecadores, Cristo murió por<br />

nosotros. Siendo pecadores, es decir, estando muertos, Cristo murió por nosotros. ¡Con<br />

cuánta más razón, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos de la ira! Si<br />

cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, con más<br />

razón estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida 17 . Es lo que en otro lugar<br />

dice: Dios estaba en Cristo reconciliando consigo el mundo 18 . Continúa luego el Apóstol:<br />

"Y no solamente nos reconcilió, sino que también nos glorificó en Dios por nuestro Señor<br />

Jesucristo, y no sólo nos salvó, sino que nos gloriamos por el que hemos obtenido ahora la


econciliación. Y como si le preguntáramos el motivo, por qué esta reconciliación se realiza<br />

por un solo mediador, añade: Por lo tanto, como por un hombre entró en el mundo el<br />

pecado, y por el pecado la muerte, y así pasó por todos los hombres, en el que todos<br />

pecaron. ¿Qué hizo entonces la ley? ¿No pudo ella reconciliar? No -dice él-, porque, hasta<br />

la ley, el pecado reinaba en el mundo. Es decir, la ley no pudo quitar el pecado. Pero el<br />

pecado no se imputaba no existiendo ley 19 . Existía el pecado, pero no se imputaba,<br />

porque no se conocía. Por la ley -dice en otro lugar-, el conocimiento del pecado 20 . Pero la<br />

muerte reinó desde Adán hasta Moisés. Es decir, su reino no fue destruido por la ley.<br />

Reinó, pues, en los que no habían pecado. ¿Por qué, si no pecaron? Escucha el motivo: No<br />

pecaron por una transgresión semejante a la de Adán, el cual era figura del que había de<br />

venir. Dejó, sí, su impronta en todos sus descendientes, y, aunque no tengan pecados<br />

personales, mueren por haber contraído el contagio paterno, porque son engendrados por<br />

la concupiscencia carnal. Mas en el don no sucede como en el delito. Si por el delito de uno<br />

solo murieron muchos, mucho más por la gracia de Dios y el don otorgado por la gracia de<br />

un solo hombre Jesucristo, sobreabundó en muchos 21 . Sobreabundó el don porque<br />

aquellos en los que sobreabunda mueren, sí, en el tiempo, pero viven en la eternidad. Y no<br />

como el pecado así el don. Porque la sentencia, partiendo de uno, lleva a la condenación,<br />

mas la gracia parte de muchos delitos y se resuelve en justificación.<br />

En efecto, un solo delito pudo traer la condenación, pero la gracia borra no sólo este<br />

pecado, sino todos los que nosotros hemos añadido. Si por un delito la muerte reinó en el<br />

mundo, mucho más los que reciben la abundancia de la gracia y de la justificación reinarán<br />

en la vida por uno solo, Jesucristo. Se repite el sentido anterior, para hacer ver que el<br />

reinado de los que reinarán en la vida eterna es más prolongado que el de la muerte, que<br />

sólo dura cierto tiempo. Así, pues, como el delito de uno solo atrajo sobre todos los<br />

hombres la condenación, as' la justicia de uno solo procura a todos los hombres la<br />

justificación que da vida.<br />

En uno y otro hemistiquios se dice todos, porque todos mueren por el pecado de un solo<br />

hombre y todos reciben la vida por la justicia de Jesucristo. Como, por la desobediencia de<br />

un solo hombre, muchos fueron constituidos pecadores, as', por la obediencia de uno solo,<br />

muchos son constituidos justos. La ley se introdujo para que abundara el delito. Donde<br />

abundó el pecado sobreabundó la gracia; así, lo mismo que reinó el pecado en el mundo,<br />

así reinará la gracia por la justicia para vida eterna, por Cristo nuestro Señor 22 .<br />

10. ¿Qué diremos, pues? ¿Permaneceremos en el pecado para que abunde la gracia? De<br />

ninguna manera. ¿De qué nos sirve la gracia, si se permanece en pecado? Luego dice: Los<br />

que estamos muertos al pecado, ¿cómo viviremos aún en el pecado? ¿Ignoráis que,<br />

cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? 23 ¿<br />

Se encuentran aquí los niños bautizados o no? Si no lo están, es falso lo que dice el<br />

Apóstol: Todos nosotros que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en<br />

su muerte, pues los niños no han sido bautizados en su muerte. Mas como el Apóstol dice<br />

verdad, nadie queda exceptuado; porque, si crees que se dice solamente de los adultos,<br />

en uso ya del libre albedrío, aunque el Apóstol diga todos, en vano os aterroriza la<br />

sentencia del Señor: El que no renazca del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino<br />

de los cielos. Tenéis a mano un medio muy sencillo de abreviar vuestras discusiones:<br />

afirmar que esto se entiende sólo de los adultos y que los niños no se incluyen en esta<br />

universalidad. ¿Qué necesidad tenéis de trabajar tanto en la cuestión del bautismo para<br />

saber si existe una vida eterna al margen del reino de Dios y si los niños, inocentes<br />

imágenes de Dios, se han de ver privados de esta vida eterna y condenados a una eterna<br />

muerte? Y si no os atrevéis a decir esto porque la sentencia tiene sentido universal: El que<br />

no renazca del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos 24 , esta misma<br />

universalidad encontramos en las palabras del Apóstol cuando dice: Todos los que hemos<br />

sido bautizados en Cristo fuimos bautizados en su muerte. Por consiguiente, los ni-os que<br />

son bautizados en Cristo, son bautizados en su muerte y mueren al pecado. Es una<br />

consecuencia necesaria de lo que dijo más arriba: Nosotros los que estamos muertos al<br />

pecado, ¿cómo podemos vivir en el pecado? Y como si se le preguntase qué es morir al<br />

pecado, responde: ¿Ignoráis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús,<br />

fuimos bautizados en su muerte? Prueba aquí lo que antes afirmó: Si estamos muertos al<br />

pecado, ¿como podemos vivir en él?; y aquellos que no ignoran que están bautizados en<br />

Cristo sepan que están muertos al pecado, porque ser bautizados en la muerte de Cristo<br />

no es otra cosa que morir al pecado. Lo expone con más claridad y dice: Fuimos<br />

sepultados con él por el bautismo en la muerte, para que así como Cristo resucitó de entre<br />

los muertos para gloria de Dios Padre, así nosotros caminemos en una vida nueva. Porque,


si hemos sido injertados en él por una muerte semejante a la suya, lo seremos también<br />

por una resurrección semejante; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con él<br />

para que fuera destruido el cuerpo de pecado y no sirvamos ya más al pecado. Y si hemos<br />

muerto en Cristo, creemos que también viviremos en él, pues sabemos que Cristo,<br />

resucitado de entre los muertos, ya no muere, y la muerte ya no tiene señorío sobre él. Su<br />

muerte fue un morir al pecado de una vez para siempre, y su vida es un vivir para Dios.<br />

Así, vosotros consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús 25 .<br />

Si los niños no mueren al pecado, ciertamente no han sido bautizados en la muerte de<br />

Cristo. Y, si no son bautizados en la muerte de Cristo, no han sido bautizados en Cristo.<br />

Todos los que hemos sido bautizados en Cristo, fuimos bautizados en su muerte. Pero son<br />

bautizados en Cristo, luego mueren al pecado. ¿A qué pecado mueren, por favor, sino al<br />

pecado contraído en su nacimiento? Enmudezcan los argumentos de los hombres, porque<br />

el Señor conoce los pensamientos de los hombres, y sabe que son vanos. ƒl ha escondido<br />

estas cosas a los sabios y prudentes y las reveló a los niños. Si esta doctrina cristiana te<br />

desagrada, dilo claramente, porque otra fe cristiana no la puedes encontrar. Un hombre<br />

conduce a la muerte y un hombre conduce a la vida. Uno es simplemente hombre, el otro<br />

es Dios y hombre. El primero enemistó el mundo con Dios; el segundo, elegido del mundo,<br />

reconcilió el mundo con Dios. Porque así como todos murieron en Adán, así en Cristo todos<br />

serán vivificados. Como llevamos la imagen del Adán terreno, llevaremos también la<br />

imagen del hombre celeste 26 . Todo el que se esfuerce por socavar estos fundamentos de<br />

la fe cristiana queda destruido, mientras los cimientos quedan en pie.<br />

En verdades de fe hemos de ajustarnos a lo que enseña la Iglesia<br />

universal, aunque la razón no las comprenda<br />

V. 11. Verdad es lo que dije en mi libro que tú impugnas. "El pecado perdonado en los<br />

padres se transmite a los hijos por caminos ignorados. Es un hecho. Mas los infieles no lo<br />

creen, porque es difícil a la razón comprender cómo sucede y la palabra no lo acierta a<br />

explicar". Cambias, insidioso, mis palabras, como si yo dijera que este misterio no lo<br />

puede comprender la razón ni explicar la palabra, cuando dije que "no es fácil" ni a la<br />

razón comprender ni a la palabra enunciar. Hay una diferencia entre imposibilidad, cosa<br />

que me haces decir, y dificultad, como yo escribí, dificultad de comprender y explicar, y<br />

así tu calumnia queda en evidencia. Mas, aunque la razón fuera incapaz de comprender y<br />

la palabra impotente para expresar una realidad, sería necesario considerar verdadero lo<br />

que desde toda la antigüedad cree y predica la verdadera fe católica en toda la Iglesia. En<br />

efecto, la Iglesia exorciza a sus hijos, sopla sobre ellos, rito que no ejecutaría si no<br />

creyese que quedan libres del poder de las tinieblas y del príncipe de la muerte. Esto es lo<br />

que digo en mi libro y que tú refutas.<br />

Omites recordar todo esto por temor a que el mundo entero sople sobre ti, si te empeñas<br />

en contradecir este soplo por el cual es arrojado de los niños el príncipe de este mundo. Te<br />

enredas, sin éxito, en vanas argucias; no contra mí, sino contra la madre espiritual de<br />

todos, que te alumbró como ya no quieres que alumbre. Llevas en tu aljaba flechas<br />

afiladas, en forma de argumentos, para dispararlas contra su seno, y en nombre de la<br />

gracia de Dios, contra la gracia de Dios. ¿No es desconocer la justicia de Dios ver que no<br />

es injusto al imponer sobre los hijos de Adán un pesado yugo desde el día que salieron del<br />

vientre de su madre? ¿Cómo no va a ser injusto este duro yugo si en los niños no existe<br />

un mal por el que en justicia puedan ser castigados con yugo tan pesado? La gracia de<br />

Dios es verdadera cuando obra en nosotros lo que significan las palabras. ¿Cómo puede<br />

ser verdad, si el soplo nada tiene que aventar y si lava al que sabe que nada tiene que<br />

purificar?<br />

12. A ti y a tus gregarios, ¿no os parecen vanos tus discursos, si, por un sentimiento<br />

piadoso, podéis medir toda la profundidad del mal de la concupiscencia de la carne, que<br />

exige que el nacido de ella tenga necesidad de renacer y el que no renace debe ser<br />

condenado? Y, por el contrario, ¿cuál es la excelencia de la gracia, que borra en el hombre<br />

la mancha que le hace culpable en su mismo origen y le consigue el perdón de todos sus<br />

pecados; si el hombre regenerado conserva el mal de la concupiscencia, contra la que el<br />

espíritu lucha sin desmayo, para hacer buen uso de ella, o no usar, en medio de "gloriosos<br />

combates"? Este mal existe en nosotros cuando se le rechaza y reprime. No sentimos su<br />

presencia cuando es borrada por el sacramento de la regeneración, y tampoco advertimos<br />

en nuestra carne o en nuestro espíritu su ausencia, pero la creemos por fe. Tú te<br />

aprovechas de lo que hay oculto y oscuro en este misterio, y como es difícil hacer ver esta


verdad, sobre todo a los hombres carnales, te jactas de combatirla con mayor mala fe<br />

cuanto con más vigor crees impugnarla.<br />

13. "Ensaya todos los medios que puedas, reúne cuanto tu arte y tu espíritu te<br />

proporcionan": Todos los que hemos sido bautizados en Cristo, fuimos bautizados en su<br />

muerte 27 . Siempre será verdad que hemos muerto al pecado por la muerte de Cristo<br />

Jesús, el único sin pecado: y esto es verdad para adultos y niños. No aquellos no y éstos<br />

sí, o éstos no y aquéllos sí, porque todos los que hemos sido bautizados en Jesucristo,<br />

fuimos bautizados en su muerte y sepultados con él por el bautismo en la muerte. Y así<br />

como Cristo resucitó de entre los muertos para gloria de Dios Padre, así nosotros<br />

caminemos en una vida nueva. Si hemos sido injertados en él por la semejanza de su<br />

muerte, también lo seremos por la semejanza de su resurrección 28 . Los niños, pues,<br />

también han sido injertados en Cristo por la semejanza de su muerte, y esto se aplica a<br />

cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús. No negarás que los niños son bautizados<br />

en Cristo Jesús. Sabemos que nuestro hombre viejo fue crucificado. Y ¿quién es el hombre<br />

viejo sino todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús? ¿Por qué nuestro hombre<br />

viejo fue crucificado en Cristo? Fue -dice el Apóstol- para destruir este cuerpo de pecado<br />

que Dios envió a su Hijo, a semejanza de carne de pecado 29 . ¿Con qué cara vamos a decir<br />

que los niños no tienen cuerpo de pecado, cuando el que esto afirma dice se ha de aplicar<br />

a todos los que hemos sido bautizados en Cristo? Y el que está muerto queda libre al<br />

pecado. Si morimos con Cristo, creemos que viviremos con él, sabiendo que Cristo, una<br />

vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, la muerte ya no tiene sobre él<br />

señorío. Lo que está muerto al pecado, muere una sola vez; lo que vive, vive para Dios.<br />

Así, vosotros consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.<br />

¿A quiénes dice esto el Apóstol? ¡Despierta y escucha! Sin duda, a los mismos a quienes<br />

decía: Si estamos muertos en Cristo 30 . Y ¿quiénes son éstos sino aquellos a quienes dijo:<br />

nuestro hombre viejo está crucificado, para que el cuerpo de pecado sea destruido? ¿Sino<br />

aquellos a quienes había dicho: Hemos sido injertados a semejanza de su muerte? ¿Sino<br />

aquellos a quienes dijo: Hemos sido sepultados en él por el bautismo en la muerte? Mas ¿<br />

a quién se dirige o de quién habla? Lee las palabras que preceden, a las que están<br />

vinculadas las restantes y encontrarás éstas: ¿No sabéis que todos los que hemos sido<br />

bautizados en Cristo, fuimos bautizados en su muerte? Y al decir esto, ¿qué quiso probar?<br />

Lee un poco más arriba: Si estamos muertos al pecado, ¿cómo viviremos aún en el<br />

pecado?<br />

Reconoced, pues, que los niños mueren al pecado en el bautismo y que existía en ellos un<br />

pecado de origen, al que debemos morir; o confesad abiertamente que no han sido<br />

bautizados en la muerte de Cristo cuando fueron bautizados en Cristo y acusad de mentira<br />

al Apóstol cuando dice: Todos los que hemos sido bautizados en Cristo, fuimos bautizados<br />

en su muerte 31 .<br />

14. No rindo mis armas celestes que han vencido a Celestio. A ellas rindo mi fe y mis<br />

palabras. Tus argumentos son humanos; mis armas, divinas. ¿Quién puede comprender<br />

sus delitos? 32 ¿Acaso por eso no son delitos? ¿Quién comprende que el pecado original,<br />

perdonado ya en un padre regenerado, lo transmita a sus hijos hasta que sean también<br />

ellos regenerados? ¿Quién puede comprender esta verdad? ¿Acaso por eso deja de ser<br />

pecado? Uno murió por todos, luego todos murieron. ¿Con qué corazón, con qué boca, con<br />

qué cara niegas que estén muertos los niños, por los que afirmas que murió Cristo?<br />

Porque, si Cristo no murió por ellos, ¿por qué son bautizados? Todos los que hemos sido<br />

bautizados, fuimos bautizados en su muerte. Si uno murió por todos, murió también por<br />

los niños; luego murieron con todos. Y, si murieron por el pecado, mueren al pecado para<br />

vivir en Dios cuando renacen de Dios.<br />

Y si con palabras no puedo explicar cómo un vivo puede engendrar un muerto -porque un<br />

padre muerto al pecado y vivo para Dios engendra hijos muertos en el pecado, si por la<br />

regeneración no mueren al pecado para vivir para Dios-, ¿no va a ser verdad, aunque sea,<br />

si no imposible, sí difícil, explicar con palabras? Si te atreves, niega que el nacido está<br />

muerto, cuando reconoces que Cristo murió también por ellos. Uno murió por todos, luego<br />

todos murieron 33 .<br />

Estas palabras del Apóstol son nuestras armas. Si no quieres oponerte a ellas, admite<br />

como indubitable verdad lo que dice el Apóstol, verdad que es necesario creer aunque no<br />

la comprendas. El hombre nacido espiritualmente engendra según la carne; tiene como


dos semillas: una dotada de un principio inmortal, por la que es ser viviente; la otra<br />

dotada de un principio de mortalidad, por la que engendra muertos. En efecto, si los niños<br />

no estuvieran muertos, no tendrían necesidad de la muerte de Cristo para ser vivificados,<br />

porque uno murió por todos, luego todos murieron. Y no salvas de esta muerte a los que<br />

sostienes que no están muertos y pones obstáculos a su vida, dando a entender, con<br />

razonamientos sofisticados e impíos, que sus hijos no necesitan del sacramento de la fe,<br />

único que puede dar vida.<br />

El acebuche y el olivo<br />

VI. 15. Vengamos ya a tu extensa y laboriosa discusión, en la que tratas de refutar un<br />

ejemplo que empleo para mejor dar a comprender una verdad en sí abstrusa, es decir, el<br />

ejemplo del olivo, cuya semilla degenera en acebuche. Como principio afirmas: "Lo<br />

imposible no puede ser confirmado con ejemplos". ¿Por qué entonces el Apóstol, después<br />

de proponer la difícil cuestión de cómo resucitan los muertos, trata a continuación de<br />

explicar tan inexperimentable verdad, diciendo: Necio, lo que tú siembras no revive si no<br />

muere? 34 Ejemplo también acomodado a la materia que tratamos, porque el grano de<br />

trigo es separado de la paja, como el hombre es separado del pecado, y, con todo, el<br />

grano nace con paja.<br />

16. La verdad, no sé qué quieres decir cuando citas el ejemplo del cocodrilo, que, como<br />

dice Albino, "es el único animal que mueve ]a mandíbula superior; o el de la salamandra,<br />

que juega con el fuego, siendo para todos destrucción". ¿No se retuercen contra ti estas<br />

cosas cuando citas un ejemplo que permite afirmar lo que generalmente se niega? En<br />

general, vosotros negáis que los padres puedan transmitir a sus hijos lo que ellos no<br />

tienen; pero, si se encuentra que es posible, vuestra derrota es cierta; como si uno dice<br />

que los animales sólo pueden mover la mandíbula inferior, y se le arguye con el ejemplo<br />

del cocodrilo, queda vencido; o si uno afirma que ningún animal puede vivir en el fuego, y<br />

se le prueba lo contrario con el ejemplo de la salamandra, sin duda queda convencido. Así,<br />

cuando sentencias que "el accidente no puede modificar la sustancia", si se encuentra un<br />

mutilado en accidente que engendra un hijo con el mismo defecto, éste sería natural en el<br />

hijo y lo fue accidental en el padre, y tu afirmación queda invalidada. Sentencias también:<br />

"No puede transmitir al hijo lo que no tiene el padre". ¿No quedaría tu apotegma anulado<br />

si se comprueba que nacen hijos con todos sus miembros íntegros de padres que han<br />

perdido algún miembro? Hemos oído a nuestros mayores, como cosa que ellos vieron y<br />

conocieron, que Fundanio, profesor de retórica en Cartago, perdió, en accidente, un ojo, y<br />

engendró un hijo tuerto, como su padre. Este hecho pulveriza tu sentencia, que dice: "Lo<br />

accidental no puede modificar lo natural"; pues lo que en Fundanio fue accidental, se hizo<br />

natural en su hijo. Y otra sentencia tuya, en la que afirmas "Los padres no pueden<br />

transmitir a sus hijos lo que ellos no tienen", queda igualmente arrasada por e] ejemplo<br />

de otro de los hijos de Fundanio, que nace con los dos ojos, de un padre tuerto; y esto lo<br />

vemos todos los días que muchedumbre de videntes son hijos de padres ciegos.<br />

Transmiten a sus hijos lo que ellos no tienen. Y estos ciegos os hacen ver que os<br />

asemejáis más a ellos que a sus hijos, pues en vuestras definiciones os reveláis ciegos.<br />

Cesa la admiración cuando la evidencia se impone<br />

VII. 17. Entre las muchas cosas que dices ajenas a la cuestión que nos ocupa, encuentro<br />

algo que sí interesa. Y es que Çdecrece la curiosidad cuando crece la comprensión; y,<br />

contra esta curiosidad, la Providencia divina hizo producir a la tierra infinidad de cosas<br />

distintas en sus propiedades". Muy cierto, ésta es la utilidad que sacamos de las obras<br />

ocultas del Creador. La costumbre nos las harían despreciables, y comprendidas perdería<br />

puntos la admiración. Por eso dice la Escritura: Ignoras cómo se forman los huesos en el<br />

vientre de una mujer encinta, ni conoces las obras de Dios, hacedor de todo 35 . Has dicho<br />

bien las obras de Dios son incomprensibles, para no hacer fácil su conocimiento a la<br />

curiosidad, que admira menos lo que comprende. ¿Por qué entonces, con humanos<br />

razonamientos, te empeñas en combatir lo que en las obras de Dios no puedes<br />

comprender? Yo no dije, como me acusas, que sea imposible, sino difícil de explicar,<br />

"cómo el pecado, perdonado en el padre, pasa a los hijos". Mas si Dios, como en otras<br />

muchas cosas, ha querido quede esto velado a la curiosidad del hombre; pues, como<br />

dices, lo que se comprende tiene menos valor, y para impedir formar vanas conjeturas<br />

sobre sus obras, es ésta razón para armarte, contra nuestra madre la Iglesia, de<br />

racioncillas como de pequeños puñales parricidas, e impugnar la fuerza oculta del<br />

sacramento que santifica a los hijos que en su seno concibe, aunque nazcan de padres


egenerados; niños cuya formación en el vientre de una mujer empreñada ignoras y, lejos<br />

de querer curar, desgarras. Y, si no fuera porque no quiero aburrir al lector con la<br />

extensión de mis palabras, podía citar mil ejemplos de especies diversas en los que no se<br />

descubre la razón, y acaecen contra el curso trillado de la naturaleza, discurriendo entre<br />

profundos desfiladeros. Y te haría ver cómo en las plantas degeneran sus semillas no<br />

hasta el punto de producir especies distintas -el acebuche no es tan diferente del olivo<br />

como la vid-, sino, si así se puede decir, con una semejanza desemejante, como el<br />

agrazón es desemejante a la uva, aunque nace de la misma semilla.<br />

¿Por qué no creer que el Creador, por estos ejemplos, ha querido comprendamos cómo la<br />

semilla del hombre puede traer de sus primogenitores un mal que no existía en ellos, para<br />

inspirarles -aunque ellos mismos estén bautizados- el deseo de correr con sus hijos a la<br />

fuente de la gracia, que arranca a los hombres del poder de las tinieblas y los traslada al<br />

reino de Dios; como tu padre, santo varón, corrió, llevándote en sus brazos, sin sospechar<br />

que pudieras ser ingrato a esta misma gracia?<br />

18. Tú, incansable escudriñador de la naturaleza, encuentras y fijas sus reglas. "No hay -<br />

dices- en la naturaleza ejemplo que pueda probar que los padres transmiten a sus hijos lo<br />

que creemos no tienen". Y si lo transmiten, "señal es -dices- que no lo perdieron". Estas<br />

son máximas de los pelagianos que tú debías rechazar después de haber leído mi opúsculo<br />

del que haces mención y dediqué a Marcelino, de santa memoria. Pelagio, hablando de<br />

padres creyentes, afirmó: "No pueden transmitir a sus hijos lo que ellos nunca tuvieron".<br />

Pero los ejemplos que anteriormente puse y este que ahora voy a citar prueban la falsedad<br />

de este aserto. ¿Qué señal, en efecto, queda de incircuncisión en un hombre circuncidado?<br />

No obstante, todo hombre nace incircunciso, y lo que no existe en el hombre, se encuentra<br />

en la semilla del hombre. Este es el motivo por el cual se debe creer que los antiguos<br />

patriarcas recibieron de Dios la orden de circuncidar a sus hijos varones al octavo día de<br />

su nacimiento, para significar la regeneración espiritual en Cristo, que, después del<br />

sábado, día séptimo, en el que descansó en el sepulcro entregado por nuestros delitos,<br />

resucitó al día siguiente, es decir, el domingo, para nuestra justificación. ¡Quién,<br />

medianamente instruido en las Sagradas Escrituras, ignora que el sacramento de la<br />

circuncisión fue figura del bautismo? El Apóstol lo explica, con toda claridad, de Cristo,<br />

Cabeza de todo principado y de toda potestad. En él fuisteis también circuncidados; con<br />

circuncisión no hecha con mano de hombre en el despojo de nuestro cuerpo de carne, en<br />

la circuncisión de Cristo. Sepultados con él en el bautismo, habéis también resucitado con<br />

él por la fe en la acción de Dios, que lo resucitó le entre los muertos. Y a vosotros, que<br />

estabais muertos en vuestros delitos y en vuestra carne incircuncisa, os vivificó,<br />

juntamente con él, y nos perdonó todos nuestros delitos 36 . Aquella circuncisión hecha por<br />

mano de hombre, dada a Abrahán, fue signo que prefiguraba la circuncisión no hecha por<br />

mano de hombre, que ahora se actualiza en Cristo.<br />

19. No vengas diciéndonos que el prepucio es una parte del cuerpo, y el pecado original<br />

un vicio, y, amputado el prepucio, no disminuye el poder de engendrar, intacto en el<br />

semen; mientras el pecado original es un vicio; y, al no ser cuerpo, sino accidente, una<br />

vez perdonado, no deja huellas maculosas en la semilla. Pero esto es lo que precisamente<br />

no puede decir un ingenio sutilísimo sin que tenga en contra suya la autoridad divina, que<br />

mandó amputar esta parte del cuerpo con el fin de lavar esta mancha. Y, de no estar<br />

localizada en el semen, no podía transmitirse a los niños, y sería inútil circuncidar este<br />

miembro del cuerpo. Y como los niños no tienen pecado personal, es necesario reconocer<br />

en ellos un pecado de origen, que les podía ser perdonado por este medio, sin el cual sería<br />

el alma del niño exterminada del pueblo de Dios; cosa que no podía suceder bajo un Dios<br />

justo si en el niño no existiera culpa alguna. Y como personalmente no es culpable, sólo<br />

queda en ellos la culpa que viene de un origen viciado.<br />

20. Ves, pues, cómo un circuncidado transmite a su hijo lo que no tiene. ¿Por qué dices:<br />

"Examinando bien la naturaleza de las cosas, es imposible que los hombres transmitan lo<br />

que no tienen?" Bueno es el prepucio, no malo, pues es obra de Dios; lo mismo el<br />

acebuche, sobre el que largamente discutes. Te respondo: En la naturaleza de las cosas,<br />

bueno es el acebuche, pero en el lenguaje metafórico de la Escritura simboliza el mal. Y<br />

bueno es el lobo, la zorra, el cerdo que se revuelca en el lodazal; bueno el perro, que<br />

come lo que vomitó. En la naturaleza, todos son buenos, como las ovejas, porque Dios<br />

hizo las cosas muy buenas. Mas, en los libros santos, los lobos son figura de los malos, y<br />

las ovejas, de los buenos. Y no por lo que son, sino por lo que simbolizan; y nosotros los<br />

tomamos como término de comparación para establecer diferencias entre malos y buenos.


Bueno es el cuerpo humano, buena esa partecica que llamamos prepucio, y buena por<br />

naturaleza; pero en sentido metafórico significa el mal, y por eso se manda circuncidar al<br />

niño el octavo día, por relación a Cristo, en el cual, según palabras del Apóstol, hemos sido<br />

circuncidados; no con circuncisión hecha por mano de hombre, prefigurada por la<br />

circuncisión hecha por mano de hombre. El prepucio en sí no es pecado, pero significa el<br />

pecado, y en particular el original, porque el nacimiento de un niño tiene origen mediante<br />

este miembro, que, con propiedad, se llama naturaleza, y por eso somos, por naturaleza,<br />

hijos de ira.<br />

En consecuencia, la circuncisión de la carne socava tu afirmación general que dice:<br />

"Examinando bien la naturaleza de las cosas, es imposible que los padres transmitan a sus<br />

hijos lo que no tienen ellos". Más aún, como el prepucio es símbolo del pecado, ¡existe en<br />

el niño que nace, aunque no se encuentre en el padre!, de ahí se sigue por el pecado<br />

original, ya perdonado en los padres por el bautismo, aparece en los hijos hasta que sean<br />

purificados por una circuncisión espiritual. Y espero quedes convencido de una verdad que<br />

niegas; porque, al negar la existencia del pecado original, no puedes explicar por qué,<br />

bajo un Dios justo, el alma del niño ha de ser borrada del pueblo de Dios si no es<br />

circuncidado al octavo día de su nacimiento.<br />

21. Abandonemos las selvas de los acebuches y las montañas olivareras de África o Italia.<br />

No preguntemos a los agricultores, que pueden darte a ti una respuesta y a mí otra, y nos<br />

sería imposible convencerles, sin una larga experiencia, si, para hacerles ver la verdad,<br />

plantamos un árbol, "que sólo a los nietos daría sombra". Tenemos un olivo que no es<br />

africano ni ítalo, sino judío, en el cual, nosotros que fuimos acebuches, nos alegra vernos<br />

injertados. He aquí un olivo circuncidado que puede darnos una solución al tema que nos<br />

ocupa. Un padre circuncidado engendra un hijo incircunciso. No tiene el padre prepucio, y<br />

lo transmite; lo perdió y lo entregó, y este prepucio es símbolo del pecado. Luego puede<br />

perderse en el padre y encontrarse en el hijo.<br />

Dé, pues, testimonio el niño y diga sin palabras: "Mi alma sería borrada si no fuera<br />

circuncidado al octavo día". Los que negáis el pecado original y confesáis que Dios es<br />

justo, decidme: ¿en qué pequé? Y como, a pesar de vuestros vanos discursos, no sabéis<br />

decir una palabra razonable a este niño que grita en su silencio, unid con nosotros<br />

vuestras voces a las del Apóstol. Somos libres para buscar cuáles son los males que pasan<br />

de padres a hijos, o si además hay otros pecados que se transmiten a la prole; pero sea<br />

fácil, o difícil, o imposible descubrir, digamos con el Apóstol: Por un hombre entró el<br />

pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así pasó a todos los hombres, en el que<br />

todos pecaron. Y no nos está permitido interpretar estas palabras del Apóstol en otro<br />

sentido; es preciso creer que todos hemos muerto a causa del pecado del primer hombre,<br />

y por los que Cristo murió, pues todos los que son bautizados en Cristo mueren al pecado.<br />

Refuta Agustín otras calumnias de Juliano<br />

VIII. 22. Intercalas otras palabras mías en tu discusión para refutarlas, y afirmas que<br />

trato de lanzar contra ti al vulgo vil porque digo: "La fe cristiana, que los nuevos herejes<br />

combaten, no duda en reconocer como verdad incuestionable que todos los que son<br />

lavados en las aguas de la regeneración son rescatados del poder del diablo, y los que aún<br />

no han sido redimidos por esta regeneración, aunque sean hijos de redimidos,<br />

permanecen cautivos bajo el poder del diablo hasta que sean redimidos por la gracia<br />

cristiana". Y para probar mi aserto cito un texto del Apóstol y añado: "Este beneficio del<br />

que habla Pablo se ha de extender a todas las edades; beneficio que nos libró del poder de<br />

las tinieblas y nos trasplantó al reino del Hijo de su amor" 37 .<br />

Si estas palabras sublevan al vulgo contra vosotros, te deberían advertir que la fe católica<br />

ha sido predicada y confirmada en todas las naciones, y no puede escapar al conocimiento<br />

del vulgo. Es, pues, necesario que todos los cristianos conozcan lo concerniente a los<br />

sacramentos de la Iglesia y lo que hace en favor de los niños. ¿Por qué afirmas que "me<br />

refugio en el vulgo, con olvido de nuestra singular disputa?" ¿Cuándo te desafié a singular<br />

combate? ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Cuándo y en presencia de qué árbitro? Dices: "Propuesta la<br />

paz, prefirió la guerra, para que nuestra disputa dirimiera el combate de todos".<br />

No quiera Dios me arrugue la representación de todos los católicos, aunque a ti no te dé<br />

sonrojo apropiarte la de los pelagianos. Yo soy uno de los muchos que combaten vuestras<br />

novedades profanas según nuestras posibilidades y en la medida del don de la fe que a


cada uno de nosotros nos ha sido dado por Dios. Antes de nacer yo y antes de renacer<br />

para Dios, muchas lumbreras católicas se anticiparon a iluminar vuestras futuras tinieblas.<br />

Y, a medida de mis fuerzas, es lo que hice ver en mis libros precedentes. Tienes a quién<br />

recurrir si te deleita decir sandeces contra la fe católica.<br />

23. No te burles de los miembros de Cristo llamándoles "artesanos de baja condición".<br />

Recuerda que Dios escogió a los más débiles del mundo para confundir a los fuertes. ¿Qué<br />

quieres decir con estas palabras: "Cuando me presento ante ellos, se irritan más contra<br />

mí?" No les mientas y no se irritarán. Nunca he dicho, como me calumnias, que sean<br />

"patrimonio del diablo", pues han sido redimidos por la sangre de Cristo. Nunca he dicho<br />

que el matrimonio es una institución del diablo en cuanto matrimonio. No es verdad lo<br />

haga autor de los miembros genitales. No es verdad que llame al diablo estimulador de las<br />

acciones ilícitas de los hombres. No he dicho sea él el que fecunda a las mujeres ni que<br />

sea el creador de los niños. Si dices de mí estas estupideces, muy ajenas a mi<br />

pensamiento, mientes. Y, si alguno de los que te escuchan presta fe a tus palabras, puede<br />

ser un engañado, nunca un sabio. Aquellos que nos conocen a los dos y conocen la fe<br />

católica, lejos de querer ser adoctrinados por ti, cautamente te evitan para que no les<br />

arranques la fe que conocieron. Muchos de ellos no la han aprendido de mí, sino que,<br />

antes que yo, aprendieron las verdades que combate vuestro nuevo error. Y al no hacerlos<br />

yo, sino encontrarlos compañeros en la verdad, ¿cómo pude ser autor de esto que creéis<br />

un error?<br />

¿Voluntariedad en el pecado original?<br />

IX. 24. "¿Explica -dices- cómo puede, con justicia, ser imputado a una persona un pecado<br />

que ni quiso ni pudo pecar?" En las acciones de cada uno, una cosa es cometer pecados<br />

personales y otra ser contagiado por pecados ajenos. Si quisierais vosotros ateneros al<br />

verdadero sentido de la Escritura, sin acomodarlo a vuestra torcida manera de pensar,<br />

escucharíais al Apóstol explicarlo con suma brevedad cuando dice: En uno, todos pecaron.<br />

Todos murieron en aquel uno para que otro uno muriese por todos. Uno murió por todos.<br />

Luego todos murieron 38 , si Cristo murió por todos. Niega que Cristo haya muerto por los<br />

niños, y así podrás exceptuarlos del número de los muertos, es decir, del contagio del<br />

pecado. Preguntas: "¿Cómo algo que pertenece al dominio del libre albedrío puede<br />

comunicarse por el semen?" Si no fuera posible, no podríamos afirmar que los niños, ya<br />

antes de nacer, están muertos. Porque, si Cristo murió por ellos, muertos estaban. Uno<br />

murió por todos; por lo tanto, todos murieron. ¿Lo oyes, Juliano? Estas no son palabras<br />

mías, sino del Apóstol. Por qué me preguntas: "¿Cómo sucedió?", si, de cualquier modo<br />

que haya sido ves que es una realidad, si es que prestas crédito a las palabras del Apóstol,<br />

que no puede mentir cuando habla de Cristo y de aquellos por los que Cristo murió.<br />

25. Otro, con error tan perverso como el vuestro, aunque de signo diferente, podría decir<br />

lo que pretendéis que yo digo de los niños; es decir, "que Dios trabaja en favor de su<br />

enemigo", pues no cesa de crear, alimentar, vestir, a los que con el tiempo han de estar<br />

bajo el poder del diablo, si no es que han de arder eternamente con él; y, no obstante, les<br />

conserva la vida y la salud, a pesar de su obstinación en permanecer en el pecado. Pero<br />

Dios obra así porque sabe hacer buen uso de buenos y malos, y el diablo no puede<br />

sustraer a los designios de la divina majestad a los que engaña y oprime; pero ni él mismo<br />

se puede sustraer, a pesar de su malicia y de sus artes. Por tanto, no pertenecen al diablo<br />

los que son rescatados de su poder; pero incluso los que le pertenecen están, como él,<br />

bajo el poder de Dios.<br />

26. Lo que te parece una idea genial es una vaciedad imponente, como si nosotros<br />

asegurásemos que Dios y el diablo firmasen entre ellos un pacto, por el cual Dios tomaría<br />

para sí todo lo que es lavado, y el diablo, por su parte, todo lo que nace; con una<br />

condición, dices: "que Dios, por un poder dependiente del diablo, fecunde la acción de los<br />

sexos, institución del diablo". La verdad es que el diablo no es autor de esta unión, pues,<br />

aunque el hombre no hubiese pecado, siempre habría existido. Pero, en este caso, la unión<br />

se verificaría sin intervención de la concupiscencia, de la que tú eres abogado, o no se<br />

sentiría inquietud alguna perturbadora. Y esto no es por un poder dependiente del diablo,<br />

sino en virtud de una acción libre y todopoderosa de Dios, que da fecundidad a la mujer,<br />

aunque dé a luz vasos diabólicos; porque los hombres malos, aunque vengan de una raíz<br />

viciada, su naturaleza es buena, por ser obra de Dios, y de él reciben crecimiento, forma,<br />

vida, salud; y les otorga estos bienes con gratuita bondad, entera libertad, poder absoluto<br />

e irreprensible justicia. Tanto lo que es purificado como lo que nace está bajo el poder de


Dios, y ni el mismo diablo puede escapar a este poder. ¿Cómo haces, entre estas dos<br />

cosas, distinción? ¿Acaso es mejor nacer que renacer? El que no ha nacido, no puede ser<br />

purificado. ¿Es que pesas en una misma balanza ambas cosas? Si tus preferencias se<br />

inclinan por el nacimiento, haces injuria al renacimiento espiritual, pues, con sacrílego<br />

error, antepones la generación carnal.<br />

No en vano se cree que no has querido decir "lo que renace", sino "lo que es purificado",<br />

para no hacer partijas entre Dios y el diablo y asignar, con tus palabras, la parte más vil a<br />

Dios. En efecto, pudiste decir: "los que renacen"; pudiste decir: "los que son<br />

regenerados"; pudiste decir, en fin, "los bautizados", con vocablo propio, que el uso ha<br />

trasvasado a la lengua latina, y se emplea exclusivamente para designar el sacramento de<br />

la regeneración. No has querido usar ninguna de estas expresiones, y has elegido una<br />

palabra que hace despreciable la realidad de la que hablas. Ninguno de tus lectores puede<br />

preferir un hombre nacido a uno renacido, regenerado, bautizado; pero creíste que con<br />

facilidad se puede preferir un nacido a un recién bañado. Cuanto dista el cielo de la tierra,<br />

tanto difiere el ser purificado y ser revestido de la imagen del hombre celeste, del nacer y<br />

vestirse de la imagen del hombre terreno. Se evapora así tu odiosa partición, porque nada<br />

tiene de asombroso que Dios reivindique para él los que llevan la imagen del hombre<br />

celeste que se recibe en el baño sagrado del bautismo, y deje en poder del diablo la<br />

enlodada imagen del hombre terreno, manchada por el pecado, hasta que renazcan en<br />

Cristo para revestirse del hombre celeste.<br />

27. Pero si pesa para ti lo mismo el nacer y ser lavado, para no dar la sensación de estar<br />

los niños no regenerados bajo el poder del diablo y que éste y Dios se los repartan en<br />

número igual, y Dios se reserve los renacidos, y los nacidos el diablo; como en esta<br />

hipótesis vale tanto el nacido como el renacido, es superfluo el baño, pues no vale más<br />

que el nacido. Pero damos gracias a Dios, porque no es éste vuestro pensamiento.<br />

Vosotros no admitís en el reino de los cielos a los que han nacido, pero no han sido<br />

lavados, y así pensáis que es mejor renacer que nacer. Os corresponde buscar la razón por<br />

la cual no es una injusticia que los no admitidos en el reino de Dios estén bajo el poder de<br />

aquel que ha sido excluido del reino de Dios, y aquellos que no tienen vida dependen del<br />

que perdió la vida. Los niños no viven si no tienen vida en Cristo; vida que no pueden<br />

tener si no se revisten de Cristo, según está escrito: Todos los bautizados en Cristo os<br />

habéis revestido de Cristo 39 . Los niños, pues, no tienen vida si no tienen a Cristo. Juan el<br />

evangelista da testimonio en su primera carta y dice: Quien tiene al Hijo, tiene la vida;<br />

quien no tiene al Hijo, no tiene la vida 40 . Con razón decimos que los que no tienen vida<br />

están muertos; y, para que tengan vida, Cristo murió por todos. Uno solo murió por todos,<br />

luego todos murieron. Y murió, como se lee en la carta a los Hebreos, para aniquilar, por<br />

la muerte, al señor de la muerte, es decir, al diablo 41 . ¿Qué tiene, pues, de sorprendente<br />

si los niños, mientras están muertos y antes de tener al que por los muertos murió,<br />

dependan del que tiene el imperio de la muerte?<br />

Pesado yugo sobre los hijos de Adán<br />

X. 28. Enumeras verdades de las que no duda la fe cristiana; entre ellas mencionas las<br />

que nosotros predicamos y las consideras incuestionables. Confesamos también ser cierta<br />

esta tu sentencia: "Sin la cooperación del libre albedrío no puede existir en el hombre<br />

pecado". No existiría, en efecto, pecado original sin la acción pecaminosa del libre albedrío<br />

del primer hombre, por quien entró en el mundo el pecado, y pasó a todos los hombres.<br />

Dices: "No se puede imputar a un hombre el pecado de otros". Interesa puntualizar su<br />

verdadero sentido. No quiero mencionar ahora el pecado de David, causa de la muerte<br />

para millares de hombres; ni la transgresión cometida por uno solo del mandato de no<br />

tocar ninguna cosa puesta bajo anatema, que hizo caer la venganza sobre los que no<br />

habían violado el pacto ni conocían el hecho. Muy otra es nuestra disputa, y no debemos<br />

entretenernos sobre esta especie de castigo que se sufre por pecados ajenos. Los pecados<br />

de los padres, en cierto sentido, nos son extraños, pero en otro sentido son nuestros.<br />

Ajenos, porque la acción no es personal; nuestros, por contagio original. Y, si esto no<br />

fuera verdad, oprimiría a los hijos de Adán un pesado yugo desde el día que salen del<br />

vientre de sus madres, y esto no es justo.<br />

29. ¿Cómo entiendes tú las palabras que mencionas del Apóstol en relación a los niños:<br />

Todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba conforme<br />

a lo que hizo durante su vida corporal: el bien o el mal? 42 ¿Se presentarán o no los niños<br />

ante el tribunal de Cristo? Si no se presentan, ¿por qué citar estas palabras del Apóstol, si


no hacen referencia a lo que ahora tratamos? Y si comparecen, ¿cómo va a responder<br />

cada uno de lo que hizo, si no hizo nada, a no ser que se les impute el creer o no creer por<br />

el corazón y la boca de aquellos que los presentaron al bautismo? El Apóstol dijo,<br />

conforme a lo que hizo cada uno durante su vida corporal, cosa que se refiere a lo que hizo<br />

cada uno en esta vida. ¿Cómo va a recibir el niño la recompensa de sus buenas acciones<br />

para poder entrar en el reino de Dios, si cada uno recibe conforme a lo que hizo, si no se<br />

le imputa lo que otros hicieron por él, es decir, de haber creído por boca de aquellos que<br />

lo presentaron al bautismo? Y así, al que creyó le pertenece recibir la recompensa, es<br />

decir, el reino de Dios; el que no cree recibirá sentencia de condenación, pues es palabra<br />

evangélica: El que no cree se condenará 43 ; y el Apóstol no hace excepción ninguna<br />

cuando dice: Todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo para que cada uno<br />

reciba conforme a lo que hizo: el bien o el mal.<br />

Pienso cuán ilógico eres no queriendo que el niño participe en un pecado ajeno, y sí del<br />

premio por una obra buena que otro hizo; y no se trata de una recompensa cualquiera,<br />

sino del reino de Dios. Porque lo mismo que los que creen por boca de otro es una acción<br />

ajena al niño, lo mismo es extraño al niño el pecado de otro. No dudamos que el pecado<br />

se perdone e el bautismo, porque al renacer quedamos purificados. Lo que no se borra<br />

sino por la regeneración, no deja de transmitirse por generación.<br />

30. Decir que la concupiscencia "no siempre es rebelde al espíritu", es confesar, sin duda,<br />

que, a veces, lo es. ¿Por qué no confiesas que es un verdadero suplicio luchar contra ti<br />

mismo? "Dígase -añades-que Dios es el creador de los niños, pero tales como salieron de<br />

las manos de Dios, es decir, inocentes". Estas son tus palabras. Pero ¿no se mostraría más<br />

piadoso y daría a Dios más gloria uno que diga que sólo pueden salir de las manos de Dios<br />

obras perfectas y sanas? Sin embargo, entre los niños, los hay deformes, enfermizos,<br />

monstruosos y esto no es óbice para que la naturaleza de estos niños, todos sus<br />

miembros, todo cuanto en ellos hay de vida y sustancia sea obra de las manos de un Dios<br />

bueno y verdadero.<br />

31. Mandas explique "cómo el diablo se atreve a reivindicar como suyos niños que han<br />

sido creados por Cristo, es decir, por su poder". Explícame tú, si puedes, cómo pudo<br />

reivindicar para sí Cristo unos niños atormentados por los espíritus inmundos, y no de una<br />

manera oculta, sino a vista de todos. Si dices que le fueron entregados, uno y otro vemos<br />

la pena, explica la causa. Los dos vemos el castigo y los dos reconocemos la justicia de<br />

Dios; pero como tú no reconoces en los niños pecado alguno heredado de sus padres,<br />

hazme ver, si puedes, alguna falta en ellos que merezca tal castigo. ¿No reconocerás que<br />

un yugo pesado oprime a los hijos de Adán desde el día que salieron del vientre de sus<br />

madres hasta el día de su regreso a la tierra, madre común de todos?<br />

Bajo este yugo es triturado el género humano con diversas clases de males, que<br />

evidencian cómo los hijos de ira se pueden convertir, por la gracia recibida, en hijos de<br />

misericordia y adopción, dispuestos a entrar en el reino futuro; pero en este siglo, desde<br />

el día de su nacimiento hasta el día de su muerte, han de ser oprimidos por un duro yugo.<br />

Amén de los males a que están expuestos los niños bautizados en esta vida, se les ve, a<br />

veces, atormentados por espíritus impuros para que no sean precipitados en un eterno<br />

suplicio.<br />

32. Repites lo que has dicho y tengo contestado, pero hay algo que ahora no puedo pasar<br />

en silencio. Y es que, "cuando Dios concede -dices- a los niños la gloria de la regeneración,<br />

sin méritos propios buenos o malos, nos prueba con esto que los toma bajo su amparo,<br />

que le pertenecen, que es su maestro y señor, y que por esta razón previene su querer<br />

con la abundancia de sus dones inefables". Pero ¿qué pecado han cometido contra él otros<br />

innumerables niños inocentes, puros, creados a su imagen, para que les prive de la gracia<br />

de la regeneración, y no prevenir su querer con la abundancia de sus dones, y aleje así de<br />

su reino a los que han sido creados a su imagen? Si dices que para ellos esto no es un<br />

mal, todas estas inocentes imágenes de Dios, ¿no amarán el reino de Dios? Y si lo aman, y<br />

lo aman tanto como pueden amar las almas inocentes el reino de aquel que las hizo a<br />

imagen suya, ¿no sufrirán al verse excluidas del reino celeste? Por fin, dondequiera estén<br />

estos niños, de cualquier manera que se encuentren bajo un Dios justo e insobornable,<br />

libre del hado, para el que no hay acepción de personas, lo cierto es que no vivirán en el<br />

reino de la felicidad, donde, sin embargo, se encuentran otros que no hicieron méritos ni<br />

buenos ni malos.


Con todo, si no hubieran merecido algún mal, jamás en una misma causa hubieran sido<br />

privados de participar de tan gran bien. Es, pues, preciso reconocer, como lo hemos dicho<br />

con frecuencia, que Dios, a tenor de las palabras del Apóstol, hace ostensibles en los vasos<br />

de ira las riquezas de su gloria sobre vasos de misericordia. Si Dios actúa así, es para que<br />

éstos no se gloríen como si lo hubieran merecido por sus obras, al ver que les pudo<br />

suceder a ellos lo que ven sucedió a sus compañeros de muerte.<br />

33. Si quieres pensar sabiamente, aplica a los niños lo que dice el Apóstol de Dios Padre:<br />

Nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor 44 . Y en otro<br />

lugar: Fuimos alguna vez, por naturaleza, hijos de ira, como todos los demás 45 . Todos los<br />

que mueren al pecado y son arrancados del poder de las tinieblas eran hijos de ira. Todos<br />

los bautizados en la muerte de Cristo mueren al pecado y viven para Dios. Todos los<br />

bautizados en Cristo, lo son en su muerte, por tanto, como los niños son bautizados en<br />

Cristo, mueren al pecado y son arrancados al poder de las tinieblas, cuando eran, por<br />

naturaleza, hijos de ira.<br />

Estas palabras del Apóstol: por naturaleza, hijos de ira, dices se pueden entender como si<br />

hubiera dicho "hijos de ira"; pero debieras advertir que contra vosotros defendemos la<br />

creencia de la Iglesia, y no se encontrará apenas un manuscrito latino en el que no sea lea<br />

por naturaleza, a no ser te hayas procurado uno en el que este pasaje se halle corregido, o<br />

mejor, por vosotros corrompido. Los antiguos intérpretes evitaban, con sumo cuidado,<br />

poner una coma contraria a la antigua fe de la Iglesia, que vosotros empezáis, con vuestra<br />

novedad, a combatir.<br />

Condena Agustín el vicio, alaba la naturaleza<br />

XI. 34. Mas como tú eres un hombre ilustre, no quieres ser uno más en el rebaño vulgar.<br />

Rechazas de nuevo el sentir de la plebe después de tantos discursos en los que explicabas<br />

los argumentos que tenías para azuzarlos contra mí, pero resulta que los levantas contra<br />

ti. Si en serio tomas tus discusiones, debías darte cuenta de que todos tus razonamientos<br />

no impresionan ni pueden impresionar a un pueblo cuyas creencias se fundan en la verdad<br />

y en la antigüedad de la fe católica. Por eso vuelves de nuevo contra la plebe el ácido<br />

corrosivo de tu desprecio, y esta muchedumbre de cristianos, irritada, con razón, contra ti,<br />

es objeto de tus ultrajes. Con cierta displicencia recorres toda la escala, mencionas a los<br />

oradores de escuela y dices exclamarán contra mí: "¡Oh tiempos, oh costumbres!" Sin<br />

embargo, temes el juicio de la plebe, entre los que buscas entusiastas partidarios que te<br />

aplaudan, y contra mí, enemigos que me atruenen con gritos tulianos. Les dices que,<br />

según mi sentir, "las partes genitales no vienen del mismo principio que el resto del<br />

cuerpo". Contesto: Mientes; no digo semejante dislate. Condeno la concupiscencia, no los<br />

miembros; señalo el vicio, no la naturaleza. Mas este que ante vosotros me calumnia, se<br />

atreve en la Iglesia de Cristo, ante el Maestro supremo, que tiene su trono en el cielo; se<br />

atreve, repito, a recitar un canto a la concupiscencia; y, si estudiase con vosotros, vería<br />

que ninguno de vuestros maestros le propone semejante lenguaje, para no ofender el<br />

pudor de todos vosotros. Otras palabras de Tulio acaso le vengan bien. Escucha: "De una<br />

parte combate el pudor; de otra, la petulancia; de un lado, la continencia, de otro, la<br />

libido".<br />

35. No sé a qué apóstatas de vuestro dogma echas en cara su conversión o retorno a la fe<br />

católica. Das pruebas de temerles cuando no osas dar sus nombres, no suceda que, al oír<br />

de tu boca falsos crímenes que les imputas, elevasen contra ti otras acusaciones, si no<br />

más verdaderas, sí más verosímiles. Pero sean las que sean estas personas, si con<br />

sabiduría obran, no lo harían y hasta son capaces de otorgarte su perdón, según el<br />

consejo del Apóstol: No devolváis maldición por maldición 46 . Tú dígnate, al menos,<br />

escuchar al que te adoctrina y del que tomas tu exclamación: "¡Oh tiempos, oh<br />

costumbres!" Escúchale para que te abstengas de palabras demasiado libres, como te<br />

abstienes de toda acción deshonesta, si es que te abstienes, y no digas de otros lo que te<br />

sonrojaría si otros lo dijeran de ti, aunque fuera falso.<br />

Sepan tus lectores lo que dices contra no se qué personas, para nosotros en absoluto<br />

desconocidas; pero sí conocemos algunos que abjuraron la herejía pelagiana con el<br />

propósito de guardar continencia. No me interesa conocer a esos fulanos o zutanos de tu<br />

secta, a quienes engañas diciéndoles que yo sostengo que "es imposible poner freno a la<br />

concupiscencia ni en un cuerpo carcomido por los años". Declaro, por el contrario, que se


puede y debe frenar, pues la considero un mal. Si alguien niega sea un mal, vea cómo la<br />

puede considerar como un bien, porque el que lucha contra ella, quiera o no, confiesa se<br />

ha de frenar la concupiscencia. Sostengo que no sólo en la ancianidad, sino también en la<br />

juventud, es posible dominar la concupiscencia. Lo que me llena de asombro es que los<br />

que profesan continencia alaben la libido.<br />

36. ¿Quién de los nuestros afirma que "el mal que los niños, en su origen, contraen puede<br />

existir o existió sin la sustancia en la que está?" Mas tú, como si lo dijéramos, recurres al<br />

juicio de los dialécticos, te mofas del vulgo, como si yo lo tomase por juez entre los dos,<br />

para que decidan en materias sobre las cuales son incapaces de pronunciarse. Si tú no lo<br />

hubieras aprendido, el dogma pelagiano permanecería sin arquitecto. Tú, si quieres vivir,<br />

no ames la sabiduría de la palabra, que desvirtúa la cruz de Cristo. En mi libro anterior (c.<br />

l4) expliqué cómo las cualidades, buenas o malas, pasan de una a otra sustancia,<br />

modificándolas, sin hacerlas cambiar de lugar. Si desprecias el juicio del vulgo, ten<br />

presentes a aquellos jueces que en mis dos primeros libros cité, de gran autoridad en la<br />

Iglesia de Cristo.<br />

Acusación de Juliano centra el papa Zósimo<br />

XII. 37. ¿Por qué, para persistir en tu error perverso, acusas de prevaricación al obispo<br />

de la Sede Apostólica Zósimo, de santa memoria? Pues no se apartó ni un ápice de la<br />

doctrina de su predecesor, Inocencio I, al que temes nombrar. Prefieres citar a Zósimo,<br />

porque en un principio actuó con cierta benevolencia con Celestio, si lo veía dispuesto a<br />

corregirse y si en su doctrina se encontraba algo condenable, y a suscribir las cartas de<br />

Inocencio.<br />

38. Recuerda con qué insolencia atacas al pueblo romano con ocasión del cisma que<br />

estalló a raíz de la elección de un obispo. Te pregunto si esto sucedió por voluntad de los<br />

hombres. Si niegas, ¿cómo puedes defender el libre albedrío? Si afirmas, ¿cómo puedes<br />

decir que el cisma fue efecto de la "venganza divina"? ¿No te apartas así de los principios<br />

de vuestro dogma queriendo hacer creíble que, por medio de este cisma, Dios os vengó? ¿<br />

O es que, por fin, concedes lo que con obstinada pertinacia has negado, a saber, que<br />

sucede por secreto juicio de Dios, y afirmas ahora que en las voluntades mismas de los<br />

hombres hay algo que es pecado y castigo de pecado? De no admitir esta doctrina, no<br />

puedes llamar "castigo de Dios" un hecho humano. Algo parecido sucedió ha muchos años<br />

con el bienaventurado Dámaso y Ursicino, aunque entonces Roma no había condenado a<br />

los pelagianos.<br />

39. Dices que "yo mismo he cambiado de parecer porque al principio de mi conversión<br />

pensaba como tú". Pero o te engañas o te equivocas, y calumnias lo que ahora digo o no<br />

entiendes, y mejor, no lees lo que entonces dije. Porque desde el principio de mi<br />

conversión defendí siempre, y defiendo ahora, que por un hombre entró en el mundo el<br />

pecado, y por el pecado la muerte, y así pasó a todos los hombres en el que todos<br />

pecaron. Esto se puede ver en los libros que, siendo seglar, escribí poco después de mi<br />

conversión, aunque entonces no estaba aún tan versado en las Sagradas Escrituras como<br />

lo estoy ahora. Sin embargo, sobre este punto de fe ya entonces sentía, y cuando se me<br />

brindaba la ocasión lo afirmaba, la doctrina que desde antiguo enseña y cree toda la<br />

Iglesia; esto es, que el pecado original hizo caer en grandes y evidentes miserias a todo el<br />

género humano, que hacen al hombre semejante a un soplo, y sus días, como sombra que<br />

pasa, pues todo hombre es un saco de vanidad; y de esta vanidad sólo podemos ser<br />

liberados por aquel que ha dicho: La verdad os hará libres 47 ; y también: Yo soy la vida; y:<br />

si os libró el Hijo, sois verdaderamente libres 48 .<br />

Libra la verdad, no la vanidad; libra la gracia, y no según los méritos; y por misericordia,<br />

no por obligación. Por justo juicio de Dios, estamos sujetos a la vanidad, y, por un efecto<br />

de su misericordia, la verdad nos libra de la esclavitud de la vanidad, de suerte que es<br />

necesario confesar que nuestros méritos buenos no son sino dones de Dios.<br />

El hombre exterior y el hombre interior<br />

XIII. 40. Examinemos ahora tu calumnia. Me recriminas como si yo hubiera dicho que los<br />

bautizados "sólo en parte son purificados". Y esto aparece en plena luz en varios pasajes<br />

de mis sermones, y pones algunas perícopas de los sermones a consideración del lector en<br />

tu disputa. Te doy las gracias. Son: "La concupiscencia de la carne no se ha de imputar al


matrimonio sino que debe ser tolerada". No es un bien que venga de la unión natural del<br />

hombre y la mujer, sino que es un mal proveniente del antiguo pecado. Y es esta<br />

concupiscencia la que hace que los mismos que son fruto de un matrimonio justo y<br />

legítimo entre los hijos de Dios no sean hijos de Dios, pues los engendran como hijos de<br />

este siglo. Es sentencia del Señor: Los hijos de este siglo engendran y son engendrados 49 .<br />

Y como hijos que somos del siglo, nuestro hombre exterior se destruye, y por esto son<br />

engendrados hijos del siglo. Mas para que nazcamos hijos de Dios es preciso que nuestro<br />

hombre interior se renueve de día en día.<br />

El mismo hombre exterior, santificado por las aguas del bautismo, recibe en esperanza su<br />

futura incorruptibilidad, lo que hace que se convierta en templo de Dios; y esto se dice no<br />

sólo a causa de nuestra santificación presente, sino también en virtud de la esperanza, de<br />

la que está escrito: Poseemos las primicias del Espíritu y gemimos anhelando la redención<br />

de nuestro cuerpo 50 . Y si esperamos, según el Apóstol, la redención de nuestro cuerpo, es<br />

claro que no se tiene lo que se espera. No hay en estas mis palabras nada que en sí<br />

mismo no reconozca el bautizado y no diga con el Apóstol: Gemimos en nuestro interior. Y<br />

en otro lugar dice: Los que estamos en esta tienda gemimos oprimidos 51 . Esto rima con lo<br />

que en el libro de la Sabiduría se lee: Un cuerpo corruptible hace pesada el alma y la<br />

tienda terrena abate el alma fecunda en pensamientos 52 .<br />

Pero tú, como si habitaras en el inmortal seguro entre los ángeles del cielo, te ríes de los<br />

vocablos enfermedad y mortalidad, y los explicas no en mi sentido, sino según tu mala fe,<br />

y sostienes que yo he dicho que "la gracia no renueva totalmente al hombre". No he dicho<br />

esto. Escucha lo que afirmo: la gracia renueva totalmente al hombre, pues le conduce a la<br />

inmortalidad del cuerpo y a una felicidad plena. Y ahora le renueva por completo, pues lo<br />

libra de todos sus pecdos aunque no de todos los males ni de la corrupción de su cuerpo<br />

de muerte, que hace pesada al alma. De ahí los gemidos que el Apóstol sentía en sí mismo<br />

cuando dice: Nosotros gemimos en nuestro interior. Y por el bautismo que aquí abajo<br />

recibimos se llega a la felicidad que esperamos. Mas no todos los hijos del siglo son hijos<br />

del diablo, aunque todos los hijos del diablo sean hijos de este siglo; y por eso contraen<br />

matrimonio; mas por esta unión carnal no engendran hijos de Dios, porque para llegar a<br />

ser hijos de Dios han de nacer no de la carne, ni de la sangre, ni de voluntad de carne, ni<br />

de voluntad de varón, sino de Dios.<br />

El cuerpo es santificado por el bautismo, sin que pierda su corruptibilidad, que hace<br />

pesada al alma. Y aunque sean sus cuerpos castos cuando sus miembros no sirven de<br />

instrumento a los deseos del pecado, y merced a esto empiezan a convertirse en templos<br />

de Dios, sin embargo, aún hay algo en este edificio que la gracia ha de perfeccionar<br />

cuando la carne lucha contra el espíritu, para excitar en nosotros movimientos<br />

desordenados, y el espíritu lucha contra la carne, para que la santidad del alma<br />

permanezca.<br />

Construcción del templo de Dios<br />

XIV. 41. ¿Quién, ilustre doctor, ignora lo que enseñas, a saber, que "se dice que la<br />

concupiscencia de la carne codicia, porque el alma tiene deseos carnales?" Sin alma no<br />

hay codicias en la carne. El codiciar es propio de un ser que vive y siente, e incluso se deja<br />

sentir en los castrados, y sólo pueden ser castos si la reprimen. Cierto que en ellos es<br />

menos violenta al no encontrar materia en que actuar; por eso en ellos son menos vivas<br />

las reacciones, aunque existe en ellos, y únicamente el recurso a la castidad puede frenar<br />

sus ímpetus, para que, a pesar de sus vanos esfuerzos por complacerla, no corran la<br />

suerte de Calígono, eunuco de Valentiniano el Joven, quien, convicto por la confesión de<br />

una meretriz, fue decapitado por haber querido saciar con ella sus apetencias. A pesar de<br />

su impotencia, sienten los eunucos los movimientos de la concupiscencia carnal, y así<br />

encontramos en el Eclesiástico esta comparación que nos lo permite creer: El que mira con<br />

sus ojos y gime, es como eunuco que oprime a una virgen y suspira 53 .<br />

Tiene el alma afectos, según el espíritu, contrarios a los deseos de la carne, que combaten<br />

a los del espíritu; por eso dice el Apóstol: La carne codicia contra el espíritu, y el espíritu<br />

contra la carne. Por esta misma razón dice que el alma se renueva de día en día 54 , porque<br />

crece en santidad a medida que en ella decrece la violencia de las pasiones de la carne, a<br />

las que niega su consentimiento. A personas bautizadas habla el Apóstol y les dice:<br />

Mortificad vuestros miembros terrenos. Y menciona la fornicación, los malos deseos de la<br />

carne, la avaricia. ¿Cómo un hombre bautizado va a mortificar la fornicación que ya no


comete, y que, en tu sentir, nada tiene que mortificar? ¿Cómo va a obedecer al Apóstol<br />

cuando manda dar muerte a la fornicación sino combatiendo los movimientos<br />

desordenados de la carne negándoles su consentimiento; y, aunque se dejen sentir,<br />

disminuyen de día en día en virulencia en los que progresan en la virtud y ya no fornican<br />

ni de hecho ni de deseo? Esto se realiza en el templo de Dios cuando, con ayuda de la<br />

gracia del cielo, cumplimos los mandamientos del Señor. Es entonces cuando se levanta<br />

airoso el edificio del espíritu y se mortifican las obras de la carne. Porque, si vivís según la<br />

carne, moriréis; si con el espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis. Y para que<br />

supiesen los romanos que esto no es factible sin la ayuda de Dios, añade: Todos los que<br />

son conducidos por el espíritu de Dios son hijos de Dios 55 . Y los conducidos por el espíritu<br />

de Dios mortifican, por el espíritu, las obras de la carne.<br />

42. Tienen ya los bautizados tarea a realizar en sí mismos, es decir, en el templo de Dios,<br />

que se construye en el tiempo y se celebra su dedicación en la eternidad. Se levanta el<br />

templo, como indica el título del salmo, después de la cautividad, una vez arrojado fuera el<br />

enemigo que los tenía cautivos. Puede llamar la atención que, en el orden de los salmos,<br />

primero esté el salmo de la dedicación y luego el de la construcción, primero, el salmo<br />

compuesto para la dedicación, porque se celebra la dedicación del templo del que dijo su<br />

arquitecto: Destruid este templo, y en tres días lo reedificaré 56 . El otro salmo se cantaba<br />

durante la construcción del templo después de la cautividad, y es como una profecía de la<br />

Iglesia. Empieza con estas palabras: Cantad al Señor un cántico nuevo; cantad al Señor<br />

toda la tierra 57 . Nadie pierda el sentido y piense que todo bautizado es ya perfecto porque<br />

diga el Apóstol: El templo de Dios, que sois vosotros, es santo 58 ; y: ¿Ignoráis que<br />

vuestros cuerpos son santuarios del Espíritu Santo que está en vosotros, que habéis<br />

recibido de Dios? 59 Y en otro lugar: Somos templo de Dios vivo 60 . Y en otros textos llama<br />

templo cuando se edifica por la mortificación de los miembros terrenos. Aunque estemos<br />

muertos al pecado y vivamos para Dios, hay algo en nosotros que debemos mortificar para<br />

que no reine el pecado en nuestro cuerpo mortal y no obedezcamos sus apetencias<br />

desordenadas.<br />

Somos, es cierto, libertados de la esclavitud del pecado por la plena y perfecta remisión de<br />

todos nuestros pecados; pero aún permanecen en nosotros pasiones para que combatan<br />

los castos. Tal es la concupiscencia de la que usan bien los esposos castos; pero este bien<br />

nace de un mal, y como no se nace sin este mal, es necesario renacer para verse uno libre<br />

de este mal. Lo que Dios crea y el hombre engendra es ciertamente bueno, pues el fruto<br />

es un hombre; pero este bien no está exento de mal, porque sólo la regeneración libra del<br />

mal que la generación carnal trae del gran pecado de nuestro primer padre.<br />

43. Te parece increíble que "en el seno de una mujer bautizada, cuyo cuerpo es templo de<br />

Dios, se forme un hombre que estará bajo el dominio del diablo si no renace de Dios y<br />

para Dios". ¡Como si no fuera todavía más increíble que Dios actúe donde no está! Porque<br />

Dios no habita en un cuerpo sometido al pecado; y, sin embargo, crea un hombre en el<br />

seno de una ramera. Todo lo abarca en virtud de su pureza, y nada manchado le alcanza.<br />

Y es aún más sorprendente que adopte como hijo al niño que forma en el cuerpo de la<br />

mujer más inmunda, y, a veces no quiere sea hijo suyo el niño que forma en una hija<br />

suya; el primero, no sé por qué providencia, llega al bautismo, mientras éste, a causa de<br />

una muerte repentina, no puede ser bautizado. Y así, Dios, en cuyo poder están todas las<br />

cosas, hace que disfrute de la compañía de Cristo el que formó en el domicilio del diablo y<br />

no quiere en su reino al que creó en su templo. Y si lo quiere, ¿por qué no hace lo que<br />

quiere? Ahora no puedes decir de los niños lo que sueles decir de los adultos: Dios sí<br />

quiere, pero el niño no quiere. En este caso, donde nada se puede atribuir a la fatalidad<br />

del hado, ni al capricho de la fortuna, ni a los méritos de la persona es preciso inclinar la<br />

cabeza ante la profundidad misteriosa de la verdad y misericordia divinas.<br />

Por medio de este misterio incomprensible ha querido Dios enseñarnos que existen dos<br />

hombres: uno introdujo el pecado en el mundo, el otro borró el pecado del mundo; todos<br />

los niños, fruto de la concupiscencia de la carne, de cualquier padre que nazcan, están,<br />

con justicia, condenados a llevar el duro yugo que oprime a los hijos de Adán; y, por el<br />

contrario, todos los que la gracia de Dios hace nacer del espíritu, de cualquier padre que<br />

nazcan, sin mérito alguno por su parte, están destinados a llevar el yugo ligero y suave de<br />

los hijos de Dios. Es conforme a las leyes de la naturaleza que el niño formado en un<br />

cuerpo que es templo de Dios, no por eso sea templo de Dios, aunque haya sido creado en<br />

un templo de Dios. Porque el ser templo de Dios el cuerpo de la madre no es efecto de la<br />

naturaleza, sino beneficio de la gracia; gracia que se confiere en la regeneración, no en la


generación. Porque, si lo que la madre concibe fuera parte de su cuerpo y fuese<br />

considerado parte de ella misma, no habría necesidad de bautizar a un niño cuya madre<br />

haya sido bautizada en peligro de muerte cuando llevaba en sus entrañas al hijo. Por eso,<br />

cuando se le bautiza, no es un segundo bautismo el que recibe. Luego no formaba parte<br />

del cuerpo de la madre cuando estaba aún en el seno materno; sin embargo, fue formado<br />

en un templo de Dios, sin ser, por eso templo de Dios. Y así, en una mujer fiel se crea un<br />

hijo infiel y sus padres le transmiten una infidelidad que ellos no tenían cuando le dieron el<br />

ser, pero que tenían cuando recibieron un ser semejante. Transmitieron lo que no tenían,<br />

a causa de la semilla espiritual, que los regeneró, pero que se encuentra en el semen<br />

carnal, por el que son engendrados.<br />

44. Y así, aunque el cuerpo sea santificado en la sagrada fuente del bautismo, no<br />

obstante, es santificado para que por el perdón de los pecados quede libre no sólo de los<br />

pecados pasados, sino también de la concupiscencia de la carne, que habita en él desde su<br />

nacimiento y muere con él si no es regenerado. ÀDónde has oído o en qué escrito mío has<br />

leído que yo haya dicho que "los hombres no son renovados por el bautismo, sino que son<br />

casi renovados; que no son librados, sino casi librados; que no se salvan, sino que casi se<br />

salvan?" ¡Lejos de mí afirmar sea estéril la gracia de la fuente bautismal, en la que renací<br />

del agua y del Espíritu, por la que he sido librado de la deuda de todos mis pecados, ora<br />

sea del que al nacer contraje, ora de los que cometí en mi juventud disoluta! Gracia por la<br />

que soy librado para que sepa no entrar en tentación atraído y seducido por mi<br />

concupiscencia; gracia que me hace ser escuchado cuando recito con mis hermanos:<br />

Perdónanos nuestras deudas; gracia por la que espero verme libre por toda la eternidad.<br />

Entonces ya no sentiré en mis miembros una ley en lucha contra la ley de mi espíritu.<br />

No hago yo estéril la gracia de Dios, sino tú, su enemigo, que haces gala de vana ciencia<br />

mencionando en tus discursos a Epicuro porque dijo que "los dioses no tenían cuerpo, sino<br />

una especie de cuerpo; ni tenían sangre, sino una especie de sangre". Y aprovechas la<br />

ocasión para citar, tomadas de los libros de los filósofos, sentencias que nada tienen que<br />

ver con la cuestión que tratamos; verdaderas vaciedades y delirios, aunque a ti te parecen<br />

dichos sapienciales. ¿Quién de nosotros dice que "todo lo que se hace en el siglo presente<br />

merece condena", cuando Cristo hizo en la tierra tantas buenas obras para librarnos del<br />

mal del siglo presente?<br />

Hay pecados que se perdonan en el siglo futuro<br />

XV. 45. Es importante examinar con diligencia el sentido que das al texto del Apóstol que<br />

dice: Por la esperanza somos salvados, hasta llegar a las palabras rescate de nuestro<br />

cuerpo 61 . Según tú, "esta resurrección no perdona todos los pecados, pero sí criba los<br />

méritos de cada uno". Dices que recompensa según las obras, pero no dices qué obras<br />

hacen a los niños dignos del reino de los cielos. Sin duda que en el reino no hay pecados<br />

que se perdonen; pero, si no se perdonasen algunos en el juicio final, creo que el Señor no<br />

habría dicho de cierto pecado: No se le perdonará ni en este mundo ni en el otro 62 . El<br />

buen ladrón esperaba obtener perdón de sus pecados en el otro mundo, pues le suplica al<br />

Señor se acuerde de él cuando llegues a tu reino 63 . Sobre esta cuestión profundísima no<br />

debemos aventurar una opinión precipitada. ¿Por qué no perdona Dios ningún pecado en<br />

el reino sino porque no encuentra nada que perdonar? No puede existir pecado allí donde<br />

el espíritu no digo que no consienta a las apetencias de la carne, sino que ni tiene deseos<br />

contrarios a los de la carne, pues la carne no lucha contra el espíritu. Entonces la obra de<br />

la salvación es inefablemente perfecta, no como ahora en el bautismo, que se nos<br />

perdonan, sí todos los pecados, pero perviven en nosotros los deseos carnales, con los<br />

cuales los mismos casados castos se ejercitan en "gloriosos combates", y en más gloriosos<br />

todavía, los continentes; verdad que tú confiesas, pero no sé por qué, lamentablemente,<br />

cuando hablas en favor de la verdad, no te escuchas a ti mismo.<br />

46. Describes la suprema felicidad de la resurrección y dices: "Allí ningún justo maltratará<br />

su cuerpo para reducirlo a esclavitud, ni humillará su alma durmiendo sobre el duro suelo,<br />

ni descuidará la limpieza de sus miembros". Dime: ¿por qué entonces el que ha sido<br />

purificado en el bautismo practica estas austeridades y se atreve a disciplinar el templo de<br />

Dios? ¿No son sus miembros santuario de Dios? ¿Por qué, cuando clama por la presencia<br />

de Dios, o invoca su misericordia, o aplaca su enojo, no usa perfumes de agradable olor,<br />

sino que emplea el hedor de su templo? ¿No existirá en este santuario de Dios algo malo<br />

que es menester castigar, domar, vencer, aplastar? No prestas atención. ¿No ves que, si<br />

uno trata con dureza su cuerpo y no hay nada que mortificar que desagrade a Dios, le


hace gran injusticia al maltratar en vano su templo? ¿Por qué andas con rodeos? ¿Por qué<br />

tantas dudas? Confiesa claramente lo que no puedes evitar reconocer; es decir, que este<br />

mal, sí, este mal que el hombre en su cuerpo, acardenalado a golpes, persigue, no es otro<br />

que aquel que hacía decir al Apóstol: Sé que nada bueno habita en mí, es decir, en mi<br />

carne 64 .<br />

¿Por qué niegas ser éste el clamor del bautizado, cuando conoces los frutos de este clamor<br />

en las torturas del cuerpo y en la corrupción de los miembros? Pues no son castigos que<br />

Dios inflija a los santos o que sufran por parte de sus enemigos; son penitencias que se<br />

imponen a sí mismos por amor a la continencia. ¿Por qué estos cilicios sino porque el<br />

espíritu lucha contra la concupiscencia de la carne? Y esto mismo lo experimentas tú, pues<br />

en la descripción que haces de la dicha futura añades y dices: "Nadie tendrá entonces<br />

necesidad de presentar su feliz impudencia a los ultrajes, ni sus mejillas a las bofetadas, ni<br />

sus espaldas a los azotes. Ni buscará su fuerza en la debilidad. Ni tratará de hermanar la<br />

frugalidad con la miseria, ni el optimismo con la tristeza". ¿Por qué no dijiste "Ni la<br />

concupiscencia de la carne con la castidad?" Pero te apresuras a concluir tu razonamiento,<br />

y dices: "Ni la paciencia con el dolor".<br />

Hablas sólo de los males que vienen de afuera y con valor se soportan, pero no del mal<br />

que se deja sentir dentro de nosotros y sólo con la castidad se reprime. ¿Nos arguyes,<br />

acaso, de torpeza porque no hemos comprendido que hablas de estos males cuando más<br />

arriba describes los trabajos y sufrimientos del cuerpo y la corrupción de los miembros?<br />

Porque, cuando un hombre vigoroso es maltratado no por un enemigo exterior, sino por él<br />

mismo, es que dentro hay un enemigo a vencer.<br />

47. Recuerda que aún no has explicado por qué el Apóstol, adoptado ya en las aguas de la<br />

regeneración, dice: Esperando la regeneración 65 . Y repites: Nadie tiene odio a su carne. ¿<br />

Lo niega alguien? Sin embargo, añades que es preciso amansarla a golpes de rigurosa<br />

disciplina. De nuevo hablas en favor de la verdad si quieres escucharte a ti mismo; ¿por<br />

qué los fieles disciplinan su carne, si después de su bautismo no hay en ellas nada que<br />

contraríe los deseos del espíritu? ¿Por qué se mortifica este templo de Dios, si en él no hay<br />

nada que resista al Espíritu de Dios? El mal reside en nosotros, y nos perjudica en gran<br />

manera si no hemos sido liberados de la esclavitud que nos atenaza por el perdón de los<br />

pecados. Se nos perdona la deuda que nos hacía culpables y se la tritura por la<br />

continencia, para que, debilitada, no salga vencedora en el combate. Se la doma para que<br />

no dañe, hasta que, sanada, deje de existir.<br />

Por tanto, en el bautismo se perdonan todos los pecados, el original y los que por<br />

ignorancia o advertencia hemos cometido. Dice Santiago, el apóstol: Cada uno es tentado<br />

por su concupiscencia, que le arrastra y seduce. Después, la concupiscencia, cuando ha<br />

concebido, pare el pecado 66 . Es evidente que en estas palabras distingue el apóstol entre<br />

preñez y parto. La concupiscencia concibe, el pecado es fruto del parto. Pero la<br />

concupiscencia no da a luz, sino concibe; ni concibe si antes no seduce; es decir, no<br />

obtiene el consentimiento de la voluntad para cometer el mal. Se lucha contra ella para<br />

que no conciba y dé a luz el pecado. En el bautismo se perdonan todos los pecados, es<br />

decir, todos los fetos de la concupiscencia, y si ésta se extingue, ¿por qué los santos, para<br />

impedir su preñez, combaten contra ella, por medio de la mortificación corporal, la<br />

disciplina de los miembros, la tortura de la carne? He citado tus palabras. ¿Por qué, digo<br />

yo, si la concupiscencia se apaga en el bautismo, luchan contra ella los santos con<br />

mortificaciones, disciplinas, privaciones? Permanece, pues; no la suprime el agua de la<br />

regeneración, si es que no hemos perdido el sentimiento que nos hace sentirla muy al<br />

vivo.<br />

48. ¿Quién hay tan imprudente, tan sinvergüenza, descarado, tozudo, obstinado y, por fin,<br />

tan insensato o loco que, confesando que es un mal el pecado, niega a continuación que la<br />

concupiscencia que concibe el pecado sea un mal, incluso si el espíritu, al luchar contra<br />

ella, no le permita concebir y parir el pecado? Un mal tan grande y que en nosotros habita,<br />

¿cómo no va a tener sujetos a la muerte a todos nosotros y arrastrarnos a la muerte<br />

eterna si estos lazos no fueran rotos en el bautismo por el perdón de los pecados que se<br />

nos otorga. Por eso, el nudo tuvo su origen en el primer Adán, y sólo puede ser desatado<br />

por el segundo Adán; y es a causa de este nudo de muerte que los niños mueren en su<br />

nacimiento; no por esta muerte que consiste en la separación del alma del cuerpo, sino<br />

por la muerte que a todos oprimía y por los que Cristo murió. Sabemos -dice el Apóstol, y<br />

nosotros con frecuencia lo repetimos- que uno murió por todos; luego todos murieron. Y


murió por todos para que los que viven, no vivan ya para sí, sino para el que por todos<br />

murió y resucitó 67 .<br />

Viven, pues, aquellos por los que, para que vivan, murió el que vivía. Y, para hablar con<br />

más claridad, diremos con el salmista: Aquellos están libres de la muerte por quienes<br />

murió el que estaba libre entre los muertos. O aún más claramente: han sido rescatados<br />

del pecado aquellos por los que murió el que nunca tuvo pecado. Y, aunque murió una sola<br />

vez, muere, no obstante, cuantas veces uno de nosotros, en cualquier edad, es bautizado<br />

en su muerte; es decir que la muerte de aquel que no conoció pecado aprovecha a los que<br />

están muertos en el pecado; pero, una vez bautizados en su muerte, mueren al pecado.<br />

El bautizado queda libre de toda culpa, no de todos los males<br />

XVI. 49. Citas este texto del Apóstol: No os engañéis. Ni los impuros ni los idólatras...<br />

heredarán el reino de los cielos. Los que estos excesos cometen son los que, incitados por<br />

el aguijón de la concupiscencia, consienten en sus movimientos torpes y perversos. Añade<br />

el Apóstol: Y esto es lo que fuisteis vosotros, pero habéis sido lavados, habéis sido<br />

santificados 68 .<br />

Indica, pues, un cambio en algo mejor; y no porque desaparezca la concupiscencia, cosa<br />

imposible en esta vida, sino porque ya no obedecen a sus apetencias; y esto se puede<br />

hacer cuando se lleva una vida casta y santa y reconocen haber sido liberados del que los<br />

tenía cautivos, lo que sin la regeneración no es posible.<br />

Estás en un error cuando escribes: "Si es un mal la concupiscencia, los bautizados están<br />

limpios de ella". No, los bautizados están libres de todo pecado, no de todo mal. O, para<br />

hablar con más propiedad, carecen de la mancha que los hacía culpables, pero no de todos<br />

los males. ¿Acaso no están sometidos aún a la corrupción del cuerpo? Lo que hace al alma<br />

pesada, ¿no es un mal? ¿Se equivoca el que dice: Un cuerpo corruptible hace pesada el<br />

alma? 69 ¿Carecerá del mal de la ignorancia, causa de males sin número? ¿Es mal liviano<br />

no comprender las cosas que son del Espíritu de Dios? De bautizados habla el Apóstol<br />

cuando dice: El hombre animal no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque<br />

para él son locura, y no las puede entender, porque se han de juzgar espiritualmente 70 . Y<br />

en el capitulo siguiente: Yo, hermanos, no puedo hablaros como a espirituales, sino como<br />

a carnales. Como a niños en Cristo, os di a beber leche, no alimentos sólidos, pues todavía<br />

no los podéis digerir. Porque hay entre vosotros envidias y discordias; ¿no es cierto que<br />

sois carnales y camináis a lo humano? ¡Mira cuántos males atribuye al mal de la<br />

ignorancia! Pienso que el Apóstol no decía esto a los catecúmenos. ¿Cómo podían estos<br />

jóvenes estar en Cristo sin haber sido aún regenerados? Y, si no lo crees, escucha lo que<br />

dice poco después: ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en<br />

vosotros? 71<br />

¿Dudarás todavía o negarás que sólo los bautizados pueden ser templo de Dios, en el que<br />

habita el Espíritu de Dios? Escucha, una vez más, lo que dice el Apóstol a los fieles de<br />

Corinto: ¿Acaso fuisteis bautizados en nombre de Pablo? 72 Aquellos a quienes se dirige<br />

Pablo no carecían del gran mal de la ignorancia, aunque habían sido lavados en las aguas<br />

del sacramento de la regeneración; pero sí habían sido purificados de toda mancha de<br />

pecado. Este mal de la ignorancia hacía parecer locuras cosas que pertenecen al Espíritu<br />

de Dios, y eran ya templo de Dios, en el que habitaba el Espíritu de Dios. Pero,<br />

progresando de día en día en el camino en el que se encontraban, podían, sin duda<br />

alguna, debilitar este mal con ayuda de una sana doctrina. Creamos que en esta vida<br />

puede, sí, disminuir este mal y aun desaparecer después del bautismo; ¿pero en el<br />

bautismo? ¿Quién duda que la concupiscencia puede decrecer en esta vida, pero no morir?<br />

50. En la sagrada fuente del bautismo se perdonan todas las culpas pasadas. Se perdonan<br />

en los que renacen, disminuyen en los que progresan. La ignorancia retrocede a medida<br />

que nos ilumina la luz de la verdad; y la misma concupiscencia se debilita al calor de la<br />

caridad. Mas ninguno de estos dos bienes es nuestro. Porque no hemos recibido el espíritu<br />

de este mundo, sino el espíritu que viene de Dios, para conocer los dones que Dios nos ha<br />

dado 73 .<br />

En este sentido, la concupiscencia es peor que la ignorancia, porque la ignorancia, sin la<br />

concupiscencia, nos hace cometer faltas leves, mientras la concupiscencia, sin la<br />

ignorancia, nos lleva a cometer pecados graves. Ignorar el mal no siempre es un mal, pero


siempre es un mal desear el mal. Incluso, a veces, es un bien ignorar el bien, para<br />

aprender a conocerlo en tiempo oportuno. Lo que nunca puede suceder es que el hombre<br />

pueda, por medio de la concupiscencia de la carne, codiciar un bien; porque el deseo de<br />

engendrar hijos no es un deseo de la concupiscencia, sino de la voluntad del alma, aunque<br />

la siembra no se realice sin la concupiscencia carnal. Tratamos aquí de la concupiscencia<br />

de la carne en lucha contra el espíritu, no de la concupiscencia buena, que hace al espíritu<br />

luchar contra la carne, por la que codicia la continencia para vencer la concupiscencia.<br />

Jamás puede el hombre desear bien alguno por la concupiscencia de la carne, a no ser que<br />

considere la voluptuosidad como un bien. Si, como en algunos pasajes de tus escritos has<br />

dicho, te agrada la secta de Dinómaco, "que confunde honestidad y placer", opinión que<br />

filósofos paganos más honestos llaman bien escileo, una mezcla de la naturaleza humana<br />

y animal; si abrazas, digo, esta monstruosa opinión, nos basta reconozcas que hay un<br />

placer lícito y otro ilícito; y así, la concupiscencia es un mal, pues puede,<br />

indiferentemente, apetecer ambas cosas, si el placer lícito no frena sus codicias ilícitas. Y<br />

este mal no se deja en el bautismo, pero de él triunfan los bautizados para que no los<br />

arrastre a lo ilícito, libres ya de su yugo por la gracia regenerativa. Mas, en el día de la<br />

resurrecci-n, la concupiscencia dejará de existir en un cuerpo vivo y exento de dolor, y<br />

ésta será la recompensa de los que fielmente lucharon contra ella, y, curados ya de su<br />

enfermedad, serán revestidos de inmortalidad feliz. Para los que no resucitan a la vida, no<br />

existirá para dicha suya, sino para castigo; no porque queden limpios de sus inmundicias,<br />

sino porque para los malos no será deleite, sino tormento.<br />

¡Guerra a la concupiscencia!<br />

XVII. 51. Veamos ya lo que la agudeza de tu fino ingenio ha inventado para combatir un<br />

pasaje de mi libro en el que digo: "El mal de la concupiscencia de la carne se perdona en<br />

el bautismo; no porque deje de existir, sino porque no se imputa a pecado; mal que<br />

permanece en nosotros aunque se perdone la culpa". Con tu agudeza acostumbrada,<br />

argumentas contra mis palabras como si yo hubiera dicho que "la concupiscencia con su<br />

reato desapareciese en el bautismo", pues dije que "su mancha era lavada", y tú<br />

interpretas "su" como si yo quisiera indicar la culpa, que hace criminal la concupiscencia;<br />

culpa que, una vez perdonada, absuelve de todo mal la libido. Si éste fuera mi<br />

pensamiento, no hubiera dicho que la concupiscencia es, sino que fue un mal. Según tu<br />

maravilloso entender, cuando oyes decir que en una causa por homicidio ha sido<br />

perdonada la culpa, piensas que no es el hombre, sino el crimen de homicidio el absuelto.<br />

¿Quién lo va a entender así sino aquel que no siente sonrojo en alabar lo que se ve<br />

obligado a combatir? ¿Por qué fanfarroneas y te gozas al rechazar una opinión que no es<br />

mía, sino tuya? Sientes lo que se debe decir contra los que sostienen que la<br />

concupiscencia de la carne es santificada y se hace fiel por el bautismo en aquellos en los<br />

que permanece al ser regenerados. Pero esto, mejor que a nadie, te conviene a ti, pues<br />

sostienes que la concupiscencia es un bien natural, y en los niños bautizados añade a este<br />

bien "el de la santificación"; y la carne santificada es hija de Dios.<br />

Nosotros afirmamos que es un mal y permanece en los bautizados aunque el bautismo<br />

lave la mancha; y no porque sea ella criminal, pues no es persona, sino porque hace al<br />

hombre culpable desde su nacimiento. Y nos guardamos bien de afirmar sea santificada,<br />

antes, al contrario, sostenemos que, si los bautizados no han recibido en vano la gracia de<br />

Dios, deben combatir sin descanso la concupiscencia, como a enemigo agazapado dentro<br />

de nosotros, y deseamos sanar de esta peste.<br />

52. Si piensas que en los bautizados no queda mal alguno, para no dar pie a que se crea<br />

que el mal mismo ha sido lavado y santificado, mira el absurdo de la consecuencia. Si<br />

consideras santificado y purificado todo cuanto hay en el hombre cuando es bautizado,<br />

tienes que afirmar lo mismo de cuanto hay en los intestinos y en la vejiga, y que el cuerpo<br />

elimina. Tienes también que afirmar es santificado y purificado el feto humano en el<br />

vientre de su madre, si una necesidad la obliga a recibir el sacramento estando<br />

embarazada. Por último, tienes que decir que son bautizadas y santificadas las fiebres<br />

cuando son bautizados los enfermos; y, en consecuencia, que son bautizadas y<br />

santificadas las obras del diablo, como en el caso de aquella mujer del Evangelio a la que<br />

tenía Satanás atada hacía dieciocho años, si se hubiera bautizado antes de ser curada.<br />

Y ¿qué decir de los males del alma? Piensa cuán gran mal es tener por necedad las cosas<br />

del espíritu de Dios. Sin embargo, así eran aquellos que el Apóstol alimentaba con leche,<br />

no con mendrugos. ¿Vas, acaso, a sostener que el mal tan enorme de esta locura ha sido


autizado y santificado porque no fue en el bautismo destruido? Pues lo mismo sucede con<br />

la concupiscencia, que permanece en nosotros y hemos de combatir para ser curados,<br />

aunque en el bautismo se nos perdonen todos los pecados. Lejos de ser santificada, se la<br />

debilita, para que no pueda retener, en los lazos de una muerte eterna, a los que han sido<br />

santificados.<br />

Si aquellos que se alimentaban de leche, no de viandas sólidas, eran aún carnales y no<br />

percibían las cosas del Espíritu de Dios, porque para ellos eran necedad; si en aquella<br />

edad infantil, en el alma, no en el cuerpo, edad en la que, como hombres nuevos, son<br />

llamados niños en Cristo, si entonces muriesen, esta necedad no les sería imputada a<br />

pecado. Porque el beneficio de la regeneración recibida es tan eficaz, que la mancha de<br />

todos los males que los hacían culpables y de los que debían ser liberados, ora fuese por la<br />

muerte, ora por un progreso en la virtud, sería borrada por el perdón de todos los<br />

pecados, sin sanar todas las enfermedades del alma. Culpa que señorea en el que es<br />

engendrado según la carne, y que sólo se le perdona si es regenerado según el espíritu.<br />

Sólo el Mediador entre Dios y los hombres puede librar al género humano de la muerte, a<br />

la que, con toda justicia, ha sido condenado; y no sólo de la muerte del cuerpo, sino<br />

también de la muerte por la que se consideran muertos todos aquellos por los que uno<br />

murió. Y como murió por todos, luego todos murieron.<br />

¿Es la concupiscencia una parte viciosa del alma?<br />

XVIII. 53. No te das cuenta que no viene al caso discutir sin límites sobre las diferencias<br />

de las cualidades, porque una vez me haya servido del vocablo cualidad en un pasaje<br />

donde digo: "La concupiscencia no permanece en nosotros como algo sustancial, como un<br />

cuerpo o un espíritu, sino que es la afección de una cualidad mala, algo así como<br />

languidez". ¿No ves que no viene a cuento? Primero afirmas que "cambié de modo de<br />

pensar; es decir, que he olvidado cuanto a lo largo de mi libro sostengo, a saber, que la<br />

concupiscencia es sustancia". Relee las páginas de mi libro, y ni una sola vez encontrarás<br />

que llame sustancia a la concupiscencia. Verdad es que algunos filósofos dijeron que la<br />

concupiscencia era una parte viciosa del alma, y que, como parte del alma, es sustancia,<br />

porque el alma sustancia es.<br />

Yo llamo a la concupiscencia vicio que mancha el alma o una parte del alma, de suerte<br />

que, sanado este vicio, queda sana la sustancia. Me parece que los filósofos que llaman a<br />

la concupiscencia una parte viciosa del alma usan una metáfora para decir que es un vicio<br />

que reside en cierta parte del alma; como se dice, en sentido metafórico, casa para<br />

designar a los moradores de la casa.<br />

54. Has herido de muerte vuestra secta al manejar con manos inexpertas los afiladísimos<br />

dardos de tu dialéctica, pensando, en tu jactancia, que nos aterrabas. Defines, divides,<br />

describes diferentes cualidades, y dices: "La tercera especie de cualidad es la manera<br />

como una cosa afecta y es afectada. Esta afección -según tú- se pone entre las cualidades<br />

porque es principio de cualidades, y a ella se refieren todas las pasiones del alma o del<br />

cuerpo desde que hacen acto de presencia hasta que desaparecen. La cualidad afección -<br />

dices- nace de causas más profundas, se adhiere de una manera tan íntima a las cosas en<br />

las que se manifiesta, que es imposible separarlas o sólo con grandes esfuerzos se logra".<br />

Para los sabios, todo queda suficientemente explicado; pero, como no han de ser<br />

subestimados los que ignoran la dialéctica y, no obstante, leen mis libros, voy a tratar de<br />

esclarecer con algunos ejemplos lo que para ellos me parece oscuro. En lo que se refiere al<br />

espíritu, la afección es el temor; la cualidad afectiva, la timidez; una cosa es estar enojado<br />

y otra ser propenso a la ira; una cosa es estar borracho y otra ser inclinado a la bebida;<br />

las primeras son afecciones; las segundas, cualidades de estas afecciones.<br />

Si del cuerpo se trata, hay diferencia entre estar pálido y ser pálido, estar colorado y ser<br />

rojo. Nos faltan, a veces palabras para expresar todas las diferencias posibles de esta<br />

especie. Dices que "la cualidad afección nace de causas más profundas y se adhiere de una<br />

manera tan íntima a las cosas en las que se manifiesta, que es imposible o muy trabajosa<br />

la separación". Así, cuando se dice de una cualidad de este género que un alma, o, mejor,<br />

un hombre, es malo, ¿no temes se te pueda replicar que con esta cualidad es imposible<br />

pueda existir una voluntad buena? ¿No vas a conceder, al menos, que un hombre en tan<br />

mísero estado, cualquiera que sea o haya sido, pueda gritar: El querer está a mi alcance;<br />

realizar el bien, no? Reconoce el gemido de la impotencia en estas palabras del Apóstol: ¿


Quién me librará del cuerpo de esta muerte? La gracia de Dios por Jesucristo nuestro<br />

Señor 74 .<br />

55. Por tanto, aunque pongas sumo cuidado en vestirte clámide retórica ante los ojos de<br />

los ignorantes, quedas al desnudo ante la verdad manifiesta. Yo sostengo que la<br />

concupiscencia ha de considerarse un vicio, nacido en el hombre de una raíz infectada;<br />

como una salud quebradiza, que hace a la carne codiciar contra el espíritu; mal del que<br />

usa bien el pudor conyugal cuando se sirven de él para la generación de los hijos; pero<br />

afirmo también que, cuando se alaba el buen uso que se hace de este mal, no se alaba el<br />

mal; porque el mal no es bueno, sino el hombre que logra no le perjudique el mal por el<br />

buen uso que hace de él. Como la muerte, que es castigo para el pecador, y fuente de<br />

méritos para el mártir, por el buen uso que hace de este mal.<br />

En el bautismo cristiano, la renovación es total, y la curación de todos los males, que nos<br />

hacían culpables, perfecta; pero no se curan aquellos contra los que tenemos que luchar<br />

para no ser reos, males que están en nosotros y son nuestros, no ajenos. Como, después<br />

del bautismo, los hombres han de resistir a la mala costumbre de emborracharse;<br />

costumbre no heredada, sino adquirida, para que no los arrastre al desorden de su mala<br />

costumbre. Se resiste al mal de la concupiscencia cuando, por amor a la castidad, se le<br />

dice "no", pues su hábito es codiciar. De ahí que contra esta concupiscencia de las partes<br />

íntimas, que después del pecado original es como una especie de naturaleza, ha de luchar<br />

con más vigor una viuda que una virgen, y una hetaira que quiera vivir en continencia, que<br />

una mujer que siempre guardó castidad. Por tanto, más tesonera ha de ser la voluntad<br />

para triunfar de la concupiscencia cuanto más arraigada esté la costumbre del placer.<br />

De éste y con este mal nace el hombre; mal en sí tan enorme que nos ata a la<br />

condenación y nos excluye del reino de Dios, pues, aunque nos venga de padres<br />

regenerados, sólo podemos ser, como ellos, liberados por el sacramento de la<br />

regeneración, único remedio que puede arrancar al niño del poder del príncipe de la<br />

muerte, como lo fueron sus padres. La cualidad del mal no emigra de sustancia en<br />

sustancia, como de un lugar a otro, de suerte que abandone el lugar donde estaba para<br />

asentarse en otro. Es también cualidad, aunque de otro género; como una especie de<br />

contagio, suele acontecer que pase de los cuerpos enfermos de los padres a los hijos que<br />

de ellos nacen.<br />

56. ¿Qué significa "dar cerrojazo -es frase tuya- a la academia de Aristóteles y pasar a las<br />

Sagradas Escrituras?" Dices: "La concupiscencia es una sensación, no una mala cualidad;<br />

en consecuencia, cuando decrece la concupiscencia, disminuye la sensación". ¿Acaso la<br />

concupiscencia de la carne no se debilita más y más cada día por las concupiscencias<br />

contrarias de la continencia y de la castidad? Quisiera me dijeras si no queda más<br />

inmunizado del mal aquel que cada vez encuentra menos placer en satisfacer su pasión,<br />

aunque después de su regeneración en las aguas del bautismo y en el momento de su<br />

conversión haya renunciado al pecado y no haya vuelto a caer en el vicio. Quisiera me<br />

dijeras también: si un hombre, antes de ser bautizado, había contraído la costumbre de<br />

embriagarse, y luego se ha corregido por completo, ¿no recobra cada día, respecto a esta<br />

enfermedad, una salud tanto más completa cuanto es menor el deseo de un trago? La<br />

sensación no es concupiscencia, sino lo que nos hace sentir su mayor o menor violencia.<br />

Lo mismo pasa con las afecciones del cuerpo. La sensación no es el dolor, sino lo que nos<br />

hace sentir el dolor; la sensación no es la enfermedad, sino lo que nos hace sentir el mal<br />

de la enfermedad. Pero si un hombre se hace bueno de repente por una buena cualidad y<br />

si renuncia a la fornicación y al vino sin recaer en el futuro en tales excesos, ¿no oye en él<br />

una voz que le dice: Mira, estás curado, no peques más? 75 ¿Y no se puede llamar este<br />

hombre sobrio y casto? Y si, con el progresar de estas buenas concupiscencias, combate<br />

las malas concupiscencias de la fornicación y de la bebida y se hace mejor que era a raíz<br />

de su conversión; y el deseo de aquellos excesos es cada día más débil, de manera que los<br />

combates contra dichos males no son tan violentos, sino de menor intensidad; y no porque<br />

se debiliten las virtudes, sino porque el enemigo pierde vigor; no porque desaparezca la<br />

lucha, sino porque crece la victoria, ¿dudarás reconocer en este hombre su mejoría? Dime,<br />

por favor: ¿cómo ha sucedido esto sino porque se afianzan las cualidades buenas, y las<br />

malas se debilitan? Aumenta la cualidad que lo hizo bueno, se debilita el hábito que lo hizo<br />

malo; y esto acontece no en el bautismo, sino después del bautismo; porque, aunque en<br />

el bautismo haya recibido pleno perdón de todos sus pecados, permanece la<br />

concupiscencia, para que progresemos en el bien mediante una lucha sin tregua y muy<br />

activa contra un tropel de malos deseos que se levantan en nuestro interior. Por eso se


dice a los bautizados: Mortificad vuestros miembros terrenos 76 , y: Si por el Espíritu<br />

mortificáis las obras del cuerpo, viviréis 77 . Y en otro lugar: Despojaos del hombre viejo 78 .<br />

Todas estas palabras riman con la verdad, sin rozar para nada la eficacia del bautismo.<br />

57. Si no eres un terco discutidor, verás que tomamos en su verdadero sentido las<br />

palabras del salmista, que tú tratas de explicar a tu aire. Después que el profeta dice:<br />

Perdona todas tus culpas, lo que hace perdonando todos los pecados, añade a<br />

continuación: Y sana todas tus dolencias 79 ; queriendo dar a entender que las dolencias<br />

obligan a los santos a sostener sin descanso guerras intestinas hasta que sean de estos<br />

males sanados, o al menos hasta debilitar día tras día sus fuerzas, en cuanto es en esta<br />

vida posible. No desaparece, pues, la dolencia que lleva a la carne a combatir contra el<br />

espíritu, aunque no sufre daño la castidad.<br />

Si en la carne no existiera languidez, no lucharía contra el espíritu. Y lucha para que, si no<br />

puede menos que combatir, consiga la fortaleza necesaria para no consentir y salvarse.<br />

Este mal que sentimos en nosotros y contra nosotros, o es una naturaleza extraña que ha<br />

de ser separada de nosotros o es nuestra naturaleza, que es necesario sanar. Si decimos<br />

que es una naturaleza extraña que es necesario separar de nosotros, favorecemos a los<br />

maniqueos. Para no caer en el error de maniqueos y pelagianos, sostenemos que es<br />

nuestra misma naturaleza, que es necesario sanar.<br />

Renacimiento<br />

XIX. 58. "Esta herida fue infligida por el diablo al género humano y condiciona a todo el<br />

que nace a estar bajo su poder, como fruto que con pleno derecho coge de su árbol".<br />

Pones estas palabras de mi libro para refutarlas. Insidiosamente, interpretas mis palabras,<br />

como si hubiera dicho "que el diablo es autor de la naturaleza humana y el creador de la<br />

sustancia que constituye al hombre". ¡Como si una herida en el cuerpo se pudiera llamar<br />

sustancia! Dije, según tú, que el diablo era el creador de una sustancia porque en la<br />

comparación que empleé me serví del vocablo árbol, que, sin duda, es sustancia. Mas ¿por<br />

qué eres o aparentas ser tan ignorante para no saber que, cuando se habla de cosas que<br />

no son sustancia, nos servimos de comparaciones tomadas de las sustancias? A no ser<br />

que, a tenor de los cánones de la dialéctica, acuses al Señor cuando dice: Un árbol sano<br />

da frutos sanos y un árbol dañado da frutos malos 80 .<br />

A no ser uno que no sepa lo que dice, ¿quién va a sostener que son sustancias la bondad o<br />

la malicia, las buenas o las malas acciones que el Señor compara a los árboles? Con<br />

frecuencia, vemos se comparan a las sustancias cosas que no lo son. Y si por árbol, bueno<br />

o malo, entendemos no la bondad o malicia del hombre, sino el hombre, en el que<br />

sabemos se encuentran estas cualidades: la bondad, en un hombre bueno; la maldad, en<br />

un hombre malo, y la sustancia, en el árbol, es decir, el hombre, que es sustancia; sin<br />

embargo, nadie hay tan ignorante, si está en su sano juicio, que pueda sostener que los<br />

frutos de estos hombres, es decir, sus obras, sean verdaderas sustancias. En<br />

consecuencia, está permitido emplear una comparación, tomada de una sustancia, para<br />

designar una cualidad que no es sustancia.<br />

Es, pues, razonable comparar la herida causada al género humano por el diablo, aunque<br />

no sea sustancia, a un árbol, cuyo fruto maldito son los vicios con los que los hombres<br />

vienen al mundo; y esto, aunque vosotros lo neguéis, lo prueba la verdad; vicios que<br />

excluyen para siempre del reino de Dios, si la Verdad no los hace libres en el sacramento<br />

de la regeneración.<br />

59. Digo que el diablo es el destructor, no el creador, de la sustancia. Mas por la herida<br />

causada al hombre somete a su poder al que no creó. La misma justicia de Dios le ha<br />

otorgado este poder, pero conservando, sobre él y sobre todo lo que le está sometido, su<br />

divina y suprema autoridad. Dios quiso instituir un segundo nacimiento porque el primero<br />

quedó maldito. Brilla en esto la bondad de Dios para con el primer nacimiento, al formar<br />

de una semilla maldita la naturaleza racional; y de esta inagotable bondad de Dios se<br />

alimenta una gran muchedumbre de hombres perversos, que él hace vegetar con su<br />

acción secreta activísima.<br />

La eficacia de esta acción es tan universal y necesaria para la formación y crecimiento de<br />

todas las semillas y de todo ser moviente, que si por un momento la suspende, nada se<br />

podría producir y las creadas retornarían a la nada. Sólo un necio impío puede reprender a


Dios porque permite vivir a hombres perversos, dignos de condenación, y viven porque él<br />

les da vida, como se la otorga a cuanto alienta. "¿Por qué considerar incompatible con la<br />

excelencia de las obras de Dios, creador de todas las cosas, el que forme un niño viciado<br />

en su origen y expuesto a la condenación, si son redimidos de la pena a la que fueron<br />

condenados una vez sean regenerados por el Mediador?" Esta libertad es efecto de una<br />

misericordia totalmente gratuita para con los elegidos antes de la creación del mundo, por<br />

una elección de gracia, no en virtud de méritos pretéritos, presentes o futuros. Pues de<br />

otra suerte, la gracia no es gracia. Esto se evidencia de una manera especial en los niños,<br />

pues no tienen obras pretéritas, al no existir; ni presentes, pues nada hacen conscientes;<br />

ni futuras, si mueren en una edad infantil.<br />

60. Dije, es cierto, que "así como permanecen los pecados en cuanto nos hacen culpables,<br />

aunque su acción haya pasado, así, por el contrario, puede suceder que permanezca la<br />

concupiscencia como acción, aunque haya pasado como culpa". Dice tu error que esto es<br />

falso; la verdad nos convence que es verdadero. En la imposibilidad de impugnar mi<br />

aserto, te empecinas en extender las tinieblas de tu dialéctica sobre mentes poco<br />

cultivadas, diciendo: "Te es imposible comprender en virtud de qué dialéctica he podido<br />

encontrar la reciprocidad de todos los contrarios". Si para hacer comprensible tu<br />

pensamiento tratara de explicarlo a los que nunca han estudiado estas cosas, necesitaría,<br />

quizás, un volumen entero. Por el momento me basta saber que "en ninguna dialéctica has<br />

podido encontrar la reciprocidad de todos los contrarios". Luego, según tus palabras, es<br />

posible hallar reciprocidad, si no en todos los contrarios, sí en algunos. Es precisamente lo<br />

que en algunos he hallado yo. Si hubieras dicho que no existe en absoluto una dialéctica<br />

de los contrarios y hubieras demostrado que en los contrarios que mencioné no existe<br />

reciprocidad alguna, sencillamente porque no existe, debería probar yo su posibilidad en<br />

algunos, y luego demostrar que existe reciprocidad en los casos que indiqué; pero como<br />

admites su posibilidad en algunos, no en todos, es ya una concesión que me haces. Existe<br />

en algunos. Resta probar que es posible en los contrarios que mencioné; es decir, si, como<br />

es verdad, pecados que en su acción han pasado permanecen en cuanto a la culpa, es<br />

igualmente verdad que la concupiscencia permanece en nosotros en cuanto acción,<br />

aunque pase su tanto de culpabilidad. Queriendo tú probar que esto es un imposible, me<br />

haces decir lo que no he dicho.<br />

Me refería a la concupiscencia, que habita en nuestros miembros y lucha contra la ley del<br />

espíritu; aunque, con el perdón de todos los pecados, la culpa ya pasó; y, por el contrario,<br />

sucede que un sacrificio ofrendado a los ídolos pasa, en cuanto a la acción, si no se vuelve<br />

a ofrecer otro; pero permanece la culpa hasta que se perdone por gracia. Y viceversa, la<br />

concupiscencia de la carne permanece en el hombre que la combate por la continencia;<br />

pero la mancha contraída en el nacimiento ha sido lavada por la regeneración. Permanece<br />

en cuanto acción, sin solicitarnos y seducirnos con sus encantos, de manera que no<br />

arranque el consentimiento, que la empreña y hace parir el pecado; pero sí excitando<br />

malos deseos, a los que el alma debe resistir. Estos movimientos son ya una acción,<br />

aunque carecen de efecto al no consentirlos el alma; porque, amén de esta acción, es<br />

decir, de este movimiento de la concupiscencia, que causa en nosotros excitaciones que<br />

llamamos deseos, existe un mal que habita en nosotros. No siempre existe un deseo que<br />

combatir; pero, aunque no se presente a nuestro espíritu o a nuestros sentidos objeto<br />

alguno que despierte nuestra codicia, puede darse en nosotros una mala cualidad, que<br />

permanece inactiva al no existir tentación alguna; como, por ejemplo, la timidez existe en<br />

un hombre tímido, aunque nada tema. Cuando se presenta un objeto concupiscible y no se<br />

sienten movimientos ni deseos remansados por la voluntad, entonces la salud es perfecta.<br />

Mal que no deja de esclavizar al hombre aunque nazca del buen uso que de este mal<br />

hacen los esposos castos. Pero, aunque permanezca en nosotros el pecado que nos hacía<br />

culpables, queda perdonado cuando, por gracia de Dios, se nos perdonan todas las faltas,<br />

y quedamos libres de todo mal; porque el Señor no sólo se hizo propiciación por todos<br />

nuestros pecados, sino que sana también todas nuestras enfermedades. Recuerda lo que<br />

el mismo libertador y salvador de los hombres contestó a los que le aconsejaban salir de<br />

Jerusalén: Yo lanzo fuera demonios y hago curaciones hoy y mañana, y el tercer día llego<br />

a mi fin 81 . Lee el Evangelio, y ve cuánto tiempo transcurrió hasta su muerte y<br />

resurrección. ¿Luego mintió? De ningún modo. Pero indica algo que tiene relación con el<br />

problema que nos ocupa. La expulsión de los demonios señala el perdón de los pecados; la<br />

curación de las enfermedades significa la perfección en la salud, que ha lugar después del<br />

bautismo, al progresar en la virtud; y su consumación al tercer día, que él probó por la


inmortalidad de su carne, indica la felicidad de los gozos incorruptibles.<br />

61. Como ejemplo de lo que hablas propones un sacrificio sacrílego ofrecido a los ídolos, y<br />

escribes: "Sólo esto basta para hacer comprender todas las cosas de esta especie. Porque,<br />

una vez que alguien sacrifica a los ídolos, queda aplastado por la iniquidad de esta acción<br />

hasta que obtenga perdón; y, aunque la acción pasa, permanece la culpa. Y de ninguna<br />

manera -añades- puede permanecer la acción si desaparece la culpa; es decir, que un<br />

hombre que no cesa de sacrificar a los demonios, no puede verse libre de la mancha de tal<br />

sacrilegio". Con toda verdad puedes afirmar esto del sacrificio ofrecido a los ídolos, porque<br />

la acción de ofrecer el sacrificio pasa con el sacrificio mismo; y, si se repite el sacrificio, es<br />

ya otra acción, es decir, se comete otro sacrilegio, y la impiedad permanece hasta que<br />

renuncie a sacrificar a los ídolos y crea en Dios. El sacrificio ofrecido a los ídolos es una<br />

acción transitoria, no un vicio permanente; la impiedad que nos lleva a sacrificar<br />

permanece una vez realizado el sacrificio, y parece asemejarse a la concupiscencia, que<br />

impulsa a cometer un adulterio. Pero, desvanecido el error que nos hacía confundir piedad<br />

e impiedad, ¿acaso deleita sacrificar a los ídolos y siente el oferente avivarse en él este<br />

deseo? Luego no hay paridad entre estas dos cosas que tú creías iguales.<br />

De ninguna manera, repito, es semejante el sacrificio transitorio a la concupiscencia<br />

permanente, pues ésta con sus apetencias ilícitas, por la castidad combatidas, no deja de<br />

inquietar a los que ya no cometen los pecados en los que tenían por costumbre caer<br />

cuando consentían en los deseos de la concupiscencia y que, al progresar en la fe y<br />

conocimiento de la verdad, reconocen que tales acciones están prohibidas. El conocimiento<br />

no pone fin a la concupiscencia, pero la continencia le pone freno para que no pueda llegar<br />

a donde anhela. Por tanto, como la acción de inmolar a los ídolos no existe al cesar el<br />

acto, ni en la voluntad, pues el error que le llevó a la idolatría se disipó y permanece, no<br />

obstante, la culpa hasta que reciba, en las aguas de la regeneración, el perdón de todos<br />

sus pecados; y lo mismo, pero en sentido contrario, aunque la mancha de la<br />

concupiscencia carnal, que hace al hombre culpable, sea en el bautismo lavada, la<br />

concupiscencia permanece en nosotros hasta que, enteramente curada por los remedios<br />

salutíferos de aquel que, una vez lanzados los demonios, consolida la curación.<br />

62. Pues reconoces, como yo, que la mancha de un pecado pretérito permanece en<br />

nosotros hasta que sea lavada en la fuente sagrada, dime, te ruego: ¿qué culpa es ésta y<br />

dónde permanece, si el hombre culpable se ha convertido y vive piadosamente; y, sin<br />

embargo, aún no ha recibido el perdón de todos sus pecados? Esta mancha que hace al<br />

hombre culpable, ¿es un sujeto, es decir, una sustancia como lo es el espíritu o el cuerpo,<br />

o está en un sujeto como la fiebre o una herida en el cuerpo o como la avaricia o el error<br />

en el alma? Responderás, seguro que está en un sujeto, pues no vas a decir que es una<br />

sustancia.<br />

Entonces, ¿en qué sujeto crees se encuentra? Mas ¿por qué pedirte respuesta y no citar<br />

tus palabras? Dices: "El pecado pasa en cuanto acto, permanece la culpa en la conciencia<br />

del delincuente hasta que se le perdone". Luego está en un sujeto, es decir, en el alma del<br />

que recuerda haber pecado, y se ve atormentada por los remordimientos de su conciencia<br />

hasta que el perdón de sus pecados le devuelva la calma y seguridad. Y ¿qué pasa si<br />

olvida su pecado y no siente remordimiento alguno de conciencia? ¿Dónde encontrará la<br />

culpa, que permanece, según tú, después que ha pasado el acto pecaminoso, hasta que<br />

sea borrada por el perdón de todos sus pecados? Ciertamente que no está en el cuerpo,<br />

pues no pertenece a ninguno de sus accidentes; ni en el alma, pues el olvido borró su<br />

recuerdo. Sin embargo, existe.<br />

¿Dónde se encuentra, si, antes pecador, lleva ahora una vida santa y no comete tales<br />

faltas, y no se puede decir que permanece la mancha del pecado, cuyo recuerdo pervive<br />

en nosotros y el de los pecados ya olvidados no permanece? Pues sin duda, permanece<br />

hasta que se perdone. ¿Dónde va a permanecer sino en las leyes secretas de Dios, escritas<br />

de alguna manera en la mente de los ángeles, para que ningún delito quede impune si no<br />

es expiado por la sangre del Mediador?<br />

Por la señal de la cruz es consagrada el agua del bautismo, para que la culpa que nos hace<br />

pecadores, y es como un acta de obligación escrita y contraída antes, quede perdonada en<br />

presencia de las potestades angélicas encargadas de castigar los pecados. Por esta<br />

escritura quedan obligados cuantos nacen en la carne y carnalmente de la carne, y han de<br />

ser redimidos de esta deuda por aquel que nació en la carne y de la carne, pero no carnal,


sino espiritualmente.<br />

Nació de la Virgen María por obra del Espíritu Santo; por eso, su carne no es carne de<br />

pecado; y, si nació de María la virgen, fue para que su carne fuese a semejanza de la<br />

carne de pecado. En consecuencia, no está comprendido en el acta de obligación el que<br />

nació para redimir de esta escritura a los culpables. Porque se ha de considerar una<br />

iniquidad cuando en un hombre la parte más noble sirve vergonzosamente a la inferior; o<br />

cuando la parte inferior se rebela contra la parte superior, aunque no le permita vencer. Si<br />

un hombre sufriera injusticia por parte de un enemigo externo, como este enemigo no<br />

está dentro de él, puede ser castigado sin él; pero si este enemigo, es decir, este mal,<br />

está dentro de él, entonces o el hombre es castigado con el mal, o, si el hombre queda<br />

libre del mal que le hace culpable, dicho vicio puede continuar luchando contra el espíritu,<br />

aunque sin acarrear sobre este hombre inocente ningún castigo después de su muerte, sin<br />

desterrarlo del reino de Dios y sin ser retenido por condena alguna. Para librarnos por<br />

completo de este mal no es necesario separarlo de nosotros como si fuera una sustancia<br />

extraña, sino como una enfermedad de nuestra naturaleza que es necesario curar.<br />

Buena es la criatura, obra de Dios; malo el vicio, obra del diablo<br />

XX. 63. A causa de este vicio, como digo en el libro que combates, "la naturaleza humana<br />

es condenada; y esta condena le somete al poder del diablo maldito, pues el mismo diablo<br />

es un espíritu impuro; bueno como espíritu, malo en cuanto inmundo; espíritu por<br />

naturaleza, inmundo por vicio. No somete a su dominio niños o adultos porque sean<br />

hombres, sino porque son pecadores". Crees refutar estas palabras de mi libro diciendo:<br />

"Se ha de observar en un pecador la misma regla que se observó respecto del diablo; es<br />

decir, no se debe condenar a nadie si no es por los pecados que voluntariamente uno<br />

comete; en consecuencia, no existe pecado original; de otra suerte, no se podría aprobar<br />

la obra de aquel que creó bueno al mismo diablo". Pero no adviertes que Dios no creó al<br />

diablo de otro diablo ni de un ángel bueno que sintiese en sus miembros una ley contraria<br />

a la del espíritu, por la cual y con la cual todo hombre nace de otro hombre. Este tu<br />

razonamiento podía ser favorable a tu causa si, como el hombre, el diablo engendrara<br />

hijos, y yo negara fueran culpables por el pecado paterno. En realidad, una cosa es el que<br />

es homicida desde el principio, pues mató al hombre, mediante la seducción de la mujer,<br />

poco después de ser creado, y no se mantuvo en la verdad por libre decisión de su querer,<br />

y arrastró al hombre en su caída; y otra cosa es que por un hombre entró el pecado en el<br />

mundo, y por el pecado la muerte, y as' pasó a todos los hombres, en el que todos<br />

pecaron 82 . Hasta la evidencia prueban estas palabras que, además de los pecados propios<br />

de cada uno, existe un pecado de origen, común a todos los hombres.<br />

64. Dije también: "El que se admira que una criatura de Dios esté sometida al diablo, no<br />

debe asombrarse, pues es una criatura de Dios la que se somete a otra criatura de Dios, la<br />

menor a la mayor". ¿Por qué citas estas palabras y silencias las que siguen, en las que<br />

indico el sentido que tiene mi aserto? Hablo de una criatura inferior sometida a otra<br />

superior; es decir, la naturaleza humana sometida a la naturaleza angélica. Sin duda, has<br />

querido que mis palabras fueran menos inteligibles, para hacer así un hueco, según<br />

costumbre tuya, y extender un velo de tinieblas sobre los ignorantes y hablarles de las<br />

categorías de Aristóteles, que, al no entender ni papa de lo que dices, crean que dices algo<br />

muy profundo y secreto. Vuestra herejía parece limitarse a que vuestros seguidores se<br />

lamenten por no encontrar jueces en la Iglesia de la escuela de los peripatéticos o de la<br />

Estoa que os absuelvan.<br />

¿Qué significa, a qué viene lo que, para responder a mis palabras, dices: "Lo más o lo<br />

menos pertenece a una especie limitada de la cantidad?" Y añades: "La cantidad no es<br />

sujeto de contrarios, como lo es la cualidad y otros predicamentos: más aún, no tiene<br />

contrarios, tales como el bien y el mal, lo que, por definición, es común a la sustancia". En<br />

verdad que nunca hubieras dicho estas cosas si hubieras creído que tus oyentes o lectores<br />

iban a comprender algo de lo que has dicho. ¿No puede un hombre impuro estar sometido<br />

a un ángel inmundo, porque la cantidad por la cual el ángel es mayor que el hombre no<br />

sólo no es sujeto de contrarios, pero ni tiene siquiera contrarios? ¡Como si el hombre<br />

debiera estar sometido al diablo si se encontrase que le era contrario; como si lo malo no<br />

pudiera estar sometido a lo malo, porque lo bueno es contrario a lo malo, mientras lo que<br />

es malo no parece contrarío a lo malo!<br />

¿Se puede pensar o decir algo más sin sentido y vacío? ¿Acaso el siervo no puede estar


sometido a su amo, ya sean los dos buenos o ambos malos, o el siervo bueno y el amo<br />

malo: o el amo bueno y el siervo malo? ¿No puede una esposa estar sometida a su<br />

marido, ya sean buenos los dos, ya malos los dos: o bueno el marido, y la mujer mala; o<br />

la esposa buena, y malo el marido? Cuando se trata de ver si una cosa debe estar<br />

sometida a otra, ¿a qué viene examinar si tiene o no contrarios? Tú mismo no hubieras<br />

vertido tan inconsideradamente estas ideas, de haber consultado a la sabiduría, contraria<br />

a la estulticia, que tales necedades te inspira.<br />

65. Veamos ya cuál es tu razonar. "Si lo que está -dices- bien ordenado pertenece a Dios,<br />

y lo que a Dios pertenece es bueno, es, pues, bueno estar sometido al diablo, pues así lo<br />

exige el orden establecido por Dios. Luego se sigue que es un mal rebelarse contra el<br />

diablo, porque por esta resistencia se perturba el orden querido por Dios". Razonando de<br />

esta manera, podías también decir que los agricultores se oponen a Dios al limpiar sus<br />

campos de cardos y abrojos, que él hace germinar para castigo de los pecadores. Con esta<br />

suerte de silogismos se puede decir: Si hay algo bien ordenado, pertenece a Dios, y todo<br />

lo que Dios ordena es bueno. Luego es un bien para los malos achicharrarse en el infierno,<br />

pues éste es el orden establecido por Dios.<br />

Y añades: "Se sigue que es también un mal resistir al diablo, pues por esta resistencia se<br />

turba el orden querido por Dios". ¿Por qué dices esto? ¿Quién puede resistir al diablo sino<br />

aquel que ha sido liberado por la sangre del Mediador? Mejor es no tener enemigo que<br />

vencerlo. Mas como la humana naturaleza, en castigo del pecado, estaba sometida al<br />

enemigo, era necesario que el hombre, antes de poder combatirlo, fuera arrancado de sus<br />

garras; y si su vida se prolonga en esta carne mortal, es ayudado en el combate para salir<br />

victorioso; finalmente, si vence, reinará con los bienaventurados y podrá, en el último día,<br />

gritar: ¡Oh muerte! ¿Dónde está tu azote? 83 O con el Apóstol: ¡Oh muerte! ¿Dónde está tu<br />

aguijón? 84<br />

La naturaleza, ¿madre o madrastra?<br />

XXI. 66. Consideras también un acierto poner algunos pasajes tomados de los libros de<br />

Manés para compararlos con mi doctrina. Sabes que detesto y condeno, con toda la<br />

sinceridad de mi fe y de mis palabras, esa mezcla de dos naturalezas, buena y mala, de<br />

donde se deriva todo lo que hay de extravagante y fabuloso en el dogma maniqueo. Más<br />

aún, al refutar tu doctrina, probaré que eres partidario y favorecedor de su herejía. Grita<br />

la verdad contra ellos y dice: "Los males vienen de los bienes"; y tú elevas la voz en favor<br />

de ellos y con ellos y te opones a la verdad cuando dices: "La obra del diablo no tiene<br />

acceso a la obra de Dios. La raíz del mal no puede arraigar en un don de Dios. El orden<br />

establecido en el mundo no permite que el mal venga del bien, y la injusticia de la justicia.<br />

El pecado no puede nacer de lo que está exento de pecado. De una obra limpia de culpa<br />

no puede la culpa nacer".<br />

De todas estas palabras se deduce que los males no nacen de los bienes, y, en<br />

consecuencia, hay que decir con los maniqueos que los males vienen de los males. ¿Cómo<br />

te atreves a tachar a alguien de maniqueo, como si tú fueras su adversario, cuando te<br />

pones a su lado, y ellos no pueden ser vencidos sin que tú quedes derrotado? Demostré<br />

ampliamente esto en el primer libro de esta obra (c. 8), y con más brevedad en el quinto<br />

(c. 16), y lo suficiente en éste.<br />

67. Con frecuencia he probado lo que tu herejía tiene de común con la de los maniqueos,<br />

pero creo conveniente repetirlo aquí. Enumeran los maniqueos los males que oprimen a<br />

los ni-os, y que Cicerón menciona en su libro De Republica, del que tomé las palabras<br />

citadas en el libro IV. En el recuento que de los males hace escribe: "La naturaleza nos<br />

trata no como madre, sino como madrastra, pues arroja al hombre a un abismo de<br />

miserias". A estas miserias comunes hay que sumar males muy diversos, como vemos<br />

sufren, si no todos los hombres, sí una gran multitud, incluida la posesión diabólica.<br />

Los maniqueos sientan esta conclusión: Si Dios es justo y todopoderoso, ¿por qué permite<br />

que los niños, imágenes suyas, sufran tantos males sino porque en verdad existen, como<br />

sostenemos, dos naturalezas, una buena y otra mala? A los maniqueos refuta la verdad<br />

católica, confesando la existencia del pecado original, que hizo al género humano juguete<br />

del diablo, e hizo condenar a la raza de los mortales a una extremada miseria y trabajos<br />

sin cuento. No hubiera sido así si la naturaleza humana, haciendo buen uso del libre<br />

albedrío, hubiese permanecido en el estado primitivo de gracia en que fue creada.


Vosotros, al negar la existencia del pecado original, os veis obligados a confesar que Dios<br />

es impotente e injusto, pues deja a los niños, imágenes suyas y que están bajo su poder,<br />

expuestos a tantos meles, sin demérito alguno personal u original. Porque no se puede<br />

decir que estos males son para los niños un medio de ejercitarse en la virtud, como se<br />

podría afirmar de los adultos que tienen uso de razón. Y como vosotros no podéis afirmar<br />

que Dios es impotente e injusto, dais ocasión a los maniqueos de sostener, contra<br />

vosotros, su dogma impío de una mezcla de dos sustancias contrarias entre sí.<br />

No estoy yo infectado de error maniqueo, "sin que ninguna yerba de batanero pueda<br />

inmunizarme". Con estas insolentes palabras injurias el sacramento de la regeneración que<br />

recibí en el seno de la Iglesia católica, nuestra madre. Mas, para vosotros, el veneno del<br />

antiguo dragón se ha infiltrado de tal manera en vuestro espíritu que infamáis con el<br />

horrible nombre de maniqueos a los católicos y con la perversidad de vuestra doctrina<br />

echáis una mano a los maniqueos.<br />

La serpiente, el diablo y la mujer<br />

XXII. 68. En otro de mis libros, dedicado a Marcelino, escribí: "Los hijos de la mujer, que<br />

por dar crédito a las palabras de la serpiente fue corrompida por el mal de la<br />

concupiscencia, no pueden ser liberados sino por el Hijo de la Virgen, que, al creer en las<br />

palabras del ángel, concibió sin concupiscencia". Al transcribir mis palabras quieres se<br />

entiendan como si yo dijese "que la serpiente hubiera tenido comercio carnal con Eva",<br />

según la opinión delirante de los maniqueos, que sostienen que el padre de las tinieblas<br />

fue el padre de esta primera mujer y luego se acostó con ella. Nunca he dicho esto de la<br />

serpiente. Pero ¿vas a negar, contra el Apóstol, que el espíritu de la mujer fue seducido<br />

por la serpiente? ¿No le oyes gritar: Temo que así como la serpiente engañó a Eva con su<br />

astucia, se perviertan vuestras mentes, apartándoos de la sencillez y castidad en Cristo? 85<br />

Corrompida por la serpiente -las malas palabras corrompen las buenas costumbres-, surge<br />

en la mente de la mujer un vivo deseo de pecar; corrompido el varón por una<br />

prevaricación igual, sintieron en su carne deseos impuros, y, avergonzados, cubrieron sus<br />

partes íntimas. Esto no fue, sin embargo, consecuencia de un comercio carnal con el<br />

diablo, sino del abandono de la gracia espiritual de Dios.<br />

69. No has, pues, desmantelado, como te ufanas a lo largo de tu disputa, mi aserto sobre<br />

el mal de la concupiscencia de la carne y del pecado de origen. Queda en pie el elogio que<br />

hice del matrimonio, que hace buen uso de este mal, del que no es autor, sino que lo<br />

encontró ya establecido. Tú, en cambio, lejos de refutar a los maniqueos, favoreces, como<br />

probé ya, su herejía y, en general, el error de los partidarios de la novedad pelagiana. En<br />

el primer libro de esta obra os he contestado con plena suficiencia y con toda la luz de la<br />

verdad sobre los diferentes pasajes de autores católicos, como San Basilio de Cesarea y<br />

San Juan de Constantinopla, cuyas doctrinas quieres rimen con las vuestras. Os hice ver<br />

que por falta de entendimiento en algunos textos combates, con asombrosa ceguera, su<br />

dogma, que es el de la Iglesia católica.<br />

En el libro II me expliqué lo suficiente para convenceros que no existe, como calumnias,<br />

"una conspiración de gentes perdidas", sino un consenso piadoso y fiel de los Padres más<br />

santos y sabios de la Iglesia católica, que lucharon a favor de la antiquísima verdad<br />

católica contra la novedad de vuestra herejía. No es, pues, sólo "el murmullo de la plebe",<br />

como dices, lo que te oponemos; es la autoridad de tantos hombres doctos; y este<br />

proceder es correcto. Y no sufre perviertas la creencia común de los fieles en Cristo, único<br />

salvador de los niños.<br />

Exégesis de Romanos 7<br />

XXIII. 70. Dice el Apóstol: Sé que no habita en mí, es decir, en mi carne, el bien..., hasta<br />

llegar a las palabras: ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte? Afirmas<br />

que yo doy a esta perícopa un sentido que no rima con el contexto de todo el capítulo; y,<br />

sin yo saberlo, me atribuyes otras muchas cosas. No soy el único ni el primero en<br />

interpretar este texto como en verdad debe entenderse y que arrasa vuestra herejía.<br />

Cierto que, en un principio, yo mismo lo entendí de otra manera, o mejor, no lo entendí,<br />

como lo prueban algunos escritos míos de aquel tiempo. No comprendía entonces cómo el<br />

Apóstol, hombre espiritual, podía decir de sí mismo: Yo soy carnal; ni cómo podía estar<br />

cautivo bajo la ley del pecado, que estaba en sus miembros.


Creía entonces que estas palabras sólo podían aplicarse a los que, esclavos de la<br />

concupiscencia, obedecen sus deseos; y esto me parecía una locura pensarlo del Apóstol,<br />

porque él y una infinidad de santos, para no consentir en los deseos de la carne, luchaban<br />

con el espíritu contra la carne. Más tarde me rendí a hombres más sabios e inteligentes<br />

que yo; o, por mejor decir, me rendí a la misma verdad. Y me pareció oír, en las palabras<br />

del Apóstol, el gemido de todos los santos que luchan contra la concupiscencia de la carne.<br />

En el espíritu son espirituales, pero con un cuerpo corruptible que hace pesada el alma.<br />

Serán un día también en el cuerpo espirituales, cuando se siembre un cuerpo animal y<br />

resucite un cuerpo espiritual. Pero ahora se encuentran aún bajo la ley del pecado, pues<br />

mientras vivan en esta carne están sujetos a sus movimientos aunque no consientan en<br />

ellos. Y así entiendo yo ahora las palabras de Pablo, como las entendieron Hilario,<br />

Gregorio, Ambrosio y otros santos y célebres doctores de la Iglesia; enseñaron acordes<br />

que el mismo Apóstol tuvo que luchar sin tregua contra los deseos de la carne, que él no<br />

quería tener y, sin embargo, tenía; conflicto del que dan testimonio sus palabras.<br />

Tú mismo has confesado que los santos libraron "gloriosos combates" contra estos<br />

movimientos de la carne; primero para no ser arrollados por ellos, luego para sanar hasta<br />

apagar por completo su ardor. Si somos combatientes, reconozcamos, en las palabras del<br />

Apóstol, la voz de todos los fieles que luchan. Y entonces podemos decir que no vivimos<br />

nosotros; es Cristo quien vive en nosotros; si es que en nuestra lucha contra la<br />

concupiscencia confiamos en él, no en nosotros, hasta conseguir victoria definitiva sobre el<br />

enemigo. Cristo se hizo por nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención, como<br />

está escrito: "El que se gloría, se gloríe en el Señor" 86 .<br />

71. No es una contradicción, como piensas, decir: No vivo yo, es Cristo quien vive en mí<br />

87 ; y decir: Sé que no habita en mí, es decir, en mi carne, el bien. En efecto, si Cristo vive<br />

en él, tiene fuerza para luchar y vencer el mal que habita en su carne. Porque nadie puede<br />

combatir con eficacia los deseos de su carne con los del espíritu si el espíritu de Cristo no<br />

está en él. Muy lejos de nosotros el afirmar, como nos acusas, de haber dicho que "el<br />

Apóstol con sus palabras ha querido dar a entender que, a pesar de su resistencia, es<br />

llevado de la mano por la impura voluptuosidad a entregarse en brazos de una hetaira";<br />

pero él afirma lo contrario: No soy yo quien obra el mal 88 , indicando as' que la<br />

concupiscencia de la carne le solicitaba al pecado, pero su voluntad no consentía.<br />

72. ¿Por qué te empeñas, en vano, en aplicar a los "orgullosos judíos las palabras del<br />

Apóstol y dices que son ellos los que hablan en la persona de Pablo, pues despreciaban los<br />

dones de Cristo, como si para ellos no fueran necesarios?" Esta es una suspicacia tuya; y ¡<br />

ojalá que, al menos tú, pudieras apreciar los dones de Cristo y creer son eficaces para<br />

ayudarnos a triunfar de la concupiscencia! Dices: "Los judíos despreciaban estos dones,<br />

porque el Señor les perdonaba los pecados que podían evitar por los avisos que<br />

encontraban en la ley". ¡Como si el perdón de los pecados pudiera evitar que la carne<br />

codicie contra el espíritu, lucha que da lugar a estas palabras: Sé que no habita en mí, es<br />

decir, en mi carne, el bien, y otras expresiones semejantes!<br />

Pero tú no te apartas ni un ápice de vuestro dogma, y piensas que la gracia de Dios, por<br />

Jesucristo nuestro Señor, consiste solamente en el perdón de los pecados y no ayuda a<br />

evitarlos y a vencer las concupiscencias de la carne derramando en nuestros corazones el<br />

Espíritu Santo que nos ha sido dado. Ni consideras que dice: Veo otra ley en mis miembros<br />

que lucha contra la ley de mi espíritu, y de este mal clama no puede ser liberado sino por<br />

la gracia de Jesucristo nuestro Señor; y no porque sea judío ni porque sea pecador, sino<br />

para esforzarse en no pecar.<br />

73. "Exagera el Apóstol -dices- la fuerza de la costumbre". Dime si lucha el bautizado<br />

contra esta fuerza o no. Si respondes: "No", estás en contradicción con el sentimiento de<br />

todos los cristianos; y, si luchan, ¿por qué no reconoces en las palabras del Apóstol la voz<br />

de un luchador? "Pero aunque la ley -dices- es buena y santo el mandato, hace que los<br />

ánimos depravados se encorajinen, porque sin la voluntad ninguna instrucción puede<br />

llevar a la virtud". ¡Qué inteligencia tan aguda! ¡Qué habilidad la tuya para interpretar las<br />

Sagradas Escrituras! ¿Qué harás de las palabras del que dice: No hago lo que quiero; y: El<br />

querer está a mi alcance; y: Hago lo que no quiero, y: Me adelicio en la ley de Dios según<br />

el hombre interior?<br />

Oyes esto y dices: "Faltan fuerzas, porque falta voluntad". Y ¿qué dirás si demuestro que


no falta voluntad y que la virtud viene en su ayuda para impedir consienta en la<br />

concupiscencia de la carne, sujeta a la ley del pecado al sentir sus movimientos<br />

desordenados? Movimientos a los que el Apóstol no se doblegó para no ofrecer sus<br />

miembros, como armas de injusticia, al pecado; sin embargo, aun en contra de su querer,<br />

sentía su carne luchar contra su espíritu, y su espíritu luchar contra su carne; por eso, con<br />

toda la fuerza de la verdadera continencia clamaba: Yo mismo sirvo, según la mente, a la<br />

ley de Dios, pero en la carne, a la ley del pecado.<br />

Citas este pasaje del Apóstol: La ley es santa y el mandamiento santo, justo y bueno. ¿Lo<br />

que es bueno se habrá convertido en muerte para mí? En ningún modo; sino que el<br />

pecado, para aparecer como pecado, se sirvió del bien, para procurarme la muerte, para<br />

que el pecado ejerciese todo su poder pecaminoso por medio de un mandamiento. En este<br />

pasaje es fácil ver que habla el Apóstol de su vida pasada, cuando vivía bajo la ley, no<br />

bajo la gracia. Por eso, siempre usa el verbo en pretérito: No conoció el pecado sino por la<br />

ley; y: Desconocía la concupiscencia; y: Viví algún tiempo sin ley; es decir, cuando no<br />

tenía uso de razón; y: El pecado, tomando ocasión del precepto, revivió y yo morí; y:<br />

Hallé que el mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte; con ocasión<br />

del precepto, el pecado me sedujo, y me mató por él; y el pecado me dio la muerte por<br />

una cosa que es buena.<br />

Es evidente que todas estas expresiones señalan el tiempo en que el Apóstol vivía bajo la<br />

ley y cuando, sin el auxilio de la gracia, era vencido por las apetencias de la carne. Pero<br />

cuando dice: La ley es espiritual, yo soy carnal, indica ya que se trabó combate. No dice<br />

"fui" o "era", sino soy carnal. Y con más claridad distingue los tiempos cuando dice: Ahora<br />

no soy yo el que obra, sino el pecado que habita en mí. Porque entonces ya no era él autor<br />

de los malos movimientos y deseos que sentía, a los que no daba su consentimiento para<br />

cometer pecados. Con el nombre de pecado que habita en él, entiende la concupiscencia,<br />

porque es hija del pecado, y, si obtiene el consentimiento, empreña y pare el pecado.<br />

Siguen otros versículos hasta llegar a éste, que dice: Yo mismo, según la mente, sirvo a la<br />

ley de Dios; pero, según la carne, a la ley del pecado 89 ; lenguaje de un hombre que está<br />

ya bajo la ley de la gracia y lucha aun contra la concupiscencia para no dar su<br />

consentimiento y pecar, y resiste las codicias del pecado cuando siente sus acometidas.<br />

74. Ninguno de nosotros inculpa la sustancia del cuerpo; nadie acusa la naturaleza de la<br />

carne. Justificas en vano lo que nosotros no culpamos. Con todo, los malos deseos, que no<br />

consentimos si llevamos una vida santa, decimos que sí se deben castigar, embridar,<br />

resistir y vencer; sin embargo, están en nosotros y no nos son extraños; no, como<br />

sostiene la vanidad maniquea, que existan fuera de nosotros, sino, como enseña la verdad<br />

católica, curados, dejan de existir.<br />

Comenta Juliano el capítulo 5 de la carta a los Romanos<br />

XXIV. 75. Con asombrosa impudencia, mejor locura, contra la fe muy sólidamente<br />

establecida, interpretas esta perícopa del Apóstol: Por un hombre entró el pecado en el<br />

mundo, y por el pecado la muerte, y así pasó por todos los hombres, en el que todos<br />

pecaron 90 . En vano tratas de dar a estas palabras un sentido nuevo, retorcido, alejado de<br />

la verdad, cuando afirmas que la expresión en el que todos pecaron tiene este sentido:<br />

Porque todos pecaron; como cuando dice el profeta: ¿En qué rectificará el joven su<br />

camino? 91 Es decir, que no todos los hombres pecaron originariamente en un solo hombre<br />

de modo que toda la masa del género humano se encuentra comprendida en el pecado de<br />

uno solo, sino que, a consecuencia del pecado del primer hombre, todos los demás se<br />

hacen pecadores cuando le imitan y no cuando son engendrados.<br />

Este tu sentir no se adapta a la expresión del Apóstol, pues dice en el que y no porque (in<br />

quo, no propter quod).<br />

Cada uno peca porque se propone pecar, o de cualquier otra manera es causa de pecado.<br />

¿Quién hay tan ayuno de sentido común y absurdo que diga: "Este hombre cometió<br />

homicidio porque Adán en el paraíso comió del fruto del árbol prohibido?" Cuando nuestro<br />

hombre cometió un homicidio, para nada pensó en Adán, sino en robarle el oro que<br />

llevaba en su bolsa. Y otro tanto se diga de los demás pecados que cada uno comete por<br />

propia voluntad. Cierto que no se cometen sin causa; pero nadie al cometerlos piensa en<br />

el pecado del primer hombre culpable ni se propone imitarlo. En consecuencia, no se


puede decir que Caín, aunque haya conocido a su padre, pecó porque antes había pecado<br />

su padre Adán, sino porque tuvo envidia de su hermano, mejor que él.<br />

76. Los testimonios de la Escritura que aduces no prueban nada en favor del sentido que<br />

pretendes dar a las palabras del Apóstol. Con razón se dice: ¿En qué o por qué corrige el<br />

joven su camino?, pues el salmista añade: Con guardar tu palabra. Corrige su camino<br />

porque medita la palabra de Dios como debe ser meditada; y al meditarla la guarda, y al<br />

guardarla vive santamente. La causa porque rectifica su camino es porque guarda la<br />

palabra de Dios. En este sentido dijo el bienaventurado Esteban: Al oír esta palabra huyó<br />

Moisés 92 . Se entiende perfectamente. A causa de esta palabra, es decir, porque oyó esta<br />

palabra, pensó, temió, huyó. La palabra fue, pues, la causa de la fuga. Mas ¿se ha dicho<br />

en todos estos textos algo que indique imitación; es decir, que un hombre imite a otro sin<br />

pensar imitarlo? En consecuencia, no se puede decir que uno peca porque otro pecó, con<br />

el cual nada tiene de común en su origen y en el que no piensa cuando comete un pecado<br />

personal.<br />

77. Dices: "Si habla el Apóstol de la transmisión del pecado, nunca con más exactitud<br />

podía decir: 'El pecado pasó a todos los hombres, porque todos hemos sido engendrados<br />

por la concupiscencia carnal de los cónyuges'. Y pudo añadir: 'Este pecado pasó a todos,<br />

porque todos vienen de la raíz corrompida del primer hombre'". ¿Pero no ves que, de igual<br />

manera, se te puede decir: "Si quiso el Apóstol hablar de un pecado de imitación, nunca<br />

con más propiedad pudo decir: 'Pasó el pecado a todos los hombres', porque les dio<br />

ejemplo el primer hombre; y pudo añadir: 'El pecado pasó a todos, pues imitándole, todos<br />

pecaron'". De una de estas dos maneras se expresaría el Apóstol si hablase en tu sentido o<br />

en el mío. Pero como no se expresa como tú quieres ni como yo pretendo, ¿te place que<br />

no reconozcamos en esta perícopa ni la existencia del pecado original, según la doctrina de<br />

los católicos, ni el pecado de imitación, según el dogma de los pelagianos? Pienso que no<br />

quieres.<br />

Deja, pues, a un lado las razones que se pueden alegar de una y otra parte, y, si quieres<br />

examinar, sin espíritu de contradicción, las palabras del Apóstol, advierte primero de qué<br />

trataba el Apóstol cuando pronunció estas palabras, y encontrarás que la ira de Dios vino<br />

sobre todo al género humano por el pecado de un solo hombre, y por un solo hombre vino<br />

la reconciliación entre Dios y el género humano para aquellos que son liberados gratis de<br />

la condenación que envuelve a todos los hombres.<br />

El primer hombre fue Adán, formado de la tierra; el segundo es Cristo, nacido de una<br />

mujer. La carne del primero fue hecha por la Palabra; en el segundo, la Palabra se hizo<br />

carne para que nosotros viviéramos por su muerte, porque sin él aún permaneceríamos en<br />

la muerte. Encarece Dios la prueba de su amor hacia nosotros en que, siendo nosotros<br />

todavía pecadores, Cristo murió por nosotros. Con mayor razón, justificados ahora por su<br />

sangre, seremos por Él salvos de la ira 93 .<br />

78. De esta ira dice el Apóstol: Éramos, por naturaleza, hijos de ira como los demás 94 . De<br />

esta ira dice el profeta Jeremías: Maldito el día en que nací 95 ; de esta ira dice el santo<br />

Job: Perezca el día en que nací 96 ; y de esta ira dice en otro lugar: El hombre, nacido de<br />

mujer, vive breve tiempo y lleno de cólera; como flor de heno se marchita, huye como una<br />

sombra, sin pararse. ¿No tienes cuidado de él y le citas a juicio frente a ti? ¿Quién puede<br />

estar limpio de impureza? Ni uno solo, aunque su vida sea de un día sobre la tierra 97 . De<br />

esta ira habla el Eclesiástico cuando dice: Toda carne envejece como un vestido, pues es<br />

ley eterna: morirás 98 . Y en otro lugar: Por la mujer fue el comienzo del pecado. Por su<br />

causa todos morimos 99 ; y de nuevo: Para un gran trabajo ha sido creado el hombre y un<br />

yugo pesado hay sobre los hijos de Adán desde el día que salieron del vientre de su madre<br />

hasta el día de su sepultura en el vientre de la madre de todos 100 . De esta ira dice el<br />

Eclesiastés: Vanidad de vanidades y todo vanidad. ¿Qué saca el hombre de la fatiga de sus<br />

afanes bajo el sol? 101 De esta ira habla la voz apostólica: Toda criatura está sujeta a la<br />

vanidad 102 . De esta ira se queja el salmista: Hiciste viejos mis días, y mi existencia como<br />

nada ante ti. Todo hombre vivo, pura vanidad 103 . De esta ira dice en otro salmo gimiendo:<br />

Sus años son como nada; como hierba, brota al amanecer; a la mañana florece y pasa, a<br />

la tarde se amustia, se seca y cae. Por tu ira somos consumidos, por tu furor,<br />

atemorizados. Has puesto nuestros delitos ante ti, nuestra existencia, a la luz de tu<br />

semblante. Por tu enojo declinan nuestros días. Por tu cólera somos confundidos. Nuestros<br />

años son como tela de araña 104 .


79. Nadie se verá libre de esta cólera de Dios sino reconciliado con Dios por el Mediador.<br />

Esto es lo que hace decir al mismo Mediador: El que no cree en el Hijo, no tendrá vida,<br />

sino que la ira de Dios permanece sobre él 105 . No dice "vendrá", sino permanece sobre él.<br />

Por eso, los adultos creen en el Hijo, y lo confiesan con el corazón y con los labios, y los<br />

niños por medio de otros, a fin de ser reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, e<br />

impide que la ira de Dios permanezca sobre aquellos que un origen viciado hizo culpables.<br />

De esta realidad habla el Apóstol, y dice: Cuando éramos pecadores, Cristo murió por<br />

nosotros. ¿Con cuánta más razón, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos<br />

de su cólera? Si, cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de<br />

su Hijo, ¡con mayor motivo, reconciliados ya, seremos salvos por su vida! Y no solamente<br />

eso, sino que también nos gloriamos en Dios por Jesucristo nuestro Señor, por quien<br />

hemos recibido la reconciliación. Por tanto, como por un hombre entró el pecado en el<br />

mundo, y por el pecado la muerte, así pasa por todos los hombres, en el que todos<br />

pecaron.<br />

Venid ahora y exceptuad a los niños de esta reconciliación que ha lugar por la muerte del<br />

Hijo de Dios, que vino al mundo sin pecado. Privadles de esta gracia, para que la cólera de<br />

Dios permanezca sobre ellos a causa de aquel por el que entró el pecado en el mundo. Por<br />

favor, ¿qué tiene que ver la imitación cuando lees: Porque la sentencia, partiendo de uno<br />

solo, lleva a la condenación; la gracia, partiendo de muchos delitos lleva a la justificación?<br />

106 ¿Cómo puede la gracia, partiendo de muchos delitos, llevar a la justificación sino<br />

porque, además del pecado original, encontró muchos otros delitos que borrar? De esta<br />

manera, si el juicio de condenación viene de muchos delitos cometidos a imitación de uno<br />

solo, sería necesario reconocer que la gracia se extiende a estos mismos delitos para su<br />

perdón y justificación de los pecadores. Un solo pecado bastó para hacer caer a todos los<br />

hombres en condenación; pero la gracia no se limita a perdonar aquel único pecado; era<br />

aún necesario que borrase también los muchos que hemos sumado al primero para<br />

justificación plena de todos nuestros pecados.<br />

Por eso dice el Apóstol: La sentencia por uno, para condenación; pero la gracia, partiendo<br />

de muchos delitos, lleva a la justificación. Porque así como los niños, sin imitar a Cristo -<br />

no son capaces aún-, participan de su gracia espiritual, lo mismo los niños, sin imitar al<br />

primer hombre en el pecado, se encuentran atados a él con los lazos del pecado, contraído<br />

por contagio, en su nacimiento, por la generación carnal. Y si quieres exceptuar a los niños<br />

del pecado del primer hombre porque voluntariamente no le pueden imitar, por esta<br />

misma razón los excluyes de la justicia de Cristo, pues no son capaces de imitarlo por<br />

propia voluntad.<br />

80. No quieres que los muchos de que habla después el Apóstol sean todos, de los que<br />

habla al principio. Piensas que dijo muchos para que entendamos que no son todos. Pero<br />

otro tanto pudieras decir de los descendientes de Abrahán, al que le fue hecha la promesa<br />

de entregarle todos los pueblos de la tierra; pero no serían todos, porque en otro lugar se<br />

dice: Te constituí padre de muchos pueblos 107 . Es sano criterio pensar que la Escritura<br />

habla así porque a veces el vocablo todos no indica que sean muchos. Decimos todos los<br />

evangelios, y su número es corto: cuatro. Y algunos pueden ser muchos, pero no todos.<br />

Así decimos: "Muchos creyeron en Cristo", pero ciertamente no creyeron todos, pues,<br />

como dice el Apóstol, no todos tienen fe 108 . Cuando en la Escritura se lee: En tu<br />

descendencia serán bendecidas todas las naciones; y: Te constituí padre de muchos<br />

pueblos, todos son muchos, y estos muchos son todos. Y lo mismo cuando se dice: Por un<br />

solo hombre, el pecado pasó a todos los hombres, y poco después: Por la desobediencia<br />

de uno solo, muchos han sido constituidos pecadores; estos muchos son todos. Y cuando<br />

dice San Pablo: Por la justificación de uno solo, todos los hombres reciben la justificación<br />

de la vida; y luego: Por la obediencia de uno solo, muchos serán constituidos justos 109 ,<br />

por muchos se han de entender todos, sin una excepción. No que todos los hombres sean<br />

justificados en Cristo, sino que todos los que son justificados, sólo en Cristo lo pueden ser.<br />

Y lo mismo, cuando decimos que todos los hombres entran en casa por una puerta, no<br />

queremos decir que todos los hombres entren en una sola casa, sino que nadie entra en<br />

una casa sino por la puerta. Todos los hombres mueren en Adán y todos son vivificados en<br />

Cristo. Porque así como en Adán todos murieron, así, en Cristo, todos son vivificados 110 .<br />

Es decir, nadie para muerte sino por Adán, origen del género humano, y nadie viene al<br />

mundo por Adán sino para morir; nadie recibe la vida sino por Cristo, y nadie es<br />

regenerado en Cristo sin recibir la vida.


81. Vosotros, al no querer entender que los muchos que se condenan por Adán o son<br />

liberados por la gracia de Cristo son todos, con horrible perversidad os declaráis enemigos<br />

de la religión cristiana. Porque, si algunos se pueden salvar sin Cristo y ser justificados sin<br />

Cristo, en vano Cristo ha muerto. Existía, pues, en la naturaleza, según vosotros, en el<br />

libre albedrío, en la ley natural o escrita, algún medio por el que los justos que quisieran<br />

podían salvarse. ¿Y quién, sin ser injusto podía prohibir la entrada en el reino de Dios a<br />

estas imágenes santas de Dios? Quizá digas: "Por Cristo, la entrada es más fácil". Pero ¿no<br />

puede decirse esto mismo de la ley: la justicia se adquiere por la ley, pero es más fácil<br />

adquirirla por Cristo? Sin embargo, el Apóstol dice: Si la justicia viene por la ley, Cristo<br />

hubiera muerto en vano 111 . Y en otro texto: Sólo hay un mediador entre Dios y los<br />

hombres, el hombre Cristo Jesús; y: No hay, bajo el cielo, otro nombre por el que<br />

podamos salvarnos. Por eso dijo: "En Cristo todos serán vivificados", porque Dios confirmó<br />

la fe de todos levantándole de los muertos.<br />

Al proclamar vuestro dogma la excelencia de la naturaleza humana exenta de pecado, el<br />

poder del libre albedrío, de la ley natural o la escrita dada por Moisés, se esfuerza en<br />

persuadirnos que, si es buena, no es necesario venir a Cristo para conseguir la salvación<br />

eterna, porque si por el sacramento de la muerte y resurrección de Cristo, si todavía<br />

pensáis así, se puede con más facilidad llegar a la salvación, no es el único medio de<br />

obtenerla. Pensad cuánto os deben detestar los cristianos; renunciad a vuestro dogma sin<br />

necesidad de nuestras exhortaciones.<br />

Interpretación de un pasaje de Ezequiel<br />

XXV. 82. Invocas como último y más robusto pilar de tu causa un testimonio profético de<br />

Ezequiel. Dice: No será ya proverbio: "Los padres comieron el agraz y sus hijos padecen<br />

dentera". No morirá el hijo por el pecado del padre, ni el padre por el pecado del hijo. El<br />

que peque morirá 112 . Pero no comprendes que estas palabras contienen la promesa de<br />

una nueva alianza y de la herencia espiritual que nos está reservada en el siglo venidero.<br />

La gracia del Redentor borra y destruye la cédula escrita de la deuda de nuestros padres<br />

para que cada uno rinda cuentas de sus propias acciones.<br />

Además, ¿quién podrá contar los innumerables pasajes de la Escritura en los que vemos se<br />

castigan en los hijos los pecados de los padres? ¿Por qué descarga la venganza por el<br />

pecado de Cam sobre su hijo Canaán? ¿Por qué, por el pecado de Salomón, en castigo, ve<br />

su hijo dividido su reino? ¿Por qué "el castigo que merecen los pecados de Ajab, rey de<br />

Israel, cae sobre sus descendientes?" ¿Por qué se lee en los libros santos: Se cobra el<br />

pecado de los padres en los hijos, sus descendientes 113 ; y: Castigo el pecado de los<br />

padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación? 114 Expresión ésta que se puede<br />

tomar por un número indefinido de años.<br />

¿Son, acaso, estos testimonios falsos? ¿Quién lo puede afirmar, si no es declarado<br />

enemigo de las Escrituras divinas? La generación carnal, perteneciente al Antiguo<br />

Testamento, engendra esclavos y hace a los hijos responsables de los pecados de sus<br />

padres; en cambio, la generación espiritual nos hace hijos de la herencia y da un giro de<br />

gracia y cambia las amenazas de castigos en promesas de recompensa. Esto fue lo que<br />

han previsto y vaticinado los profetas, inspirados por el Espíritu Santo. Con mayor claridad<br />

que los otros lo explica Jeremías. En aquellos días no dirás: "Los padres comieron el agraz<br />

y los hijos sufren dentera", sino que cada uno morirá por su pecado, y quienquiera que<br />

coma uva agraz sufrirá dentera.<br />

Es, pues, evidente que estas palabras son proféticas y ocurre como en el Nuevo<br />

Testamento, oculto hasta que fue revelado por Cristo. En fin, para disipar dudas y<br />

turbaciones que pudieran producirnos los textos anotados y otros muchos más en los que<br />

se ve claro que se castiga en los hijos los pecados de sus padres, testimonios sin duda,<br />

veraces, que parecen contrarios a esta profecía, da el profeta solución a este enojoso<br />

enigma y dice: He aquí que vendrán días, dice el Señor, en que pactaré una nueva alianza<br />

con la casa de Israel, no como la alianza que pacté con sus padres 115 . En esta nueva<br />

alianza, la cédula suscrita por nuestros padres queda borrada por la sangre del Testador y<br />

empieza el hombre a verse libre de las culpas paternas mediante un renacimiento, a las<br />

que estaba obligado por nacimiento, según palabras del mismo Mediador: No llaméis<br />

padre vuestro a nadie en la tierra 116 . Por Él hemos recibido un nuevo nacimiento que nos<br />

desliga de nuestro padre terreno y nos hace vivir siempre con el padre del cielo.


Epifonema<br />

XXVI. 83. Creo, Juliano, que, si no eres un testarudo de marca, te darás cuenta que he<br />

dado respuesta cumplida a todo lo que has dicho, y has de reconocer que he refutado<br />

todos tus argumentos en los que tratas, a lo largo de tus cuatro libros, de convencer a<br />

otros de la inexistencia del pecado original y que no se puede condenar la concupiscencia<br />

de la carne sin condenar el matrimonio.<br />

Demostré que no queda ligado por la antigua deuda paterna únicamente el que cambia de<br />

herencia y de padre; y, adoptado por gracia, se convierte en coheredero de aquel que es<br />

único heredero por naturaleza. Hice también ver que la concupiscencia de la carne da a<br />

todos los hombres, después de la muerte temporal, una muerte eterna; exceptuamos a<br />

todos los que murieron en la muerte de Cristo, por la cual mueren al pecado y quedan<br />

libres de la muerte que los hizo nacer en pecado. Uno murió por todos. Luego todos<br />

murieron.<br />

Por todos murió, y nadie puede tener vida si por él no murió el que, vivo, murió por los<br />

muertos. Si niegas o impugnas estas verdades, es que tratas de socavar los fundamentos<br />

de la fe católica y rompes las nervaduras de la religión cristiana y de la verdadera piedad.<br />

Y luego te atreves a decir: "He iniciado una guerra contra los impíos", cuando lo cierto es<br />

que empuñas las armas de la impiedad contra la madre que espiritualmente te amamantó.<br />

Y no sientes sonrojo por enfrentarte con toda una legión de santos patriarcas, profetas,<br />

apóstoles, mártires y sacerdotes. Porque te dicen los patriarcas que han ofrecido<br />

sacrificios por los pecados de los niños, pues nadie está exento de culpa, ni el bebé cuya<br />

vida es de un día sobre la tierra. Te dicen los profetas: Hemos sido concebidos en<br />

iniquidades. Te dicen los apóstoles: Todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús,<br />

fuimos bautizados en su muerte, para que nos consideremos muertos al pecado y vivos<br />

para Dios en Cristo Jesús. Te dicen los mártires: "Todos los nacidos carnalmente de Adán<br />

contraen, en su nacimiento, el contagio de la muerte antigua; de ahí que se les perdonen<br />

a los niños, en el bautismo, los pecados ajenos, no los personales". Te dicen los<br />

sacerdotes de Cristo: "Todos los que son fruto de la concupiscencia de la carne están<br />

contagiados de pecado antes aún de respirar el aura vital".<br />

Presumes asociarte a los que te empeñas en combatir. Te atreves a decir que te ves<br />

obligado a romper con los maniqueos, cuando los haces invencibles, a no ser que seas con<br />

ellos vencido. Te engañas, hijo mío; te engañas miserablemente, te engañas fatalmente.<br />

Cuando venzas esa animosidad que te arropa, podrás encontrar la verdad y serás,<br />

felizmente, por ella vencido.<br />

RÉPLICA A JULIANO (OBRA INACABADA)<br />

Traductor: P. Luis Arias, OSA<br />

LIBRO I<br />

PREFACIO<br />

Con el título El matrimonio y la concupiscencia escribí un libro dedicado al conde Valerio,<br />

pues sabía que los pelagianos le habían dicho que yo condenaba el matrimonio. En ese<br />

libro combato la herejía de los pelagianos. Enseñan que Adán habría muerto en el cuerpo<br />

aunque no hubiera pecado y que en él la raíz del género humano no fue viciada. En<br />

consecuencia, deben admitir que la muerte, las dolencias mortales y todos los males que<br />

vemos sufrir a los niños habrían existido en el paraíso aunque nadie hubiera pecado.<br />

En dicho libro establezco, lo mejor que puedo, una distinción entre el bien del matrimonio<br />

y el mal de la concupiscencia de la carne, mal del que hace buen uso la continencia<br />

conyugal. Al recibir mi obra aquel ilustre varón me envió un papel en el que se<br />

encontraban algunas sentencias entresacadas de una obra de Juliano, hereje pelagiano.<br />

Obra en cuatro libros en la que piensa ha contestado a mi libro único que yo había escrito<br />

sobre El Matrimonio y la concupiscencia. Resumen que le había sido remitido por no sé<br />

quién, extractado del primer libro de Juliano.


Me rogaba Valerio respondiese lo más pronto posible. Mi respuesta fue un segundo libro<br />

con el mismo título que el primero, contra el cual Juliano, con desbordante locuacidad,<br />

escribió ocho libros. Y a estos doy ahora adecuada respuesta, citando primero sus mismas<br />

palabras y poniendo a continuación mi respuesta. Creo haber refutado de una manera<br />

convincente y clara en mis seis libros sus cuatro primeros cuando llegaron a mi poder, y<br />

no volveré sobre ellos.<br />

Los cuatro libros a Turbancio<br />

1. Juliano.- "Al contemplar el estado actual de las Iglesias, me siento sumergido en<br />

grandes angustias; en parte me mueven a indignación, en parte a piedad, y como deudor<br />

quiero pagar mi deuda. Porque en los libros que escribí contra los libros de Agustín a<br />

nuestro hermano Turbancio, obispo, eminente varón por el fulgor de sus virtudes, prometí,<br />

si ninguna causa me lo impedía, interrumpir mi trabajo, refutar con presteza todos los<br />

argumentos de los que, con los maniqueos, sostienen la transmisión del pecado; es decir,<br />

defienden el mal natural. Hasta el momento me lo han impedido diversas e ineludibles<br />

ocupaciones de las que no pude evadirme".<br />

Agustín.- Ojalá, después de lo que has escrito y después de tus elogios al que llamas<br />

esclarecido varón por sus virtudes, imitaras a Turbancio en su conversión de vuestro error.<br />

He contestado a tus libros y he demostrado hasta la evidencia cuál es tu ofuscación al<br />

tachar de maniquea una doctrina que lumbreras católicas, al comentar las Sagradas<br />

Escrituras, exponen.<br />

Obedece a Floro<br />

2. Jul.- "Pero después que me fue permitido respirar, era mi intención, en cuanto la<br />

materia lo consentía, cumplir con brevedad mi promesa si tú, mi bienaventurado padre<br />

Floro, no quisieras que entrara de nuevo y con más calor en lid. Mi respeto a vuestra<br />

santidad es tal que consideraría una impiedad obedecer tus mandatos con frialdad. Os fue<br />

fácil hacerme extender el compendio que yo me había propuesto. Espero acogerás<br />

favorablemente una obra escrita por orden tuya y he querido poner en el frontispicio tu<br />

nombre, para que, bajo tu mecenazgo, mi pluma se deslice con más seguridad y alegría.<br />

Mi primera intención fue la brevedad, pues en aquellos cuatro libros míos casi todas las<br />

invenciones de los maniqueos, repetidas por Agustín contra nosotros, habían sido<br />

desarboladas por la verdad de la fe católica, por la cual y en la cual merecimos el odio de<br />

un mundo decadente, tanto por el peso de invencibles razonamientos como por la<br />

autoridad de la Ley santa; y así apenas nos resta nada que decir si nuestros jueces fueran<br />

imparciales".<br />

Ag.- Contra tus cuatro libros seis escribí yo. Después de mencionar, en los dos primeros, a<br />

los doctores católicos que tú llamas maniqueos, al imputarme este crimen porque enseño<br />

lo que ellos aprendieron y enseñaron en la Iglesia católica, dedico los siguientes a refutar<br />

tus cuatro libros, disipando las tinieblas de tu herejía con la luz de la verdad católica, de la<br />

que tú, ciego, te alejas y acerca de la cual nunca existió controversia en la Iglesia; pero<br />

tú, nuevo hereje, buscas jueces imparciales, como si pudieras admitir otros fuera de los<br />

que comparten vuestro error.<br />

¿Qué otro juez mejor que Ambrosio puedes encontrar? De él tu maestro Pelagio dice que<br />

ninguno de sus enemigos se abrevió a criticar su fe ni su interpretación ortodoxa de las<br />

Escrituras. ¿Acaso, dentro del marco de su sana interpretación del texto bíblico, profesaba<br />

el dogma impuro de los maniqueos cuando escribe: "Todos nacemos bajo el pecado, y<br />

nuestro mismo origen está viciado?" 1 Juzga tú mismo, que atacas, con no sana intención,<br />

este dogma católico y renuncia, sin dilación, a tu error, tomando al Obispo de Milán por<br />

juez.<br />

Promete Juliano examinar ciertos pasajes de la Escritura<br />

3. Jul.- "Omití, sin embargo, algunos pasajes de las Escrituras que ellos creen poder aducir<br />

contra nosotros y que yo había prometido examinar, para no dejar en la sombra algunas<br />

palabras ambiguas de la Ley, demostrando que no se han de interpretar contra su sentido<br />

auténtico, como corrobora la autoridad cierta de la Escritura y los testimonios invencibles<br />

de la razón. Porque es de ignorantes y profanos en la Ley pensar se puede defender con


su autoridad lo que en justicia es indefendible".<br />

Ag.- Lo que vosotros afirmáis sí que no puede defenderse con ninguna razón de justicia.<br />

Porque, si no hay pecado original, las miserias del género humano, a las que nadie se<br />

puede sustraer desde su nacimiento hasta su muerte, de ninguna manera serían efecto de<br />

una sentencia justa del Todopoderoso.<br />

Nace el hombre en la miseria<br />

4. Jul.- "En efecto, si la Ley de Dios es fuente y maestra de justicia, podemos servirnos de<br />

sus auxilios para defender su equidad, no para impugnarla. La naturaleza de las cosas no<br />

permite utilizar la Escritura para apuntalar la iniquidad, pues fue únicamente promulgada<br />

para que con sus testimonios, remedios, amenazas, castigos, fuera la iniquidad destruida".<br />

Ag.- Bien, pues por sus testimonios se declara que el hombre es semejante a la vanidad y<br />

sus días pasan como una sombra 2 . Nace en la miseria, como la demuestra no sólo la<br />

verdad compasiva de la Escritura, sino también los difíciles y penosos cuidados de su<br />

educación. Y entre los remedios se menciona la ofrenda sacrifical que se ha de hacer por el<br />

pecado de un niño recién nacido 3 . Y entre sus amenazas está la de que perece el alma del<br />

niño que no sea circuncidado al octavo día. Entre sus castigos se manda que los hijos<br />

cuyos padres han provocado la cólera de Dios, sean, por ley de guerra, exterminados 4 .<br />

Intención de Juliano<br />

5. Jul.- "Nada puede hacerse con la Ley de Dios contra Dios, autor de la Ley. Con este<br />

breve razonamiento queda excluido cuanto, en su desvarío, nos objetan nuestros<br />

adversarios. Pero para probarles cuán opulenta es la verdad en la que creemos, nos<br />

tomamos el trabajo de explicar de una manera clara los textos de la Escritura cuyo sentido<br />

puede oscurecer la expresión, a fin de restaurar a dichos pasajes la dignidad de su origen,<br />

para que no sean separados del árbol sagrado como degenerados o espurios".<br />

Ag.- Por el contrario, sois vosotros los que tratáis de oscurecer, con la ambigüedad de<br />

vuestras perversas disquisiciones, el fulgor de la verdad inconcusa de las Sagradas<br />

Escrituras. ¿Qué más evidente que las palabras poco ha citadas: El hombre es semejante a<br />

la vanidad, sus días pasan como una sombra? Lo que no sería posible de haber<br />

permanecido el hombre en aquella semejanza en la que fue creado. ¿Qué más evidente<br />

que este pasaje: Así como en Adán todos murieron, así en Cristo todos serán vivificados? 5<br />

¿Qué hay más claro que este texto? Escucha: ¿Quién está limpio de mancha? Ni el niño<br />

cuya vida sobre la tierra es de un día 6 . Y otros muchos textos que vosotros tratáis de<br />

arropar en vuestras tinieblas y traer a vuestro perverso sentido con vuestra vacía<br />

locuacidad.<br />

Desacuerdo con Agustín<br />

6. Jul.- "Esta era mi única intención: librar, según mi costumbre, ciertos pasajes de la Ley<br />

de las interpretaciones de los traducianistas, probando que son exactas, pues son divinas".<br />

Todos los defensores del pecado original -ex traduce- son para Juliano traducianistas.<br />

Ag.- Con palabra infamante llamas traducianistas a Cipriano, Ambrosio, Gregorio y a todos<br />

los que, con ellos, admiten la existencia del pecado original. Pero no es de admirar que los<br />

nuevos herejes impongan nuevos nombres a los católicos, de los que se han separado.<br />

Esto mismo hicieron otros cuando se alejaron.<br />

Cipriano, adversario del Eclanense<br />

7. Jul.- "Como me pediste con insistencia y con autoridad de padre me mandaste refutar<br />

el libro de este escritor cartaginés que Alipio, esclavo de sus mismos errores, llevó poco ha<br />

al conde Valerio, mi respuesta ha de ser más extensa".<br />

Ag.- Gran pena te causa este contrincante púnico; pero mucho antes de tu nacimiento<br />

vuestra herejía encontró un gran adversario en el púnico Cipriano.<br />

La fe católica en Juliano y en Agustín


8. Jul.- "Nos ha dado nuevamente testimonio de su doctrina y de su ingenio; testimonios<br />

que con dificultad se entienden, con trabajo se explican y con horror se escuchan; pero<br />

fáciles de refutar y destruir son y, arrasados, mandar al olvido por cierto sentimiento de<br />

recatada honestidad".<br />

Ag.- En verdad, los lectores no juzgan como tú quieres.<br />

Jueces imparciales<br />

9. Jul.- "En su primer libro 7 , único que ha visto hasta el momento la luz, nos llama nuevos<br />

herejes, porque rechazamos la opinión de los que, como sepulcros blanqueados, según<br />

sentencia del Evangelio, por fuera están vestidos de limpios y placenteros colores, mas por<br />

dentro son inmundicia y maldad, y eructa, con pretexto de ensalzar el bautismo, las<br />

porquerías de los maniqueos, habla de un pecado de naturaleza y corrompe los<br />

sacramentos de la Iglesia, hasta el presente puros".<br />

Ag.- La antigua fe católica que vosotros ha tiempo combatís y predicada por muy ilustres<br />

doctores que existieron antes que nosotros, prueba que sois nuevos herejes. Pero no<br />

quiero responder a palabras que son injurias, no argumentos, y que tú lanzas sin sonrojo,<br />

en un lenguaje procaz, más que contra mí, contra Ambrosio, Hilario, Gregorio, Cipriano y<br />

otros efulgentes doctores de la Iglesia.<br />

Matrimonio y concupiscencia<br />

10. Jul.- "Alaba también al hombre poderoso (Valerio) por no haber escuchado nuestros<br />

ruegos cuando nos limitábamos a pedir jueces en esta causa tan importante 8 , para que,<br />

cuanto fraudulentamente constaba en acta, fuese corregido y no condenado, mediante un<br />

detenido examen. ƒl lo elogia por haber, con el peso de su autoridad, resistido sin<br />

conceder tiempo ni lugar para una discusión reposada. Si éste a quien escribe se portó tan<br />

neciamente como prueba el elogio, él verá. Nosotros esperamos de él lo mejor, como lo<br />

prueba la mención honorífica que de él hago en mi opúsculo. Es posible que su libro no<br />

diga la verdad acerca del patrono a quien va dedicado. Pero, al menos, claramente<br />

demuestra la intención del autor, y es que, con feroz y ciega impotencia, lucha contra la<br />

razón, la fe y la santidad del dogma y de las costumbres".<br />

Ag.- Dios no permita que las autoridades cristianas de la república terrena duden de la<br />

antigua fe católica y asignen a sus enemigos tiempo y lugar para su examen; firmes e<br />

inquebrantables en su credo, hagan entrar en razón bajo la disciplina coercitiva si es<br />

preciso, a todos aquellos que, como vosotros, sois sus enemigos. Lo que contra los<br />

donatistas se hizo fue obligado por las turbulencias violentísimas de la turba, sin conocer<br />

los decretos anteriores que se les debía haber mostrado. Turbas que Dios no permita<br />

tengáis, pues, por su misericordia, al presente no las tenéis.<br />

Insulta Juliano<br />

11. Jul.- "Después de esto, en la primera parte de su libro sienta la distinción entre<br />

matrimonio y concupiscencia, tal como lo había prometido en el título de la obra. Luego da<br />

curso a su ingenio y habilidad. Atrapado entre el no de su confesión y la confesión de su<br />

negación, manifiesta las angustias torturantes de su conciencia manchada".<br />

Ag.- Insulta a mansalva. ¿Quién no tiene libertad para el insulto?<br />

Se compromete Juliano<br />

12. Jul.- "En mi primera obra he contestado, en cuatro libros, con argumentos que la<br />

verdad me proporcionó, y advertí ya en la introducción que omitiría todos aquellos<br />

argumentos que, en mi opinión, no tenían valor, para que no se me acusara de extenso y<br />

charlatán, de haber utilizado argumentos sin peso e ineficaces. Con todo, de seguir este<br />

mi criterio, como sería lo honesto, es decir, de no responder a evidentes inepcias, tenía<br />

que pasar casi toda la obra en silencio. Mas como todas las cosas van de mal en peor, y<br />

esto es señal del fin de los tiempos, en la Iglesia de Dios se ha enseñoreado la ignorancia<br />

y la torpeza; por eso los representantes de Jesucristo y de cuanto hay en ella de noble<br />

empleamos todas nuestras fuerzas en defensa de la religión católica y no sentimos pereza<br />

en confiar a todos los vientos los remedios que hemos preparado contra el venero del


error".<br />

Ag.- Os parió la memez y la desvergüenza; y si mandasen en la Iglesia os conservarían en<br />

ella.<br />

Atención a ciertos textos bíblicos<br />

13. Jul.- "Como en mi primera obra dije, me había comprometido a no discutir todos los<br />

argumentos aducidos en favor de la transmisión del pecado, ni a replicar a cuanto dicho<br />

libro contenía, sino ceñirme tan sólo a lo que constituía la medula y nervio de su doctrina.<br />

Cuando con atención, o incluso con cierto prejuicio, lean las dos obras, han de reconocer<br />

que me ajusto fielmente a mi promesa. Confiando en la honestidad de mi conciencia,<br />

suplico a mi enemigo y le emplazo a que, si omito alguno de sus argumentos que, en su<br />

sentir, tienen algún peso, me lo haga saber y me convenza de apocamiento y mala fe".<br />

Ag.- No creo que todo lo que has omitido lo hayas juzgado de poco valor, y aunque te<br />

conceda que así lo has creído, no hay lector católico e inteligente que, después de leer con<br />

atención tus cuatro libros y mi opúsculo, sea de tu parecer.<br />

Confianza en la verdad<br />

14. Jul.- "Expuse con mayor amplitud algunos textos de la Escritura; otros con más<br />

brevedad, pues prometí hacerlo en una obra posterior. Sin embargo, no dejé sin respuesta<br />

ninguno de los argumentos o proposiciones de Agustín. He cumplido mi promesa y he<br />

probado la falsedad de sus muchas invenciones, sus numerosas estupideces y sus muchos<br />

sacrilegios".<br />

Ag.- Eres tú, tú sólo el que lo dices; pero el que lea y comprenda, si no es pelagiano, no<br />

dirá esto.<br />

Refuta Agustín lo que no ha leído<br />

15. Jul.- "Con esta mi confesión no creo adquirir fama de arrogante, pues no me ufano de<br />

haber hecho triunfar la verdad con mi ingenio; antes confieso que la debilidad de mi<br />

espíritu ha sido confortada por la fuerza de la verdad".<br />

Ag.- Si la verdad quisieras decir, dirías que la verdad había quedado maltrecha.<br />

Insiste Juliano<br />

16. Jul.- "Las cosas son como he dicho; de ahí que no puedo menos de admirar la<br />

desfachatez de este hombre, que, en una misma obra 9 , acusa de falsedad mis escritos<br />

que confiesa no haber tenido aún en sus manos. Es duro que la costumbre de pecar haga<br />

amar el delito; pero nada más duro que aquello que mata el pudor. Aunque la experiencia<br />

nos hace conocedores de esta manera de actuar, con todo, la presencia de los peligros nos<br />

adoctrina más de lo que podíamos sospechar. ¿Cómo iba yo a creer que el carota de este<br />

númida, en una misma obra, en una misma línea, confiese estos dos extremos: que dije<br />

cosas falsas y que no ha leído lo que yo escribí?"<br />

Ag.- Si tú no lo hiciste, lo hizo el que extractó de tus libros y lo envió al conde Valerio.<br />

Cree lo hice de buena fe y atribuyo al autor lo que me transmitió el recopilador. Cierto,<br />

aún no había leído tus libros, pero sí había leído el extracto del anónimo autor del<br />

resumen. Si pensaras como hombre y creyeras que pudo suceder así, evitarías, en esta<br />

ocasión, tan odiosa calumnia contra un hombre.<br />

Ignora Juliano a carta que menciona Agustín<br />

17. Jul.- "Porque escribes al que admiras por haber leído tus libros, aunque ocupado en<br />

asuntos militares (Valerio) e indica haber recibido unas cuartillas de Alipio que llevan por<br />

título: "Breve extracto de unos libros escritos contra los capítulos que Agustín compuso":<br />

Me doy perfecta cuenta de que el que dirigió a vuestra excelencia su extracto debió de<br />

resumirlo de no sé que libros, con el fin, supongo, de obtener una rápida respuesta y<br />

satisfacer en seguida vuestra demanda. Pensando en qué libros pudieran ser éstos, creo<br />

sean los que menciona Juliano en una carta enviada a Roma, de la que me fue remitido un<br />

ejemplar; pues dice: Afirman que el matrimonio, tal como es hoy, no fue instituido por


Dios. Esta afirmación se puede leer en un libro de Agustín al que respondí en cuatro libros.<br />

Y después de citar estas palabras continœa: ÒCreo que estos resúmenes han sido sacados<br />

de estos libros. Por eso opino que quizá fuera mejor enfocar nuestro trabajo a refutar y<br />

convencer de falsedad la obra entera, compuesta de cuatro libros; pero no he querido<br />

diferir mi respuesta, como tampoco tú has querido retrasar el envío de estos extractos a<br />

los que he de responder". Con toda claridad nos da a entender que sospecha que estos<br />

resúmenes fueron recopilados sin orden de mis libros, pero no tiene conocimiento de mi<br />

obra, a la que, no obstante, se atreve a responder".<br />

Ag.- ¿Y por qué no atreverme cuando no debía abrigar dudas si en ellos se dicen<br />

vaciedades? Pues contra la verdad sólo cosas vanas puedes decir. Y no me engañaron mis<br />

presentimientos, pues leídos tus libros los he encontrado tales como me los había<br />

imaginado antes de leerlos.<br />

No es correcto el proceder de Agustín, dice Juliano<br />

18. Jul.- "Hace mención de una carta que yo, dice, envié a Roma; pero por las palabras<br />

que emplea no puedo saber a qué escrito se refiere. Sobre estas cuestiones escribí dos<br />

cartas a Zósimo, obispo de aquella ciudad; mas entonces no había yo publicado ningún<br />

libro".<br />

Ag.- Esta carta no estaba dirigida a Zósimo, sino escrita con la intención de seducir a los<br />

que en Roma pudieran dejarse cazar en vuestras redes. Pero si no la reconoces por tuya,<br />

concedo no lo sea. Ojalá que los libros tampoco fueran tuyos, sino de otros, y esto para<br />

evitar seas tú extraño a la verdad.<br />

Cita pasajes discutidos de Agustín<br />

19. Jul.- ÇEn vez de usar la pista de una carta que recibió o fingió que yo había<br />

respondido en cuatro libros a los nuevos maniqueos -se avergüenzan de los antiguos-, ¿<br />

por qué se aplicó a conocer mis objeciones? ¿Por qué no estudiar antes de atacarme? ¿Por<br />

qué, con indigna ligereza, se lanza a un combate a fondo con los ojos vendados como los<br />

andábatas? Se excusa diciendo que ha querido imitar en su respuesta la rapidez que tuvo<br />

su protector en enviarle el extracto, como si no pudiese, cosa más conveniente, pedir un<br />

tiempo para poder leer la obra publicada. ¿No es, entre eruditos, un crimen faltar a la<br />

gravedad al escribir por la impaciencia en la discusión de impugnar lo que se ignora?<br />

Además, conviene añadir que antes de acusarme de falsedad, con lo cual colma la medida<br />

de sus injurias, da fe al resumen, que parece más obra de un falsario o un mal<br />

intencionado que compuesto por la ignorante simplicidad de uno de los nuestros.<br />

Mas cualquiera que sea la intención, cualquiera que sea el autor del extracto, sacamos en<br />

limpio una doble ventaja, pues queda patente la ligereza y cuánta es la debilidad de este<br />

enemigo de la verdad, pues al no poder hablar reconoce que no puede callar; y con<br />

algunas frases semiplenas, no ensambladas, sino extorsionadas, mi primer libro queda tan<br />

descuartizado que juega con el sentimiento para excitar, con lamentos femeninos, contra<br />

nosotros al vulgo, como aparecerá a lo largo de nuestra discusión".<br />

Ag.- ¿Por qué te aíras contra mí porque tus libros me han llegado con retraso; o porque<br />

los busqué y no me fue posible encontrarlos pronto? Sin embargo, pude y debí examinar<br />

con ojos muy abiertos y no vendados lo que dichos extractos que me fueron enviados<br />

contenían, fueran los que fueran y cualquiera que fuese el autor. El mal hubiera estado en<br />

no refutarlos sin tardanza o considerarlos como inatacables, pues aunque no pude<br />

encontrar tus libros, era conveniente, y para mí un deber, probar según mis fuerzas al<br />

hombre tan poderoso que me los envió el poco valor de tus argumentos, por temor de que<br />

su lectura pudiera engañar a alguno. No me reprocharías lo que me incriminas si tú mismo<br />

no hubieras dicho estas cosas con ojos, si no apagados, sí cerrados. No hubieras dicho que<br />

nosotros hemos atizado el sentimiento del pueblo contra vosotros si no supieras muy bien<br />

que la multitud cristiana, sin distinción de sexos, conoce la fe católica que tú te empeñas<br />

en aniquilar.<br />

No dijo lo que dice Agustín que dijo<br />

20. Jul.- "Advierto de nuevo como ya lo hice en mi primer libro, que no citaré literalmente<br />

todas las palabras de mi adversario; sino sólo los pasajes más esenciales, pulverizados los


cuales, queda al descubierto su teoría sobre la existencia del mal natural".<br />

Ag.- Puede ser que nosotros mismos u otros recojamos lo que tú omites para que<br />

aparezca la razón de tu silencio.<br />

Por un hombre entró el pecado en el mundo<br />

21. Jul.- "Aunque ya en mi primera obra lo hice con gran extensión, sin embargo, como al<br />

refutar algunos textos de mi primer libro me acusa, como ya dije, de truncar en gran parte<br />

los textos que cito, probaré, en primer término, que no hice lo que me reprocha, sino que<br />

él, en esta misma obra con frecuencia lo ha hecho de una manera impúdica. Probaré luego<br />

que a estas breves y concisas sentencias que cita de mis escritos y las ataca, él les da<br />

respuestas vagas sin rozar mis argumentos, y así su doctrina se hace más detestable de lo<br />

que mis palabras pudieran explicar".<br />

Ag.- A esto ya respondí antes.<br />

Calumnia Juliano<br />

22. Jul.- "Escuchemos atónitos lo que escribe contra mí: "Él tomo del libro que te envié, y<br />

te es muy conocido, estas palabras que se esfuerza en refutar: De una manera<br />

escandalosa gritan que nosotros condenamos el matrimonio, obra de Dios, por el cual<br />

Dios, por medio del hombre y de la mujer, crea a los hombres: porque nosotros<br />

afirmamos que los nacidos de esta unión traen con ellos el pecado original, y no negamos<br />

que, sean los que sean sus padres, permanecen bajo el imperio del diablo si no renacieren<br />

en Cristo. Y omite en estas mis palabras citar el texto del Apóstol, que yo añadí y cuyo<br />

gran peso sentía. Cuando dije que los hombres traían el pecado original, a continuación<br />

añadí: De este pecado dijo el Apóstol: Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por<br />

el pecado la muerte; y así pasa por todos los hombres en el que todos pecaron 10 .<br />

Suprimido este texto, como dijimos, cita todo cuanto arriba queda mencionado. Sé en qué<br />

sentido suelen tomar estas palabras del Apóstol que omití los corazones de los fieles<br />

católicos, palabras tan claras y contundentes, que los nuevos herejes tratan de oscurecer<br />

y corromper con sus torcidas interpretacionesÓ. Luego cita estas mis palabras: Y no<br />

advierten que el bien del matrimonio no puede ser atacado por el mal del pecado de<br />

origen al que da cuerpo, así como el mal de los adúlteros y fornicarios no puede ser<br />

justificado por el bien natural a que da lugar. Porque el pecado, como quiera que se<br />

transmita a los niños, es obra del diablo, mientras el hombre, de cualquier parte que<br />

venga, es obra de Dios. Omitió también este pasaje por temor a oídos católicos.<br />

Antes de llegar a estas palabras habíamos dicho más arriba: "Decimos lo que se contiene<br />

en la antiquísima y firme regla de la fe católica, y por ello nuestros nuevos y perversos<br />

inventores de dogmas, enseñan que no hay en los niños mancha de pecado que haya de<br />

ser purificada en la fuente de la regeneración, como si condenásemos el matrimonio y la<br />

obra de Dios, es decir, como si dijésemos que lo que nace fuera obra del diablo, y así infiel<br />

y neciamente nos calumnia". Omitidas estas nuestras palabras, cita lo que hemos dicho<br />

mas arriba. ¿Hasta cuándo, tú que te expresas así, dejarás de engañar a las almas<br />

piadosas e ignorantes? ¿Cuándo pondrás fin a tu desbocada petulancia? Cuando esto<br />

escribes, ¿no te hace temblar la censura de los doctos varones, ni el temor del juicio<br />

futuro, ni la duración de tus escritos? ¿No ves que es manifiesto y conocido engaño? ¿<br />

Quién de nosotros piensas que ignora lo que escribiste en los libros primero y segundo?<br />

Me está, pues, permitido y es conveniente emplear contra ti los medios de que se sirvió el<br />

cónsul elocuente contra el traidor a su patria?" 11<br />

Ag.- Bien haces en indicarnos, por si se nos pasaba inadvertido, de dónde vienen estas<br />

palabras que tomas de las invectivas de Cicerón; pero, la verdad, no tenemos miedo a un<br />

Juliano transformado en un Tuliano; más bien deploramos tu insensatez al comprobar que<br />

has perdido el sentido cristiano. ¿Qué hay más insensato que alejar a los niños de Cristo,<br />

su médico, afirmando que en ellos no existe lo que Cristo vino a sanar? Cuando Cicerón<br />

arremete contra el traidor a su patria, defiende la ciudad, fundada por Rómulo con un<br />

tropel de pecadores congregados de todas partes; pero tú impides a una multitud de<br />

niños, que mueren sin el bautismo y que proclamas inmunes de todo pecado, la entrada<br />

en la ciudad del Rey a cuya imagen fueron creados.<br />

¿Favorece Agustín a Manés?


23. Jul.- "Me acusas de haber silenciado un texto del Apóstol que a ti para nada te sirve y<br />

que yo no omití, sino que cité según el orden que tú seguías. Hice mención de él en el<br />

libro primero y lo expliqué, aunque de prisa y con brevedad, en el libro cuarto de mi obra.<br />

Ni tampoco omití hacer mención de la Iglesia católica, que tú invocas para que los<br />

engañados por ti abandonen la fe católica y se conviertan en unos pordioseros al<br />

consolarse con la etiqueta de católicos. Y a pesar de ser la fuerza de los argumentos nula,<br />

con todo expuse tus palabras por el mismo orden que tú lo habías hecho. Lee mis libros<br />

publicados y comprobarás mi buena fe en las respuestas que tú tildas de falsas, y<br />

paladinamente confiesa que digo verdad; y tú, si aún no has perdido la costumbre<br />

enrojece de vergüenza. Puesta al sol ahora tu falsía inexcusable y odiosa, pero en mayor<br />

grado cuando se adueña de un censor que lanza contra el honesto decoro de los demás su<br />

propia fealdad, responde: ¿En qué el hombre de la Iglesia o las palabras del Apóstol son<br />

favorables a los maniqueos, para lamentar con tan gran amargura el haberlas omitido?"<br />

Ag.- Ya respondí más arriba a estas tus calumnias por las que me reprochas falsía al no<br />

citar íntegras tus palabras. No me atribuirías tan fácilmente lo que es obra del autor de los<br />

extractos, si es que no quieres engañar a los que lean tus escritos.<br />

Oscurece Juliano la verdad<br />

24. Jul.- "La gran diferencia que siempre existió entre maniqueos y católicos y la distancia<br />

enorme que separa el dogma de los santos de los impíos y que, como fuerte murallón,<br />

disocia nuestra doctrina como el cielo de la tierra, es que nosotros afirmamos que el<br />

pecado nace de una voluntad mala, y ellos, de una naturaleza mala. De este principio se<br />

siguen, como de fuente caudal, una nulidad de sacrilegios e infamias. Por el contrario, los<br />

católicos, al apoyarse en un sano principio y desarrollando sus buenas doctrinas, llegan a<br />

la perfección de la verdad religiosa, que la razón y la piedad confirman. Al establecer la<br />

existencia de un mal natural, tú, con intenciones aviesas e ineficaces, invocas el texto del<br />

Apóstol, que, como lo demuestro en mi escrito, nada de lo que tú te empeñas en atribuirle<br />

ha dicho; y hasta te contradices a ti mismo al afirmar que el Apóstol es católico, y, por<br />

otra parte, afirmas que sus palabras favorecen a Manés".<br />

Ag.- Dices que estos doctores católicos favorecen a Manés, porque, fundados en el texto<br />

del Apóstol, comprendieron que los niños contraen el pecado original; y no alaban, según<br />

vuestra perversa costumbre, la naturaleza íntegra, sino que emplean, para sanarla, la<br />

medicina cristiana. Si tuvieras sentimientos cristianos, enrojecerías de vergüenza,<br />

temblarías y quedarías sin habla.<br />

Pregunta Juliano<br />

25. Jul.- "¿Acaso Adimanto y Fausto, al que llamas tu maestro en los libros de tus<br />

Confesiones, no hicieron lo mismo al tomar del Evangelio y de las Cartas de los Apóstoles<br />

pasajes oscuros y los cosieron con el fin de apuntalar, con citas de autoridades<br />

indiscutibles, un dogma profano? ¿Mas por qué citar a los maniqueos? Todos los herejes<br />

apoyan sus invenciones, que los alejan de la religión y de la fe, en palabras y sentencias<br />

de la Escritura".<br />

Ag.- Los herejes convirtieron en dogma propio sentencias oscuras, pero vosotros tratáis de<br />

oscurecer con vuestro dogma sentencias muy claras. ¿Qué más evidente que las palabras<br />

del Apóstol: Por un hombre el pecado entró en el mundo, y por el pecado la muerte, y así<br />

pasó a todos los hombres? 12 Y si forzásemos al Apóstol a probarlo, nos brindaría el<br />

testimonio de la inmensa miseria del género humano que principia con los primeros<br />

vagidos del niño y se prolonga hasta el gemido de los ancianos. Y de ninguna manera se<br />

comprende cómo, bajo el amparo de un Dios omnipotente y justo, puede la naturaleza<br />

humana estar sometida a tan extrema miseria si, por el pecado de dos criaturas humanas<br />

en castigo de su pecado, la felicidad plena del Edén no se hubiera convertido en infelicidad<br />

por el pecado.<br />

Un duro yugo sobre los hijos de Adán<br />

26. Jul.- "¿Será forzoso decir que los Libros santos son los autores de dichos errores o que<br />

debe la dignidad de las Escrituras expiar los crímenes de los que perecen?"


Ag.- Esto preguntáoslo a vosotros mismos.<br />

Sólo Dios es justo<br />

27. Jul.- "¡Cese ya el placer por las interpretaciones torcidas! Creamos que las palabras no<br />

dicen nada contra la justicia manifiesta de Dios. Porque si son de una persona que merece<br />

respeto, se han de tutelar mediante una explicación en armonía con la santidad divina; y<br />

si fueron pronunciadas por un autor no respetable, recháceselas sin explicación alguna.<br />

Pero aquí se trata del juicio de Dios, del que está escrito: Dios es fiel y en él no hay<br />

injusticia; justo y santo es el Señor Dios 13 . Y de nuevo: Justo es el Señor y ama la<br />

justicia; su rostro ve la equidad 14 . Y en otro lugar: Todos tus juicios son equidad 15 .<br />

Incontables son los testimonios en los que la Sagrada Escritura habla de la justicia de<br />

Dios, y ningún pagano o hereje dudó de ella, a excepción de los maniqueos y<br />

traducianistas".<br />

Ag.- Y esta justicia impuso un duro yugo sobre los hijos de Adán desde el día que salen del<br />

vientre de su madre 16 ; verdadera injusticia para todo el que niega la existencia del<br />

pecado original.<br />

Único Dios verdadero<br />

28. Jul.- "Por natural magisterio, todos los hombres piensan que Dios es justo, y es<br />

evidencia que un Dios injusto no es Dios. Puede un hombre ser justo; pero Dios s-lo puede<br />

ser justo".<br />

Ag.- Aplícatelo.<br />

La injusticia no puede apoyarse en la ley<br />

29 Jul.- "Él es el único Dios verdadero en quien creemos y adoramos en la Trinidad; él es,<br />

sin duda, por razón de su justicia, justísimo con todos".<br />

Ag.- Aplícatelo y prueba cómo puede ser justo con el que no tiene pecado original y nace<br />

en medio de tantas miserias y para tan grandes calamidades.<br />

No puede Dios imputar al inocente pecados ajenos<br />

30. Jul.- "Imposible apoyar o defender por la Ley lo que consta es injusto; porque, si esto<br />

fuera posible, la misma divinidad se degradaría. Sólo podría por las Escrituras santas<br />

probar un dogma injusto el que pudiera demostrar que la Trinidad, en la que creemos,<br />

puede ser despojada del fulgor de la divinidad".<br />

Ag.- Dices verdad; pero debes decírtela a ti mismo, pues tramas quitar a Cristo la gloria<br />

de salvar a los niños.<br />

Juliano es cruel con los niños<br />

31. Jul.- "Enseña, lo que ni la razón ni la piedad apoyan, que es posible o justo imputar a<br />

alguien un pecado natural; o deja de corromper las Escrituras divinas, cuyos testimonios<br />

invocas para probar lo que confiesas es una injusticia".<br />

Ag.- Te equivocas. Sois vosotros los que estáis obligados a confesar que es injusto el<br />

pesado yugo que soportan los niños si no han contraído pecado de origen, pues personal<br />

no tienen ninguno.<br />

La fe de los creyentes, regla de fe<br />

32. Jul.- "Si no haces ninguna de estas dos cosas que dijimos, y afirmas creer en este Dios<br />

cuyas disposiciones juzgas injustas, reconoce, nuevo maniqueo, que eres peor que el<br />

antiguo, porque tu Dios es un Dios que Manés considera enemigo del suyo".<br />

Ag.- Vosotros sí que sois más crueles para con los niños que los maniqueos: porque, al<br />

menos, ellos creen que el alma del niño, porción de la divinidad, es sanada por Jesucristo;<br />

pero vosotros, que no admitís ningún mal en el alma ni en el cuerpo del niño, no permitís


que Cristo sea el que los sana. Vosotros, pues, ilustres oradores, predicáis un Jesús que no<br />

es el Jesús de los niños. Leed el Evangelio y ved de donde viene el nombre 17 y no neguéis<br />

a los niños, tan necesitados de salvación, un Salvador.<br />

Compendio muy extenso el de Juliano<br />

33. Jul.- "Todas las anfibologías, almohada de mentirosos e ineptos, que me achacas, son<br />

las que el profeta Ezequiel imputa a la fornicadora Jerusalén 18 . Son las que entienden las<br />

almas afeminadas, pues conservando el nombre de los misterios ofenden a la divinidad<br />

con sus secretas profanaciones. Deja a un lado todos estos embustes y esa caterva de<br />

secuaces plebeyos y prueba que es justo lo que por el testimonio de las Escrituras te<br />

obstinas en enseñar".<br />

Ag.- Las masas plebeyas de las que te burlas conocen la fe católica y confiesan que los<br />

niños son salvados por el único Salvador; y, en consecuencia, detestan el error de los<br />

pelagianos, que niegan esta verdad.<br />

Justicia de Dios y males de los niños<br />

34. Jul.- "Para no llenar volúmenes sin número, es precisamente ahora cuando vamos a<br />

sustanciar los problemas de que tratamos, y ver su número, especie, modo, cualidad y,<br />

sobre todo, examinar con más cuidado de dónde vienen, dónde se encuentran, si existen,<br />

cuál es el valor y de dónde brotan. Por este medio evitaremos vagar por quebradas de<br />

discusiones y aparecerá claro todo lo que debemos tener por cierto".<br />

Ag.- Claro, por eso has escrito ocho libros contra uno solo mío, pues no has querido con<br />

tus compendios dialécticos discurrir extensamente.<br />

Vaciedades de Juliano<br />

35. Jul.- "Se trata ahora de examinar la razón del Creador y de la criatura, es decir, de<br />

Dios y del hombre. Juzga Dios, el hombre es juzgado. Conocer la naturaleza de la justicia<br />

y de la culpa. Justicia es, según la definición usual de los sabios, a nivel de nuestra<br />

inteligencia, una virtud -y, si los estoicos nos permiten anteponer una a otra-, la mayor de<br />

todas las virtudes, pues se limita exactamente al deber de dar a cada uno lo suyo, sin<br />

engaño y sin gratuidad".<br />

Ag.- Di en virtud de qué justicia se somete a los niños a un yugo duro de tan grandes y<br />

manifiestas miserias; di en virtud de qué justicia un niño es adoptado en el bautismo y<br />

otro muere sin alcanzar esta adopción; por qué no es común el honor, o por qué no son<br />

excluidos los dos, pues ambos son de la misma condición, buena o mala. Pero no lo dirás,<br />

porque, siendo tú más pelagiano que cristiano, no entiendes de la gracia de Dios ni de su<br />

justicia divina.<br />

La justicia viene del cielo<br />

36. Jul.- "Cierto, Zenón no permite llamar a la justicia la más noble de las virtudes, pues<br />

enseña que es tal el ensamblaje y unidad de las virtudes, que donde hay una, allí, dice<br />

están todas, y si una falta, todas faltan. La verdadera virtud participa de la perfección de<br />

las otras tres. Y nos es de gran utilidad saber que no hay prudencia, ni fortaleza, ni<br />

templanza sin justicia, verdad que enseña el Eclesiastés cuando sentencia: El que en un<br />

punto peca, pierde muchos bienes" 19 .<br />

Ag.- Escucha también al Eclesiastés cuando dice: Vaciedad de vaciedades y todo vaciedad,<br />

¿qué ventaja saca el hombre de todo su trabajo, al que se entrega bajo el sol? 20 Di, ¿por<br />

qué el hombre, creado a imagen de la Verdad, se hizo semejante a la vaciedad 21 ? ¿Vas a<br />

exceptuar a los niños que vemos crecer, y aunque se les eduque y progresen en el bien, se<br />

aminora en ellos la vaciedad en la que nacieron, pero no desaparece del todo hasta que<br />

sus días de vaciedad pasen como una sombra?<br />

Lección eficaz<br />

37. Jul.- "Esta augusta virtud, baremo de los méritos de cada uno, brilla con luz propia en<br />

las obras que Dios hizo a su imagen, es decir, en el alma humana, según la medida y<br />

fuerzas de cada uno, que en Dios resplandece con luz esplendorosa e infinita, que creó de


la nada cuanto es. Su origen, la divinidad; su tiempo, la eternidad sin principio ni fin. Su<br />

género, quiero decir, su origen, es Dios; su especie se nos descubre en la promulgación de<br />

la Ley y en los efectos de sus juicios".<br />

Ag.- Si, como confiesas, el origen de la justicia se encuentra en Dios, ¿por qué no<br />

reconoces que el hombre recibe de Él la justicia, y por qué quieres que la justicia sea más<br />

bien fruto del libre querer del hombre que un don de Dios? Eres en verdad uno de los que<br />

se ha dicho: Ignorando la justicia de Dios y queriendo establecer la suya, no se<br />

sometieron a la justicia de Dios. Enrojeced de vergüenza, os lo ruego, y pedid justicia a<br />

aquel que es, según os habéis visto obligaos a confesar, fuente de toda justicia.<br />

Justicia y misericordia<br />

38. Jul.- "No es absurdo entender por diferencia las aplicaciones que varían según las<br />

diversas oportunidades de las circunstancias. Por ejemplo, se manda en el Antiguo<br />

Testamento ofrecer víctimas de entre los animales. Ejecutar entonces esto pertenecía al<br />

respeto debido al mandato; hoy, abolidos los sacrificios, la supresión es un acto de<br />

justicia, como lo era antes la oblación.<br />

Su modo o su medida consiste, bien en un estado en que no se imponga a nadie lo que<br />

sus fuerzas no pueden soportar, bien lo que es inaccesible a su misericordia. Por cualidad<br />

se entiende la dulzura que experimentan en su cumplimiento las almas piadosas. Existe,<br />

pues, la justicia, sin la que no existe la deidad, y de no existir, no existiría Dios; pero Dios<br />

existe, luego, sin duda, existe la justicia. No es otra cosa la justicia sino una virtud que<br />

todo lo contiene y que, sin engaño, ni de gracia, da a cada uno lo suyo. Esencialmente<br />

reside en las profundidades de la divinidad".<br />

Ag.- Defines la justicia como una virtud que todo lo contiene y sin engaño y sin gracia<br />

restituye a cada uno lo suyo. Vemos que sin defraudar dio un denario a los que durante la<br />

jornada entera trabajaron en la viña; era lo convenido y pactado, pues se habían<br />

comprometido por dicha suma 22 . Pero, por favor, dime, ¿cómo ha podido, si no es por<br />

gracia, darles también un denario a los que sólo habían trabajado una hora? ¿Es que había<br />

dejado de ser justo? ¡Alto! A nadie defrauda la justicia divina; pero da muchas cosas por<br />

gracia a los que no las merecen. ¿Por qué a éste sí y al otro no? Atiende a lo que dices a<br />

continuación. Muy cierto que la justicia radica esencialmente en las profundidades de la<br />

divinidad. En estas profundidades está la causa de por qué ni es del que quiere ni del que<br />

corre, sino del que Dios tenga misericordia 23 . En estas profundidades se encuentra luz<br />

para comprender el que un niño reciba la gloria de la adopción por el baño del bautismo<br />

regenerador, y otro siga siendo vaso de ignominia y quede del reino excluido, sin que<br />

ninguno de los dos lo haya merecido por decisión de su libre querer.<br />

Gracia y elección<br />

39. Jul.- "El testimonio (de la justicia) que viene de su autor y se aplica a buenos y malos,<br />

consiste en que unos son con justicia, elevados a la gloria; y otros, con toda justicia<br />

condenados. Pero como esto permite a la misericordia ser liberal, la justicia por esta<br />

indulgencia no padece menoscabo. Porque esta misma clemencia la usa Dios con su<br />

criatura y es una gran parte de la justicia, cuando no se ve forzado a usar de la<br />

severidad".<br />

Ag.- Pon al menos atención a la misericordia y ve de dónde le viene el nombre. Donde no<br />

hay miseria, ¿qué tiene que hacer la misericordia? Si en los niños negáis exista miseria,<br />

negáis también se pueda usar con ellos de misericordia. Bajo un Dios justo nadie puede<br />

ser miserable sin merecerlo. He aquí que dos niños mueren; uno estaba bautizado, el otro<br />

expira sin el bautismo. ¿Con cuál de los dos dices que Dios fue misericordioso? Si con uno<br />

de ellos, prueba en qué ha desmerecido el otro, pues niegas la existencia del pecado<br />

original; y si dices que con los dos, pruébame, pues niegas la gracia, el mérito del<br />

bautizado en quien no hay acepción de personas; y dime, si puedes, por qué no adopta a<br />

los dos, pues ambos fueron a su imagen creados? ¿O es que es justo, pero no<br />

todopoderoso, y quiso y no pudo? Ninguno de los dos quiso, y así no podéis hacer<br />

depender la acción todopoderosa de Dios del mérito de la voluntad humana. En este caso,<br />

ninguno de ellos puede decir a Dios: "Quise y tú no has querido". Y si es que el niño no<br />

quiere porque llora cuando se le bautiza, a ninguno de los dos se bautice, porque ninguno<br />

quiere; sin embargo, uno es tomado, otro abandonado, porque es grande la misericordia


de Dios, y su justicia verdadera. Pero ¿por qué éste y no aquél? Inescrutables son los<br />

juicios de Dios.<br />

Predestinación<br />

40. Jul.- "A los que creó porque quiso, no los condena si no es despreciado. Y si no los<br />

desprecia, los hace mejores por la consagración. Y su justicia no padece detrimento, antes<br />

se aureola con el fulgor de la misericordia".<br />

Ag.- El que no condena si no es despreciado, ¿di si puede despreciar a su imagen si no es<br />

despreciado? Y si no te atreves a responder, di, al menos, por qué castiga al que no<br />

adopta. No podrás probar que lo han despreciado si no admites que lo han hecho en Adán;<br />

en él encuentras que todos deben ser, en justicia, condenados, pero no lo son todos por<br />

inefable e inescrutable gracia.<br />

Los sesenta caballos, una calumnia<br />

41. Jul.- "Después de explicar, como lo acabamos de hacer, todas las partes de la justicia,<br />

pasemos a discutir la definición de pecado. Baso mi definición en los escritos de los<br />

filósofos paganos y católicos, pues temo no me recrimines invocar todo el senado de<br />

filósofos y azuces contra mí a todos los artesanos y al vulgo".<br />

Ag.- A lo débil y despreciable del mundo eligió Dios para confundir a los fuertes 24 . Ellos<br />

confunden a los que confían en su fortaleza. ¿Qué diré? ¿Sois éstos vosotros? No necesito<br />

decir quiénes son, pues vuestras palabras lo pregonan.<br />

Desprecio de Juliano<br />

42. Jul.- "Gritas como las mujeres con todos los leñadores y tribunos, para los que tu<br />

colega Alipio llevó últimamente m‡s de ochenta caballos bien cebados, de toda el África".<br />

Ag.- Calumnias o no sabes lo que dices; en consecuencia, o eres un mentiroso o un<br />

temerario. ¿Y qué más perverso si lo has fingido tú? ¿Qué más estúpido si das fe a los que<br />

lo han inventado? ¿A qué grado, no diré de vileza, sino de locura, es preciso hayas llegado<br />

para tener la osadía de escribir tales cosas, sin temor de que tus libros puedan arribar a<br />

países en los que Alipio, mi colega, ha sido recibido, después de viajar por mar y tierra, ya<br />

de paso, ya para permanecer en ellos, donde es imposible no hayan leído tus cuentos sin<br />

reírse a mandíbula batiente de ti?<br />

Definición de pecado<br />

43. Jul.- "No te aquietas de ningún modo con las sentencias de los sabios, porque, según<br />

la interpretación que te conviene dar a las palabras del Apóstol, Dios hizo necedad la<br />

sabiduría del mundo 25 . Puedes, sin miedo, despreciar a nuestros doctores, pues su<br />

autoridad no te hace mella".<br />

Ag.- Tú eres el que los desprecias, pues combates sus doctrinas sobre el pecado original y<br />

los consideras maniqueos, y nombrándome a mí, los señalas a ellos.<br />

Voluntad de los adultos<br />

44. Jul.- "¿Qué hacer? Aceptaré tu parecer y rechazaré ahora todo lo que pueda servirme<br />

de ayuda, y me contentaré con la definición que se escapó de la honestidad de tus labios y<br />

aprendiste de la ciencia esotérica de los maniqueos con relación a la bondad de la<br />

naturaleza. En tu libro titulado Las dos almas, o Contra las dos almas, escribes: Espera un<br />

momento y permite primero definir el pecado. Es el pecado la voluntad de adquirir o<br />

retener lo que la justicia prohíbe y de lo que podemos libremente abstenernos. Cierto que<br />

sin libertad no puede haber voluntad; pero he querido dar una definición sencilla, no con<br />

todo detalle".<br />

Ag.- En dicho lugar definí lo que es solamente pecado, no lo que es también castigo del<br />

pecado. Trataba entonces de averiguar el origen del mal y me refería al gran mal cometido<br />

por el primer hombre, antes del mal del hombre. Mas tú no puedes entender esto o no<br />

quieres.


Voluntad y opción<br />

45. Jul.- "¡Oh luciente oro en un estercolero! ¿Pudo salir de boca de un ortodoxo algo más<br />

verdadero y completo? "Pecado es, dices, la voluntad de adquirir o retener lo que la<br />

justicia prohíbe, siendo libres de abstenernos". Es lo que el Eclesiástico prueba cuando<br />

dice: Dios creó al hombre y lo dejó en manos de su propio albedrío. Ante él puso la vida y<br />

la muerte; el agua y el fuego; lo que prefiera se le dará 26 . Y dijo Dios por Isaías: Si<br />

queréis y me escucháis, comeréis lo bueno de la tierra. Si no queréis ni me escucháis, la<br />

espada os devorará 27 . Y el Apóstol: Convertíos como conviene y no queráis pecar 28 . Y en<br />

otro lugar: No queráis engañaros, de Dios nadie se burla, pues lo que uno siembre eso<br />

cosechará" 29 .<br />

Ag.- Todos estos testimonios se aplican a la voluntad, por la cual cada uno hace lo que<br />

quiere; y si no la tiene, la pide a aquel que obra en nosotros el querer 30 . Y el que la tiene<br />

hace obras de justicia y da gracias a aquel del que la recibe.<br />

Pecado y libertad<br />

46. Jul.- "Es la voluntad un movimiento del alma y en su poder está inclinarse a la<br />

izquierda del mal, o a la derecha del bien".<br />

Ag.- ¿Qué significa No te tuerzas ni a la derecha ni a la izquierda? 31<br />

Donde no hay voluntad no hay pecado, arguye Juliano<br />

47. Jul.- "Es un movimiento del alma del que, por su edad, ya puede juzgar de las cosas<br />

por la razón, y cuando se le propone el castigo o el premio, el sufrimiento o el placer, se le<br />

brinda ocasión y ayuda, no se le impone necesidad de inclinarse por una de las dos partes.<br />

Esta voluntad, ante una alternativa, tiene en su misma esencia el poder elegir mediante el<br />

libre albedrío; de ella depende realizar el acto, y no hay voluntad antes de querer; ni<br />

puede querer antes de que pueda no querer; el querer o no querer no tiene cualidad de<br />

pecado antes de alcanzar el uso de razón.<br />

De todo lo dicho se desprende que tu definición del pecado es óptima: "Voluntad de<br />

adquirir o retener lo que la justicia prohíbe y de lo cual podemos libremente abstenernos".<br />

Luego el pecado, que no puede existir sin la voluntad, trae su género, es decir, su origen,<br />

de su propio apetito. Consiste su especie de cada uno de los objetos, llamados átomos o<br />

indivisibles. La diferencia nace de la variedad de pecados y de la diversidad de las<br />

circunstancias. El modo consiste en la ausencia de toda medida; porque si modo es servir<br />

a quien estás obligado, el que esto omite, peca al transgredir la verdadera medida.<br />

Sutilizando se puede decir que el modo es el pecado, pues nadie peca más de lo que<br />

puede; porque si el pecado sobrepasa sus fuerzas, es ineficaz su querer; uno no puede<br />

pecar si no quiere.<br />

La cualidad del pecado consiste y se manifiesta por cierto amargor que produce la<br />

deshonra y el dolor de la caída. Luego existe el pecado, porque, de no existir, tú no<br />

seguirías el error, que no es otra cosa sino la voluntad que se aparta del camino que debe<br />

seguir y del que puede, en su ceguera, alejarse. Nace de un deseo de lo prohibido y sólo<br />

se encuentra en un hombre que tiene mala voluntad y pudo no tenerla".<br />

Ag.- Este es el Adán que yo tenía en el pensamiento al dar la definición que tanto te<br />

agrada cuando dije: "El pecado es la voluntad de adquirir o retener lo que la justicia<br />

prohíbe y de lo cual podemos libremente abstenernos". Cuando Adán pecó, nada malo<br />

tenía en sí que le empujase a obrar mal contra su querer, ni que le autorizase a decir: No<br />

hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero 32 . En consecuencia, hizo, al pecar, lo<br />

que la justicia prohíbe y tenía plena libertad para abstenerse de ello. Aquel que dice: Hago<br />

el mal que no quiero, no es libre de abstenerse.<br />

Si estas tres cosas distingues y sabes que una cosa es el pecado, otra el castigo del<br />

pecado, y la tercera, ambas cosas, es decir, pecado y castigo del pecado, comprenderás<br />

cuál de estas tres cosas pertenece a la mencionada definición, en la que existe voluntad de<br />

hacer lo que prohíbe la justicia y libertad para abstenerse. Definí lo que es pecado, no la<br />

pena del pecado, ni ambas cosas. Estos tres géneros tienen también sus especies, de las<br />

que ahora sería prolijo disputar. Y si buscas ejemplos de estos tres géneros, los tenemos.


Del primero en Adán. Muchos son los males que hacen los hombres y de los que pueden<br />

libremente abstenerse, pero nadie tan libre como aquel que, inmune de toda corrupción,<br />

fue creado por Dios en rectitud de justicia.<br />

Un ejemplo del segundo género, es decir, de sólo el castigo del pecado, está en el mal que<br />

se hizo, y se sufre el castigo; como, por ejemplo, cuando el que comete un pecado es<br />

condenado a muerte, o sufre otra tortura corporal. Tenemos un ejemplo del tercer género,<br />

es decir, del pecado como castigo de pecado, en aquel que dijo: Hago el mal que no<br />

quiero. A este género pertenecen todos los males que por ignorancia se cometen y no se<br />

creen males, sino incluso bienes. Si la ceguera de corazón no fuera pecado, sería injusto<br />

reprochárselo. Pero con justicia se le condena con estas palabras: Fariseos ciegos 33 , y en<br />

otros muchos pasajes de la Sagrada Escritura. Y si esta misma ceguera no fuera castigo de<br />

pecado, no estaría es Cristo: Los cegó su malicia 34 ; y si no viniese de la justicia de Dios,<br />

no leeríamos: Oscurézcanse sus ojos y no vean, se curve siempre su dorso 35 . ¿Quién<br />

puede querer ser ciego de corazón cuando nadie lo quiere ser en el cuerpo?<br />

El pecado original no pertenece al primer género, pues supone voluntad de hacer el mal,<br />

del que puede abstenerse; éste no puede existir en los niños, que aún no pueden usar de<br />

su voluntad; ni pertenece al segundo género citado, por que ahora nos ocupamos, no de<br />

su castigo, que no es pecado, aunque viene del castigo de un pecado; cierto que los niños<br />

lo sufren porque tienen un cuerpo de muerte a causa del pecado; sin embargo, ni la<br />

muerte del cuerpo ni los castigos corporales son pecado.<br />

Pertenece el pecado original al tercer género, en el que el pecado es también castigo de<br />

pecado; y existe en los niños que nacen en este mundo; pero sólo cuando empiezan a<br />

crecer, cuando su alma inconsciente necesita de la disciplina de la sabiduría y de la<br />

continencia para los malos deseos; el origen de este pecado viene de la voluntad de un<br />

pecador: Existió Adán, y en él todos existimos; pecó Adán, y en él todos perecimos.<br />

Doctrina de Manés<br />

48. Jul.- "Merece ser execrado el pecado por los hombres honestos y ser condenado<br />

legalmente por la justicia de la que tratamos. Deja a un lado los amplios y sinuosos<br />

pliegues y saca a luz matinal tus argumentos y prueba la existencia de un pecado natural.<br />

Nada falso he dicho en alabanza de la justicia divina o en la definición del pecado. Prueba,<br />

pues, que en los niños existen estas dos cosas; porque existe sólo en la voluntad el<br />

pecado y no hay voluntad sin libertad plena, y no hay libertad sin opción racional. ¿Por qué<br />

arte de magia existe el pecado en los niños, que carecen del uso de la razón? Pues no<br />

tienen facultad de elegir y, en consecuencia, ni voluntad; y concedido esto, que es<br />

irrefutable, no existe pecado alguno. Atrapado por estos argumentos de enorme peso,<br />

veamos tu escapatoria. Los niños, dices, no se ven oprimidos por pecado alguno personal,<br />

pero sí por un pecado ajeno. Aún no aparece claro el mal de origen que llevas dentro -al<br />

fin eres retórico púnico- a alguien cuyo crimen quieres desvelar. ¿Cómo cargar sobre un<br />

inocente un crimen ajeno? ¿Quién hay tan necio, tan bárbaro, tan cruel, tal olvidado de<br />

Dios y de su justicia, que juzgue a los niños culpables?<br />

Alabo tu ingenio, florece tu erudición; no has podido señalar de otra manera al odio del<br />

género humano la persona de no sé qué juez, o mejor, de no sé qué tirano que con<br />

juramento condena no sólo a los que en nada han pecado, pero que ni capaces son de<br />

pecar. Suele el hombre de conciencia delicada inquietarse y defenderse ante la sospecha<br />

de haber pecado, pues el pecado es posible; pero no lo es acusar al que no puede pecar.<br />

Pon en claro quién es este implacable juez de inocentes. Respondes: Dios. Has herido mi<br />

corazón, y como apenas se puede tal sacrilegio creer, necesito repitas tus palabras.<br />

Sabemos que este vocablo se puede emplear en doble sentido. Hay multitud de dioses y<br />

multitud de señores, pero para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual<br />

proceden todas las cosas..., y un solo Señor, Jesucristo, por quien todo fue creado 36 .<br />

¿Cuál es el Dios a quien imputas tal crimen? Tú, sacerdote muy piadoso, muy docto<br />

retórico, tus palabras exhalan un hedor más insoportable que el del lago Ansanto o el<br />

abismo del infierno; antes bien más impías que las abominaciones que en estos lugares se<br />

cometían en el culto a los ídolos.<br />

Dios, dices, prueba su amor para con nosotros en que nos amó y no perdonó a su Hijo,<br />

antes lo entregó por nosotros, y es el mismo que juzga, persigue a los que nacen, y el que


en castigo de su mala voluntad, entrega a las llamas eternas a los que sabe no pueden<br />

tener ni mala ni buena voluntad. Ahora, después de esta doctrina tan bárbara, sacrílega,<br />

funesta, si nuestros jueces son sinceros, no debería maldecirte y execrarte. Sería, pues,<br />

justo y de probada sensatez tener por vileza discutir contigo, dado que eres extraño a<br />

toda religión, a toda ciencia y, finalmente, al buen sentido, e imaginas, lo que ni un<br />

bárbaro haría, criminal a tu Señor".<br />

Ag.- No es gran cosa ver que los niños no tienen voluntad propia para elegir entre el bien<br />

y el mal. Quisiera, sí, vieras lo que vio el autor de la carta a los Hebreos cuando dice que<br />

Leví, hijo de Israel, pagó el diezmo por medio de Abrahán, estando en las entrañas de su<br />

padre. Si esto vieras con ojos cristianos, verías por fe, si por la razón no lo puedes, que<br />

todos los que habían de nacer por la concupiscencia de la carne estuvieron en las entrañas<br />

de Adán; porque, después del pecado, manifestada en su desnudez, sintió, miró, se<br />

avergonzó y se cubrió.<br />

Por eso mi doctor Ambrosio, grandemente alabado por boca de tu maestro, dijo: "Y lo que<br />

es más grave, es que Adán nos da pie para esta interpretación al ceñirse las partes que<br />

debía haber tapado con el velo de la castidad. Se dice, en efecto, que en nuestros riñones<br />

están los gérmenes de la generación. Adán, al ceñirse malamente con inútiles hojas, no<br />

señala el fruto de una generación futura, sino ciertos pecados". Con razón dice lo que poco<br />

ha mencioné: "Existió Adán, y en él todos estuvimos; pereció Adán, y en él todos<br />

perecimos". Tú no aciertas a ver esto y, ciego, ladras; mas todo lo que dices contra mí, lo<br />

dices contra él. Ojalá me sea con él común el premio, pues con él comparto tus<br />

vilipendios. ¿Por qué voceas y dices: "Si nuestros jueces fueran imparciales, debería<br />

maldecirte?" ¿Puedo ser contigo más generoso y liberal, más compasivo que constituyendo<br />

como juez de nuestras discusiones a aquel al que tu maestro Pelagio colmó de alabanzas?<br />

"He aquí, dice, al que brilla entre los escritores latinos como flor escogida, cuya fe y<br />

sinceridad en interpretar el sentido auténtico de las Escrituras jamás han sido puestas en<br />

duda ni por sus enemigos".<br />

Y ¿cuál es el sentir de Ambrosio sobre la cuestión que discutimos? Más arriba expresé ya<br />

con toda claridad y sin sombras de duda su pensamiento sobre el pecado original; y si te<br />

parece poco escucha: "Todos, dice, nacemos bajo el pecado y el mismo nacimiento está<br />

corrompido". ¿Qué respondes a esto? Ves el elogio que de Ambrosio hizo Pelagio; ves la<br />

clara sentencia que Ambrosio pronuncia en mi favor contra ti; reprende al que alabó tu<br />

maestro, al que ni los enemigos se atrevieron a criticar; y, pues buscas jueces intachables,<br />

niega que éste lo sea, y así tú mismo evidenciarás no tener juicio.<br />

Y si te indignas, hombre piadosísimo, al oír que los niños no regenerados, si mueren antes<br />

de alcanzar el uso del libre albedrío, son condenados por pecados ajenos por aquel que<br />

encomienda su amor por nosotros, que nos amó, que no perdonó a su propio Hijo, sino<br />

que lo entregó por nosotros, como si no se pudieran quejar con más razón de él los<br />

indoctos y necios -tus hermanos- que dicen: "¿Por qué creó a los que sabe que un día va a<br />

condenar por impíos? ¿Por qué los hace vivir hasta el día en que llegan a esa condenable<br />

impiedad, cuando los podía arrebatar de esta vida antes que se convirtieran en unos<br />

malvados, pues ama a las almas y encarece su amor con nosotros?" A estos tales les<br />

decimos: Hombre, quién eres tú para pedir cuentas a Dios 37 . Inescrutables son sus<br />

juicios 38 , y, en vez de amansarse, se enfurecen.<br />

El Señor conoce a los que son suyos 39 . Si quieres jueces imparciales, escucha al juez<br />

alabado particularmente por tu maestro: "Existió Adán, y en él todos existimos; pereció<br />

Adán, y en él todos perecimos". Tú dices que no debieron perecer por pecados ajenos.<br />

Son, sí, ajenos, pero son de nuestro padre, y así, por derecho de generación y<br />

transmisión, son nuestros. ¿Quién nos librará de esta muerte, si no es el que vino a buscar<br />

lo que estaba perdido 40 ? En los que salva reconozcamos su misericordia, en los que no<br />

libera reconozcamos su juicio secreto, pero, sin duda, justísimo.<br />

El Dios de los patriarcas es el Dios de Agustín<br />

49. Jul.- "Imaginó Manés y creyó que el dios de la luz trabó lucha con el príncipe de las<br />

tinieblas, y añade que, en este mundo, tiene la materia esclavizada; y para excusar tanta<br />

desgracia, so pretexto de piedad, afirma que, como buen ciudadano, combate por su<br />

patria y, para no perder los reinos, sacrificó los miembros. Tú, conocedor de esta doctrina,<br />

considera tus progresos después que temporalmente la abandonaste. Dices que Dios no


tuvo necesidad de soportar una guerra, pero admites que pronunció sentencia injusta, que<br />

no está sujeto a enemigos ocultos, sí a crímenes manifiestos, que no ha sacrificado su<br />

esencia, pero ha violado la justicia eterna. Cuál de los dos sea peor, lo dejo decidir a<br />

otros. Una cosa es clara, y es que no te es lícito abrazar una de las opiniones, pues las dos<br />

son detestables. Hace Manés a su dios inicuo, pues enseña que condenará en el juicio final<br />

a los miembros que entregó; pero tú le proclamas desgraciado, porque veló la gloria por la<br />

que resplandecía y, al perseguir la inocencia que él creó, perdió la justicia, en la que<br />

consiste la santidad. Y as' el dios de tu maestro aventaja al Dios que tú inventas, porque<br />

el suyo ha sido vencido en combate abierto; el tuyo, derrotado por un vicio".<br />

Ag.- Si en los niños te agrada su inocencia, líbrales, si puedes, del pesado yugo que<br />

oprime a los hijos de Adán desde el día de su salida del vientre de sus madres 41 . Pienso<br />

que la Escritura que esto dice conoce mejor que tú la inocencia de la criatura y la justicia<br />

del Creador. ¿Quién no comprende que, si los niños tienen esa inocencia que tú ponderas,<br />

Dios es injusto al imponerles tan pesado yugo? Pero como Dios no es injusto al imponerles<br />

tan pesado yugo, no existe en ellos la inocencia que tú pregonas. A menos que, en<br />

cuestión tan difícil para ti, digas que Dios es justo, pero impotente y no ha podido<br />

proteger a estas criaturas creadas a su imagen e inocentes de la gran miseria que les<br />

oprime; y si dices que quiso, pues es justo, y no pudo porque no es todopoderoso, es que,<br />

para salir de este laberinto, has perdido la cabeza al negar el fundamento de nuestra fe,<br />

por la que creemos, según el símbolo, en un Dios Padre Todopoderoso. Tu Dios, en el<br />

marco de tantos y tan grandes males como sufren los niños, ha perdido la justicia o la<br />

omnipotencia, o no se preocupa de las realidades humanas. Digas lo que digas, mira lo<br />

que serás.<br />

Afirma Juliano y no prueba<br />

50. Jul.- "Retírate, con este tu dios, del seno de las Iglesias. No es el Dios en el que<br />

creyeron los Patriarcas, los Profetas y los Apóstoles; no es el Dios en quien esperó y<br />

espera la Iglesia primitiva, escrita en el cielo 42 ; no es el Dios en quien cree como juez la<br />

criatura racional, del que el Espíritu Santo anuncia que ha de juzgar con justicia. Por este<br />

tu Señor ningún hombre prudente derramaría su sangre; no merece nuestro amor, ni a<br />

nadie se puede imponer la obligación de sufrir por Žl. Finalmente, tu dios, si alguna vez<br />

existió, no sería dios, sino un criminal que ha de ser juzgado por mi Dios verdadero, y no<br />

tenido por Dios. Y para que conozcas los rudimentos de nuestra fe, nuestro Dios, el Dios<br />

de la Iglesia católica, es un Dios escondido en cuanto a su esencia, invisible a nuestros<br />

ojos, a quien ningún hombre vio ni puede ver 43 ; eterno, sin principio, santo y justo sin<br />

tacha, todopoderoso, la misma justicia y misericordia; conocido sólo por el fulgor de sus<br />

virtudes. Creador de todas las cosas que no existían, administrador de cuanto es; y, en el<br />

último día, juez de todos los que existen, existirán o existieron. Es el que hará conmoverse<br />

los cimientos del cielo y de la tierra, con todos sus elementos, a la vez. Es el que hará<br />

revivir las cenizas y resucitará los cuerpos. Y todo esto lo realizará con justicia".<br />

Ag.- Si adoras al Dios de los Patriarcas, ¿por qué no crees que la circuncisión al octavo día<br />

impuesta a Abrahán era figura de la regeneración en Cristo? Si esto creyeres, ¿<br />

comprenderías que no era justo exterminar la vida de un niño si no era circuncidado el día<br />

octavo, de no estar manchado con algún pecado 44 ? Y si adoras al Dios de los Profetas, ¿<br />

por qué no crees en lo que tantas veces se dice: Dios cobra los pecados de los padres en<br />

los hijos? Si adoras al Dios de los Apóstoles, ¿por qué no crees que el cuerpo está muerto<br />

a causa del pecado 45 ? Si adoras al Dios en quien esperó y espera la Iglesia primitiva,<br />

escrita en el cielo, ¿por qué no crees que los niños, al ser bautizados, quedan libres del<br />

poder de las tinieblas 46 , cuando la Iglesia sopla sobre ellos y los exorciza para arrojar de<br />

sus cuerpos el poder de las tinieblas? El Dios que la criatura racional espera, que habita en<br />

los santos y fieles, dinos cuál es ese tercer lugar que prepara y promete a tus inocentes<br />

niños, no regenerados, al margen del reino para los buenos y de los tormentos para los<br />

malos. ¿Como afirmas que ningún hombre prudente derramará su sangre por este Señor<br />

que adoramos, si este es el Dios que adoró y por él derramó su sangre el gloriosísimo<br />

Cipriano, que en esta cuestión te sofoca al afirmar que el niño nacido según la carne de<br />

Adán contrae contagio de muerte en su primer nacimiento 47 ? ¿Y no te consideras culpable<br />

por blasfemar contra el Dios de los santos mártires?<br />

Dices adorar al Dios topoderoso, justísimo y misericordiosísimo, pero es este Dios<br />

todopoderoso el que impone a los hijos de Adán un pesado yugo desde el día de su<br />

nacimiento, yugo que les podía quitar o incluso hacer que no les fuese pesado; pero es


precisamente justísimo y de ninguna manera les impondría este yugo, ni permitiría a otros<br />

que se los impusieran, si no encontrase en ellos los pecados con los que nacen, cuya culpa<br />

perdona el que es misericordioso. Si te adelicia la justicia divina, de ella provienen<br />

precisamente todas las miserias humanas a las que, con toda justicia, están sometidos los<br />

niños y que colman toda nuestra vida, desde los primeros vagidos hasta el último suspiro<br />

de los moribundos; y sólo a los santos y fieles les promete la felicidad eterna, pero en la<br />

otra vida.<br />

Tradición<br />

51. Jul.- "En favor de este mi Dios, en quien creo y toda criatura y la santa Escritura me<br />

demuestra, dije que haría mejor si no me dignara discutir en mis libros contigo. Pero como<br />

hombres recomendables por su santidad y confesores de nuestro tiempo me han impuesto<br />

el deber de examinar el peso y valor de tus argumentos, me pareció oportuno primero que<br />

el Dios en quien tú crees no es el Dios que siempre anunció la Iglesia católica y se<br />

anunciará en ella hasta el fin de los tiempos".<br />

Ag.- Soy más bien yo el que demostré que tú no has probado lo que afirmas haber<br />

demostrado, y, si no estás ciego en demasía, verás que yo creo en el Dios que la Iglesia<br />

católica ha siempre predicado.<br />

La gracia del bautismo y sus efectos<br />

52. Jul.- "Paso a examinar ahora los argumentos que con insistencia citas en favor de una<br />

doctrina que rechazan los santos. Mas como me propuse contestar a tu segundo libro<br />

traído por Alipio, para que no haya confusión en el orden de mis respuestas, responderé a<br />

ciertas dificultades, hasta llegar al texto del Apóstol en el que tú ves un argumento sólido<br />

en favor de tu causa. A continuación de las palabras citadas más arriba añades: "Dije que,<br />

según mis adversarios, no tienen pecado original contraído por generación en su primer<br />

nacimiento del que deban ser purificados por las aguas de la regeneración". Estas palabras<br />

llegaron a oídos de todos los miembros de la Iglesia católica y han turbado su fe, fundada<br />

en la antigüedad y que nuestros padres nos han transmitido, y en el corazón de los fieles<br />

excitaron una gran indignación contra ellos; éste es el motivo del temor de Juliano y la<br />

causa por que silencia estos testimonios.<br />

Por eso todos corren a la iglesia con sus niños, pues creen que han contraído el pecado<br />

original en la generación del primer nacimiento y les es perdonado por la regeneración del<br />

segundo nacimiento. Repite después, no sé por que, mis palabras, antes citadas. Dijimos,<br />

sí, que los que nacen de esta unión contraen el pecado original y, sean quienes sean sus<br />

padres, afirmamos estar bajo el poder del diablo si no renacen en Cristo. Estas son mis<br />

palabras ya antes citadas. Luego añade lo que de Cristo dijimos, esto es, que no quiso<br />

nacer de la unión de los dos sexos. Pero aquí omitió también lo que puse, a saber: "Para<br />

que, por su gracia, arrancados del poder de las tinieblas y trasplantados al reino del que<br />

no quiso nacer de la unión de los dos sexos". Mira, por favor, qué palabras omitió este<br />

enemigo de la gracia de Dios, que nos viene por Jesucristo, Señor nuestro. Sabe de una<br />

manera sumamente malvada e impía excluir a los niños de aquel texto del Apóstol que<br />

dice: Nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino de su amor 48 . Por esto, sin<br />

duda prefirió omitir a citar mis palabras. ¿Soy yo enemigo de la gracia de Dios, el hombre<br />

más caradura, yo que en mi primer libro, del que tomaste las citas arrancadas de su<br />

contexto por el placer de hablar sin tino, yo que hice clara y plena profesi-n de fe, yo que<br />

condené tu doctrina y la de los tuyos plagada de esotéricos misterios maniqueos?"<br />

Ag.- ¿Con injurias harás buena tu causa? Di en qué te jactas de haber condenado mi<br />

doctrina y la de los míos, y al decir "de los míos" te refieres a los maniqueos; y esto es<br />

una calumnia, no una verdad. También detesto yo a los maniqueos y a sus cómplices,<br />

entre los que ambicionas tœ el primer puesto; y con el auxilio de la gracia del Señor y con<br />

la fuerza de la verdad católica los refuto. Te mostré quiénes son los míos contra los que te<br />

encarnizas al hacerlo contra mí. En esta causa en la que se ventila la cuestión del pecado<br />

original, por la que al llamarme maniqueo te crees en el deber de prodigarme las más<br />

atroces injurias, tengo conmigo a Cipriano pues confiesa que el niño en nada pecó, pero<br />

no omite decir que contrae el contagio del pecado de Adán en el primer nacimiento 49 .<br />

Conmigo está Hilario, que, al comentar las palabras del salmo Vive mi alma y te alabará,<br />

añade: "No cree el salmista ser vida la presente, porque al decir antes: He sido concebido


en pecados y en delitos me parió mi madre, sabe que nació bajo la ley del pecado<br />

original" 50 . Conmigo está Ambrosio, muy alabado por tu maestro. Dice: "Todos nacemos<br />

bajo el pecado e infectado está nuestro origen" 51 . Conmigo está Gregorio (Nacianceno),<br />

quien al hablar del bautismo dice: "Tened en gran honor el nacimiento que nos libra de los<br />

lazos del nacimiento terreno" 52 . Conmigo está Basilio, que al hablar del ayuno escribe:<br />

"Por no ayunar fuimos arrojados del Edén, ayunemos, pues, para volver a él" 53 . Conmigo<br />

está Juan de Constantinopla. "Cometió, dice, un gran pecado Adán y condenó a la vez a<br />

todo el género humano" 54 . Todos estos y otros colegas que sería demasiado prolijo<br />

enumerar comparten la misma doctrina y están conmigo. Si lo reconoces, son también<br />

tuyos; míos como doctores, tuyos como jueces. ¿Por qué condenas mis palabras y las de<br />

los que conmigo están, cuando eres tú el condenado por la voz unánime y veracísima de<br />

todos estos que conmigo están? ¿Te atreves tú, espíritu tenebroso, caradura, lengua<br />

procaz, a imputar el crimen de Manés a estas lumbreras de la ciudad de Dios? Y si no te<br />

atreves, ¿por qué osas imputármelo a mí, a no ser porque digo lo mismo que dicen<br />

aquellos a quienes no te atreves a incriminar?<br />

¿Defiende Juliano la justicia de Dios?<br />

53. Jul;- "Aquí, pues, reanudo el orden de mis palabras, después de proclamar que Dios<br />

es el autor de cielo y tierra y de todas las cosas que en ellos se contienen, y, en<br />

consecuencia, de los hombres para quienes todo fue creado. Cuando esto digo no se me<br />

oculta que se va a decir de nosotros que no creemos ser necesaria la gracia de Dios para<br />

los niños. Los pueblos cristianos se ofenderían con razón y su indignación llegaría al límite;<br />

sin embargo, no debieran considerarnos autores de tan culpables palabras, obrando así no<br />

incurrirían en crimen al creer falsedades de un hermano, y nos darían pruebas de su amor<br />

a la fe. Hemos de fortificar este flanco contra vanos ataques con una breve profesión de fe<br />

para coser sus labios.<br />

Confesamos que la gracia del bautismo es útil en todas las edades y pronunciamos<br />

anatema eterno contra todos los que dicen que no es necesaria a los niños. Gracia fecunda<br />

en dones espirituales que esparce por doquier semilla de virtudes; con una sola de sus<br />

acciones sana y enriquece según la naturaleza de los males y las diferentes disposiciones<br />

de los hombres. En su aplicación no cambia a tenor de las causas, pues reparte sus dones<br />

según las necesidades de los que la reciben; ni varía el acto según a diversidad de los<br />

materiales que emplea; permaneciendo, experimenta aumento o disminución, como dice<br />

el Apóstol: Una es la fe, uno el bautismo 55 .<br />

Se multiplican y difunden los dones, pero en nada cambia la naturaleza de sus misterios.<br />

Gracia que lava todas las manchas y no se opone a la justicia; no comete pecados, los<br />

purifica; perdona a los culpables, no condena a los inocentes. Cristo, redentor de su obra,<br />

derrama continuamente la lluvia de sus beneficios sobre esta su imagen; y a los que hizo<br />

buenos en la creación, los hace mejores por la renovación y adopción. Negar a algunos<br />

esta gracia, que es perdón para los culpables, iluminación espiritual, adopción de los hijos<br />

de Dios, ciudadana de la Jerusalén celeste, que nos transforma en miembros de Cristo y<br />

otorga la posesión del reino de los cielos, merece el anatema de todos los buenos".<br />

Ag.- De todos los beneficios de la gracia divina que enumeras, el primero de la lista,<br />

gracia-perdón, no quieres se aplique a los niños, pues niegas sean culpables en Adán. ¿Por<br />

qué niega Dios los otros dones a los niños, si en dicha edad mueren sin esta gracia? ¿Por<br />

qué en ellos no ha lugar la iluminación espiritual, la adopción de los hijos de Dios, la<br />

herencia de la Jerusalén celeste, la santidad, la incorporación como miembro a Cristo y la<br />

posesión del reino de los cielos? Y estos dones tan necesarios, ¿los va a negar Dios, dueño<br />

del poder soberano, a tantas imágenes suyas, que, según vosotros, no tienen pecado<br />

alguno y la voluntad en el niño no puede poner obstáculos a esta gracia?<br />

Para alejar de vosotros tan odiosa acusación, como es el negar a los niños la gracia,<br />

afirmas que el negar a alguien esta gracia merece la reprobación de los buenos. La justicia<br />

de un Dios omnipotente no negaría su gracia a un número infinito de niños, sometidos a<br />

su dominio todopoderoso, que mueren sin ella si, según una ley oculta de su justicia, no<br />

merecieran este castigo. Todos los que descienden de la estirpe de Adán y se ven libres de<br />

este juicio, lo son por gracia, no por sus méritos, para que se gloríen en el Señor. Y para<br />

evitar el baldón que os hace detestables a la Iglesia católica, permitid que Cristo sea el<br />

Jesús de los niños. No lo será si no les confiere el beneficio por el cual recibió este<br />

nombre, esto es, si no los salva de sus pecados. Para evitar ser por los cristianos


incriminados, de ello os quejáis, decid de esta gracia lo que dijo el sabio doctor de la<br />

Iglesia Gregorio: "Venerad este nacimiento que os libra de los lazos del nacimiento<br />

terreno" 56 . Imposible que esta gracia pertenezca a los niños si negáis sean librados del<br />

nacimiento terreno por un nacimiento celeste.<br />

Renovación<br />

54. Jul.- "Y como defendí, según lo permitía el momento, estas cosas, retornemos al<br />

punto del que nos habíamos apartado; y si fuera preciso volveríamos a tratar esta cuestión<br />

con mayor amplitud. Con toda claridad en la confesión he reprobado a los que niegan el<br />

bautismo a los niños, y a vosotros mismos, que, con anticipado juicio, osáis manchar la<br />

justicia de Dios. Hice propósito de admitir sólo los sacramentos que nos han sido<br />

transmitidos, en cualquier edad, sin que nos esté permitido cambiar nada, según las<br />

circunstancias de los tiempos; y el pecador se hace, de malo, bueno, y de bueno se hace<br />

mejor, es decir, óptimo, si su voluntad está limpia de malicia, de tal suerte que los dos, en<br />

virtud de una cierta consagración, pasan a ser miembros de Cristo; y uno es arrancado de<br />

su mala vida, y otro de un estado natural bueno. Aquél, con una mala acción, corrompió la<br />

inocencia que recibió al nacer, éste, sin mérito y sin culpa personal, tiene tan sólo lo que<br />

recibió de Dios, su Creador; y es más feliz en la flor encubierta de su primera edad, que no<br />

puede viciar el bien de su pureza; sin mérito alguno por sus actos, conserva únicamente<br />

los dones recibidos de la munificencia de su autor".<br />

Ag.- ¿Por qué pesa sobre él tan duro yugo desde el día que sale del vientre de su madre<br />

57 ? ¿Por qué tanta corrupción en su cuerpo que oprime el alma 58 ? ¿Por qué tamaño<br />

embotamiento de la inteligencia, que para doctrinarlo es necesario dar palmetazos a su<br />

rudeza? ¡Oh Juliano!, ¿hasta cuándo serás duro de corazón? ¿Hasta cuándo amarás la<br />

vanidad y buscarás la mentira 59 , en la que se basa tu herejía? Si nadie hubiese pecado, si<br />

la naturaleza humana hubiese permanecido en la bondad de su creación, ¿Hubiera el<br />

hombre nacido en el Edén con estas miserias, por no citar otras?<br />

Reticio de Autún<br />

55. Jul.- "Esta edad renovada, es decir, sublimada en virtud del sacramento regenerador,<br />

proclama la misericordia de Cristo; y hace caer sobre él una acusación y un castigo<br />

manifestando la injusticia del juez o la infamia de la justicia".<br />

Ag.- Si el niño es un recién nacido, ¿de qué vetustez podrá renovarse? Palabras engañosas<br />

son éstas. Si quieres conocer la decrepitud de la que, por gracia cristiana, son renovados<br />

los niños, escucha con atención lo que dice un hombre de Dios, Reticio, obispo de Autún,<br />

quien, en otro tiempo con Melquiades, obispo de Roma, juzgó y condenó al hereje Donato.<br />

Habla del bautismo cristiano y dice: "A nadie se le oculta que es la gracia más grande en<br />

la Iglesia, porque nos descarga del peso del antiguo pecado, borra los crímenes antiguos<br />

de nuestra ignorancia y nos despoja del hombre viejo con sus nativas maldades". ¿Fue<br />

acaso maniqueo Reticio? Cómo, sin mentir, podéis decir que la regeneración cristiana<br />

renueva a los niños, si no queréis reconocer en ellos el peso del antiguo pecado en el<br />

hombre viejo? Y si las miserias que pesan sobre estos pequeños prueban, como vosotros<br />

decís, la injusticia del juicio, ¿no se ha agravado el peso del yugo duro sobre los hijos de<br />

Adán? Sin embargo, Dios no es injusto, y, en consecuencia, con motivo existe el peso de<br />

este yugo. En tan tierna edad, de no existir el pecado original, no hay mérito malo en<br />

ellos.<br />

El soplo bautismal<br />

56. Jul.- "No es por la unidad del sacramento por la que se demuestra la niñez culpada,<br />

sino por la veracidad del juicio por lo que se prueba su inocencia".<br />

Ag.- Piensas haber encontrado una razón para bautizar a los niños; di el porqué de la<br />

insuflación. Grande e incontrovertible sentencia la de vuestro maestro Pelagio cuando<br />

dice: "Si el pecado de Adán perjudicó a los que no habían pecado, luego la justicia de<br />

Cristo es útil a los infieles". ¿Qué decir de los niños bautizados? ¿Creen o no creen. Si<br />

decís: No creen, ¿cómo les sirve la justicia de Cristo, que es útil a los que no creen para<br />

conseguir el reino de los cielos? Y si les es útil, como os veis obligados a confesar,<br />

concluyo que también les perjudicó el pecado de Adán, aunque no tuvieran voluntad<br />

propia para pecar, lo mismo que les es útil la justicia de Cristo a los que aún no tienen


voluntad propia para creer. Y si respondes: Creen por otros, también pecaron por otro. Y<br />

pues es verdad que creen por otros -por eso se les llama en toda la Iglesia fieles-, se<br />

aplica a ellos la sentencia del Señor: El que no creyere será condenado. Serán condenados<br />

si otros no creen por ellos, porque ellos son incapaces de un acto de fe; pero no pueden<br />

con justicia ser condenados si no nacen en pecado y por eso están bajo el príncipe del<br />

pecado. Esta es la causa de la insuflación. No les achaquéis vuestro vano error; dejad a los<br />

niños ir a Jesús 60 , que salva a su pueblo, en el que hay también niños, de sus pecados 61 .<br />

No existen contradicciones en Agustín<br />

57. Jul.- "Aunque me detengo en explicar el estado de los niños, la lógica de la razón me<br />

dice no se pueden separar cosas unidas por ley. Sería más fácil sacrificar la causa de los<br />

niños si al mismo tiempo no comprometiesen la majestad misma de Dios. Excusa, pues, a<br />

Dios y acusa a los niños; prueba que Dios es justo en todo lo que hace, pues sin justicia<br />

Dios no puede existir, y cada uno es castigado según su mérito. Las cosas que tú crees<br />

unidas, al margen del sacrilegio, se contradicen grandemente entre sí, pues pretendes con<br />

un solo sacramento convencer a todos de crímenes, tanto a los niños como a los idólatras<br />

y parricidas; y algo más absurdo dices aún, y es que por el autor de este sacramento, del<br />

que tratamos, se imputan a niños inocentes pecados ajenos. Esto es lo que llamo<br />

contradicción, pues no permite la naturaleza de las cosas que Dios sea a la vez<br />

misericordioso, al perdonar a todo el que se arrepiente de sus pecados, y cruel al imputar<br />

a un inocente pecados ajenos. Afirmar una de estas cosas es negar la otra: si perdona a<br />

los culpables, no puede acusar a los inocentes; y si condena a los inocentes, nunca puede<br />

perdonar a los culpables".<br />

Ag.- Eres tú más bien el que haces a Dios injusto, porque te parece injusticia cobrar los<br />

pecados de los padres en los hijos cuando con palabras y hechos muestra que actúa así.<br />

Haces a Dios injusto cuando ves a los niños, bajo la tutela del omnipotente, oprimidos por<br />

el pesado yugo de tantos sufrimientos, y sostienes que no tienen pecado, y así acusas a<br />

Dios y a la Iglesia. A Dios porque sufren y se ven, sin merecerlo, oprimidos; a la Iglesia,<br />

porque practica las insuflaciones sin estar sometidos al poder del diablo. ¿Cuándo has<br />

soñado que nosotros igualemos a los niños con los idólatras y parricidas? Sin embargo, el<br />

perdón de los pecados que se concede por el sacramento es verdadero y se aplica a<br />

grandes y pequeños, a veniales y mortales, a muchos y a pocos; para los pecados<br />

inexistentes, como en el caso de los niños, según vosotros, sería falso el perdón. Cierto<br />

que el pecado original nos es ajeno en cuanto nuestra voluntad no ha tenido en él parte,<br />

pero se hace nuestro por el contagio de origen. ¿Por qué gritas diciendo: Dios no puede<br />

perdonar a los adultos sus pecados personales e imputar a los niños pecados ajenos, y no<br />

adviertes que sólo a los que renacen en Cristo se les perdonan, y si no renacen en Cristo<br />

no se les perdonan? Estos son misterios de la gracia de Jesucristo, ocultos a los soberbios<br />

y a los sabios, y revelados a los pequeños 62 . ¡Oh si tú, Juliano, fueras de este número y<br />

no confiaras en tu fuerza, caerías en la cuenta de que se puede imputar a los nacidos el<br />

pecado del primer hombre, y ser dignos de un suplicio eterno, lo mismo que a los<br />

renacidos se les imputa la justicia del segundo Adán, para que puedan entrar en el reino<br />

de los cielos, aunque por su voluntad y por sus obras personales no hayan imitado al<br />

primero en el mal ni al segundo en el bien.<br />

Pavor en Juliano<br />

58. Jul.- "Ni una de tus palabras he omitido, como dices, por temor. ¿Qué podría temer en<br />

los escritos de tan brillante ingenio, si no es acaso el horror que siento al impugnar tus<br />

obscenidades?"<br />

Ag.- Si compraras todas estas injurias, te tacharía de pródigo; pero como no te cuestan un<br />

céntimo, ¿por qué privarte de un alimento que sienta bien a tu maldiciente espíritu?<br />

Asambbea de santos<br />

59. Jul.- "Escucha lo que, con brevedad, digo contra tus palabras. No son éstas las de un<br />

hijo de la Iglesia católica si desentonan con la piedad y la razón. Tus discursos se apartan<br />

de la una y de la otra, pues no piensas bien ni de la justicia de Dios ni de sus sacramentos,<br />

pues los calumnias sin entender su sabiduría y sus riquezas. Esta tu fe no tiene<br />

fundamento en la antigüedad, ni nos ha sido trasmitida por nuestros padres; nace en el<br />

seno de una asamblea de malvados, la inspira el diablo, la predicó Manés, la elogian


Marción, Fausto, Adimanto y todos sus satélites; y, lo que es para mí motivo de amargos<br />

gemidos, la propagas tú por toda Italia".<br />

Ag.- ¡Vaya lengua! ¡Qué cara! ¿Llamas asamblea de malvados al acuerdo de tantos<br />

católicos, doctores de la Iglesia, que han existido antes que nosotros? Como si en el<br />

sínodo de obispos que reclamáis, más por vanidad que por amor a la verdad, para<br />

examinar vuestras doctrinas no tomaran asiento los obispos que más arriba cité: Cipriano,<br />

Hilario, Ambrosio, Gregorio, Basilio y Juan de Constantinopla, y otros que omito<br />

mencionar; algunos aún viven y os es fácil encontrarlos, y con ellos podéis comparar<br />

vuestro credo y relacionarlo con la ciencia de la Iglesia, enseñada desde antiguo, e incluso<br />

preferirla. Estos se han expresado clara y rotundamente contra vuestra doctrina acerca del<br />

pecado original, en los testimonios antes citados y en otros muchos.<br />

¿Osarás llamar asamblea de malvados a su consenso sobre una verdad de fe católica? ¿Por<br />

qué piensas en buscar argumentos para combatirlos, en vez de huir lejos, si es que no<br />

quieres consentir con ellos? Y como dices que yo siembro en Italia doctrinas que te hacen<br />

llorar, escucha a un obispo italiano, a quien alaba tu maestro y que ahora te enfrento.<br />

"Todos los hombres, dice, nacemos en pecado, y nuestro mismo nacimiento está<br />

manchado según David: He sido concebido en iniquidad y pecador me parió mi madre" 63 .<br />

Por eso la carne de Pablo era carne de pecado, como él mismo dice: ¿Quién me librará de<br />

la muerte de este cuerpo? 64 Dio la carne de Cristo muerte al pecado, pues no tuvo pecado<br />

al nacer, y lo crucificó con su muerte, para que nuestra carne fuese santificada por su<br />

gracia, porque antes fue manchada por la culpa" 65 .<br />

Esta es la fe que yo proclamo, fe establecida en la antigüedad, fundada por nuestros<br />

padres. Tú la rechazas, sin considerar lo que rechazas. ¿Dirás acaso que la inspiró el<br />

diablo? ¿Dirás que es discípulo de Manés, de Marción, de Fausto, de Adimanto? No, en<br />

absoluto. Está muy distanciado de ellos y les es muy opuesto. Diga Pelagio quién es. Es él,<br />

él en persona, cuya fe y doctrina purísima en la interpretación de las Escrituras ni sus<br />

enemigos osan combatir. ¿Qué piensas tú, Juliano? ¿Dónde te encuentras? Aquel cuya fe<br />

ni sus amigos se atrevían a combatir, profesaba la doctrina que tú rechazas y atribuyes a<br />

una asamblea de malvados. Es la fe de Ambrosio, fe sana, fe verdadera, fe, como dije,<br />

enseñada desde la antigüedad y fundada en nuestros padres; es también mi fe. No fui el<br />

que la sembró -causa de tus gimoteos- en Italia, sino que la recibí, con el agua bautismal,<br />

de este obispo italiano, fe que él predicaba y enseñaba. Y como esta es la fe católica, no<br />

es la tuya. ¿Dónde estás tú? Por favor, recapacita y retorna. Te conviene ver y no tener<br />

envidia. Deseamos tu retorno, no tu perdición.<br />

Voluntad y contagio<br />

60. Jul.- "No hay en el hombre pecado si no hay voluntad propia o consentimiento. En<br />

esto todos los hombres, incluso los menos inteligentes, convienen sin duda conmigo. Tú<br />

concedes que los niños no tienen voluntad propia; luego, concluye, no yo, sino la razón, no<br />

hay en ellos pecado. No son llevados como culpables a la Iglesia ni para infamar a Dios;<br />

son llevados para que alaben a Dios y den testimonio de que Él es autor de todos los<br />

bienes naturales y de los dones sobrenaturales".<br />

Ag.- No se los deshonra cuando se los insufla, sino que son arrancados del poder de las<br />

tinieblas; no deshonran a Dios, sino que, al ser creados, necesitan un Salvador, para que<br />

sean traspasados de Adán a Cristo por la regeneración. Cuando dices que no hay pecado<br />

sin voluntad propia o consentimiento, estaría más en consonancia con la verdad si<br />

añadieses "o contagio".<br />

El matrimonio, un don de Dios<br />

61. Jul.- "Si por la generación del primer nacimiento se contrae el pecado original, puedes<br />

condenar el matrimonio instituido por Dios; y el pecado no puede ser borrado de os niños,<br />

porque lo que en nosotros es innato, permanece hasta el fin de la existencia, pues forma<br />

parte de ella desde el principio".<br />

Ag.- No se condena el matrimonio, pues no es causa de pecado, y éste lo borra el<br />

Todopoderoso, que pudo nacer hombre sin contraer pecado.<br />

El matrimonio en el Edén


62. Jul.- "No es nuestra intención calumniarte diciendo que condenas el matrimonio; ni<br />

que dices que el hombre que nace de él es obra del diablo; no te objetaremos esto de<br />

mala fe, ni es deducción de la ignorancia; pero con diligencia y sencillez consideremos cuál<br />

es la consecuencia de esta doctrina. No hay matrimonio sin unión sexual. Tú afirmas que<br />

todo el que nace de esta unión pertenece al diablo; luego sentencias que el matrimonio,<br />

por derecho, pertenece al diablo".<br />

Ag.- ¿Acaso decimos nosotros que, si nadie pecara en el Edén, existiría matrimonio sin<br />

unión de los cuerpos? No existiría allí el mal, pues aun ahora hace de este mal buen uso la<br />

castidad conyugal. Viene el mal de la herida que nos causó la malicia del diablo. Y de ahí<br />

proviene la culpa de la estirpe de los mortales y por eso se nace bajo el poder del príncipe<br />

de los pecadores hasta renacer en Cristo, exento de todo pecado. Sólo él puede desatar el<br />

nudo de la muerte, porque él solo es libre entre los muertos.<br />

El Jesús de los niños<br />

63. Jul.- "Dices que el pecado viene de la condición de nuestra naturaleza y que este mal<br />

tiene su origen en la voluntad del primer hombre. Aplazo ahora mi respuesta, que ha de<br />

convencerte de que eres un mentiroso, sin pizca e vergüenza. Por lo que deduzco acerca<br />

de la cuestión presente, creo, a tenor de la sabiduría y de la razón, que ti, sin cendales de<br />

duda alguna, defines una naturaleza diabólica. Porque si esta naturaleza es causa de la<br />

posesión diabólica del hombre, es incuestionable que pertenece al diablo. Pues por ella<br />

puede él reclamar el dominio sobre esta imagen de Dios. Pero ni siquiera es el hombre<br />

imagen de Dios, dado que por su nacimiento pertenece al reino del diablo".<br />

Ag.- Crees en la conjetura del necio, no en el razonamiento del sabio. Deja que los niños<br />

sean arrancados del poder de las tinieblas para su trasplante al reino de los cielos. Al<br />

afirmar que los niños no traen contagio del antiguo pecado, les privas de la misericordia<br />

del Salvador, que salva a su pueblo de todos sus pecados y por eso se llama Jesús 66 ; y<br />

sólo haces que la ira de Dios permanezca sobre ellos, ira de la que habla Job cuando dice:<br />

El hombre nacido de mujer, corto de días, lleno de ira, como flor de heno se marchita,<br />

pasa como una sombra y no permanece. ¿No tuviste cuidado de él y le haces presentarse<br />

a juicio en tu presencia? ¿Quién está limpio de manchas? Ni uno solo, aunque su vida sea,<br />

sobre la tierra, de un día 67 . Pero tú, hombre misericordioso, piensas compadecerte de la<br />

imagen de Dios porque afirmas que la naturaleza no nace en carne de pecado. ¡Qué cruel<br />

es esta misericordia, ya que niega la misericordia del Salvador para los niños, pues vino a<br />

salvar lo que había perecido! 68 A causa de estas torpezas, de las que un hombre de Dios<br />

dice que nadie está limpio, aunque su vida sobre la tierra sea de un día, es por las que el<br />

diablo se arroga el derecho sobre esta imagen de Dios y no por la naturaleza, obra de<br />

Dios. Ha sido la naturaleza viciada, pero no es un vicio.<br />

Tú dices "No es imagen de Dios, pues, por su origen, pertenece al imperio del diablo". Y si<br />

otro te dice: No es imagen de Dios, y, aunque no es culpable, no entra en el reino de Dios,<br />

¿no te encontrarías sin respuesta que dar, a no ser que quieras decir vaciedades? Con<br />

toda certeza es imagen de Dios, pues fue creada a semejanza de Dios. ¿Por qué, pues, fue<br />

hecha semejante a la vanidad y sus días pasan como una sombra 69 ? ¿Dirás que no<br />

pertenecen al número de los vivientes? Escucha lo que en otro salmo se dice: Mis días han<br />

envejecido y mi existencia como nada ante ti; todo es vaciedad, como el hambre que vive.<br />

Si todo hombre viviente es imagen de Dios, dime: ¿cómo todo hombre puede ser<br />

vaciedad? Pero ¿qué puedes responder tú que no quieres reconocer que la primera de<br />

estas dos cosas es disposición de Dios, y la otra es efecto del pecado? Permite, por favor,<br />

que el hombre viviente, hecho a imagen de Dios, sea rescatado del poder de las tinieblas,<br />

bajo el cual se ha hecho a semejanza de la vaciedad, y que sea ahora, en esta vida,<br />

rescatado de los cepos del pecado, y después de esta vida corruptible, de toda vaciedad.<br />

Jesús murió también por los niños<br />

64. Jul.- "Si lees mi obra, no te admirarás de que retorne sobre tus palabras, antes<br />

citadas. Prometí volver sobre tus escritos, que fluctúan entre la impiedad, en la que te has<br />

nutrido, y el temor del odio, pues enseñas a la vez la doctrina que defienden los católicos<br />

y la de los maniqueos. Tal es el orden por ti seguido desde el principio; y ahora, con la<br />

mala fe de un sicofante, dices, mintiendo, que ha sido interpolado tu texto. Sé que he<br />

prometido mucho al empeñarme en probar con palabras de mi adversario que debe con<br />

razón ser condenado, pues no quiere ver en el hombre la obra de Dios; y él mismo, aun


admitiendo esta verdad, no hace sino confirmar que todo lo que de la fecundidad del<br />

matrimonio procede es propiedad del diablo.<br />

Por este argumento y en virtud de los principios que invoca, la opinión de los maniqueos<br />

queda desarmada. Es lo que pregona en el exordio de su libro. Dice que el hombre nacido<br />

del matrimonio, es decir, de la unión del hombre y de la mujer, es obra de Dios. Con esta<br />

sentencia destruye todo lo que antes había construido y está con nosotros de acuerdo,<br />

pues condenamos como impíos a cuantos esto se atreven a negar. Queda, pues, probada<br />

ya una parte; resta demostrar cómo mi adversario destruye lo que acaba de edificar.<br />

Dicho esto, retorno al pasaje de un capítulo en el que dices: "Afirmamos que los nacidos<br />

de dicha unión contraen el pecado original y, nazcan de los padres que sean, reconocemos<br />

que permanecen bajo el poder del diablo 70 a no ser que renazcan en Cristo y, por su<br />

gracia, sean liberados del poder de las tinieblas y trasladados al reino de aquel que no<br />

quiso nacer de la unión de dos sexos".<br />

¿Cómo quieres te pueda excusar del error maniqueo si osas sentar un principio contra el<br />

que con todas las fuerzas de tu ingenio combates; lo que no es para ti una recomendación,<br />

sino testimonio de tu singular locura, pues piensas, cual otro Califonte, amigar en tu<br />

discurso la virtud y el vicio, la justicia y la iniquidad? Cuanto al dicho del Apóstol: Nos sacó<br />

del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor, lee el libro cuarto de<br />

mi obra y comprenderás cuál es el pensamiento del Maestro de los gentiles".<br />

Ag.- Al cuarto tuyo respondí en mi libro sexto; exhorto ahora que lean atentamente el<br />

tuyo y el mío, si anhelan saber cuánto te alejas de la verdad y hasta qué punto la verdad<br />

te descubre. Cuanto al "extracto" en el que están copiados algunos pasajes de tus libros,<br />

eres libre para imputarme lo que hizo el que lo envió a la persona que luego me lo remitió.<br />

El anónimo extractó de tus escritos lo que quiso y omitió lo que le vino en gana. A todo<br />

esto te respondí con brevedad lo que juzgué era suficiente. ¿Por qué envolver con tus<br />

oscuridades lo que está en el Apóstol tan claro? Habla de Dios y dice: Nos libró del poder<br />

de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor 71 , y tú pretendes que sean los<br />

niños exceptuados. Si los niños no son arrancados del poder de las tinieblas, no están<br />

muertos; y si no están muertos, Cristo no murió por ellos; pero tú confiesas que Cristo<br />

murió también por ellos, y así estás en línea con lo que dice el Apóstol: Uno murió por<br />

todos; luego todos murieron 72 . Esta conclusión del Apóstol no tiene vuelta de hoja; y si<br />

murió por los niños, también murieron los niños. Murió Cristo para aniquilar al señor de la<br />

muerte, esto es, al diablo. Para que vivan permite que los niños sean arrancados del poder<br />

de las tinieblas. ¿Qué tengo que ver con la ética de Califonte, cuyo error me reprochas,<br />

como si en mis discursos pretendiera armonizar la virtud con el vicio, la justicia con la<br />

iniquidad? Lejos de mí pensar así, o en mis sermones hacerlo creíble a los demás; pero te<br />

felicito por haber entendido bien a este filósofo. Él puso la felicidad del hombre en la virtud<br />

del alma y en el placer del cuerpo; tú afirmas que quiso aunar virtudes y vicios; y tienes<br />

razón en calificar como vicio el amor o los placeres de la carne, luego la libido que tú<br />

alabas es vicio. La verdad se deslizó en tus sentimientos y paulatinamente abandonaste la<br />

causa que defendías, para decir lo que nosotros decimos.<br />

Fidelidad conyugal<br />

65. Jul.- "Acusé, pues, y con razón inculpé la indigencia y anemia de tu versatilidad.<br />

Primero declaras no condenar el matrimonio, y, a renglón seguido, enseñas que la unión<br />

del varón y de la mujer entra -cosa evidente- en la condición del matrimonio, o, para<br />

ceñirnos a nuestra cuestión, más bien constituye su esencia, y no obstante colocas a los<br />

hombres bajo la jurisdicción del diablo".<br />

Ag.- Si la esencia del matrimonio consiste sólo en la unión sexual del hombre y de la<br />

mujer, idéntica es la esencia en los adúlteros y en los casados, pues en los dos existe<br />

unión sexual; y si esto es absurdo mayúsculo, la esencia del matrimonio no consiste sólo -<br />

como dices- en la unión sexual del varón y la hembra, aunque sin ella es imposible la<br />

propagación de los hijos. Pero hay otras cosas que también pertenecen formalmente a las<br />

nupcias, y por ellas el adulterio se distingue del matrimonio, como son la fidelidad<br />

conyugal, el cuidado procreador ordenado y, lo que constituye una radical diferencia, es el<br />

buen uso del mal, es decir, el buen uso de la concupiscencia de la carne, pues de este mal<br />

los adúlteros hacen mal uso.<br />

La unión de los esposos, buena en sí


66. Jul.- "Trabajas por convencerme de que la unión sexual es algo abominable y, según<br />

tu doctrina, si Cristo quiso nacer de una Virgen Madre, no fue por el fulgor del milagro,<br />

sino para condenar la unión sexual. ¿Pudo alguien decir cosa más descarada y perversa?<br />

Es como si dijeses que se disputan dos reyes la posesión de la humanidad y formasen dos<br />

reinos separados, y dijeses que al diablo pertenece cuanto proviene del matrimonio, y a<br />

Dios sólo el Hijo de la Virgen. ¿Qué otra cosa es sino mostrar la indigencia de la porción<br />

del que fecundó a la Virgen, y al mismo tiempo negar que es el Creador de los niños que<br />

provienen del matrimonio de los hombres? Ponga atención el lector de tus escritos y sepa<br />

que tú, fiel discípulo de los maniqueos y líder de la nación traducianista, no has condenado<br />

otra cosa que la unión del hombre y de la mujer en el marco de un matrimonio legítimo".<br />

Ag.- No tienes, es claro, los sentidos despiertos para separar el bien del mal; pues la<br />

naturaleza y sustancia de hombres y ángeles, de buenos y malos, es obra del Creador<br />

divino; pero los vicios de las naturalezas y sustancias, que los maniqueos dicen ser<br />

naturalezas, y lo niega la verdad, existen por permisión del Dios justo y omnipotente; y<br />

estos males no pueden existir si no es por y en las naturalezas buenas. Es de notar que<br />

cuanto por divina disposición está sometido al diablo, no está exento del poder de Dios,<br />

pues el mismo diablo le está sometido. Y como todos los ángeles y todos los hombres<br />

están bajo el poder de Dios, tu charlatanería no tiene sentido cuando dices que Dios y el<br />

diablo se han repartido lo que cada uno ha de retener en su poder.<br />

Atiende un poco y mira contra quien, con perverso corazón, vomitas injurias que son tu<br />

alimento. Es Ambrosio, a quien atacas, el que te dirige la palabra. Escucha: "¿Cómo pudo<br />

Cristo solo ser justo cuando todo el género humano andaba errante, sino porque nació de<br />

una Virgen y no estaba por privilegio incluido en la ley de una generación culpable?".<br />

Escucha, escucha aún y con el sofoco de tu rostro frena la proterva agresividad de tu<br />

lengua: "No fue el hombre, dice, el que conoció los secretos del seno virginal, sino el<br />

Espíritu Santo el que sembró una semilla fecunda e inmaculada en su seno inviolado; entre<br />

los nacidos de mujer sólo el señor Jesús, por el milagro de un nacimiento inmaculado,<br />

estuvo inmune del contagio de la terrena corrupción, preservado por la majestad<br />

celestial". ¿Ves quién dice lo mismo que digo yo? ¿Ves contra quién dices lo que dices<br />

contra mí? Si yo soy discípulo de Manés, también lo es él. Pero Ambrosio no lo fue, porque<br />

habló como nosotros antes que nosotros. No es maniqueo el que esto dice, pero sí es<br />

verdadero hereje todo el que impugne nuestro antiguo dogma católico.<br />

Cuerpo de muerte<br />

67. Jul.- "Pasemos a otra cuestión. Después de tus palabras, citadas más arriba, escribes<br />

de mi persona lo que sigue: "Inserta un pasaje en el que digo: Esta torpe concupiscencia<br />

que con descaro alaban los sinvergüenzas, no existiría si el hombre no hubiera pecado;<br />

existiría, sí, el matrimonio aunque nadie hubiera pecado, y sin este mal se verificaría la<br />

siembra de los hijosÓ. Hasta aquí cita textualmente mis palabra. Pero temió citar lo que<br />

sigue: "en este cuerpo de vida, en el cual, sin la concupiscencia, no se puede ahora<br />

realizar la generación en este cuerpo de muerteÓ. Y aquí, para mejor escamotear mi<br />

pensamiento y truncarlo, temió citar el texto del Apóstol que dice: Pobre de mí, ¿quién me<br />

librará de este cuerpo de muerte? La gracia de Dios, por Jesucristo, nuestro Señor 73 . No<br />

existía este cuerpo de muerte en el Edén antes del pecado; por eso dije en este cuerpo de<br />

vida, que en el paraíso ya existía, y sin vicio alguno se podía realizar la siembra de los<br />

hijos, sin el que no es posible en este cuerpo de muerte".<br />

De la verdad enemigo, sigues tu costumbre, y en especial no dices, en esta tu obra, ni una<br />

verdad. La multitud de mis correcciones no bastan a enmendar los numerosos errores de<br />

tu falsa erudición. Me contentaré, pues, con afirmar brevemente que yerras, y después de<br />

leer esta mi obra verás que soy incapaz de mentir. Reivindica la exclusiva de este vicio y<br />

aplícate la palabra del Evangelio que te sienta muy bien: Porque eres mentiroso desde el<br />

principio, como tu padre; es decir, aquel a cuyo señorío dices pertenecer por nacimiento, o<br />

el segundo que te inició en estos misterios singulares y que por elegancia no se puede<br />

nombrar entre personas decentes. Todo esto quedó tratado en mi obra primera, y tú<br />

afirmas, sin verdad, que omití; pero si lees las últimas páginas de mi primer volumen, tú<br />

mismo podrás reconocer con qué abundancia de luz y verdad quedas aniquilado. No queda<br />

tu pensamiento manco, sino destruido totalmente por mi irrefutable respuesta. Escucha<br />

ahora estas pocas palabras del Apóstol: ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de<br />

muerte? La gracia de Dios, por Jesucristo nuestro Señor. No habla el Apóstol de la


mortalidad de nuestro cuerpo, que nos es, por disposición de la naturaleza, común con la<br />

carne de los animales; sino que se refiere a la costumbre de pecar; de este estado<br />

culpable, después de la encarnación de Cristo, por la Nueva Alianza, es librado todo el que<br />

se entregue a la práctica de la virtud. Habla el Apóstol en nombre de los judíos quienes, a<br />

pesar de la prohibición de la Ley santa, erraban en busca de hechizos culpables, y les<br />

muestra que el único medio de salvarse del naufragio es creer en Cristo, garantía para el<br />

futuro y perdón del pasado; que no persigue con amenazas el castigo de los culpables,<br />

sino que acoge en sus brazos amorosos a cuantos corren a su encuentro; que no rompe<br />

con el terror a los abatidos, sino que, corregidos, los restaura con bondad, bondad que<br />

sentía el que dijo: Verdad este decir humano, porque Cristo Jesœs vino a este mundo a<br />

salvar pecadores; y el primero de ellos soy yo; y si hallé misericordia es para que en mí<br />

manifestase Cristo Jesús, primeramente, toda su paciencia para ejemplo de los que habían<br />

de creer en él, para la vida eterna 74 . Y para que entiendas que se refiere a una vida mala,<br />

no a la naturaleza humana, y no creas que a causa de la venida de Cristo sitúa a los niños<br />

entre los pecadores, añade: En mí mostró toda su paciencia. De esta paciencia de Dios<br />

habla en su carta a los Romanos: ¿Ignoras que la bondad de Dios te impulsa a la<br />

conversión? Por la dureza e impenitencia de tu corazón atesoras contra ti cólera para el<br />

día de la ira 75 .<br />

Ejercita Dios su paciencia cuando durante largo tiempo espera la conversión del hombre.<br />

En los niños no aparece la paciencia. Si existiesen pecados de naturaleza y el Salvador los<br />

imputase a los niños, no sería en verdad paciente, sino con toda certeza cruel. Dios sólo<br />

puede ser piadoso y justo, éste es mi Dios, Jesucristo, cuya paciencia experimentó largo<br />

tiempo el perseguidor Pablo, y otros en cuya persona habla él, y aunque tarde, los libró.<br />

En consecuencia, condena Pablo la mala vida de los hombres, no la naturaleza. Y encarece<br />

a los judíos esta gracia y les dice que la Ley castiga a los malhechores, pues carece de la<br />

misericordia eficaz del bautismo, por medio del cual, por una breve confesión, se perdonan<br />

los delitos; y les prueba deben correr al encuentro de Cristo, implorar el auxilio de su<br />

bondad, y pone de relieve que, si la Ley amenaza con castigos sus transgresiones, la<br />

gracia, con rápida eficacia, sana.<br />

El cuerpo de muerte son, pues, los pecados, no la carne; porque si hubiera querido hablar<br />

de los males que afligen a nuestros miembros, y que tú consideras secuelas del pecado,<br />

hubiese dicho con más propiedad, "de la muerte del cuerpo", y no del "cuerpo de muerte".<br />

Mas para que te convenzas que, en lenguaje de la Escritura, los miembros se llaman<br />

pecado, lee la carta a los de Colosas, donde dice: Mortificad vuestros miembros terrenos:<br />

fornicación, impureza, avaricia que es idolatr'a, por lo que vino la cólera de Dios sobre los<br />

hijos de los incrédulos y que vosotros practicasteis en otro tiempo, cuando vivíais en ellas<br />

76 . Repara cómo llama miembros a los pecados. En cuanto al cuerpo de pecado así escribe<br />

a los Romanos: Nuestro viejo hombre fue crucificado con él en la cruz para que fuese<br />

destruido el cuerpo de pecado y ya no sirvamos más al pecado 77 . Y siguiendo su<br />

costumbre, exclama aquí en la persona de los judíos: ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de<br />

este cuerpo de muerte? Es decir: ¿Quién me librará del castigo de los pecados que pude<br />

evitar y cometí, y que la severidad de la Ley castiga, no perdona? ¿Quién me podrá<br />

desembarazar de estos miembros, o sea, de estos vicios que, imitando a los malos,<br />

amontoné y me construí un cuerpo lleno de pecado? ¿Quién, repito, podrá? Y responde<br />

como inspirado por las mismas realidades: La gracia de Dios, por Jesucristo nuestro<br />

Señor. La gracia de Dios, que hace acepta la justicia de los fieles sin las obras, según lo<br />

que dice David: Dichosos aquellos a quienes les son perdonadas sus iniquidades y<br />

cubiertos sus pecados; dichoso el varón a quien el Señor no le imputa su pecado 78 . El que<br />

hace al hombre dichoso es él también feliz, justicia eterna, por la que perdona un pecado<br />

que puede imputar con derecho. Pero no tendría derecho a imputarlo si aquel a quien se le<br />

imputa no lo pudiese evitar. Y nadie puede evitar lo que por naturaleza tiene. Luego nadie,<br />

en absoluto, puede ser pecador por necesidad natural. Basten estas breves reflexiones".<br />

Ag.-Te has esforzado en interpretar, en tu sentido, estas palabras del Apóstol: ¿Quién me<br />

librará de este cuerpo de muerte? El que envió el "extracto" al ilustre personaje, vio tu<br />

impotencia; y si al citar mis palabras omitió algo fue para no exponer a la risa tu esperada<br />

y extensa respuesta. Quién podrá reprimir la risa al ver que, sin estar probablemente<br />

convencido, tratas de convencer a los demás; esto es, que el Apóstol habla en nombre de<br />

un judío antes de recibir la gracia de Cristo y que podía decir: ¡Pobre de mí! ¿Quién me<br />

librará de este cuerpo de muerte? La gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor. Omito<br />

esto. Pero ¿cómo comprender que un hombre hable de sus pecados pasados y diga: ¿<br />

Quién me librará de este cuerpo de muerte?, para que le perdonen por la gracia de Cristo,


perdonador, cuando consta con toda claridad cómo llegó a decir estas palabras? Tenemos<br />

su verbo resonando aún en nuestro oído: veamos si se declara miserable por lo que<br />

voluntariamente hizo o por lo que hizo sin querer. Clama un hombre: No hago lo que<br />

quiero, sino que hago lo que aborrezco. Grita: No soy yo quien obra, sino el pecado que<br />

habita en mí. Sé, pues, que no habita en mí, es decir, en mi carne, el bien: el quererlo<br />

está en mí, pero no el realizarlo; no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. No<br />

dice: Actué, sino actúo; no dice: obré, sino obro; no dice: hice, sino hago; ni lo que<br />

quiero, sino lo que no quiero. Finalmente, el hombre interior que mora en él se adelicia en<br />

la Ley de Dios; pero ve otra ley en sus miembros que lucha contra la ley de su espíritu, y<br />

esta ley le impulsa a realizar, no el bien que quiere, sino el mal que no quiere. Por esta<br />

causa exclama: ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? 79 Es como<br />

decir: ¿Quién me librará de la culpa de los pecados que he cometido? Dice el Apóstol:<br />

Hago el mal que no quiero. Tú dices: "Que cometí". ¿Tan menguada opinión tienes de los<br />

que esto lean, para imaginar que no prefieran escuchar al Apóstol antes que a ti, y creerle<br />

a él y no a ti?<br />

Permite al hombre implorar la gracia de Dios y no sólo para que le absuelva de sus<br />

pecados, sino incluso para que le ayude y no peque. Esto es lo que dice el texto. Quien<br />

dice: Hago el mal que no quiero, no necesita decir: Perdónanos nuestras deudas; sino: No<br />

nos dejes caer en tentación 80 . Cada uno, dice el apóstol Santiago, es tentado por su<br />

propia concupiscencia, que lo atrae y seduce 81 . Este es el mal del que dice Pablo: Sé que<br />

no habita en mí, es decir, en mi carne, el bien. Este mal está enraizado en este cuerpo de<br />

muerte. Mal que no existía en el paraíso antes del pecado, porque aún no era esta carne<br />

cuerpo de muerte, a la que al fin de los tiempos le dirá: ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?<br />

Y se le dirá: Cuando este cuerpo corruptible se vista de incorruptibilidad, y este cuerpo<br />

mortal se vista de inmortalidad. Pero ahora es cuerpo de muerte; lo dice el mismo<br />

Apóstol: El cuerpo está muerto por el pecado 82 .<br />

Escucha a los intérpretes católicos del Apóstol; acepta, no mis palabras, sino las de<br />

aquellos en cuya compañía recibo tus injurias: escucha, no a Pelagio, sino al obispo<br />

Ambrosio "La carne de Pablo, dice, era cuerpo de muerte, como él mismo dice: Quién me<br />

librará de este cuerpo de muerte" 83 . Escucha a Gregorio (Nacianceno), no a Celestio:<br />

"Dentro de nosotros somos combatidos por nuestras pasiones y nuestros vicios, día y<br />

noche somos atormentados por el aguijón de fuego de este cuerpo de muerte, ora de una<br />

manera solapada, ora abiertamente, zarandeados por todas partes y excitados por el<br />

encanto de cosas visibles; por el lodo de la impureza al que nos adherimos y que exhala<br />

efluvios de hediondez por sus hinchadas venas, y por la ley del pecado que está en<br />

nuestros miembros y combate contra la ley del espíritu" 84 .<br />

A estas lumbreras de la ciudad celeste insultas cuando escribes: "Este cuerpo de muerte<br />

no es la carne, sino el pecado". Y pretendes que no hable el Apóstol en este lugar de la<br />

muerte de nuestro cuerpo, que tú afirmas ser consecuencia de nuestra naturaleza, que nos<br />

es con los animales común. Admite lo que Pelagio fingió condenar en un sínodo de<br />

Palestina, a saber, que Adán fue creado mortal y, pecase o no pecase, debía morir. Al<br />

enfrentarte con estos ilustres personajes y con todos los que con ellos defienden la fe<br />

verdadera, te ves forzado a introducir en el paraíso, incluso en la hipótesis en que nadie<br />

hubiere pecado, el dolor de las parturientas, el llanto de los recién nacidos, el gemido de<br />

los enfermos, los funerales por los muertos, la tristeza de los que sollozan. No es de<br />

admirar te encuentres fuera de este paraíso que es la Iglesia. Imaginas un edén del que<br />

fueron expulsados los que nos trajeron, por su pecado, todas estas miserias, no digo como<br />

ningún cristiano, pero ni hombre alguno puede imaginar si no está falto de juicio.<br />

Creación de Adán<br />

68. Jul.-"En mi obra primera se discute todo esto más extensamente. No dices con<br />

claridad a qué muerte te refieres cuando afirmas que este cuerpo de muerte no existió en<br />

el Edén antes del pecado; porque, en los libros dedicados a Marcelino, afirmas que Adán<br />

fue creado mortal. Al añadir que la enfermedad es siembra del matrimonio, se te puede oír<br />

con cierta benevolencia si únicamente te refieres a tus padres. Quizás hayas conocido<br />

alguna oculta enfermedad de tu madre, a quien llamas, para servirme de una expresión<br />

del libro de tus Confesiones, borrachina. Por lo demás, en el matrimonio de los santos y de<br />

todos los hombres honestos no existe enfermedad. Cierto que el Apóstol concede la<br />

enfermedad como remedio cuando quiere preservar a los hombres de la Iglesia de la<br />

dolencia de la fornicación por la santidad del matrimonio. Este es el claro sentido en el


texto del Apóstol, que confunde la osadía de tus doctrinas, como probé ya en la última<br />

parte del primer volumen y expliqué extensamente a lo largo de toda mi obra, según pedía<br />

la oportunidad de mi respuesta".<br />

Ag.- Jamás tu falsedad aparece más evidente; la ciencia condena tu conciencia. Lo sabes,<br />

en efecto, lo sabes bien, está la cuestión tan diáfana, que ningún lector de estos libros lo<br />

puede ignorar. Sabes, repito, que, en los libros dedicados a Marcelino, he luchado con<br />

todas mis fuerzas contra vuestra incipiente herejía y para que no se creyese que Adán,<br />

aunque no pecase, fue creado mortal. Como si no hubiera dicho que era mortal en el<br />

sentido de que podía morir porque podía pecar, y tú has querido, con sinuosos<br />

procedimientos, sorprender la buena fe de los que no han leído mis libros, y es posible que<br />

no los puedan nunca leer, de hacerles creer, si leen los tuyos, que yo afirmo que Adán fue<br />

creado mortal y, pecase o no, había de morir.<br />

Esta es la cuestión y el punto principal de nuestra controversia. Nosotros sostenemos que,<br />

si Adán no pecara, no sufriría muerte corporal; vosotros decís que Adán, pecase o no<br />

pecase, habría de morir en el cuerpo. ¿Por qué finges ignorar de qué muerte hablo,<br />

cuando digo que este cuerpo de muerte no existiría en el paraíso antes del pecado, pues<br />

sabes de sobra de qué trato en mis libros y con qué claridad demostré que Dios no podía<br />

decir al hombre pecador: Polvo eres y en polvo te convertirás? 85 ¿Y quién no comprende<br />

que se refiere a la muerte del cuerpo si Adán, antes del pecado, debía volver al polvo, es<br />

decir, morir en el cuerpo?<br />

En lo que a mi madre se refiere, nunca te hizo mal alguno, ni discutió contra ti, pero tú no<br />

has podido contener el impulso de ultrajarla, cediendo a la pasión de hablar mal sin temer<br />

lo que está escrito: Ni los maldicientes poseerán el reino de los cielos 86 . Pero ¿qué tiene<br />

de particular mostrarte enemigo suyo, si eres enemigo de la gracia de Dios, por la que ella<br />

fue librada de este defectillo en su infancia? En gran honor tengo yo a tus padres,<br />

cristianos católicos, y me congratulo hayan muerto antes de verte hereje.<br />

No decimos nunca sea el comercio carnal pecado en el matrimonio, porque esta unión<br />

tiene por objeto la procreación de los hijos, y no el satisfacer la libido, que niegas sea<br />

enfermedad, aunque confiesas que el matrimonio ha sido instituido como remedio<br />

preservativo. Muy cierto que, para evitar la fornicación, hemos de frenar la concupiscencia<br />

que tú alabas; combatirla y oponernos con firmeza a ella. Y cuando se sobrepasan los<br />

límites que la naturaleza ha fijado para la generación de los hijos, cualquiera de los<br />

esposos que ceda a la concupiscencia, peca venialmente.<br />

A casados habla el Apóstol cuando escribe: No os neguéis el uno al otro, a no ser por<br />

algún tiempo, de mutuo consentimiento, para dedicaros sosegadamente a la oración;<br />

luego volved a juntaros en uno, para que no os tiente Satanás a causa de vuestra<br />

incontinencia. Y añade: Esto es una concesión, no un mandato 87 . Sólo la honestidad de los<br />

cónyuges hace buen uso de este mal con el fin de engendrar hijos. Se peca venialmente<br />

dentro del matrimonio cuando se condesciende con este mal sin la intención de procrear,<br />

llevados sólo del placer de la carne; a este mal se resiste para no ceder a los deseos de un<br />

placer culpable. Y este mal habita en este cuerpo de muerte, y, a causa de su perturbador<br />

movimiento, es para el alma siempre importuno. Sé, dice el Apóstol, que no habita en mí,<br />

es decir, en mi carne, el bien 88 . Mal que no existía en este cuerpo de vida, inmune de<br />

pasiones, pues los órganos genitales jamás se oponían al arbitrio de la voluntad. Pero al<br />

brotar este mal se avergonzaron los mismos que, antes del pecado, andaban desnudos y<br />

no sentían sonrojo. Tú has tejido el elogio de esta pasión en tus cuatro libros, a los que,<br />

obligado, contesté en los seis míos.<br />

Ley de los miembros<br />

69. Jul.- "Antes de hablar de esta miseria humana y de la gracia divina, había dicho el<br />

Apóstol: Veo otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi espíritu y me<br />

esclaviza a la ley del pecado. Después de estas palabras exclama: ¿Quién me librará de<br />

este cuerpo de muerte? La gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor 89 . Por el momento<br />

no se trata de saber si el Apóstol dijo estas palabras; lo importante es saber con qué<br />

intención, en qué sentido, por qué razón habló así. Quiero decir que, en los principios de<br />

toda conversión, hay en los miembros de los que han estado mucho tiempo entregados a<br />

los vicios una ley que se rebela contra las inspiraciones santas, llamada mala costumbre y,<br />

por los seglares entendidos, segunda naturaleza.


Poco antes había dicho a sus lectores, a manera de oportuno reproche: Hablo palabras<br />

humanas en atención a la flaqueza de vuestra carne; pues si ofrecisteis vuestros miembros<br />

para servir a la impureza y a la iniquidad hasta el pecado, ofreced ahora igualmente<br />

vuestros miembros para servir a la justicia para vuestra santificación 90 . Y para probar que<br />

él entiende por carne, no sólo este cuerpo que trae su origen de la unión de los sexos,<br />

sino, abusando de las palabras, los mismos vicios, añade, después de dos capítulos:<br />

Cuando estábamos en la carne, nuestras pasiones pecaminosas, puestas de manifiesto por<br />

la Ley, actuaban en nuestros miembros para producir frutos de muerte 91 . Dice: Cuando<br />

estábamos en la carne, como si cuando esto escribía no estuviera ya en la carne. Los que<br />

conocen la Escritura comprenden esta manera de hablar. Así, cuando la unicidad de<br />

palabras presenta dificultades, se recurre a la regla de la razón para rastrear el sentido<br />

verdadero. Además, Fausto, obispo maniqueo, tu maestro, se sirve principalmente de este<br />

texto del Apóstol contra nosotros y dice que estas expresiones sobre "la ley que habita en<br />

nuestros miembros opuesta a la del espíritu", no significa otra cosa sino la naturaleza<br />

mala. Y tú no podías menos de entender estas palabras como él las explica, y así,<br />

siguiendo las líneas torcidas trazadas por Fausto, no te da la impresión de disputar, sino<br />

de seguir lo dicho en el pasado".<br />

Ag.- No es el maniqueo Fausto quien te va a contestar, sino un sabio católico, el doctor de<br />

la Iglesia Gregorio. Cuando habla el Apóstol de la ley del pecado, no entiende, como tú<br />

dices, de una lucha que en los principios de la conversión se rebela contra las santas<br />

inspiraciones que experimentan los que abandonan el vicio, y que se llama mala<br />

costumbre, o "segunda naturaleza"; sino que la ley del pecado que habita en nuestros<br />

miembros, opuesta a la ley de nuestro espíritu, la entiende con toda claridad de este<br />

nuestro cuerpo terreno. Dice: La ley de pecado que habita en nuestro cuerpo combate la<br />

ley del espíritu, cuando trata de esclavizar la imagen real que está en nosotros y<br />

despojarla de todo lo que la bondad divina nos otorgó en la primera condición".<br />

"Y así apenas se encuentra un hombre que, tomando por norma constante los principios<br />

de una severa filosofía y cultivando poco a poco la nobleza de su alma, eleve hasta Dios y<br />

oriente hacia él la naturaleza luminosa que en sí mismo ve unida a este humilde y<br />

tenebroso lodo. Si Dios viene en su ayuda, podrá elevar a la vez alma y cuerpo; pero a<br />

condición de que, por una larga y constante meditación, se acostumbre mirar a lo alto y<br />

elevarse de la tierra, y dar un brusco frenazo a esta materia a la que está unido y que,<br />

como pesado fardo, tira hacia abajo" 92 .<br />

Esto decía el bienaventurado Gregorio, no en los principios de su conversión, sino cuando<br />

era ya obispo; y quiere demostrar, o mejor, recordar cosas ya conocidas, como la gran<br />

lucha que los santos han de sostener contra las pasiones domésticas a causa del cuerpo,<br />

que es lastre del alma. Lucha que, ciertamente, no existiría en aquel lugar de paz<br />

bienhadada, es decir, en el Edén de santas delicias, si nadie hubiera pecado. No habría allí<br />

cuerpo de muerte, cuya corrupción pesa sobre el alma; sino un cuerpo de vida, en el cual<br />

la carne no combatiría contra el espíritu hasta hacer inevitable la lucha del espíritu contra<br />

la carne 93 ; pues reinaba una mutua concordia, gozo de la naturaleza humana.<br />

Si tú quieres combatir o no favorecer a los maniqueos que se afanan por introducir una<br />

sustancia o naturaleza mala, no negarías, de acuerdo con los que te han engañado, todas<br />

estas miserias de la humana existencia, principiando por los niños; sino que proclamarías,<br />

a una con los fieles católicos y doctores eximios, que nuestra naturaleza ha caído en esta<br />

miseria habiendo sido, en su origen, creada dichosa.<br />

Vida feliz en el paraíso<br />

70. Jul.- "Resumiendo lo dicho; no alteré yo tus palabras, pero tú no has aducido ni un<br />

texto de la Escritura en prueba de tus afirmaciones que con tinte de piedad coloreas. Ni el<br />

Apóstol dijo lo que tú piensas, ni en el paraíso existió otra unión de los sexos que la que<br />

ahora existe entre esposos dentro del matrimonio instituido por Dios, como lo prueban la<br />

condición de los sexos, la finalidad de los órganos, las numerosas bendiciones que la<br />

acompañan.<br />

Dicho todo esto, es claro que los por ti engañados son más dignos de ira que de<br />

misericordia, porque, para excusar sus crímenes, cometidos con toda su mala voluntad, tú<br />

los alientas a condenar el nacimiento, para que no cambien de conducta".


Ag.- Piadosa acción es dar en esta vida culto a Dios y, con su gracia, combatir las pasiones<br />

viciosas internas y oponerles resistencia cuando nos incitan a empujar a lo ilícito, o,<br />

cuando cedemos, implorar, con sentimiento de verdadera piedad, la misericordia de Dios y<br />

ayuda contra las recaídas. En el paraíso, si nadie hubiera pecado, no podía ejercerse la<br />

piedad luchando contra los vicios, porque una permanente felicidad excluye los vicios. No<br />

indica ser hombres que luchan de verdad contra los vicios, como cuando vosotros<br />

constantemente tejéis con descaro el elogio de los vicios. ¿Es así, ¡oh Juliano!, que cuando<br />

Ambrosio escribe: "Todos nacemos en pecado y su misma fuente está contaminada" 94 ,<br />

habla inspirado por mí, o difama el nacimiento del hombre para no cambiar de conducta? Y<br />

cuando dice Gregorio: "Honrad el nacimiento que os libró de los lazos del nacimiento<br />

terreno" 95 ; o cuando, al hablar de Cristo o del Espíritu Santo, decía: "Por él somos<br />

lavados de las manchas del primer nacimiento por las cuales hemos sido concebidos en<br />

iniquidad y nuestras madres nos han engendrado en pecado" 96 , o cuando dice del rey<br />

David: "Sabía que había nacido en pecado y bajo la ley del pecado"" 97 ; infamaban estos<br />

doctores el nacimiento para no cambiar de conducta?<br />

¿Te atreves en conciencia a defender que la conducta de Pelagio fue mejor que la de estos<br />

grandes doctores? Perdonad, pero jamás podemos creer que vuestra vida sea más santa<br />

que la de ellos, cuando ni vosotros mismos sois tan incondicionales partidarios de la<br />

concupiscencia hasta querer colocarla en el paraíso antes del pecado, tal como existe en la<br />

actualidad, con sus luchas contra el espíritu.<br />

Si, como dices, "la condición de los sexos era la misma en el paraíso que la que en la<br />

actualidad existe en el matrimonio", existía antes del pecado la pasión de la carne, sin la<br />

que ahora no existe unión sexual. Y si no queréis admitir que, en aquel lugar de delicias,<br />

los órganos de la generación, de los que no sentían vergüenza, hayan servido para cumplir<br />

su función generadora y, sin pasión, obedecer a la voluntad del hombre, os pregunto aún:<br />

¿qué pasión, según vosotros, existía entonces? Cuando era necesaria, ciertamente seguía<br />

el libre querer, pero cuando no era necesaria para la generación ¿incitaba el alma y la<br />

impulsaba a uniones culpables, o venialmente reprensibles, entre los esposos? Si entonces<br />

era tal como es ahora, debía causar los mismos efectos ora se la resistiese con templanza,<br />

ora se cediese por intemperancia, y así el hombre o se vería obligado a servir a la libido,<br />

pecando, o resistir en abierta lucha interior. Vosotros, si tenéis sentido, debéis admitir que<br />

la primera condición destruye la inocencia, la otra, la felicidad en la paz.<br />

Resta, pues, confesar que, si la libido existió en el paraíso, estaba tan sometida a la<br />

voluntad, que no alteraba la paz del alma, ni la incitaba al mal, ni la provocaba a la lucha,<br />

y, por consiguiente, el alma estaba sometida a Dios y gozaba de Dios; sin apetencias del<br />

mal ni necesidad de luchar. Pero como ahora no es así, incluso cuando cosas lícitas desea,<br />

las apetece con ardor frenético, no con moderación; e impulsa al espíritu a las ilícitas o<br />

lucha contra el espíritu; reconoce, pues, que la naturaleza, antes buena, ha sido viciada<br />

por el mal, y aunque la castidad conyugal hace buen uso de este mal, en vista a la<br />

procreación de la especie, no es menos cierto que este mal es para los nacidos un mal<br />

derivado de la generación y que debe ser, por el sacramento de la regeneración,<br />

perdonado.<br />

Libido y miserias no eran posibles en el Edén<br />

71. Jul.- "Punto sobre esto. Paso ahora a lo que sigue: "En este cuerpo de muerte, dices,<br />

no existía ciertamente en nuestros sentidos, antes del pecado, en el paraíso, una ley en<br />

lucha contra la ley del espíritu; porque, incluso cuando no queremos ni consentimos, ni<br />

prestamos nuestros miembros para satisfacer sus deseos, esta ley habita en nuestros<br />

miembros y solicita al espíritu que lucha y resiste; y este combate, aunque no sea culpable<br />

si no se comete pecado, no deja de ser una miseria, pues no permite se viva en paz".<br />

Por testimonio universal sabemos que el placer de los sentidos es patrimonio de todos.<br />

Que este placer y concupiscencia existía en el paraíso antes del pecado lo prueba el ser<br />

esta concupiscencia vehículo de pecado. La belleza del fruto incitó a la vista y le hizo<br />

concebir la esperanza de un sabor agradable. No pudo esta concupiscencia, que, si rebasa<br />

la medida, peca; pero sólo es una afección natural e inocente cuando se la mantiene<br />

dentro de unos justos límites; no pudo, repito, ser fruto de pecado, porque no fue por ella<br />

misma, sino por la voluntad, ocasión de pecado.<br />

Sobre este punto lee mi libro segundo y comprobarás que esto que decimos puede llevar


la convicción a tu ánimo. Lo que, con cierta agudeza, dices de la ley del pecado que está<br />

en nuestros miembros, pero sólo cuando consentimos tiene carga de pecado, y cuando no<br />

consentimos, es solo causa de combate, pero que esta lucha nos hace desgraciados y<br />

turba nuestra paz, ¿quién, si es inteligente, no ve la contradicción? Porque si la ley de<br />

pecado, es decir, el pecado y la necesidad de pecar está naturalmente inserta en nuestros<br />

miembros, ¿qué aprovecha no consentir, si por el mero hecho de existir, preciso es<br />

soportar su tormento? Y si es ley de pecado, pero, si no consiento, no peco, ¿qué<br />

inapreciable es el poder de la voluntad humana, pues fuerza al pecado -si se me permite<br />

la paradoja- a no pecar? Es preciso confesar que no tiene consistencia lo que dices; si no<br />

peca, no es ley de pecado; y si es ley de pecado, peca; y si peca sólo porque existe, ¿<br />

cómo es posible resistir para no pecar si no se la puede rechazar para que cese de hacer<br />

obras de pecado?"<br />

Ag.- A tu segundo libro contesté ya en el cuarto mío y te convencí de que sólo vaciedades<br />

has dicho. Juzguen los lectores si se debe responder a un hombre que ha llegado a tal<br />

grado de locura que, confesando ser un mal el pecado, afirma ser buena la concupiscencia<br />

de los pecadores. Sin embargo, nos vemos obligados a responder, porque no queremos<br />

abandonar a los hombres de pocas luces a los que puedes llegar con tus escritos.<br />

¿Por qué hablas sin saber lo que dices? ¿Dirás acaso que en el paraíso, antes que la<br />

pérfida serpiente instilase el veneno de su mal consejo y con sus sacrílegas palabras<br />

corrompiese la voluntad, existía ya el deseo del fruto prohibido, y lo que es aún más<br />

intolerable, provocaba al mal y en sí no era mala? ¿Veían aquellos hombres el fruto del<br />

árbol vedado y lo apetecían, pero no lo tocaban porque la codicia del espíritu frenaba en<br />

ellos la concupiscencia de la carne y vivían en aquel lugar de plena felicidad sin tener paz<br />

en el alma ni en el cuerpo? No estáis tan locos para creer esto, ni sois tan imprudentes<br />

para enseñarlo. Comprende, pues, y no quieras, con tu vacía verborrea, impedir que los<br />

demás comprendan.<br />

Precedió, sí, mala voluntad al dar crédito a la astuta serpiente; siguió la concupiscencia,<br />

codiciosa del fruto prohibido. Y no se trata aquí de una concupiscencia cualquiera opuesta<br />

a una voluntad cualquiera; fue más bien un mal deseo al servicio de una voluntad<br />

depravada. Y, en consecuencia, aunque ya las dos eran malas, fue la voluntad la que<br />

condujo a la concupiscencia, no ésta a la voluntad. No precedió a la voluntad la<br />

concupiscencia, ni siquiera le opuso resistencia.<br />

Finalmente, si antes de consumarse el pecado la voluntad se hubiera abstenido de la<br />

acción prohibida, la concupiscencia, sin trabajo alguno, habría sosegado sus apetencias.<br />

Por esto dice San Ambrosio: "La carne retorna a la naturaleza su lozanía y conoce a su<br />

educadora, y, depuesta toda audacia orgullosa, se une al espíritu para su dirección; tal<br />

como fue cuando empezó a morar en el interior del Edén, antes de conocer el hambre<br />

sacrílega, infectada por el veneno de la odiosa serpiente y de sentir el apetito animal que<br />

le hicieron olvidar los preceptos divinos grabados en el alma. Según la tradición, éste fue<br />

el origen del pecado, engendro del alma y el cuerpo; cuando, tentada la naturaleza<br />

corpórea, el alma se dejó arrastrar por un sentimiento culpable; porque de haber frenado<br />

el apetito del cuerpo, la fuente del pecado se habría secado en su nacimiento" 98 . ¿Ves<br />

cómo un doctor católico, lleno de sabiduría cristiana, llama hambre sacrílega a la codicia<br />

del fruto prohibido, codicia que, si no se realiza, tú llamas inocente? No obstante, si el<br />

alma, secundada por una voluntad recta, frena esta apetencia del cuerpo, la fuente del<br />

pecado -son sus palabras- se seca en su nacimiento; pero como el deseo de un alimento<br />

vedado no fue reprimido, se llegó al pecado pleno, y no sólo no se secó la fuente del<br />

pecado, sino que manó para otros; y tan grande es la oposición entre carne y espíritu,<br />

que, según el mismo doctor dice en otro lugar, "por la prevaricación del primer hombre se<br />

convirtió en otra naturaleza" 99 .<br />

Contra esta doctrina quieres tú enseñar, "con todo el universo, que el placer de los<br />

sentidos es ley de la naturaleza", como si, no en este cuerpo de muerte, pero sí en este<br />

cuerpo de vida, el placer sensual no hubiera podido existir en plena armonía entre las<br />

potencias del alma y de la carne, sin ningún ilícito deseo. Grande es tu error cuando, por<br />

la corrupción y debilidad de la naturaleza actual, imaginas las delicias y felicidad del Edén.<br />

Mas una es la inmortalidad por la que el hombre puede no morir; otra la mortalidad por la<br />

que el hombre no puede no morir; y otra la inmortalidad suprema por la que el hombre no<br />

puede morir. ¿Por qué discurrir sobre esta concupiscencia guerrera, esto es, acerca de la


ley de los miembros que combate la ley del espíritu? Se llama ley del pecado porque incita<br />

al pecado, y, si se me permite la expresión, lo manda y si se le obedece, sin atenuantes se<br />

peca. Se llama pecado porque es obra del pecado y desea pecar. Su reato ha sido por el<br />

sacramento de la regeneración perdonado, pero permanece el combate como prueba. Es<br />

un mal evidente. No podemos combatirla con las solas fuerzas de nuestra voluntad, como<br />

tu crees, sino con la ayuda de Dios. Preciso es combatir este mal, no negarlo. Se debe<br />

superar, no defender. Por fin, si consientes, reconoce el mal de tu pecado, si resistes,<br />

reconoce, al combatirlo, que es un mal.<br />

Lucha y rebeldía en el hombre<br />

72. Jul.- "¿De qué te sirve la moderación en una cosa que se impone por su misma<br />

presencia? Pondera las consecuencias de tus sutilezas: primero, peca la naturaleza sin la<br />

voluntad, cosa imposible. Segundo, es pecado y no peca; es decir una misma cosa es y no<br />

es. Finalmente, si turba la paz, es miserable sin recibir el castigo que merece por destruir<br />

la paz, y si comete delito, es condenable. La ley de pecado merece castigo y es una excusa<br />

para la voluntad del hombre. Porque es una ley vinculante y natural, y que se impone a<br />

cada momento y no puede ser vencida por la voluntad; en consecuencia, nadie es culpable<br />

si hace lo que no puede evitar. Tampoco peca la ley cuando no puede hacer otra cosa.<br />

Luego imputa Dios a culpa cosas inevitables, sin que nadie le obligue a cometer tamaña<br />

injusticia. Bien examinado todo, él sólo es culpable al imputar como culpa, con asombrosa<br />

audacia, lo que no se puede evitar, y pues no se ve forzado a ello, él mismo peca.<br />

¡Muy bien, noble profesor de sabiduría! Gracias a los recursos de tu retórica púnica,<br />

valoras los dones y anulas el juicio, ensalzas la gracia y suprimes la justicia; y para<br />

deshonra de la naturaleza humana, acusas al Creador de los hombres; es tan odiosa tu<br />

acusación, que tu Dios aparece más culpable que cualquier pecador y que la misma ley de<br />

pecado. Y luego insultas a los sacerdotes católicos, pues dices que niegan la gracia de<br />

Cristo cuando defienden su justicia; mientras nosotros alabamos la misericordia de la<br />

medicina y mantenemos la justicia de las leyes".<br />

Ag.- ¡Ojalá reconocieses como sacerdotes católicos a los que, mucho antes que existierais<br />

vosotros, enseñaron que la concupiscencia de la carne que codicia contra el espíritu,<br />

aunque el espíritu luche contra la carne, y se llama ley de pecado por combatir contra la<br />

ley del espíritu, después de la prevaricación que tuvo lugar en el paraíso, vició la<br />

naturaleza humana! Por eso ahora nadie nace sin ella y en los santos el espíritu ha de<br />

guerrear contra la carne para poder vivir en justicia, hasta que sea completa en el hombre<br />

la salvación, y la carne, en plena armonía con el espíritu, deje de existir.<br />

Dice Ambrosio que por la prevaricación del primer hombre la lucha entre la carne y el<br />

espíritu es como una naturaleza; de esta lucha, dice el cartaginés Cipriano, de cuya<br />

retórica púnica no creo oses mofarte, como has hecho conmigo: "Existen tensiones entre<br />

la carne y el espíritu, sus inclinaciones opuestas dan lugar a diarios combates, de manera<br />

que no hacemos lo que queremos, porque el espíritu busca lo celeste y divino, y la carne<br />

lo temporal y terreno; por eso imploramos la ayuda de Dios para que entre ambos reine la<br />

concordia y se cumpla su divina voluntad en el espíritu y en la carne, y el alma,<br />

regenerada, se salve por él" 100 .<br />

Es lo que clara y abiertamente enseña con sus palabras el Apóstol: La carne, dice, codicia<br />

contra el espíritu, y el espíritu contra la carne; son entre sí antagónicos y no podéis hacer<br />

lo que queréis. Esta armonía entre carne y espíritu que Cipriano nos recomienda implorar<br />

de Dios, no concedes haya existido en el Edén antes del pecado; o, si existió, ¿por qué no<br />

confiesas fue rota cuando la naturaleza quedó viciada por la prevaricación del primer<br />

hombre, y a la paz de alma y cuerpo sucedió una miserable discordia? Y te indignas contra<br />

nosotros porque atacamos con nuestra palabra a sacerdotes que se dicen católicos, es<br />

decir, a vosotros, porque decimos que negáis la gracia de Cristo; siendo así que sois<br />

vosotros los que con palabras impías y descaradas insultáis a los verdaderos sacerdotes<br />

católicos, al eructar, con no digerido furor, injurias contra mí, que sigo con fidelidad y<br />

defiendo su doctrina. Dice el Apóstol: Caminad en el Espíritu y no daréis satisfacción a las<br />

apetencias de la carne 101 . Dime, por favor, ¿por qué las llama apetencias de la carne si no<br />

existen? ¿Por qué prohíbe darles satisfacción si son buenas? Y muestra lo que son cuando<br />

dice: La carne lucha contra el espíritu, y el espíritu contra la carne. Son entre sí opuestas,<br />

de suerte que no podéis hacer lo que queréis. ¿A quiénes dice: no hacéis lo que queréis? ¿<br />

Son los judíos, que no habían recibido la gracia de Cristo, según vuestra maravillosa


interpretación, o aquellos a quienes poco antes había dicho: Recibisteis el Espíritu por las<br />

obras de la Ley, o por la audición de la fe? 102 Era, sin duda, a los fieles cristianos a los que<br />

decía que no actuaban como querían, porque la carne lucha contra el espíritu. ¿Por qué<br />

así, sino porque la parte inferior quiere que obedezca a la parte superior, es decir, la carne<br />

al espíritu, y no podían conseguir lo que anhelaban? Resta no consentir al pecado, pero a<br />

condición de que el espíritu luche contra la carne.<br />

Pero si, como vosotros pensáis, vivían mal contra su querer en virtud de una mala<br />

costumbre, ¿cómo puedes decir que la naturaleza no puede pecar sin la voluntad, si<br />

admites que estos hombres pecan sin querer? Dijimos ya más arriba por qué esta<br />

concupiscencia se llama pecado; y si es bueno no consentir en lo ilícito, se sigue que es un<br />

mal en sí, pues apetece lo que está prohibido, aunque no exista consentimiento ni su<br />

deseo se realice. En consecuencia, echáis por tierra los juicios de Dios diciendo que las<br />

miserias del género humano, incluidos los niños, no son secuelas de pecado alguno ni<br />

imploráis el don de Dios para no entrar en tentación 103 , es decir, para no pecar; confiáis<br />

en vuestras fuerzas y, ciegos, no os veis; o, endurecidos, no os doléis por sentiros<br />

señalados y condenados en las palabras del salmo 104 .<br />

El anónimo del resumen<br />

73. Jul.- "Paso a examinar ya las palabras que él -Agustín- toma de mi prólogo, para<br />

refutarlas. Queda suficientemente probado que, con intención de impugnar mis palabras,<br />

cortas en unas partes los períodos, omitiendo pasajes intermedios; en otras acortas o<br />

suprimes el final. ¿Por qué hizo esto? Va a quedar manifiesto. Examinemos ahora las<br />

palabras que presenta como mías, y las que pone como suyas. Siguen sus palabras, y<br />

como refiere el que os envió el extracto, empieza por copiar un pasaje del prefacio de los<br />

libros de los que, sin duda, tomó algunos apuntes. Cito a la letra: "Los Doctores de<br />

nuestro tiempo, hermano muy feliz, autores de una abominable secta aún en fermento,<br />

decretaron llegar, mediante la ruina de toda la Iglesia, a ultrajar a hombres cuyas santas<br />

doctrinas son fuego devorador. No comprenden que con sus calumnias contribuyen al<br />

fulgor de su gloria, al probar que su doctrina sólo puede ser destruida por la religión<br />

católica".<br />

Porque si alguien dice que el hombre posee libre albedrío y que Dios es el creador de los<br />

niños, se le llama celestiano y pelagiano. Y para no ser llamados herejes se hacen<br />

maniqueos, y para evitar una infamia imaginaria, incurren en un auténtico crimen; como<br />

fieras acorraladas por espinosas barreras, se les fuerza a caer en la trampa, e incapaces<br />

de razonar, por huir de un vano temor, caen en una desgracia cierta 105 .<br />

Reconozco mis palabras aunque no las citas en toda su integridad, pero no rozan el<br />

verdadero punto de la cuestión, pues han sido extractadas de mi prefacio; sin embargo,<br />

prueba tu ligereza, pues las palabras "hermano muy feliz" no se encuentran en el prefacio,<br />

sino en el encabezamiento de mi libro. Además, después de aquellos cuyas doctrinas son<br />

fuego devorador, añadía: "y como no quedaba otro camino, decidieron llegar por la ruina<br />

de toda la Iglesia". Luego dije también: "Al hombre que reconoce la existencia del libre<br />

albedrío y a Dios como creador se le llama celestiano y pelagiano y los sencillos, aterrados<br />

por el calificativo, para sacudirse nombre tan odioso, abandonan la fe católica que primero<br />

habían defendido". Tú silencias todo esto y vienen a continuación las palabras citadas;<br />

palabras verdaderas, inatacables, fáciles de comprobar con las obras. He citado tus<br />

palabras sin suprimir ni una tilde; tú, por el contrario, omites mi primer capítulo, tal como<br />

yo lo había ordenado. Insisto en este punto sólo para poner de relieve la seriedad del<br />

escritor cartaginés".<br />

Ag.- Me imputas lo que es obra del compilador de tus libros, que lo hizo como le plugo y lo<br />

transmitió a quien quiso; pienso que tú mismo no crees otra cosa. En el libro contra el que<br />

ladras no dejo de aclarar a qué "extracto" creo un deber responder; contestas tú con<br />

injurias, sintiendo que, en tu disputa, no tienes nada válido que alegar. En unas palabras<br />

que, rápido, pasas a refutar, pudiste advertir esto que digo pues no hubiera escrito: "No<br />

es como dices, sea quienquiera el que lo dice", de estar seguro que eras tú el que lo<br />

decías, y no el que envió su escrito como quiso y a quien quiso que yo me propuse refutar<br />

después de haberlo recibido. Gracias a Dios, con la ayuda del Señor, he contestado a toda<br />

la obra de la que el autor del "papel" tomó lo que le vino en gana, y he bloqueado todas<br />

tus maquinaciones contra la antigua fe, erigiéndote en nuevo hereje.


Ni caballos ni sobornos<br />

74. Jul.- "Escuchemos lo que escribes de nuevo contra estas mis palabras: "No es como<br />

dices, quienquiera que seas; no es así; mucho te engañas o intentas engañar; no negamos<br />

la existencia del libre albedrío; pero si el Hijo os hace libres, dice la Verdad, seréis<br />

realmente libres" 106 . De este Libertador alejas odiosamente a los malvados a quienes<br />

prometes una falsa libertad. Dice la Escritura: Uno es esclavo de aquel que le vence 107 , y<br />

nadie queda libre de los lazos de la esclavitud, de los que no hay mortal exento, si no es<br />

por la gracia del Libertador. Por un hombre entró en el mundo el pecado, y por el pecado<br />

la muerte, y así pasó por todos los hombres, en el que todos pecaron.<br />

Para juzgar de la excelencia de nuestra causa basta considerar y pesar las cosas que<br />

defendemos y comprobar vuestro terror. Vosotros atentáis contra la vida de los nuestros<br />

hasta derramar su sangre, con la entrega de dinero, de caballos, de herencias, con el<br />

soborno de autoridades, la sublevación de aldeanos; os avergonzáis de vuestra fe, que<br />

nosotros combatimos, Y echáis mano de expresiones que contienen nuestra doctrina,<br />

abandonada ya por vosotros" 108 .<br />

Ag.- Si eres el inventor de estas mentiras, calumnias a ciencia y conciencia; o no sabes lo<br />

que dices, y entonces crees a los que las han inventado; basta con haber contestado ya a<br />

palabras dictadas por tu vanidad o malicia.<br />

Nombre y realidad<br />

75. Jul.- "La vergonzosa prevaricación de Babilonia es tan criminal que, si os la<br />

reprochamos, vosotros la negáis; y es tan santa nuestra creencia, que, sin aceptarla en<br />

vuestro corazón, deseáis ocultaros a su sombra. Cuando quise expresar cuanto se<br />

encuentra disperso a lo largo de vuestras discusiones y condensar en breves palabras la<br />

cuestión medular con objeto de mostrar, sin oscuridades ni cendales de bruma cuál era la<br />

importancia y naturaleza de nuestra controversia que turba y divide a la Iglesia, dije que<br />

vosotros negáis la existencia del libre albedrío y que los niños sean criaturas de Dios.<br />

Estas dos verdades las defendemos nosotros, y dije que por este motivo, aturdís con<br />

vanos clamores los oídos de los paletos, con los nombres de varones católicos que con<br />

nosotros trabajan por defender la fe que recibimos de los Apóstoles; mas por temor a ser<br />

llamados por vosotros celestianos abjuran de la dignidad de la fe celestial, y para no ser<br />

tildados por vosotros de pelagianos, se precipitan en el piélago de los maniqueos; y hacen<br />

creer a los ignorantes que no pueden ser cristianos desde que se ven calificados de<br />

pelagianos por los partidarios de la transmisión del pecado; mientras que las personas<br />

sensatas toman la decisión de permanecer en la fe católica a trueque de recibir toda clase<br />

de ultrajes y odiosos apodos.<br />

Mas no os atribuyáis la gloria de haber inventado estos dicterios por la sagacidad de<br />

vuestro ingenio; recordad que de ordinario recibimos nombres diferentes de todos los<br />

herejes. Un claro ejemplo lo tienes en el concilio de Rímini; en él se ve el influjo que<br />

puede ejercer sobre espíritus plomizos la ambigüedad de un nombre y el temor de nuevo<br />

apelativo. Bajo un príncipe arriano, el obispo de Alejandría Atanasio, varón de constancia<br />

inquebrantable, de sanísima fe, resistió firme en tiempos de impiedad cuando casi todo el<br />

mundo había abjurado de la fe de los Apóstoles, y por esta causa sufrió destierro. De los<br />

650 obispos, según se narra, que componían este sínodo, apenas se encontraron siete,<br />

para los que los preceptos de Dios eran más sagrados que las órdenes del rey; y no toman<br />

parte en la condena de Atanasio, ni niegan la Trinidad. Pero toda aquella multitud de<br />

almas abyectas, amén del temor a los malos tratos, fue sobre todo desorientada por la<br />

amenaza de ser llamados atanasianos o por la astuta manera de los interrogatorios".<br />

Ag.- Sólo los arrianos, no otros herejes, llaman a los católicos atanasianos u homousianos.<br />

Mas vosotros sois llamados pelagianos no sólo por los católicos, sino incluso por otros<br />

herejes semejantes a vosotros, aunque disienten de vuestra doctrina; ellos son llamados<br />

arrianos por católicos y herejes. Y sólo vosotros nos dais el nombre de traducianistas al<br />

igual que los arrianos nos llaman homousianos; los donatistas, macarianos; los<br />

maniqueos, fariseos, y otros herejes nos dan también diferentes nombres.<br />

Libertad y esclavitud<br />

76. Jul.- "Los arrianos que en aquel tiempo dominaban preguntaron: ¿Queréis seguir a


Cristo o al Homousios? Llenos de veneración por el nombre respondieron en seguida: "A<br />

Cristo", y rechazaron el Homousios, salen triunfantes e imaginan guardar la fe de Cristo, al<br />

que negaron ya, al no reconocerlo como Homousios, es decir, consustancial al Padre. Lo<br />

mismo ahora vosotros, inventores de engaños, aterrorizáis a los ignorantes que no quieren<br />

ser censados entre los que trabajan por la fe y han de negar la existencia del libre albedr'o<br />

y al Dios creador de los hombres. Esta es la objeción que yo hice en aquel pasaje, y la<br />

discusión presente probará que tenía razón. Tú respondiste: No negamos el libre albedrío,<br />

sin añadir una palabra más. Era la ocasión de completar, sin tergiversaciones, tu<br />

pensamiento, si al decir que no negabas el libre albedrío añadieses: "confesamos que el<br />

libre albedrío, don de Dios, subsiste en la naturaleza humana"".<br />

Ag.- ¿Cómo subsiste en ellos la libertad, si para ser liberados de la esclavitud del pecado,<br />

que como vencedor triunfa en ellos, necesitan de la gracia divina, a no ser que ellos<br />

mismos sean libres, pero libres en relación con la justicia? Por eso dice el Apóstol: Cuando<br />

erais esclavos del pecado, erais libres respecto a la justicia 109 .<br />

La definición como punto de partida<br />

77. Jul.- "En tu discurso sentaste un principio que no podrías, sin extrema impudencia,<br />

ulteriormente contradecir; y a pesar de ciertas secuencias, aunque tarde, podría aparecer<br />

más razonable. Me acusas ahora de engañador cuando, por tus palabras, pruebo lo que te<br />

objeto; eres tú el que mientes sobre este punto que piensas con firmeza establecido.<br />

No negamos, dices, la existencia del libre albedrío; y añades un testimonio del Evangelio:<br />

Si el Hijo, dice la Verdad, os ha hecho libres, entonces sois verdaderamente libres 110 .<br />

Cierto, pero en este pasaje nuestro Señor Jesús no quiso probar la existencia del libre<br />

albedrío. Mas antes de dar una explicación a esta perícopa, expliquemos, mediante<br />

definiciones y divisiones, lo que uno y otro pensamos; pues toda discusión, según doctrina<br />

de todos los doctores, debe principiar por la definición".<br />

Ag.- Los Apóstoles, al no empezar sus discusiones por una definición, ¿no eran doctos?<br />

Eran, sin embargo, doctores de los gentiles y despreciaban a esos doctores de los que tú<br />

tanto te glorías. La sentencia del Señor: Si el Hijo os ha hecho libres, sois verdaderamente<br />

libres tratas de torcerla en tu sentido; pero claro se verá cómo no te favorece.<br />

Emancipación y libertad<br />

78. Jul.- "Dice Tulio que toda discusión razonada sobre una cuestión cualquiera ha de<br />

empezar por su definición para conocer el objeto sobre el cual se discute. Si nosotros<br />

antes discutimos sobre la definición de la justicia y el pecado, ahora, siguiendo el mismo<br />

método, examinemos qué definición compete al libre albedrío para que conste con claridad<br />

quién está a tu favor y quién en contra. El libre albedrío que Dios otorgó al hombre como<br />

aval de su emancipación consiste en la posibilidad de cometer un pecado o abstenerse de<br />

pecar".<br />

Ag.- Dios, dices, emancipó al hombre, y no adviertes que el emancipado deja de<br />

pertenecer a la familia del Padre.<br />

Juliano define<br />

79. Jul.- "El hombre fue creado animal racional, mortal, capaz de virtud y pecado, de<br />

observar los mandamientos conculcarlos, de salvaguardar el derecho de la sociedad<br />

humana mediante la autoridad natural y tener libertad para elegir el camino del pecado o<br />

el de la justicia. Cuando por virtud abreva a los indigentes en las fuentes de la<br />

misericordia o de la justicia, esto que la justicia exteriormente ordena, ya, en su interior,<br />

lo concibió y parió una voluntad santa".<br />

Ag.- Que el hombre conciba la justicia como obra de su propio esfuerzo es opinión vuestra,<br />

pues, ignorando la justicia de Dios, establecéis la vuestra. La voluntad santa concibe, en<br />

efecto, la justicia por un santo pensamiento, según está escrito: Un pensamiento santo le<br />

guardará 111 . Dice el Apóstol: No porque seamos capaces de pensar algo por nosotros<br />

mismos, pues nuestra capacidad viene de Dios 112 . Si esto comprendéis, comprenderéis<br />

también que no hay libertad verdadera si no lo hace libre la gracia de Dios.


Nuestra capacidad viene de Dios<br />

80. Jul.- "Y lo mismo, en orden inverso, si alguien decide hacer daño a otros, o es un<br />

criminal o un intruso; la acción por la que perjudica a otros viene al exterior de la maldad<br />

que en su interior sembró y engendró una voluntad mala. Pero si no puede traducir en<br />

actos esta fuerza secreta de la voluntad, lo que constituye la esencia del bien o del mal se<br />

realiza en la voluntad sola, que hace el bien o el mal, no mediante un breve movimiento<br />

impulsivo, sino mediante el pensamiento y el deseo".<br />

Ag.- Comprendes que puede la voluntad, sólo por el pensamiento, realizar lo que<br />

constituye la esencia de la bondad o malicia; si pudieras también comprender lo que dice<br />

el Apóstol al hablar de los pensamientos santos y buenos, y que no somos capaces, por<br />

nosotros mismos, de pensar algo, sino que nuestra capacidad viene de Dios, quizá te<br />

pudieras corregir y recibir con humildad la gracia de la que tu orgullo te ha hecho<br />

enemigo; pues quieres ser de los que ponen en sí mismos la confianza 113 , y no de los que<br />

dicen: Te amaré Señor mi fortaleza 114 .<br />

Libertad en Dios<br />

81. Jul.- "La posibilidad de hacer el bien y el mal, buena es; porque poder hacer el bien es<br />

aula de virtud, poder hacer el mal, testimonio de libertad".<br />

Ag.- Luego Dios no es libre, pues se dice de él: No se puede negar a sí mismo. Y tú has<br />

dicho también: "Dios sólo puede ser justo". Y en otro lugar: "Dios sólo puede ser justo y<br />

bueno".<br />

Libertad de los hijos de Dios<br />

82. Jul.- "De esto se sigue que el hombre tiene un bien que es propio, el poder hacer el<br />

mal. La plenitud total de la justicia de Dios está tan unida a la libertad del hombre, que<br />

conocer una es conocer las dos, y violar una de ellas es violar las dos. Se debe, pues,<br />

tutelar el libre albedrío del hombre como se defiende la justicia de Dios. Esta noción del<br />

libre albedrío hizo desaparecer, ante la verdad eclesiástica, la teoría de los fatalistas, los<br />

cálculos de los caldeos y las fantasías de los maniqueos. Esta noción prueba que vosotros<br />

sois tan extraños a Cristo como los ahora nombrados. El libre albedrío hace posible<br />

cometer o evitar el pecado, exento de presiones necesitantes, para seguir con pleno<br />

derecho la parte opcional, es decir, o el caminar por las sendas ásperas de las virtudes o<br />

por las pistas resbaladizas y fangosas de los placeres".<br />

Ag.- Mientras el hombre usó bien del libre albedrío no tuvo necesidad de la gracia<br />

elevante, porque no podía levantarse; arruinado ahora, es libre en relación con la justicia y<br />

esclavo del pecado; no puede ser siervo de la justicia y libre del pecado que le domina si<br />

no lo hace libre el Hijo.<br />

La fortaleza es hija de la caridad<br />

83. Jul.- "En resumen, la posibilidad alerta para que el hombre no sea obligado, de<br />

ninguna manera, a cometer el pecado o a evitarlo contra su querer. La voluntad no puede<br />

ser cautiva si no quiere, como lo prueba la fortaleza de los paganos y cristianos que se<br />

hicieron famosos sufriendo atroces tormentos".<br />

Ag.- Este, precisamente, es el proceder de vuestra herejía. Mencionas los gentiles para no<br />

atribuir a la gracia de Dios la santa fortaleza, gracia que es propia de los cristianos, no<br />

común a gentiles y cristianos. Escucha y comprende. La fortaleza de los gentiles es hija de<br />

la vanidad mundana, la fortaleza de los cristianos es hija de la caridad de Dios, que ha<br />

sido derramada en nuestros corazones, no por el libre querer que es nuestro, sino por el<br />

Espíritu Santo, que nos ha sido dado 115 .<br />

Cristo nos hace libres<br />

84. Jul.- "Si, pues, como la razón lo evidencia, la libertad del querer excluye toda<br />

necesidad, nadie es bueno o malo si no es libre para querer lo contrario. ¿Cómo tú, que<br />

admites la existencia del libre albedrío, utilizas un testimonio que conviene a los esclavos?<br />

¿O es que añades tal testimonio después de afirmar el libre albedrío? Dices: "No negamos


el libre albedrío; pero si el Hijo, dice la Verdad, os hace libres, entonces seréis<br />

verdaderamente libres". En este pasaje es claro que Cristo habla de la conciencia cautiva,<br />

que no se manifestaba como libre y estaba expuesta a la venganza que condena los<br />

pecados cometidos con entera libertad. Frase que tú entiendes mal, es decir, no la<br />

entendiste, o puede que, si la has comprendido en el fondo de tu corazón, forzando el<br />

sentido, la citas en una perícopa que está en contradicción palmaria con tus palabras.<br />

Cosamos las palabras. Lo que se libra estaba cautivo; lo que esta libre no puede estar<br />

cautivo".<br />

Ag.- Una cosa es el perdón de los pecados en los que han obrado mal; otra la caridad que<br />

hace libre al que desea hacer el bien. En ambos sentidos nos hace libres Cristo, porque, al<br />

perdonar, quita el pecado; al inspirar, otorga su amor.<br />

Manés y Juliano<br />

85. Jul.- "Déjate de sutilezas y confiesa llanamente una de estas dos cosas, o di, con<br />

nosotros, que existe el libre albedrío y no cites un texto que sólo en contexto tiene valor;<br />

o di, como haces en los libros que poco ha enviaste por Alipio a Bonifacio, que el libre<br />

albedrío está cautivo, y nosotros afirmamos que está libre, y cesa de negar que eres<br />

maniqueo".<br />

Ag- Manés, en su demencia, mezcla con la naturaleza de su Dios una sustancia inmutable,<br />

el mal, y hace la misma naturaleza de Dios corruptible, esclava de una naturaleza extraña;<br />

mientras la fe católica enseña que la criatura, en sí misma, es buena, pero mudable, y se<br />

deterioró por su voluntad; por esta razón se degradó su naturaleza y corrompió y se hizo<br />

esclava, no de una sustancia extra-a, sino de su propio pecado. De ahí la gran diferencia<br />

entre nosotros y la idea que se forman ellos de un Libertador; porque Manés dice que<br />

necesitamos un Libertador para que separe de nuestra naturaleza la sustancia extra-a; y<br />

nosotros, para que sane y vivifique la nuestra. Prueba tú, si puedes, que no eres partidario<br />

de Manes; porque al rebasar atribuir al pecado de nuestra naturaleza viciada las miserias<br />

que pesan sobre el género humano desde su nacimiento, cual lo reconoce y experimenta<br />

toda la humanidad, concuerdas con Manés, que las atribuye a una naturaleza extraña,<br />

unida a la nuestra.<br />

Acusa Juliano, responde Agustín<br />

86. Jul.- "Unes además estas dos cosas: libre albedrío y no libre; es decir, libertad y<br />

esclavitud, imposible de armonizar; y esto denota en ti una rara estupidez, una nueva<br />

impudencia, una vetusta impiedad".<br />

Ag.- Llamamos libres para hacer obras buenas a todos aquellos de quienes dice el Apóstol:<br />

Ahora, libres ya de pecado, hechos siervos de Dios, fructificáis para la santificación y, al<br />

fin, la vida eterna 116 . Este fructificar para la santidad es, sin duda, fruto de caridad, y sus<br />

obras de ningún modo las podemos realizar nosotros solos, sino que las realizamos con la<br />

ayuda del Espíritu Santo, que nos ha sido dado. De este fruto habla el divino Maestro<br />

cuando decía a sus pámpanos que vivían e él: Sin Mí nada podéis hacer 117 . Nos acusas de<br />

rara estupidez porque, para nosotros, Dios es nuestra fortaleza y no confiamos en nuestro<br />

poder; de nueva impudencia, porque no alabamos, con tu descaro, la concupiscencia de la<br />

carne, carne que hace la guerra al espíritu; de inveterada impiedad, porque con nuestras<br />

débiles fuerzas defendemos los antiguos dogmas católicos que enseñaron los que, antes<br />

de nosotros, con gracia y piedad verdaderas, gobernaron la Iglesia de Cristo. Reconoce,<br />

pues, en ti la estupidez, la impudencia, la impiedad, no antigua, sino nueva.<br />

Libertad que nos impide pecar<br />

87. Jul.- "Es tiempo ya de discurrir sobre las palabras del Evangelio: Dijo, escribe el<br />

evangelista Juan, Jesús a los judíos que habían creído en él: Si permaneciereis en mi<br />

palabra, seréis verdaderamente mis discípulos y conoceréis la verdad, y la verdad os hará<br />

libres. Habla nuestro Señor Jesús a los que ya creían en él y les adoctrina para que no se<br />

gloríen en ninguna nobleza mundana, ni en la gloria de ser hijos de Abrahán, sino que se<br />

dediquen con ardor a la práctica de las virtudes, para que, después de conocer a Cristo, no<br />

sirvan más al pecado, con el fin de conseguir, con tranquilidad de conciencia, una libertad<br />

verdadera, con la esperanza de las realidades ciertas, es decir, eternas, y se desprendan<br />

de los deseos de todos los demás bienes, que, a causa de su fragilidad, se llaman vanos y


falsos.<br />

No entienden los judíos de qué libertad les habla y le replicaron: Somos hijos de Abrahán<br />

y nunca hemos servido a nadie. ¿Cómo dices tú: seréis libres? El vocablo libertad se puede<br />

entender en diferentes sentidos; en este lugar, por santidad; en Pablo significa<br />

resurrección, cuando dice que la criatura es liberada de la corrupción para participar en la<br />

libertad gloriosa de los hijos de Dios. Por último, en un sentido más usual, designa la<br />

inmunidad de la esclavitud, y con este nombre designamos también el libre albedrío.<br />

Importa establecer estas diferencias para que cosas muy distintas no se confundan por su<br />

unicidad nominal No dice aquí el Señor que ha de ser liberado el libre albedrío, sino que,<br />

permaneciendo íntegro, exhorta a los judíos a recibir el perdón y libertad de sus pecados,<br />

para gozar de una libertad cuya plenitud reside sólo en Dios, y principien a no deber nada<br />

al pecado. Finalmente continúa el Evangelista: Les respondió Jesús: en verdad, en verdad<br />

os digo: Todo el que comete pecado, esclavo es del pecado. Y el esclavo no queda en la<br />

casa para siempre; mientras el Hijo se queda para siempre. Si, pues, el Hijo os da la<br />

libertad, seréis realmente libres" 118 .<br />

Ag.- Atiende a lo que dice: Todo el que comete pecado. No dice: El que cometió; sino el<br />

que comete. Y tú no quieres que libre a los hombres de este mal; no quieres que, en este<br />

pasaje, prometa una libertad que nos impida pecar, sino que nos libre sólo de las faltas<br />

cometidas.<br />

Esclavitud y pecado<br />

88. Jul.- "Declara qué entiende aquí por libertad. Todo dice, el que comete pecado,<br />

esclavo es del pecado. Estas palabras son una rotunda condenación de vuestro error, pues<br />

dice que no es esclavo del pecado sino quien comete pecado; y nadie puede adherirse al<br />

pecado sino el que de obra o de sola voluntad lo comete. Demuestra también que la<br />

universalidad del género humano no puede ya ser dominada por el diablo, al hacer<br />

distinción entre el siervo y el hijo, es decir, entre el justo y el pecador. En este texto, el<br />

mismo Cristo, y con él todos los santos que existieron antes de la Antigua Alianza,<br />

permanecen en la casa del Padre y se sientan gozosos a su mesa. Toda esta exhortación<br />

carecería de sentido si no conviniera a hombres libres".<br />

Ag.- Conviene, sí, perfectamente a los que cometen pecado, porque son esclavos del<br />

pecado, y para que reciban la libertad que Él promete, dejen de pecar. Reinaba, pues, el<br />

pecado en su cuerpo mortal de modo que obedecían a sus apetencias y ofrecieron sus<br />

miembros como armas de injusticia al pecado. Contra este mal, efecto de un pecado<br />

cometido, necesitaban de la libertad prometida por Cristo. Dijo: Todo el que comete<br />

pecado -no el que lo cometió- esclavo es del pecado. ¿Por qué te empeñas en velar con<br />

tus oscuros razonamientos la transparencia de estas palabras? A pesar de tu resistencia<br />

brotan como surtidor de luz que disipan tus tinieblas. Todo, dijo, el que comete pecado,<br />

esclavo es del pecado.<br />

¿Lo oyes? El que comete; y tú quieres, no exponer, sino suponer que dijo: "El que<br />

cometió". Escuchen todos a quienes Él abre el sentido para que entiendan las Escrituras,<br />

escuchen: Todo el que comete pecado, esclavo es del pecado. Busquen la libertad para no<br />

cometer pecado clamando a aquel a quien se dice: Encamina mis pasos conforme a tus<br />

palabras y no me domine la iniquidad 119 .<br />

¿Por qué burlarte de los tarados mentales y manipulas las palabras del Señor, como si<br />

hubiera dicho quo no es siervo del pecado sino el que por sí mismo comete pecado? Obras<br />

con engaño. No dijo esto. No dice: Nadie es esclavo del pecado sino el que comete<br />

pecado. Dice: Todo el que comete pecado, esclavo es del pecado. Son también esclavos<br />

del pecado de origen los que no cometieron pecado personal; de este cepo de esclavitud<br />

son liberados por el sacramento de la regeneración. No todo esclavo de pecado comete<br />

pecado, pero sí es esclavo del pecado todo el que comete pecado; un ejemplo, no todo<br />

animal es un caballo; pero todo caballo sí es un animal.<br />

¿Dónde queda la dialéctica de la que tanto te ufanas? Siendo tú tan docto y sutil, ¿cómo<br />

se te escapan estas cosas? Y si no te has despistado, ¿por qué tender redes a ignorantes e<br />

indoctos? ¿Quién de nosotros ha dicho que todos los hombres son posesión del diablo,<br />

cuando existen tantos millares de santos que no son posesión del diablo? Pero sí


afirmamos que sólo no son poseídos por el diablo aquellos que libera la gracia de Cristo, y<br />

vosotros sois enemigos de esta gracia. Si no combatieses esta gracia y la aceptases,<br />

verías, sin duda que incluso antes del Antiguo Testamento y en tiempos de la Antigua<br />

Alianza, todos los santos, separados de su condición de esclavos, fueron liberados por la<br />

misma gracia de Cristo.<br />

La naturaleza necesita un libertador<br />

89. Jul.- "Por último, para que entiendas que no condena su naturaleza, sino su mala vida,<br />

continúa: Sé que sois hijos de Abrahán. Esta era la excelencia de su origen, por la cual<br />

ellos se creían libres. Pero en seguida les muestra a qué servidumbre estaban sometidos:<br />

Tratáis de matarme, porque mi palabra no prende en vosotros. Yo hablo lo que oí a mi<br />

Padre; vosotros hacéis las obras de vuestro padre".<br />

Ag.- ¿Qué significa mi palabra no ha prendido en vosotros, si la naturaleza era tal como<br />

hoy es, necesitada de un Libertador, y es capaz de entender esta palabra? Si la misma<br />

gracia no abría su inteligencia, como se la abrió a los Apóstoles para entender las<br />

Escrituras, ¿cómo se la abrió a la vendedora de púrpura de Tiatira, para comprender lo<br />

que Pablo decía? 120<br />

Naturaleza y voluntad<br />

90. Jul.- "Mira la diferencia que existe entre naturaleza y voluntad. No negó Jesús que los<br />

judíos, según la carne, fuesen descendientes de Abrahán; pero les declara que, por la<br />

malicia de su voluntad, habían tomado por padre al diablo; padre porque les enseñó la<br />

senda del crimen. Le respondieron los judíos y dijeron: Nuestro padre es Abrah‡n. Jesús<br />

les dijo: Si fuérais hijos de Abrahán, haríais las obras de Abrahán, pero ahora tratáis de<br />

matarme, hombre que os hablo la verdad que oí a Dios; esto no lo hizo Abrahán; pero<br />

vosotros hacéis las obras de vuestro padre 121 . ¿Ves qué distinciones hace de las palabras<br />

la Sabiduría? Niega sean los judíos hijos de Abrahán y antes había dicho que eran hijos de<br />

Abrahán: pero como la naturaleza y la voluntad son dos cosas diferentes, dice que los<br />

judíos son hijos de Abrahán según la carne inocente, y el diablo es el seductor de la<br />

mísera voluntad".<br />

Ag.- Sin advertirlo dices verdad. En el Edén fue el diablo seductor de una voluntad santa, y<br />

al seducirla la hizo miserable; ahora lo confiesas, es seductor de una voluntad mísera.<br />

Mas, para libertarla de esta miseria -con más facilidad ahora seducida por el diablo que<br />

cuando fue precipitada- necesita ser ayudada por aquel a quien suplica toda la Iglesia: No<br />

nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal 122 .<br />

No hago lo que quiero<br />

91. Jul.- "Si el Hijo os da libertad, seréis verdaderamente libres. Estas palabras del Señor<br />

prometen perdón a los culpables, que, al pecar, perdieron la conciencia de la justicia no el<br />

libre albedrío. Este es tan pleno después del pecado como lo era antes de pecar; y con su<br />

ayuda muchos renuncian a sus ocultas torpezas y, despojados de la sordidez de sus<br />

crímenes, se visten de un espléndido cortejo de virtudes".<br />

Ag.- Escúchate al menos a ti mismo cuando dices que, a causa de la costumbre de pecar,<br />

escribió el Apóstol: No hago lo que quiero, sino el mal que aborrezco. ¿Cómo permanece el<br />

hombre libre después del pecado, si la fuente no es el pecado original que vosotros no<br />

admitís, pero sí una costumbre que se convierte en necesidad imperiosa, como vosotros<br />

confesáis, y que hace perder totalmente la libertad y su gemido hiere vuestros oídos y<br />

confunde vuestro orgullo cuando oís: No hago lo que quiero... No hago el bien que quiero,<br />

sino que hago el mal que no quiero? 123<br />

Equidad y pecado original<br />

92. Jul.- "Si tienes una vaga noción de lo lícito y lo ilícito, deja de profanar las palabras de<br />

Cristo al interpretarlas como si Él negase el libre albedrío; cesa, pues, porque sin su<br />

integridad imposible sostener la equidad de los propios juicios".<br />

Ag.- Porque le consta de la equidad de su juicio, por eso pesa un duro yugo sobre los hijos<br />

de Adán desde el día de la salida del vientre de sus madres; lo que, a todas luces, sería


injusto si no tuviesen pecado original, que hace ser el hombre semejante a la nada 124 .<br />

Dios llama y el hombre responde<br />

93. Jul.- "Escucha con atención en qué se pone la esencia de la libertad humana: Yo he<br />

venido en nombre de mi Padre y no me recibisteis; si otro viene en su propio nombre, a<br />

ése lo recibiréis 125 . Dice más: Haced un árbol bueno, y su fruto será bueno; haced un<br />

árbol ‡rbol malo, y su fruto será malo 126 . Más: Si a mí no queréis creer, creed a mis<br />

obras 127 . Y con más fuerza aún cuando dice que su querer se vio frustrado por la voluntad<br />

humana: ¡Jerusalén, Jerusalén, cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina<br />

reúne a sus polluelos bajo sus alas, y no has querido! Y en el versículo siguiente dice: Pero<br />

como no has querido reunirte, vuestra casa quedará desierta 128 , para demostrar que con<br />

justicia son, por su mal obrar castigados; pero él no quiso forzarlos a cambiar de voluntad.<br />

Por boca del profeta había dicho: Si quisierais y me escucharais, comeréis lo bueno de la<br />

tierra, pero si no quisiereis y no me escuchareis, la espada os devorará 129 . ¿Cómo puedes<br />

decir tú que no niegas la existencia del libre albedrío, si declaras, no sólo según tu propio<br />

testimonio, sino incluso según el texto evangélico, que interpretas a tu manera, que no es<br />

libre?"<br />

Ag.- Se te ha de perdonar, porque en cuestión tan misteriosa, como hombre, te engañas.<br />

De ningún modo puede el hombre contrariar la voluntad del que es todopoderoso y<br />

preconoce todas las cosas. Muy poco han meditado sobre esta cuestión tan importante los<br />

que opinan que un Dios omnipotente quiere algo que no puede realizar porque se lo<br />

impide la debilidad del hombre. Cierto que Jerusalén no quiso que sus hijos fueran por Él<br />

reunidos, pero también es cierto que, sin que ella quisiera, reunió a los que quiso. Porque<br />

Dios, como dice su servidor Ambrosio, "llama a los que se digna llamar y al que quiere le<br />

da ser piadoso" 130 . Pero de ordinario, como dice la Escritura, se dirige a la voluntad del<br />

hombre, para que, advertido, sienta su indigencia en lo que no puede, y, como pobre, ore<br />

a aquel de quien vienen todos los bienes. Y si en esta oración fuere escuchado, como él<br />

nos recomienda: no nos dejes caer en tentación, no será sin duda víctima de la ignorancia<br />

ni de ninguna pasión.<br />

Fue dicho por el Profeta: Si no queréis escucharme, os devorará la espada; para que<br />

reconozcan los hombres a quién deben pedir socorro para repeler el mal en medio de sus<br />

arrolladoras pasiones. Por eso se dice: Vuestra casa quedará desierta..., pues en ella había<br />

muchos que, por oculto y justo juicio de Dios, quedarán abandonados en su obstinación y<br />

endurecimiento. Si, como dices, el hombre no puede ser desviado de su mala intención<br />

por fuerza alguna, ¿por qué Pablo, Saulo aún, respirando amenazas y ahíto de sangre, fue<br />

apartado de su abominable designio por una repentina ceguera corporal y una voz tonante<br />

del cielo, y de un perseguidor, caído en tierra, se levanta el futuro predicador que<br />

trabajará más que otros en anunciar el Evangelio que antes combatió? 131 Reconoce la<br />

gracia. Dios llama a uno de esta manera, al otro de otra, y el Espíritu Santo sopla donde<br />

quiere 132 .<br />

Gracia en Juliano<br />

94. Jul.- "En la obra que, como he dicho poco ha, enviaste a Roma, has manifestado con<br />

más audacia tus sentimientos. En el primer libro, al llegar a la objeción que te propongo,<br />

la de negar el libre albedrío, he aquí cómo discurres, tenaz y sutilísimo controversista: ¿<br />

Quién de nosotros dice que perece el libre albedrío en el género humano por el pecado del<br />

primer hombre? Pereció, sí, la libertad por el pecado, pero la libertad que existía en el<br />

Edén, la libertad de poseer la justicia en su plenitud con la inmortalidad, y por esto es por<br />

lo que la naturaleza humana necesita de la gracia divina, como dice el Señor en su<br />

Evangelio: Si el Hijo os librare, seréis en verdad libres 133 . Libres para vivir bien y en<br />

justicia; y tan cierto es que no pereció en el pecador el libre albedrío, que es por la<br />

libertad por lo que pecan; sobre todo cuando se peca por placer y amor del pecado, al<br />

hacer aquello que nos deleita. Por eso dice el Apóstol: Cuando erais esclavos del pecado,<br />

erais libres con relación a la justicia.<br />

Evidente que, para hacerse esclavos del pecado, hipotecaron su libertad. No son libres por<br />

la justicia, sino por el libre querer, y no se liberan del pecado sino por la gracia del<br />

Salvador. Por esto el admirable Apóstol pesa sus palabras. Cuando erais esclavos del<br />

pecado, erais libres respecto a la justicia. ¿Qué frutos cosechasteis entonces de aquellas<br />

cosas de las que ahora os avergonzáis? Porque su fin es la muerte. Pero al presente, libres


de pecado, sois esclavos de Dios para la santidad, y, al fin, la vida eterna" 134<br />

Libres, dijo, de la justicia, no liberados, no libres del pecado, pero para que no atribuyan a<br />

sí mismos esta libertad, prefiere, con aguda penetración, decir liberados de acuerdo con<br />

esta sentencia del Señor: Si el Hijo os librare, seréis en verdad libres. Al no vivir bien los<br />

hijos de los hombres si no son hechos hijos de Dios, ¿qué significa sino que Dios quiere<br />

dar al libre albedrío el poder de vivir bien? Poder que, en efecto, da solamente la gracia de<br />

Dios, por Jesucristo nuestro Señor, según el Evangelio: Pero a los que le recibieron les dio<br />

el poder ser hijos de Dios 135 . Y poco después añade: Se les da el poder ser hijos de Dios a<br />

los que creen en Él. Poder que, si Dios no lo otorga, el libre albedrío no lo tiene, pues no<br />

es libre para hacer el bien si no lo libra el Libertador; pero para el mal sí tiene libre<br />

albedrío, cuando cede adeliciado a un seductor oculto o visible, o a una pasión que él<br />

mismo aviva. Y así, aunque se diga y nuestro enemigo se atreve a escribirlo, no<br />

enseñamos que todos, contra su querer y como forzados por la necesidad de su carne,<br />

están en pecado; pero si están en una edad en la que se despierta el uso de razón, por su<br />

propia voluntad se abstienen de pecar, o por su propia voluntad se precipitan en el<br />

pecado. Pero esta voluntad, libre para el mal, pues se adelicia en lo malo, no es libre para<br />

el bien, porque aún no ha sido liberada. No puede querer algún bien el hombre si no es<br />

ayudado por el que no puede querer mal".<br />

En todas estas palabras tuyas que he citado, veo que el nombre de gracia está cosido a la<br />

negación del libre albedrío; y cuanto de bueno tienen tus palabras, no puede excusar<br />

cuanto en tus pensamientos hay de malo; la dignidad de la expresión envilece el contenido<br />

de tus doctrinas. No te veo honrado con sus sentencias; sí, has corrompido cuanto de<br />

noble encierran.<br />

Nosotros separamos lo que tú cosiste, para que la divinidad de la gracia, desligada de una<br />

impura alianza, no sufra detrimento por nuestra respuesta y, en lugar de la mentirosa<br />

alabanza de los maniqueos, reciba el elogio sensato de los católicos. Confesamos que la<br />

gracia de Cristo es múltiple. Un primer beneficio es que hemos sido creados de la nada.<br />

Segundo, que descollamos sobre los animales que tienen sensibilidad y vida y somos, por<br />

la razón, muy superiores a ellos, razón impresa en el alma y que nos hace ser imagen de<br />

Dios; el libre albedrío de que está dotada es un brillante atributo de dignidad.<br />

Consideramos también gracia el aumento de los beneficios que no cesa de otorgarnos.<br />

Gracia, la de enviarnos la Ley en nuestra ayuda. Misión suya es estimular, por medio de<br />

toda suerte de enseñanzas, la luz de la razón, oscurecida por los malos ejemplos y una<br />

viciosa costumbre. A la plenitud de esta gracia, es decir, de esta divina condescendencia,<br />

causa primigenia de todas las cosas, pertenece el que se haya hecho carne el Verbo y<br />

haya acampado entre nosotros. Pide, en efecto, Dios a esta imagen suya correspondencia<br />

a su amor, mostrando así con qué inefable ternura obró con nosotros; a fin de inspirarnos,<br />

aunque tardíamente, una reciprocidad en el amor, no perdonó a su propio Hijo, sino que lo<br />

entregó por nosotros, con la promesa de que, si obedecemos a su querer, nos haría<br />

coherederos del Unigénito" 136 .<br />

Ag- ¡Oh pelagiano! La caridad quiere el bien, y el amor viene de Dios; no por la letra de la<br />

Ley, sino por el espíritu de la gracia. La letra es un socorro para los predestinados, pues al<br />

mandar y no ayudar, advierte a los débiles acudan al espíritu de la gracia. Y así hacen<br />

buen uso de la Ley, para los que es buena y útil 137 , porque, de otro modo, la letra mata<br />

138 ; pues al mandar hacer el bien, sin otorgar la caridad, única en querer el bien, hace<br />

culpables de prevaricación.<br />

La gracia previene el querer<br />

95. Jul.- "En el bautismo esta gracia borra los pecados, y con este beneficio del perdón<br />

nos eleva, adopta y consagra. Esta gracia, repito, cambia de signo el mérito de los<br />

culpables, pero no crea el libre albedrío, que recibimos con la existencia; y hacemos uso<br />

de él cuando alcanzamos la capacidad de discernir entre el bien y el mal. No negamos que<br />

una voluntad santa sea, de mil maneras, socorrida por la gracia, pero no admitimos haya<br />

servido jamás para restaurar el libre albedrío destruido, ni que el hombre, privado de esta<br />

libertad, se ve forzado a obrar bien o mal. Toda gracia coopera con el libre albedrío".<br />

Ag.- Si la gracia no previene la voluntad para que actúe, sino que coopera con la voluntad<br />

ya existente, ¿cómo puede ser verdad que Dios obra en nosotros el querer? 139 ¿Cómo es


la voluntad preparada por el Señor? 140 ¿Cómo la caridad viene de Dios 141 , única en<br />

querer el bien que nos hace felices? Si el conocimiento de la ley y de la palabra de Dios<br />

obra en nosotros por la caridad, y amamos, no por la gracia de Dios, sino por esfuerzo de<br />

nuestra voluntad, lo que la enseñanza de Dios nos revela como objeto digno de ser<br />

amado, ¿cómo es que lo menor nos viene de Dios, y lo más sublime, de nosotros mismos?<br />

Porque dices que si Dios no nos otorga la ciencia, es decir, no nos adoctrina, imposible el<br />

conocimiento; pero sin que nos dé la caridad, que excede todo conocimiento, sí podemos<br />

amar 142 . De esta manera sólo piensan los nuevos herejes, enemigos de la gracia de Dios.<br />

La naturaleza, viciada por el pecado de Adán<br />

96. Jul.- "Los católicos confiesan la existencia del libre albedrío, y por este solo motivo el<br />

Doctor de los Gentiles escribe que todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo,<br />

para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, bueno o<br />

malo 143 . Vosotros, al contrario, lo negáis, no sólo con Manés, sino también con Joviniano,<br />

al que osas asociarnos; y si no lo negáis con las mismas palabras, sí con parigual<br />

impiedad. Para hacer más evidente la cuestión, examinemos separadamente cada punto.<br />

Afirmamos que por el pecado del hombre no cambió la naturaleza, sino la cualidad del<br />

mérito; es decir, existe en el pecador el mismo libre albedrío por el que podemos<br />

abstenernos del pecado, y existió de modo que pudiera apartarse de la justicia".<br />

Ag.- Sabemos, afirmas, que el pecado no cambió el estado de la naturaleza humana, y<br />

habéis abandonado la fe católica, que enseña que el primer hombre fue creado sin estar<br />

sujeto a la necesidad de morir; pero por el pecado este estado de la naturaleza sufrió un<br />

cambio radical y es necesario que el hombre muera; y dice el Apóstol a los que habían<br />

sido regenerados y vivificados por el Espíritu: Si Cristo está en vosotros, el cuerpo está ya<br />

muerto a causa del pecado, pero el espíritu es vida a causa de la justicia. Y si el Espíritu<br />

de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, aquel que resucitó<br />

a Jesucristo de entre los muertos vivificará vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que<br />

habita en vosotros 144 . Dijo el Apóstol: vivificará vuestros cuerpos mortales, lo que<br />

esperamos en la resurrección, pues había dicho: Vuestro cuerpo está muerto a causa del<br />

pecado, y vosotros no queréis admitir que, por el pecado, ha sido cambiado el estado de la<br />

naturaleza. No obstante, cuando en un sínodo de Palestina se le reprochó a Pelagio el<br />

haber enseñado que los niños recién nacidos se encontraban en el mismo estado que Adán<br />

antes de pecar, él lo negó y condenó. Y si hubiera procedido con sincero corazón, es<br />

posible que vuestra herejía no existiera, o, al menos Pelagio hubiera quedado limpio de<br />

esta peste.<br />

Pregunto si la naturaleza pecadora está exenta de vicio, y si esto es un absurdo de<br />

campeonato, luego tiene un vicio; y si tiene vicio, está viciada. ¿Cómo no ha sido<br />

cambiada la naturaleza, si antes estaba sana y ahora viciada? Sin hablar del pecado del<br />

que Juan de Constantinopla dice: "Cometió Adán un gran pecado y al mismo tiempo nos<br />

hizo a todos culpables" 145 ; excepto ese pecado del que originalmente trae su condena la<br />

naturaleza humana, ¿cómo se puede razonablemente afirmar que el estado de la<br />

naturaleza no ha cambiado en un hombre que dice: La Ley es espiritual, pero yo soy<br />

carnal, vendido al poder del pecado; ignoro lo que hago, pero no hago lo que quiero 146 ,<br />

aunque este cambio no fuera en el Apóstol una secuela inevitable de su nacimiento, sino<br />

efecto, como queréis, de una costumbre de pecar? ¿Veis es una vaciedad lo que decís, no<br />

ser el estado de la naturaleza humana la que cambió por el pecado, sino la cualidad de sus<br />

méritos? A no ser que digáis fue el hombre, no su naturaleza, el que cambió por el pecado.<br />

¿Qué significa esto, si no es el negar que el hombre tenga naturaleza? Y cuando esto<br />

decís, ¿pensáis con sano juicio en lo que decís?<br />

Doctrina de Manés<br />

97. Jul.- "Dice Manés que la mala voluntad es inspirada por la naturaleza que no puede<br />

querer el bien, y la voluntad buena, por aquella naturaleza que no puede querer el mal; y<br />

así impone necesidad a las naturalezas de los seres, necesidad que no les permite querer<br />

cosas contrarias. Entre nosotros y los maniqueos existe un gran caos; veremos ahora qué<br />

distancia te separa a ti de ellos. Afirmas existir una voluntad libre, pero sólo para el mal,<br />

pero que no es libre para dejar de obrar el mal, a no ser le imponga la necesidad de obrar<br />

bien aquella naturaleza que, usando tus mismas palabras, "no puede querer el mal".<br />

Sentencias: el género humano, por el libre albedrío, no puede hacer otra cosa si no es


pecar. En consecuencia, declaras, con absolutez radical, que la naturaleza humana desea<br />

siempre lo malo y no puede querer lo contrario; pero la naturaleza de Dios no puede<br />

querer el mal; por eso, si no hace a la naturaleza de los hombres partícipe de su<br />

necesidad, imposible realice una buena acción. Después de todo esto, Dios ve si, en el<br />

secreto de tu corazón, no eres un gran amigo de Manés, pues, como lo evidencia la<br />

hermandad de vuestros dogmas no has hecho otra cosa que confirmar, cambiado el orden,<br />

lo mismo que él afirmó".<br />

Ag.- ¡Ojalá fueras un valiente adversario de Manés, no su torpe ayudador! Aunque presa<br />

de una extremada locura nunca dice Manés que se vea la naturaleza mala forzada a hacer<br />

el mal por la naturaleza buena, incapaz de querer el mal; sino que la naturaleza buena se<br />

ve obligada a hacer el mal por una naturaleza mala, incapaz de querer el bien, y así en su<br />

maravillosa demencia, quiere que la naturaleza del mal sea inmutable, y mudable la<br />

naturaleza del bien. Por consiguiente, según la doctrina de Manés, es cierto que la<br />

voluntad mala es inspirada por una naturaleza que no puede querer el bien; pero que una<br />

voluntad buena esté inspirada por una naturaleza que no puede querer el mal no lo dice<br />

Manés como tú, con cierta benevolencia, supones; porque de ningún modo cree Manés que<br />

una naturaleza buena, incapaz de querer el mal, sea inmutable; cree, sí, que una voluntad<br />

mala es incapaz de querer el bien aunque sea inspirada por una naturaleza buena; de<br />

donde deduce que, por medio de una naturaleza mala, quiere el bien una naturaleza<br />

buena, que identifica con la naturaleza de Dios.<br />

Eres un excelente auxiliar de Manés, pues al negar que por el pecado del primer hombre<br />

quedó la naturaleza humana viciada, le autorizas para atribuir a la naturaleza mala el ser<br />

autora de todas las manifiestas lacras que constituyen el estado tan mísero de los niños.<br />

Te desagrada, además, que el hombre no pueda querer el bien si no es ayudado por aquel<br />

que no puede querer el mal; y esto, ¿no es ponerte en contradicción con el que dijo: Sin<br />

mí nada podéis hacer 147 , y con la Escritura, donde dice: El Señor prepara la voluntad 148 ;<br />

y en otro lugar: Dios es el que obra en nosotros el querer 149 , y el Señor dirige los pasos<br />

del hombre y le complace su camino? 150<br />

Lo que me asombra es que te llames cristiano y contradigas las palabras de Dios que<br />

resplandecen en los luminosos textos citados.<br />

Agustín, Joviniano y Manés<br />

98. Jul.- "En un punto coincides con Joviniano. Él dice en el segundo libro de su obra que<br />

el hombre bautizado no puede pecar; pero antes del bautismo puede pecar o no pecar.<br />

Piensa, como tú, que a partir del bautismo sienten los hombres la necesidad del bien, lo<br />

cual es tan falso como lo que tú mismo piensas, que antes del bautismo viven los hombres<br />

en la necesidad de hacer el mal. Tú dices: "No puede el hombre querer bien alguno si no<br />

es ayudado por el que no puede querer mal alguno"; quieres, pues, que por la<br />

participación de la gracia y de la naturaleza buena el hombre tenga posibilidad de hacer el<br />

bien, lo que puede, dices, acontecer a partir del bautismo. En medio del temor y de la<br />

impiedad buscas la compañía de Joviniano, sin abandonar el lupanar de Manés; sin<br />

embargo, Joviniano no es tan culpable como tú, y Manés es más culpable que Joviniano.<br />

Resumo con más brevedad lo dicho. Dice Manés: la naturaleza tenebrosa peca en todos<br />

los hombres al inspirarles una voluntad mala, y no puede obrar de otra manera. Tú dices:<br />

En todos los hombres, la naturaleza, viciada por las tinieblas del primer pecado, produce<br />

una voluntad mala, comete pecado y no puede querer el bien. Joviniano dice: la voluntad<br />

del hombre peca antes del bautismo; pero después sólo puede querer el bien. Los<br />

católicos, es decir, nosotros, decimos: desde el principio de la vida hasta el ocaso, sin<br />

violencia de la naturaleza, la voluntad de cada uno peca antes del bautismo y, en el<br />

momento de pecar, puede apartarse del mal y obrar el bien, y, en esta opción, consiste la<br />

esencia de la libertad.<br />

No hay verdad en ninguno de vuestros dogmas; sin embargo, todos partís de un común<br />

error, para ti es menos deshonroso admitir las consecuencias, y pues dices con Manés que<br />

la naturaleza es mala, es decir, quedó privada de libertad por el pecado, deberías admitir<br />

con él que no puede purificarse de ninguna manera, cosa que en otra parte afirmas, y<br />

después debieras añadir, como corolario necesario, que no necesita del sacramento del<br />

bautismo. Y si, con Joviniano, sostienes que los buenos deseos se imprimen en el alma en<br />

el momento de recibir la fe, deberías también decir con él que la naturaleza es buena<br />

antes del bautismo, y aunque tenía capacidad para el mal, no tenía necesidad, y por la


consagración del bautismo fue potenciada a un bien permanente y mejor. De esta manera<br />

podías estar de acuerdo con la razón, pero no con la doctrina de tus maestros".<br />

Ag.- Has olvidado lo que hemos dicho. Recuérdalo, ¡por favor! Somos nosotros los que<br />

decimos, a pesar de vuestras reclamaciones, que también los justos, mientras están en<br />

esta vida, tienen necesidad de pedir por ellos mismos y decir con verdad: Perdónanos<br />

nuestras deudas 151 . Y si dijesen que no tienen pecado, se engañarían a sí mismos y en<br />

ellos no habría verdad. ¿Por qué dices vaciedades y me afilias al partido de Joviniano,<br />

cuando él enseña que el hombre bautizado no puede pecar? No estamos tan sordos y<br />

mudos que no oigamos las voces de los bautizados y que no digamos con ellos:<br />

Perdónanos nuestras deudas. Desde el momento en que el hombre empieza a tener libre<br />

querer puede pecar o no pecar; pero una de estas dos cosas no la puede hacer sin la<br />

ayuda del que dijo: Sin mí nada podéis hacer 152 ; pero por su propia voluntad o seducido<br />

por otro, siendo entonces esclavo del pecado. Existieron hombres, lo sabemos, que<br />

auxiliados por el Espíritu de Dios querían las cosas que son de Dios aun antes del<br />

bautismo, como Cornelio 153 ; y otros ni aun después del bautismo, como Simón Mago 154 .<br />

Los juicios de Dios son profundos como el abismo 155 ; y su gracia no es mérito de las<br />

obras, porque entonces la gracia no sería ya gracia 156 . Cesa, pues, de injuriarnos con el<br />

nombre de Manés y Joviniano. En cuanto a los que insultas, al injuriarnos a nosotros, que<br />

como ellos enseñamos existe el pecado original, si tienes ojos sabes quiénes son, y<br />

guardarías silencio si tuvieras vergüenza. Pero eres tan amante de la calumnia que me<br />

acusas de que enseño que el hombre no puede purificarse de sus manchas. Digo todo lo<br />

contrario y añado que el hombre puede alcanzar un estado de dicha completa, donde ya<br />

no puede pecar.<br />

No hago el bien que quiero<br />

99. Jul.- "Ahora calumnias a todos los hombres, pues dices que la necesidad de pecar ha<br />

sido impuesta a la naturaleza de la carne".<br />

Ag.- Niega que haya dicho el Apóstol: Cuando erais esclavos del pecado, fuisteis libres<br />

respecto a la justicia; y si reconoces que son sus palabras, acúsale de no hablar<br />

correctamente. Y si no te atreves, niega, si puedes, que estos a quienes hablas cuando<br />

eran libres respecto a la justicia, tenían libre voluntad respecto al pecado; o que eran<br />

libres para el bien cuando eran esclavos del pecado; y atrévete a decir que los esclavos<br />

han sido liberados por sí mismos, no por la gracia de Dios, a los que dice: Al presente,<br />

libres de pecado y esclavos de la justicia 157 .<br />

Y si dices que han sido liberados por la gracia de Dios de las culpas pretéritas y no del<br />

dominio del pecado, obstáculo de la justicia; pero para que no dominara en ellos el<br />

pecado, ellos mismos, si querían, lo podían evitar, pues para esto no necesitaban la gracia<br />

del Salvador, ¿dónde poner al que dice: No hago el bien que quiero, sino que hago el mal<br />

que no quiero? 158 Si el que así habla está aún bajo la Ley, no de la gracia, niega que gima<br />

bajo el grave peso de la necesidad; afirma que es libre para llevar una vida buena e<br />

irreprensible cuando grita: Mientes o te equivocas. No hago el bien que quiero. Y si, como<br />

cuerdamente piensa Ambrosio, esto lo dice el Apóstol de sí mismo, los justos en esta vida<br />

no tienen libertad tan potente para hacer el bien como la tienen en la vida del más allá,<br />

donde ya no dirán: No hago lo que quiero.<br />

Feliz necesidad<br />

100. Jul.- "Perdida la posesión de la eternidad -consta que nunca la tuvo por derecho de<br />

nacimiento-, la voluntad se inclina siempre al mal. Y añades: "Libre es la voluntad para el<br />

mal, pero no es libre para el bien", y con este lenguaje, tan sucio como sacrílego, declaras<br />

libre al que afirmas que sólo puede querer una cosa".<br />

Ag.- Si sólo es libre el que puede querer dos cosas, esto es, el bien y el mal, Dios no es<br />

libre, pues no puede querer el mal, porque, como tú, con verdad, has dicho: "Dios sólo<br />

puede ser justo". ¿Es alabar a Dios negarle la libertad? ¿No comprendes que existe una<br />

feliz necesidad, en virtud de la cual Dios no puede ser injusto?<br />

En el bautismo se perdonan todos los pecados


101. Jul.- "Aunque en ti no haya constancia alguna, atienda el lector avisado lo que<br />

enseñas. Concedamos pueda ser llamada libre una voluntad que no puede querer el bien;<br />

esta voluntad adquiere su libertad en el bautismo. Pregunto: ¿De qué ha sido liberada? ¿<br />

Se verá forzada a querer siempre el bien, ya que no puede querer el mal? ¿O puede<br />

querer ambas cosas? Si respondes que se ve forzada a querer siempre el bien, te<br />

confiesas jovinianista. Pero si me dices ¿cómo puede una voluntad ser libre, si se ve<br />

forzada a querer siempre el bien?, te respondo: ¿Cómo antes podía ser libre, si era<br />

forzada a querer siempre el mal? Si me respondes: Después del bautismo es libre para<br />

pecar o no pecar, luego has de proclamar que no existía el libre albedrío cuando no podía<br />

elegir entre dos cosas. Quedas prisionero en el cepo de tus argumentos: antes del<br />

bautismo existía ya el libre albedrío, tenía poder para hacer el bien y poder para hacer el<br />

mal; y así se desploma el edificio de tu doctrina, que enseña existe un mal natural".<br />

Ag.- Sobre Manés y Joviniano verá el lector que ya te respondí. Con tu preclara<br />

inteligencia te darás cuenta si se puede decir que el hombre cuya voluntad es preparada<br />

por el Señor, es tan perfecto que se vea forzado a querer el bien. No quiera Dios digamos<br />

tal cosa. Porque, si se ve forzado, no quiere. ¿Hay absurdo mayor que decir que no<br />

queriendo quiera lo que es bueno? Tú dices que el hombre es forzado a querer el bien;<br />

reflexiona sobre lo que piensas acerca de la naturaleza de Dios, pues no puede querer el<br />

mal. ¿Acaso se ve Dios obligado a querer el bien porque no puede querer el mal por ser<br />

inmutable? La naturaleza humana, si bien es mudable, en lo que se refiera a su creación,<br />

buena es; pues no sólo fue creada sin defecto alguno, sino que, aunque por el pecado se<br />

hizo mala, por lo que tiene de buena conserva su capacidad para el bien. La necia falacia<br />

de los maniqueos queda destruida por esta verdadera sentencia.<br />

En el bautismo se perdonan, por la gracia de Dios. todos los pecados; esta misma gracia<br />

prepara la voluntad del hombre para que se acerque al bautismo, y para que pueda<br />

después el espíritu luchar contra la carne y no consienta en la iniquidad; sin embargo, la<br />

carne lucha contra el espíritu para que el hombre no haga lo que quiere. Quiere, sí, no<br />

padecer esta apetencia carnal, pero ahora no puede carecer de sus codicias; por eso gime<br />

en su interior anhelando la adopción redentiva de su cuerpo 159 , para que su carne no<br />

pueda ya pecar. Ahora no sólo puede, después del bautismo, pecar, sino que, a pesar de<br />

su resistencia a las codicias de la carne, alguna vez, arrastrado por ella al mal, comete<br />

pecados aunque sean veniales, y siempre puede decir con verdad: Perdónanos nuestras<br />

deudas 160 . Esta verdad católica refuta el error de Joviniano, y lo que decimos contra<br />

Manés y Joviniano mina vuestra herejía y vuestras calumnias.<br />

Dios es libre y no puede pecar<br />

102. Jul.- "Si antes del bautismo el hombre no tenía libertad para el bien, y después del<br />

bautismo es de tal manera libre que no puede querer el mal, jamás ha sido libre; y es<br />

evidente que antes del bautismo pecó sin ser culpable, y después del bautismo entra en<br />

posesión de la gloria sin cuidarse de su santidad".<br />

Ag.- Luego ni en Dios existe libre albedrío, porque no puede hacer el mal, como no puede<br />

negarse a sí mismo. Y nos otorga el privilegio de ser iguales, no al mismo Dios, pero sí a<br />

sus ángeles, en no poder pecar. Hemos de creer que, después de la caída del diablo, a los<br />

buenos les fue concedido, como premio a su voluntad, permanecer en la verdad, para que<br />

en el futuro no hubiera ningún nuevo diablo por su libre querer.<br />

Necesidad que no excluye la libertad<br />

103. Jul.- "Por lo dicho, veo contradices tu dogma. Prometes, primero, no negar el libre<br />

albedrío; luego lo aniquilas al enseñar la necesidad, en un principio, del mal, y en seguida,<br />

la necesidad del bien".<br />

Ag.- Veo vas a decir que Dios, por necesidad, no puede pecar, porque ni puede querer ni<br />

quiere poder pecar 161 . Pero si fuera preciso llamar necesidad a lo que es necesario ser o<br />

llegar a ser, feliz necesidad la que nos hace vivir dichosos en esta vida, la necesidad de no<br />

morir y la necesidad de no poder ser cambiados en algo peor. Esta necesidad, si necesidad<br />

se la puede llamar, no es un peso para los santos ángeles, sino un gozo, y para nosotros,<br />

un bien futuro, no presente.


Definición de pecado<br />

104. Jul.- "Sin embargo, para una destrucción total de tus enseñanzas, conviene recordar<br />

algunas de las definiciones dadas más arriba. Si pecado es la voluntad de retener o<br />

adquirir lo que la justicia prohíbe, con libertad para abstenerse, no existiría en las cosas<br />

ningún pecado".<br />

Ag.- Esta definición de pecado se aplica a lo que sólo es pecado, no a lo que es también<br />

castigo del pecado, por la que pereció la libertad de no pecar. Para vernos libres de este<br />

mal rogamos a Dios nos perdone nuestras deudas, y también no nos deje caer en<br />

tentación, mas líbranos del mal 162 .<br />

Un gran error de Juliano<br />

105. Jul.- "Si la justicia no nos imputa el mal del que no podemos abstenernos, y antes<br />

del bautismo existe necesidad para el mal, pues la voluntad, como has dicho, no es libre<br />

para hacer el bien y no puede hacer sino el mal, está al abrigo de toda infamia del mal,<br />

por esa necesidad que sufre y no puede presentarse ante la justicia con el fardo de sus<br />

obras, pues no le imputa un mal que no puede evitar. Y después del bautismo, si existe la<br />

necesidad del bien, no puede existir pecado. Reconoce, pues, que el pecado, siguiendo el<br />

hilo de la razón, no se puede encontrar en la semilla que da origen al hombre, porque, al<br />

tenor de tus definiciones, tampoco en las acciones personales existe".<br />

Ag.- Un gran error el tuyo, al pensar que no existe ninguna necesidad de pecar, o es que<br />

no entiendes que esta necesidad es castigo de un pecado que no hubo necesidad de<br />

cometer. Si no hay necesidad de pecar -omito el poder del mal de origen, porque vosotros<br />

afirmáis su inexistencia-, ¿bajo qué poder, os ruego, se encuentra aquel que, según<br />

vuestra interpretación, gemía bajo el peso de una mala costumbre y exclamaba: No hago<br />

el bien que quiero, sino que hago el mal que no quiero? 163 Supongo además que conoces<br />

los trabajos que es necesario soportar para conocer, en el curso de esta vida, lo que se<br />

debe evitar y lo que se debe apetecer. Los que esto ignoran, por el hecho de ignorar el<br />

bien que han de apetecer, o el mal que se ha de evitar, sufren ya la necesidad de pecar.<br />

Se peca necesariamente cuando no se sabe lo que se debe hacer o cuando se hace lo que<br />

no se debe hacer. Para que Dios nos libre de estos males suplicamos no se acuerde de los<br />

pecados e ignorancias de nuestra juventud 164 . Si Dios, justicia esencial, no imputara este<br />

género de pecados, no le pediría el hombre piadoso se los perdonase. Por eso dice un<br />

servidor de Dios: Sellaste en un saco mis pecados, y anotaste los que cometí contra mi<br />

deseo 165 .<br />

Tú mismo, en el último de los cuatro libros que has escrito, contra uno mío, dices, al<br />

hablar de los afectos y pasiones del alma: "Surgen en el hombre inclinaciones tan fuertes<br />

y enraizadas que, incluso con heroicos esfuerzos, no se pueden arrancar". El que, llevado<br />

de su flaqueza de la que no puede despojarse, peca, ¿no peca por necesidad? En relación<br />

a los pecados, consecuencia de un pecado cometido sin necesidad, los admitís al menos en<br />

aquel que dijo: Hago el mal que no quiero. El que está sometido a esta necesidad por la<br />

costumbre que tiene de pecar, es de evidencia se ha visto oprimido por la necesidad de la<br />

costumbre.<br />

En consecuencia, según vosotros mismos, la necesidad de pecar, de la que uno no se<br />

puede desembarazar, es castigo de otros pecados, de los que era libre abstenerse de<br />

cometerlos cuando ningún peso de la necesidad le oprimía. ¿Por qué, pues, no creer que el<br />

pecado del primer hombre, cuya enormidad supera toda expresión, haya podido viciar la<br />

naturaleza humana, si lo puede hoy, en relación a un hombre solo, esta segunda<br />

naturaleza? Esta es la expresión que los sabios emplean, como tú creíste un deber<br />

hacérmelo notar para designar la costumbre.<br />

Admitimos existan en los hombres pecados que se cometen, no por necesidad, sino por<br />

voluntad, que son sólo pecados, y de ahí que uno sea libre para abstenerse, por otra<br />

parte, el género humano está lleno de pecados, secuela necesaria de la ignorancia o de la<br />

costumbre, que son no sólo pecados, sino castigo de pecados. ¿Cómo puedes decir que, a<br />

tenor de mis definiciones, el pecado no ha lugar en nuestras costumbres? Escuchad lo que<br />

no queréis oír. De todos los pecados, original y personales, que han sido cometidos, o para<br />

que no se cometan, sólo la gracia de Dios nos libra por nuestro Señor Jesucristo, en el que<br />

hemos sido regenerados y por quien aprendimos a orar diciendo: Perdónanos nuestras


deudas porque hemos pecado, y No nos dejes caer en tentación, esto es, para que no<br />

pequemos.<br />

Concupiscencia y medicina<br />

106. Jul.- "Presentado al prudente lector el resumen de esta discusión, examinemos cómo<br />

tu bautismo, instituido, dices, a causa de los movimientos de los órganos genitales,<br />

cumple su cometido. Confiesas que purifica a los hombres de sus pecados; pero como se<br />

ventila ante la justicia la causa de la voluntad, no puede ser declarada culpable si no<br />

puede querer otra cosa. Evaporada la odiosa culpabilidad, se esfuma la magnificencia del<br />

perdón; imposible perdonar lo que, en justicia no se puede imputar. Queda, pues,<br />

frustrado el efecto de su promesa; no existen los crímenes para poder gloriarse de su<br />

perdón; ni cautivos que agradezcan el beneficio de la liberación de su pecado, porque a los<br />

que protege la necesidad no se les puede convencer de mala voluntad: de donde se<br />

concluye que es completamente inútil.<br />

Mas como la gracia que Cristo nos proporciona no es algo vacío, admitimos la racionalidad<br />

de su beneficio, porque la voluntad del pecador es culpable, pues pudo querer el bien y el<br />

mal. Desaparece la ficción de su necesidad. El pecado no radica en la condición de la<br />

naturaleza, sino en la naturaleza del libre albedrío. Verdad que niegas tú con los<br />

maniqueos, y que nosotros, con todos los católicos, confesamos".<br />

Ag.- Peca necesariamente el que ignora la justicia: mas cuando conoce la justicia, ¿no se<br />

le han de perdonar los pecados que por necesidad de la ignorancia cometió? O porque<br />

conoce ya cómo debe vivir, ¿puede presumir de sí mismo vivir en justicia y no de aquel a<br />

quien se dice: No nos dejes caer en la tentación? La necesidad de pecar no es un<br />

preservativo del castigo; pero podemos vernos libres de esta necesidad por aquel a quien<br />

se le suplica: Líbrame de mis angustias 166 . De dos maneras nos concede Dios esta gracia:<br />

perdonando nuestras pasadas iniquidades y ayudándonos para no caer en tentación.<br />

Pero cada uno es tentado por su concupiscencia, que le arrastra y seduce. Esta<br />

concupiscencia, tu favorita, te es tan agradable que, desde el momento que uno le ofrece<br />

resistencia la colmas de alabanzas; como si lo que nos arrastra al mal no fuera un mal,<br />

aunque se le resista en vez de ceder. Tú, con un gran despliegue de palabras vacías,<br />

culpas al caído si la consiente, no a la que le empujó; al que fue arrastrado, no a la que lo<br />

arrastró; al seducido, no a la seductora, porque como defines, hizo mal uso de un bien.<br />

Tienes tan mal espíritu, que te parece buena la concupiscencia que lucha contra el espíritu.<br />

Con cierta elegancia te mofas de nuestro bautismo y afirmas -burda patraña- que, según<br />

nosotros, ha sido el bautismo instituido como remedio de los movimientos de las partes<br />

íntimas. No decimos tal cosa; sino que enseñamos una verdad que vosotros os empeñáis<br />

en desfigurar con toda la mala fe de nuevos herejes. Decimos, sí, que Dios ha preparado<br />

un remedio para un segundo nacimiento espiritual, instituido por el mismo Cristo, porque<br />

los nacidos de Adán según la carne, contraen el contagio de la muerte antigua en su<br />

primer nacimiento 167 .<br />

Me he servido de las palabras de Cipriano, obispo de Cartago, de este mártir contra el que<br />

ladras cuando impugnas la fe de la Iglesia sólidamente afianzada, por la que derramó su<br />

sangre. Como el apóstol Pablo dijo: Por un hombre el pecado entró en el mundo, y por el<br />

pecado, la muerte. Y así pasó a todos los hombres, en el que todos pecaron 168 . Y el<br />

obispo Cipriano, buen intérprete del Apóstol, reconoce que los nacidos de Adán según la<br />

carne, contraen en su primer nacimiento el contagio de la muerte antigua. ¿Cómo te<br />

atreves a vanagloriarte de seguir a los Apóstoles y a todos los católicos, cuando de una<br />

manera solapada contradices al Apóstol y de una manera descarada a un obispo católico,<br />

mártir de la fe, en un punto en el que están de acuerdo toda la Iglesia católica de Oriente<br />

y Occidente?<br />

Noción de libertad en Juliano<br />

107. Jul.- "La explicación que das de las palabras de Pablo, el Apóstol, sólo merecería una<br />

sonrisa si no turbara a los que ignoran la Escritura. Cuando erais, dice el Apóstol, esclavos<br />

del pecado, fuisteis libres respecto a la justicia. No pudo decir liberados, porque esta<br />

palabra liberados se aplica sólo, propia y correctamente, al hombre que es liberado de un<br />

mal; no se puede decir liberado de las virtudes cuando se piensa que nada se debe a la<br />

virtud. Libre es el hombre respecto al bien y al mal, pues cuando se pone al servicio de


uno, no se piensa en servir al otro; pero liberado sólo se puede decir del mal, porque la<br />

palabra liberación, por sí misma, indica un sufrimiento del que uno se siente libre.<br />

¿Cómo cuestionar las palabras del Apóstol, pues se adecua al uso universal al decir que<br />

"somos libres para el bien y liberados del mal?" Cuando erais esclavos del pecado erais<br />

libres en cuanto a la justicia. Pero ¿qué frutos cosechasteis entonces de aquellas cosas de<br />

las que ahora os avergonzáis? Y para que no se piense éramos por naturaleza esclavos,<br />

escucha al Apóstol decir poco antes: No sabéis que al ofreceros a alguno como esclavos<br />

para obedecerle, os hacéis esclavos de aquel a quien obedecéis, bien del pecado, o de la<br />

obediencia para la justicia? 169 Vosotros mismos, dice, sois los que os habéis esclavizado al<br />

pecado, para darte a comprender que es a la voluntad, no al nacimiento, al que se imputa<br />

el pecado. Les dice que son libres respecto a la justicia, porque rehusaron guardar sus<br />

preceptos".<br />

Ag.- Si sólo se dicen libres los hombres en relación con la justicia porque rehusamos<br />

observar sus preceptos, ¿luego antes de recibir los preceptos de la justicia, que no<br />

aceptarían, no eran libres para la justicia, y sí esclavos del pecado? ¿Quién se atreverá a<br />

decir esto? De esta necesidad de esclavitud libra aquel que no sólo da preceptos por la ley,<br />

sino que otorga la caridad por el Espíritu, cuyos deleites superan los placeres del pecado;<br />

de otra suerte, el pecado queda victorioso y bajo su yugo tiene al esclavo; pues uno es<br />

esclavo del que lo ha vencido 170 .<br />

Libertad y gracia<br />

108. Jul.- "Por último, añade en seguida (Pablo) que ahora se hacen esclavos de la<br />

justicia, como antes se hicieron esclavos del pecado. Puedes ya, si te place, pronunciar<br />

libres de pecado a los siervos de la justicia; lo mismo que el Apóstol dice libres de justicia<br />

a los que sirven al pecado. Es una estupidez supina desnaturalizar el lenguaje tan sencillo<br />

del Apóstol. No tiene la intención que te imaginas, padeces soñolencia al interpretar sus<br />

palabras. Basas tu argumentación en la preferencia del Apóstol en el empleo del vocablo<br />

liberados y no libres, para que entendamos que el libre albedrío puede hacer el mal, pero<br />

jamás el bien. Pero el sentido natural de las palabras se resiste a tu interpretación.<br />

Porque, si como pretendes, él quiere decir que la libertad da sólo el poder pecar, debía<br />

decir: "Fuisteis libres en cuanto al pecado", y no libres respecto a la justicia, y entonces<br />

sería libre el hombre a quien le asiste la libertad. Y si se quiere pesar el valor gramatical<br />

de los casos, dice el Apóstol que son libres para la justicia, no libres de la justicia. Esta<br />

manera de expresarse sería más bien a nuestro favor si nos ceñimos al sentido natural de<br />

la palabra, en sí no muy importante.<br />

¡No lo permita Dios! Buscamos el pensamiento del Apóstol y nos contentamos con el<br />

sentido que sencillamente expresan las palabras. El Doctor de los gentiles ha querido sólo<br />

decir: Fuisteis libres respecto a la justicia, no esclavos. Habéis sido hechos libres y recibido<br />

el perdón de vuestros pecados sin perder vuestro libre albedrío; por él pudieron los<br />

hombres obedecer a la justicia, antes y después del pecado".<br />

Ag.- Con este vuestro lenguaje herético, al enseñar que la gracia no libera del pecado si<br />

no es cuando se recibe el perdón de los pecados cometidos en el pasado, y no sirve para<br />

preservarnos del dominio del pecado cuando la concupiscencia nos arrastra al mal, os<br />

ponéis en contradicción con las oraciones de los santos. ¿Por qué decir a Dios: No nos<br />

dejes caer en tentación, si esto depende sólo de nuestro libre albedrío, que poseemos<br />

naturalmente? ¿Por qué dice el Apóstol: Pedimos a Dios que no hagáis nada malo 171 , si<br />

Dios no libra de los pecados si no es perdonando los ya cometidos?<br />

Se nace bajo el signo del pecado y se renace en Cristo<br />

109. Jul.- "Declara, finalmente, Pablo el sentido de su exhortación en las palabras<br />

precedentes. Hablo, dice, en términos humanos, en atención a la flaqueza de la carne; así<br />

como ofrecisteis vuestros miembros para servir a la impureza y a la iniquidad para la<br />

iniquidad, ofrecedlos ahora igualmente para servir a la justicia para la santidad 172 . Tiene,<br />

pues, razón en llamar libres respecto a la justicia a los que deben conservar sus miembros<br />

en toda santidad.<br />

Nos hemos entretenido no poco en probar la verdad de lo que había dicho, a saber, que<br />

los que se dejan atemorizar por vuestros sermones, niegan el libre albedrío, y un vano


pavor los precipita en una ruina cierta: y eres tú el jefe principal de los negadores del libre<br />

albedrío; retornemos ya al libro dedicado a Valerio, para demostrar: primero, que niegas<br />

la existencia de un Dios creador; y ahora, lo niegas o admites de una manera más impía<br />

que las mismas negaciones. Que hayas negado de una manera radical en tu primer libro la<br />

existencia de un Dios creador de los hombres quedó claro en nuestra discusión. Afirmaste<br />

que el diablo tenía derecho a recolectar al género humano, como fruto de árbol plantado<br />

por su mano; y otras muchas cosas que escribes en el mencionado lugar como<br />

argumentos para confirmar este error. En el segundo libro, sostienes, en conjunto, la<br />

misma doctrina pero con la pérfida intención de enmendar la doctrina que antes<br />

enseñaste".<br />

Ag.- Si no te basta el texto del Apóstol que dice: Por un hombre entró el pecado en el<br />

mundo y por el pecado la muerte; y así pasó por todos los hombres, en el que todos<br />

pecaron, Ambrosio, que en verdad no es maniqueo, aunque insultas con este nombre a<br />

cuantos defienden la misma fe que él, Ambrosio, digo, interpreta, como auténtico católico,<br />

el pensamiento de Pablo cuando escribe: "Todos los hombres nacemos bajo el pecado, y el<br />

mismo nacimiento está viciado" 173 . He aquí cómo el diablo ha podido coger el fruto con<br />

pleno derecho de un árbol de su plantación; no de la naturaleza creada por Dios, sino del<br />

vicio que él plantó. Los que nacen bajo el signo del pecado no pueden menos de estar bajo<br />

el autor del pecado si no renacen en Cristo.<br />

Cristo salva<br />

110. Jul.- "Respondo con brevedad al capítulo de tu libro, como prometí más arriba. Y<br />

respondo, con la firmeza y fidelidad acostumbradas, que no rehusamos aceptar como<br />

libertador de los hombres a nuestro Señor Jesucristo; pero exhortamos a no creer en tus<br />

palabras y a no dejarse abatir por la desesperanza por no poder llegar a ser mejores y a<br />

no renunciar a la doctrina de Cristo so pretexto de que manda cosas que la naturaleza de<br />

los mortales no puede soportar, por estar viciada por un mal congénito".<br />

Ag.- También es congénita la muerte; sin embargo, de ella nos libra el que vivifica a los<br />

que quiere; y a Él deben recurrir todos los que desean ser liberados de este mal original. Y<br />

para saber quién los atrae, lee el Evangelio.<br />

Cristo, el Jesús de los niños<br />

111. Jul.- "Corran al que clama: Mi yugo es suave y mi carga ligera 174 ; pues en su<br />

inestimable liberalidad otorga su perdón a la voluntad culpable, y mejora, renovándola y<br />

adaptándola, la inocencia que Él creó buena".<br />

Ag.- Es precisamente a estos hombres a quienes rehúsas un Libertador al negar en ellos la<br />

existencia del pecado original del que han de ser liberados. ¿Cómo puedes responder con<br />

firmeza y sinceridad que no rehúsas a los hombres un Libertador, Jesucristo, el Señor,<br />

cuando con pertinacia e impiedad maniobras para que no crean que es el Salvador de los<br />

niños el que salva a su pueblo de sus pecados, y por esta causa el Evangelio nos dice que<br />

fue llamado Jesús 175 ? No podéis, pues, decir que no negáis sea Cristo Libertador de los<br />

hombres, porque en manera alguna podéis probar que los niños no sean hombres.<br />

En Adán todos pecaron<br />

112. Jul.- "Me asombra te hayas atrevido a citar este texto: Uno queda esclavo de aquel<br />

que lo vence 176 . Evidente que viene en apoyo nuestro, pues enseñamos que nadie puede<br />

estar al diablo sujeto si no ha sido vencido después de un combate de la voluntad y no<br />

haberse cobardemente rendido. Nunca debiste apoyarte en este testimonio, que es contra<br />

ti, pues enseñas que los recién nacidos pertenecen al reino del diablo, aunque, sin propia<br />

voluntad, ni pueden ser vencidos ni pecar".<br />

Ag.- Los que dices no pueden ser vencidos ni luchar traen su origen de aquel en el que<br />

todos pecaron, y lo que es peor aún, ese hombre fue vencido sin lucha. "Existió Adán y en<br />

él existimos todos; pereció Adán y en él perecimos todos". Dejad a los niños venir a Jesús,<br />

pues vino en busca de lo que estaba perdido; de otra suerte priváis a los hombres de un<br />

Libertador, Jesús, pues los niños hombres son, cualquiera sea la locuacidad que emplees<br />

para cubrir la crueldad de vuestro error.


Contestación de Agustín<br />

113. Jul.- "Este texto, lo ves, tiene gran fuerza contra ti; es como si te preguntara: ¿Por<br />

qué los niños han de estar sometidos a un poder enemigo, si creemos a la Escritura<br />

cuando dice el vencido queda esclavo del vencedor, si el niño, privado del uso de la razón,<br />

con toda certeza no puede combatir ni ser vencido? Añades: Por un hombre el pecado<br />

entró en este mundo y por el pecado la muerte; y así pasó por todos los hombres, en el<br />

que todos pecaron 177 . Dios es el creador de todos los nacidos y todos se condenan por<br />

uno, si no renacen por un Libertador. Él mismo se compara a un alfarero que, de una<br />

misma masa, hace un vaso para usos nobles según su misericordia, y otro para usos viles<br />

según su justicia 178 , y a éste canta la Iglesia: Misericordia y justicia 179 . Afirmas que por<br />

un hombre entró el pecado en el mundo, y con este texto del Apóstol arrancas la fe de un<br />

gran número de ignorantes; y aunque ya en mi cuarto libro expuse con brevedad cómo se<br />

ha de entender, sin embargo, con la ayuda de Cristo, omitiendo otras muchas cosas, me<br />

dedicaré de una manera exclusiva a discutir con todo detalle esta perícopa del Apóstol en<br />

su contexto".<br />

Ag.- Ya en mi sexto libro respondí a cuanto pretendes haber demostrado con brevedad en<br />

tu cuarto libro. A la explicación que prometes dar en la obra presente, cuando des<br />

principio a su cumplimiento, aparecerás como un charlatán de feria.<br />

De los males saca Dios bienes<br />

114. Jul.- "Brevemente me ceñiré a probar que no puedes apoyarte en un texto que la<br />

ciencia, la razón y la ley de Dios denuncian como suma injusticia. Que un lector atento<br />

marque el sentido de tus palabras: Dios es autor de los malos y crea a los hombres tales<br />

que, sin mérito de la propia voluntad, van todos a su condenación".<br />

Ag.- Lo que sí dije fue: Creó Dios la naturaleza de los hombres, malos por un vicio que él<br />

no hizo, mal del que saca bienes, aunque los hombres creados por él sean malos; porque<br />

en cuanto hombres, no en cuanto malos, él los formó. Y no serían vasos destinados a usos<br />

bajos si no fueran malos, porque por naturaleza, obra de Dios, buenos son, y malos por el<br />

mal cuya semilla depositó el enemigo en su naturaleza, contra las leyes de esta misma<br />

naturaleza, y por esto la naturaleza se hizo mala, es decir, se hizo malo el hombre. No<br />

puede existir el mal si no es en un bien, porque no puede existir si no es en una<br />

naturaleza, y toda naturaleza, en cuanto naturaleza, es buena. Poned sostenida atención y<br />

comprended cómo palabras que parecen contradecirse, no se contradicen si es que la<br />

humareda del orgullo no os ha hecho perder por completo la vista.<br />

Todos nacemos en pecado<br />

115. Jul.- "Para que no ignoremos el tiempo al que haces referencia, declaras que después<br />

de Adán, en él todos fuimos uno, hasta el fin del mundo. Los no bautizados están<br />

destinados a la condenación y al diablo. El remedio para curar el mal de tu doctrina es<br />

peor que la herida antes producida; pues, para evitar la ruina que se te venía encima por<br />

afirmar que era el diablo el creador de los hombres, corriges lo dicho y confiesas ser Dios<br />

el creador, pero creador de seres parecidos a los que Manés atribuye al príncipe de las<br />

tinieblas".<br />

Ag.- "Todos los hombres nacemos en pecado, y su mismo nacimiento está viciado" 180 .<br />

Esto no lo escribe un inmundo hereje maniqueo, sino el católico Ambrosio. Nunca dijo<br />

Manés que la naturaleza, en cuanto naturaleza, era buena, ni que la naturaleza que llama<br />

mala, pueda ser sanada y hacerse buena; ambas cosas las enseña la fe católica de la<br />

naturaleza humana con relación a los niños y adultos, contra los maniqueos y pelagianos,<br />

ambos atacados por diversas enfermedades, pero por una misma locura.<br />

Dios justo es el creador de todos los hombres<br />

116. Jul.- "Creyendo Manés que los hombres son malos por nacimiento, les asigna un<br />

creador que permite no responsabilizar al Dios bueno por una obra mala, y al equivocarse<br />

en la definición de pecado, considera obra de la naturaleza lo que sólo puede ser acto de<br />

la voluntad, en consecuencia, ha creído que este origen viciado era obra de un creador<br />

malo, y así se muestra maligno para con Dios y despreciador de la naturaleza. Tú, al<br />

contrario, enseñas que los hombres nacen malos, pero que es Dios su creador. Así tú eres


más impío para con Dios y honras más a la naturaleza; defiendes la majestad del Creador,<br />

pero le acusas por la deformidad de su obra".<br />

Ag.- Acusa a Dios, si te place, por la deformidad de su obra; porque algunos cuerpos<br />

nacen tan deformes que, a causa de su extrema deformidad, se les llama monstruos. No<br />

es otro dios, como finge Manés, o dioses menores como falsamente cree Platón, los que<br />

crean los cuerpos; sino que es el Dios bueno y justo el que interviene en la formación de<br />

tales cuerpos; y si lo refieres al duro yugo que pesa sobre los hijos de Adán, verás que<br />

este Dios no es un Dios malo como el inventado por Manés para la creación de los<br />

cuerpos; su justicia se explica claramente por el pecado original, dogma que conoce la<br />

Iglesia católica y vuestro error abandona. Sin el pecado no existirían en el Edén cuerpos<br />

deformes o monstruosos.<br />

Los niños nacen en pecado, enseñan los Padres<br />

117. Jul.- "No has temido, hombre impío, atribuir a Dios lo que de tal manera repugnaba<br />

a Manés, que prefirió inventar un segundo creador; uno y otro sois enemigos de la verdad;<br />

pero antes de existir tú, no se pensaba que la impiedad de Manés pudiera ser superada".<br />

Ag.- Pues antes que yo existió Ambrosio, y no era maniqueo; antes que él Hilario y<br />

Gregorio; y antes que éstos, Cipriano y otros que sería largo enumerar, y ninguno era<br />

maniqueo. Sin embargo, enseñaron en la Iglesia lo que en la Iglesia aprendieron; esto es,<br />

que los niños nacen con el pecado original; y se sopla sobre ellos en los exorcismos para<br />

arrancarlos del poder de las tinieblas y hacerlos pasar al reino de su Salvador y Señor 181 .<br />

Y si Cristo murió por ellos también -verdad que te has visto obligado a confesar-, luego<br />

todos murieron y por todos murió 182 , como dice el Apóstol. Según tu doctrina, Pablo es un<br />

maniqueo; y a ti, ¿qué nombre te daremos?<br />

Cristo vino a salvar lo que estaba perdido<br />

118. Jul.- "Has justificado, como dice el profeta, a tu hermana Sodoma 183 . Manés es<br />

digno de perdón comparado con tus blasfemias. Me había enorgullecido, en mi obra<br />

primera, de haber sido despedazado por la misma lengua que había injuriado al Apóstol;<br />

pero ahora me horroriza mi felicidad, pues soy vituperado por el mismo que acusa a Dios<br />

de criminal".<br />

Ag.- Quien te vitupera enseña con Ambrosio y sus amigos que Cristo es Libertador de los<br />

niños. Tú, ahora, no sólo lo acusas de mendaz cuando enseña que vino a buscar lo que<br />

estaba perdido, sino que te opones a él para que no intente salvar a los niños.<br />

Presciencia divina y condenación<br />

119. Jul.- "¿De dónde me viene el honor de tan gran ultraje? Tus alabanzas no me<br />

hubieran proporcionado nunca tanto gozo. Mis opiniones, dices, son reprensibles; las obras<br />

de Dios, condenables; razono mal, dices; pero Dios es un creador inicuo; estoy, gritas, en<br />

un error; pero Dios es un tirano; ignoro, afirmas, la ley; pero Dios ignora la justicia; no<br />

soy católico, vociferas, porque digo que Cristo ayuda a los que salva; pero tú juras que<br />

Dios crea al que condena y crea solo para condenar".<br />

Ag.- Todo eso se puede decir de la presciencia divina, que ningún fiel puede negar, y creo<br />

que tampoco vosotros. Negad que Dios sabe con antelación qué multitud de hombres,<br />

creados por ƒl, se condenarán, es el medio para hacernos creer que no los ha creado para<br />

su condenación; y algo más asombroso e incomprensible es el que no arrebate de este<br />

mundo, para que la malicia no corrompa su corazón 184 , a los que no puede ignorar se han<br />

de hacer malos. Dad gloria a Dios y, ante la profundidad de sus juicios, cese el ruido<br />

ensordecedor de tus palabras agudas y claras, pero frágiles como el cristal.<br />

Manés y Agustín<br />

120. Jul.- "Entre Manés, sembrador de tus ideas, y tú, veo existe una gran diferencia,<br />

merced al progreso de tus saberes. Manés, aunque inventa dos creadores, deja abierta<br />

una rendija a la esperanza de la salvación, diciendo que existe un Dios bueno, enemigo<br />

acérrimo de la injusticia y de toda crueldad; tú, en cambio, sostienes que existe un Dios<br />

todopoderoso, creador de los malos, y así destruyes radicalmente el respeto a la divinidad


y toda esperanza de salvación".<br />

Ag.- Fingen los maniqueos un dios cruelmente débil que, para no verse vencido por la<br />

materia, entrega a sus enemigos una parte de sí mismo; algo de su sustancia, miembros<br />

de su naturaleza, para ser despedazados y corrompidos; vosotros no negáis la existencia<br />

de un Dios omnipotente, pero al negar el pecado original, queréis hacernos creer que, a<br />

causa del yugo que pesa sobre los niños, es injusto.<br />

Preconoce Dios a sus elegidos<br />

121. Jul.- "No hay quien remedie a los culpables cuando el Único encuentra placer en<br />

crear seres miserables y los castiga sin encontrar en ellos otra cosa que lo creado por Él".<br />

Ag.- También conoce lo que Él no hizo; porque Él no es autor del pecado. Otro, tan<br />

mentecato como vosotros, podía decir también: Dios ha creado, por el solo placer de<br />

crear, seres miserables, hombres que no podía ignorar se habían de condenar; e<br />

incomparablemente más que los que previó había Él de salvar.<br />

Justicia de Dios y el mal en los niños<br />

122. Jul.- "Sondeado el abismo de tu impiedad, parece imposible encontrar nada más<br />

sacrílego; me queda, sin embargo, hacer ver, en breve discusión, la poca garra de todo<br />

esto y lo que se debe pensar de las consecuencias que sacas. Dios, que ha querido ser<br />

conocido con este nombre, es un Dios todopoderoso y sumamente justo, y si le falta uno<br />

de estos atributos no posee ninguno. Lo mismo que es creador bondadoso de los hombres,<br />

es justo tasador de sus méritos. Todo lo que hace es muy bueno. En consecuencia, nadie<br />

por naturaleza es malo, y todo el que es culpable, lo es por su conducta, no por su<br />

nacimiento".<br />

Ag.- ¿Por qué, bajo un Dios todopoderoso y justísimo pesa un duro yugo sobre los niños<br />

desde su nacimiento?<br />

Ambrosio no es maniqueo<br />

123. Jul.- "Ni el mal puede ser natural, ni Dios puede crear seres culpables, ni ubicarlos en<br />

el reino del diablo. De todo lo dicho se deduce que eres maniqueo, y aun peor que Manés;<br />

la humanidad hace su entrada en este mundo limpia de pecado, y es más claro que la luz<br />

que el fruto de la fecundidad está bajo el imperio de Dios, no del diablo, y la inocencia es<br />

natural".<br />

Ag.- Luego cuando dice Ambrosio: "Los niños bautizados en el momento de su nacimiento<br />

quedan libres de toda culpa" 185 , es maniqueo y peor que un maniqueo, según tus<br />

injuriosas y violentas palabras.<br />

Sacramentos en la Antigua Alianza<br />

124. Jul.- "Esto sentado, pondera las consecuencias de tu doctrina. Consta que los<br />

profetas, patriarcas y santos de la Antigua Alianza no estuvieron bautizados; creados por<br />

Dios, resplandecieron luego por sus propias virtudes; será preciso creer, contra el<br />

testimonio de la Ley, que sufrirán eternos tormentos en el reino del diablo, pues declaras<br />

que todos los que descienden de Adán son creados para su perdición".<br />

Ag.-Estos santos antiguos fueron liberados por la gracia a la que tenéis guerra declarada<br />

vosotros, si bien la recibieron por otros sacramentos, según las diversas épocas. Pues<br />

creyeron de Cristo lo que nosotros creemos. Existe un solo Dios y uno es el Mediador entre<br />

Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús. Su venida humilde les fue profetizada a ellos,<br />

a nosotros, anunciada; su venida gloriosa al fin de los tiempos, a ellos y a nosotros<br />

preanunciada. Y así nuestra fe y la suya en un Mediador único es una sola fe, y un mismo<br />

espíritu de fe en ellos y en nosotros. Por eso dice el Apóstol: Teniendo un mismo espíritu<br />

de fe, según lo que está escrito: Creí, por eso hablé, también nosotros creemos, y por eso<br />

hablamos 186 . De dónde viene esta fe, para no gloriarnos como de cosa propia, nos lo dice<br />

el Apóstol: Habéis sido salvados por gracia, mediante la fe; y esto no viene de nosotros,<br />

sino que es don de Dios 187 . Y en otro lugar: Paz a los hermanos y caridad con fe de parte<br />

de Dios Padre y del Señor Jesucristo 188 .


El pecado original<br />

125. Jul.- "Si estas son tus palabras, tus mismos protectores pueden confesar que eres<br />

evidentemente maniqueo. Y si comprendes que tu doctrina es combatida por la armada<br />

del rey verdadero y que contra ella nada puedes, reconoce asolado todo cuanto has<br />

construido y, por consiguiente, no pueden ir todos a la condenación por uno, sino sólo los<br />

que, rebeldes a la voluntad de Dios, serán en su última hora sorprendidos sin haberse<br />

convertido ni hecho penitencia".<br />

Ag.- Añade además: y los nacidos que no han sido regenerados, porque todos pecaron en<br />

uno 189 .<br />

El barro y el alfarero<br />

126. Jul.- "El texto en que se dice: Dios es como un alfarero que de una misma masa hace<br />

un vaso para usos honrosos y otro para usos viles 190 , no debiste recordarlo, porque esta<br />

manera de hablar concuerda con nuestra exposición y contradice por completo la tuya;<br />

porque al decir que unos vasos están hechos para usos nobles y otros para usos viles,<br />

quiere decir, en sentido católico, que la suerte de los vasos difiere según la diferencia de<br />

los humanos quereres".<br />

Ag.- Escucha a Ambrosio decir: "Todos los hombres nacemos sujetos a pecado, porque<br />

nuestro mismo nacimiento está viciado" 191 . Así entendió lo mismo que sus condiscípulos y<br />

condoctores, todos sin duda católicos, lo que está escrito del pecado y de la muerte: entró<br />

por uno y pasó por todos los hombres 192 . Esta es la masa, compréndelo, de la que se<br />

hicieron los vasos; aquéllos y éstos. Si la solución de este insondable misterio fuera la que<br />

tú das, tomando por base los méritos de la voluntad, sería tan claro todo, que el Apóstol<br />

no se hubiera visto forzado a decir: ¡Oh hombre! ¿Quién eres tú para pedir cuentas a<br />

Dios? 193 Se trata de neonatos, Dios ama a uno y odia al otro, no por las obras, sino según<br />

el decreto de su voluntad. Después de estas palabras habla de diferentes vasos de una<br />

misma arcilla y del poder del alfarero.<br />

Vasos y vasos<br />

127. Jul.- "Enseñas primero que todos los hombres están en la senda de condenación. ¿<br />

Cómo te atreves ahora a citar un texto en el que se habla de un vaso de honor y otro de<br />

ignominia?"<br />

Ag.- Porque Dios libra de esta masa de condenación a los que libra; vosotros, al negarlo,<br />

sois herejes. Por lo que al origen se refiere, por uno todos van a la perdición; por lo que se<br />

refiere a la gracia, que no se otorga según los méritos, todos los que se ven libres de<br />

condenación son vasos de misericordia; los que no se libran, la ira de Dios permanece<br />

sobre ellos 194 , según un justo juicio de Dios, juicio que no se ha de censurar, por<br />

insondable; y se llaman vasos de ira porque de ellos hace buen uso Dios, con el fin de dar<br />

a conocer la riqueza de su gloria en los vasos de misericordia 195 . En unos se cumple la<br />

justicia punitiva de Dios; en éstos la misericordia que perdona; y si crees que los caminos<br />

irrastreables del Señor son merecedores de censura, escucha: ¡Oh hombre! ¿Tú quién eres<br />

para pedir cuentas a Dios?<br />

Todos y no todos<br />

128. Jul.- "Nada más contradictorio que decir: Todos y no todos. Dices: "Todos los<br />

hombres son formados por el alfarero divino para condenación". Pero el Apóstol dice: No<br />

todos para condenación, ni todos para gloria, palabras estas cuya importancia destacaré<br />

en su lugar. Por el mismo enunciado de las palabras es claro que tus sentimientos difieren<br />

en grado sumo de los del Apóstol; y el alfarero que destina a todos a condenación no es el<br />

mismo que el de San Pablo que fabrica también vasos para usos nobles. En consecuencia,<br />

como tu alfarero modela todos los vasos para condenación el alfarero del Apóstol ahorma<br />

a muchos para gloria".<br />

Ag.- Cuando se dice que todos están destinados, por el pecado de uno solo, a<br />

condenación, se quiere designar la masa de la que el alfarero hace algunos vasos para<br />

honor, es decir, vasos elevados al estado de gracia; y vasos de ignominia, es decir,<br />

abandonados al castigo que merecen, para que los hijos de gracia sepan que reciben un


don, del que pudieron verse privados sin injusticia alguna, y así no se gloríen en sí<br />

mismos, sino en el Señor 196 .<br />

El dios de Juliano no es el Dios de Pablo<br />

129. Jul.- "Basta lo dicho para que aparezca al momento cuanto hay de particular en tu<br />

ignorancia o temeridad cuando aduces como favorables a tu doctrina textos que la<br />

contradicen. Además, la razón y la piedad harán ver que mi Dios no formó a nadie para<br />

ignominia".<br />

Ag.- Si tu Dios no crea a nadie para ignominia, no es el mismo Dios del apóstol Pablo;<br />

porque, al hablar del Dios verdadero, escribe: ¡Oh hombre! ¿Quién eres tú para pedir<br />

cuentas a Dios? ¿Acaso la pieza de barro dice al que la modeló: por qué me hiciste así; ¿<br />

No es dueño el alfarero de hacer de una misma masa unas vasijas para usos nobles y<br />

otras para usos viles? 197 Pero tú, orfebre supremo en la oficina de los pelagianos, fabricas<br />

un dios incapaz de hacer una vasija para usos viles.<br />

Misterio insondable<br />

130. Jul.- "Al crear Dios los hombres a su imagen, los creó a todos buenos; y a los<br />

degenerados por la perversidad de su instinto, desea reformarlos por la abundancia de sus<br />

remedios. La Iglesia canta su misericordia y su justicia 198 ; porque es benigno con aquellos<br />

que no han obrado mal, y castiga con justicia a los que, habiendo sido creados buenos,<br />

han pecado por su propia voluntad y rechazaron los socorros de su misericordia. Esta<br />

misericordia y justicia es la que canta la Iglesia de los católicos: nada parecido resuena en<br />

la vuestra, pues proclama sin justicia, sin juicio, sin misericordia a un Dios autor de los<br />

malos, que crea para castigar y castiga porque los formó de Adán".<br />

Ag.- A todas estas dificultades contesté ya más arriba; sin embargo, escucha ahora unas<br />

breves palabras. Dios no cesa de ver lo bueno que hay en su obra, aunque venga de una<br />

raíz viciada, y, aunque te desagrade, Dios crea a los que condena; contradícele, si puedes,<br />

para que no forme a los que, en su presciencia, sabe que han de hacer el mal y perseverar<br />

en su maldad hasta el fin, y por esta causa han de ser, sin duda, condenados; o si te<br />

place, sugiérele arrebate de esta vida, mientras son inocentes y buenos, a tantos millares<br />

de niños ya bautizados, cuya vida criminal preconoce y ha de condenar al fuego eterno con<br />

el diablo, y obtendrían así la vida eterna, si no en el reino, sí en algún lugar de una<br />

felicidad de segundo orden que vuestra herejía inventó para ellos.<br />

Podrás aún, como consejero de Dios, sugerirle algo en favor de sus hijos que regeneró y<br />

adoptó, cuya maldad y condenación futuras ha previsto; y es que antes de caer en una<br />

vida culpable, sean privados de la vida y los acoja en su reino y no vayan a parar a los<br />

suplicios eternos. Si crees poder censurar nuestro lenguaje, al decir que Dios crea<br />

hombres para condenarlos, piensa que otro tan vacío como tú podrá decir con mayor<br />

malicia que Dios regenera a los que condena, porque está en su omnipotencia el<br />

arrancarlos de las tentaciones de esta vida antes que sean culpables. O si no puedes<br />

emplear este lenguaje sin contradecir a Dios, ni dar un consejo a su sabiduría: quién<br />

conoció el pensamiento del Señor o quién fue su consejero, deja de imaginarte otro<br />

alfarero que no fabrique vasijas de ignominia, y guárdate de reprender al que hace vasos<br />

de esta especie; reconoce lo que eres, porque, para evitar caer en este sacrilegio, te dice<br />

el Apóstol: ¡Oh hombre! ¿Quién eres tú para pedir cuentas a Dios?<br />

Amamos porque somos amados<br />

131. Jul.- "Aclaremos ya el sentido elevado de esta perícopa apostólica, para que no se<br />

piense que ha dicho de unos pocos lo que tú enseñas ha dicho de todos. El apóstol Pablo<br />

discute en este pasaje sobres cuestiones judaicas, pues engreídos los judíos por la nobleza<br />

de su raza, no quieren ser puestos en pie de igualdad con los fieles venidos de la<br />

gentilidad; era necesario hacer resaltar la justicia y la gracia de Dios, mostrándoles que<br />

pertenece a la magnificencia de ambas que el conocimiento de la Ley ha ennoblecido<br />

primero a los judíos, y que las naciones han sido luego ganadas por la predicación de<br />

Cristo.<br />

Uno es el creador de los dos pueblos y ha de juzgar a unos por la Ley y a éstos sin la ley<br />

199 , porque Dios no lo es sólo de los judíos, sino también de los gentiles, y a cada uno le


dará su merecido sin fraude y sin favoritismos, es decir, sin acepción de personas -que es<br />

lo que entraña la palabra gracia en la definición de justicia-, y con todo derecho condena a<br />

los descendientes de Abrahán que viven en la iniquidad y les priva de la herencia, y a los<br />

gentiles a quienes la muerte sorprenda en semejante estado; y, por el contrario,<br />

recompensa con los gozos eternos a los que, perteneciendo a los dos pueblos, es sincera<br />

su fe, su voluntad recta y sus acciones son honestas. Cohíbe el Doctor de los gentiles el<br />

orgullo de los judíos y prueba que la superioridad radica, no en el origen del género<br />

humano, sino en las costumbres; dándoles a entender que, si no procuraban ser fieles, no<br />

podrían valerse de la prerrogativa de ser circuncisos; porque Jacob y Esaú, concebidos al<br />

mismo tiempo, nacidos de un mismo parto, sus destinos fueron distintos, según la<br />

diversidad de sus méritos".<br />

Ag.- Si comprendieras el sentido del Apóstol, no hablarías en este lugar de los méritos de<br />

Jacob, pues se dice que no fue amado de Dios por sus obras. Lo dice para hacer resaltar la<br />

excelencia de la gracia, que no se nos da según nuestros méritos, pues de otra suerte, el<br />

salario no se le contaría como gracia, sino como deuda 200 . ¿Qué significan estas palabras<br />

sino que la gracia no es una deuda y sí un favor gratuito? Es esta gracia la que recomienda<br />

cuando dice: Antes aún de haber nacido, y cuando no habían hecho ni bien ni mal, para<br />

que se mantuviese la elección de Dios, que depende, no de las obras, sino del que llama,<br />

le fue dicho: El mayor servirá al menor 201 . Transparente es lo que tú oscurecer quieres.<br />

Disipa el humo y fija tus ojos en la luz de la Escritura. Previene la gracia al hombre para<br />

que ame a Dios y mediante este amor obrará el bien. Es lo que Juan, el apóstol, da muy<br />

bien a entender cuando dice: Amémonos mutuamente, porque Dios nos amó primero 202 .<br />

No somos amados porque amamos, amamos porque somos amados.<br />

Amor gratuito el de Dios<br />

132. Jul.- "Esaú, fornicario e impío, vendió por una comida su primogenitura 203 . Buscó<br />

luego la bendición que había despreciado, sin conseguirla, aunque la imploró con lágrimas.<br />

Jacob, dulce y humilde, obediente a las órdenes de sus padres, con un gran deseo de<br />

santificarse, se eleva a tal grado de gloria, que en el pueblo santo se dice: "el Dios de<br />

Jacob", como se dice "el Dios de Abrahán e Isaac". Un manojo de ejemplos prueba que<br />

Dios, por justo juicio, no rehúsa su gracia a las almas bien dispuestas, de cualquier nación<br />

que sean, y que hay almas malas que no pueden ser amparadas por la nobleza de su<br />

estirpe, y los judíos debían comprender que no debieran despreciar la fe de los gentiles;<br />

porque si la nobleza de sangre no es una excusa para los criminales judíos, tampoco es<br />

impedimento el origen gentil para la práctica de las virtudes. Tal era, en este conflicto, el<br />

pensamiento del Apóstol, y en algunos pasajes, para humillar la arrogancia de los<br />

circuncisos, llama gracia al poder de Dios".<br />

Ag.- Luego, para humillar la arrogancia de los judíos, con el nombre de gracia miente el<br />

Apóstol, porque la elección de Dios es por las obras, no por gracia. ¿Quién puede pensar<br />

así, si no es un hereje, enemigo de la gracia y amigo de la soberbia? Clama este vaso de<br />

elección, predicador de la gracia, a la que debe este título, y dice que Jacob fue amado no<br />

por las obras, por las que tú crees fue amado. Y obrando así piensas contradecirme,<br />

cuando eres un nuevo anticristo y palmariamente contradices a Pablo, por quien habló<br />

Cristo 204 .<br />

Pablo, antes Saulo<br />

133. Jul.- "Se gloriaban los judíos en la observancia de sus ritos y sacrificios, convencidos<br />

de que las otras naciones, en las que ningún rito legal había realizado la consagración, no<br />

podían ni debían ser de repente admitidas en su sociedad; ahora el Apóstol les advierte<br />

que, si bien la perfecta justicia podía encontrarse en aquellas observancias, Dios tenía<br />

poder para sustituir un pueblo por otro, rechazar a los que le plazca y aceptar a los que<br />

quiera. En este sentido responde en la persona de los judíos que no se puede exigir nada a<br />

la voluntad de los hombres, pues Dios usa de misericordia con quien quiere, y a quien<br />

quiere endurece. Y a esto responde el Apóstol: ¡Oh hombre! ¿Tú quién eres para pedir<br />

cuentas a Dios? E introduce el texto del profeta Isaías: Acaso la pieza de barro dirá al que<br />

la modeló: ¿por qué me hiciste así? Y añade en su nombre: ¿O es que el alfarero no puede<br />

hacer de una misma masa una vasija para usos nobles y otra para usos despreciables? 205<br />

Y el sentido es: He tejido el elogio de la voluntad de Dios y expuse el valor de su gracia<br />

diciendo que usa de misericordia con el que se apiada, y tú, ¡oh judío!, me calumnias


como si el alabar la voluntad y el poder de Dios fuera negar su justicia. Y porque dije:<br />

Hace todo lo que quiere, concluyes: luego nada depende de la voluntad del hombre si Dios<br />

lo hace todo por su propia voluntad, como si la majestad de este nombre adorable<br />

excluyese toda discusión. Si hubiera dicho: Hizo Dios lo que debía hacer según las leyes de<br />

su justicia, que juzga de los méritos de cada uno, nada me podías objetar; pero como<br />

dije: Dios hace lo que quiere, crees he robado algo a la dignidad de su justicia. Las dos<br />

expresiones encierran un mismo pensamiento. Porque cuando digo: Hace Dios lo que<br />

quiere, no doy a entender otra cosa sino que hace lo que debe; pues sé no quiere sino lo<br />

que debe. Y como la voluntad y la justicia están inseparablemente unidas, lo que de una<br />

se dice, a la otra se aplica".<br />

Ag.- Cualquier sentido que des a la frase: Dios hace lo que debe, es cierto que a nadie<br />

debe su gracia, perdona a muchos que merecen castigo y otorga su gracia al que de<br />

ninguna manera la merece por sus buenas obras. ¿Qué debía al mismo Pablo cuando<br />

perseguía Saulo a la Iglesia? ¿No era el castigo? Si le postra en tierra a una voz venida del<br />

cielo, si le priva de la vista, si le atrae con fuerza a una fe que antes trataba de arrasar,<br />

con toda certeza le concede una gracia no merecida, y Pablo se encuentra sin pensarlo<br />

entre el resto de Israel, del que escribe: Así, pues, subsiste en el tiempo presente un<br />

resto, elegido por gracia. Y si es por gracia, ya no lo es por las obras; de otro modo, la<br />

gracia ya no sería gracia 206 . Y ¿qué debía, si no era el castigo a los que dice: No hago esto<br />

por vosotros, casa de Israel, sino por mi santo nombre, que habéis profanado entre las<br />

naciones?<br />

Declara realizar en ellos obras buenas, pero a causa de su nombre que han profanado y no<br />

a causa de los profanadores; porque si quisiera obrar según sus méritos, los castigaría<br />

como debían ser castigados y no les otorgaría la gracia que no merecen. Si predice que<br />

obrará así es porque quiere hacerlos buenos, no porque sean buenos los que profanaron<br />

su santo nombre. Les anuncia con claridad que harán obras buenas, pero actuando Él para<br />

que las hagan, pues entre otras cosas dice: Haré caminéis en mis preceptos y observéis y<br />

practiquéis mis juicios 207 . Cierto, el salario se debe a las buenas obras; se les debe el<br />

salario si se cumplen; pero la gracia, que no se merece, precede para que se realicen. Se<br />

debe, repito, una digna recompensa a las obras buenas de los hombres, pero no se les<br />

debe la gracia que los transforma y de malos los hace buenos.<br />

Por último, has dicho que Dios hace lo que debe, y con orgullo exaltas los méritos de los<br />

hombres; di, te lo ruego, en virtud de qué méritos debe Dios a los niños el reino de los<br />

cielos. Posible digas se debe a su gracia, por la que han sido regenerados. En efecto,<br />

porque recibieron esta gracia merecen entrar en el reino de los cielos; pero esta gracia<br />

que otorga a los que han de ser regenerados, no es debida a sus méritos. Por eso, en un<br />

sínodo episcopal de Palestina, Pelagio, para evitar su condena, se vio obligado a condenar<br />

a cuantos decían que la gracia de Dios se daba según los méritos, y con estas palabras os<br />

condena y se condena, pues vosotros no cesáis de vocear esta doctrina.<br />

Es esta gracia, gracia en el verdadero sentido, pues es gratuita y no es debida a mérito<br />

alguno precedente; gracia que recomienda el Apóstol cuando dice: Antes de haber nacido,<br />

y cuando no habían hecho ni bien ni mal, para que se mantuviese la elección de Dios.<br />

Elección de la que dice: Subsiste un resto elegido por gracia; si por gracia, ya no por las<br />

obras; de otra manera la gracia ya no sería gracia. Por eso ahora, después de decir: para<br />

mantener la elección divina, añade: No por las obras, sino por el que ha dicho: El mayor<br />

servirá al menor 208 .<br />

Contra esta trompeta de la verdad reclamas y dices: "Para humillar la arrogancia de los<br />

circuncisos, con el nombre de gracia Pablo, el apóstol, da a entender el poder de Dios". ¿<br />

Qué otra cosa dices, sino que "para humillar la arrogancia de los circuncisos" mintió el<br />

Apóstol, diciendo que no por las obras amó el Señor a Jacob; siendo así que lo amó por las<br />

obras, pues era humilde y apacible, obediente a las órdenes de su padre y muy ansioso de<br />

santidad? No comprendes que no fue amado por estas buenas cualidades que había de<br />

poseer, sino que tuvo estas buenas cualidades porque Dios lo amó. Enrojece, pues no<br />

miente el Apóstol; no por las obras fue amado Jacob; si por gracia, no por las obras; por<br />

gracia amado, y esta gracia hizo fructificase en buenas obras. ¡Ten piedad de ti y no seas<br />

enemigo de esta gracia!<br />

Para que obre el hombre, actúa Dios


134. Jul.- "Así, esta soberbia quería ociar y cubrir su pereza con apariencias de necesidad,<br />

para reclamar contra el Evangelio a propósito de la adopción de los gentiles; y aunque<br />

fuera como tú comentas, debería orar al Señor y no avivar la rebelión. Con estas palabras<br />

confunde Pablo la perversidad del hombre que, apoyado en una expresión ambigua, se<br />

esfuerza en atribuir a una necesidad impuesta por Dios la diversidad de méritos, como si<br />

vinieran de un estado volitivo para llegar a la conclusión de una de estas dos cosas: o que<br />

los gentiles no son admitidos a participar de las promesas divinas, o, si Dios los admite, la<br />

libre voluntad no desempeña su oficio.<br />

Mas como esto no era suficiente para su intento, ni sentaba bien a tan gran maestro, rinde<br />

homenaje a la autoridad de Dios, que no podía dejar indefensa su justicia; por eso añade<br />

consecuentemente y con toda razón: el ser vaso destinado al honor o a la ignominia se<br />

debe al mérito de la propia voluntad. Si Dios, queriendo manifestar su cólera y dar a<br />

conocer su poder, con gran paciencia soportó a los vasos de ira, preparados para la<br />

perdición, a fin de dar a conocer las riquezas de su gloria en los vasos de misericordia que<br />

había preparado para la gloria, como nosotros que hemos sido llamados no sólo de entre<br />

los tardíos, sino también de entre los gentiles 209 .<br />

Cierto, aquí resuelve la cuestión que en el discurso precedente no había puesto en claro,<br />

es decir, que la cólera de Dios cae sólo sobre los vasos destinados a la perdición, pero que<br />

la gloria está destinada a los que se preparan para recibirla. De quién reciban este destino<br />

de que hablamos lo enseña con claridad el Apóstol: En una casa grande, dice, no sólo hay<br />

vasos de oro y plata, sino también de madera y de barro; unos para usos nobles, y otros<br />

para usos viles. Si, pues, alguno se mantiene limpio de estas manchas, será vaso para uso<br />

noble, santificado y útil para su Señor, dispuesto para toda obra buena" 210 .<br />

Ag.- ¿Luego estos vasos se prepararon ellos mismos, de suerte que el Apóstol habló en<br />

vano cuando dijo: Los vasos que Dios preparó para su gloria? Lo dices abiertamente, sin<br />

comprender que, por las palabras si alguno se purifica a sí mismo, se quiere dar a<br />

entender que la obra del hombre es fruto de su voluntad; pero, hombre ingrato, el Señor<br />

es quien prepara la voluntad 211 ; de suerte que las dos proposiciones son verdaderas; Dios<br />

prepara para la gloria y los mismos vasos se preparan. Pero para que actúe el hombre,<br />

actúa Dios; para que el hombre ame, primero le amó Dios. Lee al profeta Ezequiel, del que<br />

copié lo que me pareció conveniente, y encontrarás estas palabras: Dios hace que los<br />

hombres observen sus preceptos, y se compadece de ellos, no por sus méritos, que en<br />

este texto recuerda son malos, sino por su nombre. Dios, sin méritos por parte de ellos,<br />

les invita a guardar sus leyes y que comiencen así a tener el mérito de sus buenas obras.<br />

Esta es la gracia que tú niegas, y no es recompensa de sus buenas obras, sino causa.<br />

Llama Dios al que quiere<br />

135. Jul.- "He aquí el oficio del libre querer: Si alguno se limpia a sí mismo del contacto<br />

con los vasos de ignominia -con este nombre designa los vicios- será vaso para uso noble,<br />

santificado y útil para el Señor, dispuesto para toda obra buena. Y estos vasos se preparan<br />

mediante propios esfuerzos para ira o para gloria. Dios manifiesta su poder en los dos, ora<br />

ejerciendo su rigor con los impíos, ora otorgando su bendición a los fieles. Es, pues,<br />

evidente que el texto del insigne Maestro no brinda ayuda a los maniqueos, al contrario,<br />

pone en nuestras manos un arma poderosa".<br />

Ag.- ¿Por qué calumnias? ¿Por qué acusas de falsedad sin ver contra qué doctores de la<br />

Iglesia diriges tus dardos? Te respondo, no con palabras de Manés, sino de Ambrosio:<br />

"Dios llama al que le place, y hace piadoso al que quiere" 212 . Es lo que en verdad hace el<br />

Señor, lo que reconoce Ambrosio en la verdad de las Escrituras; mas por qué haga Dios<br />

con unos esto y con otros aquello es un juicio oculto. Por eso le dice al hombre un hombre,<br />

pero no el hombre: ¡Oh hombre! ¿Tú quién eres para pedir cuentas a Dios? Acaso el barro<br />

puede decir al que lo modela: ¿Por qué me hiciste así? ¿No tiene poder el alfarero del<br />

barro para hacer de una misma masa una vasija para honor y otra para ignominia? 213<br />

Ilumina tus oscuridades a la luz de estas palabras, en las que se manifiesta que el juicio de<br />

Dios permanece inescrutable; pero son tan claras en sí, que no permiten sean empañadas<br />

por la oscuridad de tu razonamiento.<br />

Masa viciada<br />

136. Jul.- "Por eso te es sumamente contrario el texto del Apóstol, pues afirma no estar


todos destinados a la condenación, mientras tú sentencias que todos los están. Tus<br />

razones son puro absurdo cuando dices: "Sin embargo, no están creados para la<br />

condenación los que han de ser liberados"; estas tus palabras, ni en la superficie están de<br />

acuerdo con las del Apóstol. Cuando dices: "Todos han sido creados para condenación por<br />

ley de nacimiento, aunque un número muy reducido son liberados por los sacramentos",<br />

no afirmas lo mismo que el Apóstol, pues no dice que no son condenados los liberados,<br />

sino que todos los hombres no son creados para condenación, pues unos están destinados<br />

a ser vasos de ignominia y otros vasos de honor".<br />

Ag.- Cuando dice el Apóstol: Por uno todos en condenación 214 , habla de la masa viciada<br />

que desciende de Adán; cuando dice que de esa masa se hacen vasos de honor, valora la<br />

gracia que libera a los hombres que creó; cuando dice que de la misma masa se hacen<br />

vasos de ignominia, muestra la justicia de Dios, al no liberar a todos los hombres creados<br />

por él. Y vosotros os veis forzados a confesarlo, pues no podéis negar que todos<br />

pertenecen a una misma masa, cualquiera que ésta sea; y de esta masa confesáis que<br />

algunos son adoptados para el reino de Dios, y, por consiguiente, son vasos de honor; y<br />

de esta misma masa otros no son adoptados y son vasos de ignominia, y si lo reconocéis<br />

con vuestra inteligencia, lo negaréis con descaro, pues aunque no existiera, como<br />

pretendéis, este lugar de condenación, es una ofensa para las almas creadas a imagen de<br />

Dios ser del reino excluidas. Y si persistís en negar esta gracia, daréis pruebas de<br />

pertenecer a este juicio que, de no existir el pecado original, sería, para los niños, injusto.<br />

De una misma masa<br />

137. Jul.- "Evidente que el Apóstol habla en este pasaje de las costumbres, y tú haces ver<br />

la indigencia que posees de los testimonios de la ley, a pesar de tus esfuerzos en buscar,<br />

contra los fulgores de la razón, un refugio en apoyo de tus sentencias, que en manera<br />

alguna responden a tu intención, y, por su misma naturaleza, no te favorecen".<br />

Ag.- Dice el Apóstol: Dios hace de una misma masa vasos para honor y vasos para<br />

ignominia; pero no dice que unos ni son para honor ni para ignominia, lo que diría si de los<br />

niños tuviera la misma opinión que vosotros. Contra estas palabras que resuenan<br />

divinamente como truenos, no relampaguea vuestra razón, sino humea.<br />

Cristo, Mediador entre Dios y los hombres<br />

138. Jul.- "Hasta el momento, objeto de nuestra discusión ha sido el texto del Apóstol.<br />

Veamos en Isaías, del que Pablo tomó sus palabras, cómo Dios no prohíbe a su criatura<br />

racional emitir sus juicios sobre él mismo como dice por el profeta: Dejad de hacer el mal,<br />

aprended a hacer el bien, socorred al oprimido, y disputemos, dice el Señor 215 ; en estas<br />

palabras, para que no parezca obrar sólo por su poder y no por su justicia, se digna<br />

revelar la razón de sus disposiciones. Anuncia al pueblo judío, afligido por una larga<br />

cautividad, el tiempo de su redención y del regreso a su tierra; les explica los motivos de<br />

sus pasados aprietos y de sus próximos gozos. Destilad, cielos, de lo alto, lluevan las<br />

nubes la justicia; germine la tierra la misericordia y brote juntamente la justicia. Yo, el<br />

Señor, que te he creado, hice lo óptimo, te preparé como el alfarero el barro. El que ara, ¿<br />

acaso ara todo el día? Acaso dice la arcilla al alfarero: ¿Qué haces? ¿Por qué no trabajas?<br />

¿Acaso porque no tienes manos? Dirá acaso el vaso al que lo torneó: ¿Me has hecho<br />

sabiamente? Le dirá el hijo al padre: ¿Por qué me has engendrado? O a la madre: ¿Por<br />

qué me pariste? Así dice el Señor, el Santo de Israel, que hizo el futuro: Interrogadme<br />

acerca de mis hijos e hijas; pedidme cuenta de la obra de mis manos. Yo hice la tierra y<br />

en ella al hombre; con mi mano formé el cielo y doy órdenes a todos los ejércitos. Yo<br />

elevé con justicia al rey e hice rectos sus caminos; reconstruirá mi ciudad y reducirá del<br />

cautiverio a mi pueblo, no con recompensas o rescate, dice el Señor de Sabaot" 216 .<br />

Ag.- Si entendieses las palabras del profeta, comprenderías que el rey del que dice: Elevé<br />

un rey para hacer justicia, y todos sus caminos son rectos, es el Mediador entre Dios y los<br />

hombres, el hombre Cristo Jesús, pero lo has de comprender como debe ser comprendido.<br />

Porque no te atreverás a decir que es por un mérito anterior a sus obras por lo que ha sido<br />

hecho Hijo de Dios desde el principio, es decir, desde el seno de su madre. Esta gracia en<br />

virtud de la cual este hombre desde el principio fue creado bueno es también por la que<br />

los hombres, que son sus miembros, se hacen de malos buenos.<br />

Vosotros nada tenéis que decir de Cristo, en cuanto hombre, es decir, en cuanto la Palabra


se encarnó; y el que era Dios, permanece Dios y se hace hombre, y este hombre nunca<br />

fue hombre antes de ser Hijo Unigénito de Dios, al unirse a la Palabra. Porque Cristo, para<br />

ser lo que es, no lo mereció por ninguna obra proveniente de su querer personal, sino,<br />

como con toda verdad dice San Ambrosio: "naciendo del Espíritu, se abstuvo de todo<br />

pecado" 217 . De otra suerte, vosotros os veríais obligados a decir que había muchos que se<br />

le asemejarían si lo hubiesen querido, y para que ese tal fuese sólo uno, esto dependía de<br />

los hombres que no quisieron ser tales.<br />

Ponderad qué impiedad sería afirmar esto, o, sin palabras, pensarlo en su interior. Y así<br />

como reconocéis la naturaleza del Unigénito en esta perícopa de San Juan: En el principio<br />

existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios; reconoced también<br />

la gracia por la que la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. Llama a quienes le<br />

place, y al que quiere hace piadoso 218 , e hizo al hombre que él quiso sin ningún mérito<br />

anterior de su voluntad humana, para ser el Mediador entre Dios y los hombres.<br />

Dice Juliano lo que no dice Isaías<br />

139. Jul.- "El sentido de este pasaje se contiene en su entorno histórico. Dios dice a su<br />

pueblo: No os entregué a la cautividad por venganza, ni ahora, con olvido de la justicia os<br />

rescaté de la esclavitud de Babilonia. Inclinado a colmaros de mis favores, en cuanto de mí<br />

depende, mi justicia hizo os entregara a vuestros enemigos en castigo por vuestros<br />

delitos, y socorreros y libraros cuando os vi en tribulación. Como un agricultor<br />

experimentado no está siempre ocupado en la misma faena, para que el arado abra surcos<br />

en la tierra, sino que, de diversas maneras prepara sus tierras para la fertilidad, así<br />

discuto yo de diversos modos y con tribulaciones y consuelos preparo vuestra voluntad<br />

para que fructifiquéis en justicia.<br />

Finalmente, para que comprendáis cuánta equidad uso con vosotros, aunque por mi poder<br />

soy capaz de menospreciar vuestras murmuraciones y sellar vuestra boca con el sello del<br />

silencio, porque el vaso no puede decir a su modelador, ¿por qué me hiciste así?; sin<br />

embargo, os exhorto a preguntarme sobre mis hijos e hijas, es decir, sobre vosotros y las<br />

obras de mis manos, para que entendáis que todo lo hice con justicia y nada hice por<br />

crueldad".<br />

Ag.- Dices lo que tú quieres, no lo que dice Isaías. Él proclama la gracia, tú la niegas.<br />

Gracia, don gratuito del Mediador<br />

140. Jul.- "El profeta y el Apóstol toman como ejemplo un alfarero; pero sólo a título de<br />

comparación; pues no han querido decir que los hombres sean materia tan vil ante Dios<br />

como la arcilla en el horno y en la rueda de los alfareros. Después de este comentario<br />

quiero anotar que, según una reciente exposición del mismo texto, existe otra verdad.<br />

Lloved, cielos, rocío de lo alto; nubes, lloved al justo. Ábrase la tierra y germine el<br />

Salvador juntamente con la justicia. Yo, el Señor, lo he creado. ¡Ay del que pleitea con su<br />

Hacedor! Es vasija de tierra de Samos. Dice acaso el barro a su alfarero: ¿Qué bacas? ¿Tu<br />

obra no tiene manos? 219<br />

En sentido histórico, estas palabras designan al rey Ciro, pero en sentido profético<br />

pronuncian la encarnación del Salvador. Puesto que había de nacer de una virgen, quiere<br />

Isaías confundir la obstinación de los judíos y de todos los infieles y les reprocha el no<br />

conocer los signos claramente anunciados. Primero dice: Ábrase la tierra y germine el<br />

Salvador juntamente con la justicia. Luego sigue: Yo, el Señor, lo he creado".<br />

Ag.- Dime por qué obras mereció esto el hombre Cristo Jesús; y atrévete a graznar en<br />

virtud de qué justicia divina pudo él merecer este privilegio. Y si no te atreves a decirlo,<br />

reconoce que la gracia queda al margen de todo mérito; gracia que al hombre perdona sus<br />

pecados y establece, por el Espíritu Santo, la justicia en la naturaleza humana. Al hombre<br />

Cristo Jesús no le perdonó pecados, ni lo hizo ser bueno desde el principio, porque desde<br />

el principio fue siempre Hijo de Dios. Lo mismo que en el desierto los que eran mordidos<br />

por las serpientes eran exhortados a mirar, para no perecer, la serpiente levantada, como<br />

signo de vida, así a los que han sido envenenados por vuestras doctrinas les exhortamos a<br />

mirar a Cristo y que vean en la justicia del Mediador la gracia, independientemente de<br />

todo mérito, y por su medio rechacen la ponzoña de vuestra boca.


Por último, en las palabras del profeta que citas, según una reciente interpretación, se<br />

evidencia en ellas el anuncio de Cristo y citas, para apoyar tu doctrina del nacimiento<br />

virginal, las palabras: Ábrase la tierra y germine el Salvador. Pero no has querido decir<br />

nada de su justicia vaticinada en el mismo texto, si bien citas estas palabras proféticas:<br />

Lloved, cielos, rocío de lo alto, y las nubes lluevan al justo; ábrete, tierra, y germine el<br />

Salvador, y juntamente con él nazca la justicia.<br />

¿Qué justo, dice, han llovido las nubes, sino el Cristo anunciado por los profetas, predicado<br />

por los apóstoles, nacido con la justicia del seno de una Virgen? Y después de las palabras:<br />

Ábrete, tierra, y germine el Salvador, añade en seguida, y la justicia nazca con él. Así los<br />

hombres que renacen en Cristo son por esta gracia justificados, por la que nació Cristo<br />

hombre; modelo para nuestra vida, para que, al imitarlo, obremos conforme a justicia; y<br />

ejemplo de gracia para que, creyendo en él, esperemos ser por él justificados, bebiendo<br />

en la misma fuente que le hizo justo, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría, justicia,<br />

santificación y redención, a fin de que, como está escrito, "el que se gloríe, se gloríe en el<br />

Señor" 220 .<br />

Y todos los que han sido mordidos por vuestros caninos mortíferos, miren a este Justo y<br />

sanarán; es decir, crean recibir la justicia de la misma fuente en la que se abrevó Cristo<br />

desde su nacimiento, y así no se gloríen en su libre albedrío ni en sus méritos, sino en el<br />

Señor.<br />

Esaú y Jacob<br />

141. Jul.- "Se abre la tierra para que germine, se abre antes de recibir la semilla del<br />

agricultor; es lo que pasó en la concepción de la Virgen; cumple el oficio de madre y<br />

excluye el de esposa. Lo que era contrario a la costumbre es lo que promete el Dios<br />

todopoderoso, y en previsión de una multitud de incrédulos añade: ¡Ay del que contradiga<br />

a su Hacedor! ¡Vaso de tierra de Samos! Esto es: ¡Ay de los que, contra la promesa de<br />

Dios, no creen que una Virgen pueda quedar encinta, y que a pesar de la formación de<br />

todos los hombres en las entrañas maternales por la intervención del poder de Dios,<br />

siguiendo las leyes de la generación, se obstinan en decir que, sin intervención de hombre,<br />

de la carne de una Virgen no pudo formar un cuerpo!<br />

Esto es lo que vosotros, obstinados, no creéis que yo he podido hacer y me habláis de las<br />

dificultades, cuando es cierto que vosotros habéis sido formados por mis manos. Es como<br />

si la arcilla dijese al alfarero que la tornea: No tienes manos, en el momento que estas<br />

manos forman un vaso. Preguntáis quién dio un hijo a la Virgen sin concurso de varón;<br />

sabed que ha sido el mismo que os formó a vosotros de una semilla. Mas como está<br />

permitido dar a la Escritura santa pluralidad de sentidos, y los dos indicados son<br />

conformes a la piedad y al respeto del Señor, doy aquí fin al primer libro. Para terminar<br />

digamos que Dios es autor de los que nacen, defensor de los inocentes, remunerador de<br />

los católicos y juez de los maniqueos".<br />

Ag.- Para que los lectores inteligentes conozcan tus esfuerzos por desviar las palabras<br />

claras y rectas del Apóstol de su verdadero sentido, es preciso responder a tus<br />

argumentos con razonamientos del mismo Apóstol. Quiere Pablo probar que Dios puede<br />

hacer cuanto promete; y de una manera especial nos manifiesta su gracia, de la que sois<br />

enemigos porque no depende del poder del hombre el que Dios cumpla sus promesas, sino<br />

del poder del que promete. Y para demostrar esta verdad escribe: No puede fallar la<br />

palabra de Dios. No todos los descendientes de Israel son israelitas; ni todos los<br />

descendientes de Abrahán son todos hijos, sino que en Isaac te será llamada<br />

descendencia; es decir, no son hijos de Dios los hijos según la carne, sino que los hijos de<br />

la promesa se cuentan como descendencia. Porque estas son las palabras de la promesa:<br />

Por este tiempo volveré y Sara tendrá un hijo. Pon atención a las palabras: los hijos de la<br />

promesa, porque el que promete es poderoso para cumplirla. Más aún, dice, también<br />

Rebeca concibió de uno, de nuestro padre Isaac. Antes de nacer, y cuando no habían<br />

hecho ni bien ni mal, para que se mantuviese la elección libre de Dios, no por las obras,<br />

sino por el que llama fue dicho: el mayor servirá al menor. Piensa en esta gratuita<br />

elección, no por las obras, como lo hace notar por un profeta posterior, cuyas palabras cita<br />

el Apóstol al decir: según está escrito: Amé a Jacob y aborrecí a Esaú.<br />

Surge aquí una cuestión que suele turbar a los que no comprenden las profundidades de la<br />

gracia. Se la propone el Apóstol y dice: ¿Qué diremos? ¿Hay acaso en Dios injusticia? De


ningún modo. Y para enseñarnos por qué dijo absit, añade: Dijo a Moisés: seré siempre<br />

misericordioso con quien lo sea; me apiadaré de quien me apiade. Por consiguiente, no es<br />

del que quiere o del que corre, sino del que Dios se compadece. Si te fijaras, no opondrías<br />

a la gracia los méritos de la voluntad, cuando oyes: No es del que quiere o del que corre,<br />

sino del que Dios tiene misericordia. En consecuencia, no se apiadó Dios porque Jacob<br />

quiso y corrió; sino que quiso y corrió porque el Señor se compadeció. Dios es el que<br />

dispone la voluntad 221 ; y el Señor el que guía los pasos del hombre y se complace en su<br />

camino 222 . Y a continuación se dice como en el caso de Jacob: No del que quiere, ni del<br />

que corre, sino del que Dios tiene misericordia; aduce el ejemplo de Faraón, que responde<br />

a lo que había dicho: y aborreció a Esaú: Pues dice la Escritura al Faraón: Te suscité<br />

precisamente para mostrar mi poder en ti y para que mi nombre sea conocido en toda la<br />

tierra. Y, a modo de conclusión, dice: Usa de misericordia con quien quiere, y endurece a<br />

quien quiere. Se apiada por gracia, de balde se da lo que no es por mérito; endurece con<br />

justicia, según los méritos. Hacer de una masa de condenación un vaso de honor es gracia<br />

manifiesta; hacer un vaso de ignominia es justo juicio de Dios.<br />

Añade las palabras de aquellos a quienes no agrada este proceder y dice: Pero me dirás: ¿<br />

Entonces de qué se queja? ¿Quién puede resistir a su voluntad? Reprime su audacia y<br />

dice: ¡Oh hombre! ¿Tú quién eres para pedir cuentas a Dios? ¿Dirá acaso la pieza de barro<br />

al que la torneó, ¿por qué me hiciste así? ¿No tiene poder el alfarero para hacer de una<br />

misma masa una vasija para usos nobles y otra para usos viles? Piensa si esto no está en<br />

consonancia con lo dicho antes y no difiere de lo que tú enseñas al afirmar que esto se<br />

dice a causa de los méritos de la voluntad humana, contra la letra del Apóstol: Antes de su<br />

nacimiento, cuando no habían hecho ni bien ni mal, para que se mantuviese la libre<br />

elección divina, no por las obras, sino por el que llama, fue dicho: El mayor servirá al<br />

menor. Y no es también contra lo que dice Pablo: No del que quiere ni del que corre, sino<br />

del que Dios tiene misericordia. Y no sólo lo que dices está en contradicción con lo<br />

anterior, sino también con lo que sigue. Llama vasos de cólera a los que están destinados<br />

a la perdición, y sería una injusticia de no estar modelados de una masa de condenación,<br />

porque todos, por uno, para perdición y llama vasos de misericordia a aquellos para<br />

quienes está preparada la gloria, porque es efecto de una misericordia gratuita, no debida,<br />

el preparar para la gloria vasos formados de la misma masa condenada, y no solamente<br />

entre los judíos, como afirmas, sino también entre los gentiles; palabras que apoya Pablo<br />

en Oseas profeta: Llamaré pueblo mío al que no es mi pueblo; y en Isaías: Sólo el resto<br />

será salvo. Y para que subsista este "resto" intervino la gracia de Dios, como lo enseña el<br />

versículo siguiente del profeta: Si el Señor Sabaot no nos dejara una semilla. Prueba luego<br />

cómo la justicia de los gentiles es obra de la fe; mientras Israel, al no buscar la justicia por<br />

la fe, sino por las obras, no alcanzó la justicia. A la fe se refiere cuando dice: Todo el que<br />

invoque el nombre del Señor se salvará. Debemos nuestra salvación a las buenas obras y<br />

a la justicia que viene de Dios, no de nosotros. Por esta razón añade el Apóstol, al hablar<br />

de los que tropezaron en una piedra de escándalo y buscaron la justicia, no por la fe, sino<br />

por las obras: Hermanos, el anhelo de mi corazón y mi plegaria a Dios en favor de ellos<br />

para que se salven. Testifico en su favor que tienen celo de Dios, pero no conforme a su<br />

ciencia. Porque desconociendo la justicia de Dios y queriendo establecer la suya propia, no<br />

se sometieron a la justicia de Dios 223 . Esta es, precisamente, vuestra obra; os empeñáis<br />

en establecer vuestra propia justicia, para que reparta Dios su gracia según los méritos, y<br />

no queréis que la gracia de Dios preceda y os haga obrar conforme a la justicia.<br />

Como resumen de la discusión Pablo se expresa así: Pregunto: ¿Acaso ha rechazado Dios<br />

a su pueblo? De ningún modo. Pues yo también soy israelita, del linaje de Abrahán de la<br />

tribu de Benjamín. No ha rechazado Dios a su pueblo que conoció con antelación. O es que<br />

ignoráis lo que dice la Escritura acerca de Elías, cómo se queja de Israel ante Dios? Señor,<br />

han dado muerte a tus profetas; han derribado tus altares; he quedado yo solo y acechan<br />

contra mi vida. Y ¿qué le responde el oráculo divino? Me he reservado siete mil hombres<br />

que no han doblado la rodilla ante Baal. Pues del mismo modo, también en el momento<br />

presente subsiste un resto elegido por gracia. Y si es por gracia, ya no lo es por obras; de<br />

otro modo, la gracia no sería ya gracia. Pon atención a lo que sigue: ¿Entonces qué? Lo<br />

que buscaba Israel no lo ha alcanzado; pero los elegidos lo consiguieron 224 . Fíjate arriba,<br />

cuál es la elección cuando dice: Subsiste un resto, elegido por gracia. Y si es por gracia, ya<br />

no lo es por obras. Recuerda cómo define el Apóstol la elección: Cuando aún no habían<br />

nacido y nada malo o bueno habían hecho; para que se mantuviese libre la elección divina,<br />

no por las obras. Esto es, ser vasos de honor y hacer buenas obras es ya una elección de<br />

gracia no por la obras; las buenas obras siguen a la gracia, no la preceden, porque la<br />

misma gracia de Dios hace obremos el bien. No establecemos nuestra justicia, sino la


justicia de Dios en nosotros; es decir, la justicia que Dios nos otorga.<br />

Los otros quedaron ciegos 225 . Este es el juicio conforme al cual son creados los vasos de<br />

ignominia; y de este juicio procede lo que se lee: Y aborreció a Esaú; y a Faraón se le dijo:<br />

Para esto te suscité. Vosotros, es manifiesto, entendiendo a vuestro aire al Apóstol, o<br />

mejor, no comprendiéndolo, queréis gloriaros en vuestras obras contra la gracia, y<br />

queriendo establecer vuestra justicia, no queréis estar sometidos a la justicia de Dios. Por<br />

el contrario, nosotros predicamos un Dios creador de los niños; y no conocemos ese lugar<br />

intermedio, que tampoco conoce el Apóstol; es decir, que de esa masa no se hagan vasos<br />

de honor ni de ignominia. Cierto que así es posible sustraerse a la justicia de Dios, caso<br />

que os fuera posible demostrar que Dios condena sólo a los maniqueos y no a todos los<br />

herejes.<br />

RÉPLICA A JULIANO (OBRA INACABADA)<br />

LIBRO II<br />

Jueces sabios e imparciales<br />

1. Juliano.- "Fácil nos sería sostener nuestra causa si se nos proporcionase ocasión de<br />

defender los intereses de la verdad ante jueces competentes; o, si esto no se nos<br />

concede, al menos que no seamos turbados en nuestra discusión por el griterío de los<br />

ignorantes"<br />

Agustín.- Pides jueces instruidos que, para juzgar de tu doctrina, deben ser expertos y<br />

versados en las ciencias liberales y conocer lo que han pensado los filósofos de este<br />

mundo. Bien, pues tal es Ambrosio, y si tú lo aceptas por juez, no puedes dudar que con<br />

toda justicia has sido condenado. Dijo Ambrosio: "Todos los hombres nacen en pecado y<br />

su mismo nacimiento está viciado" 1 ; con estas palabras quiere probar que los niños tienen<br />

necesidad de Cristo Salvador, es decir, de Jesús; y como tú estás en contradicción con él,<br />

has de reconocer que, si pides jueces instruidos, no quieres jueces cristianos católicos.<br />

La doctrina de los fieles es verdadera<br />

2. Jul.- Y pues soportamos los despojos del triunfo por la salvación de las Iglesias, y la<br />

prudencia de los procuradores contribuye a la buena causa con un brillante homenaje,<br />

que, al menos, la opinión del vulgo no contribuya a nuestra afrenta. De estas dos clases de<br />

hombres que dije, una nos sería de provecho, y la otra no nos haría mal alguno, si la<br />

primera tuviera autoridad y la segunda vergüenza. Pero como en esto reina gran confusión<br />

y el número de los necios es infinito, el gobierno de la Iglesia va a la deriva y el dogma de<br />

la plebe navega a velas desplegadas".<br />

Ag.- Si lo que enseñamos es creencia popular, no es dogma maniqueo que tú, con aviesa<br />

intención, atacas en la asamblea de los cristianos. Con razón censuras en algunos el error<br />

de los maniqueos; pero tú conservas tu demencia, e invocando contra nosotros el nombre<br />

de maniqueos, te esfuerzas por hacernos odiosos a esta plebe de la que rehúyes el juicio;<br />

como si este vulgo, engañado por tu charlatanería, pudiera llamar maniqueo a un<br />

Ambrosio o a un Cipriano, que, por la salvación de los niños, han enseñado la doctrina del<br />

pecado original. No introdujo Ambrosio esta doctrina en el pueblo, la encontró ya<br />

establecida; ni la inventó Cipriano, la encontró; tu mismo padre se encontró con ella<br />

establecida entre el pueblo católico dentro de la Iglesia, cuando, como se dice, aún niño,<br />

fuiste bautizado; y tú mismo la detectas en el seno del pueblo católico. Modérate; confieso<br />

que mi doctrina es la del pueblo; porque somos pueblo de aquel que se llama Jesús<br />

porque salvó a su pueblo de sus pecados; y al querer separar a los niños de este pueblo,<br />

los separados sois vosotros.<br />

Los pelagianos, en minoría<br />

3. Jul.- "Así muy poco se permite a los sabios y todo está permitido al vulgo vil; por<br />

decreto de los sediciosos se excluye en la Iglesia el aprecio de las virtudes; y somos<br />

desacreditados ante los hombres vulgares, porque rehusamos asociarnos al error. Somos,<br />

en efecto, vilipendio para esta muchedumbre que juzga del valor de una doctrina por el


éxito que obtiene, y juzga de la verdad por el número de sus adeptos".<br />

Ag.- ¿Acaso Manés agrada a muchos? ¿No son pocos en número, como lo son los<br />

parricidas y los hombres pésimos? No os gloriéis de vuestro número reducido; y, lo que es<br />

aún más vano, dejad de pregonar que nuestra doctrina agrada a la muchedumbre y, al<br />

mismo tiempo, objetamos el dogma detestable de una minoría.<br />

Tulio no es autoridad en la materia<br />

4. Jul.- "Tulio, hablando de Epicuro, dice que es manifiesto argumento de que una doctrina<br />

carece de profundidad el que hombres de esta laya confiesen les agrada. Así estos<br />

nuestros adversarios, según su perversa costumbre, consideran los aplausos del vulgo<br />

como prueba de sabiduría".<br />

Ag.- Vence y convence a Tulio en esta materia aquel que dice: Alabad al Señor todas las<br />

naciones, alabadle todos los pueblos 2 . Tú no intentas instruir en la verdad, sino con<br />

sutilezas seducir a unos cuantos para aumentar vuestro pequeño número, poniendo ante<br />

su vista las sutilezas de unos pocos filósofos paganos, reprochándonos a nosotros el no<br />

emplear su estilo elevado que tanto agrada a la gente. Sin embargo, más de una vez me<br />

has enrostrado que busco no hacerme comprender. ¿Cómo agrada lo que defiendo a la<br />

multitud, sino porque esta multitud es católica y siente un justo horror a vuestra herejía?<br />

Alaba Juliano la libido<br />

5. Jul.- "Deleita a las almas viles infamar todo lo que en algún modo es santo y venerable,<br />

para que así los ejemplos de sus resplandecientes virtudes no estén en contradicción con<br />

sus obras".<br />

Ag.- Las almas rastreras corren detrás de ti, pues alabas la libido; mientras las almas<br />

castas prueban, al rechazarte, que son dignas de elogio al condenarte.<br />

Naturaleza y vicio<br />

6. Jul.- "Les deleita y complace en exceso poner de relieve la debilidad de la naturaleza,<br />

decir que la carne está sujeta a un pecado ingénito, que la conversión no depende de la<br />

voluntad del hombre; y llaman crímenes a la función de los órganos; y aseguran que la fe<br />

católica consiste en defender el libre albedrío, pero al mismo tiempo afirman que el<br />

hombre se ve obligado a cometer el pecado y no puede querer el bien".<br />

Ag.- ¿Por qué te enojas contra nosotros, que con tanta mayor certeza deseamos el fruto<br />

de la conversión cuanto con mayor ahínco la pedimos al Señor? En vano, en tu orgullo,<br />

ahuecas la voz; nosotros no queremos, no, ser contados entre los que confían en su<br />

poder 3 . Nuestra alma está sedienta de Dios y le dice: Señor, mi fortaleza, te amo 4 . Puede<br />

el hombre querer el bien, pero Dios prepara su voluntad 5 . En verdad, la naturaleza viciada<br />

con más facilidad se inclina al mal, y por eso ha de ser sanada.<br />

Dios creó al hombre libre<br />

7. Jul.- "Vana y herética, según vosotros, es la doctrina de los que afirman que el Dios<br />

justo creó para el bien al hombre libre, y en poder de cada uno está evitar el mal y brillar<br />

en la práctica de las virtudes, para hacer penetrar el aguijón de la vigilancia y del temor<br />

en aquellos que hacen recaer los crímenes sobre la tiranía de la carne".<br />

Ag.- No decimos sea doctrina vana y herética la de aquellos que afirman que un Dios justo<br />

creó al hombre con libertad para el bien, pues así creó a Adán, en el que todos existimos;<br />

pero, al pecar, se perdió él y nos perdió a todos. Y ahora no está en poder de los hijos de<br />

los hombres ser librados del mal, a no ser que la gracia de Dios les dé el poder de ser<br />

hijos de Dios 6 . Por eso el aguijón de la vigilancia y del temor nuestro no va por los que,<br />

como vosotros decís, vuelcan sus crímenes sobre la tiranía de la carne, sino por los que<br />

elevan a Dios sus plegarias para no caer en tentación pecaminosa ni consentir en vuestras<br />

discusiones, colmadas de orgullo e ingratitud con Dios.<br />

Respuesta de Ambrosio a Juliano<br />

8. Jul.- "Por último, en las iglesias insignes y con publico numeroso se enseña que la


fuerza del pecado es tal que, incluso antes de la formación de los miembros, antes de la<br />

creación del alma y su unión con el cuerpo, esta fuerza del pecado se mezcla a las semillas<br />

que revolotean y se introducen en el seno de la madre y hace culpables a los que van a<br />

nacer, y así la culpa procede de la naturaleza para ensuciar su mismo origen; y esta ley<br />

del pecado habita en los miembros del hombre, lo hace esclavo del pecado y digno, no del<br />

castigo por sus torpezas, sino de la misericordia. Y lo que nosotros llamamos vicios de una<br />

voluntad depravada, hombres y mujeres y célebres obispos lo llaman pecado original".<br />

Ag.- Te responde el gran obispo Ambrosio, alabado por el jefe de vuestra herejía, y dice:<br />

Tuvo Eva un mal parto, y este parto doloroso se transmitió, como herencia, a todas las<br />

mujeres; y así, todo el que es formado con el placer de la concupiscencia y ha sido<br />

engendrado mediante los órganos genitales, en sangre plasmado, envuelto en pañales,<br />

sufre el contagio del mal antes de respirar el aura vital. Es, pues, ¡oh Juliano!, necesario<br />

que la naturaleza humana sea sanada por la misericordia de Dios, y no alabada por tus<br />

vanas declamaciones.<br />

Ambrosio no es maniqueo<br />

9. Jul.- "Con estos infames dogmas de los maniqueos halagan los oídos de los hombres<br />

impuros".<br />

Ag.- Acusa, si te atreves, de maniqueo al gran Ambrosio. Pon atención sobre quién recae<br />

lo que tú pareces dirigir contra mí solo; y si tienes un adarme de temor de Dios o simple<br />

pudor humano, enmudece. En compañía de estos personajes debo aceptar tus injurias, no<br />

sólo con paciencia, sino con alegría; mas al insultar a hombres tan célebres has de sentir<br />

vergüenza y temer los juicios divinos.<br />

La picadura de la ortiga<br />

10. Jul.- "Esta urticaria excitó a nuestros enemigos de uno y otro sexo; vicio que, en otro<br />

tiempo, como consecuencia de un mal hábito, hacía sentir su picadura irritante; sin<br />

embargo, podía ser curada con el ungüento de saludables exhortaciones".<br />

Ag.- La picadura de la ortiga causa un molesto hormigueo, pero sólo al que alaba la libido.<br />

Si, como dices, es a causa de una mala costumbre, y por eso dice el hombre: No hago el<br />

bien que quiero; sino que hago el mal que no quiero 7 , y vosotros, ciertamente, reconocéis<br />

que la voluntad humana en este hombre perdió la facultad de hacer el bien si la gracia<br />

divina no acude en su ayuda, ¿de qué sirve la elocuencia y un bello decir de no importa<br />

qué orador?<br />

Dios endereza las voluntades torcidas<br />

11. Jul.- "Ahora que este vicio se ha comenzado a presentar como remedio y la autoridad<br />

da alientos al placer, y con el consenso casi universal, esta infame pasión somete el<br />

espíritu a los miembros de los que es reina; hoy que la lujuria puede hacer la guerra<br />

contra la honestidad e imponer victoriosamente a todas las almas su abominable yugo y<br />

entregarse a todas sus torpezas, la defensa de la verdad es para nosotros tanto más difícil<br />

cuanto más honesta. Porque contra los pueblos que se precipitan en el abismo y detestan<br />

todo remedio tiene escasa eficacia la palabra de un pequeño número que buscan su<br />

medicina en la oración.<br />

¿Qué hacer? ¿A vista de todo esto debemos tocar a retirada y vengar nuestras injurias con<br />

el silencio y desde el puerto de nuestra conciencia alegrarnos del naufragio de los otros?<br />

Esto sería contrario, en primer lugar, a la caridad que debemos a todos los hombres;<br />

luego, a la fe y esperanza que tenemos en Dios, quien, con frecuencia, levanta de las<br />

ruinas más desoladoras al desvalido y ha prometido eterna recompensa a la constancia,<br />

pues quienes ejercitamos hasta la hora de la muerte, aunque en el tiempo presente quede<br />

sin eficacia".<br />

Ag.- ¿Cómo levanta Dios las ruinas de unas voluntades torcidas causa de ciertas<br />

calamidades temporales, si son justas, si no es haciendo bueno el querer en el corazón de<br />

los hombres? O, si pueden, que se levanten ellas mismas como demencialmente enseñáis,<br />

y así os despeñáis en una gran ruina. Por eso rogamos a Dios por vosotros y ojalá nos<br />

escuche ahora que lo hacemos por ti, como nos escuchó cuando pedimos por nuestro


hermano Turbancio .<br />

Falsa victoria la de Juliano<br />

12. Jul.- "Alegres con este consuelo de la fe, ponemos mano a la obra y continuamos la<br />

discusión prometida, sin dudar que nos encontramos ya con una parte de la recompensa<br />

por el mero hecho de estar ya dentro de la fortaleza de un dogma tan combatido por la<br />

envidia de muchos y el error de una gran muchedumbre, para que, disipadas todas las<br />

dudas, aparezca invencible con la posesión de la victoria".<br />

Ag.- Te atribuyes a ti mismo la palma de la victoria contra tantos obispos de Dios que se<br />

abrevaron y dieron de beber a otros de las aguas de Israel; y, antes que nosotros,<br />

aprendieron y enseñaron en la Iglesia de Cristo la doctrina que tú combates 8 . Obrar así no<br />

es brillar con la posesión de la victoria, sino caer vergonzosamente en el albañal de una<br />

odiosa arrogancia. Tener fama es gozar del aprecio de otros, pero ¿cómo te puede honrar<br />

la posesión de la victoria si te esfuerzas por corromper el antiguo e invicto dogma<br />

católico?<br />

Sin apoyo<br />

13. Jul.- "Si, como ya quedó más arriba patente y demostrará lo que vamos a decir, la<br />

razón, la erudición, la justicia, la piedad y el testimonio de las Escrituras vienen en apoyo<br />

del dogma que defendemos, nuestros enemigos, a pesar de sus esfuerzos, sólo consiguen<br />

probar su gran desvergüenza para con los sabios, su enorme contumacia para con los<br />

santos, su irreverencia suma con Dios".<br />

Ag.- Hablas falsedades, porque ni la razón, ni la santa doctrina, ni la justicia, ni la piedad,<br />

ni los textos inspirados apoyan vuestro dogma; al contrario, todo, en sentir de los que<br />

rectamente lo comprenden, destruye vuestra doctrina. La razón, entorpecida por una<br />

lentitud inherente a su naturaleza, apenas consigue tomar posesión de una parcela de la<br />

verdad; la erudición sufre la pena del trabajo proveniente de la misma torpeza natural;<br />

grita la justicia que no es obra suya el que los hijos de Adán se vean oprimidos por un<br />

pesado yugo desde el día en que salen del vientre de su madre, sin ningún mérito de<br />

pecados. Pide la piedad ayuda a Dios contra este mal, y las Sagradas Escrituras nos<br />

exhortan a implorar el auxilio divino.<br />

Cipriano y Ambrosio condenan a Juliano<br />

14. Jul.- "Los escritos de estos traducianistas que nosotros combatimos demuestran en<br />

sus libros que no tienen razón sólida que oponer, y en los libelos dedicados a un hombre<br />

de armas, más ocupado, como él mismo confiesa, en otros estudios que en las<br />

ocupaciones literarias, invocan en favor suyo doctrinas del pueblo, alto y bajo, de los<br />

aldeanos y de gente de teatro, doctrinas que la historia no dice en qué concilio han sido<br />

promulgadas".<br />

Ag.- Contra vosotros no invocamos ineficaces ayudas; sino que, en favor vuestro, para<br />

poner freno a vuestra sacrílega audacia, alabamos la intervención cristiana. Pon atención y<br />

advierte que llamas aldeanos y gente de teatro a un Cipriano, a un Ambrosio, y a tantos<br />

otros eruditos escritores y compañeros suyos en el reino de Dios.<br />

La carne lucha contra el espíritu<br />

15. Jul.- "Como he dicho, no podemos negar que con frecuencia las turbas, amigas del<br />

vicio, gustosas imputan a la naturaleza delitos de la voluntad, y justifican la corrupción de<br />

sus costumbres con el contagio seminal; y así no se creen obligados a corregir lo que<br />

creen ser obra de otro".<br />

Ag.- ¿Quién te ha dicho que uno sea autor de los pecados de otro? Porque el que dice: No<br />

soy yo el que obra, sino el pecado que habita en mí, añade a continuación: Sé que no<br />

habita en mí, es decir, en mi carne, el bien 9 , y claramente demuestra que todo eso le<br />

pertenece, pues la carne es suya al estar formado de alma y carne. Sin embargo, no<br />

quieres admitir, con Ambrosio, que este mal, por el que la carne lucha contra el espíritu,<br />

se introdujo en nuestra naturaleza por la prevaricación del primer hombre. Tú mismo<br />

sueles decir que estas palabras del Apóstol expresan la violencia de una mala costumbre,


pero ¿qué quieres dar a entender cuando dices: "para que nadie se vea obligado a corregir<br />

lo que sabe que es obra de otro?" En cambio, quieres que se corrija el que dice no soy yo<br />

el que obra, y además quieres que esta conversión sea fruto del esfuerzo de su propia<br />

voluntad, cuando constatas su debilidad en el que dice: No hago lo que quiero. Al menos a<br />

éste, por favor, permítele implorar el auxilio divino, pues ves que pecó por su libre querer.<br />

Yugo pesado y justicia de Dios<br />

16. Jul.- "Sin embargo, una débil ayuda a una opinión sin fundamento aumenta los<br />

pecados, no los disminuye. El picor de gente miserable y enfermos voluntarios no tiene<br />

peso contra la razón. Pero como nuestros adversarios dicen apoyar el pecado de<br />

naturaleza en ciertos pasajes de la Escritura y, en particular, en textos del apóstol Pablo,<br />

cuya exposición diferí para este segundo libro, es ya hora de cumplir lo prometido. Para<br />

instrucción del lector distinguiré brevemente lo que hice y lo que me resta por hacer.<br />

Queda ya probado que no se puede demostrar por las Escrituras lo que no se puede<br />

defender en justicia; porque si en la Ley de Dios reside la expresión de una perfecta<br />

justicia, el enemigo de la justicia, es decir, la injusticia, no puede encontrar apoyo en esta<br />

misma Ley. En consecuencia, la autoridad no puede destruir lo que la razón establece.<br />

Quedó probado que Dios nos es conocido por sus atributos; y su justicia ha de ser<br />

proclamada así como su omnipotencia; porque si admites un fallo en la primera, se<br />

bambolea toda la majestad divina; Dios es justicia, y si se pudiese probar que no es justo,<br />

se podía concluir que Dios no existe. Esta es, pues, nuestra conclusión: Veneramos a un<br />

Dios justísimo, en la Trinidad; de esto se sigue, de una manera irrefutable, que no se<br />

puede imputar a los niños un pecado ajeno".<br />

Ag.- ¿Por qué no admites que el todopoderoso, en justicia, no puede imponer sobre los<br />

hijos de los hombres un pesado yugo desde el día en que salen del vientre de sus madres<br />

sin que se les pueda imputar mérito alguno de pecado?<br />

El pecado de Adán, voluntario<br />

17. Jul.- "Como examinamos la definición de justicia, así ahora escrutamos las condiciones<br />

del pecado, y vemos que el pecado es sólo mala voluntad, libre de abstenerse del mal al<br />

que su apetito le arrastra".<br />

Ag.- Este fue, en efecto, el pecado del primer hombre, del que arranca el origen del mal<br />

para todos los hombres. Adán era libre de abstenerse del mal al que se apegó, porque no<br />

existía aún vicio alguno por el que la carne luchase contra el espíritu. No podía aún decir:<br />

No hago lo que quiero; pues no tenía carne de pecado, ni necesitaba la ayuda de aquel<br />

que tomó una semejanza de carne de pecado.<br />

¿De dónde viene este pesado yugo?<br />

18. Jul.- "Convencidos por este invicto testimonio, decimos que no hay pecado en los que<br />

nacen, porque no se puede descubrir en ellos uso de razón".<br />

Ag.- ¿De dónde viene el pesado yugo, sino porque, sin tener uso de razón, tienen, sin<br />

embargo, las ataduras de un origen culpable?<br />

Se aleja Juliano de la verdad<br />

19. Jul.- "Queda, pues, probado por una argumentación luminosa que los defensores de la<br />

existencia de pecados naturales niegan la existencia del libre albedrío. Lo negó con certeza<br />

el cartaginés, no con argumentos, por encontrarlos de poca consistencia, sino con el<br />

testimonio del Evangelio, de más autoridad; pero nosotros, con nuestras explicaciones,<br />

hemos restablecido el valor de los textos evangélicos. Hemos también dado solución a las<br />

interpretaciones falsas y calumniosas que muchos adversarios dan a un texto del apóstol<br />

Pablo y hemos probado con la autoridad de un profeta, que nuestro Dios, alfarero de los<br />

vasos de elección, es el creador de todos los hombres".<br />

Ag.- A estos argumentos ya te respondí y he demostrado cuánto te alejas de la verdad.<br />

A la espera


20. Jul.- "Todos estos argumentos -con uno bastaba sobradamente para el triunfo dela<br />

verdad- quedan expuestos en el primer libro. Resta discutir, aunque no sea necesario, el<br />

texto del Doctor de los gentiles, en el que se afirma que por un hombre el pecado entró en<br />

el mundo 10 . Y nos apoyaremos, cuando sea preciso, en las definiciones ya dadas, y<br />

demostraremos que la razón no miente, y que es criminal injusticia atribuir las<br />

inclinaciones de unos al nacimiento de otros.<br />

En este libro y en el siguiente, con ayuda de los testimonios de la ley, probaremos, aunque<br />

nadie lo ponga en duda, que todo lo injusto desagrada a Dios y está en su ley prohibido.<br />

De ahí se sigue necesariamente lo que con toda justicia defendemos; esto es, que nadie<br />

nace en pecado, y Dios no puede juzgar culpables a los recién nacidos; y el libre albedrío<br />

está en nosotros tan íntegro como en el estado de naturaleza inocente antes de poder<br />

hacer uso de nuestra voluntad personal".<br />

Ag.- Habla y veamos si lo que vas a decir del texto del Apóstol es tan huero como lo que<br />

anteriormente has dicho.<br />

El hombre contrae el pecado antes de respirar el aura vital<br />

21. Jul.- "Están los maniqueos en contradicción con la razón y la piedad, pues piensan que<br />

el pecado existe antes que la voluntad, lo que es contrario a la naturaleza de las cosas; lo<br />

mismo que cuando afirman que Dios existe, pero que es un Dios injusto; o cuando<br />

infaman las santas Escrituras, al servirse de sus textos para establecer la injusticia en la<br />

divinidad. Y como ninguna de estas tres cosas pueden, por la razón, demostrar, a saber:<br />

que sin voluntad no existe pecado; que en Dios no hay injusticia y que la ley no es<br />

perversa; prueban sólo su necesidad, su impudencia y su impiedad".<br />

Ag.- Enrojece; no fue maniqueo Ambrosio cuando dijo que el hombre contrae la mancha<br />

del pecado antes de respirar el aura vital. Pero estos delitos no existieron sino por una<br />

voluntad, y por eso no hay en Dios injusticia al imponer a los que nacen un pesado yugo;<br />

ni hay maldad en la ley al enseñar la verdad de esta doctrina; y esto lo podéis ver<br />

vosotros mismos si no padecéis de estrabismo.<br />

Exégesis de Rm 5, 12<br />

22. Jul.- "Grabe bien esto en el alma el lector avisado: en todas las Escrituras santas no<br />

se contiene otra cosa sino lo que para gloria de Dios creen los católicos, como claramente<br />

lo prueba un manojo de textos; y si en algún pasaje una frase oscura da pie a una<br />

discusión, cierto que su autor nada contrario dice a la justicia. Se ha de interpretar, pues,<br />

conforme a la sana razón y a la luz de otros pasajes que no ofrezcan oscuridad alguna.<br />

Citemos ya las palabras de nuestro adversario.<br />

En el capítulo donde dice que Dios hizo pecadores a los hombres, proposición que<br />

combatimos en el libro primero, dice de una manera discreta que el pecado entró en el<br />

mundo por un hombre, pero no se demoró en la explicación de este pasaje. Sin embargo,<br />

después de disputar con abundancia de palabras contra el extracto que dice le fue<br />

enviado, llega al lugar de mi libro que se propone atacar; mas al no obtener lo que<br />

prometió, pasa a este texto ya citado del Apóstol: Por un hombre entró el pecado en el<br />

mundo; y se afana por explicar el texto según su doctrina. Por eso, dejando en el arcén<br />

otras cosas, ciño mi estudio a este pasaje de su obra, con el fin de cumplir mi promesa de<br />

resolver en mi segundo libro esta cuestión y mostrar el valor de sus argumentos, para no<br />

dar la impresión de un fraude si doy mi interpretación, que es la católica, y omito la suya".<br />

Ag.- Di más bien que tu interpretación es pelagiana, no católica. La católica consiste en<br />

demostrar la justicia de Dios en los sufrimientos y torturas tan grandes de los niños;<br />

sufrimientos que no existirían en el paraíso si la naturaleza humana no hubiera sido<br />

viciada por el pecado y con toda justicia condenada.<br />

Interpretación pelagiana en Juliano<br />

23. Jul.- "Refuté en mi primer libro la doctrina que formula ahí: En efecto, como el pecado<br />

es obra del diablo, ya lo contraigan los niños de una unión legítima o ilegítima; así el<br />

hombre es obra de Dios, ya nazca de una u otra unión 11 . Reproduzco ahora el texto de mi


azonar tal como se encuentra en mi libro, en gran parte escamoteado por mi adversario".<br />

Ag.- La doctrina que defiendes es tan verdadera como la mutilación que me atribuyes; el<br />

autor del extracto que me fue remitido transcribió de tu obra lo que quiso y como le plugo,<br />

con plena libertad y según su criterio.<br />

La rendija y la puerta<br />

24. Jul.- "Yo te respondí: "Ciertamente, tú, salvo el respeto debido a tu magisterio,<br />

tergiversas; pero advierte que la verdad no te da licencia para divagar. Estamos de<br />

acuerdo, el pecado es obra de una mala voluntad o es obra del diablo; mas ¿cómo este<br />

pecado se instala en el niño? ¿Por su voluntad? No existe en él. ¿Por su ser físico? Es obra<br />

de Dios. ¿Por su unión con el alma? Esta no viene de un germen material, sino que es una<br />

nueva creación de Dios. ¿Por el uso del matrimonio? Es una acción de los padres, y tú has<br />

dicho que este acto no es en ellos culpable, y si éste no es tu verdadero pensamiento,<br />

como lo indica la continuación de tu razonar, se ha de condenar el matrimonio por ser<br />

causa de un mal.<br />

Sin embargo, el acto matrimonial no tiene entidad propia; es un movimiento que realizan<br />

dos personas en su unión; por consiguiente, los padres que, con su cópula, fueron causa<br />

del pecado, son los culpables. Ya no se puede poner en duda que los esposos merezcan<br />

suplicio eterno, pues, por su medio, el diablo llega a ejercer su poder sobre los hombres. Y<br />

si admites esta conclusión, renuncias a todo lo que afirmado habías con anterioridad, es<br />

decir, que el hombre era obra de Dios. Porque, si los niños provienen de la unión carnal, si<br />

el pecado de la humanidad se deriva de nuestro origen y si este mal es causa del poder<br />

del diablo sobre las almas, es necesario que el diablo sea autor del hombre, pues de él<br />

nacemos".<br />

Y a continuación, por segunda vez, cité sus mismas palabras: "Como el pecado, de<br />

cualquier modo que se contraiga, es obra del diablo; así el hombre, cualquiera sea la<br />

causa de su origen, es obra de Dios". Yo, al momento, me levanté contra él en estos<br />

términos: "Cuando pienso en estas palabras que el temor arranca de tus labios, en las que<br />

afirmas no es un mal el matrimonio, no puedo contener la risa al leer estos otros<br />

argumentos tuyos. Si de verdad crees en un Dios creador de los hombres y que los<br />

esposos son inocentes, piensa que es imposible derivar de ellos la existencia de un pecado<br />

original. Pues no peca ciertamente el niño que nace, ni peca el padre que engendra, ni<br />

peca el que crea; ¿por qué ocultas rendijas, en medio de tantos avales de inocencia,<br />

imaginas entró el pecado?""<br />

Ag.- Es suficiente la respuesta que di a tus palabras, tal como en tu libro las leí. Juzgo, sin<br />

embargo, es mejor escuchar antes al Apóstol que a ti; él nos indica, no una oculta rendija,<br />

sino un portalón abierto, por el que entró el pecado en el mundo, y por el pecado la<br />

muerte; y así pasó por todos los hombres, porque todos pecaron 12 . Cuando inicies el<br />

comentario a estas palabras en tu sentido, no en el del Apóstol, se verá cuál es la sana<br />

doctrina contra la que diriges tu zigzagueante verborrea.<br />

Contesta Agustín<br />

25. Jul.- "Este pasaje, tomado de mi primer libro, lo cita mi adversario en su libro<br />

segundo, pero con interpolaciones 13 . Porque omite, pienso que con intención, cuanto dije<br />

acerca de la formación del cuerpo, de su unión con el alma, creada en cada uno de<br />

nosotros por Dios, según la razón, la autoridad de la ley sagrada y de la Iglesia católica lo<br />

confirman".<br />

Ag.- El que haya leído mis seis libros, en los que refuto los cuatro tuyos, y que el<br />

compilador tomó de tu primer libro lo que quiso y como quiso, y al que respondí en la obra<br />

que ahora, con vana charlatanería, te empeñas en refutar; verá, repito, el lector cómo<br />

contesté en mi primer libro y que nada, con intención, he omitido, como tú afirmas. La<br />

omisión es del compilador de la obra y a ella respondo, y él no quiso transcribir este<br />

pasaje de tu obra, ora por abreviar, ora por no haberlo considerado de importancia para la<br />

causa que disputamos en dicho pasaje.<br />

De nuevo, Rm 5, 12


26. Jul.- "Sí cita lo restante de mis palabras, aunque con algunas variaciones. Y contra<br />

estas mis objeciones nada que pueda resolverlas aduce. La debilidad de sus argumentos<br />

prueba que estoy en posesión de la verdad. Te contentas con decir que el Apóstol da<br />

respuesta a todo esto cuando dice que, por un hombre, entró el pecado en el mundo. En<br />

este lugar, ¿qué hombre docto pensará tiene la cabeza en su sitio el que opta por silenciar<br />

lo que refutar no podía, o dé una respuesta cualquiera, apoyado en las palabras del<br />

Apóstol?"<br />

Ag.- Las palabras del Apóstol tienen más fuerza que las mías para poder refutarlas; sin<br />

embargo, no cedes ni ante el Apóstol y prefieres corromper su sentido a corregirte.<br />

Divagaciones de Juliano<br />

27. Jul.- "Con el fin de tener de mi parte a todos los hombre instruidos, he tratado con<br />

toda lógica de averiguar cómo el pecado que es obra de una voluntad mala y se llama<br />

obra del diablo, se puede encontrar en un niño. Si es por su voluntad, nuestro adversario<br />

confiesa no existir; si por el matrimonio, es entonces obra de los padres, y nadie opina<br />

que en el acto conyugal haya pecado; o bien, si a nuestro antagonista le pesa haber hecho<br />

esta concesión, como lo manifiesta en la continuación de su obra, debe declarar culpables<br />

a los padres cuya unión le pone en bandeja al diablo un poder tiránico sobre los niños,<br />

creados a imagen de Dios.<br />

Luego, obligado por la lógica de la disputa, añadí que admitir la existencia del pecado<br />

original era proclamar al diablo autor de los cuerpos; porque si el mal en los hombres<br />

viene de su origen, y el pecado da al diablo un derecho sobre los hombres, es el diablo<br />

creador de los hombres, pues interviene ya en su nacimiento. Mas como nuestro<br />

adversario comprende que así los traducianistas se ven encerrados en el antro de los<br />

maniqueos, giré la llave, para dejar una escapada a los cautivos, y avisé a mi adversario<br />

que, si de veras cree en el Dios creador de los hombres, sencillamente confiese que los<br />

esposos son inocentes y entienda que de ellos no se puede derivar el pecado original. "Con<br />

toda certeza, dije, no peca el que nace, ni peca el que engendra, ni peca el Creador; ¿por<br />

qué ocultas rendijas, entre tantos baluartes de inocencia, imaginas entró el pecado?"<br />

¿Qué se puede, por favor, encontrar más santo, verdadero, transparente, breve, firme,<br />

que el establecer, después de estos tres puntos que mi adversario concede, un cuarto en<br />

el que radica mi conclusión última? Porque después de una o dos conclusiones fluye de las<br />

dos primeras una tercera. ¿Qué puede impedirme que, después de estas tres premisas,<br />

pueda añadir una cuarta conclusión que fluye de las tres primeras? Y todo esto en la<br />

segunda discusión, porque en la primera me concede mi adversario cinco o seis<br />

proposiciones de las que se deduce una conclusión legítima e irrefutable".<br />

Ag.- Mira cómo divagas por muchas cuestiones por temor a que te condenen las palabras<br />

del Apóstol, si se escuchan sin prejuicios, como ya en juicio te condenó la Iglesia católica.<br />

Corre a donde quieras, detente donde te plazca, multiplica a capricho tus voluntades,<br />

porque cuando la nave de tus falacias arribe al puerto de la verdad, irás, sin duda, a<br />

pique.<br />

Insiste Juliano en la rendija<br />

28. Jul.- "Dirijo ahora la palabra a mi adversario. Me concedes ser el pecado obra de la<br />

voluntad y, en buena lógica, puedo al momento argüir: no existe en los niños voluntad de<br />

pecar, luego no hay en los niños pecado. Mas, para oprimirte bajo el peso de muchos<br />

testimonios, dispuse escalonadas mis preguntas y averiguar cómo es posible encontrar en<br />

los niños pecado. ¿Acaso por un acto de su libre querer? No hay en ellos, tú lo admites,<br />

acto ninguno de su voluntad. Acto seguido te pregunté si acaso eran culpables por tener<br />

miembros deformes. Y convienes conmigo ser Dios el autor de estos miembros y, en<br />

consecuencia, son buenos. Insté, en tercer lugar, si pensabas que el pecado era<br />

consecuencia de la unión del alma con el cuerpo. Pero es cierto que el alma es una nueva<br />

creación y nada de común tiene con la semilla que da origen al cuerpo. Y como no<br />

encontrabas otros argumentos, te pregunté, por último, si el matrimonio, es decir, la<br />

unión de los cuerpos era obra del diablo. Y demostré -y tú lo reconoces- que esta unión<br />

era un deber de los esposos. Todos estos puntos ya resueltos, se concluye que los<br />

esposos, según tu doctrina traducianista, han de ser esclavos del diablo. Después de todo<br />

lo dicho te acusé nuevamente de creer que el diablo es el creador de los cuerpos, pues le


atribuyes el acto de unión sin el que no pueden existir los cuerpos. Y esta discusión mostró<br />

de qué enfermedad padeces; la segunda reveló lo miserable que eres al sentir así, y cómo<br />

tus temores testimonian el triunfo de los católicos.<br />

Me concedes, en efecto, ser los hombres criaturas de Dios; que los esposos son inocentes<br />

y que los niños no pueden actuar por sí mismos. Estas tres verdades concedidas, con<br />

lógica imbatible se concluye que el pecado, al no ser obra del que nace, ni del que lo<br />

engendra, ni del que lo crea, no queda grieta posible por donde pueda entrar el pecado. Y<br />

si estas conclusiones te desagradan, retracta lo que concediste y di que pecó el que<br />

engendró, o el que creó, o el que nació; de estas tres afirmaciones, la primera es<br />

insensata; la segunda, maniquea; la tercera, supermaniquea. Maniquea si acusas a los<br />

esposos, supermaniquea si piensas en Dios autor del pecado. Y si todas estas<br />

proposiciones son tan contrarias a la verdad que tú mismo temes enseñarlas, tú, el más<br />

mentecato de todos los mortales, ¿con qué impudencia persistes en negar nuestras<br />

conclusiones?"<br />

Ag.- Cuando llegues a las palabras del Apóstol encontrarás, no una rendija, sino una<br />

puerta abierta de par en par, por la que entró el pecado en el mundo; puerta que tú te<br />

empeñas en cerrar; pero serás confundido con toda tu verborrea, por boca de lactantes y<br />

niños que prefieren a tus alabanzas un Cristo salvador y confiesan su evidente miseria, no<br />

con tortuosas disputas, sino con lágrimas silenciosas; miseria que no hubieran<br />

experimentado en el paraíso si el primer hombre hubiera permanecido en justicia y<br />

santidad.<br />

Respuesta válida<br />

29. Jul.- "Entran aquí en juego cuatro personas: Dios creador, los dos padres que<br />

proporcionan la materia al Creador y el niño que nace. En este coro dices habitar el<br />

pecado. Pregunto: ¿De quién viene el pecado? ¿De Dios? Tú lo niegas. ¿Del padre? Niegas<br />

también. ¿De la madre? Igualmente lo niegas. ¿Del niño? Niegas aún. No quieres, empero,<br />

admitir como conclusión que no puede existir el pecado en estas cuatro personas, pues<br />

ninguna de estas cuatro lo puede cometer".<br />

Ag.- Di lo que quieras; alguna vez llegarás a las palabras del Apóstol, y todo el que las<br />

recuerde, al examinar los diferentes pasajes de tu argumentación, que no quiero<br />

constantemente repetir por temor a fatigar al lector, su mismo recuerdo será una<br />

respuesta a tus palabras.<br />

Por todos murió Cristo<br />

30. Jul.- "¿Qué intentas persuadirnos, cuando relees las Escrituras, o nombras a los que<br />

comulgan con tu sentir, tú que ni siquiera puedes definir lo que sientes? ¿De qué te sirve<br />

enseñar que Adán pecó, verdad que no rechazo? Preguntamos cómo el pecado de Adán,<br />

muerto hace ya muchos siglos, por el que se transfiere al poder del diablo la imagen de<br />

Dios, puede encontrarse en los niños".<br />

Ag.- Y ¿por qué no admites tú en el reino de Dios al que, siendo creado a imagen de Dios,<br />

no tiene, según tú, pecado? ¿Por qué la sangre, derramada para el perdón de los pecados,<br />

en la semejanza de una carne de pecado, se da como bebida a los niños 14 para que<br />

tengan vida, si el pecado de origen no es para ellos causa de muerte? Y, si esto te<br />

desagrada, niega que Cristo se hizo niño, niega claramente haya muerto por los niños el<br />

que por todos murió, de donde se sigue lo que dice el Apóstol: Luego todos murieron y por<br />

todos murió Cristo 15 .<br />

Declara abiertamente que los niños no están muertos, pues no tienen pecado, ni tienen<br />

necesidad de la muerte de Cristo, en la que han sido bautizados. Di con toda claridad lo<br />

que piensas en tu corazón, aunque ya tu razonar nos lo da a entender; declara que los<br />

niños en vano se hacen cristianos, pero piensa si tú mismo te debes llamar cristiano.<br />

La libido no viene del Padre<br />

31. Jul.- "Si el pecado es resultado de la unión de los padres, condena, en tu profesión de<br />

fe, el matrimonio, como en tu argumentación lo condenas, y ahórranos el trabajo de<br />

convencerte de que eres maniqueo. Si, por el contrario, no te atreves a enseñar esta


doctrina y, sin tener en cuenta las reglas del razonar, te inclinas, contumaz, en favor de<br />

los que se entregan al placer de la carne, y pretendes, por un inaudito prodigio de tu<br />

argumentación, insinuar que la unión carnal es en sí una pasión diabólica, y cuando en<br />

hechos se traduce es para los padres fuente de un placer voluptuoso y para los niños<br />

principio de pecado, y así revelas tu locura y torpeza; pero, por favor, no pretendas creer<br />

que no tenemos libertad para defender la gloria de Dios y la inocencia de los niños,<br />

mientras a ti te es lícito y te place acusar a Dios y excusar el movimiento carnal de los<br />

lujuriosos, que llamas libido".<br />

Ag.- Cualquier inclinación que te lleve a tejer el elogio de la libido, es decir, de la<br />

concupiscencia de la carne, lo cierto es que el apóstol Juan dice que no viene del Padre,<br />

sino del mundo 16 , y por eso el diablo es, con justo derecho, el príncipe de este mundo 17 .<br />

Dios es el creador del mundo, lo sabemos. Y de este mal de la concupiscencia hace buen<br />

uso la castidad conyugal, y la regeneración espiritual borra la culpa que este mal causa en<br />

los niños. Mientras no pienses así, serás pelagiano, no católico; y estarás en contradicción<br />

con las Escrituras sagradas que te parece defender. Y cuantas veces combates esta<br />

doctrina me llamas maniqueo, sin temor a injuriar al que dice que por los órganos de la<br />

generación y el placer de la concupiscencia se contrae la mancha del pecado, aun antes de<br />

recibir el soplo de vida. Y este hombre es Ambrosio, ¡oh Juliano! En tu demencia llamas a<br />

Ambrosio maniqueo.<br />

Ni se condena la carne ni se elogia la libido<br />

32. Jul.- "Al proclamar que la concupiscencia de la carne ha sido plantada en el hombre<br />

por el príncipe de las tinieblas y que es árbol del diablo, que produce, como fruto natural,<br />

el género humano, con toda evidencia declaras que el diablo, no Dios, es el creador del<br />

hombre; y con este dogma, colmo de la impiedad, se condena el comercio de los esposos,<br />

es decir, la unión de los sexos y toda carne".<br />

Ag.- No se condena la carne, pero tampoco se la elogia como si sana estuviera, sino que,<br />

como tú mismo confiesas, necesita ser sanada por su Creador y Salvador. Y aquellos en<br />

los que no es regenerada serán, sin duda, condenados.<br />

Escritores que piensan como Agustín<br />

33. Jul.- "Mas cuando, según tus palabras sacrílegas, añades que el placer que<br />

experimentan los esposos en el acto de la generación es algo diabólico, y que el<br />

movimiento de los órganos genitales es obra del diablo; pero que los miembros que se<br />

excitan y los esposos que este placer experimentan no son culpables; mientras acusas a<br />

los nuevos hombres, es decir, a la masa informe, obra divina en los concebidos, no te<br />

diferencias de la impiedad maniquea, sino que, en un arrebato de furor, cedes a una cólera<br />

tan sin control, que necesitas más de un curandero que de un cirujano, si tu voluntad e<br />

intención no fueran atestiguadas, en este punto, por gran número de hombres y las<br />

numerosas citas que haces de la Escritura no hablasen claro de tu obstinación".<br />

Ag.- Oigo, sin indignación, tus injurias, pues las comparto con doctores de la Iglesia<br />

cuando enseñan que el pecado entró en el mundo por un hombre, y en este sentido, y no<br />

en el falsísimo de Juliano, entienden el texto del Apóstol. Se llaman, omito a otros<br />

muchos, Cipriano de África, Hilario de Francia, Ambrosio de Italia y Gregorio de Grecia. Y<br />

vuestra herejía fue condenada ya antes de nacer por estos jueces, de sabiduría y<br />

prudencia consumadas, en los que, sin vana presunción, puedes encontrar todas las<br />

cualidades deseadas.<br />

Juzgue el lector quién tiene razón<br />

34. Jul.- "Lee, sobre este tema, el cuarto libro de mi obra y comprenderás que, so<br />

pretexto de combatirlo, defiendes la causa del diablo, tu padre, y de la libido, tu madre".<br />

Ag.- Leí tu cuarto libro y a todo contesté en el sexto mío. Cuál de los dos sea el vencedor,<br />

júzguelo el piadoso lector de ambos.<br />

Generación, no imitación, en Rm 5, 12<br />

35. Jul.- "Veamos ya las palabras del Apóstol, que, según tú, responden a todas las


dificultades que propuse. "El Apóstol, dices, ha contestado a todas las cuestiones; porque<br />

no acusa la voluntad personal de los niños, voluntad que no es capaz de pecar; ni condena<br />

el matrimonio en cuanto matrimonio, instituido y bendecido por Dios; ni acusa a los<br />

padres cuando de una manera lícita y legítima se unen para la procreación de los hijos;<br />

sino que dice que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte,<br />

y así pasa por todos los hombres en el que todos pecaron 18 . Si nuestros adversarios<br />

escuchasen con oídos y espíritu católico estas palabras, no se rebelarían contra la fe y la<br />

gracia de Jesucristo; ni tampoco, en vano esfuerzo, se agotarían por interpretar,<br />

violentando palabras tan claras y trasparentes en sí mismas, en sentido favorable a su<br />

herética doctrina: ni enseñarían que el Apóstol quiso decir en este pasaje que Adán fue el<br />

primero en pecar y que todo hombre que quiere pecar, halla en él ejemplo que imitar, y<br />

que el pecado, evidentemente, pasa de uno a todos, no por generación, sino por imitación.<br />

Cierto es que si el Apóstol hablara de un pecado de imitación no habría dicho que el<br />

pecado entró en el mundo por un hombre, sino por el diablo; y que el pecado pasó a todos<br />

los hombres. Pues del diablo está escrito: Le imitan sus partidarios 19 . Pero dijo: Por un<br />

hombre, del que arranca la descendencia de los hombres para enseñar que por generación<br />

venía a todos el pecado original"".<br />

Ag.- Has citado palabras de mi libro; di ahora en qué sentido hay que interpretar las<br />

palabras del Apóstol en mi pasaje aducidas, y esto para que se manifieste, con mayor<br />

claridad, que eres un hereje cuando, al tejer el elogio de los niños, les privas de un<br />

Salvador.<br />

La dialéctica en materias de fe no sirve<br />

36. Jul.- "El lector erudito de nuestras obras, sea el que sea, comprende que abusas de la<br />

ignorancia de tus secuaces y con palabras ambiguas disimulas tu pensamiento. En cuanto<br />

al resto del vulgo, del que dice el profeta dirigiéndose a Dios: Tratas a los hombres como a<br />

los peces del mar 20 , todo parece conspirar contra ellos para dejarse engañar, e incapaces<br />

de un sano discernimiento, piensan que existe verdadera afinidad en las cosas cuyos<br />

nombres se aproximan. Para determinar lo que es consecuente, lo que es contradictorio, lo<br />

que las reglas venerables e inflexibles de la lógica permiten deducir de las premisas<br />

concedidas, es preciso gran atención y caudal de ciencia".<br />

Ag.- Aún sigues dando vueltas en busca de dialécticos y evitando los jueces eclesiásticos.<br />

Dinos de una vez cómo hay que entender las palabras del Apóstol: Por un hombre entró el<br />

pecado en el mundo. Quizá tú las entiendas mejor que aquel que dijo: "Todos mueren en<br />

Adán, porque por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte; y<br />

así pasó por todos los hombres en el que todos pecaron 21 . La culpa de uno es muerte de<br />

todos" 22 . Y el mismo autor en otro lugar: "Existió Adán y en él todos existimos, pereció<br />

Adán y en él todos perecimos" 23 . Es Ambrosio el que habla, no uno cualquiera del vulgo,<br />

de esa muchedumbre ignorante que tú, con la cerviz erguida e impúdico orgullo,<br />

desprecias con el pretexto de que no es capaz de juzgar de tu doctrina. Ambrosio es,<br />

repito, al que en ningún sentido te puedes comparar en literatura profana, de la que<br />

mucho alardeas; y en letras sagradas escucha o lee a Pelagio, tu maestro, y él te dirá<br />

quién es, y no te aferres a una opinión contraria a la de un doctor tan egregio.<br />

Explique Juliano Rm 5, 12<br />

37. Jul.- "El motivo que nos impulsa, sintiendo pena por la ruina de las Iglesias, a<br />

provocar un examen de hombres ilustres por su prudencia, para poder conocer, no lo que<br />

se dice, sino lo que se dice con lógica, es porque, si se discutiese ante una asamblea de<br />

este género, no se te permitiría sostener lo que antes habías negado, o negar lo que<br />

habías afirmado; pues en tu libro, en el que no respetas ninguna regla de pudor, haces un<br />

conglomerado con las enseñanzas de católicos y maniqueos, contento con que se diga que<br />

has respondido; y consideras como ocupación sin sentido valorar el peso de tus discursos<br />

y su consistencia".<br />

Ag.- Di ya, por favor, cómo se han de entender estas palabras: Por un hombre entró el<br />

pecado en el mundo. ¿Porqué esas calumnias, esas injurias, esas tergiversaciones? Si en<br />

una asamblea cuya sentencia pareces desear tomasen asiento Cipriano, Hilario, Ambrosio,<br />

Gregorio, Basilio, Juan de Constantinopla, por no citar otros, ¿te atreverías a pedir jueces<br />

más sabios, prudentes y veraces? Pues bien, todos estos claman contra vuestros dogmas y<br />

condenan en sus escritos los vuestros. ¿Qué más deseas? Todo esto queda


suficientemente probado en mis libros primero y segundo que contra los cuatro tuyos<br />

publiqué; pero aún estoy dispuesto a escucharte. Dime ya cómo se han de entender estas<br />

palabras del Apóstol: Por un hombre entró el pecado en el mundo 24 .<br />

Pecado y castigo<br />

38. Jul.- "Por último, sin vacilación me concedes lo que te pedí y pesando las conclusiones<br />

confiesas tu impotencia para atacar mis posiciones y declaras que el apóstol Pablo ya<br />

refutó cuanto dijimos, e introduces al Apóstol confirmando tus doctrinas. Dices: "No acusa<br />

el Apóstol la voluntad del niño, pues en él no existe voluntad de pecado" 25 . Si esto<br />

concedes, queda bien sentado que no puede haber en el niño ningún pecado, pues la<br />

esencia del pecado, a tenor de tu definición, consiste en que la voluntad consiente en algo<br />

prohibido por la justicia y de lo que uno es libre de abstenerse".<br />

Ag.- Es esta una definición de pecado que no sea al mismo tiempo castigo de un pecado.<br />

Vosotros mismos reconocéis que existen realmente malas costumbres, y así destruís<br />

vuestra propia doctrina. Di, si te atreves, cómo puede ser libre la voluntad de abstenerse<br />

del mal cuando oyes decir: No hago lo que quiero; o niega ser mal verdadero cuando lees:<br />

No hago el bien que quiero, sino que hago el mal que no quiero 26 . Pero, cierto,<br />

reconozcamos que este pecado es castigo de otro pecado, y en consecuencia se ha de<br />

distinguir de la definición de pecado que consiste en un consentimiento de la voluntad con<br />

libertad para abstenerse. Comprende bien esto que digo, y declara, te lo ruego, cómo se<br />

han de entender estas palabras: Por un hombre entró el pecado en el mundo 27 .<br />

Concupiscencia en el Edén y en el ahora<br />

39. Jul.- "En consecuencia, si no acusa el Apóstol la voluntad personal, que reconoce no<br />

puede existir, declara que no aparece en el niño signo alguno de culpabilidad, sobre todo<br />

en presencia de la justicia, que no imputa a pecado si uno no es libre de evitarlo.<br />

Y no contento con haberme concedido esto antes, añades: "No condena el Apóstol el<br />

matrimonio en cuanto matrimonio, pues ha recibido de Dios, no sólo la institución, sino<br />

también la bendición" 28 . Estas palabras son suficientes para refutar la doctrina de un<br />

pecado natural; porque si el Apóstol sabe -y lo sabe- que el matrimonio no puede ser<br />

condenado, pues la unión de los sexos, con su inevitable placer, fue instituida y bendecida<br />

por Dios, como clima e instrumento de armonía; es imposible que tenga el diablo poder<br />

sobre el fruto de esta unión, es decir, sobre los niños inocentes, sobre todo en presencia<br />

de una justicia que no puede imputar pecado alguno si no hay libertad para evitarlo".<br />

Ag.- No sospeches, por favor, tal placer en la unión de los esposos en el Edén, como el<br />

que ahora causa la libido, cuyos movimientos no puede la voluntad apenas dominar, y que<br />

solicita incluso a los santos; porque si es cierto que la frenan, no pueden evitar ser<br />

tentados. Dios no permita que fieles prudentes crean existió en la paz y felicidad del Edén<br />

una voluptuosidad de esta especie.<br />

Matrimonio y lascivia<br />

40. Jul.- "Examinemos el tercer punto, que nos prueba tu condescendencia y facilidad en<br />

hacer concesiones. "Ni el Apóstol, dices, condena a los padres en cuanto padres, pues se<br />

unen lícita y legítimamente con el fin de procrear" 29 . Medita tus palabras. No condena el<br />

Apóstol a los padres en cuanto padres; declara, pues, que los padres, en cuanto padres,<br />

no pueden fructificar para el diablo; en su cualidad de padres, nada de lo que de ellos<br />

viene pertenece al diablo; los hijos pertenecen a los padres en cuanto padres, luego ni son<br />

culpables, ni están sujetos al poder del diablo ni pueden ser por él acusados.<br />

Y para que se comprenda bien lo que ha dicho, repito: la unión sexual no interviene en la<br />

generación de los hijos sino en cuanto los esposos se convierten en padres; pero si los<br />

padres obran por sola pasión, o se desvían por caminos de adulterio, esto no puede<br />

perjudicar al niño, que nace de la fuerza vital del semen, no de los fangales del vicio".<br />

Ag.- ¿Confiesas ya que entre los esposos puede existir una culpable lascivia? Mira la<br />

conducta de esta tu bella protegida, de la que constituyes panegirista; porque estos<br />

excesos únicamente se producen cuando se cede a sus movimientos libidinosos, que<br />

reprendes en los esposos cuando se unen sin intención de engendrar hijos y se entregan a


actos innecesarios para la procreación. De esta tu protegida tejes el elogio en un tono que<br />

nadie puede creer te atrevas ahora a condenarla, pues no enrojeciste al ponderar sus<br />

excelencias, pues hasta la colocaste en el paraíso de delicias.<br />

La semilla, Dios la creó<br />

41. Jul.- "Son los gérmenes creadores, no los vicios, los que se transmiten a los que<br />

nacen. La fuerza seminal la da Dios, pues, según tú mismo confiesas, la bendice".<br />

Ag.- La semilla Dios la creó, pero los que saben distinguir en la naturaleza viciada el bien y<br />

el mal, no consideran un mal la naturaleza, ni el vicio, naturaleza; estos pueden discernir<br />

perfectamente entre naturaleza y vicio, y conocen lo que Dios crea y sana. Vosotros sois<br />

incapaces de distinguir esto, pues sois pelagianos, no católicos. Di ya, por favor, di en qué<br />

sentido se han de interpretar estas palabras: Por un hombre entró el pecado en el mundo<br />

30 .<br />

Ni el engendrar ni el nacer es pecado<br />

42. Jul.- "Los hijos no son culpables, aunque al engendrarlos pequen sus padres, pues los<br />

padres sólo lo son en relación con sus hijos, como los hijos sólo lo son en relación con sus<br />

padres. El que engendra, consta, comunica a los hijos la naturaleza, y en la naturaleza no<br />

hay culpa, Y si declaras que el Apóstol confirma lo que la razón demuestra, nosotros, con<br />

todo derecho y de acuerdo con el Apóstol, sostenemos que el pecado de los padres no se<br />

transmite a los hijos; pues el Apóstol, iluminado por el Espíritu Santo, y nosotros, guiados<br />

por la razón, y tú mismo, aplastado por la verdad que atacas, reconocemos que los<br />

padres, en cuanto padres, no son culpables; y los hijos, en cuanto hijos, es decir, antes de<br />

tener voluntad libre para actuar, no pueden ser culpables".<br />

Ag.- Los padres, es cierto, al engendrar, son padres, y los hijos, al nacer, son hijos. Ni el<br />

engendrar es un mal ni lo es el nacer, pues es consecuencia de la acción creadora de Dios,<br />

y ambas cosas pudieron existir en el paraíso si nadie hubiera pecado. Porque la libido de la<br />

que nos avergonzamos, no sería libido de no nacer del pecado, o ser por el pecado<br />

viciada; o incluso, sin ella, los órganos genitales estarían al servicio de los padres, como<br />

están las manos al servicio de la acción manual; o estaría tan sometida a la voluntad que<br />

nunca pudiera solicitar al que no quiera. Y que no existiría, tal como hoy es, lo prueba la<br />

castidad que ha de combatir contra estos movimientos desordenados, incluso en los<br />

casados, ora para que no se entreguen mutuamente a lascivia, ora para no resbalar hacia<br />

el adulterio; y, en los castos, para no hundirse en el consentimiento. De esta<br />

concupiscencia viene el pecado original, y he aquí por qué no quiso nacer de ella aquel que<br />

vino a quitar nuestro pecado, no a sobrellevar el suyo.<br />

Edificio en ruinas el de Juliano<br />

43. Jul.- "Dejemos a nuestro adversario agotar los recursos de su ingenio a la búsqueda<br />

de argumentos en favor de su doctrina maniquea; emplee todo el tiempo que quiera en<br />

esta penosa tarea; le prometo, no por orgullo, sino por religiosa convicción, que no<br />

conseguirá destruir este edificio por mí levantado".<br />

Ag.- Lo que llamas edificio es un montón de escombros, que de tal manera te aprisionan<br />

que te ves forzado a elogiar lo que combates, si es que aún tienes un átomo de pureza<br />

que te haga combatir lo que alabas.<br />

Se repite Juliano para no decir nada<br />

44. Jul.- "¿Con qué descaro añades: Por un hombre entró el pecado en el mundo y por el<br />

pecado la muerte, y así pasó por todos los hombres en el que todos pecaron? Palabras que<br />

interpretas como si el Apóstol enseñase que este hombre transmite el pecado por<br />

generación a todos los mortales. Pero antes habías dicho que el Doctor de los gentiles no<br />

condenaba el matrimonio, bendecido por Dios; que en el niño no existe querer para el<br />

pecado; que los padres, en cuanto padres, lícita y legítimamente se unen para engendrar<br />

hijos -y al momento, como si todo esto lo dijeses dormido-, añades que el crimen se<br />

transmite por generación, aunque la unión sea querida y bendecida por Dios: ¿Con qué<br />

descaro, con qué derecho, con qué palabras te atreves a enseñar que la generación es<br />

causa de culpa, fuente de crímenes, instrumento del diablo?".


Ag.- Ya no recuerdo cuántas veces has dicho estas mismas cosas y las veces que te he<br />

contestado. La multitud de tus palabras son como una nube que no te permite distinguir<br />

entre la malicia del mal y el bien de la naturaleza, y repites hasta la saciedad odiosa las<br />

mismas cosas y con las mismas palabras; pero no dices cómo han de entenderse que por<br />

un hombre el pecado haya entrado en el mundo.<br />

Dios bendice el matrimonio, no la libido<br />

45. Jul.- "La unión no merece reproche del Apóstol, y es posesión del diablo; Dios la<br />

instituye, y es surtidor de crímenes; por último, es bendecida por Dios, como confiesas, y<br />

la condenas como fruto diabólico".<br />

Ag.- Dios bendijo el matrimonio, no la concupiscencia de la carne, que codicia contra el<br />

espíritu, pues no existía antes del pecado. No bendijo Dios el pecado ni la concupiscencia<br />

que lucha contra el espíritu. Si no hubiera existido el pecado, ni la naturaleza viciada por<br />

él, los esposos, cuya unión Dios bendice, harían de los órganos genitales un uso parecido<br />

al que nosotros hacemos de los restantes miembros del cuerpo, sin movimiento pasional<br />

alguno, dóciles a la voluntad; ni existiría entonces la torpe libido, pues no ofrecería<br />

resistencia al mandato de la voluntad, como ahora lo hace, y como lo sientes tú mismo<br />

cuando rehúsas consentir a sus caricias y atractivos. Es hoy el matrimonio digno de elogio,<br />

porque no instalan este mal los hombres, lo encuentran; y los esposos hacen buen uso de<br />

este mal cuando se aparean para engendrar hijos, aunque éstos contraigan el pecado de<br />

origen, y por eso necesitan ser regenerados.<br />

Pruebe Juliano su aserto<br />

46. Jul.- "La enseñanza de todas las letras testimonia que nada puedes contra mí, y la<br />

misma oposición que reina entre tus sentencias es una prueba de tus esfuerzos en contra<br />

del Apóstol, y de tus insensatos ataques contra Dios. Probado ya que no se puede casar lo<br />

que la naturaleza descasa, interroguemos al mismo Apóstol para que nadie piense que son<br />

doctrina suya las bárbaras teorías que tú enseñas".<br />

Ag.- Di ahora, al menos, lo que con tantos rodeos vienes difiriendo.<br />

Nada dice Juliano<br />

47. Jul.- "Oigo a Pablo decir: Por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado<br />

la muerte, y así pasó por todos los hombres en el que todos pecaron 31 . Afirmas tú que<br />

esto fue dicho, no a causa de un pecado de imitación, sino de generación; y nos llamas<br />

herejes, porque lo entendemos de un ejemplo pecaminoso, y te sirves del argumento<br />

siguiente: "En verdad, dices, si el Apóstol hubiera querido dar a entender aquí un pecado<br />

de imitación, no habría dicho que por un hombre, sino que por el diablo entró el pecado en<br />

el mundo y se ha transmitido a todos los hombres. Pues del diablo se ha escrito: Son sus<br />

imitadores los que son de su partido 32 . Dijo, por un hombre, evidentemente por el que ha<br />

tenido origen el género humano, para enseñar que por generación se propaga el pecado<br />

original a todos los hombres". Pero no veo que el Apóstol haya dicho nada que sea en<br />

desdoro de la naturaleza humana, nada que suene a condena de la inocencia natural, nada<br />

que sea un ataque a la obra de Dios".<br />

Ag.- Muchas veces dices: Nada, y cuando cesas de repetir esta palabra, no has dicho nada.<br />

¿Quién no va a sonreír al constatar tu empeño en persuadirnos que no se refiere a la<br />

generación el Apóstol cuando dice: Por un hombre entró el pecado en el mundo, pues este<br />

hombre, del que todos descienden por generación, no fue engendrado; sino que se aplica<br />

al ejemplo dado por el primer hombre, es decir, que el ejemplo de su pecado es imitado<br />

por sus descendientes, y así no ha podido entrar en el mundo más que por aquel que, sin<br />

imitar a nadie, pecó? Ningún cristiano ignora que el primero en pecar no fue Adán, sino el<br />

diablo. ¿Por qué te agrada hablar, para no decir nada?<br />

Sigue sin decir nada<br />

48. Jul.- "Por último, con tu hábil argumentación, te esfuerzas en sacar de las palabras del<br />

Apóstol conclusiones que no contienen. Si el Apóstol, añades, hablara de un pecado de<br />

imitación, debiera nombrar al diablo; pero como quería se entendiese el pecado que por


generación se transmite, prefiere mencionar al hombre, no al demonio.<br />

Te pregunto ahora ¿quién o qué te pudo sugerir semejante opinión? ¿Es que niegas que<br />

los hombres puedan pecar imitando a otros? Y aunque verdad tan clara no necesita ser<br />

confirmada con textos de la Escritura, oye, sin embargo, a David: No imites a los<br />

malvados ni tengas celos del que en sus caminos prospera 33 . Y todo el Antiguo<br />

Testamento amonesta a Israel no imite el rito de los gentiles. ¿Qué necesidad tenía, pues,<br />

el Apóstol, si quería hablar de un pecado de ejemplo, nombrar al diablo y no al hombre, si<br />

sabía que se peca imitando al diablo y al hombre? O prueba que no se puede pecar<br />

imitando a los hombres, o que en ningún pasaje de la Escritura se menciona ejemplo<br />

alguno, y así asigna a tus conjeturas el lugar que merecen; o bien, si es cierto que nada<br />

contribuye tanto a multiplicar los pecados de los hombres como la imitación del vicio, has<br />

dado pruebas de una gran ignorancia cuando afirmas que, si se tratara de un pecado de<br />

imitación, el Apóstol habría nombrado al diablo".<br />

Ag.- ¿No dije antes que nada dirías, hombre que hablas sin parar para no decir nada?<br />

Existen pecados de imitación en el mundo, siempre que los hombres siguen el ejemplo de<br />

los pecadores; pero no es por estos hombres que imitan a otros al pecar por los que el<br />

pecado entró en el mundo, sino por el primero que pecó sin imitar a nadie; y éste es el<br />

diablo, cuyo ejemplo imitan todos cuantos siguen su estandarte. Pero el pecado que no es<br />

cometido por imitación, sino que se contrae al nacer, entró en el mundo por el primero<br />

que engendró a un hombre. De esto nada has dicho, y si no guardas silencio es para<br />

engañar a unos o fatigar a otros.<br />

¿Por qué pecado entró el pecado en el mundo?<br />

49. Jul.- "Y pues es claro que las palabras del Apóstol se entienden de un pecado de<br />

imitación en virtud de la lógica y de una manera necesitante, tus argumentos quedan sin<br />

valor. Añades se ha escrito del diablo: Le imitan sus partidarios. Reconozco que esta<br />

máxima es también inspirada por el autor del libro, cualquiera que sea; pero de nada te<br />

sirve afirmar que algunos hombres pecan imitando al diablo, a no ser que pruebes que no<br />

se puede pecar imitando a los hombres".<br />

Ag.- No se trata de saber ahora si se peca imitando a los hombres; ¿quién ignora se peca<br />

también imitando a los hombres? La cuestión estriba en saber qué especie de pecado<br />

entró en el mundo por un hombre. ¿Se trata de un pecado que se comete por imitación, o<br />

de un pecado que, al nacer, contraemos? El primer pecado, es decir, el que se comete por<br />

imitación, entró en el mundo sólo por aquel que primero, y sin imitar a nadie, dio a<br />

cuantos le imitan ejemplo de pecado; es decir, por el diablo; el segundo pecado, es decir,<br />

el pecado que al nacer se contrae, entró en el mundo por el primer hombre, que, sin haber<br />

sido engendrado, comunicó, por generación, el pecado; éste es Adán. Comprende no<br />

pertenecer a esta cuestión el pecado de imitación, ora de los hombres, ora de los ángeles,<br />

pero no quieres sellar tus labios.<br />

Nuestra disputa no tiene por objeto encontrar un pecador cualquiera por el que se cometió<br />

en el mundo el primer pecado en cualquier época; se trata, sí, de aquel por el que entró<br />

en el mundo el pecado; porque si se busca al primero que dio un mal ejemplo a imitar, fue<br />

el diablo; si aquel que envenenó las fuentes de la vida, fue Adán. Por eso dijo Pablo: Por<br />

un hombre entró el pecado en el mundo, y quiso dar a entender que el pecado se<br />

transmite por generación; porque el pecado que se comete por imitación no entró en el<br />

mundo sino por el diablo.<br />

Dos muertes<br />

50. Jul.- "Ambas cosas autoriza el uso decir el que imita al diablo en su envidia, o el que<br />

marcha con celoso ardor en pos de un hombre y se enfanga en la envidia o en un crimen<br />

cualquiera; la palabra imitación se puede entender del hombre o del diablo; pero tú<br />

pretendes de una manera absurda y muy ridícula que el pecado no haya entrado en el<br />

mundo por imitación de Adán, sino por generación".<br />

Ag.- Acaso entró en el mundo el pecado por un hombre cualquiera que imita el pecado de<br />

otro hombre. Di, si puedes, qué significa: Por un hombre entró el pecado en el mundo, y<br />

por el pecado la muerte; y así pasó por todos los hombres; ora sea la muerte, ora el<br />

pecado, o con el pecado la muerte. Porque el pecado que se imita siempre que de nuevo


se peca, entró en el mundo sólo por el diablo, el primero que, sin imitar a nadie, hizo que<br />

le imiten todos los que pecan después.<br />

Homónimos y equívocos<br />

51. Jul. "La discusión nos apremia para examinar otras cuestiones; pero aún hay espacio<br />

para insistir, con sucintas definiciones, para que con más claridad comprenda el lector y<br />

grabe en su memoria la verdad de cuanto acabamos de sugerir. Porque en todas estas<br />

materias que vamos a tratar se encuentran homónimos o equívocos".<br />

Ag.- Prometiste al lector hacer inteligible tu doctrina y hablas de homónimos y equívocos;<br />

¿cómo te van a entender los mismos pelagianos si antes no los envías a una escuela de<br />

dialécticos, en cualquier parte del mundo que la encuentren, para facilitarles la inteligencia<br />

de estas cosas? ¿O es que, antes de que puedan leer tus escritos, entra en tu designio<br />

explicarles tú mismo las categorías de Aristóteles? ¿Por qué, hombre de rara perspicacia,<br />

no lo haces, pues los infelices que engañas pueden servir para llenar tus horas de ocio?<br />

Generación, no imitación<br />

52. Jul.- "Mas, para ceñirnos ahora a la presente cuestión, la generación es obra de los<br />

órganos sexuales; la imitación, obra del alma. Esta inclinación del alma a imitar, dentro de<br />

sus límites, lo que quiera, es para el hombre causa de condena o timbre de gloria. Se dice,<br />

por ejemplo, que el hombre imita en el bien a Dios, a los ángeles y a los apóstoles. A<br />

Dios: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto 34 ; a los ángeles: Hágase tu<br />

voluntad así en la tierra como en el cielo 35 ; a los apóstoles: Sed mis imitadores, como yo<br />

lo soy de Cristo 36 . Y en el mal imitan al diablo, como está escrito: Le imitan sus<br />

partidarios 37 ; imitan a los hombres: No estéis tristes como los hipócritas, que desfiguran<br />

su cara 38 ; imitan a los animales, pues se nos ordena: No seáis como el caballo o el mulo,<br />

que no tienen inteligencia 39 . Estas palabras, tanto las que exhortan como las que<br />

amenazan, muestran nuestra inclinación a imitar, porque, de no existir, no se nos<br />

exhortaría a estar en guardia".<br />

Ag.- El pecado de imitación, es decir, el que se comete por imitación, no entró en el<br />

mundo sino por aquel que, para dar ejemplo de pecado, pecó él mismo, sin tener a quien<br />

imitar; pero éste, con toda certeza, no fue Adán, sino el diablo. El que dijo: entró en el<br />

mundo el pecado señaló el inicio del pecado; pecado que no tuvo principio en el hombre,<br />

sino en el diablo, si es que nosotros queremos designar el pecado que imitan todos los<br />

pecadores.<br />

Resta, pues, hablar del pecado que entró en el mundo por un hombre y no por imitación,<br />

sino por generación.<br />

Damos gracias a Dios porque, iluminado un momento por la luz de la verdad y hablando<br />

contra vuestro error, has confesado que la buena voluntad de imitar a los buenos no se<br />

debe atribuir a los esfuerzos de nuestro libre albedrío, sino a la gracia de Dios; pues has<br />

demostrado que no debemos confiar en nosotros mismos para poder imitar a los ángeles,<br />

sino que debemos pedir esta gracia a Dios, y en este sentido interpretas las palabras de la<br />

oración dominical: Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo 40 .<br />

Fue el diablo el primero en pecar<br />

53. Jul.- "Y así como la palabra imitación es evidente que en lenguaje corriente significa<br />

cosas diversas, lo mismo el vocablo generación, en sentido propio y verdadero, significa el<br />

semen fecundante; en sentido abusivo y metafórico se aplica a otras aficiones. No<br />

obstante, por ser ya costumbre, se sabe qué significa el vocablo sin perder nada del<br />

significado que le es propio. Así, conforme a lo dicho por el Señor en el Evangelio, se dice<br />

que el diablo engendra pecadores: Vuestro padre es el diablo 41 . Al expresarse así indica el<br />

Señor que los pecadores, a los que se dirige este reproche, tienen por padre al diablo,<br />

pues imitan su maldad; sin embargo, en sentido propio, el nombre padre no significa que<br />

el diablo tenga poder de engendrar físicamente, y así declara el Apóstol que el hombre<br />

puede ser imitado, si es que no queremos acusar al Apóstol de enseñar algo contrario a la<br />

sana razón".<br />

Ag.- ¿Fue acaso Adán el primer modelo en el pecado, para que se pueda decir que por él


entró el pecado en el mundo? ¿No fue el diablo el primero en darnos ejemplo de pecado?<br />

En consecuencia, hubiera dicho el Apóstol que por el diablo entró el pecado en el mundo,<br />

si en este pasaje quisiera dar a entender que habla de un pecado que otros imitarían al<br />

pecar.<br />

Adán y Cristo<br />

54. Jul.- "Si censurar no se puede las expresiones metafóricas del Evangelio, con mayor<br />

razón vemos que nada haya dicho el apóstol Pablo que pueda ser causa de error al decir<br />

que el primer hombre pecador fue para los demás ejemplo de pecado, pues no empleó<br />

una expresión impropia".<br />

Ag.- Entonces no debió proponer a estos dos, Adán y Cristo, a uno como modelo de<br />

pecado, y al otro de justicia. Si cita a Adán como primer pecador, a causa de su pecado<br />

que imitan todos los pecadores, debía necesariamente citar como primer ejemplo, no a<br />

Cristo, sino a Abel; porque fue Abel el primer justo que no imitó a ningún hombre y a<br />

quien todos deben imitar. Sabiendo el Apóstol lo que se decía, puso como modelo de<br />

pecado a Adán, y de justicia a Cristo; porque sabía que el primero fue el autor de la<br />

generación, y de la regeneración el segundo.<br />

Queda en pie el edificio del pecado original<br />

55. Jul.- "Razonas, pues, de una manera estúpida cuando dices que, si el apóstol Pablo<br />

hubiera querido dar a entender que el pecado se transmite por imitación, debía haber<br />

nombrado al diablo, no a Adán; porque es evidente que el mal viene del diablo, mientras<br />

que lo que del hombre viene, sólo por generación puede transmitirse. Arrasado ya por<br />

manos de la razón, no por las mías, el edificio por ti construido, pon ahora atención a<br />

cuanto vamos a decir".<br />

Ag.- Los que lean nuestros escritos podrán comprobar que nada has arrasado por manos<br />

de la recta razón de lo construido por mí, pero en vano lo has intentado hacer con tu<br />

huera opinión.<br />

Eva, en escena<br />

56. Jul.- "Hace ver el Apóstol que sus palabras no significan que el pecado se transmita<br />

por generación cuando, al nombrar al hombre, añade: "uno", porque uno es el primero de<br />

los numerales. Al explicar por quién entró en el mundo el pecado, no sólo lo nombra, sino<br />

que también lo numera. Por un hombre, dijo, entró en este mundo el pecado. Uno sólo es<br />

suficiente para dar un mal ejemplo a imitar, pero no basta para el acto de la generación.<br />

El pecado se transmite por uno. Luego es evidente que se trata en este lugar de un pecado<br />

de imitación, no de generación, pues ésta sólo por dos puede realizarse. O prueba que<br />

pudo la generación realizarse por Adán solo, sin la mujer, aunque esta salida no repugna a<br />

la elegancia de tu espíritu, o bien has de reconocer la evidencia, la generación sólo entre<br />

dos puede realizarse, y reconoce, aunque tarde, que el número uno no se emplea para<br />

condenar lo que es obra de Dios. Por un hombre entró en el mundo el pecado.<br />

Al decir por "uno", compréndelo, no ha querido decir por "dos". Y ¿por qué, te lo ruego,<br />

este número entra en estos dogmas, y por qué, con sumo cuidado nombra el Apóstol un<br />

solo hombre y no al hombre? Se revela una profunda sabiduría en estas palabras<br />

inspiradas por el Espíritu Santo, para prevenir y desarmar actuales errores; para evitar<br />

todo pretexto de enseñar que es una palabra contraria al matrimonio instituido por Dios y<br />

la fecundidad bendecida por él. Para dar a conocer la causa y explicar el origen del pecado<br />

emplea, al hablar de la transmisión del pecado, una expresión numérica, incompatible con<br />

la idea de generación. Pecaron, cierto, los dos primeros hombres, y a los dos se incrimina<br />

haber dado un ejemplo de pecado a su posteridad. ¿Por qué no dice el Apóstol que el<br />

pecado se transmitió por dos? ¿No hubiera sido más conforme con la verdad histórica?<br />

Pero el Apóstol no pudo expresarse con mayor prudencia que lo ha hecho; si nombra a las<br />

dos personas que fueron las primeras en dar mal ejemplo, y declara que por ellas entró el<br />

pecado, abría una puerta al error, pues pudiera pensarse que con los dos nombres<br />

condenaba la unión conyugal y su fecundidad. Por eso ha preferido el Apóstol, en su<br />

profunda sabiduría, nombrar uno solo, que, siendo insuficiente para el acto de la<br />

generación, prueba sobreabundantemente se trata de ejemplo. Es, pues, este ejemplo<br />

blanco de su acusación, y el número no condena la fecundidad.


Para resumir cuanto hemos dicho con toda brevedad digamos: la fecundidad instituida por<br />

Dios ha de ser realizada entre dos personas; pero el pecado, testigo el Apóstol, entró en el<br />

mundo por un solo hombre".<br />

Ag.- Lo había predicho, nada ibas a decir, y el menos inteligente ve que es así. ¿Acaso no<br />

imitan los pecadores a Eva; y no es más bien por ella por quien tuvo origen el pecado del<br />

género humano? Por la mujer fue el comienzo del pecado, y por causa de ella, como está<br />

escrito, todos morimos 42 . ¿Por qué no quieres ver que es precisamente por ella, por lo<br />

que habla el Apóstol de un solo hombre, por el que entró en el mundo el pecado, sino<br />

porque quería dar a entender que el pecado se transmite, no por imitación, sino por<br />

generación? El comienzo del pecado fue por la mujer; el comienzo de la generación, por el<br />

hombre; antes que dé a luz la mujer, siembra el varón; por un hombre, pues, entró en el<br />

mundo el pecado, porque entró por el camino de la semilla fecundante que, al recibirla,<br />

concibe la mujer; sólo el que nació de una mujer sin pecado no quiso nacer de esta<br />

manera.<br />

El vicio engendra vicio<br />

57. Jul.- "Queda irrefutablemente establecido que el Apóstol atribuye, no a las semillas<br />

germinales, sino a la conducta personal, la transmisión a la posteridad de este pecado.<br />

Pondera cuánta falsedad salió de tu boca: Por un hombre, dijo el Apóstol, entró el pecado,<br />

por el cual dio comienzo la generación, para enseñarnos que la generación es causa de la<br />

transmisión del pecado original a todos los hombres; siendo así que el Apóstol dijo por un<br />

hombre, para que no se piense que el pecado original se transmite a todos los hombres.<br />

Apenas puedo contener la carcajada cuando te oigo decir a los ignorantes que la<br />

generación empezó por un hombre, cuando consta por la existencia universal de los sexos<br />

y por la Escritura Sagrada que el acto de la generación no se puede realizar si antes no<br />

hubieran existido dos personas, el hombre y la mujer".<br />

Ag.- Relean los lectores mi respuesta anterior; y si la recuerdan bien, rían ante estos<br />

delirios. Aunque se pueda también decir que, según el Apóstol, el pecado entró en el<br />

mundo por un hombre, pues está escrito: Serán dos en una carne 43 ; por eso dice el<br />

Señor: Ya no serán dos, sino una carne 44 ; y de una manera especial cuando el hombre y<br />

la mujer se unen y se inicia el amor. De esta unión nace el niño, que contrae el pecado<br />

original, porque el vicio engendra vicio, al mismo tiempo que Dios crea la naturaleza.<br />

Naturaleza que los esposos no pueden engendrar sin vicio; vicio que, aunque no quiera<br />

Juliano, es en los niños borrado por el que nació sin pecado.<br />

Vomita obscenidades Juliano<br />

58. Jul.- "O bien responderás -pues de otra manera no se mantiene en pie tu doctrina-<br />

que Adán concibió y parió un niño; pero nadie duda que éste no es el sentido del Apóstol,<br />

pero tú habrás mostrado lo que hubieras querido sucediese a tu sexo".<br />

Ag.- ¿No te estremeces al escuchar lo que está escrito: Los maldicientes no poseerán el<br />

reino de los cielos? 45 Vomitas tan asquerosos ultrajes, que de nada te sirven, por el placer<br />

de ofender.<br />

Dos en una carne<br />

59. Jul.- "Dejemos ya estas cosas y desmantelemos, con las fuerzas de la razón, la<br />

respuesta que, según tú, se puede dar a este texto. Dices se puede entender de aquella<br />

unión de la que está escrito: serán dos en una carne, y en este sentido dijo el Apóstol: Por<br />

un hombre, para dar a entender la unión íntima de los que engendran. Pero esta<br />

interpretación es contra tu impía doctrina. La Escritura no dice: Serán dos hombres en un<br />

hombre; sino: Serán dos en una carne; con esta expresión se designa el placer de la<br />

unión, pues la libido, al excitar los miembros genitales, lleva hasta el orgasmo, que, según<br />

la frase de Pablo, forman una sola carne, por la libido injertada por Dios en los cuerpos<br />

antes del pecado".<br />

Ag.- Si para que fueran dos en una carne era la libido necesaria -ésta es tu protegida, que<br />

alabas y atacas, cuya torpeza admites, y que, sin enrojecer, tanto amas que te atreves a<br />

introducir en el Edén-, no se pueden entender estas palabras serán dos en una carne de<br />

Cristo y la Iglesia; pero no estás muy alejado del camino de la verdad, pues osas atribuir


esta libido a la unión de Cristo y la Iglesia. En verdad, si Cristo y la Iglesia pueden ser, sin<br />

esta pasión, dos en una carne, pudieran también, si nadie pecara, ser dos en una carne el<br />

varón y la mujer, con el fin de procrear, y esto sin intervenir esta torpe libido, de la que se<br />

avergüenza el mismo que teje su elogio, sino unidos por un amor casto y puro. Así,<br />

cuando dice el Señor: Ya no serán dos, sino una carne, no dice: no son dos carnes, sino<br />

una sola carne. ¿Qué no son dos? Dos hombres, como Cristo y la Iglesia no son dos<br />

Cristos, sino un Cristo. Por eso se nos dice: Sois descendencia de Abrahán; y le fue dicho:<br />

Y a tu descendencia, que es Cristo 46 .<br />

Pudor<br />

60. Jul.- "Por consiguiente, no puede el diablo atribuirse ni el placer ni el pudor de esta<br />

pasión".<br />

Ag.- ¿Por qué hablas de pudor? ¿Te confunde hablar de confusión? Con todo, dices existió<br />

esta pasión vergonzosa antes del pecado en aquellos de quienes dice la Escritura: Estaban<br />

desnudos y no sentían sonrojo 47 .<br />

Figura retórica<br />

61. Jul.- "Si hubiera tenido el Apóstol semejante pensamiento, hubiera dicho que el<br />

pecado entró en el mundo por una carne, no por un hombre. En la generación se comunica<br />

al niño la naturaleza de la carne; porque la carne viene de la carne, pero el alma no viene<br />

del alma; y por "hombre" entendemos alma y cuerpo; por consiguiente, al decir el Apóstol<br />

un hombre, nada dice de la generación, por la que sólo se comunica la sustancia carne; y<br />

al usar el vocablo uno, no quiere hablar de dos, para dar a entender que el pecado se<br />

transmite por imitación, no por generación".<br />

Ag.- ¿Qué significa entonces: Ya no son dos, sino una carne; es decir: ¿no son dos<br />

hombres, porque sólo tienen una carne?; aunque si se toma la parte por el todo, se puede<br />

también decir carne por hombre. Un ejemplo: La Palabra se hizo carne 48 . Dice el Apóstol:<br />

El hombre exterior se corrompe 49 ; pienso que es la carne lo que quiso dar a entender. Por<br />

esta razón con palabra exacta decimos: "el sepulcro del hombre", aunque es sólo la carne<br />

la que allí descansa. Ni se equivoca la que dijo: Han robado a mi Señor del sepulcro 50 ,<br />

aunque sólo el cuerpo fue depositado en la tumba. Y sin rozar la cuestión oscurísima del<br />

alma, pudo decir el Apóstol: Por un hombre entró el pecado en el mundo, aunque la carne<br />

sola se propague. Medita en estas cosas y te convencerás de que nada has dicho.<br />

El primer justo fue Abel<br />

62. Jul.- "Si bien la verdad se ha ya, en parte, abierto camino, ruego al lector preste<br />

atención. En el transcurso de esta disputa he cedido de mis derechos y he seguido a mi<br />

adversario allí adonde me provocó su temeridad, y he defendido los principios de la fe<br />

verdadera con tal vigor, que aunque las palabras del Doctor de los gentiles no existieran -<br />

palabras que nuestro traducianista aduce en su favor-, es claro que nada quiso decir de un<br />

pecado de naturaleza, porque al decir un hombre, no culpa la generación de los hombres,<br />

sino sus ejemplos".<br />

Ag.- Das ahora de ti mismo ejemplo, pero de vanidad; porque si el Apóstol atribuye el<br />

ejemplo del pecado al primer pecador, Adán, debía poner por modelo de justicia al primer<br />

justo, Abel.<br />

Crimen y castigo<br />

63. Jul.- "Consta que la frase del Apóstol no tiene el sentido que nuestro enemigo piensa.<br />

Razona así: "Si hubiera querido el Apóstol hablar de un pecado de imitación, habría dicho<br />

que el pecado entró en el mundo, no 'por un hombre', sino por el diablo; y que este<br />

pecado pasó por todos los hombres, pues está escrito del diablo: Le imitan los que son de<br />

su partido 51 ; pero dijo 'por un hombre' del que las generaciones humanas traen su origen,<br />

para enseñarnos que el pecado original pasó, por generación, a todos los hombres".<br />

Miente mi adversario al afirmar que San Pablo enseña en este pasaje que por un hombre<br />

entró el pecado en el mundo y pasó por todos los hombres; esto no se lee en los escritos<br />

del Doctor de los gentiles; no dice que el pecado pasó a todos los hombres, sino la


muerte. El orden de las palabras es: Como por un hombre entró el pecado en el mundo, y<br />

por el pecado la muerte; y así pasó por todos los hombres, en el que todos pecaron. Pesa<br />

el sublime doctor de la Iglesia sus palabras. Por un hombre, dijo, entró en el mundo el<br />

pecado y por el pecado la muerte; y así pasó por todos los hombres. Menciona Pablo la<br />

muerte y el pecado. ¿Qué necesidad tenía de separar la muerte del pecado, al hablar de lo<br />

que nos había sido transmitido, si no es para demostrar que el pecado entró por un<br />

hombre en el mundo y por el pecado la muerte; y así, no el pecado, sino la muerte pasó<br />

por todos los hombres como un castigo de la justicia vengadora de una prevaricación,<br />

castigo, no de la fecundidad corporal, sino de la corrupción de las costumbres; qué<br />

necesidad, repito, tenía el Apóstol de expresarse así, sino para ponernos en guardia y<br />

avisarnos y no creer que favorece en un adarme vuestra doctrina?"<br />

Ag.- Se dice en este pasaje: Por un hombre entró en el mundo el pecado y por el pecado<br />

la muerte; y así pasó por todos los hombres, en el que todos pecaron. Parece dudoso si es<br />

el pecado, o la muerte, o los dos, los que pasaron por todos los hombres. Pero la<br />

respuesta a esta duda viene claramente dada por la naturaleza misma de las cosas. Si no<br />

es el pecado el que pasó, no nacería el hombre bajo una ley de pecado que está en sus<br />

miembros; si la muerte no pasa, no morirían todos los hombres, al menos en cuanto a la<br />

condición presente de los mortales. Al decir el Apóstol, en el que todos pecaron, este "en<br />

el que" se entiende sólo de Adán, en el que, según Pablo, todos morimos, pues no era<br />

justo pasara el castigo sin el crimen. De cualquier lado te vuelvas, no podrás socavar los<br />

cimientos de la fe católica; sobre todo cuando tú mismo te contradices, al afirmar ahora<br />

que no pasó el pecado, sino la muerte, y antes habías dicho que el Apóstol, al hablar de un<br />

hombre solo, no de dos, quiso enseñar que el pecado pasa por imitación, no por<br />

generación. Luego el pecado ha sido transmitido con la muerte. ¿Por qué dices ahora que<br />

no pasó el pecado, sino la muerte?<br />

Evita Agustín repetirse<br />

64. Jul.- "Pon atención y verás la distancia que hay entre ti y Pablo. Este dice: Por un<br />

hombre; tú dices: por dos hombres, esto es, por generación. Él declara: en el primer<br />

hombre existió el pecado y la muerte, pero sólo la muerte pasó a sus descendientes; tú, al<br />

contrario, afirmas: el pecado y la muerte han sido transmitidos a todos los hombres".<br />

Ag.- He dado ya respuesta; los que quieran pueden releer cuando dijimos, para no repetir<br />

una y otra vez las mismas cosas.<br />

Sostiene Juliano la misma doctrina que Pelagio<br />

65. Jul.- "A la sombra del Apóstol te escondes con descaro; pues entre tu doctrina y la<br />

suya hay diferencia y contradicción manifiestas. Él condena la obra de los hombres; tú, la<br />

de Dios; él, las pasiones de los pecadores; tú, la vida inocente de los que nacen; él, la<br />

voluntad de los hombres; tú, la naturaleza".<br />

Ag.- Contesté ya a todas estas dificultades. El que recuerde mis respuestas se reirá de ti;<br />

el que no las recuerde, las lea de nuevo y se reirá de tu fatuidad y te compadecerá.<br />

Muerte y muertes<br />

66. Jul.- "Entró, según el Apóstol, en el mundo el pecado, y por el pecado la muerte,<br />

porque el mundo consideró culpable a Adán, destinado a la condenación de una muerte<br />

eterna. Pasó por todos los hombres, porque idéntica sentencia se aplica a todos los<br />

prevaricadores, incluso en edades futuras; sin embargo, esta muerte no tiene permiso<br />

para enseñorearse de los santos e inocentes, pero contagia a cuantos imitan la<br />

prevaricación primera".<br />

Ag.- Enseñas la misma doctrina que se le objetó a vuestro heresiarca Pelagio en una<br />

asamblea de obispos en Palestina; es decir, que Adán, pecara o no pecara, fue creado<br />

mortal. Tú no quieres admitir que esta muerte, común a todos, de la que se dijo: Por una<br />

mujer fue el principio del pecado, y por causa de ella todos morimos 52 , haya sido<br />

transmitida desde el principio como una consecuencia del pecado, para no verte obligado a<br />

confesar que, con la muerte, se transmitió el pecado. Comprendes no es justo se<br />

transmita el castigo sin el demérito. La doctrina que impugnas es tan católica que, al<br />

reprochársele, como dije, a Pelagio, lo que tú mismo enseñas, lo condenó en el sínodo,


para no ser él condenado. Así esta muerte, separación del alma del cuerpo, y la llamada<br />

muerte segunda, en la que el alma será atormentada junto con el cuerpo si la merecen los<br />

hombres, ha pasado por todos los hombres; pero la gracia de Dios nos llega por el que<br />

vino a destruir, con su muerte, el reino de la muerte, por su resurrección ejemplar, y no<br />

permite a la muerte reinar. Esta es la fe católica, fe que profesaban los jueces a los que<br />

Pelagio temió, no la de los herejes, de los que Pelagio es el padre.<br />

Yugo pesado<br />

67. Jul.- "Aunque esta prevaricación no sea parte de la naturaleza, es, sin embargo, un<br />

ejemplo de pecado para los hombres; por tanto, aunque no pesa sobre los niños, es<br />

acusación contra los imitadores".<br />

Ag.- Si has olvidado el duro yugo que pesa sobre los niños, por mi parte no ceso de<br />

recordártelo.<br />

Todos son todos<br />

68. Jul.- "Fue dictada sentencia de muerte contra aquel en el que todos pecaron, pero por<br />

libre querer; el vocablo todos, según el uso de las Escrituras, significa muchedumbre, no<br />

universalidad".<br />

Ag.- Te empeñas en vano en torcer expresiones sencillas y oscurecer la misma claridad.<br />

Todos mueren en Adán en el que todos pecaron. Y si en Adán no mueren los niños,<br />

tampoco son vivificados en Cristo; pero en Adán todos han muerto, luego en Cristo todos<br />

serán vivificados 53 . Todos los que adulteran el sentido de estas palabras, se perjudican a<br />

sí mismos, no a las enseñanzas del Apóstol.<br />

Vaciedades de Juliano<br />

69. Jul.- "Pasemos ya a otras cuestiones para ver -aunque el texto en gran parte está<br />

claro- cuál de las dos enseñanzas se armoniza con las del Apóstol. ¿Qué significan las<br />

palabras siguientes del Apóstol? Habiendo dicho lo anterior, añade: Hasta la ley el pecado<br />

reinó en el mundo 54 . Es decir, la ley no pudo suprimir el pecado: El pecado no se<br />

imputaba, pues no existía la ley. Existía, sí, pero no se imputaba porque no se conocía lo<br />

que se debía imputar, como dice en otro lugar: Por la ley, el conocimiento del pecado 55 .<br />

Pero reinó, dice, la muerte desde Adán hasta Moisés, que es lo que antes dice hasta la ley;<br />

no hasta Moisés porque el pecado dejó de reinar a partir de Moisés; pues la ley fue dada<br />

por Moisés, no para destruir el reino de la muerte, que subsiste por el pecado. Su reino<br />

tiende a precipitar al hombre mortal en una segunda muerte, la eterna. Reinó. ¿Sobre<br />

quiénes? Sobre aquellos que no pecaron con una transgresión semejante a la de Adán, el<br />

cual es figura del que había de venir 56 . ¿Quién había de venir si no es Cristo? ¿Y cómo era<br />

Adán figura de Cristo, si no es por oposición? Se dice en otro lugar: Como en Adán todos<br />

mueren, así en Cristo todos son vivificados 57 . La muerte por uno; la vida por otro; ésta es<br />

la figura. Figura no en todo conforme; por eso añade el Apóstol: Pero no como el delito así<br />

el don. Si por el delito de uno murieron todos, ¡cuánto más la gracia de un solo hombre,<br />

Jesucristo, se desbordará sobre todos! 58 ¿Qué significa desbordará? Porque todos los que<br />

son librados por Cristo, por Adán mueren temporalmente, pero por Cristo reinarán en la<br />

eternidad 59 . Dijiste que en las palabras del Apóstol que seguían se enseñaba la existencia<br />

del pecado original; nosotros hemos probado, desde el mismo exordio, que nada de eso<br />

prueba; declara, sí, que el pecado se transmite por uno, no por dos".<br />

Ag.- Ya te contesté y aún hablas vaciedades; mas no es para asombrarse si aún no sabes<br />

qué responder; tu impudencia será mayor si, cuando tengas conocimiento de la verdad, no<br />

la quieres abrazar ni abandonas tus vaciedades.<br />

Verdad<br />

70. Jul.- Examinemos si lo que silencié lo trata ahora. Hasta la ley, dice, el pecado reinaba<br />

en el mundo. Tú afirmas que habla el Apóstol de un pecado natural. Te pregunto, si existió<br />

hasta la ley, ¿por qué dejó de existir después de la ley? No admito que las palabras hasta<br />

la ley signifiquen el principio de la ley y no hasta el fin. La propiedad de la palabra está a<br />

mi favor; si se dice que el pecado existió hasta la ley, es claro que no existió después de la<br />

ley; ahora bien, todo cuanto deja de existir en un momento dado, no es natural. Todo lo


que por la ley ha sido debilitado hasta su desaparición, es un pecado contraído por<br />

imitación, no por generación".<br />

Ag.- ¡Oh inteligencia herética! No puedo decir otra cosa. Si por la ley se perdonó el<br />

pecado, y así entiendes tú las palabras hasta la ley, luego, por la ley, la justificación; y si<br />

por la ley la justificación, luego Cristo murió en vano 60 . La ley, pues, no ha podido destruir<br />

el pecado, verdad que tú mismo admites y luego te arrepientes; pero la ley debilitó el<br />

pecado, como en seguida corriges, y, en gran parte, lo hizo desaparecer; pero entonces<br />

mintió el que dice: Entró la ley para que aumentara el delito 61 . Pero como el Apóstol dice<br />

verdad, tú nada has dicho, y sin decir nada, con herética pertinacia, persistes en tu<br />

contradicción.<br />

El sacramento de la regeneración<br />

71. Jul.- "Mas para no dar la impresión de obrar con rigor contigo, concedo que las<br />

palabras hasta la ley se pueden entender: "hasta Cristo". ¿Admites que haya dejado de<br />

existir el pecado que tú llamas original? ¿Por qué entonces afirmas que la obra del diablo,<br />

el fruto de los poderes enemigos, la ley del pecado, permanece, subsiste, pervive en los<br />

miembros de los apóstoles y en todos los bautizados, y esto hasta hoy, a tantos siglos de<br />

la venida de Cristo?"<br />

Ag.- Tú nada dices, yo no digo esto. Una cosa es el pecado, otra la concupiscencia del<br />

pecado, en la que no consiente el que, por la gracia de Dios, no comete pecado, aunque la<br />

concupiscencia del pecado se llama pecado, porque del pecado viene; así como una<br />

escritura cualquiera se llama mano, porque la mano la escribe. Pero aquel del que se dijo:<br />

He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo 62 , borró, por el sacramento de<br />

la regeneración, el pecado por la generación contraído; él mismo, al darnos su Espíritu,<br />

hace que no reine el pecado en nuestro cuerpo mortal para obedecer a sus apetencias; él<br />

mismo, por su cotidiana misericordia, nos hace decir todos los días: Perdónanos nuestras<br />

deudas 63 , y nos perdona misericordiosamente las faltas que nuestra inclinación al mal nos<br />

puede hacer cometer; y esto a pesar de nuestras resistencias y nuestras auténticas<br />

luchas; él levanta a los pecadores si se arrepienten, triturados por el peso de una gran<br />

ruina; él nos introduce y nos revestirá de su realeza en un lugar donde es imposible pecar;<br />

y es entonces cuando podremos decir: ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está,<br />

muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado 64 . He aquí cómo el Cordero de<br />

Dios quitó el pecado del mundo, que la ley no pudo borrar.<br />

Letra y espíritu<br />

72. Jul.- "Veamos lo que sigue: El pecado, dice el Apóstol, no se imputaba, pues no existía<br />

la ley 65 . Y añades por tu cuenta: Existía, sí, pero no se imputaba, como dice en otro<br />

lugar: Por la ley, el conocimiento del pecado 66 . Si por la ley el conocimiento del pecado, y<br />

el pecado contraído no se imputaba antes de la ley, prueba que se imputaba bajo la ley.<br />

Porque si el conocimiento del pecado viene por la ley, antes de la ley existía la ignorancia<br />

del pecado; luego no se puede dudar que la promulgación de la ley tuvo por objeto dar a<br />

conocer y evitar lo que antes estaba encubierto".<br />

Ag.- Dices verdad, para darlo a conocer basta la ley; ésta es nuestra doctrina también;<br />

pero no es la ley, sino la gracia; no la letra, sino el espíritu, lo que hace evitar el pecado.<br />

Intervino la ley para que abundara el pecado, no para evitarlo; sobreabundó la gracia para<br />

borrar el pecado cometido y evitar se cometa de nuevo.<br />

Circuncisión y bautismo<br />

73. Jul.- "En resumen, ésta es nuestra controversia: prueba que, bajo la ley, se imputa a<br />

cualquiera el pecado original y prueba que fue conocido, y te concederé que el Apóstol<br />

habla de este pecado".<br />

Ag.- Pruebo, en efecto, lo que me pides probar; pero ¡si cierras los ojos ante las cosas que<br />

no quieres ver y levantas una polvareda con tus discusiones para que otros tampoco vean!<br />

La circuncisión de la carne es un precepto de la ley 67 , y es la mejor manera de significar<br />

que Cristo, autor de la regeneración, quita el pecado original. Todo hombre nace con<br />

prepucio, como nace con el pecado original; la ley manda circuncidar la carne al octavo<br />

día, porque Cristo resucitó un domingo, que es el octavo día después del séptimo, que es


el sábado; y el circunciso engendra incircuncisos, transmitiendo lo que él ya no tiene; y el<br />

bautizado transmite al hijo que engendra, según la carne, el pecado de origen, que él ya<br />

no tiene. Por último, de la ley se dice en un salmo: En iniquidades he sido concebido y en<br />

pecados me concibió mi madre 68 . Comprenderías con certeza estas palabras y no osarías<br />

aventurar dificultad alguna si las lees con los ojos de la fe como un Cipriano, un Ambrosio<br />

y otros doctores de la Iglesia.<br />

Cristo quita el pecado<br />

74. Jul.- "O bien, si no es posible encontrar en la ley ni un testimonio, reconoce, a pesar<br />

de tu extremada impudencia, que el Apóstol habla de un pecado que se transmite por<br />

imitación, se comete por una opción del libre querer que la razón condena, denuncia la ley<br />

y su castigo es un acto de justicia".<br />

Ag.- De todo pecado que por Cristo se borra está escrito. Hasta la ley el pecado existió en<br />

el mundo, porque la ley no quita el pecado original ni los que añaden los hombres. Ni el<br />

pecado, tal cual antes de la ley existió, ni el pecado que abundó al venir la ley. Dices que<br />

habla el Apóstol de un pecado que la justicia castiga. Espabila, pues, y mira si se trata del<br />

pecado original, porque, de otro modo no impondría la justicia de Dios un pesado yugo<br />

sobre los niños desde el mismo alborear de su existencia; yugo del que con frecuencia<br />

hablamos para romper tu cerviz si no la inclinas. Probé ya que este pecado aparece en el<br />

precepto legal de la circuncisión. Y si lo niegas, di en virtud de qué pecado personal sería<br />

borrada la vida del niño de su pueblo si no era circuncidado 69 . No lo probarás, lo sé; pero<br />

deseas cansarnos y no callas.<br />

Lea Juliano<br />

75. Jul.- "Además, el pecado original, ficción vuestra, no puede ser transmitido por uno,<br />

porque la generación es un acto de dos".<br />

Ag.- Ya he contestado. Lee lo que dije y comprenderás que has dicho vaciedades.<br />

Muerte y pecado<br />

76. Jul.- "Pudo no existir alguna vez lo que puede dejar de existir algún día; pues las<br />

esencias naturales de un ser permanecen desde el principio hasta el fin".<br />

Ag.- Otro tanto puedes decir de la muerte, pues nacemos con ella. El cuerpo está muerto a<br />

causa del pecado 70 . Porque si, como neciamente decís, no es efecto de un pecado, no es<br />

menos cierto que nacemos sujetos a la muerte; sin embargo, ni la muerte ni la mortalidad<br />

tendrán lugar en una vida inmortal. En consecuencia, así como la muerte, a la que<br />

estamos sujetos desde nuestro origen, ha podido existir y puede no existir cuando nuestra<br />

naturaleza pase a una condición mejor, lo mismo el pecado original pudo existir, contraído<br />

por generación, y puede no existir, al ser borrado por la regeneración.<br />

Job testifica<br />

77. Jul.- "La ley no enseña ni puede enseñar la existencia del pecado original; pues nunca<br />

un legislador puede llegar a tamaña insensatez que prohíba a nadie nacer de esta o de<br />

otra manera; y, con justicia, no se puede castigar lo que, con advertencia, no se puede<br />

corregir".<br />

Ag.- No se preceptúa al hombre la manera de nacer; pero sí se le ordenó cómo tenía que<br />

vivir, y violó dicho precepto; y de este primer padre se deriva el pecado original. Se<br />

manda circuncidar a un niño y, si no es circuncidado, se le condena; y eso que no se le<br />

manda ninguna otra cosa, y ni siquiera circuncidarse. Por consiguiente, no se manda al<br />

hombre cómo ha de nacer; pero no está limpio de pecado ni el niño cuya vida sobre la<br />

tierra es de un solo día 71 . Lee las palabras del santo Job y verás que eres un mentiroso<br />

ante el lenguaje que Dios declara verídico.<br />

No existe culpa si se perdona el pecado<br />

78. Jul.- "Lo que existe hasta la ley se prueba que no existe después de la ley; y, por<br />

último, se manifiesta no existir después de Cristo".


Ag.- Y así se prueba no existir la culpa del pecado, perdonado el pecado; como la muerte<br />

no existe después de la resurrección de la carne.<br />

Juliano dice falsedades<br />

79. Jul.- "Según tu manera de argüir, vendrá un tiempo en que no exista (el pecado<br />

original); pero, según el testimonio de la verdad, nunca existió".<br />

Ag.- Ojalá no existierais vosotros, que, contra el testimonio de la verdad, escribís<br />

falsedades.<br />

Define el pecado, no el castigo del pecado<br />

80. Jul.- "Para grabar en la memoria del lector cuanto hemos dicho, recordamos la<br />

estupenda definición que del pecado has en otro tiempo dado; no es otra cosa, dijiste, que<br />

"el consentimiento de la voluntad en lo que la justicia prohíbe, con libertad para<br />

abstenerse"".<br />

Ag.- Ya respondí. Esa es una definición de pecado, no de pena-pecado.<br />

¿Por qué el castigo de los niños?<br />

81. Jul.- "Esta definición nos abre el camino para comprender la justicia de Dios y para<br />

convencernos de que los juicios de Dios serían contrarios a la equidad si imputase a<br />

pecado una acción que él sabe no existió en el castigado libertad para evitarla".<br />

Ag.- ¿Por qué son castigados los niños, si no tienen pecado alguno? ¿No puede un Dios<br />

justo y todopoderoso evitar a tantos inocentes castigos tan crueles?<br />

Divaga Juliano y dice vaciedades<br />

82. Jul.- "Hemos oído al Doctor de los gentiles, con todo el peso de su autoridad, declarar<br />

que el pecado entró en el mundo por un hombre, y esta expresión aleja la idea de toda<br />

unión conyugal, sólo posible entre dos; y nombra a uno solo para no dar pretexto a nadie<br />

para pensar en dos personas".<br />

Ag.- Ya he contestado. Te deleita vocear vaciedades.<br />

Se repite Juliano<br />

83. Jul.- "Afirmo ser uno sólo cuando el Apóstol habla de uno, y enseño se trata de un<br />

acto de imitación, no de generación, y, al afirmar esto, soy más consecuente que mi<br />

adversario traducianista al declarar que este uno fue como el vestíbulo del pecado y<br />

atribuye al semen lo que es fruto de la voluntad; afirmación que la misma naturaleza<br />

rechaza".<br />

Ag.- Cesa de repetir lo ya refutado. ¿Por qué nos obligas a repetir una y otra vez y en los<br />

mismos términos el razonamiento de tu sabiduría transcendente, al declarar no se trata de<br />

generación cuando dice el Apóstol: Por un hombre entró el pecado en el mundo, si la<br />

generación obra es de dos, no de uno; como si este pecado que vosotros no queréis se<br />

transmita por generación, sino por imitación, hubiese sido cometido por uno solo? En<br />

consecuencia, como este primer pecado fue cometido por dos personas, ¿por qué dice el<br />

Apóstol: Por un hombre entró el pecado en el mundo, si no es porque el principio de la<br />

generación es obra del hombre, sembrador de la semilla, y no de la mujer, que recibe el<br />

semen, concibe y da a luz; o porque por el ayuntamiento no son dos, sino una carne?<br />

Cristo quitó también el pecado de origen<br />

84. Jul.- "Hemos hablado luego de la ley, tiempo hasta el cual declara el Apóstol que no<br />

reinó el pecado. Tú has ensayado prolongar este tiempo hasta el fin de la ley, sin entender<br />

que no dices nada en tu argumento; pues nosotros te pusimos en esta alternativa: o este<br />

pecado, del que falsamente afirmas haya hablado Pablo y declaras haber reinado hasta el<br />

cese del Antiguo Testamento, se imputó o pudo ser imputado bajo la ley; o bien has de<br />

concedernos que no reinó después de la venida de Cristo, para que la frase del Apóstol,


violentamente extorsionada por tu exégesis, armonice con tu doctrina.<br />

Ninguna de estas dos alternativas puedes probar. La pureza, pues, de nuestra fe descansa<br />

sobre sólidos fundamentos, pues rima con la razón, con la santidad de la justicia y con<br />

todas las enseñanzas del Apóstol".<br />

Ag.- Tú mismo y mi respuesta prueban que no has dicho nada. Dice el Apóstol: Hasta la<br />

ley reinó el pecado en el mundo, y ha querido hablar no sólo del pecado original, sino de<br />

todo pecado. Hasta la ley, se dice, y en esta expresión está incluida la ley; como se dice<br />

en el Evangelio. Todas las generaciones desde Abrahán hasta David, catorce generaciones<br />

72 . Y para que sean catorce es preciso incluir en el cómputo a David, no excluirlo. Lo<br />

mismo que, cuando oímos hablar de catorce generaciones hasta David, no exceptuamos a<br />

David, sino que lo incluimos, lo mismo cuando oímos: Hasta la ley reinó el pecado en el<br />

mundo, no hemos de exceptuar la ley, sino computarla. Así no queda David fuera del<br />

número catorce, cuando se dice "hasta David"; ni deja de subsistir el pecado bajo la ley<br />

aunque se diga hasta la ley. Por consiguiente, nadie puede quitar el pecado; ni la ley,<br />

aunque es santa, justa y buena, puede quitarlo; sólo aquel de quien se dijo: He aquí el<br />

Cordero de Dios, que quitó los pecados del mundo 73 . Los quitó al perdonar los pecados<br />

cometidos, incluyendo el original, y ayuda para que no se cometan, y nos conduce a una<br />

vida en la que es imposible el pecado.<br />

Sobreabundó la gracia<br />

85. Jul.- "Veamos ya lo que sigue. Después de haber dicho que Adán no fue figura plena<br />

de Cristo, añades: "Por esto las palabras del Apóstol: No como el delito así fue el don. Si<br />

por el delito de uno murieron muchos, ¡cuánto más la gracia de Dios y el don otorgado por<br />

la gracia de un solo hombre, Jesucristo, abundará en muchos!" 74 Esta perícopa la expones<br />

así: "¿Qué significa mucho más abundó, sino porque todos los libertados por Cristo<br />

mueren temporalmente por causa de Adán, pero triunfarán eternamente por Cristo?"<br />

El Apóstol, cuya doctrina es objeto de este debate, en verdad, declara que la gracia del<br />

Salvador actúa de una manera más eficaz para conferirnos la salud que el pecado de Adán<br />

para perderla; y así demuestra que la gracia, para servirme de tu expresión, abundó en<br />

muchos más que perjudicó el pecado, más que perjudicó la prevaricación del primer<br />

hombre, que, según tú, enturbió, con su pecado, los orígenes de la vida".<br />

Ag.- Dijo el Apóstol: Abundó mucho más, no "en muchos más"; es decir, no en muchos. ¿<br />

Quién, en efecto, no ve que existen en el género humano muchos en los que no abundó; y<br />

la suerte de éstos muestra a las claras cuál debía ser en justicia el destino reservado a<br />

toda la masa, si el Espíritu no soplara donde quiere, y Dios no se dignara llamar a los que<br />

hace este favor y les inspirara sentimientos de piedad? 75<br />

Lea Juliano Rm 5, 16. Basta<br />

86. Jul.- "Prueba que la sentencia del Apóstol rima con vuestros dogmas".<br />

Ag.- Léanse las palabras del Apóstol sin vuestra perversa intención, y no habrá necesidad<br />

de otra prueba.<br />

Actúa el diablo en la obra de Dios<br />

87. Jul.- "Si, como dices, el pecado de Adán emponzoñó las fuentes de la vida y mereció<br />

para todos la condenación y transmitió un virus a toda su descendencia de manera que<br />

corrompió la economía divina de la creación en lo relacionado con la naturaleza humana..."<br />

Ag.- Cuando un espíritu inmundo atormenta a un niño, tortura su cuerpo y a su alma, y<br />

pervierte en él el sentimiento y la razón, ¿no está la naturaleza humana, obra de Dios, en<br />

todas sus partes turbada? Y no sois capaces de encontrar el origen de este mal, al negar la<br />

existencia de un pecado de origen. ¿Por qué no adviertes que, por la acción diabólica, toda<br />

la creación de Dios queda infestada por el veneno del diablo, así como la naturaleza del<br />

hombre? Di cuál es la causa. cuáles los méritos y culpabilidad de este niño, víctima, a los<br />

pocos momentos de su nacimiento, de tantos males, pues no quieres interpretar las<br />

palabras del Apóstol en el sentido que las entendió la Iglesia desde su fundación, y lo<br />

reconoce la misma naturaleza. Pero, si bien lo meditamos, no quedan en manera alguna


frustrados los planes de Dios, porque, conocedor del futuro, al establecer las leyes del<br />

universo, no castiga ahora a su criatura según merece su apostasía, y sabe disponer todas<br />

las cosas con peso, número y medida; y a nadie deja sufrir un mal inmerecido; pero cada<br />

uno personalmente no sufre lo que toda la masa merece.<br />

Matrimonio y libido<br />

88. Jul.- "Que el matrimonio instituido por Dios no puede subsistir sin la acción del diablo,<br />

autor, según tú, de las apetencias sexuales; o más bien, que el acto conyugal, perdido<br />

cuanto de honroso tenía en el momento de su institución primitiva, sea, en las condiciones<br />

en las que actualmente se realiza, mediante los movimientos pasionales de la carne, con<br />

pudor de los esposos, el calor y orgasmo de los genitales, el placer de los sentidos y la<br />

maldad de los nacidos; que el matrimonio, repito, no sea obra de Dios, sino del diablo..."<br />

Ag.- Si distingues entre el mal de los vicios, que solo en un bien puede existir, y la bondad<br />

de la naturaleza, no justificarías al diablo, ni acusarías a Dios, ni excusarías el mal de la<br />

concupiscencia carnal, ni inculparías el bien del matrimonio.<br />

Ausencia de males en la vida futura<br />

89. Jul.- "Por último, perecerá el libre albedrío a impulsos de este único pecado; y nadie<br />

tiene ya la facultad de purificarse de sus faltas antiguas, sino que todos se ven arrastrados<br />

por uno al torrente de una humanidad perdida".<br />

Ag.- ¿Por qué no te admiras de la gran miseria que pesa sobre todo el género humano<br />

desde el primer instante de su nacimiento, y que nadie pueda ser fiel sin pasar por el<br />

sufrimiento, y que la ausencia absoluta de todos los males sólo se concede después de la<br />

vida presente a los que Dios les otorga la gracia de carecer de todo mal? Y si esto<br />

admiras, te corregirás y entonces comprenderás que, si estos males no pesan<br />

injustamente sobre la humanidad, sino que es por un justo juicio de Dios, es porque el<br />

pecado entró en el mundo por un hombre.<br />

Nadie ha sido consejero de Dios<br />

90. Jul.- "Si el pecado del primer hombre acarreó todos estos males sobre la imagen de<br />

Dios, es manifiesto que la gracia de Cristo, con todos sus dones, es importante al no<br />

encontrar remedio a tantos y tan profundos males; y si lo encuentra, danos la prueba.<br />

Comparemos uno y otro. Si Adán, al margen de los pecados de nuestra voluntad, arruinó<br />

la economía de la naturaleza humana, Cristo debió, desde un principio, reparar todas las<br />

ruinas causadas por el primer hombre y restablecer cada cosa en su estado primitivo".<br />

Ag.- Y esto hizo, pero no como tú quieres; porque ¿quién conoció los pensamientos del<br />

Señor, o quién fue su consejero 76 ?<br />

Pecado y gracia. Permanece la libido<br />

91. Jul.- "En otras palabras, los bautizados no debieran sentir los efectos de la<br />

concupiscencia en el acto conyugal; ni estar sometidos, como las otras gentes, a los<br />

movimientos de la carne".<br />

Ag.- Ni las mujeres bautizadas debían parir con dolor, porque el dolor, no lo puedes negar,<br />

castigo es de una mujer pecadora.<br />

Ausencia de torpezas en el paraíso<br />

92. Jul.- "Después del don de la gracia, el sentimiento del pudor no existiría en el acto de<br />

unión sexual; los miembros no debieran caer en seguida en un estado de quietud parecido<br />

al que se encuentra durante el sueño, ni los sentidos se volverían perezosos por la<br />

intensidad del placer; debiera el libre albedrío ser restituido a los que han recibido el<br />

bautismo; de suerte que, por el restablecimiento de la naturaleza en su estado primitivo,<br />

la ley del pecado abolida, fuera a los hombres posible brillar por el esplendor de las<br />

virtudes; e incluso los que participan de los sacramentos no debieran ser mortales".<br />

Ag.- Sin embargo, ¡oh Juliano!, no te avergüenzas al admitir en el paraíso uniones de las<br />

que hoy se sonrojan los esposos, según tú confiesas. ¿Podía existir algo vergonzoso allí


donde el Creador, digno de toda alabanza, no instituyó nada que no fuera loable? Mas ¿<br />

quién puede pensar y hablar así, si no es el que no se sonroja al tejer el elogio de cosas<br />

vergonzosas?<br />

En la vida feliz no hay desorden<br />

93. Jul.- "Si el remedio cura la herida y el pecado causa la muerte, la destrucción del<br />

pecado debe abocar a la destrucción de la muerte".<br />

Ag.- Sostienes aún que Adán, inocente o culpable, por naturaleza debía morir. Y al decir<br />

esto, Pelagio, tu maestro, te condenó en un sínodo de obispos palestinos, precisamente<br />

por esta misma doctrina tuya, pero se condenó a sí mismo al no renunciar a su opinión. En<br />

esta vida de miseria, Dios no otorga a los suyos la bienaventuranza, aunque les perdone<br />

los pecados y les infunda el don del espíritu de gracia. Por eso, a los que rehúsan tomar<br />

parte en el festín de los placeres de este siglo, o saben hacer buen uso de ellos, como de<br />

los dolores y sufrimientos, les promete la vida futura, donde no sufrirán mal alguno. En<br />

esa vida, la unión de los sexos sería tal como pudo existir en el paraíso si nadie hubiera<br />

pecado y donde nada causaría vergüenza; pero en esa vida no habría matrimonios, pues,<br />

completo el número de elegidos, no sería necesaria la unión conyugal, ni la generación<br />

tendría lugar.<br />

Vive de esperanza el bautizado<br />

94. Jul.- "Consta, pues, que los bautizados no experimentan en sus cuerpos ninguno de<br />

los beneficios enumerados; por otra parte, es una verdad más radiante que el sol, que la<br />

curación no pudo, es decir, no debió suceder de otra manera; confiesa, o que los males<br />

mencionados no son obra del pecado y, por tanto, la naturaleza no fue herida, y entonces<br />

constará cuál es la esencia de la gracia, pues es evidente que no ha causado ningún<br />

cambio en la naturaleza; o bien confesarás no existe virtud curativa en los misterios de<br />

Cristo, pues de tantas enfermedades como enumeras, no pudo curar ni una sola".<br />

Ag.- Por el contrario, si aún te queda una chispa de inteligencia, deberías reconocer la<br />

enormidad de aquel pecado que por un hombre entró en el mundo y con la muerte pasó<br />

por todos los hombres; porque los mismos bautizados, perdonada la culpa, no se ven<br />

libres, si no es después de esta vida, de los males de este siglo con los que nacen todos<br />

los hombres; aquí nos conviene ser probados por los males, aunque nos hayan prometido<br />

bienes. Porque si la recompensa de la fe nos fuese dada ahora, la fe no sería fe; pues ésta<br />

consiste en soportar piadosamente los males presentes, y aunque no ve los bienes<br />

prometidos, con fidelidad y paciencia los espera.<br />

Los males son temporales; el beneficio de la gracia, eterno<br />

95. Jul.- "Hasta el presente he razonado como si el Apóstol estableciese una ecuación<br />

perfecta, aunque de signo contrario, entre la intensidad del mal y la eficacia del remedio;<br />

sin duda aparece más sublime la sana fe que defendemos si se considera que Pablo, lejos<br />

de poner la gravedad del mal causada por el pecado, sobre los remedios de la gracia,<br />

declara ser los beneficios más copiosos que los males".<br />

Ag.- Verdad es; porque los males de los regenerados son temporales; los beneficios,<br />

eternos; pero decid, por qué, si no existe ningún pecado, un Dios justísimo y<br />

todopoderoso irroga dichos males, cuya existencia atestiguan con sus lágrimas los que<br />

nacen.<br />

Mucho más, no más<br />

96. Jul.- "Que el lector avisado saque las conclusiones de esta disputa. Sentencia es del<br />

Apóstol, los dones de salvación concedidos por Cristo abundan en mayor número<br />

comparados con los males causados por Adán".<br />

Ag.- No dice esto el Apóstol, sino mucho más la gracia abundó en muchos 77 ; esto es,<br />

abundó mucho más, no en número mayor, es decir, en una multitud mayor; como ya<br />

respondí.<br />

La gracia perdona y da vigor


97. Jul.- "Pretendes ser los males infligidos a la naturaleza, ha poco mencionados, efecto<br />

de una culpa; por otra parte, es cierto que los hombres que reciben el sacramento de<br />

Cristo no son curados ni de uno solo de estos males; en consecuencia, según tú, la<br />

iniquidad del primer hombre tiene mayor eficacia para causar males que la gracia de Cristo<br />

para sanar. Esta conclusión nos hace ver que entre tu doctrina y la del Apóstol existe una<br />

contradicción tan palmaria como la que existe entre católicos y maniqueos".<br />

Ag.- La gracia de Cristo borra el pecado original, pero lo invisible sólo invisiblemente se<br />

borra; borra todos los pecados, incluidos los que el hombre comete con su mal vivir. La<br />

sentencia, partiendo de uno, lleva a la condenación; porque este único pecado que los<br />

niños contraen les arrastra a una condenación eterna si no se les perdona; pero no<br />

perdona éste sólo, porque así no sería más eficaz que el pecado primero; con él se<br />

perdonan todos los demás; luego la gracia es más eficaz, y por eso se dijo: Porque el<br />

juicio, partiendo de uno, lleva a la condenación; la gracia, partiendo de muchos delitos,<br />

para justificación 78 .<br />

La gracia da al espíritu fuerzas para luchar contra la concupiscencia de la carne; y si, por<br />

debilidad, el hombre piadoso peca venialmente en este combate, la deuda la perdona la<br />

oración; y si es culpable de pecado grave, le inspira un arrepentimiento más humilde, para<br />

en seguida otorgarle el perdón. Por último, da la vida eterna al cuerpo y al alma, y ¿quién<br />

puede imaginar cuántos y cuáles son sus bienes en la vida feliz? ¿Cómo puede afirmarse<br />

que nos perjudicó más la iniquidad del primer hombre, que nos ha beneficiado la gracia<br />

del segundo hombre, Cristo; pues el daño que nos causó el primero fue temporal, y Cristo<br />

ayuda en el tiempo, libra y beatifica por toda una eternidad? Esto sentado, nuestra<br />

doctrina es católica, no maniquea; ni pelagiana, por ser católica.<br />

Se transmite la muerte y el pecado<br />

98. Jul.- "Tengo perfecto derecho a despreciar el frívolo comentario que haces a este texto<br />

y podía dejarlo pasar sin impugnarlo, como cosa sin valor para una persona instruida, si<br />

no temiera que se da más crédito a tus falacias que a mi insistencia. Estas son tus<br />

palabras: ¿Qué significa mucho más abundó, sino que todos los redimidos por Cristo<br />

mueren temporalmente por causa de Adán, mas, por Cristo, triunfarán por toda la<br />

eternidad? Estas palabras, si tienen carga lógica, arrasarían, confiésalo, todos tus castillos;<br />

es decir, la transmisión del pecado. Dices: "Mucho más abundó la gracia de Cristo, pues<br />

por ella se nos da la vida eterna, mientras que por el pecado de Adán sufrimos sólo<br />

muerte temporal". Si, exceptuada la muerte, ningún otro mal se nos transmitió por Adán,<br />

en cambio Cristo, por un beneficio mayor, nos da la vida sin ocaso, es evidente que es la<br />

muerte, y no el pecado de Adán, la que se transmite a todos sus descendientes".<br />

Ag.- Veo has tomado mis palabras como motivo de irrisión; o mejor, finges ridiculizarlas<br />

para dar la sensación a los que nada entienden, de decir algo, cuando en realidad nada<br />

dices. Dije, sí, en primer lugar, que Adán perjudicó con muerte temporal a los que Cristo<br />

libra con su gracia; y a los que, por secreto y verdadero juicio de Dios, no libra, aunque<br />

mueran en edad infantil, castiga con muerte eterna. ¿Cómo puedes tú deducir que es la<br />

muerte y no el pecado de Adán lo que se transmite a sus descendientes, si no es porque<br />

quieres se acepte el ruido de tus palabras y no lo que se deduce de las mías?<br />

Decimos que se transmiten la muerte y el pecado, y de los dos hemos sido rescatados por<br />

Cristo; de la culpa mediante el perdón de todos los pecados; de la muerte mediante la<br />

resurrección feliz de todos los santos. Pero esto no sucede en el instante mismo de la<br />

regeneración, para ejercicio de la fe, pues lo que se espera no se ve. Merecen los fieles<br />

este nombre cuando para ellos y sus hijos esperan este bien.<br />

Esto es lo que enseñamos, esta es la verdad católica que vosotros impugnáis. Todo lo que<br />

en vuestras heterodoxas discusiones decís es contra vosotros mismos, no contra la<br />

verdad.<br />

Lucha el hombre contra la muerte<br />

99. Jul.- "Constará, con toda consecuencia, que la muerte perpetua, es decir, la pena<br />

eterna no se transmite y, en consecuencia, no se puede transmitir el pecado. Unas breves<br />

palabras harán ver lo que es preciso admitir. Da el Apóstol la primacía a los dones de<br />

Cristo sobre el pecado del primer hombre; tú, con este tu pecado, es decir, por la


transmisión del pecado, ¿hablas de la transmisión de dos muertes o de una sola? Si de<br />

una, la corporal, como confiesas, cierto que la gracia de Cristo es más eficaz que el pecado<br />

del primer hombre, y entonces nadie nace pecador, porque, según más arriba dijiste, el<br />

reino del pecado consiste en precipitar al hombre en la muerte segunda; esto es, en la<br />

pena eterna, mientras afirmas que es la muerte del cuerpo la que Adán nos transmite.<br />

Luego ni el pecado de Adán ni la muerte eterna han sido transmitidas por Adán a su<br />

descendencia".<br />

Ag.- Ya he contestado. Nada has dicho. El reino del pecado precipita en la muerte eterna<br />

si, por la gracia de Cristo, no se perdona la culpa. Sin embargo, no existiría la muerte<br />

temporal si Adán, por su pecado, no hubiera perdido la posibilidad de no morir. Esta<br />

muerte fue por Dios intimada al pecador cuando sentenció: Eres tierra e irás a la tierra 79 .<br />

Cristo, sin tener pecado, se dignó someterse a esta sentencia; bajó a la tierra al morir y<br />

elevó la tierra al resucitar; y así, destruida la muerte eterna, no libra a los fieles de la<br />

muerte temporal, para que, en el combate de la vida presente, por la fe en la resurrección,<br />

luche contra la muerte.<br />

Muerte y resurrección<br />

100. Jul.- "Mas si dijeres que, por el pecado de Adán, entró el pecado en la naturaleza y<br />

es causa de dos muertes, eterna una, temporal la otra; y por la gracia de Cristo, la<br />

persona, no la naturaleza, es de la muerte eterna librada, mientras permanece la<br />

temporal, convencerías de falsedad al Apóstol, pues ha dicho que más nos beneficia la<br />

gracia que nos perjudicó el pecado; y como es imposible argüir de mentira al Apóstol, con<br />

derecho mereces ser reprobado".<br />

Ag.- He dicho que, en la resurrección de los santos, desaparecen las dos muertes; una<br />

para que el alma no esté sin el cuerpo; la otra para que el alma, unida al cuerpo, no se<br />

hunda en la aflicción y en la angustia. Si los fieles, durante cierto tiempo, están sujetos a<br />

la primera, es en ayuda de la fe; si luego los culpables no se ven libres, es para aumento<br />

de su miseria. A los regenerados en Cristo, si de este siglo salen como elegidos, es<br />

manifiesto que les beneficia más la gracia que les perjudicó el pecado que entró por un<br />

hombre en el mundo, y con la muerte pasó por todos los hombres. No puede ser<br />

reprendido el Apóstol, pues dijo verdad; pero tú, o no comprendes ni entiendes sus<br />

palabras, o, contra lo que comprendes, con herética obstinación, te empeñas en establecer<br />

lo que es falso.<br />

Adán y Cristo. Generación y regeneración<br />

101. Jul.- "Dijo el Apóstol que la gracia de Cristo es más abundante que la culpa de Adán;<br />

no acusa la naturaleza, la generación, la fecundidad, sino que culpa la voluntad, la opción<br />

del mal, la perversión de costumbres".<br />

Ag.- Si no causó mal la generación, la regeneración no causa ningún bien; si la naturaleza<br />

no está viciada, Cristo no ha salvado a los niños; si es por la voluntad personal por lo que<br />

se merece el premio o el castigo, ¿cómo han merecido los niños que Cristo les confiera la<br />

posesión del reino de Dios, cuando su voluntad carece de libertad para el bien o el mal?<br />

Por último, dos ejemplos pone el Apóstol, uno del pecado en la persona de Adán, no del<br />

diablo; otro de justicia en la persona de Cristo, no de Abel, para dar a entender que no<br />

habla de imitación, sino de generación y regeneración; si Adán no transmite el pecado a<br />

sus descendientes, tampoco otorga Cristo la regeneración a los niños; tanto los niños<br />

regenerados como los que únicamente han sido engendrados, no tienen aún uso de propia<br />

libertad. Id ahora, si os place, y clamad, si os atrevéis, y decid a los niños que no se les<br />

otorga la justicia; ni la tendrán cuando habiten en el reino donde habrá cielos nuevos y<br />

nueva tierra, y donde reinará la justicia; o bien, emborrachados y delirantes por el eléboro<br />

de vuestro dogma, decid que los niños tendrán, sí, la justicia, pero adquirida por sus<br />

méritos personales, no por largueza de la gracia divina. Y si no os atrevéis a usar este<br />

lenguaje, pues reconocéis que es aquí donde se adquieren los méritos y en la eternidad se<br />

recibe la recompensa, ¿por qué vaciláis o no queréis reconocer que los niños pueden<br />

contraer el pecado de Adán sin ningún acto malo de su querer personal, así como reciben<br />

por Cristo la justicia sin los méritos precedentes de su buena voluntad?<br />

Pablo y Manés


102. Jul.- "Y por esto mismo, si la verdad no ha perdido aún su derecho en los asuntos<br />

humanos; si el mundo no ha quedado ensordecido por el estrépito de la maldad, hemos de<br />

reconocer que la razón, la disputa, la fe del Apóstol y el testimonio de las Escrituras<br />

demostrarán claramente que entre traducianistas y católicos existe un abismo igual al que<br />

existe entre Pablo y Manés; entre la sabiduría y la estupidez; entre la razón y la locura,<br />

entre la constancia en la doctrina y la veleidad, cuyo dechado eres tú, pues niegas, por<br />

decirlo así, en una misma línea, lo que acabas de afirmar; y afirmas lo que acabas de<br />

negar".<br />

Ag.- He contestado ya. Por favor, si no tienes nada más que decir, calla, si puedes; pero lo<br />

peor es que ni callar puedes.<br />

Haz el bien<br />

103. Jul.- "Y no, como por un pecador, así es el don; porque la sentencia por uno para<br />

condenación; pero la gracia, partiendo de muchos delitos, para justificación 80 . A estas<br />

palabras del Apóstol añades tu comentario; suena así: ¿Qué viene de uno solo, si no es el<br />

pecado? Porque sigue: La gracia nos libra de muchos delitos. Que nos digan nuestros<br />

adversarios cómo esta condenación es fruto de un solo pecado, si no es por el pecado<br />

original, que pasó por todos los hombres y es suficiente para la condenación. Mientras la<br />

gracia nos libra de multitud de pecados para justificación; no sólo perdona el pecado<br />

original, sino también todos los pecados que cada uno personalmente, por su libre<br />

voluntad, ha cometido. Si por el delito de uno la muerte reinó por uno, mucho más los que<br />

reciben en abundancia la gracia y la justicia reinarán por uno, Jesucristo, en la vida. Así<br />

como el delito de uno solo es para todos condenación; así la justicia de uno es para todos<br />

los hombres justificación 81 .<br />

Después de estas palabras del Apóstol te diriges a nosotros con insultos, como si hubieras<br />

probado algo. Permanecen aún, dices, en la vanidad de sus pensamientos y continúan<br />

enseñando que este hombre, único, no ha transmitido su pecado por generación, sino que<br />

sólo nos dio ejemplo de pecado. ¿Cómo todos los hombres por el pecado de uno incurren<br />

en condenación, y no a causa de numerosos pecados de cada uno, si no es porque este<br />

único pecado es suficiente para arrastrar a la condenación, sin que se le añadan otros,<br />

como sucede con los nacidos de Adán si no son regenerados en Cristo? ¿Qué pretende de<br />

nosotros éste que no quiere escuchar al Apóstol y pregunta en qué es culpable el niño, si<br />

por su propio querer, por el matrimonio, o por los padres? Escuche el porqué, oiga y calle<br />

y sabrá por qué el pecado se encuentra en el niño: Por el delito de uno en todos los<br />

hombres para condenación. Sabemos que nada temes más que las preguntas aptas para<br />

revelar tus dogmas; por eso intentáis, por todos los medios, conseguir del poder temporal<br />

no sea discutida la presente cuestión, pues comprendéis es necesaria la fuerza cuando la<br />

ayuda de la razón es nula".<br />

Ag.- ¿Quieres no tener miedo al poder? Haz el bien. No es bueno afirmar y defender una<br />

sentencia herética contra el sentido del Apóstol. Por qué pides un nuevo examen si ya tuvo<br />

lugar ante la Sede Apostólica; y, antes, se pronunció sentencia judicial en un sínodo<br />

palestinense, en el que Pelagio, autor de vuestro error, sin duda hubiera sido condenado si<br />

él no condena esta misma doctrina que tú enseñas. Condenada vuestra herejía, no ha de<br />

condenarse de nuevo; sí reprimirla por las autoridades cristianas.<br />

No abandona Agustín la lucha<br />

104. Jul.- "Ante hombres prudentes no prevalecerá tu opinión, ni te permitirá a ti "jefe y<br />

autor de estos males", retirarte de la contienda y atrincherarte detrás del Apóstol, de<br />

manera que sea él quien reciba las heridas en tu lugar, él que es nuestro maestro principal<br />

y nuestro jefe en la lucha que contra vosotros sostenemos. Piensa cuanto voy a decirte. Si<br />

no existiera entre nosotros ninguna discusión y el Apóstol enseñase la doctrina de un<br />

pecado natural como los maniqueos, entonces lo podías oponer a mis ataques; mas, como<br />

la autoridad del Doctor de los gentiles permanece inviolable en mi espíritu, no permitiré<br />

alterar el significado de sus palabras con tus explicaciones; sobre todo cuando demuestra<br />

conforme a las reglas de una sana lógica, ya mencionada y que es opuesta a este dogma<br />

absurdo, impuro e impío; y cuando pruebo que el Apóstol no ha dicho ni palabra de la<br />

existencia de un pecado natural, y aún tienes la osadía de hacer me conteste en tu<br />

nombre sin ser interrogado, pues de su sabiduría no hay duda. Me gritas porque no quiero


escuchar al Apóstol, lo que en ti detesto, dándome el Apóstol una sana inteligencia".<br />

Ag.- ¿Acaso no debes guardar silencio, después de las palabras del Apóstol que cité? Sin<br />

embargo, no pudiendo decir nada contra estas palabras, ni darles sentido alguno, no callas<br />

contra mí; como si yo fuera el primero en creer y defender la existencia del pecado<br />

original. ¿Crees que tus futuros lectores son tan ignorantes que no sepan cuántos<br />

esclarecidos doctores de la Iglesia, antes que nosotros, han creído y comentado las<br />

palabras del Apóstol, como lo entendió y creyó desde sus orígenes toda la Iglesia católica;<br />

y si la enseñanza de estos doctores es errada, como vosotros no teméis afirmar, por favor,<br />

cómo puedo ser yo jefe y causa de estos males, si no es porque tú eres el cabecilla y autor<br />

de estas calumnias que contra mí rabiosamente vomitas?<br />

Porque si con sano juicio consideras las miserias de esta vida, desde los primeros vagidos<br />

de los niños hasta los ayes de los moribundos, verías que ni tú ni yo, sino Adán, fue el jefe<br />

y la causa de estos males; tú no lo quieres ver y, cerrados los ojos, clamas que los juicios<br />

de Dios son justos y que no existe el pecado original. Verías, sin duda, que estas dos<br />

afirmaciones son contrarias, si no fueras, no digo autor de estos males, pues no lo eres;<br />

pero si tienes la cabeza en su puesto, y la puedes tener, no tendrías a Pelagio. como<br />

caudillo y acatarías las enseñanzas de los doctores católicos.<br />

Verdad católica la del pecado original<br />

105. Jul.- "Exprimamos el jugo de tus argumentos. Después de afirmar Pablo que había<br />

abundado más la gracia del Salvador para sanarnos que la prevaricación del primer<br />

hombre para dañarnos, continúa: Y no como por el pecado así el don; porque el juicio de<br />

condenación vino por uno, pero la gracia de la justificación libra de gran número de<br />

pecados; tú quieres que este pecado único, suficiente para la condenación, sea el pecado<br />

original que pasa por todos los hombres; y que la gracia de la justificación libra de muchos<br />

delitos, pues no sólo destruye el pecado de origen, sino todos los que el hombre comete<br />

por propia voluntad 82 . Para confirmar esta interpretación, arguyes poco después: "Si<br />

pensara el Apóstol en un pecado transmitido por imitación, suficiente para la condenación,<br />

debió añadir que todos los hombres incurren en sentencia de condenación, no por un solo<br />

pecado, sino por muchos otros cometidos por propia voluntad". Reclamo aquí la atención<br />

del lector para deslindar las palabras del Apóstol de la interpretación de los maniqueos.<br />

Dices que, según nuestra exégesis, afirmamos que la culpa primera abrió camino a los<br />

pecadores, y el Apóstol debió decir: así como la gracia obra la justificación de muchos<br />

delitos, lo mismo debió decir que la muerte reina por muchos pecados. Pero este<br />

argumento tiene sólo valor contra ti.<br />

Quedas convencido; pues conforme a tu doctrina no sería lógico dijese el Apóstol: La<br />

gracia para justificación de muchos delitos, pues antes había dicho: Por un pecado,<br />

sentencia de condenación. Salgamos de nuestro territorio e internémonos en vuestros<br />

dominios. Si quedó el libre albedrío destruido por el primer pecado, y luego dejó de existir<br />

en todo el género humano, de manera que sólo puede hacer el mal, sin tener otra opción;<br />

en otros términos, que no puede evitar el mal y hacer el bien; sino que, como forzado por<br />

una necesidad malvada, se ve impulsado a obedecer a sus apetencias criminales; si,<br />

violada toda norma de justicia, se convierte en natural lo que era voluntario; si la ley del<br />

pecado habita en los miembros, por los que, en virtud del pudor y del placer del acto<br />

conyugal ejerce una verdadera tiranía sobre la criatura, imagen de Dios; si el árbol del<br />

diablo hunde sus raíces, antes de la creación del alma, en el seno materno, para brotar y<br />

crecer al paso del tiempo y extender sus ramas y producir frutos envenenados; si todos<br />

estos males, repito, son fruto, como decís, de una falta del primer hombre; parece más<br />

lógico decir que el género humano sufre condena por el pecado de uno solo, y no que la<br />

gracia libra de muchos pecados; pues es más exacto decir que esta gracia libra de un<br />

pecado a los que libra. Porque ningún otro pecado puede ser añadido por una decisión<br />

personal de nuestro libre querer si, destruido el libre albedrío, los deseos honestos ya no<br />

son posibles, si la culpa de nuestro primer padre, transmitida por un germen<br />

emponzoñado, es la causa de todos los males".<br />

Ag.- ¿Cómo es posible que un hombre, empeñado en desnaturalizar las palabras del<br />

Apóstol, pueda hablar un lenguaje razonable y no perverso? Cierto, cuando el uso de la<br />

voluntad -que los niños no tienen- viene a sumar al pecado heredado en el momento de la<br />

generación otras faltas, el árbol del pecado se cuaja de multitud de frutos, es decir, de<br />

pecados; frutos de variadas apetencias de la carne; pero antes que esto se realice, un solo


pecado arrastra a la condenación, si antes del uso de la razón muere el niño. Porque si un<br />

pecado más enorme e inveterado merece castigo más fuerte, no se sigue que un mal<br />

menor y único no merezca castigo ninguno. ¿Cómo, pues, la regeneración, que borra<br />

culpas multiplicadas por el libre querer, nos beneficia más que el mal causado por la<br />

generación, porque el mal pernicioso del que es fuente no puede ser aumentado, ni<br />

multiplicado, pues permanece solitario sin desarrollo alguno si el libre albedrío no lo<br />

aumenta y multiplica?<br />

Cuanto a la potencia volitiva, antes de recobrar, por la gracia de Dios, su libertad para dar<br />

cumplimiento a la justicia verdadera, amén del vicio de origen, puede moverse o no a<br />

pecar; de ahí que los mismos impíos que no han recibido, o nunca recibirán la gracia de la<br />

justificación unos cometen más, otros menos pecados. El juicio de condenación viene de<br />

uno sólo, pues también se condenan los que por generación han contraído un solo pecado;<br />

pero la gracia de la justificación libra de muchos delitos al borrar no sólo el pecado que el<br />

hombre trae al nacer, sino cualquier otro que añade, por el mal uso, la voluntad. Esta es la<br />

verdad católica que se desprende de las palabras del Apóstol y que no puedes alterar con<br />

tu locuacidad herética, aunque ejercites nuestra paciencia con tu verborrea vacía y tus<br />

prolijos discursos.<br />

Socorro y victoria<br />

106. Jul.- "Por esto mismo, si el pecado natural es causa única de tantos males, la gracia<br />

de Cristo no justifica perdonando muchedumbre de pecados; y realiza su obra de<br />

misericordia perdonando un solo pecado; para cumplir su promesa sería preciso sanase<br />

todas las heridas causadas por el pecado; por lo demás, si después de los remedios que<br />

nos proporciona, las diversas enfermedades, causadas por el diablo, subsisten aún, se<br />

debe perdonar su presunción y gratificar su deseo; porque no es la voluntad buena lo que<br />

le faltó, sino las fuerzas para sanar lacras naturales".<br />

Ag.- Ya he contestado. Comprende y calla. Una cosa es el socorro de la gracia cuando<br />

combatimos, y otra la victoria que nos está reservada en la paz eterna, al abrigo de<br />

enemigos externos e internos; el combate penoso ha lugar en la vida presente; el<br />

descanso feliz, en la vida futura. Si en tu interior no sostienes combates contra tus<br />

apetencias carnales, avergüénzate; si luchas, enmudece.<br />

Condenación de Pelagio<br />

107. Jul.- "¿Adónde hemos llegado en esta discusión? A que tu doctrina no armoniza con<br />

la del Apóstol. Dice el Apóstol: Por la sobreabundancia de gracia se perdonan multitud de<br />

pecados; pero tu dogma afirma: por un solo pecado natural -que tú llamas ley de pecado-<br />

brotan en todos los hombres deseos culpables. En resumen, tú condenas la naturaleza,<br />

obra de Dios, y el Apóstol culpa la voluntad. Y por cierto que no debió de usar distinto<br />

lenguaje del que emplea; es decir, la condenación puede ser consecuencia de un pecado,<br />

porque, el primer hombre, por un solo pecado, dio ejemplo de pecado; y así como para él<br />

una sola prevaricación fue causa de condenación, así para los demás hombres, una sola<br />

falta es suficiente para hacerlos culpables. Por eso dice el Eclesiastés: Un solo pecado echa<br />

a perder muchos bienes 83 . Y Santiago: El que observa toda la ley, pero falta en un<br />

precepto, se hace reo de todos" 84 .<br />

Ag.- ¿Luego el pecado de Adán le perjudicó a él sólo y no al género humano? No serás tan<br />

insensato que afirmes que un pecado puede perjudicar a hombres ignorantes o que no<br />

creen haya nunca existido, porque, aun sin saberlo, los hombres imitan algo y sería<br />

insensatez suma afirmar que son pecados y heridas causadas por un pecado que ellos<br />

ignoran haberse cometido hace miles de años; a no ser que reconozcas que ha sido<br />

transmitido a todos los hombres por generación. Y si no hubiera condenado Pelagio a los<br />

que dicen que el pecado de Adán a él sólo perjudicó, no al género humano, hubiera sido<br />

condenado por jueces que ciertamente no eran maniqueos 85 .<br />

El Jesús de los niños<br />

108. Jul.- "Mas la gracia de Jesucristo, el Señor, no se concede de manera que se aplique<br />

a cada pecado, como si a cada herida se aplicase el remedio del perdón y un bautismo<br />

según la diversidad de los pecados que borra; sino que, merced a la eficacia potentísima<br />

del remedio aplicado a los crímenes, es decir, a las obras de una mala voluntad, su acción


es general y borra todas las diferentes especies de pecados con la fuerza de una sola<br />

consagración".<br />

Ag.- De cualquier modo se haya dado la gracia de Jesucristo, el Señor, excluyes de sus<br />

beneficios a los niños, al negar que por ella puedan ser salvados; pues divides a capricho<br />

el vocablo, de modo que Cristo se aplica a los niños a causa del reino de los cielos, al que<br />

no tienen acceso, según vosotros, los no bautizados; pero Jesús es a ellos extraño, porque<br />

no actúa en ellos, aunque es lo que significa su nombre. Escrito está: Le llamarás Jesús, y<br />

a continuación declara por qué se llama Jesús: Él salvará a su pueblo de sus pecados 86 . Al<br />

negar se aplique a los niños, los separáis del nombre de Jesús y de su pueblo. ¿Y osáis<br />

indignaros, siendo vosotros los que los excluís de su pueblo?<br />

Por lo que se refiere a los delitos voluntarios, una misma justificación nos libra de una<br />

muchedumbre de prevaricaciones. ¿Por qué se dijo: Por uno la sentencia de condenación,<br />

pero la gracia para justificación de muchos delitos, si no es porque, en este pasaje, no se<br />

opone voluntad a voluntad, imitación a imitación, sino generación a regeneración? Así<br />

como la generación nos pone bajo sentencia de condenación por uno; así la regeneración<br />

nos da la gracia para justificación de muchos delitos. El pensamiento del Apóstol es<br />

transparente, y si abrieras los oídos para oír, sellarías tu boca contestataria.<br />

Por Adán, el pecado; por Cristo, la regeneración<br />

109. Jul.- "Con gran cautela, al hablar Pablo de Adán, menciona un solo pecado,<br />

queriendo dar a entender que fue un mal ejemplo de prevaricación. Por eso, repito,<br />

mencionó un pecado, no muchos; pues sabía que en toda la historia de la ley se hace<br />

mención de un solo pecado de Adán; pero proclama la gracia de la justificación liberadora<br />

de muchos delitos en los que penetra esta gracia, para que nadie sospeche pobreza en el<br />

don; porque, si hubiera dicho: la gracia justifica de un solo pecado, daría la sensación de<br />

perdonar aisladamente un pecado, no todos. Al hablar el Apóstol de un pecado, es fiel a la<br />

historia; y al hablar de la gracia, que justifica de muchos, revela la munificencia y<br />

abundancia del misterio".<br />

Ag.- ¿Por qué habla de Adán cuando exalta la obra de Cristo, si no es porque por aquél la<br />

generación, y por éste la regeneración?<br />

Ayuda de Juliano a los maniqueos<br />

110. Jul.- "Mi exégesis rima con la razón, y a vosotros os desarbola. Es, pues, necesario<br />

admitas que en todas las palabras del Apóstol, arriba mencionadas, no habla de la<br />

transmisión maniquea del pecado cuando, al hablar de la gracia, nos dice absolvemos de<br />

muchos pecados".<br />

Ag.- Ayudas, sin duda, a los maniqueos al brindarles oportunidad de introducir una<br />

naturaleza mala, al negar ser el pecado original causa de tantas calamidades infantiles;<br />

miseria que en el paraíso no tendrían si nacieran en santidad y rectitud de justicia.<br />

Uno incluido en muchos<br />

111. Jul.- "Este único pecado demuestra el Apóstol ser del mismo género que los<br />

numerosos pecados mencionados arriba y borrados por la gracia. Tú lo reconoces y ves<br />

que estos numerosos pecados los comete el hombre por su propia voluntad; luego aquel<br />

uno es de la misma especie".<br />

Ag.- Este uno, lo afirmo, está incluido en aquellos muchos, no excluido. Se puede decir<br />

también con verdad que es de la misma especie que los otros, si se refiere al origen;<br />

porque brotó de la voluntad del primer hombre, cuando el pecado entró en el mundo y<br />

pasó por todos los hombres.<br />

En la muchedumbre, el pecado original<br />

112. Jul.- "Se puede considerar el pecado como cometido por cada uno, resultado de una<br />

opción de la propia voluntad. Y no se culpa la fecundidad de la semilla, sino la perversidad<br />

del querer. Además, si hubiera querido el Apóstol hablar de un pecado de origen, no<br />

hablaría a continuación de muchos pecados, que él atestigua se perdonan por gracia".


Ag.- ¿Por qué no decirlo, si no es porque lo quieren los pelagianos? Pero no lo quiere la<br />

verdad, por la que se evidencia la novedad pelagiana y es vencida su vanidad. La multitud<br />

de pecados que borra la justificación con aquel uno son muchos; y este uno, aunque no se<br />

sumen otros, puede sentenciar a la condenación. Pudo Adán transmitir a sus<br />

descendientes ese pecado único, y Cristo perdonar a los regenerados muchedumbre;<br />

porque está demostrado que los beneficios del segundo son más eficaces y están más<br />

extendidos que el mal causado por el primero.<br />

Nacemos en pecado<br />

113. Jul.- "Y aunque lo dicho sea suficiente para defensa de la verdad, no obstante pido<br />

preste atención el lector a lo que vamos a decir, y se verá con meridiana claridad que en<br />

estos pasajes no habla Pablo, el Apóstol, de la naturaleza, sino de la conducta de los<br />

mortales. Pone ante nuestros ojos la eficacia de la gracia de Cristo, y, a contra luz, el<br />

primer pecado, y compara los efectos de cada uno y se esfuerza en demostrar que nos<br />

beneficia más el misterio de Cristo que lo que nos perjudicó el pecado del primer hombre.<br />

Y probamos que no se puede entender esto en el sentido de una transmisión del pecado.<br />

Hace luego el Apóstol un elogio encendido de la gracia, enumerando sus grandes<br />

beneficios, en especial con estas palabras: La sentencia por uno para condenación, la<br />

gracia nos libra de muchos pecados para justificación de vida.<br />

Palabras que explica así el defensor del mal natural: el juicio para condenación viene de<br />

uno solo, porque este solo pecado, que viene de nuestro origen, es suficiente para<br />

arrastrar a la condenación, como, en efecto, lo es para los niños nacidos de Adán y no<br />

regenerados por Cristo, aunque no tengan ningún otro pecado. Pero la gracia para<br />

justificación de muchos delitos; porque no sólo perdona el original, sino que perdona<br />

también todos los que cada uno ha cometido por su propio querer 87 . Enseñas, pues, con<br />

maniquea impiedad que existe un pecado natural y, por él, todos los nacidos han de ser<br />

condenados".<br />

Ag.- El que dijo: "Todos nacemos en pecado" 88 , no era maniqueo. ¿Qué sois, pues,<br />

vosotros, responde, pues sin ningún mérito de pecado excluís del reino de los cielos a<br />

tantas imágenes de Dios y negáis sean condenados en el juicio de Dios y fingís dos<br />

eternidades felices, una en el reino de Dios, otra fuera del reino de Dios? Decidme, por<br />

favor, en esta felicidad fuera de las fronteras del reino de Dios, ¿reinará alguien, o no? Si<br />

nadie reina, la libertad será sin duda omnímoda; y si alguien reina, ¿quién será el rey de<br />

estas imágenes de Dios que no sea Dios? Y si es un Dios, vosotros introducís otro dios, y ¿<br />

me llamas aún maniqueo? Y si es el Dios único el que reina, es aquel a cuya semejanza<br />

fueron las almas creadas y gozarán de una eterna felicidad en el reino del Dios verdadero.<br />

Y entonces, ¿cómo interpretar aquél si no renaciereis del agua y del Espíritu, no podéis<br />

entrar en el reino de los cielos? 89 ¿O es que, por fin, admitís que, fuera del reino de Dios,<br />

los niños no regenerados no serán felices? Hombre discutidor y charlatán, di cuál es la<br />

causa de esta infelicidad si niegas la existencia del pecado original.<br />

Este uno incluido en los muchos<br />

114. Jul.- "Prueba, pues, que el efecto atribuido a la gracia por el apóstol Pablo ha lugar<br />

en los niños; esto es, que la gracia los justifica de muchos delitos; o, en otras palabras,<br />

que les da la justicia y les perdona a la vez sus muchos pecados; o bien prueba que los<br />

niños son reos de muchos pecados, para que puedas probar, con palabras del Apóstol, que<br />

exalta la munificencia de Cristo, que también a ellos se aplica y que son librados de<br />

muchos crímenes; o, por último, reconoce que Pablo, en estos pasajes, no habla de los<br />

niños ni de la naturaleza humana cuando enseña que la liberalidad de la gracia -con tu<br />

permiso- perdona todo lo que no puede encontrar en los niños".<br />

Ag.- ¿Qué dices? ¿Por qué mete tanto ruido tu locuacísima vanidad, que impide a la<br />

verdad manifiesta penetrar en tus oídos? Si Jesús salva a su pueblo de multitud de<br />

pecados, no olvida el pecado original de cada niño; este pecado queda incluido en la<br />

muchedumbre de pecados.<br />

Por un solo pecado<br />

115. Jul.- "La gracia justifica de muchos delitos. Tú afirmas que los niños son reos de un<br />

solo pecado. Ves, pues cómo el elogio de la gracia cojea en la persona de los niños, al no


encontrar muchedumbre de pecados cuyo perdón pueda elogiarse. La gracia justifica de<br />

muchos pecados. Esta frase paulina se revela falsa en el caso de los niños. ¿Cómo podrás<br />

evadirte de este cerco? Dirás sin duda -tus anteriores palabras muestran ser este tu<br />

sentir-, dirás que estas palabras del Apóstol: la gracia para justificación de muchos delitos,<br />

tiene cumplimiento en los adultos, reos de muchos delitos, por un movimiento de la propia<br />

voluntad; a los niños los justifica, no de muchos, sino de un solo pecado".<br />

Ag.- No es difícil comprender eres tú el que privas a los niños de esta justificación que el<br />

Salvador concede a los suyos, por el perdón de muchos pecados; te empeñas en decir que<br />

no se les perdona pecado alguno. No somos, pues, nosotros a quienes se nos puede<br />

acusar de privar a los niños de esta justificación, pues enseñamos que todos, sin<br />

excepción de edad, por un solo pecado se pueden condenar, e incluso los hombres de<br />

edad avanzada son reos de este pecado; y lo mismo cuando afirmamos que la gracia<br />

justifica de muchos delitos, no hacemos excepción de edad alguna; pues el que perdona<br />

muchos pecados -por muchos entiende todos- no deja sin perdonar alguno; es decir, ni los<br />

muchos de los más perversos, ni los pocos de algunos, ni el único de los niños.<br />

No es difícil, repito, comprender esta verdad si no hubieras querido privar a los niños de<br />

su médico, Jesucristo, y así, con horrible impiedad, ceguera asombrosa y blasfema<br />

locuacidad, no queréis sea para los niños Jesús. ¿Hay algo más insensato que pretender<br />

que la gracia de Cristo se aplique sólo a los que tienen multitud de pecados?<br />

Por esta razón, o mejor, por esta ceguera mental, no sólo excluís a los niños de los<br />

beneficios de esta gracia, pues piensas no contraen pecado original, sino incluso a los que<br />

no tienen multitud de pecados; y así pensáis deben entenderse las palabras del Apóstol: la<br />

gracia justifica de muchos delitos 90 . De suerte que sólo se benefician de esta gracia<br />

aquellos a quienes se les perdonan muchos pecados. Por consiguiente, como los niños,<br />

decís, no tienen ningún pecado, al crecer y empezar a cometer pecados, no digo pocos,<br />

sino tan sólo uno, y se acercan al bautismo de Cristo, no participan de los beneficios de<br />

esta gracia; porque no serán justificados de muchos pecados, sino de uno. Creo no esté<br />

vuestro corazón tan endurecido como para no sentir sonrojo de tamaño absurdo.<br />

En consecuencia, si participa de esta gracia aquel a quien se le perdona un solo pecado,<br />

las palabras del Apóstol: la gracia justifica de muchos delitos quiere se entiendan de los<br />

pecados de todo el pueblo, justificado por esta gracia; pecados, en unos, muchos; pocos,<br />

en otros; uno, en algunos; pero que en conjunto forman multitud de pecados.<br />

Lágrimas como testimonio<br />

116. Jul.- "Mas con tal explicación no consigues corromper el sentido ni escapar a la<br />

verdad; pero sirve para arrumbar el prestigio de tus falacias y disipar los fantasmas del<br />

odio que tratas de azuzar contra nosotros. Nos acusas haber gravemente atentado contra<br />

la fe, porque enseñamos que la gracia de Cristo se reparte con gran uniformidad y que no<br />

se han de atacar ni las palabras ni las instituciones del Señor; y que la gracia otorga<br />

igualmente a todos cuantos la reciben los dones de adopción, santificación y elevación;<br />

pero que no encuentra en todos los que la reciben el mismo grado de culpabilidad, sin<br />

cuya cooperación, imposible exista el pecado; gracia que hace buenos a los malos, y en<br />

cuanto a los inocentes que han conservado incontaminada la felicidad en su edad primera,<br />

no les imputa ninguna mala acción, pues sabe no pueden aún hacer uso de su querer".<br />

Ag.- ¡Oh locura singular! ¿Esto es discutir o enloquecer? Los niños, con sus lágrimas<br />

testimonian nacer en la miseria, y tú no quieres sea Cristo para ellos Jesús. Son felices,<br />

afirmas, pero los excluyes del reino, reino que, si tú lo amases con cristiano corazón,<br />

considerarías una inmensa desgracia ser de él excluido.<br />

No puede explicar Juliano por qué sufren los niños<br />

117. Jul.- "Jesús mejora a los buenos y eleva a la cumbre de la santidad a todos sus hijos<br />

adoptivos, pero no encuentra a todos en la misma charca viciosa; porque a unos los<br />

encuentra inocentes, a otros entregados al crimen. Y por enseñar esta doctrina asentada<br />

en la fe auténtica, afianzada en la razón y en la recta inteligencia de las Escrituras, y<br />

proclamar, con todo derecho, la grandeza de la gracia de Cristo, sin imputar a Dios<br />

injusticia ninguna, dices que hacemos vacilar la eficacia del sacramento y, con sutileza<br />

más roma que mano de almirez, afirmas que el poder de la gracia queda arrasado si no se


le atribuye el odioso privilegio de imputar a los inocentes un pecado del que no son<br />

autores; esto es pervertir los principios de toda justicia y hacer culpables a los que no<br />

tienen uso de razón de un pecado por otro cometido. Declaras, por fin, ineficaz la gracia si<br />

no actúa de manera uniforme en todos los hombres".<br />

Ag.- ¿Por qué comparas a la mano de almirez una agudeza, que no es mía personal, sino<br />

patrimonio de todos los controversistas católicos, pues en su compañía defiendo como<br />

indiscutible lo que intentas en vano destruir? ¿Es que has empezado a comprender que<br />

esta sutileza destruye vuestra frágil construcción? Sin embargo, tú, bajo el pretexto de<br />

tutelar la justicia de Dios, destruyes la creencia de la Iglesia universal en Cristo, acerca de<br />

la condenación de los niños no regenerados, y no podrás explicar nunca cómo es justo el<br />

yugo que pesa sobre los niños si no contraen pecado original. Y no caes en la cuenta de<br />

que eres tú el destructor de las leyes de la justicia y de la misma justicia de Dios<br />

todopoderoso, pues enseñas que él, por su voluntad, irroga un castigo inmerecido a<br />

innumerables millares de hombres; es decir, de criaturas formadas a su imagen, desde el<br />

día que salen del vientre de su madre.<br />

Por último, nunca podrás explicar cómo puede ser justo que los niños, exentos de toda<br />

falta personal, sin culpa de los suyos muertos sin el bautismo, queden separados de sus<br />

padres y de sus parientes cristianos, y no sean admitidos en el reino de Dios, ni sean<br />

vasos de honor, como lo son los niños bautizados, sino que son vasos de ignominia -pues<br />

no hay una tercera especie de vasos-, sin ningún mérito malo. Repugna a vuestra herética<br />

prudencia admitir las enseñanzas de la fe católica; es decir, que después que todos los<br />

hombres incurrieron en condenación por el pecado de uno solo, algunos reciben la<br />

misericordia de gracia, mientras otros experimentan un juicio de verdad con todo rigor,<br />

según los caminos irrastreables del Señor, que son misericordia y verdad.<br />

Gracia medicinal<br />

118. Jul.- "Es evidente, tu misma explicación destruye la totalidad de tu doctrina, con la<br />

que engañas a espíritus incapaces de razonar".<br />

Ag.- Eres tú el que has quedado al descubierto, pues no quieres ver, ni reconocer que el<br />

perdón de los pecados se concede también a los que tienen un solo pecado. Si los niños<br />

están limpios de toda mancha, no necesitan de los remedios de la gracia medicinal; y tú,<br />

al negarles un Salvador, con impía crueldad los matas.<br />

Se repite Juliano con las mismas palabras<br />

119. Jul.- "Cuando declara el Apóstol: La gracia justifica de muchos delitos, según tú,<br />

estas palabras no se pueden aplicar a los niños, sino sólo a los que ya han llegado a una<br />

edad adulta, por haber añadido al uno aquel otros muchos por su propia voluntad; y sin<br />

duda reconoces que ha de ser diversa la actuación de la gracia según la diversidad de los<br />

que la reciben. Porque en aquellos que hacen uso de su propia voluntad, les proporciona<br />

elementos de gloria, porque a los que adopta los arranca de sus muchos crímenes para<br />

justificación; en los niños -es tu sentir- es más exigua, más medida, más tenue; despliega<br />

su eficacia en tono menor, y el remedio no es tan idóneo, pierde parte de su belleza y del<br />

respeto debido a su pudor; comprometida a perdonar sólo un pecado que no tiene derecho<br />

a imputar, y a los que libra de este uno es por lavarlos de esta mancha y llevarlos a la<br />

justificación".<br />

Ag.- Ya respondí. Repites sin cesar las mismas cosas, sin encontrar qué decir. Cuando<br />

afirmas que no se puede imputar a los niños ningún pecado, haces a Dios injusto, porque<br />

les impone un duro yugo desde el día que salieron del vientre de su madre. Y aunque no lo<br />

dijese la Escritura, ¿quién hay tan ciego de inteligencia que no vea que la miseria del<br />

género humano empieza con el llanto de los niños? También tachas de injusta la ley del<br />

Señor cuando condena al niño si no es circuncidado al octavo día 91 . Consideras inútil el<br />

precepto de ofrecer un sacrificio de propiciación por un niño recién nacido 92 . Este pecado<br />

original se manifiesta por sí mismo y lo atestiguan las santas Escrituras; pecado que se<br />

cuenta en aquellos muchos que justifica la gracia y libra a los niños de tanta miseria para<br />

hacerlos felices. Pero esto no en el presente siglo, tiempo de castigo querido por Dios<br />

desde la hora en que nuestros primeros padres fueron arrojados del paraíso feliz; sino en<br />

un eterno futuro, donde Cristo ahora reparte sobre sus miembros los dones del Espíritu<br />

santo como prenda de su misericordia.


Efectos de una misma gracia<br />

120. Jul.- "Actúa la gracia -lo reconoces- de una manera en los adultos, de otra en los<br />

niños. No crees, sin embargo, poder responder diciendo que esta diferencia es, sí, grande,<br />

pero sólo en lo que se refiere al número de pecados a perdonar, y que la gracia, al<br />

perdonar uno, cumple su cometido. Con este argumento nada pruebas y no importa de<br />

qué manera explicas los diferentes efectos de la gracia, si admites diferencia en los<br />

efectos".<br />

Ag.- Una cosa es admitir en la gracia diversos efectos, pues habla la Sagrada Escritura de<br />

gracias diversas 93 ; y otra negar a los niños la gracia que perdona pecados y pretender<br />

que, en la Iglesia de la verdad, no son arrancados del poder de las tinieblas cuando sobre<br />

ellos se hacen exorcismos e insuflaciones, con gran injuria del Creador si no necesitan del<br />

auxilio del Salvador para ser rescatados del poder del espíritu de la mentira.<br />

Sobreabunda la gracia aun cuando perdone un solo pecado<br />

121. Jul.- "Con lo que acabas de conceder estoy ya contento, te has visto obligado a<br />

concederme que las palabras del Apóstol referentes a la abundancia de gracia, no se<br />

pueden aplicar por igual a todas las edades; cierto que intentas probar se concede un<br />

perdón real a los niños recién nacidos; pero no puedes evitar la conclusión que fluye<br />

natural de los principios por ti establecidos, pues no se puede cumplir en los niños el<br />

elogio que hace el Apóstol de la gracia de Cristo. Porque cuando enseña el Apóstol que los<br />

misteriosos remedios de la gracia cristiana tienen una eficacia y extensión mayor que el<br />

pecado del primer hombre -modelo de los que habían de venir después de él- dice: La<br />

sentencia de condenación vino por un delito, pero la gracia justifica de muchos delitos.<br />

Luego la gloria de la gracia, liberadora de muchos pecados, no se puede encontrar, según<br />

tú, en los niños. En consecuencia, a pesar de tus esfuerzos, te ves obligado a reconocer<br />

que la gracia no actúa de una manera uniforme en distintas edades".<br />

Ag.- Está ya contestado; dices vaciedades. Gloriosa es la gracia de Dios incluso cuando<br />

perdona un solo pecado a quienquiera que sea; porque ese uno pertenece a la multitud de<br />

pecados de los que justifica la gracia de aquel que libra a su pueblo de sus pecados.<br />

Vosotros no formáis dignamente parte de ese pueblo, y es justo, pues queréis excluir de él<br />

a los niños.<br />

Alaba Juliano a la libido<br />

122. Jul.- "Si admites esto, no hay necesidad alguna de calumniar la naturaleza humana,<br />

para llegar únicamente a la conclusión de que la gracia del bautismo no produce diferentes<br />

efectos según la diversidad de edades. Disipada esta apariencia de argumento, si hay en ti<br />

una chispa de ingenio, una brizna de fortaleza, esfuérzate en probar la existencia de un<br />

pecado natural, que la razón, la autoridad y la justicia rechazan. ¿Qué ilusión óptica te<br />

ofusca para llamar a la unión de los cuerpos obra del diablo, siendo institución de Dios,<br />

como lo es el placer de los órganos que aseguran esta cópula, con existencia en hombres<br />

y animales, y pregonan que tienen por autor al creador de los cuerpos?"<br />

Ag.- Avergüénzate, pues eres el cantor de la libido. Enrojece, repito; esta libido, tan de tu<br />

agrado y contra la que ha de luchar el que no quiera pecar, al consentir en sus<br />

incitaciones, no existiría en el Edén antes del pecado. O no existía, o no prevenía o<br />

dominaba el querer del alma. Pero ahora no es así; todo hombre lo experimenta en sí<br />

mismo; y tú eres hombre. Reprime ese prurito de contradicción y reconocerás el vicio de<br />

donde viene el pecado original. No crea el matrimonio esta pasión, la encuentra en los<br />

descendientes de Adán; y al usar, por necesidad, de este mal, hace buen uso la castidad,<br />

y, por consiguiente, no se le puede con razón culpar. Esta pasión no es un mal en los<br />

animales, porque en ellos la carne no lucha contra el espíritu. Pero en los hombres, este<br />

mal ha de ser curado por la bondad divina y nunca alabada por la vanidad humana.<br />

Idéntica canción<br />

123. Jul.- "¿Qué razón aduces tú para herir primero la inocencia con un crimen ajeno, y<br />

luego imputar a la semilla lo que es fruto de la voluntad?"<br />

Ag.- Idéntica canción con la misma música; todo cuanto dices no tiene valor. Por


naturaleza, buena es la semilla, pero se vicia también la semilla, y viciada, se propagan los<br />

vicios. Que te adoctrine la belleza de los cuerpos. Su autor, sumamente bueno, está al<br />

abrigo de todo soborno; no obstante, muchos seres nacen deformes, y de no existir<br />

alguna culpa, nadie en el paraíso naciera tarado.<br />

Un yugo que oprime a Juliano<br />

124. Jul.- "¿Fue para privar al bautismo de la verdad de una acción que le es propia? ¿Fue<br />

para atribuir a Dios, que es la misma justicia, el crimen de una evidente iniquidad, pues<br />

dejaría de ser Dios si dejara de ser justo?"<br />

Ag.- Sois más bien vosotros los que esto hacéis, porque si los niños, sin demérito alguno<br />

de pecado, sufren un duro yugo, Dios es injusto; pero como no es inicuo, tú eres un<br />

calumniador y un ciego.<br />

La circuncisión o el ser borrado de su pueblo<br />

125. Jul.- "... y de una injusticia tan manifiesta, que hasta la autoridad de la ley la<br />

condena, y tú falsamente la atribuyes a sus juicios".<br />

Ag.- Está escrito en la ley: El niño, si al octavo día no fuere circuncidado, será borrado de<br />

su pueblo. ¿Por qué motivo? Dilo, si puedes. Pero te es imposible, y, sin embargo, no<br />

cesas de negar la existencia del pecado original.<br />

Uno en muchos, repite Agustín<br />

126. Jul.- ¿Qué necesidad tenías de proferir tantas blasfemias, si la que te sirve de base<br />

no existe? En sí no tenía ninguna importancia, pero te agarras a ella como a una tabla en<br />

medio del naufragio, aunque agotado la abandonaste, si bien un poco tarde. Para que con<br />

la repetición se clarifique el problema, algunos ignorantes te toleran, si bien te consideren<br />

maniqueo, por temor de que la gracia de Cristo no tenga en todos la misma eficacia; pero<br />

tú mismo, sin nuestro empujón, has venido, en el transcurso de la disputa, a conceder<br />

esta verdad cuando dices que las palabras del Apóstol: la gracia para justificación de<br />

muchos delitos tienen plena realización en el hombre de edad adulta, no en los niños,<br />

porque en éstos la gracia es más pobre, menguada, medida; y, aunque tú así lo piensas,<br />

reconoces no fue nunca formulada por el Apóstol".<br />

Ag.- Reléase mi respuesta y se verá que nada dices, y como hombre parlanchín no puedes<br />

callar. La gracia justifica de muchos delitos, pues Jesús salvó a su pueblo de todos sus<br />

pecados. En esos muchos se incluye el uno de los niños; y aunque el pecado original no<br />

existiera en esos muchos, el primer pecado y el único de los jóvenes estaría comprendido<br />

en esta multitud de pecados; y a los que pidieran ser bautizados en el bautismo de Cristo<br />

no se les puede decir: "Ahora no podéis ser bautizados, porque aún no tenéis muchos<br />

delitos", pues la gracia para justificación es de muchos delitos. Con verdad podían ellos<br />

responder: En esa muchedumbre de pecados, de los que justifica la gracia, se incluyen los<br />

pecados de cada uno, en unos más, en otros menos, pero todos juntos forman multitud.<br />

¿Moderación en la opulencia?<br />

127. Jul.- "Según tú, la gracia de adopción produce el mismo efecto en todas las edades;<br />

pero, si se trata del perdón de los pecados, no se aplica la misma medida. Hasta ahora<br />

todo lo he dicho con gran mesura y paciencia".<br />

Ag.- Si llamas mesura la cantidad de palabras vertidas en tus ocho libros, escritos contra<br />

uno mío, y no completo, tu mesura es demasiado opulenta. Si hasta el momento has<br />

obrado con mesura, ¿por qué en tus muchos reclamos contra la verdad no has perdonado<br />

a tu alma?<br />

El razonar de Juliano, puro delirio<br />

128. Jul.- "En mi precedente discusión me contenté con probar que tú mismo, aunque<br />

promovías contra nosotros, en este punto, un gran tumulto, enseñas que el perdón de los<br />

pecados no se efectúa en todos de una manera idéntica; de suerte que, aunque pudieras<br />

probar la existencia de este pecado natural único, era preciso decir que la disposición de<br />

los que se acercan a la gracia no siempre es la misma; y, en consecuencia, la expresión


del Apóstol para justificación de muchos delitos tiene sentido pleno en los adultos, no en<br />

los de tierna edad".<br />

Ag.- A tenor de tus vanos discursos, ni en los adultos halla cumplida realización; pues<br />

muchos adultos, cuando reciben el bautismo, son incipientes en el pecar y sólo son<br />

culpables de un pecado, incluso -es vuestra doctrina- los exentos del pecado original.<br />

Otros tendrán pocos, no muchos, y no pueden tener parte en la gracia de Cristo, porque<br />

ésta justifica de gran número de crímenes, y éstos no tienen muchos.<br />

Razonar así es, de una manera inefable, delirar. Reconoce al Cristo que justifica y salva a<br />

su pueblo; y en estos muchos computa los pocos o el uno en algunos, y no separes de<br />

este pueblo la suerte de los niños. Cree que Jesús les es necesario, pues lleva este nombre<br />

porque salva a su pueblo de sus pecados, y en él hay niños también.<br />

Canta Agustín el poder de la gracia<br />

129. Jul.- "En consecuencia, afirmo que el Apóstol no tuvo la menor sospecha de la<br />

transmisión maniquea; muestra, sí, que se haría grave injuria a los misterios de Cristo si<br />

se les compara en eficacia con los pecados, es decir, si no creemos produce más beneficios<br />

la gracia que males ha causado el pecado. Hace consistir el Doctor de los gentiles la<br />

sublime dignidad de la fe cristiana en afirmar que el poder de la gracia es superior al<br />

poder del pecado; por eso tiene cuidado en hacer resaltar el efecto de la medicina sobre<br />

males inveterados".<br />

Ag.- Vosotros negáis esta medicina a los niños, y los pretendéis salvar con una falsa y<br />

contraindicada defensa. Pero el Dios de los niños, por boca de los lactantes y de los<br />

pequeños, canta la alabanza de su medicina, y os confunde a vosotros, que empleáis en su<br />

favor una defensa hostil, pues destruye al enemigo y al defensor.<br />

Gracia sanante<br />

130. Jul.- "Prueba luego es laudable la gracia si se le pueden aplicar en todo estas<br />

palabras: El juicio por uno para condenación, la gracia para justificación de muchos<br />

delitos. ¿Con qué permiso privas de esta alabanza a la gracia de Cristo, que el Apóstol<br />

quiso poner de relieve? ¿Cómo puedes suprimir este elogio glorioso, con el cual este vaso<br />

de elección nos ha querido mostrar la excelencia de la gracia?"<br />

Ag.- Esta gracia no alcanza a los niños si, en vuestra opinión, no tienen ataduras de<br />

pecado; pero como en realidad tienen pecado, la gracia que justifica de muchos delitos a<br />

multitud de fieles, sana también de este único pecado, y así por boca de los niños<br />

confunde el lenguaje de enemigos y defensores falaces.<br />

Absurdo exegético el de Juliano<br />

131. Jul.- "Al decir Pablo: La gracia para justificación de muchos delitos, antepone la<br />

eficacia del remedio a la abundancia del pecado; sentido este que rima con la doctrina de<br />

los católicos, pues enseña que el perdón de los pecados tiene pleno cumplimiento en<br />

hombres que han cometido muchos pecados por opción de su propia voluntad; en los que<br />

no existe esta opción personal de su querer, es decir, en los niños, ni hay un solo pecado<br />

ni abundancia".<br />

Ag.- Quedan, pues, excluidos de la medicina del Salvador, y Cristo no es para ellos Jesús.<br />

¡Esto dices y osas llamarte cristiano! Además, si, como declaras, el perdón de los pecados<br />

ha lugar en aquellos que han cometido multitud de delitos, y así entiendes las palabras del<br />

Apóstol: la gracia justifica de muchos delitos, no hay perdón de pecados para aquellos<br />

que, en tu sentir, exentos del pecado original, se presentan al sacramento de la<br />

regeneración con un solo pecado, o con muy pocos. Pensad en lo que decís. ¿No os<br />

sonrojáis, no teméis, no calláis? Pero si los hombres, aprendices en el pecado, sin tener<br />

muchos delitos, pueden recibir la gracia que justifica de muchos pecados, ¿por qué en<br />

esos muchos no queréis contar el uno de algunos, si no es con la intención de excluir, sin<br />

piedad, a los niños de la gracia? ¿Por qué echar sobre vosotros la carga ruinosa de una<br />

pésima injusticia, declarando extraños a la gracia adultos que han dado los primeros pasos<br />

en el pecado y, exentos de faltas numerosas, sólo pueden acusarse de un solo pecado, o<br />

de muy pocos?


Perdona Cristo un solo pecado en los niños<br />

132. Jul.- "Al ensalzar el Apóstol la gracia sobre el pecado consolida nuestro dogma".<br />

Ag.- Al contrario, destruye vuestro dogma, porque esta gracia que antepone al pecado<br />

justifica de muchos delitos, y es, por lo mismo, necesaria a pequeños y adultos; y el que<br />

perdona todos los pecados de todos los suyos, no rehúsa el perdón a ninguno de los<br />

pequeños.<br />

Todos los pecados del mundo son multitud<br />

133. Jul.- "Señala ahora dónde iguala el Apóstol gracia y pecado, para que, si no admite<br />

tu fe que los remedios aventajan a las heridas, admita al menos no ser uno inferior a la<br />

otra; y aunque no lo encuentres escrito en ninguna parte, no es menos cierto que Pablo<br />

aborrece esta doctrina y da a conocer su pensamiento cuando dice en resumen: La gracia<br />

para justificación de muchos delitos. Ni en tu sentir tienen los niños muchos delitos, y en<br />

el del Apóstol, ninguno".<br />

Ag.- Ni, en tu opinión, tienen muchos delitos los que cometen su primer pecado; sin<br />

embargo, no puedes negar que, cuando vienen al bautismo, participan de la gracia que<br />

justifica de muchos delitos. Muchos son los delitos de todo el pueblo, entre los que se<br />

cuentan los niños; y cuando la gracia justificadora de muchos pecados llega a este pueblo<br />

de la ciudad de Dios, en unos encuentra muchos pecados, pocos en otros y uno solo en los<br />

niños; y todos sumados son multitud, y con su elevado número confunden tus muchas y<br />

vacías palabras. Si, en tu sentir, el Apóstol enseña que los niños no tienen pecado, ¿por<br />

qué, en sentencia del Apóstol, están muertos? Porque tú admites también que por ellos<br />

murió Cristo: Uno murió por todos; luego todos estábamos muertos; y por todos murió 94 .<br />

¡Oh Juliano!, esto lo dijo el Apóstol, no Agustín; o mejor, el mismo Cristo por boca del<br />

Apóstol. ¡Frena tu fanfarronería, inclina ante Dios tu frente!<br />

Todos murieron<br />

134. Jul.- "En este pasaje consta no habla el Doctor de los gentiles de los niños, sino de<br />

los que ya tienen uso de razón".<br />

Ag.- Digiere la borrachera de tus discusiones, espabila y reconoce que del pecado de uno y<br />

único se dijo: Por el delito de uno solo murieron muchos 95 . Estos muchos son todos, de<br />

los que, en otro lugar, se dice: En Adán todos murieron 96 . Verás ahora que los niños están<br />

incluidos en estas palabras, pues Cristo -tú lo reconoces- murió por todos, porque al decir<br />

el Apóstol: uno murió por todos, como si fuera una consecuencia necesaria, añade: Luego<br />

todos murieron y por todos murió.<br />

Todos y todos<br />

135. Jul.- "Estas palabras del Apóstol: Como por el delito de uno, la condenación para<br />

todos; así por la justicia de uno, la justificación para todos los hombres 97 , confirman<br />

nuestra doctrina y convierte en ruinas tu dogma. La palabra todos la emplea Pablo en<br />

proposiciones contrarias entre las que no puede existir lazo de unión, y nos sitúa en un<br />

modo de hablar de la Escritura, para que entendamos todos por muchos. A primera vista,<br />

este lenguaje es de una gran absurdez pues, ¿cómo reciben todos la justificación, si todos<br />

caminan a la condenación? Y ¿cómo son todos castigados, si todos son arrebatados a la<br />

gloria? La universalidad de una de las afirmaciones no deja lugar para la otra".<br />

Ag.- Por consiguiente, ¿donde se lee: en el que todos pecaron 98 , se ha de entender<br />

muchos, pero no todos? Si así es, te ves obligado a decir que no todos los pecadores<br />

delinquen imitando al primer hombre, sino muchos. Ahora bien, si afirmas que no todos,<br />

sino muchos han pecado a ejemplo suyo, porque fueron muchos, no todos los que<br />

pecaron, queriendo designar a los niños entre los que no han pecado, se te puede<br />

contestar que tampoco murieron en él los niños, y, en consecuencia, Cristo no murió por<br />

ellos, porque sólo murió por los muertos, como lo proclama el Apóstol; y así golpeas<br />

contra tu pared, pues separas de la gracia de Cristo a los niños por los que has de afirmar<br />

que no murió. Y, por consiguiente, negarás que han de ser bautizados en Cristo. Pero, en<br />

otro lugar, dice el mismo Apóstol: Todos los que hemos sido bautizados en Cristo, fuimos<br />

bautizados en su muerte 99 ; y son bautizados en la muerte de Cristo aquellos por quienes


Cristo murió. No puedes de ningún modo excluir a los niños del pecado original si no los<br />

quieres también excluir de la gracia del bautismo de Cristo.<br />

Cuanto a la contradicción que crees detectar en estas palabras: todos caminan a la<br />

condenación por Adán, todos por Cristo a la justificación, te equivocas. Nadie, si no es por<br />

Adán, está sujeto a condenación, de la que se libran los hombres por las aguas de la<br />

regeneración; y ningún hombre es librado de esta condena si no es por Cristo; en los dos<br />

términos de esta proposición se emplea el vocablo todos; porque nadie incurre en<br />

sentencia de muerte, secuela de la generación, si no es por Adán; y nadie recibe la vida de<br />

la regeneración sino por Cristo. En consecuencia, la universalidad de una premisa no<br />

excluye la otra; porque de todos los muertos en Adán vivifica Cristo a los que quiere. No<br />

te parezcan contradictorias estas dos proposiciones si no quieres estar en contradicción<br />

contigo mismo.<br />

Cristo redime a los que quiere<br />

136. Jul.- "Si quieres comprobar la solidez de nuestros argumentos, juzga por la herida la<br />

naturaleza del remedio. Si Cristo a todos salvó, a todos Adán perjudicó".<br />

Ag.- ¿No van acaso todos a la condenación por Adán, porque libre Cristo de esta condena<br />

a los que quiere? Libera a todos los hombres, porque nadie, si no es él, salva; como se<br />

dice que ilumina a todo hombre porque nadie, si no es él, ilumina.<br />

Engendra Adán, regenera Cristo<br />

137. Jul.- "Si trocó Cristo el uso de los órganos de la generación, es preciso creer que los<br />

pervirtió Adán; y si Cristo reformó algo en los sentidos de la carne, pensemos los deformó<br />

la culpa de Adán; si la medicina de Cristo se transmite por generación, dígase que Adán<br />

por generación transmitió el delito".<br />

Ag.- Ya se dio a esto respuesta; pero escucha ahora unas breves palabras. Si fueras<br />

cristiano católico, te darías cuenta de que, si Adán transmitió el pecado por generación,<br />

Cristo borra el pecado por el sacramento de la regeneración. Engendra Adán de una<br />

manera carnal, espiritualmente regenera Cristo. No busques en ambos casos una<br />

propagación carnal; porque, si estás de buena fe, has de reconocer que la generación<br />

nada de común tiene con la regeneración. Contra la debilidad de la carne lucha ahora la<br />

gracia de Cristo, para restaurar la salud perdida; y como garantía de esta curación futura y<br />

estable nos da ahora el Espíritu Santo, que derrama la caridad en nuestros corazones,<br />

para que en la lucha que en este entretiempo hemos de sostener, no salga la debilidad de<br />

la carne victoriosa.<br />

Imposible negar el pecado original<br />

138. Jul.- "Y si todos estos órganos permanecen intactos tal como los recibieron de la<br />

naturaleza; si la voluntad es atraída a la fe con exhortaciones, milagros, ejemplos,<br />

promesas, dádivas o castigos y sin pagar tributo a necesidad alguna; si esta misma<br />

voluntad, después de esperar su curación un tiempo, la recibe mediante instituciones,<br />

misterios y dones, sin ser forzada, pero sí atraída dulcemente y en la plenitud de su<br />

libertad, es evidente, aunque el mundo entero ruja de rabia; es evidente, repito, que la<br />

voluntad de cada uno, no su nacimiento, es la que ha sido manchada por la imitación del<br />

pecado".<br />

Ag.- De cualquier lado te vuelvas, no podrás excluir del pecado original a los niños, a no<br />

ser niegues han muerto; y si esto niegas, has de negar, en consecuencia, que Cristo haya<br />

muerto por ellos; y si, para no negar esta verdad, admites la muerte de los niños, no<br />

negarás hayan muerto en Adán; pues si no murieron en él, di cómo murieron.<br />

Si sufren los niños, reconozca Juliano la justicia de Cristo<br />

139. Jul.- "Hasta el momento he usado de gran indulgencia; porque aunque fuera verdad<br />

que Cristo, desde el tiempo de su venida, cerró a todos los hombres el camino de la<br />

muerte y les da vida eterna, de modo que nadie, desde el día en que la Palabra se hizo<br />

carne, ni cometiera pecado, ni recibiera castigo por el pecado, no es consecuente nos haya<br />

librado, por un exceso de su liberalidad, de las consecuencias de la iniquidad primera;


porque Dios puede y suele, para gloria de su bondad, remediar al que no lo merece; pero<br />

no puede, sin desquiciar la justicia, castigar al que no tiene pecado".<br />

Ag.- Y como los niños, desde la salida del vientre de su madre, sufren castigo, reconoce la<br />

justicia del juez y admite la existencia del pecado original. Pues no puede Dios, sin destruir<br />

la justicia, como tú mismo confiesas, castigar a los que no tienen pecado.<br />

Lucha en esta vida, paz en la eterna<br />

140. Jul.- "Pon atención a las conclusiones de este debate. Si la gracia de Cristo y la culpa<br />

de Adán se pudieran comparar en sus diversos efectos, de suerte que hubiera igualdad<br />

numérica en sus operaciones, aunque el género de estas operaciones fuera distinto, habría<br />

que decir que la gracia a tantos aprovechó como la culpa perdió, para que, de una y otra<br />

parte, el peso de la culpa y de la gracia fuera en la romana el mismo. Y en esta hipótesis,<br />

la medicina debía ser aplicada en aquellos lugares y partes en los que la enfermedad fijó<br />

sus reales; en otros términos, si el crimen antiguo ejerció su influencia en los movimientos<br />

de la carne, en la sensación deleitosa de la unión, en la obscenidad de los miembros, en<br />

las desgracias de los nacidos, por esta transformación, de la que hemos hablado, la<br />

medicina obraría un efecto muy diferente. Es, pues, una gran prueba de la inutilidad e<br />

ineficacia de esta gracia, pues ni descubre la parte afectada por la enfermedad, ya que, en<br />

un estado de languidez y abatimiento naturales, sólo puede aplicar fomentos inoperantes a<br />

la voluntad".<br />

Ag.- Ya contesté a todo esto cuando hice mención de la diferencia existente entre el siglo<br />

actual y el futuro. Recibimos ahora, por el don del Espíritu, fuerza para luchar y vencer;<br />

allí, sin enemigo interno o externo, gozaremos de una paz inefable y eterna. Todo el que<br />

quiera tener aquí lo que ha de poseer allí, prueba no tener fe.<br />

El yugo y la justicia<br />

141. Jul.- "Entre estos extremos, la verdad nos muestra que, aunque la medicina<br />

otorgada sirviese en general a todos los mortales, incluso a los que, por el esfuerzo o el<br />

deseo, no la merecieran, no se seguiría que perjudicara a los niños la culpa, incapaces de<br />

arrepentimiento. Y así, aunque la tasación de pecado y gracia fuera igual, es claro que<br />

esta manera de pensar no puede llegar a ser prueba de que nacemos culpables".<br />

Ag.- Con ese pesado yugo que oprime a los niños, ¿cómo Dios es justo, si nadie nace<br />

culpable?<br />

Número de los que se condenan y de los que se salvan<br />

142. Jul.- "Ahora bien, como no ha pospuesto el Apóstol la gracia a la culpa, sino que le<br />

da primacía al decir que el beneficio de la gracia abundó más que la invasión del mal;<br />

mientras en opinión de los transmisores del pecado perjudica más el pecado que beneficia<br />

la gracia, se prueba, pues, de una manera irrefutable que el apóstol Pablo ni pensó en la<br />

transmisión, y, por ende, su doctrina destruye la sentencia de traducianistas y maniqueos,<br />

tus maestros".<br />

Ag.- No dice el Apóstol que "el número de los participantes en los beneficios de la gracia<br />

superen a los que han probado los frutos del pecado". No dice eso el Apóstol, o te<br />

engañas, o quieres engañar. Dice, sí, que abundó más la gracia en muchos; no, en un<br />

número mayor; era más abundante. En comparación con el número de los que se<br />

condenan, son pocos los que se salvan; si no los comparamos con los que perecen, son<br />

muchos ¿Por qué más aquéllos que éstos? Es un secreto de Dios que muchos quisieran<br />

conocer; pero el conocerlo es de muy pocos o, por mejor decir, de ninguno. Pudo el<br />

Omnipotente no crear, pues el conocedor del futuro sabía bien los que habían de ser<br />

malos; pero siendo él bondad infinita sabe hacer un uso óptimo de gran número de malos;<br />

de ahí que algo nos enseña el Apóstol, es decir, quiso manifestar su cólera y dar a conocer<br />

su poder; soporta con inmensa paciencia los vasos de ira, para dar a conocer las riquezas<br />

de su gloria en los vasos de misericordia 100 . Pero los pelagianos no quieren creer que en<br />

un solo hombre esté corrompida toda la masa; de ese vicio y de esa condenación sólo la<br />

gracia sana y libera.<br />

¿Por qué apenas se salvará un justo 101 ? ¿Es acaso trabajo para Dios salvar a un justo? ¡Ni


pensarlo! Mas para manifestar que la naturaleza humana justamente ha sido condenada<br />

por Dios, a pesar de su omnipotencia no quiere librarla con facilidad de tan gran mal; por<br />

eso somos inclinados al pecado y nos resulta laboriosa la justicia si no amamos. Mas la<br />

caridad que alumbra este amor viene de Dios 102 .<br />

Imposible la brevedad en Juliano<br />

143. Jul.- "Como aquí he sido extenso, paso a otra cosa..."<br />

Ag.- Dices esto como si en otra parte fueras a ser más breve, cuando tratas de oscurecer<br />

las palabras transparentes del Apóstol con la neblina de tu vanidad.<br />

Justicia de Dios en el dolor de los niños<br />

144. Jul.- "Todos, dice el Apóstol, han sido condenados por Adán, y todos justificados por<br />

Cristo; sin embargo, no a todos los que mueren en Adán los llama Cristo a la vida; pero<br />

dice todos y todos, porque sin Adán nadie muere, y sin Cristo nadie vive. Decimos de un<br />

maestro de primeras letras, único en la ciudad: "Este enseña a todos las letras"; no<br />

porque todos las aprendan, sino porque nadie las aprende si no es por él. Estos todos son<br />

luego muchos; estas palabras todos y muchos se aplican a las mismas personas. Así como<br />

por la desobediencia de uno muchos fueron constituidos pecadores, así también, por la<br />

obediencia de uno, muchos serán constituidos justos 103 . Si nuestro adversario pregunta<br />

aún cómo un niño puede ser culpable de pecado, le responderán los libros santos: Por un<br />

hombre entró el pecado en el mundo 104 . Reconocemos como santos los escritos del<br />

Apóstol, no por otro motivo sino porque están en armonía con la razón, la fe, la piedad y<br />

nos enseñan a creer en la justicia inviolable de Dios, a defender la bondad y honestidad de<br />

sus obras y a proclamar que sus leyes han sido dictadas por la templanza, la justicia y la<br />

prudencia".<br />

Ag.- La misma justicia de Dios te confunde en los niños; porque sería una gran injusticia<br />

imponer un pesado yugo a los niños sin estar éstos encadenados al pecado sin haberlo<br />

merecido.<br />

Todos pueden ser muchos o pocos<br />

145. Jul.- "Por consiguiente, debemos negar que nadie puede ser condenado por un<br />

pecado ajeno, negar que ningún pecado puede ser transmitido a los descendientes vía<br />

naturaleza; creer y afirmar que el hombre, engendrado en virtud de la fecundidad<br />

instituida por Dios, encuentra en su libre albedrío las normas justas para evitar todo mal y<br />

practicar el bien; mientras, según vosotros, ha de atribuirse el amor y la necesidad del<br />

pecado a un principio sustancial, es decir, a un germen de vida. En consecuencia, no se<br />

debe creer en una doctrina tan absurda, insensata, impía, injuriosa a la naturaleza, a la<br />

sana razón y a Dios; ni se puede encontrar en los escritos del Apóstol, aunque éste diga<br />

que por un hombre entró el pecado en el mundo y la muerte pasó por todos los hombres;<br />

pues, para no permitirnos ser ciegos, añade que el vocablo todos quiere decir muchos, y<br />

pecan por imitación, no por generación".<br />

Ag.- ¿Puedes acaso decir también que no todas las naciones fueron prometidas en<br />

herencia a Abrahán cuando se le dijo: En tu descendencia serán bendecidas todas las<br />

naciones 105 , porque en otro lugar dice: Te he constituido padre de muchos pueblos? 106 ¿<br />

Puedes, repito, decir esto y con tu vana locuacidad contradecir este pasaje de la Escritura<br />

que vemos cumplido por los acontecimientos, y prohibirnos interpretar que todas las<br />

naciones le han sido prometidas cuando se le dice todas las naciones? Según tu dialéctica,<br />

todas no son todas; porque todas son muchas, no todas.<br />

Cuando se dice muchos se puede entender no todos; sin embargo, si se dice todos y la<br />

expresión es exacta, se puede entender muchos, con el temor de que todos sean pocos.<br />

Un ejemplo, todos los jóvenes a los que el fuego no tocó, alababan a Dios entre llamas<br />

inofensivas; sin embargo, estos todos eran pocos, sólo tres. ¿Cuál es, pues, el valor de tus<br />

argumentos en virtud de los cuales no quieres que todos sean todos, porque en otro lugar<br />

son muchos? Así, los que son en verdad todos, se llaman a veces muchos, para<br />

distinguirlos de los que, siendo todos, en realidad son pocos. Todos los cabellos del<br />

hombre son muchos; todos los dedos de una mano son pocos.


Generación, no imitación<br />

146. Jul.- "Por último, cuanto dijo el Apóstol queda claro en estas palabras: Así como por<br />

la desobediencia de un solo hombre muchos han sido constituidos pecadores; así por la<br />

obediencia de uno, muchos son constituidos justos 107 ; así como nadie obtiene el premio<br />

de la virtud sino el que, después de la encarnación de Cristo, se esfuerza por merecerlo,<br />

imitando la santidad de Cristo, así nadie es prevaricador en Adán sino el que peca<br />

imitando al primer hombre en la transgresión de la ley, que nos dio el conocimiento del<br />

pecado".<br />

Ag.- Este es el oculto y horrible veneno de vuestra herejía: queréis consista la gracia de<br />

Cristo en imitarle, no en su don, afirmando que uno se hace justo por la imitación, no por<br />

la asistencia del Espíritu Santo, derramado en abundancia sobre todos los suyos; y añadís<br />

cautelosamente "después de la encarnación", a causa de los antiguos, que afirmáis fueron<br />

justos sin la gracia, al no tener ejemplo a imitar. ¿Qué diríais si, después de la encarnación<br />

de Cristo, algunos, sin haber oído hablar del Evangelio, se esforzaron por imitar los<br />

ejemplos de los antiguos justos, y vivir, como ellos, en la justicia?<br />

¿Qué pensar de vuestra argumentación? ¿Dónde os encontráis? ¿Es que éstos no merecen<br />

el premio de la virtud? Si la gracia se otorga por la imitación de los justos, Cristo murió en<br />

vano 108 , pues antes que él existieron justos que pueden imitar cuantos quieren ser justos.<br />

Por qué no dice el Apóstol: Sed imitadores, como yo lo soy; sino que dice: Sed mis<br />

imitadores como yo lo soy de Cristo 109 . ¿Es que quiere el Apóstol sustituir a Cristo? Veis<br />

en qué precipicios os arrojáis, poniendo como modelos a Adán y a Cristo, ¿y queréis<br />

oponer la imitación de uno a la imitación del otro, y no la generación a la regeneración?<br />

No hay contradicción entre todos y muchos<br />

147. Jul.- "La gracia de Cristo se comunica a los inocentes que no han participado de la<br />

culpa de Adán, y es lo que con diligencia inculca el Apóstol: Mucho más la gracia de Dios y<br />

el don de un hombre, Jesucristo, abundó sobre todos 110 , de suerte que la paridad<br />

establecida más arriba imputa a los que ya tienen uso de razón la imitación de los malos<br />

hábitos; mientras que la primacía de la gracia copiosa consagra y hace más perfectas las<br />

almas inocentes. Esto sentado, has de reconocer que el Apóstol combate tu doctrina, no la<br />

mía; sus armas, compréndelo, se dirigen contra ti sólo, pues tu doctrina es la de tu<br />

maestro Fausto, del que recibiste las primeras lecciones de tu ciencia herética, doctrina<br />

que, aunque no existieran otros textos, puede ser, con firmeza, refutada por este único<br />

pasaje donde declara que por la desobediencia de uno solo muchos hombres, no todos,<br />

fueron constituidos pecadores, y por la obediencia de uno sólo, muchos, no todos, fueron<br />

constituidos justos. Para clarificar más a los ojos de un lector la contradicción existente<br />

entre tu doctrina y la suya, sentencia el Apóstol que no todos fueron constituidos<br />

pecadores por Adán; tú afirmas que todos en absoluto por Adán, a causa del pecado<br />

natural, pertenecen al poder del diablo; no hay duda, entre ti y el Apóstol existe gran<br />

contradicción"<br />

Ag.- Al hablar de las mismas personas dice Pablo todos y muchos. Muchos a veces son<br />

todos, de otra suerte se contradiría a sí mismo, como vuestra perversidad trata de<br />

engañar, o bien os engaña vuestra ceguera. Y como emplea el Apóstol dos vocablos, todos<br />

y muchos, demuestra no hay oposición entre los dos. Por todos se pueden entender<br />

muchos, porque todos pueden alguna ver ser pocos. Tú, al no decir todos cuando dice el<br />

Apóstol todos, quedas, sin duda, convencido de contradecir al Apóstol.<br />

Armonía entre todos y todos<br />

148. Jul.- "Tú y Manés decís: Todos naturalmente son pecadores; el Apóstol dice: Muchos,<br />

no todos, son pecadores; descarta así de las semillas una acusación imputable sólo a<br />

nuestra conducta, y destruye la doctrina de un pecado original. Insistimos en lo dicho; nos<br />

manda el Apóstol entender que muchos, por la desobediencia de Adán, fueron constituidos<br />

pecadores, y muchos, por la obediencia de Cristo, fueron constituidos justos; evidente, los<br />

justos no son los culpables. ¿Cuál es tu impudencia de querer demostrar por estas<br />

palabras la existencia de un pecado natural? Afirmas nacer todos culpables en Adán, pero<br />

luego dices que Cristo libra a unos pocos. No sientes como el Apóstol, pues él dice<br />

muchos, no todos, fueron constituidos, por Adán, pecadores".


Ag.- No hay contradicción como he dicho; los muchos pueden ser todos; por eso, los que<br />

el Apóstol dice son muchos, son todos; que no sean todos no lo dice el Apóstol, lo dices tú,<br />

y así estás en contradicción con el Apóstol. Lo que dice el Apóstol es verdad, luego es falso<br />

lo que tú afirmas. Y cuando antes dijiste: "con cautela inculcó el Apóstol que la gracia de<br />

Dios y el don de un solo hombre, Jesucristo, sobreabundó en muchos, quiere dar a<br />

entender que hace mención de un gran número, porque la gracia llega a todos los que aún<br />

son capaces de imitar al primer hombre y, o tú te engañas, o el códice es defectuoso; o<br />

mientes o has sido víctima de un engañado o engañador, o te falla la memoria.<br />

No dice el Apóstol "un número mayor", sino muchos. Lee el texto griego y encontrarás B @<br />

8 8 @ b H , no B 8 g \ F J @ L H . Muchos, no un número muy grande. Afirmó, pues, que la<br />

gracia fue mucho más abundante en muchos, no en número mayor, como queda ya<br />

demostrado; porque si hubiera dicho, sobre un número mayor, a causa de los niños que<br />

participan de la gracia y no del pecado, a imitación del primer hombre, habría dicho algo<br />

contrario a la verdad, y sería como uno de vosotros. Si todos los imitadores de Cristo,<br />

contados los niños regenerados después de la encarnación, los comparáis a los pecadores<br />

que son, en vuestra opinión, todos los imitadores del primer hombre, y que, por el uso del<br />

libre albedrío, pecan voluntariamente, desde Adán hasta el fin de los siglos, con claridad<br />

se ve de qué lado cae el número mayor, y vosotros caéis vencidos por vuestro error.<br />

Posiciones encontradas<br />

149. Jul.- "Si tuviera el pensamiento del Apóstol algún parecido con el tuyo, debió decir:<br />

Por la desobediencia de uno todos han sido constituidos pecadores, pero por la obediencia<br />

de Cristo algunos retornan al camino de la justicia. Este debiera ser su lenguaje si su<br />

pensamiento fuera el que tú imaginas. No obstante, al lado de esta expresión no podía<br />

adosar la otra y enseñar que la gracia de Cristo ha sido más beneficiosa que perjudicial<br />

nos fuera la iniquidad de Adán; y aunque ignoremos en virtud de qué costumbre se dice<br />

que por la desobediencia de un solo hombre muchos han sido constituidos pecadores, es,<br />

sin embargo, incuestionable que las palabras del Apóstol no se refieren al pecado original,<br />

puesto que el Apóstol imputa este pecado a muchos, pero no a todos".<br />

Ag.- Sobre los muchos y todos ya respondí. Pero es de admirar no haya hablado el Apóstol<br />

como dices debía hacerlo, si quisiera decir lo que nosotros decimos. Porque aunque<br />

hubiera dicho, en sentir vuestro, que por el pecado de uno solo muchos fueron<br />

constituidos pecadores, de suerte que el vocablo muchos no se pueda aplicar a todos, sino<br />

sólo a los que han pecado por su propia voluntad, imitando al primer hombre, y no dijo<br />

que, por la obediencia de Cristo, algunos de entre ellos han sido justificados, proposición<br />

que es verdadera, ¿cómo puedes decir que, si el pensamiento del Apóstol rimara con el<br />

nuestro, debiera haber dicho: "Por la desobediencia de uno todos han sido constituidos<br />

pecadores, pero, por la obediencia de Cristo, algunos han regresado a la justicia?" Como si<br />

negarais que entre los transgresores de la ley, que declaráis ser los únicos pecadores por<br />

imitar la prevaricación de Adán, algunos, por la obediencia de Cristo, se hayan convertido<br />

a la justicia.<br />

Por nuestra parte también nosotros podemos deciros: Si el pensamiento del Apóstol fuera<br />

como vosotros pensáis, debió decir: Por la desobediencia de uno, muchos fueron<br />

constituidos pecadores, pero por la obediencia de Cristo, algunos se convirtieron a la<br />

justicia; o con más claridad, si tal hubiera sido su sentir, debía expresarse así: Muchos<br />

judíos, por la desobediencia de un hombre, fueron constituidos pecadores, pues, recibida<br />

la ley, pecaron imitando la prevaricación de Adán; pero algunos de ellos fueron justificados<br />

por la obediencia de Cristo. Y si no te perjudica al hablar como he dicho debió hacerlo, si<br />

su pensamiento fuera semejante al vuestro, ni me debe perjudicar a mí si no habla como<br />

tú dices debió hablar, si su pensamiento coincidiera con el mío. Pero el Apóstol habló como<br />

juzgó conveniente hacerlo; veamos cuál de nosotros dos rima con su pensamiento: o yo al<br />

afirmar es verdad lo que dice: Por el delito de uno para condenación de todos los<br />

hombres, y verdad también que por la desobediencia de uno todos fueron constituidos<br />

pecadores 111 , pues no es contradictorio que muchos sean todos, y todos, muchos; o será<br />

verdad lo que dices tú y cuando dice el Apóstol muchos, son muchos, y cuando dice todos,<br />

no son todos.<br />

Contagiado de pelagianismo


150. Jul.- "Puesta de manifiesto tu ignorancia o desvergüenza, que te imposibilita para<br />

querer o poder explicar las palabras del Apóstol, después de haber demostrado a la luz de<br />

la verdad, que es Cristo, como él mismo lo afirma 112 ; después de haber demostrado,<br />

repito, que no hay en las palabras de Pablo nada que sirva de apoyo a la locura de los<br />

maniqueos, es decir, la vuestra, nos aplicaremos ahora a explicar cómo no se debe ni<br />

puede entender; y luego sentar con firmeza y claridad cómo se debe y puede entender<br />

Pablo".<br />

Ag.- Tan abandonado estás de la verdad y tan impotente te ves para decir algo contra las<br />

transparentes palabras del Apóstol, que llamas doctrina maniquea la de tantos santos e<br />

ilustres doctores, que la aprendieron y enseñaron en el seno de la Iglesia católica, dotados<br />

de un sano sentido, y que no podían comprender de otra manera palabras tan claras. Tú,<br />

aunque contagiado con el veneno de la peste pelagiana, te ves forzado a confesar que<br />

estos doctores no eran maniqueos.<br />

Ni entiende ni quiere entender Juliano la doctrina de la fe<br />

151. Jul.- "Escribe Pablo a los Romanos en un tiempo en que los judíos empezaban a<br />

mezclarse con los gentiles, y, por consiguiente, las Iglesias se componían de gentiles y<br />

judíos, y trata de acallar los tumultos que estallaban en los dos pueblos. Declara que los<br />

gentiles no pueden alegar ignorancia de la ley para excusar su impiedad y rendir el culto<br />

debido al Dios único a estatuas que representaban hombres, aves, animales y serpientes,<br />

porque, sin otras luces que las de la razón natural, pudieron ellos conocer por la creación,<br />

sin los ritos y ceremonias judaicas, la existencia de un Dios que se revela en los seres que<br />

su omnipotencia creó, aunque su esencia sea impenetrable misterio. Además, la<br />

conciencia personal de cada uno da a conocer los preceptos de la ley relativos a la<br />

honestidad de vida: por ejemplo, no hacer al prójimo lo que no quieres sufrir;<br />

apoyándose, pues, en este principio estable, puede el Apóstol sentar de una manera<br />

irrefutable que la impiedad de los gentiles puede con justicia ser condenada, si no es por<br />

la ley, sí por esa justicia primaria que ha dictado la ley; y ante su tribunal, los que han<br />

vivido sin ley serán juzgados sin la ley.<br />

Pero le importaba más al Apóstol reprimir el orgullo de los judíos, despreciadores de los<br />

gentiles, pues confiados en las purificaciones legales, pensaban que la gracia que perdona<br />

los pecados les era menos útil que a los gentiles, porque, en virtud de los preceptos de la<br />

ley, ellos habían evitado el pecado; y el Apóstol tritura con fuerza este argumento,<br />

demostrando que el perdón les fue otorgado con una gran indulgencia, porque, a pesar de<br />

las advertencias de la ley, pecaron con pleno conocimiento. Y les prueba que son más<br />

culpables y debían ser más severamente castigados en el tribunal de la justicia, ante el<br />

cual los que pecaron por la ley, serán juzgados por la ley; pues no son justos delante de<br />

Dios los que oyen la ley, pero los que la cumplen serán justificados 113 . Establecido este<br />

principio, emplea el Apóstol toda su carta en reprimir el orgullo de los judíos y rechazar las<br />

vanas excusas de los gentiles, para concluir que la medicina de Cristo es igualmente útil a<br />

los dos pueblos".<br />

Ag.- Negáis esta medicina a los niños, a los que la misma ley manda circuncidar al octavo<br />

día, símbolo prefigurativo de la gracia, pues el día octavo, después del sábado, que es el<br />

séptimo, nos recuerda la resurrección. Y ni podéis ni queréis entender que un niño, muerto<br />

sin la gracia de Cristo, perecerá sin remedio, como fue dicho del niño; pues, si no fuera<br />

circuncidado, sería borrado de su pueblo 114 ; castigo al que es imposible encontréis razón<br />

al negar nazcan los niños en pecado original.<br />

En Rm 2, 13 no habla Pablo de la circuncisión<br />

152. Jul.- "Perdonó Cristo los crímenes voluntarios, de los que libremente se podían<br />

abstener, y se dignó conceder la gloria de una eternidad feliz a cuantos conforman su<br />

conducta al ejemplo de su vida, norma y dechado de todas las virtudes. Se dirige Pablo a<br />

los dos pueblos, y adapta su argumentación a las exigencias del tiempo y del derecho; y<br />

en los pasajes aquí mencionados ataca el Apóstol a los israelitas, que despreciaban a los<br />

venidos de la incircuncisión, hasta el punto de pretender que, incluso con la ayuda de la fe,<br />

no podían gozar de su compañía.<br />

Para abatir este orgullo, se remonta el Apóstol a los orígenes de la nación judía y les<br />

demuestra que, en el principio mismo de la circuncisión, no tenía el prepucio una


importancia tal que con él fueran injustos y, mutilado, les confiriese la justicia".<br />

Ag.- Cuando esto decía el Apóstol no hablaba de la circuncisión ni del prepucio, sino de los<br />

preceptos de la ley, entre los que está: No codiciarás 115 , como él mismo lo recordó. ¿A<br />

qué vienen, pues, vuestras tergiversaciones? Queriendo cegar a los ignorantes, sois los<br />

primeros en perecer.<br />

Cumple Dios sus promesas<br />

153. Jul.- "No por la ley, sino por la justicia de la fe fue hecha a Abrahán la promesa de<br />

ser heredero del mundo. Porque si son herederos los de la ley, la fe carece de objeto y la<br />

promesa queda abolida; porque la ley produce la cólera; donde no hay ley no existe<br />

prevaricación. Por eso depende de la fe, para que sea favor de gracia, a fin de que la<br />

Promesa quede asegurada para toda la posteridad, no tan sólo para los de la ley, sino<br />

también para los de la fe de Abrahán, padre de todos nosotros, como está escrito: "Te he<br />

constituido padre de muchos pueblos", padre ante aquel a quien creyó de Dios que da la<br />

vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que sean. Creyó en la esperanza<br />

contra toda esperanza y fue hecho padre de muchas naciones, según se le había dicho:<br />

"Así será tu descendencia". No vaciló su fe al ver su cuerpo sin vigor -tenía unos cien<br />

años-, y el seno de Sara era igualmente estéril; en presencia de la promesa divina, no<br />

vaciló en su fe; antes bien, su fe le llenó de fortaleza, y dio gloria a Dios, sabiendo con<br />

toda certeza que poderoso es Dios para cumplir lo que prometió. Por eso le fue reputado<br />

como justicia" 116 .<br />

Ag.- ¿No te da vergüenza citar esta perícopa, tú que impugnas la gracia, que hizo posible<br />

estas promesas? Blasfemas contra Dios cuando dices: Nosotros hicimos lo que él prometió<br />

hacer. Isaac, hijo de la promesa hecha a Abrahán, era imagen de cuantos habían de ser<br />

justos, no por sí mismos, sino por el querer de Dios. Por eso dice por boca del profeta a<br />

toda la Iglesia: Yo, el Señor, te formé 117 . Por eso se les llama "hijos de la promesa",<br />

según el pasaje clarísimo del Apóstol: No falla la palabra de Dios; no todos los que son de<br />

Israel, son Israel; ni porque sean descendientes de Abrahán, son hijos; es decir, no son<br />

hijos de Dios los hijos según la carne, sino que los hijos de la promesa se cuentan como<br />

descendientes 118 . Dios cumple lo que promete; así todo esto es un apoyo para los que<br />

ponen su confianza en Dios; y confunde a cuantos ponen su esperanza en su poder; y así<br />

como edifica la fe católica, destruye el error pelagiano.<br />

Inflacionismo de Juliano<br />

154. Jul.- "Este pasaje es en su totalidad contrario a vuestra doctrina, como en el primer<br />

volumen queda probado; y si fuera oportuno volver a discutirlo, lo haríamos. Por el<br />

momento hacemos resaltar que la promesa hecha a Abrahán es recompensa de su fe; por<br />

ella se le anuncia será padre de naciones numerosas, número que no será restringido al<br />

hacerlo padre de un pueblo; pues no se excluye sea también padre de muchos pueblos,<br />

como recompensa a la prontitud de su fe. No dice la Escritura que le fue reputado por él,<br />

sino también por nosotros, a quienes ha de ser imputada la fe; a nosotros que creemos en<br />

aquel que resucitó de entre los muertos a Jesucristo, nuestro Señor, que fue entregado<br />

por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación" 119 .<br />

Ag.- Decidnos, ¡oh vanos y pomposos inflacionistas, no defensores, del libre albedrío!,<br />

que, ignorando la justicia de Dios y empeñados en establecer la vuestra propia, no os<br />

sometéis a la justicia de Dios; decidnos, repito: si los gentiles hubieran rehusado creer y<br />

vivir conforme a la justicia, ¿no habría surtido efecto la promesa hecha a Abrahán? No,<br />

dirás. Para que, en recompensa de su fe, se multiplicara la descendencia de Abrahán, fue<br />

preparada la voluntad de las naciones por Dios, y aquel que tiene poder para cumplir sus<br />

promesas hizo que quisieran los que podían no querer.<br />

La ayuda viene de Dios<br />

155. Jul.- "Y como nos propone como modelo de fe al aún incircunciso Abrahán y en virtud<br />

de esta fe obtiene una gran descendencia, ¿en virtud de qué norma, tú, judío, no admites<br />

a participar de la justicia a los gentiles, quienes, por su fe en el poder de Dios, son los<br />

verdaderos imitadores de la fe de Abrahán?"<br />

Ag.- ¡Qué bien hablas contra ti! Porque si ellos creen en el poder de Dios, no confían,


como vosotros, en su poder para ser justificados; es decir, para llegar a ser justos, sino en<br />

aquel que justifica al impío.<br />

No se puede hacer a Dios mentiroso<br />

156. Jul.- "¿Por qué crees tú, dice el Apóstol, que, sin las consagraciones legales, pueden<br />

las naciones pertenecer al árbol genealógico de Abrahán, cuando consta que la promesa<br />

hecha a Abrahán es anterior a la ley y no se atribuye a las abluciones, sino a las<br />

costumbres?"<br />

Ag.- Estas costumbres, que sin duda se entiende son buenas, si como piensas son obra del<br />

hombre, debieran ser obras de la divina predicción, no de una promesa, para que no se<br />

pudiera decir: Poderoso es Dios para cumplir su promesa 120 ; sino que debió decir: El que<br />

tiene poder para preanunciar lo que ha previsto; o también: Es poderoso para revelarlo.<br />

Cuando dicen los hombres: Lo que Dios promete nosotros lo cumplimos, se empeñan en<br />

hacerse poderosos y por orgullo hacen a Dios mentiroso.<br />

Dios nos da el querer<br />

157. Jul.- "Si son herederos por la ley, la fe carece de objeto y queda abolida la promesa<br />

121 . Si no se entienden bien estas palabras, presentan una cuestión interesante; porque,<br />

sin duda, estos que el Apóstol llama hijos de la ley, antes los llama hijos de la circuncisión,<br />

y conoce su orgullo, pues creían que nadie, excepto ellos, podía llegar a la dignidad de<br />

hijos de Abrahán; y sienta como conclusión el Apóstol que no sólo los circuncisos, sino<br />

también los incircuncisos pueden ser imitadores de la fe de Abrahán y han de ser tenidos,<br />

con toda justicia, como hijos de Abrahán".<br />

Ag.- ¿Y si no quisieran los incircuncisos, quedaría anulada la promesa? Te ruego pongas<br />

atención en comprender de qué gracia sois enemigos al negar la acción interior de Dios en<br />

la voluntad de los hombres, acción que nos hace creyentes, no a pesar nuestro, esto sería<br />

un absurdo mayúsculo, sino que nos da la voluntad de creer cuando aún no teníamos<br />

voluntad. Y no a la manera de un doctor que enseña, exhorta, amenaza y promete. Todo<br />

esto de nada serviría si Dios, cuyos caminos son irrastreables, no obrara internamente el<br />

querer. Cuando con sus palabras planta y riega un doctor, podemos decir: Quizá crea el<br />

discípulo, quizá no crea, pero si Dios da el crecimiento, sin duda cree y crece. Esta es la<br />

diferencia entre ley y promesa, letra y espíritu.<br />

La justicia, don de Dios<br />

158. Jul.- "Después de hacernos anteriormente ver que no pueden los gentiles ser<br />

excluidos de la participación de la justicia, sino que, por la misma fe, son contados con los<br />

circuncisos como hijos de Abrahán, añade el Apóstol: ninguno de la circuncisión tiene<br />

parte en la promesa hecha a Abrahán. Estas dos proposiciones, de no entenderse<br />

correctamente, son contradictorias. Cuando dice Pablo: Si son herederos los de la ley, la fe<br />

carece de objeto y queda la promesa abolida, no dice, ningún judío puede, por la fe, ser<br />

considerado heredero de la antigua promesa, pero falta el vocablo, cuya laguna suple la<br />

inteligencia, y es que, hijos de la ley, no son ellos solos los herederos; como si dijera; si<br />

los de la ley son los únicos herederos, la fe carece de objeto. Y parecerían excluidos los<br />

incircuncisos si la herencia de la bendición sólo perteneciera a los circuncisos. Hay que<br />

tener en cuenta que, en el lenguaje de la Escritura, no afirmar una cosa no equivale a<br />

negarla y suele dejar a la inteligencia del lector suplir las palabras que no se expresan".<br />

Ag.- Así lo entienden los que no entienden. Por favor, ¿por qué no advertís que no son<br />

herederos por la ley, porque la ley produce cólera, y donde no hay ley no hay<br />

transgresión? 122 Los que han recibido la ley son herederos en virtud de la promesa,<br />

porque Dios cumple lo que promete. El creyente que cree que puede cumplir los preceptos<br />

de la ley por su libre albedrío, sin la inspiración de la gracia, quiere establecer su propia<br />

justicia, no recibir la justicia de Dios. Por qué lo dice el mismo Apóstol: Y se halló en él, no<br />

con la justicia mía, la que viene de la ley, sino por la que viene de la fe, la justicia que<br />

viene de Dios 123 . ¿Por qué llama justicia suya a la que viene de la ley, y la rechaza; y no<br />

suya a la justicia que viene de Dios, y es justicia de fe? ¿Acaso la ley no viene de Dios? ¿<br />

Quién, sino un infiel, lo puede afirmar? Pero llama justicia suya la que viene de la ley,<br />

porque por ella, teniendo demasiada confianza en sus propias fuerzas, se imagina le basta<br />

la ley para cumplir los mandamientos de Dios.


Por la fe la justicia, se dice, viene de Dios, porque da a cada uno según la medida de su fe<br />

124 ; y a la fe pertenece creer que Dios obra en nosotros el querer y el obrar 125 , como<br />

actuó en aquella vendedora de púrpura a quien el Señor abrió el corazón para que<br />

comprendiese las enseñanzas de Pablo 126 . Por consiguiente, los judíos que creyeron en<br />

Cristo, en cuyo número se cuenta Pablo, no son herederos en virtud de la ley, sino de la<br />

promesa. Por eso dijo: Tu descendencia será la de Isaac, porque no son hijos de Dios los<br />

hijos de la carne, sino que los hijos de la promesa se cuentan como descendencia 127 .<br />

Como mano de almirez<br />

159. Jul.- "Resume así su argumentación el Apóstol: Si sólo son herederos de la bendición<br />

los hijos de la ley, entonces quedan excluidos los incircuncisos, mientras ningún hijo de la<br />

ley quedaría fuera de la bendición; es decir, si la circuncisión tiene tal virtud que, sin ella,<br />

la fe no tiene eficacia alguna, como los gentiles serían también, evidentemente,<br />

reprobados, así quedaría probado que ningún judío podía ir jamás por el camino de la<br />

perdición".<br />

Ag.- ¿Dónde ves tú la consecuencia, ¡oh dialéctico mediocre? ¿Es consecuente que, si los<br />

hijos de la ley son los únicos herederos de la bendición, ninguno de los que han recibido la<br />

ley sea privado de la bendición? ¿Acaso porque nadie pueda ser heredero si no se bautiza,<br />

se sigue sean herederos todos los bautizados? Digo esto, no porque esta sea la cuestión a<br />

ventilar entre nosotros, sino para probar tu sutileza, pues la mía, dices, es más roma que<br />

mano de almirez.<br />

Renacimiento del agua y del Espíritu Santo<br />

160. Jul.- "Como reconocéis, los transgresores de la ley no son herederos de la bendición<br />

porque la ley produce en ellos la cólera; consta, pues, no depender esta promesa de la<br />

circuncisión, sino de la fe. La promesa quedaría sin efecto si, al margen de la ley, nadie<br />

fuera justo; porque la ley fue promulgada 430 años después de la promesa. Y si fuera de<br />

la ley no se hubiera cumplido la promesa, sería necesario decir que Abrahán, Isaac y<br />

Jacob, y todos los santos que han vivido en este intervalo de tiempo, habrían estado<br />

privados de la bendición".<br />

Ag.- Más bien la promesa quedaría sin efecto si alguien se hiciera justo por la ley. Si son<br />

herederos los de la ley, la fe carece de objeto, y la promesa queda abolida; la ley produce<br />

la cólera 128 ; para escapar de la ira se requiere la gracia de Dios.<br />

Juliano priva a los niños de la gracia<br />

161. Jul.- "Esta doctrina es manifiestamente contraria a la verdad; porque, bajo la ley, los<br />

pecadores eran castigados y, antes de la ley, la justicia y la fe no se vieron privadas de su<br />

merecida recompensa; consta, pues, que la gloria de esta promesa pertenece, no a los<br />

cuerpos mutilados por el hierro, sino a las almas distinguidas por una perfecta integridad<br />

de costumbres. Continúa en Pablo una sentencia que fulmina la teoría de la transmisión<br />

del pecado. La ley produce la cólera; donde no hay ley no hay transgresión. Prueba, pues,<br />

que ha sido dada la ley a los niños aún en el seno de sus madres; que la ley les puede ser<br />

intimada al nacer, y así pueden ser acusados y convencidos de transgresión. Con el<br />

Apóstol creemos y defendemos que esta doctrina nada tiene de irrazonable; creemos<br />

imposible ser transgresor en una edad en que no se puede ser sujeto de la ley; porque<br />

donde no hay ley, no hay transgresión. Y si produce ira esta ley, no es culpa suya, sino de<br />

la iniquidad de los que anteponen sus pecados a las virtudes".<br />

Ag.- ¿No es ley de Cristo ésta: El que no renazca del agua y del Espíritu no puede entrar<br />

en el reino de Dios? 129 Ley que ves se aplica también a los niños. Pero dime, el niño cuya<br />

vida sería exterminada de en medio de su pueblo si no era circuncidado al octavo día 130 , ¿<br />

de qué transgresión era culpable para ser con tal suplicio castigado? Sin haber cometido<br />

culpa alguna personal era considerado culpable por la semejanza de la prevaricación de<br />

Adán en el que todos pecaron 131 . Torcer palabras tan rectas, oscurecer sentencia tan clara<br />

es obra ingente y trabajo vano de tus intentos.<br />

La gracia es necesaria<br />

162. Jul.- "Probó el Apóstol que las palabras le fue imputado a justicia no fueron escritas


sólo por Abrahán, sino también por nosotros, a quienes se nos imputa si creemos en Dios,<br />

que resucitó a Jesucristo de entre los muertos; fue entregado por nuestros delitos y<br />

resucitó para nuestra justificación" 132 .<br />

Ag.- Vosotros priváis de la gracia a los niños al sostener que no han contraído pecado<br />

original; de donde se deduce que no tienen parte en los beneficios que Cristo nos otorgó al<br />

entregarse por nuestros delitos... Y pensando y enseñando estas cosas, ¿os atrevéis a<br />

llamaros cristianos católicos?<br />

Cristo murió por los niños<br />

163. Jul.- "¡Con qué energía inculca el Apóstol que un Dios justo no puede castigar a unos<br />

por los pecados de otros! Y queriendo hacernos comprender el valor de la muerte de<br />

Cristo, elige con cuidado la palabra, y nos dice que murió a causa de nuestros delitos, que<br />

eran muchos y eran nuestros, y no por un pecado cometido por otro, muerto hacía siglos".<br />

Ag.- No es un absurdo se llame la desobediencia de un hombre delito ajeno, porque, aún<br />

no nacidos, éramos incapaces de un acto personal, ni bueno ni malo. Mas todos estábamos<br />

en Adán pecador cuando pecó, y por la naturaleza y gravedad de este pecado toda la<br />

naturaleza humana quedó viciada, como lo demuestra el estado de miseria de todo el<br />

género humano; y este pecado ajeno se hace nuestro mediante una funesta sucesión. De<br />

ahí las palabras de un doctor católico que comprendió a la perfección el pensamiento del<br />

Apóstol: "Todos nacemos bajo el pecado, y nuestro mismo origen está viciado" 133 .<br />

Si queréis admitir la interpretación dada por éste y otros doctores en la verdad católica, no<br />

os veréis obligados a negar a los niños el beneficio de la muerte de aquel que fue<br />

entregado por nuestros delitos; pues uno murió por todos. Luego añade: Todos hemos<br />

muerto; y por todos murió 134 . Vosotros reclamáis contra estas palabras y decís: "Los<br />

niños no están muertos", pero clamad entonces y añadid: "Luego Cristo no murió por<br />

ellos". Y ved ahora si no sois los muertos vosotros, pues rehusáis a los que lo están los<br />

beneficios de la muerte de Cristo, por temor a que vivan. Porque, en vuestra opinión, el<br />

pecado de un muerto hace mucho tiempo, no debe serles imputado. Y no pensáis en que,<br />

si el primer hombre, Adán, murió hace ya mucho tiempo, Cristo es el segundo hombre<br />

después de Adán, y entre uno y otro han nacido millares de hombres. Es, pues, evidente<br />

que todo hombre nace del primero, por sucesivas generaciones, y pertenece a Cristo todo<br />

el que, por beneficio de la gracia, renace; de ahí que todo el género humano son, en cierto<br />

sentido, dos hombres: el primero y el segundo.<br />

Uno en los muchos<br />

164. Jul.- "El que habla de muchos delitos, ni sospechó siquiera del único pecado de los<br />

maniqueos, partidarios de la transmisión".<br />

Ag.- Sin embargo, hombre discutidor, si una multitud de pecadores se acercase a las<br />

aguas purificadoras de la regeneración, y cada uno hubiera cometido un solo pecado desde<br />

el día en que voluntariamente pecó, todos estos pecados reunidos se podían calificar de<br />

muchos; pero por esta tu sinrazón, privarías de la gracia que justifica de muchos delitos a<br />

todos estos, porque, según vosotros, todo hombre que haya cometido un solo pecado no<br />

puede participar del beneficio de la gracia.<br />

¿Cuánto más numerosos serán estos pecados si se les suma a todos los que en mayor o<br />

menor número se cometen por voluntad personal de cada uno? Y de todos libera esta<br />

gracia, de la que está escrito: Para justificación de muchos delitos 135 . "Existió Adán, y en<br />

él existimos todos; pecó Adán, y en él todos perecieron" 136 . Son palabras de Ambrosio,<br />

que, a pesar de tus calumnias, no era maniqueo. Enseña Cipriano que los niños contraen<br />

el contagio de la muerte eterna en su nacimiento 137 , y no era, como tú le calumnias,<br />

maniqueo. Todos pecaron en Adán, dice Hilario 138 al que calumnias como maniqueo. Y<br />

porque era y persevera católica la Iglesia no pudo soportaros en su seno, porque vuestros<br />

sentimientos y enseñanzas son contrarios a su doctrina. Y porque quiere permanecer<br />

católica protege la debilidad de sus niños con vuestra condena.<br />

Dios justifica perdonando y derramando amor en los corazones<br />

165. Jul.- "Justificados por la fe, estamos en paz con Dios, por nuestro Señor Jesucristo,


por quien tenemos acceso a esta gracia, en la que nos hallamos y nos gloriamos en la<br />

esperanza de la gloria de Dios 139 . Vosotros, los que veis que la justificación os fue<br />

conferida por el perdón de los pecados, conservad entre vosotros una concordia<br />

inalterable, y animados de los mejores sentimientos, alabad, con un solo corazón los<br />

dones del Mediador, cuya liberalidad para con nosotros nos permite tener acceso a esta<br />

gracia; de este Mediador que hizo libres a los que su justicia tenía por culpables y que,<br />

efectivamente, lo eran, y libró del castigo, no por un efecto de la naturaleza, sino de la<br />

voluntad, y nos ha concedido a nosotros, que esperábamos eternos suplicios, nos<br />

gloriemos en la esperanza de la gloria de Dios".<br />

Ag.- Sólo vosotros sostenéis que esta justificación consiste sólo en el perdón de los<br />

pecados. Justifica Dios al impío no sólo perdonando los pecados cometidos, sino donando<br />

la caridad para que evite el mal y haga el bien, ayudados por el Espíritu Santo, cuyo<br />

socorro incesante imploraba el Apóstol para aquellos a quienes escribe: Pedimos a Dios no<br />

hagáis nada malo 140 . Y a esta gracia declaráis la guerra, y no para defender el libre<br />

albedrío, sino para destruirlo con vuestra presunción.<br />

No pecar es ya gracia<br />

166. Jul.- "Para una mejor comprensión de la virtud y seguridad de esta doctrina, habla el<br />

Apóstol de los beneficios que la filosofía cristiana confiere a los fieles, y dice: Y no sólo<br />

esto, sino que nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra<br />

paciencia; la paciencia, prueba; la prueba, esperanza, y la esperanza no se avergüenza,<br />

porque la caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo<br />

que nos fue dado 141 . Esto es: No sólo estos beneficios nos han permitido encontrar<br />

nuestro gozo en la generosidad de los dones recibidos; pero ahora, en medio de las<br />

angustias que nos oprimen, experimentamos una nueva alegría en la posesión de la<br />

virtud, y nos reímos del furor de los perseguidores y de la crueldad de los impíos, pues lo<br />

juzgamos como una lección de paciencia, no un obstáculo para la felicidad, de manera que<br />

evitamos el pecado, no sólo por la recompensa, sino porque el no pecar lo consideramos<br />

ya un premio".<br />

Ag.- Si el no pecar es ya un premio, ¿quién otorga este premio? Espero no digas: El<br />

hombre mismo; aunque, en virtud de tu detestable herejía, te ves forzado a decirlo. Y si<br />

es Dios el que da al hombre el premio por no pecar, me parece que más que una<br />

recompensa es un don, para que no se piense en méritos humanos precedentes. A los que<br />

sostienen que la gracia de Dios se da según nuestros méritos, los condenó el mismo<br />

Pelagio 142 . Cómo se concede este don de no pecar, tú mismo lo dijiste antes, al recordar<br />

estas palabras del Apóstol: Porque la caridad de Dios se derramó en nuestros corazones<br />

por el Espíritu Santo que nos fue dado. Por eso, según la filosofía cristiana, el gloriarse en<br />

las tribulaciones no es nuestro, pues lo hemos recibido; por eso se le dice al hombre que<br />

no debe gloriarse en sí mismo: ¿Que tienes que no lo hayas recibido? 143 Sin embargo, nos<br />

gloriamos, pero no como si no lo hubiéramos recibido; nos gloriamos en aquel que nos lo<br />

dio para que el que se gloría se gloríe en el Señor 144 . Esta es la gracia que enseña la fe<br />

católica. ¿Por qué, por favor, vuestro error la combate, cuando os convence con vuestras<br />

mismas palabras?<br />

Don de Dios<br />

167. Jul.- "Cuando en los dos Testamentos vemos la realización de las promesas hechas a<br />

los hombres, contamos, entre las vanidades, los bienes y males de la vida presente, y<br />

juzgamos por la grandeza de la caridad de Dios para con nosotros de la fidelidad de sus<br />

promesas. Y en nuestra esperanza no seremos confundidos por la privación de los bienes<br />

eternos, pues como garantía de dicha eterna tenemos la caridad de Dios, que ha sido<br />

derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado; es decir, por los<br />

dones del Espíritu Santo, Dios ha probado su amor al género humano".<br />

Ag.- Tú no quieres comprender que entre estos dones está el no pecar; y, confiando en tus<br />

fuerzas, pretendes hacerte a ti mismo este don. Por favor, no te enfurezcas: maldito todo<br />

el que pone su confianza en el hombre 145 .<br />

La gracia de ser fieles<br />

168. Jul.- "Otorgará fielmente a sus fieles lo que les ha prometido".


Ag.- Sí, les concederá la gracia de ser fieles, porque prometió a Abrahán la fe de los<br />

gentiles; así lo proclama un fiel insigne: He obtenido del Señor la gracia de ser fiel 146 .<br />

Cita Juliano textos contra su error<br />

169. Jul.- "El que no perdonó a su Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros 147 -y por<br />

el que nos consagró por la operación del Espíritu Santo, sin duda- nos ha dado<br />

ciertamente todo con Él. En efecto, cuando aún estábamos sin fuerzas, en el tiempo<br />

señalado, Cristo murió por los impíos" 148 .<br />

Ag.- Citas textos inspirados que destruyen vuestro error. No dice: Cristo murió también<br />

por los impíos, sino por los impíos. Y como, en otro lugar, confiesas que también por los<br />

niños murió 149 ; sin embargo, no sé con qué cara niegas que la impiedad del primer<br />

hombre se les transmita por generación. ¿Cómo pueden pertenecer a aquel que murió por<br />

los impíos?<br />

Necesitan los niños de Jesús<br />

170. "Apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atreviera<br />

uno a morir. Mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros aún<br />

pecadores, murió por nosotros. Con más razón, justificados ahora por su sangre, seremos<br />

por Él salvos de la ira. Si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados por Dios, por la<br />

muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por<br />

su vida! Y no solamente eso, sino que también nos gloriamos en Dios por nuestro Señor<br />

Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación 150 . Nos demuestra Pablo con<br />

qué amor hizo Cristo todas las cosas, al dignarse morir por quienes ningún bien<br />

merecíamos".<br />

Ag.- Tan matizadas están tus palabras, que dan la impresión de poderse aplicar también a<br />

los niños, pues concedes que nada bueno han hecho; pero este lenguaje no es el del<br />

Apóstol cuando dice: Cristo murió por los impíos y pecadores. En vano pretendes tú limitar<br />

la gran misericordia de Cristo, pues murió por los culpables, y vosotros queréis privar a los<br />

niños de tan gran beneficio del Salvador, enseñando que se salvan sin Él, cuando afirma:<br />

Los sanos no necesitan de médico 151 ; no necesitan de médico los niños, pues para ellos,<br />

según vosotros, no es Jesús; pero con toda certeza es Jesús para ellos, pues necesitan de<br />

su ayuda. ¡Apartaos de nosotros, malvados! Los niños necesitan de Jesús; él los libra de<br />

sus pecados y por eso se llama Jesús; testigo el ángel: Le impondrás el nombre de Jesús,<br />

pues librará a su pueblo de sus pecados 152 .<br />

Por ellos Cristo murió<br />

171. Jul.- "Cuantos pisotearon por amores culpables la ley y la razón y se fueron tras sus<br />

apetencias, sufrieron el castigo de su propia conciencia, cuya voz es potente. Pero como<br />

consta que con frecuencia los profetas se distinguieron por su desprecio a la suerte por<br />

causa de la justicia, y muchos otros, por poderosos motivos o por la gloria rutilante de la<br />

fama, han corrido a la muerte con ánimo sereno; para que la perfección singular de la<br />

virtud de Cristo no palidezca en comparación de aquellos excelsos varones, quiere el<br />

Apóstol probar que la caridad y fortaleza de Cristo rayan a una altura inalcanzable.<br />

Reconozco, aunque sea un caso raro y excepcional, que unos pocos han elegido morir por<br />

causas justas y buenas; pero en ellos la excelencia de la causa, es decir, la sublimidad de<br />

la causa que defendían, mitigaba el dolor de los tormentos; Cristo, por el contrario, nada<br />

amable encontró en la conducta de los impíos, y, sin embargo, no rehusó sacrificarse por<br />

aquellos que se habían envilecido por su propia voluntad. Es, pues, evidente que la virtud<br />

de Cristo es superior a las virtudes de todos los hombres; porque si unos pocos lo<br />

igualaron en el sufrimiento, en él la causa no tiene igual. No desesperemos, pues, de su<br />

liberalidad; porque, si por nosotros murió siendo aún pecadores, mucho más, justificados<br />

ahora por su sangre, seremos salvos de la cólera por él".<br />

Ag.- No excluyáis a los niños del número de los pecadores; porque también por ellos<br />

confesáis murió Cristo.<br />

Cristo mediador


172. Jul.- "Y después de la reconciliación que hemos merecido por obra del Mediador,<br />

debemos nutrir el alma con los gozos eternos, y esperar, no sólo la salvación, sino<br />

también la gloria".<br />

Ag.- Pon atención, te lo ruego, en lo que dice el Apóstol, y por qué motivo fue el hablar del<br />

primer hombre; trataba, sí, de la reconciliación que tenemos con Dios, y tú mismo<br />

reconoces ser obra del Mediador, Cristo. Escucha las palabras del Apóstol: Justificados por<br />

la fe, estamos en paz con Dios, por nuestro Señor Jesucristo. Y poco después: Si cuando<br />

aún estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, murió por los impíos. Y de nuevo: La<br />

prueba de que Dios nos ama es que, siendo nosotros todavía pecadores, murió por<br />

nosotros; con mayor razón, justificados ahora por su sangre, seremos salvos de la ira por<br />

él. Escucha aún: Si cuando éramos enemigos hemos sido reconciliados con Dios por la<br />

muerte de su Hijo, mucho más, reconciliados ya, seremos salvos en su vida. Después de<br />

hablar muchas veces de esta reconciliación, la recomienda una vez más diciendo: Por el<br />

que ahora recibimos la reconciliación; y concluye: Por eso, así como por un hombre entró<br />

el pecado en el mundo... 153<br />

Como por uno las enemistades, por uno, Cristo, la reconciliación. Y todo el que dice que<br />

los niños están libres de pecado, fuente de enemistades, les niega tener parte en esta<br />

reconciliación, por la cual Cristo es el Mediador; en consecuencia, los excluye de la<br />

justificación, que ha lugar por la sangre de Cristo; sangre que fue derramada, como dice<br />

cuando invita a los hombres a beber, para el perdón de los pecados. Por consiguiente, a<br />

los niños, si no tienen pecados, la muerte de Cristo en nada les beneficia; pues por ella<br />

somos reconciliados con Dios cuando éramos enemigos; y los niños, según vosotros, no lo<br />

fueron. Porque para morir al pecado, causa de nuestras enemistades, y llegar a la<br />

reconciliación, nos dice el mismo Apóstol: Todos los que hemos sido bautizados en Cristo,<br />

hemos sido bautizados en su muerte. Antes de llegar a estas palabras había dicho: Si<br />

estamos muertos al pecado, ¿cómo viviremos en él? Y, al momento, para demostrar que<br />

estamos muertos al pecado, dice: ¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en<br />

Cristo, fuimos bautizados en su muerte? 154 ¿Dónde está la libertad y fortaleza de vuestro<br />

ánimo? ¿Por qué teméis confesar lo que no teméis creer, esto es, que no es necesario<br />

bautizar a los niños en Cristo, pues afirmáis no tienen pecado al que morir?<br />

Exégesis de Rm 5, 12<br />

173. Jul.- "Como por un hombre entró en el mundo el pecado y por el pecado la muerte,<br />

así la muerte pasó por todos los hombres, en el que todos pecaron 155 . Para doblegar el<br />

orgullo de los judíos, que reivindicaban para los de su raza la santidad como privilegio de<br />

la ley, creían que el perdón de los pecados no les era tan necesario como a los gentiles; y<br />

el Apóstol ataca la conducta morbosa del hombre y arremete contra una multitud de<br />

pecadores, para que el testimonio de un mal antiguo haga comprender cuán extenso era el<br />

dominio de la iniquidad en el mundo, y mostrar la multitud de crímenes inveterados,<br />

transmitidos por la corrupción de los padres por caminos de mutua imitación, y que han<br />

sido borrados por la gracia de Cristo. Por esto hace mención del primer hombre, que no<br />

fue el primero en cometer pecado, pues consta que antes había pecado la mujer; pero por<br />

privilegio del sexo asumió la responsabilidad de la culpa; y por este hombre entró el<br />

pecado en el mundo y por el pecado la muerte, sin duda la que se promete a los<br />

pecadores, es decir, la eterna; y así la muerte pasó por todos los hombres, en el que<br />

todos pecaron. Indica, pues, con claridad qué muerte pasó a la posteridad por imitación,<br />

no por generación".<br />

Ag.- Te respondí ya por qué no mencionó a la mujer, de la que tomó origen el pecado,<br />

sino al hombre solo; y es o porque está incluida en el varón con el que forma una sola<br />

carne, o porque la generación tiene en el hombre su origen, y por ella quiere dar a<br />

entender que entró en el mundo el pecado. Mas vosotros, hombres que sostenéis que la<br />

muerte, secuela del pecado, ha sido transmitida a la posteridad por imitación, no por<br />

generación, ¿por qué no afirmáis con claridad que los niños no deben ser bautizados en<br />

Cristo? Y si han de ser bautizados en Cristo, como todos los bautizados en Cristo son en su<br />

muerte bautizados, y sin duda mueren por el pecado; por esto dice el Apóstol que estamos<br />

muertos por el pecado, porque hemos sido bautizados en la muerte de Cristo. Primero<br />

dijo: Si estamos muertos por el pecado, ¿cómo viviremos en él? Luego, para probar que<br />

estamos muertos por el pecado, dice: ¿Ignoráis que todos los que hemos sido bautizados<br />

en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?


En consecuencia, el que no tiene pecado no puede morir al pecado en el bautismo; y todo<br />

el que va a ser bautizado, no muere al pecado ni es bautizado en la muerte de Cristo, y,<br />

por consiguiente, no es bautizado. ¿Por qué tergiversáis? Abrid libremente los portones de<br />

vuestro infierno, para que con entera libertad entren a vosotros cuantos no quieren que<br />

sus niños, muertos por el pecado, sean vivificados en el bautismo.<br />

Comentan Juliano y Agustín<br />

174. Jul.- "Después de haber dicho; pasó por todos los hombres, añade el Apóstol en<br />

seguida: en el que todos pecaron. Estas palabras en el que todos pecaron significan sólo<br />

porque todos pecaron, según aquello de David: ¿En qué corregirá el joven sus caminos?;<br />

es decir, ¿cómo rectificará su camino? Cumpliendo tus palabras 156 . Así, en lo que se<br />

rectifica, se corrige. Lo mismo cuando el Apóstol dice que la muerte pasó por todos,<br />

porque todos, al pecar, imitan al primer pecador por su propia voluntad; y nunca pensó en<br />

aplicar al pecado ni a Adán las palabras en el que, sino que con ellas quiso expresar a<br />

todos los pecadores".<br />

Ag.- Abre los ojos: todos mueren en Adán; y si los niños no mueren en él, no pueden<br />

renacer en Cristo. ¿Por qué recurrir a una culpable hipocresía y los presentáis al bautismo<br />

del vivificador y salvador, si los proclamáis sanos y salvos y no queréis sean vivificados y<br />

curados?<br />

Se repite Juliano. Todos y muchos<br />

175. Jul.- "El vocablo todos significa también muchos, como lo declaran innumerables<br />

pasajes de la Escritura. Por ejemplo: Todos andan descaminados y se hicieron inútiles; y<br />

poco después: que devoran a mi pueblo como pan 157 , indicando así ser este pueblo<br />

diferente de todos los que había señalado como obradores de maldad. Y en el Evangelio se<br />

lee: Todo el pueblo clamó: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale! 158 ; sin embargo, en la universalidad<br />

de esta expresión no vamos a incluir a los Apóstoles, a Nicodemus, ni a las santas<br />

mujeres. Y en este mismo pasaje en el que ahora dice todos, antes dijo Pablo muchos".<br />

Ag.- A esto ya respondí. Todos y muchos no se contradicen, porque todos no son pocos,<br />

sino muchos. Las palabras del salmo: Todos se desviaron y se hicieron inútiles, son<br />

verdad, pues distingue a los hijos de los hombres, descarriados todos, de los hijos de Dios,<br />

no descarriados y que eran devorados; Dios miró desde el cielo a los hijos de los hombres,<br />

todos fuera de camino, exceptuados los hijos de Dios. A esta totalidad descarriada de los<br />

hijos de los hombres pertenece aquel pueblo que gritó: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale! Y a este<br />

pueblo no podían pertenecer los creyentes en Cristo.<br />

Explica, si puedes, el sentido de esta frase: Uno murió por todos, y atrévete a decir que<br />

Cristo no murió por todos los muertos; al momento te trituraría el Apóstol y reprimiría tu<br />

audaz insolencia con su conclusión lógica: Luego todos estamos muertos. No alabes al<br />

Apóstol, no lo interpretes si no quieres oírle decir: Si uno murió por todos, luego todos<br />

murieron 159 . Por todos estos pasó el pecado, y en todos murieron se encuentran incluidos<br />

los niños, por los que también murió Cristo; por todos murió, pues todos pecaron.<br />

Argumenta como quieras, tergiversa a placer las palabras del Apóstol hasta adulterar su<br />

sentido; no conseguirás demostrar que los niños están inmunes de la muerte que viene<br />

por el pecado; porque no te atreves a negar que por ellos murió Cristo.<br />

El mismo texto paulino<br />

176. Jul.- "Se ve a dónde hemos llegado: todos son muchos en el Apóstol; y estos muchos<br />

son reos de muerte porque pecaron por voluntad propia. No les acusa de pecado original,<br />

sino de crimen voluntario. Y estas palabras, si las examinamos en sentido propio y natural,<br />

esto sólo significan. Si creyera existía un pecado transmitido a la posteridad por<br />

generación, es decir, a los que aún no existían, hubiera faltado a la verdad si dijera que<br />

todos pecaron".<br />

Ag.- Pudiera replicarte: ¿Cómo pudieron seguir los descendientes de Adán su ejemplo si<br />

aún no existían, ni le vieron pecar, ni oyeron sus palabras, ni creyeron? Pero no digo esto.<br />

"Existió Adán y en él existimos todos; pereció Adán y en él todos perecieron", y, por eso,<br />

en él mueren todos 160 . Escucha las palabras clarísimas del Apóstol, no tu torcidísima y


gárrula locuacidad.<br />

Enfermedades contagiosas<br />

177. Jul.- "Cuando un hombre solo comete una acción, aunque éste sea un jefe, no es<br />

verdad que todos la cometen; por consiguiente, o el pecado del primer hombre pasó a su<br />

descendencia sin que ésta pecara; o bien pecó realmente y la palabra expresa el<br />

cumplimiento de una acción pecaminosa, y el pecado de Adán no puede ser transmitido a<br />

su posteridad si no es sólo por imitación".<br />

Ag.- Si, por intemperancia, uno contrae el mal de gota y lo transmite a sus hijos, como<br />

con frecuencia sucede, ¿no se puede decir con verdad que dicho mal ha sido transmitido<br />

por el padre? ¿Y que ellos mismos han cometido un exceso en la persona del padre,<br />

porque cuando lo cometió todos estaban en él, pues era uno solo? Cometieron, pues, un<br />

grave exceso, no por acción de los hombres, sino a causa de la semilla. Y lo que con<br />

frecuencia acaece en las enfermedades del cuerpo, pudo también suceder en aquel gran<br />

pecado antiguo de nuestro primer padre, en el que toda la naturaleza humana quedó<br />

viciada. Y es lo que afirma el Apóstol con una transparencia que vosotros os empeñáis en<br />

oscurecer: Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así<br />

pasó por todos los hombres, en el que todos pecaron 161 . Quiere ponderar la gracia de<br />

Cristo oponiéndola al pecado, y enfrenta al autor de la generación el autor de la<br />

regeneración.<br />

La parte por el todo<br />

178. Jul.- "Cuanto a la dificultad que creíste poder oponerme en este libro, al que ahora<br />

contesto, o en los escritos a Marcelino, afirmando ser transmitido el pecado "cuando todos<br />

los hombres -para servirme de tus palabras- eran un solo hombre" sin embarazo alguno la<br />

verdad la destruye y expone a la irrisión de cualquier hombre instruido. Tu argumento, a<br />

excepción de tu impiedad, nada prueba. Impiedad ya condenada en Tertuliano y en Manés,<br />

pues crees, con esta sacrílega opinión, que existe un transvase de almas, así como existe<br />

una transmisión de los cuerpos. Doctrina esta tan abominable que, en la carta que envié a<br />

Oriente, os reproché, y en los libros que ha poco enviaste a Bonifacio te has esforzado en<br />

rechazar como no tuya. "Pretendes, dices, que nosotros enseñamos la transmisión de las<br />

almas; ignoro en qué libro lo has leído". Con estas palabras das a entender que nada de<br />

esto has enseñado.<br />

Para que tu falsedad quede manifiesta, comparo tus mismas palabras. ¿Cómo puedes<br />

afirmar que la transmisión de las almas, opinión en verdad sacrílega, no es conforme a tu<br />

doctrina, si confiesas que todos los hombres fueron un hombre? Y si no crees que una<br />

partecica del alma está en el germen oculta, ¿con qué cara escribes que todos los hombres<br />

fueron un Adán, pues el hombre no puede existir sin que alma y cuerpo coexistan?<br />

Ag.- Piensas no puede el cuerpo solo del hombre llamarse hombre, cuando sabes que el<br />

mismo hijo único de Dios, nuestro Señor Jesucristo, fue crucificado en tiempo de Poncio<br />

Pilato y sepultado, como confiesa toda la Iglesia y varias sectas heréticas, incluida la<br />

vuestra; y, sin embargo, sólo el cuerpo de Cristo fue sepultado. Según tú, el Hijo de Dios,<br />

nuestro Señor Jesucristo, no se debía decir que fue sepultado, porque Cristo, unigénito de<br />

Dios, nuestro Señor, no consta sólo de cuerpo, sino de Palabra de Dios, alma racional y<br />

cuerpo; y así, cuando el credo llega a las palabras: "crucificado en tiempo de Poncio<br />

Pilato", debió añadir: "y su cuerpo fue sepultado". No; la Escritura, al hablar de la creación<br />

del primer hombre, tampoco debió decir: formó al hombre con polvo de la tierra 162 ,<br />

porque sólo el cuerpo del hombre fue de la tierra formado. Y hasta el mismo Señor habría<br />

errado al decir: Tierra eres y a la tierra irás 163 , cuando, según tu doctrina, lo correcto<br />

sería decir: Tierra es tu cuerpo y a la tierra irá. Pero existió Adán, y en él todos existimos,<br />

como aprendieron y enseñaron en la santa Iglesia antes de nosotros los doctores católicos,<br />

y por eso dije: "Todos fueron uno", porque aquellos dos, varón y mujer, ya no eran dos,<br />

sino una sola carne 164 . Y lo dije por todos los engendrados en Adán; cuando fue cometido<br />

el pecado, todos fuimos ese hombre, porque entonces nadie había sido concebido en el<br />

seno de madre alguna por seminación, pues los hombres son engendrados en las mujeres<br />

por los varones.<br />

De qué manera y en qué medida todos los nacidos de Adán fuimos ese hombre único, ora<br />

sea en cuanto al cuerpo solo, ya según las dos partes del hombre, alma y cuerpo, confieso


no lo sé; y no me avergüenzo, como vosotros, de confesar mi ignorancia sobre lo que no<br />

sé; sin embargo, no ignoro que de todo hombre está escrito: El hombre se hizo semejante<br />

a la vanidad, sus días son como una sombra 165 . Y en otro lugar dice la misma santa<br />

Escritura: Todo hombre viviente es un soplo de vanidad 166 , lo que no sería conforme a la<br />

justicia de un Dios creador de no existir el pecado original.<br />

Decimados en Abrahán<br />

179. Jul.- "Además, aunque esto lo refieras a la carne sola, ni en este sentido se puede<br />

excusar tu simpleza, pues dices: "Todos fueron aquel uno", pues cuando pecó Adán, ya<br />

eran dos hombres, no uno; es decir, él y su mujer; y de su sustancia, no de la culpa, se<br />

multiplicó el género humano, por institución divina".<br />

Ag.- Lo dije y lo repito: Todos, y me refiero a los que Adán debía sembrar, esto es,<br />

engendrar. Y de este uno, progenitor, contraen principalmente el pecado original los niños.<br />

Aquella a la que se unió, y eran dos, concibió lo que recibió, y después parió, aunque fue<br />

la primera en pecar. Por eso dice la santa Escritura de los hijos de Leví, cuando estaban en<br />

las entrañas de su padre Abrahán, que el sacerdote Melquisedec percibió los diezmos. Lee<br />

la carta a los Hebreos y corrige tu lengua.<br />

La muerte pasó con el pecado<br />

180. Jul.- "Por último, la santidad de Abel, celebrada en toda la Escritura, da testimonio<br />

de que en nada perjudica a los hijos el pecado de los padres".<br />

Ag.- Por qué entonces no lo propuso el Apóstol como modelo a imitar, siendo el primer<br />

justo; y por qué al hablar de dos hombres, uno para nuestra condenación, otro para<br />

nuestra justificación, menciona a Cristo y a Adán? Si no tenía Abel en sus miembros ley<br />

alguna en lucha contra la ley de su espíritu 167 , contra la que mantenía, como justo, guerra<br />

civil, y si su carne no tenía apetencias contrarias al espíritu 168 , en nada le perjudicó el<br />

pecado de sus padres. Pero quienquiera que pretenda que tal fue la condición de Abel,<br />

diga también que su carne no era carne de pecado, y, sin duda, Cristo, el Señor, no<br />

hubiera tenido semejanza de carne de pecado si la carne de todos los hombres restantes<br />

no fuera carne de pecado.<br />

El crimen de Caín<br />

181. Jul.- "Caín, por el contrario, envidioso, parricida, engendrado de la misma naturaleza<br />

que Abel, pero no dotado de una voluntad semejante, tuvo turbada su alma por crueles<br />

terrores. Luego el pecado, dice el Apóstol, entró en este mundo por uno, y por el pecado<br />

la muerte, y así la muerte pasó por todos los que pecaron. Esta sentencia, conforme al<br />

dogma católico, no os sirve de ayuda".<br />

Ag.- La muerte pasa con el pecado, como lo demuestra el Apóstol al decir: Y así pasó por<br />

todos los hombres. Por eso en su bautismo los niños son arrancados del poder de las<br />

tinieblas; de otra suerte, como ya dijimos y repetiremos cien veces, sería una gran injuria<br />

a Dios exorcizar e insuflar la imagen de Dios si estos exorcismos e insuflaciones no<br />

tuvieran por objeto arrojar fuera al príncipe del mundo y convertirla en morada del Espíritu<br />

Santo. El crimen de Caín no roza para nada el pecado de origen, pues fue cometido por<br />

una voluntad personal.<br />

Abel y no Cristo<br />

182. Jul.- "Se formula esta sentencia en palabras que indican un ejemplo precedente y<br />

voluntad de imitar dicho ejemplo".<br />

Ag.- Te lo he dicho ya: es Abel, no Cristo, el que debiera ponerse en la parte contraria a<br />

Adán.<br />

Palabras, palabras...<br />

183. Jul.- "Además, si hubiera querido el Apóstol señalarnos la generación infectada o<br />

expuesta al pecado, no habría dicho que entró en el mundo el pecado por un hombre, sino<br />

por dos".


Ag.- Te contesté ya. Nada dices y, sin embargo, charlas y charlas sin encontrar algo<br />

razonable que decir.<br />

Se repite Juliano<br />

184. Jul.- "Ni hubiera dicho: Pasó la muerte por aquel en el que todos pecaron, sino: Por<br />

el que todos provienen mediante el placer diabólico y la carne del primer hombre y de la<br />

primera mujer; pero si así se hubiera expresado el Apóstol, hubiera echado por los suelos<br />

toda su doctrina. Acusa Pablo la voluntad de los pecadores y el ejemplo del pecado. En<br />

consecuencia, Pablo y la razón os combaten".<br />

Ag.- Luego debió citar como ejemplo de justificación al primer justo, Abel, lo mismo que,<br />

según vosotros, citó a Adán, primer pecador, como ejemplo de pecado. ¿Por qué sentir<br />

pereza en repetir siempre lo mismo, si a ti no te da sonrojo repetir tantas veces en vano<br />

las mismas cosas?<br />

Tapadas las salidas a la raposilla<br />

185. Jul.- "Hasta la ley existía pecado en el mundo, pero donde no hay ley no se imputa el<br />

pecado; pero reinó la muerte desde Adán hasta Moisés aun sobre aquellos que no pecaron<br />

con una transgresión semejante a la de Adán, que es figura del que había de venir 169 .<br />

Distingue el Apóstol diferentes especies de pecado, para demostrar que una cosa es el<br />

pecado, otra la transgresión, y en este pasaje hace tan sólo ver que esta transgresión es<br />

pecado, pero no todo pecado es transgresión. Quiere Pablo hacer más odioso el pecado<br />

con el vocablo transgresión; demuestra que los transgresores de los mandamientos son<br />

más culpables que los que han pecado sin haber recibido los avisos de la ley, cerrando,<br />

así, los ojos a la luz de la razón natural. Antes de la ley, promulgada por Moisés y<br />

consignada por escrito, y cuyas prescripciones debieran servir de regla de conducta que el<br />

pueblo no podía ignorar, pues vivía bajo ella en el tiempo que transcurre entre Adán y<br />

Moisés, acusa el Apóstol de pecado, no de transgresión, a los hombres enlodados al<br />

abandonarse a diversas pasiones culpables".<br />

Ag.- ¿Qué significa: Reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun sobre aquellos que no<br />

pecaron con una transgresión semejante a la de Adán? Interpretadlo como os plazca, pero<br />

el Apóstol habla contra vosotros. Porque, si separáis estas palabras: reinó la muerte aun<br />

sobre aquellos que no pecaron, ¿sería esto justo a no ser por un pecado de origen? Y<br />

como si buscase el Apóstol la causa de este reinado de la muerte incluso sobre aquellos<br />

que no habían pecado, les da esta respuesta: a semejanza de la transgresión de Adán; es<br />

decir, no a causa de sus pecados personales, sino porque Adán pecador engendró hijos<br />

semejantes a él; así interpretaron, antes que nosotros, estas palabras doctores católicos.<br />

Y aquel pecado, primero y único, entró en el mundo por un solo hombre y nos es a todos<br />

común; por esta razón añade: en el que todos pecaron; sin embargo, no tienen los niños<br />

pecados personales, y, por consiguiente, también de ellos se puede decir con verdad que<br />

no pecaron; pero la muerte reinó sobre ellos, como está escrito: a semejanza de la<br />

transgresión de Adán. Pero si la muerte reinó desde Adán hasta Moisés aun sobre aquellos<br />

que no pecaron a semejanza de la transgresión de Adán, es decir, sobre los que pecaron,<br />

sí, pero no a ejemplo de la transgresión de Adán, nadie, según vosotros, encontraréis en<br />

este caso, porque todos los que han pecado es a imitación de Adán, a saber, en vuestra<br />

opinión, imitando su ejemplo. La madriguera de la raposilla queda tapada en sus dos<br />

salidas; no tiene por donde entrar y esconderse; y si está encovada, no puede salir y<br />

evadirse.<br />

Las dos muertes, pena del pecado<br />

186. Jul.- "A quienes no fue dada la ley, no se les considera transgresores de los<br />

preceptos, pero sí son convencidos de culpa, porque, sin escuchar la voz de la razón que<br />

habla en el fondo de la conciencia de cada uno, violaron los derechos de la sociedad<br />

humana, o de la virtud; y así pecaron por mutua reciprocidad, no por una transgresión de<br />

la Ley, que aún no había sido dada. Hasta la ley existió el pecado, no la transgresión;<br />

después de la ley existió el pecado y la transgresión. En cuanto a la muerte eterna, sí<br />

reinó, pues Dios había prometido su aplicación a Adán si pecaba. En consecuencia, esta<br />

muerte, debida al pecado, es una muerte penal, y reinó antes de la ley en todos aquellos<br />

que pecaron, como sobre los sodomitas y sobre aquellos que en tiempo del diluvio, o en


otras épocas, perecieron en castigo de sus delitos voluntariamente cometidos. Después de<br />

la ley reina sobre todos los culpables de transgresión".<br />

Ag.- Tú sólo consideras castigo la muerte eterna; y si la muerte, separación de alma y<br />

cuerpo, no es un castigo, ¿por qué la teme la naturaleza, de la que tú tejes el elogio, y<br />

afirmas que no fue viciada? ¿Por qué teme el infante ser muerto cuando empieza a salir de<br />

su niñez? ¿Por qué nuestro sentir no se inclina a la muerte como al sueño? ¿Por qué se<br />

consideran héroes los que no temen morir, y son tan contados? ¿Por qué, incluso aquel<br />

que dijo deseaba con ardor morir para estar con Cristo 170 , no quiere, sin embargo, ser<br />

desnudado, sino cubierto con nueva vestidura, para que lo mortal sea absorbido por la<br />

vida 171 ? ¿Por qué dijo a Pedro el Señor, aludiendo a su fin glorioso: Otro te ceñirá y<br />

llevará a donde tú no quieras? 172 Si vano es el temor a la muere, este mismo temor es un<br />

castigo; si el alma naturalmente no quiere ser del cuerpo separada, la misma muerte es<br />

un castigo, aunque la gracia divina la convierta en ganancia.<br />

La muerte no ha estado en suspenso<br />

187. Jul.- "En el tribunal de esta justicia no se imputa pecado alguno si uno no es libre de<br />

abstenerse. Los que sin ley pecaron, sin ley serán juzgados, y los que pecaron bajo la ley,<br />

por la ley serán juzgados 173 . Las palabras del Apóstol: Reinó la muerte desde Adán hasta<br />

Moisés, aun sobre aquellos que no pecaron a semejanza de la transgresión de Adán, dejan<br />

transparentarse el pensamiento del Apóstol; es como decir: los judíos que han pecado<br />

bajo la ley, son culpables de una transgresión semejante a la de Adán; porque el primer<br />

hombre había recibido una ley oral, no escrita, la de no gustar del fruto del árbol, como<br />

una prueba que Dios quería hacer de su obediencia; mas, al comer contra el precepto de<br />

Dios, incurrió en crimen de transgresión.<br />

Después de la ley, dada por ministerio de Moisés, el pueblo pecador es convencido de una<br />

culpa de transgresión semejante a la de Adán; porque, como él, peca transgrediendo la<br />

ley. Pero en el intermedio de las dos leyes, la primera oral, no escrita; la segunda<br />

intimada y escrita, los que pecaron no están exentos de culpa, pero no son reos de una<br />

transgresión como la de Adán, porque aún no habían recibido la ley".<br />

Ag.- Al negar exista una semejanza con la transgresión de Adán, pruebas, contra ti mismo<br />

que cuantos han pecado sin ley no son culpables de seguir el ejemplo del primer hombre;<br />

no hay, pues, imitación, sino generación; y por ella la muerte, efecto del pecado, pasó por<br />

todos los hombres. Porque si en este tan largo espacio de tiempo, la muerte que entró en<br />

el mundo por el pecado del primer hombre, había estado como suspendida, y volvió a<br />

reinar por los judíos que se hicieron transgresores de la ley, a semejanza de la<br />

transgresión de Adán, no se podría decir de la muerte que entró por un hombre y pasó por<br />

todos los hombres.<br />

Pero ¿a quién, no digo mentecato, sino inepto vais a persuadir de que la muerte entró en<br />

el mundo por un hombre y pasó por todos los hombres, si decís estuvo en suspenso<br />

durante muchos siglos para una multitud de gentes, hasta llegar a los que recibieron la<br />

ley, sin rozar a los demás; cuando decís que reinó la muerte aun sobre aquellos que no<br />

pecaron a semejanza de la transgresión de Adán, pero que pecaron sin transgresión<br />

alguna, al pecar sin ley? En efecto, no podéis corregir vuestro yerro si no es volviendo a la<br />

fe católica, que al primer hombre, autor de la generación, opone el segundo hombre, autor<br />

de la regeneración.<br />

Cristo no murió en vano<br />

188. Jul.- "Es Adán figura del que ha de venir, esto es, de Cristo; figura en sentido<br />

opuesto: Adán, del pecado; Cristo, de la justicia. Fue la encarnación de Cristo modelo de<br />

justicia, no el primero, pero sí el más perfecto; porque antes de que la Palabra se hiciera<br />

carne, fue en virtud de la fe que tenían en Dios los profetas y todos los santos, por lo que<br />

brillaron en virtud, llegada la plenitud de los tiempos, la regla exacta de la virtud<br />

resplandece en Cristo, y el que había sido profetizado como padre del siglo futuro aparece<br />

como remunerador tanto de los santos que le precedieron como de los que le seguirán".<br />

Ag.- Conocemos vuestra herejía; como enseñó Pelagio, los justos antiguos no vivieron por<br />

la fe en la encarnación de Cristo, porque Cristo aún no había venido en carne, pues no lo<br />

habrían preanunciado futuro si primero ellos no hubieran creído en él. Y caéis en un


absurdo, al sostener pueda existir la justicia en virtud de la naturaleza y de la ley; si<br />

ambas afirmaciones son ciertas, Cristo murió en vano.<br />

Condición penal en que nace todo hombre<br />

189. Jul.- "Del mismo modo, en sentido contrario, se llama Adán, no la primera, pero sí la<br />

más acabada figura del pecado".<br />

Ag.- Por qué no la primera, pero sí la más acabada? No vas a negar que, en relación con el<br />

origen del género humano, fue Adán el primero, y no tienes razón para decir que fue la<br />

figura más acabada, a no ser que confieses que su pecado fue el más grave por ser menos<br />

las ocasiones de pecar y la naturaleza aún no estaba viciada, ni la ley de los miembros<br />

luchaba contra la ley del espíritu; en esta condición penal nace todo hombre para luego<br />

perecer eternamente, si no es regenerado; y perdido, si buscado por el que vino a buscar<br />

lo que estaba extraviado, no fuere encontrado 174 .<br />

Generación y regeneración<br />

190. Jul.- "Adán, digo, fue el modelo más acabado, sin ignorar que el diablo fue aún más<br />

culpable, pero como se trataba del origen del pecado, juzgó el Apóstol más conveniente<br />

mencionar al hombre, sobre el cual las generaciones futuras fijarían su mirada, y no hacer<br />

mención de los seres aéreos. Sin embargo, consta que, en la humanidad, fue la mujer la<br />

primera en pecar; mas como la autoridad de los padres es universal y eficaz, lo cita Pablo<br />

como modelo de pecado, no porque por él haya comenzado el delito, sino porque<br />

perteneciendo al sexo viril, su influencia es mayor. Ves ahora cómo la lógica de esta<br />

explicación testimonia conforme a verdad".<br />

Ag.- La misma figura de Cristo, que opone al primer hombre el segundo, demuestra que<br />

no opone el Apóstol imitación a imitación, sino generación a regeneración. En<br />

consecuencia, si los regenerados no participan de la justicia de Cristo, los que nacen no<br />

participan del pecado de Adán y Cristo no es un modelo opuesto al primer hombre; pero<br />

Cristo es la figura descrita por el Apóstol, y lo mismo que los regenerados, niños incluidos,<br />

aunque no sean capaces de obrar según justicia, participan de la justicia de Cristo. Pero<br />

estos mismos niños, incapaces de cometer pecado personal, nacieron y nacen en pecado<br />

de origen. Reconoce, pues, a Cristo modelo, y no quieras, por tu contradicción, ser un<br />

modelo deforme.<br />

Los que nacen se visten de Adán; los que renacen, de Cristo<br />

191. Jul.- "Considera ahora cuán lejos están de tu comentario las restantes palabras de<br />

esta perícopa, en las que declara el Apóstol: reinó la muerte aun sobre aquellos que no<br />

pecaron a semejanza de Adán, que es figura del que ha de venir 175 . Si se tratara de un<br />

pecado natural, del que, en tu opinión, se dijo en el que todos pecaron, ¿quiénes serán<br />

éstos, de los que a renglón seguido afirma no estar comprendidos en la transgresión de<br />

Adán, y ni siquiera los encuentra culpables a semejanza de la primera transgresión?"<br />

Ag.- Al entenderlo así, no lo entiendes; explica el Apóstol por qué reinó la muerte sobre<br />

aquellos que no pecaron, al añadir a semejanza de la transgresión de Adán; es decir, reina<br />

la muerte sobre los que no han pecado, aunque tienen una semejanza con la transgresión<br />

de Adán. En efecto, los que nacen se visten de Adán; los que renacen, de Cristo.<br />

Generación y regeneración se oponen<br />

192. Jul.- "Reinó la muerte aun sobre aquellos que no pecaron a semejanza de la<br />

transgresión de Adán. Ves cómo distingue el Apóstol con claridad entre los que pecaron<br />

como Adán, y los que lo hacen de una manera diferente".<br />

Ag.- Si de una manera diferente pecan, ¿dónde está la imitación del modelo? Opón<br />

regeneración a generación, no modelo a modelo, y encontrarás el modelo que el Apóstol<br />

de la verdad nos propone, no el que Pelagio, autor de vuestro error, imagina.<br />

Adán y Cristo. Pecado y gracia<br />

193. Jul.- "Esta división no puede rimar con un pecado natural; pues si rimara, todos los<br />

hombres contraerían igual mancha; nadie estaría exento de este mal, y no se encontraría


un solo hombre del que se pudiera afirmar que no había cometido pecado a semejanza de<br />

Adán, porque en verdad todos habrían pecado".<br />

Ag.- Verdad es lo que, a tu pesar, proclamas y es una prueba contra vosotros. El pecado<br />

original abarca a todos los hombres sin excepción y por igual; nadie estaría libre de este<br />

mal si la gracia divina, por Cristo, no viene en su ayuda. Reinó la muerte sobre aquellos<br />

que no pecaron, es decir, no cometieron pecados personales; pero la muerte reina sobre<br />

ellos en virtud de la semejanza con la transgresión de Adán, figura del que había de venir,<br />

es decir, de Cristo. Pues así como los que nacen se visten de Adán, lo mismo los que<br />

renacen, se revisten de Cristo.<br />

Vuelve Juliano a repetirse<br />

194. Jul.- "Resume el Apóstol y declara que unos han pecado como Adán y a otros ni los<br />

roció la semejanza de la antigua transgresión. Es, pues, evidente que el pecado viene de<br />

las acciones, no del nacimiento. Para, en dos palabras, repetir lo dicho, dice el Apóstol que<br />

por un hombre entró el pecado. Como la razón lo demuestra, estas palabras se aplican al<br />

pecado de imitación, no de generación, obra de dos personas".<br />

Ag.- Mil veces repites las mismas cosas sin decir nada; y no reparas que, si el pecado de<br />

imitación que se introdujo en el género humano fuese señalado en este texto, se diría que<br />

entró por una, no por uno, pues la mujer fue la primera en pecar y el varón la imitó; pero<br />

como quería dar a entender que es la generación, no la imitación de la que habla, dice:<br />

Por un hombre entró el pecado en el mundo, incluyendo los dos sexos en singular, pues<br />

fue dicho; Ya no son dos 176 , y menciona al que es principio de la generación, al preceder<br />

la siembra a la concepción. Con frecuencia he dicho esto mismo, pero a tus repeticiones<br />

oponemos, sin ceder, las nuestras más moderadas.<br />

Pasó, es decir, entró<br />

195. Jul.- "Continúa el Apóstol: Y así la muerte pasó por todos los hombres".<br />

Ag.- ¿Qué significa así pasó, si no es como entró, es decir, con el pecado, o por el pecado?<br />

Adán, figura de Cristo<br />

196. Jul.- "Establece el Apóstol esta distinción para que nadie piense que el pecado pasa<br />

como la muerte, que previene el juicio de la justicia y viene después de los castigos que<br />

merecen las costumbres perversas, parto de la voluntad de cada pecador. Luego<br />

demuestra que se ha de culpar la conducta, no la naturaleza".<br />

Ag.- Inútilmente te vuelves y revuelves. Mira a Adán y a Cristo; aquél es figura del que ha<br />

de venir; Cristo transmite a los niños regenerados su justicia; y no sería un modelo<br />

opuesto al primer hombre si éste no transmitiera a les nacidos su pecado.<br />

¡Si supiera Juliano callar!<br />

197. Jul.- "Añadió; reinó la muerte en el que todos pecaron. Con estas palabras no<br />

expresa la ruina del que nace, sino las acciones del que actúa. Demuestra atacar la<br />

maldad sin herir la inocencia".<br />

Ag.- En el que todos pecaron, todos mueren; y su figura contraria, en la que todos somos<br />

vivificados. Así como en Adán todos mueren, así en Cristo todos reciben la vida 177 . Y esto<br />

se dice porque nadie se dobla hacia la muerte si no es por Adán; y nadie resucita a la vida<br />

si no es por Cristo. Tú, hombre que nada puedes decir, ¡si, al menos, supieras callar!<br />

Remo y vela<br />

198. Jul.- "Después añadió: hasta la ley reinó el pecado, indicando así que el reino del<br />

pecado, promulgada la ley, quedó destruido".<br />

Ag.- Si, promulgada la ley, desapareció el reino del pecado, luego por la ley vino la<br />

justicia. Y si por la ley la justificación, en vano Cristo murió 178 . Esta es sentencia del<br />

Apóstol, no mía. Salid, pues, a campo abierto, ¡enemigos de la cruz de Cristo! Decid<br />

claramente: podemos ser justificados por la naturaleza y justificados por la ley; Cristo


murió en vano. Pero temiendo el juicio de este pueblo cristiano, tan numeroso, empleáis<br />

una terminología pelagiana; y si os preguntamos por qué murió Cristo si la naturaleza o la<br />

ley justifican, respondéis: para que esta misma justificación sea más fácil como si pudiese,<br />

aunque con mayor dificultad, justificar la naturaleza o la ley. Cristo, responde, vence,<br />

convence, grita: Sin mi nada podéis hacer 179 ; para que guarden silencio los que claman:<br />

aunque sea más difícil, podemos actuar sin ti; o si callar no pueden, que se oculten en la<br />

espesura de las tinieblas y no seduzcan a otros. ¿Por qué dice el Apóstol: Hasta la ley<br />

existió el pecado en el mundo, si no es porque, ni promulgada la ley pudo quitar el<br />

pecado; sólo aquel de quien se dijo: Este es el cordero de Dios, éste es el que quita los<br />

pecados del mundo? 180<br />

Cristo, Cordero de Dios<br />

199. Jul.- "La generación principió con Adán y permanece después de la ley. Si fuera<br />

manantial de pecados, rizoma del diablo, como tú pretendes, subsistiría este crimen antes<br />

de la ley, después de la ley y después de Cristo. El pecado del que habla el Apóstol existió,<br />

pues, hasta la ley, y no pudo existir después de la ley, por ser un pecado de acción, no de<br />

nacimiento".<br />

Ag.- Abiertamente lo afirmas: dijo el Apóstol: el pecado reinó en el mundo hasta la ley; no<br />

porque la ley pueda quitar el pecado, sino porque el pecado pudo subsistir después de la<br />

ley. ¿No te aterra la voz de Dios, que, señalando a Cristo, grita por boca de un hombre de<br />

Dios: Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo? ¿Por qué tonteas? ¿Por<br />

qué has perdido el buen sentido? No la naturaleza, no la ley: Este es el que quita el<br />

pecado del mundo. ¿Te atreves aún a decir que el reino del pecado, promulgada la ley,<br />

quedó destruido, y que después de la ley no puede subsistir el pecado? Dice el Apóstol: Si<br />

la justificación viene por la ley, Cristo murió en vano. Dice el Apóstol: Por la ley nadie<br />

queda justificado 181 . Dice el Apóstol: Se introdujo la ley para que abundara el pecado 182 .<br />

Cuando dice el Apóstol: Si se nos hubiera dado una ley que pudiera vivificar, en ese caso<br />

la justicia vendría de la ley. De hecho, la Escritura lo encerró todo bajo pecado para que la<br />

Promesa se otorgase a los creyentes mediante la fe en Jesucristo 183 .<br />

Si tenéis oídos, cerrad la boca; si queréis abrir sabiamente vuestros labios, abrid antes los<br />

oídos a la Palabra de Dios. Dijiste, recuérdalo: la generación principió con Adán, pero<br />

sueles decir que la generación tiene su principio en dos, y por eso el Apóstol no ha querido<br />

dar a entender que esta generación interviene en aquel pecado que entró en el mundo por<br />

un hombre. ¿Quién va a creer que has olvidado lo que tantas veces afirmaste contra<br />

verdad? Y, sin embargo, lo has olvidado y por una vez has hablado conforme a verdad.<br />

Despierta, escúchate a ti mismo: por Adán dio principio la generación, y por esta<br />

generación entró el pecado, pues por un hombre entró en el mundo.<br />

Has dicho: "La generación tuvo principio en Adán y subsiste después de la ley". Tiene<br />

razón el Apóstol en nombrar un solo hombre por el cual entró en el mundo el pecado y se<br />

transmite por generación; y no el diablo, por el cual entró en el mundo el pecado, al que<br />

sigue la imitación.<br />

Sin ley perecerán<br />

200. Jul.- "El pecado no se imputaba, pues no existía aún la ley 184 . Este pasaje yugula tu<br />

teoría traducianista y toda tu doctrina".<br />

Ag.- Cierto, no existiendo la ley, no se imputa el pecado; pero esto no se aplica a los<br />

hombres que ignoraban los inescrutables juicios de Dios. Porque si Dios, cuando no existía<br />

la ley, no imputa el pecado, ¿qué es de la justicia de Dios cuando los que sin ley pecaron,<br />

sin ley perecerán? 185<br />

Sacrificio expiatorio<br />

201. Jul.- "Si la transmisión del pecado no se imputaba antes de la ley, y después de la<br />

ley no existió, nunca pudo perjudicar este virus al género humano. Antes de la ley no se<br />

imputaba el pecado natural; bajo la ley no existía, pues en ningún lugar de la ley aparece<br />

como imputado o existente. Es evidente que condena el Apóstol que, antes de la ley, el<br />

pecado es efecto de una voluntad libre, y después de ley, la transgresión es libre y<br />

voluntaria".


Ag.- Si en la ley no aparece el pecado original, ¿por qué se dice que el alma del niño será<br />

exterminada de su pueblo si no es circuncidado al octavo día 186 ? ¿Por qué, al nacer un<br />

niño, se ofrecía un sacrificio por el pecado 187 ? Calla, por favor; mira a un niño e imita su<br />

silencio.<br />

Juliano, en contradicción con la Escritura<br />

202. Jul.- "Por consiguiente, consta que nada ha dicho el Apóstol sobre la transmisión del<br />

pecado; y aunque esto sea de por sí suficiente para probar que no es partidario de un<br />

pecado natural, pues sólo en la imaginación de los maniqueos pudo existir, hace además<br />

una distinción el Apóstol diciendo que no todos han sido enlodados por la transgresión de<br />

Adán; porque entre los mismos sobre los cuales reina la muerte en castigo de sus<br />

crímenes, se encuentran muchos ajenos a la prevaricación de Adán".<br />

Ag.- ¡Calumniador y deslenguado!, el que dijo: "Todos los hombres nacemos bajo el<br />

pecado, y nuestro mismo origen está viciado" 188 , no es maniqueo, y, alabado por boca de<br />

vuestro doctor, brilla como flor de belleza entre los escritores de la Iglesia. ¿Cómo dices<br />

que no todos han sido contaminados por la transgresión de Adán, y, lo que es peor,<br />

imputas al Apóstol tus absurdas doctrinas? Él dice: Reinó la muerte desde Adán hasta<br />

Moisés, aun sobre aquellos que no pecaron, señalando a los niños, limpios de pecados<br />

personales, y añade: a semejanza de la transgresión de Adán 189 , para indicar la razón por<br />

la cual reinó la muerte. Sobre esto ya disertarnos lo suficiente más arriba.<br />

¿Cómo entró por un hombre el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, si la muerte<br />

ha reinado también sobre algunos que no habían participado del pecado de Adán? Porque<br />

aquellos sobre los cuales reinó la muerte participaron del pecado por el que entró la<br />

muerte; pero en los que no participaron del pecado por el que entró la muerte, ¿en virtud<br />

de qué justo juicio participan de la muerte? No pertenecen al pecado que entró en el<br />

mundo por un hombre, dado que no han pecado a semejanza de aquella transgresión de la<br />

que hablas; luego en ellos no reina la muerte. ¿Qué significa entonces reinó la muerte aun<br />

sobre aquellos que no pecaron a semejanza de la transgresión de Adán si no es porque la<br />

muerte reinó también sobre los que no pecaron, pues no habían cometido pecado personal<br />

alguno? Reinó, sí, a semejanza de la transgresión de Adán, pues aunque no cometieron<br />

pecados personales, pertenecen al pecado por el que entró en el mundo la muerte,<br />

heredando la semejanza de la transgresión, pero no cometiendo transgresión ninguna por<br />

pecado personal, sino que por nacer del primer prevaricador, toda la naturaleza humana<br />

quedó viciada.<br />

Cristo da vida, muerte Adán<br />

203. Jul.- "Mira si puedes dudar aún de la verdad de nuestras palabras cuando afirmamos<br />

no pecar en Adán los inocentes, obra primaria de Dios, antes de tener uso de libre<br />

voluntad, cuando, según testimonio del Apóstol, entre los culpables se encuentra un gran<br />

número que no han pecado a semejanza de la prevaricación de Adán".<br />

Ag.- Respondí ya. Te conviene callar, pues sólo necedades puedes decir al empeñarte en<br />

corromper las palabras del Apóstol. Enseña él que reinó la muerte a semejanza de la<br />

transgresión de Adán, figura del que había de venir, incluso en los que no pecaron, es<br />

decir, en los niños incapaces de tener pecados personales; porque si Cristo les injertó su<br />

justicia, Adán les transmitió su pecado; Cristo, la vida, Adán la muerte; de otro modo,<br />

serían ajenos al modelo, Cristo, y no serían cristianos; este es vuestro sentir, aunque<br />

teméis declararlo abiertamente.<br />

Sobreabunda la gracia<br />

204. Jul.- "Examinemos otros pasajes. Pero no como el delito, así la gracia; si por el delito<br />

de uno murieron muchos, ¡cuánto más la gracia de Dios y el don otorgado por la gracia de<br />

un solo hombre, Jesucristo, abundará en muchos! 190 La abundancia, afirma, de gracia<br />

supera el mal del delito, y el número de los que se salvan rebasa el número de los que por<br />

la transgresión perecieron".<br />

Ag.- Lo hemos dicho con frecuencia. No dice más, sino muchos; ni dice que la gracia se<br />

derramó sobre un número mayor, sino que sobreabundó; porque aquellos que han<br />

recibido la vida de Cristo triunfarán por toda una eternidad, mientras que la muerte que


les ha sido transmitida por Adán es temporal; por eso abundó más en ellos la gracia que el<br />

pecado.<br />

Pocos los que se salvan<br />

205. Jul.- "Si defiendes la verdad en las palabras del Apóstol y crees que no miente<br />

descaradamente, demuestra cómo esta frase no inflige al que enseña la existencia de un<br />

pecado natural, la afrenta de una mentira patente. De existir el pecado original, en virtud<br />

del cual toda la naturaleza humana sería propiedad del diablo, ¿por qué establecer una<br />

comparación numérica entre los que se salvan y los que perecen? En el Evangelio, al<br />

afirmar el Señor que son pocos los bienaventurados, dice: ¡Qué estrecho y angosto es el<br />

camino que lleva a la Vida! ¡Y qué pocos lo encuentran! ¡Qué ancho y espacioso el camino<br />

que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por él!" 191<br />

Ag.- Esto echa por tierra vuestra doctrina; precisamente esta afirmación: son pocos los<br />

que se salvan en comparación de los que perecen; porque, si prescindimos de<br />

comparaciones, los que se salvan son muchos, el Apocalipsis nos habla de una<br />

muchedumbre inmensa, que nadie puede contar. Por eso Pablo para designarlos no<br />

emplea el vocablo plures = más en número; sino multi = muchos, sin comparar. La<br />

palabra plures la suponéis vosotros, pero no la emplea el Apóstol. Con todo, aun en esta<br />

hipótesis, vuestro argumento no sería más sólido, porque a tenor de vuestra doctrina de la<br />

imitación -que os parece un hallazgo feliz, aunque esté en palmaria contradicción con la<br />

verdad de las palabras del Apóstol- y que consiste en sostener que todos los pecadores<br />

participan del pecado del primer hombre, no porque hayan sido engendrados por él, sino<br />

porque han imitado su conducta; a tenor de esta doctrina, repito, el número de los que<br />

perecen por el delito de uno solo, o a causa del pecado de uno, es muy superior al número<br />

de los que son librados por la gracia de uno, Jesucristo.<br />

¿Quién, en efecto, no ve que hay más pecadores que justos? ¿Y que los pecadores, que no<br />

son pocos, sino todos, participan, en vuestra opinión, del pecado de uno solo y no por<br />

generación, sino por imitación? Pero, incluso, aunque digáis no son todos pecadores, sino<br />

tan sólo los transgresores de la ley, los que están vinculados por un pecado de imitación al<br />

pecado del primer hombre, aun así, después de anunciada la ley de Dios a todas las<br />

naciones, el camino que lleva a la perdición es ancho y espacioso, y muchos -<br />

transgresores- entran por él. ¡Y qué estrecho y angosto es el camino que lleva a la vida, y<br />

qué pocos son los que lo encuentran! En comparación de la muchedumbre de los que<br />

perecen, aun sumados los bautizados, pocos son los que se salvan. ¿Cómo pudo decir el<br />

Apóstol: la gracia de Dios abundó sobre un número mayor? Vosotros lo decís, él no lo dijo.<br />

Sus palabras son: cuánto mas la gracia abundó sobre muchos; porque los que se salvan,<br />

en comparación de los que se condenan, son, como dije, pocos; si prescindimos de toda<br />

comparación, son tantos que nadie los puede contar. La gracia es, pues, en ellos más<br />

abundante; por Adán viven una vida temporal, mísera, perecedera; por Cristo, una vida<br />

feliz y sin ocasos. Queda, pues, desconcertada vuestra trama; rectificad vuestra intención.<br />

Muchos, dice Pablo; no más<br />

206. Jul.- "Los vocablos que usáis: pocos, muchos designan una cantidad indeterminada.<br />

Cuando existe mutua comparación, existe lo poco o lo mucho. Por eso, al comparar el<br />

Señor la muchedumbre de los que se condenan con los que se salvan, éstos son pocos; y<br />

comparando el Apóstol los que se salvan por la gracia de Cristo con los que, como Adán,<br />

han pecado, declara que éstos son más".<br />

Ag.- No dice el Apóstol más, sino muchos. Habla en griego y escribe B @ 8 8 @ b H , noB 8<br />

g \ F J @ L H . Lee y calla.<br />

Los doctores católicos, en favor del pecado original<br />

207. Jul.- "Afirma, pues, que esto significa estar de acuerdo con la doctrina maniquea<br />

acerca de la transmisión del pecado".<br />

Ag.- Son doctores católicos, no engañabobos maniqueos los que enseñan que todos los<br />

hombres han pecado en Adán. Y afirman esto porque comprendieron muy bien el sentido<br />

del Apóstol, que vosotros, contra el mismo Apóstol, negáis. Luego los impostores sois<br />

vosotros, pues defendéis estas doctrinas insensatas de los maniqueos aunque sea vuestra


enfermedad diferente.<br />

Vuelve Juliano a repetir<br />

208. Jul.- "Si el pecado natural sometió al reino del diablo la universalidad de los que han<br />

sido engendrados por fecundidad humana; y, por otra parte, hemos de creer que al final<br />

de los tiempos, algunos son liberados por los méritos de Cristo, ¿cómo va a decir verdad,<br />

o cuál puede ser la autoridad de este maestro, que, contrariamente al testimonio del<br />

mundo entero, enseña que abundó la justicia sobre un número mayor que la culpa? ¿Por<br />

qué dar fe a este maestro cuando razona dogmas profundos, si en cosas tan evidentes<br />

miente? Pero pensar así sería un sacrilegio, mas ésta es la conclusión que se desprende de<br />

tu doctrina. ¡La vileza de los maniqueos sea triturada por la gloria del Apóstol!"<br />

Ag.- Sois más bien vosotros los que os empeñáis en oscurecer verdades tan claras como la<br />

luz; y no sólo no comprendéis lo que dijo el Apóstol, sino que cambiáis y suponéis lo que<br />

no dijo. No dijo más, sino muchos; pero estos muchos son pocos en comparación con los<br />

que perecen. ¡Calumniador, desvergonzado, discutidor! Lo que dice el Apóstol es lo que<br />

Ambrosio, que no es maniqueo, entendió y enseñó: "Todos los hombres nacemos en<br />

pecado, y nuestro mismo origen ha sido viciado" 192 . Escucha a esta bella flor -elogio de tu<br />

maestro- y arranca de tu corazón la deformidad de tus espinas; esto es, las envenenadas<br />

saetas de tus perversas discusiones.<br />

Un ejemplo lo aclara<br />

209. Jul.- "No miente el Apóstol; luego la gracia de Cristo extiende su abundancia sobre<br />

un número mayor que la culpa de Adán, cuyo ejemplo han imitado cuantos, bajo la ley,<br />

han pecado; después de la ley hasta Cristo, sólo los judíos han pecado bajo la ley.<br />

Compara, pues, la nación judía y a sus adultos que han vivido bajo la ley, que pecaron a<br />

semejanza de Adán prevaricador, recibida la ley; compara todos éstos con los millones de<br />

hombres que se han salvado por liberalidad de la gracia entre la muchedumbre de gentiles<br />

llamados a la fe por la predicación del Evangelio, y comprenderás con cuánta verdad<br />

enseña el Apóstol que la gracia de Dios y el don de Jesucristo abarca un número mayor<br />

que el integrado por los que han participado de la antigua transgresión".<br />

Ag.- Como el Apóstol dijo muchos, no un número mayor, queda rota la urdimbre de tus<br />

argumentos; pues no son únicamente los judíos los transgresores, como dices, porque aún<br />

son más culpables los que violan la ley promulgada por el Evangelio; el mundo está hoy<br />

tan repleto de prevaricadores, judíos y no judíos, que, en comparación de su número<br />

incontable, el número de los que se salvan, incluidos niños bautizados, son muy pocos,<br />

como antes he dicho.<br />

Contra vuestra doctrina clama evidentemente el Doctor de los gentiles: Como todos<br />

mueren en Adán, así en Cristo todos son vivificados. Y estos todos son muchos, no pocos.<br />

Por consiguiente, muchos mueren en Adán, muchos son vivificados en Cristo; pero son<br />

más los que mueren en Adán que los vivificados en Cristo; más los que participan de la<br />

muerte, menos, en comparación de aquéllos, los que participan de la vida; pero en sí es<br />

muchedumbre inmensa. ¿Qué significa: Todos serán vivificados en Cristo, si no es que<br />

nadie es vivificado sino por él? Y aduje el ejemplo de un maestro de primeras letras; si<br />

sólo hay uno en una ciudad, enseña a leer a todos, no porque todos aprendan, sino porque<br />

nadie aprende si él no le enseña. Tú no has intentado refutar este símil, pues ves es<br />

impecable y de todos conocido.<br />

Rectifique Juliano su singladura<br />

210. Jul.- "Puesta en claro la abundancia de la gracia en el número de hombres salvados,<br />

compara el Apóstol el don y el pecado; y, para hacer resaltar la excelencia del don, con<br />

gran sabiduría hace ver cómo el remedio sana multitud de heridas: No como por un<br />

pecado, así el don" 193 .<br />

Ag.- Por el pecado de uno, dijo; no, por un pecado; lo que luego añade: El juicio, por un<br />

delito, lleva a la condenación, sólo se puede entender del crimen de un pecado único, y<br />

vosotros no lo queréis admitir. ¿Qué haréis si éste es, aunque os pese, el lenguaje del<br />

Apóstol? Corregíos; no podéis hacer aquí otra cosa.


¿Por qué graves?<br />

211. Jul.- "Porque el juicio por uno para condenación; la gracia para justificación de<br />

muchos delitos 194 . Es decir, los pecados graves, aunque sea uno, basta para acusar y<br />

condenar a los culpables".<br />

Ag.- ¿Por qué dices graves, si no lo dice el Apóstol, a no ser porque te has dado cuenta de<br />

que un pecado leve no es causa suficiente de condenación de la que habla el Apóstol? En<br />

efecto, este juicio no viene de un pecado cualquiera cometido por un pecador cualquiera;<br />

el juicio para condenación viene de un solo delito cometido por un pecador, Adán. ¿<br />

Queréis vosotros pervertir el sano sentido del Apóstol para no rectificar vuestro perverso<br />

lenguaje?<br />

Palabras de Pablo<br />

212. Jul.- "La gracia no se otorga de modo uniforme, de suerte que el remedio se aplique<br />

sucesivamente a cada uno de nuestros pecados y se repite gran número de veces. Basta<br />

se infunda una vez la gracia para que, en virtud de su eficacia, al primer esfuerzo,<br />

purifique el alma de multitud de pecados de diversa naturaleza. Por eso dijo: Para<br />

justificación de muchos delitos. En otros términos, libres ya los hombres de muchos<br />

delitos, los conduce a la gloria de la justificación otorgada. No habla aquí el Apóstol, como<br />

conjeturas, del pecado de Adán; opone, sí, la palabra "uno" al vocablo "multitud", pero es<br />

para dar más realce al mérito de la gracia, en el sentido de que el remedio no es menester<br />

aplicarlo tan pronto como el mortal cometa pecado, como si el bautismo pudiera sólo<br />

perdonar un pecado".<br />

Ag.- Hablas como si hubiera dicho el Apóstol: La gracia justifica una sola vez de muchos<br />

delitos. No dijo esto. Pon atención a lo que dijo y corrige tus palabras. La gracia, dice,<br />

para justificación de muchos delitos. ¿A qué viene, si en el bautismo se perdonan a cada<br />

uno todos sus pecados al mismo tiempo -simul, y de un vez- semel? ¿Acaso, en el último<br />

juicio, no tendrá sin duda lugar la sentencia una sola vez para todos los pecados no<br />

perdonados? La condena, como el perdón por la gracia de Cristo, ha lugar una sola vez.<br />

Porque si uno, después del bautismo, peca, no son los mismos pecados, pero se perdonan<br />

por la misma gracia; y no una vez sola, sino siete veces y setenta veces siete 195 .<br />

Esta misma gracia perdona cada día los pecados cotidianos a los que oran diciendo:<br />

Perdónanos nuestras deudas, si añaden sinceramente, como nosotros perdonamos a<br />

nuestros deudores 196 . La gracia, pues, justifica de multitud de pecados a los que libra de<br />

la condenación ora encuentre en cada uno un solo pecado, o pocos en algunos, muchos en<br />

otros, ora los hayan cometido antes o después del bautismo. Por la penitencia, la oración y<br />

la limosna los sana la gracia y los justifica; todos estos pecados son número, pero de estos<br />

muchos libra la gracia. Si ésta no viene en nuestra ayuda, un solo pecado, no el que<br />

personalmente uno puede cometer, pues en este texto el Apóstol habla sólo del que entró<br />

en el mundo por un pecador, es suficiente para ir al infierno. Esto es lo que enseña el<br />

Apóstol con toda evidencia. No dice, como tú: No por un pecado, como queriendo dar a<br />

entender que habla del pecado de cada uno, sino que dijo: No como por un solo pecador.<br />

Abre los ojos y lee. No nos des, como a ciegos, una cosa por otra.<br />

Por uno, dice el Apóstol<br />

213. Jul.- "Quiso el Apóstol decir: Cada pecado infiere una herida mortal en los culpables,<br />

y a los hombres, cosidos por innumerables heridas, salva esta gracia de singular eficacia<br />

una sola vez aplicada".<br />

Ag.- Por un pecador, dijo, y este pecador fue Adán; no, como tú afirmas, por un pecado,<br />

para dar a entender, por esta sustitución o interpolación, los pecados personales de cada<br />

uno.<br />

Herencia maldita<br />

214. Jul.- "Si por el delito de uno solo reinó la muerte por un hombre, mucho más los que<br />

reciben abundancia de gracia y el don de la justicia reinarán en la vida por uno solo,<br />

Jesucristo 197 . Deduce la consecuencia de sus premisas. Propone dos sentencias, a ellas se<br />

refiere la conclusión. La muerte, declara, en efecto, reina por uno solo, ejemplo de


pecado, y a su imitación se hacen culpables los transgresores que pecan bajo la ley; y por<br />

uno solo reinan en la vida los que reciben abundancia de gracia; gracia que beneficia a los<br />

que imitan la virtud. No es, pues, cuestión de pecado único, por eso añade que reinarán en<br />

la vida los que recibieron abundancia de gracia; de manera que nadie se vea sometido a la<br />

muerte, a no ser los que aman seguir el ejemplo de un pecador".<br />

Ag.- ¿De qué pecador aman imitar el ejemplo? Sin duda del primer hombre. Este, dices,<br />

ejemplo es de pecado, no por generación, sino por imitación; añades luego: "nadie se ve<br />

sometido a la muerte, sólo los que aman imitar el ejemplo de este pecador"; no están<br />

sujetos a la muerte, piensas, los que no pecaron a semejanza de su transgresión. ¿Cómo<br />

dices, pues, que la muerte reinó en aquellos que pecaron por libre voluntad, si no fue a<br />

semejanza de la prevaricación de Adán, al pecar, sin ley? No pecaron imitando su ejemplo,<br />

porque al no pecar a semejanza de su transgresión, no amaron seguir el ejemplo del<br />

pecador; están, pues, muy lejos de asemejarse a este pecador, al abstenerse de imitar su<br />

ejemplo. Pero es cierto que sobre ellos también reinó la muerte, porque entonces afirmas<br />

que sólo se ve sometido a la muerte el que ama imitar el ejemplo de un pecador; es decir,<br />

de aquel que tú quieres constituirlo modelo de pecado por imitación. No amaron seguir el<br />

ejemplo del pecador cuantos no pecaron a semejanza de su transgresión; sin embargo,<br />

también sobre ellos reinó la muerte.<br />

¿Quieres acaso retornar a la verdad católica y confesar que también reina la muerte sobre<br />

aquellos que no pecaron, cometiendo pecados personales a semejanza de la transgresión<br />

primera; y, sin embargo, sobre ellos reina la muerte, porque su primer padre les<br />

transmitió, como herencia maldita, la semejanza de la prevaricación de la que él mismo se<br />

hizo culpable? Tal es, en efecto, la interpretación dada a las palabras del Apóstol por los<br />

Doctores de la Iglesia; pues comprendieron no las podían interpretar en su verdadero<br />

sentido si no se ve en ellas la transgresión de un pecado de origen, a título de herencia<br />

maldita; por eso dijeron que los niños, por el hecho de nacer de Adán, contraen, en su<br />

nacimiento, el contagio de la muerte antigua 198 . Y estos doctores no eran maniqueos;<br />

pero el espíritu de Dios que habló por su boca, os condenó como pelagianos.<br />

Fueron y serán, dice Pablo<br />

215. Jul.- "Eterna es la vida en el reino de los santos; luego créase que es eterna la<br />

muerte, efecto de un crimen voluntario. Así, pues, como por el delito de uno vino la<br />

condenación a todos los hombres, así también la obra de justicia de uno vino a todos los<br />

hombres, la justificación de vida. Así como por la desobediencia de uno muchos son<br />

constituidos pecadores, así también, por la obediencia de uno, muchos son constituidos<br />

justos 199 . ¡Queda toda oscuridad disipada! Sólo un sinvergüenza puede calumniar la<br />

totalidad del género humano y un inepto buscar dificultades donde no las hay.<br />

Son muchos, declara el Apóstol, no todos, los que aprendieron el camino del pecado por la<br />

desobediencia de uno; y muchos, no todos, los que consiguieron la justicia por la<br />

obediencia de uno. No se trata aquí del origen de la humanidad, se trata de costumbres y<br />

gustos diversos. Desobediencia y obediencia indican un acto de la voluntad, no de la<br />

generación. Si fuera el Apóstol de tu opinión, ¿qué mejor oportunidad podía encontrar<br />

para enseñar que todos van a la condenación por ley de nacimiento, y sólo unos pocos a la<br />

vida por la fe, pues en este pasaje es donde debía sentar las conclusiones de toda la<br />

discusión? Debió, pues, decir: Así como por la desobediencia de un hombre todos fueron<br />

constituidos pecadores; o mejor, no por la desobediencia, sino por la generación del<br />

primer hombre todos nacieron pecadores, así, por la obediencia de uno, muchos serán<br />

constituidos justos".<br />

Ag.- Más bien debió decir: Así como por su desobediencia muchos fueron constituidos<br />

pecadores, así, por su obediencia, muchos serán constituidos justos; o bien, si el Apóstol<br />

hubiera querido hablar de imitación, que es vuestra gran angustia, y por decirlo así,<br />

acosados por la verdad que os cerca, creéis haber encontrado una vía de escape, debía<br />

haber escrito en este lugar: Así como por la imitación de la desobediencia de un hombre<br />

muchos fueron constituidos pecadores; así por la imitación de la obediencia de un hombre<br />

muchos serán constituidos justos. Es, digo, como debió hablar el Apóstol si hubiera<br />

querido expresar lo que vosotros decís. No creas es difícil construir la frase según vuestra<br />

voluntad.<br />

Dijo, por la desobediencia de un hombre, que sabía era principio de la generación, muchos


fueron constituidos pecadores, porque dicha desobediencia enlodó la naturaleza humana;<br />

así como por la obediencia de un hombre, príncipe de los regenerados, muchos serán<br />

constituidos justos, pues por su obediencia es sanada la naturaleza humana, pues se hizo<br />

obediente hasta la muerte de cruz 200 , para que sean constituidos justos por su gracia,<br />

otorgada incluso a los que no han practicado la justicia aquí en la tierra, por ejemplo, los<br />

que mueren nada más recibir el bautismo de la regeneración, ya sean adultos, ya niños.<br />

De ahí que prefiera poner el verbo en futuro, serán constituidos, y no, son constituidos,<br />

porque los justos, en virtud de esta justicia, limpiados de todo pecado, reinarán en la<br />

eternidad del siglo futuro. Mientras de los pecadores no dijo: serán constituidos, sino<br />

fueron constituidos. Emplea el pretérito para expresar un tiempo presente que pasa, y en<br />

el que la naturaleza humana se encuentra tarada. Donde el Apóstol dijo todos, lo<br />

contradices y escribes no todos. De no preferir la doctrina pelagiana al sentir católico,<br />

nada te hubiera obligado a elegir esta expresión. Todos son muchos, para distinguirlos de<br />

los que, siendo todos, sin embargo, son pocos.<br />

Germen espiritual y semilla carnal<br />

216. Jul.- "Si se hubiese el Apóstol expresado en estos términos, la impiedad e ineptitud<br />

de su doctrina serían manifiestas; establecer comparación entre dos personas de signo<br />

opuesto es una estolidez mayúscula, pues la comparación sería entre dos objetos que no<br />

tienen entre sí afinidad ninguna, como naturaleza y voluntad; de parte del mal existiría<br />

una necesidad inherente a la semilla; de parte del bien sólo la libertad del querer; o<br />

mejor, no libertad; pues ésta no existe ante la presencia de un pecado natural; el hombre<br />

no conserva la facultad de evitar el mal y elegir el bien. El Apóstol, sabio e insigne doctor<br />

de la Iglesia, enseña que existe, sí, un pecado transmitido por una desobediencia, y una<br />

justicia que se multiplica por un acto de obediencia".<br />

Ag.- ¿Qué se ha hecho de lo que dijiste con anterioridad; a saber, que pasó la muerte, no<br />

el pecado? Ahora dices: por la desobediencia, ya citada, de un hombre, existe el pecado y<br />

se transmite. ¿Has acaso olvidado lo que anteriormente afirmabas? ¡Enhorabuena por tu<br />

olvido, pues te permite llegar a la verdad! Opinas no se deben confrontar entre sí cosas<br />

opuestas, ni parangonar necesidad generativa y acto volitivo; pero encontrarás este modo<br />

de hablar absurdo si comprendes que aquellos que, sin un acto de su voluntad, han sido<br />

alineados al lado del mal con el primer hombre, contraen mancha de pecado, vía<br />

generación; como los niños que pertenecen al segundo hombre participan de la justicia,<br />

vía regeneración en la paz, sin acto alguno de su querer.<br />

Si te place oponer germen a germen, la semilla espiritual vive por Cristo; la semilla carnal<br />

fue viciada por Adán. Germen insinuado por Juan, el apóstol, al decir: Y no puede pecar,<br />

porque el germen de Dios permanece en él 201 . Esta verdad se hará luz en la bienandanza<br />

del siglo venidero, cuyos moradores ya no podrán pecar. Pero en este siglo maligno, los<br />

mismos que pertenecen al siglo venidero, donde el pecado no reina, deben pedir todos los<br />

días al Padre perdón de sus pecados.<br />

Gracia y pecado, generación y regeneración<br />

217. Jul.- "Por esto mismo destruye Pablo la teoría de un pecado natural y enseña que<br />

son unas las causas de la sustancia; otras, las de la voluntad. Y para que esta distinción no<br />

se atribuya a la sutileza de mi ingenio y no a la doctrina del Apóstol, escuchemos su<br />

palabra en este pasaje: La ley se introdujo para que abundase el delito; pero donde<br />

abundó el pecado sobreabundó la gracia; lo mismo que reinó el pecado para muerte, así<br />

reina también la gracia por la justicia, para vida eterna, por Jesucristo, Señor nuestro 202 .<br />

Prueba cómo tu pecado, es decir, el de la transmisión, principió a multiplicarse después de<br />

la ley, que recibió incremento después del ministerio de Moisés".<br />

Ag.- Prueba tú, según antes dijiste, que el reino del pecado, promulgada la ley, quedó<br />

destruido; pues el Apóstol enseña que, dada la ley, abundó el pecado. Confirmo lo dicho,<br />

pues aunque no lo diga, está claro. Antes de la ley existió el pecado original: por un<br />

hombre entró el pecado en el mundo, y con él pasó la muerte por todos los hombres 203 .<br />

Era un pecado voluntario: Porque los que pecaron sin ley, sin ley perecerán 204 . Y así: Se<br />

introdujo la ley para que abundara el pecado 205 ; porque a estas especies de pecados, ya<br />

existentes antes de la ley, se suma el que se llama transgresión, pues donde no hay ley no<br />

existe transgresión 206 . Y donde abundaron todas estas especies de pecados, sobreabundó<br />

la gracia 207 , porque a los que participan de su abundancia se les perdonan todos los


pecados, y además se les otorga vencer el placer del pecado por el deleite de la gracia, y,<br />

finalmente, llegar a la vida en la que no hay pecado.<br />

¿Por qué, pues, no va a estar permitido comparar cosas que no tienen entre sí ninguna<br />

semejanza, como poco ha dijiste, si esta confrontación establece una oposición real entre<br />

generación y regeneración; entre el reino de muerte y de vida; entre abundancia de gracia<br />

y perdón de pecados; entre el placer del pecado que, por corrupción de la naturaleza, se<br />

convierte en hábito malo, y la lucha contra la concupiscencia de la carne que, con la ayuda<br />

del Espíritu Santo, conduce a la paz de la victoria y nos libra de nuestros enemigos<br />

interiores y exteriores? Retén bien esto en tu memoria si aprecias tu salvación, y deja de<br />

atacar neciamente los principios de una sana doctrina.<br />

Libido<br />

218. Jul.- "Sostienes que en estos pasajes habla el Apóstol de un pecado natural. Había<br />

dicho antes que este pecado existió hasta la ley, para darnos a entender que dejó de<br />

existir después de la ley; dice también que principió a crecer y multiplicarse después de la<br />

ley. Ambas afirmaciones, lo hemos demostrado, se pueden armonizar en sentido católico,<br />

el nuestro; pero en tu doctrina, ¿cómo puedes sostener, sin descaro, que este único e<br />

idéntico pecado desapareció con la promulgación de la ley, e intimada ésta se multiplicó a<br />

gran escala? ¿Cómo, después de la ley, se multiplicó en abundancia el pecado natural? ¿Es<br />

acaso que los movimientos de la carne son ahora más violentos, y tu pecado debe<br />

considerarse que ha podido adquirir un considerable desarrollo debido a la fuerza y<br />

novedad de sus movimientos? ¿O fue dada a los niños una ley y, después de engendrados,<br />

a impulsos de esta concupiscencia, que tú llamas diabólica, raíz y fruto de pecado,<br />

recibirán mandato de purificar una naturaleza a la que fueron extraños, para hacer<br />

honesto el acto de los padres al engendrarlos? ¿Estaría la naturaleza corrompida y serían<br />

ellos culpables de un crimen de rebeldía precisamente por haberse negado a tal mandato?<br />

Esto no podía ser ordenado ni por un ignorante, y está muy lejos de poder proceder de<br />

una ley dada por Dios".<br />

Ag.- Hemos dicho acaso en algún lugar que el pecado original se multiplicó después de la<br />

ley? ¿O interpreté en este sentido estas palabras del Apóstol: La ley se introdujo para que<br />

abundara el delito? Abundó, no porque esta especie de pecado, ya existente, haya<br />

aumentado, sino porque sobrevino otra especie de pecado, que no existía antes de la ley;<br />

es decir, la transgresión, como, poco ha, hemos demostrado. Existe concupiscencia en la<br />

carne, y pasión ardiente en los órganos genitales, contra las que lucha la castidad de los<br />

santos. Te deleita mucho esta pasión, pues a pesar de la repugnancia que inspira al pudor<br />

conyugal, al hacer buen uso de ella en la generación de los hijos, tú te esfuerzas por darle<br />

entrada, con todas sus luchas, de las que es surtidor, hasta en la paz del Edén;<br />

condenándote a ti mismo a ser excluido de esta morada de felicidad.<br />

Pero cualquiera que sea tu empeño en su defensa, y cualquiera que sea tu elogio, o es un<br />

vicio, o está viciada; por eso es odiosa a los soldados de Cristo que la combaten, pero tú<br />

juegas con ella, pues la combates y no te avergüenza alabarla. Todo hombre debe su<br />

existencia a esta concupiscencia, carne de pecado 208 ; por esta razón, el que se vistió de<br />

una carne a semejanza de la carne de pecado, no quiso, en su concepción, nacer de ella; y<br />

aunque nació en carne verdadera, no nació en carne de pecado. Es por efecto de esta<br />

concupiscencia, tu protegida, bella a tus ojos, odiosa a todos los santos, el que los niños,<br />

en el momento de ser engendrados, contraen un pecado de origen, cuya mancha sólo<br />

quita la regeneración; el pecado es obra de Adán; la regeneración, de Cristo; por Adán<br />

entró el pecado en el mundo; por Cristo se perdona el pecado del mundo. Tal es la idea<br />

que se forma de Adán y de Cristo todo el que pasa de Adán a Cristo.<br />

Sacrificio por el pecado<br />

219. Jul.- "¿Qué se añade al pecado natural después de la ley, cuando en la ley no se<br />

encuentra una prohibición, una condena relativa al pecado, ni una palabra de rechazo?"<br />

Ag.- La existencia de este pecado presente está en la ley; pero es necesario arrancaros el<br />

velo 209 . ¿Qué otra cosa significa la condena de un alma si el niño no es circuncidado al<br />

octavo día 210 ? ¿Qué otra cosa significa el sacrificio expiatorio que se manda ofrecer por el<br />

pecado cuando nace un niño 211 ? Pero de todo esto ya hemos hablado.


Placer de lo prohibido<br />

220. Jul.- "Con certeza no has perdido el sentido hasta decir que la transmisión del<br />

pecado, después de la circuncisión, es mayor. ¿Cómo entonces abundó después de la ley,<br />

si ni se condena ni se menciona en la ley? Ves cómo, en armonía con la sana razón, haces<br />

consistir el pecado en la voluntad del pecador. Hasta la ley, dice el Apóstol, reinó el<br />

pecado 212 , para dar a entender que después de la ley existe la transgresión al violar los<br />

preceptos promulgados; de esta forma fue más abundante el pecado por la promulgación<br />

de la ley; con la transgresión, la culpa se hace más odiosa, pues los actos de una voluntad<br />

perversa, si antes de la ley eran pecado, después de la ley son transgresión; aunque Dios<br />

no dio su ley para que los hombres se hicieran peores por el castigo.<br />

En sí, la ley no es pecado ni causa de pecado, sino mandato santo, justo y bueno 213 . Mas<br />

como la maldad de los delincuentes se hirió con el hierro que debía sanarlos y resistió a la<br />

voluntad de Dios, encontraron su pérdida en lo que debía ser su ganancia. Contempla el<br />

Apóstol las cosas en sus efectos y dice que la voluntad de Dios al darnos la ley ha sido<br />

contrariada. Y como los hombres no se han mejorado, intento del legislador, y en muchos<br />

casos sucedió lo contrario, dice Pablo que la prevaricación de los pecadores hace que la ley<br />

parezca haber sido dada para que se hagan más perversos los malvados y al pecado se<br />

sume la transgresión".<br />

Ag.- Dices estas cosas y desconoces cuál fue la intención de Dios al intimar la ley y que<br />

pone en claro Pablo el apóstol; y avanzas tu blasfemia hasta decir que la voluntad de Dios<br />

al dar la ley ha sido contrariada; como si pudiera suceder algo fuera de lo que Dios ha<br />

previsto; dices también que la ley ha producido efectos contrarios a las intenciones del<br />

divino legislador. Según tu sabiduría, Dios, conocedor del futuro, se equivocó en su<br />

intención. No pones mientes en lo que está escrito: Muchos proyectos en el corazón del<br />

hombre, pero el consejo del Señor permanece eternamente 214 . Si quieres conocer, en<br />

cuanto es permitido al hombre, el plan de Dios todopoderoso y omnisciente al dar la ley,<br />

medita estas palabras del Apóstol: Si se hubiera dado una ley capaz le vivificar, la justicia<br />

vendría de la ley.<br />

Y como si preguntásemos: ¿para qué fue dada la ley?, continúa: Pero de hecho, la<br />

Escritura todo lo encerró bajo pecado, a fin de que la promesa fuera otorgada a los<br />

creyentes mediante la fe en Jesucristo 215 . He aquí el designio de la ley promulgada.<br />

Además, ¿quién ignora, no es a la ley, sino al vicio de los hombres, a quienes hay que<br />

atribuir la abundancia de maldad que sobrevino dada la ley? Pero esta corrupción<br />

encuentra mayor placer en lo prohibido, y por la ley adquiere nueva fuerza el pecado 216 ;<br />

sólo puede ser sanada por el espíritu que vivifica, no por la letra que mata; letra que, sin<br />

embargo, fue útil; porque al dar muerte, por transgresión, el deseo pecaminoso se inflama<br />

ante la prohibición de que es objeto; esta letra obliga a los pecadores a recurrir al Espíritu<br />

vivificador, y el hombre, que confiaba fatalmente en sus fuerzas, se ve forzado a invocar la<br />

ayuda de la gracia de Dios mientras que, bajo la ley, aunque santa, justa y buena, el<br />

hombre yacía sin vigor, impotente, incapaz de realizar por sí mismo obras santas, justas y<br />

buenas.<br />

Vuelve Juliano a contradecir al Apóstol<br />

221. Jul.- "Con razón se puede decir que antes y después de la ley abundó el delito que<br />

cada uno comete por propia voluntad; pero antes de la ley era una voluntad pecadora:<br />

después de la ley es prevaricadora. Una cosa crece y abunda cuando toma incremento en<br />

su especie; así, después de Moisés, al pecado cometido por un libre querer vino a sumarse<br />

la circunstancia agravante de una transgresión; no cambia la especie en tiempos diversos,<br />

es la misma, pues es fuente una voluntad perversa, y antes de la ley y después de la ley<br />

ha pecado, no en virtud de una fuerza irresistible, sino a causa de una vituperable<br />

debilidad.<br />

Siendo esto así, no puedes apoyar tus doctrinas en palabras del Apóstol. En efecto, no<br />

enseña que al introducir la ley el pecado de transmisión sea más abundante o más grave;<br />

no se puede tampoco decir hayan sido los pecados voluntarios más numerosos, pues se<br />

evidencia no pueden relacionarse con la voluntad de los niños. No puede abundar después<br />

de la ley lo que la ley no puede prohibir ni castigar. Donde abundó el pecado, sobreabundó<br />

la gracia, y así como reinó el pecado para muerte, así también reinó la gracia por la


justicia para vida eterna".<br />

Ag.- Ciertamente, el pecado original no aumentó después de la ley, lo encontró ya en<br />

acción, y estaba simbolizada su limpieza en la circuncisión de los niños; como también<br />

encontró pecados de ignorancia, que no aumentaron promulgada la ley, pues la misma<br />

ignorancia disminuye con el conocimiento de la ley. Pero el pecado, sin el cual nadie nace,<br />

creció con el mal uso de la voluntad, al solicitar la concupiscencia original el<br />

consentimiento del pecador. Abundó, pues, el pecado, es decir, creció en demasía,<br />

después de existir el conocimiento del pecado 217 , por la ley, y comenzó a pecar<br />

transgrediendo la ley.<br />

Si queréis examinar los textos con atención e inclinaros ante la verdad, no os veréis<br />

forzados a entrar en contradicción con el Apóstol, que clama: Por un hombre entró el<br />

pecado en el mundo, y por el pecado la muerte; y así pasó por todos los hombres 218 . Dice<br />

él: Pasó por todos los hombres; vosotros decís: No pasó por todos los hombres. ¿Qué otra<br />

cosa hacéis, si no es contradecir al Apóstol? Y si al Apóstol, también a Cristo. ¿Por qué<br />

asombraros os aborrezca la Iglesia de Cristo, por vuestras disolventes doctrinas, cuando<br />

tratáis de excluir de los remedios salutíferos de Cristo a los niños?<br />

El Jesús de los niños<br />

222. Jul.- "Más claramente abre el Apóstol el proceso de su razonar y enseña que, cuando<br />

se aleja el hombre del camino de la salvación, Dios, en su misericordia infinita, a<br />

situaciones desesperadas aplica remedios más eficaces, para obligarnos con sus beneficios<br />

si no nos puede doblegar con sus preceptos; y es tal el deseo de ganar el afecto de los<br />

hombres en el futuro, que no les imputa sus faltas pasadas, para que ellos mismos<br />

trabajen en guardar la justicia, que, en recompensa de su fe, habían obtenido. La<br />

abundancia de los pecados pretéritos exige la ayuda de una gracia sobreabundante,<br />

porque si el remedio de la gracia no fuera tan potente, imposible medicinar males de<br />

tamaña gravedad.<br />

Sin embargo, en este elogio del beneficio divino vio el Apóstol abierta la puerta a una<br />

objeción, pues se puede argüir: si juzgamos de la importancia de las causas por sus<br />

efectos, y si la abundancia de nuestros pecados nos proporciona una sobreabundancia de<br />

gracia divina, debemos aumentar el número de nuestros pecados para no dejar secarse la<br />

fuente de la gracia. A esta objeción sale al paso y añade el Apóstol: ¿Qué diremos, pues? ¿<br />

Perseveraremos en el pecado, para que abunde la gracia? En modo alguno. Porque los que<br />

hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O ignoráis que todos los que<br />

hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque<br />

hemos sido bautizados juntamente con él para muerte en el bautismo, a fin de que, como<br />

Cristo resucitó de entre los muertos para la gloria del Padre, así también nosotros<br />

caminemos en una vida nueva".<br />

Ag.- No os asfixian estas palabras del Apóstol, pues las recordáis para que no olvidemos<br />

cuán firmes son los cimientos de la casa de Dios, que vosotros os empeñáis en destruir?<br />

Necio, después que dijo el Apóstol: Si estamos muertos al pecado, ¿cómo podemos vivir<br />

aún en él?, añade: ¿Ignoráis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús,<br />

hemos sido bautizados en su muerte?, para demostrar que los bautizados en Cristo<br />

estaban muertos al pecado.<br />

¿Tan sordo eres para no oír esto? ¿Tan ciego estás que esto no ves? Confiesa, pues, que<br />

los niños bautizados han muerto al pecado, reconoce la existencia del pecado original,<br />

pues los niños no pueden morir a otro pecado; o canta la palinodia y di que no conviene<br />

bautizar a los niños, pues cuando son bautizados no lo son en Cristo Jesús, o no son<br />

bautizados en su muerte; y borra; si puedes, las palabras de Pablo: Todos los que somos<br />

bautizados en Cristo Jesús, somos bautizados en su muerte. Y si no puedes borrar estas<br />

palabras, y no lo puedes, cuando oyes todos, no quieras excluir a los niños; permite a<br />

Cristo ser el Jesús de los niños; porque si los exceptúas, ya no salva a su pueblo con sus<br />

niños de sus pecados, y es precisamente por esto por lo que dice el ángel: Le llamarás<br />

Jesús 219 .<br />

Cuerpo de pecado<br />

223. Jul.- "Estamos muertos al pecado, dice el Apóstol, en un tiempo en el que, para


obtener el beneficio del perdón, prometimos renunciar al mundo y a todos sus pecados; y<br />

como memorial de este don debemos llevar una vida que muestre hemos sido sepultados<br />

con Cristo y nuestra santidad visible sea imagen de su resurrección; y así con él,<br />

resucitado de entre los muertos, ya no habrá enfermedades ni epidemias corporales,<br />

seremos invulnerables a todo pecado e inaccesibles al vicio. Porque si fuimos juntamente<br />

con él plantados en la semejanza de su muerte, asimismo lo seremos en la de su<br />

resurrección; sabiendo esto, que nuestro hombre viejo fue crucificado juntamente con él<br />

en la cruz, para que el cuerpo del pecado sea destruido, no sirvamos más al pecado.<br />

Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado 220 .<br />

Con un razonamiento transparente cerca el Apóstol a sus fieles. Si queréis, les dice, ser<br />

partícipes de la resurrección, imitad la virtud de su muerte, a fin de que, muertos al vicio,<br />

viváis en la virtud, y seréis compañeros en su felicidad si ahora lleváis la imagen de su<br />

muerte muriendo al pecado. Nuestro hombre viejo debe ser clavado en la cruz para<br />

destruir el cuerpo del pecado con la fortaleza de su pasión. Llama el Apóstol, según su<br />

costumbre, cuerpo de pecado los vicios y no la sustancia de la carne. Continúa: Para que<br />

sea destruido el cuerpo de pecado y no sirvamos ya más al pecado. Porque el que ha<br />

muerto ha sido justificado del pecado".<br />

Ag.- Interpreta como quieras este cuerpo de pecado, pero no negarás que los niños<br />

bautizados en Cristo Jesús están muertos al pecado, si no quieres abiertamente negar que<br />

han sido bautizados en la muerte de Cristo; y, en consecuencia, negar que han sido<br />

bautizados en Cristo Jesús. Todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos<br />

sido bautizados en su muerte. Di ¿a qué pecado mueren los niños bautizados en Cristo<br />

Jesús? No encontrarás respuesta si no dices con toda la Iglesia de Cristo: Por un hombre<br />

entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte; y así pasó por todos los hombres,<br />

en el que todos pecaron.<br />

A este pecado mueren los niños bautizados en la muerte de Cristo Jesús. No queráis, por<br />

favor, ser como el caballo y el mulo, que no tienen inteligencia. Escuchad: Si estamos<br />

muertos al pecado, ¿cómo viviremos en él? ¿Ignoráis que todos los que estamos<br />

bautizados en Cristo Jesús, estamos muertos al pecado? Luego todos los que hemos sido<br />

bautizados en Cristo Jesús, estamos muertos al pecado, pues hemos sido bautizados en su<br />

muerte.<br />

Escuchad: Todos los que hemos sido bautizados; no dice: no los adultos y sí los niños; o<br />

no los niños y sí los adultos, sino todos; niños y adultos, pues los que fuimos bautizados<br />

en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte y, en consecuencia, muertos al pecado. O<br />

decid con toda claridad que los niños no son bautizados en Cristo Jesús o que el bautismo<br />

de Cristo no es necesario a los niños; o decid que los niños bautizados en Cristo Jesús<br />

mueren a un pecado que no han cometido; o, si no podéis encontrar ningún otro pecado,<br />

reconoced por fin la existencia del pecado original.<br />

Por sus padrinos, los niños renuncian y creen<br />

224. Jul.- "Habla Pablo a los vivos y les dice que la justicia se da por medio de los<br />

sacramentos. ¿Cómo dice que el justificado está muerto, sino porque, al expresarse así,<br />

nos muestra, sin ambigüedad alguna, que, en su pensamiento, el vocablo muerte significa<br />

renuncia, y escogió esta palabra para dar a entender que los fieles deben abstenerse de<br />

todo pecado como se abstienen los muertos de toda acción?"<br />

Ag.- ¡Hombre discutidor! Si en este pasaje del Apóstol muerte significa renuncia, de suerte<br />

que el que renuncia al pecado muere al pecado, recuerda el rito que la Iglesia de Cristo,<br />

en la que has sido bautizado, observa en la administración del sacramento del bautismo, y<br />

verás que los niños, por boca de sus portadores, renuncian y creen; rito que es posible ya<br />

no se observe entre vosotros, porque habéis hecho tales progresos en el mal, que erráis e<br />

inducís a otros a error diciendo que el niño bautizado no ha de renunciar al pecado porque<br />

no tiene pecado original; y si debe renunciar al pecado, decid a qué pecado y corregid de<br />

una vez vuestro error.<br />

Los bautizados mueren al pecado<br />

225. Jul.- "Si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con Cristo, sabiendo<br />

que Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea ya


más de él; porque cuando murió al pecado, murió una sola vez; en cuanto vive, vive para<br />

Dios. Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo<br />

Jesús 221 . Como Cristo, dijo, murió una sola vez al pecado, es decir, murió una vez sola<br />

por nuestros pecados y ya no muere más, sino que vive para gloria de Dios; así vosotros,<br />

consideraos muertos al pecado, pero vivos para servir en la práctica de las virtudes".<br />

Ag.- ¡Oh admirable explicación! Cristo murió, dice el Apóstol, al pecado; tú dices que esto<br />

significa que murió por nuestros pecados. Luego cuando dice: Así también vosotros<br />

consideraos muertos al pecado, ¿es preciso entender consideraos muertos por vuestros<br />

pecados? No es precisamente lo que en este pasaje dice; tú mismo no lo entiendes así,<br />

pues reconoces que los muertos al pecado no viven para el pecado. Prueba, pues, que<br />

Cristo murió al pecado, para no creer haya inconsideradamente dicho el Apóstol: Así<br />

vosotros. Murió, sí, al pecado, pero para borrar nuestros pecados. No teniendo Cristo<br />

pecado alguno, ni original ni personal, ¿cómo pudo morir al pecado, sino porque la<br />

semejanza tomó el nombre de la realidad a la que se asemejaba? Cristo vino, lo sabemos,<br />

en semejanza de carne de pecado; vino en carne verdadera, pero no como los demás<br />

hombres, en carne de pecado; y murió en la semejanza de pecado que lleva en carne<br />

mortal; y realizó así el misterio de nuestra redención para que nosotros muramos al<br />

pecado, cuya semejanza él vistió; por eso somos bautizados en su muerte; porque así<br />

como él murió de verdad, así nosotros recibimos de verdad el perdón de nuestros<br />

pecados. Pero se incluyen entre éstos los niños. Todos los que hemos sido bautizados en<br />

Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte. No somos bautizados en Cristo, de<br />

manera que algunos sean bautizados en su muerte, y otros no son bautizados en su<br />

muerte; sino que, como dice aquel por cuya boca hablaba el mismo Cristo: Todos los que<br />

hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte.<br />

Consecuencia, todos los bautizados en Cristo Jesús mueren al pecado. Si todos, también<br />

los niños. Pero ¿a qué pecado mueren los niños? Confiesa la generación para no negar la<br />

regeneración. Reconoce en los niños una carne de pecado, para no negar que murió por<br />

ellos la carne a semejanza de carne de pecado.<br />

Concupiscencia, pecado<br />

226. Jul.- "¿Dónde encuentras tú aquí una acusación contra la naturaleza? ¿Dónde se<br />

habla de una culpa original de la naturaleza humana? ¿Dónde se condenan los actos<br />

inherentes a la generación? Es más claro que la luz que el Maestro de los gentiles se dirige<br />

siempre a la voluntad del hombre para que no se deje envolver por pasiones secretas y<br />

viciosas 222 , y progrese hacia una vida mejor mediante la rectitud de sus actos.<br />

Resumamos ya los diversos temas de nuestra exposición y dejemos ahora el comentario a<br />

las palabras del Apóstol en estos pasajes. Oigámosle explicar su pensamiento. Al final de<br />

su discusión se verá que armoniza con la fe o dogma. Nosotros decimos: que habla el<br />

Apóstol de un pecado voluntario, cometido por cada uno; tú quieres, al contrario, basado<br />

en la autoridad de Fausto, se trate de un pecado transmitido por generación y heredado<br />

por todos sin su consentimiento.<br />

Hagamos, si te place, un alto en nuestra discusiones; por mi parte, para discurrir con<br />

moderación, olvidaré por un instante la autoridad del Apóstol, autoridad que por sí sería<br />

suficiente para probar que, aunque las palabras estuvieran de acuerdo con vosotros, no<br />

pueden albergar ideas tan contrarias a la razón. Hay, sí, cierta ambigüedad en sus<br />

palabras, pero ninguna perversidad en su doctrina. Concedamos, en este momento, que<br />

una inteligencia tan serena y lúcida comprende mejor que tú lo que escribe. No reine, dice,<br />

el pecado en vuestro cuerpo mortal de modo que le obedezcáis 223 .<br />

Podía decir ya, por el testimonio de esta exhortación, que habla el Apóstol de pecados<br />

voluntarios, porque si estos males fueran naturales, no podían ser con justicia castigados;<br />

o, en última instancia, se nos podía exhortar a implorar el perdón con lágrimas, pero no a<br />

evitarlos. Todo el que este mal natural quiera evitar, si existe, caería en una locura mayor<br />

que cualquier mal. No sanciona el Apóstol lo que la razón rechaza. Luego es el pecado<br />

voluntario el que se nos inculca evitar".<br />

Ag.- ¿Quién ignora que el Apóstol no habla a los niños, sino a los que pueden comprender<br />

sus palabras, y, con la ayuda de la gracia de Dios, observar sus preceptos? Sin embargo,<br />

los padres pueden actuar en sus hijos de manera que al crecer, con el uso de la razón,<br />

produzcan frutos de obediencia y no reciban en vano la gracia de Dios que recibieron 224 ,<br />

sin saberlo, cuando fueron regenerados. Mas tu bella protegida, odiosa a cuantos la


combaten -me refiero a la concupiscencia de la carne por y con la que nace todo hombre-,<br />

esta concupiscencia de la carne, digo, nos manda el Apóstol cohibirla y no permite reine<br />

en nuestros miembros, y la designa con el nombre de pecado, porque del pecado del<br />

primer hombre trae su origen, y todo aquel que consienta en sus movimientos<br />

desordenados peca; sólo cuando nuestro cuerpo sea inmortal dejará de existir en<br />

nosotros. Por eso cuando dice: No reine el pecado en vuestro cuerpo, ¿por qué añade un<br />

vocablo y dice: en vuestro cuerpo mortal, sino para alentar nuestra esperanza de que,<br />

cuando no tengamos ya cuerpo mortal, nos desembarazaremos de esta concupiscencia<br />

que llama pecado?<br />

Dinos por qué no dijo: No haya pecado en vuestro cuerpo mortal, sino que dice: No reine,<br />

sin duda, porque esta concupiscencia, que sólo puede existir en un cuerpo mortal, reina en<br />

aquellos que consienten en sus apetencias y obran el mal; y son arrastrados como<br />

esclavos por ella por doquier, con fuerza cada vez mayor, hasta hacerlos transgresores de<br />

la ley, si la gracia no viene en su ayuda; pero en aquellos que, con el auxilio de Dios,<br />

cumplen los preceptos y no obedecen ni a los movimientos ni a los atractivos de la pasión,<br />

ni les prestan sus miembros como armas, esta concupiscencia existe, pero no reina en<br />

ellos. Prueba su existencia cuando apetecemos el mal; prueba que no reina cuando, por<br />

amor a la justicia, no consentimos. ¿Por qué se nos manda desobedecerla, sino porque<br />

presiona y trata de persuadirnos? ¿Cómo puede actuar si no está en nosotros?<br />

La gracia perdona y ayuda<br />

227. Jul.- "No prestéis vuestros miembros como armas de iniquidad al pecado, sino<br />

presentaos vosotros mismos a Dios como vivos entre los muertos, y vuestros miembros a<br />

Dios como instrumentos de justicia. No domine en vosotros el pecado; no estáis bajo la<br />

ley, sino bajo la gracia 225 . Debéis, dice, servir a Dios con mayor fidelidad, porque ha sido<br />

con vosotros muy liberal; dominaba en vosotros el pecado cuando se cernía sobre las<br />

culpas la amenaza, pero después que, por gracia, habéis obtenido los beneficios de Dios y<br />

respiráis libres del peso de vuestros pecados, debéis, por pudor natural, dar gracias al que<br />

os sanó".<br />

Ag.- Según tu costumbre, hija de vuestro error, sólo admites la gracia que perdona los<br />

pecados; en lo demás, el hombre, por su libre querer, se fabrica su propia justicia. No es<br />

esto lo que enseña toda la Iglesia; ella proclama lo que aprendió de su Maestro y ora: No<br />

nos metas en tentación 226 . No enseña esto el que dice: Pedro, rogué por ti, para que no<br />

falte tu fe 227 . Y así la gracia hace que no sólo borre nuestros pecados; aunque, a decir<br />

verdad, ayuda de dos maneras: perdona el mal que hemos hecho y nos ayuda a evitar el<br />

mal y a obrar el bien.<br />

Nacimiento contaminado<br />

228. Jul.- "Y como si hubiera presentado la misma dificultad anteriormente resuelta; es<br />

decir, como si se le pudiese objetar que los liberados de la ley a los que amenazaba la<br />

cólera, pudieran pecar seguros bajo la benevolencia de la gracia divina, añade Pablo en<br />

seguida: ¡Pues qué! ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? De<br />

ninguna manera. ¿Ignoráis que, si os sometéis a alguien, como esclavos para obedecerle,<br />

sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea al pecado para muerte, sea a la obediencia<br />

para justicia? 228 ¿Prestaremos fe a cuanto nos ha dicho sobre la naturaleza del pecado, de<br />

la que habló hasta este momento? Si os sometéis a alguien como esclavos para<br />

obedecerle, sois sus esclavos, ora del pecado, o bien de la justicia. En estas palabras del<br />

Apóstol, ¿dónde menciona ese pecado que antes del uso de la voluntad, antes de opción<br />

alguna de la obediencia, antes de la edad del crecimiento y de la concienciación, se ha<br />

introducido en ellos planeando sobre las semillas genéticas? Ciertamente, a no ser en los<br />

libros de los maniqueos, imposible encontrar esta doctrina".<br />

Ag.- No es en libros maniqueos donde se lee: Éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo<br />

que los demás 229 . Esto lo consideráis una innovación, y con descarada impudencia<br />

traducís, como si el Apóstol no hubiera escrito naturaleza, sino totalmente hijos de ira.<br />

Quizá os atrevéis a corregir esto en vuestros códices, porque no queréis reconocer que<br />

esta fe, cuanto más verdadera es, tanto más antigua, como si no se encontrase en todos<br />

los códices latinos. Y precisamente por esto nos aconseja el Apóstol obedecer a la justicia,<br />

no al pecado, porque "todos nacemos en pecado y nuestro nacimiento está contaminado"<br />

230 .


Borrado este pecado contraído por generación, por la gracia de la regeneración, debemos<br />

obedecer al espíritu de justicia y no obedecer a las apetencias de la carne, contra la que<br />

hemos de luchar; y recordando que esta misma piadosa obediencia es un don de Dios,<br />

prometido por el profeta cuando dice: Les daré un corazón para que me conozcan y oídos<br />

para que me escuchen 231 , ¿qué otra cosa quiere decir, sino que seamos obedientes?<br />

Como viento<br />

229. Jul.- "Además, si en nuestros días prestamos fe a las palabras del Apóstol, nos dice<br />

que son esclavos del pecado solamente los que, por voluntad propia, obedecen al pecado,<br />

voluntad que pueden cambiar para comenzar a servir a la justicia. Pone Pablo de relieve el<br />

papel de la obediencia, a la que imputa todos los pecados de la vida pasada y todas las<br />

virtudes que practique".<br />

Ag.- Como viento se desvanecerán cuantos confían en sus fuerzas 232 como vosotros, y<br />

como vosotros serán destruidos.<br />

Don de la obediencia<br />

230. Jul.- "Pero, gracias a Dios, aunque fuisteis esclavos del pecado, habéis obedecido de<br />

corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado,<br />

vinisteis a ser siervos de la justicia" 233 .<br />

Ag.- Escucha, sordo, al Apóstol dar gracias a Dios porque su doctrina ha sido obedecida de<br />

corazón. Y no dice: Gracias sean dadas a Dios porque su doctrina ha sido anunciada, sino<br />

porque la habéis obedecido. No todos obedecen al Evangelio, sino sólo aquellos que han<br />

recibido el don de la obediencia. A vosotros os ha sido dado conocer el misterio del reino<br />

de los cielos, dice el Señor; a ellos no les ha sido dado 234 . Ellos no obedecieron de<br />

corazón, es decir, voluntariamente, si la voluntad no es preparada por el Señor; pues de<br />

otra suerte mentiría el Apóstol al dar gracias a Dios por algo que uno puede conseguir por<br />

sí mismo.<br />

El cambio, obra de Dios<br />

231. Jul.- "El cambio de corazón en la obediencia os ha liberado del pecado y os ha hecho<br />

adheriros a la santidad".<br />

Ag.- Pero este cambio es obra de la diestra del muy Alto. Escucha a un hombre de Dios<br />

proclamar esta gracia en un salmo y aprende quién es el que cambia las voluntades: Y<br />

dije: ahora empiezo. Este cambio ha sido obra de la diestra del Altísimo 235 .<br />

Don de Dios la buena voluntad<br />

232. Jul.- "Hablo como humano, en atención a la flaqueza de vuestra carne, pues así<br />

como ofrecisteis vuestros miembros a la iniquidad para servir a la inmundicia y al<br />

desorden, así ahora ofreced vuestros miembros para servir a la justicia para santificación<br />

236 . ¡Oh maestro, lleno del espíritu de Dios! ¡Oh vaso de oro, trompeta en armonía<br />

constante y perfecta! La humanidad de estas exhortaciones dan autoridad a su palabra".<br />

Ag.- ¡Oh mentiroso, lleno de espíritu herético! Todo lo atribuyes a la voluntad del hombre<br />

contra la sentencia del Apóstol: ¿Qué tienes que no lo hayas recibido? 237 ¡Oh pelagiano! Al<br />

que planta y riega dice esto el Apóstol, pues sabe bien que ni el que planta es algo, ni el<br />

que riega, sino Dios que da el crecimiento 238 . Y no sólo da estos preceptos, sino que ora a<br />

Dios para que aquellos a quienes dirige la palabra no hagan nada malo. Con toda claridad<br />

dice en otro lugar: Pedimos a Dios no hagáis mal alguno 239 .<br />

Lucha contra la concupiscencia<br />

233. Jul.- "Y para no dar la sensación de imponer al hombre cosas arduas e inaccesibles,<br />

emplea un lenguaje familiar, humano, es decir, fácil de practicar, suave en comparación de<br />

las causas. No os pido, dice, esfuerzos a las cosas sublimes, ni a las grandes obras<br />

virtuosas; preceptos os doy para poder alcanzarlas; no os intimo una ley bárbara, ni os<br />

impongo un yugo que apenas se pueda llevar; porque si os mandara algo a nivel del<br />

esplendor de la justicia, os excusaríais, por la debilidad de la carne, de no poder con el


esfuerzo. Pero ahora vengo a vosotros con moderación y os pido aplicar a la virtud el<br />

esfuerzo que antes empleabais en hacer el mal, y aunque sea una injuria comparar<br />

virtudes y vicios, sin embargo, es suficiente, en el estado de obediencia en el que os<br />

encontráis, buscar la justicia con el mismo afán que antes poníais en servir a la inmundicia<br />

y a la iniquidad".<br />

Ag.- Esto sólo es posible a condición de combatir con todo el impulso del amor a tu bella<br />

favorita, la concupiscencia de la carne; contra esta ley de los miembros, con la que nace<br />

todo hombre, combate la ley del espíritu; ley que encadena al pecado si no se renace en<br />

Cristo. No podrían triunfar los hombres en esta lid si no son guiados por el Espíritu de<br />

Dios. Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios 240 . Id y,<br />

en contradicción con esta verdad cristiana y apostólica, destruid con vuestros elogios el<br />

libre albedrío. Confiad en vuestra fuerza para caer, no para poneros en pie.<br />

Reforma interior con ayuda de la gracia<br />

234. Jul.- "Creamos al maestro de los gentiles y rindamos honor a la verdad de su<br />

palabra. Lo que manda es, como él dice, ciertamente humano, y así reforme la voluntad<br />

los vicios de esta misma voluntad".<br />

Ag.- Pero esta reforma humana no se puede llevar a término sin la ayuda de Dios. ¿Quién<br />

puede rectificar su querer, sino aquel a quien se implora: Dios de las virtudes,<br />

conviértenos 241 , y ¡Oh Dios de salvación!, restáuranos? 242 El Señor ordena los pasos del<br />

hombre y ordena su camino 243 . Si Dios no lo encamina, el hombre no ama los caminos de<br />

Dios, aunque la ley preceptúa amarlos.<br />

La libido se enciende en la juventud<br />

235. Jul.- "Este lenguaje del Apóstol es humano, pero el otro, el tuyo, es no sólo<br />

inhumano y bárbaro, sino injusto; y no sólo injusto, sino también insensato, pues achaca a<br />

hombres de su tiempo vicios de una generación antigua, aun sabiendo es un pecado<br />

inaccesible; como también el recomendar la abstención de algo que considera inherente a<br />

la naturaleza humana, y el intimarme con amenaza renunciar a lo que comenzaría a tener<br />

antes que el alma entre en mi cuerpo y que mi cuerpo entrase en este mundo".<br />

Ag.- Luego la concupiscencia de la carne no es innata, o no manda abstenerse de ella el<br />

que dice: Sé continente 244 , y Huye de las pasiones juveniles 245 . ¿Por qué no dijo: Huye<br />

de los deseos voluntarios? Juventud es nombre de una edad determinada; las edades<br />

dependen de la naturaleza, no de la voluntad; y esta concupiscencia se enciende al<br />

máximo en la juventud; su virulencia está en los niños adormecida, como la razón y la<br />

misma voluntad. Pero la mirada cristiana, no pelagiana, distingue entre lo que recibe la<br />

naturaleza de la obra del Creador y lo que toma o contrae de la contaminación del vicio;<br />

atribuye lo bueno al Creador, e implora el auxilio de un Salvador contra el mal que vivió la<br />

naturaleza; por lo que se refiere al pecado con el que nace el hombre, sólo se le preceptúa<br />

que renazca.<br />

Triunfo de la fe sobre la impiedad de Juliano<br />

236. Jul.- "Sería más justo fuese advertido el Apóstol por los que quería reformar, y<br />

meditar sobre lo que les imponía; sabiendo que la primera condición de un buen consejo<br />

es guardar una cierta medida. Está desautorizada toda doctrina que no observa el fiel de<br />

la justicia. Es cierto que el venerable legislador de la Iglesia, como lo justifica su<br />

autoridad, prudencia, equidad y humanidad, no pensó nunca en un pecado natural; sí<br />

enseñó, conforme a verdad, que nos hacemos esclavos de los vicios por propia voluntad, y<br />

por esta misma voluntad, bien guiada, podemos servir a la justicia. Como hasta el<br />

presente me he ocupado en comentar este pasaje para demostrar que la doctrina de los<br />

maniqueos no se puede defender por las palabras del apóstol Pablo, y la verdad de su<br />

doctrina quedó probada por el contexto a lo largo de todas sus sentencias, ponemos fin a<br />

este segundo libro. Juzgamos, no obstante, necesario advertir que a los traducianistas les<br />

queda sólo su impudencia; pues reconocen no les es favorable la razón, y buscan consuelo<br />

en las palabras del Apóstol ya explicadas; y como es evidente que en estas palabras nada<br />

hay reprensible, nada contrario a la santidad y a la razón, es claro que esta doctrina de la<br />

transmisión queda arrasada por la razón, la autoridad de numerosos textos de la Escritura<br />

y por la religión católica, radicada en Dios, y no puede apoyarse en la doctrina de esta


perícopa".<br />

Ag.- Es manifiesto a todos cuantos tienen la cabeza en su sitio y leen estas páginas con<br />

inteligencia, que la multitud de tus palabras van contra las sentencias del Apóstol más que<br />

contra las mías; pero nada razonable encontraste que decir y has empleado todos los<br />

resortes de un charlatán para dar la sensación a los ignorantes de que has dicho algo<br />

sensato. Queráis o no: Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la<br />

muerte, y así pasó por todos los hombres 246 . ¿Qué significa este así? Por un pecado, o no<br />

sin pecado. No pasa la muerte si no es guiada por el pecado; la muerte sigue, no precede<br />

al pecado.<br />

De esta raíz brotan todas las miserias de los mortales desde el día, como está escrito, de<br />

la salida del vientre de sus madres 247 . Miserias que sin culpa hacéis caer sobre los niños,<br />

lo que es una verdadera injuria al Dios justo; y servís horriblemente a los maniqueos;<br />

éstos, para no acusar a Dios de injusticia, atribuyen las miserias que llueven sobre todos<br />

los hombres después de su nacimiento, a una naturaleza inmutable del mal, sustancia<br />

tenebrosa que emana de otro principio. La fe católica triunfa de esta impiedad y de la<br />

vuestra al atribuir estos males al pecado que entró en el mundo, por voluntad del primer<br />

hombre; al pecado siguió la muerte cuando el alma huye y el cuerpo muere; muerte que<br />

vosotros creéis natural, aunque el hombre no hubiera pecado.<br />

De donde se deduce que no sólo la dominante concupiscencia, que hace vuestras delicias,<br />

sino incluso la fiebre molesta y otras innumerables enfermedades de las que vemos morir<br />

a los niños, existirían, en vuestra opinión, en el paraíso aunque no existiera el pecado;<br />

pues sin mérito de pecado afirmáis que sufren los niños. Templad, por favor, vuestros<br />

falsos y perniciosos elogios; excluid a los niños y lactantes de los males que vuestro sádico<br />

error alaba como si no tuvieran mal alguno; permitid a los niños que han de ser liberados<br />

venir a Cristo Salvador; y, vencidos y corregidos, permitid que la naturaleza, enlodada por<br />

el primer hombre, sea por un segundo hombre sanada.<br />

RÉPLICA A JULIANO (OBRA INACABADA)<br />

LIBRO III<br />

¿Por qué implora Juliano la ayuda de Dios?<br />

1. Juliano.- "Sería, sin duda, oportuno poner de relieve todas las virtudes del género<br />

humano; sería oportuno que nuestra mente poseyera sabiduría para hacer frente al crimen<br />

y merecer, con santos deseos, el favor del Creador; por último, como perseverar en la<br />

senda feliz de nuestra piedad y de nuestro fervor primitivo es extremadamente duro,<br />

deberíamos rechazar los vicios, tan largo tiempo amados, y retornar a la práctica de la<br />

justicia y enmendar la vida. Por cierto, sería también conveniente perseverar en el culto<br />

inviolable de Dios, sin que fuese necesario defender la ley divina al precio de una lucha sin<br />

cuartel; pero como el furor de los pecadores hace progresos, nos vemos obligados a<br />

desarrollar un gran esfuerzo y probar que Dios es justo, y para cumplir nuestra promesa<br />

retornamos, con la ayuda divina, al final del libro anterior con plena confianza en su<br />

justicia".<br />

Agustín.- Imploras el auxilio divino para hinchar de vaciedades tus libros y no lo invocas<br />

para corregir tu perversa doctrina. Quisiera, sin embargo, me dijeses para qué imploras en<br />

este libro el auxilio de Dios, si depende de tu libre albedrío hacer esto o no hacerlo. ¿Es<br />

con objeto de obtener algo que no está en tu poder y te es indispensable como el alimento<br />

y el ocio, para no hablar de otras cosas? Porque esto nos lo proporciona el Señor casi<br />

siempre por medio de otros.<br />

Ves que al invocar el socorro de Dios todopoderoso para llenar las páginas de tus libros, le<br />

pides poder disponer de la voluntad humana, de manera que vengan los hombres en tu<br />

ayuda y despejen todos los obstáculos. Porque, si no quieren los hombres proporcionarte<br />

alimento y socorros necesarios, si no quieren, por último, dejar de importunarte y ponerte<br />

obstáculos, no podrías escribir o dictar tus libros. Tienes, pues, esperanza de que, con el<br />

auxilio de Dios, quieran los hombres entre los que vives proporcionarte cuanto necesitas.<br />

Pero el Señor, cosa que vosotros no creéis, es quien prepara la voluntad 1 . En<br />

consecuencia, o corrige tu error, o deja de implorar el auxilio divino para defenderlo.


Justicia de Dios y castigo de los niños<br />

2. Jul.- "En mi primer libro quedó probado de una manera exhaustiva que Dios es la<br />

misma justicia y que, si se pudiera probar que no es justo, quedaría demostrado que no es<br />

Dios. Despejada toda duda sobre este punto, parece evidente que la justicia no es otra<br />

cosa que una virtud por la que te abstienes de juzgar inicuamente o practicar una acción<br />

injusta, y, por el contrario, da a cada uno lo suyo sin engaños ni favoritismos, es decir, sin<br />

acepción de personas".<br />

Ag.- Dices verdad. "sin engaño", para que no se castigue al inocente; pero si la justicia de<br />

Dios no fuese acompañada de "gracia", nunca habría muerto Cristo por los impíos; es<br />

decir, por los que nada bueno habían hecho y sí mucho malo; por fin, entre los niños, en<br />

los que no hay ni voluntad ni obras buenas precedentes, a unos los adopta como<br />

herederos del reino, y priva a otros de este favor; y precisamente aquel que "ni juzga<br />

contra justicia, ni obra iniquidad y da a cada uno lo suyo sin engaño". Reconoce, pues,<br />

como vasos de honor elegidos por gracia, a los niños destinados al reino de los cielos; y<br />

como vasos de ignominia a cuantos, en justicia, no son elegidos; y para no acusar a Dios<br />

de injusticia, confiesa la existencia del pecado original.<br />

El pecado original, obra de una voluntad libre<br />

3. Jul.- "Consta ser de esencia de esta virtud no castigar a ningún súbdito si no es por<br />

faltas cometidas con pleno conocimiento y plena libertad".<br />

Ag.- El pecado original fue cometido por voluntad libre de aquel en quien la naturaleza<br />

humana fue condenada; y por eso los hombres, desde su nacimiento, son reos de<br />

condenación si no renacen en el que nació inocente. Vosotros queréis destruir este dogma<br />

cristiano, pero él permanece y vosotros seréis destruidos.<br />

Ambrosio, defensor del pecado original<br />

4. Jul.- "Exige la justicia no imponer a los hombres preceptos que se sabe no los puede<br />

cumplir la naturaleza humana; y a nadie se le puede condenar por acciones naturales.<br />

Ag.- Pero "existió Adán y en él todos existimos" 2 ; pecó, y en él todos perecimos, a no ser<br />

que salve a los que le plazca, aquel que vino a buscar lo que estaba perdido.<br />

No es injusto el yugo pesado que pesa sobre los niños<br />

5. Jul.- "No imputa la justicia a unos los pecados de otros, ni condena a eternos suplicios a<br />

inocentes hijos por los pecados de sus padres, pues, por sí mismos, no hicieron bien ni<br />

mal, ni tampoco puede decirse que hayan imitado los crímenes de sus antepasados. El<br />

conjunto de estos principios prueba que Dios existe y es justo; porque es evidente que, si<br />

pudiera cometer injusticia alguna, su divinidad no sufriría menos deterioro que su justicia".<br />

Ag.- Dices verdad y, en consecuencia, no comete Dios injusticia al imponer un duro yugo a<br />

los hijos de Adán desde el día de su nacimiento, cuando salen del vientre de sus madres.<br />

Lo que sería injusticia manifiesta si no existe el pecado original.<br />

Sabiduría del Eclesiástico<br />

6. Jul.- "¡Oh triste condición la del error humano! Experimento un profundo dolor cuando<br />

peso las razones de este debate. ¿Cómo han podido ponerse en duda estas verdades? ¿<br />

Cómo tiene necesidad esta causa de ser probada? ¿Pudo en las Iglesias que confiesan<br />

creer en Cristo dudarse de los justos y razonables juicios de Dios?"<br />

Ag.- Y porque no se duda, por eso está escrito que pesa un duro yugo sobre los hijos de<br />

Adán desde el día que salen del vientre de sus madres. Y no es superior la sabiduría<br />

pelagiana a la sabiduría del Eclesiástico.<br />

Justicia de Dios, la defiende Agustín<br />

7. Jul.- "Mas el gran respeto que tengo por la verdad me hace olvidar el objeto de nuestra<br />

discusión. Me asombra que haya podido ponerse en tela de juicio la justicia de Dios; y


consta que en la sinagoga de los traducianistas jamás se dudó de la injusticia de Dios".<br />

Ag.- Porque no se pone en duda la justicia de Dios, por eso se cree es justo el duro yugo<br />

que pesa sobre un niño; y porque se cree es justo, no se cree que pueda existir un niño<br />

sin pecado original. Por eso, en la Iglesia católica -que es la nuestra y de la que salieron<br />

los pelagianos-, lejos de poner en duda, como tú dices, sea Dios in justo, se afirma su<br />

justicia; en efecto, enseña esta Iglesia y proclama que ni el niño cuya vida sobre la tierra<br />

es de un día está exento de mancha de pecado 3 ; en consecuencia, en los males que sufre<br />

un niño se reconoce la justicia de Dios, no su injusticia.<br />

El pecado original justifica el castigo de los niños<br />

8. Jul.- "Es tanto más odiosa esta doctrina, cuanto el amor al mal es más grave que la<br />

indiferencia ante el bien, y más perniciosa es la impiedad formal de la voluntad que la<br />

duda de la verdad, en fin, es más criminal atreverse a culpar a Dios que rehusar rendirle<br />

adoración".<br />

Ag.- Lo cierto es que vosotros acusáis a Dios al negar tengan pecado los niños y constatar<br />

que, por justo juicio de Dios, soportan un pesado yugo.<br />

Condenación de los niños no bautizados y justicia divina<br />

9. Jul.- "Dijo el necio en su corazón: No hay Dios. Testigo, el profeta David; sin embargo,<br />

no dice que Dios existe 4 , pero es injusto. Grita toda la naturaleza unánime y dice que la<br />

justicia es un atributo divino, más fácil sería encontrar un hombre que niegue la existencia<br />

de Dios que su justicia. Puede existir alguien que niegue existir lo que no ve, pero no se ha<br />

encontrado ni uno que niegue la justicia de Dios".<br />

Ag.- Este uno eres tú. ¿A quién, sino a ti se dijo: Sospechas que yo pueda ser injusto,<br />

como tú? 5 Saben los cristianos católicos que existe Dios y es justo, no pueden dudar de<br />

que los niños nacidos, si mueren en su edad más tierna sin haber renacido, aun siendo<br />

imágenes de Dios, son excluidos del reino de los cielos sin injusticia; justo castigo del<br />

pecado original.<br />

Los doctores de la Iglesia, con Agustín<br />

10. Jul.- "Al negar nuestro necio la existencia de Dios, parece situarse en el último<br />

peldaño del crimen; pero la raza de maniqueos y traducianistas le supera en audacias<br />

sacrílegas".<br />

Ag.- Conozco la ciencia y fama de los doctores de la Iglesia de Cristo, y al hablar del<br />

pecado original y de la justicia de Dios, creyeron lo que yo creo, enseñaron lo que yo<br />

enseño, defendieron lo que yo defiendo; de ahí que tus afrentas son para mí alabanzas.<br />

Juicios inescrutables de Dios<br />

11. Jul.- "Regresemos al punto de partida. Quedó claro que aquel a quien nosotros<br />

reconocemos como Dios verdadero no puede pronunciar sentencia injusta; por tanto,<br />

nadie puede ser por pecados ajenos condenado; de donde se sigue que la inocencia de los<br />

niños no puede ser condenada por la maldad de los padres, pues sería una injusticia se<br />

transmitiese la culpa por la semilla".<br />

Ag.- ¿Por qué se dijo: Su raza será maldita desde el principio? Y, en otro sentido, se dice:<br />

Raza de Canaán, no de Judá 6 ; palabras que indican a quienes se asemejan y de quienes<br />

habían degenerado; pero raza maldita era la de aquellos que el sabio quiere designar<br />

malos por naturaleza, como es la de los hijos de Adán, transformados en hijos de Dios por<br />

gracia.<br />

Cuando se dice: Sabía era su raza necia y su malicia innata, y que jamás podía cambiar de<br />

manera de pensar, por ser, desde su origen, raza maldita 7 , me parece se acusa la<br />

naturaleza, no la imitación; la naturaleza viciada por el pecado, no la creada en el primer<br />

hombre. Y ¿de quién toma origen esta raza maldita sino de aquel único hombre por el que<br />

entró en el mundo el pecado?<br />

Por ellos mismos no pueden cambiar, pero sí pueden ser transformados por el Dios


todopoderoso; sin embargo, por justo juicio, aunque inescrutable, no los cambió. Sabe el<br />

Apóstol que el cambio se debe a la gracia de Dios, no al libre albedrío, y dice: Fuimos<br />

también nosotros, por naturaleza, hijos de ira como los demás 8 .<br />

Dios juzga y manda juzgar<br />

12. Jul.- "La evidencia de estos principios es tal que es imposible encontrar nada más<br />

incontestable o más conforme a la verdad. No obstante, como prometí comprobar esto<br />

mismo con testimonios de la ley divina, es decir, probar que sería suma injusticia imputar<br />

a los hijos los crímenes de los padres y que el mismo Dios reprueba imputaciones de este<br />

género y prohíbe en su ley juzgar de manera tan odiosa, cumplo lo que prometí y dedico<br />

todo mi segundo libro a exponer las palabras del Apóstol Pablo; y desde el principio de<br />

este libro doy cumplimiento a mi promesa.<br />

Leemos en el Deuteronomio, en el catálogo de los preceptos que ordenan toda la vida y<br />

conducta de aquel pueblo, al que Dios expresamente dio un mandato que se puede<br />

comprender por el contexto. Dice: No oprimirás al jornalero pobre y menesteroso, ya sea<br />

de tus hermanos o de los prosélitos que habitan en tus ciudades. Le darás diariamente su<br />

jornal; y no se pondrá el sol sin dárselo, pues es pobre y con él sustenta su vida, para que<br />

no clame contra ti al Señor y sea en ti pecado. Los padres no morirán por los hijos, ni los<br />

hijos por los padres; cada uno morirá por su pecado" 9 .<br />

Ag.- Se refieren estas palabras a los hijos ya nacidos, no a los hijos condenados en el<br />

primer padre, en el que todos pecaron y en el que todos murieron. Prohíbe Dios a los<br />

jueces hacer morir al padre por su hijo, o al hijo por el padre cuando sólo el padre o sólo<br />

el hijo es culpable. Además, Dios no encadena sus juicios por esta ley, ya juzgue en<br />

persona, ora por hombres a quienes comunica espíritu profético. Cuando hace perecer<br />

todos los hombres en el diluvio, exceptuados Noé y su familia, no separó a los niños que<br />

aún no habían imitado a sus padres; no abrasó el fuego a los sodomitas sin sus hijos. Y si<br />

el omnipotente lo hubiera querido, los habría salvado.<br />

Acaj es el único culpable de la transgresión de la ley; sin embargo, fue condenado a<br />

muerte con sus hijos e hijas. ¿Qué decir de tantas ciudades conquistadas por las armas del<br />

servidor de Dios Jesús Nave? ¿No fueron masacrados todos sus habitantes sin quedar ni<br />

un sobreviviente? ¿Qué mal hicieron los niños? No obstante, no perecieron en castigo por<br />

los pecados de sus padres, de los que no pudieron ser cómplices ni imitadores, y por justo<br />

juicio de Dios sufrieron pena común? Dios juzga de una manera y manda juzgar de otra; y<br />

sin duda, Dios es más justo que el hombre. Debiste pensar estas cosas antes, para no<br />

entretenerte en ejemplos que ni de lejos se relacionan con nuestra causa.<br />

Levítico 26, 39 replica a Juliano<br />

13. Jul.- "No torcerás el derecho del prosélito, ni del huérfano y la viuda; ni tomarás en<br />

prenda la ropa de la viuda, porque esclavo fuiste en Egipto, y de allí te rescató el Señor tu<br />

Dios; por tanto, yo te mando observar esto 10 . Al instituir Dios esta norma judicial tuvo<br />

cuidado en sancionar no fueran castigados los padres por el crimen de los hijos, ni los<br />

hijos por las faltas de sus padres. El principio y base de la justicia dada por Dios, para<br />

observarse en las causas judiciales, consiste en que los padres no se conviertan en sujeto<br />

de acusación para los inocentes, y que una familia entera no incurra en castigo merecido<br />

por una sola persona. No confunde la justicia en actos personales a consanguíneos y<br />

afines. Lo que no haría si no existiese diferencia entre una causa voluntaria y la de la<br />

sangre, o si la generación transmitiese a la descendencia las acciones del libre albedrío.<br />

Queda, pues, suficiente y sobradamente probado que esta manera criminal de juzgar,<br />

admisión de una nueva herejía, está condenada ha tiempo por la ley antigua y con tal<br />

evidencia, que toda duda sobre este punto queda zanjada".<br />

Ag.- Pero tienes a Dios en contra tuya, pues dijo en el Levítico: Y los que queden de<br />

vosotros perecerán a causa de sus pecados y los de sus padres 11 .<br />

Le asfixian a Juliano los niños<br />

14. Jul.- "Dios establece el procedimiento a seguir en las causas judiciales, para impedir<br />

sean sometidos los inocentes a la suerte de padres culpables; exceptúa al padre del<br />

castigo de un hijo pecador, y al hijo del castigo del padre; y sin duda, por esta distinción


demuestra que los pecados de los padres no se pueden transmitir a sus hijos, ni los de los<br />

hijos remontarse a sus padres".<br />

Ag.- Te asfixian los niños que mueren, no por sus pecados, sino por los de sus padres,<br />

como con frecuencia se lee.<br />

Juicios humanos y juicios divinos<br />

15. Jul.- "El que, contra esta sentencia de la Escritura, afirme la existencia de un pecado<br />

transmitido, diga que también existe un flujo del pecado; de suerte que si los pecados<br />

descienden de padres a hijos, asciendan de hijos a padres. Porque la autoridad de la ley<br />

divina establece que los crímenes de los padres no perjudican a los hijos, ni los de los<br />

hijos a los padres".<br />

Ag.- No quiso la autoridad de la ley divina que, en los juicios humanos, paguen los hijos<br />

las culpas de sus padres; pero no en los juicios divinos. Es palabra de Dios: Yo castigo los<br />

pecados de los padres en los hijos 12 . Así debes leer las palabras de la ley, pero debes<br />

también pensar en que puedes oír palabras que no quieres.<br />

Dios venga en los hijos el pecado de los padres<br />

16. Jul.- "Te esfuerzas en contradecir esta doctrina y afirmas que Dios hace lo que prohíbe<br />

hacer. Es mas cómodo negar exista la ley de Dios que enmendarla; y, aunque la negación<br />

sea sacrílega, la enmienda sería absurda e impía. En efecto, si de dos preceptos acatas<br />

uno, e, ingrato, rechazas otro, tu adhesión al primero entraña acatamiento del segundo; el<br />

que amas te obliga a obedecer al que rechazas; porque la dignidad del que te agrada<br />

protege al que desprecias; y es un absurdo de marca creer se observan los mandamientos<br />

cuando se admite una parte.<br />

En consecuencia, es más lógico negar la totalidad de la ley que enmendarla; no hay impío<br />

que se atreva a reformar la ley; los hombres piadosos y prudentes la aceptan íntegra.<br />

Nadie se turbe porque hayan cesado los ritos del Antiguo Testamento en el Nuevo. No hay<br />

paridad entre virtud y víctima; una cosa es la estabilidad de los preceptos, otra la<br />

temporalidad de los sacrificios. La venida de Cristo, prefigurada en los sacrificios antiguos,<br />

cumplieron su finalidad institucional, no condenaron la ley; en tiempos del Mesías no se ve<br />

hayan sido observados, pues el sacrificio perfecto hizo cesasen los sacrificios que lo<br />

preanunciaron".<br />

Ag.- ¿Y todo esto para qué? Dios dijo vengaría en los hijos los pecados de los padres, no<br />

los sacrificios; y aunque puedan los padres imitar la mala conducta de sus hijos, nunca ha<br />

dicho Dios: Vengaré en los padres los pecados de sus hijos; pero en cualquiera pasaje que<br />

habla de esto, y lo hace con frecuencia, dice castigará en los hijos las iniquidades de sus<br />

padres; y por estas palabras da a entender que castiga los pecados transmitidos por<br />

generación, no los pecados de imitación.<br />

Dios ni puede mentir ni ser injusto<br />

17. Jul.- "Los preceptos de fe, piedad, justicia, santidad, lejos de ser abrogados, se<br />

acrecientan. La ley de la justicia tiene validez en todos los juicios aducidos en el<br />

Deuteronomio, y se refiere, no sólo a la época de las ceremonias legales, sino que tiene la<br />

duración de los preceptos irrevocables, no desaparecieron con la circuncisión, al contrario,<br />

subsisten bajo el imperio de la justicia".<br />

Ag.- Estos preceptos -te lo he dicho ya- se han intimado a los hombres sin prejuzgar los<br />

juicios de Dios. Si un juez dice: Vengaré en los hijos los pecados de los padres, cometería<br />

una gran injusticia y estaría en contradicción con los preceptos divinos; sin embargo, dice<br />

Dios esto y no es ni mentiroso ni injusto.<br />

Los insultos de Juliano son elogios para Agustín<br />

18. Jul.- "Si se da más crédito a las palabras de Moisés, intérprete de Dios, que a las de<br />

Agustín, intérprete de Manés, es absolutamente incuestionable que los hijos no son, por<br />

naturaleza, culpables de los pecados de sus padres..."<br />

Ag.- Sabes que defiendo contra ti la misma fe que en la Iglesia católica aprendieron y


enseñaron santos e insignes doctores católicos que existieron antes que nosotros; y como<br />

ni tus mismos discípulos te permitirían cubrir de lodo sus nombres, has preferido arrojar<br />

sobre mí la baba de tu acusación mentirosa, esperando persuadir a los tuyos a evitarme y<br />

conseguir así abandonar la fe, cuya defensa es vuestra condena. Como arriba te he dicho,<br />

cuando recibo, como defensor de la fe católica, ultrajes de los herejes, son para mí<br />

verdaderos elogios. ¿Por qué tantos afanes en explicarnos lo que ya sabemos? Moisés dijo<br />

verdad; en cambio tú nada dices. Dijo Dios, no el hombre: Vengaré en los hijos los<br />

pecados de los padres 13 ; pero no manda Dios, en este precepto, que el hombre obre así;<br />

indica tan sólo cómo obra él.<br />

Pecado que se transmite por generación<br />

19. Jul.- "Por lo tanto, no pasan a los hijos los crímenes de sus padres, aunque de ellos<br />

desciendan; ni las culpas de los hijos pasan a los padres, que no pueden ser engendrados<br />

por sus hijos. Por consiguiente, es imposible que el nacimiento manche la inocencia, pues<br />

no puede dañar lo que no existe".<br />

Ag.- No puedes negar que hay padres que imitan a sus hijos; pero nunca ha dicho Dios:<br />

Vengaré en los padres los pecados de sus hijos. Cuando dice de los padres en los hijos, no<br />

acusa pecado alguno de imitación, sino de generación; y esta venganza no es la que sufrió<br />

aquel por quien fue la naturaleza humana deteriorada, y, por su pecado, debe el hombre<br />

morir; con todo, los pecados de ciertos padres son por sus hijos expiados, no en virtud de<br />

acciones imitativas; sí, a causa de la generación. Por este motivo no se dice "hasta la<br />

tercera o cuarta imitación, sino generación". Vosotros no queréis sea así; pero lo queráis o<br />

no, tenéis que escuchar estas palabras.<br />

Alancea Juliano adversarios imaginarios<br />

20. Jul.- "Queda la cuestión terminada; sin embargo, esté atento el lector a lo que voy a<br />

decir. Si existiese alguien que, con libertad de palabra, profesase lo que el traducianista<br />

quiere establecer, es decir, si declarase la guerra a la ley de Dios y, sin temor, rechazase<br />

la doctrina que defendemos, y, sirviéndose de todos los medios, afirmase el doble<br />

mandamiento dado por Dios; si intentase, en la medida de sus posibilidades, cambiarlos,<br />

pensaría que los padres son y deben ser condenados por los pecados de sus hijos, y éstos<br />

por los pecados de sus padres; con todo, no podría afirmar, según su sentir, que exista<br />

transmisión del pecado.<br />

¿Por qué? Porque aunque fuese cierto ser falsa la ley cuando testimonia que es imposible<br />

mancharse con pecados ajenos a causa de los lazos de sangre, es incuestionable que no<br />

existe transmisión de pecado. Pues por el hecho de recaer la culpabilidad de los padres<br />

sobre los hijos y la de los hijos sobre los padres, consta no es la generación el canal por el<br />

que pasa a los hijos el pecado de los padres, porque de los hijos no puede pasar a los<br />

padres por generación.<br />

En resumen, la ley divina conserva inviolable su autoridad y los argumentos de los impíos<br />

no pueden invalidarla, pues establece en términos rotundos y claros que es un sentir<br />

odioso y perverso, del que es necesario guardarse muy mucho, sostener que los hijos sean<br />

culpables de los pecados de sus padres; esta sentencia fulmina el andamiaje del<br />

traducianismo; la verdad presta a la fe que defendemos un apoyo tan sólido, que ni por la<br />

impiedad capaz de negar la ley de Dios puede ser destruida".<br />

Ag.- Buscas dónde pasear el ocio de tu locuacidad vagabunda y te haces odioso a los<br />

hombres que gustan adherirse a la sustancia y desprecian las palabras superfluas. Eres<br />

derrotado por adversarios reales y te empeñas en alancear adversarios imaginarios. ¿<br />

Quién te ha dicho que las normas trazadas por Dios para los juicios humanos sean<br />

contrarias a la verdad, pues tanto los padres como los hijos han de responder de sus<br />

actos, de modo que unos no puedan ser castigados por los pecados de los otros? Nadie<br />

contradice esta regla formulada en la ley o en tus libros, pero no tapones los oídos a la voz<br />

de Dios que grita: Castigaré los pecados de los padres en los hijos; y pues dice esto en<br />

muchos pasajes, y en parte ninguna nos dice que vengue los pecados de los hijos en los<br />

padres, para que entiendas que cuenta no a quienes se imita sino por quienes somos<br />

engendrados.<br />

Castigo de pecados de los padres en los hijos


21. Jul.- "Ahora dirijo a mi adversario la palabra. ¿Acatas la ley de Dios -conozco tu<br />

profesión y tus argumentos- o la rechazas? Si la acatas, ha terminado la discusión; si la<br />

rechazas, terminó el consenso; si la acatas, se extinguieron los traducianistas; si la<br />

rechazas, rebrota la perfidia de los maniqueos; consta, pues, que es imposible concordar<br />

vuestra opinión y la ley de Dios".<br />

Ag.- Acato la ley de Dios; tú, en cambio, no la aceptas. No niego que el hijo debe ser<br />

condenado a causa del padre, ni el padre por el hijo, cuando son diferentes sus méritos;<br />

pero no quieres entender lo que se lee en el Levítico: Serán dispersados por los pecados<br />

de sus padres 14 ; y en el libro de los Números: Castigo los pecados de los padres en los<br />

hijos hasta la tercera y cuarta generación 15 ; y en Jeremías: Castigas la maldad de los<br />

padres en sus hijos, después de ellos 16 . Estos y otros textos semejantes tú no los<br />

escuchas; estos y otros semejantes de la ley tú no los acatas; sin embargo, no cesas de<br />

oponer maniqueos a católicos.<br />

No hay injusticia en Dios<br />

22. Jul.- "A no ser que digas quizá: Dios manda hacer esto, pero él no hace lo que manda;<br />

más bien hace lo contrario de lo que manda hacer".<br />

Ag.- ¿Por qué no pones atención en la insensatez de tus pensamientos? Dios hace, en<br />

efecto, algo contrario a lo que manda. No es menester multiplicar los ejemplos. Para no<br />

ser extenso citaré algo conocido de todos. Manda la santa Escritura: No te alabe tu propia<br />

boca 17 ; sin embargo, no podemos acusar a Dios de soberbia o de orgullo cuando celebra<br />

sus alabanzas en innumerables pasajes. Y para no salir de la cuestión, demostré ya que<br />

Dios puede, sin injusticia, hacer morir a los niños con sus padres por los pecados de éstos;<br />

aunque prohíba a los jueces condenar a los niños por los pecados de sus padres. Si<br />

hubieras advertido esto, no hubieras dicho estas cosas; y si pusiste atención y dices esto,<br />

considera vaciedad lo que dices.<br />

Vende Juliano palabras<br />

23. Jul.- "Aunque apenas esbozada aparece en evidencia toda tu impiedad; sin embargo,<br />

la divinidad, cuya justicia defendemos, nos permite discutir someramente las<br />

consecuencias de esta doctrina. ¿Es Dios prevaricador de su ley por la fuerza irresistible de<br />

las cosas o por su debilidad? Y si estas dos hipótesis son inviables, ¿es transgresor por<br />

puro placer? Esto ni el propio Manés lo osó afirmar, y por esto supuso que vuestro Dios<br />

soporta un duro combate".<br />

Ag.- Vendes palabras cuando la realidad te oprime. No es Dios transgresor de su ley<br />

cuando hace Dios como Dios una cosa y manda otra al hombre como hombre.<br />

Juicios divinos<br />

24. Jul.- "Si ni la triste necesidad, ni la flaqueza, ni el placer prevaricador tiene en Dios<br />

lugar, ¿cómo es posible que una norma judicial impuesta por mandato la quebrante al<br />

juzgar? O mejor, ¿que lesiones, no su justicia, pero sí su honor? Tal es el poder de la<br />

justicia, que confunde a los transgresores, sin disminuir su autoridad por los que la<br />

incumplen. Por último, ¿puede querer hagamos nosotros lo que es justo y cometer él<br />

injusticias para que aparezcamos más justos que él? O mejor ¿que en nosotros se revele<br />

la justicia y en él la iniquidad?"<br />

Ag.- Hombre que neceas en demasía, ¿qué es lo que dices? Cuanto más encumbrada<br />

sobre la justicia humana esté la justicia divina, tanto más irrastreables y diferentes son<br />

sus caminos. ¿Qué justo permite se cometa un crimen si puede evitarlo? Sin embargo,<br />

Dios, infinitamente más justo que todos los justos, cuyo poder supera a todos los poderes,<br />

lo permite. Piensa en esto y no compares al juez divino con los jueces humanos; no se<br />

ponga en duda su justicia ni siquiera cuando hace algo que a los hombres les parece<br />

injusto, y que, si el hombre lo hiciera, sería injusto.<br />

El pecado original, pecado nuestro y ajeno<br />

25. Jul.- "¿Es que es justo lo que Dios hace cuando imputa a unos pecados de otros, y a<br />

nosotros nos manda lo que es injusto, es decir, que pronunciemos sentencia de


culpabilidad según los delitos voluntarios de cada uno?"<br />

Ag.- Relee lo que anteriormente te contesté; y aprende, si puedes, en qué sentido el<br />

pecado original es a la vez pecado ajeno y pecado nuestro; ajeno porque no nace de un<br />

acto de nuestra voluntad; nuestro, porque existió Adán y en él todos existimos 18 .<br />

Juzga Dios con justicia<br />

26. Jul.- "Y ¿de dónde le viene a Dios tanta envidia o tanta malicia? Envidia si, por sus<br />

preceptos, engaña a su criatura con su poder para que no imite sus virtudes; malicia,<br />

mejor crueldad, si castiga a los hombres por actos injustos cometidos por obediencia a la<br />

ley".<br />

Ag.- Demostré más arriba que Dios puede hacer con justicia actos que el hombre no<br />

puede hacer sin injusticia. Aunque Dios vengue con justicia sus ultrajes, a los hombres les<br />

dice: No os venguéis vosotros mismos, amados míos; dejad lugar a la ira, pues está<br />

escrito: mía es le venganza, yo pagaré, dice el Señor 19 .<br />

Distinga Juliano<br />

27. Jul.- "¿Acaso no castiga -medida prudente-, pero sí recompensa a sus servidores<br />

cuando, obedientes a sus preceptos, obran contra justicia? ¿Por qué habría de sentir<br />

envidia si los hombres, con acciones injustas, obtienen el mismo objetivo que si observan<br />

justicia? Los que él engaña nada pierden de la felicidad eterna, pero él sí pierde el gozo<br />

interior y la gloria que siempre acompañan a las obras de bondad y justicia. ¿No sería más<br />

tolerable no someter a los hombres a la práctica de la piedad, en lugar de conducirlos por<br />

veredas tan escarpadas y peligrosas?"<br />

Ag.- Sigues sin decir nada. Distingue entre justicia humana y divina, y verás cómo Dios<br />

castiga con justicia los pecados de los padres en los hijos; mientras los jueces humanos no<br />

pueden, sin injusticia, hacer lo mismo. No te apartes del camino de la justicia; y cuando se<br />

dice que Dios venga los pecados de los padres en los hijos, no pienses que no sabe infligir<br />

un castigo, o que el hombre lo pueda infligir contra los testimonios y mandatos divinos.<br />

Se condena la generación, no la imitación<br />

28. Jul.- "Y pues no permite Dios a sus servidores hacer lo que él hace, es manifiesto que<br />

te alejas del honor del Señor y de la humana razón. Por eso, no somos, como dices,<br />

deslumbrados por el error de Pelagio, sino que seguimos la ley de Dios cuando afirmamos<br />

es una iniquidad imputar a los hijos los crímenes de sus padres".<br />

Ag.- Dios ha dicho, no una, sino muchas veces, que castigará en los hijos los pecados de<br />

los padres. Pero jamás dijo que castigaría los pecados de los hijos en los padres, o los de<br />

los hermanos en los hermanos, los de los amigos en los amigos, los de los ciudadanos en<br />

los ciudadanos; nada parecido ha dicho nunca, para que entendamos que, por estas<br />

palabras, condena la generación, no la imitación. Tú mismo podías entender esto en los<br />

textos sagrados, de no impedírtelo tu error pelagiano.<br />

Injurias, no razones, en Juliano<br />

29. Jul.- "La transmisión del pecado es una doctrina hija del maniqueísmo, madre vuestra;<br />

deploro haya parido con tan pródiga abundancia en estos borrascosos tiempos".<br />

Ag.- No razonas, injurias y calumnias. Relee los antiguos intérpretes de las Escrituras<br />

divinas y verás cómo, no en estos tiempos borrascosos, sino mucho antes, entendieron en<br />

nuestro sentido estas palabras muy explícitas del Apóstol: por un hombre entró el pecado<br />

en el mundo, y por el pecado la muerte; y así pasó por todos los hombres 20 ; y se refiere a<br />

la generación que sana la regeneración, y no a la imitación que en medio de una borrasca<br />

vosotros habéis parido. Por eso la novedad de vuestra malsana doctrina hizo fueseis<br />

arrojados del seno de la Iglesia, como tamo que el viento arrebata de la sobrehaz de la<br />

tierra 21 .<br />

Fija Dios la norma del juicio, no se somete a ella<br />

30. Jul.- "Queda, pues, claro que manda Dios lo que nosotros sostenemos. Y aunque esta


afirmación tiene un sentido transparente, accesible a todas las inteligencias, sin zonas en<br />

penumbra; no obstante, para que no te refugies en la quebrada de nuestro torpe ingenio y<br />

digas no entendemos lo que mandado está, aduciré, no un testimonio de la ley, sino un<br />

hecho realizado según la ley para que aprendamos cómo se ha de interpretar la ley.<br />

Leemos en el libro cuarto de los Reyes, de Amasías, hijo de Joás, rey de Judá: Y cuando<br />

hubo afirmado en sus manos el reino, mató a los siervos que habían dado muerte al rey,<br />

su padre. Pero no mató a los hijos de los que le dieron muerte, conforme a lo que está<br />

escrito en la ley del Señor: No morirán los padres por los hijos, ni los hijos por sus padres<br />

22 . Ves, pues, cómo la fidelidad de la historia pone de relieve la justicia de un rey juez;<br />

porque, aun siendo piadoso, tuvo, como se narra, ciertas claudicaciones en su espíritu;<br />

pero su juicio fue confirmado por la autoridad de Dios. Y para que este hecho no perdiese<br />

valor en consideración de su autor, se recomienda como hecho cumplido según ley y el<br />

testimonio de Dios".<br />

Ag.- Fija Dios a los hombres, no a sí mismo, la norma de juzgar, cuando dijo: Castigaré los<br />

pecados de los padres en los hijos 23 . Y actuó de esta manera cuando, por mano de Jesús<br />

Nave mató a Acar y a sus hijos 24 ; y se sirvió de este mismo caudillo del pueblo para<br />

condenar con severidad, pero no sin justicia, a los cananeos, niños incluidos, en una edad<br />

en que no podían imitar los pecados de sus padres 25 . No multipliques tus escritos con<br />

charlatanerías y vaciedades; escucha con atención la Escritura divina, para no topar en<br />

una parte con la puerta cerrada, que creías en otra parte abierta.<br />

Posiciones de Juliano y Agustín<br />

31. Jul.- "Se acostumbra dar crédito al testimonio de dos o tres, incluso cuando se trata<br />

de pena de muerte; ¿con cuánta más razón ha de creerse, por el honor de Dios, a dos<br />

testigos sagrados, a la ley contenida en el Deuteronomio y a la historia de los Reyes? Dios<br />

mismo prescribe cómo quiere se juzgue; y cómo ha de interpretarse lo que manda queda<br />

establecido en los juicios pronunciados según ley. ¿Se puede dudar aún que no es posible<br />

probar con el testimonio de las Escrituras la transmisión del pecado por generación?<br />

Nuestras posiciones son, ciertamente, contrarias a lo largo de este debate; es decir, lo que<br />

vosotros y nosotros defendemos; y tan opuestas y contradictorias son, que luchamos,<br />

nosotros con la razón, vosotros con la pasión. Cada parte reconoce la diferencia y<br />

oposición de estas palabras, a saber, los niños no pueden ser castigados por los pecados<br />

de sus padres; los niños son castigados por los pecados de sus padres; existe un pecado<br />

natural, no existe un pecado natural; está en la ley de Dios prescrito que se imputen a los<br />

hijos los pecados de sus padres, y está prescrito en la ley de Dios que los pecados de los<br />

padres no se imputen a los hijos. Estas proposiciones, en pugna entre sí, es claro no<br />

pueden ser ambas verdaderas. De acuerdo, no sucede así cuando, siguiendo las reglas de<br />

una discusión científica, se trata de una cuestión oscura y existen dos opiniones, pues las<br />

dos pueden ser falsas, pero al mismo tiempo no pueden ser verdaderas. Esta regla no es<br />

aplicable cuando se trata de objetos diferentes y se dice que tienen un medio; pero<br />

imposible su aplicación en las proposiciones contradictorias, pues carecen de medio. Son<br />

reglas conocidas en dialéctica; pero para los lectores que no conocen esta disciplina me<br />

serviré de un ejemplo...".<br />

Ag.- Tratas de llenar tus libros con palabras y ensayas adoctrinar a tus lectores, sin<br />

necesidad, con reglas tomadas de la dialéctica; y olvidas que la Iglesia de Cristo arroja de<br />

su seno al dialéctico hereje. ¿No es, en efecto, manifiesto, que te afanas en vaciar, por la<br />

sabiduría de la palabra, la cruz de Cristo 26 , que derramó su sangre para perdón de los<br />

pecados de todos aquellos por los que murió, entre los que, según tú confiesas, están los<br />

niños?<br />

El camaleón y Juliano<br />

32. Jul.- "Sirva Goliat de ejemplo. ¿Qué color tenía? Uno dice, negro; otro, blanco. Ambas<br />

afirmaciones pueden ser falsas, pero las dos verdaderas no pueden ser. No puede ser<br />

verdad que sea negro si siempre fue blanco; o blanco si en toda su existencia permaneció<br />

negro. Las dos opiniones simultáneamente no pueden ser verdaderas, pero pueden ser<br />

ambas falsas, si Goliat fue amarillo; o si el blanco y el negro se hallaban mezclados en él<br />

en una cierta medida. Es más fácil negar que aceptar dos proposiciones diferentes y<br />

contrarias. Dos contrarias que no tienen medio como el bien y el mal, lo justo e injusto, lo


inocente y lo culpable no pueden, a un mismo tiempo, coincidir en un sujeto; pues la<br />

afirmación de uno entraña la negación de otro; es decir, un precepto, un consejo, un<br />

socorro no pueden ser, simultáneamente, justos e injustos. Lo mismo: un hombre no<br />

puede ser inocente y culpable, bueno y malo".<br />

Ag.- Nadie pregunta de qué color fue Goliat; pero tú, para mejor engañar, cambias, como<br />

el camaleón, de color. Si este método de razonar, que en lugar de edificar te infla y hace<br />

ridículo por la jactancia que te inspira; si este método de razonar, repito, te reafirma la<br />

imposibilidad de ser, simultáneamente, bueno y malo, se admite como regla de cristiana<br />

discusión, un hombre solo no puede ser, al mismo tiempo, bueno por naturaleza y malo<br />

por vicio; sin embargo, la voz de la verdad afirma que esto es posible, y tú no niegas y<br />

contra la dialéctica das testimonio cuando, de dos cosas que no dudas son contrarias, una<br />

la atribuyes al Creador y otra a la voluntad humana. Sienta sonrojo tu dialéctica y se retire<br />

de la discusión con los católicos, como tú te has retirado de su comunión Y si, como<br />

deseamos, quieres regresar, que ella se quede a la puerta.<br />

Amasías juzgó como hombre<br />

33. Jul.- "Apliquemos el ejemplo a nuestra causa. Imputar a los niños los pecados de sus<br />

padres y no imputar a los hijos los pecados de sus padres son dos proposiciones contrarias<br />

y las dos no pueden ser igualmente justas; si justicia es que los niños hereden las faltas<br />

de sus padres, necesariamente es injusticia decir que, por los mismos delitos, no sean<br />

culpables. Y si es bueno mandar una cosa justa, es malo ordenar una injusticia; y aunque<br />

sea verdad que lo evidente pierde en la prueba vigor, no obstante, puesta en seguro la<br />

causa, ayuda confirmarla con el testimonio de la ley divina; por eso insistiremos en<br />

nuestra perícopa con espíritu recto, sin temor a perdernos por las quebradas de las<br />

cuestiones presentes.<br />

Admites, predicador del pecado natural, que la ley de Dios prohíbe castigar a los niños por<br />

los pecados de los padres. Reconoces también que el pueblo de Dios ha interpretado este<br />

precepto en el sentido que nosotros defendemos; por consiguiente, el rey Amasías,<br />

obediente a la ley de Dios, frena, en un acto de laudable moderación, la cólera que le<br />

inspiró la muerte violenta de su padre; y después de sentenciar a muerte a los asesinos de<br />

su padre, perdonó a los hijos, no por debilidad, sino por justicia.<br />

Se elogia al rey Amasías porque actuó, se dice, según la ley de Dios; se ensalza su<br />

obediencia a la voluntad del Señor, aunque no se silencien sus idolatrías, y se diga que no<br />

imitó la piedad de David, su padre; este rey degenerado de la santidad de sus<br />

predecesores, observa en su sentencia la justicia que la ley divina consagra. ¡Tan grande<br />

era su respeto a la equidad manifiesta! Piensa, pues, en lo que tu fe tiene de malo;<br />

atribuyes a Dios, al que confiesas piadoso, justo, eterno, una iniquidad tal que jamás<br />

cometió la soberbia de un rey, ni en el dolor de verse despojado de su realeza".<br />

Ag.- Amasías fue un hombre al que no le era lícito juzgar de las cosas ocultas que no podía<br />

conocer; por eso observa en los juicios el precepto intimado al hombre de no matar a los<br />

hijos por los pecados de sus padres. Pero el gran pecado que se instaló en la naturaleza,<br />

que entró en el mundo por un hombre, y sin el que nadie nace, ¿cómo puede recibir<br />

castigo por parte de los hombres, si, junto con la muerte, pasó por todos los hombres, de<br />

manera que esta muerte, su compañera y castigo, prepara un lugar al suplicio eterno, a no<br />

ser que la gracia de Dios sane, por medio de la regeneración, la culpa contraída por<br />

generación? Pero esto pertenece al juicio de Dios, no al de los hombres, como en muchas<br />

otras ocasiones en que los hombres no pueden juzgar.<br />

En consecuencia, manda juzgar de una manera a los padres y a los hijos, con vida<br />

personal independiente, mientras él juzga de otra manera cuando, en su justicia<br />

insondable, condena en la posteridad la naturaleza culpable de prevaricación, conocida por<br />

él en su raíz, aunque no se haya propagado aún en las ramas, observándose librar a los<br />

elegidos de tal destino por una gracia inescrutable. Venga en los hijos, responsables de<br />

sus actos, los pecados de padres igualmente responsables, pero no ha querido que el juez<br />

humano obre así; sólo él sabe por qué hace estas cosas y cuándo las hace, aunque lo<br />

ignora la humana debilidad.<br />

Se repite Juliano hasta el enfado


34. Jul.- "Insistamos en nuestro argumento. Consta no puede existir en Dios injusticia;<br />

consta también que Dios prohíbe castigar a los hijos por los pecados de los padres. La<br />

dignidad del autor de esta ley garantiza la justicia de esta prohibición. Más aún, para ser<br />

contigo liberal, te permito responder con entera libertad. De las dos opiniones expuestas,<br />

a saber, que los pecados de los padres se imputan a los hijos, o que no se imputan; ¿cuál<br />

de estas dos suposiciones ha de ser, según tú, conforme a justicia? Si tu sentir está de<br />

acuerdo con el último juicio, te pregunto de nuevo si nuestra opinión es justa o injusta. Sin<br />

duda responderás: injusta. No obstante, la autoridad de la ley manda se observe.<br />

Ves claro es preciso elegir entre estas tres afirmaciones; confesar que la ley de Dios es<br />

injusta y acusar a Dios, en virtud de su ley, de injusticia; o refugiarte en las posiciones de<br />

tus maestros y decir que la ley promulgada por Moisés no fue dada por tu Dios; o si no te<br />

atreves a pronunciarte sobre ninguna de estas dos alternativas, reconoce que la<br />

transmisión del pecado va contra los textos y preceptos de la ley. No creo seas tan<br />

mentecato que afirmes que Dios es justo en sus preceptos e injusto en sus juicios; o,<br />

según vuestro dogma, decir que observa justicia en sus juicios, pero enseña la injusticia<br />

en sus mandatos. Esta argumentación ya antes fue hecha, pero creí necesario repetirla<br />

aquí".<br />

Ag.- Repites hasta el enfado tu cháchara odiosa. Te agrada, en tu verbosidad, dar vueltas<br />

en torno a las mismas cosas, cuya verdad no puedes probar; y repites sin cesar lo que en<br />

modo alguno puedes justificar. Ves contradicción entre estas dos proposiciones: los<br />

pecados de los padres son castigados en sus hijos; y los hijos no deben ser castigados por<br />

los pecados de sus padres; como si la primera afirmación fuese mía, y la segunda tuviera<br />

a Dios por autor. Sordo, las dos afirmaciones son de Dios; luego una y otra son justas, por<br />

ser sentencias de un Dios justo. Para comprender que Dios no ha dicho cosas<br />

contradictorias, hay que distinguir entre Dios juez y el hombre que juzga; distingue<br />

personas y diversidad de causas y no achacarás entonces culpabilidad ninguna a Dios,<br />

aunque vengue en los hijos los crímenes de sus padres, y no forzarás al hombre a obrar de<br />

la misma manera. Estas dos proposiciones que me enrostras como contradictorias en una<br />

discusión tan prolija como oscura, es porque hablas mucho, pero con poco seso.<br />

Falsos los dogmas de Juliano<br />

35. Jul.- "Si dices es conforme a justicia afirmar lo que vosotros y nosotros decimos, a<br />

saber, lo que la ley sanciona y lo que fingen maniqueos y traducianistas, frenamos la voz<br />

potente de la razón airada y usaré contigo de bondad y benevolencia. ¿Por qué, si crees<br />

que nuestras afirmaciones y las vuestras son buenas, habéis soliviantado toda Italia con<br />

vuestras banderías? ¿Por qué habéis atizado el fuego de estas facciones en Roma? ¿Por<br />

qué habéis cebado un tropel de caballos con la despensa de los pobres de casi todas las<br />

provincias africanas, que Alipio se encarga de llevar a tribunos y centuriones? ¿Por qué,<br />

con dádivas herenciales arrebatadas a matronas piadosas, habéis sobornado a los poderes<br />

del siglo, con el fin de avivar contra nosotros el fuego de la ira popular? ¿Por qué habéis<br />

turbado la paz de las Iglesias? ¿Por qué habéis manchado con la impiedad de las<br />

persecuciones el reinado de un príncipe piadoso, si nada decimos que tú no puedas<br />

aprobar como bueno?"<br />

Ag.- Tan falsos son los crímenes que nos achacas como falsos son los dogmas que<br />

inventas. Decid contra nosotros, con mentira, todo el mal que podáis; por nuestra parte<br />

nos limitaremos a defender, contra vosotros, la fe cristiana y católica. ¿Para qué refutar<br />

vuestras injurias?, ¿no es mejor creer en el Evangelio y alegrarnos porque con vuestras<br />

falsísimas injurias se acrecienta nuestra recompensa en los cielos? 27<br />

Sobre la cuestión que ahora nos ocupa, ¿cómo podemos decir que vuestras enseñanzas y<br />

las nuestras sean buenas, si, en nuestro sentir, Dios ha dicho: Castigaré en los hijos los<br />

pecados de los padres, y según vosotros, por el contrario, el precepto intimado al juez<br />

humano de no castigar en los hijos los pecados de sus padres es tan digno de elogio, que<br />

desaprobáis la palabra de Dios, como si fuera palabra nuestra, y la condenáis como falsa e<br />

injusta, sin advertir que no es a nosotros, sino a Dios a quien insultáis y calumniáis?<br />

Sonrojo de Agustín al tener que repetir las mismas verdades<br />

36. Jul.- "Hasta este momento he cumplido mi empeño con palabras moderadas; pero<br />

ahora el resplandor de la luz de la razón demuestra no ser posible el acuerdo entre el bien


y el mal, lo profano y lo sagrado, la piedad y la impiedad, lo justo y lo injusto; no puede<br />

existir oposición alguna entre lo preceptos de Dios y sus juicios; pero sí existe<br />

contradicción manifiesta entre condenar a unos por los pecados de otros y mandar luego<br />

no sean estos pecados imputados. Porque de estas dos cosas, si una se concede, ha de ser<br />

negada la otra; es decir, si una cosa es justa, la otra es inicua. En la ley de Dios se<br />

preceptúa no imputar a los hijos los pecados de los padres. Luego esta misma autoridad<br />

echa por tierra la opinión contraria, esto es, la doctrina de los traducianistas y<br />

maniqueos".<br />

Ag.- Me da rubor repetir siempre las mismas verdades, mientras tú no sientes sonrojo en<br />

repetir mil veces tus vaciedades. Dios dice que castigará en los hijos los pecados de los<br />

padres; y prohíbe al hombre castigar en los hijos los pecados de los padres. Ambas cosas<br />

se han de aprobar, porque ambas vienen de Dios.<br />

El mal no es sustancia<br />

37. Jul.- "Ciertamente he demostrado, primero, que sólo defiendo lo que la razón<br />

atestigua ser perfecta justicia; afirmo también que Dios, en su ley, confirma nuestra<br />

doctrina; en tercer lugar, sostenemos que lo mandado se cumple con gloria para los<br />

observantes de la ley. Hemos inculcado que esto es verdadera justicia, agradable a Dios,<br />

como nos lo demuestran sus preceptos. Y así queda probado que la teoría traducianista de<br />

los maniqueos no encuentra apoyo alguno en la razón ni en los testimonios de la ley".<br />

Ag.- Afirman los maniqueos la existencia de una naturaleza eterna y mala; de ella<br />

pretenden que venga todo lo malo; los católicos -y vosotros no lo queréis ser-enseñan que<br />

la naturaleza, creada buena, viciada por el pecado, necesita ser sanada por Cristo médico<br />

en niños y en ancianos, porque por todos murió, luego todos murieron 28 . Por eso piensan<br />

los maniqueos debe ser el mal separado del bien como algo exterior; nosotros, por el<br />

contrario, aunque con la inteligencia separamos el bien del mal, no creemos sea el mal<br />

sustancia alguna; sin embargo, no separamos el mal de los que han sido liberados, como<br />

si estuviera fuera de ellos, pues sabemos que debe ser sanado en ellos para que deje de<br />

existir.<br />

Dicen los maniqueos que el mal es una sustancia mala; nosotros sostenemos que es un<br />

vicio en la sustancia buena, no una sustancia. Pon atención a esta diferencia y permite al<br />

médico, Cristo, sanar a los niños, sin temor a la ira de Dios que dice: Castigaré en los hijos<br />

los pecados de los padres. ¡Atención!, es palabra de Dios, no de Manés. Medita lo que dice<br />

el Apóstol: Por un hombre la muerte, y por un hombre la resurrección de los muertos; así<br />

como en Adán todos murieron, así en Cristo todos serán vivificados 29 . Considera quién<br />

dijo: "Todos nacemos en pecado" 30 ; es un obispo católico, no Manés, Pelagio o un hereje<br />

pelagiano. Por consiguiente, puede el hombre castigar sólo el pecado personal; Dios<br />

también el original; por eso, cuando manda castigar los pecados de los padres en los<br />

hijos, ordena al hombre no haga caer sobre los hijos el castigo que merecen los pecados<br />

de los padres Distingue entre juicios divinos y humanos, y te darás cuenta de que estas<br />

dos cosas no son entre sí contrarias.<br />

Promesa del Nuevo Testamento en Ezequiel<br />

38. Jul.- "Acaso no exista nadie tan inculto que quiera probar con testimonios evidentes<br />

que Dios juzga como manda a los hombres juzgar; cuestión ciertamente tediosa; sin<br />

embargo, para suministrar pruebas a la verdad y testimonios en abundancia, no dudo citar<br />

a este propósito un testimonio muy explícito. Habla el profeta Ezequiel lleno del Espíritu<br />

Santo y dice: Vino a mi palabra del Señor, diciendo: hijos de hombre, ¿por qué andáis<br />

repitiendo este refrán en la tierra de Israel: "Los padres comieron el agraz y los hijos<br />

padecen la dentera?" Vivo yo, dice Adonai, el Señor, no repetiréis más este proverbio en<br />

Israel; porque todas las vidas son mías, la vida del padre lo mismo que la del hijo; el alma<br />

que pecare, ésa morirá. Y el hombre que fuere justo y obrase según el derecho y la<br />

justicia, y no come en los montes, ni alza sus ojos a los ídolos de la casa de Israel, ni<br />

violare la mujer de su prójimo, ni se llegare a la mujer durante la regla, ni oprimiere a<br />

ninguno; y devolviese su prenda al deudor, y no cometiere robo, da su pan al hambriento<br />

y viste al desnudo, no presta con usura ni cobra intereses, aparta su mano de la injusticia,<br />

dicta juicio verdadero entre hombre y hombre, y camina en mis preceptos y observa mis<br />

normas, éste vivirá, dice Adonai, el Señor. Pero si éste engendra un hijo violento,<br />

derramador de sangre, culpable de alguna de estas faltas y no camina por la senda de su


padre justo, sino que come en los montes, viola la mujer de su prójimo, oprime al pobre y<br />

al indigente, comete rapiñas, no devuelve la prenda, alza sus ojos a los ídolos, presta con<br />

usura y cobra intereses; éste no vivirá después de haber cometido todas estas maldades,<br />

morirá sin remedio, su sangre será sobre él. Pero si éste engendrare un hijo, el cual ve<br />

todos los pecados hechos por su padre, y viéndolos no hiciere según ellos, no come en los<br />

montes, ni alza sus ojos a los ídolos de la casa de Israel, no viola a la mujer de su<br />

prójimo, no oprime a nadie, no guarda la prenda, no comete rapiñas, da su pan al<br />

hambriento, viste al desnudo, retrae su mano de la injusticia, no presta con usura, ni<br />

cobra intereses y se conduce según mis preceptos, éste no morirá a causa de los pecados<br />

de su padre, de cierto vivirá. Su padre, por cuanto fue violento, cometió rapiñas y no obró<br />

bien en medio de mi pueblo, morirá a causa de su maldad. Y si dijereis, ¿por qué no carga<br />

el hijo con la culpa de su padre? Porque el hijo ha practicado el derecho y la justicia,<br />

guardó todos mis estatutos y los cumplió, de cierto vivirá. El alma que peque, ésa morirá;<br />

el hijo no cargará con la injusticia de su padre, ni el padre llevará la injusticia de su hijo;<br />

al justo se le imputará su justicia y al pecador, su maldad.<br />

Pero si el malvado se convierte de todas sus iniquidades que hizo y guardare mis<br />

mandamientos y practica el derecho y la justicia y la misericordia, de cierto vivirá y no<br />

morirá. Todos los delitos que cometió no le serán recordados. ¿Quiero yo acaso la muerte<br />

del injusto, dice Adonai, el Señor, y no que se aparte de sus caminos y viva? Pero si el<br />

justo se aparta de su justicia y comete iniquidades, e hiciere conforme a todas las<br />

abominaciones que hizo el impío, de cierto no vivirá; todas las justicias que hizo no le<br />

serán recordadas, por su rebelión con que prevaricó y por el pecado que cometió, morirá.<br />

Y vosotros dijisteis: No es justo el proceder del Señor.<br />

Escucha, casa de Israel. ¿Que no es justo mi proceder? ¿No es más bien vuestro proceder<br />

injusto? Si el justo se aparta de su justicia y muere, muere por el pecado que ha<br />

cometido. Y si el malvado se aparta del mal que ha cometido y practica el derecho y la<br />

justicia, vivirá. Ha abierto los ojos, se apartó de todos los crímenes que había cometido;<br />

por eso de cierto vivirá y no morirá. Sin embargo, dice la casa de Israel: No es recto el<br />

camino del Señor. ¿No es recto mi camino, casa de Israel? ¿No es más bien vuestro<br />

camino el que no es recto? Por eso, yo os juzgaré a cada uno de vosotros según vuestros<br />

caminos, casa de Israel, dice Adonai, el Señor" 31 .<br />

Ag.- Este pasaje del profeta Ezequiel contiene una promesa del Nuevo Testamento, que tú<br />

no comprendes, en la que Dios distingue entre regenerados y engendrados, si se trata de<br />

adultos, con méritos personales. Aquellos de quienes se dice: El alma del padre mía es, y<br />

el alma del hijo mía es, viven, sin duda, su vida propia, separadamente. Pero si el hijo<br />

estuviera aún en los lomos de su padre, como está escrito de Leví, que estaba en las<br />

entrañas de Abrahán cuando pagó Abrahán los diezmos a Melquisedec, pues entonces no<br />

se podía decir: el alma del padre mía es, y el alma del hijo mía es, pues sólo había un<br />

alma. Pero el profeta oculta un misterio, a revelar en su tiempo; no pronuncia la palabra<br />

"regeneración", mediante la cual los hombres nacidos de Adán pasan a ser de Cristo. Y<br />

pues te confiesas cristiano, aunque actúas en anticristiano, pues tratas de probar la<br />

inutilidad de la muerte de Cristo; te pregunto: si un hombre practica todas las obras de<br />

justicia que el profeta tantas veces recomienda, sin estar regenerado, ¿tendría vida en sí?<br />

Si respondes: de cierto viviría, Cristo contradice a su anticristo al decir: Si no comiereis mi<br />

carne y bebierais mi sangre, no tendréis vida en vosotros 32 ; alimento y bebida que, lo<br />

quieras o no, te ves obligado a reconocer, pertenecen a los regenerados.<br />

Y si, oprimido por el peso de esta autoridad, respondes que todo aquel que practica el<br />

bien, no tendrá vida si no es regenerado, dame la razón y reconoce que opone el Apóstol<br />

generación a regeneración, no imitación a imitación, cuando establece un paralelismo<br />

antitético entre Adán, por parte del pecado, y Cristo, por parte de la justicia. Quiero<br />

demostrarte con más claridad que es necesario referir al Nuevo Testamento, en el que<br />

encontramos la herencia de los regenerados las palabras citadas del profeta Ezequiel. Lo<br />

haré, no ahora, sino más tarde, una vez que tú agotes cuanto en tu interminable<br />

locuacidad tengas que decir.<br />

Paralelismo antitético<br />

39. Jul.- "¿No te parece sea el testimonio de Dios signo de fe cuando se trata de sus<br />

propios juicios y zanja la cuestión con sus juicios tantas veces repetidos y aduce pruebas<br />

múltiples en su apoyo? Cierto, en su presciencia ve los errores de nuestro tiempo, y con la


luz y abundancia de sus palabras logra un doble objetivo: uno, que nadie vacile por la<br />

oscuridad inherente a las discusiones; otro, para privar de una tabla de excusa a los que<br />

voluntariamente se precipitan en las aguas del naufragio. Habla a los judíos que pasan su<br />

cautividad en los crímenes, y para excusar la odiosidad de su prevaricación, decían en alta<br />

voz era castigo por los pecados de sus padres y por su conducta personal; por eso les<br />

habla con autoridad de padre: ¿Por qué usáis este refrán diciendo: Nuestros padres<br />

comieron el agraz, y los hijos sufren dentera? Vivo yo, dice Adonai, el Señor, nunca más<br />

usaréis este proverbio en Israel; porque todas las almas son mías; como el alma del<br />

padre, así el alma del hijo, todas las almas son mías. El alma que peca morirá?"<br />

Ag.- Al decir: No se dirá más este refrán en Israel, demuestra que se solía decir: Los<br />

padres comieron el agraz, y los hijos sufren dentera; no reprende el que se diga, pero<br />

promete llegará un tiempo en que no se dirá más. ¿Y por qué hablan así, si no es porque<br />

sabían que Dios había dicho: vengaré en los hijos los pecados de los padres? 33<br />

Agraces y dentera<br />

40. Jul.- "Para simplificar y confirmar la equidad de sus juicios se sirve Dios del<br />

juramento, pues por él aumenta el peso de su autoridad. Había comprendido bien el<br />

sentido de este lenguaje el Apóstol, que razona de esta manera en su carta a los hebreos:<br />

Queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la<br />

inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento, para que, por dos cosas inmutables, en<br />

las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo" 34 .<br />

Ag.- Y aquí florece la promesa del Nuevo Testamento.<br />

No se repetirá más este refrán<br />

41. Jul.- "Estas dos cosas prueban, dice el Apóstol, que Dios no puede mentir, porque su<br />

promesa y su cumplimiento lo testifican; no es que Dios use un lenguaje incierto y poco<br />

creíble cuando usa del juramento, sino que para que la verdad se revele en toda su<br />

autoridad se sirve de un lenguaje digno de fe aun para hombres acostumbrados a mentir.<br />

Así, en la materia que nos ocupa, Dios con todo el peso de su palabra amonesta y<br />

prescribe no se preste crédito a las enseñanzas de los partidarios de la transmisión del<br />

pecado por generación; y queriendo dar a conocer que no juzga como condena, dice: Vivo<br />

yo, dice Adonai, el Señor, que no se repetirá más en Israel este refrán".<br />

Ag.- Dirías con toda razón: No se repetirá en Israel si vieras a verdaderos israelitas<br />

regenerados, entre los cuales se dijera este refrán. Porque entre los no regenerados se<br />

repite y con motivo, pues no son Israel, conforme a lo que dice el Apóstol en su carta a los<br />

Romanos: No todos los que descienden de Israel son israelitas; palabras con las que<br />

quiere designar a los hijos de la promesa, o del Nuevo Testamento. Y continúa: En Isaac<br />

te será llamada descendencia. Esto es: no los que son hijos según la carne son hijos de<br />

Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes 35 .<br />

La gracia se manifiesta en los misterios<br />

42. Jul.- "¿Qué significa no se repetirá más si hasta hoy todos los esfuerzos de los<br />

maniqueos tienden a darle crédito? El sentido es: nadie que pertenezca al pueblo de Israel<br />

o reconozca la autoridad, después de mi definición, se atreverá a decir algo semejante. Y<br />

todo el que persiste en dicho sentir, ni obedece a la Palabra ni se contará entre los<br />

verdaderos israelitas".<br />

Ag.- Si después de su declaración quiere Dios indicar que nadie mantendrá ya esta<br />

creencia, se puede preguntar por qué antes de ella se podía creer sin maldad que los<br />

pecados de los padres eran castigados en los hijos. Y si se busca de buena fe, se<br />

encontrará que es a causa de una generación culpable por lo que se dice: Castigaré en los<br />

hijos los pecados de los padres. De ahí viene el refrán de los agraces. Mas a causa de la<br />

regeneración libre, recibida en el Nuevo Testamento, ya no se repetirá esto; porque por la<br />

gracia de Cristo se renuncia a la herencia maldita que nos viene de Adán, al renunciar a<br />

este siglo, en el que los hijos de Adán han de llevar un pesado yugo, muy merecido, desde<br />

el día en que salen del vientre de sus madres hasta el día de la sepultura en la madre de<br />

todos 36 ; así los efectos de la gracia se manifiestan en los sagrados misterios, incluso en<br />

los niños que hacen estas renuncias.


Nadie renace si no nace<br />

43. Jul.- "Después de condenar la vacuidad de este refrán, sancionó su palabra con<br />

juramento y promulgación divinos. Quiere Dios revelarnos la razón de su justicia y nos dirá<br />

por qué los pecados de los consanguíneos no pasarán de unos a otros, porque todas las<br />

almas, dice, son mías, como el alma del padre, así el alma del hijo; todas las almas son<br />

mías; el alma que peca, morirá. Por la distinción personal de las almas demuestra ser esta<br />

sentencia muy conforme a justicia".<br />

Ag.- Esta distinción de almas supone una vida separada. Nadie puede renacer si antes no<br />

nace. ¿Por qué pagó diezmos Leví cuando estaba aún en las entrañas de Abrahán, si no es<br />

porque sus almas no tenían existencia individual?<br />

El cuerpo, obra de Dios<br />

44. Jul.- "Y pues el alma, dice, del padre es mía y el alma del hijo mía es también, prueba<br />

palmaria, entre otras mil, de que el alma cuya propiedad por derecho Dios reivindica, nada<br />

debe a la generación, y sería suma injusticia y un absurdo que una cosa mía, una imagen<br />

mía fuese sobrecargada con obras ajenas".<br />

Ag.- Excluyes el cuerpo de los derechos de Dios si sólo reivindica la propiedad del alma.<br />

Olvidas que está escrito: Así como la mujer procede del varón, así el varón procede de la<br />

mujer; pero todo procede de Dios 37 . Palabras que se refieren al cuerpo, o al cuerpo y al<br />

alma, y no al alma sola. Te place diga Dios: "Es injusticia suma y un absurdo que una cosa<br />

mía, una imagen mía se vea sobrecargada con obras ajenas", pero ¿por qué no tratas de<br />

averiguar cómo puede ser justo que un alma se vea oprimida por el peso de una carne<br />

recibida de sus padres y por el peso de las mismas obras divinas? Pues el cuerpo<br />

corruptible es lastre del alma 38 .<br />

E imagino consideras también obra de Dios este cuerpo corruptible. ¿Qué hizo esta imagen<br />

de Dios para merecer ser marginada de la sabiduría por el lastre de un cuerpo corruptible,<br />

si no existe el pecado original? ¿Por qué haces decir a Dios: "Es suma injusticia y un<br />

absurdo" que una cosa mía, una imagen mía, víctima de la infidelidad o negligencia de sus<br />

padres, o de aquellos con quienes convive, o de cualquier avatar, abandone el cuerpo<br />

antes de recibir el bautismo y no pueda ser recibida en mi reino y no tenga vida porque no<br />

comió mi carne santa, ni bebió mi sangre 39 ? ¿O es que, contra estas sentencias de Cristo,<br />

alzas el grito y dices: Ciertamente vivirá, aunque no coma la carne de Cristo ni beba su<br />

sangre? ¡Sería ésta la voz de un anticristo! Anda, habla este lenguaje, enseña esta<br />

doctrina; que te escuchen los cristianos, hombres y mujeres, y te oigan los de alma<br />

corrompida, los réprobos de la fe; que te escuchen, amen, honren, alimenten, vistan de<br />

gala, para que, siguiendo a un precito, se condenen. Pero conoce el Señor a los que son<br />

suyos. No desesperamos de vosotros mientras seáis objeto de su paciencia.<br />

Lastre del alma<br />

45. Jul.- "He colocado esta imagen en un sitial en el que nadie, contra su querer, le cause<br />

daño; ella misma elegirá voluntariamente el pecado o la justicia; la recompensa o el<br />

castigo".<br />

Ag.- De la primera naturaleza del hombre se puede hablar así, no de esta naturaleza<br />

viciada y maldita. Antes del pecado, en el Edén, el cuerpo corruptible no hacía el alma<br />

pesada; a no ser que estéis en el alma tan carroñosos que os atreváis a enseñar esto. Y si<br />

no os atrevéis, decidnos cuál es la causa por la que el peso de un cuerpo corruptible<br />

oprime el alma, porque no queréis confesar con la Iglesia católica la existencia del pecado<br />

original.<br />

Alma y cuerpo, obra de Dios<br />

46. Jul.- "Te aíras contra mí porque prefiero creer en un juramento divino, antes que en<br />

un Manés soñador, el cual, a falta de testimonios de fe auténtica, toma razones de su<br />

ingenio despierto; argucias, sin duda, incapaces de minar los cimientos; pueden, no<br />

obstante, aportar algún consuelo, que puede inspirar doctrina tan sin sentido cuando de<br />

una manera atrayente se la presenta. Insiste Dios en confirmar con juramento un precepto


santificado por su palabra.<br />

Incluso aclara con ejemplos lo que ordena, y declara que, si un hombre guarda con<br />

verdadera piedad toda justicia, y engendra un hijo que se entrega a execrables<br />

costumbres, abandonando las sendas de su padre, este hijo no tendrá parte en la gloria de<br />

su padre conquistada con tanto esfuerzo. Y si, en oposición a este hijo pecador, otro hijo,<br />

guiado por la sabiduría, abandona los caminos torcidos de su padre, a éste en nada le<br />

perjudicará la conducta de su padre. Coloca en condiciones iguales la justicia y el pecado,<br />

y afirma que los vicios paternos no se transmiten por generación, como tampoco las<br />

virtudes; todas las almas son suyas, y esto prueba la impiedad de tu doctrina, pues<br />

sostienes que las almas y los cuerpos de los que nacen son, con derecho, propiedad del<br />

diablo".<br />

Ag.- Ya te he contestado. Parloteas vaciedades. Todo el hombre, alma y cuerpo<br />

pertenecen por naturaleza al Creador; mas por el vicio, que no es sustancia, se hace<br />

esclavo del diablo, bajo el poder del Creador, al que está sujeto el mismo diablo.<br />

Transparencia de la palabra<br />

47. Jul.- "Pesados en la romana los asertos del juicio, acusa vuestra opinión en la persona<br />

de los que piensan como vosotros: Y decís: ¿Por qué no lleva el hijo el pecado de su<br />

padre? Porque el alma que peca, morirá; el hijo no llevará la injusticia de su padre, ni el<br />

padre llevará la iniquidad de su hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del<br />

impío sobre él 40 . ¿Quién de nosotros puede disputar con la claridad que el Señor discurre<br />

por boca de su profeta cuando divide, compara y repite?"<br />

Ag.- Y, sin embargo, haciendo Dios esto, mezclas a la transparencia de sus palabras tu<br />

verborrea, porque conoces que tu causa no es buena.<br />

Males de los niños y pecado original<br />

48. Jul.- "No contento aún con estas explicaciones pana confirmar la bondad de su<br />

justicia, toma un argumento de las obras de misericordia; y sentencia que aquellas<br />

mismas personas que voluntariamente pecaron, si se enmiendan y hacen penitencia, sus<br />

extravíos pasados no le perjudican. Si el impío, dice, se arrepiente de todas las<br />

iniquidades que hizo, y guarda todos mis preceptos, todos los delitos que cometió no le<br />

serán recordados; en la justicia que hizo vivirá 41 . Esto es, si mi clemencia es tal que<br />

perdona los pecados personales a los que se arrepienten, ¿cómo puedo imputar a los<br />

recién nacidos pecados ajenos? ¿O puedo permitirme condenar, en el momento de la<br />

creación, la inocencia, si ]a reconozco en un alma viciada?"<br />

Ag.- Una es la condición de los arrepentidos, otra la de los que nacen. No podéis, en<br />

absoluto, demostrar la justicia de los juicios de Dios si en los niños no hay pecado y, sin<br />

embargo, los sobrecarga con un cuerpo corruptible y calamidades innúmeras. Imposible<br />

contar los males que padecen los niños: fiebres, tos, sarampión, dolores en diversas<br />

partes de sus miembros, diarreas, solitarias y otras incontables que nacen de la misma<br />

carne; los tormentos de las curas, más dolorosas que las enfermedades en fin, las heridas<br />

que vienen del exterior, el azote de las plagas, los ataques diabólicos. Vosotros, sabios<br />

herejes, antes de reconocer la existencia del pecado original, estáis dispuestos a llenar el<br />

paraíso con semejantes flores. Y si decís que todos estos males no tienen cabida en el<br />

Edén, os pregunto, ¿por qué se encuentran en los niños si, como afirmáis, no tienen<br />

pecado alguno? Y si no os sonroja decir que en el paraíso existirán estos males, ¿se<br />

necesita decir qué clase de cristianos sois?<br />

¿Por qué sufren los niños?<br />

49. Jul.- "Este lenguaje no agradó a los adoradores de los ídolos; a vosotros os desagrada<br />

nuestra fe que veis fundada en la ley. Dijeron los impíos: No es recto el camino del Señor;<br />

oíd, pues, casa de Israel: ¿no es recto mi camino? ¿No es vuestro camino torcido? Por eso<br />

yo juzgaré a cada uno de vosotros según vuestro camino, dice Adonai, el Señor 42 . ¿Te das<br />

cuenta en qué argumentos nos afianzamos? ¿Hay ambigüedad en nuestra doctrina? ¿<br />

Discutimos sobre palabras a nivel general? ¿Defendemos nuestra fe con argumentos sin<br />

valor y oscuros?


Maldecimos lo que Dios maldice, acatamos lo que Dios enseña, discutimos lo que Dios<br />

discute, creemos en el juramento de Dios. El hijo no llevará el pecado del padre; ni el<br />

padre llevará el pecado del hijo. La justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío<br />

será sobre él 43 . Está claro cómo promete juzgar Dios, a saber: no puede imputar los<br />

pecados de los padres a los hijos, ni los de los hijos a los padres; en consecuencia, el<br />

testimonio de las Escrituras, del que la razón no permite dudar, constata esta verdad: Dios<br />

observa en sus juicios la misma norma de justicia que inculca en sus preceptos".<br />

Ag.- Reconoce, al menos, que habla Dios a padres e hijos que viven su vida propia, porque<br />

habiendo dicho: El hijo no llevará la iniquidad de su padre, ni el padre llevará la injusticia<br />

del hijo, añade luego: La justicia del justo será sobre él 44 . ¿En este siglo se puede decir<br />

de un niño: su justicia será sobre él, cuando no puede vivir un vivir personal, ni puede<br />

obrar mal o bien? ¿Por qué sufre todos estos males en edad tan tierna, si no ha recibido<br />

de sus padres pecado alguno? Dios es la misma justicia y a nadie castiga sin merecerlo, ni<br />

permite sean castigados los inocentes; ni se puede decir que el niño soporta estos males<br />

para practicar la virtud, de la que es aún incapaz.<br />

Y si piensas en el siglo futuro, que pertenece a la herencia del Nuevo Testamento, te<br />

parecerá muy justo aplicar a los niños que mueren en dicha edad: La justicia del justo será<br />

sobre él, y la impiedad del impío será sobre él. Así el regenerado se distinguirá del que ha<br />

sido engendrado, de suerte que el primero viva en el reino de la justicia; y el otro morirá<br />

en medio de suplicios, en los que es crucificada la iniquidad. ¿Cuál es la justicia de aquél,<br />

sino la que le viene de Cristo, en el que todos son vivificados? ¿Y cuál es la iniquidad de<br />

éste, si no es la que le viene de Adán, en el que todos murieron?<br />

No puede Dios contradecirse<br />

50. Jul.- "Por si acaso tratas de engañar con semejante cavilación a las almas sencillas, y<br />

dices que en este pasaje habla Dios de los adultos, esto es, que en sentir de Dios no<br />

perjudican a los hijos las culpas de los padres, pues han borrado la mancha de su mal<br />

natural con la santidad de sus obras, voy a demostrar que este engaño no sirve para nada.<br />

Aunque, en términos absolutos, hubiese Dios prescrito no imputar a los hijos inocentes las<br />

iniquidades de los padres, y condenar a cada uno por sus faltas personales; y el alma fiel<br />

no abrigue duda alguna a este respecto; con todo, para levantar el cadáver de tu teoría<br />

fulminada por los rayos de la ley, dime: ¿Cómo hay que entender, según tú, este precepto<br />

divino: es necesario creer que los delitos de los padres no perjudican a los hijos adultos ni<br />

a los recién nacidos? ¿O sólo a los adultos que practican la justicia, mientras los niños<br />

soportan el peso de los crímenes paternos antes de borrar, por un acto de justicia propia,<br />

la mancha del pecado natural, y cumplir así lo que por su profeta negó el Señor había de<br />

cumplirse?"<br />

Ag.- Por el contrario, así se cumple lo que dijo Dios en otro lugar: Castigaré en los hijos<br />

los pecados de los padres. Como es autor de ambas proposiciones, a saber, que los<br />

pecados de los padres no pertenecen a los hijos; y que venga en los hijos los pecados de<br />

los padres, no se puede contradecir a sí mismo. Por eso los juiciosos buscadores de la<br />

verdad tienen razón en referir una de estas proposiciones a la generación, y la otra a la<br />

regeneración. No perviertas tu corazón, teme a Dios y no llames a la verdad sutileza.<br />

Generación y regeneración<br />

51. Jul.- "A esto me refiero. Pero entonces has de admitir uno y otro, pues se apoyan en<br />

argumentos iguales: esto es, que la justicia de los padres beneficia y santifica a los hijos,<br />

y que únicamente es ineficaz para aquellos que, en edad adulta, destruyen, con sus<br />

propios crímenes, la justicia original; pues Dios niega la transmisión del pecado y de la<br />

justicia, y apoya su palabra en ejemplos que la confirman, y pretendes que esta negación,<br />

contraria a tu doctrina, sea falsa en relación con los niños, pero también deberías rechazar<br />

para los niños ambas proposiciones. Pero si actúas así cometes dos pecados, uno, por<br />

oponerte a la palabra de Dios; otro, por afirmar que el justo nace de un justo, y el<br />

pecador, de un criminal".<br />

Ag.- No digo sea falsa la negación del profeta, pero sí que tú no la entiendes. Habla en<br />

profecía de la regeneración que libra a los hijos de los pecados de sus padres; pecados<br />

que juzga Dios, no los hombres; y tú, al negar transmita la generación, por medio de los<br />

padres, el contagio de la muerte antigua, te empecinas en destruir la causa de la


egeneración. Y aunque el baño de la regeneración lava todos los pecados; otros pueden<br />

ser borrados por la penitencia, como puede acaecer en aquellos que no pueden ser<br />

admitidos al sacramento de la regeneración por segunda vez. Pero lo que por generación<br />

se contrae, sólo la regeneración lo perdona. Nace el justo de Dios, no de hombre; y<br />

renaciendo, no naciendo, se hace justo; por eso se les llama hijos de Dios.<br />

Lee el Evangelio: No son nacidos de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de<br />

varón, sino de Dios 45 . ¿Por qué quieres unir cosas tan opuestas? Los hombres nacen de la<br />

carne de otros hombres; renacen del Espíritu de Dios. ¿Qué hay, pues, de asombroso si un<br />

hombre contrae el pecado original de una carne de pecado, si recibe la justicia del Espíritu<br />

de justicia? No hubiera venido un hombre en semejanza de carne de pecado a librarnos, si<br />

esta carne de pecado no fuera carne de todos nosotros. Y como vuestra herejía es<br />

enemiga de esta gracia cristiana, ¿por qué osáis quejaros y os admiráis de que os abomine<br />

la Iglesia de Cristo?<br />

Exégesis de Ezequiel<br />

52. Jul.- "Si no puedes soportar el clamor fuerte de la verdad y buscas otra salida, toparás<br />

con dificultades mayores. En efecto, si dices: la sentencia del profeta es verdadera, pero<br />

sólo para los adultos, pues los declara libres de culpas mutuas; mas para los niños es<br />

falsa, cuando sentencia que los ni-os no son culpables de los pecados de sus padres;<br />

verdadera cuando anuncia que los niños no se beneficien de las virtudes de los padres, y<br />

en este caso manifiestas la más odiosa de las pasiones, la mentira; sin razonar, parloteas,<br />

no hablas; pasión impropia de un hombre sensato, digna de un Manés que ha perdido el<br />

sentido; piensas te es lícito rechazar lo que te place, o aceptar lo que te agrada, a pesar<br />

de la evidencia de los argumentos, del honor de Dios, del ejemplo y autoridad de los<br />

profetas, de la exposición de los juicios de Dios".<br />

Ag.- En ninguna de las partes es falsa la sentencia del profeta; pero no comprendes el<br />

sentido de la profecía, por no decir que mientes; ciertamente -y no lo tomes como una<br />

afrenta- no sabes lo que dices. Importa mucho conocer el sentido y el alcance de lo que,<br />

según tú, dice el profeta, a saber, que las virtudes de los padres no benefician a los hijos.<br />

¿Acaso negáis que por la fe de los padres son los hijos presentados a la madre Iglesia,<br />

para ser regenerados y bautizados por los ministros de Dios? ¿Cómo no puede servir la<br />

virtud de sus padres de ayuda a sus hijos?<br />

¿Te atreverás a decir que la fe cristiana no es virtud? ¿No reciben un valioso socorro<br />

cuando por esta regeneración, y mediante ella sola, son encaminados al reino de Dios? Y<br />

tratando sólo de bienes temporales, ¿por qué se dice a Isaac: Multiplicaré tu descendencia<br />

por amor a tu padre Abrahán? 46 ¿Por qué Lot, hijo de un hermano de Abrahán, se<br />

aprovecha de los méritos de su tío, si las virtudes de los padres no benefician a los hijos<br />

47 ? Por último, ¿por qué el reino de Salomón, a causa de los pecados de este príncipe,<br />

llegó dividido a su hijo y, si no se le privó totalmente del reino fue por las buenas obras de<br />

David 48 , si los hijos no soportan el peso de las faltas de sus padres, o no se benefician de<br />

sus virtudes?<br />

Deslenguado y sin seso, aprende a distinguir y conocer, si puedes, lo que Ezequiel<br />

profetizó. Es evidente, un padre no regenerado no puede impedir a un hijo regenerado<br />

conseguir la vida eterna, de la que dice: Vivirá la vida. Un padre regenerado no aprovecha<br />

a un hijo no regenerado; y recíprocamente, un hijo regenerado no puede ser útil a un<br />

padre que no está regenerado, pues no puede perjudicar al padre regenerado el que no lo<br />

está, de suerte que uno vive y el otro muere. Si esto no entiendes, ¿por qué no callas?<br />

Sigue el comentario<br />

53. Jul.- "¿Quién eres tú que, excitado por el estro de Marción, irrumpes en escena para<br />

ruina de la justicia? Haces pasar bajo el misterio de tu lenguaje, impregnado del<br />

lubricismo maniqueo, la censura de tu lengua, juicios y preceptos de Dios? Jamás nadie<br />

intentó hacer esto si primero no los negó.<br />

Tú, sin otro mentor que Manés, no temes romper el Testamento de Dios, sellado por una<br />

serie de testimonios sagrados que la razón, la verdad, los profetas que han escrito<br />

inspirados por la fe, han confirmado. Ha tiempo que has perdido la capacidad para<br />

comprender, y hasta la apariencia de hombre religioso, si piensas que estas palabras de


Ezequiel favorecen la transmisión del pecado y que no lo arrasan por completo".<br />

Ag.- Se espacia la locuacidad opulenta de la indigencia cuando no se comprende la verdad,<br />

o si se la comprende, se la desprecia. Verdad que no es urdimbre de palabras vacías, sino<br />

abundancia muy cierta de realidades. Una cosa es un hombre sin rodeos, veraz, y otra un<br />

hombre fecundo en injurias. Dice verdad el profeta cuando habla a padres y a hijos que<br />

llevan vida separada. Tú, con rabia muy pelagiana, maldices y llamas maniqueos a los<br />

católicos que interpretan en su verdadero sentido las palabras de Ezequiel.<br />

Venga Dios los crímenes de los padres en los hijos<br />

54. Jul.- "La iniquidad del impío sobre su cabeza; juzgaré a cada uno de vosotros según<br />

sus caminos. No morirán los padres por los hijos, ni los hijos por los padres; el alma que<br />

peca, morirá, porque todas las almas son mías; a cada uno juzgaré según sus<br />

iniquidades" 49 .<br />

Ag.- El Dios que esto dijo, es el mismo Dios que dice: Vengaré en los hijos los pecados de<br />

los padres 50 . Si no comprendes cómo estas dos afirmaciones son verdad, no habrás<br />

comprendido el verdadero lenguaje del profeta, por grande que sea mi paciencia ante tu<br />

maldiciente locuacidad.<br />

No hay injusticia en Dios<br />

55. Jul.- "He ahí a qué luz, a qué cúmulo de sentencias, a qué dignidad de juicios no teme<br />

cubrir de oprobios tu traducianismo y trata de dañar. No hay duda, no te da vergüenza<br />

afirmar -y es tu última respuesta- que la palabra del profeta, o mejor, la de Dios por su<br />

profeta, y el dictamen invencible de los prudentes lo confirma, que es injusto imputar los<br />

pecados de los padres a los hijos".<br />

Ag.- Enrojece tú, gran malvado, pues el que dijo: Vengaré en los hijos los pecados de los<br />

padres, no es injusto.<br />

Apostrofa Agustín a Juliano<br />

56. Jul.- "No vayas a creer que una falta voluntaria vaya a ensuciar la fuente seminal de<br />

todos los hombres; sin embargo, esta justicia no tiene validez en el crimen sólo de Adán;<br />

es un solo pecado que se imputa a todos. No sé qué hacer para responder a esto; ¿reír en<br />

presencia de tan singulares ridiculeces? Pero la pérdida de muchos engañados, suscita<br />

piedad y lágrimas. ¿Me dejaré consumir por la tristeza? Pero argumentos tan monstruosos<br />

excitan la carcajada incluso en un alma triste".<br />

Ag.- Di, noble censor, lo que tienes que decir; según tú, hay que llamar impostor a un<br />

Ambrosio, del que decía tu maestro Pelagio que su fe y su fidelidad en la interpretación de<br />

las Escrituras enemigo alguno se abrevió a reprender. Critícalo, pues eres más fuerte y<br />

poderoso enemigo de la cruz de Cristo que si fueras enemigo de Ambrosio; tu audacia es<br />

más temeraria al combatir la gracia de Dios que al reprender a este hombre de Dios.<br />

Critícalo, repito, ríe y ataca y llora de sentimiento; puedes, por el gran poder de tu<br />

elocuencia, vestir tu vanidad con apariencia de cortesía, y transformar tu odio en piedad.<br />

Di, pues, que aquel varón erró torpemente y se desplomó en la insensatez al afirmar que<br />

la lucha entre la concupiscencia y el espíritu pasó a nuestra naturaleza por la prevaricación<br />

del primer hombre 51 . ¿Quién está libre de esta lucha al nacer, desde que han empezado a<br />

nacer los mortales, y nacer en carne de pecado? Pero tú, hombre de muy agudo ingenio,<br />

no crees que este gran pecado, por su enormidad, haya podido cambiar la naturaleza y<br />

llevarla a la condenación eterna con todos los de su raza, consecuencia de una apostasía<br />

sin nombre; y esta verdad que todos los hombres sensatos creen y llaman mal, tú,<br />

emborrachado de pelagianismo, sentencias que es un bien.<br />

Puedes, con admirable elocuencia, colmar de elogios esta pasión libidinosa que a los<br />

santos arranca gemidos, y, tal como hoy es, se desliza, contra nuestro querer, en nuestros<br />

corazones, y en las almas castas incita a la lucha, tú, sí, la puedes plantar, como árbol<br />

ameno y frondoso en la umbría del Edén, aunque no existiese pecado. Enrojece, joya de<br />

los pelagianos, y busca un lugar adonde huir, porque las almas puras huyen de ti.


Tono oratorio<br />

57. Jul.- "Quién de los que sobrevivan a nuestro tiempo, podrá creer, sobre los<br />

monumentos literarios, que existió un hombre capaz de creer y jurar que no es natural lo<br />

que es natural, que no viene por generación lo que viene por generación, que no<br />

pertenece a la condición de padre lo que se atribuye a ciertos hombres, sólo porque ellos<br />

habían sido padres? Confío en que la generación venidera considere estas cosas como<br />

invenciones y no como doctrina que haya tenido partidarios.<br />

Tales son, en efecto, las fluctuaciones, las náuseas, los vómitos que sufre vuestro pueblo y<br />

vuestra fe, pues decís que no pueden pasar a los hijos los pecados de los padres con la<br />

naturaleza, porque el libre albedrío no está condicionado por los genes; pero que el<br />

pecado de Adán pasa, por la naturaleza, a todos los hombres, porque el libre albedrío está<br />

unido a los genes; mas, no castiga Dios a los niños por los pecados de sus padres, sería<br />

suma injusticia; pero condena a los descendientes de Adán por el pecado de los padres,<br />

cosa que no se puede hacer a título de justicia.<br />

Por último, el hecho de engendrar no da a los esposos el titulo de padres; sin embargo, se<br />

le dio a Adán porque engendró según la ley del matrimonio. ¿Es esto gobernar el curso de<br />

las cosas o nadar? ¿Digerir o causar náuseas? ¿Tomar alimento sólido o vomitar? Con las<br />

mismas palabras afirmas y niegas; en la misma línea afirmas y niegas; y te enojas porque<br />

no aceptamos a un hombre enfermo de gravedad, incapaz de retener alimentos".<br />

Ag.- Lejos de nosotros decir que Dios no castiga en los niños los pecados de otros padres,<br />

cuando la Sagrada Escritura tantas veces lo atestigua, y concreta pecados de padres que<br />

Dios venga en este o aquel hijo. Así un grave pecado del rey Ajab Dios se lo perdona y<br />

difiere vengarlo en el hijo. Pero ¿quién puede conocer el modo, la razón, la medida que la<br />

justicia divina emplea para castigar en los hijos los pecados de los padres? Se reserva Dios<br />

estos juicios y prohíbe al juez humano obrar así.<br />

La apostasía del primer hombre, en el que la libertad de su querer era absoluta, sin<br />

impedimento de vicio alguno, fue un pecado tan enorme, que su ruina lo fue para toda la<br />

naturaleza humana, como lo indica la extremada miseria del género humano, de todos<br />

conocida, desde los primeros vagidos del niño hasta el último suspiro del moribundo; los<br />

que la niegan reivindican para ellos con horrenda e increíble ceguera una gran parte de<br />

esta miseria humana; es lo que vosotros no teméis afirmar al decir que Adán fue creado<br />

mortal y, pecara o no pecara, debía morir, y esto después del concilio de Palestina, en el<br />

que el mismo Pelagio condenó vuestra sentencia, porque Adán fue creado mortal, y reo o<br />

inocente tenía que morir.<br />

Si te place, continúa acusando a tantos obispos palestinos de error maniqueo; grita y di<br />

que Pelagio, por un instante, se sintió maniqueo para no ser condenado por los Padres<br />

conciliares. Llena el paraíso con manzanas de lujuria; y todos estos males que vemos en<br />

los niños, di que no son sufrimientos penales, sino aromas de primavera, esparcidos por<br />

las rientes praderas del Edén, búrlate de mí, como si flotase sobre aguas turbulentas,<br />

mientras pereces engullido por grandes torbellinos, búrlate de mí como hombre con<br />

arcadas y vómitos, mientras yaces tú muerto y embalsamado en tu hedionda locuacidad,<br />

como cadáver putrefacto devorado por gusanos; acúsame de negar lo que afirmo y afirmar<br />

lo que niego, mientras tú obras de este modo según demostré sobre tu primer libro.<br />

Pueden mis lectores atestiguar que no obró así, y que es falsa tu afirmación. Di que una<br />

grave enfermedad me ha deshecho y ni alimentos puedo retener, cuando tú mismo te ves<br />

casi privado del aliento vital y ni alimentos puedes ingerir.<br />

Rm 5, 12<br />

58. Jul.- "Ves tú mismo que el tema no merece discusión, con todo, para acudir en ayuda<br />

de almas incautas, que tratan de curar de sus heridas buscando groseras opiniones,<br />

favorables a sus costumbres airadas, te preguntamos si has descubierto tan peregrina<br />

invención en algún pasaje de la Escritura. Y si contestas: Por un hombre entró en el<br />

mundo el pecado 52 , te aconsejamos releas la primera parte de esta obra, y si la<br />

recuerdas, no puedes hacer uso de este texto del Apóstol".<br />

Ag.- Somos nosotros los que podemos aconsejarte leas la perícopa del Apóstol, para que<br />

te des cuenta, por las contadas palabras que cito, que con toda evidencia van contra ti en


este punto, y no en un opúsculo, sino en un extenso libro repleto de palabrería, y en vano<br />

te esfuerzas, no digo por interpretarlas a tu favor, de signo heretical, sino en<br />

desnatualizarlas; y no en aclararlas, sino en oscurecerlas.<br />

Juliano se revela nuevo hereje<br />

59. Jul.- "Y no me digas que la misma forma bautismal se emplea para hombres de<br />

diversas edades, pues has de confesar, aunque yo calle, que no se hace mención de una<br />

generación infectada ni de una carne diabólica, ni aun siquiera de Adán.<br />

A esto responderemos plenamente en su lugar, aunque no tenga relación alguna con la<br />

transmisión del pecado".<br />

Ag.- En la respuesta que anuncias, ¿no te revelarás como hereje según tu costumbre?<br />

Se han aducido textos en favor del pecado original<br />

60. Jul.- "Da a conocer al menos un texto contrario a la autoridad de los testimonios<br />

aducidos, a la justicia más pura, a la razón más convincente; un solo texto que nos haga<br />

ver que he sido engañado; esto lo digo, porque aun en el caso en que un texto parezca<br />

apoyar en términos equívocos tu interpretación, la claridad y autoridad de todos los demás<br />

nos forzarían a darle un sentido conforme a los principios de la justicia".<br />

Ag.- Contra vosotros se aducen testimonios divinos ciertos, no equívocos, como, en<br />

abundancia, he citado ya; testimonios que, al condenar vuestras tinieblas, no os parecen<br />

luminosos; cerráis vuestro corazón a lo que con su claridad radiante os molesta, para no<br />

ahuyentar las sombras de vuestro error.<br />

Razón, ley, justicia y prudencia en favor del pecado original<br />

61. Jul.- "Ahora bien, como las Escrituras santas no nos ofrecen la menor traza de<br />

semejante opinión, y, por el contrario, la fe (somos sus defensores) se apoya en razones<br />

intrínsecas, en ejemplos y testimonios; te encuentras acomplejado por una obstinación<br />

funesta al creer que hemos de dar crédito a los sueños de los maniqueos contra la ley, la<br />

razón, la prudencia y la justicia".<br />

Ag.- Con detrimento de la ley no oyes: Vengaré en los hijos los pecados de los padres 53 .<br />

En detrimento de la razón no ves los males que padecen los niños, sin tener aún pecados<br />

personales, y Dios los castiga, con justicia, por el pecado original. En detrimento de la<br />

prudencia no ves que, en oposición a los principios antiguos y fundamentales de la fe<br />

católica, estableces y defiendes una nueva doctrina, la de la inexistencia del pecado<br />

original. En detrimento de la justicia, eres tan perverso que, en mi persona, contagias de<br />

peste maniquea a santos personajes, padres e hijos, maestros y discípulos en la Iglesia de<br />

Cristo que existieron antes que nosotros, y a la misma madre de todos, la Iglesia católica.<br />

Error de Juliano<br />

62. Jul.- "Pon atención a cuanto vamos a decir en apoyo de nuestra doctrina. Aunque<br />

pudieses probar que el pecado de Adán se imputa a los hijos; convendrás en que los<br />

crímenes de otros padres no perjudican a su descendencia".<br />

Ag.- ¿Quién va a prestar asentimiento a este error si no es el que no crea a Dios cuando<br />

dice: Vengaré en los hijos los pecados de los padres?<br />

Dios es injusto en sentir de Juliano<br />

63. Jul.- "Es manifiesto que, al margen de la generación, toda otra causa, ante un juez<br />

inicuo, los hijos serán considerados culpables por el pecado de un padre".<br />

Ag.- Con toda claridad llamas injusto a Dios, pues con claridad suma nos dice que<br />

castigará en los hijos los pecados de los padres.<br />

Vengará Dios los pecados de los padres en los hijos<br />

64. Jul.- "En efecto, se seguiría que, así como la sentencia de un juez está viciada de


nulidad al condenar a inocentes, así la generación quedaría justificada por el ejemplo de<br />

otros padres. Si, pues la transmisión del pecado tiene por causa la fecundidad, se deduce<br />

que esta condición contamina toda fecundidad".<br />

Ag.- Castigaré en los hijos el pecado de los padres, clama el Señor. Y como él es veraz, tú<br />

te sales del camino de la verdad.<br />

Sabiduría 11, 21<br />

65. Jul.- "Y como un mismo acto de la generación produce, sin embargo, diversos efectos,<br />

se sigue que en aquel matrimonio cuya culpa fue transmitida a su descendencia, no quedó<br />

viciada la generación".<br />

Ag.- Si bien el acto de engendrar, por el que un mortal nace de otro mortal, no sea<br />

diverso, con todo, las palabras del Apóstol: El cuerpo está muerto a causa del pecado 54 ,<br />

se refieren, no a unos padres, sino al padre que cometió un pecado cuya gravedad no<br />

podemos medir ni apreciar. Su enormidad a los ojos de Dios nos ha sido revelada por<br />

testigos fidedignos, por la Sagrada Escritura y por la misma miseria del género humano<br />

transmitida por el pecado a todos los descendientes por justo juicio de Dios. Por nuestra<br />

condición de cristianos sostenemos que jamás hubiera existido en el paraíso muerte, no<br />

digo eterna para el alma y el cuerpo, ni tampoco muerte temporal para el cuerpo, ni<br />

tantos y tan grandes males como vemos existen en los niños.<br />

Otros padres, aunque cometan muchos pecados, no obstante, como pecan porque tienen<br />

un alma débil en un cuerpo corruptible que la hace torpe, y sus pecados no traen la<br />

muerte a la naturaleza humana, si son en sus hijos castigados, lo son en una medida<br />

diferente y más soportable. El que dispuso todas las cosas conforme a peso, medida y<br />

número 55 ha dicho con verdad: Castigaré en los hijos los pecados de los padres.<br />

Lo que dice Agustín<br />

66. Jul.- "¿Cuál es, pues, la conclusión? Tan cierto es que no existe la transmisión del<br />

pecado, que aun cuando enseñares que los hijos de Adán son castigados a causa de su<br />

pecado, consta no ser los pecados innatos, ni venir del germen el crimen, pues confiesas<br />

no encontrarse en toda fecundación; por eso, aunque los vicios se transmitiesen a las<br />

personas, no lo sería por generación. Y como tú y yo hemos convenido en que los pecados<br />

de los padres sólo pueden transmitirse a los hijos por vicio y culpa de la generación, y la<br />

razón, los ejemplos y la ley demuestran que la generación no puede ser viciada, y tú lo<br />

confirmas al conceder que sólo se transmite a los hijos el pecado de aquellos dos padres,<br />

queda, de una manera irrebatible, demostrado que la fuente fecundante de nuestros<br />

padres no ha sido corrompida por el diablo ni se puede nacer en pecado".<br />

Ag.- No te dije esto. Te lo dices tú a ti mismo, no lo hemos dicho nosotros. Los pecados de<br />

los otros padres son castigados por la justicia divina en los hijos, no por la humana; sabe<br />

el Señor cuándo y cómo se hace esto con toda justicia; el hombre lo ignora y ha de emitir<br />

juicio según sus conocimientos. Puede conocer cuando juzga, no siempre, los hechos de<br />

una persona, ¿pero cómo conocerá por qué hilos está una naturaleza unida a otra<br />

naturaleza, de la que trae su origen? El lazo que sujeta la naturaleza humana a la<br />

necesidad de la muerte es suficiente para arrastrar a la condenación, si la mancha de la<br />

generación no es lavada por la regeneración. Esto es lo que decimos, y vosotros no<br />

queréis entenderlo, ni lo podéis vencer con la verdad, aunque persistís en impugnarlo con<br />

vuestra locuacidad.<br />

Ceguera de Juliano<br />

67. Jul.- "Se nos pregunta por qué no admitimos la existencia de un pecado natural.<br />

Respondo: porque no tiene visos de posibilidad, ni de verdad, ni de justicia, ni de piedad:<br />

y también porque presenta al diablo como creador de los hombres".<br />

Ag.- Sí, puede hacerlo parecer, pero a vosotros, no a los que saben distinguir entre vicio y<br />

naturaleza, aunque el mal existe en una naturaleza. Lee la carta a los Hebreos y verás<br />

existe un manjar sólido, para los experimentados que tienen sentido para discernir el mal<br />

del bien; y vosotros no lo tenéis. Por ende, cuando decimos que el hombre nace en<br />

pecado, vosotros creéis que es el diablo su creador; y estáis tan ciegos y obstinados que


no queréis ver ni los mismos defectos naturales con los que nacen algunos; y si se os<br />

pregunta por la causa de estos males, sólo sabéis precipitaros en un abismo de errores del<br />

que no podéis salir si no retornáis a la roca inconmovible de la Iglesia católica.<br />

Un duro yugo golpea a Juliano<br />

68. Jul.- "Porque atribuye al juez divino un crimen de injusticia".<br />

Ag.- Sois vosotros los que hacéis esto; pues sería injusto el duro yugo que pesa sobre los<br />

niños si no existe el pecado original.<br />

No se niega el libre albedrío si se afirma la existencia del pecado<br />

69. Jul.- "Porque aniquila y destruye el libre albedrío que la Iglesia de Cristo defiende<br />

como muro inexpugnable contra diversos errores".<br />

Ag.- Sois vosotros los opresores del libre albedrío, al negar que la gracia de Dios lo ayuda<br />

y sostiene.<br />

El hombre es capaz de progresar en la virtud<br />

70. Jul.- "Porque dices que los hombres no son capaces de progresar en la virtud, pues<br />

están repletos de crímenes antiguos desde el vientre de sus madres".<br />

Ag.- ¿Cómo podríamos decir que son justificados por la gracia, es decir, se hacen justos, si<br />

negamos la capacidad del hombre para la virtud?<br />

La gracia en ayuda de nuestra indigencia<br />

71. Jul.- "La fuerza de estos crímenes la consideras no sólo capaz de expulsar la inocencia,<br />

sino también de inclinar de por vida a toda clase de vicios".<br />

Ag.- Nuestra indigencia se aminora por la gracia de Dios, y por la gracia de Dios<br />

desaparece. Tu locuacidad no tiene aquí nada que hacer.<br />

Guerra entre la carne y el espíritu<br />

72. Jul.- "Juras que la ley del pecado permanece vigorosa en profetas y apóstoles,<br />

insignes por el esplendor de sus costumbres y milagros, incluso después de la gracia de<br />

los sacramentos de Cristo, ley a la que tú piensas favorecer con todas las infamias de tu<br />

dogma".<br />

Ag.- Contra la libido, tu protegida, esto es, contra la concupiscencia de la carne, en la<br />

lucha contra el espíritu, lucharon sin descanso profetas y apóstoles, pues no la elogiaron.<br />

La perfección posible<br />

73. Jul.- "Porque apaga todo esfuerzo honesto, porque mima y con infamia aumenta la<br />

obscenidad de las costumbres de las obras de Dios, es decir, de la naturaleza humana;<br />

porque condena todos los preceptos de la ley a un reato de imposibilidad, es decir, de<br />

injusticia".<br />

Ag.- El que dice: No hago lo que quiero, sino que hago lo que odio 56 , pone, contra<br />

vosotros, la posibilidad de la perfección en la gracia de Dios y no confía en su fuerza para<br />

no caer en la misma vanidad que vosotros.<br />

Pudor y pecado<br />

74. Jul.- "Porque no es menos torpe que sacrílego tomar como testimonios invictos de sus<br />

asertos el pudor de los órganos sexuales".<br />

Ag.- No nos servimos de los miembros de la generación, pero sí reconocemos, contra<br />

vuestro querer, de dónde viene el pudor. Escuchamos el muy claro testimonio de la<br />

Escritura, ante el cual permanecéis mudos cuando era vuestro deber hablar. ¿Quién, al oír<br />

que los primeros hombres estaban desnudos y no se avergonzaban 57 , no ve de dónde


viene el que, después del pecado, se sonrojaran por estar desnudos, y se dieron prisa a<br />

cubrir, con un ceñidor cualquiera, los miembros origen del pecado? Pero surge un hombre<br />

que no siente sonrojo en colocar en el Edén la libido, aunque nadie hubiera pecado; libido<br />

que se ha de combatir para no pecar, y de la que se avergüenzan hasta los que no tienen<br />

vergüenza; pero nuestro hombre ni cuando alaba tan sacrílega porquería siente sonrojo.<br />

Por favor, si esta libido, como creemos, sólo molestias causa al resistirla y excita el deseo,<br />

¿por qué crees debes rendirle tan grandes elogios, contrarios a la verdad?<br />

Cuerpo muerto por el pecado<br />

75. Jul.- "Te hinchas en lanzar acusaciones contra Dios en vez de aducir testimonios<br />

sagrados".<br />

Ag.- ¿No es autoridad sagrada el que dice: El cuerpo está muerto por el pecado? ¿Es una<br />

acusación y no una alabanza de Dios decir: Vivificará vuestros cuerpos mortales? 58 Pienso<br />

que no es acusador, sino predicador lleno de Dios el que esto dijo, y demuestra que Adán<br />

no fue creado como vosotros decís, o sea, que moriría pecase o no pecase.<br />

La oración, medio eficaz para no caer<br />

76. Jul.- "En sus preceptos veis una falta tiránica de moderación..."<br />

Ag.- No es tiránico el precepto de Dios, pero, para cumplirlo se ha de orar a Dios; pero<br />

esto no os agrada porque confiáis en vuestras fuerzas.<br />

Justo el juicio de Dios<br />

77. Jul.- "Y en los juicios de una bárbara injusticia...".<br />

Ag.- No es injusto el juicio de Dios; por eso, en la miseria del género humano que se inicia<br />

con el llanto de los niños, se ha de reconocer la existencia del pecado original.<br />

Lenguaje de Dios<br />

78. Jul.- "Y en los juramentos confirma la falsedad púnica...".<br />

Ag.- ¿Acaso cuando dice Dios: Castigaré en los hijos los pecados de los padres 59 habla en<br />

lengua púnica?<br />

Ambrosio no es maniqueo<br />

79. Jul.- "Porque se apoya en los sueños y furor de Manés, no en las discusiones y en los<br />

silogismos".<br />

Ag.- No era maniqueo ni soñaba ni se enfurecía el que dijo: "Fuimos también nosotros<br />

hijos de ira, como los demás" o el de que: "Todos los hombre nacemos en pecado, y el<br />

mismo nacimiento está viciado" 60 .<br />

Consenso en la Iglesia<br />

80. Jul.- "Estas son, pues, las razones que nos han inducido a impugnar la existencia de<br />

un mal natural y nos hacen desdeñar y menospreciar la compañía de hombres perdidos".<br />

Ag.- Si no fueras tú un perdido, no llamarías perdido al piadoso consenso de tantos<br />

doctores de la Iglesia.<br />

Al abrigo de las dentelladas lupinas<br />

81. Jul.- "Razones que los clamores del universo entero no nos causan más terror que el<br />

ver una selva de amargos altramuces agitada por una piara de inmundos cerdos, o por<br />

vientos impetuosos".<br />

Ag.- No es, ciertamente, la Iglesia católica extendida por todo el mundo, y que os<br />

rechaza, una selva de altramuces, pero quiere estar al abrigo de vuestras dentelladas de<br />

lobos.


Alejados de la vida verdadera<br />

82. Jul.- "Creemos en un Dios justo, veraz, piadoso, y en consecuencia, su ley no manda<br />

imposibles, ni hay falsedad en sus juramentos ni iniquidad en sus juicios; él es el creador<br />

de los hombres, y lejos de crearlos sujetos a pecado, les concede la inocencia natural y<br />

cualidades de virtudes voluntarias".<br />

Ag.- ¿Por qué no admite a participar de su vida a su criatura si no ha recibido la insuflación<br />

ni los exorcismos ni el bautismo? ¿Así se recompensa la inocencia? O más bien, la<br />

exclusión de la vida y la condena a muerte, su consecuencia ¿no es un castigo infligido a<br />

las almas a causa del pecado que han contraído en su generación, no perdonado por la<br />

regeneración? No hubiera maldecido el Apóstol a los alejados de la vida de Dios si no fuese<br />

un castigo 61 .<br />

Solución de un dilema<br />

83. Jul.- "Sentados estos principios, de dos cosas una: o se ha de creer que Dios es en<br />

realidad cual lo imagina el maniqueo traducianista, o se ha de considerar tal como lo<br />

representan los que quieren rendir culto a Dios y rechazan dogma tan impío. Dios no<br />

puede ser como lo sueña Manés, sino bueno, justo, veraz, tal como la Escritura y la fe lo<br />

presentan a nuestra veneración. En consecuencia, aceptar tu doctrina es injuriar a Dios;<br />

rechazarla es hacerle sumo honor".<br />

Ag.- Si crees en la bondad de Dios, ¿por qué cometes la impiedad de rehusar un Salvador,<br />

Jesús, a los niños? Si es justo, ¿por qué impones a los niños un pesado yugo, si crees no<br />

tienen pecado? Si veraz, ¿por qué no crees que castiga en los hijos los pecados de los<br />

padres? 62<br />

Los dos Testamentos en Ezequiel<br />

84. Jul.- "Tiempo es ya de pasar a otros temas; pero pide la importancia de la materia<br />

retornemos a lo que creímos deber omitir en el libro anterior. Un lector prudente quizás lo<br />

juzgue superfluo; sin embargo, como hemos comprobado, una causa abandonada corre<br />

sus riesgos; es, pues, preciso disipar toda esperanza de nuevos apoyos".<br />

Ag.- Pues inicias tu andadura hacia otras cosas, debemos cumplir nuestra promesa y<br />

probar que la profecía de Ezequiel, en la que se dice que Dios no castiga en los hijos los<br />

pecados de los padres, pertenece a la futura revelación del Nuevo Testamento. Algo<br />

parecido dice también el profeta Jeremías y sus palabras iluminan el pasaje de Ezequiel.<br />

Entre otras cosas dice: Conviértete, virgen de Israel, vuelve, llorona, a tus ciudades. ¿<br />

Hasta cuándo andarás errante, hija deshonrada? Porque el Señor creó la salvación en una<br />

plantación nueva, y por esta vía de salvación caminarán los hombres. Así dice el Señor:<br />

Todavía dirán este proverbio en la tierra de Judá y en sus ciudades, cuando yo haga volver<br />

a sus cautivos: Bendito el Señor en su morada justa, en su monte santo, y habitarán allí<br />

Judá y todas las ciudades, los labradores y los que trashuman con el rebaño; porque<br />

empapé toda alma sedienta y sacié toda alma hambrienta. Después desperté, y vi, y mi<br />

sueño me fue dulce. He aquí, vienen días, dice el Señor, en que sembraré la casa de Judá<br />

y la casa de Israel, semilla de hombre y simiente de animal. Y así como tuve cuidado de<br />

ellos para arrancar y derribar, perder y afligir, así tendré cuidado de ellos para edificar y<br />

plantar, dice el Señor. En aquellos días no dirán ya: Los padres comieron el agraz y los<br />

hijos padecen dentera, sino que cada cual morirá por su pecado, y el que comiere el agraz<br />

padecerá la dentera. Es claro que esto se refiere a los tiempos de una nueva plantación,<br />

de la que habla cuando esto dice.<br />

Y la simiente del hombre y la simiente del animal que Dios promete sembrar significa, en<br />

sentido espiritual, los que mandan y los que obedecen. Pero como recordaba el pueblo<br />

estar escrito en el Antiguo Testamento: Castigaré en los hijos los pecados de los padres,<br />

para que no pensemos que la Escritura se contradice, añade el profeta a continuación: He<br />

aquí que vienen días, dice el Señor, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Judá y<br />

con la casa de Israel; no como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano<br />

para sacarlos de la tierra de Egipto 63 .<br />

Al pacto antiguo pertenece la generación; al nuevo la regeneración; en el primero, los<br />

pecados de los padres son castigados en los hijos; en el segundo, como las ataduras de la


generación fueron rotas por la regeneración, no se dice ya: Los padres comieron el agraz y<br />

los hijos padecen dentera, porque cada uno morirá por su pecado, no por el de su padre.<br />

Tú no pudiste probar cómo las palabras Castigaré en los hijos los pecados de los padres,<br />

se pueden armonizar con estas otras: Yo castigaré en el hijo el pecado del padre. Siempre<br />

existirá oposición entre estas dos sentencias; a no ser que cada una de las dos se refiera a<br />

cada uno de los Testamentos, como con toda evidencia demuestra el profeta Jeremías.<br />

Por un hombre<br />

85. Jul.- "Al llegar al texto del apóstol Pablo, expuesto por los expertos de las Escrituras<br />

como favorable a la transmisión del pecado, esto es: Por un hombre entró el pecado en el<br />

mundo 64 , demostré, en primer lugar, por el contexto, que los traducianistas se habían<br />

apartado de la cuestión, porque el Maestro de los gentiles, recordando la antigüedad del<br />

pecado, para tutelar la generación, antepuso como muro infranqueable un número<br />

concreto, y al decir por un hombre entró el pecado en el mundo, es prueba que no era su<br />

intención hablar de la generación, sólo posible entre dos. Dejé, pues probado que existe<br />

distinción entre unión carnal y el pecado de los padres, pues el Apóstol dice que el pecado<br />

entró en el mundo por el pecado de uno solo, número insuficiente para la generación. A lo<br />

largo de todo el libro expuse -lo suficiente- que estas palabras no indican la naturaleza de<br />

un pecado, sino la forma, en el sentido de que los transgresores que le han seguido pecan<br />

por imitación, no por generación.<br />

Pero, como está en la carta a los Hebreos escrito: Ellos nacieron de un hombre casi sin<br />

vida, es decir, de Abrahán; y antes, en la misma carta, se lee de Cristo: Tanto el<br />

santificador como los santificados, todos de uno 65 , por temor a que el traducianista se<br />

apoye en estas palabras u otras semejantes, si las encuentra, para argüir que nuestra<br />

respuesta ha perdido valor cuando decimos que el Apóstol nombra a uno solo por el cual<br />

entró en el mundo el pecado, por temor que se acusara la generación, designada en esta<br />

carta por la expresión uno solo; por eso creí conveniente volver sobre este pasaje. Pido al<br />

lector atención, porque esta antinomia será destruida con pruebas diversas.<br />

Cuando se habla de Abrahán se menciona a Sara, su esposa. Este es el texto: Por la fe,<br />

Abrahán, al ser llamado obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia; y<br />

salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como<br />

en tierra extraña, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma<br />

promesa, porque esperaba una ciudad con fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es<br />

Dios. Por la fe, Sara, la estéril, recibió fuerza para concebir, fuera del tiempo de la edad;<br />

porque creyó era fiel aquel que lo había prometido. Por lo cual de uno, y ése casi muerto,<br />

salieron como las estrellas del cielo en multitud, y como la arena innumerable que está a<br />

orillas del mar 66 .<br />

Tras nombrar a los dos, Abrahán y Sara, y decir que Sara, estéril por edad, concibió por la<br />

fe, pues creyó en la fidelidad de la promesa, añade el Apóstol que de un hombre solo y<br />

casi muerto nació una multitud de pueblos, comparables a los astros del cielo. Exigían la<br />

fidelidad del relato y la verdad histórica se mencionase la unión de los padres; pero como<br />

se trataba de ponderar la multitud de hijos nacidos de dos personas, las reglas del arte<br />

piden se hable de una sola y no de dos. Quería indicar la recompensa de una fe<br />

inquebrantable, al afirmar que la multitud engendrada por el poder de Dios sobrepasa<br />

todo número; pero has de comprender que es mejor resaltar la grandeza de la obra divina<br />

si atribuye esa numerosa posteridad a uno solo y no a dos; sobre todo al completar el<br />

elogio del poder de Dios, que no hace violencia a la verdad histórica antes establecida con<br />

la mención de ambos personajes".<br />

Ag.- El que no entienda que no dices nada, no sé lo que entiende. Habías dicho: el Apóstol<br />

declara que por un hombre entró en el mundo el pecado, porque este hombre dio origen a<br />

los demás y es para todos ejemplo de pecado. En efecto, si en este pasaje, dices, quisiera<br />

indicar la generación, habría dicho "por dos", no por uno. Mas si quiere indicar el ejemplo<br />

debiera decir "por una", no por uno, pues consta que fue la mujer la que dio a su marido<br />

ejemplo de pecado. Pero como por la generación entró en el mundo el pecado que sólo<br />

puede ser borrado por la regeneración, dijo el Apóstol por uno; porque así como el<br />

ejemplo del pecado del hombre tuvo principio en la mujer, la generación procede del<br />

varón, pues nadie duda que la siembra pertenece al varón y la concepción a la mujer.<br />

Mas he aquí un testimonio clarísimo, encontrado por ti, o, quizás, por alguno de tus


adversarios, en el cual, sin ambigüedad alguna, dice: "De uno" han nacido innumerables,<br />

esto aunque hayan tenido por padres a un varón y a una mujer. Y este lenguaje es<br />

verídico por ser el hombre principio de la generación, pues del hombre procede el semen.<br />

Por último, para citar algunos laudables ejemplos de fe, da principio por Abel y llega hasta<br />

Sara, después de nombrar a Abrahán. No se trata de Abrahán, sino de su esposa; sin<br />

embargo, cuando menciona el nacimiento de un pueblo numeroso, vuelve a él, porque<br />

engendró Abrahán al que Sara parió. Si reflexionaras como es debido, no blasfemarías del<br />

fiel predicador de la fe, autor de la carta, ni dirías que "sigue las reglas de la oratoria". Por<br />

favor, ¿en qué siguió las reglas de la oratoria? ¿Usando de una mentira y atribuyendo a<br />

uno solo la descendencia que tuvo su origen en dos? ¿Y esto para ensalzar el poder divino?<br />

Yerras en grado sumo, porque no agrada a Dios la falsa alabanza. Con agrado sueles<br />

alabar la libido; con todo, la mentira desagrada en demasía a la Verdad.<br />

Además, no sé por qué, en vez de elogiar la pasión, eres su adulador. ¿Serás por eso más<br />

amado de ella? Grave error, la pasión no ama al hombre, antes lo estimula a amar lo que<br />

amar no debe. Si se puede decir en verdad y sin mentira, no importa en qué términos, que<br />

la descendencia, obra de dos, se remonta a uno solo, ¿por qué la generación no puede ser<br />

con estas palabras mencionada: Por un hombre entró el pecado en el mundo, con el<br />

pretexto de que es obra de dos, no de uno solo? Todo el mundo sabe que el hombre es el<br />

primer sembrador de vida; la mujer no engendra, sino concibe y da a luz, y si al parto se<br />

le quiere llamar generación, la mujer, fecundada por el hombre, engendra y da a luz el<br />

fruto que concibió.<br />

Queriendo el Apóstol dar a entender que el pecado entró en el mundo por la generación y<br />

ha de ser perdonado por la regeneración, dice por un hombre, por ser éste el autor<br />

primero y principal de la generación; pues, como ya dijimos, y te lo volveré a repetir, si<br />

quisiera el Apóstol invocar la autoridad del ejemplo, hubiera dicho: Por una mujer entró el<br />

pecado en el mundo, pues fue la que dio a los hombres el mal ejemplo del pecado, y no<br />

hubiera hablado del hombre, que, al seguir a su mujer, imitó su ejemplo.<br />

Increíble necedad<br />

86. Jul.- "Se habla en la carta a los Hebreos de generación y se dice que muchos han<br />

nacido de uno solo; y en la carta a los Romanos, al hablar del pecado, nos dice el Apóstol<br />

que por un hombre entró el pecado en el mundo. Este singular nos hace ver que el Apóstol<br />

no pensó para nada en la generación".<br />

Ag.- Hablar así contra la evidencia no es, como crees, elocuencia laudable, sino increíble<br />

necedad.<br />

La evidencia no convence a Juliano<br />

87. Jul.- "Cuando habla de Cristo y dice: El Santificador y los santificados todos son de<br />

uno 67 , se puede entender, no de Adán, sino de Dios, pues por su poder creó a Cristo<br />

según la carne, y a todo el género humano; por eso no podemos apoyarnos en la<br />

semejanza de las palabras antedichas para destruir las de Pablo cuando dice: Por un<br />

hombre entró el pecado en el mundo. No obstante, esfuércese el ánimo del lector, con<br />

prudencia, a entender las palabras que siguen y verá cómo hasta ahora he sido más<br />

indulgente de lo preciso en esta materia.<br />

Concedamos que, en numerosos testimonios, la generación, obra de dos, se pueda decir<br />

también obra de uno. Pero ni así se puede beneficiar la teoría traducianista. ¿Por qué?<br />

Sencillamente porque hay expresiones que se toman en sentido figurado y otras en<br />

sentido propio; éstas pueden, sin menoscabo alguno, prestar su nombre, pero las<br />

metafóricas no permiten el sentido figurado en detrimento de las cosas principales. Y todo<br />

esto acaece sin culpa, porque las verdades en las que la duda no existe, se pueden aplicar<br />

abusivamente a vocablos extraños".<br />

Ag.- Pero tú llevas la duda a las cosas evidentes que te son contrarias.<br />

Todo nacido tiene padres<br />

88. Jul.- "Además, cuando, para designar un objeto, se emplea un vocablo contra el sentir<br />

de todos y sólo en el sonido tiene su defensa, se comete grave pecado si se deja a un lado


el sentido propio que fácilmente puede ser empleado, para hacer uso de una expresión<br />

figurada. Así, cuando de los fetos se habla, nadie duda que un niño tenga sus<br />

progenitores, y esto no necesita probarse, ni causaría dudas al hombre inteligente si digo<br />

que fue engendrado por uno, pues nadie llegaría a pensar que el niño pueda nacer sin<br />

padre o sin madre".<br />

Ag.- Cierto, todo nacido tiene dos padres; mas, para que nazca, uno lo engendra con su<br />

siembra, la otra lo desarrolla y alumbra. Es, pues, fácil saber quién es el autor principal y<br />

primero en la generación. Deja de oscurecer con las tinieblas de tu palabrería cosas tan<br />

evidentes. ¿Quién ha dicho nunca que el hombre nace de uno solo? Al oír estas palabras<br />

no puedo pensar únicamente en el padre, aunque del padre viene la siembra; pero con<br />

frecuencia se dice, y con razón, que dos o muchos niños nacen de un solo padre y se<br />

puede creer que sólo tienen un padre. Mas cuando se quiere pensar en un padre y en una<br />

madre, ¿se puede, sin traicionar la verdad, decir que tal niño nació de uno solo?<br />

Es, en efecto, evidente que, si dos personas juntas dan un paseo o hacen alguna otra<br />

cosa, ¿puedes, sin mentir, afirmar que una sola ha paseado o que la otra hizo tal cosa,<br />

cuando es evidente que las dos pasearon? ¿No sería tu arana tanto más descarada cuanto<br />

es la verdad más transparente? Se emplea el número singular por el plural en locuciones<br />

figuradas como cuando se habla de las plagas de Egipto, se menciona la rana o la langosta<br />

en singular, aun cuando es cierto fueron cantidad. Pero si se dice que fue una sola rana o<br />

una sola langosta, ¿quién dudaría que la mentira sería tanto más grande cuanto la verdad<br />

es más clara?<br />

Deja, pues, de vender humo a los que ignoran estas cosas, y reconoce que el pecado entró<br />

en el mundo por uno solo, no en el sentido que tú lo dices, sino en el sentido que lo dijo el<br />

Apóstol. Por un hombre solo, y no porque haya precedido en el ejemplo -lo que sería en la<br />

mujer verdad-, sino porque es el primer autor de la generación al proporcionar el semen<br />

germinal, al dar semilla para la concepción, al sembrar lo que la mujer concibe y pare; por<br />

él entró el pecado; como está escrito: Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob,<br />

y esta misma expresión sirve para las generaciones siguientes; y no se dice: Abrahán y<br />

Sara engendraron a Isaac; Isaac y Rebeca engendraron a Jacob, y cuando fue necesario<br />

mencionar a las madres, no dice el Evangelista: Judas y Tamar engendraron a Fares y a<br />

Zará; sí dice: Engendró Judá de Tamar, y siempre que se mencionan las madres, se<br />

atribuye la generación a los padres; y no se dice: él y ella engendraron, sino él engendró<br />

de ella; de donde se deduce que, en este sentido, se puede decir que Abrahán engendró<br />

una multitud, porque él solo engendró de Sara. Y en este sentido se dice: Por un hombre<br />

entró en el mundo el pecado, dando a entender el principio de la generación, que viene del<br />

hombre, y no de un mal ejemplo a imitar, que fue dado por una mujer, no por un hombre.<br />

La verdad de la Escritura, contra Juliano<br />

89. Jul.- "Cuando se trata de un pecado que, contra la opinión de todos y contra toda<br />

razón, se supone innato...".<br />

Ag.- No contra la opinión de todos ni contra toda razón se supone, sino contra vuestro<br />

error y apoyados en la Escritura y en la miseria del género humano, demostramos la<br />

existencia del pecado original.<br />

Por un hombre, repite Agustín<br />

90. Jul.- "Con propiedad se puede decir que el pecado entró en el mundo por un hombre si<br />

se entiende que dio ejemplo de pecado; pero este lenguaje es sumamente impropio si se<br />

entiende que este hombre inoculó por generación el pecado, pues sólo puede transmitirse<br />

por dos".<br />

Ag.- El pecado entró precisamente por el hombre que engendró y la primera mujer parió.<br />

El ejemplo vino de ella, el hombre la siguió.<br />

Vuelve el insulto de traducianista en Juliano<br />

91. Jul.- "Declara el Apóstol que pasó el pecado, pero por uno solo, y nos demuestra la<br />

verdad que se trata de un ejemplo; con intolerable desfachatez nos dice el traducianista<br />

que es sólo una figura del lenguaje y ha de ser entendido el número en su sentido".


Ag.- ¿Crees que repitiendo con frecuencia este nombre nuevo -traducianista- con intención<br />

insultante, conseguirás, por temor del neologismo, hacer abandonar la fe que enseña la<br />

Iglesia católica después de tantos siglos? ¿Qué no es posible ridiculizar con este método?<br />

Pero esto es vanidad, no cortesía. Dice el Apóstol: Por un hombre entró en el mundo el<br />

pecado, y por el pecado la muerte, y así pasó a todos los hombres. Estas palabras las<br />

suscribimos los dos. Si nosotros somos traducianistas, a causa del pecado, que<br />

sostenemos se transmite a todos por generación, también vosotros sois traducianistas,<br />

pues fingís que el pecado se transmite por imitación, y así pasó a todos los hombres; y el<br />

primer traducianista lo fue el Apóstol, porque su pensamiento nos parece evidente, o el<br />

que, sin razón, vosotros le atribuís; con todo, el pecado entró en el mundo por un hombre<br />

y pasó a todos los hombres, y si el nombre de traducianista no conviene a estas palabras,<br />

no sienta bien ni a vosotros, ni a nosotros ni al Apóstol; mas decir esto, objetar esto,<br />

repetir hasta la odiosa saciedad esto, dice bien a vuestra necedad.<br />

Por un hombre, en sentido propio<br />

92. Jul.- "Sería inaudita monstruosidad ensayar, con ayuda de expresiones metafóricas,<br />

dejando las propias, la creación de un nuevo dogma, en sí soportable; pero es<br />

infinitamente más odioso ver a un Agustín esforzarse por asentar una doctrina obscena,<br />

acusadora de la justicia de Dios, sobre sentencias equívocas y que, tomadas en sentido<br />

propio, confiesa le son adversas, y sólo en sentido figurado favorables. ¿Qué hombre<br />

instruido prestará asentimiento a un argumento que al mismo tiempo prueba dos cosas<br />

contradictorias, dando en justicia razón a los dos adversarios, según se interprete en<br />

sentido propio o en sentido metafórico?"<br />

Ag.- Hablas de expresiones propias y figuradas, sin tener en cuenta el pequeño número de<br />

hombres que te entienden y te encuentran delirante, y eliges una multitud que no te<br />

entiende, para aparentar que dices grandes cosas cuando en realidad nada dices. Prefiero<br />

abandonarte a unos pocos sabios que, sin yo demostrarlo, se dan cuenta que no dices<br />

nada, a refutarte, pues aunque diga verdades, no entiendes lo que digo. No obstante,<br />

cuando se dice que por un hombre entró el pecado en el mundo, a causa del autor de la<br />

generación, figura del que había de venir como autor de la regeneración, estas palabras<br />

tienen sentido propio, no metafórico.<br />

La rana y la langosta<br />

93. Jul.- "Exige la gloria de Dios poner después de la mención de los padres las palabras<br />

de la carta a los Hebreos: de uno, todos; las palabras relativas a Cristo: El Santificador y<br />

los santificados 68 se refieren a Dios".<br />

Ag.- Precisamente después de mencionar a los padres, y, sobre todo, porque dejado el<br />

padre a un lado, hablaba de la madre, no debiera omitir su mención; debiera, pues, decir:<br />

"nacieron de dos" si es que de los dos habían nacido, no de uno; y así verdadera, no falsa,<br />

era la gloria de Dios; a no ser nacieran de uno y no sea una expresión abusiva, sino propia<br />

para designar al padre, autor de la generación, y no, como piensas, para aumentar, con<br />

una mentira, la gloria de Dios. Decir: lo hizo un hombre lo que hicieron dos o más<br />

hombres, puede ser una locución figurada; pero decir: lo hizo un hombre solo cuando<br />

fueron dos los que lo hicieron, y uno de los dos no es autor de la obra, sería mentir o<br />

equivocarse, como dijimos antes a propósito de la rana o de la langosta.<br />

La muerte corporal y el pecado<br />

94. Jul.- "Dice el Apóstol a los Corintios: Porque así como la mujer procede del varón, así<br />

el varón nace de la mujer; pero todo procede de Dios 69 . Muestra, en tercer lugar, la razón<br />

que, aunque ninguno de estos conceptos viniera en ayuda nuestra, sin embargo, la<br />

sentencia en la que afirma Pablo que por un hombre entró el pecado en este mundo no<br />

pacta con los maniqueos".<br />

Ag.- Y al decir esto tú sellas un pacto con los maniqueos. ¿Qué alianza puede existir entre<br />

el Apóstol y los maniqueos, si el Apóstol dice: El cuerpo está muerto por el pecado -lo que<br />

destruye vuestra herejía-, y Manés afirma que el cuerpo es inmutablemente malo, porque<br />

la naturaleza del mal como la del bien es eterna? Y en el pasaje en que dice: El cuerpo<br />

está muerto por el pecado, dice el Apóstol: El que resucitó a Cristo de entre los muertos,<br />

vivificará vuestros cuerpos 70 ; pero Manés dice: "Los cuerpos de carne no pertenecen a la


criatura del buen Dios, sino a la naturaleza del mal". ¿Cristo no resucitó porque no murió?<br />

Vosotros no sois maniqueos, pero no estáis libres de otra clase de peste; decidnos cómo<br />

puede morir el cuerpo a causa del pecado, si afirmáis que la muerte corporal entró en el<br />

mundo por ley de naturaleza, no por el pecado.<br />

Fe católica en el dogma del pecado original<br />

95. Jul.- "Por consiguiente, nuestra doctrina permanece inalterable y demuestra que la<br />

naturaleza no fue viciada ni corrompida por la generación de un hombre, sino que,<br />

permaneciendo íntegra, el Apóstol habla sólo de la voluntad viciosa de los pecadores".<br />

Ag.- ¿Estáis, por ventura, tan ciegos o queréis cegar a los hombres con vuestros<br />

tenebrosos discursos, para negar haya cuerpos malformados? ¿Acaso no son los cuerpos<br />

parte de la naturaleza humana? ¿O bien, según los maniqueos, cuya locura, sin saberlo,<br />

alentáis, aunque no os place reconocerlo o pensarlo, el alma, buena en sí, está unida a<br />

cuerpos tenebrosos? Decidnos cuál es el demérito de los cuerpos deformes, vosotros que<br />

negáis en los niños la existencia de un pecado, herencia de los padres. Dicen los<br />

maniqueos: Esta carne mortal no es obra de Dios, sino obra del poder de las tinieblas; y<br />

los cuerpos humanos, creados, según vosotros, a imagen de Dios, nacen corruptibles,<br />

sujetos a la muerte y, con frecuencia, deformes.<br />

¿Qué les puede responder vuestra herejía, si no es que la naturaleza es obra de un Dios<br />

creador y arquitecto, y aunque no existiera el pecado, pudieran nacer en el paraíso<br />

cuerpos deformes? ¡Oh lenguaje blasfemo y abominable! Sostenemos nosotros que, si no<br />

hubieran pecado nuestros primeros padres, no se verían en el Edén cuerpos sujetos a<br />

corrupción y muerte, ni cuerpos enfermos, contrahechos o agobiados por taras sin<br />

número; y anatematizamos a cuantos empleen otro lenguaje y atribuimos todos estos<br />

defectos, no al estado de naturaleza íntegra, sino a su corrupción después del pecado; y<br />

vosotros y los maniqueos quedáis derrotados por esta fe antigua, inmutable y católica.<br />

Naturaleza y vicio<br />

96. Jul.- "Tornemos al libro dedicado a Valerio, en el que se propone discutir y refutar<br />

ciertas sentencias tomadas de un libro mío. En el primer libro de esta obra insistí en unas<br />

palabras de Agustín, en las que describe, con imponente descaro, al diablo como creador<br />

de los hombres y hace a Dios autor de los malos; y crea además seres en una condición<br />

tal que son ya culpables antes de tener uso de razón, y, en consecuencia, los somete al<br />

poder del diablo".<br />

Ag.- Todo el que distinga entre naturaleza y vicio no dirá lo que tú dices. Y todo el que con<br />

inteligencia lea mis palabras no pensará que digo lo que no digo.<br />

Vasos y vasos<br />

97. Jul.- "Este tu Dios tornea vasos de ira y de corrupción".<br />

Ag.- Aunque no entiendas por qué hace Dios de la misma masa un vaso para usos nobles<br />

y otro para usos viles, la verdad es que los hace; y no es menos cierto que no hace un<br />

tercer género de vasos, que no serían nobles ni viles como vosotros queréis que sean los<br />

niños, ni tampoco creéis sea un castigo el prohibirles la entrada en el reino a estas<br />

imágenes de Dios. Y amáis de tal manera este reino, que el no vivir en él es una pena<br />

leve, o sencillamente no es pena.<br />

Símil del alfarero<br />

98. Jul.- "Vasos destinados a la perdición, pero no por un acto de su libre querer, sino<br />

obligados por el poder irresistible del que los modeló".<br />

Ag.- Puedes también decir que Dios destina a la perdición, no a hombres vulgares, sino a<br />

sus hijos, hombres regenerados; pues prolonga la vida a los que prevé se han de alejar de<br />

la fe, cuando puede arrancarlos de este mundo antes de que la malicia los cambie.<br />

Desvirtúa Juliano las palabras de Pablo<br />

99. Jul.- "Expuse, en el marco de todo el contexto, el verdadero sentido del pasaje


paulino, sobre el cual se esfuerza Agustín en asentar su monstruosa doctrina; luego probé<br />

que el profeta Isaías, del que tomó el símil del alfarero, defiende plenamente la causa de<br />

la justicia divina".<br />

Ag.- ¿Qué pruebas para un lector inteligente, si no es tu impotencia para desnaturalizar,<br />

con tu verborrea sin fin, las palabras del Apóstol?<br />

No se comenta, se ataca al Apóstol<br />

100. Jul.- "Está consagrado mi segundo libro a interpretar las palabras del Apóstol, que<br />

opongo a los argumentos de Agustín con todo el calor que me inspira la verdad; por eso<br />

ahora retorno al orden de su libro".<br />

Ag.- Tu segundo libro no es una exégesis de las palabras del Apóstol, sino que es un<br />

imponente ataque contra sus palabras, so pretexto de interpretarlas; y no la verdad, sino<br />

la vanidad te inspiró lo escrito en tu libro.<br />

Naufragio de Juliano en la fe<br />

101. Jul.- "Después de elegir, con pretexto de refutarlo, uno de los capítulos del breve<br />

prefacio a mi primer libro, y representar a su Dios como alfarero que modela como ollero a<br />

los pecadores, me ataca con gran fuerza y tesón, como sus palabras revelan. Dice: "No<br />

eres sincero, te engañas y engañas cuando dices que, si alguien sostiene que el hombre<br />

posee libre albedrío y que los niños, en su nacimiento, son obra de Dios, se le llama<br />

pelagiano y celestiano. Esta es enseñanza de la fe católica.<br />

Pero si alguien enseña que, para honrar a Dios con justicia, no necesita el hombre de la<br />

gracia, pues goza del libre albedrío; y se afirma que Dios es creador de los niños, no su<br />

redentor que los libra del poder diabólico, éste se llama pelagiano o discípulo de Celestio.<br />

Nosotros sostenemos, como vosotros, que el hombre tiene libre albedrío; en esto no sois<br />

pelagianos ni celestianos. Pero decir que el libre albedrío puede, sin la ayuda de Dios,<br />

hacer el bien y que los niños no son arrancados del poder de las tinieblas ni trasladados al<br />

reino de Dios; en esto sois pelagianos y discípulos de Celestio.<br />

Demostré ya que con frecuencia nadas en una charca de impiedad y de temor. Ningún<br />

prudente lector tendrá sobre esto duda alguna".<br />

Ag.- Los que te conocen como hereje saben que no flotas, te sumerges y en el naufragio<br />

has perdido el sentido.<br />

En el origen del mal<br />

102. Jul.- "Por eso en mi primer libro hice patente que no mentía al escribir que cuantos<br />

quieren evitar nuestra sociedad, tan detestada, caen en la sima del maniqueísmo, pues<br />

niegan la existencia del libre albedrío y la creación del hombre por Dios; y quedó probado<br />

al citar tus escritos enviados a Bonifacio, en los que defiendes una doctrina que en otro<br />

tiempo rechazabas. No obstante, tu respuesta confirma lo que acabo de decir; en efecto,<br />

sostienes que la fe católica cree en la existencia del libre albedrío y en un Dios creador de<br />

los niños. Principio que todos los herejes niegan con vosotros, los maniqueos".<br />

Ag.- Los maniqueos -vosotros no lo queréis ver- reciben vuestras ayudas, pues atribuyen<br />

al poder de las tinieblas, no el pecado, sino todos los males que padecen los niños.<br />

Vosotros no tenéis a dónde huir cuando os preguntamos por el origen de los males.<br />

Cuando decimos que la naturaleza humana fue creada buena, pero fue viciada por el libre<br />

albedrío, son vencidos con vosotros por la verdad católica.<br />

Al defender el libre albedrío le da muerte Juliano<br />

103. Jul.- "Pero como te cubres con el tenue velo de la fe católica, de cuya solidez estás<br />

desnudo, quieres hacernos creer que, con los católicos, cuyo nombre usurpas defiendes la<br />

existencia del libre albedrío en los hombres, y la creación de los niños por Dios. Si eres<br />

sincero y hablas de buena fe, pon, con el silencio, fin a este debate. Se nos acusa de<br />

haberte calumniado al presentar una dificultad que tú puedes destruir con una rotunda<br />

negación.


Añade sólo a esta sentencia que surge una secta o un autor que intenta destruir, con<br />

argumentos de razón, esta doble verdad, que afirmas católica; añade, repito, que esta<br />

doctrina no es tuya ni tomarás a tu cargo su defensa. Y si te place defender extensamente<br />

lo que luego vas a negar que admites, explica la definición del libre albedrío y señala con<br />

distinciones concretas sus límites".<br />

Ag.- Defensores y enemigos, al defender el libre albedrío le dais muerte, pues rehusáis<br />

admitir fije sus límites la bondad del Todopoderoso, su verdadero defensor.<br />

Los malformados son también obra de Dios<br />

104. Jul.- "Enseña también que Dios es creador de tales hombres, cual conviene a la obra<br />

de su justicia".<br />

Ag.- ¡Oh necios y nuevos herejes! ¿Si no dicen bien a las manos de Dios obras<br />

defectuosas, podéis acaso sustraer a la acción de Dios ciertos cuerpos humanos que veis<br />

nacen deformes? ¿Por qué no confesar con la fe católica que fue viciada la naturaleza<br />

humana por la voluntad del hombre y que Dios trata esta naturaleza no sólo como artista<br />

consumado, sino también como justo juez? Así no podrán los maniqueos obligaros a<br />

atribuir estos cuerpos a un artista malvado e inicuo.<br />

Una simple añadidura y suscribe Agustín<br />

105. Jul.- "Cierto, tú ninguna de estas dos cosas has hecho; tras afirmar que los católicos<br />

-entre los que finges estar- reconocen la existencia del libre albedrío, al instante das una<br />

definición que anula lo que conceder parecías. Dices: "El que diga se puede honrar a Dios<br />

sin su ayuda, pues basta la fuerza de su libre albedrío, éste se llama pelagiano"; y de<br />

nuevo: "Afirmamos existir en los hombres el libre albedrío. El hombre, decís, es libre para<br />

hacer el bien sin la ayuda de Dios".<br />

Ag.- Si añadieses, "dicen los herejes", aunque no pronunciases esta palabra, no estarías<br />

lejos de mi pensamiento. Verdad es que los herejes -vosotros mismos- afirmáis que el<br />

hombre es libre para hacer el bien sin ayuda divina. No leí las palabras "sin la ayuda de<br />

Dios" que tú citas a la hora de referir este pasaje; y lo atribuyo a una laguna en el<br />

manuscrito, no a ti. Habla, pues, de otras cosas.<br />

El amor entre los dones de Dios<br />

106. Jul.- "Cuando afirmas que, según nosotros, cada uno puede rendir culto a Dios sin la<br />

ayuda divina, sólo con la fuerza de su libre albedrío, mientes en absoluto. De muchas<br />

maneras se entiende el culto de Dios: consiste en la guarda de los mandamientos, en la<br />

execración del vicio, en la sencillez de vida, en el conocimiento de la Trinidad, resurrección<br />

y otros dogmas por el estilo. ¿Cómo es posible digamos en general que basta el libre<br />

albedrío para rendir el culto debido a Dios sin su ayuda, si leemos en el Evangelio estas<br />

palabras del Señor: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas<br />

cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así<br />

te agradó? 71<br />

Estos dogmas y misterios no los puede descubrir el libre albedrío por sí mismo; si bien la<br />

razón natural puede, según el testimonio del Maestro de los gentiles, enseñarnos a no<br />

rendir culto a los ídolos, a no despreciar a Dios que se revela como creador del mundo. Lo<br />

que tú inventas ni nosotros ni nadie lo dice. Por el contrario, afirmamos que el hombre<br />

recibe de Dios, en su creación, el libre albedrío, y además recibe una lluvia de gracias<br />

divinas para que pueda guardar o quebrantar los mandamientos. Y en esto consiste, según<br />

nosotros el libre albedrío. Dios testifica de mil maneras su bondad, preceptos, bendiciones,<br />

sacramentos, castigos, incitaciones, luces, y todo el que tiene uso de razón es libre para<br />

obedecer o resistir a la voluntad de Dios".<br />

Ag.- Enumeras muchos de los socorros con que Dios nos ayuda, esto es, preceptos,<br />

bendiciones, sacramentos, castigos, incitaciones, luces, pero silencias la caridad, siendo<br />

así que Juan, el apóstol, dice: La caridad viene de Dios 72 . Y en otro lugar: Mirad qué amor<br />

nos ha tenido el Padre, que somos llamados hijos de Dios, y lo somos 73 . Este amor que<br />

recibe el corazón humano del espíritu, no de la letra, y también de esta fuerza habla Juan


en su evangelio: Les dio poder de hacerse hijos de Dios 74 .<br />

Este poder vosotros lo atribuís al hombre, a su libre albedrío, porque tenéis el espíritu del<br />

mundo, no el espíritu de Dios, porque no conocéis los dones, regalo de Dios. Y así es<br />

imposible estar en paz con la Iglesia, de la que vivís separados; no tenéis la caridad, que<br />

no reconocéis ser don de Dios; ni la fe, pues sois unos herejes. La paz, el amor, la fe se<br />

dan a los hermanos, y no por el libre albedrío, sino por Dios, Padre, y por Jesucristo, el<br />

Señor. Y si en estas palabras reconoces un dogma apostólico, reconócete en las tuyas<br />

como hereje.<br />

Universalidad en 2Co 5, 10<br />

107. Jul.- "No creemos pueda el libre albedrío, sin la ayuda de Dios, rendirle culto como el<br />

que le tributan los iniciados en los misterios; pero confesamos que el libre albedrío es un<br />

testimonio fidedigno de la justicia divina y, en el momento de comparecer ante el tribunal<br />

de Cristo, dará testimonio de que cada uno recibe según sus obras, buenas o malas. Dios<br />

ha de juzgar con toda justicia y a nadie le imputará otro pecado que aquel que pudo<br />

evitar, y por él será castigado".<br />

Ag.- Me sugieres exactamente lo que debo decir contra ti. Es verdad lo que dice el Apóstol.<br />

Todos compareceremos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según las<br />

obras que ha hecho mientras estaba en el cuerpo, bueno o malo 75 . ¿Excluirás de esta<br />

universalidad a los niños? Di, pues qué hicieron de bueno mientras estaban en sus cuerpos<br />

por su libre querer, para recibir el gran bien del reino de los cielos; o qué hicieron mal por<br />

su libre voluntad, para verse privados de esta vida de Dios. Y si te ves obligado a confesar<br />

que unos son vivificados en Cristo, sin ninguna obra buena de su voluntad, ¿por qué no<br />

confesar que los otros mueren en Adán, si sabes que Adán, por oposición, fue figura de<br />

Cristo, que había de venir?<br />

¿O cierras los ojos y abres la boca para decirnos que a unos la salvación les viene del<br />

espíritu de justicia, en los que fueron regenerados, y a los otros no les perjudicó la carne<br />

de pecado en la que han nacido? ¿Quién, si no sois vosotros dirá esto? Los hombres en<br />

edad adulta, cuando oyen decir o leen que cada uno va a recibir según las obras que hizo<br />

mientras vivía en su cuerpo, no deben confiar en las fuerzas de su voluntad, sino pedir al<br />

Señor para no entrar en tentación, porque el Señor prepara la voluntad 76 . Orad, dice el<br />

Señor, para que no entréis en tentación 77 . Y el Apóstol dice: Rogamos a Dios que no<br />

hagáis nade malo 78 .<br />

No cita literalmente las palabras de Agustín<br />

108. Jul.- "Nada tiene de oscura tu primera proposición; pero en la segunda repites que<br />

reconoces la existencia del libre albedrío; no obstante no se puede el hombre considerar<br />

libre para practicar el bien, y es aquí donde queda al desnudo tu pensamiento íntimo".<br />

Ag.- Me obligas a atribuirte lo que antes achacaba al manuscrito. Repites mi sentencia sin<br />

citar literalmente mis palabras, cosa muy necesaria, pues te son contrarias. Dije: El libre<br />

albedrío, sin la ayuda de Dios, no puede hacer el bien. Tú, en cambio, afirmas que admito<br />

la existencia, pero no reconozco al hombre libertad para hacer el bien, y silencias lo que<br />

añado, "sin la ayuda de Dios". No acuso al ladrón, reclamo con urbanidad lo robado;<br />

devuélveme mis palabras, y las tuyas no tendrán valor.<br />

Oramos para no hacer nada malo<br />

109. Jul.- "Mira, nosotros, como ya hicimos en el primer libro, te forzamos ahora muy de<br />

cerca a probar que no niegas el libre albedrío. No lo olvide el lector: reconoces la<br />

existencia del libre albedrío y predicas a los católicos que Dios es el creador de los niños;<br />

dos cosas que nadie negó jamás, si se exceptúa a Manés después de esta confesión -<br />

común a los dos-, el libre albedrío no tiene cabida ni en tu pensamiento ni en tu<br />

enseñanza; en consecuencia, ni tú ni tu doctrina tienen nada de católicos.<br />

Te pregunto cuál es la esencia y definición del libre albedrío. Con certeza no está en su<br />

poder cambiar ni un ápice en las cosas naturales, por ejemplo, el oficio de los sentidos, de<br />

suerte que el sentido del olfato perciba los sonidos, los olores el sentido de los oídos;<br />

nadie puede cambiar de sexo a voluntad; nadie tomar la forma de otro animal, ni cambiar


por la fuerza de su querer, el pelo de su cuerpo por un vellón natural; nadie, en fin, se ha<br />

dado un cuerpo con las cualidades que le apetezca; o un cuerpo con la talla que desea.<br />

Prueban estos ejemplos que otro tanto sucede en el mundo de la naturaleza. Pasemos a la<br />

naturaleza de las cosas exteriores. ¿Quién puede disponer a su antojo de la fertilidad de<br />

los campos, de la prosperidad en la navegación, de la nobleza, de las riquezas, de la<br />

gloria, de la permanencia en la grandeza hasta el punto de afirmar que ha sido creado por<br />

Dios para adquirir por propia voluntad, todas estas cosas y otras semejantes? La<br />

naturaleza está sujeta a un orden inmutable; los objetos exteriores se balancean en la<br />

cuerda de lo incierto. ¿En qué, pues, consiste el libre albedrío? ¿Qué nos hace imágenes de<br />

Dios, superiores a todos los animales, y él solo justifica la existencia de la justicia divina? ¿<br />

En qué consiste este libre albedrío, negado por los maniqueos, y, como confiesas,<br />

admitido por los católicos? Consiste, sin duda, en el poder que el hombre disfruta de<br />

consentir, voluntariamente, en el crimen o evitarlo, sin ser coaccionado por ninguna<br />

inevitable inclinación natural".<br />

Ag.- Frenar ante el crimen la voluntad no es otra cosa que no caer en tentación. Pero si<br />

esto dependiese sólo del poder de nuestra propia voluntad no se nos advertiría del deber<br />

de pedir en la oración al Señor este favor. Apártame del mal 79 , estas palabras significan<br />

que apartemos nuestra voluntad del pecado. Con todo, el Apóstol, aunque pudo decir con<br />

verdad: Os mandamos no hagáis nada malo, dice: Oramos a Dios para que no hagáis nada<br />

malo. Por eso dije -no como tú dices que dije-: nadie es libre para hacer el bien sin la<br />

ayuda de Dios. Y este socorro pedía el Apóstol para sus fieles, sin mermar un ápice la<br />

naturaleza del libre albedrío.<br />

Hombres soberbios e inflados, no pongáis vuestra confianza en vuestras fuerzas; someteos<br />

a Dios y orad para alejar de vosotros la voluntad de pecar y no entrar en tentación. No<br />

penséis que no entráis en tentación cuando, con firme querer, os alejáis de la<br />

concupiscencia o de cualquier obra mala. Ignoráis la astucia del tentador: cuando atribuís<br />

esto a vuestra voluntad sin el socorro de Dios, caéis en una gran tentación. Quisiera me<br />

dijeseis en qué sentido los bienes o males exteriores, como riqueza o pobreza y otros, son<br />

juguete del acaso. Porque la fe católica sustrae estas cosas al poder humano para<br />

atribuirlas al poder divino.<br />

Y lo digo porque temo por vosotros; no sea que suméis a vuestro error el creer que cuanto<br />

sufren o consiguen los hombres, ya en sus cuerpos o en sus bienes externos, no deba<br />

atribuirse a la providencia de Dios; y así, considerando como una consecuencia de cambios<br />

fortuitos e imprevistos los males que sufren los niños, queráis sustraer estos males al<br />

juicio de aquel sin cuya voluntad, en apreciación del Señor, ni un gorrión cae a tierra. Y<br />

veis naufragar vuestra herejía en las aguas de estos males infantiles, males que no<br />

existirían bajo un Dios justo si no fueran fruto del primer pecado por el que la naturaleza<br />

humana mereció ser viciada y condenada.<br />

El libre albedrío en Adán y en nosotros<br />

110. Jul.- "Unos pocos ejemplos pondrán luz en nuestra cuestión. El hombre es libre para<br />

querer o no querer cometer un sacrilegio; libre para querer o no querer cometer un<br />

parricidio; libre para querer o no querer cometer un adulterio, dar un testimonio<br />

verdadero o falso, obedecer las órdenes de Dios o las sugestiones del diablo".<br />

Ag.- Dices verdad. Tal fue el libre albedrío en Adán; pero después de otorgado por el<br />

Creador y viciado por el engañador, necesita ser curado por el Salvador. Esto, con la<br />

Iglesia, no lo queréis confesar vosotros. Por eso sois herejes. Hombre, no piensas dónde<br />

estás y, ciego, te encumbras en los días malos como en los buenos; cuando el libre<br />

albedrío era como lo describes, el hombre no se había hecho semejante a la vanidad ni sus<br />

días pasaban como una sombra 80 . Dios no es vanidad, y el hombre era imagen suya, con<br />

su gracia se renovaba de día en día y aún no se podía decir: He sido concebido en<br />

iniquidad 81 . Aún no se decía: ¿Quién está limpio de pecado? Ni un niño cuya vida es de un<br />

día sobre la tierra 82 . Por último, aún no se decía. No hago lo que quiero, sino que hago lo<br />

que odio; y sé que no mora en mí, esto es, en mi carne, el bien; querer el bien está a mi<br />

alcance; pero el realizarlo no; y veo otra ley en mis miembros que se rebela contra la ley<br />

de mi espíritu 83 . Este mal, cuando creó Dios a Adán recto, no existía, porque la naturaleza<br />

humana aún no había sido viciada. Tenía un guía al que abandonó por su libre querer; y no<br />

buscaba un Libertador para que le librara del pecado. Aquellas palabras: No hago el bien<br />

que quiero, y otras parecidas, son, como decís, las de un hombre no constituido aún bajo


la gracia de Cristo, luego has de reconocer que Cristo encontró al hombre con el libre<br />

albedrío muy débil para el bien, y la naturaleza humana sólo por la gracia de Cristo puede<br />

ser reparada.<br />

Por eso es verdad lo que dije: "Nadie sin la ayuda de Dios es libre para hacer el bien". Tú<br />

has omitido las palabras "sin la ayuda de Dios", para abrir un amplio horizonte por el que<br />

explayar tu verborrea, no tu elocuencia; y no para agrado de tus lectores, sino para<br />

impedir, cuanto puedes, al que quisiera entender. Someteos a Dios y enmendaos. Nadie<br />

es libre para hacer el bien sin la ayuda de Dios. ¿Por qué encumbrar la voluntad del<br />

hombre para luego precipitarla? "Orad para no entrar en tentación".<br />

Pide Agustín para Juliano la fe de Basilio<br />

111. Jul.- "En los primeros ejemplos hablé de la voluntad libre, más que de sus efectos<br />

reales; porque es más fácil evitar el parricidio, el sacrilegio, el adulterio, etc., que el<br />

cometerlos. No siempre una voluntad perversa puede realizar lo que quiere. Para evitar<br />

hacerse culpable de estos crímenes hasta la pasividad absoluta. A no ser que vosotros<br />

consideréis fatiga el hecho mismo de no querer fatigarse. Omito aquí los testimonios de la<br />

Sagrada Escritura: profetas, evangelistas, apóstoles, y las enseñanzas de los doctores,<br />

tales como Juan, Basilio, Teodoro, y otros semejantes, todos de acuerdo en que es trabajo<br />

mayor cometer crímenes que evitarlos".<br />

Ag.- ¡Ojalá tuvieras tú la fe de estos santos!; así no negarías en los niños la existencia del<br />

pecado original.<br />

Deleita hacer el bien<br />

112. Jul.- "Y para ceñirme a la presente materia, repito que el libre albedrío únicamente<br />

nos ha sido otorgado, sin posibilidad de asignarle otro oficio, para que la voluntad de cada<br />

uno jamás pueda ser forzada a elegir entre justicia e iniquidad".<br />

Ag.- Sentía el Apóstol una ley en sus miembros que luchaba contra la ley de su espíritu<br />

hasta esclavizarla a la ley del pecado, y exclama: No hago el bien que quiero, sino que<br />

hago el mal que odio. Debes explicar ahora cómo uno puede ser arrastrado al mal por una<br />

voluntad esclava. Porque, para servirme de tus palabras, si uno gime bajo el peso de una<br />

mala costumbre sin estar aún, como decís vosotros, bajo el reinado de Cristo, ¿tiene o no<br />

tiene voluntad libre? Si la tiene, ¿por qué no hace el bien que quiere, sino el mal que<br />

detesta? Si no la tiene, porque aún no está bajo el reino de la gracia de Cristo, esto es lo<br />

que os he dicho, lo que os repito, lo que os volveré con frecuencia a gritar: Nadie puede, si<br />

no es por la gracia de Cristo, tener libre arbitrio de la voluntad para hacer el bien que<br />

quiere o evitar el mal que odia; y no es que la voluntad se vea forzada como una esclava a<br />

obrar el bien o el mal, pero, libre de su esclavitud, es suavemente atraída por su libertador<br />

con la dulzura del amor, no por la amargura servil del temor.<br />

Confía Juliano en sus fuerzas<br />

113. Jul.- "Tienen sus encantos seductores los vicios, y sus amarguras frecuentes<br />

excitadas por los perseguidores; a los primeros estimula la censura de la honestidad, a<br />

éstas las consume la grandeza de la paciencia".<br />

Ag.- Hablas como los que confían en sus fuerzas. Cuídate, para que un día no te lamentes,<br />

entre tormentos, por tu soberbia.<br />

El querer y el actuar vienen de Dios<br />

114. Jul.- "Por otra parte, no es la posesión trabajosa de las virtudes fuente de<br />

amarguras, pues nos pone en el reino de una conciencia recta, y además nos hace gozar<br />

de la felicidad eterna prometida. Contamos también con los socorros de la gracia de Dios,<br />

que nunca faltan a los que anhelan practicar la virtud, gracia que viene por mil caminos<br />

diferentes en nuestra ayuda, con tan moderada eficacia, que nunca desplaza de su lugar al<br />

libre albedrío; le ofrece su ayuda, si quieren, pero no violenta a los que la rechazan. Por<br />

eso algunos abandonan la senda de los vicios para caminar por la ruta de la virtud, y otros<br />

abandonan las avenidas de la virtud, para despeñarse en la sima de los vicios".


Ag.- ¿Cómo iba a ser posible que la gracia de Dios destruya el libre albedrío, si esta gracia<br />

libra de los vicios de la esclavitud y de la iniquidad, y lo restablece en su trono? Pero<br />

cuando se os pregunta en qué consisten estos socorros de la gracia de Dios, repetís lo que<br />

queda dicho más arriba: Dios nos ayuda, decís, "con sus preceptos, bendiciones,<br />

sacramentos, castigos, incitaciones y luces". Todas estas cosas nos vienen, según la<br />

Escritura, también de los hombres, santifican por medio de los sacramentos divinos,<br />

frenan con castigos, estimulan con sus exhortaciones, iluminan con sus enseñanzas, pero<br />

ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento 84 . Consiste este<br />

crecimiento en obedecer los mandamientos del Señor; lo que sólo se hace de verdad<br />

cuando se hace por amor. La Iglesia crece en su cuerpo, para ir edificándose en el amor. Y<br />

este amor lo da Dios, porque el amor viene de Dios 85 .<br />

Entre los auxilios de la gracia de Dios, vosotros no queréis nombrar el amor, y así no<br />

consideráis nuestra obediencia a Dios como un efecto de su gracia, pues pensáis que la<br />

gracia suprime el libre albedrío, y esto so pretexto de que sólo voluntariamente se<br />

obedece. No queréis reconocer que el Señor prepara la voluntad 86 , y no con palabras que<br />

resuenan al exterior, sino como cuando oró la reina Ester 87 , al ser escuchada. Dios mudó<br />

el corazón del rey y convirtió su indignación en bondad. Y así como obró esta mudanza en<br />

el corazón de un hombre de una manera oculta y divina, así obra en nosotros el querer y<br />

el obrar, como bien le parece 88 .<br />

La gracia viene en ayuda de nuestra posibilidad<br />

115. Jul.- "¿Cómo puedes tú admitir la existencia del libre albedrío, si afirmas que sólo se<br />

puede elegir una cosa, el mal, pero no puede evitar el mal y obrar el bien? 89 "<br />

Ag.- Lo afirmo, puede la voluntad del hombre evitar el mal y hacer el bien, pero lo<br />

entiendo de la voluntad que Dios gratuitamente ayuda, no de la voluntad que Juliano,<br />

ingrato, hincha.<br />

Dios no manda imposibles<br />

116. Jul.- "Silencio, por el momento, el rugir de tu furor contra toda ley, pues crees que<br />

manda a los mortales cosas que el legislador sabe son imposibles".<br />

Ag.- No dices verdad. Dios sólo manda cosas posibles: da Dios poder a los que pueden<br />

hacer y hacen, y exhorta a los que no pueden a pedirle el que puedan. Si no observan los<br />

santos todos los preceptos, Dios los conduce por sendas de humildad para que pidan cada<br />

día: Perdónanos nuestras deudas 90 , y viene el Señor en ayuda de nuestra obediencia para<br />

mostramos su misericordia.<br />

Persigue Juliano vanos fantasmas<br />

117. Jul.- "Dime, por favor, qué poeta te ha conducido a la fuente de Hipocrene, para<br />

inventar, no un poema, sino, en un lenguaje blasfemo, un animal de doble naturaleza, con<br />

un cuerpo formado de una fatal necesidad, y un rostro velado con el nombre de libertad".<br />

Ag.- Te pintas como te place a ti mismo; a un corazón vacío le agrada perseguir vanos<br />

fantasmas. ¿Por qué facilitar socorros de gracia a la voluntad para que sea buena, si no los<br />

necesita para ser mala o persistir en su maldad? ¿O esta balanza que tratas de mantener<br />

en el fiel al decir que la voluntad es igualmente libre para el mal o el bien, al inclinarse a<br />

una parte indica que has perdido la razón?<br />

Nada sin la gracia<br />

118. Jul.- "En la obra que enviaste a Roma escribes: "La voluntad es libre para el mal,<br />

pero no es libre para el bien"".<br />

Ag.- ¿Por qué no añades lo que allí leíste: "si no ha sido liberada"? O bien, ¿por qué dice el<br />

Señor al hablar de los frutos de la vid, esto es, de las buenas obras: Sin mí nada podéis<br />

hacer 91 , sino porque nadie es libre si él no libra?<br />

Ceguera de Juliano


119. Jul.- "Llamas celestiano al que piensa que cada uno es libre para hacer el bien, y<br />

dices son libres los que sólo pueden hacer el mal. Si puedes encuentra otra definición del<br />

ser no libre y reivindica esta libertad. Si no has perdido el sentido hasta el punto de no<br />

comprender lo que es libertad considerada en sí misma, ¿no deberías, por el contrario,<br />

saber cuál es la esencia de la libertad?<br />

Supón te encuentras embarazado para definir la visión corporal, y la explicases así: Visión<br />

es tener los ojos vaciados, o no ver nada por efecto de un impedimento cualquiera en el<br />

momento de abrirlos; supongamos que tienes esta definición por verdadera y quieres<br />

saber en qué consiste lo opuesto, es decir, la ceguera, y sólo se te ocurriera decir: es uno<br />

ciego cuando le sacan los ojos, o cuando la presencia de un cuerpo opaco le impide ver;<br />

sin duda te retractarías al constatar que una misma definición sirve para dos cosas<br />

opuestas. Porque se seguiría que, si la ceguera no es otra cosa que la privación de la vista<br />

en el momento de abrir ]os ojos, la definición de la vista sería la facultad de ver en tiempo<br />

oportuno, sin tener vaciados o vendados los ojos. Y si, testarudo, niegas estos principios,<br />

llegarás a persuadir a tus oyentes que resistes, con odioso tesón, al testimonio de tu<br />

conciencia, y si les convences de que tales son tus pensamientos, juzgarán no eres menos<br />

ciego en el alma que aquel que tú defines".<br />

Ag.- No quiero la definas, sino que pongas fin a tu ceguera y comprendas que no pudo<br />

Cristo decir con verdad: Sin mí nada podéis hacer 92 , si pudiesen los hombres ser libres<br />

para hacer el bien sin la gracia de Cristo.<br />

Necesidad de la gracia<br />

120. Jul.- "Así, pues, para aplicar el ejemplo a nuestra materia, has podido comprender<br />

por la definición de lo que no es libre, la definición de libertad. En efecto, aunque tu<br />

inteligencia se oscureciese al definir el libre albedrío, hasta el punto de designar con este<br />

vocablo la imposibilidad de elegir entre dos partes contrarias, has debido darte cuenta de<br />

que la esclavitud o no libertad es la imposibilidad de optar por uno de los contrarios; en<br />

consecuencia, para definir la libertad hay que negar la esclavitud; de suerte que la no<br />

libertad sea la impotencia de elegir entre dos cosas contrarias, y, por el contrario, libertad<br />

es la facultad de elegir".<br />

Ag.- ¿Por qué oscurecer con tu opaca verborrea cosas tan claras? Uno es libre para el mal<br />

si hace el mal de pensamiento, palabra u obra. ¿Y qué adulto no lo puede hacer? Libre<br />

para el bien es aquel que, con buena voluntad, practica el bien en la acción, en la palabra,<br />

en el pensamiento, y esto, sin la gracia de Dios, ningún hombre lo puede hacer. Y si<br />

afirmas que alguien lo puede, estás en palmaria contradicción con aquel que dijo: Sin mí<br />

nada podéis hacer: estás en plena contradicción con aquel que dijo: No somos<br />

competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos; nuestra<br />

capacidad viene de Dios 93 .<br />

Se trata, pienso, no de un pensamiento malo, sino bueno cuando el Apóstol dice que no es<br />

capaz de pensar algo por sí mismo, sino que su capacidad le viene de Dios. Habla, pues,<br />

de un pensamiento bueno, de una palabra buena, de una acción buena. Por consiguiente,<br />

el que no puede tener por sí mismo un pensamiento bueno, ni puede por sí mismo decir ni<br />

hacer el bien; pero si vive en gracia, su capacidad le viene de Dios; por eso está escrito:<br />

No sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros<br />

94 , y todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios 95 . Pensando<br />

en estos textos dije que nadie era libre para hacer el bien sin la ayuda de Dios. Tú, por<br />

temor a estas palabras, dices que dije: nadie es libre para hacer el bien, pero omitiste "sin<br />

la ayuda de Dios", palabras que yo añadí. Tengo la certeza que te consideras vencido, pero<br />

con tu verborrea sin fin quieres aparentar no estás derrotado; y si fueses consecuente<br />

deberías privar de libertad a Dios, pues sólo puede tener buena voluntad, y jamás puede<br />

tener mala voluntad.<br />

¿Te consuela en la derrota el insulto?<br />

121. Jul.- "Estando así las cosas, te empecinas miserablemente en tu opinión y no sé qué<br />

juicio formar de ti; pues o defiendes, contra tu conciencia, el error, o crees ser verdad lo<br />

falso; o has perdido la razón, porque es cierto que has perdido la fe".


Ag.- ¿Te consuela el insulto en la derrota?<br />

El amor-gracia<br />

122. Jul.- "Con brevedad resumo lo dicho; el libre albedrío, solicitado al mal por los<br />

placeres o persuasiones diabólicas, se inclina al mal; al bien se inclina por la virtud y<br />

especies diferentes de gracia; no puede existir libertad sin ausencia de toda necesidad en<br />

el obrar según justicia o pecar".<br />

Ag.- Si entre las diferentes especies de gracias pusieras el amor que viene del Padre, no<br />

de nosotros, y que Dios otorga a sus hijos, según lees en la Escritura, y sin el cual nadie<br />

vive en piedad, y con el cual nadie vive sin piedad, sin el cual no existe buena voluntad y<br />

con el cual nadie tiene si no es buena voluntad, defenderías el libre albedrío y no lo<br />

hincharías. Sin embargo, si entiendes por necesidad una fuerza que te oprime contra tu<br />

querer, no hay justicia, pues nadie puede ser justo si no quiere; pero hace la gracia de<br />

Dios querer al que no quería. Si nadie pecara sin quererlo, no estaría escrito: Sellaste en<br />

saco mis pecados y tienes anotado lo que cometí contra mi voluntad 96 .<br />

Insultos, no razones<br />

123. Jul.- "Reconocen los católicos la existencia del libre albedrío; la niegan los<br />

traducianistas con sus maestros, los maniqueos".<br />

Ag.- Estas son injurias, no juicios; quisiera razonaras, porque injuriar, ¿no lo puede hacer<br />

cualquier malvado?<br />

Cuanto nace, viene de Dios; el vicio, del diablo<br />

124. Jul.- "Nosotros decimos con verdad que los engañados por vosotros, para no ser<br />

tachados de herejes, se hacen maniqueos, y para evitar una falsa deshonra, cometen un<br />

verdadero crimen, como las fieras a las que se las rodea de espinos para que caigan en la<br />

red, y así por temor a un mal aparente, caen en una verdadera trampa. Decimos ser Dios<br />

creador de los niños, y como es cierto que el Dios de los católicos es el Dios verdadero, no<br />

puede hacer nada malo, y pertenece a su dignidad que los hombres, obra suya, no puedan<br />

ser considerados, antes del uso de la razón, perversos y culpables. Si niegas una<br />

proposición, destruyes las dos. Dices creer en un Dios creador, con esta afirmación niegas,<br />

contra tu dogma, sea el diablo el formador de los hombres malos".<br />

Ag.- Cuanto en los hombres nace, aunque viciado, viene del Dios creador y es bueno; pues<br />

todo lo justo es bueno; pero Dios es autor de las naturalezas, no de los vicios. Llegué al<br />

punto clave. Veamos lo que vas a decir, si los niños no son arrancados del poder de las<br />

tinieblas, cuando, por los sacramentos de la Iglesia, pasan al reino de Cristo. Puedes<br />

envolverte con los velos de tu locuacidad; al llegar a este punto, aparecerás un desnudo<br />

hereje.<br />

El hombre, criatura de Dios<br />

125. Jul.- "Cuando atribuyes a la obra de Dios lo que él no puede hacer, evidencias que<br />

nada de lo que le atribuyes pertenece a Dios".<br />

Ag.- Dios sólo puede ser el creador de los hombres. Di más bien cómo no son arrancados<br />

los niños del poder de las tinieblas cuando por los sacramentos divinos son regenerados.<br />

Blasfema Juliano<br />

126. Jul.- "Aunque en el primer libro ya se trató con amplitud, voy ahora a exponer<br />

brevemente tu pensamiento. Temes atribuir la creación de cierta sustancia al diablo, y no<br />

temes atribuir a Dios un crimen muy grave. Respetas más la naturaleza de la carne<br />

humana que la justicia de Dios, rechazas como gran crimen atribuir al diablo la sustancia<br />

de la naturaleza humana, y atribuyes a la justicia y santidad de Dios, como cosa baladí, la<br />

creación de seres criminales, como si no fuera más tolerable, entre dos opiniones, ambas<br />

falsas, atribuir al diablo las obras de la carne que la iniquidad a las obras de Dios".<br />

Ag.- Sois vosotros los que blasfemáis de la justicia de Dios cuando, bajo su omnipotencia,


sin mérito malo alguno tantos males veis sufrir a los niños. Di también cómo los separáis<br />

de aquellos que Dios libra del poder de las tinieblas y traslada al reino de su amor 97 .<br />

Niños regenerados<br />

127. Jul.- "Has dicho en este pasaje que los niños son creados culpables y bajo el poder<br />

del diablo; y en la última parte de tu libro vomitas algo más abominable que los secretos<br />

de los maniqueos. "Dios, dices, creó a los hombres malos, como alimenta y nutre a los<br />

malos"".<br />

Ag.- Cuando llegues a este pasaje de mi libro, verás en qué sentido digo estas palabras<br />

que me objetas. Di ahora, por favor, cómo al ser regenerados los niños son trasladados al<br />

reino de Cristo, sin ser arrancados del poder de las tinieblas.<br />

128. Jul.- "Luego Dios es autor del mal".<br />

"Yo creo el mal". Sentido<br />

Ag.- No comprendes en qué sentido, por boca de su profeta, dice: Yo creo el mal 98 .<br />

Los niños no son inocentes<br />

129. Jul.- "Y por lo que Dios hace son los inocentes castigados".<br />

Ag.- Ni en su origen son inocentes, ni los castiga por lo que Dios hace.<br />

Posesión del diablo<br />

130. Jul.- "Y son posesión del diablo, porque Dios así lo dispuso".<br />

Ag.- Y el Apóstol entregó un hombre a Satanás 99 , con justicia, no por maldad; y también<br />

entregó a unos hombres a una mente réproba. ¡Ojalá no estéis entre ellos vosotros!<br />

El pecado original no es obra de Dios<br />

131. Jul.- "E imputa Dios a los hombres un crimen que es obra de sus manos".<br />

Ag.- Lo que traen los niños de su origen viciado no es obra de Dios.<br />

No actúa el Señor bajo las sugerencias del diablo<br />

132. Jul.- "Y lo que suavemente el diablo sugiere, Dios, con habilidad y constancia, lo<br />

crea, propaga, defiende y conserva".<br />

Ag.- No hace Dios lo que le sugiere el diablo, pero de una naturaleza viciada por el diablo,<br />

lo que Dios hace, lo hace bien.<br />

El mal no tiene a Dios como autor<br />

133. Jul.- "Reclama Dios frutos de bondad al que inculcó, en su nacimiento, maldad".<br />

Ag.- El mal no lo creó Dios, mas, por la regeneración, borra Dios el pecado que viene de<br />

una naturaleza viciada.<br />

Culpables los hijos de Adán<br />

134. Jul.- "Además miente toda la ley, pues afirma que Dios es justo".<br />

Ag.- Mientes tú al negar sean culpables los hijos de Adán y sí merecedores de grave<br />

castigo. Con esto, ¿qué intentas probar, sino que Dios es injusto?<br />

Dios no puede pecar<br />

135. Jul.- "Y al culpable de tantos crímenes, ¿aún se le llama Dios?"<br />

Ag.- Dios no es capaz de crimen ninguno, ni culpable del que vosotros le atribuís al afirmar


que los niños, sin pecado de origen, sufren tantos y tan graves males por orden y<br />

permisión de Dios.<br />

En los males de los niños hay que ver la justicia de Dios<br />

136. Jul.- "Perecerá la memoria -de los maniqueos- con gran estrépito; porque Dios<br />

permanece para siempre y afianza en el juicio su trono y juzgará el orbe con justicia y a<br />

los pueblos con rectitud 100 . En Dios no hay ningún crimen. Luego no crea a los malos,<br />

porque si fueran malos por naturaleza, Dios no los podía crear. En consecuencia, los<br />

católicos han de confesar que Dios es el creador de los buenos, y los maniqueos creen que<br />

es creador de los malos".<br />

Ag.- Si no fueseis sordos a la palabra divina que dice: juzgará al orbe con justicia,<br />

aprenderías a ver, en los sufrimientos de los niños, la justicia de Dios. Por naturaleza,<br />

como criaturas de Dios, son buenos los hombres, malos por vicio y por eso los sana Dios.<br />

Esta doctrina católica hace naufragar la memoria de maniqueos y pelagianos con todo el<br />

estruendo de su locuacidad.<br />

137. Jul.- "Veamos lo restante".<br />

La fe de la Iglesia en el pecado original<br />

Ag.- Pasas ya a otras palabras de mi libro, sin decir nada contra las anteriores que te<br />

proponías refutar. Para cercaros con la autoridad del Apóstol dije que decís que los niños<br />

no son arrancados del poder de las tinieblas; apareces, como antes dije, un hereje al<br />

desnudo; y no tuve trabajo al despojarte, porque no osaste ni cubrirte con el velo de tu<br />

vacía verborrea y oponerte a la fe de los apóstoles que conserva desde antiguo nuestra<br />

madre la Iglesia.<br />

Habla Agustín en lenguaje accesible a todos<br />

138. Jul.- "Escucha, dice Agustín, en breves palabras lo que en esta cuestión se ventila.<br />

"Enseñan los católicos que la naturaleza humana fue creada por el Dios creador bueno;<br />

pero fue viciada por un pecado y necesita de Cristo para curar. Sostienen los maniqueos<br />

que la naturaleza humana no es una criatura de Dios, buena en su origen y viciada luego<br />

por un pecado; sino que el hombre fue creado por el príncipe de las tinieblas eternas, y en<br />

mezcla de dos naturalezas eternas, una buena y otra mala. Los discípulos de Celestio y<br />

Pelagio afirman que la naturaleza humana es buena, creada por el Dios bueno; tan sana<br />

en los niños en su nacimiento, que no necesitan de la medicina de Cristo. Reconoce en<br />

esta doctrina tu nombre, cesa de objetar a los católicos dogmas y nombres extraños. A los<br />

dos impugna la Verdad, a vosotros y a los maniqueos. A los maniqueos les dice: ¿No<br />

habéis leído que el que los hizo al principio, los hizo varón y hembra? Por esto el hombre<br />

dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán dos en una carne; luego ya<br />

no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios unió, no lo separe el hombre 101 . Y así prueba<br />

que es Dios el creador de los hombres y autor de la unión de los esposos, contra los<br />

maniqueos, que niegan ambas cosas.<br />

A vosotros os dice: Vino el Hijo del hombre a buscar y salvar lo que estaba perdido 102 .<br />

Ahora vosotros, cristianos egregios, responded a Cristo: Si has venido a buscar y salvar lo<br />

que estaba perdido, no viniste para los niños, pues éstos no perecieron, sino que nacieron<br />

sanos. Vete a los adultos y haz honor a tus palabras, pues: No necesitan médico los sanos,<br />

sino los enfermos 103 . Y así sucede que Manés, al decir que una naturaleza mala se mezcla<br />

en el hombre, quiere, al menos, salvar por Cristo la naturaleza buena; tú, empero,<br />

sostienes que Cristo nada tiene que sanar en los niños, pues están muy sanos en el<br />

cuerpo. En consecuencia, Manés vitupera de una manera odiosa la naturaleza humana; tú<br />

tejes su elogio cruel, porque cuantos crean tus loas, no presentarán sus hijos al Salvador".<br />

En mi obra primera he puesto de relieve que, por todos los medios, tratas de hacerte<br />

incomprensible".<br />

Ag.- Lo quieras o no me hago comprender. Tú, por el contrario, nada tienes que responder<br />

y consideras como ininteligibles proposiciones verdaderas y firmes. Esta misma materia<br />

prueba que no la puedes refutar.


Se afana Juliano y sucumbe<br />

139. Jul.- "Probé que la mayor parte de tus comentarios son más difíciles de comprender<br />

que de refutar".<br />

Ag.- Y lo que para ti es peor, trabajas y sucumbes; no trabajas para comprenderme, cosa<br />

sumamente fácil, sino que trabajas para refutarme, y no puedes.<br />

Despista Juliano al lector<br />

140. Jul.- "Si quisiera refutar cada frase tuya incurriría en repeticiones superfluas, y si lo<br />

critico todo, me extendería demasiado".<br />

Ag.- He aquí cómo actúas para extraviar al lector y hacerle creer me has contestado con<br />

olvido de lo que habías prometido refutar.<br />

Cristo vino a buscar pecadores, entre ellos los niños<br />

141. Jul.- "Aunque todo lo que contra nosotros has publicado está escrito con el fin de<br />

persuadirnos existen males naturales, y que el creador de los hombres es el diablo y Dios<br />

autor de los crímenes; con todo, creo sea oportuno, en gracia a la brevedad, reunir en uno<br />

aquellos argumentos, esparcidos por diversas partes, en los que piensas se apoya tu<br />

opinión y sólo consiguen oscurecerla. Primero, la exposición, para que aparezca su<br />

finalidad; luego la conclusión; los estudiaré no en detalle, sino en conjunto; no en<br />

desorden, sino ordenados..."<br />

Ag.- Tu estudio, publicado en ocho libros contra uno mío, es una maravilla de concisión;<br />

pero tus prolijas disquisiciones no han conseguido invalidarlo. Di ahora, si puedes, si no de<br />

palabra, sí con vuestros perversos sentimientos, si no os veis obligados a decir a Cristo:<br />

"Si has venido a buscar y sanar lo que estaba perdido, no has venido para los niños. pues<br />

no estaban perdidos y gozan de perfecta salud en su nacimiento. Vete a los adultos, pues<br />

te ves obligado por tus palabras: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los<br />

enfermos. Responde: ¿por qué te empeñas en ocultar y oscurecer la verdad con vanas<br />

palabras?<br />

Manipulación de Juliano<br />

142. Jul.- "Escribes, al final de tu libro, después de las palabras: "Dios creó a los hombres<br />

malos, como alimenta y nutre a los malos", y añades: "Porque lo que otorga en la creación<br />

pertenece a la bondad de la naturaleza; y el crecimiento que les proporciona por el<br />

alimento, no lo concede a la maldad, sino a la naturaleza buena, creada por él, que es<br />

bueno y le da un crecimiento bueno. Como hombres tienen una naturaleza buena y Dios es<br />

su autor; como nacidos en pecado, están destinados a la perdición si no renacen, pues son<br />

desde su origen, raza maldita 104 , por el pecado de aquella antigua desobediencia. No<br />

obstante, el que modela vasos de ira, usa bien de ellos, para hacer brillar su gloria en los<br />

vasos de misericordia, y así ningún hombre que pertenece a la misma masa atribuya a sus<br />

méritos un adarme, pues ha sido 'salvado por gracia' y el que se gloría, gloríese en el<br />

Señor 105 . Se aparta de esta fe nuestro adversario al enseñar que los niños no se<br />

encuentran bajo el poder del diablo en su nacimiento y no quiere sean presentados a<br />

Cristo, para que sean arrancados del poder de las tinieblas y trasladados a su reino 106 ; y<br />

así acusa a la Iglesia extendida por todo el mundo, en la cual los niños presentados al<br />

bautismo reciben las insuflaciones para que el príncipe de este mundo sea arrojado fuera.<br />

Más adelante, al hablar de la libido, sin la cual no puede existir el acto íntimo entre los<br />

esposos, que a nosotros nos parece algo natural, perteneciente a la obra de Dios, y que<br />

defendemos, no como un bien supremo, sino como una sensación de los cuerpos querida<br />

por Dios, mientras tú, en numerosos escritos, tratas de probar que ha sido inyectada en el<br />

cuerpo humano por el diablo, cubriendo así de vergüenza al diablo y a tu doctrina. De esta<br />

libido hablas con frecuencia al final de tu libro, y dices: 'No condenamos la unión honesta<br />

de los esposos por los movimientos vergonzosos de la pasión carnal. Estos pueden existir<br />

sin pecado, y entonces los esposos no tienen por qué enrojecer; la vergüenza vino<br />

después del pecado, cuando llenos de confusión se taparon. Y permanece en todos los<br />

esposos, pero de este mal pueden honesta y lícitamente usar bien, aunque eviten, al<br />

realizar el acto, ser vistos por otros, confesando así que es un acto vergonzoso, pues nadie


enrojece de vergüenza cuando obra bien'. Por consiguiente, de la libido vergonzosa el que<br />

legítimamente usa, usa bien de un mal; el que ilícitamente usa, hace mal uso de un mal""<br />

107 .<br />

Ag.- ¿Por qué truncas mi sentencia y, silenciadas algunas palabras mías y como si fuese su<br />

continuación, añades: "Por consiguiente, la libido vergonzosa", omites otras palabras mías,<br />

en las que digo: "Así se insinúan estas dos cosas: el bien de una unión laudable, por ser<br />

causa del nacimiento de los hijos; y el mal de una vergonzosa libido que obliga a los<br />

engendrados a ser regenerados, para evitar la condena?" ¿Por qué suprimes de mi<br />

sentencia estas palabras y las sustituyes por otras, como si fueran continuación de las<br />

mías? ¿Qué es lo que haces? ¿Por qué lo haces? Es poco para ti dejar en el silencio lo que<br />

debieras refutar de mi libro, y pasas a otros temas para interrumpir el orden y hacer<br />

olvidar al lector tu propósito; además refieres de una manera incompleta lo que sin orden<br />

y a capricho interpolas; cortas donde quieres, suprimes lo que te place, unes tus ideas<br />

según te viene en gana. Haz lo que te agrade; a pesar de todo aparecerás derrotado y<br />

convicto, cosa que tú no quieres.<br />

Omite Juliano palabras de Agustín<br />

143. Jul.- "Con más razón recibe el nombre de mal que el de bien aquello de lo que<br />

sienten vergüenza malos y buenos; prefiero creer al Apóstol, que dice: El bien no habita<br />

en mi carne 108 que a éste que lo llama un bien".<br />

Ag.- No era difícil completar mi pensamiento tal como se encuentra en mi libro. Dije "era<br />

preferible seguir al Apóstol, que no al que llama un bien a lo que hace enrojecer de<br />

vergüenza; y si no siente sonrojo es peor, porque añade al mal la desvergüenza". Ignoro<br />

por qué silenciaste estas palabras, cuando podías no responder a ellas, como haces con<br />

otras que mencionas con intención de refutarlas y luego las pasas por alto sin rozarlas<br />

siquiera.<br />

Soplo sobre los bautizandos<br />

144. Jul.- "Poco después añades: "La naturaleza humana, que viene de un matrimonio o<br />

de un adulterio, es obra de Dios. Si fuese mala, no debería ser engendrada; y si no tiene<br />

mal alguno, no debería ser regenerada; y, para concluir, en una palabra, si es un mal la<br />

naturaleza humana, no podría ser salvada; si no lo es, no debería ser salvada. Aquel que<br />

piensa no es un bien, niega la bondad del Creador, de quien procede; el que niega haya<br />

mal alguno en ella, hace injuria a la misericordia del Salvador. Por eso, en el nacimiento<br />

de los hombres no se puede justificar el adulterio por el bien que sabe sacar un creador<br />

bueno; ni se puede condenar el matrimonio por el mal que ha de sanar un salvador<br />

misericordioso" 109 .<br />

Estas numerosas expresiones, tomadas de tus escritos, fruto de una gran fatiga por<br />

aparecer profundo pensador, necesitan ser expuestas de nuevo, pues tenemos la<br />

costumbre de no atacar astutamente, sino como seguros de la verdad; y si es difícil captar<br />

tu pensamiento, es útil, mediante nuestra repetición, ser aclarado. Dijiste, pues, que los<br />

maniqueos condenan la naturaleza de la carne y enseñan que el hombre nace de la mezcla<br />

de dos naturalezas, una buena, la otra mala; y que nosotros, a quienes llamas herejes,<br />

decimos que la naturaleza humana es creación de un Dios bueno y es buena por<br />

testimonio de su autor, y tan sana en los niños, que no necesitan de la medicina de Cristo;<br />

según tú, la naturaleza de Adán es creación de un Dios bueno, y buena permaneció<br />

durante algún tiempo, pero luego fue viciada por el pecado y por ello necesita de la<br />

medicina de Cristo.<br />

En el primer libro de esta obra demostré que vuestra doctrina no se distingue en nada de<br />

la impiedad maniquea, de la cual se deriva, como se desprende de un simple cotejo, es<br />

evidente que si el temor te aproxima a Joviniano, el amor te une a Manés. Lo que quiero<br />

tratar aquí es: primero expondré mis posiciones, luego las tuyas. Has dicho con verdad<br />

que nosotros afirmamos que la naturaleza humana es creación buena del buen Dios; hasta<br />

ahora es nuestra doctrina, pero tú has suprimido o no has podido advertir una sentencia,<br />

complemento de ésta, y, en su lugar, has puesto algo de tu invención, no nuestra; porque<br />

nosotros afirmamos no sólo que la naturaleza del hombre fue creada buena por Dios en<br />

Adán, sino que es creada buena en todos los niños por este mismo Dios, autor del primer<br />

hombre, y por esta razón lo reconocemos como creador de todos los hombres".


Ag.- ¿Qué otra cosa decimos nosotros del Señor Dios, creador de todos los hombres? Pero,<br />

lo que Dios no permita en nosotros, negáis vosotros la necesidad de un Dios salvador para<br />

los niños, diciendo que la naturaleza es tan buena en ellos, pues no tienen mal alguno, que<br />

no necesita de Cristo médico. Responde a esto: Lo que en primer lugar te habías<br />

propuesto refutar, refútalo; demuestra por qué se sopla sobre el niño que va a ser<br />

bautizado, o declara la guerra a toda la Iglesia antigua y afirma debe ser suprimido este<br />

soplo; insiste sobre este punto y pulveriza, si puedes, este argumento. ¿Por qué te<br />

refugias siempre en las tiendas de tu verborrea? ¿Por qué pones de pantalla la humareda<br />

de tu vanidad, que cubre y oscurece todas las cuestiones y, al no tener nada que<br />

responder, se olvide el lector de la cuestión y crea dices algo?<br />

Palabras vacías las de Juliano<br />

145. Jul.- "No sólo has eliminado de nuestra proposición parte de nuestra enseñanza, sino<br />

que, en su lugar, introdujiste la tuya; a primera vista pudiera parecer odiosa; examinada,<br />

muestra su vacuidad. Enseñamos, dices, que la naturaleza fue creada buena por el Dios<br />

bueno, y tan sana, que no tiene necesidad de la medicina de Cristo. Piensa cuánta es tu<br />

pobreza de verdad, pues en los mismos términos, llamados antitéticos -• < J \ h g J " - no<br />

dudas cometer hurto tan manifiesto. Después de haber dicho que la naturaleza es buena,<br />

añades que está sana. ¿Lo opuesto -• J \ h g J @ < - a lo bueno, es acaso lo sano?<br />

Ciertamente, cuando decimos esto es bueno, lo oponemos sólo a lo malo, y si la materia<br />

exige el vocablo sano, lo oponemos a lo débil o enfermo; si un sujeto está sano, no está<br />

débil; y si enfermo, no está sano; si decimos: esto es bueno lo contrario recibe el nombre<br />

de malo, no de sano. Habrías podido decir que definimos la naturaleza humana como una<br />

criatura del Dios bueno, y que en los niños es tan buena que no necesita reformador, y si<br />

prefieres el vocablo sano para indicar lo bueno, debías conservar siempre esta expresión.<br />

Te deslizas ahora como zarcillo entre escolleras de unas definiciones. Cuando te forzó la<br />

evidencia de la verdad a confesar que nosotros afirmamos que la naturaleza humana fue<br />

creada buena por el Dios bueno y reconocer en esta parte de nuestra proposición la<br />

verdad, no la injuria, en seguida apelas a otras y añades que esta naturaleza sana, según<br />

nosotros, no necesita de la medicina de Cristo. Si esto lo dices por ignorancia, eres muy<br />

ignorante; si con advertencia, un taimado de marca".<br />

Ag.- ¿Por qué dices estas cosas, si no es porque no tienes nada que decir? No debimos,<br />

dices, llamar sana a lo que decimos buena, para evitar términos que en verdad no son<br />

opuestos. Si quisiera descubrir ahora tu ignorancia, me entretendría en cosas superfluas y<br />

sería como tú. Suprime, pues, lo superfluo, porque aunque fuera verdad, no te puede ser<br />

útil; di, si puedes, si no rehusáis a los niños la medicina de Cristo; en cuanto empieces a<br />

hacerlo, se verá por qué has querido intercalar aquí vanas consideraciones que no vienen<br />

a cuento.<br />

¿Por qué se alienta sobre los niños?<br />

146. Jul.- "Respondo con brevedad: lejos de rehusar la medicina de Cristo a los niños, que<br />

sabemos son inocentes, reconocemos que tienen necesidad de una tisana más eficaz.<br />

Nacen pequeños y débiles, sin poder alimentarse por sí mismos, sin poder siquiera<br />

implorar la ayuda de sus padres, y están a tantos accidentes expuestos, que su misma<br />

muerte puede, con frecuencia, estar causada por una leche muy densa o por el sueño de<br />

las que le dan de mamar".<br />

Ag.- He aquí cómo, con cosas superfluas, distraes la memoria del lector. No negáis a los<br />

niños el médico Cristo, a causa de los males del cuerpo cuyas debilidades son motivo de<br />

invalidez y de muerte; pero negáis les sea necesario este médico Cristo por estar bajo la<br />

esclavitud del diablo, y para ser liberados necesitan de las insuflaciones en el bautismo.<br />

Por eso avanzaste esta objeción con pretexto de resolverla, para ocultar tu temor; pero ni<br />

siquiera ensayas refutarla, porque los dardos lanzados contra este sólido fundamento,<br />

duro como el diamante, rebotarán contra ti. Por esta razón intercalaste una inútil discusión<br />

sobre términos antitéticos, con el fin de que olvide el lector tu incapacidad para la<br />

respuesta y te deje respirar a pesar de tus vanos esfuerzos. y haya podido creer que<br />

respondes cuando, en verdad, nada dices.<br />

Pones de pantalla los numerosos accidentes a los que está expuesto, el cuerpo de los


niños para hacernos creer que pueden ser torturados por la naturaleza, oprimidos por las<br />

enfermedades o sometidos a males físicos en su tierna edad, aunque la naturaleza<br />

humana permaneciera como cuando fue creada. Di, si puedes, por qué practica la Iglesia<br />

sobre los niños que van a recibir el bautismo las insuflaciones o, al menos, declara estas<br />

insuflaciones inútiles, y si no puedes calla. O mejor calla, porque no puedes.<br />

La felicidad del Edén no conoce la muerte<br />

147. Jul.- "Por la misma contextura del cuerpo mortal están expuestos a la desgracia de<br />

las enfermedades, a las torturas de los dolores, a los peligros de los contagios. Y<br />

reconocemos, no sólo para los niños, la necesidad de la medicina de Cristo, que los creó,<br />

sino para todos los mortales".<br />

Ag.- Luego creéis en la existencia de todos estos males dentro del paraíso aunque nadie<br />

pecara, opináis que hombres y animales morirían allí, pues creéis en la mortalidad común<br />

de los cuerpos. ¡Miserables! Si con afecto cristiano meditarais en la felicidad de aquel<br />

lugar, no creeríais que allí podían morir los animales, ni serían crueles, sino que, con<br />

admirable mansedumbre, vivirían sometidos al hombre y no buscarían el alimento dando<br />

muerte a otros, pues como está escrito: Tomarán alimento con los hombres. Y si su<br />

extrema vejez los ultimara, pues allí sólo la naturaleza humana tendría vida eterna, ¿por<br />

qué no creer que serían retirados del paraíso para morir en otra parte, o saldrían ellos<br />

guiados por el instinto de una muerte inminente, de suerte que no sorprendiese la muerte<br />

a ningún viviente en aquel lugar? Porque ni los mismos hombres pecadores hubieran<br />

podido morir si no fueran arrojados de aquella morada de suma felicidad por su pecado.<br />

La regeneración por Cristo<br />

148. Jul.- "Las enfermedades, incluso en esta vida, se mitigan con diversos remedios y<br />

desaparecerán de los cuerpos de los justos el día de su resurrección".<br />

Ag.- ¿Colocas a los niños entre estos justos, cuando no hicieron nada bueno o malo por<br />

propia voluntad? ¿O los separas de los justos, aun haciéndolos participar de la feliz<br />

resurrección de la carne? ¿Por qué entonces sólo admites para los justos la exención de los<br />

males el día de la resurrección? Si los niños, a causa de la justicia del segundo hombre,<br />

autor de la regeneración, son considerados justos, ¿por qué, por el pecado del primer<br />

hombre, autor de la generación, no se pueden considerar injustos?<br />

Gracia medicinal<br />

149. Jul.- "Confesamos, lo ves, que en muchas cosas la medicina de Cristo es necesaria<br />

para la naturaleza humana. Lo sé, vas a vociferar que son cavilaciones mías, pero tú no<br />

llamas medicina a la que remedia los cuerpos, sino que por medicina de Cristo entiendes<br />

la gracia de Cristo, que nosotros, afirmas, negamos. A esto se te puede responder que es<br />

culpa tuya por no designar con palabra propia lo que deseabas hacer comprender. Al fin,<br />

aunque tarde, comprendemos a qué llamas medicina, y por qué nos acusas confusamente<br />

de negar. Respondemos a lo que en segundo lugar dices, por la afirmación que hicimos en<br />

el libro primero: la gracia de Cristo, esto es, el bautismo, después que ritualmente fue<br />

instituido por Cristo, es tan necesario en todas las edades, sin excepción, que fulminamos<br />

con eterno anatema a todo el que niegue que es también útil a los niños".<br />

Ag.- Llamamos medicina a la que Cristo quiso llamar gracia suya, cuando de sí mismo<br />

dice: No necesitan los sanos de médico, sino los enfermos 110 . Decís vosotros que la gracia<br />

de Cristo no es necesaria para sanar a los niños, sino sólo para su adopción en el reino de<br />

los cielos. No quieres hacerte pasar por uno que responde, cuando te ves incapaz de dar<br />

respuesta.<br />

Gracia y pecado<br />

150. Jul.- "Con esta expresa profesión de fe quedas convicto de impostura pública, pues<br />

escribes que defendemos la bondad de la naturaleza humana y negamos la necesidad de<br />

la medicina de Cristo para los niños".<br />

Ag.- Y he dicho verdad; porque vosotros, sin ningún género de duda, negáis a los niños la<br />

medicina de la gracia cristiana, que sólo se otorga a los cristianos y no a todos los


hombres infieles, ni a los cachorrillos, a los cerdos, a los peces o gusanos, ni a ninguna<br />

especie de animales; y afirmáis que los niños nacen sin pecado original, que sana la<br />

regeneración.<br />

Tú, oprimido ahora por grandes angustias, suprimes el nombre de medicina y lo sustituyes<br />

por el de gracia; y así podéis afirmar que la gracia es necesaria a los niños a causa de la<br />

adopción; pero no podéis proclamar la necesidad del remedio medicinal de los<br />

sacramentos de Cristo para aquellos a quienes prometéis la salud eterna, aunque no sean<br />

cristianos. No queréis sea Cristo para ellos Jesús; llamado así, testigo el ángel y testigo el<br />

Evangelista, porque venía a salvar a su pueblo, no de enfermedades o heridas de carne,<br />

que él sana en hombres, aves y reptiles, sino de sus pecados 111 .<br />

Los remedios son para los enfermos<br />

151. Jul.- "No obstante, esta gracia se llama a veces medicina, porque, salva la ley de<br />

justicia, a unos hace de malos buenos; y a los niños, que Dios creó buenos, los hace, por<br />

la renovación adoptiva, mejores".<br />

Ag.- En este caso, las palabras de Jesús: No tienen los sanos necesidad de médico, sino<br />

los enfermos, en cuanto se refiere a la medicina que Cristo otorga a los cristianos, no tiene<br />

cumplimiento en los niños, porque éstos gozan de buena salud; sin embargo, para evitar<br />

la odiosidad, sostienes que les es necesaria la medicina de Cristo. Y ¿cómo puede Cristo<br />

renovar a hombres recién nacidos, si nada traen del antiguo pecado?<br />

Dirás que una cosa no antigua puede renovarse si lees en la carta a los Hebreos: Al decir<br />

Pacto nuevo da por viejo al primero. Di cómo pueden ser viejos los recién nacidos cuando<br />

tú los declaras libres de la vejez del pecado. Con todo para evitar la indignación de los<br />

verdaderos cristianos, finges sean renovados por Cristo. Por último, una cosa es ser<br />

sanados y otra renovados por Cristo; los remedios son para los enfermos que necesitan<br />

sanar; la renovación es para los que necesitan ser remozados. Está, pues, claro que<br />

vuestra herejía niega a los niños la medicina cristiana.<br />

Prueba Juliano que no puede probar<br />

152. Jul.- "Es, pues, manifiesto que nosotros no negamos que la gracia de Cristo sea útil a<br />

los niños. ¿Qué resta de la controversia por la que los traducianistas nos acusan de error;<br />

esto es, porque no concedemos haya sido la naturaleza buena en Adán y mala en todos los<br />

demás hombres? Esto no solo no lo aprobamos, sino que lo impugnamos con todas<br />

nuestras fuerzas. Descartadas estas mal hilvanadas redes de tus ficciones pueriles y<br />

vulgares manías, en las que insinuabas que nosotros negamos la necesidad de la gracia a<br />

los niños, llegamos ya al nudo de la cuestión. En seguro nuestra doctrina sigo el orden que<br />

prometí y pesemos los principios de Manés, del que finges ser enemigo, y los tuyos".<br />

Ag.- No defendiste vuestra doctrina, pero sí probaste que no se podía defender.<br />

En todo nacido hay una naturaleza buena y un vicio<br />

153. Jul.- "Dice Manés que el hombre fue creado por el príncipe de las tinieblas, autor del<br />

mal, y que consta de dos sustancias, una buena y la otra mala. ¿Tú qué dices? Que todos<br />

los hombres han sido creados malos por un Dios bueno".<br />

Ag.- En todo hombre nacido existe una naturaleza, que reconocemos es buena, y por la<br />

cual alabamos al Dios creador; y un vicio, que tú no niegas es un mal; y si, presionado por<br />

nuestros argumentos, reconoces que también los niños necesitan del médico Cristo, no<br />

puedes negar lo que dijo el mismo Cristo: No necesitan de médico los sanos.<br />

Manés y Agustín según Juliano<br />

154. Jul.- "No hay desacuerdo entre tú y Manés sobre la cualidad de la naturaleza, sí<br />

sobre su autor. Tú atribuyes este mal a Dios, pues le confiesas creador de los niños,<br />

mientras Manés atribuye su creación al príncipe de las tinieblas, a quien considera creador<br />

de la naturaleza humana. Para un pacto entre vosotros no existen mayores obstáculos. En<br />

seguida voy a probar que no hay en vosotros ni sombra de verdad, pero sus palabras<br />

tienen más lógica que las tuyas.


¿Qué enseñamos nosotros? Algo sin duda a los dos muy desagradable, esto es, que la<br />

naturaleza humana no fue creada mala por un Dios bueno; que no existe otra naturaleza<br />

creada o mezclada por el príncipe de las tinieblas; que, por el contrario, el mismo Dios,<br />

creador de todas las cosas, modeló la naturaleza buena del primer hombre y la creó tal<br />

como la crea hoy en cada niño; confesamos, no obstante, que la ayuda de Cristo les es útil<br />

y con frecuencia necesaria. Si bien una es la condición de la naturaleza y otra la razón de<br />

los dones; aquí no se trata de establecer la superioridad de la obra sobre el autor del<br />

edificio. Los dos, tú y Manés, afirmáis la existencia de un mal natural; esto es, los dos<br />

enseñáis que la naturaleza del hombre es mala; pero él lo hace de buena fe, tú con gran<br />

astucia.<br />

Manés no exceptúa a nadie de este mal que los dos creéis inoculado en la naturaleza por<br />

el diablo; para ti, que anhelas aparecer como divorciado de él, contrariamente a la<br />

realidad, sólo a dos hombres exceptúas de este mal; sin embargo, no declaras a los dos<br />

exentos de pecado, pero, merced a la gran erudición de tu ingenio, enseñas que el pecado<br />

en ellos no es natural, sino que tiene su origen en un hecho personal. Para que tu engaño<br />

no quedara impune, al apunte tomado de tu maestro, sumas el castigo de tu estulticia,<br />

pues crees natural lo que, según confiesas, tiene su fuente en la voluntad, y esto es un<br />

invento, no digo de la ignorancia, pero sí de la insensatez.<br />

A la espera de volver sobre este asunto, seguimos nuestro discurso. Afirma Manés que el<br />

mal es natural, tú asientes; dice él que el hombre nace pecador, tú lo concedes; él lo<br />

afirma de todos los hombres, y en este punto le contradices, pues pides una excepción en<br />

favor de la primera pareja humana, y no para eximirlos de culpa, pues los consideras<br />

autores de un gran mal. Y aunque te pudiera hacer yo esta concesión, tu maestro no te la<br />

haría, y echaría mano de su palmeta para castigar tu obtuso ingenio y te verías sometido<br />

a su autoridad u obligado a abandonar por completo sus aulas. Como conclusión final,<br />

enseña Manés que el autor de una naturaleza mala no puede ser un ser bueno; en<br />

consecuencia, el hombre, reconocido por los dos como naturalmente malo, es obra del<br />

príncipe de las tinieblas, es decir, del diablo".<br />

Ag.- La naturaleza humana, creada buena por el buen Dios, fue viciada por un gran pecado<br />

de desobediencia, hasta el punto de que toda la descendencia heredó el sufrimiento y la<br />

muerte, sin que este buen Dios le haya rehusado cierta bondad, como enseña la fe católica<br />

contra los maniqueos. Pensad un poco en el paraíso, vosotros que esto negáis, os lo<br />

ruego.<br />

Os place poner en él hombres y mujeres castos en lucha contra el placer de la carne,<br />

embarazadas sujetas a náuseas, mareos y enojos; unas alumbrando a destiempo, otras<br />

con grandes gemidos y gritando de dolor en el parto; niños que lloran, luego ríen y más<br />

tarde balbucean, van a la escuela para el aprendizaje de las primeras letras, sometidos a<br />

la tralla, a la férula o a las varas, a diferentes castigos según la diferencia de caracteres:<br />

sujetos, además, a enfermedades sin cuento, a las incursiones de los demonios, a las<br />

dentelladas de las fieras, que a unos despedazan y a otros devoran, y los que disfrutan de<br />

buena salud, viven inciertos del mañana y obligan a los padres a procurarles, con solicitud<br />

angustiosa, el alimento. Pensad también en las viudas, en los duelos y dolores causados<br />

por la pérdida de seres queridos.<br />

Sería interminable enumerar los males de la vida presente, males que no son pecados. Si<br />

todos estos males existieran en el paraíso, sin ser causados por pecado alguno, buscad a<br />

quién predicar esta doctrina; no ciertamente a los fieles, sino a los bufones. Nadie llamaría<br />

paraíso a la pintura de tal Edén, aunque lo indicara un rótulo con este nombre; no se diría<br />

era una equivocación del pintor, sino una tomadura de pelo.<br />

No obstante, ninguno de los que os conocen se asombraría de ver vuestro nombre en el<br />

título y leer: "Paraíso de los pelagianos". Pero si os avergonzáis de esta doctrina, pues si<br />

no enrojecéis es porque habéis perdido por completo el sentido del pudor, cambiad, por<br />

favor, tan perversa opinión y creed que la naturaleza humana experimentó estos males<br />

como castigo de un gran pecado y que ninguno de estos males pudo tener cabida en el<br />

paraíso; por eso nuestros primeros padres lo abandonaron y su descendencia ha de sufrir<br />

males semejantes, pues el contagio del pecado como su castigo nos pertenece.<br />

Defiende este dogma católico la justicia divina, porque un Dios bueno no puede querer<br />

causar sin razón sufrimiento alguno a los hombres; y os confunde a vosotros y a los


maniqueos; a vosotros los primeros, pues convertís el paraíso en morada de todos los<br />

males; luego a los maniqueos, por hacer de esta malhadada condición, naturaleza de su<br />

Dios. No me inmuta el que opongas a Manés dispuesto, como maestro, a corregir a<br />

palmetazos la lentitud de mi ingenio; pero a ti, por favor, debe moverte el que, según los<br />

principios abominables de vuestro error, deberías ser adoctrinado por la férula, incluso si<br />

hubieras nacido en el paraíso.<br />

Si sentís el mismo horror que nosotros, como es vuestro deber, ante tan colosales<br />

absurdos, ¿de dónde vienen, pregunto, las miserias de los niños? Miserias que sin duda no<br />

vienen de una naturaleza mala como los maniqueos deliran, sino que vienen de aquel gran<br />

pecado que vició la naturaleza humana y se atrajo castigos muy justos, hasta el extremo<br />

que no sólo los cuerpos mortales quedaron expuestos a tantos penosos accidentes, y<br />

hasta las almas fueron, a causa de sus rudezas, sometidas a palmetazos y azotes<br />

diversos; y así este mundo maligno camina a su fin entre días malos, y los mismos santos,<br />

libres ya del eterno suplicio por la misericordia divina y recibidas las arras de una salud<br />

incorruptible, deben expiar las penas de esta vida con el buen uso de la esperanza de una<br />

recompensa a su paciencia, sin merecer verse libres de combates aun después de serles<br />

perdonados sus pecados.<br />

En los cuerpos creados por Dios existen deformaciones<br />

155. Jul.- "Te rebelas con todas tus fuerzas contra estas últimas palabras; después de<br />

subir a bordo de la nave de Manés, y que un mismo viento haya dirigido vuestra<br />

singladura, pasado el estrecho, decides desembarcar en otra playa. Acaso el deseo de ser<br />

a tu prójimo útil justifique tu excesiva tardanza. ¿Hacia qué punto diriges ahora tu<br />

singladura? "Afirmo, son tus palabras, que Dios es bueno y creador de los malos". ¡Fuga<br />

entre peligrosos arrecifes! ¡Has querido volcar la cloaca de Manés sobre alguien que<br />

declaras es Dios!"<br />

Ag.- ¿Niegas tú que la naturaleza del alma y del cuerpo sea buena en los hombres malos?<br />

Y Dios es el autor de este bien, al que llama malo Manés y atribuye a esta naturaleza<br />

buena un autor malo. ¡Si, al menos, exceptuase el alma! Pero así como admite un alma de<br />

carne, así le atribuye una naturaleza mala coeterna al Dios bueno, de suerte que no pueda<br />

ser en absoluto buena; y concede además al hombre otra alma buena, no creada por Dios,<br />

pero de la misma naturaleza y sustancia de Dios, que vive arropada en las miserias de la<br />

carne, no a causa de sus iniquidades, sino por una necesidad mala de Dios. En fin, dice<br />

Manés que el hombre es malo, obra de un ser malo. ¿Ves cómo sus opiniones difieren de<br />

las mías y son absurdos y abominables delirios?<br />

Pero tú que sostienes que los niños no pueden nacer malos por ser obra de un Dios bueno,<br />

declara, si puedes, que no pueden nacer los cuerpos deformes, pues son obra exclusiva de<br />

Dios, declara finalmente que no pueden ser creados malos viniendo de un Dios bueno,<br />

como no pueden nacer menguados de ingenio, ni faltos de juicio, porque su creador es<br />

sabio. ¿No es, acaso, un mal la falta de entendimiento cuando la Escritura dice que un<br />

necio es más digno de llorar que un muerto? Así, pues, como no decís con nosotros que<br />

Dios no es autor de los locos, confesad que hay hombres que nacen memos siendo su<br />

creador Dios; y así como no hacemos a Dios autor de la malicia, sin embargo, podemos<br />

decir con razón que, a consecuencia del pecado original, los hombres nacen malos, siendo<br />

obra de Dios y ser él el único Dios creador.<br />

Cómo razona un pelagiano<br />

156. Jul.- "La opinión de Manés es evidentemente lógica, pues de existir un mal natural,<br />

existiría un creador malo".<br />

Ag.- Si no son herejes pelagianos, ¿quiénes pueden razonar así? Porque si el hombre nace<br />

mortal y no por castigo, sino como tú opinas, por naturaleza, también su creador sería<br />

mortal; y para que tu fatuidad avergüence hasta a los simples, si un hombre nace sin<br />

entendimiento, prueba que su creador es semejante a él, un fatuo.<br />

El pecado original viene de una voluntad mala, la de Adán<br />

157. Jul.- "Prescribe la verdad no llamar mala, esto es, pecado, a la condición vinculante<br />

de la naturaleza; pues pecado no es otra cosa que el abandono libre y voluntario de la


senda de la justicia".<br />

Ag.- Y de la voluntad de pecador proviene también el pecado original; en consecuencia, no<br />

hay pecado sin voluntad.<br />

Naturaleza íntegra y naturaleza caída<br />

158. Jul.- "Estas razones protegen la inocencia de la naturaleza de todas las cosas; al<br />

permanecer en el mismo estado de su creación, se prueba que no es culpable de crimen<br />

alguno".<br />

Ag.- No permaneció la naturaleza en el mismo estado en que fue creada. Se la considera<br />

culpable de un crimen que transmitió su pecado a su descendencia; sin embargo, en<br />

cuanto creada por Dios, es buena.<br />

Toda criatura, en cuanto criatura, es buena<br />

159. Jul.- "No es, pues, posible un mal natural; por consiguiente, ninguna criatura es, por<br />

naturaleza, mala, ni existe un creador malo. No tiene el mal naturaleza propia; pero así<br />

como toda criatura es buena en cuanto creada, así Dios, autor de todas las naturalezas<br />

buenas, está libre de los fallos de sus criaturas y aparece bueno en todas las cosas.<br />

Quedan, pues, triturados todos los argumentos de Manés por este único argumento de los<br />

católicos".<br />

Ag.- Dices verdad. "Toda criatura, en cuanto criatura, es buena". Y así como afirmamos<br />

esto, aprobamos también lo que sigue: "Dios, autor de las naturalezas buenas, está libre<br />

de los fallos de sus criaturas y es bueno en todas las cosas". Todo aquí se conecta y<br />

prueba; toda criatura en cuanto creada es buena; en consecuencia, el hombre, en cuanto<br />

creado, es bueno; pero en cuanto trae su origen de una raíz viciada, no es bueno y por<br />

eso necesita ser regenerado.<br />

La locura es natural y no es obra de Dios<br />

160. Jul.- "Manés, que cae exánime fulminado por el rayo de la verdad manifiesta, parece<br />

respirar si se le compara contigo. En efecto, todo el edificio de su doctrina se desmorona<br />

por un fallo en los cimientos; el tuyo, por el contrario, se bambolea en sus tres vertientes,<br />

como el suyo por un solo lado. Mira, por consiguiente, si alguna pared del tuyo puede<br />

quedar en pie. Manés, al creer en un pecado natural, obra exclusiva de la voluntad, edificó<br />

sobre el vacío; pero fue consecuente consigo mismo al afirmar que la naturaleza es mala,<br />

porque si existe un pecado natural, el autor de una cosa mala no puede ser bueno; de ahí<br />

que el género humano es obra del príncipe de las tinieblas. Todo esto pudiera seguir en<br />

pie si la verdad no hubiera minado sus cimientos, a saber, que el pecado, obra de una<br />

voluntad libre, no puede ser natural, y lo natural no puede ser pecado".<br />

Ag.- Tu argumento se puede volver contra ti. No eres tan tonto que niegues existan<br />

espíritus, es decir, hombres que nacen sin entendimiento, y oye cómo, con tu insensatez,<br />

sirves a la locura de Manés. Adoctrinado por ti, afirma existir una insensatez natural,<br />

porque existe una naturaleza fatua; lo mismo que tú has dicho que existe una naturaleza<br />

mala porque existe un mal natural; añade él que el autor de una obra necia no puede<br />

tener sabiduría, y tú dices que no es bueno el autor de una cosa mala. Concluye él, los<br />

hombres privados de razón son obra del príncipe de las tinieblas; tú concluyes y dices:<br />

"por eso se debe atribuir al príncipe de las tinieblas todo el género humano".<br />

He aquí que Manés te vence con tus palabras y te yugula con tu espada. ¿Qué puedes<br />

hacer? Contra él no encuentras con qué ayudarte; sólo puedes ser oprimido y rematado<br />

por estas tus palabras: "Todo este edificio pudiera subsistir, de no ser asolado por esta<br />

verdad; a saber, el pecado, obra de una voluntad libre, no puede ser natural; y todo lo<br />

que es natural no puede ser pecado". ¿De qué te sirven estas palabras, si la verdad te<br />

asfixia cada vez más? ¿Vas a decir acaso que la locura no puede ser natural?<br />

Contra ti tienes el principio de Manés, a saber, la locura es natural; has pensado si todo tu<br />

razonar conduce, por lógica concatenada, a la conclusión de que todo el género humano<br />

debe ser obra del príncipe de las tinieblas. Nosotros hemos arrasado el principio<br />

fundamental de Manés diciendo que existe una fatuidad natural, pues nacen hombres sin


seso, o por un accidente, o por un vicio del que trae el defecto su origen, pero no porque<br />

esté viciada en su origen la naturaleza humana, como delira Manés. Por esta razón, la<br />

consecuencia que saca está ayuna de fundamento; nosotros la damos por verdadera en el<br />

sentido de que un hombre puede nacer sin juicio a causa de un vicio criminal, no en el<br />

sentido de que sea obra del Dios creador.<br />

A consecuencia de un pecado original, puede el hombre nacer tonto, pero Dios crea al<br />

hombre. Añade Manés que el autor de una obra carente de entendimiento no puede ser<br />

sabio; por esta obra entendemos el hombre; nosotros negamos esta consecuencia y<br />

decimos que Dios es autor del hombre que nace privado de razón, aunque no lo sea de su<br />

locura; locura que no es naturaleza o sustancia, pues ésta viene de Dios, sino el resultado<br />

de un vicio que Dios permite, y que no dudamos suceda por un justo juicio de Dios. Así<br />

impugnamos a los maniqueos, torpes constructores de su ruina, y a los pelagianos,<br />

mentecatos auxiliares suyos.<br />

La razón y la fe en armonía<br />

161. Jul.- "La cuña de la razón destruye la primera definición de Manés y arrasa todo su<br />

sistema. ¿Qué esperas de tu doctrina, cuyos tres principios están en peligro junto con el<br />

único de Manés? Primero dices: existe un pecado natural; segundo, hay un Dios bueno; él<br />

crea, informa y desarrolla el mal, es decir, el pecado; tercero, el fruto del querer se halla<br />

inmerso en las semillas. Estos tres principios y cada uno de ellos son inconsistentes; se<br />

balancean, repito, como cordeles que se deslizan entre arena antes de unirse.<br />

El primer principio afirma la existencia de un pecado natural, y queda arrasado por el<br />

argumento dirigido contra Manés; los otros dos son exclusivos de tu doctrina, vinculados<br />

íntimamente con el de Manés, se derrumban con él. Porque, si no puede Manés probar que<br />

los hombres nacen culpables por el hecho de tener una naturaleza mala, obra del príncipe<br />

de las tinieblas, ¿cuánto más insensatos sois vosotros, pues para probar la culpabilidad de<br />

los que nacen dirigís vuestra acusación contra Dios? En consecuencia, la naturaleza no<br />

puede ser pecado, rayo que fulmina la doctrina de Manés; luego todo lo que es pecado no<br />

puede ser natural. Lo que es propio de la voluntad no pasa a ser cualidad de la sustancia;<br />

cosa que tú afirmas. Consta, con toda certeza, que Dios es bueno y no puede crear<br />

hombres malos. Luego no puede existir pecado en un niño, criatura de Dios".<br />

Ag.- Consta, pues, que un Dios bueno no puede crear hombres malos, como consta que un<br />

Dios sabio no puede crear hombres tontos. Y si replicas: un sabio crea mentecatos, se te<br />

puede responder: ¿por qué el bueno no crea hombres malos? Pon atención cuando<br />

inquieras de dónde vienen los hombres sin juicio, hombres que son criaturas de Dios, y es<br />

posible descubras un vicio de origen, ya que no reconoces la existencia del pecado<br />

original. ¿O es que estás dispuesto a sostener que, sin la existencia de un pecado anterior,<br />

podían nacer hombres privados de razón en aquel paraíso de delicias, sin capacidad para<br />

ser instruidos, no digo a palmetazos, pero ni siquiera con varas?<br />

Y si callas, para no rebasar los límites de la locura, ¿por qué una imagen de Dios nace con<br />

tales deformidades en su mente, que ni el vigor de la edad, ni la duración del tiempo, ni<br />

los esfuerzos del estudio, ni la experiencia de los maestros, ni el castigo de la férula<br />

pueden conducirlos, no digo a la sabiduría, pero ni siquiera a un conocimiento útil? Di la<br />

razón, tú que no quieres creer que un Dios justo arroje del Edén, jardín de delicias, a la<br />

naturaleza humana viciada y condenada, para que no tuviera allí cabida la muerte, ni la<br />

temporal ni la eterna, con su cortejo de males intelectuales y morales, que manan de una<br />

fuente turbia y de una masa corrompida en dicha morada de felicidad; sino en una tierra<br />

en la que los males son patrimonio de una condición mísera infligida con toda justicia a<br />

unos hombres tarados por el pecado desde su nacimiento, e incluso después de<br />

regenerados, y que arrastran como maroma de penosos trabajos hasta la muerte del<br />

cuerpo.<br />

El paraíso, libre de males<br />

162. Jul.- "La conclusión es clara, y en el primer libro quedó suficientemente desarrollada.<br />

Pero como quieres ser un zalamero engañador, te empeñas en distinguir entre tu doctrina<br />

y la de Manés; por eso me veo en la necesidad de tratar a fondo la causa y dejar en claro<br />

que salgo al encuentro de cuanto has dicho y puedas decir después. Sostenemos que la<br />

obra de Dios es tan buena en el que nace, que su natural, en su esencia, no necesita


eforma; y todo aquel que piensa que lo hecho por Dios pudiera ser hecho de otra forma,<br />

acusa al artífice por hacer una criatura necesitada de reforma".<br />

Ag.- Calla, por favor. No sabes lo que dices. Nacen algunos con los labios cosidos y los<br />

cirujanos les hacen hablar. Vivió entre nosotros un cierto Acucio, de honrada familia.<br />

Nació, se decía, ciego; y como la adhesión de los párpados no permitía saber si los ojos<br />

estaban sanos, quiso un médico emplear un hierro para abrirlos; pero la piadosa madre no<br />

se lo permitió, y obtuvo el mismo resultado aplicándole una cataplasma formada con las<br />

especies eucarísticas; como el niño tenía ya unos cinco años, se acordaba de este hecho y<br />

lo refería.<br />

Y no hablo del ciego de nacimiento del Evangelio, a quien el mismo Creador volvió la vista,<br />

y todo para recomendar su gloria. Y no se silencia la causa por que nació ciego; no fue por<br />

un pecado de sus padres, ni por sus propios pecados; sí para que se manifestasen las<br />

maravillas de Dios en sus obras 112 . Pregunta a lo médicos y te dirán a cuántos hombres<br />

llevan, cuando pueden, su ayuda, ya sea suprimiendo los defectos corporales, ya para que<br />

el mal de nacimiento no los remate. Unos nacen con la boca cosida, otros con ciertas<br />

adherencias en los canales inferiores que, de permanecer este defecto, no les permitiría<br />

vivir. Y cuando el arte de la medicina remedia estos males, no por eso se culpa la obra de<br />

Dios que se corrige. ¿Qué verdadero adorador de Dios ignora que conviene que algunos<br />

nazcan como nacen?<br />

Pero todo esto pertenece a los males del género humano, en medio de los cuales, por<br />

justo juicio de Dios, pasan los días malos del hombre, llenos de trabajos, dolores, temores<br />

y peligros; males que, lejos de nosotros pensar pudieran existir en el paraíso feliz, pues<br />

pulularon de la raíz del pecado. ¿Qué digo? La misma inteligencia, si se abandona a su ser<br />

natural y no se la cultiva con esfuerzo, por medio de una enseñanza graduada, ¿qué será<br />

de ella? Vosotros llenáis vuestro paraíso de hombres tarados espiritual y corporalmente,<br />

para negar, con los ojos, por desgracia, cerrados y la boca sin rubor abierta, la existencia<br />

del pecado original.<br />

Dios prepara la voluntad<br />

163. Jul.- "Conservando la medida en el elogio debido a la naturaleza, incluso en los<br />

niños, afirmamos que los beneficios de la gracia divina son útiles y necesarios en cualquier<br />

edad, pero de tal manera que ni la virtud ni el pecado puedan ser atribuidos a otra causa<br />

que a la voluntad personal de cada uno".<br />

Ag.- Cierto, no se puede ser virtuoso si uno no quiere; pero el Señor dispone la voluntad<br />

113 , como la de aquel rey en favor de la orante Ester 114 .<br />

El soplo sobre los bautizandos<br />

164. Jul.- "Si bien la bondad de Dios se manifiesta más abundante cuando santifica a los<br />

niños que no se dan cuenta, y esto cede en el elogio de su misericordia, y les preserva de<br />

pecado, y esto pertenece a una ley de justicia".<br />

Ag.- Si son preservados del pecado, ¿por qué no todos son santificados? ¿Y por qué<br />

aquellos que lo son reciben las insuflaciones?<br />

Ya contestó Agustín a Juliano<br />

165. Jul.- "Hablo de las virtudes que adquirimos en pleno uso de la razón, y aquí pido al<br />

lector atención a lo que voy a decir, como con frecuencia lo vengo inculcando. Y verá que<br />

en nada difieren los traducianistas de los maniqueos, y nos objetan idénticos argumentos<br />

a los que se encuentran en sus libros. Traté ya de esto en el cuarto libro de mi primera<br />

obra".<br />

Ag.- Y te contesté en mi sexto libro.<br />

Carta de Manés a su hija<br />

166. Jul.- "Después de su publicación a ruegos tuyos, bienaventurado padre Floro, se<br />

encontró en Constantinopla una carta de Manés enviada a este país. Merece la pena citar<br />

alguna de sus partes para que todos comprendan de dónde vienen los argumentos en


favor de la transmisión del pecado".<br />

Ag.- ¿Cómo dices que ha sido encontrada una carta y enviada a ruegos de alguien, si Dios<br />

no obra el querer en los corazones de los hombres? Cierto, el hombre que la encontró<br />

quiso buscar esta carta o cualquier otra cosa en el lugar donde se encontró, o bien, en una<br />

tertulia de hombres que discurren voluntariamente sobre temas semejantes, el posesor,<br />

también voluntariamente, declara tenerla en su poder y puede enseñarla y entregarla al<br />

que lo desee, y éste la envía a este país; de cualquier manera se produzca el hecho, es<br />

por voluntad de uno o de varios como se encontró y envió; sin embargo, tú lo atribuyes a<br />

la plegaria de un hombre. ¿Por qué no confiesas que, sin una orden exterior, Dios, con un<br />

impulso secreto, prepara y excita las voluntades para cumplimiento de su querer, tú que<br />

no defiendes el libre albedrío, haciéndolo comprensible, sino que lo elevas para abatirlo?<br />

Juliano sitúa en el Edén la libido<br />

167. Jul.- "En mi primer opúsculo argumenté ya en favor de la concupiscencia o placer de<br />

la carne, llamada también libido, cuya finalidad es la propagación de la raza humana; y<br />

enseñé que no es otra cosa que una propiedad corporal común a hombres y animales,<br />

obra de Dios, que hizo nuestra carne sensible a estas afecciones. Pero como se encrespa<br />

Agustín contra ella y la declara mala, es decir, pecado natural, fuente de todos los<br />

pecados, y quiere probar su teoría por el sentimiento de pudor que inspira, y se mofa de<br />

mí porque me avergüenzo llamarla directamente por su nombre..."<br />

Ag.- Afirmo, sí, que la concupiscencia de la carne, llamada libido, que hace a la carne<br />

luchar contra el espíritu, es mala; y ahora, en esta carne, ha de ser frenada y debilitada<br />

por las buenas costumbres, y en la vida eterna será por completo sanada y no alejada de<br />

nuestro espíritu, como si la hubiera invadido una sustancia mala al unirse al alma, como<br />

deliran los maniqueos. Pero, pienses lo que pienses sobre ella, jamás creería, si no<br />

encontrase en tus libros, repletos de vana y absurda verborrea, no creería, repito, que<br />

pudieras situarla en el paraíso tal cual ahora es, es decir, solicitando los corazones puros<br />

de los que viven en matrimonio, o guardan castidad, a malos actos, y los arrastra a la<br />

ruina si no se le opone, con voluntad firme, decidida resistencia.<br />

Se impone la lucha contra la libido<br />

168. Jul.- "Defendí en mis primeros escritos esta concupiscencia contra Manés. Es ahora<br />

un deber vengarla de la traición de sus acusadores, que se ven forzados a confesar, contra<br />

su querer, la servidumbre".<br />

Ag.- Podéis vosotros obedecer a una pasión de la que tejéis un gran elogio; pero nosotros,<br />

con la ayuda del Señor, luchamos contra ella y la reconocemos como mala.<br />

El joven Juliano, sin respuesta que dar<br />

169. Jul.- "Esto es, viejo Agustín, lo que de tus libros retengo: "Nació la libido después del<br />

pecado, pues, confusos, se vieron obligados a cubrirse"" 115 .<br />

Ag.- He aquí, joven Juliano, lo que de tus libros retengo; está claro que no encuentras<br />

respuesta a mis libros y buscas calumnias para lanzarlas contra mí con vacía locuacidad.<br />

La concupiscencia es mala<br />

170. Jul.- "Y de nuevo: "El que hace de la libido buen uso, usa bien de un mal; y el que<br />

hace mal uso, usa mal de un mal. Con más exactitud se llama mal y no bien, pues hace<br />

enrojecer a malos y buenos; por eso damos más crédito al Apóstol cuando dice: No habita<br />

en mi carne el bien". Y, en otro lugar: "La libido no es un bien del matrimonio; es una<br />

obscenidad en los que pecan, una necesidad en los que engendran; calor en los lascivos,<br />

pudor en los esposos" 116 . Más aún: "El acto que tiene por fin la generación es un bien del<br />

matrimonio; la unión que precede descubre en la concupiscencia un mal, pues huye de las<br />

miradas y con pudor busca un secreto lugar" 117 .<br />

Estas sentencias y otros argumentos parecidos vienen, no de tu ingenio, sino de tu<br />

memoria. Se afanó Manés por construir algo que él creía sublime. Tú, creyendo poder<br />

ocultar el fruto de tus lecturas, te engañas".


Ag.- Aunque se tenga sólo una ligera idea de la doctrina de los maniqueos, ¿quién ignora<br />

que los maniqueos llaman un mal a la concupiscencia de la carne? Pero este dogma no es<br />

propio de los discípulos de Manés, pues ¿qué otra cosa afirma aquel que dice: La carne<br />

lucha contra el espíritu, y el espíritu contra la carne; son entre sí antagónicos, y no hacéis<br />

lo que queréis 118 . Y qué otra cosa dice el que escribe: Si alguno ama al mundo, el amor<br />

del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de carne,<br />

concupiscencia de ojos y soberbia del siglo, y no viene del Padre, sino del mundo? 119<br />

No es, pues, exclusivo del dogma maniqueo decir que la concupiscencia de la carne es<br />

mala, porque hasta los ciegos ven que el Apóstol tiene ese mismo lenguaje; mas vosotros,<br />

con vuestro error, reforzáis la doctrina venenosa de los maniqueos, rehusando atribuir a<br />

un pecado de la naturaleza, obra buena de Dios, la concupiscencia de la carne, que, lo<br />

queráis o no, debe ser frenada por la castidad para no cometer pecado.<br />

Y así os veis obligados a concluir con los maniqueos que esta concupiscencia, cuya maldad<br />

prueban por la lucha que han de sostener contra sus apetencias los corazones castos y el<br />

testimonio de los apóstoles, viene del príncipe de las tinieblas y de una sustancia a Dios<br />

coeterna; y no es una cualidad mala de la que podemos sanar, sino que es una sustancia<br />

mala de la que seremos separados, y que no acaeció a una sustancia buena, sino que se<br />

mezcló con ella. Pero vosotros seguid cubriéndonos de calumnias imputables a los<br />

maniqueos, a los que prestas ayuda hasta hacerlos invencibles; a no ser que vosotros,<br />

juntamente con ellos, seáis vencidos por la verdad católica, única verdad invencible.<br />

Groseros insultos de Juliano contra Agustín<br />

171. Jul.- "Escucha ahora lo que tu padre escribe a su hija Menoch y hermana tuya".<br />

Ag.- Estos son groseros y vanos insultos.<br />

Desconoce Agustín la carta de Manés a su hija<br />

172. Jul.- "Manés, apóstol de Jesucristo, a su hija Menoch: "Gracia y salud de parte de<br />

nuestro Dios, que es el Dios verdadero; que él ilumine tu alma y te revele su justicia,<br />

porque tú eres semilla de raza divina". Y un poco más adelante: "Aquellos por los que te<br />

hiciste resplandeciente, conocen lo que eras antes, de qué especie de almas has emanado<br />

y extendido por todos los cuerpos sabores y especies diversas. Porque lo mismo que los<br />

cuerpos vienen de los cuerpos, las almas son engendradas por las almas. Lo que nace de<br />

la carne, carne es; lo que nace del espíritu, espíritu es". Por espíritu entiende el alma;<br />

alma de alma, carne de carne".<br />

Ag.- Si te dijera que desconozco en absoluto esta carta de Manés, aunque te digo verdad,<br />

no me creerías, y lanzarías contra mí, como sueles, tu vana locuacidad. Pero si Manés ha<br />

dicho esto, ¿qué tiene de particular se destruya a sí mismo? Si el alma del hombre, buena<br />

o mala, nace como la carne, y tiene la locura de afirmar que en un hombre hay dos almas,<br />

buena una, mala la otra, que emanan de dos diferentes principios, si un alma nace al<br />

mismo tiempo que el cuerpo, seguro que el alma mala no es como Dios eterna, y el alma<br />

buena no ha podido ser opuesta por el Padre eterno al príncipe de las tinieblas, como<br />

enseña esa secta insensata.<br />

Mas ¿qué nos importa lo que diga Manés acerca del nacimiento de las almas, si nosotros<br />

conocemos y creemos en la palabra del Señor: Lo que nace de la carne, es carne; lo que<br />

nace del espíritu, es espíritu 120 ; palabras que tienen su efecto no sólo cuando un hombre<br />

nace, sino también cuando renace por el espíritu de Dios? Todo este pasaje evangélico no<br />

admite otra interpretación. Busca, pues, a quienes puedas vender estas fábulas de Manés;<br />

y demuestra que no favoreces la doctrina de los maniqueos, según he dicho más arriba.<br />

Juan 3, 6<br />

173. Jul.- "Sabes que Manés enseña explícitamente la transmisión de las almas; y se sirve<br />

para vituperar la carne de un texto que con frecuencia repite: Lo que nace de la carne, es<br />

carne, lo que nace del espíritu, es espíritu" 121 .<br />

Ag.- Ya expliqué cómo entendemos nosotros estas palabras evangélicas; pues no hacen<br />

referencia a la generación, sino a la regeneración. Di, si puedes, cómo no prestas apoyo a


las palabras sacrílegas de Manés acerca de la concupiscencia de la carne, al negar que fue<br />

transmitida a nuestra naturaleza la naturaleza del primer hombre viciada por el pecado,<br />

para hacer creer que tiene él razón cuando la atribuye a la gente de las tinieblas, coeterna<br />

a Dios. Es la tuya una locura impía, y una audacia extrema negar el mal que hace a la<br />

carne luchar contra el espíritu, contra la que declaran guerra civil las almas castas.<br />

Dios crea almas y cuerpos<br />

174. Jul.- "Por eso dice y repite en muchos lugares que es propio de su doctrina enseñar<br />

la transmisión de las almas; y lo intenta probar mediante una semejanza con la<br />

generación de los cuerpos: "Así como las almas son engendradas por almas; así el cuerpo<br />

viene de una naturaleza corpórea; la carne viene de la carne, y el alma del alma". Demos<br />

un paso más: "Así como el autor de las almas es Dios, el autor de los cuerpos es el diablo,<br />

mediante la concupiscencia de la mujer; y al inspirar la obra de la carne anda el diablo a<br />

caza de cuerpos, no de almas"".<br />

Ag.- Pudo Manés decir que el diablo es cazador de almas, no de cuerpos; pues los cuerpos<br />

pertenecen, según él, al reino de las tinieblas, de donde es el diablo. Por consiguiente,<br />

según Manés, no a los cuerpos, que ya son suyos, sino a las almas buenas, que no le<br />

pertenecen, es a las que el diablo tiende lazos. Pero sabe nuestra fe que Dios es creador<br />

de almas y cuerpos.<br />

No existe naturaleza mala<br />

175. Jul.- ""Para la caza se sirve el diablo de los ojos, del tacto, del oído, del olfato y del<br />

gusto. Arranca de raíz esta raza maldita y al momento te verás espiritual". La raíz, dice la<br />

Escritura, de todos los males es la concupiscencia 122 . Observa con qué espíritu y por qué<br />

ataca Manés la concupiscencia de la carne, la cual, dice, es ley de pecado, y si fuera<br />

arrancada de los cuerpos, permitiría a su hija, a quien escribe, verse espiritual. Opinión<br />

que vemos confirmada en estas palabras del Apóstol: La carne lucha contra el espíritu,<br />

porque es hija de la concupiscencia, y el espíritu contra la carne, porque es hijo del alma".<br />

Ag.- Ve Manés en las palabras del Apóstol dos sustancias: buena una, la otra mala. No una<br />

sustancia buena y en la otra un vicio de la sustancia, vicio contraído por generación, que<br />

viene del pecado del primer hombre y ha de ser sanado en la regeneración por la justicia<br />

del segundo hombre. Esta es la verdad que la fe católica lanza, como flecha afilada, contra<br />

vosotros y contra los maniqueos, para abatiros a los dos.<br />

La libido, un vicio en la naturaleza<br />

176. Jul.- "Ves al descubierto la medula del dogma de Manés; sobre él se apoya vuestra<br />

fe. Luego sigue impugnándonos a nosotros, los católicos: "Ves cuán insensatos son los que<br />

dicen que este cuerpo ha sido creado por el Dios bueno, sabiendo, como saben, que es<br />

fruto de la concupiscencia"".<br />

Ag.- A vosotros y a nosotros nos reprochan los maniqueos el sostener que este cuerpo de<br />

carne es creación del Dios bueno; pero afirma Manés ser el espíritu de la concupiscencia<br />

una sustancia mala, no un vicio en la sustancia buena, que lleva a la carne a luchar contra<br />

el espíritu; opinión ésta que nosotros defendemos para refutarlos, y vosotros, para<br />

ayudarlos, negáis. Pero, a pesar vuestro, ellos demuestran que la codicia de la carne<br />

contra el espíritu es un mal, si, como opináis, no es un vicio en la sustancia buena, será<br />

una sustancia mala, dogma de los maniqueos, contrario a la fe católica, que vosotros<br />

defendéis.<br />

Uso bueno de un mal<br />

177. Jul.- "Luchan contra ellos mismos, pues cuando realizan el acto carnal buscan, por<br />

pudor, un lugar secreto, y odian la luz, pues temen se manifiesten sus obras. Por eso dice<br />

el Apóstol: no del que quiere 123 , se sobrentiende este acto. Y si hacemos el bien, no viene<br />

de nuestra carne, pues son manifiestas las obras de la carne: las fornicaciones, etc., y si<br />

hacemos el mal, no viene del alma, porque los frutos del Espíritu son: paz, gozo 124 , etc. Y<br />

en la carta a los Romanos clama el Apóstol: No hago el bien que quiero, sino que hago el<br />

mal que aborrezco 125 .


Es ésta la voz de un alma que se resiste y defiende la libertad del alma contra la<br />

concupiscencia. Se duele el Apóstol de que el pecado, es decir, el diablo, se sirva de la<br />

concupiscencia. La autoridad legítima la declara un mal y vitupera sus obras, que excitan<br />

la admiración y los elogios de la carne. Todo cuanto es amargo para la concupiscencia, es<br />

dulce para el alma y, al mismo tiempo, su alimento y su fuerza. Por último, el alma que<br />

combate las codicias de la concupiscencia vigila, se enriquece, progresa; y si el alma se<br />

abandona, de ordinario cae.<br />

¿Ahora comprendes que hemos encontrado, aunque tarde la fuente de tus pensamientos y<br />

de tus palabras? Tal es tu amor al maestro, que sigues su ruta y pisas sus huellas; esto es<br />

lo que tus escritos dedicados a Marcelino y los dirigidos a Valerio demuestran 126 . En ellos<br />

sostienes que la concupiscencia de la carne, que llamas vergonzosa, fue inyectada por el<br />

diablo en el cuerpo de los hombres".<br />

Ag.- ¡Con qué descaro niegas la concupiscencia, contra la que ahora me sorprendería<br />

luchases fielmente, pues con placer la colmas de elogios! Si tienes una esposa y te unes a<br />

ella, buscas, por pudor, un lugar secreto, aunque puedes entregarte sin temor a un acto<br />

voluptuoso legítimo. Si aún existiera la felicidad paradisíaca, tu protegida, o no existiría, o<br />

sus movimientos no estarían en pugna con la voluntad, y no sería necesario resistir para<br />

conservar en aquella mansión de felicidad la honestidad debida.<br />

Pero como tú tejes su elogio hasta el extremo de afirmar que la concupiscencia existiría,<br />

tal como hoy es, en el paraíso, solicitando a las almas puras que le resisten, ¿quién no ve<br />

me combates, no con sabiduría y elocuencia, sino con impúdico descaro, porque un falso<br />

pudor te impide confesar tu derrota? Nosotros no decimos que la concupiscencia de la<br />

carne sea sustancia de una naturaleza mala, como dicen los maniqueos, ni condenamos<br />

todo uso, como hacen los maniqueos; ni decimos sea un bien, como afirman los<br />

pelagianos, ni alabamos sus movimientos contra el espíritu, como los pelagianos. Con los<br />

cristianos católicos afirmamos que es un vicio en la sustancia buena que se instaló en<br />

nuestra naturaleza por la prevaricación del primer hombre. Con los cristianos católicos<br />

decimos que el uso de este mal es lícito y honesto cuando el acto se realiza con la<br />

finalidad de engendrar hijos. Y así superamos y evitamos a maniqueos y pelagianos, cuyos<br />

errores, aunque entre sí muy diferentes, se aproximan en el sentido de que el menor<br />

presta ayuda al mayor. Que la concupiscencia sea un mal es evidente. Al negar los<br />

pelagianos sea un mal de la sustancia buena, apoyan a los maniqueos que llaman al mal<br />

una sustancia mala coeterna a la sustancia del Dios bueno.<br />

Triunfa Ambrosio<br />

178. Jul.- "La concupiscencia es hija del pecado y madre de todos los pecados, y de ella<br />

se lamenta Pablo el apóstol cuando dice: Sé que no habita en mi carne el bien, y no hago<br />

el bien que quiero, sino que hago el mal que aborrezco 127 ; esto siempre ha sido<br />

interpretado por los católicos como una mala costumbre, no como una tara de la<br />

naturaleza".<br />

Ag.- ¿Luego tú eres católico y Ambrosio no es católico? Los hombres que hayáis podido<br />

engañar no han sido tan atontados por el contagio de vuestra vanidad que osen creeros.<br />

Presta, pues, un poco de atención. De este rudo combate entre la carne y el espíritu está<br />

escrito: Sé que no habita en mí, es decir, en mi carne, el bien; el quererlo está a mi<br />

alcance, pero no el realizarlo, etc., hasta estas otras palabras más claras: La carne codicia<br />

contra el espíritu y el espíritu contra la carne; éstos se oponen entre sí para que no hagáis<br />

lo que queréis 128 . Que esta lucha existe en el hombre, ni vosotros, ni los maniqueos ni<br />

nosotros lo dudamos.<br />

¿Pero de dónde viene en el hombre esta discordia? Aquí cesa el acuerdo y principia la<br />

disensión. Existen tres sentencias: la nuestra, la vuestra y la de los maniqueos. Para no<br />

dar la sensación de atribuirnos el calificativo de católicos por arrogancia y falsía, cedo la<br />

palabra al obispo Ambrosio, cuya fe y exacta interpretación de las Escrituras ha sido<br />

reconocida por sus mismos enemigos, como afirma vuestro Pelagio. Dice, pues, Ambrosio<br />

que esta lucha entre la carne y el espíritu surgió en nuestra naturaleza como secuela del<br />

pecado del primer hombre 129 ; vosotros la achacáis a la fuerza de la costumbre, y los<br />

maniqueos, al resultado de la mezcla de dos naturalezas eternas, una buena, la otra mala.<br />

Puedo decir ahora: elija una de estas sentencias el que desee permanecer católico. No<br />

temo, nadie os va a preferir a Ambrosio, marginados los maniqueos. Vuestra opinión,


afirmáis que el mal viene de una mala costumbre, se revela sumamente vana si se piensa<br />

que nadie nace sin este mal. Apenas se despierta al uso de razón, todo el que desee ser<br />

casto siente despertarse en él y rebelarse la concupiscencia hasta entonces dormida; en<br />

ese momento, o uno se deja vencer y dominar por ella, o, si uno es piadoso, la combate<br />

con la gracia del Señor, para no consentir. ¿Si rechazas esta doctrina, por qué me atacas?<br />

Enfrentad los maniqueos a Ambrosio y, como espectadores de este combate elegid, si sois<br />

católicos, el partido que os plazca. Tengo la certeza de que proclamaréis vencedor a<br />

Ambrosio; pero como no sois católicos, aun así esperamos seguros, porque, contra<br />

vosotros y contra los maniqueos, el triunfo es, sin duda, de Ambrosio.<br />

La libido no enloda a los santos<br />

179. Jul.- "Con tus argumentos, con citas de textos de las Escrituras, sostienes que todos<br />

los santos han sido manchados por esta concupiscencia que llamas ley de pecado, de la<br />

que todos se han lamentado".<br />

Ag.- No se manchan con este mal los santos, pues consta que son o han sido los más<br />

fuertes luchadores contra este mal; pero teman sus descarados aduladores no sean<br />

enlodados por este mal de una manera irreparable.<br />

Se remite Agustín a la Tradición<br />

180. Jul.- "¿Qué dice Manés? "Por la concupiscencia es el diablo autor de los cuerpos; por<br />

ella el diablo da caza a los cuerpos, no a las almas. Arranca de raíz esta planta maligna y<br />

te harás espiritual; de ella dice el Apóstol en su carta a los Romanos: No hago el bien que<br />

quiero, sino el mal que aborrezco" 130 . Y nos llama necios porque afirmamos que es Dios el<br />

autor del cuerpo, engendrado -lo que confesamos- por la concupiscencia.<br />

Puedes comprobar la concordia que existe entre Manés y tú para combatirnos; tú peleas<br />

con sus palabras, esgrimes sus argumentos, afirmas que nosotros mentimos; fuiste su<br />

alumno, como tú mismo escribes, y lo eres aún. Él, sin embargo, es más prudente que tú,<br />

pues cree que la concupiscencia de la carne fue inoculada por el diablo, y concluye no se<br />

ha de considerar obra de Dios cuanto viene de la concupiscencia".<br />

Ag.- Contra todo esto vale nuestra respuesta anterior, y con ella otras más antiguas que<br />

puede leer el que quiera.<br />

Todo hombre tiene algo bueno<br />

181. Jul.- "Tú eres más romo, pues afirmas que es el hombre fruto de la concupiscencia<br />

diabólica y lo consideras obra de Dios; y no porque de malo se haya hecho bueno, sino<br />

porque, nacido malo de una raíz viciada, es fruto que el diablo reclama como suyo; no<br />

obstante, tiene, dices, un autor bueno".<br />

Ag.- Es el hombre algo bueno, aunque en la edad adulta sea malo. No porque sea un<br />

hombre malo deja de tener algo bueno en cuanto hombre; Dios es el autor de la<br />

naturaleza, es decir, de este bien, cualquiera que sea el mal que traiga de su origen o de<br />

su voluntad. Ni la sustancia ni la naturaleza son vicios que el Salvador ha de sanar, crea él<br />

esta naturaleza viciada por estos males. Esta verdad desarbola a los maniqueos y a<br />

vosotros, que combatís contra Ambrosio, no contra mí, que os la he opuesto en esta lucha,<br />

y triunfa de los maniqueos y de vosotros.<br />

Exorcismos y soplos<br />

182. Jul.- "Según tus palabras todos los hombres engendrados por la concupiscencia son<br />

reclamados por el diablo como fruto de un árbol que le pertenece 131 . Blasfemas como<br />

Manés diciendo que atribuimos a Dios la concupiscencia de la carne".<br />

Ag.- Si hubieras querido investigar por qué los presentados al bautismo reciben las<br />

insuflaciones, por qué son los niños purificados mediante exorcismos, aparecerías con toda<br />

evidencia como un nuevo hereje y no sólo a los ojos de los más instruidos, sino hasta a los<br />

ojos de los más rudos entre los católicos; pero como lo que prometiste refutar de mi libro<br />

has temido tratarlo, lo evitas con vana locuacidad, cubriendo tu silencio con una nube de<br />

palabras. Por eso te opongo de nuevo, lo quieras o no, el texto del Apóstol en el que dice


de Dios Padre: Nos arrancó del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino de su amor<br />

132 .<br />

Exceptuad, si podéis, a los niños y decid, si os atrevéis, que por la regeneración son<br />

trasladados al reino de Cristo, pero no son arrancados del poder de las tinieblas. Pero<br />

preparaos entonces a recibir con todo derecho las insuflaciones que en la Iglesia de Cristo<br />

tienen lugar sobre adultos y niños. Es necesario recibáis tales insuflaciones mediante las<br />

cuales se prueba con toda claridad ser verdad lo que vosotros negáis.<br />

Dios sabe sacar bienes de los males<br />

183. Jul.- "Tuya es esta sentencia ya discutida en mi obra anterior. Dices: "Alguna vez no<br />

actúa la libido según la voluntad, pues actúa contra su querer" 133 . Esta sentencia es una<br />

acusación contra el orgullo que mueve el ánimo a su pesar; Manés la explica en los<br />

mismos términos en cuanto al sentido. Después de increparnos porque decimos que Dios<br />

es el creador de los hombres, que, lo reconocemos, son engendrados por la<br />

concupiscencia de la carne, dice: "Estos necios pretenden sea Dios autor de lo que saben<br />

es producto de la concupiscencia, cuando se aparean contra su querer"".<br />

Ag.- No comprendía Manés que Dios puede, de lo que hay de malo en el hombre, formar<br />

algo bueno; y que el hombre puede, guardando el pudor conyugal, hacer buen uso de una<br />

cosa mala y que es necesario resistir cuando solicita a criminales torpezas. Pero ni tú, al<br />

negar que lo malo sea un mal, ¿por qué le resistes para no vivir en torpezas; y por qué si<br />

consientes, es preciso vivas torpemente?<br />

Lo desconoce Manés<br />

184. Jul.- "Lo que añades: "El mal de la concupiscencia se manifiesta en que evita<br />

miradas indiscretas y busca un pudibundo lugar secreto", lo que había ya señalado Manés:<br />

"Actúan, dijo, en lugares secretos y públicos, y odian la luz para que no se revelen sus<br />

obras"".<br />

Ag.- Desconoce Manés el bien que resulta del mal de la concupiscencia, y tú ignoras el mal<br />

que el pudor quiere velar en lo secreto, incluso en la obra buena del matrimonio.<br />

Origen de la libido<br />

185. Jul.- "Dices: "El que hace buen uso de la concupiscencia usa bien de un mal" 134 , y<br />

nos adviertes que prefieres dar crédito al Apóstol cuando dice: "Porque no habita en mi<br />

carne el bien", y esto no es bueno, es decir, el mal que habita en la carne del Apóstol, tú<br />

lo entiendes de la concupiscencia de la carne, y Manés no dice otra cosa. Después de<br />

haber dicho: "para que sus obras no se manifiesten", añade, "por eso escribe el Apóstol a<br />

los Romanos: No hago el bien que quiero, sino el mal que aborrezco". Se queja Pablo<br />

porque el pecado, esto es, el diablo, excita en él la concupiscencia. Denuncia la autoridad<br />

legítima el mal de la concupiscencia y desaprueba lo que la carne admira y alaba".<br />

Ag.- ¿Vitupera acaso el Apóstol todo uso carnal de la concupiscencia cuando dice: Si te<br />

casas, no pecas; y si la doncella se casa, no peca 135 ? No sabe Manés lo que dice. Tampoco<br />

tú entiendes lo que dices, pues quieres ver algo distinto a la concupiscencia de la carne en<br />

las palabras del Apóstol; de la que otro apóstol dice que no viene del Padre, sino del<br />

mundo 136 , y hace a la carne luchar contra el espíritu, y según un ilustre doctor católico<br />

que lo aprendió en la Iglesia católica, proviene de la prevaricación del primer hombre 137 .<br />

La doctrina de Manés, pura demencia<br />

186. Jul.- "Estableces una distinción entre Manés y tú al decir que la naturaleza humana<br />

fue creada buena, pero sólo en nuestros primeros padres; luego, fue totalmente viciada<br />

por la concupiscencia. Manés hace también esta misma distinción. "Importa, dijo, observar<br />

que el alma primera que emanó del Dios de la luz, recibe un cuerpo para gobernarlo con<br />

su freno. Vino el mandato y revivió el pecado, que parecía cautivo; el diablo encuentra así<br />

una ocasión favorable, excita la concupiscencia, seduce al alma y da muerte al cuerpo. La<br />

ley es santa, pero santa para el santo; la ley es justa y buena, pero para el justo y para el<br />

bueno".


Y lo mismo dice en una carta a Patricio: "El hombre formado de la flor de la primera<br />

sustancia fue mejor que los que le siguieron. No es, pues, para defensa de tu causa algo<br />

grande ni contribuye algo en tu favor esta excepción de Adán del crimen de la naturaleza;<br />

es cuestión que discutiremos en seguida con toda amplitud. Nos basta ahora probar no<br />

hay nada nuevo en tu doctrina que no haya sido desarrollado por Manés"".<br />

Ag.- Enseña Manés que el hombre y el universo entero con todas sus partes, tienen su<br />

origen en la unión de dos naturalezas coeternas, la del bien y la del mal, y enseña también<br />

que esta fábrica del mundo, aunque es mezcla de bien y de mal, tiene al Dios bueno por<br />

artífice; los animales y cuanto nace en la tierra, y el hombre mismo, es obra de una<br />

inteligencia maligna y procede de la raza de las tinieblas. Por eso dice "que el alma<br />

primera emanó del Dios de la luz y recibió este cuerpo para gobernarlo". No habla del<br />

hombre, sino de un alma buena que él considera una parte de Dios; como si fuera de su<br />

misma naturaleza y que vive unida a este mundo y todo cuanto contiene, pero es inducida<br />

a error por la concupiscencia.<br />

Concupiscencia, conviene repetirlo, que no es un vicio de la sustancia buena, sino una<br />

sustancia mala. No fue Adán una excepción, pero en él la concupiscencia era más débil y<br />

tenía más luz. ¿Ves ahora cómo esta doctrina demencial declara la sustancia de Dios<br />

corruptible y corrompida por la unión con una sustancia mala y está en contradicción con<br />

la fe católica, según la cual todos los males del género humano, que en gran parte vemos<br />

herir a los niños, y la lucha de la carne contra el espíritu, males con los que llenáis el<br />

paraíso, quiero decir, el vuestro, provienen de una naturaleza buena, creada por un Dios<br />

bueno, pero viciada por la voluntad personal y la prevaricación del primer hombre?<br />

Al negar estas verdades, ¿qué hacéis, puesto que no os place decir que todos estos males<br />

vienen del vicio de una naturaleza buena, sino atribuirlo a la unión con una naturaleza<br />

mala, invención del error demencial de los maniqueos? Ves, a tu pesar, que los insensatos<br />

y perversos maniqueos no pueden vencer ni con vuestra ayuda; o mejor, con la ayuda del<br />

Señor, ellos y vosotros estáis ya derrotados.<br />

Paraíso de los pelagianos<br />

187. Jul.- "Persiste en atacarnos y dice: "Se atreven a llamar un bien a esta<br />

concupiscencia, contra los libros evangélicos y apostólicos, que leen sin fruto. Ves que sus<br />

santos duermen con sus hijas, con numerosas concubinas y una muchedumbre de<br />

esposas. Y esto sin tener en cuenta estas palabras del Apóstol: ¿Qué unión hay de la luz<br />

con las tinieblas, del fiel con el infiel, de Cristo con Belial? 138 , yerran apelotonados bajo la<br />

nube de la concupiscencia, de cuyo veneno disfrutan de tal modo que, presa de su locura,<br />

piensan cuando se entregan a ella, que esta concupiscencia viene de Dios e ignoran que el<br />

Apóstol dice: Es vergonzoso hablar de lo que hacen en secreto" 139 .<br />

Ves cómo rompe el pudor y piensa que es un argumento de peso contra nosotros, porque<br />

no osamos llamar un mal a lo que el pudor pide se haga en secreto. Pero tú no has podido<br />

encontrar un velo para cubrir la torpeza de tu doctrina; te has servido sólo de unos trapos,<br />

herencia de tu padre y maestro. Persiste en lanzar contra nosotros sus apóstrofes. "¡<br />

Ánimo, dijo, defensor de la concupiscencia, saca a luz sus frutos y sus obras! Me encrespo<br />

contra ella sin temor a la luz, que ella teme y a la que odia. Todo el que obra mal,<br />

aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reveladas" 140 . ¿Ves, pues,<br />

cómo la concupiscencia es origen del mal, y por su medio las pobres almas, esclavas de la<br />

libido, no espontáneamente, porque es ella sola la que nos hace obrar contra nuestro<br />

querer?<br />

"De ahí viene, dices tú, el que nos podamos servir, según la oportunidad, de labios,<br />

lenguas, manos, flexiones del dorso, cerviz y costados; pero cuando se trata de engendrar<br />

hijos, los miembros destinados a esta función no obedecen, y es preciso esperar a que la<br />

pasión, usando de su derecho, los mande, y unas veces lo hace contra la voluntad, y otras<br />

de acuerdo con ella" 141 . Enumeras todas las funciones de los miembros corporales,<br />

declaras que todos están sometidos al imperio de la voluntad, y dices: sólo la pasión<br />

carnal nos hace obrar contra nuestra voluntad. ¿Qué dice Manés? "Ves que la<br />

concupiscencia es fuente del mal, pues las pobres almas vienen a ser esclavas de la pasión<br />

a su pesar y es la única que nos hace obrar contra nuestro querer". Veamos lo que añade:<br />

"Por último, todo pecado está fuera del cuerpo, porque es actual, pero el que fornica,<br />

contra su propio cuerpo peca 142 . Todo pecado no existe antes de cometerlo; pero una vez


consumado, permanece en el recuerdo, no en la realidad; pero el mal de la<br />

concupiscencia, mal natural, existe ya antes de inducir al pecado; cuando se comete el<br />

acto, crece; después del acto permanece y se manifiesta".<br />

¿Por qué nos reprochas te llamemos maniqueo, si en sus escritos se encuentra cuanto tú<br />

dices, y en los tuyos lo que él quiere persuadir? Cuanto circula entre la plebe, difundido<br />

oralmente por vosotros, se encuentra en esta misma carta de Manés. Escucha: "Si el<br />

pecado no es natural, ¿por qué son bautizados los niños, pues consta no son capaces de<br />

hacer nada malo?" Por eso dije que vuela en alas de muchas lenguas porque es un<br />

argumento vulgar, comprensible incluso a los tardos de ingenio; y tú en tus libros pones<br />

en él tu esperanza.<br />

Esto lo expone tu maestro en estas palabras: "Yo les preguntaría: si todo pecado es<br />

actual, ¿por qué antes de que alguno cometa un pecado recibe la purificación por el agua,<br />

el que no ha cometido pecado alguno? Y si debe ser purificado se demuestra que han<br />

nacido naturalmente manchados por una raíz mala, en su demencia no entienden ni lo que<br />

dicen, ni lo que afirman".<br />

¿Oyes cómo nos injuria? Nos llama locos, sin inteligencia para entender lo que decimos o<br />

afirmamos, al negar que la mancha del pecado venga de una fuente turbia, aunque<br />

bauticemos con el agua purificadora incluso a los niños que no han cometido pecado. He<br />

citado frases numerosas; pero si el título no mencionara a su hija Menoch y Manés se<br />

llamara apóstol de Cristo, pensaríamos que tú eras el autor, pues dices lo que has<br />

aprendido en Manés. ¿Crees puedes ser tratado por los católicos de otra manera que lo fue<br />

aquel de quien has bebido los sacramentos de tus dogmas?"<br />

Ag.- Menos mal; por fin has puesto término a cuanto te pareció tomar contra nosotros de<br />

la carta de Manés, que te felicitas haber encontrado merced a las oraciones de tu colega<br />

Floro. Con toda razón condena Manés la carne en rebelión contra el espíritu; pero cree un<br />

deber reprochar a los católicos el que la consideren buena, pues alaban el bien del<br />

matrimonio apoyándose en la doctrina del Señor y de los apóstoles. ¿Cómo podría<br />

distinguir Manés el mal de la concupiscencia de la carne del bien del matrimonio, si en la<br />

carta a los Hebreos se dice que el manjar sólido es para los adultos que saben distinguir<br />

entre el bien y el mal 143 ? Tú, de una manera inevitable, has caído en las fauces de Manés;<br />

tú, el gran apologista de la concupiscencia de la carne, que no temes plantarla en el<br />

paraíso, no como hubiera podido ser, de haber existido, sino como hoy es. Según tú, los<br />

moradores del Edén gozarían de una paz inalterable, pero tendrían que luchar en su<br />

interior contra los movimientos ilícitos y deshonestos de la concupiscencia para resistir sus<br />

torpes asaltos. Imposible que este mal existiese en el paraíso, a no ser en aquel fingido<br />

del que hablamos antes y que lleva esta inscripción: Paraíso de los pelagianos.<br />

Cierto, esta concupiscencia que solicita los corazones castos con movimientos secretos no<br />

puede ser representada por ningún pincel; pero sí puede un pintor representar a mujeres<br />

en estado, que rechazan un alimento sano y con avidez desean manjares nocivos, con<br />

náuseas, vómitos, desfallecimientos, alumbrando fetos inmaduros, testigos de una<br />

condición mísera al parir con dolor por el castigo infligido a Eva, madre de todos. Y si no<br />

hablan los pinceles, sí pueden dibujar rostros tristes, llorosos, pálidos; los niños pueden<br />

ser pintados llorando, común condición de todos, sujetos a sufrimientos diversos, y más<br />

tarde, a los palmetazos de un dómine.<br />

El ignorante que al contemplar este cuadro y leer el rótulo preguntase el porqué, recibiría<br />

de vosotros esta respuesta egregia: "Esta hubiera sido la condición del género humano en<br />

el paraíso, porque esta es ahora aquí, pues los niños no tienen mancha ninguna de<br />

pecado". Si este hombre da su aquiescencia, se hace pelagiano; y si rechaza esta burda<br />

invención, le acusáis de maniqueo. Santo obispo de Dios, Ambrosio, sabio en la Iglesia y<br />

Doctor de la Iglesia, di a éstos que la concupiscencia de la carne, que codicia contra el<br />

espíritu (de la que Manés no sabe lo que dice, pero tiende sus cepos a los ignorantes), no<br />

viene de la unión con otra naturaleza, como él neciamente afirma, sino de la prevaricación<br />

del primer hombre que vivió en un natural bueno, creado por Dios. Puede quizás suceder<br />

que en vuestra contumacia elijáis dar vuestro voto al impuro maniqueísmo y no vuestro<br />

consenso a San Ambrosio. Obrad como os plazca, pero Manés podrá alegrarse de vuestra<br />

ayuda, porque Ambrosio triunfa de los dos con el apoyo de la fe católica y en el nombre y<br />

poder de Cristo.


Si la concupiscencia, en efecto, fuese tal que jamás se adelantase a la voluntad humana<br />

con sus movimientos carnales ni rebasase los límites de lo lícito, Manés no tendría nada<br />

que reprender con justicia en ella, ni Ambrosio diría que nos viene de la prevaricación del<br />

primer hombre, ni nadie entre nosotros sostendría que en el paraíso no se haría uso de<br />

ella, porque la carne no codiciaría contra el espíritu. Pero ahora es tal que se rebela contra<br />

el espíritu, aunque no siempre triunfe; paz de la que disfrutan los santos en el paraíso; y<br />

como no se puede creer en un dios corruptible por la unión a una naturaleza mala, sólo os<br />

queda a vosotros y a los maniqueos inclinar vuestra frente ante la fe de Ambrosio, sobre el<br />

contagio del primer pecado.<br />

La gracia ayuda a la naturaleza<br />

188. Jul.- "Resta examinar aquella sentencia en la que prometes resumir brevemente tu<br />

doctrina, y no se puede negar que lo haces con cierta agudeza. "Si la naturaleza humana,<br />

dices, fuera un mal, no debía ser engendrada; si no tuviese algún mal, no debía ser<br />

regenerada; para decirlo en una palabra, si la naturaleza humana es el mal, no debe ser<br />

curada, y si no hubiera en ella ningún mal, no debiera ser salvada" 144 .<br />

Debemos alabar en este lugar tu ingenio; nada más razonable se puede decir en favor de<br />

tu causa; no obstante, la naturaleza de las cosas no permite salga gananciosa la viveza<br />

natural. Duro es para ti dar coces contra el aguijón; todas las razones se disipan como<br />

hielo ante el fuego de la verdad. Atiende ahora a lo que voy a decir. Tu conclusión es:<br />

"Con toda certeza, si la naturaleza humana es un mal, no debe ser curada"; porque una<br />

cosa mala, si es mala por naturaleza, no es capaz de salvación.<br />

¿Por qué no es capaz? Porque una naturaleza no puede ser otra de lo que es; ni lo merece,<br />

porque no hay nada en ella que la misericordia de Dios pueda salvar. Cuando decíamos "si<br />

fuese" algo que ciertamente no puede ser, no queremos dar esperanzas y conceder lo que<br />

hasta ahora hemos negado; mas para desarmar al adversario se habla con frecuencia de<br />

cosas imposibles. Se dice, por ejemplo, en esta o en la otra hipótesis, se seguiría...; y si la<br />

suposición es un imposible, la consecuencia por la que se hizo la hipótesis se ha de negar<br />

rotundamente.<br />

Hemos probado con frecuencia que el mal natural es imposible; con todo, sin prejuzgar<br />

esta opinión, aprobamos esta parte de tu razonamiento. Dijiste: "Si la naturaleza humana<br />

es el mal, no debe ser sanada". Pones la salvación en el bautismo y tu argumentación es<br />

lógica; porque, si dicen verdad los maniqueos cuando afirman que la naturaleza es mala,<br />

serían los cristianos unos insensatos al creer que el bautismo es medicina aplicable a una<br />

naturaleza mala; declarar mala la naturaleza es negar la eficacia de la gracia, por el<br />

contrario, reconocer la gracia es alabar la naturaleza humana, para cuya salvación fue<br />

establecida la gracia".<br />

Ag.- No es verdad lo que dices. Te engañas, o engañas. Se ve obligado a negar la gracia<br />

no el que afirma que es mala la naturaleza del hombre, sino el que dice que es un mal o<br />

algo en absoluto malo. Porque si es mala, tiene mayor necesidad de la gracia. Un hombre<br />

malo es una naturaleza mala, pues, sin duda, un hombre es una naturaleza; y lo mismo<br />

una mujer mala es una naturaleza mala, porque toda mujer es una naturaleza. El que<br />

afirme esto, ¿cómo puede verse obligado a negar la gracia, si la gracia viene en ayuda de<br />

las naturalezas malas, es decir, de los hombres malos, para que dejen de ser malos?<br />

Pero una cosa es decir: este hombre es malo y otra decir: este hombre es el mal. Lo<br />

primero puede ser verdad, lo otro, imposible. Como si decimos: este hombre es un<br />

vicioso; puede ser verdad, pero si decimos: este hombre es el vicio, no puede ser verdad.<br />

En consecuencia, no quieras errar o inducir a error a los hombres y comprende el sentido<br />

de mis palabras: "Si la naturaleza humana fuese el Mal, no debía ser engendrada; si no<br />

tuviera algún mal, no debiera ser regenerada". Es como si dijera: si la naturaleza humana<br />

fuera el vicio, no podría ser salvada; si no tuviera algún vicio, no debiera ser salvada. Te<br />

hablo llanamente y no para darte pie para contradecirnos, sino para hacerte ver que aún<br />

no has encontrado una respuesta.<br />

La carne no es el mal, adolece de un mal<br />

189. Jul.- "Pon atención a las consecuencias. Se puede tejer el elogio de la naturaleza<br />

humana sin negar la gracia. Mejor, existe una íntima trabazón entre estas cuatro cosas, y


no se puede afirmar una sin las otras; condenar la naturaleza, es negar la gracia; alabar la<br />

gracia es alabar la naturaleza; existe perfecta reciprocidad. Con razón has dicho: "Si la<br />

naturaleza humana es el Mal, no debe ser salvada"; ambas cosas afirman los maniqueos, a<br />

saber, que la naturaleza de la carne es mala y ni debe ni puede ser salvada por la gracia".<br />

Ag.- Pero los maniqueos dicen que la naturaleza de la carne es mala, hasta el punto de ser<br />

el Mal, y no que adolece de un mal, porque no consideran el vicio como accidente de una<br />

sustancia, sino como una sustancia.<br />

La naturaleza no es el mal<br />

190. Jul.- "Añades luego una máxima que amas repetir. "Si la naturaleza, dices, no<br />

tuviera nada malo, no debería ser salvada. El que dice que no es buena, niega la bondad<br />

del Creador; el que niega tenga algo malo, injuria al Salvador misericordioso que la sana"<br />

145 . Lector, pon atención y verás que no ha dicho otra cosa que lo que antes había<br />

declarado contrario a la verdad; afirmas que el mal se encuentra naturalmente en una<br />

cosa que has declarado no ser naturalmente mala".<br />

Ag.- No dije que no era mala, sino que no era el Mal. Y, para ser más explícito, no dije que<br />

no fuera viciosa, sino que no era el Vicio. Relee y comprende.<br />

Un símil. El caballo<br />

191. Jul.- "Por naturaleza mala no se puede entender otra cosa que lo naturalmente<br />

malo".<br />

Ag.- Ya sea natural, como la falta de entendimiento, ya voluntario, como el homicidio, se<br />

puede llamar hombre malo al que tiene un natural malo, pues el hombre es una<br />

naturaleza, como puede decirse que un caballo malo es un animal malo, porque el caballo<br />

es un animal.<br />

La naturaleza está viciada, no es el vicio<br />

192. Jul. "Y, para abreviar, esta clara conclusión: Si el mal está inoculado en la<br />

naturaleza, y ésta se transmite por las semillas, la naturaleza es ciertamente mala".<br />

Ag.- Aunque sea mala no es el mal, porque, aunque esté viciada, no es el Vicio.<br />

Idéntica distinción<br />

193. Jul.- "Si se la exceptúa del mal y como buena se la defiende, no puede nacer de ella<br />

el mal, ni encontrarse naturalmente en ella. Se evapora, pues, tu conclusión, porque la<br />

sentencia enunciada en segundo lugar no distingue, repite la primera".<br />

Ag.- Aunque se defienda como buena no se sigue esté exenta de mal. En efecto, la misma<br />

naturaleza es buena en cuanto naturaleza, mala en cuanto viciada. No se evapora mi<br />

conclusión por la que declaro que si la naturaleza humana fuese el Mal, no podía ser<br />

salvada; y si nada malo tuviera, no debía ser salvada. Si quieres decir verdad, di que tu<br />

raciocinio con el que tratas de refutar mi conclusión desaparece.<br />

No cita bien Juliano las palabras de Agustín<br />

194. Jul.- ""La naturaleza humana, dices, si fuese el Mal, no debiera ser salvada, si no<br />

tiene algo malo, no debe ser salvada". ¿Qué otra cosa pruebas, sino que una misma cosa<br />

debe ser salvada, precisamente por la misma razón que impide ser salvada?"<br />

Ag.- La naturaleza debe ser salvada porque está mala, no porque sea el Mal. Si fuera el<br />

mal esencial, no debería ser sanada; pero como está viciada, y no porque sea el Vicio, sino<br />

porque está viciada. Y en cuanto viciada, debe ser curada; si la naturaleza misma o la<br />

sustancia fuese un vicio esencial, no debía ser salvada, pues una cosa es tener un vicio y<br />

otra ser el vicio. Ha de salvarse porque tiene un vicio, no porque es un vicio; si fuera un<br />

vicio, no podía salvarse. Ves que no es lo mismo responder que hablar; ves que nada has<br />

respondido; sin embargo, no quieres callar.


No entiende Juliano la distinción de Agustín<br />

195. Jul.- "Vuelves sobre tus pasos, por tu razonar conectas con Manés, aunque por tu<br />

profesión lo desprecias. Dices: "Si la naturaleza fuera mala, no se debía sanar"; aquí<br />

parece le combates, pero añades: "Si nada malo tuviera, no debía salvarse"; ahora<br />

muestras combatir fielmente a su lado. Luego es claro que tu doctrina es calco de la de<br />

Manés; es decir, la naturaleza de los hombres es mala, los dos decís que hay en ella algo<br />

malo, y tú declaras que una naturaleza mala no debe salvarse; es, pues, evidente que, en<br />

compacta compañía, atacáis la naturaleza y la gracia".<br />

Ag.- ¿Cambias mis palabras para dar la sensación de que has respondido algo, y a los<br />

lectores les sería difícil o imposible recordarlo, o, al menos releer tu libro anterior y ver lo<br />

que yo he dicho en esos pasajes en los que citas mis palabras? No dije si la naturaleza<br />

fuera mala no debe ser salvada; precisamente porque está mala debe ser salvada. Dije:<br />

"Si es el Mal, no debe ser salvada". Si tiene un vicio es mala; desaparecido el mal, queda<br />

salva; no es un vicio esencial, pues en este caso, al desaparecer la naturaleza, desaparece<br />

el vicio. La salvación consiste en destruir el vicio; ¿quién puede ser salvado de esta<br />

manera si no es una naturaleza? Cuando se dice: está curado el vicio, no es el vicio mismo<br />

el que se cura, sino la naturaleza en la que está aposentado el vicio; si fuera el Vicio, no<br />

desaparecería destruido el vicio, pues la naturaleza desaparecería con él. Por consiguiente,<br />

la naturaleza humana, si no fuese mala, sino el Mal, esto es, si fuese el Vicio, no debe ser<br />

sanada; si en ella no hubiese mal alguno, tampoco debía ser salvada. Esto es lo que dije;<br />

cesa de manipular mis palabras para hacer un hueco, no a tus respuestas, sino a tus<br />

discusiones.<br />

La naturaleza, obra del Creador<br />

196. Jul.- "Consecuencia: Nadie puede alabar la gracia de Cristo sino el que en la<br />

naturaleza alaba la obra buena del Creador".<br />

Ag.- En esto has dicho verdad. En una naturaleza mala se encuentra siempre la obra del<br />

Creador, digna de elogio; porque una naturaleza mala, en cuanto naturaleza, es un bien y<br />

para librar este bien del mal es necesaria la gracia.<br />

La vida eterna, promesa de los pelagianos<br />

197. Jul.- "Cierto, no se trata de los actos de los adultos, sino de la condición de los niños<br />

y del estado de su naturaleza. Afirmas con Manés que esta naturaleza, sin acto alguno de<br />

la voluntad personal, es culpable, abocada a la condenación, rebosante de males; es decir,<br />

de crímenes; nosotros la defendemos como íntegra, limpia de pecado, capaz de virtudes".<br />

Ag.- Te conocemos y conocemos al gran defensor de los niños, a los que no permites sean<br />

por el Salvador socorridos. Y si se lo permites, di, por favor, de qué vicio o contagio son<br />

salvados cuando reciben en su cuerpo las aguas del bautismo. ¿Qué puedes responder, tú,<br />

hombre que no te avergüenzas de inventar un paraíso colmado de niños que sufren sin<br />

merecerlo?<br />

Ambrosio, testigo del pecado original<br />

198. Jul.- "¿Atribuyes tú los crímenes, los vicios, la condenación de esta naturaleza en los<br />

niños a su voluntad o a la condición de su nacimiento? Si dices que los niños han pecado<br />

por voluntad propia, es decir, por sí mismos, lanzas una opinión monstruosa y niegas la<br />

transmisión del pecado, porque el niño no recibe de otro lo que puede él mismo cometer;<br />

pero si todos estos males los recibe, no por sus obras, sino por su condición natural, su<br />

naturaleza es esencialmente mala".<br />

Ag.- No condeno la naturaleza de los niños como culpable de un acto voluntario, pues<br />

nadie nace porque quiere; ni acuso la condición de su nacimiento, no porque nacen, sino<br />

porque nacen en la miseria; si nadie hubiera pecado, la naturaleza humana habría nacido<br />

en el paraíso, fecunda con la bendición de Dios, hasta que el número de los santos, por<br />

Dios conocido, estuviera completo. En este paraíso no llorarían los niños, ni estarían un<br />

tiempo privados de razón, ni estarían carentes de alguno de sus miembros, ni enfermos o<br />

sin movimiento, sujetos a dolencias, despedazados por bestias feroces, sujetos a<br />

envenenamientos o a heridas en accidente, faltos de algún sentido o de alguna parte del


cuerpo; no serían juguete del diablo, ni cuando salen de la puericia serían domados a<br />

latigazos, o instruidos a fuerza de trabajos; ninguno nacería imbécil, romo de ingenio, ni<br />

con sufrimientos o trabajos se les podría hacer mejores; y aparte de la pequeñez de su<br />

cuerpo, proporcionada al seno materno, nacerían en el mismo estado que Adán. No serían<br />

como hoy los vemos; ni sufrirían males semejantes si la naturaleza humana no hubiera<br />

sido alterada y condenada a causa de un gran pecado. No son tales por condición de su<br />

nacimiento; sí por contagio del pecado y por la condición del castigo.<br />

Somete Juliano a todos los males la naturaleza inocente<br />

199. Jul.- "¿Qué diferencia hay entre el juicio de Manés sobre la naturaleza y el tuyo?<br />

Declara Manés, dices, que es mala. Si tú lo niegas, confiesa que es buena y la discusión ha<br />

terminado. Caerías en la red de la verdad para tu salvación. Pero tú protestas.<br />

Escuchemos, ¡oh Aristóteles de los cartagineses!, cuál es tu parto: "Tan grande es el mal<br />

inoculado en esta naturaleza, que se convierte en posesión del diablo y merece fuego<br />

eterno"".<br />

Ag.- Al negar tú que es posesión del diablo, niegas, sin duda, que ha sido rescatada del<br />

poder de las tinieblas cuando por la regeneración se trasplanta al reino de Cristo, y acusas<br />

a toda la Iglesia católica del gravísimo crimen de lesa majestad. Porque, según las leyes<br />

de este mundo, se acusa de este crimen al que practica insuflaciones sobre una imagen,<br />

aunque no viva, del emperador. Los niños, antes de ser bautizados, son insuflados durante<br />

los exorcismos; y estas insuflaciones se hacen sobre imágenes vivientes, no de un rey,<br />

sino de Dios. ¿Qué digo? Se sopla sobre el diablo, que por el contagio del pecado tiene al<br />

niño sujeto, para que, arrojado fuera, sea el niño trasladado a Cristo 146 .<br />

Hay que soplar sobre la locura de Juliano para no acusar a la Iglesia de crimen de lesa<br />

majestad cuando purifica a los niños y alienta sobre ellos. Y si el niño no es arrancado del<br />

poder de las tinieblas y permanece su esclavo, ¿por qué asombrarse de que arda con el<br />

diablo en el fuego eterno, pues no tiene entrada en el reino de Dios? ¿Por qué los<br />

pelagianos prometen a los niños no bautizados un lugar de paz y vida eterna, al margen<br />

del reino de Dios? ¿Será falsa la sentencia de Cristo: El que crea y fuere bautizado se<br />

salvará, el que no creyere será condenado? El que niegue que los niños creen por boca de<br />

sus padres, niegue también que reciben el bautismo porque se resisten en brazos de sus<br />

padrinos.<br />

Juliano, hereje, engañador y engañado<br />

200. Jul.- "No es tan mala esta naturaleza, pues a no ser Manés, no se la puede<br />

condenar".<br />

Ag.- ¿Ha dicho Manés: "Todos nacemos pecadores, y el mismo nacimiento está viciado?"<br />

147 Pero esto lo dijo un esclarecido doctor católico. ¿Qué eres sino un hereje engañador y<br />

engañado?<br />

Los males, prueba de la justicia de Dios<br />

201. Jul.- "Sin embargo, dijo, no soy maniqueo, pues de palabra absuelvo la naturaleza,<br />

aunque la condene en mis juicios".<br />

Ag.- Tú di que la condenas con el más inicuo de todos los juicios, pues, sin demérito<br />

alguno la sometes a todos los males.<br />

Dios, justicia esencial<br />

202. Jul.- "¿Qué he de acusar primero: el descaro del mentiroso, la pasión del discutidor o<br />

la perversa impiedad del creyente? Lo sé, debo hacer uso de las palabras del profeta:<br />

Israel, felices somos, pues lo que agrada a Dios nos ha sido revelado" 148 .<br />

Ag.- ¿Es verdad que lo que agrada a Dios os ha sido revelado? Necio, no agrada a Dios<br />

que los niños, sin contagio de pecado, sean oprimidos por un duro yugo. Pero heredan el<br />

contagio causado por aquel gran pecado primero; al negaros a confesarlo, ¿no acusáis a<br />

Dios de un juicio inicuo?


"Yo soy el creador de los males". Sentido<br />

203. Jul.- "Supla la censura de los lectores las invectivas. Pasemos a otra cosa. No existe<br />

ciertamente otro mal en los seres, mal de verdad, si no es el que llamamos pecado".<br />

Ag.- Males son también el castigo de los pecadores, porque de otra suerte ignoro cómo<br />

vas a defender a Dios que dijo verdad cuando afirma que es creador de los males. ¿No irás<br />

a decir que Dios ha creado los pecados?<br />

No pudieron sentir males en el Edén<br />

204. Jul.- "De este pecado se engendró en cada uno de nosotros un mal natural; mal que<br />

no es otra cosa sino el mérito malo".<br />

Ag.- No sólo es un mal el mérito malo, sino también el castigo debido a un mérito malo.<br />

No va a ser malo el pecado y no ser verdaderamente un mal la pena del pecado. Si en los<br />

niños no hay pecado de origen, los males que sufren serían injustos. Por consiguiente,<br />

estos males no pudieron existir en el paraíso, porque allí no había mérito malo, de<br />

permanecer en una obediencia feliz. Por eso, porque vemos aquí estos males en los niños,<br />

que no existirían allí, tienen su demérito, lo que no podían merecer si no fuera por un<br />

pecado de origen.<br />

La concupiscencia no viene del Padre<br />

205. Jul.- "Si Manés entiende por naturaleza mala una naturaleza que merece castigo y ha<br />

de soportarlo; si, por tu parte, afirmas que el mal existe en la naturaleza humana, y este<br />

mal es el que llama Manés concupiscencia de la carne, inyectada, según tú, por el diablo;<br />

y si dices que merece castigo eterno, no hay duda, declaras, como Manés, que la<br />

naturaleza es pésima y digna de condenación".<br />

Ag.- ¡Avergüénzate! La concupiscencia de la carne viene del mundo, no del Padre, es<br />

decir, de los hombres cuyos hijos llenan el mundo. Los maniqueos atribuyen esta<br />

concupiscencia, con vuestra ayuda, a la gente de las tinieblas; pues vosotros no queréis<br />

que este mal pase a nosotros por la prevarican del primer hombre, según doctrina de<br />

Ambrosio y de la fe católica 149 .<br />

La naturaleza está viciada, no es el vicio, repite Agustín<br />

206. Jul.- "Veamos cómo la segunda parte de tu sentencia dice lo mismo. Dijiste: "El que<br />

diga que la naturaleza humana no es un bien, niega que venga de un Creador bueno. El<br />

que niegue que tiene un mal, la priva de un Salvador, misericordioso con la naturaleza<br />

viciada" 150 . Si, como te has visto obligado a confesar, el que niega que la naturaleza es un<br />

bien, niega la bondad del Creador, es decir, de Dios; y si la naturaleza mala es la que<br />

merece castigo, vuestra confesión confirma la verdad de mi afirmación, pues establece<br />

que vosotros no reconocéis un Dios bueno como creador de los hombres, pues por los<br />

vicios y sufrimientos de la naturaleza probáis su maldad".<br />

Ag.- La naturaleza humana, aunque mala, pues está viciada, no es un mal en cuanto<br />

naturaleza. No existe naturaleza mala en cuanto naturaleza, sino un bien, y sin este bien<br />

no podía existir el mal, porque un vicio puede existir sólo en una naturaleza; y ésta sí<br />

puede existir sin vicio alguno, ora sea porque nunca ha sido viciada, ora porque ha sido<br />

sanada. Si esto lo comprendieran los maniqueos, no serían maniqueos, ni introducirían dos<br />

naturalezas de signo contrario, del bien y del mal. Si ves la diferencia que existe entre los<br />

maniqueos y nosotros, calla, y si no la ves, calla.<br />

No hay naturaleza mala en la creación<br />

207. Jul.- "No rehusamos un Salvador a esta naturaleza que defendemos por dignidad de<br />

un Creador; pero negamos sea mala para no ser maniqueos; y negamos existir mal en ella<br />

para no ser, con nombre cambiado, igualmente maniqueos".<br />

Ag.- En realidad estás contra los maniqueos, al decir que la naturaleza no es mala; pero<br />

sois pelagianos cuando negáis que exista mal en ella, y, sin daros cuenta, favorecéis a los<br />

maniqueos al decir que el mal que se manifiesta en la naturaleza no proviene de la


prevaricación del primer hombre; y así concluyen ellos: luego existe una sustancia o<br />

naturaleza mala.<br />

Niega Juliano un Salvador a los niños<br />

208. Jul.- "Puede la naturaleza ser viciada por el hombre capaz, por su arbitrio, del bien o<br />

del mal; pero esto es imputable a la persona, no a la naturaleza. Por eso afirmamos que<br />

puede ser sanado por la gracia de Cristo lo que puede ser corrompido, porque lo que<br />

puede ser sanado ha sido herido".<br />

Ag.- Con toda certeza negáis a los niños un Salvador, y como ellos deberíais recibir las<br />

insuflaciones si os pudieran ser útiles para que, arrancados del poder de las tinieblas,<br />

fuerais trasplantados al reino de Cristo.<br />

Preferible Juan, el apóstol, a Juliano<br />

209. Jul.- "No quedan los bautizados libres de la concupiscencia de la carne, sí del reato<br />

de la concupiscencia mala".<br />

Ag.- Juan, el apóstol, dice que la concupiscencia de la carne no viene del Padre, sino del<br />

mundo 151 ; dando a entender que es mala, tú, empero, dices que la concupiscencia de la<br />

carne, don natural, no es culpable, sino la concupiscencia mala. En efecto, según tú, la<br />

concupiscencia de la carne no es mala ni en la fornicación, porque el que así obra usa mal<br />

de un bien. Luego la concupiscencia siempre es un bien, ya tenga por objeto la unión<br />

conyugal o el adulterio; en éste se hace mal uso de un bien; en el matrimonio se hace<br />

buen uso de un bien. Lucha, pues, con el apóstol Juan, no conmigo; no concuerdas con él<br />

cuando dice que es mala y no viene del Padre. Tú, por el contrario, dices: La<br />

concupiscencia de la carne, incluso cuando codicia un mal, es buena, nunca mala.<br />

Creedme, no hay cristiano que no prefiera estar de acuerdo con Juan el apóstol y en<br />

desacuerdo contigo.<br />

Existe el pecado en el ángel y en el hombre<br />

210. Jul.- "En consecuencia, el testimonio del Creador del género humano y el del<br />

Redentor nos dice que no existe el pecado".<br />

Ag.- ¿Qué dices con insensatez extremada? ¿No existe pecado en la naturaleza? ¡Como si<br />

pudiera existir el mal si no es en una naturaleza, ya venga de la generación, ya sea por<br />

propia voluntad cometido! Es evidente, el pecado del ángel o el pecado del hombre<br />

pertenece a un ángel o a un hombre. ¡Quién hay tan fuera de camino que diga que ni el<br />

ángel ni el hombre son naturaleza! ¿Por qué hablas con los ojos cerrados? ¿Qué es lo que<br />

dices que no existe pecado en la naturaleza? ¿No te das cuenta que luchas contra el<br />

Apóstol? Manifiesta con claridad suficiente que la concupiscencia es pecado cuando dice:<br />

No conocí el pecado sino por la ley; porque no conocería la concupiscencia si la ley no<br />

dijera: No codiciarás 152 . ¿Hay algo más claro que este texto o algo más vacío que tu<br />

doctrina?<br />

Juliano, enemigo de la justicia de Dios<br />

211. Jul.- "Repetimos lo dicho: la doctrina traducianista, según demostré, contraría los<br />

preceptos y juicios de Dios".<br />

Ag.- Más bien sois vosotros los enemigos de la justicia de Dios, pues imponéis un duro<br />

yugo sobre los hijos de Adán desde el día de la salida del vientre de sus madres 153 , y esto<br />

contra toda justicia; negáis también la existencia del pecado original, atestiguado por el<br />

testimonio de la Escritura y las miserias de los niños, que no pueden, como probé, existir<br />

si no es en vuestro paraíso.<br />

Escritura y razón prueban la existencia del pecado original<br />

212. Jul.- "Sólo Manés, como demostré con una cita de sus escritos, condena la<br />

concupiscencia de la carne, querida por Dios, creador de los cuerpos, para hacer viable la<br />

unión de los sexos con vista a la fecundidad".<br />

Ag.- Demostré también yo con el testimonio de la Sagrada Escritura y de la sana razón


que la concupiscencia de la carne, en lucha contra el espíritu, es mala. Vosotros, en<br />

cambio, favorecéis la posición de los maniqueos, que atribuyen la concupiscencia de la<br />

carne a la gente de las tinieblas, coeterna a Dios; vosotros negáis la existencia del pecado<br />

original y lo plantáis en el paraíso de Dios.<br />

Ambrosio defiende la existencia del pecado original<br />

213. Jul.- "Vuestros argumentos en favor de la transmisión del pecado son idénticos,<br />

como demostré, a los de los maniqueos".<br />

Ag.- No era maniqueo Ambrosio, invicto campeón de la fe católica, que os derrotó junto<br />

con los maniqueos al enseñar que existe discordia entre carne y espíritu, y que tu<br />

protegida, la carne, codicia contra el espíritu, y es en nosotros resultado de la<br />

prevaricación del primer hombre 154 . El testimonio de tu maestro en favor de este obispo<br />

te convenza y fuerce a confesar.<br />

No niega Agustín la existencia del libre albedrío<br />

214. Jul.- "En la discusión sobre tu doctrina puse en claro que niegas la existencia del libre<br />

albedrío y la creación de los niños por Dios".<br />

Ag.- Como lo proclaman numerosos testimonios de la Escritura, confieso la gracia de Dios,<br />

defiendo y nunca niego la existencia del libre albedrío; mientras tú, al encumbrarlo, lo<br />

destruyes, pues pones tu confianza en tus fuerzas. Nuestras palabras harán ver a nuestros<br />

lectores que no negamos sea Dios el creador de los niños; mientras vosotros sí negáis sea<br />

su Salvador.<br />

La naturaleza no es el mal, está viciada<br />

215. Jul.- "Te convencí, en el examen de tu doctrina que habías prometido condensar en<br />

una palabra que la naturaleza era mala".<br />

Ag.- Y demostré yo que la naturaleza humana no es mala, aunque sí tiene algo malo. La<br />

primera afirmación la probé por ser sustancia natural creada por Dios; la otra, por las<br />

miserias de esta naturaleza que tiene a Dios por Salvador. Que has sido incapaz de anular<br />

mis argumentos, un lector inteligente y avisado lo hubiera podido comprobar aunque no<br />

hubiese respondido.<br />

Conoce Dios los que son suyos<br />

216. Jul.- "Confío en que está claro incluso para los muy romos de inteligencia y para<br />

cuantos has engañado con tus favores que sólo en el nombre te distingues de Manés y<br />

estás de acuerdo con todos los partidarios de la transmisión del pecado y te adhieres a sus<br />

puercos y absurdos dogmas".<br />

Ag.- La verdad es muy otra y está clara incluso para los muy obtusos de entendimiento.<br />

Esto es lo que es manifiesto hasta para los tardos que quieran tomarse el trabajo de leer<br />

tus escritos y los míos: he demostrado que soy enemigo del error de los maniqueos y que<br />

he destruido, con la ayuda del Dios de la verdad, sus dogmas nefastos; y también que<br />

vosotros sí favorecéis la insensatez de los maniqueos hasta el extremo de que puedan<br />

gloriarse de ser invencibles, si la fe católica, que, por la gracia de Dios, defendemos, no<br />

los confundiera, y no por vuestros argumentos o por vosotros, sino contra vosotros.<br />

Me has elegido a mí solo y me has distinguido con el nombre frecuente de maniqueo,<br />

porque has creído poder así destruir la fe católica, por el horror de nombre tan<br />

despreciado, no por la verdad objetiva de tus acusaciones; fe que sin espigar en el odio,<br />

os condena con una multitud de santos e ilustres defensores que han aprendido y<br />

enseñado lo que nosotros aprendimos y enseñamos. Pero el fundamento de Dios<br />

permanece firme, pues conoce Dios a los que son suyos 155 .<br />

Cuanto a las palabras de mi libro que te habías propuesto refutar, dejo al lector el trabajo<br />

de observar y verificar cómo después de atacar en apariencia unas contadas sentencias,<br />

has omitido la mayor parte, aburriendo a todos con tu nebulosa, incontenible e<br />

interminable verborrea.


RÉPLICA A JULIANO (OBRA INACABADA)<br />

LIBRO IV<br />

La fe católica triunfa tanto de los pelagianos<br />

como de los maniqueos<br />

1. Juliano.- "Imagino que un lector atento pueda asombrarse cómo, después de haber<br />

dividido, según solemne costumbre de los autores, mi opúsculo en un cierto número de<br />

libros, trato en uno cuestiones que pertenecen a otro. Tal, por ejemplo, la interpretación<br />

que doy en el tercer volumen de estas palabras del Apóstol: Por un hombre entró el<br />

pecado en el mundo 1 , sentencia que destruye la doctrina del pecado original, pues la<br />

nación judía desciende de uno solo, Abrahán 2 . El lector al que ahora quiero dar<br />

satisfacción puede ser que piense que esta discusión tenía su lugar adecuado en el<br />

segundo libro. Pero sabe que esta manera de proceder, suplir en un libro lo que parecía<br />

omitido, no debilita el razonamiento ni procede de las prisas del escritor, pues es una<br />

exigencia de la naturaleza de las cosas y de la razón. El uso de este género dialéctico lo<br />

avalan multitud de eximios ingenios; pero sería torpe jactancia defender una cuestión tan<br />

sencilla invocando testimonios grandilocuentes de autores antiguos, pues esta táctica<br />

haría sospechoso un hecho bien establecido.<br />

Con una discusión necesaria he puesto fin a mi libro segundo, dedicado a interpretar unas<br />

palabras del Apóstol y no me extendí en cuestiones marginales. Con todo, acabada la<br />

discusión, creí un deber salir al encuentro de ciertas cuestiones irrelevantes en atención a<br />

ciertos espíritus débiles a los que pueden turbar unas frías objeciones, y en mi tercer libro<br />

demostré en qué sentido se dice que muchos han nacido de uno solo. Es, pues, muy<br />

conveniente que el libro siguiente complete al anterior para que aparezca la gran armonía<br />

que existe entre los diversos libros, y así los lectores entren en deseos de leer la obra<br />

entera y comprendan que, si hay cuestiones que se aplazan, no se omiten. Dejada<br />

constancia de que el método conviene a la fe y disposición de la obra, entramos en<br />

discusión con los maniqueos acerca de la obra y de la ley de Dios; rechazamos de aquéllos<br />

la deformidad de un mal natural y la injusticia de los juicios funestos; enseñamos que la<br />

justicia nada ha perdido en los preceptos y que el diablo no ha inyectado en los niños mal<br />

alguno; por último, demostramos que la ley es digna de un Dios creador y muy digna de<br />

un Dios gobernador del mundo".<br />

Agustín.- Los maniqueos encontrarían en vuestros ataques un potente aliado para escapar<br />

de nuestros golpes si la fe católica no triunfase de vosotros y de los maniqueos. Porque,<br />

en efecto, no pueden atribuir a una mezcla de dos naturalezas, por ellos inventada, la<br />

oposición que reina entre los deseos de la carne y los del espíritu, ni los males que afligen<br />

al género humano a los que todos los mortales están sujetos, empezando por el llanto y<br />

calamidades de los niños; males que la autoridad divina y la recta razón atribuyen a una<br />

naturaleza viciada por el pecado; naturaleza que Dios creó buena y no la priva del don de<br />

la fecundidad y de su buen oficio. Vosotros, al negarlo, os empeñáis en romper el arma<br />

que destruye a los maniqueos; pero es de tan buen acero, que, invencible, atraviesa a<br />

unos y otros, ya os hiera después que a ellos, ya vayan en vuestro seguimiento.<br />

Obra de Dios y gracia sanante<br />

2. Jul.- "Si creéis en estos dos principios, a saber, que las obras de Dios no son malas y<br />

que sus juicios son justos, queda destruido el dogma de la transmisión del pecado; por el<br />

contrario, si se acepta la impiedad de los traducianistas, se destruyen los dos principios, el<br />

de la bondad de Dios y su justicia, sin los cuales Dios es inimaginable".<br />

Ag.- Ni son malas las obras de Dios, pues saca bien de los males y ayuda y sana con<br />

bondad suma a los niños que elige de entre una masa viciada por la prevaricación del<br />

primer hombre, ni sus juicios son inicuos cuando impone un duro yugo sobre los hijos de<br />

Adán desde el día de su nacimiento 3 , pues sólo castiga el pecado. Si estas cosas se creen<br />

y se entienden, el error de maniqueos y pelagianos se evapora, porque estos males del<br />

género humano los atribuyen los maniqueos a no sé qué principio malo, coeterno a la<br />

eternidad de Dios; y el de los pelagianos, pues no quieren se impute a los niños un<br />

pecado.


Respuesta extensa de Agustín<br />

3. Jul.- "Pesemos las razones que alega este destructor de la naturaleza. Mas para que<br />

pueda comprender el lector y juzgar las cosas que oscurecen la discusión, señalaré su<br />

estilo y manera de proceder. Declara impugnar mis escritos, que leyó en un breve extracto<br />

que le fue remitido; expone algunos fragmentos y censura palabras que no se encuentran<br />

en mi obra".<br />

Ag.- Gracias a Dios, porque en seis libros he respondido a cuanto contienen tus cuatro<br />

libros, de los que aquel que me envió un breve extracto lo hizo como quiso. Pienso ahora<br />

que nos vas a decir lo que no se encuentra en tu obra; mas, aunque lo digas y pruebes,<br />

me siento feliz, porque no has dicho lo que no debías decir y ojalá que jamás hayas dicho<br />

ninguna de las palabras que son, con toda justicia, condenables.<br />

¡Erudición asombrosa de Juliano!<br />

4. Jul.- "Escribe a Valerio Agustín: "Examina cómo piensa justificar el título que nos da:<br />

Dios, después de formar a Adán del polvo de la tierra, hizo a Eva de una de sus costillas y<br />

dijo: 'Esta se llamará Vida, porque será la madre de todos los vivientes'. Estas no son<br />

palabras de la Escritura; pero ¿qué importa? La memoria olvida las palabras, pero basta<br />

retener el sentido. No impuso Dios el nombre de Vida a Eva; fue su marido. Así está<br />

escrito: Adán llamó a su esposa Vida, porque es madre de todos los vivientes" 4 .<br />

Erudición asombrosa la de este doctor, pues no permite separarnos ni un ápice de la<br />

palabra de la Escritura. Nos arguye de ignorancia, pero, generoso, se digna perdonarme el<br />

olvido que me llevó a decir que fue Dios el que impuso a la mujer el nombre de Vida; es<br />

una bella ocasión de mostrarse erudito y benévolo. Pero ni los esfuerzos para encontrar el<br />

nombre de la mujer son tan admirables y no es tolerable la impudencia de perdonar lo que<br />

en sus comentarios me achaca. En efecto, después de establecer el texto de la ley que<br />

pone en boca del Creador: No es bueno que el hombre esté solo; hagámosle una ayuda<br />

semejante a él 5 , pregunta: '¿Qué significa: No es bueno que el hombre esté solo?' ¿Había,<br />

acaso, Dios creado alguna cosa que no fuese buena, él que había hecho todas las cosas no<br />

sólo buenas, sino muy buenas? ¿Cómo dice: No es bueno que el hombre esté solo? Esta<br />

manera de hablar no es un reproche al estado del hombre en su creación, pero muestra<br />

que el género humano podía anhelar una unión pecaminosa si el don de un sexo diferente<br />

no fuera fuente de un nuevo ser. Pues, aunque pudiera Adán esperar la inmortalidad si no<br />

pecara, sin embargo, no hubiera podido ser padre de no encontrar una mujer salida de su<br />

costado durante un sueño, y comprendió por su primer nombre su destino: Se llamará<br />

Vida, porque es madre de todos los vivientes 6 . Estas palabras prueban que, en el futuro,<br />

nadie puede existir ni vivir sin haber recibido la vida mediante el beneficio de la<br />

generación.<br />

Es evidente que en cosa tan baladí no he dicho nada que pueda ser, sin gran impudencia,<br />

rebatido; la acusación de impostura recaiga sobre el más indigente de todos; pues, al<br />

querer dar lo que uno no tiene, peca a un tiempo de injusticia y de jactancia por su<br />

aparente generosidad".<br />

Ag.- Y, si no has puesto las palabras de los Libros santos como las encontré en el breve<br />

extracto, mi perdón no es para ti, sino para el autor del resumen, al que los dos hemos de<br />

perdonar. Y si piensas que no he leído esas palabras en dicho extracto, sino que las puse<br />

con mentira como si las hubiera encontrado para poderte atribuir un error, ahora, con toda<br />

sinceridad, te perdono por haber pensado tan mal y tan falsamente de mí.<br />

Verborrea de Juliano<br />

5. Jul.- "Después de censurar esto con tanta gravedad, prosigue y advierte a su protector<br />

preste atención a lo que sigue: 'Dios, dijo, creador del varón y de la mujer, los dotó con<br />

miembros aptos para la generación' 7 . Y citadas sólo estas mis palabras, que toma del<br />

principio de mi libro, omite otras muchas líneas en las que insisto en que las nuevas almas<br />

nada deben a la carne ni a la generación; pero cita estas otras: 'Así, dispuso que los<br />

cuerpos vengan de los cuerpos; con todo, su mano poderosa se revela en esta su obra,<br />

pues gobierna cuanto su poder ha creado. Si, pues, el feto es obra de los órganos<br />

sexuales, y el sexo es obra del cuerpo, y el cuerpo obra de Dios, ¿quién puede dudar que


la fecundidad es obra de Dios?'<br />

Citadas mis palabras, confiesa están de acuerdo con la fe católica. ¿Quién no pensaría en<br />

un cambio en este hombre? Pero no se olvida de sí mismo, y juzga semejante condición<br />

efecto de un dogma perverso y del pudor, creyendo que la doctrina se pone de manifiesto<br />

en las caídas y el pudor se robustece por un uso constante. Aprueba mi doctrina en este<br />

pasaje de mi libro, pero clava, con este abrazo espontáneo, el hierro de sus prejuicios en<br />

su buena fe. Prosigue: 'Después de estas palabras, conformes a la verdad y a la fe católica<br />

y los escritos canónicos de los Libros divinos, que cita con mentalidad anticatólica, retorna<br />

a la herejía de Pelagio y Celestio'. Pon atención a lo que sigue. Y cita mis palabras por fin:<br />

'¿Qué es lo que el diablo reconoce como suyo en los órganos de reproducción para<br />

reclamar con derecho la propiedad del fruto? ¿La diferencia de sexos? Pero ésta existe en<br />

un cuerpo obra de Dios. ¿La unión carnal? Tiene el doble privilegio de la institución y<br />

bendición divinas. Y dijo Dios: Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su<br />

mujer, y serán dos en una carne 8 . Y voz de Dios es: Creced, multiplicaos y llenad la tierra<br />

9 . ¿Será, acaso, la fecundidad? Pero ¡si es la causa de la institución del matrimonio!'<br />

Responde que ni la diversidad de sexos, ni la unión sexual, ni la procreación da al diablo<br />

derecho a reivindicar su propiedad; mas, concedido todo esto, encuentra algo que es<br />

imputable al diablo, y califica de timidez nuestro pudor por temer nombrar la<br />

concupiscencia de la carne al hablar de la función de los cuerpos y de los sexos. Y escribe<br />

contra mí a su protector: 'Mas no ha querido mencionar la concupiscencia de la carne, que<br />

no viene del Padre, sino del mundo 10 , cuyo príncipe es el diablo; éste no pudo encontrar<br />

en el Señor esta concupiscencia, pues no vino al mundo por este camino. Dice el mismo<br />

Señor: Viene el príncipe de este mundo, y en mí no encontrará nada 11 ; ni el pecado de<br />

nacimiento ni los que se añaden en la vida. Él no ha querido nombrar la concupiscencia<br />

entre los bienes naturales, pues los esposos sienten sonrojo, mientras se glorían de todos<br />

los demás bienes. ¿Por qué los esposos se recatan y ocultan a la vista de sus hijos si no es<br />

porque no pueden, sin sonrojo, encontrar en esta unión algo bueno si no es la vergonzosa<br />

libido? De ella se avergonzaron también aquellos que primero cubrieron su desnudez 12 ;<br />

partes que antes no eran vergonzosas, sino que, como obras de Dios, dignas de elogio y<br />

alabanza' 13 .<br />

En los cuatro libros de mi primera obra traté, ¡oh beatísimo padre Floro!, cuestiones<br />

pertinentes al matrimonio, a las uniones, a los cuerpos, a los sexos, a la obra de Dios y,<br />

por último, a los sentimientos de Dios, pues él debe ser alabado por la bondad de sus<br />

obras o despreciado por sus defectos. Y en el curso de todos mis escritos, la verdad sin<br />

sombras ha probado que el diablo nada tiene añadido a los cuerpos ni a los sentidos; en<br />

consecuencia, la doctrina impura de la transmisión del pecado, es claro, proviene de la<br />

fuente turbia de Manés".<br />

Ag.- Los que lean tus libros y los míos, fácilmente comprenderán cómo has hablado en tus<br />

cuatro volúmenes y cómo has sido refutado, de manera que está claro que nada has dicho.<br />

Y, aunque no lean tus libros, sino sólo los míos, se convencerán de que tu herético dogma<br />

queda desarbolado. Mas como respondes a un opúsculo mío con cuatro tuyos, sin alcanzar<br />

ni la tercera parte de mi obra y sin refutar ninguna, y tanto presumes de la obra que has<br />

escrito contra mí, sobre el mismo tema, en ocho libros, pensando aplastarme con el<br />

número de tus volúmenes, no por la fuerza de tus argumentos, como si comprendieras<br />

que en tus cuatro libros no habías dado un paso al frente, te pareció necesario añadir<br />

ahora otros ocho. Si tu verborrea se nutre con esta vianda, ¿a quién no aterrará, no la<br />

verdad, sino el número de tus libros, que ni puedo contar? Hombre dotado de admirable<br />

facundia, creíste necesario oponer a un breve opúsculo mío cuatro tuyos, y ahora ocho a<br />

otro mío; y no temerás oponer otros mil tuyos a los seis que yo he escrito. Y, si opones<br />

seis al primero y continúas doblando el número precedente, darás pruebas de hablar<br />

mucho, sin saber lo que dices.<br />

Se avergüenza de nombrar la concupiscencia carnal<br />

6. Jul.- "Aunque esta materia consta ha sido hasta la saciedad discutida, la quiero ahora<br />

brevemente repetir en la presente disputa. Dirijo mis palabras a aquel cuya erudición<br />

combato. Nos concede haber, con razón, establecido que, si el feto es efecto de la unión<br />

de los sexos, y el sexo es obra del cuerpo, y el cuerpo viene de Dios, es imposible dudar<br />

que la fecundidad sea obra de Dios; y entonces nada suyo puede reconocer el príncipe de<br />

las tinieblas en la unión de los sexos que le dé derecho sobre el fruto de estos órganos,


pues la diversidad es esencial a estos miembros y el fruto de esta unión fecunda viene de<br />

Dios, creador de los padres y autor también de lo que engendran; nada, pues, obliga a<br />

adjudicar al diablo el fruto de esta unión.<br />

¿Qué consuelo o ayuda piensas tú cosechar de la honestidad de mi lenguaje si rehúso<br />

hablar aquí de la concupiscencia de la carne? Aunque en toda mi obra hubiera evitado<br />

nombrarla, no habría inferido ultraje o injuria a esta cosa, que, por el contrario, sería<br />

designada con una expresión más decente e indicada de una manera más inteligible. Si te<br />

empeñas, te puedo conceder haya querido silenciar el nombre de una materia que<br />

tenemos cuidado de tapar con un velo. ¿Han sido por esto alteradas la verdad y la razón?<br />

¿Sufriría quebranto la inteligencia, árbitro de las cosas, porque exista algo que, por<br />

decoro, no siempre es preciso presentar a la vista o hacerla perceptible al oído? Mas ¿qué<br />

deformidad existe en nombrar la concupiscencia de la carne cuando era necesario, y que<br />

tú, aunque sientas es indomable, con frecuencia mencionas?"<br />

Ag.- Afirmo que es posible domar la carne por los que la combaten, no por los que la<br />

ensalzan.<br />

Herejía pelagiana<br />

7. Jul.- "Añades luego: '¿Por qué pertenecen al demonio los niños, si nacen de cuerpos<br />

creados por Dios y con bendición divina se unen? Estos cuerpos han recibido de Dios la<br />

fecundidad y el poder de multiplicarse y los niños han sido formados por Dios de una<br />

materia seminal. Si confiesas que la sustancia de los cuerpos es obra de Dios, y Dios el<br />

autor de los miembros genitales de los cuerpos, y Dios bendice la unión carnal, y él da la<br />

virtud germinativa, y de Dios viene toda forma que nace y vive, ¿por qué atribuyes al<br />

diablo las obras de Dios?' 14 Llamas herejía a una doctrina que en todas sus partes es<br />

razonable y católica".<br />

Ag.- ¿No llamamos herejes a los novacianos, arrianos, eunomianos y otros muchos,<br />

aunque todos profesen el símbolo? Paso en silencio otros puntos de vuestra doctrina; pero<br />

¿cómo quieres no os llame herejes, si negáis sean los niños arrancados del poder de las<br />

tinieblas cuando son transferidos a Cristo y en el momento de recibir el Espíritu Santo son<br />

librados del espíritu impuro mediante las insuflaciones y exorcismos, según antigua<br />

práctica de toda la Iglesia, que alaba el nombre del Señor desde que nace el sol hasta su<br />

ocaso?<br />

El hombre, obra buena de Dios, nace con pecado<br />

8. Jul.- "Después de verte obligado por Dios a confesar la legitimidad de nuestra<br />

conclusión, que no pudiste impugnar por ser su verdad evidente, y en este caso tus<br />

injurias caerían sobre ti mismo, diriges tus ataques contra sus consecuencias".<br />

Ag.- Lo que llamas tú consecuencias es sólo una falsa conclusión y no lo comprendes. De<br />

las verdades que enseñas como católico no se deriva la causa por la que eres hereje.<br />

Como católico, enseñas que la prole viene de la unión de los sexos; que los órganos<br />

genitales vienen del cuerpo y que el cuerpo viene de Dios; luego, con todo derecho, la<br />

fecundidad se atribuye a Dios.<br />

Pero de todo esto, ¿se sigue que el hombre nazca sin mancha de pecado, aunque sea de<br />

un día su vida sobre la tierra? No sois, pues, herejes diciendo verdades, sino negando la<br />

verdad. No es Dios autor de la locura; sin embargo, es autor del niño que nace memo.<br />

Comprende, si puedes, que el hombre nace con un pecado de origen, del cual Dios no es<br />

autor, aunque sea el creador del hombre. Recuerda que te has alejado también de tu<br />

dogma al negar cree Dios la voluntad en el espíritu del hombre. Voluntariamente, confieso<br />

ser tus palabras católicas y las alabo, aunque digas he sido forzado por Dios. Dios obra en<br />

nosotros el querer, verdad que soléis, contra el Apóstol, negar.<br />

El bien y el mal en la generación<br />

9. Jul.- "Si, pues, la procreación se efectúa por los órganos del cuerpo, y estos órganos<br />

están en el cuerpo, y el cuerpo viene de Dios, ¿quién duda que la fecundidad debe<br />

atribuirse a Dios? Esto es tan evidente, que te has visto obligado a reconocerlo con elogio.<br />

Después de alabar este pasaje, adviertes que la herejía se introduce solapada, aunque


cuanto sigue sea sólo consecuencia de las premisas que anteceden".<br />

Ag.- Acaso en lo que te concedo que has dicho verdad se encuentra esta pregunta: "¿Qué<br />

reconoce el diablo como suyo en los órganos sexuales?" 15 Principias ahora a sembrar tu<br />

herejía. ¡Como si el diablo no pudiera reivindicar como suyo algo en estos órganos,<br />

aunque como cuerpo vengan de Dios! Sabe muy bien el diablo distinguir en sí mismo lo<br />

bueno, que viene de Dios, y el mal, cuyo autor es el diablo; el bien es propio de la<br />

naturaleza; el mal, efecto de su maldad. En los órganos de reproducción reconoce lo que<br />

es obra de Dios, el sexo, el cuerpo y el espíritu; y lo que es suyo, la codicia de la carne<br />

contra el espíritu; los unos vienen del Creador, cuya venganza no puede él evitar; la otra<br />

viene de la herida que él nos infligió.<br />

Autoridad de San Ambrosio<br />

10. Jul.- "Pregunto, pues: ¿Qué hay en los órganos sexuales que dé al diablo derecho<br />

sobre sus frutos? ¿La diversidad? Pero ésta radica en los cuerpos, obra de Dios. ¿La unión<br />

marital? Es privilegio de la bendición divina y de su institución. ¿Quizás la misma<br />

fecundidad? ¡Pero si ella es la razón de ser del matrimonio! ¿Qué hay, pues, de opuesto a<br />

la conclusión precedente, que, a tu parecer, es reprehensible después de hacerla motivo<br />

de elogio? Nada en absoluto, si no es concluir que se trata de una veleidad censurable.<br />

Como no he introducido novedad alguna en mi discusión y tú has variado en la<br />

interpretación de mis palabras, tus intenciones son pérfidas y deficiente tu razonar".<br />

Ag.- Te sorprende que elogie las obras de Dios y luego censure tu pregunta insidiosa.<br />

Preguntas y dices: "¿Qué puede reclamar el diablo como suyo en los órganos sexuales?"<br />

Quieres probar que nada suyo puede reclamar el diablo en los órganos sexuales;<br />

mencionas cosas que no pueden pertenecer al diablo, como la diversidad de sexos en el<br />

hombre y en la mujer; la unión de los dos sexos para que nazcan los hijos; la fecundidad,<br />

que da origen a los mismos hijos. Todos estos bienes hubiesen existido en el edén aunque<br />

el hombre no hubiera pecado; pero no hubiera existido aquella concupiscencia conflictiva<br />

que sintieron cuando taparon sus torpezas, porque antes de pecar estaban desnudos y no<br />

se avergonzaban.<br />

¿Por qué no has mencionado esta concupiscencia, que hace a la carne rebelarse contra el<br />

espíritu y que todos traemos al nacer; lucha de la carne contra el espíritu que un doctor<br />

católico muy alabado por vuestro Pelagio enseña que ha pasado a nuestra naturaleza por<br />

la primera prevaricación? ¿Por qué, al preguntar qué es en los órganos sexuales lo que<br />

pertenece al diablo, citas cosas que no le pertenecen y silencias algo que sí es suyo?<br />

Censuro tu insidiosa pregunta y alabo la obra de Dios.<br />

Sinceridad de la fe y evidencia del error<br />

11. Jul.- "Las verdades que como católico alabas es fruto de tu temor, no de tu fe".<br />

Ag.- Reconoce nuestra sinceridad en el elogio que rindo a la fe católica; por ella evidencio<br />

y combato vuestro error.<br />

Crispación de Juliano<br />

12. Jul.- "Censurar lo que alabas es indicio de locura, no de sano juicio".<br />

Ag.- No censuro lo que alabo, elogio lo que dijiste de verdad; reprendo lo que<br />

insidiosamente preguntas cuando, al prever mi respuesta, guardas silencio como si no<br />

existiesen. Cuando se haya remansado tu cólera, verás si esto viene del buen juicio o del<br />

furor.<br />

Jesús es también el Salvador de los niños<br />

13. Jul.- "Nunca te verás libre de este furor si antes no rechazas tu dogma impuro; porque<br />

entre el pesar de la penitencia, digna siempre de un cristiano, y la inanidad de tus<br />

argumentos, vacilas como entre dos peligrosos escollos; es preciso que, oprimido por la<br />

sana doctrina, la abraces o la rechaces".<br />

Ag.- No es buena doctrina, Juliano, negar que Cristo sea, para los niños, Jesús, o que este<br />

Jesús, el Salvador, lo es para los niños como lo es para toda criatura mortal, según las


palabras del salmo: Salvarás, Señor, a hombres y animales 16 . No es por esto por lo que,<br />

al venir en semejanza de carne de pecado, recibió este nombre: Le llamarás, dijo el ángel,<br />

Jesús porque él salvará a su pueblo de sus pecados 17 . No es, pues, buena doctrina<br />

separar de su pueblo a los niños y decir que Cristo es para ellos Jesús porque los sana de<br />

sus enfermedades, no de sus pecados. Por favor, arrepiéntete, pues pienso que tus padres<br />

no tenían estas creencias; y, con certeza, la Iglesia, en la que has renacido, no tiene esta<br />

fe.<br />

Juliano habla dolosamente<br />

14. Jul.- "Veamos cuál de mis sentencias calificas de errónea. Dices: 'Juliano no ha<br />

querido nombrar la concupiscencia de la carne, que no viene del Padre, sino del mundo,<br />

cuyo príncipe es el diablo; concupiscencia que no encontró en el Señor, porque el Señor,<br />

como hombre, no vino a este mundo con su ayuda' 18 . Y afirmas haber introducido yo una<br />

herejía, pero no citas como prueba ni una palabra mía".<br />

Ag.- Cito palabras tuyas que presentas en forma de pregunta. Dices: "¿Qué reivindica<br />

como suyo el diablo en los órganos sexuales?" Hablas con dolo, pues pensabas en esta<br />

concupiscencia de la carne, a la que deben los castos esposos oponer resistencia; pero<br />

callabas e insidiosamente me preguntas como si por mi parte no tuviera respuesta.<br />

Porque, de no tener a la vista esta concupiscencia, habrías introducido a ciegas vuestra<br />

herejía.<br />

No dice lo que debe...<br />

15. Jul.- "Afirmas que no he querido ni nombrar la concupiscencia de la carne. El que no la<br />

nombra, nada dice. Por consiguiente, si guardé silencio, nada reprensible he dicho. ¿<br />

Quién, si calla, puede ser acusado de error? ¡Oh nuevo crimen prodigioso, nunca hasta<br />

ahora oído! ¡Con mi silencio doy existencia a un dogma perverso!"<br />

Ag.- No con tu silencio, sino, como demostré poco ha, con tu pregunta insidiosa, aunque<br />

también el silencio es reprensible cuando no se dice lo que se debe decir para no dejar ver<br />

que la respuesta es posible.<br />

...ni quiere ver lo evidente<br />

16. Jul.- "Juzgue en este punto la prudencia y sonría al ver la envidia que provoca acusar<br />

un silencio. Confiesa, pues que nada reprensible he dicho".<br />

Ag.- Al contrario, con toda razón censuro tu pregunta. Para dar la sensación de que a tu<br />

cuestión no hay respuesta no has querido decir algo a lo que se podía responder. ¿Cómo,<br />

al menos, no censurar la ceguera, que impide tu visión?<br />

Ni Manés condena ni Juliano alaba la concupiscencia<br />

17. Jul.- "Al condenar mi silencio, asentaste un aserto sin posible justificación; pero hoy<br />

ya no se puede ocultar, pues conoce ya el público la carta de Manés, cuyas sentencias cité<br />

en el libro tercero".<br />

Ag.- La verdad es que ni Manés condena la concupiscencia de la carne ni tú la alabas en<br />

realidad; él porque ignoró de dónde viene este mal, tú porque niegas el mal; él lo atribuye<br />

a una extraña sustancia mezclada a la nuestra, tú niegas pertenezca a una naturaleza<br />

viciada; él cree que por ella la corrupción alcanza a una parte de Dios, tú ensayas enlodar<br />

con ella la felicidad del edén.<br />

Interpretación de la palabra "mundo"<br />

18. Jul.- "Dices: 'No quiso (Juliano) nombrar la concupiscencia de la carne, que no viene<br />

del Padre, sino del mundo; mundo del que es príncipe el diablo, que no encontró en el<br />

Señor esta concupiscencia, porque el Señor no vino al mundo con su ayuda' 19 . Con las<br />

mismas palabras que Manés declaras no venir la concupiscencia de la carne de Dios, sino<br />

del mundo, del que, como dices, es príncipe el diablo".<br />

Ag.- ¿Llamo yo, acaso, al diablo príncipe de este mundo, y el Señor no? ¿Lo diría yo si no<br />

leyese que lo dijo el Señor? Y pues tú mismo lo puedes leer, ¿por qué me pones esta


objeción? Con todo, no se sigue sea el diablo príncipe de cielos y tierra y de todas las<br />

criaturas que en ellos se contienen; está escrito: El mundo ha sido hecho por él 20 . Pero el<br />

vocablo mundo también significa la multitud de hombres que llenan el universo, y por eso<br />

se dijo: Y el mundo no le conoció 21 , y en este sentido se dice que el diablo es príncipe de<br />

este mundo 22 , como se dice también: El mundo está bajo el Maligno 23 ; y en este sentido<br />

se dijo: Porque no sois del mundo, el mundo os odia 24 , y otros innumerables.<br />

Es, pues, necesario interpretar, a tenor de las Escrituras sagradas y según el contexto, la<br />

palabra mundo, ora en buen sentido, ora en sentido peyorativo. En buen sentido significa<br />

el cielo y la tierra y toda criatura de Dios que en ellos existe; en mal sentido, la<br />

concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y el amor del siglo, o la soberbia<br />

de la vida 25 . Y como mundo se puede entender en buen o en mal sentido, intenta, si<br />

puedes, encontrar un texto en el que se tome en buen sentido la concupiscencia de la<br />

carne o la concupiscencia de los ojos; pero el tercer mal, es decir, la soberbia de la vida,<br />

sumado a los otros dos, nunca lo encontrarás en buen sentido.<br />

Clases de concupiscencia<br />

19. Jul.- "Dije te sirves de las mismas palabras de Manés, a pesar de las expresiones que<br />

se encuentran en la carta del apóstol San Juan; pero es cierto que este maestro de la<br />

Iglesia jamás ha entendido el término carne en el sentido de carne, o la concupiscencia de<br />

los esposos en el sentido que da Manés a estas expresiones; no he sido, pues, injusto al<br />

decir que tus palabras eran las de Manés, pues favorecen su sentido; los vocablos se<br />

juzgan por la intención, y así como en San Juan son dignas de reverencia apostólica por<br />

insinuar la verdad, no pueden en Manés ser consideradas sino como una sombra de<br />

verdad".<br />

Ag.- ¿Por qué añades al vocablo concupiscencia estas palabras "de los esposos", si no es<br />

para vestir con un nombre honesto las torpezas de tu predilecta? Habla el apóstol Juan de<br />

la concupiscencia de la carne, no de la concupiscencia de los esposos; concupiscencia que<br />

pudo existir en el paraíso aunque el hombre no hubiera pecado, y consistiría en un deseo<br />

de fecundidad, no en una comezón de placer; o, al menos, ciertamente estaría sometida al<br />

espíritu, y sólo se excitaría cuando el alma quisiera, sin rebelarse nunca contra ella. A Dios<br />

no le agrada, en efecto, que en aquel lugar de suprema felicidad y en hombres tan<br />

dichosos y tranquilos exista discordia alguna entre la carne y el espíritu.<br />

Vaciedades de Juliano<br />

20. Jul.- "Queriendo Juan, el apóstol, elevar a los fieles a la cumbre de todas las virtudes y<br />

llevar su anhelo de santidad a las alturas de un diálogo con el Señor, resume con el<br />

nombre de mundo todo cuanto puede parecernos bueno y placentero. No améis, dice, al<br />

mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no<br />

está en él. Porque todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne,<br />

concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida que no viene del Padre, sino del mundo. Y<br />

el mundo pasa y su concupiscencia; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para<br />

siempre 26 . Si sólo se atiende a la superficie de las palabras, nos inducen al odio de todos<br />

los elementos y declaran que el mundo y cuanto en el mundo existe no viene del Padre y<br />

no puede ser amado".<br />

Ag.- Dices vaciedades. No hay católico tan cateto que entienda en este pasaje mundo<br />

como si designara todos sus elementos. Cuando Juan habla de Cristo, el Señor, y escribe:<br />

Él es propiciación por nuestros pecados; y no sólo por los nuestros, sino también por los<br />

de todo el mundo 27 , nadie hay tan sin sentido que crea se entienden aquí los pecados de<br />

todos los elementos. Cuando de una manera general se dice mundo, se entienden los<br />

hombres que están diseminados por todos los cuadrantes del mundo, es decir, el universo<br />

habitado. La misma vida humana que no se vive según Dios la llama el apóstol mundo en<br />

este pasaje. Por eso veta amar el mundo y dice: Todo lo que hay en el mundo es<br />

concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y ambición del siglo o soberbia de<br />

la vida 28 . Si puedes, muéstrame un solo pasaje de la Escritura santa en la que se tome en<br />

buen sentido la concupiscencia de la carne, y no quieras, con la calima de tu verborrea,<br />

oscurecer cosas tan evidentes.<br />

La concupiscencia de la carne no viene del Padre


21. Jul.- "Es un apóstol el que habla, un apóstol distinguido por el amor del Señor; sin<br />

embargo, si su pensamiento no nos fuera conocido por el Evangelio que escribió o por la<br />

autoridad de sus cartas, las palabras que citamos, lejos de causar prejuicio a la verdad de<br />

los hechos, ceden en favor de todas las Escrituras, que nos obligan a creer en un Dios<br />

creador del mundo. El mismo Juan, en el exordio magnífico de su evangelio, lo confirma.<br />

Dios, dice, era la Palabra. Todo se hizo por ella, y sin ella no se hizo nada de cuanto<br />

existe. Y luego añade: Era luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este<br />

mundo. En el mundo estaba y el mundo fue hecho por ella... Mas la Palabra se hizo carne<br />

y puso su morada entre nosotros 29 .<br />

En estos textos no queda oscuro nada de su pensamiento; prueba que conoce y considera<br />

a Dios como creador del mundo y de todo cuanto en el mundo existe y que nada favorable<br />

a su doctrina encuentran en estas palabras los maniqueos. El que declara que Dios es el<br />

creador de todas las cosas, puede, sin perjuicio alguno para la fe, tomar el nombre de una<br />

u otra sustancia para designar la concupiscencia desordenada".<br />

Ag.- Pero tú no quieres comprender sea un mal la concupiscencia de la carne, ni siquiera<br />

cuando es inmoderada, sino un bien, y los incontinentes hacen mal uso de un bien. En<br />

consecuencia, si la concupiscencia de la carne es un bien, cuando es moderada es un bien<br />

mediocre y cuando es inmoderada es un gran bien. Dices: "Ceder a la concupiscencia<br />

moderada es usar bien de una cosa buena; ceder a una mala concupiscencia es hacer mal<br />

uso de una cosa buena. Un ejemplo: el vino es ciertamente una cosa buena, porque toda<br />

criatura de Dios es buena. El que bebe sobriamente vino, usa bien de un bien; el que usa<br />

del vino sin moderación, hace mal uso de un bien.<br />

Pero nunca dice Juan que el vino no venga del Padre, pero sí dice que la concupiscencia de<br />

la carne no viene del Padre; para ti, si es inmoderada, es un bien, pero no es bueno el uso<br />

inmoderado de un bien; esto es, no hacer mal uso de un bien. ¿Por qué vacilas en decir<br />

breve y llanamente que lo que tú proclamas de una manera velada y con largos rodeos, es<br />

lo que Juan llama mentira, y tú verdad? Sería un error en el apóstol decir que la<br />

concupiscencia de la carne no viene del Padre si, como afirmas, la concupiscencia de la<br />

carne, incluso cuando uno usa sin moderación de ella, es un bien, aunque siempre sea<br />

malo hacer mal uso de un bien.<br />

La bella preferida de Juliano<br />

22. Jul.- "Manda el apóstol no amar el mundo ni las cosas que están en el mundo; y<br />

afirma que los amadores del siglo no pueden estar en comunión con Dios; pero, al<br />

inculcarles no amen el siglo, no quiere dar a entender tengan otro creador fuera del Dios<br />

verdadero; y para que sepan los fieles que ningún placer de la vida presente ha de ser<br />

preferido a las virtudes, ni el alma debe perder nada del vigor que le presta la filosofía<br />

cristiana afanándose por adquirir riquezas o placeres, dice: Porque todo cuanto hay en el<br />

mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida, que<br />

no viene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y su concupiscencia, pero el que<br />

hace la voluntad de Dios permanece eternamente 30 . Con el nombre de mundo designa las<br />

costumbres de los hombres que piensan que después de esta vida no hay nada y se<br />

entregan a las pompas y lujurias de los mortales".<br />

Ag.- Luego si "con el nombre de mundo designa las costumbres de los hombres que<br />

piensan no existir nada después de esta vida y se entregan a las pompas y lujurias de los<br />

mortales", entre éstas se comprenden las cosas que están en el mundo y no vienen del<br />

Padre; entre ellas ocupa el primer puesto tu bella preferida, la concupiscencia de la carne.<br />

Tú verás si por las costumbres de los hombres que piensan no existir nada después de<br />

esta vida quiso el apóstol designar también la concupiscencia de los ojos, pues se adhieren<br />

a las cosas que ven y no quieren creer en las que no ven; y por pompa de los mortales, el<br />

amor del siglo y la soberbia de la vida; y por lujuria, la concupiscencia de la carne; de<br />

manera que tú pareces comprender las tres cosas nombradas por el apóstol Juan; como si<br />

pudiera existir la lujuria, que tú condenas, sin consentir uno en la concupiscencia de ]a<br />

carne, que no condenas, antes alabas como un bien.<br />

Pero ¿qué hay más sin sentido que llamar a la lujuria un mal y a la concupiscencia de la<br />

carne un bien? Y pensar que el apóstol de Cristo, con el nombre de concupiscencia de la<br />

carne, no quiso designar la concupiscencia de la carne, sino la lujuria, que no existiría si<br />

uno no es solicitado, arrastrado, poseído por la concupiscencia carnal. Como si tan gran


doctor nada en ella encontrase censurable y el lujurioso sólo debiera ser reprendido<br />

cuando obedece sus deseos. Deja de hablar tantas cosas sin razón. Nunca conseguirás,<br />

con la corriente caudalosa de tus palabras que te arrastran al abismo, hacer buena la<br />

lujuria; ni el codiciar, obra de la concupiscencia, dejará de ser un mal, aunque no se<br />

consienta en su pasional movimiento ni se cometa pecado.<br />

La concupiscencia de la carne es un mal<br />

23. Jul.- "En su evangelio había dicho: El mundo fue creado por él, y el mundo no le<br />

conoció 31 ; y no porque los elementos del mundo puedan conocer o negar a Cristo, pues<br />

están privados de razón; pero con el nombre de mundo indica una muchedumbre de<br />

infieles. En este mismo lugar muestra que todo lo que hay en el mundo, es decir, todos los<br />

hombres enviscados en los placeres, miden la bondad del alma racional por el brillo del<br />

poder o el valor de los tesoros, e, hinchados por el orgullo, que no viene de Dios, es decir,<br />

que no agrada a Dios, sino que viene del mundo, es parto de la perversa voluntad<br />

humana. Por eso nos avisa que no debe pervertirnos con su corrupción, porque el que<br />

cumple la voluntad de Dios se hace acreedor a la felicidad eterna, que no pasa rauda,<br />

como la fragilidad de las cosas presentes. Por esto Juan, el apóstol, nos manda odiar este<br />

mundo, y el Señor, en el Evangelio, nos exhorta no solamente a odiar el cuerpo, sino<br />

también la vida. El que no aborrece a su padre, o a su hermano, o a su propia vida no es<br />

digno de mí 32 .<br />

Es evidente que el alma fiel no puede aborrecerse a sí misma, pues se granjea la felicidad<br />

con el amor a sus sufrimientos y peligros. ¿Qué debemos concluir? Que Juan, el apóstol,<br />

conformando su lenguaje con el de las Escrituras, llama mundo a los vicios de la voluntad,<br />

no a la naturaleza de las cosas; y así, niega que la concupiscencia de la carne venga de<br />

Dios, como todo lo que hay en el mundo. Manés concluye no en el sentido del apóstol, sino<br />

según su perfidia, que ni la concupiscencia de la carne, ni la carne misma, ni toda esta<br />

mole del mundo es creación de Dios; tú le sigues, y afirmas que la concupiscencia de la<br />

carne es obra del diablo y no viene de Dios".<br />

Ag.- Sostengo que esta concupiscencia de la carne es un mal, y, según Juan, no viene del<br />

Padre, y, según Ambrosio, fue inyectada en nuestra naturaleza por la prevaricación del<br />

primer hombre 33 . Quiere Juan designar con ella a los hombres, y dice que viene del<br />

mundo. Manés enseña que la concupiscencia de la carne es un mal, pero ignora de dónde<br />

viene; tú dices que es un bien, y también ignoras de dónde viene; y, al negar que venga<br />

de donde dice Ambrosio, das a entender que tiene Manés razón cuando dice que procede<br />

de una naturaleza mala, inventada por él y coeterna a Dios. Para refutaros a Manés y a ti,<br />

expone el obispo Ambrosio las palabras de Juan, el apóstol. Lo que en la naturaleza del<br />

hombre es obra de una prevaricación, no puede ser un mal, eterno como Dios. Calle, pues,<br />

Manés; aunque la concupiscencia sea un mal, guarde, pues, silencio Juliano.<br />

Hace viciosa a la persona<br />

24. Jul.- "Está claro. San Juan no te dio ocasión de errar; has bebido tu doctrina en<br />

Manés. En seguro ya el honor del apóstol, abordemos con brevedad la cuestión. Según tu<br />

creencia, ¿qué quiere decir San Juan, según tú, cuando declara que ni la concupiscencia de<br />

la carne ni la concupiscencia de los ojos vienen del Padre? Habla de la concupiscencia en<br />

general, que se convierte en vicio no por un moderado uso, sino por un exceso; o bien<br />

habla del exceso de la concupiscencia, imputable a la voluntad, no a la naturaleza".<br />

Ag.- Si la concupiscencia pasa a ser vicio, concede, al menos, que es un mal. ¿Por qué<br />

dices que es un bien y luego afirmas que es un mal usar sin moderación de un bien?<br />

Porque entonces no es viciosa la concupiscencia, sino la persona que hace mal uso de ella.<br />

¿Ves cómo no sabes lo que dices, pues no eres consecuente con tu definición?<br />

Juliano, hombre discutidor<br />

25. Jul.- "Si dijeres que con el nombre de concupiscencia ha designado el apóstol la<br />

moderación en el placer natural, de manera que la concupiscencia de la carne es<br />

condenada de una manera absoluta, confiesa tú que el sentido de la vista, el mismo<br />

mundo y todo cuanto en el mundo existe es creación del diablo, pues se dice que todas<br />

estas cosas no vienen del Padre. Y, si esto aceptas, no te harás maniqueo, ya lo eres; pero<br />

nos das la prueba con tu ejemplo, como en otro tiempo con tus escritos. Y si temes dejar


al desnudo tu error y dices que por concupiscencia de la carne o de los ojos y con el<br />

nombre de mundo no designa el apóstol cosas que, dentro de límites moderados, son<br />

inocentes y cuando caen en excesos ilícitos son reprensibles, es de evidencia, según en mi<br />

primer libro probé, que la concupiscencia natural se hace vicio no en general o en su<br />

especie ni con el uso moderado, sino únicamente en su exceso. En adelante evita con<br />

honradez este texto del apóstol, porque, si lo manchas con un leve recuerdo, das la<br />

sensación de no defender la verdad y puedes ser abiertamente acusado".<br />

Ag.- Hombre discutidor, la medida que tú dices permitida, no se observa en la<br />

concupiscencia cuando se consiente o se cede a su impulso hasta llegar al exceso; y para<br />

no caer en exceso se resiste al mal. ¿Quién duda es un mal, si obedecerle es un mal, y un<br />

bien el resistir a sus encantos? El que quiera vivir honestamente, no ha de consentir en el<br />

mal que tú alabas, y el que quiera fielmente vivir, no ha de consentir en tu elogio del mal.<br />

En consecuencia, debes saber que la concupiscencia de la carne es un mal; y, si quiere<br />

evitaros a vosotros y a los maniqueos, ha de saber de dónde viene esta concupiscencia.<br />

La concupiscencia de la carne, algo nuevo después del pecado<br />

26. Jul.- "Expuse este texto en el libro segundo de mi primera obra, y probé que antes de<br />

pecar tenía el hombre esta concupiscencia de la carne, fuente del apetito sensual y de la<br />

concupiscencia de los ojos".<br />

Ag.- A tu segundo libro contesté suficientemente en el cuarto mío. Lo mismo aquí que allí,<br />

graznas sólo vaciedades. No has probado de manera alguna que la concupiscencia de la<br />

carne en lucha contra el espíritu existiese ya antes del pecado; pero sea lo que sea, los<br />

primeros padres sintieron, después del pecado, algo nuevo en sus miembros, y el pudor<br />

les hizo tapar su desnudez 34 , consecuencia, sin duda, de su culpa.<br />

Discordia entre espíritu y carne<br />

27. Jul.- "Me veo aquí obligado a preguntarte: ¿En qué sueño te ha sido revelado que por<br />

el vocablo concupiscencia es necesario entender los movimientos libidinosos de los que se<br />

unen? Porque, respetando los derechos de la verdad establecidos en una prolongada<br />

discusión, suponemos no ser aún evidente que los sentidos de la carne pertenezcan al<br />

mismo autor que la naturaleza de la carne".<br />

Ag.- Una cosa son los sentidos de la carne, por los cuales, de una cierta manera, se<br />

anuncia al espíritu la presencia de los objetos corporales, y otra muy distinta los<br />

movimientos de la concupiscencia carnal, por los que la carne codicia contra el espíritu y lo<br />

arrastra a ilícitas y deshonestas acciones, si el espíritu, a su vez, no codicia contra la<br />

carne; esta discordia entre espíritu y carne no viene del creador de la carne o de los<br />

sentidos, sino de un espíritu seductor y maligno y del hombre prevaricador; por eso, la fe<br />

ortodoxa condena el error de pelagianos y maniqueos.<br />

Se manifiesta en la codicia de los sentidos<br />

28. Jul.- "Si imagino que esto no está claro, al instante te envolvería una densísima nube<br />

de tinieblas. Porque en las palabras concupiscencia de la carne ni indicio hay de que aluda<br />

a los órganos genitales. Diré que estas palabras martillean los oídos de los amadores del<br />

ritmo cadencioso; diré que ha querido San Juan acibarar el paladar de los glotones; diré<br />

que mortifica el olfato, que anda a caza de perfumes; todo, en fin, menos lo que tú<br />

piensas; la elección es libre cuando la palabra no la concreta.<br />

O bien niega la existencia de esta concupiscencia que acabamos de nombrar, y rebélate,<br />

según tu costumbre, contra el sentir de todos los hombres; y, si la impudencia aún no te<br />

ha encallecido hasta el punto de resistir a estas palabras, reconoce que en este pasaje no<br />

se encuentra condena alguna del placer sexual".<br />

Ag.- Hablas como si nosotros hubiéramos enseñado que la concupiscencia de la carne se<br />

cebase sólo en el placer de los órganos sexuales. Cierto que, por medio de cualquier<br />

sentido del cuerpo por el que la carne codicia contra el espíritu, se manifiesta la<br />

concupiscencia; y pues nos arrastra al mal si a sus codicias no opone otra más fuerte el<br />

espíritu, es manifiesto que es mala. Por su causa dice la Escritura: ¿Qué ha sido creado<br />

peor que el ojo? 35


Dios, creador de todas las cosas, de los cuerpos y de los sentidos, creó el ojo, no su<br />

maldad. Si no resistes a la verdad has de comprender bien que el mal es inherente a la<br />

naturaleza desde el momento mismo de la creación, aunque la naturaleza fue creada<br />

buena por un Dios bueno. Aprende de Ambrosio de dónde viene el mal, para que no<br />

prestes más ayuda a Manés, que enseña existe una naturaleza mala, a Dios coeterna.<br />

Fuerza del sentir y vicio del codiciar<br />

29. Jul.- "¿Qué apoyo puedes tú encontrar en que yo no haya querido infamar con el<br />

nombre de concupiscencia la fecundidad de los cuerpos ni la unión de los sexos, cuando ni<br />

Manés ni tú habéis podido probar su origen diabólico; y, por otra parte, en mi discusión<br />

precedente demostré que la unión de los cuerpos es obra del que ha creado los cuerpos e<br />

instituido el matrimonio?"<br />

Ag.- Una cosa es la fuerza del sentido y otra el vicio de codiciar; distingue estas dos cosas<br />

y no yerres torpemente. Una cosa es, repito, la fuerza del sentir, otra el vicio de la<br />

concupiscencia. Lee el Evangelio: El que mira a una mujer para codiciarla, adultera ya con<br />

ella en su corazón 36 . No dice "el que mira", puesto que esto es un acto del sentido que se<br />

llama vista", ha dicho: El que mira a una mujer para desearla, que es un mirar con mala<br />

intención. La vista es un sentido bueno del cuerpo; la concupiscencia de la carne es un<br />

movimiento malo. De este mal usa bien el casado, pero no lo hace bueno, mas le fuerza a<br />

servir a una obra buena. Si por si misma no hace el bien, sí lo hace por su medio; si aun<br />

en el matrimonio no hiciera nada por sí misma, no se lo perdonaría el Apóstol, en gracia al<br />

matrimonio, si no reconociera era pecado 37 .<br />

El santo Turbancio y el error de Juliano<br />

30. Jul.-"Después de mi primera obra, dedicada a San Turbancio, no es conveniente<br />

disputar más sobre el pudor inseparable a la unión carnal, pues la cuestión ha sido tratada<br />

exhaustivamente; de modo que no puede surgir duda alguna, a no ser en los que han<br />

perdido la razón".<br />

Ag.- Turbancio, quizás, sea un santo; pues, leída la obra que mencionas, abrazó la fe<br />

católica y reconoció que tú habías errado en esta causa.<br />

Juliano no demuestra nada<br />

31. Jul.- "Sin embargo, como el defensor de la transmisión del pecado no me permite, ni<br />

el negro de una uña, separarme del tema y fatiga mi pudor con su retórica elegancia, ¿por<br />

qué no tratar con diversos nombres esta materia de la unión íntima, como con brevedad<br />

conviene hacerlo en una cuestión ya ventilada? Digo en este u otros lugares que siguen:<br />

Por esto, el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán dos en<br />

una carne 38 ; para expresar, digo esta fe bordeó el profeta el peligro del pudor. Y aquí mi<br />

adversario gesticula, retoza y, como el cazador que abate una pieza, clama: '¡Esta<br />

paladina confesión ha sido arrancada por la fuerza de la verdad! Que se diga la causa por<br />

qué, al exponer las obras de Dios, bordeó el profeta el peligro del pudor. ¿Es que las obras<br />

del hombre no son nunca objeto de pudor, sino de gloria, y las obras de Dios nos hacen<br />

enrojecer? ¿O es que el relato y exposición de las obras de Dios, en vez del amor y<br />

devoción del profeta, ponen en peligro su pudor? ¿Qué pudo hacer Dios que se avergüence<br />

su predicador de expresar? Y lo que aún es más grave: ¿debe el hombre avergonzarse de<br />

lo que el hombre no hizo, sino Dios en el hombre? Todos los artistas, ¿no ponen sus<br />

sentidos y talentos en su obra, para no avergonzarse luego de ella? Pero lo que nos hace<br />

avergonzar es lo mismo que hizo enrojecer a nuestros primeros padres cuando taparon<br />

sus desnudeces. Y esto fue castigo del pecado, la peste que nos ha dejado, fogón de<br />

culpables deseos y de pecado; la ley de nuestros miembros, rebelde a la ley del espíritu.<br />

Esto es lo que con todo derecho nos llena de vergüenza. Si no fuera así, ¿qué ingratitud<br />

más grande, qué impiedad más enorme pudiéramos testimoniar que experimentar<br />

confusión por la obra de Dios, no a causa de nuestra degradación y castigo?' 39<br />

He aquí su triunfo, no puede contener su alegría. Una de mis sentencias le permite probar<br />

que la concupiscencia natural es mala y obra del diablo; esta proposición que él dice nos<br />

arrancó la verdad y proclama que sería impío y abominable decir que es menester echar<br />

un velo sobre cosas que reconocemos vienen de Dios. Turbado por su alegría, no puede<br />

pesar lo que dice, y así, por una parte, afirma que nada hay en las obras de Dios que


pueda hacernos enrojecer de vergüenza, pero que es necesario avergonzarse de los<br />

miembros sexuales, y, en consecuencia, no se pueden contar entre las obras de Dios; pero<br />

a renglón seguido confiesa que la concupiscencia no sólo es honesta, sino justa, porque<br />

Dios, con todo, la dio a nuestro cuerpo el día de la creación. En el tercer libro de mi obra<br />

primera demostré que el castigo no se puede identificar con la culpa" 40 .<br />

Ag.- No demostraste lo que en vano te jactas haber probado; en un lugar olvidas, incluso,<br />

lo que con anterioridad dijiste; has confesado que la culpa puede identificarse con el<br />

castigo del pecador. En mi respuesta anterior 41 te demostré con bastante claridad esta<br />

misma doctrina, apuntalada con un testimonio del Apóstol; en él prueba que unos pecados<br />

pueden ser castigos de otros pecados, después de decir que algunos han transferido la<br />

gloria debida al Dios incorruptible a imágenes de hombres corruptibles y a figura de aves,<br />

cuadrúpedos y reptiles; y demuestra a continuación que este pecado es castigado con<br />

otros pecados. Por lo cual, Dios los entregó a los deseos impuros de su corazón, de<br />

manera que deshonraron entre sí sus propios cuerpos 42 , y lo restante que se lee en dicho<br />

pasaje. Y no se leería en el salmo: Pon iniquidad sobre su iniquidad y no entren en tu<br />

justicia 43 , si, por justo juicio de Dios, los pecados anteriores no fueran castigados con<br />

nuevos pecados.<br />

No hay contradicción<br />

32. Jul.- "No hace falta, por consiguiente, extenderme más sobre este punto; señalo sólo<br />

la acritud de un dialéctico que persiste en atribuir a Dios lo que, según él, Dios no ha<br />

creado, pues declara que no rima con el poder de Dios, aunque sí con su justicia".<br />

Ag.- Evidentemente, no comprendes en qué sentido se dice: Dios no es autor de la<br />

muerte 44 ; sin embargo, es sentencia de Dios: El que peca muere. Conviene a la justicia<br />

de Dios que muera el pecador, aunque la muerte no armoniza con la obra de Dios, porque<br />

Dios no es autor de la muerte. Justo es su juicio, cada uno debe morir por su pecado, y<br />

Dios no es autor del pecado, como no es autor de la muerte; con todo, da muerte al que<br />

juzga digno de morir. Por eso se lee: Dios no es autor de la muerte; y en otro lugar:<br />

Muerte y vida vienen del Señor Dios 45 . No hay contradicción entre estos dos textos, si se<br />

distingue entre obras y juicios de Dios; si tú hubieras hecho esta distinción, no habrías<br />

dicho tantas vaciedades.<br />

Juliano teme más el sonrojo que el error<br />

33. Jul.- "En las obras de Dios nada hay que haga enrojecer. ¿Puede existir en sus<br />

sentencias suma ignominia? Porque es cierto que toda culpa merece castigo. Sin embargo,<br />

la confusión debida a la falta se convertirá en instrumento de la justicia divina. ¿De suerte<br />

que se puede, sin vergüenza, nombrar el pecado del hombre y no se puede, sin infamia,<br />

nombrar la justicia de Dios?"<br />

Ag.- ¿Por qué confundes lo que ya está explicado e involucras lo que resuelto quedó, si no<br />

es para presumir ante los ignorantes -y entre los hombres hay muchos- de que dices algo,<br />

cuando no dices nada? Eres hombre que, más con la desvergüenza que con la elocuencia,<br />

intentas convencer que uno no debe sonrojarse, o, al menos, no mucho, de las apetencias<br />

que surgen en la carne contra el espíritu, al que debe estar sometida; y que no es justo<br />

juicio de Dios abandonar al pecador para que sufra en sí mismo el castigo después de<br />

haberse alejado de Dios, felicidad verdadera; o que el hombre debe, sí, avergonzarse de<br />

su pecado, no de su castigo; mientras que, en realidad, la mayor parte de los hombres no<br />

se avergüenzan de sus pecados si no sufren las consecuencias del castigo que les<br />

confunde, lo que no puede hacer la impunidad.<br />

Pero contra cosas tan evidentes, ¿qué espíritu cultivado se puede rebelar de no haber sido<br />

abandonado por la verdad? Con toda libertad hablamos de ambas cosas: de lo que el<br />

hombre hace con plena libertad y de lo que sufre contra su querer; esto es, de la<br />

desobediencia del espíritu y de la rebelión de la carne contra el espíritu. Tú sentías sonrojo<br />

de nombrar una de estas dos cosas por temor a proporcionarnos una pista para descubrir<br />

tu error. Ahora, cuando nombras la concupiscencia de la carne y la libido, para no<br />

avergonzarte del nombre de tu protegida, temes más el sonrojo que el error.<br />

Dios permite el engaño a los embusteros


34. Jul.- "Consta que nuestro acusador se revuelca en el lodo que quiere evitar. Supone<br />

que la pasión carnal es justo castigo y que este castigo viene de la justicia divina, y no<br />

niega ser obra de Dios la fulminación de esta sentencia, que él dice ser origen de la libido,<br />

causa de nuestro sonrojo; y así es preciso recaiga sobre la obra de Dios la vergüenza, cosa<br />

que antes había descartado"<br />

Ag.- Ya te dije que Dios no es autor de la muerte; sin embargo, Dios pronunció esta<br />

sentencia: Morirás de muerte 46 . Dios retribuye al pecador lo que hizo, pero no lo hizo<br />

Dios. Pero porque es el Dios de las venganzas 47 , se dice que es creador de los males 48 ; y<br />

en el libro del Eclesiástico, algunas cosas se dicen creadas para venganza 49 . Cuando un<br />

pecado es castigo de otro pecado, no es Dios el que lo comete con un acto indigno, pero<br />

con plena justicia decreta sea el pecado castigo del pecador.<br />

¿Quién negará sea pecado creer a falsos profetas? Sin embargo, éste fue el castigo<br />

impuesto por la justicia divina al rey Ajab, según se narra en el libro de los Reyes 50 . Nadie<br />

hay tan necio que piense sean dignas de elogio las mentiras de los seudoprofetas o haga a<br />

Dios autor de los embustes; pero cuando, por un justo juicio, permite a los fuleros<br />

engañar, es porque son los engañados dignos de serlo. Lee y comprende; deja de<br />

aturdirte con el estrépito de tus palabras para no comprender.<br />

El pecado es castigo para los pecadores<br />

35. Jul.- "Añade a esto, como corolario de especial impiedad, que el castigo infligido por<br />

Dios es una inclinación y propensión al pecado, ley irresistible en nuestros miembros en<br />

lucha contra la ley de nuestro espíritu, y con este género de castigo multiplicaría Dios los<br />

crímenes, sin vengarlos, y después de indignarse contra la voluntad perversa, causa del<br />

error, es necesario el pecado. Que vea un Manés insensato cuál sea este juicio; pero<br />

conste que este juez que finge Agustín tener horror al pecado, se muestra tan afecto a él,<br />

que no se puede encontrar padre nutricio más dinámico".<br />

Ag.- Lee lo que está escrito: Y como no tuvieron a bien guardar el verdadero conocimiento<br />

de Dios, Dios los entregó a una mente réproba para que hicieran lo que no conviene 51 .<br />

Ves, pues, cómo los pecados son un castigo infligido a los pecadores. Si quieres<br />

comprender por qué Dios hace esto, relee lo que antes te dije del rey Ajab; su pecado<br />

consistió en dar fe a unos seudoprofetas; sin embargo, este pecado fue castigo por el que<br />

Dios se vengó del pecador. Reflexiona sobre este pasaje y no ladres contra la verdad para<br />

que en ti no se conozca este castigo.<br />

Juliano, discutidor sutilísimo<br />

36. Jul.- "¿Qué pretendes, pues, discutidor sutilísimo? ¿Crees que existe en las obras de<br />

Dios alguna torpeza sacrílega porque todo lo que Dios hizo, nos dio el poder de hacerlo<br />

nosotros, ante el temor de dar la impresión de acusar al creador? Luego se equivocó el<br />

apóstol Pablo cuando dice al describir las obras de Dios: A los miembros de nuestro cuerpo<br />

que nos parecen más dignos de respeto, los rodeó de mayor honor, y ha formado el<br />

cuerpo de manera que da más honor al que le falta, para que no haya división" 52 .<br />

Ag.- Consulta el manuscrito griego, lee con atención, y verás que el Apóstol llama<br />

deshonestos los miembros que tú llamas honestos; y si quieres saber el porqué son<br />

deshonestos ahora los miembros que antes eran honestos, pues los primeros padres<br />

estaban desnudos y no se avergonzaban, descubrirás, si no hay en ti obstinada<br />

animosidad que te ciegue, que fue consecuencia de un pecado, pues nada deshonesto hizo<br />

Dios en los hombres primeros, como tampoco es autor de la muerte, pero sólo él es<br />

creador del cuerpo, y, sin embargo, el cuerpo murió a causa del pecado 53 , dice el Apóstol<br />

veraz.<br />

El amor a la modestia<br />

37. Jul.- "Se equivoca también la cautela de los honestos al echar un velo sobre ciertas<br />

cosas naturales. Tú mismo arrojas lejos de la vista del público los restos de la comida,<br />

aunque seguramente confiesas no tener nada que ver con la libido, y para dar a tu dogma<br />

la autoridad del ejemplo, haz en la iglesia todo aquello que dices depender de la voluntad,<br />

contento con ocultar sólo el acto de la unión sexual, de la que tu voluntad quizás te alejó<br />

en otro tiempo y hoy te aleja la vejez, y di que es un gran sacrilegio ocultar a las miradas


de los hombres las obras de Dios.<br />

Come, pues, en las plazas o en las asambleas en las que resuenan los ecos de tu<br />

elocuencia; y, cuando te asfixien los vestidos por un sol abrasador, tapa sólo las partes del<br />

cuerpo esclavas del diablo y camina desnudo, pues sería ingrato e impío cubrir algo hecho<br />

por Dios. Y si no lo haces -a no ser que con el progreso lo hagas-, prueba una de dos<br />

cosas: o atribuyes al diablo todo lo que no haces a vista del público, o tu dogma perece a<br />

golpes de la razón o del vientre".<br />

Ag.- De lo que oculta el pudor, unas cosas son repugnantes; otras, apetecibles; se ocultan<br />

unas, como el acto de exonerar el vientre, para no causar repugnancia; otras, para no<br />

excitar la concupiscencia, como son los miembros que se llaman pudorosos, de pudor; o<br />

cuando se hace uso de ellos. Las partes más alejadas de estos miembros quedan al<br />

descubierto, y si se siente pudor es porque la concupiscencia se nutre por la vista. Por eso,<br />

aquellos impúdicos quisieron, según su poder, desnudar a la casta Susana 54 .<br />

Perfectamente se puede comprender haya Dios recomendado a nuestros primeros padres<br />

el amor a la modestia cuando les vistió con ceñidores de pieles para tapar las partes que<br />

ellos mismos, avergonzados de su desnudez, se habían cubierto; y eran de pieles estas<br />

túnicas 55 , para simbolizar la unión de la muerte y los cuerpos, corruptibles. Comer en<br />

público lo prohíbe la costumbre, donde lo prohíbe; por eso da vergüenza, y con razón,<br />

comer en público, pero tú mismo has leído que los antiguos romanos comían y cenaban en<br />

lugares públicos.<br />

¿Por qué te extiendes en vanas injurias y no en sensatos razonamientos? Mira a nuestros<br />

primeros padres: estaban desnudos y no se avergonzaban; considera lo que tapan y<br />

reconoce lo que experimentaron. De unos taparrabos se pasa a unas túnicas; así principia<br />

a evolucionar el vestido humano el día en que se cubren las partes pudorosas. El<br />

sentimiento del pudor crece cuando aumenta la resistencia del pudor. La criatura racional<br />

se ruboriza al sentir en su carne movimientos a los que es preciso resistir si uno no quiere<br />

verse deshonrado por la impureza, violar la santidad del matrimonio o enlodarse en la<br />

fornicación. Esta lucha entre carne y espíritu pudo estar ausente del paraíso sin el pecado;<br />

por otra parte, no es producto de una mezcla de nuestra naturaleza con otra naturaleza. ¿<br />

De dónde, pues, viene si no es de la prevaricación del primer hombre?<br />

Es un castigo para el hombre la comparación y semejanza<br />

con los animales irracionales<br />

38. Jul.- "Estas cosas son necedades y nos causan más afrenta que trabajo, pero se<br />

deducen necesariamente de tu doctrina. Con todo, pido aún al lector atención. Intentas<br />

probar que en las obras de Dios nada hay deshonesto, pero, al no conseguirlo, te<br />

comprometes a reconocer que no se debe sentir sonrojo en los movimientos de la libido si<br />

se prueba es obra de Dios. Ya di la prueba en mi obra primera, y creo no te quedará ya<br />

duda alguna después de leerla; sin embargo, como lo evidencian tus citas, estas mis obras<br />

aún no han llegado a tus manos, y por eso no temo repetir aquí argumentos ya<br />

desarrollados.<br />

¿Quién creó los animales irracionales, que en determinados tiempos sienten el fuego<br />

ardiente de la pasión hasta el punto de alcanzar una ferocidad extremada? Entonces es<br />

cruel el jabalí, y el tigre, feroz. Pero entre todos sobresale el calor de las yeguas 56 . En<br />

primavera brotan las yemas y la savia rezuma abundante. En ciertos días, los animales<br />

realizan su acoplamiento. Sería inacabable enumerar uno por uno todos los animales que<br />

vuelan por el cielo o nadan en las aguas, que vagan a la ventura por el aire, mares o<br />

selvas, sin ser elevados por la razón ni deprimidos por una culpa y arden en deseos de<br />

unión sexual. Esta llama pasional, dime: ¿es obra de Dios o del diablo? 'De Dios', gritarás<br />

tú. Dios es quien atiza el fuego de la concupiscencia, verdad que Manés, de quien<br />

aprendiste a condenar la concupiscencia carnal, más consecuente que tú, no niega; mas él<br />

pesa bien sus palabras y continúa en la búsqueda de lo que había definido como obra<br />

diabólica, en la que Dios no tiene parte; por eso atribuye al diablo el nacimiento de los<br />

cuerpos humanos por medio de la concupiscencia, como el de todos los seres animados.<br />

Tú, morador de los campamentos de Manés, portador del gran dragón, insuflas mortal<br />

veneno en las almas con la doctrina de un mal moral y con tu infamia del matrimonio.<br />

No quieres sean lanzados contra todas las criaturas animadas los dardos de tu maestro; y


por simpatía con las bestias, para mejor atacar a los seres racionales, consientes en que<br />

Dios sea el creador de sus cuerpos, y el diablo el de los nuestros, si bien la pasión, según<br />

tú, es menos violenta en los hombres que en los animales. Ante la vista de un lector<br />

inteligente sentamos esta conclusión: no niegas sea en los animales la libido obra de Dios.<br />

Luego no es indigna de la obra de Dios esta pasión, más violenta en las criaturas que no la<br />

han recibido del diablo o de un débil querer.<br />

Si es la concupiscencia en los animales inatacable y además se justifica por la dignidad de<br />

su creador, ni puede ser mala ni diabólica, pues es obra de Dios, creador de los cuerpos,<br />

cuya naturaleza está libre de pecado. Si admites esto, te pregunto: ¿Es, en tu opinión,<br />

esta libido que sienten los cuerpos humanos obra de Dios? Si afirmas, la discusión ha<br />

terminado, tú te has enmendado y queda Manés hecho polvo. Si, por el contrario, los<br />

cuerpos humanos no pueden ser obra de Dios, te respondo que consideres las apetencias<br />

de la libido como obra el hombre, no como obra de Dios. Porque, no hay duda, si declaras<br />

no se encuentra en el hombre lo que en todos los seres se encuentra, se sigue que privas<br />

a la concupiscencia de lo que le pertenece y concedes al cuerpo lo que no se le debe. ¡Ves<br />

la conclusión de tu impía secta!<br />

Declaras indigno de una carne mortal lo que no es indigno de la obra del Creador. Y en<br />

este sentido no vituperas la libido, pero ensalzas al hombre que anhelabas acusar. Esta es<br />

la recompensa reservada a la constancia de los que combaten la verdad, alcanzar efectos<br />

contrarios a su intención. Por eso te ataco con tus mismas palabras, según las reglas del<br />

juego. ¿Por qué en los juicios que damos sobre las obras de Dios taponas los oídos a la<br />

voz de la razón y de la naturaleza? ¿Puede la locura del hombre imaginar sea una cosa<br />

contraria a su ser visceral cuando esta realidad se ve reproducida, por obra de Dios en<br />

seres que participan de su naturaleza? Ni el origen ni la naturaleza de nuestros cuerpos<br />

difieren de la de los modos animales".<br />

Ag.- Di también que la resurrección y la inmortalidad no son privilegio de los cuerpos<br />

humanos, pues son formados de la tierra, como los cuerpos de los animales; di que su fin<br />

no puede ser diferente, siendo su origen el mismo; di todo esto, si te place; y, a impulsos<br />

de una vacía locuacidad, muéstranos, contra los escritos evangélicos, tus progresos en las<br />

letras profanas. Y, si no te atreves a hablar así, confiesa, con la fe cristiana, que es un<br />

castigo para el hombre ser comparado y asemejado a los animales irracionales 57 . En el<br />

hombre es una verdadera miseria, en los animales no lo puede ser; la concupiscencia es,<br />

en el hombre, un castigo; en los animales, no, pues nunca en ellos puede la carne codiciar<br />

contra el espíritu.<br />

¿O te agrada igualar todas las naturalezas, y decir que en los animales la carne codicia<br />

contra el espíritu? Si no lo haces para no dar la impresión de que no tienes entendimiento,<br />

como el caballo y el mulo 58 , reconoce que esta libido, tal como la definimos -lucha de la<br />

carne contra el espíritu-, no pudo existir en el paraíso si nadie hubiera pecado. Esta<br />

concupiscencia no existe en los animales, cuyo testimonio invocas en favor de tu<br />

protegida, sin duda para poder hablar extensamente. Y así no hiciera la libido humana<br />

nacer en la carne deseos contrarios al espíritu, si esta libido obedeciese a la voluntad y<br />

sólo cuando fuere necesario se excitase y el tiempo restante permaneciese tranquila, sin<br />

sugerir malos deseos, contra los que la voluntad ha de combatir para tenerla a raya y<br />

embridarla; en este caso no podría reprocharte el haber plantado desdichadamente la<br />

concupiscencia en el edén, morada de suma felicidad.<br />

La carne ahora no viene del Padre, sino del mundo,<br />

y perecerá si no renace<br />

39. Jul.- "Por el alma racional somos imagen de Dios y por la carne nos sentimos en<br />

comunión con los animales, aunque la forma es diversa, somos una misma sustancia por<br />

la materia de los elementos, y, según los méritos, el alma racional recibirá como<br />

recompensa una eternidad de penas o de gloria".<br />

Ag.- Si por méritos del alma racional confiesas que la carne, terrestre y corruptible como<br />

la de los animales, tendrá en la eternidad un fin muy diferente, ¿por qué no creer que, por<br />

méritos de la imagen de Dios, no manchada aún por el pecado, la carne fue formada de la<br />

misma arcilla terrestre, pero en un estado tal que sin el pecado no hubiera perdido su<br />

eternidad ni su incorruptibilidad? ¿Ni sería el cuerpo un peso para el alma, imagen de<br />

Dios; por el contrario, estaría sometida hasta tal punto, que los órganos sexuales se


moverían siempre a impulsos de la voluntad, para la generación de los hijos, o bien la<br />

concupiscencia no se alzaría contra el querer del alma, imagen de Dios; ni la intensidad<br />

del placer asfixiaría el pensamiento del alma?<br />

Si fuera ahora así, no se hubiera dicho de ella que no viene del Padre, sino que viene del<br />

mundo 59 , es decir, de los hombres, que por ella y con ella vienen al mundo; y, sin duda,<br />

perecerán si no renacen para Dios. Hay, pues, razón para creer que la materia corpórea,<br />

común con los animales, habría tenido antes del pecado, gracias a la imagen de Dios, un<br />

principio distinto, así como tiene, consumado el pecado, un fin diverso.<br />

Masa viciada y maldita<br />

40. Jul.- "¿Por qué motivo lo que no era indigno de ser por Dios creado sería indigno no de<br />

la imagen de Dios, porque alma y cuerpo son dos sustancias distintas, sino del esclavo en<br />

el tiempo de la imagen de Dios? En efecto, Dios es el creador de los cuerpos; Dios el que<br />

distingue los sexos, Dios el que formó los órganos sexuales, Dios el que infundió en los<br />

cuerpos esa fuerza que los arrastra a la unión, Dios el que otorga el germen vital, Dios el<br />

que actúa en lo íntimo de la naturaleza. Nada malo, nada culpable hace Dios".<br />

Ag.- "Nada malo, nada culpable hace Dios"; verdad es esto en cuanto es obra de sus<br />

manos, no en cuanto lo hace de una masa viciada y maldita.<br />

La libido es castigo en los hombres<br />

41. Jul.- "Dios es autor de la libido en hombres y animales, pero deja los animales a la<br />

libre expresión de sus pasiones irreprimibles e impone al hombre, ser racional,<br />

moderación. La honestidad y la prudencia, que nos han sido dadas por Dios, nos obligan a<br />

cubrir nuestro cuerpo, pues no condena Dios ni el uso ni la naturaleza de la<br />

concupiscencia, pero sí condena Dios el exceso de aquel que, apoyándose en la audacia de<br />

su libre albedrío, condena no el estado de la naturaleza, sino el acto del hombre".<br />

Ag.- ¿Por qué en el hombre resiste la libido al espíritu, y no en los animales, sino porque<br />

en los animales pertenece a la naturaleza y es castigo en los hombres, ora sea porque<br />

existe y no existiría, ora resista, pero hubiera estado sometida a la voluntad de no haber<br />

sido viciada por el pecado? Porque si "deja los animales a sus pasiones irreprimibles",<br />

confiesas que el hombre debe frenar dichos movimientos libidinosos, y esto no tendría<br />

razón de ser si no fueran movimientos culpable. Dios, afirmas, ha fijado un límite a la<br />

pasión carnal en el hombre. ¿Por qué no guarda esta medida y se desborda cuando no se<br />

la reprime? ¿Cómo llamar buena una pasión que incita y arrastra al hombre a cometer el<br />

mal si no se la resiste? Comprendes que tu noble patrocinada ha nacido en el hombre del<br />

pecado o ha sido por el pecado viciada, y por esta causa después del pecado, nuestros<br />

primeros padres taparon sus torpezas, cuando antes del pecado estaban desnudos y no se<br />

avergonzaban.<br />

¿Por qué dices: "La honestidad y la prudencia, don de Dios, obligaron al hombre a<br />

vestirse?" ¿Eran, antes del pecado, necios y deshonestos, faltos de sabiduría y pudor, para<br />

no sentir sonrojo de su desnudez? Gracias, pues, al pecado, porque sin él estarían aún en<br />

cueros. Y si esto es absurdo de marca, luego la sabiduría y honestidad naturales cubrieron<br />

las partes deshonestas, pero antes del pecado no lo eran. Hay, cierto, un exceso de libido<br />

en el pecado, pero también un impulso en el vicio. De ese movimiento se sonrojaron<br />

aquellos que no quisieron dejar desnudos los miembros que atormentan a tu protegida<br />

contra su querer.<br />

Placer natural y concupiscencia viciosa<br />

42. Jul.- "Comprende ahora cuál es la conclusión de tu doctrina; a saber, no debemos<br />

tapar por pudor lo que en nuestro sentir es bueno; nosotros enseñamos que el placer<br />

natural de los órganos sexuales no puede ser tan malo cuando es obra de Dios. Por<br />

consiguiente, abandona o tu piedad o tu pudor. Mas ¿qué digo? Cuando el etíope mude su<br />

piel o el leopardo sus manchas, te purificarás de tu maniqueísmo".<br />

Ag.- Más bien eres tú el que no cesas de ayudar a los maniqueos si no confiesas, con<br />

Ambrosio y todos los católicos, que tu protegida, mala para los maniqueos, se trasvasó a<br />

nuestra naturaleza por la prevaricación del primer hombre; no autorices a creer, como los


infames herejes, a quienes, sin saberlo, prestas ayuda, que la concupiscencia, vicio<br />

manifiesto del hombre, sea un principio coeterno a Dios.<br />

El ejemplo de los cínicos<br />

43. Jul.- "En consecuencia, depón tu pudor y, permaneciendo en amistad con tu Maestro,<br />

confedérate con los cínicos, pues, como en sus Oficios narra Cicerón, las máximas de los<br />

estoicos se aproximan a las de los cínicos. "Critican, escribe. ideas comunes sobre la<br />

honestidad, la costumbre de usar vocablos obscenos para designar por su nombre lo que<br />

es deshonesto. El robo, el fraude, el adulterio, son cosas deshonrosas pero designadas en<br />

términos que nada tienen de obscenos; engendrar hijos es cosa honesta, pero se le da<br />

nombre inhonesto. Razonan de esta guisa contra el pudor: 'Nosotros obedecemos a la<br />

naturaleza y huimos de todo cuanto ofende a la vista o al oído'" 60 .<br />

Tú que rechazas este razonar natural verdadero de la honestidad, o di que el robo, el<br />

sacrilegio, el parricidio, actos todos en sí mismos deshonrosos en grado sumo y no en sus<br />

nombres, son menos odiosos y abominables que la procreación de los hijos a los que<br />

desean permanecer castos; o, si no te atreves a condenar el acto conyugal o preferirlo a<br />

esos crímenes, anima a los esposos a hablar de su unión con la misma libertad con la que<br />

hablamos del parricidio o del robo.<br />

Por último, si, como sueles, añades el halago para oídos cristianos, que la unión de los<br />

cuerpos con finalidad procreativa está exenta de culpa y puede ser considerada como un<br />

bien, defiende la conducta de Crates, rico y noble tebano. Tan apasionado estaba con la<br />

secta de los cínicos, que abandona la herencia paterna, emigra a la ciudad de Atenas con<br />

su mujer Hiparquia, una cínica no menos fanática que él, y, según narra Cornelio Nepote,<br />

un día quiso realizar el acto conyugal en público, y, al resistirse su mujer y velar su<br />

cuerpo, la azota y le dice: 'No estás aún convencida de tu doctrina, pues no te atreves a<br />

realizar en público lo que sabes es legítimo'. Digna conducta de vuestro rebaño; si juzgáis<br />

buenos los órganos sexuales, obra de Dios para la multiplicación de los cuerpos, ¿por qué<br />

el pudor en su uso?<br />

Dad gracias a los animales, pues con su ejemplo os enseñan, pese a las afirmaciones en<br />

contra de Manés, a reconocer que todos los sentidos del cuerpo no son obra del diablo;<br />

seguid el ejemplo de los cuadrúpedos e imitadles para dar testimonio con vuestras uniones<br />

de que son buenas. Conviene sean los animales maestros de vuestra conducta moral, pues<br />

son ya patronos de vuestra causa.<br />

Repitamos lo dicho para su mejor comprensión: la libido, si es obra de Dios, afirmo que no<br />

debe ser velada por el pudor; nosotros tratamos ya ampliamente de esta cuestión en los<br />

cuatro libros de mi primera obra, apoyándonos en el ejemplo de los animales, creados por<br />

Dios. Hemos demostrado que la libido de los sexos es obra de Dios; sin embargo,<br />

confesamos que los hombres deben, por pudor, cubrir su desnudez. Tu dogma exige<br />

renueves, después de tanto tiempo, el descaro de los cínicos y descubras a los ojos de los<br />

ciudadanos los miembros naturales, porque son hechura de Dios.<br />

Comprendes ahora tu ceguera al criticar mis palabras: "¿Ha bordeado el profeta el peligro<br />

al enunciar la fe sobre las obras de Dios?" Esta doctrina la critica tu maestro, consecuente<br />

con sus fábulas, pues niega que los cuerpos sean obra de Dios; pero tú te has permitido la<br />

misma crítica con marcada impudencia; pues, aunque con cierta timidez, confiesas que<br />

Dios ha creado los cuerpos, pero atribuyes al príncipe de las tinieblas la concupiscencia;<br />

mas esta afirmación no tiene valor ante el testimonio de la razón y de la fe, pues dice el<br />

evangelista: Todo fue creado por Dios y sin él nada ha sido hecho" 61 .<br />

Ag.- ¿Podrías comparar, en lo que a concupiscencia de la carne o libido se refiere,<br />

hombres y animales, si creyeras que los primeros padres del género humano, revestidos<br />

de cuerpos corruptibles, debían morir aunque no pecasen? Pero esto, primer error de<br />

vuestra herejía, lo condenó la Iglesia universal y lo condenó Pelagio, vuestro jefe, ante un<br />

tribunal de catorce obispos orientales, temiendo ser él anatematizado 62 . Este juicio te<br />

alcanza a ti, pues enseñas que Adán fue creado mortal y, pecara o no, debía morir,<br />

contradiciendo así estas palabras del Apóstol: El cuerpo, a causa del pecado, está muerto<br />

63 .<br />

Si antes del pecado no estaban los cuerpos sujetos a la muerte, tampoco serían


corruptibles ni harían pesada el alma de los bienaventurados, porque está escrito: El<br />

cuerpo corruptible es lastre del alma 64 . Por consiguiente, así como la muerte y la<br />

corrupción pudo no ser común a hombres y animales, aunque hayan sido formados de la<br />

misma arcilla terrosa, lo mismo podo no ser común la libido, medio de la procreación de<br />

los hijos; o bien no existiría en los hombres, y obedecerían los miembros genitales al<br />

imperio de la voluntad en la obra de la generación, como los restantes miembros del<br />

cuerpo obedecen en el cumplimiento de sus funciones; o bien no sería como la de los<br />

animales, sino sumisa, sin hacer descender al alma de las alturas de sus pensamientos ni<br />

en el momento del orgasmo. Ahora, por el pecado, la naturaleza humana se ha<br />

deteriorado, y esta pasión, que es natural en los animales, es, en los hombres, castigo; y<br />

este mal lleva a rebelarse la carne contra el espíritu y es causa de mayor pudor; pues,<br />

entre estos dos elementos de nuestra naturaleza, uno manda y el otro obedece y existe<br />

entre ellos una lucha dolorosa y deprimente en extremo. ¿De qué te sirvieron los ejemplos<br />

de los cínicos que no dan en el blanco, si los mismos animales, que comparas a los<br />

hombres, no pudieron detenerte en la pendiente del error y te han desviado del camino?<br />

La desobediencia y la delicadeza del pudor<br />

44. Jul.- "Es tiempo ya de pasar a otra cuestión; pero como es cierto que, fuera del<br />

argumento sacado del pudor de los órganos naturales, nada tienes que hacer resonar en<br />

los oídos de los ignorantes, condensaré, con la brevedad que me sea posible, lo que resta<br />

decir sobre esta materia. ¿Quién negará que el sentimiento de pudor que nos hace cubrir<br />

nuestras partes íntimas varía según las personas, lugares, oficios y costumbres? La<br />

desnudez es impudor en asambleas públicas, pero no lo es en los baños. En la alcoba, el<br />

vestido es somero y sencillo, rico y de buen corte en el foro. ¿Por qué en la intimidad<br />

nuestro exterior es descuidado, y nos gusta parecer bien vestidos ante un desconocido o<br />

un distinguido personaje? ¿Por qué, en marinos y artistas, la desnudez no es un crimen? Y<br />

para que no atribuyas esta sencillez a las personas antes que a las cosas, piensa que el<br />

apóstol Pedro, después de la resurrección del Señor, desnudo en la barca, se dedica a la<br />

pesca 65 .<br />

Dirige tu mirada a las operaciones de los cirujanos que aplican su arte a curar las partes<br />

vergonzosas. Y en los atletas la desnudez es hermosa. Y en ciertas naciones no sólo los<br />

adolescentes, en los que la pasión aún no se ha despertado, sino en los adultos de ambos<br />

sexos, la desnudez es absoluta, ni buscan un lugar secreto para sus mismas uniones. ¿Qué<br />

hay de asombroso que esto se practique en Escocia y entre los bárbaros, sus vecinos, si<br />

los filósofos arriba mencionados han pensado que tales actos son consecuencia de ciertos<br />

apotegmas sentados por los traducianistas? ¿Cómo medir el pudor, señalar sus límites, dar<br />

una norma exacta entre tantas distinciones?<br />

Si es preciso tener en cuenta la necesidad y la costumbre, ¿quién podrá decir hasta qué<br />

punto aviva el diablo el ardor de la pasión sexual? Tu doctrina queda malherida por el<br />

hecho de que la honestidad cambia según los lugares, las costumbres, las profesiones y el<br />

carácter de los pueblos; además, es incuestionable, según probamos por la razón y la<br />

doctrina de Pablo, el apóstol, que todos los cuerpos, todos los miembros y todos los<br />

sentidos del cuerpo los creó Dios, autor del universo; y de tal manera los ordenó, que en<br />

ciertas circunstancias nos obliga el pudor a tapar algunos miembros de nuestro cuerpo; en<br />

otras, la buena crianza nos obliga a tenerlos descubiertos; y tan descortés sería descubrir<br />

unos como tapar otros".<br />

Ag.- Eres tú el importuno al rociar con la culpa de la inoportunidad a aquellos de quienes<br />

dice la Escritura: Estaban desnudos y no se avergonzaban 66 . Y con seguridad que eran<br />

entonces tan justos como cuando fueron creados; pues, según leemos, Dios hizo al<br />

hombre justo. ¿Acaso eran tan depravados como para enseñar sus partes íntimas de una<br />

manera impúdica, desvergonzada, deshonesta, inoportuna? Reconoce que dichos<br />

miembros no eran aún vergonzosos y ahora con toda propiedad lo son. No<br />

experimentaban aún en sus miembros una ley que luchaba contra la ley del espíritu, sin la<br />

que hoy nadie nace.<br />

Por justo juicio de Dios, que abandona a su desertor, la desobediencia de la carne no era<br />

aún castigo de la desobediencia del hombre, porque la codicia de la carne contra el<br />

espíritu es desobediencia incluso en el caso en que la voluntad impida a la carne satisfacer<br />

sus deseos. Esta lucha no existía cuando estaban desnudos y no se avergonzaban. Por eso<br />

no necesitaban velar sus miembros naturales sin faltar a las conveniencias, pues no habían


aún experimentado los inconvenientes de estos miembros.<br />

¿Por qué amontonas vanas palabras como leves hojas, con las que tratas de tapar tu<br />

oposición carnal a la autoridad espiritual de la fe, como la carne cuando codicia contra el<br />

espíritu? ¿Por qué preguntar cuál ha de ser la regla para medir los grados y límites del<br />

pudor, pues varía según las necesidades, las artes, las opiniones, las costumbres buenas o<br />

depravadas? He aquí unos hombres que no pertenecen a una nación como los escoceses,<br />

sino que son padres de todos los pueblos; que no han sido corrompidos por doctrinas<br />

depravadas, como las de los cínicos y de todos aquellos que han perdido el sentido del<br />

pudor, sino que fueron creados por Dios en justicia y santidad; y que no les obligaba la<br />

necesidad a trabajar desnudos, como a Pedro, al que tú quieras ver cubierto, sino que<br />

vagaban libres en un paraíso de delicias. Contémplalos, antes del pecado, haciendo gala<br />

de su libertad, y, después del pecado, dando lecciones de pudor. Antes del pecado estaban<br />

desnudos y no se avergonzaban; después del pecado sintieron confusión de su desnudez.<br />

Antes del pecado no velaban sus partes sexuales, pues no eran aún órganos deshonestos;<br />

después del pecado taparon sus miembros, ahora vergonzosos. Estos son testimonios<br />

dignos de fe que confunden la tozudez y desvergüenza de los pelagianos, pues<br />

constatamos que primero nuestros padres llevan su desnudez sin sonrojo, luego sienten<br />

confusión.<br />

Juliano no entiende que la concupiscencia natural<br />

no existió en Cristo<br />

45. Jul.- "Terminada, en cuanto ha sido posible, esta cuestión, paso a examinar lo que<br />

dijiste de Cristo; esto es, que no existió en él esta concupiscencia natural. Estas son tus<br />

palabras dirigidas a mí 'Este -yo- en todas estas cosas no ha querido nombrar la<br />

concupiscencia, que no viene del Padre, sino del mundo, cuyo príncipe se llama diablo. No<br />

encontró el diablo esta concupiscencia en el Señor, pues como hombre no vino a los<br />

hombres por ella' 23. Declaras que Cristo, hombre verdadero según la fe católica, no sintió<br />

en su carne la concupiscencia de la que habla Juan, el apóstol. Pero Juan, como lo<br />

manifiestan sus escritos, declara que no viene del Padre la concupiscencia de la carne ni la<br />

concupiscencia de los ojos y cuanto hay en el mundo 67 ; nosotros hemos demostrado ya<br />

cómo ha de interpretarse este texto".<br />

Ag.- Lo demostraste, pero como lo entiendes tú, o mejor como no lo entiendes y no como<br />

debe ser entendido; a esto contesté conforme a la verdad, pues tú te pierdes en los<br />

meandros de una falsa e interminable discusión.<br />

La confunde con el sentido<br />

46. Jul.- "Aceptas el vocablo 'concupiscencia' y quieres que el cuerpo de Cristo carezca del<br />

sentido de la vista y de la concupiscencia".<br />

Ag.- No dirías esto si tuvieras sano el sentido, no del cuerpo, sino del alma.<br />

Juliano y los apolinaristas<br />

47. Jul.- "Vuelvo a reclamar aquí toda su atención al lector, y verá cómo renuevas tú la<br />

herejía de los apolinaristas, añadiendo la salsa de Manés. Se dice que Apolinar explicaba la<br />

encarnación de Cristo diciendo que sólo su cuerpo parecía formado de la misma sustancia<br />

humana que los otros cuerpos; y que no tenía un alma, sino la divinidad, y así Cristo<br />

parecía haber asumido un cadáver humano, no un hombre.<br />

Pronto la razón y el testimonio del Evangelio destruyeron estos asertos, pues sería<br />

necesario considerar como falsas las palabras de Cristo al definirse como hombre; de este<br />

Cristo que fue perseguido por los judíos por anunciar la verdad, si Cristo asumió sólo el<br />

cuerpo humano, porque el hombre está compuesto de cuerpo y alma; y él mismo dijo en<br />

el Evangelio: Tengo poder para dar mi alma y poder para volver a tomarla 68 . ¿Cómo dar<br />

el alma, si no la había asumido? Vencido Apolinar por la razón y el peso de estos<br />

testimonios, imaginó otro fundamento para su herejía, que hasta hoy subsiste; y dijo que<br />

en Cristo existió, sí, un alma humana, pero que su cuerpo no tenía sentimientos, y lo<br />

declara impasible y sin pecado".<br />

Ag.- Epifanio, de santa memoria, obispo de Chipre, en un opúsculo que escribió sobre las


herejías 69 , dice que ciertos apolinaristas atribuían a Jesucristo, el Señor, un cuerpo<br />

consustancial a la divinidad, otros negaban hubiera asumido el alma; otros, apoyándose<br />

en el texto: La Palabra se hizo carne 70 , enseñaban que no había tomado carne de otra<br />

carne, es decir, de la carne de María, sino que la Palabra tomó carne, y luego dirán, no sé<br />

por qué, que el Hijo de Dios no había asumido un alma humana. Según tú, los<br />

apolinaristas hacían a Cristo insensible; sólo en tu libro he leído esto y a nadie lo he oído<br />

decir. Pero como veo eres un propagandista de hueras palabras, para que tu verborrea<br />

simule elocuencia, te respondo acto seguido: todo el que crea en lo que acabo de decir de<br />

los apolinaristas, que Cristo careció de sentimientos o que fue impasible, sea anatema. Y<br />

para que puedas reconocerte a ti mismo: todo el que crea que la carne de Cristo luchó con<br />

su espíritu sea anatema.<br />

La concupiscencia de un vicio es vicio<br />

48. Jul.- "No pudo Cristo evitar el pecado por la fuerza de su voluntad; pero su carne,<br />

felizmente insensible, no pudo sentir el fuego de la concupiscencia viciosa".<br />

Ag.-Nosotros no decimos: "Cristo, felizmente privado de la facultad corporal de sentir, no<br />

pudo sentir la concupiscencia de los vicios"; pero sí decimos: como consecuencia de su<br />

virtud perfecta y de la formación de su cuerpo al margen de la concupiscencia, no pudo<br />

sentir las apetencias de los vicios. Una cosa es no sentir malas apetencias y otra no poder<br />

sentirlas; las sentiría de haberlas tenido, porque no estaba privado de sensibilidad; pero<br />

tuvo voluntad para no tenerlas. Y no te asombre que Cristo, hombre verdadero, bueno en<br />

todo, no quisiera tener una mala concupiscencia. ¿Quién, excepto vosotros, niega sea<br />

mala la concupiscencia que codicia el mal? ¿Quién, a no ser vosotros, puede sostener que<br />

la concupiscencia de un vicio no sea un vicio, y que no es un mal, aunque sea malo<br />

dejarse arrastrar por ella?<br />

Cristo pudo haber sentido la concupiscencia, de haberla tenido, y la tendría de haberlo<br />

querido, pero no quiso. Con todo, de haber experimentado la concupiscencia viciosa, o,<br />

para servirme de tus palabras, "de los vicios", esto sería ya obra de su querer, pues no<br />

nació, como nosotros, con ella. Por esto, su virtud consistiría en no tener esta<br />

concupiscencia, y en nosotros, en no consentir en sus apetencias; en imitarlo, es decir, en<br />

no cometer pecado por consentimiento, como Cristo, que quiso y pudo carecer de sus<br />

estímulos; y nosotros, si queremos, podemos no estar sujetos a su imperio. Nos librará su<br />

gracia de este cuerpo de muerte; esto es, de la carne de pecado, pues vino a nosotros en<br />

semejanza de carne de pecado, no en carne de pecado.<br />

Cristo tuvo fina sensibilidad sin concupiscencia desordenada<br />

49. Jul.- "Lejos de ser estas cosas necesarias para la defensa de la fe, son un ultraje<br />

sacrílego. Con el pretexto de no envilecer el cuerpo de Cristo declarando que tuvo un<br />

cuerpo semejante al nuestro, Apolinar, al exaltarlo sobre todo cuerpo humano, lo priva de<br />

sensibilidad natural, sin ver la sinrazón que hace a la verdad bajo una forma adulatoria.<br />

La indignación de los católicos le opuso este argumento de prescripción: por esta doctrina<br />

se infiere a la fe en los misterios un agravio mayor que el que le ocasionarían sus<br />

miembros. Dicen, en efecto, que Cristo nació de la estirpe de David 71 , nacido de una<br />

mujer, nacido bajo la ley 72 , para darnos ejemplo, y así poder nosotros seguir las huellas<br />

del que no cometió pecado ni en su boca se halló engaño 73 ; pero, por otra parte, no pudo<br />

ser ejemplo para nosotros ni observar los preceptos de la ley si no hubiera asumido todas<br />

las propiedades de nuestra naturaleza, o hubiera asumido un cuerpo sin alma, o si asumió<br />

al hombre sin la facultad de sentir dada a la naturaleza por Dios.<br />

Despreciar el encanto de los sentidos, ¿qué mérito puede tener en el que es incapaz de<br />

sentirlos por privilegio de su naturaleza? ¿Qué hay de asombroso apartar la vista de la<br />

concupiscencia de la carne, si no se sienten sus apetencias? ¿Qué hay de heroico privar al<br />

olfato de excitantes aromas, cuando no se perciben? ¿Qué hay de extraordinario ser sobrio<br />

en la comida, si no se siente apetito? ¿Qué hay de arduo ayunar cuarenta días, si el<br />

hambre nada tiene de insoportable? ¿Qué hay de maravilloso en la disposición de los oídos<br />

para no abrirlos jamás si no es a honestos discursos, cuando se es sordo de nacimiento<br />

para las palabras deshonestas? ¿Qué gloria es ser casto cuando la falta de virilidad nos<br />

aleja más del placer que la voluntad y pensamos que la castidad es efecto de la<br />

impotencia, no de la voluntad?"


Ag.- Todas estas cosas se pueden decir no sólo contra Apolinar o algún apolinarista, de los<br />

que creo dijeron que la carne de Cristo estuvo privada de los sentidos corporales, sino<br />

contra todo aquel que enseñe esta doctrina. Nosotros decimos que percibió la belleza y la<br />

deformidad de las cosas por los ojos; que por el olfato percibió los aromas y los malos<br />

olores; por el oído, las melodías y disonancias; por el gusto, lo dulce y lo amargo; por el<br />

tacto, lo áspero y lo suave, lo duro y lo blando, lo frío y lo caliente; y cuanto por los<br />

sentidos del cuerpo se puede sentir o percibir, lo percibió y sintió él; y, si lo hubiera<br />

querido, no le faltaría el vigor de engendrar; sin embargo, su carne nunca codició contra el<br />

espíritu; y si es un gran bien, como opinas, evitar un delito cuando existen pasiones de las<br />

que se triunfa y no es un bien tan meritorio cuando no existen, tanto más laudable y<br />

meritorio será cuanto más ardiente fuere la pasión libidinosa.<br />

En consecuencia, según vuestra horrenda y detestable perversidad, Cristo, el más virtuoso<br />

de todos los hombres, debió ser el más combatido por la libido en su carne. Si<br />

comprendes toda la impiedad de esta doctrina, no tardes en cambiar de sentir y distingue<br />

entre pasión y sentido existente en todos los que sienten; de otra suerte, uno sería de<br />

sentimientos más vivos cuanto más ardiente fuera la libido, y se podría creer que Cristo<br />

tuvo pasiones tanto más vivas cuanto más puros fueron sus sentimientos.<br />

Nada hay de maniqueo ni de apolinarista en San Ambrosio<br />

ni en la fe católica<br />

50. Jul.- "Por último, ¿cómo recompensar la paciencia de aquel que, por tener taponado el<br />

camino de los sentidos, ni el dolor de las heridas ni el de los azotes puede atenazar el<br />

alma? ¿Qué ventajas ofrece la adulación de Apolinar? Toda la belleza de la virtud que<br />

Cristo hizo brillar en él, pierde fulgor con los elogios falaces tributados a su naturaleza y a<br />

la virtud desnudos del esplendor de la verdad, y el magisterio sagrado del Salvador se<br />

convierte en objeto de irrisión.<br />

Aún más, no sólo perderían sus obras brillo por ser debidas a su nacimiento, no a su<br />

virtud, y se haría reo de fraude criminal, porque sería como decir a los hombres: 'Imitad la<br />

paciencia de un hombre impasible y, cargados con una cruz auténtica, imitad la virtud de<br />

uno que no sentía en su cuerpo el dolor'. O bien: 'Imitad la castidad de aquel que se<br />

mostró como hombre casto por su debilidad, triunfando vosotros de la rebelión de vuestra<br />

naturaleza'. En verdad que nada más impío y sacrílego puede uno imaginar.<br />

No dijo Apolinar estas cosas; declaró solamente que Cristo hombre careció de estos<br />

sentimientos, que, dados por la naturaleza, son vicios no por el uso, sino por el abuso que<br />

de ellos se hace. Y recibió en silencio todas las objeciones que le hacían los católicos, en<br />

perjuicio de su opinión. Porque se construye la fe católica sobre todas estas máximas,<br />

cuya negación más o menos explícita lleva a condenar la herejía de los apolinaristas.<br />

Dinos, pues, cómo se te ha de juzgar a ti, que condenas, como Manés, la unión de los<br />

sexos; con los maniqueos, distingues entre la carne de Cristo y la carne de los otros<br />

hombres; condenas con Manés, tu maestro, la concupiscencia de la carne; como los<br />

maniqueos y los apolinaristas, dices que el cuerpo de Cristo no experimentó la<br />

concupiscencia de los sentidos y no quieres te llamemos maniqueo o apolinarista. Te doy<br />

la mano y te hago este favor; no me arrepiento de esta generosidad; no consiento en ver<br />

en ti a un apolinarista; él es autor de una impiedad menor que la tuya, y no es lícito<br />

llamarte con otro nombre que el de maniqueo".<br />

Ag.- No fue Ambrosio ni un apolinarista ni un maniqueo, sino un debelador de herejes, y<br />

enseñó que todos los que nacen de hombres, mediante tu protegida, no pueden estar sin<br />

pecado, y en este sentido, que es el verdadero, interpreta a Pablo. Tú, como he mil veces<br />

probado, con tanta mayor firmeza apoyas a los maniqueos cuanto más alejado te crees de<br />

ellos. Nuevo hereje pelagiano, eres en las disputas sumamente locuaz; en la controversia,<br />

calumniador sin límites; en tu profesión de fe, muy fulero. No teniendo nada que decir,<br />

hablas vaciedades, imputas un falso crimen a católicos y mientes al llamarte católico.<br />

El pecado natural de Juliano<br />

51. Jul.- "En el tercer libro de mi primera obra demostré de una manera irrefutable que<br />

era necesario admitir en Cristo reato de pecado, contraído, en el seno de María, si<br />

admitimos la existencia de un pecado natural; tú mismo lo sometes al poder del diablo,


pues afirmas que toda la naturaleza humana, por derecho, pertenece al diablo".<br />

Ag.- Lo que das como probado en tu tercer libro, demostré en mi libro quinto que nada<br />

habías demostrado.<br />

Otra calumnia de Juliano<br />

52. Jul.- "Pero, dejando ahora esto a un lado, te pregunto dónde has leído tú que Cristo<br />

fue por naturaleza eunuco".<br />

Ag.- Y ¿dónde has leído tú que yo haya dicho esto? ¿No es una de tus acostumbradas<br />

calumnias? Una cosa es la posibilidad de engendrar hijos, posibilidad que admitimos en<br />

Cristo, no en los eunucos, y otra cosa es la pasión viciosa que tú quieres hacer creer<br />

existió en Cristo. ¡Y te precias de cristiano!<br />

Poco antes dijiste: "Cristo sería acusado de fraude si dijese a los mortales: 'Imitad la<br />

paciencia de un hombre insensible'"; como si Cristo hubiera sido insensible a los dolores; y<br />

esto aunque puede y quiere no tener apetencias torcidas; o si, para servirme de tus<br />

palabras, dijese: "Imitad mi pureza triunfando de los malos deseos de vuestra naturaleza;<br />

y lo dice él, que por debilidad fue casto". Eres tan insigne amador de la castidad, que te<br />

parece más casto aquel que siente los embates de la pasión y resiste para no cometer<br />

pecado, que aquel que no siente el aguijón de la carne no por incapacidad de la carne,<br />

sino por la perfección de su virtud; y mejor, uno es casto, el otro lo parece, pero no lo es;<br />

porque, si fuera casto, según tú, apetecería por naturaleza estos males, pero la virtud del<br />

alma embridaría esta pasión natural. De todo esto se deduce esta horrible conclusión,<br />

como ya demostré: que la voluntad es tanto más pura cuanto más viva y fuerte es la<br />

pasión que reprime, y menos casta la voluntad que resiste a deseos menos ardientes;<br />

pues, siguiendo las máximas de tu sabiduría o, mejor, de tu locura, no es casto aquel que<br />

es incapaz de hacer lo que no está permitido. Esto es lo que te empeñas insensatamente<br />

en hacernos creer de Cristo, que por naturaleza fuera el ser más libidinoso para que pueda<br />

ser el más casto por la fuerza de su querer. Pretendes tanto mayor sea el espíritu de<br />

castidad cuanto mayor fuere la concupiscencia de la carne a reprimir. A este abismo te ha<br />

conducido tu protegida -la concupiscencia- muy amada.<br />

Cristo, varón perfecto, no tuvo concupiscencia culpable,<br />

que Juliano llama natural<br />

53. Jul.- "Y aunque nació de una virgen, obra de un milagro, no por esto despreció la<br />

virilidad, sino que la asumió verdaderamente y en toda la integridad de sus miembros,<br />

cuerpo íntegro, hombre verdadero, varón perfecto, si damos fe a Pedro, el apóstol, al<br />

hablar en los Hechos sobre esto; insigne por su intacta pureza, vela sin desmayo sobre su<br />

alma y sus ojos; y todo esto es resultado de su virtud psíquica, no de la debilidad de su<br />

carne; la concupiscencia existió en todos los miembros de su cuerpo, porque de la realidad<br />

de sus miembros, perfectamente sanos, dan testimonio el sueño, el alimento, la barba, el<br />

sudor, el trabajo, la cruz y la lanza.<br />

Tuvo, pues, todos los sentidos del cuerpo que él gobernó. Por esto triunfa la fe de los<br />

católicos de gentiles y maniqueos, porque la palabra de su cruz y de su carne es locura<br />

para los que perecen y fuerza de Dios para los elegidos. Esto encarece el amor de Dios<br />

para con nosotros, porque el Mediador tomó nuestros miembros, cosa que la impiedad de<br />

Manés niega. Nada me avergüenza en mi Señor, pues vino a salvarme; creo en la realidad<br />

de sus miembros y me apoyo en la roqueña solidez de su ejemplo".<br />

Ag.- Una cosa es la realidad de los miembros, que todo cristiano reconoce en Cristo, y otra<br />

la concupiscencia culpable, que tú quieres atribuir a Cristo. Afirmas que es buena la<br />

concupiscencia de la carne, es decir, la libido, que tú prefieres llamar concupiscencia<br />

natural; condenas sus excesos, en el sentido de que comete pecado todo el que le permite<br />

rebasar sus límites haciendo mal uso de una cosa buena, y el que le concede sólo que le<br />

está permitido y hace buen uso de una cosa buena es digno de elogio. En consecuencia,<br />

como unos nacen con pasiones carnales muy violentas y menos violentas en otros, si los<br />

dos son castos y resisten, has de confesar forzosamente que unos usan bien de un bien<br />

mayor y otros de un bien menor. En este bien, según tú, será más rico cuanto más<br />

lujurioso y tanto más deberá sudar para combatir su desenfrenada pasión cuanto más<br />

grande sea este bien natural; por consiguiente, el que luche contra un bien mayor será


más digno de alabanza que el que lucha contra un bien menor. Y pues Cristo, en su carne<br />

mortal fue, sin duda, el más casto de todos, tú le atribuyes una pasión natural arrolladora,<br />

pues no puedes encontrar otro más fuerte en reprimir esta pasión. Y así podrá decir a los<br />

suyos sin engaño: "Imitad mi pureza triunfando de los incentivos de vuestra naturaleza,<br />

movimientos buenos en sí, pero que deben ser reprimidos y superados, pues yo sentí,<br />

embridé y vencí otros mayores para que no me podáis decir: 'Venciste y viviste purísimo<br />

en tu carne mortal porque, por un beneficio de la naturaleza, tus pasiones fueron débiles y<br />

fáciles de vencer'. Sed castos, pues, para quitaros toda excusa y dispensaros de imitarme;<br />

yo he querido nacer con pasiones más violentas; sin embargo, nunca permití a la pasión<br />

franquear sus límites". Estas horribles monstruosidades parió vuestra herejía.<br />

Santidad de Cristo<br />

54. Jul.- "Sostengo que toda la santidad le venía del vigor de su alma, no de la debilidad<br />

de su carne. Así, la naturaleza se justifica en su condición y en el que la asumió, y la vida<br />

del hombre encuentra una senda a seguir en la imitación de sus virtudes. Una de estas dos<br />

cosas no puede, en verdad, ser alabada sin la otra; dignas de elogio son las obras de<br />

Cristo, en cuanto su cuerpo es real; no existe castidad en su carne, sino en cuanto su vida<br />

fue santa. Por el contrario, si una de estas dos cosas se vitupera, se censura la otra; en<br />

consecuencia, se resta de su virtud cuanto se resta de sus miembros; y, si algo se suprime<br />

de su sustancia, se destruye la belleza de sus costumbres, y así la injuria hecha a su<br />

nacimiento cae sobre sus sufrimientos; por último, si la sustancia de su carne se aminora<br />

de cualquier manera, desaparece la majestad de sus virtudes. Nada natural negaré a los<br />

miembros del Mediador, nacido de mujer; nada que sea natural. Observa cómo la<br />

enseñanza de la razón difiere de la del pudor; no se sonroja la fe cristiana de enseñar que<br />

Cristo estuvo adornado de los órganos sexuales; nosotros, sin embargo, tapamos estos<br />

miembros lo más honestamente que podemos".<br />

Ag.- No siente sonrojo la fe de los cristianos en decir que Cristo tuvo órganos sexuales;<br />

mas tú debías enrojecer; mejor, temer, pues afirmas que Cristo sintió en su carne<br />

movimientos contrarios a su voluntad -no debió nunca sentirlos pues fue célibe-; y que la<br />

santidad de su cuerpo se vio turbada por movimientos contrarios a su santo querer. Cierto<br />

es que los santos todos han sentido esta concupiscencia que tú osas atribuir al Santo de<br />

los santos. Y si no te atreves a decir que los miembros naturales fueron en Cristo<br />

excitados contra su voluntad, ¿cómo tú, desgraciado, osas creer y decir que la naturaleza<br />

humana estaba en el Mediador sujeta a esta concupiscencia carnal, hasta el punto de<br />

hacer pensar a los hombres lo que no te atreves a decir?<br />

Silencio calumnioso de Juliano<br />

55. Jul.- "Así, la naturaleza prescribe que la razón y la fe traten ciertas cuestiones con<br />

piadoso recato y que el pudor y la decencia no permiten exponer a vista de ojos ciertas<br />

cosas. Atribuye el doctor de los gentiles realidad a la carne de Cristo y santidad a su alma.<br />

Gran misterio de amor, dice, que se manifestó en la carne, se justificó en el espíritu, se<br />

reveló en los ángeles, fue predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido en la<br />

gloria 74 . Luego, sentada la necesidad de creer en este misterio, denuncia a los que al fin<br />

de los tiempos han de rebelarse contra él, y añade en seguida: Pero, en los últimos<br />

tiempos, algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y doctrinas de<br />

demonios, por la hipocresía de embaucadores que tienen marcada a fuego su conciencia, y<br />

prohibirán casarse y el uso de alimentos que Dios creó para que con acción de gracias<br />

fueran comidos por los fieles, porque toda criatura de Dios es buena 75 .<br />

Esta doctrina, que tú, después de Manés, defiendes, contamina las iglesias; esta<br />

provocación de los que se apartan de la fe, y que consiste en enseñar la existencia de un<br />

mal natural y en condenar la unión conyugal, la previó y anatematizó, mostrando no sólo<br />

su doctrina, sino sus consecuencias".<br />

Ag.- Tú, sin embargo, sólo puedes eructar calumnias y vomitar injurias, pero no te atreves<br />

a contradecir las palabras de un católico, hombre de Dios, al que no puedes tildar de<br />

maniqueo; él te asfixia al decir que nadie nacido de varón y mujer puede estar exento de<br />

pecado 76 . Había citado yo estas palabras en mi primer libro a Valerio y en los cuatro que<br />

son un ensayo de refutación, palabras que has temido mencionar; y en este libro, al que<br />

ahora respondes, no silencié estas cosas 77 , y ante las cuales permaneces mudo; pero, al<br />

silenciar su nombre por no osar oponerte abiertamente, diriges contra mí tus injurias.


Calumniador de los santos<br />

56. Jul.- "Cuando dice que enseñaron a abstenerse de los alimentos, no censura la<br />

prudente parvedad de los cristianos ni indica puedan existir hombres que practiquen el<br />

ayuno; pero muestra que habían de surgir hombres que enseñarían que todos los animales<br />

creados por Dios para sustento de los mortales, al nacer de la concupiscencia y unión de<br />

los sexos, están manchados por un mal diabólico. En consecuencia, tú exceptúas los<br />

animales cuando afirmas que la unión de los cuerpos es una obra infame, para que así<br />

pueda subsistir el engaño.<br />

Dices también que los hombres, creados a imagen de Dios, pertenecen por derecho al<br />

diablo por causa de la concupiscencia de los padres. Los dos, Manés y tú, aducís la misma<br />

causa para condenar y atribuir al diablo todos los seres animados; pero Manés, a causa de<br />

los efectos inherentes al acto natural, condena a todos los seres animados; tú no a todos,<br />

sino, lo que es más intolerable, únicamente a los mejores. Absuelves a cerdos, perros y<br />

asnos para dar la impresión de que no eres maniqueo; pero condenas, y por la misma<br />

razón que Manés, a todos los hombres, creados a imagen de Dios; y, al constituir el mal<br />

natural en una imagen de Dios, acusador de los santos y defensor de los asnos, hablas<br />

contra nosotros".<br />

Ag.- ¿Qué dices tú, calumniador de los católicos y colaborador de los maniqueos? ¿Qué<br />

dices tú, que debías sentir sonrojo por tantas groserías, aunque tuvieras sólo el pudor de<br />

un borrico? ¿Acaso no merece recibir un hombre con boca como la tuya el calificativo de<br />

calumniador de los santos y defensor de los asnos cuando enseñas que la ignorancia de la<br />

verdad puede hacer infelices a los hombres, mientras los asnos no lo pueden ser aunque<br />

no conozcan la verdad? Con todo, diría una verdad.<br />

Borrico, ¿cómo no comprendes que puede ser verdad que los hombres no puedan nacer<br />

inocentes de la unión del hombre y la mujer, y un burro sí? ¿Piensas poder escapar a los<br />

golpes de la autoridad y de la razón si en la misma sociedad concupiscente unces al carro<br />

de tu error hombres y asnos? No habla Ambrosio de animales, sino de hombres, cuando<br />

dice: "Es, pues, cierto que cuantos nacen de varón y hembra, por la unión de los cuerpos,<br />

nacen culpables".<br />

¿Es este doctor de la Iglesia acusador de los santos y patrón de los asnos? Muy cierto, el<br />

cuerpo de los burros y de los hombres es corruptible; sin embargo, es el cuerpo del<br />

hombre, no el del asno, el que hace pesada el alma, pues del hombre habla la Escritura y<br />

dice: El cuerpo corruptible hace pesada el alma 78 . Si no tienes un alma borriqueña,<br />

reconoce en la libido del animal la naturaleza, y en la del hombre, el castigo.<br />

Cristo, cumplidor perfecto de la ley<br />

57. Jul.- "Cristo es, igualmente, verdadero hombre y verdadero Dios; poseyó una<br />

naturaleza íntegra; era, pues, justo que, dando ejemplo de perfección, fuera eminente en<br />

todas las virtudes y que su castidad inviolable no fuese turbada por movimientos de la<br />

libido, permaneciendo digna morada de la santidad de su espíritu; y su grandeza de alma,<br />

triunfadora de sus sentidos y de sus dolores, fuese para todos los fieles modelo por su<br />

humanidad imitable y por su admirable excelsitud".<br />

Ag.- Dices que la castidad de Cristo es sublime en su integridad; mas eres hombre, y para<br />

ti la grandeza y perfección de la castidad total no reside en el que por la fuerza de su<br />

voluntad y la vehemencia de su amor al bien no sólo no comete pecado, pero ni consiente<br />

en deseo culpable. Porque el que apetece el mal, aunque resista a la concupiscencia,<br />

cumple lo que está escrito: No vayas en pos de sus concupiscencias 79 , pero no cumple lo<br />

que prescribe la ley: No codiciarás 80 .<br />

Cristo, cumplidor perfecto de la ley, nada ilícito codició, pues no conoció discordia alguna<br />

entre la carne y el espíritu; discordia que viene a la naturaleza humana de la prevaricación<br />

del primer hombre, y Cristo nació del Espíritu y de la Virgen, no por concupiscencia de la<br />

carne. En nosotros, la carne codicia contra el espíritu cosas ilícitas y hasta las realiza, a no<br />

ser que el espíritu luche contra la carne y triunfe. Dices que el alma de Cristo dominaba<br />

los sentidos; pero se domina lo que se resiste, y la carne de Cristo no era indómita ni se<br />

rebelaba nunca contra el espíritu para necesitar ser domada. Este modelo de perfección<br />

está propuesto para que cada uno lo imite, se esfuerce y desee no ceder a las apetencias


de la carne, cosa que el Apóstol prohíbe 81 . Y así, se puede, progresando cada día,<br />

aminorar su fuerza hasta hacerla desaparecer cuando se recobre la salud perfecta.<br />

Cristo no conoció la concupiscencia de la carne<br />

ni nació de la concupiscencia<br />

58. Jul.- "Hablas, como en todas las cosas, de una manera sumamente impía, pues dices<br />

que la naturaleza humana no era en Cristo íntegra; opinión por cierto que no sacas del<br />

venero razonable de las Escrituras, sino que la bebes en la ciénaga de los maniqueos. Mas<br />

para dar luz a la verdad que defendemos, concedemos hayas soñado cuando afirmas que<br />

la concupiscencia de la carne no existió en Cristo; opinión condenada primero en Manés,<br />

luego en Apolinar, dos energúmenos. Pero todo esto, ¿qué puede servir a tu dogma, pues<br />

Cristo pudo no asumir un miembro humano, sin que sea por esto malo? Mientras los<br />

méritos de los buenos aumentan por grados, se puede decir que él se elevó a la<br />

perfección. Pero con la elección de los bienes más perfectos no se condenan los menos<br />

perfectos, como no se condena el matrimonio cuando se elige la castidad; y lo mismo, no<br />

se condenarían los movimientos pasionales de la carne si él hubiera querido no sentir<br />

estos movimientos en su naturaleza".<br />

Ag.- Te he dicho ya antes que Cristo nunca hizo cosa ilícita ni la deseó, cumpliendo lo que<br />

dice la ley: No codiciarás. Esto brota ciertamente del manantial de las Escrituras y salta al<br />

corazón de los fieles, y no de la ciénaga de los maniqueos, y extingue así vuestro dogma<br />

herético. Dices que sueño cuando afirmo que Cristo no conoció la concupiscencia de la<br />

carne en lucha contra el espíritu; pero ni los mismos sueños de Cristo están al abrigo de<br />

tus ataques. Sabemos que Cristo durmió; y, si tu protegida estaba en él, podía alguna vez<br />

jugar con sus sentidos envelados y soñar con cercanías que le excitasen su concupiscencia<br />

hasta el orgasmo.<br />

Y si tiemblas al pensar esto de la carne de Cristo -no creo seas tan roqueño que no<br />

tiembles, pues yo no he podido hablar de estas cosas para combatirlas sin íntimo temor-,<br />

si tiemblas, digo, has de confesar en verdad que no sólo no restamos nada a la integridad<br />

de la naturaleza de Cristo, sino que rendimos homenaje a la perfección de sus virtudes<br />

declarándola exenta de la concupiscencia carnal, reconociendo no estaba sujeta a esta<br />

libido a la que está sometida la carne de los demás hombres, santos incluidos.<br />

Y si nos concedes que Cristo no quiso asumir esta parte integrante de la naturaleza<br />

humana, aunque en sí no sea un mal, lo mismo que no condenó el matrimonio, aunque él<br />

no quiso casarse, esto puede decirse de los animales, que no disfrutan del bien de la razón<br />

y su carne no puede luchar con su espíritu; pero, a pesar de tu incontenible verborrea,<br />

nunca podrás probar que se ha de considerar como un bien lo que se rebela contra el<br />

espíritu del hombre que desea obrar bien. Cristo no pecó ni tuvo deseo de pecado; no<br />

porque resistiese al deseo, sino porque nunca lo tuvo. Pudo, si hubiera querido sentir el<br />

deseo; pero este querer era indigno de él, porque la carne, su vestido de carne, no era<br />

una carne de pecado, y no le podía hacer sentir sus apetencias contra su voluntad.<br />

Por consiguiente, aquel varón perfecto no nació de la concupiscencia, que<br />

indiferentemente codicia el bien y el mal, sino del Espíritu Santo y de la virgen María; todo<br />

lo que apeteció era lícito; y lo que no era lícito, ni lo deseó. Nacido en la carne por obra<br />

del Espíritu Santo, no podía experimentar lucha alguna entre la carne y el espíritu.<br />

Cristo devuelve a ea naturaleza humana su integridad<br />

59. Jul.- "Confirmemos con un ejemplo cosa tan clara. Mejor es tener razón que no<br />

tenerla; los hombres fueron creados racionales; los animales, privados de razón; con todo,<br />

si bien la naturaleza humana es superior a la de los cuadrúpedos, ésta no se considera<br />

mala ni obra del diablo. Imagina que Cristo, al formar sus propios miembros, no quisiera<br />

dar sentido a los órganos de la generación, de los que nunca había de hacer uso. ¿Haría<br />

una obra mala cuando, al formar los cuerpos de Isaac, Jacob y de todos los hombres, les<br />

da unos miembros con el instinto del sexo? ¿Necesitaba, al llevar a efecto esta obra,<br />

ayuda del diablo para depositar en estos miembros sed de placer? Como, con la ayuda de<br />

Dios, hemos demostrado en ésta y en mi primera obra, no has podido sacar de la persona<br />

de Cristo la menor objeción contra las obras de Dios, pues es evidencia que el cuerpo del<br />

Salvador poseyó la naturaleza humana en toda su integridad".


Ag.- Es aún más evidente que la naturaleza humana no posee hoy aquella integridad,<br />

rectitud y perfección en la que fue creada por Dios. Cristo vino a devolverle esta<br />

integridad, rectitud y perfección, quedando él exento de toda corrupción, de toda<br />

tendencia al mal, de todo deseo de pecado.<br />

Cristo vino en semejanza de carne de pecado<br />

60. Jul.- "Por eso en su naturaleza no pudo haber pecado, pues no se encontró iniquidad<br />

en aquel en el que subsiste esta naturaleza en su integridad".<br />

Ag.- Blasfemas abominablemente, ¡oh Juliano!, al igualar la carne de Cristo con la carne<br />

de los demás hombres, y no reparas en que vino en semejanza de carne de pecado, no en<br />

carne de pecado. Y esto no sería en absoluto verdad si la carne de los demás hombres no<br />

fuera carne de pecado 82 .<br />

La concupiscencia de ea carne codicia contra el espíritu<br />

61. Jul.- "Luego la concupiscencia de los sexos, haya existido o no en Cristo, no fue mala<br />

ni diabólica".<br />

Ag.- Mala es la concupiscencia, aun cuando no nos arrastre al mal; ella es la que hace que<br />

la carne codicie contra el espíritu, aunque el espíritu, en lucha contra la carne, no le<br />

permita realizar sus apetencias, es decir, la obra mala.<br />

La verdadera causa del pudor<br />

62. Jul.- "Paso rápido a otras cuestiones, pero quedo más atónito que nunca. Como si no<br />

comprendieras las Escrituras, con tal furia embistes contra tu adversario, que no te<br />

permite pesar tus palabras. Arguyes siempre de manera que los dardos rebotan contra ti<br />

con mayor fuerza. Afirmas, en efecto, que la única causa del pudor es la concupiscencia de<br />

la carne, manifiesta en la excitación de los órganos genitales".<br />

Ag.- No dije esto. Existen otras causas del pudor, ora nos impulsen a obrar como no<br />

conviene, ora nos sonroje el haberlo realizado. Pero cuando se inquiere la verdadera causa<br />

del pudor del que ahora hablamos, la encontramos en los miembros que llevan este<br />

nombre con toda propiedad y que antes no inspiraban ningún sonrojo, pues en el estado<br />

de rectitud y santidad no se avergonzaban los hombres de su desnudez. Si con sabiduría<br />

reflexionaras, no hubieras resistido con tanto descaro a verdad tan manifiesta.<br />

El vestido de Cristo<br />

63. Jul.- "Exceptuada esta concupiscencia carnal, ¿no es un sacrilegio creer haya hecho<br />

Dios algo vergonzoso? Pero Cristo no estuvo sujeto a esta concupiscencia carnal, objeto de<br />

pudor para todos los mortales. Esto dices, pero no te has dado cuenta que se te podía<br />

objetar que Cristo debió prescindir del vestido, al presentarse en público, sin sentir pudor<br />

alguno, so pena de cometer un sacrilegio, del que hablas aquí, al avergonzarse de su<br />

carne, exenta de todo movimiento concupiscente, pues era obra de su Padre y suya. Si en<br />

él no existió concupiscencia y sí sentido del pudor, reconoce irrefutablemente que el pudor<br />

se debe al cuerpo, no al calor de la pasión".<br />

Ag.- Según tu razonar tan penetrante y sutil, hay que negar que el bautismo de Juan se<br />

confiriese para perdonar pecados, porque Cristo fue bautizado y no había cometido pecado<br />

alguno. Sin embargo, recibió el bautismo por motivo distinto del que se daba a los otros<br />

penitentes; esto es, no por la carne de pecado, de la que no estaba vestido, sino a causa<br />

de la semejanza de la carne de pecado, que asumió para librar la carne de pecado; y pudo<br />

cubrir sus miembros no por la misma razón que lo hacen los demás, sino para<br />

conformarse al uso general, aunque nada en su carne hubiere vergonzoso como quiso ser<br />

bautizado para ejemplo de los pecadores, aunque no tuviera mancha que lavar.<br />

Era conveniente a la semejanza de la carne de pecado lo que era necesario a la carne de<br />

pecado. Además, la desnudez del cuerpo humano puede ofender la vista de aquellos que<br />

viven donde no existe costumbre de andar desnudos. Por esto, los ángeles, cuando se han<br />

aparecido a los hombres en forma humana, han querido aparecerse vestidos de amplios<br />

ropajes para conformarse al uso humano. Y si al origen de esta costumbre nos


emontamos, con la primera causa que topamos es el pecado de aquellos hombres que<br />

antes de pecar andaban, con toda decencia y honestidad, desnudos en aquel paraíso de<br />

felicidad, sin sentir confusión en su carne, que se hizo desobediente para con los<br />

desobedientes y codició contra el espíritu. A ti, descarado defensor de la concupiscencia de<br />

la carne, de nada te sirve el vestido de Cristo.<br />

El mal trae su origen de la prevaricación del primer hombre<br />

64. Jul.- "Ves, pues, cómo en vano llamas pecado, aunque reconocemos la necesidad de<br />

velar algunas de las obras hechas por Dios; velo prescrito por nuestro Señor al formar al<br />

hombre, y del que hizo uso cuando asumió la naturaleza humana. Nos perdone la<br />

misericordia del Redentor si, para afianzar la verdad del misterio y destruir la abominable<br />

doctrina de los maniqueos, hemos hablado audazmente de su carne, a la que no<br />

osaríamos ni rozar con reverente modestia si no nos viéramos forzados para defensa de la<br />

fe".<br />

Ag.- Hablas, por desgracia, con audacia de la carne de Cristo para decir cosas falsas, no<br />

verdaderas; no para destruir, como te jactas, la abominable doctrina de los maniqueos,<br />

sino para apuntalarla. Si quieres triunfar de Manés, no llames bueno a lo que es malo; sí di<br />

de dónde viene el mal, que no puedes probar que es bueno. No quieres confesar, con<br />

Ambrosio, que el mal trae su origen de la prevaricación del primer hombre, y así autorizas<br />

a Manés a ufanarse de su verdad cuando enseña que el mal viene de otra naturaleza.<br />

Delicadeza del pudor<br />

65. Jul.- "'Pero mi adversario, dices, no ha querido nombrar la concupiscencia de la carne.<br />

Calla por pudor; o mejor, por una maravillosa impudencia del pudor -si se puede decir<br />

así-, siente pudor de lo que no se avergüenza de elogiar' 83 . Te desagrada sepamos,<br />

siguiendo al Apóstol, vestir con honestidad los miembros menos decorosos porque<br />

seguimos el diseño del Creador, que ha querido cubramos estos miembros con mayor<br />

decencia al colocarlos en una parte secreta del cuerpo".<br />

Ag.- Dices cosas peregrinas. Adán y Eva se acoplarían al plan del Creador cuando<br />

quebrantaron su precepto para seguir el consejo del Engañador. Y antes de consumar este<br />

mal, siendo aún rectos y perfectos, ¿no seguirían el consejo del Creador al dejar al<br />

descubierto, y sin el más tenue velo, los miembros que el Creador situó en lo más secreto<br />

del cuerpo humano? Eres el hombre más desvergonzado, porque alabar lo que nuestros<br />

padres sintieron al avergonzarse, es peor que desnudarlos.<br />

Sentido figurado de la Escritura<br />

66. Jul.- "Sin embargo, estas diversas expresiones, que tú no sólo no imitas, sino que las<br />

recriminas, nos son de gran ayuda, aunque no se encuentran en todos los idiomas, sino<br />

sólo en las lenguas griega y latina. Las otras lenguas que se llaman primitivas por no ser<br />

cultivadas y son pobres en recursos e inelegantes, para designar los miembros del cuerpo<br />

se sirven de vocablos sencillos. Por eso, los hebreos, entre los que se conserva puro el<br />

texto de las Escrituras, todas las cosas se designan con sus nombres propios".<br />

Ag.- Te equivocas de medio a medio si piensas que en la lengua hebrea no existen<br />

metáforas y muchas palabras se toman en sentido figurado y no propio. Pero sea como<br />

sea, ¿de qué te sirve? Leemos en el texto hebreo de las Sagradas Escrituras que hubo un<br />

tiempo en que nuestros padres estaban desnudos y no sentían sonrojo, pero luego<br />

sintieron vergüenza de su desnudez y taparon ciertos miembros de su cuerpo; y así<br />

sabemos qué sintieron y por qué se avergonzaron. Si en esta materia quieres cubrir tu<br />

confusión, enmudece.<br />

Juliano defiende desvergonzadamente la concupiscencia natural<br />

67. Jul.- "Los órganos genitales de uno y otro sexo se nombran con la misma naturalidad<br />

que los pies o las rodillas. A pesar de esta autoridad, nosotros hemos querido observar<br />

minuciosamente pudor en las expresiones; de otra suerte, se expone uno a justos<br />

reproches al descuidar, sin verse obligado por las circunstancias, la decencia que debe<br />

observarse en las palabras no menos que en las acciones, salvo las exigencias de la causa<br />

que se discute. Por consiguiente, como no puede considerarse la concupiscencia natural


ofensa al pudor y, por otra parte, es justificada por la santidad del Creador, aunque no<br />

como un gran bien, pues es común a hombres y animales, sí como necesaria para la<br />

diversidad de sexos, esta concupiscencia, repito, no es obra del diablo, sino del Creador<br />

del mundo y de los cuerpos; y esto nadie lo contradice, a no ser Manés y su heredero<br />

traducianista, y así se evapora cuanto se pueda decir sobre el pecado natural, que no se<br />

puede afirmar sin acusar a la naturaleza".<br />

Ag.- Hablas aún de la concupiscencia natural. Tratas de cubrir con el oropel de tus<br />

palabras equívocas a tu protegida para no dejar comprender lo que es. ¿Por qué no dices<br />

"concupiscencia de la carne" en lugar de decir "concupiscencia natural?" ¿No es también<br />

una concupiscencia natural el deseo de felicidad? ¿Por qué hablas de una manera<br />

equívoca? Llama por su nombre a tu protegida, cuya defensa asumes. ¿Qué temes?<br />

Turbado por la defensa de una mala causa, ¿te has olvidado de su nombre? Despierta tu<br />

memoria y habla de concupiscencia de la carne. Pero sabes que alabarla sería ofender a<br />

los que en las Sagradas Escrituras leen que con este nombre se designa una cosa mala.<br />

Tú, al servirte de la expresión "concupiscencia natural", la quieres situar entre las obras de<br />

aquel que, como dices con razón, creó el mundo y todos los cuerpos, mientras San Juan<br />

expresamente declara que no viene del Padre. Dios creó el mundo y todos los cuerpos,<br />

pero el cuerpo corruptible es lastre del alma y la carne codicia contra el espíritu;<br />

consecuencia no de la naturaleza humana en el momento de su creación, sino de su<br />

pecado y de su condenación.<br />

"La concupiscencia, dices, nunca ha sido condenada, a no ser por Manés y su heredero<br />

traducianista". En este terreno, con gozo recibo la rociada de tus injurias en compañía de<br />

aquellos que tú no te atreves a culpar; me nombras a mí porque no osas pronunciar sus<br />

nombres venerables. ¿Acaso no condena a tu protegida el que afirma que la lucha de la<br />

carne contra el espíritu vició nuestra naturaleza al prevaricar el primer hombre? 84 Y ¿<br />

quién dijo esto? Aquel cuya fe, para servirme de las palabras de tu maestro Pelagio, ni los<br />

mismos enemigos pusieron en duda, ni la pura y sana inteligencia de las Escrituras.<br />

Defiende, pues, a tu protegida contra esta acusación. Insulta, mientras puedas, esta<br />

doctrina, cuyo discípulo me declaro, y a este otro doctor que tú tienes por maestro y<br />

elogia al mío. Prueba a tu protegida que tiene en ti un defensor valiente y leal para que la<br />

libido no abandone a su patrono por tímido, aunque le sería muy difícil encontrar otro que<br />

sienta menos sonrojo en defenderla.<br />

A la desobediencia siguió la vergonzosa desobediencia de la carne<br />

68. Jul.- "Esto me lleva necesariamente a preguntarte qué es lo que conoció como obra<br />

suya el diablo en los sexos, y poder así, con derecho, recoger su fruto, pues él no aglutinó<br />

su carne, ni formó sus miembros, ni puso distinción en los órganos sexuales, ni diferenció<br />

los sexos, ni instituyó el matrimonio, ni honró la fecundidad, ni sembró en la carne el<br />

placer".<br />

Ag.- Ciertamente, nada de esto hizo el diablo, pero incitó al hombre a la desobediencia, y<br />

a la desobediencia siguió el castigo y la vergonzosa desobediencia en la carne, de donde<br />

viene el pecado original, y por él todo el que nace está sometido al poder del diablo, y con<br />

el diablo perecerá si no renace.<br />

Sentido de la carne y concupiscencia de la carne<br />

69. Jul.- "Te has esforzado en salir al encuentro de estas disquisiciones con la timidez del<br />

ciervo y la astucia del zorro, y así engañas a tu protector, al que escribes diciendo que el<br />

príncipe de las tinieblas ejerce su dominio sobre las obras de la imagen de Dios a causa<br />

del sentido natural del cuerpo, es decir, de la concupiscencia de la carne, porque, según<br />

tú, el sentido de la carne es necesariamente obra del mismo autor de la naturaleza de la<br />

carne".<br />

Ag.- No sabes lo que dices. Una cosa es el sentido de la carne y otra la concupiscencia de<br />

la carne, cuyos efectos sentimos por los sentidos del alma y de la carne. Los dolores de la<br />

carne no son en sí un sentido; pero, si no existe el sentido no se sienten. Así, por el<br />

sentido de la carne llamado tacto percibimos efectos diferentes a tenor de la aspereza o<br />

suavidad de los objetos; pero la codicia de la carne apetece indiferentemente lo lícito y lo<br />

ilícito, diferencia que no podemos apreciar por la concupiscencia, sino sólo por la<br />

inteligencia; y no nos abstenemos de lo ilícito si no resistimos a la concupiscencia. Ni se


pueden evitar las obras malas si no se frena la concupiscencia mala, que tú, con horrendo<br />

descaro, o, mejor, locura, llamas buena; ni sientes sonrojo ni te horrorizas de llegar a tal<br />

desvergüenza, que enseñas que nadie se ve libre de su mal a no ser que no consienta en<br />

lo que tú llamas bien. Por consiguiente, la concupiscencia de la carne, que nos lleva a<br />

codiciar lo prohibido, no viene del Padre.<br />

En vano crees, o aparentas creer, que el apóstol Juan, cuando habla de la concupiscencia<br />

carnal, se refiere a la lujuria. En efecto, si la lujuria no viene del Padre, tampoco la<br />

concupiscencia viene del Padre, porque, si se consiente en ella, concibe y pare lujurias. ¿<br />

Cómo puede ser bueno lo que nos lleva al mal? ¿Cómo puede ser un bien nuestro lo que<br />

nos empuja al mal? Debemos, ¡oh Juliano!, invocar la bondad divina para que nos sane de<br />

este mal y no alabarlo por vanidad, iniquidad o impiedad humana.<br />

La formación de los cuerpos es buena hasta en los malos<br />

70. Jul.- "No parece hayas intentado en serio refutar mis objeciones, sí engañar<br />

miserablemente al protector, a quien escribes haciéndole creer que habías encontrado en<br />

mi obra cosas que merecían, con pleno derecho, tus mordeduras cuando, gracias a tus<br />

precedentes concesiones, habías alabado la creación de los cuerpos".<br />

Ag.- Alabé, sí, la formación de los cuerpos, buena incluso en un hombre malo; pero no el<br />

mal, sin el cual nadie nace; y cuando renuncias a reconocer, con Ambrosio, cuál es el<br />

origen de este mal, autorizas a decir a Manés que viene de otra naturaleza.<br />

Jesús es el salvador de los niños<br />

71. Jul.- "Confieso, no obstante, que has pensado bien lo que ibas a decir; lo evidencia tu<br />

ingenio y tu estudio. Con gran habilidad has pesado todo cuanto podías hacer valer a favor<br />

de la transmisión del pecado; ningún otro podía escribir con más sutileza en favor del mal<br />

natural; ni tú mismo serías capaz de hablar con tanta elegancia si los comentarios de tu<br />

antiguo maestro no vinieran en ayuda de tu ingenio".<br />

Ag.- Yo me glorío de tener por maestro, contra ti y contra Manés, a Jesús, que es, aunque<br />

tú lo niegues, el Jesús de los niños; porque pereció Adán, y en él todos hemos perecido 85 ,<br />

y nadie puede ser salvado de la perdición si no es por aquel que vino a buscar lo que<br />

estaba perdido.<br />

Los Padres, la Iglesia católica y el pecado original<br />

72. Jul.- "Has comprendido que a los niños, incapaces de merecer, no se les puede<br />

imputar falta alguna sino condenando sus cuerpos. Por eso recurres a Manés, que, al<br />

excluir la concupiscencia de la carne de las obras de Dios, atribuye al diablo el matrimonio<br />

y los cuerpos".<br />

Ag.- No necesito ayuda alguna de Manés; al contrario, con la ayuda de Dios, lucho contra<br />

él y contra el apoyo que tú le prestas. Ayuda que me otorga también por medio de sus<br />

ilustres servidores; esto es, por sus profetas y apóstoles, cuyas palabras, en tu impiedad,<br />

tratas de corromper; y por medio de los doctores de su Iglesia más cercanos a nosotros:<br />

Ireneo, Cipriano, Hilario, Ambrosio, Gregorio, Basilio, Juan y otros muchos, todos íntegros<br />

en la fe, de penetrante ingenio, ricos en saberes, célebres por su fama; todos, sin<br />

menoscabo de la alabanza debida al matrimonio y a los cuerpos, han confesado la<br />

existencia del pecado original, sabiendo que Cristo es el Jesús de los niños, verdad que<br />

impíamente negáis vosotros. Él salvó a su pueblo, en el que existen niños, no de la fiebre<br />

y otras calamidades y accidentes, a los que, en su bondad infinita, sana, aunque no sean<br />

cristianos; pero a los cristianos los salva de sus pecados 86 . A estos hijos, padres de la<br />

Iglesia católica, elevados a las más altas cimas de la gloria y del honor y que han<br />

enseñado lo que aprendieron en su seno, no temes tú llamarlos maniqueos; y, al atacarme<br />

abiertamente a mí, de refilón los atacas a ellos, y de una manera tanto más solapada y<br />

pérfida cuanto más criminal. Tus palabras te convencen de este crimen, pues me ultrajas<br />

con el nombre de maniqueo porque, acerca del pecado original, lo que ellos enseñaron,<br />

enseño.<br />

Juliano, charlatán descarado


73. Jul.- "El que, como huidizo, te hayas alejado de la verdad, se debe a la mala causa<br />

que defiendes. Si, por lo demás, quisieras volver a los católicos, ¡con cuánta más<br />

seguridad, elegancia y plenitud sería defendida la verdad que nosotros enseñamos!"<br />

Ag.- ¡Oh hablador descarado! ¡Oh ceguera de espíritu! ¿No son católicos aquellos a los que<br />

me uno en una misma comunión de fe y defiendo contra tus vanas palabras y calumnias? ¿<br />

No son católicos, omitiendo a otros muchos, te repetiré sus nombres: Ireneo, Cipriano,<br />

Hilario, Ambrosio, Gregorio, Basilio y Juan de Constantinopla? ¿Y son, acaso, católicos<br />

Pelagio, Celestio y Juliano? Si puedes, atrévete a decirlo. Y si no te atreves, ¿por qué no<br />

retornas a éstos, de los que yo no me alejo? ¿Por qué me animas a pasarme a los<br />

católicos? Estas son luminarias de la Iglesia católica; abre los ojos a su luz; pásate a estos<br />

a quienes calumnias, y pronto guardarás silencio y enmudecerás contra mí.<br />

La naturaleza humana, deteriorada por el pecado original<br />

74. Jul.- "No me atrevo a decir estés dotado de ingenio penetrante y sutil cuando te veo<br />

elegir una causa que sólo puede defender un tardo y defectuoso de juicio".<br />

Ag.- Puesto que no quieres reconocer que, a consecuencia de un pecado, la naturaleza<br />

humana se deterioró y que de ese pecado vienen los males y vicios que pesan sobre los<br />

niños desde su nacimiento, dinos por qué algunos nacen obtusos de inteligencia, porque<br />

Adán no fue creado así.<br />

Juliano se empeña en combatir contra los testimonios de las Escrituras<br />

75. Jul.- "Si, salva la fe sanísima y siguiendo una costumbre de escuela, para demostrar la<br />

fuerza de tu raciocinio ensayas el ataque a verdades irrefutables y, terminado el acto, te<br />

aplaudiesen tus adversarios, rendiríamos homenaje al hombre de letras, y condenaríamos<br />

todo lo que fuera contrario a la religión. Pero como te obstinas, con torpísima tozudez, en<br />

defender una doctrina que no tiene ni la apariencia de verdad ni se apoya en testimonio<br />

alguno de la ley -nunca opuesta a la razón-, doctrina horrible por su impiedad, innoble por<br />

su absurdidez, rezumando obscenidad; doctrina que el pudor condena, así como la lógica y<br />

la ley sagrada, necesariamente se sigue una de estas tres alternativas: o se te debe<br />

considerar como hombre romo y tardo de espíritu, o bajo la influencia de maleficios<br />

propios de los misterios de los maniqueos, o bajo los efectos de estos dos males a la vez".<br />

Ag.- Aunque, en nombre de la razón, combatas contra los testimonios de las Escrituras<br />

divinas que te oponemos, jamás podrás destruirlos. Y como te molestan, coceas contra el<br />

aguijón. Di, si no estás embrutecido por impuros pensamientos, ¿quién es el que te dice<br />

que nadie de los nacidos de la unión de los sexos está libre de pecado? Su nombre,<br />

Juliano, es Ambrosio. Te derrota uno que no puedes negar sea católico y al que nunca<br />

tildarás de maniqueo. Me reprochas tener una inteligencia roma, plomiza, o estar bajo la<br />

influencia de un maleficio maniqueo, o bajo los dos males a la vez. Sobre el maleficio<br />

maniqueo y a tus injurias, con frecuencia te he respondido, y quizá lo vuelva a hacer de<br />

una manera más convincente cuando lo juzgue necesario.<br />

Ahora, hereje parlanchín, responde acerca de la inteligencia obtusa y plomiza. Nadie hay,<br />

si estuviera en poder del hombre, que no quisiera nacer dotado de vivo ingenio e<br />

inteligencia penetrante. ¿Quién ignora que los genios son raros? Y estos poquísimos, si se<br />

los pudiera comparar con el ingenio del primer hombre creado, se les juzgaría, más bien,<br />

de inteligencia plomiza. Porque entonces el cuerpo corruptible no haría, como ahora,<br />

pesada el alma 87 . Entonces, o no sería el cuerpo corruptible, y Adán sería inmortal si no<br />

pecara, o si, como vosotros, herejes, decís, aunque no pecase, debía morir; sin embargo,<br />

en el momento de su creación se encontraría tal, que su alma no sentiría el peso del<br />

cuerpo, de haber conservado su inocencia primitiva.<br />

¿Quién puede negar que esta pesadez es un castigo si no es el que sienta más sus<br />

efectos? Si pregunta Manés de dónde viene el mal de esta pesadez, no en los cuerpos,<br />

sino en las almas, donde radica la imagen de Dios; pesadez que gradualmente llega a un<br />

estado lamentable o, en lenguaje de la Escritura, hasta una deplorable necedad 88 ,<br />

respondemos que todos estos y otros males, de cuya existencia no cabe la negación o la<br />

duda, se han de atribuir a los pecados de aquellos dos primeros padres, porque atribuirlos<br />

a la voluntad de los niños es imposible.


En cuanto a los animales que nacen con los defectos inherentes a su especie, ¿es para<br />

asombrarse si los espíritus malignos se sirven de ellos, como sucedió con la piara de<br />

cerdos 89 ? Estos espíritus malignos pueden ejercer su influencia deletérea, al igual que los<br />

hombres sobre los miembros de animales irracionales, sobre los genes mismos de la<br />

generación. Pero ahora es cuestión de hombres, en los que la imagen de Dios no podría<br />

padecer justamente los males diferentes que vemos en los que nacen, si no fueran castigo<br />

de pecados precedentes de aquellos que un día les dieron la existencia. Pero vosotros, al<br />

negar esto, abandonáis la fe católica y favorecéis el dogma impío de Manés más allá de lo<br />

que podía esperar, y le ayudáis a creerse con toda verdad y seguro cuando afirma que no<br />

es el Dios verdadero el creador de los hombres y mezcla en esta obra la intervención del<br />

espíritu de las tinieblas.<br />

El género humano estaba en Adán cuando cometió el pecado<br />

76. Jul.- "Por nuestra parte, no creemos tener una inteligencia extraordinaria porque<br />

comprendemos no existe pecado sin voluntad; ni sin Dios existen los cuerpos; ni sin los<br />

cuerpos existen los sentidos corporales; ni el matrimonio sin la unión de los sexos; ni el<br />

nacimiento de los niños sin el poder creador de Dios; tenemos por indudable que nada<br />

injusto puede ser obra divina, ni lo divino puede ser injusto. Y tan injusto como cuanto<br />

acabamos de decir es imputar a unos los pecados de otros; pues, lejos de consentir en<br />

dichos pecados, ni siquiera existían cuando se cometieron.<br />

Iluminados por la luz de estas verdades, despreciamos, con pleno derecho, la doctrina<br />

tenebrosa de los maniqueos, pues piensan que puede existir el pecado sin el<br />

consentimiento de la voluntad; que los hombres no han sido creados por Dios; que los<br />

sentidos corporales y los mismos cuerpos no son obra del único Autor. Despreciamos toda<br />

doctrina que enseñe la existencia de un Dios oprimido por crímenes y maldades; que se<br />

puede acusar de odiosa injusticia al que es eterno creador de todas las cosas; o que posee<br />

una sombra de justicia si hace responsable a uno desde su nacimiento del querer de otros.<br />

Por esto estimamos el mérito de cada uno según las obras, no según su ingenio".<br />

Ag.- Ya te contesté a todos estos argumentos. Crees tener más razón si repites, sin pausa<br />

y con animosidad, las mismas objeciones contra mí. Di, si puedes: ¿de dónde vienen los<br />

vicios que los hombres en gran número traen consigo al nacer porque, estamos de<br />

acuerdo, el hombre es obra de un Dios justo, y vosotros negáis la existencia del pecado<br />

original? No dirías que imputamos a unos los pecados de otros, porque ni existieron<br />

cuando se cometieron, si recordaras lo que está escrito de Leví, pues existía ya en los<br />

lomos de Abrahán cuando pagó los diezmos a Melquisedec, sacerdote del Dios excelso 90 .<br />

Si no te cegara la obstinación, verías que el género humano estaba ya en los lomos de<br />

Adán cuando cometió aquel enorme pecado.<br />

Juliano se agazapa en ambigüedades<br />

77. Jul.- "Pero volvamos a nuestra cuestión. Después de haber dicho que yo 'no quise<br />

nombrar la concupiscencia, porque no viene del Padre, sino del mundo, cuyo príncipe es el<br />

diablo; concupiscencia que en el Señor no encontró, porque el Señor, hecho hombre, no<br />

vino por su medio a los hombres' 91 , se ha de notar aquí que, al hablar de una cosa<br />

natural, después de haber dicho que venía del mundo, añades que el diablo se debía<br />

considerar como príncipe de todo el mundo, y así proclamas al diablo autor no de los actos<br />

voluntarios, sino de las cosas naturales, esto es, de las naturalezas".<br />

Ag.- Donde yo puse "concupiscencia de la carne", tú suprimes "la carne", que yo escribí;<br />

donde dije "de este mundo", cuyo príncipe es el diablo, tú añades "todo", es decir "de todo<br />

el mundo", cosa que yo no dije; pero haz lo que quieras, di lo que te plazca, díselo a<br />

quienes te agrade. Por lo que a mí se refiere, hablo de la concupiscencia de la carne que<br />

no viene, dice Juan, del Padre, sino del mundo; es decir, de los hombres que nacen en el<br />

mundo, condenados a perecer si no renacen en Cristo. Concupiscencia de la carne que no<br />

es lujuria cuando se la resiste, pero sí lo es cuando se cede a sus movimientos, esto es,<br />

cuando realiza lo que codicia. Por eso nos exhorta Pablo, el apóstol: Andad en el Espíritu y<br />

no satisfagáis los deseos de la carne 92 . No dice: "No tengáis", porque sabía que esta<br />

virtud es posible se nos conceda un día, pero no en la vida presente.<br />

Llamé al diablo "príncipe de este mundo", como lo llama la Escritura divina 93 , pero no en<br />

el sentido que sospecha y calumnia tu vanidad. No dije que el diablo fuera autor de las


naturalezas, sino príncipe del mundo, es decir, de los hombres que viven sobre la tierra y<br />

que, nacidos en el mundo, no han sido regenerados en Cristo. El príncipe de este mundo<br />

es arrojado fuera por los que renacen en Cristo; acción simbolizada en los misterios<br />

cuando son exorcizados y se les insufla al ser bautizados.<br />

Si puedes, responde a esto. No pretendas con tu verborrea vacía entontecer al lector y<br />

desviar su atención de la causa que entre nosotros se debate; y di, si te atreves, que el<br />

codiciar el mal es un bien. Di que las obras malas no vienen del Padre, pero que el deseo<br />

de las obras malas sí viene del Padre. Di que el diablo no es llamado príncipe del mundo.<br />

Di que por mundo no se entienden los hombres que viven en el mundo. Di que por mundo,<br />

en sentido peyorativo, no se pueden entender los infieles extendidos por toda la tierra, y<br />

que con este mismo vocablo, tomado en buen sentido, no se designan los fieles, que,<br />

aunque menos numerosos, también se hallan diseminados por toda la tierra, porque la<br />

palabra mundo comprende a fieles e infieles; como no es un absurdo decir que un árbol<br />

está cubierto de frutos, aunque también se diga que está cubierto de hojas. Di que los<br />

niños, cuando son bautizados, no son arrancados del poder de las tinieblas y que se ha de<br />

considerar como una injuria hecha a Dios los exorcismos e insuflaciones, en uso en toda la<br />

Iglesia católica, sobre las imágenes de Dios; o di que el diablo las posee sin culpa de<br />

pecado. Si te atreves a decir todas estas cosas, revelarás en seguida quién eres; y, si no<br />

te atreves, ni aun así te podrás agazapar en las sombras.<br />

Recta interpretación de la Escritura<br />

78. Jul.- "Después de hablar así, añades: 'Por eso, el mismo Señor dice: He aquí que<br />

viene el príncipe de este mundo, y en mí no encuentra nada' 94 . Luego añades de tu<br />

cosecha: 'Ningún pecado, ni el que se trae por nacimiento ni el que en vida se comete'.<br />

Prueba que el Señor ha dicho en el Evangelio que está exento del pecado 'que se contrae<br />

al nacer'".<br />

Ag.- Prueba en qué lugar dice el Señor que está exento de toda mancha, sin la cual afirma<br />

Job que no hay niño alguno, aunque su vida sobre la tierra sea sólo de un día 95 . Sin<br />

embargo, donde dice: He aquí que viene el príncipe de este mundo, y en mí no encuentra<br />

nada, si entendemos rectamente estas palabras, quiere decir que ni esta mancha contrajo.<br />

Porque si por lo que dice no hemos de entender lo que no dice, tampoco nombró al diablo,<br />

sí al "príncipe de este mundo": Y en mí no encontró nada; no dice: "Y en mí no encontró<br />

pecado". Sin embargo, nosotros decimos lo que él no dijo, pero apoyados en lo que dijo.<br />

La Virgen concibió a Cristo sin concupiscencia de la carne<br />

y sin mancha de pecado<br />

79. Jul.- "¿Por qué envuelves con mentiras a las pobres almas y citas como evangélico lo<br />

que no es? Dijo el Señor en el Evangelio: He aquí que viene el príncipe de este mundo, y<br />

en mí no encuentra nada 96 . Cierto que el diablo no encontró en Cristo pecado alguno; al<br />

contrario, fue vencido en todas las tentaciones a que le sometió, ora después de haber<br />

ayunado cuarenta días, ora cuando después de sus discursos azuza el diablo contra él el<br />

odio de sus perseguidores. Declara el Salvador no haber encontrado el diablo pecado en<br />

él. Ciertamente lo hubiera encontrado si el pecado fuera algo intrínseco a la naturaleza<br />

humana, porque él nació de una mujer, de la familia de David, de la estirpe de Adán".<br />

Ag.- Pero la Virgen no lo había concebido por concupiscencia de la carne; por eso la<br />

propagación de la carne le fue transmitida sin mancha de pecado, y así su carne no es<br />

carne de pecado, sino carne a semejanza de la carne de pecado y salva la carne de<br />

pecado. Adán, antes del pecado, no tuvo carne de pecado ni a semejanza de carne de<br />

pecado, pues no hubiera muerto si no pecara; pero, después del pecado, su carne de<br />

pecado engendra carne de pecado, por ser fruto de la concupiscencia de la carne, que<br />

antes del pecado o no existía en él o no se rebelaba contra el espíritu, de manera que no<br />

sentía sonrojo de su desnudez.<br />

Por el contrario, concebido Cristo sin la concupiscencia de la carne, nació sin pecado que<br />

trae toda carne de pecado, por no ser carne de pecado su carne, y por esto todos mueren;<br />

pero él también murió a causa de su carne a semejanza de carne de pecado. Si no hubiera<br />

muerto, no sólo no tendría carne de pecado -que no tenía-, pero ni carne a semejanza de<br />

carne de pecado, que él, para salvarnos, quiso tomar.


Tú que no puedes negar haya venido Cristo no en carne de pecado, pero sí en carne<br />

verdadera con apariencia de carne de pecado, debes decirnos en qué consiste la carne de<br />

pecado, porque, si no existe la carne de pecado, no existe una carne que se le asemeje.<br />

Y si tuvo Cristo carne a semejanza de la carne de pecado, pero no carne de pecado,<br />

porque no nació de la unión de los sexos, ¿por qué no reconocer que la carne de pecado es<br />

la de todos los nacidos de esta unión y pertenecen a un mundo del que el diablo es el<br />

príncipe, y no pueden ser librados de este mal si no renacen en Cristo?<br />

Cristo tiene verdadera naturaleza humana sin carne de pecado<br />

80. Jul.- "De existir, el diablo habría encontrado en Cristo el pecado natural, y su cuerpo le<br />

estaría sometido si hubiera envenenado la fuente en el primer hombre o en su madre; e<br />

importaría poco que, por un esfuerzo de su querer tardío e ineficaz, se hubiera rebelado<br />

contra esta condición de su naturaleza corpórea. Al luchar contra la naturaleza, no lavaría<br />

la mancha de su nacimiento y exasperaría al tirano, amén de no existir una voluntad libre<br />

en una naturaleza cautiva.<br />

Si, pues, el pecado mora en los sentidos, en la condición de la carne, y la misma<br />

naturaleza humana es propiedad del diablo, o Cristo nacería culpable o no sería hombre. Y<br />

si toda naturaleza humana se considera maldita, se ha de considerar sujeto a esta<br />

maldición aquel que se hizo carne y habitó entre nosotros o no fue hombre".<br />

Ag.- No tuvo Cristo pecado, pues el príncipe del mundo no pudo encontrar pecado en él;<br />

pero no se le puede privar de su naturaleza humana, porque en él existió un alma y un<br />

cuerpo humanos; aunque no tuvo carne de pecado, pero sí tuvo carne a semejanza de la<br />

carne de pecado.<br />

El pelagiano no distingue entre carne de pecado y carne<br />

a semejanza de la carne de pecado<br />

81. Jul.- "Ambas cosas enseñó Manés. Dice que en la carne existe un pecado natural y que<br />

en Cristo no existió carne humana para no tener que confesar en él iniquidad alguna".<br />

Ag.- Niega el hereje que en Cristo exista carne humana; el hereje Pelagio identifica la<br />

carne de Cristo con la carne de pecado; para no blasfemar de la carne de Cristo, distingue<br />

el cristiano católico entre carne de pecado y carne a semejanza de la carne de pecado.<br />

En Cristo no hay ni rastro de pecado<br />

82. Jul.- "Ambas opiniones las tritura la fe católica, pues enseña que no existe en la carne<br />

un mal natural y que Cristo asumió la naturaleza humana en su plena integridad y estuvo<br />

libre de todo pecado. De ahí estas palabras, que son un grito de su conciencia: He aquí<br />

que vino el príncipe de este mundo, y en mí no encontró nada 97 ; nada de que acusarlo,<br />

porque no podía difamar la naturaleza de aquel cuya voluntad no pudo doblar al pecado".<br />

Ag.- Di, más bien, que no encontró ni rastro de pecado; ni del que se contrae al nacer,<br />

pues fue concebido sin pecado, ni del pecado personal que comete todo ser viviente, pues<br />

nunca fue vencido por tentación alguna. Por una de estas dos cosas dijo el salmista: He<br />

sido concebido en iniquidad 98 ; por la otra rogamos: No nos dejes caer en tentación 99 .<br />

El diablo, autor de la culpa<br />

83. Jul.- "Fue Cristo, para el diablo, objeto de tentación; trató de cautivarlo por medio de<br />

la persuasión, único recurso de su arte, porque a nadie puede malear creándolo".<br />

Ag.- A nadie malea creándolo, porque a nadie crea; pero sí maleó seduciendo al que había<br />

sido creado bueno. Ni es autor de la naturaleza que por bondad Dios creó en el hombre,<br />

pero es autor de la culpa con la que todo hombre nace, transmitida por nuestros primeros<br />

padres. ¿Qué hay de extraordinario, si tentó al que no tenía carne de pecado, pues<br />

tampoco existía en aquellos a quienes tentando sedujo, y que por la concupiscencia de su<br />

carne, de la que sintieron vergüenza, se propaga la carne de pecado, y sólo puede sanar<br />

de su mal aquel que, revestido de carne a semejanza de la carne de pecado, no conoció<br />

pecado?


La divina concepción de Jesucristo<br />

84. Jul.- "Reafirma la encarnación de Cristo la obra de su divinidad; viene a mí con mi<br />

naturaleza y su voluntad, y se me ofrece como modelo y regla; pues, al afirmar que el<br />

diablo no encuentra en él pecado alguno, demuestra que el pecado viene únicamente de la<br />

voluntad, no de la carne. Por último, en ningún lugar de la Escritura se lee que Cristo haya<br />

huido del pecado que sabe contraen los niños al nacer; y su testimonio enseña con<br />

claridad que la justicia del Salvador, considerado como hombre, viene de los actos de su<br />

querer, no de la dualidad de su naturaleza".<br />

Ag.- "Jamás, dices, vemos escrito que Cristo haya rehuido el pecado que sabía se contrae<br />

al nacer". ¿Podía él evitar un pecado que no había contraído el que vino a salvar a los que<br />

lo contrajeron? ¿Cómo pudo escapar de un pecado que nadie puede evitar si no se refugia<br />

en él? Dices también: "Con toda claridad enseña la Escritura que la justicia del Salvador,<br />

considerado como hombre, no viene de la dualidad de su naturaleza, sino de un acto de su<br />

querer". ¿No existe entonces entre la naturaleza de Cristo y la nuestra otra diferencia sino<br />

porque, al nacer de una virgen, es, a la vez, Hijo de Dios e hijo del hombre? Esta divina<br />

concepción que hace una sola persona divino-humana, ¿no ha contribuido en este hombre<br />

a exaltar la justicia, fruto, según tú, de su querer? Cuando defiendes el libre albedrío<br />

contra la gracia de Dios, ¿no te ves obligado a afirmar que el mismo Mediador, por su<br />

voluntad sola, ha merecido ser el Hijo único de Dios, y declaras ser falso el dogma que con<br />

la Iglesia universal cree en Jesucristo Hijo único del Padre todopoderoso, nacido por obra<br />

del Espíritu Santo y de la Virgen María?<br />

Según vosotros, el hombre no se unió al Hijo de Dios para nacer de una virgen, sino que,<br />

nacido de una virgen, mereció en seguida, por un acto de su voluntad, ser unido al Verbo<br />

de Dios; pero no que ese gran querer fuese consecuencia de la unión, a la que, por el<br />

contrario, llega por la fuerza de su voluntad; el Verbo no se encarnó en el seno de la<br />

Virgen, sino que esta encarnación se realizó por méritos del hombre y la dinámica de su<br />

voluntad humana.<br />

Si creéis, pues, que el hombre se unió al Verbo de Dios por un acto de su querer, debéis<br />

creer también que muchos otros hombres pudieron participar de esta unión si hubieran<br />

querido, y aún hoy lo podrían si quisieran. En consecuencia, la pereza del querer humano<br />

hace que él sea el único, cuando pudieran ser, si quisieran, muchos. Si esto decís, ¿dónde<br />

está vuestra vergüenza? Y si no lo decís, ¿qué es de vuestra herejía?<br />

Cristo no contrajo pecado alguno<br />

85. Jul.- "Escribe Pedro, el apóstol: Cristo murió por nosotros, dejándoos su ejemplo para<br />

que sigáis sus pisadas 100 . Rima ciertamente esta sentencia del apóstol con la palabra del<br />

Señor cuando dice: Vino el príncipe de este mundo, y no encontró nada en mí 101 . Es<br />

también lo que proclama el magisterio de la Iglesia al decir que en Cristo no hubo ningún<br />

delito y nos indica la causa verdadera en la que se apoya para hablar así: Porque, dice, no<br />

cometió pecado. No dijo: 'Porque no tuvo pecado', sino: Porque no cometió pecado".<br />

Ag.- Cierto, Cristo no contrajo pecado de origen ni tuvo pecado, porque no cometió ningún<br />

pecado; como el mismo Adán, exento de pecado original, no hubiese tenido pecado de no<br />

haberlo cometido.<br />

Santidad de Cristo<br />

86. Jul.- "Si en la naturaleza existiese pecado de origen, la sentencia petrina no sería<br />

exacta; porque, según él, para probar la santidad inmaculada de Cristo bastaría justificarlo<br />

de toda falta voluntaria, permitiendo creer no estaba libre del virus de un pecado de<br />

origen. Luego, si hubiera pensado en un pecado de naturaleza, se hubiera expresado de<br />

una manera más precisa y hubiera escrito: 'Cristo nos dejó un ejemplo a imitar, pues él no<br />

cometió pecado ni heredó el que nosotros al nacer contraemos', y así podía, con razón,<br />

concluir que ninguna palabra engañosa había salido de sus labios. Y, si esto pensaba, ya<br />

no le era posible hablar de un ejemplo dado por el mismo Señor. ¿Cómo, en efecto, podía<br />

proponer al mundo la imitación de un hombre al que hubiera atribuido una naturaleza<br />

diferente de la de los otros hombres, cuya diferencia argüiría censura a su magisterio?"<br />

Ag.- Si tú no lo comprendes, otros sí entienden que no dices nada. Al proponer el apóstol


Pedro el ejemplo de Cristo a la imitación de los hombres, ¿tenía, acaso, necesidad de<br />

hablar del pecado original, como si, imitando a Cristo, se pudiera evitar la suciedad del<br />

pecado al nacer? Al igual que no es posible, imitando a Cristo, nacer, como él, del Espíritu<br />

Santo y de la virgen María. Pero, para imitar a Cristo, nuestra voluntad ha de ser<br />

reformada y dirigida, y, para ser liberados del pecado original, la naturaleza humana<br />

necesita ser regenerada.<br />

Incontinencia verbal de Juliano<br />

87. Jul.- "Añádase que la teoría de un pecado natural apagaría todo estímulo de<br />

perfección y acusaría de falsedad el elogio tributado aquí al Salvador. ¿Cómo decir en serio<br />

y sin sonrojo que nunca hubo engaño en sus labios, si vino a nosotros en una condición<br />

somática diferente a la nuestra no sólo en sus enseñanzas, lo que sería, hasta cierto<br />

punto, excusable, sino naciendo, que es más grave, y esto sin poder ser acusado de dolo?<br />

¿Acaso los hombres, al nacer bajo el imperio del diablo, estarían sujetos a un mal natural?<br />

Ciudadanos del diablo, ¿serían fatalmente arrastrados al pecado por esa pestilente<br />

contaminación natural o ley del pecado que reina en sus miembros desde su nacimiento? Y<br />

estos mismos hombres, bajo pena de un castigo eterno, ¿se verían forzados por Cristo a<br />

ser sus imitadores? ¿Podía imputar su justicia a hombres de esta naturaleza, aterrados por<br />

el estado corrupto de su carne? Que el que venía a brindar en su persona un modelo de<br />

virtud, ¿evitara la verdad de su naturaleza?<br />

Con cuánta razón le podían decir todos los enfermos de pecado y los sujetos a coacción:<br />

'Cuando gozamos de salud, todos damos sabios consejos a los enfermos; si tú te<br />

encontraras en nuestro estado, ¿no pensarías de otra manera?'<br />

¿De qué os sirve vuestra impiedad? De dos cosas es necesario elegir una: si se cree que el<br />

pecado es inherente a nuestra naturaleza, Cristo, que tomó nuestro cuerpo, está sujeto a<br />

este mal, y, si no asumió nuestra carne, es entonces culpable no de su nacimiento, que en<br />

él parece ser falsa apariencia, pero sí de un pecado voluntario e indeleble de impostura.<br />

Cualquiera de estas dos hipótesis es un lodazal de sucias blasfemias, que apenas se<br />

pueden mencionar sin horror, incluso cuando se las quiera triturar. Con su ejemplo y sus<br />

obras y nuestra fe se justificó el Mediador a sí mismo al reconocer la verdad en sus<br />

palabras y en las de su apóstol, pues no cesa nunca de enseñar que Cristo es verdadero<br />

hombre que tomó carne en todo semejante a la nuestra en el seno de María, y que es<br />

hombre verdadero en todas las cosas, y que jamás conoció pecado, porque aquel que está<br />

exento de pecado no lo puede cometer. Ni una mentira salió de sus labios. Dio a sus<br />

hermanos ejemplo de santidad en todo lo que hizo.<br />

En consecuencia, no existe pecado natural en el hombre, porque nada parecido existió en<br />

Cristo, pues, sin perder nada de su divinidad, se hizo hombre para que le podamos imitar".<br />

Ag.- Hombre parlanchín y pobre en sabiduría, ¿qué pensarías si los hombres dijesen a<br />

Cristo: "Por qué se nos manda imitarte? ¿Acaso hemos nacido del Espíritu Santo y de<br />

María virgen? ¿Tenemos, por ventura, la fuerza que tú, a la vez Dios y hombre, coeterno al<br />

Padre todopoderoso y, como él, omnipotente?" ¿O es que no debió nacer así, es decir,<br />

unido a la persona del Verbo de Dios, para quitar toda excusa a los hombres que no<br />

quieren imitarlo? Pero él mismo nos manda imitar al Padre, aunque, por cierto, nunca se<br />

vistió de carne humana, y le puede imitar, sin que sufra menoscabo su divinidad todo el<br />

que, con su gracia, quiere y puede amar a su enemigo y hacer bien a los que le odian. Y<br />

no le dicen: "Tú puedes obrar así porque eres Dios, y en nada pueden perjudicarte tus<br />

enemigos; pero nosotros somos hombres débiles, y se nos manda amar a los que nos<br />

persiguen y causan tantos y tan grandes males".<br />

Tampoco dicen sus imitadores a Cristo: "No podemos hacer lo que nos mandas y exhortas<br />

a practicar con tu ejemplo, pues tu poder está muy por encima de nuestra debilidad". Por<br />

esta razón, Cristo, nacido del Espíritu Santo y de la virgen María, no debió conocer la<br />

concupiscencia, porque le podía incitar al mal, aunque muy bien podía evitarla resistiendo<br />

a sus seducciones para quitar a los hombres el pretexto de poder decirle: "Siente en tu<br />

carne los malos deseos y vence, si puedes, para que podamos imitarte triunfando de los<br />

nuestros". Y ¿qué dices, Juliano, del que escribe: No hago lo que quiero, sino que hago lo<br />

que aborrezco? 102 ¿De este hombre oprimido, decís vosotros, no por la concupiscencia,<br />

con la cual nació, sino a consecuencia de las malas costumbres que había contraído? ¿<br />

Acaso no dio Cristo ejemplo a estos hombres para que le imitaran? ¿O es que los


abandona y no quiere imiten sus virtudes? Y si le dijesen: "¡No sabes lo que sobre<br />

nosotros pesa el hábito de nuestras malas costumbres! Hablas así porque no sabes que,<br />

cuando estamos sanos, todos damos sabios consejos a los enfermos" 103 . ¿Te agradaría,<br />

Juliano, que Cristo sintiese el peso de esta costumbre para que fuese suprimido todo<br />

pretexto, y, triunfante, incitar con su ejemplo a imitarlo? ¿Te mofarás ahora de tus<br />

vaciedades y con tu silencio nos dejarás en paz?<br />

Defensa de San Jerónimo y San Ambrosio<br />

88. Jul.- "Discutida ya esta cuestión, te placerá, confiado en los escritos de Jerónimo, que<br />

alabas, decirme en qué te apoyas para afirmar que en Cristo no existió nunca pecado,<br />

cuando él, en aquel diálogo en el que hace admirablemente hablar a Ático y Cristóbulo,<br />

con elegancia y gracia dignas de la fe que profesa, invoca el testimonio de un quinto<br />

evangelio 104 , que él mismo tradujo para demostrar que Cristo tuvo pecado voluntario y no<br />

sólo natural; por eso creyó un deber purificarse por el bautismo de Juan; y, además,<br />

invoca el testimonio del evangelista San Juan para acusar de mentiroso a Cristo. En la<br />

carta que enviaste a Alejandría te ufanas en declarar que, merced a esta obra de<br />

Jerónimo, quedó aplastado Pelagio por el peso de los textos de la Escritura y afirmas que<br />

no puede ya reivindicarse el libre albedrío. Pero Pelagio, atacado en su fe católica,<br />

combatió con éxito este escrito. Hice mención de esta obra únicamente para obligarte a<br />

confesar que estás en desacuerdo con las Sagradas Escrituras y con los mismos partidarios<br />

de tu doctrina".<br />

Ag.- Si hubieras citado las palabras de Jerónimo, pudiera quizás demostrar cómo era<br />

posible entenderlas sin la blasfemia que te empeñas en atribuirle; y, si esto no fuera<br />

posible, no por eso creería yo poder rechazar la fe de este gran hombre, que comparte con<br />

los más ilustres doctores de la Iglesia católica, incluso aunque encontrase, si se encuentra,<br />

algo que no rime con su doctrina.<br />

Lo que de Jerónimo me agrada, cualquiera que sea su pensamiento sobre el pecado<br />

original, es que éste te inspira tanta aversión, que, llamándome a mí maniqueo, no te<br />

atreves a calificarlo con dicho nombre. Es evidente que te engaña tu imprudencia, y al<br />

calumniarme obras contra tu prudencia. No hice yo mención de Jerónimo, sino de<br />

Ambrosio. Y me serví no de mis palabras, sino de las suyas, para declarar y oponerte su<br />

doctrina, pues da por sentado que Cristo no habría sido exceptuado, como tampoco lo<br />

están los demás hombres, si su concepción hubiera sido fruto de la unión del varón y de la<br />

mujer.<br />

En consecuencia, si por esta doctrina soy maniqueo, ves que también Ambrosio debe<br />

serlo; pero como no lo es, al aceptar su doctrina, nadie se puede convertir en maniqueo ni<br />

en apariencia. Tengo, como ves, razón para decir lo que he dicho, y es imposible no verlo.<br />

Con todo, la causa que tú defiendes está tan alejada de la verdad, que me injurias con el<br />

mote de maniqueo no por imprudencia o ignorancia, sino con calculada malicia.<br />

El ejemplo de Cristo y la vida santa<br />

89. Jul.- "Cuando se trata de censurar a puercos y cabras, abandonas a los maniqueos,<br />

pero caminas en su compañía cuando acusas a la naturaleza humana. Con ellos, niegas en<br />

Cristo no que se haya vestido de humana apariencia, sino que haya dejado un ejemplo a<br />

seguir. De palabra, alejas de Cristo el pecado natural para no dar la impresión de que lo<br />

sometes al imperio del diablo, cosa que ni Manés osó hacer; pero tejes el elogio de<br />

Jerónimo, que no temió blasfemar del Salvador al afirmar que el crimen voluntario le fue<br />

familiar. Así, sin dejar de revolcarte entre las inmundicias con tus amigos y en sus necios<br />

comentarios, sólo tienes injurias para los católicos, porque dicen que no es Dios el autor<br />

del mal; que los hombres, creados por él, no son, por naturaleza, malos; que las leyes de<br />

Dios son justas; que sus imágenes pueden evitar el mal y hacer el bien; que Cristo ni en<br />

sus miembros, ni en sus preceptos, ni en sus juicios ha cometido pecado.<br />

Si te avinagras porque decimos la verdad, esperamos, al menos, poder instruir e iluminar<br />

a los sabios, y poder así sanar ciertas almas heridas por tus mentiras".<br />

Ag.- Más arriba te contesté sobre el ejemplo de Cristo. No podemos negar la grandeza de<br />

aquel que poseyó la naturaleza en toda su integridad, y nació del Espíritu Santo, y no fue<br />

fruto de una carne concupiscente, y llevó en la tierra una vida más santa que la de todos


los justos; pero no hemos de servirnos de esta excelencia para excusarnos de imitar sus<br />

virtudes en la medida de nuestras posibilidades.<br />

No pueden los fieles casados imitar su celibato; con todo, le imitan al abstenerse de todo<br />

adulterio y de todo comercio carnal ilícito. Los que más de cerca le imitan y llevan una<br />

vida santa en el celibato, tampoco pueden imitarlo en todos los aspectos, pues él estuvo<br />

exento de toda acción culpable y de todo deseo pecaminoso. Para vivir santamente en el<br />

celibato es preciso abstenerse de todo comercio carnal, que sólo el matrimonio justifica. ¿<br />

Por qué asombrarse que haya estado exento de todo mal el que nació del Espíritu Santo y<br />

de la Virgen? ¿Quién sino el encenagado en grandes males no puede considerar como un<br />

mal aquello que los santos piden al Señor aleje de ellos, según las enseñanzas del Señor?<br />

Cuando decimos: No nos dejes caer en tentación 105 , pedimos ayuda a Dios contra nuestra<br />

concupiscencia. Como está escrito: Cada uno es tentado por su concupiscencia, que le<br />

atrae y seduce 106 .<br />

Que el Padre, a quien elevamos nuestras súplicas, nos libre de la osadía de afirmar que lo<br />

que constituye el objeto de la concupiscencia carnal no es un mal que no viene del Padre,<br />

porque, si viene del Padre la concupiscencia que atrae y si nos fuerza a decir que la<br />

concupiscencia es un mal, necesariamente se sigue que aquel que nació exento de todo<br />

mal no la tenía, y, en consecuencia, jamás conoció pecado ni tuvo el menor deseo de<br />

cometerlo. Por eso, cuando evitamos el pecado, somos sus imitadores no porque no<br />

tengamos tentación de cometerlo, sino porque no consentimos en la tentación. Y aunque,<br />

mediante una vida santa, imitemos al Santo de los santos, sin embargo, siempre hay algo<br />

por lo que en la oración dominical podemos decir: Perdónanos nuestras deudas 107 . Yo no<br />

alabé a Jerónimo, mientras Pelagio elogió a San Ambrosio, al que ningún enemigo se<br />

atreve a reprender ni en su fe ni en su acabada exposición de las Escrituras. Y si algo me<br />

desagrada en los escritos del amigo o en los míos, lo censuro 108 . Pero una cosa es un<br />

error accidental cometido por un católico y otra ser fundador o secuaz de una gran herejía.<br />

Resumen de los libros de Juliano<br />

90. Jul.- "Baste aquí lo dicho. Pasemos ahora a una cuestión entre nosotros de gran<br />

importancia, cuya fuerza el campeón de los maniqueos expone, aterrado, con documentos<br />

cuya fidelidad iguala a la elegancia en el decir de su ingenio. Después de aprobar y alabar<br />

mis palabras poco ha citadas, sin que haya introducido ninguna novedad, lleva la discusión<br />

a la parte que había yo prometido desarrollar y completar. Al preguntarme cómo era<br />

posible estuviesen bajo el poder del diablo las criaturas de Dios, respondí en su nombre:<br />

'Por el pecado, no por la naturaleza'; y añadí por mi cuenta: 'Y tú asientes, pues así como<br />

un niño no puede ser concebido sin unión sexual, lo mismo el pecado no puede existir sin<br />

el consentimiento de la voluntad, pues sería menester decir que los niños, en el momento<br />

de su concepción, tienen ya voluntad, aun cuando apenas tengan alma, o que, al menos<br />

en el momento de su nacimiento, pueden ya hacer actos volitivos aun cuando no tengan<br />

uso de razón'".<br />

Cuando llega a este pasaje de mi obra, cita sólo una parte de mis objeciones, esto es: 'Así<br />

como no existe feto sin unión de sexos, no hay, sin voluntad, delito'. 'Así es, en efecto.<br />

responde, y como por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte;<br />

y así pasó a todos los hombres, en el que todos pecaron 109 . 'Todos pecaron por la mala<br />

voluntad de aquel hombre, porque todos éramos uno, del cual todos traen el pecado<br />

original, del que él fue voluntariamente culpable' 110 .<br />

Ruego al lector pondere con atención los términos de nuestra disputa. ¿De qué te sirve, ¡<br />

oh el más instruido de todos los bípedos!, truncar mi sentencia, si la parte de mi<br />

argumentación que has suprimido es explicación de la que antecede, pero la fuerza de mi<br />

réplica subsiste en las palabras que combates? Con entera fidelidad expuse tu reiterada<br />

respuesta, y que tú te has visto obligado a admitir. Después de preguntarte por qué los<br />

niños, criaturas de Dios, podían verse bajo el poder del diablo, yo, en tu nombre, había<br />

respondido: 'A causa del pecado contraído, no a causa de la naturaleza que recibieron'.<br />

Constatas mi buena fe. Puse en labios del traducianista lo que defiende, aunque su<br />

lenguaje no sea conforme al dogma. Luego mi respuesta fue: 'Así como no puede ser<br />

concebido un feto sin la unión sexual, lo mismo el pecado no puede existir sin el libre<br />

consentimiento de la voluntad'. Y es precisamente aquí donde mutilas mi argumentación,<br />

con tanta impudencia como mala fe. Después de citar mis palabras, en las que declaro que


el pecado no puede existir sin un acto de la voluntad, como el feto no puede existir sin la<br />

unión de los sexos, suprimiste lo que añadí referente a la voluntad de los bebés y<br />

respondes: 'Cierto, esto es así, y precisamente por eso dice el Apóstol: Por un hombre<br />

entró el pecado en el mundo. Todos pecaron por el querer de uno solo'.<br />

¿Es esto, en verdad, una respuesta? ¿Es esto discutir? ¿Es esto, finalmente, respetarte a ti<br />

mismo? Ríen los cultos las sutilezas del sofista, pues mediante ellas se busca, por afinidad<br />

nominal, engañar a un sencillo adversario. Tales sofismas, aunque desprovistos de verdad,<br />

tienen un barniz urbano, pero es una monstruosidad todo lo que carece de lo sólido de la<br />

verdad y ni tiene las apariencias del sofisma. Dije que no existe el pecado sin un acto libre<br />

de la voluntad. Tú, al admitir este principio, asestaste un golpe mortal al dogma que<br />

enseñas, pues piensas que, sin el concurso de la voluntad del reo existe en la naturaleza<br />

humana verdadero delito".<br />

Ag.- De tu obra sólo había leído lo que contenía el extracto que me fue remitido. Pero<br />

después de leer tus libros, de los que no sé quién hizo un resumen, veo que respondí a<br />

todo. Nosotros también decimos que sin un acto de la voluntad libre no puede haber<br />

pecado; mas no por eso abjuramos, como dices, de nuestra doctrina, que afirma la<br />

existencia de un pecado original; porque a esta especie de pecado se llega no por un acto<br />

libre de la voluntad de la persona que nace, sino por un acto de la voluntad de aquel en el<br />

que originariamente estuvimos todos cuando vició voluntariamente la naturaleza común.<br />

Ni en el momento de su concepción ni de su nacimiento tienen los niños voluntad de<br />

pecar; pero el primer hombre, en el mismo instante de su prevaricación voluntaria,<br />

cometió un enorme pecado, y por él contrajo la naturaleza humana la mancha del pecado<br />

original; y esto es lo que hizo con toda verdad decir al salmista: He sido concebido en<br />

iniquidades 111 . Y a un santo: ¿Quién está limpio de inmundicia? Ni el niño cuya vida sobre<br />

la tierra es de un día 112 . Estas palabras de verdad curan la vanidad de tu verborrea.<br />

Pecado original y voluntad<br />

91. Jul.- "¡Qué descaro el tuyo, apruebas mis palabras y no abandonas tu doctrina!<br />

Nuestros puntos de vista son tan opuestos por ambos cabos, que no pueden los dos ser<br />

verdad. Si yo admito el pecado original, perdería el derecho a decir que no puede existir el<br />

pecado original sin el concurso de una voluntad libre. Y lo mismo tú, si convienes conmigo<br />

en que el pecado no existe sin un acto libre de la voluntad, debes renunciar a tu opinión y<br />

negar la existencia del pecado natural".<br />

Ag.- Una cosa es afirmar que el pecado no puede existir sin el concurso de una voluntad<br />

libre, que es nuestra manera de pensar, porque el mismo pecado original no pudo existir<br />

sin la libre voluntad del primer hombre, y otra cosa es sostener, como lo haces tú, que el<br />

pecado reclame necesariamente el concurso de una voluntad personal, cosa que no<br />

podemos conceder. No radica el pecado original en la voluntad del que nace y ni siquiera<br />

en la misma voluntad del primer hombre, aunque sin ella no haya podido existir. Una cosa<br />

es que el pecado no pueda existir sin la voluntad, y otra, que el pecado no pueda existir<br />

sino en la voluntad. Tampoco, si hablamos correctamente, puede haber parto sin<br />

concepción; sin embargo, se dice con propiedad que no puede haber parto sino en la<br />

concepción. Y ambas cosas son distintas, porque ni hay parto en la concepción, ni puede<br />

haber concepción en el parto. No obstante, el pecado puede estar en la voluntad, como el<br />

del primer hombre; y puede no estar en la voluntad, como el pecado original de cualquiera<br />

que nace, que no está en la voluntad de nadie, y sin embargo no está sin la voluntad de<br />

aquel primer hombre. Tampoco aquel santo que dijo a Dios: Has sellado mis pecados en<br />

un saco, y has anotado si he admitido algo contra mi voluntad 113 , tuvo en la voluntad el<br />

pecado, que ha cometido contra su voluntad. Y el que dice: ¿No hago el bien que quiero, y<br />

añade, pero hago el mal que no quiero 114 , habrá que decir que tiene pecado en la<br />

voluntad, según vosotros mismos queréis entender que la fuerza de la costumbre obliga a<br />

pecar al que no quiere? Deja de agazaparte al borde del precipicio o de pasarte de raya:<br />

cuando decimos sin libre voluntad, tú nos quieres hacer afirmar que no puede haber<br />

pecado a no ser en la voluntad libre, como si dijéramos que no puede haber carbones sin<br />

fuego. Pero tú nos quieres hacer afirmar que no puede haber carbones a no ser en el<br />

fuego. Si lo ignorabas, confiesa que no has sido disputador inteligente. Y si lo sabías, has<br />

esperado que el lector no lo fuera.<br />

Natural y voluntario


92. Jul.- "Lo natural, es evidente, no puede ser, al mismo tiempo, voluntario".<br />

Ag.- Si es de evidencia que lo natural no puede ser voluntario, se sigue que el deseo que<br />

tenemos todos de ser felices y salvos no es natural. ¿Quién sino tú osará decir esto? Y<br />

ahora, avisado, quizás ni tú mismo.<br />

Pecado no voluntario<br />

93. Jul.- "Si es natural el pecado, no es voluntario, y, si es voluntario, no es innato en el<br />

hombre. Estas dos proposiciones son tan contradictorias entre sí como lo son la necesidad<br />

y lo voluntario, pues se afirman o niegan mutuamente, porque no existe voluntariedad si<br />

uno se ve forzado, y, a su vez, lo obligatorio no puede ser voluntario. Ambas afirmaciones<br />

no pueden subsistir juntas, porque su naturaleza es tal, que, si una pervive, la otra<br />

fenece".<br />

Ag.- ¿Cómo no pones atención para ver que, de cualquier manera que se interpreten las<br />

palabras del Apóstol, existe, según él, un pecado no voluntario? Hago lo que no quiero; y<br />

no soy yo el que lo hago, sino el pecado que habita en mí 115 . ¿No ves que existe también<br />

como una necesidad, por la que es forzado querer ser felices, y tú cierras los ojos para<br />

oponer una afirmación a otra, como si no pudiera existir un voluntario necesario y una<br />

necesidad voluntaria?<br />

Juliano repite la misma objeción<br />

94. Jul.- "Y este principio es tan sólido, que ningún razonamiento lo puede destruir. Elige<br />

lo que te plazca; afirma con inalterable firmeza nuestra sentencia o la tuya; imputa la<br />

culpa a la necesidad o a la voluntad. Y cuando digo "lo que te plazca", no quiero decir que<br />

tu opinión no sea manifiesta, pues aprendiste en la escuela de Manés a imputar a la<br />

naturaleza el pecado, sino que te aconsejo a poner en tus argumentos el orden de la<br />

verdad".<br />

Ag.- Lo quieras o no, pues repites cien veces la misma objeción, me está permitido iterar<br />

la misma respuesta; no fue maniqueo el que dijo que la discordia entre carne y espíritu<br />

entró en la naturaleza por la prevaricación del primer hombre 116 . Tú, al negar el origen de<br />

este mal con el que todos nacemos, y no lo puedes negar, autorizas a Manés a decir que<br />

existe en nosotros una mezcla de extraña naturaleza; y así, o él triunfa con tu ayuda o,<br />

derrotado contigo, desaparece.<br />

De niños se trata<br />

95. Jul.- "Que pese tu respuesta un oyente sensato y solícito. Tratamos sólo de los niños<br />

que no tienen aún uso de razón, y son incapaces de hacer un acto de propia voluntad; en<br />

relación con ellos, se trata de averiguar cómo estos niños, criaturas de Dios, pueden estar<br />

bajo el poder del diablo, si, como tú reconoces, no han cometido ningún mal personal.<br />

En voz alta proclamas que pertenecen por derecho al diablo a causa del pecado, no de la<br />

naturaleza. A esto respondí: 'Así como no puede existir embarazo sin unión sexual,<br />

tampoco delito sin el consentimiento de la voluntad'. Replicas: 'En verdad así es; no puede<br />

existir delito sin el consentimiento de la voluntad'. Y cuando acabas de afirmar este<br />

principio incuestionable, ¿cómo tienes la osadía de añadir: 'Entró en el mundo el pecado<br />

por un hombre, es decir, por la voluntad de un solo hombre?'"<br />

Ag.- Pues de niños se trata, ¿acaso porque hayas dicho verdad no es mi deber demostrar<br />

que en nada contraría mi doctrina, es decir, que el pecado sólo reside en la voluntad y que<br />

el pecado original viene de la voluntad de aquel de quien traemos nuestro origen? Aunque<br />

cuando esto decías, tu intención era contradecirme, te probé no estabas en desacuerdo<br />

conmigo; pues, luego de reconocer la verdad de tus palabras, te hice ver -cosa que tú no<br />

habías comprendido-cómo tu principio no estaba en contradicción con mi enseñanza. Tu<br />

intención, pudiste decir, era que el pecado no era posible sin el consentimiento de la<br />

voluntad del pecador; si esto hubieras dicho, yo no te lo aceptaría, porque el pecado<br />

original se contrae sin la voluntad del que nace. Con todo, estás en lo cierto al decir que<br />

no puede existir pecado sin un acto de la voluntad, porque el mismo pecado original es<br />

consecuencia de la voluntad del primer pecador, que vició la naturaleza humana hasta tal<br />

punto que todo el que nace es fruto de la con concupiscencia carnal que hizo enrojecer a


los culpables, y no puede ser lavado de la inmundicia del pecado si no renace por la gracia<br />

del Espíritu.<br />

Aclaración necesaria: ser y subsistir<br />

96. Jul.- "¿Te interrogamos, acaso, sobre las obras de Adán o se trataba de saber si su<br />

pecado fue voluntario? Cuestión esta que luego te voy a proponer. Pase que te agrade<br />

engañar a otros, pero es una monstruosidad querer engañarte a ti mismo. No puedo<br />

convencerme cometas de buena fe tamaña ignominia, y no por dolo. En una misma frase<br />

afirmas no poder existir pecado sin el concurso de la voluntad y a renglón seguido declaras<br />

que hay un pecado que, como acabas de proclamar, no puede permanecer sin un acto de<br />

la voluntad y reina, sin este acto del querer personal, en todos los hombres".<br />

Ag.- ¿Por qué sustituyes mis palabras por otras tuyas si no es para ocultar mi pensamiento<br />

al oyente o al lector? No dije: "El pecado no puede subsistir sin un acto libre de la<br />

voluntad", sino "que no puede existir". La diferencia entre estas dos expresiones te la voy<br />

a aclarar con palabras tuyas. Dijiste: "No puede existir el feto sin la unión sexual". Nadie<br />

puede contradecir esta verdad evidente, no puede existir el embarazo sin la unión sexual<br />

del hombre y la mujer. Por el contrario, si hubieras dicho: "No puede subsistir el feto en el<br />

seno materno sin la unión de los sexos", ¿quién iba a aceptar era verdad?<br />

En efecto, subsiste el embrión en el seno materno sin acoplamiento sexual de los padres,<br />

sin el cual no pudo existir; son los padres causa de la existencia, no de la subsistencia. Lo<br />

mismo el pecado; no puede existir sin un acto de la voluntad, pero puede subsistir sin el<br />

concurso permanente de esta voluntad. Así, cuando hablamos del pecado de Adán, pecado<br />

original subsistente en los descendientes del primer hombre que sólo puede ser borrado<br />

por Jesucristo, este pecado repito, no puede existir en los niños sin un acto de la voluntad<br />

y me refiero a la voluntad del que lo cometió y dio existencia tal como hoy subsiste en el<br />

género humano; pero el subsistir no es ya obra de la voluntad que le dio existencia.<br />

Si quieres identificar el ser y el subsistir, no discuto de palabras, pero te diré entonces<br />

que, si el ser tiene el mismo sentido que el subsistir, todo pecado puede existir sin un acto<br />

de la voluntad. Pero ¿quién hay que, si ha cometido involuntariamente un pecado, quiera<br />

que este pecado subsista en él? Sin embargo, el pecado permanece en el pecador contra<br />

su querer, aunque lo cometa porque quiso. Permanece hasta que se le perdona; y, si<br />

nunca se le perdona, eternamente permanece en él, pues no puede ser mentira esta<br />

palabra del Evangelio: Será reo de pecado eterno 117 .<br />

Argucia gramatical de Juliano<br />

97. Jul.- "Hay gran diferencia en estas proposiciones. Dijiste: 'No hay delito sin un acto<br />

libre de la voluntad'; y respondes: 'Pero el pecado existe por la voluntad de un solo<br />

hombre'. Tu primera proposición, formulada por una preposición en ablativo, ¿en qué<br />

puede rimar con tu respuesta, expresada en acusativo? Se trata de saber si puede existir<br />

crimen sin un acto de la voluntad, y es cierto que no lo puede ser. Por toda respuesta<br />

añades: Por un hombre entró el pecado en el mundo; mas la cuestión consiste en saber no<br />

por quién había comenzado el pecado, sino si el pecado puede o no existir".<br />

Ag.- Afirmé que no puede existir el pecado sin un acto de la voluntad, como decimos que<br />

no pueden existir las frutas o los cereales sin raíces. Y lo mismo podemos decir, sin<br />

ofender a los gramáticos, que sin raíces no pueden darse frutas o cereales. Ambas cosas<br />

son verdad, aunque la primera se formula por un ablativo, y por un acusativo la segunda.<br />

¿Por qué tiendes asechanzas con las desinencias de un caso nominal, que, como tela de<br />

araña, es tanto más fácil de romper cuanto más sutil es? Buscas moscas moribundas para<br />

aprisionarlas en tus redecillas. Pero no eran moscas de esta ralea aquellos cuyas doctrinas<br />

seguimos para romper tus redes.<br />

No considero tales al Apóstol, que dice: El cuerpo murió a causa del pecado 118 . Ni a<br />

Hilario cuando dice: "Toda carne viene del pecado"; es decir, "toda carne tiene origen en<br />

el pecado de Adán, nuestro primer padre"; ni Ambrosio al decir que "todos nacemos en<br />

pecado y que nuestro origen está viciado" 119 . ¡Ojalá te dejases prender fuerte y<br />

saludablemente en las mallas de estos pescadores de Cristo! Venido a buenos<br />

sentimientos, no necesitarías hablar de un acusativo, acusándote a ti mismo; ni de un<br />

ablativo, separado de la Iglesia. En cuanto a las proposiciones, si tienen para ti tanta


importancia, ¿por qué no renuncias a tu orgullo y reconoces que la doctrina de estos<br />

doctores de la Iglesia ha de ser preferida y no pospuesta a la tuya?<br />

El pecado original se contrae por contagio<br />

98. Jul.- "Cierto es manifiesta tu abominable estratagema, castigada por la pena que de<br />

inmediato se sigue; es decir, antes de que llegara el contagio a tus oyentes, envuelve ya a<br />

su autor. Nadie niega haya cometido un pecado el primer hombre; pero ahora se trata de<br />

saber cómo este pecado se encuentra en los niños al nacer. Para describir en qué<br />

condiciones se cometió el primer pecado, dices: 'Fue una voluntad libre, porque no puede<br />

existir pecado sin el concurso de la voluntad'. En esto estoy de acuerdo contigo. Pero<br />

añades: 'Este pecado que no puede existir sin un acto de la voluntad, puede, sin embargo,<br />

estar en los niños sin ningún acto suyo voluntario'".<br />

Ag.- Se contrae por contagio, no por un acto personal del libre albedrío.<br />

Transmisión del pecado original<br />

99. Jul.- "Luego es falso lo que habías concedido; esto es, sin voluntad no hay pecado,<br />

porque el pecado, si bien fue cometido por un acto de la voluntad, pudo, sin la voluntad<br />

pasar a otros".<br />

Ag.- No es falso lo que concedí, pues sin la voluntad de aquel que es origen de los nacidos<br />

no existiría el pecado original; pudo, por contagio, transmitirse a otros sin el concurso de<br />

su querer, pero no pudo ser cometido por el primer hombre sin un acto de su voluntad. En<br />

consecuencia, sin la voluntad no pudo existir, pero en otros puede existir sin su voluntad.<br />

Lo mismo que los frutos, sin sus raíces no pueden existir; es necesario que existan, para<br />

en seguida poder transportarlos, sin raíces, a otro lugar.<br />

Subsiste sin el acto de la voluntad<br />

100. Jul.- "Tenemos, pues, un pecado sin el acto de la voluntad, dado que se encuentra<br />

en aquellos que niegas tener mala voluntad".<br />

Ag.- Existe un pecado sin el acto de la voluntad; es decir, subsiste. Y no subsistiría si no<br />

existiera; pero como subsiste sin ningún acto de la voluntad, es necesario que haya sido<br />

voluntariamente cometido; y esto en el caso en que el pecado sea sólo pecado y no<br />

castigo de pecado, como el castigo puede existir sin quererlo. Así, son verdaderas estas<br />

dos proposiciones: sin voluntad no puede existir el pecado y puede existir sin que la<br />

voluntad intervenga. Como es verdad que el niño no puede existir en el seno materno sin<br />

la unión carnal de sus padres, pero puede continuar existiendo sin dicha unión.<br />

Comparando el pecado al niño que nace, tienes razón en decir: "Lo mismo que el niño no<br />

puede existir sin previa unión sexual de sus padres, pues lo mismo el delito sin la<br />

voluntad".<br />

En otros términos: comprendemos con facilidad que no pueda existir el niño en el seno de<br />

su madre sin la unión carnal de sus padres, porque sin ellos no puede venir a la<br />

existencia; pero puede subsistir sin ellos una vez formado. ¿Por qué no entendemos no<br />

pueda el pecado existir sin un acto de la voluntad, porque sin voluntad no tiene existencia,<br />

pero, una vez cometido, puede va subsistir sin el concurso de esta misma voluntad que le<br />

dio el ser?<br />

Libre albedrío y pecado<br />

101. Jul.- "¿Ves adónde te lleva tu sutil razonar? Tratas de convencernos de que una cosa<br />

no puede existir precisamente por lo que es causa de su existencia".<br />

Ag.- Tú, gran defensor del libre albedrío contra la gracia de Dios, ¿acaso vas a negar que<br />

el libre albedrío sea causa de la no existencia del pecado, aunque este libre albedrío sea<br />

causa del pecado? Se peca, y la causa es el libre albedrío, pues peca el hombre porque<br />

quiere, y este mismo libre albedrío es causa de que no exista el pecado, pues, si no<br />

quiere, el hombre no peca. "He aquí una realidad sobre la cual precisamente disputamos:<br />

el pecado no existe por lo que puede existir; esto es, el libre albedrío". ¿Qué dices,<br />

obstinado? ¿A esto vienen a parar las sutilezas de mi razonamiento? Cuidado no te


precipites; es mejor pesar tus palabras que buscar a quién contradecir.<br />

Pecado y voluntad<br />

102. Jul.- "Es decir, existe el pecado sin el concurso de la voluntad, porque no puede<br />

existir sin la voluntad".<br />

Ag.- No es cierto; no he dicho que el pecado existe sin un acto de la voluntad, por el<br />

motivo de que no puede existir más que por la voluntad; sin embargo, ambas cosas<br />

pueden ser verdad, pero por diferentes motivos; porque no puede existir el pecado sin un<br />

acto de la voluntad, porque sin la voluntad no puede existir para que pueda subsistir; por<br />

otra parte, el pecado puede subsistir sin acto alguno de la voluntad, pues puede<br />

permanecer en la existencia sin la voluntad.<br />

Necesidad y voluntad<br />

103. Jul.- "Pierde, pues, el pecado la razón de su existencia por su misma condición, de<br />

manera que existe sin lo que por definición no puede existir. Esto es envenenar la<br />

cuestión. ¿Dijo Anaxágoras algo parecido cuando afirmaba que la nieve era negra? Los<br />

frutos, según tú, son la negación de la naturaleza de una cosa; pues necesidad y voluntad<br />

son dos cosas tan contradictorias, que, como lo hemos ya demostrado, mutuamente se<br />

destruyen; sin embargo, tú estableces entre estas dos proposiciones una alianza tan<br />

novedosa como imposible mediante una afinidad monstruosa y sometes una a la eficacia<br />

de la otra al decir que la necesidad nace de los frutos de la voluntad, de suerte que esta<br />

voluntad, al multiplicarse, se destruye a sí misma y cambia su naturaleza de condición a<br />

consecuencia de sus operaciones, o, para expresarlo en tus propios términos, la voluntad<br />

deja de existir en el instante en que principia a existir. Para pensar así, ¿no es necesario<br />

ser no sólo tonto, sino loco? Y puesto que estas dos cosas no pueden subsistir a un<br />

tiempo, es decir, la necesidad y la voluntad, debes tú confirmar lo que venimos diciendo, a<br />

saber, que no hay delito sin voluntad y que los niños, incapaces de un acto voluntario,<br />

confiesa, con la soga a la garganta, no son culpables de pecado alguno, porque no hay<br />

pecado -y tú lo admites- sin el concurso de la voluntad".<br />

Ag.- Si supieras lo que dices, no afirmarías que no pueden coexistir necesidad y voluntad.<br />

La muerte es una necesidad. ¿Quién niega, sin embargo, que puede ser voluntaria? Deseo,<br />

dice el Apóstol, morir para estar con Cristo. La muerte es, pues, también una necesidad<br />

para el que quiere morir; en él coexisten necesidad y voluntad, verdad que, sin necesidad<br />

alguna, niegas por un acto de vanidad voluntaria.<br />

Sólo un insensato puede negar que la voluntad nace con frecuencia de una necesidad<br />

contraria a la misma voluntad. Si un hombre quiere morir y se hiere mortalmente, aunque<br />

luego no quiera, muere. Y el que porque quiere comete un pecado, ha de soportar, aunque<br />

no quiera, su culpabilidad; queriendo, se hizo lascivo; sin querer es culpable; contra su<br />

querer permanece el pecado, que, de no quererlo, no existiría.<br />

En consecuencia, no puede existir pecado alguno sin un acto de la voluntad, porque, si uno<br />

no quiere, no lo comete; y puede el pecado existir sin el concurso de la voluntad, porque,<br />

sin el querer, subsiste lo que voluntariamente hizo, y subsiste por necesidad sin la<br />

voluntad lo que cometió la voluntad sin la necesidad. Dice el Apóstol: No hago lo que<br />

quiero, y por cierto, según vosotros, forzado por la necesidad de una costumbre; y esta<br />

necesidad, para no veros obligados a negar el libre albedrío, pretendéis que el Apóstol se<br />

la haya creado libremente; sin embargo, no creéis haya sucedido algo parecido en la<br />

naturaleza humana; es decir, que por voluntad del primer hombre, del que trae su origen<br />

el género humano, nace la necesidad del pecado original en sus descendientes. Y así, lo<br />

que considerabas imposible, se hizo posible en virtud de una costumbre que algunos, no<br />

sin razón, llaman segunda naturaleza.<br />

Nosotros, dijiste, empleamos un lenguaje más absurdo que aquel que sostenía que la<br />

nieve era negra porque afirmamos que el pecado pierde la razón de su existencia sin lo<br />

que fue condición de su ser. ¿Acaso no pierde el pecado la razón de su existencia cuantas<br />

veces la fuerza de la costumbre hace se cometa un pecado sin el concurso de la voluntad,<br />

aunque sea esta costumbre efecto de un querer? ¿No es cierto entonces que el fruto de<br />

una cosa puede ser negación de la naturaleza de esta misma realidad? Si la costumbre es<br />

fruto de la voluntad, nace de la misma voluntad; sin embargo, lo que hace no es un acto


de la voluntad.<br />

Y añades: "Necesidad y voluntad son dos realidades contradictorias y entre sí mutuamente<br />

se destruyen". Luego nos reprendes por someter una realidad a la eficacia de otra, porque<br />

decimos que la necesidad es fruto de la voluntad. Y, por último, te parece imposible que la<br />

voluntad no se destruya al multiplicarse y cambie la condición de su naturaleza con sus<br />

operaciones. Si, como pretendes, la necesidad destruye la voluntad, ¿no es cierto que, al<br />

multiplicarse los actos de la voluntad, se engendra la necesidad de una costumbre? Si, por<br />

el contrario, la necesidad no destruye el acto voluntario, se sigue que el hombre, bajo el<br />

peso de la costumbre, puede, a la vez, tener voluntad de practicar la justicia y estar<br />

sometido a la necesidad de cometer pecado. Por eso dice el Apóstol: El querer el bien está<br />

a mi alcance, pero no el realizarlo 120 . Hace profesión el Apóstol de necesidad y de<br />

voluntad.<br />

Tú, por el contrario, dices: "No pueden existir a un tiempo necesidad y voluntad", y las ves<br />

con frecuencia hermanadas, ya estén de acuerdo, ya se opongan la una a la otra. Y cuando<br />

me dices: "Es preciso ser no sólo tonto, sino loco para afirmar que la voluntad deja de<br />

existir al principiar a existir", ¿no te das cuenta de que tú mismo te pones en ridículo al<br />

negar esta posibilidad? Sucede esto cuantas veces el hombre, después de principiar a<br />

querer el mal, deja de querer este mal. No obstante, al decir tales cosas -uso tus<br />

palabras-, "con la soga a la garganta me obligas a confesar que los niños no son culpables<br />

de pecado alguno"; mientras tú ni siquiera con la soga a la garganta puedes romper ni un<br />

hilo de la verdad católica, porque serás estrangulado miserablemente si no consientes en<br />

someterte.<br />

La culpa de uno fue muerte de todos<br />

104. Jul.- "Continúas: Por un hombre entró el pecado en el mundo 121 , pero ya hemos<br />

hecho ver que esta cita está fuera de lugar, y en el segundo libro de nuestra obra hemos<br />

explicado en qué sentido han de entenderse estas palabras. Mas, comentado lo suficiente<br />

todo lo que a esta cuestión se refiere, pláceme examinar de nuevo tu sutil razonamiento.<br />

Dices: 'Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así pasó<br />

a todos los hombres, en el que todos pecaron 122 . Por la mala voluntad de aquel uno,<br />

todos pecaron en él cuando todos fuimos uno; de él traemos el pecado original' 123 . Hice<br />

notar ya que esto mismo habías escrito a Marcelino, lo que prueba con claridad que has<br />

recibido esta doctrina de la transmigración de las almas 124 , de una manera especial, del<br />

maniqueísmo, cuyas sentencias inserté en el libro primero 125 . Pero esto es tan<br />

vergonzoso, que, aunque transparentes tu sentir, no te atreves a confesarlo.<br />

Dejemos a un lado ahora esta doctrina, condenada a morir yugulada por la misma<br />

obscenidad de su primer autor y tu temor a confesarla. Conviene, por el momento,<br />

destacar la turbación en tu espíritu y en tus discusiones. Dices: 'Por la mala voluntad de<br />

uno solo, todos pecaron en él cuando todos fuimos este uno'. Si todos fueron uno, ¿cómo,<br />

por la mala voluntad de uno, pudieron pecar en él por propio querer, si todos fueron,<br />

como dices, uno? O mejor, para devolverte el argumento, este hombre es el más<br />

desgraciado de todos, pues él solo carga con el odio de un pecado que, según tu dogma,<br />

todos han cometido en él.<br />

Tuvieron los niños voluntad no sólo antes de nacer, sino incluso antes de ser engendrados<br />

sus antepasados, y usaron del libre albedrío antes de existir los genes de su existencia. ¿<br />

Por qué entonces temes afirmar que en el momento de su concepción poseen los niños<br />

libre querer, y por eso no contraen el pecado natural, sino que libremente lo cometen,<br />

pues crees que en el mismo momento de su concepción poseen, con siglos de antelación,<br />

sentimiento, juicio y eficacia volitiva? Y no dudaste enseñar esta doctrina en el libro que<br />

dedicaste a Marcelino, que sirve para demostrar a qué límites llegan los enemigos de Dios.<br />

En esa obra escribes: 'En Adán pecaron los niños luego de ser creados semejantes a él'<br />

126 .<br />

¿Es posible decir algo más falso, más fuera de sentido, más infame? ¡Pecadores los niños<br />

antes de ser creados! Es decir, merecieron por esta acción cometer un crimen antes de<br />

existir. Semejantes fantasías dicen mejor en labios de sacerdotes o sacerdotisas de Baco<br />

que en un serio escritor. Basta esto para su refutación.


De aquí brota tu respuesta: 'Todos pecaron en Adán cuando todos fueron uno, del cual<br />

cada uno trae el pecado original'. No nos sería difícil demostrar que, siendo la voluntad<br />

algo personal, no puede existir antes que la persona a la que se le imputa el pecado; pero,<br />

sobre todo, lo que deseo hacer comprender es que ni en esta hipótesis puede existir el<br />

pecado original. En efecto, si todos existieron y pecaron en Adán, no han contraído<br />

mancha de pecado original, porque este pecado fue, por voluntad de todos, cometido. En<br />

consecuencia, la doctrina de la transmisión del pecado se ve desarbolada no sólo por la<br />

verdad católica, sino incluso por los mismos argumentos de su defensor. Es propiedad de<br />

la mentira no estar de acuerdo consigo misma; y, pródiga en vergüenzas, codiciosa de lo<br />

ajeno, se descubre en todas las cosas que usurpa".<br />

Ag.- Por un hombre, dice el Apóstol y Ambrosio lo comprendió, entró el pecado en el<br />

mundo, y en él todos pecaron 127 ; pero Juliano interpreta en el sentido perverso de su<br />

doctrina estas palabras del Apóstol. ¿Por qué no le responde el mismo Ambrosio? Escucha,<br />

Juliano, lo que dice: "Todos murieron en Adán, porque por un hombre entró el pecado en<br />

el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó por todos los hombre a causa<br />

de aquel en quien todos pecaron. El pecado de uno fue la muerte de todos" 128 . Escucha<br />

aún: "Existió Adán, y en él todos existimos; pereció Adán, y en él todos perecimos" 129 .<br />

Dile, si te atreves, a Ambrosio que tantas almas, sin tener voluntad propia, no pudieron<br />

perecer a causa del pecado cometido por uno solo en pleno disfrute de su voluntad. Acusa<br />

mi duda acerca del origen de las almas, porque no me atrevo a negar o a afirmar lo que<br />

ignoro. Pronúnciate como te plazca sobre esta cuestión de tan densa oscuridad; pero esta<br />

doctrina debe permanecer firme e inconmovible; a saber, que la culpa de uno fue la<br />

muerte de todos, y todos perecieron en ese uno; y por eso el nuevo Adán vino a buscar y<br />

salvar lo que había perecido 130 .<br />

Podía Ambrosio entender lo que tú no puedes. Sus palabras no se aplican al libre albedrío<br />

de cada uno, sino al origen seminal, común a todos los hombres futuros, y, según este<br />

origen, todos estaban en aquel uno y todos eran un solo hombre, porque en sí mismos aún<br />

no eran nada. Según este origen seminal, se dice que Leví estaba en los lomos de su<br />

padre Abrahán cuando éste pagó los diezmos a Melquisedec; y no por sí, sino por aquel en<br />

cuyos lomos estaba. Él ni quería ni no quería pagar los diezmos, porque no podía tener<br />

voluntad no teniendo aún existencia personal; sin embargo, según el origen seminal, se<br />

dijo, sin falsedad ni engaño, que existía en Abrahán y pagó diezmos. Por esta causa, de los<br />

hijos de Abrahán que en él existían cuando pagó el diezmo al sacerdote Melquisedec, sólo<br />

exceptúa al sacerdote del cual está escrito: Tú eres sacerdote eterno según el rito de<br />

Melquisedec 131 .<br />

Porque aunque, según la carne, sea descendiente de Abrahán, pues la Virgen María, de la<br />

que tomó carne, descendía de Abrahán, sin embargo, no estaba sujeto a la condición<br />

natural, y, al ser concebido sin concurso de varón, estaba exento de la concupiscencia de<br />

la carne.<br />

Responde, pues, no a Ambrosio, como yo te invitaba, sino al que escribió a los hebreos y<br />

dijo: En cierto modo, hasta el mismo Leví, que recibe los diezmos, los pagó cuando se<br />

encontraba en las entrañas de su padre Abrahán y le salió al encuentro Melquisedec 132 .<br />

Calumnia ahora con ciega locuacidad al que así habla y di, si te atreves: Cuando el<br />

patriarca Abrahán, por su libre voluntad, pagó los diezmos, ¿cómo por Leví, que no tenía<br />

aún voluntad, pues no existía, cómo, digo, pudo pagar el diezmo Abrahán?<br />

Mediante un razonamiento parecido, o mejor, por error, nos dices: "Cuando el primer<br />

hombre pecó voluntariamente, ¿cómo es que todos los hombres, que no tenían aún<br />

voluntad, pues ni existían, pudieron pecar con él?" Cesa de gritar vaciedades. Todos los<br />

que no habían aún nacido y no podían por voluntad propia hacer el bien o el mal, pudieron<br />

pecar en aquel en quien existía un germen seminal en el momento que voluntariamente<br />

cometió un gran pecado, y vició, cambió, hirió en él nuestra naturaleza, excepción hecha<br />

de un hombre que, si bien nació de su estirpe, no fue concebido por vía seminal.<br />

Entiéndelo, si puedes; cree, si no puedes.<br />

Afirmaciones gratuitas de Juliano<br />

105. Jul.- "Después de esta respuesta tratas de refutar los argumentos por mí aducidos.


Una vez que hube disertado sobre el querer de los niños, yo mismo añadí: 'Pero tú niegas<br />

tengan los niños, en su nacimiento, voluntad propia de pecar; sin embargo, dices que<br />

están los niños bajo el poder del diablo y no disimulas la razón por la que piensas<br />

encontrarse bajo su dominio. Porque, dices, son fruto de una unión sexual, están bajo un<br />

poder enemigo'. Luego, según tus palabras explícitas, están los niños bajo el dominio del<br />

diablo porque fueron engendrados por la unión de ambos sexos. Ya hice ver que esto es<br />

atribuir al diablo el matrimonio, instituido por Dios, pues no puede existir sin la unión de<br />

los dos sexos".<br />

Ag.- En ninguna razón has podido asentar tu doctrina aunque lo intentaste con grandes<br />

esfuerzos, como lo pueden constatar cuantos lean tus calumnias y mis impugnaciones.<br />

Acepción de personas en Juliano<br />

106. Jul.- "Intentas refutarme, y comienzas por mi pregunta: 'Los niños, dices, ¿están<br />

bajo el poder del diablo porque son fruto de la unión de los sexos?' Escuchemos su<br />

respuesta y calemos su intención. 'Digo, escribe, que a causa del pecado están bajo el<br />

poder del diablo; y no están exentos de pecado, porque han nacido de la unión, honesta<br />

en sí misma, que no puede realizarse sin la torpe libido. Ambrosio, de feliz memoria, lo ha<br />

dicho'. ¡Oh perversidad miserable del hombre! ¡Oh inconfesable intención! ¡Oh falsedad<br />

vergonzosa!"<br />

Ag.- ¡Grita, grita con todas tus fuerzas: Ánimo! ¡Adelante! Hombre inocente, te haces<br />

violencia para no verte forzado a llamar maniqueo a Ambrosio. "¡Lejos de mí, dices,<br />

hacerlo!" ¿Por qué, te lo ruego? ¿Será, acaso, para demostrar la fuerza del libre albedrío<br />

que sufres gran violencia para decirlo y no lo dices? ¿Por qué soy para ti maniqueo y por<br />

qué no lo es Ambrosio, si ha tiempo enseñó lo que yo enseño la causa por la que me<br />

llamas maniqueo es la misma causa de Ambrosio? Como no encuentras salida airosa,<br />

finges una ira que no sientes y que es sólo prueba de tu turbación. Soy sin duda,<br />

miserable y perverso, porque soy partidario de la doctrina de Ambrosio; por el contrario,<br />

sería honesto y feliz si quisiera seguir la de Juliano.<br />

Escucho también estas palabras: "¡Oh inconfesable intención!" ¿Es, en efecto, nuestra<br />

intención inconfesable porque a Juliano le oponemos Ambrosio? Y ¿qué significa tu tercera<br />

exclamación: "¡Oh falsedad vergonzosa!"? ¿Quieres decir que el pensamiento de Ambrosio<br />

es contrario a la verdad o que le atribuimos una falsedad, pues nunca dijo las palabras que<br />

ponemos en sus labios? ¿O crees, al no comprender su doctrina, que tenemos una falsa<br />

opinión de ella, mientras en sí es verdadera?<br />

No osarás, seguro, ultrajar a Ambrosio ni atribuirle una vergonzosa falsedad, pero te<br />

atreves a decir que esta doctrina es de mi invención o que hemos mentido al atribuírsela,<br />

porque los escritos de este doctor son tan conocidos de todos, que temes precipitarte en<br />

un precipicio. Esta doctrina por Ambrosio expuesta es tan evidente, que no hace falta una<br />

inteligencia prócer para entenderla y es superflua su explicación.<br />

Por último, para entender lo que digo, citaré aquí las palabras de este santo obispo<br />

católico. Habla del nacimiento del Señor, y dice este autor, cuya fe e interpretación de las<br />

Escrituras, en sentir de vuestro Pelagio, ningún enemigo jamás atacó: "Como hombre,<br />

sufrió el Señor toda suerte de tentaciones y, asemejado a nosotros, todo lo toleró. Pero,<br />

como nacido del Espíritu, no cometió pecado. Todo hombre es mentiroso y nadie está sin<br />

pecado, sino sólo Dios. Queda probado, añade que todo el que nace de varón y mujer, es<br />

decir, de la unión de los cuerpos, no está exento de pecado, y todo el que esté exento de<br />

pecado no fue concebido de esta manera".<br />

Y como no puedes negar sean de Ambrosio estas palabras y su sentido comprendes que es<br />

claro y transparente, ¿por qué gritas: "¡Oh vergonzosa falsedad!"? ¿Sobre quién, por<br />

favor, recae esta vergüenza, sobre él o sobre mí? Si es sobre Ambrosio, medita a quién<br />

diriges tu injuria; si sobre mí, piensa que eres un calumniador. Dirás que enseño esta<br />

doctrina. Sí, la enseño porque es verdadera. Y si la crees falsa, dime ¿cómo, por una<br />

misma doctrina, soy yo maniqueo y no lo es Ambrosio? Con cuánta mayor justicia<br />

podíamos nosotros gritar: ¡Oh vergonzosa acepción de personas! Acepción que te haría<br />

enrojecer si tu caradura no corriese parejas con tus palabras.<br />

El buen uso del mal


107. Jul.- "Se atreve a decir que no condena el matrimonio y con redomada maldad<br />

engaña a sus rudos oyentes, pues afirma que se apartó de la sociedad de los maniqueos y<br />

en mil ocasiones coloca en el reino del diablo la unión de los sexos, la institución del<br />

matrimonio, el afecto y sentimiento de paternidad; y a estas invenciones de Manés añade<br />

la ayuda de su ingenio sutil, y sentencia la unión de la carne como obra diabólica, aunque<br />

se realice por la carne y sea obra de los esposos. Adscribe también al reino del diablo a los<br />

inocentes, aunque absuelva a sus padres. Enemigo siempre de Dios, toma la defensa de<br />

los que, como él mismo dice, sirven al diablo al consentir en las apetencias de la libido".<br />

Ag.- Yerras e induces a error a cuantos te siguen. No están bajo el imperio del diablo<br />

aquellos que ceden a los deseos de la carne y usan de esta unión carnal permitida para<br />

engendrar hijos que necesitan ser regenerados. Con esto, sin embargo, no defendemos el<br />

mal de la libido, pero sí defendemos a los que usan bien de este mal. Que existe un buen<br />

uso del mal, lo vemos en las santas Escrituras, pues Satán mismo sirve en el mundo de<br />

utilidad, y, aunque digno de execración, concurre al elogio del que usa bien de tamaño<br />

mal.<br />

Juliano calumnia a San Ambrosio<br />

108. Jul.- "Declaras que los niños son obra de Dios y los pones bajo el poder del Enemigo,<br />

y así no incriminas la obra del diablo, cuyos ministros absuelves de culpa; pero sí la obra<br />

de Dios, a la que no tiene acceso la voluptuosidad, que sirve a la obra del diablo. Eres un<br />

acusador de la obra de los cónyuges; justificas el desarreglo de las pasiones; atacas la<br />

inocencia; difamas la justicia divina y no temes escribir: 'Declaro terminantemente que los<br />

niños están bajo el poder del diablo por haber nacido de una unión carnal'. Y como no<br />

quieres dejar esta doctrina en su horrible desnudez, tratas de cubrirla con alguna<br />

autoridad; y, al no poder encontrarla en las Escrituras, nos dices que tal fue el sentir de<br />

Ambrosio. ¿No es para asombrarse ver que acusa a los muertos el que acusa a los<br />

inocentes?"<br />

Ag.- Para cualquiera que te escuche, ¿qué significa la objeción que nos haces, si no es que<br />

la sentencia que citamos del bienaventurado Ambrosio no es suya, sino de nuestra<br />

invención y falsamente a él atribuida por nosotros? Al leer estas cosas, yo mismo las<br />

consideré baladíes; pero, cuando llegué a lo que tú añades y dices que tal es el<br />

pensamiento de Ambrosio, me di cuenta de que eres un infame calumniador de este ilustre<br />

doctor.<br />

Cuanto dices contra mí porque sostengo que nadie concebido de varón y mujer está<br />

exento de pecado, lo afirmas también contra aquel que antes que yo lo enseñó y escribió.<br />

Por el contrario, para refutar y desarbolar tus vacíos pensamientos, declaro que los niños,<br />

por el pecado original, están sometidos al poder del diablo si no son regenerados por<br />

Cristo; y contra tus criminales acusaciones defiendo no sólo mi persona, sino también a<br />

Ambrosio, a todos cuantos abrazan su doctrina y la han enseñado, a la Iglesia universal de<br />

Cristo, que practica los exorcismos e insuflaciones sobre los niños en el momento de ser<br />

bautizados y testifica que es doctrina de la tradición conservada con toda fidelidad.<br />

Manés, Ambrosio y Agustín<br />

109. Jul.- "¿No podías, con más razón, haber dicho: 'Esto mismo enseñó Manés en su<br />

carta a Patricio; lo dijo en otra que escribió a su hija Menoc y en otros muchos escritos,<br />

fuente de tu inspiración?' Pero te empeñas en atraer a tu partido al obispo de Milán, y,<br />

puesto que no puedes tener su aval, quieres, al menos, consolarte".<br />

Ag.- La doctrina de Ambrosio es completamente opuesta a la de Manés. Enseña Manés que<br />

a nuestra naturaleza se mezcla una naturaleza extraña; afirma Ambrosio que nuestra<br />

naturaleza fue, por la prevaricación del primer hombre, viciada. Y en nuestra cuestión<br />

defiende Ambrosio que el nacimiento de Cristo marca una diferencia radical entre su carne<br />

y la carne de pecado de todos los demás hombres, mientras Manés niega hasta la<br />

existencia de esta carne en Cristo. Lo que Ambrosio cree, lo creo yo; lo que dice Manés, ni<br />

lo cree Ambrosio ni lo creo yo. ¿Por qué tratas de separarme de Ambrosio y asociarme a<br />

Manés? Si enseña Manés que los niños en su nacimiento no contraen el pecado original por<br />

la mezcla con otra naturaleza, sino por la depravación de la nuestra, entonces es la<br />

doctrina de Ambrosio y la mía. ¿Por qué quieres asociarnos a los dos a Manés? Y si éste no<br />

es el dogma de Manés -y no lo es- y yo digo lo que Ambrosio dice, ¿por qué no te dignas


asociarnos a los dos a Manés? ¿Por qué dices "que busco atraer a mi partido al obispo de<br />

Milán", cuando tú tratas, en vano, de separarme de él? ¿Será, según tú, porque si no<br />

puedo encontrar en él defensa, al menos busco consuelo?<br />

Lo quieras o no, Ambrosio y yo tenemos a Cristo por apoyo inquebrantable; a Cristo tal<br />

como nos lo presenta la fe católica. Lo confieso: Ambrosio es mi consuelo, porque soy con<br />

él objeto de tus insultos; y en esta causa no sólo él es mi consuelo, sino también Cipriano,<br />

Hilario y otros tales, cuya fe católica en mí atacas. No mires con malos ojos si busco<br />

consuelo a tus insultos en Ambrosio, Cipriano e Hilario, pues tú, para consuelo de tu<br />

condena, puedes contar con Pelagio, Celestio y otros doctores del mismo pelaje. ¿Qué<br />

tienes contra mí? ¿Que puedo probar que Ambrosio combate el maniqueísmo en favor de<br />

la fe católica y que tú, al censurar doctrinas de Ambrosio, proporcionas ayuda a los<br />

partidarios de Manés o, al menos, consuelo en su derrota o, lo que es peor, estimulas su<br />

resistencia?<br />

Existe, según los maniqueos, una sustancia o una naturaleza mala en su esencia, coeterna<br />

a la sustancia o naturaleza buena de Dios, porque es imposible, dicen, que el mal nazca<br />

del bien. Contra esta doctrina dice Ambrosio: "De los bienes macen los males, porque el<br />

mal es sólo privación de un bien y el mal hace resaltar el bien; luego la raíz del mal es la<br />

carencia del bien" 133 .<br />

Entre estas dos posiciones, tú, ¿cuál eliges? Afirmas que "la naturaleza de las cosas no<br />

permite que el mal venga del bien, ni la iniquidad de la justicia". Estas palabras tuyas<br />

están tomadas de aquella famosa obra tuya, en cuatro libros, en la que tratas de<br />

responder a un opúsculo mío, y por ellas te declaras contra Ambrosio y a favor de los<br />

maniqueos. Si fueras en esta causa juez, sin duda sería Ambrosio vencido por los<br />

maniqueos. ¿No sientes sonrojo en calumniar a los que abiertamente incriminas y en<br />

adular a los que de soslayo acusas? ¿No te da vergüenza reprochar a otros prestar ayuda<br />

a los que tú mismo socorres?<br />

Juliano, enemigo acérrimo de la fe católica<br />

110. Jul.- "¿Pueden, por ventura, perjudicar a la ley o a las obras de Dios los escritos de<br />

estos controversistas?"<br />

Ag.- Empiezas ahora a confesar que no he atribuido falsamente esta doctrina al obispo<br />

Ambrosio, pues en verdad es suya; pero tratas de esquivar su autoridad, y dices: "¿Es que<br />

los escritos de estos comentadores prejuzgan a la ley o a las obras de Dios?" Continúa y di<br />

cuanto pueda servir para conocerte como el más acérrimo enemigo de la fe católica.<br />

No tiene argumentos<br />

111. Jul.- "Lo dicho basta y sobra para convencerme que en ningún lugar de las santas<br />

Escrituras has leído la doctrina que enseñas y crees y en causa tan importante te apegas<br />

únicamente a unas palabritas tomadas, dices, de un obispo. Si hubieras topado con una<br />

autoridad de más peso, la habrías, sin duda aducido".<br />

Ag.- Juzguen los lectores si he citado o no testimonios divinos y si tú no has intentado, en<br />

vano, desnaturalizar los testimonios por mí citados.<br />

La autoridad de Pelagio<br />

112. Jul.- "Es, empero, un bien nos hayas aligerado del peso de tales personajes. En el<br />

libro que pergeñaste contra el libre albedrío dedicado a Timasio, cita San Pelagio los<br />

nombres de Ambrosio y Cipriano como varones venerables, defensores en sus escritos del<br />

libre albedrío. Tu respuesta fue que no te sentías oprimido por la autoridad de estos<br />

autores. Y añades que, mediante un progreso en la santidad, habían expiado lo que de<br />

reprensible hubiera en sus escritos. Si te recuerdo estas tus palabras, es para que te<br />

avergüences de excitar contra nosotros la antipatía con la cita de estos nombres. Además,<br />

las palabras de Ambrosio o de otros autores cuya fama tratas de ensuciar asociándolos a<br />

vuestros errores, con facilidad pueden ser interpretadas en un sentido más claro y<br />

favorable".<br />

Ag.- ¿Quién puede creer en la gran ceguera de tu corazón sino el que esto lea? Dices que,


si yo hubiera podido encontrar una autoridad de más peso, no me habría abstenido de<br />

aducir sus argumentos o, según tu expresión, sus palabritas; y añades que Pelagio, tú lo<br />

llamas santo, invocó, en defensa del libre albedrío, la autoridad de los venerables doctores<br />

Ambrosio y Cipriano; pero advierte, cuando esto dices, que estás acusando a tu maestro y<br />

que rechazas vuestra herejía. Si Pelagio, según tu sentir, hubiera encontrado autoridad de<br />

más peso en favor de su causa en los libros canónicos, hubiera dado de mano a todos los<br />

comentaristas. ¿Podrías hablar de esta manera si el nombre de Ambrosio no te causase tal<br />

turbación hasta el punto de oponerlo de inmediato como adversario de Pelagio?<br />

"Fue el primero, dices, en levantaros el peso de dichos personajes, es decir, de Ambrosio y<br />

sus socios". El peso de esta autoridad te oprime hasta el punto de triturarte y convertirte<br />

en polvo que arrebata el viento de la superficie de la tierra. Estos obispos de Dios, tan<br />

numerosos, venerables, santos e ilustres, después de ser hijos de la Iglesia católica y<br />

estudiar sus doctrinas, fueron Padres por sus enseñanzas, y han hablado del pecado del<br />

primer hombre y de la transmisión del pecado a todos los mortales, sin jamás tener un<br />

lenguaje diferente los unos de los otros o contradecirse entre sí. Tal fue la unanimidad y<br />

constancia de sus sentimientos, que todo el que no lea sus escritos con prejuicios<br />

heréticos queda convencido de que la Sagrada Escritura ha de ser interpretada en este<br />

sentido sobre esta materia, así como entendida la fe católica como ellos la interpretaron y<br />

entendieron; tú te sientes, empero, tan oprimido bajo el peso de su autoridad, que te<br />

tomas el trabajo de salir en defensa suya e interpretas sus palabras de una manera clara y<br />

benévola cuando estás en contradicción con sus doctrinas.<br />

Escuchemos tu clara y benévola exégesis. Si tu interpretación justifica sus palabras, ¿por<br />

qué me haces objeto de tus maldiciones? La doctrina que en mí detestas y rechazas es la<br />

misma que tratas de justificar en ellos. Y si, lejos de justificarlos, astutamente los acusas<br />

so pretexto de excusarlos, tu interpretación no será, a nuestros ojos, convincente y<br />

benévola, sino una irrisoria adulación, como máscara defensiva por temor a levantar<br />

contra ti a todos los católicos que veneran a estos insignes varones.<br />

Juliano es un charlatán empedernido<br />

113. Jul.- "Se puede, por ejemplo, decir que, con extremada sencillez y atentos a otras<br />

cuestiones, no tenían necesidad de prevenir dificultades marginales que podían surgir de<br />

sus expresiones. Con frecuencia alaban el matrimonio y nunca soñaron en considerar las<br />

inclinaciones de la carne obra del diablo; ni someter las obras de Dios, es decir, los<br />

miembros de la naturaleza, al imperio del diablo; consideran el matrimonio como una<br />

institución divina bendecida por el Señor, y cuantas veces se les presenta ocasión<br />

proclaman la existencia del libre albedrío. Sería absurdo considerarlos como partidarios de<br />

vuestra criminal doctrina si en sus escritos se encuentran páginas de dudosa ortodoxia o<br />

expresiones descuidadas.<br />

Como tampoco sufren ningún desdoro las Escrituras porque todos los herejes traten de<br />

encubrir sus doctrinas con alguno de sus testimonios. Del mismo modo, no sufrimos<br />

mengua porque se atente a la fama de algunos varones católicos a causa de algunas<br />

expresiones poco limadas. Es, pues, cierto que nunca tuvieron intención de condenar el<br />

matrimonio, ni de negar la existencia del libre albedrío o herir a inocentes, y, de haber<br />

existido, no confirmarían vuestro dogma, pero sí habrían deshonrado su ministerio".<br />

Ag.- ¡Límpida y benévola defensa! Se expresó Ambrosio, dices, con extremada sencillez<br />

cuando dijo: "Todo lo que nace de la unión del hombre y de la mujer no está sin pecado";<br />

preocupado por algo más esencial, no soñó con las dificultades que podían surgir<br />

incidentalmente, o por inadvertencia o descuido se ha podido filtrar en sus escritos y<br />

discusiones el virus, como dices, del maniqueísmo. ¡Eres un empedernido charlatán!<br />

Temes a los hombres y perdonas al hombre, pues no justificas sus palabras. Si de verdad<br />

las defendieras, defenderías la verdad en su pureza, de la que ellas son expresión; y, si así<br />

es, tenemos razón para afirmar que existe el pecado original, dogma que pulveriza vuestra<br />

doctrina.<br />

Por el contrario, si no defiendes sinceramente esta doctrina, la interpretación que das a<br />

estas palabras no es clara ni benévola; no es una defensa, sino un engaño.<br />

"Con frecuencia, dices, tejió Ambrosio el elogio del matrimonio". También nosotros.<br />

"Nunca consideró al diablo autor de las inclinaciones carnales". Si las inclinaciones son


uenas, tampoco nosotros; si son malas, soy del parecer de Ambrosio. "Jamás somete al<br />

imperio del diablo las obras de Dios; esto es, los miembros que la naturaleza da al<br />

hombre". Pero los miembros de los adúlteros son obra de Dios al ser miembros de la<br />

naturaleza; sin embargo, están sujetos al vicio, y, en consecuencia, al diablo. "Estos<br />

insignes varones, afirmas, consideran el matrimonio como institución divina, bendecida<br />

por Dios; y cuantas veces tienen oportunidad proclaman la existencia del libre albedrío".<br />

Es lo mismo que profesamos nosotros. "No sería, dices, humano considerarlos partidarios<br />

de vuestra criminal doctrina". Pero sería más insensato juzgarlos partidarios de vuestra<br />

criminal herejía.<br />

"Las agradas Escrituras, dices, no padecen detrimento cuando todos los herejes buscan<br />

apoyo en algunos de sus pasajes; y lo mismo quieres suceda con algunas expresiones que<br />

por inadvertencia se escapan a sus autores; no deben, pues, perjudicar a los<br />

controversistas católicos". ¿No equivale esto a decir que las mismas palabras que leemos<br />

en las Escrituras, en las que se amparan los herejes para justificar sus errores, son<br />

palabras poco meditadas, no la expresión de la verdad? ¿Puede darse lenguaje más odioso<br />

y criminal? Y si me respondes que estas palabras son la expresión de la verdad, pero que<br />

los herejes no las entendieron en su sentido verdadero, entonces no hay semejanza entre<br />

los términos de tu comparación. Y si nos concedes que las palabras que os oponemos<br />

están tomadas de Ambrosio, Cipriano o algunos otros autores católicos, son expresión de<br />

la verdad, afirmas ya la existencia del pecado original.<br />

Y si nosotros estamos con estos doctores de acuerdo, alabamos el matrimonio,<br />

reconocemos el libre albedrío, defendemos a los inocentes, tú has de confesar, con ellos,<br />

que no están los niños exentos de pecado; de otra suerte, nosotros estaríamos al lado de<br />

ellos, tú en la oposición; y no defiendes, como habías prometido, su doctrina, sino que la<br />

impugnas. Forzado, pues, por tu dogma a inculparlos y acusarlos de falsedad, no te está<br />

permitido invocar su autoridad y defenderlos según tu promesa. Al adularlos con tus<br />

excusas, te manifiestas, en la adulación, su acusador.<br />

El paraíso de Juliano<br />

114. Jul.- "Conjeturo y declaro con plena libertad que, si alguno de estos doctores viviese<br />

en nuestros días y viese la belleza de la doctrina cristiana tan apagada, ocioso el libre<br />

albedrío en todos los hombres e imputar al sino lo que libremente hacen; y las obras de<br />

Dios sometidas a crítica despectiva; predicada a los pueblos la destrucción de su santa ley<br />

por la gracia ineficaz, se les revolvería la bilis contra vosotros al constatar que no es<br />

posible distinguir vuestra doctrina sobre el pecado natural de la impía enseñanza de<br />

Manés, y, corregido y condenado vuestro error, tomarían la defensa de la fe católica en<br />

términos más precisos y con mayor cautela".<br />

Ag.- ¿Por qué corriges nuestros errores y no los vuestros? ¿Dónde queda tu promesa de<br />

criticar y condenar con toda libertad el error? No es libre tu vanidad y es falsa tu libertad.<br />

Temiste decir que, si Ambrosio viviese en nuestros días y os escuchase, corregiría primero<br />

sus enseñanzas, luego nuestros errores; pero tú, hombre libre, ocultas tu pensar, aunque<br />

lo dejas entrever. He aquí dónde nos encontramos hoy. Si Ambrosio viviese, comprendería<br />

que fue maniqueo; y, después de oír a Juliano, a Celestio o al mismo Pelagio, caería en la<br />

cuenta que no le es lícito permanecer más tiempo en la senda en la que nos encontramos<br />

nosotros, sino separarse de nuestro impío y pestilente dogma y someterse, para una cura<br />

de urgencia, a vuestras saludables prescripciones.<br />

¡Qué espectáculo más fascinante se ofrecería a la imaginación! Ver en pie a Ambrosio, o,<br />

si se le permite, sentado ante Pelagio, aprendiendo que existe un nuevo paraíso, repleto<br />

de todas las calamidades de este siglo que vemos padecen los niños; paraíso en el que,<br />

aunque nadie hubiera pecado, la carne codiciaría contra el espíritu; y para que no nos<br />

arrastrara a actos ilícitos y criminales debería el espíritu luchar contra la carne; Ambrosio<br />

afirma que en la naturaleza humana esta lucha procede de la prevaricación del primer<br />

hombre; pero, bajo vuestro magisterio, ya no osaría afirmarlo.<br />

En un paraíso de esta especie palidecerían necesariamente las embarazadas y deberían<br />

soportar penosas languideces y gritar de dolor al parir; los hombres nacerían sujetos a<br />

múltiples enfermedades en el cuerpo y en el alma. Algunos superdotados, con mayor o<br />

menor esfuerzo, aprenderían letras; los más lerdos, con fatiga y lentamente, según la<br />

medida de su inteligencia y gracias a los palmetazos de sus maestros, si no quieren


permanecer analfabetos. Los necios serían objeto de piedad o irrisión, sin ser confiados a<br />

los maestros. Y los niños, antes de querer o poder obrar bien o mal, estarían sujetos a<br />

enfermedades, aquejados por achaques, curados mediante insufribles dolores,<br />

atormentados por los demonios y condenados a morir entre estertores horribles.<br />

Y si, horrorizado, Ambrosio rehusara creer en estas cosas y fuera su respuesta que, si<br />

nadie hubiera pecado, en aquel lugar de delicias no existirían estos males incluso después<br />

de consumado el pecado por la gran prevaricación, fuente de estos males, y ser arrojados<br />

del edén; y si añade que por esta prevaricación vino a los mortales toda clase de miserias,<br />

miserias que no existirían si no viciara la naturaleza el gravísimo pecado del primer<br />

hombre, transmitiendo tantas y tan grandes calamidades, a las que nadie puede<br />

sustraerse si no es abandonando esta vida los que han participado de la redención y han<br />

recibido ya el premio de la vida eterna. Si esto respondiera Ambrosio, pronto lo reducirías<br />

al silencio con tus brillantes silogismos para que no pudiera condenar la concupiscencia de<br />

la carne, ni admitir la existencia del pecado original, ni condenar el matrimonio, ni negar el<br />

libre albedrío, ni vituperar las obras de Dios y, bajo el pretexto de tutelar la eficacia de la<br />

gracia, destruir la ley.<br />

Cierto, esto no puede ser como dices. Sentid sonrojo y pavor de tales pensamientos. De<br />

vivir aún este varón, os rechazaría con más fuerza que nosotros en defensa de la fe<br />

católica y de la equidad de la gracia divina. Os demostraría que vuestras deducciones<br />

carecen de lógica, porque no se puede llevar una vida honesta cuando se niega o alaba la<br />

concupiscencia, sino cuando se le hace tascar el freno. Os probaría también que no se<br />

culpa al autor de la naturaleza cuando se demuestra cómo puede ser sanada por él, y<br />

viciada, no creada por el Enemigo. No se condena el matrimonio, que permite usar bien de<br />

la torpe libido; ni se suprime el libre albedrío cuando se nos hace ver de dónde viene el<br />

poder obrar bien. Por último, la gracia no destruye la ley, la plenifica. Todo esto os<br />

demostraría este ilustre doctor, y en presencia vuestra rompería el marco, que acabamos<br />

de esbozar, de vuestro paraíso, consecuencia lógica de vuestro error, objeto de pasmo y<br />

de risa para todos los hombres, que lo consideran como parto de una imaginación<br />

desbocada y delirante.<br />

El bien del matrimonio<br />

115. Jul.- "Nadie, en efecto, tiene derecho a aceptar unas premisas y negar su<br />

consecuencia. El que sostiene que los niños están sometidos al poder del diablo porque<br />

son fruto de la unión de los sexos, condena, sin duda, lo que constituye la naturaleza<br />

humana, es decir, la unión de los sexos, en sí obra de la misma naturaleza".<br />

Ag.- Esto te lo parece a ti, pero que no es así lo vio Ambrosio; tú no lo ves. Sentencia él<br />

que cuantos nacen de hombre y mujer, es decir, de la unión de los cuerpos, no están<br />

exentos de pecado; pero no condena la unión sexual en sí, pues es obra de la naturaleza.<br />

La unión íntima de los esposos con el fin de procrear es un bien del matrimonio. Con todo,<br />

ciertas obras buenas no se realizan sin mezcla de algún mal, lo mismo que las obras malas<br />

no se ejecutan sin el concurso de miembros buenos. Por enormes que sean los que<br />

enlodan la naturaleza humana, su esencia siempre es buena; buena es la naturaleza de un<br />

cuerpo, aunque nazca enfermo; buena la naturaleza del alma, aun cuando alguien nazca<br />

deficiente mental; lo mismo, buena es la naturaleza del hombre, aunque nazca con la tara<br />

del pecado original.<br />

Silogismos de Juliano<br />

116. Jul.- "O se aceptan a un tiempo mis dos proposiciones o se rechazan las dos;<br />

también se puede rechazar una u otra; pero a nadie le es permitido elegir una y rechazar<br />

la otra, y menos atacar la unión sexual ilícita agravada por una mala voluntad; porque es<br />

más sencillo atacarla defendiendo los frutos que produce, que justificarla después de<br />

acusar estos mismos frutos. Flotas entre el temor y la impiedad, pero no puedes<br />

establecer nuevas reglas lógicas, ni arrogarte el derecho de elegir entre dos proposiciones<br />

inseparables, de suerte que aceptes una y excluyas la otra que le es conexa. Antes se<br />

verían pastar ágiles corzos en el aire que negar la consecuencia de una premisa<br />

establecida 134 .<br />

En esta línea se apoya Pablo, el apóstol, cuando dice: Si los muertos no resucitan, ni<br />

Cristo resucitó. Si Cristo no resucitó, vana es vuestra esperanza 135 . Pero Cristo resucitó;


luego es cierto que un día resucitarán los muertos. Y para confirmar esta verdad con un<br />

ejemplo y grabarla en el ánimo del lector, pongamos en el telar la duda: si el ser justo es<br />

un bien, pregunto si concedes que todo lo justo es honesto. Si me lo concedes, pregunto<br />

aún: '¿Crees que todo lo honesto es bueno?' Si de nuevo lo concedes, quieras o no,<br />

concluyo: 'Si todo lo justo es honesto y todo lo honesto bueno, luego todo lo justo es<br />

bueno'. Aquel que acepte las dos premisas y rechace la consecuencia, no destruye el<br />

edificio de la razón, pero se expone a ser objeto de mofa. Traigo este ejemplo a nuestro<br />

terreno y queremos saber si existe pecado en la naturaleza. Te pregunté si existía pecado<br />

sin un acto de la voluntad. 'No', me contestaste, como lo atestiguan tus palabras. Luego<br />

añadí: '¿Crees que en los niños hay voluntad?' Y lo negaste. ¿Cuál es entonces la<br />

consecuencia, si no hay pecado sin voluntad? Es tan evidente, que ni un académico lo<br />

pone en duda, aunque es su divisa no tener certeza alguna. Tú concedes las dos premisas<br />

y niegas la consecuencia, en la que están en esencia las dos. Cierto que no conseguirás<br />

destruir los fundamentos de la razón, pero sí das pruebas de tu locura".<br />

Ag.- ¿Tan mentecato eres para creer que no hay pecado en la naturaleza, cuando el<br />

pecado sólo puede existir en una naturaleza? Porque el pecado existe en el ángel o en el<br />

hombre, que, sin duda, son naturalezas; si, pues, no existiese el pecado en ninguna de<br />

estas naturalezas, no existiría. Cuando propones la cuestión y quieres saber si el pecado<br />

existe en la naturaleza, pretendes enseñar que el pecado no existe en la naturaleza; mas,<br />

si la vanidad no te ciega, comprenderás que es vano tu empeño y vana la cuestión que<br />

propones. Destruye los fundamentos de tu razón, por ser una falsa razón; y, sin sacar a<br />

luz mi locura, pruebas tu error.<br />

Concedo tus dos proposiciones y niego la conclusión, pues no es, contra lo que tú piensas,<br />

consecuencia de las dos premisas. Concedo también que el pecado no puede existir sin un<br />

acto de la voluntad, porque sin querer pecar no se peca; pero, en otro plano, el pecado<br />

existe sin el querer de la voluntad, pues mientras no sea perdonado subsiste, aunque la<br />

voluntad deje de tener en él su influjo. Concedo además que el pecado no puede existir sin<br />

un acto de la voluntad, en el sentido de saber que el pecado original fue cometido por la<br />

voluntad de aquel del que trae su origen. Al conceder que en el niño no hay voluntad de<br />

pecado, y, en consecuencia, no puede cometer pecado, no se sigue necesariamente que<br />

estas dos concesiones tengan por conclusión la inexistencia del pecado original en los<br />

niños. Legítima sería la conclusión si, como concedo no existe sin voluntad el pecado,<br />

concediera que no hay pecado sin voluntad personal de pecar. En consecuencia, el niño no<br />

tiene voluntad personal de pecar; pero para que estuviera exento de todo pecado sería<br />

preciso no hubiera contraído inmundicia alguna de aquel que pecó por propia voluntad.<br />

Un razonamiento paralelo se puede establecer acerca del nacimiento del hombre. Si, por<br />

ejemplo, dijeres: "Nadie nace sin un acto de la voluntad", con toda razón te lo concedo.<br />

Pero si dijeses: "Nadie nace si no es por un acto de la propia voluntad", te lo negaría. Lo<br />

mismo aquí; si se trata del pecado de los niños, este pecado de origen no tuvo existencia<br />

sin un acto de la voluntad, pero no del niño.<br />

Juliano evita la verdadera cuestión<br />

117. Jul.- "Si estos sacerdotes cuyas palabras acabamos de interpretar oyesen poner en<br />

duda la bondad de la unión conyugal o si se les preguntase si los cuerpos han sido<br />

formados por Dios, ellos confesarían. Esto concedido, les preguntaría de nuevo si el<br />

matrimonio ha sido instituido por él. Concedido también, les preguntaría otra vez si la<br />

unión sexual es necesaria para la concepción del feto. Obtenida respuesta afirmativa, se<br />

impone atribuir al mismo autor de los cuerpos la unión de los cuerpos y el fruto de dicha<br />

unión".<br />

Ag.- ¿Se trata, acaso, entre nosotros de saber si la unión conyugal es en sí buena? Los dos<br />

afirmamos su bondad. ¿Por qué piensas tan mal de aquellos sacerdotes cuyas sentencias<br />

no explicas, como con toda falsedad aseguras, sino que las vicias, hasta querer<br />

convencerlos de que han dudado de cosas de las que, como nosotros, están convencidos?<br />

Buena es la unión conyugal, que tiene por fin la procreación. Cuando dice Ambrosio que<br />

ninguno de los nacidos de la unión de los dos sexos está exento de pecado, no condena la<br />

unión conyugal, pero ve el mal, del que, si se hace buen uso, ningún católico duda sea un<br />

bien.<br />

Dices, pues, vaciedades y pierdes el tiempo en cuestiones superfluas. Difieres tratar la


verdadera cuestión y, de lo que no se duda, te empeñas en probarlo como si se pusiera en<br />

duda o se negara. ¿Qué hay de extraordinario publiques libros tan voluminosos como<br />

faltos de contenido?<br />

Juliano, herido, no contrito<br />

118. Jul.- "No hay duda, estos varones tan sabios, estos sacerdotes católicos, aceptaron<br />

esta conclusión, pues reconocen que los sentidos del cuerpo, la concepción del feto, son<br />

obra de un Dios verdadero. Nada malo hizo Dios, el mal es obra de una mala voluntad,<br />

que, sin coacción natural alguna, comete pecado; y estos sacerdotes declararían que<br />

maniqueos y traducianistas quedan fulminados por los rayos luminosos de la verdad<br />

católica".<br />

Ag.- ¿Por qué, sin pudor alguno, mientes y afirmas interpretar y defender la doctrina de<br />

los que llamas sabios varones y sacerdotes católicos? Si, por el contrario, defiendes e<br />

interpretas su doctrina en toda su integridad, ¿no eres tú el fulminado por la verdad?<br />

Cuando Ambrosio sentencia que nadie concebido por unión sexual está libre de pecado, o<br />

dice mentira o verdad. Si dices que es falsa su doctrina, no la defiendes, la atacas, aunque<br />

son palabras de varones que llamas sabios y sacerdotes católicos. Si, por el contrario,<br />

defiendes e interpretas con sinceridad sus sentencias, concedes que son verdaderas, y<br />

entonces quedas fulminado por las palabras de estos obispos católicos.<br />

¿Por qué te ufanas y dices que si estos bienaventurados y muy doctos varones hubieran<br />

oído tus silogismos, hubieran declarado que nosotros, a quienes tildas de maniqueos y<br />

traducianistas, "quedaríamos fulminados por los rayos luminosos de la verdad católica?"<br />

Ellos se pronunciarían contra sí mismos, y quedarían, por tus argumentos, triturados,<br />

juntamente con nosotros. ¿Por qué, de una manera explícita, no te atreves a decir lo que<br />

implícitamente afirmas?<br />

Confieso, con Ambrosio, la existencia del pecado original. ¿Cómo, si lanzas tus rayos con<br />

tanta fuerza por esta verdad común a los dos, yo quedo aniquilado y él justificado? ¡Qué<br />

vacío estás! Al no hacer distinción entre él y nosotros, a los dos nos acusas; no obstante,<br />

imposible atacarle, si no quieres invalidar el testimonio de tu doctor Pelagio, pues declara<br />

que ningún enemigo osó reprender la pureza de su fe ni su interpretación de las<br />

Escrituras. En consecuencia, aunque seas enemigo de su fe y discrepes de su<br />

interpretación escriturística, directamente no te atreves a impugnarlo, pero confías que, al<br />

atacarme a mí, haces ver lo que hay de error en sus palabras.<br />

Hombre herido, no contrito; una fuerza superior te obliga a desvelar tus oscuras falacias.<br />

En vano finges tener el poder de un rayo cuando aspiras el humo de un cuerpo quemado.<br />

Estas son las razones por las que te afanas en convencer a Ambrosio y a los doctos<br />

partidarios de su doctrina de la inexistencia del pecado original. "Dios, dices, formó los<br />

cuerpos e instituyó el matrimonio, y sin la unión de los cuerpos no es posible la<br />

concepción". Concedemos esto, y concedemos también lo que añades, a saber: "Tanto el<br />

feto como la unión pertenecen al autor de los cuerpos", siempre que por "unión" quieras<br />

dar a entender la unión conyugal. Porque reconocemos que es en sí verdad, pero no se<br />

sigue de tu razonamiento. Pues de otra suerte se podría decir: "Si el cuerpo ha sido<br />

formado por Dios, y la unión carnal sólo por el cuerpo puede realizarse, se sigue que la<br />

unión de la carne ha de atribuirse al creador del cuerpo". Otro pudiera también decir: "Si<br />

sólo Dios es autor del cuerpo, y por el cuerpo se realiza el adulterio, éste ha de atribuirse<br />

al autor del cuerpo".<br />

Este lenguaje, lo admites, es injurioso para Dios y a este extremo conducen tus<br />

silogismos. Así pues, como no es consecuente atribuir a Dios el adulterio, aunque se<br />

realice por el cuerpo, obra de Dios, tampoco se sigue que la "unión" ha de atribuirse a<br />

Dios, aunque no se realice si no es por el cuerpo, obra de Dios. Hemos, sin embargo,<br />

concedido que sólo la unión conyugal, que tiene por finalidad la procreación, se ha de<br />

atribuir al Dios creador; no porque esta verdad sea consecuencia de tus premisas, sino<br />

porque, vista desde otro ángulo visual, se constata ser verdadera. Y lo que tú tratas de<br />

que Dios sea creador de los cuerpos, no porque Dios haya instituido el matrimonio, fuente<br />

de los niños, y sea Dios el que directamente crea el feto animado no es lógica tu<br />

consecuencia: "Sólo Dios verdadero, dices, actúa en los entresijos de la carne y en el<br />

embrión, fruto de la unión de los sexos". Dime: ¿dónde deposita el germen del mal el<br />

demonio, culpable con nuestros primeros padres, si no es en los sentidos de la carne?


Sentidos que fueron viciados cuando, obediente al pérfido consejo del diablo, cometieron,<br />

al consentir, el pecado. ¿Dónde deposita la semilla del mal que transmite a todo el género<br />

humano si no es en el fruto de la unión sexual, es decir, en los hijos de los hombres? ¿<br />

Cómo puedes decir "que nada malo es obra de Dios"? ¿No es un mal para los réprobos el<br />

fuego del infierno?<br />

Si alguien da fe a tus palabras: "El mal es sólo voluntad de pecar sin coacción alguna<br />

natural", sin hablar de los innumerables males que sufren los ángeles malos y los hombres<br />

contra su querer, no se debiera temer el eterno suplicio, el mayor de los males, pues no es<br />

mala voluntad, sino castigo de una mala voluntad. Estos tus razonamientos piensas son<br />

rayos, cuando tu corazón es ceniza.<br />

Hipocresía y falsedad<br />

119. Jul.- "Deja de acusar a varones de recto juicio, obispos de las iglesias. No los<br />

sometas a juicio por expresiones suyas poco cuidadas. No es una vacilación momentánea,<br />

sí una intención pertinaz, la que merece reprensión airada. Imitemos su celo en edificar,<br />

exhortar, suplicar, corregir a su pueblo; cosa que no hubieran hecho si hubieran, como<br />

vosotros creído en pecados no voluntarios, sí naturales".<br />

Ag.- También nosotros, en la medida de nuestra pobreza, edificamos a nuestro pueblo con<br />

nuestras exhortaciones, plegarias, correcciones, como hizo Ambrosio; y, con todo,<br />

creemos y enseñamos acerca del pecado original lo que Ambrosio creyó y predicó; y con<br />

él, otros insignes colegas a quienes llamas "obispos de las iglesias, varones de sano<br />

juicio". Pero tú ¿de qué juicio estás dotado para sañudamente atacar lo que con pleno<br />

consenso aprendieron y enseñaron? Con hipocresía sales en su defensa y me combates<br />

como si fuera yo su acusador, cuando te consta los defiendo de tus solapadas acusaciones.<br />

"No se debe, dices, someterlos a juicio por ciertas expresiones poco cuidadas". ¿Es así<br />

como defiendes y justificas sus palabras? Con el pretexto de un descuido, no los repruebas<br />

ni condenas; pero, sin duda, acusas y condenas, como contrarias a la verdad, palabras<br />

poco meditadas.<br />

Por favor, si declaras falsas las palabras que defiendes, declara verdaderas las que<br />

impugnas. "Una vacilación momentánea, dices, no merece reproche, sí la intención<br />

pertinaz en el error". ¡Como si pudieras probar que estos varones, no digo después de un<br />

breve tiempo, sino tras un largo caminar hasta el fin de sus días, modificaran su sentir<br />

acerca del pecado original! Tus palabras son vanas, sin sentido, ponzoñosas, contrarias a<br />

tu salvación. Calla, por favor. ¿De qué te sirve hablar tanto?<br />

Dialéctica engañosa de Juliano<br />

120. Jul.- "Veamos el resto. De nada sirve atribuyas al diablo los crímenes, no los<br />

cuerpos. Mientes en redondo, con la intención única de evitar el odioso nombre de<br />

maniqueo, cuyo veneno insuflas. Pues atribuyes al príncipe de las tinieblas los cuerpos, y<br />

proclamas obra diabólica la unión carnal y condenas sus movimientos y sus frutos. Al igual<br />

que tu primer maestro, condenas los miembros, no los vicios. A ejemplo de Manés, como<br />

probé por sus escritos, llamas satánicos los movimientos que Manés, indignado, ve<br />

manifestarse con violencia en el sexo. Por último, para compendiar en breve sentencia<br />

todos los argumentos y pueda el lector retenerlos en su memoria, te digo: 'Prueba que en<br />

los niños existe voluntad personal o declara están libres de pecado'.<br />

Si no lo haces y te contentas con afirmar que los niños están sometidos al diablo por ser<br />

fruto de la unión carnal, demostrarás que atribuyes al poder del Enemigo no los pecados,<br />

que no pueden existir sin un acto de la voluntad, sino los cuerpos y la libido, común a<br />

hombres y animales, que es como efecto natural, obra de Dios; y la pasión que turba tu<br />

espíritu y aflora en diferentes pasajes de tu discusión, de ahí que te encuentres entre<br />

varios y contrarios dogmas, es una pasión que sólo la locura y la impiedad puede concebir.<br />

No es ningún insulto para Ambrosio separarlo de vuestro rebaño ni lo podemos llamar,<br />

como pides, maniqueo".<br />

Ag.- Has trabajado en vano; después de largos y tortuosos, engañosos y fugaces rodeos,<br />

sientas esta conclusión: "No insultamos a Ambrosio al separarlo de vuestro rebaño, ni le<br />

llamo, como pides, maniqueo". Bien; si no lo llamas maniqueo, no me lo llames a mí; y si<br />

me lo llamas a mí, te ves obligado a llamárselo a él y a todos los grandes e ilustres


doctores de la Iglesia que acerca del pecado original -motivo por el que me llamas<br />

maniqueo- con toda claridad y sin ninguna ambigüedad lo han enseñado, como lo probé<br />

con toda evidencia en los libros primero y segundo de los seis que escribí contra cuatro<br />

tuyos.<br />

Si en nuestros días aún viviese Ambrosio, vencido por tu dialéctica, reconocería el error de<br />

sus primeros sentimientos, dada la falsedad de las consecuencias que se derivan, y ya no<br />

osaría decir que los niños, nacidos de la unión sexual, no estaban exentos de pecado ni los<br />

sometería al poder del diablo; bajo tu magisterio dejaría de ser maniqueo. ¡Lo que se<br />

perdió Ambrosio por no poder escucharte!<br />

En tu sentir, yo soy maniqueo, porque enseño una doctrina que Ambrosio nunca dejó de<br />

enseñar; luego ha muerto maniqueo. No debes, pues, defenderlo, es un imposible; pero sí<br />

has de lamentar el no poder enseñarle tu doctrina. Con todo si lo pudieras hacer,<br />

corregido y adoctrinado por maestro tan insigne, sin duda prohibiría, en la iglesia que él<br />

gobernaba, los exorcismos e insuflaciones sobre los niños que iban a ser bautizados.<br />

Temería ultrajar gravemente a Dios en la persona de estas inocentes criaturas, imágenes<br />

de Dios que, bajo ninguna razón, están, dices, sometidas al poder del diablo. Sin embargo,<br />

de haber prohibido esto, Ambrosio hubiera sido excluido, con vosotros, de la Iglesia<br />

católica.<br />

Lejos de mí pensar que se hubiera sometido a esta reforma o, mejor, engaño. Lejos de mí<br />

creer que este insigne varón se hubiera levantado con vosotros contra su madre la Iglesia<br />

católica. Invicto se le hubiera visto luchar por defenderla contra vosotros. ¿Por qué en esta<br />

causa piensas separarme de él? Como él enseño que nadie nacido de la unión del hombre<br />

y la mujer está exento del pecado original, ni él ni yo atribuimos al diablo la formación de<br />

los cuerpos; los dos condenamos el vicio de la naturaleza; ambos veneramos al autor de<br />

esta misma naturaleza. Si por afirmar que la concupiscencia, por la que codicia la carne<br />

contra el espíritu, vició la naturaleza humana a consecuencia de la prevaricación del<br />

primer hombre, "yo culpo los miembros, no los vicios", Ambrosio y yo somos culpables.<br />

Por el contrario, los dos decimos que uno es el origen de los vicios, otro el de los<br />

miembros; luego ni él ni yo hacemos caer nuestra condena sobre los miembros. Ni<br />

Ambrosio ni yo decimos que los niños tengan voluntad propia, pero sí decimos Ambrosio y<br />

yo que por la voluntad prevaricadora del primer hombre nació el vicio de la<br />

concupiscencia, de donde se sigue que todos los nacidos de la unión de los sexos contraen<br />

el pecado original. Los dos decimos que todos los renacidos, antes de renacer, están<br />

sometidos a un poder enemigo; no a causa de la naturaleza, obra de Dios, sino a causa del<br />

pecado, que entró en el mundo por el pecado de uno solo, y cuyo autor es el diablo, y así<br />

pasó por todos los hombres.<br />

¿Cómo puedes mentir con tan gran descaro y afirmar que defiendes y justificas las<br />

palabras de Ambrosio y de sus partidarios? ¿Quién es tan ciego que no vea que yo las<br />

defiendo y tú las condenas, que yo las explico y tú las oscureces? Estas son palabras de<br />

Ambrosio acerca de Cristo: "Como hombre, sufrió toda suerte de tentaciones. Por su<br />

semejanza con los hombres, todo lo soportó; pero, como concebido del Espíritu Santo, no<br />

tuvo pecado; todo hombre es mentiroso y nadie está sin pecado, sino sólo Dios. Es sabido<br />

-añade- que todo nacido de hombre y mujer, de la unión de los sexos, debe ser<br />

considerado culpable de pecado, y el que esté exento de culpa no ha sido concebido de<br />

esta manera" 136 .<br />

Tú declaras falsas estas palabras en conformidad con el dogma abominable de Manés. Y,<br />

en consecuencia, acusas y condenas la doctrina de Ambrosio. Yo, por el contrario, las<br />

declaro muy en armonía con la verdad y desfavorables y opuestas por completo al<br />

maniqueísmo. Por consiguiente, yo soy defensor de las palabras de Ambrosio y las justifico<br />

contra tus criminales acusaciones. Ve ahora si está con vosotros o con nosotros; pero<br />

como temes a los hombres que le admiran, tratas, con hipocresía, de excusarlo, cuando en<br />

verdad le combates con tus atroces invectivas.<br />

Elogio de las criaturas<br />

121. Jul.- "Cuando dices que Joviniano hizo este ultraje a Ambrosio, creo mientes; mas<br />

supongamos que tu acusación es verdadera y que Joviniano llamó maniqueo a San<br />

Ambrosio; esto probaría sólo la insensatez de Joviniano, porque no es posible dar el


nombre de maniqueo a un varón que enseña que la naturaleza es buena; los pecados,<br />

voluntarios; el matrimonio, instituido por Dios, y los niños, creados por él. Si pensó<br />

Joviniano que la preferencia dada a la virginidad era una abierta condenación del<br />

matrimonio, no supo lo que se dijo. Una cosa es ser contraria y otra ser mejor. La loa de<br />

un bien es un grado hacia lo mejor; acusar la naturaleza es caminar hacia el maniqueísmo.<br />

No condenó Ambrosio el matrimonio, ni consideró la unión de los esposos obra del diablo,<br />

ni afirmó ser una necesidad el pecado; en consecuencia, se equivocó Joviniano al<br />

compararlo con un maniqueo y confundió al acusador del matrimonio con el defensor de la<br />

virginidad. Porque Ambrosio, a propósito de los fetos, fruto de la unión de los cuerpos,<br />

legítima en sí e instituida por Dios, dice que, desde que empiezan a tener uso de razón,<br />

son, a imitación de sus antepasados, mentirosos; pero en esta unión no ve una necesidad<br />

de mentir, sino un indicio de universalidad.<br />

Al decir: 'Los nacidos de padres son mentirosos', es como si hubiera dicho: 'No hay<br />

hombre que, dueño de su voluntad, no haya alguna vez mentido'. Sabía muy bien que, a<br />

excepción de Cristo, todo hombre es fruto de la unión de los padres. Luego este varón<br />

sabio y prudente quiso indicar en la unión de los sexos no un pecado, sí la universalidad; y<br />

declaró que Cristo, por su nacimiento milagroso, no dijo mentira, y se rebeló contra<br />

Jerónimo, cuyo seguidor eres tú, porque quiso atribuir a Cristo una mentira positiva (cf. n.<br />

88). No mereció pues, el calificativo de maniqueo, si es que así fue llamado el que, contra<br />

vuestro error, no cesó de ensalzar las criaturas".<br />

Ag.- Frecuente es en mis labios el elogio de las criaturas. ¿Por qué dices que Ambrosio lo<br />

hace contra nuestro error, cuando lo hace conforme a nuestra fe? Referente a las palabras<br />

que te objeté, y que tú temiste reproducir por miedo de que su brillante resplandor hiciera<br />

patentes las oscuridades que entenebrecen tu espíritu, Ambrosio ha demostrado de una<br />

manera palmaria en otros pasajes de sus escritos que no está permitido creer, como dices,<br />

que por descuido o inadvertencia se le hayan escapado, sino que el pecado original es,<br />

para él, un dogma, por ser un dogma católico.<br />

¿Quieres saber cómo y en qué sentido dice: "Todo el que nace de hombre y mujer, es<br />

decir, de la unión de los cuerpos, no está libre de pecado; y si alguno hay exento de<br />

pecado, ha sido concebido de otra manera"? Para convencerte de que con estas palabras<br />

no ha querido designar los pecados que el hombre comete desde que empieza a tener uso<br />

de razón, como tú fantaseas, sino el pecado original, pon atención a las palabras que en<br />

otro lugar leemos: El Jordán retrocedió, estas palabras significan los futuros misterios del<br />

baño de salvación, por los cuales los niños, si son bautizados, quedan libres del mal de su<br />

naturaleza primera. Dime, Juliano: ¿de qué mal se ven libres, si no contraen el pecado<br />

original? 137<br />

Escucha aún otro testimonio: "No violó la aproximación del varón la virginidad de María,<br />

sino que el Espíritu Santo infundió un germen inmaculado en el seno inviolado de María"<br />

138 . Porque sólo, entre los nacidos de mujer, el Señor Jesús, gracias a su misteriosa<br />

concepción, no conoció el contagio de la corrupción terrena y la rechazó por su condición<br />

divina. Responde, Juliano: ¿cuál es esta corrupción terrestre, que sólo, entre los nacidos<br />

de mujer, el Señor Jesús no sintió, gracias a la misteriosa concepción de su nacimiento?<br />

Escucha una vez más: "Antes de nacer somos manchados por el pecado" 139 .Y poco<br />

después: "Si el niño, en el primer día de su existencia, no está exento de pecado, con<br />

mayor razón no puede estar sin pecado en el seno de su madre" 140 . Aún te puedo citar<br />

muchos más testimonios de este varón que tú mismo encuentras de sano juicio; pero, si<br />

éstos no son suficientes, ¿lo serán otros? Al menos que éstos te hagan comprender que no<br />

está permitido -lo has intentado ya- interpretar en otro sentido, pervirtiéndolo, lo que<br />

Ambrosio afirma de los nacidos de la unión de los cuerpos, sin condenar la obra de Dios,<br />

pero sí afirmando la existencia del pecado original.<br />

¿Por qué citas a Jerónimo y me declaras su imitador servil, si en este momento no se trata<br />

de palabras de este autor? Con todo, si hubieras citado sus palabras, te habría<br />

demostrado que nada tenían de reprensible o las dejaría para inteligencias más<br />

despiertas, o bien, si fueran contrarias a la verdad, las rechazaría con plena libertad. Pero<br />

vengamos a Ambrosio. Pues, si rehúsas declarar a Ambrosio partidario y discípulo de<br />

Manés, por esta sola razón que enseñó que la naturaleza es buena en sí, que los pecados<br />

son siempre actos de la voluntad, que el matrimonio fue instituido por Dios y que los niños


son obra suya, deberías rehusar darme este calificativo de maniqueo, pues enseño<br />

fielmente esta misma doctrina.<br />

Si, por el contrario, me llamas maniqueo porque enseño la existencia del pecado original,<br />

también él la enseñó. ¿Por qué no nos llamas a los dos maniqueos? Pero en alta voz dices<br />

de mí lo que en voz queda dices de él; y esto no tanto por respeto a la verdad como por<br />

defecto de sinceridad y libertad. No te atreves a decir de él lo que te atreves a pensar; y si<br />

de él no lo piensas, tampoco debes pensarlo de mí, porque, si nos crees en el error a uno<br />

y otro, fácil te será ver que no somos maniqueos, pues no atribuimos el pecado a una<br />

sustancia mala, de la que Dios no puede ser creador, sino que afirmamos que el pecado<br />

original ha sido propagado mediante la corrupción voluntaria de la naturaleza, creada por<br />

el Dios bueno. Tan fácil te es ver esto como reconocer que somos verdaderamente<br />

enemigos de los maniqueos. Por adulación, te abstienes de dar este nombre a Ambrosio, y<br />

a mí me lo cuelgas por pura calumnia.<br />

Elogio sobre la Virgen María<br />

122. Jul.- "Si es Joviniano culpable por ser enemigo de Ambrosio, comparándolo con<br />

vosotros, merece perdón. ¿Qué censor prudente te va a conceder la inteligencia suficiente<br />

para compararte a Joviniano? Dice él que existe fatalidad para el bien; tú para el mal; dice<br />

él que los hombres santificados por los misterios están al abrigo del error, pero, según tú,<br />

ni la gracia los puede liberar; niega él la virginidad de María en su alumbramiento; tú<br />

adscribes a María al poder del diablo por la condición misma de su nacimiento; iguala él lo<br />

bueno con lo mejor, el matrimonio y la virginidad; tú llamas mórbida la acción conyugal e<br />

infravaloras la virtud de la castidad al compararla con algo muy repugnante; no estableces<br />

gradación alguna entre todas estas cosas y las confundes al dar preferencia a la<br />

virginidad; pero no en el bien, sino en el mal.<br />

Es vileza extrema no poder agradar si no es en comparación de algo muy horrible; jamás<br />

injurió Joviniano a Dios como tú. No quiso él separar el rigor en la justicia de su bondad;<br />

tú al reconocer sólo la maldad; dice él que, ante el Señor, buenos y óptimos recibirán igual<br />

recompensa; según tú los buenos y los impíos, es decir, los inocentes y el diablo serán<br />

condenados al mismo suplicio; quiere Joviniano resaltar la misericordia de Dios; tú, la<br />

iniquidad; dice él que los santificados por los misterios no pueden ya pecar; sostienes tú<br />

que Dios carece de poder en sus misterios, de moderación en sus preceptos y es cruel en<br />

sus juicios.<br />

Existe una diferencia abisal entre ti y Joviniano, como profunda es tu unión con Manés; en<br />

consecuencia, Joviniano, en comparación tuya, es más tolerable, y más horrible es la<br />

doctrina de Manés comparada con la de Joviniano".<br />

Ag.- ¡Muy amable al compararme a Joviniano con la intención de probar que soy peor! Me<br />

encanta recibir, en compañía de Ambrosio, tu calumnioso ultraje; pero ¡me entristece<br />

verte enloquecer! Soy peor que Joviniano, porque soy maniqueo. ¿Qué significa esto? Que,<br />

con Ambrosio, confieso la existencia del pecado original, que tú, con Pelagio, niegas. Con<br />

Ambrosio, yo soy, según tú, maniqueo, peor que Joviniano, y cuanto os plazca echar por<br />

esa boca proterva, mentirosa y maldiciente. Nos dice el Señor: Alegraos y regocijaos<br />

cuando os maldigan y calumnien sin verdad por la verdad.<br />

Nunca dije que los hombres sean malos por una fatalidad, porque Ambrosio tampoco lo<br />

dice; pero sí afirmo con él que los niños pueden ser purificados de la inmundicia que en<br />

ellos hay, sin admitir por esto la fatalidad para el mal; puede Dios curar el mal que hemos<br />

contraído al nacer, y con mayor razón el que nuestra mala voluntad añade. No digo que<br />

los hombres no puedan ser liberados del mal sin la gracia, y Dios quiera que Ambrosio no<br />

lo haya dicho jamás; pero sí decimos lo que tú no quieres reconocer; esto es, que los<br />

hombres sólo por la gracia pueden ser liberados, perdonados sus pecados y les impide<br />

caer en la tentación.<br />

Y no atribuimos al diablo poder alguno sobre María en virtud de su nacimiento, pero sólo<br />

porque la gracia del renacimiento vino a deshacer la condición de su nacimiento.<br />

Ni al matrimonio preferimos la virginidad, como se prefiere un bien al mal, sino como una<br />

cosa óptima a una cosa buena. Ni enseñamos, como falsamente nos acusas, que buenos y<br />

malos sufran el mismo suplicio, porque los buenos estarán al abrigo de todo sufrimiento, y


los impíos, como enseñamos, han de ser atormentados no con un mismo suplicio, sino con<br />

diversas torturas, según la diversidad y el grado de su maldad. Ni enseño que Dios peque<br />

por impotencia en sus misterios, por falta de moderación en sus preceptos, por crueldad<br />

en sus juicios; al contrario, digo que sus misterios son muy útiles a los regenerados por la<br />

gracia, saludables sus preceptos a los santificados por gracia y que sus juicios son, para<br />

malos y buenos, según justicia.<br />

He aquí, pues, rebatidos los argumentos en los que dices soy peor que Joviniano. Impugna<br />

tú, si puedes, las razones por las cuales probaré que sois vosotros peores que Joviniano.<br />

Enseñó él que los hombres, por una fatalidad, obran bien; vosotros decís que hasta el<br />

deseo del mal es un bien; dice él que los hombres, una vez purificados por los misterios,<br />

no pueden ya caer en el error; enseñáis vosotros que el mismo deseo de entrar por el<br />

camino recto no es inspiración de Dios, sino impulso del libre albedrío; niega él la<br />

virginidad de María en el parto; vosotros igualáis la carne santa nacida de la Virgen a la<br />

carne de los demás hombres, sin hacer ninguna distinción entre la carne de pecado y la<br />

carne a semejanza de pecado. Pone él al mismo nivel lo bueno y lo óptimo, esto es, el<br />

matrimonio y la virginidad; vosotros ponéis en la misma línea el bien y el mal porque la<br />

discordia entre carne y espíritu es tan buena para vosotros como la armonía en el<br />

matrimonio.<br />

Dice él que los buenos y los óptimos, ante Dios, tendrán igual gloria; según vosotros,<br />

algunos de entre los buenos no sólo no tendrán gloria alguna en el reino de los cielos, pero<br />

ni vislumbrarán siquiera ese reino. Dice él que los hombres, una vez santificados por los<br />

misterios, no podrán ya pecar; según vosotros, la gracia de Dios únicamente nos sirve<br />

para evitar con mayor facilidad el pecado, pero que los hombres pueden sin la gracia, sólo<br />

con la fuerza del libre albedrío, evitar el pecado. Rebelión monstruosa contra Dios, que, al<br />

hablar de los frutos buenos, dice: Sin mí, nada podéis hacer.<br />

Y así, vosotros caéis en errores peores que los de Joviniano, y, no obstante, nos declaras<br />

peores que él al igualarnos con Manés; os creéis fuertes como autores de una nueva<br />

herejía; y, al querer refutar vuestra doctrina, la verdad, no encontramos herejes a quienes<br />

poder compararos. En esta causa acerca del pecado original, aunque te parezca hombre<br />

detestable y digno de ser comparado con Manés, lo quieras o no, estoy con Ambrosio, al<br />

que Joviniano tildaba, como tú, de maniqueo; pero él lo hacía de una manera abierta, tú<br />

solapadamente. Por último, Joviniano es vencido una sola vez cuando se demuestra que<br />

Ambrosio no es maniqueo, pero tú, por tu doblez querida, sufres doble derrota. Acusas de<br />

maniqueo a Ambrosio; he probado que no lo es. Niegas haberle acusado, probé lo<br />

contrario. Ambas cosas las puede claramente reconocer todo el que lea lo dicho con<br />

anterioridad.<br />

El hombre por el pecado original es juguete del diablo<br />

123. Jul.- "Examinemos lo que sigue. Creo esté el lector abundantemente instruido sobre<br />

lo que hasta el momento hemos tratado y puede juzgar de la fuerza de sus argumentos al<br />

impugnar mi doctrina o defender su opinión; por consiguiente no es necesario repetir<br />

cuanto hemos escrito. Elige mi adversario algunas frases aisladas de mi libro; con<br />

frecuencia teje su elogio y a veces con fina ironía las acardenala; sin embargo lo que<br />

critica no ha sido dicho por mí con la intención que é] sospecha. Por lo tanto, remito al<br />

lector a mi obra, y seguro que encontrará mis asertos conformes con la verdad. Se<br />

lamenta mi adversario haberle reprochado el condenar la naturaleza y sus semillas, pero<br />

no ha tenido paciencia para disimular hasta el fin, y, después de disponer a su favor con<br />

falacias el oído de su patrono, asoma, como la tortuga, su cabeza.<br />

Primero dice que, si Adán no hubiera pecado, los hombres podían engendrar como<br />

podemos mover nuestras articulaciones o cortar nuestras uñas, pero añade en seguida: 'Si<br />

la semilla humana no sufre maldición alguna, ¿qué significado tiene lo que en el libro de la<br />

Sabiduría está escrito: No ignoráis que su nación es perversa, y su maldad natural, y que<br />

jamás cambiará su manera de pensar, su semilla era maldita desde el comienzo?' 141<br />

Después de citar este testimonio, prosigue su argumentación y dice: 'Habla el autor, no<br />

importa del pueblo que sea, pero cierto que habla de hombres' 142 . ¡Aquí tienes al que<br />

había abandonado el maniqueísmo! Con ocasión de una frase que no comprende, declara<br />

maldita la raza; la maldad, natural; incorregible la perversidad de los malos. Dice la fama<br />

que el estruendo producido por las aguas impetuosas de las cataratas del Nilo ensordece a


los habitantes del entorno. Cierto es una ficción que magnifica las cosas grandes.<br />

Sin embargo, puede servirnos este ejemplo para confundir la sordera de todos los<br />

insensatos, causada por el fragor de un mutuo terror, y, como áspides sordos, no oyen el<br />

estruendo de las cosas. Grita Agustín: 'Maldita es la raza humana, natural su maldad,<br />

inmutable para siempre su manera de pensar, maldito el germen desde su origen'. ¿<br />

Existirán hombres que se nieguen a ver en él un sello maniqueo? Interróguese hoy a<br />

cuantos en público profesan esta doctrina abominable y si dicen otra cosa, me resigno a<br />

pasar por mentiroso.<br />

Si la maldad es innata en el hombre, ¿por qué finges no haber declarado que la naturaleza<br />

es mala? Si es maldita la descendencia desde un principio, ¿cómo dices que no acusas la<br />

raza, sino el vicio y la corrupción de la voluntad? Si la maldad es en los hombres<br />

incorregible, ¿cómo puedes jurar que defiendes el libre albedrío? A no ser que los judíos<br />

Sirach o Filón, que, según una teoría no probada, son los autores del libro de la Sabiduría,<br />

quieras sean maniqueos".<br />

Ag.- Sea el que sea autor de este libro, es suficiente no rechazar su autoridad para que<br />

podamos aducir contra vosotros sus testimonios. Porque Pelagio, vuestro doctor, en su<br />

libro Los testimonios o De los capítulos, tomó de este libro cuanto creía convenir a su<br />

intención. No siendo el autor de este libro maniqueo, ha podido decir lo mismo que otros<br />

que nada tienen de común con el maniqueísmo, y cuyas obras merecieron ser leídas y han<br />

sido recibidas en la Iglesia de Cristo; pudo repito, hablar de una maldad natural, sin por<br />

eso atacar a la naturaleza ni a las obras de Dios, creador sapientísimo y bondadoso de<br />

todas las naturalezas.<br />

En este sentido se han de entender estas palabras del Apóstol: Fuimos en otro tiempo, por<br />

naturaleza, hijos de ira como los otros 143 . Ciertos escritores, atendiendo al espíritu, no a<br />

la letra, interpretan así estas palabras del Apóstol: "En otro tiempo fuimos, nosotros<br />

también, por naturaleza, hijos de ira". Pero al añadir: como los otros, ha querido dar a<br />

entender que todos los hombres son, por naturaleza, hijos de ira; a excepción de algunos<br />

que por gracia de Dios han sido separados de la masa de perdición. Pero, al hablar de los<br />

que son extraños a esta gracia, dice el apóstol Pedro: Estos, como mudos animales,<br />

nacidos, por naturaleza, para la esclavitud y la muerte 144 . Estos no se despojaron del<br />

hombre viejo. Y, si todos los hombres no nacieran envejecidos, ningún niño, al renacer,<br />

sería renovado.<br />

Lejos de nosotros hacer injuria al Creador diciendo que todos los hombres son, por<br />

naturaleza, hijos de ira; pero, sin injuria, se puede decir que uno es, por naturaleza,<br />

sordo, o por naturaleza ciego, o por naturaleza enfermizo; o también que otro es, por<br />

naturaleza, tonto, o por naturaleza olvidadizo, o por naturaleza iracundo, y así otros<br />

innumerables males físicos; o, lo que es más grave, de las almas, creadas por Dios, y, sin<br />

embargo, se encuentran enfermas por un juicio secreto y justísimo de este mismo Dios.<br />

Este Dios es el creador de todo el hombre; con todo, aunque sea digno de alabanza por la<br />

naturaleza que le ha sido dada, no se pueden reprochar a Dios los males que se<br />

encuentran en esta naturaleza.<br />

Sabemos que Dios es creador de la naturaleza, no de los males; pero de dónde vienen, es<br />

preciso lo diga todo el que quiera oponerse a Manés. Y si se trata de males en las<br />

criaturas, que confesamos ser creadas por Dios, pero, por disposición de su sabiduría<br />

suprema, están sometidas a los ángeles, buenos o malos, es muy fácil contestar qué<br />

semillas pudieron ser viciadas por las mismas potencias a las cuales están sometidas, y<br />

que no sólo se hacen viciosas, sino que incluso lo sean antes de su concepción y<br />

nacimiento. Mas como se trata del hombre, ser dotado de alma racional, imagen de Dios,<br />

diremos que por un justo castigo de Dios, a causa del pecado original, es por lo que la<br />

naturaleza humana viene a ser juguete del diablo, al que con razón consideramos autor<br />

del pecado.<br />

Por último, vosotros mismos, pienso yo, a pesar de ser un absurdo horrendo de vuestra<br />

doctrina, no os atrevéis a decir que, en el paraíso, los hombres hubieran sufrido tantos y<br />

tan graves males físicos si nadie hubiera pecado y hubiera la naturaleza permanecido en la<br />

felicidad en que fue creada. Al negar vosotros la existencia del pecado original, introducís<br />

en la naturaleza, creada por Dios, otra naturaleza no creada por él y que es fuente de<br />

todos los males con los que nacen los hombres. ¡Oh, perversos herejes!, nos motejáis de


maniqueísmo, y vosotros sois sus defensores, mientras los católicos, con voz unánime,<br />

enseñan, contra vosotros, las mismas verdades; pero vosotros acusáis a unos y aduláis a<br />

otros.<br />

Dios ama a los hombres en cuanto hombres<br />

y los condena en cuanto pecadores<br />

124. Jul.- "Es posible quiera saber el lector en qué sentido se ha de entender este pasaje.<br />

No se trata, ciertamente, de la transmisión de un pecado ni de la teoría de los maniqueos.<br />

El mismo que invoca su autoridad, lo prueba al decir: 'No importa de quién hable el autor;<br />

lo que sí es cierto es que se refiere a los hombres'. Bien, pues si se quisiera referir a un<br />

pecado natural, no hubiera hablado de algunos, sino de todos los hombres. La opinión de<br />

los maniqueos difama, en general, la naturaleza de todos los mortales, mientras la<br />

sentencia que examinamos, según testimonio del mismo plagiador, prueba tratarse de<br />

algunos, no de todos los hombres.<br />

De donde se sigue que no habla el autor de la transmisión del pecado, dado que sus<br />

palabras se refieren a muchos, no a todos. Y, probado ya que nada tienen que ver estas<br />

palabras con vuestra impía doctrina, veamos con claridad cuál es el pensamiento del<br />

autor. Se dirige a Dios y dice: Te compadeces de todos, porque todo lo puedes, y<br />

disimulas los pecados de los hombres para que se arrepientan. Amas cuanto existe y nada<br />

de cuanto has hecho aborreces. ¿Cómo podría subsistir algo si tú no quisieras? Perdonas a<br />

todos, porque son tuyos Señor, amador de las almas. Tu espíritu bueno está en todas las<br />

cosas, por eso corriges a los que yerran y a los que pecan los amonestas, para que, libres<br />

de su maldad, crean en ti Señor" 145 .<br />

Ag.- ¿Cómo Dios se compadece de todos, si otra escritura dice: No perdona a todos los<br />

obradores de maldad 146 , si no es porque en esta palabra del salmista todos significa la<br />

universalidad de los hombres? Dios perdona tan sólo a algunos, como se dice en otro<br />

lugar: Vosotros pagáis el diezmo de toda hortaliza 147 . Toda significa toda clase de<br />

verduras. Pero ¿de qué te sirve que el autor de la Sabiduría no hable de todos los<br />

hombres, cuando afirma que su maldad es natural? Porque en este pasaje se habla de<br />

algunos hombres en particular y no de todos, no se sigue haya querido el autor dar a<br />

entender que no existían otros hombres semejantes a éstos, pues dice también el Apóstol:<br />

Fuimos en otro tiempo, por naturaleza hijos de ira, como los otros 148 .<br />

Si en aquel tiempo no todos los israelitas sino sólo los piadosos, de los que se dice que la<br />

maldad les era natural 149 , entonces no es la naturaleza la que les separa de los otros, sino<br />

la gracia, que los eleva a hijos de Dios. Es también de ponderar cuál es el sentido de esta<br />

frase: Amas todo cuanto existe 150 , pues existen malos, y de ellos está escrito en otro<br />

lugar: Odias a todos los obradores de iniquidad 151 . Dios ama a los hombres en cuanto<br />

hombres, los odia en cuanto malvados. Los condena en cuanto pecadores, los hace<br />

subsistir en cuanto hombres, pues dice el libro de la Sabiduría: No odias nada de cuanto<br />

existe 152 . Dios ama, pues, a los pecadores en cuanto hombres, aunque los odie en cuanto<br />

malvados. Así, los malos que Dios odia subsisten en cuanto hombres, porque Dios ama su<br />

obra, y son desgraciados, porque Dios ama la justicia.<br />

Liberalidad de la gracia de Dios<br />

125. Jul.- "¿Ves cuán hostil es a vuestra doctrina la acción del que agrada a Dios? Dice<br />

que Dios ama a las almas que ha creado; vosotros lo negáis al jurar que las almas de los<br />

inocentes están sometidas al diablo y son odiosas a Dios, aunque en ellas no exista si no<br />

es lo que les cupo en suerte de su autor".<br />

Ag.- Luego, según tú, el que nace necio, recibe su insensatez de Dios, su creador, y el<br />

necio, testigo es la Escritura sagrada, es más digno de llorar que los muertos 153 . Pero<br />

ama Dios de una manera especial las almas de estos infelices por el hecho de existir, vivir<br />

y sentir, y, aunque sea su inteligencia obtusa, son superiores a los animales. Pero muy<br />

otro es el amor del que está escrito: Dios a nadie ama, sino al que mora con la sabiduría<br />

154 . Mas decid: ¿por qué ama Dios con preferencia las almas de los niños, que en su<br />

providencia prepara al bautismo de la regeneración para hacerlos, sin dilación, entrar en<br />

su reino, y no concede a otros este mismo beneficio sin que haya entre ellos méritos<br />

propios de su voluntad personal ni acepción de personas en él, como neciamente soléis<br />

objetarnos vosotros?


Y aunque en dicho pasaje se dice: Amas las almas, no se dice: "Todas las almas", y así no<br />

hay cuestión. Quizás se haya expresado el autor así para dar a entender que Dios es el<br />

creador de todas las almas; pero no las ama a todas, sino sólo a las separadas de las otras<br />

no por sus méritos, sino por pura liberalidad de su gracia, con el fin de hacer morar en<br />

ellas la sabiduría; porque Dios no ama a nadie, si no mora con la sabiduría; y: El Señor es<br />

el que da la sabiduría 155 .<br />

El arrepentimiento es don de dios<br />

126. Jul.- "La penitencia, don de Dios según la Sabiduría, no es aceptada por vuestro<br />

dogma, porque el mal natural y la perversidad del hombre no admiten cambio".<br />

Ag.- Contra vosotros más bien, somos nosotros los que enseñamos que es un don de Dios<br />

el arrepentimiento; porque, aunque sea la penitencia un acto de la voluntad de cada uno,<br />

Dios es el que prepara este querer 156 ; y, como canta el salmo sagrado, es un cambio de<br />

la diestra del Altísimo 157 , porque lloró Pedro cuando lo miró el Señor 158 ; y como dice su<br />

coapóstol: Por si Dios les concede el arrepentimiento 159 . Y cuanto se dice que la maldad<br />

es inmutable, lo es para el hombre, que no la puede mudar, pero no para el Dios<br />

todopoderoso.<br />

Lo natural y lo congénito<br />

127. Jul.- "Cuando declara el autor de la Sabiduría que amonesta Dios a los pecadores<br />

para que, abandonada su maldad, crean en él, está destruyendo la teoría de un mal<br />

natural, porque lo connatural no se puede abandonar".<br />

Ag.- Puede despojarse el hombre, pero sólo cuando interviene en él la acción del<br />

Omnipotente, de lo que le es congénito; así, la corrupción es natural al cuerpo; sin<br />

embargo, un día será incorruptible.<br />

Pecado original y maldad voluntaria<br />

128. Jul.- "Después de alabar la paciencia de Dios y su bondadosa misericordia, que no<br />

quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva, persiste en probar con<br />

ejemplos cuanto había dicho, y hace mención de aquellos que arrastraban una vida pésima<br />

en la tierra de Canaán, y encendían contra ellos la ira del Todopoderoso, que, por justa<br />

venganza, los entregó a las armas triunfantes de los israelitas, que vivían ya bajo la ley.<br />

Aborrecía Dios a los primitivos habitantes de la tierra santa porque practicaban ritos de<br />

magia detestables y sacrificios impíos, pues asesinaban sin piedad a sus hijos. A ésos los<br />

quisiste perder por manos de nuestros padres, para que la tierra de ti muy apreciada<br />

recibiera una colonia de hijos muy digna 160 .<br />

Esta tierra de promisión fue dada a los israelitas después de ser arrasados una gran parte<br />

de los siete pueblos que la habitaban. Y para no dar la sensación de que Dios es aceptador<br />

de personas entre hombres de una misma naturaleza, nos dice el autor sagrado por qué<br />

merecieron su exterminio los cananeos. Señor, dice, aborreciste a los primitivos<br />

habitantes de tu tierra santa 161 . ¿Por qué razón? Según tú, debió añadir: 'Porque fueron<br />

fruto de una diabólica unión, eran posesión del príncipe de las tinieblas y porque Adán<br />

corrompió a todos los descendientes de su linaje'. Pero de todo esto, ni una palabra.<br />

¿Cuál fue el motivo de su aborrecimiento? Las malas obras hechas por su libre querer. Los<br />

aborreciste, dice, porque practicaban obras detestables a tus ojos 162 . Y para no dejarnos<br />

en la ignorancia de cuáles eran estas causas, que tú calificarías de obras de la<br />

concupiscencia carnal de estos pueblos, las concreta hasta en su ínfima especie: magia,<br />

sacrificios impíos, asesinatos sin piedad de hijos; esto es, se entregaban a maleficios y<br />

sacrificios injustos, pues ofrecían, con desprecio de Dios, su creador, sacrificios a sus<br />

ídolos.<br />

Y en estos ritos sacrílegos no perdonaban a sus familiares, tratando de aplacar a los<br />

demonios incluso con la atrocidad de un parricidio. Ves que no se preocupa del crimen,<br />

invento de Manés; es decir, del pecado inherente a la naturaleza de los mortales; pues el<br />

crimen más horrendo por el cual dice que los cananeos ofendieron a Dios es el no<br />

abstenerse de sacrificar a sus hijos. Muerte que no atraería el odio de Dios sobre sus


crímenes si, por un mismo pecado, parricidas e hijos ya eran, ante Dios, aborrecibles".<br />

Ag.- Hablas en este momento como si todos los hombres fueran castigados por una sola<br />

especie de pecado o como si dijéramos nosotros que los adultos sólo a causa del pecado<br />

original se convierten en hijos de ira. El que no cree en el Hijo, dice el Hijo mismo, no<br />

tendrá vida, sino que la ira de Dios permanecerá sobre él 163 . Pero hay unos peores que<br />

otros, sobre los que la cólera de Dios es mayor; sin embargo, todos serán aniquilados y<br />

destruidos como estos de quienes se trata, amos de la tierra que fue dada a los israelitas.<br />

¿Por qué me dices: "Repara en que no se habla del crimen invención de Manés?" Aludes,<br />

sin duda, al pecado original, que no inventó Manés, sino que, contra Manés y contra<br />

vosotros, lo enseñó Ambrosio y otros doctores católicos, y de ninguna manera es producto<br />

de la unión de una naturaleza extraña con nuestra naturaleza, como Manés fingió, sino que<br />

fue introducido por el pecado, que entró en el mundo por un hombre, y que pasó a todos.<br />

Verdad que, contra la fe católica, vosotros negáis. ¿Tan ciego estás para no ver que, si el<br />

pecado original no existe, porque no se hace mención de él en ese texto, no se deben<br />

tener como pecados todos los crímenes más o menos graves que el autor del libro de la<br />

Sabiduría no menciona? ¿Acaso no fueron arrasados los sodomitas, porque no se dice que<br />

practicaran la magia y ofrecieran en sacrificio a sus hijos? ¿O que los cananeos no fueron<br />

aniquilados porque la Escritura no les atribuye la práctica de la homosexualidad? Con todo,<br />

no silencia su maldad natural, como, en mayor o menor escala, lo es en todos los<br />

hombres. Lo mismo digamos de los cuerpos; todos son corruptibles, pero hacen pesada el<br />

alma en diversa medida, según los insondables, pero justos juicios de Dios.<br />

No es, pues, de admirar que el hagiógrafo, al enunciar los motivos que habían provocado<br />

en esos pueblos tan terrible venganza, no enumere sólo la maldad voluntaria, sino<br />

también su estado natural, al que, amén del contagio común a todo el género humano,<br />

hay que sumar la maldición del profeta. ¿No maldijo el justo Noé a su hijo menor Canaán y<br />

a sus descendientes los cananeos 164 ; y en ello no hay injusticia? Esto se ve claro en los<br />

hijos entregados al anatema, sin excepción alguna de edad, con sus padres, y por orden<br />

expresa de Dios, cuando sus antepasados irritaron sumamente a Dios por libar la sangre<br />

de sus hijos a los demonios. Y no mandó el Señor perdonar a los niños, antes ordenó no<br />

perdonarles. Ahora puedes comprender por qué su linaje es maldito desde su origen.<br />

Espero no oses acusar de injusticia al que dio esta orden. Y si hubieses todo esto<br />

recordado, no distanciarías la inocencia de los niños de la maldad de sus padres con el<br />

pretexto de que "eran éstos los que sumamente ofendieron a Dios, pues ni perdonaban la<br />

sangre de sus hijos, cuya muerte, dices, no hubiera sido causa suficiente para atraer sobre<br />

ellos el odio de Dios si, por un solo e idéntico pecado, parricidas e hijos fueran, ante Dios,<br />

abominables".<br />

Tú no ves que el odio de Dios contra los asesinos de sus hijos no le impidió ordenar fueran<br />

éstos exterminados con sus padres. Porque, con horrenda impiedad, inmolasen sus hijos a<br />

los demonios no se sigue que los hijos vivos no debieran perecer, como en efecto<br />

perecieron; y no por un crimen humano sino por un juicio divino justo y secreto, pues<br />

también ellos eran "linaje maldito desde su origen". Tú, arrebatado por una elocuencia<br />

vacía de saberes, no pones atención a este pasaje, y, arrastrado por una riada de vanidad,<br />

te ves abandonado por la luz de la verdad.<br />

El libro de la Sabiduría, mal interpretado por Juliano<br />

129. Jul.- "Pero aun a éstos, por ser hombres, los perdonaste y les enviaste avispas como<br />

precursoras de tu ejército; no porque fueras impotente para someter por las armas a los<br />

impíos a manos de los justos, sino para darles tiempo para arrepentirse castigándolos<br />

poco a poco 165 .<br />

Con las picaduras de estos insectos estimulabas a estos impíos sacrílegos, y así, forzados<br />

por el dolor, reconociesen el poder del que los castigaba. Con todo, probado el designio de<br />

Dios con el género de castigo que se les infligía a los pecadores voluntarios, y cuyo<br />

arrepentimiento se esperaba y se exigía, se alza, con indignación, la cólera del escritor<br />

contra el endurecimiento e impiedad de estos pecadores y declara que están tan<br />

familiarizados con los crímenes, que, en cierto sentido, les eran naturales. No ignoraba,<br />

dice, que su linaje era perverso, y su maldad innata, y que jamás cambiaría su manera de<br />

pensar, por ser desde el principio una raza maldita; y no era por temor el perdonar sus<br />

pecados 166 .


Con paciencia y bondad les concediste tiempo para que se arrepintieran, y poner así al<br />

abrigo de toda sospecha de crueldad o reproche tu justicia y tu misericordia. Les<br />

advertiste por medio de saludables picaduras; no obstante, despreciaron tus avisos, como<br />

antes habían despreciado tus beneficios, como queriendo probar que eran raza de Canaán,<br />

maldecida por el justo Noé en castigo por haberse burlado de su desnudez el hijo menor.<br />

No es de admirar si el escritor sagrado, para castigar la obstinación de sus descendientes<br />

en imitar a sus antepasados, haya recordado el caso de uno de los últimos, que por<br />

exceso, en su imprudencia, había merecido el rigor de una maldición, pues la misma<br />

Escritura cita nombres particulares de algunos descendientes de sus antepasados<br />

protervos.<br />

En el Evangelio dice el mismo Señor a los judíos: Vosotros sois de vuestro padre el diablo<br />

167 . Y, en un arranque de ira contra dos puercos ancianos descendientes del linaje de<br />

Israel, dice Daniel: Raza de Canaán, no de Judá 168 . Increpa al pueblo de Jerusalén el<br />

profeta Ezequiel y grita: Tu madre era una hitita, y tu padre, un amorreo 169 . Es corriente<br />

en la Escritura achacar la deshonra de una raza a los crímenes cometidos voluntariamente<br />

por sus antepasados. Y marcarla con el sello de la infamia para hacerla a sus<br />

descendientes odiosa. Este mismo estilo observa la Escritura respecto a los buenos; así,<br />

cuando alguien parece ser bueno, se dice que florece en las virtudes de sus antepasados.<br />

Afirma Job haber mamado con la leche el remediar a los indigentes incluso desde el seno<br />

materno. A las cosas evidentes en sí, ninguna semejanza, hipérbole o ambigüedad causa<br />

prejuicio. Y así como es cierto no se puede pedir a los mortales cambien lo que es parte de<br />

su naturaleza y Dios manda a los hombres abstenerse del mal, es verdad inconcusa que<br />

no puede existir el pecado natural".<br />

Ag.- Crees haber explicado las palabras del libro de la Sabiduría, y no has podido evitar la<br />

insensatez en tus palabras. Nada más evidente y manifiesto que el sentido en que se llama<br />

perversa a una nación que es de una maldad innata y maldita desde el comienzo. Si, como<br />

piensas, Dios con sus reproches ha querido castigar a unos hombres porque imitaron a sus<br />

antepasados, Cam fue justamente maldecido por su padre Noé; y cuando, con toda<br />

justicia, pronuncia Dios maldición contra este pueblo, habría recomendado perdonar a los<br />

niños, pues no habían merecido ser castigados por el hecho de imitar a sus mayores; y no<br />

sólo no mandó tener con ellos misericordia, sino que ordenó infligirles los mismos suplicios<br />

que a sus padres, y sabemos que nada injusto puede Dios mandar; luego es evidente que<br />

el escritor sagrado no ha querido usar un lenguaje hiperbólico, ni atribuir el castigo de<br />

estos niños a una emulación de sus padres, sino exclusivamente a su maldad innata, por<br />

generación contraída, y así resulta verdad que su semilla es maldita desde su comienzo.<br />

En efecto, toda la fuerza de la imprecación del profeta contra vuestro error perdura en los<br />

descendientes de esta raza. Maldijo el justo Noé a los cananeos en su hijo menor culpable<br />

para que entendamos que los hijos quedan atados por los deméritos de sus padres, a no<br />

ser que esta atadura heredada por generación sea desatada por la regeneración. De<br />

Canaán descienden los cananeos, semilla maldita desde sus comienzos, cuyos hijos<br />

fueron, por mandato de Dios, exterminados con sus padres, pero ellos mismos eran raza<br />

maldita desde su origen.<br />

Quiso el profeta Daniel darnos a entender que los dos viejos verdes eran semejantes a los<br />

cananeos, y dice: Raza de Canaán, no de Judá. Como si dijese: "Semejantes a los hijos de<br />

Canaán, no a los hijos de Judá". Raza de víboras 170 fueron llamados los judíos a causa de<br />

su parecido con la astucia viperina. Pero cuando dice el Señor: Vosotros sois de vuestro<br />

padre el diablo, quiere dar a entender que habla de la imitación, no de la generación; pero<br />

ni entonces dice: "Vosotros sois raza del diablo". Y cuando leemos: Tu padre es un<br />

amorreo, y tu madre, una hitita 171 , significa que han imitado a aquellos a quienes se<br />

aplican estas palabras. No se dice: "Raza de amorreos e hititas". No es consiguiente, como<br />

has dicho: "A causa del obstinado apego de ciertos hombres al querer criminal de sus<br />

antepasados es por lo que padecen suplicio". ¡Lejos de nosotros pensar que la Escritura<br />

santa lance invectivas inmerecidas contra seres inocentes, como lo haces tú contra los<br />

hombres!<br />

Recuerdas que el santo Job afirma haber salido del vientre de su madre con sentimientos<br />

de compasión, y piensas que esto lo dijo no porque fuera así, sino para encarecer su<br />

sentimiento de misericordia. Entonces, ¿por qué razón, te lo ruego, no reconocer que<br />

existen hombres compasivos por naturaleza, si vemos a otros por naturaleza ayunos de


inteligencia? Hay, en efecto, sentimientos innatos que empiezan a manifestarse cuando se<br />

despierta la razón, y lo mismo ocurre con la inteligencia. Por eso se dan preceptos de bien<br />

vivir a los hombres, que por naturaleza son hijos de ira; pero reciben la gracia para que el<br />

que manda ayude, y así triunfen no sólo de los males que fueron fruto de una voluntad<br />

mala, sino incluso de los que con nosotros nacieron. Cosa ciertamente imposible para los<br />

hombres, pero fácil para Dios. Y a los que no se les concede esta gracia, y por eso se dijo:<br />

¿Quién es el que te distingue? ¿Qué tienes que no la hayas recibido? 172 , se hacen, al<br />

recibir la ley, prevaricadores, no justos. Aquéllos viven para utilidad de los hijos de<br />

misericordia, para que los que ven entiendan que lo que se les otorga no es fruto de sus<br />

méritos, sino don gratuito, y no se ufanen, porque el que se gloria, gloríese en el Señor<br />

173 .<br />

Juliano llama pecado natural al pecado original<br />

130. Jul.- "Continúa el libro de la Sabiduría: ¿Quién te acusará por arruinar a naciones por<br />

ti creadas, si no hay otro Dios más que tú, que cuidas de todo? Eres justo, y todo lo<br />

dispones con justicia; consideras indigno de tu poder condenar a quien no merece ser<br />

castigado; tu fuerza es el principio de tu justicia 174 . Lenguaje éste que rima con el sentido<br />

común de los hombres prudentes, pues el poder de Dios se manifiesta principalmente en<br />

la justicia, verdad que con obstinación niegan Manés y los traducianistas".<br />

Ag.- En injuriar, ¿a quién te compararé sino a ti mismo? Si reconocieras la justicia de Dios,<br />

no atribuirías los defectos congénitos de los hombres a su justicia, ya sean defectos del<br />

cuerpo o del alma; ni puedes negar la existencia del pecado original o, como tú lo llamas,<br />

pecado natural.<br />

La presciencia divina<br />

131. Jul.- "Por último, poco después continúa: Al castigarlos das a tus hijos buena<br />

esperanza, porque al juzgar das tiempo en el pecado al arrepentimiento. Pues a los<br />

enemigos de tus siervos, reos de muerte, con tanto miramiento e indulgencia los castigas,<br />

que les das tiempo y lugar para que se arrepientan de su maldad, ¿con qué diligente<br />

bondad no juzgarás a tus hijos, cuyos padres recibieron de ti juramento de alianza de<br />

buena promesa? Para lección nuestra, flagelas a nuestros enemigos con tormentos<br />

moderados, para que conozcamos la clemencia en el juicio" 175 .<br />

Ag.- En su presciencia, Dios conoce las cosas futuras: no obstante, concede tiempo y lugar<br />

para que puedan arrepentirse de su maldad pecadores que jamás cambiarán de<br />

pensamiento; y esto lo hace para abrir a la esperanza el corazón de sus hijos, porque al<br />

juzgar da tiempo al pecador para que se arrepienta. Tiempo y lugar de penitencia lo da<br />

Dios también a los hijos de ira, reos de muerte, que sabe que nunca se arrepentirán, pero<br />

que entre ellos hay hijos de misericordia, a los que les es de utilidad lo que a los hijos de<br />

ira no aprovecha. Pero la paciencia de Dios con los hijos de perdición no es vana ni<br />

infructuosa, sino que es necesariamente útil a los separados de la masa de perdición; no<br />

por méritos del hombre, sino por la gracia de Dios; y al dar gracias por esta bondad<br />

divina, que los separó de los hijos de perdición, por una disposición del todo divina hace<br />

hijos de elección a los que nacen de padres destinados a la perdición.<br />

Adopción graciosa de Dios<br />

132. Jul.- "Ves cómo hasta las palabras de la Sabiduría en su superficie establecen una<br />

diferencia radical entre la naturaleza de estos dos pueblos. A los israelitas los llama hijos<br />

de Dios; a los cananeos, raza maldita. Si se toman como suenan las palabras y se aplican<br />

a la generación y al nacimiento, debiera decir: 'Una es la raza de los piadosos, otra la de<br />

los impíos'".<br />

Ag.- Cuando oímos decir "hijos de Dios", ¿no entendemos que se trata de la gracia, y si<br />

oímos hablar de "los hijos de los hombres", no debemos reconocer y confesar se trata de<br />

la naturaleza? ¿Qué significa lo que hablas, sin saber lo que dices, hombre discutidor? ¡<br />

Conoce la verdad, abre tus ojos a la luz! Raza maldita se llama a los cananeos por su<br />

inmensa perversidad; por eso, Dios, justo en sus castigos, ordena no perdonar a los hijos<br />

de esta raza, aunque no puedan imitar, por propia voluntad, la maldad de sus padres. Por<br />

el contrario, los israelitas son hijos de Dios no por filiación natural, sino por una adopción<br />

graciosa. Pero ora se llamen hijo e hijos, ora raza y raza, ¿de qué te sirve la asonancia de


palabras si existe diferencia tan enorme en las cosas?<br />

Para Cristo, ningún bien es imposible, ningún mal insanable<br />

133. Jul.- "Sin embargo, aunque así fuera, hipótesis inverosímil, la transmisión del primer<br />

pecado no es posible una vez interrumpida, como lo prueba la propagación de pueblos tan<br />

diferentes".<br />

Ag.- Una cosa es el semen de aquel hombre único, en el que estamos todos, y otra muy<br />

distinta la semilla de pueblos diversos, que no pueden interrumpir la propagación, porque<br />

todos descienden de uno solo; ni en su variedad hacen que el pecado del primer hombre,<br />

que introdujo tan gran cambio en la naturaleza humana, sea inofensivo a los<br />

descendientes más lejanos, sino que sólo lo puede hacer más o menos nocivo. Porque<br />

algunos agravan el pecado original, otros lo hacen más liviano; pero nadie lo quita, si no<br />

es aquel del que se dijo: He aquí el Cordero de Dios, he aquí el que quita los pecados del<br />

mundo 176 . Para Cristo, ningún bien es imposible, ningún mal insanable.<br />

Juliano, ¡perito en ciencias físicas!<br />

134. Jul.- "En consecuencia, así como el elogio que teje de los judíos no es base para que<br />

cada uno se crea que brilla en santidad innata, tampoco lo que dice de la maldad natural<br />

se ha de interpretar de un germen viciado, sino que, sin prejuicio de la naturaleza,<br />

inalterable en su esencia, puesto que cuanto tiene le cupo en suerte de Dios, su creador,<br />

esta variedad de expresiones se han de considerar o como explosión de un sentimiento de<br />

ira o como un laudable deber".<br />

Ag.- Si ningún hombre jamás brilló en santidad natural, ¿qué significado tienen estas<br />

palabras dirigidas a Jeremías: Antes que nacieses te santifiqué? 177 ¿O estas que se dirigen<br />

a Juan Bautista: Estará lleno de Espíritu Santo ya desde el seno de su madre? El<br />

cumplimiento de esta profecía lo revelaron los saltos de gozo en el mismo momento en<br />

que María, virgen-madre, saluda a Isabel, esposa embarazada 178 . ¿Fueron estas palabras<br />

inspiradas por un deseo de alabanza o responden a la verdad? ¡Adelante! ¡Desaparece!<br />

Digna solución de tu locura. ¿Por qué oponer a tu descarada osadía el ejemplo de Jeremías<br />

o el de Juan el Bautizador, si eres incapaz de discernir la carne de Cristo de la carne de<br />

pecado cuando afirmas que no existe carne con el pecado original y, al igualarla a los<br />

demás, te ves obligado a negar la santidad al que fue concebido del Espíritu Santo y de la<br />

virgen María, y, por ende, estaba exento por el solo hecho de ser concebido sin la unión de<br />

los dos sexos?<br />

Jeremías y Juan, aunque santificados en el seno de sus madres, contrajeron el pecado<br />

original. De otra suerte, ¿cómo merecer el exterminio de sus vidas si no eran<br />

circuncidados al octavo día, es decir, si no fueran partícipes de la gracia de Cristo,<br />

prefigurada en esta circuncisión de la carne, antes de resucitar para nuestra justificación al<br />

octavo día, es decir, el día que sigue al séptimo de la semana? Eran, pues, también ellos<br />

hijos de ira desde el seno de sus madres, y, desde el seno de sus madres, hijos de<br />

misericordia; no habían llegado aún a la santidad que, llegado el momento, había de<br />

librarlos de la inmundicia heredada y que a su debido tiempo había de ser eliminada; sin<br />

embargo, estaban ya revestidos de aquella santidad que los sellaba como heraldos de<br />

Cristo desde el seno de sus madres.<br />

Pero tú, nuevo hereje, quieres sentar plaza de religioso y perito en ciencias físicas y dices:<br />

"Las expresiones 'malicia natural' y 'raza maldita' se pueden emplear sin prejuicio para la<br />

naturaleza, cuya esencia no puede ser alterada, pues le viene de Dios, su autor". Y al<br />

menos los tontos de nacimiento, ¿no te avisan seas razonable? Ya ves, ni estos tontos<br />

acusan a Dios de ser autor de su memez. Ni es fruto de la mezcla con una naturaleza<br />

extraña, como necea Manés, sino vicio de una depravación. Por eso, todos los sanos en la<br />

fe no buscan fuera del pecado original la causa de este vicio y de todos los otros males<br />

naturales.<br />

Interpretación de la profecía de Isaías<br />

135. Jul.- "Además, así como aquí leemos 'raza maldita', leemos en otro libro, de más<br />

autoridad, la expresión 'raza bendita'. De los israelitas habla el profeta Isaías y dice:<br />

Construirán casas, y las habitarán; plantarán viñas, y comerán de su fruto. No edificarán


para que otro habite, no plantarán para que otro coma, porque los días de mi pueblo<br />

igualarán a los días del árbol de la vida. Mis elegidos no trabajarán en vano; sus obras<br />

permanecerán; ni engendrarán hijos malditos, porque será raza bendita de Dios" 179 .<br />

Ag.- Si entendieses esta profecía de Isaías, no tratarías de oponerla a nosotros para<br />

escapar de nuestros argumentos, sino que te la opondrías a ti mismo para corregirte. Y<br />

verías que existe una raza no mortal, sino inmortal; no carnal, sino espiritual, como la veía<br />

Juan, el evangelista, cuando dice: Todo el que es nacido de Dios no peca, porque el<br />

germen de Dios permanece en él 180 . Mientras este germen permanezca en él no puede<br />

pecar; porque si, como hombre, peca, hay otro germen en él según el cual no puede<br />

pecar, porque es nacido de Dios. Los hijos nacidos de este germen no son engendrados<br />

para la maldición.<br />

Si hubieras meditado en estas palabras del profeta, habrías advertido que si al pueblo de<br />

Dios se le hace una gran promesa, es porque los hijos que pertenecen a otra raza, es<br />

decir, a Adán, son engendrados en la maldad; pero no son engendrados para la maldición,<br />

porque tienen otro germen, bendecido desde el comienzo. Y este germen es Cristo,<br />

Sabiduría de Dios, de la que se dice: Árbol de vida para quien la abraza 181 . De ahí las<br />

palabras del profeta, o, mejor, de Dios por el profeta: Los días de mi pueblo igualarán a<br />

los días del árbol de la vida.<br />

En estas palabras se promete a los israelitas espirituales no carnales, la vida eterna e<br />

inmortal. En ella, las viñas y las casas espirituales son plantadas y construidas por ellos,<br />

sin que nunca les sean arrebatadas por la muerte, ni pueden pasar a dueños extranjeros,<br />

pues serán posesión de los que vivan esta vida sin ocasos. Luego debes reconocer existen<br />

dos razas, una la de los nacidos, otra la de los renacidos, y no seas incrédulo, sino<br />

creyente.<br />

El pecado original en los doctores de la Iglesia<br />

136. Jul.- "Pueden los muchachitos entretenerse en estas contradicciones opuestas del<br />

lenguaje, incapaces de ver en las palabras otra cosa que no sea el sonido, y así ejercitar,<br />

como en un juego de vasos, su destreza; pero no cree la fe católica que la ley de Dios esté<br />

en oposición con ella misma, ni admite autoridad alguna que destruya la razón, ni escucha<br />

opinión adulatoria que atente contra la justicia de Dios; y no sólo cree en la existencia de<br />

Dios, sino que lo reconoce como creador de todas las naturalezas, y, en consecuencia,<br />

imputa el pecado a un libre querer, no a ninguna otra causa; y no hay duda, la doctrina de<br />

los traducianistas es falsa".<br />

Ag.- Al contrario, no duda la fe católica de la existencia del pecado original; fe que hasta el<br />

día de su muerte defendieron no los muchachitos, sino graves y constantes varones,<br />

doctores en la Iglesia. Pero vosotros, según tus propias palabras, no creéis que la ley de<br />

Dios pueda estar en contradicción con ella misma; sin embargo, con ciega impiedad o<br />

impía ceguera lucháis contra ella; os jactáis de no admitir autoridad alguna que destruya<br />

la razón con el fin de poder, con vuestra manera de razonar -no con razones, sino con<br />

falacias-, soterrar toda autoridad divina, no explicarla. Nadie hay tan privado de razón que<br />

se deje engañar por el razonamiento de Pelagio, que, con pretexto de exponer la doctrina<br />

del Apóstol, escribe: "Se dice el cuerpo muerto por el pecado; esto significa que el cuerpo<br />

muere al pecado cuando cesa de cometerlo".<br />

Contra esta ligereza no conviene disputar, sino leer lo que dice el Apóstol: Si, pues, Cristo<br />

está en vosotros, el cuerpo muerto está por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia;<br />

y si el espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros,<br />

vivificará vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros. ¿Hay algo más<br />

claro? ¿Algo más evidente? ¿Quién, por favor, contra verdad tan manifiesta, puede negar<br />

la existencia del pecado original si no es vuestra demencia herética? Por este pecado está<br />

aún muerto el cuerpo, pero el espíritu vive por la justicia. Pero Dios, dice, resucitará<br />

vuestros cuerpos mortales. ¿Quién ladra contra esta verdad, a no ser la rabia de un<br />

vanidoso que se jacta de no escuchar opinión adulatoria alguna que atente contra la divina<br />

justicia, cuando, por el contrario se ve obligado a negar esta divina justicia todo el que se<br />

deje engañar por vosotros? Rehúsas ver en un pecado la causa de tantos males, tanto<br />

físicos como morales, con los que los hombres vienen al mundo, y esto es negar la justicia<br />

de Dios en sus juicios. Por esta razón, si vosotros imputáis todos los pecados a una<br />

voluntad personal y no queréis imputar el pecado original a la voluntad del primer hombre,


os veis forzados a imputar los males todos que los niños contraen o sufren desde su<br />

nacimiento a un injusto juicio de Dios.<br />

RÉPLICA A JULIANO (OBRA INACABADA)<br />

LIBRO V<br />

Causa del trabajo penoso y de la ignorancia placentera<br />

1. Jul.- "La experiencia de todos los siglos nos enseña que hay pocos hombres de juicio<br />

firme e incorruptible entregados al estudio de la ciencia y al amor de la virtud, capaces de<br />

investigar la verdad y, una vez encontrada, defenderla; o como dice el Apóstol, que<br />

tengan los sentidos ejercitados en discernir lo bueno y lo malo 1 y no se dejen abatir por<br />

ninguna adversidad; o, según palabras del mismo Apóstol, que resistan hasta la sangre en<br />

lucha con el pecado 2 .<br />

Estos sabios, pocos en comparación del número infinito de necios del vulgo, se aplican al<br />

estudio y a la fortaleza. Uno sin la otra no pueden producir frutos ni honor; pero la<br />

fortaleza, sin las buenas obras, degenera en locura despreciable; por el contrario, la<br />

ciencia de las leyes divinas, de no estar amurallada por la magnanimidad, es pronto presa<br />

de salteadores y aboca a la esclavitud del crimen. Sin este carro tirado por dos caballos,<br />

es imposible triunfar de los errores del mundo; pero en todas las épocas existieron<br />

hombres que las ha cultivado, acoplado y dirigido; porque la aversión al trabajo y la<br />

multitud de cuidados temporales, y las aflicciones constantes por parte de hombres<br />

perversos paralizan el estudio. Todos estos obstáculos son, sin duda, superados por<br />

hombres sabios y fieles; pero son tan contados entre la muchedumbre de insensatos, que<br />

los juzgan furiosos porque no se enfurecen".<br />

Ag.- Esta poquedad de hombres que reúnan ciencia y fortaleza de alma, como tú mismo<br />

dices, ¿no te demuestra lo que debes pensar del género humano y de toda esa masa de<br />

seres racionales y mortales? ¿Por qué, si no la totalidad, sí una gran parte de los hombres,<br />

no se inclina, como por instinto de la naturaleza, al estudio de la ciencia y fortaleza de<br />

alma, y más bien nos asombre como una rareza ver cómo se desvían del camino al que los<br />

invita su natural? ¿Por qué son arrastrados como por una corriente impetuosa o por no sé<br />

qué peso que los oprime y sumerge en la molicie de su pereza y en las profundidades de la<br />

ignorancia?<br />

La fuga del trabajo, dices con verdad, es la causa de que ignoren los hombres lo que<br />

debían saber. Mas quisiera me dijeses: ¿cuál es la causa por la que el hombre, tan bien<br />

dotado por la naturaleza en su nacimiento, siente tanta dificultad en aprender cosas que le<br />

son útiles y saludables, y así, al huir del trabajo, descansa placentera y voluntariamente<br />

en las tinieblas de la ignorancia? Esta escasez de amigos de la ciencia y del estudio, únicos<br />

medios de llegar al conocimiento de las realidades divinas y humanas, y la muchedumbre<br />

de espíritus tardos y perezosos, indican muy a las claras de qué lado se inclina la<br />

naturaleza, que niegas estar viciada.<br />

No piensas, a tenor de la fe cristiana, en la sabiduría otorgada a Adán, que impuso nombre<br />

a todos los seres vivientes 3 ; que es, como leemos incluso en autores profanos, indicio de<br />

suma sabiduría, pues Pitágoras, padre de la filosofía, enseñó, como dice la fama, que el<br />

más sabio de todos los hombres era aquel que puso nombre a las cosas. Pero, aunque no<br />

conociésemos esta particularidad de Adán, estábamos capacitados para conjeturar con<br />

pleno derecho en qué estado de perfección fue creada la naturaleza de aquel hombre en el<br />

que no hubo vicio alguno. ¿Quién hay tan menguado de inteligencia que niegue que los<br />

ingenios, romos o vivos, pertenecen a la naturaleza y no juzgue que la pereza en la<br />

memoria o en la inteligencia pertenece a un espíritu viciado? ¿Y qué cristiano duda de que<br />

aquellos que en el mundo, repleto de errores y cuidados, parecen superdotados en bienes<br />

del alma y sienten la pesadez de un cuerpo corruptible, si se comparan en inteligencia con<br />

la del primer hombre, difieren en velocidad, más que el ave difiere de la tortuga? Si en el<br />

paraíso nadie hubiera pecado, sería feliz al verse poblado de genios sublimes, porque<br />

hubiera Dios creado de tales padres hombres semejantes al que sin padre creó y a imagen<br />

suya lo hizo.<br />

Entonces, el hombre no sería semejante a un soplo; ni sus días, como sombra que pasa en


un mundo de trabajos y penalidades 4 . Y si el hombre fuera así, ¿tendría lugar tu queja? ¿<br />

Sería trabajoso adquirir la ciencia, y sentirían los hombres aversión al trabajo, y<br />

preferirían permanecer en la ignorancia? ¿Acaso de esta fuerza del espíritu, que, como<br />

dices, se encuentra en un número muy reducido de hombres, tendríamos necesidad si no<br />

existiera el trabajo penoso, cuando no deberíamos sostener combate alguno por defender<br />

con valor la verdad? Pero como lo sucedido es todo lo contrario, te niegas a reconocer<br />

vicio alguno en nuestra naturaleza, y así ayudas a los maniqueos a introducir en la nuestra<br />

una naturaleza extraña; al querer, sin prudencia, combatir su doctrina, te conviertes, sin<br />

saberlo, en un valioso auxiliar suyo.<br />

Justo castigo del pecado original<br />

2. Jul.- "Esto nos lo enseña el libro de la Sabiduría cuando, al citar unas palabras de los<br />

impíos, nos dice que las cosas presentes pasan como una sombra, y, al contemplar la<br />

dicha de los bienaventurados, exclaman: Nosotros, insensatos, teníamos como locura su<br />

vida, y he aquí que son contados entre los hijos de Dios 5 . Sí, he aquí la perseverancia<br />

tesonera de los fieles, que prefieren más ser afligidos con el pueblo de Dios que disfrutar<br />

de los goces temporales del pecado 6 ; y son considerados como obstinados y contumaces<br />

por aquellos cuyo lema es: Comamos y bebamos, que mañana moriremos 7 . Según ellos,<br />

nada más seguro y prudente que esclavizar el alma a un yugo que envilece, o procurarse<br />

un descanso fugaz e incierto. Esta laxitud y envilecimiento del espíritu es lo que ha<br />

permitido al dogma impuro de los maniqueos aprovechar el naufragio de la Iglesia para<br />

desplegar sus velas al viento.<br />

Porque, si los encargados de las funciones sacerdotales estuviesen revestidos de viril<br />

autoridad, la opinión pública, como la razón exige, hubiera hecho trizas las invenciones de<br />

los traducianistas. Pero como nada más despreciable que la religión a los ojos de los que<br />

aman las realidades presentes, se ha llegado hasta acusar al mismo Dios, y por esto nos<br />

vimos en la necesidad de probar en largos discursos que nuestro Dios, Dios verdadero, es<br />

fiel en sus palabras, justo en sus juicios, santo en sus obras".<br />

Ag.- Si Dios es fiel en sus palabras 8 , ¿por qué contradecirle cuando dice: Castigo en los<br />

hijos los pecados de sus padres 9 , y sostienes que esto es mentira? Si es recto en sus<br />

juicios, ¿por qué no tienes por justo que los niños sean responsables de los pecados de<br />

sus padres y que los hijos de Adán lleven un pesado yugo desde el día que salen del<br />

vientre de sus madres 10 , y no temes afirmar que no es un castigo del pecado original? Si<br />

Dios es santo en todas sus obras, ¿por qué no reconoces inmundicia en los nacidos,<br />

inmundicia que forzó a un hombre de Dios a decir: Nadie está limpio de pecado, ni el niño<br />

cuya vida es de un día sobre la tierra? 11 ¿Por qué rehúsas reconocer que esta impureza no<br />

es obra del Creador de la naturaleza, aunque esté contagiada por la mancha del pecado<br />

original, y así atribuyes los defectos tan grandes y numerosos de las almas y de los<br />

cuerpos a su obra santa? Y al negarte a reconocerlos como justo castigo infligido a la<br />

naturaleza, depravada por el pecado original, abres de par en par la puerta a la doctrina<br />

abominable de los maniqueos; es decir, a una naturaleza extraña que ellos califican como<br />

naturaleza mala, y, mientras muestras tu horror hacia dogma tan impío, favoreces su<br />

error.<br />

La naturaleza viciada<br />

3. Jul.- "Este defensor del mal natural trata, sin embargo, de refutar lo que en mis libros<br />

me propongo establecer. Qué vigor y qué lógica haya en mis respuestas, lo demuestra<br />

hasta la saciedad cuanto llevo escrito en anteriores volúmenes; su lectura, estoy<br />

convencido, dejará constancia en todo hombre prudente -su número ya dije en el prólogo<br />

es muy reducido- que el enemigo de la verdad no puede tener otro fin que el de halagar<br />

los oídos de los sencillos y batirse en retirada mediante una respuesta cualquiera".<br />

Ag.- En tu prólogo reconoces, en efecto, la escasez de sabios; pero no cuál sea la causa y<br />

por qué estos hombres tan contados no pueden, a pesar de su enorme capacidad<br />

intelectiva, adquirir los conocimientos útiles que poseen sin gran trabajo; y tú, que no<br />

quieres que la naturaleza humana haya sido viciada por la prevaricación del primer<br />

hombre, ni la enseñas ni la aprendes. Sin embargo, invitas a esos pocos sabios a que lean<br />

tus libros, y, a pesar de que tienes un alto concepto de su inteligencia, necesitas ocho<br />

libros para refutar uno mío, y así multiplicas el trabajo a los hijos de Adán y que con<br />

trabajo aprendan que, aunque no hubiera existido el pecado, no se verían libres de


entregarse a un trabajo en el paraíso si querían leer las obras de los literatos y aprender<br />

las primeras letras. Esta es vuestra sublime ciencia, incomprensible para todos, excepto<br />

para este grupito de sabios, y, aun para ellos, no sin gran trabajo y grandes miserias.<br />

Invitación a la conversión como Turbancio<br />

4. Jul.- "Es incuestionable que hemos conseguido con creces nuestro propósito; no<br />

obstante, comprenderá el lector avispado por qué hemos dado desmesurada extensión a<br />

nuestra obra. Hubiéramos preferido la brevedad, pero la naturaleza de la causa, por<br />

necesidad exige combatir con amplitud un error extendido con el favor del poder imperial<br />

por respeto a la palabra de verdad. No es, pues, inútil seguir escribiendo. Con la ayuda de<br />

Cristo, confío llegará un día en que se reconozca que ni una partecita de la impiedad que<br />

combatimos deje de ser rebuscada por negligencia, o quede descubierta a medias, o sólo<br />

parcialmente sea destruida. No podemos ni debemos desesperar ver encalmada la<br />

tempestad levantada contra nosotros, que ponga fin la autoridad de los sabios a los gritos<br />

del vulgo ignorante que hoy alborota.<br />

Pero ahora no se trata tanto de nuestros deseos como de nuestra doctrina. Sea el que sea<br />

el fruto de nuestro esfuerzo, estamos seguros de la rectitud de nuestra intención y de la<br />

pureza de nuestra fe. No nos importa el aura popular; conocemos el ejemplo que en<br />

Babilonia nos dieron tres jóvenes valientes; obligados por un rey soberbio en demasía a<br />

rendir culto a una estatua, se niegan resueltos, y, sin aterrarse ante un horno encendido<br />

para abrasarlos, contestaron acordes con fe y coraje: Poderoso es, ¡oh rey!, nuestro Dios<br />

para librarnos de este horno; pero, aunque no nos libre, sabe que no adoramos tus dioses<br />

ni nos postraremos ante la estatua que has erigido 12 . Voto sagrado que añaden a su<br />

resolución, sin debilitar su deseo ni su inquebrantable firmeza. La robustez de su fe ni un<br />

instante fue abatida por la desesperación ni impidió su deseo de padecer. Expresan, sí, un<br />

anhelo, pero sin alterar el orden preestablecido; la esperanza y el deseo de verse libres lo<br />

someten al juicio de Dios. 'Cierto, dicen, que nuestro Dios nos puede librar; pero como<br />

ignoramos su querer, persistimos, en esta incertidumbre, en el desprecio de los ídolos y<br />

en la tolerancia de los suplicios. Dios verá si nuestra liberación es a otros útil; nosotros<br />

buscamos, en la inviolabilidad de nuestra fe, la dicha verdadera'. No necesitan buscar las<br />

delicias de la vida, cuya gloria se negocia en el sufrimiento. Según esta regla que nos han<br />

transmitido tan ilustres maestros, comprendemos la necesidad de ser sobrios en los<br />

deseos de placer y prosperidad, pero en lo que al dogma de la fe concierne sabremos<br />

mantener nuestra firmeza y constancia. Deseamos se apague la llama de las<br />

persecuciones para acudir en socorro de las poblaciones; pero, si este día no llega,<br />

estamos firmemente resueltos a sufrir ultrajes y arrostrar peligros antes que dejar de<br />

oponernos a la sucia doctrina de nuestros enemigos maniqueos".<br />

Ag.- Con frecuencia lo he advertido, y lo haré en cuantas oportunidades se me presenten,<br />

que prestáis ayuda positiva a los maniqueos al no reconocer como justo juicio de Dios y<br />

castigo del pecado original el pesado yugo que oprime a los hijos de Adán desde el día que<br />

salen del vientre de sus madres, dando así lugar a introducir en nuestra naturaleza otra<br />

extraña, mala en su esencia, como enseña el monstruoso error de Manés. Y como os<br />

creéis fuertes, os jactáis de los deseos que tenéis en favor de multitud de hombres;<br />

deseos modestos, dices, de ver apagarse la llama de las persecuciones para correr en<br />

ayuda de multitud de pueblos. Te pregunto si este deseo tuyo se lo pides al Señor.<br />

Porque, si no lo pides, este voto tuyo nada tiene de cristiano; y, si es inspirado por él, ¿<br />

cómo puedes esperar que el Señor no escuche tus votos y no os otorgue la gracia que<br />

pides? Esto es, de que convierta los corazones de los hombres, hoy adversos a vosotros,<br />

en seguidores fieles y ardientes? Si crees que Dios obra estas maravillas, has ya<br />

progresado; si te conviertes, has comenzado a mejorar. Piensa, te lo ruego, en esto;<br />

medita y confiesa que es el Dios todopoderoso el que realiza en los corazones humanos el<br />

querer y el que convierte a los que le eran contrarios. Reconoce su misericordia y su<br />

gracia; y, si su poder no se manifiesta, sus ocultos juicios siempre son justos. Posible<br />

escuche nuestras oraciones y te convierta por gracia de su misericordia, como con<br />

Turbancio lo hizo; ayer vuestro, hoy uno de los nuestros.<br />

La desvergüenza es vicio; la inocencia, virtud<br />

5. Jul.- "Ataquemos ya la cuestión. En mi obra anterior y en la presente quedó probado<br />

con claridad que la concupiscencia natural, sin la que no existe unión alguna sexual, es<br />

obra de Dios, creador de hombres y animales. Esta verdad, reconocida por mi adversario,


es incuestionable; por ende, es imposible admitir la existencia de un pecado natural sin<br />

vituperar la concupiscencia de la carne y difamar el acto sexual".<br />

Ag.- Como te plazca, llama natural o carnal esta concupiscencia; nosotros reprobamos<br />

toda concupiscencia carnal que codicia contra el espíritu y nos arrastre a cosas ilícitas, si el<br />

espíritu no codicia con más vigor contra ella. Afirmamos también que esta lucha no existió<br />

en el paraíso cuando sus moradores andaban desnudos sin sentir sonrojo; surge sólo<br />

cometido el primer pecado, como lo demuestra la historia; cuando se taparon, después del<br />

pecado, sus partes íntimas, porque antes no eran vergonzantes. Y no era la desvergüenza,<br />

sino la inocencia, la que les permitía andar desnudos; porque la desvergüenza es vicio, y<br />

en el edén no había vicio alguno.<br />

Este mal que hace a la carne codiciar contra el espíritu, lo llama el hereje Juliano un bien.<br />

Y otro hereje, Manés, de este mal concluye que existe en nosotros una naturaleza mala<br />

mezclada con la nuestra. Contra los dos, Ambrosio, doctor católico, sentencia que este mal<br />

vició nuestra naturaleza a causa de la prevaricación del primer Adán.<br />

Comprensión y honradez de Agustín<br />

6. Jul.- "Demostrada, con la fuerza que la verdad nos infunde, la exactitud de cuanto<br />

llevamos dicho, no tendrá el prudente lector duda alguna a este respecto. Cuantas veces<br />

se encuentre en los escritos de los traducianistas algo contrario a esta verdad que<br />

defendemos -y ellos no abren la boca para decir otra cosa-, no debe conmover a los<br />

oyentes; basta con protestar con el descaro del autor; nosotros, si la materia lo requiere,<br />

lo trataremos con imprescindible brevedad.<br />

Me reprocha Agustín haber dicho: 'La unión de los cuerpos con su calor, placer y siembra,<br />

es obra de Dios, loable en sí'. Pero silencia lo que a continuación añadía: 'El diablo, menos<br />

caradura que tú, jamás se atrevió a reivindicar una cosa que, instituida por el autor de la<br />

naturaleza, es, a veces, un gran bien para los hombres piadosos'".<br />

Ag.- Este olvido es imputable al que envió el "papel" a Valerio, y al que ya contesté.<br />

Quizás haya comprendido lo que tú no entiendes, pues, incauto, decías: "No se atrevió el<br />

diablo a reivindicar una cosa que, instituida por el autor de la naturaleza, es, a veces, un<br />

gran bien para los piadosos"; y esto cuando vemos al diablo reivindicar la posesión de los<br />

hombres mismos, obra del autor de la naturaleza. ¿Por ventura no son hombres los que<br />

han sido rescatados del poder de las tinieblas, cuyo príncipe es el diablo? ¿Tan insensato<br />

vas a ser que afirmes que el diablo no reivindica como propiedad suya a los hombres que<br />

él posee y aflige bajo su tirano poder? Mas, sin hablar de aquellos de quienes pudieras<br />

decir que están voluntariamente bajo el poder del diablo, ¿qué dices de aquel cuyo padre,<br />

a una pregunta del Señor, respondió: Mi hijo, desde su infancia, es atormentado por el<br />

espíritu inmundo? 13 Los miembros y los sentidos del cuerpo, ¿no son todos formados por<br />

el autor de la naturaleza, beneficio común a píos e impíos, y, sin embargo, los reivindica el<br />

diablo para afligirlos? Lo que no podría hacer si no recibiera el poder de un Dios bueno,<br />

justo, creador del hombre; sin embargo, lo hace, y revela así la vacuidad suma de tus<br />

palabras cuando dices: "No osó el diablo reivindicar una cosa que, instituida por el autor<br />

de la naturaleza, es, a veces, un gran bien para los justos". Debías decir no que el diablo<br />

jamás se atribuye la propiedad de cosas buenas por naturaleza, sino que el diablo nada<br />

crea. Es posible que el recopilador haya visto esto en algunos pasajes de tus libros, y en el<br />

"papel" que envió a mi amigo, por miramiento a ti, haya omitido tus palabras. Por mi<br />

parte, me felicito por la ocasión que me proporcionas de combatir tu error. Busca, pues,<br />

razones por las que el diablo reivindica el poder de torturar a los niños, y, si encuentras<br />

alguna apropiada, reconoce la existencia del pecado original. Y, si persistes en negar su<br />

existencia, acusas de injusticia el recto juicio de Dios, pues permite al diablo torturar, sin<br />

razón, a los que formó a su imagen.<br />

La procreación en sí es buena y honesta<br />

7. Jul.- "Aunque silencia estas mis palabras, me acusa haber hablado de la libido, y añade<br />

en un lenguaje sutil, como conviene a su dogma: 'La fecunda procreación de los niños es<br />

un regalo para los justos, no la vergonzosa unión de los miembros. Esta unión de los<br />

sexos, medio para la propagación de los niños, nada tendría de vergonzosa si la naturaleza<br />

hubiera permanecido sana; mas como ahora ha sido viciada, los niños, fruto de esta unión,<br />

tienen necesidad de ser regenerados'. ¡Qué lógica en estas palabras! La existencia de los


niños es un bien para los justos, pero somete al poder del diablo lo que declara ser don de<br />

Dios, es decir, los hijos; y califica de diabólica la unión libidinosa de los miembros, pasión<br />

que en los padres, dice, está exenta de culpa.<br />

¿Afirmas que un hombre ha sido engendrado por otro hombre? Responde: 'Esta obra de<br />

los padres es diabólica, pero no por esto son culpables los padres; pero los hijos, fruto de<br />

dicha unión, aunque son obra de Dios, son culpables'. Después de todo esto, ¿te atreves a<br />

decir que no luchas contra Dios, sino contra el diablo? Con todo merecimiento sufren de<br />

locura cuantos creen en la existencia de un pecado de origen".<br />

Ag.- Eres tú el que, poseído de furor contra Dios, le acusas de injusto, pues confiesas que<br />

los hijos de Adán, sin traer de él ningún mal, se ven oprimidos por un pesado yugo desde<br />

el día que salen del vientre de sus madres, hecho que no puedes negar. Sin duda, crees<br />

son romos de inteligencia todos los que lean tus palabras y las mías; por eso me haces<br />

decir lo que no dije. ¿Cómo puedo afirmar que la obra de los padres es diabólica, cuando<br />

no ceso de proclamar que la unión de los padres es en sí un acto bueno y honesto,<br />

siempre que la finalidad sea la procreación de los hijos; y que esta unión nada tendría de<br />

impura si la naturaleza no hubiera sido viciada por un pecado anterior del hombre? Por<br />

este pecado se hizo la concupiscencia de la carne viciosa, y no es posible hacer de ella<br />

buen uso si el espíritu, en lucha perpetua contra ella, no resiste sus movimientos, que nos<br />

empujan a lo ilícito.<br />

No decimos, pues, que la obra de los padres sea "diabólica"; el buen uso de un mal está<br />

muy lejos de ser diabólico, pues Dios usa bien del mismo diablo. No negamos haber dicho<br />

"que el nacimiento de los hijos es obra de Dios"; pero los hijos son culpables no por ser<br />

obra de Dios, su creador, sino porque nacen y viven con el pecado original mientras no<br />

renazcan a una nueva vida.<br />

La fecundidad natural, bendecida por Dios<br />

8. Jul.- "Que Adán no se unió a su mujer de otra manera que la acostumbrada después de<br />

ellos, la misma forma en los miembros, la bendición de Dios, común a hombres y<br />

animales, la misma historia, al hablar de la formación de los cuerpos, testifican que nada<br />

ha cambiado en la naturaleza. Y nada en la ley de Dios contradice este triple testimonio.<br />

Sólo Manés en sus libros atribuye esta concupiscencia al príncipe de las tinieblas".<br />

Ag.- Aunque no haya cambiado por el pecado del primer hombre la forma de los<br />

miembros, esto no prueba que la concupiscencia de la carne fuera, antes del pecado, tal<br />

como se manifestó cuando cubrieron sus partes el día que pecaron, y sintieron sonrojo por<br />

lo que tú no te ruborizas. Esto demuestra que, aunque la forma de los órganos genitales<br />

permanece idéntica, algún cambio sí se obró en ellos. Y, si hay niños que nacen con estos<br />

miembros deformes y monstruosos, el pudor os obliga a confesar que, si no existiera el<br />

pecado, jamás hubiera tenido lugar en el paraíso nada semejante.<br />

Por otra parte, ¿puede uno asombrarse si la naturaleza, aunque viciada por el pecado, no<br />

haya perdido nada de los beneficios de la bendición de Dios cuando les dijo: Creced y<br />

multiplicaos? 14 Pues, aunque perdió la inmortalidad y la dicha, no se sigue debiera perder<br />

la fecundidad, que en común tenían hombres y animales, aunque en éstos la<br />

concupiscencia codicia, pero no contra el espíritu; lucha esta misérrima, reino de torpezas,<br />

protegida tuya, que te empeñas en introducir en aquel lugar de paz inalterable y libertad<br />

cuando dices que en el paraíso, aunque nadie hubiera pecado, tendría el género humano<br />

que guerrear contra la libido y ser su esclavo si se renuncia al combate.<br />

El prestidigitador Juliano<br />

9. Jul.- "Testificamos en nuestra obra y en nuestros discursos que todos los hombres<br />

necesitan renacer por el bautismo; y esto no porque por la donación de este beneficio se<br />

les considere, por derecho, libres del poder diabólico, sino porque, creados por Dios, se<br />

hacen hijos de Dios; y así, los que nacen con mengua o caudal no culpables, renacen a<br />

una vida digna, sin por esto calumniar lo primero; y los nacidos según los designios de<br />

Dios, se perfeccionan por los sacramentos de Dios; y los bien dotados por naturaleza<br />

consiguen los dones de la gracia; y de esta manera, el Señor, que los formó buenos, los<br />

hace, al renovarlos, mejores. Con razón, pues, se dice, y es preciso que tú lo confieses,<br />

que el mal natural de Manés, que tú con otro nombre llamas pecado original, queda


aniquilado. Es un pecado en el que nunca creyó la fe de nuestros antiguos, pues no<br />

dudaron jamás de que sean los niños obra de Dios, y de que Dios nada malo puede crear.<br />

Así, las criaturas, formadas por Dios, antes del libre uso de su voluntad no pueden ser, sin<br />

calumnia, consideradas culpables ni sometidas, con derecho, al diablo".<br />

Ag.- Doy a este pecado el nombre de original, no el de natural, para mejor expresar que<br />

su origen es humano y no viene de Dios; y en especial para indicar que entró en el mundo<br />

por un solo hombre, y no puede ser borrado por la dialéctica de Pelagio, sino por el<br />

sacramento de la regeneración cristiana. Dices que todos los niños deben ser regenerados<br />

por el bautismo; conocemos bien el sentido que tienen estas palabras en tus labios, y por<br />

eso eres hereje. Esta nueva peste, en oposición a toda la tradición de la Iglesia católica,<br />

enseña que los niños no son rescatados del poder de las tinieblas por la gracia del<br />

Redentor, aunque la católica practique sobre ellos insuflaciones y exorcismos; pero no<br />

contra la obra de Dios, sino contra el poder del diablo.<br />

¿Cómo puedes decir que los niños, después de recibir un nacimiento poco cotizado, no<br />

culpable, reciben en el segundo nacimiento algo de más precio, pero esto sin calumniar al<br />

primero? ¿Cómo puedes hablar este lenguaje sin pensar en el precio que los hace renacer<br />

a una vida de inmenso valor? ¿Y no es este precio la sangre del Cordero inmaculado? ¿Y<br />

no nos dice el mismo Cordero por qué la derramó? ¿No clama él: Esta es mi sangre,<br />

derramada por muchos para el perdón de los pecados? 15<br />

Pero tú, gran prestidigitador, enseñas que esta sangre ha sido derramada también por los<br />

niños, pero niegas les sean perdonados por ella los pecados. Según tú, necesitan los niños<br />

recibir el bautismo, pero no necesitan ser purificados. Tienen necesidad de ser renovados,<br />

no de ser despojados de viejos andrajos. Tienen necesidad, dices, de ser adoptados por el<br />

Salvador, no de ser salvados.<br />

Somos nosotros los que calumniamos a estos párvulos porque decimos que están muertos<br />

por los delitos y el prepucio de su carne, y necesitan ser bautizados en la muerte de Cristo<br />

para que mueran al pecado los que estaban muertos por el pecado; por el contrario, tú los<br />

defiendes al negar que estén muertos, y al actuar así impides sean liberados del que<br />

posee el imperio de la muerte; de esta manera no pueden recibir ningún beneficio de la<br />

muerte de Cristo, el único que murió por todos. Después de estas palabras concluye el<br />

Apóstol: Luego todos están muertos y por todos murió 16 . Consecuencia: aquel que<br />

defiende a los niños y niega estén muertos, no los defiende de la muerte, antes los<br />

precipita en una segunda muerte, pues los excluye del beneficio de la muerte del que<br />

murió por todos los muertos.<br />

Abrahán y su descendencia<br />

10. Jul.- "Esto dicho, cito el pasaje de la Escritura referente a Abrahán y a Sara, a los que<br />

da el Señor un hijo en una edad avanzada, cuando sus cuerpos no tienen vigor. Todo<br />

lector, no digo sabio, sino de mediano caletre, se dará cuenta de que el ejemplo es<br />

probativo a mi favor. Pero piensa mi adversario que esto no va contra él. ¿Cómo tiene<br />

caradura para hablar así ante un argumento expresado en estos términos: 'Si el hijo<br />

prometido por Dios a Abrahán fue concebido por la concupiscencia, esta concupiscencia es<br />

buena, pues mediante su concurso cumplió Dios su promesa? Si, por el contrario, la<br />

concupiscencia no tuvo arte ni parte en la concepción de Isaac, no le pudo perjudicar,<br />

puesto que no intervino ni en su concepción ni en su nacimiento'".<br />

Ag.- ¿Quién puede decir que la concupiscencia no tuvo parte en la concepción del hijo de<br />

Abrahán? De otra suerte, una obra de esta naturaleza no se realizaría en un cuerpo de<br />

muerte, del que dice el Apóstol: El cuerpo está muerto por el pecado 17 . Pero de este mal<br />

hizo buen uso Abrahán en el acto conyugal, desconocido en el paraíso antes del pecado. Y<br />

si te parece buena la concupiscencia de la carne, pues sirvió al nacimiento de un hijo por<br />

Dios prometido, también te debe parecer bueno el diablo, pues por él fue derramada, para<br />

nuestro rescate, la sangre de Cristo, según promesa de Dios. Reconoce, pues, que un mal<br />

puede producir un bien.<br />

La fuerza del placer en Juliano<br />

11. Jul.- "Dejadas a un lado otras cosas, dice este nuevo naturalista que es un error lo que<br />

dijimos: 'Lo mismo que el limo que Dios tomó para formar al hombre es la materia, no es


formador del hombre, lo mismo esta fuerza del placer, fábrica y mezclador de genes, no es<br />

suficiente para completar la obra divina, pero sí ofrece a Dios, de los tesoros de la<br />

naturaleza, lo que Dios se dignó emplear en la formación del hombre'. Acepta esto como<br />

verdad mi adversario, excepto estay palabras: 'Los genes son obra del vigor placentero'. Y<br />

filosofa de este modo: 'El placer venusino, o concupiscencia de la carne, dice, no fabrica<br />

los genes, sino que, formados y depositados por Dios en los cuerpos, no se considera obra<br />

de la voluptuosidad, sí un estimulador y transmisor placentero' 18 .<br />

Aquí mi adversario no da prueba de su astucia, sí de falta de inteligencia. Con la expresión<br />

"fuerza del placer" he querido designar lo que constituye la virilidad corporal, y debí darle<br />

este nombre de virilidad a la fuerza del placer. Esta virilidad -usamos ya este vocablo-<br />

consiste en la unión de los órganos genitales, que da fuerza y eficacia al deseo, al que di el<br />

nombre de concupiscencia o voluptuosidad. Por eso preferí llamar fuerza del placer a la<br />

expresión pura y simple de voluptuosidad con el fin de expresar la totalidad del calor que<br />

se siente antes y durante el coito.<br />

Los que se ven privados de los miembros viriles, tales los eunucos, no carecen de<br />

sensaciones; sienten como unas chispas de fuego apagado en ellos; pero como no tienen<br />

vigor en sus miembros, se ven privados de esa fuerza viril que elabora el semen y son<br />

impotentes. Ha querido Dios exista en el cuerpo una fuerza que, desarrollada en tiempos<br />

determinados, los hace, si están enteros, aptos para engendrar. De ahí que se elabora la<br />

simiente en cuerpos que han alcanzado la pubertad. En los impúberes, aunque los excite<br />

una voluptuosidad precoz, permanecen estériles hasta llegar a una edad determinada por<br />

ley de la naturaleza. En cuanto a saber si la voluptuosidad contribuye a la mezcla de<br />

simiente y, sobre todo, si el placer que rebosa por los sentidos sea muy distinto de lo que<br />

se manifiesta en lo íntimo de los órganos y más eficaz para la procreación, es cuestión<br />

asaz debatida por los doctores en ciencias médicas.<br />

El poeta de Mantua, mejor impuesto en el conocimiento de la naturaleza que nuestro<br />

filosofastro cartaginés, nos hace notar que, al manifestarse los primeros síntomas de celo<br />

en las yeguas y buscar el apareamiento, se las aleja de los pastos abundosos y de las<br />

fuentes para hacerlas enflaquecer. 'Y muchas veces, dice el poeta, las extenúan con<br />

carreras a pleno sol, cuando la era gime sordamente al chapoteo de los palos y cuando el<br />

céfiro avienta las livianas pajas. Esto hacen para que una gordura excesiva no obture el<br />

campo genital y ciegue los surcos ociosos, sino que, estimulados por cierta sequedad,<br />

sorban con avidez la simiente y la guarden muy dentro' 19 . Mas estos detalles no tienen<br />

importancia en la causa que defendemos; basta indicarlos para conocer la agudeza mental<br />

de mi adversario".<br />

Ag.- Queda probado que las palabras que me reprochas haber silenciado son vaciedad y<br />

hasta es posible las haya omitido el autor del "papel" por hacerte un favor. En lo que dice<br />

relación a la fuerza de la voluptuosidad, según tú, fábrica de gérmenes genéticos, tu<br />

razonar es el de un charlatán de feria y no es preciso conteste, pues tú mismo dices<br />

carecen de importancia en la causa que defiendes. Por mi parte, había ya comprendido<br />

que con la expresión "fuerza de la voluptuosidad" querías dar a entender que con la<br />

voluptuosidad era posible hacer algo, pero que ella no puede hacerse a sí misma.<br />

Solemos, en lenguaje ordinario, llamar "fuerza de una cosa" a lo que por ella se puede<br />

realizar, no a lo que es causa de esta misma fuerza. Tú, por el contrario, llamas -son tus<br />

palabras- fuerza de la voluptuosidad a lo que produce placer, no al poder de producir;<br />

como si dijeras que la fuerza del fuego es lo que hace se encienda el fuego; pero todo el<br />

mundo entiende por fuerza del fuego la propiedad que tiene de abrasar y dar calor. Usas,<br />

en verdad, un lenguaje inusitado.<br />

Mas ¿qué importa? De cualquier modo, hemos aprendido a no discutir sobre vocablos si<br />

nos consta de las realidades. Reconocemos los dos que no sólo los hombres engendrados<br />

por otros hombres, sino que también la simiente de cualquier manera que se forme, es<br />

obra de Dios. Inútil, pues, invocar el testimonio de fisiólogos, médicos o poetas, ni discutir<br />

sobre palabras; ambos estamos de acuerdo en reconocer como verdad que Dios es el<br />

creador de las semillas y de los hombres.<br />

Pero es falsa la consecuencia que de esta verdad te empeñas en deducir, a saber, que la<br />

simiente no puede estar viciada, porque Dios, sumamente bueno, es el creador de las<br />

semillas; cosa que no dirías si conocieras la naturaleza de las semillas, como la conocía<br />

aquel que dijo: Es el hombre semejante a un soplo; y para demostrar que la misma


naturaleza merece castigo añade: Sus días pasan como una sombra 20 . No ignoraba este<br />

autor que el hombre fue formado a imagen de Dios; sin embargo, distingue entre<br />

institución divina y el vicio de la naturaleza humana, depravada por el pecado original.<br />

Esto lo debías haber tú advertido en las mismas palabras con las que me muerdes.<br />

Escribes: "Son de poca importancia estas cosas. Bastan para mostrar la agudeza mental<br />

de mi adversario".<br />

Me tildas de torpeza mental porque no puedo comprender alguna de tus expresiones en<br />

cosas, como confiesas, sin importancia para nuestra causa. Por mi parte, te pregunto: ¿<br />

cuál es el motivo de que nazcan hombres obtusos de ingenio, pues tú no eres tan romo<br />

que niegues sea efecto de la naturaleza el genio o la memez del espíritu; aunque, a decir<br />

verdad, los mismos genios, como ya antes dijimos, a causa de este cuerpo corruptible,<br />

que hace al alma pesada 21 , en comparación de la inteligencia del primer hombre, parecen<br />

obtusos, porque aquél no había recibido aún un cuerpo que hiciese al alma pesada?<br />

Yo distinguiría en la naturaleza humana, tal cual hoy es entre el vicio del alma y la obra de<br />

tan sublime artista, al que, sin duda, no se han de atribuir ninguno de los vicios inherentes<br />

al espíritu humano por grandes y numerosos que sean. Con esta regla a la vista<br />

aprenderás a distinguir entre la obra del Señor y el pecado original, al hombre congénito,<br />

y en adelante ya no negarás la existencia de este pecado; porque Dios creó, sí, al hombre,<br />

pero no es autor del pecado; como tampoco se pueden negar los vicios inherentes al<br />

espíritu del hombre so pretexto de ser Dios el creador de los hombres, y nada defectuoso<br />

puede haber en la obra divina. Puede Dios, en su divina sabiduría, formar al hombre de<br />

una sustancia viciada por el pecado, porque sabe hacer buen uso incluso de los mismos<br />

pecados de los hombres; es decir, de sus pecados voluntarios. Así, vemos los bienes que<br />

supo sacar de José, vendido por envidia de sus hermanos 22 , y otros innumerables de los<br />

que están llenos los Libros santos.<br />

Reato del mal de origen<br />

12. Jul.- "Me asombra grandemente el tesón de este discutidor, pues confiesa 'ser obra de<br />

Dios, creador de los cuerpos, la semilla, aunque la siembra sea placentera'. Luego confiesa<br />

ser Dios autor de las semillas, en las que, según él, se encuentra escondido un mal<br />

diabólico, y no se avergüenza de proclamar a Dios autor de un mal que imputa luego a<br />

seres inocentes".<br />

Ag.- Dios nada malo hace cuando de un mal saca bienes. Lo que sí es un mal es el vicio<br />

original que viene del pecado, al que está el hombre sujeto desde su nacimiento; el bien<br />

es obra de Dios, bien sin mezcla de mal; y el reato de este mal de origen no se imputa a<br />

seres inocentes, como dices, sino culpables, que al nacer contraen la culpa que les<br />

perdona al renacer. Y esto es porque todos los hombres existían seminalmente en los<br />

lomos de Adán cuando fue condenado; por eso sus descendientes no son extraños al<br />

castigo, como existían los israelitas en los lomos de Abrahán cuando pagó los diezmos, y<br />

por esta causa quedaron sometidos a tributo 23 . Sin duda, conocían ellos, mejor que tú, la<br />

naturaleza de los genes de los que nos hablan, y tuvieron cuidado de consignarlo en los<br />

libros que en la Iglesia de Cristo se leen, en cuyo seno renacen nacidos de Adán para que<br />

no permanezcan condenados aquella raza.<br />

La regeneración sana<br />

13. Jul.- "El placer sexual, dice mi adversario, nada tiene que ver con las semillas, obra<br />

del demonio, y a esta libido sirven los esposos; con todo, las semillas y los niños son obra<br />

de Dios. Pero los padres ni son culpables ni son castigados cuando realizan una obra<br />

diabólica; es decir, la libido; por contrario, los niños, creados por Dios, son culpables y<br />

destinados al fuego eterno; queda, pues, impune lo que hizo el diablo, esto es, la libido.<br />

De donde se sigue que la libido es buena, pues no merece castigo, y la obra de Dios es<br />

digna de reprobación y condena.<br />

Luego, según mi adversario, se acusa y condena la obra de Dios, pues ni la reverencia<br />

debida al autor la garantiza contra el castigo y, por otra parte, cree que la divinidad puede<br />

hacer lo que ni en el último de los esclavos es excusable. Esta es la suerte reservada a<br />

cuantos declaran guerra a la verdad. Sólo de la boca de un loco pueden salir tamañas<br />

sandeces e impiedades; se constata así que la causa de los inocentes no puede tener<br />

mejor defensor que la impiedad de sus acusadores".


Ag.- ¿Haces, acaso, sea falso lo que digo porque digas que digo lo que no digo? No digo<br />

que la libido nada tenga que ver con el semen, pues el placer no es ajeno al nacimiento de<br />

aquellos que son fruto de esta siembra; pero reafirmo que Dios, sin contaminarse, puede<br />

sacar bienes de una semilla viciada. Ni digo que no han de considerarse culpables y<br />

merecedores de castigo los que ejecutan las obras del diablo, pero sí digo que no realizan<br />

ninguna acción diabólica cuando hacen uso de la libido no por la libido en sí, sino en vistas<br />

a la procreación. Es, por ende, obra buena hacer buen uso del mal de la libido, como<br />

hacen los casados; por el contrario, es acción mala hacer mal uso de un bien corporal,<br />

como hacen los lujuriosos.<br />

No digo que la libido quede impune, pues con la muerte será destruida, cuando este<br />

cuerpo mortal se vista de inmortalidad 24 . Libido que sólo existe en este cuerpo de muerte,<br />

del que suspiraba verse libre el Apóstol 25 ; y como no existía la libido, o al menos no era<br />

tal como hoy es, en aquel cuerpo de vida que el hombre perdió al pecar, pues fue creado<br />

bueno 26 . Este placer sexual, una vez liberados de él, no podrá emigrar, como una<br />

sustancia cualquiera, a otro lugar, sino que, como enfermedad de nuestra naturaleza, será<br />

aniquilado, porque entonces ya habremos arribado al término de nuestra salvación,<br />

aunque deje nuestro cuerpo de existir, pues no puede subsistir en un cuerpo muerto,<br />

aunque no pueda existir si no es en un cuerpo de muerte.<br />

Perecerá con el cuerpo, pero no resucitará con el cuerpo cuando resucite para no morir<br />

nunca. ¿Cómo no va a ser castigada o permanecer impune la que, al perecer, ya no<br />

existe? Sí, quedarán impunes los que por la regeneración hayan sido liberados del pecado<br />

contraído en su nacimiento y hayan resistido a las seducciones insistentes y apremiantes a<br />

lo ilícito, de la pasión de la carne; y si los esposos, no con el fin de procrear, ceden al<br />

placer por el placer, quedan sanos por el perdón subsiguiente. Crea Dios a los niños,<br />

aunque justa y meritoriamente tengan un origen punible, pero bueno es lo creado, pues<br />

son hombres, e incluso crea a los hombres malos, porque, como hombres, son algo bueno.<br />

No rehúsa Dios el bien de la creación ni a los que, en su presciencia, sabe han de ser<br />

condenados o que están condenados en su nacimiento.<br />

Nos hemos de alegrar siempre, porque una gran multitud de ellos han sido liberados del<br />

castigo merecido por una gracia inmerecida. Y si pensáis que es una crueldad condenar a<br />

los niños, que, según vosotros, no tienen pecado original, os parecerá también crueldad el<br />

que Dios no llame de esta vida a niños que para vosotros están limpios de pecado, pero<br />

que el Señor conoce, en su presciencia, las enormes y numerosas faltas que cometerán<br />

durante su existencia, sin que se arrepientan antes de su muerte; pues, según la razón,<br />

parece mayor crueldad no librar, cuando se puede, a uno que no ha incurrido en pecado<br />

grave o venial, que condenar al hijo de un pecador. Pero si a voz en grito proclamáis que<br />

el primer caso es justo, ¿cómo osáis sostener que existe en el segundo injusticia?<br />

Testimonio del apóstol y omisión de Juliano<br />

14. Jul.- "Hace luego un esfuerzo mi adversario y arremete contra lo que comprobamos<br />

ser verdad por el testimonio del apóstol Pablo cuando nos dice que Dios hace al hombre de<br />

las semillas. Me acusa además de fraude porque he querido adaptar a nuestra cuestión lo<br />

que consta que el Apóstol dijo de los granos de trigo; como si yo haya querido, según su<br />

apreciación, dividir la sentencia del Apóstol o haya osado invocar su testimonio con otros<br />

fines que el de probar, según él, la necesidad de reconocer a Dios como creador de todas<br />

las semillas.<br />

En efecto, el bienaventurado Pablo, después de establecer con un ejemplo de la vida<br />

cotidiana la fe en la resurrección, concluye con unas palabras que abrazan toda la<br />

creación: Dios, dice, da un cuerpo como le place; a cada una de las semillas su cuerpo<br />

peculiar 27 ; es decir, confiere a cada semilla el cuerpo que su naturaleza reclama. No he<br />

querido, pues, aplicar al hombre lo que se dice del trigo; y cuando dije que da Dios a cada<br />

semilla el cuerpo que le conviene, la cita era para anular vuestra doctrina, que no es otra<br />

que la negación de la sentencia verídica del Apóstol. No fue, pues, inútil, como tú piensas,<br />

citar aquellas palabras, ni fue un abuso fraudulento, como mientes, de la sentencia; ni tú<br />

mismo crees -en esto eres perjuro- que Dios haya formado al hombre de una semilla<br />

humana preexistente; esta acusación no es una vana conjetura, sino expresión de tu fe".<br />

Ag.- Advierta con diligente atención el lector en qué circunstancias invocas tú el testimonio<br />

del Apóstol cuando éste habla de la semilla soterrada, que no es vivificada si no muere -es


lo que exigía la resurrección de los cuerpos, cuestión que trataba-, y se dará cuenta que<br />

cuanto tú entonces dijiste y lo que ahora dices no pertenece a la cuestión presente. Pones,<br />

cierto, gran empeño en demostrar que Dios forma a los hombres del semen de los padres,<br />

como si nosotros lo negáramos; y pones por testigo al Apóstol, sin que sea necesario para<br />

probar nuestra tesis; y lo que está más fuera de tono, pretendes se entienda de la semilla<br />

del hombre lo que el Apóstol dijo de las semillas de los cereales, como pedía la cuestión; y<br />

al citar las palabras: Lo que siembras no nace, silencias lo que sigue: si no muere. Omites<br />

también lo que sigue inmediatamente: Y lo que siembras no es el cuerpo que ha de nacer,<br />

sino el grano desnudo, ya sea trigo o alguna otra semilla.<br />

Todas estas sentencias prueban con claridad lo que el Apóstol quiere decir; pero tú, sin<br />

preámbulo alguno, lo conectas con lo que sigue: Dios le da el cuerpo como quiere, a cada<br />

una su propio cuerpo 28 ; y no quieres entender se trata de ciertas semillas, ya de trigo o<br />

de cualquier otra especie, que hasta ser confiadas a la tierra no nacen si no mueren; tú<br />

quieres aplicar estas palabras al semen del hombre; y aunque, sin faltar a la verdad, se<br />

pueda decir del semen, al que Dios le da un cuerpo como él quiere, así como a cada uno<br />

de los genes el cuerpo que le conviene, sin embargo, no se puede decir que el semen del<br />

hombre, cuando penetra en el órgano femenino, no es vivificado si antes no muere; pero<br />

sí se puede decir con toda verdad del cuerpo del hombre, pues no resucita si no muere; y<br />

éste es el pensamiento del Apóstol cuando habla de la semilla del trigo.<br />

Estoy inclinado a pensar que fue intencionada la omisión de aquellas palabras del texto<br />

que citas, por temor -si tu perspicacia pudo llegar tan lejos- a que algún inteligente lector<br />

pudiera suponer, al tenor de tus palabras, que en el paraíso pudieran los hombres ser<br />

sembrados en los órganos genitales de la mujer por los miembros viriles del hombre,<br />

como es sembrado el grano en la tierra por mano del labrador, sin que ningún incentivo de<br />

la libido inclinara al hombre a la siembra ni le acompañara dolor alguno en su nacimiento.<br />

Y a los que esta serenidad no agrade, les ruego me digan: ¿qué es lo que en la carne les<br />

causa placer, si no es lo que les da sonrojo? Y no causaría sonrojo la concupiscencia de la<br />

carne si apeteciera sólo lo que manda la voluntad cuando lo manda y en la medida de su<br />

mandato. Pero como ahora no es así, ¿por qué, contra nosotros, la defendéis y no<br />

confesáis con nosotros que ha nacido del pecado o que está por el pecado viciada?<br />

Estupideces de Juliano para silenciar la concupiscencia<br />

15. Jul.- "¿Qué sabio puede contener la carcajada cuando llegue a los ejemplos que<br />

aduces? 'Por las palabras del Apóstol, escribes, queda mi adversario refutado, cuyo<br />

piadoso pudor teme sembrar voluptuosidad lujuriante, de la que es un panegirista<br />

descarado. El ejemplo del sembrador, que confía su semilla a la tierra, basta para<br />

confundirlo. ¿Por qué no creer que en el paraíso Dios pudo conceder al hombre feliz, en lo<br />

que concierne a la semilla, lo que ha concedido al labrantín al esparcir el grano de trigo,<br />

de manera que la siembra de uno y otro se efectuase sin placer venusino?' 29 ¡Con qué<br />

encantador recato teme llamar por su nombre las cosas! Pero ¡con qué desvergüenza<br />

alaba los movimientos desordenados y recita coplas de charlatanes! Lo que sigue es una<br />

divertidísima lectura, porque si Adán no pecara, podía la mujer ser fecundada como la<br />

tierra, y hasta quizás fuera posible que los hijos brotaran, como las espigas, de todas las<br />

junturas de los miembros y de las más minúsculas aberturas del cuerpo que los médicos<br />

llaman poros (pórous); y así, fecunda la hembra en todas las partes de su cuerpo,<br />

exudaría niños como piojos. Y si, por un acaso, algunos se escapasen por los ojos,<br />

privarían a la parturienta de la vista, y si un enjambre armado brotase del glóbulo de sus<br />

pupilas, se puede creer que la pobre madre maldeciría de su ceguera. Con todo, no sería<br />

empresa difícil dar muerte a esta prole no engendrada, sino exudada, y se darían, como<br />

en la fábula de los mirmidones, una raza de hombres que, si admitimos el dogma de los<br />

maniqueos, pulularían como gusanos o semilla de zaragatona.<br />

Tal sería la fecundidad de la hembra. Pero ¿cuál sería entonces el papel del varón? Con<br />

probabilidad, no se serviría de sus miembros genitales, sino que con instrumentos de<br />

hierro, en lugar de sus órganos sexuales, haría uso de arados o azadones. Debemos, pues,<br />

agradecer al error de nuestros padres el haber evitado el tormento que habría sufrido<br />

naturaleza tan desgraciada. La procreación es mil veces más placentera por el concurso<br />

del hombre y de la mujer que si sus cuerpos hubieran sido surcados por el arado o fueran<br />

sus miembros convertidos en una selva de niños a causa de una fecundidad no querida. ¡<br />

Cubra su rostro la ignominia de los maniqueos y busque tu nombre, Señor! Contra seres<br />

inocentes y contra Dios dirigen sus feroces ataques, como si fueran argumentos o


testimonios de verdad.<br />

'¿Por qué, pregunta mi adversario, no creemos que Dios no pudo crear la naturaleza muy<br />

distinta de la que vemos ahora?' ¡Como si se pudiera saber qué es lo que Dios pudo o no<br />

pudo hacer! Si tenemos el placer de criticar las cosas que han sido hechas y decimos que<br />

pudieron serlo de otra manera, se sigue que las cosas creadas no pueden dar testimonio<br />

de la bondad de la naturaleza. Digamos, pues, que pudo Dios hacer a los mortales<br />

bicéfalos, pero al hacerlos unicéfalos y darles estabilidad sobre sus pies, ¿hizo, acaso, una<br />

obra defectuosa? ¿No pudieron ser creados los hombres con una cabeza en cada<br />

extremidad del cuerpo, como vemos en ciertos vermiformes, en los que aparece rodeada<br />

la cabeza por los dos costados del vientre, de suerte que la configuración del cuerpo<br />

empieza por la espalda y el cuerpo parece terminar en medio? Admitidas estas ficciones, ¿<br />

cuándo tendrían fin los delirios?<br />

Pudo, ciertamente, hacer Dios que los hombres brotaran de la tierra como las flores;<br />

cuanto a poder, no niego que lo pudo hacer; pero de hecho quiso nacieran de la unión de<br />

los sexos. Nos interesa ahora saber lo que hizo, no lo que pudo hacer. Mas es necesario<br />

estar loco para decir que es malo cuanto existe, porque lo pudo Dios hacer de otra<br />

manera; esto es acusar a Dios haciendo su elogio y proclamar su omnipotencia, pero se<br />

pone tacha a su sabiduría al decir que pudo hacer lo que no supo realizar.<br />

No es, ciertamente, un elogio, sino una grave ofensa, otorgar al poder lo que se escatima<br />

a la sabiduría; o decir que Dios tuvo fortaleza, pero le faltó el consejo. Acusarle de<br />

imprevisión es negar su poder, pues no es todopoderoso si no tiene el poder de ordenar<br />

sus obras. Y, si su sabiduría no es la más excelsa, nada conserva de su reverente<br />

divinidad; y una tal suposición sería el colmo de la impiedad; es, pues, una auténtica<br />

necesidad recurrir a una doctrina que yugula la hipótesis de la transmisión del pecado.<br />

Dios, al hacer todas las cosas muy buenas, no ha creado ninguna que en su especie pueda<br />

ser mejor, ni más conveniente, ni más perfecta. Al poseer una sabiduría y un poder sin<br />

límites, no pudo crear algo que con derecho pueda criticar un hombrecillo. Así, cuanto en<br />

una criatura cualquiera pertenece a la esencia de su naturaleza y posee una perfección tal,<br />

pretender cambiar algo es una locura y una impiedad. Entre la forma, por ejemplo, de un<br />

caballo y la forma de un buey existen diferencias marcadas, pero en su especie existe tal<br />

armonía en su creación, que ni el caballo ni el buey deben o pueden ser formados de otra<br />

manera de como son. Y otro tanto puede decirse de cuanto repta, nada, serpea o vuela, y<br />

de cuanto recorre los espacios del cielo y de la tierra; es de toda evidencia que cada cosa<br />

no puede tener otra forma más conveniente a su naturaleza o especie que la que le ha<br />

sido asignada. Y lo mismo el hombre, mencionado ya al hablar de los seres que caminan.<br />

En todas las partes de su cuerpo ha sido formado de una manera tan perfecta, que nada<br />

mejor se puede imaginar. Dios puso en su cuerpo, con sabia previsión, partes bellas y<br />

partes pudibundas para que en sí mismo aprenda el pudor y la confianza. Parecería un<br />

monstruo si su cuerpo estuviera todo cubierto de pelo, y perezoso e indolente si estuviera<br />

totalmente desnudo.<br />

En consecuencia, la naturaleza humana no puede ser fecundada, ni en uno y otro sexo<br />

puede haber otros órganos de generación, ni otra manera de ser interior o exterior, ni<br />

otros sentidos, ni otra libido que los que tiene. Dejen, pues, los maniqueos de criticar las<br />

obras de la sabiduría divina y traten de corregir la maldad de sus opiniones. Pero como en<br />

la cuestión que nos ocupa importa un comino saber si podrían los hombres ser<br />

engendrados de forma diferente a como lo son los animales, ni si podían ser creados más<br />

perfectos de como han sido, la razón y la Escritura proclaman que las obras de Dios eran<br />

no sólo buenas, sino muy buenas 30 .<br />

Por las palabras de la Escritura y por los argumentos desarrollados en esta obra queda<br />

triturado el dogma de los maniqueos. Confesamos, sin embargo, que, en un futuro no<br />

lejano, los cuerpos de los bienaventurados serán más gloriosos y no necesitarán ayudas.<br />

Dios, en su justicia y sabiduría infinitas, que bajo ningún pretexto la naturaleza pervierte,<br />

establece un estado de recompensa; el primer peldaño es una nobleza natural, en el cual,<br />

a tenor del uso que se haga del libre albedrío, o se desciende a un abismo de tormentos o<br />

se eleva, con su esfuerzo, a la cima de la gloria, según los caminos trazados por Dios".<br />

Ag.- Seguro, Juliano, que no pensaste que los hombres pudieran leer tus escritos y los<br />

míos, y escribes para aquellos que ignoran mis libros o no hacen caso alguno de ellos, y


sólo leen los tuyos y procuran entenderlos; y así, creen que yo dije sólo lo que me<br />

atribuyes en tus obras. Esta, sin duda, es la razón por la cual citas estas mis palabras: "¿<br />

Por qué no creer que pudo Dios conceder en el paraíso al hombre feliz, en lo concerniente<br />

a la semilla, lo que vemos ha concedido a la semilla del trigo, y pudiera hacer la siembra<br />

sin experimentar libido alguna?"<br />

Pero tú, como si respondieras a estas mis palabras, dejas correr tu incontenible verborrea,<br />

hasta decir que, según yo, "si Adán no hubiera pecado, la mujer podía ser fecundada como<br />

la tierra, de suerte que pudieran verse brotar, como espigas, hijos de todas las junturas de<br />

su cuerpo y de las minúsculas aberturas de su carne que los médicos designan con el<br />

nombre de poros; y así, la mujer fecunda pulularía, de todas las partes de su cuerpo,<br />

niños como piojos". Y añades aún otras lindezas que hasta recordar me da náusea y a ti no<br />

te causó sonrojo exagerar. Entre otras cosas, tú mismo has dicho: "El hombre haría uso no<br />

de sus miembros, sino de herramientas, y, desprovisto de órganos sexuales, haría uso del<br />

arado y del azadón".<br />

Estos dislates y otros por el estilo, ¿no harán enrojecer por tu causa, por poco sentido<br />

común que se tenga, no digo a un lector cualquiera, sino incluso a tus amigos, cuando lean<br />

estas estupideces? ¿Te permiten, acaso, mis palabras graznar, y las omites y pasas por<br />

alto para disponer así de más espacio para tus delirantes desahogos? Dije, sí, que el<br />

hombre pudo ser concebido mediante la unión sexual, obedientes los órganos a la<br />

voluntad; pero omites hablar de estos miembros sexuales para presentar una mujer<br />

exudando por todos sus poros o invisibles aberturas un enjambre de niños que pululan<br />

como nube de piojos, y que, al escaparse por los ojos, hieren de ceguera a las que les dan<br />

existencia.<br />

Pero has silenciado, repito, hablar de los órganos de reproducción, como si yo hubiera<br />

dicho que los hombres, si Adán no pecara, carecerían de ellos, y todo para afirmar no con<br />

delicadeza, sino con ridícula pedantería, que el hombre, desprovisto de los órganos<br />

genitales, habría recurrido, para fecundar a la mujer, al arado y al azadón. ¿Es, acaso,<br />

cuestión de número o de forma? ¿No me limité a decir que los miembros destinados a la<br />

generación, permaneciendo en su integridad y en el lugar en que Dios los colocó, sin sentir<br />

el estímulo del placer, obedecerían órdenes de la voluntad?<br />

Has evitado citar fielmente mis palabras para no imponerte silencio a ti mismo, y poder así<br />

hablar, con encantadora causticidad, pero en realidad con ridícula estupidez, de los hijos<br />

que pululan como piojos por todo el cuerpo de la mujer y de las herramientas del labrador<br />

en la fecundación de las hembras. Tampoco quisiste mencionar, en el pasaje que habías<br />

intentado refutar, lo que allí digo de los dolores de las parturientas. Suponer que las<br />

mujeres parirían sin sentir los dolores de parto, no quiere decir que estarían desprovistas<br />

de las partes genitales, pero sí que carecerían de sufrimientos expiatorios. Como saben los<br />

que leen la Escritura divina, ésta da testimonio de ser el pecado de Eva causa de este<br />

género de sufrimientos en la mujer 31 .<br />

Tú has preferido pasar por el tamiz del silencio mis palabras para no discutirlas, ante el<br />

temor de que se pudiera decir que los esposos, en aquel feliz estado paradisíaco, hubieran<br />

podido realizar el acto íntimo de la generación sin sentir placer en su carne aun<br />

conservando íntegros sus miembros sexuales, como hubieran podido igualmente parir las<br />

mujeres a sus hijos sin un gemido de dolor y sin perjuicio para sus partes íntimas.<br />

Mas vosotros, antes de excluir a vuestra vergonzosa predilecta de aquel estado de<br />

felicidad eterna, habéis querido admitir los ayes y dolores del alumbramiento, e incluso los<br />

trabajos y sufrimientos de los mortales, no digo después del uso del libre albedrío, sino<br />

desde el mismo día de su nacimiento, al salir del vientre de sus madres. Con todo, no<br />

quieres admitir que, a consecuencia del pecado, la naturaleza humana perdió su<br />

inmortalidad; confiesas que, por méritos de un querer recto, se transformará en gloria de<br />

bienaventurada inmortalidad. Los niños, no lo puedes negar, llegan a esta bienandanza no<br />

por méritos de su propia voluntad, sino por los de una voluntad extraña; y, no obstante,<br />

no queréis creer sean precipitados en un abismo de miserias que nosotros<br />

experimentamos a causa del pecado de una voluntad ajena, es decir, a causa de la<br />

transmisión del pecado de aquel en cuyos lomos ya existíamos.<br />

Confusión de Juliano entre vida inmortal y vida actual


16. Jul.- "Pasemos ya a otras cuestiones. Silencia mi adversario el ejemplo de Abrahán<br />

que yo puse y se esfuerza en probar que también Abimelec fue curado con sus mujeres<br />

por la oración de Abrahán, según la Escritura refiere; de suerte que recobraron de nuevo<br />

el poder de engendrar, del que antes habían sido privadas por castigo del cielo; y esto nos<br />

lleva a creer que dichas mujeres habían quedado estériles no porque la libido no se dejase<br />

sentir, sino porque sus matrices fueran afectadas de alguna enfermedad; como si nosotros<br />

hubiéramos dicho que esta esterilidad había cesado por sentir de nuevo la codicia de la<br />

pasión, cuando, según el testimonio de la Escritura, yo intenté solamente probar que el<br />

uso del matrimonio es imposible de realizar sin movimientos de la concupiscencia, y en<br />

ellas había sido interrumpido por la cólera de Dios y recobrado por la misericordia de este<br />

mismo Dios, ya sea desapareciendo los obstáculos, ora volviesen a sentir el aguijón de la<br />

voluptuosidad; no obstante, no podía considerarse obra del diablo, sino obra de Dios, el<br />

que una criatura dotada de órganos en sí inocentes pecaría no por el uso, sino por el<br />

abuso".<br />

Ag.- ¿Quién no comprende que, si Dios, en su cólera, hiere el cuerpo de la mujer con<br />

alguna enfermedad que le impida la unión sexual, y, en consecuencia, la procreación,<br />

imposible de realizar sin el acoplamiento de los cuerpos, una vez desaparecido el<br />

impedimento, recupera la facultad de concebir, tal como existe en este cuerpo de muerte,<br />

esto es, con la libido? Y mientras el cuerpo recobre la salud, se encontrarán en el mismo<br />

estado en el que se halla, después del pecado, la naturaleza de los mortales, condenados<br />

a muerte.<br />

Pero en un cuerpo de vida, de no existir el pecado, sería inmortal, y entonces habría sido,<br />

sin duda, otro su estado, en el cual o no existiría la libido o no sería tal como hoy existe,<br />

pues hoy la carne codicia contra el espíritu, de suerte que el hombre o se le somete o le<br />

ofrece resistencia. Si consiente, es incompatible con la honestidad; si resiste, no se<br />

compagina con la paz que se disfrutó en aquel estado de felicidad.<br />

No confundas, con herética perversidad, estas dos vidas, pues una es la vida del hombre<br />

en este cuerpo corruptible, que hace pesada el alma 32 , y otra la vida de este mismo<br />

hombre en el edén, si hubiera conservado la rectitud en que fue creado. La unión de los<br />

esposos hubiera, sí, tenido lugar, por ser indispensable para la procreación; pero o los<br />

órganos genitales, libres de toda concupiscencia carnal, obedecerían al espíritu o, si esta<br />

misma concupiscencia existiera, no estaría sometida a seducciones contrarias al querer del<br />

espíritu. Y si así fuera, la concupiscencia de la carne nada de vergonzoso tendría, ni estos<br />

órganos del cuerpo, sede de estos movimientos intensos y vitales, no podrían, con<br />

propiedad, ser pudibundos, ni sería necesario cubrirlos, como lo fueron después del<br />

pecado, según lo atestigua la palabra de Dios: ¿Quién te indicó que estabas desnudo,<br />

preguntó el Señor, si no es porque has comido del árbol del que te prohibí comer? 33 No te<br />

habrías dado cuenta, le dice el Señor, si no hubieras quebrantado mi ley. ¿Qué es la<br />

desnudez advertida, sin duda ya antes conocida, de no haberse hecho notar por aspectos<br />

y movimientos insólitos, de los que sintió rubor? Es obra del pecado el que la parte inferior<br />

del hombre se rebele contra la superior, la carne contra el espíritu. Tú cierras los ojos y,<br />

lejos de reconocer, al tenor del testimonio manifiesto de Dios, que el hombre no habría<br />

sentido rubor de su desnudez si no hubiera pecado, pregonas que, incluso aunque no<br />

pecara, se avergonzaría de su desnudez cuando Dios dijo: ¿Cómo sabes que estás<br />

desnudo si no es porque has pecado? Tú, me serviré de tus mismas palabras poco ha<br />

mencionadas, escribes: "El hombre ha sido formado en todas las partes de su cuerpo de<br />

una manera tan perfecta, que es imposible imaginarlo mejor; de Dios recibió en su cuerpo<br />

partes bellas y partes pudorosas, para enseñarle que la confianza y el pudor jamás lo<br />

abandonarán. Sería deforme si todo su cuerpo estuviera cubierto, y perezoso e indolente<br />

de estar por completo desnudo". En consecuencia, el pecado, según tú, hizo al hombre<br />

mejor; pues, si no peca "el que fue creado por Dios en rectitud", viviría en la ignorancia,<br />

sin saber distinguir en su cuerpo las partes bellas y las partes vergonzosas; y sería un<br />

sinvergüenza, al no cubrirse, o un negligente, si no tenía necesidad de taparse. Imposible<br />

evitar estos dos vicios, de no ser su desnudez revelada por el pecado.<br />

Uso natural lícito y castidad conyugal<br />

17. Jul.- "Ya sobre este tema hemos discutido lo suficiente; es ahora tiempo de pasar a<br />

tratar de un mal que Manés, con agudeza, llama natural, pero, como probará, no sin error,<br />

pues confunde cuestiones muy complicadas. Con brevedad examinaré antes la


interpretación que hace Agustín de un texto del Apóstol. Había dicho ya que la unión de los<br />

sexos era obra instituida evidentemente por Dios, creador de los cuerpos, según el<br />

testimonio del bienaventurado Pablo, que, en un arranque de indignación contra las<br />

abominaciones de los homosexuales, abandonan, dice, el uso natural de la mujer y se<br />

abrasan en sus deseos 34 . De estas palabras concluía yo, basado en el texto del Apóstol,<br />

que el uso de la mujer es de institución natural. A esto me responde Agustín: "No dice el<br />

Apóstol 'abandonando el uso conyugal', sino natural, como queriendo dar a entender con<br />

estas palabras el uso que se hace de los miembros creados para la unión de los sexos con<br />

vistas a la procreación; de suerte que el uso que se hace de estos miembros para unirse a<br />

una mujer de vida airada es natural, pero no laudable, sino culpable".<br />

Con la expresión uso natural el Apóstol no ha querido tejer el elogio de la unión conyugal,<br />

sino denunciar abusos inmundos e innobles, y menciona el uso ilícito, pero natural, de la<br />

mujer 35 . Este uso, que el Apóstol designa con el nombre de natural, no se entiende de la<br />

unión de los esposos, que considero lícito y bueno; pero fue, dice mi adversario, calificado<br />

de natural para indicar que la diversidad de sexos fue instituida por Dios en favor de la<br />

procreación de los hijos y de su nacimiento.<br />

¿Por qué este revoltijo de palabras cuando no sirven para nada, si no es para perder el<br />

tiempo? Únicamente sirve para que los que te siguen consideren resuelta una cuestión<br />

apenas apuntada. En efecto, declara el Apóstol que el uso de la mujer es institución<br />

natural, y ni mención hace de ningún otro enlace establecido anteriormente; habla sólo del<br />

uso de la mujer, y, aunque no ignora que la libido ha tenido lugar en todos los tiempos, la<br />

llama natural".<br />

Ag.- El uso de la mujer es natural cuando el varón se sirve de sus miembros, por<br />

naturaleza aptos para la procreación, como sucede en animales de la misma especie; por<br />

eso, el mismo pene se suele llamar, con propiedad, naturaleza, como lo prueba Cicerón,<br />

quien al hablar de la hembra dice que ha visto en sueños "su naturaleza" marcada de<br />

antemano 36 .<br />

El gozar de la mujer es, pues, natural y lícito en el matrimonio; ilícito en el adulterio. En lo<br />

referente a los actos contra naturam, siempre son ilícitos y, sin duda, criminales y torpes,<br />

como son los que el santo Apóstol incrimina en hembras y varones, dando a entender que<br />

son mucho más condenables que los que se cometen en el adulterio o la fornicación. Por<br />

eso, el acostarse con una mujer es natural en sí e inocente, y pudo existir en el paraíso<br />

incluso aunque nadie hubiera pecado, porque la procreación de los hijos no puede<br />

realizarse de otra forma, como consta por la bendición dada por Dios para que se<br />

multiplicase el género humano.<br />

Pero ¿quién sino vuestra herejía pudo enseñarte que el Apóstol califica de natural la libido,<br />

que él sabía ha tenido lugar en todos los tiempos? No permita Dios que el Apóstol haya<br />

creído que los hombres experimentaron el aguijón de la libido cuando andaban desnudos y<br />

no sentían rubor. Con todo aunque el Apóstol hubiera dicho lo que tú dices, a saber, "que<br />

en el uso natural de la mujer actuó la libido en todos los tiempos", se puede encontrar una<br />

interpretación honesta a estas palabras sin intervención de tu odiosa patrocinada en los<br />

cuerpos de aquella vida feliz, pues aún no eran cuerpos de muerte, como tú proclamas con<br />

espíritu romo, lengua procacísima y descaro impúdico.<br />

En efecto, en todos los tiempos desde que empezó a existir la unión de sexos, sin duda<br />

que el uso natural de la mujer no pudo existir sin la libido, pues no tenían entonces<br />

nuestros padres un cuerpo de vida, sino un cuerpo de muerte cuando, al ser expulsados<br />

del paraíso cometido el pecado, se unieron varón y hembra, conforme a las leyes de la<br />

naturaleza. Y si antes del pecado se unieron, la libido o no existió o no les causaba rubor,<br />

porque no les solicitaría contra su querer ni les obligaría a luchar para poder conservar su<br />

castidad; entonces los órganos sexuales cumplirían su misión conforme a las órdenes del<br />

espíritu, o bien la concupiscencia, si en ellos existía, sólo se dejaría sentir en un tiempo<br />

oportuno, obedeciendo tranquila el mandato de la voluntad, sin forzar ni turbar con sus<br />

movimientos ardientes de placer la serenidad del espíritu.<br />

La libido, por desgracia, con sus impetuosas excitaciones que nos vemos obligados a<br />

reprimir, no es hoy lo que fue en otro tiempo. Hoy es un vicio o una naturaleza viciada. Y<br />

esto hacía decir al Apóstol: Sé que el bien no habita en mí, es decir, en mi carne 37 . Aquí<br />

tienes de dónde viene a los niños, en su nacimiento, el pecado original. Y de este mal hace


uen uso la castidad conyugal; y mejor, de este mal no hace uso la continencia piadosa de<br />

las viudas o la santa integridad virginal.<br />

El buen uso de un mal es bueno<br />

18. Jul.- "Esto es lo que entendemos nosotros cuando hablamos de la institución de la<br />

naturaleza y creemos sea éste el pensamiento del Apóstol. Mas ¿qué adelantas con decir<br />

que el Apóstol habla no del 'uso conyugal', sino del uso natural de la mujer? ¿Qué quieres<br />

decir cuando añades: 'Si un hombre se une sexualmente a una hetaira, esta unión es<br />

natural; sin embargo, no es loable este hecho, sino culpable?' Para demostrar ahora lo que<br />

con frecuencia hemos afirmado, digo que no has pronunciado ni una sola frase que no se<br />

vuelva contra ti. Si el uso es en sí natural, aunque culpable en la fornicación y no digna de<br />

elogio, por realizarse la unión con una mujer de vida airada, ¿por qué necesariamente<br />

admitir que el acto conyugal, proclamado por ti lícito y honesto, es digno de elogio y no<br />

culpable?"<br />

Ag.- Si con razón se dice que el acto conyugal es bueno, no lo es porque esté exento de<br />

mal, sino porque se hace buen uso de ese mal. Hacer buen uso de un mal es bueno, y es<br />

malo hacer mal uso de un bien. Hacen los esposos buen uso del mal de la concupiscencia,<br />

y los adúlteros hacen mal uso del cuerpo, que es un bien. Esto lo he dicho más de una vez,<br />

y lo repetiré hasta la saciedad mientras tú no sientas sonrojo en combatir la verdad.<br />

La concupiscencia de la carne es el apetito de lo ilícito<br />

19. Jul.- "¿Dónde está el crimen diabólico que, por un sentimiento de pudor, te esfuerzas<br />

en destruir? No se puede condenar un acto carnal que se deja sentir en la naturaleza tanto<br />

en los actos permitidos como en los prohibidos. Se condena sólo la depravación de un<br />

deseo que rebasa los límites de lo lícito".<br />

Ag.- No culpo sólo "la depravación de un deseo libidinoso que rebasa los límites de lo<br />

lícito"; pero tú mismo das prueba de una gran corrupción al no condenar un apetito que<br />

incita a lo ilícito, pues cuantas veces nos excita a lo prohibido nos arrastra, a no ser que<br />

pongamos resistencia a su perversidad. Esta es la concupiscencia de la carne; carne que<br />

codicia contra el espíritu, y contra la que lucha el espíritu para no ser arrastrados a donde<br />

nos empuja.<br />

Malo es lo que nos incita al mal; pero si, merced a la resistencia del espíritu, no nos vence,<br />

el hombre no es vencido por el mal. Pero sólo estaría exento de todo mal cuando no existe<br />

un objeto a resistir. Y, cuando esto suceda, no nos veremos libres de una naturaleza<br />

extraña, como enseña el necio Manés, sino que quedará sana la nuestra. Hoy, por el<br />

sacramento de la regeneración y el perdón de los pecados, queda libre de toda culpa y<br />

puede ser curada de toda enfermedad, y entonces no tendrá el espíritu necesidad de<br />

luchar contra la carne, de manera que sólo haga lo lícito; y la carne estará sumisa al<br />

espíritu, y no codiciará contra él apeteciendo lo ilícito.<br />

En qué sentido y por qué el Apóstol llama "uso natural"<br />

20. Jul.- "Una pregunta breve y concreta: Pablo, el apóstol, cuando habla del uso natural<br />

de la mujer, ¿crees que ha querido designar la posibilidad y la honestidad o sólo la<br />

posibilidad del acto en sí? Esto es, con la expresión natural, ¿quería darnos a entender el<br />

uso que se podía y debía hacer del acto carnal o del acto que no se debía realizar, como es<br />

el adulterio, y entonces no será pecado contra naturaleza, pues se hace uso de miembros<br />

naturales? Si, por el contrario, aterrado por tu respuesta, reconoces, como en efecto es<br />

verdad, que el Apóstol llama 'uso natural' el acto honesto que tiene como fin la<br />

procreación de los hijos, acto que se realiza conforme a las leyes de la naturaleza, como<br />

se puede y debe cumplir, ya sea con una sola mujer, ora con muchas, observando la<br />

diversidad de los tiempos y el orden, confesarás, sin duda, la invalidez de tus argumentos<br />

y reconocerás que con el nombre de 'uso natural' quiera designar el bienaventurado Pablo<br />

no la fornicación, como opinas, sino la unión honesta y legítima de los cuerpos con vistas a<br />

la procreación.<br />

En general, con razón defendemos lo que, en general, Manés condena. Tú afirmas que la<br />

unión de los sexos, edulcorada por el placer, es obra del diablo, causa del pecado original,<br />

surtidor de todos los crímenes, y, en consecuencia, tú condenas la naturaleza. ¿Qué


podíamos nosotros hacer sino invocar el testimonio del doctor de los gentiles para<br />

defender de una manera general esta naturaleza y atribuir a Dios lo que tú llamas mal<br />

natural? Y sucedió que, para refutar tu doctrina, lo que llamas obra del diablo, probamos<br />

ser institución natural. La única salida sensata y legítima es defender en particular lo que<br />

en particular se condena, y lo que en general se incrimina, en general se defiende.<br />

Cosa que también comprendió Manés, a quien igualas en perversidad, pero no en ingenio;<br />

por eso atribuye él la sustancia universal de los cuerpos al diablo; tú, en cambio, no le<br />

atribuyes en general todas las sustancias, sino la parte más noble de las sustancias, como<br />

en el libro anterior hemos probado. Triunfó, pues, la verdad por el testimonio de las<br />

Sagradas Escrituras; porque, al calificar el Apóstol de natural el acto íntimo de los<br />

esposos, y, en consecuencia, como obra de Dios, autor de la naturaleza, desmanteló<br />

vuestras ficciones, pues juráis ser obra no natural, sino efecto de una prevaricación".<br />

Ag.- Hemos demostrado suficientemente más arriba en qué sentido llama el Apóstol<br />

natural el uso de la mujer y por qué lo llama natural, es decir, cuando se efectúa la unión<br />

mediante los órganos sexuales aptos para propagar la naturaleza; ora sea este uso tal<br />

como pudo existir en el paraíso, sin ningún mal y sin ninguna libido, o al menos que la<br />

libido obedeciera al mandato de la voluntad; ora sea que dicho uso fuera tal como es hoy,<br />

lícito en el matrimonio, en el que los esposos usan honestamente de sus cuerpos, un bien<br />

en sí al margen de todo mal deseo, ora sea ilícito, como en el adulterio, o también que los<br />

esposos hagan mal uso de este bien o de este mal; esta obra, o, si se prefiere, este acto,<br />

se realiza siempre mediante los miembros que se designan, con toda propiedad, con el<br />

nombre de naturaleza.<br />

Es, pues, inútil preguntar con brevedad y en concreto, son tus palabras, si el Apóstol, al<br />

hablar de un uso natural, con el vocablo natural quiso dar a entender el Apóstol el acto<br />

que puede y debe ser realizado o aquel que puede, pero no debe ser efectuado.<br />

Al hablar así, no pensaba el Apóstol en ninguno de estos actos; quería sólo mencionar los<br />

órganos destinados a la propagación de la naturaleza humana. ¿Quién ignora que el uso<br />

lícito de la mujer puede y debe tener lugar, pero que un uso ilícito puede, pero no debe<br />

realizarse? Mas tanto en uno como en otro caso, el acto es natural, por realizarse<br />

mediante los órganos sexuales, creados por Dios para la propagación de la especie<br />

humana.<br />

Prescinde de rodeos y subterfugios, limpia de humos las falacias y locuacidades de tu<br />

vanidad. No es en los animales vicio la libido, porque en ellos la carne no codicia contra el<br />

espíritu. Si hubiera podido Manés hacer esta distinción, no hubiera atribuido a otro, sino al<br />

Dios verdadero, la naturaleza de animales y hombres; ni hubiera creído que los vicios eran<br />

sustancias. Y tú, mientras no reconozcas, con Ambrosio y todos los católicos, que la<br />

discordia entre carne y espíritu se infiltró en la naturaleza humana a consecuencia de la<br />

prevaricación del primer hombre, puedes aparentar que detestas a los maniqueos pero en<br />

verdad eres un odioso defensor de sus errores; afirmas es bueno lo que la verdad predica<br />

como malo y niegas que este mal proviene de la depravación de nuestra viciada<br />

naturaleza, herida por el pecado, y así autorizas a Manés a introducir el dogma de una<br />

naturaleza extraña mezclada a la nuestra.<br />

La alegoría de los dos árboles<br />

21. Jul.- "Tratas, con parecida sutileza, echar por tierra cuanto dije, basado en el<br />

testimonio del Evangelio, sobre el árbol, que se conoce por sus frutos. Con esto quería<br />

probar lo que es evidente, esto es, que no se puede considerar bueno el matrimonio ni la<br />

misma naturaleza, que se tiende a realizar en el acto íntimo de los esposos; y, en<br />

consecuencia, no se puede considerar obra de Dios si se lo define surtidor de pecados. A<br />

esto respondes: '¿Hablaba, acaso, el Señor de esto, y no más bien de las dos voluntades<br />

del hombre, buena y mala, llamando árbol bueno a una, y a la otra árbol malo, porque de<br />

la voluntad buena nacen obras buenas, y malas de una voluntad mala? Y si por árbol<br />

bueno entendemos el matrimonio, por árbol malo debemos entender la fornicación; pero,<br />

si mi adversario pretende que el adulterio no figure como árbol malo, sino la naturaleza<br />

humana, cuyo fruto es el hombre, entonces el árbol no sería el matrimonio, sino la<br />

naturaleza humana, cuyo fruto es el hombre' 38 .<br />

Te engañas; el Señor no habla allí de dos voluntades, sino de una sola persona. De hecho,


mientras los judíos habían sido colmados de innumerables beneficios, no dejaban ellos de<br />

perseguirle con sus acusaciones. Pero como eran inatacables sus obras, cuya grandeza<br />

reconocían, le acusan de samaritano y poseso del demonio, que ejerce sus sortilegios por<br />

el poder de Beelcebul. Y es entonces cuando el Señor dijo: Suponed un árbol bueno, y os<br />

dará buenos frutos; suponed un árbol malo, y os dará malos frutos; por sus frutos se<br />

conoce el árbol 39 . Es decir, vituperad mis obras, que las enfermedades curadas y la salud<br />

restaurada proclaman buenas, y comprobad por el testimonio de mis obras, si soy malo;<br />

y, si no osáis condenar tantas obras buenas, rendid al árbol bueno, esto es, a mí, el<br />

testimonio de mis obras buenas, y amad al bienhechor, ya que alabáis sus beneficios.<br />

Manda Cristo en este texto juzgar de su persona por sus frutos, y nos autoriza a enseñar<br />

que debemos juzgar de la naturaleza y del matrimonio por la calidad de sus frutos; y si de<br />

éstos se destila el veneno del crimen, se juzgue su raíz emponzoñada.<br />

Mira cuán ciego estás a la comprensión. Has creído debilitar la fuerza de mi objeción al<br />

oponer fornicación al matrimonio, de suerte que el matrimonio sea árbol bueno, y árbol<br />

malo la fornicación; ésta no debería tener frutos para no ser reconocida como mala; por el<br />

contrario, el matrimonio queda acreditado por los buenos frutos de sus hijos; pero el<br />

hombre, ya nazca dentro del matrimonio o sea adulterino, no es fruto de un crimen, sino<br />

de la naturaleza de los genes.<br />

No influye el pecado cometido por el querer de los adúlteros en la condición de los frutos.<br />

Es la naturaleza la que actúa por sí misma; el pecado radica en el autor de una mala<br />

voluntad; mas la inocente criatura, que es su fruto, es obra del divino Creador. Tú mismo<br />

has sentido que mi razonamiento exige respuesta. Ruego al lector preste cuidadosa<br />

atención a tus evasivas. Dices: 'Si el árbol malo no es símbolo del adulterio, sino de la<br />

naturaleza humana, cuyo fruto es el hombre, el árbol bueno no será símbolo del<br />

matrimonio, sino de la naturaleza humana, que da origen al hombre'.<br />

Lo que te afanas por establecer es que así como la formación del hombre no es imputable<br />

a la fornicación, sino a la naturaleza, lo mismo el pecado que los niños contraen de padres<br />

legítimos no se imputa al matrimonio, sino a la naturaleza humana, viciada por el diablo<br />

con el antiguo pecado. En el adulterio condenas la voluntad lasciva de los adúlteros, pero<br />

elogias el matrimonio cuando se trata de padres legítimos, del cual, dices, no viene el<br />

pecado; pero condenas la naturaleza, por ser fuente de un crimen horrible.<br />

Reclamo ahora toda la atención posible de mi lector. Si en la fornicación te parece la<br />

naturaleza humana laudable, en el sentido de que no marca con el pecado la inocencia de<br />

los niños aunque sean fruto de un pecado, ¿cómo te atreves, cuando se trata del<br />

matrimonio, a condenar esta misma naturaleza y pretendes sea causa de un pecado<br />

natural? Luego no es sólo el matrimonio, sino la naturaleza humana, lo que declaras gran<br />

bien y un gran mal. ¿Pues qué hay peor que la naturaleza, si engendra el crimen? ¿Qué<br />

más detestable, si es posesión del diablo? Qué maleficio despliega en el semen, no atañe a<br />

nuestra cuestión; pero sí nos interesa saber en qué es absolutamente buena o mala. Si se<br />

la reconoce culpable de engendrar el pecado y ser satélite de la tiranía del diablo,<br />

entonces se comprobará que es pésima. Con razón, pues, se debe juzgar el árbol por sus<br />

frutos, y lo que es causa del mal se diga, con todo derecho, que es malo".<br />

Ag.- Lo evidencia la misma materia; ni el matrimonio ni el adulterio son causa del pecado<br />

original, porque lo que es bueno en la naturaleza del hombre viene del hombre, criatura de<br />

Dios, y lo que es malo y exige un renacer de esta naturaleza viene del hombre. La causa<br />

de este mal radica en que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la<br />

muerte, y así pasó a todos los hombres, en el que todos pecaron 40 . Cuantos con<br />

inteligencia lean tus escritos y los míos verán el derroche que haces de palabras inútiles, y<br />

todo para dar a las palabras del Apóstol otro sentido. Mas ¿de qué te sirve? Te pregunto: ¿<br />

con qué intención invocas el texto del Evangelio cuando habla del árbol bueno, que da<br />

buenos frutos, si quieres probar que bueno es el matrimonio y buenos sus frutos, que son<br />

los hombres? Confías probar así que los niños nacen exentos de mal, porque el<br />

matrimonio es bueno, y un árbol bueno no puede producir frutos malos.<br />

Mas los hombres nacen de hombres, ora sea con la mancha del pecado original, conforme<br />

a las palabras del Apóstol: El cuerpo está muerto a causa del pecado 41 , ora sea sin culpa<br />

alguna, como vosotros enseñáis en contra del Apóstol; y tanto en las uniones legítimas<br />

como en las uniones impúdicas, con frecuencia resulta el matrimonio estéril y el adulterio


fecundo.<br />

Nosotros decimos que el Señor ha querido insinuar, en la alegoría de los dos árboles, dos<br />

voluntades; una buena, que hace al hombre bueno y no puede hacer malas obras, es<br />

decir, frutos malos; la otra mala, que hace malo al hombre y no puede producir buenas<br />

obras, esto es, frutos buenos. Vosotros, por el contrario, decís: "Al proponer a los judíos el<br />

Señor la alegoría de los dos árboles, ha querido hablar de sí mismo"; pues bien, los que<br />

desean saber leen el Evangelio y te desprecian.<br />

Enseña el Señor cómo se han de evitar los que vienen vestidos con piel de ovejas, pero<br />

por dentro son lobos rapaces; y dice: Por sus frutos los conoceréis. ¿Por ventura se<br />

recogen racimos de uvas de los espinos o higos de los abrojos? Todo árbol bueno da<br />

buenos frutos, pero el árbol malo da malos frutos. No puede un árbol bueno dar malos<br />

frutos, ni un árbol malo dar frutos buenos 42 . Según San Lucas, recurrió el Señor a esta<br />

alegoría de los dos árboles en unas circunstancias en que deseaba confundir a los<br />

hipócritas, como resulta evidente de las siguientes palabras del Señor: El hombre bueno,<br />

del buen tesoro de su corazón saca cosas buenas; y el malo saca cosas malas de su mal<br />

tesoro; de la abundancia del corazón habla la boca 43 . ¡Raza de víboras! ¿Cómo podéis<br />

vosotros decir cosas buenas, si sois malos? De la abundancia del corazón habla la boca; el<br />

hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca cosas buenas, y el hombre malo, del<br />

mal tesoro de su corazón saca cosas malas 44 .<br />

Reconoce que eres tú el equivocado, no yo. Remóntate a la causa de las obras malas, y<br />

siempre encontrarás una voluntad mala; retorna a la causa del pecado original, y<br />

encontrarás mala voluntad en el primer hombre, y además una naturaleza creada buena,<br />

pero luego viciada.<br />

Niega Juliano el mal natural<br />

22. Jul.- "Esto lo decimos para dar a conocer el fin al que conduce vuestra doctrina. Es<br />

incuestionable, a tenor de nuestras discusiones precedentes, que nada hay malo, a<br />

excepción de las obras que proceden de una voluntad que actúa contra lo que la justicia<br />

prohíbe, y, en todo caso, lo natural nunca puede ser calificado de malo. Permanece en pie<br />

esta torre inexpugnable, desde cuya atalaya se rechazaron los ataques de diversos<br />

errores".<br />

Ag.- ¿Qué dices? ¿Qué son tus discusiones precedentes sino vanidosa charlatanería? ¿Qué<br />

quieres decir con estas paras: "No existe el mal al margen de las obras de la voluntad<br />

ejecutadas contra lo que la justicia prohíbe?" ¿Luego no es mal la misma voluntad, si sólo<br />

sus obras son un mal? No es lógico que una voluntad mala tenga el poder de realizarlas y,<br />

según tú razonas, no es malo el querer del hombre sino cuando no lo puede llevar a la<br />

práctica. ¿Quién puede soportar tamaña estupidez o, mejor, locura? Porque, si admitimos<br />

que no hay nada malo sino las obras de la voluntad que la justicia veta ejecutar, no se<br />

debe considerar un mal cuanto los hombres hacen o sufren contra su voluntad. No será<br />

malo lo que el Apóstol tiene como tal cuando exclama: No hago el bien que quiero, sino<br />

que hago el mal que no quiero 45 . Ni se podrá considerar un mal el suplicio del fuego<br />

eterno, donde habrá llanto y crujir de dientes 46 ; porque nadie sufrirá voluntariamente un<br />

suplicio, porque no es obra del querer realizada contra el dictamen de la justicia, sino que<br />

es un castigo infligido contra la voluntad. ¿Puedes pensar estas cosas sin desbarrar<br />

miserablemente o, mejor, sin delirar?<br />

¿Qué quieres decir con estas palabras: "Nada natural puede ser calificado de malo?" Pero,<br />

sin hablar de los innumerables males físicos que atormentan los cuerpos, ¿no es un mal la<br />

sordera nativa, que impide recibir el don de la fe, que hace vivir al justo 47 , pues la fe<br />

viene por el oído 48 ? Vosotros mismos, si no fuerais interiormente sordos, oiríais con los<br />

oídos del corazón estas palabras del Apóstol: Fuimos un tiempo, por naturaleza, hijos de<br />

ira como los otros 49 . Pero continuad gritando a los sordos y ciegos de corazón: "No es un<br />

mal ser por naturaleza olvidadizos; obtusos por naturaleza; irascibles por naturaleza y por<br />

naturaleza lascivos. ¿Por qué, con idéntica seguridad, dirigís estas insensatas palabras a<br />

aquellos para quienes la locura natural no es un mal?<br />

Hasta el presente, al negar el mal natural, te ves forzado a elogiar todos los vicios<br />

naturales, y afirmas que, aunque nadie hubiera pecado, existirían en el paraíso niños<br />

deformes, débiles, monstruosos e incluso locos. Suponemos que tu "predilecta", aunque


hace que la carne codicie contra el espíritu, no quedará excluida de este lugar de delicias.<br />

El paraíso pelagiano<br />

23. Jul.- "No interrumpamos ahora lo que es propio de este lugar. Es una evidencia,<br />

sutilísimo discutidor, que colmas de elogios y al mismo tiempo acusas de los crímenes más<br />

repugnantes una misma cosa, a saber, la naturaleza humana. Una misma obra, idéntica en<br />

su finalidad, no puede merecer, a un tiempo, alabanza y vituperio; la misma razón natural<br />

no comprende estas contradicciones, en virtud de las cuales, bajo un mismo aspecto, se<br />

considera una cosa buena, y esto nunca a causa del mal, bondad que descansa en la<br />

dignidad del autor y que sólo es roída por el diente inmundo de los maniqueos. Esto<br />

reconocido, pregunto: ¿a qué lugar piensas conducir los nubosos fantasmas del<br />

matrimonio? Porque, si confiesas que el matrimonio no da origen al hombre, sino la<br />

naturaleza, entonces tampoco es el matrimonio causa de pecado, sino la naturaleza, y el<br />

matrimonio, que tú tanto alabas, desaparece.<br />

¿A quién atribuir, pues, lo que tú consideras un mal y yo un bien? Por una parte, si<br />

descartas la formación del hombre de la honestidad del matrimonio, para no atribuir a la<br />

fornicación esta obra, y, por otra parte, no rehúsas considerar el pecado como una<br />

consecuencia del pecado, para no dar la sensación de que condenas el matrimonio en sí, ¿<br />

qué queda en el matrimonio digno de elogio? ¿Por qué temes destruir con tus palabras lo<br />

que arrasas con tus razonamientos? ¿De qué puede el matrimonio ser causa, si no<br />

participa ni del bien ni del mal natural? ¿Será preciso borrar del lenguaje humano las<br />

palabras 'matrimonio' y 'honestidad conyugal?' Veo tus profundas angustias; es un deber<br />

acudir en socorro de un anciano asmático. Aún queda en el matrimonio algo que puedas<br />

alabar; esto exceptuado, imposible encontrar otra alguna. En efecto, puedes decir que el<br />

matrimonio monta guardia a la puerta para proteger la honestidad de los esposos contra<br />

toda acusación de obscenidad, y así, con su nombre, salvaguardar el pudor del acto<br />

conyugal. Sin motivo, pues, has intentado, con hipócrita alabanza, corromper el honor<br />

conyugal; a nadie, sólo a ti, has causado mal.<br />

Triunfa el matrimonio de todos vosotros, y no permite que el veneno del falso elogio de<br />

lengua maniquea se introduzca en las uniones confiadas a su custodia. Tienen, dice,<br />

dignos espacios para exponer su doctrina en las horas nocturnas. Velan los centinelas del<br />

matrimonio por el placer de los pudorosos y defienden el honor de la honestidad. Por un<br />

privilegio del Apóstol, conserva el matrimonio intacto el honor del acto conyugal y la<br />

inviolabilidad del lecho nupcial. A los adúlteros y a los fornicarios los juzga Dios 50 . ¿Qué<br />

crimen encuentras en la unión de los sexos, si el matrimonio, tal como fue instituido por<br />

Dios y del cual tejes su elogio, obedece a un fin asignado?"<br />

Ag.- Cuando dices que el árbol se conoce por sus frutos, era tu intención invocar este<br />

texto evangélico en favor del matrimonio, no de la naturaleza. Estas son tus palabras: "Si<br />

viene el mal original del matrimonio, la causa de este mal se deriva necesariamente del<br />

pacto nupcial, y ha de considerarse malo un pacto por el cual y del cual se derivan malos<br />

frutos, porque dice en el Evangelio el Señor: Por su fruto se conoce el árbol 51 . ¿Cómo<br />

dices se te puede escuchar cuando afirmas que el matrimonio es bueno, si es causa del<br />

pecado original, y esto no se puede defender si no se defiende la bondad de sus frutos?"<br />

En estas tus palabras queda claro que con el vocablo "árbol" has querido designar el<br />

matrimonio, y por "sus frutos", los niños que nacen de la unión sexual de los esposos.<br />

Pero, al no poder sostener tu razonar, porque pueden los niños nacer de relaciones<br />

adulterinas, pensaste en refugiarte en la naturaleza, en cuyas profundidades creías<br />

poderte ocultar. No tratabas, cierto, de esta naturaleza cuando, ciego, invocabas la<br />

alegoría evangélica en relación con la bondad del matrimonio y con la bondad de sus<br />

frutos.<br />

Defiende, sí, la naturaleza contra el pecado original; deja en paz el matrimonio; di que la<br />

naturaleza es árbol bueno, porque puede engendrar seres humanos, ya sea de uniones<br />

legítimas o adúlteras; y di que estos hombres son buenos frutos de un árbol bueno, para<br />

no creer en una depravación contraída, en su origen, por generación; y así no necesitan ni<br />

de un salvador ni ser redimidos por la sangre derramada para el perdón de los pecados.<br />

Continúa tu obra, hereje detestable; llena el paraíso de Dios, aunque nadie pecase, de<br />

libidinosos en lucha incesante contra las pasiones de la carne; de los dolores de las<br />

parturientas; de llantos, de vagidos, de enfermedades y languideces; de lutos de los


moribundos y tristezas de los que lloran. Continúa tu obra, si esto te sienta bien. Según<br />

tú, estos castigos son consecuencia de un árbol bueno, que produce buenos frutos en un<br />

paraíso de delicias; pero un paraíso pelagiano.<br />

Haces mofa de mis argumentos, ¡oh agudo dialéctico!, y dices: "Que yo he colmado de<br />

grandes elogios y manchado con los crímenes más abominables una misma cosa, es decir,<br />

la naturaleza humana". En cuanto a mí, no me precio de tener por maestros a un<br />

Aristóteles o a un Crisipo, y mucho menos al vacío Juliano, maestro de charlatanes, sino a<br />

Cristo, el cual, a no ser la naturaleza humana un gran bien, no se hubiera humanado, y, si<br />

esta naturaleza no estuviese herida de muerte por el gran mal del pecado, no hubiese<br />

muerto por ella, pues nació y vivió sin pecado.<br />

Con todo, como si no te fuera suficiente la naturaleza humana tal como nace de las<br />

uniones legítimas o adulterinas, crees un deber el atacarme sobre el gran bien del<br />

matrimonio, y me preguntas qué posición ocupa el matrimonio en las realidades humanas,<br />

si es que no se le puede imputar el mal que en nosotros existe, pues no viene de él, sino<br />

de nuestro origen, tarado por el pecado; ni el bien que hay en nosotros, porque los<br />

hombres pueden ser también fruto de un adulterio. Y como nosotros establecimos una<br />

diferencia muy marcada entre la honestidad del matrimonio y la torpeza de las uniones<br />

ilícitas, deduces que no existe pecado original preveniente de uniones conyugales; pero no<br />

consideras que, si el bien del matrimonio fuese la causa, no tendrían mal alguno los<br />

nacidos de padres legítimos; y, por lo contrario, el mal del adulterio sería causa de<br />

contraer este mal los niños nacidos de padres ilegítimos. Ocupa, pues, el matrimonio un<br />

puesto de honor entre las instituciones humanas no para que nazcan hombres, porque, sin<br />

ley alguna matrimonial, los dos sexos se pueden naturalmente unir y procrear, sino para<br />

que, mediante una ordenada propagación, nazcan; y si se conocen con certeza las madres<br />

por el parto, se comprueba la paternidad por la fidelidad al pacto conyugal y para que tu<br />

púdica patrocinada no ronde alrededor de todas las hembras, ejerciendo su imperio tanto<br />

más torpe cuanto más licencioso. Y, aunque nazca el hombre en el seno de un matrimonio<br />

de padre conocido, no es razón para que no necesite, para renacer, de un salvador y ser<br />

liberado del mal que contrae al nacer. No es, pues, la unión conyugal una acción criminal,<br />

como calumnias que decimos nosotros, antes hace la castidad de los esposos tanto más<br />

loable esta unión cuanto que sólo ella permite hacer buen uso de un mal que tú<br />

torpemente alabas.<br />

Los pelagianos son herejes<br />

24. Jul.- "Resuelta ya esta cuestión, mostraré con toda brevedad en qué abismo de<br />

ignorancia te has sumergido, tú que hasta ahora pasabas por ser hombre de ingenio muy<br />

agudo y sumamente perspicaz. La naturaleza, dices, no el matrimonio, transmite el<br />

pecado a los hijos; de donde, por el contrario, resulta que esta mancha viene de la<br />

naturaleza, no de la propia culpa; pero finges alabar el matrimonio para no ser tachado de<br />

maniqueo; realmente, vituperas la naturaleza, a la que atribuyes un mal que se transmite<br />

a cuantos son de ella formados.<br />

¿Posible no hayas oído hablar de reglas dialécticas ni de leyes de sana razón? En todas las<br />

categorías abarcan los géneros más que las especies, de las que se derivan géneros<br />

subalternos; y más las especies que las partes de que están compuestas; partes que se<br />

convierten en géneros que contienen especies átomas, que, a su vez, contienen a los<br />

individuos. Atomizar lo inferior no equivale a destruir a lo que está incluido en lo superior.<br />

Un ejemplo: 'animal' es un género, y este género comprende en su extensión diversas<br />

especies, tales como hombre, caballo, buey, etc.<br />

Si perece una especie, no sufre detrimento el género; un ejemplo: si desaparece la<br />

naturaleza de los bueyes, la naturaleza de los restantes animales permanece intacta. Por<br />

el contrario, si perece el género 'animal' de la creación, desaparecen todas las especies en<br />

él contenidas; no permanecerá ninguna especie de animales si perece el género animal.<br />

Así, lo superior y más extenso marca el ritmo e influye en las especies contenidas en su<br />

campo de acción; y lo contrario jamás puede suceder, es decir, lo más extenso no<br />

participa en las variaciones de las especies subordinadas. Otro ejemplo: en general, la<br />

naturaleza humana es un género con atributos diversos y subordinados, que son algo<br />

como especies de la naturaleza; por ejemplo: la posición del cuerpo, la armonía de los<br />

miembros, su orden y movimiento y otras cosas parecidas. Armoniza sus cualidades en<br />

cada una de las especies que abraza; pero esto no puede suceder a la inversa, esto es, la


especie no puede ejercer influencia ninguna en el género.<br />

En consecuencia, si se condena la naturaleza y se la considera propiedad del diablo, el<br />

matrimonio -que le está subordinado-, la fecundidad y la misma esencia de que consta la<br />

naturaleza han de ser también condenadas. Imposible elogiar el matrimonio, realidad<br />

natural, si se condena la naturaleza. La belleza de una flor se marchita cortado su tallo. Y<br />

para explicarme con más claridad: no se puede decir que la institución del matrimonio es<br />

buena si se condena la unión natural de los sexos; lo que en el género se condena, no<br />

puede ser alabado en la especie, indivisiblemente adherida al género.<br />

Si, en efecto, usa la voluntad mala de los órganos naturales del cuerpo para cometer actos<br />

impuros, el ardor del placer y el semen, que no varían a voluntad de los que se unen, no<br />

participan del crimen de la voluntad, más bien facilita a Dios la materia con la cual lleva a<br />

efecto su obra creadora; la falta recae sobre el que comete adulterio, no sobre la<br />

naturaleza. Cuando discutimos sobre realidades materiales, tú, con estupidez suma,<br />

condenas la naturaleza y alabas el matrimonio, siendo verdad irrefutable que el género<br />

comunica a su especie cuanto contiene.<br />

En consecuencia, o el uso de la hembra, que el Apóstol llama natural, ha de ser tenido por<br />

bueno y legítimo, y entonces es honesto el matrimonio y no existirá pecado natural, o bien<br />

se cree que la naturaleza es obra del diablo, transmisora del pecado original, y entonces el<br />

caso del matrimonio ha de ser considerado como cosa condenable. Vuestro dogma es no<br />

afín, sino abiertamente idéntico al de Manés; y, como dogma funesto, no hay en él verdad,<br />

ni honestidad, ni fe, y sólo Manés puede admitir la existencia de un pecado natural.<br />

Vosotros sois, en consecuencia, maniqueos, y nosotros católicos".<br />

Ag.- Tú has hablado, con toda certeza, de frutos por los que se conoce el árbol; por esta<br />

alegoría crees se ha de entender la prole de los esposos; pero como este fruto puede<br />

nacer de uniones adulterinas, te refugias en la naturaleza. Y esta tu fuga no se me pudo<br />

ocultar, pues la revelan estas tus palabras que voy a citar. Te diriges a mí y dices: "Con tu<br />

habitual perspicacia, tratas de asolar lo que yo había afirmado cuando, apoyado en un<br />

texto evangélico, dije que el árbol se conoce por sus frutos; y esto para demostrar, dices,<br />

algo evidente, es decir, que el matrimonio no puede ser árbol bueno; y que la misma<br />

naturaleza de la que la unión conyugal es secuela no puede atribuirse a la obra de Dios, si<br />

es manantial abundoso de crímenes".<br />

Con estas tus palabras dejas abierta la puerta a una escapatoria, a tu fuga. Nombras el<br />

matrimonio, y en seguida añades y dices: "La naturaleza, cuyo complemento es la unión<br />

de los cónyuges". Haces, pues, una distinción entre estas dos realidades; la naturaleza,<br />

como lo has suficientemente demostrado, es una cosa, y otra el matrimonio, que en su<br />

unión íntima completa la naturaleza. ¿Por qué luego dices que la naturaleza es el género, y<br />

el matrimonio su especie? ¿Por ventura puede completarse un género por un acto de su<br />

especie? No, en verdad. Animal es un género que no puede ser completado por obra del<br />

hombre, del caballo, del buey o de otro cualquier animal, especies todas del género<br />

animal.<br />

Y, aunque perezca una de las especies, el género que contiene dicha especie subsiste,<br />

como tú mismo has dicho. Género que no subsistiría en su integridad si por la acción de la<br />

especie desaparecida se completase. No es más género si a él pertenecen muchas<br />

especies, ni es menos género si son pocas, pero no subsiste el género si perecen todas sus<br />

especies. No es, pues, el matrimonio la especie, y el género la naturaleza, si se completa<br />

la naturaleza por obra del matrimonio. Así como la agricultura no es una especie de la<br />

mies, aunque la mies se complete por la sementera del labrador. No es, pues, el género la<br />

naturaleza, y el matrimonio su especie; y del mismo modo deberías decir que todo<br />

matrimonio es naturaleza. Exacto, todo caballo es un animal, pero no todo animal es un<br />

caballo, por la sencilla razón de que el animal es el género, y el caballo una especie.<br />

No es el hombre autor de la naturaleza, si bien nos diga la Escritura que la mujer ha sido<br />

unida al hombre por el Señor 52 , aunque esta unión, cuando es honesta, no se realiza sin<br />

la ayuda de Dios. Pero ¿quién ignora que el matrimonio es obra del hombre? Por<br />

consiguiente, si el matrimonio no es naturaleza, porque el hombre no es autor de ninguna<br />

naturaleza, el matrimonio es obra del hombre. En consecuencia, el matrimonio no es una<br />

naturaleza ni puede, bajo ningún aspecto, ser especie de un género inexistente.<br />

Pertenece, pues, el matrimonio a las costumbres de los hombres, y los hombres a la


naturaleza. Es lícito condenar lo que tiene de malo una naturaleza viciada y alabar las<br />

costumbres de los que honestamente usan bien de lo que hay de bueno o de malo en esta<br />

naturaleza. Alabo el matrimonio, pero líbreme Dios de alabar el mal que hace a la carne<br />

codiciar contra el espíritu; mal que es imposible sea borrado si no es por el sacramento de<br />

la regeneración y en el que elogiamos el buen uso del acto conyugal.<br />

En consecuencia, la mancha del pecado original se contrae no mediante una mezcla de una<br />

naturaleza extraña con la nuestra, sí por la depravación de la nuestra; este dogma es<br />

católico, no maniqueo, y vosotros, al negarlo, sois unos herejes.<br />

Perfidia de Juliano<br />

25. Jul.- "Para esquivar la odiosidad que suscita este nombre, en vano mencionas diversas<br />

herejías. Dices: 'Los arrianos llaman sabelianos a los católicos, aunque distingan los<br />

católicos tres personas en la unidad de naturaleza; tú nos das el nombre de maniqueos, y<br />

esto aunque no digamos que es el matrimonio un mal, pero sí decís que el mal ha sido<br />

transmitido a todos los hombres por la misma condición de la naturaleza' 53 . No dudo que<br />

tus argumentos servirán de risa a los hombres sabios. En efecto, así como falsamente<br />

llaman los arrianos a los católicos sabelianos, pues nosotros distinguimos sin confusión<br />

alguna y sin división de esencia, la persona del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y<br />

estúpidamente nos reprochan no admitir distinción entre los tres, lo mismo nosotros, los<br />

católicos, os acusamos, con todo derecho, de maniqueos, porque vuestra doctrina nos<br />

fuerza a daros este calificativo.<br />

Admiten los maniqueos la existencia de un mal natural, y natural lo llamáis también<br />

vosotros. Dicen los maniqueos ser la libido plantación del diablo, y tú, con tus múltiples<br />

argumentos, lo confirmas. Dicen ellos que no es suficiente el libre albedrío para evitar el<br />

mal, pues es natural; tú, con las mismas palabras, hablas de un libre albedrío que nos<br />

permite obrar mal, pero no puede abstenerse de obrar mal. Dice Manés que es maldito el<br />

semen humano; tú te esfuerzas en demostrarlo por la autoridad de las Escrituras. Dice<br />

Manés que la maldad del hombre es incorregible; tú vociferas ser así, pero añades que<br />

sólo Adán tuvo una naturaleza mejor. Dice Manés en una carta a Patricio que Adán fue<br />

mejor que sus descendientes, pues lo formó Dios con la flor de la sustancia primera; tú<br />

dices que la unión sexual, a causa de los movimientos naturales, es diabólica y que el<br />

diablo tiene derecho a poseer a los hombres por ser frutos de un árbol plantado por él.<br />

Esto dice Manés, del que tú lo aprendiste y lo enseñas. Dice Manés que el matrimonio y la<br />

naturaleza son malos; tú dices que el matrimonio es bueno, culpable la naturaleza. Tú eres<br />

en este punto menos religioso, él, más agudo.<br />

Así como es falso cuando los arrianos acusan de sabelianos a los católicos, es muy<br />

verdadero lo que dicen los católicos de los traducianistas, que son maniqueos; y la<br />

distinción que establecéis entre vosotros y ellos es ilusoria y no viene de vuestra fe, sino<br />

de vuestra ignorancia. Existe, pues, identidad de doctrina entre ti y Manés; pero él es<br />

menos descarado, tú de inteligencia más apagada. No es fácil encontrar otro Manés u otro<br />

Melitides como tú que se atreva a condenar la naturaleza humana y a no difamar el<br />

matrimonio".<br />

Ag.- Todo el que lea y entienda mi segundo libro verá por qué hice mención de arrianos y<br />

sabelianos y se dará cuenta de tu perfidia al no querer mencionar cuanto sobre esta<br />

materia escribí. Te dije: "Como los arrianos, al querer huir del sabelianismo, dieron en<br />

algo peor, pues osaron distinguir en la Trinidad no las personas, sino las naturalezas, así<br />

los pelagianos, al esforzarse por evitar la pestilente doctrina de los maniqueos, inventaron,<br />

a propósito del matrimonio, una doctrina aún más pestilente, pues, según ellos, no<br />

necesitan los niños, del médico Cristo" 54 .<br />

Estas palabras mías y la intención del que las escribió la debieras haber comentado si de<br />

alguna manera hubieras querido contestarme; al omitirlas, te dices a ti mismo lo que<br />

quieres y, olvidando refutar lo que dije, puedes dar la impresión de responderme al no<br />

dejar de hablar. Dices ahora que siento lo mismo que los maniqueos. Te equivocas de<br />

medio a medio; o, mejor, a los que puedes, engañas. Dicen los maniqueos que el mal es<br />

coeterno a Dios; mal que, según ellos, es sustancia o naturaleza extraña, imposible de<br />

convertirse en buena ni por sí misma ni por el poder del Dios bueno.<br />

La mezcla de este mal inmutable manchó y corrompió el alma buena, que ellos se atreven


a considerar como naturaleza del Dios bueno. En consecuencia, el hombre, en cualquier<br />

edad, necesita de un salvador que lo purifique, reintegre y libre de su cautiverio. Por el<br />

contrario, vosotros, al querer huir de la perversidad de los maniqueos, os precipitáis en la<br />

sima tenebrosa de otra impiedad; pues, al afirmar que los niños están exentos de todo<br />

mal, declaráis que no tienen necesidad de un salvador, y así favorecéis a los mismos<br />

maniqueos, a los que, no sé por qué círculo vicioso, queréis evitar; negáis el mal en<br />

nuestra naturaleza viciada y autorizáis la atribución a una naturaleza extraña del mal que<br />

con razón creéis se encuentra evidentemente en los niños.<br />

La Iglesia católica evita igualmente el error de maniqueos y pelagianos, y enseña que el<br />

mal no es sustancia o naturaleza, pero que nuestra naturaleza, al no ser naturaleza o<br />

sustancia de Dios, quedó viciada por el mal voluntario de un solo hombre, y este mal lo<br />

transmitió a todos los hombres. Declara también que este mal no es incurable para Dios,<br />

pero para sanar necesita de un salvador en todas las etapas de su vida. Por consiguiente,<br />

no podemos estar de acuerdo con los maniqueos ni acerca del pecado natural, ni de la<br />

libido de la carne, ni del libre albedrío, ni de la semilla maldita, de la incorregibilidad de la<br />

malicia, de la naturaleza del primer hombre, de la unión de los sexos, ni del poder<br />

diabólico sobre el hombre; además, ellos admiten dos naturalezas o sustancias eternas,<br />

una buena y otra mala, eternas, sin principio temporal; pero siendo, en no sé qué época,<br />

mezcladas, y esto para no vernos forzados a decir, entre otras absurdas locuras, que Dios<br />

tiene una naturaleza capaz de ser manchada y corrompida.<br />

Afirmas que yo sólo declaro el matrimonio bueno, y culpable la naturaleza; sin recurrir a<br />

otros muchos testimonios, invoco el de Pablo, el apóstol, al que tú mismo consideras<br />

panegirista del matrimonio; pues bien, al hablar del reato original de nuestra naturaleza,<br />

dice: El cuerpo está muerto por el pecado. Te cito además uno de los intérpretes, mi<br />

maestro, el católico Ambrosio, que teje el elogio del pudor conyugal y dice, sin embargo:<br />

"Todos nacemos en pecado y su mismo origen está viciado" 55 . Hombre calumniador,<br />

discutidor, lenguaraz, ¿qué más deseas?<br />

Sentido abusivo<br />

26. Jul.- "Ya se ha discutido bastante contra esas bagatelas; vengamos ahora a una<br />

cuestión muy compleja que arriba ya mencioné, y que por su sutileza engañó a tu<br />

maestro. En lugar de responder a nuestra dificultad, tratas de esquivarla planteando otra<br />

cuestión aún más difícil. En efecto, después de enseñar que, incluso en los hombres de<br />

edad más avanzada y que cometen el mal voluntariamente, ha lugar el elogio de la<br />

naturaleza, inocente en su fuente, y se condena, con derecho, el camino errado de las<br />

obras, y ya demostré que existen dos puntos que pueden dar lugar a esta contradicción:<br />

uno en los niños, esto es, en la naturaleza, pues voluntad aún no tienen; y este primero<br />

puede atribuirse a Dios o al diablo; y he concluido que, si la naturaleza es obra de Dios, no<br />

puede encontrarse en ella mal alguno; pero, si es obra del diablo a causa de un mal en<br />

ella innato, entonces es imposible atribuir la formación del hombre a Dios.<br />

Al llegar a este pasaje, con tu fe acostumbrada me contestas que mi conclusión era<br />

verdadera, pero que en los niños existen dos cosas, a saber, la naturaleza y el pecado.<br />

Pero el pecado, si recuerdas la definición dada por mí, no es otra cosa que la voluntad de<br />

retener o admitir, con libertad de opción, lo que está prohibido por la justicia. Luego el<br />

pecado no es otra cosa que una elección de la voluntad mala. A esto respondiste, ¡oh<br />

Epicuro de nuestro tiempo!: 'En los niños existe pecado, no voluntad'. En mi cuarto libro<br />

hago ver la infamia de este tu aserto. Al decir en dichos pasajes que, si el pecado viene de<br />

la voluntad, mala es la voluntad que comete pecado; pero, si el pecado viene de la<br />

naturaleza, mala es la naturaleza que peca. Me pones una objeción que ciertamente no es<br />

tuya, pues cuando me encontraba en Cartago, ya me fue hecha por un tal Honorato,<br />

amigo tuyo y, como tú, maniqueo, como lo indica vuestra correspondencia.<br />

Hago mención de todo esto sólo para probar que esta cuestión ha siglos indujo a error a<br />

Marción y a Manés. He aquí el pecado, es la naturaleza la que es mala si comete pecado,<br />

lo que dices contra mis posiciones: Si está en la naturaleza 'Le pregunto, responda si<br />

puede; la evidencia nos demuestra que las obras malas vienen de una voluntad mala y son<br />

como fruto de un árbol malo; y una voluntad mala, es decir, un árbol de frutos dañados, le<br />

ruego me diga de dónde viene. Si de un ángel, ¿qué es un ángel sino una obra buena de<br />

Dios? Si viene del hombre, ¿qué es el hombre sino una obra buena de Dios? Y si la obra<br />

mala del ángel viene del ángel y la del hombre del hombre, ¿qué eran el ángel y el hombre


antes de nacer en ellos este mal sino una obra buena de Dios y una naturaleza buena y<br />

digna de elogio?<br />

Luego el mal viene del bien y sólo del bien pudo nacer. Llamo voluntad mala a la que no<br />

precedió ningún mal; no las obras malas, que sólo pueden venir de una voluntad mala,<br />

como frutos dañados de árbol carcomido. Sin embargo, como el bien es obra de un Dios<br />

bueno, la voluntad mala no puede venir del bien sino porque este bien surgió de la nada y<br />

no de Dios. ¿A qué, pues, viene decirnos: 'Si la naturaleza es obra de Dios, la obra del<br />

diablo no puede pasar por la obra de Dios?' La obra del diablo, cuando al ángel lo hizo<br />

diablo, ¿no surgió de la obra buena de Dios? Y si el mal inexistente pudo nacer de la obra<br />

de Dios, ¿por qué el mal, que ya en alguna parte existía, no pudo pasar por la obra de<br />

Dios? ¿No son los hombres obra de Dios? Sin embargo, pasó por todos los hombres. Es<br />

decir, la obra del diablo ha pasado por la obra de Dios; y para decir lo mismo con otras<br />

palabras, la obra de Dios pasó por la obra de la obra de Dios 56 .<br />

Todas estas citas tan extensas que he puesto, tomadas de tus discursos, nos descubren la<br />

fuente y origen del antiguo error. No hay en tus palabras nada más sutil y nada en tus<br />

disquisiciones más embrollado. En todos los campos de la controversia te has defendido,<br />

pero sales derrotado por las armas de la verdad, implacable en todas las posiciones en las<br />

que has ensayado mantenerte, y has caído en la fosa cavada por los maniqueos para sus<br />

tenebrosas maquinaciones. Reconoces, sin embargo, la dificultad de la cuestión que nos<br />

ocupa cuando escribes: 'Le pregunto, responda, si puede...' Y como los dos reconocemos<br />

que la materia es difícil, ruego al lector me preste toda su atención. Podrá seguir sin<br />

trabajo cuestiones que la naturaleza hace sutiles, pero que espero, con la ayuda de Cristo,<br />

esclarecer. Me preguntaste de dónde viene el mal. Te pregunto de qué mal hablas, pues el<br />

vocablo es común a la culpa y al castigo. Y es un abuso llamar al castigo un mal, pero<br />

está, por la sentencia que lo condena, justificado. Responde que hablas de la culpa, no del<br />

castigo".<br />

Ag.- Realmente, en cuanto es posible, has sacado a luz tu estupidez. Confiesas es un mal<br />

el pecado y dices que no es un mal, pero, en sentido abusivo, se llama mal arder en el<br />

tormento del fuego eterno. Esta es la razón egregia de tu absurdidez: "El suplicio, dices,<br />

se llama mal 'en sentido abusivo', pero está justificado por la gravedad del juicio que lo<br />

impone". Si, al hablar de esta guisa, aprecias el suplicio del condenado no por el<br />

sufrimiento en sí, sino por la justicia del que condena, di con toda franqueza que el<br />

tormento es un bien, pero que sólo en sentido abusivo es un mal. El suplicio es, en efecto,<br />

castigo del pecado, y el castigo de un pecado es justo. Y todo lo que es justo es un bien,<br />

luego el tormento es un bien.<br />

¿No ves que, si no distingues entre el condenado y el que condena para probar que la<br />

condenación es un tormento y castigo del pecado, es una obra buena del que condena y<br />

un gran mal para el condenado? ¿No ves, repito, que, si no haces esta distinción racional,<br />

te ves obligado a decir que los hombres, por sus malas obras, llegan no sólo a sufrir males<br />

más graves, lo que es verdad, sino que llegan a la posesión de los bienes, afirmación tan<br />

falsa y vacía que pensar así es un mal tan grande como el ser herido de ceguera en el<br />

corazón? Luego no se llama mal en sentido abusivo; es un mal verdadero para el que lo<br />

sufre y un bien para el que castiga, pues es de justicia castigar al pecador. Y, si no quieres<br />

necear, acepta esta distinción.<br />

Existencia del mal<br />

27. Jul.- "Me preguntas de dónde viene este mal, mal verdadero, es decir, el pecado. Te<br />

respondí que no tiene sentido buscar el origen de una realidad si no existe de ella una<br />

definición concreta. Veamos primero si existe; luego, qué es; por último, de dónde viene.<br />

Es lo que hice en el primer libro de este opúsculo. Seguro, en parte, veamos si existe el<br />

mal".<br />

Ag.- Si dices que el mal existe y yo lo niego, la cuestión a discutir entre nosotros sería si el<br />

mal existe, y tú te impondrías la obligación de probar su existencia, porque yo la niego;<br />

pero como ninguno de los dos lo niega ni lo pone en duda, ¿por qué proponer una cuestión<br />

por los dos admitida si no es por el placer de hablar, y no para dejarte convencer por mis<br />

palabras, sino para tener ocasión de gloriarte de la multitud de tus libros?<br />

De dónde viene el pecado


28. Jul.- "Los vicios frecuentes y los juicios severos testifican la existencia del mal. Consta,<br />

pues, que existe el pecado. Pero ¿qué es? ¿Un cuerpo compuesto de muchas partículas, o<br />

un ente simple, como un elemento, o algo que nuestro pensamiento separa de todo esto?<br />

-No en verdad. -¿Qué es, pues? Un deseo de la voluntad libre que la justicia prohíbe, o,<br />

para servirme de mi primera definición, la voluntad de hacer lo que la justicia prohíbe y de<br />

lo que uno es libre de abstenerse. Examina si, al margen de los términos de esta<br />

definición, existe alguna cosa que caracterice el pecado, para no buscar en otra parte lo<br />

que ya hemos encontrado.<br />

En consecuencia, consultemos la justicia del juez, para ver si su testimonio nos demuestra<br />

con claridad si todos los géneros de pecado están comprendidos en estos límites. '¿Puede<br />

Dios imputar como pecado lo que sabe es imposible evitar?' No sería entonces justicia,<br />

sino suprema iniquidad, y, lejos de castigar el pecado, no haría sino multiplicarlos. Un juez<br />

justo castiga siempre la culpa; pero si, por un abuso de la justicias la falta recae sobre el<br />

mismo juez, es la falta la que se venga del juez y no éste el que la castiga. Por ende, la<br />

justicia no imputa como pecado una falta que no somos capaces de evitar. Y libre sólo se<br />

puede llamar lo que proviene de una voluntad emancipada en derecho de la inevitable<br />

violencia de los apetitos naturales. Feliz conclusión. Pecado es la voluntad de hacer lo que<br />

la justicia prohíbe y de lo que podemos con entera libertad abstenernos.<br />

Resueltas estas cuestiones, pasemos a investigar de dónde viene el pecado. Esto,<br />

evidentemente, no lo podíamos hacer antes de sentar estas definiciones. '¿De dónde viene<br />

el pecado?' Respondo: de la voluntad del que obra con libertad".<br />

Ag.- Es la voluntad del que libremente actúa la que hace decir al Apóstol: Si hago lo que<br />

no quiero, ya no soy yo el que lo hago, sino el pecado que habita en mí 57 . Cuando<br />

preguntas de dónde viene el pecado y respondes: "De la voluntad del que actúa<br />

libremente", ¿ves cómo piensas en el pecado, que no es, al mismo tiempo, castigo del<br />

pecado? Cuando hace el hombre algo que no quiere y que el Apóstol llama pecado, no<br />

entra en la órbita de tu respuesta ni en la definición que das de pecado al decir: "Pecado<br />

es hacer lo que la justicia prohíbe y de lo que somos libres de abstenernos". ¿Dónde está<br />

la libertad de abstenerse cuando grita el Apóstol: Hago lo que no quiero? 58 Uno fue el<br />

pecado de la naturaleza humana cuando era libre de abstenerse de pecar, y otro ahora el<br />

pecado perdida la libertad, al necesitar del auxilio de un salvador. Y lo que entonces era<br />

simplemente pecado, es ahora también castigo del pecado.<br />

Imputación del pecado<br />

29. Jul.- "Veamos si la definición que yo he dado obtiene los votos favorables de todos. No<br />

hay hombre sabio, ningún católico, que pueda ciertamente dudar de que no hay otro<br />

pecado que el que se puede evitar, ni otra justicia que aquella que imputa al hombre que<br />

condena la falta que cometió por su propia voluntad, cuando podía evitarla".<br />

Ag.- De hecho, se imputó el pecado al primer hombre porque, si quisiera, podía evitarlo;<br />

pero su pecado, al viciar la naturaleza de sus descendientes, necesita de un salvador para<br />

poder evitar el pecado cuando se llega a una edad en la que el hombre puede hacer uso de<br />

la razón. Antes de esta edad existe en él una culpa contraída en su nacimiento, y sólo<br />

puede ser borrada por un renacimiento. Vosotros, al negarlo, abiertamente proclamáis que<br />

Jesucristo no es Jesús para los niños; y, según el testimonio del ángel, fue llamado Jesús,<br />

porque salvaría del pecado a su pueblo 59 , en el que no queréis incluir a los niños.<br />

Diferencias entre la doctrina católica y la herética<br />

30. Jul.- "Para nosotros, estas cosas no son dudosas, pero maniqueos y traducianistas<br />

están de acuerdo en rechazarlas. Veamos, pues, lo que dicen. Escribe Manés: 'El pecado<br />

es natural'. Consiente Agustín en que es natural el pecado. Los dos se apartan de la<br />

definición que di anteriormente y se unen para declarar que el pecado es natural al<br />

hombre.<br />

Veamos también qué dicen sobre la naturaleza del pecado, es decir, en qué consiste la<br />

esencia del pecado que ambos llaman natural, y veamos si disienten sobre otras<br />

cuestiones. ¿Qué escribe Manés a su hija? Que la concupiscencia de la carne o el placer de<br />

la fecundación es obra del diablo, y la razón que da es que se evitan las miradas del<br />

público. ¿Qué dice Agustín? Lo mismo punto por punto. 'La concupiscencia de la carne,


dice, es como un renuevo del diablo, causa y ley del pecado. Evita la luz del día y busca<br />

con pudor lo secreto' 60 . Luego ambos están de acuerdo en las cuestiones primera y<br />

segunda en relación con el pecado. ¿Y en la tercera? Esta cuestión consiste en saber de<br />

dónde viene el mal. 'De la naturaleza de las tinieblas', dice Manés. Y ¿qué dice Agustín?<br />

Quizá exagere un poco este maestro mío al decir que el mal nunca empezó, porque<br />

empezó el mal por la voluntad del primer hombre, o mejor, por voluntad de una criatura<br />

superior, la angélica; pero a partir de entonces se hizo natural. Con toda autoridad te<br />

llama al orden tu maestro.<br />

¿Qué sentencia pronunciará contra ellos un católico? Que el maniqueo es, sin duda, muy<br />

estúpido, pues cree en un pecado natural; mas, comparado con el ingenio de Agustín, es<br />

más inteligente. ¿No están los dos de acuerdo en que existe un pecado natural y que este<br />

pecado que invade todo el género humano es único en su especie? Pero viene luego a<br />

decirnos el discípulo que sólo en el hombre se puede considerar natural este pecado y lo<br />

proclama innato en todos los hombres. Es como para hacerle pasar bajo las varas<br />

destinadas a los niños o enviarle a su maestro, más consecuente en sus blasfemias, y a<br />

excluir a maestro y discípulo de la sociedad de los hombres piadosos. ¡Mira hasta dónde<br />

llega nuestra indulgencia! No te agrada que diga Manés que existe un pecado natural;<br />

confiesa que nadie al nacer es culpable, y escaparás así a toda crítica rehusando admitir la<br />

existencia de un pecado original; y, si guardas silencio, confiesa que no quieres separarte<br />

de tu maestro ni unirte a los católicos".<br />

Ag.- ¿Por ventura no debemos decir que el mundo fue creado por Dios bueno, porque lo<br />

dice Manés? Pero cuando preguntamos de qué lo hizo, empieza el desacuerdo. Nosotros<br />

decimos que lo hizo del no-ser, porque él lo mandó, y fue hecho. Dice Manes: "Dios hizo el<br />

mundo de dos naturalezas, una buena y otra mala; naturalezas que no sólo existían ya,<br />

sino que siempre existieron". No podemos nosotros estar en este punto de acuerdo con<br />

ellos ni con sus aliados, aunque estemos en otro punto. Si se nos pregunta si hay un Dios,<br />

nosotros y los maniqueos respondemos: "Sí, existe un Dios", y en esta materia nos<br />

distanciamos del necio, que dice en su corazón: No hay Dios 61 .<br />

Pero si me preguntas: "¿Qué es Dios?" Estamos en completo desacuerdo con los<br />

maniqueos y con su dogma criminal y mítico. Nosotros defendemos la existencia de un<br />

Dios incorruptible; imaginan ellos un Dios corruptible. Si se nos pregunta acerca de<br />

nuestra creencia sobre la Trinidad, diremos, con ellos, que el Padre, y el Hijo y el Espíritu<br />

Santo son un sola naturaleza; sin embargo, nosotros no somos maniqueo ni ellos<br />

católicos, porque tienen doctrinas muy diferentes a las nuestras sobre el Padre, el Hijo y el<br />

Espíritu Santo, y por eso somos adversarios suyos. Oponemos doctrinas que nos son<br />

comunes a los errores de los que las niegan, sin temor a que nos llamen maniqueos y se<br />

prefieran a nosotros porque admitimos, con los maniqueos, ciertas doctrinas que nuestros<br />

adversarios no quieren aceptar, y por eso nosotros tenemos que combatirlos.<br />

Por ejemplo: un arriano es hereje porque no admite, con nosotros, que en la Trinidad hay<br />

una sola esencia, verdad que con nosotros, confiesa Manés; y vosotros sois herejes al no<br />

creer con nosotros en la existencia de un pecado natural, dogma que, con nosotros, cree<br />

Manés; mas no por eso somos maniqueos; nosotros decimos lo que él dice, pero no en el<br />

sentido que él lo dice. Decimos que nuestra naturaleza, buena en sí, fue viciada por el<br />

pecado voluntario de aquel de quien traemos el origen y que, al nacer todos bajo el signo<br />

del pecado, nuestro nacimiento está, como dice Ambrosio, viciado. Supone Manés en<br />

nosotros una naturaleza mala, extraña a la nuestra, y su mezcla nos hace pecar. Por<br />

último, para sanar nuestra naturaleza ofrecemos a nuestros niños un salvador. No cree<br />

Manés que Cristo sea necesario para sanar nuestra naturaleza, sí para separar de nosotros<br />

esa naturaleza extraña. Ves, pues, cuánta es la diferencia entre uno y otro, aunque, de<br />

común acuerdo, creamos en la existencia de un pecado natural.<br />

Estamos igualmente de acuerdo en reconocer como mala la concupiscencia de la carne,<br />

carne que codicia contra el espíritu; pero, cuando se trata de averiguar de dónde viene<br />

este mal, discrepamos por completo. Con Ambrosio, reconocemos nosotros que este<br />

afrentoso combate entre carne y espíritu se instaló en nuestra naturaleza por la<br />

prevaricación del primer hombre; Manés y sus partidarios sostienen que esta discordia<br />

entre carne y espíritu viene de haberse unido a la nuestra una naturaleza extraña, siempre<br />

mala. De esto se deduce que pidamos nosotros un salvador para sanar este mal nuestro;<br />

él, para arrancar de nosotros esta naturaleza extraña, imposible de sanar. ¿No ves<br />

tampoco en este punto la distancia que nos separa de Manés cuando decimos que la


concupiscencia de la carne, que codicia contra el espíritu, es mala?<br />

¿No ves cómo no somos maniqueos, aunque admitamos algunas de sus verdades, y que<br />

vosotros sois herejes por rehusar admitirlas con ellos? Si dijeseis con ellos que estos<br />

males son naturales y que con nosotros profesáis, contra ellos, de dónde vienen estos<br />

males y que no son una naturaleza coeterna a Dios, no seríais herejes pelagianos; pero, al<br />

negar que la concupiscencia de la carne, que codicia contra el espíritu, es mala y que<br />

pertenece a nuestra naturaleza viciada, les forzáis a decir que viene de una naturaleza<br />

extraña, y así sois nuevos herejes, favoreciendo a los herejes antiguos, de los que<br />

perversamente huís.<br />

Deja de oponerme a Manés como maestro y abraza conmigo la doctrina de Ambrosio; mira<br />

a los arrianos y trata de imitarlos en lo que son más sabios que tú; ellos, al menos, nos<br />

motejan de maniqueos, aunque digamos con ellos que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo<br />

tienen una misma naturaleza, objeto de tan vivas controversias entre los arrianos y<br />

nosotros.<br />

La naturaleza creada y la posibilidad de pecado<br />

31. Jul.- "Pensabas era objeción insoluble decir de dónde viene la mala voluntad en el<br />

primer hombre o en el diablo, creado ángel; nació, dices, en la obra de Dios, es decir, en<br />

el hombre o en el ángel, porque fueron creados de la nada. Mira no nos lleves, por otro<br />

camino, a admitir la eterna necesidad del mal. Porque si la causa de nacer el mal en la<br />

obra Dios es porque fue hecha de la nada, antes de existir esta obra, siempre la nada<br />

existió; esto es, antes de ser algo, era nada; luego desde la eternidad no era lo que no<br />

existía antes de ser la obra de Dios, sustancia única y sin principio; y este vacío, es decir,<br />

esta nada, antes de la existencia de las cosas, existió siempre.<br />

Por consiguiente, esta nada no fue hecha; son las criaturas las que han sido hechas, y es<br />

entonces cuando dejó de ser la nada. Y en esta criatura creada de la nada y porque ha<br />

sido de la nada creada es por lo que, según tú, tuvo principio el mal. Y a este origen<br />

imputas tú el mal que nació en el hombre y a este origen, es decir, a esta nada, atribuyes<br />

la causa del pecado; porque el origen de este mal en el hombre no viene, dices, de que el<br />

hombre haya sido formado por Dios, sino porque fue hecho de la nada. Si, pues, el origen<br />

del mal de algo que es exigido por la condición misma de la nada precedente, y si esta<br />

nada es eterna, por distintos caminos coincides con Manés y quedas encepado en la<br />

misma trampa que tu maestro, confesad los dos que el mal es eterno; pero en esto él se<br />

muestra más lógico que tú, pues admite la existencia de un pecado natural y al mismo<br />

tiempo asigna eternidad a la sustancia de las tinieblas, que, sin el consentimiento de la<br />

voluntad, pone un mal en el pecador. Dio así autor a una cosa de la que hace una<br />

necesidad para que el mal que arropa y penetra la sustancia sea contraído por violencia.<br />

Pero tú, de ingenio plomizo, afirmas la necesidad del mal, sin reconocer la necesidad de<br />

una autoría, y en los niños y en el primer hombre dejas sin obrero la obra, pues ignoro<br />

cómo se puede entender esta nada con un gran poder, pues es nada".<br />

Ag.- Tú nada vales, pues afirmas que la nada, siendo nada, vale algo. No comprendes que<br />

cuando se dice que Dios creó de la nada lo que creó, es como si dijera que no lo hizo de su<br />

sustancia. Antes de crear Dios cosa alguna, al crearla no es a él coeterna. De la nada viene<br />

lo que no viene de algo porque, aunque Dios hizo unas cosas de otras, de las que se sirve<br />

habían sido creadas de la nada. Pero ninguna criatura podría pecar si hubiera sido hecha<br />

de la sustancia de Dios; mas entonces no habría sido hecha, sino que al ser, lo sería toda<br />

de él, como lo son el Hijo y el Espíritu Santo, pues de él son uno naciendo, el otro<br />

procediendo, sin que el Padre sea anterior a ellos. Y esta naturaleza no puede en absoluto<br />

pecar, porque no puede dejar de ser lo que es, ni encontrar otra naturaleza mejor a la que<br />

poder adherirse, y cometer así, por abandono, un pecado. Sin embargo, la criatura<br />

racional no fue hecha de manera que el pecar sea en ella una necesidad. Y no tendría ni<br />

posibilidad de pecar si proviniese de la naturaleza de Dios, porque la naturaleza divina ni<br />

quiere poder ni puede querer pecar.<br />

Voluntariedad del pecado<br />

32. Jul.- "Esta nada, de la que han sido hechas todas las cosas, afirmas ser causa de<br />

pecado. Esta nada, según tú, tiene el mismo poder que a los ojos de Manés tiene el<br />

príncipe de las tinieblas. Los dos proclamáis la necesidad del primer pecado; pero, al


menos, da Manés una razón más sólida, aunque mala; la que tú avanzas es vana y<br />

perversa; él reconoce violencia en la sustancia; tú, en la nada. A este término conduce tu<br />

silogismo: la nada, antes de ser creada creatura alguna, era la nihilidad absoluta; la nada<br />

cesó al aparecer el primer ser; deja de ser nada cuando empieza a ser algo. La misma<br />

nada, cuando era, no era, pues la inteligencia nos dice que la nada sólo puede ser nada<br />

cuando nada existe. Mas, cuando es hecha alguna cosa, la inanidad, el vacío, es decir, la<br />

nada, por lo mismo que nunca tuvo ser, pierde hasta el nombre, y acaece que lo que<br />

nunca había existido en realidad, no tiene nombre. Será por el poder de esta nada como,<br />

según tú, habría surgido el mal en el ángel y en el hombre. ¿Se puede decir algo más sin<br />

sentido?"<br />

Ag.- Digamos eres tú el que pareces furioso por tu afán de maldecir. No hablé nunca de la<br />

violencia de la nada, porque lo que no es, no puede ser violento. Ni el ángel ni el hombre<br />

han sido obligados a pecar por fuerza alguna; no pecaran de no haber querido pecar, pues<br />

podían no querer pecar. Mas ni el mismo poder pecar no lo tendrían si fueran de la misma<br />

naturaleza de Dios.<br />

Fantasía de Juliano<br />

33. Jul.- "Una misma cosa que no es, tiene, según tú, un gran poder, por lo mismo que no<br />

es; pero esta fuerza tiene gran poder después de perder hasta el nombre; y esta nada<br />

adquiere gran fuerza cuando, con su nombre, desaparece".<br />

Ag.- Si la nada puede llegar a ser algo, se puede decir que tiene en ti gran poder, pues la<br />

vanidad o la falsía te dominan hasta graznar vaciedades.<br />

Habla mucho de la nada<br />

34. Jul.- "¡Bravo, oh sabio! Con reglas de una nueva dialéctica inventada por ti, arropas la<br />

menor de las premisas en la negación de la mayor, y compones un tronco sin cabeza. No<br />

sentimos celos por estas sutilezas tuyas. Lejos de esto, sentimos compasión de la<br />

humanidad cristiana, pues te vemos principiar tu dogma por la culpabilidad de los<br />

inocentes y desembocar en la nada".<br />

Ag.- Tú sí que has llegado a la nada, en la que encuentras tus delicias, y de la que no<br />

aciertas a distanciarte o no quieres retornar. Me acusas de haber dicho que la nada es<br />

algo, y esto para poder hablar mucho de la nada.<br />

No hay pecado necesario<br />

35. Jul.- "¡Oh lucidez y elegancia de mi adversario! 'No dice que el mal surgió en el<br />

hombre porque es criatura de Dios; sí, empero, porque fue de la nada creado'. Hemos ya<br />

demostrado la gran agudeza de su ingenio, capaz de dotar de poder a la nada. Si la<br />

discusión anterior no basta, voy a probar que el mal primero no pudo ser contraído por la<br />

voluntad del pecador, si la condición de un ente que brota de la nada es causa eficiente<br />

que exige este mal".<br />

Ag.- No exige la condición de un ser que viene de la nada nacer en pecado, pues para que<br />

algo sea necesario precisa primero existir. Ni el ángel ni el hombre, en los que surgieron<br />

los primeros pecados, fueron forzados a cometerlos; pecaron porque quisieron, podían no<br />

querer; sin embargo, no hubieran podido querer si hubieran tenido naturaleza divina y no<br />

fuesen de la nada formados.<br />

La nada no puede ser eterna<br />

36. Jul.- "Has vestido, pues, la naturaleza del mal primero; pero la haces más vacía que<br />

Manés, pero eterna, como él. Mas sobre esto no vamos a discutir. El pacto que os une es<br />

evidente; es la cadena de un mal natural y de un mal eterno".<br />

Ag.- ¡Eres muy necio! Lo que no es, no puede ser eterno. No hay eternidad para lo que no<br />

existe. En una palabra, no puede ser eterna la nada.<br />

La nada no es<br />

37. Jul.- "He actuado en esta disputa con toda mi buena fe posible, pero la razón ha


triturado los argumentos que habías aducido; es decir, que la mala voluntad nació en la<br />

obra de Dios porque el hombre fue creado de la nada. Demostré que, si bien con otras<br />

palabras, dices lo mismo que Manés imaginó y creyó; esto es, que el primer pecado fue<br />

engendrado eterno por la violencia de las tinieblas".<br />

Ag.- Te dije ya que la nada no puede ser eterna. ¿Por qué me comparas con Manés, si él<br />

asigna al poder de las tinieblas eternas la génesis del primer hombre? Y a estas tinieblas<br />

atribuye una sustancia; y no puedo atribuir yo poder alguno a lo que no existe, como si<br />

quisiera restablecer unas tinieblas eternas, es decir, la eternidad de lo que no es. No<br />

puedo, pues, atribuir sustancia a la nada, ni tampoco puedo reconocer en manera alguna,<br />

como ya dije, ni poder ni eternidad a la nada. Pierdes el tiempo al querer objetarme lo que<br />

no es.<br />

Pone Juliano cerco a la verdad<br />

38. Jul.- "Para que al verte descubierto no intentes una escapatoria y digas que no dijiste<br />

que el mal surgió en la obra de Dios porque fue creada de la nada, sino que has dicho que<br />

pudo nacer el mal por haber sido formada de la nada, voy a demostrar cómo quedas<br />

enredado en lazos más inextricables. Si dices que has imputado la posibilidad, no la<br />

necesidad del mal, al poder de la nada eterna, te respondemos que el origen de la<br />

voluntad mala en el hombre no es otra cosa que un efecto del libre albedrío; de ahí que<br />

haya podido querer la voluntad el mal como pudo querer el bien; esta libertad es la<br />

actividad de la razón, que se reflecta sobre ella misma, y por eso se dice que el hombre<br />

fue formado a imagen de Dios y es superior a todas las criaturas. Si la voluntad mala ha<br />

podido nacer en el hombre, esto no es otra cosa que el libre albedrío, y es por el poder<br />

mismo de este libre albedrío por lo que el hombre es superior a todos los animales; tú<br />

declaras que esta posibilidad del mal en el hombre viene no de que fue formado por Dios,<br />

sino porque fue hecho de la nada; por un nuevo prodigio dogmático, confiesas que la<br />

nada, esta antigua inanidad, es, en el hombre, causa de este gran bien que es el libre<br />

albedrío.<br />

Por ultimo, para poner luz en esta cuestión, ésta es mi concisa pregunta. Has dicho: 'La<br />

voluntad mala no puede surgir en el hombre como obra de Dios sino porque fue hecho de<br />

la nada'. Esta posibilidad de querer en el hombre, ¿crees que es un bien o un mal? Si<br />

contestas: 'Un bien', no es Dios, sino la nada, la causa de este bien; pero si reconoces lo<br />

absurdo de esta afirmación y declaras que es un mal, pues no quieres se atribuya a Dios,<br />

sino a la nada, te ves forzado a confesar que no hemos luchado contra ti con malicia, sino<br />

que con toda franqueza y buena fe hemos triturado en la discusión la mala fe de tu<br />

dogma. Es, pues, incuestionable que Manés y tú imputáis la voluntad mala, en el primer<br />

hombre, a la eterna necesidad de su origen".<br />

Ag.- ¿Qué puedo responder a esta tu manera de ver las cosas? Te esfuerzas, en vano, en<br />

poner cerco a la verdad, como si respondieras a mis palabras, cuando en realidad no<br />

respondes a mis palabras. Discutes como si yo hubiera dicho: "No viene del bien la<br />

voluntad mala". No he dicho esto. Yo dije: "La voluntad mala no pudo nacer del bien,<br />

porque el bien es obra del Dios bueno; sino porque esta obra viene de la nada y no de la<br />

naturaleza de Dios". Estas son mis palabras, como tú mismo las has reproducido. Me<br />

respondes como si yo hubiera dicho: "Sin embargo, la voluntad mala no viene". Yo dije:<br />

"Sin embargo, no pudo venir". Tú discutes contra uno que ha dicho: "Si la necesidad del<br />

mal nació de un bien, es porque este bien fue formado de la nada por Dios y no viene de<br />

su divina sustancia". Yo no atribuí a semejante causa la necesidad del mal, sino su<br />

posibilidad. No escribí: "Es por esto por lo que el mal nació..."; sino: "Es por esto por lo<br />

que el mal ha podido nacer del bien". Tú acusas a la nada y la haces una potencia, como si<br />

por una inevitable necesidad hubiera obligado al hombre y al ángel a pecar.<br />

Retorna ahora a mis palabras, como habías comenzado a hacer. Te propones una cuestión<br />

como si de improviso se hubiera presentado a la mente para ver mi posible respuesta,<br />

cuando ha tiempo me la planteé a mí mismo en el libro que impugnas. Yo podía<br />

responder, dices, que no dije: "El mal surgió en la obra de Dios, porque fue creada de la<br />

nada"; pero lo que dije fue: "El mal pudo surgir en esta obra de Dios, porque fue hecha de<br />

la nada". Simplemente, dije que el mal pudo nacer, no que nació; asigno a esta causa la<br />

posibilidad, no la necesidad. En efecto, cuando por primera vez la criatura racional salió de<br />

manos del Creador, fue hecha de tal manera, que, si no quería pecar, ninguna necesidad la<br />

podía obligar a querer o no querer; esto es, a pecar contra su voluntad; es decir, a no


hacer contra su querer ni el bien ni el mal; no querer hacer el bien, sino que haga el mal<br />

que no quiere, esto ya no es simple pecado, sino castigo también del pecado.<br />

Con todo, esta criatura no puede en absoluto querer el mal ni hacer el mal que no quiere<br />

si no hubiera sido hecha de la nada, es decir, si fuera de la misma naturaleza de Dios. Sólo<br />

la naturaleza de Dios no fue hecha de la nada, porque no ha sido hecha; y, por lo tanto, es<br />

inmutable. Y, al hablar así, no atribuimos a la nada fuerza alguna para que haya podido<br />

hacer o hecho algo, pues nada es. Además, afirmamos que toda criatura accesible al<br />

pecado no es de la naturaleza de Dios. Toda naturaleza que no sea naturaleza de Dios, ha<br />

sido hecha, y no puede ser coeterna a Dios; y, si fue creada, lo ha sido de la nada; las<br />

criaturas hechas de otras criaturas traen su origen de la nada, porque las naturalezas de<br />

donde fueron hechas no existían antes de existir, no eran en absoluto.<br />

Dices: "Pudo la voluntad mala nacer para que pudiera nacer la voluntad buena". ¡Como si<br />

el ángel o el hombre no hubieran sido creados con una voluntad buena! Fue creado recto,<br />

dice la Escritura. No se inquiere de dónde pudo venir la voluntad buena con la que fue<br />

creado, sino la mala voluntad con la que no fue creado. Dices, sin prestar atención a lo<br />

que dices: "La voluntad mala no ha podido nacer en el hombre sino para que pudiera<br />

nacer la buena"; y esto, crees, pertenece al libre albedrío, para que el hombre pudiera<br />

tener el poder de pecar o no pecar; y por esto piensas que fue creado a imagen de Dios,<br />

siendo así que Dios no tiene este doble poder. Ni un mentecato diría que Dios puede<br />

pecar. ¿Te atreverás tú a decir que en Dios no existe el libre albedrío? Es el libre albedrío<br />

un regalo de Dios, no de la nada. En Dios es el libre albedrío esencia; por eso no puede<br />

pecar. Porque, si pudiera Dios ser injusto, podía también no ser Dios; pero, si es Dios, es,<br />

en consecuencia, soberanamente justo, y por eso posee, en grado sumo, el libre albedrío;<br />

sin embargo, Dios no puede pecar. Pueden el ángel y el hombre pecar, porque pueden<br />

hacer mal uso del libre albedrío. El hombre pudo pecar, porque no es Dios, es decir,<br />

porque Dios lo hizo de la nada, no de sí mismo. Comprende y calla. O habla de lo que<br />

entiendes, no de lo que no sabes.<br />

Lo que puede pecar ha sido hecho de la nada<br />

39. Jul.- "No contento con haberte vencido en distintos terrenos, quiero ahora mostrar la<br />

falsedad de tus argumentos, cuya impiedad ya he probado. Cuando escribes: 'La voluntad<br />

mala pudo nacer en la obra de Dios no por ser hechura de Dios, sino porque fue hecha de<br />

la nada', debiste ver con qué fuerza fueron desmontados tus argumentos por el ejemplo<br />

de otras criaturas que, salidas también de la nada, son, sin embargo, incapaces de querer<br />

el mal.<br />

Por último, los mismos elementos, ciertamente creados de la nada, no pueden tener<br />

conciencia de una voluntad mala, ni mostrar con movimientos perversos una necesidad o<br />

vinculación con su origen. Pero los seres animados y otras criaturas que llenan la tierra no<br />

han salido de la nada, sino de la materia ya existente. ¿Dónde está, pues, este poder de la<br />

antigua nada que forzó a existir a una voluntad mala, porque es evidente que sólo el<br />

animal racional es capaz de pecar?"<br />

Ag.- Podías pensar en acusarme de falsedad si hubiera dicho que nuestros cuerpos pueden<br />

ser heridos por ser terrestres y tú demostrases de pronto que existen muchos cuerpos<br />

terrestres invulnerables. Imposible exista herida a no ser en un cuerpo animado, es decir,<br />

de carne. Mas entonces te debiera advertir -y tú no eres capaz de ver- que esta<br />

proposición no es recíproca; es diferente decir que cuanto puede ser herido es un cuerpo<br />

natural, y es verdad, y decir que todo cuerpo natural puede ser herido. ¿Cómo es que tu<br />

jactanciosilla habilidad dialéctica se adormiló para no advertir que, cuando dije que toda<br />

criatura racional puede pecar, porque fue hecha de la nada, he querido dar a entender que<br />

todo el que puede pecar ha sido formado de la nada, pero no que todo lo que ha sido<br />

hecho de la nada puede pecar?<br />

Y, como si hubiera usado este lenguaje, vienes a objetarme otras cosas; entre ellas, los<br />

mismos elementos del mundo, que, si bien fueron creados de la nada, no pueden pecar,<br />

porque sólo puede pecar el animal racional. Despierta, pues, y considera que todo el que<br />

puede pecar fue formado de la nada, sin que se siga que todo el que ha sido creado de la<br />

nada pueda pecar. Y no me pongas delante otras realidades hechas de la nada y que no<br />

pueden pecar; lo que digo es: todo el que puede pecar fue de la nada formado. Como si<br />

dijera: todo buey es un animal, y no podrías citar contra mi afirmación que existen


muchos animales que no son bueyes. No dije: "Todo animal es un buey", sino: "Todo buey<br />

es un animal".<br />

Repito, una vez más, que todo el que puede pecar ha sido hecho de la nada, pero no<br />

afirmo que todo el que ha sido formado de la nada puede pecar. Y como si hubiera<br />

sentado esta proposición, me objetas mil cosas hechas de la nada e incapaces de pecar.<br />

Deja tus marrullerías a un lado, que pueden engañar a los ignorantes; o límpiate las<br />

telarañas, que te impiden ver con claridad.<br />

Cuando digo que la naturaleza creada y racional puede pecar porque fue hecha de la nada<br />

y no de Dios, pon atención a mis palabras para no caer, una vez más, en una vana<br />

locuacidad y soplarme la nada, para luego afirmar que atribuyo un gran poder a la nada.<br />

Lo que digo es que la naturaleza que fue creada racional pudo pecar, porque fue de la<br />

nada formada. ¿No es esto decir que pudo pecar porque no es naturaleza de Dios? Si no<br />

fuera creada de la nada, vendría, naturalmente, de Dios, y sería naturaleza divina; y, si<br />

fuera naturaleza de Dios, no podría pecar.<br />

Por consiguiente, pudo pecar aunque fuera formada por Dios, porque fue hecha de la nada<br />

y no de Dios. Si esto comprendes y no quieres oponerte a la verdad, pon fin a esta<br />

debatida cuestión.<br />

El pecado no es obra de la necesidad<br />

40. Jul.- "Ante un descubrimiento tan importante, ¿qué fue lo que te llevó a creer que la<br />

fuerza de la nada primitiva ha sido causa de la mala voluntad? Nos hace pensar que<br />

consideras culpable a todo cuanto ha sido hecho de la nada, y al mundo entero, esclavo<br />

del diablo. Y como veo con claridad un antiguo acuerdo entre tu dogma y el de Manés, os<br />

respondo a los dos. Ciertamente os preguntaréis por qué niego la existencia de un mal<br />

natural. ¿Puedo responder a la cuestión de saber de dónde viene el mal? Os contesto que<br />

no entendéis lo que decís. La voluntad no es otra cosa que un movimiento del alma, sin<br />

ninguna coacción".<br />

Ag.- ¿Qué es un movimiento del alma sino un movimiento de la naturaleza? Es el alma, sin<br />

duda, una naturaleza; luego la voluntad es también naturaleza, por ser movimiento del<br />

alma. Tú anteriormente dijiste que la naturaleza, en general, es como el género y le<br />

atribuyes diferentes especies. Dices: "La naturaleza humana, en general, es un género con<br />

diversas especies subordinadas, tales como la posición del cuerpo, su armonía, el orden,<br />

los movimientos corporales y otras semejantes". Y en tu disputa dices que los<br />

movimientos del cuerpo son una especie de naturaleza; de ahí se sigue una consecuencia<br />

que rechazas; a saber, que todo movimiento de la naturaleza es naturaleza, si la<br />

naturaleza es el género, y el movimiento de la naturaleza la especie; como todo caballo es<br />

un animal, pues animal es el género, y caballo una especie de este género. Por<br />

consiguiente, si la voluntad es un movimiento del alma, es un movimiento de la<br />

naturaleza, dado que así has definido la naturaleza, a la cual, como género, subordinas las<br />

especies de esta mente. ¿Por qué, pues, nos reprochas llamar pecado natural al que nace<br />

de una voluntad innata, cuando tú mismo, como acabas de probar, has calificado la<br />

voluntad de naturaleza?<br />

Supongamos no sea la voluntad naturaleza, pero no es menos verdad que la voluntad no<br />

puede subsistir si no es en una naturaleza; y, en lo referente al hombre, es la voluntad un<br />

movimiento del alma, y el alma es una naturaleza. Por favor, permite llamar al pecado<br />

natural, porque, cuando el hombre peca, posee una naturaleza, y el hombre es naturaleza;<br />

lo mismo se puede llamar el pecado espiritual cuando peca el espíritu. No erró, pues, el<br />

Apóstol cuando habla de los espíritus malignos. Sin duda, estos espíritus son naturales,<br />

pues todo espíritu, ya sea creador, ya creado, es naturaleza. Con todo, cuando<br />

voluntariamente pecaron el ángel y el hombre, pecó la naturaleza, porque el ángel y el<br />

hombre son naturaleza; pero no decimos por eso que su pecado es natural, como si fuera<br />

obra de la necesidad lo que fue hecho con libérrima voluntad.<br />

Pecó el hombre porque quiso; pudo no querer pecar, porque el hombre fue creado libre;<br />

puede querer o no querer; cualquiera de estas dos cosas es opcional. Una cosa es el<br />

pecado original que los niños contraen al nacer, y no por voluntad propia, sino por<br />

voluntad del primer hombre, del que traen su origen viciado, y otra cosa es el pecado<br />

cometido por hombres en edad adulta, y que hizo decir al Apóstol: No hago el bien que


quiero, sino el mal que no quiero 62 . No es, sin embargo, insanable esta necesidad para el<br />

que pide ser liberado de toda necesidad 63 .<br />

El hombre, hecho bueno, por su voluntad se hizo malo<br />

41. Jul.- "Investigáis la necesidad de una cosa que no puede existir, si sufre de necesidad.<br />

Si a este movimiento libre del alma que no necesita para existir coacción ninguna le<br />

asignáis una causa anterior a ella misma, este movimiento no se crea, se destruye, porque<br />

el mismo nombre de voluntad no supone poder que dé movimiento a la materia. Querer<br />

averiguar de dónde viene la voluntad, es ya remontarse a una realidad anterior a ella, y<br />

esto es destruirla, no afianzar su origen; imposible comprender que exista, si su origen se<br />

atribuye a las tinieblas o a la nada; ni puede llamarse voluntad si no subsiste en un<br />

movimiento del alma sin ninguna coacción. Si existe coacción, existirá, sin duda, un<br />

movimiento, pero no existe voluntad, cuya fuerza y condición expresa la segunda parte de<br />

la definición: 'Sin coacción ninguna'.<br />

Ahora bien, si la voluntad no es otra cosa 'que un movimiento libre del alma', mal se<br />

puede buscar el origen de una cosa cuya esencia, si algo la precede, la destruye. Piensa en<br />

lo que preguntas: '¿Cómo pudo nacer en el primer hombre la voluntad mala cual árbol<br />

malo 64 , pues confiesa tuvo origen?' Porque es la voluntad un movimiento libre de la<br />

voluntad, y lo que es natural, es decir, la naturaleza, es fuente necesaria de cuanto sigue;<br />

por el contrario, si la voluntad es precedida por alguna causa anterior, cesa de ser<br />

voluntad y pierde su condición esencial desde el momento en que se le asigna un origen".<br />

Ag.- Si la voluntad carece de origen, porque no es coaccionada ni el hombre para el<br />

hombre tiene origen, porque no fue coaccionado para ser hombre, ¿cómo pudo ser<br />

coaccionado, si aún no existía? Y el hombre es, con certeza, una naturaleza, y tú dijiste:<br />

"Lo natural es fuente necesitante de lo que sigue". Por favor, pon atención a lo que dices y<br />

no cierres los ojos y muevas la lengua como el que habla en sueños. Ninguna cosa puede<br />

ser coaccionada si no existe. Mira que es el colmo de la insensatez negar que las cosas<br />

existentes, es decir, las ya nacidas, tengan origen, porque origen viene de oriri, nacer.<br />

Cuanto existe y no tiene origen, ha existido siempre; y, si no existió y existe, ha nacido; y,<br />

si nació, tiene origen. Por consiguiente, la voluntad mala, que no existió y existe, ha<br />

comenzado a existir. Y si existe y no comenzó a existir, es que siempre existió; y si no<br />

existió y ahora existe, es que nació; y, si nació, tiene origen. La voluntad de pecado no<br />

existió y ahora es, luego tiene origen; si existe y no tuvo principio, siempre existió; pero<br />

no siempre ha existido, luego tuvo origen. Clama, pues, contra verdad tan evidente; dice<br />

bien a tu vana locuacidad y di: "Nació, pero no tiene origen"; o lo que es aún más<br />

absurdo: "No existió y existe, pero no tuvo principio". Y, si esto no dices para no ser<br />

acusado de necio en grado superlativo o de loco, busca dónde pudo nacer en el hombre<br />

esta mala voluntad que tiene -tú mismo no te atreves a negarlo- principio, pues no puedes<br />

negar que no siempre existió, sino que tuvo principio; busca, repito, su origen, y lo<br />

encontrarás en el hombre; de él viene la mala voluntad; antes no existía. Investiga<br />

también qué era el hombre antes de nacer en él esta mala voluntad, y encontrarás que era<br />

bueno, y por esta voluntad se hizo malo; y antes de nacer en él era tal como había sido<br />

creado por un Dios bueno; es decir, era bueno. Esto es lo que dice mi doctor, enemigo del<br />

tuyo, Ambrosio: "El mal nació de un bien" 65 . "Es a la razón contrario que un mal venga de<br />

un bien; la injusticia, de lo justo". Estas son tus palabras. Y de esta manera tanta es la<br />

ayuda que prestas a los maniqueos para introducir la naturaleza del mal, que ellos<br />

consideran fuente y causa de nuestros males; y se felicitan por encontrar en ti un patrón<br />

valiente de su herejía, si con ellos no eres vencido. Con tu arrebatadora elocuencia -mejor,<br />

locura- defiendes de tal suerte a los niños, que los alejas del Salvador, y combates a los<br />

maniqueos de tal suerte, que te sublevas contra el Salvador.<br />

Audacia y necedad de Juliano<br />

42. Jul.- "Se ha definido la voluntad como un movimiento del alma sin ninguna coacción. ¿<br />

Por qué buscar causas superiores que la definición de voluntad excluye? Considerad qué es<br />

la voluntad, y dejaréis de inquirir de dónde viene la voluntad. Es la voluntad un<br />

movimiento libre del alma; si queréis ir con el negro de la uña más lejos, echaréis por<br />

tierra lo establecido. ¿Qué dice Manés? 'Que este movimiento tuvo un principio, dado que<br />

el hombre nació de la naturaleza de las tinieblas'. ¿Qué dices tú? Que el hombre fue<br />

creado de la nada; Manés dice: 'La voluntad mala surge en el hombre, porque el hombre


nació de las tinieblas'. Uno y otro destruís lo que completa la definición de voluntad, es<br />

decir, 'sin ninguna coacción'.<br />

Si la fuerza de la nada es tanta como la de lo que es algo, puede la nada forzar a la<br />

voluntad a existir, y entonces se excluye de la voluntad su misma esencia, es decir, la<br />

ausencia de toda necesidad. Esto, sin embargo, sería aminorar el mal, pues no hay pecado<br />

si no existe libertad en el alma. Y así sucede, con detrimento de la verdad, que perece<br />

toda la odiosidad del mal; se evaporó la naturaleza del mal al desaparecer el crimen de la<br />

voluntad; se evapora el crimen cuando la definición de voluntad se cercena. Tal es, con<br />

toda evidencia, la condición del pecado y de la voluntad, que, si se subordinan a causas<br />

precedentes, pierden su esencia de crimen. Y ¿dónde radica la naturaleza del mal si no<br />

existe el mal?"<br />

Ag.- Imposible expresar cuánto admiro tu audacia; hablas de la naturaleza del mal y no<br />

dices que el mal es natural, o no dices que el mal es natural cuando hablas de la<br />

naturaleza del mal. ¿Qué hay más vacío que tus definiciones y qué te puede hacer creer<br />

que no se ha de inquirir de dónde viene la voluntad, porque es un movimiento libre del<br />

alma? Si se dice, piensas, de dónde viene, ya no es verdad lo que añades: "sin coacción",<br />

porque cualquiera que sea la realidad de donde viene, ésta le forzaría a existir, y, para no<br />

verse coaccionada a existir, no ha de venir de cosa alguna.<br />

¡Extraña necedad! Luego el hombre no viene de ninguna materia, porque no fue<br />

coaccionado a existir; no podía ser objeto de coacción antes de existir. La voluntad viene<br />

de algo y no se vio obligada a existir; y si ha de buscarse su origen no es porque no venga<br />

de parte alguna, sino porque claramente se ve de dónde viene. La voluntad viene de aquel<br />

del que es voluntad; del ángel, la voluntad angélica; del hombre, la del hombre; de Dios,<br />

la de Dios. Dios creó en el hombre la voluntad buena, y lo hizo de manera que esta<br />

voluntad buena nazca de aquel de quien es voluntad, como hace que el hombre, nazca del<br />

hombre.<br />

Cada uno es autor de su mala voluntad, pues quiere el mal. Mas cuando se pregunta por<br />

qué puede tener el hombre una voluntad mala, pues no es necesario que la tenga, no se<br />

pregunta por el origen de la voluntad, sino por el origen de esta posibilidad; y entonces se<br />

encuentra que viene de que toda criatura racional, por buena que sea, no es de la<br />

naturaleza de Dios, en quien es la naturaleza inconvertible e inmutable. Por esta causa,<br />

cuando se pregunta el porqué, se encuentra que es porque no creó Dios las criaturas de sí<br />

mismo, es decir, de su naturaleza o sustancia, sino de la nada, es decir, no las hizo de<br />

materia alguna preexistente. Y no porque la nada tenga poder alguno; si lo tuviera, no<br />

sería nada, sino algo real; este ser formado de la nada es no ser naturaleza de Dios, única<br />

inmutable.<br />

Todo lo que es hecho de algo no participa de la naturaleza divina, porque todas las cosas<br />

que fueron creadas para servir de origen a otras, no fueron hechas de cosa alguna, sino de<br />

la nada absoluta. Pueden todas las criaturas sufrir variaciones a tenor de sus propias<br />

cualidades, pero sólo la criatura racional puede cambiar por mandato de su voluntad. Todo<br />

el que con diligencia e inteligencia examina esto, comprenderá que has hablado con<br />

exceso de la nada, sin decir nada referente a la cuestión que nos ocupa.<br />

El mal viene de la voluntad mala<br />

43. Jul.- "¿Qué es el mal, es decir, el pecado? Voluntad de hacer lo que la justicia prohíbe,<br />

con libertad para abstenerse. ¿Qué es la voluntad? Un movimiento del alma libre de toda<br />

coacción. Si nace de la voluntad el pecado y voluntad es un movimiento libre del alma, ni<br />

la nada ni la naturaleza de las tinieblas son causa de este movimiento, pues<br />

necesariamente no debe ser forzado por nada extraño para que sea un movimiento libre.<br />

Por consiguiente, no existe ningún pecado natural ni original, porque estas dos<br />

denominaciones indicarían que el pecado no era voluntario. Y la verdad nos dice que no<br />

puede existir pecado si no es voluntario. Llamar malo lo que es en nosotros innato, es<br />

portarse, por perversión del juicio, como calumniador. Esta es la respuesta a lo que tú<br />

creías incontestable. Y lo que pensabas era irrefutable resulta una futilidad".<br />

Ag.- En vano saltas de gozo y dices: "Esta es la respuesta". Todo el que lea con atención<br />

tus objeciones y no muy distraído mis respuestas verá luego que nada has podido<br />

responder. Cualquiera que sea tu destreza, fácil para adivinar y clarificar lo que no está


oscuro y embrollar lo que está transparente, no podrán los sabios negar que en cada uno<br />

de nosotros tiene su nacimiento la voluntad, pues la voluntad del hombre sólo en el<br />

hombre puede nacer; y los males de los hombres tienen su origen en la voluntad mala del<br />

hombre, cuya naturaleza, como sabemos, era buena antes de existir esta mala voluntad;<br />

luego los males vienen de los bienes. Esto es lo que Ambrosio predica, esto lo que<br />

confunde a Manés, esto lo que niega Juliano contra Ambrosio y en favor de Manés, al<br />

decir: "Si la naturaleza es obra de Dios, no puede la obra del diablo pasar por la obra de<br />

Dios". Puede, pues, Manés decir: "No son los hombres obra de Dios, porque enseña el<br />

Apóstol que por ellos han pasado el pecado y la muerte 66 , obra del diablo". Según Juliano,<br />

no está permitido al diablo pasar por la obra de Dios, y dice el Apóstol que la obra del<br />

diablo pasó por todos los hombres; luego no son los hombres obra de Dios.<br />

Esta es también la conclusión de Manés, y la saca de ti, Juliano. Mas el Apóstol, luchador<br />

de la verdad, enseña que los hombres son obra de Dios, y para confusión de Manés añade<br />

que la obra del diablo pasó por la obra de Dios, es decir, por los hombres; para<br />

confundiros a Manés y a ti.<br />

La nada no tiene naturaleza<br />

44. Jul.- "Recuerdo que no tienes en tus escritos costumbre de llamar criaturas a las<br />

tinieblas, sí permanencia de oscuridad por ausencia de luz; de suerte que las tinieblas no<br />

son otra cosa que la exclusión de toda claridad. Llamas criatura lo excluido, tinieblas a lo<br />

que permanece; esto se admite en la filosofía común. Pero no inquiero ahora si esto es<br />

verdad o mentira; mas insisto en que, para ti, las tinieblas no son otra cosa que la nada; y<br />

sostienes que el mal existe en el hombre, es decir, en la obra de Dios; y, según tu<br />

raciocinio, es porque el hombre fue de la nada creado; y así confirmas que la causa del<br />

mal es la nada, que llamas tinieblas. Y de las tinieblas haces descender la necesidad del<br />

mal. Luego ni en esto discrepas de tu maestro, pues uno y otro atribuís la voluntad mala a<br />

las tinieblas eternas".<br />

Ag.- Poco ha, de la nada, nada dijiste; yo te contesté con la claridad y concisión que pude;<br />

ahora en vano te vuelves a refugiar en las tinieblas. Pero no podrás permanecer oculto,<br />

porque la luz de la verdad te persigue, puesto que las criaturas, de la nada creadas, no<br />

son lo que es el que las hizo, de manera que esta nada no se ha de considerar como si<br />

fuese algo que tuviera fuerza creativa, porque, de tenerla, ya no sería nada. En<br />

consecuencia, la nada no es cuerpo, ni espíritu, ni sustancia, ni accidente, ni materia<br />

informe, ni espacio vacío, ni tinieblas; es la nada absoluta. Porque donde hay tinieblas<br />

existe algún cuerpo carente de luz, sea aire o cualquier otra cosa; sólo un cuerpo puede<br />

ser iluminado por la luz corporal y resplandecer, o ser privado de luz para que permanezca<br />

en tinieblas. Por eso, el creador de las tinieblas corporales no puede ser otro que el<br />

creador de los cuerpos; y por esta razón, en el cántico de los tres jóvenes alaban a Dios<br />

luz y tinieblas 67 .<br />

Hizo Dios de la nada todas las cosas; es decir, todo cuanto hizo para que fuesen. Y si nos<br />

remontamos al origen primordial de todas las cosas, las hizo del no-ser -¦ > @ Û 6 Ð < J T<br />

< -, como dicen los griegos. Por este motivo se opone con fuerza la fe católica a los<br />

arrianos, para impedir se crea que el Unigénito, Dios de Dios, luz de luz, venga de la nada.<br />

Cuando decimos que la voluntad mala no puede nacer del bien, porque el bien lo hizo el<br />

Dios bueno, es porque el hombre fue de la nada formado, no de Dios; mas no asignamos<br />

naturaleza alguna a la nada, sino que distinguimos la naturaleza del Hacedor de la<br />

naturaleza de todas las cosas que fueron hechas. Por eso pueden éstas cambiar, ora sea a<br />

voluntad, como en la criatura racional, ora en virtud de sus propias virtualidades, como en<br />

todos los demás seres; y esto porque han sido formados de la nada, no de Dios, aunque<br />

sea Dios su creador; es decir, porque no son aquella naturaleza increada, única inmutable.<br />

Si quieres evitar y vencer a los maniqueos, comprende, si puedes; cree, si no puedes, que<br />

el mal nació del bien, porque la maldad es carencia de bien.<br />

Lo necesario es posible, no al revés<br />

45. Jul.- "Detecta y desarbola a los dos la verdad; y en virtud de nuestro oficio<br />

consideramos un deber explicar qué es lo que proyecta oscuridad sobre esta cuestión ya<br />

resuelta. Todo cuanto existe trae su origen de algo necesario o posible. Llamo necesario<br />

no a lo que, de ordinario, llamamos útil, sino a lo que está predefinido en sus causas para<br />

existir; y llamo necesario no a lo que depende del dominio de la voluntad, sino lo que se


ve forzado a existir; y llamo posible a todo lo que no está sometido a necesidad alguna<br />

para existir, pero que en determinadas circunstancias puede existir o no existir.<br />

Retenga bien nuestro lector qué entendemos por necesario y qué por posible.<br />

Comenzamos por los grandes ejemplos y digo: Dios creó el mundo; en él esto era posible,<br />

no necesario; es decir, no fue coaccionado por nadie a crear; creó porque quiso; si no<br />

hubiera querido, no habría creado. Mas lo que era posible para el Creador, fue necesario<br />

para la criatura; esto es, para el mundo no fue posible ser o no ser, porque el<br />

Todopoderoso ordenó existiese, y se vio obligado a existir y a obedecer al Omnipotente,<br />

que le mandó existiese".<br />

Ag.- ¿Cómo pudo el mundo verse obligado a existir antes de existir? ¿Cómo alguien puede<br />

ser obligado, si no existe? ¿No era suficiente decir que el mundo fue creado por libre<br />

querer de Dios y no por el suyo? Pero continúa; veamos qué intentas probar con esta<br />

distinción entre necesario y posible; distinción que nos sería más fácil comprender si te<br />

hubieras contentado con enunciarla, sin querer explicarlo. ¿Quién no comprende que todo<br />

lo que es necesario es igualmente posible, pero no todo lo que es posible es necesario? Si<br />

te place llamar posible a cuanto puede ser hecho, sin que sea necesario, y necesario a lo<br />

que no sólo puede ser hecho, sino a cuanto es necesario hacer, habla como quieras.<br />

Cuando una cuestión está clara, no debemos discutir sobre palabras. Basta saber que todo<br />

lo necesario es posible, y no todo lo posible necesario.<br />

Naturaleza y necesidad<br />

46. Jul.- "Todo lo que viene de la posibilidad del Creador pasa a ser necesario en la<br />

criatura. Hizo diversas naturalezas el Creador, cada una con sus diferentes especies,<br />

conservando siempre el orden que se deriva del principio de las cosas, de modo que unas<br />

sean necesarias y otras posibles. Luego todo lo que se encuentra en la naturaleza de una<br />

cosa lo ha recibido de la necesidad".<br />

Ag.- Si todo lo que hay en una naturaleza creada lo ha recibido de la necesidad, no está en<br />

la naturaleza de los hombres usar libremente del matrimonio, sino el poder usar; y el uso<br />

de la mujer de que habla el Apóstol no es un uso natural, sí lo es su posibilidad. Si no<br />

quiere el hombre, no existe este uso, aunque sea posible, si el hombre quiere. En<br />

consecuencia, la posibilidad es natural; el uso, no, porque el hombre no quiere. No es,<br />

pues, necesario, el uso, no existe si no queremos, y entonces se equivocó el Apóstol al<br />

decir que el uso de la mujer es natural.<br />

¿Qué queda entonces de lo que anteriormente has dicho, es decir, que la naturaleza era el<br />

género, y el matrimonio la especie, si el matrimonio no es producto de la necesidad, sino<br />

de la voluntad? ¿O quizás, cuando esto decías, aún no se te había ocurrido la distinción<br />

entre estas dos cosas, necesario y posible? Que después de la cópula nazca un hombre, ¿<br />

no es acaso, natural, puesto que no es necesario? No es una necesidad siga la concepción<br />

y el nacimiento cuando el hombre y la mujer se unen. Es la posibilidad, no la necesidad, lo<br />

que defines al decir: "Lo que puede ser, pero no es necesario que sea". ¿Es el comer un<br />

acto natural de nuestra naturaleza? Evidente; si no queremos comer, no comemos; por<br />

consiguiente, es un posible, no una necesidad. Pero negar que todo esto es natural, es<br />

querer suprimir una gran parte de la naturaleza. Luego es falso tu aserto: "Todo, dijiste, lo<br />

que naturalmente tienen las criaturas les viene de la necesidad", porque todas las cosas<br />

que mencioné y otras cuya enumeración sería interminable les vienen de la naturaleza, no<br />

de la necesidad.<br />

Los preámbulos de Juliano<br />

47. Jul.- "No todo lo que la criatura experimenta a lo largo de su existencia viene de la<br />

necesidad; en gran parte viene también de lo posible. Puede esto verse en todos los<br />

cuerpos, pero como la discusión se haría muy larga, demos unos pocos ejemplos.<br />

Pertenece a la naturaleza de los cuerpos crecer por adición y decrecer por división. Son,<br />

pues, vulnerables y pueden morir. El ser vulnerables les viene de la necesidad; el ser<br />

heridos, de la posibilidad. Lo necesario prima sobre la naturaleza de lo posible; por<br />

ejemplo, el caballo, el buey y otros animales de esta especie son naturalmente vulnerables<br />

y por naturaleza están sujetos a sufrimiento; pero ser heridos no es siempre necesario. En<br />

efecto, si la vigilancia de sus guardianes les preserva de todo golpe, pueden no ser<br />

heridos; pero, si no se los vigila, pueden ser heridos.


Existe, pues, una gran diferencia entre lo posible y lo necesario; y, si no se tiene en cuenta<br />

esta distinción, se cae en innumerables errores. Para aclarar esto, una comparación. Han<br />

caído los enemigos de la medicina en un error garrafal al querer demostrar la inutilidad de<br />

esta ciencia. Razonan así: '¿Es útil la medicina a los que han de morir o a los que deben<br />

vivir? Si han de morir, de nada les aprovecha; si han de vivir, es inútil su acción. Los que<br />

han de morir, morirán a pesar de todos los esfuerzos; los que han de vivir, sin este<br />

beneficio pueden salvarse'.<br />

¡Qué conclusión tan delicada y amable! Pero los defensores de la medicina arguyen: El<br />

arte de la medicina, dicen, no es útil a los que han de morir ni a los que necesariamente<br />

deben morir, pero sí lo es a los que pueden encontrarse en una u otra alternativa. No<br />

ayuda la medicina al que, sin duda, va a morir; evidente, pues no puede hacerlo inmortal;<br />

ni al que, sin duda, debe ser salvo; pero aquellos que, si no son medicinados, corren gran<br />

peligro de vida, si se les cura, pueden sanar. No puede la medicina venir en socorro de los<br />

que se encuentran en necesidad de morir o vivir, pero puede ser útil a los que la vida o la<br />

muerte entra en el terreno de la posibilidad. Los primeros que tomaron la palabra para<br />

impugnar a los partidarios de la medicina sientan como conclusión de lo necesario una<br />

premisa que comienza por lo posible, y este género de discusiones se extiende al infinito.<br />

Un ejemplo; prohíbe la ley el homicidio y prohíbe la negligencia, que puede exponernos a<br />

un peligro cierto de muerte, como ser corneado por un toro 68 o caer desde lo alto de una<br />

terraza 69 . Mas se puede decir: '¿Es al hombre que ha de vivir o al que debe morir a<br />

quienes les son útiles estas medicinas? Al que ha de morir no le sirven de nada y al que ha<br />

de vivir le son superfluas. En ambos casos las consecuencias serán necesarias con o sin<br />

obstáculos'. En consecuencia, esto es una falsedad, porque todo contribuye a un mejor<br />

estado de los mortales, de manera que puedan evitar con la previsión lo que, sin una<br />

oportuna asistencia, debieran sufrir. Una realidad es lo que viene de lo necesario, y otra<br />

de lo posible.<br />

Veamos para qué nos son útiles estos preámbulos. Dotó Dios al hombre de libre albedrío y<br />

de una naturaleza buena, con capacidad para cultivar las virtudes por su propio esfuerzo,<br />

pues esto depende de su querer. La existencia del libre albedrío sólo puede ser constatada<br />

por la posibilidad de pecar. Luego viene en el hombre la libertad de lo necesario y la<br />

voluntad de lo posible. No puede no ser libre, pero puede ser inclinado a un querer o a<br />

otro; y efecto de lo necesario es la posibilidad. Pecar es, para el hombre, una posibilidad,<br />

no una necesidad, porque en lo necesario él no es actor, sino autor. Ahora bien, lo que al<br />

hombre es posible pertenece íntegramente a Dios, pero es el hombre actor responsable de<br />

esta posibilidad".<br />

Ag.- Y qué dices del diablo, del que está escrito: Desde el principio peca 70 . ¿Tiene<br />

posibilidad de pecar o necesidad? Si necesidad, tú verás cómo, a tenor de tus definiciones,<br />

se le culpa de crimen; si posibilidad, pudo no pecar, pudo tener buena voluntad, puede<br />

ahora hacer penitencia y obtener el perdón misericordioso de Dios, porque un corazón<br />

contrito y humillado no lo desprecia el Señor 71 . Y tal es el parecer de algunos que se<br />

apoyan en la autoridad de Orígenes. Pero creo sabes que esta doctrina no la admite la fe<br />

ortodoxa y católica. Por eso algunos prueban y pretenden demostrar que Orígenes es<br />

extraño a este error.<br />

Resta, pues, concluir que, antes del suplicio eterno, la necesidad de pecar fue, para el<br />

diablo, castigo de un gran pecado. Y no puede considerarse exento de una gran culpa,<br />

porque esta venganza es pena de un gran crimen, a saber, el que sólo pueda deleitarse en<br />

la maldad, y es la justicia castigo de un crimen horrendo. No habría llegado a esta<br />

necesidad penal de pecar si antes, sin necesidad alguna, no hubiera pecado por propio<br />

querer. La definición de pecado: "Hacer lo que prohíbe la justicia y de lo que libremente<br />

podemos abstenernos", únicamente se aplica al pecado, pero no a lo que es pecado y<br />

castigo de pecado.<br />

Posibilidades del hombre<br />

48. Jul.- "Por su propia voluntad, el hombre hace el bien y el mal. Pero el bien que hace lo<br />

debe también a Dios, que le sirve de ayuda, no de prejuicio".<br />

Ag.- Dices bien; el hombre, por su propia voluntad, obra bien o mal, y en él se equilibran,<br />

como en una balanza, ambas posibilidades; pero la ayuda de Dios viene en nuestro<br />

socorro para que obremos el bien. "¿Por qué entonces la naturaleza de los mortales es


más propensa al pecado, si no es exigencia del pecado original?" Ciertamente, no se me<br />

oculta en qué haces consistir el socorro divino que te ves obligado a confesar. Lo atribuyes<br />

a la ley, no al Espíritu, mientras, por el contrario, el apóstol Pablo nos enseña que la ayuda<br />

viene de la efusión del Espíritu Santo 72 . Si cito estas palabras del Apóstol, es para que<br />

aquellos que escuchen o lean tus doctrinas no olviden vuestra herejía y entiendan que del<br />

cielo nos viene esta ayuda.<br />

Posibilidad y acto natural<br />

49. Jul.- "Tal es el valor de esta mi distinción, que, si no nos damos cuenta, partimos de lo<br />

posible para concluir en lo necesario, y así todos los crímenes caerían sobre Dios. Manés,<br />

viendo esto, al no acertar a distinguir entre posible y necesario, imaginó eran las tinieblas<br />

causa del pecado y que cuanto tiene el hombre de natural le viene de la necesidad, pues<br />

no pueden ser sino como han sido hechos".<br />

Ag.- Ya demostré poco ha la vaciedad de este tu razonar. Es en grado superlativo estúpido<br />

afirmar que es natural al hombre la posibilidad de comer; pero no el comer naturalmente<br />

viandas convenientes a su naturaleza; o que los hombres tienen, sí, posibilidad de usar del<br />

matrimonio, pero no la de hacer uso de los órganos genitales, otorgados a uno y otro sexo<br />

para realizar el acto. ¿Quién puede decir esto, por poca atención que preste a lo que dice?<br />

Ambas cosas son naturales, la posibilidad y el acto; la posibilidad incluso aunque no<br />

queramos; el acto sólo cuando queremos.<br />

Comentario a Rm 7, 19<br />

50. Jul.- "El hacer el mal viene de la posibilidad".<br />

Ag.- Atiende al que dice: Hago el mal que no quiero 73 , y dime si no padece necesidad de<br />

hacer el mal aquel que hace el bien que quiere, sino que hace el mal que no quiere. Y, si<br />

no osas contradecir al Apóstol, he aquí un hombre que al hacer necesariamente el mal,<br />

rompe y pulveriza tus definiciones, porque por necesidad hace el mal el que lo hace y no<br />

quiere hacerlo. Pero lo que hace a su pesar se ciñe a la concupiscencia de la carne, sin<br />

consentimiento del alma en la operación de los miembros. Concupiscencia que te gusta<br />

elogiar, pero que es en sí un mal aunque no se siga ningún mal.<br />

Por el contrario, si aquel que grita: Hago el mal que no quiero 74 , se ve obligado a exhibir<br />

sus miembros como armas al pecado, no sólo se ve en la necesidad de codiciar, sino de<br />

cometer el mal. ¿Qué son tus definiciones, que con tanta palabrería distingues? Se<br />

disiparon como humo y perecieron. Recomiendas distinguir con sumo cuidado entre lo<br />

necesario y lo posible; llamas necesario a lo que debe hacerse; posible, a lo que se puede,<br />

pero no es necesario hacer. En consecuencia; atribuyes lo necesario a la necesidad, pero<br />

no sometes lo posible a necesidad alguna. En cuanto a los actos malos, según tú, no<br />

pertenecen a la necesidad, sino a la posibilidad; y, hablando del hombre, dices: "El mal<br />

que hace viene de la posibilidad de hacerlo", para que no se diga que el mal viene de la<br />

necesidad y no de la voluntad.<br />

Pero aquí se levanta una voz para contradecirte y grita: "¿Qué estás diciendo?" No hago el<br />

bien que quiero, sino que hago el mal que no quiero 75 . Y es notorio que el primer hombre<br />

hizo el mal voluntariamente, no por necesidad. Pero el que dice: Hago el mal que no<br />

quiero 76 , muestra con toda claridad que él hace el mal por necesidad y no por voluntad;<br />

y, al llorar sus miserias, se ríe de tus definiciones.<br />

Pecado y castigo del pecado<br />

51. Jul.- "Si no fuera la posibilidad necesaria, no existiría efecto de lo posible. Pero que<br />

pueda el hombre hacer el mal y el bien pertenece al dominio de lo necesario; mas el poder<br />

hacer sólo el mal pertenece no a la necesidad, sino a la posibilidad. Cuando la posibilidad<br />

de hacer el mal o el bien es igual, la necesidad es nula. Y esto es lo que hace que el<br />

pecado sea la voluntad de hacer lo que la justicia prohíbe, con plena libertad para<br />

abstenerse. Mas si la voluntad es sólo un movimiento libre del alma, lo mismo que la<br />

creación del mundo fue para Dios una posibilidad, y la existencia del cosmos una<br />

necesidad para este mundo, algo parecido encontramos en esta imagen de Dios. No es<br />

necesario tener voluntad de elección; es una mera posibilidad; mas cuando elige el mal<br />

peca necesariamente. El crimen inspira, por necesidad, horror, aunque en el que lo ha


cometido sea efecto de la posibilidad, de la necesidad. Luego la obra de la posibilidad es<br />

testimonio de un alma libre".<br />

Ag.- El que haya leído mis respuestas no se cuidará de tus palabras. Porque el que dice:<br />

No hago el bien que quiero, sino que hago el mal que no quiero 77 , claramente indica que<br />

se vio forzado por la necesidad a obrar el mal y demuestra que es falso lo que, entre otras<br />

cosas, dices, que el hacer el mal es para él algo posible, no necesario. Y entonces la<br />

definición de pecado como voluntad de hacer lo que la justicia prohíbe, y que somos libres<br />

para abstenernos sólo concierne, como dije antes, al pecado, no a lo que es también<br />

castigo del pecado. Tal es el castigo experimentado por aquel que hacía el mal que no<br />

quería, porque, de haber sido libre, no hubiera dicho: No hago el bien que quiero, sino que<br />

hago el mal que no quiero 78 .<br />

Y así como consideramos feliz al hombre que en este cuerpo de vida puede hacer<br />

libremente lo que quiere, así consideramos desgraciado al que en este cuerpo de muerte,<br />

perdida su libertad, exclama: No hago lo que quiero, sino lo que odio; y: No hago el bien<br />

que quiero, sino que hago el mal que no quiero; y: ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará<br />

de este cuerpo de muerte? 79<br />

Necesidad y voluntariedad<br />

52. Jul.- Este reproche no va dirigido a la necesidad, porque cuanto se refiera a la<br />

necesidad toca al Creador mismo".<br />

Ag.- ¿Acaso este mal del hombre que hace exclamar al Apóstol: Hago el mal que no<br />

quiero 80 , toca al creador del hombre? Con todo, el que obra mal, lo hace por necesidad,<br />

porque por necesidad actúa el que no obra voluntariamente.<br />

Necesidad y posibilidad<br />

53. Jul.- "Así como todo lo que viene de lo necesario no se puede atribuir a la posibilidad,<br />

tampoco se puede atribuir a lo necesario lo que viene de lo posible. Es decir, así como no<br />

se puede atribuir a mi voluntad la naturaleza de mi cuerpo o de mi alma, de manera que<br />

parezca que soy porque quise, dado que no pude querer antes de existir, así no se puede<br />

atribuir a la naturaleza el mal de la voluntad, mezclando con la necesidad las obras de la<br />

posibilidad".<br />

Ag.- Lo que puede ser hecho y no es necesario, se distingue con bastante claridad de lo<br />

necesario; tú a esto llamas posible, como si un acto que no sólo puede ser hecho, sino que<br />

incluso es necesario, sea imposible. Pero como te place imponer estos dos vocablos,<br />

tratemos de entenderlos y aceptarlos como podamos. Mas ¿qué sentido tiene decir: "El<br />

mal de la voluntad no puede atribuirse a la naturaleza?" Si el ángel o el hombre quieren<br />

algo, ¿no es la naturaleza la que quiere? ¿Quién va a decir esto? Si, pues, el ángel y el<br />

hombre son naturales, lo que quiere el ángel, lo quiere su naturaleza, y la naturaleza<br />

quiere lo que el hombre quiere. ¿Por qué mal de la voluntad no puede atribuirse a la<br />

naturaleza, si el querer no es posible si no es en una naturaleza? O es que no se debe<br />

imputar al hombre un pecado de su voluntad porque el hombre es naturaleza, y el mal de<br />

la voluntad, según tú, no se puede imputar a la naturaleza? ¿Tan huérfano estás de<br />

sentido que afirmes se debe imputar a la naturaleza lo que a la naturaleza no se puede<br />

imputar? Porque ¿quién dirá que no se puede imputar a la naturaleza lo que al hombre se<br />

imputa, a no ser esté tan falto de juicio que niegue sea el hombre naturaleza? ¿Ves cómo<br />

dices muchas cosas sin saber lo que dices?<br />

Cuando dices que no se puede atribuir la voluntad a necesario, no siempre es verdad.<br />

Queremos a veces lo que necesario; es necesario que sean felices los que perseveran en<br />

una vida buena; a veces es también necesario querer alguna cosa, como es necesario<br />

querer ser dichosos. Existe, pues, una necesidad feliz, como es necesario que Dios viva en<br />

una inmutable felicidad. Mas como existen cosas ajenas a la voluntad y a la necesidad,<br />

pueden existir sin la voluntad, y la voluntad sin la necesidad. Mas el que dice con verdad:<br />

"La voluntad mala no se puede atribuir a la naturaleza", que nos demuestre, si puede, una<br />

voluntad buena o mala en la que no exista una naturaleza, o una voluntad que pueda<br />

existir si no hay una naturaleza preexistente capaz de querer alguna cosa. Ve, pues, cuán<br />

lejos te encuentras de la verdad. Dices: "No se puede atribuir a la naturaleza una voluntad<br />

mala". Dice la verdad: "Mientras exista una voluntad, no puede ser separada de una


naturaleza".<br />

Vana sutileza de Juliano<br />

54. Jul.- "No pudo penetrar Manés en la sutileza de estas divisiones, y nos lanzó a un<br />

examen detenido de los traducianistas. Su argumentación es: -¿De dónde viene el mal? -<br />

Sin duda, de la voluntad. -¿De dónde viene una voluntad mala? Responde: -Del hombre. -<br />

Y ¿de dónde viene el hombre? -De Dios. -Y concluye: 'Si el mal viene del hombre y el<br />

hombre viene de Dios, luego el mal viene de Dios'. Y a continuación, como hombre<br />

religioso que teme al Señor, para no atribuirle la causa del mal, recurre al poder de las<br />

tinieblas.<br />

Dice Agustín: '¿De dónde viene el mal? -De la voluntad. ¿Y la voluntad? -Del hombre, obra<br />

de Dios'. Y concluye: 'Si el mal viene de la voluntad, la voluntad viene del hombre, y el<br />

hombre es obra de Dios; luego el mal viene de Dios'. Para evitar esta conclusión, ante el<br />

temor de que Dios aparezca como un criminal -con todo, el traducianismo lo afirma-, en el<br />

puesto de Dios coloca la violencia de la nada, es decir, las tinieblas, a las que debemos<br />

atribuir el mal. Dice: 'Si el mal nace en el hombre, no es porque sea el hombre obra de<br />

Dios, sino porque fue formado de la nada' 81 . Como si no le pudiera replicar la verdad: '¿<br />

Cómo tu Dios pudo ser tan imprudente y mentir, porque primero decís que dotó al hombre<br />

de voluntad, y condenarlo luego, cuando sabe que el mal o el pecado le viene al hombre<br />

de la necesidad de las tinieblas, es decir, de la nada?' Introducimos la nada para poner de<br />

relieve la virtud del traducianismo, que pone en la nada su esperanza. Pondera la debilidad<br />

del Dios de que nos habla el traducianismo. No pudo superar la nada ni pudo librarla de la<br />

condición del mal que viene de la nada al crear al hombre de la nada. Amargado por la<br />

dificultad de su obra, se desquita en el hombre de sus propios fallos y condena a una<br />

imagen suya por crímenes de la nada.<br />

Con más benignidad le trata el anciano Manés, pues dice que Dios no ha sido derrotado<br />

por el poder de las tinieblas. Pero el traducianista lo presenta tan impotente, que ha sido<br />

por la nada vencido".<br />

Ag.- Nadie puede ser vencido por la nada; pero tú, al no decir nada, quedas vencido por la<br />

nada. No puse yo mi esperanza en la nada, pero tú, con tu insustancial palabrería, te<br />

abocas a la nada. Si comprendes bien lo que con perversa intención dices, verás cómo, en<br />

cierto modo, Dios es superado por la nada, porque ninguna cosa supera a Dios; y la nada<br />

¿qué es sino nada? En este sentido, no puede Dios ser superior a la nada, porque el que es<br />

superior a todas las cosas puede ser superior a lo que no es. No sondeó, dices, Manés la<br />

sutileza de tus divisiones, y por eso dice: "Si el mal viene del hombre y el hombre viene de<br />

Dios, luego el mal viene de Dios"; y, aterrados por esta conclusión, o negamos que el mal<br />

venga del hombre o que el hombre venga de Dios; o digamos que ambas conclusiones son<br />

falsas, como Manés dice; y así puede introducir no sé qué sustancia tenebrosa que hizo al<br />

hombre malo por esencia, de la que procede todo mal.<br />

Tú, en cambio, muy sutil en distingos, ¿crees que es necesaria sabiduría para desmontar<br />

tus ardides? Dirías, afirmas, "que el mal en el hombre viene de lo posible, nunca de lo<br />

necesario", como si Manés no pudiera responderte: "Si de lo posible viene el mal, la<br />

posibilidad viene de la naturaleza, y la naturaleza, de Dios; luego el mal viene de Dios". Y<br />

si tú no temes ante esta conclusión ni yo temo ante la otra, pues los dos estamos de<br />

acuerdo en que el pecar viene al hombre de lo posible, no de lo necesario. Cuando, en<br />

efecto, decimos que el hombre pudo pecar, porque su naturaleza no fue formada de la<br />

naturaleza de Dios, aunque no pudo ser creada sino por Dios, no decimos con esto, como<br />

con calumnia nos acusas, que la necesidad del pecado le fue impuesta por la necesidad.<br />

Podía el hombre pecar o no pecar; pero, si no hubiera sido hecho de la nada, es decir, si<br />

su naturaleza viniera de la naturaleza divina, no podría en absoluto pecar.<br />

¿Quién hay tan loco que se atreva a decir que la naturaleza inconmutable que es Dios<br />

pudiera, de algún modo, pecar, cuando nos dice el Apóstol que Dios no puede negarse a sí<br />

mismo? 82 Uno y otro nos oponemos a Manés, porque dice que el hombre no fue creado<br />

por el Dios justo y bueno, de manera que fue para él una necesidad el pecar; si pecó, fue<br />

porque quiso, pues pudo querer no pecar. Cuando vemos en sus descendientes males tan<br />

graves y manifiestos, males que en este hombre no son voluntarios y con los que nace, al<br />

negar vosotros que provienen de un origen viciado por el pecado, introducís la naturaleza<br />

del mal, por cuya mezcla se corrompió la naturaleza, que viene de Dios, y así vuestra


herejía sitúa a Manés como en una ciudadela, de la que os arrojará a los dos la verdad.<br />

Necesidad y felicidad<br />

55. Jul.- "Esta ignominia alcanza a todos los que declaran guerra a la verdad. Resumamos<br />

cuanto llevamos dicho. Se pregunta: '¿De dónde nació en el hombre la primera voluntad<br />

mala?' Contestamos: de un movimiento libre del alma. 'Esta voluntad mala, se nos replica,<br />

¿apareció en la obra de Dios?' Es verdad, confesamos. Se nos ruega expliquemos: ¿cómo<br />

podemos adoptar esta doctrina, si negamos la existencia del pecado original?<br />

Respondemos: porque este pecado es posible en la obra de Dios, pero no necesario. Todas<br />

las cosas que vienen de la naturaleza son necesarias; las que vienen de la voluntad,<br />

posibles".<br />

Ag.- Hay también cosas que vienen de la voluntad y son necesarias; queremos ser felices,<br />

y lo queremos necesariamente. También existen cosas posibles y naturales; así es posible<br />

que una mujer conciba cuando se une a su marido haciendo uso de los órganos genitales,<br />

sin que sean ni uno ni otro estériles, pero no es necesario. Sin embargo, es natural. Por<br />

favor, calla; tus definiciones son sin sustancia; tus divisiones, infantiles, no sutiles.<br />

Naturaleza y libre albedrío<br />

56. Jul.- "En consecuencia, atribuimos el pecado a un movimiento libre del alma, y la<br />

naturaleza, al Dios creador. Es la naturaleza humana obra buena de Dios, y también lo es<br />

el libre albedrío, es decir, la posibilidad de pecar o actuar rectamente una obra buena de<br />

Dios. Una y otro son necesarios al hombre y ninguno de los dos es causa del mal. El efecto<br />

de esta necesidad se reduce, pues, a que la voluntad se manifiesta en el hombre, pero no<br />

viene del hombre. Son como recipientes de la voluntad no colmados, que no causan, sino<br />

que reciben diversidad de méritos".<br />

Ag.- Con toda verdad confiesas que la naturaleza y el libre albedrío son obras buenas de<br />

Dios; pero dices que la voluntad nace en ellos, pero no viene de ellos. ¿Se puede decir<br />

algo más insensato? ¿Es posible, Juliano, que la voluntad del hombre no venga del<br />

hombre, siendo el hombre una obra buena de Dios? Por último, ¿puedes pensar en tu<br />

corazón que la voluntad del hombre puede nacer en el hombre sin que venga de su libre<br />

albedrío? Y si no viene de la naturaleza, es decir, del hombre mismo; si no viene de su<br />

libre albedrío, dime, te lo ruego, ¿de dónde viene la voluntad del hombre?<br />

Dijiste dónde nace, de dónde viene. Naturaleza y libre albedrío son obras buenas de Dios.<br />

"Es, dices, en ella, no de ella, donde nace la voluntad". ¿De dónde, pues, viene? Habla,<br />

escuchemos y aprendamos.<br />

O bien demuestra que una cosa nace en alguna parte, sin que venga de parte ninguna. El<br />

mundo nació de la nada, pero fue Dios su creador; si no tuviera a Dios por autor, no<br />

habría salido de la nada. Si la voluntad nació en el hombre o el libre albedrío de la nada, ¿<br />

quién la hizo? O si no fue hecha, si no nació, ¿quién la engendró? De todas las cosas que<br />

han tenido principio, ¿sería la única que no ha sido hecha de la nada ni nacida de la nada?<br />

¿Por qué es causa de condenación para el hombre, si en él y a su pesar nació la voluntad<br />

del mal, del que sí era capaz, pero no causa eficiente? Y si para que su condenación fuera<br />

justa nació en él con su consentimiento, ¿por qué niegas que ha nacido en él con agrado y<br />

que no habría nacido si no hubiera querido?<br />

Surge, pues, del hombre, nace de la naturaleza, porque el hombre es naturaleza; pero<br />

pudo no querer lo que quiso; la voluntad nació de su libre albedrío, que, según tú mismo<br />

confiesas, pertenece a la naturaleza. ¿Por qué cierras los ojos y niegas la evidencia, esto<br />

es, que la voluntad del hombre nace de naturaleza del hombre, porque temes que Manés<br />

acuse al autor de esta naturaleza? Para refutar tan pestilente doctrina basta escuchar la<br />

verdad católica, que proclama que el hombre ha sido creado por un Dios todo bondad, sin<br />

conocer necesidad del pecado; y el hombre no hubiera pecado si no hubiera querido; tuvo<br />

siempre la posibilidad de no querer lo que quiso. ¿Quién puede haber tan negado de<br />

inteligencia para no ver que el hombre, en su condición primordial, había recibido de Dios,<br />

como un gran bien, la facultad de poder no pecar, aunque es mayor bien no poder pecar;<br />

y en el orden de la sabiduría estaba que fuera para el hombre, en el primer caso, fuente<br />

de méritos, y en el segundo, recompensa del mérito?


Libertad y posibilidad<br />

57. Jul.- "Una buena posibilidad del mal o del bien no coacciona la voluntad, pero le<br />

permite manifestarse. Nadie es bueno por el hecho de estar dotado de libre albedrío;<br />

existen muchos hombres libres que son unos perversos; ni nadie es malhechor por<br />

disfrutar del libre albedrío, pues hay muchos hombres que participan de esta libertad y son<br />

muy buenos. No es el hombre bueno o malo por ser libre, pero no puede ser malo ni<br />

bueno si no fuera libre. Esta posibilidad tiene nombre de libertad y fue constituida por un<br />

Dios sapientísimo, de manera que nada se podría hacer sin ella.<br />

Y esta libertad tiene opciones contrarias, sin que esté predeterminada a ningún extremo;<br />

es decir, nunca puede considerarse causa necesaria de una voluntad buena ni de una<br />

voluntad mala; puede ser receptora de las dos, sin ser coaccionada a optar por ninguna.<br />

Por lo que concierne a los necesarios, existe un solo camino, un hilo semejante, en cierto<br />

modo, a longitud geométrica, sin anchura, que hace la unidad indivisible. Cuando la unidad<br />

se extiende, conserva la fuerza natural; pero, al primer impedimento que encuentre y la<br />

divida, termina al momento lo necesario. En resumen, el Dios bueno hizo al hombre<br />

bueno".<br />

Ag.- ¿Por qué has dicho que el hombre es bueno o malo según su propio querer, y cuanto<br />

tiene de Dios, lo tiene de lo necesario, no de lo posible? Quieres dar a entender que le<br />

viene de su naturaleza, no de su voluntad, de suerte que el hombre es bueno por sí<br />

mismo, no por Dios; y, por cierto, mejor por sí mismo que por Dios. Estas son tus<br />

palabras: "Nadie es bueno por estar dotado de libre albedrío"; y poco después añades:<br />

"Nadie es malo porque tenga libre albedrío". ¿No equivale esto a decir que Dios no hizo al<br />

hombre malo ni bueno, sino que es el hombre el que se hace a sí mismo bueno o malo<br />

según el buen o mal uso que haga de su libre albedrío? ¿Por qué ahora dices: "El buen<br />

Dios hizo al hombre bueno", si no es el hombre malo ni bueno en virtud del libre albedrío<br />

que Dios plantó en él, sino por el uso que haga de su libre albedrío? Y ¿cómo será verdad<br />

lo de que Dios hizo al hombre bueno? 83 ¿Acaso era bueno no teniendo voluntad buena,<br />

sino tan sólo la posibilidad de tenerla? Luego era malo sin tener voluntad mala, sino tan<br />

sólo su posibilidad y por sí mismo tiene voluntad buena y en falso dice la Escritura: La<br />

voluntad es preparada por el Señor 84 ; y: Dios obra en vosotros el querer 85 . Cierto, no<br />

dices que es el hombre el que tiene en sí voluntad buena o mala, sino que nace en él, no<br />

de él. De donde se sigue, según tu admirable sabiduría, que Dios no hizo al hombre recto,<br />

sino que puede, si quiere, ser recto; y no es recto, sino que, por no sé qué casualidad, se<br />

hace recto, porque la voluntad que puede darle la rectitud de que habla la Escritura no<br />

viene de él, sin saber de dónde viene o cómo. Esta sabiduría no "es de arriba", sino<br />

terrena, animal, demoníaca 86 .<br />

Capacidad para el bien y el mal<br />

58. Jul.- "El comenzar, y comenzar bien, le viene al ser de la unión con lo necesario.<br />

Cuando recibe el libre albedrío, se encuentra aún en el plano de lo necesario; pero esta<br />

necesidad toca a su fin, porque dos voluntades contrarias se dividen. Y, al surgir la<br />

división, la naturaleza no pertenece ya a la unidad de lo necesario, y es entonces cuando<br />

nos vemos forzados a tener esta posibilidad, pero no somos forzados a usar de esta<br />

posibilidad para el mal ni para el bien. De esto se sigue que la posibilidad de pecar, capaz<br />

del bien y del mal, es voluntaria, porque no existiría capacidad para el bien si no fuera<br />

también capaz de hacer el mal".<br />

Ag.- Di mejor, si quieres hablar con verdad, que la naturaleza del hombre fue, desde el<br />

principio, creada con capacidad para el bien y el mal, no que fuera capaz sólo del bien, si<br />

no es porque debía progresivamente elevarse de manera ordenada, y abstenerse del<br />

pecado, cuando podía pecar, hasta llegar un día a la felicidad, donde ya no puede pecar.<br />

Porque, como he dicho ya, los dos son grandes bienes, uno menor y otro mayor. Consiste<br />

el menor en poder no pecar; el mayor, en no poder pecar; era, pues, necesario llegar, a<br />

través de un bien menor, al premio de un bien superior.<br />

Si, como dices, "la naturaleza humana no podía ser capaz de su propio bien si no fuera<br />

capaz del mal", ¿por qué, después de una existencia vivida piadosamente, no sería capaz<br />

de hacer sólo el bien y no el mal, siendo solamente inaccesible a toda voluntad o<br />

necesidad de pecar, sino incluso a la posibilidad de pecar? ¿Temeremos pecar cuando<br />

seamos iguales a los ángeles? Hemos de creer, sin ningún género de dudas, que a éstos


les fue otorgado el no poder pecar en recompensa a los méritos por haber permanecido<br />

firmes y fieles cuando otros cayeron y ellos mismos podían pecar. Pues de otra suerte se<br />

podía aún temer contemplar el mundo rebosante de multitud de nuevos diablos y de<br />

nuevos ángeles malos.<br />

La misma vida de los santos, abandonados ya sus cuerpos, no estaría al abrigo de toda<br />

sospecha, porque habrían podido pecar, o aún pueden pecar, si en la naturaleza racional<br />

permanece cierta posibilidad de pecar, y no puede ser capaz del bien si no es también<br />

capaz del mal. Mas como es esto una absurdidad fabulosa, se ha de rechazar dicha opinión<br />

y creer que esta naturaleza fue creada desde el principio capaz del bien y del mal, y así,<br />

por su posición entre uno y otro, merezca ser capaz de hacer sólo el bien o el mal, de<br />

manera que, sí es condenada a pena eterna, se vea forzada a sufrir el mal, sin posibilidad<br />

ya de hacerlo.<br />

Pecado necesario, castigo del pecado y sacramento de la regeneración<br />

59. Jul.- "La diferencia que existe entre la plenitud y el vacío, existe entre lo necesario y lo<br />

posible. La posibilidad, o, como se dice, la capacidad de hacer una cosa, es el vacío;<br />

porque, si no existiese el vacío, carecería de capacidad. ¿Cómo recibir lo que ya se tiene?<br />

La necesidad significa plenitud, no el vacío. Una cosa no puede recibir como si estuviese<br />

vacía si ya, por necesidad, está llena. Entre lo posible y lo necesario hay tanta diferencia<br />

como entre lo remecido y el vacío. La diferencia entre estas dos cosas, de las que es el<br />

hombre capaz, la avalan los prejuicios que podían acarrear. Tiene la naturaleza, en cuanto<br />

redunda en gloria de su Creador, un bien necesario. Es lo que constituye la inocencia<br />

natural sin mezcla de mal alguno, receptora del bien y del mal según obre bien o de una<br />

manera criminal. Lo que el hombre tiene propio, puede el hombre corromperlo pecando,<br />

pero no puede ajar lo que de Dios recibió.<br />

Incluso en el hombre perverso permanece su condición natural buena; poder hacer el mal<br />

o el bien, jamás puede ser un mal. Pero esta condición natural buena no le serviría de<br />

nada al que, sin condenar lo que en él hay de necesario, no le reportara ventaja alguna.<br />

Así como en un hombre cuya libertad alcanzó ya su madurez, atribuimos a su voluntad el<br />

mal del pecado, y a Dios la naturaleza, autor de esta naturaleza, lo mismo un niño, que<br />

aún no ha llegado al uso de razón, y en el que únicamente se manifiesta lo que en él<br />

plantó la naturaleza, decimos que está lleno de crímenes y que el mal, en otros posible, es<br />

en él necesario. Esto sería, sin duda, acusar de crimen al autor de la naturaleza".<br />

Ag.- Rompemos abiertamente tus reglas con hombres de edad madura para que no las<br />

puedas aplicar a los niños. Cierto, no era niño el que clama: No hago el bien que quiero,<br />

sino que hago el mal que no quiero 87 . Y, para servirme de tus palabras, no existía en él<br />

vacío de posibilidad, sí plenitud de necesidad. No era para él el mal un vacío receptivo,<br />

sino plenitud actuante. No dice: "Puedo hacer el bien o el mal", posibilidad que no es un<br />

mal ni para la naturaleza ni para la voluntad del hombre; dice: No hago el bien que<br />

quiero; y añade: pero hago el mal que no quiero 88 . No hacer el bien y hacer el mal no es,<br />

como dices tú, una posibilidad, sino, como él lo padece y experimenta, una necesidad que<br />

le hace gemir; débil para alejar sus miserias, poderoso martillo para romper tus reglas.<br />

Quiere, y no hace el bien; no quiere, y obra el mal. ¿De dónde viene esta necesidad?<br />

Lo saben los doctores católicos, que entienden que el apóstol Pablo habla de sí mismo, e<br />

indica que esta necesidad le viene de la ley de sus miembros, contraria a la ley del<br />

espíritu, sin la que ningún hombre viene al mundo. Los mismos santos pueden decir: No<br />

hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero 89 , pues comprenden lo provechoso que<br />

es no desear en su carne lo que es contrario al espíritu; porque, como el Apóstol, se<br />

quiere lo que se hace, y lo peligroso que es mantener en su carne tales deseos, aun<br />

cuando el espíritu no los consienta; cuando se hace lo que no se quiere, no se incurre en<br />

condenación, porque borrada la mancha de pecado por el sacramento de la regeneración,<br />

nuestro espíritu resiste para no entregarse a las apetencias de la carne; pero no sin algún<br />

detrimento para nosotros, porque no se trata de una naturaleza extraña mezclada con la<br />

nuestra, sino de nuestra propia naturaleza, que es espíritu y es carne.<br />

Tal es el sentir piadoso y verdadero contra vuestra "protegida", que no queréis admitir.<br />

Creéis que, contra vuestra testarudez en defenderla, no se puede invocar testimonio<br />

alguno de las Escrituras, ni el de las buenas costumbres de los hombres, ni el gemido de<br />

los santos; con tal evidencia de verdad, que sólo os resta -no para poder, sino para querer


defenderla- vuestro descaro, no vuestra elocuencia. ¿Qué otra cosa hacéis si no es<br />

enturbiar, con la espuma de vuestra charlatanería, las cosas más transparentes y<br />

sencillas?<br />

Clama el Apóstol: No hago el bien que quiero, sino que hago el mal que no quiero. Y poco<br />

antes dice: No soy yo el que hace esto, sino el pecado que habita en mí, es decir, en mi<br />

carne 90 . ¿Qué significa: Hago lo que no quiero?; y ¿que quiere decir: No soy yo el que<br />

hace esto? ¿Qué otra cosa sino lo que a continuación explica? Cuando dice: Hago lo que no<br />

quiero, demuestra que lo hace; y al decir: No lo hago yo, indica que es obra de su carne,<br />

que codicia contra el espíritu, que resiste. La concupiscencia es un movimiento de la<br />

carne, aunque el espíritu no dé su consentimiento. Para indicar el sentido de las palabras<br />

en mí, añade: es decir, en mi carne. Y aunque esta expresión no fuera del Apóstol, como<br />

opináis vosotros, sino de un hombre cualquiera, aplastado por el peso de sus malas<br />

costumbres, de las que su voluntad no puede triunfar, ¿no son palabras tan fuertes como<br />

para romper y triturar todos vuestros argumentos sobre lo posible y necesario? Porque,<br />

aunque no queréis admitirlo, existe no sólo lo voluntario y posible, del que somos libres<br />

para abstenernos, sino también un pecado necesario, del que no somos libres de<br />

abstenernos, porque es pecado y castigo de pecado. Sin embargo, no queréis ver que toda<br />

acción producida en virtud de la costumbre -algunos sabios la llaman segunda naturaleza-<br />

es castigo de un gran pecado, el mayor de todos los pecados cometido por el primer<br />

hombre, y que por la concupiscencia existe en todos los que nacen de él en la propagación<br />

del linaje humano; concupiscencia que el pudor en los pecadores les fuerza a tapar la<br />

región lumbar.<br />

Todos los males vienen de las cosas mudables<br />

60. Jul.- "¿Para qué ocuparnos de los niños, si, según los maniqueos, el hombre peca<br />

voluntariamente antes de tener uso de razón? Porque, si con el hombre nace el mal, por<br />

ser hecho de la nada, y el hombre vino necesariamente de la nada, no hay duda que el<br />

mal viene de lo necesario, no de lo posible. Esta opinión, aunque en una larga discusión<br />

fue ya refutada, con todo, insistamos más y más en esta misma materia, para que, a<br />

fuerza de repetir, sea más intensa la luz.<br />

Preguntas: 'De dónde vino en el primer hombre la voluntad mala?' Respondo: de un<br />

movimiento libre del alma. Preguntas de nuevo: '¿De dónde viene este movimiento?' ¿Qué<br />

pretendes? ¿Saber de dónde viene o de dónde es coaccionado a venir? Si, como has<br />

escrito, es de dónde se ve coaccionado a venir, probaré que tus asertos son<br />

contradictorios y fluctuantes. Preguntas, en efecto, quién ejerció coacción sobre una cosa<br />

que no puede existir si no se excluye toda coacción. Luego tus argumentos no tienen<br />

fuerza ni lógica y se disipan por su misma contradicción.<br />

Es una insensatez preguntar de dónde viene la voluntad mala; porque, si preguntas 'de<br />

dónde', no buscas el entorno de su existencia, sino el origen, es decir, su naturaleza; y<br />

esto, como arriba probé, si se entiende de la cuestión de su naturaleza, pierde parte de su<br />

definición al decir 'sin coacción alguna'. Si, por el contrario, conservamos intacta la<br />

definición; huelga ocuparnos de su origen. No pecó, pues, el hombre por ser formado de la<br />

nada, ni por ser obra de Dios, ni porque sea creación de las tinieblas, ni porque está<br />

dotado de libre albedrío. Pecó porque quiso, es decir, tuvo mala voluntad porque quiso".<br />

Ag.- Nosotros, o mejor, la misma Verdad, dice: "Los hombres en edad adulta, unos hacen<br />

el mal voluntariamente; otros, por necesidad; y unos mismos hombres hacen el mal, ora<br />

porque quieren, ora por necesidad". Si esto te parece un error, escucha al que grita: No<br />

hago el bien que quiero, sino que hago el mal que no quiero 91 . Esto te lo voy a meter por<br />

los ojos tantas veces cuantas, según acostumbras, finges no verlo o quizás no lo veas. ¿<br />

Por qué arroparte en los pliegues de tus ambigüedades? No se dice que la necesidad de<br />

pecar existe en el hombre porque fue de la nada creado; eres tú el que te lo dices a ti<br />

mismo. El hombre, en efecto, fue formado, de manera que la posibilidad de pecar le viene<br />

de lo necesario; el pecar, de lo posible. Con todo, no tendría el hombre posibilidad de<br />

pecar si fuese de la misma naturaleza de Dios, porque entonces sería inmutable y no<br />

podría pecar.<br />

No pecó, pero pudo pecar, pues fue creado de la nada. Entre el pecar y el poder pecar<br />

existe una diferencia abisal; el pecar pertenece a la culpa; el poder pecar, a la naturaleza.<br />

No todo lo que viene de la nada puede pecar; por ejemplo, los árboles y las piedras no


pueden pecar; con todo, su naturaleza, que no puede pecar, fue creada de la nada. No es<br />

gran cosa poder no pecar, pero sí es un gran bien no poder pecar cuando uno es feliz.<br />

Tampoco es un bien sumo poder no ser mísero, pues todo ser que no puede gozar de la<br />

felicidad no puede ser desgraciado; pero es un bien supremo que una naturaleza sea feliz<br />

y jamás pueda ser desgraciada. Pero aunque este bien sea mayor, no es pequeño bien el<br />

que la naturaleza del hombre haya sido creada con la feliz posibilidad de no ser<br />

desgraciada, si no quiere.<br />

Decimos que todas las cosas fueron creadas de la nada, es decir, para entendernos, de lo<br />

que no existía. Cuanto es creado de lo que no existía ha de ser referido a su primer origen.<br />

La carne viene de la tierra; la tierra, de la nada. Y en este sentido decimos que todos los<br />

hombres son hijos de Adán, aunque cada hijo tiene su padre. Todas las cosas que han sido<br />

hechas son mudables, porque han sido formadas de la nada, esto es, del no-ser; y existen<br />

porque Dios las creó; y son buenas por ser hechas por el que es Bondad; y no serían<br />

mudables todos estos bienes que existen si no existiese el Bien inmutable que las creó.<br />

En consecuencia, todos los males, que son pura privación de un bien, surgen de las cosas<br />

buenas, pero mudables. Del ángel y del hombre, de quienes han nacido los males, males<br />

que pudieran no existir si no hubiesen querido pecar, pues podían no querer, se puede<br />

decir con verdad que sus naturalezas son buenas, pero no inmutables. Pero Dios es tan<br />

bueno que sabe hacer buen uso de los males; y tan poderoso, que no permitiría, en su<br />

infinita bondad, existiesen males si no pudiera servirse de ellos para bien; antes se<br />

revelaría impotente y menos bueno si no pudiera hacer buen uso del mal. Luego no<br />

puedes negar que el que dijo: Hago el mal que no quiero 92 , trae este mal de lo necesario,<br />

no de lo posible. No es, pues, verdad lo que dices: "Toda acción mala viene de lo posible,<br />

no de lo necesario". Porque hay algunas cosas que vienen de lo necesario. ¡Mira cómo se<br />

derrumba tu castillo tan bien construido!<br />

Cuanto a saber de dónde viene la voluntad mala en el primer hombre, crees haber<br />

contestado con gran cautela cuando dices "de un movimiento del alma sin ninguna<br />

coacción"; más fácil y breve te fuera responder: "Del hombre mismo". Y lo que añades:<br />

"sin ninguna coacción", lo podías añadir sin contradicción alguna. ¿Quién te podrá<br />

reprochar de contradecirte si dijeses la misma verdad de la manera siguiente: "La<br />

voluntad mala en el primer hombre existió sin ninguna coacción?" Mas, ante el temor de<br />

acusar la naturaleza, como si de ello se siguiera algún desdoro para su autor, dices por fin<br />

lo que ha tiempo querías decir sin alejarte de la naturaleza. Porque el alma es una<br />

naturaleza, y en la constitución del hombre es superior al cuerpo, y, como dices, es "un<br />

movimiento del alma sin ninguna coacción". ¿Ves cómo lo que no es antes de existir no<br />

puede venir de parte alguna? ¿Qué necesidad hay de investigar de dónde viene este<br />

movimiento del alma, cuando es evidente que cualquier movimiento del alma sólo del<br />

alma misma puede venir? Y si lo niegas con todo descaro insensatamente, te preguntaría<br />

aún de dónde surgió en el primer hombre la voluntad mala, y no te está permitido decir:<br />

"De un movimiento del alma sin ninguna coacción", porque ese movimiento del alma sin<br />

ninguna coacción es la voluntad. Por lo tanto, decir que la voluntad viene de un<br />

movimiento del alma, es decir que el movimiento del alma viene de un movimiento del<br />

alma, o que la voluntad viene de la voluntad, no del alma, y así no se puede culpar a la<br />

naturaleza que es buena, es decir, el alma. ¿Quién, con justicia, puede condenar el alma,<br />

si con justicia no se la puede culpar?<br />

Pero dices: "El hombre pecó porque quiso; tuvo mala voluntad porque quiso". Esto es muy<br />

verdad. Pero si la luz meridiana no es tiniebla, la voluntad mala existe en el hombre<br />

porque quiso. No decimos, como tú con calumnias pretendes, que hayamos escrito: "Este<br />

movimiento fue una coacción"; no explicamos de dónde surgió sin coacción, porque existe<br />

sin ninguna coacción. Y no pudo venir si no es de alguna parte, pues antes de nacer no<br />

existía. Si el hombre quiso, viene del hombre. ¿Mas qué era el hombre, antes de que este<br />

movimiento naciera en él, sino una naturaleza buena, obra de un Dios bueno? Lo es<br />

también el hombre malo, porque, en cuanto hombre, es obra de Dios.<br />

Seas por tu vanidad confundido, ¡oh Juliano!, porque con verdad dijo Ambrosio 93 que el<br />

mal viene del bien. Y porque lo hizo sin ninguna coacción, no puede Dios ser culpado,<br />

antes es digno de alabanza, porque hace un uso justo y bueno del mal que existe por su<br />

permisión.


La voluntad buena fue viciada<br />

61. Jul.- "La voluntad, que no es otra cosa sino un movimiento libre del alma, debe a su<br />

naturaleza la posibilidad, y la acción, a sí misma. Si se me dice que es mala la naturaleza<br />

porque pudo tener una voluntad mala, respondo: buena es la naturaleza, pues pudo tener<br />

buena voluntad, y se dice a un tiempo que es óptima y pésima. Pero no permite la razón<br />

que una misma cosa tenga, a la vez, cualidades y méritos contrarios. Si se la considera<br />

mala porque pudo hacer mal, se la debe también considerar buena porque pudo obrar<br />

bien. 'Mas ¿cómo esta naturaleza que obraba bien pudo hace el mal?' Respondo; porque<br />

este bien que se llama virtud no le es propio si al mismo tiempo no es voluntario. Y no<br />

podía ser voluntario si existiera la necesidad del bien, así como habría tenido que sufrir la<br />

necesidad del bien si no hubiera tenido posibilidad del mal. Para conservar el derecho al<br />

bien se admite la posibilidad del mal".<br />

Ag.- Veo no quieres atribuir a la naturaleza voluntad buena desde el mismo instante en el<br />

que fue el primer hombre creado. ¡Como si no pudiese Dios crear al hombre dotado de<br />

buena voluntad, sin forzarle a permanecer en ella, sino dejando a su libre albedrío querer<br />

o no querer, sin que coacción alguna le forzase a trocar la voluntad buena en voluntad<br />

mala, como así sucedió! No tenía aún el hombre voluntad de pecar o de no pecar en el<br />

principio de su existencia cuando Dios lo hizo recto y en edad ya de usar de su razón. ¿<br />

Quién se atreverá a decir que Dios lo creó tal como nacen los niños? Aquella perfección de<br />

la naturaleza que da la mano de Dios, no los años, no podía existir sin voluntad exenta de<br />

todo mal; de otra suerte, no hubiera dicho la Escritura que Dios hizo al hombre recto 94 .<br />

Fue, pues, el hombre creado con voluntad buena, pronta a obedecer a Dios y a recibir<br />

dócilmente su ley; pudiendo, si quería, observarla sin dificultad alguna, o, igualmente,<br />

quebrantarla sin ninguna necesidad. De estas dos opciones, la primera le era beneficiosa;<br />

la segunda, digna de castigo. De donde se deduce, si se piensa piadosa y sobriamente,<br />

que la primera voluntad es obra de Dios; con ella hizo al hombre recto, porque nadie<br />

puede ser recto sin la rectitud de la voluntad.<br />

Por este motivo, la voluntad, una vez perdida, no puede ser recuperada si no es por el<br />

Dios que la creó; y nadie piense que la necesidad del pecado puede ser sanada si no es<br />

por misericordia de este mismo Dios, que, por un justo e inapelable juicio, la impuso a<br />

toda la posteridad de aquel que sin ninguna necesidad pecó. Sobre esta necesidad, castigo<br />

del pecado que habitaba en su carne, llora el Apóstol cuando se ve forzado a hacer el mal<br />

que no quería, y para enseñarnos dónde hemos de buscar remedio y refugio clama: ¡<br />

Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? La gracia de Dios por<br />

Jesucristo nuestro Señor 95 . Ves por cierto que no le sirve aquella posibilidad que<br />

consideras un gran bien, porque no existe el mal si es necesario; gimiendo bajo la<br />

necesidad del mal, exclama el Apóstol: Soy muy desgraciado.<br />

Mas el socorro le vendrá de aquel cuya gracia triunfa de todo lo que llamas necesario,<br />

pues no puede ser de otra manera; pero lo que a los hombres es imposible es fácil a Dios.<br />

Para Dios no fue necesario que entrara un camello por el hondón de una aguja, antes fue<br />

posible la entrada; así como él, con su carne y sus huesos, entró estando cerradas las<br />

puertas.<br />

Vanos son tus esfuerzos por defender una naturaleza viciada. Si quieres hacer algo útil por<br />

ella, hazlo para sanarla, no para excusarla. Deja haga ella misma méritos para ser con<br />

justicia condenada. Si niegas el origen de la voluntad mala en el hombre, aunque otra<br />

cosa digas, afirmas que su condena es injusta. ¿Qué otra cosa dices, si es que no hizo<br />

méritos para su condenación? ¿Hay algo más injusto que condenarla por lo que no hizo,<br />

tratando de excusarla y echando la culpa a lo posible y condenarla para hacerla más<br />

inexcusable? Dices: "Existe en la naturaleza la voluntad mala, pero como posible, no como<br />

necesaria". Si esta posibilidad cae fuera de la naturaleza, no se debe condenar la<br />

naturaleza, sino aquello de donde viene la mala voluntad; pero, si esta posibilidad<br />

pertenece a la naturaleza, es la naturaleza autora de la voluntad mala y no puede ser<br />

excusada, como lo demuestra la definición que tú mismo has dado de la posibilidad. Nadie<br />

te dice que "la naturaleza es mala porque pudo tener mala voluntad". No somos nosotros -<br />

contra quienes te rebelas- los que decimos esto.<br />

¿Por qué te detienes en superfluidades? Dices: "El bien, llamado virtud, no sería voluntario<br />

si estuviera sometido a la necesidad del bien y no tuviera la posibilidad del mal". Te


olvidas aquí por completo de Dios, cuyo poder es tanto más necesario cuanto más quiere<br />

que sea así, hasta no poder no quererlo. Tú mismo has dicho en el primer libro de esta<br />

obra: "No puede ser Dios, si no es justo"; si esto ha de llamarse necesidad, llámese,<br />

siempre que conste que nada hay más feliz que esta necesidad; pues es una necesidad<br />

para Dios no vivir mal, como le es necesario vivir siempre feliz. Y esta necesidad no teme<br />

tus palabras; no quisiste decir que goza de la necesidad de hacer el bien; has preferido<br />

decir: "Habría estado sometido a obrar bien, de no tener la posibilidad de hacer el mal".<br />

Como si Dios diera la sensación que perdonar al hombre fuera algo penoso y tuviera<br />

necesidad de hacer el bien al no tener posibilidad de hacer el mal, siendo un bien tan<br />

subido, que es recompensa reservada a los santos, a los que olvidas; como haces con<br />

Dios. Y no viviremos entonces sin virtud, cuando nos sea otorgado el no poder alejarnos<br />

de Dios y ni podamos quererlo. Tal es el bien que nos espera cuando, según la promesa,<br />

estemos con el Señor ni podamos separarnos de él. Tal será en nosotros la virtud cuando<br />

no tengamos -como ahora tenemos- la facultad de poder hacer el mal. Pero por méritos de<br />

una virtud menor, llegaremos a una virtud más elevada, en recompensa de la cual ya no<br />

tendremos mala voluntad ni la podremos tener. ¡Oh necesidad deseable! La Verdad nos la<br />

otorgará para que sea cierta la seguridad, sin la cual es imposible que exista plenitud de<br />

felicidad, a la que nada se le pueda añadir.<br />

El pecado viene de la posibilidad de la voluntad<br />

62. Jul.- "Se puede retorcer el argumento y decir: 'Se adapta al mal la naturaleza; y este<br />

mal, si es necesario, no puede ser voluntario; se dio la posibilidad del bien para que el mal<br />

conservara su propiedad'. Sutil razonamiento, pero sin sustancia, porque para valorar una<br />

cosa es preciso hacerlo por su lado mejor, y en estas circunstancias se ha de tener en<br />

cuenta la dignidad del autor de todas las cosas, es decir, de Dios, que dota al hombre de<br />

libre albedrío no como castigo, sino para darle la posibilidad de hacer el bien o el mal,<br />

para tener así ocasión de recompensarlo.<br />

Pero sobre esto no quiero discutir. Prefiero exponerme a la calumnia antes que restar una<br />

tilde a la autoridad del Creador. Con todo, necesariamente se sigue que esta posibilidad de<br />

hacer el bien y el mal es muy diferente de la eficacia de la voluntad en uno u otro caso. En<br />

consecuencia, no puede probarse que la causa de la virtud o del vicio venga de la<br />

necesidad. Hagamos a los honestos injuria y digamos que en lo que a los malos se oponen<br />

no cuentan con el mérito de una voluntad buena ni mala. Tiene la naturaleza el testimonio<br />

de su libertad, pues no es responsable del bien o del mal si no es en lo voluntario. Luego<br />

atribuyes a la naturaleza la posibilidad, y a esta misma naturaleza, la voluntad del bien y<br />

del mal. Y así, insoslayablemente, se concluye que la voluntad nace, es verdad, en la obra<br />

de Dios como posible, no como necesaria. Y esto no ha de imputarse al dador de la<br />

posibilidad, sí al que dirige esta posibilidad".<br />

Ag.- Atribuyes a la naturaleza una voluntad ni buena ni mala; pero sólo la posibilidad de<br />

una voluntad buena o mala, porque el ángel y el hombre son naturaleza. Si no se puede,<br />

como dices, atribuir a la naturaleza una voluntad mala o buena, a nadie se debe honrar<br />

por su buena voluntad ni condenar por su mala voluntad. ¿No sería una iniquidad condenar<br />

a un hombre por un mal que no le es imputable? ¿No son el ángel y el hombre naturaleza?<br />

¿Quién puede decir esto si no es el que no sabe lo que dice? A la naturaleza se atribuye lo<br />

que se atribuye al ángel y a la naturaleza se atribuye lo que se atribuye al hombre; pero a<br />

la naturaleza creada por Dios buena y que por su voluntad se hizo mala.<br />

Por consiguiente, se atribuye con toda justicia a estas naturalezas el mal y no al autor de<br />

estas naturalezas, pues en su creación han recibido del Creador la posibilidad del mal, no<br />

la necesidad, y así poder adquirir méritos; y escapa al castigo la voluntad buena, aunque<br />

no pueda evitar la recompensa. ¿Por qué buscar excusas para la voluntad, si puede la<br />

naturaleza querer o no querer? No puede la voluntad mala existir sin el consentimiento del<br />

ángel o del hombre, que sin discusión son naturaleza. ¿Por qué imputar al hombre mala<br />

voluntad, con el fin de que con justicia pueda recibir el castigo merecido por su voluntad, y<br />

no querer atribuir a la naturaleza lo que al hombre atribuyes, como si fuera posible al<br />

hombre no ser naturaleza?<br />

¿No sería mejor para ti hablar sensatamente y afirmar que la mala voluntad del hombre<br />

viene de la naturaleza, pues todo hombre es naturaleza; y por ser naturaleza, al cometer<br />

por primera vez el mal, recibe esta voluntad mala de lo posible, no de lo necesario? Con


estos dos nombres te place designar estas dos eventualidades: en una incluyes todo lo<br />

que se hace por necesidad; en la otra, lo que puede ser hecho, pero sin necesidad, pues<br />

puede no hacerlo.<br />

Esto, cuando se habla del pecado del primer hombre o de los hombres primeros, se dice<br />

con toda verdad. Pero surge uno que clama: No hago el bien que quiero, sino que hago el<br />

mal que no quiero 96 . Hace, en efecto, el mal necesariamente el que hace lo que no quiere,<br />

y así rompe la regla, que con temeraria verborrea fingiste al decir: "No se ha de atribuir a<br />

la necesidad la causa de la virtud o del vicio", porque está demostrado que esta causa<br />

viene de lo necesario. Imposible afirmar que una acción mala no es un vicio; o el que no<br />

hace el bien que quiere o no quiere hacer el mal, y lo hace, no sea una necesidad; o, al<br />

contrario, no será para nosotros una feliz necesidad hacer el bien cuando nuestra<br />

naturaleza sea colmada de gracia tanta, que Dios sea todo en todos 97 y no tengamos ya<br />

necesidad de obrar el mal. Virtud es la justicia; se nos promete un cielo nuevo y una tierra<br />

nueva, en que habita la justicia 98 .<br />

Y si, quizás turbado, dices haber establecido dicha regla sólo para la vida presente, no<br />

para la futura, no quiero pelear con un vencido; pero no podrás negar se trata de la vida<br />

presente cuando oyes a un hombre gritar: No hago el bien que quiero, sino que hago el<br />

mal que no quiero; contra esta doctrina te has esforzado en atribuir este vicio a la<br />

necesidad, no a la voluntad. Pero de esta necesidad con la que nacen los niños, al correr<br />

de la edad, aparece el que puede librar al hombre en desgracia; es el don de Dios por<br />

Jesucristo nuestro Señor 99 . Y de esta gracia sois enemigos, pues ponéis vuestra confianza<br />

en vuestro poder; y en vuestro orgullo impío contradecís a la Escritura divina, que<br />

condena a los que ponen su confianza en su poder 100 .<br />

Inacabable discusión de Juliano<br />

63. Jul.- "Grabe en el alma el prudente lector la gran diferencia que existe entre lo que<br />

viene de lo posible y lo que viene de lo necesario; y atribuya a la necesidad todas las<br />

cosas naturales, y a lo posible las voluntarias; resuma todas las cuestiones uniendo la<br />

primera a la última; porque, si ciego, vaga de una a otra, puede caer a cada paso en<br />

infinidad de errores; y que esto sea evidente se ve en tu gran ceguera cuando resumes y<br />

dices: 'Lo mismo que el mal, antes de existir, pudo nacer en la obra de Dios, así, cuando<br />

existe, puede brotar naturalmente por la obra de Dios'. ¡Mira en qué error te has<br />

enredado! El pecado querido por la primera voluntad y que viene de lo posible se<br />

convirtió, dices, en necesario, lo mismo que un movimiento libre del alma pudo surgir en<br />

un principio libremente, y luego, efecto de su libertad, se hizo necesario para toda acción<br />

natural. Ten en cuenta que el autor de lo necesario es Dios. Si produce Dios en los seres<br />

naturales el mismo efecto que el alma en el pecado, sin duda es tan culpable como aquel<br />

cuya mala voluntad condena. Y aún más, porque cuanto es más necesario que posible,<br />

tanto más criminal es imputar a otros el pecado y cometerlo él. Y aunque no lo exige la<br />

presente cuestión, sin embargo, quiero probar que tu hipótesis sobre Dios es peor que la<br />

de Manés. Quedó su Dios mutilado por los embates sufridos, pero el tuyo ha sido<br />

corrompido por antiguos y multiplicados crímenes; y, por consiguiente, discrepas de los<br />

católicos no sólo en esta cuestión, sino también sobre Dios. No le honras como lo<br />

veneramos nosotros por su justicia, omnipotencia e indivisa Trinidad.<br />

Los movimientos de la voluntad no pueden pasar por la naturaleza; con razón dijimos: 'La<br />

obra del diablo no pudo pasar por la obra de Dios'. Obra del diablo y del hombre malo es<br />

el pecado; en ninguno de ellos pudo existir sin un movimiento libre de la voluntad. Ahora<br />

bien, la obra del diablo y del hombre viene de lo posible; obra de Dios es la naturaleza,<br />

que da subsistencia al hombre; y no de una manera posible, sino necesaria. Permanece<br />

esta naturaleza durante un tiempo sin voluntad y se deja sentir su fuerza a cierta edad.<br />

Mientras la naturaleza permanece sin la acción de la voluntad, es sólo obra de Dios; y en<br />

lo que entonces hiciere no puede existir pecado. Es, pues, irrefutable que la obra del<br />

diablo no puede pasar por la obra de Dios.<br />

No es menos falso que sacrílego lo que añades: 'La obra de la obra de Dios pasa por la<br />

obra de Dios'; es como decir: 'Peca Dios cuando peca el hombre, creado por Dios'. El<br />

pecado, en efecto, no existe en parte alguna fuera de la obra del hombre, porque el pecar<br />

no añade nada sustancial al hombre ni es más grande ni más respetable; sólo el pecado,<br />

obra de una voluntad mala, atrae sobre el que lo comete la recompensa de su mal obrar, y<br />

se llama malo al que hace el mal; lo mismo, tu Dios, si algo malo hizo en su obra, nada


añade a su sustancia, ni tampoco a la del hombre; sin embargo, merecería algo muy feo:<br />

se le llamara malo si hizo una obra mala. En relación con los niños, es evidente que no son<br />

culpables, pues su malicia viene de lo necesario, y ni el mismo diablo sería culpable si su<br />

maldad no viniese de lo posible. Pero Dios, el verdadero Dios de los cristianos, nada malo<br />

ha hecho; y el niño, antes de tener uso de su propia voluntad, tiene sólo lo que el Creador<br />

le dio. Luego no puede existir ningún pecado natural. Hemos buceado hasta las<br />

profundidades abisales del antiguo error, y en esta cuestión ya no hay tinieblas. Retenga<br />

el lector despejado la distinción entre lo necesario y lo posible y ríase de los cuentos de<br />

maniqueos y traducianistas".<br />

Ag.- Los hombres que entiendan lo que leen y puedan comprender lo que dices, repitiendo<br />

sin cesar con las mismas palabras las mismas cosas, verán no has hecho otra cosa que dar<br />

la impresión de que respondes a la cuestión que te propuse en uno de mis libros, al que<br />

tú, en vano, quisiste refutar en ocho tuyos; y, al no conseguirlo, la has querido oscurecer.<br />

El que esta cuestión no entienda, es posible crea que has dicho algo, precisamente porque<br />

no entiende. Creo útil recordar con brevedad la cuestión debatida para disipar las nubes<br />

de tu verborrea y demostrarles la invicta solidez de mis razonamientos.<br />

Tú habías dicho: "Si la naturaleza es obra de Dios, por la obra de Dios no puede pasar la<br />

obra del diablo". Te respondí: ¿Qué dices? Si la naturaleza es obra de Dios, ¿por la obra de<br />

Dios no puede pasar la obra del diablo? ¿No fue obra del diablo la que surgió en la obra de<br />

Dios cuando el ángel se convirtió en demonio? Si el mal, que no existía antes en parte<br />

alguna, pudo surgir en la obra de Dios, ¿por qué el mal, que ya existía en algún lugar, no<br />

pudo pasar por la obra de Dios, sobre todo cuando con las mismas palabras oímos decir al<br />

Apóstol: Y así la muerte pasó por todos los hombres? 101 ¿No son los hombres obra de<br />

Dios? Luego el pecado pasó por todos los hombres; es decir, la obra del diablo pasó por<br />

obra de Dios; o para decir lo mismo con otras palabras: la obra de la obra de Dios pasó<br />

por la obra de Dios. Por lo tanto, sólo Dios es inmutable, y su bondad, infinita, y todas sus<br />

obras, antes de que el mal existiese, eran buenas; y de las malas que surgieron en todas<br />

las obras buenas hechas por él y de todos los seres saca bienes.<br />

Tú, confundido por la evidencia de estas verdades, has creído un deber cegar a los<br />

hombres con tu inacabable y vacía discusión sobre lo posible y lo necesario para que la<br />

oscuridad lanzada a sus ojos te permitiese, no el evitar el trituramiento de tu insustancial<br />

doctrina, pero sí, al menos, esconderla a su vista. ¿Qué importa la distinción entre lo<br />

necesario y lo posible en la presente cuestión que nos ocupa? Pecaron, ciertamente, el<br />

ángel y el hombre; pero te atreves a decir que ángel y el hombre no son naturalezas; y<br />

como, si no estás loco, no puedes llegar a esta audacia, te convencerás de que al pecar un<br />

ángel, pecó la naturaleza, y al pecar un hombre, pecó también la naturaleza. Pero este<br />

pecado, dices, viene de lo posible, no de lo necesario. Verdad dices. Sin embargo, pecó un<br />

ángel, pecó un hombre, pecó una naturaleza, y pecó la obra de Dios, que es el ángel y que<br />

es el hombre; y esto sin coacción alguna por parte de Dios, sino por su mala voluntad, que<br />

pudo no tener. ¡Baldón para esta naturaleza, creada buena y que hizo el mal sin coacción<br />

alguna! ¡Gloria a Dios, que hizo buena la naturaleza y saca bien del mal que él no hizo!<br />

Con estas y otras razones verdaderas y católicas se puede defender y ensalzar la<br />

naturaleza creadora y condenar y reprender la pecadora; e incluso se puede alabar esta<br />

naturaleza pecadora, en cuanto es obra de Dios, y condenarla por haberse libremente<br />

alejado de Dios y transmitir a toda su posteridad el castigo que ella había merecido,<br />

porque esta naturaleza que pecó libremente en uno solo renace de una manera<br />

involuntaria en cada hombre. ¿Quién te precipitó para decir, quién te hundió para escribir:<br />

"Si la naturaleza es obra de Dios, no puede pasar por la obra de Dios la obra del diablo"? ¡<br />

Eres un hombre sordo al clamor de los santos, ciego en tus invenciones! ¿Acaso no es el<br />

pecado obra del diablo? ¿Y no pasó por todos los hombres, que son obra de Dios? ¿Por<br />

ventura no es obra del diablo la muerte que vino por el pecado, sobre todo la muerte, la<br />

única que vosotros admitís como efecto del pecado, es decir, la del alma, no la del cuerpo?<br />

¿Y no pasó por todos los hombres, que son obra de Dios?<br />

"Pasó, decís, por imitación". Bien, pero pasó por todos los hombres, que son obra de Dios.<br />

"Pero por lo posible, replicas, no por lo necesario". Mira, di lo que quieras, pero pasó por<br />

los hombres, que son obra de Dios. Sin hacer excepción alguna, dijiste: "Por la obra de<br />

Dios no puede pasar la obra del diablo". Y para acrecentar tu insustancial y vana<br />

palabrería, te afanas no en defenderla, para hacerla más admisible, sino para impedir sea<br />

descubierta. Y si no recordabas las palabras del Apóstol, que te impiden decir lo que dices,


¿por qué, por favor, no advertiste que existir en la obra de Dios es más que pasar por la<br />

obra de Dios la obra del diablo? Si confiesas lo primero, ¿por qué niegas esto? ¿Es que lo<br />

que quieres es posible, e imposible lo que no quieres? ¡Tenga el Señor misericordia de ti<br />

para que dejes de ser vanidoso! De muy buena gana acepta Manés tu doctrina, muy afín a<br />

la suya, pues le permite argüir así: "Si la obra del diablo no puede pasar por la obra de<br />

Dios, menos aún puede existir en la obra de Dios". Pero entonces, ¿de dónde viene el mal<br />

si no es de la fuente que nosotros decimos? A esto respondemos: "Decid estas cosas a<br />

Juliano, no a nosotros. Dejamos fuera de combate al príncipe de las tinieblas". Y, lejos de<br />

causarnos prejuicio, fue derrotado con vosotros por nosotros; o mejor, con vosotros fue<br />

por nosotros vencido.<br />

Es necesario renacer para no perecer<br />

64. Jul.- "Una y otra cosa la sacaste de tu memez. Dices: 'Como alimenta y nutre Dios a<br />

los malos, también creó a los malos'; porque está escrito en el Evangelio: Hace salir el sol<br />

sobre malos y buenos y llueve sobre justos e injustos 102 . Existe una muy grande<br />

diferencia con lo que tú unido propones. Alimenta Dios a los pecadores y es bueno con<br />

malos e ingratos; y esto es siempre una prueba de su misericordia, no de su maldad; pues<br />

no quiere la muerte del que muere, sino que se convierta y viva 103 ; y no castiga en<br />

seguida a los que pecan, porque, en su bondad, concede tiempo para que hagan<br />

penitencia. Así lo declara el Apóstol: ¿Ignoras que la bondad de Dios te guía al<br />

arrepentimiento? Por la dureza e impenitencia de tu corazón atesoras para ti ira 104 .<br />

Y ante licaonios y areopagitas sostiene que Dios, incluso en los primeros tiempos de la<br />

antigua ignorancia, no había cesado de adoctrinar a los hombres con las leyes de su divina<br />

providencia. No les dejó sin testimonio de sí mismo, dice, enviándoles del cielo las lluvias<br />

y estaciones fructíferas, llenando de alimento y alegría su corazón 105 . El que haga llover<br />

sobre buenos y malos es prueba de su bondad, pues soporta y atiende a los que viven en<br />

el error para que finalmente renuncien al mal y practiquen el bien. Lejos de querer se haga<br />

el mal, sostiene y nutre a los ignorantes con el deseo y amor de mejorarlos. Todo esto es<br />

indicio de un amor soberano, y cuando dices: 'Dios crea a los malos', es testimonio de<br />

suma iniquidad.<br />

Repara y mira cómo no sabes lo que dices, pues has querido darnos una prueba de<br />

crueldad con un ejemplo de extrema bondad. Bueno es alimentar a los malos, para que, si<br />

quieren, se conviertan; pero es clara injusticia crear a los niños malos, hasta el punto de<br />

que, sin querer, se ven forzados a ser malos. La bondad con los pecadores los distancia<br />

del mal, pero no les obliga a cometerlo. La condición de los malos no aboca a lo pésimo,<br />

pero sumerge en una cloaca de crímenes la obra y al obrero. Deliras, pues, cuando dices<br />

que Dios creó el mal; pero tu desvarío llega al colmo cuando intentas probarlo con un<br />

texto del Evangelio que encierra un testimonio invicto de la bondad divina. Pondera con<br />

cuánta mayor razón se te puede oponer este texto: Dios alimenta a los malos para con su<br />

paciencia hacerlos buenos, y, por consiguiente, es evidente que no los creó malos. Y, si<br />

crea a los malos, no puede amar y recompensar a los buenos ni, en definitiva, puede tener<br />

él algo de bueno, porque ninguna voluntad mala puede con más eficacia y violencia<br />

perjudicar que una potencia creadora de los males necesarios y de los posibles.<br />

Pero esto no rima con el Dios de los cristianos, es decir, con el que se llama Padre de<br />

misericordia y Dios del consuelo 106 , cuyos juicios son equidad 107 y todo lo ha hecho con<br />

sabiduría 108 . Ni vosotros ni los maniqueos comulgáis con esta idea que nos hacemos de<br />

nuestro Dios. Vuestros insulsos comentarios, vuestro pecado original, os hacen rendir culto<br />

a otro Dios, un dios inventado por el furor de Manés".<br />

Ag.- Haré lo que tú no has hecho, sin que me corresponda decirte: ¿por qué no lo hiciste?<br />

Juzguen los lectores. Dijiste "que, según nosotros, Dios creó los hombres para el diablo".<br />

En mi respuesta llegué a estas palabras, que interpretas como te place; pero, a tu pesar,<br />

recordaré lo que juzgaste poder omitir. Entre otras cosas que sería largo enumerar, te<br />

dije: "¿Es que Dios alimenta para el diablo a los hijos de perdición con los cabritos de la<br />

izquierda 109 ? ¿Es para el diablo para el que los alimenta y viste, y hace salir el sol para<br />

buenos y malos, llueve sobre justos e injustos? Creó Dios a los malos, como los alimenta y<br />

nutre; al crearlos les concede todo cuanto pertenece a la bondad de la naturaleza;<br />

alimentarlos y nutrirlos pertenece al crecimiento, no de su malicia, sino de la misma<br />

naturaleza, creada por el Bueno, y les otorga un buen crecimiento. Los hombres, en<br />

cuanto hombres, son un bien de la naturaleza, cuyo autor es Dios; pero, como nacidos en


pecado, perecerán si no renacen; y pertenecen a la semilla del diablo, maldita desde el<br />

principio 110 , por el vicio de una antigua desobediencia, de la que usa bien el autor de los<br />

vasos de ira para dar a conocer la riqueza de su gloria en los vasos de su misericordia, y<br />

así no atribuyan a sus méritos los que pertenecen a la misma masa al ser liberados por<br />

gracia, porque el que se gloríe, gloríese en el Señor 111 .<br />

Dicho esto, añadí: "Al apartarse, con los pelagianos, de esta doctrina apostólica y católica,<br />

muy sólida y verdadera, no quiere Juliano que los nacidos estén bajo la influencia del<br />

diablo, por temor a que sean presentados a Cristo para que sean arrancados del poder de<br />

las tinieblas y trasplantados a su reino. Y acusa así a la Iglesia extendida por todo el<br />

mundo, y en la cual se sopla sobre los niños que van a recibir el bautismo para arrojar de<br />

ellos al príncipe de este mundo 112 , que los tiene bajo su dominio, como vasos de ira,<br />

cuando nacen de Adán, si no renacen en Cristo, para convertirse, por su gracia, en vasos<br />

de misericordia y sean trasplantados a su reino" 113 .<br />

Dejando a un lado las pruebas que demuestran los textos que de mi obra te plugo<br />

seleccionar, has entrado a saco en mi tratado, como en la soledad se saquea una casa sin<br />

defensores. Lean estos pasajes los que quieran conocer tu manera de actuar; o mejor,<br />

lean todo el libro del que he tomado mi cita anterior, y reconocerán la fuerza de mis<br />

razonamientos que tú te empeñas en refutar como poco sólidos.<br />

¿De qué te sirve objetarme con textos en que se habla de aquellos a quienes la paciencia<br />

de Dios espera para que se corrijan, y por eso hace salir el sol y llueve sobre ellos, cuando<br />

yo te objeté, con los cabritos de la izquierda, que el preconocedor del futuro no puede<br />

ignorar su permanencia en la impiedad, el crimen, la impenitencia, a lo largo de una vida<br />

abocada a un suplicio eterno? Con todo, no priva Dios del bien de la creación a estos<br />

hombres, aunque mejor les fuera no haber nacido. Ni cesa de nutrirlos y prolongar sus<br />

días según su beneplácito, aunque una muerte prematura fuera para ellos una ventaja;<br />

entre los que se encuentran ciertamente muchos que, de haber muerto en la infancia,<br />

según vuestra falsa herejía, se verían libres de toda pena y de grave condenación según la<br />

fe católica. Y ¿qué decir de los cabritos de la izquierda, a los que Dios, en su presciencia<br />

infalible, ha destinado al fuego eterno, y que, muchos, purificados por el baño de la<br />

regeneración, mueren luego de apostatar, o llevan una vida tan libertina y criminal que,<br />

sin lugar a dudas, serán colocados a la izquierda, sin que sean arrebatados de esta vida,<br />

como algunos lo son, para que no pervierta la malicia su corazón? Y no es por fatal<br />

necesidad el que Dios otorgue tan gran beneficio, ni por acepción de personas por lo que<br />

no lo otorga a otros. ¿Qué pintan aquí tus posibles y tus necesarios, que tanto<br />

recomiendas distinguir, sin saber lo que dices, mientras Dios sabe muy bien lo que hace, y<br />

sus juicios pueden ser ocultos, pero nunca injustos?<br />

No es injusto otorgar bienes a los malos, pero sería manifiesta injusticia obligar a sufrir a<br />

los buenos. Dime: ¿en virtud de qué se hace sufrir a los niños males tan grandes, que con<br />

frecuencia nos causa pesar el recordarlos, y que vosotros no tenéis reparo en introducir en<br />

el paraíso aunque nadie hubiera pecado? "No son creados malos, dices, esto es,<br />

manchados con el pecado original". Bien; ¿con qué derecho entonces son oprimidos los<br />

hombres con un pesado yugo desde el día que salen del vientre de sus madres 114 ? Males<br />

que son más fáciles de llorar que de explicar. "El pecado, afirmas, no puede pasar de lo<br />

posible a lo necesario; esto es, de lo voluntario a lo involuntario". Posibilidad que nosotros<br />

probamos con las palabras de aquel que dijo: Hago el mal que no quiero 115 .<br />

Vosotros atribuís a la fuerza de la costumbre el pecado, no a lazos de origen viciado; con<br />

todo, podéis advertir que ha pasado el pecado de lo posible a lo necesario, y no sentís<br />

sonrojo de vuestras torcidas y falsas reglas. Ni queréis admitir que el mal haya podido<br />

llegar a todo el género humano por un solo hombre, en el que todos los hombres han<br />

existido; sin embargo, no negáis que, bajo la providencia de un Dios todopoderoso y<br />

justísimo, sufran los niños tantos y tan graves males. En efecto, no podéis negarlo; la<br />

evidencia os sella la boca y os cierra los ojos si lo negáis. ¿No pensáis a quién hacéis<br />

injusto viendo los castigos evidentes, que en los niños no queréis sean merecido castigo?<br />

Te pareció ser falsedad e impiedad el que haya dicho: "La obra de la obra de Dios ha<br />

pasado por la obra de Dios", porque obra de Dios es el ángel. Y el pecado es obra del<br />

ángel, obra de la obra de Dios, no de Dios. Por estas mis palabras me reprendes, como si<br />

hubiera dicho: "Pecó Dios, porque pecó el hombre, obra de Dios". No dije: "pecó la obra<br />

Dios", es decir, el ángel o el hombre; sí dije que el pecado es obra de la criatura, no de la


obra de Dios; son las criaturas una obra buena de Dios. Luego el pecado es obra mala de<br />

ellas, no de Dios.<br />

Mas ¿qué es peor, decir: "Peca Dios, porque pecó el hombre, que hizo Dios", cosa que yo<br />

no he dicho, o negar el pecado original, y de esta suerte hacer a Dios culpable de pecado a<br />

causa de los males que, contra toda justicia, impone a los niños? Y como una acusación de<br />

este género no puede ser lanzada contra Dios, es el castigo de los niños muy justo; y, si<br />

justo, es el pecado la causa. Negar la existencia del pecado original ante tantos y tan<br />

horribles males como afligen a los niños, sería como negar la justicia de Dios. Testimonio<br />

de iniquidad, dices, es crear a los malos, si el mal por el que son malos lo crease él; ahora<br />

bien, como los malos son los hombres, y Dios crea al hombre, se sigue que es por su<br />

naturaleza viciada por la que cometen pecado y se hacen malos; en consecuencia, cuando<br />

crea a los malos, lo que él crea es bueno; pero se hacen los hombres malos por el pecado,<br />

que no es naturaleza, y Dios crea la naturaleza, que no es un vicio, aunque esté viciada.<br />

Atribuir a una raza viciada y condenada con justicia el bien de la creación, es como atribuir<br />

a un hombre malo el beneficio de la vida y de la salud por lo que tiene de hombre y no por<br />

lo que tiene de malo.<br />

Dices también: "Es un crimen hacer malos a los niños, que aún no pueden querer, y, sin<br />

embargo, se ven forzados a ser malos". Los que no existen, bajo ningún concepto pueden<br />

ser a nada obligados. Pero, si ya existen, no en su propia persona y esencia, sino en el<br />

misterioso secreto de la semilla que un día les dará el ser, como existía Leví en los lomos<br />

de Abrahán, entonces el vicio natural, que viene del pecado del primer hombre, les hará<br />

malos, aunque Dios al crearlos no fuerce a estos niños a ser malos, porque aún no pueden<br />

querer.<br />

Considerad los milagros de la gracia de Cristo, de la que vosotros sois sus miserables<br />

enemigos. He aquí a niños que no tienen aún facultad de querer o no querer el bien o el<br />

mal; y, a pesar de su resistencia, de sus lloros, de sus gritos, son por el bautismo<br />

regenerados, y se ven como forzados a ser santos y justos. Porque, no hay duda, si antes<br />

de llegar al uso de la razón mueren, serán, en el reino de Dios, justos y santos por la<br />

gracia que alcanzaron, y no por mera posibilidad, sino por necesidad. Y toda una vida de<br />

justicia y piedad sin ocasos hollan y trituran tus reglas sobre lo posible y lo necesario. No<br />

querer hacer el mal es, sin duda, más meritorio que quererlo o no quererlo; con todo,<br />

aquel que decía: Hago el mal que no quiero 116 , no lo quiere y lo hace. No me considero<br />

tocado de locura, ni digo que "Dios creó el mal".<br />

Crea Dios el bien, y en la naturaleza viciada no crea el vicio, sino la naturaleza, que trae el<br />

vicio no de la obra de Dios, sino de su opción. Tú, si no estás chiflado o loco de remate,<br />

advierte que afirmas que Dios ha hecho no el mal -que es justo-, sino el mal que se llama<br />

iniquidad. ¿Qué otra cosa, si no es el mal, haría Dios si hiciese o permitiese llover sobre<br />

niños inocentes tan grandes males? Además, no debemos entrar en discusiones contigo ni<br />

refutar tus doctrinas; dejemos a la Iglesia universal soplar sobre ti y exorcizarte, si es<br />

posible, pues, según tú, ella sopla en vano sobre los niños y en vano los exorciza.<br />

RÉPLICA A JULIANO (OBRA INACABADA)<br />

LIBRO VI<br />

Tema antiguo y dificultoso<br />

1. Juliano.- "No dudo que el tema objeto de nuestra disputa verse sobre una cuestión más<br />

bien oscura, sin relación con los principios de la fe. Los que se encuentran alejados de los<br />

estudios de espiritualidad, se sienten emocionados por el airecillo de la fama; temen los<br />

males de los tiempos y no se acogen al asilo de la verdad encubierta; y, en presencia de<br />

un peligro nocivo, no se fían, como siempre, de sí mismos y creen camino seguro el más<br />

frecuentado".<br />

Agustín.- Nuestro camino es tanto más frecuentado cuanto más antiguo, como católico<br />

que es; el vuestro es tanto menos frecuentado cuanto más nuevo, por ser herético.<br />

Maniqueos y pelagianos


2. Jul.- "Procede esto de dos causas: del apoyo dado a las doctrinas de los maniqueos y<br />

de la oleada de persecuciones, que apartan de la verdad a los pobres de espíritu".<br />

Ag.- ¿Cómo puede ser el camino de los maniqueos el más frecuentado, si son tan pocos? ¿<br />

Y cómo sufrís persecución por la verdad, cuando alejáis a los niños del Salvador?<br />

Muchedumbre de hijos de Abrahán y minoría de los pelagianos<br />

3. Jul.- "Hay quienes toman consejo del placer y del temor; y, en compañía de gentes de<br />

la arena, del circo o del teatro, se entregan a toda clase de vicios bajo el pretexto de una<br />

necesidad que vela el aspecto odioso del crimen y evita con su prevaricación los ruidos del<br />

siglo. Estas son las causas que aducen los paladines del vicio. Una gran parte del vulgo,<br />

como he dicho, cree pensar sobre Dios como los traducianistas y los católicos".<br />

Ag.- Una innumerable muchedumbre de fieles prometida a Abrahán 1 es, para vosotros,<br />

una turba vulgar y despreciable; sin embargo, un pequeño número de pelagianos, esto es,<br />

de infectados por el veneno de la nueva peste, pueden recibir con agrado lo que decís; a<br />

saber, que la evidente y gran miseria del género humano, que se revela en el pesado yugo<br />

de los hijos de Adán desde el día que salen del vientre de sus madres 2 , no viene del<br />

pecado del primer hombre, que vició la naturaleza humana. De donde se sigue, según<br />

vosotros, que, si nadie hubiera pecado, os veis forzados a decir que en el paraíso existirían<br />

no sólo los insufribles dolores, como vemos padecen los niños, sino también innumerables<br />

enfermedades de alma y cuerpo con las que nacen una gran mayoría.<br />

Colocáis en este paraíso de felicidad y de paz a vuestra favorita la libido, que hace a la<br />

carne codiciar contra el espíritu; y a nosotros que la combatimos como vicio con la<br />

resistencia del espíritu nos acusáis, ciegos, de ser amigos de la voluptuosidad y de la<br />

lujuria, en la que nadie se sumerge de manera más criminal y afrentosa que aquel que se<br />

rinde a vuestra favorita, que vosotros defendéis y combatimos nosotros.<br />

Obstinación pelagiana<br />

4. Jul.- "En la primera discusión y en la presente, los argumentos de Agustín dejan en<br />

claro que el Dios de los traducianistas no es el Dios justo, creador de todas las cosas, que<br />

los cristianos, con voz unánime, veneran. Confío en que muchos, arrastrados a las<br />

tinieblas del error, volverán a la luz cuando conozcan la verdad".<br />

Ag.- Di, más bien, cuando conozcan la respuesta que, según la palabra de la Verdad,<br />

demos a tus falaces y vanas palabras, pues nadie, de no ser un obstinado y perverso,<br />

permanecerá en el error de vuestra herejía.<br />

Locura de los maniqueos<br />

5. Jul.- "Contra nosotros, cree Manés que los mortales, por la misma condición de su<br />

naturaleza, se ven forzados al crimen y al vicio; opina que fue el príncipe de las tinieblas el<br />

que sembró en la materia de los cuerpos el instinto del crimen y que el placer sexual es la<br />

peste contagiosa del género humano; marca de los derechos del diablo, fuerza creadora<br />

de todas las torpezas. Y nuestro traducianista, como hijo sumiso y heredero, sigue a<br />

Manés punto por punto; y nos habla, como atestiguan sus múltiples escritos, de crímenes<br />

naturales, de la eterna necesidad del mal, que viene de una naturaleza tenebrosa; de la<br />

pasión de todos los sentidos, que mancha a todos los santos, y ubica en el reino del diablo<br />

a la imagen de Dios".<br />

Ag.- Con singular frenesí, en contra de la verdad católica, hace Manés la sustancia del mal<br />

coeterna al Dios bueno; pero la fe católica confiesa que sólo Dios es eterno y sin principio;<br />

y que no sólo es bueno, verdad que Manés también afirma, sino que es inmutable, cosa<br />

que él no dice. Contra esta locura de los maniqueos, nosotros creemos en un Dios<br />

sumamente bueno, y, por tanto, inmutable, sin que exista una naturaleza coeterna a él;<br />

naturaleza que no es lo que él es ni existiría si no fuera creada, no de sí mismo, sino por sí<br />

mismo; es decir, no de su naturaleza, sino por su poder; sabemos y enseñamos que nunca<br />

hubiera existido la naturaleza humana si no la hubiera creado la naturaleza omnipotente,<br />

pero la que él hizo no es igual a él.<br />

Hizo Dios todas las cosas muy buenas 3 , pero no son sumamente buenas, como lo es él; y


no serían buenas si no las hubiera hecho el Bien supremo; estas obras, todas mudables,<br />

no existirían si el inmutablemente Bueno no las hubiera creado. Por eso, cuando nos<br />

preguntan los maniqueos de dónde viene el mal y tratan de introducir un mal coeterno a<br />

Dios, ignoran lo que es el mal y creen es una naturaleza o sustancia; nosotros les<br />

respondemos que el mal no viene de Dios ni es a Dios coeterno, sino que viene de la libre<br />

voluntad de la criatura racional, creada buena por el sumo Bueno; pero la bondad de la<br />

criatura no iguala a la bondad del Creador, porque no es ella su naturaleza, sino su obra, y<br />

por esto tuvo posibilidad de pecar, no necesidad. Pero ni esta posibilidad tendría si fuera<br />

naturaleza de Dios, que ni quiere poder pecar ni lo puede querer. No obstante esta<br />

posibilidad de pecar, si esta naturaleza racional no pecara aunque pudiera hacerlo, habría<br />

adquirido un gran mérito, cuya recompensa consistiría en la gran felicidad de no poder<br />

pecar.<br />

Todo esto lo oyó Manés, pero continúa y dice: "Si el mal viene de una voluntad libre de la<br />

naturaleza racional, ¿de dónde vienen los males sin número, como vemos en los niños que<br />

nacen, sin usar aún de la libertad de su querer? ¿De dónde viene la concupiscencia que<br />

hace a la carne codiciar contra el espíritu y nos arrastra al pecado, a no ser que el espíritu<br />

se esfuerce en rechazarla? ¿De dónde nace en el hombre esta discordia entre las dos<br />

sustancias de que está formado? ¿De dónde viene la ley de los miembros, contraria a la<br />

ley del espíritu y sin la que nadie nace? ¿De dónde vienen tantos y tan terribles males de<br />

alma y cuerpo con los que muchos nacen? ¿De dónde los trabajos y las calamidades en los<br />

niños que aún no pueden pecar voluntariamente? ¿Por qué, cuando llegan al uso de razón,<br />

tienen tanta dificultad en aprender las letras y las artes, y a los penosos esfuerzos del<br />

aprendizaje hay que añadir el castigo de los azotes?"<br />

Respondemos: todos estos males tienen su origen en la voluntad libre de la naturaleza<br />

humana, que, a causa de un enorme pecado, quedó viciada y condenada con toda su<br />

estirpe. Por consiguiente, esta naturaleza humana, con todos sus innumerables bienes,<br />

son obra de Dios; los males son obra de su justicia; y estos males no son naturalezas o<br />

sustancias, como imaginan los maniqueos; pero se llaman naturales porque con ellos<br />

nacen los hombres, como de raíz viciada en su origen. Pero vosotros, nuevos herejes, que<br />

os encanta contradecirnos, responded a los maniqueos y decidles de dónde viene este<br />

diluvio de males; y, si negáis que nacen con ellos los hombres, ¿dónde está vuestra<br />

vergüenza? Y si lo confesáis, ¿qué es de vuestra herejía? Decid, pues, que estos males no<br />

son tales males, fingid un paraíso; no el verdadero, sino el vuestro, y llenadlo de trabajos,<br />

dolores, errores, gemidos, llantos y lutos aunque el hombre no pecara. Pero no llega a<br />

tanto vuestra osadía, para no exponeros a las carcajadas de los niños o a la férula del<br />

maestro que tenéis bien merecida. Contra vosotros sienta Manés esta conclusión: estos<br />

males vienen de la mezcla del mal, que llama naturaleza, coeterna a y opuesta a Dios. Y<br />

así, al querer alejarte del maniqueísmo, te conviertes en su auxiliar.<br />

Argumentos maniqueos de Juliano<br />

6. Jul.- "Partiendo de un principio diferente, se llega al mismo fin, que es lanzar dardos de<br />

acusaciones contra Dios. Dice Manés: 'El Dios bueno no hizo el mal'; y añade: 'Pero, por<br />

faltas naturales, destina Dios a las almas al fuego eterno, y esto es crueldad manifiesta; a<br />

fin de cuentas, al que llama bueno queda manchado con la clara iniquidad de su opinión'.<br />

Agustín, confiado en el patrón a quien escribe, es más audaz, desprecia los temores de su<br />

maestro y no duda empezar por donde Manés termina, y sin ambages afirma que Dios es<br />

autor y creador del mal, es decir, del pecado; y esto es un ultraje al Dios que venera la fe<br />

de los católicos. Hará bien el lector, en no olvidar que nadie entre los fieles está más<br />

obligado que nosotros al combate y que atribuir a la naturaleza la necesidad de pecar es<br />

romper con la Iglesia en el culto del Dios de los cristianos; lo hemos con frecuencia<br />

repetido, pero en beneficio de la causa principal lo repetimos. Vengamos, pues, a la<br />

cuestión de los primeros hombres; es en esta disputa donde se abroquela nuestro númida<br />

y concentra sus fuerzas para combatirnos".<br />

Ag.- Creería te era desconocida la doctrina de Manés acerca de la mezcla de las dos<br />

sustancias, buena y mala, si no supiera con certeza que has leído mi libro sobre este<br />

error; porque esta mi obra, en la que refuto la opinión de las dos almas en el hombre, una<br />

buena y otra mala, te suministró argumentos que esgrimes contra mí 4 . Sostiene Manés<br />

que hay en el hombre dos almas, espíritus o inteligencias; una propia de la carne, a Dios<br />

coeterna, mala por naturaleza, no por un vicio accidental; la otra buena por naturaleza,<br />

centellica de Dios, enlodada por su aleación con la mala; de ahí, según él, esta lucha entre


carne y espíritu, que es bueno; lucha del alma perversa para tener al hombre encadenado,<br />

y del espíritu contra la carne para verse libre de esta mezcolanza. Y, si no logra<br />

conseguirlo en la última conflagración del mundo, lo atará a un globo tenebroso y quedará<br />

retenido para siempre en esa cárcel.<br />

No es verdad, como dices, que el Dios de Manés, por faltas naturales, destine a las almas<br />

al fuego eterno; pero sí castiga a las almas, buenas por naturaleza, a causa de su mezcla<br />

con otra naturaleza mala, mezcla que él consintió al crearlas y luego no las pudo librar; y<br />

las castigará no con fuego eterno, en el que no cree Manés, sino, como ya dije,<br />

metiéndolas en un globo tenebroso, en el que será encarcelado el espíritu de las tinieblas.<br />

La fe católica, que vosotros habéis abandonado para fundar una nueva secta con el<br />

pretexto de combatir el maniqueísmo, pero en realidad para sostenerlo, cuando escucha o<br />

lee estas palabras del Apóstol: La carne lucha contra el espíritu, y el espíritu contra la<br />

carne, pues una y otro son opuestos, de manera que no hacéis lo que queréis 5 , no las<br />

entiende de dos naturalezas, buena y mala, contrarias entre sí desde la eternidad y en<br />

perpetua guerra civil, como opina el hereje Manés, sino como lo enseña el doctor católico<br />

Ambrosio 6 ; es decir, que esta guerra entre carne y espíritu fue introducida en nuestra<br />

naturaleza por la prevaricación del primer hombre y es un castigo infligido a nuestra<br />

naturaleza. No es esta fe rodela númida, como con ironía insultas, sino verdadero escudo<br />

contra el que rebotan, según palabras del Apóstol, todos los dardos ígneos del Maligno 7 .<br />

Armado con este escudo salía al encuentro de vuestros futuros errores no un númida, sino<br />

el cartaginés Cipriano; basta pronunciar su nombre para inmunizarnos contra vuestra<br />

vacía verborrea. Bien; armado con este escudo, aquel cartaginés enseña en su libro sobre<br />

la oración dominical que por estas palabras: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el<br />

cielo 8 , pedimos a Dios que por su gracia renazca la concordia entre los dos, es decir,<br />

entre la carne y el espíritu. Así pudo este aguerrido soldado de Cristo apagar los dardos de<br />

fuego lanzados por los maniqueos y por vosotros; porque todos los herejes combaten a<br />

favor del Maligno, pero vosotros aumentáis su ejército con vuestros novicios.<br />

Al buscar una armonía entre la carne y el espíritu, enseña, contra los maniqueos, que<br />

ambas naturalezas son buenas si la gracia divina viene a sanar el mal de la discordia.<br />

Contra vosotros, que decís que es buena la concupiscencia de la carne cuando engendra el<br />

mal de la discordia, se abroquela él y pide a Dios la sane; y, cuando obramos bien,<br />

luchamos a favor de las apetencias del espíritu contra los emponzoñados apetitos de la<br />

carne. Y, si consentimos, renace la concordia entre carne y espíritu, no deseable, sino<br />

digna de condenación.<br />

Y contra vosotros se pronuncia también Cipriano cuando atribuís al libre albedrío el poder<br />

realizar en el hombre lo que sólo Dios puede obrar por gracia que se ha de pedir. Tú, sin<br />

saber lo que dices, me haces decir que Dios creó el pecado; pues bien, responde a Manés<br />

cuando enseña que en el conflicto entre carne y espíritu existen dos naturalezas<br />

contrarias, la del bien y la del mal. Nosotros con una palabra podemos aniquilar esta<br />

doctrina apestosa mostrando que esta guerra entró en nuestra naturaleza por el pecado<br />

del primer hombre. Tú, al negarlo, tomas partido por los maniqueos, y, con apariencias de<br />

combatirlos, en realidad los apoyas.<br />

Juliano margina la autoridad divina<br />

7. Jul.- "Nos repite en todos sus escritos que Dios creó a Adán y Eva buenos, es decir,<br />

exentos en su naturaleza de todo crimen natural; pero ellos, por libre querer, pecaron tan<br />

gravemente, que todas las cosas instituidas por Dios en la naturaleza quedaron<br />

deterioradas. 'Este pecado, dice, fue obra del diablo y sobrepasa en malicia y profundidad<br />

todos los pecados de los hombres. Por este monstruoso pecado del primer hombre,<br />

nuestra naturaleza quedó tan arruinada, que no sólo es pecadora, sino que engendra<br />

pecadores; no obstante, esta languidez que anula nuestras fuerzas para vivir el bien es un<br />

vicio, no naturaleza. Pecado enorme, el más grande que imaginar podemos en el paraíso,<br />

que vició la naturaleza del hombre y consigo lo trae todo nacido' 9 .<br />

He aquí expresado con toda claridad su pensamiento: los primeros hombres, dice, tuvieron<br />

una naturaleza sana; pero cometieron un pecado tan grave e incomprensible, que mataron<br />

en ellos las fuerzas para un honesto vivir, apagaron la luz del libre albedrío y crearon en el<br />

futuro la necesidad de pecar, y, como consecuencia, nadie en su descendencia es capaz de<br />

nobles esfuerzos por conseguir la virtud, evitar el vicio y santificarse".


Ag.- A ti y a tus camaradas pelagianos os parecerá que dices algo, cuando lo que haces es<br />

marginar la autoridad divina, te zambulles en la vanidad humana y metes gran ruido con<br />

palabras vacías y argumentos insustanciales contra la verdad de las Sagradas Escrituras.<br />

Si con espíritu cristiano y católico meditas esta sentencia del Apóstol: El cuerpo está<br />

muerto en verdad a causa del pecado 10 , sin duda comprenderás que el primer hombre<br />

pecó tan gravemente, que la naturaleza, por este pecado, quedó tan debilitada no sólo en<br />

un hombre, sino en todo el género humano, pues, pudiendo ser inmortal, se despeñó en la<br />

necesidad de morir; y los que se convierten a Dios por Jesucristo hombre, único mediador<br />

entre Dios y los hombres, no obtienen en seguida la inmortalidad que les promete aquí<br />

abajo el Espíritu Santo, que habita en ellos; pero en un futuro les otorgará lo que ahora<br />

les promete. Esto lo explica el Apóstol en la misma perícopa: Si alguno, dice, no tiene el<br />

Espíritu de Cristo, éste no es de Cristo. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo está<br />

muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia. Y si el espíritu de aquel que<br />

resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucito a Jesucristo de<br />

entre los muertos vivificará vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en<br />

vosotros 11 .<br />

El cuerpo está muerto por el pecado, y es este pecado el que impone la necesidad de<br />

morir. Y ¿qué pecado es éste si no es el del primer hombre? Y es por la justicia del<br />

segundo hombre, Cristo, por la que este mismo cuerpo, ahora muerto, recibirá luego una<br />

vida feliz. Cristo se llama el segundo Adán y hombre segundo, porque entre Adán, creado<br />

hombre, y Cristo, nacido hombre, nadie puede llamarse hombre segundo, si no es Caín, en<br />

la genealogía de tantas generaciones de hombres. La primera fue la muerte del cuerpo,<br />

efecto del pecado de Adán, y constituye el siglo presente; la segunda es la vida del<br />

cuerpo, efecto de la justicia de Cristo, que existe ya como primicia en la carne de Cristo, y<br />

constituye el siglo futuro. Por eso, uno es el primer Adán o el primer hombre; el otro es el<br />

segundo Adán, o el hombre segundo. ¿Tú no quieres comprender que el pecado de uno fue<br />

tan grande que engendra el siglo de los mortales, y que la justicia del otro es tan<br />

sobreabundante como para propagar el siglo de los inmortales?<br />

Me objetas la enormidad del pecado del primer hombre, causa de tantos males para todos<br />

los hombres, como si fuera yo el único o el primero en decirlo. Escucha a Juan de<br />

Constantinopla, sacerdote de gran fama: "Cometió Adán, dice, un pecado gravísimo, y con<br />

él condenó a todo el género humano". Escucha también lo que dice sobre la resurrección<br />

de Lázaro, y comprenderás que la muerte del cuerpo viene del gran pecado de Adán.<br />

"Lloró Cristo, escribe, porque hizo el diablo mortales a los hombres que podían ser<br />

inmortales" 12 . Dime, por favor: ¿cómo pudo el diablo hacer a todos los hombres mortales<br />

si no es porque fue un insigne pecador, y, al privar a los hombres de la felicidad edénica,<br />

nos sumergió en un abismo de miseria que vemos y sentimos? Y no fue sólo la muerte del<br />

cuerpo, sino también la del alma, que un cuerpo corruptible hace pesada 13 ; y males de<br />

toda suerte, que hacen duro el pesado yugo que pesa sobre los hijos de Adán desde que<br />

salen del vientre de sus madres, y que el salmista expresa con estas palabras: Todo<br />

hombre viviente es vanidad 14 .<br />

Males que no quieres atribuir al gran pecado del primer hombre; y entonces, ¿qué haces si<br />

no es introducirlos en el paraíso de incomparable felicidad, teniendo en él un espacio<br />

necesario aunque nadie pecase? Por el contrario, los maniqueos los atribuyen a gente de<br />

las tinieblas, menos confusos por tus incriminaciones que confiados por tu ayuda; pero la<br />

verdad católica, con su espada invencible, os hiere a ti y a ellos.<br />

No decimos, como insinúas: "Nadie entre los hijos de Adán es capaz de virtuosos<br />

esfuerzos". Muchos, en efecto, son los que se esfuerzan, pero Dios obra en ellos el querer<br />

15 ; y gracias a estos esfuerzos y a la gracia de Dios terminan por conseguirlo. Pero, si este<br />

cuerpo corruptible no hiciese tarda el alma, no sería necesario el esfuerzo. Y en el paraíso,<br />

si nadie hubiera pecado, no pesara sobre los hijos de Adán un duro yugo y habrían<br />

obedecido a Dios sin esfuerzo, fácil y felizmente.<br />

Naturaleza viciada de los descendientes de Adán<br />

8. Jul.- "Piensa Agustín que, alabando a los primeros hombres -dos sólo-, marca clara<br />

diferencia entre maniqueos y traducianistas. Nada más insensato e impúdico que este<br />

sentir. 'El libre albedrío, dice, recién estrenado, perdió de su vigor'. Retornemos a él,<br />

entremos poco a poco en todos sus detalles. Confiesas que el primer hombre fue dotado


de libre albedrío, creado bueno y sin mancha de pecado en su origen; luego prevaricó<br />

libremente y perdió su inocencia y puso a todos sus descendientes en la necesidad de<br />

pecar. Este es, en verdad, vuestro dogma; derivado, decimos nosotros, del cieno de<br />

Manés, que enseña que la naturaleza de Adán, formada de la flor de la sustancia primera,<br />

superior a cuantas le siguieron, era, en su esencia, mala".<br />

Ag.- Cuanto arriba hemos dicho fija lo suficiente nuestro dogma católico y vuestra doctrina<br />

herética en relación con los primeros hombres y sus descendientes. Fueron ellos creados<br />

buenos por Dios; los demás, teniendo el mismo Creador, nacen, sin embargo, con una<br />

naturaleza viciada por el pecado y encepada en el pecado; excluido de la salud en la que<br />

fue el primer hombre creado y arrojado, por su condición natural, en un estado de<br />

languidez enfermiza, con la necesidad de morir. Por eso necesita de la ayuda de un<br />

salvador que les libre primero perdonando todos sus pecados y luego curando todas sus<br />

dolencias.<br />

A los bautizados y a los que ya habían recibido el Espíritu Santo les dice el Apóstol: La<br />

carne lucha contra el espíritu, y el espíritu contra la carne, pues son entre sí antagónicos,<br />

de forma que no hacéis lo que quisierais 16 . Sostienes que el libre albedrío nada perdió de<br />

su vigor por el pecado, es decir, haciendo mal uso de sí mismo. Ahora, ¿qué puedes<br />

responder al Apóstol cuando dice que la carne guerrea contra el espíritu y que los fieles no<br />

hacen lo que quieren y hacen lo que no quieren, incluso cuando en el bautismo les han<br />

sido perdonados sus pecados; ni hacen lo que quieren los que, según el Apóstol, han<br />

recibido, con la palabra, el don del Espíritu Santo 17 ? ¿Por último, que no hacen lo que<br />

quieren ni aquellos que el mismo doctor de los gentiles dice haber sido llamados a la<br />

libertad 18 ?<br />

Pero tú, hábil defensor de la libido, su ilustre patrón, te vuelcas en favor de tu protegida, y<br />

no dudas en colocar en el paraíso esta concupiscencia de la carne que guerrea contra el<br />

espíritu; y no te das cuenta de que esto te obliga a decir que en los primeros padres no<br />

existía libre querer. Porque si, ya antes del pecado, la carne codiciaba contra el espíritu,<br />

no hacían lo que querían. Y este libre albedrío gozaba entonces de todo el vigor de sus<br />

fuerzas, y es evidente que hacían lo que querían; sumisos a la ley divina, no la consideran<br />

imposible de cumplir ni difícil; tu favorita no estaba allí para guerrear contra el espíritu;<br />

pero ahora, a los convertidos a Dios por la fe, bautizados y santificados, llamados a la<br />

libertad, les dificulta hacer lo que quieren y extinguir todo apetito vicioso.<br />

Es muy verdad lo que proclama la fe católica por boca de su obispo Ambrosio: "Este vicio,<br />

que hace a la carne luchar contra el espíritu, se ha naturalizado en nosotros por el pecado<br />

del primer hombre". Con este dardo de la verdad inesquivable e insuperado quedáis<br />

decapitados tú y Manés, porque ambos a una, por carta de más o de menos, estáis en el<br />

error; tú al defender que esta corrupción no es un mal; Manés porque, aun reconociendo<br />

que es un mal, ignora su origen, y, huérfano de la fe católica, urde la fábula, repleta de<br />

mentiras y torpezas, de las dos naturalezas o de la mezcla del bien y del mal. Nuestra<br />

justicia en la tierra consiste en ser justificados por la fe y tener paz con Dios 19 y poder<br />

pelear contra la concupiscencia de la carne que nos aguijonea, y podemos vencerla con la<br />

ayuda de Dios.<br />

No consiste, pues, la justicia, en esta vida, en no tener vicios, sí en disminuir su número al<br />

no prestarles nuestro consentimiento, resistiendo, llevando una vida sobria, justa,<br />

piadosa. El no tener vicio que combatir es privilegio de la otra vida, recompensa del bien<br />

que hemos hecho en ésta por la total curación de nuestra naturaleza, y no, según tu<br />

compadre maniqueo, por la separación de una sustancia extraña. Este es nuestro dogma,<br />

que no ha salido, como con mentira afirmas del lodo de Manés; dogma, como puedes ver<br />

si no has perdido el juicio, que os asfixia a los dos.<br />

Confusionismo maniqueo de Juliano<br />

9. Jul.- "Ha llegado para nosotros la hora de poner en evidencia la ceguera de tu sentir y<br />

demostrar, como lo hemos hecho con frecuencia, que apenas te separa una pulgada de los<br />

figones y conciliábulos maniqueos. De entrada, ya es una memez mezclar la cuestión del<br />

libre albedrío con el semen, la voluntad con el feto, y suprimir toda distinción entre<br />

naturaleza e inclinaciones; distinción neta, evidente, universal, para proclamar luego que<br />

la voluntad del primer hombre pasó a su posteridad. Error este que encuentra en todas las<br />

cosas su palmaria refutación. Jamás los hijos de padres sabios han reproducido en sus


vagidos la belleza del arte paterno; ni los hijos de histriones los movimientos de una mano<br />

que acompañara la palabra; ni los hijos del guerrero el sonido vibrante de la trompeta. Y<br />

se pueden encontrar otros mil ejemplos que hablan con voz más sonora que el trueno.<br />

Responderá el universo que unas son las fronteras de la naturaleza y otras las de la<br />

voluntad. Las coordenadas de la generación no están sometidas a influencias de los<br />

estudiosos. Y lo que es muy burdo e insensato es creer se convierte en naturaleza lo que<br />

confiesas ser obra de la voluntad; y lo que es infinitamente más deforme es afirmar que la<br />

posibilidad de actuar se perdió desde el principio, es decir, que el libre albedrío, que no es<br />

otra cosa que la posibilidad de pecar o no pecar sin sufrir coacción en ningún sentido, con<br />

la facultad de inclinarse espontáneamente a donde le plazca, pierde la posibilidad de<br />

opción desde que está predeterminado a querer una cosa".<br />

Ag.- ¿No ves claro que con el hinchado y espumante estrépito de tu locuacidad vienes, sin<br />

quizás saberlo, pero de una manera decisiva, en ayuda de Manés? Si nos preguntas de<br />

dónde viene el mal, cuestión esta que suele turbar a espíritus poco cultivados,<br />

respondemos que viene de la libre voluntad de la criatura racional; y si insistes y dices: "¿<br />

De dónde vienen tantos males como llueven sobre el hombre, no sólo después de su<br />

nacimiento, cuando con los años llegan al uso de razón; pero incluso con los que nacen<br />

todos o casi todos? Nuestra respuesta es: Al nacer, todos traemos con nosotros la<br />

concupiscencia de la carne, que guerrea contra el espíritu, aunque esté empapado de una<br />

fe recta y una piedad sincera; nos es natural a todos una pereza mental que han de vencer<br />

los mismos hombres llamados genios, porque no es sin una trabajosa fatiga como pueden<br />

aprender el oficio, las artes liberales o los rudimentos de la religión. Unos nacen con un<br />

cuerpo deforme, a veces monstruoso; otros son unos olvidadizos; tardos otros y romos de<br />

entendimiento; muchos, inclinados a la cólera o a la lujuria; algunos, subnormales<br />

profundos o locos. ¿Qué puede responder a esto la fe católica si no es que todos estos<br />

males nos vienen del pecado de un hombre que fue arrojado del paraíso, lugar de felicidad<br />

cumplida; que nos viene de una naturaleza viciada por el virus del pecado? Porque, si<br />

nadie hubiera pecado, no habría conocido el edén tales miserias ni vicio alguno.<br />

Oído esto, si Manés hubiera conocido tu lenguaje, nos diría estas palabras tuyas: "Es una<br />

gran locura mezclar la cuestión del libre albedrío con la del semen, y los actos de la<br />

voluntad con los fetos"; y luego lo que añades para probar tu sentencia, a saber, que ni<br />

los hijos de los sabios nacen sabios ni los de los juglares, juglares; ni los de guerreros,<br />

guerreros. Esta tu ayuda la usaría Manés para refutar lo que decimos, a saber, que el<br />

pecado del primer hombre vició la naturaleza humana en sus descendientes en virtud de<br />

las razones seminales que estaban en él cuando cometió tan enorme prevaricación. Y<br />

después de negar nuestra explicación introduce la mezcla de sus dos sustancias, y de la<br />

naturaleza mala hace derivar los males con los que nacen los hombres.<br />

Para contradecirme empleas un argumento que es el culmen de lo absurdo y sumamente<br />

detestable, y te ves forzado a decir que los males de cuantos nacen hubieran existido lo<br />

mismo en el paraíso aunque nadie hubiera pecado. Y ahora te instará Manés para que le<br />

digas de dónde vienen estos males. Empiezan tus apuros. Porque si dices que estos males<br />

vienen de la naturaleza misma del hombre, sin ningún mérito de la voluntad, acusas al<br />

Creador; para no hacerlo, recurres a una voluntad mala. Pero te replicará Manés: "¿De qué<br />

voluntad viene? No existe voluntad en el semen ni en los niños recién nacidos". ¿Qué te<br />

resta entonces si no es confesar con nosotros, si quieres escapar de Manés y vencerlo, que<br />

en los pliegues más profundos y secretos de nuestro origen existe ya un germen del que<br />

ha de nacer con el tiempo, y el mérito perverso del que engendra; que el pecado del<br />

primer hombre fue tan descomunal, que, para usar una expresión de San Juan de<br />

Constantinopla, envolvió en un anatema general a todo el género humano 20 . De donde se<br />

sigue que estos males no hubieran existido en el paraíso, del que fueron arrojados<br />

nuestros primeros padres antes de haber tenido hijos, si nadie hubiera pecado.<br />

Anula este dogma católico cuanto tú creíste añadir sobre las artes, advirtiendo que nadie<br />

es perito en el arte de sus padres. Pero una cosa es pecar contra las costumbres, arte de<br />

bien vivir, falta que las leyes castigan y la justicia divina, y otra cosa es faltar a las reglas<br />

del arte, sean éstas honestas o torpes; faltas que la ley divina no castiga, pero sí los<br />

especialistas en la materia y, sobre todo, los maestros, que enseñan a los niños bajo el<br />

imperio del temor y el dolor de los castigos. También aquí debemos pensar que, si en el<br />

paraíso tuviera el hombre necesidad de aprender algo útil para aquella vida feliz, su<br />

naturaleza íntegra pide lo aprendiera sin esfuerzo y sin dolor, ya por ella misma, ya por


inspiración de Dios.<br />

¿Quién no comprenderá que, en esta vida, las torturas del aprendizaje forman parte de las<br />

miserias de esta vida, obra de uno solo para condenación? De ahí esta profunda miseria,<br />

que hace impotentes a las almas para no querer el bien o que el Señor disponga en<br />

algunas la voluntad de quererlo 21 , pero que hace clamar al que vive aún en este siglo: El<br />

querer está a mi alcance, pero no el realizarlo. Si esto crees, vences a los maniqueos;<br />

pero como no es ésta tu fe, ésta os vence a los dos.<br />

Falsa definición del libre albedrío<br />

10. Jul.- "Aprueba ahora lo que dijimos: no hay diferencia alguna entre vuestro dogma y<br />

el de Manés. No existe duda, la naturaleza de Adán fue creada pésima si su condición fue<br />

hacer necesariamente el mal y no el bien; es decir, el crimen, aunque sea parto de la<br />

voluntad, era natural en ella, mientras el bien dejaría de serlo; es, pues, una falsedad<br />

decir que se peca voluntariamente cuando padece el dominio de su funesta condición. Se<br />

ve también hasta qué punto es uno esclavo del mal, embutido como está en el pecado. ¿<br />

Dónde encontrar sustancia peor que aquella que por su naturaleza puede caer en la<br />

iniquidad, sin poder de ella salir? Si esta fuerza la inclinase al bien incluso con la pérdida<br />

del libre albedrío, no se podía acusar al Creador, pues de los tesoros de su bondad no cabe<br />

duda. Mas como la violencia inclina al hombre al mal, sólo al creador del hombre se puede<br />

acusar; y esta acusación va flechada contra vuestro Dios, cuyo culto es superfluo, porque,<br />

según vosotros, es amigo del mal al ser autor de una asquerosa criatura. ¿A quién<br />

convencer de que el primer hombre no fue predestinado al crimen, si se le priva de la<br />

facultad de enmendarse, si se le equipa de un espíritu perverso para que no pueda<br />

detestar su error y no tenga acceso al bien honesto, sin poder ser por la experiencia<br />

aleccionado, sin sentir la necesidad de recuperar nunca el honor, sin posibilidad de<br />

conversión?<br />

En efecto, si tal fue su condición a lo largo de su existencia en esta vida y una caída le<br />

hace impotente para enmendarse, no pudo ser creado el hombre si no es para caer. Y ni<br />

siquiera se puede hablar de caída, sino, con más exactitud, de yacer, pues su estado no le<br />

permite, en el terreno moral, levantarse. ¿Qué es entonces de aquella libertad que<br />

creemos le fue otorgada, si de dos cualidades contrarias le viene la peor de lo necesario, y<br />

la buena de lo mudable; o mejor, bajo la tiranía del crimen perdió la posibilidad de<br />

arrepentirse? Miserable en extremo este estado del hombre, si Dios le hubiera hecho de<br />

esta desdichada condición desde su origen, porque, una vez creado pecador, quedó<br />

encadenado al crimen por una eterna necesidad de pecar".<br />

Ag.- Dices cosas que te invito a considerar atentamente, y te harán sentir sonrojo a pesar<br />

de tu cinismo. ¿Por qué no te das cuenta de que, si la naturaleza se convirtió en perversa<br />

e incurre voluntariamente en el mal y, por injusto castigo, no puede convertirse al bien, no<br />

es sólo la naturaleza humana que me objetas, sino también la naturaleza angélica la que<br />

se hizo pésima? A no ser que digas que el diablo, caído por su voluntad del bien, si quiere<br />

y cuando quiera puede retornar al bien que había abandonado, y en este caso renovarías<br />

el error de Orígenes. Y, si no lo haces, rectifica, avisado, lo que dijiste imprudente, y<br />

confiesa que la naturaleza fue creada buena, y, si hizo el mal, lo hizo por propia voluntad,<br />

no por necesidad. Sólo la gracia de Dios puede de nuevo conducirla al bien que había<br />

abandonado, no su propio querer, habiendo merecido perder su libertad por el pecado.<br />

Otro pudiera igualmente errar como tú y decir: "¿Qué sustancia puede encontrarse peor<br />

que ésta, formada de tal manera que puede ir al suplicio eterno, pero no puede salir?" En<br />

verdad, puede Dios todopoderoso librarnos de este tormento, pero no puede mentir al<br />

decirnos que este suplicio es eterno, que es como decirnos que no lo hará.<br />

Con todo, lo que en esta materia te hace decir vaciedades es tu falsa definición del libre<br />

albedrío que diste en el párrafo anterior, ya refutada, pero que siempre vuelves a repetir.<br />

Dijiste: "El libre albedrío no es otra cosa que la posibilidad de pecar o no pecar". Con esta<br />

definición suprimes en Dios el libre albedrío, que tú no niegas, como con frecuencia has<br />

dicho; y es verdad, porque Dios no puede pecar. Más aún, los mismos santos, en el reino<br />

de Dios, perderían el libre albedrío, pues no pueden pecar.<br />

Quiero me prestes atención, pues debes saber lo que en esta materia nos preocupa; y es<br />

que castigo y recompensa son contrarios, y estos dos rivales se corresponden a otros dos<br />

contrarios; de suerte que el no poder obrar bien es un castigo, y el no poder pecar, una


ecompensa. Pon atención a las Escrituras, a las que, por desgracia, das esquinazo para<br />

abandonarte al viento de tu caprichosa locuacidad como a una tempestad. Escucha lo que<br />

dicen: Israel no encontró lo que buscaba, pero lo encontraron los elegidos; los otros se<br />

quedaron ciegos, según lo que está escrito: Les dio Dios un espíritu de aturdimiento, ojos<br />

para no ver, oídos para no oír hasta el día de hoy. Y David dice: Conviértase su mesa en<br />

trampa, piedra de tropiezo; oscurézcanse sus ojos para que no vean; se curven sus<br />

espaldas hacia la tierra 22 . Medita también estas palabras del Evangelio: No pudieron creer<br />

porque había dicho Isaías: Cegó sus ojos y endureció su corazón para que no vieran con<br />

sus ojos ni comprendieran en su corazón, y se convirtieran y sanaran 23 .<br />

He citado estos textos para que comprendas, si puedes, que, sin duda, es posible, por<br />

justo castigo, que los hombres no crean, porque tienen su corazón ciego, y por su bondad<br />

hace Dios que crean con voluntad libre. ¿Quién ignora que nadie cree si no es por el libre<br />

albedrío de su voluntad? Pero es Dios quien prepara esta voluntad; y nadie puede salir de<br />

esta esclavitud, merecida por su pecado, mientras no disponga el Señor con su gracia este<br />

querer, gracia gratuita del todo. Si Dios no hiciese querer a los que no quieren, cierto que<br />

no le pediríamos esta buena voluntad para aquellos que no quieren creer. Es lo que hacía<br />

el Apóstol por los judíos cuando dice: Hermanos, a ellos va el afecto de mi corazón y por<br />

ellos se dirigen a Dios mis súplicas para que sean salvos 24 . Por eso pedía San Pablo para<br />

ellos el querer: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo 25 . El obispo Cipriano<br />

ve en estas palabras de la oración dominical una advertencia para que oremos por<br />

nuestros enemigos infieles y para que estos hombres, que son tierra por pertenecer a la<br />

imagen del hombre terreno, crean, como nosotros, que estamos ya en el cielo, pues<br />

somos portadores de la imagen del hombre celestial.<br />

La gracia elevante de Cristo<br />

11. Jul.- "Perdura el pacto entre vosotros y los maniqueos; ellos por su profesión de fe,<br />

vosotros con vuestros argumentos, afirmáis que la naturaleza del primer hombre era<br />

mala; afirmación repleta de falsedades y absurdos, como lo prueba el admirable ejemplo<br />

del justo Abel. Dejo a un lado la legión de santos, por no citar más que el primer justo<br />

después del pecado de Adán. Abel, nacido de padres pecadores, prueba con su santidad<br />

que no le faltó fuerza para practicar la virtud. Pero no insisto sobre este punto, para poder<br />

seguir más de cerca la doctrina de esta secta traducianista.<br />

¿Qué clase de libre albedrío piensas tú le fue concedido a nuestros primeros padres, pues<br />

confiesas que les fue otorgado? Consistía, cierto, en la opción de poder hacer el mal o<br />

evitarlo, abandonar o practicar la justicia. No existiría voluntad de pecado si no precediera<br />

la posibilidad de querer pecar. Dices que usaron de su propia voluntad, es decir, que por<br />

un movimiento libre del alma perdieron el libre albedrío. ¿Se puede imaginar disparate<br />

mayor? Veamos la fuerza de tu argumentación. Dices que el hombre perdió por propia<br />

voluntad lo que voluntariamente le fue concedido; el pecado no es otra cosa que una mala<br />

voluntad; bien. La libertad nos es otorgada no para coaccionar a la voluntad, sino para<br />

posibilitarle su actividad; y esta libertad, dices, perdió su condición por un acto de su<br />

voluntad; de suerte que es preciso creer que pereció por el acto mismo que prueba su<br />

existencia. Evidente, una voluntad mala no es el fruto, sino prueba de la libertad. Y la<br />

libertad no es más que la posibilidad de obrar bien o mal, pero voluntariamente. ¿Cómo es<br />

posible perezca por un acto que prueba su existencia, pues la mala y buena voluntad no<br />

suprimen la libertad, la proclaman? La misma diferencia que existe entre victoria y<br />

derrota, existe entre tu teoría y la naturaleza del libre albedrío, pues lo crees muerto<br />

cuando se reafirma. ¿Qué hay de nuevo, qué sucedió de extraordinario en el hombre<br />

pecador para arruinar la obra de Dios? Fue creado el hombre con libertad para poder pecar<br />

o no pecar; pecó, e hizo ciertamente lo que no debía, pero lo pudo hacer. ¿Por qué iba a<br />

perder una facultad que le fue otorgada para que pudiese querer o no querer lo que<br />

quiso?"<br />

Ag.- Repites una y otra vez las mismas cosas a las que ya he dado respuesta, como habrá<br />

visto el lector. Mas como insistes y vuelves a repetir que la libertad de hacer el bien o el<br />

mal no puede perecer por su mal uso, responda el bienaventurado papa Inocencio, obispo<br />

de la Iglesia de Roma, en una carta que escribe -refiriéndose a vuestra causa- a los<br />

obispos de África reunidos en concilio: "El hombre, dice, dotado en otro tiempo de libre<br />

albedrío, usó inconsideradamente de sus ventajas, y, una vez caído en el abismo de su<br />

prevaricación, no encuentra cómo levantarse, y habría quedado sepultado bajo sus ruinas


si no hubiera Cristo venido a rescatarlo con su gracia".<br />

¿Ves lo que piensa la Iglesia por boca de su ministro? Tenía el hombre posibilidad de caer<br />

o estar en pie; pero, si cae, no tiene la posibilidad de levantarse que tuvo para caer,<br />

porque a la falta siguió el castigo. La gracia de Cristo, a la que sois vosotros unos<br />

miserables desagradecidos, viene a levantar al caído. Por eso en otra carta escrita a los<br />

obispos de Numidia, también en relación con vosotros, dice el mismo pontífice: "Se<br />

esfuerzan ellos -los pelagianos- por suprimir la gracia de Dios, que es necesario implorar<br />

incluso después de sernos restituida la libertad del estado primitivo" 26 .<br />

¿Lo oyes? La libertad nos fue restituida, y sostienes tú que no se perdió; y, satisfecho con<br />

la libertad humana, no imploras la gracia divina, cuando la libertad, incluso restituida a su<br />

estado primero, reconoce es necesaria. Te pregunto si habría recuperado la gracia del<br />

estado primero aquel que clama: No hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco;<br />

el querer está a mi alcance, pero no encuentro cómo realizar el bien 27 . Y aquellos a<br />

quienes se les dice: La carne guerrea contra el espíritu, y el espíritu contra la carne, de<br />

suerte que no hacéis lo que queréis 28 . Pienso no seas tan mentecato que digas existe en<br />

éstos la libertad del estado primitivo, y, sin embargo, si hubieran estado totalmente<br />

privados de libertad, no hubieran podido querer lo bueno, lo justo, lo santo. Hay a quienes<br />

deleita el pecar, no quieren o detestan la justicia, pero para amarla es preciso que prepare<br />

Dios las voluntades, porque al cumplimiento de la justicia ha de preceder el deseo de la<br />

voluntad; y poco a poco va creciendo este poder, con más rapidez en unos, más<br />

lentamente en otros, cada uno según le fuere otorgado por Dios, el único que puede<br />

restaurar la salud perdida en el hombre y acrecentarla hasta concederle el no poder<br />

perderla.<br />

En el número de los santos liberados se encuentra Abel, del que dices no careció de fuerza<br />

para vivir santamente. Cierto, no careció de fortaleza, pero después que le fue dada. Antes<br />

de esta gracia, ¿quién puede estar limpio de pecado?: Ni el niño cuya vida es de un día<br />

sobre la tierra 29 . Todos los redimidos han sido redimidos por aquel que vino a buscar lo<br />

que estaba perdido, a los que antes de su aparición en carne redimió por la fe en su<br />

venida. La redención es libertad plena y definitiva de felicidad cuando sea imposible servir<br />

al pecado. Porque, si como dices, consiste la libertad en la posibilidad de querer el bien o<br />

el mal, no hay en Dios libertad, pues no puede pecar. Y si en el hombre buscamos este<br />

libre albedrío original e inamisible, el deseo de felicidad existe en todos los hombres,<br />

incluso en los que no quieren poner los medios que conducen a esta felicidad.<br />

Estado de rectitud y estado de impecancia<br />

12. Jul.- "Voy a seguirte por los breñales de tu pensamiento. Argumentas que el libre<br />

albedrío ha sido constituido de tal suerte, que pierde fuerza según sea el acto de su<br />

voluntad y que en el futuro queda sometido a la necesidad de la parte elegida. Pon<br />

atención a mi respuesta. ¿Crees que el hombre fue creado de suerte que debe sufrir la<br />

necesidad de una opción; es decir, que, si ha escogido el bien, ya no puede en el futuro<br />

pecar, y si escoge el mal no puede enmendarse? ¿O esta necesidad sólo se refiere al mal,<br />

y por parte del bien nada de esto sucede, quedando así expuesto a todos los peligros de la<br />

inconstancia?<br />

Elige una de estas dos opciones; si dices que nuestra naturaleza debe sólo padecer la<br />

necesidad del mal, no hay ya duda posible que se encuentra en la peor de las condiciones,<br />

pues no tiene otro privilegio que el de una dura necesidad; prueba de que era la<br />

naturaleza de Adán mala, sin quedarte, para un posible resguardo, la más pequeña<br />

sombra de voluntad. Si, por el contrario, dices que el bien está sometido a la misma ley,<br />

esto es, si alguien quiere el bien, ya no puede pecar, pregunto: ¿Por qué el hombre pecó?<br />

¿Por qué no sufrió la necesidad del bien y resistió a los ardides del diablo, si antes de su<br />

pecado se le ve, durante algún tiempo, sumiso a la voluntad de Dios?<br />

Esta naturaleza, formada del limo de la tierra, caldeada por el soplo del alma, no ardió en<br />

seguida en deseos de un mal querer. Colocado, se lee, en un jardín para que lo cultivase y<br />

guardase, le mandó Dios comer de todos los frutos, con orden de no tocar al árbol de la<br />

ciencia del bien y del mal. Antes de ser formada la mujer de su costado, Adán, fiel al<br />

precepto del Señor, cultivaba, en su inocencia, un ameno jardín; más tarde mereció tener<br />

a su lado una compañera semejante a él. Nos describe la Escritura estas etapas. Cuando<br />

vio Adán a la mujer que Dios le había dado dispuesta a seguir la voluntad de Dios, da a


conocer a su compañera el precepto que había recibido. Guardián de este precepto, se lo<br />

da a conocer, y enseña a Eva el respeto que debe al Legislador, la sumisión obligada y la<br />

causa del temor. De ahí la resistencia de la mujer cuando viene el diablo a su encuentro;<br />

y, aunque Dios nada le había directamente intimado, rechaza, de entrada, las mentiras de<br />

la serpiente, diciendo que no les había Dios prohibido comer del fruto de todos los árboles,<br />

como el diablo fingía, porque les había permitido saborear todos los frutos, excepto de un<br />

solo arbusto; y la muerte sería el castigo justo de la prevaricación. No se puede, pues,<br />

afirmar que Adán no haya sido, durante breve tiempo, fiel al precepto del Señor; y lo<br />

observa Eva religiosamente también, aunque más tarde cae, seducida por el deseo de la<br />

ciencia y de la divinidad.<br />

¿Por qué esta justicia, esta piedad que reinó largo tiempo en Adán, menos tiempo en Eva,<br />

no le libró de la posibilidad de pecar, anclándolos en la necesidad del bien, y poder así<br />

resistir las seductoras palabras del diablo? Luego fueron fieles mientras quisieron, pero su<br />

fidelidad no les hizo perder la posibilidad de pecar. Pecaron, sí, pero es evidente que<br />

después de su pecado no perdieron la posibilidad de arrepentirse 30 . Y aquí, como en todas<br />

partes, ves evaporarse tu sistema; porque el pecado de los primeros hombres no impone<br />

necesidad alguna de pecar ni se trasvasa a la naturaleza, como la justicia que precedió a<br />

la caída no se convirtió en necesidad de virtudes ni se propaga por vía seminal".<br />

Ag.- Cuanto acabas de decir con abundancia de palabras ambiguas, se puede expresar<br />

brevemente. ¿Por qué Adán, dices, cuando hizo el mal, perdió la posibilidad de hacer el<br />

bien, y obrando bien anteriormente no perdió la posibilidad de poder pecar? Con esto<br />

quieres dar a entender que, de ser así, por creación la naturaleza no es buena, sino mala,<br />

porque fue en el hombre una mala acción más potente para impedirle hacer el bien, que<br />

una buena acción para impedirle hacer el mal.<br />

Con esta manera de argüir, podías igualmente decir que fue un mal para el hombre haber<br />

sido formado con ojos, porque, apagados, se queda uno en la imposibilidad de ver;<br />

conservando la vista, está en la imposibilidad de perderla; o decir que todo el cuerpo del<br />

hombre fue mal formado, porque puede suicidarse, pero no puede resucitarse, y muerto<br />

no puede darse la vida; pero mientras esté vivo nada le impide pueda darse la muerte; y<br />

si esto no dices porque ves claro es un absurdo, ¿por qué dices que Dios creó la naturaleza<br />

del hombre mala porque una voluntad mala impide al hombre volver al bien, o que la<br />

voluntad buena no puede impedir la caída en el mal?<br />

Fue el hombre creado con el libre albedrío; podía no pecar si no quisiera, pero no quedaría<br />

impune su pecado si quisiera pecar. ¿Qué hay de asombroso, si al pecar deterioró la<br />

naturaleza buena que le dio Dios, que sea castigada con la imposibilidad de obrar<br />

rectamente? Mientras permaneció en su estado de rectitud y podía no pecar, no recibió el<br />

don mayor de no poder pecar porque no quiso permanecer en el bien recibido hasta el día<br />

prefijado para su recompensa. El don otorgado a los santos en el siglo futuro lo será<br />

cuando sean revestidos de un cuerpo espiritual; y lo habría recibido Adán sin pasar por la<br />

muerte, encumbrándose de un estado en el que podía no morir a otro en el que no podía<br />

morir, y del estado en que podía no pecar, a otro en el cual no podría pecar. No tuvo<br />

Adán, en su origen, cuerpo espiritual, sino un cuerpo animal; por tanto, si no hubiese<br />

pecado, no debía morir. Dice el Apóstol: No es primero lo espiritual, sino lo animal;<br />

después lo espiritual 31 . Esto hace decir a San Ambrosio: "Fue Adán creado como en una<br />

sombra de vida, de la que no podía caer por necesidad, sino por voluntad" 32 . Si hubiera<br />

permanecido en dicha vida, habría recibido esta otra vida, de la que era sombra la<br />

primera; vida que recibieron los santos y de la que es imposible caer.<br />

Por el contrario, a esta vida presente, sujeta a la muerte, la llama sombra de muerte; y a<br />

la muerte, de la que es sombra y que nos recuerda otra muerte, la llama muerte segunda<br />

33 , de la que nadie, cuando llegue, puede regresar. Cuantos han sido liberados de esta<br />

sombra de muerte están predestinados a pasar a esta otra vida, de la que nunca se caerá<br />

ni se podrá volver a la vida presente, que es sólo una sombra de vida. Allí estará Adán,<br />

pues, con razón, se cree que fue rescatado del infierno cuando el Señor descendió a los<br />

infiernos; esta criatura primera de Dios que no tuvo padre, sino a Dios creador, y primer<br />

padre de Cristo según la carne, no debía permanecer encadenado ni padecer suplicio<br />

eterno.<br />

Allí donde la misericordia sobrepasa al juicio 34 , no es necesario buscar méritos, sino<br />

gracia. Misterios insondables e impenetrables, pero que si uno, según las palabras del


Señor, no renace del agua y del Espíritu, no entrará en el reino de Dios 35 . Y así vemos a<br />

veces que, a pesar de los buenos méritos de los fieles, no se concede a los hijos entrar con<br />

sus padres en el reino de Dios. Estos niños mueren sin haber sido regenerados, y, no<br />

obstante el vivo deseo de sus padres y la rapidez en acudir el ministro de los sacramentos,<br />

el Dios de todo poder y de toda misericordia no permite sea retrasada su muerte para que<br />

estos niños, nacidos de padres cristianos, puedan ser, bautizados antes de abandonar esta<br />

vida, y ser una pérdida para el reino de Cristo y para sus padres. Estos niños mueren,<br />

pues, antes de ser bautizados, mientras algunos hijos de infieles, blasfemadores de la<br />

gracia de Cristo, llevados de la mano por cristianos, por una admirable providencia de<br />

Dios, reciben esta gracia y son separados de sus padres impíos para ser incorporados al<br />

reino de Dios.<br />

Si te preguntamos qué clase de justicia es ésta, cierto no la encontrarás en aquel<br />

dialéctico y filosófico discurso en el que te parece haber disputado en profundidad y con<br />

elegancia suma acerca de la justicia de Dios. Pero el Señor conoce los pensamientos de los<br />

sabios, pues son vanos 36 , y esconde sus secretos a los sabios y prudentes y los revela a<br />

los pequeños 37 ; es decir, a los humildes que confían en el Señor, no en sus fuerzas, cosa<br />

que tú nunca has tenido o, al menos, ahora no la tienes.<br />

Si quieres saber cuándo y dónde se concede al hombre el no poder pecar, busca en la<br />

recompensa que después de esta vida recibirán los santos. Esto si no crees que por la<br />

malicia del pecado ha perdido el hombre el libre albedrío, del que podía servirse para<br />

hacer el bien. Escucha al que dice: No hago el bien que quiero, sino el mal que aborrezco<br />

38 . Pero vosotros no queréis que este mal venga de una fuente viciada, sino de una mala<br />

costumbre avasalladora, y, en consecuencia, confesáis que el libre albedrío perece sólo por<br />

su mal uso. Y no admitís que este gran pecado, más enorme que toda mala costumbre,<br />

haya podido viciar el libre albedrío en la naturaleza humana, como si sólo una mala<br />

costumbre pudiera viciar al hombre y le hiciera decir que quiere el bien, sin poderlo<br />

realizar. Existe una libertad dada al hombre que permanece siempre en la naturaleza, y es<br />

esta voluntad la que nos hace querer ser felices y no podemos no quererlo. Pero esto no<br />

basta para ser feliz, pues no nace el hombre con esta libertad inmutable del querer, por el<br />

cual pueda y quiera hacer el bien; así como es en él innato el deseo de la felicidad; bien<br />

que todos ansían, incluso los que no quieren vivir bien.<br />

El mal uso del libre albedrío deterioró la libertad<br />

13. Jul.- "¿Qué hemos logrado? Una de dos: es necesario admitir o confesar que Adán<br />

recibió de Dios una naturaleza buena, inadmisible por un pecado voluntario, y, en<br />

consecuencia, abandona tu pecado natural, o sostén, como lo haces, que Adán es causa de<br />

todos los males de nuestra naturaleza; di, pues, sin rebozo que su naturaleza era pésima y<br />

que es obra de vuestro Dios; el tuyo y el de Manés".<br />

Ag.- No sucedió como imaginas haber sucedido; lo hemos demostrado en nuestra anterior<br />

respuesta. La cuestión entre nosotros era saber si por un mal uso de su libre albedrío se<br />

deterioró la libertad del hombre hasta el extremo de que el que hace el mal sea incapaz de<br />

hacer el bien si no es sanado por gracia. Omitiendo otras muchas cosas que dije en mi<br />

respuesta, topamos con un hombre que dice con la suprema autoridad de las Escrituras:<br />

No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero 39 . En estas palabras, el libre<br />

albedrío aparece con claridad deteriorado por su mal uso. No quiere esto decir que el<br />

hombre, antes del pecado, haya usado mal del libre albedrío en aquella felicidad<br />

paradisíaca, dotado como estaba el hombre de una gran facilidad para el bien.<br />

Vosotros os guardáis mucho de atribuirlo a la naturaleza viciada del primer hombre; para<br />

vosotros, esto viene de una mala costumbre que subyuga al hombre, que quisiera vencerla<br />

y no puede, no encontrando en él libertad completa para hacer el bien, y se ve forzado a<br />

lamentarlo; como si el hombre que sufre la tiranía de un mal hábito y le haga pedir a Dios<br />

verse libre, no demostrase que su naturaleza es flaca. Porque el que así habla añade:<br />

Siento otra ley en mis miembros, opuesta a la ley de mi mente, y me encadena a la ley del<br />

pecado, que está en mis miembros. ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo<br />

de muerte? La gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor 40 . Interpretad como queráis<br />

este cuerpo de muerte; sin embargo, al hablar así constata un debilitamiento del libre<br />

albedrío, debilidad en nuestra naturaleza; y desea, por la gracia de Dios, verse libre de<br />

este cuerpo de muerte, que le impide hacer el bien e impele a hacer el mal que aborrece.


Sois vencidos por un argumento aún más convincente, porque el pecado del primer<br />

hombre fue, por su enormidad, muy superior a todo hábito de violencia; y son las miserias<br />

de los niños, que ciertamente no existirían en el paraíso si el hombre, para evitar ser<br />

expulsado, se hubiera conservado en la rectitud de la felicidad en la que fue creada la<br />

naturaleza humana. Para no repetir lo que en otros lugares he dicho, dejo a un lado la<br />

infancia indocta y rebelde y digo: si algún niño es obligado a retener en su memoria una<br />

lección de su maestro y él quiere y no puede, ¿no diría, si pudiese, y con toda verdad:<br />

"Siento en mi mente una ley contraria a la ley de mi voluntad que me esclaviza a la ley de<br />

la palmeta que amenaza mis miembros? ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este<br />

cuerpo de muerte? Un cuerpo corruptible es lastre del alma, de suerte que no puede<br />

retener en la memoria lo que quiere. ¿Quién me librará de este cuerpo de corrupción? La<br />

gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor; y ya sea esto cuando el alma, despojada y<br />

redimida por la sangre de Cristo, descanse, ya sea cuando el cuerpo corruptible se vista de<br />

incorruptibilidad 41 y, después de las tribulaciones de esta vida causadas por el pecado,<br />

nuestros cuerpos mortales sean vivificados por el Espíritu de Cristo que habita en<br />

nosotros".<br />

Contra esta gracia defendéis vosotros el libre albedrío de la voluntad, esclava del pecado.<br />

Lejos del maniqueísmo estamos nosotros, pues reconocemos que la naturaleza es buena<br />

en adultos y niños, pero está enferma y necesita de médico.<br />

Testimonio de San Cipriano, de San Ambrosio y de San Gregorio<br />

14. Jul.- "Hasta este momento he discutido como lo exige la regla de nuestra fe, pero no<br />

me limito a este mi obrar; te trataré con indulgencia y tomaré de propósito aire de una<br />

persona que da la sensación de estar de acuerdo con tu maestro. Por este ardid, si no eres<br />

maniqueo, te verás obligado a combatir su doctrina, y quedará claro que no tratamos de<br />

engañar cuando decimos que un traducianista nada encuentra que oponer a Manés. Se<br />

verá que estás en completo acuerdo con él, os entendéis en todo y entre vosotros no<br />

pueden existir disensiones. No pierda de vista el lector este mi artificio que empleo como<br />

medio. Y ahora dejemos ya hablar a la persona que represento.<br />

Yerran quienes piensan que este cuerpo de barro es propicio a la justicia; una vil criatura<br />

de carne y sangre es el polo opuesto a todo noble sentimiento. Cuanto excita y seduce los<br />

sentidos no sirve si no es para perturbar y revolucionar el alma; caída, por no sé qué<br />

desgracia, en el cieno, no puede elevarse su espíritu generoso al verse manchada de lodo.<br />

Aspira, sí, al lugar de su origen, a regiones superiores, pero se ve encadenada en la<br />

oscuridad de una cárcel terrena. Quiere sobrevolar a las cumbres de la castidad, pero<br />

siente el apego viscoso en las entrañas ardientes de una obscena voluptuosidad. Si anhela<br />

la generosidad de la munificencia, se encuentra aprisionada con férreas esposas a la<br />

avaricia, con máscara de austeridad. Si desea permanecer en una atmósfera de calma y<br />

sosiego, le asalta el temor como granizo, el dolor como tempestad, la duda la arroja fuera<br />

de sí misma en un mar de perplejidades.<br />

Suma a todo esto la noche de lo desconocido, rodeado de suciedad. ¿Qué podemos<br />

encontrar en este ser viviente de laudable, sin ojos para ver lo que le conviene, si en<br />

medio de las tempestades y escolleras de sus deseos, imposible de contar, sufre<br />

naufragio? No es, pues, un error ver en todo esto los efectos de una naturaleza<br />

depravada; la misma condición de los primeros hombres nos presenta idénticas miserias.<br />

Esto puede ser comprobado con el testimonio de Moisés, autoridad entre los católicos.<br />

Experimentaban los primeros hombres la angustia del temor, porque en caso de<br />

desobediencia se les atemorizaba, y, si se juzga por comparación, pensamos que su terror<br />

era más vivo que el de sus descendientes.<br />

¿Cómo podía la muerte aterrarlos, cuando no conocían sus efectos? Una simple sospecha<br />

de sus incomodidades era suficiente para aterrarlos. ¿Cuál podía ser el sosiego de un alma<br />

en medio de una formidable tempestad de temores? Esta profunda ignorancia, que es<br />

necesario sufrir como dura condición, no podía aliviarse si no era mediante una<br />

prevaricación, pues no alcanzaría la ciencia del bien y del mal a no ser por una audacia<br />

condenable.<br />

Este ser ciego y miserable, dirás, llevaba innata en sí la codicia, que aviva la belleza, y la<br />

suavidad del fruto prohibido. Pero todo esto no es nada para expresar su desgracia si él no<br />

se hubiera expuesto a los ataques de una naturaleza superior. ¿Quién hay tan sin juicio


que descubra un bien donde abundan tantos males? Desde sus orígenes, la carne en<br />

nuestros primeros hombres se muestra de una pésima condición y de una naturaleza muy<br />

mala. Luego un Dios bueno no pudo crear una naturaleza tan mala. ¿Qué podemos hacer<br />

si no es confesar que uno es el creador del alma y otro el creador del barro?<br />

Aquí tienes, en pie de guerra, al ejército de Manés, cuyo papel asumí. Comprendes nuestra<br />

táctica; es decir, aquel que es su adversario lo va a demostrar en la siguiente<br />

impugnación. Pon tu dogma en conflicto con el suyo; veréis si puede resistir el más leve<br />

empujón sin derrumbarse. Proclama Manés culpables no sólo a los que nacen de la unión<br />

de los cuerpos, sino al mismo Adán, que tenía en sus entrañas algo sórdido al ser formado<br />

del limo de la tierra. La naturaleza carnal, dice, era en los primeros hombres mala; y,<br />

cuando se enciende en su alma una centella de virtud, la empapa y apaga. Es, pues, una<br />

locura, por parte de los católicos, apoyarse en el testimonio de los pecadores y no en la<br />

experiencia. Lo ven, no hacen el bien que quieren, sino el mal que detestan; y, a pesar de<br />

esto, creen que la carne no sufre la necesidad del mal.<br />

Si puede, responda el traducianista a estos ataques tan fuertes; yo asistiré como<br />

espectador y aguardo el fin de vuestra pelea. ¿Qué responderás al que jura que la<br />

naturaleza fue mala en el mismo hombre primero? Sin duda, replicarás que Dios creó al<br />

hombre, y no pudo hacer obra mala cuando lo creó; y como Dios no hace obra mala e hizo<br />

al hombre, se sigue que no es mala su naturaleza. Has dicho verdad; pero repara si<br />

puedes hablar así en mi presencia. No siento inquietud porque combatas el maniqueísmo;<br />

en esto estás a mi lado. Has sido conquistado, y me siento feliz del triunfo que me<br />

proporcionas; aplaudo tu profesión de fe y te ruego no la olvides. Por consideración a la<br />

dignidad del autor, es decir, de Dios, incapaz de hacer algo mal, declaras que todas sus<br />

obras son buenas. Ahora bien, los hombres, engendrados por la unión de los sexos, según<br />

institución de Dios, ¿son para ti obra de Dios o del diablo? Si son obra de Dios, ¿cómo<br />

puedes decir que son culpables y malas, puesto que para probar que la naturaleza de Adán<br />

no puede ser mala has dicho, por toda razón, que fue creada por un Dios óptimo? Si basta<br />

admitir que la naturaleza del primer hombre no fue mala en su institución, por ser obra de<br />

Dios, cuya bondad confesamos, es suficiente para aniquilar el sistema traducianista, pues<br />

nace de un matrimonio y no pueden ser malos, pues son obra de un Dios bueno.<br />

Y si por una insensata y rabiosa obstinación persistes en decir que los niños son obra de<br />

Dios y, no obstante, son malos por naturaleza, estas mentiras en nada pueden perjudicar<br />

a nuestro Dios ni a nosotros los católicos; y conste que no habéis refutado a Manés, que<br />

acoge con placer vuestra acusación contra Dios, feliz al ver desmoronarse el argumento<br />

por el que te afanabas en demostrar que Adán había sido creado en un estado de bondad".<br />

Ag.- Cuando con habilidad, que es manifiesta ceguera, me propones trabar combate con<br />

Manés en tu presencia, contribuyes, sin pensarlo, a tu ruina. Incluso das a pensar a los<br />

menos inteligentes cómo por el soplo pestilente de tu dogma apoyas la doctrina<br />

ponzoñosa inspirada en Manés, el más funesto de los errores. Cuantos escuchen o lean lo<br />

que dices, con tanta extensión como elocuencia, acerca de las miserias de esta vida mortal<br />

y corruptible, comprenderán no sólo por tus palabras, sino también por sus miserias, que<br />

has dicho verdad. Manés al hablar en contra nuestra y repetir tus palabras, puede, sin<br />

trabajo o dificultad alguna, ver en esta vida mortal y perdida la felicidad del paraíso por su<br />

pecado, las miserias que tú enumeras, y esto con más extensión y detalle, porque tan<br />

manifiestas son, que la misma Sagrada Escritura, en muchas de sus páginas, nos habla de<br />

estas miserias como venidas de este cuerpo corruptible, y ve en la torpeza del alma su<br />

consecuencia.<br />

Los mismos santos han de luchar en esta vida, porque la carne codicia contra el espíritu, y<br />

el espíritu contra la carne 42 ; pues, como dice el gloriosísimo Cipriano, el espíritu busca lo<br />

celeste y divino, y la carne apetece lo terreno y humano 14. De ahí nace el conflicto, que<br />

el mencionado mártir explica con diligente elocuencia en su libro sobre la muerte; y, entre<br />

otras cosas, dice que se nos impone una dura lucha contra los vicios de la carne y las<br />

seducciones del mundo. Y San Gregorio nos pone ante la vista el combate que hemos de<br />

sostener en este cuerpo de muerte; y lo hace con tal precisión, que no hay atleta que no<br />

se vea como en un espejo en estas palabras del Santo: "Somos en nuestro interior<br />

asaltados por nuestros vicios y pasiones; día y noche atormentados por el aguijón<br />

quemante de este cuerpo despreciable, de este cuerpo de muerte; ora interior, ora<br />

exteriormente, es necesario defendernos de los atractivos de las cosas visibles que nos<br />

provocan y excitan; mientras este cuerpo barroso al que estamos atados exhala


insoportable hedor por todos sus poros, y la ley del pecado que está en nuestros<br />

miembros, en oposición a la ley del espíritu, se encarniza y trata de rendir cautiva a esta<br />

imagen real que en nosotros existe y busca apropiarse de todo lo que nosotros poseemos<br />

por nuestra condición divina y primitiva" 43 .<br />

Las palabras de este hombre de Dios que cité en el segundo (c. 2) de los seis libros que<br />

escribí contra tus cuatro libros, y que reproduje en esta obra (l. 1 n. 67) al responder a tu<br />

primer volumen, en el que pretendes dar otro sentido a este cuerpo de muerte, del que,<br />

según el Apóstol, seremos librados por la gracia de Dios 44 , es lo que hizo decir a San<br />

Ambrosio: "Todos los hombres nacemos bajo el pecado; y nuestro mismo nacimiento está<br />

viciado, según las palabras de David: He sido concebido en iniquidad y en delitos me<br />

alumbró mi madre 45 . Por eso, la carne de Pablo era cuerpo de muerte, como él mismo nos<br />

dice: ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" 46<br />

¿Por qué asombrarse si, al contemplar Manés los males de esta vida y el cuerpo de muerte<br />

que hace pesada el alma, la discordia entre carne y espíritu y la dureza del yugo que pesa<br />

sobre los hijos de Adán desde el día de la salida del vientre de sus madres 47 hasta el día<br />

de su sepultura en la madre de todos, dice por tu boca, contra nosotros, lo que leemos<br />

dijo Gregorio contra vosotros? Consta, pues, a maniqueos y católicos que los males de<br />

esta vida son una tentación sobre la tierra 48 ; y el mundo rebosa de estos males que<br />

afligen al género humano desde que salen del vientre de sus madres hasta el día de su<br />

sepultura en el seno de la madre común. Pero de dónde vengan estos males, no existe<br />

acuerdo entre ellos, antes hay una profunda diferencia.<br />

Los atribuyen los maniqueos a una naturaleza mala y extraña; los católicos, a nuestra<br />

naturaleza, buena en sí, pero viciada por el pecado y castigada con toda justicia. ¿Qué<br />

dices tú, que no quieres decir lo que decimos nosotros? ¿Cuál es tu respuesta a Manés<br />

sobre el origen de estos males que traen consigo los hombres al nacer, y con los que no<br />

nacerían en el paraíso si nadie hubiera pecado y si nuestra naturaleza, de no haber sido<br />

viciada, permaneciera recta desde su creación? Y si esta lucha entre carne y espíritu es un<br />

vicio congénito de la naturaleza, ¿de dónde viene? ¿Es un vicio congénito lo que hace decir<br />

al Apóstol: Sé que el bien no habita en mí, es decir, en mi carne; el querer el bien está a<br />

mi alcance, pero no el realizarlo? 49 Y si no viene de la raíz, viciada por la prevaricación del<br />

primer hombre, di, ¿de dónde viene? Si estos vicios no son congénitos, ¿de dónde vienen?<br />

"Vienen, dirás, de la costumbre de pecar que cada uno adquirió por su libre voluntad". Y<br />

entonces confiesas lo que no querías confesar; a saber, que por su mal no pudo perecer la<br />

libertad de la voluntad, porque, al progresar en el mal, se hizo menos idónea para el bien.<br />

Pero ¿es que puede alguien ser obstinado de corazón por la voluntad? ¿Es por la voluntad<br />

por lo que alguien se haga olvidadizo? ¿Es por la voluntad el que se haga alguien memo?<br />

Estos y otros vicios del alma y del espíritu, con los que nadie ambiciona nacer, si no<br />

vienen de una fuente viciada, di, ¿de dónde vienen? No vas a decir que, si nadie hubiera<br />

pecado, podían existir en el paraíso. Por último, este mísero estado en el que el cuerpo<br />

corruptible es lastre del alma y hace gemir a todos los hombres que no han perdido por<br />

completo la razón, di, ¿de dónde viene? No irás a decir que los primeros hombres creados<br />

lo fueron de suerte que el alma de uno de ellos se hizo pecadora por su cuerpo corruptible,<br />

o que, después de aquel pecado tan enorme, alguien nace sin un cuerpo de esta condición.<br />

¿Por qué, pues, con gran abundancia de palabras, nos enfrentas a Manés, cuando tú<br />

mismo, al negar nuestra doctrina, no tienes nada que responderle?<br />

Pero le responde Cipriano: "La discordia entre carne y espíritu, dice, es motivo para<br />

implorar de Dios Padre su acuerdo" 50 . Y le responde Gregorio con las palabras que has<br />

puesto en boca de Manés contra nosotros; enseña Gregorio que, con la gracia de Dios, es<br />

necesario guiar a Dios a una y otro. Le responde Ambrosio, y dice que la carne ha de<br />

obedecer y vivir bajo la dirección del alma; como sucedía cuando moraba a la sombra del<br />

paraíso, antes que el pestilencial veneno de la serpiente se inyectase en él, despertándole<br />

un hambre sacrílega de saber 51 .<br />

Con claridad nos dicen estas palabras de los obispos católicos que no es mala la naturaleza<br />

de la carne, pero sí esté viciada, y, una vez sanada del vicio, retorna a su estado primitivo,<br />

sin estas corrupciones, que hacen pesada el alma, y sin las apetencias, que la hacen<br />

rebelde al espíritu; rebelión que engañó a Manés y le hizo imaginar una sustancia mala y<br />

extraña que se mezcló con nuestra naturaleza. Si quisieras seguir con nosotros la fe de<br />

estos obispos católicos, combatirías a los maniqueos y no les prestarías ayuda; hasta


ahora te esfuerzas en edificar, no en destruir sus doctrinas; porque, cuando niegas los<br />

males que trae consigo al nacer la naturaleza viciada, no consigues hacernos creer que<br />

estos males naturales no existan, pues su evidencia se impone, pero das pie a que se<br />

sospeche que vienen de una naturaleza mala, mezclada con la nuestra, según las fábulas<br />

de los maniqueos, y no de nuestra naturaleza buena cuando fue creada, pero viciada por<br />

la prevaricación del primer hombre, como enseña la fe de los católicos.<br />

Pero se empecina Manés, dices, en demostrar que la carne misma del primer hombre,<br />

antes aún del pecado, era mala. Según lo introduces en escena, es necesario le demos,<br />

tanto tú como yo, una respuesta. Si dice que la naturaleza fue creada por un mal obrero,<br />

le respondemos los dos que la criatura era buena, y podía no pecar si no quería, aunque<br />

no es igual a su Creador, y sólo puede ser obra de un Creador bueno. Si afirma que el<br />

hombre era un ser miserable por el temor a la muerte con que lo amenazó Dios antes del<br />

pecado si pecaba, responderemos los dos que el hombre, si no hubiera querido, no<br />

hubiese pecado, y en esta amenaza encontraba no un temor capaz de turbarle, sino una<br />

serena cautela contra el castigo que debía seguir al pecado.<br />

Estas son las respuestas que, como he dicho, nosotros podemos dar en común a un común<br />

adversario. Pero yo exalto contra Manés las excelencias de esta criatura racional, exenta<br />

no sólo de todo temor, sino inundada de una gran alegría, dado que estaba en su poder no<br />

sufrir el mal de la muerte, que todos o casi todos los corazones rehúyen. A esta fe nuestra<br />

se opone vuestro error, pues pensáis que, pecase o no pecase, Adán debía morir. ¿Qué<br />

puedes responder a Manés cuando afirma que la naturaleza fue creada mala y que, peque<br />

o no peque, ha de ser atormentada por el temor de una muerte inminente? Porque si<br />

respondes que fue creada de suerte que no temía a la muerte, que, sin duda, alguna vez<br />

llegaría, te convencerás en que es mísera en los descendientes de Adán, porque el temor a<br />

la muerte es tan natural, que hasta los hombres que aspiran a los goces de la vida futura<br />

luchan aquí, en la tierra, con el pavor a la muerte, y no quieren ser despojados, sino<br />

revestidos, para que, cuanto depende de su querer, no termine esta vida con la muerte,<br />

sino que lo mortal sea absorbido por la vida 52 . De esto se sigue que, si en el paraíso<br />

introduces el temor a la muerte antes del pecado, eres vencido por los maniqueos, pues<br />

creen y quieren hacer creer que la naturaleza humana fue creada mísera incluso en el<br />

primer hombre; si respondes que este temor a la muerte no existía antes del pecado, eres<br />

vencido por nosotros, porque sólo una naturaleza viciada puede cambiar a peor.<br />

Pero, cuando contra nosotros haces decir a Manés que el hombre no podía no ser<br />

desgraciado a causa de una innata codicia que lo atormentaba al ver la belleza y la dulzura<br />

del fruto prohibido, reconoce, Juliano, el escollo contra el que inevitablemente vas a sufrir<br />

naufragio. Nosotros decimos que en la mansión feliz no existía codicia contraria a la<br />

voluntad. Esto supuesto, si aquellos primeros hombres deseaban algo de lo que, por otra<br />

parte, querían abstenerse con certeza, ese deseo era contrario a su querer, y el lenguaje<br />

que en boca de Manés pones se revuelve contra ti, sin rozarme a mí. Y si tal era la<br />

condición de los primeros hombres y en ellos la apetencia resistía a la voluntad, ya<br />

luchaba la carne contra el espíritu, y el espíritu contra la carne; y esto supone, con toda<br />

evidencia, un vicio de la carne que el Apóstol señala a sus fieles: Uno y otra se oponen<br />

entre sí, de manera que no hagáis lo que queréis 53 .<br />

No ha existido santo que no ansiara que esta lucha entre carne y espíritu cesara; sin<br />

embargo, combatían para que la concupiscencia de la carne no se complete con el<br />

consentimiento, siguiendo el aviso del Apóstol: Os digo: caminad en espíritu y no deis<br />

consentimiento a las obras de la carne 54 . No dice: "No tengáis apetencias carnales<br />

contrarias al espíritu", porque sabe que en este cuerpo de muerte no pueden vivir carne y<br />

espíritu en paz completa; dice, sí: No deis consentimiento a las obras de la carne 55 . Nos<br />

aconseja luchar contra las rebeliones de la carne y vencer sus apetencias con la<br />

resistencia, en lugar de cumplir sus deseos con nuestro consentimiento.<br />

Esta paz, que supone ausencia de toda rebelde codicia y de toda resistencia, existía en el<br />

cuerpo de vida que perdimos por el pecado del primer hombre, viciando nuestra<br />

naturaleza. Si no existiese concordia entre carne y espíritu antes del pecado, sería falso lo<br />

que Ambrosio dice: "La discordia se metió en nuestra naturaleza por la prevaricación del<br />

primer hombre, y se debería admitir, ¡Dios nos libre!, lo que tú haces decir a Manés contra<br />

nosotros; es decir, que el primer hombre fue creado desgraciado, con unas apetencias<br />

innatas que le atormentan, estimuladas, sobre todo, por la belleza y la dulzura del fruto


prohibido".<br />

Nosotros, por el contrario, decimos que el primer hombre fue, antes del pecado, tan feliz y<br />

su voluntad tan libre, que cumplía el precepto del Señor con la fuerza extraordinaria de su<br />

alma, sin experimentar en su carne, contra su querer, ningún movimiento contrario antes<br />

de ser la naturaleza viciada por la seducción venenosa de la serpiente y ofrecer resistencia<br />

a la voluntad; consumado el pecado, la concupiscencia de la carne se rebeló contra el<br />

espíritu, castigo de su alma, ya enferma. Por consiguiente, si el primer hombre no hubiera<br />

hecho, al pecar, lo que quiso, no sufriría, al codiciar, lo que no quiere.<br />

Triunfamos, pues, de Manés, empeñado en introducir un creador malo como creador de la<br />

naturaleza del hombre; pero tú, que durante nuestra lucha has elegido, por propia<br />

decisión, el papel de espectador, di: ¿con qué dialéctica, con qué fuerzas osas resistir a las<br />

palabras que contra nosotros has prestado a Manés, si nos dices que esta concupiscencia<br />

carnal como es hoy, en guerra contra el espíritu, existía ya en el paraíso antes del pecado?<br />

Quieras o no, has de bajar desde el asiento del teatro a la arena, y de espectador te<br />

hacemos luchador. Traba combate y derrota, si puedes, al enemigo común, pues haces<br />

también profesión de adorar a un Dios creador de la carne. Vence al enemigo, que trata de<br />

persuadirnos que fue un Dios malo el creador de la carne con sus concupiscencias, en<br />

guerra ya contra el espíritu antes de su depravación por el pecado, y que convertía al<br />

hombre en un ser desgraciado.<br />

¿Dirás, acaso, que esta concupiscencia existía, pero que el hombre no era desgraciado? ¿<br />

Es esto vencer a un adversario? ¿Has olvidado quién fue el que dijo: Siento otra ley en mis<br />

miembros que repugna a la ley de mi espíritu 56 , y que después de estas palabras<br />

exclama: ¡Pobre de mí!? Si cuando Adán quería obedecer al precepto divino era ya<br />

incitado a comer del fruto prohibido; si la concupiscencia de la carne ya existía, según tu<br />

parecer, y resistía a los deseos del espíritu, no pudo, si hubiera querido, decir según<br />

verdad: Me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero advierto otra ley en<br />

mis miembros que lucha contra la ley de mi mente? 57 ¿Cómo no ser desgraciado un<br />

hombre, si después de estas palabras añade el Apóstol: ¡Pobre de mí!? 58 Por último, ¿<br />

cómo no ser desgraciado, si, teniendo una voluntad libre, la concupiscencia de la carne se<br />

encrespa contra el espíritu, según testimonio del mismo Apóstol, y le impedía hacer lo que<br />

quería?<br />

Y si dices que la concupiscencia de la carne era antes tal como hoy es, vence, sin duda,<br />

Manés. Pásate a mi campo, y para vencer los dos a este maniqueo digamos los dos, con<br />

Ambrosio, que la prevaricación del primer hombre metió la guerra entre carne y espíritu.<br />

Porque, al recitar las palabras que tú le prestas, las debía recitar como una lección, como<br />

se hace en las escuelas de retórica, y dirá Manés que Adán fue creado no sólo "mísero",<br />

sino también "ciego". Y ¿por qué ciego sino porque no conoció pecado, cosa que sólo de<br />

Cristo puede decirse en su alabanza 59 ? El mal se conoce no por la ciencia, sino por la<br />

praxis, y es una felicidad ignorarlo.<br />

Es posible que estés conmigo de acuerdo, y responder así a Manés cuando acusa de<br />

ignorancia al primer hombre. Pero antes es preciso te pongas de acuerdo con nosotros en<br />

la respuesta que se ha de dar acerca de la muerte del cuerpo y de la concupiscencia de la<br />

carne a tenor de lo que ahora respondo. De estas dos cosas tan evidentes, se deduce que<br />

una fue la condición de los primeros hombres, no engendrados por ninguna estirpe de<br />

padres, y otra la de aquellos creados por Dios para ser engendrados por hombres. Su<br />

naturaleza viene de Dios; pero los hombres le transmitieron el pecado de origen; deben su<br />

formación al trabajo del Creador; la condenación, a su justicia; la liberación, a su bondad.<br />

Los maniqueos, a vista de los males que al nacer traen los niños, quieren que el hombre<br />

sea obra de un artífice malo, cuando su carne -para no decir nada del alma, vida del<br />

cuerpo- proclama, con su admirable estructura, ser obra de Dios, de quien proceden todos<br />

los bienes del cielo y de la tierra; obra tan maravillosa, que el bienaventurado Apóstol ve,<br />

en la armonía de sus miembros, una semejanza de la caridad que une a los verdaderos<br />

fieles como miembros de Cristo 60 . De esto se deduce que los primeros hombres, sin tacha<br />

creados, y sus descendientes, nacidos con el pecado de origen, no pueden ser sino obra de<br />

un Dios bueno, pues es evidente que la naturaleza es buena.<br />

La ley es para el hombre maleado


15. Jul.- "No quiero apurar demasiado la primera parte de este combate; sigo<br />

pacientemente el hilo de tu razonar cuando pruebas que la naturaleza de Adán era buena:<br />

Dios, dices, en efecto, es justo, y no pudo imponer al hombre la ley de la obediencia si<br />

conocía la necesidad de pecar que sufría; porque, si lo exige la justicia de la voluntad,<br />

pues sabe que es de un natural malo, no le acusaría de culpabilidad, sino que proclamaría<br />

era él enemigo de la justicia. Le impuso Dios una ley al hombre, y le amenaza con el<br />

castigo si la infringía.<br />

Es, pues, cierto; el hombre, bueno por naturaleza, sólo puede pecar voluntariamente. ¿Ves<br />

lo legítima que es esta conclusión que yo saco en tu nombre? Esta es la espada que<br />

flamea en manos de los católicos, temible para maniqueos y traducianistas. Añadí<br />

'demasiado' a causa de tu nombre, porque en esta ocasión quería poner en evidencia tu<br />

respuesta. Respuesta sólida que desarboló a Manés. Me place aplaudir esta<br />

argumentación; pero este aplauso es aceite que sirve para afilar contra ti la espada del<br />

combate.<br />

Por favor, repite lo que dijiste. Dios, siendo justo, dices, no pudo imponer una ley al<br />

hombre si por naturaleza era malo; Dios, que es justo, impuso una ley al hombre; luego<br />

es evidente que podía cumplir lo que Dios, justísimo, le mandó; claro que, si no tuviera<br />

fuerza para obedecer, no existiría, en el que manda, razón para mandar. ¡Ingenioso<br />

argumento! En mi presencia, ante mis ojos, invoca mi adversario la justicia del Legislador<br />

para proclamar la bondad de una naturaleza sujeta a la ley. Y no ve que antes de arañar a<br />

Manés pulveriza a los traducianistas. Lo comprendes: ya semimuerto, te he arrebatado las<br />

armas ensangrentadas, y para que tus ojos moribundos vean la verdad triunfante, las<br />

empleo contra ti 61 .<br />

Si Dios es justo, no puede dar una ley a Adán sin saber si, libremente y sin coacción<br />

alguna del mal, puede observar lo que es justo; ciertamente, Dios, en tiempos posteriores,<br />

ha debido adaptarse a esta misma regla de justicia, y nunca ha dado una ley escrita más<br />

extensa en detalles, más precisa en su articulado, más reverente en la graduación de las<br />

penas, supuesto que los hombres sabe son flacos, malos desde el seno de sus madres;<br />

porque así sería la necesidad una excusa para los prevaricadores; lo mismo, la<br />

exageración en los preceptos, la inutilidad de las penas, la iniquidad en los juicios, sería<br />

una mancha en el Legislador.<br />

Esta segunda parte se puede aclarar como la primera; es decir, confiesa o bien que la<br />

justicia de Dios sólo se puede imponer a súbditos que sabe pueden cumplirla, y así queda<br />

Manés confundido con el testimonio del primer precepto, como quedan fuera de combate<br />

el maniqueo y el traducianista por el testimonio de leyes más tarde promulgadas, o, si ha<br />

de prevalecer la impiedad, Manés, al que ni levemente has rozado, mostrará, testigo el<br />

mundo, que él es vuestro padre, vuestro príncipe y que, con vosotros, sólo tiene un<br />

adversario: nosotros".<br />

Ag.- Esto, más que discurso, es badajear, y demuestra que la ley primitiva, dada en el<br />

paraíso, es prueba de que la naturaleza fue dotada de libre albedrío, porque sin libre<br />

albedrío sería suma injusticia dar leyes al hombre. Por esta razón, la ley, promulgada<br />

después, dices, con numerosas prescripciones, es prueba de una naturaleza buena<br />

transmitida de padres a hijos, exenta de vicio y enriquecida con el libre albedrío. Cuando<br />

razonas de esta manera, imaginas decir algo; pero estas argucias vienen de tu mente o de<br />

una ciencia humana; mas no te preocupas de leer las Escrituras divinas, en las que quieres<br />

apoyarte contra nosotros; o, si las lees, no quieres o no puedes entenderlas; y si, por un<br />

acaso, esta nuestra disputa te lleva a comprenderlas, no te asemejes a aquel de quien<br />

dice la Escritura: Las palabras no corrigen al siervo obstinado; pues, aunque comprenda,<br />

no obedecerá 62 . No obstante, incluso este corazón de piedra, desobediente a la palabra<br />

divina, aunque la entienda, si lo quiere aquel que lo prometió a un pueblo de dura cerviz<br />

por el profeta Ezequiel, te lo puede arrancar 63 .<br />

En el paraíso, el hombre fue creado bueno y recibió un mandato, para enseñarnos que,<br />

para una criatura racional, la obediencia, si no es la única, sí es virtud principal. Infringió<br />

el hombre este mandato, y se hizo él mismo malo; y pudo por sí mismo malearse, pero no<br />

puede sanarse. Dios, en su sabiduría, se reservó elegir tiempo oportuno y lugar<br />

conveniente para promulgar, más tarde, una ley para el hombre maleado; no para<br />

corregirlo, sino para que comprendiera su degradación e impotencia en que se encontraba


para corregirse por la ley; y viendo el hombre que sus pecados, lejos de disminuir,<br />

aumentaban bajo la ley, triturado su orgullo y conducido por sendas de humildad,<br />

implorase el auxilio de la gracia y fuese por el espíritu vivificado, muerto ya por la letra. Si<br />

la ley, en efecto, hubiera sido dada para vivificar, sería verdad decir que la justicia viene<br />

de la ley; pero la Escritura lo encerró todo bajo pecado para que la promesa por la fe en<br />

Jesucristo se diese a los creyentes 64 .<br />

Si conoces las palabras del Apóstol, te darás cuenta de lo que no entiendes o que<br />

desprecias lo que entiendes. No es la ley, consignada por Moisés por escrito, testimonio de<br />

una voluntad libre, porque, si fuera así, no estaría bajo la ley aquel que dice: No hago el<br />

bien que quiero, sino que hago el mal que aborrezco 65 , y que vosotros decís se<br />

encontraba bajo la ley, no bajo la gracia. Ni la Nueva Ley que el profeta anunció saldría de<br />

Sión ni la palabra del Señor que se pregona en el santo Evangelio dan testimonio de una<br />

voluntad libre, sino de una voluntad liberada. Escrito está: Si el Hijo os libra, seréis<br />

verdaderamente libres 66 . Y esto fue dicho no sólo a causa de los pecados pretéritos, de<br />

los que hemos sido liberados por el perdón, sino también por la ayuda de la gracia que<br />

recibimos para no pecar; es decir, nos hacemos libres cuando Dios encamina nuestros<br />

pasos y la iniquidad no nos domina 67 .<br />

Testigo la oración dominical. En ella pedimos a Dios perdone nuestras deudas, a causa de<br />

los pecados cometidos; pero también le pedimos no nos deje caer en tentación 68 , para<br />

que no obremos mal. Por eso dice el Apóstol: Oramos por vosotros para que no hagáis<br />

nada malo 69 . Si tuviese el hombre en sí mismo la fuerza que tenía antes del pecado,<br />

cuando la naturaleza humana no estaba viciada, no pediría esa fuerza, porque él mismo la<br />

traduciría en actos. Pero después de la caída primitiva tan grave, que nos precipitó en la<br />

miseria de esta mortalidad, quiere Dios que luchemos antes, otorgándonos ser conducidos<br />

por su Espíritu para mortificar las obras de la carne, posibilitándonos la victoria por<br />

nuestro Señor Jesucristo, para gozar con él en el reino de la paz.<br />

Sin el auxilio de Dios, nadie es capaz de luchar contra sus vicios; se rendiría sin combatir o<br />

sucumbiría en la lucha. Por tanto, en este combate quiere Dios luchemos y oremos, no<br />

confiando en nuestras fuerzas; porque estas mismas fuerzas, tan copiosas como las que<br />

podemos tener aquí, es él quien las otorga cuando en el combate le invocamos. Y si los<br />

que consiguen que el espíritu guerree contra la carne necesitan también de la gracia de<br />

Dios para cada acto saludable y para no sucumbir, ¿qué fuerza de voluntad pueden tener<br />

los que no han sido aún rescatados del poder de las tinieblas, que, bajo el dominio del<br />

Malo, no han principiado a combatir, y, si quisieran luchar, caen vencidos, porque su<br />

voluntad no ha sido aún liberada de su esclavitud?<br />

Pelagio condena a los mismos pelagianos<br />

16. Jul.- "No sé, en verdad, si, obligado por la indigencia, urdes algo tan burdo y poco<br />

razonable como para decirnos que no existe argumento que pueda demostrar que Adán<br />

fue creado bueno por Dios, pues para creer esto basta la autoridad de la Escritura sola,<br />

pues narra cómo en el sexto día, después de la creación del hombre y de todas las<br />

criaturas, dice: Vio Dios todas las cosas que había hecho, y eran muy buenas 70 . Dejada a<br />

un lado la dignidad del artífice y el peso de su justicia, te basta el testimonio en el que se<br />

dice que todas las cosas eran muy buenas, para creer que Adán no fue creado malo. Esta<br />

palabra es tan suave, que apenas roza al maniqueo y le mueve a risa; sin embargo, al<br />

traducianista nos lo presenta fuertemente atado. Con el fin de ahorrar al público una larga<br />

cita de las Escrituras divinas, transcribimos únicamente la autorizada palabra del Apóstol,<br />

quien, para prevenir un lamentable error, truena desde las alturas contra vosotros y dice:<br />

Toda criatura de Dios es buena 71 .<br />

Si para decir que la naturaleza del primer hombre en su creación fue buena te basta la<br />

palabra de Moisés, que dijo: Hizo Dios todas las cosas buenas, para concluir que no pudo<br />

Dios crear a Adán en pecado, pues leemos que fue bueno entre las demás criaturas; pues<br />

también las mismas palabras nos pueden llevar a la conclusión de que nadie puede nacer<br />

en pecado, porque enseña el Apóstol que toda criatura de Dios es buena.<br />

¿Qué hemos conseguido con estas discusiones? Poner en claro tus luchas con Manés e<br />

inclinar la balanza al lado de la razón; y en esta lucha ni uno de tus dardos, pero con daño<br />

tuyo, ha podido alcanzar a tu maestro y ver con toda claridad que vosotros estáis de<br />

acuerdo en todo con los maniqueos para formar una infame e impía asociación. ¿Dónde


encontrar unión más estrecha que allí donde no hay ninguna diferencia? Muere, pues, el<br />

dogma de los traducianistas con el de los maniqueos. Lo que a uno golpea, imposible no<br />

hiera al otro. Existen entre vosotros las mismas instituciones, idénticos misterios, los<br />

mismos peligros. ¿Y te estomaga si te llaman retoño del viejo Manés?"<br />

Ag.- Dices que no puedo probar con razón alguna que Adán haya sido creado bueno, como<br />

si éste fuera el punto central de nuestra disputa. ¿No decimos, acaso, los dos, ni tú solo ni<br />

yo solo, que Adán fue creado bueno? Los dos decimos que la naturaleza es buena y que<br />

podía Adán no pecar si no quería. Yo voy más lejos que tú y la proclamo mejor, pues<br />

afirmo que podía no morir si él hubiera querido no pecar. ¿Cómo puedes tú afirmar que no<br />

puedo demostrar con razones que Adán fue creado bueno por Dios, si mis razones lo<br />

demuestran mejor que las tuyas? Las mías, en efecto, demuestran no sólo que pudo no<br />

pecar si no quería, sino también que podía no morir si no hubiese querido pecar; las tuyas<br />

prueban que fue creado mortal, de suerte que, pecara o no pecara, debía morir.<br />

Error este que condenó Pelagio para no ser él condenado cuando compareció ante los<br />

obispos de Palestina. Allí se condenó a sí mismo, como del hereje dice el Apóstol. Digo<br />

más, Adán no temía la muerte, porque en su poder tenía el poder no morir; pero, según<br />

tú, debía necesariamente morir sin necesidad de pecar; y afirmas también que antes del<br />

pecado temía a la muerte. ¿No es esto decir que fue creado miserable? Y si no era<br />

desgraciado y la muerte no le causaba horror, no es menos cierto que su prole es<br />

desgraciada, pues al nacer trae consigo el temor a la muerte. ¿Quién puede negar que los<br />

hombres temen naturalmente la muerte y apenas unos pocos, de extraordinaria grandeza<br />

de alma, no la temen? Añado a esta bondad del estado de Adán que en él la carne no<br />

codiciaba contra el espíritu antes del pecado; tú, al contrario, afirmas que la<br />

concupiscencia de la carne, tal como es hoy, existiría en el paraíso aunque nadie hubiera<br />

pecado y existió en el hombre antes de pecar, y así haces su condición miserable por esta<br />

discordia entre carne y espíritu. Queda probado con muchas y poderosas razones que<br />

Adán fue creado mejor y más feliz de lo que tú dices. ¿Cómo te atreves, pues, a delirar y<br />

con perversa intención decir que "no puedo demostrar con ninguna razón válida que Adán<br />

no fue creado bueno por Dios", y para creer me contento con un texto de la Escritura,<br />

porque es palabra de Dios cuando se lee: Hizo Dios todas las cosas muy buenas? No soy<br />

romo como mano de almirez, como calumnias al argumentar, contra Manés, con la<br />

autoridad de este libro sagrado, que él no acepta. A ti sí te arguyo, cuando la materia lo<br />

pide, con esta Escritura, porque los dos la aceptamos. En cuanto a Manés, pruebo que las<br />

criaturas son buenas no porque sean obras de Dios, porque él lo niega, sino porque siendo<br />

buenas las criaturas, es bueno su artífice. En cuanto al Apóstol, cuya autoridad reconocen<br />

los maniqueos, dice: Toda criatura de Dios es buena, pues es claro de qué criatura habla y<br />

es testimonio válido para ellos; a no ser que en los libros canónicos que ellos tienen se<br />

hayan deslizado algunas sentencias erróneas. Por eso se les ha de argumentar siempre<br />

con la bondad de las criaturas para que confiesen que las criaturas son buenas y bueno el<br />

Dios creador, verdad que ellos niegan. Todas las criaturas son hasta tal punto buenas, que<br />

la razón ve en las mismas criaturas viciadas un motivo para afirmar que son buenas,<br />

porque todo vicio es contra la naturaleza; y si la naturaleza no se encuentra en situación<br />

de agradar, nada tenía el vicio que desagradase. De esto hemos hablado más<br />

extensamente en varios de mis opúsculos contra los maniqueos al decir que los vicios no<br />

son naturalezas o sustancias; he demostrado que el vicio no es una naturaleza, sino un<br />

vicio contra la naturaleza; y, en consecuencia, la naturaleza es buena en cuanto<br />

naturaleza.<br />

Por consiguiente, el creador de las naturalezas no puede ser otro que el creador de los<br />

bienes, y por eso es bueno; y como su bondad es infinitamente superior a la de las<br />

criaturas, no puede el vicio mancharle y, sin recibir nada de gracia, todo lo posee por<br />

naturaleza. Todas las naturalezas creadas, ora no tengan defecto, ora nazcan defectuosas<br />

o se hagan deformes después de su nacimiento, sólo pueden tener por creador al que ha<br />

hecho todas las cosas buenas; porque, en cuanto son naturalezas, son buenas, aunque<br />

luego se vicien. Dios es creador de las naturalezas, no de los vicios.<br />

Digo más: el mismo autor del pecado es bueno por naturaleza, obra de Dios; malo es el<br />

vicio, porque por su querer malo se distanció de su autor, que es bueno. Y esta razón es<br />

válida para refutar el error de los maniqueos, que se niegan a reconocer la autoridad de<br />

estas palabras: Hizo Dios todas las cosas, y eran muy buenas, cuando el mal aún no<br />

existía; o estas otras: Toda criatura de Dios es buena, cuando ya este mundo era malo,


siendo Dios el creador de los mundos.<br />

Mas tú, que reconoces la autoridad de las divinas Escrituras y las puedes emplear, con<br />

razón, como argumento, ¿por qué no fijas tu atención en el libro donde se lee que Dios<br />

hizo las cosas muy buenas, y que el mejor lugar fue el paraíso por él plantado, y quiso<br />

excluir todo mal, hasta el extremo de no tolerar en él la presencia del hombre, imagen<br />

suya, después que pecó por su propia voluntad 72 ? Pero vosotros, en este lugar de delicias<br />

y belleza en el que es imposible haya mal en árboles, plantas, frutos, productos o<br />

animales, vosotros, digo, introducís en el edén todos los defectos que traen al nacer los<br />

hombres; males que os permitimos lamentar, pero no negar. Si es necesario, deplorad el<br />

no poder encontrar respuesta; ni queréis abandonar doctrina tan perniciosa, que os fuerza<br />

a introducir en un lugar de felicidad y belleza a ciegos, tuertos, tiñosos, paralíticos,<br />

epilépticos y otros innumerables atacados de diversas enfermedades, monstruosas y<br />

repelentes por la repugnante fealdad de sus miembros. Y ¡qué decir de los males del alma,<br />

pues los hay libidinosos por naturaleza, iracundos, miedosos, olvidadizos, duros de<br />

corazón, tontos o subnormales tan profundos, que es preferible vivir en compañía de<br />

ciertos animales a vivir con esta especie de hombres! Añade a todo esto los ayes de las<br />

parturientas, los llantos de los recién nacidos, los dolores de los enfermos, los trabajos de<br />

los débiles y los mil peligros de los vivos.<br />

Todas estas miserias y otras semejantes y aún mayores, ¿quién las puede enumerar en<br />

breves y precisas palabras? Vuestro error contra vuestro pudor, a cara descubierta o con<br />

el rostro tapado con la mano, os obliga a introducir en el paraíso de Dios todos estos<br />

males y a decir que habrían existido en él aunque nadie hubiera pecado. Decid, decid: ¿<br />

por qué teméis manchar con tantos y tan grandes males y miserias un lugar del que os<br />

excluye vuestro funesto dogma? Si desearas entrar un día allí, seguro que no introducirías<br />

tantos males. Si hay un resto de pudor en vuestras almas y no osáis introducir en ese<br />

lugar todos estos males sin retroceder de espanto, enmudeciendo de horror, y, por otra<br />

parte, mantenéis vuestro pestilente error con pertinacia y no creéis que la naturaleza<br />

humana haya sido viciada por la prevaricación del primer hombre, responded a los<br />

maniqueos y decidles de dónde vienen estos males, no vayan a sacar la conclusión de que<br />

vienen de la unión de nuestra naturaleza con una naturaleza mala y extraña.<br />

Cuando se nos plantea esta cuestión, respondemos que los males no nos vienen de una<br />

sustancia extraña, sino de la prevaricación de nuestra naturaleza por aquel que pecó en el<br />

paraíso y fue arrojado del edén porque una naturaleza culpable no podía permanecer en<br />

aquella mansión de felicidad y los males y penalidades que debían pesar sobre los<br />

descendientes del primer culpable no tienen lugar en donde se excluye todo mal. Mas<br />

vosotros, al negar que estas deformidades y dolores sean castigo por vicios de nuestra<br />

naturaleza, permitís se crea en la mezcla de una naturaleza extraña, y, desgraciados, os<br />

veis obligados a prestar ayuda a los maniqueos, y vuestro error introduce en el paraíso<br />

males que vuestro pudor había excluido.<br />

Incontables repeticiones de juliano<br />

17. Jul.- "Mira qué auténtico es, por el contrario, nuestro combate contra ti y contra<br />

Manés, que en su ruina te envuelve, y qué rápida es sobre él nuestra victoria. Todo cuanto<br />

él vomitó para enlodar la obra de Dios, quedó al momento delimitado por el arado de<br />

nuestra definición primera; le forzamos a que nos explique qué entiende por pecado, pues<br />

no es otra cosa que la voluntad ansiosa de lo que la justicia prohíbe y de lo que puede<br />

libremente abstenerse. Esto sentado, todos los zarzos de tus palabras que obstaculizan la<br />

cuestión relativa a la formación de los cuerpos son radicalmente arrancados de raíz, como<br />

dijo un antiguo escritor 73 .<br />

Cuanto a sensaciones de temor y a sentimientos de dolor que él considera causa de<br />

tempestades y naufragios para el hombre, lejos de llevarles al mal, son, más bien, un seto<br />

defensivo para la voluntad buena, auxiliares y guías de la justicia. ¿Cómo temer el juicio si<br />

no existiese el temor? ¿A quién ayudaría la penitencia si no existiese la expiación por el<br />

sufrimiento y arrepentimiento interior? ¿Qué valor tendría, por último, el rigor del juez si<br />

no encontrase el pecado voluntario su pena en el castigo infligido? Todos estos testimonios<br />

nos dicen con claridad que el pecado no es otra cosa que una voluntad libre que desprecia<br />

los preceptos de la justicia; justicia que no podría subsistir si no es imputándonos los<br />

pecados cuya responsabilidad sabe que es nuestra; en consecuencia, ninguna ley puede<br />

imputar a culpa las cosas naturales; ni acusar de pecado a nadie que no ha cometido


delito pudiendo evitarlo. Esta doctrina pone en trance de muerte a maniqueos y<br />

traducianistas, pues, arrancados los ojos de la inteligencia, quieren atribuir a la semilla lo<br />

que es obra de la voluntad".<br />

Ag.- Con frecuencia hemos dado respuesta a estos tus errores. Los que las han leído y<br />

retienen en su memoria no necesitan repeticiones cuantas veces tu incontinencia verbal<br />

las vuelva a recordar. Pero no sufro se queje nadie y los de inteligencia más despierta me<br />

van a perdonar si presto particular atención a los que son más tardos en comprender. Esta<br />

es mi respuesta a tu definición de pecado, que piensas te favorece mucho. Tu definición se<br />

ciñe al pecado como pecado, no como castigo de pecado. Dices: "Pecado es un desear la<br />

voluntad lo que la justicia prohíbe y que es libre de evitar". Esta era la situación de Adán,<br />

cuyo enorme pecado causó una gran miseria en todos sus descendientes, pues impuso un<br />

duro yugo sobre ellos desde el día de su nacimiento con este cuerpo corruptible que es<br />

lastre del alma. Conocía bien, por el mandato muy breve que Dios le intimó, qué prohibía<br />

la justicia; y él pudo libremente abstenerse, porque no se rebelaba en él aún la carne<br />

contra el espíritu, cosa que tuvo lugar más tarde, y que hace decir también a los fieles el<br />

Apóstol: No hacéis lo que queréis 74 .<br />

La ceguera de corazón nos hace ignorar lo que la justicia prohíbe, la violencia de la libido<br />

domina al que sabe lo que ha de evitar. Estos son no sólo pecados, sino también pena de<br />

pecados. Por eso no se incluyen en tu definición de pecado, pues sólo abarca el pecado, no<br />

el castigo del pecado. Cuando ignora alguien lo que debe hacer y hace lo que no debe, no<br />

es libre de abstenerse, pues no sabe de qué se debe privar. Y lo mismo aquel que,<br />

oprimido no por un pecado de origen, dices, sino por un mal hábito, exclama: No hago el<br />

bien que quiero, sino que hago el mal que no quiero 75 . ¿Cómo es libre de abstenerse de<br />

un mal que hace y no quiere, lo detesta y lo comete? Si estuviera en poder del hombre<br />

librarse de este mal, no rogaría a Dios contra esta ceguera, diciéndole: Ilumina mis ojos<br />

76 ; ni contra los deseos culpables diría: No me domine la iniquidad 77 . Ahora bien, si todas<br />

estas cosas no fuesen pecado porque no somos libres de abstenemos, no diríamos: No<br />

recuerdes los pecados de mi juventud ni mis ignorancias 78 ; ni se diría: Metes dentro de un<br />

saco sellado mis pecados y has anotado lo que hice sin querer 79 .<br />

Con la definición de pecado, el que Adán cometió, puesto que sabía lo que la justicia<br />

vedaba y no se abstuvo, siendo libre para abstenerse, triunfas de los maniqueos; pero<br />

este triunfo es también nuestro, pues afirmamos que de él vienen todos los males del<br />

hombre que vemos pesan sobre los niños; y esto hace decir al hagiógrafo cuando se trata<br />

de pecados: Ni el niño cuya vida sobre la tierra es de un día está libre de suciedad 80 . Pero<br />

tú, al negar esto con la disculpa de defender nuestra naturaleza, le impides recurrir a su<br />

Libertador.<br />

Y en cuanto a Manés, sobre el origen del mal, le autorizas a introducir una naturaleza<br />

extraña, a Dios coeterna. Porque él, para no culpar a la naturaleza humana, no alega ni la<br />

sensación de temor ni el sufrimiento doloroso, estas dos realidades que haces valer contra<br />

él como "un medio de llevar la virtud" al hombre, evitando el pecado por temor al juicio y<br />

arrepintiéndose por el dolor de haberlo cometido.<br />

No es ésta la cuestión; se te pregunta dónde está la pena del temor en los niños que no<br />

evitan el pecado y por qué son afligidos con tan grandes dolores los que no cometen<br />

pecado. Tú dijiste: "¿De qué sirve el rigor en el juicio, si la pena impuesta no es castigo de<br />

pecados voluntarios? ¿Dónde está la justicia, si se castiga a los niños, que no tienen<br />

pecados personales y voluntarios, con torturantes dolores?" Nada más sin sentido y vacuo<br />

que estas alabanzas tuyas en elogio del temor y del dolor. Muy graves son estos suplicios,<br />

imposibles de sufrir bajo un Dios justísimo y todopoderoso si los recién nacidos, nuevas<br />

imágenes de Dios, no contrajeran la culpa del antiguo pecado original.<br />

Por último, en el paraíso, si nadie hubiera pecado y la bendición dada por Dios a los<br />

primeros cónyuges hubiera florecido en fecundidad, imposible admitir que los niños<br />

nacidos en estas condiciones, de pequeños o grandes, hubieran padecido tormento.<br />

Porque, según testimonia la Escritura, existen sufrimientos en el dolor, cosa evidente, pero<br />

también en el temor; lejos, pues, de pensar que en aquel lugar de dicha completa<br />

existiesen sufrimientos. Y en cualquier edad, si alguien no infunde temor, ¿a quién temer?<br />

Y si nadie hiere, ¿cómo sufrir? Pero en este siglo malvado actual, estado no de inocencia,<br />

sino de maldad y miseria, aquellos mismos a quienes les han sido ya perdonados los<br />

pecados no están exentos de temor y dolores, para que nuestra fe en la vida futura -


donde no se conocen estas miserias- sea confirmada no sólo por nuestros sufrimientos,<br />

sino incluso por los sufrimientos de nuestros niños; porque el sacramento de la<br />

regeneración que pedimos para ellos no tiene por objeto librarlos de estos males, sino<br />

conducirlos al reino donde estos males no existen.<br />

Esta es la fe verdadera y católica que tú rechazas. Cuando Manés avanza la pregunta y<br />

suscita la cuestión de dónde vienen los males de los niños, enmudece tu locuacidad,<br />

porque, al negar la existencia del pecado original, quedas ante él desarmado e introducirá<br />

una extraña naturaleza del mal. No teme la fe católica lo que tú pareces temer; esto es,<br />

"que los efectos de la voluntad no se pueden alojar en la semilla"; tú escucha a Dios<br />

cuando dice: Yo buscaré los pecados de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta<br />

generación 81 . Luego es cierto que lo que es efecto de un acto de la voluntad y es pecado<br />

de los padres se aloja en la semilla cuando es castigado en los hijos; el patriarca Abrahán<br />

paga el diezmo a Melquisedec; es un acto voluntario el de pagar los diezmos al sacerdote;<br />

sin embargo, da fe la Escritura 82 de que fueron decimados los hijos que están ya en sus<br />

lomos, cosa imposible si un acto de la voluntad no puede alojarse en la semilla.<br />

"Invención monstruosa" de Juliano<br />

18. Jul.- "¡Por la fe de nuestro Dios y de los hombres! ¡Cómo con tanto trabajo y fatiga se<br />

pueden inventar tantas prodigiosas ficciones para terminar siempre en mal! ¿Hay algo tan<br />

monstruoso como lo que dice este cartaginés? 'Las realidades naturales, dice, no son<br />

eternas, y lo que se adquiere por el trabajo se adhiere a los primeros grumos de los<br />

miembros'. Fue Adán creado bueno, en estado de inocencia; superior en nobleza a todas<br />

las demás criaturas, siendo imagen de su Creador. Recibió como dote el libre albedrío,<br />

para que pudiera inclinarse a voluntad por la opción que quisiera, con facultad para hacer<br />

el bien o el mal o de evitar los dos, facultad esta que lo eleva sobre todas las criaturas.<br />

Pero, al querer independizarse, usa de su libertad y opta por el mal, y desde entonces<br />

perdió todos los dones de su naturaleza, permaneciendo inseparablemente vinculado al<br />

pecado y a la necesidad de pecar. A esto llamo yo invención monstruosa. Es, en efecto,<br />

deformidad inaudita decir: 'El animal es perfecto por creación, pero en él son amisibles sus<br />

mismos bienes naturales, por tener por inseparables compañeros todos los males si su<br />

voluntad hiciere un acto malo'".<br />

Ag.- Decir que "un animal está bien formado, aunque pueda perder los bienes de su<br />

naturaleza y no pueda separarse del mal que ha querido", es, según tú, "invención<br />

monstruosa"; pero estas palabras que pones en mi boca te perturban hasta tal punto, con<br />

tal violencia y acritud, que apelas a la fe de Dios y de los hombres, como si sufrieras al<br />

escuchar este lenguaje. Remansa, por favor, estos horribles movimientos y, más<br />

sosegado, escucha mi respuesta. Si alguien voluntariamente se arranca los ojos, ¿no<br />

pierde un bien natural, esto es, la vista, y el mal querido, o la ceguera, no irá<br />

inseparablemente unida a él? ¿Por ventura un animal ha sido mal formado porque pueda<br />

perder un bien natural y sea el mal voluntario inseparable de él? ¿No puedo yo, con más<br />

razón, exclamar: "Por la fe de nuestro Dios y de los hombres?" ¿Es posible no veas cosas<br />

tan claras y puestas ante tus ojos por los hombres, sobre todo cuando quieres aparentar<br />

erudito, sutil, filosofastro, dialéctico? Si alguien voluntariamente se amputa un miembro, ¿<br />

no pierde el bien natural de su integridad y asume el mal inseparable de su mutilación?<br />

Es posible digas: "Estas cosas pueden suceder en los bienes del cuerpo, no en los del<br />

alma". ¿Por qué entonces, cuando dijiste "bienes naturales" y "males voluntarios" no<br />

añadiste "del alma", y así los ejemplos sacados de los bienes o males del cuerpo no<br />

anularían afirmación tan precipitada e inconsistente? ¿Fue, quizás, un olvido? ¡Lo<br />

comprendo, es humano! Pero escucho la voz del que clama: No hago el bien que quiero,<br />

sino que hago el mal que no quiero 83 . Y te demostré que ciertos bienes del alma se<br />

destruyen por un acto de la voluntad malo y no se pueden recuperar por un acto bueno de<br />

la voluntad, a no ser que haga Dios lo que no puede hacer el hombre, y devuelva la vista<br />

al que se arrancó los ojos, y los miembros al que se automutiló. ¿Qué puedes decir del<br />

diablo? ¿No perdió su voluntad buena de una manera irreparable? ¿Vas, acaso, a decir que<br />

la puede recuperar? Atrévete, si puedes. ¿O vas a decir que estos pensamientos no te<br />

vinieron a la mente, y su olvido te hizo caer en una afirmación temeraria? Pues ahora, al<br />

recordártela yo, corrígete. ¿Te prohíbe tu obstinación retractar una palabra inconsiderada?<br />

Lo veo claro, es necesario rogar a Dios por ti, al igual que rogaba el Apóstol por los<br />

israelitas para que los sanara de su ceguera; pues, ignorando la justicia de Dios y


queriendo establecer su propia justicia, no se sometieron a la justicia de Dios 84 .<br />

Y éstos sois vosotros; queréis establecer vuestra justicia por vuestro libre albedrío, y no la<br />

pedís a Dios ni ponéis en él la justicia verdadera, que se llama justicia de Dios; no aquella<br />

por la que Dios es justo, sino aquella que viene de Dios; como decimos, salud de Dios 85<br />

no porque Dios sea salvo, sino porque de él viene la salvación. De ésta dice el Apóstol:<br />

Para encontrar en él no mi justicia, que viene de la ley, sino la que viene por la fe, la<br />

justicia de Dios 86 . Tal era la justicia de Dios, que no conocían los israelitas, y querían<br />

establecer la suya, que viene de la ley; justicia que Pablo destruye sin destruir la ley, sino<br />

el orgullo de los que opinaban que era suficiente desde el instante que por su libre<br />

albedrío cumplían la justicia de la ley. E ignoraban la justicia de Dios, que viene de Dios y<br />

nos ayuda a cumplir los preceptos de la ley y contiene en sí la ley y la misericordia 87 . Ley<br />

porque manda; misericordia porque ayuda a realizar lo que preceptúa. Suspira, hijo mío<br />

Juliano, por esta justicia de Dios; no pongas tu confianza en la tuya; suspira por esta<br />

justicia. ¡Que el Señor te la haga desear y el Señor te dé el obtenerla! No desprecies, por<br />

orgullo de tu nacimiento terreno, a este pobre cartaginés que te amonesta y te avisa.<br />

Aunque la Apulia te haya visto nacer, no te creas superior a estos cartagineses, a quienes<br />

no aventajas en inteligencia. Evita los castigos, no a los cartagineses. No podrás escapar<br />

de los dardos de estos cartagineses mientras confíes en tu fuerza. Cartaginés era Cipriano,<br />

y dijo que no podemos gloriarnos en nada nuestro, pues lo nuestro es la nada 88 .<br />

El mérito de la inocencia y el mal voluntario<br />

19. Jul.- "Alguien pudiera decir aquí: '¿Niegas que esta inocencia en la que el hombre fue<br />

formado no se perdió por un pecado voluntario?' Aunque no perezca la posibilidad de<br />

retornar al bien por el pecado cometido, con todo, es cierto que el mérito de la inocencia<br />

en la que fue creado el género humano se perdió por un pecado voluntario. No niego sea<br />

así; por eso quiero aclararlo con estos ejemplos, porque es condición de las cualidades<br />

hacernos buenos o malos y actuar según la norma de la voluntad. Queda firmemente<br />

establecido en principio que la inocencia que antecede en el hombre a todo acto de la<br />

voluntad es natural por la dignidad de su autor; sin embargo, puede no tener fuerza para<br />

permanecer en un alma si se rechaza; y así, la voluntad goza de una fuerza muy grande<br />

para el mal cuando comete una falta voluntaria, sin sufrir tiranía alguna en detrimento de<br />

la razón. Porque, si es buena la cualidad con la que el hombre fue creado, no es<br />

inmutable; sería falso decir que el hombre es libre si no puede cambiar de parecer; y con<br />

mayor razón una cualidad mala no puede permanecer inmutable en el hombre racional,<br />

pues de otra suerte habría sufrido la libertad, por parte del mal, una influencia que no<br />

experimentó por parte del bien".<br />

Ag.- Aunque tarde, al fin has encontrado una respuesta en tu mente que anula tu<br />

temeraria sentencia. Dijiste: "Un bien natural como es la inocencia puede perecer por un<br />

vicio de la voluntad", y, en consecuencia, queda demostrado que este gran bien, que<br />

pertenece a la naturaleza del alma, no del cuerpo, y con el que Dios le gratificó al crearlo,<br />

puede perderse. Si te hubiera venido antes a la mente este pensamiento, no te parecería<br />

una monstruosidad ni un horror lo que dije, a saber, "que un animal es bueno aunque<br />

pierda estos bienes naturales". Tú piensas que bienes y males, cuando son voluntarios, se<br />

pueden perder; pero los naturales, sueles decir, son inamisibles. Y en otra parte escribes:<br />

"Las cualidades naturales de una sustancia permanecen en ella desde el principio hasta el<br />

fin"; y por este motivo pretendes no pueda el hombre perder el libre albedrío, recibido de<br />

Dios en su creación, bajo pretexto de que los bienes naturales no pueden perecer por un<br />

pecado voluntario. Y nos acusáis de quererlo convertir todo en mal, como si dijéramos que<br />

los males de la voluntad son inamisibles, mientras los bienes de la naturaleza se pueden<br />

perder. No es exactamente lo que nosotros decimos, pues enseñamos que unos y otros se<br />

pueden perder por divina permisión y por humano querer, pero sólo liberar por Dios, pues<br />

el que prepara la voluntad es el Señor. Mas tú, después de haber dicho que una mala<br />

voluntad puede hacernos perder los bienes voluntarios, no los naturales, ahora te das<br />

cuenta de que la inocencia, un bien natural, se puede perder por un mal voluntario; y la<br />

inocencia, si bien lo piensas, es un bien superior al libre albedrío por pertenecer sólo a las<br />

cosas buenas, mientras el libre albedrío abraza bienes y males.<br />

No es cuestión baladí saber si la inocencia perdida por un acto de la voluntad mala se<br />

puede recuperar por un acto de la voluntad buena. En efecto, si no podemos, por un acto<br />

de la voluntad, restituir los miembros del cuerpo amputados por un acto de la voluntad<br />

mala, ha de verse, en materia del todo diferente, pues se trata del alma, si no acaece lo


mismo en la pérdida de la inocencia; la perdemos, pero no la recuperamos por un acto de<br />

la voluntad. Si se pierde la santa virginidad por un deseo impuro de la voluntad, podemos<br />

volver a ser castos; vírgenes, jamás.<br />

Se puede quizás responder: la integridad virginal de la carne es más un bien corporal que<br />

espiritual; pero cuando se trata de la inocencia es necesario meditar si después del pecado<br />

nos lleva la voluntad a la justicia antes que a la inocencia, así como nos conduce a la<br />

castidad, no a la virginidad. Porque así como la injusticia se opone a la justicia, la<br />

inocencia se opone a la culpabilidad, no a la injusticia, y la voluntad del hombre no puede<br />

hacerla desaparecer, aunque trae su origen de la voluntad.<br />

No se está en la verdad si uno cree que al arrepentirse se perdona a sí mismo la culpa y<br />

que no es Dios el que da la contrición, a tenor de estas palabras del Apóstol: No sea que<br />

Dios le otorgue la conversión 89 ; pero es ciertamente Dios el que perdona la culpa y otorga<br />

al hombre su perdón, y no el hombre al hacer penitencia. Recordemos que no tuvo lugar el<br />

arrepentimiento, aunque lo pedía con lágrimas 90 . Hizo, sí, penitencia, pero siguió siendo<br />

culpable, porque no obtuvo el perdón; y la de aquellos que hicieron penitencia y gimieron<br />

entre angustias de su espíritu y exclaman: ¿De qué nos aprovechó el orgullo? 91 Al no<br />

obtener el perdón, serán eternamente culpables, como lo será aquel de quien dijo el<br />

Señor: No se le perdonará, y será culpable de un pecado eterno 92 .<br />

La inocencia, gran bien del hombre, bien de la naturaleza, pues inocente fue creado el<br />

primer hombre, y, según vosotros, inocentes nacen todos los hombres, se puede perder<br />

por voluntad del hombre, pero no recuperar. Y la culpabilidad de este mal enorme,<br />

opuesto a la inocencia, la contrae el hombre por su voluntad; pero, si cae, no puede<br />

levantarse. ¿Ves cómo tu regla general queda astillada? ¿Y pretendías probar con ella que<br />

un bien natural es inamisible por un acto de la voluntad; pero se demuestra que no sólo se<br />

puede perder, pero que no depende de la voluntad, al menos humana, el recuperarla?<br />

Dios, sí, puede borrar nuestro pecado y restablecer nuestra inocencia.<br />

¿Por qué no crees tú que la libertad para hacer el bien se puede perder por un acto de la<br />

voluntad humana y sólo por voluntad divina se puede recuperar, cuando escuchas<br />

exclamar a un hombre: No hago el bien que quiero, sino el mal que yo no quiero? Y<br />

después de estas palabras grita: ¿Quién me librará? Y añade: La gracia de Dios por<br />

Jesucristo, nuestro Señor 93 . Dices: "Sería una falsedad decir que el hombre es libre si no<br />

puede cambiar el rumbo de sus movimientos". No reparas que así privas de libertad al<br />

mismo Dios, y a nosotros también, porque en el reino donde viviremos inmortales no es<br />

posible variar de rumbo nuestros movimientos ni para bien ni para mal. Sin embargo,<br />

seremos muy felices en nuestra libertad, sin poder ser nunca más esclavos del pecado,<br />

como no lo es Dios; nosotros por gracia, él por esencia.<br />

Juliano aparta a los niños del Salvador<br />

20. Jul.- "Además, ¿qué epizoario puede ufanarse más de un glorioso soldado que del<br />

diablo un traducianista? Esto se puede deducir por la fuerza de sus expresiones. Hizo Dios<br />

al hombre de arcilla terrosa, ésta tomó forma humana amasada por la mano del Creador.<br />

Estaba acabada la estatua, simulacro pálido y frío, en espera del espíritu vivificante, su<br />

fuerza y su belleza. Al soplo augusto de su autor, el alma, creada y repleta de vida, se<br />

extiende por toda esta estatua que anima y se despiertan los sentidos para cumplir su<br />

misión; y este morador se instala en el interior y da calor a las entrañas, color a la sangre,<br />

vigor a los miembros, blancura a la piel. Ves con qué mimo va formando la misericordia<br />

divina al hombre. Formado a la perfección, la bondad del Creador no lo abandona, lo<br />

coloca en un lugar de delicias, y al que creó por bondad lo enriquece con sus dones. No<br />

contento con esto, se digna dialogar con él, le intima una orden, para que, usando bien del<br />

don de su libertad, encontrase el medio de intimar más con su Creador; precepto sencillo,<br />

no sobrecargado con una ley minuciosa; le prohíbe comer de un fruto, es prueba de su<br />

piedad. Le da más tarde una compañera y puede ser padre; la misma mano que lo creó le<br />

toca de nuevo, y los honra con frecuentes coloquios.<br />

Estos bienes que Dios les otorga son tantos, de tan larga duración, tan excelsos: creación,<br />

privilegios, coloquios, que no imponen al hombre necesidad del bien. Pero el diablo, por el<br />

contrario, bajo una apariencia de timidez, astutamente, entabla breve diálogo con la<br />

mujer; juega con ventaja, y sus contadas palabras tienen la virtud de cambiar las<br />

condiciones de la naturaleza humana; pierde el hombre sus bienes dotales y crean en él la


necesidad perpetua del mal; la imagen de Dios padecerá ya la esclavitud del diablo.<br />

¿Qué hay más fuerte, más grande, más excelso y magnífico que este poder enemigo,<br />

porque una sola palabra, por así decirlo, pudo conseguir lo que no pudo Dios ni con sus<br />

obras ni con sus dones? Es manifiesto que vosotros estáis de su parte al exaltar<br />

exageradamente su poder; y no adoráis con nosotros al Dios que predicamos; Dios<br />

justísimo, todopoderoso, a quien el poder y la lealtad le rodean y domeña al orgulloso<br />

herido; es decir, a Manés y al diablo, y también a vosotros, sus discípulos, por calumniar<br />

la naturaleza y no confesar que vuestros pecados son voluntarios. Nuestro Dios, por la<br />

fuerza de su brazo, derrota a sus enemigos 94 ; ni los maniqueos ni vosotros podéis decir<br />

algo que no salte en astillas herido por el rayo de la verdad".<br />

Ag.- No somos aduladores del diablo, cuyo poder está sometido al poder de Dios; ni, como<br />

calumnias, nos lleva la lisonja a cantar sus alabanzas. ¡Ojalá no fuerais vosotros sus<br />

soldados, como lo son todos los herejes, que con vuestro lenguaje, como dardos<br />

mortíferos, extendéis sus dogmas a cuantos podéis! Dice el Apóstol: Damos gracias al<br />

Padre, que nos hizo aptos para participar en la herencia de los santos en la luz, nos libró<br />

del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor 95 .<br />

Y vosotros nos vetáis darle gracias en nombre de los niños, pues afirmáis no estar bajo el<br />

poder del diablo. ¿Y por qué, si no es para que no sean arrancados de su poder, y ver así<br />

disminuidos los intereses del diablo? Dice Jesús que, según el significado de su nombre,<br />

salvó a su pueblo de sus pecados: Nadie entra en la casa del fuerte para saquear sus<br />

tesoros si no ata primero al fuerte 96 . No queréis contar a los niños en este pueblo de<br />

Cristo, que lo salvó de sus pecados, so pretexto de que no tienen pecado original, como<br />

tampoco los tienen propios; y así, por un lado, con vuestra falsa palabra disminuís el<br />

poder de aquel que la Verdad llama "fuerte", y con vuestro error aumentáis su fortaleza<br />

sobre los niños. Dijo Jesús. Ha venido el Hijo del hombre a buscar y salvar a los que<br />

habían perecido 97 .<br />

Vosotros le respondéis: "No es necesario buscar a los niños, porque no habían perecido", y<br />

así alejáis de ellos al Salvador, y los abandonáis en poder del enemigo. Dice Jesús: No<br />

necesitan de médico los sanos, sino los enfermos 98 . Vosotros decís: "No necesitan de<br />

Jesús los niños, porque ni tienen pecado original ni pecados personales". Así, impidiendo a<br />

los enfermos ir al médico, los hacéis más esclavos del diablo y, en consecuencia, más<br />

enfermos. ¿No sería más tolerable que, como truhanes y aduladores, cantarais vuestras<br />

alabanzas al diablo que ayudarle, como soldados y satélites, con las falsedades de<br />

vuestros dogmas?<br />

Describes con lenguaje ampuloso y poético cómo formó Dios al hombre del lodo, lo animó<br />

con su soplo, lo colocó en el edén y lo apoyó con el rodrigón de su precepto; tiene sumo<br />

cuidado en no sobrecargarle y simplifica su mandato para que el hombre, criatura creada<br />

con suma bondad, no sintiera dificultad en cumplirlo. ¿De dónde viene ahora este cuerpo<br />

corruptible que es lastre del alma 99 ? Porque es cierto que un duro yugo pesa hoy sobre<br />

los hijos de Adán desde el día que salen del vientre de sus madres 100 ; pero quiso Dios<br />

evitar a Adán el peso de una ley complicada. Veis que, si nadie hubiera pecado en el<br />

paraíso, la fecundidad de la primera unión habría poblado aquel lugar de colmada<br />

felicidad, y el cuerpo corruptible no haría pesada el alma, ni un duro yugo pesaría sobre<br />

los hijos de los hombres, ni el trabajo o el dolor atenazaría a los jóvenes durante su<br />

aprendizaje.<br />

¿De dónde, pues, vienen todas estas miserias? No de no sé qué mala naturaleza, ficción o<br />

creencia de Manés, extraña a nuestra naturaleza y con ella mezclada; vienen, sí, de<br />

nuestra naturaleza, viciada por el pecado del primer hombre. Tú, hombre agudo y sabio,<br />

te asombras y crees que unas pocas palabras del diablo intercambiadas con la mujer<br />

hayan tenido tanta fuerza como para destruir todos los bienes de la naturaleza, como si<br />

esto fuera efecto de la palabra de la serpiente y no del consentimiento de la mujer. No<br />

son, pues, como dices, unas breves palabras de la serpiente las que han cambiado las<br />

condiciones de la naturaleza; fue el hombre el que por su mala voluntad perdió el bien,<br />

que no puede recuperar por su voluntad sin la voluntad de Dios, quien con suma justicia,<br />

poder soberano y misericordia infinita juzgará cuándo y a quiénes se ha de otorgar. Como<br />

ya dijimos del cuerpo, puede la voluntad del hombre arrancarse los ojos, y, si lo lleva a<br />

efecto, queda ciego, sin que pueda la voluntad librarle de esta ceguera; y, hablando del


alma, puede el hombre, por su voluntad, perder la inocencia, no recuperarla.<br />

Y considera, sobre todo, los males que traen los hombres, que no podrían existir en el<br />

paraíso feliz, y ni hoy existirían, si la naturaleza no hubiera salido del paraíso viciada. Todo<br />

esto es evidente; basta abrir los ojos. Las miserias de los hijos de Adán desde que salen<br />

del vientre de sus madres no son para nosotros meras conjeturas; las vemos con toda<br />

claridad. Y como no vienen de la unión de nuestra naturaleza con una mala sustancia<br />

extraña, es evidente que vienen de nuestra naturaleza depravada; y no te parezca una<br />

bajeza el que la imagen de Dios esté sometida al diablo; sucede esto por justo juicio de<br />

Dios.<br />

Aunque sea el hombre, por la excelencia de su naturaleza, imagen de Dios, creado a su<br />

semejanza, no es extraño que por la depravación de su naturaleza se convierta en vanidad<br />

y pase como una sombra 101 . Dinos por qué estas innumerables criaturas, imágenes de<br />

Dios, los niños, que no tienen pecado, no son admitidos en el reino de Dios si no renacen.<br />

Algo tendrán cuando se les retiene merecidamente bajo el yugo del diablo y los hace<br />

indignos de reinar con Dios; cuya luz, si te aproximas a ella, te evitaría comparar tus<br />

palabras a un rayo.<br />

Las calumnias de un hereje son elogios para un católico<br />

21. Jul.- "La evidencia es absoluta, Agustín en nada difiere de su maestro, pues, según<br />

sus escritos, la naturaleza de Adán, como la de los demás hombres, es pésima.<br />

Finalmente, para no salirnos del tema, es claro que, a tus ojos, no fue el pecado del<br />

primer hombre de la misma especie que las otras culpas. Dices que los pecados de<br />

tiempos posteriores no pueden transmitirse con la naturaleza; por ejemplo, los hijos<br />

nacidos de un bandolero, de un parricida o de un incestuoso no son culpables de los<br />

pecados de sus padres; y no hay crimen que se transmita por generación, excepto el<br />

pecado de Adán; y así, con toda certeza, demuestras que, según tú, esta desobediencia no<br />

es de la misma especie que todas las demás.<br />

He aquí mi pregunta breve, transparente. Si el pecado cometido por Adán fue voluntario y<br />

pudo pasar a ser natural, ¿por qué los pecados que a diario se cometen, fruto de una<br />

voluntad criminal, no marcan a la generación futura con sello de infamia e ignominia?<br />

Ahora bien, si todos estos crímenes, tan atroces como numerosos, no se transmiten, ¿qué<br />

ley, qué condición, qué privilegio os autoriza a decir que sólo el primer pecado de Adán se<br />

transmite? Y en los pecados conocidos, que la ley condena y la justicia castiga, si todos<br />

son del mismo género y si el pecado del primer hombre fue voluntario y con toda justicia<br />

castigado, ¿por qué no juzgar de aquellos según éste o de éste según aquéllos? Y si un<br />

mutuo testimonio es inviable, ¿con qué caradura se niega que aquella primera<br />

prevaricación es de otra índole, es decir, que no es fruto de la voluntad, sino de una<br />

naturaleza viciada?<br />

Por último, atrévete con tu doctrina traducianista a dar una definición cualquiera de<br />

pecado; y no hablo del primer pecado de Adán, sino de todos los que hoy se cometen; por<br />

ejemplo, sacrilegios, torpezas y toda clase de crímenes. Explica su definición. Dirás, sin<br />

duda: es desear libremente lo que la justicia prohíbe y que uno puede evitar; porque si el<br />

deseo de la voluntad no es malo, no puede haber pecado Comprende lo racional de<br />

nuestra posición. ¡Qué absurdo! ¡Qué insoportable locura! El pecado, según tú, es hacer<br />

con voluntad libre lo que la justicia prohíbe, mientras la creencia natural de un mal natural<br />

postula, por el contrario, que exista un pecado con el que nacemos y no es voluntario. Por<br />

consiguiente, no es cierto exista pecado cuando, por parte de la voluntad, no existe<br />

consentimiento; mas he aquí un pecado, el más grave de todos, que no es voluntario y se<br />

trae al nacer. Renuncia a esta definición de pecado, amiga de los católicos, pues no puede<br />

fraternizar con vosotros; y al renunciar prueba tu insolidaridad con los que admiten una<br />

sustancia, mezcla de mal.<br />

Y para resumir nuestra disputa: o es necesario afirmar que no existe pecado voluntario si<br />

hay un pecado natural, o que no existe pecado natural si todo pecado se define voluntario.<br />

De aquí se sigue o la negación de un pecado que nace con nosotros, creencia católica, o si<br />

persistes en decir no que un pecado, sino el más enorme de todos, nos viene de la<br />

naturaleza sin intervención de la voluntad, y entonces eres uno con Manés por identidad<br />

de doctrina".


Ag.- Crees causarme un gran pesar cuando afirmas no difiero de mi maestro; para mí son<br />

elogios tus calumnias; pues, desde el punto de vista de mi fe, comprendo como se deben<br />

comprender no lo que piensas, sino las palabras que pronuncias. Dices verdad y lo<br />

ignoras, como el pontífice Caifás, perseguidor de Cristo, pensaba en crímenes, y, sin<br />

saberlo, pronunció palabras de salvación 102 . Es para mí un gran gozo no discrepar en esta<br />

cuestión de mi maestro; primero, porque sólo el Señor es el maestro que me ha enseñado<br />

que los niños están muertos si no son vivificados por el que murió por todos, según lo<br />

expone el Apóstol cuando dice: Luego todos han muerto y por todos murió 103 . Tú dices lo<br />

contrario, pues niegas que los niños estén muertos, y así no pueden ser vivificados por<br />

Cristo, aunque reconoces haya muerto también por los niños.<br />

Esto me lo enseña Juan, apóstol de todos los maestros, cuando dice que el Hijo del<br />

hombre vino para destruir las obras del diablo 104 . Vosotros, por el contrario, negáis sean<br />

en los niños destruidas estas obras, pues decís que el que vino a destruir las obras del<br />

diablo no vino para ellos. Yo jamás debo renegar de mis maestros, cuyas obras literarias<br />

me han ayudado a comprender esta doctrina. Cipriano, mi maestro, enseña: "El niño,<br />

nacido de Adán según la carne, ha contraído desde su nacimiento, el contagio de la muerte<br />

antigua, y es más fácil obtengan el perdón de los pecados, porque se le perdonan no los<br />

propios, sino los ajenos" 105 . Y es mi maestro Ambrosio; he leído sus libros y escuchado<br />

sus sermones; de él recibí las aguas de la regeneración 106 . Estoy muy lejos de<br />

compararme a él; pero confieso y proclamo que, en esta cuestión del pecado original, en<br />

nada discrepo de este mi maestro. Tu preceptor Pelagio -no te atreverás a ponerlo delante<br />

de Ambrosio- testifica contra ti; pues de él dice que ni sus enemigos osaron atacar su fe ni<br />

el sentido auténtico que da a las Escrituras 107 . Tú te atreves a criticarlo y juzgas es un<br />

comentario maniqueo cuanto dice sobre la rebelión de la carne, que el pecado del primer<br />

hombre trasvasó a nuestra naturaleza, viciada por Adán 108 .<br />

En parte, es cierto, respetas el testimonio de tu maestro en lo que se refiere a este varón<br />

tan ilustre y no osas atacarlo a cara descubierta; pero, al ultrajarme a mí nominalmente<br />

con lengua viperina y frente proterva, acusas al mismo Ambrosio y a otros grandes e<br />

ilustres doctores de la Iglesia que profesaron y predicaron estas mismas doctrinas; tu<br />

proceder es tanto más pérfido cuanto más solapado. Contra ti defiendo mi fe y la de esos<br />

varones, que no te atreverás a tener abiertamente por enemigos, y que, a pesar tuyo, son<br />

tus jueces.<br />

Muy lejos de tener valor alguno, en presencia de tales jueces, tus argumentos cuando<br />

comparas este gran pecado y la culpa del primer hombre con los pecados de tiempos<br />

posteriores, al pretender que, así como el pecado del primer hombre cambió la naturaleza<br />

del género humano, lo mismo ahora los delitos de los padres deberían transformar la<br />

naturaleza de sus hijos. Pero no piensas cuando esto dices que los primeros pecadores,<br />

tras cometer tan enorme pecado, fueron arrojados del paraíso y se les prohibió acercarse<br />

al árbol de la vida. ¿Son los delincuentes de nuestro tiempo arrojados a tierras desérticas<br />

por grandes que sean los crímenes cometidos? ¿Existe algún árbol de la vida vedado? No<br />

existe en este valle de miserias. Para todos los hombres, impíos incluidos, existe una<br />

misma morada, la misma vida; mientras que para los primeros pecadores todo cambió,<br />

habitación y género de vida; lo que existía antes del pecado, no existe después del<br />

pecado.<br />

Según vuestra opinión, debieran los niños, que no son culpables de pecado en su<br />

nacimiento, imágenes inocentes de Dios, debieran, digo, ser llevados por los ángeles al<br />

paraíso de Dios y vivir allí sin pena ni trabajos; y, si alguno pecaba, merecidamente sería<br />

arrojado fuera para que no se multiplicasen los pecados por imitación. Ahora, aunque<br />

fuera uno solo el que pecó, en el paraíso de delicias uno solo oyó: Espinas y abrojos te<br />

producirá la tierra, maldita en todos tus trabajos; con el sudor de tu rostro comerás el<br />

pan 109 . Ningún hombre vemos excluido del castigo del trabajo; trabajo que no debían<br />

conocer los felices habitantes del paraíso. Y aunque sólo la mujer escuchó: Alumbrarás con<br />

dolor 110 , no conocemos a ninguna madre exenta de este suplicio al dar a luz.<br />

¿Tan mentecatos vais a ser para pensar que las miserias de esta vida podían existir en el<br />

paraíso aunque nadie hubiera pecado, cuando se evidencia que son castigo de Dios por<br />

una prevaricación? ¿O es que podéis negar la existencia de dichas miserias en los<br />

descendientes de Adán arrojados del paraíso, y que tan penosamente arrastran sobre la<br />

haz de la tierra? ¿O vais a decir que cuanto más impío y pecador es uno, tantos más


cardos y abrojos producirán sus campos y más sudores le costará el cultivarlos? ¿O que<br />

cuanto más culpable sea una mujer, tanto más insufribles serán sus dolores de parto?<br />

Pues lo mismo, todas las penurias de la humanidad que soportan todos los hijos de Adán<br />

desde el día que salen del vientre de sus madres, son comunes a todos, porque todos<br />

tenemos los mismos padres y de su prevaricación traen origen; luego esta prevaricación<br />

de la pareja primitiva ha de ser considerada como pecado tan grave, capaz de viciar la<br />

naturaleza de todos los niños que nacen de la unión del hombre y de la mujer, como<br />

obligación escrita y hereditaria en una culpabilidad común.<br />

Todos los que dicen que los pecados hoy cometidos deben ser de la misma gravedad que<br />

el delito de nuestros primeros padres en la vida feliz del paraíso, fácil de evitar, es<br />

necesario que digan que son también iguales las dos vidas, la que ahora vivimos y la que<br />

ellos tenían en aquella morada de santas e intensas delicias. Y, si ves que esto es un<br />

dislate mayúsculo, deja de poner en pantalla los pecados del mundo actual y deja que<br />

aquel enorme pecado primitivo tenga su gravedad específica y su fuerza particular. No<br />

obstante, el todopoderoso y justo ha dicho que incluso en esta vida castigaría los pecados<br />

de los padres en los hijos 111 ; y, en consecuencia, demuestra con suficiente claridad que<br />

los pecados de los padres son como una cadena que aprisiona a los hijos; cadena<br />

ciertamente menos dura, pero que nos hace deudores hereditarios, a no ser -como en<br />

páginas anteriores de esta obra dijimos- que nos sean desatadas del lazo del proverbio<br />

que dice: Los padres comieron las uvas y los hijos padecen dentera 112 ; nuestras deudas<br />

nos sean perdonadas no por vuestros argumentos, sino por la gracia del Nuevo<br />

Testamento; no por la naturaleza de la generación, sino por la gracia de la regeneración.<br />

En cuanto a la definición de pecado: deseo voluntario de lo que la justicia prohíbe, con<br />

libertad para abstenerse, es definición de pecado como pecado, no como castigo de<br />

pecado, como he repetido no sé cuántas veces. El que dice: No hago el bien que quiero,<br />

sino que hago el mal que no quiero 113 , no parece tenga libertad para abstenerse del mal,<br />

e invoca por eso al Libertador, porque había perdido la libertad.<br />

Ignorancia y herejía<br />

22. Jul.- "Tiempo es ya de pasar a otras cuestiones, pero un cierto enojo me obliga a<br />

permanecer en este mismo lugar. ¿Te atreves a decir que el pecado de Adán fue<br />

voluntario? ¿De dónde te viene este sueño? 'Porque sería, dices, injusto que imputara Dios<br />

a alguien un pecado si no supiera era libre para no cometerlo'. Y ¿qué? A este príncipe de<br />

las tinieblas al que rendís culto, ¿le concedéis la justicia de Dios para reclamársela al<br />

momento, y despojar a este Dios de toda justicia después de comprender que sólo se<br />

pueden imputar faltas voluntarias, y he aquí que, en los siglos siguientes, los que nacen no<br />

son libres de abstenerse de pecar?<br />

Por último, ¿cómo sabes que no puede la justicia castigar en Adán un crimen voluntario, si<br />

no comprendes lo injusto que es imputar a otros un delito que confiesas es involuntario? O<br />

admites como justa la sentencia de los traducianistas y afirmas pueda convenir a Dios<br />

imputar a un niño un pecado que no ha cometido, y confiesas es justo y conforme a los<br />

planes de Dios imputar a Adán un pecado que sabía era efecto de la imperfección de su<br />

naturaleza, no de su voluntad, y, por consiguiente, no existe transmisión de pecado ni<br />

naturaleza depravada por un acto libre de la voluntad, pero sí una naturaleza viciada en su<br />

origen, y así te declaras maniqueo. Y si, arrepentido, confiesas sería suma injusticia<br />

imputar a Adán culpas naturales, síguese de manera irrefutable que es criminal hacer<br />

responsables del pecado original a un Abel, a un Henoc, a un Noé o a todo el género<br />

humano.<br />

Atribuir a tu Dios pensamientos tan criminales es hacerle único culpable de todos, y<br />

entonces es evidente que no es un Dios de toda justicia al que los católicos adoramos en<br />

trinidad de personas. Y si, ante esta acusación contra tu Dios, retrocedes, es preciso que<br />

condenes, resucitado, la doctrina maniquea de la transmisión del pecado en la que hasta<br />

el presente estás sepultado".<br />

Ag.- Lo que constituye grave error, lo que os hace herejes, lo que os hace audaces en<br />

vuestra intención y vanos en vuestros argumentos contra la fe católica, con apoyaturas en<br />

la palabra de Dios para defenderse de sus enemigos, es vuestra ignorancia, incomprensión<br />

e incredulidad ante la fuerza de las leyes de parentesco desplegadas en una serie de<br />

generaciones entre las criaturas que Dios quiso nacieran unas de otras, según su especie;


leyes inexplicables e incomprensibles a los sentidos y a todo pensamiento estas de la<br />

generación. De estas leyes viene el sentir de todo el género humano, el querer, en cuanto<br />

a los humanos se refiere, un número determinado de hijos; esperanza cierta que fomenta,<br />

en las mujeres castas, la fidelidad conyugal.<br />

Por eso, con todo derecho, no me agrada la doctrina del filósofo Platón, pues permite la<br />

promiscuidad de mujeres en una república que pretende sea la mejor; y, en consecuencia,<br />

¿qué quiere si no es que los mayores sientan por todos los más jóvenes el amor que se<br />

encuentra en la naturaleza, pensando, y no sin motivo, que cada uno pudiera ser hijo<br />

suyo, según la edad que tenga, por los contactos que haya tenido indiferentemente con<br />

cualquier mujer desconocida? ¿No oís la voz de todos los padres en estas palabras de<br />

Cicerón cuando escribe a su hijo y le dice: "Eres el único por quien deseo ser en todo<br />

vencido?" Leyes de la generación, como dijimos, secretas, en las que reconocemos mayor<br />

vigor de lo que podemos imaginar, que pueden engendrar mellizos aun antes de nacer y<br />

en el seno materno, ¿acaso no se dicen dos pueblos 114 ? Y son estas mismas leyes<br />

naturales las que permiten decir que Israel fue esclavo en Egipto 115 ; que Israel salió de<br />

Egipto 116 ; que Israel entró en la tierra prometida; que Israel abundó en bienes y<br />

experimentó males; que Dios bendice a su pueblo y lo aflige. De él está escrito: Vendrá de<br />

Sión el que arranca y destruye la impiedad de Jacob, y éste será mi pacto con ellos cuando<br />

perdone todos sus pecados 117 . El hombre del cual se trata, el primero y único que recibió<br />

dos nombres, había muerto ya muchos años antes y no pudo ver estos bienes ni estos<br />

males.<br />

En virtud de estas leyes naturales, este mismo pueblo pagó los diezmos en Abrahán por la<br />

única causa de estar en sus lomos cuando voluntariamente pagó los diezmos 118 , y el<br />

pueblo no por voluntad propia, sino por ley natural de la generación. ¿Cómo estuvo este<br />

pueblo en los lomos de Abrahán no sólo hasta el tiempo en que se escribe la carta a los<br />

Hebreos, sino hasta el presente y hasta el fin de los siglos, mientras en Israel se suceden<br />

las generaciones?<br />

¿Cómo un solo hombre puede contener tan inmensa multitud? ¿Quién lo puede explicar<br />

con palabras o al menos imaginar? El mismo semen del hombre es, en cada nacimiento,<br />

sumamente pequeño, pero en conjunto, dado el número de los nacidos en el pasado, de<br />

los que nacen y de los que nacerán hasta el fin de los tiempos, sobrepasan por su mole el<br />

cuerpo de un hombre. ¡Como para poder ser contenidos en los lomos de un solo hombre!<br />

Existe, cierto, no sé qué fuerza invisible e impalpable en el secreto de la naturaleza, oculta<br />

en las leyes de la generación; fuerza inexplicable, fuerza positiva y real que nos autoriza a<br />

decir, sin hipérbole, que en un solo hombre están contenidos cuantos hijos nazcan de él y<br />

cuantos en futuras generaciones se multipliquen. Y no sólo estaban en él, sino que, cuando<br />

pagó voluntariamente los diezmos, también, sin saberlo ni quererlo, los pagaron ellos,<br />

dado que no se encontraban en estado de poderlo saber y querer. Esto dijo el autor de la<br />

carta sagrada para ensalzar el sacerdocio de Cristo, prefigurado por el de Melquisedec, al<br />

que paga Abrahán el diezmo sobre el sacerdocio levítico 119 ; y nos enseña cómo Leví, que<br />

decimaba a sus hermanos, es decir, recibía sus diezmos, pagó a Melquisedec los diezmos<br />

en Abrahán cuando fue diezmado por Melquisedec; es decir, cuando recibió sus diezmos.<br />

Por esto se quiere dar a entender que Cristo, sacerdote eterno según el rito de<br />

Melquisedec 120 , no pagó diezmos, pues Melquisedec recibió diezmos de Abrahán, pero no<br />

fue decimado, como en Abrahán lo fue Leví.<br />

Y si se pregunta: "¿Por qué Cristo no pagó diezmos, si estaba, según la carne, en Abrahán<br />

cuando Abrahán, su padre, pagó los diezmos a Melquisedec?", sólo tenemos esta<br />

respuesta: María, su madre, de la que tomó carne nacida de la concupiscencia de la carne<br />

de sus padres, no concibió así a Cristo, sino que fue por obra del Espíritu Santo y no por<br />

seminación de varón. No pertenece, pues, a esta generación carnal, en virtud de la cual<br />

todos existieron en los lomos de Abrahán, en el que pagaron el diezmo, según testifica la<br />

Escritura.<br />

La concupiscencia de la carne, causa provocadora de la eyaculación del semen, o no<br />

existía en Adán antes del pecado o fue en él viciada por el pecado. Si no existía, sin duda<br />

habría un medio apto para favorecer la unión de los sexos y la siembra en el regazo de la<br />

mujer; y de existir, estaría sumisa a la voluntad. Y si ésta era su condición, nunca<br />

codiciaría contra el espíritu. En consecuencia, o la libido es un vicio, si antes del pecado no<br />

existía, o fue, sin duda, por el pecado viciada, y por ella contraemos el pecado original.


Existió en el cuerpo de María esta sustancia carnal, pero Cristo no fue fruto de la<br />

concupiscencia. De donde se sigue que nació en carne y de la carne, pero a semejanza de<br />

la carne de pecado, no, como todos los hombres, en carne de pecado; por esta causa,<br />

lejos de contraer por generación el pecado original, lo borró en todos nosotros por el<br />

sacramento de la regeneración. El primer hombre fue el Adán primero, y Cristo el segundo<br />

Adán; aquél fue creado sin ayuda de la concupiscencia de la carne, sin ella nació éste; el<br />

primero era sólo hombre, el segundo es hombre-Dios; el primero pudo no pecar, el<br />

segundo no puede pecar.<br />

En vano pretendes igualar o dar ventaja al pecado de los hijos sobre el pecado de Adán,<br />

por grandes y horrendos que sean. Cuanto más excelsa y sublime fue la naturaleza de<br />

Adán, más profunda fue su caída. Esta era su naturaleza: podía no morir, de no haber<br />

consentido en el pecado; tal era esta naturaleza: no existía discordia entre la carne y el<br />

espíritu; tal era esta naturaleza: no existía enemigo contra el que combatir; no podía<br />

ceder al vicio, porque en ella no había ningún vicio. No puedes, pues, igualar el pecado de<br />

Adán y el pecado de sus hijos; ni al darles una naturaleza semejante les puede poner<br />

sobre él si no es dándoles una naturaleza mejor. Cuanto más noble es la naturaleza<br />

racional, más lamentable es su caída; cuanto más increíble su pecado, más condenable su<br />

culpa. Así, la caída del ángel fue irreparable, porque al que se le da más, más se le exige<br />

121 ; su obediencia debía ser tanto más rendida cuanto más excelsa era su naturaleza; por<br />

eso, al no hacer lo que debía, fue su castigo no poder querer el bien; su destino, el suplicio<br />

eterno. Fue Adán liberado de los tormentos eternos por la gracia de Jesucristo, nuestro<br />

Señor, en un número incontable de sus hijos, y él mismo fue liberado, después de miles de<br />

años de su muerte, cuando quiso Cristo descender a la región de los muertos y demostrar<br />

su poder rompiendo las puertas del infierno 122 .<br />

La Sabiduría levantó de su caída al hombre 123 ; y no sin razón cree la Iglesia en su<br />

libertad, no por sus méritos, sino por la gracia de Dios, por Jesucristo, nuestro Señor, del<br />

que Adán fue padre, como lo es de todo el género humano en virtud de la carne, que<br />

procede de él y de la que Cristo se vistió, hijo único de Dios. Imputó Dios al primer<br />

hombre el pecado, del que era libre de abstenerse; pero la naturaleza era tan sana en este<br />

primer Adán, que no tenía ningún vicio; y así, su pecado sobrepasa en gravedad todos los<br />

demás pecados como les excedió en bondad. De ahí vino el seguir de cerca al pecado el<br />

castigo; tan enorme era, que al momento se encontró atado a la necesidad de la muerte,<br />

cuando antes podía no morir; y al momento fue arrojado del paraíso de delicias y se le<br />

prohibió acercarse al árbol de la vida. Y, cuando todo esto sucedió, el género humano<br />

estaba en sus lomos. Por eso, según las leyes de la generación ya mencionadas, leyes<br />

misteriosas y potentes, los que estaban en él y un día nacerían en este mundo en virtud<br />

de la concupiscencia de la carne, fueron en él condenados, como los que estaban en los<br />

lomos de Abrahán por ley de generación pagaron con él el diezmo. Por consiguiente, todos<br />

los hijos de Adán contraen el contagio del pecado y quedan atados a la necesidad de<br />

morir. Y, aunque sean muy niños y no tengan voluntad para el bien ni para el mal, como<br />

están revestidos de aquel que pecó voluntariamente, traen de él la culpa del pecado y el<br />

suplicio de la muerte; como los niños que han sido revestidos de Cristo, sin que nada<br />

bueno hayan hecho por propia voluntad, tienen parte en su justicia y en la recompensa de<br />

la vida eterna. Por contraste, Adán es imagen de Cristo, y esto hace decir al Apóstol: Si<br />

hemos vestido la imagen del terreno, vistamos también la imagen del celeste 124 . Y como<br />

esto es así, diga Juliano que los niños nacidos no se han vestido del pecado y de la muerte<br />

del primer Adán y ose decir que los renacidos no son vestidos de la vida del segundo<br />

Adán, aunque ni aquellos cometieron pecado alguno del que pudieran abstenerse<br />

libremente, ni éstos la justicia que puedan libremente cumplir.<br />

Gravedad del pecado de Adán<br />

23. Jul.- "'Aquel pecado que deterioró al hombre en el paraíso fue el más grave de lo que<br />

imaginar podemos y lo trae todo hombre al nacer' 125 . ¿Quién te ha dicho que el pecado de<br />

Adán fue más grave que el de Caín? ¿Más grave que el de los sodomitas? Por último, ¿más<br />

execrable que el tuyo y el de los maniqueos? Nada en la historia puede justificar tamaña<br />

vanidad. Cierto, se les prohibió comer del árbol, y Adán, hombre rudo, ignorante, sin<br />

experiencia, sin tener ni el sentimiento del temor ni la noción de la justicia, cede a la<br />

invitación de su mujer, gusta de un fruto cuya belleza y dulzura le habían cautivado. Esta<br />

es transgresión de un precepto. Cometió una prevaricación, una de tantas como se han<br />

cometido en todos los tiempos; no es más grave que la del pueblo israelita cuando<br />

comieron animales prohibidos. La causa del pecado no radica en la calidad del fruto, sino


en la transgresión del precepto. ¿Qué crimen cometió Adán para que, en tu opinión,<br />

sobrepase su pecado toda ponderación? Puede, acaso, ser que, a tenor de los misterios de<br />

Manés, se prohíbe coger frutos de cualquier especie para no herir una partecica de su dios,<br />

que ellos creen encontrarse en las cortezas y semillas, y tú te imaginas que la gravedad<br />

del pecado de Adán consiste en roer la sustancia de tu Dios al comer del fruto del árbol.<br />

¡Qué locura! 'Siendo este pecado más grave de cuanto podemos imaginar, dice Agustín,<br />

todo hombre lo trae al nacer'. ¿Luego comer de un fruto vedado es crimen más horrible<br />

que dar muerte, con mano fratricida, al justo Abel; o violar en Sodoma los derechos de<br />

huéspedes y sexos; o sacrificar bajo la ley los hijos a los demonios; o someter al imperio<br />

del diablo la obra de Dios recién hecha, los niños sin conciencia de nada; o acusar a Dios<br />

de injusticia; o atribuir al príncipe de las tinieblas el matrimonio, rito honorable; o, por<br />

último, creer que los niños, por nacer bajo el signo del placer de los padres, son peores<br />

que todos los impíos y todos los piratas?<br />

No invento, recojo; tú has dicho que este pecado es de tal magnitud, que sobrepasa todos<br />

los crímenes y nada le puede ser comparable; y con este mal tan horrendo nacen los<br />

niños. Comprendemos perfectamente sean partícipes de un pecado grave, pues su<br />

condena, en severidad, aventaja a la de todos los crímenes".<br />

Ag.- Citas unas palabras, tomadas de mi libro, con la intención de refutarlas, si pudieres.<br />

Digo en ellas: "Este pecado deterioró en el paraíso al hombre, porque es mucho más grave<br />

de lo que nosotros podemos imaginar y lo trae el niño al nacer". ¿Y me preguntas quién<br />

me ha dicho que el pecado de Adán es más grave que el de Caín y mucho más que el de<br />

los sodomitas? No es exactamente lo que expresan mis palabras, pero tú así las entiendes.<br />

Dije, sí, que el pecado de Adán es más grave de lo que nosotros podemos imaginar, pero<br />

no dije sea más grave que el de Caín o el de los sodomitas. Comer de un fruto prohibido y<br />

sufrir por ello un castigo que hace de la muerte una necesidad para aquel que podía no<br />

morir, supera, sin duda, todos los juicios humanos. Comer, en efecto, de un fruto vedado<br />

por la ley de Dios, parece leve pecado, pero la magnitud del castigo demuestra lo que es<br />

en sí ante aquel que no puede engañarse.<br />

El crimen de Caín, el fratricida, parece a todos un pecado gravísimo, es un crimen<br />

horrendo; y, según nuestro modo de juzgar, sería ridículo compararlo, como haces tú, con<br />

el fruto prohibido; sin embargo, el fratricida, aunque haya de morir algún día, escapó<br />

entonces a la pena de muerte, pena con la que de ordinario castigan los hombres a los<br />

criminales. Dios le dijo: Labrarás la tierra y no te dará fruto; vagabundo y temeroso<br />

andarás sobre la tierra 126 . Viendo Caín que la tierra no le dará el fruto de su trabajo y<br />

vagaría errante y temeroso por el mundo, siente un terror mayor ante la muerte y teme<br />

que alguien le haga lo que él hizo a su hermano. Y le puso Dios una señal a Caín para que<br />

nadie que lo encontrase lo matara 127 .<br />

La culpa aquí nos parece horrenda, liviano el castigo; esto según el juicio de los hombres,<br />

incapaces de profundizar en estos misterios, ni pesar los pecados de los hombres con la<br />

luz y la justicia de Dios. El fuego que desciende del cielo sobre la tierra y abrasa a los<br />

sodomitas fue un castigo digno de sus crímenes 128 ; pero allí había niños, tus protegidos;<br />

seres puros, exentos de toda mancha de pecado; con todo, Dios, justo y misericordioso,<br />

no envió a sus ángeles, cosa para él facilísima, para librar del incendio de Sodoma a estas<br />

inocentes criaturas, imágenes suyas; o como a los tres jóvenes, en el horno 129 , hacer el<br />

todopoderoso inofensivas para ellos las llamas que habían de consumir a sus padres.<br />

Esto es lo que se ha de considerar y meditar con atención y piedad, y, cuando se<br />

contemplan las miserias de este mundo que caen sobre pequeños y grandes, miserias<br />

desconocidas en el paraíso de Dios si nadie hubiera pecado, reconocer la existencia del<br />

pecado original y ver es justo el duro yugo que pesa sobre los hijos de Adán desde el día<br />

que salen del vientre de sus madres 130 ; y no quieras agravar su yugo con tu defensa,<br />

negando a enfermos y muertos la medicina de Cristo, su salvador y vivificador.<br />

Si preguntas quién me ha dicho que el pecado de Adán fue el más grave, es él el que te lo<br />

dice a ti y me lo dice a mí. Y, si tienes oídos para oír, lo escucharás; y tendrás oídos, y, en<br />

lugar de atribuirlo a tu libre querer, las oirás del que dijo: Les daré un corazón para<br />

conocerme, y oídos que oigan 131 . ¿Quién, si no carece de oídos, no puede oír las palabras<br />

de las Escrituras cuando, sin oscuridades ni ambigüedades, se le dice al primer hombre<br />

pecador: Polvo eres, y al polvo volverás? 132 Con toda evidencia se demuestra aquí que no


habría muerto en su carne, es decir, no volvería a la tierra, de donde fue tomada su carne,<br />

si por el pecado no hubiese merecido oír y sufrir esta condena; esto hace más tarde decir<br />

al Apóstol: El cuerpo está muerto por el pecado 133 .<br />

¿Quién, sino el que no tiene oídos, no oirá lo que dice Dios, aludiendo a Adán: Ahora,<br />

pues, que no alargue su mano y tome del árbol de la vida y coma, y viva para siempre. Y<br />

lo arrojó el Señor del paraíso de delicias? 134 En el edén viviría para siempre sin trabajo ni<br />

dolor. Este placer paradisíaco, que no podéis negar de no haber olvidado el nombre de<br />

cristianos, no era torpeza, sino suma bienandanza. Fue castigo merecido por Adán no vivir<br />

siempre en él y ser arrojado, en consecuencia, de un lugar de tan colmada felicidad,<br />

donde, de no pecar, aún se encontraría y viviría una vida eterna; y cuanto más grande es<br />

esta vida, más grande debe parecernos el pecado que lo mereció. ¿Y qué es lo que tú<br />

haces cuando con tantos esfuerzos quieres disminuir el pecado de Adán si no es acusar a<br />

Dios de inaudita y prodigiosa crueldad, pues castiga a Adán, no digo con gran severidad,<br />

sino con sumo ensañamiento? Y si nunca es lícito hablar en este tono de Dios, ¿por qué no<br />

medir la gravedad de la culpa por la gravedad del castigo que inflige un juez<br />

incomparablemente justo y poner freno a tu lengua locuaz y sacrílega?<br />

No acuso yo a Dios de injusticia cuando digo que hace pesar, con justicia, un duro yugo<br />

sobre los hijos de Adán desde el día que salen del vientre de sus madres; eres tú el que<br />

haces injusto a Dios cuando piensas que sufren los niños un castigo inmerecido, pues no<br />

tienen pecado. No es por ser obra de Dios, sino que el mal, a instigación del enemigo, se<br />

infiltró en su naturaleza y los esclaviza a este su enemigo al nacer del primer Adán si no<br />

renacen en el segundo Adán.<br />

Y también acusas a la Iglesia católica de un crimen de lesa majestad si, como dices, el<br />

bautismo no arranca a los niños del poder de las tinieblas cuando antes de bautizarlos<br />

sopla sobre ellos y exorciza a estas criaturas, imágenes de Dios. Y no atribuyo al príncipe<br />

de las tinieblas el matrimonio honrado, limpio de toda mácula libidinosa si usan bien de él,<br />

con intención de tener hijos. Tú, en cambio, admites en el paraíso, sin sentir horror, las<br />

apetencias de la carne contra el espíritu; es decir, en un lugar donde reina la paz, el<br />

sosiego, la honestidad y la bondad; y no juzgo a los niños con sólo el pecado original,<br />

como calumnias, peores que los más criminales y malvados. Una cosa es la culpa que uno<br />

personalmente comete y otra el verse alcanzado por el contagio de otro. Por eso dice el<br />

púnico, vuestra pena, Cipriano, que los niños consiguen con más facilidad el perdón del<br />

pecado, pues se les perdona no su pecado, sino el de otro 135 .<br />

Dices, como nosotros, que los niños no han cometido pecado voluntario alguno, pero<br />

añades que no tienen pecado original, y así haces injusto a Dios, como con frecuencia te<br />

he dicho y te lo repetiré aún, pues les impone un yugo pesado desde que salen del vientre<br />

de sus madres. Para comprender cómo los niños nacidos de Adán están atados, por<br />

verdadera participación, al pecado del primer hombre, sin que sean tan culpables como él,<br />

piensa en Cristo, del que el primer Adán, como has dicho, era figura del que había de<br />

venir, y mira cómo los niños que renacen en él son partícipes de su justicia, sin que te<br />

atrevas a compararlos en méritos.<br />

Tú mismo dijiste en el segundo libro de tu obra (n. 189-190) que es en Adán donde se<br />

encuentra el pecado, no en su forma primera, pues fue Eva la que antes pecó, sino en su<br />

símbolo máximo; como en Cristo se encuentra la justicia no en su forma primitiva, porque<br />

existieron antes de su otros justos, sino en su forma más perfecta; y, si no hubieras<br />

olvidado tus propias palabras, no infravalorarías el pecado de Adán después de afirmar<br />

que se trata de un gran pecado.<br />

Apologista de la libido<br />

24. Jul.- "Pero ¿por qué conmoverte cuando se persigue la inocencia; cuando, por respeto<br />

a la divinidad, tú no frenas la petulancia y rabia de tu boca obscena? Acusas a los niños y<br />

a Dios; ultrajas la inocencia y violas la justicia; niegas la verdad y calumnias a tu Dios. De<br />

donde se sigue que, aunque no estuviera de nuestra parte la razón, el partidario de la<br />

transmisión del pecado sucumbiría ante la monstruosidad de sus asertos".<br />

Ag.- Tu injuriosa locuacidad me enrostra la rabia de mis obscenas palabras. ¿Soy acaso yo<br />

defensor y apologista de la libido? ¿Soy acaso yo el que osé instalar en el paraíso la<br />

concupiscencia de la carne en lucha contra el espíritu? En este lugar de belleza y de paz,


tú has introducido la guerra si se la resiste victoriosamente cuando nos solicita al pecado,<br />

o la deshonra, si torpemente se cede a sus apetencias. ¿Por qué con tamaña insolencia te<br />

encrespas contra mí, sin contemplarte a ti mismo? No soy yo, eres tú el que acusas a Dios<br />

cuando afirmas que los niños, a los que se impone un duro yugo, no han contraído el<br />

pecado original. No ultrajo la inocencia a expensas de la justicia; eres tú el que ultrajas la<br />

justicia al declarar a los niños inocentes; porque, si esto fuera verdad, Dios, justicia<br />

suprema, no pondría sobre ellos el castigo de un pesado yugo. No niego la verdad ni acuso<br />

a Dios; eres tú el que lo haces. La verdad se encuentra en estas palabras del Apóstol: El<br />

cuerpo está muerto por el pecado 136 ; y tú lo niegas. Imposible no acusar a Dios cuando le<br />

imputas las miserias de los niños, que no puedes negar, y que, según tú, no han merecido,<br />

pues no tienen pecado original. Por consiguiente tu conclusión, que tiende a cubrirnos de<br />

infamia, es opuesta a la razón y a la verdad.<br />

Juliano, chistoso y satírico<br />

25. Jul.- "Mas ¿por qué bajar la cabeza y seguir solamente el camino de la verdad cuando<br />

la falange de nuestros enemigos se apoya en los mismos peligros y se alza contra nosotros<br />

armados con nuestras miserias? El pudor conyugal, el dolor del alumbramiento, el sudor<br />

del jornalero son una prueba de la transmisión de la culpa por vía generación; y así, para<br />

ellos, el dolor de las madres, el sudor de los campesinos, la roturación de los jarales,<br />

quieren sean signos de un pecado natural y en todas estas pruebas se ejerce justicia<br />

contra el género humano; y la misma muerte, según algunos, es efecto del pecado de<br />

Adán. Dije 'algunos' porque su jefe, Agustín, se avergüenza de afirmarlo. Escribe a<br />

Marcelino y le dice: 'Adán parece haber sido creado mortal'; luego, con la acostumbrada<br />

elegancia, añade: 'La muerte es estipendio del pecado'. Y después de afirmar que Adán<br />

fue creado mortal por naturaleza, declara que el hombre podía no morir.<br />

Cuanto contra nosotros se lee en el Génesis para demostrar el castigo de Adán y Eva, ya<br />

es tiempo de que nos ocupemos de ello. El Señor Dios dijo a la serpiente: 'Por cuanto<br />

hiciste esto, maldita serás entre todas las bestias y entre todos los animales de la tierra;<br />

sobre tu pecho y sobre tu vientre te arrastrarás, y comerás tierra todos los días de tu<br />

vida; y pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; ella acechará su<br />

cabeza y tú acecharás su calcañar'. Y a la mujer le dijo: 'Multiplicaré en gran manera tus<br />

dolores y tus gemidos; con dolor parirás tus hijos; y te volverás a tu varón y él te<br />

dominará'. Y dijo a Adán: 'Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer y comiste del fruto<br />

del árbol del que te mandé no comieras, maldita será la tierra en tus trabajos; con fatiga<br />

comerás de ella todos los días de tu vida; espinas y abrojos te producirá y comerás hierba<br />

del campo, con el sudor de tu frente comerás tu pan hasta que vuelvas a la tierra de la<br />

que fuiste tomado, porque tierra eres, y en tierra te convertirás' 137 .<br />

Estas son las sentencias que alegáis como prueba de un pecado que nace con nosotros; y<br />

decís que la mujer no daría a luz con dolor, si no hubiesen pasado a ella, con el pecado de<br />

Eva, los sufrimientos de su fecundidad. En este dolor queréis ver un indicio del pecado, y<br />

lo que fue en la primera fémina castigo de su culpa, ninguna otra lo experimenta si no es<br />

culpable. Decís: 'No habría dolor en la parturienta si no existiese pecado en el que nace'.<br />

No es fácil medir el alcance de estos discursos. En este punto provoca vuestro sentir tal<br />

reacción, que apenas me mueve a combatirlo; hay en estos argumentos más pecados que<br />

sílabas".<br />

Ag.- Entre chistoso y satírico, te mofas, o finges mofarte, de estas miserias del género<br />

humano; pero no es menos cierto que te causan un gran contratiempo, pues te ves<br />

obligado a decir que en el paraíso de Dios, aunque nadie hubiera pecado existirían estas<br />

mismas miserias. Y si por vergüenza no lo haces, te obliga a ello tu doctrina; y, si no te<br />

corriges y abjuras de tu dogma, imposible evitar el verte oprimido y ser precipitado en un<br />

horrendo remolino de angustias. ¿De dónde piensas vienen estas miserias que vemos en<br />

niños y adultos? Respondes, según tu doctrina, que hizo Dios así al género humano desde<br />

su origen. A esta tu respuesta te replico: luego estas mismas miserias existirían en el<br />

paraíso aunque nadie hubiera pecado. Y aquí o sucumbes, o cambias de parecer, o pierdes<br />

la vergüenza o te corriges.<br />

Porque, si ubicas en el lugar de supremas delicias las miserias de esta vida, no osarás<br />

mirar a la cara a los cristianos; si te precipitas hasta tocar fondo de un abismo de<br />

horrores, imputas estas miserias a una naturaleza mala que se mezcla con la nuestra, te<br />

veo sumergido en las profundidades del infierno de Manés; pero, si confiesas que estas


miserias son, en nuestra naturaleza viciada, castigo de Dios vengador, respirarás el aire<br />

puro del catolicismo.<br />

Dices también: "Según algunos", el pecado de Adán inoculó la muerte en el género<br />

humano, y añades que has dicho "según algunos" porque yo, su jefe, no sentí sonrojo en<br />

decirlo, pues cuando escribí a Marcelino dije que Adán parecía haber sido creado mortal.<br />

Cuando lean estas tus palabras y las mías o las oigan leer, si no es pelagiano, verá dolo en<br />

tu lenguaje. Nunca pensé, nunca dije, como vosotros, que Adán fuera creado mortal y que,<br />

pecara o no pecara, debía morir. Sí, se reprocharon estas palabras a Celestio en una<br />

asamblea episcopal de Cartago, y a Pelagio en un concilio episcopal de Palestina. Esta es<br />

precisamente la cuestión que entre nosotros se ventila, saber si Adán, pecara o no pecara,<br />

debía morir. A tenor de la definición, ¿quién ignora llamarse inmortal el que no puede<br />

morir, y mortal el que puede morir? Pudo Adán morir, pues pudo pecar; moriría por su<br />

pecado, no por necesidad de su naturaleza. Pero, si se llama inmortal al que puede no<br />

morir, ¿quién negará que fue Adán creado con este poder? Podía no pecar nunca, podía no<br />

morir jamás.<br />

A vosotros se os reprocha enseñar que Adán, pecara o no pecara, debía morir, y este<br />

vuestro aserto es falsísimo. Siendo las cosas así, ¿cómo he podido afirmar, como tú me<br />

haces decir con mentira, que fue Adán por naturaleza creado mortal, como si fuera para él<br />

una necesidad el morir, cuando sabemos que esta necesidad le vino del pecado? ¿Cómo<br />

voy a decir que no podía morir, cuando sé que murió? Con toda certeza no habría muerto<br />

si no pudiera morir. Una cosa es no poder morir y otra poder no morir. En el primer caso,<br />

la inmortalidad es plena, en el segundo tiene rango menor. Si tienes en cuenta esta<br />

distinción, comprenderás lo que decís vosotros y lo que contra vosotros decimos nosotros.<br />

Decís vosotros: "Pecara o no pecara, Adán debía morir". Nosotros decimos: "Si no hubiera<br />

pecado, jamás hubiera muerto".<br />

Recuerdas luego el texto del Génesis que contra vosotros suele aducirse; al hablar de los<br />

dolores de las parturientas, fue para Eva un castigo, la primera en sufrirlo, y crees o<br />

quieres creer que lo decimos nosotros. Sí decimos que las mujeres no sentirían los dolores<br />

del parto si Eva no les hubiera transmitido, con el pecado, los dolores de la fecundidad; no<br />

es pena alguna la fecundidad, sino la pena del pecado lo que les transmite; si el parto se<br />

hizo doloroso, es fruto del pecado, no de la fecundidad; el dolor de la maternidad viene del<br />

pecado; la fecundidad, de la bendición del Señor.<br />

Si quieres decir que este dolor acompaña la fecundidad como algo heredado, no como<br />

necesidad, ésta es mi sentencia. Pero nunca decimos que en el paraíso las mujeres<br />

habrían dado a luz con dolor; sí decimos que este dolor es castigo del pecado, porque no<br />

hubiera existido en ese lugar de delicias, en el que ningún pecador podía permanecer. Y<br />

esta verdad no la puedes refutar; o tapas la cara y cierras los ojos para poder ubicar en el<br />

paraíso de Dios la libido y todas las miserias de la humanidad. ¿Hay en esto algo<br />

asombroso? Quieres llenar esta bella mansión de felicidad con muertes de hombres, que<br />

siempre o casi siempre van acompañadas de sufrimientos atroces. Tamañas<br />

monstruosidades no te hacen retroceder y te convierten en objeto de irrisión para aquellos<br />

que, lejos de aceptarlos según tú, se atienen a la antigua tradición de la Iglesia, que nos<br />

dice: Por la mujer fue el principio del pecado, y por ella todos morimos 138 .<br />

Tú lo tomas a guasa, y, contra tu conciencia y tu saber, me llamas, irónicamente, su jefe.<br />

No puedes ignorar cuántos doctores de la Iglesia y en la Iglesia han enseñado, antes que<br />

yo, que Dios hizo al hombre de una naturaleza tal, que, si no pecara, podía no morir. ¿<br />

Cómo voy a ser jefe de estos a quienes sigo, no precedo? Y no diré seas tú jefe de los<br />

hombres que enseñan que Adán fue creado mortal, y, pecara o no, debía morir, y quieren<br />

que el paraíso, alfombrado de santas delicias, donde alma y cuerpo disfrutarán de una<br />

gran paz, fuese turbado por los ayes de los moribundos, el luto de los difuntos, las<br />

lágrimas de los afligidos. Pero no eres tú el jefe; los primeros en esparcir las semillas de<br />

este dogma impío fueron Pelagio y Celestio, que figuran a la cabeza de esta nefasta<br />

doctrina. Tú no eres el jefe, y ¡ojalá no fueras su discípulo!<br />

Justicia de Dios en el castigo del pecado<br />

26. Jul.- "¿No es una insensatez decir que los dolores del parto son compañeros del<br />

pecado, cuando es evidente que tienen más de condición natural del sexo que castigo de<br />

crímenes? Los animales, en efecto, están exentos de pecado, pero experimentan estos


mismos dolores y contorsiones en sus partos. De esto se deduce que este hecho no es<br />

argumento de pecado, pues se encuentran en los que no pueden tener pecado. Luego vas<br />

más lejos y dices algo más increíble. 'La mujer, afirmas, no sentiría dolor si no participara<br />

del pecado'. Y a continuación añades: 'Mas este pecado, semillero de dolores en la mujer,<br />

se encuentra en el recién nacido, no en la parturienta'.<br />

Tal es, según tú, la razón por la cual las mismas mujeres bautizadas sufren lo indecible<br />

cuando dan a luz un hijo. La prevaricación que mancha al niño hace difícil y trabajosa la<br />

maternidad fecunda. Y, a tenor de esta doctrina, la transmisión del pecado se realiza no de<br />

la madre al hijo, sino del hijo a los padres. Porque, si la mujer bautizada siente los dolores<br />

del parto, es porque el niño que trae al mundo está en pecado; de donde se deduce que la<br />

transmisión del pecado viene por vía ascendente y no de arriba abajo.<br />

Pero dirás que la mujer sufre no a causa del pecado de su hijo, sino porque ella misma,<br />

cuando vino al mundo, se encontraba en estado de pecado. Bien; tú antes habías dicho<br />

que este mal fue borrado por la gracia; pues si el dolor de las parturientas está vinculado<br />

a la culpa, perdonado el pecado, los dolores del parto deberían desaparecer. O bien, si<br />

estos dolores que atenazan a las mujeres, incluso bautizadas, suponen un estado de<br />

pecado, entonces se deduce que la gracia bautismal no las purificó y de nada les sirvió.<br />

Mas si este sacramento tiene en realidad la virtud que nosotros creemos y vosotros no la<br />

podéis invalidar, si borra por completo todo pecado, pero permanece el dolor, efecto de<br />

los trabajos en el parto, ¿no está claro que estos dolores son efecto de la naturaleza, no<br />

de la culpa? Porque, según tú confiesas, todas los sufren, incluso las libradas del pecado<br />

de los maniqueos.<br />

Bastan estos ejemplos, tomados de la naturaleza, para mi intento; pero examinemos las<br />

palabras de la sentencia pronunciada por Dios, y se encontrará una luz más<br />

resplandeciente que los rayos del sol, eficaces para disipar vuestras tinieblas. De hecho,<br />

Dios no dijo a la mujer: 'Nacerán en ti dolores'; o: 'Creará en ti lamentos', como si estos<br />

sufrimientos fueran para Eva una novedad después de su pecado; sí le dice: Multiplicará<br />

sobremanera tus angustias 139 . Estas palabras prueban la existencia de una situación<br />

natural; situación que no se crea en la persona pecadora, se multiplica. Sólo lo que existe<br />

se puede multiplicar; antes de existir se dice, con toda propiedad, que se crea, pero no se<br />

puede decir que se aumenta sobremanera.<br />

Finalmente, ésta no es exégesis mía, es la misma verdad, que se evidencia en el orden de<br />

las palabras usadas por Dios en la creación de los seres vivientes. Antes de formar al<br />

hombre dice el Señor: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza 140 . Luego dice<br />

de la mujer: Hagámosle una compañera semejante a él 141 . Una vez creados ambos, les da<br />

la bendición y les dice: Creced y multiplicaos y llenad la tierra 142 . Antes de su creación no<br />

se dijo: 'Multiplicaos'; sino: Hágase el hombre; y, cuando ya existían y eran capaces de<br />

crecimiento, añade como consecuencia: Creced, multiplicaos, llenad la tierra. Estos<br />

dolores de la preñez tienen lugar, en el orden de la naturaleza, para hombres y animales;<br />

no tienen su punto de arranque en la persona de Eva, como ley hecha a su medida; se<br />

aumenta, y su culpa le mereció ser afligida con una sobrecarga de ansiedades y dolores.<br />

Sin embargo, no debían trasvasarse a otras mujeres en siglos sucesivos sino en relación<br />

con la variedad de temperamentos y delicadeza de los cuerpos.<br />

No vienen, pues, los dolores del parto del pecado, sí su sobrecarga; así, en épocas<br />

diferentes, leemos que ciertos pecados tienen como secuela una debilitación corporal;<br />

pero este aumento de miserias no destruye las condiciones normales de la naturaleza. Con<br />

todo, cualquiera que sea la vivacidad de la inteligencia, no puede abarcar el contenido de<br />

esta sentencia de Dios. Si, por una parte, vemos es castigo merecido, en otra vertiente se<br />

puntualizan los deberes. Multiplicaré en gran manera tus angustias y gemidos; parirás con<br />

dolor 143 . Este es un castigo merecido por la persona, no por la naturaleza. Lo que sigue da<br />

a conocer los deberes del sexo: Te volverás hacia el varón, él te dominará 144 . No se<br />

puede detectar castigo en la obligación, imposible de omitir sin ser culpable; la mujer ha<br />

de vivir sometida al varón por un sentimiento de modestia y afecto; esto lo exige el orden,<br />

no es un suplicio. Dice el Apóstol: La cabeza de la mujer es el varón, porque no fue creado<br />

el hombre por la mujer, sino la mujer por el hombre 145 . Si la mujer honra y respeta a su<br />

cabeza, no hace sino respetar las leyes de la naturaleza, no padece castigo por su pecado;<br />

orden que es culpable si no lo observa. El cumplimiento, pues, de un deber no es castigo,<br />

puesto que, si no se cumple, se hace uno culpable".


Ag.- Decimos: el dolor del parto es castigo de un pecado. Lo sabemos, Dios mismo lo ha<br />

declarado formalmente; y no lo hubiera dicho si la mujer no hubiera transgredido su<br />

mandato; Dios se irritó por la transgresión de su precepto. Tú tratas de aminorar o anular<br />

esta cólera de Dios; por eso, según tú, los dolores de la maternidad no son castigo del<br />

pecado, porque también los sufren los animales, incapaces de pecado. Es claro que no te<br />

han dicho los animales si sus gritos son de alegría o de dolor. Cuando las gallinas ponen<br />

un huevo, nos parece que cantan, no que se lamentan; y cuando terminan su postura,<br />

como espantadas, cacarean; otras, mientras dura la postura, permanecen en profundo<br />

silencio, como las palomas y otras aves conocidas por los observadores. ¿Quién sabe lo<br />

que pasa a estos animales mudos, incapaces de manifestar de ningún modo sus afectos<br />

interiores, si sus movimientos o sus gritos son manifestaciones de dolor o de placer? Mas ¿<br />

qué necesidad tengo de sondear estos secretos de la naturaleza, si no depende de ellos<br />

nuestra causa? Si los animales mudos no sienten dolores en el parto, tus argumentos no<br />

tienen valor; y si los sienten, veo en ello un gran castigo para el hombre, imagen de Dios,<br />

pues se ve reducido a la condición de los animales; y este castigo no sería justo si no<br />

fuera merecido por una culpa.<br />

Lejos de mí decir lo que tú refutas como dicho por mí; a saber, si la mujer sufre los<br />

dolores de su maternidad, no es consecuencia de su pecado, sino del pecado de su hijo; y<br />

estos dolores los sienten las madres en su alumbramiento aunque hayan obtenido el<br />

perdón de todos sus pecados. ¡Lejos de mí decir esto! Porque digamos que la muerte es<br />

un castigo del pecado, ¿podemos, acaso, concluir que, una vez perdonados los pecados, la<br />

muerte ya no debe existir? Estas penas que nos mereció la transgresión de Adán las<br />

llamamos castigo del pecado y permanecen, aunque el pecado nos sea perdonado, para<br />

probar nuestra fe en una vida futura, donde no existirán dolores. Y no sería fe si en el<br />

mismo instante de creer obtuviera como recompensa inmediata la exención del dolor y de<br />

la muerte. Establecida la razón, es decir, sentado que los males, secuela del pecado,<br />

permanecen como prueba de nuestra fe aunque sean perdonados los pecados en el<br />

bautismo, ¿cual puede ser el valor de este tu dicho: "Si el bautismo borra el pecado,<br />

permanece, con todo, el dolor en el parto, esto es una prueba de que viene de la<br />

naturaleza, no del pecado?" Este tu razonar no tiene fuerza alguna contra nosotros, ni tú<br />

razonarías así si comprendieras la fuerza de la fe, tanto más robusta cuanto más nos hace<br />

esperar cosas que no vemos y nos hace soportar con paciencia los sufrimientos de esta<br />

vida con la esperanza de una eterna felicidad.<br />

Dios, según tú, no dijo a la mujer: "Nacerán dolores en ti"; o: "Yo crearé en ti gemidos",<br />

como si estos sufrimientos fueran en Eva una novedad cometida la culpa; sino que dijo:<br />

Multiplicaré en gran manera tus preñeces, indicando con estas palabras la existencia de<br />

una condición de la naturaleza que no se crea, se multiplica. Y como axioma fundamental<br />

y absoluto añades: "Sólo lo que existe se puede multiplicar; cuando no existe, se crea,<br />

pero no se puede decir que se multiplica".<br />

En primer lugar, te pregunto: ¿Cómo sabes que ya existían en Eva estos dolores, si aún no<br />

los había padecido? ¿Cómo podía tener dolores, si nada le dolía? Y si no existían estos<br />

dolores, teniendo en cuenta que Eva no sufría ni se quejaba, se pueden multiplicar los no<br />

existentes, y así tiene sentido decir: Multiplicaré en gran manera tus dolores 146 ; es decir,<br />

serán grandes tus dolores, y esto puede ser verdad hayan o no empezado. No es, pues,<br />

verdad decir: "No se puede decir multiplicaré lo que no existe", porque después del<br />

pecado vio multiplicarse sus dolores que antes de su prevaricación no había sentido. Por<br />

esto le dice Dios: Multiplicaré en gran manera tus tristezas 147 ; y no es que existiesen ya<br />

estas tristezas, sino porque doblan su número desde el mismo momento de comenzar.<br />

"Pero existían, dices, en el orden de la naturaleza". Si no existe y ya tiene realidad en el<br />

orden de la naturaleza, ¿por qué te contradices? Porque, según tú, no dijo Dios: "Haré<br />

nacer en ti dolores", sino: "Multiplicaré tus dolores, ya existentes en el orden de la<br />

naturaleza". Se puede responder: "Pudo Dios decir: 'Haré nacer en ti dolores, porque iba a<br />

multiplicarlos'; no porque existiesen ya, sino porque existían en el orden de la naturaleza".<br />

¿Responderás, acaso, que ya existían en este orden de la naturaleza? Con mayor peso de<br />

razones y sentido más verídico se podrá decir: "Luego, según el orden de la naturaleza,<br />

cuando, como dice el bienaventurado obispo Juan, cometió una gran prevaricación, y en su<br />

ruina arrastró a todo el género humano" 148 ; o bien como dice su colega Ambrosio:<br />

"Existió Adán, y en él todos existimos; pereció Adán, y en él todos perecieron" 149 .


Tú osas decir que no sólo existían los dolores de Eva; más aún, que ya los había sentido<br />

cuando la amenazó Dios con multiplicarlos. Nunca hemos hablado así nosotros de los hijos<br />

de Adán cuando cometió tan enorme pecado. Con todo, los dolores propios de la<br />

maternidad no existían en el orden de la naturaleza; no eran inevitables en el<br />

alumbramiento; la condena vino después de su pecado, pero no existían en el orden de la<br />

naturaleza. Vosotros, al negarlo, ¿qué hacéis sino introducir en aquella morada de placeres<br />

puros, donde no se permitió permanecer a los hombres sujetos al sufrimiento sin haber<br />

pecado, de donde los excluya la necesidad del castigo? Ignoro de dónde viene esta vuestra<br />

obstinación; sin duda, sois enemigos del paraíso, y preferís habitar fuera de sus fronteras,<br />

como Adán, que, al ser arrojado del edén, lo colocó Dios en la parte opuesta.<br />

Enemigo del paraíso, considera la pobreza de tus argumentos contra el edén. Te parece no<br />

se puede multiplicar lo que de alguna manera no existe; cuando no existe una cosa, se<br />

puede decir que se crea, no que se multiplica. En sus comienzos, las cosas son simples; se<br />

multiplican por el crecimiento. En consecuencia, en el libro de la Sabiduría se llama<br />

múltiple al Espíritu, sin principio, pues existe desde la eternidad; pero se sirve el autor de<br />

un término impropio, porque el Espíritu no es capaz de crecimiento. ¿Y qué dirás de la<br />

respuesta de Dios a Abrahán cuando le dice: Multiplicaré tu descendencia como las<br />

estrellas del cielo? 150 En este texto promete Dios multiplicar la descendencia de Abrahán<br />

como multiplicó las estrellas del cielo. Y ¿qué? Para que pudieran ser multiplicadas, ¿eran,<br />

en los comienzos, menos y no fueron siempre tan numerosas como hoy? ¿Por qué no<br />

interpretar estas palabras: Multiplicaré en gran manera tus dolores 151 , en este sentido:<br />

"Haré que tus dolores sean incontables?" ¿No es tu intención, en cuanto es posible,<br />

introducir en el paraíso los sufrimientos, y poder decir así que en este lugar de delicias ya<br />

existían las miserias antes del pecado?<br />

Existían, dices, en la naturaleza de Eva los sufrimientos de la maternidad antes de su<br />

prevaricación, aunque, según tú, estos dolores eran moderados y naturales; y pretendes<br />

aún más, a saber, que este primitivo estado no haya sido modificado por los nuevos<br />

dolores, que Dios multiplicó en castigo de la desobediencia de la mujer. Estas son tus<br />

palabras: "Este aumento de miserias no alteró la moderación natural". Luego, según tu<br />

doctrina, es ley de la naturaleza el sufrimiento moderado de las mujeres en su<br />

alumbramiento; lo que el pecado de Eva añadió fue un aumento de estos dolores.<br />

Al hablar así, no te das cuenta de que, si las miserias aumentaron por el pecado, ya<br />

existían en la naturaleza; y la mujer ha visto aumentar estas miserias como castigo de su<br />

pecado, pero ya, antes del pecado, era desgraciada por naturaleza. Aunque afirmes que su<br />

condición natural la hacía moderadamente desgraciada, al decir que fueron sus miserias<br />

multiplicadas, lo quieras o no, reconoces que ya antes de este aumento era desgraciada. ¡<br />

Así tratas la naturaleza del hombre cuando sale de las manos de Dios! ¡Así nos describes<br />

el paraíso de Dios! Arrojado del edén, ubicado en el lado opuesto, hablas contra el paraíso,<br />

y nos dices que las miserias fueron instaladas por Dios en esta morada de felicidad; y no<br />

tuvieron su origen en el pecado, pero sí su acrecimiento. ¿Hay algo más opuesto a la<br />

felicidad como el sufrimiento? ¿Qué más contrario al dolor que la felicidad? ¿Qué significa<br />

el hombre expulsado del paraíso y colocado en la parte opuesta, sino que ha sido colocado<br />

en una paramera de miserias, lo que, sin contradicción posible, es opuesto a la felicidad? ¿<br />

Qué rechaza la naturaleza? El dolor. ¿Qué apetece? La felicidad. Finalmente, si<br />

consultamos a nuestro libre albedrío sobre esto, vemos que nada hay más enraizado en<br />

nuestra naturaleza, pues, a pesar de nuestras miserias, persiste siempre en nosotros el<br />

deseo de evitar la desgracia y querer ser felices. Y es esto tan verdad, que los mismos que<br />

por su mal vivir son miserables y quieren vivir mal, no quieren, sin embargo, ser<br />

desgraciados, sino felices. Y no se trata aquí del libre albedrío, que nos hace querer el bien<br />

en nuestras acciones, pues éste lo hemos perdido por el pecado y recuperado por gracia;<br />

sino que hablo del libre albedrío, que desea nuestra felicidad y no queremos ser<br />

desgraciados; y este deseo ni miserables ni dichosos lo pueden perder.<br />

Sin excepción, todos queremos ser felices; verdad tan incuestionable que ni los filósofos<br />

de este siglo, incluso los académicos, que dudan de todo, si creemos al jefe Tulio, se ven<br />

forzados a confesar, diciendo que es la única verdad sin margen para la duda y deseada<br />

por todos. Pero este libre albedrío encuentra su fuerza en la gracia de Dios; lo que<br />

naturalmente deseamos, es decir, la felicidad, la podemos conseguir con una vida santa.<br />

Tú, en cambio, dices que el sufrimiento, por moderado que sea, siempre es sufrimiento, y,<br />

en consecuencia, contrario a la felicidad, verdad que nadie niega ni puede negar; pues


ien, dices que el sufrimiento era un estado normal querido por Dios antes incluso de que<br />

nadie pecara; de suerte que el castigo impuesto a la mujer culpable, a la que dijo Dios:<br />

Multiplicaré en gran manera tus dolores 152 , habría marcado no el principio de sus miserias<br />

que supones en el orden de la naturaleza, sino un positivo aumento como castigo de su<br />

pecado.<br />

¿Para qué discutir sobre las palabras siguientes de Dios, cuando después de decir a la<br />

mujer: Parirás con dolor, añade: Te volverás hacia tu hombre; él te dominará? 153 ¿Para<br />

qué discutir contigo para saber si este dominio del varón es para la mujer un castigo o una<br />

condición de su naturaleza? Condición que Dios no menciona si no es cuando la castiga.<br />

Una vez más, ¿para qué detenernos sobre esto, pues tanto en un sentido como en otro no<br />

es óbice para nuestra causa?<br />

Admite que Dios, después de castigar a la mujer, cambie de tono en su lenguaje para<br />

decirle en forma de mandato: Te volverás hacia tu varón, él te dominará 154 . ¿Qué tiene<br />

esto que ver con la cuestión que tratamos sobre la pena infligida a la mujer culpable?<br />

Entre nosotros, se trata de miserias que tú quieres introducir en el paraíso, del que has<br />

sido arrojado, opuesto al que habitas; miserias que intentas atribuir no al pecado de Adán<br />

y Eva, sino al mismo creador de todos los seres, como si él hubiera querido fuese así en el<br />

orden de la naturaleza, como con lengua blasfema sostienes impúdico. Explícate sobre el<br />

castigo del hombre, pues sabemos ya cómo la mujer, desnuda antes del pecado, sin sentir<br />

confusión, acaba de ponerte al desnudo y cubrirte de confusión.<br />

Castigo del primer pecado<br />

27. Jul.- "Sobre la mujer basta lo dicho. Pasamos a los trabajos del hombre. Dios dijo a<br />

Adán: Maldita será la tierra en tus trabajos; con tristeza comerás de ella todos los días de<br />

tu vida; espinas y abrojos te producirá y comerás hierba del campo; con el sudor de tu<br />

rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra de la que fuiste tomado, porque eres<br />

tierra, y en tierra te convertirás 155 . En este texto no se dice: 'Multiplicaré tus espinas y tus<br />

sudores'; habla como de algo que no existiera y fuese entonces creado. No es más grave<br />

el castigo de Adán que el de la mujer y hace desaparecer sus inquietudes; se maldice la<br />

tierra, no el linaje humano. Maldita, dijo, la tierra en tus trabajos 156 . ¿Qué habían hecho<br />

los campos para merecer esta maldición? Cierto, nada pueden tener de común con Adán. ¿<br />

Pueden ser responsables de un pecado cometido por una voluntad ajena? ¿Quiso enseñar<br />

con el ejemplo del césped que la maldición puede existir donde no hay culpa? Porque, si<br />

pecó el hombre y fue maldecida la tierra, es evidente que no siempre el castigo<br />

corresponde a los crímenes. Si, pues, la tierra es maldita en castigo del que pecó, con<br />

todo, no hay iniquidad donde existe maldición.<br />

¿Por qué no admitir igualmente que, si el pecado del primer hombre trajo sobre la tierra<br />

un cortejo de miserias, no se sigue por eso que los nacidos en este mundo de miserias<br />

sean culpables? El recuerdo del pecado primero, presente en sus aflicciones, les serviría de<br />

preservativo contra el peligro de una imitación. Las cosas serían así: la tierra soporta el<br />

peso de una maldición y manifiesta la presencia de un crimen que le es ajeno y del que no<br />

es cómplice. Si fuera de otra manera, diríamos que Dios ama más la tierra que la<br />

inocencia, porque no sería una responsable de la culpa de la otra, mientras lo serían los<br />

niños. La maldición cae sobre la tierra; pero esto es un misterio insondable para nosotros.<br />

Se discurre sobre la finalidad de una sentencia y sobre la razón por la cual es maldecida la<br />

tierra.<br />

Con tristeza comerás de ella todos los días de tu vida 157 . Pesa el sentido de estas<br />

palabras. Se llama maldita la tierra no porque haya merecido este castigo, sino porque con<br />

esta expresión se manifiesta el sentimiento de un profundo pesar, pues al ver el hombre<br />

que por su causa es estéril, el que la cultiva con trabajo, sin encontrar satisfacción en sus<br />

afanes, imputa a la tierra lo que él merece, y en un exceso de amargura la llama maldita,<br />

porque cerró para él las fuentes de su fecundidad, y así se ve forzado a reconocer que su<br />

pecado atrajo sobre él la maldición, no sobre la naturaleza o la tierra. Te producirá, dice el<br />

Señor, espinas y abrojos 158 . No dice: 'Producirá espinas y abrojos', sino que añade: para<br />

ti.<br />

Además de las espinas y los cardos, tiene otros productos para tormento del hombre, pues<br />

la tierra se presenta cubierta de malezas. Cruel suplicio para Adán, porque una sola zarza<br />

de las fuentes y praderías del edén le puede afligir.


Con el sudor de tu rostro comerás tu pan 159 . No me parece formen estas palabras parte<br />

de la maldición, porque, para un jornalero, el sudor es como un beneficio de la naturaleza,<br />

pues refresca sus miembros. Y testimonia la Escritura que Adán, antes de pecar, ya<br />

trabajaba en el cultivo de la tierra. Dice: Tomó el Señor Dios al hombre que había formado<br />

y lo puso en el paraíso para que lo labrara y guardase 160 . Ni en el paraíso quiso Dios<br />

tuviera el hombre sus alimentos sin ganarlos con su trabajo, para estimular su actividad<br />

con su mandato; luego ¿qué le sucedió de nuevo, si creemos en su trabajo y en su sudor?<br />

A continuación leemos: Hasta que vuelvas a la tierra de la que fuiste formado, porque eres<br />

tierra, e irás a la tierra 161 . Esta última parte de la sentencia, como lo concerniente a la<br />

mujer, es más bien una explicación que un castigo. Y diría aún más, pues, siguiendo el<br />

texto, ésta es una promesa consoladora para el hombre. Como había ya recordado<br />

dolores, trabajos, sudores, para no dar la impresión de una duración eterna indica su<br />

término, y mitiga así su pesar. Es como si le dijese: No siempre vas a padecer estos<br />

males, sólo hasta que vuelvas a la tierra de la que has sido tomado, porque eres tierra, y<br />

a la tierra irás 162 . ¿Por qué, después de haber dicho: Hasta que vayas a la tierra de la que<br />

has sido tomado, no añadió: 'porque pecaste y has quebrantado mi precepto?' Creo era<br />

necesario decir esto, si la corrupción de los cuerpos es consecuencia de un crimen. Pero ¿<br />

qué dijo? Porque eres tierra, e irás a la tierra. Indica, pues, la causa de su retorno a la<br />

tierra: porque eres tierra, dijo. Y en qué sentido sea tierra, lo declara más arriba: Porque<br />

fuiste de la tierra tomado. Da Dios la razón por la que el hombre debe retornar a la tierra,<br />

y es porque de ella había sido tomado; esta formación del hombre nada tiene que ver con<br />

el pecado. Es evidente que si por naturaleza es mortal, no es la muerte castigo de un<br />

pecado, sino efecto de su condición. Su cuerpo no es eterno, y debe retornar a la tierra.<br />

La esterilidad de los árboles, la abundancia de zarzales, los dolores del parto,<br />

multiplicados en los enfermos, son castigo para los culpables, no para todo el género<br />

humano. Por último, Caín y Abel, ambos de una misma naturaleza y voluntades dispares;<br />

pecó Caín voluntariamente, sin que en él influyeran los pecados de sus padres, ni<br />

perjudicó a Abel la prevaricación de su progenitor. Cada uno de ellos obró por propia<br />

iniciativa; los padres no les transmiten inclinación alguna al pecado ni a la virtud. Los dos<br />

desempeñan funciones de sacerdotes y presentan sus ofrendas a Dios, su Creador. En los<br />

dos el mismo homenaje, en los dos diferente intención, como lo manifiesta la sentencia<br />

divina, pues el Señor se muestra complacido en el sacrificio de Abel y declara la causa de<br />

su irritación por el de Caín, ofrece bien y divide mal. Pronto este corazón impío se<br />

enciende en fuego de envidia, celoso de la santidad de su hermano, y decide sacrificar al<br />

odio a Abel. Y en la primera ocasión se hace evidente que la muerte en sí no es un mal,<br />

pues la primera víctima de todas fue un justo. Sin embargo, no pudo el culpable huir de la<br />

venganza divina. Le pregunta el Señor por su hermano, queda su crimen manifiesto, se le<br />

impone un castigo; además del terror que interiormente tortura su alma después de su<br />

criminal crueldad, es un maldito de la tierra, que abrió su boca para recibir de tu mano la<br />

sangre de tu hermano, y cuando labres la tierra no te volverá a dar su fuerza 163 .<br />

De nuevo la esterilidad de la tierra se anuncia como castigo para el que la cultiva, y hay en<br />

el Deuteronomio multitud de ejemplos de esta misma índole con los que amenaza Dios a<br />

los hombres. De esto, ¿qué se deduce? ¿Serán fruto del fratricidio de Caín los espesos<br />

zarzales de nuestros campos, que la podadera del labrador vigila? Si todos los jarales que<br />

cubren la tierra son efecto de un castigo, ¿será necesario decir que todos los niños<br />

comieron del fruto vedado, aunque no tengan al nacer dientes ni hayan derramado la<br />

sangre de Abel? Evidentes los excesos a los que conduce el error de los maniqueos con su<br />

teoría de la transmisión.<br />

En resumen, sólo en el marco de la locura tiene consistencia vuestro error; el buen sentido<br />

de los católicos se ríe de vuestros argumentos, pero en caridad llora vuestra ruina".<br />

Ag.- Tu extensa y laboriosa discusión sobre el castigo del primer hombre no surte otro<br />

efecto que atenuar la culpa al atenuar la pena. Y esto por unas palabras tomadas de mi<br />

libro, a las que das respuesta para refutarlas. Dije: "El pecado que pervirtió al hombre en<br />

el paraíso es asaz más grande de lo que imaginar podemos, pecado que todo hombre trae<br />

consigo al nacer". Y para que no parezca tan enorme ni capaz de pervertir nuestra<br />

naturaleza, haces poderosos esfuerzos para demostrar que el castigo infligido es liviano,<br />

casi nulo. Y explicas, en el sentido de tu error, la maldición lanzada contra la tierra y los<br />

trabajos del hombre culpable, y afirmas que ya antes del pecado existían jarales y zarzos,


aunque no los mencione Dios en el momento de la creación, sino sólo cuando castiga al<br />

pecador; por eso dices que el sudor no es un castigo, sino un beneficio de la naturaleza,<br />

pues refresca los miembros fatigados y como si Dios con esas palabras no infligiera un<br />

castigo por el pecado, sino que otorgase una recompensa. Aunque quizás pudiéramos<br />

suscribir tus palabras, si te ciñes al elogio del sudor, como beneficio del trabajo; pero tú<br />

vas más lejos, y dices que ya antes del pecado no podía el hombre cultivar la tierra sin<br />

fatigarse; como si su cuerpo, rebosante de vigor, exento de toda flaqueza, no pudiera<br />

trabajar no sólo sin fatiga, sino con placer de su alma y deleite de su espíritu.<br />

No has podido ocultar tu pensamiento, y hablas ahora con toda claridad cuando añades: "¿<br />

Es una novedad sudar si se trabaja?" ¿No te bastaba introducir en ese lugar de placer los<br />

dolores del parto para las mujeres, sino el sudor en el trabajo para los hombres, para<br />

decir que la sentencia divina condenatoria no añade nada nuevo a la suerte del<br />

condenado? ¿No es mofarte de Dios e insultarle decir que el castigo penal infligido es un<br />

regalo de la naturaleza? Si dices que nada cambió para el hombre cuando le dijo Dios:<br />

Comerás tu pan con el sudor de tu rostro 164 , niega que lo dijo al condenarle. ¿Acaso dirás<br />

que Dios sí le condenó con estas palabras, pero que nada nuevo le sucedió? ¿Luego Dios le<br />

condena, pero el hombre no fue condenado? ¿Se frustró la fuerza del castigo, como si Dios<br />

arrojara el dardo, pero no diera en el blanco? "Fue condenado, dices, pero nada nuevo le<br />

sucedió".<br />

Difícil contener la risa. Si fue condenado, pero nada nuevo le sucedió, es que estaba<br />

acostumbrado a la condena. Luego solía pecar para no ser injustamente condenado. Y si<br />

entonces cometió su primer pecado, y nadie lo duda, ¿cómo estaba acostumbrado a<br />

injustas sentencias? Nada nuevo quieres admitir en el hombre, como lo hiciste con la<br />

mujer parturienta: para la mujer se multiplicaron los dolores del alumbramiento; para el<br />

hombre, los sudores de su trabajo; pero, al conceder un aumento que antes del pecado no<br />

existía, admitirás que algo nuevo sucedió. Pero dices: "¿Qué le sucedió de nuevo?" Y<br />

hablas del hombre que acababa de ser condenado; y esto, ¿no es confesar que estaba<br />

habituado a la condena? Si decimos que una cosa es habitual si con frecuencia sucede, te<br />

ves forzado a reconocer que Adán había sido ya condenado al menos una vez, porque esta<br />

de la que hablamos no era en él nada nuevo. ¡Mira en qué abismo te has precipitado! Sal<br />

de la sima de esta discusión tan laboriosa y ten cuidado no introduzcas dolores y trabajos<br />

en el reino del placer, lugar de inalterable paz.<br />

¿Por qué introducir en el paraíso la muerte, por qué dices que Dios la prometió, o mejor,<br />

la insinuó, al hombre culpable como un beneficio cuando le dijo: Eres tierra, e irás a la<br />

tierra 165 , como si Adán no supiera nada de su condición natural y no debiera morir, pecara<br />

o no pecara; y entonces le da Dios este conocimiento al sentenciarle por el pecado<br />

cometido? Citas estas palabras de Dios: Comerás tu pan con el sudor de tu rostro hasta<br />

que retornes a la tierra de la que fuiste tomado; porque eres tierra, e irás a la tierra 166 .<br />

Esta última parte, dices, de la sentencia, como las palabras que se refieren a la mujer, es<br />

más bien una indicación que un castigo. Dices más: siguiendo la letra del texto, es un<br />

consuelo para el hombre. Como Dios le había recordado dolores, trabajos y sudores que<br />

naturalmente debía padecer, pero que su prevaricación elevó en gravedad, para que no<br />

creyese que tal estado de cosas iba a durar siempre, le indica el término de su trabajo<br />

para endulzarle su pesar. Como si dijese: "No sufrirás siempre estas miserias; sólo hasta<br />

que retornes a la tierra de la que has sido formado, porque eres tierra, e irás a la tierra".<br />

Con estas palabras quieres hacernos creer que Adán, aunque hubiese perseverado en la<br />

rectitud de su creación, por necesidad de su naturaleza debía morir algún día, pero no<br />

tenía conocimiento de su mortalidad, y esto le fue indicado en el momento de su condena.<br />

Y para que no creyese era eterna su pena, mitiga su rigor con la promesa de su término.<br />

En consecuencia, Adán se creía que jamás iba a morir, si Dios no se lo hubiera dicho; y<br />

nada le hubiera dicho Dios, de no condenarlo como reo; de donde se deduce que hubiera<br />

permanecido en su error, creyendo viviría siempre, o que nunca moriría si, por efecto de<br />

su pecado, no hubiera adquirido la sabiduría que enseña al hombre el autoconocimiento.<br />

¿Sabes lo que dices? Veamos. No sabía Adán nada de su mortalidad, y, de no pecar, nunca<br />

lo habría sabido; y, si no hubiera querido pecar, sería feliz en su ignorancia, y creyendo lo<br />

contrario a la verdad, no sería desgraciado. ¿Sabes lo que dices? Escucha aún. Mientras<br />

Adán fue inocente, creyó no moriría nunca en el cuerpo si no violaba el precepto de Dios;<br />

supo de su muerte cuando lo violó; nosotros creemos lo que Adán creyó; vosotros creéis<br />

que, si no fuera injusto, no habría merecido saberlo. Nuestro error está de parte de la


justicia; vuestra sabiduría, de parte de la iniquidad. ¿Sabes lo que dices? Cuarta reflexión.<br />

Si Dios no dijo al hombre inocente y feliz que moriría y se lo dijo cuando se hizo pecador y<br />

miserable, es más lógico creer que quiso atormentarle con el terror de la muerte, pues le<br />

juzga digno de sufrir esta pena. Lo grita la naturaleza; teme el hombre más la muerte que<br />

el trabajo; todos los hombres prefieren el trabajo a la muerte. ¿Dónde encontrar un<br />

hombre que prefiera la muerte al trabajo? El mismo Adán prefirió trabajar durante muchos<br />

años antes que no dar golpe y poner fin, por hambre, al trabajo y a la vida. ¿Y no es un<br />

sentimiento de la naturaleza lo que lleva a Caín a temer más la muerte que el trabajo? ¿<br />

No es, por esta misma razón, por la que los jueces, sin ser inhumanos e injustos,<br />

condenan a las minas a los criminales menos culpables, y los más culpables, a la pena de<br />

muerte? ¿De dónde viene tanta gloria a los mártires, muertos por la justicia, si no es<br />

porque se requiere mayor fortaleza para despreciar la muerte que el trabajo? Por eso no<br />

dijo el Señor: "Nadie tiene mayor amor que el que trabaja"; sí dice: El que da su vida por<br />

sus amigos 167 . Si, pues, da mayor prueba de amor el que muere que el que trabaja por<br />

los amigos, ¿quién es tan ciego que no vea es menor la pena del trabajo que la de la<br />

muerte?<br />

Y si el hombre ha de temer más el trabajo que la muerte, ¿cómo la naturaleza no sería<br />

miserable al temer más la muerte que el trabajo? Tú, dejando a un lado estas<br />

consideraciones, pretendes que el hombre haya sido consolado cuando supo que era<br />

mortal y que su trabajo no sería eterno. Y si fuera cierto, como dices, que Adán debía<br />

morir aunque no pecara, no debía Dios hacerle sabedor de su mortalidad antes de ser<br />

declarado culpable, para que el temor a la muerte no fuera para él tormento; pero,<br />

después de su pecado, Dios lo condena, le anuncia su muerte, y esta condena,<br />

pronunciada por un Dios justo, vengador del mal, se aumenta con esta otra pena, el temor<br />

a la muerte.<br />

Todo el que entienda estas palabras pronunciadas por Dios contra Adán al decirle: Eres<br />

tierra, e irás a la tierra 168 , no intentaría introducir en el paraíso la muerte, del cuerpo en<br />

particular; y, con la muerte, enfermedades de todo género, como vemos afligen a cuantos<br />

agonizan; ni se le ocurre llenar el paraíso de felicidad y delicias para el cuerpo y el<br />

espíritu, del que vosotros os sonrojáis de confesaros enemigos, pues lo llenáis de dolores,<br />

trabajos y penalidades. A esto os veis reducidos, a no encontrar salida si no renunciáis a<br />

vuestra impía doctrina. Una vez más, como dije, cuantos entienden estas palabras de Dios<br />

en el sentido que lo entiende la fe católica, verán en el trabajo un castigo infligido al<br />

hombre cuando le dijo: Con el sudor de tu rostro comerás tu pan, y ven pena de muerte<br />

en estas palabras: Hasta que vuelvas a la tierra de la que fuiste tomado, porque eres<br />

tierra, y volverás a la tierra 169 . Que es como si le dijese: "Te tomé de la tierra y te hice<br />

hombre; pude otorgar a esta tierra, dotada de vida, no verse nunca privada de la vida que<br />

le di; pero porque eres tierra, es decir, porque has querido vivir según la carne, tomada de<br />

la tierra, no según yo te tomé de la tierra, trabajarás la tierra hasta que a ella retornes;<br />

volverás a la tierra, porque eres tierra, y, por justo castigo, irás a la tierra de la que has<br />

sido tomado; y esto porque no obedeciste al Espíritu que te creó".<br />

Esta es la interpretación verdadera y católica; se constata, sobre todo, porque no obliga a<br />

llenar de muertes la tierra de los vivientes, ni la morada de los bienaventurados de males<br />

muy graves y penosos trabajos como sufren los hombres en este cuerpo mortal, y los<br />

precipita, al límite de sus fuerzas, en agonías de muerte.<br />

Y no podéis decir que, si el hombre no pecara, la muerte en el paraíso sería dulce, porque<br />

esta afirmación es contra vosotros. Si antes era dulce la muerte y ahora es amarga, hay<br />

que convenir que sufrió un cambio la naturaleza humana; al negarlo, vosotros os veis<br />

forzados a introducir en el paraíso, lugar de alegrías y placeres, la muerte tal como hoy<br />

es; y, con la muerte, todo un cortejo de enfermedades tan graves e insufribles, que<br />

fatalmente conducen al hombre a la muerte. Este aspecto del paraíso cubre de confusión<br />

vuestro rostro, pues no queréis confesar que nuestra naturaleza fue deteriorada por el<br />

pecado. Cambiad de parecer y con el Apóstol confesad que nuestro cuerpo está muerto<br />

por el pecado y decid con la Iglesia de Dios: Por la mujer, el comienzo del pecado, y por<br />

ella todos morimos 170 ; con la Iglesia de Dios reconoced que un cuerpo corruptible es<br />

lastre del alma 171 . El que fue creado a imagen de Dios no puede ser como un soplo si no<br />

es por el pecado, que hace pasen los años como una sombra y que llegue la muerte<br />

sigilosamente.<br />

No quieras oscurecer el resplandor de la verdad con la nube de vuestro error; el corazón


de los fieles hace amable el paraíso de Dios, no triste. Por favor, ¿qué es lo que os ofende,<br />

qué es lo que os desagrada en esta noble mansión de los santos, lugar de paz, para<br />

quererlo llenar de muertos, y, con la muerte, todos los males que tan duros y dolorosos<br />

hacen los últimos momentos de los agonizantes? Y esto hacéis vosotros con los ojos<br />

cerrados, con descaro sumo, mente obstinadísima, lengua muy parlanchina. Y todo porque<br />

no queréis reconocer en las miserias que inundan el género humano, desde el llanto de los<br />

niños hasta el sufrimiento de los ancianos, el gravísimo pecado del primer hombre, que<br />

deterioró la naturaleza humana. Si consideras una injusticia que los niños sufran, sin<br />

culpa, el castigo de sus padres, admite que han heredado su culpa.<br />

Fue, pues, muy grave la culpa del primer hombre y en vano has trabajado por<br />

minimizarla; y todo para no confesar que pudo cambiar la naturaleza humana. Pero lo que<br />

prueba su gravedad son las miserias que atormentan a todo el género humano y que dan<br />

principio en la niñez, como tú mismo constatas. En efecto, en el libro segundo de tu obra<br />

admites la gravedad del pecado del primer hombre para magnificar la grandeza de la<br />

justicia de Cristo. Me parece que lo has olvidado, porque, si lo recordaras, te hubieses<br />

ahorrado el esfuerzo que haces por atenuar, con abundancia de palabras, el pecado de<br />

Adán.<br />

Por mi parte, demuestro la enormidad del pecado por la gravedad del castigo. No puede<br />

haber pena mayor que ser arrojado del paraíso, vivir por toda una eternidad separado del<br />

árbol de la vida; suma a esto las dificultades de la vida, un vivir colmado de trabajos y<br />

gemidos y pasar como una sombra. Testigo, la miseria hereditaria del género humano<br />

desde la primera infancia hasta la ancianidad; y estas miserias no tendrían carácter penal<br />

si no fueran consecuencia de la transmisión de un pecado. Tú no quieres admitir esto y te<br />

obstinas en negar la transmisión; y para que no se crea en este pecado atenúas la<br />

gravedad del pecado del primer hombre y su castigo. Con supremo descaro y audacia<br />

impía, quieres introducir en el paraíso dolores, trabajos y muertes.<br />

Dices: "Si se maldice la tierra para castigar al que pecó y si la maldición cae donde no hay<br />

pecado, ¿por qué no admitir igualmente que, si el pecado del primer hombre atrajo sobre<br />

nuestra naturaleza una sobrecarga de miserias, no se sigue que los nacidos en un reino de<br />

pecado sean culpables? El recuerdo de un pecado primitivo, prolongado en los<br />

sufrimientos, patrimonio de seres inocentes, les serviría de preservativo contra los peligros<br />

de la imitación".<br />

Veo entre qué angustias te debates. Te ves obligado a admitir miserias en los niños, te<br />

hace fuerza la evidencia, que no te permite negar su realidad, visible a todos; y pretendes<br />

que estas miserias hayan existido en el paraíso aunque nadie hubiera pecado; pero te das<br />

cuenta de que ningún mortal, sea cual sea la disposición de su corazón, se dejará<br />

convencer por tu doctrina. No te queda sino confesar que el pecado del primer hombre<br />

hizo desgraciado a todo el género humano; pero temes decir esto con claridad y dices: "Si<br />

algo enseña que el pecado del primer hombre acarreó algún mal, sería un aumento de las<br />

miserias". ¿Qué significa "si algo enseña?" ¿Es que la verdad no es tan palmaria y<br />

conocida, cuando tú mismo te ves obligado a reconocer su existencia?<br />

¿Hemos de volver, pues, al punto de partida, del que por estas tus palabras te quieres<br />

lentamente alejar al comprender el absurdo monstruoso que es creer que los niños puedan<br />

ser desgraciados en el paraíso aunque nadie hubiera pecado? Y si temes pronunciar esta<br />

palabra, en verdad horrible, porque dices: "Aunque no se enseñe", cuando, sin duda<br />

alguna, se enseña, y no sólo ciertas miserias, sino todas las miserias de los recién nacidos<br />

infligidas a la naturaleza después del pecado del primer hombre, y, sobre todo, a causa de<br />

ese pecado del primer hombre.<br />

Dices: "No porque sean desgraciados los niños son por eso culpables". Yo no digo sean los<br />

que nacen desgraciados porque sean culpables; lo que exactamente digo es que son con<br />

toda evidencia culpables, porque nacen desgraciados. Dios es justo, y tú con frecuencia lo<br />

repites contra ti mismo, y no te das cuenta de que, si Dios, repito, es justo, no puede<br />

permitir nazcan los niños miserables si no supiera que son culpables. En este sentido<br />

entiende la Iglesia católica estas palabras del Apóstol: Por un hombre entró en el mundo el<br />

pecado, y por el pecado la muerte, y así pasó a todos los hombres en el que todos<br />

pecaron 172 . Tú, para no referir estas palabras al pecado original, te empecinas en<br />

interpretarlas como un ejemplo de imitación. Así, si se te pregunta: "¿ Por qué sufren los<br />

niños, que no han imitado el pecado de Adán, innumerables y diversos males desde su


nacimiento?", responderás, o mejor, como un hombre trabajado por una inevitable y grave<br />

indisposición de estómago, vomitarás estas palabras: "No porque nazcan desgraciados son<br />

culpables, sino para que estas miserias sean como una advertencia contra el peligro de<br />

imitar el pecado del primer hombre". En términos claros y explícitos digo lo que tú con<br />

palabras oscuras y ambiguas confiesas. Habla como te plazca; pero ¿quién no ve que tu<br />

cuidado por defender tu opinión te impide advertir lo que dices? Te pregunto: ¿no es esto<br />

hacer desgraciados a seres inocentes, decir que no lo son porque tengan pecados, sino<br />

para que no los tengan? ¿Sería esto hacer a Eva desgraciada antes de su prevaricación<br />

para prevenirla contra la astucia de la serpiente? Sería necesario castigar a Adán antes del<br />

pecado para inmunizarlo contra las preguntas de su mujer seducida. Siguiendo el hilo de<br />

tu idea favorita, el castigo debe preceder al pecado como remedio preservativo, para no<br />

tener que castigarlo después; y así no se castiga al culpable, sino al inocente. ¡Corrige,<br />

por favor, tus absurdas ideas! Ponte bien tu vestido, porque lo traes al revés. Te digo esto<br />

porque pretendes que el castigo preceda a la culpa para prevenirla; pero, según la<br />

costumbre y el derecho, el castigo sigue a la culpa.<br />

Dinos también cómo se puede hacer a los niños recapacitar para que, al ver su miseria en<br />

medio de tantas calamidades, no imiten al primer hombre en el pecado cuando no pueden<br />

ni imitar a nadie ni darse cuenta de nada. "Maldita la tierra". Partes de esta anatema,<br />

haces una comparación, y dices que los niños pueden nacer desgraciados, para que eviten<br />

el pecado de sus padres, sin contraer el pecado original; lo mismo que fue maldecida la<br />

tierra por causa de un hombre culpable, sin ser ella culpable. Pero no adviertes que, si no<br />

tiene culpa, la maldición no es un castigo, sino que, al ser la tierra maldecida, se hace ella<br />

misma castigo para el hombre pecador. Al contrario, los niños nacen desgraciados y<br />

sienten sus miserias. Si, como dices, no han heredado el pecado primero, sus penas no<br />

son, evidentemente, merecidas, incapaces de recibir ni un aviso ni imitar el pecado del<br />

primer hombre, contra el que sería necesario prevenirles. ¿Sería necesario esperar a que<br />

con la edad adquirieran el uso del libre albedrío para que puedan comprender los sanos<br />

consejos y comprender, al considerar sus miserias, que no deben imitar el pecado ajeno?<br />

Pero ¿qué hacer con tantos que hasta la hora de su muerte ignoraron la existencia de<br />

Adán, quién fue, qué hizo? ¿Dónde ponemos a tantos que mueren antes de alcanzar la<br />

edad para comprender la lección? ¿Dónde a los que nacen tan huérfanos de inteligencia<br />

que ni cuando son adultos son capaces de recibir una advertencia? Todos éstos, sin<br />

merecerlo, son castigados con tan gran miseria, sin que les sirva de utilidad. ¿Dónde está<br />

la justicia de Dios?<br />

Si bien lo piensas, jamás puedes creer que los niños, cuando nacen llenos de calamidades,<br />

no traigan consigo el pecado original. Pero tu lenguaje es condicional. No dices:<br />

"Enseñan", sino: "si algo enseñan, es que el pecado del primer hombre trae a la naturaleza<br />

humana una sobrecarga de miserias"; y esto dices con la intención, creo, de poder decir<br />

"no enseñan". Esto te permite afirmar que los males que atenazan a los niños también<br />

habrían existido en el paraíso aunque nadie hubiera pecado; y así no confiesas que han<br />

tenido origen en el pecado del primer hombre. Y cuando tratas de soltar amarras, te<br />

escurres de nuestras manos, te plantas inmóvil ante el paraíso, del que eres enemigo<br />

irreconciliable, pues te complaces en turbar esta mansión de paz y felicidad con los ayes<br />

de las parturientas, los trabajos de los jornaleros, los gemidos de los enfermos, las<br />

angustias de los agonizantes, sin escuchar otra razón que la de tu boca, audaz en<br />

extremo, y la de tu desfachatez sin medida.<br />

Para justificar la muerte, piensas has hecho un gran descubrimiento y dices: "La primera<br />

ocasión que se brindó para poner en evidencia y demostrar que la muerte no es un mal, es<br />

que su víctima primera fue un justo". Explica cómo este justo no podía ser víctima de la<br />

muerte si una mano asesina no lo inmola sobre el altar del sacrificio. Porque el autor de la<br />

muerte fue Caín, no Abel, y el ejecutor de la muerte fue su consagrante, y la muerte de un<br />

hombre justo fue obra de un malvado; sufrió Abel por la justicia, y consagró no la muerte,<br />

sino el martirio, tipo de aquel a quien el pueblo judío, cual otro mal hermano carnal,<br />

inmoló.<br />

Lo que constituye la gloria de Abel no es el haber recibido algún bien de su hermano, sí<br />

porque con paciencia sufrió muerte por la justicia e hizo buen uso de un mal. Por un mal<br />

uso de la ley, en sí buena, se castiga al prevaricador, y, por el contrario, haciendo buen<br />

uso del mal de la muerte, son los mártires coronados. Por ende, si no desdeñas aprender<br />

lo que veo ignoras aún, aprende que la muerte es un mal para todos los moribundos; mas<br />

para algunos muertos es buena la muerte, para otros mala. En este sentido hablaron y


escribieron numerosos autores que han puesto de relieve los bienes de la muerte.<br />

La muerte del justo Abel, morador del reino de la paz, no fue para él un mal, sino un gran<br />

bien. Para ti, el paraíso no es un lugar de reposo, donde descansan los santos ya difuntos;<br />

quienes ven allí terrores de muerte turban el reposo de los buenos. Es posible digas que,<br />

si nadie hubiera pecado, la muerte en el paraíso sería indolora, y entonces has de<br />

confesar, convencido y derrotado, que la naturaleza humana sufrió deterioro por el pecado<br />

del primer hombre.<br />

La serpiente del paraíso y la astucia diabólica<br />

28. Jul.- "Por último, ¿qué decir de la serpiente? ¿Cae sobre el diablo la maldición divina<br />

para castigarlo o sobre un animal reptante? Dijo Dios a la serpiente: 'Maldita entre todos<br />

los animales y bestias del campo; sobre tu pecho y tu vientre te arrastrarás y comerás<br />

tierra todos los días de tu vida' 173 . Esta maldición, en tu sentir, ¿se aplica al diablo o a ese<br />

animal que los calores de la primavera le hacen salir de sus cavernas? Si prefieres se<br />

aplique a la serpiente, cuyo cuerpo avanza en zigzag, y por este motivo fue condenada a<br />

comer tierra, deberías decir también que todos estos animales han contraído pecado, que,<br />

según tú, sólo puede comunicarse vía de la unión libidinosa; por consiguiente, los instintos<br />

carnales de las serpientes y de todos los animales privados de razón son obra diabólica; y<br />

así, de una manera clara, entonas un canto al maniqueísmo.<br />

Si, por el contrario, esta maldición lanzada contra la serpiente cae sobre el diablo, sin<br />

duda reconocerás que este castigo no prueba la culpabilidad ni de la serpiente ni del<br />

diablo, pues ninguno come tierra; verdad es que se sirvió de un dragón como instrumento<br />

para con un golpe de lanza herir al hombre; pero Dios, con paternal providencia, rompió el<br />

tratado, anotando el pecado en el haber del autor responsable. Los alimentos, los cardos,<br />

los sudores, todo esto existía desde el principio como ley natural; luego se acrecentarán<br />

como pena judicial, y se perpetuó entre nosotros sin necesidad de recurrir a la transmisión<br />

del pecado original. Todo esto se impone por su evidencia y no necesita explicación<br />

ulterior".<br />

Ag.- ¿Por qué enroscas en la serpiente tus viperinas astucias? ¿Quién, por poco inteligente<br />

que sea, no ve en las palabras del santo libro que tú has citado al diablo, que se sirve de<br />

la serpiente para conseguir lo que él quería; y contra él pronuncia Dios sentencia y no<br />

sobre cualquier otro animal de la tierra? Pero como, en vez de actuar por sí mismo, el<br />

diablo se sirvió de la serpiente para dialogar con la mujer y seducirla, se dirige Dios a la<br />

serpiente, cuya naturaleza expresa y simboliza a maravilla la astucia diabólica. Y el Señor<br />

dice entonces a la serpiente: Maldita entre todos los animales y bestias de la tierra; sobre<br />

tu pecho y tu vientre te arrastrarás y comerás tierra todos los días de tu vida 174 , etc.<br />

Palabras que tienen una explicación más convincente si se aplican al diablo. Pero como,<br />

según la recta fe, se discute en varios sentidos, no creo deber preocuparme en interés de<br />

la causa elegida; basta, para darte respuesta cumplida, decirte que la naturaleza del<br />

diablo no entra para nada en la transmisión que se dinamiza y sucede a través de los<br />

tiempos cuando del pecado original se trata.<br />

Cuanto a los zarzales y al sudor del jornalero, cuya existencia descaradamente afirmas<br />

ser, antes del pecado, ley de la creación, creo sea suficiente mi respuesta para satisfacer a<br />

los lectores. Queréis vosotros crear un paraíso que no es el de Dios, sino el vuestro. Sin<br />

embargo, aunque dices que ya existían los cardos antes del pecado, no te has atrevido a<br />

sembrarlos en el paraíso, pues no existían allí; con todo, sí quisiste poner el trabajo, que,<br />

si no pincha, fatiga. Y, si no te agrada sembrar cardos en el paraíso, pudiera darse que el<br />

hombre habitase en un lugar primero limpio de espinas y habite ahora donde crecen<br />

abrojos, sin que este desplazamiento haya cambiado la felicidad en miseria. "Pero ¿ha<br />

podido verificarse este cambio sin mérito alguno de pecado?" Os veis, pues, forzados a<br />

reconocer la existencia del pecado original, pues corresponde a un castigo que no podéis<br />

negar, o a confesar que no creéis en la justicia de Dios.<br />

Bellos pensamientos de Juliano<br />

29. Jul.- "Para no dar la sensación de que silencio algo por negligencia, escucha otra<br />

razón. Muy cierto, los dolores de las parturientas varían en intensidad según la complexión<br />

y el vigor de las mujeres. Entre los pueblos bárbaros y pastores nómadas, algunas<br />

mujeres están endurecidas por el trabajo físico, y durante los viajes dan con suma


facilidad a luz sin interrumpir la marcha; los bebés recién nacidos son atendidos sin que<br />

las madres pierdan vigor, y, aliviados sus vientres, los cargan a sus espaldas. Las mujeres<br />

del pueblo, pobres en su mayoría, no usan de los oficios de las comadronas; por el<br />

contrario, las adineradas, debilitadas por las delicias de una vida muelle, tienen servidores<br />

en número, y cuanto más se las cuida, más enfermedades fingen, y piensan son mayores<br />

las necesidades cuanto con más solicitud son atendidas.<br />

Cuanto a los maridos millonarios, no están sus manos marcadas por las espinas como las<br />

del primer hombre; confían en sus riquezas y creen falta de dignidad ocuparse un<br />

momento en la agricultura; sus latifundios les extienden una póliza de seguro contra el<br />

hambre y les permiten dirigir a sus jornaleros estas palabras del poeta: 'Desunce los<br />

bueyes y siembra las trufas' 175 . Si los dolores de las parturientas son fruto de una ley<br />

natural, como lo prueba el ejemplo de los animales y lo exige la propiedad de la sentencia<br />

divina; si la germinación de los cardos, que sofocan las buenas semillas de la tierra,<br />

obedece a un plan del Creador y hace más penoso y molesto el trabajo de los jornaleros;<br />

si, además, la cantidad de las zarzas, como los dolores del parto, varían según las<br />

regiones y los temperos; por último, si en la ley de gracia siguen las mujeres sufriendo<br />

dolores de parto, exceptuadas las que han sido criadas en la abundancia y en la molicie; si<br />

la corrupción de los cuerpos, inevitables, es más activa en el campo de la ciencia que en<br />

un estado de ignorancia, todo esto está de acuerdo con la verdad católica y perdéis el<br />

tiempo en citar el sufrimiento de las mujeres y los zarzales que crecen en el campo".<br />

Ag.- Al discutir sobre el castigo que Dios impuso a la primera pareja pecadora, y en<br />

particular a Eva, dices: "Basta ya de hablar de la mujer". ¿Por qué no eres fiel a tu<br />

promesa? Después de grandes digresiones retornas a ella, y lo que antes dijiste que<br />

bastaba, no basta ahora a tu locuacidad. Si no fuera tan incontenible tu verborrea, ¿cómo<br />

ibas a llenar ocho libros contra uno mío? Pero puedes decir lo que te plazca; después de<br />

una prometida suficiencia, nos resignamos a la saciedad con paciencia. ¿Por qué perder<br />

cosas tan bellas como luego te vinieron a la mente? Pero habrías hecho bien, mientras en<br />

tus manos tenías el libro y le dabas fin, en borrar estas palabras: "Basta ya de hablar de la<br />

mujer", pues entonces se vería hasta qué punto una promesa era para ti sagrada.<br />

Pero sigue, no te preocupes por esta bagatela; confía a tus lectores, contra tu promesa,<br />

tus bellos pensamientos. Di que los dolores de las parturientas varían según el vigor y el<br />

temperamento de las madres; describe cómo las hembras de los bárbaros y de los<br />

pastores nómadas tienen una gran facilidad al parir, incluso dan la sensación de no<br />

alumbrar, pues, lejos de experimentar dolor alguno, no sienten nada. Y aunque así fuera, ¿<br />

de qué te sirve? Es en contra tuya, pues, según tus palabras, los dolores del parto están<br />

inscritos en la naturaleza, y no podía Eva dar a luz de otra manera, de haber permanecido<br />

en el edén exenta de culpa. ¿Quieres ahora decir que las mujeres de los bárbaros y<br />

rústicas eran en esto más afortunadas y felices que la primera mujer, puesto que en esta<br />

tierra de penas y trabajos paren sin dolor, lo que no podía hacer si hubiera alumbrado Eva<br />

en el paraíso?<br />

¡Como si para algunas la naturaleza fuera hoy mejor que en su origen y que la experiencia<br />

humana fuera más potente para transformar a la mujer que Dios al crearla! Es posible que<br />

en tu pensamiento no hayas querido decir que las hembras bárbaras y rústicas dieran a luz<br />

sin dolor, sino que, al constatar en ellas una operación más fácil y placentera, reconoces<br />

que sufren. Pero ¿se puede afirmar que no sufren por el hecho de ser más llevadero el<br />

dolor? Pase que sufran menos en el parto, o que no sufran tanto como otras mujeres, o<br />

incluso que sufran más, pero que soportan mejor los dolores, fortalecidas como están por<br />

el trabajo, sin que experimenten fatiga ni desfallecimiento; pero, sin duda, sin excepción<br />

sufren todas más o menos; y estos dolores, vivos o apagados, no se puede dudar que son<br />

penas. Si pudieras pensar en que eres un simple hombre, no un cristiano, te sería más<br />

cómodo negar la existencia del paraíso de Dios que con tu sacrílega discusión creer en un<br />

paraíso con sufrimientos.<br />

Pruebas con elegancia que los ricos no heredaron del primer hombre la ley del trabajo e<br />

ignoras, o finges ignorar, que los ricos trabajan más duramente con la inteligencia que los<br />

pobres con las manos. Cuando habla la Sagrada Escritura del sudor en el trabajo, del que<br />

nadie está libre, se refiere, en general, a toda clase de trabajos, a los duros del cuerpo y a<br />

las inquietudes del alma; tales los estudios a los que uno, si quiere aprender, se dedica. Y<br />

¿qué es lo que produce esta inquietud sino esta tierra, tierra que su Creador no hizo al<br />

principio para tormento del hombre? Pero hoy, como está escrito en el libro de la


Sabiduría, un cuerpo corruptible hace pesada el alma, y esta tienda de tierra oprime el<br />

espíritu fecundo en pensamientos; trabajosamente conjeturamos lo que hay sobre la tierra<br />

y con fatiga hallamos lo que está a nuestro alcance 176 .<br />

Para alcanzar la ciencia, sea la que sea, útil o inútil, siente el hombre la pesadez del<br />

cuerpo sobre el alma y el trabajo es una necesidad. Para él, la tierra produce abrojos. Y no<br />

digas que los ricos están libres de estas espinas, porque, según el Evangelio, ahogan el<br />

grano sembrado en la tierra, y, según el testimonio del Maestro, las espinas son los<br />

cuidados de esta vida y las solicitudes de las riquezas 177 . Y, ciertamente, a pobres y ricos<br />

se hace esta invitación: Venid a mi todos los que trabajáis. ¿Para qué los llama? Nos lo<br />

dice a continuación: Y encontraréis descanso para vuestras almas 178 . ¿Y cuándo sucederá<br />

esto si no es cuando desaparezca la corrupción de los cuerpos, que hace pesadas las<br />

almas? Por el momento sufren todos los hombres: pobres y ricos, justos e injustos,<br />

pequeños y grandes, y desde el día de la salida del vientre de sus madres hasta el día de<br />

la sepultura en la madre de todos.<br />

Tan malo es este mundo, que sin salir de él es imposible alcanzar el descanso prometido.<br />

La ley del trabajo ha sido, sin duda, impuesta a los hijos de Adán como castigo por la<br />

prevaricación del primer hombre; con todo, perdonada la culpa heredada de aquella<br />

prevaricación, aún queda el trabajo como combate para ejercicio de nuestra fe. Sí,<br />

debemos luchar contra los vicios y sudar durante el combate hasta que nos sea dado no<br />

tener enemigos. Por consiguiente, los buenos guerreros recibirán la recompensa de los<br />

vencedores y lo que era castigo se convierte en lucha. Los mismos niños, aunque libres ya<br />

del pecado original, están, como nos lo enseña la fe, sometidos al trabajo. Así lo quiso<br />

Dios para poner a prueba la fe de los mayores, que los ofrecen y piden para ellos el<br />

sacramento de la regeneración.<br />

¿Cuál y cuánta sería su fe en las cosas invisibles si en seguida recibiesen una recompensa<br />

visible? ¿No es mejor se difiera la recompensa prometida y sea la fe un negocio del<br />

corazón, no de los ojos? ¿Y que la otra vida aún invisible, donde toda pena será abolida,<br />

sea objeto de una fe más sincera y un amor más intenso? Por eso, Dios, con admirable<br />

bondad, convirtió nuestros trabajos y nuestras penas en provecho nuestro.<br />

En vano trabajas por rechazar esta doctrina; tu trabajo hace crecer las espinas. O acaso te<br />

jactas de no trabajar, porque tus libros voluminosos los escribiste con gran facilidad de<br />

espíritu, y como aquellas bárbaras y rústicas mujeres parían sus hijos, así tú, sin dificultad<br />

alguna, pares espinas. Pero mi opinión es que te jactas en vano de tu facilidad; trabajas,<br />

cierto; pues ¿cómo puedes no trabajar, si quieres introducir el trabajo en el paraíso? Y<br />

cuanto más imposible es tu empeño, más intenso e inútil es tu trabajo.<br />

Inmortalidad mayor y menor<br />

30. Jul.- "Cierto, no impugnará a los que opinan que Adán, de haber sido obediente al<br />

mandato, podía, a título de recompensa, alcanzar la inmortalidad. Leemos que Henoc y<br />

Elías fueron trasladados para que no vieran la muerte. Pero una cosa es la recompensa por<br />

la obediencia y otra por ley de naturaleza. El mérito de una sola no puede tener valor para<br />

perturbar todas las leyes de la naturaleza. La muerte, ley de la naturaleza, continuaría<br />

siendo la condición de los hombres incluso si el primer hombre, después de una larga vida,<br />

hubiese pasado a la inmortalidad. Y no es una conjetura baladí, pues se justifica con un<br />

ejemplo, el de los hijos de Henoc, a quienes la inmortalidad de su padre no les inmuniza<br />

contra la ley de la muerte. Y no se piense, para contradecirnos, que al menos todos los<br />

justos, ya que no los pecadores, hubieran podido alcanzar la inmortalidad sin pasar por la<br />

corrupción del cuerpo, pues Abel, Isaac, Jacob y todas las legiones de santos del Antiguo y<br />

Nuevo Testamento nos han hecho conocer el mérito por sus virtudes y su muerte natural.<br />

La autoridad de Cristo confirma verdad tan manifiesta. Le proponen los saduceos una<br />

cuestión a propósito de una mujer siete veces casada; supuesta la resurrección de los<br />

cuerpos, le preguntan a cuál de los siete maridos pertenece. La respuesta de Cristo es:<br />

Erráis ignorando las Escrituras y el poder de Dios; en la resurrección ni se casan ni se<br />

darán en matrimonio, porque no morirán 179 .<br />

Conocedor de su obra, dice con claridad el porqué de la institución del matrimonio; es<br />

decir, para remediar por los nacimientos las pérdidas causadas por la muerte; la<br />

fecundidad maravillosa, don de Dios, dejará de existir cuando la avara muerte cese de<br />

causar bajas. Si Cristo es el autor de la fecundidad, que tiene por objeto en el matrimonio


combatir la caducidad de la vida, y si antes ya del pecado instituyó el matrimonio, es<br />

manifiesta verdad que la ley de la muerte no se relaciona con el pecado, sino con la<br />

condición de la naturaleza, a la que también pertenece el matrimonio. Esta es la ley dada<br />

por Dios al primer hombre: El día en que comieres del árbol prohibido morirás 180 , y se<br />

entiende de una ley penal, no corporal; se aplica al pecado, no a la naturaleza; cae sobre<br />

el pecador y le salva el arrepentimiento; y, aunque se dice que morirá el mismo día de su<br />

transgresión, es estilo de la Escritura proclamar condenado al que lo debe ser. Por eso<br />

dice el Señor en el Evangelio: El que no crea en mí, ya está juzgado, porque no creyó en el<br />

nombre del Hijo unigénito de Dios 181 .<br />

No es que el infiel que niega a Cristo sea condenado al fuego eterno antes del juicio,<br />

porque todos los que vienen a la fe eran infieles antes, sino que se manifiesta la condena<br />

del legislador, y se dice que los pecados son ya un suplicio. Finalmente, el mismo Adán,<br />

según el libro de la Sabiduría y la opinión de muchos, se convirtió e hizo penitencia de su<br />

pecado".<br />

Ag.- Si, como dices, no combates a los que opinan que Adán, si hubiera permanecido fiel<br />

al mandato de Dios, podía, como recompensa, pasar directamente a la inmortalidad,<br />

distingue entre inmortalidad mayor y menor. No es absurdo llamar inmortalidad a la que<br />

consiste para el hombre en no morir, si no hace lo que causa la muerte, aunque lo pueda<br />

hacer. Y ésta fue la inmortalidad de Adán, y que mereció perder por su prevaricación.<br />

Inmortalidad que el árbol de la vida le proporcionaba y no le estaba prohibido cuando le<br />

dio Dios un mandato que no debía transgredir; pero que él, por culpable desobediencia,<br />

violó. Y entonces lo arrojó Dios del paraíso, no fuera a extender la mano al árbol de la vida<br />

y comiese y viviera eternamente.<br />

Es menester comprender que el árbol de la vida era, para Adán, un sacramento; los otros<br />

árboles le servían de alimento. En cuanto al árbol de la ciencia del bien y del mal, fue el<br />

único que Dios le prohibió tocar. ¿Se puede pensar por qué no se le prohibió comer del<br />

árbol de la vida, el más apetitoso para él, y, si se exceptúa sólo el que fue causa de caída,<br />

se le permite comer de todos los otros frutos? Este fue el precepto del Señor: De todo<br />

árbol del paraíso puedes comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás<br />

182 . Y éstas son las palabras de la condena: Por cuanto escuchaste la voz de tu mujer y<br />

comiste del árbol del que te mandé diciendo: "No comerás de él" 183 . ¿Cuál fue la razón<br />

para no comer del árbol de la vida y sólo se le prohíbe comer del que le causó la muerte?<br />

Y, si pesamos inteligentemente las palabras, vemos que, si pecó al comer del árbol<br />

prohibido, habría pecado no comiendo del árbol de la vida, porque habría desdeñado la<br />

vida que el árbol comunicaba.<br />

Existe, además, otra inmortalidad, propia de los santos ángeles, y que nosotros un día<br />

poseeremos, que es, sin duda, de un orden más elevado. No es la inmortalidad que deja al<br />

hombre el poder no pecar, conservando la posibilidad de no morir y la de no pecar; no, es<br />

la inmortalidad por excelencia, cuando el que la posee o la poseerá no puede ya morir,<br />

porque ya no puede pecar. La voluntad de vivir bien será tan grande como lo es ahora la<br />

voluntad de vivir feliz, pues constatamos que ni las miserias de este mundo nos la pueden<br />

arrancar.<br />

Si afirmas que Adán, como recompensa a su obediencia, pudo -y nadie lo duda- pasar de<br />

la inmortalidad inferior a la inmortalidad perfecta sin pasar por la muerte, dices una<br />

verdad que no rechaza la fe recta; pero si tu elogio de una es negación de la otra, es<br />

querer introducir en la mansión de la felicidad todo género de muertes, los gritos de los<br />

agonizantes, los dolores insufribles causa de muerte, es afear el rostro del paraíso y<br />

deformar tu cara para no sentir horror al contemplarte en un espejo. ¿Por qué los hijos de<br />

Adán que nacieran en el paraíso buenos y felices estarían obligados a morir, si ninguna<br />

culpa les obliga a dejar el edén, en el que se encontraba el árbol de la vida, y el poder<br />

vivir de su savia sin ninguna necesidad de morir?<br />

De esta necesidad fueron preservados Henoc y Elías. Habitaban en esta tierra, donde no<br />

se encuentra el árbol de la vida; y, en consecuencia, como todos, estaban sujetos a la ley<br />

de la muerte, al fin de toda vida. ¿Adónde creemos fueron trasladados si no es a una<br />

región donde se encuentra el árbol de la vida, donde se puede vivir sin necesidad de<br />

morir, como en el paraíso habrían vivido los hombres, en los que no existiría voluntad de<br />

pecado, que es lo único que no les permitiría vivir en este paraíso y donde ninguna


necesidad de morir existía?<br />

Por eso, el ejemplo de Henoc y Elías está en favor nuestro, no en el tuyo. En estos dos<br />

personajes nos muestra Dios lo que habría otorgado a los que expulsó del paraíso si no<br />

hubieran querido pecar, porque fueron arrojados del lugar a donde Henoc y Elías han sido<br />

trasladados. Creemos les haya concedido Dios una gracia especial para que nunca tengan<br />

que decir: Perdónanos nuestras deudas 184 . Porque en esta tierra, donde el cuerpo<br />

corruptible es lastre del alma 185 , hubieran tenido que luchar contra los vicios, y, si dijeran<br />

que no tenían pecado, se engañaban ellos mismos y la verdad no estaba en ellos 186 .<br />

Se cree que un día volverán a la tierra durante un breve espacio de tiempo para luchar con<br />

la muerte y saldar la deuda de todos los hijos de Adán. Todo esto nos hace comprender<br />

que aquellos primeros hombres, si no hubieran pecado, y todos sus hijos, moradores del<br />

paraíso, de haber permanecido en el mismo estado de inocencia, habrían conservado de<br />

manera más excelente esta inmortalidad menor hasta el momento de entrar, sin pasar por<br />

la muerte, en la inmortalidad plena y perfecta; pues reconocemos que Henoc y Elías,<br />

juntos en la tierra y fuera del paraíso, sin que puedan decir que no tienen pecado, han<br />

recibido una vida que puede durar largo tiempo.<br />

Pero dirás: "Preguntado el Señor sobre la mujer de los siete maridos, afirmó con su<br />

respuesta que el matrimonio fue instituido para remediar, con los nacimientos, las<br />

pérdidas causadas por la muerte; más, la fecundidad en el matrimonio cesará cuando cese<br />

la avara muerte". Yerras al pensar que el matrimonio fue instituido para remediar, con las<br />

nacimientos, las bajas causadas por la muerte. La unión matrimonial ha sido instituida en<br />

favor de la familia, pues el pudor de la mujer es medio seguro para que los padres<br />

conozcan a sus hijos, y los hijos a sus padres. La promiscuidad de sexos y el uso<br />

indiscriminado de las hembras puede, sin duda, favorecer el nacimiento de los niños, pero<br />

desaparecerían los lazos de familia entre padres e hijos. Si nadie hubiera pecado y, en<br />

consecuencia, nadie muriera, completado el número de los santos para el siglo futuro,<br />

Dios habría parado el curso del siglo presente, en el que existe posibilidad de pecar, para<br />

iniciar el reino del siglo futuro, en el que ya no es posible el pecado.<br />

Si las almas, separadas de sus cuerpos, pueden ser felices o desgraciadas, pero no pueden<br />

pecar, ¿qué fiel va a negar que, en el reino de Dios, el cuerpo se vestirá de<br />

incorruptibilidad y no hará pesada el alma, antes será vestido de gloria y ya no necesitará<br />

de alimentos; y el amor será tan intenso, que la voluntad no puede pecar; voluntad que<br />

no será suprimida, sino afianzada en el bien? Habla el Señor de la resurrección y dice: Ni<br />

se casarán, ni tomarán mujeres, ni morirán 187 ; pero no dijo que el matrimonio fuera<br />

instituido por causa de la muerte, sino que, al estar completo el número de los santos,<br />

nadie puede nacer, nadie morir.<br />

Pero dices: "Adán se convirtió e hizo penitencia de su pecado, como lo testimonian el libro<br />

de la Sabiduría y la opinión común; sin embargo, dices: 'Murió para que sepamos que la<br />

muerte del cuerpo no es castigo de aquel pecado, sino ley de la naturaleza'". Como si<br />

David no hubiera expiado por la penitencia sus dos enormes crímenes, adulterio y<br />

homicidio, y no hubiese obtenido el perdón, según palabra del mismo profeta que lo<br />

aterrorizó; con todo, nos dice la Escritura que las amenazas de Dios se cumplieron, para<br />

darnos a entender que el perdón otorgado a tan gran pecador es el perdón de la pena<br />

eterna.<br />

Gran consuelo encuentra el primer hombre en su arrepentimiento, pues su castigo tuvo<br />

una duración prolongada, pero no eterna. Por eso, según una creencia muy legítima, su<br />

hijo, es decir, nuestro Señor Jesús, en cuanto hombre, lo libró de las penas del infierno<br />

cuando descendió a los infiernos. Esta es la interpretación de las palabras del libro de la<br />

Sabiduría cuando dice que Adán fue librado de su pecado; en este libro no hay sentido de<br />

pretérito, sino de futuro, aunque exprese un hecho como cumplido. Las palabras: Lo libró<br />

de su delito 188 se han de entender como éstas del profeta: Horadaron mis manos 189 , etc.,<br />

que expresan, con el pasado, un tiempo futuro.<br />

Por consiguiente, la muerte del cuerpo fue, para Adán, pena temporal por su pecado, y por<br />

su arrepentimiento escapó de la eterna, pero más por la gracia del Libertador que por los<br />

méritos de su penitencia. En vano resistes los asaltos de la verdad, pues te aplastará un<br />

día, con todos tus pertrechos de guerra, con su luz transparente, y bajo ningún pretexto te<br />

permitirá introducir en el paraíso de Dios la muerte con su cortejo de innumerables


enfermedades y torturas que conducen al sepulcro. Cree a Dios, que dice: En cualquier día<br />

que comas de él morirás 190 . Y empezaron a morir el mismo día en que, separados del<br />

árbol de la vida, situado en un lugar material, que les sustentaba la vida del cuerpo, sufren<br />

el peso de una ley de muerte.<br />

Por cierto, "los daños de la muerte y la misma muerte avara" -cito tu sentencia-, palabras<br />

duras y horribles, te debían advertir ser más respetuoso con el paraíso. ¿Tanto te molesta<br />

esta morada de ensueño de los bienaventurados que introduces en ella la muerte, dura y<br />

avara, que todo lo arrasa? ¡Oh enemigo de la gracia de Dios y enemigo de su paraíso!, ¿<br />

qué más podías hacer que amargar la dulzura de santas delicias con el acíbar de las<br />

penas, y así transformar el paraíso en un infierno a escala reducida?<br />

Discusión sobre textos de San Pablo<br />

31. Jul.- "Hemos hablado demasiado sobre el Génesis. Pasemos al apóstol Pablo, a quien<br />

maniqueos y traducianistas cuentan entre los de su opinión. Al tratar de la resurrección de<br />

los muertos, dice: Así como en Adán todos mueren, en Cristo todos serán vivificados 191 .<br />

Este texto lo has utilizado tú en nuestra discusión. ¿Con qué fin? Aunque lo sospecho, no<br />

lo puedo afirmar con certeza, porque tú guardas silencio. Pero ¿qué importa a un<br />

traducianista que se diga que todos mueren en Adán? Adán es sinónimo de hombre, y la<br />

transmisión es indicio de pecado y de su contagio, invento de Manés. A no ser que digas<br />

que Adán es el pecado y que su nombre tiene este sentido, y entonces el Apóstol ha<br />

querido decir que todos mueren en pecado. Pero esto es un puro absurdo.<br />

¿Qué novedad hay, si Adán significa en hebreo hombre, según la interpretación verdadera,<br />

y el Apóstol dice: Todos mueren en Adán y todos serán vivificados en Cristo 192 , es decir,<br />

los que mueren en su naturaleza de hombre resucitarán de entre los muertos por el poder<br />

de Cristo? Contradecir esta sentencia es no estar en sus cabales. El mismo poder del<br />

Creador, que en esta vida instituyó la fecundidad y la mortalidad, resucitará a todos de sus<br />

sepulcros para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en su<br />

cuerpo, bueno o malo 193 . Esta sentencia del Apóstol: Así como todos mueren en Adán,<br />

todos serán vivificados en Cristo 194 , ¿cómo la interpretas, de la muerte corporal, común a<br />

justos y pecadores, o de la pena infligida al diablo y a los impíos? ¿Se trata de la muerte<br />

natural, preciosa en los santos 195 , que hiere a buenos y malos, a hombres y animales?<br />

Digo que el Apóstol ha querido significar esta muerte, y es claro que con el nombre de<br />

Adán indica la naturaleza humana, y con el nombre de Cristo, el poder del Creador y<br />

Resucitador. Si, por el contrario, por estas palabras todos mueren en Adán quieres se<br />

entienda el pecado, no la naturaleza, la explicación más convincente y clara es: Así como<br />

todos, esto es, muchos, mueren imitando a Adán, así todos, es decir, muchos, se salvan<br />

imitando a Cristo. En consecuencia, o habla el Apóstol de la muerte común, e indica la<br />

naturaleza, o quiso hablar del pecado, y en este sentido dice un poco más lejos: Así como<br />

hemos traído la imagen del terreno, así traeremos la imagen del celestial 196 . No se nos<br />

recomendaría tomar una imagen si creyera era natural en los dos casos".<br />

Ag.- ¿Quién hay tan lego en los escritos del Apóstol para no ver que habla de la<br />

resurrección de los cuerpos cuando dice: Así como todos mueren en Adán, así en Cristo<br />

todos serán vivificados? 197 Tú, para dar más extensión no digo a tus discursos, sino a tu<br />

vana palabrería, inventas una cuestión donde no existe; y a propósito de estas palabras:<br />

Todos mueren en Adán, me preguntas de qué muerte se trata. Es evidente que habla de la<br />

muerte del cuerpo, común e inevitable a buenos y malos; no de aquella que llamamos<br />

muerte de los malos, que ha lugar después de sufrir la muerte primera; estas dos muertes<br />

las expresa el Señor en una breve sentencia cuando dijo: Deja a los muertos que entierren<br />

a los muertos 198 .<br />

Hay, pues, una muerte, que en el Apocalipsis se llama muerte segunda 199 , en la que<br />

cuerpo y alma serán atormentados con fuego eterno; muerte con la que amenaza el Señor<br />

cuando dice: Temed al que tiene poder para llevar a la perdición alma y cuerpo en la<br />

gehenna 200 . Aunque habla la Escritura de muchas clases de muerte, dos son las<br />

principales: la primera y la segunda. La primera es la del primer hombre, que, por su<br />

pecado, introdujo en el mundo; la segunda es la que el segundo Adán infligirá cuando<br />

venga a juzgar. Así como se mencionan en los Libros sagrados muchos testamentos -esto<br />

lo pueden advertir los atentos lectores-, sin embargo, dos son los principales: Antiguo y<br />

Nuevo Testamento.


Principió la muerte primera cuando Adán fue expulsado del paraíso y alejado del árbol de<br />

la vida; la muerte segunda dará principio cuando el Señor diga: Apartaos de mí, malditos;<br />

id al fuego eterno 201 . A propósito de la resurrección dice el Apóstol: Por un hombre, la<br />

muerte, y por un hombre, la resurrección; así como todos mueren en Adán, así en Cristo<br />

todos serán vivificados 202 . No debemos preguntarnos de qué muerte se trata en el texto;<br />

es evidente que se refiere a la muerte del cuerpo; pero importa, sí, saber por quién vino<br />

esta muerte de la que se trata; si viene de Dios, creador del hombre, o del hombre, que,<br />

al pecar, fue para nosotros causa de muerte. Lo he dicho, importa atender a esto, puesto<br />

ante nuestros ojos y no como algo escondido. Soluciona esta cuestión el Apóstol, y dice<br />

con toda claridad: La muerte vino por un hombre. Y ¿quién es este hombre sino el primer<br />

Adán? Este es el hombre de quien se dijo: Por un hombre entró el pecado en el mundo, y<br />

por el pecado la muerte; a éste se opone el segundo Adán, antitipo del primero 203 ; por<br />

esto dice el Apóstol: Por un hombre, la muerte, y por un hombre, la resurrección de los<br />

muertos 204 . Es necesario entender estas palabras: todos mueren en Adán, sin olvidar<br />

estas otras: la muerte vino por un hombre. En consecuencia, todos mueren en Adán,<br />

porque por un hombre vino la muerte; y en Cristo todos serán vivificados, porque por un<br />

hombre, la resurrección de los muertos. Tenemos un hombre y un hombre; uno aquél, uno<br />

éste; uno es el hombre segundo; el otro, el hombre primero.<br />

Sabemos, como recuerdas, que Adán, en hebreo, significa hombre. Pero no se sigue, como<br />

tienes la desfachatez de sostener, que por estas palabras: todos mueren en Adán, haya<br />

querido decir el Apóstol que todo hombre es mortal; como si debiéramos creer que todos<br />

los hombres mueren porque son mortales y no a causa del pecado del primer hombre. No<br />

enredes las cosas claras, ni tuerzas lo recto, ni embrolles lo sencillo: todos mueren en<br />

Adán, porque por él vino la muerte, y todos serán vivificados por aquel por quien vino la<br />

resurrección de los muertos. Y ¿quién es éste sino el segundo hombre? ¿Quién es aquél<br />

sino el primer hombre? ¿Quién es el segundo sino Cristo, no otro? ¿Quién es el primero<br />

sino Adán, no otro? Así como tenemos la imagen del hombre terrestre, así vestiremos la<br />

imagen del celestial. Se indica lo que somos, se nos manda lo que debemos ser; lo<br />

primero es presente; lo segundo, futuro. Llevamos la imagen del primero por nacimiento;<br />

vestiremos la del segundo por gracia de un renacimiento; hoy la llevamos en esperanza,<br />

luego la llevaremos en realidad cuando Dios nos la dé como recompensa en su reino,<br />

donde viviremos en santidad y justicia.<br />

Las cosas son así: el hombre fue creado y se le colocó en un lugar donde, de no pecar, no<br />

moriría; luego la muerte es, sin duda, un castigo; pero Dios, por su gracia, convirtió en<br />

ventaja los males que nos infligió su justicia, y así la muerte es preciosa ante el Señor. Se<br />

ejercita en la lucha, como lo hace la disciplina. Porque está escrito: La disciplina, al<br />

presente, no parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto abundante<br />

de justicia a los que en ella han sido ejercitados 205 .<br />

Pero tú te empeñas en sostener que la muerte del cuerpo habría existido en el paraíso<br />

aunque nadie hubiera pecado; y eres enemigo de la gracia de Dios, enemigo de sus<br />

santos, cuya muerte es preciosa, pues es la puerta por la que se esfuerzan por entrar y<br />

habitar en el paraíso. Tú introduces en esta mansión de felicidad y paz inalterables la<br />

muerte, que es la separación del alma del cuerpo, separación que el alma no quiere;<br />

quiere, sí, ser revestida para que lo mortal sea absorbido por la vida 206 , pero no quiere<br />

ser despojada. Tú metes de rondón en este lugar de dicha y de paz, en cuanto de ti<br />

depende, con la muerte, enfermedades de todo género y toda especie de males,<br />

superiores a las fuerzas del hombre y que le llevan a la muerte. Veo la monstruosidad de<br />

tu error, pero desconozco tu desfachatez.<br />

La resurrección de los muertos<br />

32. Jul.- "Es útil examinar en su contexto íntegro esta perícopa del Apóstol: Si se predica<br />

que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay<br />

resurrección de los muertos? Si no hay resurrección de muertos, Cristo no resucitó. Y, si<br />

Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe y<br />

somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos atestiguado de Dios que resucitó a<br />

Cristo, a quien no resucitó, si es verdad que los muertos no resucitan. Porque, si los<br />

muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y, si Cristo no resucitó, vana es vuestra fe;<br />

aún estáis en vuestros pecados y los que durmieron en Cristo perecieron. Si en esta vida<br />

solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los


hombres. ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos, primicias de los que durmieron;<br />

porque por un hombre, la muerte, y por un hombre, la resurrección de los muertos.<br />

Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Cada<br />

uno en su orden debido; Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo en su venida;<br />

más tarde el fin" 207 .<br />

Ag.- Tomas el trabajo de bieldar esta perícopa del Apóstol acerca de la resurrección de los<br />

muertos para tener ocasión de desplegar, si así puede decirse, la abundancia de tu<br />

pobreza, manifiesta en el ropaje de tu palabrería, y llenar así numerosos volúmenes con<br />

tus vagabundeos, como quedará claro a lo largo de tu interminable y supervacía discusión.<br />

"A semejanza de la carne de pecado"<br />

33. Jul.- "Este insigne maestro centra con vigor la cuestión y alienta nuestra esperanza en<br />

la comunión con el Mediador, y prueba que este hombre, en cuanto a la naturaleza que le<br />

une a nosotros, nada tiene de excepcional, y así la opinión de los infieles no es menos<br />

perjudicial a Cristo que a nosotros. Mezcla de tal suerte lo que se refiere a Cristo con lo<br />

nuestro, que es necesario aplicar a los dos lo que a uno de ellos se atribuye. En su tiempo<br />

opinaban algunos que no existía la resurrección de los muertos, sin que por eso negaran la<br />

resurrección de Cristo. El doctor de los gentiles refuta este sentir y prueba que es<br />

necesario creer, por la conexión que existe entre ambas realidades, o que todos los<br />

hombres resucitarán o que tampoco Cristo resucitó. Cierto, el razonamiento del Apóstol<br />

perdería fuerza si, como opinan los maniqueos y sus discípulos los traducianistas, existiera<br />

diferencia entre su naturaleza corporal y la nuestra".<br />

Ag.- No son maniqueos los que separan la carne de Cristo de la comunión con nuestra<br />

carne, sino los que opinan que Cristo no tuvo carne. Al confundirnos con los maniqueos,<br />

que nosotros anatematizamos y condenamos con vosotros, les atacas y dices que no<br />

distinguen la carne de Cristo de la nuestra; como si ellos afirmaran que Cristo tuvo carne,<br />

aunque algo diferente de la nuestra. Déjalos en paz, pues en esta cuestión están muy<br />

distanciados de nosotros y de vosotros; es una cuestión a ventilar entre nosotros, porque<br />

tú reconoces, como nosotros, aunque con matices diferentes, la resurrección de Cristo.<br />

No decimos nosotros que difiera su carne de nuestra naturaleza como sustancia, sino en<br />

cuanto a la participación en el pecado. Nuestra carne es carne de pecado; la de Cristo es a<br />

semejanza de carne de pecado; es, sí, carne verdadera, pero a semejanza de la carne de<br />

pecado, porque no es carne de pecado. Si nuestra carne no fuera carne de pecado, ¿cómo,<br />

por favor, podía ser la carne de Cristo a semejanza de la carne de pecado? ¿Hasta tal<br />

punto has perdido el juicio que afirmes que una cosa es semejante a otra si esta otra no<br />

existe? Escucha a Hilario, obispo católico, a quien no acusas de maniqueo, cualquiera que<br />

sea tu opinión sobre él; habla de la resurrección de Cristo y dice: "Luego al ser enviado a<br />

semejanza de carne de pecado, tomó nuestra carne, no nuestro pecado; y como toda<br />

carne viene del pecado por Adán, nuestro primer padre, Cristo fue enviado a semejanza de<br />

la carne de pecado, porque en él no ha existido pecado, sino semejanza de la carne de<br />

pecado".<br />

¿Qué puedes responder a esto, hombre muy mentecato, calumniador, insolente,<br />

lenguaraz? ¿Es Hilario maniqueo? Dios me guarde de no compartir tus injurias no sólo con<br />

Hilario y todos los ministros de Cristo, sino también con la misma carne de Cristo, que tú<br />

no temes insultar al compararlo con la de los otros hombres, que es verdadera carne de<br />

pecado, si no dice mentira el Apóstol cuando escribe: Vino Cristo en semejanza de la carne<br />

de pecado 208 .<br />

La resurrección de Cristo<br />

34. Jul.- "Nunca podría decir el Apóstol: Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo<br />

resucitó, si se le hubiera podido replicar: 'Cristo, como nacido de una virgen, resucitó por<br />

especial privilegio; pero los hombres, nacidos de un comercio diabólico, no resucitan'.<br />

Pudiera Pablo replicar en seguida: '¿Por qué vana esta resurrección, si no podía ser para<br />

nosotros ni una esperanza ni una lección? ¿Cuál podía ser su enseñanza, cuál su ejemplo,<br />

si nuestra naturaleza es diferente de la suya, si no tenemos la esperanza de reinar con él<br />

ni la fuerza de imitarlo?' La fe del Apóstol está, pues, lejos, muy lejos de esta opinión.<br />

Lleno de este mismo espíritu, Pedro sabe que Cristo murió por nosotros y para darnos


ejemplo para seguir sus pisadas 209 . Y como sabe que el gran misterio de la encarnación<br />

tuvo lugar para ofrecer a Dios un sacrificio y darnos ejemplo, no duda decirnos con<br />

insistencia que Cristo, como hombre, no llega a ninguna parte a donde nuestra naturaleza<br />

no pueda llegar: Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Pero, si Cristo<br />

resucitó de entre los muertos, ¿cómo es que hay entre vosotros algunos que dicen que los<br />

muertos no resucitan? 210 Como si dijera: 'Si reconocéis que Cristo, en cuanto hombre,<br />

tenía la misma naturaleza que nosotros, ¿en qué os fundáis para decir que la resurrección<br />

tuvo lugar para él, pero no tendrá lugar para nosotros?' Sentadas estas premisas, se<br />

pronuncia de una manera tajante el Apóstol: Pero ahora Cristo resucitó de entre los<br />

muertos 211 . Luego los muertos resucitarán".<br />

Ag.- Existían, sí, quienes no creían en la resurrección de los muertos, y, no obstante,<br />

creían en la resurrección de Cristo. Por ellos dice el Apóstol: Si los muertos no resucitan,<br />

tampoco Cristo resucitó 212 , pues Cristo resucitó para robustecer la fe de los creyentes en<br />

la futura resurrección de los muertos; y afirma que los hombres resucitarán en su carne,<br />

como él mismo, hecho hombre, resucitó en su carne. Era lógico negaran la resurrección de<br />

Cristo los que no creían en la resurrección de los muertos.<br />

Los hombres de los que aquí se trata no podían negar la primera; era una necesidad,<br />

despejada ya la niebla, reconocer ésta. Y si objetan que hay una diferencia entre Cristo y<br />

nosotros para negar la resurrección de los muertos y admitir la de Cristo, pueden<br />

encontrar y aducir multitud de razones para apoyar su error. Así, cuando se dice: Si los<br />

muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó 213 , respondan y digan: Pero Cristo no es<br />

sólo hombre, es también Dios, y esto ningún hombre lo es". En cuanto hombre, nació de<br />

María, la virgen, por obra del Espíritu Santo; privilegio que excluye a todo otro hombre. Él<br />

tiene poder para dejar su vida y para tomarla 214 , y nadie tiene este poder. ¿Qué tiene de<br />

particular, si pudo resucitar de entre los muertos y ningún otro hombre lo pueda? Si esto<br />

alegan, porque confiesan que sólo Cristo resucitó y ningún otro, ¿no lo podemos negar y<br />

decirles que no existe diferencia entre Cristo y los demás hombres, y, siendo iguales a<br />

Cristo, resucitarán, como él resucitó?<br />

Nosotros no negaremos esta diferencia que reconocemos en Cristo, porque su carne no<br />

fue, como la de los otros hombres, carne de pecado, sino a semejanza de la carne de<br />

pecado, y no por eso defendemos que haya sido solo en resucitar, sino que resucitará la<br />

carne de todos los hombres. Esto es lo que defendemos y decimos con el Apóstol: Si los<br />

muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó 215 ; pero Cristo ha resucitado, luego todos<br />

los hombres resucitarán. A pesar de las diferencias de origen que existen entre la carne de<br />

Cristo y la nuestra, ambas son terrenas y mortales. La semejanza con la carne de pecado<br />

tiene un carácter diferencial que la distingue de la carne de pecado; pero no podemos<br />

decir que Cristo haya querido distinguirse de los hombres en su resurrección, pues con los<br />

hombres se igualó en la muerte.<br />

En consecuencia, no debemos considerar iguales la carne de pecado y la carne a<br />

semejanza de la carne de pecado, pues conocemos la diferencia que existe entre<br />

pertenecer o no al pecado; pero no quiso existiera diferencia entre resucitar y no resucitar,<br />

como no quiso existiera entre morir y no morir. La imitación que sostienes, si no es<br />

necesaria, ¿qué tiene que ver con nuestra cuestión? La imitación es obra de la voluntad, y<br />

cuando es buena, como está escrito, es el Señor quien la prepara 216 . Nadie imita, si no<br />

quiere; pero muere y resucita el hombre quiera o no quiera. Por otra parte, la imitación no<br />

supone siempre identidad de naturaleza entre la persona que imita y lo que se imita;<br />

porque de otra forma no podríamos imitar, dada la diversidad de naturaleza, la piedad y la<br />

justicia de los ángeles, y es lo que pedimos a Dios en la oración dominical cuando<br />

decimos: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo 217 , y tú mismo lo has<br />

confesado. Y mucho menos podríamos imitar a Dios Padre, pues su naturaleza es<br />

infinitamente diversa de la nuestra. No obstante, nos dice el Señor: Sed perfectos, como<br />

vuestro Padre que está en los cielos 218 ; y por el profeta se nos manda: Sed santos, como<br />

yo soy santo 219 . Y no se puede decir que no podemos imitar a Cristo porque él en este<br />

mundo haya tenido una carne a semejanza de la carne de pecado, y nosotros somos carne<br />

de pecado.<br />

Conclusiones de Juliano<br />

35. Jul.- "Nos rebelamos contra la transmisión del pecado y decimos: si Cristo, hombre,<br />

no tuvo pecado de naturaleza, ¿cómo algunos de los vuestros dicen que un mal innato


domina a esta imagen de Dios? Si la naturaleza está viciada en su esencia, lo está la de<br />

Cristo, y así, al vestirse de nuestra naturaleza, está constituido bajo el imperio del diablo.<br />

Y, si se le considera pecador, vana es nuestra predicación e inútil vuestra fe; los apóstoles<br />

son falsos testigos, porque, si tiene la mancha del pecado original, han dado falso<br />

testimonio contra Dios diciendo que formó a su Hijo, de la estirpe de David según la carne,<br />

inocente y santo.<br />

Si tal es Cristo, objeto de nuestra esperanza, somos los hombres más desgraciados de<br />

todos. Pero Cristo es verdadero hombre y Dios verdadero; nacido de la estirpe de Adán,<br />

formado en el seno de una mujer, bajo el imperio de la ley, que nunca cometió pecado ni<br />

lo tuvo. Luego es evidente que el pecado viene de la voluntad, no de la generación".<br />

Ag.- Sobre este primer pilar se levanta el edificio de tu razonamiento y dices: "Si Cristo<br />

hombre no tuvo pecado natural, ¿cómo dicen algunos de los vuestros que una innata<br />

maldad deterioró la imagen de Dios?" Basta destruir y arrasar este argumento y se<br />

evaporan con suma facilidad todas tus conclusiones. Porque no se sigue que, si Cristo no<br />

tuvo pecado natural, es decir, pecado original, no haya sido la imagen de Dios dominada<br />

por el pecado de origen. Si no tuvo pecado la semejanza de la carne de pecado, no quiere<br />

decir que la carne de pecado, a la que es semejante, esté exenta de toda corrupción. Digo<br />

más, desde el momento en que existe una realidad a semejanza de la carne de pecado,<br />

existe una carne de pecado.<br />

Toda semejanza supone la existencia de un modelo; y, si Cristo tomó carne verdadera<br />

como los demás hombres, no tomó la carne de pecado, sino sólo su semejanza; luego es<br />

necesario exista una carne de pecado, a la que se asemeja la carne de Cristo; y esta carne<br />

de pecado es la de todos los hombres. Por consiguiente, si el mal existe en la carne de<br />

pecado, no en Cristo, que vino en carne verdadera; pero no en carne de pecado, sino a<br />

semejanza de la carne de pecado para sanar la carne de pecado, Cristo no es pecador y<br />

vino a borrar nuestros pecados: el original y los que nosotros cometemos.<br />

Por eso no es vana la predicación del Apóstol, y no hablaría de una semejanza de la carne<br />

de pecado en Cristo si no supiese que la carne de pecado es la de todos los demás<br />

hombres. No es vana nuestra fe, pues destruye vuestra herejía. No son falsos testigos los<br />

apóstoles, porque distinguen entre carne de pecado y la semejanza a la carne de pecado,<br />

lo que no hace vuestra herejía; y cuando proclaman a Cristo de la estirpe de David tienen<br />

cuidado en poner de relieve su nacimiento, por obra del Espíritu Santo, de la virgen María,<br />

no de la concupiscencia de la carne, para que así tuviera una carne a semejanza de la<br />

carne de pecado y no pudiera tener carne de pecado. Y no somos los más desgraciados de<br />

todos los hombres al creer esto, pero sí creemos es una gran miseria no distinguir entre la<br />

carne de Cristo y la carne de pecado. En consecuencia, tu razonar termina con esta vana<br />

conclusión: "Es, pues, claro que el delito viene de la voluntad, no de la generación". Falsa<br />

conclusión, repito, porque las premisas en las que te apoyas, como ya demostré, no están<br />

en lógica conexión con ella; y, sin duda, el pecado pudo ser cometido en el paraíso, pero<br />

fuera del edén no pueden los niños nacer pecadores si la mala voluntad de los primeros<br />

padres no hubiera viciado la semilla.<br />

¿Por qué, cuando se trata de defender la verdad, no podemos usar la fórmula que tú<br />

empleas en defensa del error? ¿Por qué, repito, no podemos, con más razón que tú, decir:<br />

si Cristo hombre fue enviado a los hombres en semejanza de carne de pecado, ¿cómo es<br />

que algunos de los vuestros, mejor todos, decís que no existe una carne de pecado? Y si<br />

Cristo no tuvo carne a semejanza de la carne de pecado, la predicación del que lo afirma<br />

es vana y la fe de la Iglesia católica que lo cree no tiene fundamento; el Apóstol es un<br />

falso testigo, pues dio testimonio contra Cristo al decir que vino en semejanza de carne de<br />

pecado, y no es verdad, según vosotros.<br />

Nosotros mismos, si creyéramos esto, no perteneceríamos a la sociedad de los fieles. Pero<br />

Cristo fue enviado en semejanza de carne de pecado; el único que tuvo carne verdadera,<br />

no carne de pecado, sino sólo su semejanza. En consecuencia, es preciso reconocer que la<br />

carne de todos los otros hombres es carne de pecado, a la que se asemeja la verdadera<br />

carne de Cristo, que no es carne de pecado.<br />

La resurrección del cuerpo<br />

36. Jul.- "Una vez más son derrotados los maniqueos, pues creen en el pecado natural y


niegan la resurrección de los muertos. Pero ahora, dice el Apóstol, Cristo resucitó de entre<br />

los muertos, primicias de los que duermen; porque por un hombre, la muerte, y por un<br />

hombre, la resurrección de los muertos 220 . No habla aquí el Apóstol de la resurrección<br />

general, en la que tendrán parte también los malvados e impíos, sino de los que<br />

resucitarán para ser trasladados a la gloria. La palabra 'resurrección' significa aquí la<br />

resurrección de los bienaventurados, porque la de los impíos, en su comparación, no lo es.<br />

En consecuencia, no se trata aquí de la resurrección universal, común a buenos y malos,<br />

sino, como ya he dicho, que el Apóstol quiere inculcar la resurrección feliz; y así como no<br />

hay identidad entre resurrección y resurrección gloriosa y no es la misma cosa<br />

resurrección y miseria de la resurrección, no obstante, como no se da felicidad eterna sin<br />

resurrección, con el nombre de resurrección se designa la bienaventuranza que no admite<br />

arrepentimiento. Cuando, por ejemplo, se quiere alabar el ingenio, la elegancia, la fuerza,<br />

el estudio, tal como se refleja en la vida de un hombre, se dirá en resumen que la de uno<br />

es una vida elegante; la de otro, una vida de sabio, y activa la de un tercero; y esto sin<br />

hacer distinciones, como si la vida sólo la constituyese la industria, la aplicación, la<br />

elegancia o la fuerza; porque una cosa es vivir, otra estudiar; no obstante, si no se vive,<br />

no se estudia.<br />

Así pues, no es lo mismo resurrección que felicidad; existe también una resurrección<br />

miserable; pero no puedes reinar si antes no resucitas. La muerte del cuerpo y la<br />

resurrección caminan hermanadas y opuestas; si toda muerte fuera un castigo, toda<br />

resurrección sería una recompensa; pero existe una resurrección que es castigo para todos<br />

los que van al fuego eterno; luego la muerte en sí no es un castigo, sino una ley natural. Y<br />

así como la muerte universal del cuerpo no evita el que uno se quite la vida, lo mismo la<br />

resurrección universal no hace que uno sienta placer en la resurrección; el bien de uno<br />

consiste en resucitar para la gloria como recompensa; el mal de otro, en resucitar para el<br />

fuego eterno, según los méritos de cada uno.<br />

Es claro que no habla el Apóstol en este texto de la muerte natural, sino de la muerte de<br />

los malvados, a los que hace desgraciados un castigo eterno; ni se habla de la<br />

resurrección universal, sino de la resurrección feliz en la gloria eterna; y así, cuando habla<br />

de personas, no generaliza; guarda siempre las distinciones que deben existir entre<br />

naturaleza y voluntad, aunque a veces se sirva de vocablos equívocos, pero jamás<br />

confunde lo particular con lo universal.<br />

Por un hombre, la muerte, y por un hombre, la resurrección de los muertos 221 . No dice<br />

sea obra del hombre la muerte, sino que aparece en el hombre; como no dice que es obra<br />

del hombre, es decir, de Cristo, la resurrección de los muertos, sino que se manifiesta en<br />

el hombre; el mismo doctor escribe a los de Filipo: Se hizo obediente hasta la muerte, y<br />

muerte de cruz; por lo cual Dios lo exaltó y le dio un nombre sobre todo nombre 222 .<br />

Pedro, el apóstol, expresa idéntico sentir: Varones israelitas, escuchad: Jesús de Nazaret,<br />

varón aprobado por Dios entre vosotros, lo matasteis por manos de los impíos, y Dios lo<br />

resucitó libre de los dolores del infierno. Y añade: A este Jesús, Dios lo resucitó, y nosotros<br />

somos testigos 223 .<br />

Vemos aquí que muere el hombre sin menoscabo de su divinidad; por otra parte, la<br />

divinidad resucita a este hombre de entre los muertos. Lo que Dios obra por la persona del<br />

Verbo, lo obra Cristo con él; porque dice el mismo Señor: Tengo poder para dejar mi vida<br />

y poder para tomarla 224 . Aunque el Hijo es una sola persona, es legítimo distinguir entre<br />

las operaciones del hombre y las operaciones de la deidad. Por un hombre, la muerte, y<br />

por un hombre, la resurrección de entre los muertos. Una y otra manifestadas, no creadas.<br />

Dios manifestó en Adán su condición mortal; en Cristo, las primicias de la resurrección.<br />

Cuando dice el Apóstol: Por un hombre, la muerte, ¿crees fue por su voluntad? Si es así,<br />

no pertenece a la naturaleza; y, si por la naturaleza, luego no hay culpa. Opone el Apóstol<br />

dos hombres: el hombre de la muerte y el hombre de la resurrección, y no quiere que el<br />

segundo esté sometido al primero.<br />

Y continúa: Así como todos mueren en Adán, así en Cristo todos serán vivificados 225 . Al<br />

decir: Todos serán vivificados en Cristo, ¿se refiere también a los impíos o sólo a los<br />

fieles? Si también a los impíos, todos serán vivificados por la fe en Cristo y nadie será<br />

castigado; si habla sólo de los fieles, no todos serán vivificados en Cristo, sino únicamente<br />

los fieles, aunque todos los hombres resuciten por el poder de aquel que los creó. Y, si no<br />

quiere hablar el Apóstol de la muerte del cuerpo cuando dice: Todos mueren en Adán, no


es entonces cuestión de pecado, porque Cristo murió lo mismo que Adán. Por el contrario,<br />

si estas palabras: Todos mueren en Adán, las refieres a un pecado del alma y no a la<br />

muerte física, sino a la muerte miserable de la culpa, es decir, al castigo que sigue el<br />

delito, es seguro que ni Cristo ni los santos sufrieron esta muerte y no puede ser castigo<br />

para los inocentes, que aún no tienen conocimiento del bien ni del mal y permanecen tales<br />

como Dios los hizo. Nosotros los consagramos a Dios por el bautismo para que aquel que<br />

los creó buenos los renueve y adopte para hacerlos mejores. Así, cuando dice el Apóstol:<br />

Como todos mueren en Adán, así todos serán vivificados en Cristo 226 , está muy lejos de la<br />

suspicacia de la transmisión maniquea, como lo está Cristo del pecado, porque nunca tuvo<br />

iniquidad, ni menos la pudo recibir de la naturaleza humana".<br />

Ag.- ¿Por qué, al discutir con nosotros, dices: "Los maniqueos han recibido un golpe de<br />

muerte, pues no creen en la existencia de un pecado de origen y niegan la resurrección de<br />

la carne?" ¿Acaso atribuimos nosotros, como ellos, el pecado a una naturaleza extraña y<br />

negamos la resurrección de la carne? Es cierto, son derrotados los maniqueos por vosotros<br />

y por nosotros, incluso cuando vosotros les prestáis ayuda. Ayuda que se deja sentir<br />

cuando no quieres atribuir al pecado de Adán la lucha que existe entre carne y espíritu; los<br />

maniqueos buscan la causa de este mal, y al explicarla concluyen que existe en nosotros<br />

una naturaleza mala, coeterna a Dios.<br />

A continuación expones las palabras del Apóstol relativas a la resurrección de la carne y<br />

dices: "No habla de la resurrección general de la carne, común a buenos y malos, sino sólo<br />

de la resurrección de los que tienen entrada en la gloria". De acuerdo; sin embargo, habla<br />

de la resurrección del cuerpo. A esta resurrección opone la muerte del cuerpo, y a las dos,<br />

muerte y resurrección del cuerpo, asigna dos autores diferentes, dos hombres; porque<br />

vino la muerte por un hombre y vendrá la resurrección de los muertos por otro hombre. Y<br />

estos dos hombres son designados por sus propios nombres; y para que la atribución no<br />

sea dudosa añade: Así como todos murieron en Adán, todos serán vivificados en Cristo 227 .<br />

Mueren, dice, no "morirán"; por otra parte, dice: serán vivificados, no "son vivificados".<br />

Mueren ahora por un castigo, serán vivificados más tarde como recompensa.<br />

No habla, pues, de una muerte eterna, que consiste en ser atormentados por el fuego<br />

eterno cuerpo y alma. De otra suerte, el Apóstol habría unido los dos verbos en futuro y<br />

habría escrito: "Todos morirán", como dijo: Todos serán vivificados. Pero dice mueren,<br />

tiempo presente; serán vivificados, tiempo futuro; y con esto demuestra que no se refiere<br />

a la muerte de la que dijo: Por un hombre la muerte, que es separación del alma del<br />

cuerpo; aunque a la muerte futura, llamada muerte segunda, pertenecen todos los que,<br />

como hijos de Adán, contrajeron el pecado original y no han sido regenerados por Cristo.<br />

Habla en seguida de la resurrección futura de los cuerpos, a la que opone la muerte<br />

temporal del cuerpo, que ha lugar al presente; y estas dos realidades tan contrarias tienen<br />

cada una su autor; la muerte viene de Adán; la resurrección, de Cristo; y así como la<br />

resurrección es una recompensa, la muerte es un castigo; opuesta a la recompensa no la<br />

naturaleza, sino el castigo. En este pasaje, donde la resurrección del cuerpo se pone en<br />

línea con la muerte corporal, no habla el Apóstol de la resurrección universal, común a<br />

buenos y malos, sino de la que sólo tienen parte los elegidos, que serán vivificados en<br />

Cristo; y no de la de aquellos que serán condenados, aunque unos y otros recibirán la<br />

orden de levantarse de sus sepulcros; porque, a su llamada, todos los que están en los<br />

sepulcros oirán su voz, y los que hicieron el bien irán a la resurrección de la vida, y los que<br />

hicieron el mal, a la resurrección del juicio 228 .<br />

Como dije, ha querido el Apóstol recordar la resurrección como una epifanía del beneficio<br />

de Cristo, no la que se refiere al juicio condenatorio; al decir que es una recompensa,<br />

manifiesta que su contraria, la muerte, es un castigo. Así como la muerte es contraria a la<br />

vida, así el castigo es contrario al premio; y este castigo que es la muerte fue para los<br />

santos mártires un medio de combatir y vencer; y la muerte que los llevó al sepulcro es<br />

preciosa a los ojos del Señor, no en sí misma, pero sí por los beneficios que acarrea 229 .<br />

Preciosos son, sin duda, los sufrimientos de los santos; pero, aunque sean preciosos, no<br />

dejan de ser sufrimientos, como porque sean castigos no se sigue que no sean preciosos<br />

para el alma. Pero sólo son los sufrimientos preciosos cuando se aceptan por la verdad y<br />

se soportan con piedad.<br />

Si retienes este sentido verdadero y católico, no puedes introducir en el paraíso de Dios,<br />

es decir, en la morada de las santas delicias, ni los sufrimientos de los agonizantes ni las


enfermedades que llevan a la muerte. Todo castigo del hombre, ¿no es un castigo a la<br />

imagen de Dios? Si no es justo el castigo, el que lo inflige es injusto. Pero ¿podrán existir<br />

dudas y suponer que este castigo que sufre la imagen de Dios sea injusto si no fuera<br />

merecido por alguna culpa?<br />

Sólo el Mediador de Dios y de los hombres, el hombre Cristo Jesús, sufrió sin culpa el<br />

castigo para borrar nuestra culpa y abolir el castigo; no el castigo que debemos sufrir en<br />

este mundo maligno, sino el que nos estaba reservado en la eternidad. No obstante,<br />

cercano ya a la muerte, quiso experimentar en sí mismo lo que todos experimentamos, y<br />

exclamó: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz 230 . Sin duda, tenía poder para dejar y<br />

tomar su vida; pero nuestro divino Maestro quiso mostrarnos por estas palabras que la<br />

muerte que sin culpa tomó sobre sí por nosotros la tomó voluntariamente, no por<br />

necesidad; pero, con todo, era un sufrimiento.<br />

Sí, la gloria de Cristo misericordioso, que sufrió por nosotros el castigo sin tener culpa, es<br />

propia de él; y no en la carne de pecado, sino a causa de la semejanza de la carne de<br />

pecado, como hijo de Adán, del que viene la carne de pecado; no hay duda, todos los<br />

hombres en este mundo maligno, situado fuera del paraíso, sufren toda suerte de males<br />

desde su nacimiento hasta su muerte, e incluso la muerte, castigo de los pecados<br />

contraídos al nacer o cometidos viviendo mal; castigo merecido infligido por un juez<br />

omnipotente y justo; castigo que no infligiría ni permitiría infligir a las criaturas, sus<br />

imágenes, sin cuya permisión ni un gorrión cae sobre la tierra, si supiera que el castigo no<br />

fuera justo. Y ¿cómo puede ser justo si no es en relación con los pecados cometidos o las<br />

virtudes practicadas, de suerte que el hombre, después que le son perdonados sus<br />

pecados en el sacramento de la regeneración, arras de salvación eterna en el siglo futuro,<br />

no quedó dispensado de pagar toda su deuda en este mundo de vanidad, maldad y<br />

expiación?<br />

¿Qué quieres decir con estas palabras: "Se bautiza a los niños para que Dios, que los creó<br />

buenos, los renueve y adopte para hacerlos mejores?" Los hizo buenos porque toda<br />

naturaleza, en cuanto naturaleza, es buena; pero, aunque buena, podía Dios, sin injusticia,<br />

hacer o permitir que fuera mísera. Al decir tú que han sido renovados, no reparas que, sin<br />

quererlo ni saberlo, encuentras en los niños un resto del viejo Adán, aunque son nuevos al<br />

nacer. Te ves forzado a elegir, de tres cosas, una: llenar el paraíso de todos los<br />

sufrimientos de la humanidad; decir que Dios es injusto al castigar a los niños, imágenes<br />

inocentes; o bien, puesto que estas dos hipótesis son detestables e impías, reconocer la<br />

existencia del pecado original. Así puedes comprender cómo todos los que mueren de<br />

muerte corporal, mueren en Adán, porque la muerte vino por este hombre, es decir, por<br />

su pecado y por su castigo; y todos los que serán vivificados resucitarán en Cristo, pues<br />

por este hombre la resurrección de los muertos, es decir, por su justicia y su gracia. Un<br />

castigo es la muerte del cuerpo, y, por el contrario, la resurrección de los cuerpos es una<br />

recompensa, aunque exista también una resurrección penal.<br />

El pecado del primer hombre y la muerte del cuerpo<br />

37. Jul.- "Cada uno en su orden; Cristo, las primicias; luego, los que están con Cristo en<br />

su venida; luego, el fin 231 . Y en otro lugar: Él es el primogénito de los muertos 232 .<br />

Después, los que son de Cristo; es decir, los santos serán arrebatados con él en las nubes<br />

233 . Después de esto, el fin: E irán éstos al reino eterno, y los impíos al fuego eterno 234 . Y<br />

esto sucederá cuando entregue su reino a Dios Padre y haya aniquilado todo principado,<br />

toda dominación y toda potestad; porque es necesario que él reine hasta que ponga a<br />

todos sus enemigos por escabel de sus pies; y el último enemigo destruido será la muerte.<br />

Y cuando dice la Escritura que todas las cosas le estarán sometidas, sin duda exceptúa a<br />

aquel que sujetó a él todas las cosas; pero luego que todas las cosas le estén sujetas,<br />

entonces también el Hijo mismo se someterá al que sujetó a él todas las cosas para que<br />

Dios sea todo en todos 235 .<br />

Consiste el reino de Dios Padre en que el número de los santos, fijo en su presciencia, al<br />

estar completo, el imperio, la fuerza y el poder del enemigo caen en la nada. Es, sí,<br />

necesario se complete esta obra misteriosa y que todos los enemigos de la justicia sean<br />

puestos bajo los pies del Rey de los siglos. Y esto sucederá cuando la muerte eterna sea<br />

vencida y destruida por todos los santos. Y cuando las potencias de todo género sean<br />

sometidas a Cristo y a su cuerpo (místico) en la epifanía de su reino, la gloriosa asamblea<br />

de los santos no dejará de someterse a Dios. Y todo este Cuerpo, construido bajo su


cabeza, Cristo, se fundirá con la voluntad de Dios por medio de un sentimiento de amor<br />

perfecto; y entonces, extinguido todo deseo pecaminoso, Dios será todo en todos y todos<br />

en él".<br />

Ag.- En toda esta parte de tu discusión apenas hay nada relacionado con la causa que<br />

entre nosotros se ventila. ¿Por qué has querido citar toda esta larga perícopa, en la que el<br />

Apóstol se ocupa de la resurrección de los muertos, si no es porque dice: Así como todos<br />

mueren en Adán, así todos serán vivificados en Cristo? 236 Porque no quieres atribuir al<br />

pecado del primer hombre la muerte del cuerpo, sino a la naturaleza, pues afirmas que el<br />

hombre fue creado mortal, pecara o no pecara.<br />

Creo haber contestado a esto suficientemente. Dejo, pues, a un lado inútiles divagaciones,<br />

en las que tu espíritu ama entretenerse; me limito a estas palabras del Apóstol: El último<br />

enemigo en ser destruido será la muerte 237 . ¿De qué muerte ha querido hablar? ¿De esta<br />

muerte temporal, cuando el alma sale del cuerpo, o de la muerte del alma, cuando los dos<br />

sean atormentados en el fuego eterno? Muerte que aún no existe, pero llegará; y no será<br />

destruida al fin del mundo, porque es entonces cuando empieza. Pero ¿quién duda que<br />

aún no existe?<br />

De la muerte que ahora se cierne sobre todos los que mueren en el cuerpo, a la que se<br />

opone la resurrección de los cuerpos, habla en este texto el Apóstol; muerte que<br />

pertenece al momento actual; muerte muy conocida y que todos sin excepción sufriremos;<br />

muerte que será destruida la última cuando la corrupción se vista de incorrupción y la<br />

muerte se vista de inmortalidad 238 . Según el Apóstol, lo vemos con claridad; la<br />

resurrección del cuerpo que tendrá entonces lugar es lo opuesto a la muerte del cuerpo<br />

que ahora en este mundo palpamos. Por consiguiente, si la muerte eterna que nunca<br />

existió no puede ser destruida, pues acaba de comenzar y nunca será destruida, porque es<br />

eterna, se deduce que se trata de la muerte actual, que será destruida la última, es decir,<br />

al final de los tiempos, cuando tenga lugar la resurrección de la carne y deje de existir. Y ¿<br />

cómo puede ser enemiga si fuera simple efecto de la naturaleza y no un castigo? Pero no<br />

puede ser un castigo bajo un juez justo y omnipotente si no fuera consecuencia de algún<br />

pecado. Cambia, pues, de parecer, te lo ruego, y haz que desaparezcan del paraíso de los<br />

bienaventurados las miserias humanas que lo contaminan.<br />

No puedo expresar cuánto me agrada lo que has dicho: "En el reino de los cielos, todas las<br />

pasiones que engendran el pecado desaparecerán, y Dios será todo en todos y todos en<br />

él". Que esta sentencia te sirva de lección para enmendarte, y no alabes como un bien,<br />

sino que acuses como un mal, las apetencias de las pasiones culpables, y que ahora no<br />

cesan aunque se repriman y atormentan nuestra carne; y de extinguirse, como enseñas,<br />

nunca más existirán.<br />

Tú eres abogado de esta concupiscencia de la carne en lucha contra el espíritu, y que<br />

obliga al espíritu a luchar contra la carne 239 para no exponer al hombre a condenación.<br />

Este mal de la guerra entre dos cosas buenas creadas por un Dios bueno, es decir, entre la<br />

carne y el espíritu, mal que se ha hecho en nosotros una segunda naturaleza, secuela de<br />

la prevaricación del primer hombre, como lo proclama no Manés o un amigo de los<br />

maniqueos, sino Ambrosio, su destructor 240 .<br />

Evita Juliano hablar sobre la concupiscencia y el pecado original<br />

38. Jul.- "De otra suerte, dice el Apóstol, ¿qué harán los que son bautizados por los<br />

muertos, si en manera alguna los muertos resucitan? ¿Por qué bautizarse por los muertos?<br />

¿Por qué nosotros peligramos a todas horas? Cada día estoy en peligro de muerte por<br />

vuestra gloria que tengo en el Señor. Si por motivos humanos luché en Éfeso contra las<br />

fieras, ¿qué me aprovecha? Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que<br />

mañana moriremos 241 .<br />

Si, según el Apóstol, esta esperanza de gloria futura, en la que Dios será todo en todos, se<br />

resquebraja por una impía infidelidad si se niega la resurrección de los muertos, ¿qué<br />

hacen los que son bautizados por los muertos? Dieron estas palabras lugar a un error; se<br />

imaginaron algunos, en los primeros tiempos de la predicación evangélica, que lo que<br />

aprovechaba a los vivos era útil también a los difuntos, y se reunían en torno a los<br />

muertos, y en su nombre hacían profesión de fe, y se derramaba sobre ellos el agua del<br />

bautismo. Tenía este error su origen en la ignorancia. Las palabras del Apóstol: Son


autizados por los muertos, ¿tenían el mismo sentido que el texto a los Romanos: Somos<br />

sepultados con él en la muerte por el bautismo 242 ; es decir, con esta gracia recibimos el<br />

bautismo por los muertos, para mortificar luego nuestros miembros y vivir aquí abajo<br />

como muertos, si no tenemos la esperanza de resucitar después de esta vida? ¿Por qué<br />

exponerme cada día a tantos peligros? ¿Por qué lidiar a cada instante con la muerte para<br />

poder gloriarme en Dios de vuestro progreso espiritual, si los muertos no resucitan? ¿Por<br />

qué luché como hombre contra las fieras en Éfeso, esto es, por qué he soportado el furor<br />

de gente sediciosa, si es dudoso resuciten los muertos? No os dejéis seducir; las malas<br />

conversaciones corrompen las buenas costumbres 243 . El amor al pecado os lleva a no<br />

creer en el futuro; se cree que no existirá juicio para pecar más libremente. No se respeta<br />

a Dios cuando se niega la resurrección. Negará no sólo su bondad de remunerador, sino su<br />

poder como Dios, y esto os debe llenar de vergüenza. Para confusión vuestra lo digo, que<br />

se pueden encontrar entre vosotros tales hombres".<br />

Ag.- En todo esto, ni palabra has querido decir referente a la cuestión objeto de nuestra<br />

disputa. En consecuencia, como has tratado de explicar, según tus alcances, las palabras<br />

del Apóstol y aunque en algunos pasajes no rimes con el pensamiento del autor en lo que<br />

has dicho, pero como no es contrario a la fe, no es necesario responda a tu palabrería.<br />

El árbol de la vida y el cuerpo de Adán y Eva<br />

39. Jul.- "Dirá alguien: '¿Cómo resucitan los muertos? ¿En qué cuerpo vendrán a la<br />

vida?' ¡Necio! Lo que siembras no revive si antes no muere. No toda carne es igual; una es<br />

la carne de los hombres, otra la de los animales, otra la de los peces, otra la de las aves;<br />

hay cuerpos celestes y cuerpos terrenos; pero una es la claridad de los cuerpos celestes,<br />

otra la de los terrestres; una es la claridad del sol, otra la claridad de la luna y otra la<br />

claridad de las estrellas; una estrella difiere de otra en resplandor. Así también en la<br />

resurrección de los muertos. Se siembra corrupción, resucita en incorrupción; se siembra<br />

vileza, y resucita en gloria; se siembra debilidad, y resucita en fortaleza; se siembra<br />

cuerpo animal, y resucita cuerpo espiritual. Está escrito: 'Fue hecho el primer hombre,<br />

Adán, alma viviente; el último Adán, espíritu vivificante'. El primer hombre viene de la<br />

tierra, y es terreno; el segundo hombre viene del cielo, y es celeste; como el hombre<br />

terreno, así son los hombres terrenos; como el celeste, así son los celestiales. Y así como<br />

llevamos la imagen del terrestre, llevemos también la del celeste 244 .<br />

Resuelve el Apóstol la dificultad con ejemplos, y demuestra que nada hay imposible<br />

cuando el Todopoderoso decide hacer una cosa. Para darnos una idea de la resurrección de<br />

los cuerpos, trae la comparación de la semilla, y por la variedad de criaturas nos da a<br />

entender las diversas maneras de resurrección, si bien todo su discurso se refiere a la<br />

resurrección de los bienaventurados. Se siembra un cuerpo en vileza, resucita en gloria;<br />

se siembra en debilidad, resucita en fortaleza; se siembra un cuerpo animal, resucita<br />

espiritual 245 . Esta metamorfosis puede sólo realizarse en los santos; en cuanto a los<br />

impíos, también ellos resucitarán, pero no para la gloria, sino, como dice el profeta, para<br />

la desventura eterna 246 .<br />

Marca bien el Apóstol la diferencia entre naturaleza y gracia, y recuerda el testimonio del<br />

Antiguo Testamento, que dice: Fue hecho el primer Adán, alma viviente; y añade de su<br />

cosecha: Y el último Adán, espíritu vivificador 247 . Y así demuestra que la inmortalidad es<br />

un don del Espíritu vivificador y que el alma viviente pertenece a la naturaleza mortal.<br />

Vivir, dice, no es lo mismo que vivificar; vivificar es conferir la inmortalidad, que se<br />

atribuye a Cristo; vivir es disfrutar de la vida, sin excluir la muerte. Estos dos<br />

pensamientos son muy distintos y nos prueban con claridad que Adán fue hecho alma<br />

viviente, pero no inmortal, y Cristo vino no sólo en espíritu viviente, sino también<br />

vivificante, pues otorga la resurrección; para los suyos, gloriosa; para todos, eterna".<br />

Ag.- ¿Es que debía Adán morir, aunque no pecara, porque fue creado con un cuerpo<br />

animal, no espiritual? En verdad que yerras si piensas que es razón suficiente para llenar<br />

el paraíso de Dios de muertos y ayes de los moribundos; y, por último, de ignominia, de<br />

enfermedades y corrupción, de los que están hoy sembrados los cuerpos animales de los<br />

hombres.<br />

El árbol de la vida plantado por Dios en el paraíso preservaba de la muerte el cuerpo<br />

animal hasta el momento de pasar, por mérito de una permanente obediencia, sin<br />

intervención de la muerte, a la gloria espiritual que poseerán los justos resucitados. Era,


pues, razonable que la imagen de Dios, velada y manchada por el pecado, fuera unida a<br />

un cuerpo que, aunque creado y formado de materia terrestre, pudiera gozar, comiendo<br />

del árbol de la vida, de una existencia estable; y entre tanto viviría por su alma viviente,<br />

sin que ninguna necesidad pudiera separarlos; luego, como recompensa a su obediencia<br />

perseverante, fuera admitido a la comunión del espíritu vivificador; y así jamás se vería<br />

privado de esta vida menor, en la que puede morir y no morir, para pasar a esta otra vida<br />

muy superior, en la que viviría sin necesidad del árbol de la vida y no pueda ya morir.<br />

Te pregunto: ¿En qué clase de cuerpo piensas tú viven hoy Elías y Henoc? ¿En un cuerpo<br />

animal o espiritual? Si respondes: "Animal", ¿por qué no quieres creer que Adán y Eva y<br />

sus descendientes, de no haber quebrantado el precepto de Dios, habrían podido vivir en<br />

cuerpo animal, como viven hoy Henoc y Elías? Vivían ellos en el paraíso, al que éstos han<br />

sido trasladados; y estos últimos viven en el mismo edén de donde fueron expulsados los<br />

primeros para morir. Porque el árbol de la vida, aunque material, suministraba a los<br />

cuerpos animales la vida; como árbol de vida que es, espiritual sabiduría de Dios, que<br />

proporciona a las almas santas vida de doctrina salvadora. Por esto, algunos intérpretes<br />

católicos prefieren recordarnos la idea de un paraíso espiritual, sin querer contradecir la<br />

historia, que nos habla, evidentemente, de un paraíso terrenal.<br />

Si dices que Henoc y Elías tienen ahora un cuerpo espiritual, ¿por qué no reconocer que el<br />

cuerpo animal de los primeros hombres y el de sus descendientes, sin tener pecado que<br />

los alejara del árbol de la vida, no pudiera convertirse, sin pasar por la muerte, en cuerpo<br />

espiritual, y evitar así poblar el paraíso de Dios, morada de alegrías y de bienes, con<br />

muertos de todo género y dolores sin número y de todos los sufrimientos inseparables de<br />

las enfermedades que preceden a la muerte?<br />

El hombre terreno y el hombre celeste<br />

40. Jul.- "Pero no es primero, dice, lo espiritual, sino lo animal; luego, lo espiritual. El<br />

primer hombre vino de la tierra, es terreno; el segundo hombre viene del cielo, celeste.<br />

Como hemos llevado la imagen del terreno, llevemos también la imagen del celeste 248 .<br />

Pasa aquí el Apóstol a los actos de la voluntad, y quiere haya tanta diferencia entre<br />

nuestra conducta pasada y la presente como entre la mortalidad y la inmortalidad. El<br />

primer hombre viene de la tierra, y es terreno; el segundo hombre vino del cielo, y es<br />

celeste 249 . Con el vocablo de dos sustancias indica diferencia de propósitos. Pero ni Cristo,<br />

al que llama hombre celeste, ha traído su cuerpo del cielo, pues nació de la estirpe de<br />

David y, descendiente de Adán, tomó carne humana en el seno de una mujer.<br />

Con los vocablos de 'hombre terreno' y 'hombre celeste' designa el Apóstol los vicios y las<br />

virtudes. Luego añade: Así como llevamos la imagen del hombre terreno, llevemos<br />

también la imagen del celeste 250 . Y a los romanos escribe: Hablo como humano, a causa<br />

de la flaqueza de vuestra carne; así como ofrecisteis vuestros miembros para servir a la<br />

impureza y a la iniquidad, así ahora ofreced vuestros miembros a la justicia para la<br />

santidad 251 .<br />

Continúa su razonar el Apóstol en el mismo nivel de ideas, y, si no se entiende su<br />

pensamiento, todo lo que ha dicho no tiene consistencia. Por eso os digo, hermanos, que<br />

la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la<br />

incorrupción 252 . En los pasajes en los que la única cuestión para él era probar la<br />

resurrección de la carne, afirma que ha de ser colocada en la gloria del reino, y declara: La<br />

carne y la sangre no pueden poseer el reino de Dios. Si la carne no lo posee, si la sangre<br />

no lo posee, ¿dónde está la resurrección de los muertos, cuya gloria antes celebra? Pero el<br />

Apóstol al expresarse así, según costumbre de la Escritura, quiere indicar los vicios con los<br />

vocablos de 'carne' y 'sangre', no la sustancia.<br />

Por último, esto mismo declara cuando dice: He aquí que os revelo un misterio: todos<br />

resucitaremos, pero no todos seremos transformados 253 . Comprendió este insigne doctor<br />

que más arriba sólo a la futura bienaventuranza atribuía el privilegio de la resurrección, y<br />

para evitar toda ambigüedad dice: Todos resucitaremos. Esta es la resurrección general;<br />

pero no todos seremos transformados 254 ; he aquí la resurrección de los elegidos, que sólo<br />

será gloriosa para los que hayan merecido no la cólera de Dios, sino su amor.<br />

En un momento, en un abrir y cerrar de ojos, al sonido de la trompeta final, los muertos<br />

resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados 255 . Pasa de nuevo a los


santos que en aquel día vivan aún, y anuncia que en un instante más breve que un sonido<br />

que se apaga, los muertos saldrán incorruptos, esto es, íntegros, y los que fueren hallados<br />

justos se transformarán en gloria.<br />

Es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción y esto mortal se haya vestido de<br />

inmortalidad; entonces se cumplirá la palabra que está escrita: '¿Dónde está, muerte, tu<br />

aguijón? ¿Dónde está tu victoria?' Ahora el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder<br />

del pecado, la ley 256 . Muestra, es su estilo, que habla sólo de la resurrección de los<br />

santos; por eso silencia la resurrección de los impíos, y declara empresa noble que en los<br />

cuerpos de los santos la corrupción sea devorada por una eternidad gloriosa. Y cuando<br />

esto se cumpla será lícito burlarse del diablo y de la muerte eterna, pues nos hacía ver<br />

como mala esta natural corrupción; entonces el gozo de los santos le increpará al ver roto<br />

el aguijón de la muerte con su victoria, y dirán: ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? ¿Dónde<br />

está tu victoria? El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley 257 . Es<br />

decir, tú, ¡oh muerte eterna!, tenías en tu mano el aguijón del pecado; con él herías a los<br />

desertores de la justicia, porque sin este aguijón, es decir, si no estuvieras armada con el<br />

pecado voluntario, no podías herir. Ves que nuestra fe rompió este aguijón y este pecado,<br />

como lo prueba la recompensa que nos está reservada, a pesar de tus esfuerzos por<br />

arrancármela; tu aguijón fue el pecado, y el poder del pecado, la ley, porque donde no<br />

existe ley no hay prevaricación 258 . Sí, aunque tu aguijón era el pecado, sin embargo, se<br />

robusteció por los prevaricadores, en particular cuando fue dada la ley, aunque no haya<br />

sido promulgada para perjudicar al hombre, porque la ley es santa, el precepto es santo,<br />

justo y bueno, y el pecado, para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de<br />

lo bueno, a fin de que, por el mandato, el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso<br />

259 . La fuerza que daba a tu aguijón la complicidad de nuestra tendencia al mal se rompió<br />

contra la coraza de las virtudes de los fieles, como lo prueba su recompensa. Te<br />

insultamos, dando gracias a nuestro Dios, que nos dio esta victoria por medio de nuestro<br />

Señor Jesucristo" 260 .<br />

Ag.- Sobre la imagen del hombre terreno y la imagen del hombre celeste, ya hemos<br />

discutido bastante más arriba; te contesté que aquí abajo se podía llevar la imagen del<br />

hombre celeste por la fe y la esperanza, pero que la llevaremos en la realidad, como un<br />

don que nos pertenecerá, cuando nuestro cuerpo, sembrado ahora animal, resucite<br />

espiritual. Estas dos imágenes, la del hombre terreno y la del hombre celeste, las atribuye<br />

el Apóstol a dos diferentes objetos; la primera, al animal; la otra, el celeste. Antes había<br />

dicho: No fue formado primero el cuerpo espiritual; primero fue el cuerpo animal, después<br />

el espiritual 261 . Y añade en seguida: El primer hombre de la tierra, terreno; el segundo<br />

hombre viene del cielo, y es celeste 262 . ¿Cuál es el primero? Adán, por quien vino la<br />

muerte. ¿Cuál es el segundo? Cristo, por quien vendrá la resurrección de los muertos.<br />

Porque por un hombre vino la muerte, y por un hombre vendrá la resurrección de los<br />

muertos. Y así como en Adán todos mueren, así en Cristo todos serán vivificados 263 . Es<br />

decir, todos los que son vivificados, lo serán en Cristo. Pero acerca de esto hemos hablado<br />

ya bastante.<br />

No es, pues, dudoso a cuál de estas dos cosas se refieren las imágenes; una se refiere a la<br />

muerte del cuerpo; la otra, a la resurrección; una, al cuerpo animal, sembrado en vileza;<br />

la otra, al cuerpo espiritual, que resucitará en gloria; de una nos vestimos al nacer, de la<br />

otra al renacer. Nacemos en pecado, renacemos por el perdón de los pecados, y por eso<br />

dice el Apóstol: Así como hemos llevado la imagen del hombre terreno, llevemos también<br />

la imagen del celeste 264 . Recuerda nuestro primer nacimiento y nos exhorta a no<br />

descuidar el segundo. No hay, pues, medio de sustraer al castigo el primer nacimiento,<br />

que envuelve nuestro cuerpo, sembrado en vileza, si no renace por la gracia, y, si en este<br />

renacimiento no persevera, no llegará al estado espiritual, que resucitará en gloria. ¿Qué<br />

quieres decir con estas palabras: "Pasa abiertamente el Apóstol a los actos de la voluntad,<br />

y demuestra que debe existir entre nuestra conducta pasada y nuestra conducta presente<br />

la misma diferencia que existe entre mortalidad e inmortalidad?" No, el Apóstol no pasa de<br />

un orden de ideas a otro; continúa su razonamiento sobre la resurrección de la carne, a la<br />

que opone la muerte del cuerpo. No se trata en este pasaje de dos opuestas conductas,<br />

una buena y otra mala; pero la resurrección de la carne vendrá por Cristo, así como la<br />

muerte de la carne vino por Adán. Deja al hombre de Dios hacer lo que hace; sigue sus<br />

pasos y no te empeñes en que vaya a tu zaga; pese a tus esfuerzos, no te sigue. Con toda<br />

claridad opone él la resurrección de la carne a la muerte del cuerpo; una y otra tienen<br />

autores diferentes; es Adán autor de la muerte del cuerpo; Cristo, de la resurrección de<br />

los cuerpos; emplea, para mayor claridad, dos imágenes: una del hombre terreno, la otra


del hombre celeste, y las opone entre sí; atribuye la primera al cuerpo animal, muerte que<br />

merece por el pecado de Adán, semilla de ignominia; la segunda la adscribe a un cuerpo<br />

espiritual, y merecerá, por Cristo, resucitar a la gloria.<br />

Si Cristo, según la carne, es llamado hombre celeste, no es porque haya traído del cielo su<br />

cuerpo, sino porque lo hace ascender al cielo. Si un empeño loable y una conducta buena<br />

nos hacen alcanzar una resurrección gloriosa, una voluntad mala y una conducta irregular<br />

después de nacidos a esta vida, ¿produce, acaso, un efecto retroactivo y nos hace nacer<br />

en un cuerpo animal y mortal? ¿Quién, por su mala voluntad o sin ella, ha merecido nacer<br />

desgraciado? ¿Es que la muerte es resultado de una mala conducta que es necesario sufrir<br />

cualquiera que sea su vida?<br />

Si suponemos que las dos imágenes, la del hombre terreno, que pertenece a un cuerpo<br />

animal, y la imagen del cuerpo celeste, que se refiere a un cuerpo espiritual, simbolizan<br />

una conducta mala y una conducta buena, no es menos cierto que, si la resurrección del<br />

cuerpo espiritual es efecto de la justicia, la muerte del cuerpo animal es efecto del pecado.<br />

Porque así como la resurrección viene por la justicia de Cristo, así la muerte vino por la<br />

iniquidad de Adán. Si esto comprendes y consientes en verdad tan manifiesta, estoy<br />

dispuesto a decir, como tú, que el hombre terreno y el hombre celeste simbolizan los<br />

vicios y las virtudes; porque así como el poder de Cristo es causa de la resurrección del<br />

cuerpo espiritual, así el pecado de Adán fue causa de la muerte del cuerpo animal.<br />

No es en este sentido como hemos de interpretar el siguiente pasaje de la carta a los<br />

Romanos: Así como ofrecisteis vuestros miembros a la iniquidad para servir a la<br />

inmundicia y al desorden, así ahora ofreced vuestros miembros a la justicia para la<br />

santidad 265 . Habla aquí el Apóstol de las buenas y de las malas costumbres; en el otro<br />

texto, de la resurrección y de la muerte de los cuerpos. Pero como los que ya tienen uso<br />

de razón no pueden llegar a la resurrección gloriosa, que tendrá lugar cuando se resucite<br />

en un cuerpo espiritual, sin creer y esperar, al recordarnos el Apóstol que hemos llevado la<br />

imagen del hombre terreno, causa para el hombre de muerte, nos exhorta a llevar la<br />

imagen del hombre celeste, que es, para el hombre, la resurrección de los muertos; de<br />

manera que si, por el pecado de Adán, todos caen en la muerte del cuerpo animal, por la<br />

justicia de Cristo llegaremos a la resurrección del cuerpo espiritual.<br />

Añade luego el Apóstol: Esto digo, hermanos: la carne y la sangre no pueden poseer el<br />

reino de Dios 266 . Se puede admitir esta interpretación y dejarte creer que la carne y la<br />

sangre significan la prudencia carnal y no la sustancia del cuerpo animal, que se siembra<br />

en vileza y resucita en gloria, y, sin duda, poseerá el reino de Dios. También, en este<br />

pasaje, se puede entender que "carne" y "sangre" significan la corrupción que ahora<br />

vemos en nuestro cuerpo; corrupción que no debe existir en el reino de Dios, porque este<br />

cuerpo corruptible será revestido de incorruptibilidad. Por esto, cuando dice: La carne y la<br />

sangre no pueden poseer el reino de Dios 267 , como explicando estas palabras y para que<br />

nadie imagine que se trata de la misma sustancia de la carne, añade: Ni la corrupción<br />

poseerá la incorrupción. Todo lo dicho se adapta mejor a este sentido. Pero, sea cual sea<br />

el sentido de estas palabras en el pensamiento del Apóstol, ni una ni otra interpretación es<br />

contra la fe, que positivamente nos enseña que todos los miembros de la gran familia de<br />

Dios, compuesta por hombres de todas las naciones, poseerán en carne incorruptible el<br />

reino de Dios.<br />

No rechazamos cuanto han dicho, antes que nosotros, intérpretes católicos de las<br />

Sagradas Escrituras cuando enseñan que "carne" y "sangre" pueden significar los hombres,<br />

que juzgan según la carne y la sangre, y, en consecuencia, no poseerán el reino de los<br />

cielos. Vivir según la carne es muerte. Pero tú no quieres que la muerte del cuerpo animal<br />

haya venido por el pecado del primer hombre, cuando el mismo Apóstol dice: El cuerpo<br />

está muerto por el pecado 268 , y esto cuando ni tú mismo te atreves a negar que la<br />

resurrección del cuerpo espiritual, opuesta a la muerte del cuerpo animal, tendrá lugar por<br />

la justicia del segundo Adán; y te obstinas en llenar el paraíso, lugar de delicias, con<br />

cadáveres y gemidos de los moribundos. Y esto es lo que reprendemos, detestamos y<br />

juzgamos digno de anatema.<br />

¿Qué muerte se insulta al fin de los tiempos cuando se diga: ¿Dónde está, muerte, tu<br />

victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? 269 ¿No es el diablo autor de la muerte del<br />

cuerpo o la misma muerte corporal la que quedará absorbida por la resurrección del<br />

cuerpo? Se cumplirá esta palabra cuando esto corruptible se vista de incorrupción y este


cuerpo mortal se vista de inmortalidad. Sin ambigüedad dice el Apóstol: Porque cuando lo<br />

corruptible se vista de inmortalidad, se cumplirá lo que está escrito: "Absorbida es la<br />

muerte por la victoria" 270 . ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu<br />

aguijón? ¿De qué muerte habla aquí si no es de la que ha sido absorbida por la victoria? ¿Y<br />

qué muerte es ésta sino la que será absorbida cuando este cuerpo corruptible y mortal se<br />

vista de incorrupción e inmortalidad? El aguijón de esta muerte corporal es el pecado; y a<br />

esta muerte se le dice: ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? 271 El aguijón, dice, es el pecado;<br />

aguijón por el que la muerte vino, no el que ella hace; como el veneno que produce la<br />

muerte es causa, no efecto.<br />

¿Y por qué imaginas que se insultará no esta muerte, sino la muerte eterna? ¿Es que la<br />

muerte eterna queda absorbida por la victoria cuando el cuerpo mortal se vista de<br />

inmortalidad? ¿Acaso es ella la que guerrea contra los santos, y buscan éstos triunfar de<br />

este temor cuando se encuentran bajo su imperio, y pecaban cuando la temían? ¿Y no ha<br />

sido derrotado por la muerte del Señor el que tenía el imperio de la muerte, es decir, el<br />

diablo, librando a cuantos, por temor a la muerte, estaban por vida sujetos a servidumbre<br />

272 ? ¿Eran, acaso, culpables por temer a la muerte eterna o más bien lo eran por no<br />

temerla? El Señor no quiere temamos la muerte del cuerpo, pues su temor nos hace<br />

culpables, sino la eterna, cuyo olvido nos hace prevaricadores. Dice con toda claridad: No<br />

temáis a los que matan el cuerpo y después nada pueden hacer; temed, sí, al que tiene<br />

poder para perder en el juego el cuerpo y el alma 273 .<br />

Esta es la muerte segunda y eterna; contra este temor no luchan los santos, sino contra la<br />

muerte del cuerpo. Para triunfar de ésta temen aquélla; y, habiendo vencido la muerte<br />

temporal con el ejercicio de la piedad y de la justicia, no sentirán la eterna. Y a la muerte<br />

del cuerpo, no a la muerte del alma, la insultarán con las palabras: ¿Dónde está, muerte,<br />

tu victoria? O como dice el profeta: ¿Dónde está, muerte, tu combate? 274 Si el aguijón de<br />

la muerte temporal es el pecado, ¿cómo te atreves a decir que el pecado de Adán no nos<br />

separó del árbol de la vida ni sentenció a muerte? ¿Por qué obstinarte contra la evidencia<br />

de las divinas Escrituras, como animal que espumajea rabioso su locuacidad, como si tu<br />

alma no pudiese entrar en el gozo de la vida en el paraíso de Dios si no introduces en él la<br />

muerte del cuerpo con todo su cortejo de torturas y enfermedades, precursoras de la<br />

muerte? ¡Cuidado! No sea que introduzcas en este lugar de delicias los sufrimientos del<br />

cuerpo y quedes colgado en el antro de los suplicios eternos, con todos los tormentos de<br />

cuerpo y alma.<br />

La ley y la concupiscencia-pecado<br />

41. Jul.- "En este pasaje opina Agustín que el aguijón de la muerte es el antiguo pecado y<br />

no comprende lo que sigue, a saber: El poder del pecado es la ley; y con tesón afirma que<br />

esta ley es el precepto dado a Adán. Pero esta ley no es fuerza del pecado, sino verdadera<br />

ocasión de pecado. Una cosa es dar fuerza y otra darle nacimiento. Comer del árbol no era<br />

malo, de no estar prohibido; después de la prohibición, al no ser acatada, nació el pecado<br />

por la transgresión y desobediencia. En consecuencia, ley no se dio para ser violada; sin<br />

embargo, haciendo lo que Adán hizo, esto es, comiendo del árbol, no habría pecado el<br />

hombre, porque bueno era el árbol, si Dios no le hubiera prohibido gustar de él. Todo lo<br />

que en sí es pecado, como el parricidio, el sacrilegio, el adulterio, aun sin ley alguna, se<br />

conoce que es pecado, incluso en ausencia de una ley que lo prohíba, y se puede decir con<br />

razón que la ley da fuerza a estos crímenes, y los que los cometen se encuentran ante una<br />

ley prohibitiva; pero lo que no es pecado, pero la ley lo prohíbe, esta acción halla en la ley<br />

su carácter delictivo, pero no una fuerza mayor.<br />

Como en este libro he sido muy extenso, quiero decir al lector, para terminar, se fije bien<br />

que en mis interpretaciones de la ley de Dios no he dado pie al error de Manés; y, si algo<br />

resulta ambiguo, se puede suponer que todo tiene explicación a tenor de la regla de la<br />

verdad y de la razón, sin dudar que la justicia sea respetada. Cuanto a los que dicen que<br />

los muertos no resucitan en Cristo y a los que combaten la doctrina del Apóstol y<br />

sostienen que Cristo no tomó un cuerpo como el nuestro, les condenamos como autores<br />

de maniqueísmo con toda la fuerza de la ley de Dios".<br />

Ag.- Jamás dije que aluda el Apóstol a la ley dada en el paraíso cuando afirma que el<br />

poder del pecado es la ley. Empleas en vano multitud de palabras en refutarme como si<br />

hubiera dicho lo que no dije. El poder del pecado, ya existente, pero sin tener extenso<br />

dominio, lo encontré en la ley, de la que habla el Apóstol cuando dice: ¿Qué diremos? ¿


Que es pecado la ley? De ningún modo; pero yo no conocí el pecado sino por la ley,<br />

porque yo no conocía la concupiscencia si la ley no dijera: "No codiciarás"; mas el pecado,<br />

tomando ocasión por el mandato, produjo en mí toda suerte de concupiscencias 275 . He<br />

aquí en qué sentido la ley es el poder del pecado. Tenía el pecado menos dinamismo<br />

cuando no existía la prevaricación, porque donde no hay ley, no existe prevaricación 276 .<br />

La concupiscencia no había llegado a su desarrollo cimero antes que la hiciese crecer y<br />

robustecerse la prohibición que rompe las cadenas. Tú mismo lo has demostrado, citando<br />

sobre esta materia varios testimonios; verdad que, entre las citas apostólicas aducidas,<br />

dejas a un lado las que yo aduzco, sin duda para no confesar que la concupiscencia es<br />

pecado. No hay texto más claro para demostrar que es pecado que éste que aduje: No<br />

conocí el pecado sino por la ley. Y como si se preguntase: "¿Qué pecado?", dice: No habría<br />

conocido la concupiscencia si la ley no dijese: "No codiciarás" 277 . Esta concupiscenciapecado<br />

que codicia contra el espíritu, sin duda, no existía antes del pecado del primer<br />

hombre; tuvo entonces nacimiento, y vició en su fuente la naturaleza humana, y de ella<br />

trae el pecado original. Con este pecado nace todo hombre; y la culpa que trae consigo no<br />

desaparece si no es con el agua de la regeneración; de suerte que el hombre regenerado<br />

ya no tiene mancha de pecado, a no ser le preste su consentimiento y obre mal al no<br />

resistir la tentación o hacerlo muy débilmente.<br />

Los pecados cometidos por propia voluntad añaden fuerza a esta concupiscencia; sobre<br />

todo por la costumbre de pecar, que constituye, con razón, una segunda naturaleza; pero<br />

ni aun entonces adquiere la concupiscencia todo su vigor. No es completa si se peca más<br />

por ignorancia que por conocimiento. Por eso no dice el Apóstol: "No tenía", sino: Yo no<br />

conocía la concupiscencia si no dijera la ley: "No codiciarás". Ahora, con ocasión del<br />

precepto, el pecado produjo en mí toda suerte de concupiscencias 278 . La concupiscencia<br />

está en toda su plenitud cuando se desea ardientemente lo prohibido y, conocido el<br />

pecado, sin excusa alguna de ignorancia, se viola la ley y se cometen monstruosidades.<br />

La ley de Dios no es medio para corregir el pecado para aquellos que no socorre la gracia<br />

por el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Por eso, cuando dijo: El poder del<br />

pecado es la ley, como si se le replicase: "¿Qué haremos, si el pecado no se quita, sino<br />

que se aumenta por la ley?", añade a renglón seguido para indicar dónde está la<br />

esperanza de los combatientes: Gracias sean dadas a Dios, porque nos dio la victoria 279 ;<br />

o como se lee en otros códices griegos: Que nos dio la victoria por medio de nuestro<br />

Señor Jesucristo. Nada más cierto: Si nos fuera dada una ley que nos pudiera vivificar, la<br />

justicia vendría por la ley; pero la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la<br />

Promesa fuese dada a los creyentes por la fe en Jesucristo 280 .<br />

Los creyentes son los hijos de la Promesa, vasos de misericordia a los que fue dada la ley<br />

por la fe en Jesucristo, porque consiguieron la misericordia para ser fieles, como de sí<br />

mismo dice el Apóstol; y así, la fe en el que comienza, y a la que referimos todo lo que<br />

hacemos con templanza, justicia y piedad, no lo atribuyamos a nuestro libre albedrío,<br />

como si no fuera un don de la misericordia de Dios, pues, como está escrito, es el que<br />

prepara nuestra voluntad.<br />

La santa Iglesia, por boca de sus sacerdotes, ruega no sólo por los fieles, para que<br />

perseveren en la piedad y no desfallezcan en la fe, sino también por los infieles, para que<br />

lleguen a creer. Después que, por un abuso de su libre albedrío, cometió Adán un enorme<br />

pecado, arrastrando a la ruina a todo el género humano; y todo el que de esta condena<br />

universal es liberado, sólo lo puede ser por la gracia y misericordia de Dios; y todo lo que<br />

la ley de Dios ordena no se cumple sin el socorro, la inspiración y el don del que hizo la<br />

ley. Y es a él a quien se le ruega conceda a los fieles la perseverancia, el progreso y la<br />

perfección y es a él al que se implora para los infieles el comienzo en la fe. Estas oraciones<br />

de la santa Iglesia se multiplican en el mundo por el fervor, y desean debilitar y extinguir<br />

cuantos oponen el libre albedrío del hombre a la gracia y, con el pretexto de su defensa,<br />

se le encumbra para luego precipitarlo. Y entre los enemigos de la gracia estáis vosotros<br />

solos o, al menos, sois los más conspicuos, pues no queréis que Jesucristo sea el Jesús de<br />

los niños al sostener que no han sido contaminados con el pecado original; y fue llamado<br />

Jesús porque salva a su pueblo, no de enfermedades corporales, que él curaba incluso<br />

entre los que no pertenecían a su pueblo, sino de sus pecados 281 .<br />

Cuando dice el Apóstol: El aguijón de la muerte es el pecado 282 , quiere con toda claridad<br />

designar la muerte del cuerpo, opuesta a la resurrección del cuerpo de la que habla;


muerte que será absorbida por la victoria cuando resucite en cuerpo espiritual y deje de<br />

existir al ser revestido de inmortalidad, sin que el pecado lo pueda despojar nunca. Sin<br />

embargo, cuando añade: El poder del pecado es la ley 283 , no se refiere a la ley dada en el<br />

paraíso, pues el pecado aún no existía, y esta ley no podía ser fuerza para él, mientras<br />

esta ley sobrevino para que abunde el pecado y se fortalezca la concupiscencia, que desde<br />

su aparición mata el cuerpo del hombre en el paraíso y que todo hombre trae al nacer; y<br />

no solamente la que se puede robustecer por los pecados cometidos durante una vida<br />

depravada, pero, sobre todo, esta concupiscencia que se excita en presencia de la ley y<br />

arrastra a uno hasta la prevaricación.<br />

Es necesario vencer esta concupiscencia; victoria que nos hace dominar la concupiscencia<br />

del pecado, el temor a la muerte temporal y, por último, absorbe la enfermedad de<br />

nuestra condición mortal; victoria dada no por la ley de Moisés, sino por la gracia de<br />

Cristo. Por eso dice el Apóstol: El aguijón de la muerte es el pecado, el poder del pecado<br />

es la ley; pero gracias sean dadas a Dios por nuestro Señor Jesucristo 284 . Como si dijera:<br />

"El aguijón de la muerte es el pecado, porque la muerte del cuerpo vino por el pecado; y<br />

son el mismo autor y la muerte misma los que resucitarán en la gloria, y al absorberla<br />

dirán al fin de los tiempos: ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu<br />

aguijón?" 285 El aguijón, es decir, el pecado, entró en el mundo por un hombre, y con la<br />

muerte pasó a todos los hombres, multiplicado por los pecados personales, sin que la ley,<br />

que es santa, justa y buena, haya podido hacerle desaparecer, antes se ha convertido en<br />

una fuerza para el pecado; a causa de la prohibición, se enciende más la concupiscencia e<br />

impulsa a numerosas prevaricaciones. ¿Qué le queda al hombre si no es la ayuda de la<br />

gracia? Gracias sean dadas a Dios, que nos dio la victoria por nuestro Señor Jesucristo 286 .<br />

Él nos perdona nuestras deudas, nos libra del peligro de las tentaciones, nos conduce a la<br />

victoria definitiva cuando sea absorbida la muerte del cuerpo para que el que se gloríe no<br />

confíe en su poder, sino que se gloríe en el Señor 287 .<br />

Esta es la fe verdadera y católica, la que nos enseña y nos hace creer que la muerte del<br />

cuerpo fue causada por el aguijón del pecado; fe muy distinta del error de los maniqueos,<br />

o mejor, opuesta diametralmente a él, pues ellos y vosotros decís, no con nosotros, que<br />

Adán fue creado mortal y, pecara o no pecara, debía morir. Sin embargo, al hablar así, no<br />

decimos que sois maniqueos; y, con todo, no veis la injusticia en la que incurrís<br />

llamándonos maniqueos, porque digan como nosotros, y nosotros como ellos, que la<br />

concupiscencia, lucha de la carne contra el espíritu, es un mal.<br />

Vosotros decís lo mismo que dicen ellos, pero en un sentido muy diferente, pero no menos<br />

erróneo; porque vosotros no atribuís, como ellos, la muerte del cuerpo a una naturaleza<br />

extraña mezclada con la nuestra; pero creáis una naturaleza tal que no fue viciada por<br />

ningún pecado, y de esta manera desnaturalizáis el paraíso, morada de bienandanza y<br />

santas delicias, introduciendo en él, con aviesa e indecente intención, los funerales por los<br />

muertos y las torturas de los moribundos.<br />

Nosotros, con los maniqueos, decimos que la concupiscencia de la carne, en lucha siempre<br />

contra el espíritu, es un mal y no viene del Padre 288 ; pero nos alejamos de ellos no por un<br />

error diferente, que sería herejía, sino por la verdad católica; y esta lucha de las dos<br />

concupiscencias entre carne y espíritu sostenemos que viene, no como opinan los<br />

maniqueos, de una naturaleza extraña, mala y coeterna a Dios, mezclada a la nuestra,<br />

sino que decimos, con Ambrosio y sus colegas, que vino a nuestra naturaleza por el<br />

pecado del primer hombre; y lo sostenemos con toda confianza contra los maniqueos y<br />

contra vosotros.<br />

No decimos, como dicen ellos, que Cristo no se encarnó, ni, como vosotros, que tenía una<br />

naturaleza diferente de la nuestra; enseñamos, sí, que tomó nuestra naturaleza, exenta de<br />

pecado, sin la concupiscencia de la carne, que guerrea contra el espíritu, pero en toda su<br />

integridad. Vosotros, al negar que los males son males, pues rehusáis ver la causa en el<br />

pecado del primer hombre, los cambiáis para que no sean males, y con eso favorecéis el<br />

error de los que los atribuyen a una naturaleza mala, coeterna a Dios, bien eterno; en<br />

vano, pues, los condenáis, cuando en realidad, de una manera miserable, en vuestra<br />

ceguera les prestáis ayuda.<br />

RÉPLICA A LAS CARTAS DE PETILIANO


Libro I<br />

Traductor: Santos Santamarta<br />

Agustín desea salud en el Señor a los hermanos tan queridos que se encuentran bajo su<br />

cura pastoral.<br />

La intención de Agustín<br />

I. 1. Bien sabéis vosotros que tantas veces hemos procurado poner de manifiesto y refutar<br />

el sacrílego error de los herejes donatistas valiéndonos no de nuestras palabras, sino de<br />

las suyas. Por ello hemos dirigido nuestras cartas a algunos de sus dignatarios; y no eran<br />

precisamente cartas de comunión, de la cual se hicieron indignos en el pasado al<br />

separarse de la Iglesia católica, como no eran tampoco afrentosas, sino pacíficas; y así,<br />

discutiendo con nosotros la cuestión, que les había separado de la santa comunión del<br />

orbe, tuvieran a bien corregirse con la consideración de la verdad, y lejos de defender con<br />

más necia pertinacia la animosa perversidad de sus antepasados, se tornaran a la raíz<br />

católica para dar frutos de caridad. Pero como está escrito: Con los que odiaban la paz,<br />

hablaba yo de paz 1 , han rechazado mis cartas, como han odiado la misma paz, a la que se<br />

intentaba servir por medio de ellas.<br />

Ahora bien, hallándome yo en la iglesia de Constantina, y estando presentes Absencio y mi<br />

colega Fortunato, obispo de la misma, me entregaron los hermanos una carta que decían<br />

había escrito el obispo de ese cisma a sus presbíteros, según rezaba su titulo. La leí y me<br />

quedé admirado de que con sus primeras palabras cortaba radicalmente toda comunión de<br />

su partido de manera que no podía creer que esta carta fuese del hombre que, según la<br />

opinión pública, destacaba tanto entre ellos por su ciencia y facundia. Pero como al leerla<br />

yo se hallaban presentes algunos que conocían bien la elegancia de su dicción,<br />

comenzaron a persuadirme de que era sin duda obra suya. De todos modos, fuera quien<br />

fuera el autor, pensé que tenía que refutarla para que no juzgara quien la escribió que su<br />

escrito podía perjudicar algo a la Católica entre los menos formados.<br />

2. Lo primero que él afirma en su carta es que les echamos en cara la repetición del<br />

bautismo nosotros, que con el nombre del bautismo manchamos nuestras almas con un<br />

bautismo culpable. ¿Qué utilidad puede seguirse de repetir todas sus afrentosas palabras?<br />

Pero como una cosa es confirmar el documento y otra repudiar sus injurias, prestemos<br />

atención sobre todo a cómo pretende demostrar que nosotros no poseemos el bautismo y,<br />

por consiguiente, que él no reitera lo que ya existía, sino que da lo que no existía aún.<br />

Dice, en efecto: "Debe tenerse en cuenta la conciencia del que lo da, pues es la que<br />

purifica a la del que lo recibe".<br />

Pero si no aparece la conciencia del que lo da, que puede estar manchada, ¿cómo podrá<br />

purificar a la conciencia del que lo recibe, puesto que, según se dice, se ha de tener en<br />

cuenta la conciencia del que lo da, que es la que purifica a la del que lo recibe? A lo mejor<br />

se contesta que no perjudica al que lo recibe el mal que hubiere en la conciencia del que lo<br />

da; lo que podría llevar consigo esta ignorancia es que no pueda mancharse el que ignora<br />

la conciencia del que lo bautiza.<br />

Bástenos, pues, que no manche al que lo ignora la conciencia mancillada del que lo da;<br />

pero ¿puede también dejarle limpio?<br />

¿De quién recibe la fe el bautizado?<br />

II. 3. ¿Cómo, pues, puede ser, purificado quien recibe el bautismo si está manchada la<br />

conciencia del que lo da y lo ignora el que va a recibirlo? Sobre todo considerando que el<br />

autor de esta doctrina añade: "En efecto, quien ha recibido la fe de quien no posee la<br />

verdadera, no ha recibido la fe, sino la culpa". Pensemos en uno sin fe que va a bautizar, y<br />

el que va a ser bautizado ignora esa falta de fe, ¿qué piensas va a recibir: la fe o la culpa?<br />

Si contestas que "la fe", reconoces que puede ocurrir que alguno reciba la fe, y no la<br />

culpa, del que no la tiene, y entonces resulta falso aquello de que "quien ha recibido la fe<br />

de quien no posee la verdadera, no recibe la fe, sino la culpa". En efecto, hemos<br />

descubierto que puede uno recibir la fe del que no la tiene si ignora la falta de fe del que la<br />

da. No dice él: Quien recibe la fe del que abierta o públicamente no la tiene, sino: "Quien


ha recibido la fe del que no la tiene, no recibe la fe, sino la culpa"; lo cual es ciertamente<br />

falso cuando alguien es bautizado por quien ocultamente no tiene fe.<br />

Si en cambio hubiera dicho: "aun cuando ignore que carece de fe el que bautiza, el<br />

bautizado no recibe de él sino la culpa", tendrían ellos que bautizar de nuevo a los que<br />

conste han sido bautizados por quienes de entre ellos permanecieron durante mucho<br />

tiempo malvados ocultamente y luego fueron denunciados, convencidos y condenados.<br />

¿Cómo saber si es bueno quien bautiza?<br />

III. En verdad, a cuantos bautizaron mientras ellos ocultaban su falta de fe, no pudieron<br />

darles la fe, sino la culpa, si quien ha recibido la fe del que no la tiene no recibe la fe, sino<br />

la culpa. Por consiguiente, deben ser bautizados por los buenos para que reciban la fe, no<br />

la culpa.<br />

4. Pero ¿cómo pueden estar seguros de éstos, si se ha de tener en cuenta la conciencia<br />

del que da, que está oculta a los ojos del que ha de recibir? De esta manera, según su<br />

opinión, se torna incierta aquella salud espiritual, y apartan del Señor Dios la esperanza de<br />

los bautizandos e intentan persuadir que se ponga esa esperanza en el hombre, teniendo<br />

precisamente en contra las Sagradas Escrituras, que dicen: Mejor es confiar en el Señor<br />

que confiar en el hombre 2 , y Maldito quien pone su esperanza en el hombre 3 .<br />

De esto se sigue necesariamente que no sólo es incierta la salud, sino absolutamente nula,<br />

ya que del Señor viene la salvación 4 , y es vana la salvación que procura el hombre 5 . Por<br />

consiguiente, quien pone la esperanza en el hombre, aunque lo conozca como justo e<br />

inocente, es un maldito. Y de ahí que el apóstol Pablo apostrofe y censure a los que decían<br />

que eran de él: ¿Acaso fue Pablo crucificado por vosotros? ¿O habéis sido bautizados en el<br />

nombre de Pablo? 6<br />

El que bautiza, ¿es la cabeza del bautizado?<br />

IV. 5. Por consiguiente, si andaban errados y habían de perecer si no se enmendaban los<br />

que pretendían ser de Pablo, ¿cuál puede ser la esperanza de los que pretenden ser de<br />

Donato? Lo que buscan éstos es poner el origen, la raíz y la cabeza del bautizado nada<br />

menos que en el que bautiza. De donde se sigue que la esperanza será siempre incierta,<br />

puesto que la mayor parte de las veces no se sabe cómo es el que bautiza; en<br />

consecuencia, es incierto su origen, su raíz, su cabeza. Y como puede ocurrir que sea<br />

malvada y mancillada la conciencia del que lo da e ignore esto el que lo recibe,<br />

consecuentemente puede tornarse inútil y vacía la esperanza del bautizando por la<br />

perversidad del origen, de la raíz y de la cabeza. Afirma Petiliano, en efecto, en su carta:<br />

"Todo ser tiene su fundamento en su origen y en su raíz, y si algo no tiene cabeza, es<br />

nada". Ahora bien, como quiere que se entienda que el origen, la raíz y la cabeza del<br />

bautizado es el hombre que le bautiza, ¿qué le aprovecha al mísero bautizado el ignorar<br />

cuán malo es quien le bautiza? Ignora ciertamente que tiene una cabeza malvada o que ni<br />

siquiera tiene cabeza. Pero ¿qué esperanza puede tener quien, sabiéndolo o sin saberlo,<br />

no tiene cabeza alguna o la tiene pésima? ¿Puede acaso la misma ignorancia ser su<br />

cabeza, cuando el que le bautiza es una cabeza malvada o no es cabeza en absoluto?<br />

Cierto que quien piense esto, es bien claro que está sin cabeza.<br />

Sólo Cristo es la cabeza del bautizado<br />

V. 6. He aquí lo que nosotros preguntamos. Petiliano dijo: "Quien ha recibido la fe del que<br />

no la tiene, no recibe la fe, sino la culpa"; y añadió luego: "Todo ser tiene su fundamento<br />

en su origen y en su raíz, y si hay algo que no tiene cabeza, es nada". Esto, repito, es lo<br />

que nosotros preguntamos: Cuando el que bautiza oculta su carencia de fe, si el bautizado<br />

recibe la fe, no la culpa, y no es el que le bautiza su origen, su raíz y su cabeza, ¿de quién<br />

puede recibir la fe, dónde está el origen de que procede, dónde la raíz de la que germina,<br />

dónde la cabeza que es su principio? ¿Acaso cuando el que recibe el bautismo ignora la<br />

falta de fe del que le bautiza, le da Cristo la fe, es Cristo su origen, su raíz y su cabeza? ¡<br />

Oh temeridad y soberbia humanas! ¿Por qué no dejas más bien que sea siempre Cristo el<br />

que da la fe, para hacerlo cristiano dándosela? ¿Por qué no dejas que sea Cristo siempre el<br />

origen del cristiano, que en Cristo fundamente el cristiano su raíz, que Cristo sea su<br />

cabeza?


Es verdad que aun cuando se comunica la gracia a los creyentes por medio de un<br />

dispensador fiel y santo, no es quien la dispensa el que justifica, sino aquel único de quien<br />

se afirma que justifica al impío. De lo contrario sería el apóstol Pablo la cabeza y el origen<br />

de los que había plantado y Apolo la raíz de los que había regado, y no aquel que les había<br />

dado el crecimiento; pues él dice: Yo planté, Apolo regó; mas fue Dios quien dio el<br />

crecimiento. De modo que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que hace<br />

crecer 7 . Y no era él su raíz, sino el que dijo: Yo soy la vid; vosotros los sarmientos 8 . ¿<br />

Cómo podía ser él su cabeza, cuando dice que nosotros, siendo muchos, somos un solo<br />

cuerpo en Cristo, y proclama abiertamente en muchos lugares que el mismo Cristo es la<br />

cabeza del cuerpo entero?<br />

Consecuencia absurda del pensamiento de Petiliano<br />

VI. 7. Por tanto, sea de un administrador fiel o de uno sin fe de quien cada uno recibe el<br />

sacramento del bautismo, debe poner toda su esperanza en Cristo, a fin de que no sea<br />

maldito aquel que pone su esperanza en el hombre 9 . De otra manera: si quien renace en<br />

la gracia del Espíritu es tal cual el que lo bautiza, es decir, si fuera verdad que cuando es<br />

manifiestamente bueno el que lo bautiza, es él quien da la fe, es él el origen, la raíz y la<br />

cabeza del que nace; en cambio, si cuando está oculta la carencia de fe del que bautiza,<br />

entonces se recibe de Cristo la fe, toma su origen de Cristo, tiene en Cristo su raíz, se<br />

gloría en Cristo como su cabeza; si esto fuera verdad, todos los que reciben el bautismo<br />

deberían procurarse ministros que no tengan fe y a la vez sin advertir este aspecto, ya que<br />

por buenos que fueran los ministros, incomparablemente mejor es Cristo, que será sin<br />

duda cabeza del bautizado, si se ignora que el ministro carece de fe.<br />

La respuesta del católico<br />

VII. 8. Si es de suma demencia creer esto, ya que es siempre Cristo quien justifica al<br />

impío haciendo de él un cristiano, y siempre es de Cristo de quien se recibe la fe, y<br />

siempre es Cristo el origen de los regenerados y la cabeza de la Iglesia, ¿qué importancia<br />

pueden tener aquellas palabras a cuyo contenido no prestan atención los lectores<br />

superficiales, antes bien sólo se interesan por su sonido?<br />

Ahora bien, quien no aplica su oído a sólo el sonido, sino que procura comprender el<br />

sentido, al oír aquellas palabras "se ha de tener en cuenta la conciencia del que da para<br />

que purifique la del que lo recibe", a buen seguro responderá: "Muchas veces desconozco<br />

la conciencia humana, pero siempre estoy seguro de la misericordia de Cristo". Y cuando<br />

oiga: "Quien ha recibido la fe del que no la tiene, no recibe la fe, sino la culpa",<br />

responderá: "No es infiel Cristo, de quien recibo la fe y no el pecado.<br />

Igualmente cuando oiga: "Todo ser tiene su fundamento en su origen y en su raíz, y si hay<br />

algo que no tiene cabeza, es nada", contestará: "Cristo es mi origen, Cristo mi raíz, Cristo<br />

mi cabeza". Cuando le digan: "No hay nada que pueda regenerar bien si no ha sido<br />

regenerado con un principio bueno", responderá: "La semilla que me regenera es la<br />

palabra de Dios, que se me amonesta a escuchar con sumisión, aunque aquel por quien la<br />

escucho no practique lo que dice, ya que advierte el Señor dándome seguridad: Haced lo<br />

que os digan; pero no imitéis su conducta, porque ellos dicen y no hacen 10 . Cuando oiga:<br />

"Puede haber necedad más grande que pensar que quien es reo de sus pecados pueda<br />

hacer inocente a otro?", contestará: "A mí no me hace inocente sino aquel que fue<br />

entregado por nuestros pecados y fue resucitado para nuestra justificación 11 . No creo en<br />

el ministro que me bautiza, sino en aquel que justifica al impío 12 , de suerte que mi fe me<br />

sea computada como justicia".<br />

Interpretación errónea de Mt 7, 17 y 13, 35<br />

VIII. 9. Cuando oiga: Todo árbol bueno da frutos buenos, mientras que el árbol malo da<br />

frutos malos. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos? 13 , y también: Todo hombre bueno<br />

saca el bien del tesoro de su corazón, y el hombre malo saca el mal del tesoro de su<br />

corazón 14 , responderá: "Así, pues, esto es buen fruto, el que yo sea árbol bueno, y esto es<br />

un hombre bueno, el que yo dé buen fruto, es decir, buenas obras. Y esto no me lo da el<br />

que planta ni el que riega, sino el que da el crecimiento, Dios.<br />

En efecto, si el árbol bueno es el buen bautizador, y su buen fruto aquel a quien ha<br />

bautizado, quien haya sido bautizado por un hombre malo, aunque no manifiesto, no


puede ser bueno, ya que ha nacido de un árbol malo. Porque una cosa es el árbol bueno,<br />

otra cosa es el árbol oculto pero malo; y si cuando un árbol es malo aunque ocultamente,<br />

el que sea bautizado por él renace, no de él precisamente, sino de Cristo, síguese que<br />

reciben más santamente el bautismo los que son bautizados por los malos ocultos que los<br />

que lo son por los buenos manifiestos.<br />

Interpretación de Si 34, 25<br />

IX. 10. Igualmente cuando oye: Quien es bautizado por un muerto, no le aprovecha su<br />

lavado 15 , responderá: "Cristo vive; ya no muere más, la muerte no tiene ya señorío sobre<br />

él 16 , de quien se ha dicho: Ese es el que bautiza en el Espíritu Santo" 17 . Realmente son<br />

bautizados por los muertos quienes son bautizados en los templos de los ídolos. Ni los<br />

paganos mismos piensan recibir lo que tienen por santificación de sus sacerdotes, sino de<br />

sus dioses. Y como éstos fueron hombres, y tan muertos que ni existen sobre la tierra ni<br />

en la paz del cielo, en verdad aquéllos son bautizados por los muertos. Cierto que estas<br />

palabras de la Santa Escritura pueden investigarse sin apartarse de la verdad y discutirse<br />

y entenderse saludablemente de algún otro modo. En efecto, si en este lugar se tomase<br />

como muerto al pecador que bautiza, se seguiría aquel mismo absurdo de que quien haya<br />

sido bautizado por un impío, incluso oculto, habría recibido un lavado inútil, en cuanto<br />

bautizado por un muerto. Porque en verdad no dice: "Quien es bautizado por un muerto<br />

manifiesto", sino simplemente "por un muerto". Y si tienen por muerto sólo a quien saben<br />

que es pecador y por vivo al que, aun siendo malvado, se encuentra oculto con el mayor<br />

disimulo dentro de su comunión, con su execrable soberbia se atribuyen a sí mismos más<br />

que le dan a Dios, ya que cuando un pecador les es conocido a ellos lo juzgan por muerto,<br />

y cuando es conocido por Dios, se le tiene por vivo.<br />

Además, si se ha de tener como muerto al que es reconocido como tal por los hombres, ¿<br />

qué pueden responder acerca de Optato, a quien temieron condenar como malvado siendo<br />

conocido como tal por ellos durante tanto tiempo? ¿Por qué no tienen como bautizados por<br />

un muerto a los que él bautizó? ¿O acaso vivía precisamente porque tenía al Conde por<br />

dios? Esta es la salida humorística y elegante que, pronunciada por no sé qué dignatario<br />

colega suyo, suelen ellos ensalzar y ponderar, sin darse cuenta de que, asemejándose en<br />

la muerte al soberbio Goliath, se cortan la cabeza con su propia espada.<br />

Los maximianistas están "muertos" y bautizan<br />

X. 11. Finalmente, si no quieren tener por muerto ni al malvado oculto y no declarado, que<br />

todavía no ha sido condenado por ellos, y sí en cambio al manifiesto y condenado, de<br />

suerte que quien es bautizado por él sea bautizado por un muerto y de nada le sirva ese<br />

lavado, ¿qué tendrán que decir de los que "por la boca verídica" de su "concilio plenario",<br />

como dijeron, condenaron junto con Maximiano y sus restantes ordenantes? Me refiero a<br />

Feliciano de Musti y a Pretextato de Asuras, de quienes estoy hablando, que se citan entre<br />

los doce que ordenaron a Maximiano y levantaron un altar contra el altar de los donatistas<br />

ante el que sirve Primiano.<br />

Sin duda que éstos fueron contados por ellos entre los muertos. Testimonio de ello nos da<br />

la tan conocida decisión de su concilio que fue aclamada a voz en grito al leerla en su<br />

momento para la aprobación; si nosotros se la sacamos a relucir, enmudecen, cuando lo<br />

que debían haber hecho era no celebrar su elegancia, y así no tendrían que lamentar su<br />

divulgación.<br />

Así hablan efectivamente de los maximianistas excluidos de la participación de su<br />

comunión: "Los miembros náufragos de muchos han sido arrojados por la ola de la verdad<br />

contra ásperos escollos, y a ejemplo de los egipcios las orillas están saturadas de<br />

cadáveres de los muertos, los cuales han tenido con esa muerte un castigo mayor, ya que<br />

arrancadas sus almas por las aguas vengadoras, no han podido ni siquiera encontrar<br />

sepultura".<br />

Tales son los insultos que lanzan contra sus cismáticos; hasta llegan a llamarlos muertos e<br />

insepultos. Bien que debieron anhelar fueran sepultados, y de esa manera, al pasar Optato<br />

Gildoniano con un pelotón de soldados como una ola furiosa, no engulliría después en su<br />

vorágine, de entre la multitud de cadáveres desparramados por la orilla, a Feliciano y a<br />

Pretextato.


Reintegrados sin ser bautizados de nuevo<br />

XI. 12. Yo les pregunto si al volver a su mar recobraron aquellos la vida o permanecen<br />

aún muertos allí. Si aún continúan siendo cadáveres, de nada les sirve el baño a los que<br />

son bautizados por esos muertos; y si tornaron a la vida, ¿cómo aprovecha el bautismo a<br />

quienes bautizaron antes, estando ellos muertos fuera, si se ha de entender según su<br />

pensamiento aquello de a quien es bautizado por un muerto, no le aprovecha su lavado? 18<br />

Porque no han rebautizado a quienes bautizaron Pretextato y Feliciano cuando se hallaban<br />

en comunión con Maximiano; y sin rebautizarlos, los mantienen ahora en su comunión<br />

entremezclados con los mismos que los bautizaron, esto es, con Feliciano y Pretextato.<br />

Con esta ocasión, si no fomentasen el principado de su pertinacia, sino que meditasen en<br />

la inevitable ruina de su salud espiritual, debían ciertamente estar en guardia, y<br />

recuperada la salud del alma, respirar tranquilos en la paz católica; claro, si dejan a un<br />

lado la hinchazón de su soberbia, si se sobreponen al frenesí de la terquedad y quieren ser<br />

conscientes del enorme sacrilegio que cometen contra el bautismo de las iglesias<br />

transmarinas, que según los libros sagrados son las primeras que se fundaron, a la vez<br />

que aceptan el bautismo de los maximianistas, a quienes ellos con su propia boca<br />

condenaron.<br />

¿Cómo pudieron mancharse las iglesias de ultramar?<br />

XII. 13. Por otra parte, nuestros mismos hermanos, hijos de dichas iglesias, no supieron<br />

entonces ni saben aún hoy qué es lo que pasó tantos años ha en África. Y, por tanto, los<br />

crímenes que los donatistas achacan a los cristianos de África, aunque fueran verdaderos,<br />

no podrían contaminar a aquéllos, como ignorantes que eran de los mismos. Ellos, en<br />

cambio, separados y divididos abiertamente, de los que se dice que asistieron a la<br />

ordenación de Primiano y que luego condenaron al mismo Primiano, ordenaron a otro<br />

obispo contra Primiano, bautizaron separados de Primiano, rebautizaron después de<br />

Primiano, y luego retornaron a Primiano con los suyos bautizados por ellos fuera y no<br />

rebautizados dentro por nadie. Si una unión tan Intima de los maximianistas no mancha a<br />

los donatistas, ¿cómo pudo un rumor sobre los africanos manchar a los extranjeros? Si<br />

marchan con tal acuerdo sin inculpación mutua en el ósculo de la paz las bocas de los que<br />

mutuamente se condenaron, ¿por qué los condenados por ellos en las iglesias tan alejadas<br />

de su tribunal, allende el mar, no han de ser recibidos con el ósculo de paz como fieles<br />

católicos, sino rechazados como paganos impíos? Si en bien de su unidad restablecieron la<br />

paz recibiendo a los maximianistas, lo que reprendemos en ellos es que se destruyen con<br />

su decisión, ya que tratan de reunir en bien de su propia unidad sus facciones separadas,<br />

y en cambio rechazan con desprecio reintegrar su partido en la verdadera unidad.<br />

Dos medidas: una para el partido de Donato y otra para la Iglesia universal<br />

XIII. 14. Mirando por la unidad del partido de Donato, nadie rebautiza a los bautizados en<br />

su cisma impío, y siendo reos de maldad tan abominable, que los comparan en su concilio<br />

a los antiguos autores del cisma que tragó vivos la tierra, no son castigados por su<br />

separación o son restituidos después de su condena a su primitiva dignidad. ¿Por qué,<br />

pues, en pro de la unidad de Cristo, extendida por todo el orbe, y del cual se anunció que<br />

dominará de mar a mar, desde el río hasta los confines de la tierra 19 , y cuya predicción se<br />

ve y demuestra cumplida, por qué en favor de esta unidad verdadera y plena no se<br />

reconoce la ley de aquella herencia que resuena en los conocidos libros: Te daré en<br />

herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra? 20<br />

La unidad de Donato no les obliga a recoger lo que dispersaron; pero sí les amonesta a<br />

escuchar el clamor de la Escritura. ¿Por qué no se dan cuenta de que la misericordia de<br />

Dios ha actuado sobre ellos, de modo que el acusar a la Iglesia católica de falsos<br />

crímenes, de cuyo como contagio no querían se contaminara su extraordinaria santidad,<br />

les obliga a admitir de nuevo, mediante la fuerza de Optato Gildoniano, los auténticos y<br />

tremendos crímenes, condenados, como dicen, "por la boca verídica de su concilio<br />

plenario", y a reintegrar a los criminales en su sociedad? Es hora ya de que se den cuenta<br />

de cómo están saturados de las auténticas culpas de los suyos, ellos que las inventan<br />

contra los hermanos, y que, aunque fueran verdaderas, deberían comprender de una vez<br />

cuánto debe tolerarse por la paz, y en bien de la paz de Cristo tornar a la Iglesia, que<br />

nunca condenó causas desconocidas, si en bien de la paz de Donato les plugo a ellos<br />

retirar las condenas que habían lanzado.


Deja de lado los archivos; recurre a lo que todos conocen<br />

XIV. 15. ¡Ea!, hermanos, bástenos para amonestarlos y corregirlos lo que tuvo lugar entre<br />

ellos y los maximianistas. No vamos a examinar viejos archivos, ni a desempolvar viejos<br />

armarios, ni a enviar nuestras pruebas a tierras lejanas; dejamos a un lado todos los<br />

documentos de nuestros antepasados y aportamos los testimonios que resuenan en el<br />

universo entero.<br />

El cisma de los maximianistas<br />

XV. 16. He aquí las ciudades de Musti y Asuras 16; viven aún en esta provincia quienes se<br />

separaron y aquellos de quienes se separaron; quienes erigieron un altar y aquellos contra<br />

quienes lo erigieron; quienes condenaron y quienes fueron condenados; quienes recibieron<br />

y quienes fueron recibidos; quienes fueron bautizados fuera y quienes, dentro, no fueron<br />

rebautizados. Si todo esto, hecho por la unidad, mancha, ellos, manchados, cállense ya; si<br />

por el contrario no mancha, corríjanse y pongan fin a la contienda.<br />

¿Han perdido o no el bautismo?<br />

XVI. 17. Es hora ya de que el autor de la carta se ría de sus propias palabras. Al usurpar<br />

falsa e indoctamente el testimonio que cita: A quien es bautizado por un muerto, no le<br />

aprovecha su lavado 21 , intenta demostrarnos que el traditor debe ser tenido como muerto,<br />

y añade: "Está muerto quien no mereció nacer con el bautismo verdadero, y de la misma<br />

manera está muerto el que engendrado por el legítimo bautismo se mezcló luego con los<br />

traditores".<br />

Por tanto, si los maximianistas no están muertos, ¿por qué dicen en su concilio plenario<br />

que las riberas están llenas de los cadáveres de sus muertos? Y si están muertos, ¿cómo<br />

vive el bautismo que ellos dieron? Por otra parte, si Maximiano no está muerto, ¿por qué<br />

se rebautiza después de él? Y si está muerto, ¿por qué no está muerto juntamente con él<br />

Feliciano de Musti que le ordenó, y pudo hallarse muerto un colega transmarino por<br />

comulgar con no sé qué traditor africano? Pero si él, Feliciano, también está muerto, ¿<br />

cómo vive contigo y en su compañía gente no rebautizada dentro, que fue rebautizada<br />

fuera por aquel que estaba muerto?<br />

¿Por qué no se bautizó de nuevo a los bautizados por ellos?<br />

XVII. 18. Luego añade: "La vida del bautismo no la tiene ninguno de los dos, ni el que<br />

jamás la tuvo ni el que la tuvo y luego la perdió". Por consiguiente, nunca la tuvo aquel a<br />

quien los maximianistas Feliciano o Pretextato bautizaron fuera, y ellos mismos perdieron<br />

lo que tenían. Y entonces, cuando éstos fueron recibidos con los suyos, ¿quién pudo dar a<br />

los que habían bautizado lo que no tenían, y quién les devolvió a ellos lo que habían<br />

perdido? Pero si ellos se llevaron consigo la forma del bautismo, y perdieron el valor en sí<br />

del bautismo por su perverso cisma, ¿por qué desprecias la forma misma -que siempre y<br />

en todas partes es santa- en los católicos, sin examinar su causa, y la recibes en los<br />

maximianistas a quienes habías castigado?<br />

19. Por lo que se refiere a las calumnias que le pareció bien lanzar sobre el traidor judas,<br />

¿qué nos importan a nosotros, ya que ni han demostrado que hayamos sido traditores ni,<br />

aunque se demostrara la entrega por parte de algunos, muertos en nuestra comunión<br />

antes de nosotros, podría jamás perjudicarnos a nosotros en lo más mínimo esa entrega<br />

que nosotros hemos rechazado y que tan mal nos ha parecido? Si ellos no se sienten<br />

mancillados por los crímenes que han condenado y que luego admitieron, ¿cuánto menos<br />

podemos ser mancillados nosotros, que los hemos rechazado al oírlos? Cualesquiera sean<br />

las acusaciones que lance contra los traditores, sepa que yo le acuso con las mismas<br />

palabras. Pero con esta diferencia: él ataca ante mí a uno ya muerto hace tiempo, cuya<br />

causa o proceso no he juzgado yo; en cambio, yo le presento a uno muy unido a él, a<br />

quien él condenó o al menos separó de sí por un sacrilegio de cisma y luego lo recibió con<br />

todos los honores.<br />

Los donatistas, perseguidores de los maximianistas<br />

XVIII. 20. "El más perverso de los traditores, dice, has sido tú, perseguidor y verdugo<br />

nuestro precisamente mientras observamos la Ley". Si los maximianistas observaron la


Ley cuando se separaron de ti, sin duda que tú sigues como observador de la Ley, cuando<br />

te separaste de la Iglesia extendida por todo el mundo.<br />

Y si estás hablando de las persecuciones, me apresuro a responderte: si habéis padecido<br />

algo injustamente, no afecta a quienes laudablemente soportan en pro de la paz y de la<br />

unidad a los que han realizado eso incluso injustamente. Por consiguiente, no tienes nada<br />

que reprochar al grano del Señor que soporta su paja hasta el último momento de la<br />

bielda, y de ese grano no te hubieras tú apartado nunca si como paja ligera no te hubieras<br />

dejado llevar por el viento de la tentación aun antes de la venida del beldador.<br />

Pero no dejaré esta comparación, que el Señor les planta delante para cerrarles la boca y<br />

corregirlos si tienen alguna inteligencia, o para confundirlos si perseveran en su<br />

perversidad: si son más justos los que sufren una persecución que los autores de ella, son<br />

más justos los mismos maximianistas, ya que su basílica fue destruida enteramente,<br />

fueron escarnecidos gravemente por la escolta militar de Optato y son bien conocidas las<br />

órdenes del procónsul conseguidas por los primianistas para expulsarlos a todos ellos de<br />

sus basílicas.<br />

Consiguientemente, si a pesar de detestar los emperadores su comunión, llegaron a tal<br />

audacia en la persecución de los maximianistas, ¿qué llegarían a hacer si hallándose en la<br />

comunión de los emperadores les fuera permitido hacer algo? Claro que pudieron hacer<br />

esto para corregir a los perversos; en ese caso, ¿por qué se admiran de que los<br />

emperadores católicos ordenen que sean apremiados y corregidos con mayor severidad los<br />

que pretenden rebautizar a todo el orbe cristiano? En verdad no tienen motivo alguno de<br />

disentir, ya que ellos mismos declaran que en bien de la paz debe tolerarse a los malos,<br />

aunque se les imputaran verdaderos crímenes, lo cual han practicado ellos al recibir con<br />

todos los honores y con el bautismo, recibido fuera, a los que habían condenado. Que se<br />

den cuenta de una vez qué castigo merecen de parte de las autoridades cristianas del<br />

mundo entero, ellos que se han portado como enemigos de la unidad cristiana difundida<br />

por todo el orbe. Por tanto, aunque la corrección sea ligera, que tengan al menos el pudor,<br />

para no dejarse dominar por la risa al comenzar a leer lo que ellos mismos escriben,<br />

puesto que no reconocen en sí lo que quieren se vea en los demás, ni admiten en sí<br />

mismos lo que echan en cara a los demás.<br />

Contradicción entre teoría y práctica<br />

XIX. 21. ¿Qué es lo que pretende él al citar en su carta al Señor diciendo a los judíos: Yo<br />

os envío a vosotros profetas, sabios y escribas; a unos los mataréis y los crucificaréis, a<br />

otros los azotaréis? 22 Si quieren que se les entienda a ellos bajo el nombre de profetas,<br />

sabios y escribas, y a nosotros como los perseguidores de los sabios y los profetas, ¿por<br />

qué no quieren hablar con nosotros, si han sido enviados a nosotros? Finalmente, el que<br />

escribió la carta a la que ahora respondemos, si le urgimos para que suscriba con su<br />

propia mano que ha sido el autor de ella, tal vez no lo hará; tanto temen que podamos<br />

tener algunas de sus palabras.<br />

En efecto, cuando nosotros intentamos recibir de cualquier modo que sea la última parte<br />

de esa carta, porque los que nos la dieron no pudieron transcribirla entera, ninguno de<br />

aquellos a quienes la solicitamos quiso darla, al conocer que nosotros respondíamos a esa<br />

parte que había llegado a nosotros. De esta manera, aunque leen lo que el Señor dice al<br />

profeta: Clama a voz en grito, no te moderes, y escribe con mi punzón sus pecados 23 ,<br />

estos profetas verídicos, que han sido enviados a nosotros, no temen ni evitan otra cosa<br />

con más cuidado que el que llegue a nosotros su clamor; cierto no temerían esto si dijeran<br />

algo verdadero de nosotros. No sin razón, como se dice en el salmo, la boca de los<br />

mentirosos se ha cerrado 24 .<br />

Si por otra parte no admiten nuestro bautismo, porque nosotros somos raza de víboras 25 ,<br />

según dice éste en su carta, ¿cómo pudieron aceptar el de los maximianistas, de quienes<br />

dice su propio concilio: "La matriz de un seno envenenado ocultó durante mucho tiempo el<br />

parto nocivo de la semilla viperina y los húmedos coágulos del crimen concebido se<br />

evaporaron a fuego lento, dando origen a los miembros de la serpiente? ¿No se dice<br />

también de ellos, después, en el mismo concilio: "Veneno de áspides hay bajo sus labios,<br />

maldición y amargura rebosa su boca; sus pies están prontos para derramar sangre;<br />

calamidad y miseria hay en sus caminos. El camino de la paz no lo conocieron?" 26 Y, sin<br />

embargo, mantienen en su seno con todos los honores a toda esa gente y a los que por


ellos fueron bautizados fuera de su seno.<br />

Víboras y seudoprofetas: los donatistas<br />

XX. 22. Cuanto se ha dicho sobre la raza de víboras, sobre el veneno de los áspides en sus<br />

labios y otras cosas que se dijeron contra los que no conocieron el camino de la paz, no es<br />

ni más ni menos que lo que son ellos, si quieren hablar con verdad. Esto se cumplió en<br />

ellos cabalmente cuando, por una parte, aceptaron, por la paz de Donato, el bautismo de<br />

aquellos contra quienes lanzaron semejantes ataques mediante sentencia conciliar, y<br />

repudiaron por otra, con sacrílega injuria a la paz de Cristo, el bautismo de su Iglesia<br />

extendida por todo el orbe, y de la cual nos vino la misma paz al África.<br />

¿Quiénes son, pues, más bien los seudoprofetas que se presentan con vestido de oveja y<br />

por dentro son lobos rapaces? ¿Son acaso los que no conocen a los malos en la Iglesia<br />

católica e inocentemente están en comunión con ellos, o toleran por el bien de la unidad a<br />

los que no pueden alejar de la era del Señor antes que venga el beldador? ¿O son más<br />

bien aquellos que practican en su cisma lo que reprenden en la Católica y reciben en su<br />

partido a los malos manifiestos y condenados por ellos, y de los que, en cambio, simulan<br />

huir en la unidad, en la cual deberían ser tolerados si existieran?<br />

El cisma, un mal fruto, que denota un árbol malo<br />

XXI. 23. Finalmente, se ha dicho y lo ha recordado él mismo: Por sus frutos los<br />

conoceréis 27 . Está bien; consideremos los frutos. Vosotros nos objetáis la entrega de los<br />

libros sagrados; con más razón os la objetamos nosotros.<br />

Para no divagar mucho, vuestros antepasados en el principio mismo de su cisma<br />

ordenaron a Silvano como obispo en la misma Constantina. Y éste, siendo aún subdiácono,<br />

fue declarado traditor según las actas municipales. Si vosotros presentáis algún<br />

documento contra nuestros antepasados, la equidad exige que tengamos igualmente a<br />

unos y a otros documentos por verdaderos o por falsos.<br />

Si unos y otros son verdaderos, sois sin duda reos de cisma, vosotros que habéis simulado<br />

huir, en la comunión de todo el orbe, de los crímenes que teníais precisamente en la<br />

misma parcela que vosotros habéis separado.<br />

Si unos y otros son falsos, sois sin duda reos de cisma, vosotros que os habéis dejado<br />

mancillar con el enorme crimen de la separación, basándoos en los falsos crímenes de los<br />

traditores.<br />

Ahora bien, si nosotros hemos aducido algunos documentos y vosotros ninguno, o si<br />

nosotros los aducimos verdaderos y vosotros falsos, no hay por qué discutir cuán<br />

absolutamente debéis cerrar vuestra boca.<br />

El único recurso: abrazar la paz<br />

XXII. 24. Decidme, si la santa y verdadera Iglesia de Cristo os deja convictos y<br />

derrotados, aunque nosotros no tuviéramos prueba alguna de la entrega o la tuviéramos<br />

errada, y vosotros tuvierais alguna y verdadera, ¿qué otro recurso os queda ya sino<br />

abrazar la paz, si la queréis, o callar de una vez, si no la queréis? Efectivamente,<br />

cualesquiera fueran las pruebas que podáis presentar, os diría con toda facilidad y verdad<br />

que deberíais haberlas presentado entonces a la Iglesia entera y a la unidad católica<br />

extendida ya y afirmada entre todas las gentes, de suerte que vosotros quedarais dentro y<br />

en cambio fueran expulsados de ella aquellos a quienes refutarais.<br />

Si habéis intentado hacer esto, sin duda no habéis podido probarlo, y vencidos o<br />

encolerizados os separasteis con gravísimo sacrilegio de los inocentes que no podían<br />

condenar lo incierto. Pero si no habéis intentado siquiera hacerlo, por tropezar con un poco<br />

de cizaña en África, guiados por detestable e impía ceguera, os habéis separado del trigo<br />

de Cristo que crece hasta el fin por todo el campo, es decir, por todo el mundo.<br />

Tiran piedras sobre el propio tejado<br />

XXIII. 25. Finalmente, se afirma que algunos entregaron a las llamas el Testamento en


tiempo de la persecución. Dígase claramente de dónde procede esta afirmación.<br />

Por cierto, al comienzo de las promesas del testador se lee que se dijo a Abrahán: En tu<br />

descendencia serán bendecidas todas las naciones 28 . Y la interpretación de lo que esto<br />

significa nos la da el Apóstol veraz: En tu descendencia, que es Cristo 29 . No ha habido<br />

entrega alguna que anule la fidelidad de Dios. Permaneced en la comunión de todos los<br />

pueblos, y entonces podréis gloriaros de haber liberado de la destrucción de las llamas el<br />

Testamento. Si no queréis hacerlo, ¿qué partido se ha de creer que trató de quemar el<br />

Testamento sino el que no quiere admitirlo después de publicado? ¿No está bien seguro y<br />

fuera de toda sacrílega temeridad tener por sucesor de los traditores a quien persigue al<br />

presente con su lengua el Testamento que se dice persiguieron ellos con el fuego?<br />

Nos echáis en cara que os perseguimos. Os contestan los granos del campo del Señor: "O<br />

se trató de una persecución justa, o la llevó a cabo nuestra paja". ¿Qué respuesta dais a<br />

esto?<br />

También objetáis que nosotros no tenemos el bautismo. Os contestan los mismos granos<br />

del Señor que la forma del sacramento no les aprovecha ni aun a algunos de dentro, como<br />

no le aprovechaba a Simón el Mago el bautismo 30 ; y mucho menos les aprovecha a los<br />

que están fuera, bien que permanece en ellos al separarse, como se prueba por la sencilla<br />

razón de que no se les reitera al tornar. ¿Podrás, por consiguiente, gritar con la mayor<br />

desvergüenza contra estos granos y llamarlos seudoprofetas vestidos con piel de oveja y<br />

lobos rapaces por dentro, siendo así que ellos no conocen a los malos en la unidad<br />

católica, o, si los conocen, los toleran en bien de la misma unidad?<br />

Los frutos donatistas<br />

XXIV. 26. Vamos a repasar ahora vuestros frutos. Paso por alto vuestro dominio tiránico<br />

en las ciudades y sobre todo en las propiedades ajenas; paso por alto el furor de los<br />

circunceliones y el culto sacrílego y profano de los cadáveres de los suicidas, las<br />

bacanales, embriagueces y los gemidos del África entera durante diez años bajo el dominio<br />

de sólo Optato Gildoniano; paso por alto estas cosas, porque entre vosotros mismos hay<br />

algunos que confiesan que las detestan y han detestado siempre, aunque dicen que las<br />

toleran en bien de la paz, ya que no pueden reprimirlas; claro que en esto se condenan a<br />

sí mismos, pues si amaran la paz, procurarían no romper la unidad. ¿No es una enorme<br />

demencia querer abandonar la paz donde la hay y querer mantenerla en la disensión?<br />

Hablaremos de aquellos que fingen no ver los males del partido de Donato, que todos<br />

están viendo y reprenden, y de tal modo lo fingen que dicen del mismo Optato: "¿Qué<br />

hizo?, ¿quién le acusó?, ¿quién le ha refutado? Yo no sé nada, nada he visto, nada he<br />

oído". Por causa de ellos, que fingen ignorar las cosas manifiestas, nacieron los<br />

maximianistas, para que en su actuación se les abran los ojos y se les cierre la boca:<br />

segura frente a todas las herejías desheredadas. Aunque se separan abiertamente,<br />

abiertamente levantan altar contra altar, abiertamente se les denomina en el concilio<br />

sacrílegos, víboras, veloces para derramar la sangre, comparables con Datán, Abirón y<br />

Coré; son condenados como detestables con duras palabras; y abiertamente son recibidos<br />

de nuevo en todos sus honores junto con sus bautizados.<br />

Estos son los frutos de los que hacen estas cosas por la paz de Donato, hasta cubrirse con<br />

piel de oveja, y rehúsan la paz de Cristo en el mundo entero: por dentro son lobos<br />

rapaces.<br />

Única imputación: el crimen del cisma<br />

XXV. 27. Pienso que no he dejado nada de lo que Petiliano puso en su carta, al menos de<br />

lo que he podido encontrar en la parte que ha llegado a nuestras manos; que presenten<br />

también el resto de ella; quizá allí se encuentre algo que no se pueda rechazar.<br />

Sobre la respuesta que con la ayuda del Señor hemos dado, amonesto a vuestra caridad<br />

que no sólo se la comuniquéis a quien os la pida, sino que tratéis de hacérsela llegar<br />

incluso a quienes no la solicitan. Que respondan ellos si les place, y si no quieren<br />

respondernos a nosotros, que envíen alguna carta a los suyos, pero sin que den órdenes<br />

de ocultárnosla a nosotros Y si lo hacen, bien de manifiesto ponen sus frutos, con los<br />

cuales queda muy a las claras probada su calidad de lobos rapaces vestidos con piel de


oveja 31 , que ocultamente tienden asechanzas a nuestras ovejas y temen responder<br />

abiertamente a sus pastores.<br />

Nosotros solamente les echamos en cara el crimen de cisma, en que todos están<br />

enteramente involucrados, no los crímenes de individuos particulares, que algunos de ellos<br />

responden que les desagradan. Ellos, en cambio, si no nos echan en cara crímenes ajenos,<br />

no tienen qué reprocharnos, y así no pueden en absoluto defenderse del crimen de cisma,<br />

ya que, sea por las falsas culpas inventadas por ellos, sea por las verdaderas pero que<br />

pertenecían a la paja, ellos se han separado con malvado desgarrón de la era del Señor y<br />

de la inocencia del trigo que crece en el orbe entero.<br />

Acusación de maniqueísmo<br />

XXVI. 28. Quizá esperáis de mí que refute también lo que insertó de paso acerca de<br />

Manes. Sólo me desagrada lo escrito en que apenas se atrevió a criticar, con censura<br />

ligerísima y casi nula, un error tan pestilente y pernicioso cual es la herejía de los<br />

maniqueos, herejía que la Iglesia católica rebate con las pruebas tan sólidas de la verdad.<br />

Porque la heredad de Cristo establecida entre todos los pueblos está bien segura frente a<br />

todas las herejías desheredadas. Aunque, como dice el Señor: ¿Cómo puede Satanás<br />

expulsar a Satanás? 32 Así también, cómo puede el error de los donatistas destruir el error<br />

de los maniqueos?<br />

El argumento clave: comportamiento con los maximianistas<br />

XXVII. 29. En fin, amados míos, aunque hay muchas maneras de desbaratar este error, y<br />

no osa resistir a la verdad con argumento alguno racional, sino solamente por su<br />

pertinacia descarada, no quiero, sin embargo, recargar vuestra memoria con multitud de<br />

documentos; retened solamente este hecho de los maximianistas, clavádselo en su frente,<br />

apretádselo bien contra sus bocas para reprimir sus lenguas engañosas, servíos de él<br />

como de un dardo tridente y despedazad con él su calumnia como bestia de tres cabezas.<br />

Nos reprochan la entrega, nos reprochan la persecución, nos reprochan el falso bautismo;<br />

responded a todo sólo con el argumento de los maximianistas. En efecto, ellos piensan<br />

que está oculto el que sus antepasados entregaron los libros sagrados a las llamas; pero el<br />

sacrilegio del cisma supera el crimen de la entrega: recibieron ellos con honor a los<br />

maximianistas manchados con el sacrilegio del cisma. No pueden en verdad ocultar esto.<br />

También piensan que están ocultas las persecuciones violentísimas que llevan a cabo<br />

contra todos donde pueden; pero la persecución espiritual supera a la corporal: ellos<br />

aceptaron con todos sus honores a los maximianistas, a los que persiguieron<br />

corporalmente y de los cuales dijeron: Veloces son sus pies para derramar sangre. Esto no<br />

pueden en modo alguno ocultarlo.<br />

La paz, violada por el cisma<br />

XXVIII. Sólo queda la cuestión del bautismo, con la que engañan a los desdichados, y<br />

que ellos creen estar oculta: sin embargo, tras decir que no tienen el bautismo cuantos<br />

han sido bautizados fuera de la comunión de la única Iglesia, han recibido con todos los<br />

honores a los maximianistas junto con aquellos a quienes bautizaron fuera de su<br />

comunión. Esto no pueden en modo alguno ocultarlo.<br />

30. "Pero esto, dicen ellos, hecho en bien de la paz, no mancha, y es bueno doblegar<br />

hacia la misericordia el rigor de la severidad, a fin de que las ramas desgajadas sean<br />

incorporadas de nuevo". Con lo cual queda bien claro que la causa está perdida para ellos<br />

y ganada por nosotros, ya que si se invoca, bajo cualquier forma de defensa, el nombre de<br />

la paz para tolerar en el cisma a los malos, queda violada sin duda, a través de la unidad<br />

del orbe católico, la paz verdadera con un cisma horrendo y sin defensa alguna.<br />

Amor al hombre, odio al vicio<br />

XXIX. 31. ¡Ea!, hermanos, retened todo esto para llevarlo a la práctica y predicarlo con<br />

incansable mansedumbre: amad a los hombres, destruid los errores, preciaos de la verdad<br />

sin soberbia, defended la verdad sin severidad, orad por los que tratáis de desmentir y<br />

convencer. Así ruega a Dios por esta clase de gente el profeta: Cubre sus rostros de


ignominia, y buscarán tu nombre, Señor 33 . Esto es ciertamente lo que ya hizo el Señor,<br />

cubrir clarísimamente sus rostros con la ignominia de los maximianistas. No queda sino<br />

que ellos aprendan a avergonzarse saludablemente. Así podrán buscar el nombre del<br />

Señor, de quien tan funestamente se apartaron, mientras pretenden ensalzar al suyo<br />

propio en lugar del nombre del Señor.<br />

Vivid y perseverad en Cristo, amadísimos hermanos, multiplicaos y abundad en el amor de<br />

Dios, en el amor recíproco y en el amor a todos.<br />

Libro II<br />

El método<br />

I. 1. He respondido ya bastante a la primera parte de la carta de Petiliano, que es lo único<br />

que pudimos tener a mano; bien lo recuerdan los que han podido leer u oír lo que hemos<br />

dicho. Pero más tarde los hermanos han logrado hacerse con ella entera, la han copiado y<br />

me la han enviado para que dé cabal respuesta a toda ella. No cabía rehuir este deber de<br />

mi pluma, no precisamente porque él diga algo nuevo, a lo que no se haya respondido ya<br />

muchas veces y de muchas maneras; pero como hay hermanos menos cultos, que no<br />

pueden aplicar exactamente a cada punto lo que han leído en otra parte, procuraré<br />

acomodarme a los que me fuerzan a responder a todas y a cada una de las cuestiones,<br />

alternando los discursos como si dialogáramos cara a cara.<br />

Pondré bajo su nombre las palabras tomadas de su carta, y daré la respuesta bajo mi<br />

nombre, como si al actuar fueran tomadas por estenógrafos. De esta suerte nadie podrá<br />

quejarse de que yo he pasado algo por alto o de que él no ha podido entender por no<br />

distinguir las personas; a la vez, también los mismos donatistas, que no quieren discutir<br />

delante de nosotros, no podrán eludir, mediante las cartas dirigidas a los suyos, la verdad<br />

que responde a cada una de sus afirmaciones; ni más ni menos como si hablaran cara a<br />

cara con nosotros.<br />

2. Al principio mismo de su carta dice Petiliano: "Petiliano, obispo, a los amadísimos<br />

hermanos copresbíteros y diáconos, constituidos en la diócesis como ministros del santo<br />

Evangelio junto con nosotros: la gracia y la paz a vosotros de parte de Dios nuestro Padre<br />

y del Señor Jesucristo".<br />

3. Agustín responde: Reconozco el saludo apostólico. Tú verás lo que quieres decir; eso sí,<br />

debes tener en cuenta dónde has aprendido lo que dices. Esa es la manera de saludar<br />

Pablo a los romanos, a los corintios, a los gálatas, a los efesios, colosenses, filipenses,<br />

tesalonicenses. ¿Qué clase de locura es no querer intercambiar el saludo de la paz con<br />

estas iglesias, en cuyas epístolas aprendiste el saludo pacifico?<br />

El bautismo es de Cristo<br />

II. 4. Dice Petiliano: "Nos reprochan la rebautización quienes bajo el nombre del bautismo<br />

han manchado sus almas con un bautismo culpable: todas las inmundicias son ciertamente<br />

más limpias que sus suciedades, y debido a su malicia perversa, lograron mancillarse con<br />

su propia agua".<br />

5. Contesta Agustín: Ni estamos manchados con nuestra propia agua ni somos purificados<br />

con la vuestra; el agua del bautismo, cuando se da a alguien en el nombre del Padre y del<br />

Hijo y del Espíritu Santo no es ni nuestra ni vuestra, sino de aquel de quien dijo San Juan:<br />

Sobre quien veas que baja el Espíritu como una paloma y que queda sobre él, ése es el<br />

que bautiza con el Espíritu Santo 1 .<br />

Nos da garantías la conciencia de Cristo<br />

III. 6. Petiliano: "La conciencia del que lo da es la que se ha de tener en cuenta para que<br />

purifique a la del que lo recibe".<br />

7. Agustín: Sobre la conciencia de Cristo estamos bien seguros. En cambio, si se trata de<br />

cualquier hombre, será incierta la purificación del que recibe, ya que es incierta la<br />

conciencia del que bautiza.


Cristo no es infiel<br />

IV. 8. Petiliano: "Pues quien recibe la fe de quien no la tiene, no recibe la fe, sino la<br />

culpa".<br />

9. Agustín: No es infiel Cristo, de quien el hombre fiel recibe la fe, no la culpa. El fiel cree<br />

en efecto en el que justifica al impío, a fin de que su fe le sea contada como justicia.<br />

Regenera Cristo, no el hombre<br />

V. 10. Petiliano: "Todo ser tiene su fundamento en su origen y en su raíz, y si algo no<br />

tiene cabeza es nada, y nada puede regenerar bien, si no está regenerado por buena<br />

semilla".<br />

11. Agustín: ¿Por qué quieres ponerte tú en lugar de Cristo, si no quieres someterte a él?<br />

Él es el origen, la raíz y la cabeza del que nace, respecto al cual no tememos, como de<br />

cualquier hombre, que sea fingido y detestable; que crezcamos de detestable raíz; que<br />

nos modelemos conforme a una cabeza detestable. ¿Qué hombre, en efecto, puede estar<br />

seguro del hombre si está escrito: Maldito quien pone su esperanza en el hombre? 2<br />

En cambio, la semilla que nos regenera es la palabra de Dios, esto es, el Evangelio, y por<br />

eso dice el Apóstol: He sido yo quien, por el Evangelio, os he engendrado en Cristo Jesús<br />

3 . Sin embargo, aun a los que no lo anuncian castamente les permite él anunciarlo, y se<br />

alegra en ello, porque, aunque no lo anunciaban castamente al buscar sus intereses, no<br />

los de Jesucristo, era sin embargo casto lo que anunciaban. Ya el Señor había dicho de<br />

algunos de éstos: Haced, pues, y observad lo que os digan, pero no imitéis su conducta,<br />

porque ellos dicen y no hacen 4 .<br />

Por consiguiente, si se anuncia castamente lo que es casto, aun el mismo anunciador, al<br />

asociarse a la palabra, coopera a la regeneración del creyente; mas si él no es regenerado,<br />

pero es casto lo que anuncia, nace el creyente no de la esterilidad del ministro, sino de la<br />

fecundidad de la verdad.<br />

El ministro no transmite ni su pecado ni su santidad<br />

VI. 12. Petiliano: "Siendo esto así, hermanos, ¿cuál no será la salida de tono del que<br />

pretenda hacer inocente a otro si él está cargado de culpas, cuando dice el Señor: Todo<br />

árbol bueno da buenos frutos, y todo árbol malo da frutos malos? ¿Acaso se recogen uvas<br />

de los espinos? 5 Y también: Todo hombre bueno saca el bien del tesoro de su corazón, y<br />

el hombre malo saca el mal del tesoro de su corazón" 6 .<br />

13. Agustín: El hombre, aunque no sea reo de falta alguna, no puede hacer inocente a<br />

otro, ya que no es Dios. De lo contrario, si la inocencia del bautizado dependiera de la<br />

inocencia del que bautiza, resultaría que uno sería tanto más inocente cuanto más<br />

inocente fuera el bautizante, y tanto sería menor su inocencia cuanto menor fuera la del<br />

que le bautiza. Y si se diera el caso de que quien bautiza tiene odio a alguien, se le<br />

imputaría ese odio al bautizado. Y, entonces, ¿para qué acude el desgraciado al bautismo:<br />

para que se perdonen sus pecados o para que se le atribuyan los ajenos? O ¿para que -<br />

como la nave del mercader- descargue unos y cargue otros?<br />

Por el árbol bueno y su fruto bueno, así como por el árbol malo y su mal fruto, sabemos<br />

entender los hombres la obras de cada uno, como se demuestra en las palabras citadas<br />

también por ti en seguida: Todo hombre bueno saca el bien del buen tesoro de su corazón,<br />

y el hombre malo saca el mal del mal tesoro de su corazón 7 . Pero cuando uno predica la<br />

palabra de Dios o administra el sacramento de Dios, no predica o administra de lo suyo, si<br />

es malo, sino que será adscrito a aquellos de quienes se dijo: Haced y observad lo que os<br />

digan, pero no imitéis su conducta 8 . Dicen realmente lo que es de Dios, pero hacen lo que<br />

es propio suyo. Y si es como tú dices, o sea, que los bautizados se consideran como fruto<br />

de los que los bautizan, anunciáis tremenda catástrofe a África, si han surgido tantos<br />

Optatos cuantos Optato bautizo.<br />

Interpretación de Si 34, 25<br />

VII. 14. Petiliano: "También se dice: A quien es bautizado por un muerto, no le aprovecha


su lavado 9 . No entiende aquí por bautizante a un cuerpo muerto, sin vida, ni el cadáver de<br />

un hombre groseramente presentado, sino al que no tiene el Espíritu de Dios, que por eso<br />

se compara con el muerto, como lo manifiesta en otro lugar a un discípulo. Testifica el<br />

Evangelio que dijo un discípulo suyo: Señor, déjame ir a enterrar a mi padre. Dícele Jesús:<br />

Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos 10 .<br />

El padre del discípulo no estaba bautizado, adjudicó el pagano a los paganos. Si no<br />

hubiera dicho esto referido a los infieles, un muerto no puede sepultar a otro muerto. No<br />

se trata, pues, de un muerto de cierta muerte, sino de uno herido en su vida. El que vive<br />

de tal suerte que se computa entre los reos está atormentado por una vida muerta. De<br />

consiguiente, ser bautizado por un muerto es recibir la muerte, no la vida.<br />

Hemos de tratar y decir hasta qué punto el traditor es considerado como privado de la<br />

vida. Está muerto quien no mereció nacer con el bautismo verdadero, y de manera<br />

semejante está muerto el que, engendrado por un bautismo legítimo, se mezcló luego con<br />

el traditor. Ninguno de los dos tiene la vida del bautismo, ni el que jamás la tuvo, ni el que<br />

la tuvo y la perdió. Así dice el Señor Jesucristo: Vendrán sobre él siete espíritus peores, y<br />

aquel hombre estará peor que antes 11 .<br />

15. Agustín: Investiga con mayor diligencia qué es lo que se ha dicho y cómo se ha de<br />

entender el testimonio que has aducido de la Escritura. Es manifiesto que místicamente<br />

suele llamarse muertos a todos los inicuos; pero Cristo, cuyo bautismo, que por los vicios<br />

de los hombres llamáis falso, es verdadero, está sentado vivo a la diestra del Padre y no<br />

morirá ya por la debilidad de la carne y la muerte no tendrá ya señorío sobre él 12 . El<br />

bautizado con su bautismo no es bautizado por un muerto; y si sus ministros, como<br />

operarios falsos, buscan sus intereses y no los de Jesucristo, y no anuncian castamente su<br />

Evangelio, y predican a Cristo por emulación y envidia, han de ser tenidos por muertos<br />

merced a su iniquidad; pero el sacramento del Dios vivo no desaparece ni aun en un<br />

muerto. En efecto, muerto estaba aquel Simón bautizado por Felipe en Samaría, el cual<br />

quería comprar por dinero el don de Dios, y sin embargo vivía para castigo suyo el<br />

bautismo que tenía.<br />

16. Extremadamente falso es lo que dices: "Ninguno de los dos tiene la vida del bautismo,<br />

ni el que jamás la tuvo, ni el que la tuvo y la perdió". Puedes percibir esto en que los que<br />

apostatan después del bautismo y vuelven por la penitencia, no reciben de nuevo el<br />

bautismo, que recibirían silo perdieran.<br />

¿Cómo es que bautizan vuestros muertos según ese modo de entender vuestro? ¿Acaso no<br />

están muertos los ebrios, para no hablar de otras cosas y decir lo que es conocido de<br />

todos y sucede todos los días? Ya lo dice de la viuda el Apóstol: La que está entregada a<br />

los placeres, aunque viva, está muerta 13 . Tampoco te habrás olvidado de lo que tan<br />

elocuentemente dijisteis en vuestro famoso concilio: "A semejanza de los egipcios llenas<br />

están las riberas de los cadáveres de muertos, que reciben mayor castigo en la misma<br />

muerte, ya que tras ser arrancada el alma por las aguas vengadoras, no encuentran ni<br />

siquiera sepultura".<br />

Sin embargo, ahí tenéis el caso de uno de ellos, Feliciano, que vosotros sabréis si ha<br />

revivido; cierto que con vosotros tiene dentro a los que, estando él muerto fuera, había<br />

bautizado. Por consiguiente, como es bautizado por un vivo el que es bañado por el<br />

bautismo de Cristo vivo, de la misma manera es bautizado por un muerto quien es bañado<br />

por el bautismo del muerto Saturno o de cualquier otro.<br />

Así, entre tanto podemos decir rápidamente cómo pueden entenderse sin perjuicio de<br />

ninguno de los nuestros las palabras que habéis expresado. Tomadas según lo pensáis<br />

vosotros, no tratáis tanto de libraros vosotros como de implicarnos a nosotros.<br />

El ejemplo de Judas<br />

VIII. 17. Petiliano: "Hemos de tratar, repito, y decir hasta qué punto el traditor carente<br />

de fe es considerado como privado de vida. Judas fue apóstol cuando entregaba a Cristo, y<br />

perdido el honor del apostolado, murió espiritualmente, para morir luego ahorcándose,<br />

como está escrito: Me arrepiento, dijo; he entregado la sangre del Justo, y fue y se<br />

ahorcó 14 .


El traidor pereció con la soga; dejó la soga a los que son como aquél, refiriéndose al cual<br />

clamó el Señor Jesús al Padre: Padre, he guardado a todos los que me diste, y ninguno de<br />

ellos se perdió sino el hijo de la perdición, para que se cumpliese la Escritura 15 .<br />

Tiempo ha ya David había dictado esta sentencia contra el que había de entregar a Cristo<br />

a los infieles: Que otro ocupe su cargo; queden sus hijos huérfanos y viuda su mujer 16 . He<br />

aquí la grandeza del espíritu de los profetas: vio todas las cosas futuras como presentes, y<br />

así condenaba al traidor muchísimos siglos antes de nacer. Finalmente, para que se<br />

cumpliese dicha sentencia, recibió el santo Matías el puesto de este apóstol perdido. Por<br />

ello, que ningún necio, que ningún infiel entre en discusiones. Matías no causó injusticia<br />

alguna, sino que obtuvo un triunfo al lograr por la victoria de Cristo el Señor los despojos<br />

del traidor.<br />

Tras este hecho, ¿cómo puedes reivindicar el episcopado, heredero de un traidor todavía<br />

más malvado? Judas entregó a Cristo en su cuerpo; tú con un furor espiritual has<br />

entregado el Evangelio santo a las llamas sacrílegas. Judas entregó el legislador a los<br />

infieles; tú has entregado a los hombres para que destruyesen la ley de Dios, que era<br />

como sus restos. Si amaras la ley, como los jóvenes Macabeos, te dejarías matar por las<br />

leyes de Dios, si es que se puede llamar muerte de los hombres a la que los hizo<br />

inmortales al morir por el Señor. Efectivamente, uno de aquellos hermanos increpó al<br />

tirano sacrílego con este grito de fe: Tú, criminal e impío, nos privas de la vida presente,<br />

pero el Rey del mundo, que reina para siempre y cuyo reino no tendrá fin, a nosotros que<br />

morimos por sus leyes nos resucitará a una vida eterna 17 .<br />

Si entregaras a las llamas el testamento de un difunto, ¿no serías castigado como un<br />

falsario? ¿Qué será, pues, de ti, al haber quemado la ley santísima de Dios, tu Juez?<br />

Judas, al menos en la muerte, se arrepintió de su obra; tú no sólo no te arrepientes, sino<br />

que como el traditor más perverso has sido perseguidor y verdugo para nosotros, que<br />

observamos la Ley".<br />

18. Agustín: Mira la diferencia que hay entre vuestras voces maldicientes y nuestras<br />

verídicas afirmaciones. Atiende un poco. Has exagerado el crimen de la entrega, y con<br />

palabras rebosantes de animosidad, cual improvisador elocuente, nos has comparado con<br />

Judas el hijo de la perdición.<br />

Yo te respondo a eso con poquísimas palabras: "Yo no he hecho lo que dices; yo no he<br />

entregado los libros; acusas falsamente, jamás podrás demostrar eso". ¿No se disipará<br />

acaso de pronto toda esa humareda de desmedidas palabras? ¿O intentarás acaso<br />

demostrarlo? Deberías hacer esto primero; luego podrías lanzar el cúmulo de invectivas<br />

que te pluguiera contra nosotros como convictos. Claro, esto es una ilusión; vamos a ver<br />

otra.<br />

19. Tú mismo, al hablar de la anunciada condenación de Judas, dijiste: "He aquí la<br />

grandeza del espíritu de los profetas, que vio las cosas futuras como presentes, y por eso<br />

condenaba al traidor muchísimo antes de nacer". Y no viste que la misma profecía, con<br />

una verdad firme, cierta e inconcusa, que anunció que un discípulo había de entregar a<br />

Cristo, predijo también que el mundo entero había de creer en Cristo. ¿Por qué paraste la<br />

atención en la profecía del hombre que entregó a Cristo, y no la paraste sobre el orbe por<br />

el cual se entregó Cristo? ¿Quién entregó a Cristo? Judas. ¿A quién lo entregó? A los<br />

judíos. ¿Qué es lo que le hicieron los judíos? Dice: Han taladrado mis manos y mis pies, y<br />

han contado todos mis huesos. Ellos me miran y contemplan. Se han repartido mis<br />

vestidos, y han echado suertes sobre mi túnica 18 . Lee un poco después en el mismo salmo<br />

qué valor tiene lo que se compró a tal precio: Se acordarán y se convertirán al Señor<br />

todos los confines de la tierra, y se postrarán delante de él todas las familias de las<br />

gentes, porque del Señor es el reino y él dominará a las gentes 19 .<br />

¿Quién será capaz de mencionar el resto de innumerables documentos proféticos acerca<br />

del orbe que había de llegar a la fe? Tú ensalzas la profecía porque miras en ella al hombre<br />

que entregó a Cristo, pero no ves en ella la posesión que adquirió Cristo cuando fue<br />

vendido. Aquí tienes otra ilusión; escucha la tercera.<br />

20. Entre la multitud de tus invectivas dijiste: "Si entregaras a las llamas el testamento de<br />

un difunto, ‚no serías castigado como un falsario? ¿Qué será, pues, de ti, que quemaste la<br />

ley santísima del juez divino?" Al decir esto no tuviste en cuenta una observación


interesante que debería conmoverte: ¿Cómo pudo ser que nosotros, quemando el<br />

Testamento, permaneciésemos en la misma heredad que se describe en ese Testamento,<br />

y en cambio vosotros habéis ofrecido el contraste de conservar el Testamento y perder la<br />

heredad? ¿No está escrito, en efecto, en ese Testamento: Pídeme, y te daré las gentes en<br />

heredad y en propiedad los confines de la tierra? 20 Entra en comunión con esta heredad y<br />

repróchame lo que te parezca sobre el Testamento. ¿Qué clase de demencia es que no<br />

quieras entregar el Testamento a las llamas a fin de pelear contra las palabras del<br />

testador?<br />

Nosotros, en cambio, tenemos las actas eclesiásticas y municipales, en que leemos que los<br />

traditores de los divinos códices fueron más bien los que ordenaron otro obispo contra<br />

Ceciliano; y, sin embargo, no os propinamos insultos e invectivas, ni lloramos las cenizas<br />

de las sagradas páginas en vuestras manos, ni enfrentamos los ardientes tormentos de los<br />

Macabeos a la hinchazón de vuestro sacrificio cuando decís: "Debierais entregar al fuego<br />

más bien vuestros miembros que las palabras de Dios". Pues no queremos ser tan necios<br />

que por faltas ajenas que ignoráis o reprobáis suscitemos contra vosotros un fútil<br />

estrépito.<br />

A vosotros, en cambio, os vemos separados de la comunión del orbe entero; el crimen es<br />

en extremo alarmante, manifiesto, y de todos vosotros: si intentara magnificarlo, me<br />

faltaría antes tiempo que palabras. Y si tú quieres defender esto, ¿osarás lanzar contra el<br />

orbe entero los reproches que de merecer ser lanzados suscitarían mayores acusaciones<br />

contra ti, y de no merecerlo, te quedarías tú sin defensa? ¿Por qué, pues, te enardeces<br />

contra mí sobre una entrega que no es mía ni tuya, si permanece el pacto de no<br />

reprocharnos los hechos ajenos, y que si no permanece, es más bien tuya que mía? Bien<br />

que, permaneciendo aquel pacto, pienso que puedo decir con toda justicia que debe ser<br />

tenido como cómplice del que entregó a Cristo quien no se entregó a Cristo con todo el<br />

orbe. Dice el Apóstol: Sois descendencia de Abrahán, herederos según la Promesa 21 . Y<br />

dice también: Herederos de Dios y coherederos de Cristo 22 . Y demuestra él mismo que la<br />

descendencia de Abrahán se extiende a todas las naciones según lo que se dijo a Abrahán:<br />

En tu descendencia serán benditas todas las naciones de la tierra 23 .<br />

Por esto pienso que es justo lo que pido, esto es, que consideremos un poco el<br />

Testamento de Dios, que está abierto ya tiempo ha, y tengamos por heredero del que<br />

entregó los libros sagrados a quien no encontremos como coheredero del Cristo<br />

entregado; que pertenezca al vendedor de Cristo quien niega a Cristo como redentor del<br />

orbe. Es claro: cuando después de su resurrección se apareció a sus discípulos, y al dudar<br />

ellos les presentó los miembros para que los tocaran, les dijo: Está escrito que convenía<br />

que Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y que se predicase en<br />

su nombre la penitencia y remisión de los pecados a todas las naciones, empezando desde<br />

Jerusalén 24 .<br />

¡He aquí la heredad de que os habéis privado, he aquí el heredero al que ofrecéis<br />

resistencia! ¿Es que podría perdonar a Cristo cuando caminaba en la tierra quien le<br />

contradice ya sentado en el cielo? ¿No entendéis aún que cuanto nos reprocháis a nosotros<br />

lo reprocháis a su palabra? Se promete un mundo cristiano y se le da crédito; se cumple la<br />

promesa y se le contradice. Pensad, por favor, qué es lo que debíais haber soportado por<br />

impiedad tan enorme; y sin embargo, no sé si habéis soportado algo; no lo he visto, y por<br />

mi parte no lo he hecho. Tú al menos, que hoy no sufres la violencia de mi persecución,<br />

ríndeme cuentas de tu separación. Pero tú seguirás diciendo una y otra vez, y muchas<br />

veces, cosas que, si no las demuestras, a nadie incumben, y si las demuestras, no me<br />

incumben personalmente.<br />

Los pecados personales no afectan a la descendencia de Abrahán<br />

IX. 21. Petiliano: "Rodeado como tú estás de semejantes culpas, no puedes ser verdadero<br />

obispo".<br />

22. Agustín: ¿De qué culpas? ¿Cuáles has enseñado, cuáles has demostrado? Aunque<br />

hubieras demostrado las de no sé quiénes, ¿qué tiene que ver esto con la descendencia de<br />

Abrahán, en el que son bendecidas todas las naciones?<br />

No toda persecución es condenable


X. 23. Petiliano: "¿Han perseguido los apóstoles a alguien, o ha entregado Cristo a<br />

alguien?"<br />

24. Agustín: Podría contestar que el mismo Satanás es peor que todos los hombres malos,<br />

y, sin embargo, le entrega a él el Apóstol a un hombre para destrucción de la carne, a fin<br />

de que el espíritu se salve en el día del Señor 25 , y también a otros, de quienes dice: A<br />

quienes entregué a Satanás, para que aprendiesen a no blasfemar 26 . También el Señor<br />

Jesús expulsó del templo a golpe de látigo a los malvados mercaderes, y está relacionado<br />

este hecho con el testimonio de la Escritura que dice: El celo por tu casa me consume 27 .<br />

Aquí tenemos al apóstol que entrega, a Cristo que persigue. Podría decirte a ti estas cosas<br />

y ponerte en grandes dificultades, hasta que te vieras obligado a buscar, no las quejas de<br />

los que sufren, sino el espíritu de los causantes de esos sufrimientos. Pero no te preocupes<br />

por esto; no quiero decir eso, digo que nada tiene que ver la descendencia de Abrahán,<br />

que está en todas las naciones, con lo que pudiera haberos molestado a vosotros la paja<br />

de la mies del Señor, mies que se encuentra en todas las naciones.<br />

Vosotros, por consiguiente, explicad vuestra separación, pero prestad primero atención a<br />

qué clase de individuos tenéis y que no queréis os lo echen en cara, y ved la iniquidad con<br />

que obráis al reprocharnos a nosotros los hechos ajenos, aunque demostréis vuestras<br />

afirmaciones. Según esto, no habrá motivo alguno para vuestra separación.<br />

Filiación espiritual<br />

XI. 25. Petiliano: "Pero dirán algunos: 'No somos hijos del traidor'. Sin embargo, cada uno<br />

es hijo de aquel cuya conducta sigue. En efecto, son hijos bien seguros y semejantes a sus<br />

padres los engendrados semejantes a ellos, no por esta carne mortal y esta sangre, sino<br />

por las costumbres y las obras".<br />

26. Agustín: Hasta el presente nada decías contra nosotros; ahora ya comienzas a decir<br />

algo a favor nuestro. Tu afirmación te obliga a reconocer esto: si no demuestras que<br />

nosotros, con quienes hoy tratas, somos traditores y homicidas o cosa semejante de que<br />

nos acuses, no podrá perjudicarnos en absoluto cualquier inculpación que demuestres han<br />

tenido los que nos han precedido en el tiempo; pues no podemos ser hijos de quienes<br />

tanto diferimos en los hechos.<br />

Mira hasta qué punto te has aventurado. En efecto, si llegas a convencer de alguna culpa<br />

semejante a algún contemporáneo nuestro y que vive con nosotros, en modo alguno<br />

puede perjudicar a todas las naciones que son bendecidas en la descendencia de Abrahán,<br />

y, en cambio, al separarte de ellas, te encuentras en la categoría de sacrílego.<br />

Por eso -cosa que no puede suceder- no te es licito reprochar al mundo entero de los<br />

santos no sé qué clase de antepasados -a los cuales ves como semejantes-; no puedes<br />

reprocharle eso, digo, si no conoces a todos los que existen en el mundo entero, y no sólo<br />

has aprendido sus costumbres y sus hechos, sino que has demostrado ser tan malos esos<br />

hechos como dices.<br />

Ni te servirá para nada, aunque pudieras demostrar que los que no son tales toman parte<br />

en los mismos sacramentos comunes con los que lo son: en primer lugar, porque debéis<br />

mirar bien vosotros con quiénes los celebráis, a quiénes se los dais, de quiénes los recibís,<br />

y no queréis que se os echen en cara ésos. En segundo lugar, si cuantos imitan sus hechos<br />

han de ser considerados como hijos de Judas, que fue un diablo entre los apóstoles, ¿por<br />

qué no hemos de llamar hijos de los apóstoles a los que participan no en las obras de esos<br />

pecadores, sino en los sacramentos del Señor, lo mismo que los apóstoles tomaron parte<br />

en la cena del Señor con aquel traidor? Por ello son tan diferentes de vosotros, porque<br />

conservando estos hombres la unidad, vosotros les reprocháis lo que hacéis vosotros<br />

habiendo roto esa misma unidad.<br />

Otro argumento donatista en favor de los católicos<br />

XII. 27. Petiliano: "De sí mismo les dijo el Señor Cristo a los judíos: Si no hago las obras<br />

de mi Padre, no me creáis" 28 .<br />

28. Agustín: Ya respondí antes: esto es verdadero y además en favor nuestro y en contra


de vosotros.<br />

Los hijos del diablo<br />

XIII. 29. Petiliano: "Con frecuencia reprocha a los falsarios y mentirosos con estas<br />

palabras: Vosotros sois hijos del diablo. Este fue acusador desde el principio, y no se<br />

mantuvo en la verdad" 29 .<br />

30. Agustín: Nosotros no solemos leer: Este fue acusador, sino: Este fue homicida.<br />

Indagamos cómo fue homicida el diablo desde el principio, y encontramos que dio muerte<br />

al primer hombre no sacando la espada o aplicando alguna fuerza física, sino<br />

convenciéndole que pecase y haciéndole salir de la felicidad del paraíso. Lo que era<br />

entonces el paraíso lo es ahora la Iglesia. Son, pues, hijos del diablo los que matan a los<br />

hombres llevándolos fuera de la Iglesia. Y como por las palabras de Dios sabemos dónde<br />

estuvo situado el paraíso, así conocemos por las palabras de Cristo dónde está la Iglesia.<br />

Dice: En todas las naciones, comenzando por Jerusalén 30 . Quien separa de esta totalidad<br />

a un hombre hacia cualquier parte, queda convicto como hijo del diablo y homicida.<br />

Mira ahora a quiénes se aplica la frase que pusiste al decir del diablo: Él fue acusador y no<br />

se mantuvo en la verdad. Acusáis al orbe entero de los crímenes de algunos, a quienes<br />

lograsteis más bien acusar que dejar convictos, y no permanecisteis en la verdad de<br />

Cristo. En efecto, él habla de la Iglesia extendida por todas las naciones comenzando por<br />

Jerusalén, y vosotros la situáis en el partido de Donato.<br />

Quiénes son los perseguidores<br />

XIV. 31. Petiliano: "Por vez tercera señala con las siguientes palabras la demencia de los<br />

perseguidores: ¡Raza de víboras! ¿Cómo vais a escapar a la condenación de la gehenna?<br />

Por eso, mirad: os voy a enviar a vosotros profetas, sabios y escribas: a unos los mataréis<br />

y los crucificaréis, a otros los azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad<br />

en ciudad, para que recaiga sobre vosotros toda la sangre de los justos derramada sobre<br />

la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a<br />

quien matasteis entre el santuario y el altar 31 . ¿Acaso son realmente hijos de víboras<br />

según la carne y no más bien serpientes por la mente, flageladores con su malicia<br />

trilingüe, con su contacto mortífero y su soplo venenoso? Auténticas serpientes han<br />

llegado a ser quienes con sus mordiscos han vomitado la muerte sobre los pueblos<br />

inocentes".<br />

32. Agustín: Si yo dijera que esas cosas se han referido a personas como vosotros, me<br />

responderíais: "Demuéstralo". Pues qué, ¿tú lo has demostrado? Claro que si piensas que<br />

la demostración consiste en decirlo, no es necesario repetir las mismas cosas. Léelas en tu<br />

favor y nosotros las leeremos contra vosotros: ahí tienes mi prueba también, si probar<br />

consiste en eso.<br />

Pero aprende en qué consiste una prueba. No solicito yo documentos de fuera para<br />

demostrar que sois víboras. Realmente bien viperino es no tener en la boca la solidez de la<br />

verdad, sino el veneno de la maledicencia, según está escrito: El veneno de las víboras se<br />

esconde en sus labios. Pero como esto puede aplicarlo cualquiera contra cualquiera, como<br />

si le preguntaran a quiénes se refería, añadió a continuación: A aquellos cuya boca está<br />

llena de maldición y amargura 32 .<br />

Por tanto, cuando largáis semejantes inculpaciones sobre los hombres dispersos por el<br />

mundo entero, totalmente desconocidos de vosotros, y muchos de los cuales no han oído<br />

los nombres de Ceciliano ni de Donato, y ni siquiera los escucháis al responderos en<br />

silencio: "No se refiere a nosotros nada de lo que decís, no lo hemos visto, no lo hemos<br />

oído, ignoramos completamente de qué habláis", vosotros, que no tratáis de decir sino lo<br />

que no podéis demostrar, ¿no debéis aplicaros aquello de que vuestra boca está llena de<br />

maldición y amargura? Considera ya si podéis demostrar que no sois vosotros las víboras<br />

si no demostráis que todos los cristianos de todas las naciones son traditores y homicidas<br />

y no cristianos.<br />

Aún más, aunque pudierais conocer y poner de manifiesto las vidas y hechos de cada uno<br />

de los hombres esparcidos por todo el mundo, sin embargo, al lanzar temerariamente<br />

estas inculpaciones antes de comprobarlas es viperina vuestra lengua, vuestra boca está


llena de maldición y amargura. Mostrad ya, si podéis, a qué profeta, a qué sabio, a qué<br />

escriba hemos dado muerte y crucificado y flagelado en nuestras reuniones. Fijaos en el<br />

trabajo inmenso que habéis empleado sin poder probar en modo alguno que Donato y<br />

Márculo fueron profetas o sabios o escribas, ya que no lo fueron. Aunque pudierais<br />

probarlo, ¿qué haríais para probar que nosotros hemos dado muerte a los que no hemos<br />

conocido, y cuánto menos el orbe entero al que maldecís con vuestra boca venenosa? O<br />

también, ¿cómo podéis demostrar que nosotros tenemos un ánimo semejante al de los<br />

asesinos de aquellos que ni siquiera podéis demostrar que hallaron la muerte a manos de<br />

alguien? Prestad atención a todo esto, ved si podéis demostrar algo de esto acerca del<br />

orbe de la tierra o a ese mismo orbe, y como no dejáis de maldecirle, demostráis ser<br />

verdadero en vosotros lo que falsamente lanzáis contra ellos.<br />

33. Por otra parte, si quisiéramos demostrar que vosotros sois los asesinos de los<br />

profetas, no necesitamos divagar mucho para recoger en cada lugar los estragos que los<br />

frenéticos jefes de vuestros circunceliones y las mismas catervas de los vinolentos y<br />

furiosos han producido desde el principio de vuestro cisma y no cesan de producir.<br />

Voy a tratar de cuestiones a la mano. Preséntense los divinos oráculos que nosotros y<br />

vosotros manejamos: consideremos como asesinos de los profetas a quienes encontremos<br />

que se oponen a los oráculos de los profetas. ¿Qué se puede decir con mayor brevedad y<br />

demostrar con mayor rapidez? Obraríais con mayor suavidad traspasando con las espadas<br />

las entrañas de los profetas que intentando aniquilar con la lengua las palabras de los<br />

mismos. Dice el profeta: Se acordarán y se convertirán al Señor todos los confines de la<br />

tierra 33 . Se está haciendo realidad, se está cumpliendo. Pero vosotros no sólo cerráis<br />

vuestros oídos incrédulos a lo que se dice, sino que llegáis a sacar vuestras lenguas contra<br />

todo lo que se va haciendo realidad. Escuchó Abrahán la promesa: Por tu descendencia se<br />

bendecirán todas las naciones de la tierra; y creyó y le fue contado como justicia 34 .<br />

Vosotros veis el hecho y protestáis, y no queréis que os sea contado como injusticia lo que<br />

se contaría justamente, aunque os negarais a creer no ya el hecho, sino hasta que se ha<br />

dicho. Más aún, no sólo no queréis que os sea contado como injusticia, sino que hasta<br />

queréis que se os cuente como justicia lo que soportáis por esta impiedad.<br />

Pero si no son persecuciones de los profetas las que se llevan a cabo, no con la espada,<br />

sino con la palabra, ¿por qué se dijo por boca de Dios: Hijos de los hombres: sus dientes<br />

son lanzas y saetas; su lengua, una espada afilada? 35<br />

Y ¿cuándo lograré reunir los testimonios de todos los profetas acerca de la Iglesia<br />

extendida por todo el mundo, que vosotros intentáis aniquilar y extinguir con vuestra<br />

contradicción? Pero estáis bien atrapados. Oíd: Su pregón sale por toda la tierra y sus<br />

palabras hasta los confines del orbe 36 . Y, sin embargo, voy a recoger uno solo de boca del<br />

Señor, que es testigo de los testigos: Era necesario que se cumpliera todo lo que está<br />

escrito en la Ley de Moisés, en los profetas y en los salmos acerca de mí 37 . Él mismo<br />

indica de qué se trata: Y entonces abrió sus inteligencias para que comprendiesen las<br />

Escrituras, y les dijo: Así está escrito y así convenía que Cristo padeciera y resucitara de<br />

entre los muertos y que se predicara en su nombre la conversión para perdón de los<br />

pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén 38 .<br />

Esto es lo que está escrito del Señor en la Ley, en los profetas y en los salmos; esto es lo<br />

que manifestó el mismo Señor sobre sí y sobre su Iglesia, mostrándose a sí mismo y<br />

anunciándola a ella. Qué haríais vosotros que resistís a testimonios tan claros y, como no<br />

podéis destruirlos, intentáis desfigurarlos? ¿Qué haríais vosotros si encontrarais los<br />

miembros de los profetas, vosotros que de tal suerte os enfurecéis contra sus palabras,<br />

que no escucháis al Señor, cumplidor, manifestador, expositor de los profetas?<br />

Efectivamente, en cuanto está a vuestro alcance, le golpeáis a él mismo cuando no cedéis<br />

ante él.<br />

Salmo 13, 3-4: a quién se aplica<br />

XV. 34. Petiliano: "También de vosotros habla David cuando dice, refiriéndose a los<br />

perseguidores: Su garganta es un sepulcro abierto; obraban dolosamente con sus<br />

lenguas; el veneno de áspides en los labios de aquellos cuya boca está llena de maldición<br />

y amargura; sus pies son rápidos para derramar sangre; la aflicción y la desgracia está en<br />

sus caminos, y no conocieron el camino de la paz; no existe el temor de Dios ante sus


ojos. ¿No se darán cuenta todos los que obran la iniquidad, los que devoran a mi pueblo<br />

como si fuese pan?" 39<br />

35. Agustín: Sepulcro abierto es la garganta de los donatistas, de la cual exhalan la<br />

mortalidad de sus mentiras; porque la boca mentirosa da muerte al alma 40 . Si no hay<br />

nada más verdadero que lo que dijo Cristo, que su Iglesia se extiende a todas las gentes<br />

comenzando por Jerusalén, no hay nada más mentiroso que vuestra forma de hablar: "en<br />

el partido de Donato". Son lenguas engañosas las de quienes conociendo sus propias<br />

obras, no sólo se tienen por hombres justos, sino hasta por justificadores de los hombres,<br />

puesto que de uno solo se ha dicho: Aquel que justifica al impío, y que es justo y<br />

justificador 41 .<br />

Ya hemos dicho bastante sobre el veneno del áspid y de la boca llena de maldición y<br />

amargura. También dijisteis que los maximianistas tienen los pies veloces para derramar<br />

sangre. Testimonio de ello es la sentencia de vuestro concilio plenario tantas veces citada<br />

por las actas proconsulares y municipales. Y, sin embargo, ellos, por lo que hemos oído,<br />

no causaron la muerte corporal a nadie. Os habéis dado cuenta, pues, de que también<br />

procurando una muerte espiritual derrama la sangre de las almas la espada del cisma,<br />

cosa que habéis condenado en Maximiano. Ved si no son veloces vuestros pies para<br />

derramar sangre, cuando separáis a los hombres de la unidad de todo el mundo, si habéis<br />

dicho esto justamente contra los maximianistas, porque separaron a algunos del partido<br />

de Donato.<br />

¿No conocemos acaso el camino de la paz nosotros que procuramos conservar la unidad<br />

del Espíritu en el vínculo de la paz 42 , y la conocéis en cambio vosotros que habéis<br />

resistido a las palabras de Cristo a sus discípulos después de la resurrección? Palabras tan<br />

pacíficas que comenzaban con la paz sea con vosotros 43 . Y habéis resistido a tales<br />

palabras con tal petulancia, que se os demuestra no haber dicho sino: "Lo que tú has dicho<br />

de la unidad de todas las naciones es falso, y es verdadero lo que nosotros afirmamos del<br />

crimen de todas las naciones". ¿Cómo podrían decir esto si existiera el temor de Dios ante<br />

sus ojos? Ved, por consiguiente, si diciendo esto todos los días no intentáis asesinar a<br />

dentelladas como si fuera pan al pueblo de Dios extendido por el orbe de la tierra.<br />

Quiénes son los lobos vestidos con piel de oveja<br />

XVI. 36. Petiliano: "Nos amonesta también Cristo el Señor: Guardaos de los falsos<br />

profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos<br />

rapaces. Por sus frutos los conoceréis" 44 .<br />

37. Agustín: Si te pregunto cuáles son los frutos por los que conoces que somos lobos<br />

rapaces, contestarás que son las faltas ajenas, que no han sido demostradas nunca ni aun<br />

en aquellos en que dices se encuentran. Pero si me preguntas tú por qué frutos más bien<br />

conocemos que sois vosotros los lobos rapaces, yo pongo ante tus ojos el crimen del<br />

cisma, que tú negarás, pero que yo demostraré al momento: pues no estás en comunión<br />

con todas las naciones ni con las iglesias fundadas con el trabajo apostólico.<br />

A esto puedes replicar: "No estoy en comunión con los traditores y los homicidas". A lo<br />

cual te responde la descendencia de Abrahán: "Esas culpas o no son verdaderas o no son<br />

mías". Mas dejo de momento esta cuestión; muéstrame tú la Iglesia.<br />

Ciertamente comenzará a sonar aquella voz que ya el Señor nos advirtió debíamos evitar<br />

en los seudoprofetas que hacen ostentación de su partido y se empeñan en apartarse de<br />

todos los demás: Mirad, Cristo está aquí o allí. Piensas que las ovejas de Cristo, a quienes<br />

se dijo: No lo creáis, han perdido el sentido hasta escuchar al lobo, que dice: Aquí está<br />

Cristo 45 , y no al pastor, que dama: En todas las naciones, comenzando por Jerusalén 46 .<br />

Las acusaciones gratuitas vuelven contra su autor<br />

XVII. 38. Petiliano: "Ni más ni menos, insolente perseguidor, a pesar del velo de bondad<br />

con que te cubres, a pesar del nombre de paz con que haces la guerra con tus besos, a<br />

pesar de la palabra de unidad con que tratas de seducir al género humano, hasta el<br />

presente engañas y defraudas, siendo verdaderamente hijo del diablo, delatando en tus<br />

costumbres a tu padre".


39. Agustín: Piensa que todo esto lo hemos dicho contra ti nosotros, y para que te des<br />

cuenta a quién se aplica con más propiedad, recuerda lo dicho antes.<br />

Quiénes son falsos apóstoles<br />

XVIII. 40. Petiliano: "No sorprende que te apropies ilícitamente el nombre de obispo. Tal<br />

es la costumbre del diablo: engañar precisamente así, atribuyéndose el calificativo de<br />

santidad según lo proclama el Apóstol: Nada tiene de extraño que el mismo Satanás se<br />

disfrace de ángel de luz y sus ministros de servidores de justicia 47 . Nada de sorprendente,<br />

pues, que te apropies falsamente el nombre de obispo. Así también aquellos ángeles<br />

perdidos, amantes de las doncellas del mundo, que al corromper la carne se corrompieron<br />

a sí mismos; aunque, despojados de sus virtudes divinas, habían dejado de ser ángeles,<br />

retienen, sin embargo, el nombre de ángeles y se tienen siempre por ángeles; aunque<br />

privados de la milicia divina pasaron a formar parte en el ejército del diablo hechos<br />

semejantes a él, proclamándolo así el gran Dios: No permanecerá nunca mi espíritu en<br />

estos hombres, porque son carne 48 .<br />

A estos culpables, lo mismo que a vosotros, dice el Señor: Id al fuego eterno preparado<br />

para el diablo y sus ángeles 49 . Si no hubiera ángeles malos, el diablo no tendría ángeles,<br />

a quienes el santo apóstol dice han de condenar los hombres santos en aquel juicio de la<br />

resurrección: ¿No sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? 50 Si fuesen ángeles<br />

verdaderos, no tendrían los hombres facultad para juzgar a los ángeles.<br />

Así, también los sesenta apóstoles que, dejando a los doce con Cristo el Señor, se<br />

apartaron como apostatas de la fe, todavía son tenidos como apóstoles ante ciertos<br />

hombres desgraciados, hasta tal punto que Manes y otros han enredado por su medio en<br />

variadas sectas diabólicas a muchas almas que no habían logrado atraer. Ciertamente, el<br />

desgraciado Manes, si fue apóstol en realidad, ha de ser contado entre aquellos sesenta, si<br />

su nombre de apóstol se encuentra entre los doce. En efecto, tras la elección de Matías<br />

para sustituir al traidor Judas, fue ordenado por elección de Cristo como decimotercero<br />

Pablo, que se cita a sí mismo como el último de los apóstoles, a fin de que nadie se<br />

considere apóstol después de él. Dice, en efecto: Yo soy el último de los apóstoles;<br />

indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios 51 .<br />

Y no os sintáis halagados vosotros con esta excusa: Hizo esto cuando era judío, aunque<br />

vosotros nos causáis esta persecución como si fuerais paganos. Ciertamente, vosotros nos<br />

hacéis la guerra injustamente a nosotros, que no podemos ofrecer resistencia. Pues<br />

vosotros queréis vivir dándonos muerte a nosotros, y en cambio nosotros tenemos por<br />

victoria el huir o ser matados".<br />

41. Agustín: Tú verás cómo citas los testimonios de la Escritura y cómo los entiendes; son<br />

ajenos a la cuestión debatida. Con ellos sólo tratas de demostrar que hay obispos falsos,<br />

lo mismo que ángeles falsos y falsos apóstoles.<br />

También nosotros sabemos que hay ángeles falsos, falsos apóstoles y obispos falsos, y,<br />

como dice el verdadero apóstol, falsos hermanos 52 ; pero como todo esto puede ser<br />

reprochado mutuamente por unos y otros, se hace preciso demostrar algo, no hablar sin<br />

decir nada. Para ver a quién le cuadra la inculpación de engaño, debes recordar lo que he<br />

dicho antes y lo descubrirás, y de esa manera no apareceremos enojosos a los lectores<br />

repitiendo tantas veces las mismas cosas.<br />

Por otra parte, ¿qué le afecta a la Iglesia difundida por todo el orbe cuanto has podido<br />

decir de su paja, que está con ella por todo el mundo, o lo que has dicho sobre Manes o<br />

restantes sectas diabólicas? Si no le afecta al trigo lo que se puede decir de la paja que<br />

aún está con él, ¿cuánto menos les afectarán a los miembros de Cristo esparcidos por todo<br />

el orbe los monstruos tan antigua y abiertamente de ellos desgajados?<br />

Persecución y persecución<br />

XIX. 42. Petiliano: "Cristo el Señor nos ordena: Cuando os persigan en una ciudad, huid a<br />

otra; y si también en ésta os persiguen, marchaos a otra. Yo os aseguro: no acabaréis de<br />

recorrer las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del hombre 53 . Si nos previene<br />

frente a los judíos y paganos, no debes imitar tú, blasonando de cristiano, las crueldades<br />

de los gentiles. ¿O acaso servís a Dios con la intención de que sucumbamos a vuestras


manos? Erráis, erráis, miserables, si pensáis esto; no tiene el Señor a los verdugos como<br />

sacerdotes".<br />

43 Agustín: Este huir de una ciudad a otra ante la persecución no se ha ordenado o<br />

permitido a los herejes o cismáticos, que sois vosotros, sino a los predicadores del<br />

Evangelio, al cual vosotros resistís. Esto podemos probarlo fácilmente al encontraros en<br />

vuestras ciudades sin que nadie os persiga. Es preciso, pues, que os manifestéis, y deis<br />

cuenta de vuestra separación. En cierto modo se disculpa la debilidad de la carne cuando<br />

cede a la violencia de la persecución, pero no debe ceder de esa manera la verdad ante la<br />

falsedad.<br />

Por consiguiente, si sufrís persecución, ¿por qué no dejáis las ciudades en que estáis a fin<br />

de cumplir lo que recordáis tomado del Evangelio? Y si no sufrís persecución, ¿por qué no<br />

queréis respondernos a nosotros? Si acaso teméis que vais a sufrir persecución por<br />

vuestra respuesta, ¿cómo imitáis a los predicadores a quienes se dijo: Os envío como<br />

ovejas en medio de lobos 54 , y aún: No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden<br />

dar muerte al alma? 55 Y aún más, ¿no vais contra el precepto del apóstol Pedro, que dice:<br />

Siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra fe y esperanza?<br />

56<br />

Finalmente, ¿por qué os mostráis espontáneamente malvados con vuestras bandas<br />

violentísimas contra las iglesias católicas donde podéis, como se demuestra con<br />

innumerables ejemplos con la misma realidad? Decís que defendéis vuestros locales y os<br />

enfrentáis con garrotes y asesinatos a cuantos podéis. ¿Por qué no escucháis en esos<br />

momentos la voz del Señor, que dice: Pero yo os digo: No hagáis frente al malvado? 57<br />

Cierto, puede suceder que alguna vez se resista con la fuerza corporal a los violentos sin<br />

quebrantar con ello el precepto del Señor que hemos oído: Pero yo os digo: no hagáis<br />

frente al malvado; y ¿por qué no ha de poder, sirviéndose de la fuerza ordenada y<br />

legítima, expulsar el piadoso al impío y el justo al injusto de las sedes que usurpan<br />

ilícitamente o retienen con ofensa de Dios? Tampoco sufrieron persecución los<br />

seudoprofetas de parte de Elías como la sufrió el mismo Elías de parte de rey tan injusto;<br />

ni porque el Señor fue flagelado por sus perseguidores se pueden igualar en cuanto a sus<br />

sufrimientos los que él mismo arrojó del templo a latigazos.<br />

Por consiguiente, sólo os queda confesar que lo único que debéis indagar es si os habéis<br />

separado justa o impíamente de la comunión del orbe de la tierra. Pues si se descubre que<br />

habéis obrado impíamente, no debéis admiraros si no le faltan a Dios ministros para<br />

castigaros, ya que la persecución que soportáis no procede de nosotros, sino, como está<br />

escrito, de vuestros mismos hechos 58 .<br />

El simple sufrir persecución no es criterio válido<br />

XX. 44. Petiliano: "De nuevo grita desde el cielo Cristo el Señor a Pablo: Saulo, Saulo, ¿<br />

por qué me persigues? Es duro para ti dar coces contra el aguijón 59 . Se le llamó entonces<br />

Saulo, nombre que cambiaría más tarde el bautismo. Vosotros, en cambio, no veis que sea<br />

cruel perseguir a Cristo en sus sacerdotes, cuando el mismo Señor está clamando:<br />

Guardaos de tocar a mis ungidos 60 . Calculad los cadáveres de los santos; otras tantas<br />

veces habéis matado al Cristo vivo. Finalmente, si no eres sacrílego, no puedes ser a la<br />

vez santo y homicida".<br />

45. Agustín: Justificaos a vosotros mismos de la persecución que sufrieron de vuestra<br />

parte los que se separaron de vosotros con Maximiano, y en eso encontraréis nuestra<br />

defensa. Si decís que no fuisteis vosotros los que hicisteis esto, acudimos a las actas<br />

proconsulares y municipales. Si decís que obrasteis rectamente con ellos, ¿por qué os<br />

negáis a sufrir lo mismo vosotros?<br />

Si decís: "Pero nosotros no causamos ningún cisma", investíguese esta cuestión, y hasta<br />

que no conste si es así, que nadie formule la acusación de perseguidores.<br />

Si decís que ni siquiera los cismáticos deberían sufrir persecución, pregunto si no deben<br />

ser expulsados, por los poderes establecidos, de las basílicas, en las cuales tienden sus<br />

emboscadas para seducir a los débiles.


Si decís que no debe hacerse esto, devolved primero las basílicas a los maximianistas, y<br />

así podréis tratar con nosotros. Si decís que debe hacerse, examinad ya qué es lo que<br />

deben soportar de los poderes establecidos quienes al resistirles resisten a lo establecido<br />

por Dios. Por eso dice claramente el Apóstol: No en vano lleva la espada; es vengador<br />

para castigo del que obra mal 61 .<br />

Y si averiguada con toda diligencia la verdad se descubriera que ni de parte de los<br />

tribunales públicos deben sufrir algo los cismáticos ni ser expulsados de los lugares de sus<br />

asechanzas y engaños, y dijereis que os desagrada que los maximianistas hayan sufrido<br />

esa persecución de algunos de los vuestros, ¿por qué no han de exclamar con mayor<br />

libertad los granos del Señor desde el campo del mismo Señor, esto es, desde todo el<br />

mundo: "Tampoco nos afecta a nosotros lo que hace nuestra paja, ya que nos desagrada?"<br />

Si confesáis que os basta para vuestra justificación la displicencia que os causa el mal que<br />

hacen los vuestros, ¿por qué os habéis separado? Este es el origen de que os acuse<br />

vuestra misma defensa. En efecto, si no os separáis de los inicuos del partido de Donato<br />

porque cada uno lleva su carga, ¿por qué os habéis separado de los inicuos del mundo<br />

entero, a los que juzgáis así o fingís que lo son? ¿Acaso para llevar todos de modo<br />

semejante la carga del cisma?<br />

46. A pesar de todo, os preguntamos: ¿Quiénes de los vuestros demostráis haber sido<br />

matados por nosotros? No recuerdo haya dado el emperador ley alguna ordenando vuestra<br />

muerte. Por lo que respecta a Márculo y Donato, sobre los cuales soléis fomentar vuestro<br />

mayor enojo, no se sabe -para hablar con cautela- si se precipitaron ellos mismos, como<br />

no cesáis de enseñar en cotidianos ejemplos, o si fueron precipitados por orden de alguna<br />

autoridad. Si es increíble que los jefes de los circunceliones se hayan dado a si mismos<br />

unas muertes que les son tan habituales, ¡cuánto más increíble es que las autoridades<br />

romanas hayan ordenado unos suplicios tan ajenos a sus costumbres!<br />

Si es verdad lo que decís sobre este asunto, que juzgáis tan odioso, ¿qué tiene que ver<br />

con el trigo del Señor? Que acuse la paja que voló fuera a la paja que quedó dentro; sólo<br />

en la última limpia podrá ser separada toda. Pero si es falso, ¿qué tiene de sorprendente<br />

que la paja llevada por un ligero viento de disensión persiga al trigo del Señor con falsas<br />

inculpaciones?<br />

Por todo ello, sobre esas odiosas inculpaciones os responde con voz libre y segura el grano<br />

de Cristo que ha recibido la orden de crecer junto con la cizaña por todo el campo, por el<br />

mundo entero: "Si no probáis lo que decís, a nadie le afecta esto; pero si lo probáis,<br />

personalmente no me afecta". De donde se sigue que cuantos se han separado de esta<br />

unidad del grano por las culpas de la cizaña o de la paja, no pueden defenderse, por la<br />

misma falta de la disensión y el cisma, del crimen de homicidio, ya que dice la Escritura:<br />

Quien aborrece a su hermano es homicida 62 .<br />

El ejemplo de Pablo<br />

XXI. 47. Petiliano: "Como hemos dicho, pues, el Señor Cristo gritó a Pablo: Saulo, Saulo,<br />

¿por qué me persigues? Es duro para ti dar coces contra el aguijón. Le dijo Pablo: ¿Quién<br />

eres, Señor? Y se le respondió: Soy Cristo de Nazareth, a quien tú persigues. Él entonces,<br />

temblando y estupefacto, dijo: Señor, ¿qué quieres que haga? Y el Señor a él: Levántate,<br />

entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer. Y un poco después: Saulo se levantó del<br />

suelo, y aun con los ojos abiertos, no veía nada. ¡Oh ceguera de los ojos, vengadora del<br />

furor, tú oscureces la luz del perseguidor, y sólo el bautismo te hará huir!<br />

Veamos ya lo que hizo en la ciudad: Fue Ananías, entró en la casa en que estaba Saulo, le<br />

impuso las manos y le dijo: Saulo, hermano, me ha enviado a ti el Señor Jesús, el que se<br />

te apareció en el camino por donde venías, para que recobres la vista y seas lleno del<br />

Espíritu Santo. Al instante cayeron de sus ojos unas como escamas, y recobró la vista; se<br />

levantó y fue bautizado 63 . Por consiguiente, si Pablo, liberado por el bautismo del crimen<br />

de persecución, recobró la vista inocente, ¿por qué rehúsas tú, perseguidor y traditor<br />

obcecado por un falso bautismo, ser bautizado por aquellos que tú persigues?"<br />

48. Agustín: No demuestras que es perseguidor o traditor aquel a quien quieres bautizar<br />

de nuevo. Y aunque lo demostraras de alguno, no debe ser bautizado de nuevo el tal<br />

perseguidor y traditor, si ya ha sido bautizado con el bautismo de Cristo. Cierto que Pablo


tuvo que ser bautizado, pero porque no había sido bañado nunca en tal bautismo.<br />

Por consiguiente, no se asemeja en nada a lo que tratáis con nosotros lo que te ha<br />

parecido bien traer a colación sobre Pablo. Pero si no hubieras aducido este pasaje, no<br />

habrías encontrado oportunidad para esa pueril declamación: "¡Oh ceguera de los ojos,<br />

vengadora del furor, a la que sólo el bautismo hará huir!" ¡Con cuánta mayor fuerza hay<br />

que exclamar contra vosotros: "¡Oh ceguera, vengadora del furor, que, no comparada con<br />

Pablo, sino con Simón, no se aparta de vosotros ni aun recibido el bautismo!" Pues si los<br />

perseguidores deben ser bautizados por los perseguidos, Primiano ha de ser bautizado por<br />

los maximianistas, a los que tan duramente persiguió.<br />

El ejemplo de Judas<br />

XXII. 49. Petiliano: "Vosotros aducís constantemente aquel pasaje: Dijo Cristo a los<br />

apóstoles: El que se ha bañado una vez no necesita lavarse sino los pies; está del todo<br />

limpio. Si analizas cabalmente estas palabras, quedas preso de las que siguen, ya que el<br />

Señor habló así: El que se ha bañado una vez no necesita lavarse sino los pies; está del<br />

todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos 64 . Dijo esto aludiendo a Judas,<br />

que le había de entregar. Por consiguiente, seas como seas, si te has hecho traditor,<br />

perdiste el bautismo.<br />

En fin, después de la condenación del apóstol que entregó a Cristo, confirmó a los once<br />

con mayor plenitud: Vosotros estáis ya limpios gracias a la palabra que os he anunciado.<br />

Permaneced en mí, y yo en vosotros 65 . Y de nuevo dijo a estos once: Os doy mi paz, os<br />

dejo mi paz 66 .<br />

Estas palabras fueron dichas, según indicamos, a los once apóstoles después de la<br />

condenación del traidor; así vosotros, traidores como él, no tenéis la paz y el bautismo".<br />

50. Agustín: Si el traditor ha perdido el bautismo, cualquiera de los bautizados por<br />

vosotros que se haya hecho después traditor debe ser bautizado de nuevo si quiere volver<br />

a vosotros. Si no hacéis esto, bien claramente indicáis ser falso el principio que ponéis:<br />

"Por consiguiente, seas como seas, si te has hecho traditor, perdiste el bautismo". Si, en<br />

efecto, lo perdió, debe recibirlo a su vuelta; pero si vuelve y no lo recibe, señal es que no<br />

lo había perdido.<br />

Además, si se dijo a los apóstoles: Vosotros ya estáis limpios 67 y mi paz os dejo 68 ,<br />

porque había salido ya de allí el traidor, no era tan pura y pacífica aquella cena de<br />

sacramento tan grande, la cena que les dio a todos antes de salir aquél. Si os atrevéis a<br />

afirmar esto cerrando los ojos, ¿qué haremos sino exclamar más bien nosotros: "Oh<br />

ceguera vengadora del pudor, propia de quienes pretenden ser maestros de la Ley, como<br />

dice el Apóstol, sin entender lo que dicen ni sobre quiénes lo afirman!" 69<br />

Si la ceguera de la pertinacia no se lo impidiera, no sería tan difícil comprender que no dijo<br />

el Señor estando presente Judas: "No estáis limpios aún", sino: Vosotros ya estáis limpios.<br />

Y añadió: No todos, porque se hallaba allí uno que no estaba limpio. Si éste mancillara a<br />

los demás con su presencia, no se les diría: Vosotros ya estáis limpios, sino, como dije,<br />

"aún no estáis limpios". Pero cuando hubo salido aquél, les dijo: Vosotros ya estáis<br />

limpios, sin añadir "pero no todos", porque había salido ya aquel con cuya presencia, como<br />

se les dijo, estaban limpios, aunque no todos, porque estaba allí aquel inmundo.<br />

Con estas palabras, por consiguiente, más bien declaró el Señor que en una determinada<br />

reunión de hombres que participan en los mismos sacramentos no puede la inmundicia de<br />

algunos perjudicar a los limpios. En verdad, si pensáis que existen entre nosotros algunos<br />

semejantes a Judas, apostrofadnos con aquellas palabras: "Estáis limpios, pero no todos".<br />

Pero no decís esto, sino que a causa de algunos inmundos decís: "Sois todos inmundos".<br />

No fue esto lo que dijo el Señor a los discípulos estando presente Judas, y, por<br />

consiguiente, quien dice esto no aprendió del buen Maestro lo que dice.<br />

El bautismo de sangre<br />

XXIII. 51. Petiliano: "Si nos achacáis a nosotros el administrar dos veces el bautismo,<br />

más bien sois vosotros los que lo hacéis al matar a los bautizados. Y no precisamente<br />

porque bauticéis, sino porque cuando matáis a uno, lo hacéis bautizarse en su propia


sangre. En efecto, el bautismo del agua o del espíritu arrancado por la sangre del mártir<br />

viene a ser como otro bautismo.<br />

De este modo, el Salvador, bautizado primeramente por Juan, declaró que tenía que ser<br />

bautizado de nuevo, no ya por el agua o el espíritu, sino por el bautismo de su sangre en<br />

la cruz de la pasión, como está escrito: Se acercaron a él dos discípulos, los hijos de<br />

Zebedeo, y le dijeron: Señor, cuando vengas a tu reino, haz que nos sentemos el uno a tu<br />

derecha y el otro a tu izquierda. Jesús les respondió: Cosa difícil pedís. ¿Podéis beber el<br />

cáliz que yo he de beber y ser bautizados con el bautismo con que yo he de ser bautizado?<br />

Le contestaron: Sí que podemos. Les dice Jesús: El cáliz que yo he de beber, lo beberéis, y<br />

con el bautismo con que yo he de ser bautizado seréis bautizados vosotros 70 , y lo demás.<br />

Si existen estos dos bautismos, nos alabáis con vuestra animosidad; lo confesamos. Pues<br />

cuando matáis nuestros cuerpos, no repetimos el bautismo, sino que somos bautizados<br />

como Cristo en nuestro bautismo y nuestra sangre. Avergonzaos, avergonzaos,<br />

perseguidores: hacéis semejantes a Cristo a los mártires, a quienes después del agua del<br />

verdadero bautismo los bañó su sangre como otro bautista".<br />

52. Agustín: Ante todo respondemos rápidamente: No somos nosotros los que os<br />

matamos, sois vosotros los que os dais una verdadera muerte cuando os cortáis de la viva<br />

raíz de la unidad. Además, si todos los que mueren son bautizados con su sangre, serán<br />

tenidos como mártires los salteadores, inicuos, impíos, depravados que mueren<br />

condenados, ya que mueren bautizados en su sangre. Y si no son bautizados en su sangre<br />

sino los que mueren por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos 71 , considera<br />

que primero hay que investigar por qué motivo sufrís, y luego qué es lo que sufrís. ¿Por<br />

qué se os llena la boca antes de encontrar defensa para los hechos? ¿Por qué vuestra<br />

lengua se alborota antes de dar pruebas con una vida santa? Si has originado un cisma,<br />

eres un impío; si eres un impío, mueres como un sacrílego, ya que eres castigado por tu<br />

impiedad. Si mueres como un sacrílego, ¿cómo puedes ser bautizado con tu sangre? Acaso<br />

digas: "No he hecho un cisma". Indaguemos, pues, esto: ¿por qué gritas antes de probar?<br />

53. ¿Dices acaso: "aunque sea un sacrílego, no eres tú quién para matarme?" Una cosa es<br />

la atrocidad de mi acción, que jamás pruebas con veracidad, y otra la del bautismo de tu<br />

sangre, de que tan falazmente blasonas.<br />

En realidad, ni yo te doy muerte ni demuestras que alguien te mata, ni, aunque lo<br />

demostraras, tengo yo nada que ver con quien te dé muerte, ya haya obrado justamente a<br />

tenor de legítima potestad que le haya dado el Señor, ya, como la paja de la mies del<br />

Señor, haya realizado el crimen llevado de un mal deseo.<br />

De la misma manera no tienes tú que ver con los que en tiempos recientes, con intolerable<br />

prepotencia y refuerzo de soldados, no porque temiesen a alguien, sino para ser temidos<br />

por todos, han oprimido a las viudas, han arruinado a los huérfanos, han dispuesto de<br />

patrimonios ajenos, han roto matrimonios, han administrado los bienes de los inocentes,<br />

se han repartido con los dueños, presos del dolor, el precio de sus bienes vendidos. Podría<br />

parecerte que es invención mía si no se conociera, sin mencionarlo, el nombre de aquel a<br />

que me refiero.<br />

Si esto es verdad, como no os afectan a vosotros estas cosas, de la misma manera,<br />

aunque dijeras verdad, no nos afecta a nosotros lo que dices. Pero si el falso rumor ha<br />

mentido sobre aquel colega vuestro justo e inocente, en modo alguno se debe dar crédito<br />

al rumor que se ha esparcido referente a hombres inocentes como si se tratara de<br />

traditores de códices o de asesinos.<br />

Se añade a esto que cito un hombre que vivió con vosotros, cuyo natalicio celebrabais con<br />

tanta concurrencia, a quien dabais el ósculo de la paz en la celebración de los<br />

sacramentos, en cuyas manos depositabais la Eucaristía, a quien mutuamente tendíais<br />

vuestras manos, cuyos oídos sordos entre tales gemidos del África temíais ofender con la<br />

libertad de vuestra expresión; a éste, no sé quién de los vuestros se dirigió indirectamente<br />

con toda cortesía diciéndole que tenía al conde por un Dios y era celebrado por ello con<br />

gran alabanza.<br />

Tú, en cambio, nos reprochas a nosotros los hechos de aquellos con quienes no hemos<br />

vivido, cuyo rostro no hemos visto, en cuya época o éramos unos niños o quizá no


habíamos nacido. ¿Qué clase de iniquidad o perversidad es querer imponernos a nosotros<br />

las cargas de los desconocidos, siendo así que vosotros no queréis llevar las de los<br />

amigos? Clama la divina Escritura: Veías a un ladrón, y corrías con él 72 . Si no te ha<br />

contaminado a ti aquel a quien has visto, ¿por qué me echas en cara los hechos de aquel<br />

que ni siquiera pude ver?<br />

¿Dirás acaso: "No corrí con él, porque sus acciones me desagradaban?" Sin embargo, te<br />

acercabas con él al altar. ¡Ea!, para defenderte procura distinguir estas cosas y decir que<br />

una cosa es concurrir al pecado, como concurrieron los dos ancianos tendiendo asechanzas<br />

a la castidad de Susana, y otra muy distinta recibir el sacramento del Señor con el ladrón,<br />

como participaron los apóstoles con Judas en aquella primera cena.<br />

Ves cómo te defiendo; pero ¿por qué no te fijas cuánto más fácilmente se absuelve con<br />

esta defensa tuya a las naciones y confines de la tierra por donde se extiende la herencia<br />

de Cristo? Si pudisteis ver a un ladrón y acercarte al sacramento junto con el ladrón que<br />

viste, y, sin embargo, no participar en su pecado, ¿no pudieron las naciones remotísimas<br />

quedar totalmente ajenas a las malas acciones de los africanos traditores y perseguidores,<br />

aun suponiendo que dijerais y evidenciarais cosas verdaderas, aunque tuvieran con ellos<br />

en común la celebración de los sacramentos?<br />

A lo mejor replicas: "Yo vi en aquél al obispo, pero no al ladrón". Tú verás. Acepto incluso<br />

esta defensa, y en ella queda absuelto también de vuestras inculpaciones el orbe de la<br />

tierra. Si, en efecto, os fue lícito a vosotros desconocer la vida de un hombre conocido, ¿<br />

por qué no se permite al mundo entero ignorar a los desconocidos? Claro, a lo mejor les<br />

está permitido a los donatistas ignorar lo que no quieren saber, y a las naciones no se les<br />

permite ignorar lo que no pueden saber.<br />

54. ¿Dices acaso: "Una cosa es un robo y otra la entrega y la persecución?" Efectivamente<br />

es cosa diferente, aunque no nos vamos a esforzar en demostrar en qué difieren. Presta<br />

atención, que abreviaré. Si aquel ladrón no te hizo ladrón porque te desagrada el robo, ¿<br />

quién pudo convertir en traditores u homicidas a aquellos que no aceptan la entrega o el<br />

homicidio?<br />

Por tanto, confiesa primero que tú participas en la misma maldad de Optato, a quien<br />

conocías, y al menos entonces podrás reprocharme la maldad de los que yo no conocía. Y<br />

no me digas: "Pero aquéllas eran faltas graves, y éstas son insignificantes". Primero has<br />

de confesar de ti esas pequeñeces, no precisamente para que yo las confiese también,<br />

sino para permitirte decir no sé qué enormidades de mí.<br />

El tal Optato que tú conocías, ¿te hizo ladrón, puesto que fue tu colega, o no te hizo?<br />

Contesta uno de los dos extremos. Si dices: "No me hizo", pregunto por qué no te hizo. ¿<br />

Porque no lo fue él, o porque no lo conociste como tal, o porque te desagradó? Si dices<br />

que no lo fue él, con mayor razón no debemos admitir que fueron tales cuales los referís<br />

aquellos que nos echáis en cara. En efecto, si sobre Optato no se debe admitir lo que dicen<br />

los cristianos, paganos y judíos, y finalmente lo que dicen los nuestros y aun los vuestros,<br />

¡cuánto menos digno de crédito es lo que vosotros decís de alguno!<br />

Si respondes que lo ignoras, te responderán todas las naciones: "Mucho más ignoramos<br />

nosotros lo que nos echas en cara sobre ellos".<br />

Si dices que te desagradó, te responderán con el mismo tono de voz: "Aunque tú no hayas<br />

demostrado nunca esos hechos, a nosotros nos desagradan".<br />

Pero si dices: "Me hizo ladrón el Optato que conocía, porque fue mi colega y solía<br />

acercarme al altar con él cuando cometía esas maldades, pero no me importa, porque se<br />

trata de una falta ligera; en cambio, a ti te hicieron aquéllos traditor y homicida", a esto<br />

respondo que no admito haber sido hecho traditor u homicida por los pecados ajenos,<br />

porque tú hayas confesado que el pecado ajeno te hizo ladrón; no es, en efecto, nuestro<br />

juicio, sino tu boca la que te ha hecho ladrón. Nosotros decimos que cada uno lleva su<br />

propia carga según el testimonio del Apóstol; y tú sometiste voluntariamente tus hombros<br />

a la carga de Optato no por haber cometido el hurto o haber consentido en él, sino porque<br />

pensaste que te afectaba a ti lo que otro había hecho.<br />

Dice el Apóstol al tratar de los alimentos: Bien sé, y estoy persuadido de ello en el Señor


Jesús, que nada hay de suyo impuro; a no ser para el que juzga que algo es impuro; para<br />

ése sí lo hay 73 . Por la misma regla se puede afirmar que los pecados ajenos no afectan a<br />

aquellos a quienes desagradan, pero si alguno piensa que le afectan a él, le afectan. De<br />

esta forma tú no puedes tenernos por traditores u homicidas, aunque llegues a demostrar<br />

esos extremos de los que comulgan con nosotros en los sacramentos; en cambio, a ti,<br />

aunque te desagrade lo que ha hecho Optato, te consideramos justamente ladrón, y no<br />

por calumnia nuestra, sino según tu opinión.<br />

Y no debes pensar que esto es leve. Escucha al Apóstol: Ni los ladrones heredarán el reino<br />

de Dios 74 . Y los que no poseerán el reino de Dios, no estarán ciertamente a la derecha<br />

entre aquellos a quienes se dirá: Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino<br />

preparado para vosotros desde la creación del mundo 75 . Y si no estarán allí, ¿dónde<br />

estarán sino a la izquierda? Por tanto, entre aquellos a quienes se dirá: Id al fuego eterno<br />

preparado para el diablo y sus ángeles 76 .<br />

Así que en vano te tranquilizas juzgando leve un pecado que separa del reino de Dios y<br />

envía al fuego eterno. Cuánto mejor sería que acudieras a una humilde confesión y<br />

dijeras: "Cada uno de nosotros llevará su propia carga y el bieldo postrero separará la<br />

paja del trigo!"<br />

55. Naturalmente estás temiendo se te lance esta recomendación: "¿Por qué, mientras<br />

tratáis de imponer cargas ajenas a los otros, habéis osado vosotros separaros, antes de la<br />

postrera bielda, de la mies del Señor extendida en todo el mundo?" Así, pues, vosotros, a<br />

quienes desagradan los hechos de los vuestros, mientras procuráis que no se os reproche<br />

el cisma que habéis cometido todos, os implicáis en los pecados que no habéis hecho<br />

vosotros; y mientras el elocuente varan Petiliano teme se pueda decir que no soy tal cual<br />

juzga él que fue Ceciliano, se ve forzado a decir que él es tal cual conoce que fue Optato.<br />

¿O no eres tú acaso tal cual proclama el África entera que fue aquél? Nosotros, pues, no<br />

somos lo que aquellos que nos echáis en cara, o lo que sospecha vuestro error, o calumnia<br />

el furor, o demuestra la verdad; y mucho menos son tales, a través de todas las naciones,<br />

los granos del Señor que no han oído ni el nombre de ésos.<br />

Así, no hay motivo alguno para que perezcáis con semejante crimen de separación y<br />

sacrilegio de cisma. Y, no obstante, si soportáis algo según el juicio divino por tan grande<br />

impiedad, llegáis a afirmar que sois bautizados en vuestra propia sangre, como si fuera<br />

poco no llorar la separación si no os gloriáis también del castigo.<br />

El ministro del bautismo<br />

XXIV. 56. Petiliano: "Pero vosotros insistís en lo de siempre: El que se ha bañado una vez,<br />

no necesita lavarse sino los pies 77 . Una vez significa lo que tiene un autor; una vez<br />

significa lo que establece la verdad".<br />

57. Agustín: El bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo tiene como<br />

autor a Cristo, no a un hombre cualquiera, y así la verdad es Cristo, y no cualquier<br />

hombre.<br />

El ministro pecador<br />

XXV. 58. Petiliano: "Puesto que tú, siendo reo, realizas acciones falsas, no puedo yo<br />

repetir el bautismo que tú no has dado ni una vez".<br />

59. Agustín: Tú no demuestras nuestra culpabilidad, y, si es falso el bautismo dado por un<br />

culpable, no tienen el verdadero bautismo cuantos son bautizados por quienes entre<br />

vosotros son culpables, no sólo manifiestos, sino también ocultos. Pues si da algo divino el<br />

que da el bautismo, siendo ya culpable ante Dios, ¿cómo da algo de Dios si el culpable no<br />

da el bautismo verdadero? De esta forma esperáis que sea culpable para vosotros como si<br />

lo que va a dar fuera vuestro.<br />

El bautismo verdadero<br />

XXVI. 60. Petiliano: "Si mezclas cosas verdaderas y falsas, con frecuencia la verdad imita<br />

con ciertos rasgos lo falso. Así, ni más ni menos, la pintura imita al hombre como es, y


mediante los colores, una falsa apariencia de verdad imita lo verdadero; así la tersura del<br />

espejo recoge el rostro y lo presenta a los ojos del que mira; así presenta al que se acerca<br />

sus propios rasgos, de suerte que la imagen del que viene sale a su encuentro, y tal poder<br />

tiene la limpia ilusión, que los mismos ojos que se miran se conocen a sí mismos como si<br />

estuvieran en otro. Lo mismo la imagen de la sombra, cuando se detiene, duplica las cosas<br />

en gran parte separando, gracias a su engaño, la unidad. ¿Acaso es verdadero porque<br />

engaña la imagen?<br />

Pero una cosa es pintar a un hombre y otra engendrarlo. En efecto, ¿quién pinta niños<br />

falsos al padre que desea hijos, o quién puede esperar verdaderos herederos con la falacia<br />

de la pintura? Ciertamente es propio de espíritu demente abandonar lo que es verdadero y<br />

amar la pintura".<br />

61. Agustín: Pero ¿no te avergüenzas de tratar como falso el bautismo de Cristo aunque<br />

se encuentre en el hombre más falaz? Lejos de mí el pensar que gracias a vuestros<br />

dicterios ha perecido el trigo del Señor, que recibió la orden de crecer entre la cizaña por<br />

todo el campo, es decir, este mundo, hasta la cosecha, que es el fin del mundo. Es más, ¿<br />

hay quien ose llamar falso el bautismo que se da y se recibe en el nombre del Padre y del<br />

Hijo y del Espíritu Santo, incluso en la misma cizaña que se mandó no recoger, sino tolerar<br />

hasta el fin, y lo mismo en la paja, que sólo será totalmente separada en la última limpia?<br />

Habéis depuesto de su cargo a algunos de vuestros colegas o presbíteros convictos por el<br />

testimonio de mujeres embarazadas: realmente en todas partes existen ejemplos de esto.<br />

Yo pregunto: ¿eran falsos o veraces antes ya de quedar convictos? Responderás<br />

seguramente: "Falsos". ¿Cómo entonces tenían y daban el verdadero bautismo? ¿Cómo en<br />

ellos la falacia humana no corrompía la verdad divina? ¿No está escrito con toda verdad:<br />

El Espíritu Santo, que educa, huye del que finge 78 . Si el Espíritu Santo huía de estos<br />

fingidos, ¿cómo permanecía en ellos la verdad del bautismo sino porque el Espíritu Santo<br />

huía de la falacia de los hombres, no de la verdad del sacramento?<br />

Por otra parte, si hasta los mentirosos tienen el bautismo verdadero, el que lo tiene,<br />

aunque sea recibido del bautizador más taimado, tiene el mismo bautismo que tienen los<br />

verdaderos. De donde es preciso adviertas que tu lenguaje está más bien salpicado de<br />

coloridos pueriles y por eso, dejando a un lado la palabra viva, se deleita en semejantes<br />

afeites y queda convicto de amar la pintura en vez de la verdad.<br />

El único bautismo<br />

XXVII. 62. Petiliano: "Pero dice el apóstol Pablo: Un solo Señor, una sola fe, un solo<br />

bautismo 79 . Nosotros confesamos uno solo; es cierto que están fuera de su juicio los que<br />

reconocen dos".<br />

63. Agustín: Contra vosotros va esto que decís, aunque en vuestro desvarío lo ignoráis.<br />

Quienes afirman que hay dos bautismos son aquellos que piensan que los justos tienen<br />

uno y otro los malvados, cuando el bautismo no es de los unos ni de los otros, sino de<br />

Cristo, uno mismo en unos y otros, aunque ellos no formen unidad; claro que, siendo uno,<br />

éstos lo tienen para su salud, aquéllos para su perdición.<br />

La realidad y la apariencia<br />

XXVIII. 64. Petiliano: "Voy a usar una comparación: Los insensatos pueden ver un sol<br />

doble cuando se forma una nube oscura y su aspecto empañado, herido por el brillo al<br />

reflejo de los rayos del sol, parece emitir sus rayos propios; así, ni más ni menos, en la fe<br />

del bautismo una cosa es buscar imágenes y otra el conocer la verdad".<br />

65. Agustín: Me pregunto: ¿Qué es lo que dices? Cuando una nube oscura refleja herida<br />

los rayos del sol, ¿sólo a los insensatos aparecen dos soles y no a todos los que miran?<br />

Claro que cuando a los insensatos les parece así, sólo a ellos les parece. Pero si no llevas a<br />

mal mi advertencia, mira más bien no sea precisamente signo de demencia decir y hablar<br />

tales cosas. Esto es, tú quisiste decir que los justos tienen la verdad del bautismo, y los<br />

pecadores la apariencia.<br />

Si es así, me atrevo a afirmar que la imagen se encontraba en aquel famoso personaje<br />

vuestro que no tenía por dios a Dios sino a un conde, y en cambio la verdad se hallaba en


ti o en aquel que tan elegantemente se expresó sobre él al decir: tiene al conde por dios.<br />

Distinguid a los que bautizó cada uno; reconoced en unos el bautismo verdadero, y excluid<br />

de los otros la imagen e introducid la verdad.<br />

Falsarios<br />

XXIX. 66. Petiliano: "Vamos a examinar pequeños detalles: ¿Puede hacer justicia el que<br />

no es magistrado de la curia, o es conforme a derecho lo que diga una persona privada<br />

cuando subvierte los derechos públicos? ¿O no sucede más bien que el culpable no sólo no<br />

aprovecha nada, sino que con lo que hace es considerado como un falsario?"<br />

67. Agustín: Pues qué, si este privado y falsario transmite a alguien alguna orden del<br />

emperador, ¿acaso el destinatario, al compararla con los que la tienen y descubrir que es<br />

auténtica, parará su atención en quién se la entrega y no en lo que recibe? Cuando el<br />

falsario da algo procedente de su falsedad, es falso lo que da; en cambio, cuando se da<br />

algo ajeno que es verdadero, aunque se dé por medio de un falsario, puede éste no ser<br />

veraz, pero es verdadero lo que da.<br />

La verdad no deja de serlo porque la proclame un pecador<br />

XXX. 68. Petiliano: "Otro caso: Si alguien retiene en la memoria las fórmulas religiosas del<br />

sacerdote, ¿es acaso sacerdote porque recita con boca sacrílega la fórmula religiosa del<br />

sacerdote?"<br />

69. Agustín: Hablas ahora como si buscáramos quién es verdadero sacerdote y no cuál es<br />

el verdadero bautismo. Pues para ser uno verdadero sacerdote es preciso que se revista<br />

no sólo del sacramento, sino también de la justicia, como está escrito: Tus sacerdotes se<br />

vistan de justicia 80 . En cambio, el que es sacerdote con el solo rito sacramental, como lo<br />

fue el pontífice Caifás, perseguidor del único y verdadero Sacerdote, puede muy bien no<br />

ser veraz; en cambio, es verdadero lo que da, si no da de lo suyo, sino de lo de Dios,<br />

como se dijo del mismo Caifás: Esto no lo dijo por su propia cuenta, sino que, como era<br />

Sumo Sacerdote, profetizó 81 .<br />

No obstante, para servirme de la comparación que tú mismo has aducido, si oyes aun de<br />

un profano una oración sacerdotal acomodada a las palabras y enseñanzas evangélicas, ¿<br />

puedes acaso decirle: "No es verdadera", aunque él no sea ni verdadero ni real sacerdote,<br />

cuando el apóstol Pablo dijo que era verdadero cierto testimonio de no sé qué profeta<br />

cretense que no se contaba entre los profetas de Dios? Dice así: Uno de ellos, profeta<br />

suyo, dijo: Los cretenses son siempre mentirosos, malas bestias, vientres perezosos. Este<br />

testimonio es verdadero 82 . Por consiguiente, si el Apóstol confirmó el testimonio de no sé<br />

qué profeta extranjero porque lo encontró verdadero, ¿por qué nosotros, cuando<br />

encontramos en alguien lo que es de Cristo y es verdadero, aunque aquel en quien se<br />

encuentra sea perverso y falaz, no separamos el vicio propio del hombre y la verdad que<br />

no tiene de sí, sino de Dios, y decimos: "Este sacramento es verdadero", lo mismo que<br />

dice Pablo: Este testimonio es verdadero?<br />

¿Acaso al decir "este sacramento es verdadero", afirmamos por ello "también este hombre<br />

es veraz?" Lo mismo que el Apóstol, ¿acaso contó entre los profetas de Dios a aquel<br />

profeta al afirmar que era verdad lo que descubrió en él?<br />

Igualmente el mismo Apóstol, hallándose en Atenas, entre los altares de los demonios<br />

encontró un altar en el que estaba escrito: Al dios desconocido; tomó este testimonio para<br />

instruirlos en Cristo, citándolo en un discurso y añadiendo: al que adoráis sin conocer, ése<br />

os vengo yo a anunciar 83 . ¿Acaso por haber encontrado entre los altares de los ídolos un<br />

altar levantado por los mismos sacrílegos condenó o rechazó por eso lo que allí había de<br />

verdadero, o, al revés, por lo verdadero que en altar había leído recomendó el<br />

seguimiento de los sacrificios de los paganos?<br />

Y luego, cuando trata de darles a conocer, según le parecía oportuno, al mismo Dios<br />

desconocido para ellos y conocido por él, les dice entre otras cosas: No se encuentra lejos<br />

de cada uno de nosotros; pues en él vivimos, nos movemos y existimos, como han dicho<br />

algunos de los vuestros 84 . ¿Acaso él, al encontrar testimonios de la verdad entre los<br />

impíos, aprobó a estos en atención a aquellos testimonios o condenó estos testimonios por<br />

causa de aquellos hombres?


En cambio, vosotros erráis necesariamente siempre, ya en cuanto profanáis los<br />

sacramentos de Dios a causa de los pecados de los hombres, ya cuando pensáis que<br />

nosotros, en atención a los sacramentos de Dios, que no queremos profanar en vosotros,<br />

aceptamos también el sacrilegio de vuestro cisma.<br />

El poder de bautizar<br />

XXXI. 70. Petiliano: "Todo poder viene de Dios, no está en los hombres, como respondió a<br />

Pilato el Señor Jesucristo: No tendrías sobre mí ningún poder si no se te hubiera dado de<br />

arriba 85 ; y también, según Juan: Nadie puede arrogarse nada si no se le ha dado del<br />

cielo 86 . Aprende, pues, traditor, cuándo has recibido el poder de simular los ritos<br />

sacramentales".<br />

71. Agustín: Tú más bien debes enseñarnos cuándo ha perdido el poder de bautizar el<br />

orbe por dondequiera está difundida la heredad de Cristo, y aquella multitud de tantas<br />

naciones donde los apóstoles fundaron las iglesias. Nunca lo enseñarás, no sólo porque<br />

lanzas calumnias, sin indicar quiénes son los traditores, sino porque, aunque lo hubieras<br />

mostrado, no puede el crimen de algunos desconocidos o de engañosos o de gente que<br />

hay que tolerar, como la cizaña o la paja, no puede destruir las promesas de Dios, de<br />

suerte que no sean bendecidas todas las naciones en la descendencia de Abrahán; de esas<br />

promesas os alejáis vosotros al no querer la comunión de la unidad con todas las<br />

naciones.<br />

Elementos del verdadero bautismo<br />

XXXII. 72. Petiliano: "Aunque el bautismo sea uno, ha sido santificado en tres etapas.<br />

Juan lo dio con agua sin nombrar a la Trinidad, como manifestó él mismo: Yo os bautizo<br />

con agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no<br />

merezco llevarle las sandalias. Él os bautiza en el Espíritu Santo y en el fuego 87 .<br />

El Espíritu Santo lo dio Cristo, como está escrito: Sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el<br />

Espíritu Santo 88 .<br />

Y el fuego, el Paráclito, ardiendo con crepitantes llamas, vino sobre los apóstoles. ¡Oh<br />

divinidad verdadera, que apareció encendida sin arder! Así está escrito: De repente vino<br />

del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la<br />

que se encontraban los apóstoles. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que,<br />

dividiéndose, se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo<br />

y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse 89 .<br />

Por consiguiente, tú, perseguidor, no tienes ni el bautismo de penitencia, tú que no<br />

retienes el poder de Juan el asesinado, sino el de Herodes el asesino. Por tanto, tú,<br />

traditor, no tienes el Espíritu Santo de Cristo, ya que Cristo fue entregado a la muerte, no<br />

el que entregó a la muerte. Para ti lo que hay es un fuego espiritual ardiente en los<br />

infiernos, el cual fuego ardiendo en sus secas lenguas pueda lamer tus miembros sin llegar<br />

a consumirlos, como está escrito del suplicio infernal de los culpables: Su fuego no se<br />

apagará" 90 .<br />

73. Agustín: Tú eres un maldiciente injuriador, no un argumentador auténtico. ¿Dejarás<br />

alguna vez de decir tales extremos, que si no los demuestras no afectan a nadie, y si<br />

llegas a demostrarlos no afectan en absoluto a la unidad del orbe de la tierra, que se<br />

encuentra en los santos como en los granos?<br />

Si nos pluguiera responder a insultos con insultos, también podríamos nosotros quizá<br />

infamar con elegancia; podríamos decir: "Con llamas crepitantes"; pero en modo alguno<br />

me suena a mí a elegancia lo que se expresa con necedad; podríamos también nosotros<br />

decir: "Ardiendo en sus secas lenguas", pero no queremos que las lenguas de nuestros<br />

escritores, cuando son leídas por una mente sana, sean juzgadas privadas del jugo de la<br />

gravedad, y que esa mente sana, al no ser alimentada con doctrina útil, se vea agobiada<br />

vanamente por la fatiga.<br />

¡Ea!, bien puedo decir que vuestros circunceliones se abrasan en llamas de furor, no digo<br />

ya rechinantes, sino despeñadas. Puedes responder: "¿Qué tiene que ver eso con<br />

nosotros?" Entonces, ¿cómo cuando nos reprochas a los que se te antoja, no vas a oír a tu


vez: "Tampoco nosotros sabemos"? Si respondes: "No puedes demostrarlo", ¿cómo no te<br />

responderá a su vez el orbe de la tierra: "Tampoco vosotros podéis demostrarlo?"<br />

Vengamos, pues, si te parece, a un acuerdo: vamos a no reprocharnos ni tú a los que<br />

tienes por malos de entre los nuestros, ni yo a los vuestros. Con un pacto tan justo<br />

convenido y confirmado verás que no tienes nada que reprochar a la descendencia de<br />

Abrahán en todas las naciones. En cambio sí encuentro algo muy notable que reprocharte:<br />

¿Por qué os separasteis impíamente de la descendencia de Abrahán, que se extiende por<br />

todas las naciones? Esto sí que en modo alguno puedes defenderlo. Unos y otros nos<br />

sacudimos las faltas ajenas; pero vuestro rechazo a estar en comunión con todas las<br />

naciones que son bendecidas en la descendencia de Abrahán es una culpa, no de alguno<br />

de vosotros, sino de todos.<br />

74. Bien sabes por otra parte, y tú mismo lo recuerdas, que la venida del Espíritu Santo<br />

tuvo tal eficacia que hizo hablar en todas las lenguas a cuantos entonces llenó. ¿Qué<br />

significaba aquel milagro prodigioso? ¿Por qué al presente se da el Espíritu Santo de tal<br />

suerte que nadie que lo recibe puede hablar en todas las lenguas, sino porque un milagro<br />

tan grande anunciaba que todas las naciones habían de creer y así el Evangelio había de<br />

hacerse presente en todas las lenguas?<br />

Ya en el salmo había sido anunciado antes: No hay discursos ni palabras cuya voz deje de<br />

oírse 91 . Lo cual se dijo por aquellos que, recibido el Espíritu Santo, habían de hablar en<br />

todas las lenguas. Pero como significaba que el Evangelio había de estar en todas las<br />

naciones y que el cuerpo de Cristo había de resonar en todas las lenguas por todo el orbe<br />

de la tierra, sigue a continuación: Su pregón sale por toda la tierra, y sus palabras hasta<br />

los confines del orbe 92 .<br />

Por eso es a todos manifiesta la Iglesia verdadera. Y de ahí lo que dice él mismo en el<br />

Evangelio: No puede estar oculta una ciudad situada en la cima de un monte 93 . Y se<br />

enlaza así con el mismo salmo: Colocó su tienda en el sol 94 , esto es, a plena luz, como se<br />

lee en los Libros de los Reyes: Lo que tú has hecho ocultamente, lo soportarás a la luz del<br />

sol, y también: Él es semejante al esposo que sale de su tálamo, se lanza alegre, como<br />

valiente, a recorrer su camino. Él sale de la cima del cielo 95 -aquí tenemos la venida del<br />

Señor en la carne-,y su curso llega hasta sus confines -he aquí la Resurrección y la<br />

Ascensión-,y nada se oculta a su calor: he aquí la venida del Espíritu Santo, que envió en<br />

forma de lenguas de fuego, para mostrar el ardor de la caridad, que no puede ciertamente<br />

tener quien no conserva la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz en unión con la<br />

Iglesia que está en todas las lenguas.<br />

75. Presta siquiera unos momentos atención a la magnitud del error en que has caído al<br />

afirmar que había ciertamente un solo bautismo, pero consagrado en tres etapas,<br />

distribuyendo cada una de ellas a tres personas, de suerte que atribuyes el agua a Juan, el<br />

Espíritu Santo al Señor Jesucristo, y como tercero, el fuego al Paráclito, enviado desde el<br />

cielo.<br />

Has sido llevado a esta conclusión por las palabras de Juan: Yo os bautizo con agua para<br />

conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo. Él os bautiza en el<br />

Espíritu Santo y en el fuego 96 .<br />

No has querido advertir que no se atribuían aquellos tres elementos uno por uno a tres<br />

personas, es decir, el agua a Juan, el Espíritu a Cristo y el fuego al Paráclito, sino que esos<br />

tres elementos pertenecen más bien a dos: uno a Juan, y los otros dos al Señor. No se dijo<br />

en efecto: "Yo ciertamente bautizo en agua, pero el que viene detrás de mí es mayor que<br />

yo y no soy digno de llevar sus sandalias: él os bautiza en el Espíritu Santo, y el Paráclito<br />

que vendrá después de él os bautiza en fuego"; lo que dice es: Yo os bautizo con agua;<br />

aquel que viene detrás de mí, en el Espíritu Santo y en el fuego. Se atribuye a sí una cosa<br />

y a aquél dos. Ves cómo te ha engañado el número.<br />

Otra advertencia: Has dicho que el bautismo estaba consagrado en tres etapas: el agua, el<br />

Espíritu Santo y el fuego, y señalaste una persona para cada cosa: a Juan para el agua, a<br />

Cristo para el Espíritu, al Paráclito para el fuego. Ahora bien, si el agua de Juan pertenece<br />

al bautismo, cuya unidad se encarece, no debieron ser bautizados al mandarlo el apóstol<br />

Pablo los que encontró que habían sido bautizados por Juan. En efecto, ya tenían el agua,<br />

que pertenecía, como dices, al mismo bautismo. Sólo les faltaba recibir el Espíritu y el


fuego, que habían faltado a Juan, para completar el bautismo consagrado, como dices, en<br />

tres etapas. Ahora bien, al ordenar la autoridad del Apóstol que fueran bautizados, queda<br />

bien manifiesto que aquella agua de Juan no pertenece al bautismo de Cristo, sino que fue<br />

propia de otra economía en atención a la necesidad de los tiempos.<br />

76. En fin, ¿qué es lo que te movió cuando quisiste demostrar que el Espíritu Santo había<br />

sido dado por Cristo y tomaste del Evangelio el testimonio de que resucitando de entre los<br />

muertos exhaló su aliento sobre el rostro de los discípulos diciendo: Recibid el Espíritu<br />

Santo? 97 ¿Qué es lo que te movió a querer poner como último elemento el fuego, que se<br />

citó con el bautismo, en las lenguas de fuego que aparecieron con la venida del Paráclito?<br />

Dijiste en efecto: "Y el mismo fuego, el Paráclito, ardiendo con crepitantes llamas, vino<br />

sobre los apóstoles", como si fuera uno el Espíritu Santo que dio exhalando su aliento<br />

sobre el rostro de los apóstoles, y otro distinto el que vino sobre los apóstoles después de<br />

su Ascensión. ¿O hay acaso dos Espíritus Santos? ¿Quién será tan demente que llegue a<br />

afirmar esto? En consecuencia, el mismo Cristo es quien dio el mismo Espíritu, ya con su<br />

exhalación sobre el rostro de los apóstoles, ya enviándolo desde el cielo el día de<br />

Pentecostés con encarecimiento misterioso.<br />

Por tanto, no envió Cristo al Espíritu Santo y el fuego el Paráclito para que se cumpliesen<br />

las palabras: En el Espíritu Santo y el fuego 98 , sino que el mismo Cristo envió al Espíritu<br />

Santo: Cristo, que estando en la tierra señaló con su aliento, y en el cielo, con las lenguas<br />

de fuego. Has de reconocer que las palabras: Él os bautizará en el Espíritu Santo y en el<br />

fuego 99 , no se cumplieron cuando exhaló su aliento sobre el rostro, a fin de que no<br />

pareciera que habían de ser bautizados cuando viniera el Paráclito en el Espíritu, sino en el<br />

fuego. Para ello recuerda la Escritura bien clara, y observa qué es lo que les dijo el Señor<br />

cuando subió al cielo: Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el<br />

Espíritu Santo, que recibiréis dentro de pocos días, en Pentecostés 100 .<br />

¿Hay un testimonio más claro que éste? Es verdad que según tu opinión debió decir:<br />

"Juan, ciertamente, bautizó en el agua; en cambio, vosotros habéis sido bautizados en el<br />

Espíritu Santo, cuando exhaló su aliento sobre vosotros, y luego seréis bautizados en el<br />

fuego, que recibiréis dentro de pocos días"; y así se cumplirían aquellas tres etapas en que<br />

decís se ha realizado el único bautismo. De modo que no sabes aún lo que significan las<br />

palabras: Él os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego 101 , e intentas enseñar<br />

temerariamente lo que ignoras.<br />

A la presunta comunión católica con los traditores se<br />

opone la real de los donatistas con Optato<br />

XXXIII. 77. Petiliano : "¡Ea!, desearía discutir cabalmente el bautismo en nombre de la<br />

Trinidad; Cristo el Señor dijo a sus apóstoles: Id, bautizad a las gentes en el nombre del<br />

Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os mando 102 .<br />

¿A quién enseñas tú, traditor? ¿A quién condenas? ¿A quién enseñas, traditor? ¿A quién<br />

das muerte? Finalmente, ¿a quién enseñas? ¿Acaso a quien has convertido en homicida? ¿<br />

Cómo, pues, bautizas en el nombre de la Trinidad?<br />

No puedes llamar Padre a Dios. Si Cristo el Señor dijo: Bienaventurados los pacíficos,<br />

porque ellos serán llamados hijos de Dios 103 , tú, que no tienes la paz del alma, no tienes a<br />

Dios, no lo tienes como Padre.<br />

Y ¿cómo bautizas en el nombre del Hijo, si entregas al Hijo de Dios y no le imitas en<br />

ningún sufrimiento ni en la cruz?<br />

¿Cómo bautizas en el nombre del Espíritu Santo, si el Espíritu Santo descendió sobre<br />

aquellos apóstoles que no fueron traidores?<br />

Por consiguiente, si no es Dios vuestro Padre y no nacéis vosotros del agua verdadera del<br />

bautismo, ninguno de vosotros en absoluto ha nacido y como impíos no tenéis ni padre ni<br />

madre. Por consiguiente, ¿no debo bautizar a personas como vosotros, aunque vosotros os<br />

lavéis mil veces igual que lavan los judíos la carne como si bautizaran?"<br />

78. Agustín: Ciertamente habías propuesto discutir cabalmente el bautismo en nombre de<br />

la Trinidad y habías despertado en nosotros una gran expectación; pero vaya, como os es<br />

fácil a vosotros, has tornado a los consabidos insultos. Esto lo haces en verdad con


elocuencia. Te pones delante a los que quieres para lanzar contra ellos las invectivas que<br />

te plazca; y en esa elocuencia de tu discurso, con que se te objete con la sola palabra:<br />

"demuéstralo", te ves estrechamente aprisionado. Esto es lo que te dice la descendencia<br />

de Abrahán, en la cual son bendecidas todas las naciones, y así no se preocupan de tus<br />

maldiciones.<br />

Sin embargo, tú tratas del bautismo, que piensas es verdadero cuando está en un hombre<br />

justo y falso cuando está en un hombre inicuo; por ello yo, al discutir según tu regla sobre<br />

el bautismo en nombre de la Trinidad , puedo proclamar, creo, con más elocuencia que no<br />

tiene a Dios por Padre aquel que tiene al conde como dios, ni tiene por Cristo suyo sino a<br />

aquel por quien ha sufrido, ni tiene al Espíritu Santo quien de modo tan variado devastó el<br />

África desgraciada con sus lenguas de fuego. ¿Cómo tiene el bautismo o puede darlo en el<br />

nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo?<br />

Adviertes ya con toda seguridad que puede existir el bautismo en un hombre injusto, y<br />

que un hombre injusto puede dar el bautismo, no inicuo, sino verdadero, no porque sea<br />

propio suyo, sino porque es de Dios.<br />

Por mi parte no te calumnio en absoluto al respecto, lo que tú no cesas de hacer al mundo<br />

entero a causa de no sé quiénes, y, lo que es más intolerable, ni de esos mismos pruebas<br />

algo. Lo que no veo es cómo puede tolerarse que no sólo acusáis a hombres justos<br />

apoyándoos en hombres inicuos, sino que llegáis hasta asociar el mal del contagio de los<br />

hombres pecadores al mismo santo bautismo, que siempre es santo en cualquier inicuo, y<br />

así afirmáis que el bautismo es, ni más ni menos, como es el que lo tiene, lo da o lo<br />

recibe.<br />

Por otra parte, si el hombre se hace tal como lo es aquel con quien se acerca a los<br />

sacramentos, y los mismos sacramentos convierten en lo que son a las personas en que se<br />

encuentran, les basta a los santos para consolarse escuchar de vuestros labios que se<br />

sienten unidos al santo bautismo en ser objeto de vuestras calumnias. Por vuestra parte,<br />

ved solamente cómo os condena vuestra misma boca, si las personas sobrias de entre<br />

vosotros se convierten en ebrios por el contagio de vuestros ebrios, y los compasivos se<br />

hacen saqueadores por el contagio de los saqueadores, y cuanta malicia hay entre los<br />

vuestros se comunica a los que no la tienen, y el mismo bautismo es inmundo en todos<br />

vuestros inmundos y diverso según la diversidad de la misma inmundicia, si debe ser de la<br />

misma calidad que es aquel que lo tiene y que lo da.<br />

Todos estos supuestos son falsos, y, por tanto, nada nos perjudican a nosotros; en<br />

cambio, os perjudican a vosotros, ya que no nos afectan a nosotros esas falsedades, pero<br />

al tomarlas vosotros por verdaderas, recaen sobre vosotros.<br />

Contradicción de Petiliano<br />

XXXIV. 79. Petiliano: "Si les fue lícito a los apóstoles bautizar a los que ya Juan había<br />

purificado con el bautismo de penitencia, ¿no me será lícito a mí bautizaros a vosotros,<br />

sacrílegos?"<br />

80. Agustín: ¿Dónde queda lo que dijiste anteriormente, a saber: que no era uno el<br />

bautismo de Juan y otro el de Cristo, sino un único bautismo constituido en tres etapas: el<br />

agua dada por Juan, el Espíritu dado por Cristo y el fuego dado por el Paráclito? ¿Por qué<br />

repitieron el agua los apóstoles en aquellos a los que ya Juan había dado el agua<br />

correspondiente al único bautismo constituido en tres etapas? Ya ves cuán necesario es<br />

que cada cual sepa lo que habla.<br />

Desacuerdo entre teoría y práctica<br />

XXXV. 81. Petiliano: "Ni el Espíritu Santo podrá penetrar en cualquiera por la imposición<br />

de la mano del pontífice si no hubiera precedido el agua regeneradora de la conciencia<br />

pura".<br />

82. Agustín: Dos errores hay en estas pocas palabras tuyas. Cierto que uno no interesa<br />

mucho a la cuestión sobre que discutimos, aunque sí te acusa de ignorancia. En efecto, el<br />

Espíritu Santo descendió sin imposición de las manos sobre ciento veinte hombres y sobre<br />

el centurión Cornelio y los que estaban con él, aun antes de ser bautizados.


El otro error en esas palabras tuyas echa por tierra enteramente toda vuestra causa. Dices<br />

que, para conseguir el Espíritu Santo, es preciso preceda el agua regeneradora de la<br />

buena conciencia. Por consiguiente, una de dos: o toda agua consagrada en el nombre del<br />

Padre y del Hijo y del Espíritu Santo limpia la conciencia, no precisamente debido a los que<br />

la administran o a los que la reciben, sino debido al que libre de mancha instituyó este<br />

bautismo; o si la pura conciencia del hombre que lo da o lo recibe es la única que hace que<br />

el agua purifique la conciencia, ¿qué hacéis con los que encontráis que han sido bautizados<br />

por los que, aun no declarados, tenían una conciencia manchada, sobre todo si existe<br />

entre los mismos bautizados alguno que confiese haber tenido mala conciencia al ser<br />

bautizado, porque quizá aprovechando esa ocasión había pretendido cometer alguna<br />

acción vergonzosa? Cuando haya llegado a vuestro conocimiento que no tuvo conciencia<br />

limpia ni el que administró el bautismo ni el que lo recibió, ¿pensáis que debe ser<br />

bautizado de nuevo? En modo alguno lo dirás; en modo alguno harás eso.<br />

La pureza del bautismo es totalmente independiente de la pureza de la conciencia del que<br />

lo da o del que lo recibe. ¡Ea!, pues, atrévete ya a afirmar que tenía limpia la conciencia el<br />

defraudador, el salteador, el opresor de los huérfanos y las viudas, el destructor de<br />

matrimonios, el almonedero, vendedor, distribuidor de los bienes patrimoniales ajenos.<br />

Atrévete también a afirmar que tuvieron pura conciencia quienes difícilmente faltarían en<br />

aquellos tiempos, los que quizá anhelaron ser bautizados por sus manos, y no<br />

precisamente buscando a Cristo y la vida eterna, sino tratando de adquirir amistades<br />

terrenas y satisfacer terrenos antojos. Además, si no osas decir que fueron de pura<br />

conciencia los que de entre ellos hayas descubierto bautizados, dales a éstos el agua de la<br />

conciencia pura que no recibieron; si no haces esto, cesa ya de vomitar contra nosotros lo<br />

que no conoces, a fin de no forzarnos a responder contra vosotros lo que conocéis.<br />

¿Son traditores los católicos?<br />

XXXVI. 83. Petiliano: "En verdad el Espíritu Santo no pudo descender sobre vosotros, a<br />

quienes no lavó ni el bautismo de penitencia, sino que, como es verdad, mancilló el agua,<br />

de la que hay que arrepentirse, del traditor".<br />

84. Agustín: Sobre la entrega, ni vosotros podéis probar que la hayamos llevado a cabo<br />

nosotros ni vuestros antepasados pudieron probarlo acerca de los nuestros. Y aunque<br />

éstos hubieran quedado convictos de ello, no serian padres nuestros según tu afirmación,<br />

ya que de sus afirmaciones no nos habíamos hecho partícipes, ni tampoco nos<br />

apartaríamos por causa de ellos de la comunidad de la unidad y de la descendencia de<br />

Abrahán, en la que son bendecidas todas las naciones.<br />

Sin embargo, si una es el agua de Cristo y otra el agua del traditor, porque Cristo no fue<br />

traditor, ¿por qué no ha de ser una el agua de Cristo y otra la del salteador, ya que<br />

tampoco fue salteador Cristo? Bautiza, pues, tú después de tu salteador y yo bautizaré<br />

después del traditor, que no es mío ni tuyo, o mejor, que es mío y tuyo, si se ha de dar<br />

crédito a los documentos presentados, y todavía mejor, que es tuyo y no mío, si hemos de<br />

creer a la comunión del orbe más que al partido de Donato.<br />

Y ésta es una doctrina de mejor calidad y más sana, ya que, según la palabra del Apóstol,<br />

cada uno de nosotros tiene que llevar su propia carga 104 , y no es aquel salteador vuestro<br />

si vosotros no sois salteadores, y no hay traditor alguno ni nuestro ni vuestro si nosotros<br />

no somos traditores. Por ello somos católicos nosotros, que según esta doctrina no<br />

abandonamos la unidad, y sois herejes vosotros, que por las faltas, sean verdaderas o<br />

falsas, de algunos hombres, no queréis mantener la caridad con la descendencia de<br />

Abrahán.<br />

Hch 19, 1-7<br />

XXXVII. 85. Petiliano: "Para poner de relieve la práctica de los apóstoles nos sirven las<br />

palabras de los Hechos: Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo atravesó las regiones<br />

altas y llegó a Éfeso, donde encontró algunos discípulos; les preguntó: ¿Recibisteis el<br />

Espíritu Santo cuando abrazasteis la fe? Ellos contestaron: Pero si nosotros no hemos oído<br />

decir siquiera que exista el Espíritu Santo. El replicó: Pues ¿qué bautismo habéis recibido?<br />

El bautismo de Juan, respondieron. Pablo añadió: Juan bautizó con un bautismo de<br />

conversión, diciendo al pueblo que creyesen en el que había de venir después de él, o sea,<br />

en Jesucristo nuestro Señor. Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre de


nuestro Señor Jesucristo. Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el<br />

Espíritu Santo; y hablaban en diversas lenguas y profetizaban. Eran en total unos doce<br />

hombres 105 .<br />

Ahora bien, si aquellos fueron bautizados para recibir el Espíritu Santo, ¿por qué vosotros,<br />

si queréis recibir el Espíritu Santo, no aceptáis, después de vuestras mentiras, la<br />

verdadera renovación? Si nosotros obramos mal en esto, ¿por qué nos buscáis? Y si hay<br />

en ello una culpa, condenad primero a Pablo; éste, ciertamente, lavó lo que ya había sido<br />

purificado; nosotros, en cambio, bautizamos en vosotros lo que aún no está. Pues<br />

vosotros, como ya lo hemos dicho muchas veces, no bañáis en el verdadero bautismo,<br />

sino que os desacreditáis con el vocablo vacío de un falso bautismo".<br />

86. Agustín: No acusamos a Pablo por dar a los hombres el bautismo de Cristo, porque no<br />

tenían, según su respuesta, el bautismo de Cristo, sino el de Juan. Preguntados en qué<br />

bautismo habían sido bautizados, respondieron: "Con el bautismo de Juan", que no<br />

pertenece al bautismo de Cristo ni es parte alguna ni etapa alguna del mismo. De otra<br />

suerte, o entonces se reiteraba el agua del bautismo de Cristo, o, si el bautismo de Cristo<br />

se realizaba por una doble ablución, es menos perfecto que al presente, ya que no se da<br />

aquella ablución que se daba por medio de Juan. Y es impío pensar cualesquiera de estos<br />

dos extremos. Dio, pues, Pablo el bautismo de Cristo a aquellos que no tenían el bautismo<br />

de Cristo, sino el de Juan.<br />

87. ¿Por qué fue necesario en aquellos tiempos el bautismo de Juan, que ahora ya no lo<br />

es, lo hemos dicho en otra parte, y no interesa a la cuestión que entre nosotros al<br />

presente se ventila, sino solamente para que se vea que uno fue el bautismo de Juan y<br />

otro el de Cristo; como fue también otro bautismo aquel en que dice el Apóstol fueron<br />

bautizados nuestros padres en la nube y el mar, cuando Moisés los llevó a través del Mar<br />

Rojo. La Ley y los profetas hasta Juan el Bautista tenían sacramentos que anunciaban<br />

realidades futuras; en cambio, los sacramentos de nuestro tiempo atestiguan que ha<br />

llegado ya lo que anunciaban aquellos que había de venir.<br />

Por consiguiente, Juan fue de todos los precedentes el anunciador inmediato de Cristo. Y<br />

todos los justos de los tiempos pasados deseaban ver realizado lo que por revelación del<br />

Espíritu veían como futuro, y por ello dice el mismo Señor: Muchos profetas y justos<br />

desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo<br />

oyeron 106 . Por eso se dijo que Juan es más que cualquier profeta y que nadie le aventajó<br />

entre los nacidos de mujer, ya que a los justos anteriores se les concedió sólo predecir a<br />

Cristo; en cambio, a éste se le otorgó predecir al ausente y verlo presente, de suerte que<br />

se descubre que a éste se le manifestó lo que los otros desearon ver.<br />

Así, el misterio de su bautismo pertenece aún a la predicción de Cristo, aunque ya la<br />

última; hasta él sólo hubo predicciones de la primera venida del Señor, de cuya venida<br />

ahora sólo hay anuncios, no predicciones. Pero el Señor, enseñándonos el camino de la<br />

humildad, se dignó aceptar los signos de su anuncio que encontró aquí a mano, y no<br />

precisamente como recurso para su justificación, sino como ejemplo de nuestra piedad, es<br />

decir, para manifestarnos con qué devoción debemos aceptar los signos que dan fe de que<br />

él ya ha venido, puesto que no se desdeñó de aceptar los que eran figura de su venida.<br />

Y así Juan, aunque cercano a él y llevándole menos de un año en edad, al bautizar<br />

antecedía a Cristo que venía. Por eso se dijo de él: He aquí quejo envío mi ángel delante<br />

de ti, él preparará tu camino 107 , y él mismo lo proclamaba diciendo: Detrás de mí viene el<br />

que es más fuerte que yo 108 .<br />

De esta manera la circuncisión del octavo día que se dio a nuestros padres anunciaba<br />

nuestra justificación en el despojo de las concupiscencias carnales mediante la<br />

Resurrección del Señor, la cual tuvo lugar después del séptimo día, el sábado, esto es, en<br />

el día octavo, o sea, el domingo, día que coincide con el tercero de su sepultura. Sin<br />

embargo, el mismo Cristo, de niño, recibió la misma figurativa circuncisión de la carne.<br />

Y así como la Pascua que celebraban los judíos anunciaba en la inmolación del cordero la<br />

Pasión del Señor y su tránsito de este mundo al Padre, y, sin embargo, el mismo Señor<br />

con sus discípulos celebró esa misma fiesta, que se hallaba en idéntico sentido<br />

prefigurativo, cuando aquéllos le preguntaron: ¿Dónde quieres que te preparemos la<br />

Pascua? 109 , de la misma manera recibió él el bautismo de Juan, que anunciaba de


inmediato su venida.<br />

Pero una cosa es la circuncisión de la carne entre los judíos y otra nuestra celebración en<br />

el octavo día de los bautizados, lo mismo que una cosa es la Pascua del cordero que aún<br />

hoy celebran ellos y otra nuestra participación en el Cuerpo y en la Sangre del Señor; de<br />

la misma manera, uno fue el bautismo de Juan y otro el bautismo de Cristo. Con los ritos<br />

antiguos se anunciaban estos nuevos que habían de venir, y con éstos se proclamaba la<br />

realización de aquéllos. Y aunque Cristo se haya sometido a aquéllos, no nos son<br />

necesarios a nosotros, puesto que hemos recibido al que aquéllos anunciaban. Cuantos<br />

con la reciente venida del Señor habían recibido aquéllos, necesitaban ser iniciados<br />

también en éstos; en cambio, quien hubiera sido iniciado en éstos, no estaba obligado a<br />

retroceder a aquéllos.<br />

88. En consecuencia, no pretendáis ofuscarnos con el bautismo de Juan. Sea la causa o el<br />

motivo de éste la que acabo de exponer, o se halle otra mejor o de más garantía, queda<br />

siempre bien de manifiesto que uno es el bautismo de Juan y otro el de Cristo, y que aquél<br />

fue llamado bautismo de Juan, lo cual declara la misma respuesta de aquellos que has<br />

mencionado y la palabra del mismo Señor cuando dice a los judíos: El bautismo de Juan, ¿<br />

de dónde era: del cielo o de los hombres? 110<br />

En cambio, este otro bautismo no se llama ni de Ceciliano ni de Donato ni de Agustín ni de<br />

Petiliano, sino bautismo de Cristo. Si nos calificas de petulantes porque no queremos que<br />

nadie sea bautizado después de haberlo hecho nosotros cuando vemos que han sido<br />

bautizados después del bautismo de Juan, que ciertamente era muy superior a nosotros, ¿<br />

son acaso iguales Juan y Optato? Parece esto ridículo, y sin embargo pienso que no sólo<br />

no los creéis iguales, sino que consideráis de más categoría a Optato; en efecto, el Apóstol<br />

bautizó después de Juan, y vosotros no osáis bautizar a nadie después de Optato. ¿Acaso<br />

porque Optato estuvo en vuestra comunión? No sé con qué pensamiento se puede<br />

mantener esto: que el amigo del conde, para quien el conde era dios, se dice que<br />

permaneció en la unidad y, en cambio, quedó fuera de ella el amigo del Esposo.<br />

Ahora bien, si Juan estuvo de manera particular en la unidad y fue mucho más excelente y<br />

de más categoría que todos vosotros y nosotros, y no obstante el apóstol Pablo bautizó<br />

después de él, ¿por qué vosotros no bautizáis después de Optato? Quizá vuestra ceguera<br />

os pone en tales aprietos que os fuerce a decir que Optato pudo dar el Espíritu Santo y no<br />

lo pudo dar Juan. Si no osáis decir esto, no sea que hasta los mismos insensatos se burlen<br />

de vuestra insensatez, ¿qué responderéis al preguntaros por qué después del bautismo de<br />

Juan se deben bautizar los hombres y nadie en cambio debe ser bautizado después de<br />

Optato? ¿Diréis acaso que aquéllos habían sido bautizados con el bautismo de Juan y, en<br />

cambio, cuantos son bautizados con el bautismo de Cristo, sean bautizados por Pablo o<br />

por Optato, no ofrecen diferencia alguna en su bautismo, habiendo tal diferencia entre<br />

Pablo y Optato?<br />

Tornad, pues, prevaricadores, al sano juicio y no midáis los sacramentos divinos por las<br />

costumbres o hechos de los hombres. Aquéllos, en efecto, son santos por ser de quien<br />

son, pero llevan consigo premios si son tratados con dignidad y un castigo cuando se los<br />

trata indignamente. Y aunque no sean lo mismo los que tratan digna o indignamente los<br />

sacramentos de Dios, es uno solo el sacramento, sea tratado digna o indignamente, de tal<br />

suerte que no se hace él mejor ni peor, sino que sirve para la vida o la muerte de los que<br />

lo reciben.<br />

Sobre lo que dijiste acerca de los que bautizó Pablo después de Juan, que ya estaban<br />

lavados, a buen seguro que no lo dirías si pensaras un poco lo que dices. Si debió ser<br />

purificado el bautismo de Juan, sin duda estaba manchado. ¿Para qué te voy a apremiar?<br />

Recuerda o lee, y mira de dónde recibió eso Juan; así descubrirás contra quién has<br />

lanzado esa blasfemia. Y una vez que lo hayas descubierto, date al menos golpes de<br />

pecho, si tu lengua no se refrena.<br />

89. Ahora bien, os parecía decirnos con cierta elegancia: "Si hemos hecho esto mal, ¿por<br />

qué nos buscáis?" ¿No recordaréis de una vez que no se busca sino a los que están<br />

perdidos y que el no ver esto pertenece a la misma pérdida? Tan absurdamente podría<br />

decir la oveja perdida al pastor: "Si obro mal al alejarme del rebaño, ¿por qué me<br />

buscas?" Sin darse cuenta de que el pensar que no ha de ser buscada es un motivo para<br />

que la busquen. Y ¿quién es el que os busca, ya por sus propias Escrituras, ya por los


predicadores católicos y pacíficos, ya por los azotes de las tribulaciones temporales, sino el<br />

mismo que os dispensa esta misericordia en todas las cosas? Por consiguiente, nosotros os<br />

buscamos para encontraros; tanto os amamos para que viváis cuanto odiamos vuestro<br />

error para que perezca, él, que os pierde mientras él no perece. Ojalá os busquemos con<br />

tal éxito que lleguemos a encontraros y podamos decir de cada uno de vosotros: Estaba<br />

muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado 111 .<br />

Significado de "católico"<br />

XXXVIII. 90. Petiliano: "Vosotros decís que tenéis la Iglesia católica. Ahora bien, católico<br />

en griego significa único o todo entero. Vosotros no estáis en el todo, porque recalasteis<br />

en un partido".<br />

91. Agustín: También yo he aprendido muy poco de griego, casi nada; sin embargo, no<br />

creo ser un descarado al decir que conozco que Ó 8 @ < no significa "uno", sino "todo<br />

entero", y 6 " 2 r Ó 8 @ < quiere decir "según todo", de donde tomó el nombre la Iglesia<br />

católica según la palabra del Señor: A vosotros no os toca conocer el tiempo que ha fijado<br />

el Padre con su autoridad, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá<br />

sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los<br />

confines de la tierra 112 . He aquí de dónde le viene el nombre de católica.<br />

Pero vosotros tenéis tan cerrados los ojos que chocáis contra el monte, que, según la<br />

profecía de Daniel, creció de una piedra pequeña y llenó toda la tierra, y nos achacáis a<br />

nosotros el habernos incluido en un partido y no estar en el todo, cuya comunión se<br />

extiende por todo el orbe. Pero como, si me dijeras que yo soy Petiliano, no encontraría<br />

modo de refutarte sino riéndome del bromista o lamentándome del delirante, éste es el<br />

único recurso que veo a mi alcance; y como no pienso que tú estés bromeando, mira qué<br />

es lo que me resta.<br />

Macario frente a Optato<br />

XXXIX. 92. Petiliano: "Pero nada tienen que ver las tinieblas con la luz, ni la amargura<br />

con la miel, ni la vida con la muerte, la murga con el aceite, aunque haya tal afinidad entre<br />

ellas, pues se separarán todas las impurezas. No es sino la cloaca de vicios según dice<br />

Juan: Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Si fueran de los nuestros,<br />

habrían permanecido con nosotros 113 . No sigue el oro con su ganga; a todos los metales<br />

preciosos se les somete a la purificación; así está escrito: Como el horno prueba al oro, así<br />

el azote de la tribulación a los buenos 114 . No comulga la crueldad con la mansedumbre ni<br />

la religión con el sacrilegio, ni el partido de Macario puede ser en modo alguno el nuestro,<br />

porque mancilla nuestros ritos al imitarlos. En efecto, el ejército enemigo no es un partido<br />

que llena el significado del término enemigo. Si se llama de verdad partido, incurrirá en la<br />

justa maldición de Salomón: Desaparezca su partido de la faz de la tierra" 115 .<br />

93. Agustín: Lanzar semejantes diatribas y no demostrar nada, ¿qué es sino delirar? Te<br />

fijas en la cizaña a través del mundo y no prestas atención al trigo, cuando a una y a otro<br />

se les ordenó crecer por todo el mundo. Te fijas en la semilla del maligno, que será<br />

separada al final de los tiempos, y no prestas atención a la descendencia de Abrahán, en la<br />

cual serán bendecidas todas las naciones. Como si vosotros fueseis ya la masa purificada,<br />

la miel pura, el aceite clarificado, el oro limpio o la escueta fachada de pared blanqueada.<br />

Para no hablar de los otros vicios, ¿acaso los ebrios se emparejan con los sobrios o se<br />

coloca a los avaros en el número de los sabios? Si a los hombres mansos se les aplicó el<br />

vocablo "luz", ¿dónde se incluirá, sino en el de "tinieblas", el furor de los circunceliones? ¿<br />

Por qué, pues, tiene valor entre vosotros el bautismo dado por ésos y no lo tiene el mismo<br />

bautismo de Cristo dado por cualquiera en el orbe entero? Ved bien claro que el resultado<br />

de vuestra separación de la comunión universal ha sido no que seáis todos ebrios o todos<br />

avaros o todos violentos, sino todos herejes, y por esto todos impíos y sacrílegos.<br />

94. Llamáis por otra parte partido de Macario al orbe de la tierra que se encuentra en la<br />

comunión cristiana: ¿quién con su razón cabal puede hablar así? Pero como nosotros<br />

decimos que vosotros sois del partido de Donato, buscáis un hombre a cuyo partido nos<br />

inscribáis, y con grandes dificultades citáis a no sé qué individuo quizá algo conocido en<br />

África, mas desconocido a las otras partes del orbe. Por ello ved cómo os responde toda la<br />

descendencia de Abrahán desde la tierra entera: "No conocemos en absoluto a ese


Macario, de cuyo partido decís somos nosotros". Responded, en cambio, vosotros que no<br />

conocéis a Donato.<br />

Si nosotros decimos que vosotros sois del partido de Optato, ¿quién de vosotros puede<br />

decir que desconoce a Optato, a no ser de vista, igual que a Donato? Pero os vanagloriáis<br />

del nombre de Donato; ¿acaso también del de Optato? Y ¿qué os aprovecha Donato si os<br />

ha mancillado a todos Optato? ¿De qué os sirve la sobriedad de Donato si os mancha la<br />

embriaguez de los circunceliones? ¿Qué os aprovecha la inocencia de Donato, según<br />

vuestra opinión, si os salpica la rapacidad de Optato? Aquí está precisamente vuestro<br />

error: pensáis que es más poderosa la iniquidad de un hombre para contaminar a otro que<br />

la justicia de otro para purificar a un tercero.<br />

Y así, si dos participan a la vez en los divinos sacramentos, justo el uno e inicuo el otro,<br />

pero de suerte que ni éste imite la iniquidad del otro ni el otro la justicia de éste, no decís<br />

que por eso se hacen ambos justos, sino ambos impíos, de tal suerte que lo santo que<br />

reciben a la vez se torna inmundo y pierde su propia santidad. ¿Dónde ha encontrado<br />

semejantes abogados la iniquidad que con sus delirios la han hecho vencedora? ¿Por qué,<br />

pues, os enorgullecéis del nombre de Donato en un error de tal perversidad, en que no es<br />

Petiliano quien merece ser lo que Donato, sino el mismo Donato se ve forzado a ser lo que<br />

Optato? Diga la casa de Israel: Mi porción es el Señor 116 . Diga la descendencia de<br />

Abrahán en todas las naciones: El Señor es la parte de mi herencia 117 . Ella sabe cómo<br />

habla Caifás en el Evangelio de la gloria del Dios bienaventurado. Porque vosotros también<br />

profetizáis sin saberlo, como Caifás, perseguidor del Señor, por el sacramento que existe<br />

en vosotros. 9 " 6 • D 4 @ H en griego significa en latín "bienaventurado". Nosotros somos<br />

sin rebozo del partido de Macario. ¿Hay algo más bienaventurado que Cristo, de quien<br />

somos, de quien se recuerdan y hacia quien se vuelven los confines todos de la tierra y en<br />

cuya presencia se postran reverentes todas las familias de las naciones?<br />

Así, tu última maldición sobre Salomón, torcidamente empleada, no la teme el partido de<br />

este Macario, esto es, de este "bienaventurado"; es decir, no teme su desaparición de la<br />

tierra.<br />

Y así, lo que se dijo de los impíos, vosotros intentáis referirlo a la heredad de Cristo, y<br />

pretendéis con perversa impiedad que así ha tenido lugar. Pues cuando él hablaba de los<br />

impíos dijo: Perezca su partido de la faz de la tierra 118 . Pero cuando vosotros citáis lo que<br />

está escrito: Te daré en herencia las naciones 119 , y: Se acordarán y se convertirán al<br />

Señor todos los confines de la tierra 120 ; cuando decís que esa promesa ha desaparecido<br />

de la tierra, queréis trastornar la intención y lanzar contra la heredad de Cristo lo que se<br />

predijo sobre la suerte de los impíos. Pero como quiera que la heredad de Cristo<br />

permanece y se acrecienta, al decir eso os ganáis vuestra propia perdición. Pues no<br />

profetizáis en parte alguna mediante el sacramento de Dios, puesto que aquí por vuestra<br />

necedad no hacéis sino desear el mal. Pero la predicción de los profetas tiene más valor<br />

que la maldición de los seudoprofetas.<br />

¿Iglesia de puros?<br />

XL. 95. Petiliano: "También el apóstol Pablo clama: No os juntéis con los infieles. Pues ¿<br />

qué relación hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué comunión entre la luz y las tinieblas?<br />

¿Qué armonía entre Cristo y Belial? ¿Qué participación entre el fiel y el infiel?" 121<br />

96. Agustín: Conozco las palabras del Apóstol, pero no veo en absoluto en qué pueden<br />

favorecerte. ¿Quién de nosotros afirma esa participación de la justicia con la iniquidad,<br />

aunque un justo y un inicuo, como Judas y Pedro, tomen parte en los mismos<br />

sacramentos? Del mismo alimento santo Judas tomaba para sí la condenación y Pedro<br />

recibía la salud; como tú, si eras desemejante, recibías el sacramento con Optato y no<br />

eras un salteador como él. ¿O acaso la rapiña no es una iniquidad? ¿Quién es tan demente<br />

que afirme esto? ¿Qué participación, pues, podía tener tu justicia con su iniquidad, cuando<br />

os acercabais al mismo altar?<br />

El color del cristal...<br />

XLI. 97. Petiliano: "Y de nuevo nos previene contra el nacimiento de cismas: Yo os digo<br />

que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo. ¿<br />

Está dividido Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por vosotros? ¿O habéis sido bautizados


en el nombre de Pablo?" 122<br />

98. Agustín: Recordad los que leéis esto: Petiliano recuerda estas palabras del Apóstol. ¿<br />

Cuándo hubierais podido pensar que él hablaba así contra sí mismo en favor nuestro?<br />

Petiliano habla en favor de la causa de Agustín<br />

XLII. 99. Petiliano: "Si Pablo dijo esto a los incultos, si se lo dijo a los justos, yo os lo digo<br />

a vosotros, que sois injustos: ¿Está acaso Cristo dividido, para separaros vosotros de la<br />

Iglesia?<br />

100. Agustín: Temo que alguno piense que en este mi libro se equivocó el copista y haya<br />

puesto "Petiliano dijo" donde debió decir "Responde Agustín". Pero veo lo que has<br />

intentado: quisiste adelantarte para que no te dijéramos esas mismas cosas. Pero ¿qué<br />

has conseguido sino que se digan dos veces? Por consiguiente, si te deleita tanto oír lo que<br />

va contra vosotros, escúchalo, por favor, Petiliano, de mi boca: ¿Está acaso dividido<br />

Cristo, para que vosotros os separéis de la Iglesia?<br />

El despojo de los egipcios<br />

XLIII. 101. Petiliano: "¿Acaso murió por vosotros, ahorcándose Judas el traidor, o estáis<br />

vosotros salpicados de sus costumbres, ya que seguís sus ejemplos y, saqueados los<br />

tesoros de la Iglesia, nos vendéis a los herederos de Cristo a los poderes seculares?"<br />

102. Agustín: No fue Judas el que murió por nosotros, sino Cristo, a quien dice la Iglesia<br />

extendida por todo el orbe: Daré respuesta al que me insulta, porque confío en tus<br />

palabras 123 . Por tanto, si oigo yo las palabras del Señor: Seréis mis testigos en Jerusalén,<br />

en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra 124 , y escucho también al<br />

profeta: Su pregón sale por toda la tierra y sus palabras hasta los confines del orbe 125 ,<br />

escuchando esto, no tiene por qué perturbarme mezcolanza alguna de los malos, si yo he<br />

aprendido a exclamar: Sé fiador de tu siervo para el bien, no me opriman los soberbios<br />

con sus calumnias 126 . Y, por consiguiente, no me preocupo del vano calumniador, pues<br />

que tengo a quien promete con garantía.<br />

Ahora bien, si os quejáis de los objetos o lugares eclesiásticos que teníais y no tenéis,<br />

también pueden los judíos considerarse justos y acusarnos de iniquidad, porque los<br />

cristianos poseen al presente el lugar en que impíamente dominaron ellos. ¿Hay algo<br />

vergonzoso en que tengan los católicos por la voluntad del Señor los lugares que tenían<br />

los herejes? A todos los semejantes de los judíos, esto es, a todos los inicuos e impíos, se<br />

les aplica con toda propiedad la palabra del Señor: Se os quitará el reino de Dios para<br />

dárselo a un pueblo que practicará la justicia 127 . ¿Está acaso escrito en vano: Los trabajos<br />

de los impíos alimentarán a los justos? 128<br />

Por consiguiente, debéis sorprenderos más de tener aún algo que de lo que habéis<br />

perdido. Pero ni de esto debéis sorprenderos: la pared blanqueada va cayendo poco a<br />

poco. Tornad más bien la mirada a los maximianistas, qué lugares tenían y quiénes los<br />

atacaron y expulsaron de ellos. Y si la justicia consiste en soportar estas cosas y la<br />

iniquidad en realizarlas, atrévete a hablar, si puedes, en primer lugar porque sois vosotros<br />

los que las hicisteis y ellos los que las soportaron, y luego, porque según la regla de esta<br />

justicia tú te encuentras en situación inferior. Aquéllos, en efecto, fueron expulsados de los<br />

lugares antiguos mediante los jueces por los emperadores católicos, y tú, en cambio, ni<br />

aun por los mandatos de los mismos emperadores eres expulsado de las basílicas de la<br />

unidad. ¿Por qué esto sino porque tú eres de menos categoría no sólo que tus restantes<br />

colegas, sino también que aquellos a quienes condenasteis como sacrílegos por la boca de<br />

vuestro concilio plenario?<br />

Pecados del ministro y validez del sacramento<br />

XLIV. 103. Petiliano: "Nosotros, como está escrito, por nuestro bautismo nos hemos<br />

revestido de Cristo entregado a la muerte, vosotros con vuestro contagio os habéis<br />

revestido del traidor Judas".<br />

104. Agustín: También yo podría decir: "Vosotros con vuestro contagio os habéis<br />

revestido de Optato el traidor, el raptor, el opresor, el disgregador". Pero lejos de mí que


el deseo de devolver la maldición me haga caer en algún error; pues ni vosotros os habéis<br />

revestido de éste ni nosotros de aquél. Por consiguiente, si alguien, al venir a nosotros,<br />

dice que ha sido bautizado en el nombre de Optato, estará bautizado también en nombre<br />

de Cristo; y del mismo modo cuando vosotros bautizáis a los nuestros que dicen han sido<br />

bautizados en nombre de Judas, no reprendemos lo que habéis hecho. Pero si habían sido<br />

bautizados en nombre de Cristo, ¿no veis qué error tan grande cometéis al juzgar que los<br />

divinos sacramentos varían según la variación de los criterios humanos o que quedan<br />

mancillados por las manchas de la vida de cualquiera?<br />

Los pocos que siguen el camino estrecho<br />

XLV. 105. Petiliano: "Si éstas son partes, nada nos perjudican los nombres de la otra<br />

parte. En efecto, hay dos caminos: uno estrecho, por el que caminamos nosotros; el otro,<br />

por el que caminan a su perdición los impíos; y sin embargo se distingue perfectamente la<br />

igualdad del vocablo, a fin de que no se vea contagiado el camino de la justicia por la<br />

identidad del nombre".<br />

106. Agustín: Temiste la multitud del orbe entero comparada con vuestra multitud y<br />

trataste de refugiarte en la alabanza del reducido número que camina por el camino<br />

estrecho. ¡Lástima no te hayas refugiado en el camino en sí en lugar de hacerlo en la<br />

alabanza del mismo! A buen seguro verías claramente que ese mismo reducido número se<br />

halla en la Iglesia de todas las naciones y que se habla cuán pocos son los justos<br />

comparados con la multitud de inicuos, como en comparación de la paja se dice que son<br />

pocos los granos de una mies ubérrima, que, sin embargo, reunidos llenan el granero.<br />

Pues igual que en el dolor por haber perdido edificios, así te superarán los maximianistas<br />

en ser un reducido número, si en esto pones tu justicia.<br />

El salmo 101<br />

XLVI. 107. Petiliano: "David, en el primer salmo, separa a los bienaventurados y a los<br />

impíos, no precisamente haciendo partes, sino separando a los santos de todos los<br />

inicuos: ¡Bienaventurado el hombre aquel que no va al consejo de los impíos, ni se detiene<br />

en la senda de los pecadores -torne al camino de la justicia el que había errado para<br />

perderse-, ni se sienta en la cátedra de la corrupción -avisando así, oh miserables, ¿por<br />

qué estáis sentados?-, mas se complace en la ley del Señor, medita en ella día y noche! Es<br />

como un árbol plantado junto a corrientes de agua, que da a su tiempo el fruto, y jamás<br />

se amustia su follaje; todo lo que hace sale bien. ¡No así los impíos, no así! Que ellos son<br />

como el polvo que el viento se lleva de la faz de la tierra -llena los ojos hasta cegarlos-.<br />

No resistirán en el juicio los impíos, ni los pecadores en la asamblea de los justos. Porque<br />

el Señor conoce el camino de los justos, pero el camino de los impíos se pierde" 129 .<br />

108. Agustín: ¿Quién no distinguirá estas dos clases de hombres en la Escritura? Pero<br />

vosotros, siempre insultantes, antes reprocháis a los granos los defectos de la paja, y<br />

siendo sólo paja os jactáis de ser el único grano. Pero los profetas, tan dignos de crédito,<br />

afirman que estas dos clases de hombres se encuentran mezcladas en el mundo entero,<br />

esto es, en todo el campo del Señor, hasta la bielda, que tendrá lugar en el día del juicio.<br />

De todos modos te recomiendo leas este primer salmo en el texto griego: así no osarás<br />

achacar como un crimen al universo el partido de Macario, porque quizá te des cuenta de<br />

qué Macario es el partido que se encuentra en todos los santos, que son bendecidos por<br />

todas las naciones en la descendencia de Abrahán. Donde dice el latín beatus vir, escribe<br />

el griego : " 6 V D 4 @ H • < Z D . Si ese Macario que os desagrada a vosotros es malo, ni<br />

se encuentra en este grupo ni le perjudica; y si es bueno, que examine su conducta para<br />

tener gloria en sí mismo y no en los otros.<br />

El salmo 22<br />

XLVII. 109. Petiliano: "Por lo que respecta a nuestro bautismo, el mismo profeta cantó<br />

sus glorias: El Señor es mi pastor, nada me faltará. Me ha puesto en lugares de pasto,<br />

hacia aguas que restablecen me llevó; y hace volver a mi alma. Me llevó por senderos de<br />

justicia a causa de su nombre. Y si caminaba en tinieblas de muerte -si me mata el<br />

perseguidor-, ningún mal temeré, porque tú estás conmigo, Señor. Tu vara y tu cayado<br />

me confortan -así venció David a Goliat cubierto con el óleo santo-. Tú preparaste ante mí<br />

una mesa frente a mis adversarios; ungiste con óleo mi cabeza, excelente es tu copa


embriagadora. Tu misericordia me acompañará todos los días de mi vida, para que habite<br />

en la casa del Señor a lo largo de los días" 130 .<br />

110. Agustín: Este salmo habla de los que reciben dignamente el bautismo y usan<br />

santamente de las cosas santas. Tales palabras no tienen relación con Simón Mago, quien,<br />

sin embargo, recibió el mismo santo bautismo; cierto que no quiso servirse de él<br />

santamente, pero no por eso lo mancilló ni enseñó fuera necesario reiterarlo a sus<br />

semejantes.<br />

Ya que has evocado a Goliat, presta atención al salmo sobre Goliat y mira cómo fue<br />

vencido en el cántico nuevo; se dice allí: ¡Oh Dios!, te cantaré un cántico nuevo; te<br />

cantaré con el arpa de diez cuerdas 131 . Examina si pertenece a este cántico quien no está<br />

en comunión con el universo. Se dice también en otra parte: Cantad al Señor un cántico<br />

nuevo, cantad al Señor toda la tierra 132 . Toda la tierra, en efecto, en cuya unidad no<br />

estáis vosotros, canta un cántico nuevo, y de toda la tierra son también estas palabras: El<br />

Señor es mi pastor, nada me faltará 133 , etc. No son estas palabras de la cizaña, aunque<br />

haya que tolerarla en la misma mies hasta la cosecha; no son palabras de la paja, sino del<br />

trigo, aunque uno y otra se nutren a la vez con la misma lluvia, y se trillan juntas en la<br />

misma era, hasta que finalmente sean separadas en la última limpia aquellas que tienen<br />

común el mismo bautismo, bien que no sean una sola cosa.<br />

Cierto que, aunque vuestro partido fuera la Iglesia de Dios, confesarías sin duda que ese<br />

salmo no puede pertenecer a las frenéticas bandas de los circunceliones. Y si ellos son<br />

conducidos por los caminos de la justicia, ¿por qué, cuando os los reprochan, negáis que<br />

sean vuestros compañeros, aunque ordinariamente no sea la vara ni el báculo de Dios,<br />

sino las estacas de éstos las que administran alivio al escaso número de vuestro grupo; y<br />

con su ayuda pensáis que estáis seguros contra las leyes romanas, bien que caer en sus<br />

manos no es otra cosa que caminar en medio de sombras de muerte? Pero el que no tiene<br />

temor alguno es aquel con quien está el Señor. Sin embargo, no osarás decir que las<br />

palabras que se cantan en este salmo se refieren a esos furiosos, aunque no sólo<br />

confesáis, sino que profesáis que ellos tienen el bautismo.<br />

No cantan esto del salmo sino los que se sienten restaurados por el agua santa, como<br />

todos los justos de Dios, no los que se pervierten usando mal de ella, como aquel mago<br />

bautizado por Felipe; y, sin embargo, el agua es una y santa en unos y en otros.<br />

No lo cantan sino los que estarán a la derecha; y, sin embargo, con el mismo pasto<br />

apacienta el único pastor a las ovejas y cabritos hasta que sean separados para recibir el<br />

premio.<br />

No lo cantan sino quienes de la mesa del Señor reciben la cena como Pedro, no el juicio<br />

como Judas; y, sin embargo, ella fue una sola para ambos, aunque no les sirvió para una<br />

sola cosa a ambos, porque no eran una sola cosa.<br />

No lo cantan sino los hechos felices en el espíritu con el óleo santo como David, no los que<br />

reciben la consagración sólo en el cuerpo como Saúl; y, sin embargo, habiendo tomado<br />

ambos una misma cosa, no fue diferente en ellos el sacramento, sino el mérito.<br />

No lo cantan sino los que con el alma transformada anhelan el cáliz del Señor para la vida<br />

eterna, no los que comen y beben su propia condenación, como dice el Apóstol; y, sin<br />

embargo, aquel cáliz no es más que uno para entrambos, que no son una misma cosa,<br />

saturando a los mártires para conquistar los bienes celestiales, y no a los circunceliones<br />

para manchar con su sangre los precipicios.<br />

Por tanto, recuerda que los sacramentos de Dios no sufren menoscabo por las costumbres<br />

de hombres perversos, que no pueden hacer que aquéllos en absoluto no existan o sean<br />

menos santos, sino para los mismos hombres malos que los tendrán como testimonio de<br />

su condenación, no como una ayuda para su santificación.<br />

Debiste al menos considerar las últimas palabras de este salmo, y teniendo en cuenta a<br />

los que apostatan del bautismo recibido, comprender que no pueden repetir todos los que<br />

reciben el santo bautismo: Para habitar en la casa del Señor a lo largo de los días 134 ; y,<br />

sin embargo, tanto para los que perseveran como para los caídos, aunque ellos no sean<br />

una misma cosa, en unos y otros es santo el bautismo, pues aun los apóstatas, si


etornan, no son bautizados como si lo hubieran perdido, sino que se humillan por la<br />

injuria que hicieron al sacramento que permanece en ellos.<br />

Santidad de vida y santidad del sacramento<br />

XLVIII. 111. Petiliano: "Para que no digáis que sois santos, afirmo en primer lugar que no<br />

puede ser santo quien no es inocente".<br />

112. Agustín: Muéstranos el tribunal donde te has sentado, en el que hiciste comparecer<br />

al orbe entero, y con qué ojos has observado y examinado no ya las conciencias sino los<br />

actos de todos, para llegar a juzgar que todo el mundo había perdido la inocencia. Aquel<br />

que fue arrebatado hasta el tercer cielo dice: ¡Ni siquiera me juzgo a mí mismo! 135 , y te<br />

atreves tú a dictar sentencia sobre toda la tierra, en la que se extiende la heredad de<br />

Cristo?<br />

Por otra parte, si te parece tan absoluto el principio que estableciste: "que no puede ser<br />

santo quien no es inocente", te pregunto qué es lo que veneraba David en Saúl, si éste no<br />

tenía la santidad del sacramento, y si tenía la inocencia, por qué perseguía al inocente. En<br />

efecto, en virtud de la santa unción honró David a Saúl vivo y le vengó muerto, y sintiendo<br />

una sacudida interior, tembló porque le cortó un pedazo de su vestido. Ahí vemos cómo<br />

Saúl no tenía la inocencia y, sin embargo, tenía la santidad, no de su vida, porque esto no<br />

puede tenerlo nadie sin la inocencia, sino del sacramento de Dios, que es santo aun en los<br />

hombres malos.<br />

Quién conoce la Escritura<br />

XLIX. 113. Petiliano: "Si conocéis la Ley vosotros sin la fe verdadera, puedo decir esto sin<br />

injuria de la misma Ley: también el diablo la conoce. En efecto, como un justo respondió<br />

sobre la Ley en la causa del justo Job: El Señor dijo a Satán: ¿Te has fijado en mi siervo<br />

Job en que no tiene igual en la tierra? Es un hombre sin malicia, un verdadero adorador de<br />

Dios, que se abstiene de todo mal, que persevera en su virtud; bien sin razón solicitaste<br />

destruir todos sus bienes. Respondió Satán al Señor: ¡Piel por piel! ¡Todo lo que el hombre<br />

tiene lo da por su vida! 136 Ahí vemos con qué legalidad habla el enemigo de la Ley. Y de<br />

nuevo se atrevió a tentar a Cristo el Señor con sus palabras: Entonces el diablo le llevó<br />

consigo a la Ciudad Santa, le puso sobre el alero del Templo, y le dio: Tírate abajo, porque<br />

está escrito: Dará órdenes a sus ángeles para que te lleven en sus manos, no sea que<br />

tropiece tu pie en alguna piedra. Jesús le dijo. También está escrito. No tentarás al Señor<br />

tu Dios 137 . Conocéis, puedo decir, la Ley como el mismo diablo, que se ve vencido en sus<br />

intentos y avergonzado en sus hechos".<br />

114. Agustín: Podría ciertamente preguntarte en qué Ley se encuentran escritas las<br />

palabras que dijo el diablo, al acusar ante Dios al santo Job, si me hubiera propuesto<br />

demostrar que tú mismo no conoces la Ley que dices conoce el diablo; pero paso esto por<br />

alto, ya que no versa sobre esto nuestra cuestión.<br />

Tú has tratado de demostrar que el diablo conoce la Ley, como si nosotros tuviéramos por<br />

justos a cuantos conocen las palabras de la Ley. Lo que no veo es qué puede favorecerte<br />

lo que has recordado del diablo, a no ser que pretendas con ello que nos venga a las<br />

mientes cómo tratáis vosotros de imitarlo a él. En efecto, como el diablo profería las<br />

palabras de la Ley contra el autor de la Ley, así acusáis vosotros con las palabras de la Ley<br />

a los hombres que no conocéis, y lo hacéis precisamente con el fin de resistir a las<br />

promesas de Dios que están escritas en la misma Ley.<br />

También quisiera que me dijeses a quién quieren dar testimonio aquellos vuestros<br />

confesores cuando se precipitan a sí mismos: si a Cristo, que rechazó al diablo cuando le<br />

proponía tales cosas, o más bien al mismo diablo, que sugería a Cristo las hiciera.<br />

Dos son las más bajas y ordinarias clases de muerte usadas por aquellos vuestros que se<br />

la dan a sí mismos: la soga y el precipicio. Tú ciertamente has dicho al principio de esta<br />

carta: "El traidor se dio muerte con la soga, y dejó la soga a sus semejantes".<br />

Esto no tiene que ver nada con nosotros; pues no veneramos con el nombre de mártires a<br />

quienes se han colgado. Y con cuánta mayor razón podemos decir contra vosotros: "El<br />

diablo, maestro del traidor, quiso persuadir a Cristo el precipicio y fue rechazado". ¿Qué


habrá que decir de aquellos a quienes trató de persuadir consiguiéndolo? ¿Qué, sino que<br />

son enemigos de Cristo y amigos del diablo, discípulos del seductor, condiscípulos del<br />

traidor? Pues han aprendido unos y otros de un único maestro el suicidio, aquél mediante<br />

la horca, éstos mediante el precipicio.<br />

Una cosa es decir y otra maldecir<br />

L. 115. Petiliano: "Vamos a destruir una por una vuestras afirmaciones; si os llamáis<br />

sacerdotes, así dice el Señor por los profetas: La venganza del Señor sobre los falsos<br />

sacerdotes" 138 .<br />

116. Agustín: Busca mejor algo verdadero que decir y no por qué maldecir, algo que<br />

enseñar y no algo que objetar.<br />

La cátedra de corrupción<br />

LI. 117. Petiliano: "Si como miserables reclamáis la cátedra, como antes dijimos, en<br />

vuestras manos está la que el profeta David proclamó en el salmo cátedra de pestilencia.<br />

Justamente se os ha dejado a vosotros, porque los santos no pueden sentarse en ella".<br />

118. Agustín: Tú no te das cuenta que éstos no son documento alguno, sino vanas<br />

injurias. Es lo que ya dije poco antes: pronunciáis las palabras de la Ley, pero no miráis<br />

contra quién las dirigís, como el diablo decía las palabras de la Ley, pero no sabía a quién<br />

las dirigía. Aquél pretendía derrocar a nuestra Cabeza, que iba a subir al cielo, y vosotros<br />

queréis reducir a una partecilla al cuerpo de la misma Cabeza, que está difundido por toda<br />

la tierra.<br />

Has dicho poco ha que nosotros conocíamos la Ley y hablábamos según ella, pero que en<br />

nuestros actos nos avergonzábamos. Ciertamente dices esto sin probar nada; pero aunque<br />

lo probases de algunos, no te atreverías a achacar esto a los otros. Sin embargo, si a<br />

través del mundo entero todos fueran como tú tan vanamente acusas, ¿qué te ha hecho la<br />

cátedra de la Iglesia romana, en la cual se sentó Pedro, y en la cual hoy se sienta<br />

Anastasio, o la cátedra de la Iglesia de Jerusalén, en la cual se sentó Santiago y en la cual<br />

hoy se sienta Juan, con las cuales nos mantenemos unidos en la unidad católica y de las<br />

cuales os habéis separado con perverso furor? ¿Por qué llamas cátedra de corrupción a la<br />

cátedra apostólica? Si la llamas así a causa de los hombres que piensas proclaman la Ley y<br />

no la cumplen, ¿acaso el Señor Jesucristo al decir por los fariseos: Ellos dicen no hacen,<br />

infirió injuria alguna a la cátedra en que se sentaban? ¿No es verdad que recomendó<br />

aquella cátedra de Moisés y les refutó a aquéllos conservando el honor de la cátedra? Dice<br />

así: En la cátedra de Moisés se han sentado. Haced, pues, y observad lo que os digan;<br />

pero no imitéis su conducta, porque ellos dicen y no hacen 139 .<br />

Si pensarais en esto, no blasfemaríais, por causa de los hombres que acusáis, de la<br />

cátedra apostólica con la cual no estáis en comunión. Cierto, ¿qué es esto sino ignorar lo<br />

que se dice y no poder por menos de maldecir?<br />

Distinguir entre sacramento y disposiciones de quien lo recibe<br />

LII. 119. Petiliano: "Si pensáis que hacéis sacrificios, bien claro dice el mismo Dios de<br />

vosotros como personas sumamente detestables: Un criminal me sacrifica un becerro,<br />

como si mata un perro; el que ofrece flor de harina, como si ofreciera sangre de puerco<br />

140 ; reconoced ahí vuestro sacrificio, vosotros que habéis derramado ya sangre humana. Y<br />

aún más: Sus sacrificios serán pan de duelo, cuantos lo coman se harán inmundos" 141 .<br />

120. Agustín: Nosotros decimos que el sacrificio le resulta a cada uno según las<br />

condiciones en que se acerca a ofrecerlo o a recibirlo, y que comen de los sacrificios de<br />

ciertas personas los que se acercan a los sacrificios con las disposiciones de ésos. De esta<br />

manera, si ofrece a Dios el sacrificio un malo y luego lo recibe un bueno, el tal sacrificio le<br />

resulta a éste como lo que es, pues también está escrito: Para los puros todo es puro 142 .<br />

Según esta sentencia verídica y católica, no os habéis contaminado vosotros con el<br />

sacrificio de Optato si no os habéis complacido en sus acciones. Porque es cierto que es<br />

pan de duelo el pan de aquel cuyas iniquidades hacían llorar a toda el África; pero el mal<br />

del cisma de todos vosotros hace que el pan del duelo os sea común a todos vosotros. En<br />

efecto, según la sentencia de vuestro concilio, Feliciano de Musti derramó sangre humana,


pues dijisteis al condenarlos: Sus pies son ligeros para derramar sangre 143 . Considera,<br />

pues, qué sacrificio ofrece, qué sacerdote tenéis, cuando lo habéis condenado como<br />

sacrílego. Y si pensáis que esto no os perjudica a vosotros, os pregunto: ¿qué puede<br />

perjudicar al orbe entero la vanidad de vuestras calumnias?<br />

¿Es inútil la oración de los católicos?<br />

LIII. 121. Petiliano: "Si dirigís un ruego al Señor o hacéis una oración, en nada<br />

absolutamente os aprovecha. Pues vuestra conciencia manchada de sangre hace inútiles<br />

vuestras ligeras oraciones, ya que el Señor Dios atiende más a la limpia conciencia que a<br />

las plegarias, según dice el Señor Cristo: No todo el que diga: Señor, Señor, entrará en el<br />

Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial 144 . Y cierto, la<br />

voluntad de Dios es buena; por eso pedimos en la oración santa: Hágase tu voluntad en la<br />

tierra y en el cielo 145 , a fin de que, como su voluntad es buena, nos conceda a nosotros lo<br />

que es bueno. Vosotros, pues, no cumplís la voluntad de Dios, porque estáis perpetrando<br />

males todos los días".<br />

122. Agustín: Si nosotros dijéramos todo esto contra vosotros, cualquiera que nos oyese y<br />

estuviese lúcido, ¿no nos tomaría más por necios litigantes que por cristianos que<br />

discuten? Así que no vamos a devolver maldición por maldición. A un siervo del Señor no<br />

le conviene altercar, sino ser amable con todos, pronto a dejarse enseñar, sufrido y que<br />

corrija con mansedumbre a los que piensan diversamente 146 . Por consiguiente, si os<br />

ponemos delante a aquellos que entre vosotros están perpetrando el mal todos los días,<br />

litigamos neciamente acusando a unos por las faltas de los otros; y si os amonestamos a<br />

fin de que, como vosotros no queréis os echen en cara aquellas cosas, no nos echéis en<br />

cara a nosotros las ajenas, os corregimos con moderación por ver si algún día os<br />

arrepentís.<br />

Petiliano sostiene posturas católicas<br />

LIV. 123. Petiliano: "Si alguna vez, lo cual yo ignoro, arrojáis los demonios, ni eso puede<br />

seros de utilidad, porque no ceden los demonios a vuestra fe o a vuestros méritos, sino<br />

que son arrojados en el nombre del Señor Jesucristo".<br />

124. Agustín: Gracias sean dadas a Dios; al fin has confesado que la invocación del<br />

nombre de Cristo puede ser eficaz para la salud de los otros, aunque sea un pecador quien<br />

lo invoca. Por esto debes comprender que cuando se invoca el nombre de Cristo, no<br />

perjudican a la salud de los otros los pecados ajenos. Ahora bien, sobre cómo invocamos<br />

nosotros el nombre de Cristo, no necesitamos tu aprobación, sino la aprobación de aquel a<br />

quien invocamos; sólo él puede conocer con qué corazón se le invoca. Y, en verdad, sus<br />

palabras nos garantizan que le invocan saludablemente todas las naciones que son<br />

bendecidas en la descendencia de Abrahán.<br />

Lo que identifica a la Iglesia es la caridad, no los milagros<br />

LV. 125. Petiliano: "Por más prodigios y maravillas que hagáis, ni aun así, debido a<br />

vuestra perversidad, os conocerá el Señor, según dice él mismo: Muchos me dirán aquel<br />

día: Señor, Señor, en tu nombre profetizamos, y en tu nombre expulsamos demonios, y<br />

en tu nombre hicimos muchos milagros. Y entonces les declararé: ¡No os conozco;<br />

apartaos de mí, agentes de iniquidad!" 147<br />

126. Agustín: Conocemos la palabra del Señor. Así dice el Apóstol: Aunque tuviera fe<br />

como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy 148 . Lo que se debe buscar<br />

es quién tiene caridad; y se descubre que son sólo aquellos que aman la unidad. Porque<br />

en cuanto a la expulsión de los demonios y el poder de hacer milagros, ni los nuestros ni<br />

los vuestros deben gloriarse, si algunos han conseguido esto, ya que hay muchos que no<br />

hacen tales maravillas y, sin embargo, pertenecen al reino de Dios, y muchos, en cambio,<br />

que las realizan y no pertenecen a ese reino. Ahí tenemos a los apóstoles que podían<br />

realizar estas maravillas saludable y útilmente, y no quiso el Señor se alegraran de eso al<br />

decirles: Pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan, alegraos de que vuestros<br />

nombres estén escritos en los cielos 149 .<br />

Por lo cual podría yo decirte esto mismo que tú me has dicho tomado del Evangelio si te<br />

viera realizar estos milagros, como podrías decírmelo tú a mí si me vieras hacerlos.


Así que no nos propongamos unos a otros cuestiones que pueden ser dichas por ambas<br />

partes; antes, dando de mano a rodeos o ambigüedades, ya que lo que buscamos es<br />

dónde está la Iglesia de Cristo, oigámosle a él que la redimió con su sangre y que nos<br />

dice: Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, hasta los confines de la<br />

tierra 150 .<br />

Quien no esté en comunión con esta Iglesia, que se extiende por toda la tierra, ya ves con<br />

quién no está en comunión, si has oído de quién son estas palabras.<br />

Y ¿hay algo más demencial que estar en comunión con los sacramentos del Señor y no<br />

estarlo con sus palabras? Estos, ciertamente, dirán: En tu nombre hemos comido y bebido<br />

151 , y oirán: No os conozco 152 , precisamente quienes comen su cuerpo y beben su sangre<br />

en el sacramento, y no reconocen en el Evangelio a sus miembros extendidos por todo el<br />

orbe, y por eso en el juicio no son contados entre aquéllos.<br />

Repaso al Decálogo: No matarás<br />

LVI. 127. Petiliano: "Ahora bien, si vosotros, como pensáis, seguís en la pureza de la ley<br />

del Señor, discutamos sobre esta ley santísima a tenor de la ley. Dice el apóstol Pablo: La<br />

ley es buena, con tal que se use de ella correctamente 153 . Y ¿qué dice la ley? No matarás<br />

154 . Caín lo hizo una sola vez; vosotros habéis matado muchas veces a los hermanos".<br />

128. Agustín: No queremos parecernos a vosotros. No nos faltan textos que citar, como tú<br />

citas éste, ni contenidos que saber -pues tú los ignoras-, ni pruebas que aducir, las cuales<br />

no aduces tú.<br />

No fornicarás<br />

LVII. 129. Petiliano: "Se dijo: No fornicarás 155 . Y cada uno de vosotros quizá sea casto en<br />

cuanto al cuerpo, pero en el espíritu es un fornicario, porque adultera la santidad".<br />

130. Agustín: Puede decirse esto con verdad contra algunos, tanto nuestros como<br />

vuestros; pero si desagradan a unos y a otros, no son ni nuestros ni vuestros. Lo que tú,<br />

en cambio, dices contra algunos, sin demostrarlo en ellos mismos, quieres tomarlo como<br />

demostrado, y no sólo en algunos degenerados de la descendencia de Abrahán, sino en<br />

todas las naciones que son bendecidas en la misma descendencia.<br />

No dirás falso testimonio<br />

LVIII. 131. Petiliano: "Está escrito: No dirás falso testimonio 156 . Cuando mantenéis<br />

falsamente ante los reyes del siglo que nosotros detentamos vuestros bienes, ¿no<br />

inventáis falsedades?"<br />

132. Agustín: Si no son nuestros los bienes que detentáis, tampoco eran vuestros los que<br />

recibisteis de los maximianistas. Si aquéllos eran vuestros porque ellos causaron un cisma<br />

sacrílego al no comulgar con el partido de Donato, considera qué lugares son los que<br />

detentáis y cuál es la heredad con que no comulgáis, y pensad qué podéis responder, no a<br />

los reyes de este siglo, sino a Cristo.<br />

De él es de quien se ha dicho: Dominará de mar a mar, desde el río hasta los confines de<br />

la tierra 157 . ¿De qué río se trata aquí sino de aquel en que fue bautizado y en que<br />

descendió sobre él la paloma, gran señal de caridad y de unidad? Y vosotros no estáis en<br />

comunión con esta unidad, y detentáis aun los lugares de la unidad y nos suscitáis<br />

odiosidad a propósito de los emperadores del siglo, vosotros precisamente que, mediante<br />

los mandatos de los procónsules, habéis expulsado de los lugares del partido de Donato a<br />

vuestros cismáticos.<br />

No son éstas palabras lanzadas al azar: viven aún las personas, lo atestiguan las ciudades,<br />

lo proclaman las actas proconsulares y municipales. Deje ya de oírse la voz calumniosa<br />

que reprocha ante toda la tierra a los reyes del siglo, cuyos procónsules permitieron al<br />

cisma no perdonar a su propio cisma interior.<br />

Cuando decimos que detentáis nuestros bienes, no se nos puede demostrar que decimos<br />

un falso testimonio, a no ser que demostréis que no estamos en la Iglesia de Cristo, lo


cual, ciertamente, no dejáis de decir, aunque nunca podréis demostrarlo; aún más, cuando<br />

decís esto, reprocháis, no ya a nosotros, sino a Cristo, el crimen de falso testimonio.<br />

Nosotros ciertamente estamos en la Iglesia que fue anunciada en su propio testimonio y<br />

de la cual él atestiguó ante sus propios testigos diciendo: Seréis mis testigos en Jerusalén,<br />

en toda Judea y Samaría, y hasta toda la tierra 158 . Vosotros, en cambio, no sólo sois<br />

convictos de falso testimonio por resistir a esta verdad, sino también por el mismo proceso<br />

en que pugnasteis con el cisma de Maximiano. Si obrabais según la ley de Cristo, ¡cuánto<br />

más conveniente es que determinen según esa ley emperadores cristianos, si pueden<br />

juzgar según ella los mismos procónsules paganos!<br />

Claro que si juzgasteis conveniente acudir a esas leyes para defender vuestro imperio<br />

terreno, no tenemos motivo para reprenderos. Esto hizo Pablo cuando ante los inicuos<br />

atestiguó que él era ciudadano romano.<br />

Pero pregunto en qué leyes terrenas está establecido que los maximianistas sean<br />

expulsados de sus lugares. No encontrarás ninguna. Pero naturalmente vosotros tratasteis<br />

de expulsarlos en virtud de las mismas leyes que estaban dadas contra los herejes, y<br />

claro, entre ellos también contra vosotros, y como más poderosos, prevalecisteis contra<br />

los débiles. Por eso ellos, como no pudieron hacer nada, se consideraron inocentes, como<br />

el lobo bajo el león.<br />

Sin embargo, si no fuera por un falso testimonio no os serviríais contra los otros de las<br />

leyes que habían sido dadas contra vosotros. Pues si aquellas leyes son verdaderas,<br />

apartaos también vosotros de los lugares que tenéis; y si son falsas, ¿por qué os servisteis<br />

de ellas para excluir a los otros? ¿Qué sucede al ser veraces y en virtud de ellas no poder<br />

vosotros sino falazmente expulsar a los otros? Para obedecerlas los jueces quisieron<br />

expulsar a los herejes, por lo cual debieron expulsaros primero a vosotros; pero vosotros<br />

dijisteis que erais católicos, a fin de que no os alcanzasen las leyes mediante las cuales<br />

vosotros acosabais a los otros.<br />

Tú verás qué es lo que pensáis de vosotros mismos; pero según esas leyes vosotros no<br />

sois católicos. ¿Por qué, pues, las habéis adulterado con un falso testimonio siendo<br />

verdaderas, o si eran falsas, las habéis utilizado para aplastar a los otros?<br />

No desearás los bienes del prójimo<br />

LIX. 133. Petiliano: "Está dicho: No desearás nada que sea de tu prójimo 159 . Vosotros<br />

robáis nuestros bienes para hacerlos vuestros".<br />

134. Agustín: Cuanto poseía la unidad no puede ser sino nuestro, ya que nosotros<br />

estamos establecidos en la unidad, y no precisamente gracias a las calumnias de los<br />

hombres, sino gracias a las palabras de Cristo, en quien son bendecidas todas las naciones<br />

del universo; y no nos separamos de la compañía del grano por causa de los malos, a<br />

quienes no podemos separar del grano del Señor antes del juicio; y si separados<br />

comenzasteis a poseer algunos de estos bienes, como el Señor nos ha dado los que os<br />

había quitado a vosotros, no codiciamos por ello los ajenos, porque se han hecho<br />

nuestros, y son justamente nuestros por el mandato de aquel cuyas son todas las cosas;<br />

vosotros usabais de ellos para la separación, nosotros para la unidad.<br />

De otra manera también podrían reprochar al primer pueblo de Dios la codicia de los<br />

bienes ajenos los pueblos que, por haber usado mal de aquella tierra, fueron expulsados<br />

por el poder divino de la presencia de aquéllos, y los mismos judíos, a quienes se quitó el<br />

reino según la palabra del Señor, y se entregó a una nación que practicaba la justicia,<br />

pueden reprochar la codicia de bienes ajenos, porque la Iglesia de Cristo tiene su posesión<br />

donde reinaban los perseguidores de Cristo. Y después de todo esto, cuando se os diga a<br />

vosotros: "Habéis codiciado los bienes ajenos, puesto que arrojasteis de las basílicas a los<br />

maximianistas", no encontráis qué contestación dar.<br />

Litigar, no discutir<br />

LX. 135. Petiliano: "En virtud de qué ley os presentáis como cristianos, si obráis en contra<br />

de la ley?"


136. Agustín: Ya se ve que lo que pretendes es litigar, no discutir.<br />

Mt 5, 19<br />

LXI. 137. Petiliano: "El Señor Cristo dice: El que obre y enseñe así, ése será el más<br />

grande en el Reino de los Cielos 160 . Pero mirad cómo os condena a vosotros, miserables:<br />

El que quebrante uno de estos mandamientos menores, será el menor en el Reino de los<br />

Cielos" 161 .<br />

138. Agustín: No me preocupo mucho sobre lo que dices cuando aportas testimonios<br />

alterados de las Escrituras y no tienen relación con la cuestión que tratamos; mas cuando<br />

pueden obstaculizar el debate, pienso no debes enojarte si te recuerdo cómo está escrito,<br />

cuando no citas exactamente.<br />

El pasaje que acabas de citar no es como lo has puesto, sino así: El que quebrante uno de<br />

esos mandamientos menores, y así lo enseñe a los hombres, será el menor en el Reino de<br />

los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los<br />

Cielos 162 . Y continúa seguidamente: Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor<br />

que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos 163 .<br />

En otra parte señala y rearguye a los fariseos, porque ellos dicen y no hacen 164 . A éstos,<br />

pues, aludió al decir: El que quebrante y así lo enseñe 165 , es decir, enseñase con las<br />

palabras lo mismo que descuida en las obras; nos mandó que nuestra justicia abundase<br />

más que la de éstos, de suerte que obremos y enseñemos así.<br />

Y, sin embargo, ni siquiera por estos fariseos, con los cuales nos comparáis vosotros, no<br />

cuerda sino malévolamente, ordenó el Señor que se dejara la cátedra de Moisés, que era<br />

figura de la suya. En efecto, al decir que aquellos sentados en la cátedra de Moisés decían<br />

y no practicaban, amonesta sin embargo a los pueblos a practicar lo que dicen y a no<br />

hacer lo que hacen, a fin de que no se abandone la santidad de la cátedra y se divida por<br />

los malos pastores la unidad del rebaño.<br />

Mt 12, 31-32<br />

LXII. 139. Petiliano: "Dice aún: Todo pecado que comete el hombre queda fuera de su<br />

cuerpo 166 ; pero al que peca contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo<br />

ni en el otro" 167 .<br />

140. Agustín: Tampoco esto es exacto, y mira cómo te has equivocado. El Apóstol,<br />

escribiendo a los corintios, dice: Todo pecado que comete el hombre queda fuera de su<br />

cuerpo; pero el que fornica, peca contra su propio cuerpo 168 . Esto es una cosa, y otra lo<br />

que dijo el Señor en el Evangelio: Todo pecado y blasfemia se perdonará a los hombres,<br />

pero el pecado contra el Espíritu Santo no será perdonado 169 . Tú comenzaste la prueba<br />

con palabras del Apóstol, y la terminaste con otras del Evangelio como si fuera un único<br />

texto tomado de éste; cierto que pienso habrás hecho esto por error y no por malicia.<br />

Es verdad que ni lo uno ni lo otro tiene que ver con la cuestión, y veo por qué has dicho<br />

esto o qué pretendías. Quizá porque, habiendo dicho antes que el Señor había condenado<br />

a los que habían descuidado uno de los mandamientos, consideraste cuántos tenéis que<br />

han quebrantado uno y muchos mandatos; y entonces, para que no se te echara en cara<br />

esto, quisiste como de pasada introducir la diferencia de los pecados, poniendo en claro<br />

que una cosa es quebrantar un precepto leve que puede obtener fácilmente el perdón, y<br />

otra pecar contra el Espíritu Santo, pecado que no puede perdonarse ni en este mundo ni<br />

en el otro.<br />

De esta suerte, temiendo el contagio de los pecados, no quisiste pasar en silencio esto;<br />

pero a la vez, temiendo la profundidad de la cuestión, que superaba tus fuerzas, quisiste<br />

rozarlo de pasada con tal temor, que a la manera de los que apresurándose por alguna<br />

perturbación se visten o calzan desastradamente, no quisiste prestar atención a la<br />

cuestión que se trataba, o a qué se refería o dónde y cómo se encontraba escrito.<br />

Ahora bien, sobre cuál es el pecado que no se perdona en este mundo ni en el futuro,<br />

estáis tan ignorantes que, como creyendo que nosotros nos encontramos en él, sin<br />

embargo nos prometéis su perdón mediante vuestro bautismo. ¿Cómo puede tener lugar


esto si el pecado es de tal categoría que no se perdona ni en este mundo ni en el otro?<br />

Las bienaventuranzas: Los pobres<br />

LXIII. 141. Petiliano: "Pero ¿cómo cumplís vosotros los preceptos divinos? Dice Cristo el<br />

Señor: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos<br />

170 . Y vosotros, por la malicia del furor de perseguir, sólo respiráis riquezas".<br />

Agustín: Id a contar eso más bien a vuestros circunceliones.<br />

Los mansos<br />

LXIV. 143. Petiliano: "Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra.<br />

Vosotros, al no ser mansos, habéis perdido igualmente la tierra y el cielo".<br />

144. Agustín: Escuchad una y otra vez al Señor que dice: Seréis mis testigos en Jerusalén,<br />

en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra 171 . ¿No habrán perdido la tierra<br />

y el cielo quienes, para no estar en comunión con toda la tierra, menosprecian las palabras<br />

del que tiene su sede en el cielo? Y sobre vuestra mansedumbre, hay que interrogar no a<br />

vuestras palabras, sino a los garrotes de los circunceliones.<br />

A lo mejor me dices: "Qué tiene que ver eso con nosotros?" Como si yo no dijera esto para<br />

que dierais esa respuesta. Vuestro cisma tiene que ver con vosotros precisamente porque<br />

no queréis que tenga que ver con vosotros el pecado ajeno, y, sin embargo, no os<br />

separasteis de nosotros sino al reprocharnos los pecados ajenos.<br />

Los que lloran<br />

LXV. 145. Petiliano: "Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados 172 .<br />

Vosotros, verdugos nuestros, nos hacéis llorar a nosotros, pero vosotros no lloráis".<br />

146. Agustín: Considerad un poco a cuántos y qué luto han causado los gritos de<br />

"alabanzas a Dios" de vuestras gentes armadas. Decid de nuevo: "¿Qué tiene que ver eso<br />

con nosotros?" Y yo repetiré de nuevo: "Y lo que tú dices, ¿qué tiene que ver con nosotros,<br />

con el orbe de la tierra, con los que alaban el nombre del Señor desde la salida del sol<br />

hasta su ocaso, con toda la tierra que canta un cántico nuevo, con la descendencia de<br />

Abrahán en la cual son bendecidas todas las naciones?" Por consiguiente, a vosotros os<br />

afecta el sacrilegio del cisma, ya que no os afectan las malas acciones de los vuestros, y<br />

por esto debéis comprender que no afectan al orbe entero, aunque las demostrarais, las<br />

acciones de aquellos a causa de los cuales os separasteis de él.<br />

Los que tienen hambre y sed de justicia<br />

LXVI. 147. Petiliano: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque<br />

ellos serán saciados 173 . Vuestra justicia se cifra en tener sed de nuestra sangre".<br />

148. Agustín: ¿Qué te diré a ti, oh hombre, sino que eres un calumniador? Tiene hambre y<br />

sed de vosotros la unidad de Cristo, que ojalá llegue a absorberos. Dejaríais de ser<br />

herejes.<br />

Los misericordiosos<br />

LXVII. 149. Petiliano: "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán<br />

misericordia 174 . ¿Cómo llamaros misericordiosos a vosotros, si estáis mortificando a los<br />

justos? ¿No se os llamará mejor comunión detestable, puesto que mancháis vuestras<br />

almas?"<br />

150. Agustín: Ni vosotros probáis que sois justos ni que nosotros mortificamos aun a los<br />

injustos, y, sin embargo, como es generalmente cruel la falsa adulación, así es siempre<br />

misericordiosa la corrección justa. De ahí procede aquello que no entendéis: Me corregirá<br />

el justo en su misericordia y me reprenderá 175 . Después de hablar a los misericordiosos<br />

de la aspereza de la corrección, el salmista añadió algo sobre la suavidad de la perniciosa<br />

adulación: Pero el ungüento del impío no perfumará mi cabeza 176 . Así que tú debes<br />

atender adónde y de dónde eres llamado. ¿Cómo conoces tú qué sentimiento tiene para<br />

contigo el que tú tienes por cruel? Pero sea lo que sea, cada uno debe llevar su carga,


tanto entre nosotros como entre vosotros. Arrojad ya la carga del cisma que lleváis todos,<br />

para llevar vuestras cargas en la unidad, y corregir misericordiosamente, si podéis, a los<br />

que las llevan malas, y si no podéis, los toleréis con espíritu de paz.<br />

Los limpios de corazón<br />

LXVIII. 151. Petiliano: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a<br />

Dios. ¿Cuándo llegaréis a ver a Dios 177 , vosotros que por la inmunda malicia estáis<br />

dominados por la ceguera del corazón?"<br />

152. Agustín: ¿Por qué dices esto? ¿Acaso nosotros proclamamos a todas las naciones las<br />

cosas ignoradas que dicen los hombres y no queremos comprender las cosas manifiestas<br />

que predijo Dios sobre todas las naciones? Esta es una gran ceguera del corazón, y si no la<br />

descubrís entre vosotros, es una ceguera aún mayor.<br />

Los pacíficos<br />

153. Petiliano: "Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios<br />

178 . Vosotros fingís como criminales la paz, y buscáis mediante la guerra la unidad".<br />

Agustín: No simulamos la paz como criminales, sino que predicamos la paz del Evangelio,<br />

y si estáis en paz con él, lo estaréis también con nosotros. El Señor, al resucitar y al<br />

presentarse, para que no sólo le vieran con los ojos, sino también le tocaran con las<br />

manos sus discípulos, comenzó diciendo: La paz con vosotros 179 . Y un poco después les<br />

declaró cómo había de tenerse la paz. Entonces abrió sus inteligencias para que<br />

comprendieran las Escrituras, y les dijo: Así está escrito y así convenía que Cristo<br />

padeciera y resucitara al tercer día y que se predicara en su nombre la conversión y el<br />

perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén 180 .<br />

Estad en paz con estas palabras y no disentiréis de nosotros. Porque si buscamos la<br />

unidad mediante la guerra, no se pudo tributar alabanza más ilustre a nuestra guerra, ya<br />

que está escrito: Amarás a tu prójimo como a ti mismo 181 ; y también: Nadie aborreció<br />

jamás su propia carne 182 , aunque la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el<br />

espíritu contrarias a la carne 183 . Y si nadie tiene odio a su carne y sin embargo tiene<br />

deseos contrarios a la carne, aquí tenemos cómo se busca la paz por medio de la guerra, a<br />

fin de que el cuerpo castigado se someta a servidumbre.<br />

Pero lo que hace el espíritu contra la carne, manteniendo una guerra no fruto del odio,<br />

sino del amor, lo hacen los espirituales contra los carnales, que llevan contra sí mismos la<br />

guerra que hacen contra los otros, porque aman a sus prójimos como a sí mismos. Pero la<br />

guerra de los espirituales es la corrección en la caridad, su espada es la palabra de Dios.<br />

Esta es la guerra a que son convocados por la trompeta apostólica que resuena con gran<br />

fuerza: Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta<br />

con toda paciencia y doctrina 184 .<br />

He aquí cómo no procedemos con la espada, sino con la palabra; vosotros, en cambio, no<br />

respondéis con la verdad, sino con falsas acusaciones; no corregís vuestras faltas, sino<br />

que reprocháis las ajenas. Aporta Jesús el testimonio verdadero sobre el orbe entero,<br />

proferís vosotros contra Jesús un falso testimonio acusando al orbe entero. Si nosotros os<br />

creyéramos más a vosotros que a Cristo, seríamos pacíficos; pero como creemos a Cristo<br />

más que a vosotros, simulamos como criminales la paz. Y diciendo y haciendo esto,<br />

todavía tenéis el cinismo de recordar: Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán<br />

llamados hijos de Dios 185 .<br />

Ef 4, 1-3<br />

LXIX. 155. Petiliano: "Y el apóstol Pablo dice: Os exhorto, pues, yo, preso por el Señor, a<br />

que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda<br />

humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo<br />

empeño en conservar la unidad del espíritu con el vínculo de la paz" 186 .<br />

156. Agustín: Si no sólo adujerais el texto, sino que lo escucharais también, soportaríais<br />

por la paz incluso los males conocidos; no os dedicaríais a simular, por la disensión, los<br />

desconocidos, al menos porque después aprendisteis a soportar los males tan conocidos y


famosos de Optato por la unidad de Donato. ¿Qué locura es ésta? Se toleran los conocidos<br />

a fin de que no se divida de nuevo la división, y se difama a los desconocidos para no<br />

permanecer en el todo.<br />

El lugar de la paz<br />

LXX. 157. Petiliano: "A vosotros os dice el profeta: ¡Paz, paz! Pero ¿dónde está la paz?"<br />

187<br />

158. Agustín: Esto nos lo dices tú, no el profeta; por tanto, te respondemos a ti. Si buscas<br />

dónde está la paz, abre los ojos y mira de quién se dijo: Hace cesar las guerras hasta el<br />

extremo de la tierra 188 . Si buscas dónde está la paz, abre los ojos, dirígelos a la ciudad,<br />

que no puede esconderse por estar situada sobre el monte, abre los ojos y dirígelos al<br />

mismo monte, y que el mismo Daniel te lo muestre creciendo a partir de una pequeña<br />

piedra y llenando toda la tierra.<br />

Y cuando te dice a ti el profeta: ¡Paz, paz! Pero ¿dónde está la paz? 189 , ¿qué demostrarás?<br />

¿El partido de Donato, desconocido para las innumerables naciones que conocen a Cristo?<br />

No es ese partido lo que no puede esconderse, y ¿por qué sino porque no está situado<br />

sobre aquel monte? Él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hito uno 190 , no<br />

precisamente Donato, que de uno hizo dos.<br />

Los perseguidos por causa de la justicia<br />

LXXI. 159. Petiliano: "Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de<br />

ellos es el Reino de los Cielos 191 . Vosotros no sois bienaventurados, sino que hacéis<br />

mártires bienaventurados cuyas almas llenan los cielos y cuyos cuerpos hicieron florecer la<br />

tierra de sepulcros. Vosotros, pues, no los honráis, sino que hacéis mártires a los que<br />

nosotros honramos".<br />

160. Agustín: Evidentemente, si no se hubiese dicho: Bienaventurados los perseguidos<br />

por causa de la justicia, sino "bienaventurados los que se han precipitado", vuestros<br />

mártires llenarían el cielo. Ciertamente vemos muchas flores terrenas surgir de sus<br />

cuerpos, pero, como suele decirse, "flor de ceniza".<br />

Mt 23, 13-15<br />

LXXII. 161. Petiliano: "Como no sois bienaventurados adulterando los mandamientos,<br />

Cristo el Señor os condena con sus palabras divinas: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos<br />

hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! No entráis vosotros, ni lo<br />

permitís a los que están entrando ya. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que<br />

recorréis mar y tierra para hacer un solo prosélito, y, cuando llega a serlo, le hacéis hijo<br />

de condenación el doble más que vosotros! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas,<br />

que pagáis el diezmo de la menta, del aneto y del comino, y descuidáis lo más importante<br />

de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Esto es lo que había que practicar,<br />

aunque sin descuidar aquello! ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el<br />

camello! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que sois semejantes a sepulcros<br />

blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de<br />

muertos y de toda inmundicia! Así también vosotros por fuera parecéis justos ante los<br />

hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad" 192 .<br />

162. Agustín: Dime si has dicho algo que una boca maldiciente y contumeliosa no pueda<br />

devolveros a vosotros. Pero por lo que dije anteriormente, descubrirá quien quisiere que<br />

este texto se puede aplicar contra vosotros, y no por vano reproche, sino con el apoyo de<br />

testimonios verdaderos. Sin embargo, no se ha de pasar por alto este detalle, aunque sea<br />

ocasionalmente: el pueblo antiguo de Dios tenía la circuncisión como un bautismo.<br />

Pregunto, pues, si estos fariseos, contra quienes se dicen tales cosas, hubieran hecho un<br />

prosélito que, si los imitaba, hubiera sido dos veces más que ellos hijo de la gehenna,<br />

pregunto, si se enmendara y quisiera imitar a Simeón, Zacarías, Natanael, ¿pensarían ellos<br />

que debían circuncidarlo de nuevo? Si es ridículo decir esto, aunque por vana costumbre y<br />

modo de hablar nos comparéis con los tales, ¿por qué bautizáis después de nuestro<br />

bautismo?<br />

Ahora bien, si vosotros sois así, observad ¡cuánto mayor y más verdadera es la razón que<br />

nos mueve a nosotros para no bautizar después de vuestro bautismo, como aquellos que


acabo de citar no debían ser circuncidados después de la circuncisión de los pésimos<br />

fariseos! Además, siguiendo aquéllos sentados en la cátedra de Moisés, cuyo honor quiso<br />

el Señor se conservara, ¿por qué vosotros, a causa de éstos, a quienes justa o<br />

injustamente comparáis con aquéllos, blasfemáis de la cátedra apostólica?<br />

¿Quiénes son los lobos?<br />

LXXIII. 163. Petiliano: "Pero todo esto no puede atemorizarnos a nosotros los cristianos.<br />

Hagáis el mal que hagáis, tenemos por delante el mandato de Cristo: Os envío como<br />

ovejas en medio de lobos 193 . Vosotros habéis colmado la rabia de los lobos, vosotros que<br />

tendéis o preparáis asechanzas a las iglesias como los lobos que, acechando siempre<br />

perniciosa e impetuosamente a los apriscos, respiran cólera jadeante en sus fauces<br />

inyectadas de sangre".<br />

164. Agustín: Quisiera devolveros a vosotros esa conclusión, pero no quisiera usar de<br />

semejantes palabras; son demasiado impropias, o mejor, demasiado cercanas a la locura.<br />

Lo que sí era necesario era que demostraseis, con algunos argumentos fundados, no con<br />

tan vanas maldiciones, que nosotros éramos lobos y vosotros, en cambio, ovejas. Si yo<br />

hubiera dicho igualmente: "Nosotros somos ovejas y vosotros lobos", ¿piensas que hay<br />

alguna diferencia, por el hecho de que tú usas de palabras hinchadas para decirlo?<br />

Pero presta atención, que yo voy a probar lo que digo. Es decir, el Señor, como tú de buen<br />

o mal grado bien lo sabes, dice en el Evangelio: Mis ovejas escuchan mi voz; y me siguen<br />

194 . Muchas son las palabras del Señor sobre diversas cuestiones. Pero, por ejemplo,<br />

alguien podría dudar de si el mismo Señor había resucitado en el cuerpo. Si se le leyesen<br />

sus palabras cuando dijo: Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como<br />

veis que yo tengo 195 , y oídas no quisiera asentir a creer en la resurrección de su cuerpo,<br />

no sería ciertamente contado entre las ovejas del Señor, por haber oído su voz y no<br />

haberla seguido.<br />

De la misma manera, al presente se plantea ante nosotros la cuestión dónde está la<br />

Iglesia. Del mismo lugar del Evangelio, donde presentó después de su resurrección su<br />

cuerpo a los que dudaban, para que le tocasen, leemos las palabras que siguen, en las<br />

cuales demostró la futura amplitud de su Iglesia diciendo: Así está escrito, y era preciso<br />

que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y que se predicara<br />

en su nombre la conversión y el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando<br />

desde Jerusalén 196 .<br />

Y vosotros no queréis mantener la comunión con todas las naciones donde se han<br />

realizado estas predicciones; ¿cómo sois ovejas de este Pastor, cuyas palabras oís sin<br />

querer seguirlas; más aún, resistiéndoos a ellas? Y atendiendo a estos motivos, decimos<br />

que vosotros no sois sus ovejas, pero que sois lobos; escuchad cómo lo probamos. Puesto<br />

que por sus palabras aparece dónde está la Iglesia, es bien claro dónde está el redil de<br />

Cristo. Por consiguiente, manifestado y claramente expresado este redil por las palabras<br />

bien precisas del Señor, ¿no serán auténticos lobos rapaces quienes, no digo por falsos,<br />

sino, lo que es manifiesto, por inciertos crímenes de los hombres, apartan de tal redil a las<br />

ovejas y las arrancan de la vida de la unidad y de la caridad, y alejándolas las matan? ¿No<br />

son éstos lobos rapaces? Y, sin embargo, ellos alaban y predican a Cristo el Señor.<br />

Estos, pues, son sin duda de quienes dice él: Vestidos con pieles de ovejas, pero por<br />

dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis 197 . La piel de oveja está en las<br />

alabanzas de Cristo; el fruto del lobo, en los dientes maldicientes .<br />

Traditores-herejes<br />

LXXIV. 165. Petiliano: "¡Desgraciados traditores! Fue ciertamente conveniente que se<br />

cumpliera la Escritura; pero lamento en vosotros que hayáis merecido desempeñar el<br />

papel de la malicia".<br />

166. Agustín: Mejor podría ser yo el que dijera: "¡Oh desgraciados traditores!", si me<br />

agradara; más aún, si me aconsejara la justicia echaros en cara a todos vosotros las<br />

acciones de los vuestros. Conviniéndoos a todos vosotros las palabras: "¡oh desgraciados<br />

herejes!"; ya puedo yo decir las restantes tuyas. En verdad está escrito: Conviene que<br />

haya también herejías, para que se ponga de manifiesto quiénes son de probada virtud


entre vosotros 198 . Fue preciso, pues, que se cumpliera la Escritura, pero lamento en<br />

vosotros que hayáis merecido desempeñar el papel de la malicia.<br />

Palabras y costumbres<br />

LXXV. 167. Petiliano: "A nosotros nos encargó el Señor Cristo la paciencia sencilla y la<br />

inocencia frente a vuestras fierezas. ¿Qué es lo que dice? Os doy un mandamiento nuevo:<br />

que os améis los unos a los otros como yo os he amado, y también: En esto conocerán<br />

todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" 199 .<br />

168. Agustín: Si no hicierais aflorar en la superficie de vuestro discurso esas palabras tan<br />

ajenas a vuestras costumbres, ¿cómo podríais encubriros con la piel de oveja?<br />

Imitadores de Pablo<br />

LXXVI. 169. Petiliano: "El mismo apóstol Pablo se vio obligado a soportar grandes<br />

persecuciones ocasionadas por todos los pueblos, pero hubo de soportarlas más duras de<br />

parte de los falsos hermanos, como atestigua él de sí mismo, atormentado<br />

frecuentemente por los peligros procedentes de los gentiles, de los de su raza, de los<br />

falsos hermanos; y concluye: sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo 200 . Así es que<br />

cuando nos atacáis como falsos hermanos que sois, imitamos bajo estos peligros vuestros<br />

la paciencia del maestro Pablo".<br />

170. Agustín: Sin duda, éstos son los falsos hermanos de que en otro lugar se queja así,<br />

proclamando la auténtica sinceridad de Timoteo: Pues a nadie tengo de tan iguales<br />

sentimientos que se preocupe sinceramente de vuestros intereses, ya que todos buscan<br />

sus propios intereses y no los de Cristo 201 . Ciertamente hablaba de aquellos que estaban<br />

con él precisamente cuando escribía la carta; ya que no todos los cristianos en cualquier<br />

parte buscaban sus intereses, no los de Cristo. Sin duda, como dije, lamentaba estas<br />

cosas refiriéndose a los que tenía consigo cuando escribía esto. ¿A qué otros alude al decir<br />

en otra parte: Por fuera, luchas; por dentro, temores 202 , sino a aquellos a quienes tanto<br />

más temía cuanto más dentro estaban? Por tanto, si quisieras imitar a Pablo, soportarías a<br />

los falsos hermanos dentro, no calumniarías a los inocentes fuera.<br />

Fe y caridad<br />

LXXVII. 171. Petiliano: "En efecto, ¿qué fe hay en vosotros si no tiene caridad? El mismo<br />

Pablo dice: Aunque hablara las lenguas de los hombres y tuviera la ciencia de los ángeles,<br />

si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el<br />

don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud<br />

de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repartiera<br />

todos mis bienes a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad,<br />

nada me aprovecha" 203 .<br />

172. Agustín: Esto es lo que dije poco ha: que tú querías encubrirte con piel de oveja, a<br />

fin de que, si es posible, sienta tus mordiscos la oveja antes de presentir tu venida. ¿No es<br />

este elogio de la caridad el que suele rebatir vuestra calumnia con una claridad meridiana?<br />

¿Acaso dejarán de ser nuestras estas armas, porque vosotros intentáis tomarlas de<br />

antemano? Bien vivos son estos dardos: de dondequiera sean lanzados, saben bien a<br />

quién herir. Si los lanzamos nosotros, se os clavarán en vosotros; si los lanzáis vosotros,<br />

se tornarán contra vosotros. Pues recomendándonoslo estas palabras del Apóstol, solemos<br />

recordaros a vosotros la eminencia de la caridad, cómo nada aprovecha a los hombres,<br />

aunque tengan los sacramentos y la fe, si no tienen caridad, de suerte que cuando venís a<br />

la unidad católica, comprendáis qué es lo que se os da y cuánto es lo que os falta, pues la<br />

caridad cristiana no puede conservarse sino en la unidad de la Iglesia, y así podáis ver que<br />

sin ella no sois nada, aunque tengáis el bautismo y la fe, y mediante ella podáis trasladar<br />

los montes.<br />

Si éste es también vuestro parecer, no rechacemos y expulsemos de nosotros ya los<br />

sacramentos de Dios que conocemos, ya la misma fe; antes bien, mantegamos la caridad,<br />

sin la cual ni con los sacramentos ni con la fe somos nada. Pero mantenemos la caridad si<br />

abrazamos la unidad, y abrazamos la unidad si no la configuramos conforme a nuestro<br />

partido con nuestras palabras, sino que la reconocemos en la unidad por las palabras de<br />

Cristo.


1Co 13, 4-8<br />

LXXVIII. 173. Petiliano: "Aún dice más: La caridad es longánime, es benigna; la caridad<br />

no es envidiosa, no obra torcidamente, no se engríe, no es descortés; no busca el interés<br />

suyo -vosotros, en cambio, buscáis los bienes ajenos-; no se irrita; no toma en cuenta el<br />

mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad; todo lo tolera, todo lo soporta.<br />

La caridad no decae jamás 204 . Esto quiere decir, en pocas palabras: la caridad no<br />

persigue, no excita a los emperadores contra la vida de los demás, no saquea los bienes<br />

ajenos, ni llega a matar a los hombres que ha despojado".<br />

174. Agustín: ¿Cuántas veces te lo voy a decir? Si no demostráis estas cosas, no afectan a<br />

nadie, y si las demostráis, no nos afectan a nosotros, como no os afectan a vosotros las<br />

que cometen a diario los vuestros mediante los crímenes de los presos de locura, las<br />

lujurias de los vinolentos, la ceguera de los suicidas, la tiranía de los salteadores. ¿Quién<br />

no ve ser verdad esto que digo? Y si ahora hubiera en ti caridad, ella se complacería en la<br />

unidad.<br />

¡Con qué elegancia se utilizan con piel de oveja las palabras: Todo lo tolera. Todo lo<br />

soporta! 205 Pero cuando se llega al examen, no pueden encubrirse los dientes del lobo. En<br />

virtud de lo que se dijo: Soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en<br />

conservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz 206 , la caridad, aunque conociese<br />

algunos males dentro, te forzaría no a consentir en ellos, sino a soportarlos si no pudieras<br />

impedirlos, a fin de no desgajar al presente de la sociedad de los buenos el vínculo de la<br />

paz, por querer separar a los malos que serán separados en la última bielda.<br />

Lanzado fuera por el viento de la ligereza, echas en cara al trigo el crimen de la paja, y lo<br />

que inventas de los malos, afirmas que, debido al contagio, tiene fuerza aun en los<br />

buenos, y habiendo dicho el Señor: El campo es el mundo, la siega es el fin del mundo 207 ,<br />

y antes, refiriéndose a la cizaña: Dejad que ambos crezcan hasta la siega 208 , tú te afanas<br />

con tus palabras por hacer creer que el trigo ha desaparecido de todo el campo y queda<br />

reducido a la pequeñísima porción vuestra, intentando así dejar a Cristo por mentiroso y<br />

quedando tú por veraz. Ciertamente hablas contra tu conciencia. Nadie en verdad,<br />

admirando un poco el Evangelio, tiene la osadía de decir en su espíritu que no existen<br />

cristianos extendidos por todas las naciones, en las cuales casi a una voz se responde<br />

"amén" y se canta el aleluya. Y sin embargo, para no dejar como mentiroso al partido de<br />

Donato, que no está en comunión con el orbe de la tierra, si algún ángel, que fuera capaz<br />

de ver el orbe entero, te dijera desde el cielo que fuera de vuestra comunión en parte<br />

alguna había inocentes y buenos, a buen seguro que te alegrarías de la iniquidad del linaje<br />

humano y te gloriarías de haber dicho esas verdades aun antes de reconocerlas. ¿Cómo<br />

puede estar en ti la caridad que no se alegra de la iniquidad?<br />

Pero no trates de engañarte: existe a través del campo, que es el mundo, trigo del Señor<br />

creciendo hasta el fin de los tiempos. Así lo dijo Cristo, y Cristo es la verdad. Haya en ti<br />

caridad, y alégrese con la verdad. Si un ángel, aun desde el cielo, evangelizara contra el<br />

Evangelio, sea anatema.<br />

No toda persecución es mala<br />

LXXIX. 175. Petiliano: "Finalmente, ¿qué motivo hay para la persecución? Os pregunto a<br />

vosotros, desgraciados, por si llegáis a pensar que hacéis el mal con la autoridad de la<br />

ley".<br />

176. Agustín: Quien peca, no peca con la autoridad de la ley, sino contra ella. Pero ya que<br />

preguntas por el motivo de la persecución, a mi vez te pregunto yo de quién es la voz que<br />

dice en el salmo: Al que infama a su prójimo en secreto, yo le perseguía 209 . Busca, pues,<br />

la causa o el modo de la persecución, y no reprendas con tal ignorancia globalmente a los<br />

perseguidores de los malos.<br />

Lc 9, 49-50: Valor del bautismo fuera de la Iglesia<br />

LXXX. 177. Petiliano: "Por el contrario, yo respondo que Jesucristo no persiguió a nadie.<br />

Sucedió que algunas sectas no les placían a los apóstoles y se lo sugerían a él mismo -él<br />

había venido a predicar la fe no forzando, sino invitando a los hombres-. Al decirle<br />

entonces ellos: Muchos imponen las manos en tu nombre y no están con nosotros, les


espondió Jesús: Dejadlos; si no están contra vosotros, están con vosotros".<br />

178. Agustín: ¿Por qué no dices que vas a proferir libremente de tu cosecha muchos<br />

extremos que no se encuentran en las Escrituras? Si pretendieras aducir testimonios<br />

sacados de las mismas Escrituras, ¿admitirías por ventura los que no encuentras allí? Pero<br />

en vuestro poder está proferir tantas mentiras como proferís. En efecto, ¿dónde está<br />

escrito lo que has citado, o cuándo le sugirieron aquello al Señor o dio el Señor aquella<br />

respuesta? Nunca le dijo al Hijo de Dios discípulo alguno: "Muchos imponen las manos en<br />

tu nombre y no están con nosotros". Y así, tampoco pudo él responderles: "Dejadlos; si no<br />

están contra vosotros, están con vosotros".<br />

Sí que existe en el Evangelio cierta sugerencia semejante hecha al Señor sobre cierto<br />

individuo que arrojaba en su nombre los demonios y que no le seguía con los discípulos, y<br />

el Señor les dijo: No se lo impidáis, pues el que no está contra vosotros, está con<br />

vosotros 210 . Pero esto no tiene relación alguna con la proposición de las sectas que parece<br />

haber dejado pasar el Señor. Si a ti te engañó cierta semejanza de expresión, no hay<br />

mentira en lo que dices, es un error humano. Ahora bien, si tratas de insinuar las nieblas<br />

de la falsedad en los ignorantes de las santas Escrituras, bien debes sentir el dolor,<br />

sentirte confundido, enmendarte.<br />

Pero hay algo que tratar sobre esa sugerencia que se hizo al Señor. En efecto, como<br />

entonces, aun fuera de la comunión con los discípulos, tenía un poder tan grande la<br />

santidad del nombre de Cristo, de la misma manera tiene valor la santidad del sacramento<br />

fuera de la comunión de la Iglesia; pues no se da el bautismo sino en el nombre del Padre<br />

y del Hijo y del Espíritu Santo. ¿Quién puede haber tan demente que afirme que incluso<br />

fuera de la comunión de la Iglesia tiene fuerza el nombre del Hijo y, en cambio, no la tiene<br />

ni el del Padre ni el del Espíritu Santo, o que tiene poder en la curación del hombre y no lo<br />

tiene en dar el bautismo?<br />

Pero claramente fuera de la comunión de la Iglesia y del vínculo santísimo de la unidad y<br />

el don supereminente de la caridad, ni el hombre librado del demonio ni el bautizado<br />

consiguen la vida eterna, así como no la consiguen quienes por la comunión de los<br />

sacramentos parece que están dentro y por la iniquidad de sus costumbres se ve que<br />

están fuera. Por otra parte, ya hemos dicho antes que Cristo persiguió corporalmente a<br />

quienes arrojó del templo a latigazos.<br />

Flp 1, 18 condena la repetición del bautismo<br />

LXXXI. 179. Petiliano: "Pero el apóstol San Pablo dice esto: De cualquier manera que<br />

Cristo sea anunciado" 211 .<br />

180. Agustín: Hablas contra ti; pero como hablas en pro de la verdad, si la amas, te<br />

favorecerá a ti lo que dices. Yo te pregunto: ¿De quién decía esto el apóstol Pablo?<br />

Pasémoslo en ligera revista si te place: Algunos predican a Cristo por envidia y rivalidad;<br />

mas hay también otros que lo hacen con buena intención; algunos, con amor, conscientes<br />

de que yo estoy puesto para defender el Evangelio; otros, por obstinación, no con puras<br />

intenciones, creyendo que aumentan la tribulación de mis cadenas. Pero ¿y qué? Al fin y al<br />

cabo, hipócrita o sinceramente, Cristo es anunciado, y esto me alegra y seguirá<br />

alegrándome 212 .<br />

Vemos que éstos han anunciado una doctrina santa, casta y verdadera, aunque no lo han<br />

hecho con limpia intención, sino por envidia y emulación, sin caridad, sin limpieza de<br />

corazón. Poco antes, ciertamente, parece entonabas contra nosotros los elogios de la<br />

caridad según el testimonio del Apóstol, diciendo que donde no hay caridad, nada<br />

aprovecha lo que haya: mira cómo en éstos no hay caridad, y, sin embargo, existía la<br />

predicación de Cristo, de la cual dice el Apóstol que se alegra. Y no vamos a decir que se<br />

alegra del mal de aquéllos, sino del bien del nombre de Cristo. Claro, en él existía la<br />

caridad, que no se alegra de la iniquidad, sino que se regocija con la verdad;<br />

naturalmente, la envidia que había en ellos es un mal diabólico; por ésta cayó él y arrastró<br />

a los otros.<br />

Por consiguiente, estos tan malos, a los que así acusa el Apóstol, en quienes había ese<br />

bien tan grande de que se alegra, ¿dónde estaban: dentro o fuera? Escoge lo que quieras:<br />

si dentro, ya los conocía Pablo, y, sin embargo, no le mancillaban; tampoco os


mancillarían a vosotros en la unidad las verdades que decís o falsedades que inventáis<br />

sobre no sé quién. ¿Por qué, pues, os habéis separado; por qué habéis perecido por el<br />

sacrilegio del cisma malvado?<br />

Y si estaban fuera, nótese que está la santidad del nombre de Cristo entre los que están<br />

fuera y no pueden pertenecer a la vida eterna porque no tienen la caridad ni mantienen la<br />

unidad; y, sin embargo, el Apóstol, aunque los detesta, confirma con gozo su predicación<br />

por la santidad del mismo nombre. Y así, con razón, no causamos agravio al mismo<br />

nombre, cuando vienen a nosotros los que estaban fuera, sino que los corregimos y<br />

honramos aquel nombre. Así, pues, pensad vosotros con qué impiedad expulsáis, en<br />

aquellos cuyos hechos parece acusáis, aun el sacramento del nombre de Cristo que<br />

permanece santo en ellos.<br />

Tú por tu parte, ciertamente, como lo indican tus palabras, consideras que han estado<br />

fuera de la Iglesia estos que conmemoró el Apóstol. Así, cuando temes sufrir persecución<br />

de parte de los católicos, al hablar sobre la cual nos presentas a nosotros como enojosos,<br />

has confirmado que en los herejes se halla el nombre de Cristo, al cual ultrajas repitiendo<br />

el bautismo.<br />

¿Manchar o sanar?<br />

LXXXII. 181. Petiliano: "Por consiguiente, si tal autoridad de la fe no se ha opuesto a<br />

nadie, ¿por qué motivo persigues tú a los hombres, de suerte que los fuerzas a<br />

mancillarse?"<br />

182. Agustín: Ni perseguimos nosotros, a no ser como persigue la verdad a la falsedad ,<br />

ni nos afecta a nosotros si alguno os ha perseguido a vosotros de otra manera, lo mismo<br />

que no os afecta a vosotros lo que de manera semejante hacen los vuestros; no os<br />

forzamos a mancillaros, sino que os aconsejamos la curación.<br />

Coacción religiosa<br />

LXXXIII. 183. Petiliano: "Si hubiera estado permitido servirse de la coacción legal,<br />

aunque fuera para el bien, nosotros debíamos haberos forzado a vosotros, miserables, a<br />

una fe purísima. Pero lejos, lejos de nuestra conciencia el forzar a alguien a abrazar<br />

nuestra fe".<br />

184. Agustín: A nadie se debe obligar a abrazar la fe contra su voluntad; pero la severidad<br />

y aun la misericordia del Señor suele castigar la perfidia con el flagelo de la tribulación.<br />

Pues qué, si las óptimas costumbres son elección de la libre voluntad, ¿no se han de<br />

castigar las malas en plena legalidad? Pero la disciplina que castiga el mal vivir no tiene su<br />

momento mas que cuando se posterga la doctrina precedente del vivir bien. Por<br />

consiguiente, si se han establecido leyes contra vosotros, no es para forzaros a obrar bien,<br />

sino para prohibiros obrar mal. El bien nadie puede hacerlo sin elegir, sin amar, lo que<br />

está al alcance de la buena voluntad; en cambio, el temor de las penas, aun sin el deleite<br />

de la buena conciencia, al menos refrena el mal deseo dentro de los muros del<br />

pensamiento.<br />

Pero ¿quién ha establecido esas leyes que reprimen vuestra audacia? ¿No son aquellos de<br />

quienes dice el Apóstol que no llevan sin motivo la espada? Son realmente ministros de<br />

Dios que toman venganza del que obra mal. Toda la cuestión, pues, se cifra en ver si no<br />

obráis mal vosotros, a quienes reprocha el orbe entero el sacrilegio de cisma tan grave.<br />

Vosotros, pasando por alto la discusión de esta cuestión, habláis de cosas vanas, y<br />

llevando una vida de bandidos, os jactáis de morir como mártires. Y como teméis las<br />

mismas leyes o la odiosidad, o estáis incapacitados para resistir, no digo frente a tantos<br />

hombres, sino frente a tantas naciones católicas, os gloriáis de vuestra mansedumbre, ya<br />

que decís no forzáis a nadie a entrar en vuestro partido. Así, ni más ni menos, el milano,<br />

no pudiendo por miedo arrebatar los polluelos, se da el nombre de palomo. ¿Cuándo<br />

pudisteis y no lo hicisteis? Por eso habéis demostrado cuánto más haríais si pudierais.<br />

Cuando Juliano, aborreciendo la paz de Cristo, os devolvió las basílicas de la unidad, ¿<br />

quién puede recordar los estragos que cometisteis, cuando los mismos demonios abrieron<br />

sus propios templos y saltaban de gozo con vosotros? ¿Qué no tuvo que sufrir de parte<br />

vuestra Rogato Mauro en la guerra de Firmo?: ¿Que se lo pregunten a la misma Mauritania


Cesariense. En tiempo de Gildón, siendo un colega vuestro su amigo muy íntimo, bien<br />

saben los maximianistas lo que tuvieron que experimentar . El mismo Feliciano, al<br />

presente uno de los vuestros, si se le pudiera exigir con juramento si no le había forzado<br />

contra su voluntad Optato a tornar a vuestra comunión, no se atrevería a mover los labios,<br />

sobre todo si se hallase cara a cara frente al pueblo de Musti, que fue testigo de los<br />

hechos.<br />

Pero éstos, como dije, deben saber muy bien lo que tuvieron que sufrir de parte de<br />

aquellos con los cuales tan mal trato dieron a Rogato; la misma Iglesia católica, fortalecida<br />

por los príncipes católicos que gobiernan, ha sido atacada por mar y tierra con atroz<br />

hostilidad por las turbas armadas de Donato. Esta persecución obligó entonces por vez<br />

primera a alegar contra vosotros ante el vicario Serno aquella ley de diez libras de oro que<br />

hasta ahora no ha pagado ninguno de vosotros, y todavía nos acusáis de crueldad. ¿Qué<br />

cosa puede haber más benigna que el que semejantes crímenes vuestros resulten penados<br />

con la sola supresión de los perjuicios?<br />

Por otra parte, ¿quién podrá descubrir todos los desmanes que cada uno de vosotros ha<br />

cometido con propia autoridad en vuestros lugares, sin amparo alguno de los jueces u<br />

otras potestades? ¿Quién de nosotros no ha sabido algo por sus antepasados o no lo ha<br />

experimentado en sus comunidades? ¿Acaso en Hipona, donde yo estoy, faltan quienes<br />

recuerdan que vuestro Faustino ordenó en el tiempo de su mandato, como había allí pocos<br />

católicos, que nadie cociera pan para ellos? Y llegó a tal extremo, que un panadero,<br />

inquilino de uno de nuestros diáconos, arrojó el pan sin cocer de su dueño, y sin estar<br />

condenado por ley alguna de destierro, le negó todo trato, no sólo en una ciudad romana,<br />

sino también en su patria y hasta en su propia casa. Y ¿qué decir de algo tan reciente que<br />

todavía lo estoy lamentando? ¿Acaso vuestro Crispín de Calama, habiendo comprado una<br />

posesión, y además como enfitéutica, en un dominio de los emperadores católicos, cuyas<br />

leyes no os permiten ni existir en las ciudades, en un ataque de furor no dudó en sumergir<br />

en las aguas, para rebautizarlas, a unas ochenta personas que se desataban en miserables<br />

gemidos? ¿Por qué, sino por hechos como éstos, habéis obligado a que se den esas leyes<br />

de que tanto os quejáis y que, aunque sí de cierta importancia, son muy inferiores a lo que<br />

merecéis? ¿Acaso las violentas excursiones de vuestros circunceliones, que combaten en<br />

bandas furiosas bajo vuestras órdenes, no nos expulsarían por todas partes de los campos<br />

si no os tuviéramos como rehenes en las ciudades, ya que no queréis soportar en modo<br />

alguno, si no por temor, al menos por pudor, las mismas miradas del pueblo y la<br />

reprensión de los hombres de bien?<br />

No digas, pues: "Lejos, lejos de nuestra conciencia forzar a alguno a abrazar nuestra fe".<br />

Lo hacéis donde podéis; y donde no lo hacéis es porque no podéis, ya por el temor de las<br />

leyes o de la odiosidad, ya por la multitud de los que se os oponen.<br />

Libre albedrío y atracción de Dios<br />

LXXXIV. 185. Petiliano: "Dijo Cristo el Señor: Nadie puede venir a mí sino aquel a quien<br />

el Padre lo atrae 213 . ¿Por qué no permitís vosotros a cada uno seguir su libre voluntad,<br />

puesto que el mismo Señor Dios ha dado a los hombres esa voluntad libre, mostrando a la<br />

vez, eso sí, el camino de la justicia, a fin de que nadie se pierda por ignorancia? Dice en<br />

efecto: Te he puesto delante el bien y el mal; te he puesto delante fuego y agua: elige lo<br />

que te plazca. En virtud de ese albedrío, vosotros, miserables, habéis elegido no el agua,<br />

sino más bien el fuego. Y añade: Escoge el bien, para que vivas. Tú que no quieres elegir<br />

el bien, te has condenado a rehusar la vida".<br />

186. Agustín: Si te propongo la cuestión de cómo Dios Padre atrae a su Hijo a los<br />

hombres a quienes dejó con el libre albedrío, quizá tuvieras gran dificultad en resolverla. ¿<br />

Cómo atrae, si permite que cada uno elija lo que quiera? Y, sin embargo, son verdaderos<br />

ambos extremos, pero son pocos los que pueden penetrar esto con la inteligencia .<br />

Como puede suceder que el Padre atraiga al Hijo a los que dejó con el libre albedrío, así<br />

puede suceder también que las amonestaciones impuestas por las restricciones de la ley<br />

no eliminen el libre albedrío. En efecto, cuanto de áspero y molesto soporta el hombre, le<br />

sirve de amonestación para que piense por qué lo sufre, de suerte que si ve que lo soporta<br />

por la justicia, elija como un bien el soportar por la justicia tales cosas; y si viere que el<br />

motivo de tolerarlo es la iniquidad, considerando que se afana y atormenta tan sin fruto,<br />

encarrile a mejor camino su voluntad, para verse a la vez libre de una molestia estéril y de


la misma iniquidad que le ha de causar daños mucho más graves y perniciosos.<br />

En cuanto a vosotros, cuando los reyes toman algunas medidas contra vosotros, pensad<br />

que es una amonestación a pensar por qué sufrís esto. Si lo sufrís por la justicia, en<br />

verdad que ellos son perseguidores vuestros; vosotros, en cambio, sois bienaventurados,<br />

porque al sufrir persecución por la justicia poseeréis el reino de los cielos; pero si lo sufrís<br />

por la iniquidad de vuestro cisma, en este caso, ¿qué son aquéllos sino vuestros<br />

correctores, y vosotros, en cambio, como el resto de los reos de diversos crímenes que<br />

soportan las penas de la ley, unos plenamente desgraciados en este mundo y en el otro?<br />

Nadie, pues, os priva del libre albedrío, pero debéis considerar con diligencia qué elección<br />

vais a tomar: corregiros y vivir en paz, o perseverando en la malicia, soportar auténticos<br />

suplicios bajo el nombre de un falso martirio. De este modo se os puede hablar ya como a<br />

quien sufre injustamente por la justicia, ya como quien sufre merecidamente por la<br />

iniquidad, pues que habéis cometido tantas iniquidades y campáis con tal impunidad y tan<br />

furiosos, que con vuestro grito de "alabanzas a Dios" aterrorizáis más que con una<br />

trompeta de guerra, y tan calumniosos además, que llegáis a imputar a nuestras<br />

persecuciones los suicidios espontáneos de los vuestros.<br />

187. Dices también, con un tono de amabilísimo preceptor: "Tú, que no quieres elegir el<br />

bien, te has condenado a rehusar la vida". Por consiguiente, si creyéramos vuestras<br />

acusaciones, viviríamos bien; como creemos en las promesas de Dios, nos condenamos a<br />

rehusar la vida. Recordáis bien, como pienso, qué es lo que dijeron los apóstoles a los<br />

judíos cuando les prohibieron predicar a Cristo: esto mismo decimos nosotros, que nos<br />

contestéis a quién hay que obedecer, si a Dios o a los hombres. "Traditores, quemadores<br />

de incienso, perseguidores", son palabras de hombres contra hombres. "Cristo quedó<br />

solamente en la parte de Donato", son palabras de hombres que ensalzan la gloria del<br />

hombre bajo el nombre de Cristo para disminuir la gloria de Cristo. Pues está escrito:<br />

Pueblo numeroso, gloria del rey; pueblo escaso, ruina del príncipe 214 . Esas son, pues,<br />

palabras de hombres. En cambio, aquellas del Evangelio: Era preciso que Cristo padeciera<br />

y resucitara al tercer día y que se predicara en su nombre la conversión y el perdón de los<br />

pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén 215 , son palabras de Cristo, que<br />

encarece la gloria que recibió del Padre en la extensión de su reino. Oídas las palabras de<br />

uno y otro, preferimos la comunión de la Iglesia, y anteponemos las palabras de Cristo a<br />

las de los hombres. Pregunto yo: ¿quién puede decirnos que hemos elegido mal sino quien<br />

diga que Cristo enseñó mal?<br />

Quién es cismático<br />

LXXXV. 188. Petiliano: "Ordenó acaso Dios que se llevara a la muerte a los cismáticos? Si<br />

ciertamente lo ordenara, sois vosotros los que deberíais ser matados, pero por algunos<br />

escitas y bárbaros, no por cristianos".<br />

189. Agustín: Que vuestros circunceliones estén en paz; no pretendas aterrorizarnos con<br />

los bárbaros. Ahora bien, si somos nosotros los cismáticos o vosotros, que no nos lo<br />

pregunten ni a mí ni a ti, sino a Cristo, para que él nos diga cuál es su Iglesia. Lee, pues,<br />

el Evangelio, y te responde: En Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta los confines de<br />

la tierra 216 . Así que a quien no se encuentre en la Iglesia, no se le pregunte, sino que o se<br />

convierte tras corregirse, o no se queje cuando se le castigue.<br />

Asesinos como Caín<br />

LXXXVI. 190. Petiliano: "El Señor Dios jamás se ha complacido en la sangre humana, y así<br />

quiso que Caín, asesino de su hermano Abel, permaneciera en vida como verdugo".<br />

191. Agustín: Si el Señor no quiso que se diera muerte al asesino de su hermano, sino<br />

que prefirió dejarlo en vida como verdugo, mira no signifique esto que, estando el corazón<br />

del rey en manos de Dios, quien por él estableció muchas veces para amonestaros y<br />

corregiros vosotros, sin embargo ninguna ordenó que vosotros fuerais conducidos a la<br />

muerte, quizá con la intención de que cuantos de vosotros persisten en el ambiente<br />

pertinaz de sacrílego furor, sean castigados con el suplicio del parricida Caín: una vida de<br />

verdugo.<br />

En efecto, leemos que muchos fueron privados de la vida por compasión por Moisés, el<br />

siervo de Dios. En efecto, en su plegaria por el sacrilegio impío rogó de esta manera al


Señor: Si te dignas perdonar su pecado, perdónalo; si no, bórrame de tu libro 217 . Ahí bien<br />

claro queda su inefable caridad y misericordia. ¿Se tomó acaso de súbito cruel cuando, al<br />

descender de la montaña, mandó matar a tantos miles? Por consiguiente, considerad no<br />

sea debido a una cólera de Dios más terrible el que, después de tantas leyes dadas contra<br />

vosotros, no os haya hecho morir ningún emperador.<br />

¿O pensáis que vosotros no debéis ser comparados con el fratricida? Escuchad al Señor,<br />

que dice por el profeta: Desde donde sale el sol hasta donde se pone, mi nombre ha sido<br />

glorificado en las naciones, y en todo lugar se ofrece incienso y una oblación pura a mi<br />

nombre. Grande es mi nombre en las naciones, dice el Señor todopoderoso 218 . Con<br />

vuestras calumnias demostráis que tenéis envidia a este sacrificio de vuestros hermanos,<br />

sobre el cual Dios se complace, y si alguna vez oís que desde la salida del sol hasta el<br />

ocaso es alabado el nombre del Señor, que es el sacrificio vivo del cual se dijo: Ofrece a<br />

Dios un sacrificio de alabanza 219 , se abatirá tu semblante como el del homicida. Pero<br />

como no podéis destruir a todo el orbe, os hace reos el mismo odio, según dice Juan: Todo<br />

el que aborrece a su hermano es un homicida 220 . Y ¡ojalá que el inocente hermano caiga<br />

bajo las armas de vuestros circunceliones para acabar en la muerte, antes que en el poder<br />

de vuestra lengua para ser rebautizado!<br />

Cristo prefirió morir a matar<br />

LXXXVII. 192. Petiliano: "Os exhortamos, pues, si os dignáis oírnos de buen grado; y si<br />

no lo aceptáis así, os amonestamos: Jesucristo el Señor estableció para los cristianos no<br />

una forma de matar, sino de morir. Pues si él amara a los que se resisten tanto a morir,<br />

no hubiera querido recibir la muerte por nosotros".<br />

193. Agustín: ¡Ojalá vuestros mártires siguieran su ejemplo! No se precipitarían, como no<br />

lo hizo él cuando se lo sugirió el diablo. Y vosotros, cuando perseguís con falso testimonio<br />

a los nuestros, incluso ya difuntos, ¿de quién tomasteis este ejemplo? Al intentar<br />

deshonrarnos con las acusaciones de desconocidos, sin querer que os dañen a vosotros las<br />

malas acciones, tan conocidas de los vuestros, ¿de dónde recibisteis este modelo? Pero me<br />

parece demasiada soberbia enojarnos de lo que decís sobre nosotros cuando vemos que<br />

levantáis falso testimonio contra el mismo Señor, ya que prometió y cumplió que su<br />

Iglesia se extendería por todas las naciones, y vosotros le contradecís.<br />

Este ejemplo no lo habéis recibido ni siquiera de los mismos judíos, sus perseguidores:<br />

ellos persiguieron la carne de Cristo, que caminaba por la tierra; vosotros perseguís el<br />

Evangelio del que está sentado en el cielo. Este Evangelio soportó las llamas de los reyes<br />

crueles con más tranquilidad que aguanta vuestras lenguas; pues con los incendios de<br />

aquéllos se mantuvo la unidad, unidad que no pudo permanecer al hablar vosotros. Los<br />

que deseaban fueran abolidas las palabras del Señor por el fuego, no creían que pudieran<br />

ser leídas y menospreciadas. A buen seguro que ellos no hubieran empleado sus llamas<br />

contra el Evangelio si vosotros les hubierais prometido vuestras lenguas contra el mismo.<br />

En aquella persecución unos buscaban furiosos el Evangelio de Cristo, otros lo entregaban<br />

por miedo; unos arrebatándolo lo quemaban, otros lo escondían por amor; lo atacaban sin<br />

oposición alguna. Pasada la persecución de los paganos, os reservasteis el modo más cruel<br />

de persecución: los que perseguían el nombre de Cristo, no creían en Cristo; los que<br />

tienen el honor de llevar el nombre de Cristo, contradicen a Cristo.<br />

Quien se sirve de la espada, a espada morirá<br />

LXXXVIII. 194. Petiliano: "Aquí tenéis la prueba más concluyente de que al cristiano no le<br />

está permitido tomar parte en la muerte del prójimo. Pedro es el que nos suministra las<br />

primeras pruebas de esta materia, como está escrito: Pedro hirió la oreja de un criado del<br />

jefe de los judíos y se la cortó. Jesús le dijo: Pedro, vuelve tu espada a la vaina. Quien<br />

toma la espada, a espada morirá".<br />

195. Agustín: ¿Por qué no usáis esas palabras para atajar las armas de los circunceliones?<br />

¿Pensáis que excedéis los límites del Evangelio si dijerais: "Quien se sirve del látigo, por el<br />

látigo morirá". Perdonadme, pues: nuestros antepasados pudieron impedir la acción de los<br />

que precipitaron a Márculo, acto del que vosotros os quejáis. Pero tampoco está escrito en<br />

el Evangelio: "El que envía al precipicio a otro, morirá él mismo en el precipicio". Y ¡ojalá<br />

que como esos hechos o son falsos o han pasado ya, así dejen ya de existir los garrotes de<br />

éstos!


Aunque quizá os enojéis porque nosotros les quitamos las armas a vuestras bandas, si no<br />

con leyes, sí con palabras, ya que afirmamos que ellos hacen estragos con solos los<br />

garrotes. Es verdad que tal fue su antiguo modo de ejercer su milicia, pero al presente han<br />

progresado demasiado. Pues en sus bacanales con mujeres solteras, tomándose<br />

desenfrenada licencia de juntarse, vagabundear, jugar, beber, pernoctar, han aprendido<br />

no sólo a cimbrear sus estacas, sino también a blandir la espada y manejar la honda. Y por<br />

qué no decirles -Dios sabe con qué espíritu lo digo y cómo lo van a recibir ellos-:<br />

"Insensatos, la espada de Pedro, aunque con cierto movimiento humano del espíritu, fue<br />

desenvainada contra el cuerpo del perseguidor para defender el cuerpo de Cristo; en<br />

cambio, vuestras armas están distribuidas entre vosotros contra Cristo, cuyo Cuerpo, que<br />

le tiene a él por cabeza, esto es, su Iglesia, se encuentra entre todas las naciones. Ya lo<br />

dijo él mismo al ascender al cielo, adonde no pudo seguirle el furor de los judíos, y en<br />

cambio vuestro furor ataca a los miembros en el cuerpo que él recomendó en la ascensión.<br />

En favor de estos miembros se enardecen contra vosotros y os resisten cuantos católicos<br />

de fe joven tienen el mismo espíritu que animaba a Pedro cuando desenvainó la espada<br />

por el nombre de Cristo. Pero hay una gran diferencia entre vuestra persecución y la de<br />

éstos. Vosotros os parecéis al siervo del sacerdote de los judíos, porque sirviendo a<br />

vuestros jefes os armáis contra la Iglesia católica, esto es, contra el Cuerpo de Cristo; y<br />

ellos se parecen a Pedro, al luchar aun corporalmente por el Cuerpo de Cristo, esto es, por<br />

su Iglesia. Si a éstos se les dice que estén en paz, como se le dijo entonces a Pedro, ¡<br />

cuánto más se debe exigir a vosotros que depongáis el furor herético y os asociéis a<br />

aquellos miembros en favor de los cuales luchan ellos así! Pero he aquí que ellos os<br />

hirieron y vosotros nos habéis odiado aun a nosotros, y como si hubierais perdido el oído<br />

derecho, no escucháis a Cristo sentado a la derecha del Padre.<br />

Pero ¿a quién puedo hablar o cuándo les hablaré, si no se encuentra ni una hora desde la<br />

mañana en que no estén eructando vino, ebrios ya o aún? Más todavía, amenazan, no sólo<br />

ellos, sino también sus obispos, dispuestos a negar que les afecta a ellos lo que hicieron.<br />

Que el Señor nos conceda el cántico de los grados para poder decir: Con los que odiaban<br />

la paz, yo era hombre de paz; cuando les hallaba me combatían sin razón 221 . Esto es lo<br />

que dice el Cuerpo de Cristo, que por toda la tierra atacan los herejes, unos aquí, otros<br />

allí, y todos los demás dondequiera se encuentran.<br />

Si el grano de trigo no muere<br />

LXXXIX. 196. Petiliano: "Por consiguiente, digo yo, Cristo ordenó que había que sufrir la<br />

muerte por la fe antes que causarla a nadie por motivo de su comunión. El cristianismo, en<br />

efecto, progresa con esas muertes; pues nadie viviría con tal fidelidad si los fieles<br />

temieran la muerte. Dice el Señor: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él<br />

solo; pero si muere, da mucho fruto" 222 .<br />

197. Agustín: Quisiera saber quién fue el primero de vuestro partido que se arrojó al<br />

precipicio desde lo alto. Indudablemente, aquél fue un grano muy fértil, de donde pululó la<br />

cosecha tan grande de cadáveres de los que se arrojaron. Sin duda, al recordar las<br />

palabras del Señor, en que se llamó a sí mismo grano que había de morir y dar mucho<br />

fruto, ¿por qué sentís aversión hacia el mismo fruto, que se ha extendido con tal feracidad<br />

por todo el mundo, y le reprocháis las culpas de la cizaña o de la paja, que habéis oído o<br />

habéis inventado vosotros?<br />

El trigo y la cizaña<br />

XC. 198. Petiliano: "Vosotros esparcís no semilla, sino espinas y cizaña, con las cuales es<br />

justo seáis quemados en el último juicio. No maldecimos nosotros, sino que toda<br />

conciencia espinosa está sujeta así por la sentencia de Dios".<br />

199. Agustín: Menos mal que al menos con el recuerdo de la cizaña te viene a las mientes<br />

el trigo, ya que a una y a otro se ordenó crecer por el campo hasta la cosecha. Pero<br />

vosotros fijáis agudamente en la cizaña el ojo de vuestra malevolencia, y, contra la<br />

sentencia de Cristo, pretendéis que sólo la cizaña ha crecido por el orbe de la tierra, a<br />

excepción de África.<br />

Si te dan una bofetada...


XCI. 200. Petiliano: "Dónde quedan las palabras de Cristo el Señor: Si te dan una<br />

bofetada, presenta la otra mejilla? 223 ¿Dónde queda el hecho de que soportó salivazos en<br />

su rostro quien con su saliva santísima abrió los ojos al ciego? ¿Dónde lo que dice el<br />

apóstol Pablo: Si alguien os abofetea, o aquello otro: En golpes, con exceso; en peligro de<br />

muerte, muchas veces; en la cárcel, más veces aún? 224 Pablo recuerda lo que soportó, no<br />

lo que hizo. Bastaba a la fe cristiana que los judíos hicieran estas cosas; ¿por qué<br />

vosotros, miserables, las realizáis?"<br />

201. Agustín: ¿Es verdad que vosotros, cuando recibís una bofetada, presentáis la otra<br />

mejilla? No es ésta la fama que os han conquistado vuestras furiosas bandas que<br />

vagabundean por toda el África con desatada desvergüenza. ¡Ojalá se pudiera concertar<br />

con vosotros el pacto de que exigierais, al estilo de la antigua Ley, sólo ojo por ojo, diente<br />

por diente, y no alzarais los garrotes por sólo oír unas palabras!<br />

El apoyo del poder civil<br />

XCII. 202. Petiliano: "Qué tenéis que ver vosotros con los reyes de este mundo, a quienes<br />

la cristiandad siempre tuvo como enemigos? Lo diré en pocas palabras: Un rey persiguió a<br />

los hermanos Macabeos; otro rey, rey sacrílego, condenó también a los tres niños a las<br />

llamas por una religión que él no conoció; un rey anduvo buscando la vida del Salvador<br />

cuando era niño; un rey arrojó al justísimo Daniel a las dentelladas que él pensaba<br />

salvajes, y un juez malvado de un rey condenó a muerte al mismo Cristo el Señor.<br />

Por eso exclama el Apóstol: Hablamos de sabiduría entre los perfectos, pero no de<br />

sabiduría de este mundo ni de los príncipes de este mundo, que se desvanece, sino que<br />

hablamos una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios antes de los<br />

siglos para gloria nuestra, desconocida de todos los príncipes de este mundo, pues de<br />

haberla conocido no hubieran crucificado al Señor de la majestad 225 . Todo esto se refiere<br />

a los reyes paganos.<br />

Y vosotros no dejáis ser cristianos a los emperadores de este mundo, pues ellos lo desean;<br />

creyendo de buena fe, con el engaño nebuloso de vuestra mentira, los conducís<br />

derechamente a vuestra iniquidad, de suerte que, preparadas las armas contra los<br />

enemigos del Estado, se lancen contra los cristianos y piensen que, siguiendo vuestros<br />

consejos, hacen un servicio a Dios si nos matan a nosotros, a quienes vosotros odiáis,<br />

según dice el Señor Jesucristo: Llegará la hora en que todo el que os mate piensa que da<br />

culto a Dios 226 .<br />

Por consiguiente, a vosotros, que tan mal enseñáis, poco os importa si los reyes del orbe<br />

desean ser paganos, lo que Dios no permita, o cristianos. ¿No sabéis vosotros, o mejor, no<br />

lo habéis leído, que en una muerte es más grave el crimen del que aconseja que el del que<br />

la ejecuta? Jezabel había estimulado al rey su esposo a dar muerte a un hombre justo y<br />

pobre; sin embargo, ambos, marido y mujer, murieron con igual suplicio. Vosotros<br />

empujáis a los reyes al igual que tantas veces la sutil persuasión de una mujer los empujó<br />

a la culpa. Ahí tenéis a la mujer de Herodes, que por medio de la hija consiguió y obtuvo<br />

que le trajeran a la mesa, en un plato, la cabeza de Juan. Los judíos forzaron a Poncio<br />

Pilato a clavar en la cruz a Cristo el Señor, cuya sangre vengadora quisieron quedara<br />

siempre sobre ellos y los suyos. Así vosotros, en vuestro pecado, os sentís cubiertos con<br />

nuestra sangre. En efecto, aunque sea el juez el que condena, han sido más bien vuestras<br />

calumnias las que nos hirieron. Así dice el profeta David en el nombre del Señor Cristo: ¿<br />

Para qué se agitan las naciones en tumulto, y los pueblos en proyectos vanos? Se yerguen<br />

los reyes de la tierra, los caudillos conspiran contra el Señor y su Ungido: ¡Rompamos sus<br />

coyundas, sacudámonos su yugo! Aquel que se asienta en los cielos se burlará de ellos, el<br />

Señor se mofará. Luego les hablará en su cólera, en su furor los aterrará. Ya tengo yo<br />

consagrado a mi rey en Sión su monte santo, publicando su decreto. El Señor me ha<br />

dicho: "Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré en herencia las<br />

naciones, en propiedad los confines de la tierra. Los gobernarás con cetro de hierro, como<br />

a vaso de alfarero los despedazarás" 227 .<br />

Con estos preceptos amonestó el Señor a los mismos reyes, si no querían perderse, a no<br />

caer en la tentación de perseguir a los cristianos por ignorancia o inconsciencia. ¡Ojalá les<br />

enseñáramos estos preceptos que ignoran, o al menos se los mostrarais vosotros si<br />

queréis que vivan, o en último término, y esto es lo tercero, ojalá vuestra malicia les


hubiera permitido leerlos por sí mismos!<br />

El primer salmo de David les persuadiría especialmente a vivir y reinar como cristianos.<br />

Vosotros les habéis engañado lamentablemente cuando se confiaron a vosotros. Pues les<br />

habéis inventado lo malo y ocultado lo bueno.<br />

Lean finalmente, aunque tarde, lo que debieron leer ya tiempo ha: ¿Que dice? Y ahora,<br />

reyes, aprended; instruíos, jueces de la tierra. Servid al Señor con temor, regocijaos con<br />

temblor; no se irrite y os apartéis del camino recto, cuando de pronto arda en cólera sobre<br />

vosotros, venturosos los que en él confían 228 .<br />

Vosotros acosáis, diría yo, con vuestros consejos, como acosaban los judíos a Pilato, que<br />

ya citamos, aunque él exclamó lavándose públicamente las manos: Inocente soy de la<br />

sangre de este justo 229 . Con todo, ¿cómo puede considerarse libre de un crimen el que lo<br />

ha cometido?<br />

Pero paso en silencio los hechos antiguos; observad en vuestro mismo seno cómo muchos<br />

emperadores y jueces vuestros han perecido mientras nos perseguían a nosotros. Voy a<br />

pasar por alto a Nerón, que fue el primer perseguidor de los cristianos, lo mismo que a<br />

Domiciano, que le siguió muy de cerca, a Trajano, a Geta, Decio, Valeriano, Diocleciano;<br />

también pereció Maximiano.<br />

Entre los que ordenaron ofrecer incienso, habiendo quemado los libros sagrados, está el<br />

primero Marcelino, que fue obispo de los romanos; pero también de estas llamas<br />

sacrílegas quedaron como pavesas o cenizas Mensurio de Cartago y Ceciliano. El tener<br />

conocimiento de que había ofrecido incienso os comprometió a todos los que estuvisteis de<br />

acuerdo con Mensurio. Pereció Macario, pereció Ursacio y todos vuestros condes<br />

perecieron igualmente bajo la venganza divina. Pues a Ursacio le abatió una lucha con los<br />

bárbaros y lo desgarraron las aves con sus crueles garras y los dientes devoradores de los<br />

perros. ¿No se movió acaso a impulso vuestro el mismo asesino, quien, a semejanza de<br />

Acab, persuadido por una mujer, como dijimos, dio muerte a un justo pobre?<br />

De la misma manera no dejáis vosotros de degollarnos a nosotros, justos y pobres<br />

también; pobres, digo, en recursos materiales, pues en cuanto a la gracia de Dios no hay<br />

uno pobre entre nosotros. En efecto, si no lo hacéis por vuestra mano, no dejáis de<br />

hacerlo con vuestra lengua asesina. Pues está escrito: Muerte y vida están en poder de la<br />

lengua 230 . Por consiguiente, cuantos fueron asesinados, tú los asesinaste como consejero.<br />

Pues no se enardece la mano del verdugo si no es con tu lengua, y con tus palabras se<br />

foguea el ardor implacable del pecho contra la sangre ajena, sangre justa vengadora de<br />

los que la derramaron".<br />

203. Agustín: Me presentas datos bien abundantes, exagerados y ordenados por ti, sobre<br />

los reyes de este mundo, procurando despertar la inquina contra nosotros; si quisiera<br />

responder conveniente y dignamente a ellos, temo no me vayas a acusar también de<br />

haber querido suscitar la irritación de los reyes contra vosotros. Cierto que, según vuestra<br />

costumbre, lanzas tus invectivas generalmente contra todos los católicos, aunque no me<br />

dejas a mí de lado. Trataré de demostrar, si puedo, que tú has contribuido más a ello con<br />

tus discursos que yo con la respuesta a los mismos.<br />

En primer lugar, observa cómo te contradices a ti mismo. Comienzas tu alegato<br />

ciertamente así: "¿Qué tenéis que ver vosotros con los reyes de este mundo, a quien la<br />

cristiandad siempre tuvo como enemigos?". Con estas palabras parece tratas de<br />

impedirnos que nos relacionemos con los reyes de este siglo. Pero un poco después dices:<br />

"Con estos preceptos amonesto el Señor a los mismos reyes, si no querían perderse, a no<br />

caer en la tentación de perseguir a los cristianos por ignorancia o inconsciencia. ¡Ojalá que<br />

les enseñáramos estos preceptos que ignoran, o al menos vosotros se los mostrarais si<br />

quisierais que vivieran!" ¿Cómo, pues, quieres tú que nosotros seamos maestros de los<br />

reyes? Ciertamente, los nuestros, si tienen alguna relación de amistad con los reyes<br />

cristianos, no faltan en nada si usan bien de ella; si algunos se ensoberbecen con ella, su<br />

falta será mucho más leve que la vuestra.<br />

En efecto, ¿qué relación tuvisteis vosotros, que así nos argüís, con aquel rey pagano, y, lo<br />

que es más grave, apóstata y enemigo del nombre cristiano, Juliano, de quien solicitasteis<br />

que se os devolvieran las basílicas como si fueran vuestras y proclamasteis en su alabanza


que sólo con él tenía lugar la justicia? Con esas palabras -pienso que vosotros entendéis el<br />

latín- se llama justicia a la idolatría y apostasía de Juliano. Se conserva la petición que<br />

hicieron vuestros mayores, la disposición que consiguieron, las actas de su alegato.<br />

Despertad ya y prestad atención: a un enemigo de Cristo, a un adversario de los<br />

cristianos, a un esclavo de los demonios es a quien presentó sus peticiones con tales<br />

palabras vuestro, sí, vuestro famoso Poncio. ¡Ea!, venid ahora, y decíos a vosotros<br />

mismos: "¿Qué tenéis que ver vosotros con los reyes de este mundo?" Así podéis leer<br />

vosotros que sois sordos a los pueblos sordos lo que no queréis oír con ellos: ¿Cómo ves la<br />

paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo? 231<br />

204. Dices: "¿Qué tenéis que ver vosotros con los reyes de este mundo, a quienes la<br />

cristiandad siempre experimentó como enemigos?" Al decir esto, trataste de enumerar qué<br />

reyes tuvieron como enemigos los justos, y no te detuviste a pensar que pueden contarse<br />

en mayor número los que tuvieron por amigos.<br />

Así, el patriarca Abrahán fue tratado con toda amistad y recibió un obsequio de parte de<br />

un rey amonestado por divina inspiración para que no tocara a su esposa. Su hijo Isaac<br />

conoció por experiencia a otro rey igualmente buen amigo. Jacob, recibido por el rey de<br />

Egipto, también le otorgó su bendición. Para qué hablar de su hijo José, que tras los<br />

sufrimientos de la cárcel, donde como el oro en el crisol estuvo a prueba su castidad,<br />

elevado con grandes honores por el faraón juraba también por la vida del mismo faraón,<br />

no ciertamente llevado por la soberbia, sino agradecido a su benevolencia. La hija del rey<br />

adoptó a Moisés. David, forzado por la iniquidad del rey de Israel, acudió a refugiarse ante<br />

un rey extranjero. Elías corrió delante del rey detestable, no por obedecerle a él cuanto<br />

por mostrarle su deferencia. Eliseo pensó debía ofrecer espontáneamente a la mujer que<br />

le hospedó lo que ella desearía que el rey le concediera por su intercesión.<br />

Pero vengamos ya a los tiempos en que el pueblo de Dios permanecía como cautivo, en<br />

los cuales, suavizando la expresión, se te coló un impresionante olvido. Queriendo, en<br />

efecto, demostrar que la cristiandad siempre tuvo que soportar a unos reyes malévolos,<br />

recordaste a los tres niños y a Daniel y lo que tuvieron que soportar de los reyes<br />

perseguidores; y no pudiste advertir ante los hechos no ya parecidos, sino los mismos,<br />

cómo se portó el mismo rey tras el milagro de las llamas inofensivas, ya alabando y<br />

proclamando el nombre de Dios, ya honrando a los mismos niños, y en qué consideración<br />

tuvo a Daniel, cargándole de obsequios, que él no rehusó, cuando éste, tributando el<br />

honor debido a la regia majestad, como aparece bien claro en sus palabras, no le rehusó<br />

el don de Dios que poseía, al indicarle e interpretarle su sueño. Por ello, cuando el rey,<br />

contra su voluntad, se vio forzado a enviarle al lago de los leones por los envidiosos del<br />

santo varón que le calumniaban con sacrílega demencia, lo hizo con gran dolor, y siempre<br />

presumiendo que el auxilio de su Señor le había de salvar. Así, pues, habiendo quedado<br />

ileso aquél al refrenar Dios la furia de los leones, oyó la voz solícita y amigable del rey y la<br />

contestó con palabras de gratitud desde el lago: ¡Oh rey, vive eternamente! 232<br />

¿Por qué no has visto tú estas amistades de los reyes con los santos si tu discurso trataba<br />

de esto, si tú mismo recordabas los ejemplos de estos siervos de Dios, en los cuales han<br />

tenido lugar estas circunstancias? ¿Por qué no las viste, o no quisiste verlas, o, lo que no<br />

sé cómo puedes excusarlo, las has pasado en silencio al verlas y conocerlas? Si, en efecto,<br />

no te impidiera, como defensor de una causa pésima, el empeño en defender la falsedad y<br />

te apartara sin quererlo o ignorándolo de la luz de la verdad, recordarías ciertamente con<br />

facilidad algunos reyes buenos y otros malos, unos amigos de los santos, otros enemigos<br />

suyos.<br />

En vista de ello, ¿podemos sorprendernos de que vuestros circunceliones se arrojen así<br />

por los precipicios? ¿Quién corría tras de ti, te suplico? ¿Qué Macario, qué soldado te<br />

perseguía? Lo cierto es que ninguno de los nuestros te empujó en este abismo de<br />

falsedad. ¿Por qué, pues, con los ojos cerrados, te lanzas de cabeza en él tan ciegamente<br />

que, habiendo dicho: "Qué tenéis que ver vosotros con los reyes de la tierra", no añades:<br />

"A quien la cristiandad tuvo con frecuencia como enemigos", sino que afirmas sin vacilar:<br />

"A quienes la cristiandad siempre tuvo como enemigos?" Realmente, ¿no pensaste tú ni<br />

juzgaste que los que leyeran tus escritos habían de pensar en ejemplos de tantos reyes<br />

que protestaban contra ti diciendo: "No sabe lo que dice?"<br />

205. Al citar ya los reyes de tiempos antiguos, quizá piensas tú que éstos en nada van<br />

contra ti; en efecto, no dijiste: "A quienes la justicia siempre tuvo como enemigos", sino:


"A quienes la cristiandad siempre tuvo como enemigos", y esto quizá queriendo que se<br />

tomaran como enemigos de los justos desde que éstos comenzaron a llamarse cristianos.<br />

¿Qué sentido tienen, pues, los ejemplos de la antigüedad, mediante los cuales quisiste<br />

enseñar con mayor imprudencia lo que ya con imprudencia habías dicho?<br />

Pues qué, los Macabeos o los tres jóvenes o Daniel, ¿no hicieron y soportaron aquello<br />

antes de la aparición de Cristo en la tierra? Además, ¿por qué dirigisteis vuestras súplicas<br />

a Juliano, a quien cité poco antes, verdadero enemigo de la cristiandad? ¿Por qué<br />

solicitasteis de él las basílicas? ¿Por qué dijisteis que sólo con él tenía lugar la justicia? Si<br />

de un enemigo de la cristiandad se dicen estas cosas, ¿qué son aquellos que las dicen? En<br />

cambio, Constantino, en modo alguno enemigo del nombre cristiano, antes cabalmente<br />

orgulloso del mismo, acordándose de la esperanza que tenía en Cristo, juzgando con toda<br />

justicia en pro de la unidad de la Iglesia, no mereció ser aceptado por vosotros ni siquiera<br />

cuando apelasteis a él.<br />

Los dos existieron ya en tiempos cristianos, aunque no fueron ambos cristianos. Y si los<br />

dos fueron enemigos de la cristiandad, ¿por qué apelasteis así ante uno de ellos y le<br />

suplicasteis al otro de esa manera? Pidieron vuestros antepasados un tribunal episcopal, y<br />

Constantino se lo dio en Roma y en Arlés; acusasteis ante el mismo al primero y apelasteis<br />

ante él del segundo.<br />

Pero si uno de ellos, como es verdad, había creído en Cristo, y el otro había apostatado de<br />

él, ¿por qué se menosprecia al cristiano que mira por la unidad y se ensalza al apóstata<br />

que favorece la división? Constantino ordenó que se os quitasen las basílicas; Juliano, que<br />

se os devolviesen: ¿deseáis saber cuál de estas dos determinaciones conviene a la paz<br />

cristiana? La primera la estableció el que había creído en Cristo; la segunda, el que había<br />

repudiado a Cristo. Ah, ¡cómo desearíais decir: "Mal estuvo el dirigir una tal súplica a<br />

Juliano", pero ¿qué tiene que ver esto con nosotros? Si dijeras esto, en esas palabras<br />

tuyas conseguiría una victoria la Iglesia católica, con cuyos santos esparcidos por todo el<br />

orbe tiene mucho menos que ver cuanto decís de quien os place y como os place. En<br />

cambio no puedes decir tú que está mal hecho el haber acudido con súplicas a Juliano. Os<br />

estruja las fauces y os cierra la boca la autoridad de vuestro partido; es Poncio quien lo<br />

hizo, Poncio quien suplicó, Poncio quien llamó justísimo al apóstata, Poncio quien proclamó<br />

que sólo en el apóstata tenía lugar la justicia. El mismo Juliano expresó sin rodeos en su<br />

mismo rescripto, citándolo nominalmente, que Poncio le había suplicado con esas<br />

palabras.<br />

Se conservan vuestras alegaciones; no es el rumor incierto, sino documentos públicos los<br />

que dan testimonio de ello. ¿Acaso por el hecho de que un apóstata concedió algo a<br />

vuestra petición contra la unidad de Cristo piensas que es verdadero lo que se dijo de que<br />

en él tenía lugar sólo la justicia, y, en cambio, los emperadores cristianos se llaman<br />

enemigos de la cristiandad porque han establecido contra vuestra voluntad lo que piensan<br />

que favorece la unidad de Cristo? Que todos los herejes pierdan así el juicio, y lo<br />

recuperen de tal suerte que dejen de ser herejes.<br />

206. "¿Y dónde, dirás tú, se ha cumplido lo que dice el Señor: Llegará la hora en que todo<br />

el que os mate piense que cumple un deber para con Dios?" 233 Pero esto no pudo referirse<br />

a los paganos, que perseguían a los cristianos, no precisamente por Dios, sino por sus<br />

ídolos. ¿No veis que si esto se hubiera dicho de los emperadores que se glorían del<br />

nombre cristiano, ellos habrían ordenado sobre todo daros muerte? Esto jamás lo<br />

ordenaron; sin embargo, los vuestros, oponiéndose con voluntad hostil a las leyes, pagan<br />

las penas debidas, y no tienen como funestos para sí esos suicidios voluntarios, que<br />

piensan envidiamos nosotros.<br />

Si piensan que lo que dijo el Señor se refiere a los reyes que honran el nombre de Cristo,<br />

investiguen lo que sufrió la Iglesia católica en el oriente cuando era emperador el arriano<br />

Valente. Ahí vería yo dónde entender que se ha cumplido la palabra del Señor: Llegará la<br />

hora en que todo el que os mate piense que cumple un deber para con Dios 234 ; así, los<br />

herejes no lo tomarían como un timbre de gloria si los emperadores católicos hubieran<br />

tomado alguna medida contra su error.<br />

Sin embargo, hemos de recordar que aquel tiempo llegó después de la Ascensión del<br />

Señor: la Santa Escritura es testimonio de ello, conocido por todos. Los judíos pensaban<br />

que cumplían un deber para con Dios cuando daban muerte a los apóstoles. Entre ellos se


encontró también nuestro Paulo, que entonces aún no era nuestro, de tal modo que entre<br />

sus glorias pasadas y dignas del olvido nos recuerda: Hebreo e hijo de hebreos; en cuanto<br />

a la Ley, fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la Iglesia 235 . Aquí tenemos a uno que<br />

pensaba cumplir un deber para con Dios cuando realizaba lo que él mismo sufrió luego.<br />

Efectivamente, se habían conjurado cuarenta judíos para matarle cuando dio parte de esto<br />

al tribuno a fin de eludir las asechanzas, protegido por una sección de soldados. Pero aún<br />

no había quien le dijera: "¿Qué tienes tú que ver, no con los reyes, sino con los tribunos y<br />

las armas imperiales?" No había quien le dijera: "Te atreves a buscar protección en los<br />

soldados, cuando tu Señor fue conducido por ellos a la pasión?" Aún no existían<br />

semejantes delirios, pero ya entonces se preparaban ejemplos contra lo que iba a suceder<br />

posteriormente .<br />

207. Aún más, has osado presentar algo terrible diciendo: "Pero paso en silencio los<br />

hechos antiguos; observad en vuestro mismo seno cómo muchos emperadores y jueces<br />

vuestros han perecido mientras nos perseguían a nosotros". Al leer esto en tu carta,<br />

esperaba con la mayor atención qué es lo que dirías y a quiénes ibas a citar, y veo que,<br />

dejándome en suspenso, empiezas a citar a Nerón, Domiciano, Trajano, Geta, Decio,<br />

Valeriano, Diocleciano, Maximiano. Confieso que son bastantes, pero te has olvidado<br />

completamente contra quiénes hablabas. ¿No son paganos todos ellos y persiguieron en<br />

general el nombre cristiano en favor de sus ídolos? Despierta, pues; éstos no<br />

pertenecieron a nuestra comunión; perseguían de forma global a la misma unidad, de la<br />

que nosotros, según pensáis vosotros, nos salimos, o de la que, según enseña Cristo, os<br />

salisteis vosotros. Y tú, en cambio, te habías propuesto demostrar que nuestros<br />

emperadores y jueces habían perecido persiguiéndoos a vosotros. ¿Acaso ni tú exiges que<br />

contemos a éstos, ya que pasándolos por alto los has citado al decir: "Dejando a un lado a<br />

Nerón", y con este recurso citaste a los demás? ¿Qué necesidad hubo, pues, de citar los<br />

nombres que no venían a cuento? Pero ¿qué me importa esto a mí? Les dejo a éstos<br />

contigo; haz al menos que salgan a la luz los que prometiste, cuantos más mejor. Claro<br />

que quizá no se les encuentre porque dijiste que habían perecido.<br />

208. Y así continúas y nombras a los obispos, a quienes soléis acusar de la entrega de los<br />

códices. Sobre ellos, nosotros acostumbramos dar esta respuesta: "O no demostráis nada,<br />

y a nadie afecta, o demostráis algo, pero no nos afecta". Cada uno ha llevado su carga,<br />

buena o mala, aunque nosotros la tenemos por buena; pero, sea como sea, cada uno lleva<br />

la suya; al igual que los culpables de entre vosotros llevan la suya, y no llevan ellos la<br />

vuestra ni vosotros la suya; claro que la carga pésima del cisma es común a todos<br />

vosotros. Esto ya lo hemos dicho muchas veces.<br />

Por consiguiente, presenta los nombres, no de nuestros obispos, sino de los emperadores<br />

y jueces nuestros que han muerto persiguiéndoos a vosotros. Esto es lo que te habías<br />

propuesto, esto es lo que habías prometido, a esto nos habías hecho prestar toda nuestra<br />

atención. Dices: "Escucha: Pereció Macario, pereció Ursacio y todos vuestros condes<br />

perecieron igualmente bajo la venganza divina". A dos sólo has citado, y ninguno de ellos<br />

fue emperador. Quién se quedaría satisfecho, te pregunto. ¿No sientes desagrado de ti<br />

mismo? Prometes que vas a citar a muchos emperadores y jueces nuestros que murieron<br />

persiguiéndoos a vosotros, y silenciando a los emperadores, citas a dos jueces o condes. Y<br />

no viene a colación lo que añades: "Y todos vuestros condes perecieron igualmente bajo la<br />

venganza divina". De esta manera pudiste haber dado remate a tiempo a la cuestión, para<br />

no citar ni a uno siquiera. ¿Por qué, pues, no citaste a nuestros emperadores, es decir, los<br />

de nuestra comunión? ¿Temiste acaso no fueras acusado como reo de lesa majestad? ¿<br />

Dónde queda entonces la bravura de los circunceliones?<br />

Por otra parte, ¿qué haces de tantos como citaste antes, que podían replicarte con toda<br />

razón: "Qué es lo que pretendías de nosotros"? No favorecieron en nada tu causa, y, sin<br />

embargo, los citaste. Además, ¿qué categoría de persona tienes tú, que temes nombrar a<br />

los que recuerdas que han muerto? Al menos debías haber nombrado al mayor número de<br />

los jueces o condes, a los cuales parece no temías; pero te contentaste con Macario y<br />

Ursacio. ¿Acaso toda aquella multitud se reducía a estos dos? ¿No sabes lo que<br />

aprendimos de niños? Pues si me preguntas qué es el número dos, singular o plural, ¿qué<br />

puedo responderte sino que es plural? Pero tampoco a esto me falta qué replicar. Dejo de<br />

lado a Macario, ya que ni tú dijiste cómo pereció.<br />

¿Acaso quien os persigue a vosotros, cuando muera -a no ser que sea inmortal en este<br />

mundo- se considerará ha muerto por vuestra causa? ¿Qué hubieras dicho si Constantino,


que fue el primero en establecer muchas disposiciones contra vuestro error, no hubiera<br />

vivido en imperio tan prolongado y en tan prolongada prosperidad, y si Juliano, que fue<br />

quien os entregó las basílicas, no hubiera sido arrancado tan presto de la vida? ¿Cuándo<br />

dejaríais de parlotear de estas cosas, ya que aun ahora no queréis callar? Sin embargo,<br />

nosotros no decimos que Juliano murió tan pronto porque os entregó las basílicas a<br />

vosotros. Podíamos usar sobre el asunto de la misma facundia, pero no queremos<br />

aparecer tan vacíos.<br />

En consecuencia, como había comenzado a decir, de aquellos dos dejo a un lado a<br />

Macario. Habiendo tú presentado a dos, ese mismo y Ursacio, tomaste de nuevo el nombre<br />

de Ursacio para demostrarnos qué muerte había merecido, y dijiste: "Pues a Ursacio le<br />

abatió una lucha con los bárbaros, y lo desgarraron las aves con sus crueles garras y los<br />

dientes devoradores de los perros". De donde aparece bien claro, ya que acostumbráis<br />

suscitar mayor odio contra nosotros por causa de Macario, de suerte que nos denomináis<br />

macarianos y no ursacianos, que tú debieras haber hablado muchísimo más sobre él si<br />

hubieras podido decir algo semejante sobre su muerte. Por consiguiente, de estos dos,<br />

que te han suministrado un plural, al dejar de lado a Macario, sólo queda Ursacio, nombre<br />

propio del número singular. ¿Dónde, pues, la promesa tan amenazadora de una multitud<br />

tan grande?<br />

209. Ahora bien, mira qué ridículo es, como entienden, según pienso, quienes de algún<br />

modo saben hablar, lo que declaraste: "Pereció Macario, pereció Ursacio y todos vuestros<br />

condes perecieron igualmente bajo la venganza divina"; y como si exigiésemos nosotros<br />

que lo demostraras, cosa que en realidad exigiría cualquier oyente o lector, ensartaste a<br />

continuación un precioso documento para demostrar que todos nuestros condes habían<br />

perecido igualmente bajo la venganza divina: "Pues a Ursacio le abatió una lucha con los<br />

bárbaros y lo desgarraron las aves con sus crueles garras y los dientes devoradores de los<br />

perros". Tomándose esta licencia puede otro, de modo semejante, sin saber lo que dice,<br />

propalar que todos vuestros obispos murieron en la cárcel bajo la venganza divina, y si se<br />

le exigieran pruebas, podría añadir: "En verdad que Optato, acusado de ser cómplice de<br />

Gildón, murió con tal género de muerte".<br />

He aquí qué clase de bagatelas nos vemos forzados a escuchar, discutir y refutar; sólo<br />

tememos por los débiles, no vayan a caer rápidamente en vuestros lazos por la rudeza de<br />

su entendimiento. Por lo que se refiere a Ursacio, si acertó a vivir bien y murió en verdad<br />

de esa manera, bien consolado puede quedar con la promesa de Dios que dice: Vuestra<br />

sangre la reclamaré a todo animal 236 .<br />

210. Respecto a la calumnia que nos lanzáis al decir que concitamos la furia de los reyes<br />

del mundo contra vosotros al no instruirlos en la divina Escritura, sino sugiriéndoles más<br />

bien nuestra malicia, pienso que no son tan sordos a los oráculos de los códices santos<br />

que no debáis más bien temer que los conozcan.<br />

Pero queráis o no queráis vosotros, entran en la iglesia, y si callamos nosotros, prestan<br />

oído a los lectores, y, para no hablar de lo demás, escuchan con la mayor atención<br />

frecuentemente el salmo que tú has citado. Dijiste, en efecto, que nosotros no les<br />

enseñamos y que, aun queriéndolo ellos, no les permitimos conocer lo que está escrito:<br />

Ahora, reyes, aprended; instruíos, jueces de la tierra. Servid al Señor con temor,<br />

regocijaos con temblor; no se irrite y os apartéis del camino recto. No sea que encienda la<br />

ira del Señor 237 , etc. Estad seguros de que se canta esto y lo escuchan ellos, pero<br />

también oyen lo anterior del mismo salmo, lo que tú, si no me equivoco, no quisiste omitir<br />

por no dar la impresión de que tenías miedo: El Señor me ha dicho: Tú eres mi hijo; yo te<br />

he engendrado hoy. Pídeme, y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines<br />

de la tierra 238 . Al oír esto se admiran sin duda de que haya algunos que se oponen a esta<br />

heredad de Cristo e intentan reducirla a una pequeña parte de la tierra, y admirándose, a<br />

causa de lo que oyen a continuación: Servid al Señor con temor, preguntan en qué pueden<br />

servirle ellos siendo como son reyes. En efecto, todos los hombres deben servir a Dios, por<br />

una parte a tenor de la condición humana, por la que son hombres; por otra con los<br />

diversos dones, puesto que uno tiene un cometido y otro tiene otro en la actividad<br />

humana. En verdad que no podría cualquier particular ordenar la supresión de los ídolos en<br />

la tierra, lo que ya tanto antes se anunció que tendría lugar. En cambio, los reyes, aparte<br />

la condición de hombres, por el hecho de ser reyes tienen la facultad de servir al Señor<br />

como no pueden hacerlo los que no son reyes.


211. Al pensar en todo esto, oyen también lo que tú mismo conmemoraste acerca de los<br />

tres mancebos, y lo escuchan con una seriedad admirable. Porque esa misma Escritura se<br />

canta, sobre todo en la iglesia, los días en que la misma festividad torna más devotos a<br />

aquellos que en el resto del año son más tibios. ¿Qué disposición pensáis tienen los<br />

emperadores cristianos cuando oyen que los tres mancebos fueron arrojados al horno del<br />

fuego ardiente porque no consintieron con el rey en la iniquidad de adorar al ídolo; qué<br />

disposición tienen sino pensar que la piadosa libertad de los santos no puede ser vencida<br />

ni por el poder regio ni por la atrocidad de la pena, y alegrarse de que ellos no son del<br />

número de esos reyes que castigaban como sacrílegos a quienes despreciaban a los<br />

ídolos? Además, cuando oyen a continuación que el mismo rey, aterrado por el milagro tan<br />

grande de los mancebos y de las llamas que sirven a Dios, comienza a servir a Dios con<br />

temor y a saltar de gozo con temblor y que entendió la enseñanza, ¿acaso no comprenden<br />

que todo ello está escrito para proponer ejemplos a los siervos de Dios a fin de que no se<br />

plieguen a los reyes hasta el sacrilegio, y a los mismos reyes para que crean en Dios hasta<br />

venerarlo?<br />

Siguiendo, pues, la amonestación del mismo salmo, que también tú insertaste en tus<br />

escritos, desean los reyes comprender y ser enseñados y servir a Dios con temor y saltar<br />

de gozo con temblor y entender la enseñanza; y hay que ver con qué animación escuchan<br />

lo que dijo después aquel rey, a saber: que iba a dar un decreto a todos los pueblos<br />

sujetos a sus dominios, según el cual quienes blasfemasen contra el Dios de Sidrac, Misac<br />

y Abdénago perecieran y sus casas fueran destruidas. Si los reyes comprenden que<br />

decretó esto para que no se blasfemase contra el Dios moderador de las llamas y<br />

libertador de los tres mancebos, a buen seguro pensarán qué decretos deben dar en su<br />

reino a fin de impedir que sea arrojado de sus fieles el Dios que perdona los pecados y<br />

liberta a todo el universo.<br />

212. Por tanto, cuando los reyes cristianos toman alguna determinación contra vosotros<br />

en favor de la unidad católica, estad atentos, no sea que en vuestros labios los acuséis de<br />

desconocedores de las divinas Escrituras y en vuestro corazón os doláis de que estén muy<br />

instruidos en ellas. En verdad, ¿quién puede soportar vuestra sacrílega y odiosa audacia al<br />

acusar a los reyes en el mismo y único Daniel por haber sido lanzado al lago de los leones,<br />

y no alabarlos cuando fue elevado a honor tan grande, ya que, cuando fue arrojado, creía<br />

el mismo rey que había de salvarse más bien que perecer y no cenaba por la preocupación<br />

que por él sentía?<br />

Además, ¿osáis decir a los cristianos: "qué tenéis que ver vosotros con los reyes de este<br />

mundo", y esto porque Daniel sufrió persecución por parte del rey, y no os dignáis mirar al<br />

mismo Daniel interpretando fielmente los sueños a los reyes, llamando señor al rey,<br />

recibiendo obsequios y honores? Y por otra parte, ¿excitáis las llamas de la animosidad<br />

sobre los reyes con ocasión de aquellos tres mancebos porque fueron enviados al fuego<br />

por rehusar adorar la estatua, y en cambio pasáis en silencio y ocultáis el haber sido tan<br />

celebrados y honrados por el rey?<br />

Concedamos que el rey fue un perseguidor cuando arrojó a Daniel a los leones; ¿fue<br />

perseguidor o no lo fue cuando, habiéndolo recibido salvo, alegrándose y dándole el<br />

parabién, arrojó a los mismos leones a los enemigos de aquél para que fueran<br />

despedazados y comidos? Quiero que me respondas. Pues si lo fue, ¿por qué el mismo<br />

Daniel no se le opuso, sobre todo habiéndolo podido hacer tan fácilmente dada su gran<br />

amistad? ¿Y todavía nos decís vosotros que apartemos a los reyes de la persecución de los<br />

hombres? Pero si no fue perseguidor precisamente porque vengó con toda justicia el<br />

crimen cometido con el santo varón, ¿cómo han de castigar los reyes el arrojar los<br />

sacramentos de Cristo si los miembros del profeta merecieron ser vengados de esa<br />

manera por haber sido puestos en peligro?<br />

Ciertamente concedo y es manifiesto que el rey fue un perseguidor cuando arrojó a las<br />

llamas a los tres mancebos que no quisieron adorar la estatua; pero pregunto si fue<br />

perseguidor cuando decretó que fueran quemadas sus casas y murieran los que<br />

blasfemaban contra el único Dios verdadero. Si fue perseguidor, ¿por qué respondéis<br />

"amén" a las palabras del perseguidor? Y si no lo fue, ¿por qué llamáis perseguidores a<br />

quienes os apartan a vosotros de la locura de la blasfemia? Porque si os obligan a suplicar<br />

a un ídolo, ellos son semejantes al rey impío, y vosotros, a los tres mancebos; pero si<br />

prohíben oponerse a Cristo, vosotros sois los impíos si hacéis esto. Qué son ellos, si os


impiden por el terror hacer esto, no seré yo quien lo diga: eres tú el que tienes que buscar<br />

otro calificativo si no quieres llamar piadosos a los emperadores.<br />

213. Si hubiera citado yo estos ejemplos de Daniel y de los tres mancebos, quizá te<br />

hubieras opuesto y hubieras gritado que no debían haberse traído a colación desde<br />

aquellos a estos nuestros tiempos. Gracias a Dios que has sido tú el que los trajiste<br />

enderezados al fin que te proponías; pero ya ves que más bien han servido precisamente<br />

para lo que no querías. ¿O acaso no es esto un engaño vuestro, sino un error humano? ¡<br />

Ojalá sea un error! Corrígete, pues; no temas, eso no va a disminuir tu categoría; antes es<br />

propio de ingenio más notable acallar con la confesión las llamas del orgullo que evitar con<br />

inteligencia las nieblas de la falsedad.<br />

Quién mata<br />

XCIII. 214. Petiliano: "¿Dónde está la Ley de Dios, dónde vuestro cristianismo, si lleváis a<br />

cabo y ordenáis matanzas y muertes?"<br />

215. Agustín: Para contestar a esto, mira lo que dicen los coherederos de Cristo a través<br />

del orbe entero: Nosotros no llevamos a cabo ni ordenamos matanzas y muertes; en<br />

cambio, os mostráis mucho más crueles que los que realizan estas cosas, vosotros que las<br />

realizáis contra la vida eterna en la mente de los hombres.<br />

Por qué buscan los católicos a los donatistas<br />

XCIV. 216. Petiliano: "Si nos queréis como amigos, ¿por qué tratáis de atraernos contra<br />

nuestra voluntad? Y si nos tenéis por enemigos, ¿por qué matáis a los enemigos?"<br />

217. Agustín: Ni tratamos de atraeros contra vuestra voluntad ni matamos a los<br />

enemigos; antes bien, cuanto hacemos con vosotros, aunque sea contra vuestra voluntad,<br />

lo hacemos a fin de que os corrijáis de buen grado, y una vez corregidos tengáis vida.<br />

Porque nadie evita los vicios contra su voluntad; y, sin embargo, el niño, aunque aprenda<br />

de buen grado, es azotado contra su voluntad, y precisamente la mayor parte de las veces<br />

por quien más le quiere. Esto ciertamente os dirían los reyes si os maltrataran; su poder<br />

está otorgado por Dios para esto. Pero aunque éstos no os maltratan, estáis gritando<br />

vosotros.<br />

La "incongruencia" católica<br />

XCV. 218. Petiliano: "¿Qué motivo hay, o qué inconsecuencia, en vuestra vanidad para<br />

que, a pesar de aplicarnos el falso nombre de herejes, tan vivamente deseéis nuestra<br />

comunión?"<br />

219. Agustín: Si deseáramos tan vivamente la comunión con los herejes, no trataríamos<br />

de que os corrigierais de vuestro error herético; pero si nuestro trato con vosotros se<br />

dirige a que no seáis herejes, ¿cómo se puede decir que deseamos tan vivamente la<br />

comunión con los herejes? Porque la disensión y la división es lo que os hace a vosotros<br />

herejes, y, en cambio, la paz y la unidad es lo que hace católicos. Por consiguiente,<br />

cuando venís de la herejía a nosotros, dejáis de ser lo que odiamos y comenzáis a ser lo<br />

que amamos.<br />

Un dilema<br />

XCVI. 220. Petiliano: "Elegid finalmente cuál de estas dos cosas sostenéis. Si vosotros<br />

sois inocentes, ¿por qué nos perseguís con la espada? Y si nos llamáis culpables, ¿por qué<br />

nos buscáis vosotros, los inocentes?"<br />

221. Agustín: ¡Oh sutil dilema! Aunque, más bien, ¿no será una inepta palabrería? ¿No<br />

suele, en efecto, proponerse la elección de una de dos respuestas que dar allí donde no se<br />

pueden elegir las dos a la vez? Si me propusieras que eligiera lo que me pareciera de una<br />

alternativa como: si somos inocentes o culpables, o esta otra: si vosotros sois reos o no,<br />

no podría sino elegir una de las dos. Pero aquí me propones estas dos afirmaciones:<br />

nosotros somos inocentes, vosotros culpables, y quieres que elija una sola respuesta que<br />

dar. Pero yo no puedo dar una sola respuesta, porque afirmo ambas cosas: que nosotros<br />

somos inocentes y vosotros culpables.


Decimos que somos inocentes de las acusaciones falsas y calumniosas, cuantos en la<br />

Católica podemos decir con conciencia tranquila que no hemos entregado los santos<br />

códices, ni hemos consentido en las suplicas a los ídolos, ni hemos dado muerte a nadie,<br />

ni hemos hecho cualquier otra maldad de las que soléis achacarnos; así como también<br />

afirmamos que ni aun aquellos que quizá, lo cual ni siquiera respecto a ellos habéis<br />

probado, realizaron esos actos, nos cerraron a nosotros el reino de los cielos, sino a ellos,<br />

puesto que cada uno de nosotros tiene que llevar su carga. Ahí tienes la respuesta a lo<br />

primero.<br />

Con respecto a lo restante, contesto que vosotros sois culpables y criminales, no los unos<br />

por los crímenes de los otros, crímenes que algunos cometen y otros reprenden, sino por<br />

el crimen del cisma, de cuyo enorme sacrilegio ninguno de vosotros puede decir se halla<br />

inmune mientras no esté en comunión con la unidad de todos los pueblos; de lo contrario,<br />

se verá forzado a decir que Cristo había mentido acerca de la Iglesia, que comenzando por<br />

Jerusalén se difunde a través de todas las gentes. Tal es la respuesta a lo segundo.<br />

Ya ves cómo te he aceptado las dos posibilidades, de las cuales tú querías que eligiera una<br />

sola. Debiste prestar atención a que podíamos aceptar las dos, y al menos, si pretendías<br />

esto, debías rogarnos que escogiéramos una sola al ver que podíamos aceptar una y otra.<br />

222. Pero "si vosotros tenéis la inocencia, dices, ¿por qué nos perseguís con la espada?".<br />

Observad un poco las bandas de los vuestros, que no se arman sólo con garrotes, según la<br />

costumbre de vuestros antepasados, sino que han añadido hachas, lanzas, espadas, y<br />

reconoced quiénes pueden exclamar mejor: "¿Por qué nos perseguís con espada? Y si nos<br />

llamáis culpables, ¿por qué nos buscáis vosotros, los inocentes?" Respondo brevemente a<br />

esto: el motivo de buscaros los inocentes a vosotros los culpables es que dejéis de serlo y<br />

comencéis a ser inocentes. Ahí tienes cómo he tomado lo uno y lo otro como nuestro, y<br />

respondido a vuestras dos cuestiones.<br />

Ahora te toca a ti elegir una de estas dos cuestiones: ¿sois vosotros inocentes o culpables?<br />

No puedes contestar que ambas cosas; bueno, si te place, contesta que las dos.<br />

Ciertamente no podéis decir que sois inocentes en la misma causa en que sois culpables.<br />

Por tanto, si sois inocentes, no os sorprendáis de que os busquen los hermanos para la<br />

paz; y si sois culpables, no os sorprendáis tampoco de que os busquen los reyes para el<br />

castigo. Pero de estos dos extremos uno os lo elegís vosotros, el otro lo oís de nosotros:<br />

elegís el de la inocencia, y oís de nosotros el que vivís impíamente. Escuchad lo que os<br />

digo de nuevo sobre uno y otro extremo. Si sois inocentes, ¿por qué contradecís el<br />

testimonio de Cristo? Y si sois culpables, ¿por qué no os acogéis a su misericordia? En<br />

efecto, su testimonio se relaciona con la unidad del universo, y su misericordia se realiza<br />

en la caridad fraterna.<br />

El salmo 117 y el proceder de los donatistas<br />

XCVII. 223. Petiliano: "Finalmente, como ya hemos dicho muchas veces, ¿cuál es vuestra<br />

pretensión de llegar a apoyaros en los reyes, si dice David: Mejor es esperar en el Señor<br />

que esperar en el hombre; mejor es confiar en el Señor que confiar en los príncipes?" 239<br />

224. Agustín: Nosotros no esperamos en el hombre, sino que amonestamos en cuanto<br />

podemos a los hombres a que esperen en el Señor; ni esperamos en los príncipes, sino<br />

que amonestamos a los príncipes cuanto podemos a que esperen en el Señor; y si<br />

solicitamos algo de los príncipes en beneficio de la Iglesia, no ponemos, sin embargo,<br />

nuestra esperanza en ellos. Ni el mismo Apóstol puso su esperanza en aquel tribuno como<br />

príncipe, del que consiguió le diera acompañamiento armado, ni en los mismos armados<br />

en cuanto hombres, con la protección de los cuales logró evadir las asechanzas de los<br />

depravados.<br />

Tampoco nosotros os acusamos a vosotros mismos por haber solicitado del emperador que<br />

se os devolvieran las basílicas, poniendo la esperanza en el emperador Juliano, sino que os<br />

acusamos de haber desconfiado del testimonio de Cristo, de cuya unidad separasteis las<br />

mismas basílicas. Pues vosotros las recibisteis por mandato del enemigo de Cristo para<br />

menospreciar en ellas los mandatos de Cristo, mientras tenéis por válida y verdadera la<br />

determinación de Juliano, que dice: "Suplicando también esto Rogaciano, Poncio, Casiano<br />

y los demás obispos, lo mismo que los clérigos, se añade como coronación de todo que,<br />

abolidas las determinaciones que se tomaron erróneamente contra ellos sin rescripto, se


establezca la situación en su primitivo estado"; y, en cambio, tenéis por inválido y falso lo<br />

que estableció Cristo al decir: Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y<br />

hasta los confines de la tierra 240 .<br />

Nosotros os conjuramos: corregíos, tornad a esta clara unidad de todo el orbe, a fin de<br />

que no sea por las palabras del apóstata Juliano, sino por las de Cristo Salvador, como se<br />

restablezca todo en su antiguo estado. Tened piedad de vuestra alma. No comparemos ya<br />

a Constantino y a Juliano para demostrar cuán diferentes son. No decimos: "Si vosotros no<br />

habéis esperado en un hombre y en un príncipe cuando dijisteis al emperador pagano y<br />

apóstata que en él solo tenía lugar la justicia, y todo el partido de Donato se sirvió de<br />

estas preces y este rescripto, como consta allí, como lo atestiguan las actas de la<br />

alegación, mucho menos debéis acusarnos vosotros de haber esperado en un hombre y en<br />

un príncipe si hemos solicitado algo de Constantino o del resto de los emperadores<br />

cristianos sin ninguna adulación sacrílega, o si ellos, sin solicitarlo nosotros, acordándose<br />

de la cuenta que han de dar al Señor, bajo cuyas palabras tiemblan cuando escuchan lo<br />

que tú mismo citaste: Ahora, reyes, aprended, etc., y otras muchas cosas, toman<br />

espontáneamente algunas determinaciones en favor de la unidad de la Iglesia católica".<br />

Pero no quiero hablar de Constantino. Enfrentamos ahora a Cristo y a Juliano, digo poco, a<br />

Dios y a un hombre, al Hijo de Dios y al hijo de la gehenna, al Salvador de nuestras almas<br />

y al asesino de la suya propia. ¿Por qué conserváis en la posesión de las basílicas el<br />

rescripto de Juliano y no mantenéis en el abrazo de la paz de la Iglesia el Evangelio de<br />

Cristo? También nosotros clamamos: "Las actuaciones llevadas a cabo erróneamente<br />

restablézcanse en su primitivo estado". El Evangelio de Cristo es más antiguo que el<br />

rescripto de Juliano, la unidad de Cristo es más antigua que el partido de Donato, las<br />

plegarias de la Iglesia al Señor por la unidad de Cristo son más antiguas que las de<br />

Rogaciano, Ponciano y Casiano a Juliano en favor del partido de Donato. ¿Se actúa acaso<br />

erróneamente cuando los reyes prohíben la división y no se actúa erróneamente cuando<br />

los obispos dividen la unidad? ¿Se procede erróneamente cuando los reyes, para defender<br />

la Iglesia, se someten al testimonio de Cristo y no se procede erróneamente cuando los<br />

obispos contradicen el testimonio de Cristo para negar su Iglesia? Os pedimos, pues, que<br />

se escuchen también las palabras de Juliano, a quien así suplicasteis, no contra el<br />

Evangelio, sino de acuerdo con el Evangelio, y que lo que se llevó a cabo erróneamente, se<br />

restablezca en su primitivo estado.<br />

Exhortaciones diversas de Petiliano y de Agustín<br />

XCVIII. 225. Petiliano: "A vosotros, miserables, me dirijo yo; a vosotros, que<br />

atemorizados por el miedo a la persecución, mientras buscáis vuestras riquezas, no<br />

vuestras almas, no amáis tanto la fe errónea de los traditores cuanto, por el contrario, la<br />

malicia de aquellos cuya protección os habéis procurado; igual que los náufragos en las<br />

olas se acercan a las olas que van a caer y, con gran peligro de su vida, se lanzan a lo<br />

mismo que temen, o como el furor tiránico, para no temer a nadie, quiere al menos ser<br />

temido aun con su propio peligro, así vosotros acudís a la ciudadela de la malicia para<br />

contemplar sin miedo por vuestra parte los perjuicios y las penas de los inocentes. Si<br />

evitar el peligro consiste en refugiarse bajo las ruinas, es también una confianza<br />

condenable tener su confianza en un salteador. En fin, es un lucro de dementes perder<br />

vuestras almas para no perder las riquezas. Dice Cristo el Señor: Si ganas todo el mundo y<br />

pierdes tu alma, ¿qué darás en cambio de tu alma?" 241<br />

226. Agustín: Útil sería esta exhortación, lo confieso, si alguien la utilizara en una causa<br />

buena. Con toda razón has apartado a los hombres de anteponer sus riquezas a su alma.<br />

Pero vosotros, que dais crédito a estas cosas, escuchadnos también un poco a nosotros:<br />

esto mismo decimos nosotros también, pero escuchad cómo.<br />

Si los reyes os amenazan con quitaros las riquezas, porque no sois judíos según la carne,<br />

o porque no honráis a los ídolos o a los demonios, o porque no os dejáis arrastrar a<br />

ninguna herejía, sino que permanecéis en la unidad católica, elegid más bien la pérdida de<br />

todas vuestras riquezas para no perecer vosotros. No prefiráis absolutamente nada,<br />

incluida la vida pasajera, a la salud eterna que se halla en Cristo. Pero si los reyes os<br />

amenazan con daños o la condenación porque sois herejes, os atemorizan no con<br />

crueldad, sino con misericordia, vosotros, en cambio, si no teméis, no es por fortaleza,<br />

sino por pertinacia. Oíd a Pedro, que dice: ¿Qué gloria hay en soportar el castigo cuando<br />

habéis faltado? 242 Así no tendríais vosotros ni consuelos terrenos aquí ni la vida eterna en


el siglo futuro, sino las angustias de los infelices aquí y allí los suplicios de los herejes.<br />

Ves, pues, tú, hermano, con quien ahora trato, que primero debes demostrar si posees la<br />

verdad, y luego exhortar a los hombres a que por conservarla estén dispuestos a carecer<br />

de todo lo que poseen temporalmente. Si no demuestras esto, porque no puedes, no<br />

precisamente por falta de ingenio, sino por la maldad de la causa, ¿por qué te afanas en<br />

hacer a los hombres, con tus exhortaciones, mendigos, ignorantes, necesitados, errantes,<br />

andrajosos, litigantes, hambrientos, heréticos, despojados de los bienes temporales en<br />

este mundo y herederos de los males eternos en el juicio de Cristo? El hijo prudente, que<br />

temiendo el azote del padre se aleja de la guarida de la serpiente, ni es azotado ni perece;<br />

en cambio, si menosprecia por su perniciosa voluntad los dolores de la corrección, es<br />

azotado y perece. ¿No entiendes ya, varón elocuente, que quien careciese de todos los<br />

bienes terrenos por la paz de Cristo, tiene a Dios, y quien ha perdido, aunque sea unos<br />

pocos, por el partido de Donato, no tiene cabeza?<br />

Pobreza y caridad<br />

XCIX. 227. Petiliano: "Nosotros, como pobres de espíritu, no tememos por las riquezas,<br />

tememos a las riquezas. Nosotros, que no tenemos nada y lo poseemos todo, tenemos<br />

como una riqueza a nuestra alma y compramos con nuestros sufrimientos y nuestra<br />

sangre las riquezas eternas del cielo, ya que dice el Señor: El que haya perdido sus<br />

bienes, recibirá el ciento por uno".<br />

228. Agustín: También importa aquí recordar la cita textual, pues cuando nada estorba mi<br />

intención, si en algo engañas o te engañas sobre las Escrituras, no me preocupa. Pero no<br />

está escrito: "El que pierda sus bienes", sino: Quien pierda su vida por mí 243 . Sobre los<br />

bienes, en cambio, no está escrito: "El que pierda", sino: El que deje 244 , y no sólo el<br />

dinero contante, sino también muchas otras cosas. Y tú, de momento, no has perdido tus<br />

bienes. Silos has abandonado o no, ya que te glorías de tu pobreza, no lo sé. Puede que lo<br />

sepa mi colega Fortunato, ya que vivís en la misma ciudad, pero nunca me lo indicó<br />

porque nunca se lo he preguntado.<br />

Sin embargo, aunque hayas hecho esto, tú mismo has citado contra ti en esta carta el<br />

testimonio del Apóstol: Aunque repartiera todos mis bienes a los pobres, y entregara mi<br />

cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha 245 . Pues si tuvieras caridad,<br />

no echarías en cara al orbe de la tierra, desconocedor de vosotros y desconocido para<br />

vosotros, ni siquiera los crímenes probados de los africanos; si tuvierais caridad, no<br />

fingiríais en vuestras calumnias, sino que conoceríais la unidad magníficamente expresada<br />

en las palabras del Señor: hasta los confines de la tierra 246 .<br />

Pero si tú no has llevado a cabo ese abandono, ¿por qué te glorías como si fuera una<br />

realidad? ¿En verdad tenéis tal miedo a las riquezas que, no teniendo nada, lo poseéis<br />

todo? Anda, cuéntale esto a tu colega Crispín, que acaba de comprar una finca cerca de<br />

Hipona para sumergir a los hombres en el abismo. Sé muy bien por qué ha hecho esto;<br />

quizá tú no lo sepas, y así gritas sin vacilar: "Tememos a las riquezas". Por lo cual me<br />

sorprende que esta frase tuya le haya pasado a él inadvertida hasta llegar a nosotros;<br />

pues entre Constantina, en donde estás tú, e Hipona, donde estoy yo, se encuentra<br />

Calama, donde está él, situado entre las dos, aunque ciertamente más cerca de mí. Me<br />

sorprende, pues, cómo no se enteró él primero de esta frase y no la retocó para que no<br />

llegara así a nosotros, y no ensalzó contra ti, con mayor elocuencia, las alabanzas de las<br />

riquezas. No sólo no teme él las riquezas, sino que las ama. Por lo demás, antes que<br />

publiques algo, léeselo a él; si no se enmienda, nosotros responderemos. Pero tú, si de<br />

verdad eres pobre, ahí tienes a mi hermano Fortunato: con tu pobreza podrás agradar<br />

más fácilmente a este mi colega que a ese tuyo.<br />

Mt 10, 28<br />

C. 229. Petiliano: "Nosotros, gracias al temor de Dios en que vivimos, no tememos los<br />

suplicios y muertes que nos causáis con la espada; sólo en último término procuramos<br />

evitar la comunión detestable con que destruís las almas, a tenor de lo que dice el mismo<br />

Señor: No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más<br />

bien a aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna del fuego" 247<br />

230. Agustín: Lo que dices es lo que hacéis vosotros, no con la espada visible, sino con


aquella de la que se dice: Hijos de los hombres: sus dientes son lanzas, saetas, su lengua<br />

una espada afilada 248 . Esta es la espada acusadora y calumniadora con que matáis las<br />

almas de los ignorantes del orbe que os desconoce. Si acusas de detestable la comunión,<br />

según tú, no según yo, ya puedes subir y bajar, entrar o salir, dar vueltas o buscar<br />

subterfugios: eres ni más ni menos como Optato. Pero si entras en tu corazón y descubres<br />

que tú no eres tal, no porque no comulgó contigo en los sacramentos, sino porque te<br />

desagradó, liberarás al universo de todos los crímenes ajenos y descubrirás que vosotros<br />

estáis implicados en el crimen del cisma.<br />

El bautismo católico según Petiliano<br />

CI. 231. Petiliano: "Vosotros, pues, que queréis lavaros en el más engañoso bautismo más<br />

que renacer, no sólo no abandonáis vuestros delitos, sino que cargáis vuestras almas con<br />

los crímenes de los culpables; como el agua de los malos está privada del Espíritu Santo,<br />

así está completamente llena de los crímenes de los traditores. Por consiguiente,<br />

quienquiera que seas, desgraciado, bautizado por semejantes personas, si habías querido<br />

quedar libre de la mentira, te ves invadido por la falsedad; si querías alejar los delitos de<br />

la carne, se te añadirá la conciencia de los culpables y percibirás también la culpabilidad;<br />

si pretendías apagar la llama de la avaricia, te verás invadido del fraude, del crimen, del<br />

furor. Finalmente, si crees que la fe del que recibe el bautismo es la misma que la del que<br />

lo da, te verás inundado de la sangre del hermano por aquel que es un asesino. Así sucede<br />

que tú, que habías acudido inocente al bautismo, tornas del mismo hecho un parricida".<br />

232. Agustín: Quisiera conversar con quienes aplaudieron al leer u oír estas palabras;<br />

ellos no tienen los oídos en el corazón, sino el corazón en los oídos. Que lo lean, sin<br />

embargo, una y otra vez, y piensen y se percaten no del sonido, sino del sentido. En<br />

primer lugar examinaré esta última frase: "Así sucede que tú, que habías acudido inocente<br />

al bautismo, tornas del mismo hecho un parricida". Contesta en primer lugar quién viene<br />

inocente al bautismo, si exceptuamos al que no vino a ser bautizado para ser purificado de<br />

la iniquidad, sino para darnos un ejemplo de humildad. ¿Qué se le puede perdonar a un<br />

inocente? ¿O eres tú tan elocuente que nos demuestres hay alguna inocencia pecadora? ¿<br />

No escuchas a la Escritura que dice: No hay nadie libre de pecado, ante tus ojos, ni el niño<br />

cuya vida sobre la tierra es de un solo día? 249 ¿Por qué, si no, se acude aun con los niños<br />

en busca de la remisión de los pecados? ¿No escuchas también otra afirmación: Pecador<br />

me concibió mi madre? 250<br />

Luego si uno que había acudido sin parricidio torna parricida, porque le bautiza un<br />

parricida, cuantos tornaron bautizados por Optato llegaron también a ser Optatos. Venid<br />

ahora y echadnos en cara que suscitamos la furia de los reyes contra vosotros . ¿No<br />

teméis que se busquen entre vosotros tantos secuaces de Gildón cuantos pudieron ser los<br />

hombres bautizados por Optato? ¿No ves tú, en fin, que esta frase tuya ha resonado como<br />

una vejiga, no sólo como un vano estampido, sino también en vuestra cabeza?<br />

233. Todas las ideas precedentes, que nos propusimos refutar ahora, se reducen a decir<br />

que cualquier bautizado retorna tal cual es aquel que le bautiza. Pero quiera Dios no<br />

retornen de ti tan delirantes los que tú bautizas como lo estás tú al decir esto.<br />

¡Ea!, qué bien te ha sonado la frase aquella: "Te verás invadido del fraude, del crimen, del<br />

furor". Cierto que tú no verterías semejantes dislates si no estuvieras, no digo invadido,<br />

sino repleto de furor. ¿De suerte que, pasando por alto otras cosas, cuantos no siendo<br />

avaros acuden a recibir el bautismo de tus colegas o sacerdotes avaros, retornan siendo<br />

avaros, y cuantos siendo sobrios acuden a aquellas sentinas de vino para ser bautizados,<br />

retornan ellos borrachos?<br />

Con estos sentimientos y consejos osáis todavía aducir contra nosotros lo que citaste poco<br />

ha: Mejor es esperar en el Señor que esperar en el hombre; mejor es refugiarse en el<br />

Señor que confiar en los príncipes 251 . ¿Qué otra cosa enseñáis, por favor, sino que hay<br />

que esperar en el hombre y no en el Señor, cuando decís que el bautizado se hace tal cual<br />

fuere el que lo bautiza, y como os arrogáis esta primacía del bautismo, han de creer en<br />

vosotros los hombres, y los que tenían que esperar en el Señor han de esperar en los<br />

príncipes?<br />

Al contrario, que no os escuchen a vosotros los hombres; antes bien, escuchen aquellos<br />

testimonios que pusiste contra vosotros, y algo más duro todavía, ya que no sólo: Mejor


es esperar en el Señor que esperar en el hombre, mejor es confiar en el Señor que confiar<br />

en los príncipes 252 , sino también: Maldito todo el que pone su esperanza en el hombre 253 .<br />

Jr 15, 18<br />

CII. 234. Petiliano: "Imitad al menos a los profetas, que temieron fueran engañadas sus<br />

almas santas con un falso bautismo. Ya muy antiguamente dijo Jeremías que entre los<br />

hombres impíos el agua era engañosa: Agua engañosa, no da garantía" 254<br />

235. Agustín: Quien siendo ignorante de las Escrituras no cree que yerres hasta no saber<br />

lo que dices, o que engañes de suerte que aquel a quien engañas no sabe qué decir, a<br />

buen seguro piensa que el profeta Jeremías, cuando quería ser bautizado, tomó sus<br />

medidas para no ser bautizado por hombres impíos, y que en este sentido dijo aquello. ¿<br />

Qué quieres decir cuando antes de citar este testimonio dijiste: "Imitad al menos a los<br />

profetas, que temieron fueran engañadas sus almas santas con un falso bautismo?" Como<br />

si en los tiempos de Jeremías se purificase ya alguien con el sacramento del bautismo; a<br />

no ser que se tratara de aquellas abluciones, que censuró el Señor, en que los fariseos se<br />

purificaban a sí mismos casi a cada momento, purificaban sus lechos, sus vasos y sus<br />

platos, según se lee en el Evangelio.<br />

Ahora bien, ¿cómo pudo Jeremías haber dicho esto como si deseara el bautismo y<br />

procurase evitar ser bautizado por los impíos? Dijo esto precisamente quejándose de un<br />

pueblo infiel, cuyas detestables costumbres le atormentaban, sin que él participara en sus<br />

actos; sin embargo, no se apartó corporalmente de aquel pueblo ni buscó otros<br />

sacramentos que los que aquel pueblo recibía, apropiados para aquel tiempo según las<br />

disposiciones de la Ley. Así, a este pueblo que vivía mal lo llamó llaga, por la cual se<br />

sentía gravemente herido el corazón del pueblo, ya se refiriera con ello a sí mismo, ya<br />

figurase en sí lo que había de suceder.<br />

Dice: Señor, acuérdate de mí, visítame, defiende mi inocencia de los que me persiguen<br />

con animosidad; sábete cómo he recibido yo por ti el oprobio de parte de los que<br />

desprecian tus palabras. Aniquílalos, y tu palabra será mi alegría y gozo de mi corazón,<br />

porque tu nombre ha sido invocado sobre mí, Señor omnipotente. No me senté en la<br />

asamblea de gente alegre, sino que temía tu mano; solitario me senté porque estoy lleno<br />

de amargura. ¿Por qué prevalecen sobre mí los que me turban? Mi herida es profunda: ¿<br />

cómo sanaré? Se me ha hecho como agua engañosa, de la que uno no se puede fiar 255 .<br />

En todo esto se ve qué es lo que quiso significar; pero esto lo ven sólo los que no tratan<br />

de trastocar lo que leen para acomodarlo a su causa perversa. Jeremías dijo que su herida<br />

se le convirtió en agua mendaz que no tiene garantía, y quiso dar a entender que esa llaga<br />

no era ni más ni menos que aquellos que le entristecían a él con su mala vida. Por eso dice<br />

el Apóstol: Por fuera luchas, por dentro temores 256 , y también: ¿Quién desfallece sin que<br />

desfallezca yo? ¿Quién sufre escándalo sin que yo me abrase? 257 Y como desesperaba de<br />

la enmienda de aquellos, dijo Jeremías: Cómo podré curarme, como si siempre hubiera de<br />

temer el dolor mientras fueran tales aquellos entre los cuales se veía forzado a vivir.<br />

Ahora bien, que bajo el nombre del agua suele significarse el pueblo, nos lo dice el<br />

Apocalipsis, donde conocemos que las muchas aguas significan los muchos pueblos, y esto<br />

no según nuestras conjeturas, sino según interpretación bien clara dada allí.<br />

Por consiguiente, procura no utilizar una mala inteligencia o más bien un error para<br />

denostar el bautismo, aunque se halle éste en el hombre más perdido, porque ni en el<br />

falaz Simón era agua mendaz el bautismo que había recibido, ni tantos vuestros falaces<br />

dan un agua falaz cuando bautizan en el nombre de la Trinidad. En verdad que ellos no<br />

comienzan a ser mendaces cuando, delatados y convictos, confiesan sus crímenes, antes<br />

bien eran ya mendaces cuando, siendo adúlteros y malvados, se fingían castos e<br />

inocentes.<br />

El óleo del pecador<br />

CIII. 236. Petiliano: "También dijo David: El óleo del pecador jamás lustre mi cabeza 258 .<br />

¿A quién declara él impío? ¿A mí, que soporto tus crímenes, o a ti, que persigues al<br />

inocente?"


237. Agustín: En nombre del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia del Dios vivo, columna y<br />

fundamento de la verdad 259 , extendida por todo el orbe a causa del Evangelio, que se<br />

predica, como dice el Apóstol, a toda criatura bajo el cielo 260 ; en nombre del orbe entero,<br />

sobre el cual dice David aquellas palabras que tú no entiendes: Tú asentaste el orbe,<br />

inconmovible 261 , del cual tú pretendes no que se ha sentido conmovido por los pecados<br />

ajenos, sino que ha perecido totalmente, en su nombre respondo: "Yo no persigo al<br />

inocente". Y David habló del "óleo del pecador", no del traditor; no del que quemó<br />

incienso, no del "perseguidor", sino del "pecador". ¿Qué harás, pues, tú según tu manera<br />

de entender? Mira primeramente si no eres tú mismo pecador. No me digas: "No soy<br />

traditor, no quemé incienso, no soy perseguidor". Ni yo tampoco soy, gracias a Dios,<br />

ninguna de estas cosas, ni el orbe de la tierra que no se conmoverá.<br />

Di si te atreves: "No soy pecador". David habla del óleo del pecador. Si se halla en ti<br />

cualquier pecado, por leve que sea, ¿cómo muestras que no pertenece a lo que se ha<br />

dicho: óleo al pecador? Te pregunto: ¿rezas tú la oración del Señor? Si no rezas esa<br />

oración que el Señor enseñó a sus discípulos, ¿dónde has aprendido otra que por tus<br />

méritos superiores exceda a los méritos de los apóstoles? Pero si oras como el Maestro se<br />

dignó enseñarnos, ¿cómo dices: Perdónanos nuestras ofensas, como nosotros perdonamos<br />

a los que nos ofenden? 262 En efecto, nosotros no pedimos esto por los pecados que nos<br />

han sido perdonados en el bautismo. Por tanto, estas palabras de la oración o no te<br />

permiten suplicar a Dios o declaran que eres pecador.<br />

Acudan ahora a besar tu cabeza los que han sido bautizados por ti, y cuyas cabezas han<br />

perecido por tu óleo. Y tú mira lo que eres o lo que sientes de ti. ¿Acaso el tal Optato, a<br />

quien paganos, judíos, cristianos, vuestros y nuestros, llaman por toda el África<br />

saqueador, rapaz, traidor, opresor, separador, y no amigo ni cliente, sino satélite de aquel<br />

conde a quien alguno de los vuestros llamó su dios, el tal Optato no fue al menos un tanto<br />

pecador? ¿Qué harán, pues, aquellos cuyas cabezas ungió un reo de crimen capital? ¿No<br />

os besan también a vosotros las cabezas aquellos de cuyas cabezas, según vuestra<br />

manera de entender, tan mal juzgáis? Al menos denunciadlos y amonestadlos a fin de que<br />

se curen. ¿O acaso debe curarse más bien vuestra cabeza, que delira de ese modo?<br />

Me preguntarás: "Qué dijo David?" Y ¿por qué me lo preguntas a mí? Pregúntaselo a él; en<br />

el versículo que precede se te dará la respuesta: Me corregirá el justo con misericordia y<br />

me reprenderá, pero el óleo del pecador no ungirá mi cabeza 263 . ¿Qué hay más claro, qué<br />

más accesible? Prefiero, dice, ser curado con una reprensión misericordiosa a ser<br />

engañado y pervertido con una adulación blandengue, como si me ungieran la cabeza. La<br />

misma idea se expresa con otras palabras en otro lugar de las Escrituras: Más leales son<br />

las heridas del amigo que los besos espontáneos del enemigo 264 .<br />

El ungüento sobre la barba de Aarón<br />

CIV. 238. Petiliano: "He aquí cómo alaba David el ungüento de la concordia entre los<br />

hermanos: ¡Oh, qué bueno, qué dulce habitar los hermanos todos juntos! Como el<br />

ungüento en la cabeza, que baja por la barba, que baja por la barba de Aarón, hasta la<br />

orla de sus vestiduras. Como el rocío del Hermón, que baja por las alturas de Sión; allí<br />

dispensa su bendición el Señor y la vida para siempre 265 . Así, dice, se unge la unidad, del<br />

mismo modo que son ungidos los sacerdotes".<br />

239. Agustín: Dices verdad. Porque aquel sacerdocio tenía la unción en cuanto que era<br />

figura del cuerpo de Cristo, que tiene su salud en la trabazón de su unidad. Pues el mismo<br />

Cristo toma su nombre del crisma, esto es, de la unción. Los hebreos lo llaman Mesías,<br />

palabra que tiene una cierta consonancia con la lengua púnica, como muchas otras o casi<br />

todas las del hebreo. Por tanto, ¿qué significa en aquel sacerdocio la cabeza, la barba, las<br />

orlas del vestido? Según la comprensión que me da el Señor, la cabeza es el mismo<br />

Salvador del cuerpo, del cual dice el Apóstol: Él es la Cabeza del Cuerpo, la Iglesia 266 .<br />

En la cabeza se puede entender apropiadamente la fortaleza. Y así, sobre los que son<br />

fuertes en su Iglesia y se adhieren a su doctrina, de suerte que predican la verdad sin<br />

temor, sobre ellos desciende desde el mismo Cristo como desde la cabeza la santa unción,<br />

es decir, la santificación espiritual.<br />

Por orla del vestido se entiende lo que está en el extremo superior, por donde entra la<br />

cabeza del que lo viste. Y en ella quedan significados los fieles perfectos en la Iglesia ; en


efecto, la orla o el borde es la perfección. Recuerdas en verdad que se dijo a cierto rico: Si<br />

quieres ser perfecto, vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro<br />

en los cielos; luego, ven y sígueme 267 . El se alejó triste, despreciando la perfección y<br />

eligiendo la deserción.<br />

Pero ¿acaso faltaron por eso aquellos sobre los cuales, perfectos por tal abandono de los<br />

bienes terrenos, descendía el ungüento de la unidad como desde la cabeza a la orla del<br />

vestido? Pues aun dejando de lado a los apóstoles y los superiores y doctores, a quienes<br />

como más eminentes y más fuertes tomamos como la barba, lee en los Hechos de los<br />

Apóstoles y verás a aquellos que ponían a los pies de los apóstoles el importe de la venta<br />

de sus bienes 268 : nadie llamaba suyo a sus bienes, sino que todo lo tenían en común, y se<br />

repartía a cada uno según sus necesidades, y no tenían sino un solo corazón y una sola<br />

alma hacia Dios 269 . Sabes que está escrito así.<br />

Reconoce, pues, que es bueno y agradable vivir los hermanos en la unidad, reconoce la<br />

barba de Aarón, reconoce la orla del vestido espiritual. Pregunta a la misma Escritura<br />

dónde comenzó a tener lugar esto; hallarás que fue en Jerusalén. A partir de esta orla del<br />

vestido se teje la unidad entera a través de todas las gentes. Por aquí entró la cabeza en<br />

el vestido, a fin de que fuera vestido Cristo con la variedad del orbe de la tierra, porque en<br />

esta orla del vestido apareció la misma variedad de las lenguas. ¿Por qué, pues, os<br />

oponéis a la misma cabeza, de donde desciende aquel ungüento de unidad, esto es, la<br />

fragancia del amor espiritual; por qué, repito, os oponéis a la misma cabeza que testifica y<br />

dice: Se predicará en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las<br />

naciones, empezando desde Jerusalén? 270 Y ¿por qué queréis interpretar en este<br />

ungüento el sacramento del crisma, que ciertamente es sacramento en el género de los<br />

signos visibles como el mismo bautismo, pero que puede encontrarse aun en los hombres<br />

malvados, que pasan su vida en las obras de la carne y no han de poseer el reino de los<br />

cielos, y que por ello no pertenecen ni a la barba de Aarón ni a la orla de su vestido, ni a<br />

urdimbre alguna del vestido sacerdotal? ¿Dónde vas a colocar tú las que el Apóstol<br />

enumera como obras de la carne, que son: Fornicación, impureza, lujuria, idolatría,<br />

hechicería, odios, discordia, celos, iras, disensiones, herejías, envidias, embriagueces,<br />

orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes<br />

hacen tales cosas no heredarán el reino de Dios? 271<br />

Pongo aparte las fornicaciones que se cometen ocultamente; interpreta como te parezca la<br />

impureza, que pongo también aparte; pongamos también ahí las hechicerías, porque no<br />

hay ningún preparador y suministrador en plena luz de venenos; también pongo aparte las<br />

herejías porque lo deseáis así; no sé si debería también poner aparte la idolatría, ya que el<br />

Apóstol coloca ahí la avaricia que delira públicamente.<br />

Dejando a un lado todo esto, ¿no existen entre vosotros lujuriosos, avaros, personas que<br />

mantienen pertinazmente las enemistades, litigiosos, celosos, apasionados, amigos de la<br />

disensión, ebrios, comilones? ¿Ninguno de los tales entre vosotros recibe la unción y<br />

muere públicamente en estos vicios? Si dices que no hay ninguno, porque mientes<br />

abiertamente dejándote llevar del espíritu de rivalidad, examina si no eras tú mismo uno<br />

de los tales. Pero si estás lejos de éstos, no por la separación del cuerpo, sino por la<br />

diferencia de vida, y contemplas con dolor turbas semejantes en torno a vuestros altares,<br />

¿qué hemos de decir, si han sido ungidos con el óleo santo, y, como confirma el Apóstol<br />

con nítida verdad, no han de poseer el reino? ¿Acaso podemos hacer una ofensa sacrílega<br />

a la barba de Aarón y a la orla de su vestido, y pensar que hemos de poner a éstos allí? En<br />

modo alguno.<br />

Distingue, pues, el sacramento santo y visible, que puede estar en los buenos y en los<br />

malos, para premio en aquéllos y en éstos para condenación, distínguelo de la unción<br />

invisible de la caridad, que es propia de los buenos. Distingue estas cosas, distínguelas;<br />

así quiera Dios separarte del partido de Donato y atraerte a la Católica; de ella te<br />

arrancaron aquéllos siendo catecúmeno y te ataron con el vínculo del honor mortífero.<br />

Como quiera que te plazca entender el rocío del Hermón sobre los montes de Sión, no<br />

estáis vosotros sobre esos montes, ya que no estáis en la ciudad edificada sobre el monte,<br />

que tiene esta señal segura: no poder esconderse. Así la conocen todas las gentes, y, en<br />

cambio, bien pocas son las naciones que conocen el partido de Donato; por tanto, no<br />

puede ser ésa.


La oración del sacerdote por el pueblo<br />

CV. 240. Petiliano: "¡Ay, por consiguiente, de vosotros que, profanando lo que es santo,<br />

rompéis la unidad! Dice el profeta: Si peca el pueblo, el sacerdote rogará por él; pero si<br />

peca el sacerdote, ¿quién rogará por él?"<br />

241. Agustín: Un poco antes, al discutir sobre el óleo del pecador, me parecía que te<br />

estaba ungiendo la frente como para que dijeras, si te atrevías, que tú no eras pecador. Ya<br />

lo has dicho. ¡Qué monstruosa impiedad! Puesto que te consideras sacerdote, ¿qué otra<br />

cosa has dicho con este testimonio profético sino que tú estás sin pecado en absoluto?<br />

Porque si tienes pecado, ¿quién rogará por ti según tu manera de entender? ¿Así tratáis de<br />

captar la voluntad de los pueblos infortunados, recordando lo del profeta: Si peca el<br />

pueblo, el sacerdote rogará por él; pero si peca el sacerdote, ¿quién rogará por él? De<br />

esta manera creerán que vosotros estáis sin pecado y encomendarán a vuestras oraciones<br />

la purificación de sus pecados. ¡Qué hombres tan grandes sois, qué excelsos, celestiales,<br />

divinos, y no hombres, sino ángeles, que rogáis por el pueblo y no queréis que el pueblo<br />

ruegue por vosotros! ¿Eres tú más justo que Pablo, más perfecto que apóstol tan grande,<br />

que se encomendaba a las oraciones de aquellos a quienes enseñaba? Dice, en efecto: Sed<br />

perseverantes en la oración, velando en ella con acción de gracias; orad al mismo tiempo<br />

los unos por los otros y también por nosotros, para que Dios nos abra una puerta a la<br />

palabra, y podamos anunciar el misterio de Cristo, por cuya causa estoy yo encarcelado,<br />

para darlo a conocer anunciándolo como debo hacerlo 272 .<br />

Ahí tienes que se ruega por el Apóstol, y tú no quieres que se haga por el obispo. ¿Ves qué<br />

diabólica soberbia se encierra aquí? Se ruega por el Apóstol para que él dé a conocer el<br />

misterio como se debe. Por tanto, si tuvierais fieles piadosos, debiste exhortarlos a rogar<br />

por ti, para que no hablaras como no conviene.<br />

¿Eres tú más justo que Juan Evangelista, que dice: Si dijéramos: no tenemos pecado, nos<br />

engañaríamos y la verdad no estaría en nosotros? 273<br />

Finalmente, ¿eres tú más justo que Daniel, a quien has citado en esta tu misma carta<br />

diciendo: "El rey arrojó al justísimo Daniel a los mordiscos de las fieras, como él<br />

pensaba?" No lo pensaba él así, ya que le dijo al mismo Daniel, tan amigo suyo, según lo<br />

demuestra la lectura: Tu Dios, a quien sirves con perseverancia, te librará 274 .<br />

Pero ya os he hablado mucho de esto. Ahora, a lo que estamos: Daniel era un hombre<br />

muy justo, no según su testimonio, aunque me bastaría esto para la cuestión que tengo<br />

contigo, sino según el espíritu de Dios, que habla por boca de Ezequiel, que nombra a tres<br />

de justicia tan eminente: Noé, Daniel y Job, los únicos que dijo que podían liberarse de la<br />

terrible ira de Dios que amenazaba a los demás. Y este varón tan justo, uno de los tres<br />

dignos de mención, ora, pues dice: Estaba yo haciendo mi oración, confesando mis<br />

pecados y los pecados de mi pueblo Israel ante el Señor mi Dios 275 . Y tú dices estar sin<br />

pecado, porque eres sacerdote; y si pecara el pueblo rezas por él, pero si pecas tú, ¿quién<br />

rezará por ti? En verdad que por la impiedad de tu arrogancia te muestras indigno de que<br />

interceda por ti el sacerdote que el profeta quiso que se entendiese en estas palabras que<br />

tú no entiendes.<br />

Así que, para que nadie ande buscando el sentido de este texto, trataré de explicarlo como<br />

el Señor me dé a entender. Preparaba Dios el ánimo de los hombres por medio del profeta<br />

a buscar un sacerdote tal que nadie pudiera orar por él. Estaba éste figurado en los<br />

tiempos del primer pueblo y del primer templo, cuando todo eran figuras nuestras. Por eso<br />

sólo el sumo sacerdote entraba en el Santo de los Santos para orar por el pueblo, que no<br />

entraba con el sacerdote en el interior del santuario, como aquel sacerdote entró en lo<br />

íntimo de los cielos, en aquel Sancta Sanctorum más verdadero, mientras quedábamos<br />

aquí nosotros, por quienes intercede: Por eso dijo el profeta: Si peca el pueblo, el<br />

sacerdote rogará por él; pero si peca el sacerdote, ¿quién rogará por él? Que quiere decir:<br />

"Desead un sacerdote tal que no pueda pecar, para que no se necesite rogar por él". Así,<br />

los pueblos ruegan por los apóstoles, pero no ruegan por el sacerdote maestro y señor de<br />

los apóstoles. Escucha esto de labios de Juan, que declara y enseña: Hijitos míos, os<br />

escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos a uno que aboga ante el<br />

Padre: a Jesucristo, el justo. El es víctima de propiciación por nuestros pecados 276 .<br />

Tenemos, dijo; por nuestros pecados, dijo. Aprende la humildad para no caer más aún,


para de una vez levantarte; pues no hubieras dicho esto si no hubieras caído.<br />

Complicidad en los pecados ajenos<br />

CVI. 242. Petiliano: "Y que el laico no se considere exento del pecado; se lo impide esta<br />

prohibición: No te harás cómplice de los pecados ajenos" 277 .<br />

243. Agustín: Te equivocas de medio a medio cuando no quieres por humildad estar en<br />

comunión con el universo. No se ha hecho aquella prohibición ni al laico siquiera, y no<br />

sabes qué sentido tiene. Esto es lo que aconsejaba el Apóstol escribiendo a Timoteo, al<br />

cual dice en otro lugar: No descuides el carisma que hay en ti, que se te comunicó<br />

mediante la imposición de las manos del colegio de presbíteros 278 . Y en muchos otros<br />

documentos se muestra que no era laico.<br />

En aquella amonestación: No te harás cómplice de los pecados ajenos 279 , el Apóstol se<br />

refería al consentimiento y a la aprobación. Por eso añade cómo lo cumplirá: Consérvate<br />

puro 280 . Así como el mismo Pablo no comulgaba en los pecados ajenos por tolerar en la<br />

unidad del cuerpo a los malos hermanos por los cuales gemía, ni participaron en el hurto y<br />

el crimen de Judas los apóstoles, sus predecesores, por comunicar en la cena sacrosanta<br />

con él, que ya había vendido al Señor y había sido descubierto por él.<br />

Asentir al mal y tolerarlo<br />

CVII. 244. Petiliano: "Además, con esta sentencia compara el mismo Apóstol a los que<br />

participan de la mala conciencia: Quienes tales cosas hacen y quienes aplauden a quienes<br />

las hacen son dignos de muerte" 281 .<br />

245. Agustín: No me preocupo de cómo entiendes esto; ello es verdadero y esto es lo que<br />

enseña la Católica: que existe gran diferencia entre los que asienten porque sienten<br />

agrado en esas cosas y los que, aunque les desagradan, las toleran. Aquéllos llegan a ser<br />

paja al seguir la esterilidad de la paja; los otros, siendo trigo, esperan a Cristo, el<br />

beldador, para ser separados.<br />

Los católicos honran el bautismo de los donatistas... porque es de Cristo<br />

CVIII. 246. Petiliano: "Venid, pues, pueblos, a la Iglesia, huid de los traditores, si no<br />

queréis perecer con ellos. Para que conozcáis fácilmente que, siendo ellos reos, tienen un<br />

concepto óptimo de nuestra fe, yo bautizo a los inficionados por ellos; mientras que ellos,<br />

lo que Dios no permita, reciben a los míos bautizados. Lo cual no harían en absoluto si<br />

reconociesen alguna deficiencia en nuestro bautismo. Ved, pues, cuán santo es lo que<br />

damos, ya que teme destruirlo el enemigo sacrílego".<br />

247. Agustín: Ya hemos dicho mucho contra este error en esta y en otras obras. Pero<br />

como pensáis encontrar en esta opinión un apoyo tan grande para vuestra vanidad, que en<br />

este punto juzgabas debías terminar tu carta, a fin de que quedara como de refresco en la<br />

mente de los lectores, voy a responder brevemente.<br />

Nosotros no admitimos en los herejes el bautismo de los herejes, sino el de Cristo; el<br />

bautismo de Cristo y no el de ellos en los fornicarios, inmundos, lujuriosos, idólatras,<br />

hechiceros, enemigos obstinados, litigantes, celosos, apasionados, aficionados a las<br />

disensiones, envidiosos, ebrios, comilones y otros semejantes. Porque todos éstos, entre<br />

los cuales se encuentran también los herejes, como dice el Apóstol, no poseerán el reino<br />

de Dios, y por eso estarán colocados a la izquierda con el diablo. Y no se debe pensar que<br />

están en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, por el hecho de participar corporalmente<br />

en sus sacramentos. Estos sacramentos siguen siendo santos y seguirán teniendo valor<br />

aun entre los que los tratan indignamente y en los que los reciben para mayor castigo;<br />

pero ellos no están en aquella trabazón de la Iglesia, que mediante la unión y el contacto<br />

entre los miembros de Cristo tiene su crecimiento en Dios.<br />

Esa Iglesia, como dice el Señor, está edificada en la piedra: Sobre esta piedra edificare mi<br />

Iglesia 282 ; en cambio, ellos edifican sobre arena, como dice el mismo Señor: El que oiga<br />

estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó<br />

su casa sobre arena.


Pero para que no pienses que la Iglesia edificada sobre la piedra está limitada a una parte<br />

de la tierra y no difundida hasta los últimos confines de la misma, escucha en el salmo la<br />

voz del que gime en medio de los sufrimientos de su peregrinación: Desde el extremo de<br />

la tierra he gritado hacia ti, en el desmayo de mi corazón. Me has levantado sobre la<br />

piedra; tú me has conducido, porque te has hecho mi esperanza, torre fuerte frente al<br />

enemigo 283 . Ved cómo grita desde los confines de la tierra; por consiguiente, no está sólo<br />

en África ni en solos los africanos, que envían desde África un obispo a Roma para unos<br />

pocos montenses y a España para la casa de una sola mujer. Ved cómo la Iglesia se<br />

levanta sobre la tierra; por eso no pueden ser contados en ella cuantos edifican en la<br />

arena, esto es, cuantos escuchan la palabra de Dios sin ponerla por obra. Y, sin embargo,<br />

éstos, tanto entre nosotros como entre vosotros, tienen y dan el sacramento del bautismo.<br />

Ved cómo su esperanza es Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, no Pedro, ni Pablo, ni mucho<br />

menos Donato o Petiliano; por consiguiente, no es vuestro lo que tememos destruir, sino<br />

de Cristo, lo cual es santo por sí mismo aun en los sacrílegos.<br />

En efecto, no podemos recibir a los que vienen de vosotros si no destruimos lo vuestro, y<br />

destruimos la infidelidad del desertor, no el carácter del emperador. Por tanto, considera<br />

tú mismo y suprime lo que dijiste: "Yo bautizo a los inficionados por ellos, mientras que<br />

ellos, lo que Dios no permita, reciben a los míos bautizados". Tú no bautizas a los<br />

inficionados, sino que, para contagiarlos del engaño de tu error, los rebautizas. Nosotros,<br />

en cambio, no recibimos a los tuyos bautizados, sino que destruimos tu error, por el que<br />

son tuyos, y aceptamos el bautismo de Cristo, en el que fueron bautizados. Así es que<br />

muy oportunamente pusiste aquel paréntesis: "Lo que Dios no permita", ya que dijiste:<br />

"Ellos, lo que Dios no permita, reciben a los míos bautizados". Pues como si quisieras<br />

decir: "No permita Dios que los reciban", temiendo que recibiéramos a los tuyos, yo<br />

entiendo que dijiste sin darte cuenta: "A los míos, lo que Dios no permita". En realidad, no<br />

permita Dios que sean tuyos los que pasan ya a la Católica, ni pasen de suerte que los<br />

bautizados sean los nuestros, sino para ser nuestros socios y con nosotros los bautizados<br />

de Cristo.<br />

Libro III<br />

La réplica de Petiliano y la de Agustín<br />

I. 1. Leí tu carta, Petiliano, cuando pude hacerlo; en ella dejaste ver claramente que no<br />

pudiste decir nada válido contra la Iglesia católica en favor de Donato y que, por otra<br />

parte, no podías callar. ¡Qué agobios has soportado, en qué tempestad se agitó tu<br />

corazón, cuando leíste la contestación, tan breve y clara como me fue posible, que di a tu<br />

carta, que había llegado entonces a mis manos! Tú viste la firmeza en que está apoyada y<br />

la claridad con que está aplicada la verdad que tenemos y defendemos, de suerte que no<br />

has podido encontrar algo que decir contra ella para refutarla. Has notado también cómo<br />

se tornó a ti la expectación de todos los que la habían leído, deseando saber qué dirías,<br />

qué harías, por dónde escaparías, adónde te abrirías paso para salir de las grandes<br />

dificultades en que te había bloqueado la palabra de Dios. Y entonces tú, que debías haber<br />

despreciado la opinión de los vanos y lanzarte a una doctrina verdadera y sana, no hiciste<br />

sino lo que anunció de los tales la Escritura: Prefieres el mal al bien, la mentira a la<br />

justicia 1 .<br />

Por tanto, si yo también quisiera devolverte a mi vez maldiciones por maldiciones, ¿qué<br />

seríamos sino dos maldicientes, que obligaríamos a quienes nos leyeran, unos con sana<br />

dignidad a rechazarnos como detestables y otros a regocijarse con maliciosa<br />

complacencia? Yo, cuando respondo a alguien de palabra o por escrito, aun provocado por<br />

injuriosas acusaciones, en cuanto me lo concede el Señor, procuro refrenar y dominar los<br />

aguijones de la vana indignación, y mirando por el oyente o el lector, no trato de quedar<br />

triunfante para insultar al hombre, sino de ser más útil para refutar el error.<br />

2. Si tienen aún talento quienes consideran lo que has escrito, ¿qué benefició la causa que<br />

se ventila entre nosotros sobre la comunión católica o el partido de Donato: el haber dado<br />

de mano en cierto modo una cuestión pública y haber atacado con mordaces insultos en<br />

privada enemistad la vida de un solo hombre, como si ese hombre fuera la cuestión a<br />

resolver? ¿Tan mal has juzgado, no digo de los cristianos, sino del mismo género humano,<br />

que no creíste pudieran venir tus escritos a manos de algunos sabios que prescindieran de


nuestras personas e investigasen más bien la cuestión que entre nosotros se debate, y no<br />

prestaran atención a quiénes o de qué calidad somos nosotros, sino a qué es lo que<br />

decimos en defensa de la verdad o contra el error? Debiste temer la opinión de éstos,<br />

debiste evitar su reprensión, no fueran a pensar que no encontrabas nada que decir si no<br />

te ponías delante alguien a quien lanzar tus acusaciones. Pero te dejaste llevar por la<br />

ligereza y vanidad de algunos, que escuchan de buen grado las discusiones de litigantes<br />

eruditos, de suerte que atienden a la elocuencia con que se difama más que a la veracidad<br />

con que se convence. Ello, pienso, lo has hecho a la vez para que, ocupado yo con mi<br />

defensa, abandonara la cuestión entre manos; y así, volviéndose los hombres, no a las<br />

palabras de los que discuten, sino de los que litigan, quedase oscurecida la verdad que<br />

teméis se esclarezca y sea conocida.<br />

¿Qué puedo hacer yo contra semejante plan sino dar de mano a mi defensa y amarrarme<br />

a la cuestión de la cual no pueda ningún acusador apartar mi atención? Ensalzaré con el<br />

pregón de voz de un servidor la casa de mi Dios, cuyo decoro he amado, y, en cambio, me<br />

humillaré y abatiré a mí mismo, pues yo he elegido ser despreciado en la casa de mi Dios<br />

antes que habitar en las moradas de los herejes.<br />

En consecuencia, Petiliano, voy a apartar de ti, por un poco de tiempo, mi disertación y la<br />

voy a dirigir a aquellos a quienes con tus acusaciones has intentado apartar de mí, como si<br />

yo planeara atraer los hombres hacia mí y no conmigo hacia Dios.<br />

Comparación con San Pablo<br />

II. 3. Escuchad, pues, cuantos habéis leído los insultos que con más cólera que reflexión<br />

ha vomitado contra mí Petiliano. Primero os dirigiré las palabras del Apóstol, que, sin<br />

duda, sea yo como sea, son verdaderas: Por tanto, que nos tengan los hombres por<br />

servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que se<br />

exige de los administradores es que sean fieles. Aunque a mí lo que menos me importa es<br />

ser juzgado por vosotros o por un tribunal humano 2 . Lo que sigue no me atrevo a<br />

acomodármelo a mí hasta decir: Cierto que mi conciencia nada me reprocha; sin embargo,<br />

sí puedo afirmar confiadamente en la presencia de Dios: No me siento culpable de ninguna<br />

de las diatribas de que, después de ser bautizado en Cristo, me ha acusado Petiliano. Mas<br />

no por eso me quedo justificado. Mi juez es el Señor. Así que no juzguéis nada antes de<br />

tiempo hasta que venga el Señor. Él iluminará los secretos de las tinieblas y pondrá de<br />

manifiesto los designios de los corazones. Entonces recibirá cada cual del Señor la<br />

alabanza que le corresponda. Esto, hermanos, lo he personificado en mí para que nadie,<br />

yendo más allá de lo que está escrito, se envalentone poniéndose de parte de uno contra<br />

otro 3 .<br />

Así, pues: No se gloríe nadie en el hombre, pues todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y<br />

Cristo de Dios.<br />

De nuevo digo: No se gloríe nadie en el hombre; lo repito una y otra vez: No se gloríe<br />

nadie en el hombre 4 . Si observáis algo digno de alabanza en nosotros, referidlo a la gloria<br />

de aquel de quien se dijo: Toda dádiva y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del<br />

Padre de las luces, en quien no hay cambio ni oscuridades pasajeras 5 . ¿Qué tenemos que<br />

no hayamos recibido? Y si lo hemos recibido, no nos gloriemos como si no lo hubiéramos<br />

recibido. Y en todo lo bueno que descubrís en nosotros, sed nuestros imitadores, si<br />

nosotros lo somos de Cristo; y si sospecháis o creéis o veis algo malo en nosotros, tened<br />

presente el aviso del Señor, con el cual os mantendréis seguros y no abandonaréis a su<br />

Iglesia a causa de los pecados de los hombres: haced lo que os decimos, no hagáis en<br />

cambio lo defectuoso que juzgáis o sabéis que hacemos nosotros. No es tiempo de<br />

justificarme ante vosotros, ya que dejando a un lado mi causa, me he empeñado en<br />

recomendaros la tarea saludable de que no se gloríe nadie en el hombre 6 ; pues maldito<br />

es quien pone su confianza en él 7 . Si se mantiene y conserva este precepto del Señor y<br />

del Apóstol, aunque quede yo debilitado y abatido en mi causa personal, como quiere que<br />

se piense el enemigo, será vencedora la causa a la que sirvo.<br />

En efecto, si os mantenéis con toda tenacidad en lo que os exhorto y me afano por<br />

inculcaros, es decir, que es maldito quien pone su esperanza en el hombre, de suerte que<br />

nadie se gloríe en el hombre, en modo alguno dejaréis la era del Señor a causa de la paja,<br />

que, sacudida por el viento de la soberbia, vuela ya ahora o será separada en la bielda<br />

final, ni huiréis de la gran casa a causa de los vasos hechos para la afrenta, ni intentaréis


salir a través de las roturas de las redes por causa de los peces malos que serán<br />

separados en la orilla, ni dejaréis los buenos pastos de la unidad a causa de los cabritos<br />

que serán colocados a la izquierda cuando el pastor haga la división, ni por la cizaña que<br />

se entremezcla os separaréis con nefasta escisión de la sociedad del trigo, cuya cabeza es<br />

aquel grano condenado a muerte y luego multiplicado, y que crece a la vez hasta la siega<br />

a través del mundo entero: porque el campo es el mundo, no África; la siega es al fin del<br />

mundo 8 , no la época de Donato.<br />

La mezcla de buenos y malos es temporal<br />

III. 4. Conocéis bien a qué fin se enderezan estas parábolas evangélicas: a que nadie se<br />

gloríe en el hombre y a que nadie engreído frente a otro se separe de él diciendo: Yo soy<br />

de Pablo 9 . Si Pablo ciertamente no ha sido crucificado por vosotros ni habéis sido<br />

bautizados en su nombre, cuánto menos en el de Ceciliano o cualquiera de los nuestros; el<br />

fin de estas parábolas no es otro sino que aprendáis, mientras la paja se trilla con el<br />

grano, mientras los peces malos nadan con los buenos dentro de las redes del Señor,<br />

aprendáis, repito, antes que llegue el tiempo de la bielda, a soportar por los buenos la<br />

mezcolanza de los malos antes que violar a causa de los malos la caridad para con los<br />

buenos. Esta mezcla en efecto no es eterna, sino temporal; no es espiritual, sino corporal;<br />

y en ella no se equivocarán los ángeles cuando separen a los malos de los justos y los<br />

arrojen al horno de fuego 10 ardiente; pues el Señor conoce a los que son suyos. Y si no<br />

puede apartarse a los inicuos por algún tiempo corporalmente, apártese de la iniquidad<br />

quien pronuncia el nombre del Señor 11 .<br />

Está permitido separarse y alejarse de los malos en este tiempo de espera por la vida, las<br />

costumbres, el corazón y la voluntad, separación que siempre conviene mantener. En<br />

cambio, la separación corporal habrá que esperarla al final del mundo con confianza,<br />

paciencia y fortaleza; de esta espera es de la que se dijo: Espera al Señor, ten valor y<br />

afírmese tu corazón; espera al Señor 12 .<br />

Ciertamente, el mayor galardón que puede lograr la paciencia es, por una parte, no<br />

perturbar con inquieta y temeraria disensión entre los falsos hermanos introducidos<br />

fraudulentamente, que buscan sus intereses y no los de Cristo, la caridad de los que no<br />

buscan lo suyo, sino lo de Cristo, y, por otra parte, no desgarrar con soberbia e impía<br />

emulación la unidad de la red del Señor que reúne toda clase de peces, mientras se llega a<br />

la orilla, esto es, al fin del mundo. Esto sucede cuando alguien juzga ser algo no siendo<br />

nada, y de esta suerte se engaña a sí mismo y pretende que para la separación de los<br />

pueblos cristianos es suficiente su juicio o el de los suyos, que dicen conocen<br />

clarísimamente a algunos malos indignos de la comunión de los sacramentos de la religión<br />

cristiana; pero lo que dicen que conocen de los tales no pueden persuadírselo a la Iglesia<br />

universal, que, como fue anunciado, se extiende por todos los pueblos.<br />

Cuando rehuyen la comunión de aquellos a quienes creen conocer, abandonan su unidad,<br />

cuando más bien deberían, si tuvieran la caridad que lo soporta todo, tolerar en una sola<br />

nación lo que conocían, para no separarse de los buenos, a quienes no podían probar los<br />

males de otros en todos los pueblos.<br />

De esta manera, aun sin haber discutido la causa, en que documentos tan importantes les<br />

demuestran que han calumniado a los inocentes, se cree con más probabilidad que han<br />

inventado falsas acusaciones de entrega, los que admitieron sin vacilación el crimen<br />

inmensamente más malvado de la división nefasta; puesto que, aunque fuera verdad lo<br />

que han dicho de la entrega, en modo alguno debieran abandonar, por algo que<br />

conocieron ellos y que ignoraron los demás, la comunión de los cristianos, recomendados<br />

hasta los confines de la tierra por la divina Escritura.<br />

No arrancar el trigo con la cizaña<br />

IV. 5. Ni se piense que yo digo esto con la intención de relajar la disciplina de la Iglesia,<br />

de modo que se le permita a cada uno hacer lo que le plazca, sin reprensión alguna, sin un<br />

castigo medicinal, sin suavidad que amedrenta ni severidad caritativa. ¿Dónde quedaría<br />

aquello del Apóstol: Corregid a los revoltosos, consolad a los pusilánimes, acoged a los<br />

débiles y sed pacientes con todos. Mirad que nadie devuelva a otro mal por mal? 13 En las<br />

últimas palabras: Mirad que nadie devuelva a otro mal por mal, dio claramente a entender<br />

que no es devolver mal por mal el corregir a los revoltosos, aunque por la culpa de la


agitación se aplique el castigo de la corrección. Por consiguiente, no es un mal el castigo<br />

de la corrección, aunque sea un mal la culpa; no es el hierro del enemigo que hiere, sino<br />

el bisturí del médico que saja.<br />

Esto tiene lugar en la Iglesia y arde aquel espíritu de benignidad interior en el celo de<br />

Dios, a fin de que la virgen casta desposada con solo Cristo no vaya a ser alejada de la<br />

castidad de Cristo en alguno de sus miembros, como fue seducida Eva por la astucia de la<br />

serpiente.<br />

Sin embargo, lejos de los siervos del Padre de familia el olvidarse del precepto de su<br />

Señor y enardecerse contra la multitud de la cizaña en el ardor de santa indignación, de<br />

tal suerte que, al querer recoger aquélla antes de la sazón, arranquen a la vez el trigo.<br />

Serían considerados éstos reos de ese pecado, aunque demostrasen que vertían<br />

acusaciones verdaderas contra los traditores a quienes acusaban; con su impía presunción<br />

no sólo se han separado de los inicuos, cuya sociedad como que trataban de evitar, sino<br />

también de los fieles verdaderos que se encuentran en todos los pueblos, a quienes no<br />

podían probar la verdad de lo que decían saber. Arrastraron también a muchos, ante<br />

quienes gozaban de cierta autoridad y quienes no podían entender bien que la unidad de<br />

la Iglesia extendida por el orbe entero de ninguna manera había de ser abandonada por<br />

los pecados ajenos. Así, aunque supieran que reprochaban crímenes verdaderos a algunos,<br />

de ese modo vendría a perecer el poco versado en su ciencia y por el cual murió Cristo, ya<br />

que al tropezar en los males ajenos daba muerte en sí al bien de la paz que tenía con los<br />

hermanos buenos, los cuales, en parte, no habían oído cosas semejantes; en parte, habían<br />

temido obrar temerariamente al creer algo no examinado ni demostrado, y en parte, con<br />

su pacífica humildad, habían confiado, cualesquiera cuestiones se ventilaran, en la<br />

autoridad de los jueces eclesiásticos, a quienes se había remitido toda la causa allende los<br />

mares.<br />

Dios se reserva el juzgar a cada uno<br />

V. 6. Por consiguiente, vosotros, pimpollos santos de la única madre católica, sometidos al<br />

Señor, guardaos con la vigilancia que podáis de semejante ejemplo de crimen y error. Por<br />

grande que sea el esplendor de la doctrina y la fama con que brille quien pretenda<br />

arrastraros en pos de sí, y por mucha ostentación que haga de ser una piedra preciosa,<br />

tened presente que aquella mujer fuerte y única, amable para su único esposo, que<br />

describe la Escritura santa al fin de los Proverbios, es de más estimación que todas las<br />

piedras preciosas. Nadie diga: "Yo iré en pos de aquél, porque fue quien me hizo<br />

cristiano", o: "Iré en pos de aquél, porque él me bautizó". En efecto, ni el que planta ni el<br />

que riega es algo, sino Dios que hace crecer 14 ; Dios es amor, y quien permanece en el<br />

amor permanece en Dios y Dios en él 15 . A nadie, aunque predique en nombre de Cristo y<br />

posea y administre el sacramento de Cristo, hay que seguir contra la unidad de Cristo.<br />

Examine cada cual su propia conducta, y entonces tendrá en sí solo, y no en otros, motivo<br />

para gloriarse, pues cada uno tiene que llevar su propia carga 16 , es decir, la carga de dar<br />

cuenta, ya que cada uno de vosotros dará cuenta de sí. Dejemos, por tanto, de juzgarnos<br />

los unos a los otros 17 . Por lo que se refiere a las cargas de la mutua caridad, ayudaos<br />

mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo. Porque si alguno se<br />

imagina ser algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo 18 . Soportémonos, pues,<br />

mutuamente en el amor, procurando conservar la unidad del espíritu en el vínculo de la<br />

paz, fuera de la cual quien recoge no recoge con Cristo, y quien no recoge con Cristo<br />

desparrama.<br />

La Iglesia anunciada en la Escritura, una Iglesia universal<br />

VI. 7. Así, ya sea sobre Cristo, ya sobre su Iglesia, ya sobre cualquier otra cuestión<br />

referente a vuestra fe y vida, no diré yo que no debemos compararnos con el que dijo:<br />

Aun cuando nosotros mismos..., sino seguir lo que añadió a continuación: Si un ángel del<br />

cielo os anunciase un evangelio distinto del que habéis recibido 19 en las Escrituras<br />

referentes a la ley y en el Evangelio, sea anatema.<br />

Estas cuestiones son las que tratamos de defender con vosotros y con todos los que<br />

queremos ganar para Cristo, y entre los demás temas predicamos la santa Iglesia que<br />

leemos ha sido prometida en la Escritura de Dios y vemos presente según la promesa en<br />

todos los pueblos; por lo cual nos hemos ganado, por parte de los que deseamos atraer al


gremio pacífico, en lugar de gratitud, llamaradas de odio, como si nosotros los hubiéramos<br />

metido en un laberinto en que no encuentran qué decir, o como si nosotros hubiéramos<br />

ordenado tanto tiempo antes a los profetas y a los apóstoles que no consignasen en sus<br />

libros testimonio alguno que demuestre que la parte de Donato es la Iglesia de Cristo.<br />

En cuanto a nosotros, queridos míos, cuando oímos las falsas acusaciones que nos lanzan<br />

aquellos a quienes lastimamos al predicar la palabra de la verdad y al refutar la palabrería<br />

del error, tenemos, como sabéis, una consolación desbordante. En efecto, si en las<br />

acusaciones que me dirige no se muestra contra mí el testimonio de mi conciencia en la<br />

presencia de Dios, donde el ojo de ningún mortal puede ver, no sólo no debo<br />

entristecerme, sino más bien alegrarme y saltar de gozo, ya que tan abundante es mi<br />

recompensa en los cielos. Ni debe considerarse la cantidad de amargura, sino de falsedad,<br />

presente en lo que oigo, y por contrapartida cuán verdadero es aquel por cuyo nombre<br />

escucho esto y al cual se dice: Tu nombre, un ungüento que se vierte 20 . Y con razón se<br />

exhala en todos los pueblos, y su olor pretenden encerrarlo en una partícula del África<br />

quienes lanzan acusaciones contra nosotros . ¿Cómo, pues, hermanos, hemos de soportar<br />

con indignación la difamación de los que de tal modo calumnian la gloria de Cristo, a cuyo<br />

partido y pretensión se opone lo que tanto tiempo antes se anunció de la Ascensión de<br />

Cristo a los cielos y de la efusión de su nombre como perfume: ¡Álzate, oh Dios, sobre los<br />

cielos; sobre toda la tierra está tu gloria!? 21<br />

Agustín, como Cristo, acusado falsamente<br />

VII. 8. Tales son los testimonios divinos que citamos contra la humana charlatanería, y<br />

por ellos tenemos que soportar amargos insultos de los enemigos de la gloria de Cristo.<br />

Digan lo que se les antoje, mientras él siga exhortándonos con aquellas palabras:<br />

Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de<br />

los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira<br />

toda clase de mal contra vosotros por mi causa 22 . Dijo antes por causa de la justicia, y<br />

ahora dice por mí, porque se ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y<br />

redención, de suerte que, como está escrito, el que se gloría, que se gloríe en el Señor. Y<br />

al decir él: Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos 23 ,<br />

si mantengo con buena conciencia lo dicho antes por la justicia y por mí, cualquiera que<br />

atenta voluntariamente contra mi fama, acrecienta sin querer mi recompensa.<br />

Efectivamente no me ha enseñado él solamente con su palabra, me ha afianzado también<br />

con su ejemplo. Sigue la autoridad de las santas Escrituras: encontrarás que Cristo ha<br />

resucitado de entre los muertos, que subió al cielo, que está sentado a la derecha del<br />

Padre. Recorre las acusaciones de los enemigos: a buen seguro pensarás que fue robado<br />

del sepulcro por sus discípulos. ¿Qué otra cosa, pues, debemos esperar nosotros, al<br />

defender su casa contra sus enemigos, en cuanto lo concede el mismo? Si al dueño de la<br />

casa le han llamado Beelzebul, ¡cuánto más a sus domésticos! 24 Si sufrimos con él,<br />

también reinaremos con él 25 . Pero si no sólo la cólera del acusador golpea los oídos, sino<br />

que también la verdad de la acusación hiere la conciencia, ¿qué puede aprovecharme todo<br />

el mundo con sus continuas alabanzas? Así, ni sana la mala conciencia el elogio del que<br />

habla, ni el insulto del que afrenta hiere la buena. Así como tampoco queda defraudada<br />

vuestra esperanza, que está puesta en el Señor, aunque en lo oculto fuéramos nosotros<br />

tales cuales desea el enemigo seamos juzgados; porque no habéis puesto esa esperanza<br />

en nosotros ni habéis oído esto nunca de nosotros. Por tanto, estáis bien seguros, seamos<br />

nosotros como seamos, vosotros que habéis aprendido a decir: Esperando en el Señor, no<br />

caeré 26 , y: Esperaré en Dios, no temeré lo que pueda hacerme el hombre 27 . Y también<br />

sabéis responder a los que pretenden embaucaros hacia las alturas terrenas de los<br />

hombres soberbios: Confío en el Señor, ¿cómo decís a mi alma: Huye a la montaña como<br />

el pájaro? 28<br />

Los cristianos tienen su seguridad en Cristo, no en Agustín o Donato<br />

VIII. 9. Y seamos lo que seamos nosotros, como vuestra esperanza está puesta en el<br />

que, por su misericordia para con vosotros, os predicamos, no estáis seguros sólo<br />

vosotros, a quienes place la misma verdad de Cristo en nosotros, en cuanto la predicamos,<br />

sea donde sea, porque la oís de buen grado como quiera que la prediquemos, y por eso<br />

tenéis sentimientos de bondad y benignidad respecto de nosotros. Igualmente, cuantos<br />

habéis recibido el sacramento del bautismo por nuestra dispensación, alegraos con la


misma seguridad, ya que habéis sido bautizados no en nosotros, sino en Cristo.<br />

No os habéis revestido de nosotros, sino de Cristo, ni os pregunté si os convertíais a mí,<br />

sino al Dios vivo, ni si creíais en mí, sino en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Si<br />

respondisteis con espíritu sincero, os salvó no la deposición de las manchas de la carne,<br />

sino el empeño de una buena conciencia; no el compañero de esclavitud, sino el Señor; no<br />

el heraldo, sino el juez.<br />

No se tiene cuenta en verdad, como dijo inconsideradamente Petiliano, "la conciencia del<br />

que lo da", o como añadió: "la conciencia del que lo da santamente para limpiar la del que<br />

lo recibe". Cuando se da lo que es de Dios, da lo santo aun la conciencia no santa, que<br />

ciertamente no puede ver si es o no santa el que lo recibe; en cambio, sí puede conocer lo<br />

que se da, lo cual, bien conocido por el que siempre es santo, se recibe con toda<br />

seguridad, sea quien sea el ministro que lo da. Si no fueran santas las palabras que<br />

proceden de la cátedra de Moisés, no diría la verdad: Haced lo que os digan 29 . Y si los que<br />

explicaban las palabras santas fueran santos, no diría: No imitéis su conducta, porque<br />

ellos dicen y no hacen 30 . En efecto, no se recogen uvas de los espinos, porque jamás<br />

nacen de las raíces de los espinos; pero cuando el pámpano de la vid se entrelaza en los<br />

setos de los espinos, no se teme por el fruto que de ella está pendiente, sino que se<br />

procura evitar la espina y se coge la uva.<br />

Seguridad de quienes tienen a Dios por Padre y a la Iglesia por Madre<br />

IX. 10. Así, como hemos dicho muchas veces y recalco con vehemencia, cualesquiera que<br />

seamos nosotros, estáis seguros vosotros, los que tenéis a Dios por Padre y por Madre a la<br />

Iglesia. Aunque los cabritos pazcan juntos con las ovejas, no estarán a la derecha; aunque<br />

la paja sea trillada con el grano, no entrará en el granero; aunque los peces malos naden<br />

con los buenos en las redes del Señor, no serán echados en las cestas. No se gloríe nadie<br />

aun en el hombre bueno, nadie huya de los bienes de Dios aun en el hombre malo.<br />

Inútil la apología ante los católicos<br />

X. 11. Bástennos, cristianos católicos y hermanos carísimos, estas instrucciones sobre esta<br />

cuestión. Si las retenéis con caridad católica, como quiera que como un solo rebaño estáis<br />

seguros de vuestro único Pastor, no me preocupo demasiado de que cualquier enemigo<br />

diga contra mí que soy de vuestro rebaño o aun que soy vuestro perro, con tal que me<br />

fuerce a ladrar más por vuestra defensa que por la mía.<br />

No obstante, si tuviera necesidad de esta mi defensa para la causa de que tratamos, me<br />

serviría de una brevísima y fácil en extremo: en efecto, en cuanto al tiempo de mi vida<br />

antes de recibir el bautismo de Cristo, por lo que se refiere a mis pasiones y errores, con<br />

todos yo los repruebo y los detesto, a fin de no parecer que en la defensa de este tiempo<br />

busco mi gloria, no la de quien mediante su gracia me liberó aun de mí mismo. De suerte<br />

que cuando oigo vituperar aquella mi vida, cualquiera sea la intención del que lo hace, no<br />

soy tan ingrato que me entristezca: cuanto más acusa él mis defectos, tanto más alabo yo<br />

a mi medico. ¿Por qué, pues, me voy a esforzar en la defensa de aquellos mis males<br />

pasados y extinguidos, sobre los cuales Petiliano ha dicho tantas cosas falsas, pero<br />

callándose muchas más que eran verdaderas?<br />

En cambio, sobre el tiempo posterior a mi bautismo, superfluamente os diría a cuantos me<br />

conocéis lo que pueden conocer los hombres; los que no me conocen, no deben ser tan<br />

injustos para conmigo que den más crédito a Petiliano sobre mí que a vosotros. En efecto,<br />

si no hay obligación de creer al amigo que alaba, tampoco al enemigo que calumnia.<br />

Queda lo que en el hombre es oculto, cuyo único testigo es la conciencia, la cual no puede<br />

testificar ante los hombres. En esta materia Petiliano afirma que soy maniqueo, hablando<br />

de una conciencia ajena; yo digo que no lo soy, hablando de mi conciencia: elegid a quién<br />

debéis dar fe.<br />

Sin embargo, como no hay necesidad ni siquiera de esta breve y fácil defensa mía, pues<br />

no se trata precisamente del mérito de un hombre cualquiera, sino de la verdad de la sana<br />

iglesia, tengo que deciros muchas cosas a cuantos dentro del partido de Donato habéis<br />

leído las acusaciones que ha lanzado contra mí, que yo no habría oído si tuviera en poco<br />

vuestra perdición, si no tuviera entrañas de caridad cristiana.


Petiliano no se centra en el tema debatido<br />

XI. 12. ¿Qué tiene, pues, de particular si, después de trillar el grano en la era del Señor,<br />

lo llevo adentro junto con tierra y paja, y tengo que soportar la molestia del polvo que<br />

salta, o si al buscar con solicitud las ovejas perdidas de mi Señor me desgarran las zarzas<br />

de las lenguas espinosas? Yo os suplico: dejad por un poco la parcialidad y juzgad con un<br />

tanto de equidad entre mí y Petiliano.<br />

Yo deseo que conozcáis la causa de la Iglesia; él la mía. ¿Por qué, sino porque no se<br />

atreve a decir que no creáis a los testigos que aduzco constantemente en favor de la causa<br />

de la Iglesia, y son los profetas y los apóstoles y el mismo Señor de los profetas y de los<br />

apóstoles, Cristo; y, en cambio, cuanto se le antoja decir de mí, lo creéis con facilidad,<br />

como de un hombre contra otro hombre, del vuestro contra el extraño? Y si yo adujera<br />

algunos testigos de mi vida, ¿qué tiene de particular que diga que no hay que creerlos y<br />

que os convenza pronto de ello a vosotros, sobre todo porque cualquiera que diga una<br />

palabra en mi favor será considerado como enemigo de Donato y, por tanto, también<br />

vuestro? Y así triunfa Petiliano; cuando lanza cualquier insulto contra mí, lo aclamáis y<br />

aplaudís todos. Ha encontrado una causa fácil de ganar, claro, siendo vosotros los jueces;<br />

no busca testigo ni prueba, ya que para él su palabra es la única prueba, porque lanza<br />

toda suerte de acusaciones contra quien vosotros más odiáis. Efectivamente, al leerle<br />

testimonios tan abundantes y claros de la divina Escritura en favor de la Iglesia católica,<br />

lamentándolo vosotros se queda mudo, y elige una materia en que, incluso vencido, puede<br />

hablar con vuestra aprobación.<br />

De todos modos, aunque él lance mil veces contra mí semejantes y aun más malvadas<br />

acusaciones, me basta con saber, para lo que ahora trato, que sea cual sea mi situación<br />

en ella, es invencible la Iglesia por la cual hablo.<br />

Las calumnias no perjudican al grano del Señor<br />

XII. 13. Y no soy sino un hombre de la era de Cristo, paja, si soy malo, grano si bueno. El<br />

bieldo de esta era no es la lengua de Petiliano, y por ello, cuanto maldiga contra la paja,<br />

aun siendo verdad, en modo alguno puede perjudicar al grano del Señor, y cuantas<br />

acusaciones y calumnias lance contra el mismo grano, es un ejercicio para la fe de éste en<br />

la tierra y aumenta su recompensa en el cielo. Para los santos siervos de Dios, que libran<br />

las batallas de Dios no contra Petiliano y contra la carne y sangre de esta ralea, sino<br />

contra los principados y potestades y rectores de semejantes tinieblas, cuales son todos<br />

los adversarios de la verdad, a los que ojalá podamos decir: En otro tiempo fuisteis<br />

tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor 31 ; para los santos siervos de Dios, repito,<br />

enrolados en esta milicia, todas las afrentas difamadoras que lanzan los enemigos y que<br />

crean mala fama entre los malvados y crédulos temerarios se tornan en armas de la mano<br />

izquierda; incluso el diablo es derrotado con ellas.<br />

Cuando nos prueba la buena fama, para ver si nos dejamos llevar por el orgullo, y cuando<br />

nos prueba la mala, para ver si amamos a los mismos enemigos que nos la inventan,<br />

vencemos al diablo, con la mano derecha y con la izquierda, mediante las armas de la<br />

justicia. Al recordar esto el Apóstol diciendo: Mediante las armas de la justicia: las de la<br />

derecha y las de la izquierda 32 , añadió a continuación, como exponiendo lo que dijo: En<br />

gloria e ignominia, en calumnia y en buena fama 33 , etcétera; donde se cita la gloria y la<br />

buena fama entre las armas de la derecha, y la ignominia y la infamia entre las de la<br />

izquierda.<br />

Agustín no odiará a Petiliano<br />

XIII. 14. Por consiguiente, si yo soy un siervo de Dios y un soldado no reprobable, por<br />

muy elocuente que sea mi acusador Petiliano, ¿voy a llevar con mucha pena lo que me ha<br />

preparado un fabricante tan hábil en armas de la izquierda? Lo que tengo que hacer es<br />

luchar con la mayor habilidad con estas armas, con la ayuda de mi Señor, y herir con ellas<br />

a aquel contra quien lucho invisiblemente y que con su tan perversa y tan antigua astucia<br />

intenta conseguir mañosamente que por todas estas cosas llegue yo a odiar a Petiliano, y<br />

así no pueda cumplir el precepto de Cristo, que dice: Amad a vuestros enemigos 34 . Aleje<br />

de mí esto la misericordia del que me amó y se entregó por mí, hasta llegar a decir<br />

colgado del madero: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen 35 , y enséñeme a<br />

decir de Petiliano y semejantes enemigos míos: "Señor, perdónalos, porque no saben lo


que dicen".<br />

Petiliano injuria porque no tiene qué responder<br />

XIV. 15. Por tanto, si yo logro de vosotros mi intento, es decir, que alejéis de vuestros<br />

ánimos toda parcialidad y seáis jueces justos entre mí y Petiliano, os demostraré que él no<br />

ha respondido a mis escritos; así comprenderéis que se ha visto forzado por falta de<br />

verdad a abandonar la causa y a lanzar cuantas acusaciones puede contra el hombre que<br />

la llevó con tal acierto que él no pudo responder. Aunque lo que voy a decir quedará tan<br />

esclarecido que, por más que la parcialidad y la enemistad para conmigo os puedan<br />

apartar de mí, bastará con que leáis lo que uno y otro hemos dicho para que os veáis sin<br />

duda forzados a confesar ante vosotros mismos, en vuestro interior, que yo he dicho la<br />

verdad.<br />

16. En efecto, al responder yo a la primera parte de sus escritos, que entonces había<br />

llegado a mis manos, dejé de lado aquella palabrería injuriosa y sacrílega: "Nos achacan el<br />

calificativo de rebautizantes quienes bajo el nombre del bautismo han manchado sus<br />

almas con un bautismo culpable, aquellos a cuyas suciedades superan en limpieza todas<br />

las inmundicias, aquellos que por su perversa pureza quedaron manchados con su propia<br />

agua". Tomé como objeto de discusión y refutación lo que sigue: "Pues se ha de tener en<br />

cuenta la conciencia del que da el bautismo para que limpie la del que lo recibe". Aquí sí<br />

he preguntado cómo se va a purificar quien recibe el bautismo cuando está manchada la<br />

conciencia del que lo da e ignora esto el que lo va a recibir.<br />

Petiliano no responde a la cuestión<br />

XV. 17. Recoged ahora sus copiosísimas injurias, que con hinchazón y cólera lanzó contra<br />

mí, y considerad si responde a la pregunta que le hice: ¿cómo se va a purificar quien<br />

recibe el bautismo cuando está manchada la conciencia del que lo da e ignora esto el que<br />

lo va a recibir? Buscad con atención, os suplico; examinad todas sus páginas, contad todas<br />

las líneas, dad vueltas a todas las palabras, desentrañad todas las sílabas, y decidme, silo<br />

descubrís, dónde ha respondido a la pregunta: "Cuando está manchada la conciencia del<br />

que lo da, cómo se va a purificar la del que, ignorando el hecho, va a recibirlo".<br />

18. ¿Qué importó a la cuestión el añadir una palabra que dice fue suprimida por mí, y que<br />

él sostiene escribió así: "Pues se ha de tener en cuenta la conciencia del que lo da<br />

santamente para que limpie la del que lo recibe"? En efecto, para que os deis cuenta de<br />

que no la suprimí, en nada estorba a mi pregunta lo añadido ni aminora la insuficiencia<br />

suya. Pregunto de nuevo, ateniéndome a las mismas palabras, y deseo saber si ha<br />

respondido: Si se ha de tener en cuenta la conciencia del que lo da santamente, para que<br />

limpie la del que lo recibe, ¿cómo se purifica la conciencia del que lo recibe cuando está<br />

manchada la del que lo da y lo ignora el que lo va a recibir?<br />

Exigid que se responda a esto y no permitáis que un hombre, dejando a un lado la causa,<br />

se entregue a desvaríos injuriosos Si se tiene en cuenta la conciencia del que lo da<br />

santamente -fijaos que no he dicho: "La conciencia del que lo da", sino que añadí: "del<br />

que lo da santamente"- si se tiene en cuenta, digo, la conciencia del que lo da<br />

santamente, que es la que limpia la del que lo recibe, ¿cómo va a ser purificado el que<br />

recibe el bautismo cuando la conciencia del que lo da está manchada y lo ignora el que lo<br />

va a recibir?<br />

Acusaciones de Petiliano a Agustín<br />

XVI. 19. Salga ya a la palestra y con pulmones jadeantes e hinchadas fauces me acuse de<br />

sofista, digo, no a mí solo, sino que traiga al juicio del pueblo como culpable a la misma<br />

dialéctica, cual artífice de la mentira, y desate contra ella con el más estruendoso estrépito<br />

el lenguaje de abogado forense. Diga ante los ignorantes cuanto se le antoje, a fin de<br />

irritar a los sabios y burlarse de los mismos ignorantes. Por haber enseñado retórica puede<br />

denostarme con el nombre del orador Tértulo, que acusó a Pablo; en cambio, dése a sí<br />

mismo el nombre de Paracleto por su abogacía, en cuyos dominios se jacta de haber<br />

sobresalido en otros tiempos, y sueñe por ello, no ser al presente, sino el haber sido<br />

homónimo del Espíritu Santo.<br />

Puede exagerar a su antojo las inmundicias de los maniqueos e intentar dirigirlas con su


ladrido contra mí. Puede recitar las actas de condenados notorios, aunque desconocidos<br />

para mí, y convertir en calumnia de crimen prejuzgado, por no sé qué nuevo derecho<br />

suyo, el que en cierta ocasión un amigo mío me nombró en mi ausencia en aquellas actas<br />

para defenderse a sí mismo.<br />

Puede leer los encabezamientos de mis cartas puestos por él o por los suyos como les ha<br />

parecido bien y regocijarse como si me hubiera sorprendido en ellos confesándome.<br />

Puede desacreditar con el ridículo apelativo de venenosa ignominia y delirio las eulogias de<br />

pan dadas con sencillez y alegría, y puede tener tan bajo concepto de vuestro corazón que<br />

presuma admitir unos filtros amatorios dados a una mujer no sólo con el conocimiento,<br />

sino aun con la aprobación de su marido.<br />

Puede muy bien Petiliano admitir contra mí lo que escribió sobre mí, siendo aún<br />

presbítero, en un arrebato de cólera, el que había de consagrar mi episcopado; y no quiere<br />

en cambio que ceda en mi pro el que este obispo pidió perdón al santo concilio por haber<br />

faltado así contra mí, y que obtuvo ese perdón; tan desconocedor u olvidadizo de la<br />

mansedumbre cristiana y del precepto evangélico, que llegue a acusar de lo que ya se le<br />

perdonó benignamente a un hermano al pedir humildemente el perdón.<br />

Más acusaciones<br />

XVII. 20. También puede pasar con su verborrea, aunque totalmente insustancial, aquello<br />

que ignora en absoluto, o en que más bien abusa de la ignorancia de muchísimos, y, por la<br />

confesión de cierta mujer, que se manifestó catecúmena de los maniqueos habiendo sido<br />

monja de la Católica, decir o escribir lo que le plazca sobre el bautismo de aquéllos,<br />

ignorando o fingiendo ignorar que no se denomina catecúmenos a los que se debe dar<br />

algún día el bautismo, sino que reciben este nombre los que se llaman también oyentes,<br />

porque no pueden observar los preceptos que se consideran más importantes o mejores,<br />

que observan aquellos que juzgan dignos de ser distinguidos y honrados con el nombre de<br />

elegidos.<br />

Puede pretender igualmente, mintiendo o engañando con admirable temeridad, que yo fui<br />

presbítero de los maniqueos, para lo cual puede presentar y delatar, en el sentido que a él<br />

le parece, las palabras del cuarto libro de mis Confesiones, que tan claras están para el<br />

lector por sí mismas y por tantos textos que las preceden o siguen. Y que se regocije<br />

finalmente en son de triunfo considerándome como ladrón de dos de sus palabras que le<br />

habría sustraído y devuelto después.<br />

Pero no responde a la cuestión<br />

XVIII. 21. En todas estas cosas, ciertamente, como podéis conocer o reconocer por la<br />

lectura, dejó correr la lengua al antojo de su presunción; sin embargo, nunca ha dicho<br />

cómo se purifica la conciencia del que recibe el bautismo i éste desconoce estar manchada<br />

la del que lo da.<br />

Pero yo, en medio o después del alboroto mayúsculo y, en su opinión, aterrorizador, yo<br />

tranquilamente, como se dice, y con buenos modos, vuelvo a lo mismo, pidiendo que<br />

responda a esta cuestión: "Si se ha de tener en cuenta la conciencia del que lo da<br />

santamente para que purifique la del que lo recibe, ¿cómo va a purificarse quien ignora<br />

que la conciencia del que lo da está manchada?" Pero a través de toda su carta no<br />

encuentro respuesta alguna a este respecto.<br />

La cuestión presentada por Agustín<br />

XIX. 22. Quizá me diga alguno de vosotros: "Todo esto que ha dicho contra ti quiso que<br />

sirviera para desacreditarte a ti y por medio de ti a aquellos con quienes estás en<br />

comunión, a fin de que en adelante no te den importancia alguna, ellos o los que intentas<br />

arrastrar a vuestra comunión. Por lo demás, es a partir del momento en que citó palabras<br />

de tu carta cuando hay que juzgar si no dio respuesta alguna a aquellas cuestiones".<br />

Procedamos, pues, así: consideremos sus escritos ni más ni menos desde ese momento.<br />

Pasemos por alto el prólogo, en el cual intenta preparar el ánimo del lector y no prestar<br />

atención a sus primeras palabras, afrentosas más bien que relativas a la cuestión.


Habla Petiliano: "Dice: 'Se ha de tener en cuenta la conciencia del que lo da para que<br />

purifique la del que lo recibe'. ¿Qué sucederá si se ignora la conciencia del que lo da y<br />

quizá se encuentra manchada; cómo podrá limpiar la conciencia del que lo recibe si, según<br />

dice, se ha de tener en cuenta la conciencia del que lo da para que purifique la del que lo<br />

recibe? Pues si dijera que no pertenece al que lo recibe el mal que hubiere oculto en la<br />

conciencia del que lo da, quizá aquella ignorancia sirviera para que al ignorarlo no pudiera<br />

contaminarse por la conciencia de su bautizador. Baste el que la conciencia manchada del<br />

otro no manche al ser ignorada; pero ¿puede también limpiar? ¿Cómo, pues, ha de ser<br />

purificado quien recibe el bautismo cuando está manchada la conciencia del que lo da y lo<br />

ignora el que lo ha de recibir, sobre todo añadiendo estas palabras: 'Pues quien recibe la<br />

fe de un infiel no recibe la fe, sino la culpa'?"<br />

La cuestión del bautismo<br />

XX. 23. Todo este párrafo tomó Petiliano de mi carta para refutarlo. Veamos si lo refutó o<br />

si al menos respondió a él. Añado las palabras de que me acusa falsamente haber<br />

suprimido y las repito exactamente o con más brevedad, pues al añadir él estas dos<br />

palabras me ayudó muchísimo para abreviar la proposición: Si se ha de tener en cuenta la<br />

conciencia del que lo da santamente, para que purifique la del que lo recibe, y si quien<br />

conociendo la fe lo recibe de un infiel, no recibe la fe, sino la culpa, ¿cómo se purifica la<br />

conciencia del que lo recibe si ignora que está manchada la del que lo da y desconociendo<br />

la fe lo recibe del infiel? Pregunto cómo se purifica.<br />

Que nos lo diga, no pase a otra cuestión, no tienda nieblas ante los ojos de los ignorantes;<br />

finalmente, al menos, dejando ya de interponer y recorrer tantos escabrosos rodeos,<br />

díganos de una vez cómo se purifica la conciencia del que lo recibe si está oculta la<br />

manchada del bautizante infiel, si se tiene en cuenta la conciencia del que lo da<br />

santamente para que purifique la del que lo recibe, y si, conociendo la fe, lo recibe de un<br />

infiel, no recibe la fe, sino la culpa.<br />

Sin saberlo recibe el bautismo del infiel, que no tiene la conciencia del que lo da<br />

santamente, sino que la tiene ocultamente manchada. ¿Cómo, pues, se purifica, cómo<br />

recibe la fe? Porque si ni entonces es purificado ni recibe la fe cuando el que bautiza no<br />

tiene fe y está manchado ocultamente, ¿por qué, descubierto y condenado éste después,<br />

no es bautizado aquél de nuevo para que sea purificado y reciba la fe? Pero si<br />

permaneciendo oculto aquel infiel y manchado, es purificado éste y recibe la fe, ¿cómo es<br />

purificado, cómo la recibe, si no existe la conciencia del que lo da santamente que pueda<br />

purificar la del que lo recibe?<br />

Díganos esto, que responda a esto Petiliano: ¿cómo se purifica, cómo la recibe, si se ha de<br />

tener en cuenta la conciencia del que lo da santamente para que purifique la del que lo<br />

recibe, y aquélla no existe, allí donde el que bautiza escondió su mancha y su infidelidad?<br />

Nada en absoluto se ha respondido a esto.<br />

Escapatorias de Petiliano<br />

XXI. 24. Pero he aquí que, acosado en esta cuestión, vuelve de nuevo contra mí con un<br />

ataque nebuloso y tempestuoso para oscurecer el cielo despejado de la verdad, y el<br />

extremo de la escasez le torna elocuente, no por las verdades que dice, sino por la<br />

vaciedad de las acusaciones que vomita. Fijaos bien, con toda atención y firmeza, en lo<br />

que debe responder, esto es, cómo se purifica la conciencia del que lo recibe si está<br />

ocultamente manchada la del que lo da, no sea que su soplo haga desaparecer esto de<br />

vuestras manos y os arrebate a vosotros la sombría tempestad de su turbio discurso,<br />

hasta el punto de que ignoréis en absoluto de dónde se ha partido y adónde hay que<br />

tornar; ved también que el hombre vaga por donde puede, al no poder mantenerse<br />

defendiendo la causa que emprendió. Ved cuánto habla sin tener nada que decir.<br />

Dice que yo me deslizo inseguro, pero que me tiene cogido; que ni demuestro ni confirmo<br />

lo que reprocho, que invento cosas inciertas como ciertas, que no permito a los lectores<br />

creer la verdad, sino que trato de suscitar sospechas más profundas; dice que yo tengo el<br />

ingenio digno de condenación del académico Carnéades; también intenta penetrar en lo<br />

que piensan los Académicos sobre la falsedad o falacia del sentido humano. Afirma<br />

también, ignorando absolutamente lo que habla, que ellos dicen que la nieve es negra<br />

siendo blanca, y negra la plata; que una torre parece redonda o lisa siendo angulada; que


un madero en el agua está roto estando entero. Y todo esto simplemente porque al decir<br />

él "la conciencia del que lo da" o "la conciencia del que lo da santamente se ha de tener en<br />

cuenta para que limpie la del que lo recibe", he replicado yo: "¿Qué pasa si está oculta la<br />

conciencia del que lo da y quizá está manchada?" ¿Es ésa la explicación de la nieve negra<br />

y de la plata negra y de la torre redonda en vez de angulada y del madero quebrado en el<br />

agua en vez de intacto?<br />

En efecto, yo hablaba de una cosa que podía pensarse y podía no existir, es decir, de que<br />

estaba oculta la conciencia del que lo daba y quizá estaba manchada.<br />

25. Todavía continúa y grita: "¿Qué es aquello de 'qué sucederá si', qué es 'quizá' sino una<br />

cierta e inconstante perplejidad de quien duda, de la cual ya dijo tu favorito: 'Qué si me<br />

vuelvo ahora a los que dicen: Qué sucederá si ahora el cielo se desploma'?"<br />

Esto es lo que dije: "¿Qué sucederá si se desconoce la conciencia del que lo da y quizá<br />

está manchada?" ¿Es lo mismo que decir: "Qué sucederá si ahora el cielo se desploma"?<br />

Dije ciertamente: "Qué sucederá si?" Porque puede suceder que esté oculta, puede<br />

suceder que no esté oculta. Pues cuando se ignora qué piensa o qué ha hecho, se ignora la<br />

conciencia del que lo da, pero cuando se manifiesta su pecado, no se oculta. Dije: "Y quizá<br />

está manchada", porque puede suceder que se desconozca y esté manchada. Por eso dije:<br />

"qué sucederá si"; por eso dije "quizá". ¿Es acaso semejante a esto aquello de "qué<br />

sucederá si ahora se desploma el cielo"?<br />

Oh, cuántas veces quedaron convictos y confesaron los hombres haber tenido conciencias<br />

manchadas y adulterinas, cuando bautizaban a quienes lo ignoraban, después que,<br />

descubierto el crimen, fueron degradados, y, sin embargo, no se desplomó el cielo! ¿Qué<br />

hacen aquí Pilo y Furio, que defendieron la injusticia contra la justicia? ¿Qué hace aquí el<br />

ateo Protágoras, que negó la existencia de Dios, de suerte que parece fue de él de quien<br />

dijo el profeta: Dice en su corazón el insensato: ¡No hay Dios!? 36 ¿Qué hacen éstos aquí,<br />

para qué han sido citados, sino para intervenir en favor del hombre que no tiene qué decir,<br />

a fin de que, mientras se dice al menos algo sin motivo sobre estas cosas, parezca que se<br />

trata la causa, y se crea que se ha respondido a lo que no se ha respondido?<br />

Nada cambian las adiciones reclamadas por Petiliano<br />

XXII. 26. Finalmente, si estas dos o tres expresiones "qué sucederá si" y "quizá" resultan<br />

tan intolerables que a causa de ellas se hace despertar de su ya tan antiguo sueño a los<br />

Académicos, a Carnéades, a Pilo y a Furio, a Protágoras, a la nieve negra y al desplome<br />

del cielo, y otras locuras y dislates semejantes, si aquello es así, suprímanse tales<br />

palabras. En realidad, sin ellas no es imposible decir lo que queremos. Basta aquello que<br />

poco después puso él mismo tomado de mi escrito: "¿Cómo, pues, ha de ser purificado<br />

quien recibe el bautismo, cuando está manchada la conciencia del que lo da y lo ignora el<br />

que lo va a recibir?" Aquí ya no están las expresiones "qué sucederá si" y "quizá".<br />

Por tanto, que se responda. Prestad atención, no sea que vaya a responder a esto con lo<br />

que sigue: "Pero yo, dice, te fuerzo a entrar en la regla de la fe sin que vengas con<br />

subterfugios, a fin de que no divagues más. ¿Por qué con argumentos necios encarrilas la<br />

vida del error? ¿Por qué perturbas la noción de la fe con conceptos irracionales? Con este<br />

escueto razonamiento te domino y te refuto". Esto lo ha dicho Petiliano, no yo. Estas son<br />

palabras de la carta de Petiliano, a la cual añadí yo aquellas dos que me acusa de haber<br />

quitado, y, sin embargo, he demostrado que permanecía firme mucho más breve y<br />

claramente el sentido de mi pregunta, a la cual él no responde.<br />

Estas son las dos palabras de que se trata, "santamente" y "sabiéndolo", y así no era "la<br />

conciencia del que da", sino la "conciencia del que da santamente", y en lugar de "quien<br />

recibe la fe de un infiel", "quien sabiéndolo recibe la fe de un infiel".<br />

Ciertamente yo no las había suprimido; no las había encontrado en el códice que llegó a<br />

mis manos. Bien puede ser que éste fuera defectuoso, cosa no increíble, de modo que por<br />

ello se excite contra mí la odiosidad académica y mi afirmación de que puede estar<br />

equivocado el códice se considere como si hablara de nieve negra. ¿Por qué no le voy a<br />

devolver la misma temeraria sospecha afirmando que él añadió posteriormente lo que<br />

inventó que yo había suprimido, ya que el códice, que no se va a enfurecer, puede<br />

aguantar esta censura de incorrección sin temeridad malévola por mi parte?


Las adiciones hacen más clara la pregunta<br />

XXIII. 27. En verdad, aquella primera expresión, esto es, "del que lo da santamente", no<br />

entorpece en absoluto la pregunta con que le apremio, ya diga así: "si se ha de atender a<br />

la conciencia del que da", o de esta otra manera: "si se ha de atender a la conciencia del<br />

que da santamente para que purifique la del que lo recibe, ¿cómo ha de purificarse quien<br />

recibe el bautismo si la conciencia del que lo da está manchada y el que lo va a recibir lo<br />

ignora?"<br />

En cuanto a la otra expresión que se añade: "sabiéndolo", donde no hay que decir: "pues<br />

quien recibe la fe de un infiel", sino: "quien recibe la fe de un infiel, sabiéndolo, no recibe<br />

la fe, sino la culpa", confieso que, como si faltara esa palabra, dije algunas cosas, por las<br />

cuales fácilmente tengo que soportar alguna contrariedad, puesto que oponían más bien<br />

un obstáculo a mi expresión que una ayuda a mi capacidad.<br />

Es mucho más fácil, cabal y breve formular la pregunta en estos términos: Si se ha de<br />

tener en cuenta la conciencia del que da santamente para que purifique la del que recibe,<br />

y si quien recibe la fe de un infiel, sabiéndolo, no recibe la fe sino la culpa, ¿cómo se<br />

purifica aquel que desconoce la conciencia manchada del que no lo da santamente, y cómo<br />

recibe la fe verdadera el que, ignorándolo, es bautizado por un infiel?<br />

Dígasenos cómo tiene lugar esto, y quedará en claro toda la cuestión del bautismo,<br />

resultará sin neblinas la cuestión que se ventila; pero, claro, si se dice, no si se consume<br />

el tiempo maldiciendo.<br />

A falta de argumentos, ataques personales<br />

XXIV. 28. Por consiguiente, cuanto puede calumniar sobre la supresión de estas dos<br />

expresiones o vanagloriarse de haberlas añadido él, veis claramente que en nada impide<br />

mi pregunta; y como no encuentra qué responder, para no mantenerse en silencio, se<br />

lanza de nuevo contra mí, apartándose, diría yo, de la cuestión, si es que alguna vez se<br />

hubiese acercado a ella.<br />

Sin duda, como si se tratara de mi persona y no de la verdad de la Iglesia y del bautismo,<br />

dice que yo he argumentado con la supresión de sus palabras, para que no perjudique a<br />

mi conciencia el haber ignorado, como él dice, la conciencia sacrílega de quien me<br />

contaminó. Si esto fuera así, me hubiera sido más ventajoso el añadir aquella palabra que<br />

se puso, "sabiéndolo", y desventajoso el haberla suprimido. En efecto, si hubiera querido<br />

defenderme de suerte que se pensara que yo había desconocido la conciencia de mi<br />

bautizador, hubiera tomado en mi favor las palabras de Petiliano, cuando no dice en<br />

general: "quien recibe la fe de un infiel", sino: "quien, sabiéndolo, recibe la fe de un infiel,<br />

no recibe la fe, sino la culpa". De esta manera yo presumiría de haber recibido no la culpa<br />

sino la fe, pues podría decir: "Yo no lo recibí a sabiendas de un infiel, sino que desconocí la<br />

conciencia del hombre que me lo daba".<br />

Ved, pues, y contad, si podéis, cuántas palabras superfluas dice a propósito de sólo la<br />

palabra "ignoré", que él propone como mía, cuando en absoluto no lo he dicho yo, porque<br />

ni se trataba de mí, para que yo lo dijera, ni apareció acusación alguna contra el que me<br />

bautizó, para verme forzado a decir en mi defensa que me era desconocida la conciencia<br />

de aquél.<br />

Datos históricos<br />

XXV. 29. Sin embargo, él, para no responder a lo que dije, se pone delante lo que no he<br />

dicho, y así aparta a los hombres de la atención a lo que debe decir, no sea que se le vaya<br />

a exigir lo que debe responder. Intercala con frecuencia: "lo ignoré, dices", y responde:<br />

"Pero si lo ignoraras", y da la impresión de que convence para que yo no pueda decir: "lo<br />

ignoré". Cita a Mensurio, Ceciliano, Macario, Taurino, Romano y afirma que éstos hicieron<br />

contra la Iglesia de Dios, lo que no podría yo ignorar, puesto que soy africano y de edad<br />

ya avanzada. Sin embargo, según yo tengo oído, Mensurio murió en la unidad de la<br />

comunión antes de separarse el partido de Donato, y en cambio sobre la causa de<br />

Ceciliano he leído que ellos la presentaron ante Constantino y que fue absuelto una y otra<br />

vez por los obispos que él había nombrado como jueces, y aun por tercera vez por el<br />

mismo soberano al apelar ellos a él. Por lo que se refiere a Macario, Taurino y Romano,


consta que obraron de acuerdo con las leyes en cuanto, mediante el poder judicial o<br />

ejecutivo, hicieron por la unidad contra el furor obstinado de aquéllos (donatistas), leyes<br />

que ellos mismos, al llevar la causa de Ceciliano ante el tribunal del emperador, obligaron<br />

a que fueran dadas y aplicadas contra sí mismos.<br />

Entre tantas otras menudencias, no relacionadas en absoluto con la cuestión, dice que yo<br />

fui castigado por una sentencia del procónsul Mesiano a huir de África; y con motivo de<br />

esa falsedad, que si no inventó él mismo, al menos aceptó malévolamente de los<br />

malévolos que la inventaron, cuántas otras muchas falsedades no tuvo reparo<br />

consecuentemente no sólo en decir de cualquier modo, sino aun de escribir con pasmosa<br />

temeridad; para entonces yo había ido a Milán ante el cónsul Bauton, y en mi calidad de<br />

retórico había cantado en las calendas de enero el panegírico en honor de este cónsul en<br />

una gran reunión y ante las miradas de tantos, y había vuelto a África tras aquel viaje<br />

después de la muerte del tirano Máximo; y el procónsul Mesiano había interrogado ya a los<br />

maniqueos después del consulado de Bauton, como lo muestra la fecha de las actas<br />

puesta por el mismo Petiliano. Si fuera necesario demostrar estas cosas a los que dudan o<br />

a los que creen lo contrario, podría ofrecer muchos personajes ilustres y de categoría<br />

como testigos de todo aquel tiempo de mi vida.<br />

Petiliano evita responder a la cuestión planteada<br />

XXVI. 31. Mas ¿para qué andar con estas pesquisas, para qué soportar y colaborar en<br />

estos superfluos retrasos? ¿Acaso vamos a encontrar por ahí cómo puede ser purificada la<br />

conciencia del que ignora estar manchada la del que lo da y cómo recibe la fe el que sin<br />

saberlo es bautizado por un infiel? Esto es a lo que Petiliano se propuso responder de mi<br />

carta, y dijo lo que le plugo y bien diferente de lo que exigía la cuestión. ¡Cuántas veces<br />

dijo: "si lo ignorabas", como si yo hubiera dicho lo que nunca dije, que yo había ignorado<br />

la conciencia del que me bautizó, y con su boca perversa no pareció haber hecho otra cosa<br />

sino parecer convencerme de que yo no había ignorado las malas acciones de aquellos<br />

entre quienes fui bautizado y a cuya comunión me asocié, comprendiendo bien, por otra<br />

parte, que mi ignorancia no me hacía culpable!<br />

Así, pues, si yo lo ignoraba, como no se cansó de repetir, sin duda estaría libre de todos<br />

estos males. ¿Cómo, pues, me purificaría, yo que, desconociendo la conciencia del que lo<br />

da indignamente, no podía en modo alguno ser perjudicado por sus pecados, y cómo<br />

recibiría la fe si era bautizado sin saberlo por un infiel? No repitió en vano tantas veces:<br />

"Si lo ignorabas"; pretendía que no me juzgara a mí mismo inocente, manifestando sin<br />

duda alguna que no se viola la conciencia de nadie que, sin saberlo, recibe la fe de un<br />

infiel y desconoce la conciencia manchada del que lo da indignamente.<br />

Díganos, pues, cómo se purifican los tales, cómo reciben la fe, no la culpa. Pero que no<br />

nos engañe: dígalo, no diga muchas palabras sin decir nada o, más bien, sin decir nada<br />

nos atosigue con palabras.<br />

Además, como viene a la mente y no se debe pasar por alto, si yo soy culpable porque no<br />

lo ignoré, para usar de su manera de hablar, y no lo ignoré porque soy africano y ya casi<br />

viejo por la edad, no sean culpables al menos los niños de las otras tierras en todo el orbe,<br />

que no pudieron por su pueblo o por su edad conocer estas vuestras objeciones<br />

verdaderas o falsas, y que, sin embargo, si caen en vuestras manos, serán rebautizados<br />

sin miramiento alguno.<br />

La respuesta de Petiliano<br />

XXVII. 32. Pero no es esto de lo que se trata ahora. Responda más bien a aquello de lo<br />

que con tales digresiones se aleja para no responder: cómo se purifica la conciencia del<br />

que lo recibe si ignora que, está manchada la del que lo da, si se ha de tener en cuenta la<br />

conciencia del que lo da dignamente para que se purifique la del que lo recibe; y cómo<br />

recibe la fe el que sin saberlo es bautizado por un infiel, si quien, sabiéndolo, recibe la fe<br />

de un infiel, no recibe la fe sino la culpa.<br />

Pasando, pues, por alto las acusaciones que sin consideración alguna lanzó sobre mí<br />

vamos a esperar por si responde a esas preguntas en lo que explique después. Aunque<br />

bien se echa de ver la garrulería con que las ha propuesto, como si las fuera a erradicar y<br />

destruir. Dice: "Pero tornemos al argumento de tu fantasía, en el que te parece describes


con tus palabras toda suerte de bautizantes. Es natural que, como no ves la verdad, te<br />

imagines cualquier cosa semejante a ella". Este es el prólogo que puso Petiliano al citar<br />

mis palabras; y luego añade: "Aquí tenemos, dice, al infiel que ha de bautizar, y el que va<br />

a ser bautizado ignora su infidelidad".<br />

No cita mi proposición y pregunta completas, y acto seguido comienza él a interrogarme:<br />

"¿Quién es este que propones o de dónde salió? ¿Por qué te parece que ves al que sueñas<br />

para no ver al que debes ver, examinar y juzgar con toda diligencia? Pero como<br />

comprendo que ignoras el orden de celebración del sacramento, te advierto brevemente:<br />

debiste examinar al bautizante y ser examinado por él".<br />

¿Qué es lo que esperábamos? Naturalmente, que nos dijera cómo se purifica la conciencia<br />

del que lo recibe y desconoce estar manchada la del que lo da indignamente, y cómo<br />

recibe la fe y no la culpa el que sin saberlo recibe el bautismo de un infiel. Y hemos oído,<br />

en cambio, que el bautizante debe ser examinado con toda diligencia por el que quiere<br />

recibir la fe, no la culpa, para descubrir la conciencia del que lo da santamente, la cual<br />

purifique la del que lo recibe. Así, quien no ha hecho aquel diligente examen y, sin saberlo,<br />

lo recibe de un infiel, por el mismo hecho de no haber hecho el examen y desconocer la<br />

conciencia manchada del que lo da, no hubo modo de que recibiera la fe y no la culpa.<br />

¿De qué le sirvió entonces añadir con tal encarecimiento la palabra "sabiéndolo", que me<br />

acusó falsamente de haber suprimido yo? Al no querer decir: "Quien recibe la fe de un<br />

infiel, no recibe la fe, sino la culpa", parece había dejado alguna esperanza al que no lo<br />

sabía. En cambio, ahora, al ser preguntado cómo recibe la fe quien sin saberlo es<br />

bautizado por un infiel, contesta que debió haber examinado al bautizante; sin duda no<br />

permite al miserable ni siquiera la ignorancia, y no ve para él otro recurso para recibir la fe<br />

sino poner su esperanza en el hombre que le bautiza.<br />

Interpretación personal<br />

XXVIII. 33. Esto es lo que rechazamos horrorizados en vosotros; esto es lo que condena<br />

la palabra divina clamando con toda verdad y claridad: Maldito todo aquel que pone su<br />

esperanza en un hombre 37 . Esto es también lo que claramente prohíbe la santa humildad<br />

y la caridad apostólica al clamar Pablo: No se gloríe nadie en el hombre 38 . Esto es lo que<br />

multiplica contra nosotros los ataques de hueras calumnias y durísimas acusaciones, de<br />

suerte que, como si el hombre estuviera destruido, no nos queda esperanza alguna a<br />

quienes administramos, según la dispensación que se nos ha concedido, la palabra de Dios<br />

y su sacramento.<br />

Nosotros les respondemos: ¿Hasta cuándo os apoyaréis sobre un hombre? 39 Y la<br />

venerable sociedad católica les responde: ¿No se someterá mi alma al Señor? De él me<br />

viene la salud, él, en efecto, es mi Dios; no me alejaré 40 .<br />

En efecto, ¿qué otro motivo tuvieron éstos para alejarse de la casa de Dios, sino que<br />

simularon no poder soportar los vasos hechos para la afrenta, de los cuales no se verá<br />

privada aquélla hasta el día del juicio? Sin embargo, aparece que ellos mismos fueron esos<br />

vasos y se lo cargaron calumniosamente a los otros según las actas y los escritos de<br />

entonces.<br />

Sobre esos vasos hechos para afrenta precisamente, para no verse forzados a salir de la<br />

gran casa, la única que existe para el gran Padre de familia; sobre esos vasos dice el<br />

siervo de Dios y el buen fiel, o el que va a recibir la fe en el bautismo, lo que recordé poco<br />

ha: ¿No se someterá mi alma a Dios? 41 A Dios sólo, no al hombre: De él me viene la<br />

salud 42 , no del hombre.<br />

Petiliano, en cambio, para no dejar a Dios, al menos entonces, que purifique y limpie al<br />

hombre, cuando está oculta la conciencia indigna del que lo da, y alguien recibe la fe de un<br />

infiel sin saberlo, dice: "Te digo esto brevemente: Tú debiste examinar al que te bautiza y<br />

ser examinado por él".<br />

El ejemplo de Juan Bautista<br />

XXIX. 34. Os suplico, atended a esto: Yo pregunto cómo se purifica la conciencia del que<br />

lo recibe, cuando desconoce que está manchada la del que lo da, si se ha de atender a la


conciencia del que lo da dignamente para que purifique a la del que lo recibe; y cómo<br />

recibe la fe el que, sin saberlo, es bautizado por un infiel, si quien, sabiéndolo, recibe la fe<br />

del infiel no recibe la fe, sino la culpa.<br />

Él me contesta que es preciso examinar al que bautiza y al que va a ser bautizado. Y para<br />

demostrar esto, sobre lo cual no hay pregunta alguna, aduce el testimonio de Juan, a<br />

quien examinaron los que le preguntaban quién decía que era él, y a su vez les examinó él<br />

y así les dijo: Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? ¿A qué<br />

viene esto aquí, qué tiene que ver esto con la cuestión? Dios había dado a Juan un<br />

testimonio de su extraordinaria santidad con la precedente clarísima profecía, tanto en su<br />

concepción como en su nacimiento. Aquéllos, teniéndole ya por santo, le preguntaban qué<br />

santo decía que era él o si era el Santo de los Santos, el cual no era otro que Cristo. Era<br />

tal la aceptación de que gozaba, que sería creído en lo que dijera de sí.<br />

Ahora bien, si con este ejemplo se pretende afirmar que debe ser examinado todo el que<br />

bautiza, cualquiera deberá ser creído diga lo que diga acerca de sí. Y ¿quién es el<br />

hipócrita, a quien rechaza, como está escrito, el Espíritu Santo, que no quiera se tenga de<br />

sí una perfecta opinión y no procure ésta con las elocuentes palabras que pueda? Por<br />

consiguiente, cuando se le pregunte quién es y responda que él es el fiel administrador y<br />

que tiene limpia su conciencia de toda mancha, ¿quedará concluido todo el examen o<br />

habrá que investigar con más diligencia sus costumbres y su vida? Sin duda alguna;<br />

aunque no se lee que hicieran esto los que preguntaron a Juan en el desierto del Jordán<br />

quién era.<br />

Petiliano esquiva la verdadera cuestión<br />

XXX. 35. Por todo ello se ve que este ejemplo no pertenece en absoluto a la cuestión que<br />

se ventila. La palabra divina nos inculca bien esta preocupación cuando dice: Sean<br />

probados primero, y luego ejerzan su ministerio si fueran irreprensibles 43 . Si esto se ha<br />

llevado a cabo con diligencia y según costumbre en una y otra parte, ¿por qué salieron<br />

tantos responsables desde que se practica esta dispensación, sino porque la diligencia<br />

humana falla tantas veces y porque algunos buenos en un principio se truecan en<br />

perversos?<br />

Esto sucede tan frecuentemente que no da lugar a disimulo u olvido; ¿por qué entonces<br />

nos enseña en tono insultante que el bautizante debe ser examinado por el bautizando,<br />

cuando preguntamos cómo se ha de purificar la conciencia, cuando está oculta la<br />

conciencia manchada del que no lo da santamente, si se ha de tener en cuenta la<br />

conciencia del que lo da santamente para que limpie la del que lo recibe? "Como sé que tú<br />

desconoces el orden de administración del sacramento, te digo brevemente: tú debiste<br />

examinar al que te bautiza y ser examinado tú por él".<br />

¡Vaya una respuesta! Se ve rodeado en tantos lugares por una multitud de hombres,<br />

bautizados por ellos, quienes parecían antes justos y castos y al presente han quedado<br />

convictos de faltas manifiestas y reprobados; y piensa él que puede escapar al acoso de la<br />

pregunta sobre cómo se purifica la conciencia del que lo recibe, cuando desconoce que<br />

está manchada la del que la da indignamente, si se ha de tener en cuenta la conciencia del<br />

que lo da dignamente para que se purifique la del que lo recibe, y piensa escapar diciendo<br />

brevemente que se examine al que bautiza.<br />

No hay cosa más lamentable que no asentir a la verdad, que os asedia tan estrechamente<br />

que no podéis encontrar salida. Preguntamos de quién recibe la fe el que, sin saberlo, es<br />

bautizado por un infiel. Y se nos responde: "Debió examinar a su bautizante". Luego como<br />

no lo examinó y recibió la fe de un infiel, ¿no recibió la fe, sino la culpa? ¿Por qué, pues,<br />

no son bautizados de nuevo aquellos de quienes consta que fueron bautizados por los<br />

denunciados y convictos, cuando aún estaban ocultos?<br />

Apelo a los lectores<br />

XXXI. 36. Dice: "Y ¿dónde se encuentra la palabra que añadí: 'sabiéndolo', de suerte que<br />

no dijera: 'El que recibe la fe de un infiel', sino: 'El que recibe la fe, sabiéndolo, de un<br />

infiel, no recibe la fe, sino la culpa'?"<br />

Luego recibió la fe, no la culpa, quien, no sabiéndolo, la recibió de un infiel, y por eso


precisamente pregunté yo cómo la recibió.<br />

Estrechado así, responde: "Debió examinar". Está bien, debió; pero no lo hizo o no pudo<br />

hacerlo; ¿qué pensáis de él? ¿Fue purificado o no? Si fue purificado, pregunto cómo; pues<br />

no pudo limpiarle la conciencia manchada del que lo da indignamente. Y si no fue<br />

purificado, mandad que lo sea. No lo mandáis; luego fue purificado. Decid cómo.<br />

Decid al menos vosotros lo que no dijo él. Os propongo las mismas palabras a las que él<br />

no pudo responder: "He aquí que un infiel va a bautizar, y el que va a ser bautizado ignora<br />

su infidelidad. ¿Qué pensáis recibirá éste: la fe o la culpa?" Baste con esto. Responded o<br />

buscad lo que él ha respondido: descubriréis demostradas sus invectivas.<br />

Me reprocha, como burlándose de mí, que le proponga cosas semejantes a la verdad, yo<br />

que no la veo. Repite también mis palabras, y dejando la mitad de la frase, dice: "Tú<br />

dices: He aquí que un infiel va a bautizar, y el que va a ser bautizado no conoce su<br />

infidelidad". Luego añade: "¿Quién es éste o de dónde salió?" Como si se tratara de uno<br />

solo o de dos, y no estuviera de una y otra parte lleno el mundo de estas personas. ¿Por<br />

qué me pregunta a mí quién es éste o de dónde salió, y no echa más bien una mirada en<br />

torno y observa que serán raras las iglesias, en las ciudades o en los campos, que no<br />

tengan personas descubiertas en sus faltas y expulsadas del estado clerical? En efecto,<br />

estando ocultos y queriendo parecer buenos siendo malos, y castos siendo adúlteros, eran<br />

unos hipócritas, y el Espíritu Santo, como está escrito, huía de ellos. De esa turba de<br />

ocultos salió aquel infiel que presenté. ¿Por qué me pregunta de dónde salió, cerrando los<br />

ojos frente a una multitud tan grande, cuyo clamor, aunque sólo se tuvieran en cuenta los<br />

que han podido quedar convictos y rechazados, es suficiente para informar a los ciegos?<br />

Agustín reformula la cuestión<br />

XXXII. 37. Pues qué, ¿no adujo él mismo en su carta que Quodvultdeo, convicto y<br />

rechazado por sus adulterios entre vosotros, fue recibido por los nuestros? ¿Qué decir,<br />

pues? Trataré de hablar sin perjuicio de quien demostró o convenció de la justicia de su<br />

causa. Cuando bautizan los que entre vosotros no han sido descubiertos como adúlteros, ¿<br />

qué es lo que dan: la fe o la culpa? No ciertamente la fe, puesto que no tienen la<br />

conciencia del que lo da dignamente, de suerte que purifiquen la del que lo recibe; pero<br />

tampoco la culpa a tenor de la palabra añadida: "Pues quien recibe la fe de un infiel,<br />

'sabiéndolo', no recibe la fe, sino la culpa".<br />

Cuando los neófitos eran bautizados por los tales, no sabían aquéllos qué calidad de<br />

personas los bautizaban. Por tanto, se quedaron sin fe y sin culpa, ya que no recibieron la<br />

fe al recibir el bautismo porque no tenían conocimiento del que lo daba dignamente, y no<br />

recibieron el reato porque fueron bautizados no conociendo, sino desconociendo las culpas<br />

de aquéllos. Por consiguiente, ni son del número de gente tan torpe, ni tampoco pueden<br />

contarse en el número de los fieles, porque como no pudieron contraer la culpa, tampoco<br />

pudieron recibir de aquéllos la fe. No obstante, vemos que los contáis en el número de los<br />

fieles y que nadie de los vuestros piensa deben ser bautizados, sino que se tiene por<br />

válido su bautismo. Así, pues, recibieron la fe, pero no la recibieron de aquellos que no<br />

tenían conciencia de que bautizaran dignamente, de suerte que purificase la conciencia del<br />

que lo recibía. ¿Cómo, pues, la recibieron? Esto es lo que me preocupa, esto es lo que<br />

pregunto con insistencia, esto es lo que ruego con toda vehemencia.<br />

Las citas bíblicas usadas por Petiliano<br />

XXXIII. 38. Mirad ahora a Petiliano: para no contestar a esto o para que no parezca que<br />

ha sido sorprendido sin poder contestar, divaga vanamente a través de las afrentas de que<br />

me cubre acusando y sin poder probar nada; y cuando intenta poner alguna resistencia<br />

por la causa con cierta tenacidad, siempre se ve superado con toda facilidad, y no<br />

responde en absoluto a esta única cuestión que buscamos: Si se ha de tener en cuenta la<br />

conciencia del que lo da dignamente para que purifique la del que lo recibe, ¿cómo puede<br />

ser purificado quien recibe el bautismo cuando está manchada la conciencia del que lo da<br />

e ignora esto el que va a recibirlo?<br />

Citadas estas palabras de mi carta, me presenta a mí como hombre que pregunta y se<br />

muestra él como hombre sin respuesta. Él dice lo que ya he citado, y ya he mostrado que<br />

no ha contestado a mis preguntas; luego, estrechado con grandes dificultades, se vio


forzado a decir que el bautizado debía examinar al bautizante y el bautizante al bautizado,<br />

e intentó confirmar esto con el ejemplo de Juan, por si se topaba con oyentes o muy<br />

descuidados o muy ignorantes; así adujo otros testimonios de la Escritura que no vienen a<br />

cuento: como lo que le dijo el eunuco a Felipe: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea<br />

bautizado? 44 Porque sabía, dice, que los descarriados están impedidos; y también el que<br />

Felipe no prohibió que fuera bautizado, porque había probado por la lectura que creía en<br />

Cristo, como si lo hubiera prohibido a Simón Mago; y lo mismo el que los profetas<br />

temieron ser engañados por un falso bautismo, y por eso dijo Isaías: Agua falaz en la que<br />

no se puede confiar 45 , dando a entender que entre los infieles el agua es mendaz; en<br />

realidad no fue Isaías, sino Jeremías, quien dijo esto de los hombres mentirosos, llamando<br />

figuradamente agua al pueblo, lo cual se ve clarísimamente en el Apocalipsis. Así como<br />

también adujo lo que dijo David: El óleo del impío jamás ungirá mi cabeza 46 , palabras<br />

dichas de la adulación del lisonjeador que con alabanza engañosa pretende engañar al<br />

lisonjeado para que se engría en su orgullo. Este es el sentido que nos descubren las<br />

palabras que preceden en el mismo salmo: Me corregirá el justo en su misericordia y me<br />

reprenderá; mas el óleo del impío jamás ungirá mi cabeza 47 . ¿Hay algo más claro y<br />

evidente que esta frase? El profeta prefiere ser argüido misericordiosamente por la áspera<br />

reprensión del justo para sanar a ser ungido con las suaves caricias del adulador para<br />

hincharse de orgullo.<br />

También 1Jn 4, 1<br />

XXXIV. 39. Recuerda Petiliano que también el apóstol Pablo amonestó que no se crea a<br />

todo espíritu, sino que se examine si los espíritus son de Dios, como si se usara esta<br />

diligencia para separar ahora, antes de tiempo, el grano de la paja, y no más bien para<br />

que no sea engañado el grano por la paja; o como si cuando un espíritu mendaz dice algo<br />

verdadero, hubiera que negarlo porque lo dijo un espíritu reprochable. El pensar esto sería<br />

tan demencial como pretender que Pedro no debió decir: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios<br />

vivo 48 , porque los demonios habían dicho algo semejante.<br />

Por consiguiente, administrado por un inicuo o por un justo, no es otra cosa que el<br />

bautismo de Cristo. El hombre prudente y verdadero fiel debe evitar la iniquidad del<br />

hombre, no condenar el sacramento de Dios.<br />

40. En todas estas disquisiciones nada ciertamente contesta Petiliano a la cuestión: Si se<br />

ha de tener en cuenta la conciencia del que lo da dignamente para que purifique la del que<br />

lo recibe, ¿cómo va a purificarse quien recibe el bautismo cuando está manchada la<br />

conciencia del que lo da e ignora esto el que va a recibirlo?<br />

Un colega suyo de Thubursicu Bure, cierto Cipriano, fue sorprendido en un lupanar con una<br />

mujer licenciosa, llevado a Primiano de Cartago y condenado. Cuando bautizaba éste antes<br />

de ser descubierto y expulsado no tenía ciertamente la conciencia del que administra<br />

dignamente, de suerte que purificara la del que lo recibía. ¿Cómo fueron purificados<br />

quienes después de su condenación no son bautizados de nuevo? No era necesario haber<br />

nombrado al culpable si no fuera para que no viniera luego Petiliano diciéndonos: "¿Quién<br />

es éste y de dónde salió?"<br />

¿Por qué los vuestros no examinaron a este bautizante como Petiliano examinó a Juan con<br />

esa intención? ¿O acaso lo examinaron y tardaron tanto en descubrirlo, ocultándose con<br />

redomada simulación?<br />

La traición de Judas y la universalidad de la Iglesia, profetizadas<br />

XXXV. ¿No era acaso mentirosa su agua o no es el óleo del fornicario el óleo del pecador?<br />

O ¿acaso, como dice la Católica y es verdad, aquella agua y aquel óleo no eran de quien<br />

administraba, sino de aquel cuyo nombre se invocaba allí? ¿Por qué los que eran<br />

bautizados por este simulador y pecador oculto no examinaban su espíritu, pues no era de<br />

Dios? El Espíritu Santo que nos educa huye de la doblez. ¿O acaso huía de aquél y no<br />

abandonaba sus sacramentos aunque administrados por él?<br />

En resumen, como no podéis negar que han sido purificados aquellos que no os preocupáis<br />

de purificar después de ser condenado aquél, ved si Petiliano, ofuscado con tales<br />

nebulosidades, responde en algún lugar cómo fueron purificados éstos, si se ha de tener<br />

en cuenta la conciencia del que lo da para que purifique la del que lo recibe, conciencia


que no pudo tener el que internamente era un inmundo.<br />

41. Nada, pues, responde a lo que se le solicita con insistencia; en cambio, luego, dando<br />

rienda suelta a su prolija elocuencia, dice: "Si los profetas y el Apóstol han temido<br />

cautelosamente esto, ¿con qué cara dices tú que el bautismo de un pecador es santo para<br />

los que tienen una fe recta?" Como si yo o cualquier cristiano dijera que el bautismo que<br />

se da o se recibe por ministerio del pecador es del pecador y no de aquel en cuyo nombre<br />

el bautizado es creyente.<br />

Entonces él, saliéndose de la cuestión, acude al traidor Judas y descarga cuanto puede<br />

contra él, aplicando los testimonios proféticos anunciados sobre él tanto tiempo antes,<br />

como si con la impiedad de Judas cubriera a la Iglesia de Cristo extendida por todo el<br />

orbe, y cuya causa se debate en esta cuestión; no considera en ello lo que debió él<br />

advertir: que no se debe dudar que es ella la Iglesia de Cristo que se difunde entre tantos<br />

pueblos, puesto que está profetizado con toda claridad tanto tiempo antes, como no se<br />

puede dudar que era preciso que Cristo fuera entregado por uno de sus discípulos, puesto<br />

que eso estaba igualmente profetizado.<br />

El caso de los maximianistas<br />

XXXVI. 42. Después de todo esto retorna Petiliano a la dificultad que le habíamos<br />

propuesto sobre cómo habían aceptado el bautismo de los maximianistas, a quienes<br />

habían condenado, aunque en la presentación de esta cuestión ha preferido servirse de<br />

sus propias palabras mejor que de las mías. En realidad no decimos nosotros que debe<br />

sernos provechoso el bautismo de los pecadores, ya que no sólo decimos no es de los<br />

pecadores ni en absoluto de ningún hombre, puesto que lo reconocemos como de Cristo.<br />

Petiliano lo presenta así: "Afirmas tercamente, dice, que debe seros útil el bautismo de los<br />

pecadores, porque también nosotros, como dijiste, conservamos el bautismo de aquellos<br />

que justamente hemos condenado". Al llegar a esta cuestión, como dije, se le oscureció<br />

hasta la simulación de lucha. No encontró adónde ir, por dónde salir, por qué lugar,<br />

hallado o creado, escapar en silencio o irrumpir por la fuerza. "Aunque demostraré, dice,<br />

en un segundo libro qué diferencia hay entre nosotros y los nuestros por una parte y los<br />

vuestros que llamáis inocentes por otra, mientras tanto procurad libraros vosotros de las<br />

culpas que conocéis de vuestros colegas, y así podéis exigir razón de los que nosotros<br />

rechazamos".<br />

¡Vaya una respuesta! ¿Quién puede responder así sino quien se opone a la verdad, contra<br />

la cual no encuentra qué responder? Podríamos también nosotros decir: "Mientras tanto<br />

procurad libraros de las faltas, que conocéis, de vuestros colegas y así echadnos en cara<br />

algunas de las acusaciones de aquellos que tenéis por malos entre nosotros". ¿Seríamos<br />

unos y otros vencedores o unos y otros vencidos? En todo caso, el vencedor en bien de su<br />

Iglesia y en su Iglesia es el que nos enseñó en su Escritura que nadie se gloríe en el<br />

hombre, y que quien se gloría, se gloríe en el Señor.<br />

Por nuestra parte éste es nuestro pensamiento: Según el oráculo de la verdad, decimos<br />

que no justifica al creyente el hombre que lo bautiza, sino aquel de quien está escrito: Al<br />

que cree en aquel que justifica al impío, su fe se le reputa como justicia 49 , porque<br />

nosotros no nos gloriamos en el hombre, y nos esforzamos con su ayuda, cuando nos<br />

gloriamos, por gloriamos en el Señor; y ¡qué tranquilos estamos, aunque pudiera<br />

demostrar cualquier error o falta de algunos miembros de nuestra comunión! En efecto,<br />

entre nosotros se tolera a los malos, ocultos totalmente o conocidos sólo por algunos, por<br />

causa de los buenos, a los que son desconocidos; ante los cuales no pueden quedar<br />

convictos, y se los tolera por el vínculo de la unidad y la paz, a fin de no arrancar el trigo<br />

con la cizaña; de tal suerte que llevan la carga de su malicia, de modo que nadie participa<br />

de ella con ellos, sino aquellos que se complacen en su iniquidad. No tememos que puedan<br />

justificarse los que ellos bautizan, ya que ellos creen en el que justifica a los impíos, de<br />

suerte que su fe se les cuenta como justicia.<br />

Los pecados de los fieles no manchan la santidad de la Iglesia<br />

XXXVII. 43. Por consiguiente, entre nosotros no perjudica en nada a la Iglesia de Dios<br />

que se extiende y crece en el mundo hasta la recolección, ni aquel que, sin saber lo que<br />

dice, dice que fue depuesto por nosotros bajo la acusación de sodomía, poniendo a otro en


su lugar, y restituido de nuevo a nuestro colegio, ni tampoco aquel que recuerda era<br />

penitente entre vosotros, pudieran o no pudieran en modo alguno ser defendidas las<br />

causas de entrambos. En ésta, si existen realmente esos malos que acusáis, no están<br />

propiamente en ella, sino en la paja; y si son buenos, cuando los abrumáis con vuestras<br />

injustas acusaciones, son probados como el oro, mientras vosotros ardéis como la paja.<br />

Pero los pecados ajenos no contaminan a la Iglesia, que, extendida por todo el orbe según<br />

las profecías dignas del mayor crédito, espera el fin de los tiempos como una orilla,<br />

llevada a la cual se vea liberada de los malos peces, con los cuales puede soportar sin<br />

pecado la incomodidad de su naturaleza dentro de las mismas redes del Señor, mientras<br />

no debió separarse de ellos con la impaciencia.<br />

Sin embargo, no hay motivo alguno para que los dispensadores de Cristo, diligentes y<br />

prudentes, descuiden la disciplina de la Iglesia, donde las faltas se ponen de manifiesto,<br />

de suerte que pueden defenderse con algún argumento aceptable. Existen innumerables<br />

testimonios en aquellos que fueron obispos o clérigos de una graduación semejante y<br />

degradados ahora o se largaron por vergüenza a otras tierras o se pasaron a vosotros o a<br />

otras herejías o son conocidos en sus regiones. De ellos hay tal multitud diseminada por<br />

todas partes, que si Petiliano refrenara un poco su temeridad de maldecir y lo pensara un<br />

poco, no caería en opinión tan abiertamente falsa y vana como la que le ha llevado a<br />

decirnos: "Nadie es inocente entre vosotros, donde nadie es condenado como reo".<br />

La Iglesia católica puede condenar a sus ministros indignos<br />

XXXVIII. 44. Paso por alto a otros habitantes de diversas tierras, pues apenas se echa de<br />

menos en parte alguna esta clase de hombres, a fin de que quede claro que también en la<br />

Iglesia católica se suele condenar a los prepósitos y ministros inicuos; bien pudo él ver de<br />

cerca a Honorio de Milevi. Sobre Esplendonio, a quien siendo diácono se le condenó en la<br />

Católica y después de rebautizado lo hizo él presbítero, cuya condenación en la Galia,<br />

enviada a nosotros por los hermanos, la presentó allí mismo nuestro Fortunato para que<br />

fuera leída públicamente en Constantina, y a quien después el mismo Petiliano,<br />

descubriendo sus espantables asechanzas, arrojó; a propósito de este Esplendonio, ¿cómo<br />

no se sintió afectado ante el hecho de que también son degradados los malos en la Iglesia<br />

católica? Me sorprende en qué precipicio de temeridad se hallaba su corazón al dictar<br />

dislates de esta categoría: "Nadie es inocente entre vosotros donde nadie es condenado<br />

como reo".<br />

Por lo cual, mezclados corporalmente, separados espiritualmente los malos en la Iglesia<br />

católica, tanto cuando son desconocidos por la condición humana como cuando son<br />

condenados en relación con la disciplina, llevan sus cargas propias; y así, los que son<br />

bautizados por ellos con el bautismo de Cristo, se encuentran seguros si, con su imitación<br />

y conocimiento, no toman parte en sus pecados, ya que, aunque fueran bautizados por los<br />

mejores, no serían justificados sino por el que justifica al impío. Porque a los que creen en<br />

el que justifica al impío, se les computa la fe para justicia.<br />

Petiliano se condena o se contradice<br />

XXXIX. 45. Vosotros, en cambio, cuando se os echa en cara los maximianistas<br />

condenados por la sentencia de un Concilio de trescientos diez, atacados en el mismo<br />

Concilio citado en tantas actas proconsulares y municipales; expulsados, por orden de los<br />

jueces y cooperación de las ciudades, de las basílicas que tenían; recibidos luego y<br />

honrados por vosotros, sin suscitar cuestión alguna sobre el bautismo, con aquellos que<br />

habían bautizado fuera de vuestra comunión, ante esto no encontráis qué responder.<br />

Ciertamente os veis vencidos por la opinión no verdadera, sino vuestra, por la cual os<br />

esforzáis en demostrar que en la misma comunión de sacramentos perecen unos por las<br />

faltas de otros y que cada uno es tal cual el hombre por el que es bautizado, culpable si es<br />

culpable, inocente si es inocente.<br />

Si esto es verdad, omitiendo a otros innumerables, os han condenado a vosotros, con sus<br />

crímenes, los maximianistas, cuyo delito exageraron los vuestros en un concilio tan<br />

numeroso comparándolo con el de aquellos que devoró vivos la tierra. Y si no os echaron a<br />

perder los crímenes de los maximianistas, es falso lo que pensáis y mucho menos puedo<br />

comprender qué delitos, no probados, de los africanos han podido perder al orbe entero.


Por esto, como escribe el Apóstol: Cada uno tiene que llevar su propia carga 50 , y de nadie<br />

es el bautismo de Cristo sino de Cristo, y en vano promete Petiliano que va a hablar en el<br />

segundo libro sobre esto que de los maximianistas nos hemos propuesto, como si no<br />

entendiera que él no tiene nada que decir.<br />

Sólo en la unidad es útil el bautismo<br />

XL. 46. En efecto, si el bautismo que administraron Pretextato y Feliciano en la comunión<br />

de Maximiano fue propio de ellos, ¿por qué lo aceptasteis vosotros como si fuera de Cristo<br />

en aquellos que bautizaron? Pero si es de Cristo, como lo es, y no pudiera ser provechoso<br />

a los que lo han tenido con el borrón del cisma, ¿qué podéis decir vosotros que habéis<br />

otorgado a los que recibisteis con el mismo bautismo, sino que, borrando el crimen de la<br />

perversa división mediante el vínculo de la paz, no fueran forzados a recibir el sacramento<br />

del lavatorio sagrado, como si no lo tuvieran, sino que, como antes les era pernicioso,<br />

comenzase ya a serles útil lo que tenían?<br />

Claro que si no fue otorgado esto en vuestra comunión, porque no podría conceder algo<br />

semejante a cismáticos entre cismáticos, se os otorga a vosotros en la comunión católica<br />

para que recibáis el bautismo como si no lo tuvierais, sino para que os sea útil en el que<br />

tenéis.<br />

Todos los sacramentos de Cristo, sin el amor de la unidad de Cristo, no se poseen para la<br />

salud, sino para la condenación; pero como según vuestra doctrina, no verdadera, por el<br />

bautismo de no sé qué traditores desapareció del orbe el bautismo de Cristo, con razón no<br />

encontráis qué responder sobre la aceptación del bautismo de los maximianistas.<br />

47. Ved ya y recordad con todo cuidado cómo Petiliano no ha respondido ni siquiera a las<br />

cuestiones que él mismo se propuso, por donde pueda aparecer que dice algo. Ya hace<br />

tiempo que lo dejó en absoluto y no quiso decíroslo, porque ciertamente no pudo; y ni aun<br />

al final de su libro dirá alguna vez lo que recordó iba a refutar de las primeras páginas de<br />

mi carta. En verdad, añadidas las dos palabras de que se jactó yo le había sustraído, como<br />

si fueran su defensa más firme, se ha quedado desguarnecido, sin encontrar qué<br />

responder cuando se le pregunta: Si se ha de tener en cuenta la conciencia del que lo da<br />

dignamente para que purifique la del que lo recibe, ¿cómo se purificará la conciencia de<br />

quien ignora que está manchada la conciencia del que lo da indignamente; y si quien<br />

sabiéndolo recibe la fe de un infiel, no recibe la fe, sino la culpa, cómo recibirá la fe, no la<br />

culpa, el que sin saberlo es bautizado por un infiel? A esto no ha dado respuesta alguna,<br />

como es bien claro, después de tanto tiempo hablando.<br />

48. Luego se lanzó a vituperar con su lengua maldiciente a los monasterios y a los<br />

monjes, acusándome también a mí de haber establecido este género de vida, género de<br />

vida que él desconoce totalmente, o mejor, simula ignorar que es conocidísimo en el<br />

mundo entero.<br />

Después, asegurando que yo dije que Cristo era el que bautizaba, llegó a añadir algunas<br />

palabras tomadas de mi carta, como si dijera esto cual opinión mía, cuando en realidad lo<br />

dije según la vuestra y la de él; y así se lanzó con exuberante crueldad contra mí por decir<br />

esto, aunque en verdad la opinión que reprende no es mía, sino suya y vuestra, lo que<br />

demostraré poco después con toda la claridad que pueda.<br />

Más adelante trata de enseñarnos con muchas y superfluas palabras que no es Cristo el<br />

que bautiza, sino que se bautiza en su nombre y a la vez en el del Padre y del Hijo y del<br />

Espíritu Santo, y de la misma Trinidad dijo lo que quiso o lo que pudo, que Cristo es el<br />

medio de la Trinidad.<br />

Partiendo luego del nombre de los magos Simón y Bar Jesús, acumuló sobre nosotros las<br />

afrentas que le plugo.<br />

A continuación interrumpe cautelosamente la causa de Optato de Tamugadi, para no caer<br />

en la trampa que encerraba, por no haber podido él ni los suyos juzgar su caso y<br />

acusándonos precisamente por haberle acosado con mis sugerencias.<br />

Petiliano no responde a la cuestión


XLI. 49. Finalmente termina su carta exhortando y amonestando a los suyos a que no se<br />

dejen engañar por nosotros, y se lamenta de que hayamos hecho a los nuestros peores de<br />

lo que habían sido. Por tanto, tras diligente consideración y examen, lo que aparece bien<br />

claro por esa carta que escribió es que Petiliano no responde en absoluto a lo que puse<br />

primeramente en mi carta. Si, como dice, se ha de tener en cuenta la conciencia del que lo<br />

da, o mejor, para añadir lo que tiene como firme defensa, la del que lo da santamente,<br />

para que purifique la del que lo recibe, ¿cómo se purificará quien recibe el bautismo si la<br />

conciencia del que lo da está manchada e ignora esto el que lo va a recibir?<br />

Por eso no hay que maravillarse de que un hombre mantenedor de la falsedad, acosado<br />

por las dificultades de la virtud que le sale al encuentro, haya preferido lanzar insensatos<br />

insultos a querer caminar con aquella que no puede ser vencida.<br />

50. Ahora ya, os suplico, prestad atención a unas pocas palabras: quiero demostrar hasta<br />

la saciedad qué es lo que él teme para no contestar a esto y tratar de sacar a la luz lo que<br />

ha intentado oscurecer.<br />

Ciertamente, al preguntarle nosotros cómo se va a purificar el que recibe el bautismo<br />

cuando está manchada la conciencia del que lo da e ignora esto el que va a recibirlo; al<br />

preguntarle esto, podría responder con toda facilidad: "Por el Señor Dios", y decir con<br />

absoluta confianza: "Dios es el que directamente purifica la conciencia del que lo recibe,<br />

cuando ignora que está manchada la del que lo da indignamente".<br />

Pero este hombre se había visto obligado por la doctrina de vuestra secta a colocar la<br />

purificación del que lo recibe en la conciencia del que lo da, puesto que había dicho: "Pues<br />

se ha de tener en cuenta la del que lo da" o "la del que la da santamente para que<br />

purifique la del que lo recibe"; y así temió no fuera a parecer que un hombre quedaba<br />

mejor bautizado por un hombre malo oculto que por uno manifiestamente bueno, porque<br />

entonces sería purificado, no por la conciencia del hombre que lo da santamente, sino por<br />

la misma excelentísima santidad de Dios.<br />

Temiendo una consecuencia tan absurda, o más bien, demencial, no sabiendo por dónde<br />

escapar, no quiso decir cómo se ha de purificar la conciencia del que lo recibe, cuando<br />

ignora estar manchada la del que lo da indignamente, y trastornándolo todo con estrépito<br />

de litigantes , prefirió ocultar lo que se le preguntaba a responder al que le preguntaba,<br />

por lo que sería inmediatamente apabullado; no pensó nunca, sin embargo, que personas<br />

de mente sana podían leer mis cartas o que podían leer las suyas quienes habían leído las<br />

mías, a las que simulaba responder.<br />

La respuesta católica<br />

XLII. 51. En efecto, lo que acabo de decir está expuesto con toda claridad en aquella<br />

carta mía, a la que criticó sin decir nada; atended un poco, os ruego, a lo que dijo allí, y<br />

aunque le miréis a él con buenos ojos y a mí con ojos aviesos, aguantad, si podéis, con<br />

buena voluntad.<br />

En su primera carta, a cuya parte inicial, la única que llegó entonces a mis manos, había<br />

respondido yo, de tal modo había colocado la esperanza del que iba a ser bautizado en el<br />

hombre bautizante, que decía: "Pues todo ser tiene su fundamento en el origen y en la<br />

raíz, y si algo no tiene cabeza, no es nada". Petiliano había dicho esto no queriendo<br />

entender por origen, raíz y cabeza del hombre que había de ser bautizado, sino el hombre<br />

por quien era bautizado; a lo cual apostillé yo: "Esta es nuestra cuestión: Cuando aquel<br />

bautizante oculta su infidelidad, si entonces el bautizado recibe la fe, no la culpa; si<br />

entonces el bautizante no es para él origen, raíz y cabeza, ¿quién es aquel de quien recibe<br />

la fe, dónde está el origen del que nace, dónde la raíz de que germina, dónde la cabeza<br />

donde empieza?, ¿acaso cuando el bautizado ignora que el bautizante es un infiel, es<br />

Cristo entonces quien da la fe, es Cristo el origen, la raíz y la cabeza?"<br />

Esto es, pues, lo que ahora digo, y exclamo como exclamé también entonces: "Oh<br />

temeridad y soberbia humanas! ¿Por qué no dejas que sea siempre Cristo el que da la fe,<br />

para hacer con ese don al cristiano? ¿Por qué no dejas que sea Cristo siempre el origen del<br />

cristiano, que el cristiano afinque su raíz en Cristo, y Cristo sea la cabeza del cristiano?" Ni<br />

siquiera cuando se dispensa la gracia espiritual a los creyentes mediante un dispensador<br />

justo y fiel es el mismo dispensador el que justifica y no aquel único del cual se dijo que


justifica al impío; de lo contrario, el apóstol Pablo es la cabeza y origen de lo que había<br />

plantado o es Apolo raíz de los que había regado, y no aquel que les había dado el<br />

crecimiento, diciendo, en cambio, el mismo Pablo: Yo planté, Apolo regó; mas fue Dios<br />

quien dio el crecimiento. Ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios, que hace<br />

crecer 51 . Tampoco era él la raíz, sino más bien el que dijo: Yo soy la vid; vosotros los<br />

sarmientos 52 . Y ¿cómo podía ser cabeza de ellos, si dice que nosotros, siendo muchos,<br />

somos un solo cuerpo en Cristo y proclama abiertamente en muchos lugares que el mismo<br />

Cristo es la cabeza de todo el cuerpo? Por consiguiente, cualquiera que recibe el<br />

sacramento del bautismo de un dispensador fiel o infiel, ponga toda su esperanza en<br />

Cristo, para no ser aquel maldito que pone su esperanza en el hombre 53 .<br />

Evitar un absurdo<br />

XLIII. 52. Al responder yo estas cosas a Petiliano en mi primera carta, pienso que lo hice<br />

con toda claridad y veracidad. Esto recordé también ahora, insinuando y recomendando<br />

que no pongamos en modo alguno nuestra esperanza en el hombre y creamos que Cristo<br />

Dios es el que vivifica y justifica a los hombres que creen en el que justifica al impío, para<br />

que su fe sea contada como justicia, sea un santo el que administra el bautismo, sea un<br />

inicuo o fingido de quien huye el Espíritu Santo.<br />

A continuación añadí qué absurdo se seguiría si fuera de otra manera, y dije lo que ahora<br />

repito: "Por lo demás, si cada uno que renace en la gracia espiritual debe ser tal cual es el<br />

que le bautiza, y cuando el que bautiza es manifiestamente un hombre bueno, es él el que<br />

da la fe, es el origen, la raíz y la cabeza del que nace, y en cambio, cuando el bautizante<br />

oculta su infidelidad, cada uno recibe de Cristo la fe, toma el origen de Cristo, está<br />

radicado en Cristo, se gloría de Cristo como cabeza; según esto, deben desear todos los<br />

que se bautizan tener bautizadores infieles a los que desconozcan. Realmente, por buenos<br />

que fueran los que tienen, incomparablemente mejor es Cristo, que será la cabeza del<br />

bautizado si es un infiel el que bautiza. Sería totalmente demencial asentir a esto. Siempre<br />

es Cristo el que justifica al impío haciendo del impío un cristiano, siempre se recibe la fe<br />

de Cristo, siempre es Cristo el origen de los regenerados y la cabeza de la Iglesia. ¿Qué<br />

importancia tienen aquellas palabras de las cuales los lectores superficiales no atienden al<br />

contenido sino sólo al sonido?" Esto es lo que dije entonces, esto es lo que está escrito en<br />

aquella carta mía.<br />

El árbol bueno y el árbol malo<br />

XLIV. 53. Luego, un poco después, había dicho Petiliano: "Siendo esto así, hermanos, ¿no<br />

es gran necedad que quien es reo de sus faltas pretenda hacer inocente a otro, cuando<br />

dice el Señor Jesucristo: Todo árbol bueno da frutos buenos, mientras que el árbol malo<br />

da frutos malos? ¿Acaso se recogen uvas de los espinos? 54 Y también: Todo hombre<br />

bueno saca el bien del buen tesoro de su corazón; el hombre malo saca el mal del tesoro<br />

de su corazón" 55 . Con estas palabras demuestra con toda claridad Petiliano que el hombre<br />

que bautiza es como el árbol, y el que es bautizado, como el fruto.<br />

A esto había replicado yo: "Si el árbol bueno es el hombre que bautiza, y su buen fruto es<br />

aquel a quien ha bautizado, quien haya sido bautizado por un hombre malo, aunque no<br />

manifiesto, no puede ser bueno, ya que ha nacido de un árbol malo. Porque una cosa es el<br />

árbol bueno y otra el árbol oculto, pero malo".<br />

¿Qué pretendí que se entendiera con estas palabras sino lo que había puesto poco antes,<br />

es decir, que por el árbol y su fruto no debía entenderse al que bautiza y al que es<br />

bautizado, sino que el hombre es el árbol y el fruto sus obras y su vida, buena siempre en<br />

el bueno y mala en el malo? Así no se seguirá el absurdo que sea malo el hombre<br />

bautizado por un hombre malo, aunque oculto, como fruto de un árbol oculto, pero malo.<br />

Contra esto nada ha respondido él.<br />

Petiliano obra de mala fe<br />

XLV. 54. Para que ni él ni ninguno de los vuestros pueda decir que cuando bautiza algún<br />

malo oculto es fruto suyo aquel a quien bautiza, sino de Cristo, añadí a continuación qué<br />

error tan colosal sería la consecuencia de esta opinión, y repetí, aunque con otras<br />

palabras, lo que había dicho poco antes: "Si cuando el árbol es malo, aunque ocultamente,<br />

el que sea bautizado por él renace, no de él precisamente, sino de Cristo, síguese que


eciben más santamente el bautismo los que son bautizados por los malos ocultos que los<br />

que lo son por los buenos manifiestos".<br />

Petiliano, bloqueado por tan fuertes dificultades, omitió las disquisiciones anteriores de<br />

que dependían estos extremos, y citó en su respuesta estos absurdos, que se siguen de su<br />

error, como si fueran opinión mía, cuando yo lo había dicho para que atendiera al mal que<br />

se seguía de su teoría y se viera obligado a cambiarla.<br />

Engañando así a sus oyentes o lectores, y no esperando que pudiese leer lo que<br />

escribimos, comenzó a atacarme grave y descaradamente, como si yo hubiera opinado<br />

que cuantos se iban a bautizar deberían tener unos bautizadores infieles, a los que no<br />

conocieran, ya que, por buenos que los tuvieran, Cristo es incomparablemente mejor, y<br />

será entonces cabeza del bautizado si está oculta la infidelidad del bautizante.<br />

También me ataca como si yo hubiera pensado que se justifican con más santidad quienes<br />

son bautizados por los malos ocultos que los que lo son por los buenos manifiestos;<br />

cuando en realidad yo recordé esta extraña necedad, precisamente porque es una<br />

consecuencia de los que piensan con Petiliano que la relación del bautizado con el<br />

bautizante es la del fruto con el árbol del que nace, bueno el del buen árbol y malo el del<br />

malo.<br />

Les he dicho que respondan de quién piensan que es fruto el hombre bautizado cuando es<br />

bautizado por un malo oculto, ya que no se atreven a rebautizarlo; se ven forzados a<br />

responder que entonces ése no es fruto de aquel malo oculto, sino que es fruto de Cristo;<br />

por lo cual les alcanza la consecuencia que no aceptan y que es de un demente asentir a<br />

ella: si el hombre es fruto del que le bautiza cuando es bautizado por un hombre<br />

manifiestamente bueno, pero cuando es bautizado por un hombre malo oculto no es fruto<br />

de éste sino de Cristo, síguese que reciben más santamente el bautismo los que son<br />

bautizados por los malos ocultos que los que lo son por los buenos manifiestos.<br />

Pablo y la resurrección de Cristo<br />

XLVI. 55. Cuando Petiliano me atribuye esto, como si tal fuera mi opinión, lanza contra mí<br />

un serio y duro ataque, muestra con esa su gravísima invectiva qué impío es pensar así.<br />

En consecuencia, cuanto quiso que apareciera que había dicho contra mí por esta opinión,<br />

resulta que lo ha dicho contra sí mismo, que queda convicto de haber dicho eso. Demostró<br />

bien en ello con qué vigor le ha vencido la verdad, pues no encontró otra salida sino<br />

simular que yo tenía su misma opinión. Ni más ni menos como si aquellos a quienes<br />

reprocha el Apóstol, porque decían que no existía la resurrección de los muertos, quisieran<br />

acusar al mismo Apóstol porque dijo: Tampoco Cristo resucitó 56 , y que era vana la<br />

predicación de los apóstoles, vana la fe de los creyentes y que se les descubría como<br />

falsos testigos contra Dios por haber dicho que había resucitado Cristo.<br />

Esto mismo quiso hacer conmigo Petiliano, no esperando que se pudiese leer lo que yo<br />

escribí y a lo que él no pudo responder, aunque deseó vivamente que pensaran que había<br />

respondido.<br />

Pero como si alguien hubiera atribuido aquello al Apóstol, toda aquella calumniosa<br />

acusación hubiera recaído sobre la cabeza de los reprensores al leer todo aquel pasaje<br />

tomado de su carta y cotejar las palabras anteriores, de las cuales cualquiera que sepa<br />

leer sabe que dependen éstas; de la misma manera al cotejar las palabras anteriores<br />

tomadas de mi carta, la acusación de Petiliano hace que aquellas invectivas se vuelvan con<br />

mayor violencia contra su persona, de donde trató de alejarlas.<br />

56. En realidad, el Apóstol, al refutar a los que negaban la resurrección de los muertos, los<br />

corrige por el absurdo que se les sigue contra su voluntad a los que niegan esto, para que,<br />

al horrorizarse de lo que es impío pronunciar, enmienden lo que osaron creer. Por eso dice<br />

así: Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo,<br />

vana es nuestra predicación, vana también nuestra fe. Y somos convictos de falsos<br />

testigos de Dios, porque hemos atestiguado contra Dios, que resucitó a Cristo, a quien no<br />

resucitó 57 . Así, mientras temen decir que Cristo no resucitó y el resto de impiedades que<br />

siguen, se ven obligados a corregir lo que afirmaron tan necia e impíamente, a saber: que<br />

no existe la resurrección de los muertos.


Si se suprime lo que se puso al principio de este razonamiento: Si no hay resurrección de<br />

muertos, todos los restantes extremos son viciosos y deben atribuirse al Apóstol; pero si<br />

se coloca aquello de que depende todo y se pone uno en el comienzo, si no hay<br />

resurrección de muertos, se sigue lógicamente: Tampoco Cristo resucitó, vana es nuestra<br />

predicación, vana también vuestra fe, y el resto que con ellas se encadena, y todo ello lo<br />

dijo el Apóstol recta y prudentemente, puesto que todo el mal que contienen debe<br />

imputarse a los que negaban la resurrección de los muertos.<br />

De la misma manera, suprímase en mi carta la frase: "Si uno renace en la gracia espiritual<br />

tal cual es el que le bautiza, y cuando el que bautiza es un hombre manifiestamente<br />

bueno, da él mismo la fe, él mismo es el origen, la raíz y la cabeza del que nace; pero<br />

cuando el bautizador es ocultamente infiel, entonces cada uno recibe la fe de Cristo,<br />

entonces trae su origen de Cristo, entonces afinca su raíz en Cristo, entonces se gloría en<br />

Cristo como cabeza". Si se suprime esto, de lo cual depende lo que sigue, se habrá<br />

hablado sin exactitud y se me ha de atribuir a mí aquello de: "Todos los que son<br />

bautizados deben desear tener bautizadores infieles ignorándolo ellos. En efecto, por<br />

buenos que sean los que tienen, incomparablemente mejor es Cristo, que será cabeza del<br />

bautizado si el bautizante oculta su infidelidad". Añádase a esto lo que decís vosotros, y<br />

entonces la consecuencia de ello y lo que sigue ligado con ello ya parece como no pensado<br />

por mí, y todo el mal que contiene se torna contra vuestra opinión.<br />

Suprime también lo escrito: "Si el buen bautizador es el árbol bueno, de suerte que su<br />

buen fruto sea aquel a quien bautiza, y si cuando está oculto el árbol malo, cualquiera que<br />

sea bautizado por él no nace de él, sino de Cristo"; suprime estas palabras, que os veis<br />

forzados a confesar como vuestras según vuestra secta y la carta de Petiliano, y quedará<br />

como mío y deberá imputárseme aquella necedad que sigue: "Reciben más santamente el<br />

bautismo los que son bautizados por los malos ocultos que los que lo son por buenos<br />

manifiestos". Añade, en cambio, aquel pasaje del que depende éste: verás<br />

inmediatamente que lo he puesto justamente para corregiros a vosotros, y que todo lo<br />

que os desagrada con razón en este razonamiento recae contra vuestro rostro.<br />

La doctrina donatista lleva a un absurdo<br />

XLVII. 57. Por consiguiente, los que negaban la resurrección de los muertos, en modo<br />

alguno podrían defenderse de tan duras consecuencias que, para refutarlos, ensartó el<br />

Apóstol al decir: Tampoco Cristo resucitó 58 , y las demás impiedades de esta categoría, si<br />

no cambiaban de parecer y confesaban la resurrección de los muertos; así también<br />

vosotros, si no queréis que os imputen lo que decimos para convenceros y corregiros, es<br />

decir, que "reciben más santamente el bautismo los que son bautizados por los malos<br />

ocultos que los que lo son por los buenos manifiestos", si no queréis eso, repito, cambiad<br />

de parecer y no pretendáis poner en el hombre la esperanza de los que se bautizan.<br />

Si la ponéis, ved lo que tengo que decir a fin de que nadie vuelva a suprimir esas palabras<br />

y decir que yo pienso lo que recuerdo precisamente para refutaros y corregiros. Ved lo que<br />

digo, de lo que depende lo que voy a decir: Si vosotros ponéis en el hombre la esperanza<br />

de los que han de ser bautizados; si constituís, como escribió Petiliano, al hombre<br />

bautizador como origen, raíz y cabeza del que es bautizado; si tomáis al hombre bueno<br />

que bautiza como árbol bueno y como buen fruto suyo al que ha sido bautizado por él, nos<br />

sugerís que os preguntemos de qué origen procede, de qué raíz germina, a qué cabeza se<br />

enlaza, de qué árbol nace el que es bautizado por un malo oculto.<br />

Ni más ni menos con esta inquisición se relaciona lo que he recordado tantas veces que<br />

Petiliano no ha podido responder: cómo se purifica quien recibe el bautismo ignorando que<br />

está manchada la conciencia del que lo da indignamente. Porque quiere precisamente que<br />

esta conciencia del que lo da o del que lo da santamente sea el origen, la raíz, la cabeza,<br />

la semilla, el árbol del que recibe el ser, del que se propaga, de donde comienza, de donde<br />

germina, de donde nace la santificación del bautizado.<br />

Si os desagrada la conclusión, corregid las premisas<br />

XLVIII. 58. Por tanto, cuando preguntamos cómo ha sido purificado aquel a quien no<br />

rebautizáis en vuestra comunión, aunque conste que ha sido bautizado por quien, debido a<br />

su maldad interna, no tenía ya conciencia de dar santamente el bautismo, ¿qué vas a<br />

responder sino que ha sido Cristo o Dios quien lo ha hecho, aunque Cristo sea Dios,


endito sobre todas las cosas por siempre, o que ha sido el Espíritu Santo, aunque<br />

también él sea Dios, ya que esta Trinidad es un solo Dios? Por eso Pedro, habiendo dicho a<br />

un hombre: Has osado mentir al Espíritu Santo, añadió a continuación qué es el Espíritu<br />

Santo y dijo: No has mentido a los hombres, sino a Dios 59 .<br />

Finalmente, aunque digáis que ha sido lavado y purificado por un ángel, suponiendo que<br />

desconoce la conciencia manchada del que lo da indignamente, mirad que los santos,<br />

cuando resucitan para la vida eterna, serán, como se ha dicho de ellos, semejantes a los<br />

ángeles de Dios. Y por ello, todo el que es purificado por un ángel, quedará mejor<br />

purificado que si lo es por un hombre, cualquiera que sea su conciencia. En ese caso, ¿por<br />

qué os parece mal que se os diga: "Si es el hombre quien purifica cuando es<br />

manifiestamente bueno, y si es malo ocultamente, como no tiene la conciencia del que<br />

bautiza dignamente, no es él sino Dios o el ángel quien purifica, reciben más santamente<br />

el bautismo los que son bautizados por los malos ocultos que los que lo son por los buenos<br />

manifiestos?" Si esta conclusión os desagrada, porque en realidad debe desagradar a<br />

todos, suprimid el principio de donde nace, corregid aquello a que está vinculada; que no<br />

precedan aquellas premisas y no se seguirá esta conclusión.<br />

La doctrina católica: los sacramentos, actos de Cristo<br />

XLIX. 59. No digáis pues: "Se ha de tener en cuenta la conciencia del que bautiza<br />

santamente para que purifique la del que lo recibe"; de esa manera no se os dirá: "Cuando<br />

se desconoce la conciencia manchada del que lo da, ¿quién puede purificar la del que lo<br />

recibe?" Y cuando respondieseis: "O Dios o un ángel", ya que no podéis responder otra<br />

cosa, sálgaos al paso el motivo de vuestra confusión: "Reciben más santamente el<br />

bautismo los que son bautizados por malos ocultos, sea Dios sea un ángel quien purifica,<br />

que los que son bautizados por los buenos manifiestos, que no se pueden comparar con<br />

Dios o con los ángeles".<br />

Decid, pues, lo que dice la verdad y la Iglesia católica: No sólo cuando el ministro del<br />

bautismo es malo, sino también cuando es santo y bueno: nunca hay que poner la<br />

esperanza en el hombre, sino en aquel que purifica al impío, en quien a los creyentes para<br />

los que creen en la fe se cuenta como justicia.<br />

En verdad, cuando nosotros decimos: "Es Cristo el que bautiza", no lo afirmamos del<br />

ministerio visible, como piensa o quiere Petiliano que se piense que decimos nosotros, sino<br />

de la gracia oculta, de la potencia oculta en el Espíritu Santo, como dijo de él Juan<br />

Bautista: Ese es el que bautiza en el Espíritu Santo 60 . Y no ha cesado ya de bautizar,<br />

como afirma Petiliano, sino que continúa realizándolo, no por ministerio corporal, sino<br />

mediante su majestad invisible.<br />

Al decir nosotros: "Él es el que bautiza", no queremos decir: "Él es el que sujeta e<br />

introduce en el agua el cuerpo de los creyentes", sino: "Él purifica invisiblemente", y esto<br />

atañe a toda la Iglesia. Ni se puede dejar de creer al apóstol Pablo, que dijo de él:<br />

Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo<br />

por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra<br />

61 . He aquí cómo es Cristo el que santifica; he aquí cómo es el mismo Cristo el que lava, el<br />

que purifica con el mismo lavado del agua en la palabra, donde parece que obran<br />

corporalmente los ministros.<br />

Por consiguiente, que nadie se arrogue lo que es de Dios. Así es bien segura la esperanza<br />

de los hombres, cuando se apoya en el que no puede engañar, porque maldito quien pone<br />

su esperanza en el hombre 62 , y dichoso el hombre aquel que pone su esperanza en el<br />

Señor Dios 63 . Porque el dispensador fiel recibirá como recompensa la vida eterna, en<br />

cambio el dispensador infiel, cuando distribuye a sus consiervos los alimentos de su señor,<br />

en modo alguno puede trastocar en inútiles esos alimentos por su infidelidad, razón por la<br />

que se dijo: Observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta 64 . Esto es<br />

precisamente lo mandado contra los malos administradores: recibid de sus manos los<br />

dones de Dios, evitad su mala conducta no asemejándoos a ellos.<br />

Petiliano ni tocó las otras objeciones de Agustín<br />

L. 60. Si es claro que Petiliano no ha respondido a estas primeras palabras de mi carta, y<br />

cuando intentó responder demostró más bien que no pudo responder, ¿qué diré de


aquellas partes de mis escritos a que ni siquiera intentó responder, las cuales en absoluto<br />

llegó a tocar?<br />

De la importancia de las mismas, si hay alguno que tenga a mano mis escritos y los suyos<br />

y quisiera examinarlos, pienso puede comprender la solidez en que se apoyan. Para<br />

demostrárselo brevemente, recorred los testimonios aducidos sobre las santas Escrituras,<br />

o leed y examinad los que adujo contra mí y los que en mi respuesta aduje yo contra<br />

vosotros, y ved cómo he demostrado que los mismos que él adujo no son contrarios a<br />

nosotros, sino más bien a vosotros. Y él, en cambio, no ha rozado en absoluto los textos<br />

tan concluyentes que yo presenté, y en aquel único del Apóstol que intentó estudiar como<br />

tan favorable para él llegaréis a ver cómo no halló salida.<br />

61. Primeramente llegó a mis manos la parte de la carta que escribió a los suyos, desde el<br />

principio hasta el pasaje que dice: "Esto nos manda el Señor: Cuando os persigan los<br />

hombres en una ciudad, huid a otra, y si también en ésta os persiguen, marchaos a otra<br />

65 ". Ya hemos respondido a ella. Y cuando llegó a sus manos esta respuesta nuestra,<br />

escribió ésta que estamos refutando, y demostramos que él no respondió a la nuestra.<br />

En aquella primera parte de su escrito, a que primero contestamos, éstos son los<br />

testimonios de las Escrituras que pensó nos eran adversos: Todo árbol bueno da frutos<br />

buenos, mientras que el árbol malo da frutos malos. ¿Acaso se recogen uvas de los<br />

espinos? 66 Todo hombre bueno saca el bien del tesoro de su corazón, y el hombre malo<br />

saca el mal del tesoro de su corazón 67 ; y también: A quien es bautizado por un muerto,<br />

no le aprovecha su lavado 68 . Con estos testimonios quiere demostrar que el bautizado<br />

llega a ser igual al que le bautiza. Yo, en cambio, demostré cómo hay que tomar estos<br />

textos, y que ellos no favorecían en nada su pretensión. Demostraré suficientemente que<br />

el resto de los textos que citó contra los hombres malos y perversos nada tienen que ver<br />

con el grano del Señor, difundido, como había sido anunciado y prometido, por todo el<br />

orbe, y que más bien podemos nosotros usarlos contra vosotros. Examinad lo dicho y lo<br />

hallaréis.<br />

62. Por lo que se refiere a las alegaciones en favor de lo que afirma la Iglesia católica, se<br />

condensan en esto: en lo que toca al bautismo, no se atribuye al hombre que lo da la<br />

gracia de Dios que nos genera, limpia y justifica: Mejor es esperar en el Señor que esperar<br />

en el hombre 69 ; Maldito quien pone su esperanza en el hombre 70 ; Del Señor es la salud<br />

71 ; Vana es la salud del hombre 72 ; Ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios, que<br />

da el crecimiento 73 , y Al que cree en aquel que justifica al impío, su fe se le reputa como<br />

justicia 74 .<br />

A su vez, en favor de la unidad de la misma Iglesia, que se extiende en todos los pueblos<br />

y con la cual no estáis en comunión, defendí que de Cristo se habían anunciado estos<br />

testimonios: Dominará de mar a mar, desde el río hasta los confines de la tierra 75 , y Te<br />

daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra 76 . También debe<br />

interpretarse en favor de nuestra comunión, esto es, en favor de la Católica, el testamento<br />

de Dios hecho por Abrahán, donde se dice: En tu descendencia se bendecirán todas las<br />

naciones 77 ; esta posteridad la interpreta el Apóstol diciendo: A tu descendencia, es decir,<br />

a Cristo 78 . De ahí se sigue que en Cristo han de tener la bendición tanto tiempo antes<br />

prometida, no sólo los africanos o África, sino todos los pueblos a través de los cuales se<br />

extiende la Iglesia católica.<br />

La paja permanece con el grano hasta la bielda final, para que nadie se excuse del<br />

sacrilegio de su separación alegando como motivo las faltas ajenas, para dejar y<br />

abandonar la comunión de todos los pueblos y para que por causa de los malos<br />

dispensadores, esto es, de los pastores, no se divida la sociedad cristiana; para demostrar<br />

esto aduje también aquel testimonio: Haced y observad todo lo que os digan, pero no<br />

imitéis su conducta, porque ellos dicen y no hacen 79 .<br />

Ni ha demostrado cómo deben entenderse de otra manera estos pasajes de las santas<br />

Escrituras, propuestos por mí, para demostrar que no están por nosotros ni contra<br />

vosotros; ni siquiera llegó a rozarlos; aún más, con el griterío de sus afrentas trató de<br />

que, si era posible, no llegaran estos mis testimonios a conocimiento de nadie que,<br />

después de leer mi carta, hubiera querido leer la de él.<br />

Las facciones en Corinto


LI. 63. En cuanto al pasaje del Apóstol citado por mí, que él ha intentado aplicarlo en su<br />

favor, atended un poco su tenor: "Tú afirmaste, dice él: El apóstol Pablo recrimina a los<br />

que decían que eran del apóstol Pablo, y dice: '¿Fue Pablo crucificado por vosotros? ¿O<br />

habéis sido bautizados en su nombre?' 80 Por tanto, si erraban, yendo a la perdición, si no<br />

se corregían, los que querían ser de Pablo, ¿cuál es la esperanza de los que quisieron ser<br />

de Donato? Pues éstos intentan poner el origen, la raíz y la cabeza del bautizado ni más ni<br />

menos que en el que lo bautiza".<br />

Recordó este pasaje tomado de mi carta y este testimonio del Apóstol y se propuso<br />

refutarlo. Ved si responde a esa intención. Dice: "Lo dicho carece de contenido, es algo<br />

hinchado, pueril y necio, totalmente alejado del concepto de nuestra fe. Hablarías con toda<br />

justicia si nosotros dijéramos: 'Hemos sido bautizados en nombre de Donato' o 'Donato<br />

fue crucificado por nosotros' o 'hemos sido bautizados en nuestro nombre'. Pero como<br />

nada de esto hemos dicho ni decimos, ya que seguimos la fórmula de la divina Trinidad,<br />

está bien claro que al objetar estas cosas has perdido el juicio. Y si piensas que hemos<br />

sido bautizados en el nombre de Donato o en el nuestro, te engañas neciamente y a la vez<br />

confiesas sacrílegamente contra vosotros, que, desgraciados, os habéis manchado en el<br />

nombre de Ceciliano".<br />

Esto es lo que ha contestado Petiliano a mis palabras, no advirtiendo, o más bien<br />

alborotando para que nadie advierta que no había respondido absolutamente nada que se<br />

relacionara con la cuestión de que se trata. ¿Quién no ve, en efecto, que tenemos nosotros<br />

más derecho a utilizar el testimonio del Apóstol, ya que vosotros no decís que habéis sido<br />

bautizados en el nombre de Donato ni que Donato fue crucificado por vosotros, y, sin<br />

embargo, os separáis de la comunión de la Iglesia católica por causa del partido de<br />

Donato? Ni más ni menos que aquellos a quienes acusaba Pablo no decían que habían sido<br />

bautizados en nombre de Pablo o que Pablo había sido crucificado por ellos, y, sin<br />

embargo, causaban un cisma en nombre de Pablo. De suerte que a aquellos por quienes<br />

fue crucificado Cristo, no Pablo, que fueron bautizados en nombre de Cristo, no en el de<br />

Pablo, y sin embargo decían: Yo soy de Pablo; a aquéllos, repito, se les dice con toda<br />

razón: ¿Acaso fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O habéis sido bautizados en el nombre<br />

de Pablo? 81 Y se les dice esto para que se adhieran al que fue crucificado por ellos, y en<br />

cuyo nombre fueron bautizados, y no se dividan con el nombre de Pablo. Lo mismo y con<br />

más razón se os dice adecuadamente a vosotros, puesto que no decís: "Hemos sido<br />

bautizados en el nombre de Donato", y sin embargo, queréis ser del partido de Donato: ¿<br />

Ha sido acaso Donato crucificado por vosotros o habéis sido bautizados en el nombre de<br />

Donato? Sabéis que Cristo ha sido crucificado por vosotros y que habéis sido bautizados<br />

en el nombre de Cristo, y, sin embargo, a causa del nombre y del partido de Donato os<br />

oponéis con tal pertinacia a la unidad de Cristo, que fue crucificado por vosotros y en cuyo<br />

nombre habéis sido bautizados.<br />

Respuesta de Petiliano<br />

LII. 64. Pero como Petiliano, con sus escritos, ha intentado conseguir que el origen, la raíz<br />

y la cabeza del bautizado no sea sino el que le bautiza, y esto no ha sido dicho por mí ni<br />

vana ni pueril ni neciamente, repasad el comienzo de su carta, a la que yo respondí, y lo<br />

veréis. Aún más, con esta mi exhortación observad con diligencia: "Se ha de tener en<br />

cuenta, dice, la conciencia del que lo da santamente para que purifique la del que lo<br />

recibe. Pues quien sabiéndolo recibe la fe de un infiel, no recibe la fe, sino la culpa". Y<br />

como si se le preguntara: "¿Cómo pruebas esto?", dice: "Todo ser tiene su fundamento en<br />

su origen y en su raíz, y si algo no tiene cabeza, es nada, y no regenera bien si no es<br />

regenerado por buena semilla". Y por si hubiere una mente tan roma que aún no<br />

comprendiese que eso lo afirma de la persona que bautiza, lo explica a continuación con<br />

estas palabras: "Si esto es así, hermanos, ¿no será un extravío mental pretender que<br />

quien es reo de sus pecados haga inocente a otro cuando dice Jesucristo el Señor: Todo<br />

árbol bueno da frutos buenos, mientras que el árbol malo da frutos malos. ¿Acaso se<br />

recogen uvas de los espinos? 82 , y también: El hombre bueno saca cosas buenas del tesoro<br />

de su corazón, y el hombre malo las saca malas 83 ; y también: A quien se bautiza por un<br />

muerto, ¿de qué le sirve su lavado? 84<br />

Veis adónde se dirige todo esto: a pretender que la conciencia del que lo da santamente -<br />

para que nadie al recibirlo de un infiel reciba la fe, sino la culpa-, sea ella el origen, la raíz,<br />

la cabeza y el germen del bautizado. Quiere, en efecto, demostrar que se ha de tener en


cuenta la conciencia del que lo da santamente para que purifique la del que lo recibe, y<br />

que no recibe la fe, sino la culpa, el que a sabiendas lo recibe de un infiel. Por eso añade a<br />

continuación: Todo ser tiene su fundamento en el origen y la raíz, y si algo no tiene<br />

cabeza, es nada, ni regenera bien algo si no es regenerado por buena semilla".<br />

Y para que no haya nadie tan torpe que aún no se dé cuenta de que se refiere a aquel por<br />

quien cada uno es bautizado, lo explica a continuación diciendo: "Si esto es así, hermanos,<br />

¿no será una necedad pretender que quien es reo de sus pecados haga inocente a otro<br />

cuando dice el Señor: Todo árbol bueno da frutos buenos, mientras que el árbol malo da<br />

frutos malos. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos?" 85<br />

Y por si acaso, para que no haya algún oyente o lector obcecado, con increíble<br />

embotamiento de corazón, que no vea que se habla del hombre que bautiza, añade esto<br />

otro, donde cita al hombre que bautiza, diciendo: "Y también: Todo hombre bueno saca el<br />

bien del tesoro de su corazón; y el hombre malo saca el mal del tesoro de su corazón 86 . A<br />

quien es lavado por un muerto, no le aprovecha su lavado" 87 .<br />

Ciertamente, la cuestión está ya bien clara; ciertamente no hay necesidad de interpretar<br />

ni discutir ni demostrar que lo que pretenden éstos es que el origen, la raíz y la cabeza del<br />

bautizado no es sino el que le bautiza; y, sin embargo, abrumado por la fuerza de la<br />

verdad, y como olvidado de lo que había dicho, me concede después Petiliano que el<br />

origen, la raíz de los regenerados y la cabeza de la Iglesia es Cristo, no hombre alguno<br />

dispensador y ministro del bautismo; y para demostrar esto, como si nosotros lo<br />

negáramos, con los testimonios y ejemplos de las santas Escrituras, dice: "¿Dónde está<br />

ahora aquella voz con la cual hacías resonar frecuente y minuciosamente cuestiones sin<br />

importancia y llegaste a decir malévola y soberbiamente muchos embrollados discursos<br />

sobre Cristo, por Cristo y en Cristo contra la temeridad y soberbia humanas? He aquí que<br />

Cristo es el origen del cristiano, Cristo su raíz, Cristo su cabeza".<br />

Al oír estas palabras, ¿qué haré yo sino dar gracias a Cristo, que ha forzado a Petiliano a<br />

confesar? Falsas son, pues, las cosas que dijo en el principio de su carta, cuando intentaba<br />

persuadir que se había de tener en cuenta la conciencia del que lo daba santamente para<br />

que purificara la del que lo recibía, y que cuando alguien recibía a sabiendas la fe de<br />

manos de un infiel, no percibía la fe, sino la culpa. Queriendo demostrar qué poder hay en<br />

el hombre que bautiza, había añadido como documento importante: "Todo ser tiene su<br />

fundamento en su origen y su raíz, y si algo no tiene cabeza, es nada". Pero luego, al decir<br />

lo que decimos también nosotros: "He aquí que Cristo es el origen, la raíz y la cabeza del<br />

cristiano", anula lo que antes había dicho, ya que la conciencia del que lo da santamente<br />

es el origen, la raíz y la cabeza del que lo recibe. Triunfó, pues, la verdad: el hombre que<br />

desea el bautismo de Cristo no debe poner la esperanza en el ministro humano, sino que<br />

debe acercarse seguro al mismo Cristo como al origen que no cambia, a la raíz que no se<br />

arranca, a la cabeza que no se abate.<br />

El papel del ministro en los sacramentos, según Petiliano<br />

LIII. 65. ¿Quién no advierte ya de qué hinchazón procede lo que afirma tratando de<br />

exponer el pensamiento del Apóstol: "Quien dice: Yo planté, Apolo regó; mas fue Dios<br />

quien dio el crecimiento 88 , ¿qué otra cosa quiso decir sino: 'Yo hice al hombre catecúmeno<br />

de Cristo, Apolo lo bautizó, Dios confirmó lo que hicimos'?"<br />

¿Por qué, pues, no añadió Petiliano lo que añadió el Apóstol y yo le recomendé con ahínco<br />

explicara también: Ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios, que da el<br />

crecimiento? 89<br />

Si quiere explicar esto según lo que escribió antes, sin duda se concluye que ni el que hace<br />

a uno catecúmeno ni el que bautiza es algo, sino Dios, que da el crecimiento. ¿Qué<br />

importa ahora a la cuestión el sentido de las palabras: Yo planté, Apolo regó, si hay que<br />

interpretarlo como si hubiera dicho: "Yo hice un catecúmeno, Apolo lo bautizó", o si tiene<br />

otro sentido más verdadero y apropiado? Claro está, según su explicación, que ni el que<br />

hace a uno catecúmeno ni el que lo bautiza es algo, sino Dios, que da el crecimiento.<br />

Existe gran diferencia entre confirmar lo que otro hace y el hacerlo. Pues el que da el<br />

crecimiento no confirma el árbol o la vid, sino que los crea. Aquel crecimiento hace que el<br />

vástago plantado eche también raíz y la clave en la tierra; aquel crecimiento hace que la<br />

semilla arrojada emita un germen. Mas ¿para qué disertar sobre esto más tiempo? Es ya


suficiente que, según él, ni el que hace a uno catecúmeno ni el que bautiza es algo, sino<br />

Dios, que da el crecimiento.<br />

¿Cuándo podría decir Petiliano esto de modo que entendamos que dice: "Ni Donato de<br />

Cartago es algo ni Januariano ni Petiliano?" ¿Cuándo podrá aquella hinchazón soportar<br />

esto que le hace pensar al hombre que es algo, no siendo nada, y se engaña a sí Mismo?<br />

...y según Agustín<br />

LIV. 66. Finalmente, un poco después, como si determinara e intentara reconsiderar las<br />

palabras del Apóstol que le habíamos objetado, no quiso poner las que yo había dicho,<br />

sino otras en las que pudiera desahogarse en cierto modo la hinchazón humana. Dice: "¡<br />

Ea!, vamos a examinar de nuevo las palabras de este Apóstol que nos habías objetado;<br />

dijo: ¿Qué es Apolo? ¿Qué es Pablo? Ministros de aquel en quien habéis creído 90 . ¿Qué<br />

nos dice a todos nosotros, por ejemplo, sino: 'Qué es Donato de Cartago, qué es<br />

Januariano, qué es Petiliano, sino ministros de aquel en quien habéis creído'?".<br />

Yo no aduje este testimonio del Apóstol, sino aquel que no quiso citar: Ni el que planta es<br />

algo ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento 91 . Él, en cambio, tuvo a bien<br />

introducir aquellas palabras del Apóstol en que pregunta qué es Pablo, y responde:<br />

Ministros de aquel en quien habéis creído. Esto, en cierto modo, pudo soportarlo la<br />

hinchazón de la cerviz herética; en cambio no pudo soportar aquello en que no preguntó ni<br />

respondió qué era, sino que dijo no era nada.<br />

Pero quiero ya averiguar si el ministro de Cristo no es nada. ¿Quién podría decir esto? ¿<br />

Cómo es, pues, verdadero: Ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios, que da el<br />

crecimiento, sino porque para una cosa es algo y no lo es para otra? Es algo para<br />

administrar y dispensar la palabra y el sacramento, y no lo es para purificar y justificar, ya<br />

que esto no lo realiza en el interior del hombre, sino el que ha creado al hombre entero y<br />

quien, permaneciendo Dios, se hizo hombre, es decir, aquel de quien se dijo: Purificó sus<br />

corazones con la fe 92 , y cree en el que justifica al impío 93 . Testimonio este que a Petiliano<br />

le pareció bien poner en mis palabras, pero que ni trató ni citó en las suyas.<br />

El caso de Judas<br />

LV. 67. Por consiguiente, el ministro, esto es, el dispensador de la palabra y del<br />

sacramento evangélico, si es bueno, es aliado del Evangelio, pero si es malo, no deja por<br />

eso de ser dispensador del mismo. Si es bueno, lo hace de buena gana; pero si es malo,<br />

esto es, buscando sus intereses, no los de Cristo, lo hace a la fuerza con vista a los<br />

intereses que busca.<br />

Atended, sin embargo, a lo que dijo el mismo Apóstol: Si lo hiciera por propia iniciativa,<br />

ciertamente tendría derecho a una recompensa. Mas si lo hago forzado, es una misión que<br />

se me ha confiado 94 . Como si dijera: "Si anuncio el bien siendo bueno, también yo lo<br />

alcanzo; pero si lo hago siendo malo, anuncio el bien". ¿Dijo acaso: "Si lo hago de mala<br />

gana, no seré dispensador?" Lo anunció Pedro y los otros buenos; Judas lo anunció contra<br />

su voluntad; con todo, con ellos lo anunció. Aquéllos tienen su recompensa, a éste se le<br />

confió la dispensación.<br />

Quienes al anuncio de todos ellos recibieron el Evangelio, pudieron ser limpios y<br />

purificados, no por el que plantaba o regaba, sino por el que da el crecimiento. No vamos<br />

a decir que Judas no bautizó, ya que estaba aún entre los discípulos cuando tenía lugar lo<br />

que está escrito: No era él quien bautizaba, sino sus discípulos 95 . Así es que, como aún no<br />

había entregado a Cristo, Judas, que tenía la bolsa y se apropiaba de lo que en ella se<br />

echaba, y no pudo ser inocente guardián del dinero, fue, sin embargo, dispensador de la<br />

gracia sin perjuicio de los que la recibían; o si no bautizaba, habéis de confesar que<br />

ciertamente evangelizó. Y si tomáis esto como cosa sin importancia, pensad qué opináis<br />

del mismo apóstol Pablo, que dice: No me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el<br />

Evangelio 96 .<br />

Además, da la impresión de que comienza a ser más importante Apolo, que regó con el<br />

bautismo, que Pablo, que plantó evangelizando, y, sin embargo, reivindica por esto para sí<br />

el oficio de padre respecto a los corintios y no les otorga ese nombre a los que llegaron a<br />

ellos después de él. Dice en efecto: Aunque hayáis tenido diez mil pedagogos en Cristo, no


habéis tenido muchos padres. He sido yo quien, por el Evangelio, os he engendrado en<br />

Cristo Jesús 97 . Les dice: He sido yo quien os he engendrado; y en otro lugar les dice: Doy<br />

gracias a Dios por no haber bautizado a ninguno de vosotros fuera de Crispo y Gayo y la<br />

familia de Estéfana 98 . De suerte que los había engendrado no por sí, sino por el Evangelio.<br />

Aunque él buscara sus intereses y no los de Cristo e hiciera esto de mala gana sin<br />

recompensa personal, dispensaría, sin embargo, la hacienda del Señor, que aunque él<br />

fuese malo, no se les tornaría mala a los que la recibieran bien.<br />

Un ministro malo, dispensador de un bautismo santo<br />

LVI. 68. Si esto se dice rectamente del Evangelio, ¡con cuánto mayor motivo se ha de<br />

decir del bautismo, que tan íntimamente va unido al Evangelio, que sin él nadie llega en<br />

verdad al reino de los cielos; siempre, claro, que el sacramento vaya acompañado por la<br />

justicia! El que dijo: El que no nazca de agua y de Espíritu, no puede entrar en el Reino de<br />

Dios 99 , dijo también: Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no<br />

entraréis en el Reino de los cielos 100 .<br />

La forma del sacramento se da por el bautismo, la de la justicia por el Evangelio: el uno<br />

sin el otro no lleva al reino de los cielos. Sin embargo, aun los menos doctos pueden<br />

bautizar perfectamente, pero evangelizar cabalmente es obra mucho más difícil y rara. Por<br />

ello el Doctor de las Gentes, muchísimo más excelente que todos, fue enviado a<br />

evangelizar, no a bautizar, ya que esto pueden realizarlo muchos, y aquello pocos, entre<br />

los cuales sobresalía él.<br />

Y, sin embargo, leemos que él en algunos pasajes habló de mi Evangelio 101 , pero jamás<br />

de "mi bautismo" ni tampoco del que cualquiera que lo administró. Sólo el bautismo que<br />

dio Juan se llamó bautismo de Juan; este varón recibió como privilegio principal de su<br />

dispensación que el sacramento precursor del lavado recibiera el nombre de quien lo<br />

dispensaba; en cambio, el bautismo que administraron los discípulos de Cristo no recibió<br />

el nombre de ninguno de ellos, a fin de que se entendiera ser de aquel de quien se dijo:<br />

Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola<br />

mediante el baño del agua, en virtud de la palabra 102 .<br />

Por consiguiente, si el Evangelio, que de tal modo es de Cristo que puede llamarlo suyo el<br />

ministro por el privilegio de la dispensación, si ese Evangelio puede recibirlo el hombre sin<br />

peligro aun por un mal dispensador haciendo lo que dice, pero no haciendo lo que él hace,<br />

¡con cuánta mayor razón puede, cualquiera que se acerca a Cristo con buena fe, recibir sin<br />

contagio del mal ministro el bautismo de Cristo, que ningún apóstol administró<br />

atreviéndose a llamarlo suyo!<br />

Los auténticos traditores<br />

LVII. 69. Por tanto, si Petiliano, como no dejé de demostrar que no iban contra nosotros<br />

los testimonios que citó de las Escrituras, en parte no rozó en absoluto los que yo puse, y<br />

en parte, en los que quiso comentar, no hizo otra cosa que demostrar que no encontraba<br />

salida, no es menester exhortaros o amonestaros a vosotros para que veáis lo que debéis<br />

mantener, lo que tenéis que rechazar.<br />

Pero quizá en los testimonios de las santas Escrituras apareció él tan flojo y, en cambio,<br />

logró algo con los documentos que generaron los hombres sobre el mismo cisma. En<br />

verdad, aun con éstos, aunque sea superflua la búsqueda después de los testimonios<br />

divinos, ¿qué recordó o qué probó? Él, habiendo lanzado tan duras invectivas contra los<br />

traditores y proclamado también contra ellos testimonios de los santos Libros, nada, sin<br />

embargo, dijo que nos delatara como traditores.<br />

Yo, en cambio, recordé que Silvano de Cirta, a quien después de algunos otros sucedió él,<br />

cuando aún era subdiácono, fue citado como traditor en las actas municipales. Contra esto<br />

no osó él musitar una palabra. Veis ciertamente qué relación íntima le obligaba a<br />

responder, para demostrar que su predecesor, y no sólo colega, sino aun, diría yo,<br />

compañero de cátedra, era inocente de la acusación de traditor, ya que sobre todo<br />

vosotros hacéis consistir toda vuestra causa en llamar traditores a los que simuláis o<br />

pensáis que por el camino de la comunión han seguido a los traditores.<br />

Petiliano, pues, por el imperativo de vuestra causa, si yo dijera que había sido señalado


como traditor en las actas municipales algún miembro de vuestro partido de Rusica o de<br />

Calama, o de cualquier otra ciudad, se vería obligado a defenderlo a toda costa, y, sin<br />

embargo, enmudeció sobre su predecesor. ¿Por qué, sino porque no encontró aquí niebla<br />

alguna que esparcir para así engañar al menos a los hombres de mente más torpe y<br />

perezosa? ¿Qué diría, sino que eran falsas las acusaciones sobre Silvano? Pero leemos las<br />

actas y decimos cuándo sucedió y cuándo le fue comunicado al consular Zenófilo. ¿Cómo<br />

resistiría él a estas actas, cercado por la causa tan noble de la Católica, siendo tan mala la<br />

vuestra? Por esto recuerdo estas palabras tomadas de aquella carta mía, a la cual parece<br />

quiso responder mediante ésta que ahora refuto, precisamente para que veáis con qué<br />

invencible vigor ha sido expuesta la causa contra la que él no pudo encontrar salida más<br />

segura que el silencio.<br />

Otro silencio de Petiliano<br />

LVIII. 70. Recordó como si fuera contra nosotros el texto del Señor, tomado del<br />

Evangelio, que dice: Vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos<br />

rapaces. Por sus frutos los conoceréis 103 . Yo le respondí: "Consideremos, pues, los frutos".<br />

Y a continuación añadí: "Reprocháis la entrega; esta misma os reprochamos nosotros a<br />

vosotros con mucha mayor probabilidad". Y para no divagar mucho, en la misma ciudad de<br />

Constantina vuestros antepasados ordenaron como obispo a Silvano en el mismo comienzo<br />

de su cisma. Siendo éste aún subdiácono, fue señalado abiertamente como traditor según<br />

las actas municipales. Si vosotros presentáis algunos documentos contra nuestros<br />

antepasados, la equidad exige tenerlos a unos y otros por verdaderos o por falsos.<br />

Si son verdaderos unos y otros, sois vosotros sin género de duda reos de cisma, vosotros<br />

que simulasteis evitar en la comunión del orbe entero las iniquidades que teníais en la<br />

parcela de vuestra división.<br />

Si unos y otros son falsos, sois también vosotros reos del cisma al mancharos con el<br />

enorme crimen de la separación por causa de unos falsos delitos de los traditores. Y si<br />

presentamos nosotros algunos datos verdaderos y vosotros ninguno, o presentamos datos<br />

verdaderos y vosotros falsos, no hay más que discutir sobre el candado que debéis poner<br />

a vuestra boca.<br />

¿Qué sucedería si la santa y verdadera Iglesia de Cristo os dejara convictos y derrotados,<br />

aunque nosotros no tuviéramos ningún documento relativo a la entrega de los libros<br />

sagrados o los tuviéramos falsos y vosotros tuvierais algunos y verdaderos? ¿Qué os<br />

quedaría ya sino amar la paz, si lo tenéis a bien, y si no al menos imponeros silencio? En<br />

efecto, manifestarais lo que manifestarais ahora, os daría una respuesta bien sencilla y<br />

verdadera: vosotros debisteis demostrar eso entonces a la unidad de la Iglesia entera y<br />

católica esparcida y confirmada ya a través de tantos pueblos, de suerte que vosotros<br />

quedarais dentro y fueran arrojados aquellos a quienes dejarais convictos.<br />

Si habéis intentado hacer esto, sin duda no pudisteis demostrarlo, y vosotros, vencidos o<br />

airados, con sacrilegio detestable os separasteis de inocentes que no podían condenar<br />

hechos inciertos. Y si no intentasteis hacer esto, molestos por un poco de cizaña en África,<br />

os separasteis, con ceguera tan execrable e impía, del trigo de Cristo que crece por todo el<br />

campo, esto es, por todo el mundo hasta el fin.<br />

Nada en absoluto responde Petiliano a este pasaje que he recordado, tomado de mi carta.<br />

Y veis por cierto que estas pocas palabras encierran toda la cuestión debatida entre<br />

nosotros. Claro, ¿qué va a intentar decir, si quedaría vencido en cualquier cosa que<br />

eligiera?<br />

71. Cuando presentamos documentos sobre los traditores, nosotros contra los vuestros,<br />

vosotros contra los nuestros -suponiendo que vosotros presentéis algunos, cosa que hasta<br />

el presente ignoramos en absoluto, pues no pasaría sin insertarlos en su carta el mismo<br />

Petiliano, que con tanta diligencia procuró citar y consignar contra mí las partes de las<br />

actas que se refieren al asunto-, si, como decía, nosotros y vosotros presentamos tales<br />

documentos, con toda certeza o unos y otros son verdaderos, o unos y otros son falsos, o<br />

los nuestros verdaderos y los vuestros falsos, o falsos los nuestros y los vuestros<br />

verdaderos. No existen más alternativas.<br />

Lo absurdo del cisma


LIX. 72. De todos modos, en cada una de las cuatro hipótesis la verdad está en favor de<br />

la comunión católica. En efecto, si unos y otros documentos son verdaderos, no debíais en<br />

modo alguno haber abandonado la comunión del mundo entero por personas iguales a las<br />

que también vosotros teníais.<br />

Si unos y otros son falsos, no teniendo valor esas acusaciones, había que evitar a toda<br />

costa el pecado de la división.<br />

Si los nuestros son verdaderos y falsos los vuestros, tiempo ha que no tenéis nada que<br />

hacer.<br />

Si son verdaderos los vuestros y los nuestros falsos, pudimos aquí equivocarnos con todo<br />

el orbe sobre la iniquidad de los hombres, no sobre la verdad de la fe. En efecto, la<br />

descendencia de Abrahán, extendida por todo el orbe, no debió prestar atención a lo que<br />

vosotros decíais que conocíais, sino a lo que probaseis ante los jueces. ¿Cómo sabemos<br />

qué hicieron los que fueron acusados por vuestros antepasados, aunque se les achacaran<br />

cosas verdaderas, para que los jueces o ciertamente la Iglesia, extendida por todas<br />

partes, que no debía prestar atención sino a las sentencias de esos jueces, no juzgaran las<br />

acusaciones como verdaderas, sino como falsas?<br />

Dios no absuelve todos los crímenes de los hombres que, como hombres, no pueden<br />

conocer esos jueces; sin embargo, pienso que no se puede tener justamente como<br />

culpable a nadie que haya tenido por inocente a un hombre cuya culpabilidad no ha sido<br />

demostrada. ¿Cómo es, pues, culpable el orbe de la tierra si no pudo conocer el crimen,<br />

quizá verdadero incluso, de los africanos, y no pudo conocerlo o porque nadie lo delató<br />

ante él, o porque en la denuncia se dio más crédito a los jueces que llevaban la cuestión<br />

que a los vencidos murmuradores?<br />

Se debe, pues, alabar a Petiliano por haber pasado en silencio este argumento al verlo<br />

totalmente insuperable; pero no se le puede alabar por haber intentado cubrir con nubes<br />

de palabras las cuestiones igualmente insuperables que pensó podían oscurecerse, y por<br />

haberme encausado a mí, cuando él había perdido su causa, sin decir tampoco nada de mí<br />

que no fuera totalmente falso, o en nada reprochable, o no relacionado conmigo.<br />

Entre tanto, vosotros, a quienes invoqué como jueces entre él y yo, ¿sabéis distinguir<br />

entre lo verdadero y lo falso, entre lo hinchado y lo sólido, entre lo turbulento y lo sereno,<br />

entre las predicciones divinas y los juicios de los hombres, entre probar y acusar, entre los<br />

documentos y los inventos, entre la prosecución de una causa y la huida de la misma?<br />

Si lo sabéis, muy bien; pero si no lo sabéis, no nos arrepentiremos de habernos<br />

preocupado de vosotros, ya que aunque vuestro corazón no se vuelve a la paz, nuestra<br />

paz sí se vuelve hacia vosotros.<br />

RÉPLICA AL GRAMÁTICO CRESCONIO, DONATISTA<br />

Traductor: P. Santos Santamarta, OSA<br />

LIBRO PRIMERO<br />

La carta de Cresconio a Agustín<br />

I. 1. Ignoro, Cresconio, cuándo llegarán mis libros a tus manos, aunque no desespero de<br />

que lleguen, igual que pudieron llegar los tuyos a las mías, si bien mucho después de ser<br />

escritos. Me refiero a lo que te pareció que debías escribir para refutar mi escrito en que<br />

respondí, con la brevedad que me fue posible y sólo en parte, a vuestro obispo, Petiliano<br />

de Cirta, que se esforzaba por fundamentar la iteración del bautismo, y atosigaba a<br />

nuestra comunión no con el peso de los documentos, sino con la ligereza de la calumnia.<br />

Aún no tenía en mi poder la carta entera, sino su breve primera parte. No hay necesidad<br />

de investigar por qué sucedió así, ya que no tuve reparo alguno en contestar a toda ella,<br />

una vez que, después, llegó entera a mis manos.<br />

Ahora bien, si no respondiera a la carta que me has enviado, quizá lo consideraras como<br />

una afrenta; pero temo que al hacerlo me creas ansioso de pelea. Te encontraste con mi


carta, aunque no iba dirigida a ti. Sólo porque te parecía que atacaba a un obispo del<br />

partido de Donato pensaste que era obligación tuya asumir la responsabilidad de la réplica<br />

y llevarla a cabo. A ello te llevó la conciencia de poseer cierta capacidad, aunque no<br />

estabas obligado por oficio clerical alguno. Según eso, ¿cuánto menos me está permitido a<br />

mí, en atención a las exigencias de mi cargo, callar frente a Petiliano o frente a ti mismo,<br />

ya que él ataca a la Iglesia por la cual combato yo, y tú en cuestión semejante has<br />

compuesto, presentado y redactado un texto dirigido nominalmente a mí?<br />

2. En la primera parte te has esforzado por hacer sospechosa la elocuencia a los ojos de<br />

los hombres. Pues primero como alabando mi oratoria y luego como temiendo que con<br />

este arte te engañara a ti y a cualquier otro persuadiéndoos al error, te lanzaste a acusar<br />

a la misma elocuencia, utilizando contra ella hasta el mismo testimonio de las santas<br />

Escrituras. Donde pensaste que se dijo: En la mucha elocuencia no evitarás el pecado, en<br />

realidad no se dijo: "En la mucha elocuencia", sino "en el mucho hablar". Y el mucho<br />

hablar es un discurso superfluo, vicio adquirido por el afán de locuacidad. Por lo general,<br />

tienen afán de hablar aun los que ignoran lo que dicen o cómo lo dicen, ya con relación a<br />

la cordura de sus opiniones, ya con relación a la recta pronunciación u orden de las<br />

palabras que se aprenden en la gramática.<br />

En cambio, la elocuencia es la facultad de hablar explicando convenientemente lo que<br />

pensamos, de la cual se debe usar cuando se piensa lo recto. No la han usado así los<br />

herejes. Si ellos hubieran pensado lo recto, no solamente no habría nada malo, sino hasta<br />

algo bueno que hubieran podido explicar con elocuencia. Por tanto, en vano has acusado a<br />

la elocuencia con la mención de esos ejemplos. No se debe dejar de armar a los soldados<br />

en defensa de la patria porque algunos hayan tomado las armas contra ella; como<br />

tampoco deben dejar de usar los médicos buenos y competentes los instrumentos<br />

quirúrgicos con vistas a la salud, porque los malos e incompetentes abusen de ellos para<br />

hacer perecer. ¿Quién ignora que como la medicina es útil o inútil según sea útil o inútil lo<br />

que se pretende, así la elocuencia, es decir, la práctica y facilidad de hablar, es útil o inútil<br />

según sea útil o inútil lo que se dice? Pienso que tampoco tú ignoras esto.<br />

Cresconio cae en lo que critica<br />

II. 3. Al ver que algunos me tienen por elocuente, para apartar de mí el interés del lector<br />

o del oyente, se te ocurrió -pienso- que debías atacar mi elocuencia; de suerte que no<br />

atienda a lo que digo todo el que, asustado por ti, juzgue que hablo con elocuencia y, por<br />

eso mismo, que debe esquivarme o huir de mí. Mira si lo que has hecho no pertenece al<br />

arte malvado que muchos, según tu cita de Platón, juzgaron debe ser desterrado de la<br />

ciudad y aun de la sociedad del género humano.<br />

Esto no es elocuencia -que yo lamento no haya venido en mi ayuda para explicar como<br />

deseo lo que siento-, sino algo como la ocupación maligna del sofista que se propone<br />

defender el pro y el contra de todo, y no precisamente según sus convicciones, sino por<br />

espíritu de rivalidad y propio interés. De éste dice la santa Escritura: El que habla al estilo<br />

del sofista es odioso 1 . De dicha ocupación me parece que trata el apóstol Pablo de apartar<br />

al joven Timoteo, cuando dice: Evita las contiendas de palabras, que no sirven para nada,<br />

si no es para la perdición de los que escuchan 2 . Y para que no se pensara que quería<br />

impedirle la habilidad del bien hablar, añadió luego: Cuida de presentarte ante Dios como<br />

un obrero aprobado que no se avergüenza y trata como debe la palabra de la verdad 3 .<br />

Sin duda, éste es el sentimiento que se te coló en el espíritu; en efecto, me presentaste<br />

como elocuente y vituperaste la elocuencia por afán de contradicción; no precisamente<br />

porque pensaras así, sino con el fin de apartar de mí a los espíritus deseosos de aprender.<br />

¿Cómo voy a creer que lo hiciste por convicción, sabiendo cómo soléis ponderar la<br />

elocuencia de Donato, de Parmeniano y de otros de los vuestros? ¿Habría algo más útil<br />

que ella si sus abundantes olas se moviesen en favor de la paz de Cristo, de la unidad, de<br />

la verdad, de la caridad? Pero ¿para qué hablar de otros? ¿No has descubierto en ti mismo<br />

que no es por estar convencido, sino por afán de rivalidad, por lo que te has convertido en<br />

vituperador de la elocuencia, ya que todo lo que escribiste no es sino un conato de<br />

persuadir por la elocuencia y acusar luego con elocuencia a la misma elocuencia?<br />

Cresconio debería imitar a los suyos<br />

III. 4. ¿A qué viene -te suplico- lo que dices sobre tu inferioridad con respecto a mí en el


arte de hablar y en no haberte instruido lo suficiente en los modelos de la ley cristiana? ¿<br />

Acaso te forcé yo a escribir contra mí? Por tanto, eso no es sino el grito del que rehúsa o<br />

se excusa. Si, en efecto, no estás bastante instruido, ¿por qué no procuras callarte, o<br />

hablas para mostrar deseos de instruirte?<br />

Dices que yo insisto y provoco siempre a que los vuestros discutan conmigo para dilucidar<br />

la cuestión de la verdad; pero que los vuestros proceden con más prudencia y paciencia,<br />

ya que en la iglesia siempre enseñan a la gente lo que está mandado en la Ley y no se<br />

preocupan de respondernos porque saben que si la Ley divina y tantos documentos de las<br />

Escrituras canónicas no pueden persuadirnos qué es lo mejor y más verdadero, nunca<br />

autoridad humana tras la discusión de los errores podrá devolvernos a la regla de la<br />

verdad. ¿Por qué entonces tú has juzgado bueno hablar contra nosotros mientras ellos se<br />

callan? Pues si hacen bien, ¿por qué no imitarlo? Y si mal, ¿por qué lo alabas?<br />

5. Afirmas que, con intolerante arrogancia, creo poder explicar lo que ha parecido a otros<br />

inexplicable y por eso lo han dejado al juicio de Dios. Pero poco más arriba habías dicho<br />

que yo pretendía acabar, después de tantos años, después de tantos jueces y árbitros con<br />

la cuestión que no pudieron concluir tantos obispos instruidos de ambas partes discutiendo<br />

ante los emperadores. ¿Ciertamente soy yo el único que me preocupo de esto, el único<br />

que deseo liquidar esta cuestión con la discusión? Pienso que si hubieras querido culpar<br />

sólo a los nuestros de intentar esto, no confesarías que también los vuestros se<br />

mantuvieron en ese intento. Como no puedes ya reprender aquel esfuerzo, aquella<br />

voluntad insistente, en atención a la participación de los vuestros, no quiero ser ajeno a<br />

esa buena obra. ¿Por qué me acusas, por qué me reprochas? ¿Será acaso por celos? No<br />

hay que creer esto temerariamente de ti. No queda sino que por espíritu de pelea trates<br />

de reprocharme a mí lo que te ves forzado a alabar en los vuestros.<br />

Sólo hace falta conocer la resolución, que ya existe<br />

IV. 6. "Pero es una intolerable arrogancia presumir de poder resolver uno solo lo que ha<br />

quedado sin resolver entre tantos y de tal categoría". Te ruego no me atribuyas a mí solo<br />

esto; somos muchos los que estamos insistiendo para que se resuelva esto, más aún, para<br />

que se reconozca ya resuelto. Los que dijeron que no se había resuelto son precisamente<br />

aquellos que no quisieron aceptar la solución y os lo ocultaron a vosotros, a fin de que,<br />

engañados por su autoridad, creáis que no se ha resuelto.<br />

En cambio, los nuestros, desde el momento en que se resolvió, no cesaron un momento<br />

de dar a conocer esa solución, por todos los medios públicos y privados a su alcance, a fin<br />

de que nadie persistiese en error tan funesto y se lamentase en el último día de la<br />

negligencia de los ministros de Dios para con él. Por tanto, no somos nosotros los que<br />

queremos reconsiderar desde el comienzo una causa ya solucionada hace tiempo, sino<br />

mostrar cómo se solucionó, sobre todo pensando en aquellos que lo ignoran. Así, convictos<br />

los defensores del error, o bien corrigiéndose, ellos mismos alcancen la liberación, o bien,<br />

refutados ellos y permaneciendo en su abierta contumacia, los que son más amantes de la<br />

verdad que de la rivalidad puedan ver lo que han de seguir.<br />

El esfuerzo no ha sido estéril<br />

V. 7. No sucede esto sin fruto, como piensas. Si pudieras ver cómo este error había<br />

invadido África a lo largo y a lo ancho, y cuán pocas son las regiones de ella que<br />

permanecen sin haber pasado, tras su enmienda, a la paz católica, no tendrías en modo<br />

alguno por infructuosa y vacía la insistencia de los defensores de la paz y unidad cristiana.<br />

Aunque alguna vez no dé fruto la aplicación esmerada de esta medicina, sí basta para dar<br />

cuenta de que no se cesó de aplicarla. Como el maligno inductor al pecado, aunque no<br />

haya persuadido a nadie, incurre justamente en la pena del seductor, así el fiel apóstol de<br />

la justicia, aunque los hombres lo rechacen, no perderá ante Dios la recompensa de su<br />

trabajo. Se trata de una tarea cierta con un fin incierto; incierto, digo, no en cuanto al<br />

premio del que lo realiza, sino en cuanto a la actitud del que escucha. Es incierto para<br />

nosotros si dará su asentimiento aquel al que se le predica la verdad, pero es cierto que es<br />

preciso predicar aun a éstos la verdad, como es cierto que los que la predican fielmente<br />

tendrán una justa recompensa, sean aceptados, sean despreciados o tengan que sufrir por<br />

ello temporalmente cualesquiera adversidades. Dice el Señor en el Evangelio: Al entrar en<br />

la casa, decid: Paz a esta casa. Si son dignos los que moran en ella, vuestra paz reposará<br />

sobre ellos; si no, volverá a vosotros 4 . ¿Acaso les garantizó que habían de aceptar la paz


aquellos a quienes la predicaran? En cambio, sí les dio una seguridad para que la<br />

predicasen sin vacilación.<br />

El precepto de Pablo a Timoteo<br />

VI. 8. También el apóstol Pablo dice: El siervo del Señor no debe ser litigioso, sino<br />

condescendiente con todos; capaz de escuchar y sufrido; debe corregir con mansedumbre<br />

a los de otra opinión, por si Dios les concede la conversión al conocimiento de la verdad y<br />

se libran del lazo del diablo, de cuya voluntad son cautivos 5 . Fíjate cómo no quiere que el<br />

tal ande con altercados; pero sí que corrija con moderación a los que piensan de otra<br />

manera, a fin de que el siervo de Dios no vaya a tomar la prohibición de la petulancia<br />

como ocasión de negligencia. Pero como muchos, siguiendo en sus pecados o no<br />

encontrando qué responder y, sin embargo, resistiéndose a la verdad, encuentran pesada<br />

y molesta la misma corrección que se les hace con suavidad, califican de litigiosos y<br />

porfiados a los que se cuidan de ellos y no andan con disimulos para convencerlos de su<br />

error. La falsedad que temió ser descubierta y refutada acusa a la diligencia por la verdad<br />

con el nombre de aquellos vicios que la verdad condena. Pero ¿se va a abandonar por ello<br />

esa insistencia?<br />

Mira cómo el mismo Apóstol apremia a Timoteo, para que no se le cuele alguna<br />

negligencia en la predicación de la verdad por causa de esos hombres a quienes es<br />

molesto su anuncio. Dice: Yo te conjuro ante Dios y ante Jesucristo, que ha de juzgar a<br />

vivos y muertos, y por su venida y por su reino: predica la palabra, insiste a tiempo y a<br />

destiempo, corrige, exhorta, reprende, con toda paciencia y doctrina. ¿Quién al oír esto, si<br />

sirve con fidelidad al Señor, si no es un operario fingido, va a cesar en esa diligencia e<br />

insistencia? ¿Quién se atreverá a mostrarse negligente ante tal conjuro? Por consiguiente,<br />

que no nos aturda en esta causa tu palabrería; predicamos en verdad con el auxilio del<br />

Señor nuestro Dios la utilidad de la unidad, la piedad, la santidad; predicamos a tiempo a<br />

los que lo quieren, a destiempo a los que se resisten, y mostramos con todas nuestras<br />

fuerzas que este asunto entre nosotros y el partido de Donato ha quedado resuelto ya<br />

hace tiempo en favor y en contra de quienes lo ha sido.<br />

Dos clases de hombres pendencieros<br />

VII. 9. Quienes ya con obstinada astucia patrocinan la falsedad o por envidiosa jactancia<br />

alaban a la verdad, reconozcan en sí el nombre y la acusación de porfiada animosidad. El<br />

apóstol Pablo pone de manifiesto esta doble clase de gente pendenciera: la primera, en<br />

Alejandro, del cual dice: Alejandro, el broncista, me ha mostrado mucha maldad. El Señor<br />

le pagará según su conducta. Tú evítalo también, porque ha puesto muchas trabas a<br />

nuestra predicación 6 ; y la segunda, en aquellos de quienes dice: Hay, sí, algunos que,<br />

llevados por espíritu de envidia y afán pendenciero, anuncian a Cristo, sin rectitud de<br />

intención, creyendo añadir tribulación a mis cadenas 7 . Estos sin duda anunciaban lo<br />

mismo que Pablo, pero no con la misma intención, con la misma voluntad; no por caridad,<br />

sino por envidia, como dijo; por terquedad, intentando con soberbia adelantarse y<br />

anteponerse al apóstol Pablo en esa misma predicación. No llevó esto a mal el Apóstol,<br />

más bien se alegró de ver que ellos predicaban lo que deseaba se difundiera por todas<br />

partes; dice así: Pero ¿qué importa, con tal que de cualquier modo, por oportunismo o por<br />

verdad, Cristo sea anunciado? 8 Ellos anunciaban ciertamente la verdad, esto es, a Cristo,<br />

aunque no con la verdad de su corazón, porque no lo hacían con intención sincera, sino<br />

con emulación retadora.<br />

Así es que tú, que no puedes ser juez de nuestro corazón, advierte solamente si resistimos<br />

a la verdad o deseamos refutar a los que se resisten a ella. Sin duda, si persuadimos la<br />

verdad y refutamos el error, aunque no sea con rectitud de intención, antes bien,<br />

buscando ganancias de este siglo y la gloria humana, deben alegrarse los amadores de la<br />

verdad, ya que con este motivo se predica la verdad, como dice el Apóstol: También de<br />

esto me alegrare 9 . Si, por el contrario -como Dios particularmente sabe y podías tú saber,<br />

según la capacidad humana, si vivieras con nosotros-, nos entregamos con solícita caridad<br />

a la fatiga que reclama este servicio, pienso que es injusto reprender nuestro ministerio si<br />

con espíritu ferviente luchamos por la verdad contra cualesquiera adversarios de la misma.<br />

Cristo discutió hasta con Satanás<br />

VIII. 10. Si vosotros tenéis por altercador o apasionado o sembrador de discordias a


quien procura abrir o sostener un debate, mirad lo que tenéis que pensar del mismo Señor<br />

Jesucristo y de sus siervos los profetas y los apóstoles. En efecto, ¿acaso el mismo Señor,<br />

Hijo de Dios, predicó la verdad sólo a los apóstoles o a la muchedumbre que creyó en él? ¿<br />

No la predicó también a sus enemigos y detractores que le preguntaban, se le oponían y<br />

maldecían? ¿Acaso tuvo el menor reparo en disputar a solas sobre la oración con una<br />

mujer contra el parecer o la secta de los samaritanos 10 ? Dirás que él sabía de antemano<br />

que iba a creer. ¿Cómo? ¡Cuántas cosas no echó en cara repetidamente y en su misma<br />

presencia a los judíos, fariseos y saduceos, que no sólo no iban a creer, sino que incluso le<br />

contradirían al máximo y le perseguirían! ¿Acaso no les preguntó por propia iniciativa lo<br />

que quiso y cuando quiso, intentando dejarlos convictos por su propia respuesta? ¿No les<br />

respondió sin ambigüedad alguna cuando ellos le intentaban coger por medio de preguntas<br />

insidiosas, y no tenían qué replicar a su respuesta? Ahora bien, no se lee que ninguno de<br />

ellos se convirtiese para seguirle, no obstante dichas discusiones. Y bien sabía él con su<br />

presciencia que el decirles estas cosas a ellos o contra ellos de nada les aprovecharía para<br />

su salvación. Pero quizá con su ejemplo nos confortó a nosotros, que no podemos conocer<br />

de antemano la fe o falta de la misma en los hombres. De este modo, si alguna vez<br />

predicamos a espíritus endurecidos y perversos sin fruto para su salvación, no<br />

desfallezcamos ni desistamos en la tarea de la predicación, sintiendo disgusto por un<br />

trabajo inútil.<br />

¿Qué decir respecto al diablo? Ya no es sólo Dios; ni siquiera los hombres pueden dudar de<br />

que de ningún modo se ha de convertir. Y, sin embargo, el Hijo de Dios lo dejó convicto<br />

con sus respuestas tomadas de las Sagradas Escrituras, cuando él le tentó insidiosamente<br />

y le propuso preguntas capciosas inspirándose en las mismas Sagradas Escrituras. Cristo<br />

no consideró indigno dialogar con el mismo Satanás sobre los oráculos divinos 11 . ¿No<br />

preveía que, aunque no iba a ser de utilidad para los judíos y para el diablo, sería de<br />

provecho para los gentiles que iban a creer?<br />

11. También leemos que fueron enviados profetas a hombres tan desobedientes, que Dios<br />

mismo, al enviarlos, les anticipaba que aquellos a quienes eran enviados no harían caso de<br />

sus palabras. Paso por alto que ellos, con el espíritu profético con que discernían el futuro,<br />

hubieran podido conocer también que sus palabras iban a ser despreciadas, y con todo no<br />

cesaban en su machacona insistencia. Bien claramente lo dice el señor al profeta Ezequiel:<br />

Vete, entra en la casa de Israel, y comunícales mis palabras. Pues no se te envía a un<br />

pueblo con una lengua desconocida: es a la casa de Israel; no es a pueblos numerosos,<br />

que hablan lenguas diferentes y difíciles que tú no podrás entender. Si te hubiese enviado<br />

a éstos, quizá te hubiesen escuchado. Pero la casa de Israel no te escuchará, porque no<br />

quiere escucharme a mí. Toda la casa de Israel tiene el corazón agitado y endurecido. Pero<br />

yo te he dado cara dura para hacer frente a su cara dura, y apoyaré tu combate contra el<br />

combate de ellos 12 .<br />

He aquí un siervo de Dios que es enviado con la orden de hablar a quienes no le habían de<br />

oír, anunciando el mismo Señor que le enviaba y mandaba hablar que no le escucharían. ¿<br />

Por qué causa, con qué fin, con qué fruto, con qué resultado es enviado al combate de<br />

predicar la verdad contra los que habían de oponérsele y no habían de obedecer? ¿Habrá<br />

alguno que se atreva a decir que los santos profetas de Dios cayeron en el mismo<br />

deshonor que dejas caer sobre mí al decir: "Si tú sabes que la cuestión de que se trata no<br />

puede ser solucionada por ti, por qué tomas inútilmente este trabajo, por qué emprendes<br />

un trabajo ineficaz, por qué peleas vanamente y sin fruto? ¿No es un gran error querer<br />

explicar lo que no puedes, si la ley amonesta diciendo: No busques lo que te venga grande<br />

para ti; no investigues lo que supera tus fuerzas 13 , y también: El hombre apasionado<br />

enciende querellas y el hombre iracundo agranda el pecado?" 14<br />

No te atreverías a decir esto a Ezequiel, enviado por la palabra de Dios a combatir con<br />

hombres que no le habían de obedecer, que habían de pensar en contra, hablar en contra,<br />

obrar en contra. Si te atrevieras, a buen seguro que te contestaría lo que respondieron los<br />

apóstoles a los judíos: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres 15 . Esto mismo te<br />

respondería yo.<br />

Los obispos han de defender la sana doctrina<br />

IX. 12. Si me pides ahora que te muestre dónde me ha mandado Dios a mí también esto<br />

que tú me prohíbes, recuerda que las Cartas del Apóstol no fueron escritas solamente para<br />

los oyentes del tiempo en que se escribían, sino también para nosotros, y no otro es el


motivo por el que se leen en la Iglesia. Presta atención también a lo que dice el Apóstol: ¿<br />

Buscáis una prueba de que Cristo habla en mí? 16 Recuerda no ya lo que dijo Pablo, sino lo<br />

que habló el mismo Cristo por él y recordé poco antes: Predica la palabra, insiste a tiempo<br />

y a destiempo 17 , y lo demás. Atiende también cómo dijo a Tito, cuando le explicaba las<br />

cualidades que debía tener el obispo, que era preciso fuera perseverante según la doctrina<br />

de la palabra digna de fe: Para que sea capaz de exhortar según la sana doctrina y refutar<br />

a los contradictores. Porque hay, sobre todo entre los circuncisos, muchos insubordinados,<br />

charlatanes y seductores, y es necesario refutarlos 18 . No dice que son tales sólo los que<br />

proceden de la circuncisión, sino sobre todo ellos. Sin embargo, afirmó con mandato<br />

inexorable que el obispo debía impugnar y refutar en la sana doctrina a los charlatanes y<br />

seductores. Reconozco que también me afecta a mí este mandato, y trato de cumplirlo<br />

según mis fuerzas; en esta tarea insisto con perseverancia según la ayuda del que me<br />

mandó. ¿Por qué te opones, por qué te alborotas, por qué me lo prohíbes, por qué me<br />

reprendes? ¿Hay que obedecerte a ti o a Dios?<br />

No se debe predicar sólo en los templos<br />

X. 13. A no ser que pretendas que estos documentos que he aducido de las santas<br />

Escrituras deben ser interpretados en el sentido de que -cosa que alabaste por hacerlo los<br />

vuestros- sólo en la iglesia hay que enseñar a los pueblos lo que manda la ley; quizá<br />

piensas que sólo en ella se debe corregir y dejar convictos a los que piensan de otra<br />

manera, de suerte que cada doctor trate de enmendar el error de los suyos, con la<br />

discusión y la predicación únicamente, pero si insiste en hacer esto con los que están<br />

fuera, se le debe considerar como un apasionado, pendenciero y peleón, "ya que el mismo<br />

Ezequiel, dices tú, y otros profetas eran enviados con palabras de Dios a su propio pueblo,<br />

es decir, israelitas a los israelitas".<br />

Cristo predicó a los judíos, fariseos, saduceos...<br />

XI. 14. Voy a responderte también a esto. Ya recordé antes que el mismo Señor Jesús,<br />

que se propuso como ejemplo a sus discípulos, expuso la verdad y no desdeñó responder<br />

sobre la Ley, no sólo a los judíos, sino también a los fariseos, saduceos, samaritanos y al<br />

mismo diablo, príncipe de todas las falacias y errores. Y para que no pienses que esto sólo<br />

estaba permitido al Señor y no a sus discípulos, escucha lo que se lee en los Hechos de los<br />

Apóstoles: Un judío llamado Apolo, originario de Alejandría, llegó a Éfeso. Era un hombre<br />

versado en la Escritura. Había sido instruido en el camino del Señor, y con ánimo ferviente<br />

hablaba y enseñaba ajustadamente lo referente a Jesús, aunque sólo conocía el bautismo<br />

de Juan. Se puso, pues, a actuar con valentía en la sinagoga. Cuando le oyeron Priscila y<br />

Aquila lo tomaron aparte y le expusieron con mayor precisión el camino del Señor. Como<br />

quería pasar a Acaya, los hermanos le animaron y escribieron a los discípulos para que le<br />

acogieran. Llegado allí, sirvió de mucho a los fieles del país, pues refutaba vigorosamente<br />

a los judíos en público, demostrando por las Escrituras que Jesús era el Cristo 19 . ¿Qué<br />

dices de esto? ¿Qué piensas? ¿No le acusarías de excitador porfiado y apasionado y de<br />

sembrador de discordias, si no os vierais oprimidos por la autoridad de libro tan santo?<br />

El ejemplo del apóstol Pablo<br />

XII. 15. ¿Acaso éste, por haber creído en Cristo siendo judío, debía refutar públicamente<br />

a los judíos que resistían a la fe cristiana y negaban que Jesús era Cristo, mientras que<br />

nosotros, por no haber seguido nunca el partido de Donato, no debemos refutar al partido<br />

de Donato que se resiste a la unidad cristiana? ¿Acaso el apóstol Pablo fue alguna vez<br />

adorador de los ídolos o estuvo en la secta de los epicúreos o estoicos, pues no sintió<br />

vergüenza ni pesar por hablar con ellos sobre la cuestión del Dios vivo y verdadero?<br />

Escucha lo que está escrito al respecto en el mismo libro: Mientras Pablo los esperaba en<br />

Atenas, su alma se llenó de indignación al ver la ciudad llena de ídolos. Así que discutía<br />

con los judíos en la sinagoga; con los gentiles los que adoraban a Dios, y todos los días,<br />

en la plaza, con los que allí se encontraban. Incluso algunos filósofos epicúreos y estoicos<br />

entablaron diálogo con él. Unos decían: ¿Qué querrá decir este charlatán? Y otros: Parece<br />

ser predicador de divinidades extranjeras 20 .<br />

Aquí tenemos cómo el apóstol Pablo no desdeñó conversar con los estoicos y epicúreos,<br />

sectas no sólo diversas, sino contrarias entre sí. Y esto, disputando no sólo fuera de la<br />

iglesia, sino incluso fuera de la sinagoga; y no cesó de predicar la verdad cristiana sin<br />

dejarse atemorizar por sus insultos ni ceder ante sus disputas y ataques. Atiende a lo que


testifica a continuación la Sagrada Escritura: Tomándole, pues, le llevaron al Areópago y le<br />

dijeron: ¿Se puede saber qué es eso que enseñas? Porque traes a nuestros oídos cosas<br />

extrañas; y queremos saber qué quiere ser ello. Es de saber que los atenienses todos y los<br />

extranjeros todos que allí vivían no tenían más pasatiempo que decir o escuchar<br />

novedades. Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo: Atenienses, todo me hace ver que<br />

sois los más religiosos de los hombres. Porque, al recorrer vuestra ciudad y contemplar<br />

vuestras estatuas, he encontrado también un altar con esta inscripción. Al Dios<br />

desconocido. Pues bien, ese a quien veneráis sin conocerlo es a quien yo os anuncio 21 ; y<br />

todo lo que sigue, que sería largo citar.<br />

Considera, te ruego, cómo es suficiente esto para la cuestión que ahora discutimos: que<br />

un hebreo, hijo de hebreos, apóstol de Cristo, se alce y hable, no en una sinagoga judía ni<br />

en una iglesia cristiana, sino en el Areópago de los atenienses, esto es, los griegos más<br />

contenciosos e impíos. Allí, en efecto, surgieron las sectas más dadas a hablar de los<br />

filósofos, algunas de las cuales, como la mencionada de los estoicos, entablan combates<br />

más de palabras que de ideas; esto es lo que prohibió el Apóstol a Timoteo al decirle que<br />

eso sólo sirve para la ruina de los oyentes 22 . De éstos, como sabes, dijo Tulio: "La<br />

controversia sobre palabras atormenta tiempo ha a los griegos, más deseosos de porfiar<br />

que de la verdad" 23 . Con todo, nuestro Pablo asumió su tarea de dirigirles la palabra y<br />

corregirlos, y sin dejarse atemorizar por el nombre de dicho lugar, que por el sonido<br />

proviene de Marte, que dicen es el dios de la guerra, allí dirigía sin temor palabras<br />

pacíficas a los que habían de creer; allí, ceñido con las armas espirituales, atacaba los<br />

perniciosos errores, y no temía, en su mansedumbre extrema, a los porfiados ni, en su<br />

extraordinaria simplicidad, a los dialécticos.<br />

Cresconio la emprende contra la dialéctica sirviéndose de ella<br />

XIII. 16. Sabes cómo floreció particularmente entre los estoicos la dialéctica, aunque<br />

hasta los mismos epicúreos, que no sólo no se avergonzaban, sino que tenían a gala el<br />

desconocimiento de las artes liberales, se jactaban de dominar y enseñar ciertas reglas de<br />

discusión, sirviéndose de las cuales nadie sería víctima del engaño. ¿Qué otra cosa es la<br />

dialéctica sino el arte de la discusión?<br />

He juzgado que tenía que explicar esto, porque tú has querido reprocharme esta misma<br />

dialéctica. Como si no se aviniera con la verdad cristiana, vuestros doctores han juzgado<br />

que huir de mí y evitarme en cualquier dialéctico es más prudente que refutarme y<br />

vencerme. Como no pudieron persuadirte esto, puesto que no tuviste reparo en discutir<br />

por escrito conmigo, acusaste en mi persona a la dialéctica, a fin de engañar a los<br />

ignorantes y alabar a los que no habían querido enfrentarse conmigo en la discusión.<br />

Pero tú ciertamente no te sirves de la dialéctica cuando escribes contra mí. ¿Por qué,<br />

pues, te has lanzado al peligro tan grande de la discusión, si no sabes discutir? O, si<br />

sabes, ¿por qué atacas a la dialéctica con la dialéctica mostrándote tan temerario o<br />

ingrato, que o no pones freno a la ignorancia que te lleva a la derrota o acusas a un<br />

conocimiento que te ayuda? Examino tu texto, el mismo que me has dirigido; veo que<br />

explicas algunas cosas con abundancia y elegancia de términos, esto es, como hombre<br />

elocuente; que argumentas con sutileza y agudeza, es decir, como hombre dialéctico y, sin<br />

embargo, censuras la elocuencia y la dialéctica. Si son perjudiciales, ¿por qué obras así? Y<br />

si no lo son, ¿por qué las atacas?<br />

Mas para no atormentarnos con una disputa de palabras cuando se conoce el contenido,<br />

no hemos de preocuparnos de los nombres que el hombre ha tenido a bien darle. Por<br />

tanto, si se ha de llamar elocuente a quien no sólo habla con abundancia y elegancia de<br />

términos, sino también con veracidad, y a su vez, si se ha de llamar dialéctico a quien<br />

argumenta no sólo con sutileza, sino también con veracidad, no eres ni elocuente ni<br />

dialéctico; no precisamente porque la dicción sea pobre y ordinaria, ni porque tu discusión<br />

sea roma y tosca, sino porque abusas de esa facultad y esa habilidad para defensa de la<br />

falsedad. Pero si se actúa con elocuencia y brío no sólo respecto a la verdad, sino también<br />

en una causa mala, bien se puede hablar de elocuencia o dialéctica, y entonces tú eres<br />

elocuente y dialéctico, porque expresas con elocuencia cosas sin consistencia y disputas<br />

con agudeza sobre las falsas. Pero volveré sobre tu caso.<br />

Como los estoicos, también San Pablo la usó


XIV. 17. Los estoicos fueron ciertamente grandes dialécticos. ¿Por qué el apóstol Pablo no<br />

evitó con toda cautela que conversasen con él y en cambio alabas a vuestros obispos<br />

porque no han querido hablar con nosotros por tenernos por dialécticos? O si también<br />

Pablo era dialéctico, y, por tanto, no temía hablar con los estoicos, porque no sólo argüía<br />

con agudeza, como ellos, sino también con veracidad, lo que no hacían ellos, guárdate de<br />

achacar a cualquiera como un crimen la dialéctica, de la cual confiesas se sirvieron los<br />

apóstoles. Al reprocharme esto, no pienso que te engañas por ignorancia, sino que<br />

engañas con astucia.<br />

Dialéctica es un vocablo griego, y si el uso lo admitiese, quizá pudiera llamarse en latín<br />

"disputatoria", como hombres bien conocedores de ambas lenguas llamaron "literatura" a<br />

la gramática. Como la gramática recibe su nombre de las letras, porque en griego las<br />

letras se llaman "grammata" (( D V : : " J " ), así la dialéctica recibió su nombre de la<br />

discusión, ya que la discusión en griego se llama * 4 " 8 @ ( Z o * 4 V 8 , . 4 l . Y como los<br />

antiguos llamaron al gramático, en latín, "litterator", así el nombre de dialéctico que se<br />

usa en griego, se llama en latín con más frecuencia y aprobación "disputator".<br />

Pienso que de esta manera no negarás al Apóstol la condición de "disputator", aunque le<br />

niegues el de "dialecticus". Reprobar, pues, en vocablo griego lo que te ves forzado a<br />

admitir en latín, ¿qué otra cosa es sino presentar una falacia a los indoctos, hacer una<br />

injuria a los doctos? Y si niegas que discute el Apóstol, que con tal asiduidad y elegancia lo<br />

hacía, das a entender que no conoces ni el griego ni el latín, o, cosa más creíble, engañas<br />

con una palabra griega a los que ignoran el griego y con una latina a los que no conocen el<br />

latín. ¿Qué cosa hay, no digo más ignorante, pues que tú conoces esto, sino más falsa en<br />

absoluto que, oyendo tantos y tan variados discursos del Apóstol que afirma la verdad y<br />

refuta la falsedad, negar luego que tenga la costumbre de discutir cuando esto no puede<br />

realizarse sino en la discusión?<br />

18. Si confiesas que él lo ha hecho habitualmente porque sus cartas te obligan a ello, pero<br />

pretendes que estos tratados no deben llamarse discusiones, sino conversaciones o cartas,<br />

¿para qué voy a tratar contigo por más tiempo, a fin de que los que ignoran esto aprueben<br />

o reprueben al que les plazca de los dos? Esto lo pruebo por las mismas Letras divinas,<br />

ante las que tienes que ceder; profiero sus mismas palabras, los mismos nombres de las<br />

cosas. En el mismo testimonio que he citado de los Hechos de los Apóstoles, hablas a<br />

propósito del mismo Pablo: Discutía con los judíos en la sinagoga, y con los gentiles y los<br />

que honraban a Dios en la plaza 24 . También está escrito en otro lugar, aunque trataba con<br />

el pueblo cristiano reunidos los hermanos en la iglesia: Un joven llamado Eutico estaba<br />

sentado en una ventana y, mientras Pablo discutía, se quedó profundamente dormido 25 . Y<br />

también en el libro de los Salmos: Que le complazca mi discusión 26 . Lo mismo en el<br />

profeta Isaías: Venid, discutamos, dice el Señor 27 . Y en otros muchos lugares de las<br />

divinas Escrituras, lee donde encuentres esta palabra, y examina los códices griegos en los<br />

mismos testimonios de las santas Escrituras, y verás por qué se la llamó dialéctica. De<br />

esta manera, lo que hacen incluso con Dios todos los justos, a los que se dijo: Venid,<br />

discutamos, dice el Señor 28 , imitarás con sensata piedad en lugar de acusarlos con necia<br />

temeridad.<br />

El falso y el verdadero dialéctico<br />

XV. 19. El que discute discierne en la discusión lo verdadero de lo falso. Los que no<br />

pueden hacerlo y quieren, sin embargo, parecer dialécticos, mediante preguntas insidiosas<br />

captan el asentimiento de incautos, a fin de sacar de sus respuestas motivo para reírse de<br />

los engañados en abierta falsedad o persuadirles con engaño una falsedad oculta, que con<br />

frecuencia ellos mismos tienen por verdad. En cambio, el verdadero dialéctico, es decir, el<br />

que sabe separar lo verdadero de lo falso, primero se ocupa de no engañarse a sí mismo<br />

haciendo una falsa distinción, cosa que no puede realizar sin el auxilio divino. Luego,<br />

cuando propone a los otros lo que él ha conseguido en sí mismo, comienza examinando<br />

qué es lo que conocen ya como cierto, para mediante eso llevarlos a lo que no conocían o<br />

no querían creer, demostrando que estas cosas derivan de las que retenían por ciencia o<br />

fe. De este modo, por aquellas verdaderas, con las cuales ven que estaban de acuerdo, se<br />

ven forzados a aprobar las otras verdaderas que habían negado, y así lo verdadero que<br />

antes se tenía como falso se distingue de lo falso, al ver que está de acuerdo con lo que ya<br />

antes se tenía por verdadero.


El dialéctico y el orador<br />

XVI. 20. Si el verdadero dialéctico realiza esto amplia y extensamente, actúa<br />

elocuentemente, y entonces se le enriquece con otro vocablo, de modo que se le llama<br />

más apropiadamente orador que dialéctico. He aquí cómo el Apóstol amplía y desarrolla<br />

con profusión un pasaje: En todo nos afirmamos como ministros de Dios; por una gran<br />

paciencia, en las tribulaciones, en las angustias, en los azotes, en las cárceles, en las<br />

sediciones, en las fatigas, en las vigilias, en los ayunos; por la castidad, la ciencia, la<br />

longanimidad, la bondad, por el Espíritu Santo, por una caridad sincera, por las palabras<br />

de verdad, por el poder de Dios; con las armas de la justicia en la derecha y en la<br />

izquierda; en la gloria y en la ignominia, en la calumnia y en la buena fama, tenidos como<br />

impostores, siendo veraces; como desconocidos, siendo bien conocidos, como<br />

moribundos, estando vivos; como castigados, sin ser castigados a muerte, como tristes,<br />

estando siempre alegres, como pobres, nosotros que enriquecemos a muchos; como<br />

quienes nada tienen, nosotros que lo poseemos todo 29 .<br />

¿Se puede encontrar fácilmente algo más abundante y elegante, esto es, más elocuente,<br />

que esta manera de escribir del Apóstol? Pero si habla precisa y concisamente, se<br />

acostumbra a llamarle dialéctico antes que orador. Así habla el mismo Apóstol sobre la<br />

circuncisión y el prepucio del padre Abrahán o sobre la distinción entre la ley y la gracia; lo<br />

cual no entendieron algunos y le calumniaron acusándole de que decía: Hagamos el mal<br />

para que venga el bien. Pero, ya sea orador, ya dialéctico, ni hay discurso sin dialéctica, ya<br />

que en la misma extensión de la elocuencia se distingue la verdad de la falsedad, ni puede<br />

haber dialéctica sin discurso, puesto que la misma concisión del discurso se expresa por<br />

las palabras y la lengua. Tanto si es una exposición seguida como si, mediante preguntas<br />

al interlocutor, le obliga a responder lo que es verdad, y de aquí le lleva a otra verdad que<br />

se buscaba, donde tiene papel tan preponderante la dialéctica.<br />

No acusar a la dialéctica, sino a sí mismo<br />

XVII. 21. Cuando alguien se ve refutado por sus propias respuestas, si respondió mal no<br />

tiene por qué achacárselo al dialéctico, sino a sí mismo, y si respondió bien, se avergüenza<br />

de resistir, no ya al dialéctico, sino a sí mismo. En esta materia, cuando el Señor discutía<br />

con frecuencia con los judíos y los dejaba convictos a ellos, atrapados y encerrados en sus<br />

propias respuestas, no os habían oído a vosotros ni habían aprendido de vosotros a lanzar<br />

insultos; de lo contrario, le hubieran llamado con más agrado y animosidad dialéctico<br />

antes que samaritano. Puedes pensar lo convulsionados y confundidos que quedaron<br />

cuando, queriendo sorprenderle en la palabra, le preguntaron si era lícito pagar el tributo<br />

al César. Es decir, le tendieron una asechanza en forma de dilema, de modo que quedaría<br />

cazado escogiera lo que escogiera: si respondía que era lícito, sería considerado como reo<br />

ante el pueblo de Dios; y si decía que no era lícito, sería castigado como adversario del<br />

César. Entonces él les pidió que le mostraran una moneda y les preguntó de quién era la<br />

imagen y la inscripción. Al responderle ellos que del César, pues la verdad era tan clara<br />

que los obligaba a responder esto, de inmediato el Señor los ató y apresó con su misma<br />

respuesta, al decirles: Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios 30 .<br />

Dime, por favor: ¿Fueron dialécticos aquellos que, tendiendo las asechanzas de su<br />

pregunta intentaron vencerlo con engaño? ¿O lo fue más bien él, que de la misma<br />

pregunta sacó una respuesta verdadera con lo acertado de su misma pregunta y los obligó<br />

a confesar la verdad que pensaban que él no podría decir sin peligro?<br />

Cristo, mejor dialéctico que los judíos<br />

XVIII. 22. Si dices que ellos fueron dialécticos, porque preguntando con dolo, calumnia y<br />

malicia deseaban sorprenderle en la palabra -y así queréis que aparezcamos nosotros a<br />

muchos-, ¿por qué les respondió el Señor? ¿Por qué los llevó, contestando a la cuestión,<br />

hasta la confesión de la verdad? ¿Por qué les dijo: Por qué me tentáis, hipócritas? 31 Y ¿<br />

por qué no añadió: "Dialécticos"? ¿Por qué pidió que le mostrasen una moneda para<br />

pronunciar su juicio verdadero por boca de quienes eran falaces, y no dijo más bien:<br />

"Retiraos, no debo hablar con vosotros, ya que me proponéis preguntas capciosas y<br />

queréis tratar conmigo como si fuera un dialéctico"? Nada semejante dijo ni nos puso un<br />

ejemplo semejante contra los capciosos interrogadores y los taimados cazadores de<br />

nuestras palabras; antes bien, nos propuso que a estos enemigos de la verdad los<br />

forcemos, con la oportuna pregunta y una razón sin réplica, a dar testimonio de la verdad.


Hagan esto con nosotros los vuestros, si es que somos maliciosos y dialécticos. ¿O acaso<br />

están indicando que temen que se lo hagamos más bien nosotros a ellos? Si tú consideras<br />

a Cristo dialéctico, alabarás la dialéctica que me achacas como un crimen.<br />

Dificultades de Cresconio para definir la dialéctica<br />

XIX. 23. Veo lo que quizá vas a decir para no hacerlo: Ni ellos ni él tuvieron que ver con<br />

la dialéctica en aquellas palabras. Entonces, si ni los que hablan capciosa e insidiosamente<br />

para engañar con la palabra a aquellos con los que tratan, ni los que refutan a los otros<br />

con su respuesta se comportan como dialécticos, enséñanos de una vez qué es la<br />

dialéctica, qué mal entraña, cuánto perjudica, cómo hay que huir de ella; igual que como<br />

sugieres maliciosamente dicho nombre a los ignorantes, muestra también el crimen que<br />

encierra a los que lo solicitan.<br />

Te niegas a confesar que actúa como dialéctico quien, preguntando con pericia y rectitud a<br />

los hombres apartados de la verdad, por sus contestaciones los lleva a la verdad, a fin de<br />

no verte obligado a confesar que Cristo actuó como dialéctico con los judíos. Más aún, no<br />

quieres reconocer la dialéctica en aquellos que, tendiendo asechanzas con preguntas<br />

capciosas, intentan engañar al que responde, a fin de que no se te demuestre que así<br />

obraron con Cristo los judíos, a quienes él no esquivó callando, antes bien, venció<br />

hablando, y de esa manera te veas forzado a confesar que no obran correctamente<br />

vuestros obispos, a quienes tienes por doctos y sabios, al no querer entablar discusión con<br />

los dialécticos, para enseñarles la verdad invicta.<br />

Noto que te ves en grandes apuros para definir al dialéctico, de modo que no sea un hábil<br />

disputador, lo que te forzaría a alabar lo que vituperaste, ni un insidioso cazador de<br />

palabras, para que no se te diga: "Actúe el cristiano con éste igual que Cristo actuó con<br />

aquéllos".<br />

En fin, si te place verte libre de esta preocupación, define así a un dialéctico: aquel con<br />

quien no quieren conversar los peritos de la ley del partido de Donato. ¿Qué otra cosa se<br />

te puede sugerir a ti, hombre que nos reprochas la dialéctica a nosotros y que ensalzas a<br />

tus obispos porque no quieren entrar en conversación con nosotros?<br />

24. Quizá respecto a los judíos sí encuentres qué decir: aunque con astucia y malicia<br />

tendieran las trampas de sus preguntas, no fueron dialécticos. En cambio, sobre los<br />

estoicos no se puede decir nada, ya que no sólo fueron dialécticos, sino que superaron a<br />

las restantes sectas filosóficas en este arte o habilidad. Estoico fue, como lo recuerdas<br />

conmigo, el famoso Crisipo, de quien el académico Carnéades refiere que cuando se<br />

disponía a discutir con él tenía que preparar su espíritu con eléboro; en cambio, a los<br />

demás los superaba fácilmente aun después de haber comido. Por tanto, si los libros de<br />

los estoicos nos enseñaron a discutir en calidad de dialécticos, que vuestros obispos<br />

presenten contra nosotros la doctrina de Pablo; pero permítannos tratar con ellos, igual<br />

que el Apóstol no rechazó entonces a los estoicos.<br />

La doctrina de Cristo no teme la dialéctica<br />

XX. 25. Jamás la doctrina de Cristo ha temido el arte llamado dialéctica, que no enseña<br />

sino a sacar consecuencias verdaderas mediante la verdad y falsas mediante la falsedad,<br />

lo mismo que no la temió el Apóstol en los estoicos, a los que no rechazó cuando quisieron<br />

conferenciar con él. La dialéctica misma nos enseña, como es verdad, que nadie es<br />

arrastrado lógicamente por el disputante a una conclusión falsa a no ser que haya<br />

consentido antes en falsas premisas de las cuales se sigue, se quiera o no, esa conclusión.<br />

Por esto, el que toma precauciones para que al hablar no se le escapen conclusiones falsas<br />

que no quiere, evite deliberadamente las premisas falsas. Pero si se ha adherido a<br />

premisas verdaderas, sean cuales sean las conclusiones a que llegue, que creía falsas o de<br />

las que dudaba, al darse cuenta debe abrazarlas, si se ama más la verdad llena de paz que<br />

la vanidad siempre pendenciera.<br />

La dialéctica contra Cresconio<br />

XXI. 26. Poco he dicho si esto que digo no lo demuestro en este asunto que entre<br />

nosotros se ventila. En esta misma cuestión del bautismo tú has propuesto el tema al<br />

preguntarme dónde te conviene estar bautizado, con nosotros o en el partido de Donato. Y


como tu parecer es que es conveniente que el hombre se bautice en el partido de Donato,<br />

has intentado demostrar ese parecer por el hecho de que nosotros no negamos que exista<br />

el bautismo entre ellos. Ves claramente cómo has querido actuar de modo que nos<br />

llevaras de lo concedido a lo que no concedíamos; esto es, como concedimos que allí<br />

existía el bautismo, vernos forzados a conceder que el hombre debe ser bautizado allí.<br />

Falta de lógica de Cresconio<br />

XXII. 27. Considera con solicitud si existe ahí consecuencia, y respóndete a ti mismo.<br />

Pienso que, puesto esto ante los ojos, has de ver, dada la vivacidad de tu ingenio, cómo<br />

carecen de lógica las conclusiones que sacas. En verdad decimos que existe también allí el<br />

bautismo, pero no afirmamos que sea de utilidad; más aún, decimos que perjudica.<br />

Cuando se pregunta dónde debe bautizarse cada uno, creo que se pregunta a causa de las<br />

palabras del Señor: El que no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de<br />

Dios 32 . Como mirando a esta utilidad es como tiene que recibirse el bautismo, cuando se<br />

pregunta dónde debe ser recibido, no se pregunta dónde se halla, sino dónde se ha de<br />

recibir útilmente con vistas al reino de los cielos. Se seguiría que debe recibirse<br />

dondequiera conste que existe, si se mostrase que todos los que tienen algún bien, lo<br />

tienen para su bien. Pero como existen muchos que tienen tantísimas cosas buenas para<br />

su mal, ¿quién no ve que cuando se pregunta dónde se ha de recibir algo, no se pregunta<br />

dónde está, sino dónde aprovecha? Si me concedes que el oro es un bien, y me concedes<br />

que los ladrones también tienen oro, pienso que no querrías que de estas dos concesiones<br />

sacara yo la conclusión de que quien aspirara a tener oro debía hallarse en la compañía de<br />

los ladrones. Igualmente, yo concedo que el bautismo es un bien, concedo que incluso los<br />

donatistas también tienen el bautismo, pero de estas dos concesiones no debes sacar la<br />

conclusión de que quien quiere tener el bautismo debe formar parte de la sociedad de<br />

Donato.<br />

Poseer un bien y poseerlo para el propio bien. Ejemplos<br />

XXIII. 28. Por todo, no dudo se te ocurrirán muchas cosas que, aunque sean buenas y<br />

enderezadas a algo útil, no son, sin embargo, útiles a todos los que las poseen, sino sólo a<br />

los que usan bien de ellas. La misma luz que ilumina a los ojos sanos y enfermos, les sirve<br />

a unos de ayuda y de tormento a otros; el mismo alimento robustece la salud de unos,<br />

perjudica la de otros; el mismo medicamento sana a éstos, debilita a aquéllos; las mismas<br />

armas protegen a unos, son impedimento para otros; el mismo vestido sirve a unos para<br />

cubrirse, a otros de estorbo. De la misma manera, el bautismo a unos les conduce al<br />

reino, a otros a la condenación.<br />

Aplicación al sacramento<br />

XXIV. 29. Veo aquí lo que te puede hacer vacilar. Dirás quizá que en todos estos casos no<br />

he citado para nada el sacramento. Ahora bien, el bautismo es un santo sacramento; por<br />

eso, aunque respecto del oro, de la luz, de los alimentos, armas y vestidos, se puede<br />

probar que son útiles para unos e inconvenientes para otros de los que los tienen, aunque<br />

sean buenos y destinados para algo útil, no hay lógica en afirmar igualmente del bautismo<br />

que aprovecha a unos y perjudica a otros de los que lo tienen.<br />

Queda aún por investigar si aquellos bienes que pertenecen a la ley de Dios no aprovechan<br />

a todos los que los tienen. Propuesta esta cuestión, nuestra sentencia es que ni siquiera<br />

éstos aprovechan a todos los que los tienen. Fíjate cómo probamos esta afirmación por<br />

vuestras mismas concesiones. Concedéis que en todo se ha de creer al apóstol Pablo. Aquí<br />

hay ya una concesión. Concedéis también que el mismo Apóstol dijo: La ley es buena si se<br />

usa bien de ella. De estas dos concesiones se sigue que la ley es buena, pero para los que<br />

usan bien de ella. Luego, si alguien no usa bien de ella, no se trueca ella en mala, pero<br />

ciertamente perjudicará a los malos.<br />

San Pablo confirma la distinción respecto a la ley<br />

XXV. 30. Quizá digas que nadie puede estar sometido a la ley y usar mal de ella, pues,<br />

por lo mismo que vive contra la ley, se demuestra que no está sometido a ella. Por el<br />

contrario, yo digo que puede suceder que alguien esté sometido a la ley y no use bien de<br />

ella. Y pruebo esto una vez más con vuestras concesiones. Habéis concedido que el<br />

mencionado Apóstol adujo un testimonio de los Salmos contra los que se gloriaban de la


ley y vivían contra ella. Dice: Como está escrito: No hay un solo justo ni persona<br />

inteligente, ni quien busque a Dios. Todos se han apartado, juntos se han vuelto inútiles.<br />

Sepulcro abierto es su garganta, su lengua urde engaños, veneno de áspides hay bajo sus<br />

labios, su boca rebosa maldición y acritud. Rápidos son sus pies para verter sangre.<br />

Desolación y miseria en sus caminos. No han conocido la senda de la paz, no hay temor de<br />

Dios delante de sus ojos 33 .<br />

Y para que no pudieran pensar que esto se decía contra los que no estaban sometidos a la<br />

ley, añadió a continuación: Ahora bien, sabemos que lo que dice la Ley, lo dice a los que<br />

están bajo la Ley, de suerte que toda boca enmudezca, y el mundo entero se reconozca<br />

culpable ante Dios 34 . Dice también en otra parte: ¿Qué diremos, pues? ¿Que la Ley es<br />

pecado? Nada de eso. Sólo que yo no he conocido el pecado más que por la Ley. Yo no<br />

conocería la codicia si la Ley no dijera: No codiciarás. Pero, aprovechando la ocasión del<br />

precepto, el pecado obró en mí toda concupiscencia 35 .<br />

Y un poco después: El pecado, aprovechando la ocasión del precepto, me sedujo y por él<br />

me llevó a la muerte. La Ley, por tanto, es santa, y el precepto es santo y justo y bueno.<br />

Entonces, ¿lo bueno vino a ser muerte para mí? No; sino que el pecado, para manifestarse<br />

como pecado, se sirvió de una cosa buena para darme la muerte 36 .<br />

¿Te das cuenta cómo ensalza la Ley y reprueba a los que están sometidos a ella y, usando<br />

mal de ella, por medio del bien se conquistaban el mal? También el mismo Apóstol habla<br />

de un cierto conocimiento de la ley que afirmaba poseer él y otros, a la que, sin embargo,<br />

desprovista de la caridad, considera inútil y perjudicial: Respecto de las carnes inmoladas<br />

a los ídolos, sabemos que todos tenemos ciencia. Pero la ciencia hincha; es la caridad la<br />

que edifica 37 . Por consiguiente, aun esta ciencia, bien que se refiera a la Ley, si estuviera<br />

en alguien sin caridad, le hincha y le perjudica.<br />

Pues ¿qué? Del mismo cuerpo y sangre del Señor, único sacrificio por nuestra salvación,<br />

dice el mismo Señor: El que no come mi carne y bebe mi sangre, no tendrá la vida en sí<br />

38 . Y ¿no enseña el mismo Apóstol que aun esto es perjudicial para los que lo usan mal?<br />

Dice así:. El que coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y<br />

de la sangre del Señor 39 .<br />

Consideraciones referidas al bautismo<br />

XXVI. 31. He aquí cómo perjudican las cosas divinas y santas a los que usan mal de ellas.<br />

¿Por qué no de la misma manera el bautismo? ¿Por qué no decir que en el buen bautismo<br />

no son buenos los herejes como en la ley que es buena no son buenos los judíos? Ya<br />

demostré con vuestra aprobación, puesto que concedéis que creéis a Pablo y que son de<br />

Pablo los testimonios que he aducido tomados de las Escrituras, ya demostré con vuestras<br />

concesiones que ciertas cosas que son buenas y legítimas perjudican a los que las tienen o<br />

poseen ilegítimamente. ¿Por qué no decir igual del bautismo, por bueno y legítimo que<br />

sea, que no aprovecha a todos los que lo tienen? ¿Por qué concluías tú con toda certeza y<br />

lógica que un hombre había de ser bautizado en el partido de Donato, basando la<br />

conclusión en que nosotros concedemos que también ahí se encuentra el bautismo, y no<br />

atendías a que nosotros podemos decir que efectivamente allí se encuentra el bautismo de<br />

Cristo justo, santo y bueno, pero punible, desfavorable, pernicioso para los enemigos del<br />

cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, que se extiende según las promesas divinas en todos<br />

los pueblos?<br />

Inconsecuencia de negar al bautismo lo que se concede<br />

a los otros sacramentos<br />

XXVII. 32. ¿Qué puedes encontrar para responder aquí? ¿Que el bautismo no debe ser<br />

contado entre aquellos bienes que pertenecen a la ley de Dios que pueden poseer los<br />

hombres y no ser buenos? ¿Que ciertamente la misma ley y la ciencia y el sacrificio del<br />

cuerpo y sangre de Cristo son tales bienes que pueden poseerlos los hombres y ser malos,<br />

pero que el bautismo es un bien de tal categoría que quien lo tiene necesariamente es<br />

bueno? Si quisierais decir esto, decís una falsedad, y fíjate como consecuencia qué otra<br />

falsedad se sigue. No traigo esto aquí para llevarte de este error tuyo a otros errores, sino<br />

para que al conocer esta falsa consecuencia te libres de ella y enmiendes lo que precede.<br />

¿Qué es lo que precede? Que de vosotros, todos los que tienen el bautismo son buenos.


Esto es una falsedad evidente, de la cual se sigue que eran buenos todos aquellos que<br />

suscitaban cismas diciendo: Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas; yo de Cristo. A<br />

éstos los refuta el Apóstol diciendo: ¿Se ha dividido Cristo? ¿Acaso Pablo ha sido<br />

crucificado por vosotros o habéis sido bautizados en el nombre de Pablo? 40 Pero es falso<br />

que éstos eran buenos, excepto los que decían: Yo de Cristo, y, sin embargo, habían sido<br />

bautizados con el bautismo de Cristo. ¿Por qué se siguió esta falsedad? Porque precedió la<br />

falsedad de que todos los que tenían el buen bautismo eran buenos. Por consiguiente,<br />

rechácese una y otra cosa, corríjase una y otra afirmación, de tal suerte que, puesto que<br />

es manifiesto que los que formaban el cisma no eran buenos, y, sin embargo, estaban<br />

bautizados con el bautismo bueno, es manifiesto también que no todos los que tienen el<br />

bautismo bueno son buenos; y por esto no estamos obligados a conceder que alguien ha<br />

de ser bautizado en el partido de Donato porque hayamos concedido que el partido de<br />

Donato, que consideramos malo, tiene el buen bautismo.<br />

La existencia de un solo bautismo no implica que no se halle<br />

fuera de la Iglesia<br />

XXVIII. 33. Por eso, para vincularme por esa concesión a lo que no admito, añadiste que<br />

está escrito: Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, una sola incorrupta y verdadera<br />

Iglesia católica 41 . Concedo todo esto, aunque la cita no es exacta. Pero ¿qué importa? Lo<br />

concedo todo, como dije. Sin embargo, no se sigue lo que intentas sacar de aquí, es decir,<br />

que los que no están en la única Iglesia no pueden tener el único bautismo. Eso es<br />

radicalmente falso. Y celebro hayas aducido un texto por el cual pueda yo recordarte lo<br />

que pretendo. Ciertamente has puesto en mis concesiones unos extremos por los cuales<br />

tratas de llevarme a tu campo: que existe un solo Dios, una sola fe, un solo bautismo, una<br />

sola Iglesia católica incorrupta. Como convenimos los dos en esto, piensas que de ahí<br />

puede mostrarse lo otro en que no convenimos: que no puede existir este único bautismo<br />

en aquellos que no están en esta única iglesia.<br />

Yo digo, en cambio, que puede existir, si no se le cambia, si se observan los mismos ritos,<br />

y que no deja de ser el único bautismo porque se halla en aquellos que no están en la<br />

única Iglesia. Y lo demuestro por lo mismo que tú has afirmado con aquella cita respecto a<br />

la unidad de Dios y de la fe. Encontramos que el mismo Dios es adorado fuera de la Iglesia<br />

por los que le ignoran, y no por eso sucede que no sea el mismo Dios; y también<br />

encontramos que aquellos que no pertenecen a los miembros de la Iglesia confiesan la fe<br />

por la cual se cree que Cristo es el Hijo de Dios vivo y no por eso deja de ser una sola la<br />

fe. Así también, cuando encontramos que los que están fuera de la Iglesia practican el<br />

mismo rito de bautismo al bautizar a los hombres, no por ello debemos pensar que no es<br />

el mismo bautismo.<br />

Lo que vale para Dios y para la fe, vale también para el bautismo<br />

XXIX. 34. Quizá opongas a esto la imposibilidad de que fuera de la Iglesia se adore al<br />

mismo único Dios o de que se halle incluso en los que no se encuentran en la Iglesia la<br />

misma fe, por la que reconocemos a Cristo como Hijo de Dios, por lo que se llamó<br />

bienaventurado a Pedro. Esto es lo que me queda por probar. Lo tienes en el mismo<br />

discurso del bienaventurado Pablo, tomado antes de los Hechos de los Apóstoles. Al hablar<br />

de Dios, puesto que había encontrado en un altar la inscripción Al dios desconocido, les<br />

dijo: Al que vosotros adoráis sin conocerle, es el que yo vengo a anunciaros 42 . ¿Les dijo<br />

acaso: "Como le adoráis fuera de la Iglesia, no es Dios ese a quien adoráis?" Lo que les<br />

dijo fue: Al que vosotros adoráis sin conocerle, es el que yo vengo a anunciaros. ¿Qué<br />

deseaba otorgarles, sino que adoraran sabia y saludablemente dentro de la Iglesia al<br />

mismo Dios que adoraban fuera de la Iglesia sin conocerlo y sin fruto? Así os decimos<br />

también a vosotros: "Os anunciamos la paz del bautismo que vosotros conserváis sin<br />

conocerlo, no para que cuando vengáis a nosotros recibáis otro bautismo, sino para que<br />

percibáis el fruto del que ya teníais".<br />

En cuanto a la fe, también el apóstol Santiago, al hablar contra aquellos que pensaban les<br />

bastaba con haber creído y no querían obrar bien, les dice: ¿Tú crees que hay un solo<br />

Dios? Haces bien; también los demonios creen y se estremecen 43 . Por supuesto, los<br />

demonios no están en la unidad de la Iglesia, pero no por eso podemos afirmar que creen<br />

algo distinto, ya que le dijeron al Señor: ¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Hijo de<br />

Dios? Por eso dice el apóstol Pablo: Si tengo tanta fe que traslado las montañas, pero no<br />

tengo caridad, nada soy 44 . No creo haya persona tan insensata que piense se halla en la


unidad de la Iglesia aquel que no tiene caridad. Así, pues, como el único Dios es adorado<br />

sin que le conozcan fuera de la Iglesia, sin que por eso deje de ser el mismo, y como la<br />

única fe se posee también sin la caridad fuera de la Iglesia, sin que por eso deje de ser la<br />

misma, así también el mismo bautismo se conserva con ignorancia y sin caridad fuera de<br />

la Iglesia, sin que por eso deje de ser el mismo. Hay un solo Dios, una sola fe, un solo<br />

bautismo, una sola Iglesia católica incorrupta. No la única en que se adora al único Dios,<br />

sino la única en que se adora al único Dios conforme a la piedad; ni la única en que se<br />

conserva la única fe, sino la única en que se mantiene la única fe con la caridad; ni la<br />

única en que se tiene el único bautismo, sino la única en que se mantiene el único<br />

bautismo para la salud.<br />

Lógicamente, se admite el bautismo de los herejes<br />

XXX. 35. De consiguiente, tú has propuesto, y nosotros estamos de acuerdo, un solo<br />

Dios, una sola fe, un solo bautismo, una sola Iglesia católica e incorrupta; pero, lejos de<br />

conseguir la conclusión que pretendías, nos has ayudado a hacerte saber lo que<br />

queríamos. Mira, pues, qué método tan válido seguimos nosotros que, cuando vienen los<br />

cismáticos y herejes a nosotros, corregimos en ellos lo que habían corrompido, y, en<br />

cambio, reconocemos y aprobamos lo que conservan como lo recibieron. Así se evita que,<br />

afectados por los defectos de los hombres más de lo debido, hagamos alguna ofensa a las<br />

realidades divinas. En efecto, vemos cómo el Apóstol, ante el altar de los gentiles que<br />

adoraban ídolos, en vez de negarlo, confirmó el nombre de Dios que encontró allí. En<br />

efecto, no se debe cambiar ni reprobar la marca del Emperador en un hombre, en el caso<br />

de que hubiera conseguido del mismo el perdón de su error y la graduación de la milicia,<br />

porque quien le imprimió esa marca fue un desertor cuyo fin era reunir los soldados en<br />

torno a sí; ni se debe cambiar la señal a las ovejas, al agregarlas a la grey del Señor,<br />

porque haya sido un siervo fugitivo el que les impuso la del Señor.<br />

La circuncisión, figura del bautismo, no admitía repetición<br />

XXXI. 36. Si lo que he dicho lo tomáis como trampa que se os tiende, porque no son<br />

ejemplos de Iglesia, aunque bien conocéis que las Escrituras contienen parábolas sobre<br />

ovejas y soldados, quiero decir algo de las Escrituras proféticas denominadas Antiguo<br />

Testamento, ya que en los Libros del Nuevo ni vosotros ni nosotros encontramos ejemplo<br />

alguno.<br />

Supongo que no os atreveréis a negar que la circuncisión del prepucio fue observada por<br />

los antiguos como figura del futuro bautismo de Cristo. Si un samaritano circuncidado<br />

quisiera hacerse judío entonces, ¿podría ser circuncidado de nuevo? ¿No se corregiría el<br />

error de aquel hombre, y se aprobaría el signo reconocido de la fe? No faltan al presente<br />

herejes que se denominan a sí mismos nazarenos, aunque otros los llamen sinmaquianos,<br />

que tienen la circuncisión de los judíos y el bautismo de los cristianos. Por eso, igual que si<br />

alguno de ellos pasa al judaísmo no puede ser circuncidado de nuevo, de la misma manera<br />

cuando viene a nosotros no debe ser bautizado otra vez.<br />

A esto contestaréis: "Una cosa es la circuncisión de los judíos, otra el bautismo de los<br />

cristianos". Pero como aquélla era sombra de esta verdad, ¿por qué pudo existir aquella<br />

circuncisión en los herejes del judaísmo, y no puede existir este bautismo entre los herejes<br />

del cristianismo?<br />

37. Presentad un ejemplo, tomado de las Escrituras canónicas, de alguien que haya sido<br />

bautizado de nuevo al venir de la herejía. Los apóstoles mandaron, sí, que algunos fueran<br />

bautizados en Cristo después de recibido el bautismo de Juan; pero el caso es totalmente<br />

distinto. Juan, en efecto, no era un hereje, era amigo del Esposo; el más grande entre los<br />

nacidos de mujer 45 . Por tanto, es un caso totalmente diferente. De lo contrario, si Pablo<br />

bautizó después de Juan, estando ambos en la unidad de Cristo, ¡cuánto más vuestros<br />

obispos, puesto que dicen estar en la unidad de Cristo, deben bautizar después de sus<br />

colegas, en los cuales reprenden justamente algunas costumbres, si lo hizo Pablo, que no<br />

pudo reprender nada en Juan! Por tanto, el caso es muy diferente, diferente también el<br />

motivo, sobre el cual sería largo disertar ahora, y sobre lo cual ya hemos dicho mucho en<br />

otras obras. Demostrad, pues, vosotros con las Escrituras canónicas que haya sido<br />

bautizado alguno que viene de la herejía. Nosotros presentamos lo dicho a Pedro: El que<br />

ha sido bañado no necesita lavarse 46 . Cierto que vosotros replicáis: "Pedro no había sido<br />

bautizado en la herejía". Entonces, como vosotros no podéis mostrar por las Escrituras,


cuya autoridad nos es común, que alguien que viniera de la herejía haya sido bautizado de<br />

nuevo, ni nosotros que haya sido recibido así, por lo que se refiere a esta cuestión<br />

estamos a la par.<br />

La doctrina católica es fiel a la Escritura<br />

XXXII. 38. Pero nosotros mostramos que muchos bienes que pertenecen a la ley de Dios<br />

se encuentran también entre aquellos que no están en la Iglesia, y que ninguno de los<br />

vuestros puede negar. Por qué no queréis vosotros que el bautismo sea uno de ellos no lo<br />

veo en absoluto, ni confío en que vosotros podáis demostrarlo. Nosotros seguimos<br />

también en esta cuestión la autoridad bien segura de las Escrituras canónicas. Y no se<br />

debe estimar en poco el hecho de que, habiéndose planteado esta cuestión entre los<br />

obispos de la época anterior al surgir del partido de Donato, y hallándose divididas las<br />

opiniones de los colegas entre sí, salva siempre la unidad, pareció bien en toda la Católica,<br />

que se extiende por todo el orbe, observar esto que tenemos. Vosotros mismos presentáis<br />

el concilio de Cipriano, que o no tuvo lugar o fue justamente derogado por los restantes<br />

miembros de la unidad, de los cuales no se separó él. Y no por eso somos mejores que el<br />

obispo Cipriano, suponiendo que tuvo a bien bautizar de nuevo a los herejes, porque<br />

nosotros justamente no lo hacemos; como no somos tampoco superiores al apóstol Pedro<br />

porque no forzamos a las gentes a hacerse judíos, lo que según el testimonio y la<br />

corrección del apóstol Pablo se demuestra que hizo él, cuando la cuestión de la<br />

circuncisión suscitaba vacilaciones entre los Apóstoles semejantes a las surgidas después<br />

acerca del bautismo entre los obispos.<br />

La universalidad de la Iglesia, garantía de la verdad de su doctrina<br />

XXXIII. 39. Por consiguiente, aunque no se presente ningún ejemplo cierto a este<br />

respecto tomado de las Escrituras canónicas, mantenemos, sin embargo, en este asunto la<br />

verdad de las mismas Escrituras, al practicar lo que ya ha parecido bien a la Iglesia<br />

universal, que recomienda la autoridad de las mismas Escrituras. Así, como la santa<br />

Escritura no puede engañar, cualquiera que teme ser engañado por la oscuridad de esta<br />

cuestión, debe consultar a la misma Iglesia, señalada sin ambigüedad por la santa<br />

Escritura. Pero si dudas que la santa Escritura recomienda a esta Iglesia que se extiende<br />

en número tan abundante por todos los pueblos, y si no lo dudaras no estarías aún en el<br />

partido de Donato, yo te abrumaré con testimonios abundantes y clarísimos, tomados de<br />

la misma autoridad, a fin de que con tus concesiones, suponiendo que no te aferras a tu<br />

obstinación, te hagan confesar eso. Aunque antes te mostraré que nada verdadero pudiste<br />

responder a mi carta, que trataste de combatir.<br />

Resumen del libro I<br />

XXXIV. 40. Basta ya de momento; juzgué que a causa de la excesiva obstinación de<br />

ciertos hombres tenía que decir muchas cosas contra los que, al tener tan difícil su causa<br />

principal, tratan de apartar a los jueces de la discusión de la misma apelando a la<br />

prescripción, y afirman que no tienen que hablar absolutamente nada con nosotros. He<br />

demostrado por las santas Escrituras y con el razonamiento más evidente posible que ni la<br />

elocuencia más elevada ni la dialéctica más poderosa deben atemorizar a los defensores<br />

de la verdad para confundir, disputando con ellos y refutándolos, a los defensores de la<br />

falsedad.<br />

He demostrado también aquello que en mi carta dijiste tanto te había conmovido: cuán<br />

inconsecuente es que, si concedemos la existencia del bautismo en el partido de Donato,<br />

hemos de conceder también que en él mismo deben bautizarse todos. En efecto, como el<br />

pueblo réprobo de los judíos pudo tener una ley buena, así la sociedad réproba de los<br />

herejes puede tener un buen sacramento.<br />

Qué es lo que se da propiamente en la Iglesia, y qué no se da en absoluto fuera de ella, se<br />

demostrará sin dificultad en su lugar. En efecto, no se actuaría correctamente con los<br />

herejes, que confesamos tienen el bautismo, procurando que vengan a toda costa a la<br />

Iglesia católica, si al venir no recibieran algo que en otra parte no pueden recibir, y sin<br />

recibir lo cual sería vana y perniciosa la posesión de ciertos bienes, incluso pertenecientes<br />

a la ley de Dios, que pudieran recibir en otra parte. Cualquiera que sea este bien, que,<br />

conforme a las santas Escrituras y la razón más segura, se podrá descubrir que no puede<br />

darse ni recibirse sino en la santa Iglesia, pertenecerá a la fuente sellada, al pozo de agua


viva, al jardín con frutos más exquisitos 47 , del que has hecho una mención a tu modo,<br />

aunque demostrando que no has comprendido lo que es, puesto que piensas ciertamente<br />

que eso se ha dicho del bautismo visible. Aunque él sea santo y no deba omitirse en modo<br />

alguno, por el santísimo significado por el que destaca, ¡cuántos son los que lo reciben, no<br />

sólo los buenos que según el designio de Dios han sido llamados a ser imagen del Hijo de<br />

Dios 48 , sino también de los que no poseerán el reino de Dios 49 , entre los cuales, como<br />

dice el Apóstol, se encuentran los borrachos y los avaros 50 . Considero que si lo piensas<br />

dando de mano a la pertinacia, te responderás fácilmente que digo la verdad, y así no<br />

buscarás la fuente sellada y el pozo de agua viva sino donde no permite Dios que se<br />

acerquen los que le desagradan.<br />

RÉPLICA AL GRAMÁTICO CRESCONIO, DONATISTA<br />

Traductor: P. Santos Santamarta, OSA<br />

LIBRO SEGUNDO<br />

Resumen de la argumentación del libro anterior<br />

I. 1. Con el discurso del volumen anterior, tan prolijo, pienso que al fin hemos llegado a la<br />

persuasión de que no se debe alabar ni aprobar la negativa de vuestros obispos a<br />

coloquiar con nosotros sobre la causa de la disensión que divide nuestra comunión. Con<br />

esta especie de prescripción se consideran segurísimos en una causa pésima, que, si no<br />

me equivoco, ha sido eliminada de raíz con argumentos verdaderos y bien sólidos, y sobre<br />

todo con los ejemplos de las divinas Escrituras. Con ellos he demostrado clarísimamente<br />

que los santos predicadores y defensores de la verdad hablaron también contra los<br />

adversarios actuales de la misma verdad, y no sólo contra los del mismo pueblo que ellos,<br />

sino también contra los extranjeros y extraños y -vuestro apoyo para infundir vanos<br />

temores sobre todo a los ignorantes- contra los que profesan la dialéctica; no debe<br />

tenerse por un terco disputador el predicador diligentísimo ni por un litigante el infatigable<br />

dialéctico que insiste, a tenor del precepto del Apóstol, a tiempo y a destiempo 1 , para<br />

refutar con la sana doctrina a los contradictores 2 , rechazar a los charlatanes, corregir a<br />

los inquietos, consolar a los pusilánimes, acoger a los débiles 3 , mientras defiende con<br />

paciencia contra todos los que se resisten la palabra de la salud evangélica y la predica sin<br />

desconfianza.<br />

También demostré cómo en modo alguno habéis de pensar que hay que bautizarse en<br />

vuestro partido porque concedamos que podéis tener el bautismo y darlo, pues decimos<br />

también que lo poseéis para vuestro daño y dañinamente lo dais, porque los bienes<br />

sagrados, de que pueden usar aun los malos, cuanto más santos son, tanto más inútil y<br />

dañinamente los administran ellos. Por eso, cuando vienen a la Iglesia santa, deben ser<br />

corregidos ellos; los buenos no deben profanar los bienes, que ni aun los malos han<br />

alterado.<br />

2. Escucha, por tanto, Cresconio, y te demostraré que en toda tu carta no has dicho nada<br />

que refute la mía, si exceptuamos que por casualidad me has enseñado a derivar o formar<br />

las palabras. Por ejemplo, que, de Donato, es preferible decir donacianos a donatistas. Al<br />

menos concedes que se trata de una declinación griega, es decir, que de Donato se deriva<br />

donatista como de Evangelio evangelista. Y tú te manifiestas entusiasmado de que los<br />

vuestros que predican el evangelio tomen prestada de tal fuente la formación de la<br />

palabra.<br />

Debes estar alerta, no sea que aquellos primeros hayan querido llamarse así porque tienen<br />

por evangelio a Donato. En efecto, como ningún santo quiere apartarse de la compañía del<br />

Evangelio, así tampoco éstos de la de Donato, y por eso se complacen en llamarse<br />

donatistas, cual evangelistas. Y quizá eres tú más bien quien los afrentas a ellos al aprobar<br />

en la lengua latina sólo el giro latino y decir que es mejor llamarlos donacianos de Donato,<br />

como de Arrio y Novato arrianos y novacianos.<br />

Cuando yo lo escribía, el nombre ya existía así -ignoro quién lo había divulgado-, y no me<br />

preocupé de cambiarlo, pensando que bastaba para establecer la distinción que pretendía.<br />

Demóstenes, el más ilustre de los oradores, que pusieron tanto esmero en el uso de las<br />

palabras cuanto nuestros autores en los contenidos, al objetarle Esquines cierto


neologismo, negó que el destino de Grecia estuviera puesto en si había usado una u otra<br />

palabra o había extendido la mano hacia una u otra parte. ¡Cuánto menos hemos de<br />

preocuparnos de las reglas de derivación de las palabras; ya que, digamos esto o lo otro,<br />

se entiende sin ambigüedad lo que decimos nosotros, que no ponemos nuestras miras en<br />

el refinamiento del lenguaje, sino en demostrar la verdad!<br />

Si fue alguno de los nuestros el primero en derivar esta palabra, no creo haya querido<br />

imitar el término evangelista, originado de Evangelio. Pero como no sólo Donato de<br />

Cartago, que se dice fue el que más consistencia dio a esta herejía, sino también su<br />

antepasado Donato de Casas Negras, el primero en erigir un altar contra otro altar en la<br />

misma ciudad, provocaron un gran escándalo, así quizá quiso formar de Donato<br />

donatistas, como de escándalo "escandalistas".<br />

Es más importante el contenido que el nombre<br />

II. 3. En esta cuestión, en que nada se perjudica a nuestra causa, procuraré mostrarme<br />

muy complaciente contigo, usaré el nombre de donacianos; en cambio, con los demás<br />

seguiré más bien la costumbre, que es la que legítimamente domina sobre estos sonidos.<br />

Tú, que me has atribuido tal elocuencia, ten presente solamente que yo no conozco aún la<br />

derivación de palabras y procura tranquilizar a los vuestros, para que no me teman ya<br />

como dialéctico, pues ves que necesito hasta un profesor de gramática.<br />

El arte de la discusión, ya quieras llamarla dialéctica, ya le des otro nombre, nos enseña<br />

sobriamente que cuando se conoce la cosa no hay que preocuparse de los nombres. No<br />

me preocupa el nombre mismo de dialéctica, pero procuro, en cuanto puedo, conocer y<br />

poder disputar, esto es, discernir al hablar, la verdad de la falsedad, porque si no lo hago,<br />

caeré en lamentables errores. Del mismo modo, no me preocupo de si es más sabio o<br />

elegante llamaros donatistas o donacianos; si finalmente cuando hablamos se os debe dar<br />

como distintivo el nombre de donatistas tomándolo ya de Donato, bien el primero en<br />

sacrificar fuera de la Iglesia, bien el que más la consolidó, ya de Mayorino, el primer<br />

obispo ordenado de vuestro partido frente a Ceciliano. Ahora bien, que sois herejes y, por<br />

tanto, que hay que evitaros con toda cautela para que no engañéis, es lo que tengo que<br />

demostrar con toda diligencia, y si no lo consiguiera, incurriría en culpa de grave<br />

negligencia, dada la responsabilidad que me impone mi cargo.<br />

¿Una herejía o un cisma?<br />

III. 4. Tú juzgas que la diferencia que tiene lugar entre nosotros debe llamarse más bien<br />

cisma que herejía, y, caso de audacia raro entre los dialécticos, tratas de distinguir estos<br />

términos aun con definiciones. No podré demostrar suficientemente cuánto me ayudas en<br />

esto, si no cito textualmente las palabras de tu carta: "¿Qué significa tu expresión<br />

sacrílego error de los herejes? No suelen darse herejías sino entre los que siguen<br />

diferentes doctrinas, y no es hereje sino el que sigue una religión contraria o interpretada<br />

de otra manera, como son los maniqueos, arrianos, marcionitas, novacianos y demás, que<br />

tienen una opinión diversa entre sí frente a la fe cristiana. Entre nosotros, para quienes el<br />

mismo Cristo ha nacido, muerto y resucitado, que tenemos una sola religión, los mismos<br />

sacramentos, ninguna diversidad en la práctica cristiana, decimos que se ha producido un<br />

cisma, no una herejía. Efectivamente, la herejía es la secta de los que siguen doctrinas<br />

diferentes; el cisma, en cambio, es una división entre quienes siguen las mismas. Por lo<br />

cual echas de ver en qué error incurres en este afán de acusar de herejía a lo que es un<br />

cisma". Estas son tus palabras, tomadas literalmente de tu carta.<br />

Cresconio da la razón a los católicos sin advertirlo<br />

IV. 5. Presta atención ahora, si no eres obstinado, con qué fácil compendio has dado fin a<br />

la cuestión que se debate entre nosotros. Si para nosotros y vosotros es el mismo el Cristo<br />

nacido, muerto y resucitado, si tenemos una única religión, los mismos sacramentos, si no<br />

hay diferencia alguna en la práctica cristiana, ¿no es una perversidad el rebautizar?<br />

Adujiste tres razones, y si hubieras aducido una sola, sería más que suficiente. Pero como<br />

si atacaras lealmente a los donacianos, por si alguien demasiado sutil intentase explicar de<br />

otra manera lo que tú hubieras dicho una vez y brevemente, pusiste interés en introducir e<br />

inculcar tu opinión aun a oídos y corazones obtusos. Dices: "Una única religión, los mismos<br />

sacramentos, sin diversidad alguna en la práctica cristiana". ¡Y todavía estamos luchando<br />

unos contra otros! Ea, reprimid ya de una vez la disensión, reparad la rasgadura, acabad


con la discordia, amad la paz. ¿Por qué la desaprobáis? ¿Por qué exorcizáis, por qué<br />

rebautizáis? Tenemos una única religión, los mismos sacramentos; no hay diversidad<br />

alguna en la práctica cristiana. Si nosotros y vosotros no tenemos un mismo bautismo, ¿<br />

cómo es única la religión? Tú dijiste: "Una única religión"; luego único es el bautismo. Si<br />

vosotros y nosotros no tenemos el mismo bautismo, ¿cómo tenemos los mismos<br />

sacramentos? Pero tú hablaste de "los mismos sacramentos". Luego también el mismo<br />

bautismo. De la misma manera, si entre nosotros y vosotros es diverso el bautismo, ¿<br />

cómo no hay diversidad alguna en la práctica cristiana? Pero tú también hablaste de<br />

"ninguna diversidad en la práctica cristiana". Luego tampoco es diverso el bautismo.<br />

Estando así las cosas, con razón nosotros ni reprobamos ni exorcizamos lo que es una<br />

misma cosa y no diversa, y no reiteramos el bautismo, sino que lo reconocemos, lo<br />

asumimos, lo aceptamos; vosotros, en cambio, impíamente simuláis no reconocer lo que<br />

es una misma cosa y no diversa, rehusáis recibirlo, no queréis acogerlo, sino que preferís<br />

reprobarlo, osáis exorcizarlo, no teméis reiterarlo. Nosotros aceptamos lo que no ha<br />

sufrido cambio ni en unos ni en otros, y vosotros lo rechazáis; si lo dais vosotros, nosotros<br />

lo aceptamos como dado; en cambio, si lo damos nosotros, vosotros lo repetís como no<br />

dado. ¡Siguiendo doctrinas tan opuestas, rehusáis que se os llame herejes!<br />

6. Presta diligente atención a lo que dices tú y a lo que digo yo. Tú has dado ciertamente<br />

esta definición: "La herejía es la secta de los que siguen doctrinas diferentes; el cisma, en<br />

cambio, es una división entre los que siguen las mismas". Dijiste también que nosotros y<br />

vosotros tenemos una única religión, los mismos sacramentos, sin diversidad alguna en la<br />

práctica cristiana. Si tenemos una única religión, los mismos sacramentos, sin ninguna<br />

diversidad en la práctica cristiana, ¿por qué rebautizas a un cristiano? Si, por el contrario,<br />

tú rebautizas a un cristiano y yo no lo rebautizo, seguimos doctrinas diferentes: ¿por qué<br />

no quieres te llame hereje? Considero que no es un signo baladí aquel por el que<br />

reconocemos como herejes a los que, confesando tener una única religión con nosotros,<br />

los mismos sacramentos, sin diversidad alguna en la práctica cristiana, no quieren<br />

reconocernos como bautizados. ¿Es que sois tan obstinados, resistís con tal disensión a la<br />

verdad que separáis el bautismo de la religión, de los sacramentos, de la práctica<br />

cristiana? Si hacéis esto, sois herejes por no aceptar que el bautismo forme parte de la<br />

religión, de los sacramentos, de la práctica cristiana; y si no lo hacéis, sois herejes porque<br />

rebautizáis a los que tienen una misma religión con vosotros, unos mismos sacramentos,<br />

sin ninguna diversidad en la práctica cristiana, cuando precisamente confesáis que el<br />

bautismo forma parte de la religión, de los sacramentos, de la práctica cristiana.<br />

Considera atentamente tu definición, en que dijiste: "Herejía es la secta de los que siguen<br />

doctrinas diferentes", y ve si vosotros no seguís doctrinas diferentes, bien al separar el<br />

bautismo de la práctica cristiana, de los sacramentos cristianos, a los cuales nosotros lo<br />

unimos como uno de los importantes, bien al rebautizar, cosa que nosotros detestamos, a<br />

aquellos con los cuales tenéis un solo bautismo en la práctica religiosa de los sacramentos<br />

cristianos.<br />

Un deseo de Agustín<br />

V. 7. Cuando los vuestros seducen a alguno de nuestros fieles para hacerle perecer con<br />

impías asechanzas; cuando, bautizado ya entre nosotros, dicen que ni siquiera ha<br />

comenzado a ser cristiano; cuando lo exorcizan como a un pagano, cuando le hacen<br />

catecúmeno para prepararlo luego para un nuevo baño o mejor para ahogarlo, cómo<br />

querría yo, si pudiera, salir de repente de alguna parte con esta carta tuya y, leyendo este<br />

mismo pasaje, en medio de sus audacias, presentársela y exclamar: "¿Qué hacéis? Ea,<br />

escuchad, ved, leed: nosotros y vosotros tenemos una única religión, los mismos<br />

sacramentos, sin diversidad alguna en la práctica cristiana; preguntad primero en nombre<br />

de quién ha sido bautizado ése, y entonces, si encontráis otro nombre mejor en vuestro<br />

bautismo, dádselo".<br />

Quizá entonces ellos, si la evidencia de las cosas no les hace estremecer, sacarían de<br />

inmediato a relucir su ardid excepcional y agudo en verdad y dirían: "¿Qué es respecto a<br />

nosotros ese cuya carta traes? Es un laico nuestro; su victoria sería nuestra, su derrota<br />

sólo suya". Si yo estuviera presente, me volvería a ti para decirte: "Al menos tú, dinos, te<br />

ruego, qué hacen éstos. He aquí que se disponen a rebautizar a uno que ha sido bautizado<br />

entre nosotros. ¿No tenemos nosotros y vosotros una única religión, los mismos<br />

sacramentos, sin diversidad alguna en la práctica cristiana?" ¿Me responderías acaso:


"Pero el bautismo de Cristo no es la religión, no es un sacramento, no es práctica<br />

cristiana?" Aparte Dios de tu mente esta demencia. ¿Qué me ibas a responder, pues, al<br />

apremiarte con estas palabras: "Nosotros y vosotros tenemos una única religión; quienes<br />

no tienen un único bautismo, no tienen una única religión; luego nosotros y vosotros<br />

tenemos un solo bautismo. Nosotros y vosotros tenemos los mismos sacramentos; pero<br />

quienes no tienen el mismo bautismo, no tienen los mismos sacramentos; luego nosotros<br />

y vosotros tenemos el mismo bautismo. Nada diverso tenemos nosotros y vosotros en la<br />

práctica cristiana; luego nosotros y vosotros no tenemos diverso bautismo? ¿Por qué se<br />

reprueba lo que es uno, por qué se exorciza lo que es idéntico, por qué se reitera lo que<br />

no es diverso?"<br />

Los obispos donatistas rechazarían la autoridad de un laico<br />

VI. 8. Si yo actuase así en vuestra presencia, si insistiera así, ¿a qué tergiversaciones<br />

acudiríais? A buen seguro que los tuyos menospreciarían a los gramáticos en tu carta, tú<br />

acusarías en la mía a los dialécticos, pero la verdad, apoyándose en la una y la otra,<br />

vencería a los herejes, demostrándoles que en ellos no existe nada de diverso con<br />

respecto a nosotros, sino lo que es perverso, puesto que nosotros reconocemos nuestros<br />

sacramentos y corregimos el error ajeno, mientras vosotros confesáis esos mismos<br />

sacramentos que reiteráis como si no existieran, reprobando como si hubiera gran<br />

diversidad en lo que confesáis no es diferente.<br />

Nueva distinción entre cisma y herejía<br />

VII. 9. Entre cisma y herejía yo aceptaría mejor esta distinción: el cisma es una división<br />

reciente de una congregación, procedente de cierta diversidad de opiniones, pues no<br />

puede darse un cisma sin que sus autores sigan algo distinto; en cambio, la herejía es un<br />

cisma inveterado; sin embargo, ¿qué necesidad tengo de esforzarme, teniendo tal apoyo<br />

en tus definiciones, que si me lo conceden también los otros de entre los vuestros, os<br />

llamaría antes cismáticos que herejes?<br />

Claro que si el cisma es obra de quienes tienen una misma religión con aquellos de<br />

quienes se separan, unos mismos sacramentos, sin diversidad alguna en la práctica<br />

cristiana, hace más condenable vuestra práctica de rebautizar, ya que no puede haber otro<br />

bautismo diverso en una única religión, con unos mismos sacramentos, sin ninguna<br />

diversidad de la práctica cristiana. No es algo insignificante o nulo el seguir algo diverso,<br />

cuando al separaros del vínculo de la unidad disentís de nosotros incluso en la repetición<br />

del bautismo; por eso sucede que, según tu misma definición, según la cual "la herejía es<br />

una secta de los que siguen doctrinas diversas", vosotros seáis herejes y aparezcáis<br />

vencidos. Herejes, porque no sólo estáis separados, sino también seguís algo diverso en el<br />

hecho de rebautizar; vencidos, porque reiteráis el bautismo dado por nosotros, como si no<br />

existiera o no fuera el mismo y, sin embargo, confesáis que es el mismo y no otro. Son<br />

palabras tuyas: Nosotros y vosotros tenemos una única religión, los mismos sacramentos,<br />

sin diversidad alguna en la práctica cristiana.<br />

Según la definición de Cresconio, los donatistas son herejes<br />

VIII. 10. Por lo cual, si el partido de Donato suscribiera esa carta tuya y luego<br />

reflexionara sin necia pertinacia o descaro sobre lo que tú y yo hemos dicho, no pensaría<br />

ni diría nada en adelante contra nosotros. Mas como es a ti a quien respondo, pienso que<br />

tú mismo ves que no ha sido por el afán de acusar, sino de refutar la funesta falacia, por<br />

lo que he dicho: "El error sacrílego de los donatistas herejes". En estas palabras o<br />

nombres, puesto que así te place a ti o a la gramática, corrijo lo de "donatistas" y lo<br />

cambio por "donacianos"; en cuanto a las otras, como pienso que tú mismo juzgas, ya que<br />

están dichas con toda verdad, corregidlas vosotros, cambiadlas vosotros. Cambiad, digo, y<br />

corregid el sacrílego error de los donacianos o cualquier otra forma como haya que<br />

llamaros, pero siempre herejes. Pues, sin duda, sois herejes, ya por haber permanecido en<br />

el inveterado cisma ya apoyándonos en tu definición, porque mantenéis ideas diferentes<br />

respecto a la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo, o respecto a la reiteración del bautismo<br />

cristiano; y es un error sacrílego no sólo la separación de la unidad cristiana, sino también<br />

la violación y anulación de los sacramentos, que, según tu confesión, son únicos y los<br />

mismos. Si corregís y cambiáis esto, ¿cómo es verdad que os recibimos tales cuales erais?<br />

Por eso has dicho tantas cosas vacías de sentido, y, a pesar de tener un ingenio tan<br />

agudo, te has dejado aturdir por la costumbre de escuchar vaciedades, hasta llegar a


parecerte que, cuando pasan de vosotros a nosotros, los recibimos tales como eran,<br />

porque aprobamos en ellos lo que es tradición entre los cristianos, que no habían<br />

enajenado habiéndose enajenado ellos ni habían pervertido pervirtiéndose. Aunque no<br />

eres tal cuales somos nosotros, no pudiste menos de confesar esos sacramentos como<br />

tales, y no tales en cuanto semejantes a otros, sino en cuanto absolutamente los mismos.<br />

Cambios verdaderos<br />

IX. 11. Dime, te ruego, ¿cómo es igual que fue el que venera a la Iglesia contra la que<br />

blasfemaba, el que mantiene la unidad que no mantenía, el que tiene la caridad que no<br />

tenía, el que recibe la paz que rechazaba, el que aprueba el sacramento que exorcizaba? ¿<br />

Acaso se ha invertido el orden entre lo verdadero y lo falso hasta el punto de afirmar que<br />

no han cambiado aquellos en que la verdad ha corregido lo que era diferente, y que han<br />

cambiado aquellos en que se reitera por vanidad lo que era exactamente idéntico? Procura<br />

en adelante no dejarte dominar por ideas no digo carnales, sino aun pueriles, juzgando<br />

que recibimos a los vuestros tales cuales eran; ellos, con la conversión de su voluntad del<br />

error a la verdad, de la división a la unidad, de la disensión a la paz, de las enemistades a<br />

la caridad, de la presunción humana a la autoridad de las divinas Escrituras, no empiezan<br />

a ser nuestros antes de dejar de ser vuestros.<br />

Esta conversión de la voluntad no sólo trocó de repente a un pecador en la oficina del<br />

recaudador 4 , sino también al ladrón en la cruz; a no ser que pienses que Cristo hubiera<br />

querido que estuviera consigo en el paraíso un hombre sanguinario y criminal, si la<br />

conversión del corazón no lo hubiera hecho inmediatamente inocente, de suerte que desde<br />

aquel día, desde aquel lugar, desde aquel leño pasara al premio inmortal de la fe 5 , leño<br />

en el cual había recibido el suplicio de la muerte en castigo de su iniquidad. En un<br />

momento el ánimo se cambia al mal o al bien, aunque no por eso es poco lo que merece.<br />

Un solo golpe basta para dar muerte a cualquier edad pasada largo tiempo en los bienes y<br />

prosperidades temporales, y de idéntica manera una enfermedad de treinta y ocho años<br />

quedó sana tan pronto como el Señor se dignó ordenarlo 6 . Da fe a realidades seguras, no<br />

a las palabras vacías. Los vuestros, cambiados, pasan a nosotros; no quiera Dios que sean<br />

lo que fueron. ¡Ojalá lo hagas tú también y creas por ti mismo cómo eso es verdad en ti!<br />

Obispos donatistas pasados a la Católica<br />

X. 12. Creíste decir algo grande al citar a Cándido de Villa Regia y a Donato de<br />

Macomades, que siendo obispos vuestros pasaron a serlo también entre nosotros y que<br />

con una vida probada llegaron al premio más honorable de una senectud. Como si los<br />

sacramentos y la invocación del nombre de Dios, que tiene lugar entre vosotros, se<br />

volvieran contra nosotros, cuando en realidad aun en los mismos que están fuera de la<br />

Iglesia no son sino de la Iglesia.<br />

Si en esta cuestión me faltaran palabras, vendrían en mi ayuda las tuyas. Pues si pensaras<br />

que nada eclesiástico puede haber fuera de la Iglesia, no hubieras dicho que nosotros y<br />

vosotros tenemos una misma religión, los mismos sacramentos, sin práctica cristiana<br />

diferente. Aunque no estoy del todo de acuerdo con estas palabras tuyas. Os falta la<br />

Iglesia de Cristo, no tenéis la caridad de Cristo. Reconozco en verdad en vosotros los<br />

sacramentos cristianos, y en ellos repruebo y rechazo la particularidad de que, a pesar de<br />

tener esos mismos en el cisma, los exorcizáis en los católicos. Sin duda reconoce en<br />

vosotros la Iglesia todo lo que es suyo, y no deja de ser suyo porque se encuentre en<br />

vosotros. En vosotros son bienes ajenos, pero cuando os recibe, corregidos, en su seno<br />

aquella de quien son, se tornan saludables también para vosotros, que los teníais con<br />

perjuicio como ajenos. Os domina la discordia bajo el título de la paz; expulsad la<br />

discordia e introducid la paz. ¿Qué motivos hay para quitar el título? "Es obispo -dices- y lo<br />

recibes como obispo; es un presbítero y lo recibes como presbítero". También podrías<br />

decirme esto: "Es un hombre y lo recibes como hombre". Reconozco en él los sacramentos<br />

cristianos lo mismo que los miembros humanos, y no me preocupa quién los ha<br />

engendrado, sino quién los ha creado. Si él quisiera usar mal de ellos, se hace malo<br />

precisamente porque ofende al Creador con sus bienes; pero si comienza a usar bien, se<br />

corrige a sí mismo, no los cambiará a ellos.<br />

Se es obispo en función de los demás<br />

XI. 13. La admisión de obispos y clérigos plantea otra cuestión. Cuando se ordenan entre


vosotros no se invoca sobre ellos el nombre de Donato, sino el de Dios; sin embargo, se<br />

los recibe como parece conviene a la paz y utilidad de la Iglesia. Porque no somos obispos<br />

para nosotros, sino para aquellos a quienes administramos la palabra y el sacramento del<br />

Señor; y por esto, para acomodarnos sin escándalo a las exigencias de utilidad de estos<br />

que hemos de gobernar, debemos ser o no ser lo que somos, no para nosotros, sino para<br />

ellos. Finalmente, algunos varones dotados de santa humildad, por ciertos obstáculos que<br />

veían en sí y que los alarmaban en su piedad y devoción, depusieron la carga del<br />

episcopado no sólo sin culpa alguna, sino incluso laudablemente. ¿Acaso depondrían de<br />

igual modo el nombre cristiano y la fe mereciendo alabanza y no más bien condena? Como<br />

puede haber causas justas para excusarse alguno de aceptar el episcopado, no puede<br />

haber de manera semejante causa alguna justa que le excuse a uno de hacerse cristiano. ¿<br />

Por qué esto, sino porque sin el episcopado o el clericado podemos salvarnos, pero no sin<br />

la religión cristiana?<br />

Las necesidades de los fieles, criterio primordial<br />

XII. 14. Por consiguiente, vuestros obispos o clérigos de todas clases, en lo que concierne<br />

a los oficios eclesiásticos, fueron recibidos en la unidad católica según parecía que era<br />

conveniente para aquellos cuya salud dependía del ejercicio o no de dicho cargo. Sin<br />

embargo, respecto de los que entre nosotros ejercieron los mismos cargos, ¿puedes decir:<br />

"Es hereje, recibes a un hereje", o "Es un cismático, recibes a un cismático" o "Es un<br />

donaciano, recibes a un donaciano", igual que pudiste decir: "Es obispo, recibes a un<br />

obispo?" Con estos nombres no restablece una distinción entre un grado del honor y la<br />

dignidad común, sino entre el crimen del error y la verdad católica. Por tanto, aquellas<br />

funciones llamadas eclesiásticas que se encuentran también en los extraños que dejándoos<br />

a vosotros se han pasado a nosotros y son nuestros, se aceptan o no se aceptan según la<br />

utilidad de los pueblos que atendemos con este ministerio. En cambio, los defectos,<br />

propiamente vuestros, se sanan, se corrigen, se cambian; pero los sacramentos sin los<br />

cuales no puede hacerse el hombre cristiano, se administran de tal manera que, al venir<br />

ellos a la Iglesia, se les añade lo que faltaba, se aprueba lo que se reconoce. Evitamos así<br />

que, mientras procuramos no nos perjudiquen los males que produjeron contra la Iglesia,<br />

persigamos a la vez los bienes que al salir de ella llevaron. Lo mismo ocurre con el ramo<br />

si, como dice el Apóstol, ha de ser injertado de nuevo: se le otorga un tronco sin<br />

cambiarle la forma.<br />

15. Dices: "Pero dado que acusas a los nuestros de herejía y sacrilegio, un crimen<br />

abominable e inexpiable, ¿se les debe o se les puede perdonar sin alguna expiación? ¿Por<br />

qué -dices- no purificas al que viene; por qué no lo lavas primero y lo limpias, para que así<br />

pueda entrar en comunión contigo?"<br />

¿Qué decir si de estas palabras tuyas concluyera otro, con mucha mayor consecuencia,<br />

que a los tales no se les debe ni se les puede perdonar, y demostrara que te has<br />

contradicho a ti mismo al afirmar que se ha de perdonar a los tales sometiéndoles a<br />

alguna expiación porque lo que se les reprocha es inexpiable? ¿Cómo puede expiarse lo<br />

que es inexpiable? ¿Cómo puedo esperar que vayas a escuchar lo que digo, si tú mismo no<br />

escuchas en tan corto espacio lo que tú dices, si te contradices inmediatamente juzgando<br />

que se debe expiar lo que has dicho es inexpiable? Y nosotros de tal manera consideramos<br />

herético y sacrílego a vuestro error, que no lo consideramos, sin embargo, inexpiable; de<br />

otro modo, en vano hubiéramos tratado por todos los medios posibles que, abandonado<br />

vuestro error y corregidos, pasarais a la Iglesia católica. Y no creas, según escribes, que<br />

usas nuestra palabra como si nosotros dijéramos que este mal no tiene remedio ni perdón.<br />

En absoluto decimos esto, ya que merecen el perdón los que se arrepienten de este mal, y<br />

es omnipotente el Señor que dice por el Profeta: Si te conviertes y lloras tus faltas,<br />

entonces serás salvado 7 .<br />

Por lo cual, si pudiste topar con alguien poco instruido en estas cosas o poco considerado<br />

en lo que hablaba, aunque pareciera de la comunión católica quien esto te dijera, él es<br />

más bien el que merece el perdón de esta palabra irreflexiva, así como tú, que habiendo<br />

recibido una educación tan liberal y una formación no mediocre en el arte de la palabra,<br />

prestando poca atención a lo que dices, juzgas que debe expiarse lo que es inexpiable, y,<br />

lo que es más monstruoso, que hay que expiarlo precisamente porque es inexpiable. No es<br />

propio de católicos exhortar a corregir el error y alcanzar la salvación a los que<br />

hubiéramos afirmado que habían incurrido en un error inexpiable e insanable.


Pero a vosotros os parece que no quedan limpios, cuando vienen de vosotros a nosotros,<br />

porque no son bautizados de nuevo, como si sólo el bautismo, que no se debe reiterar<br />

porque es único e idéntico, fuera lo único que purificara al hombre de su error. También<br />

los purifica con la palabra de la verdad el que dice: Vosotros estáis ya limpios por la<br />

palabra que os he dicho 8 . También los purifica con el sacrificio del corazón contrito aquel<br />

que dijo: un espíritu contrito es un sacrificio para Dios, un corazón contrito y humillado<br />

Dios no lo desprecia 9 . Igualmente los purifica mediante las limosnas el que dijo: Dad<br />

limosna y todo será puro para vosotros 10 . Los purifica también por medio de la virtud que<br />

aventaja a todas, la caridad 11 , el que dijo a través del apóstol Pedro: La caridad cubre la<br />

muchedumbre de pecados 12 . Si existe esta única virtud, todas esas obras se hacen<br />

rectamente, pero si falta ella, todas se realizan en vano. Escucha al Apóstol que dice de<br />

dónde procede: La caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el<br />

Espíritu Santo que se nos ha dado 13 . Así se cree con razón que los que recibieron el<br />

bautismo fuera de la Iglesia no tienen el Espíritu Santo, mientras no se unan a la misma<br />

Iglesia en el vínculo de la paz mediante el lazo de la caridad.<br />

La verdadera purificación, obra del Espíritu Santo<br />

XIII. 16. Ha llegado ya el momento de demostrar lo que habíamos diferido en el primer<br />

libro. ¿Qué se puede recibir propiamente en la Iglesia, que es el cuerpo santo de Cristo,<br />

qué no se puede recibir fuera de ella? De los que provocaban cismas dice el mismo<br />

Apóstol: El hombre carnal no capta las cosas del Espíritu de Dios. Lee la primera Carta a<br />

los Corintios y allí lo encontrarás 14 . Por tanto, el bautismo es el sacramento de la vida<br />

nueva y de la salvación eterna; éste lo tienen muchos no para la vida eterna, sino para la<br />

pena eterna, porque usan mal de un bien tan grande; en cambio, la caridad santa, que es<br />

vínculo de la perfección, no puede tenerla sino el bueno, y el que la posee no puede ser<br />

cismático o hereje. Por consiguiente, cuando alguien viene a la unidad de la Iglesia y se<br />

une de verdad con sus miembros, recibe el Espíritu Santo que difunde la caridad en<br />

nuestros corazones 15 , y la misma caridad cubre la multitud de los pecados 16 , de modo<br />

que el bautismo, que tenía antes para su condenación, merece tenerlo ya para premio. ¿<br />

Cómo niegas tú que aquél es purificado, sino porque ignoras completamente qué es la<br />

purificación espiritual?<br />

No, no recibimos nosotros como en un asilo de Rómulo, según tus palabras injuriosas, a<br />

vuestros culpables, a los que la ciudad de Dios torna inocentes al recibirlos cuando pasan a<br />

ella con corazón sincero. De ella dice su fundador: No puede ocultarse una ciudad situada<br />

en la cima de un monte 17 . No la fundó el soberbio e iracundo que mató a su hermano,<br />

sino el humilde que con su muerte redimió a sus hermanos. A ésta es a la que alegra<br />

mediante la purificación el Espíritu Santo, acerca del cual proclamaba: El que tenga sed,<br />

que venga a mí y beba 18 no ponderando el agua visible que se da en el sacramento del<br />

bautismo, que pueden tener los buenos y los malos, aunque sin ella no pueden salvarse<br />

los buenos. Y aunque ella sea propia de la Iglesia, también fluye afuera; se la encuentra<br />

en aquellos que salieron de nosotros, pero que no eran nuestros 19 , como no se puede<br />

negar que el agua de cualquiera de aquellos cuatro famosos ríos era agua del Paraíso 20<br />

aunque no se encuentre sólo en él, puesto que también fluyó afuera.<br />

El agua es el Espíritu Santo<br />

XIV. 17. No es por consiguiente esta agua, sino, bajo el nombre del agua, el don invisible,<br />

el Espíritu Santo, lo que recomendaba al decir: El que tenga sed, que venga a mí y beba<br />

21 , como lo atestigua a continuación el Evangelista al decir: Decía esto del Espíritu que<br />

habían de recibir los que creyeran en él. Pues el Espíritu aún no se había dado porque<br />

Jesús no había sido aún glorificado 22 . Y ciertamente por lo que se refiere al sacramento<br />

del lavado visible, antes de ser glorificado por la resurrección, ya había bautizado más que<br />

Juan, como lo expresa el mismo Evangelio 23 . Por ello dice a sus discípulos: Juan bautizó<br />

en agua; pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo, que habéis de recibir dentro<br />

de pocos días hasta Pentecostés 24 . El Espíritu Santo, al bajar sobre ellos, les dio<br />

primeramente esta señal: quienes lo reciban hablarán las lenguas de todos los pueblos,<br />

porque anunciaba que la Iglesia había de estar en todos los pueblos y que nadie había de<br />

recibir el Espíritu Santo sino quien se adhiriese a su unidad. Con el ancho e invisible río de<br />

esta agua alegra Dios su ciudad, de la cual anunció el Profeta: La fuerza del río alegra la<br />

ciudad de Dios 25 . A esta fuente no se acerca ningún extraño, porque nadie se acerca sino<br />

el que es digno de la vida eterna. Este es propio de la Iglesia de Cristo, a la cual tanto


tiempo antes se anunció: La fuente de tu agua sea para ti solo, y ningún extraño participe<br />

de ella contigo 26 . De esta Iglesia y de esta fuente se dice también en el Cantar de los<br />

Cantares: Huerto cerrado, fuente sellada, pozo de agua viva 27 .<br />

Cómo interpretan los donatistas los pasajes o figuras de la Escritura<br />

XV. 18. Esto lo aplican los vuestros al sacramento del bautismo con un error tan grave<br />

que, sin quererlo, se ven forzados a admitir las cosas más absurdas: que a aquella fuente,<br />

propia de la única paloma, de la que se dice: y ningún extraño participe de ella contigo 28 ,<br />

a este jardín cerrado y pozo sellado pudo acercarse Simón el Mago, que leemos fue<br />

bautizado por Felipe 29 ; pudieron acercarse tantos hipócritas, de los cuales dice gimiendo<br />

Cipriano: "Renuncian al siglo en palabras sólo y no en obras"; pudieron acercarse tantos<br />

obispos avaros de quienes él mismo testifica: "que se apropian las fincas con engaños,<br />

aumentan los intereses con préstamos usureros". Se halla gente de ésta que recibe y da el<br />

bautismo visible; sin embargo, a esta fuente propia, de la que ningún extraño participa, a<br />

esta fuente sellada, esto es, al don del Espíritu Santo, que difunde la caridad en nuestros<br />

corazones 30 , nadie de todos éstos puede acercarse si no cambia; y de tal modo ha de<br />

cambiar, que deje de ser extraño para hacerse partícipe de la paz celeste, socio de la<br />

santa unidad, lleno de la indivisible caridad, ciudadano de la ciudad angélica. Cualquiera<br />

que, depuesto el error de la herejía y el cisma, corregidas las costumbres, se torna con<br />

corazón piadoso a esta ciudad, si ya tenía los sacramentos, que pudieron fluir afuera aun<br />

hacia los indignos, dichos sacramentos son honrados en él, pues en los extraños no los<br />

consideramos ya ajenos. Él es purificado en aquella fuente propia, de la que ningún<br />

extraño participa; aquella fuente sellada del Espíritu Santo, de la cual aun entre vosotros,<br />

por muy laudables costumbres que tuviera, queda separado cualquiera por sólo el crimen<br />

del cisma o de la herejía.<br />

Qué se recibe al pasar a la Iglesia: la paz, la unidad, la caridad...<br />

XVI. 19. Cuando vienen a nosotros los vuestros, dejando de ser vuestros y comenzando a<br />

ser nuestros, reciben lo que no tenían, para comenzar a tener saludablemente lo que<br />

tenían con tanto mayor perjuicio cuanto más indignamente. Reciben en primer lugar la<br />

misma Iglesia y en ella la paz, la unidad, la caridad y, mediante su fuente propia e<br />

invisible, el Espíritu Santo, realidades sin las cuales nadie duda que hubieran muerto<br />

aunque hubieran tenido entre vosotros algo que pudo sacarse fuera de la Iglesia; reciben<br />

lo que no habían tenido y con mayor indulgencia que si lo hubiesen tenido y lo hubiesen<br />

abandonado. Y ésta es la diferencia que establecemos nosotros: se recibe de distinta<br />

manera a los que abandonaron la Católica que a los que vienen por primera vez a ella. A<br />

los primeros los oprime más el crimen de la deserción, a los segundos los alivia el vínculo<br />

de la unidad, que no habían roto, sino que lo han conocido y retenido. Por lo que puede<br />

suceder que los que han rebautizado a los seducidos intercedan ante el Señor por ellos<br />

cuando se arrepientan, si ellos han sido admitidos en la Iglesia antes que aquellos<br />

readmitidos. Lo mismo puede suceder con los adoradores de los ídolos que hayan hecho<br />

apostatar a algunos cristianos llevándolos a los ídolos: si esos seductores se hacen<br />

cristianos y consiguen en la Iglesia algún mérito especial, por medio de ellos pueden<br />

volver aquellos a quienes habían engañado, y son recomendados y reconciliados con el<br />

Señor por esos mismos que fueron causa de que abandonasen al Señor. La virtud que<br />

tiene el sacramento del bautismo dignamente recibido para purificar los sacrilegios de los<br />

gentiles la tiene también la caridad sinceramente abrazada para purificar los sacrilegios de<br />

los cismáticos y herejes. Y por ello, igual que quienes han seducido a los fieles cristianos,<br />

al venir a Cristo, son antepuestos a los seducidos que retornan, de manera que los<br />

primeros pueden ser hechos obispos, pero no los segundos, así no deben extrañarse los<br />

seducidos por los herejes que vuelven a la Católica de que les sean preferidos sus<br />

seductores si vienen a ella. Estos piden lo que con menor culpa les faltaba, aquéllos<br />

solicitan con más humildad lo que fueron; a los unos los llamamos con honor al puesto que<br />

nunca habían tenido, a los otros los llamamos a su vez con desconfianza al lugar de donde<br />

cayeron.<br />

20. Ahora, pienso yo, verás bien con qué razón hablé del "sacrílego error de los<br />

donatistas", o, como tú prefieres, "donacianos", si disentís de la Iglesia católica y<br />

rechazáis los sacramentos que habéis confesado son los mismos e idénticos. Sin embargo,<br />

no estáis sin perdón, ni sois incurables por la misericordia de Dios, ya que podréis ser<br />

purificados y sanados si deponéis vuestro error pendenciero y os convertís a la verdad y<br />

paz católicas mediante su don propio, esto es, el Espíritu Santo, que difunde la caridad en


nuestros corazones 31 . No se trata de destruir en vosotros los sacramentos de la Iglesia,<br />

que teníais perniciosamente fuera como ajenos, sino de tener los mismos dentro<br />

saludablemente como propios.<br />

"La conciencia del que da el bautismo es la que purifica"<br />

XVII. 21. Veamos ahora la verdad de lo que dijo Petiliano o cualquier otro: "Se considera<br />

la conciencia del que lo da para que purifique la del que lo recibe". A lo que repliqué yo: "¿<br />

Qué sucede si está oculta la conciencia del que lo da y quizá está manchada? ¿Cómo podrá<br />

purificar la conciencia del que lo recibe?" Frente a esto tú te has extendido mucho diciendo<br />

no lo que te parece a ti como hombre agudo que eres, sino lo que dicen los vuestros. Todo<br />

ello puede resumirse en estos términos: Se tiene en cuenta la conciencia del que lo da, no<br />

conforme a lo que es en verdad, porque no se puede ver, sino conforme a la reputación,<br />

sea verdadera o falsa, de que goza. Es decir, al que recibe el bautismo le basta que ese<br />

hombre, aunque ocultamente sea un malvado, goce de buena reputación, no sea conocida<br />

su maldad, no esté aún condenado, no haya sido aún separado de la Iglesia.<br />

Observa, te ruego, a qué precipicio arroja a los hombres la angustia de no encontrar<br />

salida. Así, pues, ¿puede la conciencia manchada del que lo da purificar la conciencia del<br />

que lo recibe, con tal que tenga buena fama? ¿Y podrá tener tanto poder para purificar<br />

como la buena, aunque haya conquistado esa buena fama con el engaño? ¿Piensas en lo<br />

que dices, y quieres que dejemos ya este pasaje, o le daré más vueltas aún para forzarte<br />

a una más atenta reflexión?<br />

Petiliano dijo: "Se considera la conciencia del que lo da, para que purifique la del que lo<br />

recibe". Yo he preguntado: "¿Qué sucede si está oculta la conciencia del que lo da y está<br />

tal vez manchada? ¿Cómo podrá purificar la conciencia del que lo recibe?" Tú o más bien<br />

los vuestros -pues siendo como eres, ¿cómo hubieses dicho tú tales cosas?- dijeron:<br />

"Aunque tenga una conciencia manchada, como a mí, que soy bautizado por él, me está<br />

oculto y lo ignoro, me es suficiente recibirlo de aquel cuya conciencia juzgo inocente por<br />

hallarse en la Iglesia. En efecto -dices-, considero la conciencia del que bautiza, no para<br />

juzgar, cosa imposible, de lo que está oculto, sino para no ignorar lo que piensa la<br />

conciencia pública sobre él. Por eso sin duda dijo el Dios omnipotente: Las cosas<br />

conocidas, para vosotros; las ocultas, para mí 32 . Por eso yo considero la conciencia del<br />

que lo da, y como no la puedo ver, busco lo que conoce el público sobre ella; y no importa<br />

que el secreto de la conciencia diga una cosa, y otra la conciencia pública. Es suficiente<br />

haber sabido que no ha sido condenada aún la conciencia del bautizante".<br />

Consecuencias absurdas e irrisorias<br />

XVIII. 22. He citado tus mismas palabras, para demostrarte con ellas que tú dices lo que<br />

yo resumo breve y claramente con estas mías: considerar la conciencia del bautizador<br />

equivale a conocer la opinión pública sobre él. No se la considera, pues, en sí misma,<br />

amigo mío; no se considera lo que no se puede ver, sino que se considera la opinión<br />

pública, que puede también estar en error, cosa que tú mismo confiesas y concedes. Pues<br />

has visto también tú que la conciencia manchada no es capaz de purificar. Por<br />

consiguiente, no se tiene en cuenta la conciencia del que lo da santamente para saber si<br />

purifica la del que lo recibe, sino la opinión pública por la cual se piensa que lo da<br />

santamente aun el que no lo da y se piensa que purifica aun el que no purifica. Por tanto,<br />

purifica al que lo recibe la buena fama de un hombre malo, no la conciencia manchada del<br />

mismo que lo da. Entonces, ¿por qué se dijo: "Se tiene en cuenta la conciencia del que lo<br />

da santamente, para que purifique la del que lo recibe", sino porque no purifica la del que<br />

lo recibe si no es la conciencia del que da santamente, si está manchada y es inmunda?<br />

Entonces, ¿qué es lo que se tiene en cuenta? Tú dices que es ella misma la que se<br />

considera cuando se considera la opinión pública sobre ella, y si la opinión es buena, nada<br />

importa para la purificación del bautizado aunque haya mala conciencia, porque lo que<br />

purifica es la buena opinión.<br />

Dime, te ruego: cuando existe una mala conciencia, ¿es verdadera o errónea la buena<br />

opinión pública? Sin duda que es falsa. Por consiguiente, cuando la conciencia del<br />

bautizante no es buena y está oculta, bajo cualquier aspecto que la mires, según esta<br />

opinión lo que purifica al que recibe es la errónea opinión pública sobre el que lo da o la<br />

mala conciencia manchada. Ambos extremos son necios. Si te placen estos extremos,<br />

elige cuál es más necio. Pero la verdad no admite que la conciencia del que recibe pueda


purificarla la errónea opinión pública o la conciencia manchada del que bautiza; no queda<br />

sino que te preguntemos a ti lo que también allí preguntamos. En efecto, como dijo<br />

Petiliano o cualquier otro, asintiendo vosotros, cuando se trata de la conciencia del que<br />

bautiza santamente, esto es, una conciencia buena y limpia, purifica la conciencia del<br />

bautizado. Esta es la pregunta: ¿cómo se purifica el bautizado cuando está oculta la<br />

conciencia manchada del bautizante? Pienso que no vas a repetir y decir que la errónea<br />

opinión pública, sobre él, en la purificación, hace las veces de la buena conciencia; basta<br />

que hayas sostenido que esto lo dijeron los vuestros, no tú. Avergüénzate de ellos, todavía<br />

no de ti.<br />

No queda sino que en este caso sea Dios o un santo ángel el que purifique. Si decís esto,<br />

se seguiría un horrendo absurdo, que he recordado en mi carta y que no digo no quisiste<br />

verlo, porque no lo tocaste en absoluto; lo que digo es que lo viste con atención y<br />

perspicacia tanto mayor cuanto más temiste tocarlo. Si vosotros decís que cuando bautiza<br />

un hombre santo su conciencia santa es la que lava la conciencia del que es bautizado, y<br />

cuando la conciencia del bautizante está manchada en lo secreto, es Dios o un ángel el<br />

que bautiza, tened cuidado. Los que os crean al hablar así, podrían optar por encontrar<br />

malos ocultos que los bautizasen, a fin de ser purificados más santamente por el mismo<br />

Dios o por un ángel. Tal es el absurdo, o irrisorio o detestable, que has visto es<br />

consecuencia de las palabras de Petiliano y que yo he recordado en mi carta. Tú con<br />

cautela, como si yo no hubiera dicho nada de esto, juzgaste oportuno pasar en silencio<br />

cuestión tan importante, pero recurriste a no sé qué absurdo mayor: cuando la conciencia<br />

manchada del bautizante está oculta y por ello no puede purificar la del bautizado, la<br />

buena pero errónea opinión pública sobre él purifica el alma del bautizado y la falsedad<br />

opera en él la verdad.<br />

23. Anda, ve ahora y acusa calumniosamente a los dialécticos de utilizar el detestable<br />

ardid de su lenguaje para hacer verdadero lo falso y falso lo verdadero. He aquí cómo tú<br />

introduces en los sacramentos de la regeneración cristiana eso mismo o incluso algo peor<br />

y más detestable. Ellos no se apoyan en engaños ni en la verdad de las cosas, sino en la<br />

dificultad del habla humana para decir que ciertas expresiones parecen verdaderas cuando<br />

son falsas o parecen falsas cuando son verdaderas; cuando ellos entran en la disputa, el<br />

espíritu puede discernirlas, aunque la palabra no pueda dar solución. Mientras, tú no tratas<br />

de cualquier cosa o de cualquier palabra, sino que dices que la misma purificación de la<br />

conciencia, por la cual renacemos a la vida eterna, puede ser verdadera en el hombre<br />

mediante una opinión errónea sobre la conciencia ajena. Y para que no se te atribuya esto<br />

a ti, que aprendiste la dialéctica, dices que esto es una afirmación de los vuestros, a los<br />

que diste tu asentimiento, no como dialéctico, sino francamente como hereje. Así pues, tú<br />

o los vuestros habéis descubierto o demostrado esta magnífica teoría: cuando la<br />

conciencia del que bautiza santamente es buena, conforme a ella se hace bueno el<br />

bautizado, el árbol bueno produce buen fruto 33 ; cuando la conciencia del bautizante es<br />

mala, pero está oculta, se tiene en cuenta la buena fama de aquél, de modo que el<br />

hombre recibe un bautismo verdadero de un engañador, con tal que sea falso el juicio que<br />

ha formado de él. Y así, para que no falte un árbol que produzca el fruto del error herético,<br />

la falsedad se hace madre de la verdad. Todo este galimatías tan execrable, tan<br />

singularmente perverso y necio, tiene por objeto que no se atribuya a Dios lo que es de<br />

Dios, a fin de atribuir a los hombres lo que se recibe de Dios y de esta suerte no parezca<br />

equivocado el que dijo: "La conciencia del que lo da santamente es lo que se tiene en<br />

cuenta para que purifique la del que lo recibe".<br />

El caso de Judas<br />

XIX. 24. Tú dices: "Los nuestros prueban esto por las Escrituras, puesto que Judas el<br />

traidor, antes de ser condenado, actuó en todo como un apóstol". ¿Qué tiene que ver esto<br />

con la afirmación firme y determinada de Petiliano: "La conciencia del que lo da<br />

santamente es la que se tiene en cuenta para que purifique la del que lo recibe", si<br />

exceptuamos que también ese Judas está muy en contra vuestra, cuando os esforzáis en<br />

patrocinar las palabras inconsideradas de otro? Cuando Judas bautizaba como apóstol,<br />

aunque era malo, pues era ladrón y se levantaba con lo que echaban en la bolsa,<br />

ciertamente, no se consideraba su conciencia, sino a Dios y a Cristo en quienes él creía. Y<br />

no era la errónea buena opinión sobre un hombre malo la que purificaba a los creyentes<br />

que recibían el bautismo, ni la falsedad de la opinión humana engendraba en el hombre la<br />

gracia de la verdad divina.


25. El testimonio de las Escrituras que has citado: Las cosas conocidas, para vosotros; las<br />

ocultas, para vuestro Dios 34 , refuta y deja al descubierto aquellas palabras. Si se ha de<br />

dejar al Señor nuestro Dios lo que está oculto, ¿cómo se considera la conciencia, no sólo la<br />

mala, sino también la buena del que bautiza, para que purifique la del que recibe el<br />

bautismo, siendo así que es oculta? Y si no se tiene en cuenta la misma cuando está<br />

oculta, ¿qué queréis vosotros tome en consideración el bautizando para lograr la<br />

purificación de su conciencia?<br />

Es Cristo el que purifica en el bautismo<br />

XX. Despertad de una vez; decid al menos ahora: Mire a Dios. ¿Por qué teméis ser<br />

humillados si no os gloriáis en el hombre, sino en el Señor? 35 "Sí hay -dices- motivo para<br />

temer. Pues si, cuando está oculta la conciencia del que da, yo dijere al bautizado que<br />

mire a Dios, y confesare que entonces es Dios el que le purifica la conciencia, se me sigue<br />

un horrendo absurdo: se recibe una purificación más santa cuando se tiene como<br />

bautizantes a pecadores ocultos que cuando se tiene como tales a los manifiestamente<br />

buenos, si purifica el hombre cuando la conciencia del que lo da es buena y manifiesta, y<br />

Dios, en cambio, cuando es mala y oculta".<br />

Di, pues, de una vez lo que decimos nosotros, ya que es lo verdadero, lo santo y lo<br />

católico: que es Cristo el que purifica las conciencias de los bautizados, ya por los buenos<br />

ministros de su bautismo, ya por los malos, pues de él está escrito: Cristo amó a su<br />

Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla purificándola mediante el lavado<br />

del agua con la palabra 36 .<br />

26. Tú me dices: "Respóndeme cómo bautizan aquellos a quienes condenó la Iglesia".<br />

Dejamos, pues, ya las palabras de Petiliano, puesto que, al decir él: "Se considera la<br />

conciencia del que lo da santamente, para que purifique la del que lo recibe", cuando yo<br />

preguntaba quién purifica la conciencia del bautizado si la del bautizante estaba manchada<br />

en secreto, no habéis podido responderme. Tan contrario a la verdad es decir que la<br />

errónea buena opinión sobre él puede purificar como afirmar que podía hacerlo una mala<br />

conciencia.<br />

Purifica la conciencia el que siempre es bueno<br />

XXI. Pero si tú me preguntas cómo bautizan aquellos a quienes condenó la Iglesia, te<br />

respondo que ellos bautizan como bautizan aquellos a quienes condenó Dios, antes que la<br />

Iglesia emitiera juicio alguno sobre ellos. El que, con ánimo perverso, parece estar dentro<br />

cuando en realidad está fuera, ya ha sido juzgado por el mismo Cristo. Él mismo dice: El<br />

que no cree, está ya juzgado 37 . Y el apóstol Pablo declara: La Iglesia está sujeta a Cristo<br />

38 . La Iglesia no debe, por tanto, anteponerse a Cristo, hasta pensar que pueden bautizar<br />

los juzgados por él y no los juzgados por ella, ya que él siempre juzga con toda verdad,<br />

mientras que los jueces eclesiásticos, como hombres, se engañan con frecuencia.<br />

Bautizan, pues, por lo que toca al ministerio visible, los buenos y los malos, pero<br />

invisiblemente quien bautiza por ellos es el dueño del bautismo visible y de la gracia<br />

invisible. Pueden, por tanto, bautizar los buenos y los malos; en cambio, purificar la<br />

conciencia es propio de aquel que es siempre bueno. Y por eso los que, aun sin saberlo la<br />

Iglesia, fueron condenados por Cristo ya no están en el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia,<br />

puesto que no puede Cristo tener miembros condenados. Por tanto, esos mismos bautizan<br />

fuera de la Iglesia. No quiera Dios, en efecto, que todos estos monstruos estén contados<br />

entre los miembros de aquella única paloma 39 ; no quiera Dios que puedan entrar en los<br />

límites del huerto cerrado 40 , cuyo guardián es el que no puede engañarse. Sin embargo,<br />

si éstos confiesan y se corrigen, entonces entran, entonces son purificados, entonces son<br />

contados entre los árboles del huerto cerrado, entre los miembros de la única paloma, y,<br />

sin embargo, no son bautizados de nuevo; y lo mismo sucede con los que vienen de los<br />

herejes con el mismo bautismo, que tuvieron también fuera, aunque no con la misma<br />

purificación, que reciben dentro, de suerte que se les otorga lo que les faltaba y se<br />

aprueba lo que no ha cambiado.<br />

Acusaciones donatistas contra los católicos<br />

XXII. 27. "Vuestra conciencia -dices- está condenada en vuestros antepasados por el<br />

crimen de la entrega de los libros sagrados y la turificación, y en vosotros mismos por el


de la persecución". En relación con los traditores y los turificadores, sean quienes sean los<br />

que cometieron ese delito, no os habéis dejado llevar por las santas Escrituras, sino por la<br />

opinión de los hombres. Si ésta puede ser errónea, por buena, respecto a los malos, ¿por<br />

qué no puede haber también una errónea por mala, respecto a los buenos? Respecto a la<br />

persecución, te daría de nuevo en forma breve la respuesta que di a Petiliano y que tú no<br />

pudiste refutar.<br />

En la santa Escritura, que no engaña a nadie, se llamó era a la Iglesia de Dios, y se dijo<br />

que el mismo Señor vendría con la bielda y que había de limpiar su era, para recoger el<br />

grano en el granero y quemar la paja con fuego inextinguible 41 . Por consiguiente, o habéis<br />

sufrido justamente la persecución o, si se excedió la moderación de los cristianos, fue<br />

nuestra paja la que lo hizo, por causa de la cual no había que abandonar la era del Señor;<br />

de lo contrario, quien huyera de la era antes del tiempo de la bielda para evitar la paja, al<br />

separarse del grano se convertiría en paja. Pero tú, al intentar refutar no mi testimonio,<br />

sino el de la santa Escritura, llegaste a decir que no podía haber persecución alguna justa.<br />

Al respecto habrá que perdonarte que ignores las Escrituras, pues te podía venir a la<br />

mente la verdad de estas palabras: Al que infama a su prójimo en secreto, yo lo<br />

perseguiré, y las del mismo Señor Jesucristo en la profecía más notable: Perseguiré a mis<br />

enemigos y los alcanzaré, y no daré marcha atrás hasta que desfallezcan, y otros muchos<br />

testimonios divinos, que es largo perseguir; si no me reprochas el haber dicho "que es<br />

largo perseguir", acusándome de ser un perseguidor de los testimonios divinos.<br />

Los textos escriturísticos que invoca se tornan contra el mismo Cresconio<br />

XXIII. 28. Tú me opones las palabras de la Escritura, que tantas veces he demostrado no<br />

os favorecen nada: El óleo del pecador jamás ungirá mi cabeza 42 , al no poder negar que<br />

existen pecadores entre vosotros que bautizan sin estar exceptuados por estas palabras.<br />

Porque no dice: "El óleo del pecador notorio", sino de forma absoluta: "El óleo del<br />

pecador". Y citas también: Se han hecho para mí como agua engañosa, de que no se<br />

puede fiar 43 . Al respecto me causa extrañeza tu poca habilidad, ¿cómo no te parece agua<br />

engañosa la del pecador oculto, de quien creíste que su buena, pero errónea, fama<br />

aprovechaba algo para purificar la conciencia ajena, si no es porque pensaste que te<br />

ayudaba a ti aquel principio no dialéctico, sino totalmente sofístico, que en vano<br />

reprendiste en mí como si fuese un dialéctico: "Si mientes, dices la verdad"? ¿Qué otra<br />

cosa pretendes sostener cuando al conceder a un hombre el bautismo, que no quieres<br />

reconocer es de Dios, afirmas que el adúltero puede dar el verdadero bautismo porque se<br />

oculta y se hace pasar por casto? Así él dice verdad en el bautismo, cuando miente<br />

respecto a su torpeza, y no es mentirosa su agua, cuando queréis lo sea la de la Iglesia<br />

extendida según la promesa de tantas profecías por todo el orbe. Por otra parte, el mismo<br />

Jeremías no llamó agua engañosa al bautismo, sino a hombres engañosos, según el<br />

sentido bien claro presente en el Apocalipsis, donde, preguntando Juan qué eran aquellas<br />

aguas que le mostraron en la visión, se le contestó que eran los pueblos 44 .<br />

El bautismo dado por un muerto<br />

XXIV. 29. En cuanto al texto que dice: El que es bautizado por un muerto, ¿qué provecho<br />

saca de su purificación? 45 , no has entendido lo que dije en aquella carta. Considera un<br />

poco cuánto me has ayudado con tus palabras. Al pensar que en este lugar yo entendía<br />

por muerto al adorador de los ídolos, como si sólo exceptuara del poder de bautizar a<br />

éstos, hiciste lo que estuvo a tu alcance, para mostrar, repitiendo aquel texto sobre el<br />

óleo, que quien dijo: El óleo del pecador jamás ungirá mi cabeza 46 , no quería que ningún<br />

pecador bautizase, absolutamente ninguno.<br />

Ello os apremia aún más a vosotros, como demostré poco antes. Si no se exceptúa a<br />

ningún pecador, bautizad de nuevo a los bautizados por malos ocultos, cuando sean<br />

declarados convictos. Aquí tratarás de exceptuar al pecador oculto, que no exceptuó la<br />

santa Escritura. Todo este vuestro modo de entender lo declara falso la verdad, al mostrar<br />

asimismo cómo contradice a vuestra tesis. En verdad, en el salmo no se aplicó esto sólo al<br />

bautismo, sino más bien a la lisonja del adulador; las palabras anteriores lo indican bien.<br />

Así se enlaza todo el texto: El justo me corregirá por misericordia y me reprochará, pero el<br />

óleo del pecador jamás ungirá mi cabeza. Prefirió que su cabeza fuera golpeada por un<br />

argumento verdadero a que fuera ungida por la caricia engañosa, usando metafóricamente<br />

las palabras óleo y unción para significar la dulzura de la adulación.


Cresconio no ha entendido la respuesta de Agustín a Petiliano<br />

XXV. 30. Lo que he pensado en aquella carta sobre el texto El que es bautizado por un<br />

muerto 47 , lo mostraré, pienso, retomando mis propias palabras. Indicando qué debe<br />

responder a esto un cristiano católico, decía: "Cuando él oiga: El bautizado por un muerto<br />

no saca provecho de su purificación 48 , responderá: Cristo vive y ya no muere, la muerte<br />

no tendrá ya dominio sobre aquel 49 de quien se dijo: Ese es el que bautiza en el Espíritu<br />

Santo 50 . Son bautizados por los muertos los que son bautizados en los templos de los<br />

ídolos. Ni ellos mismos piensan que reciben de sus sacerdotes la justificación que<br />

imaginan, sino de sus dioses. Como éstos fueron hombres y de tal modo murieron que no<br />

viven ni en la tierra ni en la quietud de los santos, ellos son bautizados en verdad por los<br />

muertos".<br />

Hasta aquí es transcripción de las palabras de mi carta. Pienso que por ellas ya te das<br />

cuenta, si al menos ahora prestas atención, que no he llamado muertos a los idólatras en<br />

persona, aunque en otro sentido también ellos estén muertos, sino a los falsos dioses que<br />

adoran, porque fueron hombres, y como hombres salieron del cuerpo, y no resucitaron ni<br />

contrajeron mérito alguno para la vida que se promete después de ésta.<br />

Los que, como dije, son bautizados por tales dioses, esto es, los que son bautizados en su<br />

nombre, son bautizados verdaderamente por muertos, porque también ellos piensan que<br />

son santificados, no en nombre de sus sacerdotes, sino en el de los dioses, de quienes se<br />

hacen tan vanas ideas. Cristo, en cambio, resucitó y vive; por eso quien es bautizado por<br />

él, no sólo por mediación de un ministro bueno, sino también de uno muerto por sus<br />

perdidas costumbres, no es bautizado por un muerto. Porque es bautizado por aquel que<br />

vive para siempre y del cual se dijo en el texto del Evangelio que ya cité: Ese es el que<br />

bautiza en el Espíritu Santo 51 .<br />

¿Un intento de engaño de Cresconio?<br />

XXVI. 31. Según indican tus palabras, no entendiste esto en mi carta. No quiero decir:<br />

esa falta de comprensión es un intento de engaño. Me sorprende que no hayas notado allí<br />

la lógica de mis palabras o hayas pensado deber ignorarlas. Un poco después añadí: "Si en<br />

este pasaje yo hubiera entendido por muerto al pecador que bautiza, se seguiría aquel<br />

mismo absurdo de que quien haya sido bautizado por un impío, incluso oculto, habría<br />

recibido un lavado inútil en cuanto bautizado por un muerto. En efecto, no dijo: "Quien es<br />

bautizado por un muerto manifiesto", sino simplemente "por un muerto"".<br />

¿A quién no despertaría del sueño y, más aún, de la muerte esa manifestación tan clara de<br />

mis palabras? Sin embargo, a ti no te despertó, y, más aún, a lo que yo había dicho contra<br />

Petiliano, como si hablaras contra mí, le diste mayor solidez; así hacen los hombres que,<br />

no sabiendo sacar una flecha clavada, la introducen más profundamente. Afirmaste que<br />

por muerto sólo se debe entender al pecador que bautiza, y que no hay que exceptuar a<br />

ningún pecador, y así se sigue lo que yo decía en contra tuya: que no se puede exceptuar<br />

ni al pecador oculto donde no se exceptúa a nadie.<br />

Rebautizad, pues, a los que consta que han sido bautizados por pecadores ocultos, a los<br />

que se puede ayudar si aún viven y se dan cuenta. Así, ahora sólo sufrirán daño los que lo<br />

ignoran o han muerto antes, de modo que no pueden ser bautizados si se descubre<br />

después que quienes les bautizaron eran malos. Bautizad, repito, después de descubierto<br />

y condenado el adúltero, a los que conste fueron bautizados por él cuando aún se ignoraba<br />

que lo era. Es un muerto quien los ha bautizado, y tú dijiste que había que referir a todo<br />

pecador, sin excepción, la prohibición de bautizar, añadiendo el texto sobre el óleo del<br />

pecador. Tú lo dijiste, tú lo escribiste: escúchate a ti mismo, léete a ti mismo. Si ningún<br />

pecador, en cuanto muerto, puede bautizar, tampoco lo puede el oculto. No porque esté<br />

oculto está vivo, ya que lo ha engullido más adentro la mentira de la simulación. Se le<br />

reconocería menos muerto si al menos lo confesara; pero tiene lugar en él lo escrito en<br />

otro lugar: Del muerto, como de quien no existe, está ausente la alabanza 52 . No<br />

rebautizáis a los que aparece claramente han sido bautizados por este muerto sumergido<br />

en un tal abismo de muerte, y en cambio no dudáis en rebautizar a los que fueron<br />

bautizados por los que en los confines de la tierra no han oído siquiera el nombre de<br />

Ceciliano, de Mayorino, de Donato, poniéndoles como objeción estas palabras: El<br />

bautizado por un muerto, ¿qué provecho saca de su purificación? 53 Llamáis muertos a<br />

aquellos a quienes no pudo llegar ni el olor de los cadáveres de los africanos, cualesquiera


que fueran, y no consideráis muerto a quien puede ocultar la propia torpeza, cuando dice<br />

la Escritura: Del muerto, como de quien no existe, esta ausente la alabanza 54 . ¿Acaso no<br />

está muerto porque finge? Todo lo contrario; al carecer del espíritu de vida, por la misma<br />

ficción, ha muerto totalmente, pues dice una vez más la Escritura: El Espíritu Santo, que<br />

nos educa, huye del hipócrita 55 . Seguid defendiendo aún a esos muertos y decid que<br />

viven, y así moriréis vosotros más lamentablemente con esa falsa defensa.<br />

32. "Están muertos", dices. Pero ¿qué podía hacer el que ignorándolo se acercó a ellos<br />

para que lo bautizasen? Hágalo ahora, pues, al reconocer, una vez que él se ha quitado la<br />

careta, que ha sido bautizado por un muerto. Si no pudo ser lesionada su conciencia,<br />

porque lo ignoró, comienza a serlo ahora que lo sabe. Como el que se pone sin saber su<br />

origen la túnica procedente de un latrocinio; ésta comienza a ser túnica de iniquidad desde<br />

el momento en que lo sabe, y él a ser injusto si no se despoja de ella. Lo mismo que<br />

quien, sin saberlo, se casa con una mujer ajena, será adúltero desde el momento en que<br />

lo advierte y no la abandona. Rechace, pues, también el bautismo quien reconoce haberlo<br />

recibido de un muerto. Está en su mano lo que debe hacer; todavía puede ser bautizado<br />

de nuevo.<br />

Finalmente, sépalo o no lo sepa, al bautizado por un muerto ¿de qué le sirve ese lavado?<br />

La afirmación es rotunda, como incluso tú mismo clamas; no exceptúa a nadie. Ha sido<br />

bautizado, repito, por un muerto; de nada le sirve su lavado. Purificad a ese hombre<br />

bautizándolo, vosotros que vivís, o, mejor, purificaos vosotros de ese error, no sea que<br />

perezcáis por pensar así. Pensando combatirme a mí porfías en no admitir excepción en<br />

los textos: El óleo del pecador 56 y El bautizado por un muerto 57 , pero no te das cuenta de<br />

que con tu resistencia estás apretando el nudo que te ata. Por esto actúo yo, por esto<br />

insisto, por esto os impulso con apremio a cambiar vuestra vana y perversa opinión: a fin<br />

de que, en el óleo del pecador y en el bautismo dado por un muerto, ningún muerto,<br />

ningún pecador quede exceptuado, como tú afirmas en favor mío creyendo que lo haces<br />

contra mí. Así, pues, ni siquiera el oculto queda exceptuado. De esta manera cae por tierra<br />

todo lo que dices, y así los que enseñaron tales ideas se ven forzados a rebautizar a los<br />

que pudieran encontrar bautizados por pecadores ocultos en esta vida.<br />

Prosigue la argumentación anterior<br />

XXVII. 33. ¿Qué haces, a dónde te diriges? Son tus palabras las que se ponen delante.<br />

No sólo no has refutado las mías cuando yo las expresaba, sino que, ignorando lo que<br />

habías leído de mí, te repetiste a ti eso mismo con otras palabras como si fuera tuyo, y<br />

para facilitar una lectura y consideración más atentas lo has puesto por escrito, de modo<br />

que se te puede leer cuantas veces parezca bien. Escucha, pues, que son palabras tuyas:<br />

"Si tanto te place exceptuar solamente al idólatra, ¿quién es aquel de quien se dice: El<br />

óleo del pecador jamás ungirá mi cabeza? 58 ¿Dicho pecador es sólo el que adora los<br />

ídolos, o cualquiera que admite lo que no es lícito? Si tú piensas que pecador es sólo el<br />

idólatra, ¿dejará de considerarse pecador al cristiano que comete una falta contra la ley?<br />

Si no se puede afirmar algo más necio y absurdo, está claramente indicado que no sólo el<br />

idólatra, sino ningún pecador humano ha de usurpar el derecho de conferir el bautismo".<br />

Lo que he citado son palabras tuyas. Yo no he exceptuado al idólatra, sino que dije que los<br />

muertos son sus mismos dioses, y que no aprovecha nada el ser bautizado por alguno de<br />

ellos. Les parece a algunos que son bautizados por los dioses mismos, en cuyo nombre<br />

piensan que quedan purificados. Tú, en cambio, no has exceptuado a ningún pecador. Si<br />

en este caso se ha de entender por pecador el hombre mortal que bautiza, al no excluir a<br />

ningún pecador, sin duda no exceptuaste ni al oculto: "Está claramente indicado -dices-<br />

que no sólo el idólatra, sino ningún pecador humano ha de usurpar el derecho de conferir<br />

el bautismo". Escúchate a ti mismo. "Cualquier pecador", has dicho; no has exceptuado ni<br />

al manifiesto ni al oculto. Por tanto, ¿con qué cara obligan al bautismo después de recibirlo<br />

de un pecador notorio los mismos que no quieren se dé después de recibirlo de un pecador<br />

oculto, si dicen que ninguno está exceptuado? Huye, hermano, de la comprensión<br />

insensata a la cuerda, a fin de que este texto acerca del óleo del pecador, como lo<br />

prescriben las palabras anteriores del mismo salmo, entiendas que se refiere a la blanda<br />

dulzura del adulador falaz. Así no habrá excepción alguna, y el bautizante que es<br />

ocultamente malo no te pondrá en estrecheces insuperables.<br />

Lo mismo se dijo en otro testimonio: El bautizado por un muerto, ¿qué provecho saca de<br />

su purificación? 59 Examina con diligencia los códices antiguos, sobre todo los griegos, no


sea que cambios en las palabras por el contexto precedente o consecuente sugieran otra<br />

interpretación, o ciertamente tenemos que entender por muertos, como dije, aquellos en<br />

cuyo nombre son bautizados los idólatras, entendiendo que ha sido bautizado por aquel en<br />

cuyo nombre uno cree haber sido purificado. Así, tampoco aquí queda exceptuado<br />

ninguno, ya que ningún dios muerto de los paganos puede limpiar a los que creen en él.<br />

Pero si en este texto entiendes como muerto a todo hombre pecador, se siguen contra tu<br />

voluntad tales consecuencias, que no puedes encontrar cómo vivir, dado que dice Juan: Si<br />

decimos que no hemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en<br />

nosotros 60 . Así no podrás encontrar un hombre que te bautice, si quieres evitar a todo<br />

pecador.<br />

Otra interpretación de "muerto"<br />

XXVIII. 34. Supongamos que tú entiendes por muerto sólo al hereje o al cismático, de<br />

suerte que el bautizado por uno de éstos es bautizado por el muerto al que se refiere: El<br />

bautizado por un muerto, ¿qué provecho saca de su purificación? 61 ¡Tú ves qué toma de<br />

postura tan precipitada supone aceptar esto como si se hubiera dicho: "El bautizado por<br />

un hereje o un cismático"! Ni siquiera así iría eso contra nosotros que reconocemos que<br />

nada le aprovecha al hombre el bautismo de Cristo si es bautizado entre los herejes o<br />

cismáticos, a quienes atribuye el bautismo que recibe, pero que comienza a serle de<br />

provecho cuando se pasa al cuerpo de Cristo, que es la Iglesia del Dios vivo. Es entonces,<br />

gracias a aquel bautismo que aun estando fuera era de Cristo, aunque recibido fuera nada<br />

le aprovechaba, cuando comenzará a ser útil la purificación, no por obra de quien le ha<br />

bautizado con sus manos, sino de aquel en cuyos miembros ha sido injertado.<br />

35. Y no temeré aquella afirmación tuya tan severa, por la que dijiste: "Ningún pecador<br />

humano ha de usurpar el derecho de conferir el bautismo". No la temeré porque no hallas<br />

a nadie que diga con verdad en la oración del Señor: Perdónanos nuestras ofensas como<br />

nosotros perdonamos a los que nos ofenden 62 , si no se reconoce pecador. Quisiera<br />

preguntar a cada uno de los que bautizan entre vosotros si no son en absoluto pecadores.<br />

Cada uno puede responderme: "No soy un traditor, no soy un turificador, no soy adúltero,<br />

no soy homicida, no soy idólatra, no soy, en fin, hereje ni cismático", no sé si se puede<br />

encontrar alguien que, impulsado por un orgullo herético, se atreva a decir o se atreva a<br />

pensar: "No soy pecador". No sé si alguno estará tan cegado por la hinchazón de la<br />

arrogancia que llegue, no digo a proclamar con la boca, sino ni a reconocer en su interior<br />

que no tiene necesidad de la oración, en que decimos a Dios: Perdona nuestras ofensas. Y<br />

no pedimos perdón por los pecados que confiamos nos fueron perdonados en el bautismo,<br />

sino precisamente por aquellos que acompañan siempre a la debilidad humana por muy<br />

vigilantes que andemos en el cumplimiento de los preceptos del Señor.<br />

Por último, quien se atreva, levante desvergonzado la frente y diga: "Yo no soy pecador;<br />

desde que me fueron perdonados todos los pecados en el bautismo, no se podrá encontrar<br />

en mí pecado alguno". Yo, por mi parte, creo más bien a Juan y respondo con mayor<br />

confianza: "Te engañas a ti mismo y la verdad no está en ti" 63 . Esta precipitada y<br />

engañosa confesión tuya no sólo no consigue que no se encuentren en ti pecados, sino que<br />

tampoco se perdonen los que se hallan. Por consiguiente, si has sido ya bautizado,<br />

quisiera saber a quién has encontrado que diga contradiciendo al apóstol Juan: "No tengo<br />

pecado". Si pudiste encontrar un hombre tal, ¿cómo te dejaste bautizar por quien se<br />

engañaba a sí mismo y en quien no estaba la verdad? Pero si, por poco que tuviera<br />

presente su humildad, se llamaba pecador, ¿cómo, según tu afirmación, se arrogaba el<br />

derecho del bautismo? Porque tú dijiste, ni tuviste reparo en escribir, que ningún pecador<br />

humano ha de usurpar el derecho de conferir el bautismo. Y si aún no has sido bautizado,<br />

o corrige esta tan infundada afirmación tuya, o busca ángeles que te bauticen.<br />

36. Pero pensemos que has quedado convicto y corriges: "Ningún pecador humano,<br />

culpable del delito que los nuestros le achacan, se arrogue el derecho de conferir el<br />

bautismo". Aun esto no va contra nosotros, porque, suponiendo que el tal lo hubiera<br />

usurpado y lo hubiera dado, digo que él no debiera haberlo usurpado, pero no digo que no<br />

lo ha dado. Si el que lo recibió es un hombre bueno que lo recibió del malo, un hombre fiel<br />

que lo recibió de un infiel, un piadoso que lo recibió de un impío, el bautismo será<br />

pernicioso para el que lo da, no para el que lo recibe. En verdad, esta realidad sagrada<br />

condena al que usa mal de él, santifica al que usa bien. Pero si el que lo recibe lo recibe<br />

inicuamente, no se anula el sacramento, antes bien se le reconoce; perjudica al perverso,


al corregido causará provecho.<br />

Comparación entre el bautismo y la predicación<br />

XXIX. 37. Quiero pensar que tú no dijiste: "Ningún pecador", porque, si no me equivoco,<br />

tú te das cuenta de la ligereza que suponen esas palabras, sino: "Ningún pecador humano,<br />

tal como lo describen los nuestros, ha de usurpar el derecho de conferir el bautismo",<br />

ateniéndote a lo que está escrito: Pero al pecador le dice Dios: ¿Qué tienes tú que<br />

comentar mis preceptos y tomar en tu boca mi alianza? 64 Y para demostrar a qué pecador<br />

dice esto, a fin de que no se abstuviera de predicar su palabra a la totalidad de los<br />

hombres, que no se atreven a pensar ni a decir que no son pecadores, sigue y lo describe:<br />

Tú detestas la instrucción y has echado a tus espaldas mis palabras. Tu boca abundó en<br />

malicia y tu lengua abrazó el engaño. Si veías un ladrón, corrías tras él, y entrabas a<br />

participar con el adúltero. Sentándote, hablabas mal de tu hermano y ponías tropiezos al<br />

hijo de tu madre 65 . Este es el pecador a quien Dios interpela: ¿Qué tienes tú que hablar<br />

de mis preceptos y tomar en tu boca mi alianza? 66 Como si dijera: "Haces esto en vano;<br />

por lo que se refiere a ti, no te aprovecha; esto te servirá para juicio de condenación, no<br />

como mérito de salvación".<br />

No obstante, aun con un tal pecador que comenta los preceptos de Dios y toma en su boca<br />

su alianza, los que oyen esto de su boca, lo creen, lo practican, lo profesan, ¿no serán<br />

alabados, mientras el otro es reprobado, justificados siendo culpable el otro, coronados<br />

mientras el otro es condenado, porque se preocuparon de escuchar al Señor que dice:<br />

Haced y guardad lo que os digan, pero sus obras no las imitéis, porque dicen y no hacen?<br />

67 De suerte que como este pecador, si hubiere usurpado el derecho de predicar el<br />

testamento divino, no saca para sí provecho alguno, pero aprovecha no él, sino lo que<br />

predica a los que lo oyen y lo ponen en práctica, de la misma manera el que no debió<br />

usurpar el derecho de conferir el bautismo, se perjudica a sí mismo apropiándose mal un<br />

bien, pero no a quien recibió bien un bien.<br />

Resumen de la argumentación de Agustín<br />

XXX. 38. Ves que no solamente no has podido refutar lo que dije contra Petiliano, sino<br />

también con qué brillante verdad queda cabalmente refutado lo que dijiste contra mí. Y<br />

todavía insistes y dices que hacemos mala nuestra causa y en cierto modo confesamos<br />

que somos pecadores, porque, mientras se nos objeta con qué autoridad reclamamos el<br />

derecho de conferir el bautismo, no hablamos del mérito de las acciones ni de la inocencia<br />

de vida, sino que decimos que a cualquiera le es lícito.<br />

Considera con atención que, según lo dicho, nosotros ciertamente no afirmamos que le sea<br />

lícito a cualquiera, sino que tiene su castigo quien trata indignamente lo santo y que al tal<br />

hay que corregirle. No hay que anular ilícitamente la realidad sagrada que ilícitamente se<br />

administra, como queremos que sean corregidos los hombres que no usan legítimamente<br />

de la ley, sin considerar nula la ley misma; como reprendemos a quien toma en su boca<br />

indignamente el testamento de Dios, sin negar o hacer añicos el testamento mismo. Y no<br />

confesamos haber pecado, por reprobar en el pecador lo que es suyo y honrar en cambio<br />

lo que es de Dios; ni porque no queremos valorar al que cree en Dios por los secretos del<br />

hombre, sino que le amonestamos a que se gloríe en el Señor de quien está seguro 68 . El<br />

mismo Apóstol no perdía su esperanza porque tuviese mala conciencia, pero no quería<br />

poner en el hombre la esperanza del creyente, y la ponía sólidamente en el Señor al decir:<br />

Ni el que planta ni el que riega son nada, sino Dios que da el crecimiento 69 . Así pues,<br />

cuando nosotros decimos lo que está escrito: No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a<br />

tu nombre da gloria 70 , no acusamos a nuestra conciencia; pero vosotros, queriendo poner<br />

en las costumbres de los hombres la esperanza de los que se bautizan, no conocéis<br />

vuestra arrogancia.<br />

Cresconio recurre en vano a San Cipriano<br />

XXXI. 39. ¿Qué decir de vuestra osadía al hacer mención del bienaventurado Cipriano,<br />

como si fuera el garante de vuestra división él, el defensor genuino de la unidad y paz<br />

católicas? Procura primero mantenerte en la Iglesia, que consta mantuvo y defendió<br />

Cipriano, y entonces puedes atreverte a llamar a Cipriano garante de tu opinión. Primero<br />

procura imitar la piedad y la humildad de Cipriano, y entonces puedes alegar el concilio de<br />

Cipriano.


Nosotros no inferimos injuria alguna a Cipriano cuando distinguimos entre cualquiera de<br />

sus cartas y la autoridad de las Escrituras canónicas. No sin motivo está establecido con<br />

tan saludable vigilancia el canon eclesiástico, al cual pertenecen determinados libros de los<br />

Profetas y de los Apóstoles, que en modo alguno nos atrevemos a juzgar, y conforme a los<br />

cuales hemos de juzgar libremente sobre los otros escritos de los fieles o de los infieles.<br />

Así que al decir el Apóstol, cuyas cartas destacan en la autoridad canónica: Los que somos<br />

perfectos sintamos de esta manera, y si en algo sentís de un modo diferente, Dios os hará<br />

ver claro 71 , cuando Cipriano piensa de otra manera, suponiendo que sean suyos los<br />

escritos que juzgáis debéis aducir en vuestro favor, cuando pensó sobre esta materia algo<br />

diferente de lo que puso de manifiesto la verdad considerada con más diligencia,<br />

esperando que Dios le descubriera esto, mantuvo con laudable elogio de la caridad la<br />

unidad y la paz de la caridad católicas aun con sus colegas, de los que se separó en su<br />

doctrina.<br />

La carta de San Cipriano a Jubayano<br />

XXXII. 40. En la tuya has incluido un texto de su carta a Jubayano, para mostrar que él<br />

era de la opinión que había que bautizar en la Iglesia católica a los que habían sido<br />

bautizados en la herejía o el cisma. No me veo atado por la autoridad de esta carta, ya<br />

que no tengo por canónicas las cartas de Cipriano, y las juzgo a tenor de los Libros<br />

canónicos; acepto con elogio lo que en ellas está de acuerdo con la autoridad de las<br />

divinas Escrituras y rechazo lo que no está. Por esto, si lo que citaste de su carta a<br />

Jubayano lo hubieses tomado de algún libro canónico de los Apóstoles o de los Profetas,<br />

no tendría nada en absoluto que replicar. Ahora bien, como no es canónico lo que citas,<br />

usando de la libertad a que nos llamó el Señor 72 , no puedo admitir la opinión diferente de<br />

este varón, cuyo mérito no puedo alcanzar yo, a cuya multitud de escritos no comparo los<br />

míos, cuyo ingenio estimo, cuya palabra me encanta, cuya caridad admiro, cuyo martirio<br />

venero. No admito, repito, lo que escribió el bienaventurado Cipriano sobre el bautismo de<br />

herejes y cismáticos, porque no lo admite la Iglesia, por la cual derramó su sangre el<br />

bienaventurado Cipriano.<br />

Afirmáis que él ha establecido textos canónicos en favor de esta sentencia. En verdad, él<br />

no pudo confirmar esos documentos canónicos, sino que más bien mediante ellos confirmó<br />

él sus opiniones rectas. Así, pues, deja ya los escritos de Cipriano y recuerda los mismos<br />

documentos canónicos, de los cuales dices que se sirvió.<br />

Si no logro demostrar que esos documentos no favorecen nada a vuestra causa, has<br />

vencido tú. Por eso, aunque muy inferior a Cipriano, no puedo admitir esto de Cipriano,<br />

como, aunque incomparablemente inferior a Pedro, no acepto ni practico su propósito de<br />

forzar a judaizar a los gentiles 73 . Mas vosotros, que nos oponéis los escritos de Cipriano<br />

como apoyo de la autoridad canónica, es necesario que cedáis ante cualquier texto de<br />

Cipriano que podamos citar contra vosotros. Y es justo que, vencidos, guardéis silencio y<br />

por fin os convirtáis del error de vuestra funestísima disensión a la unidad católica.<br />

El uso eclesial anterior a San Cipriano<br />

XXXIII. 41. Para no prolongar la cuestión, toma nota de lo que voy a citar de esta carta a<br />

Jubayano a fin de derrocar y erradicar vuestro error. El santo Cipriano o quien escribió<br />

aquella carta, en su esfuerzo por demostrar que era preciso bautizar a los herejes que<br />

venían a la Iglesia, porque había que considerar como nulo el bautismo que habían<br />

recibido fuera de manos de los herejes, se propuso a sí mismo esta dificultad: "Pero dirá<br />

alguien: ¿qué sucederá entonces con los que en el pasado vinieron de la herejía a la<br />

Iglesia y fueron recibidos sin el bautismo? El Señor con su misericordia puede otorgar el<br />

perdón y no separar de los dones de su Iglesia a los que fueron admitidos sin más y<br />

murieron dentro de la Iglesia" 74 . A nosotros nos es suficiente esta sencillez, a la cual<br />

presta su testimonio el mismo Cipriano, juzgando que es un bien tan grande la unidad del<br />

cuerpo de Cristo, que podía presumir piadosamente que los admitidos sin más en la<br />

Iglesia, aun los que se pensaba no tenían el bautismo, eran dignos del perdón de la divina<br />

misericordia y no debían ser separados de los dones de la Iglesia. Esta fue la costumbre<br />

de la Iglesia antes del concilio de Cipriano, que no pudo ser superada ni suprimida ni por<br />

el mismo concilio de Cipriano: los que venían de la herejía, no ciertamente sin el<br />

bautismo, como él dice, porque tenían el mismo bautismo aun fuera, aunque no les<br />

aprovechara, sino, como dice él también, admitidos sin más, merecían el perdón de la


misericordia de Dios y no eran separados de los dones de la Iglesia. Esta simplicidad, más<br />

que la duplicidad, pareció bien a la Iglesia universal extendida por el mundo entero.<br />

42. Escucha el precioso testimonio que el mismo Cipriano suministra a la Iglesia. Se trata<br />

de un texto de la carta que escribió sobre su unidad: "Arranca un rayo de luz del cuerpo<br />

del sol, la unidad de la luz no admite la división; desgaja del árbol un ramo, una vez<br />

desgajado no podrá germinar; separa de la fuente el río, separado se secará" 75 . En estas<br />

palabras de Cipriano no encontramos ni entendemos que la luz no admita división, a no<br />

ser en los santos predestinados al reino de Dios, que no pueden en modo alguno ser<br />

separados de la Iglesia; que el ramo desgajado no germina, lo entendemos referido al<br />

germen de la salud eterna; y en cuanto a la sequedad del río separado de la fuente, la<br />

reconocemos en que quedan privados del Espíritu Santo los que se separan de la Iglesia,<br />

no precisamente en el sacramento del bautismo, que pueden tener los buenos y los malos,<br />

separados de la santidad de la Iglesia, ya estando fuera abiertamente, ya permaneciendo<br />

ocultos dentro.<br />

Pero lo que nadie duda es cuál es el pensamiento de Cipriano sobre la fecundidad de la<br />

Iglesia extendida por el orbe entero; atiende a cómo continúa el texto: "De esa manera -<br />

dice- la Iglesia bañada en la luz del Señor extiende sus rayos por el orbe entero; pero una<br />

sola es la luz que se difunde por todas partes sin que se divida la unidad del cuerpo.<br />

Extiende sus ramos con fecundidad copiosa a toda la tierra, esparce extensamente las<br />

abundosas aguas; pero una es la cabeza, uno el origen, una la madre repleta de frutos de<br />

fecundidad". Esta es la Iglesia que, prometida en las santas Escrituras y hecha realidad en<br />

todo el mundo, Cipriano amó, conservó, recomendó, y la que los perdidos cismáticos o<br />

herejes, con la disculpa de querer distinguirse y separarse de los malos, abandonaron con<br />

sus impías sediciones. Y para que éstos no traten de limpiar con vanas excusas sus impías<br />

salidas, anunció la santa Escritura: El hijo malo se proclama justo, pero no ha lavado su<br />

salida 76 , porque ni por los malos que parecen estar dentro deben ser abandonados los<br />

buenos que en verdad están dentro.<br />

La carta de Cipriano al presbítero Máximo<br />

XXXIV. 43. Qué piensa el bienaventurado Cipriano sobre esto, se puede comprender por<br />

la carta que escribió al presbítero Máximo y a los otros a quienes felicita al tornar de su<br />

error cismático y herético a la Iglesia: "Aunque se ve -dice- que hay cizaña en la Iglesia,<br />

no debe impedir nuestra fe y nuestra caridad, de suerte que, como vemos que hay cizaña<br />

en la Iglesia, nos apartemos de ella nosotros. Hasta tal punto tenemos que esforzarnos en<br />

poder ser grano, que, cuando comience a ser almacenado el trigo en los graneros del<br />

Señor, recojamos el fruto de nuestro trabajo y nuestro esfuerzo. Dice el Apóstol en su<br />

carta: En una casa grande no hay sólo vasos de oro y plata, sino también de madera y de<br />

barro, unos son para usos decentes, otros para usos viles 77 . Nosotros trabajemos y<br />

esforcémonos cuanto podamos, para ser vasos de oro y plata. Por lo demás, el quebrar los<br />

vasos de tierra se le ha concedido sólo al Señor 78 , a quien se ha otorgado la vara de<br />

hierro. El siervo no puede ser más que su señor 79 , ni nadie puede reclamar lo que el<br />

Padre ha otorgado sólo al Hijo, de suerte que píense que puede llevar la pala o el bieldo<br />

para aventar y limpiar la era o separar, según el juicio humano, toda cizaña del grano.<br />

Obstinación soberbia y sacrílega presunción que se arroga la locura perversa. Mientras se<br />

arrogan siempre más de lo que pide la apacible justicia, algunos se colocan fuera de la<br />

Iglesia, y mientras se engríen con su insolencia, cegados por su misma hinchazón, pierden<br />

la luz de la verdad" 80 .<br />

Ya ves, hermano, que Cipriano ha mandado esto apoyándose en las divinas Escrituras<br />

también a causa de los malos, los cuales, estando separados de los buenos<br />

espiritualmente por su vida y costumbres, sin embargo, corporalmente parece que están<br />

mezclados en la Iglesia con los buenos hasta el día del juicio, en el que serán separados<br />

aun corporalmente y destinados a las debidas penas. Y manda también no abandonar la<br />

Iglesia por su causa, como el grano por la paja o la cizaña, como la casa grande por causa<br />

de los utensilios sin valor. Ves, oyes, sientes, percibes, entiendes cuán grande es el crimen<br />

que cometéis cuando, por causa de los que con razón o sin razón os desagradan, os<br />

separáis de la Iglesia que se extiende por el orbe entero, a la cual Cipriano ofrece,<br />

conforme a las divinas Escrituras, un testimonio tan grande, tan sólido, tan claro y tan<br />

luminoso.


Resumen de la argumentación última de Agustín<br />

XXXV. 44. Por todo lo cual presta diligente atención a mi breve razonamiento sobre toda<br />

esta cuestión. Si se recibe con razón en la Iglesia a los que vienen de los herejes, a fin de<br />

corregir su error sin menoscabo del sacramento divino, felicitamos a los que viven bien en<br />

ella como grano del Señor. Pero si, como pensáis y os jactáis de que Cipriano os apoya en<br />

esta opinión, no tienen el bautismo, en verdad al ser admitidos sin más en la Iglesia,<br />

según el mismo Cipriano merecen el perdón de Dios en virtud del mérito de la misma<br />

unidad y no son privados de los dones de la Iglesia. Y quienes, según la costumbre<br />

anterior sobre la cual no calló Cipriano, los admiten sin más y llevan una vida recta y<br />

pacífica, son colocados con el mismo trigo destinado al granero. Pero quienes a sabiendas<br />

se enfrentan porfiadamente a la verdad en la cuestión de su admisión o viven con malas y<br />

detestables costumbres, son tolerados entre la cizaña y la paja destinadas al fuego. No<br />

obstante, y Cipriano es testigo de ello, Dios ordena no abandonar por causa de ellos la<br />

Iglesia que se extiende por el orbe entero de la tierra con éxitos tan abundantes. Es el<br />

grano del Señor que crece junto hasta la cosecha o es triturado junto hasta la bielda. Por<br />

esto, si al participar en los mismos sacramentos los malos manchan a los buenos, cuando<br />

en los tiempos de Cipriano o antes de él los herejes eran recibidos, según pensáis, sin el<br />

bautismo, decid que la Iglesia había perecido y mostrad de dónde habéis nacido vosotros.<br />

Pero si, como también lo enseña la verdad por medio de Cipriano, cuando se tolera la<br />

cizaña conocida por la paz de la Iglesia, no mancha al trigo, el hijo malo se proclama<br />

justo, pero no lava su salida 81 , porque no debió salir de la Iglesia a causa de los malos.<br />

El caso de Ceciliano<br />

XXXVI. 45. Insisto, no permito que se hagan oídos de mercader ante un argumento tan<br />

invencible: si, aunque los buenos no participen de los pecados de los malos, por el solo<br />

motivo de comulgar en los mismos sacramentos, los malos pierden a los buenos, los que<br />

en el pasado vinieron de la herejía a la Iglesia y fueron admitidos sin el bautismo, a buen<br />

seguro que con su contagio echaron a perder a los buenos. Luego ya no existía entonces<br />

Iglesia que Cipriano mantuviese y anunciase y de la que saliese después Donato. Pero si<br />

aquel contagio no echó a perder a los buenos, tampoco pudo echar a perder al orbe<br />

cristiano el contagio de aquellos a los que acusáis. No calumniéis, separados de él, al orbe<br />

cristiano; corregidos, volved a la Iglesia.<br />

Sientes la necesidad de acusar a Ceciliano y sus compañeros, contra quienes por aquel<br />

entonces reunió y formó un concilio Segundo de Tigisi; yo no la tengo de defenderlos.<br />

Acúsalos con cuantas fuerzas puedas. Si fueron inocentes, nada les perjudicará, como a<br />

grano auténtico, el viento de tus palabras; si fueron culpables, no se debió abandonar, por<br />

causa de aquella cizaña, el grano al que nada perjudicó. Acusa cuanto puedas. Venceré si<br />

no aportas pruebas. Venceré si las aportas. Venceré, repito, si no aportas pruebas,<br />

poniéndote a ti como juez; venceré si las aportas, teniendo como testigo a Cipriano. ¿Qué<br />

quieres que hayan sido ellos? Si inocentes, ¿por qué calumniáis al trigo del Señor, siendo<br />

vosotros cizaña? Si culpables, ¿por qué os separáis del trigo del Señor por causa de la<br />

cizaña?<br />

Aparece la Iglesia ilustre y resplandeciente, como ciudad establecida sobre el monte 82 que<br />

no puede esconderse, por medio de la cual domina Cristo de un mar a otro y desde el río<br />

hasta los límites del orbe de la tierra 83 , como la descendencia de Abrahán, multiplicada<br />

como las estrellas del cielo y la arena del mar, en quien son bendecidos todos los pueblos<br />

84 . Esta es también la que encarece el bienaventurado Cipriano, y de tal manera, que dice<br />

que, bañada por la luz del Señor, alarga sus rayos por el orbe de la tierra, extiende sus<br />

ramos por toda la tierra con la abundancia de su fertilidad 85 . Esta, a la que ni hay que<br />

acusar por sus granos ni que abandonar por causa de la cizaña.<br />

Respecto a lo primero, respondeos vosotros a vosotros mismos; en cuanto a lo segundo,<br />

aprendedlo en los consejos de Cipriano. Estas son palabras suyas que lo atestan y<br />

afirman: "Aunque se ve que en la Iglesia hay cizaña, no debe ello impedir nuestra fe o<br />

nuestra caridad, de manera que vayamos a apartarnos nosotros de ella porque veamos<br />

que en ella hay cizaña" 86 .<br />

Cipriano condena su doctrina, aun sin citarlos<br />

XXXVII. 46. Afirmáis que la Iglesia ha desaparecido del orbe de la tierra por el contagio


de los malos africanos y que sus reliquias han quedado en el partido de Donato como en el<br />

grano separado de la cizaña y de la paja. Contradecís a todas luces a Cipriano, quien<br />

afirma que ni los buenos perecen en la Iglesia por mezclarse con los malos, ni los mismos<br />

malos pueden ser separados de la mezcla con los buenos antes del tiempo del juicio<br />

divino.<br />

En vuestro error o, mejor, furor os veis forzados a acusar no sólo a Ceciliano y sus<br />

consagrantes, sino incluso a aquellas Iglesias que leemos nosotros y vosotros en las<br />

Escrituras apostólicas y canónicas: no sólo la de los Romanos, a donde soléis enviar desde<br />

África a un obispo para el reducido número de los vuestros, sino también la de los<br />

Corintios, Gálatas, Efesios, Tesalonicenses, Colosenses, Filipenses, a las que, bien<br />

notoriamente, escribe el apóstol Pablo; a la de Jerusalén, que gobernó como primer obispo<br />

el apóstol Santiago; a la de Antioquía, donde los discípulos recibieron por primera vez el<br />

nombre de cristianos 87 ; a la de Esmirna, Tiatira, Sardes, Pérgamo, Filadelfia, Laodicea, a<br />

las cuales se dirige el Apocalipsis del apóstol Juan 88 , a tantas otras Iglesias del Ponto,<br />

Capadocia, Asia, Bitinia, a las que escribe el apóstol Pedro 89 , y todo lo que Pablo atestigua<br />

haber llenado del Evangelio desde Jerusalén hasta la Iliria 90 , sin hablar de otras regiones<br />

de la tierra tan dilatadas e inmensas, a las que llevaron la Iglesia que ha crecido y sigue<br />

creciendo los trabajos y siembras de los Apóstoles. A estas Iglesias precisamente, cuyo<br />

nombre he tomado de las Escrituras divinas y canónicas, tan alejadas de África, os veis<br />

forzados a acusar, como si hubiesen perecido por los pecados de los africanos, para no<br />

tener que corregir el error que os lleva al enorme crimen de la nefasta división.<br />

47. Por lo que toca a nosotros, para refutar con más facilidad este vuestro error, no nos<br />

vemos forzados a defender a los mismos africanos, cuyos falsos crímenes os atrevéis a<br />

extender hasta a los restantes pueblos; ni a los mismos africanos, repito. Si fueron<br />

inocentes, tienen participación en el reino con aquellas Iglesias transmarinas, y si fueron<br />

culpables, no pudieron perjudicar en África a los que no quisieron separarse de la unidad<br />

de la Iglesia por su causa aun habiéndolos conocido, como la cizaña no perjudica al grano.<br />

Dejo de lado a tantos que tuvieron por inocentes a aquellos a quienes no pudo<br />

demostrárseles su falta, si hubo alguna; y aun de éstos no podéis afirmar vosotros que<br />

pudieron ser mancillados por los pecados ajenos no conocidos. Dejo de lado a éstos,<br />

repito; veamos a los que sabían o juzgaban que eran culpables. Aunque se hallaban<br />

establecidos en la Iglesia africana, veían que no podían ser refutados ante las Iglesias de<br />

ultramar ni se podían probar sus crímenes a los miembros de la Iglesia extendidos por tan<br />

lejanas regiones; si, por causa de aquellos que conocía como malos, quisieran separarse,<br />

por temor a un pestilente contagio, de la comunión de tantos pueblos, a los cuales no<br />

podían demostrar que eran malos, no podríamos retenerlos ni yo, ni tú, ni Donato, ni<br />

Ceciliano, sino el mismo que tú has osado citar, Cipriano, que les diría las palabras que<br />

escribió a Máximo:<br />

Un texto de Cipriano<br />

XXXVIII. 48. "Si se ve que existe cizaña en la tierra, no debe ello impedir nuestra fe o<br />

nuestra caridad, de modo que, al ver que existe cizaña en la Iglesia, nos separemos<br />

nosotros de ella. Nosotros sólo tenemos que esforzarnos por poder ser grano, a fin de que,<br />

cuando comience a ser almacenado en los graneros del Señor, consigamos el fruto debido<br />

a nuestro trabajo y esfuerzo. Dice el Apóstol en su carta: En una casa grande no hay sólo<br />

vasos de oro y plata, sino también de madera y de barro, unos son para usos nobles, los<br />

otros para usos viles 91 . Nosotros procuremos trabajar y esforzarnos cuanto podamos para<br />

llegar a ser vasos de oro y de plata. Por lo demás, sólo se ha concedido quebrar los vasos<br />

de barro al Señor, a quien se ha dado la vara de hierro 92 . El siervo no puede ser más que<br />

su señor 93 , y nadie puede reclamar lo que el Padre ha dado sólo al Hijo, de suerte que<br />

piense que puede llevar la pala o el bieldo para beldar o limpiar la era o separar, según el<br />

juicio humano, toda cizaña del trigo. Esto es una terquedad orgullosa y presunción<br />

sacrílega que se arroga el furor depravado. Y mientras algunos se toman más de lo que<br />

reclama una benigna justicia, se colocan fuera de la Iglesia, y mientras se alzan<br />

insolentes, cegados con su misma hinchazón, pierden la luz de la verdad" 94 .<br />

Con estas palabras de Cipriano se mantendrían en la Iglesia los que temen a Dios, que<br />

pudieron querer separarse de ella por causa de los malos conocidos; estas palabras os<br />

condenan a vosotros, que en vuestra separación acusáis incluso a los buenos. Con ellas<br />

Cipriano nos mantiene a nosotros en la casa de Dios, cuyo decoro amó él 95 , de modo que


no la abandonemos por causa de los vasos hechos para afrenta, aunque, cosa que nunca<br />

pudisteis vosotros conseguir, pudiéramos conocer a los que acusasteis y mostrasteis como<br />

traditores y a cualesquiera otros malos.<br />

Ojalá con esas palabras os introduzca, corregidos ya, en la paz católica este promotor de<br />

la paz, para que no os sintáis irritados por cualesquiera pecados ajenos, sean verdaderos o<br />

falsos, y dejéis de lanzar invectivas contra la Iglesia de Cristo que fructifica y crece según<br />

las Escrituras en todo el mundo, ni acuséis al trigo por causa de la cizaña, abandonéis el<br />

grano a causa de la paja, permanezcáis fuera de la casa por los vasos de uso vil.<br />

49. Ya ves cuánto nos ha ayudado el bienaventurado Cipriano citado por ti. Si pensó<br />

diversamente sobre la repetición del bautismo, sin duda el Señor, en pago de los<br />

extraordinarios méritos de su caridad ardiente, le dio luz para corregirse, porque<br />

permaneció en aquella vid como un sarmiento cargado del fruto tan copioso de paz y<br />

caridad; de tal manera que si se encontrara en él algo que purificar, sin duda le quitaría<br />

esa mancha, si no hubiera otro recurso, el hacha del martirio.<br />

Todo lo que acabo de decir podría ser suficiente para refutar vuestro error y, si quisierais,<br />

aun para corregirlo; sin embargo, para que nadie vaya a pensar que en tu carta había algo<br />

que no he podido refutar o en lo que no he podido demostrar que tú no has respondido<br />

nada ajustado a mi carta contra Petiliano, vamos a ver el resto en el volumen siguiente.<br />

RÉPLICA AL GRAMÁTICO CRESCONIO, DONATISTA<br />

Traductor: P. Santos Santamarta, OSA<br />

Libro tercero<br />

Motivo del presente libro<br />

I. 1. Si no tuviera que tener en cuenta a las mentes torpes, que no pueden entender que<br />

he contestado de varios modos en los dos volúmenes anteriores a todas las cuestiones que<br />

se contienen en tu carta, hermano Cresconio, y de tal manera que las que allí restan están<br />

ya resueltas y aniquiladas, debía haber puesto ya fin a esta obra. Mas como hay muchos, a<br />

los que conviene que sirva, que piensan que no se han refutado todas las objeciones si no<br />

se debate cada una en su lugar oportuno, recorreré brevemente y por su orden, para<br />

refutarlas, las que quedan de su tratado.<br />

2. Todo lo que te ha parecido bien insertar sobre los escritos del venerable mártir Cipriano<br />

y de algunos orientales, coincidentes en reprobar el sacramento del bautismo dado entre<br />

los herejes y cismáticos, no perjudica en absoluto nuestra causa, si mantenemos la Iglesia<br />

que no abandonó Cipriano, aunque muchos de sus colegas no quisieron dar su<br />

asentimiento a esa opinión. En el mismo concilio dijo: "Sin juzgar a nadie ni apartar del<br />

derecho de la comunión a nadie por pensar de otra manera" 1 . Y así termina la misma<br />

carta a Jubayano:<br />

Un texto de la carta a Jubayano<br />

II. "Esto, carísimo, te he contestado según mis cortos alcances, sin hacer prescripción<br />

alguna sobre nadie o prejuicio que impida a cada uno de los obispos hacer lo que le<br />

parezca, pues está en posesión de la libre potestad de su albedrío" 2 , etc.<br />

Así, pues, colócanos de momento entre aquellos a quienes Cipriano pudo convencer y con<br />

quienes, sin embargo, aun siendo de diferente opinión en esta materia, no rompió en<br />

absoluto su comunión. Por lo que se refiere a vuestros antepasados, respecto a los cuales<br />

tú has dado testimonio de que se separaron de la comunión de los orientales porque éstos<br />

se habían vuelto atrás de su juicio, según el cual les había parecido bien que era preciso<br />

estar de acuerdo con Cipriano y aquel concilio africano sobre esta cuestión del bautismo,<br />

actuaron contra Cipriano. En efecto, debieron mantener la unidad de la comunión con los<br />

que tenían otra opinión en esta materia, como hizo Cipriano, según leemos en sus cartas.<br />

Ellos contestan que quiso hablar así no fuera que, aterrados por el temor de la<br />

excomunión, no se atrevieran a decir libremente lo que pensaban, no precisamente porque<br />

él fuese a permanecer en comunión con ellos si pensaran de otra manera. Esto es una


forma clara de decir que Cipriano mintió. Si decía: "Sin juzgar a nadie ni apartar del<br />

derecho de la comunión a nadie por pensar de otra manera" -y las actas del concilio<br />

indican que él lo dijo-, y, no obstante, si alguno de aquellos a los que decía estas cosas<br />

manifestaba una opinión diversa, vería rota su comunión con él en los sacramentos de<br />

Cristo, sin duda mentía al hacer tal promesa no sincera y con dolo; y, lo que es peor, en<br />

tal mentira engañaba la sencillez de los hermanos con la doblez de corazón, sobre todo al<br />

quedar escrito lo que se decía.<br />

Porque, si alguno hubiera pensado diversamente a lo que pensó el concilio, ¿cómo podrían<br />

condenarlo o excomulgarlo si él leía en alta voz a su favor las palabras iniciales del mismo<br />

concilio? Entonces, ¿quién tiene mejor opinión de Cipriano: nosotros que afirmamos que<br />

en la cuestión oscura del bautismo él, como hombre, pudo equivocarse, o vosotros, que<br />

decís que él, como obispo, al prometer la comunión cristiana, quiso engañar no a cualquier<br />

hermano del episcopado, sino a toda la asamblea episcopal? Si a vosotros os parece una<br />

impiedad esto, vuestros antepasados obraron contra su parecer al romper la comunión con<br />

los orientales por pensar de otra manera sobre esta cuestión.<br />

Los orientales corrigieron su error<br />

III. 3. Por tanto, si se ha de creer que cincuenta obispos orientales han sido del mismo<br />

parecer que los setenta, o algunos más, africanos, frente a tantos miles de obispos que en<br />

todo el orbe desaprobaron este error, ¿por qué no hemos de decir más bien que aquellos<br />

mismos pocos obispos orientales han corregido su juicio, y no, como dices tú, que lo han<br />

anulado? Como es digno de elogio no abandonar una afirmación verdadera, así es culpable<br />

persistir en la falsa; no mantener nunca ésta es digno de mayor elogio, y el cambiarla, el<br />

segundo grado del elogio, a fin de que o bien permanezca la verdadera desde el principio,<br />

o bien, cambiada la falsa, le suceda la verdadera.<br />

Al presente no tiene que ver con nuestra cuestión en que la mayor parte del orbe cristiano<br />

pensó como los orientales. Si esto es verdad, si hay que mantener y observar lo que<br />

mantenemos y observamos nosotros acerca del bautismo, os echamos en cara los dos<br />

males vuestros: uno, el error en la cuestión del bautismo; otro, la separación de aquellos<br />

que mantuvieron la verdad sobre este punto. Y si -para hablar como vosotros- la verdad<br />

en esta cuestión es lo que vosotros pensáis, os mancilláis ciertamente con el crimen de<br />

haberos separado de la Iglesia, por cuya paz, según hizo y amonestó Cipriano, debisteis<br />

soportar aun a los que piensan de otra manera.<br />

Cresconio cambia el sentido de las palabras de Agustín<br />

IV. 4. Aquí alzas tu voz como si yo hubiera dicho: "No hagas distinción entre los fieles y<br />

los infieles; ve como iguales al piadoso y al impío". Yo no he dicho esto; lo que dije<br />

claramente es aquello de lo que tú, como si hubiera dicho esto, tomaste pie para exclamar<br />

y decir lo que no he dicho yo. Esto dije: "Ya reciba alguien el sacramento de un<br />

dispensador fiel, ya de un infiel". En esta frase ni he dejado de distinguir el fiel del infiel, ni<br />

he mandado que cada cual vea como iguales al piadoso y al impío; he dicho que el piadoso<br />

y el impío pueden tener el mismo sacramento, cosa que ni tú niegas, ya que concedes que<br />

no se debe bautizar al menos después de hacerlo los impíos ocultos.<br />

Así, sin motivo añades y dices: "Nada aprovecha vivir con buenas costumbres, ya que lo<br />

que puede el justo, lo puede cumplir el pecador también". Esto es falso y no lo he dicho<br />

yo. En efecto, las buenas costumbres distinguen la vida de los buenos de la de los malos y<br />

llevan a diverso fin. Lo que puede el justo no lo puede cumplir el pecador, porque el justo<br />

cumple la ley de Cristo por el amor, al que es ajeno el pecador; sin embargo, puede<br />

cumplir algo que cumple el justo: puede bautizar si no puede cumplir otra cosa, al menos<br />

si está oculta su malicia. Igual que pueden predicar los mandatos de Dios como los justos,<br />

pero no vivir como los justos. De ellos se ha dicho: Haced lo que ellos digan, pero no<br />

hagáis lo que hacen 3 .<br />

El que santifica es siempre Dios<br />

V. 5. Pero imaginémonos un pecador no secreto y conocido por algunos buenos, pero que<br />

no puede ser separado de la Iglesia en atención a alguna facción sediciosa. Escucha a<br />

Cipriano, soporta la cizaña, sé trigo. ¡Qué bien te han sonado unas palabras que, en un<br />

tema, has repetido varias veces! Son éstas: "¿Puede decirse cosa más inicua que este


precepto: que un mancillado purifique a otro, que lo lave el sucio, que lo limpie el<br />

inmundo, que dé la fe el infiel, que el criminal haga a uno inocente?"<br />

Respondo brevemente: ni el mancillado, ni el sucio, ni el inmundo, ni el infiel criminal son<br />

Cristo, que amó a la Iglesia, que se entregó a sí mismo por ella, purificándola con el<br />

lavado del agua en la palabra 4 , dándonos seguridad respecto a sus bienes, para no temer<br />

ser manchados con los males ajenos. Cuando un ministro malo oculta su maldad, si tú no<br />

anulas el bautismo dado por él, ¿no se te pueden devolver todas esas tus expresiones de<br />

que purifica el manchado, y lava el sucio, y limpia el inmundo, y da la fe el infiel y el<br />

criminal hace inocente a uno? "No", dices tú, "no él mismo, sino la buena opinión de que<br />

goza, aunque vacía y errónea". Y ante esto no quieres tú que yo exclame: "¡Oh crimen, oh<br />

portento!", no, como dice alguien 5 , "digno de ser deportado al fin del mundo", sino más<br />

bien de ser echado fuera del mundo entero y de todas las tierras, si fuera posible. No me<br />

refiero a ti mismo, cuya enmienda deseo, sino a ese error, del cual deseo te corrijas. ¿<br />

Acaso cuando falta la verdadera vida de un buen ministro para purificar a un hombre será<br />

suficiente la buena pero errónea opinión pública sobre un mal ministro, que consiga lo que<br />

no conseguiría la vida santa, de suerte que para santificar a un hombre, cuando está<br />

oculta la malicia del ministro, use Dios el ministerio de la falsedad? Todo esto se origina de<br />

no reconocer lo que nosotros decimos: ya reciba uno el bautismo de un ministro fiel, ya de<br />

un infiel, el que santifica no es otro que Dios.<br />

6. Luego citas estas mis palabras: "Sea siempre Cristo quien da la fe, sea Cristo el origen<br />

del cristiano, en Cristo enclave el cristiano su raíz, sea Cristo la cabeza del cristiano". Así<br />

lo dije y lo digo, y no pudiste tú responder. Parece como si te sintieras abatido por el peso<br />

aplastante de la verdad cuando añadiste: "Esto también lo enseñamos nosotros, también<br />

lo queremos".<br />

Sigue el tema de quién será mejor que lo dé, el justo o el injusto<br />

VI. Pero de nuevo sustituyes a Cristo por un hombre, en quien ponga su esperanza el que<br />

ha de ser bautizado. Dices: "Pero buscamos quién realice esto mejor". Y como también<br />

nosotros decimos que sin ministro no puede ser bautizado el hombre, me preguntas si es<br />

mejor el ministro pecador o el santo. Yo respondo que para esto es mejor que el ministro<br />

sea santo, a fin de que la debilidad del hombre, que sin el ejemplo siempre ve laborioso y<br />

difícil lo que manda Dios, imitando al ministro santo se yerga con más facilidad a una vida<br />

santa; así nos lo inculca el apóstol Pablo: Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo 6 .<br />

Por lo que se refiere al bautismo y santificación del hombre, si lo que se recibe es tanto<br />

mejor cuanto mejor es quien lo da, hay tanta variedad de bautismos en los que lo reciben<br />

cuanta diversidad de méritos en los ministros. Si Pablo, como se cree sin discusión, era<br />

mejor que Apolo, dio también un bautismo mejor según vuestra vana y perversa opinión 7 ,<br />

y si dio un bautismo mejor, sin duda veía con malos ojos a aquellos a quienes se<br />

congratula de no haberlos bautizado personalmente. Además, habiendo entre los buenos<br />

ministros uno mejor que otro, si no es mejor el bautismo que da un ministro mejor,<br />

tampoco será malo el bautismo que da un ministro malo, ya que es el mismo bautismo el<br />

que se da. Y, por consiguiente, es igual el don de Dios, aunque lo den ministros de<br />

desigual virtud, porque no es suyo el don, sino de Dios.<br />

Agustín distingue entre el ministro fiel y el infiel<br />

VII. Así pues, no tiene fundamento tu ataque de que no distinguimos en nada al ministro<br />

fiel del infiel; distinguimos los méritos humanos, no los sacramentos divinos, que tú,<br />

llevado por la fuerza de la verdad y olvidado del espíritu pendenciero de los herejes,<br />

confesaste que no eran diferentes entre nosotros y vosotros, sino enteramente los<br />

mismos.<br />

7. ¿Cómo dices tú: "Esto es también lo que nosotros enseñamos y queremos: sea siempre<br />

Cristo el que da la fe, sea Cristo el origen del cristiano, en Cristo enclave el cristiano su<br />

raíz, sea Cristo la cabeza del cristiano", y luego defiendes la carta de Petiliano? Este, al<br />

ponderar el mérito del que bautiza y al esforzarse por demostrar, en favor de la causa que<br />

él defiende, el valor de la santidad del hombre para dar el bautismo, dice con toda<br />

claridad: "Se tiene en cuenta la conciencia del que da santamente el bautismo para<br />

purificar la del que lo recibe. Porque el que a sabiendas recibe la fe de un infiel, no recibe<br />

la fe, sino el pecado". Y como si se le preguntara: "Cómo pruebas esto?", añadió a<br />

continuación: "Todo ser toma su existencia de su origen y su raíz; si no tiene cabeza, no


es nada".<br />

¿Por qué, te ruego, al caer en la defensa de un error temerario, tratas de sembrar de<br />

nieblas cosas tan manifiestas? Este hombre dice abiertamente que el origen, la raíz y la<br />

cabeza del que ha de ser regenerado por el bautismo no puede tener lugar sino por el<br />

ministerio del que le bautiza, y tú dices: "Esto es lo que también nosotros queremos, que<br />

sea Cristo el origen, la raíz y la cabeza del cristiano, pero buscamos por medio de quién se<br />

haga mejor esto". Una cosa es lo que dices tú, otra lo que dijo Petiliano; lo que dices tú,<br />

aunque sea verdad, no es lo que dijo aquél.<br />

Contradicción entre Cresconio y Petiliano<br />

VIII. 8. Por consiguiente, si tú también quieres que Cristo sea el origen, la raíz y la<br />

cabeza del cristiano, enfréntate con Petiliano, no conmigo, ya que: Ni el que planta ni el<br />

que riega son nada, sino Dios que da el crecimiento 8 . Al citar yo este testimonio del<br />

Apóstol en mi carta, te pareció bien responder en estos términos: "Ciertamente es Dios el<br />

que da el crecimiento, pero como para plantar y regar se busca un obrero fiel y diligente,<br />

así en el sacramento del bautismo se emplea un obrero fiel y de probada justicia". Como si<br />

lo que plantó un colono infiel no llegara a germinar por su infidelidad. La fuerza de la<br />

semilla, la fecundidad de la tierra y el clima han recibido de Dios tales disposiciones que<br />

para propagar sus frutos sólo esperan la obra del que planta o del que riega, pero no se<br />

preocupan con qué espíritu obra ni con qué intención trabaja, si ama fielmente al dueño<br />

del campo o busca sus propios intereses y no los de aquél.<br />

Añades también el testimonio del Profeta diciendo: Os daré pastores según mi corazón,<br />

que os pastorearán con inteligencia 9 . Conozco el texto, se ha cumplido: tales fueron los<br />

apóstoles, tales los hay también ahora, aunque muy pocos, dada la extensión de la<br />

Iglesia; pero no faltan. También debiste buscar, leer, meditar lo que dice el profeta<br />

Ezequiel contra los malos pastores, a saber: Yo las apacentaré, no los pastores 10 .<br />

En qué pone Cresconio su esperanza<br />

IX. 9. Por consiguiente, cuando dispensa su palabra y su sacramento por medio de<br />

pastores buenos y malos, él mismo es el que apacienta, ya que dijo de sí mismo: Que<br />

haya una sola grey y un solo pastor 11 . Es mejor confiar en el Señor que confiar en el<br />

hombre 12 , y también: Maldito todo el que pone su esperanza en el hombre 13 .<br />

Yo cité este texto en aquella carta, y tú muestras que lo entiendes de tal manera, que<br />

afirmas que buscas un ministro justo y fiel para que confiera este sacramento porque<br />

tienes la esperanza y la confianza en Dios y no en un hombre. Pero de Dios es la fe y la<br />

justicia que tú consideras siempre en sus ministros.<br />

Es verdad lo que dices, que no tenemos ningún bien que no hayamos recibido 14 y según<br />

ello, Dios es el que nos da la fe y la justicia. Pero cuando dices que Dios no la puede dar si<br />

no la tiene el hombre que te bautiza, ya estás poniendo efectivamente esperanza en el<br />

hombre, de quien no sabes si participa de ella; y si no tiene parte en la justicia, consideras<br />

la opinión pública sobre él, y al descubrir que es erróneamente buena en un pecador<br />

oculto, piensas que te es suficiente para tu justificación. Dime, te ruego, si tienes tu<br />

confianza en Dios y no en el hombre, y si por ello buscas más un ministro bueno, justo y<br />

fiel que administre este sacramento, porque de Dios es la fe y la justicia, ¿se ha de atribuir<br />

también a Dios el error de la opinión pública, que si es buena referida a un ministro malo,<br />

dices que te basta ésa para tu santificación? Preferiría que confiaras en el hombre, de lo<br />

que con toda vehemencia te apartaba antes, antes que en el error de la opinión pública<br />

sobre él. Al fin, el hombre, sea como sea, en su condición de hombre es una criatura de<br />

Dios; en cambio, ningún error lo es.<br />

Ahora bien, si es maldito el que pone su esperanza en el hombre 15 , cuánto más lo será el<br />

que la pone en el error de la opinión humana, de suerte que llegue a caer en aquella otra<br />

amenaza: El que se fía en las mentiras, apacienta vientos 16 , esto es, se convierte en<br />

alimento de los espíritus malos.<br />

El bautismo de Juan y el de Moisés<br />

X. 10. Dices: "Si el bautismo dado por cualquiera de cualquier manera no debe ser


invalidado, ¿por qué bautizaron los apóstoles después de Juan?" Con más fuerza expone<br />

este argumento: "Si los apóstoles bautizaron después de Juan, ¿por qué no bautiza<br />

después de cualquier santo uno mejor que él o igual a él?" Así te verías forzado a<br />

comprender que no pertenece a esta cuestión el bautismo de Juan.<br />

Dices también: "Pedro dijo a los judíos bautizados por Moisés: Arrepentíos y que cada uno<br />

de vosotros se bautice en el nombre de Jesucristo" 17 .<br />

Si los judíos ya habían sido bautizados, porque Moisés había bautizado a sus antepasados<br />

tanto tiempo antes a través del mar Rojo, sin motivo se bautiza en la actualidad a los que<br />

nacen de cristianos bautizados; y, sin embargo, dices estas cosas y las escribes; se te<br />

escucha, se te lee y se cree que respondes a mi carta, como si haber podido responder<br />

fuera lo mismo que no haber querido callar.<br />

El testimonio de Pablo pone bien de manifiesto que quien bautiza es Cristo<br />

XI. 11. Tampoco refutaste, como tú crees, el principio de mi carta que consideraste que<br />

debías pasar por alto. Allí dije: "Si se equivocaban los que querían ser de Pablo, ¿qué<br />

pueden esperar los que quieren ser de Donato?" ¿Quién no ve que la causa de este cisma,<br />

que el motivo de persistir aún hoy en esta peste, procede de poner la esperanza en la<br />

justicia de un hombre, de suerte que solamente es aceptable el bautismo de Cristo cuando<br />

es un hombre justo el que bautiza? Contra este error, contra los que ya habían empezado<br />

a levantar cismas atendiendo a los diversos méritos de los hombres, levanta la voz el<br />

mismo Pablo: Doy gracias a Dios de no haber bautizado a ninguno de vosotros, para que<br />

nadie pueda decir que he bautizado en mi nombre 18 . ¿Qué otra cosa insinúa sino que el<br />

bautismo de Cristo era propio de aquel en cuyo nombre se da, y, por tanto, que no se<br />

vuelve mejor porque lo dé un ministro mejor, ni peor porque lo dé un ministro menos<br />

bueno?<br />

Absurdos que se siguen de las tesis de Cresconio<br />

12. Así, sin motivo, te entusiasmas después y dices: "Síguese que todo lo que ha escrito<br />

el santo Petiliano, o cualquier otro que haya sido, tengo que reconocerlo como justamente<br />

dicho". En realidad, esas mismas palabras, que concluyes han sido dichas rectamente,<br />

demuestran que no han sido dichas rectamente, ya que no se tiene en cuenta la conciencia<br />

del que da santamente el bautismo para que limpie la del que lo recibe cuando la<br />

conciencia del que lo da está oculta. Vencido en esta materia, cuando debías rendirte a la<br />

verdad apelaste a la errónea opinión pública sobre aquél, como a un juez infeliz engañado<br />

por la mentira, ya que no se tiene en cuenta la conciencia cuando se tiene en cuenta la<br />

opinión sobre él; y la falsa opinión sobre cualquiera no puede purificar a nadie, como no lo<br />

puede tampoco la mala vida; y nadie recibe la fe cristiana de un hombre ni infiel ni fiel,<br />

sino de aquel de quien se dijo: Que purifica sus corazones con la fe 19 . Si uno oye de la<br />

boca de un fiel qué es lo que tiene que creer, ciertamente lo imita, pero no es justificado<br />

por él. Pues si el ministro justifica al impío, síguese que tiene motivo para creer también al<br />

ministro; pues es clara y cierta la afirmación del Apóstol: Al que cree en el que justifica al<br />

impío, se le cuenta su fe como justicia 20 . Por tanto, si el ministro no se atreve a decir:<br />

"Cree en mí", no ose afirmar: "Eres justificado por mí".<br />

13. Atendamos a lo que sigue: "Todo ser toma su existencia de su origen y su raíz; si no<br />

tiene cabeza, no es nada". Si el origen, la raíz y la cabeza del bautizado es el ministro, no<br />

lo es Cristo; si lo es Cristo, no lo es aquél. Finalmente, cuando el ministro es ocultamente<br />

malo, ¿cuál es el origen, cuál la raíz, cuál la cabeza del bautizado? ¿Acaso la mala opinión<br />

sobre él? Esto es lo que dice Cresconio, pero le contradice la verdad. Luego, si entonces es<br />

Cristo el origen, la raíz y la cabeza, también lo es cuando es bueno el ministro; de lo<br />

contrario se seguiría el absurdo de que es mejor la condición del bautizado por uno<br />

ocultamente malo, ya que Cristo es entonces la cabeza, que la del bautizado por uno<br />

manifiestamente bueno, si entonces es el ministro la cabeza.<br />

Esto se podría decir de la buena semilla; sigue en efecto: "Nada reproduce bien si no es<br />

reproducido por una buena semilla".<br />

14. Lo que sigue lo has tomado de la carta de Petiliano: "Si esto es así, hermanos, ¿cuál<br />

no será el absurdo de que quien es reo por sus crímenes haga a otro inocente, si está<br />

escrito: El árbol bueno da buenos frutos y el árbol malo da malos frutos? ¿Se cosechan


uvas de los espinos? 21 Y también: El hombre bueno saca cosas buenas del tesoro de su<br />

corazón, y el hombre malo produce cosas malas" 22 . Estas palabras demuestran suficiente<br />

y claramente que Petiliano no refería estas cosas sino al hombre que administra el<br />

bautismo, para que se entienda que si él es inocente hace inocente al que bautiza; que él<br />

es el árbol bueno cuyo fruto es el bautizado; que él es el hombre bueno cuyo corazón es el<br />

tesoro del cual procede la santificación del bautizado. Así, cuando éste es un pecador<br />

oculto, dime quién hace inocente al bautizado; dime de qué árbol será fruto; dime de qué<br />

corazón será el tesoro que santifica al bautizado. O bien, si merece tener como causa de<br />

su inocencia, como árbol del cual nace un fruto bueno, no al hombre ministro del<br />

bautismo, sino a Cristo, es de mayor ventura para él haber topado con un ministro<br />

ocultamente malo que si hubiera topado con uno manifiestamente bueno. Si esto es<br />

plenamente absurdo y disparatado, el santificado por el bautismo es fruto de Cristo, sea<br />

quien sea el ministro que le bautiza.<br />

Claro que quizá pueda recurrir a tu consejo, cuando cae en la conciencia manchada y<br />

oculta del ministro, a fin de que le muestres como árbol al que da el nacimiento la buena<br />

aunque errónea opinión sobre un hombre malo; si buscas su raíz encontrarás la astucia de<br />

un hipócrita. Si puede nacer de ella un fruto bueno, lo que Dios no permita, mintió Cristo<br />

al decir: No puede un árbol malo producir frutos buenos 23 . Pero como Cristo dijo la<br />

verdad, produzca el hombre bueno, como árbol bueno, el fruto de las buenas obras, a la<br />

manera que el hombre malo, como árbol malo, produce el fruto de las malas obras. Que el<br />

bautizado nazca no del espíritu de cualquier hombre, sino del espíritu de Cristo, si quiere<br />

ser fruto que no corrompa el viento, o árbol que no sea desarraigado. Si esto es así, al<br />

decir tú: "Síguese que todo lo que ha dicho el santo Petiliano, o cualquier otro que haya<br />

sido, tengo que reconocerlo como justamente dicho", pienso que concluyo más bien que<br />

todo eso no se ha dicho rectamente.<br />

El caso de Optato<br />

XII. 15. Vamos a ver ahora lo que después engarzaste en tu carta; cómo los vuestros te<br />

informaron sobre la causa de Optato y de los maximianistas, o mejor, para seguir tus<br />

enseñanzas, de los maximianenses. Acerca de Optato, sobre el cual no puedo mostrar<br />

nada escrito por él, con facilidad acepto lo que digas. Solamente sé esto: si es verdad, no<br />

digo lo que se demostraba, sino lo que se decía de él, ni él era bueno ni tenía buena fama.<br />

Por consiguiente, cuantos fueron bautizados por él, no pudieron ser lavados ni por su<br />

conciencia, según Petiliano, ni por su fama, según tú. Y si la envidiosa opinión pública<br />

lanzó sobre él, como ocurre con frecuencia, falsas calumnias, ves con cuánta razón no<br />

creemos fácilmente lo que nunca pudisteis probar sobre los traditores a los que acusáis, ya<br />

que la opinión pública suele mentir también acerca de los buenos. Así pues, si no es su<br />

inocencia, ni en resumidas cuentas, como es verdad y seguro, la gracia de Dios y nuestra<br />

conciencia las que dan valor a nuestro bautismo, sea al fin tu opinión la que se lo da.<br />

Diversa actitud de Cresconio frente a Optato y a Ceciliano<br />

XIII. 16. Al hablar de Optato dijiste: "Yo no absuelvo a Optato ni lo condeno". Si yo, y no<br />

sólo yo, sino toda la Iglesia católica africana, y cuánto más aún la transmarina, tan<br />

ampliamente extendida, dijera de Ceciliano y de los que lo ordenaron: "Yo no los absuelvo<br />

ni los condeno", ¿piensas que sería poco para los que éstos bautizaron, ninguno de los<br />

cuales vio jamás a Ceciliano, lo que crees es suficiente respecto a Optato a aquellos que él<br />

bautizó con sus manos? ¿Acaso porque vosotros citáis el concilio de vuestros antepasados<br />

sobre Ceciliano, mientras que nosotros no citamos ninguno sobre Optato v, piensas que a<br />

nadie de los nuestros le está permitido decir: "Yo no absuelvo ni condeno a Ceciliano",<br />

como lo pudiste decir tú de Optato?<br />

Pero en favor de Ceciliano se celebró después un juicio transmarino a instancias de los<br />

vuestros ante el emperador Constantino. Y si los juicios eclesiásticos, una vez celebrados,<br />

no pueden ser anulados, ¿qué vais a hacer de Primiano, vuestro obispo de Cartago, contra<br />

el cual se pronunciaron primero cien obispos, más ciertamente que sobre Ceciliano, y,<br />

anulando su condición de obispo, pusieron en su lugar a Maximiano? ¿No se apoyó<br />

Primiano en un juicio posterior, que se celebró en su favor en la ciudad de Bagái, juicio<br />

según el cual no quiere se dude de él, pero exige que todos vosotros le absolváis?<br />

También nosotros, de acuerdo con el juicio posterior, absolvemos absolutamente y sin la<br />

menor vacilación a Ceciliano.


Para dirimir la causa basta que digamos nosotros de él lo que tú de Optato: "Nosotros no<br />

absolvemos a Ceciliano ni lo condenamos". Que vean los jueces, los nuestros o los<br />

vuestros, cómo le juzgaron; den ellos mismos razón de su sentencia, carguen ellos con el<br />

peso de su buena o mala obra 24 ; a nosotros permitidnos al menos dudar de los hechos<br />

ajenos, para no vernos forzados a condenar en nosotros los sacramentos de que no se<br />

puede dudar.<br />

Pero ya lo he dicho: piensa de Optato lo que quieras; pues no hay modo de dejar convicto<br />

a aquel de quien no se encuentran delitos en las actas, delitos que, sin embargo, él<br />

cometió, de suerte que es considerado, detenido y ajusticiado como el cabecilla de los<br />

satélites de Gildón. ¿Os está permitido decir algo sobre Feliciano y Pretextato ,<br />

compañeros de Maximiano, a los cuales condenaron trescientos diez obispos vuestros,<br />

junto con los otros expresamente nombrados, en una sola y la misma sentencia del<br />

concilio de Bagái, y a los que recibieron poco tiempo después con la dignidad de obispos<br />

que tenían, junto con todos los que habían bautizado durante su condena?<br />

El caso de Feliciano y Pretextato<br />

XIV. 17. En consecuencia, es inútil querer lavar todo lo que, como perdonándolo o<br />

pasándolo por alto, tú has dicho contra nosotros o los nuestros, sin nombres, sin testigos,<br />

sin ningún documento en absoluto, en parte acusando de lo que no es objeto de<br />

acusación, en parte no probando lo que sí es objeto. A éstos, a éstos es a los que debes<br />

entender de nuevo; mira con más atención a Feliciano de Musti y a Pretextato de Assuras,<br />

cuyos casos explicaré enteramente, si Dios lo permite, en su lugar. A fin de que, aunque te<br />

empeñes en ser tan enemigo de la verdad, no puedas defender o negar la mentira de los<br />

vuestros. Pero de momento yo prefiero hablar sobre lo que te dijeron; no discuto aún<br />

cuántas falsedades han dicho, no demuestro aún con qué ceguedad tan desvergonzada<br />

han mentido.<br />

Ciertamente cuando leíste en mi carta lo referente a los que llamé maximianistas,<br />

condenados por el concilio de los vuestros y recibidos luego, te has sentido muy afectado,<br />

como dices, ya que, para usar tus mismas palabras, ignorabas aún cuál era la verdad. En<br />

seguida, según cuentas, conseguiste información más detallada de vuestros obispos, y<br />

conociste por sus informes el decreto del concilio y la sentencia pronunciada contra<br />

aquellos que habían sido condenados y la secuencia de todo el asunto. Y como creías que<br />

yo ignoraba lo que se había tratado, exhortándome a conocer la verdad plena, lo contaste<br />

todo después. Y fíjate que en esta materia pongo tus mismas palabras, tomadas de tu<br />

carta; ellas me son absolutamente necesarias.<br />

La prórroga que les ofrecieron los donatistas<br />

XV. 18. Dices: "Como el error de Maximiano intentaba ganar para sí a los más de los<br />

obispos, los nuestros reunieron un concilio contra todos los que habían permanecido en su<br />

cisma, pronunciaron la sentencia, que afirmas haber leído tú también. Aunque esta<br />

sentencia fue confirmada con el consentimiento de todos, sin embargo, dices tú, pareció<br />

bien conceder un plazo al decreto del concilio, dentro del cual se reconocería inocente al<br />

que hubiera tenido a bien corregirse. Y así sucedió -dices- que no sólo los dos citados, sino<br />

también otros muchos tornaron a la Iglesia purificados e inocentes. A éstos no se les debió<br />

anular el bautismo, porque, restablecidos dentro de la fecha señalada, no habían incurrido<br />

en la sentencia definitiva, ni estaban separados de la Iglesia cuando bautizaban, ya que no<br />

habían permanecido desunidos más allá del plazo prefijado. En cambio, a los que, junto<br />

con Maximiano, perseveraron con pertinacia más allá de la fecha señalada, les cerró el<br />

paso la sentencia de condenación, y perdieron a la vez el bautismo y la Iglesia".<br />

Estas son tus palabras, mi querido Cresconio, que reconocerás tomadas del contenido de<br />

tu carta.<br />

Sólo vuelve a la iglesia quien la había abandonado<br />

XVI. 19. Por tanto, he aquí lo que te pregunto: Si aún no se habían separado de la<br />

Iglesia, ¿cómo se profirió contra todos los que hubieran permanecido en el cisma de<br />

Maximiano una sentencia que, confirmada con el consentimiento de todos, pareció bien<br />

otorgar al decreto del concilio una prórroga de tiempo, dentro de la cual se consideraría<br />

como inocente al que hubiera querido corregirse? En estas palabras muestras que si


alguno de los que habían permanecido en el cisma de Maximiano hubiera querido<br />

corregirse dentro de la prórroga, sería considerado como inocente. Se corregiría, pues,<br />

quien hubiera querido hacerlo, del cisma en que había persistido con Maximiano. Por<br />

consiguiente, antes de corregirse estaba en el cisma en el que había persistido, aunque no<br />

hubiera persistido pertinazmente en él, porque se había corregido dentro del plazo<br />

establecido. Y un poco después distingues textualmente: "En cambio, a los que junto con<br />

Maximiano perseveraron con pertinacia más allá de la fecha señalada, les cerró el paso la<br />

sentencia de condenación y perdieron a la vez el bautismo y la Iglesia".<br />

Ciertamente, al decir "perseveraron con pertinacia"indicas que también los que se<br />

corrigieron persistieron, aunque no con pertinacia; así es que contra todos a la vez se<br />

dictó aquella sentencia, que fue confirmada por el consentimiento de todos, aunque dices<br />

que pareció bien otorgar al decreto del concilio aquella prórroga de tiempo.<br />

Entonces, ¿cómo estaban en la Iglesia quienes antes de corregirse persistían con<br />

Maximiano en el cisma? Y si no estaban en la Iglesia, porque estaban en el cisma, ¿cómo<br />

bautizaban? Además, ¿cómo sucedió, según dices, que no sólo los que he recordado, sino<br />

también muchos otros purificados e inocentes tornaran a la Iglesia, si no estaban<br />

separados de la Iglesia? ¿A quién tornaron si no se habían separado? O, si se habían<br />

separado, dime, por favor, antes de retornar a la Iglesia, ¿con qué derecho bautizaron?<br />

Dices: "El bautismo de éstos no debió anularse, porque, restituidos dentro de la fecha<br />

señalada, no habían incurrido en la sentencia definitiva". ¿Restituidos a qué? Despierta,<br />

por favor; dinos a dónde volvieron. Seguramente dirás: "A la Iglesia", a la cual dijiste que<br />

ellos habían vuelto. ¿Y hay alguien que sea restituido a la Iglesia si no se ha separado de<br />

ella? ¿Hay alguien que sin separarse de la Iglesia haya permanecido, aunque sea por<br />

pocos días, en el cisma? ¿Hay alguien que, sin haberse separado de la Iglesia, pueda<br />

volver a ella después de un tiempo, por mínimo que sea?<br />

Cresconio sufre desinformación<br />

XVII. 20. Pienso, carísimo, que no sólo no consideraste lo que escribías, sino que ni<br />

siquiera leíste lo escrito. Claro, ¿qué ibas a hacer si en este caso te urgía la necesidad, no<br />

de proclamar contra Maximiano y sus compañeros tu propia sentencia, sino de defender<br />

como mejor pudieras la dictada por otros? Cierto que si tú no usaras esas palabras, yo<br />

leería el mismo decreto del concilio de Bagái, en el que está escrito: "Pero a aquellos que<br />

no han manchado los retoños de vástago sacrílego, esto es, que movidos por el pudor<br />

verecundo de la fe apartaron sus propias manos de la cabeza de Maximiano, les hemos<br />

permitido retornar a la madre Iglesia".<br />

Inconsecuencia de los donatistas<br />

XVIII. 21. En consecuencia, si no hubiese hallado esas tus palabras, aquí diría yo, aquí<br />

clamaría yo, en nombre de la verdad: ¿Cómo se permite retornar a la Iglesia a quienes no<br />

se apartaron de la madre Iglesia? O si se apartaron, ¿con qué derecho pudieron bautizar<br />

antes de volver, sino porque en el intento de reparar este cisma os habéis olvidado de<br />

vuestra propia vanidad según la cual juzgáis es necesario rebautizar, después de los<br />

obispos que siguen una línea ininterrumpida desde las mismas sedes de los apóstoles<br />

hasta nuestros días, no a un hombre solo, no a una sola casa, no a una sola ciudad, no a<br />

un pueblo solo, sino al orbe de la tierra? Seguramente, como el horror de un hecho como<br />

éste estremeció hasta los corazones de los que lo cometían, al tornar tales multitudes de<br />

la comunión de Maximiano a la vuestra, sin duda os causó gran satisfacción recibir a<br />

tantos, pero tuvisteis vergüenza de rebautizar a tantos. Frente a cuantos pudieran<br />

detestarlo y horrorizarse, ante ello, debíais hacer eso por la salud de las personas, que<br />

cuanto más numerosas eran, tanto menos debíais descuidar, si alguna vez prevalecía en<br />

vosotros la consideración de la verdad sobre el prejuicio del error.<br />

Ya ves que en este retorno de los maximianenses a vuestra comunión queda de manifiesto<br />

la verdad de lo que nosotros decimos sobre el bautismo. Si los hombres se dan un poco<br />

cuenta siquiera de lo que dicen u oyen, quien bautiza antes de tornar a la Iglesia, bautiza<br />

sin duda fuera de la Iglesia, y con todo no hay que anular el bautismo, como no habéis<br />

anulado tampoco vosotros el de aquéllos. Si no cambia, es porque nadie bautiza en su<br />

nombre propio, sino en el del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Además, aparte del<br />

sacramento del bautismo, que persevera íntegro para castigo del perverso o para la<br />

salvación del bueno o corregido, quiero hablar un poco sobre la misma expiación o


purificación de los que se corrigen. Te acuerdas sin duda de lo que has dicho contra<br />

nosotros, a saber, que hemos recibido sin ninguna expiación a los que vienen a nosotros<br />

de vosotros, del error sacrílego de los herejes. Dinos tú ahora, te ruego, con qué expiación<br />

fueron purificados los que al venir del cisma de Maximiano a vosotros fueron recibidos aun<br />

con sus cargos. ¿Acaso a pesar de participar en crimen tan grande no resultaron<br />

mancillados con tan nefasta compañía?<br />

Pasajes del concilio donatista de Bagái contra Maximiano y los suyos<br />

XIX. 22. Considera cómo resuena, qué reprocha, qué verdad proclama la boca de tus<br />

obispos en aquel célebre concilio. Dice: "A Maximiano, émulo de la fe, corruptor de la<br />

verdad, enemigo de la madre Iglesia, ministro de Datán, Coré y Abirón, lo lanzó del seno<br />

de la paz el rayo de nuestra sentencia; y si no se ha abierto la tierra y no lo ha tragado, es<br />

porque lo reserva para un suplicio más duro en las alturas. Pues arrebatado habría<br />

economizado su pena con la brevedad de su muerte; ahora recoge los intereses más<br />

elevados de su deuda, estando muerto entre los vivos".<br />

¿Acaso, pues, como tú dijiste, los que persistían en el cisma de éste, antes de restituirse,<br />

como tú también dijiste, al seno de vuestra Iglesia dentro del plazo de tiempo, no habían<br />

contraído mancha alguna o muy pequeña en esa compañía? Pero escucha lo que sigue<br />

luego; escucha, repito, cómo continúa el que dicta o lee esta sentencia: "No es sólo a éste<br />

-dice- a quien condena la muerte justa que origina su crimen; esa cadena del sacrilegio<br />

arrastra también a muchísimos a la participación en el crimen. De ellos está escrito:<br />

Veneno de áspides hay bajo sus labios, su boca rebosa maldición y acritud. Rápidos son<br />

sus pies para verter sangre; en sus caminos hay desolación y miseria, no han conocido la<br />

senda de la paz 25 . No quisiéramos ciertamente que fueran cortados de la trabazón del<br />

propio cuerpo. Pero como en el caso de la corrupción pestífera de una llaga gangrenosa<br />

aporta más alivio la amputación que curación la indulgencia, se ha encontrado un<br />

tratamiento más saludable para prevenir que el virus pestilente invada todos los<br />

miembros: concentrar el dolor eliminando la llaga que ha aparecido. Sabed, pues, que<br />

bajo la presidencia y la orden de Dios han sido condenados por la boca verídica de un<br />

concilio universal los culpables del crimen infamante: Victoriano de Carcabia, Marciano de<br />

Sulecto, Bejano de Bejana, Salvio de Ausafa, Teodoro de Usala, Donato de Sabrata,<br />

Miggene de Elefantaria, Pretextato de Assuras, Salvio de Membresa, Valerio de Melzi,<br />

Feliciano de Musti y Marcial de Pertusa, quienes con una obra funesta de perdición han<br />

formado un vaso inmundo de un amasijo de fango; pero también han sido condenados los<br />

que fueron algún día clérigos de la Iglesia de Cartago, quienes presenciando el crimen han<br />

servido de alcahuetes a este ilícito incesto".<br />

¿Podéis lanzar ataques más duros contra ellos? ¿Soléis lanzar ataques más furibundos<br />

contra nosotros? "Pero -dices- se corrigieron de mal tan grande dentro del plazo fijado".<br />

Habrá que ver si se han corregido, porque en verdad se habrían corregido si hubieran<br />

tornado a la verdadera Iglesia. Pero si la verdadera es la vuestra, decid cómo han<br />

reparado crimen tan monstruoso. Porque si no lo han expiado, todos vosotros estáis,<br />

según vuestra opinión, mancillados con su crimen; y si lo han expiado, concedéis que han<br />

podido expiarlo con sólo volver, mediante la caridad, que cubre la multitud de los pecados;<br />

y, en cambio, nos acusáis a nosotros con necias calumnias a propósito de los vuestros que<br />

vienen corregidos a nosotros. A no ser que, como indican las palabras del concilio, habían,<br />

sí, perpetrado el sacrilegio del cisma, pero aún no se habían manchado con el mismo<br />

sacrilegio antes del día fijado como plazo, y por eso no se juzgó que necesitasen<br />

expiación.<br />

Inconsecuencia o atribución de poder excesivo<br />

XX. 23. Si esto es así, ¿quién osará resistiros a quienes habéis recibido un poder tan<br />

admirable sobre los hombres? Pecan cuando quieren y se manchan cuando queréis<br />

vosotros. No proclamamos algo oscuro o menos conocido o divulgado. Se trata de una<br />

sentencia que, gracias a su notable estilo, se encuentra en las manos de todos, en la boca<br />

de todos los aficionados a tales lecturas; respecto a la cual, al menos ahora ves con qué<br />

verdad decía yo que no deberían complacerse de entrada en su estilo, para no tener que<br />

lamentar después su celebridad. Atiende a su contenido, escucha cómo suena.<br />

Anatema contra Maximiano. ¿Y los que se acercaron al altar con él?


XXI. 24. "A Maximiano -dice-, émulo de la fe, corruptor de la verdad, enemigo de la<br />

madre Iglesia, ministro de Datán, Coré y Abirón, lo lanzó del seno de la paz el rayo de<br />

nuestra sentencia". Por consiguiente, si alguno hubiera comunicado a sabiendas con éste<br />

un solo día, ¿no se contaminaría, según aquella severidad vuestra tan rebosante de<br />

jactancia, con mal tan grande, hasta el punto de hacerse igual a él?<br />

¿Qué fueron, pues, o qué llegaron a ser por eso los que no sólo se acercaron al altar con<br />

él, sino que, erigidos los altares, tras ordenarle obispo, le enfrentaron a vuestro Primiano?<br />

Pero ¿por qué hacerte preguntas sobre esto? Que hable la misma sentencia, cuyas<br />

palabras lanzan tal resplandor que, aunque quisierais esconderla, penetra con su<br />

deslumbrante esplendor en los más tenebrosos escondrijos.<br />

Veamos con qué fragor de condena irrumpe contra los compañeros de Maximiano.<br />

La sentencia incluye también a sus consagrantes<br />

XXII. 25. "No es sólo a éste -dice- a quien condena la muerte justa que origina su<br />

crimen; esa cadena del sacrilegio arrastra también a muchísimos a la participación en el<br />

crimen; de ellos está escrito: Veneno de áspides hay bajo sus labios, su boca rebosa<br />

maldición y acritud. Rápidos son sus pies para verter sangre; desolación y miseria hay en<br />

sus caminos, no han conocido la senda de la paz". Luego la sentencia cita nominalmente a<br />

todos los consagrantes de Maximiano, entre los cuales están también estos dos de que<br />

trato, Feliciano y Pretextato, y añade lo que hicieron para que se dijeran cosas tan duras<br />

contra ellos: "Quienes con una obra funesta de perdición han formado un vaso inmundo de<br />

un amasijo de fango", queriendo dar a entender que ellos mismos asistieron, ellos mismos<br />

ordenaron a Maximiano imponiéndole las manos; y añade, asimismo, sobre los clérigos de<br />

Cartago: "También han sido condenados los que fueron algún día clérigos de la Iglesia de<br />

Cartago, quienes, presenciando el crimen, han servido de alcahuetes a este ilícito incesto".<br />

Situación real de Feliciano y Pretextato<br />

XXIII. 26. Yo te pregunto, Cresconio, ¿he exagerado yo algo con mis palabras este<br />

crimen? Si lo hubiera querido, quizá no me hubieran faltado, si no las mismas palabras,<br />

otras cualesquiera más que suficientes. Te pregunto, pues: Antes de pasar a la concordia<br />

de vuestra comunión estos dos de quienes trato, colocados en aquella cadena de<br />

sacrilegio, bajo cuyos labios estaba el veneno de áspid, con la boca llena de maldición y<br />

amargura, con los pies dispuestos al derramamiento de sangre, ¿cómo bautizaron? ¿Se<br />

encontraba en ellos la conciencia del que da santamente para que purificara la de los que<br />

lo reciben? ¿Acaso los recomendaba la buena aunque falsísima opinión pública sobre ellos,<br />

que en aquellas dificultades te suministró a ti no una salida para escapar, sino para<br />

precipitarte, si precisamente el insigne concilio los declara reos de célebre crimen? Cuando<br />

volvieron después, antes del plazo fijado, según creíste a vuestros obispos que contaban<br />

falsedades, ¿cómo los reciben en sus honores con aquellos que, situados con Maximiano<br />

fuera de la Iglesia, habían bautizado en la cadena del sacrilegio cismático? ¿Cómo expían<br />

un sacrilegio de tal categoría? ¿Cómo se ven desatados de aquella cadena? ¿Cómo son<br />

purificados sus labios y su boca del veneno de áspides, de la maldición y de la amargura?<br />

¿Cómo se lavan sus pies del derramamiento de sangre espiritual que emprendieron con<br />

rapidez? ¿Cómo se limpian sus manos de la obra funesta de perdición, cómo se purifica del<br />

ilícito incesto, no los miembros de su cuerpo, sino el afecto del alma?<br />

Reconocimiento de hecho de la doctrina católica<br />

XXIV. 27. Por supuesto, para defender esta causa, queráis o no queráis, os veis forzados<br />

a acudir a la protección de la verdad; ella os dice que el bautismo de Cristo, dado no sólo<br />

por los malos ocultos, sino también por los manifiestos, no sólo por los convertidos, sino<br />

también por los perversos, tiene la inquebrantable solidez de su fuerza, y que puede<br />

encontrarse en ellos, pero no aprovecha sino a los corregidos; y que los corregidos pueden<br />

ser expiados por las oraciones fraternas gracias a la caridad que cubre la multitud de los<br />

pecados.<br />

Veamos: antes que te demuestre con qué impudor te han mentido vuestros obispos sobre<br />

el recibimiento de los maximianistas ateniéndome a su mentira y a tu relato, pienso que<br />

no debes investigar si vuestra causa está superada, sino reconocerlo, y que no debes<br />

preparar una réplica, sino pensar más bien en la enmienda. Pues tú ves al menos ahora


qué verdad contenían aquellas mis palabras, a las que en vano te viste forzado a<br />

responder falsamente; cuán justamente decía yo: "Si por la unidad del partido de Donato<br />

nadie rebautiza a los bautizados en el impío cisma, ¿por qué no se reconoce en pro de la<br />

unidad verdadera y universal de Cristo la ley de aquella herencia?" Tú mismo confiesas<br />

que los que persistieron en el cisma de Maximiano habían merecido una condenación, en<br />

la cual no incurrirían si dentro del plazo señalado hubieran vuelto a la Iglesia. De donde se<br />

sigue que, antes de volver, habían bautizado en el cisma en que habían persistido a<br />

aquellos con quienes fueron recibidos en vuestra comunión. Ves claramente cómo unos<br />

muertos bautizaron, porque de aquellos que habían persistido en el cisma con Maximiano,<br />

antes que volvieran a vosotros, afirmó la sentencia del concilio de Bagái: "como les ocurrió<br />

a los egipcios, sus riberas están llenas de los cadáveres de los que mueren".<br />

Deberían ser consecuentes<br />

XXV. 28. Respecto a lo que dije: "Cuando se leyó ante ellos la sentencia que iba a ser<br />

decretada, la aclamaron a voz en grito; pero ahora, cuando la hemos leído nosotros,<br />

enmudecieron". He aquí que harían mucho mejor en callar, ya que dicen tales cosas que<br />

les comprometen. Ya ves cuán verdadero es lo que dije: "Deberían comprender ya cuánto<br />

hay que tolerar por la paz, y, en pro de la paz de Cristo, retornar a la Iglesia que no<br />

condenó hechos desconocidos, ya que en pro de la paz de Donato les pareció bien revocar<br />

una condena". Esto es mucho más verdadero según tu relato, pues dijiste incluso que con<br />

la concesión de una prórroga se había llamado de nuevo incluso a aquellos de quienes se<br />

había dicho nominalmente: "Sabed que bajo la presidencia y la orden de Dios han sido<br />

condenados por la boca verídica del concilio universal". Puesto que tras estas palabras se<br />

otorgó la prórroga, ¿cómo no pareció bien revocar la condena? ¿Cómo no podían sernos<br />

desconocidos a nosotros, nacidos tanto tiempo después, o al mismo orbe cristiano, los<br />

hechos que no pudieron probarse sobre Ceciliano en el juicio transmarino que tuvo lugar<br />

después, cuando tú, siendo africano, no conocías aún hoy, después de tantos años, como<br />

dices, el asunto de los maximianenses que tuvo lugar en África en nuestros tiempos?<br />

Aunque nosotros podremos demostrar que no lo conoces aún, puesto que has dado fe a<br />

vuestros obispos que mentían.<br />

Las acusaciones no tienen fundamento<br />

XXVI. 29. A propósito del crimen de la traditio, dices que he querido volverlo contra<br />

vuestros antepasados, recurriendo a la anticategoría, cosa que hicieron los nuestros,<br />

acusándome de que he obrado como si se tratara de los géneros y problemas de un<br />

asunto, y no de buscar la verdad en la Iglesia. ¿Te atreverías a decírselo al profeta Elías,<br />

que, al sentirse acusado por un rey sumamente malvado de llevar a la ruina a Israel, le<br />

respondió: No soy yo quien lo lleva a la ruina, sino tú y la casa de tu padre? 26 ¿Qué nos<br />

importa a nosotros el nombre que dan los griegos en el arte retórica a esta clase de<br />

objeción retorcida, si lo encontramos ya en la autoridad profética? Cuando alguien dice:<br />

"No lo hice yo, sino tú", es necesario decir la verdad, no temer decirla. Así, para demostrar<br />

que vuestros antepasados no han hecho lo que la lectura de sus propias confesiones<br />

muestra que han hecho, te es preciso, si puedes, estar sumamente atento para no aterrar<br />

con un término griego a los ignorantes, provocando que no nos oigan.<br />

Que nuestros antepasados fueron traditores no lo has demostrado; pues no por haber<br />

dicho que había muchas cartas para demostrarlo vamos a pensar que lo has demostrado;<br />

en cambio, sobre los vuestros tenemos el concilio de Segundo de Tigisi, celebrado, es<br />

verdad, con muy pocos en Cirta, después de la persecución en que se mandó entregar los<br />

Libros, para ordenar allí un obispo en lugar del difunto.<br />

Extractos del concilio de Cirta sobre los "traditores"<br />

XXVII. 30. Escucha los hechos que tuvieron lugar allí, pues he procurado consignar aquí<br />

lo esencial del mismo: "En el octavo consulado de Diocleciano y el séptimo de Maximiano,<br />

el cinco de marzo, en Cirta, ocupando la presidencia Segundo, obispo de Tigisi, en casa de<br />

Urbano Donato, dijo: -Examinémonos a nosotros mismos, y así podremos ordenar aquí un<br />

obispo. Segundo dijo a Donato, de Masculis: -Se dice que tú has entregado los Libros.<br />

Donato respondió: -Sabes cómo me ha buscado Floro para que ofreciese incienso, y Dios<br />

no me entregó en sus manos, hermano; pero ya que Dios me ha dejado libre, guárdame<br />

también tú para Dios. Dijo Segundo: -¿Qué haremos, pues, de los mártires? Como no los<br />

entregaron, por eso han sido coronados. Dijo Donato: -Envíame a Dios, allí daré yo


cuenta. Segundo dijo: -Pasa a este lado.<br />

Luego dijo Segundo a Marino de Aguas Tibilitanas: -Se dice que también tú los entregaste.<br />

Respondió Marino: -Entregué a Polo las actas de los mártires, mis libros están a salvo. Dijo<br />

Segundo: -Pasa a este lado. Dijo Segundo a Donato de Calama: -Se cuenta que tú los<br />

entregaste. Donato respondió: -Entregué unos códices de medicina. Segundo le dijo: -<br />

Pasa a este lado".<br />

Y en otro lugar: "Segundo dijo a Víctor de Rusicade: -Se dice que tú entregaste los cuatro<br />

Evangelios. Víctor respondió: -Valentín era el administrador; me forzó a que los echara al<br />

fuego. Yo sabía que tenían la escritura borrada. Perdóname esta falta, y Dios me lo<br />

perdonará. Dijo Segundo: -Pasa a este lado".<br />

Y en otro lugar: "Segundo dijo a Purpurio de Limata: -Se dice que tú has matado a dos<br />

hijos de tu hermana en Milevi. Purpurio respondió: -¿Piensas que me vas a atemorizar<br />

como a otros? ¿Qué hiciste tú cuando fuiste detenido por el procurador y el consejo para<br />

que entregaras las Escrituras? ¿Cómo te libraste de ellos sino dando u ordenando dar<br />

cualquier cosa? Pues no te soltaban sin más ni más. Sí, yo maté y mato a quien se me<br />

enfrenta; por eso no me provoques que hable más. Sabes que yo no me ocupo de nadie.<br />

Segundo el joven dijo a su tío Segundo: -Oyes lo que dice contra ti. Está dispuesto a<br />

apartarse y a formar un cisma, no sólo él, sino todos a los que estás inculpando. Yo sé que<br />

éstos tienen intención de dejarte y dar sentencia contra ti, y tú quedarás como el único<br />

hereje. Por eso, ¿qué te importa a ti lo que hace cada uno? Es a Dios a quien tienen que<br />

dar cuenta. Segundo dijo a Félix de Rotaria, a Nabor de Centuriones y a Víctor de Garba:<br />

-¿Qué os parece? Respondieron: -Es a Dios a quien deben dar cuenta. Dijo Segundo: -<br />

Vosotros lo sabéis, y Dios también; sentaos. Respondieron todos: -Gracias a Dios".<br />

31. Estos traditores, con otros, pronunciaron sentencia en Cartago contra Ceciliano y sus<br />

compañeros. Entre ellos estuvo también Silvano de Cirta; luego aportaré las actas sobre<br />

su entrega de los libros sagrados. Tú defenderás a todos ellos de una manera brillante. De<br />

ese gran número seguramente vas a decir lo que, como si fuese algo grande, juzgaste que<br />

debías decirlo sólo de Silvano: pensaste haber demostrado a las claras la falsedad del<br />

crimen de entrega que se le imputa, por el hecho de aportar la sentencia que, entre otros<br />

obispos, pronunció en el concilio contra Ceciliano y otros partícipes de su comunión, como<br />

si no pudiera ocurrir que un traditor condenara a traditores. ¡Tú ves estas cosas con más<br />

sabiduría que el apóstol Pablo! En efecto, él achacaba a algunos cosas sin lógica y no<br />

consideraba que no pudiera darse lo que decía: Tú que predicas que no se ha de robar,<br />

robas. Tú que dices que no se debe adulterar, adulteras. Tú que abominas a los ídolos,<br />

cometes sacrilegio 27 . Y sobre todo lo que sigue: En lo que juzgas a otro, te condenas a ti<br />

mismo, ya que haces lo mismo que condenas 28 . A estos traditores confesos, a los que él<br />

mismo, amedrentado, perdonó, los tuvo consigo Segundo en el concilio de Cartago, y<br />

dictaron sentencia contra ausentes no confesos, quienes, presentes y confesos, no fueron<br />

condenados. Este concilio no habría permanecido ni pasado a la memoria de la posteridad<br />

de no haberlo registrado otros, al haberlo conservado quienes se disponían a defenderse<br />

con él, en el caso de que alguien les echara en cara después los mismos crímenes que allí<br />

se les habían perdonado.<br />

La intervención de Lucila<br />

XXVIII. 32. También le interesaba al mismo Segundo dar la impresión de que él había<br />

dejado todas esas cuestiones al juicio de Dios para evitar un cisma, cosa que procuran<br />

impedir los pacíficos más que todos los otros. Esto debió hacer con mayor motivo en el<br />

concilio de Cartago, donde nada habían determinado contra los ausentes. Así habría sido<br />

de no ser por Lucila, una mujer muy influyente y rica, que, encendida en odios, frutos de<br />

un ensañamiento, insistía vivamente para que fuera ordenado otro obispo frente a<br />

Ceciliano, tenido como condenado. Esto lo recordó después en el juicio del consular<br />

Zenófilo un tal Nundinario, entonces diácono de vuestro obispo Silvano de Cirta, quien no<br />

pudo avenirse, como deseaba, con el citado obispo suyo, en cuya enemistad había<br />

incurrido. Había realizado esto ante colegas de aquél, para que no lo descubriese todo, de<br />

manera más bien amedrentadora que suplicante para obtener el perdón.<br />

Extracto de las actas del juicio contra Silvano de Cirta


XXIX. 33. De las actas de este juicio voy a aportar sólo algún detalle: "En el consulado de<br />

Constantino Máximo Augusto y de Constantino el joven, César nobilísimo, el trece de<br />

diciembre, en la ciudad de Tamugadi, introducido el gramático Víctor y acercado al<br />

tribunal, presente también el diácono Nundinario, el consular Zenófilo dijo: -¿Cómo te<br />

llamas? Y respondió: -Víctor".<br />

Y un poco después, en otro lugar: "Nundinario respondió: -Que se lean las actas. El<br />

consular Zenófilo dijo: -Que se lean. Y leyó el escribano Nundino: -En el octavo consulado<br />

de Diocleciano y séptimo de Maximiano, el día catorce de las calendas de junio, tomado de<br />

las actas de Munacio Félix, flamen perpetuo, procurador de la colonia de Cirta. Al llegar a<br />

la casa, en la cual se reunían los cristianos, el flamen perpetuo y procurador dijo al obispo<br />

Paulo: -Presentad las Escrituras de la Ley y cualquier otra cosa que tengáis aquí, para que<br />

podáis obedecer al precepto y mandato. El obispo Paulo dijo: -Las Escrituras las tienen los<br />

lectores, pero nosotros os damos lo que tenemos aquí. Félix, flamen perpetuo y<br />

procurador, dijo a Paulo: -Muestra a los lectores o hazlos venir. El obispo Paulo dijo: -Los<br />

conocéis todos. Félix, flamen perpetuo y procurador, dijo: -No los conocemos. El obispo<br />

Paulo dijo: -Los conoce el ministerio público, esto es, los escribanos Edesio y Junio. Félix,<br />

flamen perpetuo y procurador, dijo: -Dejando la cuestión de los lectores, que señalará el<br />

ministerio público, dad vosotros lo que tenéis aquí.<br />

Estando sentado el obispo Paulo con los presbíteros Montano y Víctor de Castelo Memor, y<br />

a su lado de pie Marte con Aelio y Marte, diáconos, llevando los objetos Marcuclio,<br />

Catulino, Silvano y Caroso, subdiáconos, y Jenaro, Marcuclio, Fructuoso, Migino, Saturnino,<br />

Víctor, Sansurio y los otros cavadores, tomando nota Víctor de Aufidio resultó en breve:<br />

dos cálices de oro, y otros seis cálices de plata", etc.<br />

Y en otro lugar: -Al abrir la entrada a la biblioteca, se encontraron allí armarios vacíos. Allí<br />

presentó Silvano un cofrecillo de plata, una lámpara también de plata, que decía había<br />

encontrado detrás del arca. Víctor de Aufidio dijo a Silvano: -Muerto estabas si no las<br />

hubieses encontrado. Félix, flamen perpetuo y procurador de la república, dijo a Silvano: -<br />

Busca con más esmero, no vaya a quedar nada aquí. Silvano dijo: -Nada quedó aquí, todo<br />

lo hemos vaciado", etc.<br />

Y en otro lugar: "Ejemplar de una nota entregada a los obispos por el diácono Nundinario:<br />

-Cristo y sus ángeles son testigos de que estáis en comunión con los traditores, esto es:<br />

Silvano de Cirta es un traditor y un ladrón de los bienes de los pobres, cosa que sabéis<br />

todos vosotros, obispos, presbíteros, diáconos y ancianos, así como estáis al tanto de los<br />

cuatrocientos folles de la ilustrísima dama Lucila, por lo que os habéis conjurado para<br />

hacer obispo a Mayorino, de donde se originó el cisma. También Víctor el batanero, en<br />

presencia vuestra y del pueblo, dio cuarenta folles para que le hicieran presbítero, lo que<br />

sabe Cristo y sus ángeles", etc.<br />

Y en otro lugar: "Leídos estos escritos, el consular Zenófilo dijo: -Por las actas y las cartas<br />

que se han leído consta que Silvano es un traditor".<br />

Lo mismo en otro lugar: "El consular Zenófilo, varón ilustre, dijo: -¿Qué cargo tenía<br />

entonces Silvano en el clero? Respondió Víctor: -En la persecución que tuvo lugar en<br />

tiempo del obispo Paulo, Silvano era subdiácono".<br />

Dificultades de los donatistas<br />

XXX. 34. ¿Tienes, hermano Cresconio, algo que oponer a esto? Pienso que no haya<br />

llegado a tal punto la falta de pudor entre los hombres, que para justificar a Silvano<br />

pienses sacar a relucir la sentencia que pronunció él contra Ceciliano y sus colegas como si<br />

fueran traditores; con ello nos forzarías a decir algo semejante, tomándolo de la epístola<br />

del Apóstol, como poco antes he recordado, a saber: "tú que predicas que no se deben<br />

entregar los libros sagrados, los entregas", y a repetir las mismas palabras: En lo que<br />

juzgas a otros, a ti mismo te condenas, ya que haces lo mismo que condenas 29 .<br />

"Pero después -dices-, en la persecución de Ursacio y Zenófilo, no queriendo entrar en<br />

comunión, fue desterrado".<br />

Por cierto, el que ya había sido traditor, quiso permanecer también hereje, para conseguir<br />

un honor falso en el partido de Donato, ya que no podía tener ninguno en la Católica,


descubiertos en juicio público los hechos evidentes de su entrega de los Libros Sagrados.<br />

Claro que tú dirás que todo esto es falso y presentarás otros testimonios semejantes, en<br />

cuanto te sea posible, en favor de vuestros antepasados contra los nuestros. Cosa que<br />

ciertamente quizá no podrás hacer, al no encontrar qué presentar. Pero supongamos que<br />

los encuentras y los presentas: ¿llegará a tanto tu desvergüenza de ladrón que pretendas<br />

se ha de dar más crédito a tus alegaciones que a las que presentamos nosotros?<br />

Ahora bien, o hubo traditores en una y otra parte, si tú aportas algo sobre la confesión de<br />

los nuestros, o, si piensas que se ha inventado algo por nosotros contra los vuestros, ¿por<br />

qué no nos permites pensar que los vuestros han hecho esto mismo contra los nuestros?<br />

Por consiguiente, no litiguemos nosotros, que creemos en un solo Dios, sobre hechos<br />

humanos manifiestos por una y otra parte o inciertos por ambas; unámonos en la gracia<br />

de Cristo, que es un bien cierto y divino. Cuando se nos leen las actas de los antepasados<br />

nuestros y vuestros, actas que resultan contradictorias, a nosotros que hemos venido al<br />

mundo tanto tiempo después, si ni siquiera se nos permite dudar, ¿qué puede haber más<br />

injusto? Y si se nos permite, ¿qué más se puede pedir? Pues del hecho de que es incierto<br />

por quién comenzó el mal de la entrega, no se sigue que sea también incierto quién es el<br />

que manda se restaure el bien de la paz.<br />

No debe abandonarse la Iglesia para evitar a los malos<br />

XXXI. 35. Por esto, quien rechaza la paz de Cristo ante un mal ajeno incierto es, sin la<br />

menor duda, malo, ya que Cipriano no abandonó la paz del grano ni ante la malicia cierta<br />

de la mezcla de la cizaña. En carta a Máximo dijo: "Aunque parece que hay cizaña en la<br />

Iglesia, ello no debe impedir nuestra fe y nuestra caridad, de suerte que, por ver que hay<br />

cizaña en la Iglesia, nos vayamos a apartar nosotros de ella". No dijo: "Sospechamos,<br />

opinamos, juzgamos, suponemos, creemos", sino: "Vemos". ¡Oh palabra, que debiera<br />

suprimir toda vacilación, de modo que no se dividiese el cuerpo de Cristo! Si tú deseas que<br />

sólo haya grano, gime en el trabajo del campo, regocíjate con la esperanza del granero,<br />

tolera a los malos en la comunión de los sacramentos de Cristo, no sea que, rompiendo las<br />

redes antes de llegar a la ribera, llegues a ser lo que no quisiste tolerar.<br />

Esto os diría si hubierais demostrado algo sobre los traditores que acusáis; pero al<br />

presente no diría ni eso, porque no me mandan tolerar a aquellos con los cuales no estoy<br />

obligado a vivir. Y si aún hoy me demostrasen que alguien es un traditor, ¿con qué<br />

conciencia puedo yo dejar a tantos cristianos que no se demuestra lo sean? Además, si yo<br />

conozco ahora lo que poco antes ignoraba, ¿por qué pretendéis anular en mí lo que sabía?<br />

Yo sabía que había recibido el bautismo de Cristo; vosotros me descubrís el mal ajeno,<br />

que, como concedéis vosotros, no puede perjudicar a nadie que lo ignore.<br />

Muchos ni siquiera saben que hubo "traditores"<br />

XXXII. 36. ¿Por qué, pues, rebautizáis hoy al bautizado ayer, cuando vosotros le enseñáis<br />

hoy el mal ajeno, que ignoraba ayer? No sabiendo de qué catadura moral era quien le<br />

bautizó, no era reo del bautismo recibido. Ahora lo ha aprendido de ti, ¿por qué se hace<br />

reo hasta el punto de que le anulen el bautismo? Que él haya admitido tus pruebas o no<br />

las haya admitido, si uno recibió el bautismo de Cristo por el ministerio de un traditor, si<br />

no pruebas que él sabía de quién lo recibía, no podrás, aun según vosotros, rectamente<br />

bautizarlo. Ahora aleja de tu espíritu cualquier afán de parcialidad y considera la<br />

innumerable multitud de cristianos que en la misma África ignora quiénes fueron los<br />

traditores; con mayor motivo, ¡qué multitud existe en el resto del orbe de la tierra a la<br />

cual no osarás afirmar que hay que bautizarla, si no demuestras que lo sabía cuando era<br />

bautizada u osarás juzgar sobre los secretos del corazón! Y ¿dónde está, ya que te agrada,<br />

la sentencia divina que has citado: Las cosas manifiestas son para vosotros; las ocultas,<br />

para el Señor vuestro Dios? 30<br />

Cree al orbe cristiano que te dice: "Conozco el bautismo de Cristo, ignoro quiénes fueron<br />

los traditores en África o en cualquier otra parte. ¿Por qué juzgas en mí los secretos del<br />

hombre para anular en mí los bienes manifiestos de Dios? Suponte que me demuestras el<br />

crimen ajeno; lo que dices, lo ignoraba yo cuando recibí el bautismo. Si a causa de estos<br />

que me descubres ahora, quieres bautizarme a mí, debes bautizar también a aquellos que,<br />

sin saberlo, lo recibieron de los adúlteros que ahora has descubierto". ¿Qué tienes que<br />

decir a esto sino: "No hay nada santo, no hay nada limpio, sino lo que yo quiero y cuando


yo lo quiero?"<br />

Dificultades que opone Cresconio<br />

XXXIII. 37. "En esta cuestión -dices- es testigo la conciencia de casi todo el mundo". Se<br />

te responde: "De esta cuestión no tiene conciencia en absoluto el mundo entero".<br />

"Esto -dices tú- lo recibieron nuestros antepasados de sus padres". Se te responde: "Lo<br />

recibieron unos extraviados de otros extraviados; como los antepasados de los judíos<br />

recibieron de sus antepasados que el cuerpo de Cristo había sido robado del sepulcro".<br />

"No murieron hace tanto tiempo -dices- quienes han conocido quiénes y dónde cometieron<br />

el crimen de la entrega". Se te responde: "Esto mismo dicen los nuestros en su favor".<br />

"Hay -dices- también libros en los cuales se describe fiel y diligentemente la sucesión de<br />

los hechos; hay actas, hay cartas; se tiene también la confesión manifiesta de muchos".<br />

Se te responde: "Tampoco a los nuestros les faltan estos documentos a su favor. Así es<br />

que o creemos a estos que pudieron persuadir de su causa a aquellas Iglesias cuyos<br />

nombres leemos en los Libros divinos y canónicos, o, como tú dijiste sobre Optato, ni<br />

absolvemos ni condenamos donde persiste la duda, y mantenemos con amor fraterno la<br />

paz de Cristo, cuyo bien no es dudoso".<br />

Cresconio cita el concilio de Sérdica para apoyar sus tesis<br />

XXXIV. 38. Pero afirmas que los orientales, que concedes que ahora están de nuestra<br />

parte, no ignoran este crimen; y para probarlo insertas el comienzo de la carta del concilio<br />

de Sérdica, donde se encuentra registrado el nombre de vuestro obispo Donato de<br />

Cartago. Piensas y afirmas que esto sucedió porque les había desagradado a los<br />

orientales, que habían mandado estos escritos sobre su concilio, les había desagradado la<br />

iniquidad de los traditores, habían roto la comunión con ellos, y por eso la mantenían con<br />

vuestro Donato. A ver si aprendes lo que ignoras: el concilio de Sérdica fue un concilio<br />

arriano, cosa conocida hace ya tiempo, y tenemos la prueba en las manos; se reunió sobre<br />

todo contra Atanasio, obispo católico de Alejandría, que atacaba y refutaba con mayor<br />

dureza que nadie el error de aquéllos nacidos en su misma ciudad. Por eso nada tiene de<br />

sorprendente que estos herejes, condenados en el orbe entero por la Iglesia católica,<br />

hayan intentado admitir como suyo a Donato; aunque lo que tenemos nosotros son los<br />

obispos, sin los nombres de las ciudades, a los que se dirigió esa carta. Por consiguiente, o<br />

hubo algún Donato que no fue obispo en África y a cuyo nombre los vuestros añadieron la<br />

sede de Cartago o, como dije, la herejía oriental intentó ganar para su causa la herejía<br />

africana. Y hace más creíble esto el hecho de que la Católica de Oriente nunca escribía al<br />

obispo de Cartago sin escribir al de Roma; al menos debió escribir al vuestro, que soléis<br />

enviar de África a Roma para los pocos que allí tenéis. Pero, gracias a Dios, no pudo<br />

prevalecer, si es que tuvo comienzo, esa conspiración de los herejes orientales con los<br />

herejes africanos. Tú ya colocaste en tu carta a los arrianos entre los herejes dignos de<br />

nuestra común abominación; por ello no tengo necesidad alguna de entablar debate<br />

contigo sobre esta cuestión.<br />

Por lo que respecta a la cuestión que te propusiste como si fuera una objeción nuestra: "Si<br />

esto es así, ¿cómo los orientales se separaron después de vuestra comunión?" y a la que<br />

respondiste que se debió a que al readmitir a los nuestros no pudieron conservar la<br />

firmeza respecto a la causa condenada, ¿habrá que maravillarse de que tus obispos te<br />

cuenten impunemente sobre tierras tan lejanas lo que les plazca? Si esto fuera en verdad<br />

así, ¿qué hicieron tantos pueblos que, no obstante que ignoraban esto, vosotros juzgáis,<br />

sin embargo, que deben ser rebautizados? ¿No es acaso creíble que los pueblos ignorasen<br />

estas cosas, cuando tú, un tanto más aficionado a estas cuestiones, no habrías investigado<br />

qué hicieron vuestros africanos en África con los maximianenses, de no haber querido<br />

responder a mis escritos?<br />

Paja y trigo en la Iglesia<br />

XXXV. 39. Sobre lo que dije: "Aunque se probara la entrega por parte de algunos,<br />

muertos en nuestra comunión, cosa que nosotros reprobamos y que nos desagrada, no<br />

nos mancillaría en absoluto", ¡cuán ridículo fuiste al juzgarlo como ridículo y menos


adecuado a mi sabiduría! Por eso, deseo ya conocer cómo lo refutaría tu sabiduría. ¿Acaso<br />

diciendo que no ves que lo rechacemos o hasta qué punto nos desagrada, ya que,<br />

conociendo su error, nunca los hemos condenado por estar en el mismo cisma de ellos?<br />

Mira más bien con qué facilidad voy a responder a esto. Yo me encuentro en la Iglesia,<br />

cuyos miembros son todas aquellas Iglesias que por los Libros canónicos sabemos que han<br />

nacido de y han sido confirmadas por los trabajos apostólicos. Con la ayuda del Señor, no<br />

abandonaré la comunión con ellas, ya en África, ya en cualquier otra parte. Si en esta<br />

comunión hubo no sé qué traditores, una vez que me lo demuestres, aborreceré a estos<br />

muertos física y espiritualmente; en ningún modo, sin embargo, me apartaré, por causa<br />

de esos muertos, de los vivos que permanecen en la santa unidad de la misma Iglesia. No<br />

fueron ellos, en efecto, los que fundaron esta Iglesia, sino que fueron su trigo si fueron<br />

buenos, y su paja si fueron malos. Vosotros, en cambio, a quienes la cizaña o la paja de<br />

una Iglesia tan manifiesta no podía mancillar, ¿qué razón tuvisteis para vuestra separación<br />

sino el deseo de un cisma sacrílego?<br />

"Si te desagrada -dices-, reprueba, huye y deja la Iglesia de los traditores, no sigas las<br />

huellas de tus antepasados extraviados".<br />

A esto respondo: Si ellos no fueron traditores, son mis antepasados; si fueron lo que yo no<br />

soy, no son mis antepasados. Mi Iglesia es una Iglesia llena de trigo y de paja. Aunque me<br />

demuestres, no digo que otros, que llevan su propia carga 31 , sino que yo personalmente<br />

soy traditor en ella, como en ella puedo cambiarme en mejor, no tengo necesidad de<br />

abandonarla. Si llego a conocer a gente así en la comunión de sus sacramentos, corrijo<br />

con la palabra y la enseñanza del Señor a los que pueda, y tolero a los que no puedo<br />

enmendar. Huyo de la paja para no ser paja, pero no de la era, para evitar no ser nada.<br />

No comulgar en los pecados ajenos<br />

XXXVI. 40. Procura, pues, no excitarte en vano por esa frase. Para mí es más bien un<br />

aviso sobre cómo debo cumplir el mandato apostólico que tú mismo citaste: No comulgues<br />

en los pecados ajenos; consérvate puro 32 . En efecto, para demostrar cómo no se comulga<br />

en los pecados ajenos, añadió: Consérvate casto. Pues quien se conserva casto, no<br />

comulga en los pecados ajenos, aunque comulgue no en los pecados ajenos, sino en los<br />

sacramentos de Dios, que reciben para su condenación aquellos a quienes se hizo extraño<br />

conservándose casto.<br />

De lo contrario, también Cipriano, lo que Dios no permita, comulgaba en los pecados de<br />

sus colegas ladrones y usureros, con los cuales permanecía en la comunión de los<br />

sacramentos divinos, y de los cuales él dice: "Muchísimos obispos, que debían servir de<br />

exhortación y ejemplo a los demás, despreocupados de la encomienda de Dios, se hacían<br />

administradores de los asuntos seculares; desatendida la cátedra, abandonado el pueblo,<br />

andaban errantes por provincias ajenas y acechaban los mercados de lucrativo negocio;<br />

mientras los hermanos en la Iglesia padecían hambre, procuraban ellos tener plata en<br />

abundancia, se apoderaban de las fincas ajenas con insidiosos fraudes, acrecentaban su<br />

capital con el aumento de la usura" 33 . ¿Comulgaba acaso él en los pecados de los tales,<br />

seguía acaso la secta de ellos? Y, sin embargo, permanecía con ellos en la comunión de los<br />

mismos sacramentos, porque no eran ellos los que habían instituido tales sacramentos,<br />

que no tenían, con sus santas costumbres, para la salud, sino que, con sus malas<br />

costumbres, los hacían contribuir a su condenación.<br />

"El río nace de la fuente..."<br />

XXXVII. 41. ¿Qué es lo que dices? Como si fuera yo quien habla, pones: "Yo nunca he<br />

entregado el Testamento divino", y añades: "Mas sí lo entregó el que te creó". Luego<br />

compones unas frases que te parecía que sonaban bien. "El río nace de la fuente, y los<br />

miembros siguen a la cabeza. Si la cabeza está sana, sano está todo el cuerpo, y si hay<br />

algún vicio o enfermedad en ella, debilita a todos los miembros. Todo lo que se desarrolla<br />

en el tallo, tiene relación con su origen". Y luego, a modo de conclusión: "No puede ser<br />

inocente quien no sigue el partido del inocente". Con todas estas palabras no hiciste<br />

traditor a mi creador, a mi cabeza, a quien sólo pudiste acusar, pero no dejar convicto. Por<br />

mi parte, yo no trato de hacer a su inocencia mi creadora, mi fuente, mi cabeza; pero tú<br />

te tornas a aquello en que erró Petiliano, a fin de evitar que, cuando uno nace en la<br />

santificación bautismal, sea Cristo el origen y la cabeza del que nace; y no quieres incurrir


en la maldición de la Escritura: Maldito todo el que pone su esperanza en el hombre 34 , no<br />

obstante que no te cubres de cualquier otro lado ni, al ser rechazado, caes en otro peligro.<br />

Cresconio reprocha a Agustín que siga en la iglesia católica<br />

XXXVIII. 42. Con un testimonio de la Escritura me recuerdas qué es lo que tengo aún<br />

que responderte. Dices que por eso se escribió: No caminéis en las normas de vuestros<br />

padres 35 . No adviertes que se dijo a los judíos a fin de que no imitaran las malas obras de<br />

sus padres, no para que se separaran de aquel pueblo de Dios. Si estuvo permitido al rey<br />

David, a Samuel, Isaías, Jeremías, Zacarías y a los profetas de Dios observar los mandatos<br />

de Dios en medio de los menospreciadores de la Ley y lanzar tantas palabras justas y<br />

verdaderas contra los transgresores del mandato; si les fue posible no imitar ni seguir<br />

aquellos pecados de sus padres, con los que ofendieron a Dios en tiempo de Moisés tanto<br />

que ninguno de ellos fue digno de entrar en la tierra de promisión, antes bien los<br />

detestaron, huyeron de ellos, y echaron en cara a los que los cometían la semejanza con<br />

tales padres; y, sin embargo, no les fue posible formar con sacrílega separación otro<br />

pueblo que fuera limpio y como filtrado, ¿cómo no nos va a estar permitido a nosotros no<br />

imitar los hechos de no sé quiénes, que vosotros más que demostrar, achacáis, y no<br />

separarnos de aquella santa Iglesia que, como dice el Apóstol, fructifica y crece en el<br />

mundo entero? 36 ¿Acaso los traditores instituyeron algunos sacramentos en que yo fui<br />

bautizado, acaso han redactado algunos libros para los descendientes sobre la práctica o<br />

imitación de la entrega de los Libros Sagrados, y tenemos o seguimos su doctrina? Si<br />

hubieran hecho esto, y no permitiesen estar en comunión con ellos sino a quienes los<br />

leyeran y aprobaran, se habrían separado de la unidad de la Iglesia; si llegases a verme<br />

en ese cisma, entonces deberías decirme que estoy en la Iglesia de los traditores. Porque<br />

si ellos redactan sus mandatos detestables sobre la entrega a llevar a cabo, pero no se<br />

reúnen fuera de la Iglesia en una propia congregación y comunión, serían considerados<br />

por ello como cizaña, lo cual no sería motivo adecuado para abandonar el grano.<br />

¿Cómo juzgar a los que han muerto ya?<br />

XXXIX. 43. Torno a decir lo que no me permites ya decir: "Acusas ante mí a quienes han<br />

muerto ya hace tiempo, y mi indagación no ha juzgado". Tú dices en contra: "Tú tienes<br />

derecho a juzgarlos aun hoy, y se puede juzgar no sólo a los vivos, sino también a los<br />

muertos. Aunque el pecador haya muerto, nunca muere lo que cometió".<br />

¿Qué decir? Si se corrigió y aplacó a Dios en vida, ¿no murió acaso y quedó destruida la<br />

falta cometida, como Feliciano y Pretextato, consagrantes de Maximiano, se corrigieron en<br />

el plazo otorgado, como dices, de crimen tan grande? Es sorprendente que no perjudiquen<br />

los propios pecados a los hombres que los han corregido después de cometerlos, y, en<br />

cambio, perjudiquen a otros que en absoluto los cometieron; y, si se trata de nosotros,<br />

añade: "Que ni siquiera han sabido que habían sido cometidos".<br />

Pero tú dices que tengo derecho a juzgar aun hoy, porque no sólo puede juzgarse a los<br />

vivos, sino también a los muertos. Ved que yo quiero juzgar, pero vosotros no queréis<br />

examinar la causa; mejor aún, no queréis reconocerla como examinada entonces y<br />

terminada sin duda entonces, a pesar de nuestras pruebas. Pero concedamos que vosotros<br />

tenéis a quienes podéis enseñar. ¿Por qué pretendéis que se ha de rebautizar a los que no<br />

habéis instruido, ya que no debierais bautizar ni aun cuando los hubierais instruido, a<br />

quienes ignoraban haber sido bautizados por traditores, como no bautizáis a los que, sin<br />

saberlo, fueron bautizados por adúlteros, aun denunciados ellos y convictos?<br />

Paralelismo entre Ceciliano y Primiano<br />

XL. 44. Quizá digas ahora: "Pero el caso de Ceciliano ya fue juzgado". Se te responde:<br />

También se había juzgado el de Primiano por cien obispos vuestros, a quienes Maximiano<br />

había persuadido de que era malvado en extremo, antes de celebrar vuestro concilio de<br />

Bagái. Pero en el primer juicio había sido condenado en ausencia, y en el segundo fue<br />

absuelto estando presente. Si los que había bautizado después del primero no pueden ser<br />

rebautizados, ¿cuánto menos después del segundo?<br />

De la misma manera Ceciliano fue condenado, estando ausente, en Cartago por el juicio<br />

de Segundo de Tigisi, y absuelto, estando presente, en el segundo juicio, el de Milcíades<br />

de Roma. Aún no queréis que nosotros tengamos seguridad sobre ello; al menos


permitidnos la duda; pues a vosotros os vence no sólo quien sabe que Ceciliano es<br />

inocente, sino también quien ignora que es culpable. Pero vosotros juzgáis que deben ser<br />

rebautizados unos y otros: los que dicen "sabemos"y los que dicen "no sabemos lo que fue<br />

Ceciliano". No deben ser rebautizados aquellos a quienes bautizó Primiano después del<br />

primer juicio en que fue condenado estando ausente, y han de ser rebautizados aquellos a<br />

quienes bautizó Ceciliano después del segundo juicio en que fue absuelto estando<br />

presente. No fue lícita la condena de aquél, ya condenado, pase; pero permitid al menos<br />

que se pueda dudar de que fuera lícita la de éste, absuelto. Aunque tuviéramos certeza de<br />

sus faltas, en modo alguno los pecados ajenos, salvo que los imitáramos, nos mancharían<br />

a nosotros que estamos en la Iglesia, que el Espíritu Santo anunció como una era con<br />

paja. Y, sin embargo, aunque se dice que son inciertos para nosotros, no sólo nos<br />

consideran reos, sino que juzgan que han de rebautizamos. ¿Es así como obráis? ¿<br />

Trastocáis todo así? ¿Pensáis en verdad que tenéis tal poder que está a vuestro alcance<br />

hacer santo o inmundo lo que queráis? Dominaos, no avancéis tanto en el mal, no sea que<br />

perezcáis alejados del bien.<br />

La persecución injusta es obra de la paja de la Iglesia<br />

XLI. 45. Vengamos a lo otro que dije: "Si tratas de las persecuciones, respondo pronto: Si<br />

habéis sufrido alguna injusticia, no afecta a quienes laudatoriamente toleran por la paz de<br />

la unidad a los que obran, incluso injustamente, tales cosas". ¡Con qué falacia intentaste<br />

refutar esto, sin pensar en absoluto que tu carta había de tener un lector de sano juicio!<br />

Tú respondes como si yo hubiera dicho que había que perseguiros en beneficio de la paz<br />

de la unidad. Pero yo no dije eso en ese lugar, sino: "Si habéis sufrido alguna injusticia, no<br />

afecta a quienes laudatoriamente toleran por la paz de la unidad a los que obran, incluso<br />

injustamente, tales cosas".<br />

Ya que esto se ha dicho con toda claridad, que presten atención a la exposición al menos<br />

aquellos a quienes tú quisiste engañar. Pues yo no pienso que tú no entendiste cosa tan<br />

clara, sino que, dada la brevedad de mi sentencia, pensaste era fácil envolverla en tal<br />

oscuridad que, dijeras lo que dijeras, pareciera que habías respondido a ella. Yo dije que<br />

los malos de nuestra comunión, esto es, la paja de la era del Señor, cuando obran<br />

inicuamente contra vosotros, son tolerados loablemente en bien de la paz por nuestros<br />

buenos. ¿Qué necesidad hay de que yo lo demuestre, de que yo lo justifique, si el mismo<br />

bienaventurado Cipriano dice con toda claridad y sencillez en mi favor que, aun cuando se<br />

ven malos en la Iglesia, no se debe dejar la Iglesia por causa de ellos? Esto es lo que dije:<br />

que había que tolerarlos por la paz de la unidad. En verdad, no os persiguen a vosotros<br />

más que a nosotros quienes, al perseguiros a vosotros, os dan, para engañar a los<br />

ignorantes, una apariencia, aunque falsa, de gloria; a nosotros, en cambio, nos causan<br />

una herida profunda de tristeza.<br />

Los crímenes de los circunceliones<br />

XLII. 46. Recuerdas a continuación no sé qué muertos, que dices fueron matados por los<br />

nuestros, y como puesto en el campo de tu elocuencia, amplías sin medida el tópico,<br />

conforme al cual os creéis semejantes a los mártires, cuando en realidad somos nosotros<br />

los que día a día soportamos los ataques increíbles de vuestros clérigos y circunceliones,<br />

mucho peores que los de cualesquiera salteadores o depredadores. En efecto, provistos de<br />

toda clase de horrendas armas, vagabundean con aires amedrentadores y perturban el<br />

reposo y la paz, no digo de la Iglesia, sino también de los hombres, allanan en ataques<br />

nocturnos las casas de los clérigos católicos dejándolas despojadas y vacías, y después de<br />

prender y golpear con estacas a sus moradores y de herirlos a filo de espada, los<br />

abandonan medio muertos. Además, con un nuevo y hasta ahora inaudito estilo criminal,<br />

derraman y dejan caer una mezcla de cal y vinagre en sus ojos, que podían arrancar de un<br />

golpe, pero prefieren atormentarlos lentamente a privarlos rápidamente de la vista.<br />

Primeramente usaban sólo cal para este crimen, pero después, al advertir que los así<br />

martirizados habían recobrado la vista, añadieron vinagre.<br />

Algunos casos concretos<br />

XLIII. 47. Paso por alto cuántos crímenes cometieron antes, crímenes que forzaron a<br />

establecer contra vuestro error esas leyes, más impregnadas de la mansedumbre cristiana<br />

que aplicadas con la energía debida contra crímenes tan detestables. El obispo católico de<br />

Tubursico-Bure, por nombre Siervo, reclamaba una hacienda invadida por los vuestros, y


los procuradores de ambas partes esperaban la decisión del procónsul, cuando se echaron<br />

de repente en la villa sobre él los vuestros armados, y con dificultad pudo escapar vivo. Su<br />

padre, un presbítero venerable por la edad y las costumbres, herido gravemente por los<br />

golpes recibidos, murió a los pocos días.<br />

Maximiano, obispo católico de Bagái, había conseguido por sentencia judicial dictada entre<br />

las dos partes la basílica de la finca de Calvia, que los vuestros habían usurpado<br />

ilegítimamente en cierta ocasión. Conservando ésta con un derecho bien claro, fue atacado<br />

por los vuestros en la misma y se refugió debajo del altar; derribado éste sobre él, junto<br />

con leños y otros maderos, herido además cruelmente a golpes de espada, llenó todo<br />

aquel lugar de sangre. Había recibido también una enorme herida en la ingle, de la cual<br />

hubiera muerto luego por la abundancia de la sangre que de ella fluía, si una mayor<br />

crueldad de aquéllos no hubiera venido a socorrerle por la oculta misericordia de Dios.<br />

Pues al arrastrarlo medio muerto, boca abajo y con los miembros desnudos por esa parte,<br />

el polvo obstruyó sin que lo advirtieran las venas que se desangraban. Cuando los<br />

nuestros lo llevaban de allí, de nuevo cayeron con violencia sobre ellos, se lo arrancaron<br />

de las manos, lo golpean más todavía, y de noche lo precipitan de una alta torre; él,<br />

cayendo suavemente en un montón de estiércol, yacía sin conocimiento ya, reteniendo a<br />

duras penas el último aliento. Pasaba por allí un pobre, y lo encontró al apartarse hacia<br />

ese lugar para exonerar su vientre. Lo reconoció, mientras, lleno de pavor, llamaba a su<br />

esposa, que llevaba una linterna y por pudor se había apartado un poco. Lo llevaron<br />

ambos a casa, por compasión o con la espera de alguna propina, ya que vivo o muerto lo<br />

presentarían a los nuestros como recogido por ellos. ¿Qué más? Se salvó con una curación<br />

maravillosa, continúa viviendo, y son más numerosas las cicatrices en su cuerpo que los<br />

miembros.<br />

El rumor había propalado en las tierras transmarinas que los vuestros le habían asesinado<br />

y el salvajismo del crimen y la profunda indignación conmovieron con horrendo dolor todos<br />

los lugares adonde llegó la noticia. Cuando él se presentó allí después, sus recientes<br />

cicatrices desmintieron la falsedad de aquel rumor; aun viéndolo, apenas podían creer que<br />

estaba vivo, y no parecía temerario que el rumor hubiese propalado su muerte. Cuando<br />

éste encontró allí a su colega de Tibursico-Bure, que mencioné poco antes, y algunos otros<br />

que habían soportado sufrimientos semejantes o no muy inferiores, no parecía<br />

ofrecérseles ninguna posibilidad de volver a los suyos; y como el furor tan conocido de<br />

vuestros circunceliones, suministrando una escolta horrenda vuestros clérigos, se extendió<br />

con la máxima reprobación por todas partes, se propagó una tremenda animosidad contra<br />

vosotros, de donde resultó que se restablecieron las antiguas leyes contra vosotros y se<br />

promulgaron éstas nuevas.<br />

Y, sin embargo, si se compara la severidad de todas ellas con la crueldad de los vuestros,<br />

desordenada y avasalladora sin límite alguno, debe ser calificada de maravillosa suavidad.<br />

La gran potestad que aquéllas otorgan, más pone de relieve la mansedumbre católica que<br />

castiga la crueldad herética; más aún, al maquinar, amenazar, ejercer contra nosotros los<br />

asesinatos, rapiñas, incendios, quemaduras de ojos, se desborda con más audacia y<br />

demencia aquella crueldad.<br />

La causa de los decretos imperiales contra los donatistas<br />

XLIV. 48. He querido recordar todos estos acontecimientos que dieron origen en nuestros<br />

tiempos a estas decisiones imperiales contra vosotros o más bien contra vuestro error.<br />

Porque, si reflexionáis un poco, ¿puede haber algo que resulte más en beneficio vuestro?<br />

Por lo demás, si quisiera publicar todas las crueldades de los vuestros, que he aprendido<br />

en los escritos de los antepasados o que conocí por mí mismo, con que habéis perseguido<br />

desde el principio de vuestro cisma hasta el presente a la Iglesia católica, ¿qué lengua,<br />

qué pluma, qué tiempo y disponibilidad serían suficientes?<br />

Intento frustrado de una conferencia<br />

XLV. 49. Cuando traté sobre Optato, a quien tú hubieras querido excusar antes que<br />

podido justificar, dijiste que los vuestros no podían ser culpables por ese motivo: porque<br />

nadie le había presentado ante ellos para juzgarle. Las numerosas protestas de los<br />

nuestros sobre las violencias furibundas de los vuestros llenaron los archivos públicos<br />

antes que tales hechos significasen alguna represalia contra vosotros. Quizá se diga aquí


que las protestas fueron ciertamente depositadas, pero que ninguna les fue comunicada a<br />

ellos para su verificación.<br />

Escucha algunos detalles de mi propia experiencia. Cuando conocimos que los vuestros<br />

habían recibido a los maximianenses, a quienes antes habían condenado, y lo difundimos<br />

con viva insistencia por doquiera podíamos, ellos, no encontrando qué responder ante<br />

acontecimientos tan recientes y con destellos de tal claridad, recurriendo a la violencia<br />

más frecuente y audaz de lo acostumbrado de los circunceliones y de sus bandas<br />

enfurecidas, trataron de apartarnos, mediante el terror, de predicar la verdad católica y de<br />

confundir su audacia. Muchos se encontraban implicados en los lazos de su error, y<br />

tratábamos de ver si podían librarse de esos lazos. Nos respondían que debíamos tratar<br />

esto con sus obispos y que deseaban ardientemente una conferencia con nosotros para<br />

poder comprobar en qué oradores la verdad superaba a la falsedad. En un concilio de toda<br />

el África, reunido en Cartago, nos pareció bien invitar a vuestros obispos a unas reuniones<br />

que restableciesen la paz, empleando también la testificación de los registros públicos<br />

para poder probar a los que lo pedían que en modo alguno defraudábamos nosotros su<br />

deseo. Cada uno de vuestros obispos sería invitado por aquel de los nuestros que se<br />

hallaba en su misma sede. Suprimido así el error mediante nuestra conferencia, podríamos<br />

gozar de la sociedad, la unidad, la paz, la caridad propia de cristianos y de hermanos.<br />

Nosotros veíamos que si querían se llevase esto adelante, con ayuda de la misericordia de<br />

Dios podía conocerse con toda facilidad el valor de nuestra causa, y si rehusaban, no<br />

aparecería en vano su desconfianza a los que nos la habían solicitado. Se hizo así, se les<br />

convocó, ellos rehusaron; con qué palabras, rebosantes de dolo, invectivas y amargura,<br />

sería largo demostrarlo ahora.<br />

La emboscada de Crispín a Posidio<br />

XLVI. 50. Mientras tanto, Crispín, vuestro obispo de Calama, invitado oficialmente en la<br />

misma ciudad por mi colega Posidio, primero lo difirió hasta vuestro concilio, prometiendo<br />

que allí vería con sus colegas la respuesta que tenía que dar. Repetida la invitación<br />

bastante tiempo después, respondió a su vez oficialmente: No temas las palabras del<br />

pecador 37 , y aún: No hables a los oídos del necio, no sea que oiga tus palabras sensatas y<br />

las desprecie 38 . En fin, yo permito mi respuesta con las palabras de un patriarca:<br />

"Apártense de mí los impíos, no quiero conocer sus caminos".<br />

Sabios e ignorantes se reirían de esta su respuesta; dice que no teme las palabras del<br />

hombre pecador, al cual no se atrevería en modo alguno a responder, y que no quería<br />

decir algo a los oídos del necio, como si fuera a confiar temerariamente algún secreto a los<br />

oídos del tal, cuando podían escuchar lo que dijeran muchos sabios, por causa de los<br />

cuales Cristo el Señor decía tantas cosas a los fariseos tan necios; decía también que no<br />

quería conocer los caminos de los malvados, como si quisieran enseñárselos a aquellos a<br />

los que tenía por impíos, cuando más bien él, si anduviera por los caminos de Dios, debía<br />

enseñarlos incluso a los malvados, según está escrito: Enseñaré tus caminos a los<br />

transgresores, los pecadores volverán a ti.<br />

Como muchos entendieron esta respuesta y muchos también demostraron qué vacía de<br />

sentido estaba por lo que se refería a la causa, y cuán amarga y maldiciente, cosa que no<br />

afectaba a la causa, y así su edad avanzada y, según vuestra opinión, tan docta, caería en<br />

ridículo frente a un novicio de ayer al demostrarse que no podía decir nada contra la<br />

verdad, de repente, yendo de camino pocos días después Posidio, otro Crispín, presbítero<br />

del primero y, según se dice, pariente de él, le tendió una asechanza con gente armada;<br />

Posidio habría ya casi caído en ella si al haberla detectado y descubierto no la hubiera<br />

evitado huyendo a una finca, donde aquél no osaría nada, o no podría realizar su propósito<br />

o, si llegara a hacer algo, no podría negarlo. Dándose cuenta de ello, Crispín pretendió<br />

inmediatamente alcanzarlo, cegado por tal locura que ya juzgaba vergonzoso ocultarse.<br />

Entonces rodea, con gente armada, la casa en que Posidio se había encerrado con los<br />

suyos, la apedrean todo alrededor, la cercan con fuego e intentan forzar la entrada en<br />

todas direcciones. De la multitud de los habitantes allí presentes, dándose cuenta de su<br />

peligro si en dicho lugar llegaba a consumarse el horrendo crimen intentado, una parte le<br />

rogaba que le perdonara, no atreviéndose a molestarle con la resistencia; otra parte<br />

trataba de apagar los fuegos prendidos. Como mantenía con la misma violencia su intento,<br />

impetuoso e implacable, cedió un tanto la puerta a los golpes, entrando los atacantes, e<br />

hiriendo a golpes a los animales que encontraron en la parte inferior de la casa, hicieron<br />

bajar al obispo de la planta superior colmándole de golpes y afrentas. Entonces, para que


no pasaran adelante en sus crueldades, intervino Crispín como cediendo a las súplicas de<br />

los otros, aunque en su ira no parecía preocuparse tanto de las súplicas de los otros<br />

cuanto temer su testimonio en lo referente al crimen.<br />

Mansedumbre católica<br />

XLVII. 51. Al ser conocidos estos hechos en la ciudad de Calama, se esperaba cómo<br />

castigaría vuestro obispo Crispín a su presbítero. Se añadió también una protesta que<br />

constaba en las actas municipales, que por temor o pudor le obligaría a imponer la sanción<br />

eclesiástica. Él la despreció de forma absoluta y fue tal el tumulto que se levantó entre los<br />

vuestros, que se juzgaba tratarían de cerrar los caminos, o mejor, que ya se veía los<br />

cerraban, a la predicación de la verdad a la cual no podían resistir. Se aplicaron entonces<br />

contra vuestro obispo Crispín las leyes que ya existían desde luego, pero que, como si no<br />

existieran, descansaban en nuestras manos, más para mostrar nuestra mansedumbre que<br />

para castigar su audacia. De otro modo, no se vería claro el poder que tenía y del que no<br />

quería usar la Iglesia católica, con la ayuda de Cristo, contra sus enemigos, y esto no<br />

prestando atención a los circunceliones rabiosos en su privado furor, según la presunción<br />

herética, sino a los reyes sometidos al yugo del Señor Dios según la verdad profética.<br />

Presentado, pues, Crispín y facilísimamente convicto de herejía, cosa que él había negado<br />

al procónsul en el interrogatorio, por intercesión de Posidio se vio libre de pagar diez libras<br />

de oro, multa establecida por el emperador Teodosio el Grande para todos los herejes. No<br />

conforme con sentencia tan suave, obedeciendo no sé a qué proyecto, que se decía había<br />

disgustado a todos los vuestros, determinó apelar ante los hijos del mismo Teodosio. Se<br />

aceptó la apelación, recibió respuesta; no otra que lo que el partido de Donato ya sabía:<br />

que aquella multa en oro le alcanzaba como a los restantes herejes. Puesto que<br />

participaba con ellos en la persecución, o bien considere que tiene una justicia común con<br />

ellos o, si no lo considera, que no se jacte de ser justo, porque se ve sometido a una pena<br />

que reprime también a las herejías, que él reconoce como injustas. Debe comprender,<br />

finalmente, que no es la pena precisamente lo que hace al mártir de Cristo, sino la causa.<br />

A nosotros, en cambio, puede acusarnos de ser tan duros perseguidores que ni aun<br />

después del rescripto imperial ha pagado Crispín aquella cantidad de oro al fisco, gracias a<br />

la indulgencia que solicitaron los obispos católicos para él, y aun ahora, con las mismas<br />

leyes tan recientes que amenazan con la proscripción a vuestros obispos, descanse<br />

tranquilo en su propiedad, mientras los clérigos católicos, bajo las amenazas de los<br />

circunceliones y vuestros clérigos, tienen que dejar sus casas, sus viviendas, su salud y la<br />

luz de sus ojos.<br />

Los donatistas, peores que el diablo<br />

XLVIII. 52. A los que hacen esto ¿por qué los voy a comparar con los salteadores,<br />

piratas, con cualquier raza de bárbaros sanguinarios, si no se pueden comparar ni al<br />

mismo diablo, maestro de todas las crueldades? Él, después de despojar de todos sus<br />

bienes al santo varón Job, le sacudió con gravísimas heridas de la cabeza a los pies, y, sin<br />

embargo, le dejó un lugar sano para sus ojos sanos, y no destruyó los ojos de aquel cuyo<br />

cuerpo entero había recibido bajo su poder.<br />

Pero todos estos avatares parece no llegan a oídos de los vuestros, ya que Crispín prefirió<br />

marchar a Cartago, dejarse vencer de su propia pertinacia, rehusar la sentencia dada<br />

contra él y tan benigna por la intercesión de la mansedumbre episcopal, apelar a los hijos<br />

de aquel en cuya ley se veía atrapado, hacer recaer sobre todo el partido de Donato lo que<br />

no quería y estaba obligado a soportar él solo; prefería todo esto a sancionar con sola la<br />

degradación el crimen tan temerario y odioso de un solo presbítero.<br />

53. En la región de Hipona hubo un cierto Restituto, presbítero vuestro, quien habiéndose<br />

pasado, antes que dieran estas leyes imperiales, a la paz católica, movido por el deseo de<br />

la verdad y con manifiesta voluntad suya, fue raptado de su casa por vuestros clérigos y<br />

circunceliones, conducido de día y públicamente a un pueblo vecino y golpeado con<br />

estacas a gusto de gente enfurecida, ante la vista de una multitud que no osaba oponer<br />

resistencia; lo revolcaron después en una laguna fangosa, lo escarnecieron vistiéndole un<br />

manto de juncos, y después que este espectáculo martirizó tanto los ojos de los que lo<br />

lamentaban como sació los de los que lo burlaban, lo llevaron de allí a otro lugar, adonde<br />

nadie de los nuestros se atrevía a acercarse, y apenas al duodécimo día lo dejaron<br />

marchar.


Yo personalmente presenté una queja a vuestro obispo de Hipona Proculiano y<br />

precisamente mediante las actas municipales, no fuera que, si hubiera necesidad de tomar<br />

alguna resolución, negara que se le había comunicado esto. Qué es lo que respondió,<br />

cómo trató de esquivar la cuestión y cómo pensó eludir nuestra intención con engaños, no<br />

respondiendo tampoco después, las mismas actas lo testifican sobradamente. Ahora bien,<br />

¿podríamos tener tiempo para contar cumplidamente cuánto tuvieron que soportar los<br />

clérigos que de vosotros pasaron a nosotros? Finalmente, los que vienen a nosotros no<br />

abandonan la verdad por la persecución; antes bien, muchos no vienen porque temen de<br />

parte de los vuestros la persecución por la verdad.<br />

Las quejas de los donatistas carecen de fundamento<br />

XLIX. 54. Retira, pues, del medio quejas superfluas sobre las molestias que soportáis por<br />

orden imperial, bien pocas y casi nulas si las comparamos con el furor de los vuestros; y,<br />

por cierto, nos achacáis a nosotros las medidas que, para proteger su misma salud del<br />

ímpetu de los vuestros, tienen que adoptar los poderes terrenos llevados de la necesidad,<br />

no por su voluntad.<br />

Lo mismo que si aquellos cuarenta que se habían conjurado para matar a Pablo 39 se<br />

hubieran lanzado contra los soldados que lo conducían y hubieran recibido su castigo, en<br />

modo alguno se podía imputar éste a Pablo. Paso por alto también las muertes voluntarias<br />

que se dan a sí mismos los circunceliones, y que con mentiras las ponéis a nuestra cuenta.<br />

Acerca de Márculo he oído que se había precipitado él mismo. Ciertamente es esto más<br />

digno de fe que el que alguna autoridad romana haya podido ordenar algo tan extraño a<br />

sus leyes. Además, esta clase de suicidio es propio de la vuestra, entre todas las herejías<br />

extraviadas bajo el nombre cristiano. Por ello, ¿qué importa que vuestros obispos se<br />

jacten de haberlo prohibido y condenado en los concilios, como recordaste, cuando tantos<br />

peñascos y precipicios de piedra se ven manchados por sangre según los informes de<br />

Marculiano? Ya dije lo que he oído acerca de Márculo y por qué me parecía eso más digno<br />

de crédito; cuál sea la verdad, Dios lo sabe. Sobre los otros tres, cuya muerte también nos<br />

reprochaste, confieso que no he indagado, ante quien pienso que lo conoce, qué es lo que<br />

ha pasado o cómo ha sucedido.<br />

Sentimientos del buen católico<br />

L. 55. A ningún buen fiel de la Iglesia católica le place que nadie, aunque sea un hereje,<br />

sea condenado a muerte. Tampoco aprobamos que, por deseo de venganza, aunque sin<br />

llegar a la muerte, se devuelva mal por mal causando molestias a quien sea. Detestamos<br />

mucho más el que, con motivo de luchar por la unidad, se apropie alguien de los bienes<br />

ajenos que deseaba, no digo ya de aquellos que bajo el nombre de la Iglesia no deben<br />

poseer los herejes, sino de los bienes de cualesquiera privados. Ninguno de estos hechos<br />

puede agradar a los buenos, que los prohíben y reprimen cuando pueden; y cuando no<br />

pueden, los soportan y, como dije, los toleran laudablemente por la paz, no juzgándolos<br />

dignos de alabanza, sino de condenación; y no abandonan la mies de Cristo por causa de<br />

la cizaña, ni la era de Cristo por la paja, ni por los vasos sin honor la gran casa de Cristo,<br />

ni por los peces malos las redes de Cristo.<br />

Los reyes deben promover el bien y condenar el mal<br />

LI. 56. Cuando viven en el error los reyes, dan leyes en favor del error en contra de la<br />

verdad; de modo semejante, cuando están en la verdad, dan leyes contra el error en favor<br />

de la misma verdad; así las leyes malas prueban a los buenos y las leyes buenas<br />

enmiendan a los malos. El malvado rey Nabucodonosor publicó una ley cruel que obligaba<br />

a la adoración de la estatua, y luego, enmendado, una severa, prohibiendo blasfemar<br />

contra el verdadero Dios 40 . De esta manera, obedeciendo los mandatos divinos, los reyes<br />

sirven a Dios en cuanto reyes 41 : ordenando en su reino el bien y prohibiendo el mal, no<br />

sólo el que se refiere a la sociedad humana, sino también el que se relaciona con la<br />

religión divina.<br />

57. En vano dices: "Que me dejen a mi libre albedrío". ¿Por qué, en cambio, no proclamas<br />

que se deje al libre albedrío la perpetración de homicidios, estupros y toda clase de<br />

crímenes y escándalos? Cosas todas que es utilísimo y salubérrimo que las justas leyes<br />

repriman. Cierto que Dios ha dado al hombre una voluntad libre, pero no ha querido que la


uena permanezca infructuosa y la mala sin castigo.<br />

"Quien persigue a los cristianos -dices tú- es enemigo de Cristo". Dices bien, salvo que<br />

persiga en aquél lo que es enemigo de Cristo. En efecto, no deben dejar de perseguir los<br />

vicios contrarios a la verdad cristiana el señor en su siervo, ni el padre en su hijo, ni el<br />

marido en su esposa, aunque unos y otros sean cristianos. Si no persiguen esos vicios, ¿no<br />

serán juzgados justamente como reos de negligencia? En todas las circunstancias se ha de<br />

mantener la moderación acomodada a sentimientos humanitarios y ajustada a la caridad,<br />

de suerte que no se emplee todo el poder de que se dispone; y cuando se emplee, no se<br />

pierda la caridad, y cuando no se emplee, aparezca la mansedumbre. En cambio, cuando<br />

las leyes divinas o humanas no nos conceden poder alguno, no se emprenda nada malvada<br />

o imprudentemente.<br />

Mala información de Cresconio sobre los maximianistas<br />

LII. 58. Escucha ya lo que poco antes he pasado por alto sobre los maximianenses; así<br />

aprenderás que tus obispos han mentido, y no sólo por lo que se refiere a la cuestión del<br />

bautismo o a la tolerancia de los pecados ajenos en la Iglesia sin contaminarse uno, sino<br />

también a la odiosidad de la persecución, en la cual ciertamente los vuestros, con relación<br />

a los nuestros, han traspasado todos los derechos y garantías de Roma; en ello también<br />

verás se termina la única causa de los maximianenses.<br />

Si tuviste aguante para leer la famosa sentencia de vuestros trescientos diez obispos del<br />

concilio de Bagái, de la cual cité antes lo que me parecía suficiente , el texto muestra con<br />

toda claridad que fueron condenados con Maximiano doce obispos, presentes y actuantes<br />

en su consagración, y que se concedió un plazo para volver a vuestra comunión a los que,<br />

estando en comunión con Maximiano y habiendo condenado a Primiano, no asistieron a la<br />

consagración de Maximiano, porque, en efecto, ni todos pudieron asistir ni la costumbre<br />

los obligaba. Ante esto, me maravilla mucho cómo te dejaste engañar por no sé qué<br />

mentiroso, a quien tú, para que no te engañara, pudiste leer aquellas palabras que ni son<br />

oscuras ni exigen un agudo ingenio para discutirlas, sino solamente un espíritu atento.<br />

Pero como puede ocurrir que no las hayas leído y con un corazón sencillo hayas dado<br />

crédito fácilmente a uno o varios obispos que te hayan indicado otras cosas, recibe y lee la<br />

sentencia y advierte qué verdad es lo que digo. Ellos no pueden, para encubrir su mentira,<br />

enmendarla a su antojo ni tampoco falsearla; la han alegado en juicio público ante el<br />

procónsul, procuraron insertarla tantas veces según su necesidad en las actas municipales,<br />

cuando actuaban contra ellos, para que fueran arrojados de las basílicas.<br />

Extractos de la sentencia de Bagái<br />

LIII. 59. Así comienza la sentencia: "Cuando por la voluntad de Dios omnipotente y de su<br />

Cristo celebramos el concilio en la iglesia de Bagái, Gamalio, Primiano, Poncio,<br />

Secundiano, Ianuario, Saturnino, Félix, Pagasio, Rufino, Fortunio, Crispín, Florentino,<br />

Optato, Donato, Donaciano y los restantes en número de trescientos diez pareció bien al<br />

Espíritu Santo, que está en nosotros, asegurar una paz perpetua y suprimir los cismas<br />

sacrílegos". Después, habiendo vomitado terribles anatemas contra ellos, añade a<br />

continuación: "El rayo de nuestra sentencia ha lanzado fuera del gremio de la paz a<br />

Maximiano, émulo de la fe, corruptor de la verdad, enemigo de la Iglesia madre, ministro<br />

de Datán, Coré y Abirón". Ves aquí, pienso yo, cómo sin duda alguna fue condenado<br />

Maximiano. Luego, tras unas pocas pero gravísimas frases, que les pareció bien lanzar<br />

contra él, añadiendo a sus consagrantes y condenándolos con él sin demora, dice: "Y no<br />

sólo le condena a él la muerte justa de su crimen; la cadena del sacrilegio arrastra<br />

también a muchísimos a la complicidad de su crimen". Luego, después de lanzar las<br />

invectivas que le pareció conveniente para amplificar su crimen, los cita nominalmente y<br />

concluye con su condena: "Sabed que, según el arbitrio de Dios que nos preside, por la<br />

boca verídica del concilio universal han sido condenados como culpables del célebre<br />

crimen: Victoriano de Carcabia, Marciano de Sullecto, Bejano de Bejana, Salvio de Ausafa,<br />

Teodoro de Usula, Donato de Sábrata, Miggene de Elefantaria, Pretextato de Asuras,<br />

Salvio de Membresa, Valerio de Melzi, Feliciano de Musti y Marcial de Pertusa, quienes en<br />

una funesta obra de perdición han formado un vaso despreciable con abundantes heces; y<br />

también lo fueron los que algún tiempo fueron clérigos de la iglesia de Cartago, quienes,<br />

asistiendo al crimen, sirvieron de alcahuetes a este incesto ilícito". ¿Se puede decir algo<br />

más claro, más manifiesto, más expresivo?


A quiénes se concedió la célebre prórroga<br />

LIV. 60. Escucha ahora a quiénes se concedió una prórroga, y verás que fueron aquellos<br />

que no estuvieron presentes cuando en la consagración le fueron impuestas las manos a<br />

Maximiano. Dice: "A aquellos, en cambio, que no mancharon los retoños del arbusto<br />

sacrílego, esto es, que por un pudoroso respeto a la fe retiraron de la cabeza de<br />

Maximiano sus propias manos les hemos permitido volver a la madre Iglesia". Ves cómo<br />

no dice que éstos hayan sido condenados, sino que debían considerarse dentro de la<br />

misma condenación si, pasado el tiempo establecido, no hubieran querido volver. Ese día<br />

lo fijan con estas palabras: "Y para que la brevedad del plazo para el retorno no quite la<br />

esperanza de la salud, restringida por la urgencia del día, abrimos de par en par la puerta<br />

de la admisión hasta el día veinticinco de diciembre a todos los que conozcan la verdad,<br />

permaneciendo firmes las decisiones precedentes; así, al regresar, obtienen el título<br />

íntegro de su honor y de su fe Si alguno, por su indolente pereza, no pudiera entrar por<br />

ella, sepa que él mismo se ha cerrado voluntariamente la fácil entrada. Quedarán sujetos<br />

a la sentencia dictada y a la penitencia prefijada para los que tornan después del tiempo<br />

establecido".<br />

Feliciano y Pretextato, condenados sin prórroga<br />

LV. 61. Puedes ver bien claro, varón elocuentísimo, que es contra los que te han mentido<br />

contra quienes tienes que dirigir todo lo que tenías pensado dirigir contra nosotros, como<br />

si te hubiésemos mentido respecto a esta cuestión. Ves claramente que aquellos dos de<br />

quienes tratamos están en el número de los que fueron condenados con Maximiano sin<br />

prórroga, no de aquellos a quienes se otorgó un plazo para volver. En verdad, la cuestión<br />

está clara, resplandece, se destaca; en modo alguno puede confundirse, oscurecerse,<br />

encubrirse lo que con tanta elocuencia distinguió, expresó, ilustró quien dictó aquella<br />

sentencia. ¿Por qué se sigue aún hablando? ¿Por qué se lucha aún contra verdad tan<br />

luminosa en favor de un error manifiesto? ¿Por qué se engañan los hombres a sí mismos?<br />

Si ellos se enredan y se atan cada vez más corto en los lazos del diablo, que debían<br />

deshacer y romper, escucha aún cómo deben experimentar mayor vergüenza todavía, y ¡<br />

ojalá fuera con algún fruto para su enmienda!<br />

Al expirar la prórroga, los obispos persistían en su actitud<br />

LVI. 62. El citado concilio de Bagái hizo notar el día y el cónsul no sólo en que se dio el<br />

decreto, sino también el de la misma prórroga. Así pues, desde el día veinticuatro de abril,<br />

después del tercer consulado de Teodosio Augusto y del de Abundancio, fecha del concilio<br />

de Bagái, hasta el veinticinco de diciembre, fecha del fin de la prórroga, se cuentan casi<br />

ocho meses. Tenemos una querella ante el procónsul Herodes -mira, cuánto tiempo<br />

después- contra Feliciano y Pretextato para que fueran expulsados de sus sedes de Musti y<br />

Asuras. Ya he citado unas pocas frases de la misma: "Después del tercer consulado de<br />

Arcadio y el segundo de Honorio, soberanos nuestros, el día cuatro de marzo, en el<br />

tribunal secreto, dijo Ticiano: El presbítero Peregrino y los ancianos de la Iglesia de Musti<br />

y de la región de Asuras exponen esta demanda: Como Donato, varón de venerable<br />

memoria, defendiera la santidad de la Iglesia católica del error de la fe errónea, en torno a<br />

su nombre y a su culto se reunió casi todo el mundo en una obediencia considerable. Pero<br />

como el veneno de cierto Maximiano emponzoñara el propósito digno de alabanza y<br />

admiración de su religión, una asamblea de obispos, reunidos bajo la inspiración de Dios,<br />

condenó con la represión propia de una mente pura a este hombre, o, mejor, a esta peste,<br />

que había ofendido a la majestad suprema. También reprimió con la misma vigorosa<br />

amonestación a quienes había arrastrado el error de la presunción ajena; eso sí,<br />

ofreciéndoles antes el recurso de la penitencia, si deseaban retornar dentro del plazo al<br />

camino de la religión abandonado. Pero la iniquidad se deleita en sus propósitos y no se<br />

deja a sí misma una vez que se ha caído despeñada. El mismo Maximiano fomenta su<br />

audacia inicial y se atrae a otros a su furor. Entre ellos está cierto Feliciano, que, siguiendo<br />

primero el camino recto, se oscurece con la mancha de esta depravación; colocado en la<br />

ciudad de Musti, pensó que había de retener con una especie de ocupación militar los<br />

muros consagrados al Dios omnipotente, la venerable Iglesia. A éste le imita también<br />

Pretextato en la región de Asuras. Pero cuando la asamblea de sacerdotes se dio a conocer<br />

al poder de tu equidad, ordenaste, como lo atestiguan las actas, que, rechazado todo<br />

conato de la oposición, era preciso arrebatar las iglesias a las almas profanas y devolverlas<br />

a los sacerdotes sagrados".


Ya lo ves, cómo han pasado casi tres meses desde el día de la prórroga establecida hasta<br />

el de esta reclamación. Y se prolonga este conflicto, según hemos podido investigar en las<br />

actas consulares y municipales, hasta el procónsul Teodoro, esto es, hasta el veintidós de<br />

diciembre del año siguiente, fecha en que los clérigos y ancianos, guiados por el obispo<br />

Rogato , que había sustituido al condenado Pretextato de Asuras, alegaron la orden del<br />

procónsul citado, cuando estaban Pretextato y Feliciano fuera de vuestra comunión y eran<br />

acusados de ser enemigos de esa misma vuestra comunión en los juicios públicos y se<br />

pedía que fueran expulsados como sacrílegos de los lugares consagrados al Dios supremo.<br />

Qué no reprueba Agustín en los donatistas<br />

LVII. 63. Así pues, a cualquier grupo que hayan pertenecido, aunque aparece bien claro a<br />

cuál pertenecieron, los que no se reintegraron a vuestra comunión dentro del plazo<br />

establecido ¿cómo pudieron bautizar todo aquel tiempo en que estuvieron separados de<br />

vosotros? ¿Cómo retornaron, al igual que aquellos a quienes bautizaron fuera de vuestra<br />

comunión, sin haber recibido otro bautismo que los purificara? En este hecho no os<br />

reprochamos el haber reconocido que el bautismo de Cristo no es sacrílego ni en el cisma<br />

sacrílego; ni el haber aprobado, una vez corregida la perversidad, lo que aun en los<br />

perversos había sido recto; ni el haber distinguido los vicios humanos de los sacramentos<br />

divinos; ni el haber juzgado que no se deben condenar en las personas condenadas ni<br />

mudar en las aceptadas aquellos dones de la Iglesia que pudieron poseerse o comunicarse<br />

aun fuera de ella para castigo de los que los tenían y de los que los recibían.<br />

Qué les recrimina<br />

LVIII. 64. Tampoco reprendemos que tuvierais a bien aceptar sin degradación alguna y<br />

purificar con la abundancia de la caridad a aquellos mismos culpables del célebre crimen<br />

aun después de la sentencia de condenación de los mismos y tras el plazo señalado a<br />

otros. Lo hicisteis atendiendo a la gente débil que se adhirió a ellos, y pienso que<br />

recordando la solicitud del padre de familia, para que no se arrancara, con la cizaña, el<br />

trigo.<br />

Como tampoco reprendemos el haber perseguido acudiendo al poder temporal a los que<br />

estaban dominados aún por el célebre sacrilegio que es el cisma. Porque esto se hacía,<br />

según lo mostró el porvenir, con el deseo de corregirlos, no de perjudicarlos, a fin de que,<br />

acosados por estas molestias, se vieran forzados a reflexionar sobre su crimen y<br />

enmendarlo, reprimiendo su furiosa animosidad .<br />

Pero precisamente porque no reprochamos nada de esto, tenemos el derecho de<br />

recriminaros el crimen de vuestro cisma, justificadamente lo detestamos, con toda razón<br />

lo refutamos. Con ese crimen os separáis de nosotros, más aún, de la comunión católica<br />

del orbe de la tierra, echándonos en cara las mismas cosas que vosotros no podéis negar,<br />

según pienso, habéis hecho en la causa de los maximianenses. Si el bautismo dado por<br />

Feliciano y Pretextato, cuando, separados de nosotros, estaban unidos a Maximiano, y<br />

condenados con él por vosotros a causa del crimen de su infame cisma, es de Cristo, y,<br />

por tanto, no debe ser anulado en modo alguno, ¿cómo no va a ser bautismo de Cristo o<br />

cómo va a ser destruido el que se da en la Iglesia, que "extiende sus ramos", para usar de<br />

las palabras de Cipriano, "por toda la tierra con la riqueza de su fecundidad"; el que se da<br />

finalmente en aquellas Iglesias que jamás cesasteis de leer en las Cartas apostólicas, que<br />

no condenasteis nunca en un concilio como a Feliciano y Pretextato? Si tuvisteis a bien<br />

restablecer en todos sus derechos a los condenados para resarcir al partido de Donato, ¿<br />

por qué os molesta la unidad de Cristo extendida por todo el orbe, que no puede condenar<br />

a alguien sin oírlo, ni condenó ni absolvió a desconocidos o creyó inocentes a los que<br />

conoció absueltos? Si expulsasteis de sus sedes con la persecución, por orden de los<br />

jueces, a los maximianenses que se habían separado de vosotros, ¿por qué os quejáis de<br />

sufrir injustamente por parte de los emperadores, que son los que envían a esos jueces,<br />

vosotros que os habéis separado con un abominable cisma de la Iglesia de aquel de quien<br />

está escrito: Todos los reyes se postrarán ante él, le servirán todas las gentes 42 , y Su<br />

dominio se extenderá de mar a mar, y desde el río hasta los cabos de la tierra? 43<br />

Puede haber persecución justa aun contra los justos<br />

LIX. 65. He aquí que no digo: "Si no está permitido perseguir, Optato lo ha hecho", no<br />

vayas a decir que no tiene que ver con los vuestros lo que hizo Optato sin saberlo ellos,


aunque no permiten decir que las tierras apartadas de África no tienen que ver con lo que<br />

hizo Ceciliano, ignorándolo ellas. Quiénes fueron los traditores de África, qué hicieron los<br />

obispos malos de África, lo ignoramos.<br />

Lo que yo digo es: Si no está permitido perseguir, los vuestros lo han hecho con los<br />

maximianenses, de tal modo que no podéis negarlo. Si los que padecen persecución son<br />

inocentes, los maximianenses la han soportado. ¿Dirás ahora acaso: "La basílica o la<br />

caverna de Maximiano la destruyó el pueblo sin que tomase parte ninguno de los<br />

nuestros?" Aunque si se investiga a qué comunión pertenecía aquella turba -vamos a<br />

suponer que no fueron enviados por los vuestros-, seguramente se descubrirá que fueron<br />

los vuestros o seguramente mezclados con los vuestros y ayudándoles. Pero ¿qué nos<br />

importa a nosotros?<br />

Así, tú respondes: "No lo hicimos, no los enviamos, ignoramos quiénes fueron aquéllos".<br />

Lo que sí está claro es que sufrió persecución por parte de quien sea el que confiesas que<br />

fue injusto, y entonces lo que sufrís vosotros no puede demostrar que seáis justos. Y<br />

quiénes fueron los que persiguieron a los maximianenses, lo testifican las actas<br />

proconsulares. Se nombraron abogados y, constituidos tribunales, se les hizo proceder<br />

como contra herejes; ellos solicitaban protección como poseedores que eran; los vuestros<br />

alegaban el concilio de Bagái y reclamaban que los condenados fueran expulsados de las<br />

sedes sagradas; se insistía, se pronunció la sentencia, cuando, en presencia de Salvio de<br />

Membresa, demostrasteis que eran herejes, los derrotasteis, los expulsasteis. Veo, por<br />

consiguiente, que ellos sufrieron la persecución, de la que vosotros sois los promotores.<br />

Busco quiénes son los justos; vosotros decís que sois vosotros. Yo concluyo: No es justo<br />

consiguientemente el que sufre la persecución, ni es necesariamente injusto el que la lleva<br />

a cabo.<br />

Se insiste en lo mismo<br />

LX. 66. Tú acusarás de nuevo a la Dialéctica; pero, al menos tácitamente, reconocerás<br />

que digo la verdad y preferirás corregir tu afirmación, según la cual ninguna persecución<br />

es justa, antes que llamar injustos a los perseguidores de los maximianenses; esto es, a<br />

los vuestros, como has reconocido por las actas proconsulares. Cierto que no habéis<br />

perseguido sin fruto el error de vuestros cismáticos; pues con esa contienda e<br />

incomodidades lograsteis corregir a Feliciano y a Pretextato. También, respecto a Optato<br />

el de Gildón, se dice que los de Musti y Asuras le temían por sus amenazas de más<br />

severos castigos, como lo oí de su propia boca, y que forzaron a sus obispos a que<br />

tornaran a la comunión de Primiano.<br />

Pero Optato no hizo consignar esto en las actas públicas; ¿cómo voy yo a poner esto de<br />

relieve contra vosotros, dispuestos a negar lo que podáis negar? Existen actas<br />

proconsulares y municipales, con cuya lectura demostramos con qué fuerza urgían los<br />

vuestros a los maximianenses a abandonar los lugares. No os acusamos, no os miramos<br />

con malos ojos; no habéis trabajado inútilmente, no los habéis aterrorizado en vano, no<br />

los habéis perseguido sin resultado. En su aflicción les desagradó su animosidad; los<br />

quebrantasteis, los enmendasteis, los corregisteis y acogisteis tras su condenación, tras la<br />

prórroga concedida a los otros, tras haberles perseguido. Los recibisteis con los mismos<br />

sin absolverlos ni degradarlos con la humillación de una penitencia más dura a ellos y a<br />

aquellos con quienes los recibisteis, a los que habían llevado consigo contra vosotros,<br />

habían bautizado fuera de vosotros, y quizá rebautizado después de vosotros.<br />

De nuevo, el caso de Ceciliano<br />

LXI. 67. Ya no tenéis recurso alguno con que suministrar nebulosas mentiras a los<br />

hombres ignorantes de cosas pasadas tanto tiempo ha. Que los vuestros acusaron a<br />

Ceciliano ante el emperador de entonces, Constantino, lo proclaman los documentos<br />

públicos; que se dictó la sentencia que incluyó hasta la absolución de Félix de Aptonga,<br />

consagrante de Ceciliano, a quien en el concilio de Cartago llamaron "la fuente de todos<br />

los males"y acusaron ante el mismo Constantino, como lo manifiesta él en sus escritos,<br />

con incesantes apelaciones, lo atestiguan los archivos proconsulares. Oponéis resistencia,<br />

protestáis, forcejeáis con la verdad más clara; afirmáis que los jueces transmarinos fueron<br />

corrompidos por Ceciliano, que el mismo emperador se dejó seducir no sé por qué<br />

influencia. El acusador vencido es tanto más desvergonzado cuanto llega a calumniar al<br />

mismo juez.


Sin embargo, de todas estas mentiras vuestras con que calumniáis a los jueces<br />

transmarinos, al menos sacamos en limpio que vuestros antepasados fueron los primeros<br />

en llevar esta causa ante el emperador, los primeros en acusar ante el emperador a<br />

Ceciliano y su consagrante, los primeros en perseguir a Ceciliano y sus compañeros ante el<br />

emperador. Por ello, así os parece a vosotros, concitáis un odio intenso contra nosotros,<br />

ya que soportáis vencidos lo que haríais seguramente si fuerais vencedores. Como si<br />

quisieran acusar a Daniel quienes, liberado él en su inocencia, fueron devorados por los<br />

leones, los que, calumniándole, quisieron le consumieran a él. Otro logro: Pensad o<br />

inventad lo que sea sobre los jueces que absolvieron a Ceciliano, estando él presente, en<br />

el concilio transmarino; o sobre el mismo emperador Constantino, como si hubiera sido<br />

corrompido por alguna influencia, ante quien vuestros antepasados acusaron a Ceciliano y<br />

cuyo juicio antepusieron al juicio episcopal; todos los cristianos católicos que entonces<br />

estaban tan extendidos en tierras cercanas o lejanas, a los que pudo llegar la noticia sobre<br />

Ceciliano y sus colegas, no debieron creer a los acusadores, sino a los jueces eclesiásticos.<br />

Cuando no podemos ser todos jueces, es preferible creer a los que han podido serlo a osar<br />

juzgar a los mismos jueces, fiándonos de los litigantes vencidos, de los cuales no pudimos<br />

ser jueces.<br />

Los donatistas, además de injustos, dementes<br />

MI. 68. Por consiguiente, los acusadores de Ceciliano, que fue absuelto, intentaron con<br />

osadía desvergonzada salpicar con crímenes falsos, o ciertamente no probados, y negar el<br />

título de cristianos no sólo a los que le absolvieron, sino también a todos los cristianos<br />

católicos del orbe entero, que o ignoraron aquella disensión africana o prefirieron creer,<br />

respecto a ella, a los jueces que se pronunciaron según les pareció, con propio peligro,<br />

antes que a los acusadores vencidos. Por ello ha llegado al fin a vosotros la causa de los<br />

maximianenses, para que en ella los donatistas condenaran, persiguieran a los<br />

condenados, recibieran en el mismo honor a los que persiguieron, aceptaran el bautismo<br />

de los condenados, de suerte que los que se atrevieron a condenar a inocentes, se vieron<br />

forzados a absolver a culpables; no a los que habían creído fueran inocentes, sino a los<br />

que, como dicen, habían condenado bajo la presidencia y mandato de Dios por boca de su<br />

concilio plenario. ¿Quién dijo jamás a alguien: "Puesto que has preferido creer al juez que<br />

absuelve antes que a mí que acuso, eres reo juntamente con los que acusé?" Y, sin<br />

embargo, se dice al orbe cristiano lo que si se dijera a un solo hombre parecería, no digo<br />

la mayor injusticia, sino extrema locura. ¡Oh maravilla indignante! Acusaron los africanos a<br />

los africanos del crimen de entrega, absolvieron los jueces transmarinos a los acusados, y<br />

los pueblos del universo quedan como traditores porque prefirieron creer a los jueces que<br />

absolvían antes que a los acusadores que los calumniaban.<br />

El caso de los maximianistas ha puesto a los donatistas en evidencia<br />

LXIII. 69. Con razón, oh partido de Donato, te ha venido encima el asunto de los<br />

maximianenses: bebe el cáliz que te presenta el Señor que corrige y amonesta. Si lo<br />

comprendes y aceptas de buen grado, es la misericordia del que corrige, para que no<br />

caigas en el juicio del que castiga. A ti se te dice: Orgulloso y de dura cerviz, reconcíliate<br />

con los pueblos cristianos de todo el mundo injustamente acusados por ti, al menos<br />

después de haberte reconciliado con los que condenaste. ¿Por qué anulas el bautismo de<br />

Cristo en aquellas o de aquellas Iglesias que fundaron los Apóstoles? Has admitido ya el<br />

bautismo que dieron los condenados por ti, antes que se reconciliaran contigo. ¿Por qué te<br />

glorías de la persecución que sufres? Si ella es signo de justicia, más justo es el partido de<br />

Maximiano, pues la ha soportado de ti y la soporta contigo. Escucha el salmo divino: No<br />

seáis como el caballo o el mulo, que carecen de inteligencia 44 . Nos llamáis a nosotros<br />

perseguidores vuestros, cuando en realidad, queriendo salvaros a vosotros, lo que<br />

hacemos es perseguir medicinalmente vuestras heridas que queremos salvar, y por ello,<br />

mientras tratamos de curaros, vuestros clérigos y circunceliones, como dientes y talones<br />

vuestros, nos hieren. No seáis ingratos a un medicamento que habéis imitado vosotros;<br />

también vosotros habéis corregido con la persecución a Feliciano y Pretextato. ¡Ojalá<br />

corrigierais a todos, y como ellos han vuelto a vosotros, así volvierais, ellos y vosotros, a<br />

la madre Católica!<br />

70. Contra ella, hermano Cresconio, te has levantado con tu audacia, e intentas refutar<br />

aquellos divinos testimonios citados por mí y obstaculizar con tus ruidos las palabras de<br />

Dios. Lo que puse en la carta, contra la que hablas, es lo que se dice en el Libro santo


sobre la descendencia de Abrahán, al que dice la palabra de Dios: En tu descendencia<br />

serán bendecidas todas las naciones 45 . A esto llama el Apóstol testamento al decir:<br />

Hermanos, os voy a hablar a lo humano; un testamento, aun siendo obra de un hombre, si<br />

está en debida forma, nadie puede anularlo ni añadirle nada. Las promesas fueron hechas<br />

a Abrahán y a su descendencia. La Escritura no dice: "Y a tus descendencias", como si<br />

fueran muchas; sólo se refiere a una: "Y a tu descendencia", esto es, Cristo 46 . Tan grande<br />

ha sido la fecundidad de esta semilla que se le dijo: Tu descendencia será como las<br />

estrellas del cielo, como la arena del mar que no se puede contar 47 . A este crecimiento y<br />

fecundidad de la Iglesia, que se extiende por todo el orbe, que se cree ha sido de tal modo<br />

anunciada, que de tal modo se presenta a los ojos de todos los fieles, que cierra la boca<br />

aun de los paganos, tan escasos frente a ella, osas anteponer la parte de Donato, diciendo<br />

que aun fuera de África tenéis no sé cuántos, que, sin embargo, no aparecen, y soléis<br />

enviar, no lo negáis, obispos desde África, uno, dos o tres a lo más. Argumentas en vano<br />

contra la verdad tan evidente, y sostienes que no todo el orbe comunica con nosotros,<br />

porque aún hay muchos pueblos bárbaros que todavía no han creído en Cristo, o que bajo<br />

el nombre de Cristo hay muchas herejías extrañas a nuestra comunión.<br />

Más textos escriturísticos<br />

MV. 71. Ni paras mientes, ni solicitas al menos de los enterados cuántos de los pueblos<br />

bárbaros que citaste se han sometido ya al nombre de Cristo y cómo el Evangelio no cesa<br />

de aumentar sus frutos en los restantes, hasta que, cuando sea predicado en todos, llegue<br />

el fin. Así lo dice el mismo Señor: Este Evangelio se predicará en el mundo entero, en<br />

testimonio para todas las naciones, y entonces vendrá el fin 48 . A no ser que vuestra necia<br />

soberbia os lance al precipicio de pensar que el cumplimiento de esta profecía debe<br />

comenzar por el partido de Donato y no por las Iglesias que plantaron los Apóstoles con<br />

las cuales no está en comunión el partido de Donato. ¿Acaso, para llenar el mundo,<br />

intentará rebautizarlas él, cuando la Iglesia católica va creciendo en todas partes mientras<br />

su partido disminuye constantemente aun en África? ¡Oh perversión insensata de los<br />

hombres! Piensas que mereces alabanza creyendo respecto a Cristo lo que no ves, y no<br />

consideras que eres condenado por no creer respecto de la Iglesia lo que estás viendo,<br />

cuando aquella cabeza, Cristo, está en el cielo, y este cuerpo, la Iglesia, en la tierra.<br />

72. Reconoces a Cristo en lo que está escrito: Álzate, oh Dios, sobre los cielos, y no<br />

reconoces a la Iglesia en lo que sigue: Y sobre toda la tierra tu gloria 49 . Reconoces a<br />

Cristo en el texto: Taladraron mis manos y mis pies, contaron todos mis huesos; me han<br />

observado y considerado, se repartieron entre sí mis vestiduras, y se sortearon mi túnica<br />

50 , y no reconoces a la Iglesia en lo que sigue poco después: Al recordarlo se tornarán al<br />

Señor los confines de la tierra; todas las naciones se postrarán ante su rostro, porque del<br />

Señor es el imperio y él dominará a todas las naciones 51 . Reconoces a Cristo en lo que<br />

está escrito: Da, oh Dios, tu juicio al rey, y tu justicia al hijo del rey 52 , y no reconoces a la<br />

Iglesia en lo que atestigua el mismo salmo: Su dominio se extenderá de mar a mar, y<br />

desde el río hasta los cabos de la tierra. Ante él se postrarán tos etíopes, y sus enemigos<br />

lamerán el polvo. Los reyes de Tarsis y de las islas le rendirán tributo; los monarcas de<br />

Arabia y de Saba traerán regalos. Y le adorarán todos los reyes de la tierra, le servirán<br />

todas las naciones 53 . Reconoces a Cristo allí donde se dice a los judíos: No me complazco<br />

en vosotros, dice el Señor omnipotente, y no aceptaré los sacrificios de vuestras manos 54 ,<br />

ya que la llegada de Cristo suprimió todos aquellos sacrificios de los judíos, y no reconoces<br />

a la Iglesia en lo que sigue: Desde el surgir del sol hasta el ocaso mi nombre es glorificado<br />

entre las naciones, y en todo lugar se ofrecerá incienso en mi nombre y una hostia pura;<br />

porque mi nombre es grande entre las naciones, dice el Señor omnipotente 55 . Reconoces<br />

a Cristo en lo que dice el profeta: Fue llevado como oveja al sacrificio 56 , y en lo restante<br />

que se lee allí de él como en el Evangelio, y no reconoces a la Iglesia en lo que poco<br />

después añade: Da gritos de alegría, estéril que no has dado a luz; estalla de gozo y<br />

júbilo, tú que no has conocido los dolores del parto; porque son más los hijos de la<br />

abandonada que los de la casada. Pues el Señor ha dicho: Toma un sitio más espacioso<br />

para tus tiendas, y extiende cuanto puedas las pieles de tus pabellones, alarga tus cuerdas<br />

y afianza tus estacas, extiéndete cada vez más a la derecha y a la izquierda; y tu prole<br />

heredará las naciones y poblará las ciudades desiertas. No temas, te impondrás. No<br />

sientas vergüenza de haber sido detestable. Olvidarás para siempre tu confusión y no te<br />

acordarás más del oprobio de tu viudez, porque yo soy el Señor que te ha creado, el Señor<br />

es su nombre, y el que te ha salvado, el Dios de Israel, será llamado Dios de toda la tierra<br />

57 .


Cresconio se opone a Cipriano<br />

LXV. 73. Es bien seguro que en estos sacros textos reconoció Cipriano a la Iglesia hasta el<br />

punto de decir: "Así es como la Iglesia bañada por la luz del Señor lanzó sus rayos por<br />

todo el orbe, extendió sus ramos por toda la tierra con la abundancia de su fecundidad". A<br />

esta manifestación tan clara de los oráculos divinos es a la que calumnias tú, Cresconio,<br />

mirando al resto de las naciones que aún no ha ocupado la Iglesia; no atiendes a cuántas<br />

ha ocupado ya, desde donde se extiende a diario para ocupar el resto. ¿Cómo no vas a<br />

negar tú el pleno cumplimiento en el futuro de estas profecías, si no dudas en negar tan<br />

gran avance, al cual se debe ese cumplimiento, no digo contra las palabras divinas, sino<br />

aun contra las tuyas? Pues la fuerza de la verdad te ha obligado a decir, ignorando o no<br />

dándote cuenta de lo que decías, que "todo el mundo se convierte diariamente al nombre<br />

cristiano".<br />

¿Por qué, pues, el partido de Donato no está en comunión con esta Iglesia, que se dilata<br />

con su crecimiento por el mundo entero? Seguramente para no mancharse con los<br />

pecadores. Y ¿por qué no quiso Cipriano que se abandonara, no esta vuestra que,<br />

permaneciendo en África, calumnia al orbe de la tierra o, fuera de África, se encuentra en<br />

pocos y ocultos adeptos, sino aquella que extiende sus ramos por toda la tierra con la<br />

abundancia de su fecundidad, aunque en su comunión no sólo haya sino que se<br />

manifiesten pecadores diciendo: "Aunque parezca que en la Iglesia hay cizaña, ello no<br />

debe impedir vuestra fe o vuestra caridad, para que, al ver que existe cizaña en la Iglesia,<br />

vayamos a apartarnos de ella nosotros?"<br />

Carece de valor el reproche de Cresconio a la Iglesia. Responde tú a esto,<br />

si quieres responder algo verdadero<br />

LXVI. 74. Y ¿cómo se cumplirá lo que está escrito: El mal hijo se tiene por justo, pero no<br />

lavó su salida? 58 Acuse al hijo malo, condene y persiga a los maximianenses; reconcíliese<br />

con los condenados y perseguidos: aun así, sea refutado, sea confundido, sea corregido.<br />

Dices: "Cómo está lleno el mundo entero de vuestra comunión, donde hay muchas<br />

herejías, ninguna de las cuales está en comunión con vosotros?" Cierto, no sólo de<br />

herejes, sino también de otras clases de hombres malos está lleno el orbe, como también<br />

está lleno de fieles siervos de Dios, como el mar está lleno de bravías olas y de dulces<br />

peces.<br />

75. Dices: "Con frecuencia la verdad está en los pocos; el error es propio de la multitud",<br />

y para que no parezca que con tus palabras contradices la fecundidad de aquella célebre<br />

estéril, a la que se dijo: Son más los hijos de la abandonada que los de la casada, añadiste<br />

un testimonio tomado del Evangelio: Porque son pocos los que se salvan.<br />

Resuelve, pues, la cuestión, a saber, cómo puede decir el mismo Señor: Qué estrecha es<br />

la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y son pocos los que lo hallan 59 , y añada<br />

en otro lugar: Vendrán de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en<br />

el reino de los cielos 60 , cómo se muestra también en el Apocalipsis su multitud, que no<br />

puede contar nadie, de toda nación, tribu y lengua, con blancas estolas y palmas en las<br />

manos, que habían soportado la persecución por la fe de Cristo; cómo son los mismos<br />

pocos y a la vez muchos. Y, por supuesto, no puede ser una cosa verdadera y la otra falsa,<br />

puesto que una y otra han sido proferidas por la verdad divina. La explicación es que los<br />

mismos buenos y auténticos cristianos, que por sí mismos son muchos, son a la vez pocos<br />

en comparación con los malos y los falsos.<br />

Así, de los muchos granos que llenan enormes hórreos decimos que son pocos en<br />

comparación con la paja; así también, para hablar del testamento que Dios hizo a Abrahán<br />

respecto a su descendencia, que es Cristo, son muchas las estrellas, que no podemos<br />

contar, que esparcen su fulgor por el ancho cielo, pero decimos que son pocas si las<br />

comparamos con las arenas del mar. Quizá las estrellas significan a los cristianos<br />

espirituales, y la arena del mar a los carnales, por medio de los cuales y de los cuales<br />

también proceden las herejías y los cismas, de una y otra categoría está lleno el mundo,<br />

porque el mismo Señor dice: El campo es el mundo 61 , y tú mismo, obligado por la verdad,<br />

dijiste: "Cada día el mundo se vuelve al nombre de Cristo". Por consiguiente, por todo el<br />

mundo se encuentra el grano, por todo él la cizaña, porque de uno y otra dijo el que no


puede equivocarse: Dejad que crezcan juntos ambos hasta la siega 62 .<br />

El reducido número no es criterio de verdad<br />

LXVII. 76. Refrénense, pues, los impíos desertores del grano que se desarrolla tan fértil<br />

por el mundo entero, y no osen gloriarse del escaso número de cizaña separada. Y si se<br />

glorían, verán que al punto se levantan los maximianenses, presentes en el juicio divino<br />

para confundirlos en todo y, si tienen un poco de sentido los donatistas, lograr corregirlos.<br />

En efecto, a aquéllos, muy inferiores en número, los han perseguido éstos, más<br />

numerosos; y en su persecución han reducido a algunos de ellos a su propia comunión,<br />

despreocupándose de los restantes, tanto más justos cuanto menos numerosos.<br />

77. Dices: "El Oriente no está en comunión con África ni África con el Oriente".<br />

Ciertamente que no, pero esto ocurre en la paja herética separada de la era del Señor; en<br />

cambio, en el grano y la paja interna católicos el Oriente está en plena comunión con<br />

África y África con el Oriente. Unos herejes aquí, allí otros y otros en otras partes, todos se<br />

enfrentan a la unidad católica difundida por todas partes. Ella está, en efecto, en todas<br />

partes, y de ella salieron los que no pudieron estar en todas partes, diciendo, según se<br />

había anunciado de ellos: Cristo está aquí, Cristo está allí. Allí están, los unos en un lugar,<br />

los otros en otro, mostrando las reducidas parcelas de sus conjeturas o, mejor, de sus<br />

amputaciones, y negando con impío orgullo el tronco del que fueron cortados.<br />

A esta Iglesia, que, en sus copiosos frutos, al dilatarse por todo el orbe de la tierra,<br />

engendra de todo pueblo, tribu y lengua una multitud vestida de blanco que nadie puede<br />

contar, como se escribe en el Apocalipsis 63 , con palmas en las manos; a esta Iglesia,<br />

repito, con la que está bien claro no está en comunión el partido de Donato, debieron<br />

aportar vuestros antepasados cuantos documentos auténticos poseyeron sobre los<br />

traditores. Si hubieran hecho esto, estarían ellos dentro de su seno, y fuera de ella<br />

aquellos a quienes acusaban. Pero ahora, al ver que los acusados han permanecido en<br />

ella, ¿debemos sentir algo bueno de los acusadores, que vemos fuera de ella?<br />

Recordemos aquella mi presentación de las cuatro posibilidades, referida a los documentos<br />

que presentan una y otra parte acerca de los traditores: o unos y otros son verdaderos, o<br />

unos y otros son falsos, o son verdaderos los nuestros y falsos los vuestros, o falsos los<br />

nuestros y verdaderos los vuestros. Viendo tú que en los tres primeros supuestos<br />

quedabais superados con toda facilidad, te acogiste en vano al último como si por él<br />

pudieras evadirte. Aunque te das cuenta del descaro que supone esta elección, con todo,<br />

esos vuestros documentos auténticos, de origen humano -si es que los hubo-, debieron<br />

ser demostrados a aquella Iglesia, a la que confirman los documentos divinos.<br />

Falta de pruebas<br />

LXVIII. 78. Dime, te conjuro, pero procura no lanzar nieblas a los ojos de los ignorantes,<br />

acusando a la Dialéctica, ya que no puedes convencer de traditores a los que acusas;<br />

dime, te ruego, esta vuestra causa, con vuestros documentos verdaderos, ¿ha sido<br />

presentada al juicio de las Iglesias transmarinas fundadas por el trabajo de los Apóstoles,<br />

o no ha sido presentada? Si fue presentada, ¿vencisteis o fuisteis vencidos en el juicio? Si<br />

decís que habéis vencido, ¿por qué no habéis permanecido en la comunión con las Iglesias<br />

en cuyo juicio salisteis vencedores? Pero si, como lo indica claramente el haberos salido de<br />

su comunión, habéis sido vencidos, ¿por qué litigáis con nosotros por la pérdida de la<br />

buena o mala causa, siendo vuestro mayor crimen el descargar sobre el orbe cristiano el<br />

crimen de los traditores, a los cuales, aun presentando documentos verdaderos, no<br />

lograsteis dejar convictos en el juicio de las Iglesias transmarinas porque en una causa en<br />

que no pudo intervenir prefirió creer a los jueces antes que a los acusadores vencidos? No<br />

sois, por tanto, culpables por haber perdido una causa buena, como vosotros decís, en un<br />

juicio transmarino, sino por no haber tenido la menor duda de recriminar el crimen de los<br />

culpables y, concediéndoos mucho, de los jueces a tantos pueblos cristianos tan<br />

ampliamente extendidos por todas las naciones. Permaneciendo unidos a su comunión<br />

como al grano del Señor, debisteis soportar a esos varones que, como decís, fueron<br />

traditores y a aquellos, según vuestra opinión, malos jueces, a tenor de las letras<br />

evangélicas 64 y también de la amonestación de Cipriano, hasta el tiempo de la bielda, a<br />

fin de no perecer por dejar la era.<br />

Pero si aquella vuestra causa no fue presentada al juicio de las Iglesias transmarinas con


los documentos verdaderos, según tu opción, ¿cómo pudieron tantos obispos establecidos<br />

entre sus gentes, sin conocer la causa y sin habérsela en absoluto presentado, ser<br />

condenados justamente por los vuestros? O ¿cómo debieron los cristianos africanos, no<br />

digo los que juzgaron a aquellos inocentes, sino aquellos que los hubieran considerado<br />

traditores, separarse, por la cizaña que veían en la Iglesia, de la inocencia tan manifiesta<br />

del grano en tal amplitud y que desconocía a éstos, de suerte que, por causa del pecado<br />

ajeno, que soportado por la unidad no los manchaba, fueran condenados con el crimen de<br />

haber violado la unidad?<br />

Queda más sólida la posición católica<br />

LXIX. 79. ¿Qué te aprovecha para la causa el que de las cuatro posibilidades hayáis<br />

elegido la de que vuestros documentos son verdaderos y se tengan por falsos los que<br />

hemos presentado contra los vuestros?<br />

Ya ves cómo también aquí eres vencido, porque tus documentos, que tienes por<br />

verdaderos, no pudieron dejar convictos donde debieron hacerlo a los traditores, ya<br />

porque los mismos documentos fueron ocultados por los vuestros, ya porque los traditores<br />

con especial astucia se ocultaron a los jueces, ya porque los ocultaron los mismos jueces<br />

malos.<br />

Mira la descendencia de Abrahán, que crece según el testamento de Dios a través de todos<br />

los pueblos como las estrellas del cielo y como las arenas del mar 65 ; atrévete a decir,<br />

atrévete a creer, atrévete a pensar que mies tan copiosa haya podido perecer en el campo<br />

que es el mundo a causa de no sé qué cizaña africana ocultada por cualesquiera causas.<br />

80. Exageras las persecuciones que decís sufrís vosotros. Aunque os rebeláis con<br />

obstinación tan sacrílega y manifiesta contra la paz de la santa Iglesia, se os perdona con<br />

admirable mansedumbre. Dices también en la primera parte de tu carta que cuando el<br />

emperador Constantino tuvo conocimiento del crimen de Ceciliano, le condenó por<br />

sentencia personal al destierro a Brescia. ¿Quién puede dudar de que al respecto o tú te<br />

equivocas o engañas, ya que citas a Félix de Aptonga como convicto de ser traditor en el<br />

juicio del procónsul por no sé qué Ingencio?<br />

Las actas oficiales prueban lo contrario<br />

LXX. Mira, voy a intercalar la sentencia del procónsul Aeliano, en la que se justifica y<br />

absuelve a Félix. Si quieres leer todo el proceso verbal, tómalo del archivo del procónsul.<br />

"El procónsul Aeliano dijo: Según la declaración de Ceciliano, que afirma que las actas han<br />

sido falsificadas y muchas adiciones hechas a la carta, queda claro con qué intención obró<br />

Ingencio, y por ello será recluido en prisión; se le necesita para un interrogatorio más<br />

exhaustivo. En cambio, con respecto al piadoso obispo Félix, es claro queda libre de la<br />

acusación de haber quemado los documentos divinos, ya que nadie ha podido probar en su<br />

contra que haya entregado o quemado las santas Escrituras. Por el interrogatorio de todos<br />

los testigos citados más arriba queda claro que no se han encontrado Escrituras algunas o<br />

falsificadas o quemadas. Lo que contienen las actas es que el piadoso obispo Félix por<br />

aquellos tiempos ni estuvo presente ni doblegó su conciencia ni mandó hacer cosa<br />

semejante".<br />

81. Inserto también un rescripto del emperador Constantino a Probiano, que atestigua lo<br />

mismo y que demuestra cuán duros fueron ante él los vuestros que acusaban a inocentes.<br />

"Los emperadores Césares Flavios Constantino y Maximino y Valerio Liciniano Licinio a<br />

Probiano procónsul de África. Siendo Vero vicario de los prefectos de nuestra África, un<br />

hombre modelo, afectado de molesta enfermedad, Aeliano tu predecesor, que<br />

desempeñaba legalmente su oficio, entre otras cuestiones juzgó oportuno avocar a su<br />

examen y mandato la causa o intriga que parece se había suscitado contra Ceciliano y la<br />

Iglesia católica. Y, en efecto, cuando hizo comparecer ante él al centurión Superio y a<br />

Ceciliano, magistrado de Aptonga, y al ex curador Saturnino, y a Calibio, el joven curador<br />

de la misma ciudad, y a Solo esclavo público de la sobredicha ciudad, prestó la atención<br />

oportuna, de suerte que cuando se le objetó a Ceciliano que parecía le había dado el<br />

episcopado Félix, a quien se le acusaba de la entrega y de la quema de las divinas<br />

Escrituras, quedó constancia de que Félix era inocente de eso.


Luego, como Máximo sostuviese que Ingencio, decurión de la ciudad de Ziqua, había<br />

falsificado una carta del ex duumviro Ceciliano, vimos por las actas del proceso que el<br />

mismo Ingencio había sido suspendido y no había sido sometido a tormento porque<br />

aseguró que era decurión de la ciudad de Ziqua. Por eso, queremos que envíes al mismo<br />

Ingencio con oportuna escolta a mi corte, la del Augusto Constantino, para que los que<br />

están pleiteando y no dejan de hacerlo a diario, estando presentes y oyéndole, puedan<br />

entender que en vano han querido excitar la animosidad contra el obispo Ceciliano y<br />

levantarse violentamente contra él. Así sucederá que, suprimidas semejantes contiendas,<br />

como es conveniente, el pueblo, sin disensión alguna, se ocupe con la debida reverencia<br />

de su propia religión".<br />

Una carta del emperador atestigua la inocencia plena de Ceciliano<br />

LXXI. 82. Inserto aún unas palabras de Constantino tomadas de su carta al vicario<br />

Eumalio, donde atestigua que él actuó personalmente ante las partes y descubrió la<br />

inocencia de Ceciliano. Habiendo contado en lo que dijo arriba cómo después de los juicios<br />

episcopales las partes habían sido llevadas a su tribunal, dice: "En todo esto he visto que<br />

Ceciliano es un varón dotado de cabal inocencia y que cumple las obligaciones de su<br />

religión y le presta el servicio que puede; y apareció con toda evidencia que no se pudo<br />

encontrar en él crimen alguno, como se lo habían urdido en su ausencia hipócritamente<br />

sus adversarios".<br />

83. Tú, varón tan elocuente, ¿por qué no insertaste la sentencia de Constantino en que,<br />

dices, fue condenado y enviado al destierro a Brescia? ¡Cuánto más congruente hubiera<br />

sido insertar esa sentencia que no sé qué sobre el concilio de Sérdica, que está<br />

demostrado no se relaciona en absoluto con nosotros y con la causa que se debate entre<br />

nosotros y vosotros! ¿Qué necesidad tengo yo de decirte por qué motivo estuvo Ceciliano<br />

en Brescia, lo que vosotros llamáis con entera calumnia destierro, puesto que él prefirió<br />

que faltara su presencia a la Iglesia a que le faltara la paz? Y entre tanto tú no citas<br />

sentencia alguna del emperador condenándole, y juzgas temerariamente, no digo ya que<br />

se debe escuchar o decir, sino que se debe escribir que Ceciliano fue condenado por el<br />

emperador Constantino. No obstante, según tus palabras, veo a Ceciliano en el destierro,<br />

condenado por el emperador. Responde al menos quién le acusó y luego pregúntame por<br />

alguna vaciedad semejante a las que me presentaste en tu carta: "¿Quién está menos de<br />

acuerdo con el testamento hecho público, el que padece persecución o el que la causa?"<br />

Tales son ciertamente tus palabras. Mira a Ceciliano sufriendo persecución y, como dijiste<br />

tú, condenado al destierro; mira también a los vuestros, como atestigua en sus palabras el<br />

mismo emperador, sin dejar de importunar todos los días a Ceciliano, y respóndeme a mí<br />

que te pregunto con tus mismas palabras: "¿Quién está menos de acuerdo con el<br />

testamento hecho público, el que padece persecución o el que la causa?"Leídas con<br />

diligencia todas las actas, encontrarás que Ceciliano ha sufrido persecución por parte de<br />

los vuestros ante el emperador, pero no encontrarás que haya sido condenado por él; al<br />

contrario, lo encontrarás absuelto.<br />

El comparativo "probabilius"<br />

LXXII. 84. Ahora bien, tú has elegido lo que consideraste mejor para ti, es decir, que son<br />

verdaderos los documentos que vosotros aducís sobre las acusaciones de entrega, y falsos<br />

los aducidos por nosotros. Pues aun en esto está por encima de vosotros la verdad de<br />

Dios, que, según predijo, está haciendo crecer y fructificar a su Iglesia en el mundo<br />

entero, ya que no la prejuzgan los documentos, aunque sean verdaderos, de los crímenes<br />

ajenos, cuando a los obispos transmarinos más cercanos, por quienes pasa o no pasa la<br />

noticia de tales cosas a regiones más lejanas, o no se mostraron como se debía, o no los<br />

creyeron aquellos a quienes se pudieron mostrar o, aunque se les dio fe, se les ocultó y no<br />

llegaron a otros; y nadie, ni uno siquiera, cuánto menos tal número de cristianos como se<br />

halla en todos los pueblos, puede participar del crimen ajeno si no ha llegado a conocer<br />

ningún documento verdadero de este crimen o, simulando inocencia, alguno lo ha<br />

engañado con falsos documentos.<br />

Por consiguiente, como había empezado a decir, si al escoger lo que mejor te pareció, es<br />

decir, que son verdaderos los testimonios que vosotros aducís sobre los traditores y falsos<br />

los que aducimos nosotros; si al escoger eso no podéis nada contra la Iglesia católica<br />

extendida por el orbe de la tierra ni contra la providencia de Dios, en la cual, para usar de


tus palabras, "el mundo entero se vuelve al nombre cristiano", ¡cuánto más sucumbís en<br />

vuestras acusaciones cuando os echamos en cara "esa misma entrega", ante cuyo nombre,<br />

como horrorizados, los autores de este cisma, separándose del cuerpo de Cristo, se<br />

entregaron a sí mismos al diablo! Como lo dije antes y ahora lo repito, "nosotros os<br />

reprochamos a vosotros con mucha mayor probabilidad", nosotros que no podemos más<br />

que oíros hablar de los nombres y de los crímenes de los traditores, mientras que nosotros<br />

os presentamos las actas eclesiásticas, en que constan sus declaraciones, y las actas<br />

municipales, en que se lee que hicieron eso.<br />

Disquisición de Cresconio sobre ese comparativo<br />

LXXIII. 85. Tú, como astuto crítico y examinador de las palabras, pretendes enseñarnos<br />

el valor del grado comparativo, y saltas de gozo como un vencedor porque yo no podría<br />

decir: "Os reprochamos la entrega con más probabilidad", sin confesar que vosotros nos la<br />

podéis reprochar probablemente. "Si vosotros -dices- tenéis más probabilidad, nosotros<br />

tenemos probabilidad"; con lo cual nos enseñas: "Que decir "probablemente" y "más<br />

probablemente", es como decir "verdaderamente" y "más verdaderamente", y que este<br />

grado que se pone delante aumenta, no rechaza lo que se dice antes". Añades otras<br />

palabras para que lo entendamos mejor, diciendo: "Lo mismo es "bien" y "mejor", "mal" y<br />

"peor", "horriblemente" y "más horriblemente"". De donde piensas se deduce que, si yo<br />

reprocho lo que es falso con más probabilidad, se sigue que confirmas que vosotros habéis<br />

reprochado probablemente algo verdadero. ¿Acaso digo yo aquí, ya que en una cuestión o<br />

discusión eclesiástica tratas de enseñarnos las artes de la gramática, cuál es el valor del<br />

comparativo, esto es, que aumenta lo que se pone delante, pero no rechaza lo que se ha<br />

dicho antes? Veo, en efecto, cuán inútilmente intento reprocharte lo que no has querido<br />

ver, cuando tuviste la osadía de reprocharme haber sacado de la retórica una<br />

anticategoría, figura que se comete al decir: "No lo hice yo, sino que lo hiciste tú", lo cual<br />

ya demostré apoyándome en la autoridad profética.<br />

Significado del comparativo<br />

LXXIV. 86. Considera, sin embargo, con un poco más de diligencia, no sea que te<br />

encuentres con que en los autores de la lengua latina, a quienes sirven las reglas del arte<br />

de los gramáticos, el comparativo no siempre aumenta el positivo, sino que a veces<br />

expresa lo contrario. Se me ocurre un ejemplo de este estilo tomado de la carta que el<br />

Apóstol escribió a los Hebreos. Habla allí de la bendición de la tierra que recibió la lluvia y<br />

produjo el fruto, y añade luego: Si no produce más que cardos y abrojos, es reprobada, y<br />

está en riesgo de maldición y de terminar en el fuego 66 . Y para que no pareciera que<br />

deseaba esto a los destinatarios, dice: Tenemos, sin embargo, de vosotros, hermanos<br />

queridos, una opinión mejor y más favorable a vuestra salvación 67 . Te darás cuenta<br />

seguramente cómo dice aquí "mejor", no porque era bueno lo que ha dicho antes, que<br />

reducía a espinas y cardos y que merecía el fuego, sino más bien porque era malo, a fin de<br />

que lo eviten y elijan lo que era mejor, es decir, el bien contrario a tantos males.<br />

Pero quizá tú piensas que el Apóstol ha de ser escuchado, como él dice de sí, como un<br />

hombre poco versado en la elocuencia 68 , pero sí en la ciencia, y por eso piensas que hay<br />

que seguir en él no la autoridad de sus palabras, sino la de los contenidos y la de las<br />

ideas, sosteniendo que debía ponerse "buena"donde él puso "mejor". ¿Pues qué, si yo,<br />

acostumbrado ya a este modo de hablar literario y olvidado del que aprendí cuando era<br />

niño, me expresé así: "Nos reprocháis el crimen de la entrega. Nosotros os lo reprochamos<br />

con mucha mayor probabilidad?" Como si yo dijera "probablemente"; y si pongo el<br />

comparativo en lugar del positivo, no es porque vosotros afirmáis "probablemente", sino<br />

más bien porque afirmáis improbablemente, como el "mejor"del Apóstol no es porque<br />

fueran buenas las otras, sino más bien porque eran malas. Ahora bien, ¿por qué tú<br />

concluyes temerariamente que, por decir yo: "Nosotros con mayor probabilidad", he<br />

confirmado que "vosotros probablemente?"<br />

Agustín demuestra lo mismo con versos de la poesía profana<br />

XXV. 87. Aunque ni aun según los gramáticos me reprocharías haber errado en el uso de<br />

la palabra si al menos hubieras querido leer atentamente o recordar de memoria a los<br />

autores de las mismas palabras. Los libros infantiles contienen estos dos versos, no<br />

compuestos precisamente por un niño ignorante:


"Que los dioses den cosas mejores a los piadosos y aquel error a los enemigos.<br />

Rasgaban con dientes desnudos los miembros ya cortados" 69 .<br />

¿Cómo daban los dioses "cosas mejores"a los piadosos, como si fueran un bien y no un<br />

gran mal para éstos, que "rasgaban con dientes desnudos los miembros ya cortados?"<br />

Ya ves seguramente que, como el poeta pudo desear para los piadosos cosas mejores,<br />

aunque aquellas en cuya comparación las deseaba no eran buenas, así yo también pude<br />

decir: "Nosotros os reprochamos la entrega con mayor probabilidad", aunque vosotros no<br />

nos reprocharais aquélla con probabilidad. Y paso por alto que el llamar probable a algo no<br />

significa lógicamente que sea verdadero, cuando se trata de algo que puede y suele<br />

suceder, y por eso se da por bueno, esto es, se aprueba y se cree aunque no haya<br />

sucedido; en cambio, lo que es verdadero, cuando se muestra, necesariamente es<br />

probable y más probable ciertamente que aquello. Repasa los libros donde aprendiste a<br />

hablar; sin duda verás cómo no te engaño.<br />

Los donatistas aducen sólo palabras; los católicos, actas públicas<br />

LXXVI. Por ello, aunque te concediera que los vuestros han echado en cara a los nuestros<br />

con probabilidad el crimen de la entrega, no por eso sustentaría que el reproche fue<br />

verdadero, y diría con razón que nosotros lo hemos reprochado con mayor probabilidad,<br />

ya que solemos oír solamente que nos llamáis traditores, pero sin habernos leído y<br />

demostrado por las actas eclesiásticas o públicas que hemos confesado; en cambio,<br />

nosotros alegamos las actas públicas en que consta que los vuestros fueron traditores, y<br />

las eclesiásticas en que consta su confesión y que fueron abandonados al juicio de Dios.<br />

Argumento "ad hominem"<br />

LXXVII. 88. Pero no paso en silencio la ayuda tan manifiesta con que, sin advertirlo, nos<br />

favoreces muchísimo, enseñándonos las reglas del grado comparativo, y que aumenta la<br />

cualidad del positivo y no destruye lo que precede. Según esa regla tuya, de acuerdo con<br />

algunas palabras de tu carta, hemos conseguido sin dificultad la victoria de nuestra causa.<br />

Nos has dicho en el principio de tu carta, como recriminando nuestra pertinacia, que<br />

tantos documentos legales no pueden persuadirnos a nosotros de lo que es mejor y más<br />

verdadero. De donde concluyo yo, según tus artificios, que nosotros tenemos ya lo bueno<br />

y lo verdadero si no se nos puede persuadir lo que es más verdadero y mejor. Si nosotros<br />

no anulamos, para hablar como tú, vuestro bautismo más verdadero y mejor, ¿por qué<br />

anuláis vosotros el nuestro, que es verdadero y bueno?<br />

Asimismo, dijiste: "También nosotros queremos que Cristo sea el origen, la raíz y la<br />

cabeza del cristiano", y añadiste en seguida: "Pero buscamos por medio de quién se hará<br />

esto mejor". Al decir esto has concedido que un mal ministro lo hace bien, aunque uno<br />

bueno lo hace mejor. Así, pues, si nosotros no anulamos el bautismo, que decís se da por<br />

uno de los vuestros como por buen ministro, ¿por qué vosotros anuláis el nuestro, que,<br />

dado por uno de los nuestros, pretendéis ha sido dado por un mal ministro? Tú has dicho:<br />

"Buscamos quién hace mejor esto", y tu regla es que "el comparativo aumenta la cualidad<br />

del positivo". De donde se sigue que si por el vuestro, según tú piensas, se hace mejor,<br />

por el nuestro se hace bien. Por consiguiente, cuando rebautizáis al bautizado por<br />

nosotros, invalidáis con sacrílega presunción lo que según la regla tuya reconocéis como<br />

bien hecho.<br />

El uso de la metáfora<br />

LXXVIII. 89. Temo apremiar demasiado tu timidez si muestro cuán ligera y<br />

bufonescamente has atacado con tono gracioso y mordaz ciertas palabras mías expresadas<br />

en sentido metafórico: la frente por el pudor, la boca por el lenguaje, el dardo tridente por<br />

un discurso en tres partes, la bestia de tres cabezas por el error que se ensaña con tres<br />

calumnias contra la inocencia de tantos pueblos.<br />

Es mejor que reserves estas puerilidades para los niños. No me preocupa tu afirmación de<br />

que el arma de Neptuno, referencia al tridente, no le conviene al obispo, siendo como es el<br />

arma del pescador, y, por tanto, la de los apóstoles, ya que Cristo hizo a los apóstoles


pescadores de hombres 70 . La Escritura atribuye a nuestro Dios incluso alas y flechas 71 , y,<br />

sin embargo, no damos culto a Cupido.<br />

90. Aún más, llegas a reprocharme no haber observado la benignidad prometida en el<br />

exordio porque, excitado, dije al hacer mención a los maniqueos: "Como, según la palabra<br />

del Señor, no puede Satanás expulsar a Satanás 72 , así no puede el error de los donatistas<br />

abatir el error de los maniqueos", como si yo hubiera comparado a Petiliano con Satanás y<br />

no el error, de cuyos lazos deseo liberarlo. Menos mal que el Apóstol nos ha fortificado<br />

contra tales calumnias en el mismo lugar en que nos amonesta a ser mansos, pacientes y<br />

moderados cuando corregimos a quien disiente de nosotros. Pues habiendo dicho: El<br />

siervo de Dios no debe ser litigioso, sino manso con todos, dispuesto a escuchar y sufrido,<br />

capaz de corregir con moderación a los que piensan diversamente, añadió a continuación:<br />

Con la esperanza de que Dios les conceda el arrepentimiento para el conocimiento de la<br />

verdad, y que así se libren del lazo del diablo, a cuya voluntad están sujetos 73 . ¡Ahí está<br />

la mansedumbre apostólica! A los que manda tratemos con dulzura, paciencia y<br />

moderación, a esos mismos los declara presos del diablo; y no perdió la mansedumbre<br />

que recomendaba por no haber querido callar la verdad que enseñaba.<br />

Agustín recurre a sus escritos contra los maniqueos<br />

LXXIX. 91. Tú verás el papel que representas, pues al recriminar mis palabras como<br />

insultantes y crueles, te empeñas en excitar a que pleiteen los que no quieres se reúnan<br />

para disputar. No quiero decir con ello que a ti te deleite el pleitear; cierto que con más<br />

sobriedad y prudencia, pero me achacas como de soslayo lo que no tiene que ver nada<br />

conmigo. Respecto a lo que pienso sobre la vaciedad tan pestilente de los maniqueos, que<br />

todos los cristianos deben anatematizar, aunque sólo me limitara a mencionarla, sin dar<br />

pruebas de ello en mis muchos y variados libros, ni aun así tendríais vosotros motivo<br />

alguno para lanzarme vuestras calumnias.<br />

Ni la Católica se admiraría de que me atacarais falsamente, vosotros que atacáis<br />

recurriendo a falsas acusaciones a todo el orbe cristiano con tantas Iglesias, incluidas las<br />

primeras propagadas con la fatiga de los Apóstoles. Dado que quien lo desee puede leer<br />

numerosos escritos míos contra los maniqueos, que durante algún tiempo me habían<br />

seducido siendo yo un adolescente, el lector no perderá el juicio hasta el punto de<br />

juzgarme por vuestras palabras más que por sus propios ojos y sentidos.<br />

La ordenación episcopal de Agustín<br />

LXXX. 92. Dices: "Pero muchos de los nuestros tienen una carta de vuestro primado, en<br />

la cual no sé qué escribió de ti cuando se oponía a tu ordenación".<br />

No me preocuparía en absoluto de ella aunque aquel que dicen la escribió no hubiera<br />

expresado su opinión favorable sobre mí condenando aquella calumnia y falsedad. ¡Cuánto<br />

menos se preocupa la Iglesia católica, cuya causa defendemos contra vosotros, causa que<br />

se apoya en tantos testimonios divinos, que no hay testimonio alguno humano, venga de<br />

quien venga, verdadero o falso, que pueda arrebatarle la verdad que disfruta! Deja tales<br />

comentarios; no soy más que un hombre; lo que se trata entre nosotros no es mi causa,<br />

sino la causa de la Iglesia, que aprendió de su Redentor a no poner su esperanza en<br />

hombre alguno. Cierto que ni sobre mí mismo os darían crédito, aun suponiendo que<br />

conocieseis mi vida, ya que sois mis enemigos. Por lo que se refiere a la estima de los<br />

hombres, tengo gran abundancia de testigos que me conocen, y en la presencia de Dios no<br />

existe más que la conciencia, que conservo imperturbable frente a vuestras acusaciones;<br />

pero no me atrevo a justificarme ante los ojos del Omnipotente, y espero más la<br />

abundante largueza de su misericordia que el examen inapelable de su juicio teniendo el<br />

pensamiento en lo que está escrito: Cuando el rey justo se siente en el trono, ¿quién se<br />

gloriará de tener el corazón puro, quién se gloriará de estar sin pecado? 74<br />

Retorna a la paja y al grano<br />

LXXXI. 93. Pero ¿qué importa a la cuestión que se ventila entre nosotros cómo soy yo, ya<br />

que en la era del Señor soy paja si soy malo y grano si soy bueno? Vosotros, en cambio, si<br />

fuerais grano, no os apartaríais de la paja mezclada, como amonesta el mismo Cipriano,<br />

antes de la bielda.


Por eso, nosotros, si encontramos entre vosotros algún hombre malo notorio, con razón os<br />

lo echamos en cara; porque toda vuestra defensa consiste precisamente en que os habéis<br />

separado para no perecer con el contagio de los pecados ajenos. De ahí que vosotros os<br />

gloriéis de haber hecho una nueva clase de era, en la cual o sólo hay buen grano o sólo<br />

aparece el trigo; y en este caso no se necesita un aventador, sino un inspector. Vuestro<br />

Parmeniano, queriendo comparar vuestra resplandeciente limpieza con nuestra<br />

inmundicia, se atrevió a acudir a las palabras del profeta Jeremías cuando dice: ¿Qué tiene<br />

que ver la paja con el trigo? 75 Esto lo dijo, como indica el mismo texto, contra los que<br />

comparaban sus sueños con los oráculos divinos. En esta carta de Parmeniano se pone de<br />

manifiesto vuestra arrogancia y horrible soberbia, ya que en ella os proclama, contra la<br />

divina Escritura y el aviso de Cipriano, como trigo limpio de la paja antes ya de la última<br />

limpia.<br />

De nuevo, el recurso al modo de proceder con los maximianenses<br />

LXXXII. 94. ¿Qué remedio más a propósito se os ha podido ofrecer para este taimado<br />

orgullo que el asunto de los maximianenses? Cuantas invectivas soléis lanzar contra<br />

nosotros como contra los traditores, las amplificasteis, tras su condenación, contra los<br />

maximianenses, a quienes recibisteis después de haberlos condenado.<br />

También nos presentáis como odiosos, a propósito de los emperadores, como si os<br />

hubiéramos perseguido. Vosotros sí que perseguisteis a los maximianenses ante los jueces<br />

que enviaron los mismos emperadores. Vosotros sostenéis que no se puede dar el<br />

bautismo de la Iglesia fuera de la Iglesia; pero no habéis anulado en los que lo recibieron<br />

el bautismo que dieron los maximianenses mientras persistieron en el crimen del cisma. Si<br />

esto debió hacerse por conservar la paz de la unidad, no encontráis motivo para acusarnos<br />

a nosotros; pero si no debió hacerse, no nos acuséis, so pena de condenaros a vosotros<br />

mismos.<br />

No quiero que te distraigas en muchas cosas; yo podría traerte a la memoria brevemente<br />

todo cuanto se ha dicho contra ti. Pero de momento piensa sólo una cosa: ponte ante los<br />

ojos el asunto de los maximianenses. Si puedes respondernos a propósito de él, pasa<br />

adelante; pero si no puedes, es preferible que descanses a que des coces contra el<br />

aguijón.<br />

RÉPLICA AL GRAMÁTICO CRESCONIO, DONATISTA<br />

Traductor: P. Santos Santamarta, OSA<br />

Libro cuarto<br />

Refutación de Cresconio valiéndose sobre todo del asunto<br />

de los maximianenses<br />

I. 1. Aunque ya he respondido cuidadosa y suficientemente, Cresconio, en tres volúmenes,<br />

no pequeños, a tu carta, con la cual pensaste que debías defender los escritos de Petiliano<br />

contra los míos que los refutaban, sin embargo, he determinado en esta pequeña obra<br />

tratar contigo sólo sobre la causa de los maximianenses, y sin salirme de ella, demostrarte<br />

cuán inútil y vacíamente has hablado de todo lo que en la carta pusiste. En efecto, no se<br />

debe tener en poco el beneficio que Dios se ha dignado dispensarnos a nosotros para<br />

abreviar nuestra tarea y a vosotros para ayudaros a corregiros, si sabéis aprovecharlo.<br />

Él, sin saberlo vosotros y sin procurarlo nosotros, de tal manera ha dominado el espíritu<br />

de vuestros obispos, que quienes acusaban al orbe cristiano de estar manchado por la<br />

comunión de los sacramentos con los pecados ajenos, aunque falsos y no probados, se<br />

vieran forzados a confesar en la causa de Maximiano que, aunque participaban de la<br />

misma comunión en los sacramentos, no habían sido manchados por los pecados de<br />

aquellos que condenaron, a los que como si fuesen inocentes concedieron una prórroga<br />

para volver, si no a los consagrantes de Maximiano, al menos a los que estaban de su<br />

parte, y condenaron a Primiano. Y los que no querían reconocer ni siquiera el bautismo<br />

dado en las Iglesias que había fundado y propagado el sudor de los apóstoles, sosteniendo<br />

que fuera de la única Iglesia no se podía dar el bautismo y culpándonos a nosotros de no<br />

anular el bautismo dado por quienes negábamos que estuviesen en la verdadera Iglesia,


esos mismos recibían a los bautizados en el cisma sacrílego de Maximiano y no se atrevían<br />

a anularles el bautismo. Y quienes nos acusan del crimen de persecución con ocasión de<br />

las leyes dadas por los emperadores cristianos que ordenan se corrija su perversidad,<br />

acudían a los jueces enviados por los mismos emperadores y lanzaban graves acusaciones<br />

ante ellos contra Maximiano y compañeros, alegaban en las actas proconsulares el concilio<br />

en el cual los condenaron, conseguían órdenes eficacísimas para alejarlos de sus sedes.<br />

Con todo esto en su haber, aún intentan ofuscar con sus nieblas los ojos de los ignorantes,<br />

recurriendo no sólo a las santas Escrituras y tantos y tan ciertos documentos de los<br />

primeros acontecimientos que tuvieron lugar cuando se separaron de la unidad, sino<br />

también cuando su proceder tan reciente y sus ejemplos los han dejado claramente<br />

vencidos.<br />

Cresconio vitupera con elocuencia la elocuencia<br />

II. 2. De esto, pues, sólo trataré; partiendo de aquí voy a responder a todas las partes de<br />

tu carta, con la ayuda de Dios, sin dificultad alguna; mejor aún, con suma facilidad.<br />

En primer lugar, comencemos por la contradicción en que incurres al tratar de vituperar<br />

elocuentemente la elocuencia, como si fuera enemiga de la verdad y patrona de la<br />

falsedad, para, de este modo, manifestar a los imperitos que procedan con cautela y<br />

procuren evitarme como a hombre elocuente. Si en realidad fuera mi elocuencia tal cual<br />

me la atribuyes, aunque sea como acusación, ¿no te verías forzado a ensalzar la<br />

elocuencia al leer el decreto del concilio de Bagái, en el cual, como se escribe allí, "el rayo<br />

de la sentencia expulsó del gremio de la paz a Maximiano, émulo de la fe, corruptor de la<br />

verdad, enemigo de la madre Iglesia, ministro de Datán, Coré y Abirón?" Además, si se<br />

me hubiera propuesto a mí este asunto a tratar, ¿cuándo podría yo decir: "Aunque el seno<br />

de un útero envenenado haya escondido por mucho tiempo el parto nocivo de un semen<br />

viperino y los coágulos húmedos del crimen concebido con un calor lento se hayan<br />

transformado en miembros de áspides, sin embargo, el virus concebido, al desvanecerse<br />

la sombrilla, no pudo ocultarse. Pues aunque tarde, los deseos llenos de maldades dieron<br />

a luz la iniquidad pública y su parricidio?" ¿Cuándo me torturaría yo para buscar estas<br />

imágenes? ¿Cuándo me rebajaría para expresarlas? ¿Cuándo llegaría yo a excitar con tal<br />

ímpetu y sonoridad el ánimo del lector o del oyente al aborrecimiento de las culpas? Pero ¿<br />

acaso estas invectivas son menos veraces referidas a aquellos contra los que las lanzan? ¿<br />

Acaso por esta elocuencia disminuye la credibilidad o se resquebraja la autoridad de<br />

concilio tan importante? En modo alguno, y se eligió el texto que parecía más elocuente,<br />

porque todos querían tomarlo como suyo, a fin de que en uno solo resonaran las voces de<br />

los trescientos diez que callaban.<br />

Esta es la elocuencia que tú has vituperado, la que tú has aconsejado alejar con horror y<br />

evitar como sediciosa y maliciosamente artificial aun con su nombre griego, ésta es la que<br />

halagó a tantos obispos vuestros hasta el punto de que en su concilio plenario no quisiera<br />

nadie pronunciar su sentencia particular, sino que todos tomaron como suya una sola, la<br />

que se pudo tener por más elocuente y elegante, compuesta por uno solo. Permítasenos,<br />

pues, a nosotros disputar sin animosidad contra los errores de los hombres con un<br />

lenguaje no vulgar, ya que tan importantes obispos vuestros han podido condenar a los<br />

mismos hombres con tal elocuencia y elegancia.<br />

El celo por la verdad<br />

III. 3. También reprendes con el nombre peyorativo de apasionada rivalidad el anhelo de<br />

luchar por la verdad, pues siempre hemos querido debatir con los vuestros para que,<br />

eliminado el error, la caridad fraterna se alegrase con el vinculo de la paz. ¿No sería<br />

mejor, te ruego, debatir entre obispos sobre la causa de la verdad y de la unidad con<br />

palabras pacíficas y en lugares más pacíficos, que estar litigando los obispos en el foro<br />

recurriendo a los abogados? Esto es lo que hicieron los partidarios de Primiano, vuestro<br />

obispo de Cartago, ante el legado de Cartago y cuatro o más procónsules contra<br />

Maximiano y contra los que con él fueron condenados en el célebre concilio de Bagái.<br />

Ciertamente, en una conferencia de debate se ha de procurar no llegar a un litigio, cosa<br />

que pueden y suelen evitar los espíritus moderados y mansos; cuando, en cambio, la<br />

conferencia se desarrolla en el foro con abogados que luchan en favor de una y otra parte,<br />

ya hay, sin duda, contienda judicial. Y no reprendo yo esto en los vuestros si se ven<br />

forzados a ello no por afán de contienda, sino por la necesidad de mirar por algo; pero sí


te aconsejo a ti, como varón dotado de buen ingenio, que prestes atención, que veas, que<br />

entiendas que aquellos que no evitaron, sino que aceptaron y practicaron el estrépito del<br />

foro y los altercados del proceso, para dejar convictos a los acusados y expulsar a los que<br />

ya habían condenado en el concilio, habían podido debatir pacíficamente con nosotros con<br />

mucha mayor facilidad, a no ser que prefirieran encubrir con la astucia una mala causa a<br />

solucionarla con la discusión.<br />

Se repite la cuestión del bautismo<br />

IV. 4. Ahora bien, antes de llegar a mi discurso en que reprendí a Primiano, me preguntas<br />

de quién es conveniente que recibas tú el bautismo: de aquel que yo aseguro lo tiene, o<br />

de quien afirma tu hombre que no lo tiene. Esta cuestión ha sido retirada, también por la<br />

causa de Maximiano, de la vana locuacidad de los ignorantes, al menos en lo que a<br />

nosotros concierne, porque entre los maximianenses sigue aún; ya que los vuestros,<br />

después de condenar por el sacrilegio del cisma a Maximiano, a quien, siendo su diácono,<br />

había condenado Primiano, y quien, con la conspiración de muchísimos colegas, le había<br />

condenado a su vez, condenaron en seguida, en la misma sentencia, junto con Maximiano<br />

a los doce que lo consagraron. A dos de éstos, Pretextato de Asuras y Feliciano de Musti,<br />

los vuestros los acusaron ante el tribunal proconsular; demostraron luego que habían sido<br />

condenados por el concilio de Bagái, alegando dicha sentencia los abogados, y, habiendo<br />

intentado expulsarlos, por orden del procónsul, de los lugares que tenían, sin poder<br />

conseguirlo, les recibieron en su comunión dejándoles íntegros sus honores; y a la vez,<br />

admitidos en paz sus fieles, no rebautizaron a ninguno de los que habían ellos bautizado<br />

en el cisma.<br />

5. Existe un decreto del concilio de Bagái, alegado ante el procónsul por el abogado de la<br />

causa Numasio, cuando exigía que la iglesia de Membresa fuera devuelta a la comunión de<br />

Primiano tras la expulsión de Salvio, que la tenía desde antiguo, donde se había ganado el<br />

episcopado en el partido de Donato. Pero Numasio solicitaba esa expulsión, porque lo<br />

citaba como condenado por el concilio de Bagái entre los otros doce consagrantes de<br />

Maximiano, aunque él por error decía sólo once. Ticiano leyó después esta reclamación de<br />

Numasio, pleiteando expresa y nominalmente ante el mismo procónsul contra Pretextato y<br />

Feliciano. Estas son las palabras del abogado Ticiano: "Pero la iniquidad se complace en<br />

sus proyectos y no se abandona a sí misma, una vez que se ha derrumbado en su caída.<br />

Pues el mismo Maximiano fomenta la audacia inicial y excita a otros a su furor. Entre los<br />

cuales se halla también cierto Feliciano, quien, siguiendo primeramente el camino recto,<br />

se deja ofuscar por el contagio de esta depravación; residió después en la ciudad de Musti,<br />

y creyó que había de retener como en un asedio las paredes consagradas al Dios<br />

omnipotente, la venerable iglesia. A éste le imita también Pretextato en la región de<br />

Asuras. Pero como la comunidad de los sacerdotes llegara a conocimiento de tu poderosa<br />

equidad, ordenaste, como lo atestiguan las actas, que, excluida toda réplica, era preciso<br />

que los espíritus impíos entregaran las iglesias reclamadas a los santísimos sacerdotes".<br />

Poco después, para mostrar lo que se estableció, el mismo abogado Numasio lee la<br />

reclamación que citamos arriba, en que dijo en nombre del procónsul: "Lee la sentencia de<br />

los obispos", y se leyó en voz alta el famoso decreto de Bagái con estas palabras:<br />

"Maximiano, enemigo de la fe, corruptor de la verdad, enemigo de la madre Iglesia,<br />

ministro de Datán, Coré y Abirón, ha sido fulminado del gremio de la Iglesia por el rayo de<br />

nuestra sentencia, y como la tierra abriéndose aún no lo devoro, lo reservó en la altura<br />

para un suplicio mayor. Pues, arrebatado, él había ganado su pena con la brevedad de su<br />

muerte; ahora recoge los intereses más elevados de su deuda al estar muerto en medio<br />

de los vivientes".<br />

Después se da a conocer la sentencia de Bagái contra aquellos doce consagrantes con<br />

estas palabras: "No es sólo a éste a quien condena la justa muerte merecida por su<br />

crimen; la cadena del sacrilegio arrastra también a compartir el crimen a muchísimos<br />

otros, de los cuales está escrito: Veneno de áspides hay bajo sus labios, su boca rebosa<br />

maldición y acritud. Rápidos son sus pies para verter sangre; desolación y miseria hay en<br />

sus caminos. No han conocido la senda de la paz, no hay temor de Dios delante de sus<br />

ojos 1 . No quisiéramos fueran como cortados de la unión del propio cuerpo. Mas como la<br />

corrupción pestífera de una llaga gangrenosa recibe más alivio de la amputación que<br />

remedio de la conmiseración, se ha encontrado una acción más saludable para que el virus<br />

pestífero no invada todos los miembros: cortar la herida abierta con un dolor concentrado.


Sabed que, según el arbitrio de Dios que nos preside, por la boca verídica del concilio<br />

universal han sido condenados los culpables del célebre crimen: Victoriano de Carcabia,<br />

Marciano de Sullecto, Bejano de Bejana, Salvio de Ausafa, Teodoro de Usala, Donato de<br />

Sabrata, Miggene de Elefantari, Pretextato de Asuras, Salvio de Membresa, Valerio de<br />

Melzi, Feliciano de Musti y Marcial de Pertusa, quienes en una funesta obra de perdición<br />

han formado un vaso despreciable con abundantes heces; y también lo fueron los que en<br />

algún tiempo fueron clérigos de la Iglesia de Cartago, quienes, asistiendo al crimen,<br />

sirvieron de alcahuetes a este incesto ilícito".<br />

Después de haber condenado a éstos, entre los que se leen Pretextato de Asuras y<br />

Feliciano de Musti, con los cuales, como dije antes, tras conseguir contra ellos las órdenes<br />

proconsulares, se pusieron de acuerdo, concedieron a los restantes que se hallaban en el<br />

cisma de Maximiano y habían condenado también a Primiano, en atención a que no habían<br />

intervenido en la consagración de Maximiano, un plazo limitado a una fecha determinada<br />

en el mismo concilio de Bagái. Dicho plazo se halla definido con estas palabras: "A<br />

aquellos, en cambio, que no mancharon los retoños del arbusto sacrílego, esto es, que por<br />

un pudoroso respeto de la fe retiraron de la cabeza de Maximiano sus propias manos, a<br />

éstos les hemos permitido volver a la madre Iglesia. Pues cuanto nos purifica la muerte de<br />

los reos, otro tanto nos alegra la vuelta de los inocentes. Y para que la brevedad del plazo<br />

de retorno no quite la esperanza de la salud, restringida por la urgencia del día, abrimos<br />

de par en par las puertas de la admisión hasta el día veinticinco de diciembre a todos los<br />

que conozcan la verdad, permaneciendo firmes las decisiones precedentes; así, al<br />

regresar, obtienen el título íntegro de su honor y su fe. Si alguno, por su indolente pereza,<br />

no pudiera entrar por ella, sepa que él mismo se ha cerrado voluntariamente la fácil<br />

entrada. Quedarán sujetos a la sentencia dictada y a la penitencia prefijada para los que<br />

tornan después del tiempo establecido".<br />

Los maximianenses fueron recibidos sin ser rebautizados<br />

V. 6. Que han vuelto algunos de todos éstos a vuestra comunión, ni vosotros lo negáis, y<br />

como el asunto es tan reciente, la noticia es bien conocida y clara, puesto que viven los<br />

hombres de que se trata: tanto aquellos a quienes se concedió el plazo, puesto que, como<br />

lo indican bien claro las palabras del mismo concilio, los invitan a tornar a la madre Iglesia<br />

y se congratulan por su vuelta cual si fuesen inocentes, como los otros a quienes<br />

condenaron junto con Maximiano sin interponer plazo alguno, bautizaron fuera de vuestra<br />

Iglesia, ya hasta el día del plazo, cuando estaban en comunión con Maximiano<br />

perteneciendo a su cisma, ya incluso pasada la fecha del mismo, cuando el abogado<br />

Ticiano solicitaba fueran expulsados de las basílicas nominalmente Pretextato y Feliciano,<br />

con los cuales Primiano después llegó a un acuerdo, manteniéndoles todos sus honores. ¿<br />

Cómo osáis ya decir que no se puede dar el único bautismo sino en la única Iglesia, pues<br />

habéis reconocido, habéis aceptado, no os habéis atrevido a anular sin discusión alguna el<br />

bautismo dado por éstos en el cisma sacrílego? Y, sin embargo, no podéis decir que no les<br />

disteis nada a los que recibisteis en el mismo bautismo. Cierto que si yo os preguntara qué<br />

les habéis dado, sin duda alguna responderíais: para que no pereciesen en el sacrilegio del<br />

cisma, para que tuvieran el bautismo de Cristo para premio y no para castigo, para su<br />

salud y no para su destrucción como ocurre con el carácter del soldado en los desertores,<br />

les hemos dado la paz, les hemos dado la unidad, les hemos dado la sociedad de la<br />

Iglesia, a fin de que mereciesen recibir aquel Espíritu Santo mediante el cual se difunde la<br />

caridad en nuestros corazones 2 , y sin el cual nadie puede llegar al reino de los cielos,<br />

aunque haya recibido todos los sacramentos legítimos.<br />

Esto responderíais con toda veracidad si tuvierais la verdadera Iglesia. Sin embargo, es<br />

suficiente advertiros que os deis cuenta que vosotros recibiréis en la verdadera Iglesia lo<br />

que creísteis que recibieron en vuestra comunión aquellos a quienes bautizaron en el<br />

cisma de Maximiano quienes volvieron con ellos a vosotros; que, igualmente, después de<br />

recibir el bautismo de Cristo, vosotros seréis castigados si no mantenéis la unidad de la<br />

Iglesia, lo mismo que no dudaríais que debían ser castigados, si no se unieran a vuestra<br />

comunión, los bautizados en el cisma de Maximiano, a quienes juzgasteis no se les debía<br />

anular el bautismo al venir de allí a vosotros.<br />

Así pues, ya ves cómo se ha resuelto en la causa de Maximiano lo que te preguntaba sobre<br />

el sacramento del bautismo.


Paralelismo entre los donatistas y los maximianenses<br />

VI. 7. Ea, veamos ahora los argumentos con que creíste haber refutado mi carta. En<br />

primer lugar, preguntas por qué llamo yo a los vuestros donatistas, añadiendo que Donato<br />

no fue el autor y fundador de una Iglesia que no había existido antes, sino que fue uno de<br />

los obispos de la Iglesia que procede de Cristo y era ya antigua. Ya se ve que no te das<br />

cuenta que esto también lo dice Maximiano de sí mismo, a partir de cuyo nombre<br />

denomináis vosotros a toda su comunión. Y el cisma que él llevó a cabo no lo distinguís de<br />

vosotros o de las otras sectas sino con el de maximianistas o maximianenses o cualquier<br />

otro que se derive del nombre de Maximiano; o también, lo denomináis más simplemente,<br />

y sin temor a la férula de los gramáticos, partido de Maximiano.<br />

¿Dirías a esto quizá que Maximiano llevó a cabo una separación de vuestra comunión, pero<br />

que Donato no hizo esto separándose de la comunión católica? No dice esto Maximiano,<br />

pues afirma más bien que Primiano y todos vosotros os separasteis del partido de Donato<br />

en que permaneció él, y lee los decretos de los concilios: el primero, que tuvo lugar en<br />

Cartago con la presencia de cuarenta y tres obispos, que anticipó la condena a Primiano;<br />

el otro, que celebraron en Cabarsusa cien o más entonces obispos vuestros, que lo<br />

condenaron entera y plenamente. ¿Qué responderéis a quien presente tales documentos,<br />

sino que tenía mayor autoridad el concilio de Bagái, en el cual trescientos diez condenaron<br />

al mismo Maximiano y a sus compañeros, cuando Primiano no defendía su causa ante ellos<br />

como buscando ser absuelto, sino que, juntamente con ellos, como el juez más inocente<br />

examinaba la causa, pronunciaba sentencia contra Maximiano y sus doce compañeros y<br />

consagrantes, y, concediendo un plazo, llamaba, como si fueran inocentes, a su propia paz<br />

a los restantes obispos, que le habían condenado?<br />

Prosigue el paralelismo<br />

VII. 8. En esta vuestra contienda, ¿qué mediación queréis arbitremos nosotros, ya que no<br />

nos detiene la comunión ni con Maximiano ni con vosotros? ¿Qué dictámenes, digo,<br />

queréis que demos sobre esto, sino que, contra los dos concilios que condenaron a<br />

Primiano, el único concilio posterior de Bagái, que condenó a Maximiano, debe prevalecer<br />

en favor de aquél, juzgando debe ser tenido como tanto más firme cuanto que, como<br />

posterior, pudo juzgar de los anteriores? He aquí una cuestión en que estamos con<br />

vosotros; sería diferente nuestro litigio con los maximianenses si nos atreviéramos a dar<br />

nuestra opinión. En esta cuestión, repito, estamos con vosotros.<br />

El tercer juicio, el de Bagái, se pronuncia en favor de Primiano contra Maximiano y sus<br />

colegas; como posterior pudo justamente anular los anteriores. Es verdad que no hemos<br />

leído ni oído ninguna apelación de Primiano de los dos primeros a un tercero; lo único,<br />

esto: que estaba ausente cuando fue condenado provisionalmente en el primero y<br />

definitivamente en el segundo. Pero también contra Maximiano y sus compañeros se<br />

pronunció la tan expresiva sentencia de Bagái estando ellos ausentes. En cambio, los<br />

cuarenta y tres obispos reunidos en Cartago demostraron haberse conducido con más<br />

moderación, cautela y cuidado en el hecho de haber enviado por una, dos o tres veces<br />

legados al mismo Primiano, a fin de que, si no quería él presentarse ante ellos, les<br />

permitiera a ellos llegarse a él. Rehusó, como escriben, una y otra proposición e incluso<br />

trató con injuriosa repulsa a los que habían sido enviados a él, y con ello sintieron les<br />

apremiaba la necesidad de mirar por el bien de la Iglesia; aun así no se atrevieron a dar<br />

precipitadamente una sentencia definitiva, antes bien optaron por una provisional, a fin de<br />

que, si confiaba en su causa, tuviese oportunidad de responder y disculparse en un juicio<br />

posterior y más concurrido. Primiano no quiso acudir, y entonces juzgaron los obispos que<br />

era necesario condenarlo con sentencia definitiva. En cambio, en el decreto del concilio de<br />

Bagái no sólo no leemos que Maximiano haya tratado mal a los legados, sino que ni<br />

siquiera los enviaron para que se hiciera presente; vemos, sí, que se levantó un altar<br />

frente a otro altar, y que se ordenó a un obispo contra el obispo que estaba sentado en la<br />

cátedra en que había sido ordenado, sin que le abandonase la asamblea del pueblo ni<br />

rompiese la comunión con él la mayoría de los obispos. Tal había sido la indignación<br />

provocada por el sacrílego cisma, que ya no se podía diferir más la condenación de<br />

Maximiano ni la de sus consagrantes.<br />

9. Siendo las cosas así, sin embargo, no os conmueven en favor de Ceciliano. Contra él,<br />

que permanecía presidiendo a su pueblo, levantando altar contra altar, se ordena a


Mayorino. A él no le opusisteis dos juicios, como los maximianenses contra Primiano, sino<br />

uno solo, acelerado con la velocidad de una horrenda temeridad. Él no se negó, como<br />

Primiano, a que fueran los colegas, sino que, más bien, los invitó a acudir a él, hecho que<br />

ni ellos mismos, en el decreto de su concilio dictado contra él, pudieron pasar por alto. En<br />

su favor no se presenta después un solo juicio, como en favor de Primiano, sino cuatro.<br />

Sus adversarios, no ausentes como los de Primiano, sino presentes, fueron refutados ante<br />

los jueces que ellos habían aceptado para que juzgasen; ante el mismo emperador<br />

Constantino, ante quien habían acusado primero a Ceciliano; ante el cual se querellaron<br />

después de los jueces obispos, que había él señalado para juzgar la causa como si no<br />

hubiesen juzgado conforme a derecho; ante el cual interpusieron de nuevo apelación de<br />

otro juicio episcopal, de tal suerte que, instruyendo él mismo el proceso entre las dos<br />

partes, tras uno y otro juicio de los obispos, fueran derrotados. No les faltó una cuarta<br />

derrota. En efecto, habiendo sido descubiertos como autores de calumnia en las propias<br />

acusaciones contra Ceciliano, y habiendo introducido contra él el asunto referente a la<br />

entrega por parte de Félix de Aptonga, su consagrante, el mismo Félix fue absuelto en el<br />

juicio proconsular, cuando se dilucidó la causa por mandato del mismo Constantino, a<br />

quien apremiaban ellos con insistentes interpelaciones.<br />

Los maximianenses no practicaron estos vejámenes contra Primiano, y no fueron vencidos<br />

tantas veces, ni fueron vencidos estando presentes, ni ante los jueces que ellos mismos<br />

habían elegido; y, sin embargo, como es manifiesto, ellos llevaron a cabo la separación de<br />

vuestra comunión, y no queréis reconocer que los vuestros hicieron eso mismo con la<br />

comunión católica; ignoro completamente con qué desfachatez de necia animosidad.<br />

Si pretendéis que todo lo que dijisteis de Ceciliano y Félix su consagrante es verdadero,<br />

porque juzgaron esta cuestión cerca de setenta obispos, ¿por qué no queréis que sea<br />

verdadero lo que se dijo de Primiano, puesto que juzgaron sobre ello primero cuarenta<br />

obispos y después cien, y confirmaron en el juicio posterior el primer juicio provisional? Y<br />

si juzgáis que los crímenes achacados a Primiano son falsos porque consta en su favor y<br />

contrario a sus enemigos el juicio posterior de Bagái, ¿por qué no queréis reconocer como<br />

falsísimos los crímenes reprochados a Ceciliano, en cuyo favor se leen tantos juicios<br />

posteriores? Si Ceciliano, contra quien se pronunciaron una sola vez los setenta obispos,<br />

no debió encontrar ya modo de justificarse ante otros jueces, tampoco debió encontrarlo<br />

Primiano, a quien muchos más de setenta, confirmando una primera sentencia, lo habían<br />

condenado en una segunda investigación. Si un condenado por dos veces se siente más<br />

que suficientemente aliviado por un tercer juicio en su favor, ¿por qué sostenéis vosotros,<br />

con no sé qué cara dura, que al que ha sido condenado una sola vez no le basta para su<br />

absolución un segundo, tercero, cuarto o quinto juicio? Y si quizá os impresiona el número,<br />

de modo que juzgáis que contra los cien que condenaron a Primiano debe prevalecer el<br />

concilio de Bagái, ya que en él intervinieron trescientos diez, ¿por qué no queréis ir de<br />

acuerdo con el orbe de la tierra ante un número de obispos inmensamente superior?<br />

El pecado contra el Espíritu Santo<br />

VIII. 10. Reprochas a Ceciliano el pecado inexpiable contra el Espíritu Santo, del cual dice<br />

el Señor: No se le perdonará ni en este mundo ni en el futuro 3 . Nosotros podríamos<br />

informaros sobre Feliciano de Musti, a quien tenéis hoy con Primiano como obispo; fue uno<br />

de los que consagraron a Maximiano y condenaron a Primiano; vosotros no rebautizasteis<br />

ni a los que él bautizó estando en el sacrílego cisma; también le habéis reprochado el<br />

pecado contra el Espíritu Santo, pues le achacasteis el sacrilegio del cisma, como lo<br />

proclamó la sentencia del concilio de Bagái. Como vosotros pensáis que han contraído el<br />

reato irremisible del pecado contra el Espíritu Santo los que acusáis de haber entregado a<br />

los pecadores las divinas Escrituras para que las quemasen, ya que los hombres de Dios<br />

dictaron las mismas Escrituras, impulsados por el Espíritu de Dios 4 , así también nosotros<br />

podríamos objetar esto mismo y con más razón a los vuestros, a quienes declaran<br />

convictos las actas; podríamos demostrar además que vosotros habéis reprochado esto<br />

mismo, como dije, a Feliciano en el crimen del sacrílego cisma, puesto que es en el<br />

Espíritu Santo en quien se conserva la unidad de la caridad y de la paz, como dice el<br />

Apóstol: Soportándoos los unos a los otros con caridad, mostrándoos solícitos en<br />

conservar la unidad del espíritu mediante el vínculo de la paz 5 , que efectivamente viola el<br />

que causa un cisma. Sin embargo, no os reprochamos a vosotros este reato de pecado<br />

imperdonable y eterno que se comete contra el Espíritu Santo, porque no desesperamos<br />

que podéis sanar si os corregís mientras vivís; si lo achacamos a los vuestros que<br />

entregaron los santos Libros para que los consumiese el fuego, es sólo porque, separados


de la unidad hasta el fin de esta vida, mantuvieron su corazón impenitente.<br />

Tampoco se lo habéis reprochado a Feliciano y Pretextato, con los cuales estuvisteis<br />

después en comunión; ellos de quienes se lee que arrastrados en la cadena del sacrilegio,<br />

con Maximiano, al consorcio del crimen, fueron condenados por la boca verídica de vuestro<br />

concilio plenario y a quienes pasada la fecha del plazo, otorgada no ciertamente para ellos,<br />

ya condenados, sino para otros inocentes, los recibisteis, como está demostrado.<br />

Disputas de gramáticos<br />

IX. 11. A ti no te agrada que del nombre de Donato se derive el nombre de donatistas, y<br />

piensas es mejor formarlo según la regla de la expresión latina. No menosprecio tu aviso;<br />

sin embargo, busca a gramáticos como jueces para discutir ante ellos con los<br />

maximianenses sobre este arte y convencerlos a ellos. Yo no quiero ya llamarles<br />

maximianistas, para no molestar a oídos tan eruditos como los tuyos; cierto que éstos, en<br />

mi opinión, no van a ceder tan fácilmente como he cedido yo ante ti, hasta el punto de<br />

llamar claudianenses o cosa parecida a los que han llamado claudianistas cuando, entre<br />

otros crímenes por los cuales le aplicaron la condenación provisional y definitiva,<br />

achacaron a Primiano haberlos recibido en su comunión. A la vez has de reconocer que<br />

esta regla de la derivación no es a mí sólo a quien ha parecido bien, como me reprochas;<br />

antes bien, soy quizá el único que en esta materia, que no pertenece a la cuestión, ha<br />

cedido con tal facilidad.<br />

Cisma y herejía<br />

X. 12. También me juzgaste digno de una reprensión más severa porque al decir: "El<br />

sacrílego error de los donatistas heréticos", llamando herejía a lo que tú quieres que se<br />

llame también cisma, los recibimos, no obstante, en nuestra comunión sin que hayan<br />

expiado su sacrilegio.<br />

Tú que me reprendes tan duramente en este asunto, respóndeme cómo han hecho expiar<br />

los vuestros el sacrilegio de Feliciano y Pretextato, con los cuales entraron en comunión<br />

después, uniéndoselos y devolviéndoles el grado episcopal que antes tenían, y sin bautizar<br />

de nuevo a ninguno de los que ellos habían bautizado en el sacrílego cisma. ¿No estaban<br />

acaso manchados con el sacrilegio del cisma, como deliran algunos de los vuestros,<br />

afirmando que aquéllos no habían pecado contra Dios, sino contra un hombre? Pero el<br />

sacrilegio es un pecado tanto más grave cuanto no puede cometerse sino contra Dios. Así,<br />

en tu discusión no juzgaste deber reprenderme porque recibimos así a los que pasan de<br />

vosotros a nosotros, sino porque hablé de un error sacrílego. Pues bien, lee el concilio de<br />

Bagái; éstas son las primeras palabras que se encuentran allí: "Cuando por la voluntad de<br />

Dios omnipotente y de su Cristo celebramos el concilio en la iglesia de Bagái, Gamalio,<br />

Primiano, Poncio, Secundiano, Ianuariano, Saturnino, Félix, Pegasio, Rufino, Fortunio,<br />

Crispino, Optato, Donato, Donaciano y los restantes hasta trescientos diez, pareció bien al<br />

Espíritu Santo, que está en nosotros, asegurar una paz perpetua y suprimir los cismas<br />

sacrílegos".<br />

¿Lo oyes, lo adviertes, prestas atención? Dicen: "Suprimir los cismas sacrílegos". Luego,<br />

cuando se pronunciaba esta sentencia, ¿sólo Maximiano por su perversidad malvada, no<br />

contra un hombre, sino contra Dios, era reo en este cisma del crimen de sacrilegio? Lee un<br />

poco después qué dicen de sus compañeros, entre los cuales se encuentran escritos los<br />

nombres de aquellos obispos de que se trata: "Y no sólo le condena a él la muerte justa<br />

originada por su crimen; la cadena del sacrilegio arrastra también a muchísimos a la<br />

complicidad de su crimen".<br />

La expiación de Pretextato y Feliciano<br />

XI. 13. ¿Qué hay, varón elocuente? ¿Tienes algo que responderme? Lee lo que sigue;<br />

mira a Pretextato y a Feliciano atados entre tantísimos que arrastra a la participación en el<br />

crimen la cadena de aquel sacrilegio. Veo obispos sacrílegos: ¿Qué haces, si no<br />

demuestras su expiación? Sin duda te verás forzado a creer en la verdad, por la cual<br />

decimos que los vuestros son purificados, cuando vienen a nosotros, por el mismo vínculo<br />

de la paz fraterna y por la caridad que cubre sus pecados, como está escrito: La caridad<br />

cubre la muchedumbre de los pecados 6 . ¿Qué es de aquellos a quienes bautizaron los que<br />

estaban separados de vuestra comunión y unidos a Maximiano en la sociedad de aquella


sacrílega cadena? A ellos los habéis admitido vosotros a vuestra paz y concordia con ese<br />

bautismo.<br />

¿Qué vas a responder tú, sino que vosotros habéis aprobado justamente los mismos<br />

sacramentos que nosotros aprobamos en vosotros? Serás más consecuente contigo si das<br />

esta respuesta y no luchas contra lo escrito en tu carta. En ella, al intentar demostrar que<br />

entre nosotros y vosotros no se ha producido una herejía, sino más bien un cisma, dijiste<br />

que nosotros y vosotros teníamos una sola religión, los mismos sacramentos, sin<br />

diferencia alguna en la práctica cristiana. No pudiste, en efecto, acusar con palabras más<br />

duras que éstas la repetición del bautismo, cuando los vuestros rebautizan a los que se<br />

han atraído de entre nosotros; en todos, piensas y dices y escribes, se encuentran los<br />

mismos sacramentos. ¿Con qué malvado descaro no se observa en los que bautiza el orbe<br />

cristiano en la santa unidad lo que se ha mantenido en los que bautizaron Pretextato y<br />

Feliciano en el sacrílego cisma?<br />

Así pues, la causa que sostenemos con vosotros la habéis resuelto con vuestra<br />

determinación de recibir en la concordia del altar, sin degradación alguna, sin repetición<br />

del bautismo, a aquellos que habían sido condenados por vosotros, que habían<br />

amonestado con todo encarecimiento a sus pueblos que no acudieran a vosotros,<br />

juntamente con aquellos a quienes habían bautizado los que estaban fuera de vuestra<br />

comunión en el sacrilegio del cisma, y pensasteis que no habían sido purificados de aquel<br />

crimen del sacrilegio, sino con el santo fuego de la caridad. Cierto que esto sería así si<br />

vosotros mantuvierais esa caridad en la verdadera unidad.<br />

Conciencia y opinión pública<br />

XLI. 14. Veamos también, respecto a las palabras de la carta de Petiliano, que quisiste<br />

defender contra mí, cómo te desenvuelves en este asunto de los maximianenses; el único<br />

sobre el que he determinado tratar ahora en respuesta a tu carta.<br />

Estas son sus propias palabras: "La conciencia del que da santamente el bautismo es lo<br />

que se tiene en cuenta para que purifique la del que lo recibe". Yo le respondí: "Qué<br />

sucede si la conciencia del que lo da está oculta y quizá manchada? ¿Cómo podrá purificar<br />

la conciencia del que lo recibe?" Esta cuestión inevitable, como no puede hallar solución en<br />

absoluto en las palabras de Petiliano, has intentado dársela con las tuyas, y hablaste no<br />

contra mí, sino contra aquel a quien querías defender. Él dijo ciertamente: "La conciencia<br />

del que da el bautismo es la que se tiene en cuenta para que purifique la del que lo<br />

recibe". Tú, en cambio, confesando que no puede verse lo oculto de la conciencia, dijiste<br />

que la tenía en cuenta no el sentido de que se la vea a ella, sino en cuanto se la conoce<br />

por la opinión pública. De donde se sigue que no es verdad que la conciencia del que da el<br />

bautismo limpia la del que lo recibe, sino que, según tú, es la opinión pública sobre él la<br />

que limpia, la cual ciertamente engaña al que ve, cuando habla bien del malvado,<br />

castamente del adúltero, religiosamente del sacrílego. Ella purifica justamente cuando<br />

miente. Pues si, tratándose de un pecador oculto, la opinión pública dice la verdad,<br />

entonces no purifica, sino que mancha a quien recibe de aquél el bautismo. Por esto esa<br />

opinión pública que has querido usar como abogada de una causa tan mala, mira de qué<br />

calidad es, ya que purifica cuando es falsa y mancha cuando es verdadera; de suerte que<br />

con tu maravillosa discusión no es mentirosa el agua cuando es mentirosa la opinión<br />

pública.<br />

Conciencia de Feliciano y opinión pública<br />

XIII. 15. ¿Qué necesidad hay de hablar más de esto, cuando vemos hoy sentado entre<br />

vuestros obispos a Feliciano, que, habiéndose separado de ellos, se unió a Maximiano en<br />

la cadena del sacrilegio, y nadie rebautizó a los que él había bautizado? Pregunto a<br />

Petiliano qué conciencia tuvo él entonces, y leo el decreto del concilio de Bagái, donde está<br />

escrito: "No es sólo a éste a quien condena la justa muerte originada por su crimen; la<br />

cadena del sacrilegio arrastra también a compartir el crimen a muchísimos otros, de los<br />

cuales está escrito: Veneno de áspides hay bajo sus labios, su boca rebosa maldición y<br />

acritud" 7 . Entre esa tal multitud se encuentra también Feliciano, a quien, a pesar de sus<br />

labios y su boca, no habéis rechazado, ni cortado, ni destruido el agua de su bautismo, y<br />

como ella está consagrada por las palabras evangélicas en el nombre del Padre y del Hijo<br />

y del Espíritu Santo, en cualquier lengua o conciencia que sea, la reconocisteis y<br />

aceptasteis no como mentirosa, sino como verdadera.


A ti, en cambio, te pregunto sobre este Feliciano, cuya conciencia había sido tan mala<br />

cuando bautizaba en la cadena del sacrilegio, cuál era entonces la opinión pública sobre él,<br />

y cito también el mismo concilio, donde está escrito: "Los reos del famoso crimen<br />

Victoriano de Carcabia" y, entre los restantes que es molesto repetir, "Pretextato de<br />

Asuras y Feliciano de Musti, quienes en una funesta obra de perdición han formado un<br />

vaso despreciable con abundantes heces", y un poco después: "Sabed que han sido<br />

condenados por la boca verídica del concilio".<br />

Quien purifica es la gracia de Dios, no la del hombre<br />

XIV. 16. ¿Qué respondes a esto? Si no bautiza el que está separado de vuestra comunión,<br />

leo que han bautizado los que fueron arrastrados con Maximiano a la participación en el<br />

crimen. Si no bautiza el que peca contra Dios, leo que han bautizado los que están ligados<br />

con la cadena del sacrilegio. Si se atiende a la conciencia del que da santamente el<br />

bautismo para que purifique la del que lo recibe, leo que han bautizado los envenenados<br />

con los mordiscos de áspides. Si para que la conciencia del que lo da pueda limpiar se<br />

tiene en cuenta la opinión sobre él, leo que han dado el bautismo los reos del célebre<br />

crimen. Tenemos aún entre los vivos a Feliciano, con él están todos los bautizados por él<br />

en el sacrílego crimen, recibidos en vuestra comunión y no rebautizados por nadie. Contra<br />

Petiliano tenemos un manchado que bautizó con la conciencia sacrílega; contra ti, el reo<br />

del célebre crimen que bautizó.<br />

¿Por qué motivo, te ruego, os defendéis sino para llegar a decir algún día, convencidos por<br />

vuestros propios hechos, lo que nosotros decimos? Esto es, que ni la conciencia ni la<br />

opinión sobre el que da el bautismo limpia la conciencia del que lo recibe, sino la fe del<br />

que lo recibe y la gracia de Dios que lo concede, no la del hombre; y si no existiese en el<br />

que lo recibe la petición de una buena conciencia 8 , y si vacila la fe total o parcialmente,<br />

habría que corregir las costumbres de los hombres, no destruir los sacramentos, que tú<br />

mismo confiesas no son diferentes o semejantes, sino absolutamente idénticos; como<br />

vosotros juzgasteis que había que cambiar la vida y la voluntad de los que Feliciano y<br />

Pretextato bautizaron en el cisma sacrílego, a fin de que no permaneciesen en aquel<br />

sacrílego cisma, pero no había que violar el bautismo, aun el administrado por los más<br />

indignos a las personas más indignas.<br />

Falsas acusaciones<br />

XV. 17. Por consiguiente, en vano has querido con tu boca malvada acusar nuestra<br />

conciencia como delatada y condenada por el crimen de turificación, de entrega, de<br />

persecución, como si de aquí pudieras demostrar que nosotros no podemos dar el<br />

bautismo, lanzando falsedades contra nosotros, y, en cambio, sea lo que sea, pudo dar el<br />

bautismo la conciencia de los maximianenses condenada por el crimen sacrílego, bautismo<br />

que vosotros temisteis anular y, con vuestro ejemplo, probasteis que pueden darlo los<br />

perseguidores. Vosotros que habéis perseguido con toda dureza a los maximianenses, no<br />

sólo bautizáis, sino defendéis que sólo vosotros debéis bautizar.<br />

Interpretación de textos bíblicos<br />

XVI. 18. Dices que está escrito en la Ley: El óleo del pecador jamás ungirá mi cabeza 9 .<br />

No es éste el texto exacto ni debe ser entendido como tú piensas. ¿No es acaso óleo del<br />

pecador el óleo de los sacrílegos Pretextato y Feliciano?<br />

Dices también que está escrito: Al bautizado por un muerto, ¿qué le aprovecha su<br />

purificación? 10 Tampoco prestas a esto mucha atención y no entiendes por el contexto qué<br />

significa. Sin embargo, atiende a la resonancia de la elocuente sentencia de Bagái que<br />

dice: "Es bien de desear el parentesco unido a la paz y la concordia, como está escrito: La<br />

justicia y la paz se han besado 11 . Pero la ola verdadera ha lanzado los cuerpos náufragos<br />

de algunos contra los ásperos escollos; como sucedió con los egipcios, la orilla está llena<br />

de los cadáveres de los que perecieron, cuyo castigo es mayor que la misma muerte, ya<br />

que las aguas vengadoras les arrancaron el alma y no encuentran ni sepultura". ¿Cómo<br />

pudieron bautizar éstos no sólo muertos, sino, lo que es más grave, insepultos? ¿Cómo les<br />

aprovechó el lavado a quienes fueron bautizados por esos muertos, a quienes acogisteis<br />

en el mismo baño sin haberlos lavado de nuevo, si se ha de entender como piensas? Pues<br />

en mi carta, a la que te crees que respondes, piensas que sólo admití al idólatra como reo<br />

de un gravísimo pecado, e insistes machaconamente en probar que ningún pecador queda


exceptuado de lo que dices que está escrito: El óleo del pecador jamás ungirá mi cabeza<br />

12 . Mira si Feliciano y Pretextato no fueron pecadores, si se decía en tan gran concilio que<br />

los arrastraba con Maximiano la cadena del sacrilegio. Ea, atrévete a afirmar, atrévete a<br />

porfiar, atrévete al menos a decir que fueron ciertamente pecadores, pero ocultos,<br />

aquellos de quienes leo allí que fueron reos del célebre crimen. Aunque sus pecados<br />

hubieran sido leves, aunque hubieran quedado ocultos, con el testimonio que aduces sobre<br />

el óleo del pecador, con tu interpretación intentas sacar la conclusión de que no queda<br />

exceptuado ningún pecador. ¿Dónde estaréis vosotros si esto es así; adónde huiréis, en<br />

qué refugio podréis esconderos con vuestros sacrilegios, con vuestros reos del célebre<br />

crimen, con vuestros cadáveres insepultos?<br />

19. Dices que, cuando se nos objeta con qué licencia nos arrogamos el derecho de<br />

bautizar, no hablamos del mérito de los actos ni de la inocencia de la vida, sino que<br />

afirmamos que a todos les está permitido; y que, como reos de crímenes ya juzgados, nos<br />

vemos forzados a confesar abiertamente que hemos pecado al querer demostrar que<br />

todos los pecadores tienen la facultad de bautizar. Como si en razón de nuestros méritos<br />

debiéramos hablar contra Dios, de modo que cuanto más justos somos, tanto más justo<br />

hacemos el bautismo, cuando en realidad ningún hombre debe presumir de su justicia, y<br />

por ello demostramos que el bautismo es sobre todo de Cristo, no de los hombres, y, en<br />

consecuencia, no varía a tenor de la diferencia de los méritos de los hombres.<br />

Me extendería más en esto si no me pareciera mejor servirme del resumen que me habéis<br />

suministrado vosotros. Admitido, y sin destruirlo, el bautismo que dieron los<br />

maximianenses, esos áspides, víboras, parricidas, cadáveres egipcios y todo el resto de<br />

invectivas que, para facilitarnos en grado sumo la causa, lanzó contra ellos con<br />

grandilocuencia el concilio de Bagái, admitido ese bautismo, vosotros os habéis convencido<br />

de que el bautismo no depende ni de los méritos de los que lo administran ni de los de<br />

aquellos que lo reciben, sino de su propia santidad y verdad, en atención a quien lo<br />

instituyo para perdición de los que lo usan mal, para salvación de los que se sirven bien de<br />

él.<br />

Los donatistas no se muestran seguidores de Cipriano<br />

XVII. 20. Me sorprende cómo te han podido persuadir a ti también para que mencionases<br />

en la discusión a Cipriano, cuyas cartas, aun las que vosotros le atribuís, sobre la<br />

invalidación del bautismo que dan los herejes y cismáticos, echan por tierra toda vuestra<br />

causa. Pero esto es cuestión que debemos tratar contra los maximianenses u otros, que no<br />

admiten el bautismo dado entre vosotros o entre nosotros. Cierto que vosotros ya habéis<br />

solucionado con admirable facilidad esta causa, ya habéis aceptado el bautismo dado en el<br />

cisma sacrílego de Maximiano, admitiendo a la vez a Pretextato y Feliciano junto con su<br />

pueblo; ya habéis combatido sin vacilación alguna contra lo que decís son cartas de<br />

Cipriano y de todos los que pensaron igual.<br />

Respecto a los orientales, dices que se separaron de vuestra comunión porque, pensando<br />

después como nosotros, prefirieron cambiar el juicio que habían tenido sobre el bautismo;<br />

si fueron pocos los orientales que hicieron esto, cosa que ciertamente interesa si puede<br />

demostrarse, lo cierto es que ellos corrigieron su juicio. También vosotros, al aceptar el<br />

bautismo que se dio en el cisma de Maximiano, habéis roto vuestra antigua opinión; sin<br />

embargo, estáis entre vosotros y no queréis estar con los orientales.<br />

Cresconio deforma la doctrina de Agustín<br />

XVIII. 21. Te parece que has encontrado campo para explayar tu elocuencia en aquellas<br />

palabras de mi carta: "Reciba uno el bautismo de un fiel o de un infiel, toda la esperanza<br />

la debe tener en Cristo". Ante esto exclamas diciendo: "¡Deslumbrante mandato de un<br />

sacerdote, laudables preceptos de justicia de un buen padre! No hay que discernir -dice-<br />

entre el fiel y el infiel; lo mismo debe parecerte el piadoso que el impío; nada aprovecha<br />

vivir con buenas costumbres, ya que todo lo que puede realizar un hombre justo, lo puede<br />

realizar también el injusto. ¿Se puede expresar algo más inicuo que este mandato: que<br />

purifique a otro el manchado, que lave el sucio, que limpie el inmundo, que comunique la<br />

fe el infiel, que el criminal haga a uno inocente?"<br />

Estas son claramente tus palabras, con las que reprendes mi pensamiento, cuando yo en<br />

absoluto he pensado ni escrito eso. Efectivamente, entre el fiel y el infiel hay una


diferencia enorme, no por lo que toca al sacramento, si lo tiene el uno y el otro, sino al<br />

mérito, ya que el uno lo da para la salud y el otro para el castigo, y lo que le está<br />

permitido realizar al justo, no lo puede realizar el injusto, porque aunque el injusto puede<br />

bautizar, no puede, sin embargo, entrar en el reino de los cielos, ni purifica ni lava ni<br />

limpia ni hace inocente a nadie al administrarle el bautismo; quien lo hace es la gracia de<br />

Dios y la buena conciencia del que lo recibe. Mira si no hay diferencia alguna entre<br />

Primiano y Feliciano, cuando Primiano estaba sentado entre los trescientos diez, que<br />

decían del otro: Veneno de áspides hay bajo sus labios, su boca rebosa maldición y<br />

acritud. Rápidos son sus pies para verter sangre; desolación y miseria hay en sus<br />

caminos; no han conocido la senda de la paz. Mira si no estaba entonces manchado; si no<br />

era inmundo, vil, quien, recogiendo estas heces, hizo con ellas un vaso de inmundicia, si<br />

no era infiel teniendo en sus labios el veneno de los áspides, si no era un criminal el reo<br />

del célebre crimen. Y, sin embargo, al presente se sienta como obispo vuestro con<br />

Primiano y tiene con vosotros ahora a los que entonces bautizó, sin que nunca después<br />

fueran lavados.<br />

El papel de Cristo en el bautismo<br />

XIX. 22. Estáis luchando aún contra la verdad, sin conceder que Cristo es el que da<br />

siempre la fe, que Cristo es el origen del cristiano, que en Cristo se enraíza el cristiano,<br />

que Cristo es la cabeza del cristiano.<br />

A aquellas mismas palabras puestas en la carta contra Petiliano añades estas tuyas: "Esto<br />

es lo que nosotros aconsejamos, esto lo que queremos, pero buscando por medio de quién<br />

se hace mejor", y no atiendes a que no es esto lo que aconseja Petiliano, a quien entonces<br />

respondí y cuya carta, contra mi respuesta, intentas defender y sostener. Él dijo<br />

claramente: "Se tiene en cuenta la conciencia del que da santamente el bautismo para que<br />

limpie la del que lo recibe. Pues quien la recibe de un infiel, no recibe la fe, sino la culpa".<br />

Dime qué papel deja a Cristo para limpiar la conciencia del bautizado o de quién recibe la<br />

fe el bautizado, cuando dice que la conciencia del que da el bautismo es lo que se tiene en<br />

cuenta para purificar la del que lo recibe, y que no recibe la fe sino la culpa quien recibe la<br />

fe de un infiel.<br />

Ciertamente parece que cedes ante el peso tan considerable de la verdad y dices que esto<br />

enseñas y esto quieres: que Cristo es el que da la fe y que Cristo es el que purifica para<br />

comenzar una vida nueva, aunque buscas por medio de quién se hace mejor lo que no<br />

puede realizarse sin ministro. Sin embargo, Petiliano no dijo: "Se tiene en cuenta la<br />

conciencia del ministro por medio de la cual Cristo purifica la del que lo recibe o por la cual<br />

Cristo da la fe", sino que quiso que por medio de la conciencia del que lo da se purifique la<br />

del que lo recibe; y no dijo: "Quien recibe la fe por medio de un infiel, no recibe la fe, sino<br />

la culpa", de suerte que pareciese que lo recibía de Cristo, pero por medio de otro, sino<br />

que dijo tajante: "La recibe del infiel", y, como para probarlo, añadió: "Pues todo ser<br />

subsiste por su origen y su raíz, y si alguno no tiene cabeza, no es nada", haciendo así al<br />

ministro origen, raíz y cabeza del bautizado, es decir, al ministro cuya conciencia dijo se<br />

tenía en cuenta, no porque Cristo purifique por medio de ella, sino porque es ella la que<br />

purifica la del que lo recibe.<br />

La doctrina de Cresconio<br />

XX. 23. Así es que en este lugar no respondo a Petiliano, cuyas palabras no defendiste,<br />

sino a ti, que has expresado tu opinión, has dicho no sé qué, pero no lo que dijo él. Tú,<br />

según escribes, quieres, tratas de persuadir que no es, como dijo aquél, la conciencia del<br />

que da el bautismo santamente la que purifica al que lo recibe o da la fe al que lo recibe,<br />

ni que ella es el origen, la raíz ni la cabeza del creyente, sino que por ella Cristo es el que<br />

lava, por ella Cristo da la fe, por la misma Cristo es el origen del cristiano, por la misma<br />

Cristo es la cabeza del cristiano, por ella el cristiano clava sus raíces en Cristo, por ella<br />

Cristo es la cabeza del cristiano.<br />

Así buscas por medio de quién se llevará mejor a cabo lo que concedes es obra de Cristo,<br />

y en esto no niegas tú, por lo que veo, que esto se realiza también por medio de un<br />

ministro malo, pero dices también que puede hacerse mejor por medio de uno bueno. ¿<br />

Qué otra cosa es lo que dices: "Esto es también lo que nosotros enseñamos, lo que<br />

nosotros queremos, pero preguntamos por medio de quién se hace mejor?" Según esto,


Cristo purifica también por medio de la conciencia manchada del que lo da no santamente,<br />

pero mejor por la conciencia limpia del que lo da santamente. Cristo da la fe aun por<br />

medio de un ministro malo, pero mejor por uno bueno; Cristo se hace origen del cristiano<br />

aun por un dispensador infiel, pero mejor por uno fiel; el cristiano clava su raíz en Cristo<br />

aun por medio de un obrero malo, pero mejor por uno honrado; puede Cristo ser cabeza<br />

del cristiano aun por medio de Feliciano, pero piensas tú que es mejor por Primiano.<br />

24. Por todo ello sé que entre nosotros es pequeña o casi nula la diferencia en esta<br />

cuestión. También yo digo que en la administración de los sacramentos es más útil que lo<br />

haga uno bueno que uno malo; pero esto es más útil para el mismo ministro, porque debe<br />

llevar una vida y unas costumbres a tono con los misterios que administra, no para el otro,<br />

que, aunque haya caído en manos de un ministro malo que administra la verdad, la<br />

seguridad la recibe del Señor, que dice amonestando: Haced lo que os digan, pero no<br />

imitéis sus obras, porque dicen y no hacen 13 .<br />

Añado también que es mejor para que el que lo recibe tenga más facilidad de imitar, con<br />

el amor, la honradez y santidad del buen ministro; pero no es más verdadero y más santo<br />

lo que se administra porque lo administre uno que es mejor. Los sacramentos son en sí<br />

verdaderos y santos a causa de la verdad y santidad de Dios de quien son, y por ello<br />

puede ocurrir que quien entre en la sociedad del pueblo de Dios se encuentre con un<br />

ministro que le facilite el bautismo y elija a otro a quien saludablemente pueda imitar. Él,<br />

en efecto, está seguro de que el sacramento de Cristo es santo aunque lo administre un<br />

hombre no santo o menos santo; pero para él la santidad del sacramento será un castigo<br />

si lo recibe indignamente, si usa mal de él, si no viviere de acuerdo y en conformidad con<br />

él.<br />

Dos precisiones importantes<br />

XXI. 25. Yo te pregunto: Si aquel a quien bautizó Primiano en vuestra comunión lleva una<br />

vida pésima, y a quien bautizó Feliciano en el cisma de Maximiano la lleva santa, ¿a cuál<br />

de los dos juzgas que le está abierto el reino de Dios: al que, siendo malo, bautizó uno<br />

bueno según tú, o al que, siendo un varón religioso, bautizó un sacrílego según el concilio<br />

de Bagái?<br />

Claro que a lo mejor dices, y con verdad: "No puede uno ser piadoso y estar en el cisma".<br />

De acuerdo. Sin embargo, puede estar en vuestra comunión, aunque oculto, bautizado por<br />

Primiano, a quien vosotros tenéis por hombre religioso. Pero si aquel a quien bautizó<br />

Feliciano en la cadena del sacrilegio abandona el sacrilegio del cisma y se corrige en la<br />

comunión eclesiástica, ¿te atreverás a decir que el bautismo se hace mejor en él, aunque<br />

no te atrevas a negar que aquel hombre pudo hacerse mejor?<br />

Pues esto es lo que habéis juzgado en la realidad, ya que a todos aquellos a quienes<br />

bautizaron Feliciano y Pretextato en el sacrílego cisma, condenado y aborrecido por<br />

vosotros, los recibisteis con ellos cuando volvían, sin anular o repetir en absoluto el<br />

bautismo.<br />

Pero si al decir: "Buscamos por medio de quién se haría mejor", pusiste el grado<br />

comparativo por el positivo, diciendo: "Buscamos por medio de quién se haría mejor"<br />

como si dijeras: "Por medio de quién se haga bien", queriendo indicar que por medio de<br />

un mal ministro se hace mal, en este caso, no te apremio con palabras, más bien te<br />

advierto que deberías haber dicho: "Buscamos por medio de quién se haga", y no:<br />

"Buscamos por medio de quién se haga bien", como si pudiera suceder que Cristo no diera<br />

bien la fe, que Cristo no fuera bien el origen y la cabeza del cristiano, que el cristiano no<br />

fijara bien su raíz en Cristo. En realidad, o no se hace, o, si se hace, sin duda se hace bien.<br />

26. Pero tratamos estas cuestiones a fin de que no se abandone la unidad del buen grano<br />

a causa de los malos administradores, no de sus sacramentos, sino de los del Señor, a<br />

quienes es preciso estar mezclados hasta el tiempo de la limpia final de la era del Señor.<br />

Ahora bien, crear un cisma en la unidad de Cristo o estar en él es ciertamente un mal, y<br />

un mal grave, y no puede suceder en modo alguno que Cristo dé al cismático no la fe, sino<br />

el error sacrílego, o que el cismático fije su raíz en Cristo, o que Cristo sea origen o cabeza<br />

para el cismático y, sin embargo, si él da el bautismo de Cristo, quedará dado, y si lo<br />

recibiere, recibido quedará, no para la vida eterna, sino para el eterno castigo, no por<br />

convertir en mal el bien que tiene, sino por tener el bien para mal suyo, al tenerlo siendo


malo.<br />

Prueba y confirmación de lo dicho: Feliciano y Pretextato<br />

XXII. 27. Quizá solicitas que te lo pruebe. ¿Qué otra cosa puedo decirte sino lo que<br />

intenté en esta obra? Lee el decreto de Bagái, mira a Feliciano y a Pretextato. En el cisma<br />

dieron el bautismo; estando en el cisma fue aceptado su bautismo; unos y otros,<br />

bautizadores y bautizados, fueron recibidos y acogidos; ni aquéllos fueron degradados, ni<br />

éstos rebautizados.<br />

Seguro que ya no preguntas si se realiza mejor por un ministro bueno o por uno injusto,<br />

ya que el bautismo que dio Primiano, justo según vosotros, no es mejor que el que dio<br />

Feliciano, un malvado. En verdad, ya te ves forzado a entender por qué dice el Apóstol: Ni<br />

el que planta ni el que riega son nada, sino Dios que da el crecimiento 14 . Así recordarás<br />

que en vano dijiste: "Como para plantar y regar no se requiere sino un campesino<br />

diligente y fiel, así también en el sacramento del bautismo no se admite sino un obrero<br />

cabalmente justo". He aquí que no fue ni diligente ni fiel ni justísimo, sino más bien el<br />

despreocupado de su salvación, el infiel y absolutamente injusto Feliciano, cuando<br />

asociado a Maximiano y, como lo proclaman los trescientos diez obispos vuestros por la<br />

boca elocuentísima de uno solo, establecido en la cadena del sacrilegio, administró el<br />

bautismo que no os habéis atrevido a anular.<br />

28. Ya ves, sin duda, que no se relaciona con esta causa el testimonio que adujiste del<br />

Profeta: Os daré pastores según mi corazón, y os pastorearán con obediencia 15 . Feliciano,<br />

sacrílego, no era según el corazón de Dios, ni alimentaba las ovejas bajo la obediencia en<br />

el cisma sacrílego, y, sin embargo, bautizaba a aquellos en quienes reconocisteis, al<br />

recibirlos, que era de Dios, no suyo propio, lo que él daba.<br />

A buen seguro que ya ves claramente por qué cité el pasaje de la santa Escritura: Mejor es<br />

confiar en el Señor que confiar en el hombre 16 , y que en vano respondiste, por cuanto se<br />

refiere a esta causa, que tanto más buscas que sea justo y fiel el que celebra este<br />

sacramento cuanto más pones la fe y la confianza en Dios que en el hombre, y que es la fe<br />

y la justicia de Dios lo que tú miras en sus ministros. Ya ves que en Feliciano, cuando era<br />

reo del célebre crimen, no había fe ni justicia y, sin embargo, tenía el bautismo, y como<br />

acogisteis a los que lo habían recibido de él, decís que consiguieron la justicia, no que les<br />

faltase el bautismo.<br />

El bautismo de Juan no viene al caso<br />

XXIII. 29. Igualmente me preguntas después: "Si no puede anularse el bautismo dado<br />

por cualquiera y de cualquier manera, ¿por qué bautizaron los apóstoles después de<br />

Juan?" Si, como dices, bautizaron los apóstoles después de Juan, resuelve tú la cuestión<br />

de por qué no han bautizado los vuestros, después de Feliciano, a los que había bautizado<br />

él en el cisma sacrílego. Y así aprende que es completamente ajeno a esta causa lo que se<br />

lee o se comenta sobre el bautismo de Juan.<br />

Ahora bien, no sé de dónde habrás sacado tú que los judíos, a los que dijo Pedro: Que<br />

cada uno de vosotros se bautice en el nombre del Señor Jesucristo 17 , ya habían sido<br />

bautizados por Moisés, ellos que habían nacido tantas generaciones después que el siervo<br />

de Dios hizo atravesar a sus antepasados el mar Rojo 18 . También puedes decir que tenían<br />

el bautismo de Moisés porque descendían de aquellos a los que, dice el Apóstol 19 , bautizó<br />

Moisés; según esto, atrévete a decir que todos los que nacen de los fieles cristianos<br />

poseen ya el bautismo cristiano. Ves, pienso yo, que esto es una vaciedad sin nombre. Sea<br />

de esto lo que sea, aunque los apóstoles hayan bautizado después del siervo de Dios<br />

Moisés, yo te apremiaría a que dijeses por qué los vuestros no han bautizado a Feliciano,<br />

el sacrílego maximianense.<br />

30. Vayamos ya a una frase mía: "Si andaban fuera de camino los que querían ser de<br />

Pablo, ¿qué esperanza pueden tener los que quieren ser de Donato?" Pienso que no has<br />

refutado esto en la primera parte de tu carta, como tú mismo lo ves gracias a los<br />

comentarios anteriores. Por consiguiente, no son justas, como te parece y de ello te<br />

glorías confiado, las conclusiones que sacaste de lo que dijo Petiliano o cualquier otro.<br />

A tenor del orden en que brevemente las has recorrido, recogiéndolas como un recuerdo,


yo saco la conclusión de que no es justo lo que se ha dicho en esta causa de los<br />

maximianenses. En efecto, ni en Feliciano se daba la conciencia del que da santamente<br />

cuando, unido a Maximiano, era arrastrado por la cadena del sacrilegio y los que<br />

bautizaban eran bautizados por un reo del célebre crimen y, por ello, un infiel manifiesto<br />

ni aquéllos podían tener como origen, raíz y cabeza en orden a la salvación a un hombre<br />

sacrílego, ni era árbol bueno el condenado en la sociedad del sacrílego cisma que<br />

permanecía aún en el mismo sacrilegio, ni era un hombre bueno que pudiera presentar<br />

algún bien del tesoro de su corazón 20 , cuando de él y de otros compañeros suyos se dice:<br />

Su boca rebosa maldición y acritud 21 . Y, sin embargo, cuando los vuestros llegaron a la<br />

concordia con él, al final, aterrados por la fuerza de la verdad, reconocieron que el<br />

bautismo dado por él no era de él, sino de Cristo.<br />

Optato de Tamugadi, Feliciano y Pretextato<br />

XXIV. 31. Ea, veamos ya en su propio lugar cómo te desvinculas en tu carta de la causa<br />

de los maximianenses. Pues todos los que leen esta carta esperan sin duda qué es lo que<br />

has dicho tú, dónde lo dijiste o qué es lo que yo he respondido.<br />

Así pues, no quiero discutir lo que respondiste a mis dificultades sobre Optato, el seguidor<br />

de Gildón, no quiero detenerme demasiado en la causa de un hombre sobre cuya<br />

condenación por los vuestros no trato. Echo por la borda esta dificultad, y quizá también<br />

para la posteridad, cuando haya caído en olvido su memoria. Pero al presente, cuando hay<br />

hombres que conocen su vida y sus costumbres, se quejarán de que he dicho poco sobre<br />

él antes que de que he afirmado cosas falsas.<br />

Ellos no leen mis escritos como los lees tú, que me preguntas qué es lo que ha engullido<br />

aquel a quien yo he llamado ola furiosa, cuando tienes en esa ola precisamente a<br />

Pretextato y a Feliciano. Pues mis palabras a este respecto son éstas: "Ciertamente ellos<br />

insultan a sus cismáticos hasta llamarlos muertos e insepultos. Aunque tuvieron que optar<br />

por sepultarlos, no fuera a suceder que de entre la multitud de cadáveres insepultos que<br />

yacían en la orilla avanzase Optato, el seguidor de Gildón, con un ejército militar, se<br />

lanzase tierra adentro como onda furiosa y se engullese después a Feliciano y Pretextato".<br />

¿Por qué tú, al leer estas mis palabras allí, no las pusiste todas al intentar darles<br />

respuesta? ¿Por qué me arguyes no haber dicho qué es lo que engulló aquella ola furiosa,<br />

viendo allí escrito: "Se engullese después a Feliciano y a Pretextato?"<br />

Conducta inconsecuente<br />

XXV. 32. ¿Qué otra cosa suelen responder los vuestros, como si fuese una defensa<br />

adecuada, cuando se les pone delante el recibimiento que hicieron a Feliciano y<br />

Pretextato, que habían sido condenados? Simplemente: "Optato es el que lo quiso. Optato<br />

el que lo hizo".<br />

Esto lo atestiguan las ciudades de Musti y de Asuras; dicen ellas que, temiendo al ejército<br />

de Gildón, conforme a la amenaza de Optato, forzaron a sus obispos a tornar a la<br />

comunión de Primiano. Pero tú, como viste que no se podía negar descaradamente que<br />

esto lo había hecho él, negaste que yo hubiera escrito eso, pensando quizá que se podía<br />

negar más fácilmente mi escrito que aquella realidad. Pero concedamos que vuestros<br />

obispos, por no sé qué privilegio donaciano o numídico, pudieron negar sobre su colega lo<br />

que proclamaba el África entera, cuando ellos no permiten a los extremos de Oriente y<br />

Occidente ignorar las acusaciones lanzadas por africanos contra africanos, nunca probadas<br />

y tantas veces declaradas inexistentes; que es válido entre vosotros el bautismo dado por<br />

Optato, a quien no quisiste condenar pero tampoco te atreviste a absolver, y no<br />

concedamos ese valor a las Iglesias, fundadas por la fatiga de los apóstoles, de los<br />

corintios, gálatas, efesios, colosenses, filipenses, tesalonicenses y las restantes citadas en<br />

las santas Letras que vosotros habéis leído, en las cuales no se ha oído, no digo la célebre<br />

falsa acusación contra Ceciliano, pero ni siquiera quizá el nombre verdadero; concedamos<br />

que haya tenido Optato la conciencia del que da santamente, en aquella vida que tú, como<br />

lo indican tus escritos, aunque no te atreviste a condenar, pensando en nosotros, temiste,<br />

sin embargo, absolver mirando a Dios, lo mismo que en la opinión pública en la que te<br />

pareció podía tenerse en cuenta una conciencia latente; y acúsese la conciencia de tantos<br />

y tan grandes pueblos cristianos porque desconocieron los litigios, tan lejanos, de los<br />

africanos. Aun concedido todo eso, ¿pudieron ignorar de modo semejante los crímenes de<br />

esos dos, a saber, de Feliciano y Pretextato, a quienes condenaron en concilio plenario los


trescientos diez obispos?<br />

No hay contagio del mal si no hay consentimiento a él<br />

XXVI. 33. Y aún reprochas a la unidad católica no sé qué actos de los nuestros que o son<br />

falsos o no son pecados, o, si son verdaderos y son pecado, no pueden manchar la<br />

sociedad de los buenos. Pues los buenos no comulgan en los pecados ajenos, en cuya<br />

ejecución no consienten, aunque estén en comunión con los que los cometen, aunque,<br />

hasta que sean separados como la paja de la era del Señor en la última bielda 22 , no<br />

comulguen con ellos en sus pecados, sino en los sacramentos de Dios, y estando dentro de<br />

la misma red, como los peces buenos con los malos, hasta la separación, que tendrá lugar<br />

en la orilla, esto es, en el fin del tiempo como en la ribera del mar 23 , se hallen separados<br />

de ellos no por el alejamiento de los cuerpos, sino por la diversidad de la vida y<br />

costumbres. Igual que los once apóstoles no comulgaban en los hurtos de Judas y, sin<br />

embargo, estaban visiblemente unidos con él mismo al Señor, escuchaban al mismo<br />

Maestro, recibían el mismo Evangelio que habían de creer, recibían los mismos<br />

sacramentos, mezclados con él en la misma sociedad corporal, separados por la<br />

desemejanza espiritual. Igual que el apóstol Pablo no comulgaba en la obstinación y la<br />

rivalidad, esto es, en los vicios diabólicos de los que no anunciaban a Cristo limpiamente, y<br />

sin embargo predicaba con ellos al mismo Cristo 24 , participaba de los mismos<br />

sacramentos de Cristo y decía de ellos: Con tal que Cristo sea anunciado por oportunismo<br />

o sinceramente 25 , pues de éstos comprendió y escribió el mártir Cipriano, tan amante de<br />

la unidad, que no estaban separados por cisma o herejía alguna, sino mezclados con los<br />

hermanos en una sociedad corporal 26 . Igual que el mismo Cipriano no comulgaba en la<br />

avaricia, rapiñas, lucros de sus colegas, de los que decía "que sufriendo hambre los<br />

hermanos en la Iglesia, querían ellos tener dinero en abundancia, apoderarse de las<br />

propiedades con insidiosos engaños, aumentar sus intereses con la multiplicación de las<br />

usuras" 27 , mal que él comparaba con la idolatría, sin embargo, no rehuía su compañía<br />

física, asistía con ellos a los mismos altares, participaba del mismo sacratísimo alimento y<br />

bebida. Ellos sí comían y bebían para sí 28 , no para los otros, la condena; él, en cambio, no<br />

participaba con los tales en sus pecados, sino en los misterios de Cristo, muy unido a las<br />

asambleas, muy distante en las costumbres.<br />

Para eso se propusieron aquellas semejanzas y aquellos ejemplos en las Escrituras, para<br />

que aprendiéramos a ser grano y a no abandonar la era del Señor por la mezcla de la paja<br />

29 ; a ser peces buenos y no romper las redes para largarnos afuera por la mezcla de los<br />

malos 30 ; a ser vasos de misericordia hechos para el honor y limpios, y no huir de la gran<br />

casa por causa de los vasos de perdición y de afrenta. Por ningún otro motivo en la<br />

reunión y mezcla de unos y otros se tolera laudablemente a los malos, sino para no<br />

abandonar, para propia condenación, a los buenos. Como es esto lo que hacéis vosotros,<br />

llevados por la misma necesidad, con tan numerosos y manifiestos malos, puedes, si<br />

quieres, advertir fácilmente que sólo por esa animosidad sacrílega os separáis de tantos<br />

cristianos y tan grandes pueblos 31 .<br />

Comportamiento lógico de Cresconio<br />

XXVII. 34. Así pues, si Optato, tan conocido en la sociedad de Gildón, o cualquier otro<br />

desconocido entre vosotros hubiera hecho algo malo y tú lo supieras, en el caso de que no<br />

pudieras separarlo de vuestra comunión, porque no se da crédito a tus acusaciones o<br />

porque no te atreves a acusarlo por si no puedes demostrar las acusaciones, o tendrás que<br />

abandonar el partido de Donato, o serás otro igual que aquel cuyo pecado conoces,<br />

aunque sea diferente tu conducta. Esto no es así conforme a la verdad, pero se os dice a<br />

vosotros con toda justicia, conforme a vuestra doctrina.<br />

¿Quién ignora en efecto que tú eres ajeno al mal de aquél si no comulgas en el pecado<br />

consintiendo a él? Pero así te ves forzado a reconocer con qué impiedad reprocháis al orbe<br />

cristiano los crímenes de los africanos, o falsos o ciertamente desconocidos, al rechazar<br />

que te achaquen a ti lo que conoces de otro, porque no puedes persuadirles esto a<br />

aquellos de cuya sociedad no quieres separarte. Así, para no abandonar a los que tienes<br />

por buenos, te ves forzado a soportar a los que sabes que son malos, y por esto la verdad<br />

convence de maldad a todos los que, rompiendo la unidad con tantos pueblos, dejaron a<br />

los buenos por causa de crímenes ajenos, verdaderos o falsos, desconocidos, sin embargo,<br />

a los demás, pero que no le habían de perjudicar a él. Esta es la gran impiedad del partido<br />

de Donato y para que no pudierais excusarlo en modo alguno se os ha propuesto la causa


de los maximianenses, para que, si queréis, corrijáis en ella, como en un espejo, vuestra<br />

sinrazón, y, si no queréis..., no quiero decir algo más grave, puesto que sé tienes corazón.<br />

¿Qué tienes que oponer a esto?<br />

Información deficiente de Cresconio<br />

XXVIII. 35. Has hecho bien al escribir que cuando leíste todo lo que puse en mi carta<br />

sobre la condenación y admisión de los maximianenses, te sentiste muy afectado. Lo creo:<br />

veo cabalmente la causa que ha debido impresionarte tanto. Veamos, pues, cuál es el<br />

motivo que ha calmado esa tu conmoción.<br />

Dices que inmediatamente hiciste una diligente investigación ante vuestros obispos y que<br />

por sus informaciones conociste el decreto del concilio, la sentencia pronunciada contra los<br />

que fueron condenados y el sucederse de los hechos. Después, como creíste que yo<br />

ignoraba lo que había tenido lugar, me amonestabas a que conociera lo que dice la<br />

verdad, y así me contaste cabalmente, no lo que contiene la verdad, sino lo que los<br />

vuestros ponen en lugar de la verdad a los incultos y a los descuidados.<br />

Dices que cuando el error de Maximiano trataba de atraerse a cuantos más obispos mejor,<br />

los vuestros reunieron el concilio contra todos aquellos que habían persistido en el cisma,<br />

y dictaron la sentencia que mencionas que he leído yo también. Confirmada esta sentencia<br />

con el consentimiento de todos, pareció bien que se concediera por decreto del concilio un<br />

plazo de tiempo, dentro del cual se consideraría inocente al que hubiera querido<br />

corregirse. Y así sucedió que no sólo los dos que he citado sino también otros muchos<br />

fueron devueltos a la Iglesia purificados e inocentes.<br />

Tú piensas que el bautismo de éstos no debió anularse porque, restituidos dentro del plazo<br />

señalado, no quedaron sometidos a la sentencia definitiva, ni cuando bautizaban estaban<br />

separados de la Iglesia, es decir, no estaban aún excluidos por la fecha tope del plazo.<br />

Aquí, en la falsedad de tu relato, ya que no cité sólo tus opiniones, sino hasta tus mismas<br />

palabras, admiro tu ingenio, admiro tu espíritu en lucha contra el ingenio. Jamás se ha<br />

manifestado mejor en parte alguna el poder que tiene el prejuicio de la presunción<br />

humana, ya para no percibir la verdad más manifiesta, ya para afirmar la falsedad más<br />

descarada.<br />

¿No ves que has puesto una contradicción tan clara que apenas puede creerse que un<br />

mismo hombre haya podido afirmar ambas cosas? Afirmas que se dio una sentencia contra<br />

todos los que hubiesen persistido en el cisma de Maximiano, y que pareció bien conceder<br />

un plazo de tiempo, dentro del cual se consideraría inocente al que hubiera tenido a bien<br />

corregirse. ¿Cómo dices también tú que éstos no han bautizado fuera de la Iglesia antes<br />

de corregirse de ese cisma? Según eso, cuando estaban con Maximiano ¿no estaban fuera<br />

de la Iglesia? ¿Te has dado cuenta de lo que dices? ¿Encuentras por dónde salir, adónde<br />

refugiarte, dónde esconderte?<br />

Inconsecuencias de Cresconio sobre la sentencia del concilio<br />

y el plazo concedido<br />

XXIX. 36. Ves, en verdad, que al intentar defender errores manifiestos ajenos no<br />

consigues sino añadir los tuyos, aún más manifiestos. Ea, lee tus palabras, yo las cito<br />

textualmente como las has escrito: "Cuando el error de Maximiano intentaba reunir a<br />

cuantos más obispos mejor, los nuestros reunieron un concilio contra todos los que habían<br />

permanecido en su cisma y dictaron la sentencia, que mencionas haber leído tú también.<br />

Confirmada esta sentencia con el consentimiento de todos, sin embargo -dices tú- pareció<br />

bien que se concediese un plazo, por decreto del concilio, dentro del cual se reconocería<br />

inocente al que hubiera tenido a bien corregirse".<br />

Al decir esto ¿no cierras tus ojos contra ti, para no advertir que todos aquellos que<br />

merecieron que el concilio dictara sentencia contra ellos porque estaban unidos a<br />

Maximiano, antes de corregirse dentro del plazo, se encontraban dentro del cisma? Luego<br />

allí bautizaban también. Dime, por favor: ¿Por qué arrojas sobre las cosas evidentes una<br />

vaga neblina que luego disipas con una no menor claridad de tus palabras?<br />

Pues yo digo que Pretextato y Feliciano, consagrantes de Maximiano, bautizaron en el


cisma sacrílego que cometieron y que los bautizados por ellos fueron recibidos con ellos<br />

sin anulación del bautismo que habían dado en el cisma, que habían administrado como<br />

sacrílegos, que habían recitado la fórmula sagrada con su boca llena de maldición, con sus<br />

labios con veneno de áspides. Tales son las cosas que se dicen contra ellos en la sentencia<br />

que no niegas que fue dada contra ellos.<br />

Sólo vuelve a la Iglesia quien se ha alejado de ella<br />

XXX. 37. A esto respondes tú que no fueron sólo estos dos que cito, sino que hay otros<br />

muchos que volvieron a la Iglesia inocentes y purificados dentro del término del plazo. Con<br />

esta observación me ayudas, afirmas conmigo la verdad y disipas la niebla que tratabas de<br />

extender. Al decir que volvieron a la Iglesia, confiesas abiertamente que habían estado<br />

fuera de la Iglesia. Luego donde estuvieron antes de retornar a la Iglesia, allí bautizaron;<br />

luego el bautismo que dieron estuvo fuera de la Iglesia.<br />

Intentas liberarte de este enredo desenredable, y de nuevo quedas envuelto en sus<br />

pliegues. Tú dices que el bautismo no debió anularse precisamente porque, restituidos<br />

dentro del plazo señalado, no quedaron afectados por la sentencia definitiva. ¿Cómo<br />

entonces dices que antes de ser restituidos no estuvieron separados de la Iglesia quienes<br />

confiesas fueron restituidos a la Iglesia antes del día del plazo? Si somos hombres, si<br />

tenemos siquiera algo de razón, algo de inteligencia, si no hablamos como bestias a otras<br />

bestias, como troncos y piedras a otros troncos y piedras, no sólo en mis palabras, sino<br />

también en las tuyas, resalta, aparece, queda claro que los vuestros no se atrevieron a<br />

anular el bautismo dado en el sacrílego cisma de Maximiano: los mismos que no dudan en<br />

negar el nombre de cristiano, exorcizar, rebautizar a los bautizados en las Iglesias que con<br />

la gracia del Señor propagaron con su propio trabajo los apóstoles. Tú lo dices, tú lo<br />

escribes; óyete si no a ti mismo, léete a ti mismo; tú dices, tú escribes que en el concilio<br />

convocado por los vuestros se dictó sentencia contra todos aquellos que habían persistido<br />

en el cisma de Maximiano; tú dices, tú escribes que en esa sentencia confirmada con el<br />

consentimiento de todos pareció bien conceder un plazo, dentro del cual, si alguno quería<br />

corregirse, sería tenido como inocente; tú dices, tú escribes que no fueron sólo los dos que<br />

cito, sino que otros muchos se volvieron a vuestra Iglesia purificados e inocentes; tú dices,<br />

tú escribes que no se debió anular el bautismo porque, restituidos dentro de la fecha<br />

señalada, no quedaban afectados por la sentencia definitiva.<br />

Lectura irónica de la sentencia del concilio de Bagái<br />

XXXI. 38. ¿Cómo, cómo una causa tan mala ha prevalecido en un ingenio tan bueno,<br />

hombre sensato, hombre erudito? Aquellos contra quienes se pronunció dicha sentencia<br />

porque, como tú mismo afirmas, persistían en el cisma de Maximiano, antes que, como<br />

dices, se reintegraran, celebraban misterios donde estaban, allí bautizaban y, para usar las<br />

palabras de aquel concilio plenario, allí calentaban lentamente los frutos nocivos de una<br />

raza de víboras, allí los deseos de sus crímenes engendraban los fetos del crimen público y<br />

de su parricidio, allí llevaban en su vientre la injusticia, concebían el dolor y daban a luz la<br />

iniquidad; allí ya, no como en confusa selva de crímenes, se les señalaban sus nombres<br />

para el castigo; allí, pasado para ellos el límite a que alcanzaba la clemencia, la causa<br />

descubría a los que tenía que castigar; hasta allí la ola de la verdad había lanzado contra<br />

ásperos escollos los miembros náufragos de éstos; allí estaban llenas las orillas, como<br />

sucedió con los egipcios, de los cadáveres de los muertos sin que encontrasen sepultura<br />

32 ; allí el rayo de la sentencia había expulsado del gremio de la paz no sólo a Maximiano,<br />

émulo de la fe, corruptor de la verdad, enemigo de la madre Iglesia, ministro de Datán,<br />

Coré y Abirón, ni la muerte justa, originada por su crimen, le condenaba sólo a él, sino que<br />

arrastraba también a la complicidad de su crimen a muchísimos con la cadena del<br />

sacrilegio; allí estaba bajo los labios de éstos el veneno de los áspides, allí estaba su boca<br />

llena de maldición y amargura, allí sus pies veloces para derramar sangre, allí la aflicción e<br />

infortunio en sus caminos, allí no conocían el camino de la paz ni tenían ante sus ojos el<br />

temor de Dios 33 ; allí yacían los miembros despedazados, que había corrompido de tal<br />

modo la podredumbre pestífera, que encontrara más alivio en la amputación que remedio<br />

en la condescendencia; allí estaban los reos del célebre crimen, Victoriano de Carcabia, y<br />

los otros once con él, entre los cuales se cita a Pretextato de Asuras y Feliciano de Musti,<br />

de cuya readmisión tratamos, que estando presentes habían consagrado a Maximiano,<br />

esto es, con su obra funesta habían formado un vaso inmundo con el amasijo de fango,<br />

donde los clérigos de Cartago hicieron de alcahuetes para una especie de criminal incesto


de categoría tan subida.<br />

Estos son los ministros de los sacramentos que antes de corregirse, antes de seros<br />

devueltos y restituidos, bautizaron en el cisma de Maximiano; después que tales ministros<br />

de los sacramentos fueron corregidos, devueltos y restituidos, los vuestros no han<br />

rebautizado.<br />

No hubo plazo para Pretextato y Feliciano<br />

XXXII. 39. ¿Por qué prevalece en vosotros sólo la hostilidad? Atended ya, escuchad ya la<br />

verdad. ¿Por qué se nos lanzan las vanísimas nieblas del plazo concedido?<br />

No se concedió a aquellos de quienes se dijo: "Sabed que han sido condenados", de<br />

quienes también se anunció cómo eran, qué habían hecho, por qué era necesario<br />

condenarlos ya sin plazo alguno, puesto que habían estado presentes y habían consagrado<br />

a Maximiano imponiéndole las manos; esto es lo que significaron al decir que con su obra<br />

funesta habían formado un vaso inmundo con el amasijo del fango.<br />

En cambio se otorgó un plazo a los que no estuvieron presentes en la consagración de<br />

Maximiano, aunque estaban en su sociedad y su cisma, precisamente porque no le<br />

impusieron las manos al estar ausentes; así se distinguen de los que le consagraron y<br />

condenados por la misma sentencia del concilio. En efecto, después de haber dicho:<br />

"sabed que aquéllos", cuyos nombres citaron, "han sido condenados", añaden: "Hemos<br />

permitido retornar a la madre Iglesia a aquellos a quienes no mancharon los renuevos del<br />

brote sacrílego".<br />

¿Hay algo más sencillo, más neto, más claro? De aquéllos dicen: "Sabed que los reos del<br />

célebre crimen, que con su funesta obra de perdición han formado un vaso inmundo con el<br />

amasijo de fango, han sido condenados"; mientras que de éstos dicen: "Hemos permitido<br />

retornar a la madre Iglesia a aquellos que no mancharon los renuevos del brote sacrílego,<br />

esto es, que apartaron sus propias manos de la cabeza de Maximiano por un recato<br />

pudoroso de la fe". Y como dos de aquellos condenados fueron recibidos después<br />

conservándoles su cargo, no se encuentra cómo defender esto sino afirmando que el plazo<br />

fue concedido a todos.<br />

Los donatistas han reconocido el bautismo dado fuera de la Iglesia<br />

XXXIII. 40. Ea, demos que se ha concedido a todos ese plazo. Cuantos volvieron de<br />

aquel cisma a vosotros, antes de volver, en él estuvieron, en él bautizaron; y al volver de<br />

él a vosotros sin detrimento de su cargo ni anulación del bautismo, si hay algo de<br />

vergüenza, os han tapado la boca. Al preguntar nosotros dónde estaban antes de volver a<br />

la Iglesia, como tú dijiste, y de reintegrarse en el plazo señalado, ¿qué otra cosa os fuerza<br />

la realidad a responder sino "en el cisma de Maximiano", por causa del cual se pronunció<br />

aquella sentencia contra todos? En él bautizaron a aquellos en quienes al volver a vosotros<br />

no os atrevisteis a anular el bautismo, y os visteis obligados a reconocerlo.<br />

Así es que por vuestra propia acción, por vuestra obra, por vuestro propio juicio, con toda<br />

razón y justicia se concluye contra vosotros que debe reconocerse el bautismo de Cristo<br />

aunque haya sido dado fuera de la Iglesia, y por ello nosotros lo reconocemos<br />

piadosamente en los vuestros, vosotros lo anuláis impíamente en los nuestros.<br />

Concesión del concilio de Bagái<br />

XXXIV. 41. Quizá te pesa haber escrito tales palabras que ponen tan de manifiesto esta<br />

verdad, ya que dijiste: "Sucedió que ellos se reintegraron a la Iglesia, y al volver antes de<br />

la fecha establecida no cayeron bajo la sentencia definitiva". De esta suerte se te podría<br />

responder: "¿Cómo se reintegraron a la Iglesia, cómo se restablecieron en ella, si no se<br />

habían separado de ella? Y si estaban separados, ¿cómo bautizaban?"<br />

Pero ¿qué otra cosa ibas a decir sino lo que habías oído de los que consultaste, cuando por<br />

este motivo te sentiste tan afectado por mi carta? Y quizá te reprueben y te reprendan por<br />

haber dicho incautamente esas palabras. Eso sí, hay un medio que te defienda en gran<br />

manera contra ellos y alivie tu tristeza. También ellos pusieron tales expresiones en el<br />

decreto del mismo concilio.


Por eso, si, leída esta nuestra obrita, quisieran responder que a ellos no les prejuzgan las<br />

palabras de un laico suyo, les leeremos de inmediato sus propias palabras: "Hemos<br />

permitido retornar a la madre Iglesia a aquellos a quienes no mancharon los renuevos del<br />

brote sacrílego, esto es, que apartaron sus propias manos de la cabeza de Maximiano por<br />

un recato pudoroso de la fe".<br />

Cuando a éstos se les pregunta: "Esos a quienes permitisteis tornar a la madre Iglesia, ¿<br />

dónde estaban antes de volver?, se sienten apremiados de modo semejante a como tú lo<br />

estabas poco antes por las palabras que usaste. ¿Dónde tendrán que responder que<br />

estuvieron sino en el cisma de Maximiano? Pero pretendan que estuvieron donde les<br />

parezca bien, lo cierto es que aquellos a quienes se les permitió tornar a la Iglesia no<br />

estaban en la Iglesia. Luego bautizaron fuera de la Iglesia, y bautizadores y bautizados<br />

tornaron juntos a la Iglesia, sin que aquéllos perdieran los cargos que habían ejercido<br />

fuera ni los otros el bautismo que fuera habían recibido.<br />

Cresconio se mostró algo más prudente que los obispos del concilio<br />

XXXV. 42. Tú ciertamente, cuanto pudiste en una mala causa, hablaste con cautela, al<br />

decir: "Pareció bien conceder por el decreto del concilio un plazo de tiempo, dentro del<br />

cual, si alguno hubiera querido corregirse, fuera tenido como inocente". Ellos, en cambio,<br />

no mencionaron que debían corregirse aquellos a quienes se había dado ese plazo, sino<br />

que, cuando prorrogan el plazo, hablan de ellos como si hubieran estado limpios e<br />

inocentes en compañía de Maximiano. ¿Qué quieren decir con aquello: "Hemos permitido<br />

retornar a la madre Iglesia a aquellos a quienes no mancharon los renuevos del brote<br />

sacrílego" sino: "Hemos permitido volver a la Iglesia a los que no manchó el consorcio con<br />

Maximiano?" Y esto es poco aún; repara en lo que añaden: "Cuanto nos sentimos<br />

purificados con la muerte de los reos, otro tanto nos congratulamos con la vuelta de los<br />

inocentes". ¿Por qué dices tú que pareció bien conceder un plazo de tiempo, dentro del<br />

cual, si alguno quería corregirse, sería tenido como inocente, cuando ves que ha sido<br />

concedido a los limpios e inocentes? Claro, tú temiste no te fueran a decir: "¿Cómo se<br />

daba un plazo a los que no había manchado Maximiano?" Por eso juzgaste que aquéllos<br />

debían corregirse dentro del plazo. Aquéllos temieron que se les dijese: "¿Por qué habéis<br />

querido recibir en sus cargos a personas manchadas?" Por eso dijeron que habían<br />

concedido un plazo a los limpios.<br />

Los donatistas, en contradicción<br />

XXXVI. 43. Por consiguiente, temisteis cada uno lo vuestro, pero se refuta mutuamente lo<br />

de cada uno.<br />

A ti se te dice: "¿Cómo piensas que se han de corregir quienes proclaman los tuyos<br />

mismos que están limpios?" Y a ellos se les dice: "¿Cómo afirmáis estar sin mancha<br />

quienes, aunque no impusieron sus manos sobre la cabeza de Maximiano, se mancharon al<br />

comulgar con su cisma?"<br />

¿Qué espíritu, qué fuerzas, qué lengua serán suficientes para expresar dolor tan<br />

intolerable? Para reponer el desgarrado partido de Donato, no ha manchado en África<br />

Maximiano a sus socios africanos; para no dejar que los ramos cortados tornen a la raíz de<br />

la unidad, Ceciliano ha manchado desde África a tantos y tan alejados pueblos.<br />

¿Qué mancha: un pecado o una fecha?<br />

XXXVII. 44. Desde la fecha del concilio de Bagái, esto es, el veinticuatro de abril, hasta el<br />

día de la demora otorgada, esto es, el veinticinco de diciembre, se cuentan ocho meses.<br />

En este tan largo intervalo de tiempo, ¿los que habían recibido ese plazo se manchaban<br />

con la sociedad del condenado Maximiano o no se manchaban? Si se manchaban, ¿cómo<br />

se dice: "Hemos permitido retornar a la madre Iglesia a quienes no mancharon los<br />

renuevos del brote sacrílego"? Si no se manchaban, ¿cómo pudo el contagio de pecados<br />

ajenos desconocidos, por no decir inventados, mancharnos a nosotros y a todos los<br />

pueblos cristianos que están por todas partes?<br />

"Pero -dices tú- se les concedió un plazo; si no volvían antes de que caducase, quedarían<br />

manchados e incurrirían en la pena de la condenación". Por consiguiente, lo que les<br />

manchaba no era el pecado de estar en aquella sociedad, sino la fecha establecida. Si pues


no se hubiera fijado una fecha, permanecerían sin duda inmaculados.<br />

¿En qué se ha portado mal con vosotros el orbe de la tierra? ¿Por qué lo presentáis<br />

manchado con pecados ajenos, sin haberle señalado una fecha de plazo, si tenéis tal poder<br />

que los hombres se asocian con los pecadores cuando quieren, pero quedan manchados<br />

cuando queréis vosotros? Eran inocentes y limpios los que recibían en el partido de<br />

Maximiano un plazo, y si dentro de él volvían a vosotros, quedaban a salvo los títulos<br />

íntegros de su honor y su fe; pero si pasaba esa fecha sin que hubieran vuelto, entonces,<br />

como manchados, como malvados, como perdidos, incurrirían en la pena de la<br />

condenación; entonces serían humillados, degradados por la penitencia.<br />

¡Oh sorprendente razonamiento de hombres que proclaman de antemano no ya, como<br />

reza el viejo proverbio, "Es santo lo que queremos nosotros", sino aún más: "Cuando<br />

queremos y mientras queremos!" Si le acontece a alguno de los vuestros orar con<br />

nosotros en una nave, se le considera ya un manchado, un traditor. Comulgan en el<br />

mismo altar los que condenaron a Primiano con Maximiano corruptor de la verdad,<br />

enemigo de la madre Iglesia, ministro de Datán, Coré y Abirón, y durante ocho meses<br />

permanecen inocentes y limpios. Por consiguiente, si algunos de ellos se reintegraron en<br />

vuestra comunión el día veinticuatro de diciembre, os congratulasteis por la vuelta de<br />

inocentes, es decir, de aquellos a los que no mancharon los renuevos del brote.<br />

¿Qué beneficio os reportaron tantos días de ocho meses, desde el veinticuatro de abril al<br />

veinticinco de diciembre 325, pues los habéis santificado hasta el punto de que quienes se<br />

unieran a la comunión del sacrílego y condenado Maximiano no se mancharan ni se<br />

hicieran culpables?<br />

¿Y en qué os ha molestado el día tan santo del nacimiento de nuestro Señor para que con<br />

sola la llegada y tránsito manchase a los inocentes y el bautismo de Cristo permaneciera<br />

santo en cuantos bautizaron en aquel cisma durante todos aquellos días y se hiciera<br />

inmundo por el nacimiento de Cristo?<br />

Temeridad, obstinación y falta de lógica<br />

XXXVIII. 45. ¿Qué no osará la temeridad humana cuando se precipita en la aceptación<br />

de un error impío, que siente vergüenza de abandonar a causa de la vanidad y no la siente<br />

de defenderla contra la verdad? Pero qué más podemos decir sobre esto, donde el más<br />

obstinado, endurecido contra las voces de la razón, tiene que confesar que aquellos de<br />

quienes se dice: "Se reintegraron a la Iglesia y se han restituido antes de la fecha<br />

señalada" -palabras escritas por ti-; que aquellos finalmente de quienes se dice: "Les<br />

hemos permitido volver a la madre Iglesia", "nos congratulamos de la vuelta de<br />

inocentes", "y para que el tiempo escaso no quite por la urgencia del día restringido la<br />

esperanza de la salud a los que vuelven, les abrimos de par en par la puerta hasta el día<br />

de la admisión, a fin de que al regresar tengan los títulos íntegros de su honor y de su fe.<br />

Y si alguno no puede franquearla por su indolente pereza, se dará cuenta de que le ha<br />

desaparecido el camino a toda entrada de perdón"; "y a los que vuelven después de la<br />

fecha señalada les queda fijada la penitencia" -palabras que los trescientos diez inculcaron<br />

tantas veces en su sentencia-, es preciso, repito, que cualquier adversario confiese que<br />

estos de quienes se dicen estas cosas, antes de reintegrarse a vosotros, antes de ser<br />

restituidos a vosotros, antes que tornaran a vosotros, no habían estado con vosotros,<br />

habían bautizado fuera de vuestra comunión en el cisma con que se habían separado de<br />

vosotros. Vueltos de allí a vosotros y restituidos a los puestos de donde se habían alejado<br />

de vosotros, volviendo y regresando a vosotros desde el lugar en que estaban fuera de<br />

vosotros, mantuvieron sin detrimento sus cargos e introdujeron con ellos a sus bautizados<br />

que no serían rebautizados.<br />

Pretextato y Feliciano no volvieron dentro del plazo<br />

XXXIX. 46. ¿Por qué te empeñas aún en suministrar defensa tan pertinaz a causa tan<br />

detestable? Cede ya de una vez, no digo ante mí, sino ante la verdad que os declara<br />

convictos. Ve cuán verdadero es lo que dije, y que tú has tratado inútilmente de demoler:<br />

"qué sacrificios tan grandes hay que soportar, por la paz"; y -para usar de las mismas<br />

palabras de que me serví en aquella carta-: "Por la paz de Cristo volved a la Iglesia, que<br />

no ha condenado nada sin conocerlo, si por la paz de Donato os pareció bien retirar<br />

vuestras condenas". Si de aquellos doce que condenaron sin plazo, junto con Maximiano,


ecibieron después a Feliciano y Pretextato, ¿cómo puede ser falso que retiraran las<br />

condenas? Y si se les concedió el plazo a aquellos de quienes dijeron: "Sabed que están<br />

condenados", aunque ninguno de ellos volviera después, les plugo revocar las condenas,<br />

cuando tras la sentencia en que se dijo: "Sabed que están condenados", se les otorgó el<br />

plazo por el que pudieran retornar, quedando sin valor la condena.<br />

Sería suficiente con todo esto, aunque fuera verdad lo que dices que aprendiste de tus<br />

obispos cuando te sentiste tan afectado por esta causa de los maximianenses; pues, ¿qué<br />

vas a hacer al resultar que es falso?<br />

Investiga o, si te es posible, mira la fecha de las actas proconsulares en la que Ticiano<br />

presentó su demanda contra Feliciano y Pretextato para que fueran expulsados de sus<br />

sedes, y ve cuánto tiempo pasó después de terminado el plazo. El concilio de Bagái tuvo<br />

lugar en el tercer consulado del augusto Arcadio y segundo de Honorio, el veinticuatro de<br />

abril, y el plazo iba desde esa fecha hasta el veinticinco de diciembre; la demanda de<br />

Ticiano fue presentada después de este consulado, el día cuatro de marzo.<br />

Más datos sobre lo mismo<br />

XL. 47. Por tanto, resulta que corría casi el tercer mes cuando se solicita del procónsul<br />

que Feliciano y Pretextato sean expulsados de sus sedes como colegas de Maximiano, que<br />

los había asociado a su furor. Cuando el citado abogado hubo dicho en la misma petición<br />

lo que le parecía suficiente sobre Maximiano, añadió: "También reprimió con una<br />

amonestación igualmente enérgica a aquellos que había atraído el error de la presunción<br />

ajena, ofreciéndoles primero el puerto del arrepentimiento, si deseaban volver dentro del<br />

plazo al camino que habían abandonado de la religión. Pero la iniquidad se complace en<br />

sus propósitos y no se abandona a sí misma, una vez que se ha desbocado en su<br />

precipitación. Pues el mismo Maximiano fomenta su inicial audacia y asocia a otros a su<br />

furor. Entre ellos se encuentra cierto Feliciano, que siguió primero el camino recto y luego<br />

se deja ofuscar por la contaminación de esa depravación; residiendo en la ciudad de Musti,<br />

pensó que había de retener con una especie de ocupación militar los muros consagrados al<br />

Dios omnipotente, la venerable Iglesia. A éste le imita también Pretextato en la región de<br />

Asuras".<br />

¿Has visto las palabras tan brillantes y manifiestas del abogado, en las que dice que estos<br />

de quienes tratamos han de ser expulsados de sus sedes eclesiásticas por haber<br />

menospreciado el puerto del arrepentimiento que se les ofreció, ya que la iniquidad se<br />

complace en sus propósitos una vez que se ha desbocado en su precipitación? Aunque<br />

pudiera ocultarse la fecha de las actas, aun al más obtuso espíritu aparecería claro que no<br />

se acudiría así al poder proconsular si aquel concilio no los hubiera condenado sin<br />

concederles plazo alguno, según aparece con toda claridad, o si hubieran querido<br />

reincorporarse a vosotros dentro del plazo, si se hubiera concedido a todos.<br />

Ahora bien, la fecha de las actas hiere los ojos y los oídos del más obstinado, demostrando<br />

que ellos, aun pasada la fecha del plazo, no se hallaban en vuestra comunión y se habían<br />

adherido a Maximiano, de tal modo que por esto se solicitó contra ellos la autoridad de un<br />

poder judicial tan temible. ¿Qué se contesta a esto? ¿Por qué lucha aún contra una verdad<br />

tan evidente la sorprendente ceguera del descaro? ¿Por qué suscitan aún tal frenesí contra<br />

la unidad de Cristo aquellos que por la unidad de la parte de Donato quisieron mantener la<br />

concordia aun con sacrílegos condenados? ¿Por qué se reconoce con la debida veneración<br />

el bautismo de Cristo aun en el sacrílego cisma y se lo rechaza con impía presunción en<br />

tantos pueblos católicos, y se lo profana con la repetición sacrílega?<br />

Irónica confesión de un error por parte de Agustín<br />

XLI. 48. No quiero investigar cuánto tiempo pasó entre la fecha en que Feliciano y<br />

Pretextato fueron acusados tan duramente por boca de Ticiano y la fecha en que fueron<br />

recibidos en vuestra comunión. Basta con ver que la demanda demuestra que, mucho<br />

después de expirar la fecha del plazo, éstos estuvieron separados de vuestra comunión en<br />

el cisma de Maximiano, que vosotros los recibisteis después, que no les disminuisteis en<br />

nada sus cargos, y que temisteis anularles, como era de temer, el bautismo dado en el<br />

sacrílego cisma. ¿Podría acaso moverse contra nosotros en causa como ésta la lengua del<br />

más pertinaz, si se diera cuenta que se movía en la boca de un hombre y bajo la frente de<br />

un hombre?


Me equivoqué plenamente, lo confieso, en lo que escribí en aquella carta sobre la<br />

sentencia del concilio de Bagái. Esta es la frase: "Cuando se leyó ante ellos la sentencia<br />

que iba a ser decretada, la aclamaron a voz en grito; pero ahora, cuando ha sido leída por<br />

nosotros, han enmudecido". Tú dijiste la verdad: "He aquí cómo no callan", ya que el<br />

pudor y aun la desvergüenza puede callar en cosas tan manifiestas; la que no puede callar<br />

es la locura. No pienses que digo esto por ti, que has dado fe a tus obispos cuando<br />

mentían, ni por todos aquéllos -pues afectado en esta cuestión no pudiste consultarlos a<br />

todos-, sino por aquellos que, sabiendo la importancia y la fecha de lo que se trató ante<br />

los jueces contra Pretextato y Feliciano, tuvieron la osadía de decir lo que tú pusiste en tu<br />

carta, esto es, que Feliciano y Pretextato, reintegrados a vuestra comunión antes de la<br />

fecha del plazo establecido, no estaban sujetos a la sentencia definitiva. Si quizá ellos<br />

ignoraron esto, al menos ahora, al leer estas cosas, que calle el pudor, que calle el hombre<br />

más descarado, que quede sola la locura hablando contra verdad tan evidente. Y ella<br />

podrá quizá ser curada si la tienen a raya los sanos.<br />

Agustín no es un falso testigo<br />

XLII. 49. Mira ahora con qué derecho has dicho de mí: "El testigo falso no quedará<br />

impune", cuando tú pensabas que yo había mentido en este asunto de los maximianenses.<br />

No te respondo en el mismo tono; pues quizá hablaste influido por una incauta amistad no<br />

por haberlo fingido con un corazón taimado. Somos hombres; ¿qué vigilancia puede<br />

conseguir que, ya con el pensamiento, ya con la palabra, no resbalemos en algo? Pero no<br />

debemos hacernos sordos frente a la medicina de la corrección.<br />

El problema del contagio<br />

XLIII. 50. Ahora atiende a la facilidad que me suministra este asunto de los<br />

maximianenses para responder a las restantes partes de tu carta. Mira lo que te pareció<br />

habías de decir sobre nuestros traditores, aunque se demuestra que esto lo hicieron más<br />

bien los vuestros, cosa que he probado antes sobradamente en los tres volúmenes de la<br />

obra, y responde, si te es posible: ¿Pudo este crimen, sea de quienes fuera, contaminar a<br />

cristianos en la unidad de tantos pueblos, de regiones tan apartadas o de tiempos muy<br />

posteriores, si el crimen del sacrílego brote de Maximiano no pudo contaminar ya a los<br />

socios africanos, a los que, al concederles el plazo vuestros trescientos diez obispos,<br />

dijeron: "A los cuales no contagiaron los retoños del brote sacrílego", ya a vosotros<br />

mismos, que no sólo acogisteis con tan gran concordia a esos que llamasteis inocentes,<br />

sino también a los ya condenados en aquel sacrilegio?<br />

51. Dices que los orientales tuvieron conocimiento de los crímenes de los traditores,<br />

cuando tú en África no lo tuviste del cisma de los maximianenses llevado a cabo en la<br />

capital del África hasta que, afectado por la lectura de mi carta, consultaste a vuestros<br />

obispos, y aun después de consultarlos no pudiste oír de ellos la verdad. Si los defiendes a<br />

ellos para no llamarlos mentirosos, concedes al menos que lo ignoraban, y, sin embargo,<br />

no permites que ni nosotros ni tantos y tan importantes pueblos de Oriente y Occidente<br />

ignoremos al menos la causa de Ceciliano, cuando éstos ignoran la de Pretextato y<br />

Feliciano, a quienes trescientos diez, es decir, todos o casi todos los obispos de la parte de<br />

Donato, han condenado, esto es, africanos a africanos en África, y han recibido, esto es,<br />

africanos a africanos en África.<br />

Del concilio de Sérdica nada se sigue contra los orientales<br />

XLIV. 52. Insertas el comienzo del concilio de Sérdica, e intentas probar con él que los<br />

obispos orientales, conocido el crimen de los traditores, entraron en comunión con el<br />

partido de Donato, es decir, con la única y gran prueba de que entre los obispos a los que<br />

escriben se encontró el nombre de Donato. Y, sin embargo, no se lee allí nada de que ellos<br />

hayan tenido conocimiento sobre los traditores de África. En verdad, este concilio -y esto<br />

debes saberlo- es un concilio de arrianos, que tú ya has nombrado entre otros herejes. Y<br />

suele leerse sin la adición del nombre de las ciudades, porque no es ésta la costumbre<br />

eclesiástica en las cartas que escriben unos obispos a otros. Por ello no sé de qué Donato<br />

se trata, y pienso si no lo habrán hecho cartaginés vuestras cartas, aunque también<br />

pudieron aquéllos, separados del África por tan amplios territorios, indagar, al tiempo de<br />

escribir, quién era el obispo de Cartago, y encontrar que era Donato. Y omito decir que<br />

quizá los herejes orientales intentaron de algún modo unirse con los herejes africanos.


Pero tú, espíritu prudente, al querer resolver la cuestión que se te podía proponer: "Si esto<br />

es así, es decir, que los orientales escribieron a vuestro Donato, cómo se disgregaron<br />

después de la comunión de los vuestros", respondiste diciendo: "Porque al recibir de<br />

nuevo a los vuestros, no pudieron mantener la constancia frente a la causa condenada. Y<br />

está escrito: El que se une a una prostituta se hace un solo cuerpo con ella".<br />

Ahí has lanzado ahora una atroz acusación contra los vuestros: no haber podido observar<br />

la constancia en este asunto de los maximianenses, condenando execrablemente a los<br />

sacrílegos, recibiendo honrosamente a los condenados. No pruebas en absoluto aquello<br />

apoyándote en los orientales; eso lo oyes sobre los vuestros, lo lees, lo ves y lo juzgas.<br />

No abandonar la Iglesia, aunque tenga "traditores"<br />

XLV. 53. Me mandas a mí abandonar la Iglesia de los traditores, cuya culpabilidad ni<br />

vosotros ante nosotros ni vuestros antepasados ante los nuestros habéis podido<br />

demostrar; si la demostrases ahora, condenaría su obrar criminal, pero no dejaría por su<br />

causa la sociedad católica constituida por tantos pueblos que no los conocen. Pero mira en<br />

qué consideración te apoyas para no querer que en nuestra comunión se haga memoria de<br />

aquellos difuntos cuyos hechos no hemos conocido, y, en cambio, vivan en vuestra<br />

comunión, sin degradación alguna, aquellos cuyos males habéis conocido, cuyos<br />

sacrilegios habéis condenado.<br />

54. Te atreves a decirme, hombre prudente: "El que te ha creado es un traditor",<br />

ignorando que es nuestro creador en cuanto cristianos el mismo que lo es en cuanto<br />

hombres, aunque no podrás dejar convicto de ser un traditor al que piensas que es mi<br />

creador. Pero yo no te devuelvo esa injuria; como tampoco digo que Feliciano es tu<br />

creador, ni el de tus hijos ni el de tus bisnietos, si están en el partido de Donato.<br />

Solamente, ya que me lo permites, te amonesto a que tu creador no te encuentre como<br />

desertor corriendo con impía vanidad en pos del nombre de un hombre.<br />

Luego te parece añadir con merecido aplauso: "De la fuente corre el río y los miembros<br />

siguen a la cabeza. Si la cabeza está sana, sano está el cuerpo, y si en ella hay alguna<br />

enfermedad o algún vicio, debilita a todos los miembros. Cuanto crece en el tronco, se<br />

relaciona con su raíz; no puede ser inocente quien no sigue la secta de un inocente, sobre<br />

todo estando escrito: No sigáis las normas de vuestros padres" 34 .<br />

En todas estas tus palabras paso por alto que no hay semejanza en lo que dices del cuerpo<br />

humano; puede ocurrir que duela el pie estando sana la cabeza, y que duela la cabeza<br />

estando sano el pie. También omito que se te ha pasado lo que dijiste antes: "También<br />

nosotros queremos esto, también lo aconsejamos: que Cristo sea la cabeza del cristiano",<br />

y ahora no sé a qué traditor quieres hacer cabeza de pueblos cristianos desconocidos, en<br />

los cuales no queréis reconocer el bautismo de Cristo dado y recibido, como si los<br />

bautizados no hubieran sido creados sino por aquel traditor. Paso por alto también cuánto<br />

me ayuda aquel testimonio que citaste de la Escritura y que decía a los judíos: No sigáis<br />

las normas de vuestros padres 35 , ya que cuantos quisieron observar entonces este<br />

precepto, como los santos profetas y los siete mil varones que no doblaron sus rodillas<br />

ante Baal, no se apartaron, sin embargo, de su pueblo y de los sacramentos comunes.<br />

Esto digo, esto inculco, repitiéndolo, te plazca o no te plazca, aunque te parezca soy<br />

pesado: Procura no hacer a Ceciliano, tantas veces absuelto, cabeza de nosotros sus<br />

posteriores, como yo no hago a Primiano, condenado por Feliciano, ni a Feliciano,<br />

condenado por Primiano, cabeza de vuestros descendientes.<br />

La ambigüedad de la persecución<br />

XLVI. 55. En cuanto a la animosidad originada en la persecución que os gloriáis de<br />

soportar de parte de las potestades terrenas por pertenecer al partido de Donato, aunque<br />

ya te he respondido muy abundantemente en los tres libros de la obra, no dejaré de<br />

decirte lo que se puede responder brevemente ajustándolo a este asunto de los<br />

maximianenses, aun a riesgo de que os recomendéis ante las gentes ignorantes e<br />

imprudentes sirviéndoos de ellas.<br />

Así se recomienda ante los vanos e ignorantes el mismo Maximiano, y así sus socios, que<br />

no pudieron ceder a las persecuciones que les causaban los vuestros, para que volvieran a<br />

su comunión. Pero quienes piensan sensatamente que no se deben tener en cuenta las


penas, sino las causas de los que soportan alguna molestia, comprenden que ellos han<br />

sufrido con toda justicia y derecho las sacudidas incluso de los juicios seculares por el<br />

crimen del sacrílego cisma, en el cual han sido condenados justa y debidamente por<br />

vosotros.<br />

No insisto tampoco en lo que pusiste en tu carta: que no fue Optato, sino el pueblo quien<br />

derribó, no la basílica, sino la madriguera de Maximiano. Aunque es incierto que la hicieran<br />

los vuestros, es cierto que él sufrió persecución, también allí, aunque no era justo, sino<br />

impío. Por donde te ves forzado a confesar que no se debe mirar lo que uno sufre, sino por<br />

qué lo sufre.<br />

56. Pero para mí es poco mostrar entre tanto, con este ejemplo de Maximiano, que no es<br />

justo sin más quien obteniendo y cubriéndose con el nombre de cristiano sufre<br />

persecución, cuando aun el sacrílego Maximiano la ha soportado, si no llego a hacerte<br />

confesar que los mismos hombres religiosos persiguen a los sacrílegos y los justos a los<br />

impíos, no ciertamente por afán de molestar, sino más bien por la necesidad de mirar por<br />

ellos. Y no quiero citar ejemplos del Antiguo Testamento, aunque tú dijiste que querías ser<br />

ilustrado también con los ejemplos proféticos; no voy a citar esos tan antiguos, pues<br />

pertenecieron a otra dispensación y a otro tiempo. Ya vuestros obispos, tras la revelación<br />

y recomendación en su debido tiempo de la mansedumbre -y conste que no la<br />

reconocemos justa, pero estando tú ahí y defendiendo tal causa te ves forzado a<br />

proclamarla justa-, vuestros obispos, repito, han perseguido a vuestros cismáticos.<br />

Maximiano fue perseguido por Primiano<br />

XLVII. 57. Yo no digo ya: "Maximiano padeció la persecución, Optato la llevó a cabo", ya<br />

que tú dices que vosotros ignorabais esto, y que la hizo en tales circunstancias que no<br />

pudo citar acta alguna; aunque en tiempos tan recientes, si se preguntase a las mismas<br />

ciudades, no podría negarla. Así es que no digo eso, pero sí digo: "Maximiano sufrió la<br />

persecución, la llevó a cabo Primiano", y leo las actas, y demuestro por ellas que la casa<br />

que defendía como propia Maximiano se la arrebató Primiano, por gestión encomendada,<br />

bajo el nombre de casa eclesiástica de los exorcistas, con el apoyo del legado Sacerdote,<br />

como indican las mismas actas. Que el juez haya obrado llevado por la justicia, no por el<br />

favor, es cosa que ni rechazo ni refuto. ¿Por qué entonces Primiano declaró en las actas<br />

del magistrado cartaginés, entre otras cosas que habían de acosarnos afrentosamente:<br />

"Ellos roban lo ajeno, nosotros dejamos en suspenso los bienes robados", cuando él mismo<br />

había robado lo ajeno si la casa era de Maximiano?; si Maximiano era más bien el que la<br />

había usurpado, ¿no había dejado en suspenso los bienes robados?<br />

Si ni siquiera quieres referir esto a la persecución, digo que vuestros obispos y vuestros<br />

clérigos han ejercitado la persecución contra los maximianenses que permanecían en<br />

aquellas sedes en que habían sido ordenados con anterioridad, que los acusaron ante los<br />

procónsules, que consiguieron mandatos, y que para llevar a cabo estos mandatos se<br />

habían ganado el concurso de los oficiales y la policía de las ciudades, de suerte que<br />

fueron aterrorizados, perturbados, expulsados, exhibidos como rebeldes aquellos que ya<br />

habían sido condenados por la severidad de la sentencia de Bagái, y cortados, con dolor<br />

concentrado, del cuerpo de vuestra comunión, para que el virus pestilente no contagiara a<br />

todos los miembros, y, sin produciros a vosotros ya peligro alguno por el morboso<br />

contagio de su comunión, retenían en perpetua posesión con los pueblos que les eran<br />

adictos los lugares y basílicas que no habían invadido.<br />

Persecución contra Salvio de Membresa<br />

XLVIII. 58. Lee lo que dijeron de ellos o contra ellos los abogados que los atacaban; qué<br />

crímenes sacrílegos les han achacado, con qué acusaciones tan apasionadas excitaron a<br />

las potestades; investiga lo que hicieron a Salvio de Membresa porque el hostigamiento de<br />

aquella persecución no pudo conseguir de él que se retirara del consorcio del crimen, y<br />

prefirió someterse a un interrogatorio y responder a sus perseguidores en el proceso<br />

consular, por la confianza, creo, de que sabía que sus adversarios no podían usar contra el<br />

juez de las leyes promulgadas contra los herejes sin quedar enredados a la vez ellos. Pero<br />

le falló este plan. Ante el entonces procónsul Serano prevaleció el favoritismo o quizá más<br />

el concilio de Bagái, que se citó allí contra el mismo Salvio. En una especie de<br />

interlocución demostró qué debía hacerse, esto es, o reintegrar a Salvio al grupo de los<br />

obispos de la comunión de Primiano o expulsarlo de su sede, a fin de que Restituto, a


quien Primiano había consagrado contra él, poseyera sin adversario todos los lugares que<br />

detentaba Salvio; sin embargo, expresó también en su misma sentencia previa que Salvio<br />

era objeto de persecución. Así se lee en las mismas actas: "El procónsul Serano dijo: Una<br />

querella entre obispos debe ser oída, según la ley, por obispos; los obispos han juzgado. ¿<br />

Por qué no te diriges para una satisfacción al coro de los ancianos, o, como dice la<br />

Escritura, vuelves la espalda a tus perseguidores?" ¿Qué te parece de esto? ¿Te parece<br />

bien llamar justo a este Salvio, a quien un procónsul, ante quien vuestro obispo Restituto,<br />

su adversario, lo acusaba, le da el consejo tomado de la Escritura de que vuelva la espalda<br />

a los perseguidores, puesto que se lee en el Evangelio: Cuando os persigan, huid? 36 Ves<br />

ciertamente qué figura de mártir o de confesor muestra ante los suyos Salvio, que,<br />

perseguido por Restituto, mereció oír eso del procónsul, y, sin embargo, tanto nosotros<br />

como vosotros lo tenemos por impío y sacrílego.<br />

Trato inhumano que dieron al anciano Salvio<br />

XLIX. 59. Ahora bien, cuando la sentencia del procónsul se comunicó a los de Abitina,<br />

ciudad vecina que ejecutaría la sentencia, logro de los vuestros, porque casi todos los de<br />

Membresa amaban a Salvio, cuesta decir qué hicieron los abitinenses a un hombre de<br />

edad tan respetable, porque no lo consignaron en las actas; pero como, al ser tan reciente<br />

el testimonio de las ciudades, es más explícito que todos los documentos, abordaré<br />

brevemente lo que pude descubrir allí durante un viaje.<br />

Salvio, apoyado en la multitud que estaba de su parte, aun después del dictamen del<br />

procónsul, había intentado poner resistencia a los abitinenses, en cuanto podía, por<br />

defender sus sedes; fue finalmente vencido y detenido, no para ser llevado al tribunal,<br />

donde se había pronunciado la sentencia entre las partes, sino para ser puesto en la picota<br />

con un lastimoso cortejo. Cogieron, pues, al anciano, le ataron al cuello cadáveres de<br />

perros, y danzaron así con él cuanto les plugo. Si tratara de amplificar esto con la<br />

elocuencia, ¿no mostraría que había que comparar este castigo casi con los tormentos de<br />

los reyes etruscos, que ataban cuerpos muertos a los vivos? Un hombre anciano que<br />

aspirase al rango de obispo, ¿no debería ser exterminado de la sociedad de los vivos y<br />

muertos, a juicio de todos, si ante la perspectiva de elegir necesariamente uno de los dos<br />

suplicios propuestos no eligió ser atado a cadáveres humanos antes que danzar con<br />

cadáveres de perros?<br />

Reflexiones y consecuencias de la enconada persecución contra Salvio<br />

L. 60. Considera ahora aquellas mis palabras que creíste haber refutado; mejor, no<br />

aquéllas, sino las que voy a decir en vez de aquéllas. He aquí que no digo: "Si no es lícito<br />

perseguir, Optato lo ha hecho", sino: "Si no es lícito perseguir, lo hizo Restituto". Y no<br />

digo: "Si quien soporta la persecución debe ser tenido como inocente, la soportó<br />

Maximiano", sino: "Si quien soporta la persecución debe ser tenido como inocente, la<br />

soportó Salvio". Leo las actas, repito las palabras que no te agradan: Restituto llevó a<br />

cabo la persecución, Salvio la soportó. ¿Quién de esos dos me responderás fue cristiano<br />

sino Restituto; quién sacrílego sino Salvio? Es preciso, pues, que quede orillado y que se<br />

rechace como no demostrado lo que dijiste sobre la inexistencia de una persecución justa,<br />

y lo otro que dijiste también: "¿Quién no quiere dar su asentimiento al testamento<br />

publicado, el que padece la persecución o el que la lleva a cabo?", ya que es justa la<br />

persecución que soportó Salvio y que llevó a cabo Restituto. Salvio sufrió la persecución,<br />

mas para ti Restituto es digno de alabanza, y Salvio, digno de condenación.<br />

Y no has de decir que sucedió eso en secreto o que podría ocultarse esto a Primiano,<br />

porque tuvo lugar en la ciudad en que él presidía como obispo, y en una ciudad de tal<br />

categoría, ante juez tan importante, que no podía pasar oculto ni para las otras ciudades.<br />

Si esto se debe considerar entre lo que acontece en secreto, ¿por qué no quieres que<br />

ignore el orbe de la tierra si Ceciliano, lo que Dios no permita, hizo algo mal en tiempo de<br />

la persecución, si Primiano pudo ignorar la persecución que padeció Salvio de parte de la<br />

persona que Primiano ordenó contra él, y en la misma ciudad en que tiene la primacía<br />

sobre sus colegas? Tienes que confesar, por tanto, quieras o no quieras, para no verte<br />

forzado a condenar a Restituto, a Primiano, al partido de Donato, que no sólo los injustos<br />

pueden soportar la persecución, sino que aun los justos pueden llevarla a cabo. O, si<br />

piensas que no debe llamarse persecución a la que se lleva a cabo justamente, no podrás<br />

probar que vosotros habéis sufrido la persecución de parte nuestra ni los vuestros de parte<br />

de los nuestros, y que más bien la soportamos nosotros de parte de vuestros clérigos y


circunceliones, quienes, con un corazón duro, sin entender ni soportar que nosotros<br />

miremos por su salud, se enardecen con tal furor contra nosotros, que me considero<br />

incapaz de enumerar, recordar, explicar con palabras lo que hacen contra nosotros.<br />

El objetivo de las leyes represivas<br />

LI. 61. Así pues, cuando un frenético maltrata al médico y el médico venda al frenético, o<br />

se persiguen mutuamente, o, si no hay persecución sino la que es mala, ciertamente no<br />

persigue el médico al frenético, sino el frenético al médico. Por consiguiente, vuestra<br />

crueldad y la audacia tan violenta llevada adelante por medio de vuestros circunceliones,<br />

satélites de vuestros clérigos, de todos conocida, debió ser reprimida por las leyes dadas<br />

contra vosotros y en cierto modo sujetada. Al mismo tiempo, al menos amonestados por<br />

el mismo terror, debíais pensar y enmendar el error en que os dividís frente a la unidad y<br />

paz de Cristo, como Feliciano y Pretextato, hostigados por el terror que les llegaba de<br />

vosotros a través de los mandatos de los poderes seculares -lo que no quiso hacer Salvio<br />

por su dureza y perversidad de corazón-, se corrigieron del cisma que habían hecho y<br />

tornaron a vuestra comunión y sociedad. Todo se corregiría si vosotros tornaseis a la raíz<br />

católica. Todo lo que se ha llevado a cabo contra vosotros, que haya podido sobrepasar la<br />

moderación de la caridad cristiana, no se debe imputar a la Iglesia católica, como yo no<br />

imputaría a Primiano lo que hicieron a Salvio los de Abitina.<br />

Cabe el acuerdo entre donatistas y católicos<br />

LII. 62. Por lo que se refiere después a las exageradas persecuciones que dijiste que ha<br />

soportado el partido de Donato, callando todo lo que hicieron los vuestros y afirmando<br />

muchas cosas no probadas en los nuestros, adujiste un testimonio de los Salmos y dijiste:<br />

"¿No se ha dicho de los que hacen estas cosas: Sus pies son rápidos para verter sangre, y<br />

no han conocido la senda de la paz?" 37 Estas mismas cosas y otras mucho más graves<br />

dijeron vuestros obispos en aquel concilio de Bagái contra Feliciano y Pretextato. Y<br />

ciertamente ellos no derramaron la sangre de nadie, no lanzaron ningún ataque de<br />

violencia corporal contra vosotros, pero los que decían estas cosas contra ellos juzgaban<br />

un crimen mucho mayor el que ellos vertieran la sangre espiritual por el sacrilegio del<br />

cisma. Por eso, si, tras palabras tan graves y duras contra ellos, pudisteis hacer la paz con<br />

ellos sin desdoro de sus cargos y honores, sin anulación del bautismo, no se debe<br />

desesperar que podáis poneros de acuerdo con nosotros.<br />

Debe estimularos mucho más a hacer la paz todo el orbe cristiano que Pretextato y<br />

Feliciano; porque si no os mancharon aquellos a quienes condenasteis con tan atroz<br />

acusación, mucho menos os puede manchar la unidad de tantos pueblos cristianos a<br />

quienes no habéis demostrado los crímenes de no sé qué africanos; lo que sí os mancha<br />

mucho es el crimen de haber separado vuestra sociedad de la sociedad de la Iglesia, que<br />

aporta en su favor tantos y tan importantes testimonios divinos.<br />

A estos testimonios divinos has osado contradecir con tu temeridad humana, cuando tú<br />

mismo, no sé cómo, te has visto forzado a confesar que "el mundo entero se está<br />

volviendo cada día al nombre cristiano".<br />

El reducido número no es criterio de verdad<br />

LIII. 63. Has osado, repito, resistir al Testamento de Dios, aunque dice el Apóstol: Un<br />

testamento humano, si está en debida forma, nadie puede anularlo ni añadir nada. Las<br />

promesas fueron hechas a Abrahán y a sus descendientes 38 . Tú no has tenido temor<br />

alguno de anular este testamento, de sobreañadirle el partido de Donato, y cuando Dios<br />

dice a Abrahán en el mismo testamento: Tu descendencia será como las estrellas del cielo,<br />

como las arenas del mar 39 , borras el texto y escribes encima el partido de Donato, en<br />

favor del cual no citas testimonio alguno, y dices: "Frecuentemente la verdad está en los<br />

pocos; el error es propio de la multitud". No comprendes en qué sentido dijo el Señor que<br />

son pocos los que entran por la puerta estrecha 40 , puesto que dijo que muchos de Oriente<br />

y Occidente se habían de recostar en el festín con Abrahán, Isaac y Jacob 41 , y en el<br />

Apocalipsis aparecen miles vestidos de blanco de todo pueblo, tribu y lengua que nadie<br />

puede contar 42 . Estos ciertamente son muchos en sí mismos, pero son pocos comparados<br />

con los muchos más que han de ser castigados con el diablo. Este buen grano, destinado<br />

para siempre a los divinos graneros, asociado por todo el mundo en la unidad del amor,<br />

tolera los ardores y la trilla de este mundo, ya por los escándalos y violencias de los


herejes, ya por los muchos que no viven rectamente cual paja que tiene en su interior, y<br />

que serán purificados en la última bielda.<br />

Pero, referente a todo esto, nada te viene mejor que la causa de los maximianenses. Si la<br />

verdad se halla con frecuencia en los pocos y errar es propio de la multitud, admite que<br />

cuanto son inferiores a vosotros por su pequeño número los maximianenses, tanto os<br />

superan en la verdad. Tú no lo admites; entonces no quieras gloriarte de vuestro reducido<br />

número en comparación con la multitud de las naciones cristianas, al igual que no quieres<br />

que los maximianenses se gloríen de su reducido número en comparación con vuestra<br />

multitud.<br />

La Iglesia no puede ser manchada por los "traditores"<br />

LIV. 64. En lo que se refiere a lo que cuentas sobre los traditores africanos, ¿no sabes tú,<br />

o no experimentas con tu corazón de hombre, sea como sea, cuán vano e inepto se torna<br />

un relato en un debate en que se busca la verdad si no se aporta prueba alguna? No<br />

consumiría en refutar esto esfuerzo alguno aunque no tuviera en la causa maximianense<br />

tan fácil compendio sin ningún rodeo.<br />

Tenemos las sagradas Letras: El Señor, el Dios de los dioses, habló y llamó a la tierra,<br />

desde donde sale el sol hasta el ocaso. De Sión sale el resplandor de su belleza 43 . Con<br />

este testimonio profético se armoniza el Evangelio, donde el mismo Señor dice de sí: Era<br />

preciso que Cristo sufriera y al tercer día resucitara de entre los muertos, y que en su<br />

nombre se predicara la penitencia para remisión de los pecados a todas las naciones,<br />

comenzando desde Jerusalén 44 . Lo que se dijo allí: Llamó a la tierra desde donde sale el<br />

sol hasta el ocaso, aquí lo expresó A todas las naciones; y lo del salmo: De Sión sale el<br />

resplandor de su belleza, se expresa aquí: Comenzando desde Jerusalén. Pues allí Cristo<br />

no sólo padeció, sino que también resucitó 45 , de allí subió al cielo 46 , allí el día de<br />

Pentecostés llenó del Espíritu Santo, enviado desde el cielo, a ciento veinte hombres que<br />

estaban reunidos 47 , allí recibió en su cuerpo un día tres mil creyentes y otro día cinco mil<br />

que se habían convertido 48 , desde allí se difundió y se difunde la Iglesia con sus frutos a<br />

toda la Judea, y a Samaria, y a todos los demás pueblos del orbe entero.<br />

Esto lo anunció a sus discípulos, y, estando para subir al cielo, les dijo: Seréis mis testigos<br />

en Jerusalén, en toda la Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra 49 . Esta es,<br />

pues, la Iglesia que comienza por Jerusalén y se difunde con tan evidente fecundidad por<br />

todas las gentes, hasta el punto que te obliga a ti mismo a confesar que "por la divina<br />

providencia el mundo entero se vuelve todos los días al nombre cristiano"; ésta, repito, es<br />

la Iglesia que a la voz del Señor, Dios de los dioses, es llamada desde la salida del sol<br />

hasta el ocaso; que no ha podido ser manchada en modo alguno por los traditores<br />

africanos que ella no ha conocido, si los retoños del brote del sacrílego Maximiano no<br />

mancharon a tantos colegas suyos, solamente por no haberles impuesto las manos en su<br />

consagración; y eso aunque le habían alabado a él, condenado por Primiano, y habían<br />

condenado a Primiano, bien que los constituidos en su cisma habían recibido un plazo para<br />

volver.<br />

Insiste de nuevo sobre el valor del grado positivo y comparativo<br />

LV. 65. Aún más, como dije: "Nosotros os objetamos a vosotros el crimen de la entrega<br />

con más probabilidad que vosotros a nosotros", me respondes que de este modo yo<br />

confesé que vosotros nos la objetáis con probabilidad, apelando a la regla del lenguaje<br />

según la cual "el comparativo aumenta lo que se ha puesto antes, no lo desaprueba", y<br />

añadiendo que como "bien" y "mejor", "mal" y "peor", "horrible" y "más horrible", así se<br />

encuentra "probable" y "más probable". De donde te parece que puedes sacar la<br />

conclusión y decir: "Si vuestra objeción es más probable, la nuestra es probable".<br />

Sobre ello te he dado, en su lugar, respuesta suficiente y quizá más que suficiente en la<br />

obra más extensa de los tres primeros libros y manifesté, por los libros en que aprendimos<br />

a hablar, cómo el grado comparativo no siempre aumenta lo que compara, y algunas<br />

veces desaprueba aquello con que se compara. Por eso se dice: "Los dioses dan lo mejor a<br />

los piadosos" 50 , y también: "Te deseo que con mejores auspicios..." 51 . Léelos con<br />

diligencia, tú mismo encontrarás muchos más casos. Pero ¿no te admiras, te ruego, de<br />

que no me han faltado ejemplos de esta clase de locuciones en este asunto de los<br />

maximianenses, a partir del cual establecí responderte a todo? En aquella tan elocuente y


illante sentencia del concilio de Bagái dice: "Se encontró una oportunidad más saludable<br />

para que el virus pestilente no se deslizara por todos los miembros, suprimir con un dolor<br />

concentrado la herida abierta".<br />

Ciertamente, según esa regla tuya, debieron decir "saludable" en lugar de "más<br />

saludable", ya que no era saludable sino pernicioso que el virus pestilente se deslizase por<br />

todos los miembros. Por tanto, era oportunidad más saludable suprimir con un dolor<br />

concentrado la herida abierta, aunque no fuese saludable, sino, por el contrario,<br />

destructivo que el virus pestilente se deslizara por todos los miembros. Así podemos<br />

objetaros más probablemente la entrega de los libros, sin que vosotros podáis<br />

objetárnosla probablemente.<br />

De nuevo, Silvano de Cirta<br />

LVI. 66. Contra Silvano de Cirta, vuestro obispo, dije que había sido traditor, y lo<br />

atestiguan las actas municipales, redactadas allí mismo, en Cirta, por el curador de la<br />

república Munacio Félix. Leemos escrito allí: "Cuando se abrió la entrada a la biblioteca, se<br />

encontraron allí armarios vacíos. Allí presentó Silvano un cofrecito y una lámpara de plata,<br />

que decía había encontrado detrás del cofre. Víctor de Aufidio le dijo: Muerto estarías si no<br />

las hubieses encontrado. Y al decirle el curador Félix: Busca con más diligencia, no sea que<br />

haya quedado algo, dijo Silvano: No queda nada aquí, todo lo hemos arrojado fuera. Tras<br />

leerse estos hechos en las actas del consular Zenófilo e incorporarlas entre otras muchas<br />

deposiciones de testigos, preguntó el consular: ¿Qué cargo tenía entonces Silvano en el<br />

clero? Víctor le contestó: Silvano fue subdiácono bajo el obispo Paulo, surgida ya la<br />

persecución.<br />

Para que no se dé fe a este testimonio tan evidente de las actas públicas, te parece que<br />

das un argumento convincente al recordar la sentencia que pronunció contra Ceciliano<br />

como castigando a los traditores; y concluyes que no pudo ser traditor quien apareció tan<br />

severo vengador del crimen de la entrega. Como si pudiera parecer alguien más severo<br />

que los desvergonzados viejos cuando se ensañaban con tal insistencia pidiendo la muerte<br />

de Susana, sintiendo su conciencia desgarrada por el crimen que fingían querer castigar en<br />

ella 52 . Pasemos esto por alto. ¿Y qué decís de Feliciano? ¿No condena ahora con Primiano<br />

el crimen que había cometido él junto con Maximiano, pero seguramente más corregido<br />

con una sentencia mejor, no más descarado?<br />

Si Silvano hubiese querido hacer otro tanto, no hubiera condenado la falsa entrega de<br />

Ceciliano, sino su propia verdadera entrega con la enmienda saludable y hubiera pasado a<br />

la inocencia de Ceciliano, si no como obispo, sí con su maldad corregida, si Feliciano pudo<br />

pasar, sin mancha suya ni de Primiano, con su dignidad episcopal al partido de Primiano, a<br />

quien había condenado siendo inocente, como Silvano había condenado a Ceciliano.<br />

67. Lo que dije: "No sé a qué traditores que inculpaban vuestros mayores debieron dejar<br />

convictos, si las inculpaciones eran verdaderas", no debes tomarlo como si ellos hubieran<br />

debido hacerlo ante su propio tribunal. En efecto, respondes que lo has hecho así, y por<br />

eso determinaron en juicio que los nuestros habían perdido el bautismo.<br />

Lee primero con atención lo que refutas, y o entiende lo que se dice o no trastrueques el<br />

sentido de lo que entiendes. Yo dije que estos traditores debieron quedar convictos, no<br />

ante los vuestros, sino ante las Iglesias transmarinas, a las cuales aparecían como<br />

inocentes los inculpados por los vuestros. Pues los mismos maximianenses piensan que<br />

condenaron a Primiano una vez convicto, pero no ante aquellos que, viviendo más lejos y<br />

muy ajenos al favor y la envidia, pudieran dar sobre él un juicio aplicable a todo el partido<br />

de Donato. Ahora bien, lo condenaron cien obispos, y lo dejaron para que lo absolvieran<br />

más de trescientos, ante los cuales incurrirían ellos mismos en el peligro de condena. Lo<br />

cierto es que ellos debieron atraer a su opinión a tan numerosos obispos para estar dentro<br />

con ellos y dejar fuera a Primiano si, condenado, hubiera rechazado la penitencia. Pero si<br />

no pudieran persuadir esto a un número tan superior de colegas y a tantas iglesias de su<br />

comunión esparcidas por toda el África, o anularan con mejor consejo su sentencia, en la<br />

cual pudieron equivocarse, como hombres que juzgan sobre un hombre, o, si habían<br />

conocido sin duda alguna los crímenes de él, que no podían persuadir a los restantes que<br />

eran muchos más, sería más prudente y paciente tolerar a un culpable a sabiendas que<br />

separarse con un cisma impío de tantos inocentes que ignoraban esto. Así mantendrían<br />

aquella opinión del bienaventurado Cipriano, rebosante de caridad y de piedad: "aunque


parezca que hay cizaña en la Iglesia, no debe impedir nuestra fe y nuestra caridad, de<br />

suerte que, por ver que hay cizaña en la Iglesia, nos separemos de ella". Y entonces<br />

aquéllos habrían sacado fruto si, purificados en el seno de la Iglesia católica, hubieran<br />

tolerado en ella las inmundicias que no pudieron separar antes del tiempo.<br />

Pero lo que decimos que debieron haber hecho ellos en esta sociedad de vuestro error,<br />

que pensáis que es la verdadera Iglesia, esto debieron hacer vuestros antepasados en<br />

aquella, claramente verdadera, en cuya unidad estuvieron, para no separarse de la misma.<br />

Pues como cualquiera de vuestro partido, ignorando completamente la causa de Primiano,<br />

lo creyó sin más inocente, aunque condenado por cien maximianenses, pero justificado<br />

ante tantos colegas suyos, así también en la comunión católica, a quien ignora la causa de<br />

Ceciliano, justamente se le persuade que es inocente quien no sólo en África sino también<br />

en el territorio de tantos pueblos cristianos pudo aparecer como inocente u ocultarse como<br />

culpable a la mayoría tan grande de los restantes obispos, entre los cuales o mereció ser<br />

absuelto por quien lo desconocía, o no mereció ser condenado por quien lo desconocía, o,<br />

absuelto contra la justicia por un juez corrupto, no pudo ser demostrada su culpabilidad a<br />

otros que no le habían juzgado. Vosotros os habéis separado con una ruptura sacrílega de<br />

la unidad de tantos y tan importantes pueblos cristianos que, no pudiendo ser jueces en<br />

esta causa, o ignoraron que hubiera habido jueces aquí, o si se había juzgado algo o qué<br />

se había juzgado, o creyeron más a los jueces elegidos que a los litigantes vencidos.<br />

En cualquier hipótesis, quedan vencidos<br />

LVII. 68. También por esto se pone de manifiesto con qué facilidad sois vencidos al haber<br />

elegido la última de las cuatro posibilidades que yo te proponía, aunque no podías elegir<br />

otra cosa. Dije, en efecto, que si se presentaban documentos sobre los crímenes<br />

referentes a la entrega por una y otra parte, o unos y otros son verdaderos, o unos y otros<br />

falsos, o los nuestros verdaderos y los vuestros falsos, o los nuestros falsos y los vuestros<br />

verdaderos. Demostré cuán fácil era nuestra victoria en las tres primeras posibilidades; en<br />

la cuarta o no entendiste bien que quedabais vencidos o, lo que yo más bien creo, para<br />

que los otros no lo entendieran, pensaste cubrirlo con no sé qué sombras y que había que<br />

discutir sobre la naturaleza de la argumentación; trataremos contigo de esto en otra<br />

parte, si fuere preciso, a fin de no gastar ahora un tiempo tan necesario para otros<br />

asuntos.<br />

Comparación entre Primiano y Ceciliano<br />

LVIII. 69. Por tanto, presta atención a ver si puedo demostrar esto también en aquel<br />

claro espejo vuestro, esto es, en el asunto de los maximianenses. Muertos todos aquellos<br />

que realizaron o ante quienes se llevaron a cabo estos hechos, puede ocurrir que algún día<br />

se trate la cuestión de la comunión entre vuestros sucesores y los de ellos. Ellos dirán que<br />

Primiano fue condenado por cien obispos o más, y alegarán primeramente la sentencia<br />

redactada en Cartago, y después la que se dictó contra él en Cabarsusa; los vuestros<br />

leerán, por el contrario, el concilio de Bagái. Reclamarán aquéllos que se les demuestre<br />

que fueron refutadas las acusaciones contra Primiano, contenidas en la sentencia de sus<br />

antepasados. Los vuestros dirán con mucha más razón: "Si estas acusaciones que lanzáis<br />

contra un muerto son verdaderas, probad que las presentasteis nuestros antepasados y<br />

que les demostrasteis que eran verdaderas. Si lo intentasteis y no pudisteis conseguirlo,<br />

no podían manchar a nuestros antepasados los crímenes ajenos, aunque verdaderos, que<br />

no les fueron demostrados; ¡cuánto más si ni siquiera intentasteis demostrárselos! Así,<br />

pues, ¿pudo pasar a nosotros la responsabilidad de aquella causa que, siendo ignorada y<br />

no demostrada, no pudo envolver ni a los mismos que vivían con Primiano? Por<br />

consiguiente, con luminosa verdad os demostramos a vosotros reos de cisma porque os<br />

vemos separados de nosotros, vuestros hermanos, por causa de crímenes ajenos, que no<br />

fueron demostrados a nuestros antecesores cuando debieron serlo".<br />

Si los pueblos y clérigos de estos lugares, de los cuales procedían los trescientos diez<br />

obispos que formaron el concilio de Bagái contra los maximianenses, pueden con toda<br />

razón decir esto; si lo han de decir, repito, africanos a africanos, los númidas y los moros<br />

tan numerosos a los pocos de Bizacena y de la Proconsular, con cuánta mayor razón el<br />

orbe de la tierra dirá estas cosas a los africanos acerca de los crímenes, aunque fueran<br />

verdaderos, de no sé qué traditores de África, sobre todo siendo tan numerosa la Iglesia<br />

católica aun en África, asociada por el vínculo de la unidad a los restantes pueblos, que en<br />

todo caso pueden clamar: "Los documentos de los crímenes ajenos, que intentas


demostrarme ahora, no hacen culpables a los pueblos de las naciones, a quienes no se<br />

demostraron cuando fue debido, ya porque no pudisteis, ya porque no os preocupasteis de<br />

ello. Si por crímenes ajenos me separara de esos pueblos inocentes en esta causa, no<br />

puedo considerarme inocente del crimen sacrílego de cisma. Por consiguiente, aunque<br />

podáis mucho y me demostréis que todo eso es verdad, nosotros no condenamos a los<br />

traditores muertos, no abandonamos a los inocentes vivos".<br />

70. Yo dije: "Si existieran documentos vuestros verdaderos, debíais haberlos demostrado<br />

a la Iglesia, esto es, a la Católica, a fin de que vosotros quedarais dentro y fueran<br />

expulsados los que habíais dejado convictos". ¿Por qué quisiste responder que la<br />

separación tuvo lugar porque nosotros fuimos arrojados fuera y los vuestros<br />

permanecieron en la Iglesia plenaria y católica?<br />

Si los maximianenses os repiten literalmente la frase, ¿no responderías sino que no<br />

merece la pena refutarlos, sino ridiculizarlos, ya que osan afirmar que son la iglesia plena,<br />

con menos de cien obispos, ante tan numerosa multitud al frente de la cual están más de<br />

trescientos, cuando por todas las regiones de África donde hay maximianenses no falta<br />

tampoco quien esté en comunión con Primiano, y por otras muchas más y extensas partes<br />

del África no se encuentra un maximianense si no es tal vez como viajero? La voz de la<br />

verdad prometió e hizo realidad una Iglesia desde donde sale el sol hasta el ocaso ¿con<br />

qué boca te atreves a llamar Iglesia plena al partido de Donato que no está presente más<br />

que en África, mientras que la verdadera lo está en tantas naciones y en África?<br />

"Ah, ¡pero el partido la ha echado fuera!" Por favor, no eches fuera esta voz; el hombre<br />

tiene la frente en el rostro, no bajo la axila. ¿Luego ésta largó fuera a aquélla? ¿No te das<br />

cuenta? Si es arrojada fuera aquélla, de la que dice Dios a Abrahán: En tu descendencia<br />

serán bendecidas todas las naciones 53 ; de la que se lee la predicción de que en los<br />

últimos días será manifiesto el nombre del Señor y vendrán a él todas las gentes 54 ; de la<br />

que se canta en la profecía: Se acordarán y se convertirán al Señor todos los confines de<br />

la tierra, y se postrarán ante él las familias de todas las gentes 55 ; de la que anuncia que<br />

fructificará y crecerá en todo el mundo 56 ; de la que dice el mismo Señor que se extiende<br />

por todos los pueblos, comenzando por Jerusalén 57 ; ¿no ves, digo, que si se echa a ésta<br />

fuera, se echa fuera con ella la Ley de Dios, los Profetas, los Salmos, los Apóstoles, el<br />

mismo Evangelio, en fin, todo el Testamento y el mismo Heredero?<br />

Los donatistas se excluyeron a sí mismos<br />

LIX. Si prestas atención a semejante impiedad, si te horrorizas, si te estremeces, mira<br />

dónde estáis y volved adentro, ya que no habéis enviado fuera, sino más bien os habéis<br />

echado fuera vosotros. Ved hasta dónde llega una apasionada ceguera. Se dice que<br />

Maximiano echó fuera a Primiano, y hace reír; se dice que el partido de Donato echó fuera<br />

las fatigas de los apóstoles que dan fruto y crecen a través del universo mundo, y esto nos<br />

hace estremecer.<br />

71. No te dejes engañar o no engañes. No advirtiendo lo que yo he dicho tantas veces, o<br />

disimulando que lo advertiste, afirmas que no es el grano del Señor la Iglesia que yo he<br />

presentado como católica de distinta manera a como la presenta la Escritura divina. Sólo<br />

el buen grano se guardará en el granero; ahora la Iglesia es triturada como una era con<br />

paja. Esto es lo que os urge y apremia, y si no os corregís, os aniquila; porque habéis<br />

dicho que no podéis tolerar la paja de esta era, que habéis mostrado sois vosotros, y<br />

tenéis la desfachatez de pretender que sois el grano limpio, y así, agitados con vanas<br />

calumnias, como levísimo polvo de la trilla lanzado al vacío, os salisteis de la misma era<br />

antes del último día de la bielda. En fin, vuestra es y no nuestra aquella voz plena de<br />

arrogancia y falsedad: ¿Qué hay de común entre la paja y el grano? 58 Esto lo dice<br />

Jeremías de los sueños y revelaciones de los falsos profetas; y Parmeniano lo pone como<br />

dicho de nosotros y vosotros. Pregunta también a Maximiano; no dirá otra cosa de sí. No<br />

es otro el tumor de la impía soberbia en cuantos se separan de la unidad de Cristo: se<br />

jactan de ser los únicos cristianos y condenan a los restantes, no sólo a los que conocen su<br />

querella, sino también a los que no han oído su nombre.<br />

Interpretación aventurada o falsa de una frase de Agustín<br />

LX. 72. Llegamos a lo que creíste haber dicho tan elegantemente. Cuando dije del<br />

Testamento de Dios: "Ahora léase, sea quien sea el que lo ha presentado", pensaste


habías de responder que esto contiene la confesión del crimen, y que yo dije: "Ahora<br />

léase, sea quien sea el que lo ha presentado", porque me consta que fue quemado por los<br />

nuestros y conservado y presentado por vosotros.<br />

Así, si confiado en la verdad quieres que Maximiano te presente el libro de la Ley para leer<br />

en él los casos de Datán, Coré y Abirón, que fueron tragados vivos por la tierra que se<br />

abrió a sus pies, y a los cuales le compara la sentencia de Bagái, ¿no se leerá contra él con<br />

tanto mayor motivo cuanto que se encuentra en su propio libro? Lo que yo dije: "Ahora<br />

léase, sea quien sea el que lo ha presentado", no es la confesión de un crimen, sino la<br />

confianza en la verdad. ¿Hay algo más ventajoso, algo más digno de resaltar que, si puede<br />

ocurrir, seas tú el que presentes lo que se lea contra ti? No porque yo no tenga texto en<br />

mi favor, sino porque al quedar convicto es más fácil y más seguro si tienes contra ti lo<br />

que cede en tu favor si te corriges.<br />

73. Has tenido también el gusto de reiterar vaciedades contra la universalidad de la<br />

Iglesia; también al respecto te voy a responder. Vosotros constituís en África el partido de<br />

Donato, del que aparece claro que se separó el partido de Maximiano, ya que no está<br />

presente en toda el África en que os halláis vosotros; vosotros, en cambio, no estáis<br />

ausentes de las regiones en que están ellos. También se produjeron otros cismas entre<br />

vosotros, como el de los rogatenses en la Mauritania Cesariense, el de los urbanenses en<br />

una región muy pequeña de la Numidia, y algunos otros, pero quedaron donde se realizó<br />

la ruptura. Y de aquí se ve claro que fueron ellos quienes salieron de vosotros, no vosotros<br />

de ellos, pues vosotros os halláis también en los territorios donde están ellos, mientras<br />

que a ellos, en cambio, por doquier andáis vosotros no se los encuentra sino como<br />

viajeros.<br />

Así sucede con la Iglesia católica, que, como dice Cipriano, ha extendido sus ramos con<br />

abundancia copiosa por toda la tierra 59 , en todas partes aguanta los escándalos de los<br />

que se separan de ella sobre todo por el vicio de la soberbia, los unos aquí, los otros allí y<br />

en otras partes, que hacen ostentación de su partido diciendo: El Cristo está aquí o allí 60 .<br />

El mismo Cristo advirtió que no se les diera crédito. No muestran el camino profetizado en<br />

los Salmos: Para que conozcan en la tierra tu camino, tu salvación en todas las naciones<br />

61 , sino que cada uno muestra las regiones de su comunión: he aquí, he allí. Donde caen,<br />

allí permanecen, y donde se separan, allí se secan. El árbol de que se separan se extiende<br />

también a las tierras en que, cada uno en su región, yacen aquellos ramos desgajados; en<br />

cambio, ellos no se encuentran uno a uno en todos los lugares en que se extiende aquel<br />

árbol, salvo algunas rarísimas hojas que el viento de la soberbia dispersa de vez en<br />

cuando a otras tierras.<br />

El testamento de Dios<br />

LXI. 74. Esta Iglesia, pues, que, para repetir las palabras del mismo Cipriano, extiende sus<br />

ramos por toda la tierra con abundancia copiosa, ha de llegar también en su desarrollo a<br />

muchas gentes bárbaras fuera del mundo romano. Pienso que tú también has investigado<br />

y descubierto esto, pues llegas a decir: "Paso por alto las religiones propias de los pueblos<br />

bárbaros, los ritos de los persas, la astrología de los caldeos, las supersticiones de los<br />

egipcios, los dioses de los magos, pues dejarán de existir, ya que, por la providencia de<br />

Dios, todo el mundo se vuelve cada día al nombre cristiano".<br />

Has dicho la verdad en estas palabras, y así se cumple la promesa hecha a Abrahán: En tu<br />

descendencia serán bendecidas todas las naciones 62 . Dice "Todas las naciones", no "Todos<br />

los hombres de todos los pueblos". Por lo que es necesario que, hasta la separación en el<br />

juicio final, se vaya llenando todo el mundo no sólo de la fecundidad de la Iglesia que<br />

crece, sino también con la multitud de sus enemigos que tiene mezclados, por los cuales<br />

se pueda ir ejercitando y probando su unidad.<br />

Así se recordó este testamento a su hijo Isaac, diciendo el Señor: Y cumpliré el juramento<br />

que hice a tu padre Abrahán. Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y te<br />

daré a ti y a tu descendencia la tierra entera, y en tu descendencia serán bendecidas todas<br />

las naciones de la tierra 63 . Así se recordó también a su nieto Jacob: Tu descendencia será<br />

como el polvo de la tierra, se extenderá más allá del mar, al sur, al norte y al este. Y en ti<br />

serán bendecidas todas las tribus de la tierra 64 . Cuando la Escritura menciona<br />

frecuentemente la región "más allá del mar", todo el que lo lee sabe que suele significar la<br />

parte occidental. Si tú hubieras querido acomodarte al testamento expresado, no te


habrías limitado al sur, al país de África.<br />

75. No están, pues, en comunión con nosotros, como dices, los novacianos, los arrianos,<br />

los patripasianos, los valentinianos, los antropianos, los apelianos, marcionitas y, para<br />

usar tus palabras, los restantes "nombres sacrílegos de impías pestes, no sectas". Sin<br />

embargo, doquiera están éstos, allí está la Iglesia católica, como en África, donde estáis<br />

también vosotros; pero no en todos los lugares donde está la Iglesia católica estáis<br />

vosotros o cualquiera de aquellas herejías. De donde queda claro cuál es el árbol que<br />

extiende con copiosa abundancia sus ramos por toda la tierra 65 , y cuáles son los ramos<br />

desgajados que no tienen la vida de la raíz y que yacen y se secan, cada uno en sus<br />

lugares. Pero si no permanecen en su infidelidad, como dice de los israelitas el Apóstol,<br />

serán injertados, pues Dios tiene el poder de injertarlos de nuevo 66 ; pero no para recibir<br />

de nuevo el sacramento del bautismo, que ya habían tomado del árbol y no lo cambiaron,<br />

sino para revivir en la raíz de la caridad y la justicia, separados de la cual se secan por la<br />

esterilidad de su odio; como vosotros juzgasteis que habían de ser injertados Pretextato y<br />

Feliciano, a quienes había cortado consigo Maximiano, y cuyo bautismo, aunque ellos eran<br />

ramos desgajados, no rechazasteis. A ellos en verdad les garantizaríais algo si los<br />

devolvierais, no a vuestro ramo, sino al tronco de la Iglesia, junto con vosotros.<br />

No se pierde el bautismo al salirse de la Iglesia,<br />

aunque no aprovecha fuera de ella<br />

LXII. 76. Ahora bien, ¿qué responderé a lo que te pareció a ti que había dicho yo en favor<br />

de vuestra causa, al afirmar que no les aprovecha el bautismo a los que se separan de la<br />

unidad, pero que permanece en ellos, como se prueba al no dárselo a los que vuelven? Tú<br />

has afirmado también que vosotros decís que nada les aprovechó a nuestros antepasados,<br />

si no volvían a la Iglesia, el bautismo que en ella habían recibido.<br />

Si fuera esto lo que decís vosotros, sólo buscaríamos una y otra para ver cuál es la Iglesia<br />

en que aprovecha el bautismo. Pero vosotros no decís que nosotros poseemos el bautismo<br />

sin que nos aproveche, sino que no lo poseemos en absoluto, que lo recibimos de los que<br />

lo habían perdido al marcharse. Por ello no pudiste ni podrás responder a lo que yo<br />

propuse: La existencia del bautismo en los que se separan queda demostrada en que no<br />

se da a los que vuelven. Si Feliciano lo había perdido al separarse de vosotros, ¿por qué<br />

no fue bautizado de nuevo al volver, para que se le devolviera lo que había perdido?<br />

Finalmente, si el mismo Maximiano vuelve a vosotros, no será bautizado, y debería serlo si<br />

hubiera perdido el bautismo. Efectivamente -son palabras tuyas-, los retenidos en su<br />

cisma por la sentencia de condenación perdieron a la vez el bautismo y la Iglesia. Por<br />

consiguiente, como a los que vuelven se les devuelve la Iglesia, devuélvaseles también el<br />

bautismo. Sean bautizados, repito, al volver, si perdieron el bautismo al separarse. Como<br />

no hacéis esto, también vosotros confesáis que los que se separan de la Iglesia tienen el<br />

bautismo, aunque no les aprovecha. Lo dan, pues, como lo tienen, es decir: los que<br />

reciben de ellos el bautismo fuera de la Iglesia, lo tienen aunque no les aprovecha. Por<br />

consiguiente, como a ellos al volver no se les devuelve lo que no perdieron, así a aquéllos<br />

no se les debe dar lo que ya habían recibido; pero hay que actuar en ellos para que, por la<br />

Iglesia, les aproveche a unos y a otros lo que pudo existir fuera de la Iglesia, pero sin<br />

provecho.<br />

Según esto, ni dije nada en pro de vuestro error ni has respondido a lo que dije.<br />

El huerto cerrado y la fuente sellada<br />

LXIII. 77. Añades también, respecto al huerto cerrado y la fuente sellada, lo que no<br />

entiendes en absoluto por qué se ha dicho. Dices: "Si es un jardín cerrado y una fuente<br />

sellada, ¿cómo el que está fuera del jardín, esto es, de la Iglesia, y separado de su fuente,<br />

que es el bautismo, puede dar lo que no tiene?" 67 Pregunta a Feliciano si se hallaba en el<br />

jardín cerrado, cuando la puerta del plazo de tiempo le abría el retorno a esta clase de<br />

jardín cerrado. ¿Acaso robó de allí la fuente en que bautizara a sus laicos en el cisma de<br />

Maximiano? Si esto es así, ¿dónde bautizaban entonces los vuestros a los suyos? ¿Acaso<br />

con aquel plazo difirieron el darlo también a ellos, hasta que los ladrones retornaran al<br />

huerto con su fuente? ¿No eran entonces éstos seudoprofetas cuando, mintiendo sobre los<br />

crímenes de Primiano, hacían pasar a los engañados a su sacrilegio? ¿No eran lobos<br />

rapaces cuando llevaban a los seducidos de la grey de Primiano a la camarilla de su<br />

división?


Niegas los que yo llamé dominios tiránicos de los vuestros en campos ajenos y las<br />

bacanales de las embriagueces. Niégalo cuanto puedas; no temo que por ello haya<br />

dificultad para que os pongáis de acuerdo con nosotros.<br />

No he dicho contra vosotros nada semejante a lo que los maximianenses condenados<br />

merecieron oír de vosotros. Niegas la furiosa locura de los circunceliones y el culto<br />

sacrílego y profano otorgado espontáneamente a los cadáveres de los suicidas; no niegas,<br />

sin embargo, que, cuando, a la manera de los egipcios muertos, rebosaban las orillas de<br />

víctimas que tienen en la muerte tanto mayor pena cuanto que no pudieron encontrar<br />

sepultura, vosotros os unisteis a esos cadáveres insepultos. Allí yacían Pretextato y<br />

Feliciano; o si ellos recuperaron la vida a vuestro lado, ¿qué hacéis del bautismo que<br />

administraron ellos estando muertos?<br />

No ha atacado a las personas, sino al error<br />

LXIV. 78. Afirmas que no he mantenido la paz y la suavidad que había prometido al<br />

principio de mi carta por haber llamado Satanás a Petiliano. No es a Petiliano ni a ningún<br />

partidario de Donato, sino al mismo error del partido de Donato a quien yo he comparado<br />

con Satanás, de cuyos lazos deseo liberar a los hombres que amo. Lee con más atención,<br />

lo encontrarás. Y si he dicho algo con más crudeza, lee lo que vosotros habéis dicho, no<br />

contra el error de los maximianenses, sino contra los mismos hombres. Por tanto, que<br />

Petiliano imite a Feliciano y no se irrite contra mí que deseo la paz.<br />

79. No me enojo en verdad contigo porque se te ha ocurrido reprocharme indirectamente<br />

el maniqueísmo a causa de un extravío de mi adolescencia. Por ello no me lamento de mi<br />

desgracia tanto cuanto me complazco de la gloria perpetua de mi Libertador. Con todo, sí<br />

te aconsejo, si te place, que busques y leas las extensas obras que escribí contra la<br />

pestilentísima herejía de los maniqueos. Allí podrás ver con qué fidelidad he defendido<br />

contra ellos la verdad cristiana y con qué claridad he refutado sus falacias. No rehúses<br />

darme fe a mí, tú que crees que se adhirió a Primiano fielmente Feliciano, quien lanzó<br />

contra él, en una sentencia condenatoria, tan grandes crímenes, en favor de Maximiano,<br />

contra quien después de separarse de él ha podido escribir algo quizá. Sin embargo, no<br />

pasó a él siendo un adolescente, laico, catecúmeno, como yo a aquéllos, sino que, como<br />

anciano frente a un anciano y como obispo frente a un obispo, se hizo enemigo de aquel a<br />

quien ahora se encuentra unido. Una alusión que, aunque indirectamente y con educación,<br />

habías hecho, me lleva a mencionar lo que, airado, escribió mi Primado contra mí. Cuando<br />

en un concilio de obispos le urgieron a que demostrara lo que afirmaba, se corrigió de su<br />

opinión y pidió perdón al respecto. Yo he leído cómo esta carta ha sido condenada.<br />

Investiga tú ahora si puedes leer algún texto en que Feliciano se haya retractado de lo<br />

que, no acusando, sino condenando, dijo contra Primiano, o al menos si el mismo Primiano<br />

anuló lo que, condenándolo, dijo contra Feliciano. Aunque encontraras algo, ni aun así<br />

serán del mismo valor las dos causas: en efecto, aquél había emprendido una acusación<br />

que, viendo era falsa, la condenó pidiendo a la vez perdón, sin que la dignidad del primado<br />

le hiciera desdeñar la humildad de la enmienda, ateniéndose más a lo que está escrito:<br />

Cuanto más grande fueres, tanto más debes humillarte en todas las cosas, y hallarás<br />

gracia en presencia de Dios 68 ; éstos, en cambio, no se habían acusado mutuamente ante<br />

otros, sino que se habían sentado como jueces uno frente a otro. De suerte que<br />

mutuamente se condenaron y, condenados, se pusieron de acuerdo. No miramos con<br />

malos ojos la paz entre los condenados en el partido de Donato si ellos no rechazan la paz<br />

de Cristo en el orbe entero.<br />

Por qué los donatistas evitan el debate con los católicos<br />

LXV. 80. Ya ves, pienso yo, qué vacía es tu pretensión de haber respondido a todo lo que<br />

mi carta contiene. Si respondiste porque no quisiste callar, no respondiste a todo, pero al<br />

menos respondiste. Ahora bien, si la respuesta tenía como finalidad anular lo que yo había<br />

dicho, veo ciertamente que has respondido a muchas cuestiones, pero que no has refutado<br />

ninguna.<br />

Consideradas todas las cuestiones propuestas por mí, pienso te darás cuenta fácilmente<br />

que no es el deseo de evitar una controversia, que no existe cuando se busca la verdad o<br />

no se litiga por vanagloria, sino la desconfianza de una mala causa la que hace que<br />

vuestros obispos no quieran debatir con nosotros. Con sólo sacar al medio el asunto de los<br />

maximianenses, supongo reconocerás, al menos ahora, que no hay nada que oponer... Por


eso, he querido poner de relieve esta cuestión, no para arrogarme, como crees o<br />

calumnias, una como insuperable elocuencia, sino para que vean los lectores que la causa<br />

es de tal naturaleza que no necesita buscar el patrocinio de elocuencia alguna para su<br />

defensa o, mejor, para su demostración.<br />

81. Ved que ya no llamo a vuestro error el monstruo de tres cabezas, ya que eres un<br />

corrector tan amable del lenguaje, sino que hablo de "calumnia en tres partes", ni digo<br />

tampoco que por esta causa de los maximianenses tenemos que resistirle con un "dardo<br />

tridente", sino que hablo de una "defensa en tres partes"; ni digo "clavad en su frente", o<br />

"metedles en el gaznate", sino "contened su desvergüenza y reprimid su lenguaje". ¿Acaso<br />

por cambiar las palabras y haber puesto las propias en lugar de las metafóricas ha<br />

cambiado el asunto de los maximianenses, cuya síntesis os apabulla de tal modo que no<br />

os queda otro recurso, si alguna vez llegáis a tener buen sentido, que apaciguar<br />

definitivamente vuestra obstinada oposición?<br />

Tres hechos que derrotan al donatismo<br />

LXVI. 82. Si se trata de la participación, no en los pecados de los hombres, sino en los<br />

sacramentos divinos, ha habido comunión con los condenados y se ha hablado de otros<br />

sacrílegos en comunión con el condenado Maximiano, porque no les manchaban a éstos<br />

los retoños del sacrílego brote. Si se trata de persecución, habéis perseguido a los<br />

condenados, habéis corregido, persiguiéndolos, a los exaltados. Si se trata del bautismo,<br />

habéis aceptado el bautismo dado en el sacrílego cisma.<br />

¿Para qué continuar citando inútilmente los divinos testimonios que no entendéis, si no es<br />

para conocer la verdad y evitar el error? Está escrito: Si alguno se considera pendenciero,<br />

nosotros no tenemos tal costumbre 69 . Pero vosotros no habéis declarado como<br />

pendenciero ni a Restituto, que con una querella forense y estrepitosa luchó con Salvio de<br />

Membresa por causa de ciertas chozas y pequeños campos, a fin de expulsarle de los<br />

lugares, cuánto menos debe tenérsele como porfiador a quien discute confiadamente, no<br />

por usurpar o quitar, sino por comunicar la herencia de los bienes celestes a los que<br />

piensan de otra manera. Está escrito, dices tú: No hables a los oídos del necio, no sea que<br />

oiga tus palabras sensatas y las desprecie 70 . No nos digáis algo al oído como si fuese un<br />

secreto si no nos tenéis por prudentes, como tampoco Cristo decía a los oídos de los<br />

fariseos lo que profería para refutarlos estando ellos presentes. Decidnos abiertamente,<br />

para dejarnos convictos, aunque no lleguemos a corregimos, cómo puede mancharos a<br />

vosotros, si tornáis a la unidad, el orbe cristiano si no os mancha el condenado Feliciano.<br />

Está escrito: No respondas al necio según su necedad, para no hacerte igual a él. ¿No<br />

sigue allí también: Respóndele rebatiendo su necedad, no sea que se crea sabio? 71 Haced<br />

también eso vosotros: no deis una respuesta que esté de acuerdo con lo que tomáis por<br />

necedad de nuestra parte, sino que sea apta para confundirla. Responded, digo, cómo<br />

habéis admitido sin invalidación alguna el bautismo que administran los maximianenses en<br />

su cisma sacrílego, e invalidáis el dado en las Iglesias que ha propagado Cristo por medio<br />

de los apóstoles.<br />

83. Al final de tu carta has juzgado que debías recorrer brevemente todas las cuestiones<br />

que antes habías considerado con más amplitud, tratando de refrescar la memoria del<br />

lector. Continuando en ese mismo orden, atiende a no engañarte ni a ti ni a los otros. No<br />

indica arrogancia buscar o afirmar la verdad, y lo que piensas que no se ha podido definir<br />

nunca, no sólo lo han definido los prudentes y los que temen a Dios, sino también<br />

vosotros; al recibir a los maximianenses habéis limitado todo lo que pensabais no tenía<br />

límites.<br />

Nosotros no os provocamos a un combate, sino a un debate, a vosotros que habéis<br />

abatido a los maximianenses incluso con procesos forenses, y reconocisteis el bautismo de<br />

Cristo aun en los que fueron bautizados en el cisma de Maximiano, aunque no debieron<br />

haber recibido allí el bautismo; y declarasteis que la fuente de la Iglesia, a la cual sólo se<br />

acercan los buenos, debía entenderse de otra manera, al aceptar el bautismo que los<br />

sacrílegos habían dado fuera.<br />

Os veis forzados a confesar que nuestros antepasados o la Iglesia Santa no ha podido ser<br />

manchada por los crímenes de turificación o entrega cometidos por otros, y nunca<br />

probados por vosotros, vosotros que dijisteis que los retoños del brote del mismo sacrílego


Maximiano no mancharon a los socios de Maximiano, a quienes concedíais un plazo para<br />

volver. Por eso, nosotros, nacidos tanto tiempo después, mucho menos podemos<br />

pertenecer a esa casta de traditores y turificadores, si tampoco entonces pudo manchar a<br />

la sociedad de nuestros antepasados entonces en vida.<br />

Vosotros acostumbráis a achacarnos las persecuciones que calificáis, aunque contra toda<br />

verdad, de feroces en extremo; sin embargo, conseguisteis en parte, persiguiéndolos,<br />

corregir a los maximianenses y aunque a ellos, ya condenados, no les habíais otorgado el<br />

plazo, sin embargo, los recibisteis después del término del mismo y no anulasteis el<br />

bautismo que habían dado fuera de vuestra comunión aquellos a quienes con el plazo<br />

abríais la puerta para volver, sino que lo reconocisteis y aprobasteis incluso después del<br />

plazo.<br />

Así, pues, al ver que no has podido decir nada que refute este asunto de los<br />

maximianenses y confunda por sí solo, perdóname si te he ofendido con alguna palabra<br />

que quizá se me haya escapado.<br />

Si tú, africano que vive en África, estimulado por mis escritos, has tardado tanto en<br />

investigar este gran asunto de los maximianenses, surgido en la capital de África, y<br />

habiéndolo investigado no has podido descubrirlo a causa, como ya ves, de las falsedades<br />

que cuentan los vuestros, temed a Dios, no cubráis con los crímenes desconocidos de unos<br />

desconocidos africanos tantas naciones cristianas extendidas merced a la tan dilatada<br />

unidad cristiana, por el mundo, y, por la paz de Cristo, volved a la Iglesia que no ha<br />

condenado a desconocidos, si por la paz de Donato habéis tenido a bien volver a llamar a<br />

los condenados.<br />

SERMÓN DE LOS ARRIANOS<br />

Traductor: P. José María Ozaeta, OSA<br />

Sermón de los arrianos<br />

1. Nuestro Señor Jesucristo es Dios unigénito y primogénito de toda la creación.<br />

2. Fue constituido antes de todos los siglos por voluntad de Dios y Padre suyo.<br />

3. Por su propia virtud, aunque por voluntad y precepto del Padre, hizo de la nada lo<br />

celeste y terrestre, lo visible y lo invisible, lo corpóreo y lo espiritual.<br />

4. Ya antes de hacer todo esto, fue constituido Dios y Señor, rey y creador, que por<br />

naturaleza tiene presciencia de todo lo futuro y para crear atiende en todo el mandato del<br />

Padre. Por voluntad y precepto del Padre descendió del cielo y vino a este mundo, como Él<br />

mismo lo afirma: No he venido por mi cuenta, sino que Él me ha enviado 1 .<br />

5. Y porque, entre todos los grados de los seres espirituales y racionales, parecía el<br />

hombre algo inferior a los ángeles a causa de la condición y fragilidad del cuerpo 2 , para<br />

que no se creyera vil y por eso desesperase de su salvación, el Señor Jesús, honrando su<br />

hechura, se dignó asumir la carne humana. Así manifestó que el hombre no es un ser<br />

despreciable, sino precioso, como está escrito: Grande y precioso es el hombre 3 . Y por<br />

eso sólo al hombre se ha dignado hacer heredero de su Padre y coheredero suyo, de modo<br />

que el que menos recibió en la naturaleza tuviere más en el honor.<br />

6. Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer 4 . El que por<br />

voluntad del Padre asumió la carne, también por voluntad y precepto paterno vivió en un<br />

cuerpo, como Él mismo lo dice: Descendí del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la del<br />

que me envió 5 . Él mismo, por voluntad del padre, fue bautizado a los treinta años; se<br />

manifestó por la palabra y el testimonio del Padre 6 ; por voluntad y mandato del Padre<br />

predicó el evangelio del reino de los cielos, como Él mismo lo atestigua: Es preciso que<br />

predique el evangelio en otras ciudades; para esto he sido enviado 7 . Y en otro lugar: Él<br />

me ordenó lo que he de decir o lo que he de hablar 8 . Y así, por voluntad y precepto del<br />

Padre, se encaminó con prontitud a la pasión y muerte, como Él lo testifica: Padre, pase<br />

de mí este cáliz; sin embargo, no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú 9 .<br />

También lo afirma el Apóstol: Hecho obediente al Padre hasta la muerte, y una muerte de


cruz 10 .<br />

7. Por voluntad y precepto del Padre, estando crucificado, entregó la carne humana, que<br />

había tomado de Santa María Virgen, en manos de los hombres y encomendó su divinidad<br />

en manos del Padre: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu 11 . Pues María dio a luz<br />

el cuerpo que había de morir y Dios inmortal engendró al Hijo inmortal. Luego la muerte<br />

de Cristo no implica merma de su divinidad, sino la entrega de su cuerpo. Así como su<br />

generación de una virgen no fue la corrupción de su deidad, sino la asunción de un cuerpo,<br />

así también en su muerte la divinidad no sufrió pasión ni abandono; sólo se dio la<br />

separación de su carne. Como el que desgarra el vestido injuria al que está vestido, del<br />

mismo modo los que crucificaron su carne afrentaron a su divinidad.<br />

8. El que por voluntad y precepto del Padre cumplió perfectamente la misión que le había<br />

sido encomendada, por voluntad y precepto del Padre resucitó su cuerpo de entre los<br />

muertos. Y con el mismo cuerpo, como el pastor con la oveja, el sacerdote con la oblación,<br />

el rey con la púrpura, Dios con el templo, fue llevado a la gloria por el Padre.<br />

9. El que por voluntad del Padre descendió del cielo y ascendió a él, por voluntad y<br />

precepto del Padre está sentado a su derecha, oyendo al Padre decirle: Siéntate a mi<br />

derecha, hasta que ponga a tus enemigos de estrado de tus pies 12 . El que por voluntad y<br />

precepto del Padre está sentado a mi derecha, por voluntad y precepto del Padre vendrá al<br />

final de los tiempos, como lo proclama el Apóstol: Y el mismo Señor, con voz de mando, a<br />

la voz del arcángel y al son de la trompeta de Dios, bajará del cielo 13 . El que por voluntad<br />

y precepto del Padre vendrá, por voluntad y precepto del Padre juzgará con justicia a<br />

todos y dará a cada uno según su fe y sus obras. Él mismo lo ha dicho: El Padre no juzga a<br />

nadie, sino que todo juicio se lo ha entregado al Hijo. Y en otro lugar: Según oigo, juzgo, y<br />

mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado 14 .<br />

De donde se sigue que también al juzgar antepone el poder del Padre y pospone su divina<br />

dignidad y potestad segunda, pues dice: Venid, benditos de mi Padre 15 . Luego el Hijo es<br />

el juez justo. El honor y la autoridad pertenecen al que juzga; pero las leyes imperiales, al<br />

Padre. Como la súplica de oficio y el consuelo son propios del Espíritu Santo, la dignidad<br />

de justo juez es propia del Unigénito de Dios.<br />

10. Por consiguiente, el Hijo fue engendrado por el Padre; el Espíritu Santo fue hecho por<br />

el Hijo.<br />

11. El Hijo anuncia al Padre; el Espíritu Santo al Hijo.<br />

12. La primera y principal obra del Hijo es revelar la gloria de su Progenitor; la primera y<br />

principal obra del Espíritu Santo es manifestar en las almas de los hombres la dignidad de<br />

Cristo.<br />

13. El Hijo es testigo del Padre; el Espíritu lo es del Hijo.<br />

14. El Hijo es enviado por el Padre; el Espíritu por el Hijo.<br />

15. El Hijo es ministro del Padre; el Espíritu Santo lo es del Hijo.<br />

16. El Hijo es mandado por el Padre; el Espíritu Santo por el Hijo.<br />

17. El Hijo es súbdito del Padre; el Espíritu Santo lo es del Hijo.<br />

18. El Hijo hace lo que le manda el Padre; el Espíritu Santo dice lo que le ordena el Hijo.<br />

19. El Hijo adora y honra al Padre; el Espíritu Santo adora y honra al Hijo. Así lo dice el<br />

mismo Hijo: Padre, yo te he honrado sobre la tierra, y la obra que me mandaste la he<br />

consumado 16 ; y del Espíritu Santo afirma: Él me honrará, porque recibirá de lo mío y os lo<br />

anunciará 17 .<br />

20. El Hijo por sí no puede hacer nada, sino que en todo aguarda la orden del Padre. El<br />

Espíritu Santo por sí no habla, sino que en todo espera el mandato de Cristo: No hablará<br />

por sí, sino que dirá todo lo que oyere, y os anunciará lo venidero.<br />

21. El Hijo ruega por nosotros al Padre; el Espíritu Santo pide por nosotros al Hijo.


22. El Hijo es la imagen viva y verdadera, propia y condigna de toda la bondad, sabiduría<br />

y virtud del Padre. El Espíritu es la manifestación de toda la sabiduría y virtud del Hijo.<br />

23. El Hijo no es parte o porción del Padre, sino propio y dilectísimo, perfecto y pleno Hijo<br />

unigénito. El Espíritu no es parte o porción del Hijo, sino la obra primera y principal sobre<br />

todas las demás del Unigénito de Dios.<br />

24. El Padre es mayor que su Hijo. El Hijo es incomparablemente mayor y mejor que el<br />

Espíritu.<br />

25. El Padre es Dios y Señor para su Hijo. El Hijo es Dios y Señor para el Espíritu.<br />

26. El Padre, inmutable e impasiblemente queriendo, engendró al Hijo. El Hijo hizo sin<br />

trabajo ni fatiga, por su sola virtud, al Espíritu.<br />

27. El Hijo, en cuanto sacerdote, adora a su Dios, y es adorado por todos como Dios y<br />

creador de todos. Pero el Padre es el único que a nadie adora, pues no hay un ser mayor o<br />

igual a quien tenga que adorar. A ninguno da gracias, pues de nadie ha recibido beneficio<br />

alguno. Por su bondad concedió que todos existiesen; pero lo que Él es, de nadie lo ha<br />

recibido. Luego se da la distinción de tres sustancias: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y la<br />

diferencia de tres realidades: Dios ingénito, Dios unigénito y Espíritu abogado. El Padre es<br />

Dios y Señor de su Hijo y de todo lo que ha sido hecho por la virtud del Hijo, pero<br />

contando con su voluntad. El Hijo es ministro y sumo sacerdote de su Padre, y, porque lo<br />

quiere el Padre, es Señor y Dios de todas sus obras.<br />

28. Y así como nadie sin el Hijo puede ir al Padre, del mismo modo nadie sin el Espíritu<br />

Santo puede adorar verdaderamente al Hijo; luego en el Espíritu Santo el Hijo es adorado.<br />

29. El Padre es glorificado por el Hijo.<br />

30. Actividad y solicitud del Espíritu Santo es santificar y guardar a los santos; y no sólo a<br />

los seres racionales, como algunos piensan, sino también santificar a muchos irracionales.<br />

Y a los que cayeron por negligencia, volverlos a su estado primitivo; enseñar a los<br />

ignorantes, amonestar a los olvidadizos, argüir a los que pecan, exhortar a los perezosos<br />

para que piensen en su salvación y obren con diligencia, conducir al camino de la verdad a<br />

los equivocados, curar a los enfermos, sostener la fragilidad del cuerpo por el vigor del<br />

alma, confirmar en el amor de la piedad y de la castidad, iluminar a todos sobre todo,<br />

conceder a cada uno la fe y la caridad; también según el deseo y la solicitud, la sinceridad<br />

y simplicidad de la mente, la medida de la fe y la importancia de la comunicación,<br />

distribuir la gracia para utilidad y ordenar a cada uno en la ocupación y género de vida<br />

para los que fuere apto.<br />

31. El Espíritu Santo es distinto del Hijo según la naturaleza y condición, grado y voluntad,<br />

dignidad y potestad, virtud y operación. Como también el Hijo, Dios unigénito, es distinto<br />

del Dios ingénito según la naturaleza y condición, grado y voluntad, divina dignidad y<br />

potestad.<br />

32. Es imposible que uno y el mismo sean el Padre y el Hijo, el que engendra y el que<br />

nace, el que es testificado y el que da el testimonio, el mayor y el que confiesa al mayor,<br />

el que está sentado a la derecha y permanece en esa sede y el que dio el honor de la<br />

misma, el que es enviado y el que envía. Tampoco puede ser uno y el mismo el discípulo y<br />

el maestro, según Él mismo enseñó: Como el Padre me ha enseñado, así hablo 18 ; ni el<br />

semejante e imitador con el que da gracias y el que bendice, ni el que recibe órdenes y el<br />

que las da, ni el ministro y el que manda, ni el que suplica y el soberano, ni el súbdito y el<br />

superior, ni el primogénito y el sempiterno, ni el unigénito y el ingénito, ni el sacerdote y<br />

Dios.<br />

33. Pero Dios, que no tiene principio, sí tenía presciencia de que sería el futuro Padre de<br />

su hijo, el unigénito de Dios. Sin embargo, nunca tuvo presciencia de que Él sería, pues es<br />

el ingénito, y nunca comenzó ni a saber de antemano ni a conocer. Pues ¿qué es la<br />

presciencia sino la ciencia de lo futuro? El Padre, engendrando al Hijo, es llamado Padre<br />

por el mismo Hijo. Y porque el Hijo lo ha revelado, los cristianos le conocen como Dios y<br />

Padre del unigénito de Dios, mayor que el grande y mejor que el bueno.


34. Los homousianos afirman que nuestro Salvador, por humildad, dijo todo esto de la<br />

presciencia del Padre y de su sujeción. Sin embargo, nosotros los cristianos creemos que<br />

todo esto lo dijo porque el Padre lo mandó y el Hijo obedeció. Decimos y probamos que los<br />

herejes son refutados y censurados con sus propias afirmaciones. Si, pues, se humilló, la<br />

misma humildad manifiesta su obediencia; a su vez, la obediencia da a conocer la<br />

existencia de otro supraeminente, de un subsistente y otro sumiso. Así lo afirma el<br />

Apóstol: Se humilló, hecho obediente al Padre hasta la muerte 19 . Y su misma humildad es<br />

verdad, no falsedad. Pues ¿acaso se ha visto que un sabio se sienta obligado a humillarse,<br />

a no ser que exista otro mayor y mejor que él, al cual se apresura a agradar con su<br />

humildad? Yo hago siempre lo que le agrada 20 . Pues de una vez, antes de todos los siglos,<br />

nació por voluntad de Dios, y todo lo hace según la voluntad de Dios. Si, pues, se humilló<br />

y mintió (Dios nos libre de tal pensamiento), y si la verdad miente (lo cual es imposible), ¿<br />

dónde buscaremos la verdad? Pero la verdad ni miente ni cambia, pues para esto vino al<br />

mundo, para enseñar la verdad. No es doctor de la ignorancia, sino maestro de la verdad,<br />

como Él mismo afirmó: No os dejéis llamar maestros en la tierra, pues uno es vuestro<br />

maestro, Cristo 21 . Pero si dijeren que por su encarnación se humilló en la tierra y por los<br />

hombres decía esto, les manifestaremos que encontramos en la Escritura testimonios más<br />

importantes y más firmes sobre la sujeción del Hijo, de los cuales habla el Evangelio. Pues<br />

si se humillaba sobre la tierra a causa de los hombres, y no en cuanto Hijo obediente y<br />

sumiso que rinde obsequio a su Padre con incomparable amor y acción de gracias, porque<br />

cuanto sublime es en la potestad tanto es humilde en la obediencia, antes de asumir la<br />

carne, ¿por qué escuchó el mandato?; y ahora que está sentado a la derecha de Dios, ¿por<br />

qué intercede por nosotros 22 ?; y existiendo en un cuerpo sobre la tierra, ¿por qué<br />

prometió que en el cielo rogaría al Padre: Y yo rogaré a mi Padre, y Él os dará otro<br />

abogado? 23 Y si aún no quisieren admitir todo esto a causa de la dureza y ceguera de su<br />

corazón, sino que se atrevieren a decir que todo esto fue hecho por humildad, después de<br />

la consumación del mundo, si no se supiere sujeto y obediente por naturaleza y voluntad,<br />

¿para qué había de humillarse, cuando a causa de los hombres la humildad no es<br />

necesaria? Y después de la consumación del siglo, cuando todo le esté sujeto 24 , pues<br />

ahora por naturaleza todo le está sometido, como la criatura al Creador; pero por<br />

voluntad, debido al libre albedrío, vemos que no todo le está sujeto; sin embargo, en el<br />

día del juicio, cuando al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en<br />

los abismos, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre 25 ,<br />

todo le estará sometido para siempre por voluntad y naturaleza, y Él, después de la<br />

entrega de todo, permaneciendo en aquella obediencia y caridad, en las que siempre se<br />

mantuvo, se someterá como Hijo a Aquel que le sometió todo. Ningún cristiano que oiga<br />

esto ignora que la fe viene de la predicación, y ésta, de la palabra de Cristo 26 . Para que<br />

Dios sea todo en todos, teniendo siempre la monarquía y la potestad de todo, al cual la<br />

gloria y el honor, la alabanza y la acción de gracias por su Hijo unigénito, Señor y Salvador<br />

nuestro, en el Espíritu Santo, ahora y por todos los siglos de los siglos. Amén.<br />

RÉPLICA AL SERMÓN DE LOS ARRIANOS<br />

Traductor: P. José Mª Ozaeta León, OSA<br />

Nuestro Señor Jesucristo es Dios<br />

I.1. Con esta disertación respondo a la anterior exposición de aquellos que, confesando en<br />

verdad a nuestro Señor Jesucristo como Dios, sin embargo no quieren confesarle<br />

verdadero Dios y único Dios juntamente con el Padre. Pretenden que admitamos dos<br />

dioses de diversa y distinta naturaleza, uno verdadero y otro no, contra lo que está<br />

escrito: Escucha, Israel: el Señor, tu Dios, es un único Dios 1 . Si quieren entender este<br />

texto como dicho del Padre, se sigue que Cristo no es Señor Dios nuestro; y si lo<br />

entienden del Hijo, el Padre no sería Dios y Señor nuestro; pero si lo aplican a los dos, sin<br />

duda alguna el Padre y el Hijo son un solo Señor Dios nuestro. Y lo que está escrito en el<br />

Evangelio: Para que te conozcan a ti, único verdadero Dios, y al que enviaste, Jesucristo 2 ,<br />

se ha de entender como si se dijera: "Para que a ti y al que enviaste, Jesucristo, os<br />

conozcan como único verdadero Dios"; pues el apóstol Juan también afirmó de Cristo: Él<br />

es el verdadero Dios y la vida eterna 3 .<br />

2. Asimismo, cuando sostienen que Cristo "fue constituido antes de todos los siglos por<br />

voluntad de Dios y Padre suyo", se ven obligados a confesar que el Hijo es coeterno al<br />

Padre. Pues si alguna vez el Padre estuvo sin el Hijo, antes de existir el Hijo se dio algún


tiempo en el que el Padre estaba solo sin el Hijo. ¿Y cómo sería el Hijo antes de todos los<br />

siglos, cuando antes que él existía un tiempo en el que el Padre estaba sin el Hijo?<br />

Finalmente, si el Hijo existía antes de todos los tiempos (pues no de otro modo se ha de<br />

entender: En el principio existía el Verbo, y Todo fue hecho por él 4 ; y puesto que el<br />

tiempo no puede darse sin ciertos movimientos de la criatura, también confesamos que<br />

por el Hijo fueron hechos los tiempos, ya que por él fueron hechas todas las cosas), sin<br />

lugar a dudas el Hijo es coeterno al Padre. Pero añaden: "fue constituido por voluntad del<br />

Padre", para no decir que es Dios de Dios, igual, engendrado y coeterno. Aunque en<br />

ninguna parte lean que "el Hijo fue constituido antes de todos los siglos por voluntad del<br />

Padre", sin embargo lo afirman, para que parezca que la voluntad del Padre, por la que,<br />

según sostienen, fue constituido, es anterior a él. Su modo de argumentar suele ser éste.<br />

Preguntan si el Padre engendró a su Hijo queriéndolo o no queriéndolo; para que si se<br />

responde: "queriéndolo" puedan argüir: "luego la voluntad del Padre es anterior". Pues ¿<br />

quién podrá decir que el Padre engendró en contra de su voluntad? Pero para que sepan<br />

que dicen vaciedades, también nosotros vamos a interrogarles: ¿Dios Padre es Dios,<br />

queriéndolo o no queriéndolo? No osarán decir que no quiere ser Dios. Luego si responden<br />

que es Dios queriéndolo, de este modo habrá que excluir su vanidad, ya que se puede<br />

afirmar que la voluntad del Padre es anterior a Él mismo. ¿Podrá decirse algo más<br />

demencial?<br />

Coeterno con el Padre<br />

II. 3. Luego dicen que el Hijo "por su propia virtud, aunque por voluntad y precepto del<br />

Padre, hizo de la nada lo celeste y lo terrestre, lo visible y lo invisible, lo corpóreo y lo<br />

espiritual". Por tanto, hay que preguntarles si también el Hijo ha sido hecho por el Padre<br />

sin algo existente, es decir, de la nada. Si no se atreven a sostener esto, luego es Dios de<br />

Dios y no hecho por Dios de la nada, lo cual indica la existencia de una y misma naturaleza<br />

en el Padre y en el Hijo. Pues ni el hombre, el animal, el ave, el pez pueden engendrar<br />

hijos de su misma naturaleza, y Dios no pudo. Pero si se atreven a arrojarse al profundo<br />

precipicio de su impiedad, diciendo que el Hijo unigénito fue hecho de la nada por el<br />

Padre, busquen por medio de quién el Hijo ha sido hecho de la nada por el Padre. No pudo<br />

ser hecho por medio de sí mismo, como si ya existiera antes de ser hecho, de modo que él<br />

fuese por quien él mismo sería hecho. ¿Y qué necesidad había de que fuera hecho el que<br />

ya existía? ¿O cómo fue hecho para que existiese el que ya existía antes de ser hecho? Por<br />

último, si el Padre lo hizo por medio de otro, ¿quién es este otro, puesto que todo fue<br />

hecho por él? Si, pues, el Padre le hizo sin ningún mediador, ¿cómo el Padre ha hecho algo<br />

sin ninguno, cuando por el Hijo, es decir, por su Verbo, todo fue hecho?<br />

Dios de Dios, engendrado, no creado<br />

III. 4. Dicen: "Ya antes de hacer todo fue constituido Dios y Señor, rey y creador, que por<br />

naturaleza tiene presciencia de todo lo futuro y para crear atiende en todo el mandato del<br />

Padre. Por voluntad del Padre descendió del cielo y vino a este mundo, como él mismo lo<br />

afirma: No he venido por mi cuenta, sino que Él me ha enviado" 5 . Quisiera que me digan<br />

éstos si admiten dos creadores. Si no se atreven, porque sólo hay uno, pues de él, por él y<br />

en él son todas las cosas 6 . Ciertamente un solo Dios es la Trinidad, y como es un solo<br />

Dios, también es un solo creador. ¿Qué es lo que dicen cuando afirman que el Hijo creó<br />

todo por mandato del Padre? ¿Acaso el Padre no creó, sino que ordenó al Hijo que creara?<br />

Piensen éstos, que sienten carnalmente, con qué otros verbos (=palabras) el Padre mandó<br />

a su único Verbo. Construyen en la ficción de su corazón como dos sujetos, aunque al lado<br />

el uno del otro; sin embargo, cada uno de ellos ocupando su lugar: uno mandando y otro<br />

obedeciendo. No entienden que el mandato mismo del Padre, para que todo fuera hecho,<br />

es el Verbo del Padre, por quien todo fue hecho.<br />

No se puede negar que el Padre envió al Hijo. Pero consideren, si pueden, cómo le envió,<br />

pues vino Él con el Hijo. ¿Por ventura ha mentido el que dijo: No estoy yo solo, ya que mi<br />

Padre está conmigo? 7 Entiendan, sin embargo, el ser enviado como les plazca, ¿acaso han<br />

de tener distinta naturaleza por el hecho de que el Padre envía y el Hijo es enviado? A no<br />

ser que el padre humano pueda enviar al hijo humano, ambos de la misma y única<br />

naturaleza, y Dios no pueda enviar a su Hijo. Pues el hombre que es enviado se separa del<br />

hombre que le envía, lo cual es imposible en Dios. Así, el fuego envía su esplendor, y éste,<br />

que es enviado, no puede separarse del fuego que lo envía. Aunque también este ejemplo,<br />

puesto que se trata de una criatura visible, no es aplicable del todo a este tema. Pues<br />

cuando el fuego envía su esplendor, éste llega más lejos que aquél. Luego el esplendor


que es enviado por el fuego como luz, si pudiera hablar, ciertamente no podría decir con<br />

verdad en la pared a la que ha llegado sin el fuego: "El fuego que me ha enviado está<br />

conmigo". Pues como esta misión del Hijo, que viene del Padre, sea del todo inefable, y no<br />

pueda ser comprendida por inteligencia alguna, éstos son incapaces de demostrar de aquí<br />

que el Hijo sea de distinta e inferior esencia; puesto que no se demuestra que el hombre<br />

enviado por otro hombre por eso tengan diversa naturaleza el que envía y el que es<br />

enviado.<br />

Un solo Dios, un solo Creador<br />

IV. También esto puede ser entendido en cuanto que se diga que el Hijo es enviado por el<br />

Padre, porque el Hijo se apareció en carne a los hombres y el Padre no. Pero ¿quién puede<br />

ser enviado adonde está? Pues ¿en dónde no está la Sabiduría de Dios, que es Cristo, de<br />

la cual se lee: Abarca vigorosamente del extremo al fin y dispone con suavidad todo? 8<br />

Como también el Hijo está en todas partes, ¿cómo había de ser enviado adonde antes<br />

estaba sino apareciendo como antes no había aparecido? Asimismo leemos que el Espíritu<br />

Santo ha sido enviado, el cual, ciertamente, no asumió la naturaleza humana en la unidad<br />

de su persona. Ni sólo es enviado por el Hijo, como está escrito: Cuando yo me vaya, os lo<br />

enviaré 9 ; también es enviado por el Padre, como se lee: El Padre os lo enviará en mi<br />

nombre 10 . De donde se sigue que ni el Padre sin el Hijo ni el Hijo sin el Padre envían al<br />

Espíritu Santo, sino que ambos juntamente lo enviaron. Pues las obras de la Trinidad son<br />

inseparables. Únicamente del Padre leemos que no fue enviado, pues sólo Él no tiene<br />

autor de quien sea engendrado o de quien proceda. Y así, no por la diversidad de la<br />

naturaleza, sino por la misma autoridad, de sólo el Padre no se dice que sea enviado. Pues<br />

el esplendor o el calor no envían al fuego, sino que el fuego envía al esplendor o al calor.<br />

Aunque estas cosas sean muy desemejantes y en las criaturas espirituales y corporales no<br />

se encuentra algo que con justicia pueda ser comparado a la Trinidad, que es Dios.<br />

Los arrianos y la herejía apolinarista<br />

V. 5. También dicen: "Y porque entre todos los grados de los seres espirituales y<br />

racionales parecía el hombre algo inferior a los ángeles a causa de la condición y fragilidad<br />

del cuerpo 11 , para que no se creyera vil y por eso desesperase de su salvación, el Señor<br />

Jesús, honrando su hechura, se dignó asumir la carne humana. Así, manifestó que el<br />

hombre no es un ser despreciable, sino precioso, como está escrito: Grande y precioso es<br />

el hombre 12 . Y por eso sólo al hombre se ha dignado hacer heredero de su Padre y<br />

coheredero suyo, de modo que el que menos recibió en la naturaleza tuviera más en el<br />

honor". Afirmando esto, quieren entender que Cristo asumió la carne humana, pero sin<br />

alma humana. Esta es la típica herejía de los apolinaristas. Mas también éstos, a saber, los<br />

arrianos, vemos que sostienen en sus escritos no sólo que se dan diversas naturalezas en<br />

la Trinidad, sino que Cristo carece de alma humana. Pero esto aparecerá con mayor<br />

claridad en lo que sigue de esta refutación. Ahora, a las palabras que hemos transcrito,<br />

respondemos, recordándoles el texto de la epístola a los Hebreos, referente a Cristo: Lo<br />

rebajaste un poco respecto a los ángeles 13 ; también vean que no se aplica a la diversidad<br />

y desigualdad de la naturaleza del Padre y del Hijo lo que se dijo: El Padre es mayor que<br />

yo, sino más bien a que fue hecho algo inferior a los ángeles por la debilidad en la forma<br />

de siervo, en la que pudo padecer y morir.<br />

Cristo es Dios y hombre<br />

VI. 6. Asimismo afirman: "Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo,<br />

nacido de mujer 14 . El que por voluntad del Padre asumió la carne, también por voluntad y<br />

precepto paterno vivió en un cuerpo, como él mismo lo dice: Descendí del cielo, no para<br />

hacer mi voluntad, sino la del que me envió 15 . El mismo, por voluntad del Padre, fue<br />

bautizado a los treinta años; se manifestó por la palabra y el testimonio del Padre 16 ; por<br />

voluntad y mandato del Padre predicó el evangelio del reino de los cielos, como él mismo<br />

lo atestigua: Es preciso que predique el evangelio en otras ciudades; para esto he sido<br />

enviado 17 . Y en otro lugar: Él me ordenó lo que he de decir o lo que he de hablar 18 . Y así,<br />

por voluntad y precepto del Padre, se encaminó con prontitud a la pasión y muerte, como<br />

él lo testifica: Padre, pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga lo que yo quiero, sino<br />

lo que quieres tú 19 . También lo afirma el Apóstol: Hecho obediente al Padre hasta la<br />

muerte, y una muerte de cruz" 20 . Con estos testimonios de la Sagrada Escritura, ¿qué<br />

otra cosa pretenden sino persuadir que precisamente el Padre y el Hijo tienen distintas<br />

naturalezas, puesto que el Hijo se muestra obediente al Padre? Sin embargo, esto no lo


dicen de los hombres: porque el hombre-hijo sea obediente al hombre-padre, no por eso<br />

ambos tienen diversa naturaleza.<br />

El verbo se hizo hombre<br />

VII. Puede que esto mismo que dice Jesús: He descendido del cielo, no para hacer mi<br />

voluntad, sino la voluntad del que me envió 21 , se refiera a lo que hizo el primer hombre<br />

Adán (del que dice el Apóstol: Por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado<br />

la muerte; y así se transmitió a todos los hombres, en el cual todos pecaron 22 ), que, por<br />

hacer su voluntad y no la del que le creó, sometió a todo el género humano a la<br />

propagación viciada de la culpa y de la pena. Por el contrario, aquel que nos iba a librar no<br />

hizo su voluntad, sino la del que le envió. Así, pues, en este lugar se dice su voluntad a la<br />

voluntad propia, que obra contra la voluntad de Dios. Pues cuando obedecemos a Dios, no<br />

decimos que hacemos su voluntad por aquella obediencia renuente, sino por la que<br />

queremos cumplir la divina; y si, porque queremos, la cumplimos, ¿cómo no haremos<br />

nuestra voluntad, a no ser que la Escritura la llame nuestra, pues la entiende como propia<br />

por ir contra la voluntad de Dios? Adán tuvo esta voluntad para que muriésemos en él; no<br />

la tuvo Cristo para que viviéramos en él. De la naturaleza humana, en efecto, se puede<br />

decir con toda certeza que por la desobediencia se da en ella voluntad propia, opuesta a la<br />

voluntad de Dios. Por lo que se refiere a la divinidad del Hijo, una e idéntica es la voluntad<br />

del Padre y del Hijo. Bajo ningún aspecto puede ser diversa la voluntad, donde la<br />

naturaleza de la Trinidad inmutable es única. El mediador entre Dios y los hombres, el<br />

hombre Cristo Jesús 23 , no hizo su propia voluntad, que es contraria a la de Dios, porque<br />

no era solamente hombre, sino Dios y hombre. En él, por admirable y singular gracia, la<br />

naturaleza humana pudo estar limpia de todo pecado. Por la cual afirma: Descendí del<br />

cielo, no para hacer mi voluntad, sino la del que me envió 24 . Por esta razón fue tan<br />

grande su obediencia, que careció totalmente de pecado el hombre que llevaba, porque<br />

había descendido del cielo; es decir, porque no era solamente hombre, sino también Dios.<br />

Así manifestó que era una sola persona en dos naturalezas, a saber: Dios y hombre; ya<br />

que si constituyera dos personas, comenzaría a existir una cuaternidad y no una trinidad.<br />

Pero porque tiene dos sustancias, aunque sea una sola persona, por eso lo dicho: Descendí<br />

del cielo, se refiere a la excelencia de Dios; y lo que se añade: no para hacer mi voluntad,<br />

a causa de Adán que hizo la suya, se refiere a la obediencia del hombre. Cristo es ambas<br />

cosas, a saber: Dios y hombre; y en cuanto hombre, se aprecia en él la obediencia, que es<br />

contraria a la desobediencia del primer hombre. Por eso dice el Apóstol: Como por la<br />

desobediencia de un hombre muchos fueron constituidos pecadores, así también por la<br />

obediencia de un solo hombre muchos serán constituidos justos 25 .<br />

La misma persona es Dios y hombre<br />

VIII. Ni porque se dijo: del hombre, apartó a Dios el que asumió al hombre; pues, como<br />

dije y hay que recalcarlo mucho, es una sola persona. Pues el único Cristo es siempre Hijo<br />

de Dios por naturaleza e Hijo del hombre, ya que por gracia asumió en el tiempo la<br />

naturaleza humana. Ni la tomó de modo que primero fuese creada y después asumida,<br />

sino que fue creada en el mismo momento de asumirla. Y por la unidad de la persona en la<br />

doble naturaleza se dice que el Hijo del hombre descendió del cielo, aunque su naturaleza<br />

humana fuera tomada de aquella Virgen, que vivía en la tierra; también se dice que el Hijo<br />

de Dios fue crucificado y sepultado, aunque no padeció esto en la divinidad, por la que el<br />

Unigénito es coeterno al Padre, sino en la debilidad de la naturaleza humana. Pues él<br />

mismo dijo, según leemos, que el Hijo del hombre descendió del cielo: Nadie sube al cielo<br />

sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo 26 . Pero también<br />

todos confesamos en el Símbolo que el Hijo unigénito de Dios fue crucificado y sepultado.<br />

De ahí que el Apóstol escribiera: Si le hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al<br />

Señor de la gloria 27 . El bienaventurado Apóstol enseña la unidad de persona de nuestro<br />

Señor Jesucristo, que consta de doble naturaleza, divina y humana, de modo que cualquier<br />

vocablo de una se atribuye a la otra, los divinos a la humana y los humanos a la divina. El<br />

Apóstol manifiesta esto cuando nos exhorta a la humildad misericordiosa con el ejemplo<br />

de Cristo: Tened el mismo sentir, dijo, que tuvo Cristo Jesús, quien, existiendo en la forma<br />

de Dios, no consideró usurpación ser igual a Dios, sino que se anonadó, tomando la forma<br />

de siervo y haciéndose semejante a los hombres, y en la condición de hombre, se humilló,<br />

hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz 28 . Por ello, pues, el nombre de<br />

Cristo se encuentra escrito en la profecía: Dios, el Dios tuyo, te ungió con el óleo de la<br />

alegría entre tus compañeros 29 . Luego a la realidad de la encarnación pertenece lo que se<br />

dijo: tomó la forma de siervo, presentándose en la condición de hombre, que por cierto


comenzó en el tiempo a tener esa condición. Pero también del mismo Cristo se afirmó:<br />

existiendo en la forma de Dios; pues, en verdad, existía en la forma de Dios antes de<br />

asumir la forma de siervo, cuando aún no era Hijo del hombre, sino Hijo de Dios, igual al<br />

Padre por naturaleza, no por usurpación. Nada tuvo que usurpar para ser exaltado; así<br />

había nacido. Esta es la verdad. Pues todavía no existía Cristo, que comenzó a ser cuando<br />

se humilló, no perdiendo la forma de Dios, sino tomando la forma de siervo. Y si<br />

preguntamos: ¿quién es el que, existiendo en la forma de Dios, no consideró usurpación<br />

ser igual a Dios? El Apóstol nos responde: Cristo Jesús. Luego también aquella divinidad<br />

recibe el nombre de esta humanidad. Asimismo, si preguntamos: ¿quién se hizo obediente<br />

hasta la muerte, y una muerte de cruz? Con toda precisión se responde: aquel que,<br />

existiendo en la forma de Dios, no consideró usurpación ser igual a Dios. En consecuencia,<br />

también esta humanidad recibe el nombre de aquella divinidad. Así, pues, aparece el<br />

mismo Cristo, coloso de doble naturaleza, bajo un aspecto, obediente; bajo otro aspecto,<br />

igual a Dios; bajo un aspecto, Hijo del hombre; bajo otro aspecto, Hijo de Dios; bajo un<br />

aspecto dice: El Padre es mayor que yo 30 ; bajo otro aspecto, Yo y el Padre somos uno;<br />

bajo un aspecto no hace su voluntad, sino la del que le envió; bajo otro aspecto dice:<br />

Como el Padre resucita a los muertos y los vivifica, así también el Hijo a los que quiere<br />

vivifica 31 .<br />

Padeció, murió y resucitó<br />

IX. 7. Asimismo prosiguen diciendo: "Por voluntad y precepto del Padre, estando<br />

crucificado, entregó la carne humana, que había tomado de Santa María Virgen, en manos<br />

de los hombres, y encomendó su divinidad en manos del Padre: Padre, en tus manos<br />

encomiendo mi espíritu 32 . Pues María dio a luz el cuerpo que había de morir, y Dios<br />

inmortal engendró al Hijo inmortal. Luego la muerte de Cristo no implica merma de su<br />

divinidad, sino la entrega de su cuerpo. Así como su generación de una virgen no fue la<br />

corrupción de su deidad, sino la asunción de un cuerpo, así también en su muerte la<br />

divinidad no sufrió pasión ni abandono, sólo se dio la separación de su carne. Como el que<br />

desgarra el vestido injuria al que está vestido, del mismo modo los que crucificaron su<br />

carne afrentaron a su divinidad". He aquí que en estas palabras claramente niegan que a<br />

la unidad de la persona de Cristo también pertenezca el alma humana, confesando<br />

únicamente en él la carne y la divinidad. Puesto que, cuando colgaba del madero, aquello<br />

que dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu, lo entienden como si encomendase<br />

al Padre la misma divinidad, y no el espíritu humano, que es el alma. Con razón, en este<br />

mismo tratado, algo más arriba, donde pretendían que se entendiera que Cristo hizo la<br />

voluntad del Padre, no la suya, pues sostienen que tiene una naturaleza menor y distinta<br />

de la del Padre, citaban aquel texto que dice: Padre, pase de mí este cáliz; pero no se<br />

haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. Sin embargo, no quisieron transcribir este<br />

otro: Triste está mi alma hasta la muerte 33 . Escuchen, pues, las citas que vamos a<br />

recordarles: Triste está mi alma hasta la muerte; Tengo poder para entregar mi alma 34 ;<br />

Nadie tiene mayor amor que el que da su alma por sus amigos 35 . También lo profetizado<br />

de él, tal como lo entendieron los apóstoles: Porque no abandonarás mi alma en el<br />

infierno 36 . Y para que no se opongan a estos y a otros testimonios parecidos de la<br />

Sagrada Escritura, confiesen que Cristo unió al Verbo unigénito no sólo la carne, sino<br />

también el alma humana, para ser una sola persona, que es Cristo, Verbo y hombre. Y así<br />

hay que entender que tiene doble naturaleza, a saber: la divina y la humana, y esta última<br />

consta de alma y carne. Y si se dejan llevar por lo que está escrito: el Verbo se hizo carne<br />

37 , entiendan que carne significa hombre, según el modo de hablar que toma la parte por<br />

el todo; como: A ti vendrá toda carne 38 ; asimismo, Por las obras de la Ley no será<br />

justificada toda carne 39 ; más claramente en otro lugar: Nadie será justificado por la Ley<br />

40 ; y en otro pasaje: Ningún hombre será justificado por las obras de la Ley 41 . Pues así se<br />

dijo: Toda carne, como si se dijera: "Todo hombre". De este modo se dijo en verdad: El<br />

Verbo se hizo carne, en lugar de decir: "el Verbo se hizo hombre". Estos, sin embargo, que<br />

quieren entender al hombre Cristo hecho solamente de la carne humana, no negarán al<br />

hombre, del que clarísimamente se dice: Uno es el Mediador entre Dios y los hombres, el<br />

hombre Cristo Jesús 42 . Me admira que no quieran admitir que por esta naturaleza humana<br />

de cualquier modo se pueda decir: El Padre es mayor que yo; no por aquella otra de la<br />

que se dijo: Yo y el Padre somos uno. ¿Quién podrá soportar que un simple hombre diga:<br />

"Yo y Dios somos uno?" ¿Y quién no admitirá que un hombre diga: "Dios es mayor que<br />

yo?" Es lo mismo que dijo el bienaventurado Juan: Dios es mayor que nuestro corazón 43 .<br />

Es el Buen Pastor


X. 8. También dicen: "El que por voluntad y precepto del Padre cumplió perfectamente la<br />

misión que le había sido encomendada, por voluntad y precepto del Padre resucitó su<br />

cuerpo de entre los muertos. Y con el mismo cuerpo, como el pastor con la oveja, el<br />

sacerdote con la oblación, el rey con la púrpura, Dios con el templo, fue llevado a la gloria<br />

por el Padre". Hay que preguntar a los que afirman esto qué oveja presentó el pastor al<br />

Padre. Pues si le presentó la carne sin alma, ¿qué oveja es ésta, sino tierra sin<br />

inteligencia, incapaz de dar gracias? Porque la carne sin alma, ¿qué puede?<br />

Obediente a la misión del Padre<br />

XI. 9. Asimismo prosiguen y dicen: "El que por voluntad del Padre descendió del cielo y<br />

ascendió a él, por voluntad y precepto del Padre está sentado a su derecha, oyendo al<br />

Padre decirle: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos de estrado de tus<br />

pies 44 . El que por voluntad y precepto del Padre está sentado a su derecha, por voluntad<br />

y precepto del Padre vendrá al final de los tiempos, como lo proclama el Apóstol: Y el<br />

mismo Señor, por mandato, a la voz del arcángel y al son de la trompeta de Dios, bajará<br />

del cielo 45 . El que por voluntad y precepto del Padre vendrá, por voluntad y precepto del<br />

Padre juzgará con justicia a todos, y dará a cada uno según su fe y sus obras. Él mismo lo<br />

ha dicho: El Padre no juzga a nadie, sino que todo juicio se lo ha entregado al Hijo. Y en<br />

otro lugar: Según oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la<br />

voluntad del que me ha enviado 46 . De donde se sigue que también al juzgar antepone el<br />

poder del Padre y pospone su divina dignidad y potestad segunda, pues dice: Venid,<br />

benditos de mi Padre 47 . Luego el Hijo es el juez justo. El honor y la autoridad pertenecen<br />

al que juzga, pero las leyes imperiales al Padre. Como la súplica de oficio y el consuelo son<br />

propios del Espíritu Santo, la dignidad es propia del Unigénito de Dios, justo juez". Nuestra<br />

respuesta anterior también es válida para esto. Porque el Hijo sea obediente a la voluntad<br />

y precepto del Padre, ni siquiera en los hombres demuestra una naturaleza diversa y<br />

desigual, la del padre que manda y la del hijo que obedece. A esto hay que añadir que<br />

Cristo no sólo es Dios, por cuya naturaleza es igual al Padre, sino que también es hombre,<br />

en virtud de lo cual el Padre es mayor que él, y no sólo es su Padre, sino también su<br />

Señor. Pues a esto se refiere aquella profecía: El Señor me dijo: Tú eres mi Hijo 48 .<br />

Ciertamente en él se da una sustancia inferior, por la que el Padre es mayor y es Señor del<br />

que tomó la forma de siervo. Pero en esta forma de la humanidad que asumió, sin perder<br />

la forma de la divinidad, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en la<br />

condición humana 49 , también se manifestará en el juicio, en el que juzgará a los vivos y a<br />

los muertos. Por eso se dijo del Padre que no juzgará a nadie, sino que todo juicio se lo<br />

dio al Hijo 50 . Porque los impíos verán en Cristo la forma del Hijo del hombre, cuando sean<br />

juzgados por él; de ellos está dicho: Verán al que traspasaron 51 . Pero, con toda certeza,<br />

no verán en el mismo Cristo la forma de Dios, por la que es igual al Padre. Así estaba<br />

predicho en la profecía: Desaparezca el impío, para que no vea la claridad del Señor 52 . A<br />

esto, pues, pertenece lo dicho: Bienaventurados los de corazón puro, porque ellos verán a<br />

Dios 53 . Por último, está atestiguado con toda claridad en aquel lugar, donde se dice: Le<br />

dio el poder de juzgar, puesto que es el Hijo del hombre 54 . Y no porque es el Hijo de Dios,<br />

ya que en cuanto tal tiene la potestad coeterna e idéntica al Padre, sino porque es el Hijo<br />

del hombre, que comenzó a existir en el tiempo, para que en el tiempo se le concediera<br />

esa potestad. Esto no se dice como si él no se diera tal potestad; es decir, como si la<br />

naturaleza divina, que en él existe, no diera esa potestad a su naturaleza humana. No<br />

quiera Dios que se crea esto. Pero ¿cómo el Padre hará algo si no es por su Hijo unigénito?<br />

Tampoco sin el Espíritu Santo, puesto que las obras de la Trinidad son inseparables. Y ya<br />

que el Padre dio la potestad al Hijo, porque es el Hijo del hombre, se la dio por medio de<br />

él mismo, pues es el Hijo de Dios, y todo fue hecho por él, y sin él nada se hizo 55 . Pero el<br />

Hijo atribuye honorífica y convenientemente al Padre lo que también él hace en cuanto<br />

Dios, porque es Dios que procede del Padre. Pues él es Dios de Dios; mientras que el<br />

Padre es Dios, pero no de Dios.<br />

Sentado a la derecha del Padre<br />

XII. Afirman: "Oyó al Padre: Siéntate a mi derecha 56 , y por eso se sentó a la derecha del<br />

Padre", como si esto lo hubiera hecho por mandato paterno y no también por su propia<br />

potestad. No cabe la menor duda de que si no lo tomamos en sentido espiritual, el Padre<br />

estaría sentado a la izquierda del Hijo. Pero ¿qué es la derecha del Padre sino aquella<br />

eterna e inefable felicidad, a la que el Hijo del hombre también llega una vez conseguida la<br />

inmortalidad de la carne? Porque si pensamos sabia y fielmente, la mano de Dios Padre no


se refiere a los rasgos corporales, que no se dan en Dios, sino al poder efectivo, ¿no<br />

aplicaremos esto al mismo Unigénito, por quien todo fue hecho? De él afirmó el profeta: ¿<br />

Y a quién ha sido revelado el brazo del Señor? 57 ¿Cómo el Hijo oye al Padre? ¿Cómo el<br />

Padre dice muchas palabras a su único Verbo? ¿Cómo habla de modo transitorio al que<br />

habla permanentemente? ¿Cómo dice algo temporalmente al que es eterno como Él y en<br />

el que estaba todo lo que diría en ciertos momentos apropiados? ¿Quién se atreverá a<br />

investigar esto? ¿Quién podrá encontrar su solución? Y sin embargo: Dijo el Señor a mi<br />

Señor: Siéntate a mi derecha 58 . Y porque fue dicho, se hizo. Pues ya existía en el Verbo el<br />

que el Verbo se hizo carne 59 . Y porque verdaderamente ya existía en el Verbo, antes de<br />

que asumiera la carne, por eso se ha realizado con toda eficacia en la carne. Puesto que<br />

en el Verbo ya se daba sin tiempo, por eso se verificó en la carne a su tiempo. En esa<br />

carne ascendió al cielo el que no había abandonado el cielo, aun cuando descendió del<br />

cielo; y en esa carne el que es el brazo del Padre está sentado a la derecha del Padre, y en<br />

ella descenderá para juzgar con voz de mando, a la voz del arcángel y al son de la<br />

trompeta de Dios 60 .<br />

Hijo de Dios e Hijo del hombre<br />

XIII. Del texto anterior quieren deducir que la potestad del Hijo es menor que la del<br />

Padre, porque en él se dice que descenderá por mandato. Pero hay que preguntarles: ¿por<br />

mandato de quién? Si dijeren que del Padre, volvemos a preguntarles: ¿con qué palabras<br />

temporales manda el Padre a su Verbo eterno que descienda del cielo? Pues el mismo<br />

mandato de Dios, que se realizará a su tiempo, ya estaba antes de todos los tiempos en el<br />

mismo Verbo de Dios. Y si el Hijo de Dios, en cuanto que es Hijo del hombre, descendió<br />

del cielo, en cuanto que es el Verbo, él mismo ordenó su descenso del cielo. Pues si el<br />

Padre no manda por él, no mandaría por su Verbo, o existiría otro Verbo por medio del<br />

cual mandaría al único Verbo. Y me maravillo de que existiendo aquel único Verbo,<br />

también existiera otro. Ciertamente, el Padre también ha dicho temporalmente algunas<br />

palabras al Hijo, como las que sonaron desde la nube: Tú eres mi Hijo amado 61 ; pero no<br />

como si por ellas el Hijo unigénito aprendiera algo, sino más bien en cuanto que era<br />

conveniente que las oyeran los otros. Y así, también el sonido de estas palabras pasajeras,<br />

dirigidas al Hijo, no se produjo sin el Hijo; de lo contrario, no todo hubiera sido hecho por<br />

él. Pues ¿acaso, cuando se le ordenó que descendiera del cielo, eran necesarios aquellos<br />

sonidos y palabras para que el Hijo conociera la voluntad paterna? Dios no permita que<br />

creamos esto. Luego todo aquello que convenía que se hiciera en relación al Hijo, lo hizo el<br />

Padre por medio del mismo Hijo; esto es, a él mismo, en cuanto que es el Hijo del hombre<br />

y fue hecho entre todo; pero por su medio, pues es el Hijo de Dios, y todo fue hecho por el<br />

Padre mediante él. Mas lo que se dijo: por mandato, a la voz del arcángel, pretenden que<br />

se entienda el mandato del arcángel, como las mismas palabras parecen indicarlo;<br />

entonces, ¿qué les falta sino decir que el Hijo unigénito también es inferior a los ángeles, a<br />

cuyos mandatos se muestra obediente, si es menor el mandado que el que manda? Por<br />

más que lo que se dijo: por mandato, a la voz del arcángel, también puede ser entendido<br />

de modo que la misma voz del arcángel se tome como que se haga lo ordenado por Dios,<br />

es decir, que se entienda al ángel como la trompeta de Dios, que el Señor Dios le manda<br />

emitir su voz, que es necesario que la escuche la criatura inferior cuando el Hijo de Dios<br />

descienda del cielo. Pues de la misma trompeta se dice en otro lugar: Porque sonará la<br />

trompeta y los muertos resucitarán incorruptibles 62 .<br />

Juzga como oye al Padre<br />

XIV. El Hijo dijo: Como oigo, juzgo 63 . Esta expresión puede entenderse por su sujeción<br />

humana, pues es el Hijo del hombre, o por aquella naturaleza inmutable y simple que<br />

tiene el Hijo en cuanto que la recibe del Padre. En esta naturaleza no es distinto el oír, ver<br />

y ser, sino que el ser es igual al oír y al ver. Así, él recibe el oír y el ver de quien recibe el<br />

mismo ser. Porque también aquello que se dice en otro lugar: El Hijo no puede hacer nada<br />

por sí mismo, sino que hace lo que ve hacer al Padre, es mucho más difícil de entender<br />

que el texto citado por ellos: Como oigo, juzgo. Pues si el Hijo no puede hacer nada, sino<br />

lo que ve hacer al Padre 64 , ¿cómo podrá juzgar si no ve al Padre juzgar? Ya que el Padre<br />

no juzga a nadie, porque todo juicio se lo dio al Hijo 65 . El Hijo juzga, pues ha recibido del<br />

Padre no algún juicio, sino todo juicio, y aunque no vea al Padre juzgar, pues éste a nadie<br />

juzga. Entonces, ¿cómo el Hijo no puede hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al<br />

Padre, cuando juzga y no ve al Padre juzgar? De todos modos no se dijo: el Hijo no puede<br />

hacer nada por sí mismo, sino lo que oyere que le ordena el Padre; en cambio, se dijo: lo<br />

que viere hacer al Padre. Se fijen en esto, piensen en esto, consideren esto; y, en cuanto


sea posible, purifiquen de alguna manera su empeño, pues con sus pensamientos carnales<br />

han tramado que la única e idéntica naturaleza de la Trinidad se divida en virtud de la<br />

diversidad de sustancias y se ordene por los grados de las potestades. Por eso se dijo que<br />

el Hijo no hace nada por sí mismo, puesto que no viene de sí; y, por consiguiente, todo lo<br />

que hace es porque ve hacerlo al Padre, ya que ve que él mismo tiene la potestad de obrar<br />

por haberla recibido del Padre, de quien ve que ha recibido el existir. Y cuando dijo que él<br />

por sí mismo no podía hacer nada, no significa deficiencia, sino la estabilidad que se da en<br />

él por haber nacido del Padre. Tan loable es que el Omnipotente no pueda cambiar como<br />

que no pueda morir. Pero el Hijo pudo hacer lo que no vio hacer al Padre si puede hacer lo<br />

que el Padre no hace por medio de él, esto es, si puede pecar, lo cual repugna a la<br />

naturaleza inimitablemente buena, que fue engendrada por el Padre. Y aunque esto no lo<br />

pueda hacer, no se sigue que sea por imperfección, sino, al contrario, por ser poderoso.<br />

Hace lo que hace el Padre<br />

XV. Pues las obras del Padre y del Hijo son las mismas, pero sin que el Hijo sea el mismo<br />

que el Padre, sino porque ninguna obra es del Hijo que no la haga el Padre por su medio, y<br />

ninguna obra es del Padre que no la haga a la vez por el Hijo. Pues todo lo que hace el<br />

Padre, lo hace igualmente el Hijo 66 . Esta sentencia es del Evangelio y, en consecuencia,<br />

salida de la boca del mismo Hijo. No son unas las obras del Hijo y otras las del Padre, sino<br />

las mismas; ni las hace el Hijo de modo distinto, sino igualmente. Mas como el Hijo no<br />

hace otras obras semejantes, sino las mismas que hace el Padre, ¿qué es hacerlas<br />

igualmente sino hacerlas con idéntica facilidad e idéntica potestad? Pues si, en verdad, los<br />

dos hacen las mismas obras, pero uno con mayor facilidad y poder que el otro,<br />

ciertamente el Hijo no las hará igualmente. Pero como hace las mismas obras e<br />

igualmente, no son en verdad distintas las obras del Hijo de las del Padre ni diversa la<br />

potestad de los que obran. Ni, por cierto, sin el Espíritu Santo, pues éste no puede estar<br />

separado de los otros dos en las obras que han de ser hechas por ambos. Así, de un<br />

mismo modo admirable y divino, los tres hacen las obras de todos ellos, y los tres las de<br />

cada uno. Porque el cielo, la tierra y toda criatura son obras de los tres. Pues del Hijo se<br />

dijo: Todo fue hecho por él 67 . Pero ¿quién se atreverá a apartar de cualquiera de estas<br />

obras al Espíritu Santo, que se caracteriza por conceder las gracias a los santos, de<br />

quienes está escrito: Mas todas las cosas las hace un mismo y solo Espíritu, repartiendo lo<br />

propio a cada uno según quiere? 68 Finalmente, siendo Cristo Señor de todos 69 y Dios<br />

bendito sobre todo por los siglos 70 , ¿qué obra entre todas se podrá negar al Espíritu<br />

Santo, que ha formado al mismo Cristo en el seno de una virgen? Pues cuando la Virgen<br />

preguntó al ángel, que le anunciaba su futuro parto: ¿Cómo se hará esto, si no conozco<br />

varón?, recibió esta respuesta: El Espíritu Santo descenderá sobre ti 71 . Pero se<br />

denominan obras de cada uno las que manifiestan pertenecer a una persona. Así, el nacer<br />

de una virgen sólo pertenece al Hijo 72 ; la voz desde la nube: Tú eres mi Hijo amado, sólo<br />

pertenece a la persona del Padre; sólo se apareció el Espíritu Santo en la forma corporal<br />

de paloma 73 . Sin embargo, toda la Trinidad hizo aquella carne de solo el Hijo, aquella voz<br />

de solo el Padre, aquella forma de solo el Espíritu Santo. Y no porque cada uno de ellos<br />

sea incapaz sin los otros de realizar lo que hay que hacer, sino porque la operación no<br />

puede estar separada; donde no sólo es igual la naturaleza, sino también indivisa. Pues,<br />

siendo tres, cada uno de ellos es Dios, y, sin embargo, no son tres dioses. Porque el Padre<br />

es Dios, y el Hijo es Dios, y el Espíritu Santo es Dios; y el Hijo no es el mismo que el<br />

Padre, ni el Espíritu Santo es el mismo que el Padre o el Hijo; sino que el Padre es siempre<br />

Padre, y el Hijo es siempre Hijo, y el Espíritu de ambos nunca es sólo de uno de ellos, o<br />

del Padre o del Hijo, sino que siempre es Espíritu de los dos. No obstante, toda la Trinidad<br />

es un solo Dios. Pues ¿quién negará que ni el Padre ni el Espíritu Santo, sino solo el Hijo,<br />

caminó sobre las aguas 74 ? Únicamente el Hijo tiene carne, en virtud de la cual pudo posar<br />

sus pies en las aguas y andar por ellas. Pero de ningún modo se piense que esto lo realizó<br />

sin el Padre, cuando de todas sus obras se dice: Mas el Padre, que permanece en mí, hace<br />

sus obras 75 . Tampoco sin el Espíritu Santo, pues el arrojar los demonios fue igualmente<br />

obra del Hijo. Es cierto que la lengua de aquella carne, por la que mandaba salir a los<br />

demonios, pertenecía a solo el Hijo; sin embargo, él mismo dice: Yo arrojo los demonios<br />

en el Espíritu Santo 76 . Asimismo, ¿quien sino solo el Hijo resucitó? Pues sólo pudo morir el<br />

que tuvo carne. Con todo, a esta obra, por la que el Hijo resucitó, el Padre no fue ajeno,<br />

ya que de Él esta escrito: El que resucitó a Jesús de entre los muertos 77 . ¿Por ventura el<br />

mismo Hijo no se reanimó? ¿En dónde encajará lo que dijo: Destruid este templo, y yo lo<br />

levantaré en tres días? 78 También afirma que tiene poder para entregar su alma y para<br />

tomarla de nuevo. ¿Y quién será el que desbarre de tal modo que piense que el Espíritu<br />

Santo no cooperó en la resurrección de Cristo hombre, cuando actuó para que el mismo


Cristo hombre existiera?<br />

Analogía trinitaria en la criatura<br />

XVI. Se da en el hombre cierta semejanza de perfección para compararla con la Trinidad,<br />

que es Dios, aunque de ningún modo sea la adecuada, pues la Trinidad es Dios y el<br />

hombre una criatura. Sin embargo, éste tiene algo, por lo que puede ser entendido en<br />

cierta manera lo que se dice de la naturaleza inefable de Dios. Pues con razón no se dijo:<br />

Hagamos al hombre a tu imagen, como si el Padre hablase al Hijo, o a mi imagen, sino<br />

que se dijo: a nuestra imagen 79 . Esto se entiende correctamente de la dignidad de la<br />

misma Trinidad. Por cierto, pensamos tres cosas en el alma humana: memoria,<br />

entendimiento y voluntad. Y por medio de las tres se hace todo lo que hacemos. Como<br />

estas tres realidades estén compenetradas perfecta y rectamente, lo que hagamos será<br />

bueno y recto si el olvido no engaña la memoria, ni el error la inteligencia, ni la maldad la<br />

voluntad. Así, ciertamente, rehacemos la imagen de Dios en nosotros. Pues toda obra<br />

nuestra se hace por estas tres cosas. Nada hacemos sin que intervengan a la vez las tres.<br />

Luego cuando hablamos de cada una de ellas, lo que a cada una pertenece también es<br />

hecho por las tres. Pues al tratar únicamente de la memoria no interviene sólo la memoria,<br />

sino que cooperan la inteligencia y la voluntad, aunque se hable tan sólo de la memoria.<br />

También es sencillísimo ver esto respecto a las otras dos facultades, ya que todo lo que se<br />

diga de la inteligencia no se dice sin la intervención de la memoria y de la voluntad, y lo<br />

que se dice o escribe de la voluntad no se hace sin la inteligencia y la memoria. Hasta qué<br />

punto sean estas cosas semejantes y, por otra parte, desemejantes a la inmutable<br />

Trinidad, que es Dios, exigiría una exposición muy extensa y detallada. Pero creí<br />

conveniente aducir este ejemplo sólo para proporcionar algo tomado de la misma criatura.<br />

Luego éstos, si pueden, entiendan que no es absurdo lo que decimos del Padre, y del Hijo,<br />

y del Espíritu Santo: que sus obras son hechas inseparablemente por los tres, y no sólo las<br />

que pertenecen a los tres, sino también las que pertenecen a cada uno de ellos.<br />

El Verbo del Padre<br />

XVII. Luego el Hijo juzga como oye 80 , ya porque es el Hijo del hombre, ya porque no<br />

procede de sí mismo, sino que es el Verbo del Padre. Pues, cuando oímos, lo que para<br />

nosotros es recibir la palabra, esto es para él ser el Verbo del Padre. Porque así se puede<br />

decir que el Padre dio el Verbo al Hijo, esto es, para que sea el Verbo; como se dice que<br />

dio la vida al Hijo, a saber: para que éste sea la vida. Así él lo afirma: Como el Padre tiene<br />

la vida en sí mismo, así dio al Hijo que tenga la vida en sí mismo 81 . Y no que él sea una<br />

cosa y la vida que se da en él otra, sino que él mismo sea la vida misma; así como<br />

tampoco el Padre es una cosa distinta de la vida que se da en Él. Pero el Hijo no dio la vida<br />

al Padre, porque no engendró al Padre; el Padre, en cambio, dio la vida al Hijo,<br />

engendrándole en cuanto vida, como también Él es la vida. Sin embargo, no engendró al<br />

Verbo, como si Él también fuese Verbo. Pues cuando hablamos de la vida, puede<br />

entenderse ésta como no proveniente de otro: así es la vida del Padre o, por decirlo más<br />

claramente, el Padre es la vida, que no procede de otro para ser. Pero cuando se habla del<br />

Verbo, éste de ningún modo puede ser comprendido a no ser que sea de alguien, de<br />

aquel, en verdad, de quien procede. Pues no como el Hijo es Dios de Dios, luz de luz, vida<br />

de vida, así se puede decir que el Verbo es del Verbo. Porque sólo él es el Verbo; y como<br />

es propio del Padre engendrar al Verbo, así es propio del Hijo ser el Verbo. Y por eso,<br />

como oye, juzga; porque, como es engendrado Verbo, para que el mismo Verbo sea la<br />

verdad, así juzga según la verdad.<br />

Busca hacer la voluntad del que le ha enviado<br />

XVIII. Y su juicio es justo, porque no busca su voluntad, sino la voluntad del que le envió<br />

82 . Diciendo esto, quiso llevar nuestra consideración a aquel hombre que, buscando su<br />

voluntad y no la del que le creó, no tuvo un juicio justo de sí mismo, sino que se dio un<br />

juicio justo sobre él. Puesto que, haciendo su voluntad y no la de Dios, no creyó que había<br />

de morir. Pero este juicio suyo no fue justo. Y así hizo su voluntad y murió, porque el<br />

juicio de Dios es justo. El Hijo de Dios hizo este juicio no buscando su voluntad, ya que<br />

también es Hijo del hombre. Y no porque carezca de voluntad para juzgar (¿quién será tan<br />

necio que diga esto?), sino porque su voluntad no le es propia en el sentido de que se<br />

oponga a la voluntad del Padre. Si éstos pensaran así y no con sus pensamientos carnales,<br />

no ordenarían los poderes y oficios de la Trinidad en grados dispares, como si se tratara<br />

de tres hombres de desigual y distinta dignidad: el Padre como emperador, el Hijo como


juez y el Espíritu Santo como abogado. Afirman que el Hijo juzga conforme a las leyes<br />

imperiales, que son propias del Padre. En ellas ponen el honor y la autoridad del Hijo que<br />

juzga; la intercesión de oficio y la consolación del Espíritu Santo pertenecen a la dignidad<br />

del juez, esto es, del Dios unigénito. Como si la dignidad del juez consistiera en tener<br />

abogado, como si la dignidad del emperador se manifestara por el hecho de que el juez<br />

juzga según las leyes imperiales. Manteniéndose en su pensamiento carnal, no pueden, sin<br />

embargo, demostrar la diversidad de naturaleza en estas tres personas. Y ésta es la<br />

cuestión básica que se debate entre ellos y nosotros. Pues cuando estas cosas se aplican a<br />

las costumbres humanas y no se apartan del modo de obrar del género humano, que<br />

pensando puede percibir (pues el hombre animal no comprende lo que es propio del<br />

Espíritu de Dios 83 ), ¿qué otra cosa nos dan a entender sino que el emperador, y el juez, y<br />

el abogado son hombres? Por tanto, aunque el juez sea inferior al emperador por razón de<br />

su potestad, es tan hombre como éste; no menor que el juez es el abogado respecto a la<br />

naturaleza humana, aunque parezca que por su oficio está sometido al juez. Luego<br />

confiesen, por lo menos, la igualdad de naturaleza del padre, y del Hijo, y del Espíritu<br />

Santo, aunque piensen que su potestad es distinta. ¿Por qué les otorgan una condición<br />

peor que la que atribuyen a los hombres? Pues en lo humano puede suceder que el juez se<br />

convierta en emperador. Esto no se dignan conceder en la Trinidad al único Hijo del<br />

emperador. Si acaso, en virtud de la norma del derecho o de la costumbre humana, temen<br />

cometer por exceso un crimen de lesa majestad en el hijo, pienso que deberían admitir<br />

que el abogado llegue alguna vez a conseguir la potestad judicial. Pero ni siquiera aceptan<br />

esto. Luego la condición de la Trinidad es peor, ¡Dios nos libre de pensar esto!, que la<br />

condición mortal del género humano.<br />

Abogado ante el Padre<br />

XIX. Por último, la Sagrada Escritura, que no aprecia los actos divinos por la diferencia de<br />

poderes, sino por la inescrutabilidad de las obras, también reconoce que nuestro juez es<br />

abogado. Dice el apóstol Juan: Si alguno pecare, tenemos abogado ante el Padre,<br />

Jesucristo justo 84 . Él mismo lo ratifica cuando afirma: Yo rogaré al Padre y os dará otro<br />

abogado 85 . Porque el Espíritu Santo no sería otro abogado si el Hijo no lo fuere. Este, para<br />

demostrar que sus obras y las del Padre son inseparables, dijo: Cuando yo me fuere, os lo<br />

enviaré 86 ; aunque en otro lugar diga: Al que el Padre enviará en mi nombre 87 . Así se<br />

muestra que el Padre y el Hijo enviaron al Espíritu Santo. Como se muestra por el profeta<br />

que el Padre y el Espíritu Santo enviaron al Hijo. ¿Pues quién, sino el Hijo, predijo por<br />

Isaías su venida? Dijo: Oídme, Jacob e Israel, a quien he llamado. Yo soy el primero y yo<br />

eternamente. Y mi mano cimentó la tierra, mi diestra consolidó los cielos; los llamaré y<br />

aparecerán juntamente y se juntarán todos y oirán. ¿Quién les anunciará estas cosas?<br />

Pues amándote hice tu voluntad sobre Babilonia para que desaparezca la raza de los<br />

caldeos. Yo he hablado, yo le llamé, yo le guié e hice prosperar su camino. Acercaos a mí y<br />

oíd esto: Desde el principio no os he hablado en secreto. Cuando las cosas se hacían, allí<br />

estaba yo, y ahora el Señor me ha enviado y su Espíritu 88 . ¿Hay algo más evidente? He<br />

aquí que él mismo se dice enviado por el Espíritu Santo, que fundó la tierra y consolidó el<br />

cielo. Aquí se reconoce al Unigénito, por el que todo fue hecho. Pero al consolador, que,<br />

según ellos, tiene el oficio de la persona de ínfima categoría en la Trinidad, el Apóstol, en<br />

la epístola a los Corintios, le llama Dios: Dios, que consuela a los humildes, nos consoló<br />

con la presencia de Tito 89 . Luego el Dios de los santos es el consolador, pues ellos son los<br />

humildes. Por eso, aquellos tres varones decían en la hoguera: Bendecid al Señor los<br />

santos y humildes de corazón 90 . En consecuencia, el Espíritu Santo, que consuela a los<br />

humildes, es Dios. Luego confiesen éstos que el Espíritu Santo es Dios, lo cual no quieren<br />

hacer. Pero si lo dicho por el Apóstol prefieren atribuirlo al Padre o al Hijo, dejen de<br />

separar la persona del Espíritu Santo del Padre y del Hijo en función del oficio propio de<br />

consolar.<br />

El Espíritu Santo es Dios<br />

XX. Al pretender explicar que el Espíritu Santo es menor que el Hijo precisamente por ser<br />

abogado, les lleva su escandalosa ceguera a anteponer los santos a él; de ellos dice el<br />

mismo Señor: Os sentaréis sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel 91 . A<br />

esto respondan: ¿qué será el Espíritu Santo? Cuando el ser juez es propio del Hijo, ¿acaso<br />

será también abogado ante los jueces humanos? Lejos de un corazón fiel la locura de<br />

pensar que el Espíritu Santo abogado sea menor que estos jueces, cuando, por cierto,<br />

ellos, para ser jueces, tienen que estar llenos del Espíritu Santo, y viviendo según él se<br />

hacen espirituales. Pues el espiritual juzga todo 92 . ¿Cómo será menor que el juez el que


hace los jueces, haciéndolos miembros de aquel juez y templo suyo? Afirma el Apóstol.<br />

Vuestros cuerpos son miembros de Cristo; y también: Vuestros cuerpos son templo del<br />

Espíritu Santo, que está en vosotros 93 . Y con todo, si leyeran clarísimamente en las<br />

Sagradas Escrituras que el rey Salomón, por mandato divino, edificó un templo de madera<br />

y piedras al Espíritu Santo, no dudarían sostener que el Espíritu Santo es Dios, al que<br />

legítimamente se le tributaría en el pueblo de Dios tanta sumisión religiosa, llamada culto<br />

de latría, que también se le construirían templos, aunque el Señor diga: Al Señor Dios<br />

tuyo adorarás y a él solo servirás 94 . Este culto, en griego, se llama . Y se<br />

atreven a negar que sea Dios, cuando su templo no es de madera y piedras, sino de los<br />

miembros de Cristo. Pues así someten al Espíritu Santo al poder de Cristo, cuando los<br />

miembros de Cristo son su templo. Como someten al Hijo a las leyes imperiales de Dios,<br />

cuando él es el Verbo de Dios, y de ningún modo el verbo del emperador está sometido a<br />

las leyes, sino que las hace.<br />

Que procede del Padre<br />

XXI. 10. Ciertamente, éstos, cuyo escrito recibí y al que respondo, no se atreven a<br />

sostener que sea lo mismo el ser hecho que el ser engendrado. Distinguen estos dos<br />

términos, de modo que dicen que el Hijo fue engendrado por el Padre, pero el Espíritu<br />

Santo fue hecho por el Hijo. Jamás lo han leído en las Sagradas Letras, pues el mismo Hijo<br />

dice que el Espíritu Santo procede del Padre.<br />

11. Afirman: "El Hijo anuncia al Padre. El Espíritu Santo anuncia al Hijo". Como si el Hijo<br />

no hubiera anunciado que el Espíritu Santo vendría, o el Padre no hubiera dado a conocer<br />

al Hijo: Este es mi Hijo amado, en quien me he complacido; escuchadle 95 .<br />

12. Y por eso no sólo "el Hijo revela la gloria del Padre", sino que también el Padre<br />

"revela" la gloria del Hijo. Ni sólo "el Espíritu Santo manifiesta la dignidad del Hijo", sino<br />

que también el Hijo "manifiesta la dignidad" del Espíritu Santo.<br />

13. Y, por tanto, como "el Hijo da testimonio del Padre", así también el Padre da<br />

testimonio del Hijo. Y como "el Espíritu Santo da testimonio del Hijo", así también el Hijo<br />

"da testimonio" del Espíritu Santo.<br />

14. "El Espíritu Santo es enviado" por el Padre "y por el Hijo". Y "por el Padre" y el Espíritu<br />

"es enviado el Hijo".<br />

El Hijo y el Espíritu Santo, iguales al Padre<br />

XXII. 15. Dicen: "El Hijo es ministro del Padre. El Espíritu Santo es ministro del Hijo". No<br />

consideran que de este modo hacen mejores a los santos apóstoles que al Espíritu Santo,<br />

los cuales se denominan a sí mismos ministros de Dios, por lo que estos herejes no<br />

negarán que los apóstoles sean ministros de Dios Padre. Pero han sido hechos ministros<br />

de Aquel en cuyo nombre también bautizaron, es decir, en el nombre del Padre, y del Hijo,<br />

y del Espíritu Santo. Y por esto, según su vana manera de discurrir, los ministros de la<br />

Trinidad serían mejores que el Espíritu Santo si precisamente éste es menor por ser<br />

ministro de solo el Hijo.<br />

16. Sostienen: "El Hijo es mandado por el Padre. El Espíritu Santo es mandado por el<br />

Hijo". En ningún lugar de las Divinas Letras leen esto. Aunque leamos que el Hijo fue<br />

obediente según la forma de siervo, por la que el Padre es mayor que él; pero no según la<br />

forma de Dios, en la que él y el Padre son uno.<br />

17. Así, se lee en la Sagrada Escritura que "el Hijo es súbdito del Padre". En este caso se<br />

refiere a la forma de siervo, en la que también estuvo sometido a sus padres humanos,<br />

como el Evangelio lo atestigua: Y bajó con ellos y fue a Nazaret; y les estaba sujeto 96 .<br />

Pero en parte alguna dice la Escritura Santa que "el Espíritu Santo estuvo sometido al<br />

Hijo".<br />

18. En consecuencia, también el Hijo, por la forma de siervo, "hace lo que le manda el<br />

Padre". Y por poseer la forma de Dios, lo que hace el Padre también lo hace él. Pues no<br />

dijo: "Todo lo que manda el Padre lo hace el Hijo", sino: Todo lo que hace el Padre, lo hace<br />

igualmente el Hijo 97 . Finalmente, si por eso dicen que el Espíritu Santo habla lo que el<br />

Hijo le ordena, porque está escrito: Recibirá de lo mío, y os lo anunciará 98 , ¿por qué razón


el Hijo no dirá lo que le ordena el Espíritu Santo, puesto que el Apóstol afirma: Las cosas<br />

de Dios nadie las conoce sino el Espíritu de Dios 99 , y el mismo Jesús confirma que él<br />

estaba lleno del Espíritu Santo, lo cual está escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, por<br />

cuanto me ungió para evangelizar a los pobres? 100 Si para evangelizar a los pobres ha<br />

sido ungido, porque el Espíritu del Señor estaba sobre él, ¿qué evangelizaba a los pobres<br />

sino que tenía el Espíritu del Señor, del que estaba lleno? Pues también esto está escrito<br />

de él, que estaba lleno del Espíritu Santo 101 .<br />

Honor y adoración<br />

XXIII. 19. Afirman: "El Hijo adora y honra al Padre. El Espíritu Santo adora y honra al<br />

Hijo". Aquí no hay necesidad de distinguir cuidadosamente la diferencia que existe entre<br />

honrar y adorar. Lo anterior se predica del Hijo por la forma de siervo. Digan, si pueden,<br />

en dónde leen que el Hijo es adorado por el Espíritu Santo. Pero lo que añaden, cuando<br />

intentan probar esto, a saber: lo que está escrito: Padre, yo te he honrado sobre la tierra<br />

y he consumado la obra que tú me habías encomendado 102 ; y sobre el Espíritu Santo: Él<br />

me glorificará, porque recibirá de lo mío, y os lo anunciará 103 ; esto no se refiere a lo que<br />

estamos tratando. Todo el que adora, honra; pero no todo el que honra, adora. Pues,<br />

como dice el Apóstol 104 , los hermanos se han de honrar mutuamente; sin embargo, no se<br />

adoran entre sí. Por lo demás, si honrar fuese lo mismo que adorar, digan, si les parece<br />

bien, que el Padre adora al Hijo, y hace esto porque se lo ordena el Hijo, ya que éste le<br />

dice: Hónrame 105 . Él mismo resuelve la cuestión respecto a lo que había afirmado sobre el<br />

Espíritu Santo: Recibirá de lo mío. No se piense que el Espíritu Santo, como descendiendo<br />

por distintos grados, así es de él, a la manera que el Hijo es del Padre. Pues ambos vienen<br />

del Padre: el Hijo por nacimiento y el Espíritu Santo por procesión. En la sublimidad de<br />

aquella naturaleza es algo sumamente difícil distinguir estas dos operaciones. Luego para<br />

que no se pensara esto, según dije, añadió seguidamente: Todo lo que tiene el Padre es<br />

mío; por eso dije, recibirá de lo mío 106 . Así quería, sin la menor duda, que se entendiera<br />

que también el Espíritu Santo recibía del Padre. Y, por tanto, de él mismo, porque todo lo<br />

que tiene el Padre es del Hijo. Pero esto no supone el reconocimiento de una naturaleza<br />

diversa, sino de un solo principio.<br />

20. Según esto, "el Espíritu Santo no habla por sí mismo", porque no es de sí mismo el<br />

que procede del Padre. Como tampoco "el Hijo puede por sí mismo hacer algo", pues<br />

tampoco él es de sí mismo, en conformidad con lo que ya expuse anteriormente. No que<br />

"en todo aguarde la orden del Padre", ya que no dijo: A no ser que viere al Padre que le<br />

indica algo, sino que dijo: lo que viere hacer al Padre 107 , conforme con lo que ya hemos<br />

dicho. Que lean, si pueden, que "el Espíritu Santo en todo espera el mandato de Cristo",<br />

como ellos sostienen. Y lo que se dijo: No hablará por sí mismo, no es lo mismo que decir:<br />

"Todo lo que me oyere", sino que se dijo: hablará lo que oyere 108 . Pero por qué fue<br />

expresado de este modo poco antes ya había sido explicado en la misma exposición del<br />

Señor, que he transcrito, y en la que se afirma: Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso<br />

dije, recibirá de lo mío 109 . Pues de donde recibirá, de allí sin la menor duda lo dirá;<br />

porque de donde oye es de donde procede. Así conoce al Verbo de Dios, procediendo de<br />

donde nace el Verbo, y así es el Espíritu común del Padre y de Verbo.<br />

Recibe del Padre<br />

XXIV. No implica problema alguno que el verbo esté en futuro, recibirá, como si aún no lo<br />

tuviere. Los tiempos del verbo se emplean indistintamente, ya que entendemos la<br />

eternidad sin tiempo. Así, recibió, porque procedió del Padre; y recibe, porque procede del<br />

Padre; y recibirá, porque nunca dejará de proceder: como Dios es, y fue, y será; y, sin<br />

embargo, ni tiene, ni tuvo, ni tendrá principio o fin de tiempo.<br />

Enseña a orar<br />

XXV. 21. Dicen: "El Hijo ruega por nosotros al Padre. El Espíritu Santo pide por nosotros<br />

al Hijo". Como leen que el Hijo ruega al Padre, conforme a lo que expusimos al tratar esto,<br />

que encuentren dónde se dice que el Espíritu Santo ruega al Hijo. Porque lo que dice el<br />

Apóstol: Pues ignoramos qué es lo que hemos de pedir, según conviene; pero el mismo<br />

Espíritu interpela con gemidos inenarrables. Y el que sondea los corazones sabe qué es lo<br />

que el Espíritu pretende, porque interpela por los santos, según Dios 110 , de cualquier<br />

manera que lo entiendan (pues les va mucho entenderlo como debe ser entendido), verán<br />

que no se ha dicho: "Interpela a Cristo o interpela al Hijo". Pero se ha dicho que el Espíritu


Santo interpela, porque nos hace que pidamos. Así dice Dios: Ahora he conocido 111 ; como<br />

si antes no conociera. ¿Qué otra cosa quiere expresar esto sino "Te hice que conocieras?"<br />

También aquel texto del Apóstol tiene este sentido: Mas ahora que conocéis a Dios o, por<br />

mejor decirlo, que sois conocidos por Dios 112 . Esto es para que no se atribuyan el conocer<br />

a Dios: y por eso dijo: conocidos por Dios, para que entendieran que Dios, por su gracia,<br />

les hizo que fueran conocedores suyos. Según este modo de hablar, se dijo: Y no queráis<br />

entristecer al Espíritu Santo de Dios 113 ; esto es, no queráis entristecernos a los que nos<br />

contristamos por vosotros según el Espíritu de Dios. Pues se entristecían por la caridad,<br />

que el Espíritu Santo difundía en sus corazones 114 , y por eso el Espíritu hacía que ellos se<br />

entristecieran por los males de los hermanos. Finalmente, el mismo Apóstol dice:<br />

Recibisteis el Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: ¡Abba!, ¡Padre! 115 Y en<br />

otro lugar expresa lo mismo: Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que<br />

clama: ¡Abba!, ¡Padre! 116 ¿Cómo allí se dice en el que clamamos y aquí que clama sino<br />

porque aquí el que clama nos hace clamar? Pero si, según su interpretación, entendemos<br />

el que clama como si no nos hiciera clamar a nosotros, sino que él mismo clamase, he<br />

aquí que diciendo: ¡Abba!, ¡Padre!, no interpela al Hijo, sino al Padre. Sin embargo, no se<br />

atreven a decir que el Espíritu Santo sea hijo de Cristo. En verdad, no dicen esto, pues<br />

prefirieron sostener que fue hecho por el Hijo y no engendrado por él. Porque no sabemos<br />

por nosotros mismos lo que tenemos que pedir, como conviene, sino que el Espíritu Santo<br />

interpela, es decir, nos hace pedir lo que es según Dios. Y si no lo hace, no oramos sino<br />

según este mundo, para satisfacer la concupiscencia de la carne, y la concupiscencia de los<br />

ojos, y la ambición del siglo, que no son del Padre, sino que son del mundo 117 . Aunque<br />

algunos piensan que esto que fue dicho: El mismo Espíritu interpela con gemidos 118 , se ha<br />

de interpretar por el espíritu del hombre.<br />

Virtud de Dios y Sabiduría de Dios<br />

XXVI. 22. Sostienen que el Hijo es la imagen viva y verdadera, propia y perfecta de toda<br />

la bondad y sabiduría y virtud del Padre. Pero el Apóstol no dice que sea la imagen de la<br />

virtud y de la sabiduría de Dios, sino Dios mismo: Virtud de Dios y Sabiduría de Dios 119 .<br />

Así, por lo mismo que el Hijo es la imagen del Padre, es su Virtud y Sabiduría. La imagen<br />

plena y perfecta, esto es, no hecha de la nada por el Padre, sino engendrada de Él, no<br />

tiene menos que aquel de quien es imagen. Pues el Hijo unigénito es la imagen suma del<br />

Padre, es decir, de tal modo semejante a Él, que en ella no se da la menor desemejanza.<br />

No se atreven a decir que el Espíritu Santo es la imagen del Hijo; dicen que es su<br />

manifestación. Por esto mantuvieron que no fue engendrado, sino hecho por el Hijo, lo que<br />

de ningún modo leen en las Sagradas Escrituras.<br />

La Trinidad es una sola naturaleza<br />

XXVII. 23. ¿Qué católico afirmaría que el Hijo es parte del Padre o que el Espíritu Santo<br />

es parte del Hijo? Pensaron que tenían que negarlo así, como si entre nosotros y ellos se<br />

planteara un problema sobre esta cuestión. Decimos que la Trinidad es de la misma<br />

naturaleza; en ella no llamamos a una persona parte de otra. Pero de tal modo niegan que<br />

el Hijo sea parte del Padre, que le llaman propio y dilectísimo, perfecto y pleno Hijo<br />

unigénito; en este caso habrá que preguntarles si a los que Dios hace voluntariamente<br />

hijos suyos, engendrándoles con la palabra de la verdad, cuando lleguen a aquella<br />

perfección, en la que ya no pueden ser más perfectos, ¿acaso serán también hijos de Dios<br />

propios y dilectísimos, perfectos y plenos? Y si lo fueren, él no sería el Hijo unigénito,<br />

porque tendría muchos hermanos iguales a él; únicamente sería el hijo primogénito. Pero<br />

si no lo fueren, ¿cómo hay que entender la plenitud y perfección del Hijo sino en cuanto es<br />

completamente igual al que le engendró y en nada absolutamente desigual? Y para decirlo<br />

con mayor brevedad y claridad, éstos son hijos por gracia y él por naturaleza, pues en<br />

éstos se da la participación de la divinidad y en él la plenitud. Aunque también él, que<br />

asumió la naturaleza humana, y el Verbo se hizo carne 120 , no lo sea por naturaleza, sino<br />

por gracia; sin embargo, permanece en él la naturaleza del Verbo, por la que es igual al<br />

Padre. Asimismo deben responder, pues no dicen que el Espíritu Santo sea Hijo, sino la<br />

primera y principal obra del Hijo entre todas las demás, ¿acaso aquellos hijos que el Padre<br />

engendró voluntariamente con la palabra de la verdad 121 serán mejores que el Espíritu<br />

Santo? Pero ¿cómo no van a estar obligados a decir esto cuando sin duda alguna es mejor<br />

ser hijos del Padre que obra del Hijo? Piensen en esto y corrijan sus vanas e impías<br />

blasfemias, y confiesen que en aquella Trinidad ninguna persona, a excepción del Hijo, que<br />

permaneciendo Dios se hizo hombre, es en absoluto una criatura o algo hecho por Dios;


mas todo lo que es la Trinidad es Dios sumo, verdadero, inmutable.<br />

24. Lejos, pues, de nosotros lo que sostienen: que el Padre sea mayor que su Hijo, en<br />

cuanto que es su Verbo unigénito. Pero es mayor en cuanto que el Verbo se hizo carne 122 .<br />

¿Y esto es digno de admiración, cuando en esa misma carne se hizo también inferior a los<br />

ángeles? Rechacemos su blasfemia, según la cual el Hijo es incomparablemente mayor y<br />

mejor que el Espíritu Santo. Asimismo es totalmente descabellado creer que los miembros<br />

del mayor sean templo del menor.<br />

Alabanza del Hijo y del Espíritu Santo<br />

XXVIII. 25. Ciertamente el Padre "es Dios y Señor de su Hijo", pues se da en éste la<br />

forma de siervo, que fue profetizada en aquellas palabra: El Señor me dijo: Tú eres mi<br />

Hijo 123 . También el mismo Hijo, en la misma profecía, dice al Padre: Desde el seno de mi<br />

madre tú eres mi Dios 124 . En efecto, desde el seno de su madre, en el que asumió la<br />

naturaleza humana, el Padre es su Dios. Y es su Padre, porque le engendró, no sólo antes<br />

de encarnarse en el seno de su madre, sino coeterno antes de todos los siglos. ¿Por<br />

ventura habrán oído en sueños dónde la Sagrada Escritura dice que el Hijo es Dios y Señor<br />

del Espíritu Santo?<br />

26. Afirman: "El Padre, inmutable e impasiblemente queriendo, engendró al Hijo. El Hijo,<br />

sin trabajo ni fatiga, por su sola virtud, hizo al Espíritu". ¡Oh principal alabanza del Hijo y<br />

del Espíritu Santo! Como si el Padre nos engendrase sin quererlo, mudable y<br />

pasiblemente, siendo así que nos engendró voluntariamente con la palabra de la verdad. ¿<br />

O es que el Hijo creó con trabajo y fatiga el cielo y la tierra? Luego, según éstos, hay que<br />

equiparar estas obras al Hijo o al Espíritu Santo; pero si de ningún modo se les pueden<br />

equiparar, ¿de qué sirve decir esto, sobre lo que no hay cuestión alguna, a saber: que el<br />

Padre engendra o el Hijo obra sin trabajo ni fatiga? Vean, en verdad, cómo afirman que el<br />

Hijo hizo por su sola virtud al Espíritu Santo. De este modo se ven obligados a confesar<br />

que el Hijo hizo algo que no vio hacer al Padre. ¿O les agrada decir que también el Padre<br />

hizo al Espíritu Santo? En tal caso, no le haría el Hijo por su sola virtud. ¿O es que el Padre<br />

primero hizo a otro, para que el Hijo pudiera hacer al que hizo, puesto que el Hijo no<br />

puede hacer sino lo que hace el Padre? ¿Y qué significa que el Hijo no hace cosas<br />

semejantes a las que hace el Padre, sino que todas las cosas que hace el Padre, las<br />

mismas las hace igualmente el Hijo? 125 Si intentan pensar en esto, sin duda les inquietará<br />

todo lo que han construido con su pensamiento carnal.<br />

Igualdad del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo<br />

XXIX. 27. Pues es verdad que "el Padre dio el ser a todos los que son, y lo que Él es de<br />

nadie lo recibió". Pero a nadie dio el ser igual a Él sino al Hijo que ha nacido de Él y al<br />

Espíritu Santo que procede de Él. Siendo esto así, no hay en la Trinidad aquella diferencia<br />

que éstos quieren establecer, porque en la Trinidad la naturaleza es idéntica, como<br />

también lo es el poder. Es lo que dijo el Hijo: A fin de que todos honren al Hijo como<br />

honran al Padre 126 ; y los que quieren vivir piadosamente, que adoren al Señor Dios suyo y<br />

que a él solo sirvan, lo cual fue mandado por la ley divina a los antiguos padres. Ni puede<br />

ser de otro modo, pues tenemos que servir al único Señor Dios nuestro con la reverencia<br />

que se debe a Dios. En griego se llama , término empleado en donde se dice: A Él<br />

solo servirás 127 . Digo que esto de ningún modo puede verificarse si toda la Trinidad no es<br />

el mismo Señor Dios nuestro. Por lo demás, esta servidumbre, llamada latría, los siervos<br />

no deben tributarla a sus señores carnales, sino que los hombres deben ofrecería al único<br />

Señor Dios suyo. No le ofreceríamos esta servidumbre al Hijo si sólo del Padre se dijo: Y a<br />

Él solo servirás; o no se la tributaríamos al Padre si del Hijo se dijo: Y a Él solo servirás.<br />

Ahora bien: si con materiales terrenos edificásemos un templo al Espíritu Santo, ¿quién<br />

dudaría que le dábamos culto de latría, es decir, que le servíamos con aquella servidumbre<br />

de la que ahora estoy hablando? Pero ¿cómo no le prestaremos esa servidumbre,<br />

denominada latría, al que no le construimos un templo, sino que nosotros mismos somos<br />

su templo? ¿O cómo no va a ser él mismo nuestro Dios, si de él dice el Apóstol: Ignoráis<br />

que sois templos de Dios y el Espíritu de Dios habita en vosotros? Y poco después añade:<br />

Glorificad a Dios en vuestro cuerpo 128 . En consecuencia, dice que nuestros cuerpos son en<br />

nosotros templo del Espíritu Santo. Porque cuando al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo<br />

servimos con esta servidumbre, de nombre latría, y oímos que la ley de Dios ordena que a<br />

ningún otro, sino sólo al Señor Dios nuestro, le tributemos esa servidumbre, sin la menor<br />

duda el único y solo Señor Dios nuestro es la misma Trinidad, a la que sólo y únicamente


debemos en justicia tal servidumbre de piedad.<br />

Inhabitación de la Trinidad<br />

XXX. 28. Dicen: "Así como nadie sin el Hijo puede ir al Padre, del mismo modo nadie sin<br />

el Espíritu Santo puede adorar en verdad al Hijo". Como si alguno pudiera ir al Hijo sin el<br />

Padre, cuando dice el Hijo: Nadie puede venir a mí si el Padre, que me envió, no le trajese<br />

129 ; o como si pudiéramos ir al Espíritu Santo sin el Padre y el Hijo, que con su gracia nos<br />

lo otorgan. Pues ¿qué otra cosa es ir a ellos sino tenerlos habitando en nosotros? De este<br />

modo, también vienen ellos a nosotros, pues Dios está en todas partes y no está<br />

circunscrito por lugar corporal. El Salvador dice de sí mismo y del Padre: Vendremos a él y<br />

pondremos nuestra morada en él 130 ; y del Espíritu Santo: Si no me fuere, el abogado no<br />

vendrá a vosotros 131 . Por tanto, ¿qué significado tiene esto que dicen: "Así como nadie sin<br />

el Hijo puede ir al Padre, del mismo modo nadie sin el Espíritu Santo puede adorar en<br />

verdad al Hijo?"; y luego añaden: "Luego en el Espíritu Santo el Hijo es adorado". ¿Por<br />

ventura esto indica distinción de naturalezas, que es la cuestión debatida entre nosotros y<br />

ellos? Pues si nadie puede sin el Espíritu Santo adorar en verdad al Hijo, y el Hijo es<br />

adorado en el Espíritu Santo, ciertamente el Espíritu Santo también es la verdad, porque<br />

cuando en él es adorado el Hijo, como ellos afirman, es adorado en verdad. Y el mismo<br />

Hijo dijo: Yo soy la verdad 132 . Luego el Hijo es adorado en sí mismo al ser adorado en<br />

verdad. Y por esto, el Hijo es adorado en sí mismo y en el Espíritu Santo. ¿Quién será tan<br />

impío que de esta acción aparte al Padre? Pues ¿cómo no vamos a adorar también en el<br />

Padre, en el cual vivimos, nos movemos y existimos? Por consiguiente, también nosotros<br />

sostenemos que el Hijo es adorado en el Espíritu Santo. Pero lean, si pueden, que el Hijo<br />

es adorado por el Espíritu Santo.<br />

Glorificación<br />

XXXI. 29. ¿Quién no afirmará que "el Padre es glorificado por el Hijo?" ¿Y quién se<br />

atreverá a negar que también el Hijo es glorificado por el Padre? El mismo Hijo dice al<br />

Padre: Glorifícame; y también: Yo te glorifiqué 133 . Glorificar, honrar y enaltecer son tres<br />

palabras que significan lo mismo; en griego se dice , y en latín, por la variedad<br />

de los intérpretes, se traduce de una manera o de otra.<br />

Santificación<br />

XXXII. 30. Dicen: "Actividad y solicitud del Espíritu Santo es santificar y guardar a los<br />

santos; y no sólo a los seres racionales, como algunos piensan, sino santificar a muchos<br />

irracionales. Y a los que cayeron por negligencia, volverlos a su estado primitivo; enseñar<br />

a los ignorantes, amonestar a los olvidadizos, argüir a los que pecan, exhortar a los<br />

perezosos para que piensen en su salvación y obren con diligencia, conducir al camino de<br />

la verdad a los equivocados, curar a los enfermos, sostener la fragilidad del cuerpo por el<br />

vigor del alma, confirmar en el amor de la piedad y de la castidad, e iluminar a todos;<br />

sobre todo, conceder a cada uno la fe y la caridad, según el deseo y la solicitud, la<br />

sinceridad y simplicidad de la mente, la medida de la fe y la importancia de la<br />

comunicación; distribuir la gracia para utilizar y ordenar a cada uno en la ocupación y<br />

género de vida para los que fuere apto". Ciertamente, todo esto lo hace el Espíritu Santo,<br />

pero lejos de nosotros pensar que lo haga sin el Hijo. Pues ¿quién se desviará de tal modo<br />

del camino de la verdad que niegue que los santos son guardados por Cristo, los lapsos<br />

devueltos a su estado primitivo, los ignorantes enseñados, los olvidadizos amonestados,<br />

los pecadores argüidos, los perezosos exhortados, los equivocados conducidos al camino<br />

de la verdad, los enfermos sanados, los ciegos iluminados y todo lo demás que éstos<br />

creyeron que había que atribuir al Espíritu Santo, como si él solo hiciera todo esto? Para<br />

omitir lo restante, no sea que me exceda, ¿cómo negarán que Cristo enseña a los santos,<br />

a los que él mismo dice: No queráis ser llamados rabí por los hombres, porque uno solo es<br />

vuestro maestro, Cristo? 134 ¿Cómo negarán que los ciegos son iluminados por Cristo, de<br />

quien está escrito: Era la luz verdadera, que ilumina a todo hombre? 135 Pues el Espíritu<br />

Santo, como a nadie enseña o ilumina sin Cristo, así a nadie santifica sin Cristo. Elijan a<br />

quién quieren atribuir aquel dicho que Dios pronunció por el profeta: Para que sepan que<br />

yo soy el que los santifico 136 . Si eligen al Padre, ¿por qué apartan de Él las obras del<br />

Espíritu Santo, cuando estiman que el santificar a los santos es obra propia y distinta del<br />

Espíritu Santo? Si eligen al Hijo, por lo menos que no separen de él las obras del Espíritu<br />

Santo santificador. Si eligen al Espíritu Santo, también él es Dios (lo que no quieren<br />

admitir), el cual dijo por el profeta: Para que sepan que yo soy el que los santifico 137 . Pero


se entenderá mejor esto si aquella sentencia, dicha por el profeta, es aplicada a la<br />

Trinidad; así nadie podrá dudar que el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo son un solo<br />

Dios, del cual, por el cual y en el cual son todas las cosas; a Ella gloria por los siglos de los<br />

siglos. Amén.<br />

Dignidad, poder, virtud<br />

XXXIII. 31. Cuando de esta manera confesamos que el Espíritu Santo hace lo que éstos<br />

dijeron que es hecho por él, no se sigue de esto lo que añaden. "El Espíritu Santo es<br />

distinto del Hijo por naturaleza y condición, grado y voluntad, dignidad y potestad, virtud y<br />

operación". Pues la naturaleza de los hombres no es distinta, aunque sus obras puedan<br />

estar separadas, lo cual es imposible en la Trinidad. Porque el orden, grado y afecto, que<br />

se encuentran en las criaturas por su diversidad y flaqueza, no se dan en aquella Trinidad<br />

coeterna, igual e impasible. Pero la dignidad, potestad y virtud, ¿cómo no van a ser<br />

iguales a los tres, puesto que hacen igualmente las mismas cosas? Así les convencemos<br />

que es totalmente falso lo que sostienen: que los tres son distintos por la operación.<br />

Distinción de personas<br />

XXXIV. 32. Mas lo que añaden en este sermón: "Es imposible que uno y el mismo sean el<br />

Padre y el Hijo, el que engendra y el que nace, el que es testificado y el que da el<br />

testimonio, el mayor y el que confiesa al mayor, el que está sentado a la derecha y<br />

permanece en esa sede y el que dio el honor de la misma, el que es enviado y el que<br />

envía. Tampoco puede ser uno y el mismo el discípulo y el maestro, según él mismo<br />

enseñó: Como el Padre me ha enseñado, así hablo 138 ; ni el semejante e imitador con el<br />

que es asemejado e imitado, ni el que ora y el que escucha, ni el que da gracias y el que<br />

bendice, ni el que recibe órdenes y el que las da, ni el ministro y el que manda, ni el que<br />

suplica y el soberano, ni el súbdito y el superior, ni el unigénito y el ingénito, ni el<br />

sacerdote y Dios"; en parte dicen algo verdadero, pero contra los sabelianos, no contra los<br />

católicos. Pues los sabelianos dicen que el Hijo es uno y el mismo que el Padre; nosotros<br />

afirmamos que el Padre que engendra y el Hijo que es engendrado son dos personas<br />

distintas, pero no dos naturalezas diversas, ya que no es uno y el mismo el Padre y el<br />

Hijo, sino que el Padre y el Hijo son una misma naturaleza. Que el Padre sea mayor no<br />

pertenece a la naturaleza del que engendra y es engendrado, sino del hombre y de Dios.<br />

Según la forma del hombre asumido, el Hijo está o permanece sentado a la derecha del<br />

Padre, y ora, y da gracias, y es sacerdote, y ministro, y suplicante, y súbdito. Pero, según<br />

la forma de Dios, en la que es igual que el Padre, es unigénito y coeterno al que le<br />

engendró. Y aunque sea el primogénito de toda criatura, porque en él fueron creadas<br />

todas las cosas 139 , antes fue engendrado que las cosas fueran hechas; sin embargo, es<br />

sempiterno, como lo es el Padre, y no empezó a existir en el tiempo. Pues con toda razón<br />

decimos que el Padre es anterior a todo lo que creó, aunque no sea engendrado. Porque<br />

nada hay tan primero como aquello que antes de ello nada es. Y como nada existe antes<br />

que el Padre, así nada existe antes que el Hijo unigénito, ciertamente coeterno al Padre. Ni<br />

porque Él engendró y el Hijo fue engendrado, por eso el Padre es anterior en el tiempo.<br />

Pues si entre el Padre que engendra y el Hijo que es engendrado mediase algún tiempo,<br />

en verdad existiría el tiempo antes que el Hijo, y ya el Hijo no sería el primogénito de toda<br />

criatura, porque también el tiempo es sin duda alguna una criatura. Ni todo por él hubiera<br />

sido hecho, si el tiempo es anterior a él; pero todo por él fue hecho y, en consecuencia,<br />

ningún tiempo se dio antes que él. Y por eso, así como el fuego y el esplendor, que nace<br />

del fuego y se difunde alrededor, comienzan a existir simultáneamente, el que engendra<br />

no precede al que es engendrado; así, Dios Padre y el Hijo, Dios de Dios, comienzan a ser<br />

a la vez, porque son igualmente sin principio alguno de tiempo, y el engendrado no es<br />

precedido por el que engendra. Y como el fuego que engendra y el esplendor que es<br />

engendrado son coevos, así Dios Padre que engendra y Dios Hijo que es engendrado son<br />

coeternos. Pero como el Hijo procede del Padre y no el Padre del Hijo, por eso éste recibió<br />

el mandato del Padre, ya que el mismo es el mandato del Padre; y el Padre le enseña,<br />

pues él es la doctrina paterna. Porque de tal modo recibió la vida del Padre, que él mismo<br />

es la vida, como lo es el Padre. Así, también es semejante al Padre, y en nada<br />

absolutamente es desigual. Siendo así que el Padre y el Hijo se dan mutuo testimonio,<br />

ignoro cómo éstos pueden sostener que uno da testimonio y el otro lo recibe. ¿Acaso no<br />

dice el Padre: Este es mi Hijo amado? 140 ¿Y el Hijo no dice: El Padre, que me envió, da<br />

testimonio de mí? 141 Luego ¿por qué los distinguen de tal modo que afirman que el Padre<br />

es testificado por el Hijo y éste el que testifica? ¿Por qué serán falaces, sordos y ciegos<br />

hasta llegar a esos extremos? Sobre el Padre que envía y el Hijo que es enviado ya se ha


tratado suficiente y abundantemente en las partes anteriores de esta refutación.<br />

La Trinidad es el único Dios<br />

XXXV. 33. En verdad, jamás se podrá admitir lo que esta impiedad delira: "El Padre tenía<br />

presciencia de que sería el futuro Padre del unigénito de Dios"; pues siempre fue Padre,<br />

teniendo un Hijo coeterno y engendrado sin tiempo, por quien fundó los tiempos. Y como<br />

no tuvo presciencia de que sería Dios, pues siempre lo fue, así no tuvo presciencia de que<br />

sería Padre, ya que siempre existió con el Hijo. El Padre "ni es mayor que el Hijo grande,<br />

ni es mejor que el Hijo bueno", porque no sólo del Padre, sino de toda la Trinidad se dijo:<br />

Tú eres el solo Dios grande 142 . Ni únicamente del padre, sino que se ha de entender con<br />

razón de toda la Trinidad lo que el mismo Hijo dijo: Nadie es bueno sino solo Dios 143 ,<br />

cuando lo llamó maestro bueno aquel que aún no le consideraba Dios; es como si le<br />

dijera: "Si me llamas bueno, reconóceme Dios, pues nadie es bueno sino solo Dios". Luego<br />

la Trinidad es el único Dios, solo grande y bueno, al que, siendo uno y solo, debemos<br />

servir con el culto llamado de latría, como lo manda su ley.<br />

El Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo, de la misma sustancia<br />

XXXVI. 34. Lejos de nosotros el decir que, por humildad y no en verdad, el Hijo habló en<br />

alguna ocasión empleando tales términos para manifestar que estaba sometido al Padre,<br />

el cual era mayor que él. Ciertamente admitimos la forma de siervo en el Hijo, no fingida o<br />

simulada, sino verdadera. Así, por su condición humana y porque él procede del Padre y el<br />

Padre no es Dios que proceda del Hijo, dijo todo aquello, de lo que éstos se aprovechan<br />

para creer y pregonar que las naturalezas del Padre y del Hijo son distintas. Y sumergidos<br />

en tan profundo abismo de impiedad, nos llaman homousianos, aplicándonos un nombre<br />

nuevo como si fuera una afrenta. De tal modo se presenta la antigua verdad católica, que<br />

todos los herejes le imponen diversos nombres, mientras que ellos tienen los suyos<br />

propios, en conformidad con los cuales son llamados por todos. Así, los arrianos y<br />

eunomianos, no otros herejes, nos llaman homousianos, porque defendemos contra su<br />

error, mediante el uso de un término griego, que el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo son<br />

, a saber: de la misma y única sustancia, o por decirlo de un modo más<br />

expreso, de la misma y única esencia, que en griego se llama ; esto se dice más<br />

claramente: de la misma y única naturaleza. Y, sin embargo, si alguno de éstos, que nos<br />

llaman homousianos, dijera que su hijo no es como él, sino de distinta naturaleza, seguro<br />

que el hijo preferiría ser desheredado a que se creyera esto de él. En verdad, éstos se<br />

ciegan con tanta impiedad que, confesando al Hijo unigénito de Dios, no quieren confesar<br />

que sea de la misma naturaleza que el Padre, sino de diversa, y desigual, y diferente de<br />

muchas maneras y en muchas cosas, como si no hubiera nacido de Dios, sino que hubiera<br />

sido hecho de la nada por Él. En consecuencia, ¿será una criatura, hijo por gracia y no por<br />

naturaleza? He aquí que los que nos quieran manchar con un nombre nuevo, llamándonos<br />

homousianos, no se consideran insensatos cuando sostienen esto.<br />

El Hijo eterno, engendrado antes de todos los siglos<br />

XXXVII. Pero cuando confiesan que el Hijo ha nacido antes de todos los siglos, puesto<br />

que no quieren contradecirse, afirman que el Hijo ha nacido antes de todos los siglos, pero<br />

anteponiendo algún tiempo a su nacimiento; como si los siglos o algunas fracciones de los<br />

mismos no fueran tiempo.<br />

Mas lo que dijo el Apóstol, que el Hijo también estaría sometido al Padre en el siglo futuro,<br />

cuando afirmó: Entonces también él estará sujeto a aquel que le sometió todo 144 , ¿es<br />

cosa digna de admiración, puesto que aquella forma humana permanecería en el Hijo, y<br />

por ella el Padre es siempre mayor que él? Aunque no faltaron los que piensan que la<br />

sujeción del Hijo en el siglo futuro se ha de entender en cuanto que su forma humana se<br />

cambia en la forma de la divina sustancia, como si el estar sometido a algo consistiera en<br />

convenirse y transformarse en ello. Pero nosotros manifestamos lo que pensamos sobre<br />

esto: el Apóstol más bien quiso decir que también entonces el Hijo estaría sometido al<br />

Padre, para que nadie creyera que en él el espíritu y el cuerpo humano perecerían por<br />

alguna conversión. Para que Dios sea todo, no sólo en aquella forma de hombre, sino en<br />

todos 145 ; es decir, hasta la naturaleza divina para tener vida y saciar con bienes nuestro<br />

deseo. Pues cuando empezamos a no querer absolutamente nada fuera de Dios, entonces<br />

Él será todo en todos; ya que Él será todo para nosotros cuando nada echamos en falta


teniéndole a Él.<br />

El Hijo enviado, obediente al Padre<br />

XXXVIII. No sé de dónde sacan esto que "el Hijo obedeció el mandato del Padre antes de<br />

asumir la carne". ¿Acaso se le mandó tomar la carne para que parezca que hizo mandado<br />

lo que hizo enviado? Luego repasen lo que ya hemos discutido con anterioridad, y busquen<br />

y encuentren, si pueden, que el Padre mandó a su único Verbo con otro verbo, y también<br />

si era digno que el Verbo eterno estuviera sometido al verbo temporal del que manda. Y<br />

de aquí entiendan que el mandato del Padre no se le dio, como si no perteneciera a su<br />

potestad, pues se rebajó a sí mismo, tomando la forma de siervo. Ciertamente, ya había<br />

tomado la carne cuando se rebajó a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte 146 .<br />

Respuesta completa<br />

XXXIX. Creo que he respondido a todo lo que contiene el Sermón de los arrianos, que nos<br />

fue enviado por algunos hermanos para que lo refutáramos. Y para que pueda ser<br />

examinado por aquellos que lean esto y desean averiguar si he respondido a todo, creímos<br />

que debíamos transcribir el sermón antes de nuestra refutación, para que primero se le lea<br />

y después se lea nuestra respuesta. Pues no hemos intercalado las palabras del texto<br />

completo, a fin de no hacer más extensa nuestra obra, que, por último, terminamos de<br />

este modo.<br />

SERMÓN A LOS FIELES DE LA IGLESIA DE CESAREA<br />

Traductor: P. Santos Santamarta, OSA<br />

Ambigüedad de Emérito<br />

1. Sabéis cuánto gozo nos produce la animación de vuestra caridad. Saltamos de alegría<br />

en el Señor nuestro Dios, de quien nos dice el Apóstol: Él es nuestra paz: él, que de dos<br />

pueblos hizo uno 1 . Damos, pues, gracias al mismo Dios y Salvador nuestro Jesucristo, que<br />

nos ha concedido, aun antes de saber cuál es la voluntad de nuestro hermano Emérito,<br />

conocer cuánto ama la unidad. Escuchad, no obstante, cuáles son los principios que Dios<br />

ha querido recibiéramos de su boca.<br />

Tan pronto como entró en esta Iglesia, estando en aquel lugar donde comenzamos a<br />

hablar con él, bajo la inspiración de Dios, que gobierna el corazón y la lengua, nos dijo:<br />

"No puedo no querer lo que vosotros queréis, pero puedo querer lo que yo quiero". Ved<br />

qué prometió quien dijo que no podía no querer lo que queremos. Si no puede no querer<br />

lo que queremos sabe qué es lo que queremos. Nosotros queremos lo que también<br />

vosotros queréis, todos queremos lo que quiere Dios. Ahora bien: lo que quiere Dios no es<br />

un secreto. Leemos, en efecto, el testamento de aquel que nos ha constituido en<br />

herederos suyos; en él se dice: Os dejo la paz, os doy mi paz 2 . Por consiguiente, tarde o<br />

temprano, no puede no querer lo que queremos. Pero nos insinúa algún retardo la<br />

segunda parte: "Puedo querer lo que quiero", pues él dijo: "No puedo no querer lo que<br />

vosotros queréis, pero puedo querer lo que yo quiero".<br />

Puede querer lo que quiere, aunque no puede no querer lo que queremos. Vemos, sí, lo<br />

que él dice que puede. Quiere, en efecto, al presente lo que quiere, aunque lo que quiere<br />

ahora no lo quiere Dios. ¿Y qué es lo que quiere ahora? Estar apartado de la Iglesia<br />

católica, permanecer aún en la comunión del partido de Donato, permanecer aún en el<br />

cisma, permanecer aún entre los que dicen: Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas 3 .<br />

Pero esto no lo quiere Dios, puesto que replica el Apóstol: ¿Está dividido Cristo? 4 Por<br />

consiguiente, puede querer lo que quiere, pero sólo por un tiempo, sólo en el tiempo del<br />

respeto humano, no puede querer lo que quiere según los postulados de la sabiduría. Esto<br />

es lo que ahora quiere; puede querer lo que quiere. Pero como no puede no querer lo que<br />

nosotros queremos, que deje pronto de querer lo que él quiere y haga lo que queremos<br />

nosotros.<br />

Por tanto, hermanos, que no os preocupe una ligera dilación mientras quiere lo que<br />

quiere; antes bien, rogad para que haga lo que prometió, a fin de que no pueda no querer<br />

lo que queremos. (Y todos gritaron: "Que sea aquí o en ninguna otra parte".)


Vosotros, que habéis manifestado a voces lo que sienten vuestros corazones, ayudadnos<br />

también con vuestras oraciones. Bien puede el Señor, que ordena la unidad, cambiar para<br />

mejor la voluntad. Lo que acaba de reclamar vuestra caridad: "Que sea aquí o en ninguna<br />

otra parte", lo reconocemos y apreciamos como un grito de vuestra caridad para con él.<br />

Esto es también lo que nosotros, no ahora por primera vez, sino siempre, estamos<br />

pensando y deseando. Tal es también, y esto es lo principal y necesario, el espíritu de<br />

nuestro hermano y colega en el episcopado, vuestro obispo Deuterio. De antiguo nos es<br />

conocido su espíritu. Junto con nosotros elevó sus plegarias al Señor con el concilio, en<br />

que hemos prometido y ofrecido esto a los que están fuera. De esto dan fe nuestras<br />

firmas. Jamás nosotros mantenemos nuestro cargo a expensas de la unidad. Descendamos<br />

de nuestro cargo, ya que tenemos más caridad. Sabemos cómo tenemos que invitar a los<br />

débiles para llevar a cabo la unidad.<br />

Qué es de los herejes y qué es de Dios<br />

2. No decimos esto, hermanos, para indicar que los que permanecen aún en el cisma<br />

tengan alguna esperanza ante el Señor. Son muchos los que disputan y entienden poco lo<br />

que hablan, diciendo: "Si son cismáticos, si son herejes, ¿por qué los reciben así?"<br />

Escuchad, hermanos: si los aceptáramos así, recibiríamos sin más a nuestro hermano<br />

Emérito, fuera bueno o malo, pero hermano. Digo esto porque él sabe que por el profeta<br />

se nos ha dicho lo que recordamos también en la Conferencia: Decid: "Sois hermanos<br />

nuestros", a los que os aborrecen 5 . Nos odian, creemos debe acabarse este odio; sin<br />

embargo, mientras odia oye llamarse "hermano", y mientras se acaba el odio, será el<br />

nombre de hermano como un reproche.<br />

Por consiguiente, no los recibimos como son, Dios nos libre, pues son herejes; los<br />

recibimos como católicos: cambian y se los acepta. Pero por el mal que tienen no podemos<br />

perseguir en ellos los bienes que conocemos: el mal de la disensión, del cisma, de la<br />

herejía es un mal que ellos tienen; en cambio, los bienes que en ellos reconocemos no son<br />

suyos: tienen bienes de nuestro Señor, tienen bienes de la Iglesia. El bautismo no es<br />

propio de ellos, sino de Cristo. La invocación del nombre de Dios sobre su cabeza, cuando<br />

son consagrados obispos, es de Dios, no de Donato. Yo no acepto a alguien como obispo si<br />

al ser consagrado se invocó sobre su cabeza el nombre de Donato. Cuando un soldado<br />

vagabundea o deserta, posee el pecado del desertor, pero la marca que lleva no es del<br />

desertor, sino del emperador. Pero nuestro hermano no pudo desertar de donde nunca<br />

estuvo, ya que el error del desertor nació en él cuando lo marcó otro desertor. Fue<br />

desertor el primero que hizo el cisma, el que se separó de la Iglesia católica, con todos<br />

aquellos que arrastró consigo. Los restantes fueron marcados por desertores, no<br />

ciertamente con la marca del desertor, sino con la del emperador: pues el desertor no les<br />

marcó con su propia marca.<br />

¿Qué es lo que quiero decir con estas palabras: el desertor no les marcó con su propia<br />

marca? Donato no bautizó en nombre de Donato. Si Donato, cuando creó el cisma, hubiera<br />

bautizado en nombre de Donato, habría impreso la marca del desertor. Y yo, si al llamar a<br />

la unidad, me topara con la marca del desertor, trataría de suprimirla, destruirla, anularla,<br />

alejarla, no la aprobaría, la rechazaría, la anatematizara, la condenaría. Nuestro Dios y<br />

Señor Jesucristo busca al desertor, destruye el crimen del error, pero no suprime su propia<br />

marca. Así yo, cuando me acerco a un hermano mío y recojo a mi hermano errante, lo que<br />

tengo presente es la fe en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.<br />

Esta es la marca de mi emperador. Esta es la marca que mandó a sus soldados, o mejor, a<br />

sus acompañantes, que imprimieran a los que congregaban en su campamento, con<br />

aquellas palabras: Id, bautizad a todas las gentes en el nombre del Padre y del Hijo y del<br />

Espíritu Santo 6 . Esta es la marca que Pablo conocía haber dicho el Señor que se debía<br />

imprimir a todos, y por eso se estremece ante los que querían ser de Pablo y les dice: ¿<br />

Acaso fue Pablo crucificado por vosotros? 7 ¿Por qué queréis ser míos y no más bien de mi<br />

Señor? ¿Por qué queréis ser míos y no más bien de quien yo soy? Reconoced, advertid<br />

vuestra marca: ¿Acaso habéis sido bautizados en el nombre de Pablo? 8<br />

Por tanto, nosotros los acogemos de suerte que no se lisonjeen aquellos a quienes no<br />

acogemos; que también estos sean acogidos, que no se ensoberbezcan; que vengan,<br />

serán recibidos. No odiamos en ellos lo que es de Dios. Tampoco los odiamos a ellos,<br />

porque son de Dios y lo que tienen es de Dios. Son de Dios por ser hombres, y todo


hombre es criatura de Dios; de Dios es lo que tienen: el nombre del Padre y del Hijo y del<br />

Espíritu Santo; el bautismo de la Trinidad es de Dios; de Dios es el Evangelio que tienen,<br />

la fe que tienen de Dios es.<br />

Sin la caridad, es superfluo todo lo demás<br />

3. Entonces -me dirá alguien-, ¿qué es lo que no tienen los que tienen todo esto? Tú<br />

dices: ¿tienen el bautismo? Sí, lo afirmo. Tú dices: ¿tienen la fe de Cristo? Sí, lo afirmo. Si<br />

tienen esto, ¿qué es lo que no tienen? ¿Qué es el bautismo? Un misterio. Escucha al<br />

Apóstol: Si conociera todos los misterios. Es mucho conocer todos los misterios de Dios;<br />

por muchos misterios que conozcamos, ¿quién los conoce todos? ¿Qué dice el Apóstol? Si<br />

conociera todos los misterios, si tuviera el don de profecía, y aún más, y toda la ciencia...<br />

-Pero habías hablado de la fe. Escucha todavía: Si tuviera toda la fe. Es difícil tener toda la<br />

fe, como es difícil conocer todos los misterios. Y ¿qué es lo que dice? Toda, como para<br />

trasladar montañas; si no tengo caridad, nada soy 9 . Atended, hermanos, atended, os<br />

ruego, la voz del Apóstol y ved por qué buscamos a nuestros hermanos con tales trabajos<br />

y peligros. La caridad es la que los busca, la caridad que procede de nuestros corazones.<br />

Por amor de mis hermanos y compañeros, dice el salmo, hablaba sobre la paz a propósito<br />

de ti 10 , dirigiéndose a la Jerusalén santa. Ved, pues, hermanos míos, lo que dice el<br />

Apóstol: Aunque tuviera todos los misterios, toda la ciencia, profecía y fe, ¿qué fe? -como<br />

para trasladar montañas-, si no tengo caridad, nada soy. No dijo: "Todo esto es nada",<br />

sino: Si no tengo caridad, nada soy.<br />

¿Quién va a ser tan insensato que diga: "Los misterios no son nada"? ¿Quién tan demente<br />

que pueda decir: "La profecía no es nada, nada la ciencia y nada la fe?" No se dice que<br />

ellas no son nada, sino que siendo grandes como son, teniendo yo esos dones tan<br />

grandes, si no tengo caridad, nada soy. Grandes son ellas y yo tengo cosas grandes, y<br />

nada soy si no tengo caridad, mediante la cual me son provechosas las cosas grandes. En<br />

efecto, si no tengo caridad, pueden ellas estar presentes, pero no pueden aprovechar.<br />

El sello de Cristo<br />

4. Préstame atención, hermano; préstame atención, te suplico. Me preguntas: "¿Por qué<br />

me buscas?" Yo te respondo: "Porque eres mi hermano". Me responderás diciéndome: "Si<br />

perecí, ¿por qué me buscas?" Y yo te respondo: "Si no hubieras perecido, no te buscaría".<br />

"¿Por qué me buscas?", me dices. "Si he perecido, ¿por qué me buscas?" Y yo te<br />

respondo: "Te busco porque has perecido". Y ¿por qué te busco, con qué finalidad te<br />

busco? Para que alguna vez se me diga: Este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a<br />

la vida, estaba perdido, y ha sido hallado 11 .<br />

Me respondes y me dices: "Pero tengo el sacramento". Lo tienes, lo reconozco; por eso<br />

precisamente te busco. Has añadido un importante motivo para buscarte con mayor<br />

diligencia. Eres, en efecto, una oveja del rebaño de mi Señor, te descarriaste con la<br />

marca; por eso te busco con mayor empeño, porque tienes la misma marca. ¿Por qué no<br />

poseemos la única Iglesia? Tenemos una sola marca; ¿por qué no estamos en el único<br />

rebaño? Por eso te busco, para que este sacramento te sirva de ayuda para la salvación,<br />

no de testimonio de perdición. ¿Ignoras que el desertor es condenado precisamente por su<br />

marca, por la que se honra al que presta servicio? Por eso precisamente te busco, para<br />

que no perezcas con tu marca. Es ella un signo de salvación, si posees la salvación, si<br />

tienes caridad. Esta marca puede estar en ti sólo por fuera, y en ese caso no puede serte<br />

útil.<br />

Ven a fin de que te sea útil lo que ya tenías; no para recibir lo que tenías, sino para que<br />

empiece a serte útil lo que ya tenías y recibas lo que no tenías. Cierto que tenías el signo<br />

de la paz, no tenías la misma paz. En esta casa, es decir, en ti, habitaba la discordia y<br />

tenía clavado en el dintel el título de la paz. Reconozco el título, pero busco el morador.<br />

Leo el título de la paz: el bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.<br />

Es el título de la paz, lo leo; pero busco quién es el que habita. Espero a mi hermano,<br />

reconozco el título de la paz. También tengo yo ese título, quiero entrar. ¿Qué significa<br />

"quiero entrar"? Recíbeme como hermano, para que juntos oremos al Padre. "No rezo<br />

contigo". ¿Hay título de paz y me contradice la discordia? Ciertamente me esforzaré con la<br />

ayuda del Señor para arrojar la discordia, que por desgracia domina, e introducir la paz<br />

como legítimo dueño. Cuando, pues, expulso la discordia e introduzco la paz, ¿por qué voy<br />

a descolgar los títulos de la paz?


Digo claramente a mi Señor: "Oh Cristo, que eres nuestra paz, que has hecho de dos<br />

pueblos uno solo. Haz que seamos uno solo, para cantar conforme a verdad: ¡Oh, qué<br />

bueno, qué dulce habitar los hermanos unidos! 12 Introduce la concordia, arroja la<br />

discordia; entra tú en la casa de tus títulos. Permanece tú, no vaya a poseerla otro y<br />

engañe con tus títulos. Cambia tú a este contradictor, tú que en una sola hora cambiaste<br />

al ladrón en la cruz".<br />

Un único Padre y una única Madre: Dios y la Iglesia<br />

5. Veamos qué es lo que tienes. "Tengo -dices- el sacramento, tengo el bautismo". Si yo<br />

te dijera: "Pruébalo", me muestras lo que has recibido, dices qué es lo que has confesado,<br />

dices qué es lo que tienes. Lo reconozco, no lo cambio, no lo expulso, lejos de mí buscar la<br />

salud del desertor haciendo injuria al emperador.<br />

Me has probado que tienes el sacramento; al explicar el sacramento me has demostrado<br />

que tienes la fe. Pruébame que tienes la caridad: mantén la unidad. No quiero que me<br />

digas: "Tengo la caridad"; demuéstralo. Tenemos un solo Padre: oremos juntos. ¿Qué es,<br />

por favor, lo que dices tú cuando oras? Padre nuestro, que estás en el cielo 13 . Gracias a<br />

Dios. Según la enseñanza de nuestro Señor has añadido: Que estás en el cielo.<br />

Cada uno teníamos un padre en la tierra, hemos encontrado uno solo en el cielo. Padre<br />

nuestro, que estás en el cielo: lo invocas como a Padre. Nuestro Padre ha querido tener<br />

una sola esposa. Por consiguiente, quienes adoramos a un único padre, ¿por qué no<br />

reconocemos una única Madre? Si dices que tú has nacido de otra, ella te dio a luz de un<br />

seno ajeno.<br />

Lo que acabo de decir no habéis podido entenderlo todos. Sabemos que las legítimas<br />

esposas han hecho que se asocien en la misma herencia aun los que no nacen de esposas<br />

legítimas. Esto lo hizo la voluntad de la esposa. Pues fue desheredado Ismael, a quien<br />

había dado a luz Sara, aunque de un seno ajeno. Sara lo había dado a luz en seno ajeno,<br />

con su deseo. Ella dijo: Quiero que me des hijos por medio de ella 14 . Por esto lo hizo<br />

Abrahán. Pues no dispone la mujer de su cuerpo, sino el marido. Igualmente el marido no<br />

dispone de su cuerpo, sino la mujer 15 . Ismael sería hijo, si no se hubiera enorgullecido;<br />

por su soberbia fue desheredado. Levantó la esclava la cerviz, y vinieron aquellas<br />

palabras: Despide a esa criada y a su hijo, pues no va a heredar el hijo de esa criada<br />

juntamente con mi hijo Isaac 16 .<br />

¿Quieres saber lo que puede la paz, lo que puede la concordia, lo que puede la humildad, y<br />

el impedimento que es la soberbia? Desheredó a Ismael, y en cambio sabemos cómo<br />

fueron llamados a la misma herencia los hijos de las esclavas de Jacob, porque fue<br />

voluntad de las legítimas esposas que nacieran aquéllos. Doce fueron en total el número<br />

de los patriarcas; a ninguno separó del otro la diversidad del seno, porque los unió a todos<br />

la caridad.<br />

¿Qué importa, pues, dónde has recibido el bautismo? El bautismo es mío, te dice Sara; el<br />

bautismo es mío, te dice Raquel. No te enorgullezcas, ven a la herencia, sobre todo<br />

teniendo en cuenta que la herencia no es aquella tierra que se dio a los hijos de Jacob. Se<br />

les dio a los hijos de Israel la tierra; cuanto más eran los poseedores, más se reducía.<br />

Nuestra herencia se llama la paz; lee el testamento: Os dejo mi paz, os doy mi paz 17 .<br />

Tengamos todos juntos lo que no puede dividirse. No lo reducen el número de poseedores,<br />

por muchos que sean, como está prometido: Tu descendencia será como las estrellas del<br />

cielo y como las arenas de la playa. En tu descendencia serán bendecidas todas las<br />

naciones de la tierra 18 . También dice en el Apocalipsis: Y vi una muchedumbre inmensa<br />

que nadie podría contar, de todos los pueblos, vestidos con vestiduras blancas y con<br />

palmas en sus manos 19 .<br />

Acudan, posean la paz; nuestra posesión no se reduce; la reducción sólo la causa la<br />

disensión. He aquí, pues, hermanos míos, que la disensión de nuestro hermano es la que<br />

nos hace sufrir aun esta estrechez difícil. Consienta él en la paz, y quedará agrandada.<br />

Fuera de la Iglesia no hay salvación<br />

6. Pero ¿qué tenemos que hacer sino soportar la debilidad del hermano y no desfallecer?


Creemos que este mi sudor dará sus frutos. El Señor nuestro Dios, que quiso que viniera<br />

yo a vosotros, que mandó que le buscásemos, que nos ha otorgado el encontrarnos entre<br />

tanto con él cara a cara, nos concederá, ayudados por vuestras oraciones, encontrar su<br />

corazón, alegrarnos con su concordia, dar gracias a Dios por su salvación, que no puede<br />

poseer sino en la Iglesia católica. Fuera de la Iglesia católica él puede tenerlo todo menos<br />

la salvación: puede tener el honor del episcopado, puede tener los sacramentos, puede<br />

cantar el "aleluya", puede responder "amén", puede tener el Evangelio, puede tener y<br />

predicar la fe en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; pero nunca podrá<br />

encontrar la salvación sino en la Iglesia católica.<br />

Todo esto pasa, hermanos míos. Piensa ahora que será grande ante los suyos si no se<br />

pone de acuerdo con la Iglesia y si es considerado como mártir del partido de Donato. ¡No<br />

lo permita Dios! Destiérrese de su corazón, en el nombre del Señor, esta hinchazón. Bien<br />

conoce él y bien lee: Aunque entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada<br />

me aprovecha 20 . Yo no digo que si se jacta de haber soportado algunas injurias o algunas<br />

pérdidas terrenas por el partido de Donato, no le aprovecha nada. Yo digo aún más: Si<br />

sufre fuera a enemigo de Cristo -no digo a su hermano católico que busca su salvación-,<br />

sino si sufre fuera a un enemigo de Cristo y le dice fuera de la Iglesia de Cristo ese<br />

enemigo de Cristo: "Ofrece incienso a los ídolos, adora a mis dioses", y fuera muerto por<br />

ese enemigo de Cristo por no adorarlos, puede derramar la sangre, pero no puede recibir<br />

la corona.<br />

Los donatistas, perseguidores<br />

7. Ellos saben cuándo estuvieron en nuestra conferencia celebrada en Cartago, saben<br />

cómo confesaron que sus antepasados persiguieron al obispo Ceciliano. Fue entonces<br />

cuando al ponerse en desacuerdo con la Iglesia consumaron el cisma. Lo persiguieron sus<br />

antepasados, es decir, los primeros que formaron el partido de Donato persiguieron a<br />

Ceciliano. En su persecución lo llevaron hasta el tribunal del emperador, presentaron al<br />

emperador sus acusaciones, que no tenían fundamento alguno. El emperador ordenó que<br />

se instruyera la causa. Se celebró ésta ante un tribunal de obispos, se descubrió la<br />

falsedad de aquellas acusaciones y fue absuelto Ceciliano. No cesaron ellos en su<br />

persecución, sino que apelaron una y otra vez al emperador, en cuyo tribunal se nombró<br />

después un juez de la causa, y él mismo estuvo presente e intervino. Trató la causa<br />

personalmente y juzgó inocente a Ceciliano.<br />

Al objetarles nosotros esto, se revolvieron contra nosotros, y dijeron que el emperador<br />

había condenado a Ceciliano al destierro. Esto es falso. Sin embargo, ved lo que dijeron:<br />

que, persiguiéndole sus antepasados, fue Ceciliano llevado ante el emperador y enviado al<br />

destierro. Hemos leído las actas, las intervenciones son del mismo Emérito, se conserva la<br />

firma de su propia mano con sus propias palabras.<br />

Prestad atención, os ruego, juzgad ahora nuestra causa. Ciertamente sus antepasados<br />

persiguieron a Ceciliano, ciertamente lo llevaron al emperador, ciertamente trataron de<br />

que le condenara. No quiero decir que no fue condenado, no quiero decir que fue<br />

declarado inocente, sino que esto es lo que dicen. Cuando le perseguían, cuando trataron<br />

de que fuera condenado, ¿qué era entonces Ceciliano? ¿Qué era cuando sufría persecución<br />

de parte de los antepasados de éstos? Dígaseme: ¿Qué era? ¿Era cristiano? ¿Era católico?<br />

¿Qué era? No dicen: "No era católico", sino simplemente: "Era un criminal". Por<br />

consiguiente, los criminales pueden sufrir persecución por parte de los hombres.<br />

Admitámoslo así: era Ceciliano un criminal que sufría persecución. Así no digo que<br />

"mentían", sino que "se engañaban". Para estar de acuerdo con ellos: "era un criminal".<br />

Ahora bien, ¿qué eran los que hacían esto? Elige lo que quieras. Si eran unos malvados,<br />

abandona a los malvados, ven con nosotros; pero si eran santos, puede ocurrir que los<br />

santos persigan al injusto. No te enfades con nosotros, si perseguimos; no digas: "Sois<br />

unos injustos, puesto que perseguís"; pues ya habéis demostrado que puede ocurrir que<br />

aun los santos persigan al injusto. ¿Puede o no puede suceder? Dígaseme una de las dos<br />

cosas. Si no puede suceder, ¿por qué los vuestros persiguieron a Ceciliano? Si puede<br />

suceder ¿por qué te maravillas? ¿Por qué alabas la pena y no muestras la causa?<br />

Bienaventurados, dice el Señor, los perseguidos. Añade: Por causa de la justicia 21 ; y así<br />

has separado los salteadores, has separado los hechiceros, has separado los adúlteros, los<br />

impíos, los sacrílegos, los heréticos. Estos padecen persecución, pero no por la justicia.


Una persecución justa<br />

8. Sin embargo, ¿qué persecución sufre nuestro hermano, que ha sido conducido ante<br />

nosotros? Es una persecución bien gloriosa; de ella proclamo que la hago. Repréndame<br />

quien quiera: proclamo que hago semejante persecución. Leo en el salmo: Al que difama<br />

en secreto a su prójimo, yo le perseguía 22 . Si persigo justamente al que difama a su<br />

prójimo en secreto, ¿no persigo con más justicia al que insulta públicamente a la Iglesia<br />

de Dios al decir: "No es ésta"; al decir: "La auténtica es la de nuestro partido"; al decir:<br />

"Aquélla es una prostituta"? ¿No voy a perseguir a quien blasfema de la Iglesia? Sí, lo<br />

perseguiré abiertamente, porque soy miembro de la Iglesia; lo perseguiré abiertamente,<br />

porque soy hijo de la Iglesia. Me sirvo de la voz de la misma Iglesia, la misma Iglesia dice<br />

por mí en el salmo: Perseguiré a mis enemigos y les daré alcance, y no cesaré hasta que<br />

desfallezcan 23 . Desfallezcan en su mal, progresen hacia el bien.<br />

Hermanos, no penséis que se ha hecho algo especial con nuestro hermano. Cuando tenía<br />

poder en Constantina el partido de Donato, Petiliano apresó a un catecúmeno laico<br />

nuestro, nacido de padres católicos, lo violentó, lo buscó cuando huía, lo descubrió<br />

escondido, lo sacó aterrado, le bautizó tembloroso, le ordenó contra su voluntad. ¡He aquí<br />

cómo ejercitó la violencia en nuestro hermano! Lo arrastró hacia la muerte; nosotros, ¿no<br />

lo arrastramos hacia la salvación?<br />

Unidad de deseos<br />

9. He dicho esto a vuestra caridad con relación a aquel grito que lanzasteis: "Que sea aquí<br />

o en ninguna otra parte". Esto mismo es lo que queremos nosotros, que sea "aquí, aquí",<br />

pero en la paz; "aquí, aquí", pero en la unidad; "aquí, aquí", pero en la sociedad de la<br />

caridad. Entonces sí está bien "aquí". Porque si no es así, mejor es "en ninguna otra<br />

parte" que "aquí". Pero conceda el Señor que sea "aquí" mejor que "en ninguna parte". Si<br />

no es aquí, no quiera Dios que no sea en otra parte, no lo quiera.<br />

Aquí o en otro lugar, lo habéis oído, lo ha oído. Qué es lo que ha hecho Dios en su espíritu,<br />

él lo sabe. Nosotros golpeamos externamente el oído, él sabe hablar dentro, él predica<br />

dentro la paz, y no cesa de predicarla, por si se le oye. Su misericordia no faltará con la<br />

ayuda de vuestras oraciones, para que sea fructuoso nuestro trabajo.<br />

Sin embargo, si él no quiere entrar hoy en nuestra comunión, aunque no debamos<br />

cansarnos, sí debemos, sin embargo, insistir cuanto esté a nuestro alcance, bien que ni<br />

aun así debemos cansarnos. Podemos diferir nuestra insistencia, pero no podemos ni<br />

debemos abandonarla; el que nos lo trajo hasta nosotros, estará con nosotros, para<br />

concedernos complacernos con él en la unidad con vosotros y en su paz.<br />

LOS SOLILOQUIOS<br />

Traducción del P. Victorino Capánaga OAR<br />

LIBRO PRIMERO<br />

CAPÍTULO I<br />

plegaria a dios<br />

1. Andando yo largo tiempo ocupado en muchos y diversos problemas, y tratando con<br />

empeño durante muchos días de conocerme a mí mismo, lo que debo hacer y qué he de<br />

evitar, de improviso vínome una voz, no sé si de mí mismo o de otro, desde fuera o dentro<br />

(porque esto mismo es lo que principalmente quiero esclarecer); díjome, pues, aquella<br />

voz:<br />

Razón.-Suponte que has hallado ya alguna verdad: ¿A quién la encomendarás para seguir<br />

adelante?<br />

Agustín.-A la memoria.


R.-¿Pero es bastante segura para retener fielmente tus reflexiones?<br />

A.-Un poco difícil me parece, o más bien, imposible.<br />

R.-Luego es necesario escribir. Mas ¿qué te ocurre, que por tu salud andas reacio para el<br />

trabajo de escribir? Estas cosas no pueden dictarse, porque requieren completa soledad.<br />

A.-Verdad dices. Perplejo estoy sobre lo que debo hacer.<br />

R.-Pide fuerza y auxilio para cumplir tu intento, y eso mismo ponlo por escrito, para que<br />

con la redacción se aumenten tus bríos. Resume después lo que fueres descubriendo en<br />

breves conclusiones. No te inquietes por las solicitaciones de la masa de lectores; esto<br />

bastará para tus escasos conciudadanos.<br />

A.-Lo haré así.<br />

2. Dios, Creador de todas las cosas, dame primero la gracia de rogarte bien, después<br />

hazme digno de ser escuchado y, por último, líbrame. Dios, por quien todas las cosas que<br />

de su cosecha nada serían, tienden al ser. Dios, que no permites que perezca ni aquello<br />

que de suyo busca la destrucción. Dios, que creaste de la nada este mundo, el más bello<br />

que contemplan los ojos. Dios, que no eres autor de ningún mal y haces que lo malo no se<br />

empeore. Dios, que a los pocos que en el verdadero ser buscan refugio les muestras que<br />

el mal sólo es privación de ser. Dios, por quien la universalidad de las cosas es perfecta,<br />

aun con los defectos que tiene. Dios, por quien hasta el confín del mundo nada disuena,<br />

porque las cosas peores hacen armonía con las mejores. Dios, a quien ama todo lo que es<br />

capaz de amar, sea consciente o inconscientemente. Dios, en quien están todas las cosas,<br />

pero sin afearte con su fealdad ni dañarte con su malicia o extraviarte con su error. Dios,<br />

que sólo los puros has querido que posean la verdad. Dios, Padre de la Verdad, Padre de<br />

la Sabiduría y de la vida verdadera y suma, Padre de la bienaventuranza, Padre de lo<br />

bueno y hermoso. Padre de la luz inteligible, Padre, que sacudes nuestra modorra y nos<br />

iluminas; Padre de la Prenda que nos amonesta volver a ti.<br />

3. A ti invoco, Dios Verdad, en quien, de quien y por quien son verdaderas todas las cosas<br />

verdaderas. Dios, Sabiduría, en ti, de ti y por ti saben todos los que saben. Dios,<br />

verdadera y suma vida, en quien, de quien y por quien viven las cosas que suma y<br />

verdaderamente viven. Dios bienaventuranza, en quien, de quien y por quien son<br />

bienaventurados cuantos hay bienaventurados. Dios, Bondad y Hermosura, principio,<br />

causa y fuente de todo lo bueno y hermoso. Dios, luz espiritual, en ti, de ti y por ti se<br />

hacen comprensibles las cosas que echan rayos de claridad. Dios, cuyo reino es todo el<br />

mundo, que no alcanzan los sentidos. Dios, que gobiernas los imperios con leyes que se<br />

derivan a los reinos de la tierra. Dios, separarse de ti es caer; volverse a ti, levantarse;<br />

permanecer en ti es hallarse firme. Dios, darte a ti la espalda es morir, convertirse a ti es<br />

revivir, morar en ti es vivir. Dios, a quien nadie pierde sino engañado, a quien nadie busca<br />

sino avisado, a quien nadie halla sino purificado. Dios, dejarte a ti es ir a la muerte;<br />

seguirte a ti es amar; verte es poseerte. Dios, a quien nos despierta la fe, levanta la<br />

esperanza, une la caridad. Te invoco a ti, Dios, por quien vencemos al enemigo. Dios, por<br />

cuyo favor no hemos perecido nosotros totalmente. Dios que nos exhortas a la vigilancia.<br />

Dios, por quien discernimos los bienes de los males. Dios, con tu gracia evitamos el mal y<br />

hacemos el bien. Dios, por quien no sucumbimos a las adversidades. Dios, a quien se debe<br />

nuestra buena obediencia y buen gobierno. Dios, por quien aprendemos que es ajeno lo<br />

que alguna vez creímos nuestro y que es nuestro lo que alguna vez creímos ajeno. Dios,<br />

gracias a ti superamos los estímulos y halagos de los malos. Dios, por quien las cosas<br />

pequeñas no nos empequeñecen. Dios, por quien nuestra porción superior no está sujeta a<br />

la inferior. Dios, por quien la muerte será absorbida con la victoria (1Co 15, 54). Dios, que<br />

nos conviertes. Dios, que nos desnudas de lo que no es y vistes de lo que es. Dios, que<br />

nos haces dignos de ser oídos. Dios, que nos defiendes. Dios, que nos guías a toda<br />

verdad. Dios, que nos muestras todo bien, dándonos la cordura y librándonos de la<br />

estulticia ajena. Dios, que nos vuelves al camino. Dios, que nos traes a la puerta (Mt 7, 8).<br />

Dios, que haces que sea abierta a los que llaman. Dios, que nos das el Pan de la vida.<br />

Dios, que nos das la sed de la bebida que nos sacia (Jn 6, 35). Dios, que arguyes al<br />

mundo de pecado, de justicia y juicio (1Co 16, 8). Dios, por quien no nos arrastran los que<br />

no creen. Dios, por quien reprobamos el error de los que piensan que las almas no tienen<br />

ningún mérito delante de ti. Dios, por quien no somos esclavos de los serviles y flacos<br />

elementos (Ga 4, 9). Dios, que nos purificas y preparas para el divino premio, acude


propicio en mi ayuda.<br />

4. Todo cuanto he dicho eres tú, mi Dios único; ven en mi socorro, una, eterna y<br />

verdadera sustancia, donde no hay ninguna discordancia, ni confusión, ni mudanza, ni<br />

indigencia, ni muerte, sino suma concordia, suma evidencia, soberano reposo, soberana<br />

plenitud y suma vida; donde nada falta ni sobra: donde el progenitor y el unigénito son<br />

una misma sustancia. Dios, a quien sirve todo lo que sirve, a quien obedece toda alma<br />

buena. Según tus leyes giran los cielos y los astros realizan sus movimientos, el sol<br />

produce el día, la luna templa la noche, y todo el mundo, según lo permite su condición<br />

material, conserva una gran constancia con las regularidades y revoluciones de los<br />

tiempos; durante los días, con el cambio de la luz y las tinieblas; durante los meses, con<br />

los crecientes y menguantes lunares; durante los años, con la sucesión de la primavera,<br />

verano, otoño e invierno; durante los lustros, con la perfección del curso solar; durante<br />

grandes ciclos, por el retorno de los astros a sus puntos de partida. Dios, por cuyas leyes<br />

eternas no se perturba el movimiento vario de las cosas mudables y con el freno de los<br />

siglos que corren se reduce siempre a cierta semejanza de estabilidad; por cuyas leyes es<br />

libre el albedrío humano y se distribuyen los premios a los buenos y los castigos a los<br />

malos, siguiendo en todo un orden fijo. Dios, de ti proceden hasta nosotros todos los<br />

bienes, tú apartas todos los males. Dios, nada existe sobre ti, nada fuera de ti, nada sin ti.<br />

Dios, todo se halla bajo tu imperio, todo está en ti, todo está contigo. Tú creaste al<br />

hombre a tu imagen y semejanza, como lo reconoce todo el que se conoce a sí. Óyeme,<br />

escúchame, atiéndeme, Dios mío, Señor mío, Rey mío, Padre mío, principio y creador mío,<br />

esperanza mía, herencia mía, mi honor, mi casa, mi patria, mi salud, mi luz, mi vida.<br />

Escúchame, escúchame, escúchame según tu estilo, de tan pocos conocido.<br />

5. Ahora te amo a ti solo, a ti solo sigo y busco, a ti solo estoy dispuesto a servir, porque<br />

tú solo justamente señoreas; quiero pertenecer a tu jurisdicción. Manda y ordena, te<br />

ruego, lo que quieras, pero sana mis oídos para oír tu voz; sana y abre mis ojos para ver<br />

tus signos; destierra de mí toda ignorancia para que te reconozca a ti. Dime adónde debo<br />

dirigir la mirada para verte a ti, y espero hacer todo lo que mandares. Recibe, te pido, a tu<br />

fugitivo, Señor, clementísimo Padre; basta ya con lo que he sufrido; basta con mis<br />

servicios a tu enemigo, hoy puesto bajo tus pies; basta ya de ser juguete de las<br />

apariencias falaces. Recíbeme ya siervo tuyo, que vengo huyendo de tus contrarios, que<br />

me retuvieron sin pertenecerles, cuando vivía lejos de ti. Ahora comprendo la necesidad<br />

de volver a ti; ábreme la puerta, porque estoy llamando; enséñame el camino para llegar<br />

hasta ti. Sólo tengo voluntad; sé que lo caduco y transitorio debe despreciarse para ir en<br />

pos de lo seguro y eterno. Esto hago, Padre, porque esto sólo sé y todavía no conozco el<br />

camino qué lleva hasta ti. Enséñamelo tú, muéstramelo tú, dame tú la fuerza para el viaje.<br />

Si con la fe llegan a ti los que te buscan, no me niegues la fe; si con la virtud, dame la<br />

virtud; si con la ciencia, dame la ciencia. Aumenta en mí la fe, aumenta la esperanza,<br />

aumenta la caridad. ¡Oh cuán admirable y singular es tu bondad!<br />

6. A ti vuelvo y torno a pedirte los medios para llegar hasta ti. Si tú abandonas, luego la<br />

muerte se cierne sobre mí; pero tú no abandonas, porque eres el sumo Bien, y nadie te<br />

buscó debidamente sin hallarte. Y debidamente te buscó el que recibió de ti el don de<br />

buscarte como se debe. Que te busque, Padre mío, sin caer en ningún error; que al<br />

buscarte a ti, nadie me salga al encuentro en vez de ti. Pues mi único deseo es poseerte;<br />

ponte a mi alcance, te ruego, Padre mío; y si ves en mí algún apetito superfluo, límpiame<br />

para que pueda verte. Con respecto a la salud corporal, mientras no me conste qué<br />

utilidad puedo recabar de ella para mí o para bien de los amigos, a quienes amo, todo lo<br />

dejo en tus manos, Padre sapientísimo y óptimo, y rogaré por esta necesidad, según<br />

oportunamente me indicares. Sólo ahora imploro tu nobilísima clemencia para que me<br />

conviertas plenamente a ti y destierres todas las repugnancias que a ello se opongan, y en<br />

el tiempo que lleve la carga de este cuerpo, haz que sea puro, magnánimo, justo y<br />

prudente, perfecto amante y conocedor de tu sabiduría y digno de la habitación y<br />

habitador de tu beatísimo reino. Amén, amén.<br />

7. A.-He rogado a Dios.<br />

CAPÍTULO II<br />

quÉ se ha de amar


R.-¿Qué quieres, pues, saber?<br />

A.-Todo cuanto he pedido.<br />

R.-Resúmelo brevemente.<br />

A.-Quiero conocer a Dios y al alma.<br />

R--¿Nada más?<br />

A.-Nada más.<br />

R.-Empieza, pues, a investigar. Pero dime antes a qué grado de conocimiento quieres<br />

llegar hasta decir: basta ya.<br />

A.-No sé cómo debe manifestárseme Dios hasta decir: ya es suficiente, porque no creo<br />

que conozca ninguna cosa como deseo conocerlo a El.<br />

R.-Entonces, ¿qué hacemos? ¿No crees que primero debe determinarse el grado del saber<br />

divino a que aspiras, para que una vez logrado cese tu investigación?<br />

A.-Así opino; pero no veo el modo de conseguir esto. ¿Acaso conozco algo semejante a<br />

Dios para poder decir: como conozco esto, así quiero conocer a Dios?<br />

R.-Si todavía ni conoces a Dios, ¿cómo sabes que no conoces nada semejante a El?<br />

A.-Porque si conociera algo semejante, lo amaría sin duda ninguna; y ahora sólo amo a<br />

Dios y al alma, dos cosas que ignoro,<br />

R.-Entonces, ¿no amas a tus amigos?<br />

A.-Amando al alma, ¿cómo no voy a amarlos?<br />

R.- ¿Luego por esa razón, también amarás a los insectos?<br />

A.-He dicho que amo a las almas, no a los animales.<br />

R.-O tus amigos no son hombres o tú no los amas, pues todo hombre es animal, y tú dices<br />

que no amas a los animales.<br />

A.-Hombres son y no los amo por ser animales, sino por ser hombres, esto es, porque<br />

tienen almas racionales, que yo aprecio hasta en los ladrones. Porque puedo amar la razón<br />

en cada uno, aun cuando aborrezca justamente al que usa mal de lo que amo en ellos. Así,<br />

pues, tanto más amo a mis amigos cuanto mejor usan del alma racional, o ciertamente,<br />

cuanto mejor desean usar de ella.<br />

CAPÍTULO III<br />

conocimiento de dios<br />

8. R.-Está bien; con todo, si alguien te dijese: Te daré a conocer a Dios como conoces a<br />

Alipio, ¿no se lo agradecerías, diciendo: Me contento con eso?<br />

A.-Se lo agradecería, pero no me daría por satisfecho.<br />

R.-¿Por qué?<br />

A.-Porque a Dios no conozco como a Alipio, ni estoy satisfecho de mi conocimiento de<br />

éste.<br />

R.-Mira, pues, bien si no será una insolencia querer conocer a Dios bastante, cuando no<br />

conoces a Alipio.<br />

A.-No vale el argumento; pues en comparación de los astros, ¿qué cosa hay más vil que


mi cena? Y con todo, no sé lo que cenaré mañana y sí la fase lunar en que estaremos.<br />

R.-¿Te satisfarías, pues, con conocer a Dios como conoces el signo del curso lunar de<br />

mañana?<br />

A.-No es bastante, porque eso pertenece a la esfera de la percepción sensible, y no sé si<br />

Dios o alguna cosa natural oculta cambiará el orden y curso lunar; y si esto acaece, se<br />

derriba en tierra toda mi previsión.<br />

R.-¿Y crees que eso sea posible?<br />

A.-No, pero ahora busco el saber, no la fe. Y lo que sabemos decimos bien que lo<br />

creemos; mas no todo lo que creemos lo sabemos.<br />

R.-¿Rechazas, pues, en este punto el testimonio de los sentidos?<br />

A.-Totalmente.<br />

R.-Pues a aquel amigo tuyo, todavía incógnito para ti, según afirmas, ¿ cómo quieres<br />

conocerlo: con los sentidos o con el entendimiento?<br />

A.-Lo que por los sentidos conozco de él-si por ellos se puede conocer algo-es de poco<br />

precio y me basta; mas aquella parte por la que le amo, esto es, el alma, quiero alcanzarla<br />

con el entendimiento.<br />

R.-¿Puede conocerse de otra manera?<br />

A.-No.<br />

R.-¿Y te atreves a decir que te es desconocido un amigo tan afectuoso y familiar?<br />

A.-¿Por qué no? Estimo como ley justísima de la amistad la que prescribe amar al amigo<br />

como a sí mismo. Y como yo tampoco me conozco a mí mismo, no es ninguna injuria decir<br />

que me es desconocido un amigo, sobre todo cuando ni él mismo se conoce, según creo.<br />

R.-Si, pues, lo que quieres indagar ahora es de naturaleza intelectual, cuando te reproché<br />

como una presunción el desear conocer a Dios sin conocer a Alipio, no venía a propósito<br />

aquello de la cena y de la luna como ejemplo, por ser cosas pertenecientes al dominio de<br />

los sentidos, según dices.<br />

CAPÍTULO IV<br />

la verdadera ciencia<br />

9. R.-Pero dejemos esto a un lado; ahora respóndeme a esto: Suponiendo que sea verdad<br />

lo que de Dios han dicho Platón y Plotino, ¿te bastaría su ciencia divina?<br />

A.-No por ser verdaderas las cosas que ellos dijeron de Dios se concluye que las<br />

poseyeran con ciencia. Pues muchos copiosamente hablan de lo que no saben, como yo<br />

mismo las cosas que expresé en la plegaria las he formulado como un deseo, el cual sería<br />

irracional si tuviera ciencia de todo aquello; pero ¿ acaso por eso no debí expresarlo?<br />

Saqué a la luz tantos conceptos sin comprenderlos, recogidos de aquí y allá, depositados<br />

en la memoria y armonizándolos con la fe, según me era posible; pero el saber es otra<br />

cosa.<br />

R.-Dime, pues, ¿sabes en geometría lo que es una línea?<br />

A.-Ciertamente lo sé.<br />

R.-¿No temes a los académicos en esta persuasión?<br />

A.-No del todo. Porque ellos no quieren que yerre el sabio, y yo no pertenezco a esta<br />

categoría. No temo, pues, confesar la ciencia de las cosas que conozco. Pero si, como<br />

deseo, después llego a la sabiduría, haré lo que ella me aconsejare.


R.-Nada rechazo; mas para continuar nuestra indagación, como conoces la línea, ¿sabes lo<br />

que es la figura redonda que se llama esfera?<br />

A.-Lo sé.<br />

R.-¿Conoces igualmente la línea y la esfera, o una cosa más que otra?<br />

A.-Igualmente las dos, pues en ninguna me engaño.<br />

R.-¿Y ambas las has percibido con los sentidos o con la inteligencia?<br />

A.-Los sentidos en este punto me han servido como nave. Pues cuando me llevaron al<br />

punto que me dirigía, allí los dejé; y ya, como asentado en tierra firme, cuando comencé a<br />

pensar en estas cosas, me vacilaron por largo tiempo los pies. Por lo cual, antes creo se<br />

pueda navegar por tierra que alcanzar la ciencia geométrica con los sentidos, aunque a los<br />

principiantes les prestan alguna ayuda.<br />

R.-¿No dudas, pues, tú llamar ciencia al conocimiento que tienes de estas cosas?<br />

A.-No, Con tal que me lo permitan los estoicos, según los cuales sólo el sabio posee la<br />

ciencia. Tengo la percepción de estas cosas, que se compaginan con la estulticia; pero<br />

tampoco temo a los estoicos, y afirmo que tengo ciencia de las verdades sobre las cuales<br />

me has interrogado. Sigue, pues, adelante y veamos adónde me llevas.<br />

R.-No te apresures, pues tenemos tiempo. Procede con cautela para no hacer concesiones<br />

temerarias. Quisiera verte gozar de la posesión de algunas verdades ciertas sin temor a<br />

yerro, y como si fuera poca ganancia, ¿me espoleas a acelerar la marcha?<br />

A.-Haga Dios lo que pides y, según tu prudencia, corrígeme acremente si otra vez incurro<br />

en semejantes faltas.<br />

10. R.-¿Es evidente para ti que la línea longitudinalmente no puede dividirse en dos?<br />

A.-No ha lugar a duda.<br />

R.-¿Y se puede cortar en sentido transversal?<br />

A.-Mil intersecciones se pueden hacer en ella.<br />

R.-¿No es también evidente que del centro de la esfera no se pueden trazar ni dos círculos<br />

iguales?<br />

A.-La misma evidencia tengo de esa verdad.<br />

R.-Y la línea y la esfera, ¿son cosas idénticas o diversas?<br />

A.-Muy diversas.<br />

R.-Si, pues, igualmente conoces ambas cosas y tanto difieren entre sí, según afirmas,<br />

luego hay una ciencia indiferente de cosas diferentes.<br />

A.-¿Quién lo niega?<br />

R.-Tú lo has negado poco ha; pues preguntándote cómo quieres conocer a Dios hasta decir<br />

basta, me respondiste que no podías explicarlo, por no conocer ninguna cosa con que se<br />

midiera el conocimiento de Dios, pues nada semejante a El te ofrecía la ciencia. Ahora<br />

bien: ¿ la línea y la esfera son semejantes?<br />

A.- ¿Quién dice eso?<br />

R.-Pues yo no te he preguntado si conoces algo parecido a Dios, sino si conoces algo con<br />

una ciencia tan perfecta como la que quisieras tener de Dios. Lo mismo conoces la línea<br />

que la esfera, siendo cosas diferentes entre sí. Dime, pues, si te bastará conocer a Dios<br />

como conoces una esfera geométrica, esto es, con un conocimiento cierto y seguro.


CAPÍTULO V<br />

cÓmo una misma ciencia puede abarcar cosas diversas<br />

11. A.-Por mucho que me apremies y convenzas, no me atrevo a decir que deseo conocer<br />

a Dios como estas verdades. Porque no sólo ellas, sino la misma ciencia, me parecen<br />

diferentes. Primero porque ni la línea de la esfera difieren tanto entre sí, que no sean<br />

abarcadas ambas por una misma disciplina. En cambio, ningún geómetra blasona de<br />

enseñar a Dios. Además, si de cosas tan diversas, como son ellas y Dios, fuera idéntica la<br />

ciencia, el gozo de su conocimiento se igualaría con el gozo de conocer a Dios. Ahora bien:<br />

todo lo menosprecio en comparación de Dios, y a veces creo que, si llegare a conocerle y<br />

verle del modo que es posible, se desbandarán de mi mente todas las otras noticias de las<br />

cosas, pues ya ahora, por el amor que le tengo, apenas me vienen a la memoria.<br />

R.-Te concedo que con el conocimiento de Dios sentirás un gusto que no te dará el de las<br />

cosas, pero eso se debe a la naturaleza de las mismas, no a la diversidad de noticia. ¿O tal<br />

vez abrazas con diferente mirada la tierra y la serenidad del cielo, aunque te agrade más<br />

la vista de la una que de la otra? Y si no se engañan los ojos, te he preguntado si es igual<br />

la certeza de tu visión del cielo y de la tierra, y tu respuesta debe ser afirmativa, aunque<br />

no te deleite la tierra como el esplendor y magnificencia del cielo.<br />

A.-Interésame esta analogía y me induce a afirmar que cuanto distan en su esfera el cielo<br />

de la tierra, otro tanto aquellas verdades seguras y ciertas de las disciplinas distan de la<br />

majestad inteligible de Dios.<br />

CAPÍTULO VI<br />

los ojos del alma con que se percibe a dios<br />

12. R.-Es razonable tu interés. Pues te promete la razón, que habla contigo, mostrarte a<br />

Dios como se muestra el sol a los ojos. Porque las potencias del alma son como los ojos de<br />

la mente; y los axiomas de las ciencias aseméjanse a los objetos, ilustrados por el sol para<br />

que puedan ser vistos, como la tierra y todo lo terreno. Y Dios es el sol que los baña con<br />

su luz. Y yo, la razón, soy para la mente como el rayo de la mirada para los ojos. No es lo<br />

mismo tener ojos que mirar, ni mirar que ver. Luego el alma necesita tres cosas: tener<br />

ojos, mirar, ver. El ojo del alma es la mente pura de toda mancha corporal, esto es,<br />

alejada y limpia del apetito de las cosas corruptibles. Y esto principalmente se consigue<br />

con la fe; porque nadie se esforzará por conseguir la sanidad dé los ojos si no la cree<br />

indispensable para ver lo que no puede mostrársele por hallarse inquinada y débil. Y si<br />

cree que realmente, sanando de su enfermedad, alcanzará la visión, pero le falta la<br />

esperanza de lograr la salud, ¿no es verdad que rechazará todo remedio, resistiéndose a<br />

los mandatos del médico?<br />

A.-Así es ciertamente, sobre todo porque tales preceptos son difíciles para los enfermos.<br />

R.-Ha de añadirse, pues, la esperanza a la fe.<br />

A.-Sigo la misma opinión.<br />

R.-Y si admitiere todo eso, animándole la esperanza de poderse curar, pero no desea la luz<br />

prometida y anda contenta en sus tinieblas, que con la costumbre se le han hecho<br />

agradables, ¿no es verdad que" aborrecerá al médico?<br />

A.-Ciertamente.<br />

R.-Se requiere, pues, la tercera cosa, que es la caridad.<br />

A.-Nada es tan necesario.<br />

R.-Luego sin las tres cosas, ninguna alma puede sanarse y habilitarse para ver, es decir,<br />

entender a Dios.<br />

13. Cuando, pues, ya tuviera sanos los ojos, ¿qué le resta?


A.-Mirar.<br />

R.-La razón es la mirada del alma; pero como no todo el que mira ve, la mirada buena y<br />

perfecta, seguida de la visión, se llama virtud, que es la recta y perfecta razón. Con todo,<br />

la misma mirada de los ojos ya sanos no puede volverse a la luz, si no permanecen las<br />

tres virtudes: la fe, haciéndole creer que en el objeto de su visión está la vida feliz; la<br />

esperanza, confiando en que lo verá, si mira bien; la caridad, queriendo contemplarlo y<br />

gozar de él. A la mirada sigue la visión misma de Dios, que es el fin de la mirada no<br />

porque ésta cese ya, sino porque Dios, que es el único objeto a cuya posesión aspira, y tal<br />

es la verdadera y perfecta virtud, la razón que llega a su fin, premiada con la vida feliz. Y<br />

la visión es un acto intelectual que se verifica en el alma como resultado de la unión del<br />

entendimiento y del objeto conocido, lo mismo que para la visión ocular concurren el<br />

sentido y el objeto visible, y ninguno de ellos se puede eliminar, so pena de anularla.<br />

CAPÍTULO VII<br />

hasta cuÁndo son necesarias la fe, esperanza y caridad<br />

14. Indaguemos también si las tres cosas le serán necesarias al alma una vez lograda la<br />

visión o intelección de Dios. La fe, ¿cómo puede serle necesaria, pues lo ve? Ni la<br />

esperanza, cuando ya posee. En cambio, la caridad, lejos de perecer, está robustecida<br />

grandemente. Pues contemplando aquella hermosura soberana y verdadera le crecerá el<br />

amor, y si no fijare sus ojos con poderosa fuerza, sin retirarlos de allí para mirar a otra<br />

parte, no podrá permanecer en aquella dichosísima contemplación. Pero mientras el alma<br />

habite en este cuerpo mortal, aun viendo o entendiendo perfectamente a Dios, con todo,<br />

porque también los sentidos se emplean en sus operaciones, si bien no le seduzcan,<br />

aunque sí le hagan vacilar, puede llamarse todavía fe la que se resiste a sus halagos y se<br />

adhiere al sumo Bien.<br />

Asimismo, en esta vida, aun siendo el alma bienaventurada con el conocimiento de Dios,<br />

no obstante padece muchas molestias y espera que todas se acabarán con la muerte.<br />

Luego también la esperanza acompaña al alma mientras peregrina por este mundo. Y<br />

cuando después de la vida presente toda se recogiera en Dios, quedará la caridad con que<br />

se permanece allí. Pues no puede llamarse fe aquella adhesión a la verdad, libre ya de<br />

todo peligro de error, ni se ha de esperar algo, donde todo se posee. Luego tres<br />

condiciones son necesarias al alma: que esté sana, que mire, que vea. Las otras tres, fe,<br />

esperanza y caridad, son indispensables para lo primero y segundo. Para conocer a Dios<br />

en esta vida, igualmente las tres son necesarias; y en la otra vida sólo subsiste la caridad.<br />

CAPÍTULO VIII<br />

condiciones para conocer a dios<br />

15. Y ahora, según nos permite el tiempo, recibe sobre Dios alguna enseñanza derivada<br />

de aquella analogía de las cosas sensibles. Inteligible es Dios, y al mismo orden inteligible<br />

pertenecen aquellas verdades o teoremas de las artes; con todo difieren mucho entre sí.<br />

Porque visible es la tierra, lo mismo que la luz; pero aquélla no puede verse si no está<br />

iluminada por ésta. Luego tampoco lo que se enseña en las ciencias y que sin ninguna<br />

hesitación retenemos como verdades certísimas, se ha de creer que podemos entenderlo<br />

sin la radiación de un sol especial. Así, pues, como en el sol visible podemos notar tres<br />

cosas: que existe, que esplende, que ilumina, de un modo análogo, en el secretísimo sol<br />

divino a cuyo conocimiento aspiras, tres cosas se han de considerar: que existe, que se<br />

clarea y resplandece en el conocimiento, que hace inteligibles las demás cosas. Atrévome,<br />

pues, a llevarte a la noticia de las dos cosas: de Dios y del alma, pero antes respóndeme<br />

qué te parece de lo dicho. ¿Lo consideras como probable o como cierto?<br />

A.-Como probable; pero confieso que me he erguido a una esperanza mayor, pues fuera<br />

de aquellas proposiciones relativas a la línea y la esfera, nada me has dicho, a que yo me<br />

atreva dar el nombre de ciencia.<br />

R.-No te admires, porque hasta ahora no te he ofrecido ninguna cosa que exija tal linaje<br />

de percepción.


CAPÍTULO IX<br />

el amor propio<br />

16. Pero ¿por qué nos detenemos? Emprendamos la marcha y primero veamos si estamos<br />

sanos.<br />

A.-A ti te pertenece examinar, si puedes echar alguna mirada sobre ti o sobre mí. Yo iré<br />

respondiendo a tus preguntas lo que pienso.<br />

R.-¿Amas alguna cosa fuera del conocimiento de tu alma y Dios?<br />

A.-Podría responderte negativamente, según mi íntimo sentimiento actual; pero me<br />

parece más prudente decir que no sé. Pues por repetida experiencia sé que cosas que<br />

tenía por indiferentes, cuando me han venido a la memoria, me impresionaron mucho más<br />

de lo que presumía; y otras que representadas por la imaginación no me hacían mella, en<br />

la realidad me han perturbado más de lo que esperaba. En el estado actual, a mi parecer,<br />

sólo me turbarían tres cosas: el miedo a la pérdida de los amigos, el dolor y la muerte.<br />

R.-Amas, pues, la vida en compañía de tus queridísimos amigos, y la buena salud, y la<br />

vida temporal del cuerpo, pues de lo contrario no temerías perderlas.<br />

A.-Confieso que es así.<br />

R.-Luego ahora el no hallarse presentes todos tus amigos ni ser satisfactoria tu salud<br />

causan turbación a tu alma; ¿no hay lógica en lo que digo?<br />

A.-Discurres bien; no lo puedo negar.<br />

R.-Y si de improviso experimentases una mejoría corporal y vieses aquí a todos los amigos<br />

disfrutando de libre reposo, ¿no te holgarías soltando la rienda al alborozo?<br />

A.-¿Por qué negarlo? Sobre todo si, según dices, todo viene de improviso, ¿ cómo podría<br />

yo contenerme ni disimular mi alegría?<br />

R.-Eres, pues, víctima de todas las pasiones y perturbaciones del alma. ¿No será, pues,<br />

una temeridad mirar con tales ojos al sol?<br />

A.-Me arguyes como si no reconociera ningún progreso en el estado de mi salud ni supiera<br />

cuánta pestilencia se ha extirpado de mí y cuánta queda todavía. Permíteme hacer esta<br />

concesión.<br />

CAPÍTULO X<br />

el amor de las cosas corporales y externas<br />

17. R.-¿No has notado cómo aun los ojos sanos del cuerpo se ofuscan y retroceden con el<br />

reverbero del sol para buscar el alivio de la obscuridad? Tú pones los ojos en lo que has<br />

adelantado, mas no piensas en lo que deseas ver. Pero examinemos los progresos que<br />

piensas haber realizado. ¿No deseas poseer algunas riquezas?<br />

A.-No data de ahora mi renuncia a ellas. Ya tengo treinta y tres años, y hace unos catorce<br />

dejé de desearlas. Caso de ofrecérseme, sólo me serviría de ellas para mi sustento<br />

necesario y el uso liberal. Un libro de Cicerón me persuadió fácilmente de que no se ha de<br />

poner el corazón en las riquezas, y en caso de tenerlas, han de administrarse con suma<br />

cautela y prudencia.<br />

R.-¿Y los honores?<br />

A.-Confieso que ahora he dejado de ambicionarlos, casi en estos días.<br />

R.-¿Y qué me dices de la mujer? ¿No te complacería tener una esposa bella, púdica,<br />

virtuosa, instruida o con disposiciones a lo menos para serlo; y que te trajese al


matrimonio una dote, suficiente no para enriquecerte, pues aborreces las riquezas, pero sí<br />

para llevar una vida desahogada, inmune de molestias y cargas?<br />

A.-Por muy bien que me la pintes, enjoyándola de mil prendas, nada tan lejos de mi<br />

propósito como la vida conyugal, pues siento que nada derriba de su señorío y arruina la<br />

fortaleza viril del ánimo tanto como los halagos femeninos y el vínculo carnal con la mujer.<br />

Y si al oficio del sabio incumbe la formación dé los hijos-cosa que no he averiguado<br />

todavía-, y con este fin solamente busca el blando yugo, me parece a mí eso más cosa de<br />

admirar que de imitar. Hay más peligro en intentarlo que dicha en lograrlo. Por lo cual,<br />

mirando por la libertad de mi espíritu, justa y provechosamente estoy resuelto a no<br />

desear, no buscar, no tomar mujer.<br />

R.-No te pregunto por tus decisiones, sino si luchas todavía o has vencido la pasión<br />

sensual. Estoy explorando si están sanos tus ojos interiores.<br />

A.-En este punto nada deseo, nada solicito; y desprecio con horror tales cosas. ¿Qué más<br />

quieres? Y noto en mí un progreso creciente todos los días, pues cuanto más ardo en<br />

deseos de contemplar aquella soberana hermosura incorruptible, tanto más se dispara a<br />

ella toda mi afición y deseo.<br />

R.-¿Y te cautiva el gusto de los manjares? ¿O te dan tal vez algún cuidado?<br />

A.-No me inquietan nada aquellos de que no tengo intención de privarme. Los que tomo,<br />

ciertamente me producen deleite al saborearlos; pero sin ninguna afección de mi parte, se<br />

retiran de la mesa después de vistos o gustados. Cuando no los tengo presentes, no se<br />

mezcla este apetito ni viene a turbar mis pensamientos. No preguntes, pues, nada de<br />

manjares, bebidas, baños y otras cosas pertenecientes al deleite corporal; sólo las deseo<br />

en cuanto contribuyen a la salud del cuerpo.<br />

CAPÍTULO XI<br />

el uso de los bienes exteriores<br />

18. R.-Mucho has progresado; con todo, las aficiones que aun tienes te impiden mucho<br />

ver aquella luz. Y ahora aplico un medio fácil para demostrar una de estas dos cosas: o<br />

que nada nos resta por refrenar o que nada hemos aprovechado, quedando aún toda la<br />

peste interior que creíamos extirpada. Porque te pregunto: Si te persuaden que es<br />

imposible consagrarse al estudio de la sabiduría con tus muchos carísimos amigos sin una<br />

buena base económica, ¿no desearás las riquezas?<br />

A.-Convengo en ello.<br />

R--Y si te convencen igualmente que, para comunicar a muchos tu sabiduría, te conviene<br />

reforzar tu autoridad con un cargo honroso, y que tus mismos familiares, para moderarse<br />

en sus costumbres y dedicarse intensamente a la investigación de la verdad divina, han de<br />

ser también honrados, y que todo esto sólo se puede lograr con su honor y dignidad, ¿no<br />

ambicionarás estas ventajas, trabajando por lograrlas?<br />

A.-Así es, como dices.<br />

R.-Acerca de la mujer ya no insisto, pues tal vez no hay necesidad de llegar al vínculo<br />

matrimonial; con todo, si con el generoso y rico patrimonio de tu mujer pueden<br />

sustentarse todos los que en tu compañía viven, dando ella su consentimiento para ese fin<br />

de la vida común, y si, además, aporta la nobleza del linaje, tan útil para los honores,<br />

según me has concedido, ¿tendrás entonces fuerza para renunciar a estas ventajas?<br />

A.-Pero ¿cuándo puedo yo esperar estas cosas?<br />

19. R.-Me replicas como si yo hurgara en tus esperanzas. Y no te pregunto por lo que,<br />

siéndote negado, no te seduce, sino que te deleitaría en caso de ofrecérsete, porque una<br />

cosa es la infección extirpada, otra la adormecida. A este propósito vale lo de algún sabio<br />

que dice: todos los necios son insensatos, como todo cieno es fétido, pero no hiede si no<br />

se revuelve. Importa mucho saber si una enfermedad o codicia del espíritu queda<br />

marginada por la desesperación o eliminada por la fuerza y pureza de la salud.


A.-Aunque no puedo responderte, nunca me persuadirás según la disposición íntima que<br />

ahora tengo de no haber adelantado nada.<br />

R--Discurres así porque, aunque pudieras desear esas cosas, no te parecen apetecibles por<br />

sí mismas, sino por otros bienes ajenos a ellas.<br />

A.-Eso mismo quería decirte, porque cuando deseé las riquezas, mi corazón se iba tras<br />

ellas para ser rico, y los honores, que ahora me dejan indiferente, por no sé qué brillo<br />

suyo, me seducían; y en el deseo y atractivo de la mujer busqué siempre el deleite con la<br />

buena fama. Sentía entonces verdadera pasión por estas cosas; ahora las menosprecio;<br />

con todo, si se me ofrecen como un camino necesario para ir a donde quiero, entonces,<br />

más bien que desearse, han de tolerarse.<br />

R--Muy bien; también yo creo que no debe llamarse codicia el deseo de las cosas que se<br />

buscan como medio para lograr otras.<br />

CAPÍTULO XII<br />

cÓmo todos los deseos y pasiones deben ordenarse al sumo bien<br />

20. Pero te pregunto: ¿por qué quieres que vivan o permanezcan contigo tus amigos, a<br />

quienes amas?<br />

A.-Para buscar en amistosa concordia el conocimiento de Dios y del alma. De este modo,<br />

los primeros en llegar a la verdad pueden comunicarla sin trabajo a los otros.<br />

R.-¿Y si ellos no quieren dedicarse a estás investigaciones?<br />

A.-Les moveré con razones a dedicarse.<br />

R.-¿Y si no puedes lograr tu deseo, ora porque ellos se creen en posesión de la verdad, ora<br />

porque tienen por imposible su hallazgo o andan con otras preocupaciones y cuidados?<br />

A.-Entonces viviré con ellos y ellos conmigo, según podamos.<br />

R.-¿Y si te distraen de la indagación de la verdad con su presencia? Si no logras<br />

cambiarlos, ¿no trabajarás y preferirás estar sin ellos que con ellos de esa manera?<br />

A.-Ciertamente.<br />

R.-Luego no quieres su vida y compañía por sí misma, sino como medio de alcanzar con<br />

ellos la verdad.<br />

A.-Lo mismo pienso yo.<br />

R.-Y si tuvieras certeza de que tu misma vida es un obstáculo al alcance de la sabiduría, ¿<br />

querrías prolongarla?<br />

A.-Antes bien, querría desprenderme de ella.<br />

R.-Y si te convencieran de que tanto abandonando el cuerpo como viviendo con él, se<br />

puede llegar al ideal de la sabiduría, ¿procurarías disfrutar de lo que anhelas aquí o en el<br />

más allá?<br />

A.-Me tendría sin cuidado, con tal de saber que ningún mal puede sobrevenirme,<br />

haciéndome retroceder en el progreso que tengo hecho.<br />

R.-Luego ahora temes la muerte, por que no te venga mayor daño que te impida el<br />

conocimiento de Dios.<br />

A.-No sólo temo se me arrebate lo ganado, sino que se me cierre el acceso a nuevos<br />

hallazgos a que aspiro, si bien creo que nadie me arrebatará lo que yo poseo.<br />

R.-Luego esta misma vida no la deseas por sí misma, sino como un medio para la


sabiduría.<br />

A.-Así es.<br />

21. R.-Resta ahora examinar el dolor corporal que tal vez te conturbe.<br />

A.-No lo temo, tanto, sino porque me impide la investigación de la verdad. Aun en estos<br />

días, acometido de un agudísimo dolor de dientes, sólo podía ocupar el pensamiento en<br />

cosas sabidas, impedido para dedicarme a la búsqueda de otras nuevas para las cuales era<br />

necesaria toda la atención dé ánimo; no obstante eso, opinaba que si el fulgor de aquella<br />

Verdad se derramaba en mi mente, o no había de sentir el dolor o había de tolerarlo,<br />

teniéndolo por cosa baladí. Pero como ninguno he padecido hasta ahora tan fuerte,<br />

pensando en otros más agudos que pueden venir, me arrimo a Cornelio Celso, según el<br />

cual el sumo Bien es la sabiduría y el sumo mal el dolor del cuerpo. Y discurre él así: de<br />

dos partes estamos compuestos: de alma y cuerpo, y la mejor es el alma, y la más vil el<br />

cuerpo; y el sumo Bien es lo mejor de la porción excelente, y el sumo mal lo peor de la<br />

porción inferior; y es lo mejor en el ánimo la sabiduría y lo pésimo en el cuerpo el dolor.<br />

Conclúyese, pues, evidentemente que el sumo Bien lo constituye la sabiduría y el sumo<br />

mal los padecimientos corporales.<br />

R.-Más tarde volveremos a este punto. Tal vez otra cosa nos persuadirá la misma<br />

sabiduría que es nuestro ideal. No obstante, si demuestra esta verdad acerca del soberano<br />

Bien y del sumo mal, la abrazaremos sin titubeos.<br />

CAPÍTULO XIII<br />

cÓmo y por quÉ grados se escala a la sabidurÍa. el amor verdadero<br />

22. Indagamos ahora cuál es su amor a la sabiduría, a la que deseas ver sin ningún velo y<br />

abrazarla con limpísima mirada tal como se da a sus rarísimos y privilegiadísimos<br />

amantes. Si amaras a una mujer hermosa y ella averiguase que tenías puesto el amor en<br />

otras cosas, fuera de su persona, con razón se te negaría; ¿y piensas que la castísima<br />

hermosura de la sabiduría se te mostrará si no es objeto único de tu afición?<br />

A.-¡Miserable de mí! ¿Por qué, pues, se me priva de su vista, prolongándose el tormento<br />

de mi deseo? Ya he demostrado que ningún otro amor me domina, porque lo que no se<br />

ama por sí mismo no se ama. Yo amo sólo la sabiduría por sí misma, y las demás cosas<br />

deseo poseerlas o temo que me falten sólo por ella: la vida, el reposo, los amigos. ¿Y qué<br />

límite puede haber en el amor de aquella Hermosura, por la cual no sólo no envidio a los<br />

demás, sino deseo multiplicar a sus amadores que conmigo la pretendan, conmigo la<br />

busquen, conmigo la posean, conmigo la gocen, siendo para mí tanto más amigos cuanto<br />

más común nos sea nuestra amada?<br />

23. R.-Tales deben ser los aspirantes a la Sabiduría. A tales busca ella para su casto e<br />

inmaculado desposorio. Pero no es único el camino que allí conduce, pues cada cual, según<br />

su estado de salud y de fuerza, abraza aquel singular y verdadero bien. Ella es cierta luz<br />

inefable e incomprensible de las inteligencias. Nuestra luz ordinaria nos ayude en lo<br />

posible a elevarnos a ella. Hay ojos tan sanos y vigorosos que, después de abrirse, pueden<br />

mirar de hito en hito sin parpadear la lumbre del sol. Para ellos, la luz es la sanidad, sin<br />

que necesiten de magisterio, y sí tan sólo de alguna amonestación. Bástales creer, esperar<br />

y amar. Otros, al contrario, se deslumbran con la misma luz que desean contemplar tan<br />

ardientemente, y sin conseguir lo que quieren, muchas veces tornan a la sombra con<br />

deleite. A éstos, aunque se mejoren, hasta considerarse sanos, es peligroso mostrarles lo<br />

que no pueden ver aún. Hay que ejercitarlos antes, hornagueando su amor con<br />

provechosa dilación. Primero se les mostrarán objetos opacos, pero bañados con la luz,<br />

como un vestido, un muro, algo semejante. Han de pasar después a fijar la vista en cosas<br />

que brillan con mayor belleza no por sí mismas, sino con el reverbero solar, como el oro,<br />

la plata y cosas similares, cuyo reflejo no dañe a los ojos. Entonces, con moderación, se<br />

les podrá mostrar el fuego terreno, y sucesivamente los astros, la luna, el rosicler de la<br />

aurora y el cándido resplandor celeste. Habituándose cada cual más pronto o más tarde<br />

según su disposición a este orden de cosas en su integridad o parcialmente, podrá ya<br />

carearse con el mismo sol sin titubeo y con gran deleite. Así proceden algunos muy buenos<br />

maestros con los muy amantes de la sabiduría, capaces ya de ver, pero faltos de agudeza.<br />

A la buena disciplina toca ir a ella por grados, pero llegar sin orden es de una inefable


dicha. Mas hoy bastante hemos escrito, según creo; hay que mirar también por la salud.<br />

CAPÍTULO XIV<br />

cÓmo la sabidurÍa cura los ojos del alma y los dispone a la visión<br />

24. A.-Y otro día dije: Manifiéstame, si puedes ya, ese orden. ¡Ea!, arrebátame por el<br />

camino que quieras, por las cosas que quieras, como quieras. Impérame acciones difíciles,<br />

arduas, pero realizables; que por ellas vaya seguro a donde deseo.<br />

R.-Sólo una cosa puedo mandarte; no conozco otra; la fuga radical de las cosas sensibles.<br />

Esfuérzate con ahínco, durante esta vida terrena, por no enviscar las alas del espíritu; es<br />

necesario que estén íntegras y perfectas para volar de las tinieblas a la luz, la cual no se<br />

digna mostrar a los encerrados en esta prisión a no ser tales que, desmoronada ésta,<br />

puedan gozar a su aire. Así, pues, cuando fueres tal que nada terreno te atraiga ni deleite,<br />

entonces mismo, en aquel momento, créeme, verás lo que deseas.<br />

A.-¡Ah! ¿Cuándo llegará ese momento?, dime. Pues opino que nunca alcanzaré una<br />

renuncia tan omnímoda sin ver antes aquello, a cuya luz todo se eclipse.<br />

25. R.-Discurriendo de ese modo, lo mismo podría decir el ojo corporal: Dejaré de amar<br />

las sombras cuando viere el sol. Como si eso perteneciera al orden que indagamos, y no<br />

hay tal. Se complace en las sombras, porque no está sano; únicamente puede encararse<br />

con el sol el ojo sano. Y aquí se engaña mucho el alma, creyéndose sana sin estarlo, y por<br />

no admitírsela a la contemplación, cree que tiene derecho a lamentarse. Mas aquella<br />

divina Hermosura sabe cuándo se ha de mostrar, porque ejerce profesión de médico, y<br />

conoce bien quiénes son sanos, aun mejor que los mismos que se ponen en sus manos<br />

para curarse. A nosotros nos parece ver la altura de nuestra emersión; pero no nos es<br />

dado concebir ni sondear la profundidad de nuestra sumersión y la hondura a que<br />

habíamos llegado, y así, en comparación con más graves enfermedades, blasonamos de<br />

sanos. ¿Recuerdas la seguridad con que ayer decíamos que ninguna infección nos<br />

contagiaba y que sólo amábamos la sabiduría, supeditando lo demás a su logro? ¡Qué<br />

sórdido, feo, execrable y horrible te parecía el abrazo conyugal cuando discutíamos acerca<br />

de la servidumbre de la carne! Pero en la vela de la pasada noche, revolviendo los temas<br />

del examen anterior, sentiste, contra lo que presumías, cómo te cosquilleaba el apetito de<br />

imaginadas caricias femeninas y su amarga suavidad, mucho menos ciertamente de lo<br />

acostumbrado, pero también mucho más de lo que habías creído. Y así, aquel secretísimo<br />

Médico te ha hecho ver dos cosas: la enfermedad de que te ha librado con sus atenciones<br />

y cuánto resta para la curación.<br />

26. A.- ¡Silencio, por favor, silencio! ¿Por qué me atormentas, por qué ahondas tanto y<br />

hurgas en mis males? No resisto el llanto de mis ojos. No más promesas, ni presunción, ni<br />

examen acerca de tales cosas. Muy bien dices que el Médico, a cuya visión aspiro, sabrá<br />

cuándo estoy sano; cúmplase su voluntad y manifiéstese cuando le plazca; me entrego<br />

enteramente a su clemencia y cuidado. Yo tengo para mí de una vez para siempre que a<br />

los dispuestos de ese modo no cesará de levantarlos. Basta ya de alardes de mi salud<br />

hasta que logre carearme con aquella Hermosura.<br />

R.-Obra como dices, y cesen ya de correr tus lágrimas, y anímate. Copioso llanto has<br />

vertido, y eso mismo agrava la enfermedad de tu pecho.<br />

A.-¿Cómo quieres que tengan término mis lloros, cuando no los tiene mi miseria? ¿Me<br />

aconsejas mire por la salud física, cuando soy víctima de esta peste? Mas te ruego, si algo<br />

puedes sobre mí, que intentes guiarme por algún atajo, aproximándome un poco a aquella<br />

luz, ya tolerable, si algo he adelantado, y así no tornarán los ojos a las tinieblas<br />

abandonadas, si pueden llamarse abandonadas, pues todavía halagan mi ceguera.<br />

CAPÍTULO XV<br />

conocimiento del alma y confianza en dios<br />

27. R.-Acabemos, si te place, este primer libro, para emprender en el segundo algún<br />

camino conducente a nuestro fin. Pues siendo tal tu estado de ánimo, no se ha de dejar el


ejercicio moderado.<br />

A.-No permitiré se acabe este libro si antes no me descubres algo de la proximidad de la<br />

luz a que aspiro.<br />

R.-Tu Médico te complace, pues no sé qué vislumbre me invita y presiona para guiarte en<br />

tu deseo. Escucha, pues, atento.<br />

A,-Llévame, te ruego; arrebátame adonde quieras.<br />

R.-¿Dices que quieres conocer a Dios y al alma?<br />

A.-Tal es mi único anhelo.<br />

R.-¿Nada más deseas?<br />

A.-Nada absolutamente.<br />

R.-¿Y no quieres comprender la verdad?<br />

A.- ¡Como si pudiera conocer estas cosas sino por ella!<br />

R.-Luego primero es conocer a la que nos guía al conocimiento de lo demás.<br />

A.-No me opongo a ello.<br />

R.-Veamos, pues, primeramente, si las dos palabras diferentes, lo verdadero y la verdad,<br />

significan dos cosas o una sola.<br />

A.-Parecen ser dos cosas. Porque una cosa es la castidad y otra el casto, y en este sentido<br />

se pueden multiplicar los ejemplos. También una cosa es la Verdad y otra lo que se llama<br />

verdadero.<br />

R.-¿Y cuál de estas dos te parece más excelente?<br />

A.-Sin duda, la verdad, porque no hace el casto a la castidad, sino la castidad al casto.<br />

Igualmente, todo lo verdadero lo es por la verdad.<br />

28. R.-Y dime: cuando acaba su vida un hombre casto, ¿piensas que acaba la castidad?<br />

A.-De ningún modo.<br />

R.-Luego tampoco, cuando muere algo verdadero, fenece la verdad.<br />

A.-Pero ¿cómo lo verdadero puede morir? No lo entiendo.<br />

R.-Maravíllome de tu pregunta. ¿No vemos perecer miles de cosas ante nuestros ojos? O<br />

tal vez piensas que este árbol es árbol, pero no verdadero, o que no puede morir? Pues<br />

aun sin dar crédito a los sentidos y respondiéndome que no sabes si es árbol, no me<br />

negarás que, si es árbol, es un árbol verdadero, porque no se juzga eso con los sentidos,<br />

sino con la inteligencia. Si es un árbol falso, no es árbol; si es árbol, necesariamente es<br />

verdadero árbol.<br />

A.-Estoy de acuerdo.<br />

R.-¿Y qué respondes a esto? Los árboles, ¿pertenecen al género de cosas qué nacen y<br />

fenecen?<br />

A.-Tampoco puedo negarlo.<br />

R.-Luego se deduce que cosas verdaderas pueden morir.<br />

A.-No digo lo contrario.<br />

R.-¿Y no crees que, aun feneciendo cosas verdaderas, no fenece la verdad, como con la


muerte del casto no muere la castidad?<br />

A.-Todo te lo concedo; pero me intriga saber adónde quieres llevarme por aquí.<br />

R.-Sigue escuchando.<br />

A.-Atento estoy.<br />

29. R.-¿Aceptas por verdadero aquel dicho: Todo lo que existe, en alguna parte debe<br />

existir?<br />

A.-No hallo nada que oponer a él.<br />

R.-¿Confiesas, pues, que existe la verdad?<br />

A.-Sí.<br />

R.-Luego indaguemos dónde se halla; pero no está en ningún lugar, pues no ocupa<br />

espacio lo que no es cuerpo, a no ser que la verdad sea un cuerpo.<br />

A.-Rechazo ambas hipótesis.<br />

R.-¿Dónde piensas, pues, que estará? En alguna parte se halla la que sabemos que existe.<br />

A.-¡Ah!, si supiera dónde se halla, no buscaría otra cosa.<br />

R.-¿Puedes saber, a lo menos, dónde no está?<br />

A.-Si me ayudas con tus preguntas, tal vez daré con ello.<br />

R.-No está, ciertamente, en las cosas mortales. Porque lo que está en un sujeto no puede<br />

subsistir si no subsiste el mismo sujeto. Es así que hemos concluido que la verdad<br />

subsiste, aun pereciendo las cosas verdaderas. No está, pues, en las cosas que fenecen.<br />

Existe la verdad, y no se halla en ningún lugar. Luego hay cosas inmortales. Pero nada hay<br />

verdadero si no es por la verdad. De donde se concluye que sólo son verdaderas las cosas<br />

inmortales. Y todo árbol falso no es árbol, y el leño falso no es leño, y la plata falsa no es<br />

plata, y todo lo que es falso no es. Pero todo lo no verdadero es falso. Luego ninguna cosa<br />

puede decirse en verdad que es, salvo las inmortales. Pondera bien este breve<br />

razonamiento, por si contiene tal vez algún paso insostenible. Pues si fuera concluyente<br />

habríamos logrado casi todo nuestro intento, según se verá mejor en el siguiente<br />

volumen.<br />

30. A.-Te lo agradezco; y al amparo del silencio, discutiré con diligencia y cautela contigo,<br />

y, por tanto, conmigo, estos argumentos, aunque mucho temo se interpongan algunas<br />

tinieblas, que me halaguen con su deleite.<br />

R.-Cree firmemente en Dios y arrójate en sus brazos cuanto puedas. Exprópiate de ti<br />

mismo, sal de tu propia potestad y confiesa que eres siervo de tu clementísimo y<br />

generosísimo Señor. El te atraerá a sí y no cesará de colmarte de sus favores, aun sin tú<br />

saberlo.<br />

A.-Oigo, creo y obedezco como puedo, y le ruego con todo mi corazón aumente mi<br />

capacidad y fuerza, a no ser que tú exijas de mí algo más.<br />

R.-Me contento con eso ahora; después harás lo que mandare El mismo una vez que se te<br />

muestre.<br />

LOS SOLILOQUIOS<br />

LIBRO SEGUNDO


CAPÍTULO I<br />

de la inmortalidad del alma<br />

1. A.-Bastante se ha interrumpido nuestra obra y está fogoso el deseo, y las lágrimas no<br />

cesan hasta que no se da al amor lo que pide; emprendamos, pues, el segundo libro.<br />

R.-Manos, pues, a la obra.<br />

A.-Y confiemos que Dios nos asistirá.<br />

R.-Confiemos, si esto mismo está en nuestra potestad.<br />

A.-Nuestra fuerza es El mismo.<br />

R.-Ora, pues, con la máxima brevedad y perfección que te sea posible.<br />

A.- ¡Oh Dios, siempre el mismo!, conózcame a mí, conózcate a ti. He aquí mi plegaria.<br />

R.-Tú que deseas conocerte, ¿sabes que existes?<br />

A.-Lo sé.<br />

R.-¿De dónde lo sabes?<br />

A.-No lo sé.<br />

R.-¿Eres un ser simple o compuesto?<br />

A.-No lo sé.<br />

R.-¿Sabes que te mueves?<br />

A.-No lo sé.<br />

R.-¿Sabes que piensas?<br />

A.-Lo sé.<br />

R.-Luego es verdad que piensas.<br />

A.-Ciertamente.<br />

R.-¿Sabes que eres inmortal?<br />

A.-No lo sé.<br />

R.-De todas estas cosas de que te confiesas ignorante, ¿cuál prefieres saber antes?<br />

A.-Si soy inmortal.<br />

R.-¿Amas, pues, la vida?<br />

A.-Lo confieso.<br />

R.-Y cuando supieres que eres inmortal, ¿te darás ya por satisfecho?<br />

A.-Será una gran satisfacción, pero insuficiente aún para mí.<br />

R.-Y con este hallazgo insuficiente, ¿cuánto será tu gozo?<br />

A.-Sin duda, muy grande.<br />

R.-¿Ya no habrá lugar a lágrimas?


A.-Creo que no.<br />

R.-Y si resulta de la indagación que ya en la vida no progresarás en el conocimiento que ya<br />

posees, ¿podrás moderar tus lágrimas?<br />

A.-Me haré un mar de lágrimas y la vida misma perderá todo valor para mí.<br />

R.-Luego amas la vida, no por sí misma, sino por la sabiduría.<br />

A.-Apruebo la conclusión.<br />

R.- ¿Y si la misma ciencia te sirve para hacerte desgraciado?<br />

A.-No admito de ningún modo lo que dices; pero si así fuera, la felicidad será una quimera,<br />

porque la ignorancia es la que me hace desgraciado ahora. Si, pues, la ciencia hace<br />

miserable a uno, eterna será la miseria.<br />

R.-Ya veo adónde vas. Pues como pienso que nadie es desdichado por la sabiduría,<br />

probablemente se concluye que en el entendimiento se constituye la bienaventuranza.<br />

Pero sólo es bienaventurado el que vive, y nadie vive si no existe; tú quieres ser, vivir,<br />

entender, y existir para vivir, y vivir para entender. Luego sabes que existes, sabes que<br />

vives, sabes qué entiendes. Y aún quieres ensanchar tu saber y averiguar si estas cosas<br />

han de sobrevivir siempre, o si han de fenecer, o si quedará alguna de ellas para siempre<br />

y alguna otra no, o si admiten aumento y disminución, suponiendo que sean eternas.<br />

A.-Así es.<br />

R.--Luego, probando que siempre hemos de vivir, se concluirá que seremos inmortales.<br />

A.-Lógica es tu conclusión.<br />

R.-Queda, pues, por averiguar el problema del entender.<br />

2. A.-Me parece un orden muy claro y breve.<br />

CAPÍTULO II<br />

la verdad es eterna<br />

R.-Concentra, pues, tu atención y responde con cautela y firmeza a mis cuestiones.<br />

A.-Estoy dispuesto.<br />

R.-Si dura siempre este mundo, ¿será verdad que siempre durará?<br />

A.-¿Quién puede dudar de eso?<br />

R.-Y si no durare, ¿será igualmente verdad que no durará?<br />

A.-No tengo que oponer nada.<br />

R.-Y si el mundo ha de perecer, después de su ruina, ¿ no será verdad que ha perecido?<br />

Mientras es verdadera la proposición: el mundo no ha fenecido, realmente continúa<br />

existiendo; pero hay una contradicción en decir: el mundo se ha, acabado, y no es verdad<br />

que se ha acabado el mundo.<br />

A.-Todo te lo concedo.<br />

R.-Y de esto, ¿ qué te parece? ¿ Puede existir algo verdadero sin que exista la verdad?<br />

A.-De ningún modo.<br />

R.-Luego la verdad subsistirá, aunque se aniquile el mundo.


A.-No puedo negarlo.<br />

R.-Y si pereciera la verdad, ¿no será verdad que ella ha perecido?<br />

A.-Me parece legítima la consecuencia.<br />

R.-Es así que no puede haber cosa verdadera sin verdad.<br />

A.-Ya está concedido eso poco ha.<br />

R.-Luego de ningún modo puede morir la verdad.<br />

A.-Sigue adelante, porque todas son consecuencias verdaderas.<br />

CAPÍTULO III<br />

si habrÁ siempre falsedad y percepciÓn sensible, sÍguese que nunca dejarÁ de existir<br />

algÚn alma<br />

3. R.-Ahora te propongo esta cuestión: según tu parecer, ¿siente el cuerpo o el alma?<br />

A.-Creo que el alma.<br />

R.-Y el entendimiento, ¿crees que pertenece al alma?<br />

A.-Sin duda alguna.<br />

R.-¿Sólo al alma, o tal vez también a alguna otra cosa?<br />

A.-Fuera del alma no veo ningún sujeto inteligente, exceptuando a Dios.<br />

R.-Examinemos ahora esta cuestión: si alguien te dijese que esta pared no es pared, sino<br />

un árbol, ¿qué pensarías?<br />

A.-Pues que le engañaban los sentidos o a mí los míos o que él llamaba árbol a lo que se<br />

llama pared.<br />

R.-Y si a él se le muestra la pared con apariencias de árbol y a ti con figura de pared, ¿no<br />

podrán ser verdaderas ambas cosas?<br />

A.-De ningún modo, porque una misma cosa no puede ser árbol y pared a k vez. Y aunque<br />

a cada uno de nosotros se presente en esa forma singular, uno de los dos padecemos<br />

error de imaginación.<br />

R.-¿Y si no es ni árbol ni pared y os engañáis los dos?<br />

A.-También pudiera suceder eso.<br />

R.-No te había ocurrido esa suposición.<br />

A.-Es verdad.<br />

R.-Y si reconocéis que es cosa diversa de lo que parece, ¿seréis víctima de error?<br />

A.-No por cierto.<br />

R.-Luego puede haber una apariencia engañosa, sin que origine un error.<br />

A.-Admito esa posibilidad.<br />

R.-En resumen, pues, yerra no el que ve apariencias engañosas, sino el que asiente a<br />

ellas.<br />

A.-Conforme con lo que dices.


R.-Pero lo falso, ¿por qué es falso?<br />

A.-Porque es diverso de lo que aparece.<br />

R.-No habiendo, pues, alguien a quien se parezca, no hay falsedad.<br />

A.-Concluyes bien.<br />

R.-Luego la falsedad no está en las cosas, sino en el sentido, y no se engaña el que no<br />

asiente a cosas aparentes. Una cosa, pues, somos nosotros y otra los sentidos, porque,<br />

engañándose ellos, podemos precavernos del error nosotros.<br />

A.-Nada, tengo que objetarte.<br />

R.-¿Y acaso cuando se engaña el alma te atreverás a decir que no hay falsedad en ti?<br />

A.-¿Cómo voy a decir yo tal cosa?<br />

R.-Ahora bien: no hay sentidos sin alma ni falsedad sin sentidos. El alma, pues, es causa o<br />

cómplice de la falsedad.<br />

A.-Las premisas anteriores me obligan a aceptar la consecuencia.<br />

4. R.-Ahora respóndeme: ¿ Te parece posible que alguna vez no haya falsedad o error?<br />

A.-¿Cómo me va a parecerlo, cuando tan difícil es el hallazgo de la verdad, que mayor<br />

disparate sería afirmar la imposibilidad de lo falso que la de lo verdadero?<br />

R.-¿Crees que quien no vive puede sentir?<br />

A.-De ningún modo.<br />

R.-Por consiguiente, el alma es inmortal.<br />

A.-Muy pronto me introduces en este gozo; vamos despacio, te ruego.<br />

R.-Si están bien eslabonadas tus concesiones, no hay lugar a duda, según veo.<br />

A.-Muy pronto me parece, te repito. Por lo cual me inclino más a creer que he sido<br />

temerario en algunas afirmaciones que profesar con certeza la inmortalidad del alma. Con<br />

todo, desarrolla esta conclusión y muéstrame el enlace de todas las proposiciones.<br />

R.-Has reconocido que no puede haber falsedad sin los sentidos y que siempre habrá<br />

falsedad; luego siempre habrá sentidos. Es así que no puede haber sentidos sin un alma<br />

senciente; luego el alma es inmortal, pues no puede sentir sin vivir. Vive, pues, siempre el<br />

alma.<br />

CAPÍTULO IV<br />

¿se puede deducir de la perpetuidad de lo falso o verdadero la inmortalidad del alma?<br />

5. A.- ¡Vaya un puñal de plomo! Podrías concluir que es inmortal el hombre si te hubiera<br />

concedido que forma parte inseparable del mundo y que el mundo es sempiterno.<br />

R--Despabilado te veo. Con todo, no es poco lo alcanzado, a saber: que el alma no puede<br />

menos que coexistir con la naturaleza de las cosas, si no puede faltar de ella alguna vez la<br />

falsedad.<br />

A.-En ésa sí veo una legítima consecuencia. Pero me parece que hay que volver más atrás<br />

para asegurar nuestras posiciones, sin negar que hemos dado algunos pasos para la<br />

inmortalidad del alma.<br />

R.--¿Lo has mirado bien, por si has hecho alguna concesión a la ligera?


A.-Creo que sí, y no hallo afirmación que pueda tildarse de temeraria.<br />

R.-Está, pues, demostrado que el universo no puede subsistir sin almas vivas.<br />

A.-Conforme, pero con tal que puedan nacer unas y morir otras.<br />

R.-Y si suprimimos de la naturaleza toda falsedad, ¿no serán todas las cosas verdaderas?<br />

A.-También eres consecuente en esa ilación.<br />

R.-Respóndeme, pues: ¿por qué esa pared te parece verdadera?<br />

A.-Porque no me engaña su aspecto.<br />

R.-Luego porque es tal como te parece.<br />

A.-Así es.<br />

R.-Si, pues, una cosa es falsa porque es diversa de lo que parece, la verdad de una. cosa<br />

consistirá en ser lo que parece. Y suprimido el sujeto que la percibe, no hay verdad ni<br />

falsedad. Pero si no hay falsedad en la naturaleza de las cosas, todas serán verdaderas. Ni<br />

puede aparecer algo más que a los ojos del alma viva. Luego el alma es inseparable de la<br />

naturaleza de las cosas; ora pueda quitarse la falsedad, ora no, allí permanece.<br />

A.-Veo que has robustecido más la conclusión, pero nada hemos adelantado con lo<br />

añadido, porque, a pesar de ello, me inquieta una objeción, y es que las almas nacen y<br />

mueren, de suerte que su sobrevivencia en el mundo no proviene de su inmortalidad, sino<br />

de la sucesión de unas a otras.<br />

6. R.-¿Crees tú que las cosas corporales pueden comprenderse con el entendimiento?<br />

A.-No por cierto.<br />

R.-¿Y crees que Dios usa de los sentidos para conocer las cosas?<br />

A.-No quiero afirmar nada temerariamente acerca de este punto; pero, según conjeturo,<br />

de ningún modo necesita sentidos para lo que dices.<br />

R.-Sólo, pues, las almas pueden sentir.<br />

A.-Admite esa proposición como probable.<br />

R.-¿Y qué me dices a esto? Esta pared, si no es verdadera, ¿no es pared?<br />

A.-Nada más fácil de conceder.<br />

R.-¿Me concedes igualmente que nada es cuerpo si no es verdadero cuerpo?<br />

A.-También te lo concedo.<br />

R.-Siendo, pues, lo verdadero lo que realmente es como parece, y lo corpóreo sólo puede<br />

manifestarse a los sentidos, y los sentidos son propios del alma, no habiendo, por otra<br />

parte, cuerpos que no sean verdaderos, luego no puede haber cuerpo si no hay alma.<br />

A.-Mucho me apremias y me doy a tus razonamientos,<br />

CAPÍTULO V<br />

quÉ es la verdad<br />

7. R.-Aguza ahora tu atención para lo que viene.<br />

A.-A tus órdenes estoy.<br />

R.-Aquí tienes una piedra; y es verdadera, porque es tal nosotros, sería piedra, y dejará


de serlo cuando nos retiremos y sólo puede percibirse con los sentidos.<br />

A.-Es verdad.<br />

R.-Luego no habrá piedra en los escondidos senos de la tierra ni tampoco allí donde nadie<br />

puede verlas; .y sólo al verla nosotros, sería piedra, y dejará de serlo cuando nos<br />

retiremos y ningún otro que esté presente la vea. Y cerrando bien los armarios, por<br />

muchas cosas que en ellos hayas metido, nada contienen. La madera tampoco será<br />

madera en lo oculto, pues se escabulle de la percepción sensible todo lo latente en lo<br />

íntimo de los cuerpos que no son transparentes. Todo ello, por necesidad lógica, no tiene<br />

ser. Porque si existiese, sería verdadero, y tú has definido lo verdadero; lo que es tal como<br />

parece, y todo aquello ni se manifiesta ni aparece; luego tampoco es verdadero. ¿Tienes<br />

algún reparo que oponer a estas conclusiones?<br />

A.-Son consecuencias de mis afirmaciones, y resulta todo tan absurdo, que más dispuesto<br />

estoy a negar cualquiera de mis premisas que a sostener la verdad de las conclusiones.<br />

R.-Nada objeto. Concreta, pues, lo que quieres decir: si los cuerpos sólo pueden percibirse<br />

con los sentidos, o si no siente más que el alma, o si hay piedras y otras cosas semejantes<br />

no verdaderas, o si la verdad debe definirse de otro modo.<br />

A.-Discutamos, te ruego, este último punto.<br />

8. R.-Define, pues, la verdad.<br />

A.-Llamo verdadero aquello que es en sí tal como parece al sujeto conocedor, si quiere y<br />

puede conocerlo.<br />

R.-Luego, ¿no será verdadero lo que nadie puede conocer? Además, si lo falso es lo que<br />

parece aquello que no es, supongamos que a uno le parece esto piedra y a otro madera, ¿<br />

no será una misma cosa falsa y verdadera a la vez?<br />

A.-Lo primero me persuade más; pues si una cosa no puede ser conocida, resulta que<br />

tampoco es verdadera. Pero que una cosa sea verdadera y falsa a la vez no me preocupa<br />

demasiado, pues noto que una misma magnitud comparada con otra diversa resulta<br />

mayor y menor a la vez. De donde se sigue que nada de suyo es mayor o menor, por ser<br />

estos términos de comparación.<br />

R.-Pero al decir que nada es verdadero por sí mismo, ¿no se sigue de ahí que nada es por<br />

sí mismo? Por lo mismo que esto es madera, es verdadera madera. Ni puede ser que por<br />

sí misma, esto es, sin relación a un sujeto conocedor sea madera y no lo sea en verdad.<br />

A.-He aquí, pues, lo que digo, tal es mi definición: verdad me parece que es lo que es.<br />

R.-Nada, pues, habrá falso, pues todo lo que es, verdadero es.<br />

A.-En gran aprieto me pones y no hallo salida a tu reparo. Y así me sucede que, no<br />

queriendo ser enseñado sin preguntas, ya voy cobrando temor a ellas.<br />

CAPÍTULO VI<br />

de dÓnde viene y dÓnde se halla la falsedad<br />

9. R.-Dios, en cuyas manos nos hemos puesto, sin duda nos asistirá y librará de estos<br />

cepos, con tal que creamos y le invoquemos con devoción.<br />

A.-Nada más grato aquí que hacer esto en tales aprietos, pues nunca se ha arrojado en mi<br />

camino tanta niebla. Dios, Padre nuestro, que nos exhortas a la oración y concedes lo que<br />

se te pide, pues rogándote vivimos mejor y somos mejores: escúchame, porque voy<br />

tanteando en estas tinieblas; dame tu diestra, socórreme con tu luz y líbrame de los<br />

errores; con tu dirección entre dentro de mí para subir a Ti. Así sea.<br />

R.-Concéntrate, pues, y presta mucha atención.


A.-Dime, ¿has recibido alguna seguridad de que no pereceremos en el error?<br />

R.- ¡Atención!<br />

A.-Otra cosa no hago.<br />

10. R.-Discutamos primero con seriedad qué es lo falso.<br />

A.-Me maravillo si no puede definirse así: lo que no es tal como parece.<br />

R.-Atiende antes y preguntemos a los sentidos. Pues lo que los ojos ven no se llama falso,<br />

si no tiene alguna apariencia de verdad. Por ejemplo: el hombre a quien vemos en sueños<br />

no es verdadero hombre, sino falso, porque tiene semejanza de verdadero. Pues ¿quién<br />

viendo en sueños un perro dice que ha visto un hombre? Luego aquél también es perro<br />

falso, por tener parecido con el verdadero.<br />

A.-Así es como dices.<br />

R.-¿Y si a uno que está despierto, un caballo le parece un hombre? ¿No se engaña al<br />

percibir alguna apariencia de hombre? Pues si sólo percibe la forma de caballo, no puede<br />

parecerle hombre.<br />

A.-Doy por bueno tu discurso.<br />

R.-Llamamos también falso árbol al pintado, y falsa la cara reflejada en el espejo, y falso<br />

el movimiento de las torres vistas cuando se navega, y falsa la rotura de un remo en el<br />

agua; todas esas cosas se llaman falsas por ser semejantes a las verdaderas.<br />

A.-Lo confieso.<br />

R.-Así también nos engañamos con los gemelos, con los huevos, y los sellos impresos con<br />

un mismo anillo y otras cosas semejantes.<br />

A.-Me atengo a lo que dices.<br />

R.-La semejanza, pues, de las cosas en lo que toca a los ojos, es origen de la falsedad.<br />

A.-No puedo negar lo que dices.<br />

11. R.-Toda esa multitud de objetos, si no me engaño, puede apiñarse en dos grupos: uno<br />

lo forman las cosas iguales y otro las desiguales. Iguales llamo a dos cosas cuando se<br />

parecen entre sí, como los gemelos o las impresiones de un anillo. Mas en cosas<br />

desiguales, el objeto menos bueno se dice semejante a lo mejor. ¿Quién, mirándose en el<br />

espejo, dirá bien que se parece a la imagen, y no al contrario, que la imagen se parece a<br />

él? Y este género comprende ora las impresiones que recibe el alma, ora las semejanzas<br />

que se ven en la naturaleza. Y lo que el alma experimenta o recibe en los sentidos, como<br />

el movimiento ilusorio de las torres que están quietas, o dentro de sí misma por medio de<br />

imágenes sensoriales, como ocurre en los que sueñan y tal vez en los alienados. Y<br />

respecto a las semejanzas que se ven en la misma realidad, unas son formadas de la<br />

naturaleza, otras son expresión y hechura de seres animales. La naturaleza produce<br />

semejanzas deteriores por generación o por reflexión. El primer caso ha lugar en los<br />

padres, que engendran hijos semejantes; el segundo, en toda clase de espejos. Pues<br />

aunque los hombres fabrican espejos, no son ellos los que producen las imágenes que<br />

resultan. Las obras de los seres animados están en las pinturas y otras ficciones del mismo<br />

género; y allí también puede incluirse lo que hacen los demonios, si realmente lo hacen.<br />

Mas cuanto a las sombras de los cuerpos, no está fuera de la verdad decir que son<br />

semejantes a los cuerpos y como cuerpos falsos, y toca a los ojos el juzgar de ellas, y<br />

deben colocarse en el género de semejanza por resultado que ha lugar en la naturaleza,<br />

porque resulta de oponer a la luz un cuerpo que proyecta una sombra en la parte opuesta.<br />

¿Tienes algo que oponer a esto?<br />

A.-Nada, pero espero ansiosamente ver adonde me llevas por estos caminos.<br />

12. R.-Ten paciencia hasta que los demás sentidos nos informen y digan que la falsedad


está en la verosimilitud. En lo tocante al oído, casi las mismas semejanzas valen, como<br />

cuando oímos a alguien que nos habla, pero sin verlo, y atribuimos la voz a otro por<br />

parecérsele. Y en las cosas inferiores, tenemos el ejemplo del eco, o el del zumbido de los<br />

mismos oídos, o en la imitación del grito del mirlo o del cuervo, que dan algunos relojes, o<br />

en los sonidos que creen percibir los que sueñan y deliran. Y las que llaman los músicos<br />

falsas vocecillas confirman nuestras aserciones, como veremos después, y basta observar<br />

que aun aquellas inflexiones imitan las voces verdaderas. ¿Sigues el hilo de mi discurso?<br />

A.-Con mucho gusto, porque no me cuesta ningún trabajo mental entenderte.<br />

R.-Para, no detenernos, pues, aquí, ¿te parece que se puede distinguir un lirio de otro por<br />

el olor, o por el sabor la miel de tomillo de un enjambre de la miel de tomillo de otro, o<br />

con el tacto la suavidad de las plumas de cisne de las de ganso?<br />

A.-No me parece.<br />

R.-Y cuando soñamos que estamos oliendo, gustando o tocando tal o cual objeto, ¿no nos<br />

engaña la semejanza de una imagen, que cuanto más imperfecta es más irreal?<br />

A.-Verdad dices.<br />

R.-Luego se ve claro que en todas las cosas, sean iguales o desiguales, se engañan los<br />

sentidos por el atractivo de las semejanzas; y si no nos engañamos por suspender el juicio<br />

de nuestro entendimiento o por reconocer las diferencias, con todo, se llaman falsas las<br />

cosas por cierta semejanza que tienen con las verdaderas.<br />

A.-No hay lugar a duda.<br />

CAPÍTULO VII<br />

de lo verdadero y semejante - el nombre de los soliloquios<br />

13. R.-Sígueme con atención, porque voy a volver a las mismas afirmaciones, para aclarar<br />

más lo que pretendemos.<br />

A.-A tus órdenes; dime lo que te plazca. Estoy resuelto a seguirte por estos ambages sin<br />

sentir fatiga, con la esperanza tan grande de llegar a la meta adonde veo que vamos.<br />

R.-Haces bien; pero dime: ¿ No te parece que cuando vemos huevos semejantes, ninguno<br />

de ellos en verdad puede llamarse falso?<br />

A.-Cierto, porque todos son verdaderos, si son huevos.<br />

R.-Y la semejanza que resulta en el espejo, ¿por qué señales decimos que es falsa?<br />

A.-Porque no se puede palpar, no suena, no se mueve por sí, no vive, y por otras cosas<br />

que sería largo enumerar.<br />

R.-Veo que no te quieres detener, y hay que acceder a tus deseos. Así, pues, para<br />

abreviar, si aquellas figuras de hombres que vemos en los sueños viviesen, hablasen,<br />

tuviesen corpulencia real para los que están despiertos, sin diferencia entre ellos y los que<br />

vemos y tratamos, estando sanos y en vela, ¿los tomaríamos por falsos?<br />

A.-¿Cómo podría decirse eso con verdad?<br />

R.-Luego si habían de ser tanto más verdaderos cuanto más semejantes a los hombres<br />

reales, sin haber diferencia entre los unos y los otros, y si, al contrario, habían de ser<br />

falsos por la diferencia o disimilitud que hemos apuntado, resulta que la semejanza es la<br />

madre de la verdad, y la desemejanza, fuente de ilusiones.<br />

A.-No sé qué replicarte, y me ruborizo de las afirmaciones tan temerarias hechas<br />

anteriormente.<br />

14. R.-No me parece justificable tu rubor, como si estas conversaciones tuviesen otro fin.


Se llaman soliloquios, y con este nombre quiero designarlas, porque hablamos a solas.<br />

Nombre tal vez nuevo y duro, pero muy propio para significar lo que estamos haciendo.<br />

Pues siendo el mejor método de investigación de la verdad el de las preguntas y<br />

respuestas, apenas se halla uno que no se ruborice al ser vencido en una discusión, y casi<br />

siempre sucede que conclusiones ya llevadas casi al término, por el apasionado griterío de<br />

la terquedad se arrojan, aun con lesión de la fraternidad humana, ora disimulada, ora<br />

descubierta; y por eso, con plena calma y tranquilidad, plúgome a mí investigar la verdad<br />

con la ayuda de Dios, preguntándome y respondiéndome a mí mismo; no hay lugar, pues,<br />

a rubores, si en alguna parte, por concesiones temerarias, te has visto forzado a volver<br />

atrás, en busca de mejores soluciones, pues no hay otro medio de salir de aquí.<br />

CAPÍTULO VIII<br />

origen de lo falso y verdadero<br />

15. A.-Muy bien discurres; pero no veo aún lo que temerariamente he podido conceder, a<br />

no ser aquello de que lo falso es lo que tiene alguna verosimilitud, pues ninguna otra cosa<br />

se me ocurre digna del nombre de falso; por otra parte, tengo que confesar que lo falso es<br />

tal por su desemejanza o desacuerdo con lo verdadero. De donde resulta que la<br />

desemejanza engendra falsedad. Y por esta razón vacilo, pues nada se me ofrece que sea<br />

originado de causas contrarias.<br />

R.-¿Y si este género es único y singular en la naturaleza de las cosas? ¿No sabes que entre<br />

la multitud de los animales, solamente el cocodrilo mueve la mandíbula superior para<br />

comer y, sobre todo, no reparas en que ninguna cosa puede hallarse semejante a otra sin<br />

que difiera de ella en algo?<br />

A.-Te concedo lo que dices; con todo, cuando considero que lo falso tiene algo semejante<br />

y desemejante a lo verdadero, no acierto a discernir por cuál de esas propiedades recibió<br />

su nombre. Pues si digo que es por la disimilitud, todas las cosas podrán decirse falsas,<br />

pues no hay ninguna que no sea disímil con otra, considerada como verdadera. Y si digo<br />

que lo falso recibe su nombre por la semejanza, no sólo clamarán los huevos, que son<br />

verdaderos, siendo semejantísimos entre sí, sino que no podré rebatir al que me obligue a<br />

confesar que todo es falso, pues todas las cosas se hallan vinculadas entre sí por alguna<br />

semejanza. Pero imagínate que no me arredra decir que la similitud y disimilitud dan<br />

juntamente origen a lo falso; ¿tendré entonces un camino para salir? Se me instará que<br />

pongo nota de falsedad en todas las cosas, por ser todas entre sí semejantes y<br />

desemejantes. Podría llamar falso a lo que es diverso de lo que parece, y volvamos otra<br />

vez a la definición, rechazada por sus disparatadas consecuencias, de que ya me creía<br />

libre, dando por aquí en aquel inesperado remolino que me obliga a decir que la verdad es<br />

lo que parece. De donde resulta que sin un sujeto conocedor, nada puede ser verdad, y<br />

aquí es de temer un naufragio en escollos secretísimos, que no son menos verdaderos por<br />

estar ocultos. O si digo que la verdad es lo que es, se concluirá, discrepando de todos, que<br />

lo falso no está en ninguna parte. Así que vuelven las fatigas pasadas y veo que nada<br />

hemos ganado con tantos rodeos y pausadas marchas del pensamiento.<br />

CAPÍTULO IX<br />

lo falso, lo falaz y lo mentiroso<br />

16. R.-Redobla, pues, la atención, pues de ningún modo me inducirás a creer que hemos<br />

invocado en vano el auxilio de Dios. Veo que examinando bien todo, según hemos podido,<br />

no hay más recurso que definir lo falso así: lo falso, o se finge lo que no es o tiende<br />

absolutamente a ser y no es. Pero el primer género de falso se llama más bien lo falaz o<br />

mentiroso. El falaz tiene deseo de engañar, y esto supone ánimo, y se verifica en parte<br />

con la razón, en parte con la naturaleza. Con la razón, en los animales racionales, como el<br />

hombre; con la naturaleza, en las irracionales, como la zorra. Mendaces son los que<br />

mienten y difieren de los falaces, porque todo el que es falaz quiere engañar, pero no<br />

todos los que mienten pretenden engañar, pues las farsas y las comedias y muchos<br />

poemas contienen mentiras o ficciones, imaginadas para deleite, no para engaño, y así<br />

también las chanzas están entreveradas de mentiras. Al contrario, el falaz todo lo dispone<br />

para el logro de su fin, que es producir engaño. Mas los que hacen esto sin ánimo de<br />

engañar, fingiendo alguna cosa, o son simplemente mendaces o ni siquiera merecen este


nombre, pero tampoco dicen la verdad. ¿Hallas algo que oponer a esto?<br />

17. A.-Sigue adelante, porque ahora creo que has comenzado a decir verdades acerca de<br />

lo falso; espero la explicación del segundo género acerca de lo que tiende a ser y no es.<br />

R.-Pues ¿qué esperas? Son las mismas cosas mencionadas arriba las que te servirán de<br />

aclaración. ¿No te parece que la imagen del espejo quiere como ser lo que tú eres, y es<br />

falsa, porque no lo consigue?<br />

A.-Me agrada tu observación.<br />

R.-Y toda pintura, estatua y otros géneros de arte, ¿no aspiran a ser aquello cuya<br />

semejanza remedan?<br />

A.-Justamente.<br />

R.-Concederás también, según opino, que al mismo género pertenecen las imágenes<br />

engañosas dibujadas en la fantasía de los soñadores y delirantes.<br />

A.-Con más derecho que ninguna, porque ninguna tiende más a remedar lo que ven los<br />

sanos y despiertos; y precisamente son falsas porque no pueden ser lo que imitan.<br />

R.-Hablemos ahora del movimiento de las torres, y del remo sumergido en el agua, y de<br />

las sombras de los cuerpos. Me parece que con la misma regla se puede medir todo ello.<br />

A.-Evidente cosa me parece.<br />

R.-Callo de los otros sentidos, pues todo el que reflexione sobre este punto, convendrá en<br />

que lo falso se llama en las cosas que sentimos aquello que tiende a ser algo y no lo es.<br />

CAPÍTULO X<br />

cÓmo algunas cosas en tanto son verdaderas en cuanto son falsas<br />

18. A.-Discurres bien; pero me admiro de que excluyas de este género los poemas, los<br />

juegos y demás falacias.<br />

R.-Porque una cosa es ser falso y otra no poder ser verdadero. Y así, aquellas obras de los<br />

hombres, como las comedias y tragedias o las farsas y ficciones de este género, podemos<br />

unirlas a las obras de los pintores y demás clases de arte. Porque tan imposible es que sea<br />

verdadero un hombre pintado, aunque propenda a remedar el ser humano, como aquellas<br />

ficciones escritas en los libros de los cómicos. Las cuales no intentan ser falsas o por<br />

alguna tendencia suya lo son, sino por cierta necesidad de seguir la ficción del artista. Así,<br />

Roscio en la escena representa voluntariamente una falsa Hécuba, siendo en realidad un<br />

verdadero hombre por naturaleza. Mas por aquella voluntad resultaba un verdadero actor<br />

trágico, por ejecutar bien su papel; pero era un falso Príamo, por parecerse a él, sin serlo<br />

de veras. De donde resulta una cosa maravillosa, admitida por todos.<br />

A.-¿Cuál es?<br />

R.-¿Cuál ha de ser sino que todas estas cosas en tanto son verdaderas en algunos en<br />

cuanto son falsas en otros, y para su verdad sólo les aprovecha el ser falsas con relación a<br />

lo demás? Y por eso, si dejan de ser falsas o de fingir, no logran lo que quieren y deben<br />

ser. Pues ¿cómo el actor mencionado podría ser verdadero trágico si no consintiera en ser<br />

un falso Héctor, una falsa Andrómaca, un falso Hércules, etc.? Y ¿cómo sería un verdadero<br />

caballo pintado si no fuera un caballo falso? Y ¿cómo en el espejo resultaría una verdadera<br />

imagen de hombre si no fuera un hombre falso? Por eso, si a algunos favorece la falsedad,<br />

dando realce a la verdad de otros, ¿por qué la tememos tanto y vamos en pos de la<br />

verdad como un gran bien?<br />

A.-No lo sé; y mucho me admiro, si no es porque en los ejemplos aducidos no veo cosa<br />

digna de imitación. Pues nosotros no somos como los histriones, ni como las figuras que<br />

relucen en los espejos, ni como las terneras de bronce dé Mirón, ni debemos para ser<br />

verdaderos en nuestro ser imitar y asimilarnos el porte ajeno, siendo falsos por eso;


nosotros debemos buscar aquella verdad, que no es bifronte ni contradictoria, de modo<br />

que por un lado sea verdadera y por otro falsa.<br />

R.-Grande y divina cosa pides. Pero si logramos hallarla, ¿habremos de confesar que con<br />

estos esfuerzos hemos conseguido y formado el concepto de la misma verdad, de la que<br />

toma denominación todo lo verdadero?<br />

A.-Asiento con gusto.<br />

CAPÍTULO XI<br />

la verdad de las ciencias - La fÁbula y la gramÁtica<br />

19. R.-Luego qué te parece: el arte de disputar, ¿es verdadero o falso?<br />

A.-¿Quién duda de que es verdadero? Pero también es verdadera la gramática.<br />

R.-¿Tanto como aquél?<br />

A.-No veo qué puede haber más verdadero que la verdad.<br />

R.-Lo que nada tiene de falso; viendo lo cual, poco antes te extrañabas de las cosas que<br />

no podían ser verdaderas sino a condición de ser falsas. ¿O no sabes que todas las fábulas<br />

y otras ficciones abiertamente irreales pertenecen al dominio de la gramática?<br />

A.-No ignoro lo que dices; pero a mi parecer, no son falsas por la gramática, sino ella se<br />

limita a enseñarlas como son. Porque la fábula es una ficción o mentira compuesta con<br />

fines recreativos y educativos. Y la gramática es el arte de conservar y ordenar las<br />

palabras articuladas; con esta mira recoge todas las ficciones del lenguaje humano que se<br />

han conservado por tradición o escrito, no falsificándolas, sino buscando en ellas provecho<br />

para la enseñanza.<br />

R.-Muy bien; no me importa ahora si estas definiciones y divisiones están bien hechas;<br />

pero dime: ¿cuál de las dos disciplinas, la gramática o el arte de disputar, te enseña todo<br />

esto?<br />

A.-No niego que el arte y la agudeza de definir, con que he querido discernir ambas cosas,<br />

pertenecen a la dialéctica.<br />

20. R.-Y la gramática, ¿no es tal vez verdadera por lo que tiene de disciplina? Porque<br />

disciplina viene de discere, aprender, y nadie puede decirse que ignora lo que aprendió y<br />

conserva en la memoria, ni que sabe cosas falsas. Toda disciplina es, pues, verdadera.<br />

A.-No veo que este breve razonamiento esté hecho a la ligera. Pero me hace fuerza el<br />

pensar que por esta razón alguien pueda creer que las fábulas son verdaderas, porque<br />

también las aprendemos y guardamos en la memoria.<br />

R.-Pero ¿acaso nuestro maestro no quería que aprendiésemos y conociésemos las cosas<br />

que nos enseñaba?<br />

A.-Con empeño nos apremiaba a aprenderlas.<br />

R.-Pero ¿insistió tal vez en hacernos creer en la verdad del vuelo de Dédalo?<br />

A.-Eso nunca. Pero si no sabíamos la fábula, apenas nos permitían tener cosa alguna en<br />

las manos.<br />

R.-¿Niegas tú, pues, que sea ésta una fábula y que dio renombre a Dédalo?<br />

A.-No niego que eso sea verdad.<br />

R.-Luego no niegas que has aprendido una cosa verdadera al aprender esta fábula. Pues si<br />

fuera verdad que Dédalo se remontó a los aires volando y este hecho fuera enseñado y<br />

admitido por los niños como una fábula, por lo mismo aprenderían una falsedad,<br />

dándoseles como fingido un hecho real. Y de aquí resulta lo que antes nos pareció


admirable, conviene a saber: que la fábula del vuelo de Dédalo no pudo ser verdadera sino<br />

a condición de ser falso su vuelo.<br />

A.-Estoy ya conforme con eso, pero espero el resultado.<br />

R.-¿Cuál ha de ser sino rebatir aquella afirmación tuya, conviene a saber: que la disciplina,<br />

si no enseña verdades, no puede ser disciplina?<br />

A.-Y ¿a qué blanco tira lo que dices?<br />

R.-A que me digas por qué la gramática es disciplina, pues por serlo es verdadera.<br />

A.-No sé qué responderte.<br />

R.-¿No te parece que si en ella no hubiera definiciones, distinciones y divisiones en<br />

géneros y partes, no sería disciplina?<br />

A.-Ahora veo a lo que vas; porque yo tampoco concibo una disciplina donde no haya tales<br />

elementos y discursos para declarar la naturaleza de las cosas, dando a cada una lo que se<br />

le debe, sin omitir nada de lo que le pertenece ni añadirle lo que sea extraño; tal es el<br />

oficio de la disciplina.<br />

R.-Pues ahí tienes el fundamento de la verdad de la disciplina.<br />

A.-Todo es consecuencia de los asertos anteriores.<br />

21. R.-Ahora dime: ¿a qué arte corresponde definir, dividir y distribuir?<br />

A.-Ya te he dicho que a la que regula los razonamientos.<br />

R.-Luego la gramática ha recibido su ser de disciplina verdadera de la dialéctica, a la que<br />

has vindicado de todo reproche de falsedad, y esto no debe limitarse a la gramática, sino<br />

extenderse también a las demás artes liberales. Porque has dicho, y con verdad, que<br />

ninguna disciplina se dispensa de definir y dividir, y eso mismo le da la dignidad de tal. Si,<br />

pues, ellas son verdaderas por ser disciplinas, ¿negará alguien que es la misma verdad la<br />

que hace- verdaderas a todas?<br />

A.-Estoy por asentir a tus afirmaciones, pero me detiene el pensar que la misma dialéctica<br />

la contamos entre las disciplinas. Por lo cual creo que, gracias a aquella verdad, tiene<br />

razón de verdadera disciplina.<br />

R.-Muy aguda es tu respuesta, pero con eso no niegas, según opino, que ella también es<br />

verdadera por ser disciplina.<br />

A.-Es precisamente la razón que me hace fuerza, pues he advertido que es disciplina, y<br />

por eso es verdadera.<br />

R.-Entonces, ¿crees que ésta pudo ser disciplina por otra causa que por las definiciones y<br />

divisiones en ella introducidas?<br />

A.-Nada tengo que oponerte.<br />

R.-Si, pues, a la dialéctica pertenece tal oficio, es por sí misma disciplina verdadera. ¿<br />

Quién se maravillará, pues, de que aquella ciencia por la que son verdaderas las demás<br />

sea por sí misma y' en sí misma la verdad verdadera?<br />

A.-No hallo dificultad en admitir lo que dices.<br />

22. R.-Atiende ahora a lo poco que falta.<br />

CAPÍTULO XII<br />

de cuÁntos modos estÁn unas cosas en otras


A.-Di lo que quieras, con tal que lo entienda y te lo conceda gratamente.<br />

R.-De dos modos sabemos que una cosa puede hallarse en otra; uno de modo separable,<br />

pudiendo hallarse en otra parte como la madera en este lugar o el sol en el Oriente. Otro<br />

es de modo inseparable, como en esta madera la forma y la naturaleza que le es propia:<br />

en el sol, la luz; en el fuego, el calor; en el alma, las artes, y en otras cosas semejantes. ¿<br />

No estás de acuerdo?<br />

A.-Esa distinción me es muy conocida y entendida desde los primeros años de la<br />

adolescencia, y tiene para ella mi completa aprobación.<br />

R.-¿No me concedes igualmente que lo que inseparablemente se halla unido a un sujeto,<br />

en faltando éste, no puede subsistir?<br />

A.-También me parece una consecuencia necesaria; pues permaneciendo el sujeto, puede<br />

realizarse lo que hay en él, como es notorio al que bien considera estas cosas. Así, v. gr.,<br />

el color de un cuerpo humano puede cambiarse por enfermedad o por los años, sin que él<br />

perezca. Pero no ocurre lo mismo con todas las propiedades inherentes a un sujeto, sino<br />

en aquellos para cuya existencia no son necesarias. Para la existencia de esta pared no es<br />

necesario el color que tiene, y por eso, aunque se blanquee o pinte de negro o de otro<br />

color, seguirá siendo y llamándose pared. Pero el fuego, si pierde su calor, dejará de ser<br />

fuego; ni la nieve podemos llamarla tal si no es cándida.<br />

CAPÍTULO XIII<br />

donde se colige la inmortalidad del alma<br />

23. Sobre tu pregunta: ¿Cómo es posible que lo que va unido a un sujeto permanezca<br />

dejando de existir éste?, te diré que es absurdo y falsísimo sostener que puede subsistir<br />

una cosa faltándole el soporte, al que va ligada indefectiblemente su existencia.<br />

R.-Luego hemos llegado adonde queríamos.<br />

A.-¿Qué me dices?<br />

R.-Lo que oyes.<br />

A.-¿Luego se colige ya la inmortalidad del alma?<br />

R.-Clarísimamente, si lo que me has concedido es verdad, a no ser que sostengas que el<br />

alma, aun después de muerta, sigue siendo alma.<br />

A.-Lejos de mí asentar tal proposición, pues al perecer, deja de ser alma. Ni me aparta de<br />

esta sentencia lo que han dicho grandes filósofos, a saber: que todo principio vivificante,<br />

doquiera se halle, no puede ser sujeto de muerte. Pues aunque la luz, entrando doquiera,<br />

ilumina un lugar, y por la maravillosa fuerza de los contrarios no admite en sí tinieblas, sin<br />

embargo puede apagarse, quedando a obscuras el lugar. Así, lo que resistía a la<br />

obscuridad, sin admitirla de algún modo en sí, extinguiéndose, da lugar a su contrario,<br />

como podía haberle dado retirándose. Por lo cual temo que la muerte sobrevenga al<br />

cuerpo, como la obscuridad a un lugar, unas veces retirándose de él el alma igual que una<br />

luz o también extinguiéndose allí mismo. No hay, pues, seguridad alguna contra la muerte<br />

corporal, y ha de desearse cierto género de muerte con que se separe el alma viva del<br />

cuerpo para ir a un lugar donde no pueda morir, si es posible esto. Y si ni aun esto puede<br />

ocurrir, porque el alma se enciende en el mismo cuerpo, como una luz, sin poder subsistir<br />

sola en otra parte, y toda muerte consiste en la extinción del alma o de la vida en el<br />

cuerpo, entonces habrá de escogerse, según lo permite la humana condición, un género de<br />

vida tranquila y segura, lo cual no sé cómo puede lograrse, siendo el alma mortal.<br />

Dichosos mil veces los que lograron la certeza por convicción propia o autoridad ajena de<br />

que no se debe temer la muerte, aun cuando sea mortal el alma. Pero yo, desgraciado, no<br />

he podido conquistar esta certeza con ningún razonamiento ni autoridad.<br />

24. R.- ¡Fuera todo lamento! Inmortal es el alma humana.


A.-Pero ¿cómo lo demuestras?<br />

R.-Con las premisas que tú me has concedido muy cautamente.<br />

A.-No recuerdo haberte hecho ninguna imprudente afirmación; con todo, hazme un<br />

resumen, te ruego; veamos adónde hemos llegado con tantos rodeos, ni quiero ya que me<br />

interrogues más. Para sintetizar el resumen de mis concesiones ya no hacen falta<br />

preguntas. ¿O es que quieres retardar mi gozo por el éxito de nuestro discurso?<br />

R.-Te daré gusto, pero atiéndeme con mucha vigilancia.<br />

A.-Habla ya, atento estoy, ¿a qué me atormentas?<br />

R.-Si lo que pertenece a un sujeto permanece siempre, necesariamente ha de permanecer<br />

el sujeto donde se halla. Es así que toda disciplina está en el alma como en un sujeto.<br />

Luego es necesario que subsista siempre el alma, si debe subsistir la disciplina. Mas la<br />

disciplina es la verdad, y la verdad, según se demostró al principio de este libro, es<br />

inmortal. Luego siempre ha de permanecer el alma, ni puede llamarse mortal. Luego sólo<br />

podrá con fundamento rechazar la inmortalidad del alma quien no admita la verdad de las<br />

proposiciones arriba sentadas.<br />

CAPÍTULO XIV<br />

examen del silogismo anterior<br />

25. A.-Ya quiero soltar la rienda a mi gozo; pero dos motivos me detienen un poco. Lo<br />

primero, me sorprende el largo rodeo que hemos estado haciendo con no sé qué cadena<br />

de razonamientos, cuando todo podía presentarse tan concisamente como se ha hecho<br />

ahora. Por lo cual me angustia el pensar que acaso tales ambages discursivos sólo han<br />

servido para ocultarnos alguna celada. En segundo lugar, no veo cómo la disciplina pueda<br />

subsistir siempre en el alma, sobre todo la dialéctica, cuando tantos hay que no la<br />

conocen, y aun los que se habilitan para ella, la ignoraron tanto tiempo desde la infancia.<br />

Pues no podemos decir que no son almas las de los ignorantes o que reside en ellas una<br />

disciplina desconocida. Si esto es absurdo, síguese que o no está siempre la verdad en el<br />

alma o que aquella disciplina no es la verdad.<br />

26. R.-Ya ves que no en balde ha dado tantos rodeos nuestro discurso. Porque<br />

indagábamos qué es la verdad, y esto creo que ni aun ahora en este dédalo de cosas,<br />

después de tan largo recorrido, hubiéramos podido lograrlo. ¿Pero qué vamos hacer? ¿<br />

Dejaremos todo lo comenzado, esperando venga a nuestras manos algún libro que<br />

satisfaga nuestras ansias? Ya sé que hay muchos escritos anteriores a esta época que no<br />

hemos leído y tenemos noticia de que en nuestros días se continúa escribiendo en prosa y<br />

en verso sobre este tema; y lo hacen hombres cuyos libros e ingenio no pueden sernos<br />

desconocidos, y nos alienta la esperanza de hallar en ellos lo que buscamos aquí; sobre<br />

todo sabiendo que ante nuestros mismos ojos brilla aquel ingenio en quien revive la<br />

elocuencia que lamentábamos como muerta. ¿Permitirá él, después de enseñarnos el<br />

modo de vivir, que ignoremos la naturaleza de la vida?<br />

A.-No lo creo; y mucho espero de él, si bien me apena el ver que no podemos descubrirle<br />

nuestra adhesión a su persona ni nuestro deseo de sabiduría. Seguramente se<br />

compadecería él de mi alma, atormentada y sitibunda, para colmarla pronto con el agua<br />

viva de su fuente. El vive tranquilo en la convicción de la inmortalidad del alma, y no sabe<br />

que hay quienes soportan la miseria de esta ignorancia, y sería una crueldad no satisfacer<br />

a su necesidad y demanda. Y aquel otro conoce tal vez nuestros deseos, pero se halla tan<br />

lejos y estamos en un punto tal, que apenas tenemos facilidad de comunicación epistolar.<br />

El cual, con el ocio de que disfruta más allá de los Alpes, creo que habrá terminado ya el<br />

poema escrito para disipar el temor de la muerte y el pavor y frío del alma aterida por un<br />

antiguo hielo. Pero mientras no llegan estos socorros, tan lejanos a nosotros, ¿no es una<br />

gran torpeza el malograr nuestro ocio llevando el alma pendiente y cautiva de tan penosa<br />

incertidumbre?<br />

CAPÍTULO XV


naturaleza de lo verdadero y lo falso<br />

27. ¿Dónde está, pues, el fruto de nuestras plegarias, pasadas y presentes, a Dios para<br />

pedirle, no riquezas ni deleites carnales, ni honores y estimación popular, sino para que<br />

nos abra el camino del conocimiento de Dios y de nuestra alma? ¿Nos dejará tal vez El de<br />

su mano o le abandonaremos nosotros?<br />

R.-Muy ajeno es a su clemencia abandonar a los que indagan la verdad; lejos también de<br />

nosotros abandonar a tan seguro guía. Por lo cual repitamos, brevemente si te parece, las<br />

dos partes de nuestra argumentación, conviene a saber: la verdad siempre subsiste y la<br />

dialéctica es la verdad. Me has dicho que dudabas de ellas, impidiéndonos tener la<br />

completa seguridad de nuestras conclusiones. ¿O quieres que indaguemos cómo puede<br />

hallarse un arte en el alma de un hombre inculto, pues no podemos negar que es<br />

verdadera alma la suya? También tus dudas hacían hincapié en este punto, retrayéndote<br />

de conceder valor a los discursos anteriores.<br />

A.-Discutamos ahora lo primero, dejando para después lo que hay de esto; así todo<br />

quedará expuesto.<br />

R.-Hagamos lo que quieres, pero presta suma atención, pues sé lo que te sucede cuando<br />

escuchas, y es que estás demasiado pendiente de la conclusión, y por esperar de un<br />

momento para otro las últimas ilaciones, pasas sin examinar bien lo que se pregunta.<br />

A.-Tal vez tienes razón; lucharé, pues, contra esta ligereza mía como pueda; y empieza a<br />

investigar, no perdamos tiempo en cosas superfluas.<br />

28. R.-Si mal no recuerdo, hemos llegado a la conclusión siguiente: la verdad no puede<br />

morir, aun pereciendo el mundo o la misma verdad, pues sería verdadera la proposición:<br />

el mundo y la verdad han perecido. Pero nada hay verdadero sin la verdad; luego de<br />

ningún modo puede perecer la verdad.<br />

A.-Admito esas afirmaciones y mucho me maravillo si son falsas.<br />

R.-Vamos, pues, al otro punto.<br />

A.-Permíteme antes una pausa de reflexión sobre lo dicho para que no tenga que volver<br />

atrás.<br />

R.-Entonces, ¿no será verdad que ha perecido la verdad? Pues si no lo es, luego la verdad<br />

subsiste. Si lo es, ¿cómo desaparecida la verdad puede haber algo verdadero, no<br />

existiendo aquélla?<br />

A.-Nada tengo que oponerte ni advertir; adelante, pues. Haremos lo posible para que los<br />

hombres doctos y prudentes lean esto y corrijan, si merece, nuestra temeridad, pues no<br />

veo ni ahora ni nunca qué pueda alegarse contra lo dicho.<br />

29. R.- ¿Puede llamarse verdad la que no es fundamento de todo lo verdadero?<br />

A.-De ningún modo.<br />

R.-¿Y no se llama verdadero lo que no es falso?<br />

A.-Sería locura dudar de eso.<br />

R.- ¿Acaso lo falso no es lo que remeda a otro, sin ser aquello a que se asemeja?<br />

A.-Ninguna otra cosa es más digna de ese nombre. Pero también se llama falso lo que<br />

dista mucho de asemejarse a lo verdadero.<br />

R.- ¿Quién lo niega? Mas alguna semejanza de verdad ha de tener.<br />

A.- ¿Cómo? Pues cuando se dice que Medea voló en un atelaje de serpientes, de ningún<br />

modo esta ficción imita la verdad, por tratarse de una cosa enteramente irreal.<br />

R.-Exacta es tu observación; pero ¿no adviertes que a lo que es nada tampoco puede


darse el nombre de falso? Lo falso existe; si no existiera no sería falso.<br />

A.-Luego ¿no llamaremos falso al imaginario prodigio atribuido a Medea?<br />

R.-De ningún modo; porque si es falso, ¿cómo es un prodigio o monstruo?<br />

A.-Estoy asombrado. Es decir, que cuando yo oigo: Engancho a mi carro grandes<br />

serpientes aladas uncidas a un yugo, ¿ no digo una falsedad?<br />

R.-Sin duda la dices. Pues hay algo falso que enuncias.<br />

A.-Pues ¿qué es?<br />

R.-La proposición enunciada en el verso.<br />

A.-Pues ¿en qué imita ella a la verdad?<br />

R.-En que no se expresaría de otro modo si realmente hubiese volado Medea. Una falsa<br />

proposición remeda en su forma a una proposición verdadera. Si no se le da crédito, sólo<br />

imita en su expresión lo verdadero, y es falsa, pero sin producir engaño. Si se da crédito,<br />

entonces imita también a las sentencias verdaderas.<br />

A.-Ahora advierto la gran diferencia entre lo que decimos y las cosas de que lo decimos,<br />

por lo cual asiento a lo dicho, pues me detenía el creer que todo lo falso presenta cierta<br />

imitación de lo verdadero. Pues ¿quién no se ríe del que dice que la piedra es una falsa<br />

plata?; y, sin embargo, si alguien asegura que la piedra es plata, le respondemos que<br />

profiere una falsa proposición. En cambio, con alguna razón, según opino, llamamos plata<br />

falsa al estaño y al plomo, porque de algún modo la imitan, y entonces no es falsa nuestra<br />

proposición, sino el objeto mismo.<br />

CAPÍTULO XVI<br />

si cosas mÁs excelentes pueden llamarse con nombres de las que son menos<br />

30. R.-Veo que me has comprendido. Pero examina ahora si podría llamarse la plata con<br />

el nombre de falso plomo.<br />

A.-No; va contra mi gusto.<br />

R.-¿Por qué?<br />

A.-No lo sé; sólo veo que me repugna.<br />

R.-¿Será tal vez porque la plata es de mejor calidad y con aquel nombre se le rebaja; en<br />

cambio, el plomo sale ventajoso y honrado cuando se le llama plata falsa?<br />

A.-Creo que has atinado en la explicación que yo quería. Y ésta es la razón por que se<br />

consideran como abominandos y execrables e incapaces de testar los hombres que se<br />

visten de mujeres, a quienes no sé si llamarlos falsas mujeres o más bien hombres falsos.<br />

Pero podemos llamarlos verdaderos histriones y verdaderos infames, o si son ocultos-pues<br />

todo lo infame se relaciona con la fama-, justamente los llamaremos verdaderos<br />

malvados, según opino.<br />

R.-Dejemos para otra ocasión el discutir de estos puntos, porque muchas cosas se hacen,<br />

al parecer, indecorosas a la faz del pueblo y un fin honesto y laudable las justifica. Así, se<br />

ventila una grave discusión sobre si con el fin de librar la patria puede uno, disfrazado de<br />

mujer, engañar al enemigo, exhibiéndose como mujer falsa para ser tal vez más<br />

verdadero varón, o si el sabio que comprende que su vida es necesaria para el bien común<br />

debe preferir morirse de frío a ponerse vestidos femeninos por falta de otros. Pero de<br />

estas cuestiones se tratará en otra parte. Ahora se ve cuántas investigaciones deben<br />

hacerse para que nuestro trabajo siga adelante sin incurrir en ciertas inevitables torpezas.<br />

Mas por lo que atañe a la presente cuestión, me parece ya indubitable y evidente que lo<br />

falso se dice por imitación de lo verdadero.


CAPÍTULO XVII<br />

¿hay cosas enteramente falsas o verdaderas?<br />

31. A.-Pasa adelante; estoy persuadido ya de esa verdad.<br />

R.-Ahora te pregunto si fuera de las ciencias en que nos instruimos-y entre ellas debe<br />

incluirse el deseo mismo y esfuerzo de la sabiduría-podemos hallar alguna cosa tan<br />

verdadera que no sea como el Aquiles del teatro, el cual ha de ser en parte falso para que<br />

pueda ser verdadero.<br />

A.-Creo que hay muchas cosas de ese género. Esta piedra, por ejemplo, no es objeto de<br />

las disciplinas, y, sin embargo, para ser verdadera, no imita a ninguna otra cosa con<br />

respecto a la cual sea falsa. Y con ésta acuden al pensamiento un tropel de infinitas cosas.<br />

R.-Admito la observación; pero ¿no te parece que todas ellas están comprendidas en la<br />

categoría de los cuerpos?<br />

A.-Opinaría como tú si tuviera certeza de que el vacío no es nada, o creyere que el alma<br />

ha de contarse entre las cosas corpóreas, o que Dios es un cuerpo. Si existen todas estas<br />

cosas, no son falsas o verdaderas por ningún linaje de imitación.<br />

R.-Muy lejos me quieres llevar, mas procuraré buscar un atajo. Pues una cosa es el vacío y<br />

otra la verdad.<br />

A.-Muy grande es su diferencia ciertamente. ¿Qué cosa más vacía que yo mismo, si creo<br />

que la verdad es irreal y me pierdo tan afanosamente buscando el vacío? Pues ¿qué deseo<br />

hallar sino la verdad?<br />

R.-Luego ya me concedes que no hay cosas verdaderas sino por la verdad.<br />

A.-Tengo ya formulada esa persuasión.<br />

R.- ¿Dudas de que fuera del vacío no hay vacío o de que ciertamente es un cuerpo?<br />

A.-No dudo de ningún modo.<br />

R.-¿O piensas tal vez que la verdad es realidad corporal?<br />

A.-Tampoco.<br />

R.- ¿O cosa inherente a algún cuerpo?<br />

A.-No lo sé; nada se me ocurre a este propósito; pero tú ya sabes que si existe el vacío,<br />

se da donde no hay cuerpo alguno.<br />

R.-Es evidente.<br />

A.-¿A qué nos detenemos, pues?<br />

R.- ¿Acaso crees que la verdad hizo el vacío o que puede haber algo verdadero donde falta<br />

la 'verdad?<br />

A.-No.<br />

R.-No es, pues, la verdad una inania, ni el vacío puede hacerlo sino la carencia de entidad;<br />

por otra parte, es manifiesto que lo que carece de verdad no es verdadero; y<br />

absolutamente hablando, el vacío se llama así por su privación de ser. ¿Cómo, pues,<br />

puede ser verdadero lo que no es o cómo puede serlo lo que es nada?<br />

A.-Adelante, pues, y dejemos el vacío como una inania.<br />

CAPÍTULO XVIII


32. R.-¿Qué piensas de las demás cosas?<br />

A.- ¿A qué te refieres?<br />

si los cuerpos son verdaderos<br />

R.-A lo que favorece a mi causa, pues restan Dios y el alma, y si los dos son verdaderos,<br />

porque en ellos está la verdad, ya nadie duda de la inmortalidad de Dios. Y también el<br />

alma deberá tenerse por inmortal si se prueba que es sede de una verdad que no muere.<br />

Veamos, pues, ya la última cuestión, a saber: si el cuerpo es en verdad verdadero, esto<br />

es, si no está en él la verdad, sino más bien una imagen de la misma. Porque si los<br />

cuerpos, que muy bien sabemos están sometidos a la muerte, poseen la verdad en la<br />

misma forma que las ciencias, ya habrá que privar a la dialéctica de su privilegio de<br />

reguladora de las demás artes. Porque también parecen poseer su verdad las realidades<br />

materiales que no han sido efecto del arte de disputar. Y si ellos son verdaderos por algún<br />

género de imitación, y por lo mismo, distan de la verdad pura, nada impedirá a la<br />

dialéctica para que sea considerada como la misma verdad.<br />

A.-Entre tanto indaguemos la naturaleza de lo material; y veo que llegando aquí a una<br />

conclusión, nuestra controversia no se acaba.<br />

R.-¿Cómo sabes lo que quiere Dios? Atiende, pues; yo creo que todo cuerpo está limitado<br />

y contenido por una forma y especie, sin la cual no sería cuerpo. Y si la tuviese verdadera,<br />

sería aliña. ¿Opinas de otro modo?<br />

A.-Asiento en parte; de lo demás, dudo; concedo que para ser cuerpo se requiere una<br />

figura. Pero no entiendo lo que añades: si la tuviera verdadera, sería alma.<br />

R.-¿No recuerdas ya lo que dijimos al principio del libro primero acerca de las figuras<br />

geométricas?<br />

A.-Bien haces en recordármelo; lo recuerdo, y muy a gusto.<br />

R.- ¿Se hallan las figuras en los cuerpos tales como las concibe aquella disciplina?<br />

A.-No; antes son mucho menos perfectas.<br />

R.-¿Y cuáles te parecen las verdaderas?<br />

A.-No me hagas tales preguntas. Pues ¿quién es tan ciego que no vea que las figuras<br />

concebidas por la ciencia geométrica están en la misma verdad y la verdad en ellas,<br />

mientras las figuras de los cuerpos aspiran a ser lo que ellas, con cierto remedo de la<br />

verdad, y en este aspecto son falsas? Ya entiendo, pues, cuanto querías demostrarme.<br />

CAPÍTULO XIX<br />

de las verdades eternas se arguye la inmortalidad del alma<br />

33. R. -¿Qué necesidad, pues, tenemos ya de investigar más sobre el arte de la dialéctica?<br />

Porque ora las figuras geométricas estén en la verdad, ora la verdad en ellas, nadie duda<br />

de que se contienen en nuestra alma o en nuestra inteligencia, y, por tanto, se concluye<br />

necesariamente que en ella está la verdad. Y si por una parte toda disciplina está en<br />

nuestro ánimo adherida inseparablemente a él y por otra no puede morir la verdad, ¿por<br />

qué dudamos de la vida imperecedera del alma sin duda influidos por no sé qué<br />

familiaridad con la muerte? ¿Acaso aquellas líneas o un cuadrado, o esfera, imitan algo<br />

extraño para ser verdaderas?<br />

A.-De ningún modo puedo creer tal cosa, pues habría que suponer que una línea no es una<br />

longitud sin latitud ni la circunferencia una curva cerrada cuyos puntos equidistan del<br />

centro.<br />

R.-Entonces, ¿por qué dudamos? Donde están ellas, ¿no está la verdad?


A.--Dios me libre del disparate de negarlo.<br />

R.- ¿Acaso, pues, la disciplina no está en el alma?<br />

A.-¿Quién ha dicho tal cosa?<br />

R.- ¿Y acaso puede, pereciendo un sujeto, permanecer lo que se halla con él?<br />

A.-¿Y cuándo se me persuade a mí de tal afirmación?<br />

R.-Luego ¿debe fenecer la verdad?<br />

A.-No es posible eso.<br />

R.-Pues entonces es inmortal el alma; ríndete ya a tus razones, cree a la verdad, porque<br />

ella clama que habita en ti y es inmortal, y no puede derrocársele de su sede con la<br />

muerte del cuerpo. Aléjate ya de tu propia sombra, entra dentro de ti mismo; no debes<br />

temer ninguna muerte en ti, sino el olvido de que eres inmortal.<br />

A.-Oigo, me reanimo, comienzo a retornar en mí. Pero antes, te ruego, resuélveme la<br />

dificultad propuesta ya: cómo en el alma de los indoctos, que también debe gozar del<br />

mismo privilegio de inmortalidad, está la verdad dé las disciplinas.<br />

R.-Esa dificultad pide la redacción de otro volumen, si se ha de discutir ampliamente;<br />

ahora veo que te conviene pasar revista a la conclusión a que hemos llegado, pues si no te<br />

acometen dudas sobre las afirmaciones hechas, hemos cosechado mucho fruto y con no<br />

poca seguridad podemos seguir adelante.<br />

CAPÍTULO XX<br />

cosas verdaderas y cosas recordadas. PercepciÓn sensible e inteligible<br />

34. A.-Me atengo a lo que dices y haré con gusto lo que me mandas. Pero declárame con<br />

brevedad antes de terminar este volumen la diferencia que hay entre la verdadera figura,<br />

tal como es concebida por la inteligencia, y la que se forja con la imaginación, fantasía o<br />

fantasma que dicen los griegos.<br />

R.-Pides la comprensión de una cosa para la cual se requiere una gran pureza intelectual,<br />

y no te hallas suficientemente ejercitado para ello, si bien sólo buscamos con estos<br />

mismos rodeos tu preparación y ejercicio, a fin de que te habilites para contemplar la<br />

verdad. Sin embargo, brevemente te expondré cómo puede demostrarse la diferencia que<br />

hay. Figúrate que te has olvidado de una cosa y otros quieren traértela a la memoria y te<br />

dicen: ¿Es esto o aquello?, profiriendo cosas diversas como si fueran semejantes. Y tú ni<br />

atinas en lo que deseas recordar, y con todo, ves que no es lo que te sugieren. Cuando<br />

ocurre esto, ¿se trata de un olvido completo en ti? ¿ No forma parte de cierto recuerdo el<br />

mismo discernimiento que haces entre lo que buscas y lo que te proponen?<br />

A.-Así parece.<br />

R.-Todavía éstos no ven la verdad, pero están libres del engaño y del error y saben lo que<br />

buscan. Pero si alguien te dice que tú a los pocos días de nacer te reíste, no tendrás por<br />

falso lo que te dicen, y si el testigo merece fe, no lo recordarás, pero lo creerás, pues el<br />

tiempo de tu infancia está sepultado bajo un pesadísimo olvido. ¿No es así?<br />

A.-Ciertamente.<br />

R.-Este olvido se diferencia mucho de aquel otro, el cual ocupa como un término medio.<br />

Pues todavía hay otro más vecino y próximo al recuerdo y reconocimiento de la verdad. Se<br />

asemeja a lo que nos ocurre cuando vemos alguna cosa y reconocemos ciertamente que la<br />

hemos visto alguna vez y aseguramos que la conocemos; nos esforzamos por recordar<br />

dónde, cuándo y cómo y con quién ha llegado a nuestra noticia. ¿Se trata de una persona?<br />

Buscamos también dónde la hemos conocido; y cuando ella nos lo recuerda, de repente,<br />

todo nos vuelve a la memoria como una luz, y sin ningún esfuerzo todo lo reproducimos.


Esta clase de hechos, ¿te es desconocida u oscura?<br />

A.-Nada más manifiesto, porque han sido objeto de repetida experiencia.<br />

35. R.-Tales son los que están bien instruidos en las artes liberales, las cuales, al<br />

aprenderlas, las extraen y desentrañan, en cierto modo, de donde estaban soterradas por<br />

el olvido, y no se contentan ni descansan hasta contemplar en toda su extensión y<br />

plenitud la hermosa faz de la verdad que en ellas resplandece. Pero de allí se levantan y se<br />

mezclan ciertos falsos colores y formas, con que se empaña el espejo del pensamiento,<br />

engañando a los que indagan la verdad y haciéndoles creer que allí está todo cuanto<br />

buscaban. Son ilusiones que se han de evitar con suma cautela, porque son falaces y<br />

cambian al variar el espejo del pensamiento, cuando la faz de la verdad es única e<br />

invariable. La imaginación te pintará, v. gr., cuadrados de diferente magnitud, como<br />

presentándolos ante los ojos; pero la mente interior, amiga de la verdad, debe volverse, si<br />

puede, a aquella razón según la cual juzga de la cuadratura de las figuras.<br />

A.-¿Y si nos dice alguien qué ella juzga también según lo que ve por los sentidos?<br />

R.-Entonces, ¿por qué juzga, si está bien instruida, que una esfera perfecta sólo tiene un<br />

punto de contacto con un plano ideal? ¿Quién ha visto o puede ver con los ojos semejante<br />

cosa, pues ni con la misma imaginación puede representarse? ¿Y no experimentamos las<br />

mismas dificultades cuando pretendemos pintar en la imaginación un círculo<br />

inconcebiblemente pequeño y en él trazamos los radios al centro? Pues si trazamos dos,<br />

separados por una distancia que apenas puede punzarse con el filo de una aguja, ya<br />

nuestra imaginación se declara incapaz de representarse otras que sin ninguna confusión<br />

lleguen al centro; pero la razón enseña que pueden trazarse otras innumerables, pasando<br />

por increíbles angosturas de espacio y sin tocarse más que en el centro, de modo que en<br />

el intervalo de cada línea podría inscribirse un círculo. A esto no llega ningún fantasma, el<br />

cual falla aún más que los ojos, por donde han entrado en el ánimo; por tanto, cosa<br />

manifiesta es que las imágenes de la fantasía difieren grandemente de la verdad y que<br />

aquélla es objeto de visión sensible y ésta no.<br />

36. Todo esto se tratará más copiosa y sutilmente cuando discurramos acerca de la<br />

inteligencia, empeño que hemos acometido y se realizará cuando queden discutidos y<br />

declarados los temas que nos atraen acerca de la vida del alma. Pues tengo para mí que te<br />

causaría grande pena que la muerte humana, aun sin acabar con el alma, la redujese al<br />

olvido de todas las cosas y hasta de la verdad que hemos averiguado.<br />

A.-No se puede ponderar bastante lo temible de ese mal. Porque ¿cuál sería la vida eterna<br />

o qué muerte no habría de preferirse a ella, si allí se vive como el alma, por ejemplo, de<br />

un recién nacido, para no hablar de la vida uterina, pues también hay vida allí?<br />

R.-Anímate; Dios nos asistirá, como ya lo experimentamos, a quienes buscamos y<br />

promete después de la muerte corporal un reposo beatísimo y la posesión completa de la<br />

verdad sin engaño.<br />

A.-Cúmplase nuestra esperanza.<br />

TRATADO CONTRA LOS JUDÍOS<br />

Traductor: Teodoro C. Madrid, OAR.<br />

Ejemplo del rigor de Dios en la reprobación de los judíos y de su bondad en la<br />

admisión de los gentiles. La ceguera de los judíos, demostrada por la Escritura<br />

del Antiguo Testamento.<br />

I.1. El bienaventurado apóstol Pablo, doctor de las gentes en la fe y en la verdad,<br />

exhortándonos a permanecer estables y firmes en la misma fe, de la cual fue constituido<br />

ministro idóneo, amonesta con el precepto e infunde temor con el ejemplo. Dice: Ahí<br />

tienes la bondad y la serenidad de Dios: para los que han caído ciertamente la severidad;<br />

pero para ti la misericordia si permanecieres hasta el fin en la bondad 1 . Es cierto que esto<br />

lo dijo de los judíos que por su infidelidad fueron podados como ramas de aquel olivo, que<br />

fue fructífero en los santos Patriarcas como en su raíz, de tal modo que el acebuche de los<br />

gentiles fuera injertado por la fe y se hiciese partícipe de la savia del olivo una vez


podadas sus ramas naturales. Pero, ¡atención!, que dice: No quieras vanagloriarte contra<br />

las ramas, porque si te vanaglorias, no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti 2 . Y porque<br />

algunos de ellos se salvan, añadió a continuación: De otro modo también tú serás<br />

amputado. E indudablemente ellos, si no permanecen en la infidelidad, también serán<br />

injertados, porque poderoso es Dios para injertarlos de nuevo 3 . En cuanto a aquellos que<br />

permanecen en la infidelidad, pertenecen a esta sentencia del Señor cuando dice: Pero, en<br />

cambio, los hijos de este reino irán a las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y rechinar<br />

de dientes. Y los gentiles que permanecen en la bondad pertenecen a lo que ha dicho más<br />

arriba: Vendrán muchos de Oriente y Occidente, y se sentarán con Abrahán e Isaac y<br />

Jacob en el reino de los cielos 4 . Así, pues, a los Patriarcas, que vivían en la raíz, la justicia<br />

severa de Dios les amputa la soberbia infiel de sus ramas naturales, mientras la fiel<br />

humildad del acebuche es injertado por la gracia de la bondad divina.<br />

2. Mas cuando se les habla de esto a los judíos, desprecian al Evangelio y al Apóstol, y no<br />

escuchan lo que les decimos, porque no entienden lo que leen. Y ciertamente que si<br />

entendiesen lo que había predicho el profeta a quien leen: Te he puesto para luz de los<br />

gentiles, de tal modo que seas mi salvación hasta los confines de la tierra, no estarían tan<br />

ciegos ni tan enfermos que no reconocieran en Cristo al Señor, ni la luz ni la salvación. Lo<br />

mismo si llegasen a entender lo que cantan infructuosa e inútilmente de quienes ha sido<br />

profetizado: A toda la tierra ha llegado su pregón, y hasta los límites del orbe de la tierra<br />

su lenguaje. Para que despertaran al pregón de los apóstoles y advirtieran que sus<br />

palabras eran divinas. Por tanto, de las Santas Escrituras, cuya autoridad es también muy<br />

grande entre ellos, hay que sacar los testimonios, de modo que si no quieren que los sane<br />

la medicina ofrecida, los pueda convencer la verdad manifestada.<br />

Los libros del Antiguo Testamento nos pertenecen a nosotros los cristianos,<br />

y sus preceptos son cumplidos mejor por nosotros.<br />

II. 3. En primer lugar, hay que combatir el error tan suyo de creer que no nos pertenecen<br />

a nosotros los libros del Antiguo Testamento porque ya no observamos los sacramentos<br />

antiguos, sino otros nuevos. En efecto, nos dicen: "¿De qué os sirve a vosotros la lectura<br />

de la Ley y los Profetas, cuyos preceptos no queréis observar?" Porque no circuncidamos la<br />

carne masculina del prepucio y comemos carnes que la Ley llama inmundas; no<br />

guardamos carnalmente los sábados, los novilunios y los días festivos; no sacrificamos a<br />

Dios con víctimas de animales ni celebramos la Pascua igualmente con el cordero y los<br />

panes ácimos. Incluso, si algunos otros sacramentos antiguos los llama en general el<br />

Apóstol sombras de las cosas futuras 5 , porque significaban en su tiempo lo que iba a<br />

revelarse, y que nosotros recibimos ya revelado para que, removidas las sombras,<br />

disfrutemos de su luz desnuda. Sería demasiado largo disputar de todo esto por separado:<br />

cómo somos circuncidados al desnudar el hombre viejo no con la expoliación del cuerpo<br />

carnal, y los alimentos que evitan en los animales, los evitamos en las costumbres y<br />

ofrecemos nuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios, a quien<br />

derramamos nuestras almas con los santos deseos inteligentemente en vez de la sangre, y<br />

somos limpios de toda iniquidad por la sangre de Cristo como cordero inmaculado, quien,<br />

por la semejanza de la carne del pecado 6 , es prefigurado también en el macho cabrío de<br />

los antiguos sacrificios; tampoco excluye en los cuernos de la cruz al toro que reconoce en<br />

él a la víctima principal. Verdaderamente nos bautizamos al hallar en Él el descanso, y la<br />

observancia de la luna nueva es la santificación de la vida nueva. También nuestra Pascua<br />

es Cristo, y nuestro ácimo es la sinceridad de la verdad, que no tiene el fermento de la<br />

vetustez 7 , y si quedan algunas otras cosas en las que no hay necesidad de detenerse<br />

ahora, las cuales están esbozadas en aquellos signos antiguos, tienen su cumplimiento en<br />

Aquel cuyo reino no tendrá fin. Ciertamente convenía que todas las causas se cumpliesen<br />

en Aquel que vino no a deshacer la ley y los profetas, sino a dar plenitud 8 .<br />

Cristo no anuló la ley denunciándola, sino que la cambió cumpliéndola. La<br />

sustitución de los antiguos sacramentos y ritos está predicha en los Salmos.<br />

III. 4. Así, pues, no anuló aquellos antiguos signos de las cosas oponiéndose a ellos, sino<br />

que los cambió dándoles plenitud, de modo que fuesen distintos tanto los que anunciaban<br />

que había venido Cristo como los que profetizaban que iba a venir. ¿Qué se quiere<br />

significar por el hecho de que están titulados así algunos Salmos que también ellos leen y<br />

conservan con la autoridad de las Letras santas, como está escrito en sus títulos: En<br />

defensa de las cosas que serán cambiadas; y en verdad el texto de estos mismos Salmos<br />

predica a Cristo, sino que su cambio futuro fue predicho por Aquel en quien aparece


cumplida? Como que el pueblo de Dios, que ahora es el pueblo cristiano, ya no está<br />

obligado a observar lo que se observaba en los tiempos proféticos. No porque fueran<br />

prohibidos, sino porque han sido cambiados. Y no para que pereciesen las mismas cosas<br />

que eran significadas, sino para que los signos de las cosas se realizasen cada uno en su<br />

tiempo respectivo.<br />

Cristo, profetizado en el salmo 44.<br />

IV. 5. Por lo menos en el salmo 44 (es el primero de los que llevan al principio este título:<br />

En defensa de las cosas que serán cambiadas, donde se lee también: Cántico en favor del<br />

Amado) clarísimamente está presentado Cristo: Hermoso de figura sobre los hijos de los<br />

hombres 9 . Quien, existiendo en la forma de Dios; no creyó rapiña ser igual a Dios 10 . Allí<br />

se le dice: Ciñe tu espada junto al muslo 11 , porque hablaría en la carne a los hombres. Sin<br />

duda, por la espada significa la palabra, por el muslo la carne: porque se anonadó a sí<br />

mismo, tomando la forma de siervo 12 , para que en el hermoso de figura sobre los hijos de<br />

los hombres por la divinidad se cumpliese por la debilidad también aquello que otro<br />

profeta dice de Él: Lo vimos y no tenía figura ni encanto, sino su rostro abyecto y deforme<br />

su estado 13 . Realmente en el mismo salmo se patentiza con toda claridad que Cristo es no<br />

sólo hombre, sino también Dios, cuando se subraya: Tu trono, oh Dios; por los siglos, y el<br />

cetro de la equidad es el cetro de tu reino. Has amado la justicia y odiado la iniquidad; por<br />

eso Dios; tu Dios; te ha ungido con óleo de alegría sobre todos tus compañeros 14 . En<br />

efecto, por la unción, palabra que en griego se dice P k \ F : " , Cristo es llamado ungido. Él<br />

es Dios ungido por Dios, que cambió también la misma unción carnal en espiritual con los<br />

demás sacramentos. Allí se dice también de la Iglesia: A tu diestra está de pie la reina con<br />

vestido de oro, ceñida de pedrería 15 . Donde se simboliza la diversidad de lenguas en<br />

todas las gentes, cuya fe, sin embargo, una y simple, es interior: porque toda la<br />

hermosura de la hija del rey está por dentro 16 . A ella se refiere el salmo cuando dice:<br />

Escucha, hija, y mira: escucha la promesa mira su cumplimiento. Y olvida a tu pueblo y la<br />

casa paterna. De este modo se cumple lo nuevo y se cambia lo antiguo. Porque el rey está<br />

prendado de tu belleza 17 . La belleza que Él mismo hizo por sí y que no encontró en ti. A<br />

saber: ¿cómo ibas a ser hermosa a sus ojos cuando estabas afeada por tus pecados? Con<br />

todo, para que no creas que tu esperanza debes ponerla en el hombre, sigue y dice:<br />

porque Él mismo es el Señor, Dios tuyo 18 . Para que no desprecies la forma de siervo ni te<br />

burles de la debilidad del poderoso y de la humildad del excelso, Él mismo es tu Dios. En<br />

eso mismo que parece pequeño se oculta el grande; en la sombra de la muerte, el sol de<br />

justicia; en la afrenta de la cruz, el Señor de la gloria. Aunque lo maten los perseguidores<br />

y lo nieguen los infieles, Él es el Señor, Dios tuyo, por cuyo cuerpo son cambiadas las<br />

cosas figuradas antes por medio de sombras.<br />

El título del salmo 68, que fue escrito sobre la pasión de Cristo,<br />

predice también un cambio.<br />

V. 6. También el salmo 68 lleva en el título: En defensa de las cosas que serán cambiadas<br />

19 . Y allí se canta la pasión de nuestro Señor Jesucristo, que transfigura en sí hasta<br />

algunas voces de los miembros, es decir, de sus fieles. En efecto, Él no tuvo delito alguno,<br />

sino que cargó los nuestros; por eso dice: Y mis pecados no se te ocultan a ti 20 . Allí está<br />

escrito y profetizado lo que leemos en el Evangelio que le hicieron 21 : Me dieron hiel para<br />

mi comida, y en mi sed me abrevaron con vinagre 22 . Luego fue cambiado por Él lo que el<br />

título del Salmo había predicho que había de ser cambiado. Los judíos, al leer esto y no<br />

entenderlo, creen que dice algo distinto, cuando nos preguntan: Cómo entendemos la<br />

autoridad de la Ley y los Profetas cuando no guardamos los sacramentos que allí están<br />

mandados, porque entendemos lo que allí está predicho y observamos lo que allí está<br />

prometido. En cambio, los que nos objetan así sufren aún la amargura desde sus padres,<br />

que dieron hiel al Señor como alimento, y todavía persisten en el vinagre que le dieron a<br />

beber; por eso no entienden que se cumple en ellos lo que sigue: Que su mesa se<br />

convierta para ellos en lazo, retribución y escándalo 23 . Realmente ellos se volvieron<br />

amargos y avinagrados, al ofrecer hiel y vinagre al Pan vivo. ¿Cómo entonces entienden<br />

esto sobre lo cual se dijo allí: Que sean cegados sus ojos para que no vean 24 , y ¿cómo<br />

van a estar derechos para que tengan arriba el corazón aquellos de quienes está predicho:<br />

Y dobla siempre su espalda? 25 Tampoco se han dicho estas cosas de todos, sino más bien<br />

de todos aquellos a quienes pertenecen las profecías. Ciertamente no se refieren estas<br />

profecías a los que de entre ellos creyeron entonces en Cristo, ni a los que creen hasta<br />

ahora y creerán después hasta el fin de los siglos, o sea, al verdadero Israel, que verá al<br />

Señor cara a cara. Porque ni todos los nacidos de Israel son israelitas ni todos los


descendientes de Abrahán son hijos suyos, sino en Isaac, dice, será tu descendencia 26 .<br />

Esto es, los hijos de la carne; ésos no son hijos de Dios, sino los hijos de la promesa son<br />

designados para la descendencia. Estos pertenecen a la Sión espiritual y a las ciudades de<br />

Judá, esto es, a las iglesias de las cuales dice el Apóstol: Era desconocido de cara para las<br />

Iglesias de Judea, que están con Cristo 27 . Porque, como se pone poco después en el<br />

mismo Salmo: Dios salvará a Sión, y serán edificadas las ciudades de Judá. Y la habitarán<br />

y heredarán. La descendencia de sus siervos la poseerá y los que aman su nombre<br />

morarán en ella 28 . Cuando los judíos escuchan esto lo entienden carnalmente, y piensan<br />

en la Jerusalén terrena, que es esclava con sus hijos, no en nuestra Madre eterna en los<br />

cielos 29 .<br />

También el título del salmo 79 profetiza el cambio. Testimonios más claros<br />

contra los judíos del cambio que va a realizarse.<br />

VI. 7. El salmo 79 va precedido con igual título: En defensa de las cosas que serán<br />

cambiadas. En ese salmo está escrito entre otras cosas: Observa desde el cielo, mira, y<br />

visita esta viña; y perfecciónala, porque la plantó tu diestra; y mira sobre el Hijo del<br />

hombre a quien fortaleciste para ti 30 . Ella es la viña de la que se dice: Trasplantaste la<br />

viña de Egipto 31 . En efecto, Cristo no plantó otra nueva, sino que, cuando vino, la cambió<br />

en mejor. Lo mismo se lee en el Evangelio: Perderá a los malos malamente y arrendará su<br />

viña a otros labradores 32 . No dice: la arrancará y plantará otra viña, sino arrendará la<br />

misma viña a otros agricultores. La misma es, en verdad, la ciudad de Dios y la multitud<br />

de los hijos de la promesa en la sociedad de los santos, que se ha de completar por la<br />

muerte y sucesión de los mortales. Al final del siglo ha de recibir la inmortalidad debida en<br />

todos los reunidos. Esto de otro modo está indicado en otro salmo por el olivo fructífero<br />

cuando dice: Yo, como olivo fructífero en la casa de Dios, he esperado en la misericordia<br />

de Dios por siempre y por los siglos de los siglos 33 . Ni pudo perecer la raíz de los<br />

Patriarcas y de los Profetas, porque están desgajados los infieles y los soberbios, como<br />

ramas infructuosas para que fuese injertado el acebuche de los gentiles, porque, como<br />

dice Isaías, aunque fuese el número de los hijos de Israel como la arena del mar, los<br />

restos se salvarán 34 , pero por Aquel de quien se dice: y sobre el Hijo del hombre, a quien<br />

fortaleciste para ti; de quien se repite: sea tu mano sobre el varón de tu diestra, y sobre<br />

el Hijo del hombre, a quien fortaleciste para ti. Y no nos apartamos de ti 35 . Por medio de<br />

este Hijo del hombre, o sea, Cristo Jesús, y con sus reliquias, esto es, los apóstoles y otros<br />

muchos israelitas que creyeron en Cristo-Dios, agregándose la plenitud de los gentiles, se<br />

completa la viña santa. Y con la remoción de los sacramentos antiguos y la institución de<br />

los nuevos queda cumplido el título del Salmo: En defensa de las cosas que serán<br />

cambiadas 36 .<br />

8. Todavía podemos proponerles testimonios más inconcusos, para que, tanto si los<br />

aceptan como si los rechazan, al menos los entiendan. Vendrán días, dice el Señor, y<br />

confirmaré sobre la casa de Jacob un testamento nuevo, no según el testamento que hice<br />

con sus padres el día en que tomó su mano para sacarlos de la tierra de Egipto 37 . La<br />

predicción de este cambio, ciertamente, no está significada en los títulos de los Salmos,<br />

que pocos entienden, sino que está expresada por el pregón claro de la voz profética.<br />

Viene prometido abiertamente un testamento nuevo, no como el testamento hecho para el<br />

pueblo, cuando fue sacado de Egipto. Como en aquel Antiguo Testamento están mandadas<br />

estas cosas que no estamos obligados a observar nosotros que pertenecemos al Nuevo, ¿<br />

por qué no reconocen los judíos que ellos se han quedado anclados en la antigüedad<br />

superflua, en vez de echarnos en cara a nosotros, que poseemos las promesas nuevas, el<br />

que no cumplimos las antiguas? Porque, como está escrito en el Cantar de los Cantares,<br />

Ha llegado el día, huyan las tinieblas 38 , que brille ya la significación espiritual y que calle<br />

ya la celebración carnal. El Dios de los dioses, el Señor, ha hablado, y ha llamado a la<br />

tierra desde el nacimiento del sol hasta su ocaso 39 , ciertamente ha llamado al Testamento<br />

Nuevo a toda la tierra; pues a ella se le dice en otro Salmo: Cantad al Señor un cántico<br />

nuevo, cantad al Señor toda la tierra 40 . No como habló antes desde el monte Sinaí a un<br />

solo pueblo, al que llamó de Egipto el Dios de los dioses, sino que habló de modo que<br />

convoca a la tierra desde el oriente hasta el occidente. Si el judío quisiera entender esta<br />

manera de hablar, oiría esta llamada y sería a ellos a quienes se les dice en el mismo<br />

Salmo: Escucha, pueblo mío, y te hablaré Israel, y daré testimonio de ti, que yo, Dios, soy<br />

tu Dios. No te argüiré sobre tus sacrificios; pues tus holocaustos están siempre en mi<br />

presencia. No tomaré de tu casa becerros, ni machos cabríos de tus rebaños; porque todas<br />

las bestias de la selva son mías, los animales de los bosques y los bueyes; conozco todos<br />

los volátiles del cielo y la hermosura del campo está conmigo. Si tuviera hambre no te lo


diría, porque es mío el orbe de la tierra y su plenitud. ¿Acaso voy a comer carne de toros o<br />

voy a beber sangre de machos cabríos? Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza y cumple<br />

tus plegarias al Altísimo. Invócame en el día de la tribulación, y yo te libraré y tú me<br />

glorificarás 41 . Es cierto que también aquí está clara la sustitución de los sacrificios<br />

antiguos. En efecto, Dios ha pedido que Él no va a aceptar esos sacrificios, y a sus<br />

adoradores les indicó un sacrificio de alabanza. No porque esté esperando de nosotros la<br />

alabanza como un indigente, sino para velar por nosotros con ella para la salvación<br />

nuestra. Efectivamente, concluyó así el mismo Salmo: El sacrificio de alabanza me dará<br />

gloria, y allí está el camino donde yo le mostraré la salvación de Dios 42 . ¿Qué es la<br />

salvación de Dios sino el Hijo de Dios, el Salvador del mundo; el Día-Hijo del Día-Padre,<br />

esto es, luz de luz, cuya venida ha revelado el Nuevo Testamento? Por eso cuando se dice<br />

también: Cantad al Señor un cántico nuevo; cantad al Señor toda la tierra. Cantad al<br />

Señor, bendecid su nombre, presenta a continuación al que va ser anunciado, y añade:<br />

Anunciad bien el Día del Día, que es su salvación 43 . Pues el mismo sacerdote y víctima<br />

llevó a cabo el sacrificio de alabanza, otorgando el perdón de las malas obras y dando la<br />

gracia del bien obrar. Para esto, en efecto, los adoradores inmolan al Señor al sacrificio de<br />

alabanza, para que el que se gloría, que se gloríe en el Señor 44 .<br />

En defensa de las cosas que serán cambiadas.<br />

VII. 9. Cuando los judíos escuchan todo esto responden con orgullo: Somos nosotros;<br />

esto se ha dicho de nosotros y para nosotros. Porque nosotros somos Israel, el pueblo de<br />

Dios. Nosotros nos reconocemos en las palabras del que grita: Escucha, pueblo mío, y te<br />

hablaré, Israel, y daré testimonio de ti 45 . ¿Qué vamos a contestar a esto? Que conocemos<br />

ciertamente al Israel espiritual, de quien dice el Apóstol: Y a los que siguen esta regla, la<br />

paz y la misericordia sobre ellos, también sobre el Israel de Dios 46 . Sabemos que este<br />

Israel es carnal, del cual el mismo Apóstol dice: Mirad al Israel según la carne 47 . Pero esto<br />

no lo entienden ellos, y, por lo mismo, demuestran que ellos mismos son carnales.<br />

Permítannos hablar un poco como si estuviesen presentes: ¿No es así que vosotros<br />

pertenecéis a ese pueblo al que el Dios de los dioses ha llamado desde el nacimiento del<br />

sol hasta su ocaso? 48 ¿No fuisteis vosotros trasladados desde Egipto a la tierra de<br />

Canaán? Allí no fuisteis llamados desde el nacimiento del sol hasta su ocaso, sino que<br />

desde allí fuisteis dispersados hacia el oriente y el occidente. ¿Acaso no pertenecéis<br />

vosotros más bien a los enemigos de Aquel que dice en el Salmo: Mi Dios me ha dado a<br />

conocer en medio de mis enemigos, no los has de matar ni cuando se olviden de tu ley.<br />

Dispérsalos con tu poder? 49 He aquí que, sin olvidaros de la ley de Dios, sino<br />

propagándola para testimonio de los gentiles y para oprobio vuestro, sin advertirlo la<br />

proporcionáis al pueblo que ha sido llamado desde el oriente hasta el occidente. ¿Es que<br />

también lo vais a negar? Lo que ha sido profetizado con tanta autoridad, cumplido con tan<br />

gran evidencia, o no lo veis por vuestra mayor ceguera, o no lo confesáis por vuestro<br />

singular descaro. ¿Qué vais a responder a aquello que proclama el profeta Isaías: En los<br />

últimos tiempos se hará manifiesto el monte de la casa del Señor, dispuesto en la cúspide<br />

de los montes, y será exaltado sobre las colinas, y vendrán a Él todas las gentes, y dirán:<br />

Venid, subamos al monte del Señor y a la casa del Dios de Jacob, y nos anunciará el<br />

camino de la salvación, y entraremos en ella; porque de Sión saldrá la ley y de Jerusalén<br />

la palabra del Señor? 50 ¿También aquí vais a decir: Somos nosotros, porque habéis oído<br />

casa de Jacob y Sión y Jerusalén? ¡Como si nosotros negáramos que Cristo el Señor es de<br />

la descendencia de Jacob según la carne! Él está anunciado con la expresión: del monte<br />

preparado sobre la cúspide de los montes, porque su cumbre está por encima de todas las<br />

cumbres. O ¡como si negáramos que los apóstoles y las Iglesias de Judea, que después de<br />

la resurrección de Cristo han creído continuamente en Él, pertenecen a la casa de Jacob! O<br />

¡como si no debiéramos entender espiritualmente por Jacob al mismo pueblo cristiano, el<br />

cual, siendo más joven que el pueblo de los judíos, sin embargo lo supera al crecer y lo<br />

suplanta: para que se cumpla lo que en figura fue profetizado de aquellos dos hermanos:<br />

Y el mayor servirá al menor! 51<br />

Por otra parte, Sión y Jerusalén, aunque sean espiritualmente la Iglesia, son todavía un<br />

testimonio idóneo contra ellos, porque del lugar donde crucificaron a Cristo salió tanto la<br />

ley como la palabra del Señor para los gentiles. En efecto, la ley que les fue dada a ellos<br />

por medio de Moisés, de la que se enorgullecen con increíble insolencia y con la cual son<br />

mejor refutados, no se entiende que salió de Sión y Jerusalén, sino del monte Sinaí.<br />

Puesto que llegaron con la misma ley a la tierra de promisión, donde esta Sión, que se<br />

llama también Jerusalén después de cuarenta años. Luego no la recibieron allí o desde<br />

entonces. En cambio, el Evangelio de Cristo y la ley de la fe es cierto que proceden desde


entonces. Como lo dijo también el mismo Señor, después que resucitó hablando a sus<br />

discípulos y demostrando que las profecías de las Palabras divinas están cumplidas en Él:<br />

Porque así está escrito y así fue conveniente que Cristo padeciera y que resucitara de<br />

entre los muertos al tercer día, y que se predique en su nombre la penitencia y el perdón<br />

de los pecados por todos los pueblos, comenzando desde Jerusalén 52 . Oíd lo que profetizó<br />

Isaías cuando dice: Porque desde Sión saldrá la ley, y desde Jerusalén la palabra del<br />

Señor 53 . En realidad, cuando el Espíritu Santo viene allí desde arriba según la promesa del<br />

Señor, llenó a aquellos que entonces encerraba una sola casa, e hizo que hablaran en las<br />

lenguas de todos los pueblos 54 , y desde allí salieron a predicar el Evangelio para<br />

conocimiento de toda la tierra. Como aquella ley, que salió desde el monte Sinaí a los<br />

cincuenta días después de celebrar la Pascua, fue escrita por el dedo de Dios, que significa<br />

el Espíritu Santo, así esta ley, que salió desde Sión y Jerusalén, fue escrita no en las tablas<br />

de piedra, sino en las tablas del corazón de los santos evangelistas por el Espíritu Santo a<br />

los cincuenta días después de la Pascua verdadera de la pasión y resurrección de Cristo el<br />

Señor. En ese día fue enviado el Espíritu Santo, que antes había sido prometido.<br />

10. Id ahora, oh israelitas, según la carne y no según el espíritu; id ahora a contradecir<br />

todavía a la verdad más evidente. Y cuando escucháis el Venid y subamos al monte del<br />

Señor y a la casa del Dios de Jacob 55 , decid: Somos nosotros, para que obcecados<br />

choquéis contra el monte, en donde rota la crisma perdáis miserablemente la frente. Si de<br />

verdad queréis decir: Somos nosotros, decidlo allí cuando oís: Ha sido llevado a la muerte<br />

por las iniquidades de mi pueblo 56 . Porque se habla aquí de Cristo, a quien vosotros en<br />

vuestros padres enviasteis a la muerte, y que fue llevado como una oveja al matadero 57 ;<br />

de modo que la Pascua, que celebráis en vuestra ignorancia, sin datos cuenta la<br />

cumplisteis plenamente con crueldad. Si de veras queréis decir: Somos nosotros, decidlo<br />

entonces cuando escucháis: Endurece el corazón de este pueblo, tapona sus oídos y ciega<br />

sus ojos 58 . Decid entonces: Somos nosotros cuando oís: Todo el día he tendido mis<br />

manos al pueblo que cree y que me contradice 59 . Decid entonces: Somos nosotros cuando<br />

escucháis: Que se cieguen sus ojos para que no vean, y encorva siempre sus espaldas 60 .<br />

Daos por aludidos en todas estas y otras expresiones proféticas parecidas: Somos<br />

nosotros. Allí, pues, estáis vosotros sin duda alguna. Pero estáis ciegos de tal modo, que<br />

llegáis a decir que vosotros estáis allí donde no estáis y, en cambio, no os reconocéis allí<br />

donde estáis.<br />

La reprobación de los judíos por Dios anunciada por medio de Isaías.<br />

La piedra hecha cabeza de ángulo.<br />

VIII. 11. Atended un poco a esto más evidente aún que voy a decir. Cierto que cuando<br />

oís hablar en favor de Israel, decís: Somos nosotros; y cuando lo oís en favor de Jacob,<br />

decís: Somos nosotros. Y si se os pide una razón, respondéis: Porque Jacob es también el<br />

mismo Israel, de cuyo Patriarca procedemos, y con toda justicia llevamos el nombre de<br />

nuestro padre. No os queremos despertar a vosotros, que dormís con profundo y pesado<br />

sueño para las cosas espirituales que no captáis, ni intentamos ahora persuadiros a<br />

vosotros, que estáis sordos y ciegos de oído y de vista espiritual, cómo deben ser<br />

entendidas espiritualmente estas palabras. Por supuesto, como vosotros confesáis y la<br />

lectura del libro del Génesis lo declara manifiestamente, que Jacob e Israel era un solo<br />

hombre 61 , y, por supuesto, que la casa de Israel es la misma que la casa de Jacob, de la<br />

que os gloriáis. ¿Qué significa entonces lo que el mismísimo profeta, cuando ha predicho<br />

que un monte ha de ser preparado en la cúspide de los montes, al cual han de venir todos<br />

los pueblos, porque la ley y la palabra del Señor no va a salir del monte Sinaí para un solo<br />

pueblo, sino de Sión y Jerusalén también para todos los pueblos, como vemos que se ha<br />

cumplido clarísimamente en Cristo y en los cristianos? Y dice poco después: Y ahora tú,<br />

casa de Jacob, venid, caminemos a la luz del Señor. De cierto que diréis aquí, como de<br />

costumbre: Somos nosotros. Pero atended un poco a lo que sigue, para que, cuando os<br />

apropiáis lo que os gusta, oigáis también lo que os desagrada. Porque el profeta añade y<br />

dice: En verdad ha abandonado a su pueblo, a la casa de Israel. Decid, pues, ahora:<br />

Somos nosotros; reconoceos vosotros aquí, y perdonadnos a nosotros porque os lo hemos<br />

recordado. Pues si oís esto con gusto, os lo decimos para exhortación vuestra, y si los oís<br />

con indignación, para vuestro oprobio. No obstante, conviene que se diga, os guste o no<br />

os guste. Ahí tenéis, no a mí, sino al profeta a quien leéis, por medio del cual no podéis<br />

negar que ha hablado Dios; y a quien no podéis retirar la autoridad de las divinas<br />

Escrituras, como el Señor se lo ordenó, y como una trompeta levanta su voz 62 , exclama<br />

con energía, y os increpa cuando dice: Y ahora tú, casa de Jacob, venid, caminemos a la


luz del Señor 63 . Matasteis a Cristo en vuestros padres. Durante tanto tiempo aún no<br />

habéis creído y habéis resistido 64 , pero todavía no habéis perecido, porque aún vivís.<br />

Tenéis tiempo, pues, de hacer penitencia. ¡Venid ya! Desde hace mucho tiempo debisteis<br />

venir, pero venid también ahora. ¡Venid ya! Todavía no se le han terminado los días a<br />

quien no le ha llegado aún el último. Y si os creéis que siguiendo al Profeta, como casa de<br />

Jacob, vosotros camináis ya a la luz del Señor, mostrad a la casa de Israel que ha<br />

abandonado. Porque nosotros os demostramos a los dos: tanto a los que había recogido<br />

de esa casa, llamándolos, como a los que, permaneciendo allí, había abandonado. En<br />

efecto, llamó de allí no sólo a los apóstoles, sino también, después de la resurrección de<br />

Cristo, a un pueblo numeroso. Por lo cual ya he dicho más arriba: Y abandonó tanto a los<br />

que vosotros imitáis al no creer como a vosotros mismos que, imitándolos a ellos,<br />

permanecéis en la misma ruina. Y si sois vosotros aquellos a quienes ha llamado de entre<br />

ellos, ¿dónde están los que ha abandonado? Porque no podéis decir: no sé a qué otra<br />

gente ha abandonado, cuando el Profeta grita: Porque ha abandonado a su pueblo, a la<br />

casa de Israel 65 . He ahí lo que sois, no lo que os gloriáis de ser vosotros.<br />

Realmente ha abandonado también la viña, de la que esperó que diese uvas y dio espinos,<br />

y mandó a sus nubes que no lloviesen agua sobre ella. Incluso de allí llamó a aquellos a<br />

quienes dice: Juzgad entre mí y mi viña 66 . De ellos también dice el Señor: Si yo arrojo los<br />

demonios con el poder de Belcebú, vuestros hijos ¿con qué poder los arrojan? Por eso<br />

ellos serán vuestros jueces 67 . Al prometerles eso dice: Os sentaréis sobre doce tronos<br />

para juzgar a las doce tribus de Israel 68 .<br />

Así, pues, se sentará la casa de Jacob, que, una vez llamada, ha caminado en la luz del<br />

Señor para juzgar a la casa de Israel, esto es, a su pueblo, al que ha abandonado. ¿De<br />

qué modo, pues, según el mismo Profeta: La piedra que han desechado los constructores<br />

ha sido hecha cabeza de ángulo 69 , sino porque al venir los pueblos de la circuncisión y del<br />

prepucio, como paredes de ángulo distinto, han sido unidos en un solo ángulo como en un<br />

ósculo de paz? Por eso dice el Apóstol: Él mismo es nuestra paz, el que ha hecho a los dos<br />

uno 70 . Luego los que de la casa de Jacob e Israel han seguido al que llama, ésos son los<br />

que se han unido en una sola piedra angular y los que caminan en la luz del Señor. En<br />

cambio, a los que ha abandonado allí, ésos son los que edifican su ruina y que rechazaron<br />

la piedra angular.<br />

El rechazo de los judíos, predicho más claramente por medio de Malaquías. El<br />

sacrificio de los cristianos se ofrece en todas partes en el cielo y en la tierra.<br />

IX. 12. Finalmente, si os empeñáis, ¡oh judíos!, en retorcer las palabras proféticas según<br />

vuestro parecer en otro sentido, resistiendo al Hijo de Dios contra vuestra salvación; os<br />

repito, si queréis entender esas palabras de modo que sea el mismo pueblo la casa de<br />

Jacob y la de Israel, lo mismo la llamada que la abandonada. No llamada en unos y<br />

abandonada en otros, sino por eso llamada toda entera para que camine en la luz del<br />

Señor, ya que por ello había sido abandonada, porque no caminaba en la luz del Señor. O<br />

llamada ciertamente de tal modo en unos y abandonada en otros que, sin separación<br />

alguna de la mesa del Señor, y perteneciendo al sacrificio de Cristo, unos y otros<br />

estuviesen bajo los mismos sacramentos antiguos, a saber: tanto los que caminando en la<br />

luz del Señor han observado sus preceptos como los que despreciando la justicia<br />

merecieron que el Señor los abandonase. Si esto lo queréis entender así, ¿qué vais a decir<br />

y cómo vais a interpretar al otro Profeta que os recorta del todo esa palabra, cuando grita<br />

con meridiana claridad: No tengo mi complacencia entre vosotros, dice el Señor<br />

omnipotente, y no aceptaré un sacrificio de vuestras manos. Porque, desde el sol que nace<br />

al sol que muere, mi nombre se ha hecho famoso entre los pueblos, y en todo lugar se<br />

ofrece un sacrificio a mi nombre, sacrificio puro, porque es grande mi nombre entre los<br />

pueblos, dice el Señor omnipotente? 71 ¿Con qué derecho, en fin, reclamáis ante tanta<br />

evidencia? ¿Para qué os alabáis con tanto descaro para perecer más miserablemente en la<br />

mayor ruina? No tengo mi complacencia entre vosotros, dice, no un cualquiera, sino el<br />

Señor omnipotente. ¿Para qué os gloriáis tanto de la descendencia de Abrahán, vosotros,<br />

que en cuanto oís que se dice Jacob o Israel, o casa de Jacob y casa de Israel, en forma<br />

laudatoria, porfiáis que eso no puede decirse sino de vosotros? Cuando el Señor<br />

omnipotente dice: No está mi complacencia entre vosotros, y no aceptaré un sacrificio de<br />

vuestras manos. Ciertamente aquí no podéis negar que no sólo Él no acepta un sacrificio<br />

de vuestras manos, sino también que vosotros no se lo ofrecéis con vuestras manos. Pues<br />

uno solo es el lugar establecido por la ley del Señor, donde mandó que los sacrificios se


ofreciesen por vuestras manos, fuera de cuyo lugar lo prohibió terminantemente.<br />

Debido a que perdisteis ese lugar por vuestros méritos, tampoco os atrevéis a ofrecer en<br />

otros lugares el sacrificio que solamente allí era lícito ofrecer. Así se ha cumplido del todo<br />

lo que dice el Profeta: Y no aceptaré un sacrificio de vuestras manos. Realmente, si en la<br />

Jerusalén terrena os quedase el templo y el altar, podríais decir que esto se cumplía en<br />

aquellos malvados establecidos entre vosotros, cuyos sacrificios no acepta el Señor. Y que,<br />

en cambio, sí acepta los sacrificios de algunos de vosotros y entre vosotros que guardan<br />

los preceptos de Dios. Esto no hay por qué decirlo cuando no existe ni uno siquiera de<br />

vosotros que pueda ofrecer un sacrificio con sus manos según la ley que salió del monte<br />

Sinaí. Tampoco esto está predicho y cumplido de modo que la sentencia profética os<br />

permita responder: Que no ofrecemos carne con las manos, sino que ofrecemos alabanza<br />

con el corazón y la boca, según aquello del Salmo: Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza<br />

72 . También en ese punto os contradice el que exclama: No tengo mi complacencia entre<br />

vosotros.<br />

13. Después de esto no vayáis a pensar que, al no ofrecerlo vosotros ni Él recibirlo de<br />

vuestras manos, ya no se ofrece a Dios un sacrificio. Ciertamente que no lo necesita Aquel<br />

que no tiene necesidad de ninguno de vuestros bienes. Sin embargo, porque no está sin<br />

un sacrificio, que es útil no a Él, sino a nosotros, añade y dice: Porque desde la salida del<br />

sol hasta el ocaso mi nombre se ha hecho célebre entre los pueblos, y en todo lugar se<br />

ofrece un sacrificio a mi nombre, un sacrificio puro; porque mi nombre es grande entre los<br />

pueblos, dice el Señor omnipotente 73 . ¿Qué respondéis a esto? Abrid los ojos de una vez y<br />

ved que, desde el sol naciente hasta el poniente, no en un solo lugar, como a vosotros os<br />

fue establecido, sino en todo lugar es ofrecido el sacrificio de los cristianos; y no a un dios<br />

cualquiera, sino a Aquel que ha predicho eso, al Dios de Israel. Por lo cual también en otra<br />

parte dice a su Iglesia: Y el que te ha sacado, el mismo Dios de Israel, será invocado en la<br />

tierra entera 74 .<br />

Examinad las Escrituras en las cuales creéis que vosotros poseéis la vida eterna 75 . En<br />

realidad, la tendríais si entendieseis en ellas a Cristo y lo aceptarais. Investigadlas, ellas<br />

dan testimonio de este sacrificio puro que se ofrece al Dios de Israel, no por una sola<br />

familia vuestra de cuyas manos ha predicho que no lo aceptará, sino por todos los pueblos<br />

que dicen: Venid, subamos al monte del Señor 76 . Tampoco en un solo lugar, como os fue<br />

mandado a vosotros en la Jerusalén terrena, sino en todo lugar, hasta en la misma<br />

Jerusalén.<br />

Tampoco según el orden de Aarón, sino según el orden de Melquisedec. Porque se ha<br />

dicho para Cristo, y sobre Cristo se ha profetizado con anticipación: El Señor lo ha jurado y<br />

no se arrepentirá. Tú eres sacerdote eternamente según el orden de Melquisedec 77 . ¿Qué<br />

significa: Ha jurado el Señor, sino que lo ha afirmado con verdad inquebrantable? Y ¿qué<br />

es: No se arrepentirá, sino que este sacerdocio no lo cambiará por ningún motivo? Pues<br />

Dios no se arrepiente como el hombre, sino que hablamos del arrepentimiento de Dios<br />

cuando hay un cambio de algo, aun en lo establecido por Él. Así, pues, cuando dice: No se<br />

arrepentirá, tú eres sacerdote eternamente según el rito de Melquisedec, demuestra<br />

suficientemente que Él se ha arrepentido, esto es, que Él ha querido cambiar el sacerdocio<br />

que había establecido según el orden de Aarón. Como vemos cumplido en ambos casos.<br />

En efecto: por un lado, no hay sacerdocio de Aarón en templo alguno, y por otro, el<br />

sacerdocio de Cristo permanece eternamente en el cielo.<br />

14. Por tanto, el Profeta os llama a esta luz del Señor cuando dice: Y ahora tú, casa de<br />

Jacob, venid, caminemos en la luz del Señor. Tú, casa de Jacob, a la que ha llamado y ha<br />

elegido. No Tú, a la que ha abandonado. Pues ha abandonado a su pueblo, a la casa de<br />

Israel 78 . Quienesquiera que desde allí queráis venir, pertenecéis ya a esa a la que ha<br />

llamado; estaréis libres de aquella a la que ha abandonado. En efecto, la luz del Señor en<br />

la que caminan los pueblos es aquella de la cual dice el mismo Profeta: Te he puesto para<br />

luz de los pueblos, para que seas mi salvación hasta los confines de la tierra 79 . ¿A quién<br />

dice esto sino a Cristo? ¿De quién se ha cumplido sino de Cristo? Tal luz no está en<br />

vosotros, de quienes repetidamente se ha dicho: Dios les ha dado espíritu de<br />

aturdimiento: ojos para que no vean y oídos para que no oigan hasta el día de hoy 80 . No<br />

está, repito, en vosotros esta luz; por eso reprobáis con presuntuosa ceguera la piedra<br />

que ha sido construida en cabeza de ángulo.<br />

Luego acercaos a Él y seréis iluminados 81 ; ¿qué es: Acercaos sino creer? ¿Adónde vais,


pues, a acercaros a Él, siendo Él la piedra de la que el profeta Daniel dice que, creciendo,<br />

se ha hecho un monte tan grande que llena toda la superficie de la tierra 82 ? Del mismo<br />

modo, los pueblos que dicen: Venid, subamos al monte del Señor, no intentan tampoco<br />

caminar y llegar a lugar alguno. Donde están, allí suben, porque en todo lugar se ofrece un<br />

sacrificio según el orden de Melquisedec. Así, también otro profeta dice: Dios extermina a<br />

todos los dioses de los pueblos de la tierra, y le adoran cada uno desde su lugar 83 .<br />

Cuando, pues, se os dice: Acercaos a Él, no se os dice: Preparad las naves o las acémilas y<br />

cargad con vuestras víctimas; caminad desde lo más lejano hasta el lugar donde Dios<br />

acepte los sacrificios de vuestra devoción, sino: Acercaos a Aquel de quien oís predicar;<br />

acercaos a Aquel que es glorificado ante vuestros ojos. No os cansaréis caminando, porque<br />

os acercáis allí donde creéis.<br />

Con qué caridad han de ser invitados los judíos a la fe.<br />

X. 15. Carísimos, ya escuchen esto los judíos con gusto o con indignación, nosotros, sin<br />

embargo, y hasta donde podamos, prediquémoslo con amor hacia ellos. De ninguna<br />

manera nos vayamos a gloriar soberbiamente contra las ramas desgajadas, sino más bien<br />

tenemos que pensar por gracia de quién, con cuánta misericordia y en qué raíz hemos sido<br />

injertados 84 , para que no por saber altas cosas, sino por acercarnos a los humildes, les<br />

digamos, sin insultarlos con presunción, sino saltando de gozo con temblor 85 : Venid,<br />

caminemos a la luz del Señor 86 , porque su nombre es grande entre los pueblos 87 . Si<br />

oyeren y escucharen, estarán entre aquellos a quienes se les dijo: Acercaos a Él y seréis<br />

iluminados. Y vuestros rostros no se ruborizarán 88 . Si oyen y no obedecen, si ven y tienen<br />

envidia, están entre aquellos de quienes se ha dicho: El pecador verá y se irritará,<br />

rechinará con sus dientes y se consumirá de odio 89 . Yo, en cambio, dice la Iglesia a Cristo,<br />

como olivo fructífero en la casa del Señor, he esperado en la misericordia de Dios<br />

eternamente y por los siglos de los siglos 90 .<br />

EL ÚNICO BAUTISMO<br />

Traductor: P. Santos Santamarta, OSA<br />

Razón de la presente obra<br />

I. 1. Con mucha frecuencia, hermano Constantino, nos vemos obligados a responder a los<br />

que piensan de manera diferente y se extravían de la regla de la verdad, y esto aun sobre<br />

puntos que repetimos en múltiples tratados. Pienso que esto tiene gran utilidad, tanto por<br />

la rudeza de ciertos ingenios, que juzgan que se dicen cosas distintas, cuando leen que se<br />

dicen de otra manera, como con vistas a que abunden escritos polémicos, de suerte que<br />

no haya sólo uno raro que llegue a los que los están buscando, sino que, habiendo<br />

muchos, caiga alguno también en manos de otros más descuidados.<br />

Por consiguiente, mira con qué facilidad, con la ayuda del Señor, voy a refutar ese tratado<br />

sobre el único bautismo, obra de quienes lo reiteran, que, tras haberlo recibido de no sé<br />

qué presbítero donatista, me entregaste cuando estábamos juntos en el campo,<br />

rogándome encarecidamente que le diera contestación, tan hinchado como estaba por la<br />

sonoridad de las palabras y erizado de acusaciones basadas en la calumnia.<br />

2. El primer punto de mala voluntad que nos achacan es que saquemos a la luz pública un<br />

asunto secreto. Cállense, pues, quienes piensan que no debe hacerse esto; o si dicen que<br />

ellos se ven forzados a hablar para contestar a los que piensan de otra manera, éste es<br />

también nuestro caso: tenemos que responder a los que se nos oponen no sólo con su<br />

forma de pensar, sino también con su obrar.<br />

Se debe refutar en público lo que daña ocultamente, porque también en público se busca<br />

su defensa cuando se aconseja lo que, si se lleva a cabo, daña ocultamente. En efecto, ¿<br />

quién bautiza a alguien ante los profanos? Y, sin embargo, ningún profano ignora que los<br />

cristianos se bautizan; el que oye hablar en público de lo que, si llega a creer, recibirá en<br />

secreto.<br />

El bautismo sólo pertenece a Cristo


II. 3. Veamos, pues, qué dicen sobre la reiteración del bautismo quienes se avergüenzan<br />

de decir en público lo que ojalá temieran admitir a la vista de todos.<br />

"Se pregunta, dice, dónde está el verdadero bautismo", y luego añade: "de tal manera es<br />

el mío, que el que ha sido dado únicamente por mí, no lo reiteran ni los mismos<br />

sacrílegos".<br />

Le respondemos: No es sacrílego quien no se atreve a reiterar el bautismo, no porque es<br />

tuyo, sino porque es de Cristo. De Cristo es, en efecto, la única consagración del hombre<br />

en el bautismo; es tuya, en cambio, la reiteración del único bautismo. Corrijo en ti lo que<br />

es tuyo y reconozco lo que es de Cristo. Es justo que cuando reprobamos las malas obras<br />

de los hombres, aprobemos cuanto de bueno procedente de Dios encontremos en ellas. Es<br />

justo, digo, que ni aun en el hombre sacrílego profane el sacramento verdadero que<br />

encuentro, no sea que trate de enmendar al sacrílego cometiendo en él un sacrilegio.<br />

Aceptar lo bueno y rechazar lo malo<br />

III. 4. Efectivamente, son éstos malos aun con el bautismo bueno, lo mismo que son<br />

malos los judíos con una ley buena. De esta suerte, como éstos serán juzgados por esa<br />

misma ley que aun con su malicia no hicieron mala, así serán éstos juzgados por el mismo<br />

bautismo, un bien que tuvieron ellos aunque son malos.<br />

Así, cuando un judío viene a nosotros para hacerse cristiano, no destruimos los bienes de<br />

Dios que haya en él, sino sus propios males; en efecto, corregimos el error de su fe al no<br />

creer que Cristo ya vino, que nació, padeció y resucitó, y destruida esa infidelidad, le<br />

consolidamos la fe con que se creen estas verdades, y lo mismo le apartamos del error de<br />

su adhesión a las sombras de los antiguos misterios y le mostramos que ya llegó el tiempo<br />

en el que anunciaron los profetas que había que suprimirlas y cambiarlas; en cambio, lo<br />

que se refiere a su fe en el culto de un solo Dios, que hizo el cielo y la tierra, al hecho de<br />

que aborrecen todos los ídolos y sacrilegios de los gentiles, esperan el juicio futuro y la<br />

vida eterna, no dudan sobre la resurrección de la carne, lo alabamos, lo aprobamos, lo<br />

reconocemos y afirmamos que hay que creer como él creía y mantener lo que él mantenía.<br />

De la misma manera, cuando viene a nosotros un cismático o un hereje, para hacerse<br />

católico, procuramos abolir con la disuasión y la refutación su cisma y su herejía; pero<br />

lejos de nosotros atentar contra los sacramentos cristianos que encontramos en ellos, y<br />

contra cualquier verdad que conserven; lejos de nosotros reiterar lo que reconocemos<br />

debe darse sólo una vez, no sea que, preocupados por los vicios humanos, condenemos<br />

las medicinas divinas, o buscando curar lo que no está herido, vayamos a herir al hombre<br />

enfermo precisamente en la parte sana.<br />

Por consiguiente, si yo descubro a un hereje que disiente de nosotros sobre alguna verdad<br />

relativa a la fe cristiana y católica, o aun en último término sobre la misma unidad de la<br />

Trinidad, y que, sin embargo, está bautizado conforme a la norma evangélica y católica,<br />

procuro corregir el pensamiento de este hombre, no atento contra el sacramento de Dios.<br />

Hablo, claro está, sobre los judíos y los cismáticos y herejes que yerran en cualquier<br />

sentido sobre el nombre de Cristo.<br />

Positivo y negativo en los gentiles<br />

IV. 5. Sobre los mismos gentiles y adoradores de los ídolos tan distantes de nosotros en<br />

su múltiple diversidad no nos indica el Apóstol otro recurso sino corregir también en ellos<br />

cuanto deforme encontremos, de tal modo que si se encuentra quizá algo bueno, lo<br />

aprobemos. En efecto, reconvenía a los idólatras, y lo que es mas importante, no sólo a<br />

los adoradores, sino a los mismos inventores de los ídolos allí donde dice: Porque<br />

habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien se<br />

ofuscaron en vanos razonamientos y su insensato corazón se entenebreció: jactándose de<br />

sabios se volvieron estúpidos, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una<br />

representación en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos, de reptiles 1 .<br />

Tales fueron, como sabemos, los ídolos de los egipcios; entre ellos se dice que se había<br />

establecido una idolatría más variada y mucho más ignominiosa. Y, sin embargo, ¿negó<br />

acaso que tuvieran conocimiento de Dios? ¿No lo confirmó más bien al decir: Habiendo


conocido a Dios no lo glorificaron como a Dios?<br />

Si intentara refutar y destruir este conocimiento como una mentira porque lo había<br />

descubierto entre los sacrílegos, ¿no se portaría, lo que Dios no permita, como un<br />

enemigo de la verdad? Cambiaron mucho convirtiéndolo en mentira. Por eso dijo también<br />

aquí el Apóstol: Cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una representación en forma<br />

de hombre corruptible 2 , es a saber: fingiéndose un Dios cual no existe, y enseñándoselo a<br />

los hombres como ellos lo conocieron; y un poco después dice de ellos: Cambiaron la<br />

verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar del Creador,<br />

que es bendito por los siglos 3 . En efecto, la verdad de la criatura viene de Dios, pero ella<br />

no es Dios, y ellos la convirtieron en mentira, honrando como dioses al sol, la luna y todos<br />

los seres celestiales y terrestres. Por consiguiente, censura, detesta, echa por tierra todo<br />

lo que ellos trocaron en mentira suya; en cambio, aprueba, atestigua, confirma todo lo<br />

verdadero que conservaron en su doctrina, aunque esté mezclado y confundido con<br />

muchas falsedades, pues aun aquí comenzó este pasaje diciendo: La cólera de Dios se<br />

revela desde el cielo contra la impiedad e injusticia de los hombres que aprisionan la<br />

verdad en la injusticia 4 , no por negar la verdad, sino por retenerla en la impiedad.<br />

6. También en los Hechos de los Apóstoles, al ilustrar a los atenienses sobre el único y<br />

verdadero Dios, diciendo que en él vivimos, nos movemos y existimos, añade<br />

seguidamente: Como han dicho algunos de los vuestros. Eso, pues, de que en él vivimos,<br />

nos movemos y existimos pertenece a aquella verdad que conservan en la iniquidad aun<br />

aquellos adoradores de los ídolos, que habiendo conocido a Dios no lo glorificaron como<br />

Dios. Como vemos, el Apóstol no destruye esta verdad que existe entre los impíos y<br />

sacrílegos, sino que la confirma, y usa de su testimonio para ilustrar a los que ignoraban<br />

estas cosas.<br />

Siguiendo esta misma norma apostólica, el obispo Cipriano discute sobre el único y<br />

verdadero Dios contra los adoradores de muchos dioses falsos y presenta numerosos<br />

testimonios tomados de los libros de aquellos autores que ellos tienen por ilustres, esto<br />

es, de aquella verdad que mantienen en la iniquidad. Y todavía destaca mucho más lo que<br />

hizo el Apóstol cuando, recorriendo sus templos, encontró un altar entre los dedicados a<br />

los demonios, en el cual se leía: Al dios desconocido 5 ; y lejos de destruir la dedicatoria<br />

negándola o refutándola, lo que hizo fue confirmarla y descubrir en ella un exordio muy a<br />

propósito para su discurso, y así dijo: Lo que adoráis sin conocer, eso os vengo yo a<br />

anunciar 6 .<br />

La norma apostólica<br />

V. 7. Siguiendo, pues, nosotros esta norma apostólica, transmitida por nuestros<br />

antepasados, si encontramos algo justo aun en los perversos, procuramos enmendar su<br />

perversidad, y en modo alguno profanamos lo que hay en ellos de justo, a fin de que en el<br />

mismo hombre se corrijan los errores a partir de las verdades que poseen, no sea que la<br />

destrucción del error conlleve la destrucción de la verdad. Los que en tiempos de los<br />

apóstoles decían: Yo soy de Apolo, yo de Cefas 7 , creaban impíos cismas no apoyándose<br />

en el nombre de los impíos, sino en el de los santos: éste era su propio y detestable vicio.<br />

Sabían que Cristo había sido crucificado por ellos y que habían sido bautizados en el<br />

nombre de Cristo, y esto no tenía nada que ver con su error, era fruto del don divino en<br />

ellos; conservaban esta verdad de Dios en la iniquidad de sus cismas. De esta verdad se<br />

apropió el bienaventurado Pablo, y no la destruyó a ella al destruir los vicios, sino que al<br />

confirmarla demostró que habían de ser destruidos aquéllos; dice: ¿Acaso fue Pablo<br />

crucificado por vosotros? ¿O habéis sido bautizados en el nombre de Pablo? 8 De suerte<br />

que por la verdad de Dios que conservaban se avergonzasen de la falsedad propia que<br />

practicaban.<br />

Así, pues, como se dice al judío: "Mantén la fe en la resurrección de los muertos como la<br />

mantenías, pero cree que Cristo ha resucitado ya de entre los muertos, cosa que no creías<br />

antes; tú retienes la verdad de Dios sobre la resurrección de los muertos en tu iniquidad,<br />

que te impide creer que Cristo resucitó"; y como se dice al adorador de los ídolos:<br />

"Conserva el conocimiento que tenías sobre la creación del mundo por un solo Dios<br />

verdadero, pero no sigas creyendo que son dioses los troncos y piedras y ciertas partículas<br />

del mismo mundo, a las cuales tú adorabas, pues así retienes la verdad de Dios, por la<br />

que crees que el mundo fue creado por él, en tu iniquidad, por la que quieres ser adorador<br />

de los dioses falsos"; de la misma manera se le dice también al hereje, que no ha


cambiado los sacramentos cristianos tal como son transmitidos en la Iglesia católica con<br />

falsedad alguna suya: "Conserva el bautismo cristiano en el nombre del Padre y del Hijo y<br />

del Espíritu Santo como lo tenías, pero reconoce a la Iglesia de Cristo que crece, como fue<br />

profetizado, en todo el orbe, Iglesia a la que maldecías con voz sacrílega; porque tú estás<br />

reteniendo en la impiedad de tu división la verdad sobre la unidad del bautismo. Corrige la<br />

iniquidad de la ficción herética, para que no te pierda, y no te ensoberbezcas sobre la<br />

verdad del sacramento cristiano, que está allí para juzgarte. Lejos de mí el detestar la<br />

iniquidad hasta el punto de negar la verdad de Cristo, que encuentro en ti para tu<br />

perdición; lejos de mí el corregirte de modo que destruya aquello por lo que te corrijo, a<br />

no ser que deba corregir lo verdadero que encuentro en el alma de los herejes, cuando el<br />

Apóstol no destruyó lo que encontró verdadero en la piedra de los paganos".<br />

8. El Dios único es más que el único bautismo, ya que el bautismo no es Dios, sino que es<br />

algo grande porque es sacramento de Dios; y, sin embargo, el Dios único era adorado aun<br />

fuera de la Iglesia por los que lo desconocían. De la misma manera, el único bautismo es<br />

conferido aun fuera de la Iglesia por los que lo ignoran. El que dice que no puede ser que<br />

el Dios único y verdadero sea adorado fuera de la Iglesia por los que no le conocen, que<br />

considere qué responderá, no a mí, sino al mismo Apóstol, que dice: Lo que adoráis sin<br />

conocer, eso os vengo yo a anunciar 9 .<br />

Poseer los sacramentos no implica necesariamente la salvación<br />

VI. Nada aprovechaba a la salvación de aquellos que, aun desconociendo al verdadero<br />

Dios, lo adoraban, antes bien contribuía a su ruina, ya que al adorar a la vez a los dioses<br />

falsos, cometían una injuria sacrílega contra el mismo Dios verdadero. De la misma<br />

manera nada les beneficia a los herejes para su salvación el hecho de conservar y<br />

administrar por ignorancia el verdadero bautismo, antes bien contribuye a su condenación,<br />

porque, aferrados a la sacrílega iniquidad del error humano, conservan aún la verdad del<br />

sacramento divino, no para ser purificados por ella, sino para ser juzgados con más rigor.<br />

Y como el Apóstol, cuando corregía a aquellos sacrílegos, reconocía, no negaba, al Dios<br />

verdadero que era adorado fuera de la Iglesia por los que lo ignoraban, así también<br />

nosotros, cuando corregimos los errores de los herejes en su sacrílega separación, no<br />

debemos negar, sino reconocer el bautismo verdadero que por ignorancia confieren fuera<br />

de la Iglesia.<br />

San Pablo y el bautismo de Juan<br />

VII. 9. Pero ellos dicen: "Pablo, cuando vino a Éfeso, mandó bautizar en Cristo a algunos<br />

que decían que estaban bautizados con el bautismo de Juan". Si hay alguno que inducido<br />

por ese ejemplo piensa que debe bautizarse a los cismáticos y herejes, que se atreva, si<br />

puede, a afirmar que Juan fue hereje o cismático. Si el sostener esto es impío, sin duda se<br />

les dio a aquellos hombres lo que les faltaba, no se desaprobó lo que tenían, ya hubieran<br />

mentido diciendo que tenían el bautismo de Juan, como piensan algunos ya porque el<br />

bautismo de Juan no era el bautismo de Cristo, aunque él estaba al servicio de Cristo, al<br />

igual que los misterios antiguos de la Ley desempeñaban una función precursora y<br />

prefigurativa.<br />

Pero dicen ellos: "Si se bautizó después de Juan, amigo del Esposo, ¡cuánto más preciso<br />

será bautizar después del hereje!"<br />

De igual modo podría otro decir conmovido por cierta justa indignación: "Si se bautizó<br />

después de Juan, que no bebía vino en absoluto, ¡cuánto más justo es bautizar después de<br />

haberlo hecho un borracho!" Que lo hagan ellos si pueden; que bauticen después de sus<br />

ebrios, si los apóstoles bautizaron después del sobrio Juan. ¿Qué responden a esto, sino<br />

que ellos no bautizan después de aquéllos, porque los que fueron bautizados por los<br />

borrachos no recibieron el bautismo de éstos sino el de Cristo? Crean, pues, que si se<br />

bautizó después de Juan fue ni más ni menos por una de dos: o porque aquéllos no tenían<br />

bautismo alguno, o porque aún no tenían el bautismo de Cristo.<br />

10. Esta dificultad se la propuso el mismo a quien respondemos y no la resolvió. Escribe<br />

en efecto: "Quizá diga alguien: 'Pero los que fueron bautizados de nuevo por Pablo, habían<br />

sido bautizados con el bautismo de Juan, no con el de Cristo. Por eso dijo que no es<br />

necesario rebautizar a los que consta han sido bautizados por los traditores aunque en


nombre de Cristo'".<br />

Esta es la dificultad que él se propuso; veamos cómo intentó inútilmente darle solución.<br />

Dice: "A esta cuestión respondió Cristo el Señor con estas palabras: El que no recoge<br />

conmigo, desparrama 10 , y también: No todo el que dice: Señor, Señor, entrará en el reino<br />

de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel<br />

día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios,<br />

y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: ¡No os conozco;<br />

apartaos de mí, agentes de la iniquidad! 11<br />

Por consiguiente, no hay duda que echaron a perder su obra falsa quienes, aunque en<br />

nombre de Cristo, osaron actuar como sacrílegos. Y así, quieran o no quieran, los<br />

traditores con sus sacramentos sacrílegos ofenden más a Cristo. Y si éstos se atreven a<br />

decir: ¿No profetizamos en tu nombre?, les dirá: Apartaos de mí, obradores de la<br />

iniquidad, no os conozco. Con razón les dirá esto, porque en los indignos son obras<br />

parecidas el bautizar, expulsar los demonios y realizar las maravillas restantes".<br />

Mira cuántas cosas ha dicho y cómo no ha podido resolver en absoluto la objeción que se<br />

había propuesto. Y no sólo no la resolvió, sino que nos recordó a nosotros mismos lo que<br />

deberíamos decir contra ellos. Pues estos testimonios evangélicos no sólo no le prestan<br />

ayuda alguna, sino que más bien favorecen nuestra causa.<br />

11. Se trataba del bautismo de Juan. Si el Apóstol bautizó a algunos ya bautizados por él,<br />

no dio ciertamente el bautismo de Juan a los que ya lo tenían, sino que mandó bautizar en<br />

el nombre de Cristo a los que no tenían este bautismo; y por esto no destruyó ninguno de<br />

los dos, sino que distinguió el uno del otro. Esto lo vio también este contra quien<br />

hablamos: y así, habiéndose forjado como tomada de los adversarios la objeción de que<br />

los llamados traditores bautizan y son bautizados con el bautismo de Cristo y no con el de<br />

Juan y por eso no se puede después de ellos ni rescindir ni reiterar, afirmó que a esta<br />

cuestión había respondido Jesucristo cuando dijo: El que no recoge conmigo, desparrama<br />

12 , como si Cristo hubiera dicho: "En los que no recogen conmigo niéguese, expúlsese,<br />

destrúyase lo que, aun siendo verdadero y mío, se encuentre allí". Asegura también que a<br />

algunos que dicen: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre<br />

expulsamos los demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?, les responderá<br />

Cristo: ¡No os conozco; apartaos de mí, obradores de iniquidad! 13<br />

¿Acaso dijo también: "A causa de vuestra iniquidad, negaré también mi verdad que<br />

retenéis en vuestra iniquidad"? En efecto, él no recibirá en su reino a todos aquellos en<br />

quienes encuentre alguna verdad, sino a aquellos en quienes encuentre la caridad<br />

adecuada a la verdad; y si falta la caridad, se hace presente la iniquidad. Sin embargo, no<br />

se negará la verdad mantenida en esta iniquidad, pero ha de ser condenada la iniquidad<br />

sin destruir la verdad.<br />

Por eso dice el Apóstol: Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios<br />

y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo<br />

caridad, nada soy 14 . Dijo que no era nada si no tenía caridad, no si carecía de los<br />

sacramentos, la ciencia, la profecía, la fe. Cosas grandes, aunque no sea nada aquel que<br />

las tiene sin caridad y retiene la verdad de las mismas en su propia iniquidad. Esto es lo<br />

que decimos también nosotros a estos herejes: "No destruimos la verdad del bautismo<br />

que retenéis en vuestra iniquidad, sino que, cuando os corregimos, destruimos vuestra<br />

iniquidad y la desbaratamos, pero reconocemos y aceptamos aquélla".<br />

Así, pues, nada le favorecen a éste esos numerosos testimonios evangélicos.<br />

12. Nota, en cambio, cómo nos favorecen muchísimo a nosotros; presta atención a sus<br />

mismas palabras. Dice: "No hay duda que han echado a perder su falsa obra quienes,<br />

aunque en nombre de Cristo, han osado obrar como sacrílegos".<br />

Esto es una verdad palmaria: quienes han osado obrar como sacrílegos en nombre de<br />

Cristo, echaron a perder su propia obra falsa. Pero ¿acaso por eso es sacrílego el mismo<br />

nombre de Cristo, aun cuando por su medio hacen algo los sacrílegos? ¿Quién, por<br />

demente que sea, se atreverá a decir esto; quién, aun siendo pagano, se atreverá a<br />

afirmarlo aun en este tiempo?


Por eso el mismo Jesucristo, habiendo dicho con toda verdad: El que no recoge conmigo,<br />

desparrama 15 , sin embargo, al decirle los discípulos que habían encontrado a un individuo<br />

que echaba los demonios en su nombre y que se lo habían prohibido, porque no seguía<br />

con ellos al Señor, respondió a esta cuestión: No se lo impidáis, pues no hay nadie que<br />

obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí 16 . Tenía<br />

éste, ciertamente, su propia iniquidad, puesto que no recogía con el Señor ni seguía con<br />

los discípulos al Pastor en la unidad del rebaño; y en esa su iniquidad retenía la verdad<br />

ajena, puesto que expulsaba los demonios en nombre de Cristo Jesús y no hablaba mal de<br />

él. Por tanto, condena la iniquidad de este hombre el Señor con aquellas palabras: El que<br />

no recoge conmigo, desparrama 17 , pero no niega ni reprueba su propia verdad en él<br />

cuando dice: No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi<br />

nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí 18 .<br />

Siguiendo este ejemplo del Señor, nosotros no podemos negar según nuestras fuerzas la<br />

verdad del bautismo y cualquier otra verdad que tengan los herejes; no nos atrevemos a<br />

reprobarla y a destruirla; en cambio, detestamos justamente la iniquidad de los mismos<br />

por la cual no recogen en Cristo, sino que desparraman, y la condenamos y en cuanto<br />

podemos la enmendamos valiéndonos de la verdad íntegra que hay en ellos.<br />

Validez sacramental y provecho espiritual<br />

VIII. 13. Vea, pues, éste qué error le ha impulsado a añadir a continuación: "Por ello,<br />

quieran o no, los traditores ofenden más a Cristo con sus sacrílegos sacramentos". Por una<br />

parte, es una temeridad, aunque en cierto modo tolerable, llamar traditores a los que no<br />

prueba que lo sean; pero, por otra, ¿quién puede tolerar que llame sacrílegos a los<br />

sacramentos de Cristo, aunque los tuvieran, como él calumnia, verdaderos traditores,<br />

sacramentos que se celebran según la norma evangélica en el nombre del Padre y del Hijo<br />

y del Espíritu Santo? Quizá diga aquí que ya no es sacramento de Cristo el que dan los<br />

sacrílegos. Y ¿por qué no dice entonces que tampoco es el nombre de Cristo si lo<br />

pronuncian los sacrílegos? Esto no se atreve en modo alguno a proclamarlo. Dice, en<br />

efecto: "No hay duda, por consiguiente, que han echado a perder su falsa obra quienes,<br />

aunque en nombre de Jesucristo, han osado obrar como sacrílegos". "En el nombre de<br />

Jesucristo", dice. ¿Ha dicho acaso que no existe el nombre de Jesucristo?<br />

En consecuencia, como de nada les sirve a los sacrílegos obrar en el nombre de Jesucristo,<br />

así de nada les sirve a los herejes bautizar o ser bautizados con el bautismo de Cristo.<br />

Pero como aquél es el nombre de Jesucristo, así éste es el bautismo de Jesucristo; y uno y<br />

otro han de ser reconocidos y aprobados, no negados ni aniquilados, no sea que se vaya a<br />

causar injuria a tan grandes dones de Dios cuando se enmienda la vida de los sacrílegos<br />

que usan mal de estos dones.<br />

14. Según él, el Señor dirá a los sacrílegos que bautizan fuera de la Iglesia o expulsan los<br />

demonios u obran maravillas en el nombre de Jesucristo: Apartaos de mí, obradores de<br />

iniquidad 19 ; nosotros, en cambio, decimos; más aún, la misma Verdad dice, que el Señor<br />

dirá esto a todos, aun a los peces malos que dentro de las redes de la unidad nadan con<br />

los buenos hasta la orilla. ¿Qué otra cosa les dirá, en efecto, cuando, reunidos los buenos<br />

en las cestas, sean separados los malos y arrojados; qué otra cosa les dirá sino: Apartaos<br />

de mí, obradores de iniquidad? 20<br />

Pero no por ello destruimos en ellos los sacramentos de Cristo, cuando reconocemos<br />

dentro de las mismas redes de la unidad a los tales que bautizan o son bautizados. No<br />

creo tampoco, no creo sean tan desvergonzados que osen decir que el Señor no les dirá:<br />

Apartaos de mí, obradores de iniquidad 21 a tantos malos y perversos, que en su partido<br />

se hallan tan perdidos y manchados con manifiestas torpezas y crímenes, esto es, a los<br />

avaros y raptores o terribles usureros o crueles circunceliones; y, sin embargo, saben,<br />

ven, sostienen que muchos de éstos bautizan, que muchos son bautizados por ellos, y no<br />

violan entre ellos el sacramento de Cristo ni siquiera los que ven con desagrado sus<br />

crímenes.<br />

Así, pues, al presentar estos testimonios evangélicos, no sólo no ha dicho nada contra<br />

nosotros, sino que nos ha recordado lo que tenemos que decir contra ellos.<br />

Qué defiende la Iglesia católica


IX. 15. Por consiguiente, respecto a lo que, exultante, dice a continuación: "He resuelto la<br />

cuestión", es verdad que la ha resuelto, pero a nuestro favor, puesto que al decir que en<br />

los indignos son cosas semejantes bautizar, expulsar los demonios y realizar semejantes<br />

maravillas, y puesto que al decir éstos "En tu nombre hemos hecho esto", el Señor les<br />

dirá: No os conozco; apartaos de mí, obradores de iniquidad, puso bien de manifiesto que<br />

es tan verdadero que bautizan con el bautismo de Cristo los que están separados de la<br />

Iglesia como que arrojan los demonios en el nombre de Jesucristo; pero, en cambio, que<br />

ni una cosa ni otra los lleva a la vida eterna ni los libra de los eternos suplicios.<br />

Por eso, como si viniera a la Iglesia cualquiera de aquellos de quienes expulsó los<br />

demonios aquel que vieron los discípulos separado de la grey de Cristo expulsar los<br />

demonios en el nombre de Jesucristo, no se negaría en modo alguno la maravilla que se<br />

había realizado en él, sino que se le añadiría lo que aún le faltaba, de la misma manera<br />

cualquiera que fuera de la Iglesia haya sido bautizado por los herejes o cismáticos, pero<br />

con el bautismo de Cristo, cuando viene a la Iglesia no se puede negar que posea el<br />

sacramento de la verdad en que está iniciado, sino que se le ha de añadir la pieza de la<br />

caridad de la cual estaba separado y sin la cual podía estar en él aquel sacramento, mas<br />

no le podía aprovechar.<br />

Esto es lo que hacemos, esto es lo que recibimos de nuestros antepasados, esto es lo que,<br />

contra todas las tinieblas del error, defendemos en la Iglesia católica, extendida por todo<br />

el orbe. ¿Por qué, pues, hemos de disputar más, cuando él mismo nos ha resuelto<br />

brevemente la cuestión al recordar los testimonios evangélicos, que, a buen seguro, si él<br />

renunciara a litigar, le obligarían a condenar su error y a reconocer la verdad del<br />

bautismo?<br />

16. ¿Qué necesidad hay ya de ensartar todas sus palabras, en las que le parece hablar con<br />

mucho ingenio, y explicar con sutilidad y elocuencia que es una prueba de que ellos tienen<br />

el verdadero bautismo el que nosotros lo reconozcamos y no lo neguemos? Efectivamente,<br />

quien tiene como firme e inconcuso lo que enseña la norma tan auténtica e inviolable de la<br />

verdad, esto es, que hay que reprobar o enmendar en cada uno lo que es falso y vicioso y<br />

aceptar lo que es verdadero y recto, ése ve a la vez qué es lo que nosotros detestamos en<br />

la herejía de los donatistas y qué es aquello contra lo cual en modo alguno debemos<br />

atentar. Como quiera que en la iniquidad de su separación retienen la verdad del<br />

bautismo, recriminamos su iniquidad, pero reconocemos y aprobamos, dondequiera que<br />

sea, la verdad del bautismo.<br />

Paralelismo entre el bautismo de los herejes y la confesión de los demonios<br />

X. 17. Quien dice que debe anularse el bautismo cuando bautizan los herejes,<br />

consecuentemente debe decir que hay que negar al mismo Cristo cuando son los<br />

demonios quienes lo confiesan. Por eso se alabó a Pedro cuando dijo: Tú eres Cristo, el<br />

Hijo del Dios vivo 22 , y fueron expulsados los demonios diciendo esto mismo: Sabemos<br />

quién eres, el Hijo de Dios 23 . Por tanto, esta profesión fue provechosa para Pedro,<br />

perjudicial para los demonios; pero en ambos casos no fue falsa, sino verdadera; no se<br />

debe negar, sino reconocer; no se debe rechazar, sino aprobar.<br />

De la misma manera, el bautismo de la verdad es dado por los católicos que caminan<br />

rectos, como aquella confesión fue hecha por Pedro, y es dado por los extraviados herejes,<br />

como fue hecha aquella confesión por los demonios; a aquéllos les ayuda, condena a<br />

éstos, pero hay que aprobarla con el reconocimiento, en ningún modo debe violarse con la<br />

negación.<br />

Por eso el apóstol Santiago, al reargüir a algunos que decían le bastaba al hombre la<br />

verdadera fe y no añadían las obras de la caridad, los refuta con esta comparación de los<br />

demonios: no han de pensar que pertenecen a Dios por tener una verdadera fe sobre Dios,<br />

sin preocuparse de acompañarla con obras. Dice así: ¿Tú crees que hay un solo Dios?<br />

Haces bien. También los demonios lo creen y tiemblan 24 . Así es que comparó con los<br />

demonios a los que tienen una fe verdadera sobre Dios y viven mal; pero no rechazó con<br />

la negación, por el odio a los demonios, la misma verdad que los demonios creen de Dios.<br />

Por eso al proponernos éste, contra quien disputamos, las palabras del Apóstol: Un solo<br />

Dios, una sola fe, un solo bautismo 25 , descubrimos en esto que el mismo Dios es adorado<br />

fuera de la Iglesia por los que lo ignoran; descubrimos que fuera de la Iglesia confiesan la


misma fe sobre un solo Dios no sólo algunos hombres, sino también los demonios, y una y<br />

otra fe ha sido confirmada más que negada por los apóstoles. ¿Por qué de manera<br />

semejante no confirmamos, en vez de negar, un solo bautismo cuando lo encontramos en<br />

algunos fuera de la Iglesia, de suerte que, por haber en ellos algo torcido, echemos a mala<br />

parte lo que tienen de recto, sino que, por lo que tienen recto, corrijamos aquello que los<br />

hace malos?<br />

Bautismo y fe<br />

XI. 18. ¿Qué significa, pues, su afirmación de que el verdadero bautismo está donde se<br />

encuentra una verdadera fe? Bien puede suceder que algunos tengan el verdadero<br />

bautismo y no tengan la fe verdadera, como puede darse también que tengan el Evangelio<br />

verdadero y, no entendiéndolo rectamente, crean algo falso sobre Dios: ¿acaso por la<br />

falsedad de esa fe vamos a juzgar que hay que rechazar y condenar el Evangelio<br />

verdadero que tienen? No creo que los mismos corintios, a quienes increpa por haber<br />

caído en divisiones, tuvieran una fe verdadera cuando decían: Yo soy de Pablo 26 , pues<br />

esto era falso. Y, sin embargo, tenían el bautismo, y por esta verdad tienen que escuchar<br />

de él las palabras que tratan de corregir aquella falsedad: ¿Acaso fue crucificado Pablo por<br />

vosotros? ¿O habéis sido bautizados en el nombre de Pablo? 27<br />

Había también allí quienes no creían en la resurrección de los muertos, y en esto ni tenían<br />

ni mantenían la verdadera fe. Sin embargo, partiendo de la verdad que poseían, puesto<br />

que creían en la resurrección de Cristo, en quien habían sido bautizados, procura el<br />

Apóstol curarlos allí donde su fe no era sana, diciéndoles: Si los muertos no resucitan,<br />

tampoco Cristo resucitó 28 . Así, como habían creído que Cristo había resucitado, y en esto<br />

su fe era sana, sería sanado el error perniciosísimo que tenían de que los muertos no<br />

resucitan.<br />

Por lo cual, como en las santas Escrituras canónicas ni ellos encuentran que los herejes, al<br />

venir a la Iglesia católica, hayan sido rebautizados, ni nosotros encontramos que hayan<br />

sido recibidos en el mismo bautismo que habían recibido en la herejía, síguese que en esta<br />

materia son pariguales nuestras causas; en efecto, no se confirma con ejemplo alguno<br />

expreso de los tiempos apostólicos ni lo que hacen ellos, es decir, rebautizar a los herejes<br />

a los que tienen por tales, ni lo que hacemos nosotros, esto es, aceptar el bautismo de<br />

Cristo dado por los herejes. Pero nosotros hallamos que confirmaron y no negaron lo<br />

verdadero que conocieron en algunos equivocados y sacrílegos por cualquier impiedad, y<br />

que trataron de enmendar o corregir el error e impiedad de los hombres, dejando a salvo<br />

la verdad que en ellos había. Esta es la regla que seguimos en la verdad del bautismo:<br />

donde la encontramos mantenida y conservada como se mantiene y conserva en la Iglesia<br />

católica, no la negamos ni la destruimos, sino que, dejándola en pie, procuramos curar,<br />

corregir, enmendar o, si no podemos, evitar como detestable y digno de condenación<br />

cuanto de perverso y falso se encuentre en cada uno.<br />

19. Por consiguiente, cuando los aceptamos a ellos, no aceptamos su iniquidad, por la cual<br />

se separaron de la Iglesia de Cristo con sacrílego cisma, en el cual persiguen con<br />

acusaciones calumniosas y maldicientes al orbe cristiano, al que Dios tantos testimonios<br />

suministra en los profetas, en el Evangelio, en los salmos, en los apóstoles; tampoco<br />

aceptamos aquel mismo error en virtud del cual no quieren reconocer, osan destruir, no<br />

dudan en reiterar el bautismo de Cristo conservado aun entre los herejes según la norma<br />

apostólica. Más aún, si logran atraer hacia sí a algunos seducidos como sea, llegan hasta<br />

degradarlos a la categoría de catecúmenos, no sólo a los laicos, sino también a algunos<br />

clérigos, y no cualesquiera clérigos, sino hasta presbíteros y obispos, aunque hayan sido<br />

bautizados en las iglesias fundadas con los sudores de los mismos apóstoles. No<br />

aceptamos en modo alguno estos males detestables, ya que si no se corrigen de ellos, no<br />

pueden pasar a nosotros.<br />

Comportamiento de la Iglesia católica con los clérigos apóstatas<br />

XII. 20. Y no podemos pasar adelante sin hacer una distinción sobre esto: quienes siendo<br />

miembros bautizados de la Iglesia católica la abandonaron, tienen que sufrir una<br />

penitencia de más humildad que los que no estuvieron en ella, y no serán admitidos al<br />

estado clerical, ya hayan sido rebautizados por los herejes, ya hayan vuelto a ellos<br />

después de ser recibidos entre nosotros, hayan sido entre ellos clérigos o laicos. Puede<br />

haber algunos entre nosotros que descuiden algo esta norma y hagan clérigos a los tales o


les permitan seguir ejerciendo: aunque ellos sean censurados fraternalmente por los que<br />

son más escrupulosos, sin embargo ni aun a éstos juzgan debe otorgárseles el estado<br />

clerical, a no ser a algunos de quienes saben o creen se han corregido de esos males.<br />

Por ello calumnian gratuitamente a la Iglesia católica cualesquiera que se separan de su<br />

unidad con un crimen impío. Para servirme más bien de las palabras del Apóstol, la cólera<br />

de Dios se revela desde el cielo contra la impiedad e injusticia de los hombres, que<br />

aprisionan la verdad en la injusticia 29 . Esta cólera, si no se enmiendan, alcanzará también<br />

a los que retienen la verdad del bautismo cristiano en la iniquidad de su sacrílega<br />

separación.<br />

Ejemplos históricos<br />

XIII. 21. La Iglesia católica, que, según se ha anunciado de ella, se extiende con rica<br />

fecundidad por todos los pueblos, no corrige la iniquidad de nadie, de suerte que destruya<br />

en él no su verdad propia, sino la verdad de su Señor. ¿Por qué entonces exclama éste con<br />

tal petulancia y seguridad de sí mismo: "He bautizado tranquilo a quien tú, sacrílego,<br />

manchaste; lo bauticé, repito; hice lo que hizo el apóstol Pablo?" Que nos lea dónde hizo<br />

esto el apóstol Pablo. Si acaso quiere interpretarlo de aquellos de Éfeso, que ose decir que<br />

los había bautizado el sacrílego Juan. Si no se atreve a decir esto, porque es una impiedad<br />

bien clara, deje ya de promover, por un asunto tan dispar, nebulosidades de falsa<br />

semejanza.<br />

22. Aduce el caso de Agripino de Cartago, del ilustre mártir Cipriano, de setenta<br />

predecesores de Cipriano, que hicieron esto y ordenaron que se hiciera; ¡oh error<br />

detestable de hombres que piensan imitar laudablemente ciertos hechos lamentables de<br />

los varones ilustres y están tan lejos de sus virtudes! De la misma manera pretenden<br />

algunos compararse con el apóstol Pedro si niegan a Cristo; y si aun fuerzan los paganos a<br />

judaizar, se tienen como hermanos del mismo. Estos extremos fueron reprensibles en un<br />

varón tan notable, pero se destacó tanto en la gracia del apostolado que los borró<br />

inmediatamente, y no puede, no digo anteponérsele, pero ni aun igualarlo o compararse<br />

de cerca con él, cualquier cristiano de nuestros tiempos o incluso un obispo aunque no<br />

haya negado a Cristo ni haya forzado a los pueblos a seguir las costumbres judías.<br />

Esto mismo sucede con el gloriosísimo mártir Cipriano: si es verdad que no quería<br />

reconocer el bautismo dado por los herejes y cismáticos al sentir profunda aversión a los<br />

que lamentaba separados de la unidad católica que él tanto amó; contrajo, sin embargo,<br />

méritos tan grandes, hasta llegar al triunfo del martirio, que el destello de aquella caridad<br />

en que sobresalió ahuyentó esa sombra, y, para que el sacramento fructuoso llegara a ser<br />

más fructuoso, se le cortó lo que en él quedaba por purificar, aparte de otro recurso, con<br />

el golpe final de la espada de la pasión.<br />

Claro que nosotros, al reconocer antes que negar la verdad del bautismo, aun en la<br />

iniquidad de los herejes, no somos por esto mejores que Cipriano, como tampoco mejores<br />

que Pedro por el hecho de que no forzamos a los pueblos a seguir las costumbres judías.<br />

Esto mismo respondería acerca de Agripino y los otros obispos que se dice celebraron<br />

aquellos concilios, quienes de tal manera discreparon, que persistieron en la unidad en la<br />

que la caridad cubre la multitud de los pecados 30 con los que opinaban diversamente.<br />

Pues caminando así en la unidad de la Iglesia, a la cual habían llegado, pudo el Señor,<br />

como dice el Apóstol, revelarles aun aquello sobre lo cual tenían un concepto equivocado.<br />

En efecto, surgió entonces por primera vez la cuestión de cómo había que recibir a los<br />

herejes, que perturbó por su novedad a algunos hermanos que aborrecían justamente la<br />

peste de la herejía, y llegó a tal punto su perturbación, que creían que hasta había que<br />

desaprobar el que conservaban el bien que era para su mal.<br />

Por mi parte diré brevemente mi opinión sobre esto: bautizar a los herejes, como se dice<br />

hicieron aquéllos, fue entonces obra de un error humano; pero rebautizar a los católicos,<br />

como hacen éstos aún, es siempre fruto de diabólica presunción.<br />

Incongruencias de la postura donatista<br />

XIV. 23. Pero deseo que éste me resuelva una dificultad: al enumerar por su orden los


obispos de la Iglesia de Roma, citó a Esteban entre los que ejercieron intachablemente su<br />

episcopado. Ahora bien: Esteban no sólo no rebautizaba a los herejes, sino que juzgaba<br />

dignos de excomunión a los que lo hacían o determinaban que se hiciera, como lo<br />

demuestran cartas de otros obispos y del mismo Cipriano; y, sin embargo, Cipriano<br />

permaneció en la unidad de la paz con él.<br />

¿Qué tienen que decir a esto? Agucen sus ingenios cuanto puedan y consideren si pueden<br />

responder. Ahí tienen a dos personas contemporáneas, por no citar más, que pensaban de<br />

manera diferente; ambos pertenecían a las Iglesias más eminentes, la de Roma y la de<br />

Cartago, los obispos Esteban y Cipriano, establecidos ambos en la unidad de la Católica:<br />

Esteban juzgaba que en nadie había que reiterar el bautismo de Cristo y recriminaba<br />

severamente a quienes lo hacían; Cipriano, en cambio, juzgaba que había que bautizar en<br />

la Iglesia católica, como si no tuvieran el bautismo de Cristo, a los que habían sido<br />

bautizados en la herejía o el cisma. Muchos pensaban como aquél, algunos cómo éste,<br />

pero unos y otros se mantenían en la unidad.<br />

Si es verdad lo que dicen éstos, y por lo cual intentan afirmar o exculpar la causa de su<br />

separación: "En una misma comunión de sacramentos, los malos contagian a los buenos, y<br />

por eso es preciso apartarse con una separación material del contagio de los malos, a fin<br />

de que no perezcan todos igualmente"; si es verdad esto, hay que confesar que ya en los<br />

tiempos de Esteban y de Cipriano pereció la Iglesia y que no les quedó ella ya a los<br />

posteriores, de la cual pudiera nacer espiritualmente el mismo Donato.<br />

Si piensan que es impío hablar así, como en verdad lo es, si desde aquellos tiempos<br />

permaneció la Iglesia hasta los de Ceciliano y Mayorino o Donato, y no pudieron hacerla<br />

perecer manchándola quienes fueron admitidos en ella, según los mismos, sin el bautismo,<br />

llenos de todos sus crímenes y pecados; si no causaron división alguna de la comunión de<br />

aquéllos Cipriano y los que pensaban como él sobre el bautismo, porque no juzgaban que<br />

podían mancharles a ellos los males ajenos en la unidad y comunión de los sacramentos<br />

de Cristo; si todo esto es así, bien pudo permanecer después la Iglesia a la que, creciendo,<br />

como de ella se anunció, por el orbe entero, no podían manchar en modo alguno los<br />

crímenes ajenos de algunos traditores o criminales, como en una era no pueden manchar<br />

al grano las pajas hasta el tiempo de la bielda, como los peces malos no echan a perder a<br />

los buenos nadando juntos en las mismas redes hasta llegar a la orilla.<br />

24. No hubo, pues, motivo alguno, sino que fue un rabioso furor el que hizo que éstos,<br />

evitando entrar en comunión con los malos, se separase de la Iglesia de Cristo, extendida<br />

por el orbe entero. A no ser que ellos se las ingenien admirablemente para distinguir unos<br />

crímenes de otros, sacando las reglas de la distinción no precisamente de las Escrituras,<br />

sino de sus corazones, y diciendo que en la unidad de los sacramentos algunos crímenes<br />

ajenos se toleran sin contaminación; en cambio, el crimen de la entrega afecta a todos los<br />

que participan de los sacramentos con los autores de ella. Pero acerca de esto es superfluo<br />

disputar por más tiempo, sobre todo porque rarísima vez se atreven a decir esto, ellos que<br />

se avergüenzan también y se dan cuenta de hablar vanamente, y que cuando dicen estas<br />

cosas, no se esfuerzan por apoyarse en testimonio alguno divino.<br />

Más bien suelen tener en la boca, cuando acusan a unos de los pecados de otros, para<br />

excusar la impiedad de su separación, testimonios de este tenor: Veías a un ladrón y<br />

corrías con él 31 , y: No te hagas partícipe de los pecados ajenos 32 , y: ¡Apartaos, salid de<br />

aquí! ¡No toquéis nada impuro! 33 , y: El que toque lo que es impuro, quedará impuro 34 , y:<br />

Un poco de levadura fermenta toda la masa 35 , y aun otros por el estilo: en todos ellos no<br />

se hace distinción alguna entre el crimen de la entrega y los otros crímenes, sino que se<br />

prohíbe cualquier participación en el pecado.<br />

Sin embargo, si Cipriano entendiera estos testimonios o mandatos divinos como los<br />

entendieron éstos, se hubiera apartado sin duda de Esteban y no hubiera permanecido en<br />

la comunión de la unidad católica con él. En efecto, si atendemos a la opinión que éstos<br />

piensan debe tenerse sobre el bautismo, Esteban, al admitir en la Iglesia a los herejes y<br />

cismáticos, que en opinión de aquéllos no tienen el bautismo, comulgaba en los pecados<br />

ajenos, ya que los que no habían sido lavados por el bautismo, permanecían sin duda en<br />

sus pecados.<br />

Por consiguiente, Cipriano debió apartarse de la comunión de aquél para no correr con el<br />

ladrón, para no comulgar en los pecados ajenos, para no contagiarse con el inmundo, para


no mancharse tocando a un manchado, para no corromperse con el fermento de los otros.<br />

De suerte que, al no hacer esto, al permanecer en la unidad con ellos, ya entonces quedó<br />

corrompida la masa entera de la misma unidad y no perseveró la Iglesia que diera luego a<br />

luz a los santos de éstos, Mayorino y Donato.<br />

Esto no se atreven en modo alguno a decirlo; síguese que deben confesar que los buenos<br />

perseveraron sin mancha alguna suya con los malos en la comunión de los sacramentos<br />

cristianos, y que hasta los tiempos de Ceciliano perseveró la Iglesia de Cristo, no<br />

ciertamente sin la compañía de los malos como encerrada ya en el granero, sino como<br />

mezclada todavía con la paja en la era. De esa manera pudo permanecer después, como<br />

permanece, hasta que en el último día quede limpia en la bielda del juicio.<br />

Sólo mancha el consentimiento al pecado<br />

XV. 25. ¿Qué pretende ese exacerbado furor de separación de éstos de la unidad del<br />

Cuerpo de Cristo, que, como se lee que ha sido ya anunciado y cumplido, se dilata por el<br />

orbe entero y entre todos los pueblos? Aquí, ciertamente, como está escrito: El hijo malo<br />

se cree justo, pero él no lava su salida 36 , esto es, no presenta excusa, no desmiente, no<br />

se defiende de no haber tenido temor de dejarse arrastrar de su furor cismático para salir<br />

de la casa de Dios y entrar en la peste herética. En efecto, si fuera justo en verdad, como<br />

el apóstol Pablo con los hermanos falsos, de los cuales se lamenta en sus cartas, y como<br />

Cipriano con aquellos que pensaba que sin el bautismo estaban llenos de sus pecados y<br />

sabía que eran admitidos en la Iglesia por Esteban, permanecería sin mancha alguna suya<br />

en la Iglesia de Cristo con los que conocía o tenía por injustos, y no abandonaría a los<br />

buenos por causa de los malos; antes bien, toleraría a los malos por causa de los buenos;<br />

como el grano llevado por el peso de la caridad soporta la trilla junto con la paja, no como<br />

cede a leves soplos aun antes de la bielda el polvillo finísimo.<br />

De esta suerte, también perseverando en la unidad de la Iglesia con los inicuos, que es<br />

necesario estén contenidos en las redes hasta la orilla, no correría junto con el ladrón, ni<br />

comulgaría en los pecados ajenos, ni se vería contagiado con el contacto de la inmundicia<br />

de alguno, ni se mancharía al tocar a un manchado, ni se corrompería por el fermento de<br />

cualquiera. Todo esto tiene lugar por el consentimiento al pecado, con el cual, mediante la<br />

mujer, engañó al primer hombre la serpiente aun en la felicidad del paraíso, no en cambio<br />

por la comunión de los sacramentos, en la cual el inmundo Judas no pudo contaminar a los<br />

discípulos limpios.<br />

De los malos, en cambio, con quienes comulgan en los sacramentos de Dios al presente,<br />

aun en la era, no todavía en el granero, se apartan ya los buenos y se separan por la<br />

diversidad de sus costumbres, no por la segregación corporal, viviendo de otra manera, no<br />

acudiendo a otros lugares de reunión. De este modo ni se hacen una cosa con los malos ni<br />

se alejan de la unidad de la Iglesia.<br />

26. ¿Por qué, pues, exageran el crimen de no sé qué traditores, cuya culpabilidad nunca<br />

pudieron demostrar? Claro que si nosotros los defendiéramos contra las calumnias de<br />

éstos, parecería que defendíamos la causa de algunos particulares, no la de la Iglesia.<br />

Según ellos, admitía Esteban en la Iglesia, sin distinción, a toda clase de traditores y<br />

dondequiera que se hallasen, y no sólo el pecado tan enorme de los traditores, sino el de<br />

los mismos que forzaban a la entrega y el de toda suerte de malvados, desvergonzados,<br />

sacrílegos; porque si no tenían el bautismo, en ellos se encontraban todos los pecados que<br />

hubieran cometido, por grandes y sorprendentes que fuesen, y los retenían como reos sin<br />

remisión alguna. A estos tales admitía Esteban, con estos tales permanecía en la unidad<br />

de la Católica Cipriano, y, sin embargo, no pereció, sino que perseveró en la Iglesia. Por<br />

consiguiente, a nadie en su unidad manchan los pecados ajenos; en vano el mal hijo se dio<br />

prisa por salir de la casa de su padre; en vano dice que él es justo, pero no lava su salida.<br />

¿Pueden decir acaso que los que admitía así Esteban quedaban purificados por la<br />

participación de la misma unidad, ya que el amor cubre multitud de pecados? 37 ¡Ojalá lo<br />

dijeran! Esto es lo que decimos nosotros cuando los urgimos o exhortamos a que vuelvan<br />

a la unidad. Con este pacto no quedará ya entre nosotros cuestión alguna sobre el<br />

bautismo. En efecto, si los bautizados entre los herejes o cismáticos quedan limpios por la<br />

caridad de la misma unidad cuando vienen a la Iglesia, sin duda son rebautizados sin<br />

motivo.


Acusaciones donatistas contra obispos católicos<br />

XVI. 27. Ved, por consiguiente, cuántas cosas ha dicho en nuestro favor en este tratado,<br />

al que quisiste respondiera. ¿Qué necesidad, pues, hay ya de que desmintamos las<br />

acusaciones que él ha reprochado a los obispos de la Iglesia de Roma, a quienes ha<br />

perseguido con calumnias increíbles? Marcelino y sus presbíteros Milciades, Marcelo y<br />

Silvestre son acusados por él del crimen de entrega de los códices divinos y de haber<br />

ofrecido incienso. Pero ¿acaso por eso quedan convictos o los demuestra convictos con<br />

documento de algún valor?<br />

Él afirma que fueron malvados y sacrílegos, yo respondo que han sido inocentes. ¿Para<br />

qué voy a esforzarme por probar mi defensa, si él no ha intentado demostrar ni<br />

débilmente siquiera su acusación? Si existe alguna humanidad en las cuestiones humanas,<br />

pienso que nosotros podríamos ser reprendidos con más razón si tuviéramos por culpables<br />

y no por inocentes a personas desconocidas que son objeto de la acusación de sus<br />

enemigos sin aducir testimonio alguno de ella; ya que si por casualidad la verdad fuera<br />

otra muy distinta, se contrae ciertamente un deber de humanidad, si el hombre no<br />

sospecha temerariamente nada malo del hombre y no cree con facilidad a cualquier<br />

acusador, cuando acusando sin testigo ni documento alguno se comporta más bien como<br />

difamador maldiciente que como acusador verídico.<br />

28. A esto se añade que era Milciades, obispo de la Iglesia de Roma, el presidente del<br />

Tribunal, por orden del emperador Constantino, a quien los acusadores del obispo de<br />

Cartago Ceciliano llevaron toda aquella causa por medio del cónsul Anulino, siendo el<br />

mismo Ceciliano declarado inocente.<br />

Sobre este proceso se quejaron los antepasados de éstos, con una terquedad sin límites,<br />

ante el citado emperador, de que no se había llevado a cabo con plena claridad y justicia.<br />

No dijeron nada, sin embargo, sobre la entrega y la ofrenda de incienso por parte de<br />

Milciades, a cuya audiencia ni siquiera debieron acudir; sino más bien sugerir antes al<br />

emperador o insistir en que se le sugiriera que ellos no debían tratar su causa ante un<br />

traditor de los divinos códices y un manchado con los sacrificios de los ídolos.<br />

Esto no lo habían sugerido antes ni aun después de recaer sentencia contra ellos en favor<br />

de Ceciliano, ni aun vencidos e irritados juzgaron reprocharlo; ¿por qué ahora ensartan tan<br />

tarde calumnias como para perjudicar a la misma Iglesia de Roma al denigrar a Milciades,<br />

que juzgó sobre la inocencia de Ceciliano, en lo cual no pudieron ni perjudicar a nadie en<br />

juicio alguno suyo, ni proponer a alguno de los suyos en lugar del condenado?<br />

Contra la Iglesia misma enviaban desde lejos y furtivamente, para unos pocos africanos de<br />

su partido, primeramente administradores advenedizos, cuyos nombres no tuvo éste el<br />

pudor de callar, para ver si los ordenaban como obispos propios para ese pequeño pueblo<br />

engañado.<br />

Luego, tras la justificación de Ceciliano, acusaron ante el emperador a Félix, obispo de<br />

Abtonga, de que era un traditor bien manifiesto, y por eso Ceciliano no podía ser obispo,<br />

ya que había sido ordenado por aquel traditor. Constantino no se negó a escuchar la<br />

acusación de éstos, aunque ya los tenía bien conocidos como calumniadores en los falsos<br />

crímenes de que acusaron a Ceciliano, y por eso ordenó que se discutiera la causa de<br />

Félix.<br />

La trató en África el procónsul Eliano; también Félix fue declarado inocente. Nos quedan<br />

las actas consulares; tómelas y léalas el que quiera. Esto no sólo conduce a coronar la<br />

demostración de la inocencia de Ceciliano, y a la plena justificación del mismo Félix, y a<br />

sacar a la luz las calumnias de aquellos que le habían señalado en el concilio como fuente<br />

de todos los males; también obliga a pensar en que la vida de Milciades estaba totalmente<br />

ajena a las acusaciones que vertían contra él. A no ser que haya alguien tan necio que<br />

piense que quienes no perdonaron a Félix, que había consagrado a Ceciliano, pudieron<br />

perdonar a Milciades, que le había absuelto, si cualquier insignificante rumor hubiera<br />

ensombrecido la vida de aquel obispo, aunque no la hubiera oscurecido el más pequeño<br />

defecto de la conciencia. ¿Acaso habían de apoyar su acusación en lo que se había fingido<br />

en el foro de Abtonga y pasar en silencio lo que había tenido lugar en el Capitolio de<br />

Roma?


29. Y acerca de Mensurio, ¿qué he de responder si en su tiempo hasta el día de su muerte<br />

no sufrió escisión alguna el pueblo de la unidad, y las mismas cartas de Segundo de Tigisi,<br />

en las que se dice fue reprendido, confirman que las habían escrito ellos en pacíficas<br />

relaciones mutuas y que se habían mantenido en la unión colegial?<br />

Ahora bien: respecto a lo que quiso decir sobre la Iglesia de Cirta y sobre la persecución<br />

de que con sus maldiciones hizo objeto a los obispos católicos, ¿qué otra cosa hizo sino<br />

manifestarnos, al vituperar aun a los santos varones de nuestros tiempos, tan conocidos<br />

por nosotros; qué tenemos que pensar también de los desconocidos, a quienes maldice de<br />

modo semejante? Por tanto, como fueron maniqueos Profuturo, muerto muy pocos años<br />

ha, y Fortunato, que aún vive y sucedió a aquel obispo, así fueron traditores aquellos a<br />

quienes, totalmente desconocidos, no cesan de acusar a tal distancia de nuestros tiempos,<br />

y cuya vida limpia de las injurias de éstos tan conocida nos es a nosotros.<br />

30. No es ciertamente oscuro y poco glorioso el consuelo de cada uno de nosotros al<br />

vernos acusados con la misma Iglesia por los enemigos de ella; sin embargo, la defensa<br />

de la misma no está precisamente en la defensa de aquellos hombres a quienes atacan<br />

éstos nominalmente con falsas acusaciones. Fueren cuales hayan sido, Marcelino, Marcelo,<br />

Silvestre, Milciades, Mensurio, Ceciliano y otros, a quienes reprochan a tono con su<br />

escisión cuanto se les antoja, en nada perjudican a la Iglesia católica difundida por todo el<br />

orbe terráqueo: ni su inocencia puede servirnos en modo alguno de corona, ni tampoco<br />

nos puede condenar su iniquidad. Si fueron buenos, quedaron limpios como el grano en la<br />

trilla de la era católica; si fueron malos, fueron triturados en la misma trilla de la era<br />

católica como la paja. Dentro de esta era pueden estar los buenos y los malos, fuera de<br />

ella no pueden estar los buenos. Quien se vea separado de esta unidad, como la paja<br />

separada por el viento de la soberbia, ¿por qué calumnia a la era del Señor por la paja<br />

mezclada que hay allí?<br />

Los autores del cisma fueron traditores<br />

XVII. 31. Nosotros también decimos, y no sólo decimos, sino que lo confirmamos con<br />

documentos escritos, eclesiásticos y civiles, que Segundo de Tigisi, cuyo concilio es el que<br />

dicen que condenó a Ceciliano, otorgó la paz a los traditores confesos a fin de que no se<br />

siguiera un cisma, ya que le había reprochado también a él el crimen de la entrega<br />

Purpuno de Limata; decimos también que Víctor de Rusicade, Donato de Calama, Donato<br />

de Máscula, Mariano de Aguas Tibilitanas, Silvano de Cirta fueron a la vez traditores y<br />

severísimos condenadores de los traditores.<br />

Probamos todo esto con las actas eclesiásticas, municipales y judiciales. Pero no son<br />

traditores todos los del partido de Donato por el hecho de haber estado éstos con él, como<br />

tampoco es inocente el partido de Donato aunque se demuestre que éstos son inocentes<br />

de la iniquidad de la entrega. En efecto, es preferible escuchar la santa Escritura a<br />

calumniar a alguien por pecados ajenos o temer semejante calumnia de cualquiera. Pues<br />

dice así: El que peque es quien morirá 38 , y: Cada uno tiene que llevar su propia carga 39 ,<br />

y: Quien come y bebe indignamente, come y bebe su propio castigo 40 , para sí, no para<br />

otro. También se dice que se deja crecer el grano y la cizaña hasta la recolección, no sea<br />

que, si se recoge antes la cizaña, se arranque a la vez el trigo; e igualmente, que pacen<br />

juntos en los excelentes pastos los cabritos y los corderos, hasta ser separados por el<br />

pastor, que no puede equivocarse, y que las redes de la unidad se encuentran llenas de<br />

toda suerte de peces hasta que se los lleve al juicio de la orilla.<br />

Lo que sucede es que por su perversa y falsa opinión se perjudican éstos a sí mismos al<br />

decir que por los pecados ajenos se han separado ellos justamente de la comunión del<br />

orbe cristiano. Con esa absurda e insensata opinión consiguen que los pecados de algunos<br />

de los suyos se les imputen a todos ellos. Si juzgan esto justo, se hacen todos reos de<br />

cualquier crimen evidente que se encuentre entre ellos en un solo hombre. Por otra parte,<br />

si lo reconocen, como es en realidad, injusto, se hacen reos de la separación más inicua.<br />

Resumen de lo tratado<br />

XVIII. 32. Pero como en este tratado la cuestión se refiere sobre todo al único bautismo,<br />

concluye esta nuestra discusión por donde comenzó: como en la misma unidad de la era<br />

del Señor no se debe alabar a los malos por causa de los buenos, ni se debe abandonar a<br />

los buenos por causa de los malos; como en el mismo hombre no se debe aceptar su


perversidad por la verdad que hay en él, ni se debe negar su verdad por la perversidad<br />

que en él haya, ya que en la misma iniquidad de los judíos se encuentra la verdad de la<br />

resurrección de los muertos, y en la iniquidad de los paganos se encuentra la verdad de un<br />

solo Dios, que creó el mundo, y en la iniquidad de los que al no recoger con Cristo<br />

desparraman se encuentra la verdad mediante la cual arrojan en su nombre el espíritu<br />

inmundo, y en la iniquidad de los templos sacrílegos se encontró la verdad con la que<br />

adoraban al Dios desconocido , y en la iniquidad de los demonios se encontró la verdad<br />

por la que confesaron a Cristo, de la misma manera en la iniquidad de los herejes no se<br />

debe negar la verdad que en ellos se encuentra, en la cual conservan el sacramento del<br />

bautismo.<br />

DE LA VIDA FELIZ<br />

Traductor: P. Victorino Capánaga, OAR<br />

CAPÍTULO I<br />

Prefacio<br />

Dedica el libro a Teodoro, mostrándole de qué<br />

tempestades se libró refugiándose en el puerto de la filosofía cristiana<br />

Ocasión de la disputa<br />

1. Si al puerto de la filosofía, desde el cual se adentra ya en la región y tierra firme de la<br />

vida dichosa, ¡oh ilustre y magnánimo Teodoro!, se lograra arribar por un procedimiento<br />

dialéctico de la razón y el esfuerzo de la voluntad, no sé si será temerario afirmar que<br />

llegarían bastantes menos hombres a él, con ser poquísimos los que ahora, como vemos,<br />

alcanzan esta meta. Pues porque a este mundo nos ha arrojado como precipitadamente y<br />

por diversas partes, cual a proceloso mar, Dios o la naturaleza, o la necesidad o nuestra<br />

voluntad, o la combinación parcial o total de todas estas causas -problema éste muy<br />

intrincado, cuya solución tú mismo has emprendido-, ¡cuántos sabrían adonde debe<br />

dirigirse cada cual o por dónde han de volver, si de cuando en cuando alguna tempestad,<br />

que a los insensatos paréceles revés, contra toda voluntad y corriente, en medio de su<br />

ignorancia y extravío, no los arrojase en la playa por la que tanto anhelan!<br />

2. Pues paréceme que se distinguen en tres clases los hombres que, como navegantes,<br />

pueden acogerse a la filosofía. La primera es de los que en llegando a la edad de la lucidez<br />

racional, con un pequeño esfuerzo y leve ayuda de los remos, cambian ruta de cerca y se<br />

refugian en aquel apacible puerto, donde para los demás ciudadanos que puedan, levantan<br />

la espléndida bandera de alguna obra suya, para que, advertidos por ella, busquen el<br />

mismo refugio. La segunda clase, opuesta a la anterior, comprende a los que, engañados<br />

por la halagüeña bonanza, se internaron en alta mar atreviéndose a peregrinar lejos de su<br />

patria, con frecuente olvido de la misma. Si a éstos, no sé por qué secreto e inefable<br />

misterio, les da viento en popa, y tomándolo por favorable se sumergen en los más<br />

hondos abismos de la miseria engreídos y gozosos, porque por todas partes les sonríe la<br />

pérfida serenidad de los deleites y honores, ¿qué gracia más favorable se puede desear<br />

para ellos que algún revés y contrariedad en aquellas cosas, para que, arrojados por ellas,<br />

busquen la evasión? Y si esto es poco, reviente una fiera tempestad, soplen vientos<br />

contrarios, que los vuelvan, aun con dolor y gemidos, a los gozos sólidos y seguros. Pero<br />

algunos de esta clase, por no haberse alejado mucho, no necesitan golpes tan fuertes para<br />

el retorno. Tales son los que por las trágicas vicisitudes de la fortuna o por las torturas y<br />

ansiedades de los vanos negocios, instigados por el ocio mismo, se han visto constreñidos<br />

a refugiarse en la lectura de algunos libros muy doctos y sabios, y al contacto con ellos se<br />

ha despertado su espíritu como en un puerto, de donde no les arrancará ningún halago y<br />

promesa del mar risueño. Todavía hay una clase intermedia entre las dos, y es la de los<br />

que en el umbral de la adolescencia o después de haber rodado mucho por el mar, sin<br />

embargo, ven unas señales, y en medio del oleaje mismo recuerdan su dulcísima patria; y<br />

sin desviarse ni detenerse, o emprenden derechamente el retorno, o también, según<br />

acaece otras veces, errando entre las tinieblas, o viendo las estrellas que se hunden en el<br />

mar, o retenidos por algunos halagos, dejan pasar la oportunidad de la buena navegación<br />

y siguen perdidos largo tiempo, con peligro de su vida. Frecuentemente a éstos los vuelve<br />

a la suspiradísima y tranquila patria alguna calamidad o borrasca, que desbarata sus


planes.<br />

3. Todos estos hombres, pues, son atraídos por diversos modos a la tierra firme de la vida<br />

feliz, pero han de temer mucho y evitar con suma cautela un elevadísimo monte o escollo<br />

que se yergue en la misma boca del puerto y causa grandes inquietudes a los navegantes.<br />

Porque resplandece tanto, está vestido de una tan engañosa luz, que no sólo a los que<br />

llegan y están a punto de entrar se ofrece como lugar de amenidad y dichosa tierra, llena<br />

de encantos y atracciones, sino que muchas veces a los mismos que están en el puerto los<br />

invita y alucina con su deliciosa altura, provocándoles a desdén de los demás. Pero éstos<br />

frecuentemente hacen señales a los navegantes para que no se engañen, ni den en la<br />

oculta trampa, ni crean en la facilidad de la subida a la cima; y con suma benevolencia<br />

indican por dónde deben entrar sin peligro, a causa de la proximidad de aquella tierra. Así,<br />

mirando con torvos ojos la vanísima gloria, enseñan el lugar del refugio seguro. Pues ¿qué<br />

otro monte han de evitar y temer los que aspiran o entran en la filosofía sino el orgulloso<br />

afán de vanagloria, porque es interiormente tan hueco y vacío que a los hinchados que se<br />

arriesgan a caminar sobre él, abriéndose el suelo, los traga y absorbe, sumergiéndoles en<br />

unas tinieblas profundas, después de arrebatarles la espléndida mansión que ya tocaban<br />

con la mano?<br />

4. Siendo, pues, esto así, recibe, amigo Teodoro, pues para lo que deseo, a ti sólo miro y<br />

te considero aptísimo para estas cosas; recibe, digo, este documento, para ver qué grupo<br />

de los tres hombres me devolvió a ti, y el lugar seguro donde me hallo, y la esperanza de<br />

socorro que en ti tengo puesta.<br />

Desde que en el año decimonono de mi edad leí en la escuela de retórica el libro de<br />

Cicerón llamado Hortensio, inflamóse mi alma con tanto ardor y deseo de la filosofía, que<br />

inmediatamente pensé en dedicarme a ella. Pero no faltaron nieblas que entorpecieron mi<br />

navegación, y durante largo tiempo vi hundirse en el océano los astros que me<br />

extraviaron. Porque cierto terror infantil me retraía de la misma investigación. Pero cuando<br />

fui creciendo salí de aquella niebla, y me persuadí que más vale creer a los que enseñan<br />

que a los que mandan; y caí en la secta de unos hombres que veneraban la luz física como<br />

la realidad suma y divina que debe adorarse. No les daba asentimiento, pero esperaba que<br />

tras aquellos velos y cortinas ocultaban grandes verdades para revelármelas a su tiempo.<br />

Después de examinarlos, los abandoné, y atravesado este trayecto del mar fluctuando en<br />

medio de las olas, entregué a los académicos el gobernalle de mi alma, indócil a todos los<br />

vientos. Luego vine a este país, y hallé el norte que me guiara. Porque conocí por los<br />

frecuentes sermones de nuestro sacerdote y por algunas conversaciones contigo que,<br />

cuando se pretende concebir a Dios, debe rechazarse toda imagen corporal. Y lo mismo<br />

digamos del alma, que es una de las realidades más cercanas a él. Mas todavía me<br />

detenían, confieso, la atracción de la mujer y la ambición de los honores para que no me<br />

diera inmediatamente al estudio de la filosofía. Cuando se cumpliesen mis aspiraciones,<br />

entonces, finalmente, como lo habían logrado varones felicísimos, podría a velas<br />

desplegadas lanzarme en su seno y reposar allí. Leí algunos -poquísimos- libros de Platón,<br />

a quien eras tú también muy aficionado, y comparando con ellos la autoridad de los libros<br />

cuyas páginas declaran los divinos misterios, tanto me enardecí, que hubiera roto todas<br />

las áncoras a no haberme conmovido el aprecio de algunos hombres. ¿Qué me faltaba ya<br />

para sacudir mi indolencia y tardanza a causa de cosas superfluas sino que me favoreciese<br />

una borrasca, contraria según mi opinión? Así me sobrevino un agudísimo dolor de pecho,<br />

y entonces, incapaz de soportar la carga de mi profesión, por la que navegaba hacia las<br />

sirenas, todo lo eché por la borda para dirigir mi nave quebrada y fija al puerto del<br />

suspirado reposo.<br />

5. Ya ves, pues, en qué filosofía navego como en un puerto. Pero es de, tan vasta<br />

extensión y magnitud, aunque menos peligrosa, que no excluye absolutamente todo riesgo<br />

de error. Todavía no sé en qué parte de la tierra, que, sin duda, es la única dichosa,<br />

internarme y hollar con mis pies. No piso aún terreno firme, pues fluctúo y vacilo en la<br />

cuestión del alma. Por lo cual te suplico por tu virtud, por tu benignidad, por el vínculo y<br />

comunicación de las almas, que me prestes la ayuda de tu mano. Quiero decirte que me<br />

ames, para que yo a mi vez te corresponda con el mismo afecto. Pues si lo consigo, creo<br />

que fácilmente alcanzaré la vida feliz, en que tú te hallas, según presumo. Por lo cual he<br />

querido escribirte y ofrecerte las primicias de mis disertaciones, por parecerme más<br />

religiosas y dignas de tu nombre, a fin de que conozcas mis ocupaciones y cómo recojo en<br />

este puerto a todos mis amigos, y por aquí veas el estado de mi ánimo, pues no hallo otro<br />

medio para dártelo a conocer. Ofrenda es ésta muy adecuada ciertamente, pues acerca de


la vida hemos disputado los dos, y no hallo otra cosa que más justamente merezca<br />

llamarse dádiva divina. No me amedrenta tu elocuencia, pues el amor de una cosa<br />

ahuyenta todo temor, y menos temo la grandeza de tu fortuna, porque aunque grande, es<br />

en ti propicia y acoge favorablemente a los que domina. Pon ahora los ojos en el presente<br />

que te ofrezco.<br />

6. El 13 de noviembre era el día de mi natalicio, y después de una frugal comida, que no<br />

era para cortar las alas de ningún genio, a cuantos no sólo aquel día, sino siempre son<br />

comensales, los reuní en la sala de los baños, lugar secreto y adecuado para este tiempo.<br />

Estaban allí -y no me avergüenzo de mencionarlos por sus nombres- en primer lugar mi<br />

madre, a cuyos méritos debo lo que soy; Navigio, mi hermano; Trigecio y Licencio,<br />

ciudadanos y discípulos míos. No quise que faltasen mis primos hermanos Lastidiano y<br />

Rústico, si bien no habían pasado por la escuela de gramática; mas para lo que<br />

intentábamos, creí que su mismo sentido común podía prestarnos ayuda. También se<br />

hallaba presente el más pequeño en edad, pero cuyo ingenio, si no me engaño, promete<br />

mucho: Adeodato, mi hijo. Estando atentos todos, comencé a hablar así.<br />

CAPÍTULO II<br />

Discusión del primer día.- Constamos de cuerpo y alma. El alimento del cuerpo y del<br />

alma.- No es dichoso el que no tiene lo que quiere.- Ni el que tiene cuanto desea.- Quién<br />

posee a Dios.- El escéptico no puede ser feliz ni sabio<br />

7. ¿Os parece cosa evidente que nosotros constamos de cuerpo y alma?<br />

Asintieron todos menos Navigio, quien confesó su ignorancia en este punto. Yo le dije:<br />

- ¿No sabes absolutamente nada, nada, o aun esto mismo ha de ponerse entre las cosas<br />

que ignoras?<br />

-No creo que mi ignorancia sea absoluta -dijo él.<br />

-¿ Puedes indicarme, pues, alguna cosa sabida? -le pregunté yo.<br />

-Ciertamente -respondió.<br />

-Si no te molesta, dila.<br />

-¿Sabes a lo menos si vives? -le pregunté al verlo titubeando.<br />

-Lo sé.<br />

-Luego sabes que tienes vida, pues nadie puede vivir sin vida.<br />

-Hasta ese punto ya llega mi ciencia.<br />

-¿Sabes que tienes cuerpo? (Asintió a la pregunta.) Luego ¿ya sabes que constas de<br />

cuerpo y vida?<br />

-Sí, pero si hay algo más, no lo sé.<br />

-No dudas, pues, de que tienes estas dos cosas: cuerpo y alma, y andas incierto sobre si<br />

hay algo más para complemento y perfección del hombre.<br />

-Así es.<br />

-Dejemos para mejor ocasión el indagar eso, si podemos. Pues ya confesamos que el<br />

cuerpo y el alma son partes que componen al hombre, ahora os pregunto a todos para<br />

cuál de ellas buscamos los alimentos.<br />

-Para el cuerpo -respondió Licencio.<br />

Los demás dudaban y altercaban entre sí corno podía ser necesario el alimento por razón<br />

del cuerpo, cuando lo apetecíamos para la vida, y la vida es cosa del alma. Intervine yo


diciendo :<br />

-¿Os parece que el alimento se relaciona/'con aquella parte que crece y se desarrolla en<br />

nosotros?<br />

Asintieron todos menos Trigecio, el cual objetó:<br />

-¿Por qué entonces yo no he crecido en proporción del apetito que tengo?<br />

-Todos los cuerpos -le dije- tienen su límite en la naturaleza, y no pueden salirse de su<br />

medida; pero esta medida sería menor si le faltasen los alimentos, cosa que advertimos<br />

fácilmente en los animales, pues sin comer reducen su volumen y corpulencia todos ellos.<br />

-Enflaquecen, no decrecen -observó Licencio.<br />

-Me basta para lo que yo intento, pues aquí discutimos si el alimento pertenece al cuerpo,<br />

y no hay duda de ello, porque, suprimiéndolo, se adelgaza.<br />

Todos se arrimaron a este parecer.<br />

8. Y del alma, ¿qué me decís? -les pregunté-. ¿No tendrá sus alimentos? ¿No os parece<br />

que la ciencia es su manjar?<br />

-Ciertamente -dijo la madre-, pues de ninguna otra cosa creo se alimente el alma sino del<br />

conocimiento y ciencia de las cosas.<br />

Mostrándose dudoso Trigecio de esta sentencia, le dijo ella:<br />

-Pues ¿no has indicado tú mismo hoy cómo y de dónde se nutre el alma? Porque al poco<br />

rato de estar comiendo, dijiste que no has reparado en el vaso que usábamos por estar<br />

pensando y distraído en no sé qué cosas, y, sin embargo, no dabas paz a la mano y a la<br />

boca. ¿Dónde estaba entonces tu ánimo, que comía sin atender? Créeme que aun<br />

entonces el alma se apacienta de los manjares propios, es decir, de sus imaginaciones y<br />

pensamientos, afanosa de percibir algo.<br />

Provocóse una reyerta con estas palabras, y yo les dije:<br />

-¿No me otorgáis que las almas de los hombres muy sabios y doctos son en su género<br />

más ricas y vastas que las de los ignorantes?<br />

-Cosa manifiesta es -respondieron unánimes.<br />

-Con razón decimos, pues, que las almas de los ignorantes, horros de las disciplinas y de<br />

las buenas letras, están como ayunas y famélicas.<br />

-Yo creo -repuso Trigecio- que sus almas están atiborradas, pero de vicios y perversidad.<br />

-Eso mismo -le dije- no dudes, es cierta esterilidad y hambre de las almas. Pues como los<br />

cuerpos faltos de alimentos se ponen muchas veces enfermos y ulcerosos, consecuencias<br />

del hambre, así las almas de aquéllos están llenas de enfermedades, delatoras de sus<br />

ayunos. Porque a la misma nequicia o maldad la llamaron los antiguos madre de todos los<br />

vicios, porque nada es. Y se llama frugalidad la virtud contraria a tal vicio. Así como esa<br />

palabra se deriva de fruge, esto es, de fruto, para significar cierta fecundidad espiritual,<br />

aquella otra, nequitia, viene de la esterilidad, de la nada, porque la nada es aquello que<br />

fluye, que se disuelve, que se licua, y siempre perece y se pierde. Por eso a tales hombres<br />

llamamos también perdidos. En cambio, es algo cuando permanece, cuando se mantiene<br />

firme, cuando siempre es lo que es, como la virtud, cuya parte principal y nobilísima es la<br />

frugalidad y templanza. Pero si lo dicho os parece obscuro de comprender, ciertamente me<br />

concederéis que si los ignorantes tienen llenas sus almas, lo mismo para los cuerpos que<br />

para las almas, hay dos géneros de alimentos: unos saludables y provechosos y otros<br />

mortales y nocivos.<br />

9. Siendo esto así, y averiguando que el hombre consta de cuerpo y alma, en este día de<br />

mi cumpleaños me ha parecido que no sólo debía refocilar vuestros cuerpos con una<br />

comida más suculenta, sino también regalar con algún manjar vuestras almas. Cuál sea


este manjar, si no os falta el apetito, ya os lo diré. Porque es inútil y tiempo perdido<br />

empeñarse en alimentar a los inapetentes y hartos; y hay que dar filos al apetito para<br />

desear con más gusto las viandas del espíritu que las del cuerpo. Lo cual se logra teniendo<br />

sanos los ánimos, porque los enfermos, lo mismo que ocurre en cuanto al cuerpo,<br />

rechazan y desprecian los alimentos.<br />

Por los gestos de los semblantes y voces vi el apetito que tenían todos de tomar y devorar<br />

lo que se les hubiese preparado.<br />

10. E hilvanando de nuevo mi discurso, proseguí:<br />

-¿Todos queremos ser felices?<br />

Apenas había dicho esto, todos lo aprobaron unánimemente.<br />

-¿Y os parece bienaventurado el que no tiene lo que desea?<br />

-No -dijeron todos.<br />

-¿Y será feliz el que posee todo cuanto quiere? Entonces la madre respondió:<br />

-Si desea bienes y los tiene, sí; pero si desea males, aunque los alcance, es un<br />

desgraciado. Sonriendo y satisfecho, le dije:<br />

-Madre, has conquistado el castillo mismo de la filosofía Te han faltado las palabras para<br />

expresarte como Cicerón en el libro titulado Hortensius, compuesto para defensa y<br />

panegírico de la filosofía: He aquí que todos, no filósofos precisamente, pero sí dispuestos<br />

para discutir, dicen que son felices los que viven como quieren. ¡Profundo error! Porque<br />

desear lo que no conviene es el colmo de la desventura. No lo es tanto no conseguir lo que<br />

deseas como conseguir lo que no te conviene. Porque mayores males acarrea la<br />

perversidad de la voluntad que bienes la fortuna.<br />

Estas palabras aprobó ella con tales exclamaciones que, olvidados enteramente de su<br />

sexo, creíamos hallarnos sentados junto a un grande varón, mientras yo consideraba,<br />

según me era posible, en qué divina fuente abrevaba aquellas verdades.<br />

-Decláranos, pues, ahora -dijo Licencio- qué debe querer y en qué objetos apacentarse el<br />

deseo del aspirante a la felicidad.<br />

-En el día de tu natalicio pásame invitación, si te parece, y todo cuanto me presentares te<br />

lo recibiré con mil amores. Con la misma disposición quiero te sientes hoy en el convite de<br />

mi casa, sin pedir lo que tal vez no se ha preparado.<br />

Mostrándose él arrepentido y vergonzoso por el aviso, añadí yo:<br />

-Sobre un punto convenimos todos: nadie puede ser feliz si le falta lo que desea; pero<br />

tampoco lo es quien lo reúne todo a la medida de su afán. ¿No es así?<br />

Asintieron todos.<br />

11. Respondedme ahora: todo el que no es feliz, ¿es infeliz?<br />

Todos mostraron su conformidad, sin vacilar.<br />

-Luego todo el que no tiene lo que quiere es desdichado. Aprobaron todos.<br />

-¿Qué debe buscar, pues, el hombre para alcanzar su dicha? Tampoco faltará este manjar<br />

en nuestro convite para satisfacer el hambre de Licencio, pues debe alcanzar, según opino,<br />

lo que puede obtener simplemente con quererlo.<br />

Les pareció esto evidente.<br />

-Luego -dije yo- ha de ser una cosa permanente y segura, independiente de la suerte, no<br />

sujeta a las vicisitudes de la vida. Pues lo pasajero y mortal no podemos poseerlo a<br />

nuestro talante, ni al tiempo que nos plazca.


Todos hicieron señales de aprobación, pero Trigecio dijo:<br />

-Hay muchos afortunados que poseen con abundancia y holgura cosas caducas y<br />

perecederas, pero muy agradables para esta vida, sin faltarles nada de cuanto pide su<br />

deseo.<br />

-Y el que tiene algún temor -le pregunté yo-, ¿te parece que es feliz?<br />

-De ningún modo.<br />

-¿Luego puede vivir exento de temor el que puede perder lo que ama?<br />

-No puede -respondió él.<br />

-Es así que aquellos bienes de fortuna pueden perderse; luego el que los ama y posee, de<br />

ningún modo puede ser dichoso. Se rindió a esta conclusión. Y aquí observó mi madre:<br />

-Aun teniendo seguridad de no perder aquellos bienes, con todo, no puede saciarse con<br />

ellos, y es tanto más infeliz cuanto es más indigente en todo tiempo.<br />

Yo le respondí:<br />

-¿Y qué te parece de uno que abunda y nada en estos bienes, pero ha puesto un límite y<br />

raya a sus deseos y vive con templanza y contento con lo que posee? ¿ No te parecerá<br />

dichoso?<br />

-No lo será -respondió ella- por aquellas cosas, sino por la moderación con que disfruta de<br />

las mismas.<br />

-Muy bien -le dije yo-; ni mi interrogación admite otra respuesta ni tú debiste contestar de<br />

otro modo. Concluyamos, pues, que quien desea ser feliz debe procurarse bienes<br />

permanentes, que no le puedan ser arrebatados por ningún revés de la fortuna.<br />

-Ya hace rato que estamos en posesión de esa verdad -dijo Trigecio.<br />

-¿Dios os parece eterno y siempre permanente?<br />

-Tan cierto es eso -observó Licencio- que no merece ni preguntarse.<br />

Los otros, con piadosa devoción, estuvieron de acuerdo.<br />

-Luego es feliz el que posee a Dios.<br />

12. Gozosamente admitieron todos la idea última.<br />

-Nada nos resta -continué yo- sino averiguar quiénes tienen a Dios, porque ellos son los<br />

verdaderamente dichosos. Decidme sobre este punto vuestro parecer.<br />

-Tiene a Dios el que vive bien -opinó Licencio.<br />

-Posee a Dios el que cumple su voluntad en todo -dijo Trigecio, con aplauso de Lastidiano.<br />

El más pequeñuelo de todos dijo:<br />

-A Dios posee el que tiene el alma limpia del espíritu impuro.<br />

La madre aplaudió a todos, pero sobre todo al niño. Navigio callaba, y preguntándole yo<br />

qué opinaba, respondió que le placía la respuesta de Adeodato. Me pareció también<br />

oportuno preguntar a Rústico sobre su modo de pensar en tan grave materia, porque<br />

callaba más bien por rubor que por deliberación, y mostró su conformidad con Trigecio.<br />

13. Entonces dije yo:<br />

-Conozco ya vuestro pensamiento en esta materia tan grave, fuera de la cual ni conviene<br />

buscar ni se puede hallar cosa alguna, si ahora proseguimos en profundizarla con mucha


calma y sinceridad como hemos comenzado. Mas por tratarse de un tema prolijo (pues<br />

también en los convites espirituales se puede pecar por intemperancia, cebándose<br />

vorazmente en los manjares de la mesa, de donde vienen los empachos, no menos<br />

funestos a la salud espiritual que la misma hambre) dejaremos esta cuestión para<br />

mañana, si os place, y así traeremos a ella un nuevo apetito. Ahora deseo que saboreéis<br />

una golosina que tengo a bien ofreceros yo, como anfitrión de este convite, y si no me<br />

engaño, es como los postres, que se suelen presentar al final, porque está compuesta y<br />

sazonada con miel, digámoslo así, escolástica.<br />

Oyendo esto aguzóse la curiosidad de todos como ante un nuevo plato, y me obligaron a<br />

manifestarles qué era.<br />

-¿Qué ha de ser -les dije yo- sino que toda nuestra contienda con los académicos está<br />

rematada?<br />

Al oír este nombre los tres, a quienes era conocido el argumento sobre los académicos, se<br />

irguieron alegremente, y como extendiendo y ayudando con las manos al anfitrión, con las<br />

mejores palabras hacíanse lenguas en ponderar el regalo y suavidad del postre prometido.<br />

14. Les expliqué entonces el argumento de este modo:<br />

-Si es cosa manifiesta que no es dichoso aquel a quien falta lo que desea, según ya se<br />

demostró, y nadie busca lo que no quiere hallar, y ellos van siempre en pos de la verdad,<br />

es cierto, pues, que quieren poseerla, que aspiran al hallazgo de la misma. Es así que no<br />

la hallan. Luego fracasan todos sus conatos y aspiraciones. No poseen, pues, lo que<br />

quieren, de donde se concluye que no son dichosos. Pero nadie es sabio sin ser<br />

bienaventurado; luego el académico no es sabio.<br />

Aquí ellos, arrebatándolo todo, prorrumpieron en jubilosas exclamaciones. Mas Licencio,<br />

más precavido y escamón para las afirmaciones, observó:<br />

-Yo también arrebaté mi parte con vosotros, y la conclusión me ha colmado de<br />

entusiasmo. Pero no quiero ingerirme nada, y reservo mi porción para Alipio, porque o<br />

juntamente nos repapilaremos de gusto o él me avisará por qué no conviene tocarlo.<br />

-Más debiera temer esas golosinas Navigio, que está enfermo del bazo-le objeté yo.<br />

Y sonriendo, me replicó el aludido:<br />

-Precisamente ellas me curarán. Pues yo no sé cómo este argumento, agudo y artificioso y<br />

compuesto con miel de Himeto, es agridulce y no hincha las vísceras. Por lo cual todo<br />

entero, pues ya está picado el gusto, con mucha fruición va al estómago. No veo cómo<br />

pueda argüirse contra esa conclusión.<br />

-No es posible una réplica-arguyó Trigecio-. Por lo cual me alegro de haber mantenido<br />

siempre mi ojeriza contra los académicos. Pues no sé por qué instinto natural o, por mejor<br />

decir, divino impulso, aun sin saber refutarlos, siempre los miré con hostilidad.<br />

15. Yo-dijo Licencio-todavía no deserto de ellos.<br />

-Luego ¿tú disientes de nosotros?-le dijo Trigecio.<br />

-Tal vez vosotros-le replicó él-, ¿disentís de Alipio?<br />

-No dudo yo de que, si se hallase presente Alipio, se rendiría a este sencillo argumentorepuse<br />

yo-. Pues él no admitiría ninguno de estos absurdos: o que sea dichoso el que<br />

carece de un bien tan estimable del espíritu, en cuya busca corre tan afanosamente, o que<br />

los académicos no quieren hallar la verdad, o que el infeliz sea sabio, porque con estos<br />

tres ingredientes, como con miel, harina y almendra, está confeccionado el postre que tú<br />

no quieres catar.<br />

-Pero ¿cedería él tan pronto a esta golosina pueril, dejando el copioso raudal del sistema<br />

académico, que con su inundación cubriría o arrastraría estos escorzos del raciocinio?<br />

-Como si nosotros-le repliqué yo-buscásemos disertaciones largas, sobre todo contra


Alipio, porque él seguramente argüiría de su mismo cuerpo que estos argumentos breves<br />

son vigorosos y eficaces. Pero, a fin de cuentas, tú que vacilas suspendido por la autoridad<br />

de un ausente, ¿cuál de las tres partes no apruebas? ¿Que no es dichoso el que no tiene lo<br />

que quiere? ¿O no admites que los académicos quisieran, hallar la verdad, que es el ideal<br />

de su búsqueda? ¿O tienes al sabio por un infeliz?<br />

-Dichoso es absolutamente el que no tiene lo que quiere -dijo sonriéndose forzadamente.<br />

Al mandar yo que se tomase nota, dijo.<br />

-No he dicho eso.<br />

Insistí en que se tomase en cuenta, y él confesó que lo había dicho. Pues yo había<br />

dispuesto que no se pronunciase palabra que no constara por escrito. Así lo mantenía<br />

embridado entre el pudor y la firmeza.<br />

16. Y mientras yo, como chanceando, lo provocaba a que tomase para gustar esta porción<br />

suya, advertí que los demás, como ignorantes, pero ávidos de saber lo que tan<br />

jovialmente se trataba entre nosotros, nos miraban sin reírse. Y me hicieron el efecto,<br />

como ocurre muchas veces en los convites, de los que, por hallarse entre convidados muy<br />

golosos y voraces, se abstienen de tomar parte por un sentimiento de dignidad y de<br />

mesura. Y, pues, yo los había convidado, actuando de magnánimo y generoso invitador de<br />

aquel banquete, no pude aguantar, y me impresionó aquella desigualdad y discrepancia de<br />

la mesa. Sonreí a la madre. Y ella libérrimamente, como mandando sacar de su despensa<br />

lo que se echaba de menos, dijo:<br />

-Dinos, pues, manifiéstanos: ¿ quiénes son esos académicos y qué es lo que quieren?<br />

Y habiéndole expuesto con brevedad y lucidez lo que eran, para que nadie lo ignorase,<br />

concluyó ella:<br />

- ¡ Bah!, esos hombres son los caducarios (nombre vulgar para designar a los que ha<br />

estropeado la epilepsia); y al punto se levantó para retirarse; y todos, satisfechos y<br />

joviales nos retiramos también, poniendo fin a nuestra discusión.<br />

CAPÍTULO III<br />

Quién posee a Dios, siendo feliz.-Dos modos de llamar al espíritu impuro<br />

17. Al día siguiente, también después de comer, pero un poco más tarde que el anterior,<br />

nos reunimos y sentamos todos en el mismo lugar.<br />

-Tarde habéis venido al banquete-les dije yo-, lo cual creo se debe no a una indigestión,<br />

sino a la seguridad que tenéis de que serán escasos los manjares; por lo cual me ha<br />

parecido que no debíamos entrar tan pronto en la materia, pues tan luego pensáis acabar.<br />

No hay que creer que quedaron muchas sobras, cuando no hubo abundancia de platos, en<br />

el día mismo de la solemnidad. Y todo tiene sus ventajas. Qué se os ha preparado, ni yo<br />

mismo puedo decirlo. Pero hay quien ofrece a todos la copia de sus alimentos,<br />

mayormente los especiales de que aquí tratamos. Si bien nosotros nos abstenemos de<br />

tomarlos o por debilidad, o por estar ahítos, o por la ocupación, pues ayer piadosa y<br />

firmemente convinimos en que Dios, permaneciendo en nosotros, hace bienaventurados a<br />

los hombres que lo poseen. Habiendo ya probado razonadamente que es bienaventurado<br />

el que tiene a Dios (sin rehusar ninguno de vosotros esta verdad), se propuso la cuestión:<br />

¿quién os parece que posee a Dios? Tres definiciones o pareceres se dieron acerca de este<br />

punto, si la memoria me es fiel. Según algunos, tiene a Dios el que cumple su voluntad;<br />

según otros, el que vive bien goza de esa prerrogativa. Plúgoles a los demás decir que<br />

Dios habita en los corazones puros.<br />

18. Pero quizá todos con diversas palabras dijisteis lo mismo. Pues si consideramos las<br />

dos primeras definiciones, el que vive bien hace la voluntad divina y quien cumple lo que<br />

El quiere vive bien. Vivir bien es hacer lo que a Dios agrada, ¿no estáis conformes?<br />

Asintieron todos.


-Vamos a considerar más despacio la tercera forma de expresión, porque en los ritos<br />

santísimos de los divinos misterios el espíritu impuro se designa de dos modos, según<br />

entiendo. El primero es cuando extrínsecamente invade el alma y conturba los sentidos,<br />

imprimiendo en los hombres un estado de frenesí o de furor, y para expulsarlo, los<br />

sacerdotes imponen las manos o exorcizan, es decir, lo conjuran con divino poder que<br />

salga de allí. En otro sentido, se llama espíritu inmundo toda alma impura o inquinada con<br />

vicios o errores. Así que ahora te pregunto a ti, niño, que tal vez proferiste esta sentencia<br />

con un espíritu más cándido y puro, ¿quién te parece que no tiene el espíritu impuro? ¿El<br />

que no es poseso del demonio, que causa perturbaciones mentales en los hombres, o el<br />

que purificó el alma de todos sus vicios y pecados?<br />

-El que vive castamente está libre del espíritu inmundo-respondió el interpelado.<br />

-Pero ¿a quién llamas casto? ¿Al que nada peca o al que se abstiene del ilícito comercio<br />

carnal?<br />

-¿Cómo puede ser casto-respondió-el que sólo se abstiene de ilícito comercio carnal y con<br />

los demás pecados trae manchada su alma? Aquel es verdaderamente casto que trae los<br />

ojos fijos en Dios y vive consagrado a El.<br />

Plúgome insertar estas palabras tal como fueron dichas por el niño, y proseguí:<br />

-Luego el casto es necesario que viva bien, y el que vive bien necesariamente ha de ser<br />

casto; ¿ no te parece?<br />

Asintió con los demás.<br />

-Las tres sentencias, pues, coinciden en una.<br />

19. Yo os pregunto ahora si Dios quiere que lo busque el hombre.<br />

Convinieron todos en ello.<br />

-Otra pregunta: el que busca a Dios, ¿hace una vida contraria a la virtud?<br />

-De ningún modo-respondieron.<br />

-Tercera pregunta: ¿el espíritu inmundo, puede buscar a Dios?<br />

Contestaron negativamente todos, menos Navigio, que al fin hizo coro con ellos.<br />

-Si, pues, el que busca a Dios cumple su voluntad, y vive bien, y carece del espíritu<br />

inmundo; y por otra parte, el que busca a Dios no lo posee todavía, luego ni todo el que<br />

vive bien cumple su voluntad ni el que carece del espíritu impuro ha de decirse que posee<br />

a Dios.<br />

Aquí, ante la sorpresa de una consecuencia deducida de sus mismas concesiones, riéronse<br />

todos, y la madre, la cual, por estar desatenta, me rogó le explicara y desarrollara lo que<br />

se hallaba envuelto en la conclusión. Después que le complací, dijo:<br />

-Nadie puede llegar a Dios sin buscarlo.<br />

-Muy bien-le dije yo-. Pero el que busca no posee a Dios, aun viviendo bien. Luego no todo<br />

el que vive bien posee a Dios.<br />

-A mí me parece que a Dios nadie lo posee, sino que, cuando se vive bien, El es propicio;<br />

cuando mal, es adverso-replicó ella.<br />

-Entonces se derrumba nuestra definición de ayer cuando convinimos que ser<br />

bienaventurado es poseer a Dios, porque todo hombre tiene a Dios, y no por eso es<br />

dichoso.<br />

-Añade que lo tiene propicio-insistió ella.<br />

20. -¿Convenimos, pues, en esto a lo menos: es bienaventurado el que a Dios tiene


favorable?<br />

-Quisiera dar mi asentimiento-dijo Navigio-; pero temo al que todavía busca, sobre todo<br />

para que no concluyas que es bienaventurado el académico, al que ayer, con un vocablo<br />

vulgar muy expresivo, lo definimos como un epiléptico. Porque no puedo creer que Dios<br />

sea adverso al que le busca; y si decir esto es una injusticia, luego le será propicio; y el<br />

que tiene a Dios propicio es bienaventurado. Será, pues, feliz el que le busca, pero el que<br />

busca no tiene lo que busca, y resultará feliz el que no tiene lo que quiere, lo cual ayer nos<br />

parecía un absurdo; y por eso creímos que todas las tinieblas de los académicos estaban<br />

desvanecidas. Y con esto Licencio triunfará de nosotros; y como prudente médico, me<br />

amonestará que aquellos dulces que, contraviniendo a mi régimen sanitario, tomé, exigen<br />

de mí este castigo.<br />

21. Hasta la madre se rió a estas palabras, y Trigecio apuntó:<br />

-Yo no concedo tan pronto que Dios es adverso al que no es propicio, y sospecho que debe<br />

haber aquí un término medio.<br />

-Y este hombre medio-le pregunté yo-a quien Dios ni es favorable ni adverso, ¿concedes<br />

que tiene a Dios de algún modo? Dudando él, intervino la madre:<br />

-Una cosa es tener a Dios y otra no estar sin Dios.<br />

-¿Y qué es mejor: tener a Dios o no estar sin El?<br />

-Yo concibo así la cosa-dijo ella-: el que vive bien, a Dios tiene propicio; el que vive mal,<br />

tiene a Dios enemistado. Y el que busca todavía y no le ha hallado, no le tiene ni propicio<br />

ni adverso, pero no está sin Dios.<br />

-¿Opináis así también vosotros?-les pregunté.<br />

-El mismo parecer tenemos-respondieron.<br />

-Decidme ahora: ¿no os parece que Dios mira propicio al hombre a quien favorece?<br />

-Sí.<br />

-¿No favorece al que le busca?<br />

-Ciertamente-fue la respuesta general.<br />

-Tiene, pues, a Dios propicio el que le busca, y todo el que tiene propicio a Dios es<br />

bienaventurado. Luego el buscador de Dios es también feliz. Y, por consiguiente, será<br />

bienaventurado el que no tiene lo que quiere.<br />

-A mí no me parece de ningún modo feliz el que no tiene lo que quiere-objetó la madre.<br />

-Luego no todo el que tiene propicio a Dios es feliz-argüí yo.<br />

-Si a ese punto nos lleva la razón, no puedo oponerme-replicó ella.<br />

-La clasificación, pues, será ésta-añadí yo-: todo el que ha hallado a Dios y lo tiene<br />

propicio es dichoso; todo el que busca a Dios, lo tiene propicio, pero no es dichoso aún; y<br />

todo el que vive alejado de Dios por sus vicios y pecados, no sólo no es dichoso, pero ni<br />

tiene propicio a Dios.<br />

22. Aplaudieron todos mis ideas.<br />

-Está bien-les dije-; pero temo todavía que os haga mella una concesión anterior, a saber:<br />

es desdichado todo el que no es dichoso, porque la consecuencia hará desgraciado al<br />

hombre que tiene propicio a Dios, pues el que busca no es feliz aún, según hemos<br />

convenido. ¿O acaso, como Tulio dice, llamamos neos a los propietarios de fincas terrenas<br />

y consideramos pobres a los que poseen el tesoro de las virtudes? Pero notad cómo,<br />

siendo verdad que todo indigente es infeliz, no lo es menos que todo infeliz es un<br />

indigente. De donde resulta que la miseria y la penuria son una misma cosa. Esta es una


proposición ya sostenida por mí. Mas la investigación de este tema nos llevaría lejos hoy.<br />

Por lo cual os ruego que no os molestéis por acudir también mañana a este banquete.<br />

Aprobaron muy de buena gana todos mi propuesta y nos levantamos de allí.<br />

CAPÍTULO IV<br />

Discusión del tercer día.-Renuévase la cuestión propuesta.-Miserable es todo necesitado.-<br />

El sabio no es indigente.-La miseria y riqueza del alma.-El hombre feliz<br />

23. El tercer día de nuestra discusión se disiparon las nubes de la mañana, que nos<br />

hubieran obligado a recogernos en la sala de baños, y tuvimos un espléndido tiempo<br />

después de comer. Bajamos, pues, al prado próximo, y cada cual se acomodó donde le<br />

vino bien, y la conversación tomó este rumbo.<br />

-Conservo y retengo-les dije-casi todas las respuestas hechas a mis preguntas; por lo<br />

cual, hoy, a fin de distinguir este banquete con algún intervalo de días, no habrá lugar casi<br />

a la interrogación. Porque ya dijo la madre que la miseria no es más que la indigencia, y<br />

convinimos todos en que los indigentes eran desgraciados. Pero hay una cuestioncilla que<br />

no tocamos ayer, es decir: ¿todos los desgraciados padecen necesidad? Si llegamos a<br />

demostrar con la razón este punto, tenemos la perfecta definición del hombre feliz, que<br />

será el que no padece necesidad. Pues todo el que no es desgraciado es feliz. Luego será<br />

feliz el que no tiene necesidades, si averiguamos que la miseria y la penuria son la misma<br />

cosa.<br />

24. ¿Pues qué?-dijo Trigecio-, ¿no puede concluirse ya que el que no tiene necesidad es<br />

feliz, por ser cosa manifiesta que todo indigente es infeliz, pues ya hemos concedido que<br />

no hay término medio entre la miseria y la felicidad?<br />

-¿Te parece que hay término medio entre un vivo y un muerto?-le pregunté-. ¿No es todo<br />

hombre o vivo o muerto?<br />

-Confieso que no hay en eso término medio; pero ¿a qué viene esa cuestión?<br />

-Porque también-insistí-confesarás lo siguiente: todo el que fue sepultado ha un año está<br />

muerto. (No negaba.) Mas dime: ¿todo el que no fue sepultado hace un año, vive?<br />

-No hay consecuencia-respondió.<br />

-Tampoco la hay en deducir de esta proposición: todo indigente es infeliz, esta otra: luego<br />

todo el que no tenga indigencia o necesidad es bienaventurado, aunque entre el feliz y el<br />

infeliz, como entre lo vivo y lo muerto, no cabe término medio.<br />

25. Como algunos torpeasen en entender lo dicho, lo expliqué y aclaré con las palabras<br />

más propias que pude.<br />

-Nadie pone en duda que es infeliz el que está necesitado, sin que nos amedrenten aquí<br />

algunas necesidades corporales de los sabios, pues el alma, sujeto de la vida feliz, está<br />

libre de ellas. El ánimo es perfecto, y no le falta nada. Lo que le parece necesario para el<br />

cuerpo, lo toma si lo tiene a mano, y si le falta, no sufre quebranto alguno por ello. Porque<br />

todo sabio es fuerte, y ningún fuerte cede al temor. No teme, pues, el sabio ni la muerte<br />

corporal ni los dolores para cuyo remedio, supresión o aplazamiento son menester todas<br />

aquellas cosas cuya falta le puede afectar. Sin embargo, no deja de usar bien de ellas si<br />

las tiene, porque es muy verdadera aquella sentencia: "Cuando se puede evitar un mal es<br />

necedad admitirlo". Evitará, pues, la muerte y el dolor cuanto puede y conviene, y si no<br />

los evita, no será infeliz porque le sucedan esas cosas, sino porque pudiéndolas evitar no<br />

quiso; lo cual es señal evidente de necedad. Al no evitarlas, será desgraciado por su<br />

estulticia, no por padecerlas. Y si no puede evitarlas a pesar del empeño que ha puesto,<br />

esos males inevitables tampoco le harán desgraciado, por ser no menos verdadera la<br />

sentencia del mismo cómico: "Pues no puede verificarse lo que quieres, quiere lo que<br />

puedas". ¿Cómo puede ser infeliz cuando nada le sucede contrario a su voluntad? No<br />

puede querer lo que a sus ojos se ofrece como imposible, tiene la voluntad puesta en<br />

cosas que no le pueden faltar. Sus acciones van moderadas por la virtud y ley de la


sabiduría divina, y nadie es capaz de arrebatarle su íntima satisfacción.<br />

26. Ved ahora si todo desgraciado es igualmente necesitado. A la sentencia afirmativa se<br />

opone la dificultad de muchos hombres que viven disfrutando de grandes bienes de<br />

fortuna y todo les es fácil, porque a una simple indicación se cumplen sus deseos.<br />

Ciertamente es difícil este linaje de vida. Pero supongamos alguien semejante a aquel<br />

Orata de quien habla Cicerón. ¿Quién dirá que tuvo necesidades un hombre como él,<br />

riquísimo, amenísimo, dichosísimo, pues nada le faltó ni en materia de gustos, ni en<br />

favores, ni en buena y entera salud? Poseía tierras de mucha renta y amigos muy<br />

agradables a granel; de todo usó convenientemente para la salud del cuerpo, y para<br />

decirlo con brevedad, salió prósperamente de todas las empresas y deseos. Me diréis tal<br />

vez que acaso deseó más de lo que poseía. No lo sabemos. Pero basta a nuestro propósito<br />

saber que no apeteció más dé lo que tuvo. ¿Os parece un hombre necesitado?<br />

-Aun suponiendo que no tuviese ninguna necesidad-respondió Licencio-, cosa que no se<br />

comprende en el que no es sabio, sin duda temía, por ser hombre de buen ingenio, como<br />

se dice, que todo aquello le fuese arrebatado con algún vuelco de la fortuna. Poco ingenio<br />

se necesita para comprender que todos aquellos bienes estaban sometidos a los vaivenes<br />

de la suerte.<br />

-Entonces resulta, Licencio-le dije yo sonriendo-, que a este hombre afortunadísimo, su<br />

buen ingenio le estorbó a ser feliz. Pues cuanto más agudo era, mejor comprendía la<br />

caducidad de sus bienes, y le perturbaba el miedo y confirmaba él dicho vulgar: "Al<br />

hombre inseguro de todo, su mismo mal lo hace cuerdo".<br />

27. Riéronse todos aquí, y yo proseguí:<br />

-Estudiemos más a fondo esta cuestión, porque ese hombre era presa de un temor, pero<br />

no de una necesidad; y de esto se trata. La necesidad consiste en no tener, no en el temor<br />

de perder lo que se tiene. Luego no todo desgraciado es indigente.<br />

Dieron su aprobación a mi dicho, aun aquella cuya sentencia defendía yo, pero un poco<br />

indecisa, dijo:<br />

-Con todo, no entiendo cómo puede separarse de la indigencia la miseria, o viceversa.<br />

Porque aun ese que era rico y, como decís, no deseaba más, no obstante, por ser esclavo<br />

del temor de perderlo todo, necesitaba la sabiduría. Le llamaríamos, pues, indigente si le<br />

faltase plata o dinero; y carece de sabiduría, ¿ y no le tenemos por tal?<br />

Todos prorrumpieron aquí en exclamaciones y admiraciones; yo también daba riendas a<br />

mi gozo y satisfacción, por recoger de los labios de mi madre una grande verdad que,<br />

espigada en los libros de los filósofos, la reservaba yo como una sorpresa para agasajo<br />

final.<br />

-¿Veis-les dije yo-la diferencia que hay entre esos sabios que se nutren de muchos y<br />

diversos conocimientos y un alma enteramente consagrada a Dios? Pues ¿de dónde<br />

proceden estas respuestas que admiramos sino de aquella fuente?<br />

Aquí Licencio exclamó festivo:<br />

-Ciertamente, nada pudo decirse ni más verdadero ni más divino. Porque la máxima y más<br />

deplorable indigencia es carecer de la sabiduría, y el que la posee, todo lo tiene.<br />

28. -Luego la miseria del alma-continué yo-es la estulticia, contraria a la sabiduría como la<br />

muerte a la vida, como la vida feliz a la infeliz, pues no hay término medio entre las dos.<br />

Así como todo hombre no feliz es infeliz y todo hombre no muerto vive, así todo hombre<br />

no necio es sabio. De lo cual puede colegirse que Sergio Orata no era sólo desdichado por<br />

el temor de perder los bienes de su fortuna, sino también por ser necio. De donde resulta<br />

que sería más miserable, si, aun en medio de tan fugaces y perecederas cosas, que él<br />

reputaba bienes, hubiese vivido sin temor alguno, porque su seguridad le hubiera venido<br />

no de la vigilancia de la fortaleza, sino del sopor mental, y, por tanto, se hallaría<br />

sumergido en una más profunda insipiencia. Pues si todo hombre falto de sabiduría es un<br />

indigente y el que la posee de nada carece, síguese que todo necio es desgraciado y todo<br />

desgraciado necio. Quede, pues, asentado esto: toda necesidad equivale a miseria y toda


miseria implica necesidad.<br />

29. Como Trigecio asegurase que no entendía bien esta consecuencia, le pregunté yo:<br />

-¿A qué conclusiones lógicas hemos llegado?<br />

-A ésta: el falto de sabiduría es un indigente-respondió.<br />

- ¿Y qué es tener indigencia o necesidad?<br />

-Carecer de sabiduría-dijo.<br />

-¿Y qué es carecer de sabiduría?-le pregunté yo. Como callase, proseguí:<br />

-¿No es tal vez vivir en la estulticia?<br />

-Eso es-respondió.<br />

-Luego la indigencia es necedad; de donde resulta que hay que dar a la necesidad otro<br />

nombre cuando se habla de la estulticia. Aunque ni sé como decimos: tiene necesidad o<br />

tiene estulticia. Es como si dijésemos de un cuarto oscuro que tiene tinieblas, lo cual<br />

equivale a decir que no tiene luz. Pues las tinieblas no vienen ni se retiran; sino carecer de<br />

luz es lo mismo que ser tenebroso, como carecer de vestido es estar desnudo. Al ponerse<br />

un vestido, la desnudez no huye como una cosa móvil. Decimos, pues, que alguien tiene<br />

necesidad, como si dijésemos que tiene desnudez, por emplear una palabra que significa<br />

carencia. Explico mejor mi pensamiento: Decir tiene necesidad significa lo mismo que<br />

tiene el no tener. Demostrado, pues, que la estulticia es la verdadera y cierta indigencia,<br />

mira si la cuestión que nos hemos propuesto está ya resuelta. Preguntábamos si la<br />

infelicidad implica la indigencia, y hemos convenido en que estulticia e indigencia se<br />

equivalen. Luego como todo necio es infeliz y todo infeliz un necio, así también todo<br />

indigente es infeliz y todo infeliz un indigente. Y si de ser todo necio un infeliz y todo infeliz<br />

un necio se sigue que la necedad es una infelicidad o miseria, ¿por qué no concluir ya que<br />

infelicidad e indigencia se identifican, pues todo indigente es infeliz y todo infeliz un<br />

indigente?<br />

30. Asintieron todos a mis razones.<br />

-Veamos ahora-continué-quién no es indigente, porque ése será el bienaventurado y el<br />

sabio. La estulticia significa indigencia y penuria; lleva consigo cierta esterilidad y carestía.<br />

Y notad ahora la agudeza de los antiguos en la invención de todas las palabras, pero sobre<br />

todo de algunas cuyo conocimiento nos es tan necesario. Todos convenimos en que todo<br />

necio es un indigente y todo indigente un necio. Me concederéis también que el necio es<br />

vicioso y que todos los vicios se comprenden en la palabra necedad. Ya el primer día de<br />

esta discusión se dijo que la palabra nequitia, maldad, se deriva de necquidquam, lo que<br />

no es nada, y su contraria frugalidad, de fruto. En estas dos cosas contrarias, nequicia y<br />

frugalidad, campean dos conceptos: el ser y no ser. ¿Qué pensamos que es lo contrario a<br />

la indigencia?<br />

-Yo diría que las riquezas, pero veo que la pobreza es su contraria-dijo Trigecio.<br />

-Es cosa también muy cercana-le dije yo-. Porque pobreza e indigencia se toman<br />

ordinariamente por la misma cosa. Con todo, hay que acudir a otra palabra para que a la<br />

mejor parte no falte un vocablo, pues como la peor tiene dos vocablos-indigencia y<br />

pobreza-, para la mejor sólo disponemos de uno: riquezas. Y nada más absurdo que esta<br />

pobreza de palabras cuando se pretende averiguar lo contrario a la pobreza.<br />

-A mí me parece que la palabra plenitud se opone a la indigencia-observó Licencio.<br />

31. -Dejemos-repuse yo-para después la investigación de otra palabra más adecuada,<br />

pues eso es secundario en la investigación de la verdad. Y aunque Salustio, ponderadísimo<br />

conocedor del valor de las palabras, opuso a la pobreza la opulencia, con todo, doy por<br />

aceptada la palabra plenitud. No hay que temer aquí a los gramáticos ni la censura de los<br />

que pusieron a nuestra disposición sus bienes, por no esmerarnos en la selección de las<br />

palabras.


Mis oyentes se rieron y proseguí yo:<br />

-Habiéndome propuesto oír vuestro parecer, porque, cuando estáis atentos al estudio de<br />

las cosas divinas, sois como unos oráculos, veamos lo que significa este nombre, pues me<br />

parece sumamente adecuado para la verdad. La plenitud y la pobreza son términos<br />

contrarios; y aquí, lo mismo que en la nequicia y frugalidad, se ofrecen dos conceptos: ser<br />

y no ser. Si, pues, indigencia es la estulticia, la sabiduría será la plenitud. Con razón<br />

llamaron algunos a la frugalidad madre de todas las virtudes. Admitiendo esta idea, dice<br />

Cicerón en un discurso popular: Cada cual aténgase a lo que quiere; pero yo juzgo que la<br />

frugalidad, esto es, la moderación y templanza, es la más excelente virtud. Muy sabia y<br />

oportuna sentencia. Tenía la mira puesta en el fruto, esto es, en la fecundidad del ser,<br />

contraria al no ser. Pero como el uso vulgar ha limitado la frugalidad a la sobriedad o<br />

parsimonia, añadió dos nombres más: la moderación y la templanza. Consideremos más<br />

atentamente estos dos nombres.<br />

32. Modestia o moderación se dijo de modo, y templanza, de temperies. Donde hay<br />

moderación y templanza, allí nada sobra ni falta. Ella, pues, comprende la plenitud,<br />

contraria a la pobreza, mucho mejor que la abundancia, porque en ésta se insinúa cierta<br />

afluencia y desbordamiento excesivo de una cosa. Y cuando esto ocurre, falta allí la<br />

moderación, y las cosas excesivas necesitan medida o modo. Luego la abundancia supone<br />

cierta pobreza, mientras la medida excluye lo excesivo y lo defectuoso. La opulencia<br />

misma, examinada bien, comprende el modo, pues se deriva de ope, ayuda. Pero ¿cómo lo<br />

excesivo puede servir de ayuda, si muchas veces es más molesto que lo escaso? Tanto lo<br />

excesivo como lo defectuoso carecen dé medida, y en este sentido se muestran indigentes<br />

y faltos. La sabiduría, es, pues, la mesura del alma, por ser contraria a la estulticia, y la<br />

estulticia es pobreza, y la pobreza, contraria a la plenitud. Concluyese que la sabiduría es<br />

la plenitud. Es así que en la plenitud hay medida. Luego la medida del alma está en la<br />

sabiduría. De donde aquel dicho célebre, de máxima utilidad para la vida: En todo evita la<br />

demasía.<br />

33. Mas convinimos al principio de nuestra discusión de hoy que si lográbamos identificar<br />

la miseria y la indigencia, estimaríamos bienaventurado al no indigente. Pues bien: ya<br />

hemos llegado a este resultado.<br />

Luego ser dichoso es no padecer necesidad, ser sabio. Y si me preguntáis qué es la<br />

sabiduría (concepto a cuya exploración y examen se consagra la razón, según puede,<br />

ahora), os diré que es la moderación del ánimo, por la que conserva un equilibrio, sin<br />

derramarse demasiado ni encogerse más de lo que pide la plenitud. Y se derrama en<br />

demasía por la lujuria, la ambición, la soberbia y otras pasiones del mismo género, con<br />

que los hombres intemperantes y desventurados buscan para sí deleites y poderío. Y se<br />

coarta con la avaricia, el miedo, la tristeza, la codicia y otras afecciones, sean cuales<br />

fueren, y por ellas los hombres experimentan y confiesan su miseria. Mas cuando el alma,<br />

habiendo hallado la sabiduría, la hace objeto de su contemplación; cuando, para decirlo<br />

con palabras de este niño, se mantiene unida a ella e, insensible a la seducción de las<br />

cosas vanas, no mira sus apariencias engañosas, cuyo peso y atracción suele apartar y<br />

derribar de Dios, entonces no teme la inmoderación, la indigencia y la desdicha. El hombre<br />

dichoso, pues, tiene su moderación o sabiduría.<br />

34. Mas ¿cuál ha de ser la sabiduría digna de este nombre sino la de Dios? Por divina<br />

autoridad sabemos que el Hijo de Dios es la Sabiduría de Dios; y ciertamente es Dios el<br />

Hijo de Dios. Posee, pues, a Dios el hombre feliz, según estamos de acuerdo todos desde<br />

el primer día de este banquete. Pero ¿qué es la Sabiduría de Dios sino la Verdad? Porque<br />

Él ha dicho: Yo soy la verdad. Mas la verdad encierra una suprema Medida, de la que<br />

procede y a la que retorna enteramente. Y esta medida suma lo es por sí misma, no por<br />

ninguna cosa extrínseca. Y siendo perfecta y suma, es también verdadera Medida. Y así<br />

como la Verdad procede de la Medida, así ésta se manifiesta en la Verdad. Nunca hubo<br />

Verdad sin Medida ni Medida sin Verdad. ¿Quién es el Hijo de Dios? Escrito está: la<br />

Verdad. ¿Quién es el que no tiene Padre sino la suma Medida? Luego el que viniere a la<br />

suprema Regla o Medida por la Verdad es el hombre feliz. Esto es poseer a Dios, esto es<br />

gozar de Dios. Las demás cosas, aunque estén en las manos de Dios, no lo poseen.<br />

35. Mas cierto aviso que nos invita a pensar en Dios, a buscarlo, a desearlo sin tibieza,<br />

nos viene de la fuente misma de la Verdad. Aquel sol escondido irradia esta claridad en


nuestros ojos interiores. De él procede toda verdad que sale de nuestra boca, incluso<br />

cuando por estar débiles o por abrir de repente nuestros ojos, al mirarlo con osadía y<br />

pretender abarcarlo en su entereza, quedamos deslumbrados, y aun entonces se<br />

manifiesta que El es Dios perfecto sin mengua ni degeneración en su ser. Todo es íntegro<br />

y perfecto en aquel omnipotentísimo Dios. Con todo, mientras vamos en su busca y no<br />

abrevamos en la plenitud de su fuente, no presumamos de haber llegado aún a nuestra.<br />

Medida; y aunque no nos falta la divina ayuda, todavía no somos ni sabios ni felices. Luego<br />

la completa saciedad de las almas, la vida dichosa, consiste en conocer piadosa y<br />

perfectamente por quién eres guiado a la Verdad, de qué Verdad disfrutas y por qué<br />

vínculo te unes al sumo Modo. Por estas tres cosas se va a la inteligencia de un solo Dios y<br />

una sola sustancia, excluyendo toda supersticiosa vanidad.<br />

Aquí a la madre saltáronle a la memoria las palabras que tenía profundamente grabadas, y<br />

como despertando a su fe, llena de gozo, recitó los versos de nuestro sacerdote: "Guarda<br />

en tu regazo, ¡oh Trinidad!, a los que te ruegan." Y añadió :<br />

-Esta es, sin duda, la vida feliz, porque es la vida perfecta, y a ella, según presumimos,<br />

podemos ser guiados pronto en alas de una fe firme, una gozosa esperanza y ardiente<br />

caridad.<br />

36. Ea, pues, dije yo, porque la moderación misma exige que interrumpamos con algún<br />

intervalo de días nuestro convite, yo con todas mis fuerzas doy gracias a Dios sumo y<br />

verdadero Padre, Señor Libertador de las almas, y después a vosotros, que unánimemente<br />

invitados me habéis colmado también de regalos. Habéis colaborado tanto en mis<br />

discursos, que puedo decir que he sido harto de mis convidados.<br />

Todos estábamos gozosos y alabábamos al Señor, y Trigecio exclamó:<br />

-Ojalá que todos los días nos obsequies con convites como éste.<br />

-Y vosotros debéis guardar en todo, amar en todo la moderación-le respondí-, si queréis<br />

de veras que volvamos a Dios. Dicho esto, se terminó la discusión y nos retiramos.<br />

<strong>SAN</strong> AGUSTÍN.<br />

LA CIUDAD DE DIOS.<br />

INTRODUCCIÓN<br />

DE<br />

FRANCISCO MONTES DE OCA.<br />

INTRODUCCIÓN<br />

Del mismo modo que un cuerpo humano minado por la vejez llama a las<br />

enfermedades, así el Imperio Romano, a fines del siglo<br />

IV, llamaba a su seno a los Bárbaros.<br />

Y vinieron, en efecto: y llegaron, no sólo como estaban todos<br />

habituados a verlos antaño, es decir, como soldados más o menos<br />

encuadrados, sino por tribus enteras, con mujeres y niños, con


carromatos, carretas de bagajes, caballerías de reserva,<br />

animales y rebaños. El término exacto para designar aquel fenómeno,<br />

mucho más que la palabra española invasión, que hace<br />

pensar, sobre todo, en la entrada de un ejército en un país, sería el<br />

alemán Völkerwanderung, migración de pueblos. Lo que el<br />

universo mediterráneo había conocido más de mil años antes de nuestra<br />

Era, cuando los invasores arios, griegos y latinos,<br />

habían asaltado los viejos imperios, volvió a reproducirse a partir<br />

de fines del siglo IV.<br />

Uno de los episodios que mayor trascendencia tuvo y que más conmoción<br />

causó en el seno del Imperio fue el saqueo de Roma<br />

por las tropas de Alarico en el año 410. Acontecimiento terrible, que<br />

depositó un dejo de tristeza aun en los espíritus más firmes,<br />

aunque no fue totalmente inesperado.<br />

El propio San Agustín se sintió profundamente conmovido. Llevaba en<br />

el corazón el destino del Imperio, por lo ligado que lo<br />

creía al destino de la Iglesia. Dos años antes había sabido con gran<br />

consternación, por una carta del presbítero Victoriano, cómo<br />

los vándalos habían invadido la infortunada España y cómo habían<br />

incendiado sistemáticamente todas las basílicas y asesinado,<br />

casi sin excepción, a cuantos siervos de Dios pudieron capturar. Y a<br />

comienzos del 409, cuando los visigodos amenazaron por<br />

vez primera la Ciudad eterna, reprendía Agustín a una matrona allí<br />

residente, porque, habiéndole escrito tres veces, nada le<br />

contaba sobre la situación de Roma: "Tu última carta no me dice nada<br />

sobre vuestras tribulaciones. Y querría saber qué hay de<br />

cierto en un confuso rumor llegado hasta mí acerca de una amenaza a<br />

la Ciudad"<br />

El temor del obispo de Hipona se convertiría en desoladora realidad<br />

en menos de dos años. Roma, la inexpugnable Roma, fue<br />

conquistada por Alarico y entregada al saqueo; la Ciudad eterna tuvo<br />

que confesarse mortal. La fecha del 24 de agosto de 410<br />

sonó en los oídos romanos como la campana de la agonía. Durante<br />

cuatro días consecutivos se desencadenó allí un frenesí de<br />

crímenes y de violencias, en una atmósfera de pánico.<br />

Pocos días después llegaba al África la terrible nueva: ¡Roma acababa<br />

de ser saqueada por los bárbaros! La vieja capital,<br />

inviolada desde los lejanos tiempos de la invasión gala, había sido<br />

forzada por las bandas de un godo y gemía todavía bajo el<br />

peso de sus ultrajes. Y tras la nueva, fueron llegando algunos de los<br />

que lograron escapar a la catástrofe. Veíase desembarcar,<br />

en atuendo mísero y con la mirada turbada, a aristócratas fugitivos<br />

portadores de los más ilustres apellidos romanos. Se<br />

escuchaban sus relatos acerca de los actos de terror en la ciudad,<br />

los palacios incendiados, los jardines de Salustio en llamas, la<br />

casa de los ricos, la sangre que manchaba los mármoles de los foros,<br />

los carros de los bárbaros atestados de objetos preciosos<br />

robados y maltrechos. Familias enteras habían quedado aniquiladas,<br />

habían sido asesinados senadores, violadas vírgenes<br />

consagradas a Dios, y la anciana Marcela había sido abandonada por<br />

muerta en su palacio del Ayentino, por no haber podido<br />

mostrar a los bárbaros asaltantes ningún escondrijo de oro y haberles<br />

rogado solamente que respetaran el honor de su joven<br />

compañera Principia. Se los oía con horror y se repetían por doquiera<br />

sus relatos, mientras ellos, los últimos romanos, se daban<br />

prisa en abandonar la minúscula ciudad portuaria y marchaban a<br />

Cartago, donde inmediatamente ocupaban otra vez<br />

localidades en el teatro, y donde, con la presencia de los fugitivos<br />

romanos, la locura y barahúnda eran mayores que antes.<br />

Pero la impresión de la caída de Roma no podía borrarse fácilmente.<br />

El mundo parecía decapitado. "¡Cómo han caído las<br />

torres!", leían los ascetas en Jeremías y pensaban en la torre de la<br />

muralla aureliana. "¡Qué solitaria está la ciudad, antes<br />

populosa!", pensaban las gentes pías, cuando oían hablar del<br />

espantoso vacío que siguiera al saqueo, de cómo aullaban los<br />

canes en los palacios desiertos, de cómo salían los supervivientes,


agotados por el hambre, después de cinco días de forzada<br />

abstinencia, de las basílicas, y se daban la mano para sostenerse en<br />

pie por las calles cubiertas de cadáveres, mientras<br />

chirriaban, camino del sur, por la Vía Apia, los carros cargados de<br />

oro y plata y de jóvenes y muchachas cautivas.<br />

Es cierto que Alarico y sus soldados no permanecieron más que tres<br />

días en la Ciudad eterna, después de haberla saqueado a<br />

ciencia y conciencia; es cierto que se instituyó una fiesta<br />

conmemorativa para celebrar el aniversario de su liberación. Con todo<br />

la caída de la capital tuvo una resonancia inmensa y durable por todo<br />

el Imperio. Puede resultarnos hoy a nosotros un tanto<br />

difícil de comprender: contemplada de lejos, la entrada de los<br />

bárbaros en la Ciudad eterna quizá no nos parezca más que un<br />

incidente banal. La administración del Imperio, y el emperador<br />

Honorio mismo, hacía varios años que ya no residían ahí.<br />

Retirados a Ravena, fortalecidos detrás de una fuerte cintura de<br />

lagunas, se hallaban a buen recaudo desde el 404, y<br />

dispuestos a proseguir, sin sentirse inquietados seriamente, aquellas<br />

bajas intrigas que constituían lo esencial de sus<br />

preocupaciones cotidianas. Por lo demás, al cabo de pocos años los<br />

mismos contemporáneos se dieron cuenta de que nada<br />

había cambiado en sus costumbres, de que el Imperio sobrevivía a<br />

todas las catástrofes y de que no había lugar para<br />

inquietarse por un desastre tan rápidamente reparado.<br />

Pero de momento no fue así. Tremendamente sacudidos en sus ánimos<br />

paganos y cristianos pusiéronse por una vez de<br />

acuerdo para plañir juntos las calamidades que les afectaban<br />

igualmente. Hacía largo tiempo que venían, atribuyendo los<br />

primeros todas las desventuras de Roma al hecho de que los cristianos<br />

hubiesen abandonado a sus antiguos dioses. Pero<br />

también estos empezaron a repetir con otras palabras y en diferente<br />

sentido la misma cantinela: ¿"Dónde están ahora las<br />

memoriae de los apóstoles?", oía decir el obispo a sus gentes. "¿De<br />

qué le ha valido a Roma poseer a Pedro y a Pablo? Antes<br />

estaba en pie la ciudad, ahora ha caído". Los que así murmuraban eran<br />

cristianos y no podía replicarles el prelado de Hipona,<br />

como a los no cristianos, que un pagano como Radagaiso, que ofrecía<br />

puntualmente cada día sacrificios a los dioses, fue<br />

vencido, y Alarico, que era cristiano, fue vencedor. Difícilmente<br />

podía alegar esto ante cristianos descontentos. ¿No era Alarico<br />

arriano? ¿Y tenía que caer la Ciudad eterna precisamente ahora cuando<br />

estaba ceñida por una corona de sepulcros de<br />

mártires?<br />

El viejo pecado bíblico de la murmuración volvía a levantar cabeza<br />

entre aquellos fieles, presa del abatimiento, y no era<br />

permitido al pastor permanecer callado. Cuando, súbitamente y casi<br />

sin lucha, sucumbió la Ciudad, recibió Agustín las primeras<br />

noticias, en una casa de campo en que, por prescripción médica, tenía<br />

que descansar un verano enteró. Inmediatamente mandó<br />

una carta a Hipona, exhortando al pueblo y clero á cooperar en vez de<br />

lamentarse, a acoger y vestir a los fugitivos que afluían,<br />

y a hacerlo mejor de lo que lo hicieran antes. Y a las diversas<br />

quejas de los murmuradores les va a salir al paso con<br />

argumentos exclusivamente cristianos, que dominan diferentes sermones<br />

de los años 410 y 411.<br />

La catástrofe de Roma es una intervención divina. Dios es un médico<br />

que corta la carne podrida de nuestra civilización. Este<br />

mundo es un horno en que la paja arde al fuego; el oro, en cambio,<br />

sale purificado y ennoblecido. Es una prensa que separa el<br />

aceite del deshecho sin valor; el deshecho es negro y tiene que<br />

desaguar por el canal. El canal se pone así más sucio, pero el<br />

aceite sale más puro. Los que murmuran son el deshecho; el que entra<br />

en sí y se convierte, es el aceite puro.<br />

El día de San Pedro y San Pablo del año 411, diez meses después del<br />

saqueo, Agustín se dejó caer, como sin pretenderlo, en<br />

el tema del destino de la Ciudad y la lamentación que no enmudecía


nunca. Y es su respuesta, que arranca de un pasaje de la<br />

Carta de San Pablo a los Romanos sobre la relatividad de todo<br />

sufrimiento terreno, un soberano ejemplo de improvisación en el<br />

púlpito: "Está escrito que los sufrimientos de este tiempo no pueden<br />

compararse con la gloria por venir que ha de revelarse en<br />

nosotros. Si es así, que nadie de vosotros piense hoy carnalmente. No<br />

es este el momento. El mundo ha sido sacudido, el<br />

hombre viejo despojado, la carne prensada: dad, por tanto, libre<br />

curso al espíritu. El cuerpo de Pedro está en Roma, dice la<br />

gente, el cuerpo de Pablo está en Roma, el cuerpo de Lorenzo está en<br />

Roma, los cuerpos de otros muchos mártires están en<br />

Roma, y, sin embargo, Roma está en la miseria, Roma está devastada,<br />

Roma está en la desolación; ha sido pisoteada e<br />

incendiada. ¿Dónde están ahora las memoriae de los apóstoles? -¿Qué<br />

dices, hombre? -Lo que he dicho: ¡Cuánta calamidad<br />

no está pasando Roma! ¿Dónde están ahora las memorias de los<br />

apóstoles? -Allí están, allí están ciertamente, pero no en ti.<br />

¡Ojalá estuvieran en ti! Tu, quienquiera que. seas, que así te<br />

expresas y tan neciamente juzgas, quienquiera que tú seas, ¡ojalá<br />

estuvieran en ti las memorias de los apóstoles! ¡Ojalá te acordaras<br />

de ellos! Entonces verías si se les ha prometido dicha<br />

temporal o eterna. Porque si la memoria del apóstol es realmente viva<br />

en ti, oye lo que dice: La ligera carga de la tribulación<br />

temporal nos depara un peso grande sobre toda ponderación de gloria<br />

eterna; porque lo que vemos es temporal y lo que no<br />

vemos es eterno. En Pedro mismo fue temporal la carne y no quieres tú<br />

que sean temporales las piedras de Roma. Pedro reina<br />

con el Señor, el cuerpo del apóstol Pedro yace en alguna parte, y su<br />

recuerdo ha de despertar en ti el amor a lo eterno, para<br />

que no sigas pegado a la tierra, sino que, con el apóstol, pienses en<br />

el cielo. ¿Por qué estás, entonces, triste y lloras porque se<br />

han derrumbado piedras y maderos, y han muerto hombres mortales?...<br />

Lo que Cristo guarda, ¿se lo lleva acaso el godo? ¿Es<br />

que las memoriae de los apóstoles tenían que haberos preservado para<br />

siempre vuestros teatros de locos? ¿Es que murió y<br />

fue sepultado Pedro para que jamás caiga de los teatros una piedra?"<br />

No, Dios obra con justicia y quita a los niños malos las golosinas de<br />

las manos. Basta ya de pecar y murmurar. ¡Qué vergüenza<br />

que anden los cristianos lamentándose de que Roma ha ardido en época<br />

cristiana. Roma ha ardido ya tres, veces: bajo los<br />

galos, bajo Nerón y ahora con Alarico. ¿Qué sacamos de irritarnos? ¿<br />

Para qué rechinar de dientes contra Dios, porque arde lo<br />

que tiene costumbre de arder? Arde la Roma de Rómulo, ¿hay algo de<br />

extraño en ello? Todo el mundo creado por Dios<br />

arderá un día. ¡Pero es que la ciudad perece cuando en ella se ofrece<br />

el sacrificio cristiano? ¿Y por qué fue arrasada su madre<br />

Troya, cuando se ofrecían los sacrificios a los dioses? Lo sucedido<br />

ha sucedido porque el mundo tiene que meditar y, además,<br />

después de la predicación del Evangelio, es mucho más culpable que<br />

antes.<br />

Por lo demás, aun cuando Agustín no creía en la eternidad del<br />

Imperio, le resultaba difícil imaginar un mundo sin él. El fin del<br />

uno<br />

era para él el fin del otro. No acertaba a divisar una edad media<br />

tras los bárbaros. En este sentido su pensamiento era<br />

doblemente escatológico. Pero, según su creencia, el Imperio había<br />

sido probado, que no cambiado; y, como esto había<br />

sucedido ya incontables veces, Roma tenía aún la posibilidad de<br />

levantarse de nuevo.<br />

Claro que le preocupaban más las almas inmortales que los reveses<br />

exteriores del destino. Sus amonestaciones, a veces<br />

conmovedoras, contra una civilización que era la suya y que en<br />

realidad, había construido algo más que teatros, le eran<br />

inspiradas por esta superior solicitud. No se dirigían contra la<br />

ruina mayestática de una Roma agonizante, sino contra los enanos<br />

de poca fe y murmuradores que, en el desierto cristiano del siglo Y,


echaban de menos tristemente la opulenta casa de la<br />

servidumbre, las ollas y cebollas del paganismo.<br />

Entre los paganos, por su parte, era corriente la versión de que la<br />

caída de Roma no era más que un castigo infligido por los<br />

dioses a aquellos que les habían vuelto las espaldas. Lo cual no era<br />

otra cosa que enmarcar el suceso reciente en el marco de<br />

una antigua polémica. Por Tertuliano y otros apologistas sabemos cómo<br />

hacían responsable a la nueva religión de todas las<br />

catástrofes: desbordamientos del Tiber, sequías, temblores de tierra,<br />

peste o hambre. Eran desgracias que, según ellos, no<br />

acontecieron cuando se ofrecían sacrificios a los dioses de la<br />

ciudad; solo eran imputables a esta religión, enemiga de la república.<br />

Si hemos de creer al historiador, Zosimo, buen número de paganos se<br />

habrían dirigido al prefecto de Roma, poco antes de que<br />

se produjese su toma por Alarico, a fin de demandarle autorización<br />

para ofrecer de nuevo sacrificios. Y el papa Inocencio I se<br />

habría avenido a hacer la vista gorda ante esta infracción a las<br />

leyes cristianas, con tal de que esos sacrificios fuesen celebrados<br />

en privado, sin solemnidad externa. A lo que habrían advertido los<br />

peticionarios que las ceremonias exigidas por los dioses no<br />

podían ser eficaces para proteger a Roma si no se efectuaban<br />

públicamente en presencia del senado. Naturalmente habría sido<br />

imposible satisfacer esta nueva exigencia y el asunto no pasó de ahí.<br />

Mas la ciudad había sido ocupada y esto había proporcionado a los<br />

paganos excelentes pretextos para renovar sus<br />

lamentaciones, con más acritud que nunca: "Ha sido en tiempos del<br />

cristianismo cuando Roma ha sido devastada, alegaban<br />

ellos, cuando el hierro y el fuego han devastado Roma... Mientras<br />

nosotros pudimos ofrecer sacrificios a nuestros dioses, Roma<br />

permanecía incólume, Roma estaba floreciente. En cambio hoy, cuando<br />

han reemplazado vuestros sacrificios a los nuestros,<br />

cuando los ofrecéis por doquier a vuestro Dios, cuando no se nos<br />

permite sacrificar a nuestros dioses, he ahí lo que ha<br />

sucedido a Roma".<br />

Durante los primeros meses que siguieron al memorable saqueo, creyó<br />

Agustín que bastaría con responder a todas las<br />

objeciones, de cualquier parte que viniesen, por medio de su<br />

predicación, tanto más cuanto que los moradores de la capital se<br />

pusieron a reparar las ruinas y a reanudar una existencia normal,<br />

mientras que los fugitivos refugiados en Cartago y en toda<br />

África, seguían escandalizando con su indolencia y mala conducta.<br />

Los ejemplos que ofrecían los habitantes de Roma y los refugiados no<br />

bastaban, sin embargo, para aplacar a los adversarios<br />

del cristianismo, que siguieron acusando a la doctrina cristiana: "Se<br />

tenía buen cuidado de hacer notar a los fieles, escribe el<br />

Santo, que su Cristo no les había socorrido, y este argumento había<br />

hecho mella en muchos de ellos, ya que nada permitía, en<br />

la catástrofe, pretender que Dios había hecho una discriminación<br />

entre los buenos y los malos. Si nosotros, que somos<br />

pecadores, hemos merecido estos males, ¿por qué han sido muertos por<br />

el hierro de los bárbaros los servidores de Dios y<br />

conducidas al cautiverio sus servidoras? Las Escrituras prometen que<br />

por diez justos no hará perecer Dios la ciudad, ¿es qué<br />

no había en Roma cincuenta justos? Entre tantos fieles, entre tantos<br />

religiosos, entre tantos continentes, entre tantos siervos y<br />

siervas de Dios, ¿no se han podido hallar cincuenta justos, ni<br />

cuarenta, ni treinta, ni veinte, ni diez?... Muchos han sido llevados<br />

cautivos, muchos han sido muertos, muchos han sufrido diversas<br />

torturas. ¡Tantos horrores se nos han contado! Y, a la inversa,<br />

entre los que han salvado la vida gracias al asilo cristiano, no<br />

pocos eran paganos. ¿Por qué se extiende esa divina<br />

misericordia hasta a los impíos y a los ingratos?"<br />

En el grupo de paganos que más animosidad mostraban entonces contra<br />

el cristianismo figuraba un rico individuo de Roma<br />

llamado Volusiano. Era hermano de Albina y tío de Santa Melania, la


joven. Esta notable familia romana ofrecía un espectáculo<br />

un tanto extraño desde el punto de vista religioso. El padre, Probo,<br />

que vemos discurrir en las Saturnales de Macrobio, había<br />

sido el amigo íntimo de Símaco y pontífice de la diosa Vesta. Sus<br />

primas Marcela y Asela habían convertido en convento su<br />

palacio del Aventino, y más tarde en escuela bíblica, bajo la<br />

dirección de San Jerónimo. Sus dos hijas, Albina y Leta, eran<br />

cristianas fervorosas, y el antiguo pontífice pagano veía a la<br />

pequeña Paula, consagrada a Dios desde jovencita, saltar sobre<br />

sus rodillas balbuceando el Aleluya de Cristo.<br />

Volusiano, a ejemplo de su padre, permanecía alejado del cristianismo<br />

y multiplicaba contra él las objeciones. En conversaciones<br />

con sus amigos pretendía que "de ninguna manera convienen al Estado<br />

la predicación y la doctrina cristiana, porque preceptos<br />

como no devolver a nadie mal por mal, presentar la otra mejilla a<br />

quien te abofetea en la derecha, dejar también el manto a<br />

quien quiere litigar contigo para arrebatar la túnica y caminar dos<br />

millas con quien te ha contratado para una, son nefastos para<br />

la conducta del Estado, y se oponen al bien de la República. Si el<br />

enemigo arrebata una provincia del Imperio, ¿habrá que<br />

renunciar a reconquistarla con las armas? Si han sobrevenido tales<br />

desventuras al Estado, es evidente que la culpa la tienen,<br />

los emperadores cristianos por observar la religión de Cristo".<br />

El tribuno Marcelino, gran amigo y sostén de Agustín en la lucha,<br />

contra el donatismo -el mismo que presidiera en junio del 411<br />

la magna conferencia entre obispos católicos y los de aquella secta-,<br />

está al tanto de tales reproches y se dirige, impresionado,<br />

al Santo para ponerle al corriente de las ideas que circulaban en los<br />

medios frecuentados por Volusiano, y para preguntarle qué<br />

clase de respuesta habría que dar a esas interrogaciones. También<br />

Volusiano había entrado ya en relación con Agustín y le<br />

escribía, por su parte, proponiéndole nuevas objeciones sobre la<br />

encarnación del Hijo de Dios, en nombre propio y en el de un<br />

grupo de amigos.<br />

A entrambos corresponsales dirige el de Hipona sendas misivas<br />

extensas y bien documentadas. En la que envía a Marcelino<br />

hace notar que la impugnación se vuelve contra sus autores.<br />

Criticando la mansedumbre y generosidad de Cristo, critican<br />

igualmente los paganos a sus más grandes escritores: "¿No escribió<br />

Salustio de los grandes hombres que gobernaron y<br />

engrandecieron la República, que preferían perdonar las injurias a<br />

vengarlas? ¿No alabo Cicerón a César por no saber<br />

olvidar más que una cosa: las ofensas? "Cuando leen esto en sus<br />

autores, aclaman, aplauden... Y he aquí que oyendo la<br />

misma enseñanza, por mandato de la autoridad divina, acusan a nuestra<br />

religión de ser enemiga del Estado".<br />

Llegado al final de su carta, se da cuenta el autor de que se ha<br />

extendido demasiado, aunque no tanto como lo reclamaría la<br />

importancia del asunto. Ruega a Marcelino que recoja otras<br />

objeciones, que "yo responderé a ellas, con la ayuda de Dios, en<br />

nuevas cartas o con libros". Palabras éstas últimas que encierran una<br />

especie de promesa y responden fielmente a los deseos<br />

expresados por Marcelino, cuando pedía a su amigo de Hipona que, para<br />

responder cabalmente a Volusiano, escribiera algún<br />

libro, que, eran sus palabras, "sería de enorme utilidad en las<br />

presentes circunstancias". Y, en efecto, iba a responder a<br />

Volusiano y a los paganos todos, no en una carta dirigida a algún<br />

individuo en particular, sino en un libro para el público de<br />

entonces y del porvenir: iba a componer La Ciudad de Dios.<br />

La correspondencia entre Agustín de un lado y Volusiano y Marcelino<br />

de otro, tuvo lugar en el curso de los primeros meses del<br />

412. Es decir, que había transcurrido año y medio desde la toma de<br />

Roma por Alarico y que las dificultades específicas que<br />

planteara tan sonado acontecimiento, habían perdido ya mucha de su<br />

virulencia. El año 411 se le había pasado al obispo de<br />

Hipona; parte en los preparativos para la conferencia con los


donatistas, parte en poder llevar a la práctica los resultados<br />

logrados en el curso de aquella discusión. No pudo encontrar reposo<br />

para ocuparse detenidamente de problemas apologéticos.<br />

Sólo al año siguiente pudo estar dispuesto para emprender la<br />

redacción de la obra acariciada. Por lo que no hay que tomar en<br />

sentido demasiado estricto lo que leemos en las Retractaciones: "En<br />

el entretanto fue destruida Roma por la invasión e ímpetu<br />

arrollador de los godos, acaudillados por Alarico. Fue aquel un gran<br />

desastre. Los adoradores de muchos falsos dioses, a<br />

quienes llamamos paganos de ordinario, empeñados en hacer responsable<br />

de dicho desastre a la religión cristiana,<br />

comenzaron a blasfemar del Dios verdadero con una acritud y un<br />

amargor desusado hasta entonces. Por lo que yo, ardiendo<br />

en celo por la casa de Dios, decidí escribir estos libros de la<br />

Ciudad de Dios contra sus blasfemias o errores. La obra me tuvo<br />

ocupado algunos años, porque se me interponían otros mil asuntos que<br />

no podía diferir y cuya solución me preocupaba<br />

primordialmente."<br />

En conjunto, los recuerdos que evoca San Agustín en esta información<br />

son exactos, pero incompletos. No nos dice que las<br />

primeras objeciones lanzadas después del saqueo de Roma partieron de<br />

los cristianos mismos. No habla más que de los<br />

paganos, lo que le permite justificar el carácter marcadamente<br />

apologético de su obra. No explica; sobre todo, por qué se ha<br />

visto obligado a responder a dificultades especiales, surgidas a<br />

propósito de un pasajero acontecimiento histórico, con una obra<br />

inmensa, que comporta una vista de conjunto sobre la historia del<br />

universo desde la creación de los ángeles, o la historia de la<br />

humanidad desde la creación de Adán, y que se desarrolla hasta los<br />

últimos días del mundo.<br />

En realidad, es lícito pensar que San Agustín abrigaba desde hacía<br />

muchos años el deseo de escribir esta vasta obra sobre la<br />

ciudad de Dios, o, más exactamente, sobre las dos ciudades que se<br />

reparten hoy día el imperio del mundo. Durante largo<br />

tiempo no pudo llevarlo a la práctica. La caída de Roma, los deseos<br />

de Marcelino le impulsaron a poner manos a la obra. Pero<br />

en su proyecto no se trataba únicamente de descartar algunas<br />

dificultades pasajeras; había que mostrar la conducta de la<br />

Providencia en los asuntos de este mundo, y es preciso subrayar el<br />

hecho de que, desde las primeras palabras de su prefacio<br />

a Marcelino, indica con toda precisión la finalidad que se ha<br />

propuesto y hasta los grandes lineamientos del plan que pretende<br />

seguir, al paso que no desliza la más mínima alusión en ese prefacio<br />

a la caída de Roma: "He emprendido, a instancias tuyas,<br />

carísimo hijo Marcelino, en esta obra que te había prometido, la<br />

defensa, contra aquellos que anteponen sus dioses a su<br />

Fundador, de la gloriosísima Ciudad de Dios considerada, tanto en el<br />

actual curso de los tiempos, cuando, viviendo de la fe,<br />

realiza su peregrinación en medio de los impíos, como en aquella<br />

estabilidad del descanso eterno, que ahora espera por la paciencia,<br />

hasta que la justicia se convierta en juicio, y luego ha de<br />

alcanzar por una suprema victoria en una paz perfecta. Grande<br />

y ardua empresa. Pero Dios es nuestro ayudador... Por lo cual también<br />

de la Ciudad terrena, que en su afán de dominar,<br />

aunque le estén sujetos los pueblos, está dominada ella por la pasión<br />

de la hegemonía, será menester hablar, sin omitir nada de<br />

lo que reclama el plan de esta obra ni de lo que me permita mi<br />

capacidad."<br />

Es verdad que los primeros libros de la obra y, sobre todo, los<br />

capítulos iniciales del primer libro se destinan a refutar las<br />

objeciones particulares provocadas por la toma de Roma. Pero<br />

enseguida se da uno cuenta de que esas objeciones apenas<br />

interesan ni al autor ni a sus eventuales lectores. Estos casi se han<br />

olvidado ya de las catastróficas jornadas del 410. Han<br />

transcurrido dos años desde entonces; los refugiados regresaron a la<br />

Península, la vieja capital renació de sus cenizas. Agustín


persigue un designio más vasto, precisado ya al final del primer<br />

libro: "Recuerde la Ciudad de Dios que entre sus mismos<br />

enemigos están ocultos algunos que han de ser conciudadanos, porque<br />

no piense que es infructuoso, mientras aún anda entre<br />

ellos, que los soporte como enemigos hasta el día en que llegue a<br />

acogerlos como creyentes. Del mismo modo que en el curso<br />

de su peregrinación por el mundo, la Ciudad de Dios cuenta en su seno<br />

con hombres unidos a ella por la participación de los<br />

sacramentos, que no compartirán con ella el destino eterno de los<br />

santos... De hecho, las dos ciudades están mezcladas y<br />

entreveradas en este mundo hasta que el último juicio las separe.<br />

Quiero, pues, en la medida en que me ayude la gracia divina,<br />

exponer lo que estimo deber decir sobre su origen, su progreso y el<br />

fin que les espera."<br />

Vastísimo es el programa así trazado: largos años necesitaría el<br />

Santo para llevarlo a cabo.<br />

* * *<br />

Obra de circunstancias, como casi todas las suyas, La Ciudad de Dios<br />

es un gigantesco drama teándrico en veintidós libros,<br />

síntesis de la historia universal y divina, sin duda la obra más<br />

extraordinaria que haya podido suscitar el largo conflicto que,<br />

desde el siglo I al siglo VI, colocó frente a frente al mundo antiguo<br />

agonizante con el cristianismo naciente.<br />

Obra imperfecta, ciertamente, repleta de digresiones, de episodios,<br />

de demoras, de prolongaciones, en la que no todo es del<br />

mismo trigo puro. La proyección, en el más allá del espacio y del<br />

tiempo, de lo que el Santo sabe por haberlo experimentado él<br />

mismo, en un presente cargado de su propio pasado y de su propio<br />

porvenir, le, llevó a consideraciones aventuradas,<br />

discutibles o francamente erróneas. Pero la obra resulta de una<br />

excepcional calidad por el plan que la inspira, y de un inmenso<br />

alcance por las perspectivas que abrió a la humanidad.<br />

En las Retractaciones resume así el autor el plan que ha seguido al<br />

escribir el De Civitate Dei: "Los cinco primeros libros refutan<br />

la tesis de los que hacen depender la prosperidad terrestre del culto<br />

dedicado por los paganos a los falsos dioses y pretenden<br />

que, si surgieron tantos males que nos abaten, es porque ese culto<br />

fue proscrito. Los cinco libros siguientes se alzan contra los<br />

que aseguran que estas desgracias no han sido ni serán perdonadas<br />

jamás a los mortales, que unas veces, terribles y otras<br />

soportables, se diversifican según los lugares, los tiempos, las<br />

personas, pero que sostienen por otra parte, que el culto de una<br />

multitud de dioses con los sacrificios que se les ofrecen, son útiles<br />

para la vida futura después de la muerte. Estos diez primeros<br />

libros son, por tanto, la refutación de las opiniones erróneas y<br />

hostiles a la religión cristiana.<br />

Pero para no exponerme al reproche de haber refutado únicamente las<br />

ideas ajenas sin establecer las nuestras, consagramos<br />

a esta última tarea la segunda parte de la obra, que comprende doce<br />

libros. Por lo demás, incluso en los diez primeros, no<br />

hemos dejado de exponer nuestros puntos de vista, allí donde era<br />

necesario, al igual que en los doce últimos hemos tenido que<br />

refutar también las opiniones adversas. Por consiguiente, de estos<br />

doce libros, los primeros tratan del origen de las dos<br />

Ciudades, la de Dios y la, del mundo; los cuatro siguientes explican<br />

su desenvolvimiento o su progreso, y los cuatro últimos los,<br />

fines que les son asignados. El conjunto de estos veintidós libros<br />

tiene por objeto las dos Ciudades. Sin embargo, recibieron su<br />

título de la mejor de las dos; por eso preferí titularlos La Ciudad<br />

de Dios."<br />

En carta dirigida a los monjes Pedro y Abraham, escrita entre 417 y<br />

419, es decir, cuando aún faltaba mucho para dar remate a<br />

la obra, pero cuando ya había avanzado el trabajo lo suficiente como<br />

para que fuese posible prever la continuación, el obispo<br />

de Hipona da los siguientes informes sobre las ideas directrices que


ha seguido: "He terminado ya diez volúmenes bastante<br />

extensos. Los cinco primeros refutan a aquellos que defienden como<br />

necesario el culto de muchos dioses y no el de uno solo,<br />

sumo y verdadero, para alcanzar o retener esta felicidad terrena y<br />

temporal. Los otros cinco van contra aquellos que rechazan<br />

con hinchazón y orgullo la doctrina de la salud y creen llegar a la<br />

felicidad que se espera después de esta vida, mediante el<br />

culto de los demonios y de muchos dioses. En los tres últimos de<br />

estos cinco libros refuto a sus filósofos más famosos. De los que<br />

faltan, a partir del undécimo, sea cual fuere su número, ya he<br />

terminado tres, y traigo entre manos el cuarto. Contendrán lo que<br />

nosotros sostenemos y creemos acerca de la Ciudad de Dios. No sea que<br />

parezca que, en esta obra, sólo he querido refutar<br />

las opiniones ajenas y no proclamar las nuestras."<br />

La Ciudad de Dios, pues, divídese en dos partes: la una negativa, de<br />

carácter polémico contra los paganos (libros I-X),<br />

subdividida, a su vez, en dos secciones: los dioses no aseguran a sus<br />

adoradores los bienes materiales (I-V); menos todavía<br />

les aseguran la prosperidad espiritual (VI-X); -la otra positiva, que<br />

suministra la explicación cristiana de la historia (libros XI-<br />

XXII), subdividida asimismo en tres secciones: origen de la Ciudad de<br />

Dios, de la creación del mundo al pecado original (XI-<br />

XIV); historia de las dos ciudades; que progresan la una contra la<br />

otra y, por así decirlo, la una en la otra (XV-XVIII); los fines<br />

últimos de las dos ciudades (XIX-XXII)<br />

Y es obvio que San Agustín se propuso desde un principio tratar en su<br />

conjunto la historia de las dos ciudades, desde su origen<br />

a su consumación final; la sola mención de la Ciudad de Dios en la<br />

primera línea de la obra, bastaría para confirmarlo. Cuando<br />

comenzó su trabajo sabía ya muy bien el Santo lo que quería hacer y<br />

que no se proponía tan solo, ni siquiera principalmente,<br />

tomar la defensa de la religión cristiana contra: sus acusadores más<br />

o menos malévolos, sino que quería recordar en su<br />

conjunto la maravillosa historia de la Ciudad de Dios. En el año 412<br />

hacía ya mucho tiempo que el autor venia meditando acerca<br />

de la oposición de las dos ciudades; la toma de Roma y el<br />

recrudecimiento de la oposición solamente le empujaron a no retardar<br />

más una obra de cuyo contenido estaba bien compenetrado.<br />

No cabe la menor duda de que fue el propio Agustín quien dividió su<br />

obra en veintidós libros. En todo momento habla, indicando<br />

la cifra, de los libros que constituyen La Ciudad de Dios, y sus<br />

divisiones son exactamente las que nos ha transmitido la tradición<br />

manuscrita. Por lo demás, al obrar así no hizo más que conformarse a<br />

un uso tradicional que correspondía a exigencias de<br />

orden material. Un libro basta para llenar un papiro de dimensión<br />

corriente; cuando se llena el papiro se acaba el libro. Una<br />

obra poco extensa no lleva, pues, más que un solo libro; una obra<br />

importante cuenta con varios. Así es como Agustín declara, al<br />

fin de las Retractaciones, que ha compuesto hasta la fecha noventa y<br />

tres obras, o sea doscientos treinta y dos libros. El libro es<br />

así, por la fuerza de las cosas, la unidad fundamental, y debe<br />

leerse, si no de un tirón, al menos como formando un todo cuyas<br />

partes son inseparables una de otra.<br />

Más difícil es determinar si fue también él quien dividió los libros<br />

en capítulos. Y más todavía si fue el autor de los títulos que<br />

preceden a cada uno de los capítulos. Lo cierto es que están muy<br />

lejos de ser recientes esos títulos y su uso se fue imponiendo<br />

progresivamente.<br />

Vamos a dar a continuación el contenido sumario de la obra, tal como<br />

lo resume M. Bendiscioli.<br />

Las devastaciones y estragos efectuados por los godos no han dañado<br />

lo que verdaderamente vale; a lo más han constituido<br />

una prueba saludable y una advertencia elocuente para los cristianos<br />

demasiado apegados a los bienes terrenales (libro I). Los<br />

males morales y los males físicos afligieron también a la humanidad<br />

cuando el culto de los dioses estaba en pleno vigor y aun no


existía el cristianismo. La prosperidad y el incremento del Imperio<br />

romano no pueden haber sido obra de los dioses venerados<br />

por los romanos: basta examinar la mitología para comprobar su<br />

incoherencia y puerilidad. No son los falsos dioses, sino el Dios<br />

único y verdadero quien distribuye los reinos según sus designios,<br />

que no por estar ocultos para nosotros son menos verdaderos.<br />

Es la Providencia divina, no el azar epicúreo, ni el hado<br />

estoico, quien ha otorgado a Roma su imperio en premio a<br />

sus virtudes, naturales y como indemnización por la felicidad eterna<br />

que nunca hubiera conseguido. El celebrado celo de los<br />

romanos por su patria terrena ha de ser aviso y ejemplo para los<br />

cristianos al aspirar a la patria celestial (II-V)<br />

Esta primera sección va enderezada contra los qué opinan que se debe<br />

adorar a los dioses con miras a alcanzar los bienes<br />

materiales, es decir, contra el vulgo. En la segunda sección de la<br />

primera parte -consagrada a la polémica antipagana pasa a<br />

refutar a los que afirman que se debe practicar el culto de los<br />

dioses para obtener la felicidad ultraterrena. Estos son filósofos y<br />

por eso la polémica va dirigida principalmente contra ellos; y, sobre<br />

todo, contra su tentativa de justificar de algún modo el núcleo<br />

de la religión popular. El más autorizado de estos defensores es<br />

Varrón. San Agustín piensa que basta con refutar las<br />

justificaciones de este eminente teólogo pagano para dar por demolida<br />

la pretensión pagana de asegurar con el politeísmo la<br />

felicidad ultraterrena (VI-VII).<br />

Pero los filósofos no se han limitado a esto; han intentado, además,<br />

elaborar una teoría de los dioses, diversa de la de los<br />

poetas, y de las instituciones públicas. Una "teología natural" que<br />

Agustín reconstruye y pulveriza, siguiendo la trayectoria del<br />

pensamiento griego, desde los milesios a Platón y 195 neoplatónicos<br />

(VIII-X). El motivo fundamental de la polémica es: para los<br />

presocráticos, la incomprensión de la inmaterialidad de Dios y de su<br />

cualidad de Creador; para Platón, la ignorancia del hecho<br />

de la Redención y de todo el contenido de la Revelación cristiana;<br />

para los neoplatónicos, la imposibilidad de conciliar su<br />

demonología con la omnipotencia y la perfección divinas.<br />

En la segunda parte, el autor pasa de tratar el problema casi<br />

exclusivamente de modo polémico y negativo, a tratarlo; ante todo,<br />

de modo expositivo y dogmático. No basta demostrar la incoherencia y<br />

lo infundado del culto politeísta; es menester probar que,<br />

en efecto, toda la verdad se encuentra en el cristianismo, y cómo él<br />

satisface a un mismo tiempo al corazón y a la inteligencia, y<br />

es verdaderamente el camino de liberación del mal y de la,<br />

infelicidad.<br />

He aquí, pues, la descripción cristiana del mundo, no tanto del<br />

físico como del moral, basado en la aspiración a la felicidad. Esta<br />

descripción se desarrolla en tres fases. Primero se discute el origen<br />

de la sociedad en general, de la "ciudad", principiando por<br />

examinar el comienzo absoluto de lo que no es Dios, es decir, la<br />

creación, y aclarando así que con ella ha tenido origen el<br />

tiempo, que es el surco señalado por la mutabilidad de las criaturas;<br />

de aquí viene la consideración del origen y de las<br />

características de las dos ciudades del culto; la creación de los<br />

ángeles (Ciudad de Dios) y el origen de la de los malvados, con<br />

la rebelión de los ángeles soberbios y sus consecuencias en la vida<br />

humana y su destino (XI), ya que la historia de las dos<br />

ciudades entre los hombres tiene como preámbulo necesario la de las<br />

dos ciudades ultraterrenas: de los ángeles felices sujetos<br />

a Dios con sumisión y amor y de los demonios desventurados y<br />

rebeldes.<br />

En la caracterización de la ciudad terrena tienen extensa parte tres<br />

cuestiones: la del mal, que se explica como una deficiencia<br />

de perfección y cuya causa se achaca a un desvío de la voluntad<br />

respecto al bien supremo, que es Dios, hacia el individuo; la<br />

cuestión de la muerte en su sentido relativo (separación del alma del<br />

cuerpo: primera muerte) y en su sentido absoluto (muerte


del alma: segunda muerte), con su separación sin remedio de Dios<br />

(XII); y la cuestión del pecado original, de su naturaleza<br />

(desobediencia y orgullo), de sus manifestaciones (rebelión de la<br />

carne, concupiscencia, debilitamiento de la voluntad), y de sus<br />

efectos principales (XIII). Estos efectos pueden advertirse en toda<br />

la vida psíquica, que se muestra trastornada y perturbada por<br />

el predominio de las pasiones; es significativo a este respecto el<br />

sentimiento del pudor (XIV).<br />

La segunda fase es la que considera los desarrollos de las dos<br />

ciudades: de la carnal, fundada en el amor de sí mismo, y de la<br />

espiritual, fundada en el amor de Dios. Cada una posee su propia<br />

manera de vivir y de gozar. La ciudad terrena finca su<br />

residencia y su felicidad relativa aquí abajo; la ciudad de Dios está<br />

sobre la tierra meramente de paso, en espera de la felicidad<br />

celeste. La ciudad terrena procede del fratricidio de Caín, mientras<br />

que la de Dios remonta sus comienzos hasta Abel. Cada una<br />

continúa en la serie de las generaciones que enumera la Biblia desde<br />

el Diluvio (XV), pasando por Abraham, Isaac, Jacob,<br />

Moisés, los Jueces (XVI), mientras se afirman las grandes monarquías<br />

de Babilonia y de Asiria. Y ello con un permanente significado<br />

simbólico, ya que las vicisitudes de Noé, de los Patriarcas, de<br />

Moisés y de otros personajes bíblicos semejantes prefiguran<br />

místicamente la ciudad de Dios en su peregrinación. Lo mismo vale<br />

para la época de los profetas, que señala el momento<br />

culminante y la crisis irreparable de Israel, realidad y símbolo al<br />

mismo tiempo de la ciudad de Dios. También aquí el significado<br />

simbólico profético predomina sobre el histórico (XVII).<br />

La ciudad terrena se desenvuelve, después de Noé y la dispersión de<br />

los pueblos, en las grandes monarquías orientales, de<br />

las cuales el autor da noticia valiéndose de la Crónica de Eusebio de<br />

Cesarea, en los reinados helénicos y en la Roma antigua;<br />

para esto se sirve prudentemente de Varrón.<br />

Aquí queda subrayado el carácter mixto de la historia humana, la<br />

imposibilidad de distinguir en ella la ciudad terrena de la ciudad<br />

celeste, que siguen siendo dos realidades metafísicas, cuya<br />

separación empírica, sensible, queda reservada al juicio final de<br />

Dios. Esto vale, de modo particular, para los primeros siglos de la<br />

era cristiana, en que la Iglesia, la Ciudad de Dios, vive<br />

mezclada con la ciudad del mundo, hasta el punto de albergar en ella<br />

también hombres carnales, aunque tal vez deseosos de<br />

redención. De ahí las persecuciones, las herejías, los escándalos<br />

que, con todo, tienen su función beneficiosa sobre la ciudad de<br />

Dios metafísica: sus santos (XVIII).<br />

La tercera fase se refiere al resultado final de las dos ciudades:<br />

felicidad eterna para la una, infelicidad también eterna para la<br />

otra. Aquí (XIX) se vuelve a tratar extensamente la cuestión de la<br />

verdadera naturaleza de la felicidad y de su carácter<br />

necesariamente transcendental, divino. De aquí la confutación de los<br />

estoicos, que presumían arribar a ella por sus propios<br />

medios: la vida humana, vista con ojos realistas, es desorden,<br />

apasionamiento, violencia. La racionalidad y la paz no son de<br />

este mundo, ni es aquí donde las cosas reciben su valoración<br />

definitiva. Esta depende del juicio futuro de Dios (XX). A su luz, el<br />

vicio se revelará como tal, aunque aquí abajo se presente con el<br />

aspecto fascinador de la virtud y de la felicidad. Nada seguro<br />

se sabe acerca de cuándo vendrá ni cómo se desarrollará. Desde luego,<br />

el juez será el Cristo glorioso, y la última fase de la<br />

historia humana estará muy agitada por luchas espirituales y<br />

acontecimientos físicos gigantescos; y ciertamente el fin y el juicio<br />

representaran una regeneración, una palingenesia del mundo.<br />

Entonces tendrá lugar también la distinción real de las dos ciudades.<br />

A la ciudad del mundo tocará una eternidad de dolor, a la<br />

vez moral y físico (XXI); eternidad de pena contra la cual no valen<br />

ni las objeciones físicas derivadas de la pretendida<br />

imposibilidad de un fuego que no se consume, ni las morales, que<br />

dependen de una presunta desproporción entre un pecado


temporal y un castigo eterno: la gravedad del cual será, no obstante,<br />

proporcionada en intensidad a la entidad de la culpa. En<br />

cambio, a los santos quedará reservada la bienaventuranza eterna<br />

(XXII); no sólo para las almas en la contemplación de Dios,<br />

sino para los propios cuerpos que resucitarán a una vida real, aunque<br />

diversa de la terrena. La forma de la resurrección no<br />

está clara; pero, el hecho, a pesar de las objeciones de los<br />

platónicos, es cierto; como es seguro que, aun siendo la Ciudad de<br />

Dios en primer lugar obra de la predestinación divina, no es<br />

indiferente para ella la orientación del libre albedrío humano. La<br />

observación de la vida psíquica podrá dar a entender cuál ha de ser<br />

la bienaventuranza eterna como satisfacción de las<br />

exigencias positivas del hombre. Ella será, por lo tanto, el gran<br />

sábado, la paz suprema en el reino de Dios.<br />

Tal es, en resumen, esta gran obra de la antigüedad cristiana,<br />

síntesis amplísima que abarca la historia de toda la raza humana<br />

y sus destinos, en términos de tiempo y eternidad, y en la que se<br />

plantea decididamente, la cuestión de las relaciones entre el<br />

Estado y la sociedad humana en general, según los principios<br />

cristianos. En consecuencia su influjo en el desarrollo del<br />

pensamiento europeo tiene una importancia incalculable. Osorio y<br />

Carlomagno, Gregorio I y Gregorio VII, Santo Tomás y<br />

Bossuet, todos sin excepción, la han conceptuado como la expresión<br />

clásica del pensamiento, político cristiano y de la actitud<br />

cristiana frente a la historia. Y en los tiempos modernos sigue<br />

conservando su vigencia. De todos los escritos de los Santos<br />

Padres es el único que el historiador secular no se atreve a desdeñar<br />

de forma definitiva, y el siglo XIX opinó que esa obra<br />

justifica que se considere a San Agustín como el fundador de la<br />

filosofía de la historia.<br />

Ciertamente La Ciudad de Dios no es una teoría filosófica de la<br />

historia en el sentido de inducción racional de los hechos<br />

históricos. No descubre nada nuevo sobre la historia, considerando<br />

ésta sencillamente como el resultado de una serie de<br />

principios universales. Lo que San Agustín nos ofrece es una síntesis<br />

de historia universal a la luz de los principios cristianos. Su<br />

teoría de la historia procede estrictamente de la que tiene sobre la<br />

naturaleza humana, que a la vez deriva de su teología de la<br />

creación y de la gracia. No es teoría racional si se considera que se<br />

inicia y termina con dogmas revelados; pero sí es racional<br />

por la lógica estricta de su procedimiento e implica una teoría<br />

definidamente filosófica y racional sobre la naturaleza de la<br />

sociedad y de la ley, y la relación entre la vida social y la ética.<br />

San Agustín leyó en su experiencia propia la verdad universal que en<br />

ella estaba contenida. Leyó, en el presente que es, el<br />

misterioso presentimiento del porvenir que no es todavía, y que, no<br />

obstante, como el pasado que no es ya, revive y se<br />

perpetúa en la imagen presente de la memoria, existe ya, y nos es<br />

presente por sus causas y por sus signos precursores, como<br />

dice en las Confesiones. La Ciudad de Dios extiende a la humanidad el<br />

tiempo que él había percibido en su interior: este tiempo,<br />

ambivalente, que es el del envejecimiento y de la espera, de la<br />

dominación del pecado y de la liberación del alma, resuelve su<br />

dualidad por la mediación del Verbo encarnado, en el advenimiento de<br />

esa plenitud de los tiempos que reunirá todas las cosas<br />

en Jesucristo. Inmensa esperanza que recorre el universo, que lo<br />

sacude, que le hace presente en cada instante el fin de su<br />

progreso, que le salva de sus calamidades y de sus caídas, puesto que<br />

todas, y el pecado mismo con sus consecuencias,<br />

concurren, por caminos misteriosos, sólo de Dios conocidos, al<br />

advenimiento del Reino sustraído al envejecimiento, ya que, en<br />

lo eterno, hay coincidencia de lo temporal y de lo intemporal, de las<br />

existencias y de las esencias, en el seno del Ser que<br />

permanece. La distensio misma de nuestro tiempo en nosotros se<br />

encamina a ello por la tensio o la intentio del alma, que es una<br />

extensio animi ad superiora, que reúne en sí las cosas pasadas,


presentes y futuras. Imagen lejana, porque el acto de<br />

sobrepasar el tiempo es don de Dios, pero imagen ejemplar y real,<br />

como se ve por la Iglesia, que está en el tiempo aun siendo<br />

eterna.<br />

Añadamos a esto que se encuentra en La Ciudad de Dios el primer<br />

ensayo grandioso y coherente de coordinar la marcha de<br />

los acontecimientos y el progreso de la humanidad con la lucha<br />

incesante entre los hombres esclavos del hombre y los hombres<br />

que son los servidores de Dios. Desde este punto de vista, la vida de<br />

la humanidad entera se ostenta como un maravilloso<br />

poema que se desarrolla a lo largo de los siglos -saeculorum tanquam<br />

pulcherrimum cermen (XI, 18)-. Poema del que uno<br />

mismo no puede recorrer sus páginas sin sentir un inmenso amor y una<br />

intensa admiración por el modulador inefable que creó<br />

el mundo con el tiempo, que regula su orden y sus armonías, poniendo<br />

de acuerdo los contrarios y adaptándolos a los tiempos.<br />

Este Dios que ve y quiere y mueve todos los seres inmutablemente, que<br />

creó todas las cosas por bondad, tanto las pequeñas<br />

como las grandes, señalándolas todas, y en primer lugar al alma<br />

humana, con la impronta de la Trinidad divina.<br />

En esta historia, ni el azar o lo que con este nombre denominamos, ni<br />

el destino o la fortuna representan papel alguno, ni los<br />

designios o las pasiones de los hombres son los que disponen; porque<br />

todo, en último término, está ordenado a Dios y entra en<br />

sus planes, sin que su presencia constriña la libertad del hombre y<br />

su libre elección. Es decir, que no hay otras causas eficientes<br />

que las causas voluntarias, dependientes todas ellas de la voluntad<br />

de Dios; pues no tienen más eficacia que la que Dios les<br />

presta. Siempre son, al mismo, tiempo, actuantes y actuadas;<br />

únicamente Dios hace y no es hecho. Causa itaque rerum, quae<br />

facit non fit, Deus est; aliae vero causae et faciunt et fiunt.<br />

Después de lo cual, una vez que la causalidad haya terminado su<br />

trabajo, Dios descansará, y estaremos nosotros mismos en la paz.<br />

Veremos y amaremos, amaremos y alabaremos en el Reino<br />

sin fin.<br />

Así, quiéralo o no lo quiera el hombre, tome o no conciencia de ello,<br />

se preste por su concurso o por su resistencia, de todo lo<br />

cual Dios extrae igualmente partido, todo progreso de la humanidad se<br />

realiza en el sentido de un aumento de la ciudad celeste<br />

a expensas de la ciudad terrena, o, como dirá el poeta Baudelaire, de<br />

una disminución de las huellas del pecado original.<br />

Noción singularmente más profunda y más próxima a nosotros, observa<br />

con justicia Rudolf Eucken, que la concepción hegeliana<br />

de un devenir inmanente, y, con mucha más razón, que su contrapartida<br />

marxista de un materialismo histórico, que no retiene<br />

de los hechos más que su apariencia externa o una imagen parcial, con<br />

frecuencia deformada. En la visión agustiniana, son<br />

retenidos todos los elementos, pero colocados en su lugar debido, y<br />

reciben su sentido de la conducta invisible de Dios, cuyos<br />

eternos designios transcurren en la duración al igual que la gracia<br />

se incorpora a la naturaleza, sin privarle en nada de su<br />

espontaneidad, ni al hombre de su libertad, sino, por el contrario,<br />

perfeccionándola, de tal suerte que ser plenamente libre para<br />

el hombre es obedecer a los designios de Dios.<br />

Es La Ciudad de Dios la obra que expresa, mejor que ninguna otra, la<br />

polifacética personalidad de San Agustín, a un mismo<br />

tiempo exegeta, metafísico, psicólogo y teólogo. En ella confluyen,<br />

emergiendo de cuando en cuando, los motivos de obras<br />

precedentes, que han formado tanta parte de la vida intelectual y<br />

religiosa del Padre africano: el antimaniqueismo y el<br />

antiplatonismo del De la verdadera religión y de las Confesiones; el<br />

antidonatismo y el antipelagianismo que nutren las largas<br />

digresiones acerca de los problemas internos de la Iglesia. En ella<br />

todo es orgánico. Reanudada y abandonada mil veces, su<br />

redacción se lleva a cabo entre el 412 y el 426, y se presenta<br />

sobrecargada por las polémicas circunstanciales. Si no es,


epetimos, una filosofía de la historia -de la historia San Agustín<br />

conocía muy poco-, sí es una metafísica de la sociedad, es decir,<br />

una determinación de lo permanente en lo mudable de las conductas<br />

humanas, de las fuerzas secretas que deciden el diverso<br />

comportamiento de individuos y naciones.<br />

Lo que en las Confesiones hiciera para el individuo, reduciendo el<br />

drama de los afectos y de las inquietudes del hombre en<br />

particular al drama Dios-Hombre, lo hace San Agustín en el De<br />

civitate Dei acentuando los elementos propiamente teológicos y<br />

bíblicos. Sólo que aquí las pasiones y las ambiciones son las<br />

desencadenadas por la primera voluntad humana, la de Adán, que<br />

se ha preferido a Dios. Aquí la gracia redentora libera no sólo a<br />

Agustín sino a todos los hombres, llamados, a la salvación de la<br />

"masa de los pecadores" en Adán. La lucha entre las dos ciudades,<br />

que, estriba respectivamente sobre el amor sui y el amor<br />

Dei, es el reflejo social de la lucha entre el viejo y el nuevo Adán<br />

en cada uno de nosotros.<br />

* * *<br />

Hemos indicado que el de Hipona empleó no menos de catorce años en la<br />

redacción de la que no pocos consideran su obra<br />

maestra, La Ciudad de Dios. Del 412 al 426 trabajó en este grandioso<br />

libro, sin descuidar por ello sus habituales tareas<br />

episcopales, sin remitir en lo más mínimo en su cara ocupación de<br />

predicar la palabra divina y sin que sufriese mengua su<br />

siempre copiosa correspondencia. Le vemos durante esos años<br />

desplazarse, para no perder la costumbre, en largos y<br />

fatigosos viajes. Son los años de la áspera pugna pelagiana y aún no<br />

han concluido las enojosas disputas con los empecinados<br />

donatistas. Y todavía le queda tiempo para sostener prolongadas<br />

conferencias con el español Paulo Orosio, que tan bien<br />

asimilara en su Historia las lecciones del maestro, para discutir con<br />

Emérito de Cesárea y para conseguir la retractación del<br />

monje francés Leporio. Y, lo que es más asombroso, para componer<br />

otras muchas obras de la más varia doctrina. Porque,<br />

alternando con la composición de La Ciudad de Dios, brotaron de su<br />

pluma más de una veintena de diversos tratados, tales<br />

como Sobre el origen del alma, Contra los priscilianistas y los<br />

origenistas, Sobre la presencia de Dios, De la gracia de Cristo y<br />

del pecado original, Contra un adversario de la ley y de los<br />

profetas, Contra la mentira, De la fe, de la esperanza y de la<br />

caridad, De los matrimonios adúlteros, De las bodas y de la<br />

concupiscencia, Contra Gaudencio, Cuestiones sobre el<br />

Heptateuco, por enumerar algunos.<br />

Ateniéndonos al orden seguido en La Ciudad de Dios, y tomando en<br />

cuenta algunos datos contenidos en la misma, podríamos<br />

rastrear las etapas de su redacción sin necesidad apenas de apoyarnos<br />

en argumentos extrínsecos.<br />

Aquel gran amigo del Santo, el tribuno Marcelino, cuya epístola fue<br />

el motivo determinante para la composición de esta magna<br />

obra a él dedicada, pereció ejecutado en septiembre del 413, acusado<br />

de atentar contra la seguridad del Estado. Antes de su<br />

muerte habían sido concluidos y publicados los tres primeros libros.<br />

El autor mismo nos informa, a punto de terminar el quinto, de<br />

que ha editado por separado estos tres libros y la dedicatoria a<br />

Marcelino precisa la fecha de su aparición. Nos da cuenta<br />

asimismo, del éxito alcanzado por su obra, que, asegura, circula sin<br />

cesar de mano en mano.<br />

Que esos tres primeros libros tuvieron una entusiasta acogida nos lo<br />

confirma un testimonio de fines del 414; una carta dirigida a<br />

San Agustín por el vicario de África, Macedonio, dándole cuenta de<br />

los sentimientos y reflexiones que en él ha suscitado la<br />

lectura de las primicias de su obra: "He acabado de leer tus libros,<br />

le escribe. Me han entusiasmado hasta el punto de alejar de<br />

mí todas mis restantes preocupaciones. Muchos son los aspectos que me


han sorprendido, de tal suerte que no sé qué admirar<br />

más, si la perfección del sacerdocio, o las doctrinas filosóficas o<br />

el pleno conocimiento de la historia o lo agradable de la<br />

elocuencia.. Los espíritus más neciamente obstinados han tenido que<br />

convencerse, a la vista de los siglos felices cuyo recuerdo<br />

evocan, de que peores acontecimientos han tenido lugar... Tú te has<br />

servido del ejemplo más conmovedor de las recientes<br />

calamidades; aunque has fundado sólidamente tu argumentación, yo<br />

hubiera preferido, de haber sido posible, que no le<br />

hubieras concedido tanta importancia. Mas cuando aquellos a quienes<br />

hay que convencer de necedad han comenzado a<br />

quejarse de aquellos acontecimientos, no hay más remedio que extraer<br />

de los mismos las pruebas de la verdad."<br />

Bien significativos son estos últimos párrafos, porque demuestran<br />

que, apenas al día siguiente de la invasión, ya no era del<br />

agrado de muchos el recordar con insistencia el saqueo de Roma, y<br />

que, a la mención de los recientes sucesos se prefería el<br />

relato de antiguas catástrofes: la lección que proporcionaban, por<br />

ser menos hiriente, no era tan desagradable. En su larga<br />

respuesta a Macedonio no alude Agustín al reproche de su<br />

corresponsal. Se limita a hablarle de la verdadera felicidad y de sus<br />

condiciones, y no hace alusión alguna a los tres primeros libros de<br />

La Ciudad de Dios mas que para recordar que allí había<br />

tratado largamente la cuestión del suicidio. Tal vez el propio obispo<br />

habría caído en la cuenta de que era ya demasiado tarde<br />

para insistir en la ferocidad de las hordas de Alarico.<br />

El caso es que los dos libros siguientes, como ya cabe observar, por<br />

lo demás, en el segundo y en el tercero, se elevan a<br />

reflexiones más generales. Su redacción ocupa los últimos meses del<br />

413 y el año 414. Está acabada en el 415, como lo<br />

atestigua una carta dirigida al obispo Evodio a fines de ese mismo<br />

año. Es menester leer todo el pasaje referente a La Ciudad de<br />

Dios, porque nos suministra preciosa información, no sólo acerca de<br />

los libros ya terminados, sino también acerca de los que<br />

faltan por escribir: "Añadí dos nuevos libros a los otros tres de La<br />

Ciudad de Dios contra los demonícolas, que son sus enemigos.<br />

Creo que en estos cinco libros he, discutido bastante contra<br />

aquellos que, por razón de la felicidad de la presente vida,<br />

creen que debemos adorar a sus dioses, y se oponen al nombre<br />

cristiano por creer que les impedimos su felicidad. En adelante,<br />

según prometí en el primer libro, tengo que hablar contra aquellos<br />

que, por razón de la vida que sigue a la muerte, juzgan<br />

necesario el culto de sus dioses, sin saber que cabalmente por esa<br />

vida somos nosotros cristianos."<br />

Con renovado ardor prosigue Agustín su tarea a partir del 415; en el<br />

417 ha terminado ya el libro décimo y, con él, la primera<br />

parte de la obra que había acometido. Es lo que declara abiertamente<br />

al final de dicho libro: "Por esta razón, en estos diez libros,<br />

aunque menos de lo que esperaba de mí la intención de algunos, con<br />

todo, he satisfecho el deseo de otros, con la ayuda del<br />

Dios verdadero y del Señor, refutando las contradicciones de los<br />

impíos, que prefieren sus dioses al Fundador de la Ciudad<br />

Santa, sobre la que nos propusimos disertar. De estos diez libros,<br />

los cinco primeros los escribí contra aquellos que juzgan que<br />

a los dioses se les debe culto por los bienes de esta vida, y los<br />

cinco últimos, contra los que piensan que se les debe por la vida<br />

que seguirá a la muerte. En adelante, como prometí en el libro<br />

primero, diré, con la ayuda de Dios, lo que crea conveniente<br />

decir sobre el origen, sobre el desarrollo y sobre los fines de las<br />

dos ciudades, que, como he dicho también, andan en este siglo<br />

entreveradas y mezcladas la una con la otra."<br />

La fecha está claramente indicada por Paulo Orosio en el prefacio de<br />

su Historia contra los paganos. Esta obra, redactada a<br />

instancias del propio Agustín, para servir de complemento a La Ciudad<br />

de Dios, está destinada a probar que las invasiones<br />

bárbaras no han sido una calamidad excepcional; que las guerras y


matanzas son de todos los tiempos, y que los romanos<br />

contemporáneos no tienen por qué sorprenderse de ellas si se sienten<br />

más débiles que los bárbaros. Nos consta que esta obra<br />

fue redactada en 417. Acababa de publicarse entonces la edición de<br />

los diez primeros libros de San Agustín y su luz se difundía<br />

por el mundo entero.<br />

Aunque al principio del libro undécimo se cree obligado el Santo a<br />

repetir una vez más las ideas fundamentales que se propone<br />

desarrollar y que ya había esbozado al final del anterior, eso no nos<br />

debe mover a pensar que hubo de transcurrir mucho<br />

tiempo entre la composición de uno y de otro, puesto que del libro<br />

duodécimo se hace ya mención en el De Trinitate, tratado<br />

que no parece ser muy posterior al 417.<br />

El libro XIV está citado en el Contra un adversario de la, ley y de<br />

los profetas, que data de hacia el 420., Tratase en este<br />

opúsculo del pecado original y de la desobediencia del primer hombre,<br />

temas éstos, dice Agustín, que ha abordado más<br />

ampliamente en otras partes y, sobre todo, en el libro XIV de La<br />

Ciudad de Dios.<br />

En los libros XV y XVI, se utilizan con frecuencia las Cuestiones<br />

sobre el Heptateuco, que parecen haber sido redactadas<br />

después del 418 y antes del 420. Comparando la lista de los lugares<br />

paralelos échase de ver bien a las claras la imposibilidad<br />

de una relación inversa, porque un cierto número de problemas, apenas<br />

esbozados en las Cuestiones, están resueltos en su<br />

obra maestra. Queda así fijado el término a quo de la redacción de<br />

esos dos libros, pero no podemos decir otro tanto del término<br />

ad quem.<br />

Como el libro, XVIII se inicia con una especie de recapitulación, en<br />

la que el autor se cree obligado a resumir lo que ya ha<br />

expuesto con anterioridad y lo que le queda aún por exponer, nos<br />

sentimos impulsados a preguntarnos si no habrán sido<br />

publicados juntos los libros XIV-XVII. Como quiera que sea, el libro<br />

decimoctavo no ofrece visos de ser anterior al 425. Figuran<br />

en él algunos datos cronológicos que serían preciosos para fijar la<br />

fecha en que fue compuesto el libro si no fuesen tan<br />

imprecisos.<br />

El conjunto de la obra estaba terminado antes de escribir las<br />

Retractaciones, es decir, antes del 427, puesto que en este último<br />

escrito pudo estampar San Agustín: "Esta gran obra de La Ciudad de<br />

Dios quedó, por fin, concluida en veintidós libros." Y<br />

adivinase en ese "por fin" como un suspiro de alivio. Después de<br />

haber trabajado durante tanto tiempo, tras incontables<br />

trastornos y zozobras, siente el autor la alegría de haber arribado<br />

al término de la empresa que se había señalado. Sus últimas<br />

palabras, al concluir el libro XXII, habían sido para expresar la<br />

misma satisfacción de la obra terminada: "Estoy en que ya he<br />

saldado, con la ayuda de Dios, la deuda de esta inmensa obra. Que me<br />

perdonen los que la encuentren demasiado corta o demasiado<br />

larga. Y quienes estén satisfechos con ella, agradecidos den<br />

gracias no á mí, sino a Dios conmigo. Así sea."<br />

No es menester insistir en que una obra tan considerable, y cuya<br />

consumación exigiera tantos años, fue editada en varias<br />

veces. Gracias a las indicaciones suministradas por el autor mismo<br />

podemos seguir de cerca las diversas fases de esa<br />

publicación. Los tres primeros libros, ya lo hemos visto, comenzaron<br />

por ser editados aparte y dedicados a Marcelino, apenas<br />

se acabó su redacción. Una segunda edición aparecida en 415 contenía<br />

los cinco primeros. En el 417, hácese referencia, en el<br />

prefacio de Orosio a su Historia, a una nueva edición que no contaba<br />

con menos de diez libros mientras el once estaba ya en<br />

preparación.<br />

En el 418 o 419, según toda probabilidad, una carta dirigida a los<br />

monjes Pedro y Abraham proporciona nueva información.<br />

Después de haberse referido a los diez primeros libros que son del<br />

dominio público y que ellos pueden leer, si es que no lo,


han hecho ya, dirigiéndose al presbítero Firmo, añade Agustín que ha<br />

dado cima a los tres libros siguientes y que está en<br />

proceso de composición el decimocuarto. En éste se responde a todas<br />

las preguntas planteadas por Pedro y Abraham. De<br />

donde verosímilmente se puede concluir que hubo de ser publicado<br />

junto con los tres precedentes, si es que no lo fue con los<br />

trece en un futuro muy próximo.<br />

No parece que después de esa publicación de los catorce primeros<br />

libros haya habido ninguna otra para el conjunto de la obra<br />

antes de acabarla toda. A lo sumo se podría preguntar si cada uno de<br />

los libros sucesivos fue publicado aisladamente, a medida<br />

que se iba componiendo. No tenemos ningún vestigio cierto de una tal<br />

publicación, que, por lo demás, pugna un tanto con la<br />

costumbre de San Agustín.<br />

Una vez que hubo puesto punto final a La Ciudad, de Dios, procedió el<br />

autor a una revisión de conjunto de la obra para<br />

asegurar su perfecta corrección, y envió el manuscrito a Firmo, que<br />

era una especie de agente literario suyo, su librero o su<br />

editor en Cartago. El manuscrito dirigido a, Firmo constaba de<br />

veintidós cuadernos separados, uno por cada libro, y aconsejaba<br />

el Santo que no se leyesen en un solo volumen que sería desmesurado,<br />

sino en dos o en cinco. Por último, tras haber invitado<br />

a Firmo a leer atentamente todo su tratado, prosigue Agustín: "Por lo<br />

que se refiere a los libros de mi Ciudad de Dios que<br />

todavía no poseen nuestros hermanos de Cartago, te ruego que se los<br />

facilites a quienes te los pidan, para que saquen copia.<br />

No se los des a gran número de personas, sino a uno o a dos y que<br />

éstos a su vez se los den a otros. Por lo que toca a tus<br />

amigos personales, sean miembros del pueblo cristiano deseosos de<br />

instruirse o sean paganos que pueden, según tu opinión,<br />

ser liberados de sus errores, con la gracia de Dios, por la lectura<br />

de mi obra, a ti te corresponde decidir como comunicárselos."<br />

,<br />

De manera que el ejemplar de La Ciudad de Dios dirigido a Firmo no<br />

estaba destinado más que a él, que debería permitir sacar<br />

una Copia a todos Ios cristianos que lo deseasen. Hasta los mismos<br />

paganos, podían tener acceso a ese ejemplar, bajo la<br />

responsabilidad de Firmo.<br />

Así se cierra la larga y compleja historia de la composición de esta<br />

magna obra. Emprendida con ardor en defensa de la Iglesia,<br />

abandonada en varias ocasiones, reanudada otras tantas hasta su<br />

consumación definitiva, esa obra maestra de San Agustín no,<br />

cesó de solicitar su atención durante quince años. Fácilmente se<br />

comprende, pues, si se tiene presente el gran lapso de tiempo<br />

que necesitó el autor para llevarla a cabo, que ha de haber, en ella<br />

algunos desórdenes en su composición, algunas<br />

repeticiones en la distribución de los materiales. Defectos que<br />

podemos ir descubriendo con solo seguir el plan establecido por el<br />

obispo de Hipona. Pero defectos que en ningún momento alcanzaron a<br />

impedir la extraña fascinación que ejerciera sobre sus<br />

contemporáneos tan colosal obra, como no impiden que todavía en<br />

nuestros días suscite la admiración de cuantos<br />

reflexivamente la leyeren.<br />

CRONOLOGIA<br />

350. Magencio se hace proclamar emperador. Muerte de Constante. Los<br />

hunos en Europa Oriental. Mefila traduce la Biblia<br />

al gótico. Edad de oro de la cultura hindú y del sánscrito.<br />

351. Lucha de Constancio contra los usurpadores.<br />

352. Constancio, último superviviente entre los hijos de<br />

Constantino, reconquista Italia y la Galia al usurpador Magencio.<br />

353. Muerte de Magencio. Constancio emperador único. Constancio<br />

favorece al arrianismo.<br />

354. Nace Agustín en Tagaste el 13 de noviembre.<br />

355. Los francos, alamanes y sajones invaden la Galia. Juliano es


designado césar y enviado a la Galia contra los<br />

alamanes.<br />

356. Victoria de Juliano en Estrasburgo (Argentoratum), y liberación<br />

de las Galias.<br />

358. El patriarca Hillel II fija el calendario hebreo.<br />

360. Juliano el apóstata se proclama emperador en París, rebelándose<br />

contra Constancio.<br />

361. Agustín estudiante en Tagaste.<br />

362, Juliano resucita el antiguo paganismo. Lucha religiosa con el<br />

cristianismo.<br />

363. En guerra con los persas sasánidas, Juliano el apóstata, que<br />

había llegado victorioso hasta Ctesifonte, es derrotado y<br />

muerto. Joviano emperador. Paz desastrosa con los persas.<br />

364. Valentiniano es nombrado emperador, asociándose, para Oriente,<br />

con su hermano Valente.<br />

Nueva invasión de los. alamanes en la Galia, rechazada por<br />

Valentiniano.<br />

365. Usurpación de Procopio, que es derrotado por Valente.<br />

367. Marcha Agustín a Madaura a estudiar gramática.<br />

Guerra de Valente contra los godos y de Valentiniano contra los<br />

alamanes.<br />

368. Teodosio el Viejo pacifica la Bretaña romana.<br />

370. Interrumpe Agustín los estudios durante un año y permanece en<br />

Tagaste. Fallece su padre Patricio. Los persas<br />

conquistan Armenia.<br />

371. Agustín estudiante, en Cartago. Comienza sus relaciones con la<br />

madre de Adeodato.<br />

372. Rebelión en África del jefe bereber Firmus. Introducción del<br />

budismo en Corea. Nacimiento de Adeodato.<br />

373. Florece en China Hui Youan, fundador de una secta budista. Lee<br />

Agustín el Hortensius de Cicerón y se convierte a la<br />

filosofía. Se adhiere al maniqueísmo.<br />

374. Los hunos atraviesan el Volga, siguiendo su avance hacia el<br />

Oeste.<br />

San Ambrosio, obispo de Milán. Agustín profesor en Tagaste.<br />

375. Graciano emperador en Oriente y Valentiniano II coemperador en<br />

Occidente. Los hunos aniquilan el reino ostrogodo<br />

y empujan a los visigodos hacia el Sur. Son aceptados los visigodos<br />

en el imperio de Oriente. Chaudragupta II, rey en<br />

la India.<br />

376. Agustín profesor en Cartago.<br />

377. Graciano derrota a los alamanes.<br />

378. Sublevación de los visigodos. Valente es derrotado y muerto por<br />

los godos en la batalla de Andrinópolis.<br />

379. Teodosio es asociado al imperio por Graciano.<br />

380. Teodosio abandona a los visigodos la Panonia, y establece a los<br />

ostrogodos en el sur del Danubio. Restablece el<br />

cristianismo como religión del Estado. Historia de Roma de Amiano<br />

Marcelino.<br />

381. Concilio ecuménico de Constantinopla; derrota definitiva del<br />

arrianismo. Escribe Agustín el De pulchro et apto.<br />

382. Establecimiento de los visigodos en Mesia. Comienzan las dudas<br />

de Agustín contra el maniqueísmo.<br />

383. En Occidente, usurpación de Máximo, asesino de Graciano.<br />

Conversaciones de Agustín con Fausto.<br />

384. Comienza San Jerónimo la traducción de la Biblia. Relación<br />

sobre el ara de la Victoria de Símaco. Agustín se aparta<br />

del maniqueísmo. Profesorado en Roma. Es nombrado profesor en Milán,<br />

donde comienza a oír a San Ambrosio.<br />

Decide ser catecúmeno.<br />

385. Agustín orador oficial. Panegírico de Bauton y de Valentiniano<br />

II. Llegada, de Mónica.<br />

386. Dinastía de los Wei, en el norte de China. Lucha de San<br />

Ambrosio con la emperatriz Justina. Descubre Agustín la<br />

filosofía neoplatónica. Lee las Epístolas de San Pablo. Se convierte<br />

y parte a Casiciaco. Escribe los primeros


Diálogos.<br />

387. Máximo arrebata Italia a Valentiniano II. Regresa Agustín a<br />

Milán, donde recibe el bautismo con Alipio y Adeodato.<br />

Muerte de Mónica en Ostia. Estancia de Agustín en Roma..<br />

388. Teodosio derrota a Máximo. Valentiniano II bajo la tutela del<br />

franco Arbogasto. Parte Agustín a África.<br />

389. Agustín comienza su vida monástica en Tagaste. Muerte de<br />

Adeodato.<br />

391. Valerio, obispo de Hipona, ordena sacerdote a Agustín. Funda un<br />

segundo monasterio.<br />

392. Arbogasto asesina a Valentiniano II y proclama emperador a<br />

Eugenio. Conmoción ante el empuje de los hunos. Los<br />

vándalos son rechazados hacia el Oeste, por los alanos que los<br />

siguen. Estilicón derrota a los bárbaros en el<br />

Danubio. Disputa de Agustín con el maniqueo Fortunato.<br />

393. Últimos juegos olímpicos en Grecia. Sínodo de Hipona donde<br />

Agustín predica sobre la fe y el símbolo.<br />

394. Teodosio, vencedor de Eugenio, en Aquileya, se proclama único<br />

emperador.<br />

395. Muerte de Teodosio el Grande. División del Imperio: Arcadio en<br />

Oriente y Honorio en Occidente, bajo la regencia de<br />

Estilicón. Alarico rey de los visigodos.<br />

396. Los visigodos en Iliria. Fin de los misterios de Eleusis. Es<br />

nombrado Agustín obispo auxiliar de Valerio y lo consagra<br />

Megalio, el primado de Numidia.<br />

397. Intrigas en la corte de Arcadio, dominado por su mujer Eudoxia;<br />

triunfo del partido antigermano; renacimiento nacional<br />

bizantino. Vida de San Martín de Tours de Sulpicio Severo. Asiste<br />

Agustín a un concilio de Cartago. Muere Valerio y<br />

la sucede Agustín como obispo de Hipona.<br />

398. San Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla. San Agustín<br />

escribe las CONFESIONES. Controversia con<br />

Fortunio.<br />

399. Los vándalos entran en la Galia. Los hunos llegan al Elba.<br />

Yezdegerd I, rey de Persia. Tolerancia del cristianismo.<br />

Entrevista de Agustín con Crispín, obispo donatista de Calama.<br />

400. Llega Pelagio a Roma. Florecen Macrobio y Kalidasa.<br />

401. Primera tentativa de los visigodos en Italia. Asiste Agustín a<br />

un concilio de Cartago. Lucha con los donatistas.<br />

402. El emperador Honorio se refugia en Ravena, futura residencia<br />

imperial.<br />

404. Acude Agustín al concilio de Cartago.<br />

405. El ostrogodo Radagaiso en Italia.<br />

406. Estilicón derrota a Radagaiso en Fiésole. Vándalos, alanos,<br />

suevos y burgundios se establecen en Galia.<br />

407. Usurpación de Constantino III en Bretaña, prontamente evacuada.<br />

408. Teodosio II sucede a Arcadio como emperador de Oriente. Marcha<br />

de Alarico sobre Roma.<br />

409. Vándalos, suevos y alanos, entran en España.<br />

410. Conquista y saqueo de Roma por los visigodos de Alarico. Muerte<br />

de Alarico.<br />

411. Constantino III restablece la autoridad romana en la Galia.<br />

Conferencia en Cartago entre católicos y donatistas.<br />

Comienza la polémica pelagiana.<br />

412. Los visigodos en la Galia meridional. Comienza Agustín LA<br />

CIUDAD DE DÍOS.<br />

413. Rebelión de Heraclio en África, pronta y salvajemente<br />

reprimida. Los burgundios se establecen en el Rin. Nuevo<br />

amurallamiento de Constantinopla por Teodosio II.<br />

414. Ataúlfo, caudillo de los visigodos casa con Gala Placidia,<br />

hermanastra del emperador Honorio. Orosio se entrevista<br />

con Agustín.<br />

415. En las luchas contra los paganos en Alejandría muere Hipátia.<br />

416. Se establecen los visigodos en España. Fundación del reino<br />

visigodo de Toulouse. Asiste Agustín al concilio de Milevi<br />

contra los pelagianos.


417. Historia contra los paganos de Paulo Orosio.<br />

418. Teodorico I sucede a Walia como rey de los visigodos. Taulouse<br />

se anexa a Aquitania. Disputa de Agustín con<br />

Emérito de Cesarea donatista.<br />

419. Reino de los suevos en el noroeste de España. Nuevamente<br />

Agustín en Cartago.<br />

420. Anglosajones y jutos se instalan en Bretaña. Comienza la<br />

dinastía de los Sung en China. Varanes V, rey de Persia;<br />

persecución al cristianismo. Consigue Agustín la retractación de<br />

Leporio.<br />

422. Paz entre Bizancio y los persas.<br />

425. Valentiniano III, emperador de Occidente. Regencia de Gala<br />

Placidia y más tarde de Aecio. Ataque de los hunos a Persia.<br />

426. Termina San Agustín La Ciudad de Dios y nombra a Heraclio<br />

obispo auxiliar.<br />

427. Rebelión, en África, del conde Bonifacio.<br />

428. Los persas en Armenia. Controversia nestoriana. Conferencia de<br />

Agustín con el obispo arriano Maximino.<br />

429. Los vándalos pasan al África durante el reinado de Genserico.<br />

Código teodosiano.<br />

430. Muere San Agustín el 28 de agosto mientras Genserico sitia<br />

Hipona.<br />

431. Concilio ecuménico de Efeso, que condena las doctrinas de<br />

Nestorio y Pelapio.<br />

432. Rivalidad entre Aecio y Bonifacio. Evangelización de Irlanda<br />

por San Patricio.<br />

437. Atila, rey de los hunos.<br />

439. Conquista de Cartago por los vándalos.<br />

440. León I papa. Guerras entre Atila y Teodosio II.<br />

PROEMIO<br />

En esta obra, que va dirigida a ti, y te es debida mediante mi<br />

palabra, Marcelino, hijo carísimo, pretendo defender la gloriosa<br />

Ciudad de Dios, así la que vive y se sustenta con la fe en el<br />

discurso y mundanza de los tiempos, mientras es peregrina entre<br />

los pecadores, como la que reside en la estabilidad del eterno<br />

descanso, el cual espera con tolerancia hasta que la Divina<br />

Justicia tenga a juicio, y ha de conseguirle después completamente en<br />

la victoria final y perpetua paz que ha de sobrevenir; pretendo,<br />

digo, defenderla contra los que prefieren y dan antelación a<br />

sus falsos dioses, respecto del verdadero Dios, Señor y<br />

Autor de ella. Encargo es verdaderamente grande, arduo y dificultoso;<br />

pero el Omnipotente nos auxiliará. Por cuanto estoy<br />

suficientemente persuadido del gran esfuerzo que es necesario para<br />

dar a entender a los soberbios cuán estimable y magnífica<br />

es la virtud de la humildad, con la cual todas las cosas terrenas, no<br />

precisamente las que usurpamos con la arrogancia y<br />

presunción humana, sino las que nos dispensa la divina gracia,<br />

trascienden y sobrepujan las más altas cumbres y eminencias<br />

de la tierra, que con el transcurso y vicisitud de los tiempos están<br />

ya como presagiando su ruina y total destrucción. El Rey,<br />

Fundador y Legislador de la Ciudad de que pretendemos hablar es,<br />

pues, Aquel mismo que en la Escritura indicó con las<br />

señales más evidentes a, su amado pueblo el genuino sentido de aquel<br />

celebrado y divino oráculo, cuyas enérgicas<br />

expresiones claramente expresan . Pero este particular don, que es propio y peculiar de<br />

Dios, también le pretende el inflado espíritu del hombre<br />

soberbio y envanecido, queriendo que entre sus alabanzas y encomios


se celebre como un hecho digno del recuerdo de toda<br />

la posteridad . Y así', tampoco pasaremos en silencio acerca<br />

de la Ciudad terrena (que mientras más ambiciosamente pretende reinar<br />

con despotismo, por más que las naciones oprimidas<br />

con su insoportable yugo la rindan obediencia y vasallaje, el mismo<br />

apetito de dominar viene a reinar sobre ella) nada, de<br />

cuanto pide la naturaleza de esta obra, y lo que yo penetro con mis<br />

luces intelectuales.<br />

LIBRO PRIMERO<br />

LA DEVASTACIÓN DE ROMA NO FUE CASTIGO DE LOS DIOSES DEBIDO AL<br />

CRISTIANISMO<br />

CAPITULO PRIMERO<br />

De los enemigos del nombre cristiano, y de cómo éstos fueron<br />

perdonados por los bárbaros, por reverencia de Cristo,<br />

después de haber sido vencidos en el saqueo y destrucción de la<br />

ciudad<br />

Hijos de esta misma ciudad son los enemigos contra quienes hemos de<br />

defender la Ciudad de Dios, no obstante que muchos,<br />

abjurando sus errores, vienen a ser buenos ciudadanos; pero la mayor<br />

parte la manifiestan un odio inexorable y eficaz,<br />

mostrándose tan ingratos y desconocidos a los evidentes beneficios<br />

del Redentor, que en la actualidad no podrían mover contra<br />

ella sus maldicientes lenguas si cuando huían el cuello de la segur<br />

vengadora de su contrario no hallaran la vida, con que tanto<br />

se ensoberbecen, en sus sagrados templos. Por ventura, ¿no persiguen<br />

el nombre de Cristo los mismos romanos a quienes por<br />

respeto y reverencia a este gran Dios, perdonaron la vida los<br />

bárbaros? Testigos son de esta verdad las capillas de los<br />

mártires y las basílicas de los Apóstoles, que en la devastación de<br />

Roma acogieron dentro de sí a los que precipitadamente, y<br />

temerosos de perder sus vidas, en la fuga ponían sus esperanzas, en<br />

cuyo número se comprendieron no sólo los gentiles, sino<br />

también los cristianos. Hasta estos lugares sagrados venía ejecutando<br />

su furor el enemigo, pero allí mismo se amortiguaba o<br />

apagaba el furor del encarnizado asesino, y, al fin, a estos sagrados<br />

lugares conducían los piadosos enemigos a los que,<br />

hallados fuera de los santos asilos, hablan perdonado las vidas, para<br />

que no cayesen en las manos de los que no usaban<br />

ejercitar semejante piedad, por lo que es muy digno de notar que una<br />

nación tan feroz, que en todas partes se manifestaba cruel<br />

y sanguinaria, haciendo crueles estragos, luego que se aproximó a los<br />

templos y capillas, donde la estaba prohibida su<br />

profanación, así como el ejercer las violencias que en otras partes<br />

la fuera permitido por derecho de la guerra, refrenaba del<br />

todo el ímpetu furioso de su espada desprendiéndose igualmente del<br />

afecto de codicia que la poseía de hacer una gran presa<br />

en ciudad tan rica y abastecida. De esta manera libertaron su, vidas<br />

muchos que al presente infaman y murmuran de los tiempos<br />

cristianos, imputando a Cristo los trabajos y penalidades que Roma<br />

padeció, v, no atribuyendo a este gran Dios el beneficio<br />

incomparable que consiguieron por respeto a su santo nombre de<br />

conservarles las vidas; antes por el contrario, cada uno,<br />

respectivamente, hacía depender este feliz suceso de la influencia<br />

benéfica del hado, o de su buena suerte, cuando, si lo<br />

reflexionasen con madurez, deberían atribuir Ias molestias y<br />

penalidades que sufrieron por la mano vengadora de sus enemigos<br />

a los inescrutables arcanos y sabias disposiciones de la<br />

Providencia divina, que acostumbra a corregir y aniquilar con los<br />

funestos efectos que presagia una guerra cruel los vicios y las


corrompidas costumbres de los hombres, y siempre que los<br />

buenos hacen una vida loable e incorregible suele, a veces, ejercitar<br />

su paciencia con semejantes tribulaciones, para<br />

proporcionarles la aureola de su mérito; y cuando ya tiene probada su<br />

conformidad, dispone transferir los trabajos a otro lugar,<br />

o detenerlos todavía en esta vida para otros designios que nuestra<br />

limitada trascendencia no puede penetrar. Deberían, por la<br />

misma causa, estos vanos impugnadores atribuir a los tiempos en que<br />

florecía el dogma católico la particular gracia de haberles<br />

hecho merced de sus vidas los bárbaros, contra el estilo observado en<br />

la guerra, sin otro respeto que por indicar su sumisión y<br />

reverencia a Jesucristo, concediéndoles este singular favor en<br />

cualquier lugar que los hallaban, y con especialidad a los que se<br />

acogían al sagrado de los templos dedicados al augusto nombre de<br />

nuestro Dios (los que eran sumamente espaciosos y<br />

capaces de una multitud numerosa), para que de este modo se<br />

manifestasen superabundantemente los rasgos de su<br />

misericordia y piedad. De esta constante doctrina podrían<br />

aprovecharse para tributar las más reverentes gracias a Dios,<br />

acudiendo verdaderamente y sin ficción al seguro de su santo nombre,<br />

con el fin de librarse por este medio de las perpetuas<br />

penas y tormentos del fuego eterno, así como de su presente<br />

destrucción; porque muchos de estos que veis que con tanta<br />

libertad y desacato hacen escarnio de los siervos de Jesucristo no<br />

hubieran huido de su ruina y muerte si no fingiesen que eran<br />

católicos; y ahora su desagradecimiento, soberbia y sacrílega<br />

demencia, con dañado corazón se opone a aquel santo nombre,<br />

que en el tiempo de sus infortunios le sirvió de antemural, irritando<br />

de este modo la divina, justicia y, dando motivo a que su<br />

ingratitud sea castigada con aquel abismo de males y dolores que<br />

están preparados perpetuamente a los malos, pues su confesión,<br />

creencia y gratitud fue no de corazón, sino con la boca, por<br />

poder disfrutar más tiempo de las felicidades momentáneas y<br />

caducas de esta vida.<br />

CAPITULO II<br />

Que jamás ha habido guerra en que los vencedores perdonasen a los<br />

vencidos por respeto y amor a los dioses de éstos<br />

Y supuesto que están escritas en los anales del mundo y en los fastos<br />

de los antiguos tantas guerras acaecidas antes y después<br />

de la fundación y restablecimiento de Roma y su Imperio, lean y<br />

manifiesten estos insensatos un solo pasaje, una sola línea,<br />

donde se diga que los gentiles hayan tomado alguna ciudad en que los<br />

vencedores perdonasen a los que se habían acogido<br />

(como lugar de refugio) a los templos de sus dioses. Pongan patente<br />

un solo lugar donde se refiera que en alguna ocasión<br />

mandó un capitán bárbaro, entrando por asalto y a fuerza de armas en<br />

una plaza, que no molestasen ni hiciesen mal a todos<br />

aquellos que se hallasen en tal o tal templo. ¿Por ventura, no vio<br />

Eneas a Príamo violando con su sangre las aras que él mismo<br />

había consagrado? Diómedes y Ulises, degollando las guardias del<br />

alcázar y torre del homenaje, ¿no arrebataron el sagrado<br />

Paladión, atreviéndose a profanar con sus sangrientas manos las<br />

virginales vendas, de la diosa? Aunque no es positivo que de<br />

resultas de tan trágico suceso comenzaron a amainar y desfallecer las<br />

esperanzas de los griegos; pues en seguida vencieron y<br />

destruyeron a Troya a sangre y fuego, degollando a Príamo que se<br />

había guarecido bajo la religiosidad de los altares. Sería a<br />

vista de este acaecimiento una proposición quimérica el sostener que<br />

Troya se perdió porque perdió a Minerva; porque ¿qué<br />

diremos que perdió primero la misma Minerva para que ella se<br />

perdiese? ¿Fueron por ventura sus guardas? Y esto<br />

seguramente es lo más cierto, pues, degollados, luego la pudieron<br />

robar, ya que la defensa de los hombres no dependía de la


imagen, antes más bien, la de ésta dependía de la de aquellos. Y<br />

estas naciones ilusas, ¿cómo adoraban y daban culto<br />

(precisamente para que los defendiese a ellos y a su patria) a<br />

aquella deidad que no pudo guardar a sus mismos centinelas?<br />

CAPITULO III<br />

Cuán imprudentes fueron los romanos en creer que los dioses Penates,<br />

que no pudieron guardar a Troya, les habían de<br />

aprovechar a ellos<br />

Y ved aquí demostrado a qué especie de dioses encomendaron los<br />

romanos la conservación de su ciudad: ¡oh error<br />

sobremanera lastimoso! Enójanse con nosotros porque referimos la<br />

inútil protección que les prestan sus dioses, y no se irritan de<br />

sus escritores (autores de tantas patrañas), que, para entenderlos y<br />

comprenderlos, aprontaron su dinero, teniendo a aquellos<br />

que se los leían por muy dignos de ser honrados con salario público y<br />

otros honores. Digo, pues, que en Virgilio, donde<br />

estudian los niños, se hallan todas estas ficciones, y leyendo un<br />

poeta tan famoso como sabio, en los primeros años de la<br />

pubertad, no se les puede olvidar tan fácilmente, según la sentencia<br />

de Horacio, . Introduce pues, Virgilio a Juno,<br />

enojada y contraria de los troyanos, que dice a Eolo, rey<br />

de los vientos, procurando irritarle contra ellos: ; ¿y es posible que unos hombres<br />

prudentes y circunspectos encomendasen la guarda de<br />

su ciudad de Roma a estos dioses vencidos, sólo con el objeto de que<br />

ella jamás fuese entrada de sus enemigos? Pero a esta<br />

objeción terminante contestarán alegando que expresiones tan<br />

enérgicas y coléricas las dijo Juno como mujer airada y resentida,<br />

no sabiendo lo que raciocinaba. Sin embargo, oigamos al mismo<br />

Eneas,, a quien frecuentemente llama piadoso, y<br />

atendamos con reflexión a su sentimiento: No dice<br />

que los mismos dioses (a quienes no duda llamar vencidos) se los<br />

encomendaron a su defensa, sino que no encargó la suya a<br />

estas deidades, pues le dice Héctor Si Virgilio, pues, a<br />

estos falsos dioses los confiesa vencidos y ultrajados, y asegura que<br />

su conservación fue encargada a un hombre para que lo<br />

librase de la muerte huyendo con ellos, ¿no es locura imaginar que se<br />

obró prudentemente cuando a Roma se dieron<br />

semejantes patronos, y que, si no los perdiera esta ínclita ciudad,<br />

no podría ser tomada ni destruida? Mas claro: reverenciar y<br />

dar culto a unos dioses humillados, abatidos y vencidos, a quienes<br />

tienen por sus tutelares, ¿qué otra cosa es que tener, no<br />

buenos dioses, sino malos demonios? Acaso no será más cordura creer,<br />

no que Roma jamás experimentaría este estrago, si<br />

ellos no se perdieran primero, sino que mucho antes se hubieran<br />

perdido, si Roma, con todo su poder, no los hubiera<br />

guardado? Porque, ¿quién habrá que, si quiere reflexionar un<br />

instante, no advierta que fue presunción ilusoria el persuadirse<br />

que no pudo ser tomada Roma bajo el amparo de unos defensores<br />

vencidos, y que al fin sufrió su ruina porque perdió los<br />

dioses que la custodiaban, pudiendo ser mejor la causa de este<br />

desastre el haber querido tener patronos que se habían de<br />

perder, y podían ser humillados fácilmente, sin que fuesen capaces de<br />

evitarlo? Y cuando los poetas escribían tales patrañas de<br />

sus dioses, no fue antojo que les vino de mentir, sino que a hombres<br />

sensatos, estando en su cabal juicio, les hizo fuerza la<br />

verdad para decirla y confesarla sinceramente. Pero de esta materia


trataremos copiosamente y con más oportunidad en otro<br />

lugar. Ahora únicamente declararé, del mejor modo que me sea posible,<br />

cuanto habla empezado a decir sobre los ingratos<br />

moradores de la saqueada Roma. Estos, blasfemando y profiriendo<br />

execrables expresiones, imputan a Jesucristo las<br />

calamidades que ellos justamente padecen por la perversidad de su<br />

vida y sus detestables crímenes, y al mismo tiempo no<br />

advierten que se les perdona la vida por reverencia a nuestro<br />

Redentor, llegando su desvergüenza a impugnar el santo<br />

nombre de este gran Dios con las mismas palabras con que falsa y<br />

cautelosamente usurparon tan glorioso dictado para librar su<br />

vida, o, por mejor decir, aquellas lenguas que de miedo refrenaron en<br />

los lugares consagrados a su divinidad, para poder estar<br />

allí seguros, y adonde por respeto a él lo estuvieron de sus<br />

enemigos; desde allí, libres de la persecución, las sacaron<br />

alevemente, para disparar contra él malignas imprecaciones y<br />

maldiciones escandalosas.<br />

CAPITULO IV<br />

Cómo el asilo de Juno, lugar privilegiado que había en Troya para los<br />

delincuentes, no libró a ninguno de la furia de los<br />

griegos, y cómo los templos de los Apóstoles ampararon del furor de<br />

los bárbaros todos los que se acogieron a ellos<br />

La misma Troya, como dije, madre del pueblo romano, en los lugares<br />

consagrados a sus dioses no pudo amparar a los suyos<br />

ni librarlos del fuego y cuchillo de los griegos, siendo así que era<br />

nación que adoraba unos mismos dioses; por el contrario,<br />


acogían. Y concebido esto, diremos que Virgilio fingió aquellos<br />

sucesos conforme al estilo de los poetas; pero lo cierto es que él<br />

nos pintó con los más bellos coloridos la práctica que suelen<br />

observar los enemigos cuando saquean y destruyen las ciudades.<br />

CAPITULO V<br />

Lo que sintió Julio César sobre lo que comúnmente suelen hacer los<br />

enemigos cuando entran por fuerza en las ciudades<br />

Julio César, en el dictamen que dio en el Senado sobre los<br />

conjurados, insertó elegantemente aquella norma que regularmente<br />

siguen los vencedores en las ciudades conquistadas, según lo refiere<br />

Salustio, historiador tan verídico como sabio. Si César no<br />

mencionara en este lugar los templos, acaso pensaríamos<br />

que los enemigos solían respetar los lugares sagrados. Esta<br />

profanación temían los templos romanos les había de sobrevenir,<br />

causada, no por mano de enemigos, sino por la de Catilina y sus<br />

aliados, nobilísimos senadores y ciudadanos romanos; pero,<br />

¿qué podía esperarse de una gente infiel y parricida?<br />

CAPITULO VI<br />

Que ni los mismos romanos jamás entraron por fuerza en alguna ciudad<br />

de modo que perdonasen a los vencidos, que se<br />

guarecían en los templos<br />

Pero ¿qué necesidad hay de discurrir por tantas naciones que han<br />

sostenido crueles guerras entre sí, las que no perdonaron a<br />

los vencidos que se acogieron al sagrado de sus templos? Observemos a<br />

los mismos romanos, recorramos el dilatado campo<br />

de su conducta, y examinemos a fondo sus prendas, en cuya especial<br />

alabanza se dijo:


clemente como Marcelo mandase no se molestase a los que se refugiasen<br />

en tal o cual templo. Lo cual, sin duda, no se hubiera<br />

pasado por alto, así como tampoco se pasaron en silencio las lágrimas<br />

de Marcelo y el bando que mandó publicar en los reales<br />

a favor de la honestidad. Quinto Fabio Máximo, que destruyó la ciudad<br />

de Tarento, es celebrado porque no permitió se saqueasen<br />

ni maltratasen las estatuas de los dioses. Esta orden procedió<br />

de que, consultándole su secretario qué disponía se hiciese<br />

de las imágenes y estatuas de los dioses, de las que muchas habían<br />

sido ya cogidas, aun en términos graciosos y burlescos,<br />

manifestó su templanza, pues deseando saber de qué calidad eran las<br />

estatuas, y respondiéndole que no sólo eran muchas en<br />

número y grandeza, sino también que estaban armadas, dijo con<br />

donaire: <br />

Pero, supuesto que los historiadores romanos no pudieron dejar de<br />

contar las lágrimas de Marcelo, ni el donaire de Fabio, ni la<br />

honesta clemencia de aquél y la graciosa moderación de éste, ¿cómo lo<br />

omitieran si ambos hubiesen perdonado alguna<br />

persona por reverencia a alguno de sus dioses, mandando que no se<br />

diese muerte ni cautivase a los que se refugiasen en el<br />

templo?<br />

CAPITULO VII<br />

Que lo que hubo de rigor en la destrucción de Roma sucedió según el<br />

estilo de la guerra, y lo que de clemencia provino del<br />

poder del nombre de Cristo<br />

Todo cuanto acaeció en este último saco de Roma: efusión de sangre,<br />

ruina de edificios, robos, incendios, lamentos y aflicción,<br />

procedía del estilo ordinario de la guerra; pero lo que se<br />

experimentó y debió tenerse por un caso extraordinario, fue que la<br />

crueldad bárbara del vencedor se mostrase tan mansa y benigna, que<br />

eligiese y señalase unas iglesias sumamente capaces<br />

para que se acogiese y salvase en ellas el pueblo, donde a nadie se<br />

quitase la vida ni fuese extraído; adonde los enemigos que<br />

fuesen piadosos pudiesen conducir a muchos para librarlos de la<br />

muerte, y de donde los que fuesen crueles no pudiesen sacar<br />

a ninguno para reducirle a esclavitud; éstos son, ciertamente,<br />

efectos de la misericordia divina. Pero si hay alguno tan procaz de<br />

no advertir que esta particular gracia debe atribuirse a nombre de<br />

Cristo y a los tiempos cristianos, sin duda está ciego; o no lo<br />

ve y no lo celebra es ingrato, y de que se opone a los que celebran<br />

con júbilo y gratitud este sin beneficio es un insensato. No<br />

permita Dios que ningún cuerdo quiera imputar esta maravilla a la<br />

fuerza de los bárbaros. El que puso terror en los ánimos<br />

fieros, el que los refrenó, el que milagrosamente los templó, fue<br />

Aquel mismo que mucho antes habla dicho por su Profeta:<br />

.<br />

CAPITULO VIII<br />

De los bienes y males, que por la mayor parte, son comunes a los<br />

buenos y malos<br />

No obstante, dirá alguno: ¿por qué se comunica esta misericordia del<br />

Altísimo a los impíos e ingratos?, y respondemos, no por<br />

otro motivo, sino porque usa de ella con nosotros. ¿Y quién es tan<br />

benigno para con todos? . Porque aunque es cierto que<br />

algunos, meditando atentamente sobre este punto, se arrepentirán y<br />

enmendarán de su pecado, otros, como dice el Apóstol,


. Con todo, hemos de<br />

entender que la paciencia de Dios respecto de los malos es para<br />

convidarlos a la penitencia, dándoles tiempo para su<br />

conversión; y el azote y penalidades con que aflige a los justos es<br />

para enseñarles a tener sufrimiento, y que su recompensa<br />

sea digna de mayor premio. Además de esto, la misericordia de Dios<br />

usa de benignidad con los buenos para regalarlos<br />

después y conducirlos a la posesión de los bienes celestiales; y su<br />

severidad y justicia usa de rigor con los malos para<br />

castigarlos como merecen, pues es innegable que el Omnipotente tiene<br />

aparejados en la otra vida a los justos unos bienes de<br />

los que no gozarán los pecadores, y a éstos unos tormentos tan<br />

crueles, con los que no serán molestados los buenos; pero al<br />

mismo tiempo quiso que estos bienes y males temporales de la vida<br />

mortal fuesen comunes a los unos y a los otros, para que ni<br />

apeteciésemos con demasiada codicia los bienes de que vemos gozan<br />

también los malos, ni huyésemos torpemente de los<br />

males e infortunios que observamos envía también Dios de ordinario a<br />

los buenos; aunque hay una diferencia notable en el<br />

modo con que usamos de estas cosas, así de las que llaman prósperas<br />

como de las que señalan como adversas; porque el<br />

bueno, ni se ensoberbece con los bienes temporales, ni con los males<br />

se quebranta; mas al pecador le envía Dios<br />

adversidades, ya que en el tiempo de la prosperidad se estraga con<br />

las pasiones, separándose de las verdaderas sendas de la<br />

virtud. Sin embargo, en muchas ocasiones muestra Dios también en la<br />

distribución de prosperidad y calamidades con más<br />

evidencia su alto poder; porque, si de presente castigase severamente<br />

todos los pecados, podría creerse que nada reservaba<br />

para el juicio final; y, por otra parte, si en la vida mortal no<br />

diese claramente algún castigo a la variedad de delitos, creerían los<br />

mortales que no había Providencia Divina. Del mismo modo debe<br />

entenderse en cuanto a las felicidades terrenas, las cuales, si<br />

el Omnipotente no las concediese con mano liberal a algunos que se<br />

las piden con humillación, diríamos que esta particular<br />

prerrogativa no pertenecía a la omnipotencia de un Dios tan grande,<br />

tan justo y compasivo, y, por consiguiente, si fuese tan<br />

franco que las concediese a cuantos las exigen de su bondad,<br />

entenderla nuestra fragilidad y limitado entendimiento que no<br />

debíamos servirle por otro motivo que por la esperanza de iguales<br />

premios, y semejantes gracias no nos harían piadosos y<br />

religiosos, sino codiciosos y avarientos. Siendo tan cierta esta<br />

doctrina, aunque los buenos y malos juntamente hayan sido<br />

afligidos con tribulaciones y. gravísimos males, no por eso dejan de<br />

distinguirse entre sí porque no sean distintos los males que<br />

unos y otros han padecido; pues se compadece muy bien la diferencia<br />

de los atribulados con la semejanza de las tribulaciones,<br />

y, a pesar de que sufran un mismo tormento, con todo, no es una misma<br />

cosa la virtud y el vicio; porque así como con un mismo<br />

fuego resplandece el oro, descubriendo sus quilates, y la paja<br />

humea, y con un mismo trillo se quebranta la arista, y el grano se<br />

limpia; y asimismo, aunque se expriman con un mismo peso y husillo el<br />

aceite y el alpechín, no por eso se confunden entre sí;<br />

así también una misma adversidad prueba, purifica y afina a los<br />

buenos, y a los malos los reprueba, destruye y aniquila; por<br />

consiguiente, en una misma calamidad, los pecadores abominan y<br />

blasfeman de Dios, y los justos le glorifican y piden misericordia;<br />

consistiendo la diferencia de tan varios sentimientos, no en la<br />

calidad del mal que se padece, sino en la de las personas que<br />

lo sufren; porque, movidos de un mismo modo, exhala el cieno un hedor<br />

insufrible y el ungüento precioso una fragancia suaví-


sima.<br />

CÁPITULO Ix<br />

De las causas por qué castiga Dios juntamente a los buenos y a los<br />

malos<br />

¿Qué han padecido los cristianos en aquella común calamidad, que,<br />

considerado con imparcialidad, no les haya valido para<br />

mayor aprovechamiento suyo? Lo primero, porque reflexionando con<br />

humildad los pecados por los cuales indignado Dios ha<br />

enviado al mundo tantas calamidades, aunque ellos estén distantes de<br />

ser pecaminosos, viciosos e impíos, con todo, no se<br />

tienen por tan exentos de toda culpa que puedan persuadirse no<br />

merecen la pena de las calamidades temporales. Además de<br />

esto, cada uno, por más ajustado que viva, a veces se deja arrastrar<br />

de la carnal concupiscencia, y aunque no se dilate hasta<br />

llegar a lo sumo del pecado, al golfo de los vicios y a la impiedad<br />

más abominable, sin embargo, degeneran en pecados, o<br />

raros, o tanto más ordinarios cuanto son más ligeros. Exceptuados<br />

éstos, ¿dónde hallaremos fácilmente quien a estos mismos<br />

(por cuya horrenda soberbia, lujuria y avaricia, y por cuyos<br />

abominables pecados e impiedades, Dios, según que nos lo tiene<br />

amenazado repetidas veces por los Profetas, envía tribulaciones a la<br />

tierra) les trate del modo que merecen y viva con ellos de<br />

la manera que con semejantes debe vivirse? Pues de ordinario se les<br />

disimula, sin enseñarlos ni advertirlos de su fatal estado, y<br />

a veces ni se les increpa ni corrige, ya sea porque nos molesta esa<br />

fatiga tan interesante al bien de las almas, ya porque nos<br />

causa pudor ofenderles, cara a cara, reprendiéndoles sus demasías, ya<br />

porque deseamos excusar enemistades que acaso nos<br />

impidan y perjudiquen en nuestros intereses temporales o en, los que<br />

pretende nuestra ambición o en, los que teme perder<br />

nuestra flaqueza; de modo que, aunque a los justos ofenda y desagrade<br />

la vida de los pecadores, y por este motivo no incurran<br />

al fin en el terrible anatema que a los malos les está prevenido en<br />

el estado futuro, con todo, porque perdonan y no reprenden<br />

los pecados graves de los impíos, temerosos de los suyos, aunque<br />

ligeros y veniales, con justa razón les alcanza juntamente<br />

con ellos el azote temporal de las desdichas, aunque no el castigo<br />

eterno y las horribles penas del infierno. Así pues, con justa<br />

causa gustan de las amarguras de esta vida, cuando Dios los aflige<br />

juntamente con los malos, porque, deleitándose en las<br />

dulzuras del estado presente, no quisieron mostrarles la errada senda<br />

que seguían cuando pecaban, y siempre que cualquiera<br />

deja de reprender y corregir a los que obran mal, porque espera<br />

ocasión más' oportuna, o porque recela que los pecadores<br />

pueden empeorarse con el rigor de sus correcciones, o porque no<br />

impidan a los débiles, necesitados de una doctrina sana, que<br />

vivan ajustadamente, o los persigan y separen de la verdadera<br />

creencia, no parece que es ocasión de codicia, sino consejo de<br />

caridad. La culpa está en que los que viven bien y aborrecen los<br />

vicios de los malos, disimulan los pecados de aquellos a<br />

quienes debieran reprender, procurando no ofenderlos porque no les<br />

acusen de las acciones que, los inocentes usan<br />

lícitamente; aunque este saludable ejercicio deberían practicarlo con<br />

aquel anhelo y santo celo del que deben estar internamente<br />

inspirados los que se contemplan como peregrinos en este mundo y<br />

únicamente aspiran a obtener la dicha de gozar la celestial<br />

patria. En esta suposición, no sólo los flacos, los que viven en el<br />

estado conyugal y tienen sucesión o procuran tenerla y poseen<br />

casa y familias (con quienes habla el Apóstol, enseñándoles y<br />

amonestándolos cómo deben vivir las mujeres con sus maridos y<br />

éstos con aquéllas, los hijos con sus padres y los padres con sus<br />

hijos, los criados con sus señores y los señores con sus<br />

criados) procuran adquirir las cosas temporales y terrenas, perdiendo


su dominio contra su voluntad, por cuyo respeto no se<br />

atreven a corregir a aquellos cuya vida escandalosa y abominable les<br />

da en rostro, sino también los que están ya en estado de<br />

mayor perfección, libres del vinculo y obligaciones del matrimonio,<br />

pasando su vida con una humilde mesa y traje; éstos, digo,<br />

por la mayor parte, consultando a su fama y bienestar, y temiendo las<br />

asechanzas y violencias de los impíos, dejan de<br />

reprenderlos; y aunque no los teman en tanto grado que para hacer lo<br />

mismo que ellos se rindan a sus amenazas y maldades,<br />

con todo, aquellos pecados en que no tienen comunicación unos con<br />

otros, por lo común no los quieren reprender, pudiendo,<br />

quizá, con su corrección lograr la enmienda de algunos, y, cuando<br />

ésta les parece imposible, recelan que por esta acción, llena<br />

de caridad, corra peligro su crédito y Vida; no porque consideren que<br />

su fama y vida es necesaria para la utilidad y enseñanza<br />

del prójimo, sino porque se apodera de su corazón flaco la falsa idea<br />

de que son dignas, de aprecio las lisonjeras razones con<br />

que los tratan los pecadores, y que, por otra parte, apetecen vivir<br />

en concordia entre los hombres durante la breve época de su<br />

existencia; y, si alguna vez temen la critica del vulgo y el tormento<br />

de la carne o de la muerte, esto es por algunos efectos que<br />

produce la codicia en los corazones, y no por lo que se debe a la<br />

caridad. Esta, en mi sentir, es una grave causa, porque<br />

juntamente con los malos atribula Dios a los buenos cuando quiere<br />

castigar las corrompidas costumbres con la aflicción de las<br />

penas temporales. A un mismo tiempo derrama sobre unos y otros las<br />

calamidades y los infortunios, no porque juntamente viven<br />

mal, sino porque aman la vida temporal como ellos, y estas molestias<br />

que sufren son comunes a los justos y a los pecadores,<br />

aunque no las padecen de un mismo modo; por esta causa los buenos<br />

deben despreciar esta vida caduca y de tan corta<br />

duración, para que los pecadores, reprendidos con sus saludables<br />

consejos, consigan la eterna y siempre feliz; y cuando no<br />

quieren asentir a tan santas máximas ni asociarse con los buenos para<br />

obtener el último galardón, los 'debemos sufrir y amar de<br />

corazón, porque mientras existen en esta vida mortal, es siempre<br />

problemático y dudoso si mudarán la voluntad volviéndose a<br />

su Dios y Criador. En lo cual no sólo son muy desiguales, sino que<br />

están más expuestos a su condenación aquellos de quienes<br />

dice Dios por su Profeta: , porque para este fin están puestas las atalayas o<br />

centinelas, esto es, los Propósitos y Prelados eclesiásticos, para<br />

que no dejen de reprender los pecados y procurar la salvación de las<br />

almas; mas no por eso estará totalmente exento de esta<br />

culpa aquel que, aunque no sea Prelado, con todo, en las personas con<br />

quienes vive y conversa ve muchas acciones que<br />

reprender, y no lo hace por no chocar con sus índoles y genios<br />

fuertes, o por respeto a los bienes que posee lícitamente, en<br />

cuya posesión se deleita más de lo que exige la razón. En cuanto a lo<br />

segundo, los buenos tienen que examinar otra causa, y<br />

es el por qué Dios los aflige con calamidades temporales, como lo<br />

hizo Job, y, considerada atentamente, conocerá que el<br />

Altísimo opera con admirable, probidad y por un medio tan esencial a<br />

nuestra salud, para que de este modo se conozca el<br />

hombre a sí mismo y aprenda a amar a Dios con virtud y sin interés.<br />

Examinadas atentamente estas razones, veamos si acaso<br />

ha sucedido algún trabajo a los fieles y temerosos de Dios que no se<br />

les haya convertido en bien, a no ser que pretendamos<br />

decir es vana aquella sentencia del apóstol, donde dice. <br />

CAPITULO X<br />

Que los Santos no pierden nada con la pérdida de las cosas temporales


Si dicen que perdieron cuanto poseían, pregunto: ¿Perdieron la fe? ¿<br />

Perdieron la religión? ¿Perdieron los bienes del hombre<br />

interior, que es el rico en los ojos de Dios? Estas son las riquezas<br />

y el caudal de los cristianos, a quienes el esclarecido Apóstol<br />

de las gentes decía:


tenido guardadas sus riquezas adonde por acaso sucedió que no llegase<br />

el enemigo, ¿con cuánta más certidumbre y seguridad<br />

pudieron alegrarse los que, por consejo de su Dios, transfirieron sus<br />

haberes al lugar donde de ningún modo podía penetrar<br />

todo el poder del vencedor? Y así nuestro Paulino, Obispo de Nola,<br />

que, de hombre poderoso se hizo voluntariamente pobre<br />

cuando los godos destruyeron la ciudad de Nola, una vez ya en su<br />

poder (según que luego lo supimos por él mismo) hacía<br />

oración a Dios con el mayor fervor, implorando su piedad por estas<br />

enérgicas expresiones: Y estas palabras manifestaban evidentemente que<br />

todos sus haberes los había depositado en donde le había aconsejado<br />

aquel gran Dios; el cual había dicho, previendo los males<br />

futuro:, que estas calamidades habían de venir al mundo, y por eso<br />

los que obedecieron a las persuasiones del Redentor,<br />

formando su tesoro principal donde y como debían, cuando los bárbaros<br />

saquearon las casas y talaron los campos no perdieron<br />

ni aun las mismas riquezas terrenas; mas aquellos a quienes<br />

pesó por no haber asentido al consejo divino dudoso del fin<br />

que tendrían sus haberes, echaron de ver ciertamente, si no ya con la<br />

ciencia del vaticinio, a lo menos con la experiencia, lo<br />

que debían haber dispuesto para asegurar perpetuamente sus bienes.<br />

Dirán que hubo también algunos cristianos buenos que<br />

fueron atormentados por los godos sólo porque les pusiesen de<br />

manifiesto sus riquezas; con todo, éstos no pudieron entregar ni<br />

perder aquel mismo bien con que ellos eran buenos, y si tuvieron por<br />

más útil padecer ultrajes y tormentos que manifestar y dar<br />

sus fortunas; haberes, seguramente, que no eran buenos; pero a éstos,<br />

que tanta pena sufrían por la pérdida del oro; era<br />

necesario advertirles cuánto se debía tolerar por Cristo para que<br />

aprendiesen a amar, especialmente al que se enriquece y<br />

padece por Dios, esperando la bienaventuranza, y no a la plata ni al<br />

oro, pues en apesadumbrarse por la pérdida de estos<br />

metales fuera una acción pecaminosa, ya los ocultasen mintiendo, ya<br />

los manifestasen y entregasen diciendo la verdad; porque<br />

en la fuerza de los mayores tormentos nadie perdió a Cristo ni su<br />

protección, confesando, y ninguno conservó el oro sino<br />

negando, y por eso las mismas afrentas que les daban instrucciones<br />

seguras para creer debían amar el bien incorruptible y<br />

eterno eran, quizá, de más provecho que los bienes por cuya adhesión<br />

y sin ningún fruto eran atormentados sus dueños; y si<br />

hubo algunos que, aunque nada tenían que poseer patente, cómo no los<br />

daban crédito, los molestaron con injurias y malos<br />

tratamientos, también éstos, acaso, desearían gozar grandes haberes,<br />

por cuyo afecto no eran pobres con una voluntad santa y<br />

sincera, y éste es el motivo porque - era necesario persuadirles que<br />

no era la hacienda, sino la codicia de ella la que me-recia<br />

semejantes aflicciones; pero si por profesar una vida perfecta e<br />

intachable no tenían atesorado oro ni plata, no sé ciertamente si<br />

aconteció acaso a alguno de éstos que le atormentasen creyendo que<br />

tenía bienes; y, dado el caso de que así sucediese, sin<br />

duda, el que en los tormentos confesaba su pobreza, a Cristo<br />

confesaba; pero aun cuando no mereciese ser creído de los<br />

enemigos, con todo, el confesor de tan loable pobreza no pudo ser<br />

afligido sin la esperanza del premio y remuneración que le<br />

estaba preparada en el Cielo.<br />

CAPITULO XI<br />

Del fin de la vida temporal ya sea breve ya sea larga<br />

Mas se dirá perecieron muchos cristianos al fuerte azote del hambre,<br />

que duró por mucho tiempo, y respondo que este infortunio<br />

pudieron convertirle en utilidad propia los buenos, sufriéndole<br />

piadosa y religiosamente, porque aquellos a quienes consumió el


hambre se libraron de las calamidades de esta vida, como sucede en<br />

una enfermedad corporal; y los que aún quedaron vivos,<br />

este mismo azote les suministró los documentos más eficaces no sólo<br />

para vivir con parsimonia y frugalidad, sino para ayunar<br />

por más tiempo del ordinario. Si añaden que muchos cristianos<br />

murieron también a los filos de la espada, y que otros perecieron<br />

con crueles y espantosas muertes, digo que si estas penalidades no<br />

deben apesadumbrar, es una ridiculez pensarlo así, pues<br />

ciertamente es una aflicción común a todos los que han nacido en esta<br />

vida; sin embargo, es innegable que ninguno murió que<br />

alguna vez no hubiese de morir; y el fin de la vida, así a la que es<br />

larga como a la que es corta, las iguala y hace que sean una<br />

misma cosa, ya que lo que dejó una vez de ser no es mejor ni peor, ni<br />

más largo ni más corto. Y ¿qué importa se acabe la vida<br />

con cualquier género de muerte, si al que muere no puede obligársele<br />

a que muera segunda vez, y, siendo manifiesto que a<br />

cada uno de los mortales le están amenazando innumerables muertes en<br />

las repetidas ocasiones que cada día se ofrecen en<br />

esta vida, mientras está incierto cuál de ella le ha de sobrevenir?<br />

Pregunto si es mejor sufrir una, muriendo, o temerlas todas,<br />

viviendo. No ignoro con cuánto temor elegimos antes el vivir largos<br />

años debajo del imperio de un continuado sobresalto y<br />

amenazas de tantas muertes, que muriendo de una, no temer en adelante<br />

ninguna; pero una cosa es lo que el sentido de la<br />

carne, como débil, rehúsa con temor, y otra lo que la razón bien<br />

ponderada y examinada convence. No debe tenerse por mala<br />

muerte aquella a que precedió buena vida, porque no hace mala a la<br />

muerte sino lo que a ésta sigue indefectiblemente; por esto<br />

los que necesariamente han de morir, no deben hacer caso de lo que<br />

les sucede en su muerte, sino del destino adonde se les<br />

fuerza marchar en muriendo. Sabiendo, pues, los cristianos, que fue<br />

mucho mejor la muerte del pobre siervo de Dios ,<br />

¿de qué inconveniente pudieron ser a los muertos que vivieron bien<br />

aquellos horrendos género de muertes con que fueron<br />

despedazados?<br />

CAPITULO XII<br />

De la sepultura de los cuerpos humanos, la cual, aunque se les<br />

deniegue, a los cristianos no les quita nada<br />

Pero dirán que, siendo tan crecido el número de los muertos, tampoco<br />

hubo lugar espacioso para sepultarlos. Respondo que la<br />

fe de los buenos no teme sufrir este infortunio, acordándose que<br />

tiene Dios prometido que ni las bestias que los comen y<br />

consumen han de ser parte para ofender a los cuerpos que han de<br />

resucitar, . Tampoco dijera la misma verdad por San Mateo ,<br />

si fuese inconveniente para la vida futura todo cuanto los enemigos<br />

quisieran hacer de los cuerpos de los difuntos; a no ser que<br />

haya alguno tan necio que pretenda defender, no debemos temer antes<br />

de la muerte a los que matan el cuerpo, precisamente<br />

por el hecho de darle muerte, sino después de la muerte, porque no<br />

impidan la sepultura del cuerpo; luego es tanto lo que dice<br />

el mismo Cristo, que pueden matar el cuerpo y no más, si tienen<br />

facultad, para poder disponer tan absolutamente de los cuerpos<br />

muertos; pero Dios nos libre de imaginar ser incierto lo que dice la<br />

misma Verdad. Bien confesamos que estos homicidas obran<br />

seguramente por sí cuando quitan la vida, pues cuando ejecutan la<br />

misma acción en el cuerpo hay sentido; pero muerto ya el<br />

cuerpo, nada les queda que hacer, pues ya no hay sentido alguno que<br />

pueda padecer; no obstante, es cierto que a muchos<br />

cuerpos de los cristianos no les cubrió la tierra, así como lo es que


no hubo persona alguna que pudiese apartarlos del, cielo y<br />

de la tierra, la cual llena con su divina presencia. Aquel mismo que<br />

sabe cómo ha de resucitar lo que crió. Y aunque por boca<br />

de su real profeta dice: ; mas lo<br />

dijo por exagerar la impiedad de los que lo hicieron, que no la<br />

infelicidad de los que la padecieron; porque, aunque estas<br />

acciones, a los ojos de los hombres, parezcan duras y terribles; pero<br />

a los del Señor ; y así, el disponer todas las cosas que se refieren al honor<br />

y utilidad del difunto, como son: cuidar del entierro, elegir la<br />

sepultura, preparar las exequias, funeral y pompa de ellas, más<br />

podemos caracterizarlas por consuelo de los vivos que por<br />

socorro de los muertos. Y si no, díganme qué provecho se sigue al<br />

impío de ser sepultado en un rico túmulo y que se le erija un<br />

precioso mausoleo, y les confesaré que al justo no perjudica ser<br />

sepultado en una pobre hoya o en ninguna. Famosas<br />

exequias fueron aquellas que la turba de sus siervos consagró a la<br />

memoria de su Señor, tan impío como poderoso, adornando<br />

su yerto cuerpo con holandas y púrpura; pero más magnificas fueron a<br />

los ojos de aquel gran Dios las que se hicieron al pobre<br />

Lázaro, llagado, por ministerio de los ángeles, quienes no le<br />

enterraron en un suntuoso sepulcro de mármol, sino que depositaron<br />

su cuerpo en el seno de Abraham. Los enemigos de nuestra santa<br />

religión se burlan de esta santa doctrina, contra quienes<br />

nos hemos encargado de la defensa de la Ciudad de Dios, y, con todo<br />

observamos que tampoco sus filósofos cuidaron de la<br />

sepultura de sus difuntos; antes, por el contrario, observamos que,<br />

en repetidas ocasiones, ejércitos enteros muertos por la<br />

patria no cuidaron de elegir lugar donde, después de muertos, fuesen<br />

sepultados, y menos, de que las bestias podrían<br />

devorarlos dejándolos desamparados en los campos; por esta razón<br />

pudieron felizmente decir los poetas: . Por esta misma razón no debieran baldonar a los<br />

cristianos sobre los cuerpos que quedaron sin sepultura, a<br />

quienes promete Dios la reformación de sus cuerpos, como de todos lo:<br />

miembros, renovándoselos en un momento con<br />

increíbles mejoras.<br />

CAPITULO XlII<br />

De la forma que tienen los Santos en sepultar los cuerpos<br />

No obstante lo que llevamos expuesto, decimos que no se deben<br />

menospreciar, ni arrojarse los cadáveres de los difuntos,<br />

especialmente los de los justos y fieles, de quienes se ha servido<br />

el, Espíritu Santo ; porque si los vestidos,<br />

anillos y otras alhajas de los padres, las estiman sobremanera<br />

sus hijos cuanto es mayor el respeto y afecto que les tuvieron,<br />

así también deben ser apreciados los propios cuerpos que<br />

les son aún más familiares y aún más inmediatos que ningún género de<br />

vestidura; pues éstas no son cosas que nos sirven para<br />

el adorno o defensa que exteriormente nos ponemos, sino que son parte<br />

de la misma naturaleza. Y así, vemos que los entierros<br />

de los antiguos justos se hicieron en su tiempo con mucha piedad, y<br />

que se celebraron sus exequias, y se proveyeron de<br />

sepultura, encargando en vida a sus hijos el modo con que debían<br />

sepultar o trasladar sus cuerpos. Tobías es celebrado por<br />

testimonio de un ángel de haber alcanzado la gracia y amistad de Dios<br />

ejercitando su piedad de enterrar los muertos. El mismo<br />

Señor, habiendo de resucitar al tercero día, celebró la buena obra de<br />

María Magdalena, y encargó se celebrase el haber<br />

derramado el ungüento precioso sobre Su Majestad, porque lo hizo para


sepultarle; y en el Evangelio, hace honorífica mención<br />

San Juan de José de Arimatea y Nicodemus, que, bajaron de la cruz el<br />

santo cuerpo de Jesucristo, y procuraron con diligencia<br />

y reverencia amortajarle y enterrarle; sin embargo, no hemos de<br />

entender que las autoridades alegadas pretenden enseñar<br />

que hay algún sentido en los cuerpos muertos; por el contrario, nos<br />

significan que los, cuerpos de los muertos están, como todas<br />

las cosas, bajo la providencia de Dios, a quien agradan semejantes<br />

oficios de piedad, para confirmar la fe de la resurrección.<br />

Donde también aprendemos para nuestra salud cuán grande puede ser el<br />

premio y remuneración de las limosnas que<br />

distribuimos entre los vivos indigentes, pues a Dios no se le pasa<br />

por alto ni aun el pequeño oficio de sepultar los difuntos, que<br />

ejercemos con caridad y rectitud de ánimo, nos ha de proporcionar una<br />

recompensa muy superior a nuestro mérito. También<br />

debemos observar que cuanto ordenaron los santos Patriarcas sobre los<br />

enterramientos o traslaciones de los cuerpos quisieron<br />

lo tuviésemos presente como enunciado con espíritu profético; mas<br />

no hay causa para que nos detengamos en este punto;<br />

basta, pues, lo que va insinuado, y si las cosas que en este mundo<br />

son indispensables para sustentarse los vivos, como son<br />

comer y vestir, aunque nos falten con grave dolor nuestro, con todo,<br />

no disminuyen en los buenos la virtud de la paciencia ni<br />

destierran del corazón la piedad y religión, antes si, ejercitándola,<br />

la alientan y fecundizan en tanto grado; por lo mismo, las<br />

cosas precisas para los entierros y sepulturas de los difuntos, aun<br />

cuando faltasen, no harán míseros ni indigentes a los que<br />

están ya descansando en las moradas de los justos; y así cuando en el<br />

saco de Roma echaron de menos este beneficio los<br />

cuerpos cristianos, no fue culpa de los vivos, pues no pudieron<br />

ejecutar libremente esta obra piadosa, ni pena de los muertos,<br />

porque ya no podían sentirla.<br />

CAPITULO XIV<br />

Del cautiverio de los Santos, y cómo jamás les faltó el divino<br />

consuelo<br />

Sí dijesen que muchos cristianos fueron llevados en cautiverio,<br />

confieso que fue infortunio grande si, por acaso, los condujeron<br />

donde no hallasen a su Dios; mas, para templar esta calamidad,<br />

tenemos también en las sagradas letras grandes consuelos.<br />

Cautivos estuvieron los tres jóvenes, cautivo estuvo Daniel y otros<br />

profetas, y no les faltó Dios para su consuelo. Del mismo<br />

modo, tampoco desamparó a sus fieles en el tiempo de la tiranía y de<br />

la opresión de gente, aunque bárbara, humana, el mismo<br />

que no desamparó a su profeta ni aun en el vientre de la ballena. A<br />

pesar de la certeza de estos hechos, los incrédulos a<br />

quienes instruimos en estas saludables máximas intentan<br />

desacreditarlas, negándolas la fe que merecen, y, con todo, en sus<br />

falsos escritos creen que Arión Metimneo, famoso músico de cítara,<br />

habiéndose arrojado al mar, le recibió en sus espaldas un<br />

delfín y le sacó a tierra; pero replicarán que el suceso de Jonás es<br />

más increíble, y, sin duda, puede decirse que es más<br />

increíble, porque es más admirable, y más admirable, porque es más<br />

poderoso.<br />

CAPITULO XV<br />

De Régulo, en quien hay un ejemplo de que se debe sufrir el<br />

cautiverio aun voluntariamente por la religión, lo que no pudo<br />

aprovecharle por adorar a los dioses<br />

Los contrarios de nuestra religión tienen entre sus varones insignes<br />

un noble ejemplo de cómo debe sufrirse voluntariamente el<br />

cautiverio por causa de la religión. Marco Atilio Régulo, general del


ejército romano, fue prisionero de los cartagineses, quienes<br />

teniendo por más interesante que los romanos les restituyesen los<br />

prisioneros, que ellos tenían que conservar los suyos, para<br />

tratar de este asunto enviaron a Roma a Régulo en compañía de sus<br />

embajadores, tomándole ante todas cosas juramento de<br />

qué si no se concluía favorablemente lo que pretendía la República,<br />

se volvería a Cartago. Vino a Roma Régulo, y en el<br />

Senado persuadió lo contrario, pareciéndole no convenía a los<br />

intereses de la República romana el trocar los prisioneros.<br />

Concluido este negocio, ninguno de los suyos le forzó a que volviese<br />

a poder de sus enemigos; pero no por eso dejó Régulo<br />

de cumplir su juramento. Llegado que fue a Cartago, y dada puntual<br />

razón de la resolución del Senado, resentidos los<br />

cartagineses, con exquisitos y horribles tormentos le quitaron la<br />

vida, porque metiéndole en un estrecho madero, donde por<br />

fuerza estuviese en pie, habiendo clavado en él por todas partes<br />

agudísimos puntas, de modo que no pudiese inclinarse a<br />

ningún lado sin que gravemente se lastimase, le mataron entre los<br />

demás tormentos con no dejarle morir naturalmente. Con razón,<br />

pues, celebran la virtud, que fue mayor que la desventura, con<br />

ser tan grande; pero, sin embargo estos males le<br />

vaticinaban ya el juramento que había hecho por los dioses, quienes<br />

absolutamente prohibían ejecutar tales atrocidades en el<br />

género humano, como sostienen sus adoradores. Mas ahora pregunto: si<br />

esas falsas deidades, que eran reverenciadas de los<br />

hombres para que los hiciesen prósperos en la vida presente,<br />

quisieron o permitieron que al mismo que juró la verdad se le<br />

diesen tormentos tan acerbos, ¿qué providencia más dura pudieran<br />

tomar cuando estuvieran enojados con un perjuro? ,Pero,<br />

por cuanto creo que con este solo argumento no concluiré ni dejaré<br />

convencido lo uno ni lo otro, continúo así. Es cierto que Régulo<br />

adoró y dio culto a los dioses, de modo que por la fe del<br />

juramento ni se quedó en su patria ni se retiró a otra parte, sino<br />

que quiso volverse a la prisión, donde había de ser maltratado de sus<br />

crueles enemigos; si pensó que esta acción tan heroica le<br />

importaba para esta vida, cuyo horrendo fin experimentó en sí mismo,<br />

sin duda, se engañaba; porque con su ejemplo nos dio<br />

un prudente documento de que los dioses nada contribuían para su<br />

felicidad temporal, pues adorándolos Régulo fue, sin<br />

embargo, vencido y preso, y porque no quiso hacer otra cosa, sino que<br />

cumplir exactamente lo que había jurado por los, falsos<br />

dioses, murió atormentado con un nuevo nunca visto y horrible género<br />

de muerte; pero si la religión de los dioses da después<br />

de esta vida la felicidad, como por premio, ¿por qué calumnian a los<br />

tiempos cristianos, diciendo que le vino a Roma aquella<br />

calamidad por haber dejado la religión de sus dioses? ¿Pues, acaso,<br />

reverenciándoles con tanto respeto, pudo ser tan infeliz<br />

como lo fue Régulo? Puede que acaso haya alguno que contra una verdad<br />

tan palpable se oponga todavía con tanto furor y<br />

extraordinaria ceguedad, que se atreva a defender que, generalmente,<br />

toda una ciudad que tributa culto a los dioses no puede<br />

serlo, porque de estos dioses es más a propósito el poder para<br />

conservar a muchos que a cada uno en particular, ya que la<br />

multitud consta de los particulares. Si confiesan que Régulo, en su<br />

cautiverio y corporales tormentos, pudo ser dichoso por la<br />

virtud del alma, búsquese antes la verdadera virtud con que pueda ser<br />

también feliz la ciudad, ya que la ciudad no es dichosa<br />

por una cosa y el hombre por otra, pues la ciudad no es otra cosa que<br />

muchos hombres unidos en sociedad para defender<br />

mutuamente sus derechos. No disputo aquí cuál fue la virtud de<br />

Régulo; basta por ahora decir que este famoso ejemplo les hace<br />

confesar, aunque no quieran, que no deben adorarse los dioses por los<br />

bienes corporales o por los acaecimientos que<br />

exteriormente sucedan al hombre, puesto que el mismo Régulo quiso más<br />

carecer de tantas dichas que ofender a los dioses por<br />

quienes había jurado. ¿Pero, qué haremos con unos hombres que se


glorían de que tuvieron tal ciudadano cual temen que no<br />

sea su ciudad, y si no temen, confiesan de buena fe que casi lo mismo<br />

que sucedió a Régulo pudo suceder a la ciudad,<br />

observando su culto y religión con tanta exactitud como él, y dejen<br />

de calumniar los tiempos cristianos? Mas por cuanto la<br />

disputa empezó sobre los cristianos, que igualmente fueron conducidos<br />

a la prisión y al cautiverio, dense cuenta de este suceso<br />

y enmudezcan los que por esta ocasión, con desenvoltura e<br />

imprudencia, se burlan de la verdadera religión; porque si fue<br />

ignominia de sus dioses que el que más se esmeraba en su servicio por<br />

guardarles la fe del juramento creciese de su patria, no<br />

teniendo otra; y que, cautivo en poder de sus enemigos, muriese con<br />

una prolija muerte y nuevo género de crueldad, mucho<br />

menos debe ser reprendido el nombre cristiano por la cautividad de<br />

los suyos, pues viviendo con la verdadera esperanza de<br />

conseguir la perpetua posesión de la patria celestial, aun en sus<br />

propias tierras saben que son peregrinos.<br />

CAPITULO XVI<br />

SI las violencias que quizá padecieron las santas doncellas en su<br />

cautiverio pudieron contaminar la virtud del ánimo sin el<br />

consentimiento de la voluntad<br />

Piensan seguramente que ponen un crimen enorme a los cristianos<br />

cuando, exagerando su cautiverio, añaden también que se<br />

cometieron impurezas, no sólo en las casadas y doncellas, sino<br />

también en las monjas, aunque en este punto ni la fe, ni la<br />

piedad, ni la misma virtud que se apellida castidad, sino nuestro<br />

frágil discurso es el que, entre el pudor y la razón, se, halla<br />

como en caos de confusiones o en un aprieto, del que no puede<br />

evadirse sin peligro; mas en esta materia no cuidamos tanto de<br />

contestar a los extraños como de consolar a los nuestros. En cuanto a<br />

lo primero, sea, pues, fundamento fijo, sólido e incontestable,<br />

que la virtud con que vivimos rectamente desde el alcázar<br />

del alma ejerce su imperio sobre los miembros del cuerpo, y<br />

que éste se hace santo con el uso y medio de una voluntad santa, y<br />

estando ella incorrupta y firme, cualquiera cosa que otro<br />

hiciere del cuerpo o en el cuerpo que sin pecado propio no se pueda<br />

evitar, es sin culpa del que padece, y por cuanto no sólo<br />

se pueden cometer en un cuerpo ajeno acciones que causen dolor, sino<br />

también gusto sensual, lo que así se cometió, aunque<br />

no quita la honestidad, que con ánimo constante se conservé, con todo<br />

causa pudor para que así no se crea que se perpetró<br />

con anuencia de la voluntad lo que acaso no pudo ejecutarse sin algún<br />

deleite carnal; y por este motivo, ¿qué humano afecto<br />

habrá que no excuse o perdone a las que se dieron muerte por no<br />

sufrir esta calamidad? Pero respecto de las otras que no se<br />

mataron por librarse con su muerte de un pecado ajeno, cualesquiera<br />

que les acuse de este defecto, si le padecieron, no se<br />

excusa de ser reputado por necio.<br />

CAPITULO XVII<br />

De la muerte voluntaria por miedo de la pena o deshonra<br />

Si a ninguno de los hombres es lícito matar a otro de propia<br />

autoridad, aunque verdaderamente sea culpado, porque ni la ley<br />

divina ni la humana nos da facultad para quitarle la vida; sin duda<br />

que el que se mata a sí mismo también es homicida,<br />

haciéndose tanto más culpado cuando se dio muerte, cuanta menos razón<br />

tuvo para matarse; porque si justamente abominamos<br />

de la acción de Judas y la misma verdad condena su deliberación, pues<br />

con ahorcarse más acrecentó que satisfizo el crimen de<br />

su traición (ya que, desesperado ya de la divina misericordia y<br />

pesaroso de su pecado, no dio lugar a arrepentirse y hacer una


saludable penitencia>, ¿cuánto más debe abstenerse de quitarse la<br />

vida el que con muerte tan infeliz nada tiene en sí que<br />

castigar? Y en esto hay notable diferencia, porque Judas, cuando se<br />

dio muerte, la dio a un hombre malvado, y, con todo,<br />

acabó esta vida no sólo culpado en la muerte del Redentor, sino en la<br />

suya propia, pues aunque se mató por un pecado suyo,<br />

en su muerte hizo otro pecado.<br />

CAPITULO XVIII<br />

De la torpeza ajena y violenta que padece en su forzado cuerpo una<br />

persona contra su voluntad<br />

Pregunto, pues, ¿por qué el hombre, que a nadie ofende ni hace mal,<br />

ha de hacerse mal a sí propio y quitándose la vida ha de<br />

matar a un hombre sin culpa, por no sufrir la culpa de otro,<br />

cometiendo contra sí un pecado propio, porque no. se cometa en él<br />

el ajeno? Dirán: porque teme ser manchado con ajena torpeza; pero<br />

siendo, como es, la honestidad una virtud del alma, y<br />

teniendo, como tiene, por compañera la fortaleza, con la cual puede<br />

resolver el padecer ante cualesquiera aflicciones que<br />

consentir en un solo pecado, y no estando, como no está, en la mano y<br />

facultad del hombre más magnánimo y honesto lo que<br />

puede suceder de su cuerpo, sino sólo el consentir con la voluntad o<br />

disentir, ¿quién habrá que tenga entendimiento sano que<br />

juzgue que pierde su honestidad, si acaso en su cautivo y violentado<br />

cuerpo se saciase la sensualidad ajena? Porque si de este<br />

modo se pierde la honestidad, no será virtud del alma ni será de los<br />

bienes con que se vive virtuosamente, sino será de lo:<br />

bienes del cuerpo, como son las fuerzas, la hermosura, la complexión<br />

sana y otras cualidades semejantes, las cuales dotes,<br />

aunque decaigan en nosotros, de ninguna manera nos acortan la vida<br />

buena y virtuosa; y si la honestidad corresponde a alguna<br />

de estas prendas tan estimadas, ¿por qué procuramos, aun con<br />

riesgo del cuerpo, que no se nos pierda? Pero si toca a<br />

los bienes del alma, aunque sea forzado y padezca el cuerpo, no por<br />

eso se pierde; antes bien, siempre que la santa<br />

continencia no se rinda a las impurezas de la carnal concupiscencia,<br />

santifica también el mismo cuerpo. Por tanto, cuando con<br />

invencible propósito persevera en no rendirse, tampoco se pierde la<br />

castidad del mismo cuerpo, porque está constante la<br />

voluntad en usar bien y santamente de él, y cuanto consiste en él,<br />

también la facultad. El cuerpo no es santo porque sus<br />

miembros estén íntegros o exentos de tocamientos torpes, pues pueden,<br />

por diversos accidentes, siendo heridos, padecer<br />

fuerza, y a veces observamos que los médicos, haciendo sus<br />

curaciones, ejecutan en los remedios que causan horror. Una<br />

partera examinando con la mano la virginidad de una doncella, lo<br />

fuese por odio o por ignorancia en su profesión, o por acaso,<br />

andándola registrando, la echó a perder y dejó inútil; no creo por<br />

eso que haya alguno tan necio que presuma que perdió la<br />

doncella por esta acción la santidad de su cuerpo, aunque perdiese la<br />

integridad de la parte lacerada; y así cuando permanece<br />

firme el propósito de la voluntad por el cual merece ser santificado<br />

el cuerpo, tampoco la violencia de ajena sensualidad le quita<br />

al mismo cuerpo la santidad que conserva in violable la perseverancia<br />

en su continencia. Pregunto: si una mujer fuese con<br />

voluntad depravada, y trocado el propósito que había hecho a Dios a<br />

que la deshonrase uno que la había seducido y<br />

engañado, antes que llegue al paraje designado, mientras va aún<br />

caminando, ¿diremos que es ésta santa en el cuerpo,<br />

habiendo ya perdido la santidad del alma con que se santificaba el<br />

cuerpo? Dios nos libre de semejante error. De esta doctrina<br />

debemos deducir que, así como se pierde la santidad del cuerpo,<br />

perdida ya la del alma, aunque el cuerpo quede íntegro e<br />

intacto, así tampoco se pierde la santidad del cuerpo quedando entera<br />

la santidad del alma, no obstante de que el cuerpo


padezca violencia; por lo cual, si una mujer que fuese forzada<br />

violentamente sin consentimiento suyo, y padeció menoscabo en<br />

su cuerpo con pecado ajeno, no tiene que castigar en sí, matándose<br />

voluntariamente, ¿cuánto más antes que nada suceda,<br />

porque no venga a cometer un homicidio cierto, estando el mismo<br />

pecado, aunque ajeno, todavía incierto? Por ventura, ¿se<br />

atreverán a contradecir a esta razón tan evidente con que probamos<br />

que cuando se violenta un cuerpo, sin haber habido<br />

mutación en el propósito de la castidad, consintiendo en el pecado,<br />

es sólo culpa de aquel que conoce por fuerza a la mujer, y<br />

no de la que es forzada y de ningún modo consiente con quien la<br />

conoce? ¿Tendrán atrevimiento, digo, a contradecir estas<br />

reflexiones aquellos contra quienes defendemos que no sólo las<br />

conciencias, sino también los cuerpos de las mujeres cristianas<br />

que padecieron fuerza en el cautiverio fueron inculpables y santos?<br />

CAPITULO XIX<br />

De Lucrecia, que se mató por haber sido forzada<br />

Celebran y ensalzan los antiguos con repetidas alabanzas a Lucrecia,<br />

ilustre romana, por su honestidad y haber padecido la<br />

afrenta de ser forzada por el hijo del rey Tarquino el Soberbio.<br />

Luego que salió de tan apretado lance, descubrió la insolencia<br />

de Sexto a su marido Colatino y a su deudo Junio Bruto, varones<br />

esclarecidos por su linaje y valor, empeñándolos en la<br />

venganza; pero, impaciente y dolorosa de la torpeza cometida en su<br />

persona, se quitó al punto la vida. A vista de este<br />

lamentable suceso, ¿qué diremos? ¿En qué concepto hemos de tener a<br />

Lucrecia, en el de casta o en el de adúltera? Pero<br />

quién hay que repare en esta controversia? A este propósito, con<br />

verdad y elegancia, dijo un célebre político en una<br />

declaración: Porque, dando a<br />

entender que en esta acción en el uno había habido un apetito torpe y<br />

en la otra una voluntad casta, y atendiendo a lo que<br />

resultó, no de la unión de los miembros, sino de la diversidad de los<br />

ánimos; dos, dice, fueron, y uno sólo cometió el adulterio.<br />

Pero ¿qué novedad es ésta que veo castigada con mayor rigor a la que<br />

no cometió el adulterio? A Sexto, que es el causante, le<br />

destierran de su patria juntamente con su padre, y a Lucrecia la veo<br />

acabar su inocente vida con la pena más acerba que<br />

prescribe la ley: si no es deshonesta la que padece forzada, tampoco<br />

es justa la que castiga a la honesta. A vosotros apelo,<br />

leyes y magistrados romanos, pues aun después, de cometidos los<br />

delitos jamás permitisteis matar libremente a un facineroso sin<br />

formarle primero proceso, ventilar su causa por los trámites del<br />

Derecho y condenarle luego; si alguno presentase esta causa<br />

en vuestro tribunal y os constase por legítimas pruebas que habían<br />

muerto a una señora, no sólo sin oírla ni condenarla, sino<br />

también siendo casta e inocente, pregunto: ¿no castigaríais semejante<br />

delito con el rigor y severidad que merece?. Esto hizo<br />

aquella celebrada Lucrecia: a la inocente, casta y forzada Lucrecia<br />

la mató la misma Lucrecia; sentenciadlo vosotros, y si os<br />

excusáis diciendo no podéis ejecutarlo porque no está presente para<br />

poderla castigar, ¿por qué razón a la misma que mató a<br />

una mujer casta e inocente la celebráis con tantas alabanzas? Aunque<br />

a presencia de los jueces infernales, cuales comúnmente<br />

nos los fingen vuestros poetas, de ningún modo podéis defenderla<br />

estando ya condenada entre aquellos que con su propia<br />

mano, sin culpa, se dieron muerte, y, aburridos de su vida, fueron<br />

pródigos de sus almas a quien. deseando volver acá no la<br />

dejan ya las irrevocables leyes y la odiosa laguna con sus tristes<br />

ondas la detiene; por ventura, ¿no está allí porque se mató, no<br />

inocentemente, sino porque la remordió la conciencia? ¿Qué sabemos lo<br />

que ella solamente pudo saber, si llevada de su deleite


consintió con Sexto que la violentaba, y, arrepentida de la fealdad<br />

de esta acción, tuvo tanto sentimiento que creyese no podía<br />

satisfacer tan horrendo crimen sino con su muerte? Pero ni aun así<br />

debía matarse, si podía acaso hacer alguna penitencia que la<br />

aprovechase delante de sus dioses. Con todo, si por fortuna es así, y<br />

fue falsa la conjetura de que dos fueron en el acto y uno<br />

sólo el que cometió el adulterio, cuando, por el contrario, se<br />

presumía que ambos lo perpetraron, el uno con evidente fuerza y la<br />

otra con interior consentimiento, en este caso Lucrecia no se mató<br />

inocente ni exenta de culpa, y por este motivo los que<br />

defienden su causa podrán decir que no está en los infiernos entre<br />

aquellos que sin culpa se dieron la muerte con sus propias<br />

manos; pero de tal modo se estrecha por ambos extremos el argumento,<br />

que si se excusa el homicidio se confirma el adulterio, y<br />

si se purga éste se le acumula aquél; por fin, no es dable dar fácil<br />

solución a este dilema: si es adúltera, ¿por qué la alaban?, y<br />

si es honesta, ¿por qué la matan? Mas respecto de nosotros, éste es<br />

un ilustre ejemplo para convencer a los que, ajenos de<br />

imaginar con rectitud, se burlan de las cristianas que fueron<br />

violadas en su cautiverio, y para nuestro consuelo bastan los dignos<br />

loores con que otros han ensalzado a Lucrecia, repitiendo que dos<br />

fueron y uno cometió el adulterio, porque todo el pueblo<br />

romano quiso mejor creer que en Lucrecia no hubo consentimiento que<br />

denigrase su honor, que persuadirse que accedió sin<br />

constancia a un crimen tan grave. Así es que el haberse quitado la<br />

vida por sus propias manos no fue porque fuese adúltera,<br />

aunque lo padeció inculpablemente; ni por amor a la castidad, sino<br />

por flaqueza y temor de la vergüenza. Tuvo, pues,<br />

vergüenza de la torpeza ajena que se había cometido en ella, aunque<br />

no con ella, y siendo como era mujer romana, ilustre por<br />

sangre y ambiciosa de honores, temió creyese él vulgo que la<br />

violencia que había sufrido en vida había sido con voluntad suya;<br />

por esto quiso poner a los ojos de los hombres aquella pena con que<br />

se castigó, para que fuese testigo de su voluntad ante<br />

aquellos a quienes no podía manifestar su conciencia. Tuvo, pues, un<br />

pudor inimitable y un justo recelo de que alguno<br />

presumiese había sido cómplice en el delito, si la injuria que Sexto<br />

había cometido torpemente en su persona la sufriese con<br />

paciencia. Mas no lo practicaron así las mujeres cristianas, que<br />

habiendo tolerado igual desventura aun viven; pero tampoco<br />

vengaron en si el pecado ajeno, por no añadir a las culpas ajenas las<br />

propias, como lo hicieran, si porque el enemigo con brutal<br />

apetito sació en ellas sus torpes deseos, ellas precisamente por el<br />

pudor público fueran homicidas de sí mismas. Es que tenían<br />

dentro de sí mismas la gloria de su honestidad, el testimonio de su<br />

conciencia, que ponen delante de los ojos de su Dios, y no<br />

desean más cuando obran con rectitud ni pretenden otra cosa por no<br />

apartarse de la autoridad de la ley divina, aunque a veces<br />

se expongan a las sospechas humanas.<br />

CAPITULO XX<br />

Que no hay autoridad que permita en ningún caso a los cristianos el<br />

quitarse a sí propios la vida<br />

Por eso, no sin motivo, vemos que en ninguno de los libros santos y<br />

canónicos se dice que Dios nos mande o permita que nos<br />

demos la muerte a nosotros propios, ni aun por conseguir la<br />

inmortalidad, ni por excusarnos o libertarnos de cualquiera<br />

calamidad o desventura. Debemos asimismo entender que nos comprende a<br />

nosotros la ley, cuando dice Dios, por boca de<br />

Moisés: , porque no añadió a tu prójimo, así como cuando<br />

nos vedó decir falso testimonio, añadió: ; mas no por eso, si alguno dijere falso<br />

testimonio contra sí mismo, ha de pensar que se excusa de<br />

este pecado, porque la regla de amar al prójimo la tomó el mismo


autor del amor de si mismo, pues dice la Escritura: , y si no menos incurre en la culpa de un<br />

falso testimonio el que contra sí propio le dice que si le dijera<br />

contra su prójimo, aunque en el precepto donde se prohíbe el falso<br />

testimonio se prohíbe específicamente contra el prójimo, y<br />

acaso puede figurárseles a los que no lo entienden bien que no está<br />

vedado que uno le diga contra sí mismo; cuánto más se<br />

debe entender que no es licito al hombre el matarse a sí mismo, pues<br />

donde dice la Escritura , aunque después no<br />

añada otra particularidad, se entiende que a ninguno exceptúa, ni aun<br />

al mismo a quien se lo manda. Por este motivo hay<br />

algunos que quieren extender este precepto a las bestias, de modo que<br />

no podemos matar ninguna de ellas; pero si esto es<br />

cierto en su hipótesis, ¿por qué no incluyen las hierbas y todo que<br />

por la raíz se sustenta y planta en la tierra? Pues todos estos<br />

vegetales, aunque no sientan, con todo se dice que viven y, por<br />

consiguiente, pueden morir; así pues, siempre que las hicieren<br />

fuerza las podrán matar, en comprobación de esta doctrina, el apóstol<br />

de las gentes, hablando de semejantes semillas dice: ; y el salmista<br />

dijo: . Y acaso cuando nos<br />

mandan no matarás>, ¿diremos que es pecado arrancar una planta? Y si<br />

así lo concediésemos, ¿no caeríamos en el error de<br />

los maniqueos? Dejando, pues, a un lado estos dislates, cuando dice<br />

, debemos comprender que esto no pudo<br />

decirse de las plantas, porque en ellas no hay sentido; ni de los<br />

irracionales, como son: aves, peces, brutos y reptiles, porque<br />

carecen de entendimiento para comunicarse con nosotros; y así, por<br />

justa disposición del Criador, su vida y muerte está sujeta a<br />

nuestras necesidades y voluntad. Resta, Pues, que entendamos lo que<br />

Dios prescribe respecto al hombre: dice ,<br />

es decir, a otro hombre; luego ni a ti propio, porque el que se mata<br />

a sí no mata a otro que a un hombre.<br />

CAPITULO XXI<br />

De las muertes de hombres en que no hay homicidio<br />

A pesar de lo arriba dicho, el mismo legislador que así lo mandó<br />

expresamente señaló varias excepciones, como son, siempre<br />

que Dios expresamente mandase quitar la vida a un hombre, ya sea<br />

prescribiéndolo por medio de alguna ley o previniéndolo<br />

en términos claros, en cuyo caso no mata quien presta su ministerio<br />

obedeciendo al que manda, así como la espada es<br />

instrumento del que la usa; por consiguiente, no violan este<br />

precepto, , los que por orden de Dios declararon<br />

guerras o representando la potestad pública y obrando según el<br />

imperio de la justicia castigaron a los facinerosos y perversos<br />

quitándoles la vida. Por esta causa, Abraham, estando resuelto a<br />

sacrificar al hijo único que tenía, no solamente no fue notado<br />

de crueldad, sino que fue ensalzado y alabado por su piedad para con<br />

Dios, pues aunque, cumpliendo el mandato divino,<br />

determinó quitar la vida a Isaac, no efectuó esta acción por ejecutar<br />

un hecho pecaminoso, sino por obedecer a los preceptos de<br />

Dios, y éste es el motivo porque se duda, con razón, si se debe tener<br />

por mandamiento expreso de Dios lo que ejecutó Jepté<br />

matando a su hija cuando salió al encuentro para darle el parabién de<br />

su victoria, en conformidad con el voto solemne que<br />

había hecho de sacrificar a Dios el primero que saliese a recibirle<br />

cuando volviese victorioso. Y la muerte de Sansón no por otra<br />

causa se justifica cuando justamente con los enemigos quiso perecer<br />

bajo las ruinas del templo, sino porque secretamente se lo<br />

había inspirado el espíritu de Dios, por cuyo medio hizo acciones<br />

milagrosas que causan admiración. Exceptuados, pues, estos<br />

casos y personas a quienes el Omnipotente manda matar expresamente o<br />

la ley que justifica este hecho y presta su autoridad,


cualquiera otro que quitase la vida a un hombre, ya sea a sí mismo,<br />

ya a otro, incurre en el crimen de homicidio.<br />

CAPITULO XXII<br />

Que en, ningún caso puede llamarse a la muerte voluntaria grandeza de<br />

ánimo<br />

Todos los que han ejecutado en sus personas muerte voluntaria podrán<br />

ser, acaso, dignos de admiración por su grandeza de<br />

ánimo, mas no alabados por cuerdos y sabios; aunque si con exactitud<br />

consultásemos a la razón (móvil de nuestras acciones),<br />

advertiríamos no debe llamarse grandeza de ánimo cuando uno, no<br />

pudiendo sufrir algunas adversidades o pecados de otros,<br />

se mata a sí mismo porque en este caso muestra más claramente su<br />

flaqueza, no pudiendo tolerar la dura servidumbre de su<br />

cuerpo o la necia opinión del vulgo; pero si deberá tenerse por<br />

grandeza de ánimo la de aquel que sabe soportar las<br />

penalidades de la vida y no huye de ellas, como la del que sabe<br />

despreciar las ilusiones del juicio humano, particularmente las<br />

del vulgo, cuya mayor parte está generalmente impregnada de errores,<br />

si atendemos a las máximas que dicta la luz y la pureza<br />

de una conciencia sana. Y si se cree que es una acción capaz de<br />

realizar la grandeza de ánimo de un corazón constante el<br />

matarse a sí mismo, sin duda que Cleombroto es singular en esta<br />

constancia, pues de él refieren que, habiendo leído el libro de<br />

Platón donde trata de la inmortalidad del alma, se arrojó de un muro,<br />

y de este modo pasó de la vida presente a la futura,<br />

teniéndola por la más dichosa, ya que no le había obligado ninguna<br />

calamidad ni culpa verdadera o falsa a matarse por no poderla<br />

sufrir y sólo su grandeza de ánimo fue la que excitó su<br />

constancia a romper los suaves lazos de la vida con que se hallaba<br />

aprisionado; pero de que cita acción fue temeraria y no efecto de<br />

admirable fortaleza, pudo desengañarle el mismo Platón, quien<br />

seguramente se hubiera muerto a sí mismo y mandado a los hombres lo<br />

ejecutasen así, si reflexionando sobre la inmortalidad<br />

del alma, no creyera que semejante despecho no solamente no debía<br />

practicarse, sino que debía prohibirse.<br />

CAPITULO XXIII<br />

Sobre el concepto que debe formarse del ejemplo de Catón, que, no<br />

pudiendo sufrir la victoria de César, se mató<br />

Dirán que muchos se mataron por no venir en poder de sus enemigos;<br />

pero, por ahora, no disputamos si se hizo, sino si se<br />

debió hacer, en atención a que, en iguales circunstancias, a los<br />

ejemplos debemos anteponer la razón con quien concuerdan<br />

éstos, y no cualesquiera de ellos, sino los que son tanto más dignos<br />

de imitar cuanto son más excelentes en piedad. No lo<br />

hicieron ni los patriarcas, ni los profetas, ni los apóstoles<br />

hicieron esto. El mismo Cristo Señor Nuestro, cuando aconsejó a sus<br />

discípulos que siempre que padeciesen persecución huyesen de una<br />

ciudad a otra, les pudo decir que se quitasen la vida<br />

para no venir a manos de sus perseguidores; y si el Redentor no mandó<br />

ni aconsejó que de este modo saliesen los apóstoles<br />

de esta vida miserable (a quienes en muriendo, prometió tenerles<br />

preparadas las moradas eternas), aunque nos opongan los<br />

gentiles cuantos ejemplares quieran, es manifiesto que semejante<br />

atentado no es lícito a los que adoran a un Dios verdadero; no<br />

obstante que las naciones que no conocieron a Dios, a excepción de<br />

Lucrecia, no hallan otros personajes con cuyo ejemplo<br />

puedan eludir nuestra doctrina sólo Catón, precisamente porque fuese<br />

quien ejecutó en sí este crimen, fue reputado entre los<br />

hombres por bien y docto. Y éste es el motivo que puede hacer creer a<br />

algunos que cuando Catón tomó esta deliberación,


podía hacerse, o que él tenía facultad para ejecutarlo cuando lo puso<br />

en práctica: Pero de un hecho tan temerario, ¿qué podré<br />

yo decir sino que algunas personas doctas, amigos suyos, que con más<br />

cordura le disuadían de su determinación, consideración<br />

esta acción como hija de un espíritu débil y no de un<br />

corazón fuerte? Pues por ella venía a manifestar, no la virtud que<br />

huye de las acciones torpes, sino la flaqueza que no puede sufrir las<br />

adversidades, lo cual dio a entender el mismo Catón en la<br />

persona de su hijo; porque si era cosa vergonzosa vivir bajo los<br />

triunfos y protección de César, como lo aconsejaba a su hijo, a<br />

quien persuadió tuviese confianza, que alcanzaría de la benignidad de<br />

César cuanto le pidiese, ¿por qué no le excitó a que,<br />

imitando su ejemplo, se matase con él? Si Torcuato, loablemente,<br />

quita la vida a su hijo, que contra su orden presentó la batalla<br />

al enemigo, no obstante de quedar vencedor, ¿por qué Catón vencido<br />

perdona a su hijo vencido, no habiéndose perdonado a<br />

sí propio? ¿Por ventura era acaso acción más humillante ser vencedor<br />

contra el mandato que contra el decoro de sufrir al<br />

vencedor? Luego Catón no tuvo por ignominioso vivir bajo la tutela de<br />

César vencedor; pues si hubiera sentido lo contrario, con<br />

su propia espada libertaría a su hijo de esta deshonra. ¿Y cuál pudo<br />

ser el motivo de esta persuasión paterna? Sin duda no fue<br />

otro tan singular como fue el amor que tuvo a su hijo, a quien quiso<br />

que César perdonase; tanta fue la envidia que tuvo de la<br />

gloria del mismo César, porque no llegase el caso de ser perdonado de<br />

éste, como refieren que lo dijo César, o para<br />

expresarlo con más suavidad, tanta fue la vergüenza de hacerse<br />

prisionero de su enemigo.<br />

CAPITULO XXIV<br />

Que 'en la virtud en que Régulo superó a ,Catón se aventajan, mucho<br />

más los cristianos<br />

Los incrédulos, contra cuyas opiniones disputamos, no quieren que<br />

antepongamos a Catón, un varón tan santo como fue Job,<br />

que quiso más padecer en su cuerpo horribles y pestíferos males, que,<br />

con darse muerte, carecer de todos aquellos tormentos,<br />

o a otros santos que, por el irrefragable testimonio de nuestros<br />

libros, tan autorizados como dignos de fe, consta quisieron más<br />

sufrir el cautiverio de sus enemigos que darse a sí propios la<br />

muerte. Con todo, por lo que resulta de los libros de estos<br />

fanáticos, a M. Catón podemos preferir Marco Régulo, en atención a<br />

que Catón jamás venció en campal batalla a César, siendo<br />

así que César había vencido a Catón, el cual, viéndose vencido, no<br />

quiso postrar su orgullosa cerviz sujetándose a su albedrío,<br />

y por no rendirse quiso más matarse a si propio; pero Régulo había ya<br />

batido y vencido varias veces a los cartagineses, y<br />

siendo aún general, había alcanzado para el Imperio romano una<br />

señalada victoria, no lastimosa para sus mismos ciudadanos,<br />

sino célebre por ser de sus enemigos; y, con todo, vencido al fin por<br />

los africanos, quiso más sufrir sus injurias sirviendo como<br />

esclavo que huir de la esclavitud dándose la muerte; y así, bajo el<br />

yugo de los cartagineses, mostró paciencia, y en el amor a su<br />

patria constancia, no privando a los enemigos de un cuerpo ya<br />

vencido, ni a sus ciudadanos de un ánimo invencible. Jamás<br />

tuvo la idea de quitarse la vida por insufribles que fuesen sus<br />

calamidades, y esto lo hizo por el deseo de conservar la vida;<br />

cuya presunción ratificó cuando, en virtud del juramento referido,<br />

volvió sin recelo al poder de sus contrarios, a quienes había<br />

causado en el Senado mayor perjuicio con sus raciocinios y dictamen<br />

que en campaña con su acreditado valor y temibles<br />

ejércitos. Así, pues, un tan gran menospreciador de la vida presente,<br />

que quiso más terminar su carrera entre enemigos crueles,<br />

padeciendo toda suerte de desdichas, que darse por sí mismo la<br />

muerte, sin duda que tuvo por horrendo crimen que el hombre


a sí mismo se quite la vida. Entre todos sus varones insignes en<br />

virtud, armas y letras, no hacen alarde los romanos de otro<br />

mejor que de Régulo, a quien ni la felicidad le perdió; pues con<br />

tantas victorias murió pobre, ni la infelicidad quebrantó su<br />

constante ánimo, puesto que volvió sin temor a una servidumbre tan<br />

fiera, sólo por atender la felicidad de su patria; y si tales<br />

hombres, acérrimos defensores de Roma y de sus dioses (a quienes<br />

adoraban con el mayor respeto, observando<br />

religiosamente los juramentos que por ellos hacían), pudieron quitar<br />

la vida a sus enemigos, atendiendo el derecho de la guerra,<br />

éstos, ya que la veían conservada por la piedad del vencedor, no<br />

quisieron matarse a sí propios; pues no temiendo los<br />

horrores de la muerte, tuvieron por más acertado sufrir el yugo de<br />

sus señores que tomársela por sus propias manos. A vista de<br />

tales ejemplos, ¿con cuánta mayor razón los cristianos, que adoran a<br />

un Dios verdadero y aspiran a la patria celestial, deben<br />

guardarse de cometer este pecado, siempre que la Divina Providencia<br />

los sujete al imperio de sus enemigos, ya para probar la<br />

rectitud de su corazón, ya para su corrección? Pues es indudable que<br />

en tal calamidad no los desampara aquel gran Dios, que,<br />

siendo el Señor de los señores, vino en traje tan humilde a este<br />

mundo, para enseñarnos con su ejemplo a practicar la<br />

humildad, por lo cual, aquellos mismos a quienes ninguna ley, derecho<br />

militar ni práctica autoriza para atar al enemigo vencido,<br />

deben ser más cuidadosos en conservar vidas y no quebrantar las<br />

divinas sanciones.<br />

CAPITULO XXV<br />

Que no se debe evitar un pecado con otro pecado<br />

¿Qué error tan craso es el que se apodera de nuestra imaginación<br />

cuando llega a persuadir al hombre se mate a sí mismo, ya<br />

sea porque su enemigo pecó contra él, o por que no peque cuando no se<br />

atreve a matar al mismo enemigo que peca o ha de<br />

pecar? Dirán que se debe temer que el cuerpo, sujeto al apetito<br />

sensual del enemigo, convide y atraiga con él demasiado regaló<br />

al alma a consentir en el pecado; y por eso añaden que debe<br />

matarse uno a sí mismo, no ya por el pecado ajeno, sino por<br />

el suyo propio antes que le cometa; pero de ningún modo consentirá en<br />

tal flaqueza un alma que acceda al apetito carnal,<br />

irritada con el torpe deseo de otro; un alma, digo, que está más<br />

sujeta a Dios y a su admirable sabiduría que el apetito corporal;<br />

y si es una acción detestable y una maldad abominable el matarse el<br />

hombre a sí mismo, como la misma verdad nos lo predica,<br />

¿quién será tan necio que diga: pequemos ahora para que no pequemos<br />

después; cometamos ahora el homicidio, no sea que<br />

después caigamos en adulterio? Pregunto: si dado caso que domine en<br />

nuestros corazones con tanto despotismo la maldad,<br />

que no escojamos ni echemos mano de la inocencia, sino de los<br />

pecados, ¿no será mejor el adulterio incierto futuro que el<br />

homicidio cierto de presente? ¿No sería menos culpable cometer un<br />

pecado que se pueda restaurar con la penitencia que<br />

cometer otro en que no se deja tiempo para hacerla? Esto he dicho por<br />

aquellos que por evitar el pecado, no ajeno, sino propio<br />

(no sea que a causa del ajeno apetito vengan a consentir también con<br />

el propio irritado), piensan que deben hacerse fuerza a sí<br />

y matarse. Pero líbrenos Dios que el alma cristiana que confía en su<br />

Dios, teniendo puesta en él su esperanza y estribando en<br />

su favor y ayuda, caiga, se rinda y ceda a un deleite carnal para<br />

consentir en una torpeza, aumentando un delito con otro delito.<br />

Y si la resistencia carnal, que había aun en los miembros moribundos,<br />

se mueve como por un privilegio suyo contra el de<br />

nuestra voluntad, cuánto más será (sin mediar culpa) en el cuerpo del<br />

que no consiente, si se halla (sin culpa) en el cuerpo del<br />

que duerme


CAPITULO XXVI<br />

Cuando vemos que los Santos hicieron cosas que, no son lícitas, ¿cómo<br />

debemos creer que las hicieron?<br />

Pero instarán diciendo que algunas santas mujeres, en tiempo de la<br />

persecución, por librarse de los bárbaros que perseguían<br />

su honestidad, se arrojaron en los ríos, cuyas arrebatadas aguas<br />

habían de ahogarlas, precisamente, y que de esto murieron, a<br />

las que, sin embargo, la Iglesia celebra con particular veneración en<br />

sus martirologios. De éstas no me atreveré a afirmar cosa<br />

alguna sin preceder un juicio muy circunstanciado, porque ignoro si<br />

el Espíritu Santo persuadió a la Iglesia con testimonios<br />

fidedignos a que celebrase su memoria; y puede ser que sea así. ¿Y<br />

quién podrá averiguar si estas heroínas lo hicieron no<br />

seducidas de la humana ignorancia, sino inspiradas por alguna<br />

revelación divina, y no errando, sino obedeciendo a los altos e<br />

inescrutables decretos del Criador? Así como de Sansón no es justo<br />

que creamos otra cosa, sino lo que nos dice la Escritura y<br />

exponen los Santos Padres; y cuando Dios así lo prescribe, ¿quién<br />

osará poner tacha en tal obediencia? ¿Quién criticará una<br />

obra piadosa? Pero no por eso obrará bien quien se determinare a<br />

sacrificar su hijo a Dios, movido de que Abraham lo hizo, y<br />

que de esta acción le resultó una gloria incomparable y su<br />

justificación; porque también el soldado, cuando, obedeciendo a su<br />

capitán, a quien inmediatamente está sujeto, mata a un hombre, por<br />

ninguna ley civil incurre en la culpa de homicida; antes, por<br />

el contrario, si no obedece a la voz de su jefe, incurre en la pena<br />

de los transgresores de las leyes militares, y si lo ejecutase por<br />

su propia autoridad y sin mandato, incurrirá en la culpa de haber<br />

derramado sangre humana; así pues, por la misma razón que<br />

le castigarán si lo ejecuta sin ser mandado, por la misma le<br />

castigarán si no lo hiciera mandándoselo; y si esto sucede cuando lo<br />

manda un general, ¿con cuánta más razón si así lo prescribiese el<br />

Criador? El que oye que no es lícito matarse, hágalo si así se<br />

lo previene Aquel cuyo mandamiento no se puede traspasar, pero<br />

atienda con el mayor cuidado si el divino mandato vacila en<br />

alguna incertidumbre. Nosotros, por lo que oímos, examinamos la<br />

conciencia, mas no nos usurpamos e¡ juzgar de lo que nos es<br />

oculto, pues nadie sabe lo que pasa en el hombre, sino su espíritu,<br />

que está con él. Lo que decimos, lo que afirmamos, lo que en<br />

todas maneras aprobamos, es que ninguno debe darse la muerte de su<br />

propia voluntad, como con achaque de excusar las<br />

molestias temporales, porque puede caer en las eternas; ninguno debe<br />

hacerlo por pecados ajenos, porque por el mismo hecho<br />

no se haga reo de un pecado propio gravísimo y mayor que aquel a<br />

quien no tocaba el ajeno; ninguno por pecados pasados,<br />

porque para éstos tenemos más necesidad de la vida, para enmendarlos<br />

con la penitencia, y ninguno por deseo de mejor vida<br />

que espera en muriendo, porque a los culpados en su muerte, después<br />

de muertos, no les aguarda mejor vida.<br />

CAPITULO XXVII<br />

Si por evitar el pecado se debe tomar muerte voluntaria<br />

Réstanos una causa que exponer, de la que ya habíamos empezado a<br />

tratar, y es que es muy importante darse la muerte por<br />

no caer en el pecado, ya sea convidado por la blandura del deleite o<br />

forzado por la crudeza del dolor; pero; si admitiésemos<br />

esta causa, pasaría tan adelante, que nos obligase a exhortar a los<br />

hombres a que se matasen, especialmente cuando,<br />

habiéndose purificado con el agua del bautismo, acaban de recibir el<br />

perdón de todos sus pecados, porque entonces es tiempo<br />

a propósito para guardarse de todos los pecados que pueden sobrevenir<br />

cuando ya están perdonados; lo cual, si se hace bien


en la muerte voluntaria, ¿por qué no se hará entonces más que nunca?<br />

¿Por qué todos los que se bautizan no se matan? ¿Por<br />

qué, habiéndose una vez librado, vuelven nuevamente a meterse en<br />

tantos peligros como hay en esta vida, siendo fácil medio<br />

para huir de todos el darse muerte? Y diciendo la Escritura , ¿por qué motivos se aman<br />

tantos y tan graves peligros? O, si no se aman verdaderamente, ¿por<br />

qué se meten los hombres en ellos? ¿Para qué se queda<br />

en esta vida aquel a quien es lícito irse de ella? Por ventura, ¿<br />

puede haber error tan disparatado, que trastorne el juicio de un<br />

hombre y no le deje reflexionar en aquella verdad que, si no se debe<br />

matar por no caer en pecado, viviendo en poder del que<br />

la cautivó; piense que le está bien el vivir para sufrir al mismo<br />

mundo, lleno a todas horas de tentaciones, y tales cuales se<br />

podían, viviendo, temer debajo la sujeción de un señor, y otras<br />

innumerables, sin las cuales no se vive en este mundo? ¿Para<br />

qué, pues, consumimos el tiempo en las acostumbradas exhortaciones,<br />

siempre que procuramos persuadir a los bautizados, o la<br />

integridad virginal, o la continencia vidual, o la fe del casto<br />

matrimonio, teniendo un atajo libre de todos los peligros de pecar,<br />

para que todos los que pudiésemos persuadir que se den muerte en<br />

acabando de recibir la remisión de sus pecados, los<br />

enviemos al Señor con las conciencias más sanas y más puras? Si<br />

alguno cree que puede ejecutar o persuadir esta doctrina,<br />

no sólo es ignorante, sino loco. ¿Con qué valor dirá a un hombre:<br />

Mátate, porque a tus pecados veniales acaso no añadas<br />

alguno grave viviendo, tal vez, en poder de un bárbaro o sensual,<br />

quien no puede decir sino con impiedad: Mátate, en estando<br />

absuelto de tus pecados, porque no vuelvas a caer en otro acaso más<br />

graves viviendo en un mundo tan engañoso, cercado de<br />

lazos y deleites, tan furioso, con tanto número de nefandas<br />

crueldades, y tan enemigo, con tantos errores y sobresaltos? Y si se<br />

dice que esto es maldad, sin duda lo es matarse, pues si pudiera<br />

haber alguna justa causa para hacerlo voluntariamente,<br />

ciertamente no habría otra más arreglada que ésta, y supuesto que<br />

ésta no lo es, luego ninguna hay para cometer un delito tan<br />

execrable Y esto, ¡oh fieles de Jesucristo!, no amargue vuestra vida;<br />

si de vuestra honestidad acaso se burló el enemigo,<br />

grande y verdadero consuelo os queda si tenéis la segura conciencia<br />

de no haber consentido a los pecados de los que Dios<br />

permitió pecasen en vosotros.<br />

CAPITULO XXVIII<br />

Por qué permitió Dios que la pasión del enemigo se cebase en los<br />

cuerpos de los continentes<br />

Y si acaso preguntáis por qué permitió Dios tan horribles crímenes,<br />

diré con el Apóstol: . Con<br />

todo, preguntádselo fielmente y examinad vuestras conciencias, no sea<br />

que os hayáis engreído demasiado por la gracia de la<br />

virginidad y continencia, o por el privilegio de la castidad, y<br />

llevadas de la complacencia de las humanas alabanzas, envidiéis<br />

también esta prerrogativa a otras. No acuso lo que ignoro, ni oigo lo<br />

que a la pregunta os responden vuestros corazones. No<br />

obstante, si respondieren que es así, no debéis maravillaros que<br />

hayáis perdido la fama con que pretendíais conquistar los<br />

corazones de los hombres, si os ha quedado lo que no se pueden<br />

manifestar a los hombres, que es el pudor. Si no consentisteis<br />

con los que pecaron con vosotras, a la gracia divina, para que no se,<br />

pierda, se le añade el divino favor, y a la humana gloria<br />

para que no se la estime ni aprecie sucede el humano baldón. En lo<br />

uno y lo otro os podéis consolar las pusilánimes, pues por<br />

un lado fuisteis probadas y por otro castigadas, por uno justificadas


y por otro enmendadas; pero a las que su corazón,<br />

preguntado, les responde que jamás se ensoberbecieron por el bien de<br />

la virginidad, o de la viudez o del casto matrimonio, y<br />

que no despreciaron, sino que se acomodaron con las humildes,<br />

alegrándose con temor y respeto por la merced que Dios les<br />

había concedido, y no envidiando a ninguno la excelencia de otra<br />

santidad y castidad igual o más excelente, antes bien, sin<br />

hacer caso de la humana gloria, que suele ser tanto mayor cuanto el<br />

bien que pide la alabanza es más raro y singular, habían<br />

deseado que fuese mayor el número de éstas que no el que entre pocas<br />

fuesen ellas las más ilustres. Tampoco las que fueron<br />

tales, si acaso a algunas de ellas lastimó su honra la bárbara<br />

licencia, deben irritarse contra la divina permisión, ni crean que<br />

por<br />

esto no cuida Dios de estas cosas, porque permite lo que ninguno<br />

comete impunemente. De estos pecados, los unos, como<br />

contrapeso de nuestros torpes apetitos, se nos perdonan en la vida<br />

presente por oculto juicio de Dios, pero otros se reservan<br />

para el último y tremendo juicio, que será patente a todos los<br />

mortales; y acaso también estas señoras, a quienes asegura el<br />

testimonio de su conciencia de no haberse envanecido ni engreído por<br />

el bien de la castidad, padeciendo, no obstante, violencia<br />

en sus cuerpos, tenían oculta alguna flaqueza que pudiera degenerar<br />

en soberbia, si en aquella miserable forma escaparán de<br />

la humillación con que las sujetó la barbarie del vencedor. Así como<br />

la muerte arrebató a algunos porque la malicia no les<br />

trastornase el juicio, así a éstas se les arrebató violentamente una<br />

cierta interior prerrogativa, para que la prosperidad no desvirtuase<br />

su modestia. A las unas y a las otras, que con respecto a su<br />

cuerpo les habían padecido afrenta alguna contra su<br />

honestidad, o eran ya soberbias, o acaso podrían ensoberbecerse si la<br />

violencia del enemigo no las hubiera tocado; pero esta<br />

acción no fue causa de perder la castidad, sino de recomendarles la<br />

humildad, proveyó Dios en lance tan crítico; de pronto<br />

remedió a la soberbia presente de las unas, y a la que amenazaba en<br />

lo sucesivo a las otras. Sin embargo, no se debe omitir<br />

que algunas que padecieron violencia pudo ser creyesen que el bien de<br />

la continencia era bien exterior del cuerpo, y que se<br />

poseía incorrupto mientras no sufriese torpeza de alguno, y que no<br />

consistía únicamente en la constancia de la voluntad, que<br />

estriba en el favor divino para que sea santo el cuerpo y el<br />

espíritu, y, finalmente, que este bien no es de calidad que no se<br />

pueda perder, aunque le pe se a la voluntad. Del, cual error quizá<br />

salieron con la experiencia, porque, cuando consideran con<br />

qué conciencia sirvieron a Dios y con fe cierta, creen que a los que<br />

así sirven invocan de ningún modo puede desampararlos,<br />

y, por último, no dudan lo agradable que es a sus divinos ojos la<br />

castidad, observan al mismo tiempo es infalible consecuencia<br />

que en ninguna manera permitiría sucediesen semejantes infortunios a<br />

sus santos si por ellos pudieran perder la santidad e<br />

incorruptibilidad de costumbres que el mismo autor de la Naturaleza<br />

les concedió y aprecia en ellos.<br />

CAPITULO XXIX<br />

Qué deben responder los cristianos a los infieles cuando los baldonan<br />

de que no los libró Cristo de la furia de los enemigos<br />

Tienen, pues, todos los hijos del verdadero Dios su consuelo, no<br />

falaz ni fundado en la vana confianza de las cosas mudables,<br />

caducas y terrenas, antes más bien, pasan la vida temporal sin tener<br />

que arrepentirse de ella, porque en un breve transcurso<br />

se ensayan para la eterna, usando de los bienes terrenos como<br />

peregrinos, sin dejarse arrebatar de sus ligeras representaciones<br />

y sufriendo con notable conformidad los males que prueban su<br />

constancia o corrigen su vida; pero los que se burlan de los


suaves medios de que Dios se sirve para acrisolar nuestra<br />

justificación, diciendo al hombre perseguido cuando le ven rodeado<br />

de calamidades temporales: , digan ellos, ¿<br />

adónde están sus dioses cuando padecen iguales infortunios,<br />

pues para eximirse de tales vejaciones, o acuden a su<br />

adoración, o pretenden que se deben adorar? Pero los atribulados<br />

por la mano poderosa constantemente responden: <br />

CAPITULO XXX<br />

Que desean abundar en abominables prosperidades los que se quejan de<br />

los tiempos cristianos<br />

Si viviera aquel insigne Escipión Nasica, que fue ya vuestro<br />

pontífice (a quien, al mismo tiempo que estaba más encendida la<br />

segunda guerra Púnica, burlando la República una persona de la más<br />

excelente bondad para recibir la madre de los dioses<br />

que transportaban de Frigia, le escogió unánimemente todo el Senado<br />

para desempeñar este honorífico encargó), este ínclito<br />

héroe, el grande Escipión, digo, cuyo mismo rostro no os atreveríais<br />

a mirar, él reprimiría vuestra altanería. Porque, pregunto, si<br />

queréis que os diga mi sentir: cuando os veis afligidos con las<br />

adversidades, ¿acaso os quejáis por otro motivo de los tiempos<br />

cristianos, sino porque apetecéis tener seguros y libres de temores<br />

vuestros deleites, vuestros apetitos, y entregaros a una vida<br />

viciosa, sin que en ella se experimente molestia ni pena alguna? Y la<br />

razón es obvia y convincente, porque vosotros no deseáis<br />

la paz y abundancia de bienes para usar de ellos honestamente, es<br />

decir, con sobriedad, frugalidad y templanza, sino para<br />

buscar con inmensa prodigalidad infinita variedad de deleites, y lo<br />

que sucede entonces es que, con las prosperidades, renacen<br />

en la vida y las costumbres unos males e infortunios tan<br />

intolerables, que hacen más estragos en los corazones humanos que la<br />

furia irritada de los enemigos más crueles. Aquel Escipión, vuestro<br />

pontífice máximo, aquel grande hombre; superior en bondad<br />

a todos los patricios romanos, según el juicio del Senado, temiendo<br />

en vosotros esta calamidad, resistía a la destrucción de Cartago,<br />

émula y competidora en, aquella época del pueblo romano,<br />

contradiciendo a Catón, cuyo dictamen era se destruyese<br />

temeroso del ocio y de la seguridad, que es enemiga de los ánimos<br />

flacos, y viendo que era importante y necesario el miedo,<br />

como tutor idóneo de la flaqueza infantil de sus ciudadanos; mas no<br />

se engañó en este modo de pensar, porque la experiencia<br />

acreditó cuán cierto era lo que exponía, pues, destruida Cartago,<br />

esto es, habiendo ya sacudido y desterrado de sus ánimos el<br />

terror que tenía amedrentados a los romanos, inmediatamente se<br />

sucedieron tan crecidos males, nacidos de las prosperidades,<br />

que; rota la concordia primeramente con las sediciones populares,<br />

crueles y sangrientas, después, enlazándose unas revoluciones<br />

con otras, con las guerras civiles, se hizo tanto estrago, se<br />

derramó tanta sangre, creció tan insensiblemente la bárbara<br />

crueldad de las prescripciones y robos, que aquellos mismos ínclitos<br />

romanos que, viviendo moderadamente, temían recibir<br />

algún daño de sus enemigos, perdida la moderación y la inocencia de


costumbres, vinieron a padecer terribles infortunios,<br />

ejecutados por la fiera mano de sus propios ciudadanos; finalmente,<br />

el insaciable apetito de reinar, que entre los otros vicios<br />

comunes a todos los hombres ocupaba el primer lugar, especialmente en<br />

los corazones de los romanos, después que salió con<br />

victoria respecto de muy pocos, y ésos no muy poderosos, al fin,<br />

habiendo quebrantado las fuerzas de los demás, los vino a<br />

oprimir también con duro yugo de la servidumbre.<br />

CAPITULO XXXI<br />

Con, qué vicios y por qué grados fue creciendo en los romanos el<br />

deseo de reinar<br />

Y ¿cómo había de aquietarse este deseo en aquellos ánimos soberbios,<br />

sino hasta el instante mismo en que con la continuación<br />

de los honores acabase de llegar la potestad real que a todos<br />

sujetase? Lo cierto es que no hubiera habido posibilidad para<br />

continuar tales dignidades, sino prevaleciera la ambición. Tampoco<br />

hubiera dominado la ambición si no fuera porque ya Roma<br />

estaba estragada con la abundancia de riquezas, deleites y festines;<br />

es innegable que el pueblo llegó a ser codicioso y vicioso<br />

en su trato y regalo por las propiedades pasadas, como sentía<br />

prudentemente el insigne Nasica, cuando era de dictamen que<br />

no se destruyese la ciudad más populosa, más fuerte y más poderosa de<br />

los enemigos, a fin de que el terror refrenase el<br />

apetito, y, moderado éste, no excediese en sus regalos y deleites;<br />

templados éstos no creciese la codicia, y, atajados estos<br />

vicios, floreciese y se fomentase la virtud, importante para la<br />

existencia del poder romano, permaneciendo y conservándose<br />

consiguientemente la libertad que, naturalmente, había de seguir a<br />

esta virtud. De estos principios y del aplaudido amor a la<br />

patria procedió lo que el mismo pontífice máximo (escogido por el<br />

Senado unánimemente como el varón más insigne en bondad)<br />

impidió para evitar graves inconvenientes, y fue que, teniendo<br />

resuelto el Senado fabricar un amplio teatro, puso en juego toda<br />

su elocuencia para persuadir que no debía ejecutarse, haciendo ver a<br />

aquel respetable Congreso en un enérgico discurso no<br />

era conveniente permitiesen el que se introdujesen paulatinamente en<br />

las varoniles costumbres de su patria los deleites,<br />

sensualidades y regalos de Grecia, y menos, consintiesen en que una<br />

peregrina superfluidad y fausto se estableciese, pues no<br />

serviría más que para destruir y corromper el valor y virtud romana.<br />

Fue tan eficaz el raciocinio de Nasica y tanta impresión hizo<br />

en los ánimos de los magistrados, que, movidos de sus poderosas<br />

razones, ordenaron los senadores que de allí adelante no se<br />

pusiesen los bancos o escaños que entonces solían poner en lugar de<br />

teatro y acostumbraban a usar para ver los juegos.<br />

¿Con cuánta diligencia hubiera desterrado, Nasica de Roma los juegos<br />

escénicos si se hubiera atrevido a oponerse a la autoridad<br />

de los que él tenía por dioses y no sabía que eran demonios? Y,<br />

en caso que lo supiese, creía que primero debía<br />

aplacarles con las funciones que menospreciarles, pues en estos<br />

tiempos aún no se había declarado ni predicado a las gentes la<br />

doctrina del Cielo, la cual, purificando el corazón con la fe,<br />

pudiera enderezar el afecto humano para procurar con humildad las<br />

cosas celestiales librándole al mismo tiempo de la sujeción de los<br />

demonios<br />

CAPITULO XXXII<br />

Del origen de los juegos escénicos<br />

Con todo, sabed los que ignoráis, y advertid los que disimuláis no<br />

saberlo y murmuráis contra el que os vino a librar de vuestra<br />

esclavitud, que los juegos escénicos, espectáculos de torpezas y


vivo retrato de la humana vanidad, se instituyeron<br />

primeramente en Roma, no por los vicios de los hombres, sino por<br />

mandato de vuestros dioses. Ciertamente fuera más tolerable<br />

que dieseis honor y culto divino a aquel esclarecido Escipión, que no<br />

el que adoraseis semejantes dioses, cuando éstos no eran<br />

mejores que su pontífice. Advertid y escuchad, si el juicio,<br />

trastornado tiempo ha con los errores que ha bebido en el maternal<br />

pecho, os deja considerar algún punto que sea conforme a razón. Los<br />

dioses, para aplacar la pestilencia de los cuerpos,<br />

mandaron que se les hiciesen los juegos escénicos; y vuestro<br />

pontífice, porque se preservasen de la infección de los ánimos,<br />

estorbó el que se edificase el teatro. Si os quedó en el<br />

entendimiento alguna luz con que conozcáis, podéis preferir el ánimo<br />

al<br />

cuerpo; elegid a quien habéis de adorar. Aquella decantada<br />

pestilencia de los cadáveres no cesó tampoco entonces, a pesar de<br />

observar fielmente las fiestas prescritas; por cuanto en un pueblo<br />

belicoso y acostumbrado de antemano a solos los juegos<br />

circenses, no sólo se introdujeron la delicadeza y la lascivia de los<br />

juegos escénicos, sino que, observando la perspicaz astucia<br />

de los malignos espíritus que aquel contagio, había de cesar, llegado<br />

su total complemento, procuró con esta ocasión enviarles<br />

otro mucho más grave (que es la, que principalmente les agrada), no<br />

en los cuerpos, sino en las costumbres, el cual cegó con<br />

tan oscuras tinieblas los ánimos de los miserables y los estragó con<br />

tan reiteradas torpezas, que, aún al presente (que será<br />

quizá increíble si viniere a noticia de nuestros descendientes),<br />

después de destruida Roma, los que estaban atacados de aquella<br />

enfermedad contagiosa, y huyendo de ella pudieron llegar a Cartago,<br />

cada día concurren a porfía a los teatros, por el ansia y<br />

desatino de ver estos juegos,<br />

CAPITULO XXXIII<br />

De los vicios de los romanos, los cuales no pudo enmendar la<br />

destrucción de su patria<br />

¡Oh juicios sin juicio! ¡Qué error!, o, por mejor decir, ¡qué furor<br />

es éste tan grande, que llorando vuestra ruina -según he oído-<br />

las naciones orientales y haciendo públicas demostraciones de<br />

sentimiento y tristeza las mayores ciudades que hay en las partes<br />

más remotas de la tierra, vosotros busquéis aún los teatros, entréis<br />

en ellos hasta llenarlos del todo, y ejecutéis mayores<br />

desvaríos que antes! Esta ruina e infección de los ánimos, este<br />

estrago de la bondad y de la virtud, es lo que temía en vosotros<br />

el ínclito Escipión cuando prohibía severamente que se edifiquen<br />

teatros; cuando examinaba en su interior que las<br />

prosperidades fácilmente estragarían vuestros corazones, y cuando<br />

quería que no vivieseis seguros del terror de vuestros<br />

enemigos, porque no tenía aquel celebrado héroe por feliz la<br />

República que tenía los muros de pie y las costumbres por el<br />

suelo. Pero en vosotros pudo más la ingeniosa astucia y seducción de<br />

los impíos demonios que las providencias justas de hombres<br />

sensatos, de donde se infiere necesariamente que los males que<br />

hacéis no queréis imputároslos a vosotros; pero los que<br />

padecéis los imputáis a los tiempos cristianos, ya que en la época de<br />

la seguridad no pretendéis la paz de la República, sino la<br />

libertad de vuestros vicios, los que no pudisteis enmendar con las<br />

adversidades, porque ya vuestro corazón estaba pervertido<br />

con las prosperidades. Quería Escipión que os pusiera miedo el<br />

enemigo para que no cayeseis en el vicio, y vosotros, aún<br />

hollados y abatidos por el enemigo, no quisisteis desistir del vicio,<br />

perdisteis el fruto de la tribulación, habéis venido a ser<br />

miserables y quedado contagiados con vuestros pasados excesos; y, con<br />

todo, si lográis el vivir, debéis creer es por singular<br />

merced de Dios, que, con perdonaros, os advierte que os enmendéis


haciendo penitencia. Por último, hombres ingratos, debéis<br />

estar persuadidos íntimamente que este gran Dios usó con vosotros la<br />

grande misericordia de libraros de la furia, del enemigo<br />

amparándoos bajo el nombre de sus siervos o en lugares y oratorios de<br />

sus mártires, adonde os acogíais y salvabais vuestras<br />

vidas.<br />

CAPITULO XXXIV<br />

De la clemencia de Dios con que mitigó la destrucción de Roma<br />

Refieren que Rómulo y Remo hicieron un asilo o lugar privilegiado<br />

adonde cualquiera que se acogiese fuese libre de cualquier<br />

daño o pena merecida, procurando con este ardid acrecentar la<br />

población de la ciudad que fundaban; maravilloso ejemplo<br />

precedió a la presente ruina para que sobre él se aumentase la gloria<br />

de Jesucristo, y los que arruinaron a Roma hicieron lo<br />

mismo que habían antes establecido sus fundadores, pero con esta<br />

diferencia: que éstos lo ejecutaron para suplir el número de<br />

sus ciudadanos, que era muy escaso, si había de formarse una<br />

población tan numerosa como apetecían, y aquellos igualmente<br />

lo practicaron por conservar el considerable número de hombres que<br />

había en ella. Responda a sus contrarios la familla<br />

redimida con la sangre de Jesucristo, y su peregrina ciudad, si más<br />

copiosa y cómodamente pudiere, estas y otras cosas<br />

semejantes.<br />

CAPITULO XXXV<br />

De los hijos de la iglesia que hay encubiertos entre los impíos, y de<br />

los falsos cristianos que hay dentro de la iglesia<br />

Pero acuérdese que entre estos sus amigos hay algunos ocultos que han<br />

de ser ciudadanos suyos; porque no juzgue es sin<br />

fruto, aun mientras conversa con ellos, que sufra a los que la<br />

aborrecen y persiguen hasta que finalmente se declaren y<br />

manifiesten; así como en la Ciudad de Dios, mientras es peregrina en<br />

el mundo, hay algunos que gozan al presente en ella de la<br />

comunión de los sacramentos, los cuales, sin embargo, no se han de<br />

hallar con ella en la patria eterna de los Santos, y de éstos<br />

unos hay ocultos y otros descubiertos, quienes con los enemigos de la<br />

religión no dudan en murmurar contra Dios, cuyo<br />

sacramento traen, acudiendo unas veces en su compañía a los teatros,<br />

y otras con nosotros a las iglesias. Pero de la enmienda<br />

aún de algunos de éstos con más razón no debemos perder la esperanza,<br />

pues entre los mismos enemigos declarados vemos<br />

que hay encubiertos algunos amigos predestinados sin que ellos mismos<br />

lo conozcan; porque estas' dos ciudades en este siglo<br />

andan confusas y entre sf mezcladas, hasta que se distinga en el<br />

juicio final, de cuyo nacimiento, progresos y fin, con el favor de<br />

Dios, diré lo que me pareciere a propósito para mayor gloria de la<br />

Ciudad de Dios, la cual campeará mucho más cotejada con<br />

sus contrarios.<br />

CAPITULO XXXVI<br />

De lo que se ha de tratar en el siguiente discurso<br />

Pero todavía me quedan que decir algunas razones contra los que<br />

atribuyen las pérdidas de la República romana a nuestra religión,<br />

porque les prohíbe ésta que sacrifiquen a sus dioses; referiré<br />

también cuántas calamidades me pudieren ocurrir, o cuántas me<br />

parecieren dignas de referirse, que padeció aquella ciudad, o las<br />

provincias que estaban debajo de su Imperio, antes que se


prohibiesen sus sacrificios. Todas las cuales, sin duda, nos las<br />

atribuyeran si tuvieran entonces, o noticia de nuestra religión, o<br />

les prohibiera así sus sacrílegos sacrificios. Después manifestaré<br />

cuáles<br />

fueron sus costumbres y por qué causa quiso, el verdadero Dios -en<br />

cuya mano están todos los imperios- ayudarles para acrecentar el<br />

suyo, y cómo en nada favorecieron los que ellos tenían por<br />

sus dioses, antes por el contrario, cuánto daño les causaron con sus<br />

engaños. Últimamente, hablaré contra los que, refutados y convencidos<br />

con argumentos insolubles, procuran defender la<br />

adoración de los dioses, no por la utilidad que se saca de ellos en<br />

vida, sino por la que se espera después de la muerte. En la cuestión<br />

si no me engaño, habrá mucho más en que entender, y será<br />

digna de que se trate con mayor esmero, de modo que en ella vengamos<br />

a disputar contra los filósofos, y no cualesquiera, sino contra los<br />

que entre ellos son de mejor fama y nombre, y concuerdan<br />

en muchas cosas con nosotros; es a saber, en la inmortalidad del<br />

alma, en que el verdadero Dios creó al mundo y en la admirable<br />

Providencia con que gobierna todo lo que creó; mas porque es<br />

justo que los refutemos también en los puntos que opinan contra<br />

nosotros, no dejaré tampoco de dar satisfacción a esta parte, para<br />

que, refutadas las impías contradicciones conforme a las fuerzas que<br />

Dios me diere, presentemos la Ciudad de Dios y la verdadera religión,<br />

mediante la cual se nos promete con verdad la eterna bienaventuranza.<br />

Así con esto concluyo este libro, para que lo que<br />

tenemos dispuesto lo comencemos en un nuevo libro.<br />

LIBRO SEGUNDO<br />

DEGRADACIÓN DE ROMA ANTES DE CRISTO<br />

CAPITULO PRIMERO<br />

Del método que se ha de observar al exponer este tratado<br />

Si el pervertido y estragado corazón del hombre no se atreviera<br />

comúnmente a oponerse a la razón y a la verdad sólida y evidente,<br />

sino que sujetara su enferma ignorancia a la doctrina sana, como<br />

a medicina, hasta que con los auxilios de Dios, y mediante la fe de<br />

la religión y de una piedad edificante recobrara la salud, no<br />

tendrían necesidad de emplear muchas razones los que sienten bien y<br />

declaran lo que entienden con palabras convenientes vara convencer y<br />

destruir cualquier error de los que opinan vanamente lo contrario.<br />

Mas porque en la presente época la dolencia más<br />

incurable y más contagiosa de las almas necias es aquella con que sus<br />

discursos e imaginaciones sin razón ni fundamento, aun después de<br />

haberle dado una instrucción tal cual está obligado a<br />

suministrar un hombre a otro, o de pura ceguedad, que les impide ver<br />

aun los objetos más perceptibles, o por tenaz obstinación, que le<br />

impele a no admitir aun aquello mismo que registran sus ojos,<br />

defienden sus temerarios caprichos como si fueran la misma razón y<br />

verdad, es fuerza que en la mayor parte de las materias que hayan de<br />

proponerse seamos algo extensos, aun en los asuntos por<br />

su esencia evidentes, como si las propusiéramos, no a los que tienen<br />

ojos para verlas, sino a los que andan a tientas y a ojos cerrados,<br />

para que las toquen y palpen. Pero ¿qué fin tendría la disputa<br />

d a qué límites habrían de ceñirse las expresiones si hubiéramos de<br />

contestar siempre a los que nos responden? Porque aquellos que no<br />

pueden entender lo que decimos, o son tan inflexibles por la<br />

repugnancia de sus juicios, que, aun dado el caso que lo perciban, no<br />

quieren desistir de su tenacidad, responden como dice la Escritura:<br />

Cuyas contradicciones, si tantas veces las hubiéramos de


efutar cuantas ellos se han empeñado con obstinación en sostener sus<br />

errores, ya ves ¡cuán prolija, molesta e infructífera seria esta<br />

fatiga!, por lo cual ni tú propio -¡carísimo hijo mío Marcelino!- ni<br />

los demás a quienes nuestras penosas tareas serán útiles para<br />

conservaros en el amor y caridad de Jesucristo, gustaría fueseis<br />

jueces<br />

de mis obras, pues los incrédulos echan siempre de menos las<br />

respuestas, aunque oigan contradecir algún punto que hayan leído, y<br />

son como aquellas mujercillas de quienes dice él Apóstol .<br />

CAPITULO II<br />

De las materias que se han resuelto en el primer libro<br />

Habiendo comenzado a hablar en el libro anterior de la Ciudad de<br />

Dios, en cuya defensa (con el divino auxilio) he emprendido toda esta<br />

obra, decimos que, en primer lugar, se me ofreció responder<br />

con exactitud y extensión a los que imputan a la religión cristiana<br />

las crueles guerras con que es agitado el universo, y,<br />

principalmente, el último saqueo y destrucción que hicieron los<br />

bárbaros en<br />

Roma; no por otro motivo, sino porque prohíbe el culto de los<br />

demonios y sus nefarios sacrificios, debiendo antes atribuir a<br />

Jesucristo el que por reverencia a su santo nombre y contra el<br />

instituto de la<br />

guerra, les concedieron los godos lugares religiosos y capaces donde<br />

se pudiesen acoger libremente; quienes en muchas acciones que<br />

ejecutaron demostraron que no solamente habían honrado y<br />

respetado el culto debido al Salvador, sino también que, ocupados del<br />

temor, presumieron no era lícito ejecutar lo que permitía el derecho<br />

de la guerra. Con este motivo se ofreció la cuestión de por<br />

qué causa fueron comunes estos divinos beneficios a los impíos e<br />

ingratos y, asimismo, por qué los sucesos ásperos y lastimosos que<br />

acaecieron en la toma de la ciudad afligieron juntamente a los<br />

buenos y a los malos. Para dar cumplida solución a esta cuestión, que<br />

encierra otras varias (pues todo lo que ordinariamente observamos,<br />

así beneficios divinos como desgracias humanas, que los<br />

unos y los otros acontecen indiferentemente muchas veces a los que<br />

viven bien y mal, convenía, me he detenido algún le excitar los<br />

corazones de algunos incrédulos); para resolver, digo,<br />

especialmente para consolar a las mujeres santas y castas en quienes<br />

ejecutó con violencia el enemigo, y que no perdieron la prenda de la<br />

honestidad, aunque las lastimasen el pudor y empacho de<br />

presentarse después en público, pues así podía reducir seguramente a<br />

que no les pesase de vivir a las que no tenían culpa de qué<br />

arrepentirse. Después dije algunas cosas contra aquellos que se<br />

rebelan contra los cristianos incluidos en las expresadas<br />

calamidades, como también contra las mujeres virtuosas y honestas que<br />

padecieron fuerza, siendo así que ellos son torpes e infames por sus<br />

costumbres y conducta, en lo que degeneran de aquella decantada<br />

virtud romana, de donde se precian descender; y mucho más desdicen<br />

con sus obras de ser dignos sucesores de aquellos ínclitos<br />

romanos, de quienes refieren las historias acciones famosas, propias<br />

solamente de una virtud sólida y elevada; y lo que es más, han<br />

reducido a la antigua Roma (fundada gracias a la diligencia de los<br />

antiguos, fomentada y acrecentada con su industria y valor) a un<br />

estado más deplorable y abominable que cuando el enemigo la arruinó,<br />

porque en su ruinas cayeron solamente las piedras y los<br />

maderos, en la que éstos la han preparado han caído por tierra los<br />

más vistosos edificios y ornamentos, no de los muros, sino de las<br />

costumbres, haciendo más daño en sus corazones el ardor de<br />

sus sensuales apetitos que el fuego en los edificios de aquella<br />

ciudad; y con esto concluí el primer libro. Ahora expondré todas las<br />

calamidades que ha padecido Roma desde su fundación, así dentro,


como en las provincias sujetas a su Imperio; todas las cuales,<br />

ciertamente, las atribuyeran a la religión cristiana si entonces la<br />

doctrina evangélica predicara libremente contra sus falsos y<br />

seductores<br />

dioses.<br />

CAPITULO III<br />

De cómo se ha de aprovechar la historia que expone los trabajos<br />

acaecidos a los romanos cuando adoraban los dioses y antes que se<br />

propagase la religión cristiana<br />

Pero advierte que cuando refiero estas particularidades hablo todavía<br />

con los ignorantes, de quienes dimanó aquel refrán común: ; porque entre ellos hay<br />

algunos instruidos en su literatura y aficionados a la Historia, por<br />

la cual saben todo esto. Pero estos engreídos y preocupados<br />

literatos, para malquistarnos con la turba de los ignorantes, fingen<br />

o<br />

disimulan que no tienen tal noticia, queriendo dar a entender al<br />

mismo tiempo al vulgo que las calamidades y aflicciones con que en<br />

ciertos tiempos conviene castigar a los hombres, suceden por culpa<br />

del nombre cristiano, el cual se extiende y propaga con aplauso y<br />

fama por todo el ámbito de la tierra, mientras que se desmembra la<br />

reputación de sus dioses. Recorran, pues, con nosotros los tiempos<br />

anteriores a la venida del Salvador, y a la deseada época en que<br />

su augusto nombre se manifestó a las gentes con aquella gloria y<br />

majestad que en vano envidian, y advertirán con cuántas<br />

calamidades ha sido afligido incesantemente al Imperio romano, y en<br />

ellas excusan y defiendan a sus dioses si pueden; y si es que los<br />

adoran por no padecer estas desgracias, de las cuales, si<br />

ahora sufren alguna, procuran echarnos la culpa, pregunto: ¿Por qué<br />

permitieron los dioses que a sus adoradores les sucediesen las<br />

calamidades que he de referir, antes que les molestase el nombre<br />

de Cristo y prohibiese sus sacrificios?<br />

CAPITULO IV<br />

Que los que adoraban a los dioses jamás recibieron de ellos precepto<br />

alguno de virtud, y que en sus fiestas celebraron muchas torpezas y<br />

deshonestidades<br />

Y en cuanto a lo primero, por lo que se refiere a las costumbres, ¿<br />

por qué causa no procuraron sus dioses que no las tuviesen tan<br />

abominables? El Dios verdadero no hizo caso de aquellos que no<br />

le adoraban; pero los dioses, cuya veneración se quejan estos hombres<br />

ingratos que se les prohíbe, ¿por qué no auxiliaron con saludables<br />

leyes a sus adoradores para que pudiesen vivir bien y<br />

santamente? ciertamente, era justo que así como éstos cuidaban de sus<br />

sacrificios, así atendieran aquellos a su vida; pero a esta objeción<br />

responden que cada uno es malo porque quiere. ¿Y quién<br />

lo negará? Con todo eso, era cargo indispensable de los dioses a<br />

quienes consultaban no ocultar al pueblo que les rendía adoración los<br />

preceptos y mandamientos necesarios para vivir<br />

ajustadamente, antes manifestárselos con toda claridad, hablarles<br />

por medio de sus adivinos, reprenderles sus pecados, amenazar con los<br />

castigos más severos a los que viviesen mal, y prometer<br />

premios proporcionados a los que viviesen bien. ¿Cuándo se oyó en los<br />

templos de estas falsas deidades clamar contra los vicios y<br />

engrandecer las virtudes? Íbamos nosotros, siendo jóvenes, a los<br />

espectáculos y juegos sagrados, observábamos los linfáticos o<br />

furiosos, oíamos los músicos y gustábamos de los torpes juegos que se<br />

celebraban en honra de los dioses y las diosas. A la Celeste<br />

virgen, y a Berecynthia, madre de todos los dioses, en el día solemne<br />

que la sacaban procesionalmente, delante de sus andas la cantaban los<br />

corrompidos actores cánticos tan obscenos, que no


sería justo lo oyera, no digo la madre de los dioses, pero ni la de<br />

cualquier senador o persona honesta; y, lo que es más, ni aun las<br />

madres de estos mismos actores, porque guarda para con los<br />

padres el respeto y pudor humano cierta reverencia que no puede<br />

quitársela aun la misma torpeza; y así las mismas expresiones feas y<br />

abominables que decían ejecutaban (y que se avergonzaran<br />

los mismos actores de hacerlas por vía de ensayo en sus casas y en<br />

presencia de sus madres) las hacían por las calles públicas delante<br />

de la madre de los dioses, observándolo y oyéndolo el<br />

concurso innumerable de gentes que se congregaba a estas fiestas.<br />

Pero si aquella muchedumbre pudo hallarse presente a estas funciones,<br />

permitiéndoselo la curiosidad, por lo menos por el<br />

escándalo público y ofensa a la castidad debieron confundirse. Y ¿a<br />

qué llamaremos sacrilegios, si éstas eran ceremonias sagradas? ¿qué<br />

profanación, si aquélla era purificación? A estas indecentes<br />

operaciones llamaban férculos, o, como si dijéramos, platos en que<br />

los demonios celebraran una especie de convite, y usando de estos<br />

manjares, se apacentaban y complacían. Y ¿quién hay tan<br />

inconsiderado que no advirtiera qué clase de espíritus son los que<br />

gustan de semejantes torpezas? Esto es, aquellos que ignoran que hay<br />

espíritus inmundos que engañan a las gentes con el dictado<br />

de dioses; o los que hacen tal vida, que en ella desean tener antes a<br />

éstos propicios, o temen tenerlos enojados más que al verdadero Dios.<br />

CAPITULO V<br />

De las torpes deshonestidades con que honraban a la madre de los<br />

dioses sus devotos<br />

Bien desearía en el presente asunto no tener por jueces a los que<br />

procuran, primero que oponerse, entretenerse con los vicios de su<br />

mala vida y costumbres; y únicamente apetecería tener por mi<br />

censor al mismo Escipión Nasica, a quien el Senado eligió, como<br />

hombre de suma bondad, para recibir la estatua de la madre de los<br />

dioses, que introdujeron con pompa y aparato en la ciudad. Este<br />

nos diría si deseaba que su madre hubiera hecho tantos beneficios a<br />

la República, que por ellos se la decretaran las honras divinas, así<br />

como consta que los griegos, los, romanos y otras naciones<br />

las decretaron a ciertos hombres, por la gran, estimación que<br />

hicieron de las gracias que de ellos recibieron, creyendo que,<br />

colocados en el número de los inmortales, estaban ya admitidos en el<br />

catálogo<br />

de los dioses. Ciertamente que una felicidad tan grande, si<br />

fuera posible, la apetecería Escipión para su madre. Pero si le<br />

preguntáramos enseguida si le gustaría que entre sus divinos honores<br />

se celebraran las torpezas y deshonestidades, seguramente clamaría<br />

que quería más que su madre permaneciese muerta, sin sentido alguno,<br />

que, constituida diosa, viviese para oír semejantes<br />

obscenidades. No es posible que un senador romano, perseverando en el<br />

sano juicio con que prohibió se edificase un teatro en una ciudad<br />

poblada de gente valerosa, gustara que se diese culto a<br />

su madre en tales términos, que, contada entre las diosas, la<br />

aplacaron con ceremonias tales, que estando solamente en la clase de<br />

las matronas le ofenderían. Tampoco podría persuadirse que el<br />

pudor natural de una mujer honrada se transformaba con la divinidad<br />

en el extremo contrario, de modo que los que la adoraban la invocasen<br />

con tales honras, que cuando se dijesen semejantes<br />

denuestos contra alguno y oyéndolo en vida no se tapara los oídos y<br />

huyera de tales insolencias, se corrieran y avergonzaran de ella sus<br />

deudos, marido e hijos. Y si esta madre de los dioses, que<br />

tuviera vergüenza aun el hombre más abandonado y miserable de tenerla<br />

como madre propia, para apoderarse de los ánimos de los romanos buscó<br />

un hombre extremadamente bueno, no para<br />

hacerle tal con sus consejos y auxilio, sino para pervertirle con sus<br />

engaños; en todo semejante, pues, a aquélla mujer de quien dice la<br />

Escritura


hombres> para que aquel ánimo dotado de un excelente natural,<br />

engreído con este divino testimonio y teniéndose por extremadamente<br />

bueno, no buscase la verdadera piedad y religión, sin la cual<br />

cualquier índole, aunque buena, se desvanece y precipita con la<br />

soberbia. ¿Y cómo había de buscar aquella diosa, si no es<br />

cautelosamente, a. un hombre tan justificado cuando para sus<br />

ceremonias,<br />

aun las más sagradas, hace elección de aquellas que no gustan los<br />

hombres honrados se representen en sus banquetes?<br />

CAPITULO VI<br />

Que los dioses de los paganos nunca establecieron doctrina para bien<br />

vivir<br />

De aquí se sigue necesariamente no vigilaban aquellos dioses en la<br />

vida y costumbres de las ciudades y naciones que les rendían culto; y<br />

esto, sin duda, lo ejecutaban con el fin de dejarlas que se<br />

saciasen de tan horrendos y abominables males, no precisamente en<br />

sus campos y viñas, no en sus casas y riquezas, finalmente, no en su<br />

cuerpo, que está sujeto al alma, sino en la propia alma, en<br />

el mismo espíritu que gobierna al cuerpo, entregándose así a todos<br />

los vicios, sin temor de algún precepto o mandamiento suyo que se lo<br />

prohibiese. Y en caso que vedasen semejantes torpezas, es<br />

importantísimo nos lo averigüen y prueben; si bien es cierto que<br />

permitían ciertos susurros inspirados en los oídos de algunos, bien<br />

pocos y tal cual instruidos, como una secreta y misteriosa religión,<br />

con que dicen se aprende la bondad y santidad de vida. Y si no,<br />

muestren los lugares que se hayan alguna vez consagrado para<br />

semejantes reuniones, no donde se representen los juegos con<br />

torpes expresiones y acciones de los farsantes, ni donde se<br />

solemnizan las fiestas fugales, en cuyas funciones dan rienda suelta<br />

a todas las deshonestidades, porque huyen de todo género de pudor<br />

y virtud, sino adonde el pueblo pudiese oír lo que mandaban los<br />

dioses acerca de refrenar la avaricia, moderar la ambición, cercenar<br />

el fausto y deleites, y adonde pudiesen estos miserables<br />

aprender lo que, reprendiendo a los hombres, enseña Persio:<br />

Dígannos: ¿en qué lugares o templos se<br />

acostumbran dictar semejantes preceptos y documentos que enseñasen<br />

los dioses y adonde acudiesen a oírlas las naciones que<br />

los adoran, como nosotros podemos señalar iglesias fundadas con este<br />

laudable objeto en todas partes que ha sido admitida la religión<br />

cristiana?<br />

CAPITULO VII<br />

Que poco aprovecha lo que ha inventado la Filosofía sin la autoridad<br />

divina, pues a uno que es inclinado a los vicios, más le mueve lo que<br />

hicieron los dioses que lo que los hombres averiguaron<br />

Si acaso alegaren en contraposición de lo que llevamos expuesto las<br />

famosas escuelas y disputas de los filósofos, digo, lo primero: que<br />

estos insignes liceos no tuvieron su origen en Roma, sino en<br />

Grecia, y si ya pueden llamarse en la actualidad romanos, porque.<br />

Grecia ha venido a ser provincia romana y estar sujeta a su imperio,


no son preceptos y documentos de los dioses, sino<br />

invenciones de los hombres, quienes, poseyendo natural-mente<br />

sutilísimos ingenios, procuraron con la fecundidad de su discurso<br />

descubrir lo que estaba encubierto en los arcanos de la Naturaleza,<br />

buscando con la mayor exactitud aquello que se debía desear o huir en<br />

la vida y costumbres; y, por último, que aquel arcano, observando<br />

escrupulosamente las reglas del discurso y argumentación,<br />

concluía con cierto y necesario enlace de términos, o no concluía, o<br />

repugnaba. Algunos de estos celebres filósofos hallaron y conocieron,<br />

con el auxilio divino, cosas grandes, así como erraron en<br />

otras que no podían alcanzar por la debilidad de conocimientos que<br />

por sí posee la humana naturaleza, especialmente cuando a su<br />

altanería y caprichos se oponía la Divina Providencia; con lo cual<br />

se nos hace ver claramente cómo el campo de la piedad y de la<br />

religión comienza en la humildad hasta elevarse al Cielo, de todo lo<br />

cual tendremos después tiempo para discurrir y disputar, si fuese<br />

la voluntad de nuestro gran Dios. Con todo, si los filósofos<br />

encontraron algunos medios que puedan servir para vivir bien y<br />

conseguir la bienaventuranza, ¿con cuánta más razón se les debería<br />

haber decretado las honras divinas? ¿Cuánto más decente y plausible<br />

fuera se leyeran en el templo sus libros de Platón, que no que en los<br />

templos de los demonios se castraran los galos, se<br />

consagraran los hombres más impúdicos, se dieran de cuchilladas los<br />

furiosos y se ejercieran todos los demás actos de crueldad y torpeza,<br />

o torpemente crueles, o torpemente torpes, que suelen<br />

celebrarse en las fiestas y entre las ceremonias sagradas de los<br />

dioses? ¿Cuánto más importante sería para instruir y enseñar a la<br />

juventud la justicia y buenas costumbres, leer públicamente las<br />

leyes de los dioses, que alabar vanamente las leyes e instituciones<br />

de los antepasados? Porque todos los que adoran a semejantes dioses,<br />

luego que les tienta el apetito, como dice Persio, abrasados<br />

de un vivo fuego sensual, más ponen la mira en lo que Júpiter hizo<br />

que en lo que Platón enseñó, o en lo que a Catón le pareció. Por eso<br />

leemos en Terencio de un mozo vicioso y distraído que,<br />

mirando un cuadro colocado en la pared, donde estaba primorosamente<br />

pintado el suceso de que en cierto tiempo Júpiter hizo llover en el<br />

regazo de Danae el rocío de oro, fundó en esta alusión la<br />

causa y defensa de su torpeza y mala conducta, jactándose que en ella<br />

imitaba a un dios ¿Y a qué dios dice? A aquel que hace temblar los<br />

más altos templos y edificios, tronando desde el cielo; ¿y<br />

yo, siendo un puro hombre, no lo había de hacer? En verdad que así lo<br />

he ejecutado y de muy buena gana.<br />

CAPITULO VIII<br />

De los juegos escénicos donde, aunque se referían las torpezas de los<br />

dioses, ellos no se ofenden, antes se aplacan<br />

Dirán acaso los defensores de estos falsos dioses que no se enseñan<br />

estas obscenidades en las ceremonias sagradas de los dioses, como se<br />

ven escritas en las fábulas de los poetas. No pretendo<br />

decir que aquellas misteriosas ceremonias son aún más obscenas que<br />

las del teatro: sólo digo lo mismo que persuade la historia a los que<br />

lo niegan, y lo es, que los juegos escénicos donde reinan<br />

las ficciones de los poetas, no los inventaron e introdujeron los<br />

romanos en las ceremonias sagradas de sus dioses por motivo de<br />

ignorancia, sino que los mismos dioses establecieron que les<br />

celebrasen solemnemente estos juegos y los consagrasen en honor suyo,<br />

mandándoselo rigurosamente; y, si así puede decirse, obligándolos por<br />

fuerza a practicarlo; todo lo cual toqué breve y<br />

concisamente en el libro primero: así es que, por autoridad de los<br />

Pontífices, y con motivo de acrecentarse el cruel azote de la peste,<br />

se instituyeron los juegos escénicos en Roma. ¿Quién habrá,<br />

pues, que en el orden y método de su vida no juzgue que debe seguir<br />

mejor lo que se hace en los juegos escénicos, instituidos por<br />

autoridad divina; que lo que se halla escrito en las leyes


promulgadas por los hombres? Si los poetas falsamente delinearon y<br />

pintaron a Júpiter como adúltero, sin duda que estos dioses, si<br />

fuesen cautos, se debían enojar y tomar completa satisfacción de la<br />

injuria, pues por medio de estos humanos juegos se les motejaba de<br />

una maldad tan execrable, aunque no por eso dejaban de celebrarla. Y<br />

aun esto es lo más tolerable que se halla en los juegos<br />

escénicos, digo las comedias y las tragedias, es a saber, las fábulas<br />

de los poetas compuestas para representarlas en los espectáculos que<br />

contienen en realidad muchas acciones torpes, aunque a<br />

lo menos en las palabras no se hallan obscenidades y deshonestidades,<br />

y éstas procuran los ancianos que las lean y aprendan los jóvenes<br />

entre los estudios que llaman honestos y liberales.<br />

CAPITULO IX<br />

De lo que sintieron lo antiguos romanos sobre el reprimir la licencia<br />

de los poetas, la cual los griegos siguiendo el parecer de los<br />

dioses, quisieron que fuese libre<br />

Y lo, que acerca de estas funciones sintieron los antiguos romanos<br />

nos lo dice Cicerón en su libro cuarto de República, donde<br />

discutiendo Escipión varias materias, dice: . Algunos griegos<br />

antiguos guardaron cierta analogía en su errada opinión, entre<br />

quienes permitía la ley que en la comedia dijesen lo que quisiesen; y<br />

de quien les pareciera. Por esta razón, en los mismos libros dice<br />

Escipión el Africano: Y bien que haya ofendido<br />

solamente a Cleón, Cleofonte e Hipérbolo, hombres plebeyos de<br />

mala vida, y sediciosos contra la República. . Poco más adelante dice:<br />

Estas expresiones me pareció<br />

conveniente sacarlas de Cicerón en dicho libro cuarto, dejando<br />

algunas expresiones como están, o mudándolas algún tanto para que se<br />

entiendan mejor, porque importan mucho, para lo que voy a explicar,<br />

si tuviese capacidad para ello. Añade Cicerón después<br />

otras particularidades, y concluye el asunto propuesto, manifestando<br />

que los antiguos romanos aborrecieron el que a ninguno en vida le<br />

alabasen o vituperasen en el teatro. Pero esta libertad, como<br />

ya dije, los griegos (aunque con .menos pudor y más acierto)<br />

quisieron permitirla, advirtiendo que sus dioses gustaban se<br />

representasen en las fábulas escénicas las ignominias y<br />

abominaciones, no<br />

sólo de los hombres, sino también de los dioses, ya fuesen ficciones<br />

de poetas, ya fuesen verdaderas, maldades de los dioses las que<br />

recitaban en los teatros, y ¡ojalá que a sus adoradores les<br />

pareciesen sólo dignas de ser reídas y no imitadas! Fue, sin duda,<br />

demasiada soberbia y atrevimiento respetar la fama de los principales<br />

ciudadanos, cuando sus dioses quisieron no se respetase su


propio honor; porque las razones que alegan en su defensa sólo<br />

significan no ser cierto lo que dicen contra sus dioses, sino falso y<br />

fingido; y por el mismo hecho es mayor, maldad, si atendéis al<br />

respeto que se debe a la religión. Y si consideráis la malicia de los<br />

demonios, ¿qué espíritus puede haber más astutos y sagaces para<br />

engañar? Pues cuando se propala una expresión injuriosa<br />

contra un príncipe que es bueno y útil a su patria, pregunto: ¿esta<br />

acción no es más indigna, cuanto más remota de la verdad y más ajena<br />

de su conducta? ¿Y qué castigo, por terrible que sea, será<br />

bastante cuando se hace a Dios esta injuria tan atroz?<br />

CAPITULO X<br />

De la astucia de los demonios para engañarnos, queriendo que se<br />

cuenten sus culpas, falsas o verdaderas<br />

Pero los malignos espíritus, a quienes tienen por dioses, se<br />

complacen en que se cuenten de ellos aun las obscenidades que nunca<br />

cometieron, a trueque de empeñar y trabar las almas de los<br />

hombres con semejantes opiniones como con redes, y llevarlos consigo<br />

a los tormentos que les están aparejados; ya las hayan cometido<br />

hombres a quienes desean los tengan por dioses los que se<br />

lisonjean en la ceguedad e ignorancia humana, y con el fin de que los<br />

adoren también por tales, se entremeten con infinitas cautelas y<br />

artificios perjudiciales y engañosos; ya no hayan sido realmente<br />

cometidas por hombre alguno, las cuales gustan los espíritus falaces<br />

que se finjan de los dioses, a fin de que parezca hay autoridad<br />

bastante para cometer torpezas y obscenidades, viendo que, al<br />

parecer, traen su derivación y ejemplo del mismo Cielo a la tierra.<br />

Viendo, pues, los griegos que servían a tales dioses, que en los<br />

teatros se representaban semejantes ignominias contra la santidad<br />

de sus dioses, no les pareció era razón les perdonasen de modo alguno<br />

los poetas, ya fuese por querer aun en esto asemejarse a sus dioses,<br />

o por temer que, pretendiendo mejor fama y<br />

prefiriéndose por este motivo a ellos, los enojasen y provocasen su<br />

ira. Y ésta es la razón de la razón por qué a los autores y<br />

representantes escénicos de estas fábulas los tenían por merecedores<br />

de las honras y cargos más importantes de la ciudad; pues como se<br />

refiere en el citado libro República, el elocuentísimo ateniense<br />

Esquines, después de haber representado tragedias en su juventud,<br />

entró en el gobierno de la República; y Aristodemo, autor también<br />

trágico, fue enviado en varias ocasiones por los atenienses en<br />

calidad de embajador al rey Filipo de Macedonia, sobre negocios<br />

gravísimos de paz y guerra. Porque estaban persuadidos de que no era<br />

razón tener por infames a los mismos que representaban los juegos<br />

escénicos, de los cuales veían que gustaban sus dioses.<br />

CAPITULO XI<br />

Cómo entre los griegos admitieron a los autores escénicos al gobierno<br />

de la República, porque les pareció no era razón menospreciar a<br />

aquellos por cuyo medio aplacaban a los dioses<br />

Esta política, aunque torpe, la seguían los griegos por ser muy<br />

conforme al placer de sus dioses, sin atreverse a eximir la vida y,<br />

costumbres de sus ciudadanos de las mordaces lenguas de los<br />

poetas y farsantes, observando estaba sujeta a sus dicterios y<br />

reprensión la de los dioses. Fundados en estos principios, creyeron<br />

que no solamente no debían despreciar a los hombres que<br />

representaban en el teatro estas impiedades, de que se agradaban sus<br />

dioses, a quienes adoraban; antes, por el contrario, debían honrarlos<br />

con más distinción; ¿pues qué causa podían hallar para<br />

tener por honrados a los sacerdotes por cuyo ministerio ofrecían<br />

sacrificios agradables a los dioses, y al mismo tiempo tener por<br />

viles a los autores escénicos, por cuyo medio sabían tributaban a los<br />

dioses aquel honor que ellos habían establecido? Y más cuando así lo


pedían los dioses, y aun se enojaban cuando suspendían tales<br />

funciones; y, lo que es más, advirtiendo que el erudito Labeón<br />

hace también distinción de cultos entre los dioses buenos y los<br />

malos, diciendo que los malos se aplacan con sangre y con sacrificios<br />

tristes y los buenos con, servicios alegres y placenteros, como<br />

son, según afirma, los juegos, banquetes y mesas que preparaban a los<br />

dioses en los templos, de todo lo cual hablaremos después<br />

particularmente, si Dios nos lo permite. Ahora, lo que se refiere al<br />

asunto de que vamos tratan, do es que, ya atribuyan a los dioses<br />

indiferentemente y sin distinción de buenos y de malos todas las<br />

operaciones como si fuesen todos buenos (porque no es razón que<br />

sean los dioses malos, aunque por ser todos espíritus inmundos todos<br />

son malos), ya les sirvan, como le pareció a Labeón, con cierta<br />

distinción, señalando para, los unos ciertos ritos y ceremonias y<br />

para los otros otras diferentes, diremos que con justa causa los<br />

griegos tienen por honrados así a los sacerdotes por cuyo ministerio<br />

se les ofrece el sacrificio como a los autores escénicos, por cuyo<br />

medio se les celebran los juegos; pues así no pueden acusarles de que<br />

agravian, o, generalmente a todos los dioses, si es que todos gustan<br />

de los juegos, o, lo que sería más indigno, a los que<br />

tienen por buenos, si únicamente éstos son aficionados a tales<br />

diversiones.<br />

CAPITULO XII<br />

Que los romanos, con quitar a los poetas contra los hombres la<br />

libertad que les concedieron contra los dioses, sintieron mejor de si<br />

que de sus dioses<br />

Pero los romanos, como se gloría Escipión en la mencionada obra<br />

República, no quisieron tener expuesta su vida y fama a los dicterios<br />

e injurias de los poetas, antes por el contrario, impusieron la<br />

pena capital contra cualquiera que se atreviese a hacer semejantes<br />

poemas, la cual ley sin duda promulgaron en favor suyo y con sobrado<br />

fundamento; mas respecto de sus dioses, esta constitución<br />

era irreligiosa y contraria a su decoro, y el motivo de esta<br />

indolencia pudo consistir en que, como observasen que sus dioses<br />

sufrían, no sólo con paciencia, sino con placer, ser tratados de los<br />

poetas<br />

con denuestos e injurias, presumieron asimismo eran indignos de los<br />

dicterios con que se profanaba la autoridad de los dioses, y para<br />

esto se abroquelaron con una sanción tan rigurosa,<br />

permitiendo, sin embargo, el que se mezclasen en las solemnidades y<br />

fiestas las afrentas con que injuriaban a los dioses. ¡Que sea<br />

posible, Escipión, que alabes y encarezcas el haber prohibido a los<br />

poetas romanos la licencia de que no puedan notar con ignominia a<br />

ningún ciudadano romano, viendo que ellos no han perdonado a ninguno<br />

de vuestros dioses! ¿Es posible que os haya parecido<br />

más estimable la reputación de vuestro Senado que la del Capitolio,<br />

o, por mejor decir, la de toda Roma, más que la de todo el Cielo, que<br />

prohibieseis severamente por medio de una autorizada<br />

sanción a los poetas vomitasen la ponzoña de sus lenguas contra el<br />

honor de vuestros ciudadanos, y el que sin temor del castigo y contra<br />

la majestad de sus mismos dioses pudiesen zaherirles con<br />

sus frecuentes dicterios y afrentas ningún senador, ningún censor,<br />

ningún príncipe, ningún pontífice lo prohíba? Fue, por cierto,<br />

reprensible que Plauto y Nevio hablasen mal de Publio y Neyo<br />

Escipión y Cecilio de Marco Catón; pero ¿por qué reputáis por una<br />

acción justa y calificada el que vuestro Terencio, refiriendo el<br />

delito de Júpiter Optimo Máximo, excitase el apetito sensual de la<br />

juventud?<br />

CAPITULO XIII<br />

Que debían echar de ver los romanos que sus dioses, que gustaban los<br />

honrasen con tan torpes juegos y solemnidades, eran indignos del


culto divino<br />

Parece que, si viviera Escipión, acaso me respondería: <br />

Pero ¿y cómo instruidos en estos principios no llegaron a comprender<br />

que no eran verdaderos dioses, ni de modo alguno dignos de que la<br />

República les diese el honor y culto que se debe a Dios?<br />

Porque aquellos mismos que debían, por justas causas, no<br />

reverenciarlos, si hubieran deseado que se representaran los juegos<br />

escénicos con afrenta de los romanos, pregunto: ¿cómo los tuvieron<br />

por dioses y creyeron dignos de adorarlos? ¿Cómo no echaron de ver<br />

que eran espíritus abominables, que, con ansia de engañarlos, les<br />

pidieron que en honra suya les celebrasen sus torpezas y<br />

crímenes abominables? Además de esto, los romanos, aunque estaban ya<br />

bajo el yugo de una religión tan perversa que les inclinaba a dar<br />

culto a unos dioses que veían habían querido les<br />

consagrasen las representaciones obscenas de los juegos escénicos;<br />

con todo, mirando a su autoridad y decoro, no quisieron honrar a los<br />

ministros y representantes de semejantes fábulas, como lo<br />

ejecutaron los griegos, sino que, como dice Escipión y refiere<br />

Cicerón, considerando el arte de los cómicos y el teatro como<br />

ejercicio ignominioso, no solamente no quisieron que sus actores<br />

gozasen<br />

de los privilegios y honores comunes a los demás ciudadanos romanos,<br />

sino que hasta los privaron de su tribu, conforme a lo resuelto en la<br />

visita que practicaron los censores. Determinación<br />

verdaderamente prudente y digna de que se refiera entre las alabanzas<br />

de los romanos, pero yo quisiera que se siguiera a sí misma y se<br />

imitara a sí propia en tan acertadas decisiones: porque,<br />

reflexionad un poco ¿está muy bien ordenado que a cualquiera<br />

ciudadano romano que eligiese el oficio de los farsantes, no sólo le<br />

admitiesen a la obtención de honor alguno, sino que por orden del<br />

censor no le dejasen siquiera permanecer en su propia tribu? ¡Oh,<br />

glorioso decreto de una ciudad esclarecida, tan deseosa de alabanza<br />

como en el fondo verdaderamente romana! Pero,<br />

respóndanme: ¿qué motivo tuvieron para privar a los escénicos de<br />

todos los cargos de la ciudad, y, sin embargo, los mismos juegos los<br />

dedicaron al honor de sus dioses? Pasaron ciertamente<br />

muchos años en que la virtud romana no conoció los ejercicios del<br />

teatro, los cuales, silos hubieran buscado por humana diversión, su<br />

introducción, sin duda, hubiera procedido del vicio y relajación<br />

de las costumbres humanas; pero no nacieron de este principio: los<br />

dioses mismos fueron los que pidieron se les sirviese con ellos; y a<br />

vista de este particular precepto, ¿cómo menosprecian al actor<br />

por cuyo ministerio se sirve a Dios? ¿Y con qué valor se tacha y<br />

castiga al que representa la fábula en el teatro, al mismo tiempo que<br />

se adora al que lo pide? En esta controversia se hallan<br />

desavenidos en sus dictámenes los griegos y los romanos. Los griegos<br />

opinan que hacen bien en honrar a los actores, supuesto que adoran a<br />

los dioses que les piden tales juegos, y los romanos no<br />

consienten que se deslustre y desacredite con los actores una tribu<br />

de gente plebeya, cuanto más el orden de los senadores. Mas en ésta<br />

disputa se resuelve el punto de la cuestión con este argumento:<br />

proponen los griegos: si han de adorarse los tales dioses, por<br />

la misma razón debe honrarse a los que ejecuten sus juegos; resumen<br />

los romanos: Ahora bien; de ningún modo" se debe dar<br />

honor a tales hombres. Concluyen los cristianos: luego por ninguna<br />

razón se deben adorar tales dioses.<br />

CAPITULO XIV<br />

Que Platón, que no admitió a los poetas en una ciudad de buenas


costumbres, es mejor que los dioses que quisieron los honrasen con<br />

juegos escénicos<br />

Pregunto aún más: ¿por qué razón no hemos de tener por infames, como<br />

a los actores, a los mismos poetas que componen estas fábulas, a<br />

quienes por la ley de las Doce Tablas se les prohíbe el<br />

ofender la fama de los ciudadanos y se les permite lanzar tantas<br />

ignominias contra los dioses? ¿Cómo puede caber en una razón<br />

rectamente dirigida, y menos en la justicia, que se tengan por<br />

infames<br />

los actores y los dioses, y al mismo tiempo se honre a los autores? ¿<br />

Acaso en este particular hemos de dar la gloria al griego Platón,<br />

quien, fundando una ciudad tal cual era conforme a razón, fue de<br />

parecer se desterrasen de ella los poetas como enemigos de la<br />

tranquilidad pública? Platón no pudo sufrir las injurias que se<br />

hacían a los dioses; pero tampoco quiso que se estragasen los ánimos<br />

de<br />

los ciudadanos con ficciones y mentiras. Cotejemos ahora la condición<br />

humana de Platón, que destierra a los poetas de la ciudad porque no<br />

seduzcan a los ciudadanos con falsas imágenes, con la<br />

divinidad de los dioses, que desean y piden que los honren con los<br />

juegos escénicos. Platón, aunque no lo persuadió, con todo,<br />

disertando sobre estos puntos y atendiendo a la disolución y lascivia<br />

de los griegos, aconsejó que no se escribiesen semejantes<br />

obscenidades. Pero los dioses, mandándolo expresamente, obligaron con<br />

toda su autoridad y aun hicieron que la gravedad, y modestia de<br />

los romanos les representase tales funciones; y no se contentaron<br />

precisamente con que se les recitasen semejantes torpezas, sino que<br />

quisieron se las dedicasen y solemnemente se las celebrasen.<br />

¿Y a quién con más justa causa debía mandar la ciudad romana Se<br />

tributasen honores como a Dios, a Platón, que prohibía estas maldades<br />

y abominaciones, o a los demonios, que gustaban de estos<br />

delirios de los hombres, a quienes Platón no pudo desengañar, ni<br />

persuadir la verdad? Fundado en estas razones, Labeón opinó que<br />

debíamos colocar y contar a Platón entre los semidioses, como<br />

a Hércules y Rómulo; y respecto de los semidioses, les pospone o<br />

coloca en el orden siguiente a los héroes, aunque a unos y otros<br />

coloca entre los dioses; pero Platón, a quien llama semidiós, no<br />

dudo debe ser preferido y antepuesto, no sólo a los héroes, sino a<br />

los mismos dioses. Las leyes de los romanos corresponden de algún<br />

modo con la doctrina de Platón, en cuanto éste condena<br />

absolutamente todas las ficciones poéticas; y ciertamente quitan a<br />

los poetas la licencia de infamar directamente a los hombres. Platón<br />

extermina y prohíbe a los poetas el habitar en la ciudad, y los<br />

romanos destierran a los actores y les cierran el paso para poder<br />

subir a los honores y prerrogativas correspondientes a los demás<br />

ciudadanos; y si del mismo modo se atrevieran con los dioses que<br />

deseen y resuelven los juegos escénicos, acaso lograran exterminarlos<br />

del todo: luego de ninguna manera pudieran esperar los romanos de sus<br />

dioses leyes bien combinadas para establecer las<br />

buenas costumbres o para corregir las malas; antes los vencen y<br />

convencen con sus desatinadas constituciones; porque ellos les piden<br />

los juegos escénicos en honra suya, y éstos privan de todos<br />

los honores correspondientes a su estado a los actores escénicos.<br />

Ordenan los romanos igualmente que se celebren por medio de las<br />

ficciones poéticas las acciones abominables de los dioses, y al<br />

mismo tiempo refrenan la libertad de los Poetas, prohibiéndoles<br />

injuriar a los hombres. Pero el semidiós Platón, no sólo se opuso al<br />

apetito descabellado de los dioses, sino que enseñó cuál era lo más<br />

conforme a la índole natural de los romanos, pues no quiso habitasen<br />

en una ciudad tan bien formada los mismos poetas, o los que, por<br />

mejor decir, mentían a su albedrío o proponían a los hombres<br />

acciones injustas que imitasen o representasen los crímenes de sus<br />

dioses Nosotros no defendemos que Platón es dios, ni semidiós, ni le<br />

comparamos a los ángeles buenos del verdadero Dios, ni a<br />

los profetas, ni a los apóstoles, ni a los mártires de Jesucristo, ni


a algún hombre cristiano, y la razón de este dictamen la daremos en<br />

su lugar, pero, con todo, supuesto que quieren sostener fue<br />

semidiós, me parece debemos anteponerle, si no a Rómulo y a Hércules<br />

(aunque de Platón no ha habido historiador alguno o poeta que diga o<br />

finja que dio muerte a su hermano, ni haya cometido<br />

otra maldad), por lo menos debe ser preferido a Príapo o a un<br />

cinocéfalo, o, finalmente, a la fiebre, que son dioses que los temían<br />

los romanos, parte de otras naciones y parte los consagraban ellos<br />

propios. ¿Y de qué modo habían de prohibir el culto de semejantes<br />

dioses, y menos oponerse con sabios preceptos y leyes a tantos vicios<br />

como los que amenazan al corazón humano y a las<br />

costumbres del hombre? ¿O cómo habían de extirpar aquellos que<br />

naturalmente nacen y están arraigados en él? Mas, por el contrario,<br />

todos éstos procuraron fomentar y aun acrecentar, queriendo<br />

que tales torpezas suyas, o como si lo fuesen, se divulgasen por el<br />

pueblo por medio de las fiestas y juegos del teatro, para que, como<br />

con autoridad divina, se encendiese naturalmente el apetito<br />

humano, no obstante estar clamando contra este desenfreno en vano<br />

Cicerón, quien, tratando de los poetas, <br />

CAPITULO XV<br />

Que los romanos hicieron para sí algunos dioses, movidos, no por<br />

razón, sino por lisonja<br />

Y ¿qué razón tuvo esta nación belicosa para adoptarse estos dioses,<br />

que no fuese más una pura lisonja en la elección que hicieron de<br />

ellos, aun de los mismos que eran falsos? Pues a Platón, a<br />

quien respetan por semidiós (que tanto estudió y escribió sobre estas<br />

materias, procurando que las costumbres humanas no adoleciesen ni se<br />

corrompiesen con los males y vicios del alma, que son<br />

los que principalmente se deben huir), no le tuvieron por digno de un<br />

pequeño templo, y a Rómulo le antepusieron a muchos dioses, no<br />

obstante que la doctrina que ellos consideran como misteriosa<br />

y oculta le celebre más por semidiós que por dios, y en esta<br />

conformidad le crearon también un sacerdote que llamaban Flamen, cuya<br />

especie de sacerdocio fue tan excelente y autorizado en las<br />

funciones y ceremonias sagradas de los romanos, que usaban la<br />

insignia de un birreta de mitra, la que usaban los tres flamines que<br />

servían a los tres dioses, como eran un flamen dial para Júpiter,<br />

otro marcial para Marte y otro quirinal para Rómulo; pero habiendo<br />

canonizado a éste, y habiéndole colocado en el Cielo como por dios en<br />

atención a lo mucho que le estimaban sus ciudadanos, se<br />

llamó después Quirino, y así con esta honra quedó Rómulo preferido a<br />

Neptuno y a Plutón, hermanos de Júpiter, y al mismo Saturno, padre de<br />

éstos, confiriéndole como a dios grande el sumo<br />

sacerdocio que habían dado a Júpiter y Marte, como a su padre, y<br />

quizá por su respeto.<br />

CAPITULO XVI<br />

Que si los dioses tuvieran algún cuidado de la justicia, de su mano<br />

debieran recibir los romanos leyes para vivir, antes que pedirlas<br />

prestadas a otras naciones<br />

Si pudieran los romanos haber obtenido de sus dioses leyes para vivir<br />

y gobernarse, no hubieran ido algunos años después de la fundación de<br />

Roma a pedir a los atenienses que les prestasen las<br />

leyes de Solón, aunque de éstas tampoco usaron del modo que las<br />

hallaron escritas, sino que procuraron corregirlas y mejorarlas<br />

conforme a sus usos; no obstante que Licurgo fingió había dispuesto<br />

que las leyes que dio a los lacedemonios con autoridad del oráculo<br />

de Apolo, lo cual, con justa razón, no quisieron creer los romanos, y


por eso no las admitieron en todas sus partes, Numa<br />

Pompilio, que sucedió a Rómulo en el reino, dicen que promulgó<br />

algunas leyes, las cuales no eran suficientes para el gobierno de su<br />

Estado, y al mismo tiempo estableció ceremonias del culto<br />

religioso; pero no aseguran que estos, estatutos los recibiesen de<br />

mano de sus dioses; así éstos no cuidaron de que sus adoradores no<br />

poseyesen los vicios del alma, de la vida y de las costumbres,<br />

que son tan grandes, que algunos doctos romanos afirman que con estos<br />

males perecen las Repúblicas, estando aún las ciudades en pie; antes<br />

procuraron, como dejamos probado, el que se<br />

acrecentasen.<br />

CAPITULO XVII<br />

Del robo de las sabinas y de otras maldades que reinaron en Roma, aun<br />

en los tiempos que tenían por buenos<br />

Pero diremos acaso que el motivo que tuvieron los dioses para no dar<br />

leyes al pueblo romano fue porque, como dice Salustio, la justicia y<br />

equidad reinaban entre ellos no tanto por las leyes cuanto<br />

por su buen natural; y yo creo que de esta justicia y equidad provino<br />

el robo de las sabinas; porque, ¿qué cosa más justa y más santa hay<br />

que engañar a las hijas de sus vecinos, bajo el pretexto de<br />

fiestas y espectáculos, y no recibirlas por mujeres con voluntad de<br />

sus padres, sino robarlas por fuerza, según cada uno podía?. Porque<br />

si fuera mal hecho el negarlas los sabinos cuando se las<br />

pidieron, ¿cuánto peor fue el robarlas, no dándoselas? Más justa<br />

fuera la guerra con una nación que hubiera negado sus hijas a sus<br />

vecinos por mujeres después de habérselas pedido que con las<br />

que pretendían, después se las volviesen por habérselas robado. Esto<br />

hubiera sido entonces más conforme a razón, pues, en tales<br />

circunstancias, Marte pudiera favorecer a su hijo en la guerra, en<br />

venganza de la injuria que se les hacia en negarles sus hijas por<br />

mujeres, consiguiendo de este modo las que pretendían; porque con el<br />

derecho de la guerra, siendo vencedor, acaso tomaría<br />

justamente las que sin razón le habían negado; lo que sucedió muy al<br />

contrario -ya que sin motivo ni derecho robó las que no le habían<br />

sido concedida-, sosteniendo injusta guerra con sus padres,<br />

que justamente se agraviaron de un crimen tan atroz. Sólo hubo en<br />

este hecho un lance que verdaderamente pudo tenerse por suceso de<br />

suma importancia y de mayor ventura, que, aunque en<br />

memoria de este engaño permanecieron las fiestas del circo, con todo,<br />

este ejemplo no se aprobó en aquella magnífica ciudad; y fue que los<br />

romanos cometieron un error muy craso, más en haber<br />

canonizado por su dios a Rómulo, después de ejecutado el rapto, que<br />

en prohibir que ninguna ley o costumbre autorizase el hecho de imitar<br />

semejante robo. De esta justicia y bondad resultó que,<br />

después de desterrados el rey Tarquino y sus hijos, de los cuales<br />

Sexto había forzado a Lucrecia, el cónsul Junio Bruto hizo por la<br />

fuerza que Lucio Tarquino Colatino, marido de Lucrecia, y su<br />

compañero en el consulado, hombre inocente y virtuoso, que sólo el<br />

nombre y parentesco que tenía con los Tarquinos renunciase el oficio,<br />

no permitiéndole vivir en la ciudad, cuya acción fea efectuó<br />

con auxilio o permisión del pueblo, de quien el mismo Colatino habla<br />

recibido el consulado, así como Bruto. De esta justicia y bondad<br />

dimanó que Marco Camilo, varón singular de aquel tiempo, que al<br />

cabo de diez años de guerra, en que el ejército romano tantas veces<br />

había tenido tan funestos sucesos que estuvo en términos de ser<br />

combatida la misma Roma, venció con extraordinaria felicidad a<br />

los de Veyos, acérrimos enemigos del pueblo romano, ganándoles su<br />

capital; pero siendo examinado Camilo en el Senado sobre su conducta<br />

en la guerra, la cual determinación extraña motivó el<br />

odio implacable de sus antagonistas y la insolencia de los tribunos<br />

del pueblo, halló tan ingrata la ciudad que le debía su libertad,<br />

que, estando seguro de su condenación, se salió de ella,<br />

desterrándose voluntariamente; y a pesar de estar ausente multaron en


10,000 dineros a aquel héroe, que nuevamente había de volver a librar<br />

a su patria de las incursiones y armas de los galos.<br />

Estoy ya fastidiado de referir relaciones tan abominables e injustas<br />

con que fue afligida Roma, cuando los poderosos procuraban subyugar<br />

al pueblo y éste rehusaba sujetarse; procediendo las cabezas<br />

de ambos partidos más con pasión y deseo de vencer, que con<br />

intención de atender a lo que era razón y justicia.<br />

CAPITULO XVIII<br />

Lo que escribe Salustio de las costumbres de los romanos, así de las<br />

que estaban reprimidas con el miedo, como de las que estaban sueltas<br />

y libres con la seguridad<br />

Seré, pues, breve, y me aprovecharé del incontestable testimonio de<br />

Salustio, quien habiendo dicho en honor de los romanos (que es de<br />

donde empezamos nuestra exposición) que la justicia y<br />

bondad entre ellos florecía no tanto por las leyes cuanto por su buen<br />

natural, celebrando la gloriosa época en que, desterrados los reyes,<br />

insensiblemente y en breve tiempo aquella admirable<br />

ciudad; sin embargo, el mismo Salustio, en el libro primero de su<br />

historia y en las primeras páginas, confiesa que, casi en el mismo<br />

instante en que, extinguido el poder real se estableció el consular,<br />

padeció la República considerables vejaciones y agravios de los<br />

poderosos; por lo que resultaron divisiones entre el pueblo y los<br />

senadores, sin referir las discordias y daños que en seguida<br />

acaecieron; pues habiendo dicho cómo el pueblo romano había vivido<br />

con laudables costumbres y mucha concordia, aun en aquellos tiempos<br />

calamitosos en que la segunda y última guerra de<br />

Cartago atrajo considerables males, y habiendo asimismo expuesto que<br />

la causa de esta felicidad fue, no el amor de la justicia, sino el<br />

miedo de la poca seguridad de la paz que había mientras vivía<br />

Cartago en su grandeza, que era la razón porque también Nasica no<br />

quería que se destruyera a Cartago, para de este modo reprimir la<br />

disolución, conservar las buenas costumbres y refrenar con<br />

el miedo los vicios, añade: ; y dando la razón<br />

por qué se explica en estos términos, prosigue diciendo:<br />

¿Veis cómo también el miedo fue la causa<br />

de haber vivido un espacio de tiempo tan corto, después de<br />

desterrados los reyes, con alguna equidad y honestidad; pues se temía<br />

la guerra que el rey Tarquino, despojado del reino, excitaba, y<br />

hacía contra los romanos, aliados de los etruscos? Advierte, pues,<br />

ahora lo que añade en seguida:


las leyes como por su buen natural? Pues si vemos que fueron tales<br />

aquellos tiempos en que dicen fue virtuosa, inocente y hermosa la<br />

República romana, qué nos parece podemos ya decir o pensar<br />

de aquellos célebres romanos que les sucedieron, en cuya época,<br />

habiéndose transformado paulatinamente para usar de los términos del<br />

mismo historiador), de hermosa y buena se hizo muy mala y<br />

disoluta, es a saber: después de la destrucción de Cartago, como lo<br />

insinuó el mismo Salustio; y del modo que este historiador recopila y<br />

describe estos tiempos que pueden examinarse en su historia,<br />

es fácil observar con cuánta malicia y corrupción de costumbres,<br />

nacida de las prosperidades, se fueron corrompiendo hasta el<br />

desdichado tiempo de las guerras civiles. Desde esta época, dice, las<br />

costumbres de los antepasados, no poco a poco como antes, sino como<br />

un arroyo que se precipita, se relajaron en tanto grado y la juventud<br />

se estragó tanto con las galas, deleites y avaricia, que<br />

con razón se dijo de ella que había nacido una gente que no podía<br />

tener haciendo ni sufrir que otros la tuviesen. Dice Salustio muchas<br />

cosas acerca de los vicios de Sila y de los demás desórdenes<br />

de la República, en lo que convienen todos los escritores, aunque se<br />

diferencian mucho en la elocuencia. Ya veis, a lo que entiendo, y<br />

cualquiera persona que quiera advertirlo fácilmente podrá<br />

notar, la relajación y corrupción de costumbres en que estaba<br />

sumergida Roma antes de la venida de nuestro Señor Jesucristo.<br />

Acaeció, pues, esta desenfrenada disolución no sólo antes que Cristo<br />

encarnase y predicase personalmente su divina doctrina, sino también<br />

aun antes que naciese de la Virgen Santísima; y supuesto no se<br />

atrevieron a imputar los graves males acaecidos por aquellos<br />

tiempos, ya fuesen los tolerables al principio o los intolerables y<br />

horribles sucedidos después de la destrucción de Cartago; no<br />

atreviéndose, digo, a imputarlos a sus dioses, que con maligna<br />

astucia<br />

sembraban en los humanos corazones unas opiniones y principios<br />

prevaricadores de donde naciesen semejantes vicios, ¿por qué tienen<br />

la osadía de atribuir los males presentes a Cristo, quien por<br />

medio de una doctrina sana nos libra, por una parte, de la adoración<br />

de los falsos y seductores dioses, y por otra, abominando y<br />

anatematizando con autoridad divina esta perjudicial y contagiosa<br />

codicia de los hombres, poco a poco va entresacando de todas las<br />

partes del mundo corrompidas, y aun destruidas, con estos males, su<br />

dichosa familia, para ir estableciendo y fundando con ella la<br />

ciudad que es eterna y verdaderamente gloriosa, no por voto y como un<br />

aplauso de la humana vanidad, sino a juicio de la misma verdad, que<br />

es Dios?<br />

CAPITULO XIX<br />

De la corrupción que hubo en la República romana antes que Cristo<br />

prohibiese el culto de los dioses<br />

Y ved aquí cómo la República romana (lo cual no soy yo el primero que<br />

lo digo, sino que sus cronistas, de quienes a costa de muchas tareas<br />

y molestias lo aprendimos, lo dijeron muchos años antes<br />

de la venida de Cristo) poco a poco se fue mudando, y de hermosa y<br />

virtuosa se convirtió en mala y disoluta. Ved aquí cómo antes de la<br />

gloriosa venida del Salvador, y después de la destrucción de<br />

Cartago, las costumbres de sus antepasados no paulatinamente como<br />

antes, sino como una rápida avenida de un arroyo, se entregaron y<br />

relajaron en tanto grado, que la juventud se corrompió con<br />

la superfluidad de las galas, deleites y codicia. Léannos algunos<br />

preceptos que hayan promulgado sus dioses contra el lujo, regalo y<br />

ambición del pueblo romano, a quien ojalá hubieran callado las<br />

cosas santas y modestas y no le hubieran pedido también las torpes y<br />

abominables, para acreditarlas mediante el oráculo de su falsa<br />

divinidad con más daño de sus adoradores. Lean los nuestros,<br />

así los Profetas como el santo Evangelio, los hechos apostólicos y<br />

las epístolas canónicas, y observarán en todos estos admirables


escritos gran abundancia y copia de máximas saludables y de<br />

persuasiones convincentes, predicadas al pueblo mediante el influjo<br />

del espíritu divino, contra la avaricia y lujuria, no excitando el<br />

ruidoso estrépito y vocería que se oye a los filósofos desde su<br />

cátedras, sino tronando como desde unos oráculos y nubes de Dios, y,<br />

sin embargo, no imputan a sus dioses el haberse convertido la<br />

República antes de la venida de Cristo en disoluta y perversa,<br />

con los fuertes incentivos del deleite, del lujo, del regalo y con<br />

costumbres tan torpes como sanguinarias; antes bien, cualquiera<br />

aflicción que sufre en la presente situación su soberbia y molicie la<br />

atribuyen<br />

al influjo de la religión cristiana, cuyos preceptos sobre las<br />

costumbres sanas y virtuosas, si los oyesen y juntamente se<br />

aprovechasen de ellos los reyes de la tierra, los jóvenes y las<br />

doncellas<br />

y todas las naciones juntas, los príncipes y los jueces de la tierra,<br />

los ancianos y los mozos, todos los de edad capaz de juicios, hombres<br />

y mujeres, y aquellos a quienes habla San Juan Bautista, los<br />

mismos publicanos y soldados, no sólo ilustraría y adornaría la<br />

República con su felicidad las tierras de esta vida presente, sino<br />

que subiría a la cumbre de la vida eterna para reinar eternamente y<br />

con perpetua dicha; pero por cuanto uno lo oye y otro lo desprecia, y<br />

los más son aficionados más a la perniciosa condescendencia y<br />

atractivo de los vicios que al importante rigor y aspereza de las<br />

virtudes, se les notifica y manda a los siervos de Jesucristo que<br />

tengan paciencia y sufran, ya sean reyes, príncipes, ya jueces,<br />

soldados, de provincias, ricos, pobres, libres, esclavos, de<br />

cualquier<br />

condición que sean, hombres y mujeres, que toleren, digo (si así<br />

conviene), aun a la República más disoluta y perversa, y que con este<br />

sufrimiento granjearán y conseguirán un elevado y distinguido<br />

lugar en aquella santa y augusta Corte de los Ángeles y República<br />

celestial, cuyas leyes y ordenanzas son la misma voluntad de Dios.<br />

CAPITULO XX<br />

Cuál es la felicidad de que quieren y las costumbres con que quieren<br />

vivir los que culpan los tiempos de la religión cristiana<br />

Aunque los que aprecian y adoran a los dioses, cuyos crímenes y<br />

maldades se lisonjean de imitar, de ningún modo procuran atender a la<br />

conservación de una República mala y disoluta, con tal que<br />

ésta exista o que florezca en abundancia de bienes y gloriosas<br />

victorias; o lo que es mayor felicidad, con tal que goce de una paz<br />

segura y estable, ¿qué nos importa a nosotros? Antes bien, lo que a<br />

cada uno interesa más es que cualquiera aumente continuamente sus<br />

riquezas, con las cuales haya para sostener los diarios gastos, y,<br />

del mismo modo, es que fuere más poderoso pueda sujetar<br />

igualmente a los más necesitados, o que obedezcan a los ricos los más<br />

pobres, sólo para conseguir la comida y aliviar su necesidad, y para<br />

que a la sombra de su amparo gocen del ocio y de la<br />

quietud, y se sirvan los ricos de los indigentes para sus ministerios<br />

respectivos, y para la, ostentación de su pompa y fausto; que el<br />

pueblo aplauda, no a los que le persuaden lo que le importa, sino a<br />

los que le proporcionan gustos y deleites; que no se les mande cosa<br />

dura, ni se les prohíba cosa torpe; que los reyes no atiendan a si<br />

son buenos y virtuosos sus vasallos, sino a si obedecen sus<br />

órdenes; que las provincias sirvan a los reyes, no como gobernadores<br />

o primeros directores de sus costumbres, sino como a señores o dueños<br />

absolutos de sus haciendas y como a proveedores o<br />

dispensadores de sus deleites y regalos, y al mismo tiempo que los<br />

honren y reverencien, no sinceramente o de corazón, sino que los<br />

teman servilmente; que castiguen severamente las leyes<br />

primero lo que ofende a la vida ajena que lo que daña a la vida<br />

propia; que ninguno lleve a la presencia del juez, sino al que fuere<br />

perjudicial a los bienes, casa o salud ajena, o fuere importuno o


nocivo por sus costumbres relajadas; que en lo demás, con sus afectos<br />

o deudos, o de los haberes de éstos, o de cuales quiera que<br />

condescendiere haga cada uno lo que más le agradare; que<br />

asimismo haya abundancia de mujeres públicas, para todos los que<br />

quisiesen participar de ellas, o particularmente para los que no<br />

pueden tenerlas en su casa; que se edifiquen grandes, magníficas<br />

y suntuosas casas donde se frecuenten los saraos y convites, y donde,<br />

según le pareciere a cada uno, de día y de noche, juegue, beba, se<br />

divierta, gaste y triunfe; que continúen sin interrupción los<br />

bailes, hiervan los teatros con el aplauso y voces de alegría; que se<br />

conmuevan con la representación de actos deshonestos y todo género de<br />

deleites tan abominables y torpes, y que sea tenido por<br />

enemigo público el que no gustare de esta felicidad; que a cualquiera<br />

que intentase alterarla o quitarla puedan todos, libremente, echarle<br />

adonde no le oigan, le destierren donde no sea visto y le saquen<br />

de entre los vivientes; que sean tenidos por verdaderos dioses<br />

los que procuraron que el pueblo consiguiese esta felicidad y,<br />

conseguida, supieron inventar medios para conservársela; que los<br />

reverencien y tributen del modo que les fuera más agradable; que<br />

pidan los juegos y fiestas que fuesen de su voluntad y pudiesen<br />

alcanzar de sus adoradores, con tal que procuren con todo su<br />

esfuerzo que esta felicidad momentánea esté segura de las invasiones<br />

del enemigo, de los funestos efectos del contagio y de cualquiera<br />

.otra calamidad; ¿y quién de sano juicio habrá que quiera<br />

comparar esta República, no digo yo con el Imperio romano, sino con<br />

la casa de Sardanápalo, quien, siendo por algún tiempo rey de los<br />

asirios, se entregó con tanta demasía a los deleites que<br />

mando se escribiese en su sepulcro que después de muerto sólo<br />

conservaba lo que había devorado y consumido en vida su torpe<br />

apetito? Si la suerte hubiera dado a los romanos por rey a<br />

Sardanápalo, y contemporizara y disimulara estas torpezas sin<br />

contradecirles de modo alguno, sin duda de mejor gana le consagraran<br />

templo y flamen que los antiguos romanos a Rómulo.<br />

CAPITULO XXI<br />

Lo que sintió Cicerón de la República romana<br />

Pero si no hicieron caso del erudito escritor que llamó a la<br />

República romana mala y disoluta, ni cuidan de que esté poseída de<br />

cualesquiera torpezas y costumbres abominables y corrompidas, con tal<br />

que exista y persevere; digan cómo no solo se hizo procaz y disoluta,<br />

como dice Salustio, sino que, según enseña Cicerón, en aquella época<br />

había ya perecido del todo la República, sin quedar<br />

rastro ni memoria de ella Introduce, pues, en el raciocinio este<br />

sabio orador al valeroso Escipión, aquel mismo que destruyó Cartago,<br />

disertando sobre la República en un tiempo en que ya se<br />

sospechaba y advertía que estaba vacilante y expuesta a ser destruida<br />

con los vicios y corrupción de costumbres, sobre lo que elegantemente<br />

habla Salustio. Suscitose, pues, esta controversia en el<br />

tiempo en que ya uno de los Gracos había muerto, en cuyo gobierno -<br />

como escribe Salustio- tuvieron principio graves discordias, y de<br />

cuya muerte se hace mención en los mismos libros; y<br />

habiendo dicho Escipión al fin del libro segundo, que


ningún modo podía existir sin la justicia>; pero disertando después<br />

dilatada y copiosamente sobre lo que interesaba el que hubiese<br />

justicia en la ciudad, como de los graves daños que se seguían en<br />

todo Estado que no se observaba; tomó la mano Filón, uno de los que<br />

disputaban, y pidió que se averiguase más circunstancialmente esta<br />

opinión, tratándose con más extensión de la justicia, porque<br />

comúnmente se decía que era imposible regir y gobernar una República<br />

sin injusticia, y por esto fue Escipión de parecer convenía aclarar y<br />

ventilar esta duda, diciendo . Y<br />

habiendo diferido la resolución de esta cuestión para el día<br />

siguiente,<br />

en el tercer libro se trató de esta materia copiosamente, refiriendo<br />

las disputas que ocurrieron para su decisión. El mismo Filón siguió<br />

el partido de los que opinaban era imposible regir la República sin<br />

injusticia, justificándose en primer lugar para que no se creyese que<br />

él realmente era de este parecer, y disertó con mucha energía en<br />

favor de la injusticia, y contra la justicia, dando a entender<br />

quería manifestar con ejemplos y razones verosímiles que aquélla<br />

interesaba a la República y ésta era inútil. Entonces Lelio, a ruegos<br />

de los senadores, empezando a defender con nervio y eficacia<br />

la justicia, ratificó, y aun aseguró cuanto pudo la opinión<br />

contraria, hasta demostrar que no había cosa más contraria al régimen<br />

y conservación de una ciudad que la injusticia, y que era<br />

absolutamente imposible gobernar un Estado y hacer que perseverase en<br />

su grandeza, sino obrando con rectitud y justicia. Examinada y<br />

ventilada esta cuestión por el tiempo que se creyó suficiente,<br />

volvió Escipión al mismo asunto que había dejado, tornando a repetir<br />

y elogiar su concisa definición de la Republica, en la que había<br />

asentado que era algo del pueblo; y resuelve que pueblo no es<br />

cualquiera congreso que compone la multitud, sino una junta asociada<br />

unánimemente y sujeta a unas mismas leyes y bien común. Después<br />

demuestra cuánto importa la definición para las disputas, y<br />

de sus definiciones colige que entonces es República, esto es, bien<br />

útil al pueblo, cuando, se gobierna bien y de acuerdo, ya sea por un<br />

rey, ya por algunos patricios, ya por todo el pueblo; pero<br />

siempre que el rey fuese injusto, a quien llamó tirano, como<br />

acostumbraban los griegos, injustos serían los principales encargados<br />

del gobierno, cuya concordia y unión dijo era parcialidad; o injusto<br />

sería el mismo pueblo, para quien no halló nombre usado, y por eso le<br />

llamó también tirano; no era ya República viciosa, como el día<br />

anterior habían dicho, sino que, como manifestaba el argumento<br />

y razones deducidas de las establecidas definiciones, de ningún modo<br />

era República, porque no era bien útil al pueblo, apoderándose de<br />

ella el tirano con parcialidad; ni el mismo pueblo era ya<br />

pueblo si era justo, porque no representaba ya la multitud unida y<br />

ligada por unas mismas leyes y bien común, como se ha definido al<br />

pueblo. Cuando la República romana era de tal condición cual la<br />

pintó Salustio, no era ya mala y disoluta, como él dice, sino que<br />

totalmente no era ya República, como se confirmó en la disputa que se<br />

suscitó sobre ella entre sus principales patricios que la gobernaban,<br />

así como el mismo Tulio, hablando no ya en nombre de Escipión<br />

ni de otro alguno, sino por si mismo, lo mostró al principio del<br />

libro quinto, alegando en su favor el verso del poeta Ennio, que<br />

dice: El cual verso, dice él,


con un dominio en su gobierno tan justo y tan extendido; así<br />

pues, en los tiempos pasados, las mismas costumbres o la buena<br />

conducta de nuestra patria elegía varones insignes, quienes<br />

conservaban en su primer esplendor las costumbres e instituciones de<br />

sus mayores; pero nuestro siglo, habiendo recibido el gobierno del<br />

Estado como una pintura hermosa que se deteriora y desmejora con la<br />

antigüedad, no solamente no cuidó de renovar los mismos<br />

colores que solía tener, pero ni procuró que por lo menos conservase<br />

la forma y sus últimos perfiles; porque ¿que retenemos ya de las<br />

antiguas costumbres con que dice estaba en pie la República<br />

romana, las cuales vemos tan desacreditadas y olvidadas, que no sólo<br />

se estiman, pero ni aun las conocen? Y de los varones puede decir que<br />

las mismas costumbres perecieron por falta de<br />

hombres que las practicasen, de cuya desventura no solamente hemos,<br />

de dar la razón, sino que también, como reos de un crimen capital,<br />

hemos de dar cuenta ante el juez de esta causa, en<br />

atención a que por nuestros propios vicios, no por accidente alguno,<br />

conservamos de la República sólo el nombre; pero la sustancia de ella<br />

realmente hace ya tiempo que la perdimos>. Esto<br />

confesaba Cicerón, aunque mucho después de la muerte de Africano, a<br />

quien hizo disertar en sus libros sobre la República, pero todavía,<br />

antes de la venida de Jesucristo, y si esto se hubiera<br />

pensado y divulgado cuando ya florecía la religión cristiana, ¿quién<br />

hubiera entre éstos que no le pareciera que se debía imputar esta<br />

relajación a los cristianos? ¿Por qué no procuraron sus dioses<br />

que no pereciera ni se perdiera entonces aquella República, la cual<br />

Cicerón, muchos años antes que Cristo naciese de la Santísima Virgen,<br />

tan lastimosamente llora por perdida? Examine<br />

atentamente los que tanto ensalzan, qué tal fue aun en la época en<br />

que florecieron aquellos antiguos varones y celebradas costumbres; si<br />

acaso floreció en ella la verdadera justicia, o si quizá<br />

entonces tampoco vivía por el rigor de las costumbres, sino que<br />

estaba pintada con bellos colores, la cual aun el mismo Cicerón,<br />

ignorándolo cuando la celebraba y prefería, lo expresó; pero en otro<br />

lugar hablaremos de esto, si Dios lo quiere, procurando manifestar a<br />

su tiempo, conforme a las definiciones del mismo Cicerón, cuán<br />

brevemente explicó lo que era República y lo que era pueblo en<br />

persona de Escipión, conformándose con él otros muchos pareceres, ya<br />

fuesen suyos o de los que introduce en la misma disputa, donde<br />

sostiene que aquélla nunca fue República, porque jamás<br />

hubo en ella verdadera justicia; pero, según las definiciones más<br />

probables en su clase, fue antiguamente República, y mejor la<br />

gobernaron y administraron los antiguos romanos que los que se<br />

siguieron después; en atención a que no hay verdadera justicia, sino<br />

en aquella República cuyo Fundador, Legislador y Gobernador es<br />

Cristo, si acaso nos agrada el llamarla República, pues no<br />

podemos negar que ella es un bien útil al pueblo; pero si este<br />

nombre, que en otros lugares se toma en diferente acepción, estuviese<br />

acaso algo distante del uso de nuestro modo de hablar, por lo<br />

menos la verdadera justicia se halló, en aquella ciudad de quien dice<br />

la Sagrada Escritura: <br />

CAPITULO XXII<br />

Que jamás cuidaron los dioses de los romanos de que no se estragase y<br />

perdiese la República por las malas costumbres<br />

Por lo que se refiere a la presente cuestión, por más famosa que<br />

digan fue, o es, la República, según el sentir de sus más clásicos<br />

autores, ya mucho antes de la venida de Cristo se había hecho mala<br />

y disoluta, o por mejor decir, no era ya tal República, y había<br />

perecido del todo con sus perversas costumbres; luego para que no se<br />

extinguiese, los dioses, sus protectores, debieran dar<br />

particulares preceptos al pueblo que los adoraba para uniformar su<br />

vida y costumbres, siendo así que los reverenciaba y daba culto en


tantos templos, con tantos sacerdotes, con tanta diferencia de<br />

sacrificios; con tantas y tan diversas ceremonias, fiestas y<br />

solemnidades, con tantos y tan costosos regocijos y representaciones<br />

teatrales; en todo lo cual no hicieron los demonios otra cosa que<br />

fomentar su culto, no cuidando de inquirir cómo vivían antes, y<br />

procurando que viviesen mal; pero si todo esto lo hicieron por puro<br />

miedo en honra y honor de los dioses, o si éstos les dieron algunos<br />

saludables preceptos, tráiganlos, manifiéstenlos y léannos qué leyes<br />

fueron aquellas que dieron los dioses a Roma y violaron los Gracos<br />

cuando la turbaron con funestas sediciones, cual fueron<br />

Mario, Cinna y Carbón, que fomentaron las guerras civiles, cuyas<br />

causas fueron muy injustas, y las prosiguieron con grande odio y<br />

crueldad y con mucha mayor las acabaron, las cuales, finalmente,<br />

el mismo Sila, cuya vida y costumbres, con las impiedades que<br />

cometió, según las pinta Salustio, y otros historiadores, ¿a quién no<br />

causan horror? ¿Quién no confesará que entonces pereció aquella<br />

República? ¿Acaso por semejantes costumbres experimentadas<br />

reiteradamente en Roma se atreverán, como suelen, a alegar en defensa<br />

de sus dioses aquella expresión de Virgilio en el libro 2 de<br />

la Eneida, donde dice Si lo<br />

primero es así, no tienen que quejarse de la religión<br />

cristiana, pretendiendo que, ofendidos de ella sus dioses, los<br />

desampararon; pues sus antepasados muchos años antes, con sus<br />

costumbres, los espantaron como a moscas de los altares de Roma;<br />

pero, con todo, ¿adónde estaba esta numerosa turba de dioses cuando,<br />

mucho antes que se estragasen y corrompiesen las antiguas costumbres,<br />

los galos tomaron y quemaron a Roma? ¿Acaso<br />

estando presentes dormían? Entonces, habiéndose apoderado el enemigo<br />

de toda la ciudad, sólo quedó ileso el monte Capitolino, el cual<br />

también le hubieran tomado si, durmiendo los dioses, por lo<br />

menos no estuvieran de vela los gansos; de cuyo suceso resultó que<br />

vino a caer Roma casi en la misma superstición de los egipcios, que<br />

adoran a las bestias y a las aves, dedicando sus<br />

solemnidades al ganso; mas no disputo, por ahora, en estos males<br />

casuales que conciernen más al cuerpo que al alma, y suceden por mano<br />

del enemigo o por otra desgracia o casualidad. Ahora<br />

únicamente trato de la relajación de las costumbres, las cuales,<br />

perdiendo al principio poco a poco sus bellos colores y despeñándose<br />

después al modo de la avenida de un arroyo arrebatado,<br />

causaron, aunque subsistían las casas y los muros, tanta ruina en la<br />

República, que autores gravísimos de los suyos no dudan en afirmar<br />

que se perdió entonces; y para que así fuese hicieron muy<br />

bien en marcharse todos los dioses, desamparando sus templos y aras,<br />

si la ciudad menospreció los preceptos que les habían dado sobre<br />

vivir bien, con rectitud y justicia; pero, pregunto ahora:<br />

¿quiénes eran estos dioses que no quisieron vivir ni conversar con un<br />

pueblo que los adoraba, al que viviendo escandalosamente no enseñaron<br />

a vivir bien?<br />

CAPITULO XXIII<br />

Que las mudanzas de las cosas temporales no dependen del favor o<br />

contrariedad. de los demonios, sino de la voluntad del verdadero Dios<br />

¿Acaso no se puede demostrar que, aunque estos falsos dioses o<br />

deidades alentaron y ayudaron a los romanos a satisfacer sus torpes<br />

apetitos, sin embargo, no les asistieron para refrenarlos? ¿Por<br />

qué los que favorecieron a Mario, hombre nuevo y de baja condición,<br />

cruel autor y ejecutor de las guerras civiles, para que fuese siete<br />

veces cónsul, y que en su séptimo consulado viniera a morir<br />

viejo y lleno de años, no le patrocinaron asimismo a fin de que no<br />

cayera en manos de Sila, que había de entrar luego vencedor? ¿Por qué<br />

no le ayudaron también para que se amansara y evitara<br />

tantas y tan inmensas crueldades como hizo? Pues si para esta empresa<br />

no le ayudaron sus dioses, ya expresamente confiesa que, sin tener


uno a sus dioses propicios y favorables, es factible que<br />

consiga la temporal felicidad que tan sin término codician, y que<br />

pueden algunos hombres, como fue Mario, a despecho y contra las<br />

disposiciones y 'voluntad de los dioses, adquirir y gozar de salud,<br />

fuerzas y riquezas de honras y dignidades y larga vida; y que pueden<br />

igualmente algunos hombres, como fue Régulo, padecer y morir muerte<br />

afrentosa en cautiverio, servidumbre, pobreza y<br />

desconsuelo, estando en gracia de los dioses, y si conceden que esto<br />

es así, confiesan en breves palabras que de nada sirven, y que en<br />

vano los reverencian; porque si procuraron que el pueblo<br />

se instruyese en los principios más opuestos a las virtudes del alma<br />

y a la honestidad de la vida, cuyo premio debe esperar después de la<br />

muerte, y si en estos bienes transitorios y temporales ni<br />

pueden dañar a los que aborrecen ni favorecer a los que aman, ¿para<br />

qué los adoran y para qué con tanto anhelo? ¿Por qué murmuran en los<br />

tiempos adversos y desgraciados, como si ofendidos<br />

se hubieran ido, y al mismo tiempo con impías imprecaciones injurian<br />

la religión cristiana? Y si en estas cosas tienen poder para hacer<br />

bien o mal, ¿por qué en ellas favorecieron a Mario siendo un<br />

hombre tan malo, y fueron infieles a Régulo siendo tan bueno? Y acaso<br />

con este procedimiento, ¿no hacen ver claramente que son sumamente<br />

injustos y malos? Pero si por estos motivos creyeron<br />

que deben ser aún más temidos y reverenciados, tampoco esto debe<br />

creerse, porque es sabido que del mismo modo los adoró Régulo que<br />

Mario, y no por eso nos parezca se debe escoger la mala<br />

vida, porque se presume que los dioses favorecieron más a Mario que a<br />

Régulo, ya que Metelo, uno de los mejores y más famosos romanos, que<br />

tuvo hijos dignos del consulado, fue también<br />

dichoso en las cosas temporales, y Catilina, uno de los peores, fue<br />

desdichado, perseguido de la pobreza y murió vencido en la guerra que<br />

tan injustamente había promovido. Verdadera y cierta es<br />

solamente la felicidad que consiguen los buenos que adoran a Dios, y<br />

es de quien solamente la pueden alcanzar, pues cuando se iba<br />

corrompiendo y perdiendo Roma con las malas costumbres, no<br />

tomaron providencia alguna sus dioses para corregirlas o enmendarlas<br />

y para que no se aniquilase, antes cooperaron a su depravación,<br />

corrupción y completa destrucción. Ni por eso se finjan buenos<br />

como aparentando en cierto modo que, ofendidos de las culpas y<br />

crímenes de los ciudadanos, se ausentaron, pues seguramente estaban<br />

allí; con lo cual ellos mismos se descubren y conocen,<br />

puesto que al fin no pudieron ayudarlos con sus consejos, ni pudieron<br />

encubrirse callando. Paso por alto el que los minturnenses, excitados<br />

de Ia compasión, encomendaron los sucesos de Mario a<br />

la diosa Marica, a, quien rendían adoración en un bosque contiguo al<br />

lugar y consagrado a su hombre, para que le favoreciese y diese<br />

prósperos sucesos en todas sus empresas; y sólo advierto<br />

que, vuelto a su primera prosperidad desde la suma desesperación,<br />

caminó fiero y cruel contra Roma, llevando consigo un poderoso y<br />

formidable ejército, adonde cuán sangrienta fue su victoria,<br />

cuán cruel y cuánto más fiera que la de cualquier enemigo, léanlo los<br />

que quisieren en los autores que la escribieron. Pero esto, como<br />

digo, lo omito, ni quiero atribuir a no sé qué Marica la sangrienta<br />

felicidad de Mario, sino a la oculta providencia de Dios, para tapar<br />

la boca a los, incrédulos y para librar de su ceguedad y error a los<br />

que tratan este punto, no con compasión, sino que lo advierten<br />

con prudencia, porque aunque en estos acontecimientos pueden algo los<br />

demonios, es tanto su poder cuantas son las facultades que les<br />

concede el oculto juicio del que es Todopoderoso, para que,<br />

en vista de tales desengaños, no apreciemos demasiado las felicidades<br />

terrenas, las cuales como a Mario, se dispensan también por la mayor<br />

parte a los malos, ni tampoco mirándola bajo otro aspecto<br />

la tengamos por mala, viendo que, a despecho de los demonios, la<br />

han tenido también por lo mismo muchos santos y verdaderos siervos<br />

del que es un solo Dios verdadero; ni, finalmente,<br />

entendamos que debemos acatar o temer a estos impuros espíritus por<br />

los bienes o males de la tierra; porque así como los hombres malos no


pueden hacer en la tierra todo lo que quieren, así<br />

tampoco ellos, sino en cuanto se les permite por orden de aquel gran<br />

Dios, cuyos juicios nadie los puede comprender plenamente y nadie<br />

justamente reprender.<br />

CAPITULO XXIV<br />

De las proezas que hizo Sila, a quien mostraron favorecer Ios dioses<br />

El mismo Sila, cuyos tiempos fueron tales que se hacían desear los<br />

pasados (a pesar de que a los ojos humanos parecía el reformador de<br />

las costumbres), luego que movió su ejército para marchar a<br />

Roma contra Mario, escribe Tito Livio que, al ofrecer sacrificios a<br />

los dioses, tuvo tan prósperas señales, que Postumio -sacrificador y<br />

adivino en este holocausto- se obligó a pagar con su cabeza si<br />

no cumplía Sila todo cuanto tenía proyectado en su corazón con el<br />

favor de los dioses. Y ved aquí cómo no se habían ausentado los<br />

dioses desamparando los sagrarios y las aras, supuesto que<br />

presagiaban los sucesos de la guerra y no cuidaban de la corrección<br />

del mismo Sila. Prometíanle, adivinando los futuros contingentes,<br />

grande felicidad, y no refrenaban su codicia amenazándole con<br />

los más severos castigos; después, manteniendo la guerra de Asia<br />

contra Mitrídates, le envió a decir Júpiter con Lucio Ticio que había<br />

de vencer a Mitrídates, y así sucedió; pero en adelante, tratando<br />

de volver a Roma y vengar con guerra civil las injurias que le habían<br />

hecho a él y a sus amigos, el mismo Júpiter volvió a enviar a decirle<br />

con un soldado de la legión sexta, que anteriormente le<br />

había anunciado la victoria contra Mitrídates, y que entonces le<br />

prometía darle fuerzas y valor para recobrar y restaurar, no sin<br />

mucha sangre de los enemigos, la República. Entonces preguntó qué<br />

forma o figura tenía el que se le había aparecido al soldado, y<br />

respondiendo éste cumplidamente, se acordó Sila de lo que primero le<br />

había referido Ticio cuando de su parte le trajo el aviso de que<br />

había de Vencer a Mitrídates. ¿Qué podrán responder a esta objeción<br />

si les preguntamos por qué razón los dioses cuidaron de anunciar<br />

estos sucesos como felices, y ninguno de ellos atendió a<br />

corregirlos con sus amonestaciones, o recordar al mismo Sila las<br />

futuras desgracias públicas, si sabían que había de causar tantos<br />

males con sus horribles guerras civiles, las cuales no sólo habían de<br />

estragar, sino arruinar totalmente la República? En efecto, se<br />

demuestra bien claro quiénes son los demonios, como muchas veces lo<br />

he insinuado. Sabemos nosotros por el incontrastable testimonio<br />

de la Sagrada Escritura, y su calidad y circunstancias nos muestran,<br />

que hacen su negocio porque les tengan por dioses, adoren y ofrezcan<br />

votos, que, uniéndose con éstos los que se les ofrecen,<br />

tengan juntamente con ellos delante del juicio de Dios una causa de<br />

muy mala condición. Después de llegado Sila a Tarento y sacrificado<br />

allí, vio en lo más elevado del hígado del becerro como una<br />

imagen o representación de una corona de oro. Entonces Postumio -el<br />

adivino de quien se ha hecho mención- le dijo que aquella señal<br />

quería dar a entender una famosa victoria que había de<br />

conseguir de sus enemigos; por lo que le mandó que sólo él comiese de<br />

aquel sacrificio. Pasado un breve rato un esclavo de Lucio Poncio,<br />

adivinando, dio voces, diciendo: ; añadiendo a estas palabras las<br />

siguientes: Dicho esto, se<br />

apartó del campo, donde estaba alojado el ejército, y al día<br />

siguiente volvió<br />

aún más conmovido, y dando terribles voces, dijo que el Capitolio<br />

se había quemado, lo que era cierto, aunque era muy fácil que el<br />

demonio lo hubiese previsto y manifestado luego. Pero es<br />

digno de advertir lo que hace principalmente á nuestro propósito, y<br />

es, bajo qué dioses gustan estar los que blasfeman del Salvador, que<br />

es quien pone en libertad las voluntades de los fieles,<br />

sacándolas del dominio de los demonios. Dio voces del hombre,<br />

vaticinando: ; y para que se creyese que


lo decía con espíritu divino, anunció también lo que era posible<br />

sucediese y después acaeció, estando, sin embargo, muy distante aquel<br />

por quien el espíritu hablaba; pero no dio voces, diciendo: , las cuales, siendo<br />

vencedor cometió en Roma el mismo que en el hígado del becerro, por<br />

singular señal de su victoria, tuvo la visión de la corona de oro. Y<br />

si semejantes señales acostumbraban a dar los dioses<br />

buenos y no los impíos demonios, sin duda que en las entrañas de la<br />

víctima prometerían primero abominables males y muy perniciosos al<br />

mismo Sila: en atención a que la victoria no fue de tanto interés<br />

y honor a su dignidad cuanto fue perjudicial a su codicia, con la<br />

cual sucedió que, anhelando ensoberbecido y ufano las prosperidades,<br />

fue mayor la ruina y muerte que se hizo a si mismo en sus<br />

costumbres que el estrago que hizo a sus enemigos en sus personas y<br />

bienes. Estos fatales acaecimientos, que verdaderamente son tristes y<br />

dignos de lágrimas, no los anunciaban los dioses ni en<br />

las entrañas de las víctimas sacrificadas, ni con agüeros, sueños o<br />

adivinaciones de alguno, porque más temían que se corrigiese, que no<br />

que fuese vencido; antes procuraban lo posible que el<br />

vencedor de sus mismos ciudadanos se rindiese vencido y cautivo a los<br />

vicios nefandos, y por ellos más estrechamente a los mismos demonios.<br />

CAPITULO XXV<br />

Cuánto incitan al hombre a los vicios los espíritus malignos, cuando<br />

para hacer las maldades interponen su ejemplo como una autoridad<br />

divina<br />

Y de cuanto va referido, ¿quién no entiende, quién no advierte, sino<br />

es el que gusta más de seguir e imitar semejantes dioses que<br />

apartarse con la divina gracia de su infame compañía, cuánto<br />

procuran los malignos espíritus acreditar los vicios y maldades con<br />

su ejemplo como con autoridad divina? En cuya comprobación decimos,<br />

que en una espaciosa llanura de tierra de campaña,<br />

adonde poco después los ejércitos civiles se dieron una reñida<br />

batalla, los vieron a ellos mismos pelear entre sí; allí se oyeron<br />

primero grandes rumores y estruendos, y luego refirieron muchos que<br />

habían visto por algunos días pelear mutuamente dos ejércitos; y,<br />

concluida la batalla, hallaron como huellas de hombres y caballos,<br />

cuantas pudieran imaginarse en un encuentro igual. Ahora, pues,<br />

si de veras pelearon los dioses entre sí, no se culpen ya las guerras<br />

civiles entre los hombres, sino considérese la malicia o miseria de<br />

estos dioses; y si fingieron que pelearon, ¿qué otra cosa<br />

hicieron sino trayendo entre sí los romanos guerras civiles, darles a<br />

entender no cometían maldad alguna teniendo aquel ejemplo de los<br />

dioses? A la sazón ya habían comenzado las guerras civiles y<br />

precedido algunos casos horrorosos y abominables de tan fieras<br />

batallas; y asimismo había ya conmovido los corazones de muchos el<br />

fatal suceso acaecido a un soldado que, despojando a otro que<br />

había muerto; descubriendo su cuerpo, conoció que era su hermano, y<br />

abominando de las guerras civiles, se mató a sí mismo en el mismo<br />

lugar, haciendo así compañía al difunto cuerpo de su<br />

hermano, lo cual sin duda les movía, persuadía, no precisamente a que<br />

se avergonzasen y arrepintiesen de una maldad tan execrable, sino a<br />

que creciese más y más el furor de tan perjudiciales<br />

guerras; luego estos demonios a quienes los tenían por dioses y les<br />

parecía debían adorarlos y reverenciarlos, quisieron aparecerse a los<br />

hombres peleando entre sí, para que, a vista de este<br />

espectáculo, no revelase el afecto y amor de una misma patria<br />

semejantes encuentros y combates; antes el pecado y error humano se<br />

excusase con el ejemplo divino. Con este ardid prescribieron<br />

también los malignos espíritus que se les consagrasen los juegos<br />

escénicos, de los que he referido ya circunstancialmente algunas<br />

particularidades, y en los que han celebrado tantas abominaciones<br />

de los dioses, así en los cánticos y músicas del teatro como en las<br />

representaciones de las fábulas, para que todo el que creyese que


ellos hicieron tales acciones, lo mismo que el que no lo creyese,<br />

a pesar de ver que ellos querían gustosamente que se les ofreciesen<br />

semejantes fiestas, seguramente los imitase; y para que ninguno<br />

imagine cuando los poetas cuentan que pelearon entre sí, que<br />

habían escrito contra los dioses injurias y oprobios, y no acciones<br />

propias de su divinidad, ellos mismos, para engañar a los hombres,<br />

confirmaron los dichos de los poetas, mostrando a los ojos<br />

humanos sus batallas, no sólo por medio de los actores en el teatro,<br />

sino también por sí mismos en el campo. Nos ha movido a referir esto<br />

el observar que sus propios autores no dudaron en decir y<br />

escribir, que muchos años antes de las guerras civiles se había<br />

perdido la República romana con las perversas costumbres de sus<br />

ciudadanos, y que no había quedado sombra de República antes<br />

de la venida de nuestro Señor Jesucristo; cuya perdición no imputan a<br />

sus dioses los que atribuyen a Cristo, los males transitorios y<br />

temporales con que los buenos, ya vivan, o ya mueran, no<br />

pueden perecer. Habiendo nuestro, gran Dios dado tantos preceptos<br />

contra las malas costumbres y en favor de las buenas, y no habiendo<br />

tratado sus dioses negocio alguno por medio de<br />

semejantes preceptos con el pueblo que los adoraba, para que aquella<br />

República no se perdiese, antes corrompiendo las mismas costumbres<br />

con su ejemplo y detestable autoridad, hicieron que<br />

totalmente se perdiese, de la cual - a lo que entiendo- ninguno se<br />

atreviera ya a decir que se perdió entonces, porque se marcharon<br />

todos los dioses; desamparando los sagrarios y las aras como<br />

afectos a las virtudes y ofendidos de los vicios de los hombres; pues<br />

por tantas señales de sacrificios, agüeros y adivinaciones con que<br />

deseaban recomendar su divinidad y presciencia y dar a<br />

entender conocían lo futuro y favorecían en las guerras, quedan<br />

convencidos de que estaban presentes; y si de veras se hubieran ido,<br />

sin duda con más piedad y clemencia se hubieran portado los<br />

romanos en las guerras civiles, aunque no se lo inspiran las<br />

instigaciones de los dioses, sino sólo sus pasiones y deseos<br />

ambiciosos.<br />

CAPITULO XXVI<br />

De los avisos y consejos secretos que dieron los demonios tocante a<br />

las buenas costumbres, aprendiéndose por otra parte públicamente todo<br />

género de maldades en sus fiestas<br />

Siendo esto así, y habiéndose manifestado públicamente las torpezas,<br />

junto con las crueldades y afrentas de los dioses, y sus crímenes,<br />

verdaderos o fingidos, pidiéndolo ellos mismos y enojándose si<br />

no se ejecutaban, teniéndolos consagrados en ciertas solemnidades y<br />

habiendo pasado tan adelante que los han propuesto en los teatros a<br />

vista de todo el concurso como dignos de ser imitados,<br />

¿qué significa el que estos mismos demonios, que en semejantes<br />

deleites se entremeten y confiesan que son espíritus inmundos y que<br />

sus crímenes y maldades, sean verdaderas o fingidas, y con<br />

apetecer que se las celebren, rogándoselo a los disolutos, y<br />

consiguiéndolo por fuerza de los modestos, se declaren ser autores de<br />

la vida disoluta y torpe? Con todo, se asegura que allá en sus sagrarios<br />

y en lo más secreto de sus templos, dan algunos preceptos<br />

para practicar las buenas costumbres a algunas personas como<br />

escogidas, predestinadas o consagradas a su deidad; y si esto<br />

fuese cierto, por el mismo hecho se convence de más engañosa la<br />

malicia de los malignos espíritus; porque es tan poderosa la fuerza<br />

de la bondad y de la honestidad, que toda o casi toda la<br />

naturaleza humana se conmueve con su alabanza, y jamás llega a tan<br />

torpe y viciosa que del todo se estrague y pierda el sentido de la<br />

honestidad; en esta inteligencia, si la malicia de los espíritus<br />

infernales no se transfigura a veces -como nos lo advierte la Sagrada<br />

Escritura- en ángel de luz, no puede salir con su pretensión,<br />

reducida únicamente a engañarnos; así que en público la impura y<br />

detestable torpeza por todas partes se vende a todo el pueblo, con


notable estruendo y rumor, pero en secreto la honestidad fingida<br />

apenas la oyen algunos pocos; la publicidad es para las cosas<br />

abominables y vergonzosas, y el secreto para las honestas y loables;<br />

la virtud está oculta y la maldad descubierta; el mal que se hace y<br />

practica convida a todos los que le ven, y el bien que se<br />

predica apenas halla alguno que le oiga, como si lo honesto fuera<br />

vergonzoso y lo torpe, digno de gloria. Pero ¿dónde se obra tan<br />

impíamente sino en los templos de los demonios? ¿En los<br />

tabernáculos de los embustes y engaños? Pues lo primero lo ejecutaron<br />

para coger y prender a los virtuosos y honestos, que son pocos en<br />

número, y lo segundo porque no se corrijan y enmienden<br />

los muchos que son torpes y viciosos dónde y cuándo aprendiesen sus<br />

escogidos los preceptos de la celestial honestidad, lo ignoramos. Con<br />

todo, en el frontispicio del mismo templo adonde veíamos<br />

colocado aquel otro simulacro todos los que de todas partes<br />

concurríamos acomodándonos donde cada uno podía estar mejor, con gran<br />

atención veíamos los juegos que se hacían; pero volviendo<br />

los ojos a un lado, observábamos la pompa, fausto y aparato de las<br />

rameras, y volviéndonos a otros, veíamos la virgen diosa, y cómo<br />

adoraban humildemente a ésta, y celebraban delante de la otra<br />

tantas torpezas. No vimos allí ningún mimo recatado y honesto, en<br />

actora que manifestase alguna modestia o pudor; antes todos cumplían<br />

exactamente todos los oficios de deshonestidad e impureza.<br />

Sabían lo que agradaba al ídolo virginal, y representaban lo que la<br />

matrona más prudente podía llevar del templo a su casa. Algunas que<br />

eran más pundonorosas volvían los rostros por no mirar los<br />

torpes meneos de los actores, y, teniendo pudor de ver el arte y<br />

dechado de las impurezas, le aprendían reparándolo con disimulo; pues<br />

por estar los hombres presentes tenían vergüenza, y no se<br />

atrevían a mirar con Iibertad los ademanes y posturas deshonestas;<br />

pero al mismo tiempo no osaban condenar con ánimo casto las<br />

ceremonias sagradas de la deidad que reverenciaban. En fin,<br />

presentaban públicamente estas obscenidades para que se aprendiese en<br />

el templo aquello que para ejecutarlo, por lo menos en casa, se busca<br />

el aposento más oculto; sería sin duda cosa extraña<br />

el que hubiera allí algún pudor en los mortales, para no cometer<br />

libremente las torpezas humanas que religiosamente aprendían delante<br />

de los dioses, habiendo de tenerlos airados si no procuraban<br />

representarlas en honra suya. Porque, ¿qué otro espíritu con secreto<br />

instinto mueve las almas perversas y depravadas, las insta para que<br />

se cometan adulterios y se apacienta y complace en los<br />

cometidos, sino el que se deleita con semejantes juegos escénicos,<br />

poniendo en los templos los simulacros de los demonios ya gustando en<br />

los juegos de las imágenes y retratos de los vicios,<br />

murmurando en lo secreto lo que toca a la justicia, para seducir aun<br />

a los pocos buenos, y frecuentando en lo público lo que nos excita a<br />

la torpeza, para apoderarse de infinitos malos?<br />

CAPITULO XXVII<br />

Con cuánta pérdida de la moralidad pública hayan consagrado los<br />

romanos, para aplacar a sus dioses, las torpezas de los juegos<br />

Tulio, aquel tan grave y tan excelso filósofo, cuando comenzó a<br />

ejercer el oficio de edil, clamaba delante del pueblo que entre las<br />

demás cosas que pertenecían a su oficio era una aplacar a la diosa<br />

Flora con la solemnidad de los juegos, los cuales suelen celebrarse<br />

con tanta más religión cuanta es mayor la torpeza. Dice en otro<br />

lugar, siendo ya cónsul, que en un grave peligro en que se vio la<br />

ciudad se habían continuado los juegos por diez días, y que no se<br />

había omitido circunstancia alguna para aplacar a los dioses; como si<br />

no fuera más conveniente enojar a semejantes dioses con la<br />

modestia que aplacarlos con la torpeza, y hacerlos con la honestidad<br />

enemigos antes que ablandarlos con tanta disolución; porque no<br />

pudieran causar tan graves daños por más fiereza y crueldad<br />

que usaran los enemigos por cuyo respeto los aplacaban, como causaban


ellos con hacer aplacar con tan abominables impurezas; pues para<br />

excusar el daño que se temía causaría el enemigo en<br />

los cuerpos, se aplacaban los dioses de tal manera, que se extinguía<br />

la fuerza y el valor en los ánimos, supuesto que aquellos dioses no<br />

se habían de poner a la defensa contra los que combatían los<br />

muros, si primero no daban en tierra y arruinaban las buenas<br />

costumbres. Esta satisfacción ofrecida a semejantes dioses,<br />

deshonesta, impura, disoluta, desenfrenada y torpe en extremo,<br />

condenó a<br />

sus ministros en el honor el honrado pundonor y buen natural de los<br />

primeros romanos, los privó de su tribu, los reconoció por torpes y<br />

deshonestos, y los dio por infames. Esta satisfacción, digo,<br />

digna de vergüenza y de que la abomine la verdadera religión; estas<br />

fábulas torpes y llenas de calumnias contra los dioses, y estas<br />

ignominiosas acciones de los dioses, maligna y torpemente<br />

fingidas, o más maligna y torpemente cometidas, dándoles públicamente<br />

ojos para ver y orejas para oír tales impurezas, las aprendía<br />

generalmente toda la ciudad. Estas representaciones veía que<br />

agradaban a los dioses, y por tanto, creía que no sólo las debía<br />

recitar públicamente, sino que era razón imitarlas también, y no<br />

aquel no sé qué de bueno o de honesto que se manifestaba a tan pocos<br />

y tan en secreto; mas de tal modo se decía, que más temían que no<br />

se supiese y divulgase que el que no se ejecutase.<br />

CAPITULO XXVIII<br />

De la saludable doctrina de la religión cristiana<br />

Quéjanse, pues, y murmuran los hombres perversos e ingratos y los<br />

que están más profunda y estrechamente oprimidos del maligno espíritu<br />

de que los sacan mediante el nombre de Jesucristo del<br />

infernal yugo y penosa compañía de estas impuras potestades, y de que<br />

los transfieren de la tenebrosa noche de la abominable impiedad a la<br />

luz de la saludable piedad v religión; danse por sentidos<br />

de que el pueblo acuda a las iglesias con una modesta concurrencia y<br />

con una distinción honesta de hombres y mujeres, adonde se les enseña<br />

cuánta razón es que vivan bien en la vida presente,<br />

para que después de ella merezcan vivir eternamente en la<br />

bienaventuranza; donde oyendo predicar y explicar desde la cátedra<br />

del Espíritu Santo en presencia de todos la Sagrada Escritura y la<br />

doctrina evangélica, a fin de que los que obran con rectitud la oigan<br />

para obtener el eterno premio, y los que así no lo hacen, lo oigan<br />

para su juicio y eterna condenación; y donde cuando acuden<br />

algunos que se burlan de esta santa doctrina, toda su insolencia e<br />

inmodestia, o la dejan con una repentina mudanza o se ataja y refrena<br />

en parte con el temor o el pudor; porque allí no se les<br />

propone cosa torpe o mal hecha para verla o imitarla, ya que, o se<br />

les enseñan los preceptos y mandamientos del verdadero Dios, o se<br />

refieren sus maravillas y estupendos milagros, o se alaban y<br />

engrandecen sus dones y misericordias, o se piden sus beneficios y,<br />

mercedes.<br />

CÁPITULO XXIX<br />

Exhortación a los romanos para que dejen el culto de los dioses<br />

Esto es lo que principalmente debes desear, ¡oh generosa estirpe de<br />

la antigua Roma! ¡Oh descendencia ilustre de los Régulos, Escévolas,<br />

Escipiones y Fabricios! Esto es lo que principalmente<br />

debes apetecer; en esto principalmente es en lo que te debes apartar<br />

de aquella torpe vanidad y engañosa malignidad de los demonios. Si<br />

florece en ti naturalmente alguna obra buena, no se purifica<br />

y perfecciona sino con la verdadera piedad, y con la impiedad se<br />

estraga y viene a sentir el rigor de la justicia. Acaba ahora de<br />

escoger el medio que has de seguir para que seas sin error alguno<br />

alabada, no en ti, sino en el Dios verdadero; porque aunque entonces


alcanzaste la gloria y alabanza popular, sin embargo, por oculto<br />

juicio de la divina Providencia te faltó la verdadera religión que<br />

poder elegir. Despierta ya este día como has despertado ya en<br />

algunos, de cuya virtud perfecta y de las calamidades que han<br />

padecido por la verdadera fe nos gloriamos; pues, peleando por todas<br />

partes con las contrarias potestades y venciéndolas muriendo<br />

valerosamente, con su sangre nos han ganado esta patria. A ella te<br />

convidamos y exhortamos para que acrecientes el número de sus<br />

ciudadanos, cuyo asilo en alguna manera podemos decir que es la<br />

remisión verdadera de los pecados. No des oídos a los que desdicen y<br />

degeneran de ti; a los que murmuran de Cristo o de los<br />

cristianos y se quejan como de los tiempos malos buscando épocas en<br />

que se pase, no una vida quieta, sino una en que se goce<br />

cumplidamente de la malicia humana. Esto nunca te agradó a ti, ni<br />

aun por la eterna patria. Ahora, echa mano y abraza la celestial, por<br />

la cual será muy poco lo que trabajarás, y en ella verdaderamente y<br />

para siempre reinarás, porque allí, ni el fuego vestal, ni la<br />

piedra o ídolo del Capitolio, sino el que es uno y verdadero Dios,<br />

que sin poner límites en las grandezas que ha de tener, ni a los años<br />

que ha de durar, te dará un imperio que no tenga fin. No<br />

quieras andar tras los dioses falsos y engañosos; antes deséchalos y<br />

desprécialos, abrazando la verdadera libertad. No son dioses, son<br />

espíritus malignos a quienes causa envidia y da pena tu<br />

eterna felicidad. No parece que envidió tanto Juno a los troyanos, de<br />

quienes desciendes según la carne, los romanos alcázares, cuanto<br />

estos demonios, que todavía piensas que son dioses,<br />

envidian a todo género de hombres las sillas eternas y celestiales. Y<br />

tú misma en muchos condenaste a estos espíritus cuando los aplacaste<br />

con juegos, y a los hombres, por cuyo ministerio celebraste<br />

los mismos juegos, los diste por infames. Déjate poner en libertad<br />

del poder de los inmundos espíritus, los cuales colocaron sobre tus<br />

cervices el yugo de su ignominia para consagraría a sí propios y<br />

celebrarla en su nombre. A los que representaban las culpas y<br />

crímenes de los dioses los excluiste de tus honores y privilegios;<br />

ruega, pues, al verdadero Dios que excluya de ti aquellos dioses que<br />

se deleitan con sus culpas, verdaderas, que es mayor ignominia, o<br />

falsas, que es cosa maliciosa. Si bien, por lo que a ti se refería,<br />

no quisiste que tuviesen parte en la ciudad los representantes y los<br />

escénicos. Despierta y abre aún más los ojos; de ningún modo se<br />

aplaca la Divina Majestad con los medios con que se desacredita y<br />

profana la dignidad humana. ¿Cómo, pues piensan tener a los<br />

dioses que gustan de semejantes honras en el número de las santas<br />

potestades del cielo, pues a los hombres por cuyo medio se les<br />

tributan estos honores, imaginaste que no merecían que los<br />

tuviesen en el número del más ínfimo ciudadano romano? Sin<br />

comparación, es más ilustre la ciudad soberana donde la victoria es<br />

la verdad, donde la dignidad es la santidad, donde la paz es la<br />

felicidad, donde la vida es la eternidad, mucho menos que no admite<br />

en su compañía semejantes dioses, pues tú en la tuya tuviste<br />

vergüenza de admitir a tales hombres. Por tanto, si deseas alcanzar<br />

la ciudad bienaventurada, huye del trato con los demonios. Sin razón<br />

e indignamente adoran personas honestas a los que se aplacan por<br />

medió de ministros torpes. Destierra a éstos y exclúyelos de<br />

tu compañía por la purificación cristiana, como excluiste a aquellos<br />

de tus honras y privilegios, por la reforma del censor, y lo que toca<br />

a los bienes carnales, de los cuales solamente quieren gozar los<br />

malos, y lo que pertenece a los trabajos y males carnales, los cuales<br />

no quieren padecer solos. Y como ni aun en éstos tienen estos<br />

demonios el poder que se imagina (y aunque le tuvieran, con<br />

todo, deberíamos antes despreciar estos bienes y males, que por ellos<br />

adorar a los demonios, y adorándolos, privarnos de poder llegar a<br />

aquella gloria que ellos nos envidian; pero ni aun en esto<br />

pueden lo que creen aquellos que por esto nos procuran persuadir que<br />

se deben adorar); esto después lo veremos, para que aquí demos fin a<br />

este libro.


LIBRO TERCERO<br />

CALAMIDADES DE ROMA ANTES DE CRISTO<br />

CAPITULO PRIMERO<br />

De las adversidades que sólo temen los malos, y que siempre ha<br />

padecido el mundo mientras adoraba a los dioses<br />

Ya me parece que hemos dicho lo bastante de los males de las<br />

costumbres y de los del alma, que son de los que principalmente nos<br />

debemos guardar y cómo los falsos dioses no procuraron<br />

favorecer al pueblo que los adoraba, a fin de que no fuese oprimido<br />

con tanta multitud de males; antes, por el contrario, pusieron todo<br />

su esfuerzo en que gravemente fuese afligido. Ahora me resta<br />

decir de los males que éstos no quieren padecer, como son el hambre,<br />

las enfermedades, la guerra, el despojo de sus bienes, ser cautivos y<br />

muertos, y otras calamidades semejantes a éstas que<br />

apuntamos ya en el libro primero, porque éstas sólo los malos tienen<br />

por calamidades, no siendo ellas las que, los hacen malos; ni tienen<br />

pudor (entre las Cosas buenas que alaban) en ser malos los<br />

mismos que las engrandecen, y más les pesa una mala silla donde<br />

descansar que mala vida, como si fuera el sumo bien del hombre tener<br />

todas las cosas buenas fuera de sí mismo. Pero ni aun de<br />

estos males que solamente temen los excusaron o libraron sus dioses<br />

cuando libremente los adoraban, porque, cuando en diferentes tiempos<br />

y lugares padecía el linaje humano innumerables e<br />

increíbles calamidades antes de la venida de nuestro redentor<br />

Jesucristo, ¿qué otros dioses que éstos adoraba todo el Universo, a<br />

excepción del pueblo hebreo y algunas personas de fuera de este<br />

mismo pueblo, dondequiera que por ocultó y justo juicio de Dios<br />

merecieron los tuviese de su mano la divina gracia? Mas por no ser<br />

demasiado largo omitiré los gravísimos males de todas las demás<br />

naciones, y sólo referiré lo que pertenece a Roma y al romano<br />

Imperio, esto es, propiamente a la misma ciudad, y todo lo que las<br />

demás, que por todo el mundo estaban confederadas con ella o<br />

sujetas a su dominio, padecieron antes de la venida de Jesucristo,<br />

cuando ya pertenecían, por decirlo así, al cuerpo de su República.<br />

CAPITULO II<br />

Si los dioses a quienes los romanos y griegos adoraban de un mismo<br />

modo tuvieron causas para permitir la destrucción de Troya<br />

Primeramente la misma Troya o Ilion, de donde trae su origen el<br />

pueblo romano (porque no es razón que lo omitamos o disimulemos, como<br />

lo insinué en el libro primero, capítulo IV), teniendo y<br />

adorando unos mismos dioses, ¿por qué fue vencida, tomada y asolada<br />

por los griegos? Príamo, dice Virgilio, pagó el juramento que<br />

quebrantó su padre Laomedonte; luego es cierto que Apolo y<br />

Neptuno sirvieron a Laomedonte por jornal, pues aseguran les prometió<br />

pagarles su trabajo y que se lo juró falsamente. Me causa admiración<br />

que Apolo, famoso adivino, trabajase en una obra tan<br />

grande, y no previese que Laomedonte no había de cumplirle lo<br />

pactado; aunque no era justo que tampoco Neptuno, su tío, hermano y<br />

rey del, mar, ignorase las cosas futuras, pues a éste le<br />

introduce Homero presagiando gloriosos sucesos de la descendencia de<br />

Eneas, cuyos sucesores vinieron a ser los que fundaron a Roma,<br />

habiendo vivido, según dice el mismo poeta, antes de la<br />

fundación de aquella ciudad, a quien también arrebató en una nube,<br />

como dice, porque no le matase Aquiles; deseando, por otra parte,<br />

trastornar desde los fundamentos los muros de la fementida<br />

Troya que había fabricado con sus manos, como confiesa Virgilio. No<br />

sabiendo, pues, dioses tan grandes, Neptuno y Apolo, que Laomedonte<br />

les había de negar el premio de sus tareas, edificaron


graciosamente a unos ingratos los muros de Troya. Adviertan no sea<br />

peor creer en tales dioses que el no haberles guardado el juramento<br />

hecho por ellos, porque eso, ni aun el mismo Homero lo<br />

creyó fácilmente, pues pinta a Neptuno peleando contra los troyanos y<br />

a Apolo en favor de éstos, diciendo la fábula que el uno y el otro<br />

quedaron ofendidos por la infracción del juramento. Luego si<br />

creen en tales fábulas, avergüéncense de adorar a semejantes dioses,<br />

y si no las creen, no nos aleguen los perjurios troyanos, o admírense<br />

de que los dioses castigasen a los perjuros troyanos y de<br />

que amasen a los romanos. Porque, ¿de dónde diremos provino que la<br />

conjuración de Catilina, formada en una ciudad tan populosa como<br />

relajada, tuviese asimismo tan grande número de personas<br />

que la siguiesen, si no de la mano y la lengua que sustentaba la<br />

fuerza de la conspiración, con el perjurio o con la sangre civil? ¿Y<br />

qué otra cosa hacían los senadores tantas veces sobornados en<br />

los juicios, tantas el pueblo en los sufragios o en las causas que<br />

ante él pasaban, por medio de las arengas que les hacían, sino<br />

perjurar también? Porque en la época en que florecían costumbres tan<br />

detestables se observaba el antiguo rito de jurar, no para guardarse<br />

de pecar con el miedo o freno de la religión, sino para añadirles<br />

perjurios al crecido número de los demás crímenes.<br />

CAPITULO III<br />

Que no fue posible que se ofendiesen los dioses con el adulterio de<br />

Paris, siendo cosa muy usada entre ellos, como dicen<br />

Así que no hay causa legítima por la cual los dioses que sostuvieron,<br />

como dicen, aquel Imperio, probándose que fueron vencidos por los<br />

griegos, nación más poderosa que ellos, se finjan enojados<br />

contra los troyanos porque no les guardaron el juramento: ni tampoco<br />

(como algunos los defienden) se irritaron por el adulterio de Paris<br />

para dejar a Troya, en atención a que ellos suelen ser<br />

autores y maestros (no vengadores) de los más horrendos crímenes. ; luego si los dioses creyeron conveniente<br />

vengar el adulterio de Paris fuera razón que le castigaran antes<br />

los troyanos o también en los romanos, supuesto que la madre de Eneas<br />

fue la que cometió este crimen: ¿y por qué motivo condenaban en Paris<br />

aquel pecado los que disimulaban en Venus su<br />

crimen con Anquises, que produjo el nacimiento de Eneas? ¿Fue acaso<br />

porque aquél se hizo contra la voluntad de Menelao, y éste con el<br />

beneplácito de Vulcano? Pero yo creo que los dioses no<br />

son tan celosos de sus mujeres, que no gusten de comunicarlas a los<br />

hombres. Acaso parecerá que voy satirizando las fábulas y que no<br />

trato con gravedad causa de tanto momento; luego no<br />

creamos, si os parece, que Eneas fue hijo de Venus, y esto es lo que<br />

os concedo, con tal que tampoco se diga que Rómulo fue hijo de Marte;<br />

y si éste lo es, ¿por qué no lo ha de ser el otro? ¿Por<br />

ventura es ilícito que los dioses se mezclen con las, mujeres de los<br />

hombres, y es lícito que los hombres se mezclen con las diosas? Dura<br />

e increíble condición que lo que por derecho de Venus le fue<br />

lícito a Marte, esto, en su propio derecho, no lo sea lícito a la<br />

misma Venus. Con todo, lo uno y lo otro está admitido y confirmado<br />

por autoridad romana, porque no menos creyó el moderno César era<br />

Venus su abuela, que el antiguo Rómulo ser Marte su padre.<br />

CAPITULO IV<br />

Del parecer de Varrón, que dijo era útil se finjan los hombres<br />

nacidos de los dioses<br />

Dirá alguno: ¿y crees tú esto?, y yo respondo que de ninguna manera<br />

lo creo. Pues aun su docto Varrón, aunque no lo afirma con certeza,


con todo, casi confiesa que es falso. Dice que interesa a<br />

las ciudades que las personas de valor, a pesar de ser falso, se<br />

tengan por hijos de los dioses, para que de este modo el corazón<br />

humano, como alentado con la confianza de la divina estirpe,<br />

emprenda con mayor ánimo y denuedo las acciones grandes, las examine<br />

con más madurez y eficacia y con la misma seguridad las acabe más<br />

felizmente. Este dictamen de Varrón, referido como<br />

pude con mis palabras, ya veis cuán grande portillo abre a la<br />

falsedad, cuando entendamos que se pudieron ya inventar y fingir<br />

muchas ceremonias sagradas, y como religiosas, cuando pensemos<br />

que aprovechan e importan a los ciudadanos romanos las mentiras aun<br />

sobre los mismos dioses.<br />

CAPITULO V<br />

Que no se prueba que los dioses castigaron el adulterio de Paris,<br />

pues en la madre de Rómulo le dejaron sin castigo<br />

Pero si pudo Venus con Anquises parir a Eneas, o Marte de la unión<br />

con la hija de Numitor engendrar a Rómulo, dejémoslo por ahora,<br />

porque casi otra semejante cuestión se origina igualmente de<br />

nuestras Escrituras, cuando se pregunta si los ángeles prevaricadores<br />

se juntaron con las hijas de los hombres, de donde nacieron unos<br />

gigantes, esto es, unos hombres de estatura elevada y<br />

fuertes, con que se pobló entonces la tierra. Pero, entre tanto,<br />

nuestro discurso abrazará lo uno y lo otro; porque si es cierto lo<br />

que entre ellos se lee de la madre de Eneas y del padre de Rómulo,<br />

¿cómo pueden los dioses enfadarse de los adulterios de los hombres,<br />

sufriéndolos ellos entre sí con tanta conformidad? Y si es falso,<br />

tampoco pueden enojarse de los verdaderos adulterios humanos<br />

los que se deleitan aun de los suyos fingidos, y más que si el crimen<br />

de Marte no se cree, tampoco puede creerse el de Venus. Así que con<br />

ningún ejemplo divino, se puede defender la causa de la<br />

madre de Rómulo, en atención a que Silvia fue sacerdotisa vestal, y<br />

por eso debieran los dioses vengar antes este crimen sacrílego contra<br />

los romanos que el adulterio de Paris contra los troyanos.<br />

Era, pues, un delito tan execrable entre los antiguos romanos éste,<br />

que enterraban vivas a las sacerdotisas vestales, convencidas de<br />

deshonestidad; y a las mujeres adúlteras, aunque las afligían lo<br />

bastante, con todo, no era con ningún género de muerte cruel, pero<br />

acostumbraban a castigar con más rigor a los que pecaban contra los<br />

sagrarios divinos, que no a los que manchaban los lechos<br />

humanos.<br />

CAPITULO VI<br />

Del parricidio de Rómulo, no vengado por los dioses<br />

Y añado otra circunstancia, y es que, si tanto se irritaron los<br />

dioses de los pecados de los hombres, que ofendidos del rapto de<br />

Paris asolaron a Troya a sangre y fuego, pudiera moverles. Más<br />

contra los romanos la muerte impía del hermano de Rómulo, que contra<br />

los troyanos la burla hecha al esposo griego: sin duda más debía<br />

irritarles el parricidio cometido en una ciudad recién fundada,<br />

que el adulterio de la que ya reinaba, cuya investigación nada<br />

importa para el asunto que ahora tratamos; esto es, si el asesinato<br />

le mandó hacer Rómulo, o si le ejecutó él mismo, lo cual muchos lo<br />

niegan sin reflexión, otros por vergüenza lo ponen en duda, y algunos<br />

de pena disimulan. Y para que no nos detengamos en averiguar con<br />

demasiada diligencia esta circunstancia, atendiendo a los<br />

testimonios de tantos escritores, consta claramente que mataron al<br />

hermano de Rómulo, no los enemigos, ni los extraños, sino el mismo<br />

Rómulo, que ejecutó por sí mismo el fratricidio, o mandó se<br />

hiciese; y aun cuando así fuese, parece tuvo mejor derecho para<br />

decretarlo, pues Rómulo era el primer jefe y legislador de los<br />

romanos, y Paris no lo era de los troyanos. ¿Por qué razón provocó la


ira de los dioses contra los troyanos aquel que robó la mujer ajena y<br />

Rómulo, que mató a su hermano, excitó y convidó a los mismos dioses a<br />

que tomasen sobre sí la tutela y amparo de los<br />

romanos? Y si este delito ni le cometió ni le mandó ejecutar Rómulo,<br />

no obstante que la trasgresión era digna de castigo, toda la ciudad<br />

fue la que le hizo, porque toda pasó por él y no hizo caso de él;<br />

y no mató precisamente a su hermano, sino lo que es más notable, a su<br />

mismo padre; en atención a que el uno y el otro fue su fundador, y<br />

quitando al uno alevosamente la vida no le dejaron reinar,<br />

creo que no hay para qué insinuar el castigo que mereció Troya para<br />

que la desamparasen los dioses, y así pudiese perecer, y el bien que<br />

mereció Roma para que hiciesen en ella asiento los<br />

dioses y pudiese creer, a no ser que digamos que, vencidos, huyeron<br />

de Troya y se vinieron a Roma para engañar también a estos nuevos<br />

fundadores de la República romana; sin embargo, de<br />

que es más cierto el que se quedaron en Troya para engañar, como<br />

suelen, a los que habían de ir a vivir en aquellas tierras, y<br />

ejercitando en Roma los mismos artificios de sus retiradas<br />

seducciones, fueron ensalzadas con mayores glorias, siendo adorados<br />

con extraordinarios honores.<br />

CAPITULO VII<br />

De la destrucción de Ilion, asolada por Fimbria, capitán de Mario<br />

Y para explicarnos con más sencillez, decimos que, cuando ya<br />

pululaban las guerras civiles, ¿en qué había pecado la miserable<br />

ciudad de Ilion para que Fimbria, hombre facineroso del bando y<br />

parcialidad de Mario, la asolase con mayor fiereza e inhumanidad que<br />

antiguamente lo hicieron los griegos? Entonces al menos escaparon<br />

muchos huyendo, y muchos hechos cautivos a lo menos<br />

vivieron, aunque en servidumbre; pero Fimbria mandó, ante todo<br />

promulgar un bando por el cual ordenaba que a ninguno se perdonase, y<br />

así quemó y abrasó toda la ciudad y sus moradores. Este<br />

impío decreto se mereció la ciudad de Ilion, no por mano de los<br />

griegos, a quienes había irritado con sus maldades, sino por la de<br />

los romanos, a quienes había propagado con sus calamidades, no<br />

favoreciendo para estorbar tantas desgracias los dioses que los unos<br />

y los otros comúnmente adoraban, o lo que es más cierto, no pudiendo<br />

ayudarles en infortunio tan grave. ¿Acaso entonces,<br />

desamparando sus sagrarios y aras se habían ausentado todos los<br />

dioses que sostenían en pie aquel lugar después que los griegos le<br />

quemaron y asolaron? Y si se habían ido, deseo saber la<br />

causa; y cuanto más la examino, hallo que tanto mejor es la de los<br />

ciudadanos cuanto es peor la de los dioses; porque los habitantes<br />

cerraron las puertas a Fimbria sólo por conservar la ciudad a<br />

Sila, y él, enojado, les puso fuego, los abrasó y destruyó del todo;<br />

hasta entonces Sila era capitán de la mejor parte civil, y hasta<br />

entonces procuraba con las armas recobrar la República; pero de<br />

estos buenos principios aún no hablan llegado a experimentarse los<br />

malos fines. ¿Qué deliberación más justa y concertada pudieron tomar<br />

en tal apuro los vecinos de aquella ciudad? ¿Cuál más<br />

honesta? ¿Cuál más fiel? ¿Qué acción más digna de la amistad y<br />

parentesco que tenían con Roma que conservar la ciudad en defensa de<br />

la mejor causa de los romanos y cerrar las puertas a un<br />

parricida de la República romana? Pero en cuán grande ruina y<br />

destrucción suya se les convirtió esta generosa acción, véanlos los<br />

defensores de los dioses que desamparasen éstos a los adúlteros<br />

y que dejasen Ilion en poder de las llamas griegas, para que de sus<br />

cenizas naciese Roma más casta, sea enhorabuena; pero, ¿por qué causa<br />

desampararon después la ciudad cuna, de los romanos,<br />

no rebelándose contra Roma su noble hijo, sino guardando la fe<br />

más constante y piadosa al que en ella tenía mejor causa? Y, sin<br />

embargo, la dejaron para que la asolase, no a los más valientes<br />

griegos, sino al hombre más torpe de los romanos. Y si no agradaba a<br />

los dioses la parcialidad de Sila, que es para quien los infelices


moradores guardaban su ciudad cuando cerraron las puertas,<br />

¿por qué prometían tantas felicidades al mismo Sila? Con esta<br />

demostración se conoce igualmente que son más lisonjeros de los<br />

felices que protectores de los desdichados: luego no fue asolado<br />

entonces ya Ilion porque ellos le desampararon; ya que los demonios,<br />

que están siempre vigilantes para engañar, hicieron lo que pudieron;<br />

pues habiendo arruinado y quemado con el lugar todos<br />

los ídolos, sólo el de Minerva, dicen, como escribe Livio, que en una<br />

ruina tan grande de sus templos quedó entero, no porque se dijese en<br />

su alabanza: Sino porque no se dijese para su defensa que se<br />

habían ido todos los dioses, desamparando sus sagrarios y aras, en<br />

atención a que se les permitió pudiesen conservar aquel ídolo,<br />

no para que por este hecho se probase que eran poderosos, sino para<br />

que se viese que les eran favorables.<br />

CAPITULO VIII<br />

Si fue prudente encomendarse Roma a los dioses de Troya<br />

¡Qué prudente deliberación fue encomendar la, conservación de Roma a<br />

los dioses troyanos, después de haber visto por experiencia lo que<br />

pasó en Troya! Dirá alguno que ya estaban<br />

acostumbrados a vivir en Roma cuan do Fimbria asoló Ilion; pero, ¿<br />

dónde estaba el simulacro de Minerva? Y si estaban en Roma cuando<br />

Fimbria destruyó Ilion, ¿acaso cuando los galos tomaron y<br />

abrasaron a Roma estaba en Ilion? Pero como tienen perspicaz el oído<br />

y veloz el movimiento, al graznido de los gansos volvieron en seguida<br />

para defender siquiera la roca del Capitolio, que<br />

solamente había quedado; mas para poder venir a defender el resto de<br />

la ciudad llegó el aviso tarde.<br />

CAPITULO IX<br />

Si la paz que hubo en tiempo de Numa se debe creer que fue obra de<br />

los dioses<br />

Créese también que éstos ayudaron a Numa Pompilio, sucesor de Rómulo,<br />

para que gozase la paz que disfrutó en todo su reinado, y a que<br />

cerrase las puertas de Jano, que suelen estar abiertas en<br />

tiempo de guerra; es, a saber, porque enseñó a los romanos muchos<br />

ritos y ceremonias sagradas. A éste se le pudiera dar el parabién del<br />

ocio y quietud que gozó en el tiempo de su reinado, si<br />

pudiera emplearla en proyectos saludables, y, dejándose de una<br />

curiosidad perniciosa, se aplicara con verdadera piedad a buscar al<br />

Dios verdadero. Mas no fueron los dioses los que le<br />

concedieron el reposo, y es creíble que menos le engañaran si no le<br />

hallaran tan ocioso, porque cuanto menos ocupado le hallaron, tanto<br />

más le empeñaron en sus detestables designios y cuáles<br />

fueron sus pretensiones y los artículos con que pudo introducir para<br />

sí o para la ciudad semejantes dioses, lo refiere Varrón, de lo cual,<br />

si fuere la voluntad de Dios, hablaremos más largamente en su<br />

lugar; pero ahora, porque tratamos de sus beneficios, decimos que<br />

grande. y singular merced es la paz, mas las incomparables gracias<br />

del verdadero Dios son comunes por la mayor parte, como el<br />

sol, el agua y otros medios importantes para la vida, para los<br />

ingratos y gente perdida; y si este tan particular bien le hicieron<br />

los dioses a Roma o a Pompilio, ¿por qué después jamás se le hicieron<br />

al<br />

Imperio romano en tiempos mejores y más loables? ¿Eran, acaso, más<br />

interesantes los ritos y ceremonias sagradas cuando se instituían que<br />

cuando, después de instituidas, se celebraban? Ahora<br />

bien; entonces no existían, sino que se estaban instituyendo, y<br />

después ya existían y para que aprovechasen se guardaban. ¿Cuál fue<br />

la causa de que los cincuenta y tres años, o como otros<br />

quieren, treinta y nueve, se pasaron con tanta paz reinando Numa, y


después, establecidas ya, las ceremonias sagradas y teniendo ya por<br />

protectores a los mismos dioses que habían sido honrados<br />

con las mismas ceremonias, apenas después de tantos años, desde la<br />

fundación de Roma hasta Augusto César, se refiera uno por gran<br />

milagro, concluida la primera guerra pánica, en que pudieron<br />

los romanos cerrar las puertas de la guerra?<br />

CAPITULO X<br />

Si se debió desear que el imperio romano creciese con tan rabiosas<br />

guerras, pudiendo estar seguro, con lo que creció en tiempo de Numa<br />

Responderán acaso que el Imperio romano no podía extender tanto por<br />

todo el mundo su dominio y ganar tan grande gloria y fama, si no es<br />

con las guerras continuas, sucediéndose sin interrupción<br />

las unas a las otras. Graciosa razón por cierto; para que fuera<br />

dilatado el Imperio, ¿qué necesidad tenía de estar en guerra?<br />

Pregunto: en los cuerpos humanos, ¿no es más conveniente tener una<br />

pequeña estatura con salud, que llegar a una grandeza gigantesca con<br />

perpetuas aflicciones, y cuando hayáis llegado, no descansar, sino<br />

vivir con mayores males cuando son mayores los<br />

miembros? ¿Y qué mal hubiera sido, o qué bien no hubiera sucedido, si<br />

duraran aquellos tiempos que notó Salustiano, cuando dice: .<br />

¿Acaso, para que creciera tanto el Imperio, fue necesario lo que<br />

aborrece Virgilio, diciendo <br />

Mas seguramente se excusan con justa causa los romanos de tantas<br />

guerras como emprendieron e hicieron, con decir estaban obligados a<br />

resistir a los enemigos que imprudentemente les<br />

perseguían, y que no era la codicia de alcanzar gloria y alabanza<br />

humana, sino la necesidad de defender su vida y libertad la que les<br />

incitaba a tomar las armas. Sea así enhorabuena: . Con estos medios<br />

suaves se acrecentó honestamente Roma; pero reinando Numa, para<br />

que hubiese una paz tan estable y prolongada, pregunto: si les<br />

acometían los enemigos e incitaban con la guerra, o si acaso<br />

no había recelos de ésta, para que así pudiese perseverar aquella<br />

paz; pues si entonces era provocada Roma con la guerra y no resistía<br />

a las armas con las armas, con la traza que se apaciguaban<br />

los enemigos sin ser vencidos en campal batalla y sin causarles temor<br />

con ningún ímpetu de guerra, con la misma traza podía Roma reinar<br />

siempre en paz, teniendo cerradas las puertas de Jano, y si<br />

esto no estuvo en su mano, luego no tuvo Roma paz todo el tiempo que<br />

quisieron sus dioses, sino el que quisieron los hombres, sus<br />

comarcanos, que no se la turbaron con hostilidad alguna; si no es<br />

que semejantes dioses se atrevan también a vender al hombre lo que<br />

otro hombre quiso o no quiso. Es verdad que esta alternativa de<br />

acontecimientos coincide con el vicio propio y culpa de los


malos, que opinan que se les permite a estos demonios el<br />

atemorizarles, o animarles sus corazones; pero si siempre dependiesen<br />

de su arbitrio tales sucesos, y por otra oculta y superior potestad<br />

no<br />

se hiciese muchas veces lo contrario de lo que ellos pretenden,<br />

siempre tendrían en su mano la paz y las victorias en la guerra, las<br />

cuales, las más de las veces, acontecen según disponen y mueven<br />

los ánimos de los hombres.<br />

CAPITULO XI<br />

De la estatua de Apolo Cumano, cuyas lágrimas se creyó que<br />

pronosticaron la destrucción de los griegos por no poderles ayudar<br />

Y con todo, por la mayor parte suceden semejantes acontecimientos<br />

contra su voluntad, según lo confiesan las fábulas, que mienten mucho<br />

y apenas tienen indicio de cosa que sea verosímil, y<br />

también las mismas historias romanas, en cuya comprobación decimos<br />

que no por otro motivo se tuvo aviso que Apolo Cumano lloró cuatro<br />

días continuos, al tiempo que sostenían guerra los romanos<br />

contra los aqueos y contra el rey Aristónico; pero atemorizados los<br />

arúspices con este prodigio, y siendo de parecer que se debía echar<br />

en el mar aquel ídolo, intercedieron los ancianos de Cumas,<br />

diciendo que otro semejante milagro se había visto en la misma<br />

estatua en tiempo de la guerra de Antioco y en la de Jerjes,<br />

afirmando que en ellas les había sido próspera la fortuna a los<br />

romanos,<br />

pues por decreto del Senado le habían enviado sus dones a Apolo. En<br />

virtud de esta contestación congregaron entonces otros arúspices más<br />

prácticos, y examinando el caso con la debida<br />

circunspección, respondieron unánimemente que las lágrimas de la<br />

estatua de Apolo eran favorables a los romanos, porque Cumas era<br />

colonia griega, y que llorando Apolo había significado llanto y<br />

desgracias a las tierras de donde le habían traído, esto es, a la<br />

misma Grecia. Después de breve tiempo vino la nueva fatal de haber<br />

sido vencido y preso el rey Aristónico, quien seguramente no<br />

quisiera Apolo que fuera vencido, y de ello le pesaba, significándolo<br />

con lágrimas de su piedra, por lo que no tan fuera de propósito nos<br />

pintan como veraz la condición de los demonios los poetas<br />

con sus versos verosímiles, aunque fabulosos; porque en Virgilio<br />

leemos que Diana se duele y aflige por Camila, y que Hércules llora<br />

por Palante, advirtiendo que le habían de matar; por esta causa<br />

quizá también Numa Pompilio, gozando de una suave y larga paz, pero<br />

ignorando por beneficio de quién le provenía aquella felicidad, sin<br />

procurar indagarlo, estando Ocioso imaginando a qué<br />

dioses encomendaría la salud de los romanos y la conservación de su<br />

reino, y opinando que el verdadero y poderoso Dios no cuidaba de las<br />

cosas terrenas, y acordándose al mismo tiempo que los<br />

dioses troyanos, que Eneas había traído, no habían podido conservar<br />

por mucho tiempo ni el reino de Troya ni el de Lavinio, que el mismo<br />

Eneas había fundado, le pareció seria bueno proveerse<br />

de otros para añadirlos a los primeros que con Rómulo habían pasado a<br />

Roma, o a los que habían de pasar después de la destrucción de Alba,<br />

poniéndoselos, o por guardas como a fugitivos, o por<br />

ayuda y socorro como a poco poderosos.<br />

CAPITULO XII<br />

Cuántos dioses añadieron los romanos, fuera de los que hizo Numa,<br />

cuya multitud no les ayudó ni sirvió de nada<br />

Con todo, no quiso contentarse con tributar culto a todos los dioses,<br />

como estableció en ella Numa Pompilio, sino que trató de añadir otros<br />

infinitos. Entonces aún no se había fundado el suntuoso<br />

templo de Júpiter, pues el rey Tarquino fue el que fabricó el<br />

Capitolio. Esculapio de Epidauro vino a Roma para poder, pues era


sabio médico, ejercer en aquella noble ciudad su arte con más gloria<br />

y fama; y la madre de los dioses fue conducida no sé de qué ciudad<br />

del Pesinunte, por parecer impropio que, presidiendo ya y reinando el<br />

hijo en el monte Capitolino, estuviese ella escondida en un<br />

lugar de tan poco nombre; la cual, si es cierto que es madre de todos<br />

los dioses, no sólo vino a Roma después de algunos de sus hijos, sino<br />

que también precedió o otros que habían de venir<br />

después de ella. Me causa extraordinaria admiración que esta diosa<br />

pariese al Cinocéfalo, que transcurridos muchos años vino de Egipto,<br />

y si procreó igualmente a la diosa Calentura, averígüelo<br />

Esculapio, su biznieto; con todo, cualquiera que fuese su madre, me<br />

parece que no se atreverán los dioses peregrinos o forasteros a decir<br />

que es mal nacida y de baja condición una diosa que es<br />

ciudadana romana, estando bajo la protección de tantos dioses. ¿Y<br />

quién habrá que pueda contar los naturales y advenedizos, los<br />

celestes, terrestres, infernales, los del mar, fuentes y ríos, y,<br />

como<br />

dice Varrón, los ciertos e inciertos, y los de todo género, como se<br />

contienen en los animales, machos y hembras? Estando, pues, bajo la<br />

tutela de tantos dioses romanos, no sería razón que fuera<br />

perseguida y afligida con tan grandes y horribles calamidades, como<br />

de muchas referiré algunas pocas, pues con una tan grande humareda,<br />

como si fuese señal de atalaya, vino a juntar para su<br />

defensa una infinidad de dioses a quienes poder erigir y dedicar<br />

templos, altares, sacerdotes y sacrificios, ofendiendo con tan<br />

horrendos holocaustos al verdadero Dios, a quien sólo se deben estos<br />

cultos, practicados con la mayor veneración; y aunque vivió más<br />

dichosa con menos número, con todo, cuanto mayor se hizo, le pareció<br />

era menester proveerse de más, como una nave de<br />

marineros desahuciada, a lo que presumo, y sinceramente persuadida de<br />

que aquellos pocos -bajo cuya tutela había vivido más arregladamente<br />

en comparación de sus ordinarios excesos- no<br />

bastaban a socorrer a su grandeza, puesto que en el principio, y en<br />

tiempo de los mismos reyes, a excepción de Numa Pompilio, de quien he<br />

hablado ya, es notorio cuántos males causaron aquellas<br />

discordias y contiendas, que llegaron a quitar la vida al hermano de<br />

Rómulo.<br />

CAPITULO XIII<br />

Con que derecho y capitulaciones alcanzaron los romanos las primeras<br />

mujeres en casamiento<br />

Del mismo modo, ni Juno, que con su Júpiter fomentaba ya y favorecía<br />

a los romanos y a la gente togada, ni la misma Venus pudo ayudar a<br />

los descendientes de su Eneas para que pudiesen haber<br />

mujeres conforme a razón; llegando a tanto extremo la falta de ellas,<br />

que se vieron precisados a robarías por engaño, y después del rapto<br />

tuvieron necesidad de tomar las armas contra los suegros,<br />

y dotar a las tristes mujeres que por el agravio recibido en la<br />

sangre de sus padres no estaban aún reconciliadas con sus maridos; ¿y<br />

dirán todavía que en esta guerra salieron los romanos<br />

vencedores de sus vecinos? Y estas victorias, pregunto, ¿cuántas<br />

heridas y muertes costaron, así de parientes como de los comarcanos?<br />

Por amor a un César y a un Pompeyo, suegro y yerno, habiendo<br />

ya muerto la hija de César, mujer de Pompeyo, exclama Lucano,<br />

excitado de un justo dolor, resultó la más que civil batalla de los<br />

campos de Emacia, y del derecho adquirido con una acción<br />

abominable dimanó el ser necesario que venciesen los romanos para<br />

conseguir por fuerza, con las manos bañadas en sangre de sus suegros,<br />

los miserables brazos de sus hijas, y también para que<br />

ellas no se atreviesen a llorar la muerte de sus padres, por no<br />

ofender la gloria de sus maridos, las cuales, mientras ellos<br />

peleaban, estaban suspensas e indecisas, sin saber para quiénes<br />

habían de<br />

pedir a Dios la victoria Tales bodas ofreció al pueblo romano Venus,


sino Belona, o acaso Alecto, aquella infernal furia que, cuando los<br />

favorecía ya Juno, tuvo contra ellos más licencia que cuando<br />

con sus ruegos la estimulaba contra Eneas; más venturoso fue el<br />

cautiverio de Andrómaca que los matrimonios de los romanos; porque<br />

Pirro, aun después que gozó de sus brazos, ya cautiva, a<br />

ninguno de los troyanos quitó la vida; pero los romanos mataban en<br />

los reencuentros a los suegros cuyas hijas abrazaban ya en sus<br />

tálamos. Andrómaca, sujeta ya a la voluntad del vencedor, sólo<br />

pudo sentir la muerte de los suyos, mas no temerla; las otras,<br />

casadas con los que andaban actualmente en la guerra, temían cuando<br />

iban sus maridos a ellas, las muertes de sus padres, y cuando<br />

volvían se lamentaban sin poder temer ni sentir libremente, porque<br />

por las muertes de sus ciudadanos, padres, deudos y hermanos,<br />

piadosamente se entristecían, o por las victorias de sus maridos<br />

cruelmente se alegraban. A estas tristes circunstancias se añadía<br />

que, como son varios los sucesos de la guerra, algunas, al filo de la<br />

espada de sus padres, perdían a sus maridos, y otras, con las<br />

espadas de los unos y de los otros, los padres y los maridos. No<br />

fueron tampoco de poco momento los terribles aprietos y peligros que<br />

sufrieron los romanos, pues llegaron sus enemigos a poner<br />

cerco a la ciudad, defendiéndose los sitiados a puertas cerradas;<br />

pero habiéndolas abiertas por traición y entrado el enemigo dentro de<br />

los muros, se dio aquella tan abominable y cruel batalla en la<br />

misma plaza entre los suegros y los yernos, en la que iban también de<br />

vencida los raptores, y, a veces, huyendo a sus casas, deslustraban<br />

más gravemente sus pasadas victorias, aunque de la<br />

misma manera fueron éstas vergonzosas y lastimosas. Aquí fue donde<br />

Rómulo, desahuciado ya del valor de los suyos, hizo oración a<br />

Júpiter, pidiéndole hiciese que se detuviesen y parasen los<br />

suyos; de donde le vino a Júpiter el nombre de Estator. Ni con esta<br />

providencia se hubieran acabado tantos daños, si las mismas hijas,<br />

desgreñadas, desmelenadas, no se pusieran de repente por<br />

medio, y postradas a los pies de sus padres no aplacaran su justo<br />

enojo, no con las armas victoriosas, sino con piadosas y humildes<br />

lágrimas. Tranquilizados los ánimos y acordados por ambas<br />

partes los conciertos, Rómulo fue obligado a admitir por socio en el<br />

reino a Tito Tacio, rey de los sabinos, siendo así que antes no había<br />

podido sufrir la compañía de su hermano Remo en el<br />

gobierno. Y ¿cómo había de tolerar a Tacio el que no sufrió a un<br />

hermano gemelo? Así pues, le quitó también la vida, y quedó solo con<br />

el reino. ¿Qué condiciones de matrimonios son éstas? ¿Qué<br />

motivos de guerras? ¿Qué modo de conservar la fraternidad, afinidad,<br />

sociedad y divinidad? Finalmente, ¿qué vida y costumbres éstas de una<br />

ciudad que está bajo la tutela de tantos dioses?<br />

¿Notáis cuán grandes cosas pudiera decir sobre esto si no cuidara de<br />

lo que resta y me apresurara a tratar otras materias?<br />

CAPITULO XIV<br />

De la injusta guerra que los romanos hicieron a los albanos y de la<br />

victoria que alcanzaron por codicia de reinar<br />

Y ¿qué fue lo que sucedió en Roma después de la muerte de Numa cuando<br />

la gobernaban los reyes sus sucesores? ¿Con cuánto perjuicio, no sólo<br />

suyo, sino también de los romanos, fueron<br />

provocados los albanos a tomar las armas? En efecto, la paz de Numa<br />

fue tanto más vergonzosa cuanto fueron más frecuentes las derrotas<br />

que padecieron alternativamente los ejércitos romano y<br />

albano, de que se siguió el menoscabo y quebranto de ambas ciudades,<br />

porque la ínclita ciudad de Alba, fundada por Ascanio, hijo de Eneas<br />

(la cual era madre más próxima de Roma que Troya),<br />

siendo provocada por el rey Tulo Hostilio, tomó las armas y peleó, y<br />

peleando quedaron ambas igualmente destrozadas; y así determinaron<br />

fiar los sucesos de la guerra, por una y otra parte, a los<br />

tres hermanos mellizos. Salieron al campo, de la parte de los


omanos, tres Horacios, y de los albanos, tres Curiacios; éstos<br />

mataron a dos Horacios, un Horacio maté a los tres Curiacios, y así<br />

quedo<br />

Roma con la victoria, habiendo padecido también en esta última<br />

batalla la desgracia de que de tres, uno solo volvió vivo a casa. Y ¿<br />

para quién fue el daño de los unos de Venus, para los nietos de<br />

Júpiter los otros? ¿Para quién el llanto, sino para el linaje de<br />

Eneas, para la descendencia de Ascanio, para los nietos de Júpiter?<br />

Esta guerra fue más que civil, pues peleó la ciudad hija con la<br />

ciudad<br />

madre. Causó asimismo este combate postrero de los mellizos otro<br />

fiero y horrible mal, porque como eran ambos pueblos antes amigos,<br />

por ser vecinos y deudos, pues la hermana de los Horacios<br />

estaba desposada con uno de los Curiacios, ésta, luego que vio los<br />

tristes despojos de su esposo en poder de su hermano victorioso, no<br />

pudo disimular ni contener las lágrimas, y por una acción tan<br />

natural la asesinó su propio hermano. Estoy firmemente persuadido que<br />

el afecto de esta sola mujer fue más humano que el de todo el pueblo<br />

romano; porque imagino que la que poseía ya a su<br />

marido por medio de la fe dada en los esponsales, y acaso también<br />

doliéndose de su hermano, viendo que había muerto a Curiacio, a quien<br />

había prometido a su hermana en matrimonio, creo, digo,<br />

que sus lágrimas no fueron culpables, y así, en Virgilio, el piadoso<br />

Eneas, con justa causa, se duele y lastima de la muerte del enemigo,<br />

aun del que él mató por su propia mano; asimismo Marcelo,<br />

considerando la ciudad de Siracusa y que había caído en un momento<br />

entre sus manos toda la grandeza y gloria que poco antes tenía,<br />

pensando en la suerte común, con lágrimas, se compadeció de<br />

su fatal suerte. Por el amor natural que mutuamente nos debemos,<br />

suplico nos dé licencia el ser humano para que, sin llorar una<br />

mujer a su difunto esposo, muerto por mano de su hermano,<br />

supuesto que los hombres pudieron llorar, aun con gloria y aplauso, a<br />

los enemigos que habían vencido; así que, al mismo tiempo que aquella<br />

mujer lloraba la muerte que su hermano había dado a<br />

su esposo, Roma se alegraba de haber peleado con tanta fiereza contra<br />

la ciudad, su madre, y de haber vencido con tanta efusión de sangre<br />

de parientes de una y otra parte. ¿Para qué alegan en<br />

mi favor el nombre de alabanzas o el nombre de victoria? Quítense las<br />

sombras de la vana opinión, examínense las obras imparcialmente,<br />

pondérense y júzguense desnudas de todo afecto. Dígase<br />

el crimen de Alba, como se decía el adulterio de Troya, y seguramente<br />

que no se hallará ninguna de su clase, ninguna que se le parezca<br />

cualquier flojedad o descuido me preinstigar a los hombres<br />

al manejo de las armas y aficionarlos a desacostumbradas victorias y<br />

a los triunfos. Por aquel pecado se vino a cometer una maldad tan<br />

execrable como fue la guerra entre amigos y parientes, y este<br />

crimen tan grave bien de paso le toca Salustio, porque, habiendo<br />

referido en compendio (alabando los tiempos antiguos, cuando pasaban<br />

su vida los hombres sin codicia y vivía cada uno contento<br />

con lo suyo), dice , con lo demás que empezó<br />

allí a relacionar, me basta por ahora el haber referido hasta aquí<br />

sus<br />

palabras; este deseo de reinar mete a, los hombres en grandes<br />

trabajos y quebrantos. Vencida entonces de este epíteto, Roma<br />

triunfaba de haber vencido a Alba, y doraba su crimen con el<br />

pomposo nombre de gloria, porque, según dice la Sagrada Escritura,<br />

. Quítense, pues, las engañosas celadas y<br />

las máscaras con que se disfrazan todas las cosas, para que<br />

sinceramente se examinen y consideren. Nadie me diga: aquel y el otro<br />

es grande porque combatió con éste y aquél y venció; pues<br />

también combaten los gladiadores y vencen del mismo modo, y esta


crueldad tiene igualmente por premio la, alabanza; pero en mi<br />

concepto, tengo por más laudable pagar la pena de cualquier<br />

flojedad o descuido que pretender la gloria de aquellas armas; y con<br />

todo, si saliesen al teatro y a la arena a combatir entre sí un par<br />

de gl4diadores que el uno fuese padre y el otro hijo, ¿quién<br />

pudiera sufrir semejante espectáculo? ¿Quién no lo estorbara? ¿Cómo,<br />

pues, pudo ser gloriosa la guerra que se hizo entre dos ciudades<br />

madre e hija? ¿Hubo, por ventura, aquí alguna diferencia<br />

porque no hubo arena, o porque se llenaron los campos más extendidos<br />

y espaciosos con los cadáveres no de los gladiadores, sino de<br />

infinitos de uno y otro pueblo? ¿Acaso porque estos<br />

combates y batallas no las cercaba algún anfiteatro, sino todo el<br />

orbe? ¿O porque se mostraba aquel impío espectáculo a los entonces<br />

presentes y a los venideros hasta donde se extiende esta fama?<br />

Con todo, aquellos dioses patronos del Imperio romano, y que, como en<br />

un teatro, estaban mirando estos debates padecían entre sí los<br />

impulsos de la pasión que tenía cada uno a la parte que<br />

favorecía, hasta que la hermana de los Horacios, como habían sido<br />

muertos los tres Curiacios, también ella, muriendo a manos de su<br />

hermano, entró con sus dos hermanos a ocupar el número de los<br />

otros tres de la otra parte, para que así no tuviera menos muertos la<br />

vencedora Roma. Después, para conseguir el fruto de la victoria,<br />

asolaron a Alba, donde después de Ilion, destruido por los griegos,<br />

y después de Lavinio, donde el rey Latino puso por rey al<br />

fugitivo Eneas, habitaron finalmente aquellos dioses troyanos. Pero,<br />

según lo tenían ya de costumbre, quizá también se habían<br />

ausentado ya de allí, y por eso fue destruida. Fuéronse, en efecto, y<br />

desampararon sus sagrarios y aras todos los dioses que mantuvieron en<br />

pie aquel Imperio. Y ved aquí cómo se fueron ya la<br />

tercera vez, para que a la cuarta, por justa providencia, se les<br />

encomendase Roma; porque igualmente les descontentó> Alba, donde<br />

echando del reino a su hermano, reinó Amulio, y al mismo<br />

tiempo les había agradado Roma, donde, habiendo muerto a su hermano,<br />

había reinado Rómulo; pero antes que fuese asolada Alba, dicen, toda<br />

la gente del pueblo se mandó pasar a Roma, para<br />

que de ambas se hiciese una ciudad sola; y dado que fue así, con<br />

todo, aquella ciudad, que fue donde reinó Ascanio y tercer domicilio<br />

de los dioses troyanos, siendo ciudad madre, fue destruida por<br />

su hija, y para que de las reliquias que habían quedado de la guerra,<br />

de los dos pueblos se hiciera una miserable unión y sociedad,<br />

primeramente se hubo de derramar tanta sangre de una y otra<br />

parte. ¿Qué diré ya en particular cómo en tiempo de los demás reyes<br />

estas mismas guerras se renovaron tantas veces, cuando parecía que se<br />

habían ya acabado con tantas victorias y que, al<br />

parecer, aparentaban habían haber desaparecido finalmente con tantos<br />

estragos? ¿Cómo en una y otra ocasión, después de ajustadas alianzas<br />

y paces, tornaron a renovarse entre los, yernos y<br />

suegros, y entre sus descendientes y posteridad? No pequeño indicio<br />

de esta calamidad fue que ninguno de ellos cerrase las puertas de la<br />

guerra; luego ninguno de ellos reinó en paz bajo la tutela y<br />

amparo de tantos dioses.<br />

CAPITULO XV<br />

Cuál fue la vida y el fin que tuvieron los reyes de los romanos<br />

Y ¿cuál fue el fin que tuvieron estos reyes? De Rómulo, vean lo que<br />

dice la lisonjera fábula, que fue recibido y canonizado por Dios en<br />

el Cielo, y asimismo, observen lo que algunos escritores<br />

romanos dijeron, que por su ferocidad le hicieron pedazos en el<br />

Senado, sobornando con crecidos dones a Julio Próculo para que dijese<br />

se le había aparecido y mandado que dijese al pueblo<br />

romano le admitiese en el número de los dioses, con lo que el pueblo,<br />

que había empezado a desabrirse con el Senado, se había reprimido y<br />

aplacado, y por qué sucedió también eclipsarse el sol, lo<br />

cual, ignorando el vulgo que acaece en ciertos tiempos por su natural


curso y movimiento, lo atribuyeron a los méritos de Rómulo, como en<br />

realidad de verdad si llorara el sol por el mismo caso se<br />

debía creer que le habían muerto y que esta maldad la manifestaba con<br />

eclipsarse aun la misma luz del día, como realmente sucedió cuando<br />

fue crucificado nuestro Señor Jesucristo por la crueldad e<br />

impiedad de los judíos. Es prueba convincente de que aquel eclipse no<br />

sucedió por el curso regular de los astros el ver que entonces cayó<br />

la Pascua de los judíos -que se celebraba solemnemente-<br />

estando la luna llena, y el eclipse regular del sol no sucede sino al<br />

fin de la luna. Cicerón bien claro da a entender que la admisión de<br />

Rómulo entre los dioses fue más opinión vulgar que una<br />

realidad, pues alabándole en los libros de República, en persona de<br />

Escipión dice: ; y en lo que dice que de<br />

repente dejó de ser visto, sin duda se entiende así, o la<br />

violencia de la tempestad o el secreto con que le dieron muerte; pues<br />

otros escritores suyos, al eclipse de sol añaden también una<br />

imprevista tempestad, la cual, sin duda, o dio ocasión y tiempo a<br />

aquella muerte, o ella misma fue la que acabó con Rómulo; porque de<br />

Tulo Hostilio, que fue su tercer rey (constando de Rómulo que murió<br />

igualmente herido de un rayo), dice en los mismos libros<br />

Cicerón que no se creyó del mismo modo que le recibieron a éste entre<br />

los dioses muriendo de la manera insinuada, en atención a que lo que<br />

probaban por acaso, esto es, creían de Rómulo los<br />

romanos, no quisieron divulgarlo, es decir, disminuirlo y<br />

desacreditarlo, si concedían fácilmente esta prerrogativa a otro.<br />

Dice asimismo, expresamente, en aquellas invectivas: ; para demostrar<br />

que no sucedió realmente, sino que por los méritos de su valor, junto<br />

con el afecto que le profesaban se echó esta voz y corrió esta fama.<br />

Y en el diálogo de Hortensio, hablando de los ordinarios<br />

eclipses del sol, dice así: Es cierto que aquí no dudó llamarIa muerte de hombre,<br />

porque desempeñaba más el cargo de averiguar la verdad que el de<br />

hacer un panegírico; pero los demás reyes del pueblo romano, a<br />

excepción de Numa Pompilio y Anco Marcio, que murieron de<br />

enfermedad natural, ¿acaso no expiraron con horribles muertes? A Tulo<br />

Hostilio, como dije (el que venció y asoló la ciudad de Alba), un<br />

rayo le abrasó con todo su palacio. Tarquino Prisco murió<br />

por traición de los hijos de su antecesor. Servio Tulo falleció por<br />

el enorme crimen de su yerno Tarquino el Soberbio, que le sucedió en<br />

el reino, y, con todo, no se fueron los dioses, desamparando<br />

sus sagrarios y aras, no obstante haberse cometido tan gran<br />

parricidio en el rey más justo y virtuoso de aquel pueblo. Sin<br />

embargo, estos espíritus preocupados dicen que al proceder así con la<br />

miserable Troya y dejarla para que la asolasen y abrasasen los<br />

griegos, les movió el adulterio de Paris, contra lo cual, justamente,<br />

se opone que el mismo Tarquino sucedió en el reino al suegro, a<br />

quien había matado. A este infame parricida, con la muerte de su<br />

suegro le vieron aquellos dioses reinar, triunfar en muchas batallas<br />

y edificar con los despojos de ellas el Capitolio, sin desamparar<br />

ellos el lugar; antes hallándose presentes y de asiento a todos estos<br />

lances sufriendo que su rey Júpiter los presidiese y reinase sobre<br />

ellos en aquel elevado templo, esto es, construido por mano de<br />

un parricida, pues entonces aún no era inocente cuando edificó el<br />

Capitolio, y después, por su mala conducta y crueldad, fue echado de<br />

la ciudad entrando a poseer el mismo reino (o donde había<br />

de edificar el Capitolio) por medio de una abominable maldad y<br />

execrable crimen; pues cuando después le echaron los romanos del<br />

reino y le desterraron de los muros de la ciudad no fue porque él<br />

tuviese culpa en la violación de Lucrecia, porque éste fue pecado de


su hijo, que le cometió no sólo sin saberlo, sino estando ausente,<br />

pues estaba a la sazón combatiendo la ciudad de Ardea y<br />

dirigiendo la guerra del pueblo romano. Ignoramos qué hubiera hecho<br />

si a su noticia llegara el delito que había cometido su hijo; y, con<br />

todo, sin saber su dictamen y voluntad, y sin hacer la prueba<br />

de ella, el pueblo le privó del reino, y habiendo recogido el<br />

ejército (a quien ordenaron que, dejase de seguir al rey y a sus<br />

banderas), le cerraron después las puertas de la ciudad y no le<br />

permitieron<br />

entrar dentro de ella; pero después de frecuentes y penosas<br />

guerras con que afligió a los romanos, procurando se conjurasen<br />

contra ellos sus comarcanos, viéndose absolutamente desamparado<br />

de sus antiguos aliados, en cuyo favor confiaba, y que no le<br />

era posible recobrar la corona, vivió en paz, según dicen, catorce<br />

años como persona particular en el Túsculo, cerca de Roma, y<br />

envejeció con su mujer, muriendo con muerte quizás más digna de<br />

envidia que la de su suegro, que murió por alevosía de su yerno y no<br />

ignorándolo su hija, según dicen. Y con todo, a este<br />

Tarquino no le llamaron los romanos el cruel o el malvado, sino el<br />

soberbio, no pudiendo acaso sufrir ellos su real fausto y soberbia,<br />

por otra semejante soberbia de que estaban dominados sus<br />

corazones. ¿Y por qué razón del crimen que cometió en matar a su<br />

suegro y a su buen rey hicieron tan poco caso, que en seguida le<br />

colocaron en el trono? Como si en este acto no cometieran ellos<br />

mayor culpa y maldad recompensando tan extraordinariamente un crimen<br />

tan alevoso; y con todo, no se fueron los dioses desamparando sus<br />

sagrarios y aras, si no es, que acaso haya alguno que<br />

intente defenderlos diciendo que por eso se quedaron en Roma, más<br />

para poder castigar a los romanos afligiéndolos que para ayudarlos<br />

con beneficios contentándolos con victorias vanas y<br />

destruyéndolos con crueles guerras. Esta fue la vida por casi<br />

doscientos cuarenta y tres años que se pasó en Roma bajo el gobierno<br />

de los reyes, en el tiempo tan alabado por sus escritores, hasta<br />

que echaron a Tarquino el Soberbio, por casi doscientos cuarenta y<br />

tres años, habiendo dilatado el Imperio con todas aquellas victorias<br />

compradas y habidas a costa de tanta sangre y de tantas<br />

desgracias, apenas veinte millas alrededor de Roma, espacio tan<br />

corto, que al presente no se puede comparar con ninguna de las<br />

ciudades de Getulia.<br />

CAPITULO XVI<br />

De los primeros cónsules que tuvieron los romanos; cómo el uno de<br />

ellos echó al otro de su patria, y después de haber cometido en Roma<br />

enormes, parricidios, murió dando la muerte a su<br />

enemigo<br />

A esta época debemos añadir también la otra hasta la cual dice<br />

Salustio que se vivió justa y moderadamente, mientras duró el miedo<br />

que tenían a las armas de Tarquino y se terminó la peligrosa<br />

guerra que sostuvieron con los etruscos; porque todo, el tiempo que<br />

éstos favorecieron a Tarquino en la pretensión de recobrar el reino<br />

padeció Roma una guerra cruel; y por eso dice que se<br />

gobernó la República justa y moderadamente, forzados del terror y no<br />

por amor a la justicia. En, este tiempo, que fue sumamente breve,<br />

cuán funesto fue el daño en que se incluyeron los cónsules,<br />

extinguida ya la potestad real, porque no llegaron a cumplir el año;<br />

pues Junio Bruto, despojando de su oficio a su compañero Lucio<br />

Tarquino Colatino, le desterró de la ciudad, y, a poco, viniendo a<br />

las manos en una batalla con su Contrario, cayeron ambos muertos,<br />

habiendo el primero quitado antes la vida a sus propios hijos y a los<br />

hermanos de su mujer, porque tuvo noticia de que se habían<br />

conjurado para restituir a Tarquino. Esta hazaña, después de haberla<br />

contado Virgilio como famosamente luego, piadosamente, tuvo horror de<br />

ella, porque habiendo dicho


haber maquinado contra ellos nuevas guerras>; luego exclama y dice:<br />

Como quiera, dice, que los sucesos tomaren este<br />

hecho; esto es, como quiera que le engrandecieren y alabaren. En<br />

efecto, el que mata a sus hijos es desgraciado y<br />

desdichado, y como para consuelo de este infeliz, añadió: ¿Por ventura<br />

en Bruto, que mató a sus hijos (y que habiendo dado muerte<br />

a su enemigo, hijo de Tarquino, quedando él muerto de mano del mismo,<br />

no pudo vivir más, antes el mismo Tarquino vivió después de él), no<br />

parece que quedó vengada la inocencia de Colatino, su<br />

colega, que, siendo buen ciudadano, después de desterrado Tarquino,<br />

padeció inculpablemente lo que el mismo tirano merecía? Y aun el<br />

mismo Bruto, dicen, era pariente de Tarquino. Pero, en<br />

efecto, a Colatino le perjudicó la semejanza en el nombre, porque<br />

también se llamaba Tarquino; forzáranle, pues, a que muere el nombre<br />

y no la patria, y, al fin, a que en su nombre faltara esta voz y<br />

se llamara solamente Lucio Colatino; mas por esto nada perdió en su<br />

reputación, ni lo que sin desdoro alguno pudiera perder, y menos fue<br />

motivo para que al primer cónsul le depusieran de su<br />

cargo, y para que a un buen ciudadano le desterraran de su patria. ¿<br />

Es posible que sea gloria y grandeza un crimen tan execrable de Junio<br />

Bruto, tan abominable y tan sin utilidad dc la República?<br />

¿Acaso para cometer este crimen le venció el amor de la patria y la<br />

inmensa ambición de gloria? En efecto; después de desterrado Tarquino<br />

el Tirano, el pueblo eligió por cónsul, juntamente con<br />

Bruto, a Lucio Tarquino Colatino, marido de Lucrecia; pero con cuánta<br />

justicia atendió el pueblo a la vida y costumbres y no al nombre de<br />

su ciudadano, y con cuánta impiedad Bruto, al tomar<br />

posesión de aquella primera y nueva dignidad, privó a su colega de la<br />

patria, y del oficio, a quien pudiera fácilmente privar del nombre,<br />

si éste le ofendía, es cosa fácil de ver. Estas maldades se<br />

cometieron y estos desastres sucedieron cuando en aquella República<br />

los romanos se gobernaban y vivían justa y moderadamente. Asimismo,<br />

Lucrecio (a quien habían puesto en lugar de Bruto),<br />

antes de concluirse aquel mismo año, murió de una enfermedad, y así<br />

Publio Valerio, que sucedió a Colatino, y Marco Horacio, que entró en<br />

lugar del difunto Lucrecio, terminaron aquel año funesto y<br />

desgraciado en que hubo cinco cónsules; en este mismo, la República<br />

romana instituyó el oficio y potestad del consulado.<br />

CAPITULO XVII<br />

De las calamidades que padeció la República romana después que<br />

comenzó el imperio de los cónsules, sin que la favoreciesen los<br />

dioses que adoraba<br />

Entonces, habiendo respirado un poco del miedo que reinaba en sus<br />

corazones, no porque habían cesado las guerras, sino porque no les<br />

estrechaban con tanto rigor, es a saber, acabado el tiempo<br />

en que se rigieron justa y moderadamente de esta manera: ¿Para qué me detengo,<br />

pues, en escribir tantos sucesos, o para qué molesto a los que los<br />

hubieren de leer? Cuán miserable haya sido aquella<br />

República en tan largo tiempo, y por tantos años como mediaron hasta


la segunda guerra púnica, con la inquietud continua de las guerras de<br />

afuera y con las discordias y sediciones de dentro,<br />

Salustio nos lo ha referido sumariamente; y así, aquellas victorias<br />

no fueron alegrías y contentos sólidos de bienaventurados, sino<br />

consuelos vanos de miserables, y unos motivos extraños y celos de<br />

personas inquietas que los convidaban a emprender y sufrir más y más<br />

terribles trabajos; y no se enojen con nosotros los virtuosos y<br />

juiciosos romanos, aun que no hay causa para pedírselo ni advertírselo,<br />

pues es evidente que no se han de irritar con nosotros en<br />

modo alguno, porque ni referimos cosas más pesadas ni las decimos más<br />

gravemente que sus propios autores; sin embargo, de<br />

que en el estilo y en el tiempo que, nos queda libre somos muy<br />

inferiores, y, con todo, para estudiar y aprender estos autores no<br />

sólo trabajaron ellos mismos, sino que hacen también trabajar en<br />

ellos<br />

a sus hijos; y los que se enojan ¿cómo me sufrieran si yo insinuase<br />

lo que dice Salustio? . Y si a<br />

aquellos historiadores les pareció que tocaba a la honesta<br />

libertad no pasar en silencio las calamidades de su propia ciudad, a<br />

quien en otros muchos lugares les ha sido forzoso alabarla con grande<br />

gloria y exageración, ya que, efectivamente, no disfrutaban<br />

de la otra más verdadera, adonde se han de admitir y recibir los<br />

ciudadanos eternos, ¿qué obligación nos liga a nosotros (cuya<br />

esperanza en Dios, cuanto es mejor y más cierta, tanto debe ser<br />

mayor nuestra libertad), viendo que imputan y atribuyen a nuestro<br />

Señor Jesucristo los infortunios y calamidades presentes, Para<br />

desviar a los débiles y menos entendidos y enajenarlos de aquella<br />

ciudad, la única en que se ha de vivir eterna y bienaventuradamente?<br />

Ni tampoco contra sus dioses decimos cosas más abominables que sus<br />

mismos autores, que ellos leen y alaban, pues de ellos<br />

hemos tomado nuestros discursos, y en ningún modo somos aptos para<br />

referir tales y tantas particularidades como ellos dicen. ¿Dónde,<br />

pues, estaban aquellos dioses que por la pequeña y<br />

engañosa felicidad de este mundo creen ellos que deben ser adorados,<br />

cuando los romanos, a quienes con falsa y diabólica astucia se<br />

vendían para que les rindiesen culto andaban afligidos con<br />

tantas calamidades? ¿Dónde estaban cuando los forajidos y esclavos<br />

mataron al cónsul Valerio, procurando ganar el Capitolio que ellos<br />

habían ocupado, en el cual aprieto, con más facilidad pudo él<br />

socorrer el templo de Júpiter que a él la turba de tantos dioses con<br />

su rey Optimo Máximo, cuyo templo había librado del furor de sus<br />

enemigos? ¿Dónde estaban cuando fatigada la ciudad con<br />

infinitas desgracias, causadas por las sediciones y discordias<br />

civiles, y permaneciendo en parte sosegada, mientras esperaban el<br />

regreso de los embajadores que habían enviado a Atenas para que<br />

les comunicasen sus leyes, fue asolada con una insufrible hambre y<br />

cruel pestilencia? ¿Dónde estaban cuando, en otra ocasión, padeciendo<br />

hambre el pueblo, creó por primera vez un prefecto que<br />

cuidase de la provisión del pan, y creciendo el hambre sobremanera,<br />

Espurio Melio, por haber proveído libremente de trigo al hambriento<br />

pueblo, incurrió en el crimen de haber intentado alzarse con<br />

el señorío de la República, siendo a instancia del mismo prefecto,<br />

por orden expresa del dictador Lucio Quincio, viejo ya decrépito,<br />

asesinado por Quinto Servilio, general de la caballería, ni sin una<br />

terrible y peligrosa revolución de la ciudad? ¿Dónde estaban cuando,<br />

en una cruel peste, viéndose el pueblo fatigado por mucho tiempo y<br />

sin remedio con sus dioses inútiles, determinó hacerles


nuevos lectisternios, lo que jamás antes había hecho, para lo cual<br />

solían colocar unos lechos o mesas ricamente aderezadas en honra de<br />

los dioses, de donde esta ceremonia sagrada, o, por mejor<br />

decir, sacrílega, tomó el nombre? ¿Dónde estaban cuando por diez años<br />

continuos, peleando con mal suceso contra los veyos, el ejército<br />

romano padeció muchos y muy terribles estragos y<br />

calamidades, los que se hubieran acrecentado si al cabo no le<br />

socorriera Furio Camilo, a quien después condenó la ingrata ciudad? ¿<br />

Dónde estaban cuando los galos ocuparon a Roma y la<br />

saquearon, quemaron e hicieron infinitas muertes? ¿Dónde cuando<br />

aquella funesta peste causó tan terribles daños, en la cual murió<br />

también Furio Camilo, que defendió a aquella República ingrata<br />

primeramente de las armas de los veyos y después la libertó de la<br />

irrupción de los galos, y con ocasión de este contagio mortífero se<br />

introdujeron los juegos escénicos, que fue otra nueva infección en<br />

las costumbres y vida humana, que es lo más doloroso, aunque quedaron<br />

ilesos los cuerpos de los romanos? ¿Dónde estaban cuando se fomentó<br />

otra pestilencia más grave, nacida, a lo que se<br />

sospecha, de los mortales venenos de las matronas, cuya vida y<br />

costumbres causaron más funestas desgracias que la mayor peste? ¿O<br />

cuando en las Horcas Caudinas, estando cercados<br />

por los samnitas ambos cónsules, con su ejército, fueron forzados a<br />

concluir con ellos unas paces tan vergonzosas, quedando en rehenes<br />

600 caballeros romanos, y los demás, perdidas las armas y<br />

despojados de sus insignias y vestidos, pasaron humildemente debajo<br />

del yugo de los enemigos? ¿O cuando estando todos gravemente enfermos<br />

de la peste muchos perecieron en el ejército, a<br />

causa de los rayos que cayeron del cielo? ¿O cuando asimismo, por<br />

otro intolerable y funesto contagio, fue obligada Roma a traer de<br />

Epidauro a Esculapio, como a dios médico, porque a Júpiter, rey<br />

universal de todos, que ya había mucho tiempo que presidía en el<br />

Capitolio, las muchas liviandades a que se entregó siendo joven no le<br />

dieron, quizá, lugar para estudiar la Medicina? ¿O cuando,<br />

conjurándose a un mismo tiempo sus enemigos los lucanos, brucios,<br />

samnitas, etruscos y galos senones, primeramente les mataron sus<br />

embajadores y después rompieron y derrotaron el ejército con<br />

su pretor, muriendo con él siete tribunos y 13,000 soldados? ¿O<br />

cuando en Roma, después de graves y largas discordias, en las cuales,<br />

al fin, el pueblo se amotinó y retiró al Janicolo? Siendo tan<br />

terrible este infortunio y calamidad, que por su causa hicieron<br />

dictador a Hortensio, nombramiento que sólo se ejecutaba en los<br />

mayores apuros, quien habiendo sosegado al pueblo murió en el<br />

mismo cargo, suceso que antes no había acaecido a ningún dictador, el<br />

cual, para aquellos dioses, teniendo ya presente a Esculapio, fue<br />

culpa más grave.<br />

Después de esto surgieron por todas partes tantas y tan crueles<br />

guerras, que, por falta de soldados, recibían en la milicia a los<br />

proletarios, los cuales se llamaron así porque su único y principal<br />

encargo era multiplicar la prole y generación, no pudiendo por su<br />

pobreza servir en la guerra. Entonces los tarentinos trajeron en su<br />

favor a Pirro, rey de Grecia (cuyo nombre, en aquel tiempo, era<br />

muy famoso), quien se declaró enemigo acérrimo de los romanos; y<br />

consultando éste al dios Apolo sobre el suceso que había .de tener la<br />

guerra, le respondió con un oráculo tan ambiguo, que<br />

cualquiera de las dos cosas que sucediese podía quedar con la<br />

reputación y crédito de adivino, porque dijo así: Dico te, Pyrrhe<br />

vincere posse romanos, y de esta manera, ya los romanos venciesen<br />

a Pirro, o Pirro a los romanos, el agorero seguramente podía esperar<br />

el éxito, cualquiera de las dos cosas que sucediesen Y ¿qué estrago y<br />

matanza padeció uno y otro ejército? No obstante, Pirro<br />

fue más venturoso en el combate, de modo que ya pudiera,<br />

interpretando en su favor a Apolo, publicarle y celebrarle por<br />

adivino si luego en esta batalla no llevaran lo mejor los romanos. En<br />

medio<br />

de la tribulación y despecho que causaban las guerras, sobrevino<br />

igualmente una peligrosa peste en las mujeres, porque antes de que al


tiempo natural pudiesen parir las criaturas, morían con ellas,<br />

estando aún embarazadas, en lo cual, a lo que entiendo, se excusaba<br />

Esculapio, diciendo que él profesaba la facultad de médico mayor y no<br />

la de partera; del mismo modo perecía el ganado, siendo<br />

ya tan terrible la mortandad, que llegaron a persuadirse las gentes<br />

que se había de extinguir la generación de los animales. Y ¿qué diré<br />

de aquel invierno tan memorable en la Historia, que fue<br />

sobremanera cruel y riguroso, durando en la plaza por espacio de<br />

cuarenta días la nieve tan elevada, que ponía horror, helando también<br />

el Tiber? Si esto sucediera en nuestros tiempos, ¡qué de<br />

cosas y cuán grandes nos dijeran éstos! Y asimismo, ¿cuánto duró el<br />

rigor de aquella funesta peste? ¿Cuán excesivo fue el número de los<br />

que mató? La cual, como empezase a continuar aún más<br />

gravemente por otro año, teniendo en vano presente a Esculapio,<br />

acudieron a los libros Sibilinos, que son un género de oráculos;<br />

según refiere Cicerón en los libros de Divinatione, en que más se<br />

suele creer a los intérpretes que conjeturan como pueden o como<br />

quieren sobre las cosas dudosas. Entonces, pues, dijeron que la causa<br />

del contagio era porque muchas personas particulares<br />

tenían ocupadas varias de las casas consagradas a los dioses; y así<br />

libraron en esta ocasión a Esculapio de la indisculpable calumnia de<br />

ignorancia o desidia; ¿y por qué motivo, pregunto, se habían<br />

ido muchos a vivir en aquellas casas sin prohibírselo ninguno, sino<br />

porque inútilmente y por mucho tiempo habían acudido a pedir remedio<br />

a tanta multitud de dioses? Así, poco a poco, los que los<br />

reverenciaban desamparaban las casas para que, como baldías; por lo<br />

menos sin ofensa de nadie, pudiesen volver a servir a las necesidades<br />

de los hombres, y las que entonces, con toda<br />

diligencia, se renovaron y taparon con ocasión de aplacar la peste,<br />

si no volvieron a estar otra vez de la misma manera encubiertas y por<br />

haberlas desamparado, sin duda que no se tuviera por tan<br />

grande la noticia y erudición de Varrón, pues escribiendo de las<br />

casas consagradas a los dioses, refiere tantas de que no se tenía<br />

noticia y estaban olvidadas; pero entonces, más procurando<br />

inventar una aparente disculpa para con los dioses que el remedio<br />

necesario para atajar la peste.<br />

CAPITULO XVIII<br />

Cuán graves calamidades afligieron a los romanos en tiempo de las<br />

guerras púnicas, habiendo deseado y pedido en balde el auxilio y<br />

favor de sus dioses<br />

En el tiempo en que se sostenían las guerras púnicas o cartaginesas,<br />

vacilando entre uno y otro Imperio, como in cierta y dudosa, la<br />

victoria, y haciendo estos dos poderosos pueblos fuertes y<br />

costosas jornadas, ¿qué reinos de menos reputación fueron destruidos?<br />

¿Qué de ciudades populosas e ilustres asoladas? ¿Cuántas afligidas? ¿<br />

Cuántas perdidas? ¿Qué de provincias y tierras<br />

taladas de extremo a extremo? ¿Cuántas veces fueron vencidos los de<br />

acá, y vencedores los de allá? ¿Cuántos perecieron, ya de soldados<br />

peleando, ya de los pueblos que no peleaban y estaban<br />

en paz? Y si intentáramos referir la infinidad de naves que quedaron<br />

sumergidas también en los combates navales y anegadas con diversas<br />

tempestades, borrascas y temporales contrarios, ¿qué<br />

otra cosa vendríamos a ser nosotros que historiadores? Entonces,<br />

despavorida y turbada con un extraordinario miedo la ciudad de Roma,<br />

acudió presurosa a buscar remedios vanos e irresistibles.<br />

Renovaron por autoridad de los libros Sibilinos los juegos seculares,<br />

cuya solemnidad, habiéndose establecido de cien en cien años, y en<br />

los tiempos mejores habiéndose olvidado su memoria, se<br />

habían dejado ya de celebrar. Renovaron también los pontífices los<br />

juegos consagrados a los dioses infernales, estando también éstos ya<br />

olvidados con los muchos años que habían pasado sin<br />

solemnizarse; porque, en efecto, cuando los renovaron, como se habían<br />

enriquecido los dioses infernales con tanta copia y multitud de los


que se morían, gustaban por lo mismo ya de jugar, en<br />

atención a que, seguramente, los tristes y miserables hombres,<br />

haciéndose rabiosa guerra, mostrando su valor y corazón sanguinario,<br />

alcanzando el uno y otro hemisferio funestas victorias,<br />

celebraban solemnes juegos a los demonios y banquetes abundantes y<br />

suntuosos a los dioses del infierno. No sucedió ciertamente tragedia<br />

más lamentable en la primera guerra púnica que el haber<br />

sido vencidos en ella los romanos; siendo hecho prisionero de guerra<br />

Régulo, de quien hicimos mención en el primero y segundo libros,<br />

persona sin duda de gran valor, que, primero había venido<br />

y dominado a los cartagineses, el cual hubiera podido terminar la<br />

primera guerra púnica, si por una extraordinaria ansia de gloria y<br />

alabanza no hubiera pedido a los rendidos cartagineses condiciones<br />

más duras de las que ellos podían sufrir. Si la prisión<br />

impensada de aquel célebre general, si la esclavitud y servidumbre<br />

indigna, si la fidelidad del juramento y la bárbara crueldad de su<br />

muerte no avergüenza a los dioses, sin duda es cierto que son de<br />

bronce y que no tienen gota de sangre que les pueda salir al rostro;<br />

al mismo tiempo no faltaron dentro de sus propios hogares<br />

gravísimos males y desgracias; porque, saliendo de madre el río Tiber<br />

fuera de lo acostumbrado, arruinó casi toda la parte baja de la<br />

ciudad, llevándose parte con el furioso ímpetu y avenida, y<br />

derribando parte con la humedad reconcentrada en tanto tiempo como<br />

estuvieron detenidas las aguas en las calles. Siguió a esta desgracia<br />

la del fuego, más perjudicial que la anterior, pues<br />

prendiendo por la plaza en los mas altos y encumbrados techos, no<br />

quisieron perdonar ni aun el templo de Vesta, su mayor amigo y<br />

familiar, adonde acostumbraban las que no eran tan honradas<br />

vírgenes conservar el fuego y darle, añadiéndole con diligencia leña,<br />

como una perpetua vida en donde el fuego entonces no sólo vivía, sino<br />

que se fomentaba más y más, de cuyo ímpetu y vigor,<br />

aturdidas las vírgenes, no pudiendo salvar de tan voraz incendio<br />

aquellos fatales dioses que habían ya oprimido tres ciudades donde<br />

habían tenido su residencia, el pontífice Metelo, olvidado en cierto<br />

modo de su vida y atravesando valerosamente por medio de las llamas,<br />

los sacó ilesos, saliendo él bastante chamuscado, porque ni aun a él<br />

le tocó el fuego, ni tampoco había allí dios, que aun<br />

cuando le hubiera no huyera más bien, podemos decir que el hombre<br />

pudo ser de más importancia a los dioses del templo de Vesta que<br />

ellos al hombre. Y si a sí propios no se podían defender del<br />

fuego, ¿a aquella ciudad, cuyo principio, esplendor y conservación se<br />

creía que amparaban, en qué la pudieran ayudar contra las aguas y las<br />

llamas, como, en efecto, la misma experiencia manifestó<br />

que nada pudieron? No les hiciéramos estas objeciones si dijeran que<br />

aquellos dioses los habían instituido no para custodia de los bienes<br />

temporales, sino para significar los eternos; y así, aunque<br />

sucediese perderse por ser cosas corporales y visibles, nada se<br />

perdía de aquellos objetos en, cuya significación fueron instituidos,<br />

y que se podían renovar y reparar de nuevo para el mismo<br />

defecto; pero es cierto que con extraña ceguedad creen que fue<br />

posible alcanzar con aquellos dioses, que no podían perecer, que no,<br />

pudiese acabar la salud corporal y la felicidad temporal de la<br />

ciudad; y así, cuando los manifestamos que, permaneciendo aún salvos<br />

sus dioses, les sucedió o el estrago en la salud, o la infelicidad,<br />

aún tienen valor para no mudar o abandonar la opinión que no<br />

pueden defender.<br />

CAPITULO XIX<br />

De los trabajos de la segunda guerra púnica, en que gastaron las<br />

fuerzas de una y otra parte<br />

Y viniendo a tratar de la segunda guerra púnica, sería largo de<br />

contar el estrago que estos dos pueblos se hicieron mutuamente con<br />

tantas guerras como en tantas partes entre sí sostuvieron, de<br />

modo que, en sentir aún de los que tomaron de propósito a su cargo no


tanto de referir las guerras romanas como el elogiar al Imperio<br />

romano, más representación tuvo de vencido el que venció,<br />

porque levantando Aníbal formidables ejércitos en España y pasando<br />

los montes Pirineos, atravesando y corriendo Francia, rompiendo los<br />

Alpes, acrecentando sus fuerzas con tanto rodeo, talando y<br />

sujetando cuanto se le ponía por delante y dando consigo, como una<br />

impetuosa e imprevista avenida, en el centro de Italia, ¡cuán<br />

sangrienta se hizo la guerra, qué de reencuentros y choques hubo,<br />

qué de veces fueron vencidos los romanos, qué de pueblos se<br />

humillaron y rindieron al enemigo, cuántos de éstos fueron entrados a<br />

fuerza de armas y saqueados, cuán crueles y horribles batallas<br />

se dieron, y muchas veces con gloria de Aníbal y ruina y desdoro de<br />

los romanos! ¿Qué diré, pues, de aquella derrota horrible digna de<br />

admiración, padecida en Cannas, donde Aníbal, no obstante<br />

ser cruel, con todo, saciado ya de la sangre de sus enemigos, dice<br />

que mandó a sus soldados que los perdonasen las vidas, enviando allí<br />

a Cartago tres celemines de anillos de oro, para dar a entender<br />

que en el combate había dado muerte a tantos individuos de la<br />

nobleza romana, que más fácilmente se pudieron medir que contar; y<br />

asimismo para que se conjeturase el estrago del ejército<br />

que murió sin anillos, que sería, sin duda, tanto más numeroso cuanto<br />

más débil? Finalmente, después de esta batalla sobrevino tan notable<br />

falta de gente para la guerra, que los romanos se<br />

reemplazaban y echaban mano de hombres facinerosos, ofreciéndoles el<br />

perdón de sus crímenes, dando también libertad a los esclavos, y, con<br />

todos no tanto suplieron cuanto formaron un<br />

vergonzoso ejército. Estos esclavos (pero no agravemos a los ya<br />

libertos) que habían de pelear por la República, faltándoles las<br />

armas ofensivas y defensivas, se vieron precisados a tomar las de<br />

los templos, como si dijeran los romanos a su dioses:


escribir cómo aconteció; sin embargo, la referiré brevemente,<br />

porque interesa al asunto que tratamos. Primeramente se fue<br />

consumiendo por el hambre, pues aseguran que al nos comieron los<br />

cuerpos muertos e sus mismos compatriotas; después, reducida al<br />

mayor extremo con la penuria y escasez de todas las cosas necesarias<br />

a la vida y a su propia defensa, por no verse m aun cautiva en manos<br />

de Aníbal, formó en la plaza pública una grande<br />

hoguera, y, degollando a todos sus amados hijos y parientes y demás<br />

ciudadanos, se arrojaron todos en ella. Hicieran aquí alguna<br />

admirable acción los dioses glotones y seductores, hambrientos de<br />

buenos bocados y manjares de los sacrificios, y empeñados solamente<br />

en alucinar a los idiotas con la oscuridad y la ambigüedad de sus<br />

engañosos presagios. Obraran aquí algún prodigio<br />

estupendo y socorrieran a una nación amiga del pueblo romano, y no<br />

dejaran perecer a la que se sepultaba voluntariamente en sus ruinas<br />

por conservar su amistad en atención a que ellos fueron<br />

los que presidieron en la unión y confederación que ella estipuló con<br />

la República romana. Así que, por observar escrupulosamente los<br />

sagrados tratados y conciertos que, presidiendo o autorizando<br />

estas falsas deidades, había concluido con verdadera voluntad, ligado<br />

con la amistad y estrechado con juramento inviolable, fue cercada,<br />

ocupada y asolada por un hombre pérfido y fementido. Si<br />

estos dioses fueron los que después espantaron y ahuyentaron a Aníbal<br />

de los muros de Roma con crueles tempestades y encendidos rayos,<br />

entonces, con tiempo, debieran obrar alguno de estos<br />

particulares prodigios, pues se atrevió a decir que con más justa<br />

razón pudieron enviar la tempestad en favor de los amigos de los<br />

romanos, expuestos al inminente riesgo de perderse puesto que,<br />

por no faltar a la fe dada a los romanos, estaban en peligro de<br />

perecer, y entonces, totalmente faltos de ayuda, que en favor de los<br />

mismos romanos, que peleaban y corrían riesgo por sí, y contra<br />

Aníbal teman en sí mismos bastante auxilio; luego si fueran tutores y<br />

defensores de la felicidad y gloria de Roma, debieran haberla librado<br />

de una culpa tan grave como fue la ruina de Sagunto. Pero<br />

ahora consideremos cuán neciamente creen que no se perdió Roma por la<br />

defensa de estos dioses cuando andaba victorioso Aníbal si vemos que<br />

no pudieron socorrer a la ciudad de Sagunto para<br />

que no se perdiese por guardar a Roma su amistad. Si el pueblo de<br />

Sagunto fuera cristiano y padeciera algún infortunio como éste por la<br />

fe evangélica (aunque no se hubiera él profanado a sí<br />

mismo, matándose a fuego y sangre), y si padeciera su destrucción por<br />

la fe evangélica, la sufriría con aquella esperanza que creyó en<br />

Jesucristo, y gozaría del premio y galardón, no de un<br />

brevísimo tiempo, sino de una eternidad sin fin. Pero en favor de<br />

estos dioses, los cuales dicen que por eso deben ser adorados y por<br />

eso se buscan para adorarlos, para asegurar la felicidad de<br />

estos bienes temporales y transitorios, ¿qué nos han de responder sus<br />

defensores sobre la pérdida de los saguntinos, sino lo mismo que<br />

sobre la muerte de Régulo? Porque la diferencia que hay es<br />

que aquél fue una persona particular, y ésta una ciudad entera; pero<br />

la causa de la ruina de ambos fue el querer guardar puntualmente la<br />

lealtad, pues por ésta quiso el otro volverse a poder de sus<br />

enemigos, y ésta no quiso entregarse; ¿luego la lealtad observada<br />

inviolablemente, provoca la ira de los dioses? ¿O es, acaso, cierto<br />

que pueden también, teniendo propicios a los dioses, perderse<br />

no sólo cualesquiera hombres, sino también las ciudades enteras?<br />

Elijan, pues, lo que más les agradare, porque si ofenden a estos<br />

dioses con una fidelidad bien guardada, busquen a los pérfidos y<br />

fementidos que los adoren; pero si teniéndolos aún propicios pueden<br />

perderse y acabar los hombres, y las ciudades ser afligidas con<br />

muchos y graves tormentos, sin provecho ni fruto alguno de esta<br />

felicidad los adoran. Dejen, pues, de enojarse los que entienden y<br />

creen que ha causado su desgracia el haber perdido los templos y<br />

sacrificios de estos dioses, porque pudieran, no sólo sin<br />

haberlos perdido, sino teniéndolos aún de su parte propicios y<br />

favorables, no como ahora, quejarse de su infortunio y miseria, sino,


como entonces Régulo y los saguntinos, perderse y perecer<br />

también del todo con horribles calamidades y tormentos.<br />

CAPITULO XXI<br />

De la ingratitud que usó Roma con Escipión, su libertador, y las<br />

costumbres que hubo en ella, cuando cuenta Salustio que era muy buena<br />

Además de esto, en el tiempo que medió entre la segunda y última<br />

guerra púnica, cuando dice Salustio que vivieron los romanos con<br />

costumbres muy buenas y mucha concordia (porque varias<br />

acciones omito atendiendo a ser breve en esta obra); en este tiempo,<br />

pues, de tan buenas costumbres y tanta concordia, aquel Escipión que<br />

libró a Roma y a Italia, que acabó tan honrosamente la<br />

segunda guerra púnica, tan horrible, tan sangrienta y tan peligrosa;<br />

aquel vencedor de Aníbal, domador de Cartago, aquel cuya vida se<br />

refiere que desde su juventud fue encomendada a los dioses<br />

y criada en los templos, cedió a las acusaciones de sus enemigos, y<br />

desterrado de su patria (a quien había dado la vida y libertad con su<br />

valor), pasó y acabó el resto de su vida en Linterno,<br />

después de su famoso triunfo, con tan poca afición a Roma, que dicen<br />

mandó que ni aun le enterrasen en ingrata patria. Después de estos<br />

su sucesos, habiendo triunfado el procónsul Gn. Manlio de<br />

los gálatas, comenzó a cundir por Roma la molicie de Asia, aún más<br />

perjudicial que el mayor enemigo: porque entonces dicen fue la<br />

primera vez que se vieron lechos labrados de metal y preciosos<br />

tapetes. Entonces se comenzaron a usar en los banquetes mozas que<br />

cantaban y otras licenciosas desenvolturas; mas ahora no es mi<br />

intención otra que la de tratar de los males que impacientemente<br />

padecen los hombres, y no de los que ellos causan voluntariamente: y<br />

así aquellas gloriosas acciones que referí de Escipión, de cómo<br />

cediendo a sus enemigos murió fuera de su patria, a la cual<br />

había libertado, hacen más el propósito de lo que vamos, anunciando;<br />

pues los dioses de Roma, cuyos templos había defendido Escipión de<br />

los rigores de Aníbal, no le correspondieron a sus<br />

continuas fatigas, adorándolos ellos solamente por esta felicidad;<br />

pero como Salustio dijo que entonces florecieron allí las buenas<br />

costumbres, por esto me pareció referir lo de la molicie del Asia,<br />

para<br />

que se entienda también que Salustio dijo aquellas expresiones,<br />

hablando en comparación de los demás tiempos, en los cuales, sin<br />

duda, con las gravísimas discordias, fueron las costumbres mucho<br />

peores, porque entonces también, esto es, entre la segunda y última<br />

guerra cartaginesa, se publicó la ley Voconia, por la cual se mandaba<br />

No sé que se pueda decir o imaginar<br />

orden más injusta que esta ley. Con todo, en aquel espacio de tiempo<br />

que duraron las dos guerras púnicas, fue mal tolerable la<br />

desventura, pues solamente con las guerras padecía el ejército de<br />

afuera, pero con las victorias se consolaba y en la ciudad no habla<br />

discordia alguna, como en otros tiempos; mas en la última guerra<br />

púnica, de un golpe fue asolada y totalmente destruida la émula y<br />

competidora del Imperio romano por el otro segundo Escipión, que por<br />

esto se llamó por sobrenombre el Africano; y desde este<br />

tiempo en adelante fue combatida la República romana con tantos<br />

infortunios que hace demostrarle que con la prosperidad y seguridad<br />

(de donde corrompiéndose en extremo las costumbres,<br />

nacieron acumuladamente aquellos males> hizo más estrago y daño<br />

Cartago con su rápida ruina que lo había hecho en tanto tiempo<br />

manteniéndose en pie contra su enemigo. En todo este tiempo,<br />

hasta Augusto César, quien parece no quitó del todo a los romanos,<br />

según la opinión de éstos, la libertad gloriosa, sino la perniciosa<br />

que totalmente estaba ya descaecida y muerta, y que,<br />

revocándolo todo y reduciéndolo al real albedrío, renovó en cierto<br />

modo la República arruinada ya y perdida casi con los males y<br />

achaques de la vejez; en todo este tiempo, pues, omito unas y otras


derrotas de ejércitos nacidas de varias causas, y la paz numantina<br />

violada con tan horrible ignominia, porque volaron, en efecto, las<br />

aves de la jaula y dieron, como dicen, mal agüero al cónsul<br />

Mancino, como si por tantos años en que aquella pequeña ciudad,<br />

estando cercada, había afligido al ejército romano, empezando ya a<br />

poner terror a la misma República romana, los demás capitanes<br />

también hubieran ido contra ella con mal agüero.<br />

CAPITULO XXII<br />

Del edicto del rey Mitrídates, en que mandó matar a todos los<br />

ciudadanos romanos que se hallasen en Asia<br />

Pero como dejo insinuado, omito estos sucesos, aunque no puedo pasar<br />

en silencio cómo Mitrídates, rey de Asía, mandó matar en un día todos<br />

los ciudadanos romanos, dondequiera que se hallasen<br />

en Asia, así los peregrinos y transeúntes como otra innumerable<br />

multitud de mercaderes y negociantes ocupados en sus tratos, y así se<br />

ejecutó. ¡Cuán lastimosa tragedia fue ver en un momento matar<br />

de repente e impíamente a todos éstos dondequiera que los hallaban,<br />

en el campo, en el camino, en las villas, en casa, en la calle, en la<br />

plaza, en el templo, en la cama, en la mesa! ¡Qué de gemidos<br />

habría de los que morían, qué de lágrimas de los que veían esta<br />

catástrofe, y acaso también de los mismos que los mataban! ¡Cuán;<br />

dura fuerza se hacía a los huéspedes, no sólo en haber de<br />

examinar con sus propios ojos, y en sus casas, aquellas desgraciadas<br />

muertes, sino también en haber de ejecutarlas por sí mismos, trocando<br />

repentinamente el semblante apacible y humano para<br />

ejecutar en tiempo de tranquila paz un crimen tan horrendo, matándose<br />

de un golpe, por decirlo así, lo mismo los matadores como los<br />

muertos, pues si el uno recibía la muerte en el cuerpo, el otro la<br />

recibía en el alma! ¿Acaso todos éstos no habían. apreciado asimismo<br />

los agüeros? ¿No tenían dioses domésticos y públicos a quienes<br />

pudieran consultar cuando partieron de sus tierras a aquella<br />

infeliz peregrinación? Y, si' esto es cierto, no tienen los<br />

incrédulos en este punto de qué quejarse de nuestros tiempos, pues<br />

hace tiempo que los romanos no se ocupan de estas vanidades; mas si<br />

acaso los consultaron, digamos: ¿de qué les aprovecharon semejantes<br />

cosas, cuando por solas las leyes humanas, sin que nadie lo<br />

prohibiese, fueron. licitas semejantes cosas?<br />

CAPITULO XXIII<br />

De ¡os males interiores que padeció la República romana con un<br />

prodigio que precedió, que fue rabiar todos los animales de que se<br />

sirve ordinariamente el hombre<br />

Pero empecemos ya a referir brevemente, como pudiéremos, aquellas<br />

calamidades que, cuanto más interiores, fueron tanto más funestas,<br />

las discordias civiles; o, por mejor decir, inciviles e<br />

inhumanas, no ya sediciones, sino guerras urbanas dentro de Roma,<br />

donde se derramó tanta sangre, donde los que favorecían las diversas<br />

parcialidades usaban de mayor rigor contra los otros, no<br />

ya con porfiadas demandas, contestaciones y destempladas voces, sino<br />

con las espadas y las armas; pues las guerras sociales, serviles y<br />

civiles, ¿cuánta sangre romana hicieron derramar, cuántas<br />

tierras talaron y asolaron en Italia? Y antes que se moviesen contra<br />

Roma los aliados del Lacio, todos los animales que están<br />

ordinariamente sujetos al servicio del hombre, como son perros,<br />

caballos,<br />

jumentos, bueyes y las demás bestias y ganados que están bajo su<br />

dominio, se embravecieron repentinamente, y, olvidados de su<br />

doméstica mansedumbre, se salieron de las casas y andaban<br />

sueltos, huyendo por varias partes, no sólo de los no conocidos, sino<br />

de sus propios dueños, con daño mortal o peligro del que se atrevía a<br />

acosarlos de cerca. Y si esto fue solamente un presagio


que de suyo fue un mal tan enorme, ¿cuán grande fatalidad fue aquella<br />

que vaticinó? Si igual desgracia sucediera en nuestros tiempos, sin<br />

duda que sentiríamos a los incrédulos aún más rabiosos<br />

que los otros a sus animales.<br />

CAPITULO XXIV<br />

De la discordia civil causada por las sediciones de los gracos<br />

La causa que motivó las guerras civiles fueron las sediciones de los<br />

Gracos, nacidas de la promulgación de las leyes agrarias sobre el<br />

repartimiento de los campos, por las que se mandaba distribuir<br />

entre el pueblo las heredades que los nobles poseían con injusto<br />

título; pero el querer remediar una injusticia tan inveterada fue<br />

proyecto muy arriesgado, o, por mejor decir, como enseñó la<br />

experiencia, muy pernicioso. ¡Qué de muertes sucedieron cuando<br />

asesinaron al primer Graco, y cuántas hubo, pasado algún tiempo,<br />

cuando quitaron la vida al otro hermano! A los nobles y<br />

plebeyos los mataban los ministros de Justicia, no conforme a lo que<br />

dictaban las leyes y procediendo contra ellos jurídicamente, sino en<br />

movimientos sediciosos y pendencias, combatiéndose<br />

mutuamente con las armas. Después muerto el segundo Graco, el cónsul<br />

Lucio Opimio quien dentro de Roma movió contra él las armas y<br />

habiéndole vencido y muerto, hizo un considerable estrago<br />

en los ciudadanos, procediendo ya entonces por vía judicial<br />

persiguiendo a los demás conjurados, dicen que mató a tres mil<br />

hombres, de donde puede colegirse la infinidad de muertos que pudo<br />

haber en las frecuentes revoluciones y choques, cuando hubo tanta en<br />

los tribunales, después de examinadas escrupulosamente las causas. El<br />

homicida de Graco vendió al cónsul su cabeza por<br />

tanta cantidad de oro como pesaba; pues ésta había sido la recompensa<br />

ofrecida por Opimio, y en seguida quitaron la vida al consular Marco<br />

Fulvio, con sus hijos.<br />

CAPITULO XXV<br />

Del templo que edificaron por decreto del Senado a la Concordia en el<br />

lugar donde las sediciones y muertes tuvieron lugar<br />

Y mediante un elegante decreto del Senado, edificaron un templo a la<br />

Concordia en el mismo lugar donde se dio aquel funesto y sangriento<br />

tumulto, en el que murieron tantos ciudadanos de todas<br />

clases y condiciones, para que, como testigo ocular del merecido<br />

castigo de los Gracos, diese en los ojos de los que oraban y hacían<br />

sus arengas al pueblo y les escarmentase la memoria de tan<br />

lamentable catástrofe. Y esto, ¿qué otra cosa fue que hacer mofa de<br />

los dioses, erigiendo un templo a una diosa que si estuviera en la<br />

ciudad no se sepultara en sus ruinas ,con tantas disensiones, a<br />

no ser que, culpada la Concordia porque desamparó los corazones de<br />

los ciudadanos, mereciese que la encerrasen en aquel templo como en<br />

una cárcel? Y pregunto: si quisieron acomodarse a los<br />

acontecimientos que pasaron, ¿por qué no fabricaron más bien un<br />

templo a la Discordia? ¿Acaso traen alguna razón poderosa para que la<br />

Concordia sea diosa y la Discordia no lo sea; y según la<br />

distinción de Labeón, ésta sea buena y aquélla mala? Esto supuesto,<br />

no parece le movió otra razón para deliberar de este modo, sino el<br />

haber visto en Roma un templo dedicado, no sólo a la Fiebre,<br />

sino a la Salud; luego de la misma manera, no solamente debieron<br />

erigir templo a la Concordia, sino también a la Discordia. Así que en<br />

gran peligro quisieron vivir los romanos teniendo enojada a<br />

una diosa tan mala, sin acordarse de la destrucción de Troya, que<br />

tuvo su principio en haberla ofendido; porque ella fue la que, por no<br />

haber sido convidada entre los dioses, trazó la competencia de<br />

las tres diosas con la manzana de oro, de donde nació la lid y<br />

pendencia de éstas, la victoria de Venus, el robo de Elena y la<br />

destrucción de Troya; por lo cual, si acaso irritada porque no


mereció tener<br />

en Roma templo alguno entre los dioses, turbada hasta entonces<br />

con tan grandes alborotos la ciudad, ¿cuánto más furiosamente se pudo<br />

enojar viendo en el lugar de aquella horrible matanza;<br />

esto es, en el lugar de sus hazañas, edificado un templo a su<br />

enemiga? Cuando nos reímos de estas vanidades se indignan y enojan<br />

estos doctos sabios, y con todo, ellos, que adoran a los dioses<br />

buenos y malos, no pueden soltar esta dificultad de la Concordia y<br />

Discordia, ya se olvidasen de estas diosas y antepusiesen a ellas las<br />

diosas Fiebre y Belona, a quienes construyeron templos en lo<br />

antiguo, ya también las adorasen a ellas; pues desamparándolos así,<br />

la Concordia, la feroz Discordia los condujo hasta meterlos en las<br />

guerras civiles.<br />

CAPITULO XXVI<br />

De las diversas suertes de guerras que se siguieron después que<br />

edificaron el templo de la Concordia<br />

Curioso baluarte contra las sediciones fue poner a los ojos de los<br />

que hablaban al pueblo el templo de la Concordia por testigo, memoria<br />

de la muerte y castigo de los Gracos La utilidad que de esto<br />

sacaron lo manifiesta el fatal suceso de las calamidades que se<br />

siguieron; pues desde entonces procuraron los que hablaban no<br />

separarse del ejemplo de los Gracos; antes salir con lo que ellos<br />

pretendieron, como fueron Lucio Saturnino, tribuno del pueblo y Gayo<br />

Servilio, pretor, y mucho después Marco Druso. De cuyas sediciones y<br />

alborotos resultaron primeramente infinitas muertes,<br />

encendiéndose después el fuego de las guerras sociales, con las<br />

cuales padeció mucho Italia, llegando a sufrir una infeliz desolación<br />

y destrucción. En seguida acaeció la guerra de los esclavos y las<br />

guerras civiles, en las cuales hubo reñidos encuentros y batallas,<br />

derramándose mucha sangre, de manera que casi todas las gentes de<br />

Italia, en que principalmente consistía la fuerza del Imperio<br />

romano, fueron domadas con una fiera barbarie; tuvo principio la<br />

guerra de los esclavos de un corto número; esto es, de menos que de<br />

setenta gladiadores; pero ¿a cuán crecido número, fuerte,<br />

feroz y bravo llegó? ¿Qué de generales romanos venció aquel limitado<br />

ejército? ¿Qué de provincias y ciudades destruyó? En fin, fueron<br />

tantas, que apenas lo pudieron declarar<br />

circunstanciadamente los que escribieron la historia. Y no sólo hubo<br />

esta guerra de los esclavos, sino que también antes de ella, gentes<br />

viles y de baja condición talaron la provincia de Macedonia, y<br />

después Sicilia y toda la costa del mar; y ¿quién podrá referir<br />

conforme a su grandeza cuán grandes y horrendos fueron al principio<br />

los latrocinios y cuán poderosa fue la guerra de los corsarios que<br />

vino después?<br />

CAPITULO XXVII<br />

De las guerras civiles entre Mario y Sila<br />

Y cuando Mario, ensangrentado ya con la sangre de sus ciudadanos,<br />

habiendo muerto y degollado a infinitos del partido contrario,<br />

vencido, se fue huyendo de Roma, respirando apenas por un<br />

breve rato la ciudad -por usar las palabras de Tulio-, , porque de esta venganza, que fue<br />

más perniciosa que si los delitos que se castigaban quedaran sin<br />

castigo, dice también Lucano: <br />

Perecieron los culpados, más en un tiempo en que solamente quedaban<br />

los culpables; y en esta lastimosa situación se dio libertad a los


odios, corrió presurosamente la ira y el rencor, sin miedo al<br />

freno de las leyes. En esta guerra de Mario y Sila, además de los que<br />

murieron fuera, en los combates, también dentro de Roma se llenaron<br />

de muertos las calles, plazas, teatros y templos, de modo<br />

que apenas se pudiera imaginar cuándo los vencedores hicieron mayor<br />

matanza, si cuando vencían, o después de haber vencido; pues en la<br />

victoria de Mario, cuando volvió del destierro, además<br />

de las muertes que se hicieron a cada paso por todas partes, la<br />

cabeza del cónsul Octavio se puso en la tribuna; degollaron en sus<br />

mismas casas a César y a Fimbria; hicieron pedazos a los Crasos,<br />

padre e hijo, al uno en presencia del otro; Bebio y Numitor<br />

perecieron arrastrados con unos garfios, derramando por el suelo sus<br />

entrañas. Catulo, tomando veneno, se libró de las manos de sus<br />

enemigos. Merula, que era sacerdote de Júpiter, abriéndose las venas,<br />

sacrificó su vida a Júpiter; y delante del mismo Mario daban luego la<br />

muerte a quienes al saludarle no alargaban la mano.<br />

CAPITULO XXVIII<br />

Cuál fue la victoria de Sila, que fue la que vengó la crueldad de<br />

Mario<br />

La victoria de Sila, que siguió luego (la que, en efecto, vengó la<br />

crueldad pasada a fuerza de mucha sangre de los ciudadanos, con cuyo<br />

derramamiento y a cuya costa se había conseguido terminada<br />

ya la guerra, permaneciendo todavía las enemistades), ejecutó<br />

aún más fieramente su rigor en la paz. Después de las primeras y<br />

recientes muertes que ejecutó Mario el mayor, habían ya hecho<br />

otras aún más horribles Mario el joven y Carbón, que eran del<br />

mismo partido de Mario, sobre quienes, viniendo enseguida Sila,<br />

desesperados, no sólo de la victoria, sino también de la misma<br />

vida, llenaron toda la ciudad de cadáveres, así con sus propias<br />

muertes como con las ajenas; porque, además del daño que por diversas<br />

partes hicieron, cercaron también el Senado, y de la misma<br />

curia, como de una cárcel, los iban sacando al matadero. El pontífice<br />

Mucio Escévola (cuya dignidad entre los romanos era la más sagrada,<br />

como el templo de Vesta, donde servía>, se abrazó con la<br />

misma ara, y allí le degollaron; y aquel fuego, que con perpetuo<br />

cuidado y vigilancia de las vírgenes siempre ardía, casi pudo<br />

apagarse con la sangre del sumo sacerdote. Enseguida entró Sila<br />

victorioso en la ciudad, habiendo primeramente, en el camino, en un<br />

lugar público (encarnizándose no ya la guerra, sino la paz),<br />

degollado, no peleando, sino por expreso mandato, siete mil<br />

hombres que se le habían rendido desarmados del todo. Y como por toda<br />

la ciudad cualquiera partidario de Sila mataba al que quería, era<br />

imposible contar los muertos; hasta que advirtieron a Sila<br />

que era conveniente dejar a algunos con la vida, para que hubiese a<br />

quien pudiesen mandar los vencedores. Entonces, habiéndose ya<br />

aplacado la desenfrenada licencia de matar que por todas<br />

partes se observaba incesantemente, se propuso con grandes parabienes<br />

y aplauso una tabla que contenía dos mil personas que se habían de<br />

matar y proscribir del estado noble, contándose así de<br />

los caballeros como de los senadores un número sumamente crecido;<br />

pero daba consuelo solamente el ver que tenía fin, y no por ver morir<br />

a tantos era tanta la aflicción como era la alegría de ver a<br />

los demás libres del temor. Sin embargo, de la misma seguridad de los<br />

demás (aunque cruel e inhumana) hubo motivos suficientes para<br />

compadecer y llorar los exquisitos géneros de muertes que<br />

padecieron algunos de los que fueron condenados a muerte; porque hubo<br />

hombre a quien, sin instrumento alguno, le hicieron pedazos entre las<br />

manos, despedazando los verdugos a un hombre<br />

vivo con más fiereza que acostumbran las mismas fieras despedazar un<br />

cuerpo muerto. A otro, habiéndole sacado los ojos y cortándole parte<br />

por parte sus miembros, le hicieron vivir penando entre<br />

horribles tormentos, o, por mejor decir, le hicieron morir muchas<br />

veces. Vendiéronse en almoneda, como si fueran granjas, algunas


nobles ciudades, y entre ellas una, como si mandaran matar a un<br />

particular delincuente, decretaron toda ella pasada a cuchillo. Todo<br />

esto se hizo en paz, después de concluida guerra, no por abreviar en<br />

conseguir la victoria, sino por no despreciar la ya<br />

alcanzada. Compitió la paz sobre cuál era más cruel con la guerra, y<br />

venció; porque la guerra mató a los armados, y la paz, a los<br />

desnudos. La guerra se fundaba en que el herido, si podía, hiriese;<br />

mas la paz estribaba no en que el que escapase viviese, sino' que<br />

muriese sin hacer resistencia.<br />

CAPITULO XXIX<br />

Compara la entrada de los godos con las calamidades que padecieron<br />

los romanos, así de los galos como de los autores y caudillos de las<br />

guerras civiles<br />

¿Qué furor de gentes extrañas, qué crueldad de bárbaros se puede<br />

comparar a esta victoria de ciudadanos conseguida contra sus mismos<br />

ciudadanos? ¿Qué espectáculo vio Roma más funesto,<br />

más horrible y feroz? ¿Fue, por ventura, más inhumana la entrada que<br />

en tiempos antiguos hicieron los galos, y poco hace los godos, que la<br />

fiereza que usaron Mario y Sila y otros insignes varones<br />

de su partido, que eran como lumbreras de esta ciudad, con sus<br />

propios miembros? Es verdad que los galos pasaron a cuchillo a los<br />

senadores y a todos cuantos pudieron hallar en la ciudad, a<br />

excepción de los que habitaban en la roca del Capitolio, los cuales<br />

se defendieron por todos los medios. Con todo, a los que se habían<br />

guarecido en aquel lugar les vendieron a lo menos las vidas a<br />

trueque de oro, las cuales, aunque no pudieron quitárselas con las<br />

armas, sin embargo pudieron consumírselas con el cerco. Y por lo que<br />

se refiere a los godos, fueron tantos los senadores a<br />

quienes perdonaron la vida, que causa admiración que se la quitasen a<br />

algunos; pero, al contrario, Sila, viviendo todavía Mario, entró<br />

victorioso en el mismo Capitolio (el cual estuvo seguro del furor<br />

de los galos), para ponerse a decretar allí las muertes de sus<br />

compatriotas; y habiendo huido Mario, escapando para volver más fiero<br />

y más cruel, éste, en el Capitolio, por consultas y decreto del<br />

Senado, privó a infinitos de la vida y de la hacienda; y los del<br />

partido de Mario, estando ausente Sila, ¿qué cosa hubo de las que se<br />

tienen por sagradas a quien ellos perdonasen, cuando ni perdonaron<br />

a Mucio, que era su ciudadano, senador y pontífice, teniendo<br />

asida con infelices brazos la misma ara, adonde estaba -como dicen-el<br />

hado y la fortuna de los romanos? Y aquella última tabla<br />

o lista de Sila, dejando aparte otras innumerables muertes, 'no<br />

degolló ella sola más senadores que los que fueron maltratados por<br />

los godos?<br />

CAPITULO XXX<br />

De la conexión de muchas guerras que precedieron antes de la venida<br />

de Jesucristo<br />

¿Con qué ánimo, pues, con qué valor, desvergüenza, ignorancia o,<br />

mejor decir, locura, no se atreven a imputar aquellos desastres a sus<br />

dioses, y estos los atribuyen a nuestro Señor Jesucristo?<br />

Las crueles guerras civiles; más funestas aún, por confesión de sus<br />

propios autores, que todas las demás guerras tenidas con sus enemigos<br />

(pues con ellas se tuvo a aquella República no tanto por<br />

perseguida, sino por totalmente destruida), nacieron mucho antes de<br />

la venida de Jesucristo, y por una serie de malvadas causas, después<br />

de la guerra de Mario y Sila, llegaron las de Sertorio y<br />

Catilina, uno de los cuales había sido proscrito y vendido por Sila,<br />

y el otro se había criado con él; en seguida vino la guerra entre<br />

Lépido y Catulo, y de estos uno quería abrogar lo que había hecho<br />

Sila, y el otro lo quería sostener; siguióse la de Pompeyo y César,<br />

de los cuales, Pompeyo había sido del partido de Sila, a cuyo poder y


dignidad había ya llegado, y aun pasado, lo cual no podía<br />

tolerar César, por no ser tanto como él; pero al fin logró<br />

conseguirla y aún mayor, habiendo vencido y muerto a Pompeyo.<br />

Finalmente, continuaron las guerras hasta el otro César, que después<br />

se llamó Augusto -en cuyo tiempo nació Jesucristo- y porque también<br />

este Augusto sostuvo muchas guerras civiles, y en ellas<br />

murieron innumerables hombres ilustres, entre los cuales uno fue<br />

Cicerón, aquel elocuente maestro en el arte de gobernar la República.<br />

Asimismo Cayo César (el que venció a Pompeyo y usó con<br />

tanta clemencia la victoria), haciendo merced a sus enemigos de las<br />

vidas y dignidades, como si fuera tirano y se conjugaron contra él<br />

algunos nobles senadores, bajo pretexto de la libertad<br />

republicana, y le dieron de puñaladas en el mismo Senado, a cuyo<br />

poder absoluto y gobierno déspota parece aspiraba después Antonio,<br />

bien diferente de él en su condición, contaminado y<br />

corrompido con todos los vicios, a quien se opuso animosamente<br />

Cicerón, bajo el pretexto de la misma libertad patria. Entonces<br />

comenzó a descubrirse el otro César, joven de esperanzas y bella<br />

índole, hijo adoptivo de Cayo julio César, quien como llevo dicho, se<br />

llamó después Augusto. A este mancebo ilustre, para que su poder<br />

creciese contra el de Antonio, favorecía Cicerón,<br />

prometiéndose que Octavio, aniquilado y oprimido el orgullo de<br />

Antonio, restituiría a la República su primitiva libertad; pero<br />

estaba tan obcecado y era poco previsor de las consecuencias futuras,<br />

que<br />

el mismo Octavio, cuya dignidad y poder fomentaba, permitió después,<br />

y concedió, como por una capitulación de concordia, a Antonio, que<br />

pudiese matar a Cicerón, y aquella misma libertad<br />

republicana, en cuyo favor había perorado tantas veces Cicerón, la<br />

puso bajo su dominio.<br />

CAPITULO XXXI<br />

Con qué poco pudor imputan a Cristo los presentes desastres aquellos<br />

a quienes no se les permite que adores a sus dioses, habiendo habido<br />

tantas calamidades en el tiempo que los adoraban<br />

Acusen a sus dioses por tan reiteradas desgracias los que se muestran<br />

desagradecidos a nuestro Salvador por tantos beneficios. Por lo menos<br />

cuando sucedían aquellos males hervían de gente las<br />

aras de los dioses y exhalaban de sí el olor del incienso Sabeo y de<br />

las frescas y olorosas guirnaldas. Los sacerdocios eran ilustres, los<br />

lugares sagrados, lugar de placer; se frecuentaban los<br />

sacrificios, los juegos y diversiones en los templos, al mismo tiempo<br />

que por todas partes se derramaba tanta sangre de los ciudadanos por<br />

los mismos ciudadanos, no solo en cualquiera lugar, sino<br />

entre los mismos altares de los dioses. No escogió Cicerón templo<br />

donde acogerse, porque consideró que en vano le había escogido<br />

Mucio; pero estos ingratos que con menos motivo se quejan de<br />

los tiempos cristianos, o se acogieron de los lugares dedicados a<br />

Cristo, o los mismos bárbaros los condujeron a ellos para que<br />

librasen sus vidas. Esto tengo por cierto, y cualquiera que lo mirase<br />

sin<br />

pasión, fácilmente advertirá (por omitir muchas particularidades que<br />

ya he referido y otras que me pareció largo contarlas) que si los<br />

hombres recibieran la fe cristiana antes de las guerras púnicas y<br />

sucedieran tantas desgracias y estragos como en aquellas guerras<br />

padeció África y Europa, ninguno de éstos que ahora nos persiguen lo<br />

atribuyera sino a la religión cristiana; y mucho más<br />

insufribles fueran sus voces y lamentos por lo que se refiere a los<br />

romanos, si después de haber recibido y promulgado la religión<br />

cristiana, hubiera sucedido la entrada de los galos o la ruina y<br />

destrucción que causó la impetuosa avenida del río Tiber y el fuego,<br />

o lo que sobrepuja a todas las calamidades, aquellas guerras civiles<br />

y demás infortunios que sucedieron, tan contrarios al humano<br />

crédito, que se tuvieron por prodigios, los que sucedieran en los


tiempos cristianos, ¿a quiénes se lo habían de atribuir como culpas<br />

sino a los cristianos? Paso en silencio, pues, los sucesos que<br />

fueron más admirables que perjudiciales, de cómo hablaron los bueyes:<br />

cómo las criaturas que aún no habían nacido pronunciaron algunas<br />

palabras dentro del vientre de sus madres; cómo volaron<br />

las serpientes; cómo las gallinas se convirtieron en gallos y las<br />

mujeres en hombres, y otros portentos de esta jaez, que se hallaban<br />

estampados en sus libros, no en los fabulosos, sino en los<br />

históricos, ya sean verdaderos, ya sean falsos, que causan a los<br />

hombres no daño, sino espanto y admiración; asimismo aquel raro<br />

suceso de cuando llovió tierra, greda y piedras, en cuya<br />

expresión no se entiende que apedreó, como cuando se entiende el<br />

granizo por este nombre, sino que realmente cayeron piedras, cantos y<br />

guijarros; esto, sin duda, que pudo hacer también mucho<br />

daño. Leemos en sus autores que, derramándose y bajando llamas de<br />

fuego desde la cumbre del monte Etna a la costa vecina, hirvió tanto<br />

el mar, que se abrasaron los peñascos y se derritió la pez<br />

y resina de las naves; este suceso causó terribles daños. Aunque fue<br />

una maravilla increíble. En otra ocasión, con el mismo fuego,<br />

escriben que se cubrió Sicilia de tanta cantidad de ceniza, que las<br />

casas de la ciudad de Catania, oprimidas por el peso, dieron en<br />

tierra; y, compadecidos de esta calamidad, los romanos les perdonaron<br />

benignamente el tributo de aquel año; también refieren en sus<br />

historias que en África, siendo ya provincia sujeta a la República<br />

romana, hubo tanta multitud de langosta que anublaban el sol, las<br />

cuales, después de consumir los frutos de la tierra, hasta las hojas<br />

de los árboles, dicen que formaron una inmensa e impenetrable nube y<br />

dio consigo en el mar, y que muriendo allí, y volviendo el agua a<br />

arrojarlas a la costa, inficionándose con ellas la atmósfera,<br />

aseguran que causó tan terrible peste, que, según su testimonio, solo<br />

en el reino de Masinisa perecieron 80,000 personas, y muchas más en<br />

las tierras próximas a la costa. Entonces afirman que en<br />

Utica, de 30,000 soldados que había de guarnición quedaron vivos sólo<br />

diez. No puede darse semejante fanatismo como el que nos persigue y<br />

obliga a que respondamos que el suceso más mínimo<br />

de éstos que hubiese acontecido en la actual época le atribuirían el<br />

influjo y profesión de la religión cristiana, si le vieran en los<br />

tiempos cristianos. Y, con todo, no imputan estas desgracias a sus<br />

dioses, cuya religión procuran establecer por no padecer iguales<br />

calamidades o menores habiéndolas padecido mayores los que antes los<br />

adoraban.<br />

LIBRO CUARTO<br />

LA GRANDEZA DE ROMA ES DON DE DIOS<br />

CAPITULO PRIMERO<br />

De lo que se ha dicho en el libro primero<br />

Debiendo empezar ya a tratar de la ciudad de Dios, fui de parecer que<br />

debía responder, en primer lugar, a los enemigos, quienes, como viven<br />

arrastrados de los gustos y deleites terrenos,<br />

apeteciendo con ansia los bienes caducos y perecederos, cualquiera<br />

adversidad que padecen, cuando Dios, usando de su misericordia, los<br />

avisa, suspendiendo el castigarlos con todo rigor y<br />

justicia, lo atribuyen a religión cristiana, la cual es solamente la<br />

verdadera y saludable, religión, y porque entre ellos hay también<br />

vulgo estúpido e ignorante, se arrebatan con mayor ardor e irritan<br />

contra nosotros, como excitados y sostenidos de la autoridad<br />

respetable de los doctos; persuadiéndose los necios que los sucesos<br />

extraordinarios que acaecen con la vicisitud de los tiempos no solían<br />

acontecer en las épocas pasadas. Confirman su falsa opinión con<br />

disimular que lo ignoran, no obstante que saben que es falso, para<br />

que de este modo se puedan persuadir los entendimientos hu-


manos ser justa la queja que manifiestan tener contra nosotros,<br />

porque lo que fue necesario demostrar por los mismos libros que<br />

escribieron sus historiadores dándonos una noticia extensa y<br />

circunstanciada de la historia y sucesos ocurridos en los tiempos<br />

pasados, que es muy al contrario de, lo que opinan; y asimismo<br />

enseñar que los dioses falsos que entonces adoraban públicamente y<br />

ahora todavía adoran en secreto, son unos espíritus inmundos,<br />

perversos y engañosos demonios, tan procaces, que tienen su mayor<br />

deleite y complacencia en oír y examinar las culpas y maldades<br />

más execrables, sean ciertas o fingidas, aunque seguramente suyas,<br />

las cuales quisieron se celebrasen y anunciasen solemnemente en sus<br />

fiestas, a fin de que la humana imbecilidad no se<br />

ruborizase en perpetrar acciones feas y reprensibles, teniendo por<br />

imitadores de las más impías a las mismas deidades, lo cual no he<br />

probado yo precisamente por meras conjeturas falibles, sino ya<br />

por lo sucedido en nuestros tiempos, en los que yo mismo vi hacer y<br />

celebrar semejantes torpezas en honor de los dioses, ya por lo que<br />

está escrito en autores que dejaron a la posteridad el<br />

recuerdo de estas torpezas, considerándolas no como infames, sino<br />

como honoríficas y apreciables a sus dioses. De modo que el docto<br />

Varrón, de grande autoridad entre los gentiles, escribiendo<br />

unos libros que trataban de las cosas divinas y humanas, y<br />

distribuyendo, conforme a la calidad de cada uno, en unos las<br />

materias divinas y en otros las humanas a lo menos no colocó los<br />

juegos<br />

escénicos entre las cosas humanas, sino entre las divinas, siendo<br />

seguramente cierto que si en Roma hubiera solamente personas honestas<br />

y virtuosas, ni aun en las cosas humanas fuera justas que<br />

hubiera juegos escénicos; lo cual, ciertamente, no estableció Varrón<br />

por su propia autoridad, sino como nacido y criado en Roma, los halló<br />

considerados entre las cosas divinas. Y porque al fin del<br />

libro primero expusimos en compendio lo que en adelante habíamos de<br />

referir, y parte de ello dijimos en los dos libros siguientes,<br />

reconozco la obligación en que estoy empeñado de cumplir en lo<br />

restante con la esperanza de los lectores.<br />

CAPITULO II<br />

De lo que se contiene en el libro segundo y tercero<br />

Prometimos, pues, hablar contra los que atribuyeron las calamidades<br />

padecidas en la República romana a nuestra religión, y referir<br />

extensamente todos los males y penalidades grandes y pequeños<br />

que nos ocurriesen, o los suficientes para demostrar claramente los<br />

que padeció Roma y las provincias que estaban bajo su Imperio antes<br />

de que se prohibieran absolutamente los sacrificios. Todos<br />

los cuales infortunios, sin duda, nos los atribuyeran si entonces<br />

tuvieran ellos noticia de nuestra religión, o les vedase sus<br />

sacrílegas oblaciones: este punto, a lo que creo, le hemos explicado<br />

bastantemente en el libro segundo y tercero. En el segundo, cuando<br />

tratamos de los males de las costumbres, que se deben estimar por los<br />

únicos y por los más grandes, y en el tercero, cuando<br />

tratamos de las calamidades que temen los necios y huyen de padecer;<br />

es, a saber: de los males corporales y de las cosas exteriores, las<br />

cuales por mayor parte sufren también los buenos; pero, al<br />

contrario, las desgracias con que empeoran sus costumbres las<br />

toleran, no digo con paciencia, sino con mucho gusto. Ha sido<br />

sumamente limitada la relación que he dado de las desgracias de Roma<br />

y de su Imperio, y de éstas no he referido todas las ocurridas hasta<br />

Augusto César; pues si me hubiera propuesto contar y exagerarlas<br />

todas, no las que se causan los hombres mutuamente unos a<br />

otros, como son los estragos y ruinas que motivan las guerras, sino<br />

las que atraen a la tierra los elementos celestes, las que resumió<br />

Apuleyo. en el libro que escribió del mundo, diciendo que todas<br />

las cosas de la tierra sufren cambios y destrucciones, porque<br />

asegura, para decirlo con. sus palabras, que se abrió la tierra con<br />

terribles temblores, se tragó ciudades enteras y mucha gente; que


ompiéndose las cataratas del cielo se anegaron provincias enteras;<br />

que las que anteriormente había sido continente y tierra firme<br />

quedaron aisladas por el mar; que otras, por el descenso del mar,<br />

se hicieron accesibles a pie enjuto; que fueron asoladas y destruidas<br />

hermosas ciudades con furiosos vientos y tempestades; que de las<br />

nubes descendió fuego, con que perecieron y fueron<br />

abrasadas algunas regiones en el Oriente; que en el Occidente, las<br />

frecuentes avenidas de los ríos causaron igual estrago, y que en<br />

tiempos antiguos, abriéndose y despeñándose de las cumbres,<br />

del monte Etna hacia abajo aquellas encendidas bocas con divino<br />

incendio, corrieron ríos de llamas y fuego, como si fuesen una<br />

impetuosa avenida de agua. Si estas particularidades y otras<br />

semejantes intentara yo recopilar (las que se hallan en varias<br />

historias de donde podría trasladarlas), ¿cuándo acabaría de referir<br />

las que acontecieron en aquellos lastimosos tiempos, antes que el<br />

nombre de Cristo reprimiese a los incrédulos sus vanidades y<br />

contradicciones a la verdadera fe? Prometí asimismo patentizar cuáles<br />

fueron las costumbres que quiso favorecer para acrecentar con<br />

ellas el imperio el verdadero Dios, en cuya potestad están todos los<br />

reinos, y por qué causa y cuán poco les auxiliaron estos que tienen<br />

por dioses, o, por mejor decir, cuántos daños les causaron<br />

con sus seducciones y falacias; sobre lo cual advierto ahora que me<br />

conviene hablar, y aún más del acrecentamiento del Imperio romano,<br />

porque del pernicioso engaño de los demonios, a quienes<br />

adoraban como a dioses, y de los grandes daños que ha causado en sus<br />

costumbres su culto, queda ya dicho lo suficiente, especialmente en<br />

el libro segundo. En el discurso de los tres libros, donde<br />

lo juzgué a propósito, referí igualmente los imponderables consuelos<br />

que en medio de los trabajos de la guerra envía Dios a los buenos y a<br />

los malos por amor a su santo nombre, a quien, al<br />

contrario de lo que se acostumbra en campaña, tuvieron los bárbaros<br />

tanto respeto, tributando obediencia y reconocimiento al augusto<br />

nombre de Aquel que hace salga el sol sobre los buenos y los<br />

malos, y que llueva sobre los justos y los injustos.<br />

CAPITULO III<br />

Si la grandeza del Imperio que no se alcanza sino con la guerra, se<br />

debe contar entre los bienes que llaman, así de los felices como de<br />

los sabios<br />

Veamos ya y examinemos las causas que puedan alegar para demostrar la<br />

grandeza y duración tan dilatada del Imperio romano, no sea que se<br />

atrevan a atribuirla a estos dioses, a quienes<br />

pretenden haber reverenciado y servido honestamente con juegos torpes<br />

y por ministerio de hombres impúdicos; aunque primero quisiera<br />

indagar en qué razón o prudencia humana se funda, que<br />

no pudiendo probar sean felices los hombres que andan siempre<br />

poseídos de un tenebroso temor y una sangrienta codicia en los<br />

estragos de la guerra y en derramar la sangre de sus ciudadanos o<br />

de otros enemigos, aunque siempre humana (tanto que solemos comparar<br />

al vidrio el contento y alegría de estos tales que frágilmente<br />

resplandece, de quien con más horror tememos no se nos<br />

quiebre de improviso), con todo, quieran gloriarse de la opulencia y<br />

extensión de su Imperio. Y para que esto se entienda más fácilmente y<br />

no nos desvanezcamos llevados del viento de la vanidad,<br />

y no escandalicemos la vista de nuestro entendimiento con voces de<br />

grande bulto, oyendo pueblos, reinos, provincias, pongamos dos<br />

hombres, porque así como las letras en un escrito, cada<br />

hombre se considera como principio y elemento de una ciudad y de un<br />

reino, por más grande y extenso que sea. Supongamos que el uno de<br />

éstos es pobre y el otro muy rico; pero este contristado<br />

con temores, consumido de melancolía, abrazado de codicia, nunca<br />

seguro, siempre inquieto, batallando con perpetuas contiendas y<br />

enemistades, que con estas miserias va acrecentando<br />

sobremanera su patrimonio, y con tales incrementos va acumulando


también grandísimos cuidados; y el de mediana hacienda, contento con<br />

su corto caudal,, acomodado a sus facultades, muy<br />

querido de sus deudos, vecinos confidentes y amigos, gozando de una<br />

paz dulce, piadoso en la religión, de corazón benigno, de cuerpo<br />

sano, ordenado en la vida, honesto en las costumbres y<br />

seguro en conciencia, No sé si pueda haber alguno tan necio que se<br />

atreva a poner en duda sobre a cuál de éstos, haya de preferir. Así,<br />

pues, como en estos dos hombres, así en dos familias, así<br />

en dos pueblos, así en dos reinos se sigue la misma razón de<br />

semejanza e igualdad, la cual, aplicada con acuerdo, si corrigiésemos<br />

los ojos de nuestro entendimiento, fácilmente advertiríamos dónde<br />

se halla la vanidad y dónde la felicidad; por lo cual, si se adora al<br />

verdadero Dios y le sirven con verdaderos sacrificios con buena vida<br />

y costumbres, es útil e importante que los buenos reinen<br />

mucho tiempo con crecidos honores; cuya felicidad no es precisamente<br />

útil a ellos solos, sino a aquellos sobre quienes reinan; pues por lo<br />

que se refiere a éstos, su religión y santidad (que son<br />

grandes dones de Dios) les basta para conseguir la verdadera<br />

felicidad, con la que pueden pasar dichosamente esta vida y después<br />

alcanzar la eterna. En la tierra se concede el reino a los buenos,<br />

no tanto por utilidad suya como de las cosas humanas; pero el reino<br />

que se da a los malos, antes es en daño de los que reinan, pues<br />

estragan y destruyen sus almas con la mayor libertad de pecar,<br />

aunque a los súbditos y a los que los sirven no les puede perjudicar<br />

sino su propio pecado; pues todos cuantos perjuicios causan los malos<br />

señores a los justos no es pena del pecado, sino prueba<br />

de la virtud, por tanto, el bueno, aunque sirva, es libre, y el malo,<br />

aunque reine, es esclavo, y no de sólo un hombre, sino, lo que es más<br />

pesado, de tantos señores como vicios le dominan, de los<br />

cuales, tratando la Escritura, dice: .<br />

CAPITULO IV<br />

Cuán semejante a los latrocinios son los reinos sin justicia<br />

Sin la virtud de la justicia, ¿qué son los reinos sino unos<br />

execrables latrocinios? Y éstos, ¿qué son sino unos reducidos reinos?<br />

Estos son ciertamente una junta de hombres gobernada por su príncipe<br />

la que está unida entre si con pacto de sociedad, distribuyendo el<br />

botín y las conquistas conforme a las leyes y condiciones que<br />

mutuamente establecieron. Esta sociedad, digo, cuando llega a crecer<br />

con el concurso de gentes abandonadas, de modo que tenga ya lugares,<br />

funde poblaciones fuertes, y magnificas, ocupe ciudades y sojuzgue<br />

pueblos, toma otro nombre más ilustre llamándose reino,<br />

al cual se le concede ya al descubierto, no la ambición que ha<br />

dejado, sino la libertad, sin miedo de las vigorosas leyes que se le<br />

han añadido; y por eso con mucha gracia y verdad respondió un<br />

corsario, siendo preso, a Alejandro Magno, preguntándole este rey qué<br />

le parecía cómo tenía inquieto y turbado el mar, con arrogante<br />

libertad le dijo: y ¿qué te parece a ti cómo tienes conmovido y<br />

turbado todo el mundo? Mas porque yo ejecuto mis piraterías con un<br />

pequeño bajel me llaman ladrón, y a ti, porque las haces con<br />

formidables ejércitos, te llaman rey.<br />

CAPITULO V<br />

De los gladiadores fugitivos, cuyo poder vino a ser semejante a la<br />

dignidad real<br />

Por lo cual dejo de examinar qué clase de hombres fueron los que<br />

juntó Rómulo para la fundación de su nuevo Estado, resultando en<br />

beneficio suyo la nueva creación del Imperio; pues que se valió<br />

de este medio para que con aquella nueva forma de vida, en la que<br />

tomaban parte y participaban de los intereses comunes de la nueva<br />

ciudad, dejasen el temor de las personas que merecían por


sus demasías, y este temor los impelía a cometer crímenes más<br />

detestables, y desde entonces viviesen con más sosiego entre los<br />

hombres. Digo que el Imperio romano, siendo ya grande y poderoso<br />

con las muchas naciones que había sujetado, terrible su nombre a las<br />

demás, experimentó terribles vaivenes de la fortuna, y temió con<br />

justa razón, viéndose con gran dificultad para poder escapar de<br />

una terrible calamidad, cuando ciertos gladiadores, bien pocos en<br />

número, huyéndose a Campania de la escuela donde se ejercitaban,<br />

juntaron un formidable ejército que, acaudillado por tres<br />

famosos jefes, destruyeron cruelmente gran parte de Italia Dígannos:<br />

¿qué dios ayudó a los rebeldes para que, de un pequeño latrocinio,<br />

llegasen a poseer un reino, que puso terror a tantas y tan<br />

exorbitantes fuerzas de los romanos? ¿Acaso porque duraron poco<br />

tiempo se ha de negar que no les ayudó Dios, como si la vida de<br />

cualquier hombre fuese muy prolongada? Luego, bajo este<br />

supuesto, a nadie favorecen los dioses para que reine, pues todos se<br />

mueren presto, ni se debe tener por beneficio lo que dura poco tiempo<br />

en cada hombre, y lo que en todos se desvanece como<br />

humo. ¿Qué les importa a los que en tiempo de Rómulo adoraron los<br />

dioses, y hace, tantos años que murieron, que después de su<br />

fallecimiento haya crecido tanto el Imperio romano, mientras ellos<br />

están en los infiernos? Si buenas o malas, sus causas no interesan al<br />

asunto que tratamos, y esto se debe entender de todos los que por el<br />

mismo Imperio (aunque muriendo unos, y sucediendo en<br />

su lugar otros, se extienda y dilate por largos años), en pocos días<br />

y con otra vida lo pasaron presurosa y arrebatadamente, cargados y<br />

oprimidos con el insoportable peso de sus acciones criminales.<br />

Y si, con todo, los beneficios de un breve tiempo se deben<br />

atribuir al favor y ayuda de los dioses, no poco ayudaron a los<br />

gladiadores, que rompieron las cadenas de su servidumbre y<br />

cautiverio, huyeron y se pusieron en salvo, juntaron un ejército<br />

numeroso y poderoso, y obedeciendo a los consejos y preceptos de sus<br />

caudillos y reyes, causando terror a la formidable Roma,<br />

resistiendo con valor y denuedo a algunos generales romanos, tomaron<br />

y saquearon muchas poblaciones, gozaron de muchas victorias y de los<br />

deleites que quisieron, hicieron todo cuanto les<br />

proponía su apetito, eso mismo hicieron, hasta que finalmente fueron<br />

vencidos (cuya gloria costó bastante sangre a los romanos), y<br />

vivieron reinando con poder y majestad. Pero descendamos a<br />

asuntos de mayor momento.<br />

CAPITULO VI<br />

De la codicia del rey Nino, que por extender su dominio fue el<br />

primero que movió guerra a sus vecinos<br />

Justino, que, siguiendo a Trogo Pompeyo, escribió un compendio, de la<br />

Historia griega, o, por mejor decir, universal, comienza su obra de<br />

esta manera: ;<br />

y más adelante añade:


provincias y naciones de todo el Oriente.> Sea lo que fuere el<br />

crédito que se debe dar a Justino o a Trogo (porque otras historias<br />

más verdaderas manifiestan que mintieron en algunos particulares);<br />

con todo, consta también entre los otros escritores que el rey<br />

Nino fue el que extendió fuera de los límites regulares el reino de<br />

los asirios, durando por tan largos años, que el Imperio romano no ha<br />

podido igualársele en el tiempo; pues según escriben los<br />

cronologistas, el reino de los asirios, contando desde el primer año<br />

en que Nino empezó a reinar hasta que pasó a los medos, duró mil<br />

doscientos cuarenta años El mover guerra a sus vecinos,<br />

pasar después a invadir a otros, afligir y sujetar los pueblos sin<br />

tener para ello causa justa, sólo por ambición de dominar, ¿cómo debe<br />

llamarse sino un grande latrocinio?<br />

CAPITULO VII<br />

Si los dioses han dado o dejado de dar su ayuda a los reinos de la<br />

tierra para su esplendor y decadencia<br />

Si el reino de los asirios fue tan opulento y permaneció por tantos<br />

siglos sin el favor de los dioses, ¿por qué el de los romanos, que se<br />

ha extendido por tan dilatadas regiones y ha durado tantos<br />

años, se ha de atribuir su permanencia a la protección de los dioses<br />

de los romanos, cuando lo mismo pasa en el uno y en el otro? Y si<br />

dijesen que la conservación de aquél debe atribuirse también<br />

al auxilio y favor de los dioses, pregunto: De qué dioses? Si las<br />

otras naciones que domó y sujetó Nino no adoraban entonces otros<br />

dioses, o si tenían los asirios dioses propios que fuesen como<br />

artífices más diestros para fundar y conservar Imperios, pregunto: ¿<br />

Se murieron, acaso, cuando ellos perdieron igualmente el Imperio? ¿O<br />

por qué no les recompensaron sus penosos cuidados, o<br />

por qué ofreciéndoles mayor recompensa, quisieron más pasarse a los<br />

medos, y de aquí otra vez, convidándolos Ciro y proponiéndolos tal<br />

vez partidos más ventajosos, a los persas? Los cuales, en<br />

muchas y dilatadas tierras de Oriente, después del reino de Alejandro<br />

de Macedonia, que fue grande en las posesiones y brevísimo en su<br />

duración, todavía perseveran hasta ahora en su reino. Y si<br />

esto es cierto, o son infieles los dioses que, desamparando a los<br />

suyos, se pasan a los enemigos (cuya traición no ejecutó Camilo,<br />

siendo hombre, cuando habiendo vencido y conquistado para<br />

Roma una ciudad, su mayor émula y enemiga, ella le correspondió<br />

ingrata, a la cual, a pesar de este desagradecimiento, olvidado<br />

después de sus agravios y acordándose del amor de su patria, la<br />

volvió a librar segunda vez de la invasión de los galos) o no son tan<br />

fuertes y valerosos cómo es natural sean los dioses, pues pueden ser<br />

vencidos por industria o por humanas fuerzas; o cuando<br />

traen en sí guerra no son los hombres quienes vencen a los dioses,<br />

sino que acaso los dioses propios de una ciudad vencen a los otros.<br />

Luego también estos falsos númenes se enemistan<br />

mutuamente, defendiendo cada uno a los de su partido. Luego no debió<br />

Roma adorar más a sus dioses que a los extraños, por quienes eran<br />

favorecidos sus adoradores. Finalmente, como quiera<br />

que sea este paso, huida o abandono de los dioses en las batallas,<br />

con todo, aún no se había predicado en aquellos tiempos y en aquellas<br />

tierras el nombre de Jesucristo cuando se perdieron tan<br />

poderosos reinos o pasaron a otras manos su poder y majestad con<br />

crueles estragos y guerras; porque si al cabo de mil doscientos años<br />

y los que van hasta que se arruinó el Imperio de los asirios,<br />

predicara ya allí la religión cristiana otro reino eterno, y<br />

prohibiera la sacrílega adoración, de los falsos dioses, ¿qué otra<br />

cosa dijeran los hombres ilusos de aquella nación, sino que el reino<br />

que había<br />

existido por tantos años no se pudo perder por otra causa sino por<br />

haber desamparado su religión y abrazado la cristiana? En esta<br />

alucinación, que pudo suceder, mírense éstos como en un espejo<br />

y tengan pudor, si acaso conservan alguno, de quejarse de semejante


acaecimientos; aunque la ruina del Imperio romano más ha sido<br />

aflicción que mudanza, la que le acaeció igualmente en otros<br />

tiempos muy anteriores a la promulgación del nombre de Jesucristo y<br />

de su ley evangélica, reponiéndose al fin de aquella aflicción; y por<br />

eso no debemos desconfiar en esta época, porque en esto,<br />

¿quién sabe la voluntad de Dios?<br />

CAPITULO VIII<br />

Qué dioses piensan los romanos que les han acrecentado y conservado<br />

su imperio, habiéndoles parecido que apenas se podía encomendar a<br />

estos dioses, y cada uno de por si, el amparo de una<br />

sola cosa<br />

Parece muy a propósito veamos ahora entre la turba de dioses que<br />

adoraban los romanos cuáles creen ellos fueron los que acrecentaron o<br />

conservaron aquel Imperio. ¿Por qué en empresa tan<br />

famosa y de tan alta dignidad no se atreven a conceder alguna parte<br />

de gloria a la diosa Cloacina, o la Volupia, llamada así de<br />

coluptale, que es el deleite, o la Libentina, denominada así de<br />

libidini,<br />

que es el apetito torpe, o al Vaticano, que preside a los llantos de<br />

las criaturas, o la Cunina, que cuida sus cunas? ¿Y cómo pudiéramos<br />

acabar de referir en un solo lugar de este libro todos los nombres<br />

de los dioses o diosas, que apenas caben en abultados volúmenes,<br />

dando a cada dios un oficio propio y peculiar para cada ministerio?<br />

No se contentaron, pues, con encomendar el cuidado del<br />

campo a un dios particular, sino que encargaron la labranza rural a<br />

Rusina, las cumbres de los montes al dios Jugatino, los collados a la<br />

diosa Colatina, los valles a Valona. Ni tampoco pudieron hallar<br />

una Segecia, tal que de una vez se encargase y cuidase de las mieses,<br />

sino que las mieses sembradas, en tanto que estaban debajo de la<br />

tierra, quisieron que las tuviese a su cargo la diosa Seya; y<br />

cuando habían ya salido de la tierra y criado caña y espiga, la diosa<br />

Segecia; y el grano ya cogido y encerrado en las trojes para que se<br />

guardase seguramente, la diosa Tutilina; para lo cual no<br />

parecía bastante la Segecia, mientras la mies llegaba desde que<br />

comenzaba a verdeguear hasta las secas aristas. Y, con todo eso, no<br />

bastó a los hombres amantes de los dioses este desengaño<br />

para evitar que la miserable alma no se sujetase torpemente a la<br />

turba de los demonios, huyendo los castos abrazos de un solo Dios<br />

verdadero. Encomendaron, pues, a Proserpina los granos que<br />

brotan y nacen; al dios Noduto los nudos y articulaciones de las<br />

cañas; a la diosa Volutina los capullos y envoltorios de las espigas,<br />

y a la diosa Patelena, cuando se abren estos capullos para que<br />

salga la espiga; a la diosa Hostilina, cuando las mieses se igualan<br />

con nuevas aristas, porque los antiguos, al igualar, dijeron hostire;<br />

a la diosa Flora, cuando las mieses florecen; a Lacturcia, cuando<br />

están en leche; a la diosa Matura, cuando maduran; a la diosa<br />

Runcina, cuándo los arrancan de la tierra; y no lo refiero todo,<br />

porque me ruborizo de lo que ellos no se avergüenzan. Esto he dicho<br />

precisamente para que se entienda que de ningún modo se atreverán a<br />

decir que, estos dioses fundaron, acrecentaron y conservaron el<br />

Imperio romano; pues en tal conformidad daban a cada uno<br />

su oficio, pues a ninguno encargaban todos en general. ¿Cuándo<br />

Segecia había de cuidar del Imperio, si no era lícito cuidar a un<br />

mismo tiempo de las mieses y de los árboles? ¿Cuándo había de<br />

cuidar de las armas Cunina, si su poder no se extendía más que a<br />

velar sobre las cunas de los niños? ¿Cuándo Noduto les había de<br />

ayudar en la guerra, si su poder ni siquiera se extendía al<br />

cuidado del capullo de la espiga, sino tan sólo a los nudos de la<br />

caña? Cada uno pone en su casa un portero, y porque es hombre, es,<br />

sin duda, bastante. Estos pusieron tres dioses: Fórculo, para<br />

las puertas; Cardea, para los quicios; Limentino, para los umbrales.<br />

¿Acaso era imposible que Fórculo pudiese cuidar juntamente de las<br />

puertas, quicios y umbrales?


CAPITULO IX<br />

Si la grandeza del imperio romano y el haber durado tanto se debe<br />

atribuir a Júpiter, a quien sus adoradores tienen por el supremo de<br />

los dioses<br />

Dejada, pues, a un lado por tiempo breve la turba de estos dioses<br />

particulares, es necesario pasemos a indagar el oficio y cargo de los<br />

dioses mayores, con que Roma ha llegado a creer en tanto<br />

grado que ha tenido el dominio sobre tantas naciones crecido número<br />

de siglos. Luego, en efecto, esta gloria se debe a Júpiter Optimo<br />

Máximo, ya que quieren que éste sea el rey de todos los dioses<br />

y diosas; lo cual manifiesta su cetro y la elevada roca Tarpeya en el<br />

Capitolio. De este dios refieren, aunque por un poeta, que se dijo<br />

muy bien Jovis omnia plena, que todo estaba lleno de Júpiter.<br />

Este -cree Varrón- es el que adoraban también los que veneran a un<br />

solo dios sin necesidad de imágenes, aunque le llaman con otro<br />

nombre; y si esto es así ¿por qué le trataron tan mal en Roma,<br />

así como algunos, igualmente, entre las de-más naciones, erigiéndole<br />

estatuas, lo cual al mismo Varrón le desconcertó tanto, que con ser<br />

contra el uso y depravada costumbre de una ciudad tan<br />

populosa, no dudó en escribir que los que en los pueblos instituyeron<br />

estatuas les quitaron el temor y les añadieron error?<br />

CAPITULO X<br />

Las opiniones que siguieron los que pusieron diferentes dioses en<br />

diversas partes del mundo<br />

Y ¿por qué ponen a su lado también a su esposa, Juno, y permiten que<br />

ésta se llame hermana y esposa? Por qué motivo por Júpiter entendemos<br />

el cielo, y por Juno el aire, siendo así que estos dos<br />

elementos están juntos, el uno más alto y el otro más bajo? Luego no<br />

es aquel dé quien se dijo que todo estaba lleno de Júpiter, si alguna<br />

parte la llena también Juno. ¿Por ventura cada uno de ellos<br />

hinche el cielo y el aire, y ambos están juntamente en estos dos<br />

elementos y en cada uno de ellos? ¿Por qué causa atribuyen el cielo a<br />

Júpiter y el aire a Juno? Finalmente, si estos dos solos fuesen<br />

bastantes, ¿para qué el mar le atribuyen a Neptuno, y la tierra a<br />

Plutón? Y porque éstos no estuvieran tampoco sin sus mujeres, les<br />

añadieron, a Neptuno, Salacia, y a Plutón, Proserpina; pues así<br />

como Juno, dicen, ocupa la parte inferior del cielo, esto es, el<br />

aire, así Salacia ocupa la parte inferior del mar, y Proserpina la de<br />

la tierra. Buscan solícitos estratagemas para sostener sus fábulas, y<br />

no<br />

las hallan; pues si esto fuese así, sus mayores mejor dijeran que los<br />

elementos del mundo eran tres, que no cuatro, para que a cada<br />

elemento le cupiera su casamiento con los dioses; no obstante, es<br />

cierto que afirman ser una cosa el cielo y otra el aire; y el agua,<br />

ya sea la de arriba o la de abajo, seguramente sea agua. Pero supongo<br />

que sea diferente; ¿acaso es tanta la diferencia que la inferior<br />

no sea agua? Y la tierra, ¿qué puede ser otra cosa que tierra, por<br />

más diferente que sea, y más cuando con estos tres o cuatro elementos<br />

estará ya perfeccionado todo el mundo corpóreo? Minerva,<br />

¿dónde estará? ¿Qué lugar ocupará? ¿Cuál llenará? Ya, juntamente con<br />

los otros, la tienen puesta en el Capitolio, aunque no es hija de<br />

ambos; y si dicen que Minerva ocupa la parte superior del<br />

cielo, y por esta causa fingen los Poetas que nació de la cabeza de<br />

Júpiter, ¿por qué motivo no tienen a ésta por reina de los dioses,<br />

que es superior a Júpiter? ¿Es por ventura porque es impropio<br />

preferir una hija a su padre'? Y si ésta es la causa, ¿por qué no se<br />

hizo esta justicia a Saturno con el mismo Júpiter? ¿Es por ventura<br />

porque fue vencido? ¿Luego pelearon? De ninguna manera,<br />

dicen, sino que esto es cosa de fábulas. Sea así enhorabuena; no<br />

creamos a las fábulas y tengamos mejor concepto de los dioses; mas ¿


por que no le han dado al padre de Júpiter, ya que no lugar<br />

más alto, por lo menos uno igual en honra? Porque Saturno, dicen, es<br />

la longitud del tiempo. Luego adoran al tiempo los que adoran a<br />

Saturno, y suficientemente se nos insinúa que el rey de los<br />

dioses, Júpiter, es hijo del tiempo. ¿Qué expresión indigna se<br />

profiere cuando se dice que Júpiter y Juno son hijos del tiempo, si<br />

él es el Cielo y ella la Tierra, supuesto que el Cielo y la Tierra<br />

son<br />

cosas criadas? Esto también lo confiesan sus doctos y sabios en sus<br />

libros, y no lo tomo de ficciones poéticas, sino de los libros de los<br />

filósofos, donde dijo Virgilio: ; esto es, en el regazo de la Tellus o Tierra, porque<br />

también quieren que haya algunas diferencias, y en la misma<br />

tierra una cosa piensan que es la Tierra, otra Tellus, otra Tellumón,<br />

y tienen a todos éstos como dioses, llamándolos con sus propios<br />

nombres y con sus oficios distintos, y reverenciando a cada uno<br />

en particular con sus aras y sacrificios. A la misma Tierra denominan<br />

también madre de los dioses; de modo que viene ya a ser más tolerable<br />

lo que fingen los poetas, si, según los libros de éstos, no<br />

los poéticos, sino los que tratan de su religión, Juno no sólo es<br />

hermana y mujer, sino también madre de Júpiter. Esta misma Tierra<br />

quieren que sea Ceres, la misma también, Vesta, aunque, por la<br />

mayor parte afirmen que Vesta no es sino el fuego que pertenece a los<br />

hogares, sin los cuales no puede pasar la ciudad, y que por esto le<br />

suelen servir las vírgenes, porque así como de la virgen no<br />

nace cosa alguna, tampoco del fuego, Toda esta vanidad fue preciso<br />

que la desterrase y deshiciese el que nació de la Virgen; porque ¿<br />

quién podría sufrir que tributando tanto honor al fuego y<br />

atribuyéndole tanta castidad, algunas veces no tenga pudor de decir<br />

que Vesta es también Venus, para que en sus siervas sea vana la<br />

virginidad tan estimada y honrada? Por que si Vesta fue<br />

Venus, ¿cómo la podría servir legítimamente las vírgenes no imitando<br />

a Venus? ¿Por ventura hay dos Venus, una virgen y otra casada? O, por<br />

mejor decir, hay tres: una, de las vírgenes, la cual se<br />

llama también Vesta; otra, de las casadas, y otra, de las camareras.<br />

A ésta también los fenicios ofrecían sus oblaciones, resultantes de<br />

la torpe ganancia que hacían sus hijas con sus cuerpos antes<br />

que las diesen en matrimonio a sus maridos. ¿Cuál de estas matronas<br />

es la de Vulcano? Sin duda que no, es la virgen, porque tiene mando,<br />

y por ningún caso será tampoco la ramera, porque no<br />

parece que hacemos agravio al hijo de Juno, auxiliar de Minerva;<br />

luego se infiere que ésta es la que pertenece a las casadas; pero no<br />

queremos que la imiten en lo que ella hizo con Marte. Otra vez,<br />

dicen, volvéis a las fábulas; mas ¿qué razón o qué justicia es ésta,<br />

agraviarse de ,nosotros porque hablamos de sus dioses y no agraviarse<br />

de sus propios cuando tan de buena gana se ponen a<br />

mirar en los teatros como se representan semejantes delitos de sus<br />

dioses, y, lo que es más increíble, si constantemente no se probase<br />

con la experiencia que estos mismos crímenes teatrales de sus<br />

dioses se instituyeron en honor de su divinidad?<br />

CAPITULO XI<br />

De muchos dioses que los maestros y doctores de los paganos defienden<br />

que son un mismo Júpiter<br />

Por más razones y argumentos filosóficos que quieran alegar, jamás<br />

podrán sostener que Júpiter es ya el alma de este mundo corpóreo que<br />

llena y mueve toda esta máquina, fabricada y compuesta<br />

de los cuatro elementos o de cuantos quisieren añadir; con tal que<br />

ceda su parte a su hermana y hermanos, ya sea el Cielo, de modo que<br />

tenga abrazada por encima a Juno, que es el aire y tiene<br />

debajo de sí; ya sea todo el Cielo, juntamente con el aire, y<br />

fertilice con fecundas lluvias y semillas la tierra, como a su mujer,<br />

y a la misma como a su madre; supuesto que tan extraña mezcla de


parentescos en los dioses no se tiene por acción criminal; ya porque<br />

no sea necesario discurrir particularmente por todas sus cualidades<br />

si es un solo dios, de quien creen algunos habló el poeta<br />

cuando dijo .<br />

Pues bien; el que en el Cielo es Júpiter; en el aire, Juno; en el<br />

mar, Neptuno; en las partes inferiores del mar, Salacia; en la<br />

tierra, Plutón; en la parte inferior de la tierra, Proserpina; en los<br />

domésticos hogares, Vesta en las fraguas de los herreros, Vulcano; en<br />

los<br />

astros, el Sol, Luna y Estrellas; en los adivinos, Apolo; en las<br />

mercaderías, Mercurio; en Jano, el que comienza; en Término, el que<br />

acaba; en el tiempo, Saturno; Marte y Belona, en las guerras;<br />

Uber, en las viñas; Ceres, en las mieses; Diana, en las selvas;<br />

Minerva, en los ingenios; finalmente, sea Júpiter también la turba de<br />

dioses plebeyos; él sea el que preside, con el nombre de Libero, a<br />

la semilla o virtud generativa de los varones, y con nombre dc Ubera,<br />

a la de las mujeres; él sea Diespiter, el que lleva a feliz término<br />

los nacimientos; él sea la diosa Mena, a quien encargaron los<br />

menstruos de las mujeres; él sea Lucina, a quien invocan las que<br />

paren; él sea el que ayuda a los que nacen, recibiéndolos en el<br />

regazo de la tierra, y llámese Opis, el que en los llantos de las<br />

criaturas<br />

les abra la boca, y Ilámese dios Vaticano el que las levante de<br />

la tierra, y llámese la diosa Levana; el que tenga cuenta de las<br />

cunas, llámese diosa Cunina; no sea otro sino sea el mismo en<br />

aquellas diosas que dicen su suerte a, los que nacen, y se llaman<br />

Carmentes; tenga cargo de los sucesos fortuitos, y llámese Fortuna;<br />

ya representando a la diosa Ruma, dé leche a las criaturas,<br />

porque los antiguos al pecho llamaban ruma; en la diosa Potina, dé de<br />

beber bebida; en la diosa Educa, la comida; del pavor de los niños<br />

llámese Pavencia; de la esperanza que viene, Venilla; del<br />

deleite, Volupia; del acto generativo, Agenoria; de los estímulos con<br />

que se mueve el hombre con exceso al acto sexual llámese la diosa<br />

Estímula; sea la diosa Estrenua haciéndole estrenuo y<br />

diligente; Numeria, que le enseñe a numerar y contar; Camena, a<br />

cantar; él sea el dios Conso dándole consejos, los que<br />

particularmente no son adorados, ¿cómo no temen, habiendo aplacado a<br />

tan<br />

pocos, vivir teniendo airado contra si a todo el Cielo? Y si adoran y<br />

tributan culto a todas las estrellas, porque están contenidas en<br />

Júpiter, a quien reverencian, con este atajo pudieran en él solo<br />

venerar a todos, pues así ninguna se enojara, pues que, en sólo<br />

Júpiter se rogaba a todas, y ninguna era despreciada; mas adorando a<br />

unas se daría justa causa a otras de enojarse por ser<br />

adoradas las cuales son muchas más, sin comparación, mayormente<br />

cuando estando ellas resplandecientes desde su elevado asiento, se<br />

les prefiera hasta el mismo Príapo desnudo y torpemente<br />

armado.<br />

CAPITULO XII<br />

De la opinión de los que pensaron que Dios era el alma del mundo y<br />

que el mundo era el cuerpo de Dios<br />

Y ¿qué diremos del otro absurdo? ¿Acaso no es asunto que debe excitar<br />

los ingenios expertos, y aun a los que no sean muy agudos? En este<br />

punto no hay necesidad de poseer elevada excelencia<br />

de ingenio para que, dejada la manía de porfiar, pueda<br />

cualquiera advertir que, si Dios es el alma del mundo, y que respecto<br />

de esta alma el mundo se considera como cuerpo, de suerte que<br />

sea un animal que conste de alma y cuerpo; Y si este dios es un seno<br />

de la Naturaleza que en sí mismo contiene todas las cosas, de modo<br />

que de su alma, que vivifica toda esta máquina, se<br />

extraigan y tomen las vidas y almas de todos los vivientes, conforme<br />

a la suerte de cada uno que nace, no puede quedar de modo alguno cosa


que no sea parte de Dios; y si esto es verdad, ¿quién<br />

no echa de ver la gran irreverencia e inconciencia que se sigue de<br />

que pisando uno cualquier cosa haya de pisar y hollar parte de Dios,<br />

y que matando cualquier animal haya de matar parte de<br />

Dios? No quiero referir todas las reflexiones que pueden ocurrir a<br />

los que lo consideraren maduramente, y no se pueden indicar sin<br />

pudor.<br />

CAPITULO XlII<br />

De los que dicen que sólo los animales racionales son parte del que<br />

es un solo Dios<br />

Y si se obstinan en sostener la errada máxima de que solamente los<br />

animales racionales, como son los hombres, son partes de Dios, no<br />

puedo comprender cómo, si todo el mundo es Dios, separan<br />

de sus partes a las bestias. Pero ¿a qué es necesario porfiar? Del<br />

mismo animal, esto es, del hombre, ¿qué mayor extravagancia pudiera<br />

creerse si se intentara defender que azotan parte de Dios<br />

cuando azotan a un muchacho? Pues querer hacer a las partes de Dios<br />

lascivas, perversas, impías y totalmente culpables, ¿quién lo podrá<br />

sufrir, sino el que del todo estuviere loco? Finalmente,<br />

¿para qué se ha de enojar con los que no le adoran, si sus partes son<br />

las que no le veneran? Resta, pues, que digan que todos los dioses<br />

tienen sus peculiares vidas, que cada uno vive de por sí y<br />

que, ninguno de ellos es parte de otro, sino que se deben adorar<br />

todos los que pueden ser conocidos y adorados, porque son tantos, que<br />

no todos lo pueden ser, y entre ellos, como Júpiter preside<br />

como rey, entiendo se persuaden que él les fundó y acrecentó el<br />

Imperio romano. Y si este prodigio no le obró esta deidad suprema, ¿<br />

cuál será el que creerán pudo emprender obra tan majestuosa<br />

estando ocupados todos los, demás en sus oficios y cargos propios,<br />

sin que nadie se entremeta en el cargo del otro? ¿Luego puede ser que<br />

el rey de los dioses propagase y amplificase el reino de<br />

los hombres?<br />

CAPITULO XIV<br />

Que sin razón atribuyen a Júpiter el aumento de los reinos, pues si,<br />

como dicen, la victoria es odiosa, ella sola bastará para este<br />

negocio<br />

Pregunto ahora lo primero: ¿por qué también el mismo reino no es<br />

algún dios? ¿Y por qué no lo será así, si la victoria es dios? ¿O<br />

qué, necesidad hay de Júpiter en este asunto si nos favorece la<br />

Victoria, la tenemos propicia y siempre acude en favor de los que<br />

quiere que sean vencedores? Con el socorro y favor de esta diosa,<br />

aunque esté quedo e inmóvil Júpiter, y ocupado en otros<br />

negocios, ¿qué naciones no se sujetaran? ¿Qué reinos no se rindieran?<br />

¿Es acaso porque aborrecen los buenos el pelear con injusta causa, y<br />

provocar con voluntaria guerra por el ansia de dilatar<br />

los términos de su Imperio a los vecinos que están pacíficos y no<br />

agravian ni causan perjuicios a sus comarcanos? Verdaderamente que si<br />

así lo sienten, lo apruebo y alabo.<br />

CAPITULO XV<br />

Si conviene a los buenos querer extender su reino<br />

Consideren, pues, con atención, no sea ajeno del proceder de un<br />

hombre de bien el gustar de la grandeza de! reino, porque el ser<br />

malos aquellos a quienes se declaró justamente la guerra sirvió<br />

para que creciese el reino, el cual sin duda fuera pequeño y limitado<br />

si la quietud y bondad de los vecinos comarcanos, con alguna injuria,<br />

no provocara contra sí la guerra; pero si permaneciesen<br />

con tanta felicidad las cosas humanas, gozando los hombres con


quietud de sus haberes, todos los reinos fueran pequeños en sus<br />

limites, viviendo alegres con la paz y concordia de sus vecinos, y<br />

así hubiera en el mundo muchos reinos de diferentes naciones, así<br />

como hay en Roma infinitas casas compuestas de un número considerable<br />

de ciudadanos; y por eso el suscitar guerras y<br />

continuarías, como el dilatar del reino, sojuzgando gentes y pueblos,<br />

a los malos les parece felicidad y a los buenos necesidad; mas porque<br />

sería peor que los malos, procaces e injuriosos, se enseñoreasen<br />

de los buenos y pacíficos, no fuera de propósito, sino muy<br />

al caso, se llama también este trastorno felicidad. Con todo,<br />

seguramente, es dicha más apreciable tener amigo a un buen vecino<br />

que sujetar por fuerza al malo belicoso. Perversos deseos son desear<br />

tener odios y temores, para poder tener triunfos. Luego si<br />

sosteniendo juntos guerras, no impías ni injustas, pudieron los<br />

romanos conquistar un Imperio tan dilatado, ¿acaso deben o están<br />

obligados a adorar igualmente como a diosa a la injusticia ajena?<br />

Pues observamos que ésta cooperó mucho para conseguir esta<br />

grandeza y posesión vasta del Imperio, en atención a que ella misma<br />

formaba malévolos, para que hubiese con quien sostener justa guerra,<br />

y así acrecentar el Imperio; ¿y por qué motivo no será<br />

diosa del mismo modo la maldad, a lo menos de las otras naciones, si<br />

el Pavor, la Palidez y la Fiebre merecieron ser diosas de los<br />

romanos? Así que con estas dos, esto es, con la maldad ajena y<br />

con la diosa Victoria, levantando las causas y ocasiones de la guerra<br />

la maldad, y acabándola con dicho fin la Victoria, creció el Imperio<br />

sin hacer nada Júpiter; porque ¿qué parte pudiera tener aquí<br />

Júpiter, supuesto que los sucesos que pudieran considerarse como<br />

beneficios suyos los tienen por dioses, los llaman dioses y los<br />

adoran como dioses, y a éstos llaman e invocan en vez de sus<br />

partes? Aunque pudieran tener aquí alguna parte si él se llamara<br />

también reino, como se llama la otra victoria; y si el reino es don y<br />

merced de Júpiter, ¿por qué no ha de tenerse la victoria por<br />

beneficio suyo? Y, sin duda, se tuviera por tal, si conocieran y<br />

adoraran, no a la pedirían en el Capitolio, sino al verdadero Rey de<br />

Reyes y Señor de Señores.<br />

CAPITULO XVI<br />

Cuál fue la causa por que, atribuyendo los romanos a cada cosa y a<br />

cada movimiento su dios, pusieron el templo de la Quietud fuera de<br />

las puertas de Roma<br />

Pero me causa grande admiración el observar que, atribuyendo los<br />

romanos su dios respectivo a cada objeto, y a casi todos los<br />

movimientos naturales en particular, llamando diosa Agenoria a la que<br />

los excita a obrar; diosa Estímula a la que los estimulaba con exceso<br />

a obrar desordenadamente; diosa Murcia, a la que con demasía los<br />

dejaba mover y hacía al hombre, como dice Pomponio,<br />

murcidum; esto es, demasiado flojo e inactivo; diosa Estrenía, a la<br />

que los hacía diligentes. A todos estos dioses y diosas les señalaron<br />

públicas fiestas; pero a la que llamaban Quietud, porque<br />

concedía quietud y descanso, teniendo su templo fuera de la puerta<br />

Colina, no quisieron recibirla públicamente. Ignoro si fue esta<br />

deliberación indicio seguro de su ánimo inquieto, o si acaso nos<br />

quisieron dar a entender que él que adoraba aquella turba, no de<br />

dioses verdaderos, sino de demonios, no podía gozar de quietud y<br />

reposo, a que nos llama y con vida el verdadero médico,<br />

diciendo: .<br />

CAPITULO XVII<br />

Pregúntase si, teniendo Júpiter el poder supremo, se debió tener por<br />

diosa a la Victoria<br />

¿Dirán seguramente que Júpiter es quien envía con los mensajes


felices a la diosa Victoria, y que ella, como, obediente al rey de<br />

los dioses, va adonde él se lo manda y allí hace su residencia? Esta<br />

particular prerrogativa se dice con verdad no de aquel Júpiter, a<br />

quien según su opinión suponen rey de los dioses, sino de aquel<br />

verdadero rey de los siglos, que envía no la victoria, que no es<br />

sustancia, sino a su ángel, haciendo que venza el que le ama de<br />

corazón, cuyo consejo y altas disposiciones pueden ser ocultas, pero<br />

no injustas;, que si la Victoria es diosa, ¿por qué no es dios<br />

también el Triunfo y se une con la Victoria, como marido, o como<br />

hermano, o como hijo? Tales absurdos idearon los antiguos gentiles,<br />

respecto de sus dioses, los cuales si los poetas lo fingieran y<br />

nosotros los reprendiéramos, respondieran que eran ridículas patrañas<br />

de los poetas, y no cualidades que se debían atribuir a los<br />

verdaderos dioses. Con todo, no se reían de sí mismos no digo<br />

cuando leían semejantes desatinos en los poetas, pero ni cuando los<br />

adoraban en sus templos; y en tales circunstancias debieran, pues,<br />

suplicar y dirigir sus oraciones a Júpiter en todas sus<br />

necesidades, acudieron a él solo con sus votos y ruegos; porque si la<br />

Victoria es diosa y está subordinada a este rey, no pudiera o no se<br />

atreviera a contradecirle, antes más bien cumplirla<br />

exactamente su voluntad.<br />

CAPITULO XVIII<br />

Por qué tuvieron por dioses distintos a la Felicidad y a la Fortuna<br />

Supuesto que la Felicidad es también diosa, le fue erigido templo,<br />

mereció ara, le dedicaron ceremonias propias; luego debieran adorar a<br />

ésta sola, porque donde ésta se halle, ¿qué bien no habrá?<br />

Pero ¿qué significa que del mismo modo tienen y adoran por diosa la<br />

Fortuna? ¿Es, por ventura, una cosa la felicidad y otra la fortuna?<br />

Sin duda, la fortuna puede ser también mala; pero la felicidad,<br />

si fuera mala, no será felicidad; pues ciertamente todos los dioses<br />

varones y hembras (si es que en ellos hay diferencia de sexos) no los<br />

debemos tener sino por buenos. Esto lo enseña Platón y lo<br />

enseñan otros filósofos y los más insignes príncipes de los pueblos.<br />

Y como la diosa Fortuna a veces es buena y a veces es mala, ¿acaso<br />

cuando es mala no es diosa, sino que de repente se<br />

convierte en espíritu maligno? ¿Cuántas son estas diosas? Sin duda,<br />

cuantos son los hombres afortunados; esto es, de buena fortuna;<br />

porque habiendo otros muchos juntamente, esto es, en una<br />

misma época, de mala fortuna, pregunto: si ella fuera tal, ¿sería<br />

juntamente buena y mala; para esto, una, y para los otros, otra? O la<br />

que es diosa, ¿es acaso siempre buena? Luego de esta manera<br />

ella es la felicidad, y si lo es, ¿para qué las ponen diversos<br />

nombres? Pero esto, dicen, se puede sufrir, porque también<br />

acostumbramos llamar a una misma cosa con diferentes nombres. ¿A qué<br />

vienen entonces diversos templos, diversas aras y sacrificios? Dicen<br />

que la causa es porque felicidad es la que tienen los buenos por sus<br />

merecimientos; pero la fortuna que se dice buena viene<br />

fortuitamente a los buenos y a los malos, sin tener en cuenta sus<br />

méritos, y por eso se, llama también fortuna. ¿Cómo es buena la que<br />

sin juicio ni discreción viene a los buenos y a los malos? ¿Y para<br />

qué la adoran siendo tan ciega y ofreciéndose a cada paso a cualquier<br />

persona, de modo que por la mayor parte desampara a los que la adoran<br />

y se hace de la parte de los que la desprecian? Y si<br />

es que aprovechan o sacan alguna utilidad los que la tributan culto<br />

de manera que ella los atienda y los ame, y tiene en cuenta los<br />

méritos y no viene por acaso. ¿Dónde está, pues, aquella definición<br />

de la Fortuna? ¿Y por qué se llamó Fortuna del caso fortuito? Porque<br />

es cierto que no aprovecha el rendirla adoración si es fortuna; pero<br />

si acude a sus devotos, y a los que la reverencian, de modo<br />

que utilizase su influjo, no es fortuna. ¿O es que Júpiter la puede<br />

enviar donde quiera? Entonces adórenle sólo a él; porque no puede<br />

resistir a sus mandatos ni dejar de ir adonde Júpiter quisiere.<br />

Pero, en fin, adórenla si quieren los malos, que no se preocupan de


adquirir méritos con que granjear el afecto de la diosa Felicidad.<br />

CAPITULO XIX<br />

De la Fortuna femenil<br />

Tanto poder atribuyen a esta diosa que llaman Fortuna, que la estatua<br />

que la dedicaron las matronas y se llamó Fortuna femenil refieren que<br />

habló y dijo, no una vez, sino dos, que legítimamente la<br />

habían dedicado las matronas, de lo cual, dado que sea verdad, no hay<br />

por qué maravillarnos: porque el engañarnos de este modo no es<br />

difícil a los malignos espíritus, cuyas cautelas debieran éstos<br />

advertir mucho mejor por este ejemplar, viendo que, habló una diosa<br />

que socorre por acaso y no por méritos, supuesto que vino a ser la<br />

fortuna parlera y la felicidad muda, ¿y con qué objeto, sino<br />

para que los hombres no cuidasen de vivir bien, habiendo ganado para<br />

sí la Fortuna que los puede hace? dichosos sin ningún merecimiento<br />

suyo? Si la Fortuna había de hablar, por lo menos<br />

hablara no la mujeril, sino la varonil, a fin de que no pareciese que<br />

las mismas que habían dedicado la estatua habían también fingido tan<br />

gran portento por la locuacidad de las mujeres.<br />

CAPITULO XX<br />

De la virtud y fe, a quienes los paganos honraron con templos y<br />

sacrificios, dejándose otras cosas buenas que asimismo debían adorar,<br />

si se concedía rectamente a las otras la divinidad<br />

Hicieron asimismo diosa a la Verdad, y si en realidad lo fuera,<br />

debiera ser preferida a muchas; pero supuesto que no es diosa, sino<br />

un don particular de Dios, pidámosla a Aquel que solamente la<br />

puede dar, y desaparecerá como humo toda la canalla de los dioses<br />

falsos. Mas ¿por qué motivo tuvieron por diosa a la Fe y la dedicaron<br />

templo y altar, a quien el que prudentemente lo reconoce,<br />

se convierte a sí mismo en templo y morada para ella? ¿Y de dónde<br />

saben ellos qué cosa sea fe, cuyo primero y principal deber es que se<br />

crea en el verdadero Dios? ¿Y por qué no se contentaron<br />

con sola la Virtud? ¿Por ventura no está allí también la fe, pues<br />

observaron que la virtud se divide en cuatro especies: prudencia,<br />

justicia, fortaleza y templanza? Y cómo cada una de éstas tienen sus<br />

especies subalternas, debajo de la justicia está comprendida la fe, y<br />

tiene el primer lugar entre cualquiera de nosotros que sabe lo que<br />

es: Justos ex fide vivit, ; pero me<br />

admiro de estos que tienen ansia por aglomerar dioses. ¿Cómo o por<br />

qué causa, si la Fe es diosa, agraviaron a otras diosas sin hacer<br />

caso de ellas a quienes asimismo pudieran dedicar templos y<br />

aras? ¿Por qué no mereció ser diosa la templanza, habiendo alcanzado<br />

con su nombre no pequeña gloria algunos príncipes romanos? ¿Por qué<br />

razón, finalmente, no es diosa la fortaleza, la que<br />

favoreció a Murcio cuando extendió su diestra sobre las llamas; la<br />

que favoreció a Murcio cuando se arrojó por la defensa de su patria<br />

en un boquerón abierto en la tierra; la que motivó pudieran<br />

venerar a un solo Dios, cuyas partes entienden que favoreció a Decio<br />

padre y a Decio hijo cuando ofrecieron sus vidas a los dioses por<br />

salvar el ejército? Si es que había en todos estos campeones<br />

verdadera fortaleza, de lo cual ahora no tratamos, ¿por qué la<br />

prudencia y sabiduría del nombre genérico de la misma virtud se<br />

reverencian y sobreentienden todas? Luego por el mismo motivo<br />

pudieran venerar a un solo Dios, cuyas partes entienden que son todos<br />

los demás, y así es, que en la virtud sola se contienen igualmente la<br />

Fe y la Pureza, las cuales, sin embargo, merecieron se<br />

las erigiese altares en sus propios templos.<br />

CAPITULO XXI<br />

Que los que no conocían un solo Dios, por lo menos se debieran


contentar con la virtud y con la felicidad<br />

A estas virtudes de que acabamos de hablar las hizo diosas no la<br />

verdad, sino el capricho humano; pues de hecho son dones del<br />

verdadero Dios, no diosas. Con todo, donde está la virtud y la<br />

felicidad, ¿para qué buscan otra causa? ¿Qué le ha de bastar a quien<br />

no le es suficiente la virtud y la felicidad? La virtud comprende en<br />

sí todas las acciones loables que se deben practicar, y la<br />

felicidad todas las que se pueden desear; si porque les concediera<br />

éstas adoraban a Júpiter (que, en efecto, si la grandeza y duración<br />

larga del Imperio es algún bien, pertenece en cierto modo a la<br />

felicidad), ¿por qué, pregunto, no entendieron que eran dones de Dios<br />

y no diosas? Y si pensaron que eran divinidades, a lo menos no<br />

debieron buscar la demás turba numerosa de dioses, pues,<br />

considerados atentamente los oficios respectivos de todos ellos, los<br />

cuales fingieron como quisieron, según que a cada uno le pareció,<br />

busque si quieren alguna prerrogativa que pueda conceder<br />

algún dios al hombre, mediante la cual se haya virtuoso y consiga la<br />

felicidad. ¿Qué razón había para pedir doctrina a Mercurio o a<br />

Minerva, comprendiéndola toda en sí la virtud? Los antiguos nos<br />

definieron la virtud, diciendo , de la cual (como en griego se dice apern la Virtud) se<br />

entiende, que tomaron los latinos su derivación y tradujeron el<br />

nombre<br />

de arte, y si la virtud no podía recaer sino en el ingenios, ¿qué<br />

necesidad había del dios padre Cacio para que los hiciera cautos,<br />

esto es, agudos, pudiendo desempeñar este ministerio la felicidad?<br />

Porque el nacer uno ingenioso, a la felicidad pertenece; y así,<br />

aunque no pudo ser reverenciada la diosa Felicidad por el que aún no<br />

había nacido para que lisonjeándola en su favor le concediera<br />

este don gratuito, con todo, pudo hacer gracia a sus padres, sus<br />

devotos, para que les naciesen los hijos ingeniosos. ¿Qué necesidad<br />

había de que las que estaban de parto invocasen a Lucina,<br />

pues si tenían propicia a la felicidad, no sólo habían de tener feliz<br />

parto, sino también buenos hijos? ¿Qué necesidad había de encomendar<br />

a la diosa Opis las criaturas que nacían; al dios Vaticano las<br />

que lloraban; a la diosa Cunina las que estaban en las cunas; a la<br />

diosa Rumina las que mamaban; al dios Estalino las que se tenían ya<br />

en pie; a la diosa Adeona las que llegaban; a la Abeona las<br />

que partían; a la diosa Mente, para que las diera buena muerte y<br />

entendimiento; al dios Volumno y a la diosa Volumna, para que<br />

quisiesen cosas buenas; a los dioses Nupciales, para que las<br />

casaran bien; a los dioses Agrestes, para que los proporcionaran<br />

abundantes, Y copiosos frutos, y principalmente a la misma diosa<br />

Fructesea; a Marte y Belona, para que guerreasen con éxito; a la<br />

diosa Victoria, para que venciesen; al dios Honor, para que fuesen<br />

honrados; al dios Esculano y a su hijo Argentino, para que tuviesen<br />

dinero de vellón y plata? Y por eso tuvieron a Esculano por<br />

parte de Argentino, porque primero se principió a usar la moneda de<br />

vellón y después la de plata; pero me admiro que el Argentino no<br />

engendrase a Aurino, pues que a poco tiempo empezó a<br />

usarse la de oro; pues si éstos tuvieran por dios a éste, así como<br />

antepusieron a Júpiter Saturno, así también prefieran el Aurino a su<br />

padre Argentino y a su abuelo Esculano. ¿Qué necesidad había<br />

por el interés de estos bienes del cuerpo, o de los del alma, o de<br />

los exteriores, de adorar e invocar tanta multitud de dioses, que ni<br />

yo Ios he podido contar todos, ni ellos han podido proveer ni<br />

destinar a todos los bienes humanos, distribuidos menudamente y a<br />

cada uno de por sí, sus imbéciles y particulares dioses, pudiendo con<br />

un atajo importante y fácil conceder todos estos bienes la<br />

diosa Felicidad por sí sola; en cuyo caso, no sólo no buscaran otro<br />

alguno para alcanzar los bienes, pero ni aun para excusar los males?<br />

¿Para qué habían de llamar para aliviar a los cansados a la<br />

diosa Fessonia; para rebatir los enemigos, a la diosa Pelonia; para<br />

cuidar a los enfermos, al médico Apolo o Esculapio, o a ambos juntos,<br />

cuando hubiese mucho peligro? ¿Qué falta les haría implorar


el favor del dios Epinense para que les arrancase las espinas o<br />

abrojos del campo, ni a la diosa Rubigo para que no se les aneblasen<br />

las mieses, estando la Felicidad sola presente, con cuyo auxilio<br />

no se ofrecerían males algunos, o fácilmente se evitarían?<br />

Finalmente, puesto que hablamos de estas dos diosas, Virtud y<br />

Felicidad, si ésta es premio de la virtud, no es diosa, sino don de<br />

Dios, y si es<br />

diosa, ¿por qué no diremos que también ella da virtud, ya que el conseguirla<br />

es una inestimable felicidad?<br />

CAPITULO XXII<br />

De la ciencia del culto de los dioses, la cual se gloria Varrón<br />

haberla el enseñado a los romanos<br />

¿Cómo se atreve a vender Varrón por un beneficio muy apreciable a sus<br />

ciudadanos no sólo el darles cuenta de los dioses a quienes deben<br />

venerar los romanos, sino el enseñarlos también lo que<br />

pertenece a cada uno? Así como, dice, no aprovecha que sepan los<br />

hombres el nombre y circunstancias de un médico si no saben que es<br />

médico, así, dice, no aprovecha saber que es dios Esculapio,<br />

sin saber asimismo que ayuda a recobrar la salud, y por esto<br />

ignoras lo que debes pedir. Esta misma doctrina enseña con otra<br />

semejante muy a propósito, diciendo que no sólo ninguno<br />

puede vivir acomodadamente, pero que ni absolutamente puede vivir si<br />

no sabe quién es el carpintero, quién el pintor, quién el albañil a<br />

quien pueda pedir lo que necesita de su oficio, de quien<br />

pueda ayudarse para que le encamine y le enseñe lo que hubiere de<br />

hacer, y de este mismo modo nadie duda que es útil el conocimiento de<br />

los dioses, si supiere la facultad o poder que cada dios<br />

tiene sobre cada cosa; . Grande utilidad, por cierto, ¿y quién no se lo agradecería a<br />

este sabio escritor si enseñara la verdad y manifestara con<br />

expresiones sencillas y concluyentes el modo como debían los hombres<br />

reverenciar a un solo Dios verdadero, de quien proceden todos los<br />

bienes?<br />

CAPITULO XXIII<br />

De la Felicidad, a quien los romanos, con tener a muchos dioses, en<br />

mucho tiempo no adoraron con culto divino, siendo ella sola bastante<br />

en lugar de todos<br />

Pero, volviendo a lo que íbamos hablando, si sus libros y los puntos<br />

tocantes a su religión son verdaderos, y la Felicidad es diosa, ¿por<br />

qué no crearon a ésta sola por divinidad, supuesto que todo<br />

podría concederlo, y sin dificultad hacer a cualquiera dichoso? ¿<br />

Quién hay, por acaso, que desee alcanzar alguna cosa por otro fin que<br />

por ser feliz y dichoso? ¿Por qué, finalmente, después de<br />

tantos príncipes romanos, vino Lúculo a dedicar templo, tan tarde, a<br />

una diosa tan célebre y poderosa? ¿Por qué razón el mismo Rómulo, ya<br />

que deseaba fundar una ciudad feliz, no edificó, antes<br />

que a otro, a ésta un templo? ¿Y para qué suplicó gracia alguna a los<br />

demás dioses, pues nada le faltaría si tuviese sólo a ésta propicia?<br />

Porque ni él fuera en sus principios rey ni, según ellos lo<br />

predican, después dios, si no hubiera tenido a está diosa por su<br />

favorita. ¿Para qué dio Rómulo por dioses a Jano, Júpiter, Marte,<br />

Pico, Fauno, Tiberino, Hércules, si hay otros? ¿Para qué Tito Tacio<br />

les añadió a Saturno, Opis, el Sol, la Luna, Vulcano, la Luz y los<br />

demás que aumentó, entre los cuales puso a la diosa Cloacina, si para<br />

nada valen dejándose a la Felicidad? ¿Para qué añadió<br />

Numa tantos dioses y tantas diosas si no hizo caso de ésta? ¿Es, por<br />

ventura, porque entre tanta turba no la vio? El rey Hostilio tampoco


hubiera introducido nuevamente por dioses para tenerlos<br />

propicios al pavor y a la palidez si se conociera y adorara a esta<br />

diosa, porque en presencia de la Felicidad todo pavor y palidez se<br />

ausentaron, no por, haberlos aplacado, sino que, contra su<br />

voluntad, se marcharan. Y asimismo, ¿qué diremos fue el motivo de<br />

que, no obstante haberse extendido por diferentes provincias la<br />

dominación romana, sin embargo, todavía ninguno adoraba a la<br />

Felicidad? ¿Diremos, acaso, que por esto fue el Imperio más grande y<br />

feliz? Mas ¿cómo podría haber verdadera felicidad donde no había<br />

verdadera piedad y religión?, puesto que la piedad es el<br />

culto del verdadero Dios, y no el culto de los dioses falsos, que son<br />

tan dioses como demonios; con todo, aun después de haber recibido ya<br />

en el número sus falsos dioses a la Felicidad, sobrevino<br />

poco después aquella terrible infelicidad causada de las guerras<br />

civiles. ¿Diremos, acaso, que el motivo de esta catástrofe dimanó de<br />

haberse enojado con justa causa la Felicidad por haberla<br />

convidado tan tarde y por no honrarla, sino para afrentarla, con<br />

especialidad viendo que juntamente con ella tributaban rendidos<br />

cultos a Príapo y a Cloacina, al Pavor y a la Palidez, a la Fiebre y<br />

a<br />

los demás, no dioses que se debían adorar, sino vicios de los que<br />

adoraban? Finalmente, si les pareció conveniente venerar a una tan<br />

célebre diosa en compañía de una turba tan infame, ¿por qué<br />

siquiera no la adoraban y reverenciaban con más solemnidad que a los<br />

otros? ¿Quién ha de sufrir que no colocasen a la Felicidad ni aun<br />

entre los dioses Cosentes, que dicen asisten al consejo de<br />

Júpiter, ni entre los dioses que llaman Sabetos, dedicándola algún<br />

templo que, por la excelencia del lugar y la majestad del edificio,<br />

fuera preeminente? ¿Y por qué no debía ser más suntuoso que el<br />

del mismo Júpiter? ¿Pues quién dio el reino a Júpiter, sino la<br />

Felicidad? Si, pero fue feliz cuando reinó, y mejor es, sin duda, la<br />

felicidad que el reino, porque es infalible que fácilmente hallaréis<br />

quien<br />

rehúse ser rey, pero no hallaréis ninguno que no quiera ser feliz;<br />

luego si consultaran a los mismos dioses, por vía de prestigio o<br />

agüeros, o de cualquier otro modo que éstos entienden que pueden<br />

ser consultados, si, por ventura, querían ceder su lugar a la<br />

Felicidad, aun en el caso que el paraje donde hubiese de erigirse a<br />

la Felicidad su mayor y más suntuoso templo estuviese ocupado con<br />

algunos templos y altares de otros dioses, hasta el mismo Júpiter<br />

cediera el suyo a la Felicidad y señalara la misma cumbre del monte<br />

Capitolino, lo que ninguno contradijera si no opusiera a la<br />

Felicidad, sino lo que es imposible, el que, quisiese ser infeliz. Es<br />

evidente que si se lo preguntaran a Júpiter, no practicara, lo que<br />

hicieron con él los dioses Marte, Término y Juventas, que no<br />

quisieron de modo alguno cederle su lugar, no obstante ser el mayor y<br />

su rey; pues, según refieren sus historias, queriendo el rey Tarquino<br />

fabricar el Capitolio y observando que el paraje que le<br />

parecía más digno y acomodado, le tenían ya ocupado algunos dioses<br />

extraños, no atreviéndose a deliberar cosa alguna contra la voluntad<br />

de éstos, y creyendo que de su voluntad, gustosamente,<br />

cederían el lugar a un dios tan grande y que era su príncipe (por<br />

haber copiosa abundancia de ellos en el Capitolio), tomando su agüero<br />

procuró saber por el oráculo si querían conceder el lugar a<br />

Júpiter, y todos convinieron en desocuparle a excepción de los<br />

referidos Marte, Término y Juventas; por esta causa se dispuso la<br />

fábrica del Capitolio de tal modo, que quedaron igualmente dentro<br />

de él estos tres tan desconocidos y con señales tan oscuras, que<br />

apenas lo sabían hombres doctísimos; así que en ninguna manera<br />

despreciara Júpiter a la Felicidad, como a él le despreciaron Marte,<br />

Término y Juventas; y aun estos mismos que no cedieron a Júpiter,<br />

sin duda que cedieran su lugar a la Felicidad que les dio por rey a<br />

Júpiter, o si no se le dejaran no lo hicieran por menosprecio,<br />

sino porque quisieran más ser desconocidos en casa de la Felicidad<br />

que ser sin ella ilustres en sus propios lugares. Y así, colocada la<br />

Felicidad en un lugar tan alto y eminente, supieran todos los


ciudadanos adónde habían de acudir en busca de ayuda y favor para el<br />

cumplimiento de todos sus buenos deseos. Conducidos de la misma<br />

Naturaleza, sin hacer caso de la muchedumbre superflua<br />

de los demás dioses, adoraran a sola la Felicidad; a ella sólo fueran<br />

las rogativas, sólo su templo frecuentaran los ciudadanos que<br />

quisiesen ser felices, y no habría uno solo que no lo quisiera hacer.<br />

Ella misma fuera a la que los hombres dirigieran sus plegarias, ella<br />

sola a la que implorasen y rogasen entre todos los dioses, y aun<br />

estos mismos; porque ¿quién hay que quiera alcanzar alguna<br />

gracia de un dios, sino la felicidad, o lo que piensa que importa<br />

para la felicidad? Por tanto, si la Felicidad tiene en su mano el<br />

comunicarse a la persona que quisiere (y tiénelo, sin duda, si es<br />

diosa>,<br />

¿qué ignorancia tan crasa es pedirla a otro dios, pudiéndola alcanzar<br />

de ella propia? Luego debieran estimar a esta diosa sobre todos los<br />

dioses, honrándola también con darla el mejor lugar;<br />

porque, según se lee en sus historias, los antiguos romanos<br />

tributaron adoraciones a no sé qué Sunmiano, a quien atribuían el<br />

descenso de los rayos que calan de noche, aunque con más religiosidad<br />

que a Júpiter, a quien pertenecía la dirección de los rayos<br />

que caían de día; pero después que edificaron a Júpiter aquel templo<br />

más magnífico y suntuoso por su excelencia y majestad,<br />

acudió a él tal multitud de gentes, que apenas se halla ya quien se<br />

acuerde siquiera de haber leído el nombre de Sunmiano, el cual no se<br />

oye ya en boca de alguno. Y si la Felicidad no es diosa,<br />

como es cierto, porque es don de Dios, búsquese a aquel Dios que nos<br />

la pueda dar, y dejen la multitud prejuiciosa de los falsos dioses,<br />

la cual sigue la ilusa turba de los hombres ignorantes,<br />

haciendo sus dioses a los dones de Dios, ofendiendo con la<br />

obstinación de su arrogante y pervertida voluntad al mismo de quien<br />

es peculiar la distribución de estos dones; porque no le puede faltar<br />

infelicidad al que reverencia a la felicidad como diosa y deja a<br />

Dios, dador y dispensador de la verdadera felicidad; así como no<br />

puede carecer de hambre el que lame pan pintado y no lo pide al que<br />

lo tiene verdadero y puede darlo.<br />

CAPITULO XXIV<br />

Cómo defienden los paganos el adorar por dioses a los mismos dones de<br />

Dios<br />

Pero quiero que veamos y consideremos sus razones: ¿Tan necios,<br />

dicen, hemos de creer que fueron nuestros antepasados, que no<br />

entendieron que estas cosas eran dones y beneficios di-vinos y<br />

no dioses? Sino que, como sabían que semejantes gracias nadie las<br />

conseguía si no es concediéndolas algún dios a los dioses, cuyos<br />

nombres ignoraban, les ponían el nombre de los objetos y<br />

cosas que veían que ellos daban, sacando de allí algunos nombres.<br />

Como de bello dijeron Belona, y no bellum; de las cunas, Cunina, y no<br />

cuna; de las segetes o mieses, Segecia, y no seges; de<br />

las pomas o manzanas Pomona, y no pomo; de los bueyes Bubona, y no<br />

buey, o también, sin alterar ni la palabra, sino denominándolas con<br />

sus propios nombres, como Pecunia se dijo de la diosa<br />

que da el dinero, sin tener de ningún modo por dios a la misma<br />

pecunia; así se llamó Virtud la que concede la virtud; Honor, el que<br />

da la honra; Concordia, la que da concordia; Victoria, la que da<br />

victoria; y por eso dicen que cuando llaman diosa a la Felicidad no<br />

se atiende a la que se da, sino al dios que la da. Con esta razón que<br />

nos han suministrado, con mayor facilidad persuadiremos a<br />

los que no fueren de ánimos demasiado obstinados.<br />

CAPITULO XXV<br />

Que se debe adorar a un solo Dios, cuyo nombre, aunque no se sepa,<br />

con todo, se ve que es dador de la felicidad


Pero si ya echó de ver la humana flaqueza que la felicidad no la<br />

podía conceder sino algún dios, sintiendo esto mismo los hombres que<br />

adoraban tanta multitud de dioses, y entre ellos al mismo<br />

Júpiter, rey de los dioses, porque ignoraban el nombre del que<br />

concedía la felicidad, por eso quisieron llamarle con el nombre<br />

peculiar de la gracia que entendían que daba; luego suficientemente<br />

nos<br />

dan a entender que ni aun el mismo Júpiter, a quien ya adoraban, les<br />

podía dar la felicidad, sino aquel a quien con el nombre de la misma<br />

felicidad les parecía que se debía adorar; y apruebo,<br />

ciertamente, lo que ellos creyeron, que daba la felicidad un dios a<br />

quien no conocían; luego busquen a éste, adórenle; éste basta.<br />

Repudien el orgullo y tráfico de innumerables demonios; no baste<br />

este dios a quien no le basta su don; a aquél, digo, no le baste,<br />

para que adore y reverencie al Dios dador de felicidad, a quien no le<br />

basta ni satisface la misma felicidad; pero al que le es suficiente<br />

(pues que no tiene el hombre objeto que deba desear más) sirva a un<br />

solo Dios dador de la felicidad. No es éste el que ellos llaman<br />

Júpiter, porque si le reconocieran a éste por dispensador de la<br />

felicidad, sin duda que no buscaran otro u otra del nombre de la<br />

misma felicidad que les concediera esta particular gracia, ni fueran<br />

de parecer que debían adorar al mismo Júpiter por sus muchas<br />

maldades.<br />

CAPITULO XXVI<br />

De los fuegos escénicos que pidieron los dioses a los que los<br />

adoraban<br />

Pero . Con razón<br />

desagradó a tan eximio orador y filósofo la relación del poeta,<br />

porque en ella no hizo más que suponer, falsamente, culpas y crímenes<br />

de los dioses; mas ¿por qué causa celebra los juegos<br />

escénicos, donde estos delitos se cantan y representan en honor de<br />

los dioses, y los más doctos entre ellos los colocan entre los ritos<br />

tocantes al culto divino? Aquí pudiera clamar Cicerón no contra<br />

las ficciones de los poetas, sino contra las costumbres de sus<br />

mayores. ¿Pero, acaso, no debían exclamar también ellos en su<br />

defensa, diciendo en qué hemos pecado nosotros? Los mismos dioses<br />

nos pidieron que hiciéramos estos juegos en honra suya; rigurosamente<br />

nos lo mandaron, y nos amenazaron con terribles calamidades si no los<br />

ejecutábamos, y porque por accidentes<br />

extraordinarios omitimos alguna particularidad de ellos, o los<br />

suspendimos algún tiempo, nos castigaron severamente, y porque<br />

practicamos lo que dejamos de hacer por breves instantes, se<br />

mostraron contentos y apiadados. Entre sus virtudes y hechos<br />

maravillosos se refiere el siguiente: Dijéronle en sueños a Tiro<br />

Latino, labrador romano, padre de familia, fuese y avisase al Senado<br />

que volviesen a celebrar de nuevo los juegos romanos. El primer día<br />

en que debían hacerlos sacaron al suplicio a un malhechor en<br />

presencia del pueblo romano, y como pretendían realmente los<br />

dioses lograr un completo júbilo y regocijo en los juegos, les<br />

ofendió la triste y rigurosa justicia pública; y como el que había<br />

sido advertido en sueños no se atrevió al día siguiente a ejecutar lo<br />

que le<br />

mandaron, la segunda noche le volvieron a prevenir lo mismo con más<br />

rigor, y perdió la vida su hijo mayor, porque no lo practicó; la<br />

tercera noche le dijeron que le amenazaba aún mayor castigo si<br />

no ejecutaba la orden; y no atreviéndose, a pesar de la cruel<br />

amenaza, cayó enfermo con un mal terrible y maligno; entonces, por<br />

consejo de sus amigos, dio, al fin, cuenta a los senadores,<br />

haciéndose conducir en una litera al Senado; y luego que declaró su


misterioso sueño, recobró inmediatamente la salud, volviéndose a pie,<br />

sano y bueno, a su casa. Atónito el Senado con tan<br />

estupendo portento, mandó, que se volviesen a celebrar los juegos,<br />

gastando en ellos cuatro veces mayor cantidad de la acostumbrada. ¿<br />

Qué hombre juicioso y sensato habrá que no advierta cómo<br />

los hombres sujetos a los infernales espíritus (de cuyo poderío no<br />

los puede librar otro que la gracia de Dios por Jesucristo Señor<br />

nuestro) fueron forzados a hacer en honor de estos dioses acciones<br />

que con justa razón se podían tener por torpes? Porque en los juegos<br />

escénicos es notorio se celebran las culpas y ficciones poéticas de<br />

los dioses, los cuales se renovaron por orden del Senado,<br />

habiéndole apremiado a ello los dioses. En tales fiestas, los<br />

obscenos y deshonestos farsantes cantaban, representaban y aplacaban<br />

a Júpiter de un modo extraordinario, manifestando claramente<br />

cómo era un profanador y corruptor de la honestidad. Si los sucesos<br />

reiterados en el teatro eran fingidos, enojárase en hora buena; pero<br />

si se holgaba y lisonjeaba de sus crímenes supuestos,<br />

¿cómo había de ser reverenciado si no sirviendo al demonio? ¿Es<br />

posible que había de fundar, dilatar y conservar el Imperio romano<br />

este hombre, el más abatido e infame, que cualquier romano a<br />

quien no agradaran ciertamente semejantes torpezas? ¿Y había de dar<br />

la felicidad el que tan infelizmente se hacía venerar y si así no le<br />

reverenciaban, se enojaba en extremo?<br />

CAPITULO XXVII<br />

De tres géneros de dioses de que habló el pontífice Escévola<br />

Refieren las historias que el doctísimo pontífice Escévola trató de<br />

tres géneros de dioses, de los cuales, el uno introdujeron los<br />

poetas, otro los filósofos y el tercero algunos príncipes de la<br />

ciudad. El<br />

primero dice que es una patraña, porque suponen muchas operaciones<br />

indignas del carácter de los dioses. El segundo, que no conviene a<br />

las ciudades, porque tiene algunas cosas superfluas, y<br />

otras también que nos conviene las sepa el pueblo: lo superfluo no es<br />

ahora tan digno de tenerse en cuenta, pues aun entre los doctos se<br />

suele decir que lo superfluo no daña; pero ¿cuáles son<br />

aquellas particularidades que, publicadas, dañan al vulgo? El saber<br />

que Hércules, Esculapio, Cástor y Pólux no son dioses, pues escriben<br />

los doctos que fueron hombres, y que murieron como<br />

hombres; y ¿qué más?, que de los que son realmente dioses no tienen<br />

las ciudades verdaderas imágenes, porque el que es verdadero Dios no<br />

tiene sexo, ni edad, ni ciertos y determinados<br />

miembros del cuerpo. Esto no quiere el pontífice que lo sepa el<br />

pueblo, porque no las tiene por falsas; luego opinó es bueno que<br />

sean engañadas las ciudades en materia de religión. Lo cual no<br />

duda afirmar el mismo Varrón en los libros de las cosas divinas. ¡<br />

Graciosa religión para que acuda a ella el enfermo en busca de su<br />

remedio, e indagando él la verdad para librarse, creamos que le<br />

está bien el engañarse en las mismas historias! No se omite tampoco<br />

la razón por qué Escévola no admite el género poético de los dioses,<br />

y es porque de tal manera afean y desfiguran a los dioses,<br />

que ni siquiera se pueden comparar a los hombres de bien, haciendo al<br />

uno ladrón y al otro adúltero. Y del mismo modo hacen que digan o<br />

hagan algunas cosas fuera de su orden natural, torpe y<br />

neciamente, publicando que tres diosas compitieron entre sí sobre<br />

quién llevaría el premio de la hermosura, y que las dos, por haber<br />

sido vencidas por Venus, destruyeron a Troya; que las diosas se<br />

casan con los hombres; que Saturno se comía a sus hijos; en fin, que<br />

no se puede fingir engaño alguno sobre horrendos monstruos o vicios<br />

que no se halle allí; todo lo cual es muy ajeno a la<br />

naturaleza de los dioses. ¡Oh Escévola, pontífice máximo! Destierra<br />

los juegos, si puedes; manda al pueblo que no haga tales honores a<br />

los dioses inmortales, con los que se deleite en admirarse de<br />

las culpas y delitos de los dioses, y se le antoja de imitar lo que


es posible y fácil, y si te respondiere el pueblo: , acude y ruega a los<br />

mismos<br />

dioses, por cuya sugestión lo mandaste, que ordene no se ejecuten<br />

semejantes fiestas por ellos; las cuales, si son malas, por la misma<br />

razón en ninguna conformidad es justo que se crean de la<br />

majestad de los dioses; pues mayor injuria es la que se hace a éstos<br />

suponiendo libremente y sin temor semejantes abominaciones de ellos,<br />

pero no te oirán, son demonios, enseñan máximas<br />

perversas, gustan de torpezas, no sólo no las tienen por injuria<br />

cuando fingen de ellos estas liviandades, sino que no pueden sufrir<br />

de modo alguno la contumelia que reciben cuando estas torpezas<br />

no se representan en sus solemnidades. Ya, pues, si de estos juegos<br />

os quejaseis a Júpiter, especialmente por razón de que en ellos se<br />

representa la mayor parte de sus culpas y horrendos<br />

crímenes, acaso, aunque tengáis y confeséis a Júpiter por persona que<br />

rige y gobierna todo este mundo, por el mismo hecho de meterle<br />

vosotros entre la turba de los otros y adorarle juntamente con<br />

ellos y decir que es su reino, le hacéis una notable injuria.<br />

CAPITULO XXVIII<br />

Si para alcanzar y dilatar el Imperio les aprovechó a los romanos el<br />

culto de sus dioses<br />

Luego de ningún modo semejantes dioses como éstos que se aplacan; o,<br />

por mejor decir, se infaman con tales honores, que es mayor culpa el<br />

gastar de ellos siendo falsos que si se dijeran de ellos<br />

con verdad; de ningún modo, digo, estos dioses pudieron acrecentar y<br />

conservar el Imperio romano; porque si pudieran hacerlo, dispensaran<br />

antes esta gracia tan particular a los griegos, quienes<br />

en iguales solemnidades divinas, esto es, en los juegos escénicos,<br />

los honraron con mucho más respeto y más dignamente, supuesto que ni<br />

aun a si propios se eximieron de la mordaz crítica de los<br />

poetas con que veían afrentar a los dioses, concediéndoles permiso<br />

para que trataren mal a quien se les antojase, y a los mismos actores<br />

no los tuvieron por personas abominables ni infames, antes<br />

los estimaron por beneméritos dignos de grandes honras y dignidades.<br />

Con todo, así como los romanos, pudieron tener la moneda de oro,<br />

aunque no veneraran al dios Aurino, y así como pudieron<br />

tener la de plata y la de bronce, aunque no tuvieran a Argentino ni a<br />

su padre, Esculano, y de este modo todo lo demás cuya narración<br />

fastidia, así también, aunque por ningún titulo pudieran tener el<br />

Imperio contra la voluntad del verdadero Dios, sin embargo, aun<br />

cuando ignoraran o vilipendiaran a estos dioses falsos, conocieran o<br />

veneraran a Aquel uno y solo con fe sincera y buenas costumbres,<br />

y no sólo gozaran en la tierra de un reino mucho más<br />

apreciable, cualquiera que fuese, grande o pequeño, sino que después<br />

de éste alcanzaran el eterno, ya le tuvieran aquí o no le<br />

tuvieran.<br />

CAPITULO XXIX<br />

De la falsedad del agüero que pareció haber pronosticado la fortaleza<br />

y estabilidad del imperio romano<br />

¿Y qué fue lo que dicen haber sido un maravilloso agüero? Digo lo que<br />

referí poco antes: que Marte, Término y Juventas no quisieron ceder<br />

su lugar a Júpiter, rey de los dioses, porque con esto,<br />

dicen, pronosticaron que la nación Marcial, esto es, los romanos, a<br />

nadie habían de ceder el lugar que ocupasen; que ninguno había de<br />

mudar los términos y límites romanos por respeto al dios<br />

Término, y que la juventud romana, por la diosa Juventas, a nadie<br />

había de ceder en valor y constancia. Advertían, pues, el aprecio en<br />

que tenían al rey de sus dioses y dador de su reino, supuesto<br />

que le oponían tales agüeros, teniendo por presagio muy favorable el


que no se le hubiera cedido el lugar preeminente; aunque si esto es<br />

cierto, nada tienen que temer, ya que no han de confesar<br />

ingenuamente que sus dioses, que no quisieron ceder a Júpiter,<br />

cedieron por necesidad a Cristo, puesto que sin detrimento ni<br />

menoscabo de los límites del Imperio pudieron ceder al Salvador los<br />

lugares en donde residían, y, principalmente, los corazones de los<br />

fieles. No obstante, antes que Cristo viniese, al mundo en carne<br />

mortal; antes, en fin, que se escribiesen estos sucesos que<br />

referimos y citamos de sus libros, y después que en tiempo de<br />

Tarquino tuvieron aquel agüero, fue derrotado en distintas ocasiones<br />

el ejército romano; esto es, le hicieron huir, y demostró ser falso<br />

el<br />

agüero que aquella juventud no había cedido a Júpiter; la gente<br />

marcial, vencida por los galos, fue atropellada y degollada dentro de<br />

la misma Roma y los límites del Imperio, pasándose muchas<br />

ciudades al partido de Aníbal, se encogieron y estrecharon<br />

grandemente. Así salieron vanos sus admirables agüeros, y quedó<br />

contra Júpiter la contumacia, no de los dioses, sino de los demonios,<br />

porque una cosa es no haber cedido, y otra el haber vuelto al lugar<br />

desde donde habían cedido, aunque también después. en las provincias<br />

del Oriente se mudaron los límites del Imperio romano,<br />

queriéndolo así el emperador Adriano. Este concedió graciosamente al<br />

Imperio de los persas tres hermosas provincias: Armenia, Mesopotamia.<br />

y Asiria, de suerte que el dios Término, que, según<br />

éstos, defendía los límites romanos, y que por aquel admirable agüero<br />

no cedió su lugar a Júpiter, parece que temió más a Adriano, rey de<br />

los hombres, que al rey de los dioses; y habiéndose<br />

recobrado en esta época estas provincias, casi en nuestros tiempos<br />

retrocedieron nuevamente los límites, cuando el emperador Juliano,<br />

dado a los oráculos de aquellos dioses, con demasiado<br />

atrevimiento mandó quemar las naves en que se llevaban los<br />

bastimentos, con cuya falta el ejército, habiendo muerto luego el<br />

emperador de una herida que le dieron los enemigos, vino a padecer<br />

tanta necesidad, que fuera imposible escapar nadie, viéndose<br />

acometidos por todas partes, y los soldados, turbados con la muerte<br />

de su general, si por medio de la paz no se pusieran los límites del<br />

Imperio donde hoy perseveran, aunque no con tanto menoscabo como los<br />

concedió Adriano; pero fijos, en efecto, por medio de un tratado<br />

amistoso. Luego, con vano agüero, el dios Término no<br />

cedió a Júpiter, pues cedió a la voluntad de Adriano; cedió a la<br />

temeridad de Juliano y a la necesidad de Joviano. Bien advirtieron<br />

estos lances los romanos más inteligentes y graves; pero eran poco<br />

poderosos para rebatir las inveteradas y corrompidas costumbres de<br />

una ciudad que estaba ligada con los ritos y ceremonias de los<br />

demonios, y ellos, aunque entendían que todo aquello era<br />

vanidad, eran de opinión que se debía tributar el culto divino que se<br />

debe a Dios, a la Naturaleza criada, que está sujeta a la,<br />

providencia e imperio de un solo Dios verdadero; sirviendo, como dice<br />

el Apóstol, . El auxilio de este Dios verdadero era necesario para que<br />

nos enviara varones santos y verdaderamente píos que<br />

murieran por la verdadera religión, a fin de que se desterrara de<br />

entre los que viven y siguen la falsa.<br />

CAPITULO XXX<br />

Qué opinan los gentiles de los dioses que adoran<br />

Cicerón, siendo miembro del Colegio de Augures o Adivinos, se burla<br />

de los agüeros y reprende a los que disponen el método y régimen de<br />

su vida por las voces del cuervo y de la corneja. Pero<br />

éste académico, que sostiene que todas las cosas son inciertas, no<br />

merece crédito ni autoridad alguna en está materia. En sus libros, y<br />

en el segundo, De la naturaleza de los dioses, disputa en<br />

persona de Quinto Lucio Balbo, y aunque admite tas supersticiones que<br />

se derivan de la naturaleza de las cosas, como las físicas y


filosóficas, con todo, reprueba la institución de los simulacros o<br />

ídolos y las opiniones falsas, diciendo de este modo: Y ved aquí, entretanto, palpable lo que<br />

confiesan los que defienden a los dioses de los gentiles; pues cuando<br />

añade después que esta doctrina pertenece a la superstición, y aun a<br />

la religión que él parece enseña, según los estoicos,<br />

. ¿Quién<br />

no advierte que Cicerón procura aquí, por temor de no contravenir al<br />

uso y costumbre de su ciudad, alabar la religión de sus mayores,<br />

y queriéndola distinguir de la superstición no halla medio<br />

para poderlo hacer? Porque silos progenitores llamaron supersticiosos<br />

a los que todo el día rezaban y sacrificaban, ¿acaso no los<br />

denominaron así los que idearon, no sin reprenderlo aquél, las<br />

estatuas de los dioses, de diferente edad, vestido, sexo, sus<br />

casamientos y parentescos? Estas preocupaciones, sin duda, cuando se<br />

reprenden como supersticiosas, la misma culpa comprende a los<br />

antepasados, que establecieron y adoraron semejantes estatuas, que a<br />

él mismo, que por más que procurar con el sacrificio de su<br />

elocuencia desenvolverse y librarse de ella, con todo, le era<br />

necesario tributarles culto, por no exponerse a los rigores de un<br />

pueblo iluso; ni tampoco lo que dice aquí Cicerón y defiende con<br />

tanta<br />

energía se atreviera a mentarlo, perorando delante del pueblo. Demos,<br />

pues, los cristianos gracias a Dios nuestro Señor, no al cielo ni a<br />

la tierra, como éste enseña, sino al que hizo el cielo y la tierra,<br />

de que estas supersticiones, que este Balbo como balbuciente apenas<br />

reprende, las derribó por la elevada humildad de Cristo, por la<br />

predicación de los Apóstoles, por la fe de los mártires, que<br />

mueren por la verdad y viven con ella, las derribó, digo, y desterró<br />

no sólo de los corazones religiosos, sino de los templos<br />

supersticiosos, con libre servidumbre de los suyos.<br />

CAPITULO XXXI<br />

De las opiniones de Varrón, que, aunque reprueba la persuasión que<br />

tenía el pueblo, y no llega a alcanzar la noticia del verdadero Dios,<br />

con todo, es de parecer que se debía adorar un solo Dios<br />

Pues qué, el mismo Varrón (de quien nos pesa que haya colocado entre<br />

los asuntos de la religión los juegos escénicos, aunque esto no fuese<br />

de su dictamen, pues en muchos lugares, como<br />

religioso, exhorta al culto de los dioses), ¿acaso no confiesa que no<br />

sigue por parecer propio las cosas que refiere instituyó la ciudad de<br />

Roma acerca de este punto, de modo que no duda decir que,


si él fundara de nuevo aquella ciudad, dedicara los dioses y los<br />

nombres de éstos según la fábula de su naturaleza? Pero dice que le<br />

precisa seguir como estaba recibida por los antiguos en el<br />

pueblo viejo, la historia de sus nombres y sobrenombres, así como<br />

elles nos la dejaron, y escribir y examinarlos atentamente, llevando<br />

la mira y procurando que el vulgo se incline antes a<br />

reverenciarlos que a menospreciarlos; con las cuales palabras este<br />

hombre indiscreto, bastantemente nos da a entender que no declara<br />

todo lo que él solo despreciaba, sino lo que parecía que<br />

había de vilipendiar el mismo vulgo, si no lo pasase en silencio.<br />

Pareciera esto, hablando de las religiones, no dijera claramente que<br />

muchas cosas hay verdaderas que no sólo no es útil que las sepa<br />

el vulgo, sino también, dado que sean falsas, es conveniente que el<br />

pueblo lo entienda de otra manera; y por esto los griegos ocultaron<br />

con silencio y entre paredes sus mayores secretos y misterios.<br />

Aquí realmente nos descubrió toda la traza de los presumidos de<br />

sabios, por quienes se gobiernan las ciudades y los pueblos, aunque<br />

de estas seducciones y estos maravillosos gustan los malignos<br />

demonios pues igualmente están en posesión de los seductores y de los<br />

seducidos, y de su posesión y dominio no hay quien los pueda librar,<br />

sino, es la gracia de Dios por Jesucristo Señor nuestro.<br />

Dice también el mismo sabio y discreto autor que es Dios los que<br />

creyeron era un espíritu, que con movimiento y discurso gobierna: el<br />

mundo; con cuyo sentir, aunque no alcanzó un conocimiento<br />

exacto y genuino de la verdad (porque el Dios verdadero no es<br />

precisamente el alma del mundo, sino más bien el Criador y Hacedor de<br />

este espíritu), con todo, si pudiera eximirse de las opiniones<br />

que estaban ya tan recibidas por la costumbre, confesara y<br />

persuadiera eficazmente que se debía adorar a un solo Dios, que con<br />

movimiento y razón el Universo; de modo que sobre este punto sólo<br />

quedara con la indecisa la cuestión y duda en cuanto que es espíritu,<br />

y no como debiera decir, Criador del alma. Dice asimismo que los<br />

antiguos romanos, por más de ciento setenta años, adoraron y<br />

veneraron a los dioses sin estatuas; y , Y<br />

en apoyo de su parecer cita, entre otros, por testigo la<br />

nación de los judíos, no dudando de concluir su discurso diciendo:<br />

; advirtiendo, como prudente, que fácilmente podía<br />

despreciar a los dioses por la imperfección de sus imágenes; al decir<br />

no sólo que enseñaron errores, sino que les indujeron,<br />

quiere dar a entender ciertamente que también sin las estatuas, había<br />

ya errores. Por eso, cuando dice que sólo acertaron a indicar lo que<br />

era Dios los que se persuadieron era el alma que<br />

gobernaba el mundo, y es de parecer que más casta y santamente se<br />

guarda la religión sin estatuas, ¿quién no advierte cuánto se<br />

aproximó al conocimiento de la verdad? Porque si se atreviera a<br />

oponerse a un error tan antiguo, sin duda que diría: lo uno que había<br />

un solo Dios, por cuya providencia creía que se gobernaba el mundo! y<br />

lo otro que éste debía adorarse sin representación<br />

sensible Y así, hallándose tan cercano a las primeras nociones de la<br />

verdadera religión, acaso cayera fácilmente en la cuenta, opinando<br />

que el alma era mudable, para de este modo poder entender<br />

que Dios verdadero era una naturaleza inmutable que había criado<br />

asimismo a la misma alma. Y siendo esto cierto, todas las vanidades<br />

ilusorias de muchos dioses, de que semejantes autores han<br />

hecho mención en sus libros, más han sido obligados por ocultos<br />

juicios de Dios a confesarías como son que procurando persuadirlas.<br />

Cuando citamos algunos testimonios de éstos, los alegamos<br />

para convencer a esos que no quieren advertir de cuán terrible y<br />

maligna potestad de los espíritus infernales nos libra el incruento<br />

sacrificio de la sangre santísima que por nosotros se derramó y el<br />

don y gracia del espíritu que por él se nos comunica.<br />

CAPITULO XXXII


Con qué pretexto quisieron los príncipes gentiles que perseverasen<br />

entre sus vasallos las falsas religiones<br />

Dice también que por lo que se refiere a las generaciones de los<br />

dioses, el pueblo se inclinó más a la autoridad de los poetas que a<br />

la de los físicos, y que por lo mismo sus antepasados, esto es, los<br />

antiguos romanos, creyeron como indudable el sexo y generaciones de<br />

los dioses, y creyeron que entre ellos habla también casamientos; lo<br />

cual, ciertamente, parece que no lo hicieran si no fuera<br />

porque el empeño y principal pretensión de los prudentes y sabios del<br />

siglo fue engañar al pueblo su color de religión, y en esto mismo no<br />

sólo adorar, sino imitar también a los demonios, que<br />

principalmente intentan seducirnos; porque así como los demonios no<br />

pueden poseer sino a los que han engañado, así también los príncipes,<br />

no digo los justos, sino los que son semejantes a los<br />

demonios, lo mismo que sabían era mentira y vanidad con nombre de<br />

religión, como si fuera verdad lo persuadieron al pueblo,<br />

pareciéndoles que de este modo estrechaban más en él el vínculo de<br />

la unión civil, para tenerle así obediente y sujeto; y con tal traza,<br />

¿cómo el flaco e ignorante podría evadirse a un tiempo de los engaños<br />

de los príncipes y de los espíritus infernales?<br />

CAPITULO XXXIII<br />

Que todos los reyes y reinos están dispuestos y ordenados por el<br />

decreto y potestad del verdadero Dios<br />

Aquel gran Dios, autor y único dispensador de la felicidad, esto es,<br />

el Dios verdadero, es el único que da los reinos de la tierra a los<br />

buenos y a los malos, no temerariamente y como por acaso, pues<br />

es Dios y no fortuna, sino según el orden natural de las cosas y de<br />

los tiempos, que es oculto a nosotros y muy conocido a El, al cual<br />

orden de los tiempos no sirve y se acomoda como súbdito, sitio<br />

que El, como Señor absoluto, le gobierna con admirable sabiduría, y<br />

como gobernador le dispone; mas la felicidad no la concede sino a los<br />

buenos, por cuanto ésta la pueden tener y no tener los<br />

que sirven; pueden también no tenerla y tenerla los que reinan, la<br />

cual, sin embargo, será perfecta y cumplida en la vida eterna, donde<br />

ya ninguno servirá a otro; y por eso concede los reinos de la<br />

tierra a los buenos y a los malos, para que los que le sirven y<br />

adoran y son aún pequeñuelos en el aprovechamiento del espíritu no<br />

deseen ni le pidan estas gracias y mercedes como un don grande<br />

y estimable. Y éste es el misterio del Viejo Testamento, en donde<br />

estaba oculto y encubierto el Nuevo, porque allí todas las promesas y<br />

dones eran terrenos y temporales, predicando al mismo tiempo,<br />

aunque no claramente, los que entonces eran inteligentes y<br />

espirituales, la eternidad que significaban aquellas cosas<br />

temporales, y en qué dones de Dios consistía la verdadera felicidad.<br />

CAPITULO XXXIV<br />

Del reino de los judíos, el cual instituyó y conservó¿ el que es sólo<br />

y verdadero Dios, mientras que ellos perseveraron en la verdadera<br />

religión<br />

Para que se conociese también que los bienes terrenos, a que sólo<br />

aspiran los que no saben imaginar con más utilidad espiritual,<br />

estaban en manos dcl mismo Dios, y no en la multitud de dioses<br />

falsos (los cuales creían los romanos antes de ahora se debían<br />

adorar), multiplicó en Egipto su pueblo, que era en número muy corto,<br />

de donde le sacó libre de la servidumbre con maravillosos<br />

prodigios y señales; y, con todo, no invocaron a Lucina aquellas<br />

mujeres, cuando para que, de un modo admirable, se multiplicasen e<br />

increíblemente creciese aquella nación, las fecundó; él fue quien<br />

libró sus hijos varones; él fue quien los guardó de las manos y furia


de los egipcios, que los perseguían y deseaban matarles; todas sus<br />

criaturas, sin la diosa Rumina, mamaron; sin la Cunina<br />

estuvieron en las cunas; sin la Educa y Potina comenzaron a comer y a<br />

beber, y sin tantos dioses de niños se criaron; sin los dioses<br />

conyugales se casaron, sin invocar a Neptuno se les dividió el<br />

mar y concedió paso franco, y anegó, tornando a juntar sus ondas, a<br />

los enemigos que iban en su seguimiento; ni consagraron alguna diosa<br />

Manina cuando les llovió maná del Cielo, ni cuando, estando<br />

muertos de sed, la piedra herida con la misteriosa vara, les<br />

brotó abundancia de agua, adoraron a las ninfas y linfas; sin los<br />

desaforados misterios de Marte y de Belona emprendieron sus<br />

guerras; y aunque es verdad que sin la victoria no vencieron, mas no<br />

la tuvieron por diosa, sino por un beneficio singular de Dios.<br />

Tuvieron mieses sin Segecia; sin Bobona bueyes; miel sin Melona;<br />

pomos y frutas sin Pomona; y, en efecto, todo aquello por lo que los<br />

romanos creyeron debían acudir a suplicar a tanta turba de falsos<br />

dioses, lo tuvieron con mucha más bendición y abundancia de la<br />

mano de un solo Dios verdadero; y si no pelearan contra El con<br />

curiosidad impía, acudiendo como hechizados con arte mágica a los<br />

dioses de los gentiles y a sus ídolos, y, últimamente, dando la<br />

muerte a Cristo, perseveraran en la posesión del mismo reino, aunque<br />

no tan espacioso, pero sí más dichoso. Y si ahora andan tan<br />

derramados por casi todas las tierras y naciones, es providencia<br />

inescrutable de aquel único y solo Dios verdadero, para que, viendo<br />

cómo se destruyen por todas partes las estatuas, aras, bosques y<br />

templos de los falsos dioses, y se prohíben sus sacrificios, se<br />

prueba y verifique por sus libros mismos lo propio que muchos tiempos<br />

antes estaba profetizado, porque leyendo en los nuestros no piensen<br />

acaso que es invención y ficción nuestra; pero lo que se<br />

sigue es necesario que lo veamos en el libro siguiente.<br />

LIBRO QUINTO<br />

EL HADO Y LA PROVIDENCIA DIVINA<br />

PROEMIO<br />

Puesto que consta que el colmo, de todo cuanto debe desearse es la<br />

felicidad, la cual no es diosa, sino don particular de Dios, y<br />

que por eso los hombres no deben adorar otro dios, sino sólo al que<br />

puede hacerles felices, por cuyo motivo, si ésta fuera<br />

diosa, con razón se diría que a ella sola se debía tributar culto;<br />

veamos ya, según estos principios, por qué razón Dios, que<br />

puede dar los bienes que pueden gozar también los que no son buenos,<br />

y por el mismo caso los que no son felices, quiso que<br />

el Imperio romano fuese tan dilatado y que durase por tanto tiempo.<br />

Supuesto, pues, que esta tan admirable resolución no la<br />

causó la muchedumbre de dioses falsos que ellos adoraban, y basta por<br />

ahora lo que hemos ya referido acerca de ella;<br />

después diremos más donde nos pareciere a propósito.<br />

CAPITULO PRIMERO<br />

Que la felicidad del imperio romano y de todos los reinos no es<br />

casual ni debida a la posición de las estrellas<br />

La causa, pues, de la grandeza y amplificación del Imperio romano no<br />

es fortuita ni fatal, según el sentir de los que afirman que<br />

las cosas fortuitas son las que, o no reconocen causa alguna, o<br />

suceden sin algún orden razonable, y las fatales, las que<br />

acontecen por la necesidad de cierto orden y contra la voluntad de<br />

Dios y de los hombres. Sin duda alguna, que la Divina<br />

providencia es la que funda los reinos de la tierra; y si ningún


entusiasta atribuye su erección al hado, fundado en que por el<br />

nombre de hado se entiende la misma voluntad o poder de Dios, siga su<br />

opinión y refrene la lengua; y este tal ¿por qué no dirá<br />

al principio lo que ha de decir al fin cuando le preguntaren que-<br />

entiende por hado? Porque cuando lo oyen los hombres, según<br />

el común modo de hablar, no entienden por esta voz sino la fuerza de<br />

la constitución de las estrellas, calculada según el estado<br />

en que se hallan cuando uno nace o es concebido; cuya operación<br />

intentan varios eximir de la voluntad de Dios, aunque otros<br />

quieren que este efecto dependa asimismo de ella; pero a los que son<br />

de opinión que sin la voluntad de Dios las estrellas<br />

decretan lo que hemos de practicar o lo que tenemos de bueno o<br />

padecemos de malo, no hay motivo para que les den oídos ni<br />

crédito, no sólo los que profesan la verdadera religión, sino los que<br />

siguen el culto de cualesquiera dioses, aunque falsos;<br />

porque esta opinión errónea ¿qué otra cosa hace que persuadir que de<br />

ningún modo se adore a dios alguno, ni se le haga<br />

oración? Contra éstos, al presente, no disputamos, sino contra los<br />

que contradicen a la religión cristiana en defensa de los que<br />

ellos tienen por dioses; pero los que se persuaden estar dependiente<br />

de la voluntad de Dios la constitución de las estrellas, que<br />

en alguna manera decretan o fallan cuál es cada uno y lo que le<br />

sucede de bueno y de malo, si juzgan que las estrellas tienen<br />

este poder recibido del supremo poder de Dios, de modo que determinen<br />

voluntariamente estos efectos, hacen grande injuria al<br />

Cielo, en cuyo clarísimo consejo (digámoslo así) e ilustrísima corte,<br />

piensan que se decretan las maldades que se han de<br />

perpetrar por los malvados: que si tales las acordara alguna ciudad<br />

de la tierra por decreto de los hombres, debiera ser<br />

destruida y asolada. ¿Y qué imperio y jurisdicción le queda después a<br />

Dios sobre las acciones de los hombres si las atribuyen a<br />

la necesidad del Cielo, o, por mejor decir, a la fatal constelación<br />

de los astros, siendo este gran Dios el Señor absoluto y Criador<br />

de los hombres y de las estrellas? Si dicen que las estrellas no<br />

decretan estos sucesos a su albedrío, aunque hayan obtenido<br />

facultad del sumo Dios, sino que en causar tales necesidades cumplen<br />

puntualmente sus mandatos, ¿es posible que hemos de<br />

sentir de Dios lo que nos pareció impropio sentir de la voluntad de<br />

las estrellas? Si instan, diciendo que las estrellas significan los<br />

futuros contingentes, pero que no los ejecutan, de modo que aquella<br />

constitución sea como una voz que anuncia lo que está por<br />

venir, mas que no sea causa de ello (porque esta opinión fue de<br />

algunos filósofos bastante ignorantes), no suelen explicarse así<br />

los matemáticos, de forma que digan de esta manera: , sino que dicen:<br />

; pero aun cuando concedamos que no se expresan<br />

como deben, y que es necesario tomen de los filósofos<br />

la regla de cómo han de hablar para pronosticar lo que piensan que<br />

alcanzan para la constitución dc las estrellas, ¿qué arcano<br />

tan profundo o dificultad tan intrincada es ésta, que jamás pudieron<br />

dar la razón por qué en la vida de los mellizos nacidos de un<br />

parto, en sus acciones, sucesos, profesiones, artes, oficios, en todo<br />

lo demás que toca a la vida humana y en la misma muerte,<br />

hay por la mayor parte tanta diferencia, que les son más parecidos y<br />

semejantes en cuanto a es-tas cualidades muchos extraños<br />

que los mismos mellizos entre sí, a quienes, al nacer, los dividió un<br />

corto espacio de tiempo, y al ser concebidos con un mismo<br />

acto, y aun en un mismo movimiento, los engendraron sus, padres?<br />

CAPITULO II<br />

De la disposición semejante y desemejante de dos mellizos<br />

Refiere Cicerón que Hipócrates, insigne médico, escribe que, habiendo<br />

caído enfermos dos hermanos a un mismo tiempo,<br />

viendo que su enfermedad en un mismo instante crecía y en el mismo


declinaba, sospechó que eran gemelos, de quienes el<br />

estoico Posidonio, aficionado en extremo a la Astrología, solía decir<br />

que habían nacido bajo una misma constelación, que en la<br />

misma fueron concebidos, de modo que lo que el médico decía<br />

pertenecía a la correspondencia o semejanza que tenían entre si<br />

por su disposición física, el filósofo astrólogo lo atribuía a la<br />

influencia y constitución de las estrellas que se reconoció al tiempo<br />

que nacieron y fueron concebidos. En este punto es mucho más creíble<br />

y común la conjetura de los médicos, pues conforme a la<br />

disposición corporal que tenían los padres, pudieron disponerse los<br />

primeros materiales de la generación, de modo que,<br />

recibiendo el cuerpo de la madre los mismos principios nutritivos,<br />

naciesen los hijos de igual disposición, fuera buena o mala;<br />

después, criándose en una misma casa, con unos propios alimentos,<br />

sobre cuyas circunstancias dicen los médicos que el aire,<br />

el sitio del lugar y la naturaleza de las aguas pueden mucho para<br />

preparar bien o mal el cuerpo y acostumbrándose también a<br />

unos mismos ejercicios, es natural tuviesen los cuerpos tan<br />

semejantes, que de un mismo modo se dispusieran para estar<br />

enfermos a un tiempo, y por unas mismas causas; pero querer atribuir<br />

la igualdad y semejanza de esta enfermedad a la<br />

disposición del cielo y de las estrellas que se observó cuando los<br />

engendraron o cuando nacieron, siendo muy posible que se<br />

concibiesen y naciesen tantos de diverso género y de diferentes<br />

afectos y sucesos en un mismo tiempo, en una misma región y<br />

tierra colocada bajo un mismo cielo y clima, no sé si puede darse<br />

mayor temeridad; aunque en este país hemos conocido<br />

mellizos que han tenido no sólo diferentes acciones y<br />

peregrinaciones, sino que han padecido diferentes enfermedades; de lo<br />

cual, en mi sentir, pudiera dar fácilmente la causa Hipócrates,<br />

diciendo que con el uso de diferentes alimentos y ejercicios que<br />

proceden, no de la templanza del cuerpo, sino de la voluntad del<br />

ánimo, les pudo suceder tener diferentes disposiciones; y seria<br />

harto maravilloso que en este caso Posidonio o cualquier otro<br />

defensor del hado o influencia de las estrellas pudiera hallar qué<br />

replicar, a no ser queriendo trastornar los juicios de los ignorantes<br />

con fenómenos raros que no saben ni entienden; pues los<br />

que intentan persuadir, computando el pequeño espacio que tuvieron<br />

entre si los mellizos mientras nacieron con respecto a la<br />

partícula del cielo, donde se coloca la nota de la hora que llaman<br />

horóscopo, o no puede el signo tanto cuanta es la diversidad<br />

que hay en las voluntades, acciones, costumbres y sucesos de los<br />

gemelos, o pueden aún más estas cualidades que la misma<br />

bajeza o nobleza del linaje de los mellizos, cuya mayor diversidad no<br />

la calculan, sino la hora en que cada uno nace; y por<br />

consiguiente, si tan presto viene a nacer uno como otro permaneciendo<br />

en igual grado la misma parte o punto del horóscopo,<br />

luego deberán ser del todo semejantes o iguales en sus propiedades,<br />

lo cual es imposible hallarse en ningunos mellizos. Y si la<br />

dilación del segundo en el nacimiento muda el horóscopo, luego los<br />

padres serán diferentes, cuya circunstancia no puede<br />

verificarse en los mellizos.<br />

CAPITULO III<br />

Del argumento que Nigidio, astrólogo, tomó de la rueda del ollero en<br />

la cuestión de los gemelos.<br />

Así que en vano se alega en comprobación de esta doctrina aquella<br />

famosa invención de la rueda del ollero, de la cual refieren<br />

se valió Nigidio para responder hallándose atajado en esta cuestión,<br />

por lo cual le vinieron a llamar Fígulo, pues habiendo<br />

impelido y sacudido con toda su fuerza a la rueda, corriendo ésta la<br />

señaló con suma presteza, como si fuera en un determinado<br />

paraje de ella, con tinta dos veces; después, parando la rueda,


hallaron los dos puntos que había señalado en las extremidades<br />

de ella no poco distantes entre sí; . Esta ficción es más frágil que las mismas ollas que<br />

se forjan con las vueltas de aquella rueda, porque si tanto<br />

importa en el cielo (lo que no puede comprenderse en las<br />

constelaciones) que a uno de los gemelos le venga la herencia y al<br />

otro no, ¿cómo se atreven a los que no son mellizos (examinando sus<br />

constelaciones) a pronosticarles sucesos que pertenecen<br />

a aquel secreto que nadie puede comprender, notándolos y<br />

atribuyéndolos a los puntos y momentos en que nacen las criaturas?<br />

Y si estos acaecimientos los pronostican en los nacimientos de<br />

los otros porque conciernen a espacios y tiempos más<br />

largos, aquellos puntos y momentos de partes tan menudas que pueden<br />

tener entre sí los gemelos cuando nacen,<br />

atribuyéndose a cosas mínimas, sobre que no se suele consultar a los<br />

astrólogos (porque quién ha de preguntar cuándo se<br />

sienta uno, cuándo se posea o cuándo come), ¿por ventura diremos esto<br />

cuando en las, costumbres, acciones y sucesos de los<br />

mellizos hallamos tantas y tan diferentes propiedades?<br />

CAPITULO IV<br />

De tos hermanos gemelos Esaú y Jacob, y de la diferencia tan grande<br />

que hubo, entre ellos en sus costumbres y acciones<br />

Nacieron dos gemelos en tiempo de los antiguos padres (por hablar de<br />

los más insignes), de tal suerte en uno tras el otro, que<br />

el segundo tuvo asida la planta del pie del primero. Hubo tanta<br />

diversidad en su vida y costumbres, tanta desigualdad en sus<br />

acciones y tanta diferencia en el amor de sus padres, que esta<br />

distancia les hizo entre sí enemigos. ¿Acaso refieren las historias<br />

esta particularidad de que andando el uno el otro estaba sentado,<br />

durmiendo el uno el otro velaba, y hablando el uno el otro<br />

callaba, todo lo cual pertenece a aquellas menudencias que no pueden<br />

comprender los que describen la constitución de las<br />

estrellas, bajo cuyos auspicios nace cada uno, para que en su vista<br />

puedan consultar a los matemáticos? El uno pasó su vida<br />

sirviendo a sueldo, el otro no sirvió; el uno era amado de su madre,<br />

el otro no lo era; el uno perdió la dignidad que entre ellos<br />

era tenida en mucho aprecio, y el otro la alcanzó; ¿pues qué diré de<br />

la diversidad que hubo en sus mujeres, hijos y hacienda?<br />

Y si estas cosas se dicen porque se atiende no a las diferencias<br />

pequeñísimas de tiempo que hay entre los mellizos; sino a espacios<br />

de tiempo más considerables, ¿a qué viene la rueda del ollero,<br />

sino para que a los hombres que tienen el corazón de<br />

barro los tenga al retortero, para que no queden en mal lugar las<br />

vanidades de los matemáticos?<br />

CAPITULO V<br />

Cómo se, convence a los astrólogos de la vanidad de su ciencia<br />

¿Y qué practican, finalmente, aquellos mismos cuya enfermedad, porque<br />

a un mismo tiempo crecía y declinaba, Hipócrates,<br />

mirándolo como médico, sospechó que eran gemelos? ¿Por ventura no es<br />

argumento suficiente contra los que quieren atribuir a<br />

las estrellas lo que procedía de una misma templanza y disposición<br />

física de los cuerpos? Pregunto: ¿por qué de una misma<br />

manera y a un mismo tiempo no enfermaban el uno tras el otro, como<br />

habían nacido, pues seguramente no pudieron nacer<br />

ambos juntamente? Y si no fue de momento para que cayeran enfermos en


diferentes tiempos el haber nacido en distintas<br />

estaciones, ¿por qué pretenden que vale para la diferencia de las<br />

otras propiedades la diferencia del tiempo en que nacen?<br />

Pregunto asimismo: ¿por qué pudieron peregrinar en diferentes<br />

tiempos, y en diferentes tiempos casarse, engendrar hijos y no<br />

pudieron por la misma causa enfermar también en diferentes tiempos?<br />

Porque si la desigualdad y dilación en el nacer mudó el<br />

horóscopo y causó desproporción y diferencia en las demás cualidades,<br />

¿por qué razón perseveró en las enfermedades lo que<br />

tenían los que fueron concebidos con igualdad a un mismo tiempo? Y si<br />

la suerte o hado de la buena o mala disposición consiste<br />

en la concepción, y la de los demás sucesos en el nacimiento, no<br />

debieran vaticinar nada acerca de la salud, mirando las<br />

constelaciones del nacimiento, supuesto que no pueden observar la<br />

hora de la concepción. Y si vaticinan las enfermedades sin<br />

examinar el horóscopo de la concepción, ¿por qué las significan los<br />

puntos y momentos en que nacen? Pregunto: ¿cómo podrían<br />

pronosticar a cualquiera de aquellos mellizos, observando la<br />

hora de su nacimiento, cuándo habla de estar enfermo, si el<br />

otro que no nació en la misma hora necesariamente había de enfermar a<br />

un mismo tiempo? Pregunto más: si hay tanta distancia<br />

de tiempo en el nacimiento de los mellizos, que por ello sea preciso<br />

sucederles diferentes constelaciones por el horóscopo<br />

diferente, y por esto resultan distintos todos los ángulos cárdines,<br />

a los cuales atribuyen un influjo tan particular, que de ellos<br />

quieren procedan diferentes hados y suertes, ¿por dónde pudo suceder<br />

esto, pues la concepción de ellos no pudo ser en<br />

diferente tiempo? Y si dos concebidos en un mismo momento pudieran<br />

tener diferentes hados para nacer, ¿por qué otros dos<br />

que nacieron en un mismo instante de tiempo no pueden tener<br />

diferentes hados para vivir y morir? Pues si un mismo momento<br />

en que ambos fueron concebidos no impidió que naciese el uno primero<br />

y el otro después, ¿por qué causa, si nacen dos en un<br />

momento, ha de haber algún motivo que impida que muera el uno primero<br />

y el otro después? Si un momento en la concepción<br />

causa el que los gemelos tengan diferentes suertes hasta en el<br />

vientre de su madre, ¿por qué un instante en el nacimiento no<br />

motivará que otros dos cualesquiera tengan diferentes suertes en la<br />

tierra, y así se quiten todas las ficciones de esta arte, o,<br />

mejor decir, vanidad? ¿Qué misterio se encierra en que los concebidos<br />

eh un mismo tiempo, en un mismo momento, debajo, de<br />

una misma porción del cielo, tengan diferentes suertes, que los<br />

impelan a nacer en diferente hora, y que dos nacidos igualmente<br />

de dos madres en un momento de tiempo, debajo de una misma<br />

constelación del cielo, no pueden tener diferentes suertes que<br />

los traigan a diferente necesidad de vivir o de morir? ¿Acaso los<br />

concebidos no participan de la influencia de los hados sino<br />

cuando llega el momento de nacer? ¿Cómo, pues, aseguran que si se<br />

halla la hora de la concepción pueden adivinar muchas<br />

maravillas? ¿Y cómo defienden también algunos que un sabio escogió la<br />

hora en que se había de juntar con su esposa, y<br />

mediante una lección tan prudente logró engendrar un hermoso y<br />

perfecto hijo? ¿Cómo, finalmente, decía Posidonio, aquel<br />

grande astrólogo y filósofo, de los dos gemelos, que la causa de<br />

haber enfermado en un mismo tiempo consistió en que nacieron<br />

en un mismo momento, y en uno mismo fueron concebidos? Sin duda,<br />

parece, añadió la concepción, porque no le dijesen que<br />

no pudieron nacer precisamente en un mismo tiempo lo que era notorio<br />

fueron concebidos en un mismo momento, y por no<br />

atribuir la particularidad de haber enfermado de un mismo mal y a un<br />

mismo tiempo a la igual templanza o disposición del cuerpo;<br />

antes más bien, por imputar y hacer dependiente de las estrellas<br />

aquella misma igualdad y semejanza de enfermedad. Y si tanto<br />

puede para la igualdad de los hados la concepción, no se habían de<br />

mudar estos mismos hados con el nacimiento, o si se inmutan<br />

los hados de los gemelos porque nacen en diferentes tiempos, ¿


por qué no hemos de imaginar con más justa causa que<br />

ya se habían mudado para que naciesen en diferentes tiempos? ¡Que no<br />

pueda la voluntad de los vivos mudar los hados del<br />

nacimiento, pudiendo el orden de hacer mudar los hados de la<br />

concepción, es admirable, sin duda!<br />

CAPITULO VI<br />

Los mellizos de distinto sexo<br />

Además, en las concepciones de los mielgos que han tenido lugar en el<br />

mismo momento, ¿de dónde procede que bajo una<br />

misma constelación fatal se conciba uno varón, y otra, hembra?<br />

Conocemos gemelos de distinto sexo. Ambos viven aún, ambos<br />

están aún en la flor de la edad. Aunque ellos tienen rasgos<br />

corporales semejantes entre sí, cuanto es posible entre seres de<br />

diferente sexo, con todo, en el comportamiento y tren de vida son tan<br />

dispares, que, fuera de las acciones femeninas, que<br />

necesariamente se han de diferenciar de las viriles, él milita en el<br />

oficio de conde y casi siempre está de viaje fuera de casa, y<br />

ella no se separa del suelo patrio y del propio campo. Más aún (cosa<br />

más increíble si se da fe a los hados de los astros, y no<br />

extraña si se consideran las voluntades de los hombres y los dones de<br />

Dios), él es casado y ella virgen consagrada a Dios; él,<br />

padre de muchos hijos; ella ni se casó siquiera. ¿Todavía es grande<br />

el poder del horóscopo? Sobre cuánta sea su vacuidad,<br />

ya diserté bastante.<br />

Pero, cualquiera que sea, dicen que influye en el nacimiento. ¿Acaso<br />

también en la concepción, donde es manifiesto que hay un<br />

solo ayuntamiento carnal? Y es tal el orden de la naturaleza; que, en<br />

concibiendo una vez la mujer, no puede concebir después<br />

otro. De donde resulta necesariamente que los mellizos son concebidos<br />

en el mismo momento. ¿Acaso, porque nacieron bajo<br />

diverso horóscopo, se cambió, al nacer, a aquél en varón y a ésta en<br />

hembra? Puede, pues sostenerse no de todo punto<br />

absurdamente que ciertos influjos sidéreos valen para solas las<br />

diferencias corporales, como vemos también variar los tiempos<br />

del año en las salidas y puestas del sol y aumentarse y disminuirse<br />

algunas cosas con los crecientes y menguantes de la luna,<br />

como los erizos, las conchas y los admirables oleajes del océano, y<br />

que las voluntades de los hombres no se subordinan a las<br />

posiciones de los astros. El que éstos ahora se esfuercen por hacer<br />

depender de ellas nuestros actos, nos previene para que<br />

investiguemos cómo esta su razón no puede probarse ni aun en los<br />

cuerpos. ¿Qué hay tan concerniente al cuerpo como el<br />

sexo? Y, sin embargo, bajo la misma posición de los astros pudieron<br />

concebirse mellizos de distinto sexo. Por tanto, ¿qué mayor<br />

disparate puede decirse o imaginarse que pensar que la posición<br />

sideral, que fue una misma para la concepción de ambos, no<br />

pudo hacer que, con quien tenía una misma constelación, no tuviera<br />

sexo distinto, y pensar que la posición sideral que presidía<br />

la hora del nacimiento pudo hacer que discrepara tanto de él por la<br />

santidad virginal?<br />

CAPITULO VII<br />

De la elección del día para tomar mujer o para plantar o sembrar<br />

alguna semilla en el campo<br />

¿Quién ha de poder sufrir el oír que con hacer elección de ciertos<br />

días procuran formar con sus acciones unos nuevos hados?<br />

En efecto; no tuvo otro tal felicidad que lograse tener un hijo<br />

admirable; antes, por el contrario, supo le había de engendrar soez<br />

y despreciable, y por eso el hombre docto escogió hora determinada;<br />

luego hizo el hado que no tenía, por el mismo hecho<br />

comenzó a ser fatal, lo que no fue en su nacimiento. ¡Oh estupidez


singular! Hacerse elección del día para tomar mujer, porque<br />

de no hacerlo así hubiera podido suceder en fecha no propicia ¿Dónde<br />

está, pues, lo que decretaron las estrellas cuando<br />

nació? Puede, acaso, el hombre mudar con la elección del día lo que<br />

le estaba ya decretado, y aquello que él determinó con la<br />

elección del día ¿no lo podrá mudar otra potestad? Mas si los hombres<br />

solos, y no todos los entes que están colocados debajo<br />

del cielo, están sujetos a las constelaciones, ¿por qué escogen días<br />

acomodados para plantar viñas, árboles o mieses, y otros<br />

para domar el ganado o para echar los machos a las hembras, para que<br />

se multipliquen las yeguas o los bueyes, y todo lo que<br />

es de esta clase? Y si las elecciones de los días valen para estos<br />

ejercicios por causa de que la posición de las estrellas domina<br />

sobre todos los cuerpos terrenos animados o inanimados, según la<br />

diversidad de los momentos de los tiempos, consideren cuán<br />

innumerables son las producciones que debajo de un mismo punto de<br />

tiempo nacen o salen de la tierra o empiezan a crecer, y,<br />

con todo, tienen tan diferentes fines, que a cualquier niño le<br />

obligan a que se ría y mofe de estas observaciones; porque ¿quién<br />

hay tan falto de juicio que se atreva a decir que todos los árboles,<br />

todas las plantas y hierbas, todas las bestias, reptiles, aves,<br />

peces, gusanillos e insectos participan, cada uno respectivamente, de<br />

diferentes momentos en su nacimiento? Con todo, suelen<br />

algunos, para experimentar la pericia de los astrólogos,<br />

representarles las constelaciones de algunos animales brutos, cuyos<br />

nacimientos han observado diligentemente en su casa para este efecto,<br />

y reputan por excelentes astrólogos a los que, habiendo<br />

visto las constelaciones, responden que no nació hombre, sino alguna<br />

bestia, atreviéndose a decir igualmente la calidad de la<br />

bestia, si es a propósito y acomodada para la lana, para carga, para<br />

el arado o para la custodia de la casa; y porque tienen su<br />

sabiduría hasta en los hados de los perros, responden a todo con<br />

grande aclamación de los que se admiran de su vana ciencia;<br />

tan necios proceden los hombres, que imaginan que cuando nace el<br />

hombre se impiden los demás nacimientos de las cosas<br />

naturales, de manera que debajo de una misma región del cielo, no<br />

nazca con él ni una mosca; pero si admiten el argumento,<br />

éste, paso a paso y poco a poco, los hace ir de las moscas a los<br />

camellos y elefantes. Tampoco quieren advertir que haciendo<br />

elección del día para sembrar el campo, la grande muchedumbre de<br />

granos que cae juntamente en el suelo, juntamente nace, y,<br />

nacida, espiga, grana y blanquea; y con todo, entre ellas, a unas<br />

mismas espigas, que son de un mismo tiempo que las otras,<br />

sembradas, nacidas y criadas juntas, las destruye la niebla, a otras<br />

las consumen las aves y a otras las arrancan los hombres.<br />

¿Cómo han de decir que tuvieron diferentes constelaciones estas<br />

semillas, que ven tienen tan diferentes fines? Por ventura, ¿se<br />

avergonzarán y dejarán de elegir días para estas investigaciones, y<br />

negarán que no pertenecen a los decretos del cielo, y sólo<br />

sujetarán al imperio de las estrellas al hombre, a quien sólo en la<br />

tierra dio Dios voluntad libre? Considerando todas estas justas<br />

reflexiones con la meditación debida, no sin razón se cree que cuando<br />

los astrólogos ,admirablemente pronostican muchos<br />

sucesos que salen verdaderos, esto sucede por oculto instinto de los<br />

espíritus no buenos, a cuyo cargo está el plantar y<br />

establecer en los hombres estas falsas y dañosas opiniones de los<br />

hados o influjos de las estrellas, y no por algún arte que<br />

observa y nota el horóscopo, porque no le hay.<br />

CAPITULO VIII<br />

De los que entienden por hado, no la posición de los astros, sino la<br />

trabazón de las causas que penden de la voluntad divina<br />

Pero los que entienden por nombre de hado, no la constitución de los<br />

astros tomo se halla cuando se engendra, o nace, o crece


alguna especie, sino la trabazón y orden de todas las causas con que<br />

se hace todo lo que se hace, no hay razón para que<br />

nosotros nos cansemos ni porfiemos obstinadamente con ellos sobre la<br />

cuestión del nombre, supuesto que el mismo orden y<br />

trabazón de las causas la atribuyen a la voluntad y potestad del Dios<br />

sumo, de quien se cree con realidad y verdad que sabe<br />

todas las cosas antes que se hagan, y que no deja alguna sin orden:<br />

de quien dependen todas las potestades, aunque no<br />

dependen de él todas las voluntades; que llamen estos hados con<br />

especialidad a la misma voluntad del sumo Dios, cuyo poder<br />

sin resistencia se difunde por todo lo criado, se prueba con estos<br />

versos, que son, si no me engaño, de Séneca Así que con este último verso,<br />

evidentemente llamó hados a la que había llamado voluntad del Sumo<br />

Padre, a quien dice que está dispuesto a obedecer, para<br />

que queriéndolo le lleven de grado y suavemente, y no queriendo no le<br />

llevan por fuerza; porque, en efecto, al que quiere le<br />

llevan suavemente los hados, y al que se resiste, por fuerza. Apoyan<br />

también esta sentencia aquellos versos de Homero que<br />

Cicerón puso en el idioma latino, y dicen: Y aunque fuera de<br />

poca autoridad en esta cuestión el parecer del poeta, mas<br />

porque dice que los estoicos (que son los que defienden la fuerza del<br />

hado) suelen citar estos versos de Homero, no se trata ya<br />

de la opinión del Poeta, sino de la de estos filósofos, ya que con<br />

estos versos que citan en la materia, que tratan del hado<br />

manifiestamente, declaran qué es lo que sienten que es hado, supuesto<br />

que le llaman Júpiter, el cual piensan y entienden que es<br />

el sumo Dios, de quien dicen que depende la trabazón de los hados.<br />

CAPITULO IX<br />

De ¡a presciencia de Dios y de ¡a libre voluntad del hombre contra la<br />

definición de Cicerón<br />

A estos filósofos de tal modo procura refutar Cicerón, que le parece<br />

no ser bastante poderoso contra ellos si no es quitando la<br />

adivinación, la cual procura destruir, diciendo que no hay ciencia de<br />

las cosas futuras, y ésta pretende probar con todas sus<br />

fuerzas intelectuales que es del todo ninguna, así en Dios como en<br />

los hombres; que no hay predicción o profecía de ningún<br />

futuro; niega, por consiguiente, la presciencia de Dios, procura<br />

enervar, desautorizar y dar por el suelo con vanos y lisonjeros<br />

argumentos todas las profecías más claras que la luz; y opóniéndose a<br />

sí mismo algunos oráculos, a que fácilmente se puede a<br />

satisfacción; no obstante, cuando refuta estas conjeturas de los<br />

matemáticos de contestar, con todo, tampoco triunfa su<br />

elocuencia, porque realmente ellas son tales, que mutuamente se<br />

destruyen y confunden. Con todo eso, son mucho más<br />

tolerables aún los que opinan ser infalibles los hados de las<br />

estrellas que Cicerón, que quita la presciencia de las cosas futuras;<br />

porque confesar que hay Dios y negar que sepa lo venidero es caer en<br />

un claro desvarío, lo cual, advertido por este elocuente<br />

orador, procuró asimismo establecer como inconcuso aquel verdadero<br />

axioma que se halla en la Escritura: ; aunque no en su nombre. Porque echó de ver<br />

cuan odioso y grave problema era éste; y por lo mismo,<br />

aunque procuró disputase Cota, apoyando la hipótesis contra los<br />

estoicos en los libros de la naturaleza de los dioses; con todo,<br />

quiso más declararse en favor de Lucio Balbo, a quien persuadió


defendiese el sistema de los estoicos, que por Cota, que pretende<br />

establecer como principio innegable que no hay naturaleza<br />

alguna divina;. pero en los libros de Divinationes, hablando él<br />

mismo, refute claramente la presciencia de los futuros, todo lo cual<br />

parece lo hace por no conceder que hay hado, y echar por<br />

tierra la libertad de la voluntad o libre albedrío; pues estaba<br />

imbuido en el error de que concediendo la ciencia de lo venidero se<br />

seguía necesariamente conceder la influencia del hado, de forma que<br />

en ningún modo se pudiera negar; mas como quiera que<br />

sean las prolijas y perplejas disputas y conferencias de los<br />

filósofos, nosotros, así como confesamos que hay un sumo y<br />

verdadero Dios, así también confesamos su voluntad divina, sumo poder<br />

y presciencia; y no por eso tememos que hacemos<br />

involuntariamente lo que practicamos con libre voluntad, porque sabía<br />

ya que lo habíamos de ejecutar Aquel cuya presciencia<br />

es infalible. Esta justa repulsa temió Cicerón por el mismo hecho de<br />

combatir la presciencia, y los estoicos igualmente, por no<br />

verse precisados a confesar sinceramente ni decir que todas las cosas<br />

se hacían necesariamente, no obstante que al mismo<br />

tiempo sostenían que todas se hacían por el hado. Pero con<br />

especialidad, ¿qué fue lo que temió Cicerón en la presciencia de los<br />

futuros para que así procurase derribarla y destruirla con un<br />

raciocinio tan impío? Es, a saber, porque si se saben todas las<br />

cosas venideras, con el mismo orden que se sabe sucederán han de<br />

acontecer; y si han de acontecer con este orden, Dios,<br />

que lo sabe, ab aeterno, observa cierto y determinado orden; y si hay<br />

cierto orden en las cosas, necesariamente le hay también<br />

en las causas, ya que no puede ejecutarse operación alguna a que no<br />

preceda la causa eficiente, y si hay cierto orden de<br />

causas con que se efectúa todo cuanto se hace,


orden de las cosas para la presciencia de Dios, no todas<br />

las cosas suceden así como El las sabía que habían de suceder. Y si<br />

no suceden así todas las cosas, como El sabía que habían<br />

de acontecer, no hay, dice, en Dios presciencia de los futuros>.<br />

Nosotros confesamos sinceramente contra esta sacrílega e impía<br />

presunción, que Dios sabe todas las cosas antes que se hagan, y que<br />

nosotros ejecutamos voluntariamente todo lo que<br />

sentimos, y conocemos que lo hacemos queriéndolo así; pero no decimos<br />

que todas las cosas se hacen fatalmente, antes<br />

afirmamos que nada se hace fatalmente, porque el nombre de hado,<br />

donde le ponen los que comúnmente hablan, eso es, en la<br />

constitución de las estrellas, bajo cuyos auspicios fue concebido o<br />

nació cada uno (porque esto vanamente se asegura),<br />

probamos y demostramos que nada vale; y el orden de las causas, en<br />

cuya influencia puede mucho la voluntad divina, ni le<br />

negamos ni le llamamos con nombre de hado, sino que es, acaso,<br />

entendamos que fatum se dijo de fando, esto es, de hablar;<br />

porque no podemos negar que dice la Sagrada Escritura: . En las palabras primeras, donde dice , se entiende infaliblemente, esto es, inconmutablemente habló<br />

así, como conocer inconmutablemente todas las cosas que<br />

han de suceder, y las que El ha de hacer; así que en esta conformidad<br />

pudiéramos llamar y derivar el hado de fando, si no<br />

estuviera admitido comúnmente el entenderse otra cosa distinta por<br />

este nombre, a cuya excepción no queremos que se inclinen<br />

los corazones de los hombres. Y no se sigue que si para Dios hay<br />

cierto orden de todas las causas, luego por lo mismo nada ha<br />

de depender del albedrío de nuestra voluntad; porque aun nuestras<br />

mismas voluntades están en el orden de las causas, el que<br />

es cierto y determinado respecto de Dios, y se comprende en su<br />

presciencia, pues las voluntades humanas son también causas<br />

de las acciones humanas; y así el que sabía todas las causas<br />

eficientes de las cosas, sin duda que en ellas no pudo ignorar<br />

nuestras voluntades, de las cuales tenía ciencia cierta eran causas<br />

de nuestras obras; porque aun lo que el mismo Cicerón<br />

concede, que no se ejecuta acción alguna sin que preceda causa<br />

eficiente, basta para convencerle en esta cuestión; y ¿qué le<br />

aprovecha lo que dice, que, aunque liada se hace sin causa, toda<br />

causa es fatal, porque hay causa fortuita, natural y voluntaria?<br />

Basta su confesión cuando dice que todo cuanto se hace no se<br />

hace sino precediendo causa; pues nosotros no decimos<br />

que las causas que se llaman fortuitas, de donde vino el nombre de la<br />

fortuna, son ningunas, sino ocultas y secretas, y éstas las<br />

atribuimos, o a la voluntad del verdadero Dios, o á la de<br />

cualesquiera espíritus, y las que son naturales no las separamos de<br />

la<br />

suprema voluntad de aquel que es Autor y Criador de todas las<br />

naturalezas. Las causas voluntarias, o son de Dios, o de los<br />

ángeles, o de los hombres, o de cualesquiera animales; pero al mismo<br />

tiempo deben llamarse voluntades los movimientos de los<br />

animales irracionales, con los que practican ciertas acciones, según<br />

su naturaleza, cuando apetecen alguna cosa buena o mala,<br />

o la evitan; y también se dicen voluntades las de los ángeles, ya<br />

sean de los buenos, que llamamos ángeles de Dios, ya de los<br />

malos, a quienes denominamos ángeles del diablo, y también demonios;<br />

asimismo las de los hombres, es a saber, de los buenos<br />

y de los malos; de lo cual se deduce que no son causas eficientes de<br />

todo lo que se hace, sino las voluntarias de aquella<br />

naturaleza que es espíritu de vida; porque el aire se llama<br />

igualmente espíritu, mas porque es cuerpo no es espíritu de vida. El<br />

espíritu de vida que vivifica todas las cosas y es el Criador de<br />

todos los cuerpos y espíritus criados, es el mismo Dios, que es<br />

Espíritu no criado. En su voluntad se reconoce un poder absoluto, que<br />

dirige, ayuda y fomenta las voluntades buenas de los


espíritus criados; las malas juzga y condena, todas las ordena, y a<br />

algunas da potestad, y a otras no. Porque así como es Criador<br />

de todas las naturalezas, así es dador y liberal dispensador de<br />

todas las potestades; no de las voluntades, porque las malas<br />

voluntades no proceden de Dios en atención a que son contra el orden<br />

de la naturaleza que procede de él. Así que los cuerpos<br />

son los que están más sujetos a las voluntades, algunos a las<br />

nuestras, esto es, a las de todos los animales mortales, y más a las<br />

de los hombres que a las de las bestias; y algunos a las de los<br />

ángeles, aunque todos, principalmente, están subordinados a la<br />

voluntad de Dios, de quien también dependen todas sus voluntades,<br />

porque ellas no tienen otra potestad que las que El les<br />

concede.<br />

Por eso decimos que la causa que hace y no es hecha, o más claro, es<br />

activa y no pasiva, es Dios; pero las otras causas<br />

hacen y son hechas, como son espíritus creados, y especialmente los<br />

racionales. Las causas corporales, que son más pasivas<br />

que activas, no se deben contar entre las causas eficientes; porque<br />

sólo pueden lo que hacen de ellas las voluntades de los<br />

espíritus. Y ¿cómo el orden de las causas (el cual es conocido a la<br />

presencia de Dios) hace que no dependa cosa alguna de<br />

nuestra voluntad supuesto que nuestras voluntades tienen lugar<br />

privilegiado en el mismo orden de las causas?<br />

Compóngase como pueda Cicerón, y arguya nerviosa y eficazmente con<br />

los estoicos, que sostienen que este orden de las<br />

causas es fatal, o, por mejor decir, le llaman con el nombre de hado<br />

(lo que nosotros abominamos) principalmente por el<br />

nombre, que suele tomarse en mal sentido. Y en cuanto niega que la<br />

serie de todas las causas no es certísima y notoria a la<br />

paciencia de Dios, abominamos más de él nosotros que los estoicos,<br />

porque o niega que hay Dios (como bajo el nombre de otra<br />

persona lo procuro persuadir en los libros de la naturaleza de los<br />

dioses), o si confiesa que hay Dios, negando que Dios sepa<br />

lo venidero, dice lo mismo que el otro necio en su corazón: Non est<br />

Deus, no hay Dios; pues el que no sabe lo futuro, sin duda,<br />

no es Dios, y así también nuestras voluntades tanto pueden cuanto<br />

supo ya y quiso Dios que pudiesen, y por lo mismo, todo lo<br />

que pueden ciertamente lo pueden, y lo que ellas han de venir a hacer<br />

en todo acontecimiento lo han de hacer, porque sabía<br />

que habían de poder y lo había de hacer Aquel cuya presciencia es<br />

infalible y no se puede engañar. Por tanto, si yo hubiera de<br />

dar el nombre de hado a alguna cosa, diría antes que el hado era de<br />

la naturaleza inferior, y que puede menos; y que la<br />

voluntad es de la superior y más poderosa, que tiene a la otra en su<br />

potestad; que decir que se quita el albedrío de nuestra<br />

voluntad con aquel orden de las causas, a quien los estoicos a su<br />

modo, aunque no comúnmente recibido, llaman hado.<br />

CAPITULO X<br />

Si domina alguna necesidad en las voluntades de los hombres<br />

Así que tampoco se debe temer aquella necesidad por cuyo recelo<br />

procuraron los estoicos distinguir las causas, eximiendo a<br />

algunas de las necesidades y a otras sujetándolas a ella; y entre las<br />

que no quisieron que dependiesen de la necesidad<br />

pusieron también a nuestras voluntades, para que, en efecto, no<br />

dejasen de ser libres si se sujetaban a la necesidad. Porque si<br />

hemos de llamar necesidad propia a la que no está en nuestra<br />

facultad, sino qué, aunque nos resistamos hace lo que ella<br />

puede, como es la necesidad de morir, es claro que nuestras<br />

voluntades, con que vivimos bien o mal, no están subordinadas a<br />

esta necesidad, supuesto que ejecutamos muchas acciones que, si no<br />

quisiésemos, las omitiríamos; a lo cual, primeramente,<br />

pertenece el mismo querer; porque si queremos es, si no queremos no<br />

es; porque no quisiéramos si no quisiéramos. Y si se


llama y define por necesidad aquella por la cual decimos es necesario<br />

que, alguna cosa sea así o no se haga a no sé por qué<br />

hemos de temer que ésta nos quite la libertad de la voluntad, pues no<br />

ponemos la vida de Dios y su presencia debajo de esta<br />

necesidad; porque digamos es necesario que Dios siempre viva y que lo<br />

sepa todo, así como no se disminuye su poder cuando<br />

decimos que no puede morir ni engañarse; porque de tal manera no<br />

puedo esto, que si lo pudiese, sin duda, sería menos<br />

facultad. Por esto se dice con justa causa todopoderoso, el que con<br />

todo no puede morir ni engañarse; pues se dice<br />

todopoderoso haciendo lo que quiere y no padeciendo lo que no quiere;<br />

lo cual, si le sucediese, no sería todopoderoso, y por<br />

lo mismo no puede algunas cosas, porque es todopoderoso.<br />

Así también, cuando decimos es necesario que cuando queremos sea con<br />

libre albedrío sin duda, decimos verdad, y no por eso<br />

sujetamos el libre albedrío a la necesidad que quita la libertad. Así<br />

que las voluntades son nuestras, y ellas hacen todo lo que<br />

queriendo hacemos, lo que no se haría si no quisiésemos; y en todo<br />

aquello que cada uno padece, no queriendo, por voluntad<br />

de otros hombres, también vale la voluntad, aunque no es voluntad de<br />

aquel hombre, sino potestad dé Dios; porque si fuera<br />

sólo voluntad, y no pudiese lo que quisiese, quedaría impedida con<br />

otra voluntad más poderosa. Con todo, aun entonces,<br />

habiendo querer habría voluntad, y no sería de otro, sino de aquel<br />

que quisiese, aunque no lo pudiese lograr; y así todo lo que<br />

padece el hombre fuera de su voluntad no lo debe atribuir a las<br />

voluntades humanas o angélicas o de algún otro espíritu criador,<br />

sino a la de Aquel que da potestad a los que quiere. Luego, no<br />

porque Dios quisiese lo que había de depender de nuestra<br />

voluntad deja de haber algo a nuestra libre determinación. Por otra<br />

parte, si que previó lo que había de suceder en nuestra<br />

voluntad vio verdaderamente algo, se sigue que aun conociéndolo él,<br />

hay cosas de que puede disponer nuestra voluntad, por<br />

lo cual de ningún modo somos forzados, aunque admitimos la<br />

presciencia de Dios, a quitar el albedrío de la voluntad, ni aún<br />

cuando admitamos el libre albedrío, a negar que Dios (impiedad sería<br />

imaginarIo) sabe los futuros, sino que lo uno y lo otro<br />

tenemos, y lo uno y lo otro fiel y verdaderamente confesamos: lo<br />

primero, para que creamos con firmeza esto otro, y lo segundo,<br />

para que vivamos bien; y mal se vive si no se cree bien de Dios; por<br />

lo cual, este gran Dios nos libre de negar su presciencia<br />

intentando ser libres, con cuyo soberano auxilio somos libres o lo<br />

seremos. Y así no son en vano las leyes, las reprensiones,<br />

exhortaciones, alabanzas y vituperios; porque también sabía que<br />

habían de ser útiles, y valen tanto cuanto sabía ya que habían<br />

de valer; las oraciones sirven para alcanzar las gracias que sabía ya<br />

había de conceder a los que acudiesen a él con sus<br />

ruegos: y por eso, justamente, están establecidos premios a las obras<br />

buenas, y castigos a los pecados. Ni tampoco paca el<br />

hombre, porque sabía ya Dios que había de pecar, antes por lo mismo,<br />

no se duda de que peca cuando peca, pues Aquel a<br />

cuya presciencia es infalible y no se puede engañar, sabía ya que no<br />

el hado, ni la fortuna, ni otra causa, sino él, había de<br />

pecar. El cual, si no quiere, sin duda, no peca; pero si no quisiese<br />

pecar, también sabía ya Dios este su buen pensamiento.<br />

CAPITULO XI<br />

De la providencia universal de Dios, debajo de cuyas leyes está todo<br />

El sumo y verdadero Dios Padre, con su unigénito Hijo y el Espíritu<br />

Santo, cuyas tres divinas personas son una esencia, un<br />

solo Dios todopoderoso, Criador y Hacedor de todas las almas y de<br />

todos los cuerpos, por cuya participación son felices todos<br />

los que son verdadera y no vanamente dichosos; el que hizo al hombre<br />

animal racional, alma y cuerpo; el que en pecando el


hombre no le dejó sin castigo ni sin misericordia; el que a los<br />

buenos y a los malos les dio también ser con las piedras, vida<br />

vegetativa con las plantas, vida sensitiva con las bestias, vida<br />

intelectiva sólo con los ángeles de quien procede todo género,<br />

toda especie y todo orden; de quien dimana la medida, número y peso;<br />

de quien pro viene todo lo que naturalmente tiene ser<br />

de cualquier género, de cualquiera estimación que sea. de quien<br />

resultan las semillas de las formas y las formas de las semillas,<br />

y sus movimientos el que dio igualmente a la carne su origen,<br />

hermosura. salud. fecundidad para propagarse, disposición de<br />

miembros equilibrio en la salud; y el que así mismo concedió a¡ alma<br />

irracional me moría, sentido y apetito, y a la racional,<br />

además de estas cualidades, espíritu. inteligencia y voluntad; y el<br />

que no sólo al cielo y a la tierra, no sólo al ángel y al hombre,<br />

pero ni aun a las delicadas telas de las entrañas de un pequeñito y<br />

humilde animal, ni a la plumita de un pájaro, ni a la florecita<br />

de una hierba, ni a la hoja del árbol dejó sin su conveniencia, y con<br />

una quieta posesión de sus partes, de ningún modo debe<br />

creerse que quiera estén fuera de las leyes de su providencia los<br />

reinos de los hombres, sus señoríos y servidumbres<br />

CAPITULO XII<br />

Cuáles fueron las costumbres de los antiguos romanos con que<br />

merecieron que el verdadero Dios, aunque no le adorasen, les<br />

acrecentase su imperio<br />

Por lo cual, examinemos ahora cuáles fueron las costumbres de los<br />

romanos, a quienes quiso favorecer el verdadero Dios, y<br />

los motivos por que tuvo a bien dilatar y acrecentar su Imperio aquel<br />

Señor en cuya potestad están también los reinos de la<br />

tierra. Y con el fin de averiguar este punto más completamente,<br />

escribí en el libro pasado a este propósito, manifestando cómo en<br />

este importante asunto no han tenido ni tienen potestad alguna los<br />

dioses a quienes ellos adoraron con varios ritos, y para el<br />

mismo intento sirve lo que hasta aquí hemos tratado en este libro<br />

sobre la cuestión del hado; y no sé que nadie que estuviese ya<br />

persuadido de que el Imperio romano ni se aumentó, ni se conservó por<br />

el culto y religión que tributaba a los falsos númenes, a<br />

qué hado pueda atribuir su silencio, sino a la poderosa voluntad del<br />

sumo y verdadero Dios.<br />

Así que los antiguos y primeros romanos, según lo indica y celebra su<br />

historia, aunque como las demás naciones (a excepción<br />

del pueblo hebreo) adorasen a los falsos dioses y sacrificasen en<br />

holocausto sus víctimas, no a Dios, sino a los demonios; ; a ésta amaron<br />

ardientemente, por ésta quisieron vivir, y por ésta no dudaron morir.<br />

Todos los demás deseos los refrenaron, contentándose<br />

con sólo el extraordinario apetito de gloria; finalmente, porque el<br />

servir parecía ejercicio infame, y el ser señores y dominar,<br />

glorioso, quisieron que su patria primeramente fuese libre, y después<br />

procuraron que fuese señora absoluta.<br />

De aquí nació que, no pudiendo sufrir el dominio de los reyes,<br />

con despotismo. Aunque, en efecto, los<br />

reyes parece que se dijeron así de regir y gobernar; pues el reino se<br />

deriva de los reyes, y la etimología de éstos, como queda<br />

dicho, de regir, paro el fausto y pompa real no se tuvo por oficio y<br />

cargo de persona que rige y gobierna; no se estimó por<br />

benevolencia y amor de persona que aconseja y mira por el bien y<br />

utilidad pública, sino por soberbia y altivez de persona que<br />

manda. Desterrado, pues, el rey Tarquino, y establecidos los<br />

cónsules, siguiéronse los sucesos que el mismo autor refirió entre<br />

las alabanzas de los romanos:


habiendo conseguido la libertad, cuanto mayor fue su<br />

incremento, tanto creció en ella el deseo de honra y gloria>. Esta<br />

ambición del honor y deseo de gloria proporcionó todas<br />

aquellas maravillosas heroicidades, tan gloriosas a los ojos y<br />

estimación de los hombres.<br />

Elogia el mismo Salustio por ínclitos hombres de su tiempo a Marco<br />

Catón y a Cayo César, diciendo hacía muchos años que no<br />

había tenido la República persona que fuese heroica por su valor;<br />

pero que en su tiempo hablan florecido aquellos dos<br />

excelentes y valerosos campeones, aunque, diferentes en la condición,<br />

ideas y proyectos, y entre las alabanzas con que elogia<br />

el mérito de César, pone que deseaba para si el generalato (mejor<br />

dijera toda la autoridad republicana reunida en su persona),<br />

un ejército numeroso y una nueva y continuada guerra, donde poder<br />

demostrar su valor y heroísmo. Y por eso confiaba en los<br />

ardientes deseos de los hombres famosos por su heroicidad y<br />

fortaleza, para que provocasen las miserables gentes a la guerra<br />

y las hostigase Belona con su sangriento látigo, a fin de que de este<br />

modo hubiese ocasión para poder ellos manifestar su valor<br />

La causa de estos deseos, sin duda, era aquella insaciable ansia de<br />

honra y de gloria a que aspiraban. Por esto, primeramente<br />

por amor a la libertad, y después por afición al señorío y por<br />

codicia de la honra y de la gloria, hicieron muchas acciones<br />

admirables. Confirma lo uno y lo otro el insigne poeta, diciendo: <br />

Así que entonces tuvieron ellos por acción heroica o morir como<br />

fuertes y valerosos soldados, o vivir con libertad; pero luego<br />

que consiguieron la libertad, se encendieron tanto en el deseo de<br />

gloria, que les pareció poco sola la libertad, si no alcanzaban<br />

igualmente el dominio y señorío, teniendo por grande suceso lo que el<br />

mismo poeta en persona de Júpiter dice: . Todo lo cual Virgilio refiere altamente, aunque introduce a<br />

Júpiter como que profetiza lo venidero; pero él lo dice como<br />

ya pasado, y lo observa como presente.<br />

He querido alegar este testimonio para demostrar que los romanos,<br />

después de obtenida la libertad, estimaron tanto el mando y<br />

señorío, que le colocaban entre uno de sus mayores elogios. De aquí<br />

procede la expresión del mismo poeta, quien prefiriendo a<br />

las profesiones y artes de las demás naciones la pretensión de los<br />

romanos, reducida al punto primordial de reinar, mandar,<br />

sojuzgar y conquistar otras naciones, dice: .<br />

Estas artes y profesiones las ejercitaban con tanta más destreza,<br />

cuanto menos se entregaban a los deleites y a todos los ejercicios<br />

que embotan y enflaquecen el vigor del ánimo y del cuerpo,<br />

deseando y acumulando riquezas, y con ellas estragando las<br />

costumbres, robando a sus infelices ciudadanos y gastando<br />

pródigamente con los torpes actores; y las los que habían pasado y<br />

sobrepujado ya semejantes deslices y defectos en las costumbres, y<br />

eran ricos y poderosos cuando esto escribía Salustio y<br />

cantaba Virgilio, no aspiraban al honor y a la gloria por medio de


aquellas artes, sino con cautelas y engaños; y así dice él<br />

mismo: Los medios limpios son: llegar por la virtud, y<br />

no por una ambición engañosa, a la honra, a la gloria y al<br />

mando, todas las cuales felicidades desean igualmente el bueno y el<br />

malo; aunque el bueno las procura por el verdadero<br />

camino, y este camino es la virtud, por la cual procura ascender como<br />

al fin apetecido a la cumbre de la gloría, del honor y del<br />

mando; y que estas particularidades las tuviesen naturalmente fijas<br />

en sus corazones los romanos, nos lo manifiestan asimismo<br />

los templos de los dioses que tenían, el de la Virtud y el del Honor,<br />

los cuales los edificaron contiguos y pegados el uno al otro,<br />

teniendo por dioses los dones peculiares que con acede Dios<br />

gratuitamente a los mortales.<br />

De donde puede colegirse el fin que se hablan propuesto, que era el<br />

de la virtud, y adónde la referían los que eran buenos, es<br />

a saber, a la honra; porque los malos tampoco poseían la virtud,<br />

aunque aspiraban al honor, el cual procuraban conseguir por<br />

medios detestables, esto es, con cautelas y engaños.<br />

Con más justa razón elogió a Catón, de quien dice que cuanto menos<br />

pretendía la gloria tanto más ella le seguía; porque la<br />

gloria de que ellos andaban tan codiciosos es el juicio y opinión de<br />

los hombres que juzgan y sienten bien de los hombres. Y así<br />

es mejor la virtud, que no se contenta con el testimonio de los<br />

hombres, sino con el de su propia conciencia, por lo que dice el<br />

apóstol:


vejaciones de los poderosos, y por ellas la escisión entre el<br />

pueblo y el senado y otras discordias domésticas, existieron ya desde<br />

el principio. Y no más que después de la expulsión de los<br />

reyes, en tanto que duró el miedo de Tarquino y la difícil guerra<br />

mantenida contra Etruria, se vivió con equidad y moderación.<br />

Después los patricios se empeñaron en tratar al pueblo como a<br />

esclavo, en maltratarle a usanza de los reyes, en removerlos del<br />

campo y en gobernar ellos sin contar para nada con los demás. El fin<br />

de tales disensiones fue la segunda guerra púnica, al<br />

paso que unos querían ser señores y otros se negaban a ser siervos.<br />

Una vez más, comenzó a cundir un grave miedo, y a<br />

cohibir los ánimos, inquietos y preocupados por aquellos disturbios,<br />

y a revocar a la concordia civil. Pero unos pocos, buenos<br />

según su módulo, administraban grandes haciendas y, tolerados y<br />

atemperados aquellos males, crecía aquella república por la<br />

providencia de esos pocos buenos, como atestigua el mismo historiador<br />

que, leyendo y oyendo el las muchas y preclaras<br />

hazañas realizadas en paz y en guerra, por tierra y por mar, por el<br />

pueblo romano, se interesó por averiguar qué cosa sostuvo<br />

principalmente tan grandes hazañas. Sabía él que muchas veces los<br />

romanos habían peleado con un puñado de soldados<br />

contra grandes legiones de enemigos; conocía las guerras libradas con<br />

escasas riquezas contra opulentos reyes. Y dijo que,<br />

después de mucho pensar, le constaba que la egregia virtud de unos<br />

pocos ciudadanos había realizado todo aquello, y que el<br />

mismo hecho era la causa de que la pobreza venciera a las riquezas, y<br />

la poquedad a la multitud. ,<br />

Catón elogió también la virtud de unos pocos que aspiraban a la<br />

gloria, al honor y al mando por el verdadero camino, esto es,<br />

por la virtud misma. De aquí se originaba la industria doméstica<br />

mencionada por Catón, para que el erario fuera caudaloso, y las<br />

haciendas privadas fueran de poca monta. Corrompidas las costumbres,<br />

el vicio hizo todo lo contrario: públicamente, la pobreza,<br />

y en privado, la opulencia.<br />

CAPITULO XIII<br />

Del amor de la alabanza que, aunque es vicio se le tiene por virtud,<br />

porque por el cohíbense mayores vicios<br />

Por eso, habiendo brillado ya por largo tiempo los reinos de Oriente.<br />

quiso Dios se constituyera también el occidental, que fuera<br />

posterior en el tiempo, pero más floreciente en la extensión y<br />

grandeza de imperio. Y lo concedió para amansar las graves<br />

males de muchas naciones a tales hombres, que mediante el honor, la<br />

alabanza y la gloria velaban por la patria, en la que<br />

buscaban la propia gloria. No dudaron en anteponer a su propia vida<br />

la salud de la patria, aplastando por este único vicio, o<br />

sea, por el amor de la alabanza, la codicia del dinero y muchos otros<br />

vicios. Con más, cuerda visión apunta él que conoce que<br />

el amor de la alabanza es un vicio, cosa que, no se oculta ni al<br />

poeta Horacio, que dice: <br />

Y el mismo, en verso lírico, canta así para refrenar la libido de<br />

dominio: <br />

Sin embargo, los que no refrenan sus libidos más torpes, rogando con<br />

piadosa fe al Espíritu Santo y amando la belleza<br />

inteligible, sino más bien por la codicia de la alabanza humana y de<br />

la gloria, no son santos ciertamente, pero sí menos torpes.<br />

Tulio mismo no pudo disimular esto en los libros que escribió Sobre


la República, donde habla. de la constitución del príncipe en<br />

una ciudad, y dice que hay que alimentarlo con la gloria. A renglón<br />

seguido refiere que el amor de la gloria, inspiró a sus<br />

mayores muchas maravillas. No sólo no oponían resistencia a este<br />

vicio, sino que juzgaban que debía ser alentado y<br />

encendido, en la convicción de que era útil para la república. Ni en<br />

los mismos libros de filosofía, donde lo afirma con mayor<br />

claridad, oculta Tulio, esta peste. Hablando de los estudios, que<br />

cumple seguir por el verdadero bien, no por la vanidad de la<br />

alabanza humana, inserta esta sentencia universal y general: <br />

CAPITULO XIV<br />

De cómo se debe cercenar el deseo de la humana alabanza, porque toda<br />

la honra y gloria de los justos está puesta en Dios<br />

Es más conveniente resistir con firmeza este apetito que dejarse<br />

vencer de él; porque tanto más es uno parecido a. Dios, cuanto<br />

está más limpio y puro de semejante inmundicia. La cual, aunque en la<br />

vida presente no se desarraigue totalmente del corazón<br />

humano, por cuanto no deja de tentar aun a los espíritus bien<br />

aprovechados, a lo menos vénzase el deseo de gloria con el<br />

amor de la justicia, para que si en alguno hay ciertos sentimientos<br />

nobles que entre los mundanos suelen ser despreciados, el<br />

mismo amor de la alabanza humana se avergüence y se retire ante el<br />

amor de la verdad, porque este vicio es tan enemigo de<br />

la fe (que se debe a Dios cuando hay en el corazón mayor deseo de<br />

gloria que temor o amor de Dios), que dijo el Señor:<br />

Y<br />

asimismo dice el evangelista San Juan de algunos que habían<br />

creído en él y temían confesarle públicamente: . Lo que no<br />

hicieron los Santos Apóstoles, quienes predicando el nombre de<br />

Jesucristo en parajes y provincias dónde no sólo no le<br />

estimaban (porque, como dijo un sabio, están abatidas y olvidadas<br />

siempre las cosas de las que todos generalmente no hacen<br />

caso ni aprecian), sino que también le aborrecían en extremo,<br />

conservando en la memoria lo que habían oído a su divino<br />

Maestro y verdadero médico de sus almas: .<br />

Entre las maldiciones y oprobios, entre las gravísimas persecuciones<br />

y crueles tormentos, no dejaron de proseguir en la<br />

predicación de la salud de los hombres. aun cuando resultaba en<br />

notable ofensa de los hombres. Y aun cuando haciendo y<br />

diciendo cosas divinas, y viviendo divinamente después de haber<br />

conquistado en algún modo la dureza de los corazones, e<br />

introducido la paz de la justicia y santidad, alcanzaron en la<br />

iglesia de Cristo una suma gloria, sin embargo, no descansaron en<br />

ella como fin y blanco de su virtud, sino que atribuyendo esto mismo<br />

a gloria de Dios por cuya singular gracia y beneficio eran<br />

tales, con este divino fuego encendían asimismo a los que persuadían<br />

que le amasen que también a éstos les hiciese tales;<br />

porque les había enseñado su divino Maestro que no fuesen buenos por<br />

sólo la honra y gloria de los hombres, diciendo:<br />

.<br />

Pero, por otra parte, porque entendiendo estas expresiones en sentido<br />

contrario, no temiesen y dejasen de agradar a los


hombres, y fuesen de menos fruto estando encubiertos, y siendo<br />

buenos, mostrándoles con qué fin se habían de manifestar:<br />

. Así que no lo practiquéis<br />

porque os vean, esto es, n con intención de que pongan los<br />

ojos en vosotros, pues por vosotros sois nada, sino porque<br />

glorifiquen a vuestro Padre que está en los Cielos, porque, vueltos<br />

a El, sean como vosotros. Esta máxima siguieron los mártires, quienes<br />

se aventajaron y excedieron a los Escévolas, a los<br />

Curcios y Decios, no sólo en, la verdadera virtud (por lo que en<br />

efecto les hicieron ventaja en la verdadera religión), sino<br />

también en la innumerable multitud, no tomando por si mismos las<br />

penas y tormentos, sino sufriendo con paciencia los que otros<br />

les daban. Pero, como aquéllos vivían en la ciudad terrena, y se<br />

habían propuesto por ella, como fin principal de todas sus<br />

obligaciones, su salvación y que reinase, no en el Cielo, sino en la<br />

tierra, no en la vida eterna, no en el tránsito de los que<br />

mueren y en la sucesión de los que habían de morir, ¿qué habían de<br />

amar y estimar sino la honra Y gloria con que querían<br />

también después de muertos vivir en las lenguas de los pregoneros de<br />

sus alabanzas?<br />

CAPITULO XV<br />

Del premio temporal con que pagó Dios las costumbres de los romanos<br />

Aquellos a quienes no habla de dar Dios vida eterna en compañía de<br />

sus santos ángeles en su celestial ciudad, a la que<br />

llegamos por el camino de la verdadera piedad, la cual no rinde el<br />

culto que los griegos llaman la patria si no es a un solo Dios<br />

verdadero si a éstos no les concediera ni aun esta gloria terrena,<br />

dándoles un excelente Imperio, no les premiara y pagara sus<br />

buenas artes, esto es, sus virtudes, con que procuraban llegar a<br />

tanta gloria. Porque de aquellos que parece practican alguna<br />

acción buena para que los alaben y honren los hombres, dice también<br />

el Señor:


enriquecer el erario y tesoro público con los pobres y escasos bienes<br />

de los particulares, donde el tesoro de la verdad es<br />

común.<br />

Por tanto, debemos creer que no se dilató el romano Imperio sólo por<br />

la gloria y honor de los hombres, a fin de que aquel<br />

galardón se diera a aquellos hombres, sino también para que los<br />

ciudadanos de la Ciudad Eterna, en tanto que acá son<br />

peregrinos, pongan los ojos con diligencia y cordura en semejantes<br />

ejemplos, y vean el amor tan grande que deben ellos tener<br />

a la patria celestial por la vida eterna, cuando tanto amor tuvieron<br />

sus ciudadanos a la terrena por la gloria y alabanza humana<br />

CAPlTULO XVII<br />

Qué fruto sacaron los romanos con La guerra y cuánto hicieron a los<br />

que vencieron<br />

Por lo respectivo a esta vida mortal, que en pocos días se goza y se<br />

acaba, ¿qué importa que viva el hombre que ha de morir<br />

bajo cualquiera imperio o señorío, si los que gobiernan y mandan no<br />

nos compelen a ejecutar operaciones impías e injustas?<br />

¿Acaso fueron de algún daño o inconveniente los romanos a las<br />

naciones, a quienes después de reducidas a su dominación<br />

impusieron sus leyes, sino sólo en cuanto esto se hizo por medio de<br />

crueles guerras? Lo cual, si se hiciera con piedad, lo mismo<br />

se lograra con mejor suceso, aunque fuera ninguna la gloria de los<br />

que triunfaban. Porque tampoco los romanos dejaban de<br />

vivir debajo de sus propias leyes que imponían a los otros; lo que si<br />

se hiciera sin intervención de Marte y Belona, de modo que<br />

no tuviera lugar la victoria no venciendo nadie, donde nadie había<br />

peleado, ¿no fuera una misma suerte y condición de los<br />

romanos y la de las demás gentes? Mayormente si luego se determinara<br />

lo que después se deliberó grata y humanamente,<br />

ordenando que todos los vasallos que pertenecían al Imperio romano<br />

gozasen de la naturaleza y privilegio de la ciudad,<br />

disfrutando el honor de los ciudadanos romanos, siendo así común a<br />

todos la prerrogativa que antes era peculiar de muy pocos,<br />

a excepción de aquel pueblo que no tuviese campos propios y se<br />

sustentase y viviese de los públicos, cuyo sustento con más<br />

dulzura y beneficencia lo sacaran de los que se conformaban<br />

voluntariamente con esta sanción por mano de los prudentes<br />

gobernadores de la República que consiguiéndolo por fuerza de los<br />

vencidos.<br />

Porque no veo que importe para la salud y buenas costumbres y para<br />

las mismas dignidades de los hombres que unos sean<br />

vencedores y otros vencidos, salvo aquel vano fausto de la honra<br />

humana, con el cual recibieron su galardón los que tanta<br />

ansia tuvieron de él, y tantas guerras sostuvieron por su logro. ¿Por<br />

ventura los campos y haciendas de los vencidos no pagan<br />

su tributo? ¿Acaso pueden ellos aprender y saber lo que los otros no<br />

pueden? ¿Por ventura no hay muchos senadores en<br />

otras provincias que ni aun de vista conocen a Roma? Echemos a un<br />

lado la vanagloria. Y ¿qué son todos los hombres sino<br />

hombres? Que si la perversidad del siglo permitiera que los virtuosos<br />

fueran los más honrados, aun de este modo no habría<br />

motivo para estimar en mucho la honra humana, porque es humo de<br />

ningún peso y de ningún momento; pero aprovechémonos<br />

también en estos sucesos de los beneficios de Dios nuestro Señor.<br />

Consideremos cuántas bellas ocasiones despreciaron,<br />

cuántas desgracias sufrieron, qué de apetitos propios vencieron por<br />

la gloria humana los que la merecieron alcanzar como<br />

galardón y premio de sus virtudes, y válganos también esta<br />

consideración para reprimir la soberbia; pues habiendo tanta<br />

diferencia entre la ciudad donde nos han prometido que hemos de<br />

reinar y entre esta terrena, cuanta hay del cielo a la tierra,<br />

del gozo temporal a la vida eterna, de los vanos elogios a la gloria


sólida, de la compañía de los mortales a la sociedad de los<br />

ángeles, de la luz del sol y de la luna a la luz del que hizo el sol<br />

y a la luna, no les parezca que han hecho una acción heroica<br />

los ciudadanos de tan excelente patria, si por conseguirla<br />

practicaren alguna obra buena o su fueren con paciencia algunas<br />

malas cuando los otros, por alcanzar esta terrena, hicieron tantas<br />

proezas y sufrieron tantos infortunos, mayormente cuando el<br />

perdón de los pecados, que va recogiendo los ciudadanos dispersos a<br />

aquella eterna patria, tiene alguna semejanza con el<br />

asilo de Rómulo, donde la remisión de cualesquiera delitos fue el<br />

mejor aliciente para congregar los hombres y fundar aquella<br />

célebre ciudad.<br />

CAPITULO XVIII<br />

Cuán ajenos de vanagloria deban estar los cristianos, si hicieren<br />

alguna loable acción por el amor de la eterna patria, habiendo<br />

hecho tanto Ios romanos por La gloria humana y por la ciudad eterna<br />

¡Qué acción tan heroica será despreciar todos los deleites y regalos<br />

de este mundo, por más apreciables que sean, por aquella<br />

eterna y celestial patria, si por esta temporal y terrena se animó<br />

Bruto a degollar a sus propios hijos, temeraria resolución a la<br />

que nunca se obliga en aquélla! Pero, realmente, más dificultoso es<br />

el matar a los hijos que lo que debemos nosotros hacer por<br />

ésta, y se reduce a que los tesoros que hablamos de congregar y<br />

guardar para los hijos, o los repartamos con los pobres o los<br />

abandonemos si hubiere alguna tentación que nos fuerce a hacerlo por<br />

la fe y la justicia. Pues ni a nosotros ni a nuestros hijos<br />

nos hacen felices las riquezas de la tierra, pues que lo hemos de<br />

perder en vida, o muriendo nosotros, han de venir a poder de<br />

quien no sabemos o de quien no quisiéramos, sino Dios es el que nos<br />

hace felices, que es la verdadera riqueza y tesoro de<br />

nuestras almas; además que Bruto, por haber muerto a sus hijos, aun<br />

el mismo poeta que le elogia le tiene por infeliz y<br />

despreciado, porque dice: .<br />

Pero en el verso que se sigue consuela al miserable héroe,<br />

diciendo: ; estas dos cualidades, la<br />

libertad y el deseo de elogios, son las que movieron a los romanos a<br />

hacer empresas heroicas y maravillosas. Luego, si por<br />

obtener la libertad de los que eran mortales y habían de morir, y por<br />

el deseo de la lisonja humana, que son cualidades que<br />

apetecen los hombres, pudo un padre matar a sus hijos, ¿que acción<br />

heroica será, por la verdadera libertad que nos exime de<br />

la esclavitud del demonio, del pecado y de la muerte y no por la<br />

codicia de las humanas alabanzas, sino por el amor y caridad<br />

de libertar los hombres, no de la tiranía del rey Tarquino, sino de<br />

la de los demonios y de Luzbel, su príncipe, no digo ya<br />

matamos a los hijos, sino que a los pobres de Jesucristo los tenemos<br />

en lugar de hijos?<br />

Asimismo, si otro príncipe romano llamado Torcuato, quitó la vida a<br />

su hijo porque, siendo provocado del enemigo, con ánimo y<br />

brío juvenil peleó, no contra su patria, sino en favor de ella; mas<br />

saliendo victorioso porque dio la batalla contra su orden y<br />

mandato, esto es, contra lo que el general, su padre, le había<br />

mandado, porque no fuese mayor inconveniente el ejemplo de no<br />

haber obedecido la orden de su general: qué gloria hubo en matar al<br />

enemigo, ¿para qué se han de jactar los que por las<br />

órdenes y mandamientos de la patria celestial desprecian todos los<br />

bienes de la tierra que se estiman y aman menos que los hijos?<br />

Si Furio Camilo, después de haber apartado de las cervices de su<br />

ingrata patria el yugo de los veyos, sus inexorables<br />

enemigos, y no obstante de haberle condenado y desterrado de ella por


envidia sus émulos, con todo, la libertó segunda vez<br />

del poder de los galos, porque no tenía otra mejor patria adonde<br />

pudiese vivir con más gloria, ¿por qué se ha de ensoberbecer<br />

como si ejecutara alguna acción plausible el que, habiendo acaso<br />

padecido en la Iglesia alguna gravísima injuria en su honra<br />

por los enemigos carnales, no se pasó a sus enemigos, los herejes, o<br />

porque él mismo no levantó contra ella herejía alguna,<br />

sino que antes la defendió cuanto pudo de los perniciosos errores de<br />

los herejes, no habiendo otra ciudad, no donde se pase la<br />

vida con honor y aplauso de los hombres, sino donde se pueda<br />

conseguir la vida eterna'?<br />

Mucio, para que se efectuara la paz con el rey Porsena, que tenía muy<br />

apretados a los romanos con su ejercito, porque no<br />

pudo matar al mismo Porsena, y por yerro mató a otro por él, puso la<br />

mano en presencia del rey sobre unas brasas que en una<br />

ara estaban ardiendo, asegurándole que otros tan valerosos como él se<br />

habían conjurado en su muerte, y teniendo el rey su<br />

fortaleza y asechanzas, sin dilación ajustó la paz y alzó la mano de<br />

aquella guerra; pues, si esto sucedió así, ¿quién ha de<br />

zaherir o dar en cara al rey sus méritos, no al de los Cielos, aun<br />

cuando hubiere aventurado por él, no digo yo una mano, no<br />

haciéndolo de su voluntad, sino aun cuando padeciendo por alguna<br />

persecución, dejare abrasar todo su cuerpo? Si Curcio, armado,<br />

arremetiendo el caballo, se arrojó con él en un boquerón por<br />

donde se había abierto la tierra, porque en esta acción<br />

heroica obedecía a los oráculos de sus dioses, que ordenaron que<br />

echasen allí la mejor prenda que tuviesen los romanos, y no<br />

pudiendo entender otra cosa, advirtiendo que florecían en hombres y<br />

armas, sino que era necesario por mandado de los dioses<br />

que se arrojase en aquella horrible abertura algún hombre armado, ¿<br />

cómo se atreve a decir que ha hecho algo grande por la<br />

eterna patria el que cayendo en poder de algún enemigo de su fe,<br />

muriese no arrojándose voluntariamente al riesgo de<br />

semejante muerte, sino lanzado por su enemigo; ya que tiene otro<br />

oráculo más cierto de su Señor, y del rey de su patria, donde<br />

le dice: <br />

Si los Decios, consagrando su vida en cierto modo, se ofrecieron<br />

solemnemente a la muerte para que con ella y con su sangre,<br />

aplacada la ira de los dioses, se librase el ejército romano, en<br />

ninguna manera se ensoberbezcan los santos mártires, como si<br />

hicieran alguna acción digna de alcanzar parte en aquella patria,<br />

donde hay eterna y verdadera felicidad, si amando hasta<br />

derramar su sangre, no sólo a sus hermanos, por quienes era<br />

derramada, sino, como Dios se lo manda, a los mismos enemigos<br />

que se la hacían derramar, pelearon con fe llena de caridad y con<br />

caridad llena de fe.<br />

Marco Pulvilo en el acto de dedicar el templo de Júpiter, Juno y<br />

Minerva, advirtiéndole cautelosamente sus émulos y envidiosos<br />

que su hijo era muerto, para que turbado con tan triste nueva dejase<br />

la dedicación y la honra y gloria de ella la llevase su<br />

compañero, hizo tan poco caso de la noticia, que mandó cuidasen de su<br />

sepultura, triunfando de esta manera en su corazón la<br />

codicia de gloria del sentimiento de la pérdida de su hijo: ¿pues qué<br />

heroicidad dirá que ha hecho por la predicación del Santo<br />

Evangelio con que se libran de multitud de errores los ciudadanos de<br />

la soberana patria, aquel a quien estando solícito de la<br />

sepultura de su padre, le dice el Señor: ?<br />

Si Marco Régulo, por no quebrantar juramento prestado en manos de sus<br />

crueles enemigos quiso volver a su poder desde la<br />

misma Roma, porque, según dicen, respondió a los romanos que le<br />

querían detener, que después que había sido esclavo de<br />

los africanos no podía tener allí el estado y dignidad de un noble y<br />

honrado ciudadano, y los cartagineses, porque peroró contra<br />

ellos en el Senado romano, le mataron con graves tormentos, ¿qué


tormentos no se deben despreciar por la fe de aquella<br />

patria, a cuya bienaventuranza nos conduce la misma fe? ¿O qué es lo<br />

que se le da a Dios en retorno por todas las mercedes<br />

que nos hace, aun cuando por la fe que se le debe padeciere el hombre<br />

otro tanto cuanto padeció Régulo por la fe que debía a<br />

sus perniciosos enemigos?<br />

¿Y cómo se atreverá el cristiano a alabarse de la pobreza que<br />

voluntariamente ha abrazado para caminar en la peregrinación<br />

de esta vida más desembarazada por el camino que lleva a la patria,<br />

adonde las verdaderas riquezas es el mismo Dios, oyendo<br />

y leyendo que Lucio Valerio, cogiéndole la muerte siendo cónsul,<br />

murió tan pobre, que le enterraron ¿ hicieron sus exequias<br />

con la suma que el pueblo contribuyó de limosna? ¿Qué dirá oyendo o<br />

leyendo que a Quinto Cincinato, que poseía entre su<br />

hacienda tanto cuanto podían arar en un día cuatro yugadas de bueyes,<br />

labrándolo y cultivándolo todo con sus propias manos,<br />

le sacaron del arado para crearle dictador, cuya dignidad era aún más<br />

honrada y apreciada que la de cónsul, y que después<br />

de haber vencido a los enemigos y adquirido una suma gloria,<br />

perseveró viviendo en el mismo estado? ¿O qué estupenda<br />

acción se alabará que hizo el que por ningún premio de este mundo se<br />

dejó apartar de la compañía de la eterna patria, viendo<br />

que no pudieron tantas dádivas y dones de Pirro, rey de los epirotas,<br />

prometiéndole aun la cuarta parte de su reino, mudar a<br />

Fabricio de dictamen, ni precisarle por este arbitrio a que dejase la<br />

ciudad de Roma, queriendo más vivir en ella como particular<br />

en su pobreza, sin oficio público alguno?<br />

Porque teniendo ellos su República, esto es, la hacienda del pueblo,<br />

la hacienda de la patria, la hacienda Común, opulenta y<br />

próspera, experimentaron en sus casas tanta pobreza que echaron del<br />

Senado, compuesto de hombres indigentes, y privaron<br />

de los honores de la magistratura por nota y visita del censor, a uno<br />

de ellos que había sido cónsul dos veces, porque se<br />

averiguó que poseía una vajilla cuyo valor ascendía como hasta diez<br />

libras de plata. Si estos mismos eran tan pobres, éstos, con<br />

cuyos triunfos crecía el tesoro público, ¿acaso todos los cristianos<br />

que con otro fin más laudable hacen comunes sus riquezas,<br />

conforme a lo que se escribe en los hechos apostólicos, no advierten que no les debe mover la<br />

lisonjera aura de la vanagloria cuando ejecuten acción semejante por<br />

alcanzar la compañía de los ángeles; habiendo los otros<br />

hecho casi otro tanto por conservar la gloria de los romanos?<br />

Estas y otras operaciones semejantes, si alguna de ellas se halla en<br />

sus historias, ¿cuándo fueran tan públicas y notorias,<br />

cuándo la fama las celebrara tanto, si el Imperio romano, tan<br />

extendido por todo el mundo, no se hubiere amplificado con<br />

magníficos sucesos? Así que, con este Imperio tan vasto y dilatado,<br />

de tanta duración, tan célebre y glorioso por virtudes de<br />

tantos y tan famosos hombres, recompensó Dios, no sólo a la intención<br />

de estos insignes romanos con el premio que pretendían,<br />

sino que también nos propuso ejemplos necesarios para nuestra<br />

advertencia y utilidad espiritual, a fin de que, si no<br />

poseyésemos las virtudes a que comoquiera son tan parecidas éstas que<br />

los romanos ejercitaron por la gloria de la ciudad<br />

terrena, sino las tuviésemos por la ciudad de Dios, nos avergoncemos<br />

y confundamos; y si las tuviésemos, no nos,<br />

ensoberbezcamos. Porque, como dice el Apóstol. ; pero para la gloria humana y la de este<br />

siglo, por bastante loable, y digna de imitación se tuvo la<br />

ejemplar vida que éstos hacían. Y por lo mismo también concedió Dios<br />

a los judíos que crucificaron a Jesucristo, revelándonos<br />

en el Nuevo Testamento lo que había estado encubierto en el Viejo, y<br />

manifestándonos que debemos adorar un solo D¡os, no


por los beneficios terrenos y temporales que la Providencia divina,<br />

sin diferencia, distribuye entre los buenos y los malos, sino<br />

por la vida eterna, por los dones y premios perpetuos y por la<br />

compañía de la misma ciudad soberana, con muy justa razón,<br />

digo, concedió y entregó a los judíos a la gloria de los gentiles,<br />

para que éstos, que buscaron y consiguieron con la sombra de<br />

algunas virtudes de gloria terrena, venciesen a los que con sus<br />

grandes vicios quitaron afrentosamente la vida y despreciaron<br />

al dador y dispensador de la verdadera gloria y ciudad eterna.<br />

CAPITULO XIX<br />

De La diferencia que hay entre el deseo de gloria y el deseo de<br />

dominar<br />

Pero hay notable diferencia entre el deseo de la gloria humana y el<br />

deseo del dominio y señorío; pues aunque sea fácil que el<br />

que gusta con exceso de la gloria humana apetezca también con gran<br />

vehemencia el dominio, con todo los que codician la<br />

verdadera gloria, aunque sea de las humanas alabanzas, procuran no<br />

disgustar a los que hacen recta estimación y discreción<br />

de las cosas; porque hay muchas circunstancias buenas en las<br />

costumbres, de las cuales muchos opinan bien y las estiman, no<br />

obstante que algunos no las posean, y procuran por ellas aspirar a la<br />

gloria, al imperio y al dominio, de quien dice Salustio que<br />

lo solicitan por el verdadero camino. Pero cualquiera que sin deseo<br />

de la gloria con que teme el hombre disgustar a los que<br />

hacen justa estimación de las cosas, desea el imperio y dominio, aun<br />

públicamente por manifiestas maldades, por lo general<br />

procura alcanzar lo que apetece; y así el que anhela la adquisición<br />

de la gloria, una de dos: o la procura por el verdadero<br />

camino, o, a lo menos, por vía de cautelas y engaños, queriendo<br />

parecer bueno no siéndolo. Por eso es gran virtud del que<br />

posee las virtudes menospreciar la gloria, porque el desprecio de<br />

ella está presente a los ojos de Dios, sin cuidar de<br />

descubrirse al juicio y aprecio de los hombres. Pues cualquiera<br />

acción que ejecutare a los ojos de los mortales, a fin de dar a<br />

entender que desprecia la gloria si creen que lo hace para mayor<br />

alabanza, esto es, para mayor gloria, no hay cómo pueda<br />

mostrar al juicio de los sospechosos que es su intención muy distinta<br />

de la que ellos imaginan. Mas el que vilipendia los juicios de<br />

los que le elogian, menosprecia también la temeridad de los<br />

maliciosos, cuya salvación, si él es verdaderamente bueno, no<br />

desprecia; porque es tan justo el que tiene las virtudes que dimanan<br />

del espíritu de Dios, que ama aun a sus mismos enemigos y<br />

de tal modo los estima, que a los maldicientes y que murmuran de él,<br />

corregidos y enmendados los desea tener por compañeros,<br />

no en la patria terrena, sino en la del Cielo, y por lo que<br />

se refiere a los que le alaban, aunque no, haya asunto de<br />

que ponderen sus virtudes; pero no deja de hacer caudal de que le<br />

amen, ni quiere engañar a éstos. cuando le elogian por no<br />

engañarlos cuando le aman. Y por eso procura en cuanto puede que<br />

antes sea glorificado aquel señor de quien tiene el<br />

hombre todo lo que en él con razón puede engrandecer. Mas el que<br />

menosprecia la gloria y apetece el mando y señorío,<br />

excede al de las bestias en crueldades y torpezas.<br />

Y tales fueron algunos romanos, que después de haber dado a través<br />

con el anhelo de su reputación, no por eso se<br />

desprendieron del deseo insaciable del dominio. De muchos de éstos<br />

nos da noticia exacta la Historia; pero el que primero subió<br />

a la cumbre, y como a la torre de homenaje de este vicio, fue el<br />

emperador Nerón, tan disoluto y afeminado, que pareciera que<br />

no se podía temer de él operación propia de hombre, sino tan cruel<br />

que debería decirse con razón no podía haber en él<br />

sentimientos mujeriles si no se supiera. Ni tampoco estos tales<br />

llegan a ser príncipes y señores sino por la disposición de la


divina Providencia, cuando a ella le parece que los defectos humanos<br />

merecen tales señores. Claramente lo dice Dios,<br />

hablando en los Proverbios, su infinita sabiduría: . Mas<br />

por cuanto por los tiranos no se dejarán de entender los reyes<br />

perversos y malos, y no según el antiguo modo de hablar, los<br />

poderosos, como dijo Virgilio: ; muy claramente se dice de Dios en otro<br />

lugar: ; por lo cual, aunque según mi posibilidad he declarado<br />

bastantemente la causa por qué Dios verdadero uno y justo,<br />

ayudó a los romanos que fueron buenos, según cierta forma de ciudad<br />

terrena, para que alcanzasen la gloria y extensión de<br />

tan grande Imperio; sin embargo, pudo haber también otra causa más<br />

secreta, y debió ser los diversos méritos del género humano,<br />

los cuales conoce Dios mejor que nosotros; y sea lo que fuere,<br />

con tal que conste entre todos los que son<br />

verdaderamente piadosos que ninguno, sin la verdadera piedad, esto<br />

es, sin el verdadero culto del verdadero Dios, puede<br />

tener verdadera virtud, y que ésta no es verdadera cuando sirve a la<br />

gloria humana; con todo, los ciudadanos que no lo son de<br />

la Ciudad Eterna, que en las divinas letras se llama la Ciudad de<br />

Dios, son más importantes y útiles a la ciudad terrena cuando<br />

tienen también esta virtud, que no cuando se hallan sin ella. Y<br />

cuando los que profesan verdadera religión viven bien y han<br />

cultivado esta ciencia de gobernar cl pueblo, por la misericordia de<br />

Dios alcanzan esta alta potestad, no hay felicidad mayor para<br />

las cosas humanas. Y estos tales, todas cuantas virtudes pueden<br />

adquirir en esta vida no las atribuyen sino a la divina gracia,<br />

que fue servida dárselas a los que las quisieron, creyeron y<br />

pidieron, y juntamente con esto saben lo mucho que les falta para<br />

llegar a la perfección de la justicia, cual la hay en la compañía de<br />

aquellos santos ángeles, para la cual se procuran disponer y<br />

acomodar. Y por más que se alabe y celebre, la virtud, que sin la<br />

verdadera religión sirve a la gloria de los hombres, en<br />

ninguna manera se debe comparar con los pequeños principios de los<br />

santos, cuya esperanza se funda y estriba en la divina<br />

misericordia.<br />

CAPITULO XX<br />

Que tan torpemente sirven las virtudes a la gloria humana como al<br />

deleite del cuerpo<br />

Acostumbran los filósofos, que Ponen fin de la bienaventuranza humana<br />

en la misma virtud, para avergonzar a algunos otros de<br />

su misma profesión, que, aunque aprueban las virtudes, con todo, las<br />

miden con el fin del deleite corporal, pareciéndoles que<br />

éste se debe desear por sí mismo, y las virtudes por él; suelen,<br />

digo, pintar de palabra una tabla, donde esté sentado el deleite<br />

en un trono real como una reina delicada y regalada, a quien estén<br />

sujetas como criadas las virtudes, pendientes o colgadas de<br />

su boca, para hacer lo que les ordenare, mandando a la prudencia que<br />

busque con vigilancia arbitrio para que reine el deleite<br />

y se conserve; previniendo a la justicia que acuda con los beneficios<br />

que pueda para granjear las amistades que fueren<br />

necesarias para conseguir las comodidades corporales; que a nadie<br />

haga injuria, para que estando en su vigor las leyes,<br />

pueda el deleite vivir seguro; ordenando a la fortaleza que si al<br />

cuerpo le sobreviniere algún dolor, por el cual no le sea forzoso<br />

el morir, tenga a su señora, esto es, al deleite, fuertemente impreso<br />

en su imaginación, para que con la memoria de los pasados<br />

contentos y gustos alivie el rigor de la presente aflicción;<br />

prescribiendo a la templanza que se sirva moderadamente de los<br />

alimentos y de los objetos que le causaren gusto, de modo que por la


demasía no turbe a la salud algún manjar dañoso, y<br />

padezca notable menoscabo el deleite. El mayor que hay le hacen<br />

igualmente consistir los epicúreos en la salud de cuerpo; y<br />

así las virtudes, con toda la autoridad de su gloria, servirán al<br />

deleite como a una mujercilla imperiosa y deshonesta.<br />

Dicen que no puede idearse representación más ignominiosa y fea que<br />

esta pintura, ni que más ofenda a los ojos de los<br />

buenos, y dicen la verdad. Con todo, soy de dictamen no llegará la<br />

pintura bastantemente al decoro que se le debe, si también<br />

fijamos otro tal, adonde las virtudes sirvan a la gloria humana;<br />

porque, aunque esta gloria no sea una regalada mujer, con todo,<br />

es muy arrogante y tiene mucho de vanidad. Y así no será razón que la<br />

sirva lo sólido y macizo que tienen las virtudes, de<br />

manera que nada provea la prudencia, nada distribuya la justicia,<br />

nada sufra la fortaleza, nada modere la templanza, sino con el<br />

fin de complacer a los hombres y de que sirva al viento instable de<br />

la vanagloria. Tampoco se separarán de esta fealdad los<br />

que como vilipendiadores de la gloria no hacen caso de los juicios<br />

ajenos, se tienen por sabios y están muy pegados y<br />

complacidos de su ciencia Porque la virtud de éstos, si alguna<br />

tienen, en cierto modo se viene a sujetar a la alabanza humana,<br />

puesto que el que está agradado de sí mismo no deja de ser hombre;<br />

pero el que con verdadera religión cree y espera en<br />

Dios, a quien ama, más mira y atiende a las cualidades en que está<br />

desagradado de sí, que a aquéllas, si hay algunas en él,<br />

que no tanto le agraden a él cuanto a la misma verdad, y esto con que<br />

puede ya agradar, no lo atribuye sino a la misericordia<br />

de Aquel a quien teme desagradar, dándole gracias por los males de<br />

que le ha sanado, y suplicándole por la curación de los<br />

otros que tiene todavía por sanar.<br />

CAPITULO XXI<br />

Que la disposición del Imperio romano fue por mano del verdadero<br />

Dios, de quien dimana toda potestad, y con cuya<br />

providencia se gobierna todo<br />

Siendo cierta, como lo es, esta doctrina, no atribuyamos la facultad<br />

de dar el reino y señorío sino al verdadero Dios, que<br />

concede la eterna felicidad en el reino de los Cielos a sólo los<br />

piadosos; y el reino de la tierra a los píos y a los impíos, como le<br />

agrada a aquel a quien si no es, con muy justa razón nada place.<br />

Pues, aunque hemos ya hablado de lo que quiso descubrirnos<br />

para que lo supiésemos, con todo, es demasiado empeño para<br />

nosotros, y sobrepuja sin comparación nuestras<br />

fuerzas querer juzgar de los secretos humanos y examinar con toda<br />

claridad los méritos de los reinos. Así que aquel Dios<br />

verdadero que no deja de juzgar ni de favorecer al linaje humano, fue<br />

el mismo que dio el reino a los romanos cuando quiso y<br />

en cuanto quiso, y el que le dio a los asirios, y también a los<br />

persas, de quienes dicen sus historias adoraban solamente a dos<br />

dioses, uno bueno y otro malo; por no hacer referencia ahora del<br />

pueblo hebreo, de quien ya dije lo que juzgué suficiente, y<br />

cómo no adoró sino a un solo Dios, y en qué tiempo reinó. El que dio<br />

a los persas mieses sin el culto de la diosa Segecia, el que<br />

les concedió tantos beneficios y frutos de la tierra sin intervenir<br />

el culto prestado a tantos dioses como éstos multiplican, dando a<br />

cada producción el suyo, y aun a cada una muchos, el mismo también<br />

les dio el reino sin la adoración de aquéllos, por cuyo<br />

culto creyeron éstos que vinieron a reinar. Y del mismo modo les<br />

dispensó también a los hombres, siendo el que dio el reino a<br />

Mario el mismo que le dio a Cayo César; el que a Augusto, el mismo<br />

también a Nerón; el que a los Vespasianos, padre e hijo,<br />

benignos y piadosos emperadores, el mismo le dio igualmente al cruel<br />

Domiciano; y ¿por qué no vamos discurriendo por todos<br />

en particular? El que le dio al católico Constantino, el mismo le dio


al, apóstata Juliano, cuyo buen natural le estragó por el<br />

anheló y codicia de reinar una sacrílega y abominable curiosidad. En<br />

estos vanos pronósticos y oráculos esta enfrascado este<br />

impío monarca cuando, asegurado en la certeza de la victoria, mandó<br />

poner fuego a los bajeles en que conducía el bastimento<br />

necesario para sus soldados; después, empeñándose con mucho<br />

ardimiento en empresas temerarias e imposibles, y muriendo<br />

a manos de sus enemigos en pago de su veleidad, dejó su ejército en<br />

tierra enemiga tan escaso de vituallas y víveres, que no<br />

pudieron salvarse ni escapar de riesgo tan inminente si, contra el<br />

buen agüero del dios Término, de quien tratamos en el libro<br />

pasado, no demudaran los términos y mojones del Imperio romano;<br />

porque el dios Término, que no quiso ceder a Júpiter, cedió<br />

a la necesidad. Estos sucesos, ciertamente, sólo el Dios verdadero<br />

los rige y gobierna como le agrada. Y aunque sea con<br />

secretas y ocultas causas, ¿hemos, por ventura, de imaginar por eso<br />

que son injustas?<br />

CAPITULO XXII<br />

Que los tiempos y sucesos de las guerras penden de la voluntad de<br />

Dios<br />

Y así como está en su albedrío, justos juicios y misericordia el<br />

atribular o consolar a los hombres, así también está en su mano el<br />

tiempo y duración de las guerras, pudiendo disponer libremente que<br />

unas se acaben presto y otras más tarde. Con invencible<br />

presteza y brevedad concluyó Pompeyo la guerra contra los piratas, y<br />

Escipión la tercera guerra púnica, y también la que<br />

sustentó contra los fugitivos gladiadores, aunque con pérdida de<br />

muchos generales y dos cónsules romanos, y con el quebranto<br />

y destrucción miserable de Italia; no obstante que al tercer año,<br />

después de haber concluido y acabado muchas conquistas, se<br />

finalizó. Los Picenos, Marios y Pelignos, no ya naciones extranjeras,<br />

sino italianas, después de haber servido largo tiempo y<br />

con mucha afición bajo el yugo romano, sojuzgando muchas naciones a<br />

este Imperio, hasta destruir a Cartago, procuraron<br />

recobrar su primitiva libertad. Y esta guerra de Italia, en la que<br />

muchas veces fueron vencidos los romanos, muriendo dos<br />

cónsules y otros nobles senadores, con todo, no duró mucho, porque se<br />

acabó al quinto año; pero la segunda guerra púnica,<br />

durando dieciocho años, con terribles daños y calamidades de la<br />

República, quebrantó y casi consumió las fuerzas de Roma;<br />

porque en solas dos batallas murieron casi 70,000 de los romanos. La<br />

primera guerra púnica duró veintitrés años, y la mitridática,<br />

cuarenta.<br />

Y porque nadie juzgue que los primeros ensayos de los romanos fueron<br />

más felices y poderosos para concluir más presto las<br />

guerras en aquellos tiempos pasados, tan celebrados en todo género de<br />

virtud, la guerra samnítica duró casi cincuenta años, en<br />

la que los romanos salieron derrotados, que los obligaron a pasar<br />

debajo del yugo. Mas por cuanto no amaban la gloria por la<br />

justicia, sino que parece amaban la justicia por la gloria, rompieron<br />

dolorosamente la paz y concordia que ajustaron con sus<br />

enemigos.<br />

Refiero esta particularidad, porque muchos que no tienen noticia<br />

exacta de los sucesos pasados, y aun algunos que disimulan lo<br />

que saben, si advierten que en los tiempos cristianos dura un poco<br />

más tiempo alguna guerra, luego con extraordinaria<br />

arrogancia se conmueven contra nuestra religión, exclamando que si no<br />

estuviera ella en el mundo y se adoraran los dioses<br />

con la religión antigua, que ya la virtud y el valor de los romanos,<br />

que con ayuda de Marte y Belona acabó con tanta rapidez<br />

tantas guerras, también hubiera concluido ligeramente con aquélla.<br />

Acuérdense, pues, los que lo han leído cuán largas y<br />

prolijas guerras sostuvieron los antiguos romanos, y cuán varios


sucesos y lastimosas pérdidas. según acostumbra a turbarse el<br />

mundo, como un mar borrascoso con varias tempestades, que motivan<br />

semejantes trabajos confiesen al fin lo que no quieren, y<br />

dejen de mover sus blasfemas lenguas contra Dios, de perderse a sí<br />

mismo y de engañar a los ignorantes.<br />

CAPITULO XXIII<br />

De la guerra en que Radagaiso, rey de los godos, que adoraba a los<br />

demonios, en un día fue vencido con su poderoso<br />

ejército<br />

Pero lo que en nuestros tiempos, y hace pocos años, obró Dios con<br />

admiración universal y ostentando su infinita misericordia,<br />

no sólo no lo refieren con acción de gracias, sino que cuanto es en<br />

sí procuran sepultarlo en el olvido, si fuese posible, para que<br />

ninguno tenga noticia de ello. Este prodigio, si nosotros le<br />

pasásemos también en silencio, seríamos tan ingratos como ellos.<br />

Estando Radagaiso, señor de los godos, con un grueso y formidable<br />

ejército cerca de Roma, amenazando a las cervices de los<br />

romanos su airada segur, fue roto y vencido en un día con tanta<br />

presteza, que sin haber ni un solo muerto, pero ni aun un<br />

herido entre los romanos, murieron más de 100,000 de los godos; y<br />

siendo Radagaiso hecho prisionero, pagó con la vida la<br />

pena merecida por su atentado. Y si aquel que era tan impío entrara<br />

en Roma con tan numeroso y feroz ejército, ¿a quién<br />

perdonara? ¿A qué lugares de mártires respetara? ¿En qué persona<br />

temiera a Dios, cuya sangre no derramara, cuya castidad<br />

no violara? ¿Y qué de bondades publicaran éstos en favor de sus<br />

dioses? ¿Con cuánta arrogancia nos dieran en rostro que<br />

por eso había vencido, por eso había sido tan poderoso, porque cada<br />

día aplacaba y granjeaba la voluntad de los dioses con<br />

sus sacrificios, que no permitía a los romanos ofrecer la religión<br />

cristiana: pues aproximándose ya al lugar donde por permisión<br />

divina fue vencido, corriendo entonces su fama por todas partes, oí<br />

decir en Cartago que los paganos creían, esparcían y<br />

divulgaban que él, por tener a sus dioses por amigos y protectores, a<br />

quienes era notorio que sacrificaba diariamente, no podía,<br />

de ningún modo ser vencido por los que no hacían semejantes<br />

sacrificios a los dioses romanos ni permitían que nadie los<br />

hiciera?<br />

Y dejan los miserables de ser agradecidos a una tan singular<br />

misericordia de Dios como ésta; pues habiendo determinado<br />

castigar con la invasión de los bárbaros la mala vida y costumbres de<br />

los hombres dignos de otro mayor castigo, templó su<br />

indignación con tanta mansedumbre, que permitió ante todas cosas que<br />

milagrosamente Radagaiso fuese vencido, para que no<br />

se diese la gloria, para derribar los ánimos de los débiles a los<br />

demonios, a quienes constaba que él rendía culto y adoración. Y,<br />

además de esto, siendo después entrada Roma por aquellos bárbaros,<br />

hizo que, contra el uso y costumbre de todas las<br />

guerras pasadas, los mismos amparasen, por reverencia a la religión<br />

cristiana, a los que se acogían a los lugares santos, los<br />

cuales eran tan contrarios por respeto del nombre cristiano a los<br />

mismos demonios y a los ritos de los impíos sacrificios en que el<br />

otro confiaba, que parecía que sustentaban más cruel y sangrienta la<br />

guerra con ellos que con los hombres; con cuyos<br />

prodigiosos triunfos, el verdadero Señor y Gobernador del mundo,<br />

primeramente, castigó a los romanos con misericordia, y<br />

después, venciendo maravillosamente a los que sacrificaban a los<br />

demonios, demostró que aquellos sacrificios no eran<br />

necesarios para conseguir el remedio en las presentes calamidades,<br />

sólo con el loable objeto de que los que no fuesen muy<br />

obstinados y pertinaces, sino que con prudencia considerasen el<br />

milagro, no abdicasen la verdadera religión por los infortunios<br />

y necesidades presentes; antes la tuviesen más asidua con la


fidelísima esperanza de alcanzar la vida eterna,.<br />

CAPITULO XXIV<br />

Cuán verdadera y grande sea la felicidad de los emperadores<br />

cristianos<br />

Tampoco decimos que fueron dichosos y felices algunos emperadores<br />

cristianos porque reinaron largos años, porque muriendo<br />

con muerte apacible dejaron a sus hijos en el Imperio, porque<br />

sujetaron a los enemigos de la República, o porque pudieron no<br />

sólo guardarse de sus ciudadanos rebeldes, que se habían levantado<br />

contra ellos, sino también oprimirlos. Porque estos y otros<br />

semejantes bienes o consuelos de esta trabajosa vida también los<br />

merecieron y recibieron algunos idólatras de los demonios<br />

que no pertenecen al reino de Dios, al que pertenecen éstos. Y esto<br />

lo permitió por su misericordia, para que los que creyeren<br />

en él no deseasen ni le pidiesen estas felicidades como sumamente<br />

buenas. Sin embargo, los llamamos felices y dichosos;<br />

cuando reinan justamente, cuando entre las lenguas de los que los<br />

engrandecen y entre las sumisiones de los que<br />

humildemente los saludan no se ensoberbecen, sino que se acuerdan y<br />

conocen que son hombres; cuando hacen que su<br />

dignidad y potestad sirva a la Divina Majestad para dilatar cuanto<br />

pudiesen su culto y religión; cuando temen, aman y<br />

reverencian a Dios; cuando aprecian sobremanera aquel reino donde no<br />

hay temor de tener consorte que se le quite; cuando<br />

son tardos y remisos en vengarse y fáciles en perdonar; cuando esta<br />

venganza la hacen forzados de la necesidad del gobierno<br />

y defensa de la República, no por Satisfacer su rencor, y cuando le<br />

conceden este perdón, no porque el delito quede sin<br />

castigo, sino por la esperanza que hay de corrección; cuando lo que a<br />

veces, obligados, ordenan ,con aspereza y rigor lo<br />

recompensan con la blandura y suavidad de la misericordia, y con la<br />

liberalidad y largueza de las mercedes y beneficios que<br />

hacen; cuando los gustos están en ellos tanto más a raya cuanto<br />

pudieran ser más libres; cuando gustan más de ser señores de<br />

sus apetitos que de cualesquiera naciones, y cuando ejercen todas<br />

estas virtudes no por el ansia y deseo de la vanagloria, o<br />

por el amor de la felicidad eterna; cuando, en fin, por sus pecados<br />

no dejan de ofrecer sacrificios de humildad, compasión y<br />

oración a su verdadero Dios. Tales emperadores cristianos como éstos<br />

decimos que son felices, ahora en esperanza, y<br />

después realmente cuando viniere el cumplimiento de lo que esperamos.<br />

CAPITULO XXV<br />

De las prosperidades que Dios dio al cristiano emperador<br />

Constantino<br />

La bondad de Dios, a fin de que los hombres que tenían creído debían<br />

adorarle por la vida eterna no pensasen que ninguno<br />

podía conseguir las dignidades y reinos de la tierra, sino los que<br />

adorasen a los demonios, porque estos espíritus en semejantes<br />

asuntos pueden mucho, enriqueció al emperador Constantino, que no<br />

tributaba adoración a los demonios, sino al mismo Dios<br />

verdadero, de tantos bienes terrenos cuantos nadie se atreviera a<br />

desear. Concedióle asimismo que fundase una ciudad,<br />

compañera del Imperio romano, como hija de la misma Roma; pero sin<br />

levantar en ella templo ni estatua alguna consagrados a<br />

los demonios, reinó muchos años, poseyó y conservó siendo él solo<br />

emperador augusto de todo el orbe romano; en la<br />

administración y dirección de la guerra fue feliz y victorioso; en<br />

oprimir los tiranos tuvo grande prosperidad. Cargado de años,<br />

murió de los achaques de la vejez, dejando a sus hijos por sucesores<br />

en el Imperio. Además, para que ningún emperador


apeteciese profesar el cristianismo por el interés de alcanzar la<br />

felicidad de Constantino, debiendo ser cada uno cristiano sólo<br />

por hacerse digno de conseguir la vida eterna, se llevó mucho antes,<br />

a Joviano que a Juliano, permitiendo que Graciano<br />

muriese a manos del hierro cruel, aunque con más humanidad que el<br />

gran Pompeyo, que adoraba a los dioses romanos;<br />

porque a aquél no le pudo vengar a Catón, a quien dejó en cierto modo<br />

por sucesor en la guerra civil; pero a éste, aunque las<br />

almas piadosas no tengan necesidad de semejantes consuelos, le vengó<br />

Teodosio, a quien había tomado por compañero en el<br />

Imperio, no obstante tener un hermano pequeño, deseando más amistad<br />

sincera que mando despótico.<br />

CAPITULO XXVI<br />

De la fe y, religión del emperador Teodosio<br />

Y así Teodosio, en vida, no sólo le guardó la fe que le debía, sino<br />

también después de muerto; porque habiendo Máximo, que<br />

fue el que le dio a él la muerte, echado del Imperio a Valentiniano,<br />

su hermano, que era aún muy pequeño, Teodosio, como<br />

cristiano, acogió al huérfano y pupilo, asociándole en la parte de su<br />

Imperio; amparó con afecto de padre al que desamparado<br />

de todos los auxilios humanos, sin dificultad alguna, podía quitarle<br />

de delante, si reinara en su corazón más la codicia de<br />

extender su Imperio y señorío que el deseo de hacer bien. Y así,<br />

acogiéndole y conservándole la dignidad imperial, le alentó<br />

más y consoló con toda clase de delicadezas y atenciones. Después,<br />

notando que con aquella deliberación se había hecho<br />

Máximo muy terrible, áspero y cruel, en el mayor aprieto y angustias<br />

que le causaban sus cuidados, no acudió a las<br />

curiosidades sacrílegas e ilícitas; antes, por el contrario, envió su<br />

embajada a un santo varón que habitaba en el yermo de<br />

Egipto, llamado Juan, el cual, por la fama que corría de él, entendía<br />

que era siervo muy estimado de Dios, y que tenía espíritu de<br />

profecía, de quien tuvo aviso cierto de que vencería a su enemigo;<br />

luego, habiendo muerto al tirano Máximo, restituyó al joven<br />

Valentiniano, con una reverencia llena de misericordia, en la parte<br />

de su Imperio de que le habían despojado. Y muerto éste<br />

dentro de breve tiempo, ya fuese por asechanzas o por cualquier otro<br />

motivo, o bien por casualidad, lleno de confianza por la<br />

respuesta profética que había recibido, venció y oprimió a otro<br />

tirano, llamado Eugenio, que en lugar de Valentiniano había sido<br />

elegido ilegítimamente en el Imperio, peleando contra su formidable<br />

ejército más con la oración que con la espada. A soldados<br />

que se hallaban presentes al referir que les sucedió arrancarles de<br />

las manos las armas arrojadizas, corriendo un viento<br />

furiosísimo de la parte de Teodosio contra los enemigos, el cual no<br />

sólo les arrebataba violentamente todo lo que arrojaban, sino<br />

que los mismos dardos que les tiraban se volvían contra los que los<br />

esgrimían; por los cual, también el poeta Claudiano, aunque<br />

enemigo del nombre de Cristo, con todo, en honra y alabanza suya,<br />

dijo: Habiendo conseguido la victoria, como lo<br />

había creído y dicho, hizo derribar una estatua de Júpiter, que<br />

contra él, no sé con qué ritos, se había consagrado y colocado<br />

en los Alpes; y como los rayos que tenían estas imágenes eran de oro,<br />

y diciendo sus adalides entre las burlas que permitía<br />

aquella alegría, que quisieran ser heridos de aquellos rayos, se les<br />

concedió la petición con júbilo y benignidad. A los hijos de<br />

sus enemigos que habían muerto, no ya por orden suya, sino<br />

arrebatados del ímpetu y furia de la guerra, acogiéndose, aun no<br />

siendo cristianos, a la Iglesia, con esta ocasión quiso que fuesen<br />

cristianos, y como tales los amó con caridad cristiana, y no sólo<br />

no les quitó la hacienda, sino que los acrecentó y honró con oficios


y dignidades. No permitió después de la victoria que ninguno<br />

con este motivo se pudiese vengar de sus particulares enemistades. En<br />

las guerras civiles no se portó como Cinna, Mario, Sila y<br />

otros semejantes, que después de acabadas no quisieron que se<br />

terminasen, antes tuvo más pena de verlas comenzadas que<br />

ánimo de que, concluidas, fuesen en daño de ninguno.<br />

Entre todas estas revoluciones, desde su ingreso en el Imperio, no<br />

deja de ayudar y socorrer a las necesidades de la Iglesia<br />

promulgando leyes justas y benignas, la cual el hereje emperador<br />

Valente, favoreciendo a los arrianos, había afligido en<br />

extremo, y se preciaba más de ser miembro de esta Iglesia que de<br />

reinar en la tierra. Mandó que se derribasen los ídolos de los<br />

gentiles, sabiendo bien que ni aun los bienes de la tierra están en<br />

mano de los demonios, sino en la del verdadero Dios. ¿Y qué<br />

acción hubo más admirable que su religiosa humildad? Fue el caso que<br />

se vio obligado por el pueblo, a instancias de algunos.<br />

que andaban a su lado, a. castigar un grave crimen que cometieron los<br />

tesalónicos, a quienes ya por intercesión de algunos<br />

obispos había prometido el perdón. Por esto fue corregido conforme al<br />

estilo de la disciplina eclesiástica, y fue tal su compunción<br />

que, rogando a Dios el pueblo por él, más lágrimas derramó viendo<br />

postrada en la tierra la majestad del emperador que temor<br />

había manifestado cuando le vio cegado por la ira.<br />

Estas admirables acciones y otras buenas obras hizo que sería largo<br />

referirlas, llevando siempre consigo el desprendimiento del<br />

humo temporal de cualquier gloria y lisonja humana, de cuyas buenas<br />

operaciones el premio es la eterna felicidad, la cual sólo<br />

da Dios a los verdaderamente piadosos Pero todas las demás<br />

cualidades, ya, sean las más celebradas fortunas o los subsidios<br />

necesarios de ésta vida, como son el mismo mundo, la luz, el aire, la<br />

tierra, el agua, los frutos, el alma del mismo hombre, el<br />

cuerpo, los sentidos, el espíritu y la vida lo da Dios a los buenos y<br />

a los malos, en lo cual se incluye también cualquiera<br />

grandeza o exaltación al trono, lo cual dispensa igualmente este gran<br />

Dios según lo piden los tiempos.<br />

Según esto, advierto que únicamente me resta responder a aquellos<br />

que, refutados y convencidos con manifiestas razones y<br />

documentos, con que se demuestra evidentemente que para la obtención<br />

de estas felicidades temporales, que solos los necios<br />

desean tener, no aprovecha el número crecido de los dioses falsos,<br />

procuran, no obstante, defender que se deben adorar esos<br />

númenes, no por el provecho y comodidad de la vida presente, sino por<br />

la futura que se espera después de la muerte. Pues a<br />

los que por las amistades mundanas quieren adorar vanidades, y se<br />

quejan que no los permiten entregarse a los gustos y<br />

bagatelas de los sentidos, me parece que en estos cinco libros les<br />

hemos respondido lo necesario. De los cuales, habiendo<br />

sacado a luz los tres primeros, y empezando a andar ya en manos de<br />

muchos, oí decir que algunos habían tomado la pluma y<br />

disponían no sé qué respuesta contra ellos. Después me informaron<br />

asimismo que habían escrito, pero que aguardaban tiempo<br />

para darlo al público a su salvo; a los cuales advierto que no deseen<br />

lo que no les está. bien, porque es muy fácil parecer que<br />

ha respondido uno con no haber querido callar.<br />

Y ¿qué cosa hay más locuaz y sobrada de palabras que la vanidad? La<br />

cual no por eso puede lo que la verdad; pues si<br />

quisiera, puede también dar muchas más voces que la verdad; si no,<br />

considérenlo todo muy bien, y si acaso, mirándolo sin<br />

pasión de las partes, les pareciere que es de tal calidad que más<br />

pueden echarlo a barato que desbaratarlo con su procaz<br />

locuacidad y con su satírica y ridícula liviandad, repórtense y den<br />

de mano a sus vaciedades, y quieran más ser antes corregidos<br />

por los prudentes que alabados por los imprudentes. Porque si<br />

aguardan tiempo, no para decir libremente la verdad, sino<br />

para tener licencia de decir mal, Dios los libre de que les suceda lo<br />

que dice Tulio de uno, que por la licencia que tenía de pecar


se llamaba feliz. ¡Oh miserable del que tuvo semejante licencia para<br />

pecar! Y así cualquiera que imaginare que es feliz por la<br />

licencia que tiene de maldecir, será mucho más dichoso si de ningún<br />

modo usare de tal permiso pudiendo aún ahora, dejando<br />

aparte la vanidad de la arrogancia, como con pretexto de querer saber<br />

la verdad, contradecir cuanto quisiere y cuanto fuere<br />

posible oír y saber honesta, grave y libremente lo que hace al caso<br />

de boca de aquellos con quienes, confiriéndolo en sana<br />

paz, lo preguntaren.<br />

LIBRO SEXTO<br />

TEOLOGÍA MÍTICA Y CIVIL DE VARRÓN<br />

PROEMIO<br />

Me parece que he disputado bastante en estos cinco libros pasados<br />

contra los que temerariamente sostienen que por la<br />

importancia y comodidad de la vida mortal, y por el goce de los<br />

bienes terrenos, deben adorarse con el rito y adoración que los<br />

griegos llaman latría, y se debe únicamente al solo Dios verdadero, a<br />

muchos y falsos dioses, de los cuales la verdad católica<br />

evidencia que son simulacros inútiles, o espíritus inmundos y<br />

perniciosos demonios, o por lo menos criaturas, y no el mismo<br />

Criador.<br />

Y ¿quién no advierte que para una necedad y pertinacia tan grandes no<br />

bastan estos cinco libros ni otros infinitos por más que<br />

sean muchos en el número? En atención a que se reputa por gloria y<br />

honra de la humana lisonja no rendirse a todos los<br />

contrastes de una verdad acrisolada, cuando resulta en perjuicio sin<br />

duda de aquel en quien reina tan monstruoso vicio. Porque<br />

también una enfermedad peligrosa contra toda la industria del ?que la<br />

cura es invencible, no precisamente porque cause daño<br />

alguno al médico, sino por el que resulta al enfermo considerado como<br />

incurable. Pero las personas que lo que leen lo<br />

examinan con madurez y circunspección habiéndolo entendido y<br />

considerado sin ninguna, o a lo menos no con demasiada<br />

obstinación en el error en que se veían sumergidos, echarán de ver<br />

fácilmente que con estos cinco libros que hemos concluido<br />

hemos satisfecho bastantemente a más de lo que exigía la necesidad de<br />

la cuestión, antes que haber quedado cortos, y no<br />

podrán poner en duda que toda esa odiosidad que los necios se<br />

esfuerzan en arrojar contra la religión cristiana, tomando pie de<br />

las calamidades de este mundo y de la fragilidad y vicisitudes de las<br />

cosas terrenas, con disimulo, más aún, con la aprobación<br />

de los doctos que obrando contra su conciencia se hacen necios por su<br />

loca impiedad, no dudarán, digo, que es un juicio vacío<br />

completamente de todo sentido y razón y llenó de vana temeridad y<br />

odio malvado.<br />

CAPITULO PRIMERO<br />

De los que dicen que adoran a los dioses, no por esta vida presente,<br />

sino por la eterna<br />

Ahora, pues, porque según lo pide nuestra promesa habremos también de<br />

refutar y desengañar a los que intentan defender<br />

que debe tributarse adoración a los dioses de los gentiles, que<br />

destruyen la religión cristiana, no por los intereses y felicidades<br />

de esta vida, sino por la que después de la muerte se espera, quiero<br />

dar principio a mi discurso por el verdadero oráculo del<br />

salmista rey, donde se lee: Con todo, entre todas


las ilusorias doctrinas y falsos despropósitos, los que más<br />

tolerablemente se pueden oír son los de los filósofos a quienes no<br />

satisfizo la opinión y error universal de las gentes, que dedicaron<br />

simulacros a los dioses, suponiendo muchas falsedades de los<br />

que llaman dioses inmortales, las cuales, siendo falsas e<br />

impías, las fingieron o, una vez fingidas, las creyeron, y, creídas,<br />

las introdujeron en el culto y ceremonias de su religión. Con<br />

estos tales, que aunque no diciéndolo libremente, pero si al menos en<br />

sus obras, como entre dientes aseguraban que no<br />

aprovechan semejantes desatinos, no del todo fuera de propósito se<br />

tratará esta cuestión: si conviene adorar por la vida que se<br />

espera después de la muerte, no a un solo Dios, que hizo todo lo<br />

criado espiritual y corporal, sino a muchos dioses, de quienes<br />

algunos de los mismos filósofos, entre ellos los más acreditados y<br />

sabios, sintieron que fueron criados por aquél solo y colocados<br />

en un lugar sublime.<br />

Porque ¿quién sufrirá se diga y defienda que los dioses de que<br />

hicimos mención en el libro IV, a quienes se atribuye a cada<br />

uno, respectivamente, su oficio y cargo de negocios de poco momento,<br />

conceden a los mortales la vida eterna? ¿Por ventura<br />

aquellos sabios y científicos varones que se glorían por un beneficio<br />

digno del mayor aprecio el haber escrito y enseñado, para<br />

que se supiese, el método y motivo con que se había de suplicar a<br />

cada uno de los dioses, y qué era lo que se les debía pedir,<br />

a fin de que, inconsiderada y neciamente, como suele hacerse por risa<br />

y mofa en el teatro, no pidiesen agua a Baco y vino a las<br />

ninfas, aconsejaran a ninguno rogase a los dioses inmortales que<br />

cuando hubiese pedido a las ninfas vino y le respondiesen:<br />

, dijese entonces<br />

prudentemente: ? ¿Qué idea puede haber más monstruosa que este<br />

disparate? ¿Acaso excitadas a risa, porque suelen ser fáciles<br />

en reír, a no ser que afecten engañar, como que son demonios, no<br />

responderán al que así les rogare: <br />

Así que es Una necedad y desvarío insufrible pedir o esperar la vida<br />

eterna de semejantes dioses, de quienes se dice que cada<br />

partecilla de esta trabajosa y breve vida, y si hay alguna que<br />

pertenezca a su fomento, incremento y sustento, la tiene debajo de<br />

su amparo; pero es con tal restricción, que lo que está bajó la<br />

tutela y disposición de uno lo deben pedir a otro, de que resulta se<br />

tenga por tan absurda, imposible y temeraria tal potestad, como lo<br />

son los donaires y disparates del bobo de la farsa, y cuando<br />

esto lo hacen actores ingeniosos ante el público, con razón se ríen<br />

de ellos en el teatro y cuando lo hacen los necios<br />

ignorándolo, con más justa causa se burlan y mofan de ellos en el<br />

mundo.<br />

Con mucho ingenio descubrieron los doctos y dejaron escrito en sus<br />

obras a qué dios o diosa de los que fundaron las ciudades<br />

se debería acudir en busca de diversos remedios; es a saber, qué es<br />

lo que se debía pedir a Baco, a las ninfas, a Vulcano, y<br />

así a los demás; de lo que parte referí en el libro IV y parte me<br />

pareció conveniente pasarlo en silencio, y si es un error notable<br />

pedir vino a Ceres, pan a Baco, agua a Vulcano y fuego a las ninfas,<br />

¿cuánto mayor disparate será pedir a alguno de éstos la<br />

vida eterna? Por lo mismo, si cuando preguntábamos acerca del reino<br />

de la tierra qué dioses o diosas debía creerse que le<br />

podían dar, habiendo examinado este punto, averiguamos era muy ajeno<br />

de la verdad el pensar que los reinos, a lo menos de<br />

la tierra, los daba ninguno de los que componen tanta multitud de<br />

falsos dioses. Por ventura, ¿no será una disparatada impiedad<br />

el creer que la vida eterna, que sin duda alguna y sin comparación se<br />

debe preferir a todos los reinos de la tierra, la pueda dar<br />

a nadie ninguno de ellos?<br />

Porque está fuera de toda controversia que semejantes dioses no


podían dar ni aun el reino de la tierra, por sólo el especioso<br />

título de ser ellos dioses grandes y soberanos; siendo estos dones<br />

tan viles y despreciables, que no se dignarían cuidar de<br />

ellos, viéndose en tan encumbrada fortuna, a no ser que digamos que<br />

por más que uno, con justa razón vilipendie, considerando<br />

la fragilidad humana, los caducos títulos del reino de la tierra,<br />

estos dioses fueron de tal calidad. que parecieron indignos de<br />

que se les confiase la distribución y conservación de ellas, no<br />

obstante de ser correspondiente a su alta dignidad<br />

encomendárselas y ponerlas bajo su custodia<br />

Y, por consiguiente, si conforme a lo que manifestamos en los dos<br />

libros anteriores, ninguno de los que componen la turba de los<br />

dioses, ya sea de los plebeyos o de los patricios, es idóneo para dar<br />

los reinos mortales a los mortales, ¿cuánto menos podrá<br />

de mortales hacer inmortales?<br />

Y más que si lo tratamos con los que defienden deben ser adorados los<br />

dioses, no por las facilidades de la vida presente, sino<br />

por la futura, acaso nos dirán que de ninguna manera se les debe<br />

tributar veneración, a lo menos por aquellas cosas que se les<br />

atribuyen como repartidas entre ellos y propias de la potestad<br />

peculiar de cada uno, porque así lo persuada la luz de la verdad,<br />

sino porque así lo introdujo la opinión común, fundada en la vanidad<br />

humana y en el fanatismo, como se persuaden los que<br />

sostienen que su culto es necesario para sufragar a las necesidades<br />

de la vida mortal, contra quienes en los cinco libros<br />

precedentes he disputado lo preciso cuanto me ha sido posible. Pero<br />

siendo, como es, innegable nuestra doctrina; si la edad de<br />

los que adoran a la diosa Juventas fuera más feliz y florida, y la de<br />

los que la desprecian se acabara en el verdor de su<br />

juventud, o en ella, como en un cuerpo cargado de años, quedarán<br />

yertos y fríos; si la fortuna Barbada con más gracia y<br />

donaire vistiera las quijadas de sus devotos, y a los que no lo<br />

fuesen los viéramos lampiños y mal barbados, dijéramos muy bien<br />

que hasta aquí cada una de estas diosas podía en alguna manera<br />

limitarse a sus peculiares oficios, y, por consiguiente, que no<br />

se debía pedir ni a la Juventas la vida eterna, pues no podía dar ni<br />

aun la barba; ni de la fortuna Barbada se debía esperar<br />

cosa buena después de esta vida, porque durante ella no tenía<br />

autoridad alguna para conceder siquiera aquella misma edad en<br />

que suele nacer la barba.<br />

Mas ahora, no siendo necesario su culto ni aun para las cosas que<br />

ellos entienden que les están sujetas, ya que muchos que<br />

fueron devotos dé la diosa Juventas no florecieron en aquella edad, y<br />

muchos que no lo fueron gozaron del vigor de la<br />

juventud; y asimismo algunos que se encomendaron a la fortuna<br />

Barbada, o no tuvieron barbas o las tuvieron muy escasas; y si<br />

hay algunos que por conseguir de ella las barbas la reverencian, los<br />

barbados que la desprecian se mofan y burlan de ellos.<br />

¿Es posible que esté tan obcecado el corazón humano que viendo está<br />

lleno de embelecos y es inútil el culto de los dioses para<br />

obtener estos bienes temporales y momentáneos, sobre los que dicen<br />

que cada uno preside particularmente a su objeto, crea<br />

que sea importante para conseguir vida eterna? Esta, ni aun aquellos,<br />

han osado afirmar que la pueden dar; ni aun aquellos,<br />

digo, que para que el vulgo necio los adorase, porque pensaban que<br />

eran muchos en demasía, y que ninguno debía estar<br />

ocioso, les repartieron con tanta prolijidad y menudencia todos estos<br />

oficios temporales.<br />

CAPITULO Il<br />

Qué es lo que se debe creer que sintió Varrón de los dioses de los<br />

gentiles, cuyos linajes y sacrificios, de que él dio noticia<br />

fueron tales, que hubiera usado con ellos de más reverencia si del<br />

todo los hubiera pasado en silencio


¿Quién anduvo buscando todas estas particularidades con más<br />

curiosidad que Marco Varrón? ¿Quién las descubrió más<br />

doctamente? ¿Quién las consideró con más atención? ¿Quién las<br />

distinguió con más exactitud y las escribió con más profusión y<br />

diligencia? Este escritor, aunque no es en el estilo y lenguaje muy<br />

suave, con todo, inserta tanta doctrina y tan buenas sentencias,<br />

que en todo género de erudición y letras que nosotros<br />

llamamos humanas y ellos liberales, enseña tanto al que busca la<br />

ciencia cuanto Cicerón deleita al que se complace en la hermosura de<br />

la frase. Finalmente, el mismo Tulio habla de éste con<br />

tanta aprobación, que dice en los libros académicos que la disputa la<br />

tuvo con Marco Varrón, sujeto, dice, entre todos sin<br />

controversia agudísimo y sin ninguna duda doctísimo; no le llama<br />

elocuentísimo o fecundísimo, porque en realidad de verdad en<br />

la retórica y elocuencia con mucho no llega a igualarse con los muy<br />

elocuentes y fecundos, sino entre todos, sin disputa, agudísimo.<br />

En aquellos libros, digo, en los académicos, donde pretende probar<br />

que todas las cosas son dudosas, le distinguió con el<br />

apreciable título de doctísimo. Verdaderamente que de esta prenda<br />

estaba tan cierto, que quitó la duda que suele poner en todo,<br />

como si habiendo de tratar de este célebre escritor, conforme a la<br />

costumbre que tienen los académicos de dudar de todo, se<br />

hubiera olvidado de que era académico. Y en el libro I, celebrando<br />

las obras que escribió el mismo Varrón: .<br />

Este Varrón, pues, es de tan excelente e insigne doctrina, que<br />

brevemente recopila su elogio Terenciano, en este elegante y<br />

conciso verso Leyó tanto, que<br />

causa admiración tuviese tiempo para escribir sobre<br />

ninguna materia; y, sin embargo, escribió tantos volúmenes cuantos<br />

apenas es fácil persuadirse que ninguno pudo jamás leer.<br />

Este Varrón, digo, tan perspicaz e instruido, si escribiera contra<br />

las cosas divinas, de que escribió también y dijera que no eran<br />

cosas religiosas, sino supersticiosas, no sé si escribiera en ellas<br />

cosas tan dignas de risa, tan impertinentes y tan abominables.<br />

Con todo, adoró a estos mismos dioses y fue de dictamen que se debían<br />

reverenciar, tanto, que en los mismos libros dice teme<br />

no se pierdan, no por violencia causada por los enemigos, sino por<br />

negligencia de los ciudadanos. De esta inminente ruina dice<br />

que los libra depositándolos y guardándolos en la memoria de los<br />

buenos, por medio de aquellos sus libros, con una diligencia<br />

harto más provechosa que la que es fama usó Metelo cuando libró su<br />

estatua de Vesta, y Eneas sus Penates del voraz incendio<br />

de Troya. Y con todo, deja allí escritas a la posteridad sentencias<br />

dignas que los sabios y los ignorantes las desechen y algunas<br />

sumamente contrarias a las verdades de la religión. En virtud de este<br />

proceder, ¿qué debemos pensar sino que este hombre,<br />

siendo muy ingenioso y docto, aunque no libre por la gracia del<br />

Espíritu Santo, se halló oprimido de la detestable costumbre y<br />

leyes de su patria, y, con todo, no quiso pasar en silencio las<br />

causas que le movían, so color de encomendar la religión?<br />

CAPITULO III<br />

La división que hace Varrón de los libros que compuso acerca de las<br />

antigüedades de las cosas humanas y divinas


Habiendo escrito cuarenta y un libros sobre las antigüedades, los<br />

dividió según materias divinas y humanas. En estas últimas<br />

consume veinticinco, en las divinas dieciséis, siguiendo en la<br />

división de materias esta distribución; de forma que reparte en<br />

cuatro partes veinticuatro libros concernientes a las cosas humanas,<br />

designando seis a cada parte. Allí trata por extenso<br />

quiénes, dónde, cuándo y qué llevan a cabo. Así que en los seis<br />

primeros habla de los hombres, en los seis segundos de los<br />

lugares, en los seis terceros de los tiempos, y en los seis últimos<br />

de las cosas; y así cuatro veces seis hacen veinticuatro. Pero,<br />

además, colocó uno por sí solo, al principio, que en común habla de<br />

todos los asuntos propuestos. El que trata asimismo de las<br />

cosas divinas guardó el mismo método en la división, por lo<br />

respectivo a los ritos y víctimas que se deben ofrecer a los dioses,<br />

ya que los hombres, en determinados lugares y tiempos les ofrecen el<br />

culto divino. Las cuatro materias que, he dicho las<br />

comprendió en cada tres libros: en los tres primeros trata de los<br />

hombres; en los tres siguientes, de los lugares; en el tercer<br />

grupo, de los tiempos; en los tres últimos, del culto divino;<br />

designando en ese lugar, por medio de una sencilla distinción,<br />

quiénes, dónde, cuándo y qué ofrecen. Mas porque convenía decir -que<br />

era lo que principalmente se esperaba de él- quiénes<br />

eran aquellos a quienes se ofrece, trató también de los mismos dioses<br />

en los tres postreros, para que cinco veces tres fuesen<br />

quince, y son entre todos, como he dicho, dieciséis; porque al<br />

principio puso uno de por sí, que primero habla en común de<br />

todos. Y acabado éste, luego, conforme a la división hecha en las<br />

cinco partes, los primeros que pertenecen a los hombres los<br />

reparte de este modo: en el primero trata de los pontífices; en el<br />

segundo, de los augures o adivinos; en el tercero, de los quince<br />

varones que atendían a las funciones sagradas. Los tres segundos, que<br />

miran a los lugares, de esta manera: en el primero trata<br />

de los oratorios; en el segundo, de los templos sagrados; en el<br />

tercero, de los lugares religiosos; y los tres que siguen luego,<br />

que conciernen a los tiempos, esto es, a los días festivos, que en el<br />

primero habla de las ferias, en el segundo de los juegos<br />

circenses, en el tercero de los escénicos. Los del cuarto ternario,<br />

que pertenecen a las cosas sagradas; los divide así: en el<br />

primero diserta sobre las consagraciones; en el segundo, de la<br />

reverencia y culto particular, y en el tercero, del público. A éste,<br />

como aparato de los asuntos que ha de exponer en los tres que restan,<br />

siguen, en último lugar, los mismos dioses, en cuyo<br />

honor ha empleado todas sus tareas literarias, por este orden: en el<br />

primero trata de los dioses ciertos; en el segundo, de los<br />

inciertos; en el tercero y último, de los dioses escogidos.<br />

CAPITULO IV<br />

Que, conforme a la disputa de Varrón, entre los que adoran a los<br />

dioses, las cosas humanas son más antiguas que las divinas<br />

De lo que hemos ya insinuado y dios adelante puede fácilmente<br />

advertir el que obstinadamente no fuere enemigo de sí propio,<br />

que en toda esta traza, en esta hermosa y sutil distribución y<br />

distinción, en vano se busca y espera la vida eterna, que<br />

imprudentemente la quieren y desean. Porque toda esta doctrina, o es<br />

invención de los hombres o de los demonios, y no de los<br />

demonios que ellos llaman buenos, sino, por hablar más claro, de los<br />

espíritus inmundos o, más ciertamente, malignos, los cuales<br />

con admirable odio y envidia ocultamente plantan en los juicios de<br />

los impíos unas opiniones erróneas y perniciosas con que el<br />

alma más y más se vaya desvaneciendo y no pueda acomodarse ni<br />

adaptarse con la inmutable y eterna verdad; y en ocasiones,<br />

evidentemente, las infunden en los sentidos y las confirman<br />

con los embelecos y engaños que les es posible imaginar.<br />

Este mismo Varrón confiesa que por eso no escribió en primer lugar de


las cosas humanas y después de las divinas, porque<br />

antes hubo ciudades, y después éstas ordenaron e instituyeron las<br />

ceremonias de la religión. Pero, al mismo tiempo, es<br />

indudable que a la verdadera religión no la fundó ninguna ciudad de<br />

la tierra, antes sí, ella es la que establece una ciudad<br />

verdaderamente celestial. Y ésta nos la inspira y enseña el verdadero<br />

Dios, que da la vida eterna a los que de corazón le<br />

sirven. La razón en que se funda Varrón cuando confiesa que por eso<br />

escribió primeramente de las cosas humanas y después<br />

de las divinas, porque éstas, fueron instituidas y ordenadas por los<br />

hombres, es ésta: <br />

Aunque dice que escribiera antes de los dioses y después de los<br />

hombres, si escribiera sobre toda la naturaleza de los dioses,<br />

como si escribiera aquí de alguna y no de toda, o como si alguna<br />

naturaleza de los dioses, aunque no sea toda, no debe ser<br />

primero que la de los hombres. Cuanto más que en los tres últimos<br />

libros, tratando cuidadosamente de los dioses ciertos, de los<br />

inciertos y de los escogidos, parece que no omite ninguna naturaleza<br />

de los dioses. ¿Qué significa, pues, lo que dice? Porque, o escribe de toda la naturaleza de los dioses, o de<br />

alguna o de ninguna; si de toda, debe ser preferida, sin<br />

duda, a las cosas humanas; si de alguna, ¿por qué también ésta no ha<br />

de preceder a las cosas humanas? ¿Acaso no merece<br />

alguna parte de los dioses ser antepuesta aun a toda la naturaleza de<br />

los hombres? Y si es demasiado que alguna parte divina<br />

logre preferencia generalmente sobre todas las cosas humanas, por lo<br />

menos será razón que se anteponga siquiera a las<br />

romanas, puesto que escribió los libros relativos a las cosas<br />

humanas, no precisamente por lo que respecta a todo el orbe de la<br />

tierra, sino en cuanto conciernen a sola Roma. A los cuales, sin<br />

embargo, en los libros de las cosas divinas, dijo que, según el<br />

orden analítico que habla observado en escribir, con razón los, había<br />

antepuesto, así como debe ser preferido el pintor a la tabla<br />

pintada, el arquitecto al edificio, confesando con toda claridad que<br />

estas cosas divinas, igualmente que la pintura y el edificio, son<br />

instituciones que deben su erección a los hombres.<br />

Resta, por último, sepamos que no escribió sobre naturaleza alguna de<br />

los dioses, lo cual no lo quiso hacer claramente y al<br />

descubierto; antes lo dejó a la consideración de los que lo<br />

entienden, Pues cuando se dice , comúnmente se entiende<br />

; pero puede entenderse asimismo , porque la que es<br />

ninguna, ni es todo ni es alguna; en atención a que,<br />

como él dice: ; y conforme lo dice a voces, la verdad, aunque él lo calla,<br />

debiera anteponerla por lo menos, a las glorias romanas,<br />

cuando no fuera toda, a lo menos alguna; es así que con razón se<br />

pospone, luego no quiere hacer alusión a los dioses, donde<br />

se infiere que no quiso preferir las cosas humanas a las divinas;<br />

antes, por el contrario, a las verdaderas no quiso anteponer las<br />

falsas; pues en cuanto escribió acerca de las cosas humanas siguió la<br />

historia según el orden de los sucesos y acaecimientos;<br />

mas en lo que llama cosas divinas, ¿qué autoridad siguió sino meras<br />

conjeturas y sueños fantásticos?<br />

Esto es, en efecto, lo que quiso con tanta sutileza dar a entender,<br />

no sólo escribiendo últimamente de éstas y no de aquéllas sino<br />

también dando la razón por qué lo hizo así. La cual, si omitiera,<br />

acaso esto mismo que hizo lo defendieran otros de diversa<br />

manera; pero en la misma causa que dio no dejó lugar a los otros para<br />

sospechar lo que quisiesen a su albedrío. Con pruebas<br />

bien concluyentes y con razones harto claras dio a entender que<br />

prefirió los hombres a las instituciones humanas, y no la


naturaleza humana a la naturaleza de los dioses. Y por esto confieso<br />

ingenuamente que Varrón escribió los libros pertenecientes<br />

a las cosas divinas, no según el idioma de la verdad que concierne a<br />

la naturaleza, sino según la falsedad que toca al error. Lo<br />

cual reprodujo más extensamente en otro lugar, como lo insinúe en el<br />

Libro IV, diciendo que él seguirá gustosamente el estilo y<br />

traza de la naturaleza si él fundara una nueva ciudad; pero, como<br />

había hallado una ya fundada, no pudo sino acomodarse y<br />

seguir las prácticas de ella.<br />

CAPITULO V<br />

De los tres géneros de Teología, según Varrón fabulosa, natural y<br />

civil<br />

¿Y de qué aprecio es la proposición por la que sostiene que hay tres<br />

géneros de Teología, esto es, ciencia de los dioses, de los<br />

cuales el uno se llama mítico, el otro físico y el tercero civil? Al<br />

primer género le denominaremos con propiedad fabuloso, que es<br />

lo mismo que m¡thicon, pues mithos, en griego, quiere decir fábula:<br />

que al segundo llamemos natural, ya la costumbre de hablar<br />

así lo exige; al tercero, que se llama civil, él mismo le nombró en<br />

lengua latina. Después dice llaman mítico aquel del que usan los<br />

poetas, físico del que los filósofos, civil del que usa el pueblo.<br />


Diré alguno: estos dos géneros, mítico y físico, esto es, el fabuloso<br />

y el natural, debemos distinguirlos del civil, de que ahora<br />

tratamos, así como él los distinguió, y veamos ya cómo declara el<br />

civil. Bien considero las razones que militan para que se deba<br />

distinguir del fabuloso, supuesto que es falso, torpe e indigno; mas<br />

el querer distinguir el natural del civil, ¿qué otra cosa es, sino<br />

confesar que el mismo civil es asimismo mentiroso? Porque si aquél es<br />

natural, ¿qué tiene de reprensible para que se deba<br />

excluir? Y si éste que se llama civil no es natural, ¿qué mérito<br />

tiene para que se deba admitir? Esta es, en efecto, la causa<br />

porque primero escribió de las cosas humanas y últimamente de las<br />

divinas; pues en éstas no siguió la naturaleza de los dioses,<br />

sino las intrucciones de los hombres. Examinemos, pues, al mismo<br />

tiempo la Teología civil: Veamos ahora también<br />

lo que se sigue: ¿Quién no echa de ver a cuál dio la primacía? Sin<br />

duda que a la segunda, de la que dijo arriba cómo era<br />

peculiar a los filósofos, porque ésta, añade, que pertenece al mundo,<br />

es la que éstos reputan por la más excelente de todas.<br />

Pero las otras dos Teologías, la primera y la tercera, es a saber, la<br />

del teatro y la de la ciudad, ¿las distinguió o las separó?<br />

Porque advertimos que no porque una cosa sea propia de la ciudad<br />

puede consiguientemente pertenecer al mundo, aunque<br />

vemos que las ciudades están en el mundo; pues es posible acontezca<br />

que la ciudad instruida y fundada en opiniones falsas<br />

adore y crea tales cosas, cuya naturaleza no se halla en parte alguna<br />

del mundo o fuera de su ámbito. Y el teatro, ¿dónde está<br />

sino en la ciudad? ¿Y quién instituyó el teatro sino la ciudad? ¿Y<br />

por qué le instituyó sino por afición a los juegos escénicos? ¿Y<br />

dónde se hallan colocados los juegos escénicos sino entre las cosas<br />

divinas, de las cuales se escriben estos libros con tanto<br />

ingenio y agudeza?<br />

CAPITULO VI<br />

De ¡a Teología mítica, esto es, fabulosa, y de la civil, contra<br />

Varrón<br />

¡Oh Marco Varrón! Eres ciertamente el más ingenioso entre todos los<br />

hombres, y, sin duda, el más sabio; pero hombre, en fin, y<br />

no Dios; y, por lo mismo, aunque no ha sido elevado a la cumbre de la<br />

verdad y de la libertad por el espíritu de Dios para ver y<br />

publicar las maravillas divinas, bien echas de ver cuánta diferencia<br />

se debe hacer entre las cosas divinas y entre las fruslerías y<br />

mentiras humanas; pero temes ofender las erróneas opiniones y las<br />

pervertidas costumbres del pueblo, que las ha recibido<br />

entre las supersticiones públicas; asimismo, notas que estas<br />

ficciones repugnan a la naturaleza de los dioses, aun de aquellos<br />

que la flaqueza del espíritu humano imagina destruidos en los<br />

elementos de este mundo; tú lo echas de ver cuando por todas<br />

partes las consideras, y todo cuanto tenéis escrito en vuestros<br />

libros lo dice a voces: ¿qué hace aquí, aunque sea excelentísimo,<br />

el humano ingenio? ¿De qué te sirve en tal conflicto la sabiduría<br />

humana, aunque tan vasta y tan inmensa? ¿Deseas adorar los<br />

dioses naturales y eres forzado a venerar los civiles? Hallaste que<br />

los unos eran fabulosos, contra quienes pudiste libremente<br />

decir tu sentir, y, sin embargo, aun contra tu misma voluntad,<br />

viniste a salpicar en los civiles. ¿Por qué confiesas que los<br />

fabulosos son acomodados para el teatro, los naturales para el mundo,<br />

los civiles para la ciudad, siendo, como es, el mundo


obra de todo un Dios, y las ciudades y los teatros invenciones<br />

humanas, y no siendo los dioses, de quienes se burlan y ríen en<br />

los teatros, otros que los que se adoran en los templos, y no<br />

dedicando los juegos a otros que a los que ofrecéis las víctimas y<br />

sacrificios? Con cuánta más libertad y con cuánta más sutileza<br />

hicieras esta división, diciendo que unos eran dioses naturales y<br />

otros instituidos por los hombres. Pero que de los establecidos por<br />

los hombres, una cosa enseña la doctrina de los poetas, otra<br />

la de los sacerdotes, aunque una y otra profesan entre sí una amistad<br />

mutua, por lo que ambas tienen de falsas; y de una y otra<br />

gustan los demonios, a quienes ofende la doctrina de la verdad.<br />

Dejando a un lado por un breve rato la Teología que llaman natural,<br />

de la cual hablaremos después, ¿os parece, acaso, que<br />

debemos perder o esperar la vida eterna de los dioses poéticos,<br />

teátricos, juglares y escénicos? Ni por pensamiento; antes nos<br />

libre Dios de cometer tan execrable y sacrílego desatino. ¿Acaso<br />

interpondremos nuestros ruegos para suplicar nos concedan<br />

la vida eterna unos dioses que gustan oír unos desvaríos, y se<br />

aplacan cuando se refieren y frecuentan en semejantes lugares<br />

sus culpas? Ninguno, a lo que pienso, ha llegado con su desvarío a un<br />

tan grande despeñadero de tan loca impiedad. De<br />

donde se infiere que nadie alcanza la vida eterna con la Teología<br />

fabulosa, ni con la civil; porque una va, sembrando doctrinas<br />

detestables, fingiendo de los dioses acciones torpes, y la otra, con<br />

el aplauso que las presta, las va segando y cogiendo; la una<br />

esparce mentiras, la otra las coge; la una recrimina a las deidades<br />

con supuestas culpas, la otra recibe y abraza entre las cosas<br />

divinas los juegos donde se celebran tales crímenes; la una, adornada<br />

con la poesía humana, pregona abominables ficciones de<br />

los dioses; la otra consagra esta misma poesía a las solemnidades de<br />

los mismos dioses; la una canta las impurezas y<br />

bellaquerías de los dioses, la otra las estima sobremanera; la una<br />

las publica y finge, y la otra o las confirma por verdaderas o<br />

se deleita aun con las falsas; ambas son seguramente torpes, ambas<br />

odiosas; pero la una -que es la teátrica-, profesa<br />

públicamente la torpeza, y la otra -que es la civil-, se adorna con<br />

la obscenidad de aquella. ¿Es posible que hemos, de esperar<br />

alcanzar la vida eterna con lo que ésta, caduca y temporal, se<br />

profana?<br />

Y si adultera la vida el comercio y trato con los hombres facinerosos<br />

cuando se entrometen a hacer consentir nuestros afectos y<br />

voluntades en sus maldades, ¿cómo no ha de profanarla y pervertir la<br />

sociedad con los demonios, que se adoran y veneran<br />

con sus culpas? Si éstas son verdaderas, ¿qué malos los que son<br />

adorados?; si falsas, ¿cuán mal son adorados? Cuando esto<br />

decimos, quizá parecerá al que fuere demasiado ignorante en esta<br />

materia que sólo las impurezas que se celebran de<br />

semejantes dioses son indignas de la, Majestad Divina; ridículas y<br />

abominables las que cantan los poetas y se representan en<br />

los juegos escénicos; pero los sacramentos que celebran, no los<br />

histriones, sino los sacerdotes, son limpios, puros y ajenos de<br />

toda esta impiedad e indecencia. Si esto fuese así, jamás nadie fuera<br />

de parecer que se celebrasen en honra y reverencia de<br />

los dioses las torpezas que pasan en el teatro, nunca ordenaran los<br />

mismos dioses que públicamente se representaran; mas no<br />

se ruborizan de hacer semejantes abominaciones en obsequio de los<br />

dioses, en los teatros, porque lo mismo se practica en los<br />

templos; finalmente, el mismo autor referido, procurando distinguir<br />

la Teología civil de la fabulosa, y formar una tercera Teología<br />

en su género, más quiso que la entendiésemos compuesta de la una y de<br />

la otra que distinta y separada de ambas. Y así dice<br />

que lo que escriben los poetas es menos de lo que debe seguir el<br />

pueblo, y lo que los filósofos es más de lo que conviene escudriñar<br />

al vulgo. Asegurando asimismo que,


de los pueblos; con lo cual, lo que fuere común con los<br />

poetas, lo escribiremos juntamente con lo civil, aunque entre éstos<br />

debemos más arrimarnos y comunicar con los filósofos que<br />

con los poetas> Luego no del todo habla con los poetas, aunque en<br />

otro lugar dice que, por, lo respectivo a las generaciones<br />

de los dioses, el pueblo se inclinó más a la autoridad de los poetas<br />

que a la de los físicos, por cuanto aquí designa lo que debía<br />

hacer, y allí lo que se hacía. Los físicos, añade, escribieron para<br />

la utilidad común, y los poetas para deleitar. Y así, según este<br />

sentir, lo que han escrito estos poetas y lo que no debe seguir el<br />

pueblo son las culpas de los dioses, los cuales con todo<br />

deleitan, igualmente así al pueblo como a los dioses. Porque a fin de<br />

deleitar, escriben, como dicen los poetas, y no para<br />

aprovechar; y con todo, escriben lo que los dioses pueden apetecer y<br />

el pueblo se lo pueda representar.<br />

CAPITULO VII<br />

De la semejanza y conveniencia que hay entre la Teología civil y<br />

fabulosa<br />

Así que la Teología civil se reduce a la Teología fabulosa, teatral,<br />

escénica, llena de preceptos indignos y torpes, y toda esta que<br />

justamente parece se debe reprender o condenar es parte de la otra,<br />

que, según su dictamen, se, debe reverenciar y adorar, y<br />

parte no por cierto despreciable (como lo pienso demostrar); la cual<br />

no sólo no es distinta ni ajena en todas sus partes de todo lo<br />

que es cuerpo, sino que del todo es muy conforme con ella, y<br />

convenientemente, como miembro de un mismo cuerpo, se la han<br />

acomodado. y juntado con ella.<br />

Y si no, digan, ¿qué nos manifiestan aquellas estatuas, las formas,<br />

las edades, los sexos y hábitos de los dioses? ¿Por ventura<br />

consideran los poetas a Júpiter barbado y a Mercurio desbarbado, y<br />

los pontífices no? Pregunto: ¿fueron los cómicos solos los<br />

que atribuyeron enormes crímenes a Priapo, y no los sacerdotes? ¿O le<br />

presentan en los lugares sagrados a la pública<br />

adoración bajo otro aspecto, o con distintos adornos cuando le sacan<br />

para que se rían de él en los teatros? ¿Acaso los comediantes<br />

representan a Saturno viejo y a Apolo joven, o de una manera<br />

diferente como están sus estatuas en los templos? ¿Por<br />

qué, preguntó, Fórculo, que preside las puertas y Lementino el<br />

umbral, son dioses varones, y Cardea, que custodia los quicios,<br />

es hembra? ¿Acaso no se hallan estas simplezas en los libros<br />

relativos, a las cosas divinas, las cuales, poetas graves las<br />

tuvieron por indignas de incluirlas en sus obras? ¿Por qué causa<br />

Diana, la del teatro, trae armas, y la de la ciudad no es más<br />

que una simple doncella? ¿Por qué motivo Apolo, el de la escena es<br />

citarista, y el de Delfos no ejercita tal arte? Pero todos estos<br />

despropósitos son tolerables respecto de otros más torpes. ¿Qué<br />

sintieron del mismo Júpiter los que colocaron al ama que le crió<br />

en el Capitolio? ¿Por ventura por este hecho no confirmaron la<br />

opinión del Evemero, quien, no con fabulosa locuacidad, sino<br />

con exactitud histórica, escribió que todos estos dioses fueron<br />

hombres, y hombres mortales? Igualmente, los que fingieron a los<br />

dioses Epulones parásitos convidados a la mesa de Júpiter, ¿qué otra<br />

cosa quisieron que fuesen sino unas ceremonias de pura<br />

farsa? Porque si en el teatro dijera el bobo o el gracioso que en el<br />

convite de Júpiter hubo también sus parásitos, sin duda que<br />

parecería que había intentado con este donaire hacer reír a la gente;<br />

pero lo dijo Varrón, y no en ocasión que escarnecía a los<br />

dioses, sino cuando los recomendaba y celebraba. Testigos fidedignos<br />

de que lo escribió así con los libros, no los<br />

pertenecientes a las cosas humanas, sino los que tratan de las<br />

divinas, y no en parte donde explicaba los juegos escénicos, sino<br />

donde enseñaba al mundo los ritos del Capitolio; finalmente, de estas<br />

ficciones se deja vilmente vencer, confesando que así


como supieron de los dioses que tuvieron forma humana, así también<br />

creyeron que gustaban de los humanos deleites.<br />

CAPITULO VIII<br />

De las interpretaciones de las razones naturales que procuran aducir<br />

los doctores paganos en favor de sus dioses<br />

Sin embargo, dicen que todo esto tiene ciertas interpretaciones<br />

fisiológicas, esto es, razones naturales, como si nosotros en la<br />

presente controversia buscásemos la Fisiología y no la Teología; es<br />

decir, no la razón de la naturaleza, sino la de Dios, porque,<br />

aunque el verdadero Dios es Dios, no por opinión, sino por<br />

naturaleza, con todo, no toda naturaleza es Dios, pues, en efecto, la<br />

del hombre, la de la bestia, la del árbol, la de la piedra, es<br />

naturaleza, y nada de esto es Dios; y si, cuando tratamos de los<br />

misterios de la madre de los dioses, lo principal de esta<br />

interpretación consiste en que la madre de los dioses es la tierra, ¿<br />

para<br />

qué pasamos adelante en la imaginación? ¿Para qué escudriñamos lo<br />

demás? ¿Qué argumento hay que concluya con más<br />

evidencia en favor de los que sostienen que todos estos dioses fueron<br />

'hombres? Y en esta conformidad son terrígenas e hijos<br />

de la tierra, así como la tierra es su madre; pero en la verdadera<br />

Teología, la tierra es obra de Dios y no madre; con todo, como<br />

quiera que interpreten sus misterios y los refieran a la naturaleza<br />

de las cosas, el ser hombres afeminados no es según el orden<br />

de lo natural, sino contra toda la naturaleza.<br />

Esta dolencia, este crimen, esta ignominia es la que se practica<br />

entre aquellas ceremonias, lo que en las corrompidas costumbres<br />

de los hombres apenas se confiesa en los tormentos; y si estas<br />

ceremonias, que, según se demuestra, son más abominables<br />

que las torpezas escénicas, se excusan y purgan porque tienen sus<br />

interpretaciones, con las que se manifiesta que significan la<br />

naturaleza de las cosas, ¿por qué no se excusará y purificará<br />

asimismo lo que dicen los poetas? Pues que ellos han<br />

interpretado muchas cosas de la misma manera, y esto de forma que lo<br />

más horrible y abominable que cuentan como de que<br />

Saturno se comió a sus hijos, lo exponen así algunos; que todo cuanto<br />

el dilatado transcurso del tiempo, significado por el<br />

nombre de Saturno, engendra, él mismo lo consume. O, como piensa el<br />

mismo Varrón, porque Saturno pertenece a las semillas,<br />

las cuales vuelven a caer en la misma tierra de donde traen su<br />

origen, y otros de otra manera, y así lo demás concerniente al<br />

asunto<br />

Y con todo ello, se llama Teología fabulosa, la cual, con todas estas<br />

sus interpretaciones, reprenden, desechan y condenan; y<br />

porque ha fingido acciones impropias del carácter de los dioses, no<br />

sólo con razón la diferencia de la natural, que es propia de<br />

las filósofos, sino también de la civil, de que, tratamos, de la que<br />

dicen que pertenece a las ciudades y al pueblo, lo cual ha sido<br />

con este fin, porque como los hombres ingeniosos y doctos que<br />

escriben de estas materias observaron que ambas Teologías<br />

eran dignas de condenación, así la fabulosa como la civil, y se<br />

atrevieron a condenar aquélla y no ésta, propusieron aquélla<br />

para condenarla, y a ésta, que era su semejante, la pusieron en<br />

público para que se comparase con la otra no para que la<br />

escogiesen, sino para que se entendiese que era digna de desechar<br />

juntamente con la otra, y de esta manera, sin riesgo<br />

alguno de los que temían reprender la Teología civil, dando de mano a<br />

la una y a la otra, que llaman natural, hállase lugar en<br />

los corazones de los que mejor sienten. Porque la civil y la<br />

fabulosa, ambas son fabulosas y ambas civiles, ambas las hallará<br />

fabulosas el que prudentemente considerare las vanidades y las<br />

torpezas de ambas, y ambas civiles, el que advierte incluidos<br />

los juegos escénicos, que pertenecen a la fabulosa, entre las fiestas


de los dioses civiles y entre las cosas divinas de las<br />

ciudades<br />

Esto supuesto, ¿cómo se puede atribuir el poder de dar la vida eterna<br />

a ninguno de estos dioses, a quienes sus propias<br />

estatuas, sus ritos y religión convencen que son semejantes a los<br />

dioses fabulosos que claramente reprueban, y muy parecidos<br />

a ellos en las formas, edades, sexo, hábito, matrimonios,<br />

generaciones, ritos? En todo lo cual se conoce que, o fueron hombres,<br />

y que conforme a la vida y muerte de cada uno les ordenaron sus<br />

peculiares ritos y solemnidades, insinuándoles y aun<br />

asegurándoles este error y ceguera los demonios, o que realmente<br />

fueron unos espíritus inmundos, que se entrometieron en su<br />

voluntad, favorecidos de cualquier ocasión ventajosa para engañar los<br />

juicios humanos.<br />

CAPITULO IX<br />

De los oficios que cada uno de los dioses tiene<br />

¿Y qué diremos de los oficios peculiares de los dioses, repartidos<br />

tan vilmente y tan por menudo, por los cuales, dicen, es<br />

menester suplicarles conforme al destino y oficio que cada uno<br />

tiene? Sobre cuyo punto hemos ya dicho bastante, aunque no<br />

todo lo que había que decir; pues, ¿por ventura no se conforma más<br />

esta doctrina con los chistes y donaires de la farsa que con<br />

la autoridad y dignidad de los dioses? Si proveyese uno de dos amas a<br />

un hijo suyo para que la una no le diese más que la<br />

comida, y la otra la bebida, así como los romanos designaron para<br />

este encargo dos diosas: Educa y Potina, sin duda parecería<br />

que perdía el juicio, y que hacía en su casa una acción semejante a<br />

las que practica el cómico en el teatro con una<br />

desvergüenza extraordinaria. El mismo Varrón confiesa que semejantes<br />

obscenidades era imposible las hiciesen aquellas<br />

mujeres ministras de Baco, sino enajenadas de juicio, aunque después<br />

estas abominables fiestas llegaron a ofender tanto los<br />

ojos del Senado, más cuerdo y modesto, que las extinguió y abolió por<br />

un solemne decreto; y a lo menos, al fin quizá, echaron<br />

de ver lo que influyen los espíritus inmundos sobre los corazones<br />

humanos cuando los tienen por dioses. Estas impurezas, a<br />

buen seguro que no se ejecutaran en los teatros, porque allí se<br />

burlan, juegan y no andan furiosos; no obstante, el adorar<br />

dioses que gusten también de semejantes fiestas es una especie de<br />

furor.<br />

¿Y de qué valor es aquella proposición, donde haciendo distinción del<br />

religioso y supersticioso, dice que el supersticioso teme a<br />

los dioses, y que el religioso sólo los respeta como a padres, y no<br />

los teme como a enemigos; añadiendo que todos son tan<br />

buenos, que les es más fácil el perdonar; a los culpados que el<br />

ofender al inocente? Con todo, refiere que a la mujer, después<br />

del parto, la ponen tres dioses de centinela, para que de noche no<br />

entre el dios Silvano y la cause alguna molestia; que para<br />

significar estos guardas, tres hombres, por la noche, visitan y<br />

rondan los umbrales de la casa, y que primeramente hieren el<br />

umbral con un hacha, después le golpean con mazo y mano de mortero,<br />

y, por último, le barren con unas escobas, a fin de que<br />

con estos símbolos de la labranza y cultivo se prohiba la entrada al<br />

dios Silvano, ya que no se cortan ni se podan los árboles sin<br />

hierro, ni el farro se hace sin el mazo con que le deshacen, ni el<br />

grano de las mieses se junta sin las escobas, y que de estas<br />

tres cosas tomaron sus nombres tres dioses: Intercidona, de la<br />

intercisión o del partir de la hacha; Pilumno, del pilón o mazo;<br />

Daverra, de las escobas, para que con el amparo de estos dioses la<br />

mujer estuviese segura e indemne contra las furiosas<br />

invasiones del dios Silvano; y así contra la fuerza y rigor de un<br />

dios injurioso y malo, no aprovechara la guarda de los buenos,<br />

si no fueran muchos contra uno, y contrastaran al áspero, horrendo,


inculto y en realidad silvestre, como con sus contrarios, con<br />

los símbolos de la labranza y cultivo. ¿Es ésta, pregunto, la<br />

inocencia de los dioses, ésta la concordia? ¿Son éstos los dioses<br />

saludables de las ciudades, más dignos ciertamente de befa y risa que<br />

los escarnios de poetas y teatros?<br />

Váyanse, pues, y procuren distinguir con la sutileza que pudieren la<br />

teología civil de la fabulosa, las ciudades de los teatros, los<br />

templos de las escenas, los ritos de los pontífices, de los versos de<br />

los poetas, como las cosas honestas, de las torpes; las<br />

verdaderas, de las falsas; las graves, de las livianas; las veras, de<br />

las burlas, y las que se deben desear de las que se deben<br />

huir.<br />

Bien entendemos lo que pretende; conocen que la teología teatral y<br />

fabulosa depende de la civil, y que de los versos de los<br />

poetas, como de un espejo cristalino, resulta su retrato; y por eso,<br />

cuando hablan de ésta que no se atreven a condenar, con<br />

más libertad arguyen y reprenden aquélla, que es su imagen, para que<br />

los que advierten sus deseos abominen también el<br />

mismo original de ésta, cuyo dechado e imagen es aquélla, la cual,<br />

con todo, los mismos dioses, viéndose en ella como en un<br />

espejo, la aman; de modo que se descubre y echa de ver mejor en ambos<br />

lo que ellos son, y que tales son; y así también, con<br />

terribles amenazas, forzaron a los que los adoraban a que les<br />

dedicasen las impurezas. de la teología fabulosa, la pusiesen en<br />

sus solemnidades y la tuviesen entre sus cosas sagradas, en lo que,<br />

por una parte, nos enseñaron con la mayor evidencia que<br />

ellos eran unos espíritus torpes, y por otra, a la teología teatral,<br />

tan abatida y reprobada, la hicieron miembro y parte de la civil,<br />

que es en cierto modo escogida y aprobada, para siendo toda ella<br />

generalmente obscena y engañosa, Y estando llena en sí<br />

misma de dioses fingidos, una parte estuviese en la liturgia de los<br />

sacerdotes y otra en los versos de los poetas. Y si contiene<br />

igualmente otras partes, más, es otra cuestión; por ahora, por lo que<br />

se refiere a la división de Varrón, me parece que<br />

bastantemente he demostrado cómo la teología urbana y teatral<br />

pertenece a una misma civil; y así, participando ambas de unas<br />

mismas torpezas absurdas, impropiedades y falsedades, no hay motivo<br />

para que personas religiosas y piadosas imaginen<br />

esperar de la una y de la otra la vida eterna.<br />

Finalmente, hasta el mismo Varrón refiere y enumera los dioses,<br />

comenzando desde la concepción del hombre. Empieza por<br />

Jano y va siguiendo la serie de los dioses hasta la muerte del hombre<br />

decrépito, y concluye con los dioses, que pertenecen al<br />

mismo hombre, hasta llegar a la diosa Nenia, que es la que se invoca<br />

en los entierros de los ancianos; después sigue<br />

declarando otros dioses, que pertenecen, no al mismo hombre, sino a<br />

las cosas que son propias del hombre, como es el<br />

sustento, el vestido y todo lo demás que es necesario para la vida,<br />

manifestando en todos estos ramos cuál es el oficio de cada<br />

uno, y por qué se debe acudir y suplicar a cada uno de ellos; pero<br />

con toda esta su exactitud y curiosidad, no se hallará que<br />

demostró o nombró un solo Dios a quien se daba pedir la vida eterna,<br />

y solamente por ella sola somos en realidad cristianos.<br />

En vista de esto, ¿quién será tan estúpido que no advierta que este<br />

hombre, declarando con tanta prolijidad la teología civil,<br />

manifestando que es tan semejante a la fabulosa, impía, detestable e<br />

ignominiosa, e indicando con sobrada evidencia que la<br />

fabulosa es parte de ésta, no hace sino preparar el camino en los<br />

corazones de los hombres a la natural, la cual, dice, pertenece<br />

a los filósofos, lo que desempeña con tanta sutileza, que<br />

reprende abiertamente la fabulosa, y aunque no se atreve a<br />

motejar la civil, no obstante, al tiempo de declararla y examinarla,<br />

muestra cómo es reprensible; y así, reprobadas la una y la<br />

otra, a juicio de los que lo entienden bien, quede sola la natural,<br />

para que usen de ella; de lo cual, con el auxilio del verdadero<br />

Dios. trataremos con más extensión en su lugar.


CAPITULO X<br />

De la libertad con que Séneca reprendió la teología civil, con más<br />

vigor que Varrón la fabulosa<br />

Pero la libertad que faltó, a Varrón para reprender a cara<br />

descubierta y con desahogo, como la otra, esta teología urbana tan<br />

parecida la teatral, no faltó, aunque no del todo, pero sí en<br />

alguna parte, a Anneo Séneca, que por varios indicios sabemos<br />

floreció en tiempo de nuestros santos apóstoles, porque la tuvo en la<br />

pluma, aunque le faltó en la vida. Y así, en el libro que<br />

escribió contra las supersticiones, más abundantemente y con mayor<br />

vehemencia reprende esta teología civil y urbana que<br />

Varrón la teatral y fabulosa; pues tratando de las estatuas: . Después, un poco más abajo, habiendo referido los<br />

dictámenes de algunos filósofos, y celebrando la teología natural<br />

se opuso a sí mismo una duda, y dice: Y respondiendo a este<br />

argumento, dice: De los mismos ritos, atroces y torpes, ¿<br />

acaso no escribió también con la mayor libertad? <br />

Pues lo que insinúa que pasa en el mismo Capitolio, y lo que, sin<br />

miedo alguno, reprende severamente, ¿quién creerá que lo<br />

ejecutan, sino personas que escarnecen de ello o que están furiosas?<br />

Y así, habiéndose reído porque en las funciones<br />

sagradas de los egipcios lloraban el haber perdido a Osiris, y luego<br />

inmediatamente manifestaban particular alegría de haberle<br />

hallado, viendo que el perderle y el hallarle era fingido; aunque el<br />

dolor y alegría de los que nada perdieron y nada hallaron,<br />

realmente le representaban:


su tiempo limitado; es tolerable volverse locos una vez en<br />

el año. Vine al Capitolio; vergüenza causará el descubrir la demencia<br />

que un furor ridículo ha tomado por oficio: uno hace como<br />

que presenta los nombres al dios, otro se ocupa en avisar a Júpiter<br />

las horas, otro se muestra que es lector, otro untador, que<br />

con un irrisible menear de brazos contrahace al que unta. Hay algunas<br />

mujeres que fingen están aderezando los cabellos a<br />

Juno y a Minerva, y estando no sólo lejos de la estatua, sino del<br />

templo, mueven sus dedos como quien está componiendo y<br />

tocando a otra. Hay otras que tienen el espejo, otras que llaman a<br />

los dioses para que les favorezcan en sus pleitos. Hay quien<br />

les ofrece memoriales y les informa de su causa: un excelente<br />

archimimo, o director de escena, anciano ya decrépito, cada día<br />

iba a recitar en el Capitolio, como si los dioses oyeran de buena<br />

gana al que los hombres habían ya dejado. Allí veréis ociosos<br />

todo género de oficiales, asistiendo al servicio de los dioses<br />

inmortales.> Y poco después dice: .<br />

Esta libertad no la tuvo Varrón; solo se atrevió a reprender la<br />

teología poética, sin meterse con la civil, a la que éste fustigó.<br />

Con<br />

todo, si atendiéramos a la verdad. peores son los templos donde se<br />

ejecutan estas abominaciones que los teatros en donde se<br />

fingen. Y así, en orden a los ritos de la teología civil, aconseja<br />

Séneca al sabio


muchas cosas dejándolas de hacer al tiempo que debieran;<br />

pero no se atrevió a hacer mención de los cristianos, que ya entonces<br />

eran aborrecidos de los judíos, ni en bien ni en mal, o por<br />

no alabarlos quebrantando la antigua costumbre de su patria, o por no<br />

reprenderlos quizá contra su voluntad; pero hablando de<br />

los judíos, dice: Admirábase diciendo<br />

esto, y no sabía lo que Dios obraba; al fin puso su parecer,<br />

significando lo que sentía acerca de aquellos ritos, y dice así: ; pero sobre los ritos de los judíos, las<br />

causas porque fueron instituidos por la autoridad divina, la manera<br />

que se observó en su establecimiento, y cómo después por la<br />

misma autoridad en el tiempo en que convino se los quitaron<br />

al pueblo de Dios, a quien fue servido revelar el misterio de la vida<br />

eterna, ya en otra parte lo hemos expuesto, principalmente<br />

cuando disputamos contra los maniqueos, y en estos libros lo<br />

manifestaremos también en lugar más oportuno.<br />

CAPITULO XII<br />

Que descubierta la vanidad de los dioses de los gentiles, es, sin<br />

duda, que no pueden ellos dar a ninguno la vida eterna, pues<br />

que no ayudan tampoco para esta vida temporal<br />

Mas ahora acerca de estas tres teologías que los griegos llaman<br />

mítica, física y política, y en idioma latino pueden llamarse<br />

fabulosa, natural y civil, de ésta hemos demostrado que no se debe<br />

esperar la vida eterna; tampoco de la fabulosa, a la cual,<br />

aún los mismos que adoran muchos y falsos dioses, con bastante<br />

libertad reprenden; y menos de la civil, cuya parte principal se<br />

convence ser la fabulosa, descubriéndose que es muy semejante a ella<br />

y aun peor; pero si no pareciese suficiente a los<br />

incrédulos lo que hemos referido en este libro, añada también lo que<br />

hemos dicho copiosamente en los precedentes, y<br />

especialmente en el IV, hablando de Dios, dador y dispensador de la<br />

felicidad. Porque ¿a quién debieran consagrarse los<br />

hombres por amor de la vida eterna, sino sólo a la felicidad, si ésta<br />

fuera diosa? Y, supuesto que no lo es, sino un don de Dios,<br />

¿a qué dios sino al dador de la felicidad nos hemos de consagrar los<br />

que con piadosa caridad amamos y deseamos la vida<br />

eterna, donde se halla la verdadera y completa felicidad? Que ninguno<br />

de los dioses que con tanta torpeza se reverencian, y<br />

que si no los adoran más torpemente se enojan, aunque se confiesan<br />

ellos mismos por espíritus inmundos; que ninguno de éstos,<br />

digo, sea dador de la felicidad, creo que por lo que llevamos<br />

referido ninguno tiene que dudar; y el que no da la felicidad,<br />

¿cómo podrá dar la vida eterna? ¿Cuál es la causa porque llamamos<br />

vida eterna aquella donde hay felicidad sin fin? Pues si el<br />

alma vive en las penas eternas, donde también los espíritus malignos<br />

han de ser atormentados, mejor debe ser llamada aquélla<br />

muerte eterna que, vida; porque no hay muerte mayor ni más temible<br />

que aquella donde no muere la muerte; pero como la<br />

naturaleza del alma, que fue criada inmortal, no puede existir sin<br />

alguna vida, cualquiera que sea, su muerte más infausta es<br />

hallarse ajena y privada de la vida de Dios en la eternidad del<br />

tormento. De donde se infiere que la vida eterna, esto es, la feliz<br />

y bienaventurada sin fin, sólo la da el que da la verdadera<br />

felicidad; la cual, por cuanto está demostrado que no la pueden dar<br />

los dioses que reverencian esta teología civil, por lo mismo, no sólo<br />

no se les debe venerar por interés de las cosas temporales<br />

y terrenas, según lo manifestamos en los cinco libros anteriores,<br />

pero mucho menos por la vida eterna que esperamos después


de la muerte; lo cual hemos probado en este solo libro,<br />

aprovechándonos también de las máximas establecidas en los<br />

precedentes, y por cuanto suele estar demasiado arraigada la malicia<br />

de una envejecida costumbre, si a alguno le pareciere<br />

que hemos dicho poco en razón de condenar y desterrar, esta teología<br />

civil, atienda con diligencia a lo que con el favor de Dios<br />

estudiaremos en el libro siguiente.<br />

LIBRO SEPTIMO<br />

LOS DIOSES SELECTOS DE LA TEOLOGÍA CIVIL<br />

PROEMIO<br />

Si pareciere que soy algo más exacto y prolijo en procurar arrancar y<br />

extirpar las perversas y envejecidas opiniones contrarias<br />

a la verdadera religión, las cuales tenía arraigadas profunda y<br />

obstinadamente en los corazones meticulosos el error en que<br />

tanto tiempo había estado el género humano; y si vieren dedicar mis<br />

tareas literarias, y según lo que alcanzan mil facultades<br />

intelectuales cooperar, con la gracia de aquel que como verdadero<br />

Dios es poderoso, para extirparlas (aunque los ingenios<br />

que son más vivos y superiores en la comprensión quedan y<br />

suficientemente satisfechos con los libros que dejamos explicados),<br />

lo habrán de sufrir con paciencia; y por amor a la salud eterna de<br />

sus prójimos, entender no es superfluo lo que ya respecto de<br />

ellos echan de ver que no es necesario. Grande negocio, y muy<br />

interesante es el que se hace cuando se predica y enseña que<br />

se debe buscar y adorar la verdadera y realmente santa esencia<br />

divina, y aun cuando ella no nos deje suministrar los medios<br />

necesarios para sustentar la humana fragilidad de que al presente<br />

estamos vestidos; sin embargo, la causa final por que se<br />

debe buscar y adorar, no es el humo transitorio de esta vida mortal,<br />

sino la vida dichosa y bien aventurada, que no es otra sino<br />

la eterna.<br />

CAPITULO PRIMERO<br />

Si habiéndonos constado que no hay divinidad en la teología civil,<br />

debemos creer que la debemos hallar en los dioses que<br />

llaman selectos o escogidos<br />

Que esta divinidad, o, por decirlo así, deidad (porque ya tampoco los<br />

nuestros se recelan de usar de esta palabra, por traducir<br />

del idioma griego lo que ellos llaman Ceoteta), que esta divinidad o<br />

deidad, digo, no se halla en la teología denominada civil (de<br />

la cual disputó Marco Varrón en 16 libros), es decir, que la<br />

felicidad de la vida eterna no se alcanza con el culto de semejantes<br />

dioses, cuales instituyeron las ciudades, y del modo que ellas<br />

establecieron fuesen adorados; a quien esta verdad no hubiera<br />

aún convencido con la doctrina propuesta en el libro VI que acabamos<br />

de concluir, en leyendo acaso éste, no tendrá que<br />

desear más para la averiguación de esta cuestión; porque es factible<br />

piense alguno que por la vida bienaventurada, que no es<br />

otra sino la eterna, se debe tributar adoración a los dioses selectos<br />

y principales que Varrón comprendió en el último libro, de los<br />

cuales tratamos ya: sobre este punto no digo lo que indica<br />

Tertuliano, quizá con más donaire que verdad: ; no digo esto porque observo que de los<br />

escogidos se eligen igualmente algunos para algún otro objeto mayor y<br />

más excelente; así como en la milicia luego que se ha<br />

levantado y escogido la gente bisoña, de ésta también se eligen para<br />

algún lance mayor y más importante de la guerra los más<br />

útiles, y cuando en la Iglesia se escogen y eligen los propósitos y


cabezas, no por eso reprueban a las demás, llamándose con<br />

razón todos los buenos fieles escogidos. Elígense para un edificio<br />

las piedras angulares, sin reprobar las demás, que sirven<br />

para otros destinos y partes del edificio. Escógense las uvas para<br />

comer, sin reprobar las demás que dejamos para beber, y no<br />

hay necesidad de discurrir por otros ramos, siendo este asunto<br />

sumamente claro; por lo cual, no porque algunos dioses sean<br />

escogidos entre muchos, se debe menospreciar, o, al que escribió<br />

sobre ellos, o a los que los adoran, o a los mismos dioses,<br />

antes se debe advertir quiénes sean éstos y para que efecto los<br />

escogieron.<br />

CAPITULO II<br />

Cuáles son los dioses elegidos y si se les excluye de los oficios de<br />

los dioses plebeyos<br />

Varrón enumera y encarece en uno de sus libros estos dioses elegidos:<br />

Jano, Júpiter, Saturno, Genio, Mercurio, Apolo, Marte,<br />

Vulcano, Neptuno, Sol, Orco, el padre Libero, la Tierra, Ceres; Juno,<br />

la Luna, Diana, Minerva, Venus y Vesta. Poco más o<br />

menos, entre todos son veinte, doce machos y ocho hembras. Se<br />

pregunta si estos dioses llámanse elegidos por sus mayores<br />

administraciones en el mundo o porque son más conocidos por los<br />

pueblos y se les rinde mayor culto. Si es precisamente<br />

porque son de orden superior las obras que administran, no debíamos<br />

haberlos encontrado entre aquella turba de dioses casi<br />

plebeyos, destinados a trabajillos casi insignificantes. Comencemos<br />

por Jano. Este, cuando se concibe la prole, de donde toman<br />

principio todas las obras, distribuidas al por menor a los dioses<br />

pequeños, abre la puerta para recibir el semen. Allí se halla<br />

también Saturno por el semen mismo. Allí alienta también Libero, que,<br />

haciendo derramar el semen, libra al varón. Allí también<br />

L¡bera, que otros quieren que sea Venus a la vez, que presta a la<br />

hembra el mismo servicio, con el fin de que también ella, emitido<br />

el semen, quede libre. Todos éstos son de los llamados selectos.<br />

Pero también se halla allí la diosa Mena, que preside los<br />

menstruos al correr. Esta, aunque es hija de Júpiter, es plebeya. La<br />

provincia de los menstruos corrientes asígnala el mismo<br />

autor en el libro de los dioses selectos a Juno, que es la reina de<br />

los elegidos. Lucina, como Juno, con la susodicha Mena, su<br />

hijastra, preside la menstruación. Allí hacen acto de presencia<br />

también dos obscurísimas divinidades, Vitunno y Sentino, de los<br />

cuales uno da la vida a la criatura; y otro, los sentidos. En<br />

realidad, dan mucho más, siendo tan vulgares, que los otros próceres<br />

y selectos. Porque ¿qué es, sin vida y sin sentido, lo que la mujer<br />

lleva en su seno sino un no sé qué abyectisimo y comparable<br />

al cieno y al polvo?<br />

CAPITULO III<br />

Nulidad de la razón aducida para mostrar la elección de algunos<br />

dioses, siendo más excelente el cometido asignado a muchos<br />

inferiores<br />

1. ¿Cuál fue la causa que compelió a tantos dioses elegidos a<br />

entregarse a las obras más insignificantes, cuando en la partición<br />

de esta munificencia son superados por Vitunno y por Sentino, que<br />

duermen en las sombras de una obscura fama? Da Jano,<br />

dios selecto, entrada al semen y le abre la puerta, por así decirlo.<br />

Confiere Saturno, también selecto, el semen mismo, y Libero,<br />

selecto, a su vez confiere la emisión del semen a los varones. Esto<br />

mismo confiere Libera, que es Ceres o Venus, a las<br />

hembras. Da Juno, la elegida, pero no sola, sino con Mena, hija de<br />

Júpiter, los menstruos corrientes para el crecimiento de lo<br />

concebido. Confiere el obscuro y plebeyo Vitunno la vida, y el


obscuro y plebeyo Sentino el sentido, funciones ambas que<br />

sobrepujan las de los otros dioses en la misma proporción que la vida<br />

y, el sentido son superados por el entendimiento y la<br />

razón. Como los seres racionales y dotados de entendimiento son más<br />

poderosos, sin duda, que los que viven y sienten sin<br />

entendimiento y sin razón, como las bestias, así los seres dotados de<br />

vida y de sentido merecidamente llevan la preferencia a los<br />

que ni viven ni sienten. Se debió, pues, colocar entre los dioses<br />

selectos a Vitunno, vivificador, y a Sentino, sensificador, antes<br />

que a Jano, admisor del semen, y que a Saturno, dador o creador del<br />

mismo, y que a Libero y a Libera, movedores o emisores<br />

de él. Es monstruosa la sola imaginación de los sémenes sin vida y<br />

sin sentido. Estos dones escogidos no los dan los dioses<br />

selectos, sino ciertos dioses desconocidos y que están al margen de<br />

la dignidad de éstos.<br />

Si encuentran respuesta adecuada para atribuir, y no sin razón, a<br />

Jano el poder de todos los principios, precisamente en que<br />

abre la puerta a la concepción, y para asignar, el de todos los<br />

sémenes a Saturno, en que no puede separarse la seminación<br />

del hombre de su propia operación; y asimismo, para imputar a Libero<br />

y a Libera el poder de emitir los sémenes todos, en que<br />

presiden también lo tocante a la sustitución de los hombres, y para<br />

decir que la facultad de purgar y dar a luz es privativa de<br />

Juno, precisamente en que no falta a las purgaciones de las mujeres y<br />

a los partos de los hombres, busquen respuesta para<br />

Vitunno y Sentino, si quieren que estos dioses presidan a todo lo que<br />

vive y siente. Si conceden esto, consideren la sublimidad<br />

del lugar en que han de colocarlos, porque nacen de semen se da en la<br />

tierra y sobre la tierra; en cambio, vivir y sentir, según<br />

opinan ellos, se da también en los dioses del cielo. Si dicen que<br />

éstas solas son las atribuciones de Vitunno y Sentino, vivir en la<br />

carne y adminicular a los sentidos, ¿por qué aquel Dios que hace<br />

vivir y sentir a todas las cosas no dará también vida y sentido<br />

a la carne, extendiendo con su operación universal este don a los<br />

partos? ¿Qué necesidad hay de Vitunno y de Sentino? Si<br />

Aquel que con su regencia universal preside la vida y los sentidos<br />

confió estas cosas carnales, como bajas y humildes, a éstos<br />

como a siervos suyos, ¿están los dioses selectos tan faltos de<br />

domésticos, que no encuentren a quienes confiar estas cosas,<br />

sino que con toda su nobleza, causa aparente de su altivez, se ven<br />

obligados a desempeñar las mismas funciones que los<br />

plebeyos? Juno, elegida y reina, esposa y hermana de Júpiter, es<br />

Iterduca de los niños y ejerce su oficio con dos diosas de las<br />

más vulgares, con Abeona y con Adeona. Allí colocaron también a la<br />

diosa Mente encargada de dar buena mente a los niños, y<br />

no se la elevó al rango de los dioses selectos, como si pudiera<br />

proporcionarse algo mayor al hombre. En cambio, se elevó a<br />

ese rango a Juno, por ser Iterduca y Domiduca, como si fuera de algún<br />

provecho tomar el camino y ser conducido a casa si la<br />

mente no es buena. Los electores no tuvieron a bien enumerar la diosa<br />

que da este bien entre los dioses selectos. Sin duda que<br />

ésta debe ser antepuesta aun a Minerva, a la cual atribuyeron, entre<br />

tantas obras pequeñas, la memoria de los niños. ¿Quién<br />

pondrá en tela de juicio que es mucho mejor tener una buena mente que<br />

una memoria de las más prodigiosas? Nadie que tenga<br />

buena mente es malo, mientras que algunos pésimos tienen una memoria<br />

asombrosa. Estos son tanto peores cuanto menos<br />

pueden olvidar lo mal que imaginan. Con todo, Minerva está entre los<br />

dioses selectos, y la diosa Mente se halla arrinconada<br />

entre la canalla.<br />

¿Qué diré de la Virtud? ¿Qué de la Felicidad? Ya he dicho mucho sobre<br />

ellas en el libro IV. Teniéndolas entre las diosas, no<br />

quisieron honrarlas con un puesto entre los dioses selectos, y<br />

honraron a Marte y a Orco, uno hacedor de muertes, y otro,<br />

receptor de las mismas<br />

2. Viendo, como vemos, a los dioses de la elite confundidos en sus


mezquinas funciones con los dioses inferiores, como<br />

miembros del senado con el populacho, y hallando, como hallamos, que<br />

algunos de los dioses que no han creído dignos de ser<br />

elegidos tienen oficios mucho más importantes y nobles que los<br />

llamados selectos, no podemos menos de pensar que se les<br />

llama selectos y primates no por su más prestante gobierno del mundo,<br />

sino porque han tenido la fortuna de ser más conocidos<br />

por los pueblos. Por eso dice Varrón que a algunos dioses padres y a<br />

algunas diosas madres les sobrevino la plebeyez, igual<br />

que a los hombres. Si, pues, la Felicidad no cumplió que estuviera<br />

entre los dioses selectos justamente quizá porque alcanzaron<br />

tal nobleza no por sus méritos, sino fortuitamente, siquiera,<br />

colóquese entre ellos, o mejor, antes que ellos, a la Fortuna. Esta<br />

diosa, creen, confiere a cada uno sus bienes no por disposición<br />

racional, sino a la buena de Dios, a tontas y a locas. Esta debió<br />

ocupar el primer puesto entre los dioses selectos, ya que entre ellos<br />

hizo la principal ostentación de su poder. La razón es que<br />

los vemos escogidos, no por su destacada virtud, no por una felicidad<br />

racional, sino por el temerario poder de la Fortuna, según<br />

el sentir de sus adoradores. Tal vez el mismo disertísimo Salustio<br />

tiene la atención fija en aquellos dioses, cuando escribe: <br />

No puede hallarse el porqué de que se encomie a Venus y se encubra a<br />

la Virtud, siendo así que a una y a otra consagraron<br />

ellos por diosas y no hay cotejo posible en sus méritos. Y si mereció<br />

ser ennoblecida cabalmente por ser más apetecida, pues es<br />

indudable que aman muchos más a Venus que a la Virtud, ¿por qué se<br />

elogió a la diosa Minerva y se dejó en la penumbra a la<br />

diosa Pecunia, siendo así que entre los mortales halaga mucho más la<br />

avaricia que la pericia? Aun entre los mismos que cultivan<br />

el arte te verás negro para encontrar un hombre cuyo arte no sea<br />

venal a costa de dinero. Siempre se estima más el fin que<br />

mueve a la obra que la obra hecha. Si esta selección ha sido obra del<br />

juicio de la insensata chusma, ¿por qué no se ha<br />

preferido la diosa Pecunia a Minerva, pues que hay muchos artífices<br />

por el dinero? Y si esta distinción es obra de unos cuantos<br />

sabios, ¿por qué no han preferido la Virtud a Venus, cuando la razón<br />

la prefiere con mucho? Siquiera, como he dicho, la<br />

Fortuna, que, según el parecer de los que creen en sus muchas<br />

atribuciones, señorea todas las cosas y las enaltece y encubre<br />

más por capricho que por verdad, debiera ocupar el primer puesto<br />

entre los dioses elegidos, ya que goza de vara tan alta con<br />

los dioses, es verdad y que es tanto su valimiento, que, por su<br />

temerario juicio, ensalza a los que quiere y encubre a los que le<br />

place. ¿O es que no le fue posible colocarse allí, quizá no por otra<br />

razón que porque la Fortuna misma creyó tener fortuna adversa?<br />

Luego, se opuso a sí misma, puesto que, haciendo nobles a los<br />

otros, no se ennobleció a sí misma.<br />

CAPITULO IV<br />

Que mejor se portaron con los dioses inferiores, quienes no son<br />

infamados con oprobio alguno, que con los selectos, cuyas<br />

increíbles torpezas se celebran en sus funciones<br />

Todo el que fuese deseoso de la humana gloria y alabanza celebraría a<br />

estos dioses selectos, y los llamaría afortunados si no<br />

los viese escogidos más para sufrir injurias que para obtener<br />

honores; porque su misma vileza tejió y formó aquella ínfima turba<br />

para no cubrirse de oprobios. Nosotros nos mofamos seguramente cuando<br />

los vemos distribuidos (repartidos entre sí sus<br />

respectivos encargos, con las ficciones de las opiniones humanas)<br />

como arrendadores de alcabalas, o como artífices de las<br />

obras de plata, donde para que salga perfecto un pequeño vaso pasa


por las manos de muchos artífices, cuando podría<br />

perfeccionarse por un oficial instruido en su arte. Aunque no se<br />

opinó lo contrario, resolviendo que debía consultarse a la<br />

multitud de los artífices, pues se deliberó así para que cada uno de<br />

ellos aprendiese breve, y fácilmente cada una de las .partes<br />

de su oficio, y todos ellos. no fuesen obligados a perfeccionarse<br />

tardíamente y con dificultad en un arte sola. Con todo eso,<br />

apenas se halla uno de los dioses no selectos, que por algún crimen<br />

abominable no haya incurrido en mala fama; y apenas ninguno<br />

de los elegidos que no tuviese sobre su honor una singular nota<br />

de alguna insigne afrenta: éstos descendieron a los<br />

humildes ministerios de éstos, y aquéllos no llegaron a perpetrar los<br />

detestables y públicos crímenes de aquéllos. De Jano no me<br />

ocurre fácilmente acción alguna que pertenezca a su deshonor e<br />

infamia; y acaso fue tal, que observó una vida inocente,<br />

absteniéndose de los delitos y pecados obscenos que a los demás se<br />

acumulan; recibió, pues, con benignidad y cariño a<br />

Saturno cuando andaba huido vagando por todas partes: partió con su<br />

huésped el reino, fundando cada uno de éstos una<br />

ciudad, Jano a Janículo, y Saturno a Saturnia; pero los que en el<br />

culto de los dioses apetecen todo desdoro a aquel cuya vida<br />

hallaron menos torpe, deshonraron su estatua con una monstruosa<br />

deformidad, pintándole ya con dos caras, ya con cuatro,<br />

como gemelo; ¿por ventura, quisieron que porque muchos dioses<br />

escogidos, perpetrando los más horrendos crímenes, habían<br />

perdido la frente, siendo éste el más inocente, apareciese con mayor<br />

número de frentes?<br />

CAPITULO V<br />

De la doctrina secreta de los paganos, y de sus razones físicas<br />

Pero mejor será oír sus propias interpretaciones físicas con que<br />

procuran, bajo el pretexto de exponer una doctrina más<br />

profunda, disimular la abominación y torpezas de sus miserables<br />

errores: primeramente Varrón exagera sobremanera estas<br />

interpretaciones, diciendo que los antiguos fingieron las estatuas,<br />

las insignias y ornamentos de los dioses, para que, viéndolos<br />

con los ojos corporales los que hubiesen penetrado y aprendido la<br />

misteriosa doctrina, pudiesen examinar con los del<br />

entendimiento el alma del mundo y sus partes, esto es, los verdaderos<br />

dioses; y que los que fabricaron sus estatuas en figura<br />

humana, parece lo hicieron así por cuanto el espíritu de los<br />

mortales, que reside en el cuerpo humano, es muy semejante al<br />

alma inmortal, como si para designar los dioses se pusiesen algunos<br />

vasos; y en el templo de Libero se colocase una vasija que<br />

sirva de traer vino, para significar el vino, tomando por lo que<br />

contiene lo contenido<br />

Esto supuesto, decimos que por la estatua que tiene forma humana se<br />

significa el alma racional, porque en ella, como en un<br />

vaso, suele existir esta naturaleza, la cual creen que es dios o los<br />

dioses. Esta es misteriosa doctrina que había penetrado el<br />

doctísimo Varrón, de donde pudo deducir y enseñar estas máximas. Pero<br />

¡oh hombre ingeniosísimo!, por ventura, alucinado<br />

con los misterios de esta doctrina, ¿te has olvidado de aquella tu<br />

innata prudencia, con que con mucho juicio sentiste que las<br />

primeras estatuas que notaste en el pueblo no sólo quitaron el temor<br />

a sus ciudadanos, sino acrecentaron y añadieron errores<br />

condenables, y que más santamente reverenciaron a los dioses sin<br />

estatuas los antiguos romanos? Porque éstos te dieron<br />

autoridad para que te atrevieras a propalar tal injuria contra los<br />

romanos que después se siguieron. Pues aun concedido que<br />

los antiguos hubieran venerado las estatuas, no hubiera sido mejor<br />

entregarle al silencio por el temor popular de que te hallas<br />

poseído, que con la ocasión de exponer estas perniciosas y vanas<br />

ficciones. publicar y pregonar con una vanidad y arrogancia


extraordinaria los misterios de tan detestable doctrina? Sin embargo,<br />

está tu alma, tan docta e ingeniosa (por lo que te tenemos<br />

mucha lástima) no obstante de hallarse ilustrada con los misterios de<br />

esta doctrina, de ningún modo pudo llegar a conocer al<br />

sumo Dios, esto es, a Aquel por quien fue hecha, no con quien fue<br />

formada el alma; no a aquel cuya porción es, sino cuya<br />

hechura y criatura es; no al que es el alma de todos, sino al que es<br />

el criador de todas las almas, por cuya ilustración llega a ser<br />

el alma bienaventurada, si no corresponde ingrata a sus beneficios:<br />

pero qué tales sean y en cuánto se deben estimar los<br />

misterios de esta doctrina, lo que se sigue lo manifestará.<br />

Confiesa, con todo, el doctísimo Varrón que el alma del mundo y sus<br />

partes son verdaderos dioses; de este principio se deduce<br />

que toda su teología, que es, en efecto, la natural, a quien atribuye<br />

una singular autoridad, cuanto se pudo extender fue hasta la<br />

naturaleza del alma racional; porque de la natural muy poco dice en<br />

el prólogo de este libro, donde veremos si por las<br />

interpretaciones fisiológicas puede referir a esta teología natural<br />

la civil, que fue la última donde escribió de los dioses escogidos,<br />

que, si puede hacerlo, toda será natural. ¿Y qué necesidad había de<br />

distinguir con tanto cuidado la civil de ella? Y si la distinción<br />

fue buena, supuesto que ni la natural, que tanto le contenta, es<br />

verdadera, porque se extiende únicamente hasta el alma, y no<br />

hasta el verdadero Dios, que crió la misma alma, cuánto más<br />

despreciable será y falsa la civil, pues se ocupa principalmente en<br />

disertar acerca de la naturaleza de los cuerpos, como lo mostrarán<br />

sus mismas interpretaciones que con tanta exactitud y<br />

escrupulosidad han examinado y referido estos espíritus fanáticos, de<br />

los cuales necesariamente habré de referir alguna<br />

particularidad.<br />

CAPITULO VI<br />

De la opinión de Varrón, que pensó que Dios era el alma del mundo, y<br />

que, con todo, en sus partes tenía muchas almas, y<br />

que la naturaleza de éstas es divina<br />

Dice, pues, el mismo Varrón, hablando en el prólogo todavía de la<br />

teología natural, que él es de opinión que Dios es el alma del<br />

mundo a quien los griegos llaman Kosmos, y que este mismo mundo, es<br />

dios; pero que así como el hombre sabio, constando de<br />

cuerpo y alma, se dice sabio por aquella parte del alma que le<br />

ennoblece, así el mundo se dice dios por la misma parte del alma,<br />

por cuanto consta de alma y cuerpo.<br />

Aquí parece confiesa, como quiera, un dios; mas por introducir<br />

también otros muchos, añade que el mundo se divide en dos<br />

partes: en cielo y tierra; y el cielo en otras dos: éter y aire; y la<br />

tierra en agua y tierra, de cuyos elementos asegura ser el<br />

supremo el éter; el segundo el aire; el tercero el agua, y el ínfimo<br />

la tierra; y que todas estas cuatro partes están pobladas de<br />

almas, esto es, que en la parte etérea y en el aire se hallan las dos<br />

de los mortales; en el agua y en la tierra las de los<br />

inmortales; que desde la suprema esfera del cielo hasta el círculo de<br />

la luna, las almas etéreas son los astros y las estrellas; que<br />

éstos, que son dioses celestiales, no sólo se ven con el<br />

entendimiento, sino que también se observan con los ojos, que entre<br />

el<br />

círculo de la luna y la última región de las nubes y vientos están<br />

las almas etéreas; pero que éstas se alcanzan a ver sólo con el<br />

entendimiento, y no con los ojos; y que se llaman Heroas, Lares y<br />

Genios. Esta es, en efecto, la teología natural que brevemente<br />

propone en este su preámbulo, la cual le contentó no sólo a él, sino<br />

también a muchos filósofos; de la cual trataremos más<br />

particularmente cuando, auxiliados del verdadero Dios, hubiéremos<br />

concluido con lo que resta de la civil, por lo que se refiere a<br />

los dioses escogidos.


CAPITULO VII<br />

Si fue conforme a razón hacer dos dioses distintos a Jano y Término<br />

Pregunto, pues, de Jano, por quien comenzó Varrón la genealogía de<br />

los dioses, ¿quién es? Responden que es el mundo.<br />

Breve sin duda y clara la respuesta. Mas ¿por qué dicen pertenecen a<br />

éste los principios de las cosas naturales, y los fines a<br />

otro, que llaman Término? Porque con respecto a los principios y<br />

fines, cuentan que dedicaron a estos dioses dos meses<br />

(además de los diez que empiezan desde marzo hasta diciembre),<br />

januario o enero a Jano, y febrero a Término; y por lo<br />

mismo, dicen que en el mismo mes de febrero se celebran las fiestas<br />

terminales, en las que practican la ceremonia de la<br />

purificación que llaman Februo, de que la misma deidad tomó su<br />

apellido; pero pregunto, ¿cómo los principios de las cosas<br />

naturales pertenecen acaso al mundo, que es Jano, y no le pertenecen<br />

los fines, de suerte que sea necesario acomodar y<br />

proveer a los fines de otro dios? ¿Acaso todas las cosas que<br />

insinúan se hacen en este mundo, no confiesan también que se<br />

terminan en este mismo mundo? ¿Qué impertinencia es ésta; darle la<br />

mitad del poder en cuanto al ejercicio, y dos caras en las<br />

estatuas? ¿Por ventura no interpretaran con más propiedad a este dios<br />

de dos caras, si dijeran que Jano y Término eran una<br />

misma deidad y acomodaran, la una cara a los principios, y a los<br />

fines la otra, pues el que hace alguna cosa debe atender a lo<br />

uno y a lo otro; porque siempre que uno se mueve a producir cualquier<br />

acción que sea, si no mira al principio tampoco mira al<br />

fin? Y así es necesario que la memoria, cuando se pone a recordar<br />

alguna especie, tenga juntamente consigo la intención de<br />

mirar al fin; porque al que se le olvidare lo que comenzó, ¿cómo ha<br />

de poder concluirlo?<br />

Y si entendieran que la vida bienaventurada principiaba en este mundo<br />

y que acababa fuera de él, y por lo mismo atribuyeran a<br />

Jano, esto es, al mundo, la potestad sola de los principios, sin duda<br />

que prefirieran y pusieran antes de él a Término, y a éste<br />

no le excluyeran del número de los dioses escogidos, aunque ahora,<br />

cuándo consideran igualmente en estos dioses los<br />

principios y fines de las cosas temporales, con todo, debía ser<br />

preferido y más honrado Término; porque es indecible el contento<br />

que experimenta cuando se pone fin a una obra, ,ya que los principios<br />

siempre están llenos de dificultades hasta que se<br />

conducen a buen fin, el cual, principalmente, atiende, procura,<br />

espera y sumamente desea el que empieza alguna cosa, y no se<br />

ve contento y satisfecho con lo comenzado si no lo acaba<br />

CAPITULO VIII<br />

Por qué razón los que adoran a Jano fingieron su imagen de dos caras,<br />

la cual, con todo, quieren también que la veamos de<br />

cuatro<br />

Pero salga ya al público la interpretación de la estatua de Jano<br />

Bifronte, o de dos caras: dicen que tiene dos, una delante y otra<br />

a las espaldas, porque el hueco de nuestra boca, cuando la abrimos,<br />

parece semejante al mundo, y así al paladar los griegos le<br />

llamaron Uranon, y algunos poetas latinos le llamaron cielo. Desde<br />

este hueco de la boca se ve una puerta o entrada, de la<br />

parte de afuera, hacia los dientes, y otra de la parte de adentro,<br />

hacia la garganta. Ved aquí en lo que ha parado el mundo, por<br />

adaptar el nombre griego o poético que significa nuestro paladar;<br />

pero esto ¿qué tiene que ver con el alma? ¿Qué con la vida<br />

eterna? Adórese a este dios por solas las salivas, supuesto que ambas<br />

puertas del paladar se abren delante del cielo, ya para<br />

tragarlas o ya para expelerlas. ¿Y qué mayor absurdo que no hallar en


el mismo mundo dos puertas contrapuestas, una<br />

enfrente de otra, por las cuales pueda recibir algún alimento dentro<br />

o<br />

expelerlo afuera? Tampoco nuestra boca y garganta tienen semejante<br />

con el mundo, y menos el querer fingir, en Jano la<br />

imagen del mundo por solo el paladar, cuya semejanza no tiene Jano;<br />

y cuando le hacen de cuatro caras y le llaman<br />

Jano Gémino, lo interpretan por las cuatro partes del mundo, como si<br />

el mundo tendiese la vista y mirase algún objeto de afuera,<br />

como Jano le observa por todas sus caras; además, si Jano es el<br />

mundo, y éste consta de cuatro partes, falsa es la estatua de<br />

Jano que tiene dos caras; o, si es verdadero, por que también en el<br />

nombre de Oriente y Occidente sabemos entender todo el<br />

mundo, pregunto: cuando nombramos las otras dos partes, del<br />

Septentrión y del Mediodía, ¿por qué llaman a aquel Jano de<br />

cuatro caras Gémino? ¿Hemos de llamar igualmente al mundo Gémino?<br />

Ciertamente, no tienen expresiones adecuadas para<br />

poder interpretar y acomodar las cuatro puertas que están abiertas<br />

para los que entran y salen, a semejanza del mundo, así<br />

como las tuvieron, por lo menos, para poderlo decir de Jano Brifonte,<br />

en boca del hombre si no es que los socorra Neptuno<br />

dándoles partes de un pez, que además de la abertura de la boca y de<br />

la garganta tengan también otras dos a la diestra y a la<br />

siniestra, y, sin embargo de tantas, puertas, no hay alma que se<br />

pueda escapar de tal ilusión, si no es la que oye a la misma<br />

verdad, que le dice: Ego sum Janus. Yo, soy la puerta,<br />

CAPITULO IX<br />

De la potestad de Júpiter y de la comparación de ésta con Jano<br />

Declaramos, pues, quién es el que quieren entendamos por Jove, a<br />

quien llaman también Júpiter; es un dios, responden, que<br />

tiene dominio y potestad absoluta sobre las causas que obran en el<br />

mundo; y cuán grande sea esta excelencia o prerrogativa,<br />

lo declara el celebrado verso de Virgilio, ; pero la razón por que se<br />

prefiere Jano, nos la insinúa el ingenioso y docto Varrón, cuando<br />

dice: ; así que con razón Júpiter es tenido<br />

por rey o monarca de todos; porque lo sumo vence a lo<br />

primero, pues aunque lo primero preceda en tiempo, sin embargo, lo<br />

sumo se le aventaja en dignidad; pero esto estuviera bien<br />

dicho cuando en las cosas que se hacen se distinguieran las primeras<br />

y las sumas, así como el principio de una acción es el<br />

partir y lo sumo el llegar; el principio de ella es empezar a<br />

aprender, y lo sumo, alcanzar la ciencia; y así en todas las cosas lo<br />

primero es el principio, y lo sumo el fin; mas este punto ya le<br />

tenemos averiguado entre Jano y Término; con todo, las causas<br />

que se atribuyen a Júpiter son las eficientes, y no los efectos a las<br />

cosas hechas, no siendo posible de modo alguno que ni aun<br />

en tiempo sean primero que ellas los efectos o cosas hechas, o los<br />

principios de las hechas, porque siempre es primero la causa<br />

eficiente y activa que la que es hecho o pasiva; por lo cual, si<br />

tocan y pertenecen a Jano los principios de las cosas que se<br />

hacen o están hechas, no por eso son primero que las causas<br />

eficientes que atribuyen a Júpiter, 'pues así como no se hace<br />

cosa alguna, así tampoco se empieza a hacer alguna a que no haya<br />

precedido su causa eficiente, y realmente si a este dios, en<br />

cuya suprema potestad, están todas las causas de todas las<br />

naturalezas hechas, y de las cosas naturales llaman los gentiles<br />

Júpiter, y le reverencian con tantas ignominias y tan abominables<br />

culpas, más sacrílegos son que si no le tuviesen por dios.<br />

Y así, más acertadamente obrarían poniendo a otro que mereciera y le<br />

cuadrara aquella torpe y obscena veneración el nombre<br />

de Júpiter, colocando en su lugar algún objeto vano de que


lasfemaran, como dicen que a Saturno le pusieron una piedra<br />

para que la comiese en lugar de su hijo, que no decir que este dios<br />

truena y adultera, gobierna todo el mundo y comete tantas<br />

maldades, y que tiene en su mano las causas sumas de todas las<br />

naturalezas y cosas naturales, y que las suyas no son<br />

buenas.<br />

Asimismo pregunto: ¿qué lugar dan entre los dioses a Júpiter, si Jano<br />

es el mundo? Porque, según la doctrina de este autor, el<br />

alma del mundo y sus partes son los verdaderos dioses, y así, todo lo<br />

que esto no fuere, según éstos, sin duda no será el<br />

verdadero dios. ¿Dirán, por Ventura, que Júpiter es el alma del mundo<br />

y Jano su cuerpo; esto es, este mundo visible? Si así lo<br />

persuaden, no habrá motivo para poder decir que Jano es dios, porque<br />

el cuerpo del mundo no es dios, aun según su mismo<br />

sentir, sino el alma del mundo y sus partes.<br />

Por, lo que el mismo Varrón dice claramente que su opinión es que<br />

Dios es el alma del mundo, y que este mismo mundo es<br />

Dios, pero que así como el hombre sabio, constando de alma y cuerpo,<br />

sin embargo, se dice sabio por el alma que le<br />

ennoblece, el mundo se dice dios por la misma alma, constando, como<br />

consta también, de alma y de cuerpo; de donde se infiere<br />

que el cuerpo solo del mundo no es dios, sino, o sola su alma, o<br />

juntamente el cuerpo y el alma; por la misma razón, si Jano es<br />

el mundo y dios es Jano, ¿querrán acaso decir que Júpiter, para que<br />

pueda ser dios, es necesario sea alguna parte de Jano?<br />

Antes, por el contrario, suelen atribuir el poder absoluto sobre todo<br />

el universo a Júpiter, y por eso dijo Virgilio Así que Júpiter, para que sea dios, y<br />

especialmente rey y monarca de los dioses, no puede imaginar<br />

sea otro que el mundo, para que así reine sobre los demás<br />

dioses, que según éstos son sus partes. Conforme a esta<br />

opinión, el mismo Varrón, en el libro que compuso distinto de éstos,<br />

acerca del culto y reverencia de los dioses, declara unos<br />

versos de Valerio Sorano, que dicen así: <br />

CAPITULO X<br />

Si es buena la distinción de Jano y de Júpiter<br />

Siendo, pues, Jano y Júpiter el mundo, y siendo uno solo el mundo. ¿<br />

por qué son dos dioses Jano y Júpiter? ¿Por qué de por<br />

sí tienen sus templos, sus aras, diversos ritos y diferentes<br />

estatuas? Si es porque una es la virtud y naturaleza de los<br />

principios y<br />

otra la de las causas, y la primera tomó el nombre de Jano y la<br />

segunda de Júpiter, pregunto: si porque un juez tenga en<br />

diferentes negocios dos jurisdicciones o dos ciencias, ¿hemos de<br />

decir que por cuanto es distinta la, virtud y la, naturaleza de<br />

cada una de ésta, por eso son dos jueces o dos artífices? Y en<br />

iguales circunstancias, porque un mismo dios tenga potestad<br />

sobre los principios y él mismo la tenga sobre las causas, ¿acaso por<br />

eso es forzoso imaginemos dos dioses, porque los principios<br />

y las causas son dos cosas? Y si esto les parece que es conforme<br />

a razón, también dirán que el mismo Júpiter será tantos<br />

dioses cuantos son los sobrenombres que le han puesto con relación a<br />

tantas facultades como tiene y ejerce, ya que son<br />

muchas y diversas las causas por las cuales le pusieron tantos<br />

sobrenombres, de los cuales referiré algunos.<br />

CAPITULO XI<br />

De los sobrenombres de Júpiter que se refieren no a muchos dioses,<br />

sino a uno mismo


Llámanle vencedor, invicto, auxiliador, impulsador, estator, cien<br />

pies, Supinal, Tigilio, Almo, Rumino y de otras maneras que<br />

sería largo el referirlas. Todos estos sobrenombres pusieron a un<br />

solo dios con respecto a diferentes causas y potestades, y,<br />

con todo, no en atención a tantos objetos, le obligaron a que fuese<br />

otros tantos dioses, porque todo lo vencía y de nadie era<br />

vencido, pues socorría a los que lo habían menester, tenía poder para<br />

impeler, estar permanente, establecer, trastornar, sostenía<br />

y sustentaba el mundo con una viga o puntal, todo lo mantiene y<br />

sustenta, y, finalmente, con la ruma, esto es, los pechos,<br />

cría los animales. Entre estas prerrogativas como hemos visto,<br />

algunas son grandes y otras pequeñas, y con todo, dicen que<br />

uno es el que lo hace todo.<br />

Pienso que las causas y principios, de las cosas, que es el motivo<br />

por que quisieron que un mundo fuese dos dioses, Júpiter y<br />

Jano, están entre sí más conexas que su opinión, mediante la cual<br />

aseguran que contiene en si al mundo, y que da la leche a<br />

los animales; y, no obstante, para desempeñar estos dos ministerios,<br />

tan distintos entre sí en virtud y en dignidad, no fue preciso<br />

que fuesen dos dioses, sino un Júpiter, que por el primero se llamó<br />

Tigilo, viga o puntal, que tiene y sustenta, y por el segundo,<br />

Rumino, que da el pecho; no quiero decir que por dar el pecho a los<br />

animales que maman, mejor se le pudo llamar Juno que<br />

Júpiter, mayormente habiendo también otra diosa Rumina, que en este<br />

cargo le podía ayudar a servir, porque imagino<br />

responderán que Juno no es otra que Júpiter, conforme a los versos de<br />

Valerio Sorano, donde dice: Pero pregunto ¿por qué se llamó<br />

también Rumino, pues es el mismo en el concepto de los que quizá con<br />

alguna más exactitud y curiosidad lo consideran, aquella<br />

diosa Rumina? Porque si con razón parecía impropio de la majestad de<br />

las diosas que en una sola espiga uno cuidase del nudo<br />

de la caña y otro del hollejo, ¿cuánto más indecoroso es que de un<br />

oficio tan ínfimo y bajo como es dar de mamar a los<br />

animales, cuide la autoridad de los dioses, que el uno de ellos sea<br />

Júpiter, que es el rey monarca de todos, y que esto no lo<br />

haga siquiera con su esposa, sino con una deidad humilde y<br />

desconocida, como es Rumina, y el propio Rumino; Rumino,<br />

acaso, por los machos que maman, y Rumina por las hembras?<br />

Cómo diría yo que no quisieron poner nombre de mujer a Júpiter, si en<br />

aquellos versos no le llamaran asimismo progenitor y<br />

progenitora, y entre otros nombres suyos no leyera que también se<br />

llama Pecunia, a cuya diosa hallamos entre aquellos<br />

oficiales munuscularios, como lo dijimos en, el libro IV; pero ya que<br />

la Pecunia la tienen los varones y las hembras, véanlo ellos<br />

por qué no se llamó igualmente Pecunia y Pecunio, como Rumina y<br />

Rumino<br />

CAPITULO XII<br />

Que también Júpiter se llama Pecunia<br />

¡Y con cuánto donaire y gracejo dieron razón de este nombre!<br />

¡Oh, qué plausible razón de nombre del<br />

dios! Antes aquel cuyas son todas las cosas es envilecido<br />

e injuriado siempre que se le llama pecunia o dinero; porque,<br />

respecto de todo cuanto hay en el Cielo y en la tierra, ¿qué es el<br />

dinero, en general, con respecto a cuanto posee el hombre con nombre<br />

de dinero? Pero, en efecto, la codicia puso a Júpiter<br />

este nombre, para que el que ama el dinero le parezca que ama no a<br />

cualquiera dios, sino al mismo rey y monarca de todos;<br />

mas fuera otra cosa muy diferente si se llamara riquezas, porque una<br />

cosa es riqueza y otra el dinero; porque llamamos ricos a


los sabios, virtuosos y buenos, quienes, o no tienen dinero, o muy<br />

poco, y, con todo, son, en realidad, más ricos en virtudes,<br />

cuyo ornamento les basta aun en las necesidades corporales,<br />

contentándose con lo que poseen; y llamamos pobres a los<br />

codiciosos que están siempre suspirando, deseando y anhelando por las<br />

riquezas del mundo, sin embargo en su mayor<br />

abundancia no es posible dejen de tener necesidad, y al mismo Dios<br />

verdadero, con razón, le llamamos rico no por el dinero,<br />

sino por su omnipotencia.<br />

Llámense también ricos los adinerados, mas en el interior son pobres<br />

si son ambiciosos; asimismo se llaman pobres los que no<br />

tienen dinero; pero interiormente son ricos si son sabios. ¿En qué<br />

estimación debe tener, pues, el sabio la Teología en la cual el<br />

rey y monarca de los dioses toma el nombre de aquel objeto: , y cuanto más congruamente,<br />

si se aprendiera con esta, doctrina alguna máxima<br />

saludable que fuese útil para la vida eterna, llamaran a Dios, que<br />

es gobernador del mundo, no dinero, sino sabiduría, cuyo amor nos<br />

purifica de la inmundicia de la codicia, esto es, del afecto y<br />

deseo desordenado del dinero?<br />

CAPITULO XIII<br />

Que declarando qué cosa es Saturno y qué es Genio, enseñan que el uno<br />

y el otro es un solo Júpiter<br />

Pero ¿qué necesidad hay de que hablemos más de este Júpiter a quien<br />

acaso se deben referir todas las otras deidades. sólo<br />

con el objeto de refutar la opinión que establece muchos dioses,<br />

supuesto que éste es el mismo que todos, ya sea teniéndolos<br />

por sus portes o potestades, ya sea que la virtud del alma, la cual<br />

imaginan difundida por todos los seres creados, haya tomado<br />

de Ias partes de esta máquina, de las cuales se compone este mundo<br />

visible, y de los diversos oficios y cargos de la naturaleza<br />

sus nombres, como si fuera de muchos dioses? Porque ¿qué es Saturno?<br />

Por ventura, la<br />

exposición de los versos de Valerio Sorano ¿no nos persuade,<br />

claramente que Júpiter es el mundo, y que expele de sí todas las<br />

semillas, y que asimismo las recibe en si? Luego él es en cuya<br />

mano está el dominio de todas las sementeras ¿Qué cosa es Genio? Es<br />

un dios, dice, que preside y tiene potestad sobre todo<br />

cuanto se engendra.> ¿Y quién otro imaginan ellos tiene esta<br />

facultad, sino el mundo, de quien dice que Júpiter todopoderoso es<br />

progenitor y progenitora? Y cuando, en otro lugar, añade que el genio<br />

es el alma racional de cada uno, y que por eso cada<br />

uno tiene su genio particular, y que la tal alma del mundo es diosa,<br />

a esto mismo, sin duda, lo reduce, para que se crea que la<br />

misma alma del mundo es como un genio universal; luego éste es el<br />

mismo a quien llaman Júpiter; porque si todo genio es dios,<br />

y toda alma del hombre es genio, se sigue que toda alma del hombre<br />

sea dios; y si el mismo absurdo y desvarío nos compele a<br />

abominarlos, resta que llamen singularmente y como por excelencia<br />

dios a aquel genio de quien aseguran que es el alma del<br />

mundo, y, por consiguiente; Júpiter.<br />

CAPITULO XIV<br />

De los oficios de Mercurio y de Marte<br />

Pero a Mercurio y a Marte, ya que no hallaron medio para referirlos y<br />

acomodarlos entre algunas partes del mundo y entre las<br />

obras de Dios que se observan en los elementos, pudieran acomodarlos<br />

siquiera entre las operaciones de los hombres,<br />

designándolos por presidentes y ministros del habla y de la guerra; y<br />

el uno de éstos, que es Mercurio, si tiene la potestad de


infundir el habla igualmente a los dioses, tendrá dominio también<br />

sobre el mismo rey de los dioses, si es que Júpiter habla<br />

conforme a su voluntad y albedrío, o toma de él la virtud y facultad<br />

de hablar, lo cual ciertamente es un disparate.<br />

Si dijeren que sólo se le atribuye la facultad de conceder el habla a<br />

los hombres, no es creíble quisiese Júpiter humillarse al oficio<br />

vil de dar de mamar no sólo a los niños, sino también a las bestias,<br />

por lo que se llamó Rumino, y se resistiese a que le tocase el<br />

cuidado y cargo de nuestra lengua, con que nos aventajamos a los<br />

irracionales. Conforme a esta doctrina, se deduce que uno<br />

mismo es Júpiter y Mercurio; y si la misma habla se llama Mercurio,<br />

como lo demuestran las interpretaciones que han escrito<br />

sobre la etimología y derivación de su nombre, por eso dicen se llamó<br />

Mercurio, como que corre por medio, por cuanto el habla,<br />

corre por medio entre los hombres; y por lo mismo se llamó Hermes en<br />

griego, porque el habla o la interpretación, que sin duda<br />

pertenece al habla, se llama Hermenia, por cuyo motivo preside sobre<br />

las mercaderías; porque entre los que venden y<br />

compran andan de por medio las palabras. Y ésta es la causa porque le<br />

ponen alas sobre la cabeza y en los pies, queriendo<br />

significar que vuela por los aires muy ligera la palabra, y que por<br />

eso se llamó mensajero, porque por medio de la palabra<br />

damos aviso y noticia de nuestros pensamientos y conceptos. Si<br />

Mercurio, pues, es la misma palabra, aun por confesión de<br />

ellos, no es dios. Pero como hacen dioses a los que son demonios,<br />

suplicando y adorando a los espíritus inmundos, vienen a<br />

caer en poder de los que no son dioses, sino demonios De la misma<br />

manera, como no pudieron hallar para Marte algún<br />

elemento o parte del mundo adonde como quiera ejercitara alguna obra<br />

natural, dijeron que era dios de la guerra, que es obra<br />

de los hombres y no de la codicia; luego si la felicidad nos diera<br />

una paz sólida y perpetua, Marte no tuviera en qué entender; y<br />

si Marte es la misma guerra, así como Mercurio la palabra, ojalá que<br />

cuán claro está que no es dios, así no haya tampoco<br />

guerra que ni aun fingidamente se llame dios.<br />

CAPITULO XV<br />

De algunas estrellas a las que los gentiles pusieron los nombres de<br />

sus dioses<br />

Sino es que acaso estas estrellas sean los dioses cuyos nombres les<br />

pusieron, porque a una estrella llaman Mercurio, y<br />

asimismo a otra Marte; sin embargo, allí, esto es, en el globo<br />

celeste, está también la que llaman Júpiter, y, con todo, según<br />

éstos, el mundo es Júpiter; del mismo modo la que llaman Saturno, y,<br />

no obstante, además de ella le atribuyen otra no pequeña<br />

sustancia, es a saber: la de todas las simientes; allí también<br />

aquélla, que es la más clara y resplandeciente de todas, que llaman<br />

Venus, y, sin embargo, esta misma Venus quieren que sea también la<br />

Luna, aunque entre sí mismos sobre esta radiante y<br />

refulgente estrella sostienen una reñida controversia, así como sobre<br />

la manzana de oro la sustentaron Juno y Venus, porque el<br />

lucero unos dicen que es de Venus, y otros de Juno; pero, como<br />

acostumbra, vence Venus, pues son muchos mas los que<br />

atribuyen esta estrella a Venus, no hallándose apenas uno que sienta<br />

lo contrario. ¿Y quién podía dejar, de reírse al ver que<br />

dicen que Júpiter es rey y monarca de todos, observando, al mismo<br />

tiempo, que su estrella queda muy atrás en resplandor y<br />

claridad respecto de la mucha que tiene la estrella de Venus; pues<br />

tanto más refulgente y resplandeciente debía ser aquélla que<br />

las demás, cuanto es Júpiter más poderoso que todos? Responden que<br />

así parece, porque ésta que notamos menos<br />

resplandeciente está más elevada y mucho más distante de la tierra;<br />

luego si la dignidad mayor mereció lugar más alto, ¿por<br />

qué allí Saturno está más elevado que Júpiter? ¿Cómo no pudo la


vanidad de la fábula que hizo rey a Júpiter llegar hasta las<br />

estrellas, antes, por el contrario, permitió consiguiese Saturno en<br />

el cielo la gloria y preeminencia que no pudo adquirir en su<br />

reino ni en el Capitolio? ¿Por qué razón a Jano no le cupo alguna<br />

estrella? Si es porque el mundo y todos están contenidos en<br />

él, también Júpiter es el mundo, y con todo eso la tiene. ¿O acaso<br />

éste negoció como pudo sus intereses, y en lugar de una<br />

estrella que no le cupo entre los astros se proveyó de tantas caras<br />

en la tierra? Asimismo, si por sólo las estrellas tienen a<br />

Mercurio y a Marte por partes del mundo para poderlos considerar como<br />

dioses supuestos, que, en realidad, la palabra y la<br />

guerra no son partes del mundo, sino actos y operaciones de los<br />

hombres, ¿por qué causa a Aries, a Tauro, Cáncer, a Escorpión<br />

y los demás semejantes a éstos, que reputan por signos<br />

celestes, y constan cada uno no de una sola estrella, sino de<br />

muchas, y dicen que están colocados más arriba en el supremo cielo,<br />

donde un movimiento más constante da a las estrellas un<br />

curso inalterable, por qué razón, digo, a éstos no les dedicaron<br />

aras, ni sacrificios, ni templos, ni los tuvieron por dioses, ni colocaron<br />

no digo en el número de los escogidos, mas ni entre los<br />

humildes y casi plebeyos?<br />

CAPITULO XVI<br />

De Apolo y Diana y de los demás dioses escogidos, que quisieron<br />

fueran partes del mundo<br />

A Apolo, aunque le tienen por adivino y médico, con todo, para<br />

poderle colocar en alguna parte del mundo, dicen que él es<br />

también el Sol, y asimismo su hermana Diana la Luna, que obtiene la<br />

intendencia de los caminos, queriendo sea doncella,<br />

porque no pare o produce cosa alguna, y asegurando que ambos tienen<br />

saetas, porque estas dos estrellas llegan con sus<br />

rayos desde el cielo hasta la tierra. Vulcano quieren que sea el<br />

fuego del mundo; Neptuno, las aguas; el padre Plutón, esto es,<br />

el orco o infierno, la parte terrena e ínfima del mundo. Libero y<br />

Ceres hacen presidentes de las semillas, o al uno, de las<br />

masculinas, y a la otra, de las femeninas, o a él que presida a la<br />

humedad, y a ella la sequedad de las semillas; todas las cuales<br />

virtudes se refieren, en efecto, al mundo, esto es, a Júpiter; pues<br />

por lo mismo se dijo progenitor y progenitora, porque echa y<br />

produce de si todas las semillas y las recibe en sí. Igualmente<br />

quieren que la gran madre sea la misma, Ceres, de la cual dicen<br />

no ser otra que la tierra, a la cual llaman también Juno, y por eso<br />

la atribuyen las causas segundas de las cosas, con haber<br />

dicho de Júpiter que es progenitor y progenitora de los dioses,<br />

porque, según ellos, todo el mundo es el mismo Júpiter; a<br />

Minerva también, porque la designaron para que presidiese las artes<br />

humanas, y no hallaron estrella donde colocarla, dijeron<br />

que era, o la suprema parte etérea o la Luna; y de la misma Vesta<br />

creyeron era la mayor o más principal de todas las diosas,<br />

porque es la tierra; aunque al mismo tiempo imaginaron que se debía<br />

atribuir a ésta el fuego del mundo, más ligero, que<br />

pertenece y sirve para los usos ordinarios de los hombres, y no el<br />

violento, cual es el de Vulcano; y por eso quieren que todos<br />

estos dioses escogidos sean este mundo; algunos todo él generalmente,<br />

otros sus partes; todo generalmente, como Júpiter; sus<br />

partes, como el Genio, la gran Madre, el Sol, la Luna, o, por mejor<br />

decir, Apolo y Diana; y, a veces, a un dios hacen muchas<br />

cosas, y otras a una cosa designan muchos dioses, fundados en que un<br />

dios abraza muchas, con el mismo Júpiter, pues éste es<br />

todo el mundo, éste sólo el cielo, y éste es y se llama estrella.<br />

Asimismo, Juno, la señora dispensadora de las causas segundas,<br />

es también el aire, la tierra y, si venciera a Venus, del mismo modo<br />

la estrella. De la misma manera, Minerva es la suprema<br />

parte etérea y la misma Luna, la cual imaginan que está en el lugar


más ínfimo de la región etérea; y una misma cosa la hacen<br />

muchos dioses en esta conformidad, pues el mundo es Jano y es<br />

Júpiter; asimismo, la tierra es Juno, es la gran Madre y, es<br />

Ceres.<br />

CAPITULO XVII<br />

Que el mismo Varrón tuvo por dudosas sus opiniones acerca de los<br />

dioses<br />

Y así como todo lo que he puesto por ejemplo no explica, antes<br />

oscurece, este punto, así es en todo lo demás, pues conforme<br />

los lleva y arroja el ímpetu de su opinión errónea, así se abalanzan<br />

a esto y dejan aquello, tanto, que el mismo Varrón, primero,<br />

quiso dudar de todo que afirmar cosa alguna.<br />

Porque habiendo concluido el primer libro de los tres últimos que<br />

hablan de los dioses ciertos, empezando a tratar de los dioses<br />

inciertos, dice: Y así hizo incierto no sólo<br />

este libro de los dioses inciertos, sino también aquel de los<br />

ciertos; y en este tercero, relativo a los dioses escogidos, después<br />

que hizo su preámbulo, tomando para ello lo que le pareció<br />

de la teología natural, habiendo de comenzar a tratar de las<br />

vanidades y desarregladas ficciones de la teología civil, a cuyo<br />

examen imparcial no sólo no le dirigía ni encaminaba la verdad<br />

sencilla, sino que también le hacía grande fuerza y violencia la<br />

autoridad de sus antepasados: <br />

Así que, habiendo de tratar de las instituciones hechas por los<br />

hombres con temor y recelo, promete exponer, no sucesos<br />

ignorados y que no les da crédito, sino máximas sobre las que hay<br />

opinión y razón para dudar; porque no del mismo modo que<br />

sabía que había mundo, que había, cielo y tierra, y veía al cielo<br />

resplandeciente y adornado de estrellas, y a la tierra fértil y<br />

poblada de semillas, y todo lo demás en esta conformidad, ni de la<br />

misma manera que creía cierta y firmemente que toda esta<br />

máquina y naturaleza se regía y gobernaba por una cierta virtud<br />

invisible y muy poderosa, así en los propios términos podía<br />

afirmar de Jano que era el mundo, o averiguar de Saturno cómo era<br />

padre de Júpiter, cómo vino a ser su súbdito y vasallo<br />

reinando Júpiter, y todo lo demás correspondiente al asunto.<br />

CAPITULO XVIII<br />

Cual sea la causa más creíble de donde nació el error del paganismo<br />

De todo lo cual la razón más verosímil y más creíble que se alega es<br />

cuando dicen que fueron hombres y que a cada uno de<br />

ellos le instituyeron su culto divino y peculiares solemnidades los<br />

mismos que por adulación y lisonja quisieron formar los dioses;<br />

conformándose en este punto con la condición de los dioses, con sus<br />

costumbres, con sus acciones y sucesos acaecidos, y<br />

cundiendo este culto paulatinamente por los ánimos de los hombres,<br />

semejantes a los demonios y amigos de estas sutilezas, se<br />

divulgó por todo el mundo su santificación, adornándola por su parte<br />

las ficciones y mentiras de los poetas, y encaminándolos e<br />

induciéndolos a su adoración los cautelosos espíritus; pero más


fácilmente pudo suceder que el impío joven, temeroso de que su<br />

cruel padre le matase, y codicioso del reino, echase y despojase de<br />

él a su mismo padre, que es lo que Varrón interpreta<br />

cuando dice que Saturno, su padre, fue vencido por Júpiter, su hijo;<br />

porque primero es la causa que pertenece a Júpiter que la<br />

simiente que toca a Saturno, pues si esto fuera cierto, nunca Saturno<br />

fuera primero, ni sería padre de Júpiter, pues siempre la<br />

causa precede a la simiente y jamás precede o se engendra de la<br />

simiente; pero mientras procura adornar, como con<br />

interpretaciones naturales, fábulas vanas y algunos hechos<br />

particulares de los hombres, aun los hombres más ingeniosos se<br />

meten en un caos tan lleno de confusiones, que nos es forzoso<br />

dolernos y compadecemos de su vanidad.<br />

CAPITULO XIX<br />

De las interpretaciones de los que sacan razón para adorar a Saturno<br />

Luego la tierra debió llamarse Saturno, y no las<br />

semillas, porque ella en algún modo es la que se traga lo<br />

que había engendrado, cuando las semillas, que habían nacido de ella,<br />

vuelven otra vez a su seno.<br />

Sobre lo que añaden que porque Júpiter tomó y se comió un terrón, ¿<br />

qué importa esta necedad para lo que insinúan que los<br />

hombres con sus manos cubrieron la semilla en el terrón de la tierra?<br />

¿Acaso no se lo tragó, como lo demás, porque se cubrió<br />

con un terrón de tierra? Esto se dice y suena del mismo modo, que si<br />

el que opuso el terrón quitara y escondiera la semilla, así<br />

como refieren que ofreciendo a Saturno el terrón, le quitaron de<br />

delante a Júpiter, y no como si cubriendo la semilla con el<br />

terrón, no hiciera que se le tragase mucho mejor. Y más que,<br />

entendido así, la semilla es Júpiter, y no causa de la semilla, como<br />

poco antes indicamos, ¿pero qué han de hacer unos hombres que, como<br />

interpretan necedades, no hallan qué poder decir con<br />

discreción? «Tiene una hoz, dicen, que alude a la agricultura.><br />

Y a la verdad, cuando él reinaba aún no se conocía la agricultura; y<br />

por eso añaden que fueron sus tiempos los primeros según<br />

que el mismo interpreta las fábulas y patrañas, porque los primeros<br />

hombres se sustentaban y vivían de las semillas que<br />

voluntariamente producía la tierra. ¿Por ventura, tomó la hoz luego<br />

que perdió el cetro, para que después de haber reinado en<br />

los primeros tiempos con descanso, reinando su hilo se diese a la<br />

labranza y al trabajo? De esta cruel<br />

superstición, ¿para qué hemos de hablar más? Antes debemos<br />

advertir y tener por indudable que todas estas interpretaciones no se<br />

refieren al verdadero Dios (que es una naturaleza viva,<br />

incorpórea e inmutable, a quien debe pedirse sinceramente la vida<br />

bienaventurada, que ha de durar siempre), sino que todos<br />

sus fines vienen a parar en cosas corporales, temporales, mudables y<br />

mortales. Esta proposición, la misma<br />

razón la convence de fabulosa, porque en el cielo no nace cosa alguna<br />

de la semilla; pero adviertan que si Saturno es hijo del<br />

cielo, es también hijo de Júpiter. Porque muchos afirman con toda<br />

aseveración que el cielo es el mismo Júpiter. Por eso estas<br />

reflexiones que no caminan por la senda de la verdad por la mayor


parte, aunque ninguno las violente, ellas mismas se<br />

destruyen. Dice . Estas particularidades y otras infinitas se dicen de<br />

Saturno, y todas se refieren a la semilla; pero si Saturno es<br />

bastante por sí solo, ejerciendo un poder, absoluto, como figuran<br />

tiene sobre las semillas, ¿a qué para ellas buscan otros dioses,<br />

principalmente a Libero y Libera, que es Ceres, de quienes (por lo<br />

que se refiere a las semillas) vuelve a referir tantas virtudes<br />

especiales como si nada hubiera dicho de Saturno?<br />

CAPITULO XX<br />

De los sacramentos de Ceres Eleusina<br />

Entre los ritos de Ceres, los más celebrados son los eleusinos, los<br />

cuales fueron muy famosos en Atenas. Acerca de los cuales,<br />

este autor nada interpreta, sino lo que toca al trigo descubierto por<br />

Ceres, y lo perteniente a Proserpina, a quien perdió<br />

llevándosela robada al Orco. Dice después .<br />

CAPITULO XXI<br />

Torpeza de los sacrificios celebrados en honor de Libero<br />

Los misterios de Libero, a quien hicieron presidir las semillas<br />

líquidas y, por tanto, no sólo los licores de los frutos, de entre<br />

los<br />

cuales ocupa el primer lugar, en cierto modo, el vino, sino también<br />

los sémenes de los animales; ruborízame decir a cuánta torpeza<br />

llegaron, y ruborízame por la prolijidad del discurso, pero no<br />

por su arrogante enervamiento. Entre las cosas que me veo<br />

precisado a silenciar, porque son muchas, una es ésta: En las<br />

encrucijadas de Italia se celebraban los misterios de Libero -dice<br />

Varrón-, y con tal libertinaje y torpeza, que en su honor se<br />

reverenciaban las vergüenzas de los hombres. Y esto se hacía no<br />

en privado, donde fuera más verecundo, sino en público, triunfando<br />

así la carnal torpeza. Este impúdico miembro, durante las<br />

festividades de Libero, era colocado con grande honor en carrozas y<br />

paseado primeramente del campo a las encrucijadas y<br />

luego hasta la ciudad. En la villa llamada Lavinio se dedicaba todo<br />

un mes a festejar a Libero. En estos días usaban todos las<br />

palabras más indecorosas, hasta que aquel miembro, en procesión por<br />

las calles, reposaba por fin en su lugar. A este miembro<br />

deshonesto era preciso que una honestísima madre de familia le<br />

impusiera públicamente la corona. De esta suerte debía<br />

amansarse al dios Libero para el mayor rendimiento de las cosechas.<br />

Así debía repelerse el hechizo de los campos, a fin de que<br />

la matrona se viera obligada a hacer en público lo que ni la<br />

meretriz, si fueran espectadoras las matronas, debió permitirse en<br />

las tablas. Sólo una razón fundó la creencia de que Saturno no era<br />

suficiente para las semillas. Esta era el que el alma inmunda<br />

hallara ocasión para multiplicar sus dioses, y privada, en premio de<br />

su inmundicia, del único y verdadero Dios y prostituida por<br />

muchos y falsos dioses, ávida de una mayor inmundicia, llamara a


estos sacrilegios sacramentos y a sí misma se entregara a la<br />

canalla de sucios demonios para ser violada y mancillada.<br />

CAPITULO XXII<br />

De Neptuno, Salacia y Venilia<br />

Supuesto que, en efecto, tenía ya Neptuno por socia en el poder a su<br />

mujer, Salacia, la cual dijeron era el agua de la parte más<br />

ínfima y profunda del mar, ¿por qué motivo juntaron también con ella<br />

a Venilia, sino para que sin justa causa que persuadiese el<br />

culto divino y una religión necesaria, sólo por la voluntariedad de<br />

un alma contaminada con los vicios más detestables, se<br />

multiplicara la invocación de los demonios? Pero salga a la luz la<br />

exposición de la famosa teología, que reprima con sus razones<br />

esta reprensión. , ¿por qué razón, pues, forman<br />

dos diosas siendo una la onda que va y viene? En efecto, esto es<br />

liviandad extremada que hierve por haber muchos dioses,<br />

pues aunque el agua que va, y viene no sean dos, con todo, con<br />

ocasión de esta ilusión, convidando a los demonios se<br />

profana más el alma que va a los infiernos y no vuelve.<br />

Por vida vuestra, Varrón, o vosotros, que habéis leído los libros de<br />

estos hombres tan doctos presumís que habéis aprendido<br />

una doctrina admirable, interpretadme esto: no quiero decir conforme<br />

a aquella eterna e inmutable naturaleza, la cual es<br />

solamente Dios, sino siquiera según el alma del mundo y sus partes,<br />

que tenéis vosotros por verdaderos dioses. Como quiera<br />

que sea, es error más tolerable hicieseis que fuera vuestro dios<br />

Neptuno, aquella parte del alma del mundo que discurre por el<br />

mar; pero que sea posible que la onda que se dirige a la costa y la<br />

que vuelve al mar sean dos partes del mundo, ¿quién de<br />

vosotros está fuera de sí que se pueda persuadir de tan extraña<br />

ilusión? ¿Por qué os las designaron como diosas, sino porque<br />

proveyó la providencia de aquellos sabios, vuestros predecesores, no<br />

que os gobernasen más demonios, que son los que<br />

número de dioses, sino que os poseyeran y gustan de estas ficciones y<br />

vanidades lisonjeras? ¿Y por qué, pregunto, Salacia,<br />

según esta exposición, perdió la parte inferior del mar, donde estaba<br />

sujeta a su marido? ¿Por qué, diciendo ahora que es la<br />

onda que va y viene, me la venís a colocar en la superficie? ¿Es por<br />

ventura porque su esposo se enamoró de Venilia, y,<br />

enojada, ella le arrojó y desposeyó de la parte superior del mar?<br />

CAPITULO XXIII<br />

De la tierra, la cual confirma Varrón que es diosa, porque el alma<br />

del mundo, que él sostiene que es Dios, discurre también<br />

por esta ínfima parte de su cuerpo, y le comunica su virtud divina<br />

Una es, sin duda, la tierra, la cual vemos poblada de animales<br />

distintos entre sí; pero ésta, que es un cuerpo grandioso entre los<br />

elementos y la ínfima parte del mundo, pregunto: ¿por qué motivo<br />

quieren que sea diosa? ¿Es acaso porque es fecunda? Y<br />

conforme a esta razón, ¿por qué causa no serán con mejor título<br />

dioses los hombres, que labrándola y cultivándola la hacen<br />

más frugal y fecunda, digo cuando la aran y no cuando la adoran? ; como, si no estuviera más ciertamente el alma en los<br />

hombres, la cual, si reside en éstos no hay cuestión; y, con<br />

todo, a los hombres no los tienen por dioses, antes, por el contrario<br />

(lo que es más lamentable), los sujetan con admirable y<br />

miserable error a éstos que no son dioses y son menos que ellos,<br />

reverenciándolos y tributándoles culto. Por lo menos, el<br />

mismo Varrón, en el citado libro de los dioses escogidos, dice:


y generalmente en toda ella. El uno que pasa y discurre por todas las<br />

partes corporales que viven y no tienen sentido, sino<br />

solamente vigor para vivir, y supone que esta virtud en nuestro<br />

cuerpo se comunica y esparce por los huesos, uñas y cabellos,<br />

de la misma manera que en el mundo los árboles se sustentan y crecen,<br />

y en cierto modo viven. Llama segundo grado del alma<br />

aquel en que hay sentido, asegurando que esta virtud se comunica a<br />

los ojos, orejas, narices, boca y tacto. El tercer grado del<br />

alma dice que es el sumo y supremo, que se llama ánimo, en el cual<br />

preside la inteligencia, de la cual, a excepción del hombre,<br />

carecen todos los mortales; y esta parte del alma en el mundo dice<br />

que se llama dios, y en nosotros genio. Y añade que hay<br />

también piedras y esta tierra que vemos, a las cuales no se les<br />

comunica el sentido, que son como los huesos y uñas del dios;<br />

que el sol, la luna y las estrellas que contemplamos son los sentidos<br />

de que usa; que el éter es su alma, cuya fuerza, que llega<br />

hasta los astros, hace dioses a las mismas estrellas, y por su medio<br />

convierte a lo que llega a la tierra en diosa Tellus, y a lo que<br />

pasa al mar lo hace dios Neptuno.> Vuelva, pues, de esta que piensa<br />

ser teología natural, donde, como para tomar algún<br />

descanso y aliento, cansado y fatigado de tantos rodeos, se había<br />

acogido y divertido. Vuelva, digo, vuelva a la civil, aquí le<br />

tengo todavía, mientras discurro un rato acerca de ella; aún no me<br />

introduzco a disputar en si la tierra y las piedras son<br />

semejantes a nuestros huesos y uñas, ni tampoco en si así como<br />

carecen de sentido carecen también de inteligencia, o en si<br />

dicen que nuestros huesos y uñas tienen inteligencia porque están en<br />

el hombre, que tiene inteligencia; sin duda, tan necio es el<br />

que dice que éstos son los dioses en el mundo, como lo es el que<br />

asegura que en nosotros los huesos y las uñas son los<br />

hombres. Pero esta controversia acaso es asunto cuya investigación<br />

pertenece a los filósofos; por ahora todavía quiero sostener<br />

la cuestión con ese político; esto es, civil; porque, puede ser que<br />

aun cuando parece quiso levantar un poco la cabeza,<br />

acogiéndose a la libertad de la teología natural, con todo, andando<br />

aún vacilante aquél, desde éste también fijase la vista en ella<br />

y que esto lo dijo porque no se entienda y crea que sus antepasados u<br />

otras ciudades adoraron vanamente a la tierra y a<br />

Neptuno.<br />

Mas lo que ahora pregunto es: ¿cómo la parte del alma del mundo que<br />

se difunde y comunica por la tierra, siendo, como es,<br />

una la tierra, no hizo igualmente una diosa, la que en su sentir es<br />

Tellus? Y si lo hizo así, ¿dónde estará el Orco, hermano de<br />

Júpiter y Neptuno, a quien llaman el padre Plutón? ¿Adónde<br />

Proserpina, su mujer, que según otra opinión que se hallaba en<br />

los mismos libros, dicen que es, no la fecundidad de la tierra, sino<br />

su parte inferior? Si dicen que la parte del alma del mundo,<br />

cuando se difunde y comunica por la parte superior de la tierra, hace<br />

dios al padre Plutón, y cuando por la inferior hace diosa a<br />

Proserpina, la Tellus, ¿qué será? Porque el todo, que era ella, está<br />

dividido de tal manera en estas dos partes y dioses, que no<br />

puede hallarse quién sea esta tercera y dónde esté, a no ser que diga<br />

alguno que juntos estos dioses, Orco y Proserpina,<br />

constituyen una diosa, Tellus, y que no son ya tres, sino una o dos;<br />

con todo, tres dicen que son, por tres se tienen, tres se<br />

adoran con sus aras, con sus templos, con sus sacramentos, con sus<br />

imágenes, con sus sacerdotes, y por medio de éstos, también<br />

con sus falsos y engañosos demonios, que profanan y abusan de la<br />

pobre alma del hombre; pero, respóndanme todavía:<br />

¿por qué parte de la tierra se difunde y comunica la parte del alma<br />

del mundo para hacer al dios Tellumón? No da otra contestación,<br />

sino que una misma tierra contiene dos virtudes: una masculina,<br />

que produce las semillas, y otra femenina, que las recibe y<br />

cría, y por eso de la virtud de la femenina se llamó Tellus, y de la<br />

masculina, Tellumón; pero supuesta esta doctrina, ¿por qué<br />

motivo los pontífices como él lo insinúa, aumentando aún otros dos,


sacrifican a cuatro: a Tellus, Tellumón, Altor y Rusor? Ya<br />

hemos hablado de la Tellus y de Tellumón, mas ¿por qué se ofrecen<br />

víctimas a Altor? Porque, dice, de la tierra se sustenta todo<br />

lo que nace. ¿Por qué a Rusor? Porque dice que de nuevo todo vuelve a<br />

la tierra.<br />

CAPITULO XXIV<br />

De los sobrenombres de la tierra y sus significaciones, las cuales,<br />

aunque demostraban muchas cosas, no por eso debían<br />

confirmar las opiniones de muchos dioses<br />

Luego una misma tierra, por estas cuatro virtudes, debía tener cuatro<br />

sobrenombres, y no era el caso de crear cuatro dioses,<br />

¿Cómo hay un Júpiter con tantos sobrenombres y un Juno con otros<br />

tantos, en todos los cuales, dicen, se hallan diferentes<br />

virtudes que pertenecen a un dios o a una diosa, y no muchos<br />

sobrenombres que constituyen asimismo muchos dioses? Pero<br />

verdaderamente que así como algunas veces aun a las más viles y<br />

prostituidas mujercillas les pesa, se cansan y avergüenzan<br />

de la canalla que con sus deshonestidades han traído tras sí, de la<br />

misma manera el alma que ha dado en ser obscena y se ha<br />

sometido al apetito de los espíritus inmundos, cuando al principio<br />

gustó más de sensualidad, tanto más en repetidas ocasiones se<br />

arrepintió de haber multiplicado dioses para rendírseles, y ser<br />

profanada de ellos; porque hasta el mismo Varrón, corrido y<br />

avergonzado de la multitud de los dioses, quiere que la tierra, o<br />

Tellus, no sea más que una diosa.


misma manera, porque en una misma diosa hay muchas cualidades, ¿acaso<br />

por eso ha de haber también muchas diosas? Pero<br />

dividan como quieran, junten, multipliquen y vuelvan a multiplicar y<br />

a enredarlo todo. Esto son, en efecto, los insignes misterios<br />

de Tellus y de la gran Madre, viniendo a reducirse todo su poder a<br />

las semillas mortales y corruptibles, y al cultivo de la tierra.<br />

¡Y que sea posible que cuantas sandeces se refieren a éstas y paran<br />

en esta limitada potestad, el tamboril, las torres, los<br />

hombres castrados o galos, el furioso brincar y sacudir de miembros,<br />

el ruido de los cencerros, la ficción de los leones, puedan<br />

prometer a ninguno la vida eterna! ¡Y que sea posible que los galos<br />

castrados se dediquen al servicio de esa diosa magna,<br />

para significar que los que carecen del semen generativo han menester<br />

seguir la tierra, como sí, por el contrario, la misma<br />

servidumbre no les hiciese tener necesidad de simiente! ¿Por qué<br />

cuando sirviendo a esta diosa, o no teniendo simiente la<br />

adquieren, o sirviendo a esta diosa teniendo simiente la pierden? ¿<br />

Esto es interpretar o desatinar? Y no se advierte y considera<br />

lo que han prevalecido los malignos espíritus, que con no haber<br />

atrevido a ofrecer con estos ritos cosa ninguna grande, con<br />

todo, pudieron pedir cosas tan horribles y crueles. Si la tierra no<br />

fuera diosa trabajando los hombres, pusieran las manos en<br />

ella, para alcanzar por ella las semillas y no las pusieren<br />

cruelmente en sí para perder la simiente por amor a ella. Si no fuera<br />

diosa, de tal modo se hiciera fecunda con las manos ajenas, que no<br />

obligara a los hombres a hacerse estériles con las suyas<br />

propias.<br />

CAPITULO XXV<br />

Interpretación hallada por la ciencia de los sabios griegos sobre la<br />

mutilación de Atis<br />

No menciona a Atis ni busca explicación para él. En memoria de su<br />

amor se castraba el galo. Pero los griegos doctos y sabios<br />

no pudieron callar causa tan santa y esclarecida. El célebre filósofo<br />

Porfirio dice que Atis simboliza las flores, por el aspecto primaveral<br />

de la tierra, más bello que en las demás estaciones, y que<br />

está castrado, porque la flor cae antes que el fruto. Luego no<br />

compararon la flor al hombre mismo o a aquella semejanza de hombre<br />

llamado Atis, sino a las partes viriles. Estas, en vida de él,<br />

cayeron, mejor diría, no cayeron ni se las cogieron, pero sí se las<br />

desgarraron. Y, perdida aquella flor, no se siguió fruto alguno,<br />

sino la esterilidad. ¿Qué significa este resto de él y qué lo que<br />

quedó en el emasculado? ¿A qué hace referencia? ¿Qué<br />

interpretación se da de ello? ¿Por ventura sus esfuerzos impotentes e<br />

inútiles no hacen ver que debe creerse sobre el hombre<br />

mutilado lo que corrió la fama y se dio al público? Con razón<br />

soslayó. Varrón este punto y no quiso tocarlo porque no se ocultó<br />

a varón tan sabio.<br />

CAPITULO XXVI<br />

Torpeza de los misterios de la gran Madre<br />

Tampoco quiso decir nada Varrón, ni recuerdo haberlo leído en parte<br />

alguna, sobre los bardajes consagrados a la gran Madre,<br />

injuriosos para el pudor de uno y otro sexo. Aun hoy en día, con los<br />

cabellos perfumados, con color quebrado, miembros<br />

lánguidos y paso afeminado, andan pidiendo al pueblo por las calles y<br />

plazas de Cartago, y así pasan su vida torpemente. Faltó<br />

explicación, se ruborizó la razón, y la lengua guardó silencio. La<br />

grandeza, no de la divinidad, sino de la bellaquería de la gran<br />

Madre, superó a la de todos los dioses hijos. A este monstruo, ni la<br />

monstruosidad de Jano es comparable. Aquél tenía<br />

deformidad sólo en sus simulacros; ésta tiene en sus misterios


deforme crueldad. Aquél tenía miembros añadidos en piedra; ésta<br />

los tiene perdidos en los hombres. Este descoco no es superado por<br />

tantos y tamaños estupros del propio Júpiter. Aquél, entre<br />

corruptelas femeninas, infamó el cielo con solo Ganímedes; ésta, con<br />

tantos bardajes de profesión y públicos, profanó la tierra e<br />

hizo injuria al cielo. Quizá podamos cotejar a ésta o anteponer a<br />

ella en este género de torpísima crueldad a Saturno, de quien<br />

se cuenta que castró a su padre. Pero, en los misterios de Saturno, a<br />

los hombres les fue hacedero morir a manos ajenos y no<br />

ser castrados por las propias. Devoró él a los hijos, según cantan<br />

los poetas. De ello los físicos dan la interpretación que<br />

quieren. La historia dice simplemente que los mató. Y si los<br />

cartagineses les sacrificaban sus hijos, es usanza que no admitieron<br />

los romanos. Sin embargo, esta gran Madre de los dioses introdujo en<br />

los templos romanos a los eunucos, y conservó esta<br />

cruel costumbre en la creencia de que ayudaba las fuerzas de los<br />

romanos extirpando la virilidad en los hombres. ¿Qué son,<br />

comparados con este mal, los robos de Mercurio, la lascivia de Venus,<br />

los estupros y las torpezas de los demás, que citara<br />

tomándolo de los libros si no se cantaran y se representaran<br />

diariamente en los teatros? ¿Qué son éstos comparados con la<br />

grandeza de tamaña bellaquería, sólo pertenencia de la gran Madre? Y<br />

esto con el agravante de decir que son ficciones de los<br />

poetas, como si los poetas fingieran también que son gratas y aceptas<br />

a los dioses. Demos por bueno que el que se canten o se<br />

escriba, sea audacia o petulancia de los poetas. Pero el que se<br />

añadan por mandato y extorsión de los dioses a las cosas<br />

divinas y a sus honras, ¿qué es sino culpa de los dioses, mas aún,<br />

confesión de demonios y decepción de miserables? En todo<br />

caso, aquello de que la Madre de los dioses mereció culto por la<br />

consagración de los eunucos, no lo fingieron los poetas, sino<br />

que ellos prefirieron horrorizarse a versificarlo. ¿Quién se ha de<br />

consagrar a estos dioses selectos para vivir después de la<br />

muerte felizmente, si, consagrado a ellos antes de morir, no puede<br />

vivir honestamente, sometido a tan feas supersticiones y<br />

rendido a tan inmundos demonios? Todo esto, dice, se refiere al<br />

mundo. Considere no sea más bien a lo inmundo. ¿Qué no<br />

puede referirse al mundo de lo que se prueba que está en el mundo?<br />

Nosotros, empero, buscamos un espíritu que, enclavado<br />

en la religión verdadera, no adore al mundo como a su Dios, sino que<br />

alabe al mundo como a obra de Dios por Dios, y,<br />

purificado de las humanas sordideces, llegue limpió a Dios, Hacedor<br />

del mundo.<br />

CAPITULO XXVII<br />

De las ficciones y quimeras de los fisiólogos o naturales, que ni<br />

adoran al verdadero Dios, ni con el culto y veneración con que<br />

se le debe adorar<br />

Cuando considero las mismas fisiologías o exposiciones naturales con<br />

que los hombres doctos e ingeniosos procuran convertir<br />

las cosas humanas en divinas, advierto que no pudieron revocar o<br />

atribuir cosa alguna sino a obras temporales y terrenas y a<br />

la naturaleza corpórea que, aunque invisible, con todo es mudable,<br />

cuyo defecto no se halla en el verdadero Dios. Y si esto lo<br />

aplicaran a la religión con significaciones siquiera convenientes<br />

(aunque fuera lastimoso, porque con ellas no se daría noticia<br />

exacta, ni publicaría el nombre de Dios verdadero), con todo en<br />

alguna manera fuera tolerable, viendo que no se hacían ni se<br />

prescribían preceptos tan abominables y torpes; pero ahora, siendo<br />

como es una acción impía y detestable que el alma adore<br />

por verdadero Dios (con que sólo morando él en ella es dichosa y<br />

bienaventurada) al cuerpo o alma, ¿cuánto más nefando<br />

será tributar culto a estas sustancias, para que el cuerpo y el alma<br />

del que si las adora no alcance salud ni gloria humana? Por


lo cuál, cuando se adora con templo, sacerdote y sacrificio (honor<br />

que sólo se debe al verdadero Dios) algún elemento del<br />

mundo, o algún espíritu criado, aunque no sea inmundo y malo, no por<br />

eso es malo, porque son malas las ceremonias con que<br />

lo adoran, sino porque son tales que con ellas sólo se debe adorar a<br />

Aquel a quien se debe, tal culto y religión.<br />

Y si alguno opinase que adora a un solo Dios verdadero, esto es, al<br />

creador de todas las almas y cuerpos con disparates y<br />

monstruosidades de imágenes, con sacrificios de homicidios, y con<br />

fiestas de juegos y espectáculos torpes y abominables, no<br />

por eso peca, por cuanto no debe adorarse al mismo que adora, sino<br />

porque tributa culto al que deben reverenciar, no como se<br />

debe venerar; y el que con semejantes obscenidades; esto es, con<br />

obras torpes y obscenas, adorare al verdadero Dios no<br />

peca precisamente porque no deba ser adorado aquel a quien adora,<br />

sino porque no le adora como debe; pero, en cambio, él,<br />

con tales torpezas, adora no al verdadero Dios, es decir, al autor<br />

del alma y del cuerpo, sino a la criatura (aunque no sea mala;<br />

ya ésta sea alma, ya sea cuerpo, ya sea juntamente alma y cuerpo),<br />

dos veces peca contra Dios; lo uno porque adora por Dios<br />

a lo que no es dios, y lo otro porque le adora con tales ritos con<br />

los que no se debe adorar ni a Dios ni a los que no es Dios;<br />

pero en qué términos, esto es, cuán torpemente hayan tributado<br />

adoración éstos a las mentidas deidades, fácil es conocerlo. Y<br />

qué hayan adorado, y a quienes, seria dificultoso indagarlo, si no<br />

dijeran sus historias cómo ofrecieron a sus dioses<br />

(pidiéndoselo ellos con amenazas y terrores) aquellos mismos<br />

holocaustos y ceremonias que confiesan por abominables y<br />

torpes; y así, quitados los rodeos, resulta que con toda esta<br />

teología civil, han convidado e introducido a los impíos demonios e<br />

inmundos espíritus en las necias y vistosas imágenes, y por ellos<br />

igualmente en los estúpidos corazones para que, los posean.<br />

CAPITULO XXVIII<br />

Que la doctrina que trae Varrón sobre la teología no es consecuente<br />

consigo misma<br />

¿Qué utilidad se sigue de que el docto e ingenioso Varrón procure, y<br />

no pueda, con una sutil y delicada doctrina reducir todos<br />

estos dioses al cielo y a la tierra? Sin duda se le van de las manos,<br />

se le deslizan, se le escapan y caen; porque habiendo de<br />

tratar de las hembras, esto es, de las diosas, dice: ¿Cómo insinué en<br />

el primer libro de los lugares, donde hemos considerado<br />

dos principios y orígenes que traen los dioses del cielo y de la<br />

tierra, por lo que éstos unos se dicen celestes y otros terrestres,<br />

así como arriba principiamos por el cielo cuando tratamos de Jano,<br />

que unos dijeron era el cielo, otros el mundo, así, hablando<br />

de los hombres, empezaremos a escribir de la tierra.> Bien advierto<br />

cuán penosa molestia es la que padece tal y tan elevado<br />

ingenio, dejándose arrastrar de una razón verosímil, ; y por eso atribuye al uno la virtud masculina y a la otra la<br />

femenina, sin reflexionar que el que hizo hados a ambos es<br />

el que desempeña todas estas funciones con su virtud propia.<br />

Conforme a esta exposición, interpreta en el libro precedente los<br />

famosos misterios de los Samotraces, diciendo: Sobre este particular no quiere


decir, como afirmó Platón, .<br />

Lo que digo es que este autor en el libro de los dioses selectos<br />

destruyó la razón relativa a los tres dioses con que había casi<br />

abarcado toda su idea, por cuanto al cielo atribuye los dioses<br />

masculinos, los femeninos a la tierra, entre los cuales puso a<br />

Minerva, a quien la había colocado anteriormente sobre el mismo<br />

cielo. Asimismo Neptuno, que es dios varón, reside en el mar,<br />

el cual pertenece más a la tierra que al cielo; finalmente, del padre<br />

Ditis, que en el lenguaje griego se llama Plutón, también<br />

varón, hermano de ambos, dicen es dios terrestre, que preside la<br />

parte superior de la tierra, y en la inferior tiene a su mujer,<br />

Proserpina. ¿Acaso no es un medio extraordinario y ridículo el que<br />

usa para reducir los dioses al cielo y las diosas a la tierra?<br />

¿Qué tiene este discurso de sólido, qué de constante, de cordura, de<br />

resolución y certeza? En efecto: la Tellus o tierra es el<br />

principio y origen de las diosas, es a saber, la gran Madre con quien<br />

anda la turba de los espíritus abominables y torpes, los<br />

afeminados, bardajes castrados, los que se cortan y laceran los<br />

miembros, los que andan saltando y brincando alrededor de<br />

ella como dementes y atolondrados.<br />

¿A qué viene decir que es cabeza de los dioses Jano, y de las diosas<br />

la tierra, si ni allá constituye una cabeza el error, ni acá la<br />

hace sana y cuerda el furor? ¿Para qué procuran en vano reducir estas<br />

supuestas cualidades al mundo como si se pudiera<br />

adorar al mundo por verdadero dios O a la criatura por su creador? Si<br />

una verdad manifiesta los deja plenamente convencidos<br />

de que nada pueden sobre este punto, refieran solamente tales<br />

patrañas a los hombres muertos y a los malvados demonios, y<br />

no habrá más pleitos.<br />

CAPITULO XXIX<br />

Que todo lo que los fisiólogos y filósofos naturales refieren al<br />

mundo y a sus partes lo debían referir a un solo Dios verdadero<br />

Porque todo cuanto estos escritores insinúan de tales deidades, como<br />

fundados en razones físicas y naturales, lo refieren al<br />

mundo: seguramente que sin escrúpulo de sentir sacrílegamente lo<br />

podemos atribuir con más justa razón al verdadero Dios, que<br />

hizo el mundo y es el Criador de todas las almas y cuerpos, y se<br />

puede advertir mediante este raciocinio. Nosotros adoramos a<br />

Dios, no al cielo ni a la tierra, de los cuales consta este mundo, ni<br />

alma ni a las almas que se hallan repartidas entré todos y<br />

cualesquiera vivientes, sino a Dios, que hizo el cielo y la tierra y<br />

todo cuanto hay en ellos, el cual creó todas las almas, así las<br />

que viven y carecen de sentido y de razón, como las que sienten y<br />

usan también de la razón<br />

CAPITULO XXX<br />

Cómo se distingue el criador de la criatura para que no se adoren por<br />

uno tantos dioses cuantas son las obras de un mismo<br />

autor<br />

Empezando a discurrir ya por los efectos, o por las obras admirables<br />

de Dios, que es uno solo y verdadero, por respeto de las<br />

cuales, mientras procuran éstos, como con cierta honestidad,<br />

interpretar ritos torpes y abominables, vienen a multiplicar y a<br />

establecer muchos dioses, y todos falsos; nosotros adoramos a aquel<br />

Dios que a las naturalezas que crió las dio los principios y<br />

fines de su sustancia y movimiento; a Aquel que tiene en su mano,<br />

conoce y dispone las causas de las cosas; a Aquel que crió<br />

la virtud de las semillas, formó el alma racional para que le<br />

sirviese a sus inescrutables designios; les dio el uso y facultad de


hablar; repartió a los espíritus que fue su voluntad el singular don<br />

de vaticinar lo venidero, y por medio de quienes quiera ¿las<br />

dice, y por medio de las personas que son de su agrado destierra las<br />

enfermedades; a Aquel que preside también riguroso<br />

cuando conviene castigar y corregir el linaje humano, en los<br />

principios, progresos y fines de las mismas guerras; a Aquel que<br />

no sólo crió, sino que también gobierna el vehemente y violento fuego<br />

de este mundo conforme al temperamento de la inmensa<br />

naturaleza: que es criador y gobernador de todas las aguas: que hizo<br />

el sol, astro el más resplandeciente de todas las luces<br />

corpóreas que se ven en el hemisferio, comunicándole virtud y<br />

movimiento conforme a su esfera; que hasta a los mismos<br />

condenados al infierno no niega su dominio y potestad; que sustituye<br />

y concede a las cosas mortales y caducas sus simientes,<br />

alimentos, así secos como líquidos; que fundó la tierra y la fecunda;<br />

que reparte sus frutos a las bestias y a los hombres; que<br />

conoce y ordena las causas, no sólo principales, sino también las<br />

subsiguientes o accesorias; que dio a la luna su curso y<br />

movimiento; que suministra con las mutaciones de los lugares los<br />

caminos por el cielo y por la tierra; que a los entendimientos<br />

humanos que crió les concedió también para el auxilio y alivio de su<br />

vida y naturaleza una noticia exacta y conocimientos de<br />

varias ciencias y artes; que a las sociedades y familias de los<br />

hombres concedió para los usos ordinarios e indispensables el<br />

beneficio del fuego de la tierra, de que se pudiesen servir en los<br />

hogares y en las luces. Estos son, en efecto, los cargos que el<br />

ingenioso y erudito Varrón, fundado en ciertas interpretaciones<br />

físicas y naturales, o tomadas de otro, o halladas por su propia<br />

conjetura, anduvo indeciso y confuso para distribuirlos y repartirlos<br />

entre los dioses escogidos.<br />

Y estas admirables obras son las que hace y en las que entiende Aquel<br />

que es un solo Dios verdadero; aunque este mismo<br />

Dios, así como está dondequiera, todo, sin estar encerrado en ningún<br />

lugar, ni atado o ceñido a una sola cosa, sin ser divisible<br />

en partes y de ninguna parte mudable, llena el cielo y la tierra con<br />

su presente omnipotencia. Y así, sin estar ausente su<br />

naturaleza, también administra todo lo que crió con tan particular<br />

sabiduría, que a cada cosa la deja ejercer libremente y ejecutar<br />

sus acciones propias; porque aun cuando no puede haber cosa alguna<br />

sin él, no obstante ninguna es lo que él. Hace también<br />

muchas cosas por medio de los ángeles; pero si no es consigo propio,<br />

no hace felices a los ángeles; por lo mismo, aunque por<br />

algunas causas ocultas envía ángeles a los hombres, con todo, no hace<br />

felices a los hombres con los ángeles, sino consigo<br />

propio, como a los ángeles. De este solo y verdadero Dios esperamos<br />

nosotros la vida eterna.<br />

CAPITULO XXXI<br />

De qué beneficios de Dios gozan propiamente los que siguen la verdad,<br />

además de los que a todos comunica la divina<br />

liberalidad<br />

Por cuanto nosotros, además de estos beneficios comunes, que por<br />

medio de esta recta administración y gobierno del mundo<br />

(del cual ya hemos dicho algunas particularidades), distribuye este<br />

gran Dios a los buenos y a los malos, tenemos de su Divina<br />

Majestad un indicio seguro y propio de los justos, del grande amor<br />

que nos profesa; aunque no podamos darle las debidas gracias<br />

por el ser que tenemos, de que vivimos, de que vemos el cielo y<br />

la tierra, de que tenemos entendimiento y razón, con que<br />

podemos buscar a este mismo que crió todas las cosas, debemos, sin<br />

embargo, corresponderle agradecidos, observando<br />

exactamente su santa ley; pero de que estando nosotros cargados y<br />

sumergidos en horribles pecados, sin dedicarnos, como<br />

debiéramos, a la contemplación de su luz, ciegos de amor y afición a


las tinieblas, esto es, al pecado, no nos haya desamparado<br />

y dejado del todo, antes más bien nos haya enviado a su Unigénito,<br />

para que haciéndose hombre por nosotros y padeciendo<br />

afrentosa muerte conociésemos cuánto estima Dios al hombre; nos<br />

purificásemos con aquel incruento sacrificio de todas nuestras<br />

culpas e infundiendo con su espíritu en nuestros corazones su<br />

inefable amor, superadas todas las dificultades, viniesen a<br />

conseguir el descanso eterno y a gozar de la inmensa dulzura de su<br />

contemplación y visión beatífica. ¿Qué corazones, qué<br />

lenguas pretenderán ser bastantes para darle las debidas gracias?<br />

CAPITULO XXXII<br />

Que el misterio de la redención de Jesucristo nunca faltó en los<br />

siglos pasados, y que siempre se predicó y manifestó con<br />

diversas figuras y significaciones<br />

Este misterio de la vida eterna viene de atrás, y ya desde el<br />

principio de la creación del hombre se predicó por ministerio de los<br />

ángeles, a quienes convenía, por medio de ciertas señales y ritos<br />

acomodados, a aquellos tiempos. Después se juntó el pueblo<br />

hebreo bajo una cierta forma de República que prefiguró este oculto<br />

sacramento, donde parte por algunos que lo entendían y<br />

parte por otros que eran incapaces de comprenderlo, se anunció todo<br />

cuanto por la venida de Cristo hasta ahora ha sucedido y<br />

en adelante ha de suceder. Después se derramó esta nación entre los<br />

gentiles, mediante el incontrastable testimonio de las<br />

escrituras, donde estaba profetizada la salud eterna por medio de<br />

Jesucristo.<br />

Porque no sólo las profecías que en el sagrado texto se escriben, ni<br />

tampoco solamente los preceptos que conforman la vida y<br />

la piedad, y se expresan en aquellos libros, sino también los<br />

sacramentos, los sacerdotes, el Tabernáculo o templo, los altares,<br />

los sacrificios, las ceremonias, los días festivos y todo lo demás<br />

perteneciente al culto que se debe a Dios, que en griego,<br />

propiamente, se llama latría, nos significaron y anunciaron todo<br />

aquello que para la vida eterna de los fieles creemos que se ha<br />

cumplido en Cristo, vemos que se cumple y esperamos que se ha de<br />

cumplir.<br />

CAPITULO XXXIII<br />

Que sólo por medio de la Religión cristiana se pudo descubrir el<br />

engaño de los malignos espíritus que gustan del error en los<br />

hombres<br />

Por esta religión, verdadera y única, se pudo descubrir que los<br />

dioses de los gentiles eran sumamente impuros y unos<br />

obscenos demonios, que con ocasión de algunas personas difuntas, y so<br />

color de las criaturas humanas, procuraron los<br />

tuviesen por dioses, gustando con detestable y abominable soberbia de<br />

los honores casi divinos, que no eran otra cosa que un<br />

complejo de acciones criminales y nefandas, envidiando a los hombres<br />

la conversión a su verdadero Dios. De cuyo cruel e<br />

impío poder y dominio se libró el hombre, creyendo sinceramente en<br />

Aquel que para levantarnos nos dio un ejemplo de<br />

humildad tan especial, cuanto fue mayor la soberbia por la que ellos<br />

cayeron destronados.<br />

Del número de éstos son no sólo aquellos de quienes hemos ya referido<br />

varias particularidades y otras semejantes que han<br />

infestado las demás naciones y provincias, sino también de que ahora<br />

tratamos, como escogidos para componer el Senado de<br />

los dioses, y a la verdad elegidos por la grandeza y publicidad de<br />

sus culpas no por la dignidad y méritos de sus virtudes,<br />

cuyos misterios, procurando Varrón reducirlos a razones naturales,<br />

buscando cómo dar un color honesto a las acciones torpes,


no acaba de hallar cosa que le cuadre ni convenga, porque las causas<br />

que imagina, o, por mejor decir, quiere que se<br />

imaginen, no son causas de aquellos sacramentos. Porque si lo fuesen,<br />

no sólo éstas, sino también otras cualesquiera de esta<br />

especie, aunque no perteneciesen al verdadero Dios y a la vida<br />

eterna, que es la que en religión se debe buscar únicamente,<br />

con todo, dando cualquiera razón de la naturaleza de las cosas,<br />

mitigarían algún tanto la ofensa y escándalo que había causado<br />

su imponderable torpeza y desvarío, no entendido en la celebración de<br />

sus sacramentos, como lo procuró hacer el mismo<br />

Varrón en algunas fábulas teatrales o en los misterios de los<br />

templos, donde no con la semejanza de os templos dio por buenos<br />

los teatros, sino antes con la semejanza de los teatros condenó los<br />

templos; sin embargo, como quiera procuró aplacar el sentido<br />

ofendido y escandalizado con las obscenidades que le causaban horror,<br />

dando la razón a las causas naturales.<br />

CAPITULO XXXIV<br />

De los libros de Numa Pompilio, los cuales mandó quemar el Senado por<br />

que no se publicasen las causas que en ellos se<br />

contenían de los ritos<br />

Con todo, por el contrario, descubrimos (como el mismo docto autor lo<br />

escribe, citando los libros de Numa Pompilio), que no se<br />

pudieron tolerar de ningún modo las causas que allí se dan de los<br />

misterios de sus dioses, y no sólo las tuvieron por dignas de<br />

que, leyéndolas, viniesen a noticia de personas religiosas, pero ni<br />

aun quisieron que escritas se guardasen en el archivo de las<br />

tinieblas; por lo mismo quiero ya decir lo que prometí explicar en su<br />

propio lugar, en el libro III de esta obra. Porque, según<br />

refiere el mismo Varrón en el libro del culto de los dioses:


por más tolerable el error, todas las veces que se<br />

ignorasen sus causas, que no el permitir se supiese públicamente, lo<br />

cual era exponerse a que se alborotase y turbase la<br />

ciudad.<br />

CAPITULO XXXV<br />

De la hidromancia con que anduvo engañado Numa, viendo algunas<br />

imágenes de los demonios<br />

Por cuanto aun al mismo Numa (como no tuvo ningún profeta de Dios,<br />

ningún ángel santo que le ilustrase) le fue preciso usar de<br />

la hidromancia para poder ver en el agua las imágenes de los dioses,<br />

o, por mejor decir, los engaños de los demonios, y así le<br />

instruyesen en lo que debía ordenar y observar acerca de la religión.<br />

"Este modo de adivinar, dice el mismo Varrón, que vino de Persia, del<br />

cual usó Numa, y después el filósofo Pitágoras, donde no<br />

sin intervención de sangre dice que se hacen sus preguntas a las<br />

sombras infernales, y añade que en griego se llama<br />

Necromancia"; la cual, ya se llame hidromancia o necromancia, es lo<br />

mismo que adonde aparecen, o parece que adivinan los<br />

muertos. Con qué arte se ejecute, examinen lo ellos; porque no<br />

intento indicar que estas artes, aun antes de la venida de<br />

nuestro Salvador, entre los mismos gentiles se solían prohibir con<br />

leyes rigurosas y castigarlas con severísimas penas. No<br />

quiero, digo, indicarlo, porque acaso entonces se permitían y eran<br />

lícitas semejantes especulaciones; pero es indudable que con<br />

estas artes aprendió Pompilio aquellos ritos de la religión, cuyo<br />

ejercicio divulgó y cuyas causas enterró; por eso se receló él<br />

mismo de lo que aprendió, y el Senado quemó los libros en que se<br />

contenían estas necedades; en esta inteligencia, ¿para qué<br />

Varrón me quiere alegar no sé qué otras causas, al parecer físicas de<br />

aquellos ritos; que si los insinuados libros se hallaran, sin<br />

duda no los quemaran; ni acaso estos que escribió y dedicó Varrón al<br />

pontífice Cayo César y dio a luz tampoco los quemaran<br />

los senadores si realmente las contuvieran? Así que, por haber<br />

descubierto Numa Pompilio el agua con que hacía la hidromancia,<br />

por eso se dice que tuvo por mujer a la ninfa Egeria, como se<br />

declara en el libro de Varrón arriba citado.<br />

De este modo, la verdad de las cosas, mezclándola con mentiras se<br />

suele convertir en fábulas. En aquella hidromancia, aquél<br />

curiosísimo rey romano aprendió los ritos que habían de conservar,<br />

los pontífices en sus libros y a las causas de ellos, las<br />

cuales, a excepción de él, quiso que ninguno las supiese; y, así,<br />

habiéndolas escrito separadamente, hizo en cierto modo que<br />

muriesen y acabasen consigo, cuando procuró desterrarlas del<br />

conocimiento de los hombres y sepultarlas. En dichos libros, o<br />

había tan abominables y perjudiciales máximas de que gustaban los<br />

demonios (que por ellas se advertía cómo toda la teología<br />

civil era maldita, aun en sentir de los que en los mismos misterios<br />

habían recibido tantas nociones vergonzosas y abominables),<br />

o se descubría que no era otra cosa que hombres muertos todos<br />

aquellos que casi todas las naciones, por una dilatada serie de<br />

siglos, habían creído eran dioses inmortales, supuesto que se<br />

complacían igualmente de semejantes ritos los mismos demonios,<br />

que con la vana apariencia de falsos portentos se suponían y<br />

entrometían allí para que los adorasen por los mismos muertos a<br />

quienes ellos habían procurado fuesen reputados por dioses.<br />

Pero, por oculta providencia del verdadero Dios, sucedió que, estando<br />

en gracia y reconciliados con su amigo Pompilio, por<br />

medio de aquellas artes con que se pudo ejercer la hidromancia, se<br />

les permitiese que le confesasen con claridad todas,<br />

aquellas patrañas, y, con todo, no se les permitió le advirtiesen que<br />

cuando muriese procurase antes quemarlas que enterrarlas,<br />

pues para que no se supiese no pudieron ni impedir al arado que las<br />

extrajo afuera, ni la pluma de Varrón, por cuyo medio


llegó hasta nuestros tiempos la noticia circunstanciada de cuánto<br />

pasó sobre este asunto; siendo, como es, sabido que no<br />

pueden ejecutar lo que no se les permite, sin embargo, se les permite<br />

en muchas ocasiones, por alto y justo juicio del sumo Dios,<br />

por los pecados de aquellos respecto de quienes es conveniente que<br />

solamente los aflijan o también los sujeten y engañen; y<br />

cuán pernicioso y ajeno del culto del verdadero Dios pareció lo que<br />

se contenía en aquellos libros, se puede inferir de la<br />

providencia del Senado, que más quiso quemar lo que Pompilio había<br />

escondido que temer lo que temió él mismo, que no pudo<br />

atreverse a practicar una acción tan generosa. El que no desea tener<br />

en la vida futura vida feliz, ni en la presente una<br />

verdaderamente piadosa y religiosa, con tales misterios busque la<br />

muerte eterna; pero el que no quiere tener comunicación con<br />

los malignos demonios, no tema la perniciosa superstición con que son<br />

adorados, sino reconozca la verdadera religión con que<br />

se descubren y vencen.<br />

LIBRO OCTAVO<br />

DIOSES DE LA TEOLOGÍA NATURAL DE VARRÓN<br />

CAPITULO PRIMERO<br />

Sobre la cuestión de la teología natural, y que ésta se ha de<br />

averiguar con los filósofos más excelentes y sabios<br />

Ahora es preciso procedamos con mas circunspección y escrupulosidad<br />

que en la resolución y explicación de las cuestiones<br />

tratadas en los libros anteriores; pues hemos de hablar de la<br />

teología natural no con cualquiera especie de personas (porque no<br />

es novelesca ni civil, esto es, teatral o urbana, que la una alaba<br />

las culpas de los dioses y la otra descubre sus apetitos más<br />

abominables, y, por consiguiente, deseos de espíritus malignos antes<br />

que de dioses), sino con filósofos, cuyo nombre en latín<br />

significa ,. y si la verdadera sabiduría es<br />

Dios, que crió todas las cosas conforme a lo que le enseñó la<br />

autoridad divina y la misma verdad, el verdadero filósofo es el que<br />

ama a Dios; mas no hallándose la Filosofía en todos los que<br />

se precian de este glorioso dictado (porque no son ciertamente<br />

amadores de la verdadera sabiduría todos los que se llaman filósofos),<br />

necesitamos escoger entre todos aquellos de cuyas opiniones<br />

hemos podido tener noticia por la lectura de los libros, con<br />

quienes muy al caso podamos tratar de esta materia; porque no<br />

pretendo en esta obra refutar todas las opiniones vanas de<br />

todos los filósofos, sino solamente las que se refieren a la Teología<br />

(expresión griega que sabemos significa los conocimientos<br />

que tenemos de Dios), y éstos no los de todos, sino únicamente los de<br />

aquellos que, aunque conceden que hay Dios, y que<br />

cuida y vigila sobre las cosas humanas, con todo, imaginan que no es<br />

suficiente el culto y religión de un solo Dios inmutable para<br />

conseguir una vida bienaventurada más allá de la muerte, sino que a<br />

este efecto Aquel que es uno crió e instituyó muchos para<br />

que los adorásemos. Estos ya dejan muy atrás la opinión de Varrón y<br />

se aproximan más a la verdad; porque él solo pudo<br />

abarcar en su teología natural el mudo o su alma; pero éstos sobre<br />

toda la naturaleza del alma confiesan que hay Dios, que hizo<br />

no sólo este mundo visible, que ordinariamente se comprende bajo el<br />

nombre de cielo y tierra, sino también todas cuantas almas<br />

hay, y que a la racional e intelectual, cuál es el alma del hombre,<br />

con la participación y comunicación de su luz inmutable e<br />

incorpórea, la hace bienaventurada y dichosa, y ninguno que haya<br />

leído este punto con alguna reflexión ignora que estos<br />

filósofos son los que llamamos platónicos, derivando su nombre del de<br />

su maestro Platón.


CAPITULO II<br />

De dos géneros de filósofos, esto es, del itálico y jónico, y de sus<br />

autores.<br />

De Platón, brevemente tocaré lo que me pareciese necesario para la<br />

presente cuestión, refiriendo primero los que en la<br />

profesión de las mismas letras le precedieron. Por lo que se refiere<br />

a la literatura griega, que es el idioma que se tiene por mas<br />

ilustre entre los demás de los gentiles, de dos sectas de filósofos<br />

se hace en ella mención. La una, llamada itálica, por aquella<br />

parte de Italia que antiguamente se llamó Magna Grecia. La otra,<br />

jónica, en las tierras que ahora se llaman Grecia. La itálica tuvo<br />

por su autor y corifeo a Pitágoras Samio, de quien, según es fama,<br />

tuvo principio el, nombre de Filosofía, porque llamándose<br />

antes sabios los que en algún modo parecía que se aventajaban a los<br />

otros con el buen ejemplo de su vida, preguntado éste<br />

qué facultad era la que profesaba, respondió que era filósofo, esto<br />

es, estudioso y aficionado a la sabiduría, pues el manifestarse<br />

por sabio parecía acción muy arrogante y altanera El príncipe y jefe<br />

de la secta jónica fue Thales Milesio, uno de aquellos siete<br />

que llamaron sabios. Los seis se diferenciaban y distinguían entre sí<br />

en la forma de su profesión y en ciertos preceptos<br />

acomodados para vivir bien; pero Thales fue tan excelente y<br />

aventajado, que habiendo inquirido y examinado menudamente la<br />

naturaleza y puesto por escrito sus disputas, dejó sucesores de su<br />

doctrina, y fue admirable, especialmente porque habiendo<br />

comprendido el movimiento de los astros, llegó a saber pronosticar<br />

los eclipses del Sol y de la Luna. Sin embargo, creyó que el<br />

agua era principio de todas las cosas, y que de ella recibían su<br />

existencia todos los elementos del mundo, y el mismo mundo y<br />

cuanto en él nace, no atribuyendo a la mente divina nada de esta obra<br />

que, observada la estructura del mundo, aparece tan<br />

admirable. A éste sucedió Anaximandro, su discípulo, y mudó de<br />

opinión en cuanto a la naturaleza de las cosas, porque le<br />

pareció que no nacían, o se producían, cómo defendía Thales, del<br />

agua, sino que cada cosa debía su origen a sus peculiares<br />

principios; los cuales sostuvo que eran infinitos y que engendraban<br />

infinitos mundos y todo cuanto en ellos nacía, y que estos<br />

mundos unas veces se disolvían y otras renacían tanto cuanto cada uno<br />

pudo durar en su tiempo, sin atribuir tampoco en estas<br />

obras del Universo algún poder o influencia a la mente divina. Este<br />

dejó a Anaxímenes por su discípulo y sucesor, quien atribuyó<br />

todas las cosas naturales al aire infinito; no negó los dioses<br />

ni los pasó en silencio, mas no creyó que ellos hubiesen criado<br />

el aire, sino que del aire nacieron ellos. Anaxágoras, discípulo de<br />

éste, fue de dictamen que la mente divina era la que hacía<br />

todas las cosas que vemos, y dijo que todas las cosas, según sus<br />

tamaños y especies propias, se hacían de la materia infinita,<br />

que consta de partes semejantes u homogénea pero todas por mano de la<br />

mente divina. Asimismo Diógenes, otro discípulo de<br />

Anaxímenes, enseñó que el aire era la materia de todas las cosas, de<br />

la cual se hacían y formaban; pero que al mismo tiempo<br />

participaba de la mente divina, sin la cual nada se podía hacer de<br />

él. Sucedió a Anaxágoras su discípulo Arquelao, quien<br />

igualmente opinó que de tal modo constaban todas las cosas de<br />

aquellas partículas entre sí semejantes u homogéneas de que<br />

formaban, que aseguraba tenían también mente, la cual, uniendo o<br />

disolviendo los cuerpos eternos, esto es, aquellas partículas,<br />

hacía todas las cosas. Discípulo de éste dicen que fue Sócrates,<br />

maestro de Platón, por quien hemos referido brevemente todo lo<br />

dicho.<br />

CAPITULO III


De la doctrina de Sócrates<br />

Escriben algunos que Sócrates fue el primero que acomodó y dirigió<br />

toda la Filosofía al loable objeto de corregir y arreglar las<br />

costumbres, habiendo empleado sus penosas tareas literarias los<br />

filósofos que le precedieron precisamente en el estudio y<br />

contemplación de las cosas físicas, esto es, naturales, dejando a un<br />

lado la de las morales, tan interesantes como necesarias al<br />

bien de la sociedad; pero no me parece fácil averiguar si Sócrates<br />

adoptó este medio por estar íntimamente penetrado y<br />

enfadado de la oscuridad e incertidumbre de las cosas, y por este<br />

motivo se aplicó a estudiar algún objeto claro y cierto que<br />

fuese necesario para la consecución de la vida eterna y feliz, por<br />

sola la cual parece se desveló y trabajó con más industria que<br />

todos los filósofos, o, como algunos sospechan, pensando más<br />

benignamente de él, no quería que ánimos contaminados por los<br />

apetitos y desórdenes terrenos presumiesen extenderse a las cosas<br />

divinas. Pues advertía que andaban solícitos inquiriendo las<br />

causas de las cosas, y como las primeras y principales entendía que<br />

no dependían sino de la voluntad de un solo Dios verdadero,<br />

le parecía que no se podían comprender sino con ánimo puro y<br />

sencillo, y por eso se debía trabajar en purificar la vida<br />

con buenas costumbres, para que, descargado y libre el ánimo de los<br />

apetitos que le oprimían, con su vigor natural se elevase<br />

a la contemplación de las cosas eternas, y con la limpieza y pureza<br />

de la inteligencia pudiese ver la naturaleza de la luz<br />

incorpórea e inmutable, adonde con firme estabilidad viven las causas<br />

de todas las naturalezas criadas. Sin embargo, consta<br />

que con la admirable gracia y agudísimo donaire que tenía en<br />

disputar, aun en las mismas cuestiones morales, a las que parecía<br />

había aplicado todo su entendimiento, notó y dio la vaya a los necios<br />

e ignorantes que presumen saber mucho, confesando su<br />

ignorancia o disimulando su ciencia. Por lo cual, habiéndose ganado<br />

enemigos que le imputaron calumniosamente una fea<br />

criminalidad, fue condenado y muerto, aunque después la misma ciudad<br />

de Atenas, que públicamente le había condenado,<br />

públicamente le lloró, revolviendo la indignación del pueblo contra<br />

los dos sujetos que le acusaron, de forma que el uno pereció<br />

a manos del furioso pueblo, y el otro se, libertó de igual infortunio<br />

desterrándose voluntariamente para siempre. Sócrates, pues,<br />

tan famoso e insigne en vida y muerte, dejó muchos discípulos que<br />

siguieron su doctrina, cuyo estudio principalmente se ocupó<br />

en las controversias y doctrinas morales, donde se trata del sumo<br />

bien, sin el cual el hombre no puede ser dichoso ni<br />

bienaventurado. Mas como este bien no le hallasen clara y<br />

evidentemente en los escritos y disputas de Sócrates, pues afirma<br />

por una parte lo que destruye por otra, tomaron de allí lo que cada<br />

uno quiso y colocaron el fin del sumo bien donde a cada uno<br />

le pareció o con el objeto que más le agradó. Llaman fin del bien<br />

aquel que, alcanzando, hace al que lo posee bienaventurado y<br />

feliz, y fueron tan diversos los pareceres y opiniones que tuvieron<br />

los socráticos acerca de este último fin (apenas se puede<br />

creer que pudiese haber tantos entre discípulos de un mismo maestro),<br />

que algunos dijeron que el deleite era el sumo bien,<br />

como Aristipo; otros, que la virtud, como Antístenes, y de esta<br />

manera otros muchos tuvieron otras y diferentes opiniones, que<br />

seria cosa larga referirlas todas.<br />

CAPITULO IV<br />

De Platón, que fue el principal entre los discípulos de Sócrates, y<br />

dividió toda la Filosofía en tres partes<br />

Entre los discípulos de Sócrates, no sin justa razón floreció con<br />

nombre y gloria tan excelente Platón, que oscureció la de todos<br />

los demás. Ateniense de sangre y de familia ilustre, aventajando con


su maravilloso ingenio a todos sus condiscípulos, con todo,<br />

desestimando su caudal y pareciéndole que ni éste ni la doctrina de<br />

Sócrates era bastante para llegar a perfeccionarse en el<br />

estudio de la Filosofía, dio en peregrinar por cuantos países le fue<br />

posible, acudiendo a todas partes donde le convidaba la fama<br />

de que podía aprender a instruirse en alguna ciencia útil y singular.<br />

Así aprendió en Egipto toda la literatura que allí se apreciaba<br />

como grande y se enseñaba, de donde, navegando hacia las regiones de<br />

Italia, en la que era célebre y famoso el nombre de<br />

los pitagóricos, comprendió fácilmente todo lo que entonces florecía<br />

de la Filosofía itálica, oyendo a los demás eminentes doctores<br />

que había entre ellos. Amando como amaba sobre todos a su maestro<br />

Sócrates, le introduce casi en todos sus diálogos, haciéndole<br />

autor, y que diga aun lo mismo que Platón había aprendido de<br />

otros, o lo que él, con cuanta inteligencia pudo, había<br />

conseguido, mezclándolo todo y sazonándolo con la sal, donaire y<br />

disputas de su maestro. Así pues, consistiendo el estudio de<br />

la Sabiduría en la acción y contemplación, de modo que una parte<br />

puede llamarse activa y la otra contemplativa (la activa<br />

concerniente al modo de pasar la vida, esto es, de arreglar las<br />

costumbres, y la contemplativa, a la meditación de las causas<br />

naturales y contemplación de la verdad sincera), de Sócrates dicen<br />

que se señaló en la activa, y de Pitágoras que se dedicó<br />

más a la contemplación, empleando en ella todo cuanto pudo las<br />

fuerzas de su entendimiento, y por eso elogian a Platón,<br />

porque, abrazando y uniendo lo uno en lo otro, puso en su perfección<br />

la Filosofía, la que distribuye en tres partes. La primera<br />

es la moral, la cual principalmente consiste en la acción; la segunda<br />

es la natural, que se ocupa en la contemplación; la tercera<br />

es la racional, que distingue lo verdadero de lo falso, la cual,<br />

aunque sea necesaria para la una y para la otra, esto es para la<br />

acción y contemplación, sin embargo, a la contemplación es a quien<br />

principalmente toca averiguar y descubrir la verdad. Por<br />

eso esta división tripartita no es contraria a la división según la<br />

cual toda la sabiduría consiste en la acción y contemplación. Pero<br />

¿qué sintió Platón de estas cosas o de cada una de ellas, esto es,<br />

dónde entendió o creyó que estaba el fin de todas las<br />

acciones? ¿Dónde la causa de todas las naturalezas? ¿Dónde la luz de<br />

todas las razones? Imagino que sería asunto largo el<br />

declararlo, y que no es bueno tampoco afirmarlo temerariamente.<br />

Porque, como procura guardar el estilo conocido de disimular<br />

lo que sabe o lo que siente, propio de su maestro Sócrates, a quien<br />

introduce en sus libros disputando, y a él le agradó<br />

igualmente este estilo, sucede que aun en asuntos graves tampoco se<br />

puedan echar de ver fácilmente las opiniones del mismo<br />

Platón. Mas de lo que se lee en sus escritos, o de lo que dijo, o de<br />

lo que refiere que otros pensaron y a él le agradó, importan<br />

que refiramos algunas particularidades y las pongamos en esta obra,<br />

ya sean en favor de la verdadera religión, que es la que<br />

profesa y defiende nuestra fe, o ya parezca que le son contrarias por<br />

lo tocante a la cuestión de un solo Dios y de muchos, el<br />

cual nos afirma y enseña que se debe adorar la doctrina de la<br />

religión católica, por la vida que después de la muerte ha de ser<br />

verdaderamente bienaventurada. Acaso los que se celebran y tienen<br />

fama que con más agudeza y verdad entendieron y<br />

siguieron a Platón como al más famoso y excelente entre los demás<br />

filósofos gentiles, acerca de Dios sienten y opinan claramente<br />

que en él se halla la causa de la humana subsistencia, la razón de<br />

la inteligencia y el orden de la vida; cuyos atributos es<br />

sabido pertenecen, el uno, a la parte natural; el segundo, a la<br />

racional, y el tercero, a la moral. Pues si el hombre fue criado tal,<br />

como por la cualidad que en él es la más excelente de todas, y le<br />

hace superior a todos los entes, alcance lo que excede a<br />

cuantas dichas y felicidades pueden conseguirse; esto es, el<br />

conocimiento y visión beatífica de un solo Dios verdadero,<br />

sumamente bueno, justo y omnipotente, sin el cual no hay naturaleza


que pueda subsistir por sí, ni doctrina que nos alumbre, ni<br />

costumbre que nos convenga, búsquese, pues, a este gran Dios en quien<br />

tendremos nuestra felicidad segura, sígase a este<br />

mismo en quien todos lo tenemos cierto, y ámese de corazón a éste, en<br />

quien todo lo tendremos bueno.<br />

CAPITULO V<br />

Que de la teología se debe disputar principalmente con los<br />

platónicos, cuya opinión se debe preferir a los dogmas y sectas de<br />

todos los filósofos<br />

Si, pues, Platón dijo que el sabio era el verdadero imitador,<br />

conocedor y amador de este gran Dios, con cuya participación es<br />

feliz y bienaventurado, ¿qué necesidad hay de examinar los demás<br />

filósofos, si ninguno de ellos se aproximó tanto a nosotros<br />

como los platónicos? Seguramente debe ceder a éstos no sólo la<br />

teología fabulosa, que con los crímenes de los dioses divierte y<br />

deleita a los impíos, e igualmente la civil, en la cual los impuros y<br />

obscenos demonios, con el dictado pomposo de dioses,<br />

seduciendo con engaños a los hombres entregados a los placeres de la<br />

tierra, quisieron tener los errores humanos por sus<br />

honores divinos, y para que viesen ocularmente en los juegos sus<br />

abominables culpas, tuvieron a sus falsos adoradores por<br />

ecónomos y directores de sus vanidades, pues por medio de ellos<br />

despertaban y excitaban con aquella profesión soez e<br />

inmunda a otros menos cantos a ejercer su culto y devoción, y de los<br />

mismos espectadores tomaban y establecían para sí otros<br />

juegos más deleitables. Así que si se ejecuta alguna acción en sus<br />

templos que tenga visos de honesta, se lustra y mancilla<br />

mezclándose con la torpeza y profanidad de los teatros, y todas las<br />

obscenidades que se ejecutan en las escenas son loables<br />

comparada con ellas la deshonestidad y torpeza de los templos. Ceda<br />

también a estos filósofos todo cuanto Varrón interpretó<br />

sobre estos misterios, acomodándolos al cielo y a la tierra, a las<br />

semillas y producción de cosas mortales y corruptibles, pues ni<br />

se significan con aquellos vanos ritos las cosas que él pretende<br />

insinuar y dar a entender, por lo cual la verdad no va asociada<br />

del mismo influjo que él supone, ni aun cuando lo manifestara<br />

realmente; sin embargo, el alma racional no debía adorar como a<br />

su Dios a objetos que en el orden natural le son inferiores, ni había<br />

de tener y preferir como deidades a unos entes inanimados,<br />

sobre quienes el verdadero Dios la prefirió y antepuso Cédales<br />

asimismo toda la doctrina concerniente a este punto, que Numa<br />

Pompilio procuró esconder, sepultándola consigo mismo, y<br />

descubriéndola el arado la mandó quemar el Senado. En este<br />

género podemos incluir igualmente, sólo por sentir con humanidad y<br />

rectitud de la conducta de Numa, todo cuanto escribe<br />

Alejandro de Macedonia a su madre, que le descubrió y confió León,<br />

gran sacerdote y ministro de los divinos misterios de los<br />

egipcios, en cuyo escrito no sólo Pico y Fauno, Eneas y Rómulo, y aun<br />

Hércules, Esculapio y Baco, hijo de Semele, los<br />

hermanos Tindaridas y otros mortales se tienen y están comprendidos<br />

en el catálogo de los dioses, sino también los mismos<br />

dioses principales que designaron sus antepasados, a quienes sin<br />

nombrar parece que los apunta Cicerón en sus Cuestiones<br />

Tusculanas, Júpiter, Juno, Saturno, Vulcano, Vesta y otros muchos que<br />

procura Varrón referir a las partes y elementos del<br />

mundo, de quienes se hace ver sin la menor ambigüedad que fueron<br />

hombres. Porque temiendo este insigne sacerdote un<br />

severo castigo por haber revelado los misterios, suplica a Alejandro<br />

que luego que haya escrito y dado noticia a su madre de lo<br />

contenido mande quemar su carta. No sólo, pues, cuanto contienen<br />

estas dos teologías, es a saber, la fabulosa y la civil, debe<br />

ceder a los filósofos platónicos, que confesaron que el Dios<br />

verdadero era el autor de todas las causas, el ilustrador de la


verdad y el dador de la bienaventuranza, sino que también deben ceder<br />

a los ínclitos varones que tuvieron una noticia exacta<br />

de un Dios tan grande tan justo, esto es, a todos los otros filósofos<br />

que, gobernados por una razón recta y atendiendo sólo a las<br />

cualidades del cuerpo, creyeron que los principios de la Naturaleza<br />

eran corporales, así como Thales imaginó que era el agua;<br />

Anaxímenes, el aire; los estoicos, el fuego; Epicuro, los átomos,<br />

esto es, unos menudos corpúsculos que ni pueden dividirse ni<br />

sentirse, y otros varios que no es necesario nos detengamos a<br />

referir, quienes sostuvieron que los cuerpos, o simples o<br />

compuestos, vivientes o no vivientes, pero en realidad cuerpos, eran<br />

la causa y principio de las cosas. Pues algunos de ellos,<br />

como fueron los epicúreos, creyeron que de las cosas no vivas podían<br />

engendrarlas las vivas, y de los vivientes, formarse los<br />

vivientes y no vivientes, auque, en efecto, confesaban que de lo<br />

corpóreo se hacían cosas corpóreas. Los estoicos creyeron<br />

que el fuego, que es uno de los cuatro elementos de que consta este<br />

mundo visible, era el viviente, el sabio, el hacedor del<br />

mismo mundo y todo cuanto hay en él, y que este mismo fuego era Dios.<br />

Estos y todos sus semejantes sólo pudieron imaginar<br />

las patrañas que les pintaron confusamente sus limitados<br />

entendimientos, sujetos a los sentidos de la carne. Porque en si<br />

tenían<br />

lo que no veían, y dentro de sí imaginaban lo que fuera habían visto,<br />

aun cuando no lo veían, sino sólo lo imaginaban. Y esto,<br />

delante de tal pensamiento, ya no es cuerpo, sino semejanza de<br />

cuerpo. Aquella representación con que se observa en el<br />

ánimo esta semejanza del cuerpo, ni es cuerpo ni semejanza de él, y<br />

aquello con que se ve y se juzga si esta representación es<br />

hermosa o fea, sin duda es mejor que lo mismo que se juzga. Este es<br />

el espíritu del hombre y la naturaleza del alma racional, la<br />

cual, en efecto, no es cuerpo, supuesto que la representación del<br />

cuerpo, cuando se ve y se juzga en el ánimo del que imagina<br />

y piensa, tampoco es cuerpo. Luego no es ni tierra, ni agua, ni aire,<br />

ni fuego, de cuyos cuatro cuerpos, que llamamos cuatro<br />

elementos, vemos que está compuesto este mundo corpóreo. Y si nuestro<br />

espíritu no es cuerpo, ¿cómo Dios, que es criador de<br />

este espíritu, es cuerpo? Cedan, pues, también estos filósofos, como<br />

hemos dicho, a los platónicos, y cédanles asimismo aquellos<br />

que, aunque no se atrevieron a decir que Dios era cuerpo, sin<br />

embargo, creyeron que nuestro espíritu era de la misma<br />

naturaleza que él; tan poco poderosa fue a excitarlos y desengañarlos<br />

la mutabilidad tan palpable de nuestro espíritu, que el<br />

intentar atribuirla a la naturaleza divina sería impiedad abominable.<br />

Pero añade que con el cuerpo se muda y altera la<br />

naturaleza del alma, aunque por su esencia es inmutable. Con más<br />

razón debieran entonces decir que la carne se hiere con<br />

algún cuerpo, y que, sin embargo, por sí misma es incapaz de ser<br />

herida. Lo cierto es que lo que es inmutable con ninguna<br />

cosa se puede cambiar, y lo que con el cuerpo puede mudarse con algo<br />

se puede mudar y no puede llamarse inmutable.<br />

CAPITULO VI<br />

De lo que sintieron los platónicos en la parte de la Filosofía que se<br />

llama física<br />

Observaron estos filósofos, que con justa causa vemos preferidos a<br />

los demás en fama y gloria, que ninguna especie de cuerpo<br />

es Dios; por cuyo motivo trascendieron e hicieron análisis de todos<br />

los cuerpos para hallar a Dios. Advirtieron que todo cuanto<br />

era mudable o estaba sujeto a las leves de la instabilidad no era el<br />

sumo Dios, y así dirigieron todos sus discursos a examinar y<br />

averiguar la esencia y cualidades de todas las almas y espíritus<br />

instables, para descubrir en ellas al mismo Dios. Notaron aún<br />

más, que toda forma existente en cualquier ente mudable con la que


ecibe su primitivo ser, de cualquier modo o naturaleza que<br />

sea, no puede ser sino dependiente de aquel ente superior que<br />

realmente tiene ser y es inmutable. Por lo cual ni el cuerpo de<br />

todo el mundo, con sus figuras, cualidades, movimiento concertado, ni<br />

los elementos que están ordenados desde el cielo hasta la<br />

tierra, ni cualesquiera cuerpos que haya en ellos, ni todas las<br />

vidas, así las que nutre y contiene, como la de los árboles y<br />

vegetales o la que además de esta cualidad entiende y discurre como<br />

la de los hombres, o la que no tiene necesidad de la<br />

nutrición, sino que únicamente contiene, siente y entiende, cual es<br />

la de los ángeles, no puede ser sino dependiente de aquel<br />

que simple y absolutamente tiene ser, porque en él no es una cosa el<br />

ser y otra el vivir, como si pudiese ser no viviendo, ni es<br />

una cosa el vivir y; otra el entender, como si pudiese vivir no<br />

entendiendo, ni es una cosa en él el entender y otra el ser<br />

bienaventurado, sino que es lo mismo que en él es vivir, entender y<br />

ser bienaventurado; esto es, en él el ser. Por causa de esta<br />

inmutabilidad y simplicidad vinieron a conocerle y a inferir que él<br />

hizo todas estas cosas y que no pudo ser hecho por alguno.<br />

Pues consideraron que todo lo que tiene ser, o es cuerpo o vida, y<br />

que la vida es una cualidad más apreciable que el cuerpo, y<br />

que la especie o forma del cuerpo era sensible, y la de la vida,<br />

inteligible, por cuya razón prefirieron, la especie y forma<br />

inteligible a la sensible. Llamamos sensibles los objetos que pueden<br />

percibirse con la vista y con el tacto del cuerpo; inteligibles,<br />

los que se pueden comprender con la vista y reflexión del<br />

entendimiento; pues no hay hermosura o belleza corporal, ya sea en<br />

el estado de quietud del cuerpo, como es la figura, ya sea en el<br />

movimiento, como es el cántico o la música, de la que no pueda<br />

ser juez árbitro el alma. Lo cual, sin duda, no pudiera ser si no<br />

residiera en ella esta apreciable especie, que no tiene grandeza<br />

de mole, ni ruido de voces, ni espacio de lugar o tiempo. Y si esta<br />

cualidad no fuese mudable, tampoco juzgarla una mejor que<br />

otro de las especies sensibles; mejor el más ingenioso que el más<br />

estúpido, mejor el sabio que el ignorante, mejor el más<br />

ejercitado que el menos práctico, y aun uno mismo cuando va<br />

aprovechando mejor ciertamente que antes. Ahora bien, lo que<br />

admite más y menos, sin duda que es mudable; por cuyo motivo los<br />

hombres instruidos, ingeniosos y ejercitados en estas<br />

materias vinieron a entender que la primera especie no residía en<br />

estas, cosas, sujetas a tal mutabilidad. Advirtiendo, pues éstos<br />

que el cuerpo y el alma eran más y menos especiosos, y que, si<br />

pudieran carecer de toda especie, serian absolutamente nada,<br />

conocieron que existía alguna causa donde estuviese y residiese la<br />

primera especie inmutable, y por lo mismo incomparable,<br />

creyendo con razón que allí estaba el principio de todas las cosas,<br />

el que había sido hecho de ninguno, y por quien habían sido<br />

criados todos los seres. . Basta este autorizado<br />

testimonio, por lo concerniente a la parte que llaman física, esto<br />

es,<br />

natural.<br />

CAPITULO VII<br />

Por cuanto, más aventajados que los demás, deben tenerse los<br />

platónicos en La lógica, esto es, en la filosofía racional<br />

Por lo que toca a la doctrina en que consiste la otra parte, que<br />

llaman lógica, esto es, racional, de ningún modo se pueden<br />

comparar con ellos los que colocan el examen y juicio de la verdad en


los sentidos corporales, pareciéndoles que todo cuanto<br />

se sabe y aprende se debe tantear y medir con sus inconstantes y<br />

engañosas reglas, como los epicúreos, y cualesquiera otros<br />

que siguen la misma opinión, y también los estoicos, quienes,<br />

habiendo ejercitado con la mayor agudeza y energía el arte de<br />

disputar, que llaman Dialéctica, fueron de dictamen que ésta se debía<br />

derivar de los sentidos del cuerpo; diciendo que por estos<br />

principios concebía el alma aquellas nociones que llaman Ennoias con<br />

que declaran las cosas que definen, y que de ellos<br />

procede y dimana toda la forma y estilo con que se aprende y enseña.<br />

Sobre cuya aserción no puede menos de llenarme de<br />

admiración cuando dicen que no son hermosos sino los sabios, y al<br />

mismo tiempo no puedo comprender con qué sentidos del<br />

cuerpo ven esta hermosura, y con qué ojos carnales advierten la forma<br />

y belleza de la sabiduría. Mas estos otros, que con<br />

razón anteponemos a los demás, distinguieron las cosas que vemos con<br />

el entendimiento de las que tocamos con los sentidos,<br />

no defraudando a los sentidos lo que pueden en virtud de sus<br />

facultades, ni dándoles más de lo que pueden; y dijeron que la<br />

luz del entendimiento para aprender y saber todas las cosas era el<br />

mismo Dios, por quien fueron hechas todas.<br />

CAPITULO VIII<br />

Que también en la filosofía moral tienen el primer lugar los<br />

platónicos<br />

La tercera y última parte es la moral, que en griego dicen Ethica,<br />

donde se busca aquel sumo bien, al cual, refiriendo nosotros<br />

todas nuestras acciones, deseándolo por sí solo y no por otro, y<br />

consiguiéndolo, al fin, no tengamos que buscar más para ser<br />

bienaventurados. Por cuya razón se llama también fin, pues por él<br />

deseamos las otras cosas; mas a aquel sumo bien no se le<br />

busca sino por sí propio. Este bien beatificó unos dijeron que le<br />

venía al hombre del cuerpo, otros del alma, otros de ambos<br />

juntamente; porque advertían que el hombre constaba de alma y cuerpo,<br />

creyendo, por consiguiente, que de una de estas<br />

partes integrales o de ambas, podía procederles el bien, digo el bien<br />

final, con que fuesen verdaderamente felices, adonde<br />

enderezasen y refiriesen todas .sus acciones morales, y después de<br />

haberlo conseguido no buscaron objeto alguno a qué<br />

referirlo. Por cuya causa los que se dice añadieron un tercer género<br />

de bienes, que llaman extrínsecos, como es el honor, la<br />

gloria, el dinero y otras cosas semejantes, no le aumentaron como si<br />

fuese bien final, esto es, digno de apetecerse por sí mismo,<br />

sino por otro bien, por el cual este género de bien era bueno para<br />

los buenos y malo para los malos. Así, los que pusieron el<br />

bien del hombre en el alma o en el cuerpo, o en lo uno y en lo otro,<br />

no sintieron otra cosa sino que se debía colocar en el<br />

hombre; mas los que le designaron en el cuerpo, le colocaron en la<br />

parte más soez del hombre; y los que en el alma, en la<br />

parte más noble; y los que en lo uno y en lo otro, en todo el hombre.<br />

Pues ya sea en una parte o en todo el hombre; ello, no es<br />

sino el hombre. Y no porque haya estas tres diferencias se formaron<br />

solas tres sectas de filósofos, sino muchas; pues entre ellos<br />

se conocieron muchas y diversas opiniones sobre el bien del cuerpo,<br />

el bien del alma y el bien de ambos juntos. Cedan, pues,<br />

todos éstos a aquellos filósofos que dijeron que era bienaventurado<br />

el hombre, no el que gozaba del cuerpo, ni el que goza del<br />

alma, sino el que gozaba de Dios, no como goza el alma del cuerpo; o<br />

de sí misma, o como el amigo del amigo, sino como el ojo<br />

de la luz; si se hubieren de alegar algunas razones dé éstos para<br />

demostrar qué sean o qué tal sean estas semejanzas, con el<br />

favor del mismo Dios, lo declararemos en otro lugar lo mejor que nos<br />

fuese posible Baste por ahora decir que Platón determinó<br />

en que el fin del sumo bien era vivir según la virtud, el cual


solamente podía alcanzar el, que tenía conocimiento de Dios y le<br />

imitaba en sus operaciones, y que no era por otra causa<br />

bienaventurado; por eso no duda asegurar que filosofar rectamente es<br />

amar a Dios de corazón, cuya naturaleza es incorpórea. De cuya<br />

doctrina se infiere, efectivamente, que entonces será<br />

bienaventurado el estudioso y amigo de la sabiduría (que esto quiere<br />

decir filósofo) cuando principiare a gozar de Dios. Pues<br />

aunque no sea siempre feliz el que goza del objeto amado (porque<br />

muchos, apreciando lo que no debe amarse, son<br />

miserables, y mucho más cuando de ello gozan); sin embargo, ninguno<br />

es bienaventurado si no goza de lo que ama, pues los<br />

mismos que aman los objetos que no deben amar no imaginan que son<br />

felices, sino cuando los gozan. Cuando uno disfruta<br />

aquello mismo que ama y aprecia al verdadero y sumo bien, ¿quién sino<br />

un hombre estúpido y miserable puede negar que es<br />

bienaventurado? Este mismo verdadero y sumo bien, dice Platón que es<br />

Dios, y por eso desea que el filósofo sea amante de<br />

Dios; pues supuesto que la filosofía pretende y endereza sus<br />

especulaciones al goce de la vida bienaventurada, gozando de<br />

Dios será feliz el que amare a Dios.<br />

CAPITULO IX<br />

De la filosofía que más se acercó a la verdad de la fe católica<br />

Cualesquiera filósofos que sintieron así del sumo y verdadero Dios,<br />

es, a saber, opinaron que e, autor de las cosas criadas, luz<br />

de las que deben conocerse y bien de las que deben ejecutarse, y que<br />

de el tenemos el principio de nuestra naturaleza y la<br />

felicidad de nuestra vida, ya se llamen con mas propiedad platónicos,<br />

ya tenga su secta cualquiera otro nombre, ya hayan sido<br />

solamente los principales de la secta jónica los que sintieron de<br />

este modo, como fue el mismo Platón y los que entendieron bien<br />

sus dogmas; ya fuesen también los discípulos de la secta itálica, por<br />

amor y respeto a Pitágoras y sus defensores, y si acaso<br />

hubo otros filósofos del mismo dictamen; ya, asimismo, los que entre<br />

otras naciones han sido tenidos por sabios o filósofos, a<br />

saber: los atlánticos, líbicos, egipcios, indios, persas, caldeos,<br />

escitas, franceses, españoles, y si, por fortuna, existen otros que<br />

hayan entendido y enseñado esto mismo, todos los preferimos a los<br />

demás y confesamos ingenuamente son los que más se han<br />

aproximado a nuestra opinión.<br />

CAPITULO X<br />

Excelencia del cristianismo religioso entre todas las teorías<br />

filosóficas<br />

Aunque el cristiano, versado únicamente en la literatura<br />

eclesiástica, ignore acaso el nombre de los platónicos y no tenga la<br />

menor noticia de si hubo entre los griegos dos sectas de filósofos,<br />

jónicos e itálicos; sin embargo, no está tan ignorante de las<br />

cosas humanas que no sepa que los filósofos profesan: o el estudio de<br />

la sabiduría o la misma sabiduría. Con todo, se guarda<br />

de los que filosofan y no saben más que cuántos son los elementos de<br />

este mundo, sin extenderse al conocimiento de Dios, por<br />

quien fue criado el mundo. Así está advertido por el precepto<br />

apostólico, que dice: Mas porque no imagine que todos son iguales,<br />

atienda lo que el mismo apóstol refiere de algunos de ellos.


entendimiento, entendiéndolas e infiriéndolas por las hechas desde la<br />

creación del mundo, y se deja también ver su eterna virtud<br />

y divinidad.> Y hablando con los atenienses, después, de referir un<br />

incomprensible misterio de Dios que muy pocos podían<br />

entender: , añadió: . Sabe guardarse muy<br />

bien de estos mismos en los puntos en que erraron; porque donde dice<br />

el apóstol que por cosas criadas les manifestó Dios<br />

cómo con la luz de su entendimiento pudiesen ver las invisibles,<br />

también dice que no reverenciaron ni adoraron como debían al<br />

mismo Dios, pues tributaron a otros que no debían el honor y gloria<br />

que sólo se debe dar a Él solo .<br />

En cuya expresión, sin duda, entendió a los romanos, griegos y<br />

egipcios que se gloriaban de sabios, aunque de este punto<br />

trataremos después con ellos mismos. Pero en cuanto concuerdan con<br />

nosotros en la confesión de un solo Dios, autor y criador<br />

de este mundo, quien no sólo sobre todos los cuerpos es incorpóreo,<br />

sino también sobre todas las almas es incorruptible,<br />

principio nuestro, luz nuestra, bien nuestro; en esto preferimos<br />

estos filósofos a todos los demás.<br />

Aunque el cristiano ignorante de la doctrina de estos filósofos no<br />

use en sus disputas los términos y expresiones que no<br />

aprendió, de modo que la parte en que se trata de la investigación de<br />

la naturaleza la llame: o natural en latín o física en griego;<br />

racional o lógica donde se enseña demostrativamente el criterio de la<br />

verdad y método de discurrir y raciocinar; y moral o ética,<br />

donde se trata de las costumbres y del último fin de los bienes que<br />

deben desearse y de los males que se deben evitar; no por<br />

eso ignora que recibimos de un solo Dios verdadero y todopoderoso la<br />

naturaleza con que nos formó a su imagen y semejanza<br />

la doctrina inconcusa con que podamos conocerle a Él y a nosotros<br />

mismos, y la gracia con que, uniéndonos con él, seamos<br />

bienaventurados. Así, que ésta es la causa por que anteponemos estos<br />

filósofos a los demás; porque habiendo éstos consumido<br />

su ingenio y estudio en la inquisición de las causas naturales, y en<br />

saber el método de aprender v de, vivir, aquellos, con sólo<br />

conocer a Dios, hallaron y descubrieron la causa de la creación del<br />

mundo, la verdadera luz para percibir la verdad, y la<br />

verdadera fuente para beber en sus cristalinas aguas la felicidad. Ya<br />

sean, pues, los platónicos, ya cualesquiera filósofos de otra<br />

nación, los que sienten así de, Dios, opinan del mismo modo que<br />

nosotros. No obstante, tuvimos por conveniente tratar esta<br />

controversia más con los platónicos que con otros, porque su<br />

erudición y sabiduría es más conocida; pues aun los griegos, cuyo<br />

idioma es el que más florece entre los gentiles, la celebraron mucho,<br />

y asimismo los latinos, excitados o de su excelencia o de su<br />

gloria, se entregaron a ella con más gusto y voluntad, y<br />

traduciéndola en su lengua nativa, la han ido ilustrando y<br />

ennobleciendo más.<br />

CAPITULO XI<br />

De dónde pudo Platón alcanzar aquella noticia con que tanto se acercó<br />

a la doctrina cristiana<br />

Admíranse algunos de los que se han unido a nuestra sociedad por la<br />

gracia de Jesucristo, cuando oyen o leen que Platón<br />

opinó con tanto acierto acerca de Dios, observando asimismo que su<br />

doctrina concuerda en gran parte con las verdades


incontrastables de nuestra religión; por lo que imaginan muchos que<br />

cuando fue a Egipto oyó allí al profeta Jeremías, o que en la<br />

misma peregrinación leyó los libros de los profetas, cuya opinión he<br />

estampado en algunos de mis escritos. Pero ajustado<br />

cabalmente el cómputo de los tiempos conforme a las reglas de la<br />

cronología, resulta que desde la época en que profetizó<br />

Jeremías hasta que nació Platón transcurrieron casi cien años; y<br />

habiendo vivido sólo ochenta y uno, contando desde el año<br />

en, que murió hasta el tiempo en que Ptolomeo, rey de Egipto, envió a<br />

pedir a los judíos las escrituras de los profetas de su<br />

nación hebrea, y mandó interpretarlas y conservarlas por medio de la<br />

exposición de los setenta intérpretes hebreos que sabían<br />

también el idioma griego, pasaron casi sesenta años; de lo cual se<br />

infiere que Platón, en su peregrinación, ni pudo ver a<br />

Jeremías, como que había muerto tantos años antes, ni leer las mismas<br />

escrituras, que aún no se habían traducido al griego,<br />

cuya lengua poseía, a no ser que digamos que, siendo este filósofo<br />

tan aplicado al estudio y tan instruido en las ciencias, tuvo<br />

noticia de ellas por intérprete, así como la tuvo de las egipcias, no<br />

para traducirlas por escrito (lo cual dicen logró Ptolomeo que<br />

se efectuase a costa de una considerable gracia que les dispensó y<br />

por el temor que podía inspirarles el mandato real), sino<br />

para aprender según su capacidad cuanto en ellas se contenía,<br />

comunicándole y tratándolo con otros sabios. Y que así pueda<br />

presumirse parece lo persuaden los incontestables testimonios que se<br />

hallan en el Génesis, donde se lee: Y en el Timeo, de Platón, que es un libro que escribió sobre<br />

la creación del mundo, dice que Dios, en aquella<br />

admirable obra, juntó primeramente la tierra, y el fuego. Es evidente<br />

que al fuego le señala por verdadero lugar el cielo y a la<br />

tierra la misma tierra. Esta expresión tiene cierta analogía con lo<br />

que dice la Escritura, que al principio hizo Dios el cielo y la tierra.<br />

Después los otros dos medios (con cuya interposición pudiesen<br />

coadunarse entre sí estos extremos) dice que son el agua y<br />

el aire; por lo que sospechan que entendió del mismo modo aquella<br />

expresión: que el espíritu de Dios se movía sobre las<br />

aguas. Porque advirtiendo con poca circunspección en qué sentido<br />

suele llamar la Escritura el espíritu de Dios (supuesto que el<br />

aire se dice también espíritu), parece pudo entender que en el citado<br />

lugar se hizo mención de los cuatro elementos. Asimismo,<br />

cuando insinúa Platón que el filósofo es amante de Dios no hay objeto<br />

que más nos encienda en la lectura de las sagradas<br />

letras; especialmente aquella expresión me excita a creer que Platón<br />

no dejó de instruirse en los libros, donde se refiere que el<br />

ángel habló en nombre de Dios al santo Moisés, de modo que,<br />

preguntándole éste qué nombre tenía el que le mandaba ir a<br />

poner en libertad al pueblo hebreo, sacándole de la servidumbre de<br />

Egipto, le respondió: ; como dando a entender que<br />

las cosas que son mudables son nada en comparación<br />

del que verdaderamente es, porque es inmutable. Esta divina sentencia<br />

defendió acérrimamente Platón, y la recomendó con el<br />

mayor encargo; y dudo si se hallará descrita en los libros de cuántos<br />

sabios precedieron a Platón, si no es en el lugar donde se<br />

dijo: <br />

CAPITULO XII<br />

Que también los platónicos, aunque sintieron bien de un solo Dios<br />

verdadero, con todo, fueron de parecer que debían<br />

adorarse muchos dioses<br />

Pero en cualquiera libro que él aprendiese esta divina sentencia, ya<br />

fuese en los escritos de los que le precedieron, o como dice


el Apóstol: , me parece ahora que con justa causa he<br />

elegido a los filósofos platónicos para ventilar esta cuestión<br />

que al presente tenemos entre manos, porque en ella se trata de la<br />

teología natural, donde se investiga si debe adorarse a un<br />

solo Dios o a muchos por el interés de la felicidad que debe<br />

conseguirse en la vida futura. Lo cual creo que he declarado<br />

suficientemente en los libros anteriores.<br />

Elegí principalmente a estos filósofos, porque cuanto mejor sintieron<br />

acerca de un solo Dios que hizo el cielo y la tierra, tanto más<br />

son tenidos por ilustres entre los demás; y los que después les<br />

sucedieron los prefirieron a todos en tanto grado, que habiendo<br />

Aristóteles, discípulo de Platón, hombre de excelente ingenio, y<br />

aunque en el estilo y elocuencia inferior a Platón, no obstante,<br />

superior a otros muchos, habiendo, digo, establecido la secta Peripatética<br />

(llamada así porque paseándose solía explicar y<br />

disputar) y congregando aun en vida de su maestro con su grande fama<br />

muchos discípulos que seguían su secta, y habiendo<br />

después de la muerte de Platón, Speusipo, hijo de su hermana, y<br />

Xenócrates, su querido discípulo, sucedídole en su escuela,<br />

que se llamaba Academia (por lo que así ellos como sus sucesores se<br />

denominaron académicos); con todo, los filósofos más<br />

modernos y famosos y que tuvieron por conveniente seguir a Platón, no<br />

quisieron llamarse peripatéticos o académicos, sino<br />

platónicos, entre quienes son muy nombrados Plotino, Jámblico y<br />

Porfirio, griegos, y en ambas lenguas, esto es, en la griega y<br />

latina, ha sido muy insigne platónico Apuleyo el Africano. Pero todos<br />

éstos, los demás, sus semejantes y el mismo Platón,<br />

siguieron la opinión de que se debían adorar muchos dioses.<br />

CAPITULO XIII<br />

De la sentencia de Platón, en que establece que los dioses no son<br />

sino buenos y amigos de las virtudes<br />

Y así, aunque en otros puntos, y algunos bastante graves, sean<br />

también de distinta opinión, sin embargo, como el artículo que<br />

acabo de referir importa mucho y la controversia que tratamos es<br />

acerca de lo mismo, les pregunto en primer lugar: ¿A qué<br />

dioses les parece debe darse culto y veneración, a los buenos o a los<br />

malos, o debe tributarse a unos y otros? Pero sobre este<br />

punto tenemos expresa la sentencia de Platón, que dice que todos los<br />

dioses son buenos, y ninguno de ellos es malo. Luego se<br />

sigue que este culto y adoración debe darse a los buenos; porque,<br />

entonces, se hace este culto a los dioses cuando se hace a<br />

los buenos, supuesto que no serán dioses si no fuesen buenos. Y si<br />

esto es cierto (pues de los dioses no es razón se imagine lo<br />

contrario), sin duda que resulta vana y fútil la opinión de algunos<br />

que presumen que deben aplacarse con sacrificios a los dioses<br />

malos porque no nos dallen, y que debemos invocar a los buenos para<br />

que nos favorezcan; puesto que no hay dioses malos y<br />

el culto, como dicen, debe tributarse a los buenos. ¿Quiénes son,<br />

pues, los que se Iisonjean y gustan de los juegos escénicos y<br />

piden que se los mezclen con los ritos divinos, y que en su nombre y<br />

honor se celebren? Cuyo poder, aunque no sea indicio de<br />

que son nada en la omnipotencia, sin embargo, este afecto es un signo<br />

demostrativo y real de que son malos. Porque es<br />

innegable la opinión de Platón sobre los juegos escénicos cuando a<br />

los mismos poetas, porque habían compuesto obras tan<br />

obscenas e indignas de la bondad y majestad de los dioses, fue de<br />

dictamen que se les desterrase de la ciudad. ¿Qué dioses<br />

son éstos, que sobre los juegos escénicos debaten y se oponen al<br />

mismo Platón? Por cuanto este insigne filósofo no puede


tolerar que infamen a los dioses con crímenes supuestos, y éstos<br />

prescriben que, con la exposición de sus propias culpas, se<br />

celebren sus fiestas. Finalmente, cuando estas deidades mandaron<br />

restaurar los juegos escénicos, pidiendo cosas torpes, se<br />

manifestaron asimismo malignos con los daños que causaron quitando a<br />

Tito Latino un hijo y postrándole en una penosa y peligrosa<br />

dolencia, solamente porque rehusó cumplir su mandato; mas<br />

Platón, sin embargo de ser tan inicuos, es de dictamen que<br />

no se les debe temer, antes perseverando constante en su opinión, no<br />

duda en desterrar de una República bien ordenada<br />

todas las sacrílegas futilezas y ficciones de los poetas, de las que<br />

los dioses, por lo que participan de la abominación y de la<br />

torpeza, se complacen y deleitan. Como ya insinué en el libro II,<br />

Labeón coloca a Platón entre los semidioses. El cual Labeón<br />

opina que los dioses malos se aplacan con sacrificios cruentos y con<br />

semejantes medios, y los buenos con juegos y festividades<br />

de regocijo y alegría. Pero ¿cuál es la causa porque el semidiós<br />

Platón se atreve con tanta constancia a abolir aquellos placeres<br />

y deleites que tiene por torpes, privando de este festejo, no como<br />

quiera a los semidioses, sino a los mismos dioses, y lo que es<br />

más reparable, a los buenos? Cuyas deidades, evidentemente,<br />

comprueban cuán falso sea el dictamen de Labeón, supuesto<br />

que en el suceso de Latino no sólo se mostraron lascivos y deseosos<br />

de fiestas, sino también crueles y terribles. Declarérennos,<br />

pues, este misterio, los platónicos, que sustentan la opinión de su<br />

maestro, defendiendo que todos los dioses son buenos y<br />

honestos, y que en la práctica de las virtudes son socios<br />

inseparables de los sabios, y que sentir lo contrario de alguno de<br />

los<br />

dioses es impiedad. Dicen: nos agrada declararlo. Pues oigámoslos con<br />

atención.<br />

CAPITULO XIV<br />

De la opinión de los que dicen que las almas racionales son de tres<br />

clases, a saber: las que hay en los dioses celestiales, en los<br />

demonios aéreos y en los hombres terrenos<br />

Todos los animales, dicen, que tienen alma racional, se dividen en<br />

tres clases: en dioses, hombres y demonios. Los dioses<br />

ocupan el lugar más elevado, los hombres el más humilde y los<br />

demonios el medio entre unos y otros. Por lo que el lugar propio<br />

de los dioses es el cielo, el de los hombres la tierra y el de los<br />

demonios el aire. Y así como tienen diferentes lugares, tienen<br />

también diferentes naturalezas. Por lo cual los dioses son mejores<br />

que los hombres y los demonios; los hombres son inferiores a<br />

los dioses y demonios, y como lo son en el orden de los elementos,<br />

así lo son también en la diferencia de los méritos Los demonios,<br />

puesto que están en medio, así como deben ser pospuestos a los<br />

dioses, debajo de los cuales habitan, así se deben<br />

preferir a los hombres sobre quienes moran. Porque con los dioses<br />

participan de la inmortalidad de los cuerpos, y con los<br />

hombres de las pasiones del alma, y así no es maravilla, dicen, que<br />

gusten también de las torpezas de los juegos y de las<br />

ficciones de los poetas, supuesto que están sujetos asimismo a las<br />

pasiones humanas, de que los dioses están muy ajenos y<br />

totalmente libres. De todo lo cual se infiere que cuando abomina y<br />

prohíbe Platón las ficciones poéticas no quita el gusto y<br />

entretenimiento de los juegos escénicos a los dioses, todos los<br />

cuales son buenos y excelsos, sino a los demonios. Si esto es<br />

cierto, aunque también lo hallemos escrito en otros (sin embargo,<br />

Apuleyo Madurense, platónico, escribió sólo sobre este punto<br />

un libro que intituló el Dios de Sócrates, donde examina y declara de<br />

qué clase era el dios que tenía consigo Sócrates, con<br />

quien profesaba estrecha amistad, el cual dicen que acostumbraba<br />

advertirle dejase de hacer alguna acción cuando el suceso


no podía serle favorable; pero Apuleyo claramente afirma, y<br />

abundantemente confirma que aquél no era dios, sino demonio,<br />

cuando disputa con la mayor exactitud sobre la opinión de Platón de<br />

la alteza de los dioses, de la, bajeza de los hombres y de la<br />

medianía de los demonios), si esto es indudable, pregunto: ¿Cómo se<br />

atrevió Platón, desterrando de la ciudad a los poetas, a<br />

quitar las diversiones del teatro, ya que no a los dioses, a quienes<br />

eximió del contagio humano, a lo menos a los mismos<br />

demonios, sino porque así advirtió que el alma del hombre, aun cuando<br />

reside en el cuerpo humano, por el resplandor de la<br />

virtud y de la honestidad, no hace caso de los obscenos mandatos de<br />

los demonios y abomina de su inmundicia? Y si Platón,<br />

por sus sentimientos honestos, lo reprende y prohíbe, sin duda que<br />

los demonios lo pidieron y mandaron torpemente. Luego, o<br />

Apuleyo se engaña, y el dios que Sócrates tuvo por amigo no fue de<br />

este orden, o Platón siente cosas entre sí contrarias,<br />

honrando por una parte a los demonios y por otra desterrando sus<br />

deleites y festejos de una República virtuosa y bien<br />

gobernada, o no debemos dar el parabién a Sócrates de su amistad con<br />

el, demonio, la cual causó tanto rubor al mismo<br />

Apuleyo, que intituló su libro con el nombre del Dios de Sócrates,<br />

debiéndole llamar, según su doctrina, en que tan diligente y<br />

copiosamente distingue los dioses de los demonios, no del dios, sino<br />

del demonio de Sócrates. Y quiso mejor poner este nombre<br />

en el mismo discurso que no el título del libro, pues merced a la<br />

sana y verdadera doctrina que dio luz a las tinieblas de los<br />

hombres, todos, o casi todos, tienen tanto horror al nombre de<br />

demonio, que cualquiera que antes del discurso de Apuleyo, en<br />

que se acredita, Ia dignidad de los demonios, leyera el título del<br />

demonio de Sócrates, entendiera que aquel hombre no había<br />

estado en su sano juicio. Y el mismo Apuleyo ¿qué halló que alabar en<br />

los demonios sino la sutileza y firmeza de sus cuerpos y<br />

el lugar elevado donde habitan? Pues de sus costumbres, hablando de<br />

todos en general, no sólo no refirió alguna buena, sino<br />

muchas malas. Finalmente, leyendo aquel libro, no hay quien deje de<br />

admirarse que ellos hayan querido que en su culto y<br />

veneración les sirvan igualmente con las torpezas y deshonestidades<br />

del teatro, y queriendo que les tengan por dioses, puedan<br />

holgarse y lisonjearse con las culpas de los dioses, y qué todo<br />

aquello de que en sus fiestas se ríen, o con horror abominan por<br />

su impura solemnidad, o por su torpe crueldad pueda, convenir a sus<br />

apetitos y afectos.<br />

CAPITULO XV<br />

Que ni por razón de los cuerpos aéreos, ni por habitar en lugar<br />

superior, se aventajaban los demonios a los hombres<br />

Por lo cual; un corazón verdaderamente religioso y rendido al<br />

verdadero Dios, considerando estas futilezas, de ningún modo<br />

debe pensar que los demonios son mejores que él porqué tienen cuerpos<br />

más bien organizados, pues por la misma razón<br />

pudiera igualmente ser aventajado por muchas bestias, que en la<br />

viveza de los sentidos, en la facilidad y ligereza de los<br />

movimientos, en la robustez de las fuerzas, en la firmeza y solidez<br />

de los cuerpos, nos hacen conocida ventaja. ¿Qué hombre<br />

puede igualarse en la perspicacia de la vista con las águilas y los<br />

buitres; en el olfato con los perros; en la velocidad con las<br />

liebres, con los ciervos y con las aves; en el valor con los leones y<br />

elefantes; en la vida larga con las serpientes, de quienes se<br />

dice que dejando los despojos de la senectud, y mudando su antigua<br />

túnica, vuelven a remozar? Pero así como en el discurso y<br />

la razón somos más excelentes que éstos, así también, viviendo bien y<br />

virtuosamente, debemos ser mejores que los demonios.<br />

Por esta causa la divina Providencia concedió ciertos dones<br />

corporales más singulares a estos animales, a quienes nosotros


seguramente hacemos ventaja, para recomendarnos de este modo que<br />

tuviésemos cuidado de cultivar aquella parte en que les<br />

hacemos ventaja con mucha mayor diligencia que el cuerpo, y para que<br />

aprendiésemos a despreciar la excelencia corporal<br />

que observamos tenían también los demonios en comparación de la buena<br />

y virtuosa vida, en que les hacemos ventaja;<br />

esperando igualmente nosotros la inmortalidad de los cuerpos, no la<br />

que ha de ser atormentada con penas eternas, sino a la<br />

que preceda y acompañe la limpieza y pureza de las almas Por lo que<br />

respecta a la superioridad del lugar, excita la risa el<br />

pensar que porque ellos habitan en el aire y nosotros en la tierra se<br />

nos deben anteponer, pues si así fuera, también pueden<br />

ser preferidas a nosotros todas las aves del cielo. Y si dijesen que<br />

las aves, cuando están cansadas de volar o tienen necesidad<br />

de suministrar algún sustento al cuerpo se vuelvan a la tierra, o<br />

para descansar o para comer, y que estas operaciones no las<br />

hacen los demonios, pregunto: ¿Acaso intentarán decir que las aves<br />

nos aventajan a nosotros, y los demonios a las aves? Y si<br />

esto es un desatino, no hay motivo para que creamos que porque<br />

habitan en elemento más elevado son dignos de que nos<br />

rindamos a ellos con afecto de religión. Porque así como es posible<br />

que las aves del aire no sólo no se nos antepongan a<br />

nosotros, que somos terrestres, sino también se nos rindan y sujeten<br />

por la dignidad del alma racional que tenemos, así es<br />

posible que los demonios, aunque sean más aéreos, no por eso sean<br />

mejores que nosotros, que somos terrestres, porque el<br />

aire está más alto que la tierra, sino que debemos ser preferidos,<br />

porque la desesperación de ellos de ninguna manera se debe<br />

comparar con la esperanza de los hombres piadosos y temerosos de<br />

Dios. Pues aun la razón de Platón, que dispone con cierta<br />

proporción los cuatro elementos, entrometiendo entre los dos<br />

extremos, que son el fuego movible y la tierra inmoble, los medios,<br />

que son el aire y el agua (de modo que cuando, el aire es más<br />

superior que el agua, y el fuego más que el aire, tanto más<br />

superior es el agua que la tierra), con bastante claridad nos<br />

desengañan para que no deseamos estimar los méritos y dignidad<br />

de los animales por los grados de los elementos. Aun el mismo<br />

Apuleyo, con los demás, confiesa que el hombre es animal<br />

terrestre, quien, no obstante, es, sin comparación, más excelente, y<br />

se aventaja a los animales acuáticos, aunque prefiera Platón<br />

las aguas a la tierra; para que así entendamos que cuando se trata<br />

del mérito y dignidad de las almas, no debemos guardar el<br />

mismo orden que vemos hay en los grados de los cuerpos, sino que es<br />

posible que una alma mejor habite en cuerpo inferior y<br />

una peor en cuerpo superior.<br />

CAPITULO XVI<br />

Lo que sintió Apuleyo platónico de las costumbres de los demonios<br />

Hablando, pues, este mismo platónico de la condición de los demonios,<br />

dice que padecen las mismas pasiones del alma que los<br />

hombres; que se enojan e irritan con las injurias; que se aplacan con<br />

los dones; que gustan de honores y se complacen con<br />

diferentes sacrificios y ritos, y que se enojan cuando se deja de<br />

hacer alguna ceremonia en ellos. Entre otras cosas, dice también<br />

que a ellos pertenecen las adivinaciones de los augures,<br />

arúspices, adivinos v sueños; que son los autores de los milagros<br />

o maravillas de los magos o sabios. Y definiéndolos brevemente, dice<br />

que los demonios, en su clase, son animales; en el ánimo,<br />

pasivos; en el entendimiento, racionales; en el cuerpo, aéreos, y en<br />

el tiempo, eternos; y que de estas cinco cualidades, las tres<br />

primeras son comunes a nosotros, la cuarta es propia suya, y la<br />

quinta común con los dioses Pero advierto que entre las tres<br />

primeras que tienen comunes con nosotros, dos las tienen también con<br />

los dioses. Porque dice que los dioses son asimismo


animales, y a cada cual distribuye en su respectivo elemento; a<br />

nosotros nos coloca entre los animales terrestres con los demás<br />

que viven en la tierra y sienten; entre los acuáticos, a los peces y<br />

otros animales que nadan; entre los aéreos, a los demonios;<br />

entre los etéreos, a los dioses. Y en cuanto los demonios son en su<br />

género animales, esta cualidad no sólo la tienen común con<br />

los hombres, sino también con los dioses y con los brutos; en cuanto<br />

son racionales, convienen con los dioses y con los<br />

hombres; en cuanto son eternos, sólo con los dioses; en cuanto son<br />

pasivos en el ánimo, sólo con los hombres; en cuanto son<br />

aéreos en el cuerpo, esto lo tienen ellos solos. Así no es extraño<br />

que en su género sean animales, supuesto que lo son también<br />

los brutos; porque en el tiempo sean racionales, no son más que nos<br />

otros, que también lo somos; y el que sean eternos, ¿qué<br />

tiene de bueno si no son bienaventurados? Porque mejor es la<br />

felicidad temporal que la eternidad miserable. Porque en el<br />

ánimo sean pasivos, ¿cómo pueden ser más que nosotros, pues también<br />

lo somos, ni tampoco lo fuéramos si no fuéramos<br />

miserables? Que en el cuerpo sean aéreos, ¿en cuánto debe apreciarse<br />

esta cualidad, ya que a cualquier cuerpo se aventaja<br />

el alma, y en el culto de religión que se debe por parte del alma, de<br />

ningún modo se debe a una naturaleza inferior al alma? Si<br />

entre las prendas recomendables que refiere de los demonios pusiera<br />

la virtud, la sabiduría, la felicidad, y dijera que éstos las<br />

tenían comunes y eternas con los dioses, sin duda que expresara<br />

alguna cualidad digna de apetecerse, y, por consiguiente,<br />

muy apreciable; sin embargo, no por eso deberíamos adorarlos como a<br />

Dios, sino antes a aquel de quien nos constara que<br />

ellos lo habían recibido. ¿Cuánto menos serán dignos del culto divino<br />

unos animales aéreos que para esto son racionales, para<br />

que puedan ser míseros; para esto pasivos, para que sean miserables;<br />

para esto eternos, para que no puedan acabar con la<br />

miseria?<br />

CAPITULO XVII<br />

Si es razón que el hombre adore aquellos espíritus de cuyos vicios le<br />

conviene librarse<br />

Por dejar lo demás y tratar solamente de lo que dice que los demonios<br />

tienen común con nosotros, esto es, las pasiones del<br />

alma; si todos los cuatro elementos están llenos cada uno de sus<br />

animales, el fuego y el aire de los inmortales, agua y tierra de<br />

los mortales, pregunto: ¿Por qué las almas de los demonios padecen<br />

turbaciones y tormentos de las pasiones? Porque perturbación<br />

es lo que en griego se dice phatos, por lo cual los llamó<br />

en el ánimo pasivos; pues, palabra por palabra, pathos se<br />

dijera pasión, que es un movimiento del ánimo contra la razón. ¿Por<br />

qué motivo hay esta cualidad en los ánimos de los<br />

demonios, no habiéndola en los brutos? Pues cuando se echa de ver<br />

alguna circunstancia como esta en los brutos, no es<br />

perturbación, dado que no es contra razón, de que carecen los brutos.<br />

Y que en los hombres haya estas perturbaciones, lo<br />

causa la ignorancia o la miseria, porque aun no somos bienaventurados<br />

con aquella perfección de sabiduría que se nos<br />

promete al fin, cuando estuviéramos libres de esta mortalidad. Pero<br />

los dioses dicen que no padecen estas perturbaciones,<br />

porque no sólo son eternos, sino también bienaventurados, pues las<br />

mismas almas racionales dicen que tienen también ellos,<br />

aunque puras y purificadas de toda mácula y contagio. Por lo cual, si<br />

los dioses no se perturban por ser animales<br />

bienaventurados y no miserables, y los brutos no se perturban porque<br />

son animales que ni pueden ser bienaventurados ni<br />

miserables, resta que los demonios, como los hombres, se perturben,<br />

precisamente porque son animales no bienaventurados,<br />

sino miserables.


¿Por qué ignorancia, pues, o, por mejor decir, por qué demencia nos<br />

sujetamos por medio de alguna religión a los demonios,<br />

supuesto que por la religión verdadera nos libertamos del vicio en<br />

que somos semejantes a ellos? Porque siendo los demonios<br />

espíritus a quienes incita y hostiga la ira (como Apuleyo, aun<br />

forzado, lo confiesa, no obstante que les perdona y disimula muchos<br />

defectos y los tenga por dignos de que los honren como a<br />

dioses), a nosotros la verdadera religión nos manda que no nos<br />

dejemos dominar de la ira, sino que la resistamos tenazmente. Y<br />

dejándose los demonios atraer con dones y dádivas por<br />

nosotros, nos prescribe la verdadera religión que no favorezcamos a<br />

ninguno excitados por los dones. Y dejándose los<br />

demonios ablandar y mitigar con las honras, a nosotros nos manda la<br />

verdadera religión que de ningún modo nos muevan<br />

semejantes ficciones. Y aborreciendo los demonios a algunos hombres y<br />

amando a otros, no con juicio prudente y desapasionado,<br />

sino, como él dice, con ánimo pasivo, a nosotros nos encarga<br />

la verdadera religión que amemos aun a nuestros<br />

enemigos. Finalmente todo aquel ímpetu del corazón y amargura del<br />

espíritu y todas las turbulencias y tempestades del alma con<br />

que dice que los demonios fluctúan y se atormentan, nos manda la<br />

verdadera religión que las dejemos. Qué razón, pues, hay<br />

sino una ignorancia y error miserable, para que te humilles<br />

reverenciando a quien deseas ser desemejante viviendo, y que<br />

religiosamente adores a quien no quieres imitar, siendo el sumo o<br />

principal dogma de la religión imitar al que adoras?<br />

CAPITULO XVIII<br />

Qué tal sea la religión que enseña que los hombres, para encaminarse<br />

a los dioses buenos, deben aprovecharse del<br />

patrocinio o intercesión de los demonios<br />

En vano Apuleyo y todos los que con él sienten les hicieron este<br />

honor, poniéndolos en el aire, en medio, entre el cielo y la<br />

tierra, de modo que como ningún dios se mezcla o comunica con el<br />

hombre (lo que dice enseñó Platón), ellos sirvan para llevar<br />

las oraciones de los hombres a los dioses, y de allí volver a los<br />

hombres con lo que han conseguido con ellos. Porque los que<br />

creyeron esto tuvieron por cosa indigna que se mezclaran con los<br />

dioses los hombres y los hombres con los dioses, y por cosa<br />

digna que se mezclasen los demonios con los dioses y con los hombres,<br />

para que de aquí lleven nuestras peticiones, y de allá<br />

las traigan despachadas; de modo que el hombre casto, honesto y ajeno<br />

a las abominaciones de las artes mágicas, tome por<br />

patronos para que le oigan los dioses a aquellos que aman y gustan de<br />

cosas, las cuales no amándolas él se hace más digno,<br />

para que más fácilmente y de mejor gana le oigan; porque ellos gustan<br />

de las torpezas y abominaciones de la escena, de las<br />

cuales no se agrada la honestidad. En las hechicerías y maleficios<br />

gustan , de lo que no<br />

se complace la inocencia. Luego la castidad y la inocencia, si<br />

quisieren alcanzar alguna gracia de los dioses, no podrán por sus<br />

méritos, sino interviniendo sus enemigos. No hay motivo para que éste<br />

nos procure justificar las ficciones poéticas y las futilezas<br />

del teatro. Tenemos contra ellas a Platón, su maestro, y para ellos<br />

de tanta autoridad; a no ser que el pudor humano se tenga<br />

en tan poco que no sólo apruebe las torpezas, sino también se<br />

persuada que se complace en ellas la pureza divina.<br />

CAPITULO XIX<br />

De la impiedad del arte mágica, la cual se funda en el patrocinio de<br />

los malignos espíritus<br />

Por lo que toca a las artes mágicas, de las cuales a algunos


demasiado infelices y demasiado impíos se les antoja gloriarse,<br />

alegaré contra ellos la misma luz de este mundo. Porque ¿con qué<br />

causa se castigan estas ficciones tan severamente con el<br />

rigor de las leyes, si son obras de los dioses a quienes se debe<br />

respeto y veneración? ¿Acaso establecieron los cristianos estas<br />

leyes con que se procede contra las artes mágicas? ¿Y por qué otra<br />

razón, sino porque estos maleficios son en perjuicio de los<br />

hombres, dijo el ilustre poeta: ; y lo que en otra parte dice asimismo de estas artes:<br />

; porque con esta pestilente y abominable arte dicen que los<br />

frutos ajenos los suelen trasladar de unas a otras tierras? Y<br />

Cicerón ¿no refiere que en las doce tablas, esto es, en las leyes más<br />

antiguas de los romanos, hay establecida pena de muerte<br />

contra el que usare de ellas? Finalmente, pregunto al mismo Apuleyo:<br />

¿fue él acusado delante de los jueces cristianos por las<br />

artes mágicas? Las cuales, supuesto que se las pusieron por capitulo<br />

de residencia, si sabía que eran divinas, religiosas y conformes<br />

a las operaciones de las potestades divinas, no sólo debían<br />

confesarlas, sino también profesarlas, condenando antes las<br />

leyes que las prohibían y reputaban por perjudiciales, que tenerlas<br />

por admirables y dignas de veneración. Porque de este<br />

modo o les persuadiera a los jueces su parecer, o cuando ellos<br />

quisiesen atenerse al tenor de las injustas leyes y le<br />

condenasen a él, predicador y elogiador de semejantes artes a la pena<br />

de muerte, los mismos demonios darían a su alma el<br />

premio que merecía, pues por publicar sus divinas obras no temió<br />

perder la vida. Como nuestros mártires, acusándolos<br />

criminalmente por defender la religión cristiana, con la que sabían<br />

habían de salvarse y ser gloriosos para siempre, no<br />

quisieron, negándola, libertarse de las penas temporales, sino que<br />

confesándola, profesándola, predicándola y sufriendo por<br />

ella fiel y valerosamente acerbos tormentos y muriendo seguramente en<br />

Dios confundieron las leyes con que se la prohibían y<br />

las hicieron mudar Existe una oración de este filósofo platónico muy<br />

extensa y elegante, en la cual se defiende y justifica del<br />

crimen que le acumulaban de profesar las artes mágicas, y no quiere<br />

defender de otra manera su inocencia sino negando, lo<br />

que no puede cometer un inocente. Y todas las maravillas de los<br />

magos, las cuales con razón siente que deben condenarse, se<br />

hacen por arte y obra de los demonios, y ya que se persuade que deben<br />

adorarse, advierta lo que enseña cuando dice que<br />

son necesarios para que lleven nuestras oraciones a los dioses,<br />

puesto que debemos huir de sus obras si queremos que nuestras<br />

oraciones lleguen delante del verdadero Dios. Pregunto lo<br />

segundo: ¿qué especie de oraciones le parece llevan los<br />

demonios de los hombres a los dioses buenos, las mágicas o las<br />

lícitas? Si las mágicas, los dioses no gustan de ellas; si las<br />

lícitas, no las quieren por medio de tales arbitrios. Y si el<br />

pecador, arrepentido mayormente por haber cometido alguna culpa mágica,<br />

ruega, ¿es posible que consiga el perdón por intercesión de<br />

aquellos con cuyo favor le pesa haber caído en tan torpe<br />

culpa? ¿O acaso los mismos demonios, para poder alcanzar la remisión<br />

a los que se arrepienten, hacen también primero<br />

penitencia por haberlos engañado, para que se les perdone? Esto jamás<br />

se ha dicho de los demonios; porque, si fuese así, de<br />

ningún modo se atreverían a desear la honra y culto que se debe a<br />

Dios los que por medio de la penitencia apetecían alcanzar<br />

la gracia del perdón; porque en lo uno hay una soberbia digna de<br />

abominación y en lo otro una humildad digna de compasión.<br />

CAPITULO XX<br />

Si sé debe creer que los dioses buenos de mejor gana se comunican con<br />

los demonios que con los hombres


Pero ciertamente dirán que hay una causa muy convincente, por la cual<br />

es indispensable que los demonios sean medianeros<br />

entre los dioses y entre los hombres, para que lleven los deseos y<br />

peticiones de los hombres a los dioses y de éstos traigan las<br />

respuestas dé las gracias que hubieren alcanzado a los hombres. Y<br />

pregunto: ¿Cuál es esta causa y cuánta la necesidad?<br />

Porque ningún Dios, dicen, se mezcla o comunica con el hombre. Donosa<br />

santidad la de Dios, que no se comunica con el<br />

hombre humilde, y se comunica con el demonio arrogante; no se<br />

comunica con el hombre arrepentido, y se comunica con el<br />

demonio engañador; no se comunica con el hombre, que se acoge al<br />

amparo de su divinidad, y se comunica con el demonio,<br />

que finge tener divinidad; no se comunica con el hombre, que le pide<br />

perdón de la culpa; y se comunica con el demonio, que le<br />

persuade; no se comunica con el hombre, que por medio de los libros<br />

filosóficos destierra a los poetas de una República bien<br />

ordenada, y se comunica con el demonio, que, por medio de los juegos<br />

escénicos, pide a los principales magnates y pontífices<br />

de la ciudad los escarnios que hacen de ellos los poetas; no se<br />

comunica con el hombre, que prohíbe las ficciones de las culpas<br />

de los dioses, y se comunica con el demonio, que gusta y se deleita<br />

con los supuestos crímenes de los dioses; no se comunica<br />

con el hombre, que con justas leyes castiga los delitos e inepcias de<br />

los mágicos, y se comunica con el demonio, que enseña y<br />

practica las artes mágicas; no se comunica con el hombre, que huye de<br />

imitar a los demonios, y se comunica con el demonio,<br />

que anda a caza para engañar a los hombres.<br />

CAPITULO XXI<br />

Si los dioses se aprovechan de los demonios para que les sirvan de<br />

mensajeros e intérpretes, y si ignoran que los engañan o<br />

quieren ser engañados por ellos<br />

La necesidad tan grande de sostener un disparate e indignidad tan<br />

calificada, es porque los dioses del cielo que cuidan de las<br />

cosas humanas, sin duda no supieron lo que hacían los hombres en la<br />

tierra si los demonios aéreos no se lo avisaran; porque<br />

la región celeste está muy distante de la tierra, y es muy elevada, y<br />

el aire confina por una parte con ella y por otra con la tierra.<br />

ioh admirable sabiduría! ¿Qué otra cosa sienten estos sabios de los<br />

dioses, los cuales sostienen que todos son buenos, sino que<br />

cuidan de las cosas humanas por no parecer indignos del culto y<br />

veneración que les tributan y que por la distancia de los<br />

elementos ignoran, las cosas humanas, para que se entienda que los<br />

demonios son necesarios, Y así se crea que también ellos<br />

deben ser adorados, para que por ellos puedan saber los dioses lo que<br />

pasa en las cosas humanas, y cuando fuese menester<br />

acudir al socorro de los hombres? Si esto es cierto, estos dioses,<br />

buenos tienen más noticia del demonio por la contigüidad del<br />

cuerpo que del hombre por la bondad del alma. ioh necesidad digna de<br />

la mayor compasión, o, por mejor decir, vanidad<br />

ridícula y abominable, por no llamarla ilusión fútil y despreciable!<br />

Porque si los dioses pueden ver nuestra alma con la suya libre<br />

de los impedimentos del cuerpo, para esta operación no necesitan de<br />

intermediarios los demonios; y si los dioses de la región<br />

etérea conocen por su cuerpo los indicios corporales de las almas,<br />

como son el semblante, el habla, el movimiento, infiriendo así<br />

lo que les anuncian los demonios, pueden ser también engañados con<br />

los embustes y mentiras de los demonios, esa divinidad<br />

no puede ignorar nuestras acciones. Tuviera especial complacencia en<br />

que me dijeran estos alucinados eruditos si los demonios<br />

comunicaron a los dioses cómo desagradaron a Platón las ficciones de<br />

los Poetas sobre las culpas de los dioses, y les<br />

encubrieron que ellos, se complacían con los festejos; o si les


callaron lo uno y lo otro, y no quisieron que los dioses supiesen<br />

cosa alguna acerca de este asunto; o si les descubrieron lo uno y lo<br />

otro; la prudencia religiosa de Platón para con los dioses, y<br />

su apetito perjudicial al honor de los dioses; o, si, aunque<br />

quisieron encubrir a los dioses, el dictamen de Platón, reducido a no<br />

querer permitir que fuesen infamados los dioses con crímenes<br />

supuestos por la impía licencia de los poetas, sin embargo, no<br />

tuvieron pudor ni temor en manifestarles su propia vileza de que<br />

gustaban de los juegos escénicos, en los que se celebraban las<br />

ignominiosas criminalidades de los dioses. De estas cuatro razones<br />

que les propongo, elijan la que más les agrade, y<br />

consideren en cualquiera de ellas con cuánta impiedad sienten de los<br />

dioses buenos; porque si escogiesen la primera, han de<br />

conceder precisamente que no pudieron los dioses buenos vivir con el<br />

virtuoso Platón, porque prohibía la publicación de sus<br />

enormes relaciones, y que vivieron sin embargo, con los demonios<br />

malos, que se lisonjeaban con la celebración de sus<br />

maldades; y que los dioses buenos no conocían al hombre bueno que<br />

distaba mucho de ellos, sino por medio de los malos<br />

demonios, a quienes, teniéndolos tan próximos, no podían conocer. Si<br />

eligiesen la segunda, y dijesen que lo uno y lo otro les<br />

callaron los demonios, de modo que los dioses por ningún motivo<br />

tuvieron noticia, ni de la religiosa ley de Platón, ni del sacrílego<br />

gusto y deleite de los demonios, ¿qué suceso de importancia pueden<br />

saber los dioses de los acontecimientos humanos, por<br />

medio de la legacía de los demonios, cuando ignoran las saludables<br />

sanciones que decretan por la religión los hombres<br />

virtuosos, en honor de los dioses buenos, contra el voluptuoso deseo<br />

de los malos demonios? Y si escogiesen la tercera y<br />

respondieren que no sólo tuvieron noticia por medio de los mismos<br />

demonios del sentir de Platón, que vedaba la manifestación<br />

de los afrentosos dicterios de los dioses, sino también de la<br />

lascivia y maldad de los demonios, que se entretienen y recrean con<br />

las injurias de los dioses, pregunto: ¿esto es dar aviso o hacer<br />

mofa? ¿Y los dioses oyen lo uno y lo otro, y lo conocen y sufren<br />

con tanta conformidad, que no sólo no rehúsan la comunicación con los<br />

malignos demonios y desean y obran acciones tan<br />

contrarias a la dignidad de los. dioses y a la religión de Platón,<br />

sino que por medio de estos impíos vecinos, al buen Platón,<br />

estando muy distantes de ellos, le remiten sus dones? Pues de tal<br />

modo los unió entre sí el orden de los elementos, que pueden<br />

comunicarse con los que les agravian, y con Platón, que los defiende,<br />

no pueden; sabiendo lo uno y lo otro, aunque no son<br />

poderosos para mudar la constitución del aire y de la tierra. Y si<br />

escogieren la cuarta, peor es que las demás; porque ¿quién ha<br />

de sufrir que los demonios digan a los dioses inmortales las<br />

ignominias y culpas que los poetas les suponen, y los indignos<br />

escarnios que se les hacen en los teatros, y el ardiente gusto y<br />

suavísimo deleite con que los mismos demonios se entretienen<br />

con estas fruslerías? A vista de esta doctrina deben confundirse y<br />

callar cuando Platón, con gravedad filosófica, fue de parecer<br />

que se desterrasen estas infamias de una República bien ordenada, de<br />

modo que ya con esto los dioses buenos se vean obligados<br />

a saber por estos medios las obscenidades de estos perversos:<br />

no ajenas, sino de los mismos que se las dicen; y no los<br />

permiten y dejan saber lo contrario a ellas, es decir, las bondades<br />

de los filósofos; siendo lo primero en agravio y lo segundo en<br />

honra de los mismos dioses.<br />

CAPITULO XXII<br />

Que se debe dejar el culto de los demonios contra Apuleyo<br />

Y puesto que no debe adoptarse ninguna de estas cuatro cosas, porque<br />

con cualesquiera de ellas no se sienta tan impíamente<br />

de los dioses, resta que de ningún modo debe creerse lo que procura


persuadirnos Apuleyo y cualesquiera otros filósofos que<br />

son de su dictamen, y sostienen que de tal manera están colocados en<br />

el lugar medio los demonios entre los dioses y los<br />

hombres, que son como internuncios e intérpretes, para que desde acá<br />

lleven nuestras peticiones y de allá nos traigan las<br />

gracias de los dioses, sino que son unos espíritus deseosísimos de<br />

hacer mal, ajenos totalmente de lo que es justo y bueno,<br />

llenos de soberbia, carcomidos de envidia, forjados de engaños y<br />

cautelas que habitan en la región del aire, porque cuando los<br />

echaron de la altura del cielo superior (lo que merecieron por la<br />

culpa y transgresión irreiterable> los condenaron a este lugar<br />

como a cárcel conveniente para ellos; y no porque la región del aire<br />

era superior en el sitio a la tierra y al agua, por eso<br />

también ellos en el mérito son superiores a los hombres, los cuales<br />

fácilmente los exceden y hacen ventaja, no en el cuerpo<br />

terreno, sino en haber escogido en su favor al verdadero Dios, y en<br />

la conciencia piadosa y temerosa de Dios. Y aunque es<br />

verdad que ellos se apoderaron de muchos que son indignos de la<br />

participación de la verdadera religión como de cautivos y<br />

súbditos suyos, persuadiendo a la mayor parte de éstos que son<br />

dioses, embelecándolos con señales maravillosas y<br />

engañosas de obras y adivinaciones; sin embargo, a otros que miraron<br />

y consideraron con más atención sus vicios, no<br />

pudieron persuadirles que eran dioses, y así fingieron que eran entre<br />

los dioses y los hombres los internuncios, y los que<br />

alcanzaban de ellos los beneficios; mas ni aun esta honra quisieron<br />

se les diese los que tampoco creían que eran dioses, porque<br />

advertían que eran malos; porque éstos eran de opinión que todos<br />

los dioses eran buenos; y, con todo, no se atrevían a<br />

decir que del todo eran indignos del honor que se debe a Dios,<br />

principalmente por no ofender al pueblo el cual veían que con<br />

tantos sacrificios y templos los honraba y servía por una envejecida<br />

superstición.<br />

CAPITULO XXIII<br />

Lo que sintió Hermes Trimegisto de la idolatría, y de dónde pudo<br />

saber que se habían de suprimir las supersticiones de Egipto<br />

De modo diverso sintió y escribió de ellos Hermes, egipcio, a quien<br />

llaman Trimegisto; pues Apuleyo, aun cuando conceda que<br />

no son dioses, pero diciendo que son medianeros entre los dioses y<br />

los hombres, de modo que son necesarios a los hombres<br />

para el trato con los mismos dioses, no diferencia su culto de la<br />

religión de los dioses superiores. Mas el egipcio dice que hay<br />

unos dioses que los hizo el sumo Dios, y otros que los hicieron los<br />

hombres. El que oye esto como yo lo he puesto, entiende<br />

que habla de los simulacros que son obras de las manos de los<br />

hombres; con todo, dice que las imágenes visibles y palpables<br />

son como cuerpos de los dioses, y que hay en éstos ciertos espíritus<br />

atraídos allí que tienen algún poder, ya sea para hacer<br />

mal, ya para cumplir algunos votos y deseos de los que los honran y<br />

reverencian con culto divino. El enlazar, pues, y juntar<br />

estos espíritus invisibles por cierta parte con los visibles de<br />

materia corpórea, de manera que los simulacros dedicados y sujetos<br />

a aquellos espíritus sean como unos cuerpos animados, esto dicen que<br />

es hacer dioses, y que en los hombres hay esta grande<br />

y admirable potestad de formar dioses. Extractaré las palabras de<br />

este egipcio cómo se hallan traducidas en nuestro idioma: Y<br />

poco después añade:


imitación de la divinidad, acordándose siempre de su<br />

naturaleza humana y de su origen, que así como el Padre y Señor, por<br />

que fuesen semejantes a él, hizo a los dioses eternos,<br />

así el hombre hizo y figuró a sus dioses semejantes a él a la<br />

similitud de su rostro.> Aquí, habiéndole Asclepio, con quien<br />

principalmente conferenciaba, respondido y dicho: ; entonces dice: Después<br />

Hermes, con muchos raciocinios, prosigue este asunto, donde parece<br />

que profetiza o adivina aquella feliz época en que la<br />

religión cristiana, cuanto es más verdadera y santa, con tanta más<br />

eficacia y libertad destruye y echa por tierra todas las<br />

engañosas ficciones; para que la gracia del verdadero Salvador libre<br />

al hombre del cautiverio de los dioses, que por si estableció<br />

el hombre, y los someta a aquel Dios que hizo al hombre.<br />

Pero cuando habla, no vaticina estas maravillas, habla como<br />

si fuera amigo de estos mismos engaños; ni expresa claramente el<br />

nombre cristiano, pero lamenta que se destierren de Egipto<br />

las observancias que le hacen semejante al cielo y anuncia con<br />

lacrimoso estilo los sucesos venideros; pues era de los que dice<br />

el Apóstol: ; y lo demás que sería largo<br />

referir. Alegando Hermes tan sólidos fundamentos sobre el único y<br />

solo Dios verdadero, Criador del mundo, conformes a lo que<br />

prescribe la verdad, no sé de qué modo se deja llevar de las, oscuras<br />

tinieblas de su corazón a cosas como éstas; que quiere<br />

estén sujetos los hombres a los dioses, que confiesa son obras de los<br />

mismos hombres, y siente haya de venir tiempo en que<br />

esto desaparezca; como si pudiese haber cosa más desdichada que el<br />

hombre, a quien dominan los figmentos y estatuas que<br />

ha fabricado por sus manos; siendo más fácil que, adorando a los<br />

dioses que formó con sus propias manos, deje de ser<br />

hombre, que no porque él los adore sean dioses lo que hizo el mismo<br />

hombre, porque más presto sucede: Por eso el hombre pierde algún tanto de ser que<br />

tiene de aquel que le crió, cuando se sujeta y toma por superior a lo<br />

que formó con sus mismas manos. De que estas<br />

falsedades, maldades y sacrilegios desapareciesen se dolía el egipcio<br />

Hermes, porque sabía que había de llegar tiempo en que<br />

así sucediese, pero lo sentía tan sin pudor, cuanto lo sabía sin


fundamento sólido; pues el Espíritu Santo no se lo había revelado<br />

como a los santos profetas, que, conociendo y previendo estos<br />

admirables sucesos, decían con alegría de su corazón: ; y en otro lugar: Pero sobre este punto vaticinó en términos más<br />

claros e incontrastables contra Egipto el santo profeta Isaías<br />

por estas palabras: ; con lo demás que<br />

continúa en orden a la misma profecía. De éstos fueron<br />

también los que, teniendo una ciencia positiva e infalible de lo<br />

venidero, se alegraban y lisonjeaban de que hubiese venido el<br />

Mesías prometido, como Simeón y Ana, que al punto que nació Jesús le<br />

conocieron; como Isabel, que con espíritu profético le<br />

reconoció existente en el vientre de su Madre, y como Pedro cuando,<br />

revelándoselo el Eterno Padre, dijo: . Mas a este sabio egipcio le inspiraron su futura<br />

destrucción los mismos espíritus, que teniendo presente en carne<br />

humaba al Dios todopoderoso, amilanados y llenos de temor y espanto,<br />

le dijeron: <br />

O porque para ellos repentinamente acaeció lo que creían<br />

debía tardar más tiempo en verificarse, o porque llamaban<br />

su destrucción y perdición al mismo acontecimiento en que fueron<br />

descubiertos, pues siendo conocidos los habían de<br />

desamparar y despreciar los hombres, lo cual era antes de tiempo,<br />

esto es, antes de la época en que se debe suceder el juicio<br />

universal, en el cual serán castigados con eterna condenación,<br />

juntamente con todos los hombres que se hallaren asociados a<br />

su compañía, como lo insinúa expresamente la verdadera religión, que<br />

ni engaña ni puede ser engañada; y no como este sabio<br />

que, dejándose llevar por una parte y por otra del viento de<br />

cualquiera doctrina, mezclando y confundiendo lo falso con lo<br />

verdadero, se duele como si hubiera de extinguirse la religión, que<br />

confiesa después llanamente ser un error.<br />

CAPITULO XXIV<br />

Cómo Hermes claramente confesó el error de sus padres y, con todo, le<br />

pesó que hubiese de desaparecer<br />

Después de algún intervalo vuelve a discurrir sobre el mismo punto y<br />

hablar de los dioses hechura del hombre, diciendo de<br />

este modo: <br />

Admirables se nos presentan las cualidades del hombre que hemos<br />

relacionado por extenso, pero en verdad excede toda<br />

admiración que fuera posible al hombre investigar y descubrir la<br />

naturaleza divina, y ser autor, criador y único artífice de ella.<br />

Pues como nuestros mayores anduvieron muy errados e incrédulos acerca<br />

de los dioses, sin atender a su culto y religión,<br />

hallaron traza e invención para formar dioses. Y luego que la<br />

descubrieron la apropiaron y aplicaron una virtud conveniente,<br />

tomándola de la naturaleza del mundo y mezclándola, y ya que no<br />

podían crear almas, invocaron las de los demonios o de los<br />

ángeles; y las hicieron entrar, dentro de las imágenes y en los<br />

divinos misterios, por los cuales los ídolos pudiesen tener<br />

potestad y virtud para hacer bien y mal. No sé si los mismos<br />

demonios, a fuerza de conjuros, confesarían esta verdad como la<br />

confiesa Hermes; porque dice: nuestros antepasados andaban muy<br />

errados e incrédulos acerca de la calidad de los dioses, y,<br />

sin advertir a su culto y religión hallaron traza y modo para formar<br />

dioses. Porque no dijo que andaban un tanto equivocados


para descubrir el arte de hacer dioses, ni contentóse con decir<br />

errados, sino que añadió y dijo muy errados. Este grande error<br />

e incredulidad de los que no le advertían ni se aplicaban al culto y<br />

religión de Dios inventó un raro medio de hacer dioses. Un<br />

error tan craso, una incredulidad tan dura, y la aversión o<br />

contradicción del ánimo humanó al culto y religión de Dios, encontró,<br />

sin embargo, modo de que el hombre fabricase con artificio dioses.<br />

Duélese de esta inepcia un hombre tan sabio como Hermes,<br />

sintiendo haya de venir tiempos en que se abrogue la religión divina.<br />

Adviertan, pues, cómo por virtud divina confiesa, aunque<br />

implícitamente, la alucinación y error de sus antepasados, y por una<br />

fuerza diabólica se siente penetrado de dolor por el futuro<br />

castigo de los demonios. Porque si sus mayores, procediendo con<br />

notable equivocación sobre la condición de los dioses, y<br />

estando dominados de incredulidad y aversión al culto de la religión<br />

divina, hallaron un espacioso artificio para crear dioses,<br />

¿qué maravilla, que todo lo que hizo esta arte abominable, contraria<br />

a la religión divina, lo quite la religión divina; pues la verdad<br />

es la que enmienda y modera el error, y la fe la que convence a la<br />

incredulidad, y la conversación la que corrige a la aversión?<br />

Porque si, omitiendo las causas, dijera que sus predecesores habían<br />

encontrado traza y modo para hacer dioses, sin duda nos<br />

tocaba a nosotros, si éramos cuerdos y religiosos, el averiguar cómo<br />

de ninguna manera pudieran llegar ellos a conseguir este<br />

arte con que el hombre crea dioses, si no fueran equivocados en la<br />

verdad, si creyeran cosas dignas de Dios, si advirtieran y<br />

aplicaran el ánimo al culto y religión divina. Podríamos decir<br />

nosotros que las causas de este arte vano eran el error<br />

inmoderado de los hombres, la incredulidad y la aversión que el ánimo<br />

alucinado e infidente tenía a la religión divina, como la<br />

desenvoltura de los que se defienden contra la verdad merecían que<br />

dijésemos. Pero cuando esto admira el hombre más<br />

enterado que todos en lo concerniente a este arte de hacer dioses, y<br />

se duele de que ha de venir tiempo en que todas estas<br />

ficciones o estatuas de los dioses fabricadas por los hombres se<br />

manden públicamente quitar y destruir por las leyes civiles,<br />

confesando además y declarando las causas porque llegaran a<br />

experimentar tan fatal excidio, diciendo que sus antepasados,<br />

poseídos de sus errores e incredulidad, y sin advertir ni aplicar su<br />

ánimo al culto y religión divina, descubrieron el arte con que<br />

pudieron formar dioses; dejará de ser muy conforme que nosotros<br />

digamos, o, por mejor decir, demos afectuosas y reverentes<br />

gracias a Dios nuestro Señor, que por su amor benéfico hacia nosotros<br />

se sirvió desterrar y abolir tales errores, con causas<br />

contrarias a las que se instituyeron. Porque lo mismo que estableció<br />

el error y humano desvarío, lo abrogó la invención de la<br />

verdad; lo que introdujo la incredulidad lo quitó la fe, lo que<br />

instituyó la aversión que tuvieron al culto divino y a la religión,<br />

lo<br />

destruyó la conversión sincera a un Dios Santo y verdadero; y no sólo<br />

quitó y desterró de Egipto, del cual solamente se duele<br />

este sabio, el espíritu de los demonios, sino de toda la tierra,<br />

donde se canta con indecible júbilo al Señor un nuevo cántico,<br />

como lo, expresaron las letras 'verdaderamente sagradas y<br />

verdaderamente proféticas, donde dice la Escritura:


la Sagrada Escritura?, , y todo lo<br />

demás que a este tenor pudo decirse de una masa, aunque<br />

artificiosamente labrada, sin embargo, sin vida ni sentido. Con todo,<br />

los espíritus inmundos, encerrados por aquella arte nefaria en los<br />

mismos simulacros, reduciendo a su compañía las almas de<br />

sus adoradores, las veían miserablemente cautivas, por lo que dice el<br />

Apóstol: Así que después de este cautiverio, en que los malignos<br />

demonios tenían esclavizados a los hombres, se va edificando<br />

la casa de Dios en toda la tierra, de donde tomó su título<br />

aquel salmo que dice: El que se<br />

dolía de que había de venir tiempo en que se desterrase del mundo el<br />

culto y religión de los ídolos y el dominio que tenían los<br />

demonios sobre los que le adoraban, instigado del espíritu maligno,<br />

quería que durase siempre esta cautividad, la cual<br />

concluida, canta el Salmista rey que se va edificando la casa en toda<br />

la tierra. Profetizaba Hermes aquello doliéndose, y<br />

vaticinaba esto el profeta alegrándose. Y porque es el espíritu<br />

vencedor el que cantaba estas divinas alabanzas por medio de<br />

los profetas santos, también Hermes, lo que no quería y sentía que se<br />

abrogase, por un modo y traza admirable fue obligado a<br />

confesar que lo habían establecido no los prudentes, fieles y<br />

religiosos, sino los que andaban errados, los que eran incrédulos y<br />

opuestos al culto de la religión divina. Este sabio escritor, aunque<br />

los llame dioses, con todo, cuando confiesa que los formaron<br />

tales hombres cuales, sin duda, no debemos ser nosotros, aun contra<br />

su voluntad, manifiesta que no deben ser adorados por<br />

los que no son semejantes a los que los hicieron, esto es, a los<br />

sabios, fieles y religiosos, demostrando al mismo tiempo que los<br />

mismos hombres que los hicieron se impusieron a sí el subsidio de<br />

tener por dioses a los que no lo eran. Porque es infalible<br />

aquella divina expresión del profeta: Así que a tales dioses, habiéndolos<br />

llamado Hermes dioses de tales, fabricados artificiosamente<br />

por tales, esto es, demonios, no sé por qué arte<br />

encerrados y detenidos en los ídolos con los lazos de sus apetitos o<br />

antojos, habiendo, digo, llamado dioses a los que hablan<br />

creado los hombres, con todo, no les concedió lo que el platónico<br />

Apuleyo (de quien hemos ya hablado demostrando cuán<br />

absurda y contradictoria era su opinión) que sean intérpretes e<br />

intercesores entre los dioses que hizo Dios y los hombres que<br />

crió el mismo Dios, llevando desde la tierra los votos y peticiones,<br />

y volviendo del cielo con, los despachos y gracias. Porque es<br />

un grande desatino creer que los dioses que crearon los hombres<br />

puedan más con los dioses que hizo Dios que los mismos<br />

hombres que hizo el mismo Dios. Pues el demonio, luego que el hombre<br />

le encierra con arte sacrílego en el simulacro, vino a<br />

ser dios aunque peculiar para tal hombre, no para todos los hombres.<br />

¿Cuál, pues, será este dios a quien no formara el hombre<br />

sino errando y siendo incrédulo, y habiendo vuelto las espaldas al<br />

Dios verdadero? Y si los demonios que se adoran en los<br />

templos, encerrados no sé por qué arte en las imágenes, esto es, en<br />

los simulacros y estatuas visibles por industria de los<br />

hombres, que con este artificio los hicieron dioses, caminando<br />

errados y vueltas las espaldas al culto y religión divina, no son<br />

internuncios ni intérpretes entre los hombres y los dioses, y por sus<br />

perversas y torpes costumbres, aun los mismos hombres,<br />

aunque infieles y ajenos del culto y religión divina, son sin duda


mejores que aquellos a quienes con sus artificios hicieron<br />

dioses; resta, pues, que la autoridad que usurpan puedan ejercerla<br />

como demonios, ya sea cuando, pareciendo que nos hacen<br />

bien nos hacen mal, porque entonces nos engañan mejor, ya cuando a<br />

las claras nos dañan. Y con todo, cualquiera operación<br />

de éstas no pueden efectuaría por sí mismos, sino cuando y en cuanto<br />

se les permite por la alta y secreta providencia de Dios, y<br />

no porque puedan mucho sobre los hombres por su amistad de los<br />

dioses, como intermedios entre los hombres y ellos. Porque<br />

de ningún modo pueden tener amistad con los dioses buenos, que<br />

nosotros llamamos ángeles santos y criaturas racionales, que<br />

habitan en las Santas moradas del cielo, ya sean tronos, o<br />

dominaciones, a principados, o potestades, de quienes distan tanto<br />

cuanto los vicios de las virtudes y la malicia de la bondad.<br />

CAPITULO XXV<br />

De la comunicación que puede haber entre los santos ángeles y los<br />

hombres<br />

Dc ningún modo por mediación e intercesión de los demonios debemos<br />

aspirar a la amistad o beneficencia de los dioses, o, por<br />

mejor decir, de los ángeles buenos, sino por la semejanza de la buena<br />

voluntad con que estamos unidos con ellos, vivimos con<br />

ellos y adoramos con ellos al mismo Dios que ellos adoran, aunque no<br />

los podamos ver con los ojos carnales; pero en cuanto<br />

somos miserables por la desemejanza de la voluntad y por la<br />

fragilidad de nuestra flaqueza, en tanto nos alejamos de ellos por<br />

el mérito de la vida, no por la distancia del cuerpo. Pues, no porque<br />

dada la condición de la carne vivamos en la tierra, por eso<br />

dejamos de juntarnos y unirnos con ellos, si no gustamos de las cosas<br />

terrenas por la inmundicia del corazón. Pero cuando,<br />

recuperada la salud, somos como ellos son, entonces, y en la fe, nos<br />

acercamos y unimos con ellos si creemos también y<br />

esperamos por su intercesión la bienaventuranza de Aquel que los hizo<br />

a ellos felices.<br />

CAPITULO XXVI<br />

Que toda la religión de los paganos se empleó y resumió en adorar<br />

hombres muertos<br />

Y verdaderamente es digno de advertir cómo este egipcio sintiendo el<br />

tiempo que habla de sobrevenir, en el cual había de<br />

desterrarse de Egipto lo mismo que confiesa fue establecido por los<br />

que andaban muy errados y eran incrédulos y contrarios al<br />

culto de la religión divina, entre otras cosas, dice: Como si de no<br />

desaparecer esta vana superstición, no hubieran de morir los<br />

hombres, o se hubieran de sepultar los muertos en otra parte que en<br />

la tierra, pues seguramente que cuanto más fuese<br />

corriendo el tiempo y los días, tanto mayor había de ser el número de<br />

los sepulcros por el número mayor de los muertos. Sin<br />

embargo, parece que se duele porque las memorias y capillas de<br />

nuestros mártires habían de suceder a sus delubros y<br />

templos. Sin duda por que leyendo esto los que nos tienen mala<br />

voluntad y el corazón dañado, imaginen que los paganos<br />

adoraron a los dioses en los templos, y que nosotros adoramos a los<br />

muertos en los sepulcros, pues es tanta la ceguedad de los<br />

hombres impíos, que ofenden y tropiezan con los mismos montes, y no<br />

quieren observar las cosas que les dan en los ojos, para<br />

no echar de ver y confesar que en todas las historias o memorias de<br />

los paganos, o no se hallan, o apenas se encuentran<br />

dioses que no hayan sido hombres, y que, con todo, después de<br />

muertos, procurasen honrar a todos y reverenciarlos como si


fuesen dioses. Omito lo que dice Varrón, quien sustenta que tienen<br />

por dioses manes a todos los difuntos, y lo prueba por los<br />

sacrificios que se hacen a casi todos los muertos, entre los cuales<br />

refiere también los juegos fúnebres, como si éste fuera el<br />

argumento más convincente de su divinidad, puesto que los juegos no<br />

suelen dedicarse sino a los dioses. El mismo Hermes, de<br />

quien ahora hablamos, en el mismo libro donde, como vaticinando lo<br />

venidero y lamentándose, dice: ; afirma que los dioses de Egipto<br />

son hombres muertos. Porque habiendo dicho que sus antepasados,<br />

andando muy errados sobre la razón de los dioses<br />

incrédulos y sin advertir al culto y religión de los dioses, hallaron<br />

artificio para hacer dioses y ; después prosigue, como intentando comprobar<br />

esta aserción con ejemplos, y dice: Ved aquí cómo dijo<br />

que adoraban por dios a un hombre difunto en el lugar<br />

donde tenía su sepultura, engañándose y engañando, diciendo que<br />

volvió al cielo. Añadiendo después otro ejemplo, dice:<br />

Porque Hermes el mayor, esto es, Mercurio, de<br />

quien dice que fue su abuelo, refiere que está enterrado en<br />

Hermópoli, es decir, en la ciudad de su propio nombre. Ved cómo<br />

dice que dos dioses fueron hombres, Esculapio y Mercurio. De<br />

Esculapio sienten lo mismo los griegos y latinos, aunque de<br />

Mercurio opinan muchos que no fue mortal, quien, sin embargo, dice<br />

Hermes que fue su abuelo. Pero acaso dirán que uno fue<br />

aquél y otro éste, no obstante de que tengan un mismo nombre. No<br />

reparo mucho en esta objeción, sea o no aquél, y otro<br />

distinto éste; con todo, a éste, como a Esculapio, de hombre le<br />

hicieron dios, según lo refiere Trimegisto, varón tan apreciado<br />

entre los suyos y nieto de Mercurio.<br />

Más adelante continúa aún, y dice: Y, en seguida, para<br />

demostrar que de tal género son los dioses que los hombres<br />

crean con el insinuado artificio (donde da a entender que los<br />

demonios han resultado de las almas de los hombres difuntos, a<br />

quienes por el arte que descubrieron los hombres que caminaban<br />

errados, infieles y sin religión, dice que los hicieron entrar<br />

dentro de los simulacros, por cuanto los que formaban tales dioses no<br />

podían realmente crear almas), habiendo dicho él mismo<br />

de Isis lo que tengo referido: , prosiguiendo dice: .<br />

De ambas naturalezas, dice, de alma y de cuerpo, de modo que por el<br />

alma se entienda el demonio, y por el cuerpo el<br />

simulacro.


suerte, que con sus leyes se gobiernen y se llamen con sus propios<br />

nombres.> ¿Dónde está aquella que parecía queja lastimosa, que<br />

vendría tiempo en que la tierra de Egipto, venerable<br />

asiento de los delubros y templos, estaría llena de sepulcros y de<br />

muertos? En efecto, el seductor y falso espíritu que impelía a<br />

explicarse así, a Hermes fue obligado a confesar por boca del mismo<br />

Hermes que ya entonces estaba aquella tierra inundada<br />

de sepulcros y de difuntos que eran adorados como dioses. Pero el<br />

sentimiento de los demonios les hacía hablar por boca de<br />

este sabio, porque les pesaba de ver que se acercaban y amenazaban<br />

las duras penas que habían de padecer en las<br />

memorias o capillas de los santos mártires; pues en muchos lugares de<br />

éstos son atormentados, como lo confiesan ellos mismos,<br />

echándolos de los cuerpos de los hombres, de quienes estaban<br />

tiránicamente apoderados.<br />

CAPITULO XXVII<br />

Del modo con que los cristianos honran a los mártires<br />

Tampoco nosotros fundamos en honor de los mártires templos,<br />

sacerdotes, sacrificios y solemnidades porque sean nuestros<br />

dioses, sino porque el Dios de éstos es el nuestro. Es cierto que<br />

honramos su memoria como de hombres santos, amigos de<br />

Dios, que combatieron por la verdad hasta aventurar y perder la vida<br />

de sus cuerpos para que se manifestase la verdadera religión,<br />

convenciendo y confundiendo las falsas y fingidas religiones,<br />

lo cual si algunos lo sentían antes, de miedo lo disimulaban y<br />

reprimían. ¿Quién de los fieles oyó jamás que estando el sacerdote en<br />

el altar, aunque fuese hecho el sacrificio sobre algún<br />

cuerpo santo de cualquier mártir a honra y reverencia de Dios, dijese<br />

en sus oraciones: Pedro, o Pablo, o Cipriano, yo te ofrezco<br />

este sacrificio? Pues es manifiesto a todos que se ofrece en sus<br />

capillas u oratorios a Dios, que los hizo hombres y mártires, y<br />

los honró y juntó con sus santos ángeles en el Cielo, para que con<br />

aquella ofrenda demos gracias a Dios por las victorias de<br />

estos ínclitos soldados de Jesucristo, y para que, a imitación de<br />

semejantes coronas y palmas; renovando su memoria y<br />

suplicando al mismo Señor que nos favorezca, nos animemos. Todas las<br />

obras piadosas que practican los hombres devotos en<br />

los lugares de los mártires son beneficios que ilustran sus memorias,<br />

no sacrificios que se hacen a muertos como a dioses; y<br />

todos los que allí llevan sus comidas (aunque esto no lo hacen los<br />

mejores cristianos, y en las más partes no hay tal costumbre),<br />

con todo, los que lo ejecutan, en poniéndolas allí oran y las quitan,<br />

o para comerlas, o para distribuirlas entre los pobres y<br />

necesitados, pues sólo pretenden sacrificar y bendecir en aquel santo<br />

lugar su comida por los méritos de los mártires, en<br />

nombre del Señor verdadero de éstos. Y que esta práctica no sea<br />

ofrecer sacrificio a los mártires lo sabe y comprende el que<br />

conoce el único y solo sacrificio que allí se ofrece: el sacrificio<br />

de los cristianos. Así que nosotros no reverenciamos a nuestros<br />

mártires ni con honras divinas ni con culpas humanas, como ellos<br />

adoran a sus dioses, ni les ofrecemos sacrificios ni sus<br />

crímenes y afrentas las convertimos en un acto de religión suyo. De<br />

Isis, mujer de Osiris, diosa de Egipto, y de sus respectivos<br />

padres (quienes escriben que todos fueron reyes, y que sacrificando<br />

Isis un día en honor de sus padres descubrió la planta de<br />

la cebada, manifestando, las espigas al rey su esposo y a su<br />

consejero Mercurio, por lo cual quiere que sea la misma que<br />

Ceres), cuántos y cuán grandes crímenes y maldades se hallan escritas<br />

no en los poetas, sino en sus escrituras místicas, como<br />

lo que escribe Alejandro Magno a su madre Olimpias, conforme al<br />

secreto que le descubrió y comunicó un sacerdote llamado<br />

León; léanlo, pues, los que quieren o pudieren, y recorran su memoria<br />

los que lo hayan leído, y adviertan a qué especie de


hombres muertos, o por qué hazañas practicadas por ellos les<br />

instituyeron como a dioses culto, religión y sacrificios. Y no presuman<br />

con ningún pretexto comparar a estos tales, aunque los reputen<br />

por dioses, con nuestros santos mártires, no obstante de<br />

que no los tengamos por dioses; porque de este modo no instituimos<br />

sacerdotes, ni ofrecemos sacrificios a nuestros mártires,<br />

pues esta liturgia es improporcionada, indebida, ilícita, y solamente<br />

debida a un solo Dios; de forma que no los entretendremos ni<br />

con sus culpas ni con sus juegos torpes y abominables en los cuales<br />

celebran éstos, o las abominaciones de sus dioses, si es<br />

que en vida, cuando eran hombres, cometieron semejantes crímenes, o<br />

las fingidas diversiones y deleites de los malos<br />

demonios, si es que no fueron hombres. De esta clase de demonios no<br />

tuviera Sócrates un dios, si realmente tuviera un dios,<br />

sino que, acaso, estando ajeno e inocente del arte de formar dioses,<br />

le acumularon semejante dios los que quisieron ser reputados<br />

por excelentes y singulares en el arte. ¿Y para qué me dilato<br />

más, puesto que no hay alguno medianamente juicioso que<br />

dude no deben ser adorados estos espíritus por la esperanza de<br />

conseguir la vida bienaventurada que ha de suceder después<br />

de la actual y mortal? Pero seguramente dirán que, aunque es cierto<br />

que todos los dioses son buenos, sin embargo, los<br />

demonios, unos son buenos y otros malos, y les parecerá que deben<br />

adorarse aquellos por quienes hemos de alcanzar la vida<br />

feliz y eterna, quienes creen que son buenos; y en cuánto sea cierta<br />

o falsa esta opinión, lo demostraremos en el siguiente libro.<br />

LIBRO NOVENO<br />

CRISTO, IMPETRADOR DE LA VIDA ETERNA<br />

CAPITULO PRIMERO<br />

A qué término ha llegado e! discurso de que se trata y lo que resta<br />

averiguar de él<br />

Algunos escritores han opinado que hay dioses buenos y también malos;<br />

pero otros, sintiendo con más benignidad de los<br />

dioses, los honraron y elogiaron tanto, que no se atrevieron a creer<br />

que hubiese dios alguno que fuese malo; y los que<br />

sentaron como cierto que los dioses unos son buenos y otros son<br />

malos, llamaron asimismo dioses a los demonios, y aunque<br />

fuesen dioses, sin embargo, muy pocas veces los designaron con el<br />

dictado de demonios, de tal suerte, que confiesan que al<br />

mismo Júpiter, que quieren sea el rey y príncipe de los demás, le<br />

llamó Homero demonio; mas los que afirman que todos los<br />

dioses no son sino buenos, y mucho más excelentes y mejores que los<br />

hombres que se reputan por buenos, con razón se<br />

conmueven y escandalizan de las obras que practican los demonios, las<br />

cuales no pueden negar, y entendiendo que de ningún<br />

modo pueden hacerlas los dioses, de quienes opinan que todos son<br />

buenos, se ven precisados a distinguir y hacer diferencia<br />

entre los dioses y los demonios, de tal suerte, que todo cuanto les<br />

desagrada con justa causa en sus obras o en sus malos<br />

afectos, con que los ocultos espíritus manifiestan su índole natural,<br />

creen que es propio y característico de los demonios y no de<br />

los dioses.<br />

No obstante, porque también presumen que estos mismos demonios están<br />

colocados en el lugar medio entre los hombres y los<br />

dioses para el efecto de que, como ningún dios se mezcla y comunica<br />

con el hombre, lleven de acá sus votos y peticiones y<br />

traigan de allá lo que hubieren alcanzado; y esto mismo sienten los<br />

platónicos, que son los más insignes y famosos entre los<br />

filósofos, con quienes como los más excelentes me pareció conducente<br />

indagar y examinar esta cuestión de si el culto tributado a


muchos dioses sirve para conseguir la vida feliz y bienaventurada que<br />

esperamos después de la muerte; por lo mismo en el<br />

libro anterior examinamos cómo los mismos demonios que se complacen<br />

en ciertos objetos de los que huyen y abominan los<br />

hombres cuerdos y virtuosos, esto es, de las acciones sacrílegas,<br />

abominables, de las ficciones que inventaron los poetas, no de<br />

cualquier hombre, sino de los mismos dioses, de la violencia perversa<br />

y digna de un severo castigo, de las artes mágicas,<br />

examinemos, digo, cómo los demonios como más allegados amigos, puedan<br />

conciliar los hombres buenos con los dioses<br />

buenos y hallamos y averiguamos que no pueden practicarlo de modo<br />

alguno.<br />

CAPITULO II<br />

Si entre los demonios, a los que los dioses son superiores, hay<br />

algunos buenos, con cuyo favor pueda el alma del hombre<br />

llegar a obtener la verdadera felicidad<br />

Y así, este libro, según lo prometimos al fin del pasado, tratará<br />

sobre la diferencia que hay, si quieren que haya alguna, no entre<br />

los dioses porque de todos ellos dicen que son buenos, ni de la<br />

distinción que hay entre los dioses y los demonios, de quienes<br />

separan a los dioses y las diferencias de los hombres, colocando a<br />

los demonios entre los dioses y los hombres, sino de la<br />

diferencia que hay entre los mismos demonios, que es el asunto<br />

perteneciente a la presente cuestión. Por cuanto entre la mayor<br />

parte de los filósofos gentiles suele decirse comúnmente que los<br />

demonios, unos son buenos y otros malos; cuya opinión, ya sea<br />

también de los filósofos platónicos, ya sea de cualesquier otros, no<br />

es razón que la adoptemos sin examinarla escrupulosamente,<br />

porque no crea alguno que debe imitar a los demonios con espíritus<br />

buenos, y mientras por su mediación desea y procura<br />

alcanzar la amistad de los dioses, de todos los cuales cree que son<br />

buenos para poder vivir con ellos; después de su muerte,<br />

implicado y alucinado con los artificiosos engaños de los espíritus<br />

malignos, no vaya errado y descaminado del todo del<br />

verdadero Dios, con quien solamente, en quien y de quien consigue<br />

únicamente la bienaventuranza el alma humana, esto es, la<br />

racional e intelectual.<br />

CAPITULO III<br />

Lo que atribuye Apuleyo a los demonios, a quienes, sin quitarles la<br />

razón, no les concede virtud alguna<br />

¿Cuál es, pues, la diferencia que se supone entre los demonios buenos<br />

y los malos, supuesto que tratando generalmente de<br />

ellos el platónico Apuleyo, y diciendo tantas particularidades de sus<br />

cuerpos aéreos, no expresó cosa alguna de las virtudes del<br />

alma, de las cuales debieran tener si fueran buenos? Así que omitió<br />

la causa por la cual podían ser eternamente felices, mas no<br />

pudo callar el indicio por el que consta de su miseria, confesando<br />

que la parte principal, que ellos llaman entendimiento, con que<br />

dijo que eran racionales, por lo menos la que no estaba prevenida y<br />

abroquelada con la virtud, no escapaba de las pasiones<br />

desordenadas del alma, sino que también ella, como suelen los ánimos<br />

estúpidos, padece de algún modo tempestuosas<br />

borrascas y perturbaciones, sobre lo cual se explica así:


de pensamientos dudosos; todas las cuales turbaciones y borrascas son<br />

muy ajenas de la tranquilidad de los dioses celestiales.><br />

¿Acaso en estas expresiones hay alguna duda en que diga que se turban<br />

como mar proceloso con las bravas borrascas de<br />

sus pasiones, no ciertas partes inferiores del alma, sino el mismo<br />

espíritu de los demonios, con que efectivamente son animales<br />

racionales? De modo que ni merecen que los comparen con los hombres<br />

sabios y cuerdos que a semejantes turbaciones del<br />

ánimo (de, las que no se libra la flaqueza humana, aun cuando las<br />

padecen por la suerte y condición de esta vida mortal) las<br />

suelen resistir sin inquietud alguna de su espíritu, sin dejarse<br />

arrastrar de ellas para consentir o ejecutar una sola acción que<br />

desdiga del camino recto de la sabiduría y ley de la justicia, sino<br />

que los demonios, siendo semejantes y parecidos a los<br />

hombres necios e injustos, no en los cuerpos, sino en las<br />

condiciones, por no decir peores, por ser más antiguos en tiempo,<br />

incurables e insanables por la debida pena, corren también la<br />

tormenta y borrasca del mismo espíritu, como lo dice este mismo<br />

filósofo, sin tener en parte alguna de su ánimo consistencia ni<br />

firmeza en la verdad y en la virtud con que suelen contrarrestar las<br />

turbaciones y aflicciones del alma.<br />

CAPITULO IV<br />

Lo que sienten los peripatéticos y los estoicos sobre las<br />

perturbaciones que suceden en el alma<br />

Dos opiniones hay de los filósofos sobre los movimientos del alma que<br />

los griegos llaman pathí, y algunos de los latinos, como<br />

Cicerón, perturbaciones; otros, aflicciones o afectos, y otros, más<br />

expresamente, deduciendo el sentido literal de la voz griega,<br />

los llaman pasiones. Estas perturbaciones, afecciones o pasiones,<br />

dicen algunos filósofos que las acostumbra padecer también el<br />

sabio, pero moderadas y sujetas a la razón, de modo que el imperio<br />

del alma las refrena y reduce a una moderación<br />

conveniente. Los que sienten así son los platónicos o aristotélicos,<br />

porque Aristóteles fue discípulo de Platón y fundó la secta<br />

peripatética; pero otros, como son los estoicos, opinan que de ningún<br />

modo padece semejantes pasiones el sabio, aunque de<br />

éstos, es decir, los estoicos, prueba Cicerón en los Iibros de<br />

finibus bonorum et malorum, que están encontrados con los<br />

platónicos y peripatéticos, más en las palabras que en la sustancia,<br />

porque los estoicos no quieren llamar bienes, sino comodidades<br />

a los bienes del cuerpo y a los exteriores, porque no<br />

quieren que haya otro bien en el hombre sino la virtud, como<br />

que ésta es el arte y norma del bien vivir, la cual no se halla sino<br />

en el alma, a cuyos bienes llaman los platónicos llanamente y<br />

según el común modo de hablar, bienes, aunque en comparación de la<br />

virtud con que se vive bien y ajustadamente son bien<br />

pequeños y escasos, de donde se sigue que como quiera que los unos y<br />

los otros los llamen bienes o comodidades, con todo,<br />

los estiman en igual grado, y en esta cuestión, los estoicos no ponen<br />

cosa particular, sino que se agradan en la novedad de las<br />

palabras; así que soy de parecer que en la actual controversia sobre<br />

si el sabio suele tener pasiones o perturbaciones del alma,<br />

o si está del todo libre de ellas, es cuestión de palabras, pues<br />

presumo que es tos filósofos en este punto sienten lo mismo que<br />

los platónicos y los peripatéticos en cuanto a la fuerza y naturaleza<br />

del asunto controvertido, no en cuanto al sonido de las<br />

palabras; porque omitiendo otras particularidades con que pudiera<br />

demostrarlo, por no ser prolijo, expondré solamente una,<br />

que será evidentísima. En los libros intitulados de las Noches<br />

Árticas escribe Aulo Gelio, hombre muy instruido y elocuente, que<br />

se embarcó en cierta ocasión en compañía de un famoso filósofo<br />

estoico. Este sabio, como lo refiere más larga y difusamente el<br />

mismo Aulio Gelio, lo cual tocaré bien de paso, viendo la nave


combatida de una terrible tempestad v con peligro de sumergirse,<br />

conmovido de la fuerza del temor, se demudó totalmente y perdió su<br />

color natural. Los que presenciaron tan fatal desgracia<br />

notaron la repentina mudanza, y aunque advertían que les amenazaba la<br />

muerte estuvieron curiosamente atentos, observando<br />

si el filósofo se turbaba en el ánimo; después sosegada y pasada la<br />

borrasca, así como la seguridad y bonanza, dio lugar para<br />

hablar y también para divertirse; uno de los que iban en la nave, que<br />

era hombre rico, natural de la provincia de Asia, vivía con<br />

mucho regalo y ostentación preguntó, bromeándose con el filósofo, por<br />

qué había temido y demudado el color, habiendo él<br />

permanecido sin recelo alguno en el pasado inminente riesgo. Pero el<br />

estoico le respondió lo que Aristipo Socrático, quien<br />

oyendo, en ocasión semejante las mismas palabras de otro hombre, le<br />

dijo que con justo motivo no se había turbado por la<br />

pérdida de la vida de un hombre tan perdido y disoluto como él, mas<br />

que fue muy puesto en razón que temiese por la vida de<br />

Aristipo, habiendo así cortado y tapado la boca con tal respuesta a<br />

aquel hombre poderoso. Preguntó después Aulio Gelio al<br />

filósofo sobre su anterior terror, no con intención de sonrojarle,<br />

sino por saber cuál había sido la causa de su miedo, quien por<br />

enseñar y satisfacer completamente a uno que deseaba con vivas ansias<br />

saber, sacó luego de un fardito suyo un libro del<br />

estoico Epicteto, donde se contenían doctrinas conformes a los<br />

decretos y opiniones de Zenón y de Crisipo, los cuales sabemos<br />

fueron los príncipes y corifeos de los estoicos. En este libro, dice<br />

Aulio Gelio que leyó que había sido opinión de los estoicos que<br />

las visiones del alma, que llaman fantasías y no dependen de nuestra<br />

potestad y albedrío, acontecen y dejan de acontecer al<br />

alma cuanto proceden de representaciones horribles y temibles, y así<br />

es necesario que conmuevan y agiten aun el ánimo de un<br />

sabio, de modo que se encoja algún tanto de miedo o se intimide con<br />

la melancolía, en atención a que estas pasiones previenen<br />

y se anticipan al ejercicio del juicio y de la razón; pero que no por<br />

eso causaban en él alma la opinión del mal, ni se aprobaban<br />

o consentían, porque quieren que esto esté en nuestra mano, y<br />

entienden hay diferencia entre el ánimo del sabio y el del necio;<br />

que el ánimo del ignorante se rinde a las pasiones, acomodándoles el<br />

consentimiento de la voluntad, pero el del sabio, aunque<br />

las padezca necesariamente, con todo, conserva y guarda en su íntegra<br />

y firme voluntad el verdadero y sólido consentimiento<br />

sobre lo que con justa causa debe o no apetecer. Este raciocinio le<br />

he expuesto como he podido, aunque no con tanta<br />

extensión como Aulio Gelio, pero, a lo menos, más conciso, y a lo que<br />

presumo, más claro, lo cual refiere este escritor haberlo<br />

leído en el libro de Epicteto con cuanto dijo y sintió siguiendo la<br />

doctrina de los estoicos.<br />

Y si esto es cierto no hay diferencia, o muy poca, entre la opinión<br />

de los estoicos y la de los otros filósofos sobre las pasiones y<br />

perturbaciones del alma, pues unos y otros defienden y eximen el<br />

ánimo del sabio de su dominio, y por eso mismo dicen acaso<br />

los estoicos que no las padece el sabio, porque no entorpecen con<br />

error alguno o manchan su sabiduría, con que efectivamente<br />

es sabio. Sin embargo, suceden en el ánimo del sabio, salva la<br />

tranquilidad de la sabiduría, por aquello que denominan<br />

comodidades o incomodidades, aunque no los quieren llamar bienes o<br />

males; porque si realmente aquel filósofo no estimara<br />

aquellos objetos que veía que había de perder en el naufragio, como<br />

es esta vida y la salud del cuerpo, no temiera tanto aquel<br />

peligro que le publicara tan bien como demudarse y perder su color;<br />

con todo, podía padecer aquella extraña conmoción, y<br />

tener con esto fija en su ánimo la opinión de que aquella vida y<br />

salud del cuerpo, con cuya pérdida le amenazaba aquella cruel<br />

tormenta, no eran bienes que a los que los poseían hacían buenos,<br />

como lo hace la justicia, y lo que dicen de aquellos que no<br />

se deben llamar bienes, sino comodidades, se debe atribuir al debate


y contienda que hay sobre las palabras, y no al examen y<br />

averiguación de la sustancia.<br />

Porque ¿qué importa altercar sobre si se llaman mejor bienes o<br />

comodidades, con tal que por miedo de no perderlos, no menos<br />

el estoico que el peripatético se estremezca y se demude no<br />

llamándolos de un mismo modo, sino estimándolos en un mismo<br />

grado? Unos y otros, en efecto, si con riesgo de estos bienes o<br />

comodidades los obligasen a que cometan algún pecado o acción<br />

torpe, de suerte que de otra conformidad no los puedan<br />

conservar, dicen que más quieren perder todo aquello con que se<br />

conserva la vida y salud corporal, que hacer una acción con que se<br />

profane y ofenda la justicia. De esta manera, el ánimo,<br />

estando fijo en este propósito, no deja prevalecer en sí, contra<br />

razón, ninguna perturbación, aunque sucedan averías en las<br />

partes inferiores del alma, antes él es señor absoluto de ellas, y,<br />

no consintiéndolas, antes resistiéndolas, hace que reine en él la<br />

virtud. Tal como éste pinta también Virgilio a Eneas donde dice: Mens<br />

inmota manet, lacrymae volvuntur manes: el ánimo está<br />

inmóvil, corren en vano las lágrimas.<br />

CAPITULO V<br />

Que las, pasiones que padecen los ánimos no inclinan ni atraen al<br />

vicio, sino que prueban la virtud<br />

No hay necesidad por ahora de, que demostremos copiosa y<br />

particularmente qué es lo que acerca de las pasiones nos enseña<br />

la Sagrada Escritura, que es donde se contiene y encierra la<br />

erudición cristiana; porque aquella misma alma la sujeta a Dios<br />

para que la dirija y favorezca, y las pasiones al alma para que las<br />

modere y refrene, de modo que se conviertan en<br />

aprovechamiento de la justicia. En efecto, en la escuela cristiana,<br />

no tanto se pregunta si un ánimo piadoso y temeroso de Dios<br />

se irrita, sino por qué se enoja; ni si se entristece, sino por qué<br />

se melancoliza; ni se teme, sino qué es lo que teme, porque ni el<br />

enojarse con quien peca para que se enmiende, ni el entristecerse por<br />

un afligido deseando que se libre, ni el temer por el que<br />

está en peligro, porque no se pierda, no se yo si hay alguno que,<br />

considerándolo bien, lo reprenda.<br />

Porque también es opinión particular de los estoicos que la<br />

misericordia es reprensible; pero ¿cuánto más razonable fuera que<br />

se turbara el otro estoico de compasión y misericordia por librar un<br />

hombre que no que mudase el color por temor del<br />

naufragio? Mucho mejor, con más humanidad, y conforme al sentir de<br />

los piadosos y temerosos de Dios, habló Cicerón en<br />

elogio, de César cuando dijo: ¿Y qué es la misericordia, sino una compasión de<br />

nuestro corazón de la ajena miseria, que nos obliga e impele si<br />

podemos ayudarla? Y este movimiento va sujeto y sirve a la razón<br />

cuando se usa de misericordia, de modo que se conserve la<br />

justicia, ya sea cuando se usa con el necesitado; o cuando se perdona<br />

al arrepentido. A ésta Cicerón, que habló excelente y<br />

elocuentemente, no dudó llamarla virtud, a la cual los estoicos no se<br />

ruborizan de colocarla entre los vicios, los cuales, sin<br />

embargo (como lo hemos visto por el libro de Epicteto, famoso<br />

estoico), según la doctrina de Zenón y Crisipo, que fueron los<br />

principales jefes de esta secta, admiten semejantes pasiones en el<br />

ánimo del sabio, quien, no obstante, quieren que esté exento<br />

de todos los vicios. De donde se infiere que no reputan por vicios<br />

las pasiones cuando recaen en el sabio, con tal que no<br />

prevalezcan contra la virtud y esencia del alma, viniendo a ser una<br />

misma la sentencia de los peripatéticos, y aun también la de<br />

los platónicos y la de los estoicos, a no ser que, como dice Tulio,<br />

ya es costumbre antigua el debatir los griegos sobre el nombre<br />

y modo de decir, siendo más aficionados a altercar que a saber la


verdad.<br />

Pero todavía puede preguntarse con razón si es propio de la flaqueza<br />

e inconstancia de la vida presente el padecer semejantes<br />

afectos, aun en toda especie de ejercicios virtuosos. Porque los<br />

santos ángeles, aunque sin airarse, castiguen a, los que castiga<br />

la ley eterna de Dios, y aunque socorran a los miserables sin<br />

compadecerse de su miseria y favorezcan sin padecer temor a los<br />

enemigos que ven en, peligro, sin embargo, les acomodamos los nombres<br />

de las pasiones, en el uso común del lenguaje<br />

humano, por una cierta semejanza que tienen en las obras, mas no por<br />

flaqueza alguna en los afectos; así como el mismo Dios,<br />

según la divina Escritura, se enoja y, con todo, no se turba con<br />

ninguna pasión, en atención a que se aprovechó de esta<br />

palabra y la usó el efecto de la venganza, y no porque en él<br />

residiese afecto alguno de turbación.<br />

CAPITULO VI<br />

De que especie son las pasiones que confiesa Apuleyo padecen los<br />

demonios, quienes dice favorecen a los hombres delante<br />

de los dioses.<br />

Pero, omitiendo por ahora la cuestión de los santos ángeles, veamos<br />

como dicen los platónicos que los demonios, colocados en<br />

el lugar medio entre los dioses y los hombres, padecen las terribles<br />

borrascas de las pasiones. Porque si no sufrieran<br />

semejantes movimientos teniendo el ánimo libre, superior y señor de<br />

sí mismos, no dijera Apuleyo que corren su tormenta con la<br />

misma turbación y agitación de ánimos por las procelosas ondas de<br />

pensamientos. El espíritu de éstos, es decir, la parte superior<br />

del alma, con que son racionales, y donde la virtud y la sabiduría,<br />

si existiese alguna en ellos, había de tener el mando y<br />

señorío para moderar y regir las turbulentas pasiones de las partes<br />

inferiores del alma, el espíritu de éstos, digo, como lo confiesa<br />

este platónico, padece una cruel tormenta de perturbaciones, luego<br />

el espíritu de los demonios está sujeto a las pasiones de<br />

los apetitos, a temores, enojos y todos los otros afectos; ¿qué<br />

parte, pues, les queda libre y que sea señora de la sabiduría, con<br />

que puedan agradar a los dioses y, a semejanza de los dioses buenos,<br />

mirar por los hombres cuando su espíritu, estando<br />

sujeto y oprimido de las imperfecciones y vicios de las pasiones,<br />

todo lo que naturalmente tiene de discurso y entendimiento, con<br />

tanta más eficacia lo aviva para alucinar y engañar cuanto más<br />

poseído está del apetito y pasión de hacer mal?<br />

CAPITULO VII<br />

Que los platónicos dicen que los poetas han infamado a los dioses con<br />

sus ficciones, haciéndolos combatir entre sí, siguiendo<br />

contrarias opiniones. siendo este oficio propio de los demonios y no<br />

de los dioses<br />

Si alguno dijere que los dioses fingidos por los poetas, aunque no<br />

muy distantes de la verdad, que tienen odio o amor a algunos<br />

hombres, no son absolutamente del número de todos los demonios, sino<br />

de los malos, de quienes dijo Apuleyo que corrían<br />

tormenta con las borrascas de su ánimo por las procelosas ondas de<br />

sus pensamientos, ¿cómo podremos comprender este<br />

enigma, pues cuando lo decía no describía la medianía de algunos en<br />

particular, esto es, la de los malos, sino generalmente la<br />

de todos los demonios entre los dioses y los hombres, por razón de<br />

sus cuerpos aéreos? Esto, dice, es lo que suponen los<br />

poetas al formar dioses de tales demonios, ponerles nombre de dioses,<br />

y de éstos distribuir entre los hombres que ellos estiman<br />

los amigos y enemigos, con la desenfrenada licencia de su fingido<br />

verso, confesando por otra parte que los dioses están muy le-


jos de las condiciones de los demonios, así por razón del lugar<br />

celestial que ocupan como por la riqueza y abundancia de la<br />

bienaventuranza que poseen.<br />

Esta es, pues, la ficción de los poetas, llamar dioses a los que no<br />

son dioses, y obligarles a reñir entre sí, bajo el nombre de<br />

dioses, por amor de los hombres que ellos, según la parcialidad que<br />

han adoptado, aman o aborrecen; y dice que no dista<br />

mucho de la verdad esta ficción, porque llamando dioses a los que no<br />

lo son, sin embargo, los pintan tan demonios como son en<br />

sí mismos. Por último dice, que de éstos fue aquella Minerva de<br />

Homero, .<br />

Así que, el ser aquella Minerva, quiere que sea ficción poética;<br />

porque, en efecto, tiene por diosa a Minerva, y la coloca muy<br />

lejos del trato y comunicación de los mortales en el elevado éter,<br />

asiento principal entre los dioses, de quienes cree que son<br />

buenos y bienaventurados; y ser algún demonio que favorecía a los<br />

griegos en contra de los troyanos (como señaló otro que<br />

ayudaba a los troyanos en contra de los griegos; a quien distingue el<br />

mismo poeta con el nombre de Venus o de Marte, a cuyos<br />

dioses pone en lugares y moradas celestiales, sin que se ocupen en<br />

semejantes encargos) y el combatir estos demonios entre sí<br />

en favor de los que estiman, y en contra de los que aborrecían, esto<br />

confesó que dijeron los poetas, sin separarse mucho de la<br />

verdad. Pues éstos así lo refirieron por aquellos de quienes confiesa<br />

que corren su tormenta como los hombres, con la misma<br />

turbación y agitación de ánimo por las procelosas ondas de<br />

pensamientos para poder ejercer en favor de unos y contra otros el<br />

amor y el odio, no según razón y justicia, sino como acostumbraba el<br />

pueblo, semejante a ellos en favorecer a, los cazadores y<br />

aurigas en los juegos circenses, inclinándose a la parte que estaba<br />

más apasionado; y esto parece fue lo que pretendió el<br />

filósofo Platónico, que no se creyese cuando lo dijesen los poetas<br />

que lo hacían los mismos dioses, cuyos nombres ellos fingen y<br />

ponen, sino los demonios intermedios.<br />

CAPITULO VIII<br />

Cómo define Apuleyo Platónico los dioses celestiales, los demonios<br />

aéreos y los hombres terrenos<br />

¿Y qué significa la definición de éste acerca de los demonios? Hay<br />

acaso tan poco que advertir en ella, donde tan<br />

determinadamente comprendió, sin duda, a todos, cuando dijo que los<br />

demonios en el género eran animales; en el ánimo,<br />

pasivos; en el entendimiento, racionales; en el cuerpo, aéreos; en el<br />

tiempo, eternos; en las cuales cinco cualidades no dijo<br />

alguna que al parecer tengan los demonios común, a lo menos con los<br />

hombres virtuosos, que no halle también en los malos.<br />

Porque comprendiendo a los mismos hombres en una larga descripción,<br />

hablando de ellos en su respectivo lugar como de los<br />

más ínfimos y terrenos, después de haber tratado primeramente de los<br />

dioses celestiales, en habiendo encomendado las dos<br />

partes, de lo supremo y de lo ínfimo, pasa a hablar de lo ínfimo. En<br />

el tercer lugar, de los demonios medios, dice lo siguiente: así<br />

que los hombres que habitan en la tierra tienen uso de razón y<br />

hablan, tienen almas inmortales, los miembros mortales, los<br />

pensamientos livianos y congojosos, los cuerpos brutos y sujetos, las<br />

condiciones desemejantes y semejantes, los errores, el<br />

atrevimiento obstinado, la esperanza pertinaz, el trabajo inútil, la<br />

fortuna caduca, siendo en especial mortales, pero todos generalmente<br />

perpetuos, mudables sucesivamente en la propagación, gozando<br />

de tiempo veloz, de tarda sabiduría, temprana muerte<br />

y afligida vida. Aquí, donde refiere tantos particulares<br />

pertenecientes a la mayor parte de los hombres, ¿acaso pasó en


silencio<br />

aquella cualidad que sabía concernía a muy pocos, que es la tarda<br />

sabiduría? Lo cual, si lo omitiera, no podría definir bien y<br />

rectamente al hombre con tan prolija descripción, y cuando elogia la<br />

excelencia de los dioses, dice que la misma<br />

bienaventuranza, adonde pretenden los hombres arribar por medio de la<br />

sabiduría, era lo que en ellos aparecía más excelente.<br />

Por lo cual, si quisiera que se entendiera que había algunos demonios<br />

buenos, pusiera también en su descripción alguna<br />

circunstancia por donde se comprendiera que tenía con los dioses<br />

alguna parte de bienaventuranza, o con los hombres<br />

cualquiera especie de sabiduría. Pero aquí no refiere cosa alguna<br />

buena suya con que los buenos se diferencian de los malos,<br />

aunque anduvo escaso en declarar más libremente la malicia de ellos,<br />

no tanto por no ofenderlos cómo por no disgustar a sus<br />

adoradores, con quienes hablaba. Sin embargo, dio a entender a los<br />

cuerdos y prudentes lo que debían sentir de ellos,<br />

supuesto que a los dioses, a todos los cuales quiso que los tuviesen<br />

por virtuosos y bienaventurados, los eximió del todo de sus<br />

pasiones, juntándolos con ellos en sola la eternidad de los cuerpos;<br />

repitiendo una y muchas veces claramente que los<br />

demonios en el ánimo son semejantes, no a los dioses, sino a los<br />

hombres, y esto no en lo bueno de la sabiduría, de que<br />

también pueden participar los hombres, sino en la perturbación de las<br />

pasiones, la cual domina en los ignorantes y malos, pero<br />

los sabios y virtuosos la tratan de modo que quisieran más no tenerla<br />

que vencerla.<br />

Porque si quisiera que se entendiera que los demonios tenían con los<br />

dioses la eternidad, no de los cuerpos, sino de los ánimos,<br />

sin duda que no distinguiera y apartara a los hombres de la<br />

participación de semejante cualidad; pues, sin duda, como Platónico<br />

defiende que los hombres tienen igualmente los ánimos eternos, y por<br />

eso, describiendo este género de animales, dijo que los<br />

hombres tenían las almas inmortales y los miembros mortales. Y así,<br />

si por esta razón no tienen los hombres común con los<br />

dioses la eternidad, por cuanto en el cuerpo son mortales, luego por<br />

la misma la tienen los demonios, porque en el cuerpo son<br />

inmortales.<br />

CAPITULO IX<br />

Si por intercesión de los demonios puede granjearse el hombre la<br />

amistad de los dioses celestiales<br />

¿Qué tales, pues, serán los medianeros entre los hombres y los<br />

dioses, por cuyo medio han de pretender los hombres la<br />

amistad y gracia de los dioses, supuesto que con los hombres tienen<br />

lo peor, que es en el animal lo más estimable, esto es, el<br />

alma, y con los dioses tienen lo mejor, que es en el animal lo más<br />

despreciable, que es el cuerpo? Pues constando todo animal<br />

de alma y cuerpo, de las cuales dos cualidades, sin duda, el alma es<br />

más noble que el cuerpo, y aunque defectuosa y enferma,<br />

con todo, es mucho mejor a lo menos que el cuerpo, por muy sano y<br />

firme que esté, porque su naturaleza es más excelente; y<br />

por las imperfecciones de los vicios no se pospone al cuerpo, así<br />

como al oro, aunque esté mohoso, se estima en más que la<br />

plata y el plomo, no obstante que estén purísimos estos metales,<br />

estos medianeros de los dioses y de los hombres por cuya<br />

interposición se junta y comunica lo divino y lo humano, con los<br />

dioses participan de un cuerpo eterno y con los hombres de un<br />

ánimo vicioso, como si la religión con que quieren los hombres unirse<br />

con los dioses por medio de los demonios estuviera<br />

colocada en el cuerpo y no en el alma.<br />

¿Y qué pecado, diremos, o qué culpa colgó a estos medianeros falsos y<br />

engañosos, como cabeza abajo, de modo que tenga la<br />

parte inferior del animal, esto es el cuerpo, con los superiores, y


la superior, esto es el alma, con los inferiores, y que en la parte<br />

sujeta, y que sirve que estén unidos con los dioses celestiales, y<br />

que con los hombres terrenos sean miserables en la parte que<br />

tiene el mundo? Porque el cuerpo es esclavo, como lo dice también<br />

Salustio, . Y añadió el<br />

filósofo: , pues hablaba de los hombres, que, como las bestias, tienen<br />

cuerpo mortal.<br />

Pero éstos que los filósofos nos proveyeron por medianeros entre<br />

nosotros y los dioses es verdad que pueden decir del alma y<br />

del cuerpo: el uno le tenemos común con los dioses, y otro con los<br />

hombres; pero, según dije, como trastornados y suspendidos<br />

de un modo irregular, teniendo el cuerpo, que es siervo y esclavo,<br />

con los dioses, bienaventurado, y el alma, que es la señora,<br />

con los hombres, miserable; elevados y encumbrados por la parte<br />

inferior, y abatidos y postrados por la superior. Y así, aunque<br />

alguno imagine que pueden tener la eternidad con los dioses, por<br />

cuanto sus almas con ninguna especie de muerte pueden<br />

dividirse del cuerpo como la de los animales terrestres, tampoco debe<br />

estimarse en esta conformidad su cuerpo como una eterna<br />

carroza de famosos y honrados héroes, sino como una eterna prisión y<br />

calabozo de cautivos y condenados.<br />

CAPITULO X<br />

Que, según la sentencia de Plotino, son menos miserables los hombres<br />

en los cuerpos mortales que los demonios en los<br />

eternos<br />

Plotino, escritor cercano a nuestros tiempos, es el que se lleva<br />

ciertamente la gloria y fama de haber entendido mejor que los<br />

demás a Platón; éste, tratando de las almas de los hombres, dice así:<br />

; por lo qué es de dictamen que esto mismo que es<br />

ser los hombres mortales en el cuerpo era misericordia de<br />

Dios Padre, porque no estuviesen siempre presos en la miseria de esta<br />

vida.<br />

De esta misericordia ha parecido indigna la malicia de los demonios,<br />

pues en la miseria del ánimo pasivo les cupo, no cuerpo<br />

mortal como a los hombres, sino eterno; porque, efectivamente, serían<br />

más felices que los hombres si tuvieran con ellos el<br />

cuerpo mortal, y con los dioses el alma bienaventurada; y fueran<br />

iguales con los hombres si con ánimo miserable por lo menos<br />

merecieran también tener con ellos el cuerpo mortal, si adquirieran<br />

algún tanto de piedad, de modo que llegaran a conseguir el<br />

descanso de los<br />

trabajos siquiera en la muerte. Pero no solamente son más felices que<br />

los hombres teniendo un ánimo miserable, sino que son<br />

aún más miserables con la perpetua prisión del cuerpo; y no quiso que<br />

imaginasen venían a convertirse de demonios en dioses,<br />

aprovechando en la práctica de obras piadosas y prudentes, supuesto<br />

que dijo expresamente que los demonios eran eternos.<br />

CAPITULO XI<br />

De la opinión de los platónicos, que creen que las almas de los<br />

hombres son demonios después de salir de los cuerpos<br />

Dice que las almas de los hombres son demonios, y que de hombres se<br />

hacen lares, si son de buen mérito, y si de malo,<br />

lemures o larvas, y que cuando se ignora si tienen buenos o malos<br />

méritos, entonces se denominan dioses Manes. Y con tal<br />

opinión, ¿quién no advierte, por poco que quiera atenderlo, el abismo<br />

que descubren para perseverar en las perversas<br />

costumbres? Pues por más perversos y abandonados que sean los


hombres, creyendo que han de ser o larvas o dioses Manes,<br />

vienen a ser tanto peores cuanto más inclinados y deseosos están<br />

de causar males; de modo que entienden que aun<br />

después de muertos los han de convidar con ciertos sacrificios, como<br />

si fuesen honores divinos, a que hagan daño, porque las<br />

larvas -dice-, que son unos malos y perjudiciales demonios que se<br />

forman de los hombres; pero ésta es otra cuestión, y por eso<br />

dice que, en griego, los bienaventurados son llamados Eudémones, por<br />

cuanto son buenas almas, esto es, buenos demonios,<br />

confirmando también que las almas de los hombres son demonios.<br />

CAPITULO XII<br />

De las tres cosas contrarias con que, según los platónicos, se<br />

distingue la naturaleza de los demonios y la de los hombres<br />

Pero ahora hablamos de aquellos que descubrió según su propia<br />

naturaleza, colocándolos entre los dioses y los hombres, en el<br />

género, animales; en el entendimiento, racionales; en el ánimo,<br />

pasivos; en el cuerpo, aéreos; en el tiempo, eternos. En efecto,<br />

habiendo puesto primeramente a los dioses en el alto cielo, y a los<br />

hombres en la tierra, distintos entre sí, así en los lugares como<br />

en la dignidad y perfección de su naturaleza, concluye de este modo:<br />

<br />

Aquí advierto relacionadas tres cosas contrarias acerca de las dos<br />

partes extremas de la naturaleza de los animales, esto es, de<br />

la suma y de la ínfima, pues las insinuadas tres circunstancias<br />

loables y buenas que propuso acerca de los dioses, las vuelve a<br />

repetir, aunque con diferentes términos, de manera que coteja las de<br />

los hombres con otras tres contrarias. Las tres de los<br />

dioses son éstas: la altura del lugar, la perpetuidad de la vida y la<br />

perfección de la naturaleza. Estas las volvió a repetir con diferentes<br />

palabras, oponiéndolas otras tres contrarias a la condición<br />

humana: , ya, que había dicho la<br />

perpetuidad de la vida, y dice, , pues había dicho la perfección de la naturaleza.<br />

Tres cosas afirmó sobre los dioses, que son la sublimidad del lugar,<br />

la eternidad, la bienaventuranza, y de los hombres otras<br />

tres contrarias a éstas, que son el lugar ínfimo, la mortalidad y la<br />

miseria.<br />

CAPITULO XlII<br />

Cómo los demonios, supuesto que con los dioses no son<br />

bienaventurados, ni con los hombres miserables, son medios entre<br />

unos y otros, sin comunicarse con los unos ni con los otros<br />

Entre estas tres particularidades de los dioses y de los hombres,<br />

porque en medio colocó a los demonios, no hay controversia<br />

sobre el lugar, pues entre lo más alto y lo más bajo muy bien viene y<br />

se dice el lugar medio. Restan las otras dos, que será<br />

razón examinemos con alguna mayor diligencia, indagando si es cierto<br />

que, o no les convienen a los demonios, o que se les<br />

deben acomodar y distribuir como parece que lo pide la medianía y es


innegable que no pueden dejar de convenir a los<br />

demonios.<br />

Porque, aunque decimos que el lugar medio no es el sumo ni el ínfimo,<br />

no podemos decir de igual manera que los demonios,<br />

siendo animales racionales, no son bienaventurados ni miserables,<br />

como son las planetas y las bestias, que carecen de sentido<br />

o razón, sino que los que participan de razón es necesario que sean<br />

miserables o bienaventurados. Asimismo, no podemos<br />

afirmar con fundamento que los demonios no son mortales ni eternos,<br />

puesto que todos los vivientes, o viven perpetuamente o<br />

acaban la vida con la muerte; pero ya dijo este autor que los<br />

demonios, en tiempo, eran eternos. ¿Qué resta, pues, sino que los<br />

medios de las dos ciudades de los sumos tengan la una, y de las otras<br />

dos de los ínfimos la otra? Pues si tuvieran las dos de los<br />

ínfimos o las dos de los sumos, no serían ya medios, sino que o se<br />

excedieran o inclinaran a una de las partes; así que, según<br />

llevamos demostrado, no pueden carecer de ambas, y, por consiguiente,<br />

deben medirse con igualdad, tomando de ambas<br />

partes la una, y ya que de los ínfimos no pueden tener la eternidad,<br />

porque no gozan de ella, solamente pueden obtenerla de<br />

los sumos, por lo cual no les queda otra cosa que puedan tener de los<br />

ínfimos para cumplir su medianía, sino la miseria.<br />

Según opinión de los platónicos, los dioses que ocupan el lugar más<br />

elevado participan de una bienaventurada eternidad, o de<br />

una eterna bienaventuranza; los hombres, que obtenían el lugar más<br />

humilde, de una miseria mortal, o de una mortalidad<br />

miserable, y los demonios, que están en medio, de una eternidad<br />

miserable, o de una eterna miseria. Con las cinco cualidades<br />

que describió en la definición de los demonios, todavía no probó que<br />

eran medios, como lo prometía, pues dijo que en tres cosas<br />

convenían con nosotros, en ser animales en el género, en el<br />

entendimiento racionales y en el ánimo pasivos, y con los dioses<br />

en una, que consistía en ser eternos en tiempo; y asimismo que tenían<br />

una propia, que era ser aéreos en el cuerpo. ¿Cómo,<br />

pues, serán medios, si en una cualidad convienen con los sumos y en<br />

tres con los ínfimos? ¿Quién no advierte cuánto se<br />

inclinan y deprimen a los ínfimos pasando de la medianía? Sin<br />

embargo, pueden hallarse allí realmente medios, de modo que<br />

tengan una propia y peculiar, que es el cuerpo aéreo, como también<br />

los sumos ínfimos tienen otra propia suya: los dioses,<br />

cuerpo etéreo, y los hombres, terreno, y que las dos son comunes a<br />

todos, que es que en el género sean animales y en el<br />

ánimo racionales.<br />

Porque hablando este autor de los dioses y de los hombres, , y estos autores no<br />

suelen llamar a. los dioses sino racionales en el alma. Dos cosas<br />

restan, que son: ser pasivos en el ánimo y eternos en el<br />

tiempo. En una de éstas convienen con los ínfimos, y en la otra con<br />

los sumos, para que, ajustada la medianía con cierta<br />

proporción, ni se eleve a lo sumo, ni se incline ni abata a lo<br />

ínfimo, y ésta es aquella miserable eternidad o eterna miseria de los<br />

demonios, en atención a que quien los llamó pasivos en el ánimo los<br />

llamara asimismo miserables si no le dominara el pudor por<br />

respeto a sus adoradores. Y supuesto que, según lo confiesan estos<br />

mismos filósofos, se gobierna el mundo con la providencia<br />

dcl sumo Dios y no por caso fortuito, jamás fuera eterna la miseria<br />

de éstos si no fuera excesiva su malicia; luego si los<br />

bienaventurados se llaman Eudémones, no son Eudémones los demonios a<br />

quienes colocan en el lugar medio entre los<br />

hombres y los dioses. ¿Cuál es el lugar de estos buenos demonios que,<br />

estando sobre los hombres y debajo de los dioses,<br />

acuden a favorecer a los unos y servir a los otros? Porque si son<br />

buenos y eternos, sin duda son también bienaventurados;<br />

pero la bienaventuranza eterna no consiente que sean medios, pues los<br />

compara y aproxima mucho a los dioses. Por lo cual en<br />

vano intentarán demostrar cómo los demonios buenos, si son


igualmente inmortales y bienaventurados, se colocan<br />

justamente en medio entre los dioses, inmortales y<br />

bienaventurados, y los hombres, mortales y miserables; pues teniendo<br />

ambas cualidades comunes con los dioses, es a saber, la<br />

bienaventuranza y la inmortalidad, y ninguna de ellas con los<br />

hombres, que son miserables y mortales, no advierten que los ponen<br />

muy distantes y diferentes de los hombres, y juntos con los<br />

dioses; y de ningún modo en medio entre unos y otros. Porque entonces<br />

fueran medios si tuvieran sus dos cualidades<br />

peculiares, no comunes con las dos de cualquiera de ambos, sino con<br />

una de las dos de ambos, así como el hombre ocupa un<br />

puesto medio entre las bestias y los ángeles, por ser animal racional<br />

mortal, siendo los ángeles racionales inmortales y las<br />

bestias animales irracionales mortales, teniendo, por lo tanto, de<br />

común con los ángeles la razón, y con las bestias la mortalidad.<br />

Por consiguiente, cuando buscamos medio entre bienaventurados<br />

inmortales y entre los miserables mortales, debemos buscar<br />

una cualidad que, siendo mortal, sea bienaventurada o, siendo<br />

inmortal, sea miserable.<br />

CAPITULO XIV<br />

Si los hombres, siendo mortales, pueden ser bienaventurados con<br />

verdadera bienaventuranza<br />

Pero acerca de si siendo el hombre mortal puede también ser<br />

bienaventurado, hay grande y reñida controversia entre los<br />

sabios, pues ha habido algunos que examinaron con más humildad su<br />

condición, y dijeron que el hombre no podía ser capaz<br />

de la bienaventuranza mientras existía en la vida mortal; otros se<br />

engrandecieron a sí mismos, atreviéndose a decir que los<br />

mortales, siendo sabios, podían ser bienaventurados. Si esto es<br />

cierto, ¿por qué no colocaron a éstos por medianeros entre los<br />

míseros mortales y los inmortales bienaventurados, supuesto que<br />

tenían la bienaventuranza con, los inmortales<br />

bienaventurados, y la mortalidad con los infelices mortales? Y si<br />

verdaderamente son bienaventurados, a ninguno deben tener<br />

envidia, porque ¿hay cosa más miserable que la envidia? Por lo cual<br />

deben favorecer y auxiliar en cuanto pudieren a los miserables<br />

mortales para que consigan la bienaventuranza, y después de<br />

la muerte puedan ser ellos también inmortales y<br />

agregarse a la amable compañía de los ángeles inmortales y<br />

bienaventurados.<br />

CAPITULO XV<br />

Del hombre Cristo Jesús, mediador entre Dios y los hombres<br />

Y si, lo que es más creíble y probable, que todos los hombres<br />

mientras son mortales es indefectible que sean igualmente<br />

miserables, debemos buscar un medio que sea no sólo hombre, sino<br />

también Dios, a fin de que conduzca a los hombres de esta<br />

miseria mortal a la bienaventurada inmortalidad, interviniendo la<br />

bienaventurada mortalidad de este medio; el cual convino que ni<br />

dejara de hacerse mortal ni tampoco permaneciera mortal. Hízose,<br />

pues, mortal, sin disminuir la divinidad del Verbo, recibiendo<br />

en sí la instabilidad de la humana naturaleza, pero no permaneció<br />

mortal en la misma carne, porque la resucitó de entre los<br />

muertos, siendo el fruto de su mediación que ni los mismos por cuya<br />

redención se hizo medianero quedaran sumergidos en la<br />

muerte perpetua aun de la carne. Por eso convino que el mediador<br />

entre nosotros y Dios tuviera una mortalidad transeúnte y<br />

una bienaventuranza permanente y extensiva por los siglos de los<br />

siglos, para que con lo mismo que pasa y es puramente temporal<br />

se acomodara a la suerte de los que deben morir, y de muertos<br />

los lleve a la posesión perpetua de la patria celestial;


luego, según esta doctrina, los ángeles buenos no pueden ser medios<br />

entre los miserables mortales y ,los bienaventurados<br />

inmortales, pues son también bienaventurados e inmortales, y los<br />

ángeles malos pueden ser medios, porque son inmortales con<br />

aquellos y miserables con éstos. Al contrario de estos espíritus es<br />

el mediador bueno, que contra su inmortalidad y miseria de<br />

ellos quiso ser mortal por algún tiempo, y pudo perseverar<br />

bienaventurado en la eternidad; por lo que a estos inmortales<br />

soberbios y miserables seductores, porque no atrajeran cautelosamente<br />

a la miseria por la jactancia de su inmortalidad, los<br />

destruyó con la humildad de su afrentosa muerte y con la benignidad<br />

de su bienaventuranza respecto de aquellos cuyos<br />

corazones purificó con su fe y los libró de la impura y abominable<br />

dominación de los espíritus infernales.<br />

Así que el hombre, mortal y miserable, desterrado y apartado de los<br />

inmortales y bienaventurados, ¿que medios podrá elegir<br />

para poder unirse a la inmortalidad y bienaventuranza? Lo que nos<br />

puede convidar y agradar en la inmortalidad de los<br />

demonios es miserable; lo que nos puede dar en rostro y ofender en la<br />

mortalidad de Cristo ya pasó; así que allá nos debemos<br />

guardar de la eterna infelicidad, y acá no hay que temer a la muerte,<br />

que no pudo ser eterna, y debemos amar y desear la<br />

bienaventuranza perpetua; porque con este objeto se interpuso el<br />

medio inmortal y miserable, a fin de no dejarnos pasar a la<br />

obtención de la felicidad inmortal, pues persevera obstinado en lo<br />

que impide, esto es, en la misma miseria; pero al mismo tiempo<br />

se interpuso el mortal y bienaventurado para que, pasada la<br />

mortalidad, nos hiciese, de muertos, inmortales, lo cual manifestó en<br />

sí mismo resucitando glorioso, y para hacernos, de infelices,<br />

perpetuamente felices, que es lo que El nunca dejó de ser.<br />

Infiérese, por lo mismo, que el uno es medio malo que divide y separa<br />

a los amigos, y el otro es medio bueno que reconcilia a<br />

los enemigos, por lo que hay muchos medios que nos dividen y apartan,<br />

porque la muchedumbre, que es bienaventurada,<br />

viene a serlo por la participación de un solo Dios, y la multitud de<br />

los ángeles malos es miserable por ser privada de la<br />

participación de este Dios, la cual podemos decir que se opone más<br />

pata impedir que se interpone para ayudar a la<br />

bienaventuranza; aun con su misma muchedumbre, en alguna manera<br />

embaraza e impide que podamos llegar a la posesión de<br />

aquel único bien beatífico que para que pudiéramos llegar a él fue<br />

necesario que tuviéramos no muchos, sino un solo mediador,<br />

quien fuera el mismo con cuya participación seamos bienaventurados,<br />

esto es, el Verbo divino, no hecho, sino Aquel por cuya,<br />

mano y omnipotencia se hicieron y criaron todas las cosas.<br />

Mas no por eso es tampoco mediador, por cuanto es Verbo, pues el<br />

divino Verbo, que es sumamente inmortal y sumamente<br />

bienaventurado, está muy distante de los miserables mortales, y sólo<br />

es mediador por lo que es hombre, demostrándonos<br />

realmente con esto mismo que no debemos buscar para aquel bien (no<br />

sólo bienaventurado, sino también beatífico) otros<br />

mediadores, por quienes entendemos que nos conviene procurar otras<br />

máquinas y escalas para poder subir y llegar, porque el<br />

bienaventurado y beatífico Dios, vistiéndose de nuestra humanidad,<br />

nos proveyó de un medio infalible para que pudiéramos<br />

llegar a participar de su dignidad, pues Iibrándonos de la mortalidad<br />

y miseria no nos lleva a los ángeles inmortales y<br />

bienaventurados, para que con su participación seamos igualmente<br />

inmortales y bienaventurados, sino que nos dirige a aquella<br />

sacrosanta Trinidad con cuya participación los ángeles son también<br />

bienaventurados; por lo cual, cuando para ser mediador<br />

quiso, en forma de siervo, ser inferior a los ángeles, sin embargo,<br />

en la forma que Dios quedó superior a los ángeles, siendo El<br />

mismo el que en lo inferior era el verdadero camino de la vida<br />

eterna, y en lo superior era la vida misma.


CAPITULO XVI<br />

Si es conforme a razón la sentencia de los platónicos en que dicen<br />

que los dioses celestiales, evitando los contagiosos defectos<br />

de la tierra, no se mezclan y comunican con los hombres, a quienes<br />

favorecen los demonios para que alcancen la gracia y<br />

amistad de los dioses<br />

Por cuanto no es cierto que el mismo platónico refiere haber dicho<br />

Platón que , lo cual,<br />

añade, es la principal señal de excelencia, no dejándose profanar con<br />

el trato de los hombres; luego confiesa que se dejan<br />

profanar los demonios, y por lo mismo no podrán purificar a los<br />

hombres que los profanan; según esta doctrina, los unos y los<br />

otros, todos, vienen a ser inmundos y profanos: los demonios con el<br />

comercio sensible de los hombres, y Estos adorando a los<br />

espíritus infernales. Si es cierto que pueden los demonios ser<br />

tratados como sensiblemente de hombres y mezclarse con ellos,<br />

sin contaminarse, sin duda, son mejores que los dioses, supuesto que<br />

si se mezclaran serían profanados; y esta prerrogativa,<br />

dicen, es la principal que tienen los dioses, que por estar tan<br />

altamente separados no los puede contaminar el trato de los<br />

hombres; y por lo perteneciente al sumo Dios, creador de todas las<br />

cosas, a quien nosotros llamamos verdadero Dios, dice que<br />

le celebra Platón hablando de este modo: ; luego si el que es<br />

verdaderamente sobre todas las cosas sumo Dios, con una<br />

inteligible e inefable presencia, aunque a ratos y como una luz<br />

hermosa y agradable en un rápido relámpago, con todo, se<br />

descubre a los corazones de los sabios cuando se apartan en cuanto<br />

pueden de las cosas corporales, y no puede ser<br />

contaminado de ellos, ¿a qué fin colocan, pues, a estos dioses tan<br />

distantes en un lugar elevado, por que no se contaminen con<br />

el comercio sensible de los hombres? Como si pudiésemos mejor ver o<br />

mirar aquellos cuerpos etéreos, con cuya luz, en cuanto<br />

puede, se alumbra la tierra, y si las estrellas (todas las cuales<br />

dicen que son dioses visibles), no se contaminan porque las miren<br />

y observen, tampoco los demonios se contaminarán cuando los miren y<br />

vean los hombres, aunque sea de cerca.<br />

¿O acaso temen que los contaminen los hombres con sus palabras a los<br />

que no se contaminan con sus ojos? Y por eso tienen<br />

en medio a los demonios para que les refieran las palabras de los<br />

hombres, de quienes están tan remotos y desviados para<br />

conservarse y perseverar purísimos, sin rastro de mancha. ¿Pues qué<br />

diré ya de los demás sentidos? Porque, o los dioses,<br />

por oler cuando estuviesen presentes no podrían ser contaminados, o<br />

cuando están presentes los demonios pueden efectuarlo<br />

con los vapores de los cuerpos vivos de los hombres, quienes no se<br />

contaminan en los sacrificios con tanta multitud de cuerpos<br />

muertos; en el sentido del gusto, como no tienen necesidad de ir<br />

restaurando la humana naturaleza, tampoco hay hombre que<br />

los necesite para buscar qué comer de los hombres; por lo tocante al<br />

tacto, lo tienen en su libre potestad, pues, aunque parece<br />

que este sentido principalmente se denominó trato sensible, con todo,<br />

si quisieran se mezclarían con los hombres hasta llegar a<br />

ver y que los viesen, a oír y que los oyesen; pero ¿qué necesidad hay<br />

del sentido del tacto? Pues ni los hombres se atrevieran<br />

a desearlo, gozando de la vista o conversación de los dioses y de los<br />

demonios buenos. Y si pasara tan adelante la curiosidad,


según fuera de su agrado, ¿cómo pudiera ninguno tocar a Dios o al<br />

demonio contra la voluntad de ellos, el que no puede tocar<br />

a un pájaro si no es teniéndole preso y asegurado?<br />

Luego viendo y dejándose ver, hablando y oyendo, pudieran los dioses,<br />

mezclarse corporalmente con los hombres, y si de<br />

esta manera se mezclan los demonios, como dije, y no se contaminan, y<br />

los dioses se contaminaran si se mezclaran, hacen<br />

incontaminables a los demonios y contaminables a los dioses. Y si se<br />

contaminan también los demonios, ¿de qué sirven a los<br />

hombres para la obtención de la vida bienaventurada que esperan<br />

después de la muerte, supuesto que los contaminados no<br />

pueden purificarlos para que, ya limpios, se puedan unir con los<br />

dioses incontaminados, entre los cuales y los hombres estaban<br />

ellos colocados en el medio? Y si tampoco les hacen este beneficio, ¿<br />

de qué aprovecha a los hombres la amistad y mediación<br />

de los demonios, a no ser que sea para que los hombres, después<br />

muertos, no se pasen a los dioses por ministerio de los<br />

demonios, sino que, incorporados unos y otros, vivan contaminados, y,<br />

por consiguiente, ni unos ni otros sean<br />

bienaventurados? Así es, si no es, acaso, que diga alguno que el<br />

método que observan los demonios para purificar a sus<br />

amigos es como el que tienen las esponjas y otras cosas de igual<br />

calidad, de suerte que tanto más se ensucian y manchan<br />

cuanto más se limpian y purifican los hombres. Y si esto es cierto,<br />

los dioses, que por no contaminar huyeron de la proximidad y<br />

trato social de los hombres, se mezclan con los demonios, que están<br />

más contaminados que ellos. Si no es que digan que<br />

pueden los dioses limpiar a los demonios contaminados por los hombres<br />

sin ser contaminados de ellos, lo cual no pueden<br />

hacerlo así con los hombres. ¿Y quién ha de creer este desatino, sino<br />

aquel a quien los falaces demonios hubieren engañado?<br />

Y más que si el dejarse ver y el ver contamina, los hombres ven a los<br />

dioses que él dice que son tan visibles, como


que reside en lo sumo no pueden convenir las cosas<br />

mortales y abominables que hay en lo ínfimo, es innegable que es<br />

necesario un medianero, pero tal que tenga el cuerpo<br />

inmortal que parezca a los sumos y el alma poseída de las pasiones,<br />

flaca y enfermiza, que se asemeje a los ínfimos, para que<br />

con este defecto no nos envidie nuestra salud eterna, antes, por el<br />

contrario, nos, favorezca para conseguir la salud espiritual, a<br />

no ser tal que, acomodado y ajustado con nosotros, que somos los<br />

ínfimos, con la mortalidad del cuerpo, nos suministre los<br />

auxilios más eficaces y realmente divinos para purificarnos y<br />

librarnos con la inmortal justicia de su espíritu, por la cual quedó<br />

con los sumos, no con distancia de lugares, sino con la excelencia de<br />

la semejanza. Este, siendo Dios incontaminable; no puede<br />

decirse que tuviese mancha alguna del hombre de cuya carne se vistió,<br />

o de los hombres entre quienes conversó y vivió<br />

siendo hombre; y no son pequeñas entretanto estas dos saludables<br />

máximas que nos demostró con su Encarnación, que ni la<br />

verdadera divinidad se puede contaminar con la carne ni por eso<br />

debemos imaginar que los demonios son mejores que<br />

nosotros porque no están vestidos de la humana naturaleza. Este es,<br />

como nos lo dice la Sagrada Escritura, , de cuya divinidad, en que es<br />

igual al Padre, y de su humanidad, en que se hizo<br />

semejante a nosotros, no hay aquí lugar para que podamos discurrir<br />

como es razón.<br />

CAPITULO XVIII<br />

Que los demonios, mientras nos prometen con su intercesión el camino<br />

para Dios, procuran con engaños desviar a los<br />

hombres del camino de la verdad<br />

Pero los demonios, falsos y engañosos medianeros, siendo miserables<br />

por la abominación de su espíritu y malignos por muchas<br />

obras suyas, son famosos y conocidos; sin embargo, por medio del<br />

espacio de los lugares corporales, y por la sutileza de los<br />

cuerpos aéreos, nos procuran retirar y desviar del aprovechamiento y<br />

progreso espiritual de nuestras almas, no nos abren el<br />

camino para lograr conocer y ver a Dios, sino que nos lo impiden,<br />

para que no caminemos por él, llegando a tanto su encono,<br />

que nos ponen obstáculos hasta en el camino corporal, que es<br />

falsísimo y lleno de error por donde no camina la justicia, porque,<br />

en efecto, debemos caminar y subir a Dios no por la excelencia<br />

corporal, sino por la espiritual, esto es, por la semejanza<br />

incorpórea; sin embargo, en este propio camino corporal que los<br />

apasionados de los demonios trazan por las escalas y grados<br />

de los elementos, colocando a los demonios aéreos en medio de los<br />

dioses etéreos y de los hombres terrenos, entienden y<br />

creen que la principal prerrogativa que tienen los dioses es que por<br />

esta distancia de los lugares no pueden contaminarse con el<br />

trato y comunicación de los hombres, y por eso creen mejor que los<br />

demonios son contaminados por los hombres, que no que<br />

los hombres son purificados por los demonios, y que los mismos dioses<br />

se pudieran contaminar si no los defendiera la elevación<br />

del lugar. Y ¿quién es tan estúpido que asienta a que pueda<br />

purificarse por esta vía, cuando enseñan que los hombres son los<br />

que contaminan, los demonios los contaminados y los dioses<br />

contaminables, y no elija antes el camino por donde se evite la<br />

concurrencia de los demonios que nos contaminan más, y por donde los<br />

hombres se limpian de la contaminación con la gracia<br />

de Dios inmutable, para llegar a gozar de la purísima compañía de los<br />

ángeles incontaminados?<br />

CAPITULO XIX<br />

Que ya el nombre de demonios, entre sus mismos adoradores, no se usa


para significar cosa alguna buena<br />

Mas porque no se crea que nosotros alteramos igualmente el genuino<br />

sentido de las palabras, por cuanto algunos de estos<br />

demonícolas, por decirlo así, cuyo partidario es también Labeón,<br />

dicen que otros llaman ángeles a los mismos que ellos llaman<br />

demonios, me parece que el asunto me convida a que diga ya alguna<br />

cosa de los ángeles buenos, los cuales no niegan éstos<br />

que los hay; sin embargo gustan más llamarlos demonios buenos que<br />

ángeles; pero nosotros, conforme al estilo de la Sagrada<br />

Escritura, bajo cuya creencia somos cristianos, leemos que los<br />

ángeles son en parte buenos y en parte malos, mas los demonios<br />

nunca son buenos; y en cualquier lugar que en la Divina Escritura se<br />

halla este nombre, que en latín dicen daemones o<br />

daemonia, no se entienden sino los espíritus malignos, modo de hablar<br />

que ha seguido tan generalmente el vulgo, que aun los<br />

mismos que se denominan paganos y pretenden que deben adorarse muchos<br />

dioses y demonios, casi ninguno hay tan literato<br />

y docto que se atreva a decir en buena parte, ni aun a su esclavo,<br />

, sino que cualquiera a quien se lo dijera<br />

ha de entender, sin duda, que le quiso maldecir. ¿Qué ocasión, pues,<br />

nos excita a que, además de la ofensa de tantos oídos<br />

que ya casi pueden ser todos los que no suelen tomar este nombre sino<br />

en mala parte, no sea forzoso ponernos a declarar lo<br />

que hemos dicho, pudiendo, con usar del nombre de ángeles, evitar la<br />

ofensa y mal sonido que podía haber con oír el nombre<br />

de demonios?<br />

CAPITULO XX<br />

De la cualidad de la ciencia, que hace a los demonios soberbios<br />

Aunque en el mismo origen de este nombre, si acudimos a la Sagrada<br />

Escritura, hallaremos una exposición digna de<br />

consideración. Dícense demonios porque el nombre es griego, dicho así<br />

de la ciencia, y el Apóstol que habló por boca del<br />

Espíritu Santo dice: ; lo cual no se entiende bien de este modo si<br />

no entendemos que entonces aprovecha la ciencia cuando va asociada de<br />

la caridad, pero sin esta hinchazón, esto es, sin la<br />

que levanta y ensoberbece a manera de gran ventosa; hay, pues, en los<br />

demonios ciencia sin caridad, y por eso son tan<br />

altivos, esto es, tan soberbios, que han procurado todo cuanto<br />

pueden, y con quien pueden todavía procuran que los adoren y<br />

tributen el honor y el culto que saben que se debe al Dios verdadero;<br />

y contra esta soberbia de los demonios que estaba<br />

apoderada del linaje humano por sus pecados cuánta fuerza tenga la<br />

humildad de Dios que apareció en forma de siervo, no lo<br />

acaban de conocer las almas de los hombres, hinchadas con la<br />

abominación de la altivez, semejantes a los demonios en la<br />

soberbia, aunque no en la ciencia.<br />

CAPITULO XXI<br />

Hasta qué grado quiso el Señor dejarse conocer de los demonios<br />

Los mismos, demonios sabían aun esto de modo que al mismo Señor,<br />

vestido de la humana flaqueza de nuestra carne, le<br />

dijeron: Quid nobis et tibi, Jesu Nazarene? venisti perdere nos? Claramente se advierte en estas<br />

palabras que había en ellos una ciencia muy profunda,<br />

mas no caridad, porque temían la pena y castigo que les había de<br />

venir de mano del Señor y no amaban la justicia que había<br />

en Él, y tanto se dejó conocer de ellos cuanto quiso, y tanto quiso<br />

cuanto fue menester; pero dejóse conocer y se les manifestó,


no como a los santos ángeles que gozan y participan de su eternidad,<br />

según que es Verbo del eterno Padre, sino como fue<br />

necesario manifestarles para espantarlos, de cuya potestad, en alguna<br />

manera tiránica, había de librar a los que están predestinados<br />

para su reino y gloria para siempre verdadera y<br />

verdaderamente sempiterna. Manifestóse, pues, a los demonios, no en<br />

la parte que es vida eterna y luz inmutable que alumbra a los<br />

piadosos y temerosos de Dios, la cual los que la alcanzan a ver<br />

por la fe que es en él, se purifican y limpian, sino por ciertos<br />

defectos temporales de su virtud y por algunas señales de su impenetrable<br />

presciencia, las cuales se pudiesen descubrir a los<br />

sentidos angélicos, aun de los espíritus malignos, antes que a la<br />

flaqueza de los hombres. Y así, cuando le pareció reprimirlas y<br />

ocultarlas un poco, y cuando se ocultó más profundamente, dudó<br />

de él el príncipe de los demonios, y le tentó para saber si era<br />

Cristo, examinando todo cuanto Él se dejó tentar para acomodar al<br />

hombre que consigo traía para ejemplo y dechado nuestro; pero después<br />

de aquella tentación, sirviéndole, como dice el<br />

sagrado texto, los ángeles (sin duda, los buenos) y los santos, y,<br />

por consiguiente, haciéndose terribles y espantosos a los<br />

espíritus inmundos, se fue manifestando más y más a los demonios<br />

cuán, grande era, para que a su mandato, aunque en Él<br />

parecía de corta estimación por la flaqueza de la carne, nadie, se<br />

atreviese a resistir.<br />

CAPITULO XXII<br />

Qué diferencia hay entre la ciencia de los santos ángeles y la<br />

ciencia de los demonios<br />

Estos ángeles buenos no estiman la ciencia de las cosas corporales y<br />

temporales con que se hinchan y ensoberbecen los<br />

demonios; no porque las ignoren, sino porque estiman y aprecian<br />

sobremanera la caridad de Dios con que se santifican, y en<br />

comparación de su hermosura, que es no sólo incorpórea, sino<br />

inmutable e inefable. de cuyo santo amor están inflamados,<br />

desprecian todas las cosas que están debajo de ella, y que no son lo<br />

que es ella, y a sí propios entre ellas, para poder gozar<br />

con todas las dotes que les constituye en la clase de una bondad suma<br />

de aquel sumo bien, de donde les proviene ser buenos.<br />

Y por eso tienen también una noticia más cierta de las cosas<br />

temporales y mudables, por cuanto en el Verbo divino que crió el<br />

mundo ven las principales causas de ellas, con las que se comprueban<br />

unas, se reprueban otras, y todas se gobiernan y<br />

ordenan, pero los demonios no contemplan ni ven en la sabiduría de<br />

Dios las causas eternas de los tiempos y las que son de<br />

algún modo las cardinales, sino que con la experiencia mayor de<br />

algunas señales ocultas a nuestros, limitados entendimientos<br />

alcanzan a examinar muchas más, cosas futuras que los hombres, y<br />

vaticinan algunas veces sus admirables disposiciones.<br />

Finalmente, éstos se engañan a veces y los otros nunca; porque una<br />

cosa es conjeturar y comprender bajo el aspecto de las<br />

cosas temporales las temporales y con las mudables las mudables<br />

expresándolas y aplicándolas el juicio temporal y mudable de<br />

su voluntad y limitadas fuerzas, lo cual se permite a los demonios<br />

por una razón incomprensible a nosotros; y otra cosa es<br />

prever y presagiar en las eternas e inmutables leyes de Dios que<br />

viven en su sabiduría las vicisitudes y alteraciones de los<br />

tiempos y conocer la voluntad de Dios tan cierta como poderosa con la<br />

participación que tienen de su divino espíritu; lo cual,<br />

según sus respectivos grados, se concede con recta discreción a los<br />

santos y ángeles; así que, no sólo son eternos, sino<br />

también, bienaventurados, y el bien con que son felices es su Dios,<br />

que es por quien fueron criados, porque gozan sin<br />

alteración ni disminución alguna, y sin recelo de perderle jamás, de<br />

su participación y contemplación


CAPITULO XXIII<br />

Que el nombre de dioses falsamente se atribuye a los dioses de los<br />

gentiles, el cual, con todo, por autoridad de la divina<br />

Escritura, viene a ser común así a los santos ángeles como a los<br />

hombres<br />

Si los platónicos se complacen más de llamar a los ángeles dioses que<br />

demonios y de colocarlos entre los dioses, de quienes<br />

escribe su maestro Platón que los crió el sumo Dios, díganlo del modo<br />

que les agrade, porque no hay que molestarse ni reparar<br />

respecto de ellos en la disputa sobre el nombre; pues si dicen que<br />

son inmortales y confiesan llanamente que los crió el sumo<br />

Dios, y que son bienaventurados, no por sí mismos, sino por unirse<br />

con su Criador, dicen lo mismo que nosotros, llámenles<br />

como gusten; que éste sea el dictamen de los platónicos o de todos, o<br />

de los más sabios, se puede indagar por sus mismos<br />

libros, por cuanto aun en la expresión del nombre con que llaman<br />

dioses a estas criaturas inmortales bienaventuradas no hay<br />

discrepancia notable entre ellos y nosotros, pues leemos también en<br />

nuestras sagradas letras: ; y en otra parte: ; en otro lugar: ;<br />

porque cuando dice: , la razón<br />

porque así lo dijo lo declara adelante, y prosigue quoniam<br />

omnes Dii, Gentium daemonia, Dominus autem Coelos ,fecit, ; dijo, pues, terribles sobre<br />

todos los dioses, esto es, sobre todos los dioses de los gentiles, a<br />

quienes éstos tienen por tales, siendo así que son demonios, es<br />

terrible para ellos, y por eso con miedo y terror decían al Señor:<br />

Donde dice<br />

igualmente Dios de los dioses no puede entenderse Dios de los<br />

demonios, y donde dice Rey grande sobre todos los dioses, líbrenos<br />

Dios de decir que es Rey o Caudillo grande sobre todos<br />

los demonios.<br />

También llama la misma Escritura Sagrada dioses a los hombres del<br />

pueblo de Dios: , por lo que podemos entender por Dios de estos dioses al que<br />

llamó Dios de estos dioses y sobre tales dioses; Rey<br />

grande al que dijo que era Rey grande sobre todos los dioses. Pero<br />

cuando nos preguntan, supuesto que se llaman dioses los<br />

hombres, por individuos del pueblo de Dios, con quien habla el Señor<br />

por medio de los ángeles o por los hombres, ¿cuánto<br />

más dignos serán de este honorífico dictado los inmortales que gozan<br />

de aquella bienaventuranza, adonde, sirviendo a Dios,<br />

desean los hombres llegar? ¿Qué hemos de responder, sino que no en<br />

vano la Escritura llame más expresamente dioses a los<br />

hombres que a los inmortales y bienaventurados, a quienes se nos<br />

promete que seremos iguales en, la resurrección, es a<br />

saber, porque no se atreviera la imbecilidad humana a ponernos por<br />

Dios algunos de ellos, fundada en su alta excelencia? Lo<br />

cual es fácil de evitar en el hombre. Fue justamente determinado que<br />

más clara y distintamente se llamaran dioses los hombres<br />

del pueblo de Dios, para que se certificaran más y más y confiaran<br />

que era solamente su Dios el que se dijo Dios de los dioses,<br />

porque aunque se llamen dioses los inmortales y bienaventurados que<br />

gozan de la patria celestial, con todo, no se llamaron<br />

dioses de los dioses, esto es, dioses de los hombres del pueblo de<br />

Dios; por quienes se dijo: Ego dixi, Dii estis, et filli Excelsi<br />

omnes: , de donde<br />

proviene lo que dice el Apóstol:


Padre, de quien como el verdadero autor y criador del<br />

Universo, nos viene todo encaminado para nosotros, y nosotros para<br />

ti, y un solo Señor Jesucristo, por quien el Padre hizo las<br />

cosas, y a nosotros para él.><br />

No hay motivo para controvertir y altercar con obstinación sobre el<br />

nombre, siendo tan evidente y claro el asunto, que no admite<br />

duda alguna; pero siempre que decimos que del número de los<br />

inmortales bienaventurados envió Dios ángeles que anunciasen<br />

a los hombres su voluntad divina, no les agrada esta referencia,<br />

porque creen que este ministerio lo ejercen, no los que llaman<br />

dioses, esto es, los inmortales y bienaventurados, sino los demonios,<br />

a quienes se atreven a distinguir solamente con el nombre<br />

de inmortales, aunque no con el de bienaventurados, o a lo menos si<br />

los dicen inmortales y bienaventurados, es de tal modo,<br />

que, sin embargo, los llaman demonios buenos y no dioses colocados en<br />

lugar elevado, desviados del comercio sensible de los<br />

hombres. Y aunque esta discusión parezca precisamente controversia de<br />

nombre, no obstante, es tan abominable el nombre de<br />

los demonios, que en todo caso debemos desterrarle de entre los<br />

santos ángeles. Ahora, pues, cerremos este libro, sosteniendo<br />

que los inmortales y bienaventurados, de cualquier modo que los<br />

llamen (que en efecto son criaturas), no son medianeros para<br />

conducir a la inmortalidad y bienaventuranza a los miserables<br />

mortales, quienes se distinguen de ellos por dos diferencias, por la<br />

miseria y por la mortalidad, y los que son medios (que tienen la<br />

inmortalidad común con los superiores y la miseria con los inferiores,<br />

por cuanto son miserables con su malicia), la<br />

bienaventuranza que no poseen, más bien pueden envidiárnosla que<br />

dárnosla. De estas razones se deduce que no tienen aliciente alguno<br />

de consideración que nos puedan representar los afectos<br />

y aficionados a los demonios, por cuyo respeto debamos reverenciarlos<br />

y auxiliarlos como avudadores y protectores; antes<br />

como mentirosos, debemos evitar su trato y amistad; pero los que los<br />

tienen por buenos, y consiguientemente no sólo por<br />

inmortales, sino por bienaventurados, entienden que deben ser<br />

adorados por dioses sirviéndolos afectuosamente con sacrificios<br />

y ceremonias divinas, para conseguir después de su muerte la vida<br />

bienaventurada, cualesquiera que sean ellos y cualquiera<br />

que sea el nombre que merezcan; éstos, digo, que los tienen por<br />

buenos, no quieren que adoremos con semejante culto sino a<br />

un solo Dios, que es quien los crió, y con cuya participación son<br />

bienaventurados, como prestándonos este gran Señor su favor<br />

y gracia, lo veremos más extensamente en el libro siguiente.<br />

LIBRO DECIMO<br />

EL CULTO DEL VERDADERO DIOS<br />

CAPITULO PRIMERO<br />

Que fue también doctrina de los platónicos que la verdadera<br />

bienaventuranza la da un solo Dios, ya sea a los ángeles, ya sea<br />

a los hombres; pero resta averiguar si los que ellos entienden que<br />

por esta misma bienaventuranza deben ser adorados,<br />

quieren que Sacrifiquemos solamente a Dios o a ellos también<br />

Es cierto, entre todos los que poseen la razón natural, que todos los<br />

hombres apetecen ser bienaventurados. Pero mientras la<br />

humana imbecilidad procura averiguar exactamente quiénes son<br />

bienaventurados, y la norma que observan para conseguir<br />

esta felicidad, han resultado en esta discusión muchas y célebres<br />

controversias, en las que han consumido el tiempo y sus estudios<br />

los filósofos, las cuales sería muy prolijo y nada necesario el<br />

intentar referir y discutir. Porque y el lector recuerda lo que<br />

propusimos en el libro VIII acerca de la elección de los filósofos,


con quienes podía tratarse la cuestión sobre la vida<br />

bienaventurada que ha de suceder después de la muerte, esto es, si<br />

podíamos alcanzarla adorando a un solo Dios verdadero<br />

o a muchos dioses, no será su voluntad que volvamos a repetir aquí lo<br />

mismo, mayormente pudiendo, con volver a leerlo, si<br />

acaso se le hubiere olvidado, ayudar a refrescar la memoria Elegimos<br />

con conocimiento de causa a los platónicos, que<br />

justamente son los más famosos y cuerdos entre todos los filósofos;<br />

porque así como pudieron comprender con las luces de su<br />

entendimiento que el alma del hombre, aunque era inmortal, racional o<br />

intelectual, con todo no podía ser bienaventurada sin la<br />

participación de la soberana luz de aquél por quien ella y el mundo<br />

fue criado, así también negaron que alguno pueda<br />

conseguir la eterna felicidad que todos los hombres apetecen y<br />

desean, a no ser que se una la pureza de un amor casto con<br />

aquel sumo bien, que es el inmutable y omnipotente Dios. Mas porque<br />

los platónicos, ya fuese rindiéndose a la vanidad y al<br />

error común del pueblo, o, como dice el apóstol de las gentes, Pablo:<br />

,<br />

opinaron o quisieron que debía adorarse a muchos dioses y aun algunos<br />

de ellos fueron de opinión que debían ser adorados<br />

con honras y sacrificios divinos los demonios (a los cuales hemos<br />

contestado ya en lo principal); ahora nos resta examinar y<br />

averiguar, con el favor de Dios, cómo los inmortales y<br />

bienaventurados, que están en los celestiales tronos, dominaciones,<br />

principados y potestades, a quienes los platónicos llaman dioses, y<br />

algunos de ellos o demonios buenos o como nosotros, ángeles,<br />

cómo ha .de entenderse que quieren que los reverenciemos, y con<br />

qué culto y religión quieren que los sirvamos; esto es,<br />

por decirlo más claro, si quieren que los adoremos, ofrezcamos.<br />

sacrificios y les consagremos algunas cosas de nuestro uso, o a<br />

nosotros mismos, con ritos y ceremonias sagradas, o solamente a su<br />

Dios, que lo es también nuestro.<br />

Porque éste es el culto y religión que se debe tributar a la<br />

divinidad o, si hemos de decirlo con más expresión, a la misma<br />

deidad; y para significar este culto y adoración con sola una<br />

palabra, ya que no me ocurre una latina acomodada al asunto,<br />

donde es necesario lo doy a entender en la griega. Porque los<br />

nuestros en cualquier parte que se halla en la Sagrada Escritura<br />

esta voz latría han interpretado servicio. Por el servicio que debe<br />

prestarse a los hombres, conforme al cual prescribe el Apóstol<br />

que los siervos estén sujetos a sus señores, suelen llamarle en<br />

griego con otro nombre, más por la voz latría, según el uso<br />

común con que se explicaron los que nos interpretaron las sagradas<br />

letras, o siempre o frecuentísimamente convinieron que se<br />

entendiese el servicio que pertenece al culto y reverencia de Dios.<br />

Por lo cual, si se dice solamente culto o reverencia, parece<br />

que no es el que se debe a solo Dios; pues asimismo decimos que<br />

honramos y reverenciamos a los hombres cuando los<br />

nombramos o visitamos con respeto y sumisión. Y no sólo acomodamos el<br />

nombre de culto a los objetos a que nos rendimos con<br />

religiosa humillación, sino también a algunos que nos están sujetos:<br />

pues de este verbo sacan su etimología los agrícolas, los<br />

colonos e incolas, y a los mismos dioses no por otra causa los llaman<br />

celícolas, sino porque son incolas o moradores del cielo,<br />

no reverenciando a éste, sino a los que habitan y moran en él, como<br />

unos colonos y habitantes del cielo; no como se llaman<br />

colonos los que deben el arrendamiento de las tierras, por utilidad o<br />

fomento de la agricultura o labranza, a los señores que las<br />

poseen, sino como dice un célebre autor de la lengua latina: . De incolo, que es habitar, llamó a los colonos, y no<br />

de la agricultura. Por esta misma razón, las ciudades que<br />

fundaron otras poblaciones mayores con la gente sobrante de su pueblo<br />

se llaman colonias. Y aunque según esta exposición,<br />

es, sin duda verdad infalible que el culto no se debe sino a Dios por


una significación propia y literal de esta voz, por cuanto el<br />

culto en el idioma latino se acomoda también a otras cosas, no<br />

obstante, el que se debe a Dios no puede significarse en latín con<br />

una palabra sola. Y aun la misma palabra religión, aunque parezca que<br />

significa, no cualquier culto, sino el verdadero, único, y<br />

propio de Dios (por cuya razón los nuestros interpretan con este<br />

nombre lo que en griego se dice Threscia', mas porque según<br />

el uso común latino no sólo de los imperitos, sino también de los muy<br />

instruidos, se debe la religión a las cognaciones humanas,<br />

a las afinidades y a cualesquiera parentescos; con esta palabra no<br />

evitamos la ambigüedad, siempre que se trate de la cuestión<br />

sobre el culto de la deidad; de modo que no podemos decir con toda<br />

confianza que la palabra religión sea exclusiva del culto<br />

debido a Dios, pues parece se emplea también para significar la<br />

observancia de los deberes ajenos al parentesco humano.<br />

Asimismo la piedad, a quien los griegos llaman Eusebia, suele<br />

significar el culto de Dios; con todo, de ella se usa cuando, como<br />

humanos y agradecidos, la ejercemos con los padres, y conforme al<br />

común lenguaje del vulgo acomodamos este nombre<br />

ordinariamente a las obras de misericordia; lo cual sin duda ha<br />

procedido de que Dios manda principalmente que nos<br />

ejercitemos en ellas, las cuales dice que le agradan como sacrificios<br />

o más que sacrificios. De este modo de hablar ha provenido<br />

el que llamemos piadoso al mismo Dios, aunque los griegos no le<br />

distinguen en su idioma con el nombre de Euseben, sin<br />

embargo, de que usen comúnmente de la voz Eusebia para significar la<br />

misericordia. Y así en algunos lugares de la Sagrada<br />

Escritura, para que tal distinción se advirtiese mejor, quisieron<br />

decir no Eusebian, que suena como si se dijera buen culto, sino<br />

Theosebian, que es culto de Dios. Pero nosotros no podemos dar a<br />

entender cualquiera significación de las insinuadas con una<br />

sola palabra. Así que lo que en griego se dice latría, en latín se<br />

interpreta servicio; pero aquel con que reverenciamos a Dios Lo<br />

que se dice en griego Threscia, en latín se llama Religión; la que<br />

observamos para con Dios. Lo que llaman Theosebia, y<br />

nosotros no podemos explicar con sola una palabra, la distinguimos<br />

con las voces de ; éste decimos que se debe<br />

tributar únicamente a aquel Dios que es Dios verdadero y que hace<br />

dioses a sus adoradores Todos cuantos inmortales y<br />

bienaventurados hay en las moradas celestiales, si no nos aman ni<br />

quieren que seamos bienaventurados, ciertamente no<br />

debemos adorarlos; y si nos aman y estiman, deseando que seamos<br />

eternamente felices, sin duda que con tan piadosa idea<br />

quieren que lo seamos del mismo modo que los son ellos; y ¿por qué<br />

causa han de ser ellos bienaventurados de un modo y<br />

nosotros de otro?<br />

CAPITULO II<br />

De lo que sintió el platónico Plotino sobre la superior iluminación<br />

En la presente cuestión no sustentamos debate ni controversia alguna<br />

con estos insignes filósofos, porque ellos dejaron escrito<br />

abundantemente en sus libros en muchos lugares, que con el mismo<br />

medio que nosotros podemos adoptar, llegan los ángeles a<br />

ser bienaventurados, teniendo por objeto una luz inteligible, que<br />

respecto de ellos es Dios, y es una cosa distinta de ellos, con la<br />

que son ilustrados para que resplandezcan, y con su participación son<br />

perfectos y bienaventurados. En repetidas ocasiones y<br />

distintos lugares afirma Plotino, declarando la opinión de Platón,<br />

que ni aun aquella que imaginan ser el alma del Universo es<br />

bienaventurada por algo distinto de aquello porque parece es la<br />

nuestra, a saber, por una luz que no es el alma misma, sino<br />

aquel por quien ha sido criada e iluminada por esta luz<br />

inteligiblemente, resplandece el alma en el entendimiento. Lo cual<br />

comprueba con un ejemplo concerniente a las cosas incorpóreas,


tomándole de los cuerpos celestes grandes y visibles,<br />

diciendo que Dios es como el sol, y el alma del mundo como la luna;<br />

pues creen que la luna es iluminada con el objeto o<br />

presencia del sol. Añade, pues, aquel célebre platónico que el alma<br />

racional (si es que no debemos llamarla mejor intelectual, de<br />

cuyo género entiende que son las almas de los inmortales y<br />

bienaventurados, de las que no duda afirmar habitan en los<br />

asientos o tronos del Cielo) no tiene sobre sí otra naturaleza<br />

superior sino la de Dios, que crió el mundo, y por quien fue<br />

asimismo criada, y que no les viene de otra parte a los soberanos<br />

espíritus la vida bienaventurada sino de donde nos viene a<br />

nosotros, conformándose en este punto con la doctrina evangélica,<br />

donde dice el Señor por boca del Evangelista San Juan:<br />

Con cuya diferencia se demuestra bastantemente que el<br />

alma racional o intelectual, cual era la que tenía Juan,<br />

no podía ser luz para sí mismo, sino que lucía con la participación<br />

de otra verdadera luz. Esto lo confiesa también el mismo Juan,<br />

cuando testificando de ella, dice: <br />

CAPITULO III<br />

Del verdadero culto de Dios, del cual, aunque le reconocieron como<br />

criador del Universo, se desviaron los platónicos,<br />

adorando a los ángeles, ya fuesen buenos, ya fuesen malos, como a<br />

Dios<br />

Si los platónicos y todos cuantos sintieron como ellos; conociendo a<br />

Dios, le glorificaran como a tal y tributaran rendidas gracias<br />

por los incomparables beneficios que reciben de su bondad, si no<br />

hubieran inutilizado sus discursos y raciocinios, y no hubieran<br />

dado ocasión a los errores del pueblo, si no hubieran tenido bastante<br />

constancia para oponerse a ellos, sin duda confesaran<br />

que así los inmortales y bienaventurados como nosotros, mortales y<br />

miserables, para poder llegar a ser inmortales y<br />

bienaventurados debemos adorar a un solo Dios de los dioses, que es<br />

nuestro Dios y Señor, y también el suyo.<br />

A este gran Dios debemos tributar el culto que en griego se dice<br />

latría, ya sea en algunos sacramentos, ya sea en nosotros<br />

mismos. Porque todos juntos, unidos por la caridad en la sociedad<br />

cristiana, somos y representamos su templo, y cada uno de<br />

por sí mismo sus verdaderos templos, para que así pueda decirse con<br />

verdad que habita en la unánime concordia de todos y<br />

en cada uno, no siendo mayor en todos que en cada uno<br />

respectivamente; pues, ni con la grandeza se extiende y dilata, ni<br />

repartido entre todos disminuye en lo más mínimo. Cuando tenemos<br />

nuestro corazón levantado y puesto en Dios, entonces<br />

nuestro corazón es un verdadero altar, aplacamos su justa indignación<br />

por la mediación de un sacerdote, que es su unigénito; le<br />

ofrecemos sangrientas víctimas cuando peleamos valerosamente en<br />

defensa de las verdades de su incontrastable fe hasta<br />

derramar la sangre y rendir la vida en testimonio de estas verdades<br />

indefectibles; quemamos y le ofrecemos un suavísimo<br />

incienso cuando, postrados ante su divina presencia, nos abrasamos en<br />

su santo e inefable amor; ofrecémosle sus dones en<br />

nosotros v a nosotros mismos, y en esta oblación piadosa le volvemos<br />

lo que realmente es suyo; le consagramos Y dedicamos<br />

en ciertos días solemnes la memoria de sus beneficios, para que con<br />

el transcurso de los tiempos no se apodere de nuestro<br />

corazón la ingratitud y olvido de sus misericordias; le sacrificamos,<br />

una hostia de humildad y alabanza en el ara o templo vivo de<br />

nuestra alma, con el ardiente fuego de una caridad fervorosa. Con el


laudable objeto de poder ver a ese Señor del modo que<br />

puede ser visto y de unirnos con él, nos lavamos y purificamos de<br />

todas las máculas de los pecados y apetitos malos e impuros,<br />

y nos consagramos bajo sus divinos auspicios. Pues el Señor Dios<br />

Todopoderoso es la fuente inagotable de nuestra<br />

bienaventuranza, es el único fin de todos nuestros deseos. Eligiendo<br />

a este Señor por nuestro único Dios o, por mejor decir,<br />

reeligiéndole (pues siendo indolentes y negligentes le hemos<br />

perdido), reeligiéndole, digo, de cuyo verbo dicen procedió la voz<br />

Religión, caminamos a él por la predilección y el amor para que,<br />

llegando a gozar de la visión intuitiva de su deidad,<br />

descansemos eternamente en aquellas moradas eternas donde se-remos<br />

ciertamente bienaventurados, porque con tan glorioso<br />

fin seremos perfectos Nuestro bien y única felicidad, sobre cuyo<br />

último fin se han suscitado tan acres disputas entre los filósofos,<br />

no es otro que unirnos con el Señor y con un abrazo incorpóreo, si<br />

puede decirse así, o con la espiritual unión de este gran<br />

Dios, el alma intelectual se llene y fertilice de verdaderas<br />

virtudes. Este es el sumo bien que nos manda amemos solamente,<br />

cuando nos dice por su cronista y evangelista San Mateo: A la posesión de este incomparable bien nos deben dirigir y<br />

encaminar los que verdaderamente nos aman, y nosotros<br />

debemos conducir a los que amamos tiernamente. Así se cumplen<br />

exactamente aquellos dos preceptos divinos, en los cuales,<br />

como en compendio, está cifrado lo que contiene la ley y los<br />

profetas: <br />

Para que el hombre supiese amarse a sí mismo le<br />

determinaron un fin al cual refiriese todas sus acciones para que<br />

fuese bienaventurado; porque el que se ama a sí mismo no<br />

apetece otra felicidad que el ser bienaventurado; y este fin no es<br />

otro que unirse con Dios. Por consiguiente, al que sabe<br />

amarse a sí mismo, cuando le mandan que ame al prójimo como a si<br />

mismo, ¿qué otra cosa le prescriben sino que en cuanto<br />

pudiere le encargue y encomiende el amor de Dios? Este es el culto de<br />

Dios, ésta la verdadera religión, ésta la recta piedad,<br />

éste es el servicio y obsequio que se debe solamente a Dios.<br />

Cualquiera potestad inmortal, por grande y excelente que sea su<br />

virtud, si nos ama como a sí misma, quiere, para que seamos<br />

eternamente felices, que estemos sujetos y rendidos a aquel Señor<br />

a quien estando ella igualmente subordinada, es bienaventurada. Luego<br />

si no adora a Dios es miserable, porque se priva de la<br />

felicidad de ver a Dios; pero si adora a Dios no quiere que le<br />

adoremos a ella como a Dios; por el contrario, ratifica y favorece<br />

con el vigor y sanción inviolable de su voluntad aquella divina<br />

sentencia donde dice la Escritura: <br />

CAPITULO IV<br />

Que se debe sacrificio a un solo Dios verdadero<br />

Y omitiendo por ahora otras referencias que pertenecen al culto de la<br />

religión con que reverenciamos a Dios, a lo menos no hay<br />

hombre sensato que se atreva a decir que el sacrificio se deba a otro<br />

que a Dios. Muchos ritos hemos tomado efectivamente del<br />

culto divino, y los hemos transferido y acomodado a las ceremonias<br />

con que honramos y reverenciamos a los hombres, ya sea<br />

por la demasiada humildad, ya por la lisonja maligna; pero a los que<br />

atribuimos estas invenciones son tenidos por hombres que<br />

llaman colendos y reverendos, y si están muy elevados, adorandos;<br />

pero ¿quién creyó jamás que el sacrificio se debía a otro<br />

sino a quien supo, creyó o fingió que era Dios? Cuán antiguo sea el<br />

reverenciar a Dios con el uso del sacrificio, bastantemente


nos lo manifiestan los dos hermanos Caín y Abel, entre quienes<br />

reprobó Dios el sacrificio del mayor y aceptó el del menor.<br />

CAPITULO V<br />

De los sacrificios que Dios no pide, pero quiso se observasen para<br />

significación de los que pide<br />

¡Y quién será tan estúpido e ignorante que crea que lo que se ofrece<br />

en los sacrificios es necesario para algunos destinos de<br />

que Dios tenga necesidad! Lo cual, aunque en varios lugares lo enseña<br />

la Sagrada Escritura, por no dilatarme demasiado, sólo<br />

alegare la expresión del salmo: Así hemos de entender<br />

que Dios no tiene necesidad de res o animal alguno, o de cualquier<br />

otro ente corruptible o terreno; ni siquiera de la misma<br />

justicia del hombre, pues todo lo que es servir fiel y legítimamente<br />

a Dios, resulta en utilidad del hombre y no de Dios. Pues nadie<br />

afirmará que causa provecho a la fuente porque bebe sus aguas, o a la<br />

luz por que ve con ella. Y si los patriarcas antiguos<br />

ofrecieron algunos sacrificios con víctimas de varios animales (los<br />

cuales, aunque los tiene prescritos en el sagrado texto el<br />

pueblo de Dios, no los usa al presente), no debe entenderse sino que<br />

con aquellas figuras se significaron las verdades que<br />

realmente pasan en nosotros a fin de que nos unamos con Dios, y a<br />

este último fin dirijamos también al prójimo; así que el<br />

sacrificio visible es un sacramento, esto es, una señal sagrada del<br />

sacrificio invisible. Y así el rey penitente en boca del profeta, o<br />

el mismo profeta rogando con todo esfuerzo que Dios tuviese<br />

misericordia de sus pecados, dice: Notemos y<br />

consideremos cómo donde dijo que Dios no quería<br />

sacrificio, allí mismo indica que Dios le quiere. No quiere, pues, el<br />

sacrificio de una res muerta, y sólo quiere el sacrificio de un<br />

corazón contrito. Por la expresión en que dijo que no quería se<br />

significa lo que en seguida dijo que quería. Dijo, pues, que Dios<br />

no gustaba de los sacrificios ofrecidos al modo que los ignorantes<br />

creen que los quiere para que le sirviesen de diversión y<br />

complacencia. Porque si los sacrificios que únicamente apetece entre<br />

otros (que es uno solo; a saber: el corazón contrito y humillado<br />

con el dolor verdadero y la penitencia) no quisiera se<br />

significaran con los sacrificios que presumieron deseaba, como si<br />

fuesen agradables y deleitables al Señor; sin duda que no mandara<br />

expresamente en la ley antigua se los ofrecieran. Por lo<br />

cual fue indispensable mudarlos al tiempo oportuno y vaticinado en la<br />

Escritura, para que no se creyese que los codiciaba el<br />

mismo Dios, o a lo menos, que eran aceptables por nuestra parte, no<br />

por lo que en ellos se significaba. En esta conformidad dice<br />

en otra parte por su real profeta David; Como si dijera: si tuviera<br />

yo necesidad de estos manjares, no te los pidiera<br />

teniéndolos todos en mi poder. Después, prosiguiendo en relacionar lo<br />

que significan aquellas cosas, dice: . Asimismo en el profeta Miqueas se lee:


pecado de mi alma? ¿No te ha avisado ya, hombre, lo bueno y lo que<br />

quiere el Señor de ti? ¿Y qué otra cosa desea sino que<br />

vivas justa y santamente, que seas benigno y misericordioso, pronto y<br />

dispuesto para servir y agradar a Dios tu Señor?> Las<br />

dos amonestaciones se contienen distintamente en las expresiones de<br />

Miqueas quien claramente declara que no pide Dios para<br />

sí los sacrificios con que se significan los que le complacen. En la<br />

carta que se inscribe a los hebreos dice: Y, por consiguiente, donde dice: , no es necesario que entendamos<br />

otra cosa sino que prefirió un sacrificio a otro sacrificio, mediante<br />

a que aquel que todos llaman sacrificio es una figura o<br />

representación del verdadero sacrificio, y la misericordia es del<br />

mismo modo, verdadero sacrificio, por lo que dice lo que poco<br />

antes referí, . Todo cuanto leemos que mandó Dios en diferentes<br />

ocasiones sobre los sacrificios y sobre el ministerio o<br />

servicio del Tabernáculo o del templo. se refiere para significar el<br />

amor de Dios y del prójimo, porque en estos dos Mandamientos, como<br />

dice la Sagrada Escritura, está cifrado y recopilado todo<br />

lo que contiene la ley y los profetas,<br />

CAPITULO VI<br />

Del verdadero y perfecto sacrificio<br />

Sacrificio verdadero es todo aquello que se practica a fin de unirnos<br />

santamente con Dios, refiriéndolo precisamente a aquel<br />

sumo bien con que verdaderamente podemos ser bienaventurados. Por lo<br />

cual la misma misericordia que se emplea en el<br />

socorro del prójimo, si no se hace por Dios, no es sacrificio. Pues<br />

aunque le haga u ofrezca el hombre, sin embargo, el sacrificio<br />

es cosa divina, de modo que aun los antiguos latinos llamaron al<br />

sacrificio con el nombre de cosa divina. Así el mismo hombre<br />

que se consagra al nombre de Dios y se ofrece solemnemente y de<br />

corazón a este gran Señor, en cuanto muere al mundo<br />

para vivir en Dios es sacrificio; porque también pertenece a la<br />

misericordia la que cada uno usa consigo mismo. Por eso dice la<br />

Sagrada Escritura: . Cuando castigamos nuestro cuerpo con la templanza,<br />

si lo hacemos por Dios, como debemos, no dando nuestros miembros para<br />

que se sirva de ellos el pecado por armas e<br />

instrumentos para obrar el mal, sino para que use de ellos Dios<br />

nuestro Señor como de armas e instrumentos para hacer bien,<br />

es igualmente sacrificio: Ruégoos, pues, hermanos, por la<br />

misericordia de Dios, que le ofrezcáis y sacrifiquéis vuestros<br />

cuerpos,<br />

no ya como animales muertos, sino como una hostia viva,<br />

verdaderamente pura y santa, agradable y acepta a Dios, como un<br />

sacrificio racional.> Si, pues, el alma, que por ser superior se<br />

sirve del cuerpo como de un siervo o de un instrumento cuando<br />

usa bien de él y lo refiere a Dios hace un sacrificio, ¿cuánto más<br />

aceptable será el sacrificio del alma siempre que éste se refiere<br />

a Dios, para que inflamada con el ardiente fuego de su divino amor<br />

pierda totalmente la forma de la concupiscencia del siglo, y<br />

estando sujeta y rendida al mismo Señor, que es forma inmutable, se<br />

reforme y renueve espiritualmente, agradándole y<br />

sirviéndole con la brillante cualidad que tomó de la forma y<br />

hermosura divina? Todo lo cual, prosiguiendo el Apóstol el mismo<br />

raciocinio, dice:


perfecto.> Siendo, como son, verdaderos sacrificios las<br />

obras de misericordia, ya sean las que hacemos por nosotros o por<br />

nuestros prójimos, referidas a Dios y siendo igualmente<br />

cierto que no practicamos las obras de misericordia con otro objeto<br />

que con el de libertarnos de la miseria humana, y<br />

consiguientemente con el deseo de conseguir la bienaventuranza, cuya<br />

felicidad no nos es asequible sino con, el favor de aquel<br />

sumo bien de quien dijo el real profeta: ; sin duda que toda esta ciudad<br />

redimida, esto es, la congregación y sociedad de los santos, viene a<br />

ser un sacrificio universal que a Dios ofrece aquel gran<br />

sacerdote que se ofreció en la Pasión como cruenta víctima por<br />

nuestra redención, para que fuésemos nosotros el cuerpo de tan<br />

excelsa cabeza, tomando para consumar esta ilustre obra la humilde<br />

forma de siervo. Porque ésta fue la que ofreció el Señor,<br />

en ésta fue ofrecido, según ella es medianero, en ésta es sacerdote,<br />

en ésta sacrificio incruento. Así que habiéndonos exhortado<br />

el Apóstol a que ofrezcamos en holocausto nuestros cuerpos como<br />

hostia viva, santa, inmaculada, agradable a Dios, como un<br />

sacrificio racional, y que no nos conformemos con las prácticas<br />

reprensibles de este siglo, sino que nos reformemos interiormente<br />

y volvamos a tomar la forma y hermosura de nuestro espíritu, para que<br />

con sentidos perspicaces, sano juicio y discreción<br />

notemos y echemos de ver lo que quiere Dios que ejecutemos, esto es,<br />

lo que es bueno, lo que es aceptable y perfecto ante su<br />

Divina Majestad, puesto que, en realidad de verdad, nosotros somos<br />

este sacrificio, nos dice después el mismo Dios por el<br />

insinuado Apóstol estas palabras: . Este es el sacrificio de los<br />

cristianos, formando nosotros, siendo muchos en número, un cuerpo en<br />

Jesucristo. Lo cual frecuenta la Iglesia en la celebración<br />

del augusto Sacramento del altar que usan los fieles, en el cual la<br />

demuestran que en la oblación y sacrificio que ofrece, ella<br />

misma se ofrece.<br />

CAPITULO VII<br />

Que el amor que nos tienen los ángeles santos es de tal conformidad,<br />

que no gustan que los adoremos, sino a un solo Dios<br />

verdadero<br />

Con justa razón, los inmortales y bienaventurados que habitan en las<br />

moradas celestiales y gozan de la participación y visión<br />

clara de su Criador, con cuya eternidad están firmes, con cuya verdad<br />

ciertos, y con cuya gracia son santos, porque llenos de<br />

misericordia nos aman a los mortales y miserables, para que seamos<br />

inmortales y bienaventurados, no quieren que les ofrezcamos<br />

sacrificios, sino a Aquel cuyo sacrificio saben que son también<br />

ellos juntamente con nosotros. Pues juntamente con ellos<br />

somos una Ciudad de Dios; con quien hablando el real profeta dice:<br />

; y una parte de ella, que está en nosotros, anda<br />

peregrinando, y la otra parte, que está en ellos, nos ayuda y<br />

favorece. De la Ciudad soberana, donde la voluntad de Dios sirve de<br />

ley inteligible e inmutable, de aquella corte soberana, nos<br />

vino por ministerio de los ángeles (quienes cuidan en ella de<br />

nosotros) el divino oráculo que dice:


Ciudad.> Este oráculo, esta ley, este precepto, está confirmado<br />

con tantos milagros, que nos manifiesta evidentemente a quien quieren<br />

los espíritus angélicos y bienaventurados.. que<br />

ofrezcamos nuestros sacrificios, que es únicamente al Dios verdadero,<br />

pues nos desean la misma eterna felicidad e inmortalidad<br />

de que están gozando y gozarán por toda la eternidad<br />

CAPITULO VIII<br />

De los milagros con que quiso el Señor, para alentar la fe de las<br />

personas piadosas, confirmar sus promesas por ministerio de<br />

los ángeles<br />

Acaso creerá alguno que revuelvo y examino sucesos más remotos de lo<br />

que es necesario, si intento referir los estupendos y<br />

antiguos milagros que hizo Dios en confirmación de las promesas que<br />

muchos millares de años antes había hecho el patriarca<br />

Abraham, empeñándole su divina e indefectible palabra de que su<br />

generación conseguiría la bendición de todas las naciones.<br />

¿Quién no ha de llenarse de admiración al observar que Abraham<br />

procreó a Isaac de su esposa Sara, siendo tan anciana que<br />

naturalmente no podía concebir ni ser fecunda; al meditar que en el<br />

sacrificio de Abraham discurrió por el aire una llama que<br />

vino del Cielo por medio de las víctimas; al reflexionar que dieron<br />

noticia exacta a Abraham los ángeles de Dios del fuego<br />

abrasador que había de caer del Cielo sobre los ciudadanos de Sodoma,<br />

a cuyos espíritus angélicos había hospedado en su<br />

casa bajo la figura y traje de hombres, y de ellos había sabido la<br />

promesa que Dios le había hecho sobre la dilatada posteridad<br />

que había de tener; al advertir que, aproximándose el tiempo en que<br />

debía descender del Cielo aquel milagroso fuego,<br />

consiguiese por mediación de los ángeles el que pudiese salir<br />

milagrosamente libre de toda desgracia de la misma ciudad de<br />

Sodoma, Lot, su sobrino, hijo de su hermano, cuya mujer en el camino,<br />

volviendo la vista hacia la ciudad, y convertida de<br />

improviso en estatua de sal, nos advirtió con grande e incomprensible<br />

misterio que ninguno en el camino de su libertad debe<br />

volver los ojos del apetito a la vida pasada; al considerar cuán<br />

grandes son las maravillas que obró Moisés al tiempo de sacar al<br />

pueblo de Dios de la dura servidumbre de Egipto, cuando a los magos o<br />

sabios de Faraón, rey de Egipto, que tenía oprimido<br />

con su tiranía al pueblo escogido, les permitió Dios que hiciesen<br />

algunos raros portentos para vencerlos y confundirlos con otros<br />

mayores, pues ellos los hacían con encantamientos mágicos y<br />

hechicerías, a que son dados con particular afición los ángeles<br />

malos, esto es, los demonios, pero Moisés los venció fácilmente con<br />

el ministerio de los ángeles, tanto más poderosamente cuanto<br />

era más justo que los venciera y humillara en el nombre del Señor,<br />

que hizo el cielo y la tierra; finalmente, desfalleciendo los<br />

magos en la tercera plaga, suscitó Moisés hasta diez, que en sí<br />

representaban ocultos e impenetrables misterios, a las cuales se<br />

rindieron los duros corazones de Faraón y de los egipcios,<br />

permitiendo salir libremente al pueblo de Dios; pero luego se<br />

arrepintieron y procuraron dar alcance a los hombres, que iban<br />

marchando y pasando el mar a pie enjuto, porque por<br />

disposición divina se dividieron las aguas y les proporcionó un<br />

camino libre y anchuroso, y en este tiempo, queriendo los<br />

egipcios acometer pueblo de Dios, entraron en su seguimiento por la<br />

misma senda, y volviendo a unir milagrosamente las<br />

aguas, quedaron sumergidos en ellas y muertos todos? ¿Qué diré de los<br />

milagros que caminando por el desierto los israelitas<br />

hizo Dios en tanto número y tan estupendos, como de las aguas, que no<br />

pudiendo ser bebidas por su amargura, echando en<br />

ellas un leño, como el Señor lo había mandado, perdieron su amargura<br />

y hartaron a los sedientos; cómo asimismo, teniendo<br />

hambre, les llovió maná del Cielo; cómo habiendo puesto tasa a los


que lo cogían, a los que se excedieron de ella se les corrompió<br />

y llenó de gusanos, y cómo aunque lo cogieron en doblada<br />

cantidad el día antes del sábado (porque el día del sábado<br />

no era lícito cogerlo) no se les corrompió; cómo deseando comer<br />

carne, que parece no había de bastar ninguna para pueblo<br />

tan numeroso, se llenó todo el campo de los hebreos de volatería, y<br />

se apagó el ardor de su apetito con el fastidio de la hartura;<br />

cómo saliéndoles los enemigos al encuentro pretendiendo prohibirles<br />

el paso, y peleando con ellos, con orar Moisés y extender<br />

sus brazos en figura de cruz, sin morir ni uno de los hebreos fueron<br />

rotos y vencidos los contrarios; cómo a los sediciosos que<br />

se habían amotinado en el pueblo de Dios, separándose de la sociedad<br />

que Dios había ordenado, para ejemplo visible de las<br />

penas, invisibles, abriéndose la tierra, se los tragó vivos; cómo<br />

hiriendo una piedra con una vara derramó para tanta multitud<br />

abundantísimas aguas; cómo habiéndoles Dios enviado por, justo<br />

castigo de sus pecados serpientes que apenas les mordían<br />

morían, levantando un leño con una serpiente de metal y mirándola<br />

quedaron sanos, así para con esta figura socorrer al pueblo<br />

afligido como para figurar con la semejanza de una muerte casi<br />

crucificada la muerte que destruyó Cristo con la suya; la cual<br />

serpiente, habiéndose guardado en memoria de este beneficio, y<br />

comenzando después el pueblo ignorante a adorarla como<br />

ídolo, el rey Ezequías, sirviendo a Dios como príncipe religioso, la<br />

hizo pedazos, con grande gloria de su celo y religión?<br />

CAPITULO IX<br />

De las artes ilícitas que se usan en el culto de los demonios, de las<br />

cuales, disputando el platónico Porfirio, parece que<br />

aprueba, a veces, algunas, y que de otras duda y casi las reprueba<br />

Estas y otras maravillas semejantes, que sería demasiado prolijidad<br />

referir, se hacían para establecer el culto del verdadero Dios<br />

y prohibir el de los dioses falsos, las cuales se ejecutaban con una<br />

fe sencilla y confianza en Dios, no con encantamientos ni<br />

fórmulas verbales, compuestas conforme al arte de su nefaria<br />

curiosidad, a, la que o llaman mágica, o con otro nombre más<br />

abominable goecia, o con otro más honroso theurgia. Los que pretenden<br />

distinguir estas ridiculeces, quieren dar a entender que<br />

de los que se entregan al estudio de las artes ilícitas, unos son<br />

reprensibles, cuales son los que el vulgo llama maléficos o<br />

hechiceros, porque éstos dicen que pertenecen a la goecia, y otros,<br />

más loables, a quienes atribuyen la theurgia, siendo indubitable<br />

que unos y otros están sujetos y dedicados a los falsos y<br />

engañosos ritos de los demonios, bajo los nombres de ángeles.<br />

Porfirio, aunque con poco gusto, en un discurso lleno de algún modo<br />

de rubor y empacho, promete cierta purificación del alma<br />

por medio de la theurgia; sin embargo, niega que con tal arte pueda<br />

alguno conseguir el volver a Dios, de modo que puede<br />

advertirse fácilmente cómo anda fluctuando y dudoso con pareceres<br />

varios entre el vicio de tan sacrílega curiosidad y entre la<br />

profesión de la Filosofía. Porque ya avisa que se guarden los hombres<br />

de la profesión de este arte, como falaz y engañosa, la<br />

cual se practica no sin notorio riesgo y peligro, y está prohibida<br />

severamente por las leyes; ya advierte, rindiéndose a los que<br />

la aprueban y elogian, que es útil para purificar una parte del<br />

alma, sino la intelectual con que percibimos la verdad de las<br />

cosas inteligibles, que no tienen semejanza alguna con los cuerpos, a<br />

lo menos la espiritual con que recibimos las imágenes y<br />

representaciones vivas de las cosas corporales. Esta dice que por<br />

ciertas consagraciones theúrgicas, que llaman teletas, se<br />

hace capaz y se dispone para recibir espíritus y ángeles para ver los<br />

dioses. Aunque de tales consagraciones confiesa que no<br />

se le introduce sombra alguna de purificación al alma intelectual que<br />

la haga idónea para ver a su Dios y entender las cosas que


son verdaderas. De cuya doctrina puede inferirse qué tal sea la<br />

visión que resulta de las theúrgicas consagraciones, y a qué<br />

clase de dioses se ofrecen, pues en ella no se ven las cosas que<br />

verdaderamente son. Finalmente, dice que el alma racional, o<br />

como le agrada llamarla, el alma intelectual, puede elevarse al<br />

conocimiento de las cosas celestiales, aunque la parte que en ella<br />

es espiritual no esté purificada con arte alguna theúrgica; y<br />

asimismo que la espiritual se purga por el theurgo tan escasamente,<br />

que no puede arribar a la inmortalidad y eternidad. Así que, no<br />

obstante de que distinga los ángeles de los demonios, diciendo que el<br />

lugar que ocupan los demonios es el aire; el lugar etéreo<br />

o empíreo el que corresponde a los ángeles, y aconseje que debe<br />

usarse de la amistad de algún demonio para que<br />

llevándonos él a sus moradas respectivas pueda cada uno elevarse<br />

algún tanto de la tierra después de muerto, y diga que hay<br />

otro camino para llegar a gozar de la inefable compañía de los<br />

ángeles; sin embargo, afirma expresamente que debe cualquiera<br />

cautelarse y huir de la sociedad de los demonios cuando asegura que<br />

las almas, después de la muerte; satisfaciendo sus<br />

culpas, abominan con horror el culto de los demonios, que en vida los<br />

acostumbraban engañar. Con todo, no pudo negar que<br />

la misma theurgia, la cual elogia y recomienda como conciliadora de<br />

los ángeles y de los dioses, negocia con tales potestades,<br />

que o nos envidian la purgación de las almas, o se rinden y sujetan a<br />

las falaces artes de otros envidiosos, refiriendo latamente<br />

la queja de cierto caldeo alusiva a este punto. Con lo cual, añade, se da a entender que la<br />

theurgia sirve para hacer bien como para hacer mal, y que<br />

así los dioses como los hombres están sujetos también a la disciplina<br />

y padecen las perturbaciones y pasiones que Apuleyo<br />

Comúnmente atribuye a los demonios y a los hombres, aunque<br />

distingue, a los dioses de los hombres por la elevación del<br />

lugar etéreo y confirma en esta distinción la sentencia de Platón.<br />

CAPITULO X<br />

De la theurgia, que con la invocación de los demonios promete a las<br />

almas una falsa purificación<br />

Y ved aquí cómo Porfirio, platónico en la secta, dicen que es más<br />

docto que el primero por su estudio en el arte theúrgico, el cual<br />

pinta a los mismos dioses sujetos y rendidos a pasiones y<br />

perturbaciones, puesto que sus conjuros les pudieron aterrar para<br />

que no verificasen la purgación del alma, y pudo espantarlos<br />

seguramente el que les mandaba ejecutasen lo que era malo,<br />

cuando el otro, que les pedía lo que era bueno, por el mismo arte no<br />

pudo librarles del miedo para que le hicieran bien. ¿Y<br />

quién no advierte que todo esto es invención de los engañosos<br />

demonios, a no ser que sea un miserable esclavo suyo y esté<br />

privado de la gracia del verdadero libertador? Pues si esto se<br />

tratara con los dioses buenos, sin duda que más pudiera con<br />

ellos la buena intención del que pretende, purificar el alma que la<br />

mala del que lo, pretende impedir. Y si a los dioses virtuosos<br />

les pareció indigna de la purificación la persona para quien se<br />

pedía, no se negaron por terrores que les impuso el envidioso, y<br />

cómo él dice, impedidos del miedo que pudiese causarles otra deidad<br />

más poderosa, sino libremente. Es digno de admiración<br />

que aquel benigno caldeo, que deseaba purificar el alma con las<br />

consagraciones theúrgicas, no hallase algún otro dios superior<br />

que, o les infundiese mayor temor y obligase a los aterrados dioses a<br />

hacer bien, o que refrenase a los que les causaban


miedo, para que libremente y sin obstáculo hiciesen bien; pero le<br />

faltaron sus oraciones y conjuros al buen theurgo para poder<br />

purificar primeramente del contagio del temor a los mismos dioses que<br />

invocaba con el ánimo de purgar su alma. Y si no,<br />

díganme: ¿qué causa hay para que pueda tener a mano y como a su<br />

disposición un Dios más poderoso con el objeto de<br />

excitarles terror, y no pueda tenerle para que los libre del miedo? ¿<br />

Acaso se halla un dios que oiga al envidioso y ponga miedo<br />

a los dioses para que no hagan bien, y no se encuentra otro dios que<br />

oiga benignamente al bueno, y quite el terror a los dioses<br />

para que puedan hacer bien? ¡Oh famosa theurgia, oh graciosa<br />

purificación del alma, donde vale más lo que puede y prescribe<br />

la inmundicia de la envidia que la pureza de la obra buena, o, por<br />

mejor decir, donde es más poderosa la perversa y abominable<br />

falacia de los malignos espíritus que la buena y saludable<br />

doctrina! Porque, cuando éste refiere de los que ejecuten estas<br />

sucias e inmundas purificaciones con tan sacrílegos ritos que notan,<br />

como con espíritu terso, y limpio, unas hermosísimas<br />

imágenes, o de ángeles o de dioses (Si es que ven algún objeto) es lo<br />

mismo que dice el Apóstol: Suyas son aquellas ilusiones y<br />

fantasmas con que procura enredar las miserables almas en la<br />

religión falsa de muchos y falsos dioses y apartarlos del culto del<br />

verdadero Dios, con cuyo favor, y por quien solamente se<br />

purifican y sanan de las envejecidas enfermedades del alma, lo cual<br />

se dice de Proteo cuando el poeta cuenta que no deja<br />

forma ni figura que no tome, persiguiendo unas veces como enemigos;<br />

otras, ayudando engañosamente, y ofendiéndolas de todos<br />

modos con lo uno y con lo otro.<br />

CAPITULO XI<br />

De la carta que escribió Porfirio al egipcio Anebunte, en que le pide<br />

le enseñe la diversidad de los demonios<br />

Con más cordura procedió Porfirio cuando escribió al egipcio<br />

Anebunte, en cuyo escrito, como si pidiera parecer, no sólo<br />

descubre, sino que destruye estas sacrílegas artes. Allí reprueba<br />

generalmente, a todos los demonios, de quienes dice que por<br />

su imprudencia atraen los vapores húmedos, y que por eso no residen<br />

en la parte etérea, sino en la aérea, debajo de la luna, y<br />

en el mismo globo de este planeta; pero no se atreve a atribuir<br />

absolutamente a los demonios todos los engaños, malicias e<br />

imperfecciones que con razón le ofenden; pues algunos de ellos,<br />

siguiendo el sentir de otros escritores, los llama demonios<br />

benignos, confesando no obstante que, generalmente, todos son<br />

imprudentes. Admirase de ver que a los dioses no sólo los<br />

sacien y conviden con víctimas, sino que, también los compelan y<br />

obliguen a ejecutar lo que los nombres quieren; y si los dioses<br />

se distinguen y diferencian de los demonios en lo corpóreo e<br />

incorpóreo, ¿cómo ha de presumirse que son dioses el sol y la<br />

luna y las demás cosas visibles del cielo, las cuales es indudable<br />

que son cuerpos? Y si son dioses, ¿cómo aseguran que unos<br />

son benéficos y otros malignos, y cómo siendo corpóreos se unen con<br />

los incorpóreos? Pregunta igualmente, como el que<br />

duda, si los que adivinan y practican algunas acciones admirables<br />

participan de almas más poderosas, o si externamente les<br />

acuden y auxilian algunos espíritus, por cuyo medio practican<br />

semejantes maravillas. Y sospecha que esta potestad les viene de<br />

fuera, pues por medio de piedras y hierbas se ve que no sólo ligan a<br />

algunos, sino que abren también puertas cerradas, o<br />

hacen algunas maravillas semejantes. Por lo cual dice que otros son<br />

de opinión que hay cierto género de demonios a quienes<br />

es connatural y propio el oír y acudir a los que les piden y que son<br />

naturalmente cautelosos, mudables en todas formas y configuraciones,<br />

fingiendo dioses y demonios, y almas de difuntos, y que


éstos son los que ejecutan todos estos portentos, que<br />

parece que son buenos o malos; pero en los que son realmente buenos<br />

no ayudan ni sirven de nada, y ni siquiera los<br />

conocen, sino que enredan, acusan e impiden algunas veces a los que<br />

de veras siguen la virtud; que son temerarios y<br />

soberbios, llenos de arrogancia y fausto, que gustan de los perfumes<br />

de los sacrificios, se pagan de lisonjas y todo cuanto dice<br />

sobre este género de espíritus cautelosos y malignos que de fuera<br />

acuden al alma, y embelecan y engañan los sentidos<br />

humanos, dormidos o despiertos, lo afirma, no como un principio<br />

inconcuso que le tiene persuadido suficientemente o creído,<br />

sino que lo sospecha o duda con tanta ambigüedad y fútiles<br />

fundamentos, que asegura que otros son de esta opinión. En efecto:<br />

fue empresa muy ardua para un filósofo tan ingenioso el llegar a<br />

conocer o argüir atrevidamente y condenar toda la diabólica<br />

chusma, a la cual cualquiera vejezuela cristiana fácilmente conoce, y<br />

con singular libertad escupe y abomina, si no es que acaso<br />

este filósofo tema ofender a Anebunte, a quien escribe como a una<br />

insigne cabeza y pontífice de semejante religión, y a otros<br />

aficionados que admiran estas cosas como divinas y pertenecientes al<br />

culto y religión de los dioses. Sin embargo, prosigue como<br />

preguntando cosas que, consideradas con atención y cordura, no pueden<br />

atribuirse sino a potestades y espíritus malignos y<br />

engañosos. Pregunta, pues, por qué invocándolos como buenos los<br />

mandan como si fueran malos que ejecuten y practiquen<br />

los injustos mandamientos de los hombres; por qué no prestan oídos a<br />

los que los invoca y pide algún favor, sí el suplicante<br />

hubiere incidido en pecados deshonestos, conduciéndolos, al mismo<br />

tiempo tan fácilmente a cualesquiera torpezas y actos<br />

venéreos; por qué advierten a sus sacerdotes que les conviene<br />

abstenerse de comer ciertos animales, sin duda con el objeto<br />

de que no se coinquinen y profanen con los vapores o hálitos de los<br />

cuerpos, y por otra parte gustan y dejan captarse de otros<br />

vapores más perniciosos, y de la oblación de holocaustos, víctimas y<br />

sacrificios, prohibiendo a sus sacerdotes que no toquen los<br />

cuerpos muertos, siendo innegable que la mayor parte de sacrificios<br />

que se le ofrece constan de cuerpos muertos. ¿De dónde<br />

proviene que un hombre sujeto a toda suerte de vicios conmine con<br />

terribles amenazas, no al demonio o al alma de algún<br />

difunto, sino a los primeros luminares del mundo, sol y luna, o a<br />

cualquiera de las deidades celestiales, aterrándolos con<br />

ficciones para sacarles la verdad? ¿Por qué los intimida, declarando<br />

que hará pedazos el cielo y otros cuerpos poderosos<br />

semejantes, cuya ejecución es imposible al hombre, con el ánimo de<br />

que, los dioses, como, niños tiernos, inocentes e ignorantes,<br />

atemorizados con las ridículas y falsas conminaciones, practiquen<br />

exactamente sus mandatos? Y da la razón diciendo por qué<br />

Queremon, hombre muy instruido y versado en semejantes asuntos<br />

sagrados, escribe que las maravillas que se celebran entre<br />

los egipcios por tradición y fama común, así de Isis como de Osiris,<br />

su marido, tienen particular fuerza y virtud para obligar a los<br />

dioses a que ejecuten cuanto se les ordene, siempre que el que los<br />

conjura con sus vanas fórmulas, encantaciones y sortilegios<br />

les amenaza que las divulgará o las destruirá de raíz, y todas las<br />

veces que con expresiones fuertes les asegura que disipará y<br />

aniquilará los miembros de Osiris si no hicieren todo cuanto les<br />

prescribe. De que el hombre amenace con semejantes desatinos<br />

a los dioses, no como quiera a los de la clase inferior, sino a los<br />

mismos que denominan celestiales y brillan con luz y resplandor<br />

refulgente y de que esta conminación no quede sin efecto, antes, por<br />

el contrario, que, forzándolos violentamente los obligasen a<br />

hacer con tales medios cuanto deseaban, se admira con razón Porfirio;<br />

o, por mejor decir, bajo el pretexto de admiración, y<br />

como preguntando la causa que motivaba tan extraño suceso, da a<br />

entender que obran estas maravillas los mismos espíritus, de<br />

quienes dijo ya, según el sentir de otros filósofos, que eran


seductores, engañosos y cautelosos, no como él dice naturalmente,<br />

sino por su culpa y malicia, quienes se fingen dioses y almas de<br />

difuntos, y no fingen ser demonios, sino que realmente lo son y<br />

lo que él opina, que los hombres con hierbas, piedras y animales por<br />

medio de ciertos sonidos, voces, figuras, ademanes y ficciones,<br />

y con ciertas observaciones sobre la conversión y movimiento<br />

de las estrellas, fabrican en la tierra ciertos entes<br />

singulares para causar y hacer diferentes efectos; todo esto es obra<br />

de los mismos demonios, seductores de los hombres, que<br />

tienen subyugados y sujetos a su dominio, gustando y complaciéndose<br />

en la ignorancia y errores de los mortales. Así que, o<br />

dudando efectivamente Porfirio, o indagando y preguntando acerca de<br />

la causa de estos portentos, refiere extrañas particularidades<br />

con que se convencen y arguyen de falsos, demostrando de paso<br />

que no pertenecen a las potestades que nos auxilian<br />

en la grande obra de conseguir la vida eterna, sino a los demonios<br />

cautos y engañosos, que los forman para tenernos más<br />

embaucados y alucinados; o porque opinemos y sintamos con más<br />

benignidad de un filósofo tan instruido, por tratar con un<br />

sabio egipcio aficionado a tales errores, y que presumía o se<br />

lisonjeaba de saber los secretos más singulares y las causas más<br />

abstractas y recónditas, pretendió ciertamente no ofenderle con la<br />

autoridad de doctor y maestro arrogante y presuntuoso, ni<br />

turbarle contradiciendo públicamente su opinión, antes con figurada<br />

humildad de persona que aparenta desear saber, al<br />

preguntarle sobre toda especie de materias, quiso traerle a la<br />

consideración de aquellas maravillas y manifestarle de cuán poco<br />

momento son y cuánto debe huirse de ellas. Finalmente, casi al fin de<br />

la carta le pide que le demuestre y enseñe el camino recto<br />

para alcanzar la bienaventuranza, según la doctrina de los sabios de<br />

Egipto. Por lo demás, aquellos que tuviesen trato familiar<br />

con los dioses, de modo que por sólo hallar un fugitivo o conseguir<br />

la posesión de una heredad, o un honrado casamiento, o<br />

por sus negociaciones y otros intereses semejantes inquietarían al<br />

divino espíritu, es de parecer que los tales no se aplicaron al<br />

estudio de la sabiduría, y que los mismos dioses con quienes tenían<br />

amistosa correspondencia aunque en otros puntos les<br />

dijesen la verdad, sin embargo, porque nada les advertían sobre la<br />

bienaventuranza que les fue útil y a propósito, no eran dioses,<br />

ni benignos demonios, sino del número de aquellos de quienes<br />

dijimos que eran falaces y engañosos, o más ciertamente<br />

todo una quimera o ficción humana.<br />

CAPITULO XII<br />

De los milagros que obra el verdadero Dios por ministerio de los<br />

santos ángeles<br />

Pero porque con estas artes se obran y ejecutan tales y tan raras<br />

operaciones que exceden realmente las facultades y fuerzas<br />

humanas, ¿qué resta ya sino que todo cuanto observamos que<br />

maravillosamente vaticinan y obran como si estuvieran<br />

iluminados del espíritu divino, y, no obstante, no se refiere al<br />

culto de un solo Dios verdadero, cuya perfecta unión<br />

absolutamente (aun según el sentir de los platónicos en diversos<br />

lugares) es solamente el único bien que nos hace<br />

bienaventurados; ¿qué resta, digo, sino que, considerados atentamente<br />

todos aquellos raros portentos, entendamos que son<br />

embelecos y engaños con que nos alucinan y divierten los espíritus<br />

infernales, cuyo funesto mal debemos evitar, procurando<br />

guardarnos de sus cautelas con el amparo y protección de la religión<br />

verdadera?<br />

Todos los milagros que se hacen por disposición divina, ya sea<br />

interviniendo el ministerio de los ángeles, ya sea por otro medio,<br />

pero dirigidos siempre a recomendarnos el culto y religión de un solo<br />

Dios, en quien consiste solamente la posesión de la


ienaventuranza, debemos creer que los hacen realmente aquellos<br />

espíritus justos, o por medio de los que nos aman según la<br />

verdad y piedad, obrando el mismo Dios en ellos. Porque no debemos<br />

prestar nuestra atención a los que niegan que Dios,<br />

siendo invisible, no hace milagros visibles, pues según ellos crió el<br />

mundo, del cual no pueden a lo menos negar que es visible.<br />

Cualquier maravilla que sucede en este mundo, sin duda que es de<br />

menos entidad que la creación y conservación del mundo,<br />

y de cuanto contiene en su dilatada extensión, esto es, es menos que<br />

el cielo y la tierra y todo lo que en ellos se contiene, todo<br />

lo cual efectivamente lo crió Dios. De que se infiere que así como el<br />

que lo hizo es oculto e incomprensible al hombre, así también<br />

lo es el modo qué observó para la ejecución de tan grande obra. Así<br />

que, aún cuando las maravillas de este mundo visible las<br />

tengamos en poco por verlas tan de ordinario y con tanta frecuencia,<br />

sin embargo, cuando meditamos en ellas con prudencia y<br />

dirección, se nos representan mayores que las más inusitadas y raras;<br />

pues la formación del mismo hombre, dotado de tantas y<br />

tan estimables perfecciones, es mayor milagro que cualquiera otro que<br />

se efectúa por medio del hombre. Por lo cual Dios, que<br />

hizo visibles el cielo y la tierra, no se desdeña de hacer milagros<br />

visibles en el cielo y en la tierra, para excitar al alma entregada<br />

aún a la contemplación y afición de los objetos visibles, a que<br />

tribute culto y adoración a El, que es invisible. El descifrar el<br />

lugar<br />

y tiempo donde y en el que Dios ha de obrar portentos es un arcano<br />

incomprensible y negocio ya determinado sabiamente en<br />

su divino consejo, sin que pueda alterarse en lo más, mínimo; como<br />

que en sus previos e indefectibles decretos y providencia<br />

están ya presentes todos los tiempos que han de venir. Pues este gran<br />

Dios, sin moverse temporalmente, mueve todas las<br />

cosas temporales, y de una misma manera conoce lo que está por hacer<br />

que lo hecho, y de un mismo modo oye a los que le<br />

invocan que ve y observa a los que le han de invocar y llamar en sus<br />

aflicciones. Pues, aun cuando sus ángeles nos oyen, él<br />

nos oye en ellos como en su templo verdadero, y no formado por mano<br />

inferior; así como en todos sus santos, y lo que<br />

prescribe se ejecute temporalmente, corre ya conforme, a las justas<br />

ordenaciones de su santa ley eterna.<br />

CAPITULO XIII<br />

Cómo siendo Dios invisible se dejó ver muchas veces, no según lo que<br />

es, sino según lo que podían comprender los que lo<br />

veían<br />

No nos debe extrañar que siendo invisible se diga que en repetidas<br />

ocasiones se apareció visiblemente a los santos padres de<br />

la antigua ley, porque de la misma manera que con el sonido o eco de<br />

la voz se oye y percibe la sentencia y concepto que está<br />

en el oculto seno del entendimiento, así también la forma o figura<br />

con que dejó verse Dios (la cual consiste en una naturaleza<br />

visible), no era realmente lo que, es el mismo Señor. Sin embargo, el<br />

Omnipotente era el que se dejaba ver en aquella forma<br />

corporal, así como la misma sentencia o concepto es lo que se oye por<br />

el sonido y eco de la voz; no ignoraban los padres que<br />

veían a Dios (que es ciertamente invisible) en forma o especie<br />

corporal, lo cual no era en realidad de verdad, porque también<br />

hablaba con Moisés cuando conferenciaba con el Señor, y, no obstante,<br />

le decía: Así que, conviniendo, según los<br />

inescrutables decretos del Altísimo, que la ley de Dios se<br />

diese y publicase no a una persona sola, o ciertos hombres sabios,<br />

sino a toda una nación y pueblo inmenso; en presencia de<br />

todo ese pueblo se vieron obrar estupendas maravillas en el mundo<br />

donde se daba la ley por uno solo, estando presente toda


aquella innumerable multitud a los pavorosos y tremendos estruendos<br />

que se oían. Porque el pueblo de Israel no creyó a Moisés,<br />

como creyeren los lacedemonios al legislador Licurgo cuando les<br />

dijo que había recibido de Júpiter o de Apolo las leyes<br />

que él había formado para sí solo, porque cuando se dio la ley al<br />

pueblo a quien se mandaba reverenciase y adorase a un solo<br />

Dios, a vista del mismo pueblo apareció en cuanto fue necesario la<br />

Majestad y Providencia divina con maravillosas señales y<br />

movimientos, para promulgar la misma ley que nos enseña cómo ha de<br />

servir la criatura a su Criador.<br />

CAPITULO XlV<br />

Cómo debe adorarse un solo Dios, no sólo por los bienes eternos, sino<br />

también por los temporales, todos los cuales consisten<br />

en la potestad de su providencia<br />

Del mismo modo que van fomentándose y aprovechando las buenas y<br />

Saludables instrucciones de un hombre virtuoso, así las<br />

del linaje humano, en lo referente al pueblo de Dios, fueron<br />

creciendo por determinados períodos, como quien crece<br />

progresivamente según el estado de su edad, para, que viniera a<br />

elevarse de la contemplación de las cosas temporales a las<br />

de las eternas, y de las visibles a las invisibles; de modo, que, aun<br />

cuando Dios nos prometía premios visibles, no obstante, nos<br />

iba recomendado la veneración y adoración de un solo Dios, para que<br />

el espíritu humano, por los bienes terrenos y caducos de<br />

esta vida transitoria, no se sujetase a otro que al verdadero Criador<br />

y Señor absoluto de las almas. Porque cualquiera que<br />

niega que todo cuanto pueden dar a los hombres, o los ángeles, o los<br />

hombres, no está en la omnipotencia y sumo poder de un<br />

Dios todopoderoso, éste, sin duda, desatina o está demente. A lo<br />

menos Plotino, filósofo platónico, tratando de la Providencia<br />

divina, prueba, por la hermosura de las hojas y de las flores, que la<br />

Providencia llega a abrazar y comprender todo cuanto hay;<br />

desde el mismo Dios, cuya hermosura es incomprensible e inefable,<br />

hasta estas cosas terrenas y humildes, de todas las cuales,<br />

como despreciables que pasan velozmente y en un momento perecen,<br />

afirma que no pueden tener los correspondientes<br />

números y perfecciones de sus formas, si no les sobreviene la forma<br />

de aquella verdadera forma incomprensible e inconmutable<br />

que comprende en sí todas las perfecciones. Lo mismo enseña<br />

Jesucristo Señor nuestro por estas palabras: Así que para el alma<br />

del hombre, sujeta a los deseos y propensiones de la<br />

tierra, los mismos bienes caducos e inestables que temporalmente<br />

desea y necesita en esta vida transitoria son de poco<br />

momento en comparación con los bienes eternos de la vida futura; sin<br />

embargo, no los acostumbra pedir ni esperar sino de la<br />

mano de un solo Dios, a fin de que ni aun con el deseo de éstos se<br />

aparte del culto y veneración de Aquel cuya posesión y<br />

visión beatífica ha de conseguir por el desprecio y aversión de<br />

semejantes bienes terrenos.<br />

CAPITULO XV<br />

Del ministerio con que los santos ángeles sirven a la divina<br />

Providencia<br />

De tal modo quiso la divina Providencia trazar y ordenar el curso de<br />

los tiempos, que, según dije y se lee en los Hechos<br />

Apostólicos:


un verdadero Dios se diese por medio de los edictos de los<br />

ángeles>, y que en ellos se mostrase visiblemente la persona del<br />

mismo Dios, aunque no en realidad, porque siempre<br />

permanece invisible a los ojos corruptibles, sino que por ciertos<br />

indicios apareciese visiblemente por medio de la criatura sujeta a<br />

su Criador, y que hablase con voces articuladas de lengua humana,<br />

gastando en las sílabas sus pausas y detenciones de<br />

tiempo, el cual, en su naturaleza, no corporal, sino espiritual; no<br />

sensible, sino inteligible; no temporal, sino eterna, ni comienza ni<br />

deja de hablar, lo cual, estando cerca de El, oyen más sinceramente,<br />

no con el oído del cuerpo, sino con el del espíritu, sus<br />

ministros y mensajeros que gozan y participan de su inmutable verdad,<br />

siendo bienaventurados e inmortales, y lo que oyen con<br />

expresiones inefables sobre lo que deben ejecutar y comunicar a los<br />

seres visibles, sensibles y terrenos, lo hacen sin réplica ni<br />

dificultad alguna. Esta ley se dio conforme a la distribución<br />

ordenada de los tiempos, la cual tuvo primeramente, como queda<br />

dicho, promesas terrenas significativas de las eternas, las cuales<br />

celebraron muchos con sacramentos visibles y las entendieron<br />

muy pocos. Con todo, en ella con manifiesta contextación y analogía,<br />

así dos veces como de expresos mandatos, se manda y<br />

establece el culto y veneración de un solo Dios, no de alguno de los<br />

que componen la turba de los falsos, sino de Aquel que<br />

hizo el cielo y la tierra, y todas las almas y todo espíritu que no<br />

es el mismo Dios; porque éste es el que crió y, formó, y ellos son<br />

sus hechuras, y para que tengan ser y se conserven, tienen necesidad<br />

de valerse en todo del que los hizo.<br />

CAPITULO XVI<br />

Si en la materia de poder alcanzar y merecer la bienaventuranza se<br />

debe creer en los ángeles, que piden ser reverenciados<br />

con el honor y culto que se debe a Dios, o a aquellos que mandan<br />

sirvamos santa y religiosamente, no a ellos, sino a Dios<br />

¿A qué ángeles debemos dar asenso sobre la cuestión de la vida<br />

bienaventurada y sempiterna, a los que intentan que los<br />

reverenciemos con ritos y ceremonias religiosas, pidiéndonos que los<br />

adoremos y ofrezcamos sacrificios, o a los que dicen que<br />

toda esta reverencia y culto se debe solamente a un Dios<br />

Todopoderoso, Criador de todas las cosas, a quien prescriben que<br />

rindamos todo este honor y culto con verdadera piedad; con cuya<br />

amable vista y contemplación son también bienaventurados,<br />

prometiéndonos que lo seremos también nosotros? Porque la vista de<br />

Dios es tan hermosa y digna de un amor tan singular, que<br />

sin ella, aunque tenga uno abundancia de otros cualesquiera bienes,<br />

no duda Plotino decir que es infelicísimo. Siendo, pues,<br />

cierto que unos ángeles nos mueven e incitan con señales admirables a<br />

que adoremos con reverencia y culto de latría a solo<br />

Dios, y otros a que se les adore a ellos, es digno de notarse que<br />

aquellos nos prohíben el adorar a éstos, y éstos no se atreven<br />

a prohibir que sea venerado aquél. De éstos ¿a quiénes debemos dar<br />

más crédito? Respóndannos los platónicos,<br />

respóndannos cualesquiera filósofos, respóndannos los theurgos, o,<br />

por mejor decir los periurgos, por cuanto son acreedores a<br />

que se les dé este nombre, por tales artes y estudios; finalmente,<br />

respóndannos los hombres, si es que de algún modo vive en<br />

ellos algún sentido natural, con el cual les hizo Dios racionales;<br />

respóndannos, digo, si se debe ofrecer sacrificios a los dioses o<br />

ángeles, que mandan expresamente que se les sacrifique a ellos solos,<br />

o solamente a aquel Señor a quien prescriben se haga<br />

así los que prohíben que se les ofrezcan víctimas y sacrificios a<br />

ellos mismos y a los otros, aunque ni éstos ni aquellos hicieran<br />

milagros, sino únicamente mandaran los unos que se les sacrificase a<br />

ellos, y los otros ordenaran que solamente se ofreciesen<br />

sacrificios a un solo Dios verdadero, debían muy bien advertir con


piedad y religión cuál de éstos procedía con fausto y<br />

soberbia, y cuál con verdadera religión. Digo más, aun cuando sólo<br />

los que quieren se les sacrifique pudieran mover a los<br />

hombres con obras maravillosas, y los que los prohíben y prescriben<br />

que se sacrifique a un solo Dios verdadero, no quisiesen<br />

practicar estas maravillas y milagros visibles, seguramente debíamos<br />

anteponer su autoridad, siguiendo, no el sentido del<br />

cuerpo, sino la luz de la razón. Pero habiendo Dios, para<br />

recomendarnos la verdad de su palabra, procedido de manera que<br />

por estos sus mensajeros y ministros inmortales que predican y<br />

celebran no su fausto y soberbia, sino la Majestad Divina, ha<br />

hecho milagros mayores, más ciertos y más evidentes, para que los que<br />

desean para sí los sacrificios no persuadiesen<br />

fácilmente a los flacos, el conocimiento de Dios, probando la falsa<br />

religión a sus sentidos con algunos prodigios estupendos;<br />

¿quién habrá tan ignorante que no elija los verdaderos para<br />

seguirlos, puesto que halla en ellos mucho más de que poder<br />

admirarse? Puesto que los milagros que obran los dioses de los<br />

gentiles, de que se hace mención en sus historias (y no hablo<br />

de los que en el decurso de los tiempos suceden por ocultas y<br />

secretas causas naturales, aunque ciertas y subordinadas a la<br />

divina Providencia), como son los inusitados partos de los animales,<br />

las apariencias extraordinarias en el cielo y en la tierra, ya<br />

sean las que causan espanto y terror, ya las que hacen notables daños<br />

y estragos, las cuales dicen que se aplacan y mitigan<br />

con ritos diabólicos por la engañosa astucia de los espíritus<br />

infernales, sino de los milagros, que con toda evidencia se hacen por<br />

la virtud y potestad divina, como es lo que refieren de las imágenes<br />

o simulacros de los dioses Penates, que condujo Eneas<br />

cuando vino huido de Troya que se mudaron de un lugar a otro; que<br />

Tarquino cortó con una navaja una piedra; que la<br />

serpiente de Epidauro acompañó la estatua de Esculapio, habiéndola<br />

embarcado en su nave para traerla a Roma; que la nave<br />

en que iba la estatua de la madre Frigia, no pudiéndola mover todos<br />

los esfuerzos de muchos hombres y bueyes, la movió y<br />

trajo a la ribera sólo una tierna doncella, atándola su faja para<br />

testimonio de su castidad; que la virgen Vestal, sobre cuya<br />

honestidad se hacia inquisición, satisfizo a la duda llenando en el<br />

Tíber de agua un harnero sin que se le vertiese una gota;<br />

estos portentos y otros semejantes de ningún modo deben compararse en<br />

virtud y grandeza a los que leemos sucedieron en el<br />

pueblo de Dios, cuanto menos los que por las leyes aun de las<br />

naciones que adoraron y reverenciaron a, los falsos dioses<br />

fueron prohibidos y severamente castigados, es a saber, los mágicos y<br />

theúrgicos, que los más de ellos sólo en la apariencia<br />

embelesan y engañan los humanos sentidos, como es el hacer bajar la<br />

luna, como dice Lucano, . Y aunque algunos milagros o<br />

singulares habilidades suyas, en la grandeza de las obras parece que<br />

se igualan con algunos que hacen las personas<br />

piadosas y religiosas, con todo, el mismo fin con que se hacen<br />

manifiesta qué son, sin comparación, mucho más excelentes los<br />

nuestros. Porque con aquellos portentos se pretende recomendar el<br />

culto de muchos dioses, a los cuales tanto menos debemos<br />

sacrificar cuanto más lo desean, y con éstos se nos encarga el culto<br />

de un solo Dios verdadero, quien claramente nos<br />

demuestra que no tiene necesidad de semejantes sacrificios así con el<br />

testimonio de sus sagradas letras como con haber<br />

abrogado el mismo Señor, al tiempo de predicar y promulgar la ley<br />

Evangélica, todos los sacrificios y ritos de la Mosaica. Luego<br />

si algunos ángeles desean para sí los sacrificios, deben ser<br />

pospuestos a los que los desean no para sí, sino para Dios, Criador<br />

de todas las cosas, a quien sirven fielmente. Porque con este modo de<br />

obrar nos manifiestan el amor sincero que nos profesan,<br />

puesto que con el sacrificio intentan sujetarnos, no a sí mismos,


sino a aquel gran Dios con cuya vista son bienaventurados y<br />

eternamente felices. Pretenden asimismo que nos acerquemos a<br />

conseguir aquel sumo bien, de cuyo amor y obediencia jamás<br />

se apartaron, y si los ángeles que quieren se ofrezcan sacrificios no<br />

a uno, sino a muchos, quieren se sacrifique no a sí, sino a<br />

muchos dioses, cuyos ángeles son ellos mismos, aun así deben ser<br />

pospuestos a aquellos que son ángeles de un solo, Dios<br />

verdadero, Dios de todos los dioses, a quien ordenan se tribute<br />

adoración y sacrificios, de manera que prohíben expresamente<br />

el sacrificar a otro alguno, y ninguno de ellos veda el sacrificar a<br />

este gran Dios, a quien mandan éstos que se ofrezcan<br />

sacrificios. Y si lo que, más da a entender y demuestra sus altivos y<br />

arrogantes engaños, ni son buenos, ni ángeles de dioses<br />

buenos, sino demonios malos que intentan que sacrifiquemos no a un<br />

solo y sumo Dios, sino a ellos mismos, ¿qué mayor favor<br />

y amparo debemos procurar contra ellos que el de un solo Dios a quien<br />

sirven los ángeles buenos, los cuales ordenan que<br />

sirvamos con el sacrificio no a ellos, sino a Aquel cuyo sacrificio<br />

debemos ser nosotros mismos?<br />

CAPITULO XVII<br />

De la Arca del Testamento y de los milagros que obró Dios para<br />

recomendarnos la autoridad de su ley y promesas<br />

Por este motivo la ley de Dios, que se promulgó por ministerio de los<br />

ángeles, en la que se mandó reverenciar y adorar con<br />

religión divina a un solo Dios de los dioses, prohibiendo severamente<br />

la adoración de todos los demás dioses, estaba colocada<br />

en el arca que se llamó Arca del Testimonio. Con este nombre se da a<br />

entender bastantemente que Dios (a quien adoraban por<br />

medio de todos aquellos ritos y figuras) no solía incluirse y<br />

encerrarse en lugar alguno cuando desde la misma Arca daba a sus<br />

oráculos respuestas y señales visibles, sino que de allí salían los<br />

testimonios de su voluntad divina, puesto que la ley que estaba<br />

escrita en tablas de piedra estaba allí, como dije, en el Arca, la<br />

cual todo el tiempo que peregrinaron por el desierto, llevando<br />

consigo el Tabernáculo, que asimismo se llama Tabernáculo del<br />

Testimonio, la conducían los sacerdotes con la debida<br />

reverencia y veneración. Servíales también de señal el que de día se<br />

les aparecía una nube, la cual de noche resplandecía<br />

como fuego, y cuando se movía la nube, se movía todo el campo real, y<br />

donde paraba allí sentaban los reales. Dio Dios al<br />

tiempo de la promulgación de su ley santa otros testimonios<br />

confirmados con grandes y estupendos milagros, fuera de los que he<br />

referido, y además de las respuestas que daba desde el sagrado lugar<br />

del Arca. Pues cuando entraron en la tierra de<br />

promisión, pasando con la misma Arca por el Jordán, suspendiendo el<br />

río el curso de sus aguas por la parte de arriba y corriendo<br />

por la de abajo, abrió lugar capaz y enjuto para pasar en<br />

seco el Arca y el pueblo. Después, dando siete vueltas con el<br />

Arca a la primera ciudad enemiga que encontraron, cuyos ciudadanos,<br />

como gentiles, adoraban muchos dioses, repentinamente<br />

cayeron al suelo sus fuertes muros, sin combatirlos ni batirlos con<br />

máquinas ni otras invenciones guerreras. En seguida, estando<br />

ya en posesión de la tierra de promisión, y por sus enormes pecados,<br />

el Arca cayó en poder de sus enemigos, quienes la<br />

cautivaron y colocaron con grande honor y reverencia en el templo de<br />

su dios tutelar, a quien entre todos veneraban más, y<br />

dejándola así cerraron el templo, y abriéndole al día siguiente,<br />

hallaron al ídolo que adoraban caído en el suelo y todo<br />

quebrado. Conmovidos los idólatras con tan estupendo prodigio, y<br />

viéndose vergonzosamente castigados, volvieron el Arca del<br />

Testamento al pueblo a quien se la habían tomado; ¿pero de qué modo<br />

se hizo la restitución? Pusiéronla sobre un carro y<br />

uncieron en él dos vacas recién paridas, quitándolas de la ubre sus


ecerrillos, y de esta manera las dejaron ir libremente<br />

donde quisiesen, intentando por este medio experimentar y probar la<br />

eficacia de la potestad divina; pero las vacas, sin tener<br />

persona que las guiase ni gobernase, caminando directamente hacia el<br />

país de los hebreos, sin hacerlas volver atrás los<br />

bramidos de sus hambrientos hijos, pusieron en manos de los que<br />

reverenciaban a Dios aquel grande Sacramento de la ley<br />

antigua. Estos y otros prodigios semejantes son pequeños respecto del<br />

gran poder de Dios, pero son al mismo tiempo grandes<br />

para causar temor saludable, enseñar e instruir a los mortales,<br />

porque si los filósofos, especialmente los platónicos, son<br />

elogiados por cuanto opinaron mejor que los demás, como ya llevo<br />

referido, y enseñaron que la divina Providencia<br />

administraba y gobernaba igualmente estos objetos ínfimos y terrenos,<br />

fundados en el irrefragable testimonio de la numerosa,<br />

varia y hermosa procreación de seres que hace, nacer, no sólo entre<br />

los cuerpos de los animales, sino también en las flores y<br />

las hierbas del campo, ¿con cuánta más claridad y evidencia presenta<br />

un testimonio claro de su divinidad lo que acaece en su<br />

admirable predicación, donde se recomienda y enseña la religión que<br />

prohíbe el sacrificar a criatura alguna de las del Cielo,<br />

tierra e infierno, mandando que solamente ofrezcamos sacrificios a<br />

un solo Dios verdadero, el cual solo, amante y amado,<br />

hace bienaventurados? Y definiendo exactamente los tiempos en que<br />

había ordenado se hiciesen los antiguos sacrificios, y<br />

prometiendo que por medio de otro mejor sacerdote los había de mudar<br />

en estado más sublime, nos demuestra y da infalible<br />

testimonio de que no los apetece ni quiere, sino que por ellos nos<br />

quiere significar otros mejores, no porque El se ensalce o<br />

engrandezca con estas honras, sino para que nosotros, encendidos con<br />

el fuego de su divino amor, nos alentemos y excitemos<br />

a reverenciarle y procuremos unirnos espiritualmente con este Señor,<br />

cuya utilidad redunda en nuestro bien, no en el suyo.<br />

CAPITULO XVIII<br />

Contra los que niegan que debe darse. crédito a los libros<br />

eclesiásticos sobre los milagros que se hicieron para establecer o<br />

instruir el pueblo de Dios<br />

¿Dirá alguno que estos milagros son falsos y que nunca sucedieron,<br />

sino que mintieron los que los escribieron? Todo el que así<br />

se explica, si niega que en este particular no debemos creer<br />

absolutamente a criatura alguna, podrá decir también que tampoco<br />

hay dioses que cuiden de los mortales. Pues ellos mismos no usaron de<br />

otro arbitrio para persuadir a los hombres a que los<br />

adorasen, sino obrando estupendos prodigios, los cuales refiere<br />

igualmente la historia de los gentiles, cuyos dioses pudieron<br />

mejor hacer ostentación de admirables que mostrarse útiles. Y así en<br />

esta obra, cuyo libro X tenemos ya entre manos, no nos<br />

encargamos de convencer y refutar a los que niegan que hay naturaleza<br />

divina, o defienden que no vigila ni cuida de las cosas<br />

humanas, sino a los que prefieren y anteponen sus dioses a nuestro<br />

Dios, autor y fundador de esta santísima y gloriosísima<br />

Ciudad, ignorando que este mismo es también el Autor y Criador<br />

invisible e inconmutable de este mundo visible y mudable,<br />

verdadero dador de la vida bienaventurada, no con los objetos que ha<br />

criado, sino con su propia Persona. Porque su profeta<br />

veracísimo dice expresamente: Pues el<br />

sumo bien de que se disputa entre los filósofos es aquel<br />

al cual deben referirse para su consecución todos los oficios y<br />

operaciones humanas. No dijo el real profeta, mi sumo bien, o<br />

toda mi bienaventuranza es el tener abundancia de riquezas, o el<br />

vestirme de púrpura, ó empuñar el cetro, o alcanzar la corona<br />

real, o lo que no tuvieron pudor en proferir algunos filósofos, el<br />

deleite del cuerpo es mi sumo bien, o lo que mejor dijeron los


más sensatos y cuerdos, la virtud de mi alma es mi sumo bien, sino<br />

para mí, dice, el unirme con Dios es mi sumo bien y toda mi<br />

bienaventuranza. Esta célebre doctrina se la enseñó al real profeta<br />

aquel Señor a quien nos advirtieron los santos ángeles, con<br />

el testimonio de los sacrificios legales, que debíamos solamente<br />

ofrecer sacrificios; y asimismo el mismo profeta se había hecho un<br />

sacrificio de cuyo fuego inteligible estaba interiormente abrasado, y<br />

a cuyo espiritual reposo y unión inefable aspiraba con santos<br />

deseos. Pero si los que adoran muchos dioses (como quiera que<br />

imaginen y opinen de ellos) creen a las historias civiles, o a los<br />

libros mágicos, o lo que tienen por más decente, a los theúrgicos,<br />

donde se dice que hicieron milagros, ¿qué razón hay para<br />

que no quieran creer que obró Dios estos prodigios, referidos en la<br />

Santa Escritura, a la cual se debe tanta mayor fe cuanto<br />

sobre todas las cosas es mayor Aquel a quien solo manda que<br />

ofrezcamos nuestro sacrificio?<br />

CAPITULO XIX<br />

Razón por que la verdadera religión nos enseña a ofrecer a un solo<br />

Dios verdadero e invisible el sacrificio visible<br />

Los que imaginan que los sacrificios visibles convienen también a los<br />

otros dioses, y que al verdadero Dios, como invisible, le<br />

convienen los sacrificios invisibles como a mayor, mayores, y como a<br />

mejor, mejores, como son los oficios de la conciencia pura<br />

y de la voluntad buena, sin duda, ignoran que estos sacrificios son<br />

figuras y señales de estos otros, así como las palabras<br />

sonoras son señales de los objetos que representan en el ánimo. Por<br />

cuyo motivo, lo mismo que cuando oramos y alabamos a<br />

Dios enderezamos y encaminamos nuestras voces significativas a aquel<br />

Señor a quien ofrecemos en nuestro corazón las<br />

mismas cosas que significamos, así cuando sacrificamos hemos de<br />

entender que no debemos ofrecer el sacrificio visible a otro<br />

que aquel gran Dios cuyo sacrificio invisible debemos ser nosotros<br />

mismos en nuestros corazones. Y en este piadoso acto nos<br />

aplauden, nos dan el parabién y nos ayudan en cuanto pueden todos los<br />

ángeles y las virtudes que nos son superiores y más<br />

poderosas en la misma bondad y piedad. Y si les deseamos ofrecer este<br />

honor, no quieren admitirle, y cuando Dios los envía a<br />

nosotros de modo que advirtamos su presencia, nos lo prohíben<br />

expresamente. De esta especie hay muchos ejemplos en la<br />

Sagrada Escritura. Opinaron algunos que se debía a los ángeles el<br />

mismo honor y culto que se debe a Dios, adorándolos u<br />

ofreciéndoles sacrificio, pero los mismos espíritus celestiales se lo<br />

vedaron y ordenaron que tributasen esta adoración a aquel<br />

Señor a quien sabían que solamente se debía; en cuyo admirable<br />

ejemplo imitaron también a los santos ángeles los hombres<br />

santos y temerosos de Dios, pues en Licaonia, habiendo milagrosamente<br />

sanado San Pablo y Bernabé a un hombre, los tuvieron<br />

por dioses, queriendo los licaonios ofrecerles víctimas en<br />

sacrificio, y estorbándolo con humilde piedad los santos<br />

Apóstoles, les anunciaron y dieron noticia del Dios verdadero en<br />

quien debían creer. Pero los espíritus seductores no por otra<br />

causa piden con tanta arrogancia se les tribute este honor, sino<br />

porque saben que se debe al verdadero Dios, pues no gustan,<br />

como enseña Porfirio y sienten algunos filósofos, de los olores y<br />

perfumes de los cuerpos muertos, sino del honor y culto que se<br />

debe a Dios, ya que en todas partes tienen abundancia de perfumes, y<br />

si quisieran más, ellos mismos podrían proporcionárselo.<br />

Así, que los espíritus que se atribuyen a sí mismos con altivez y<br />

soberbia la divinidad no gustan del humo del cuerpo, sino del<br />

alma del que les suplica para enseñorearse de ella, sujetándola y<br />

ganándola para sí, cerrándola el camino para llegar a<br />

conocer al verdadero Dios, para que no sea el hombre su sacrificio,<br />

sacrificándose a otro que a este gran Dios.


CAPITULO XX<br />

Del sumo y verdadero sacrificio que hizo de sí mismo el mediador de<br />

Dios y de los hombres<br />

Por lo cual, el verdadero mediador, que tomando la forma de siervo se<br />

hizo medianero entre Dios y los hombres, el hombre<br />

Cristo Jesús, aunque admite y recibe en la forma de Dios sacrificio<br />

con el Padre, con quien es igualmente un solo Dios<br />

verdadero, sin embargo, bajo la forma de siervo, más quiso ser<br />

incruento sacrificio que recibirle, para que ni aun por este<br />

motivo pensase alguno que se debía ofrecer sacrificio a ninguna<br />

especie de criatura humana. Por este sacrificio viene a ser el<br />

mismo Dios sacerdote, siendo El mismo que ofrece, y El mismo la<br />

oblación, la víctima y el sacrificio. Fue su voluntad divina<br />

también que fuese sacramento cotidiano el sacrificio de la Iglesia,<br />

la cual, siendo cuerpo místico y verdadero de esta misma y<br />

suprema cabeza, aprende a ofrecerse a sí misma en virtud del mandato<br />

de Jesucristo. A este verdadero sacrificio figuran en<br />

muchas y en diferentes formas y signos los antiguos sacrificios que<br />

ofrecían los santos, figurando o representando a éste sólo<br />

por medio de tantos, como si un mismo asunto se dijese por muchas y<br />

diferentes palabras, para encargarle y recomendarle más<br />

próvidamente, sin que de él resultase fastidio alguno. A este sumo y<br />

verdadero sacrificio cedieron todos los sacrificios falsos.<br />

CAPITULO XXI<br />

De la potestad que Dios dio a los demonios para glorificar sus santos<br />

por el sufrimiento, los cuales vencieron a los espíritus<br />

aéreos, no aplacándolos, sino perseverando en Dios<br />

Aquella potestad que en ciertos y determinados tiempos permite y<br />

concede Dios a los demonios para que, por medio de los<br />

hombres de cuyo corazón están apoderados, ejerciten tiránicamente su<br />

rencor y enemistad contra la Ciudad de Dios y que<br />

admitan sacrificios, no sólo de los que se los ofrecen<br />

voluntariamente, sino también de los que no quieren ofrecérselos y se<br />

resisten, por lo cual los persiguen violentamente hasta lograr que se<br />

los ofrezcan, no sólo no es daño, sino que resulta en<br />

utilidad de la Iglesia para que se cumpla el número de los mártires,<br />

a quienes la Ciudad de Dios estima por ciudadanos más<br />

ilustres y honrados, cuanto más fuerte y valerosamente pelean contra<br />

la impiedad de las potestades y tiranos, hasta derramar su<br />

inocente sangre. A éstos, con mayor razón, si lo permitiera el uso<br />

común del idioma de la Iglesia, los llamaríamos nuestros<br />

héroes. Por cuanto este nombre dicen que se deriva de Juno, dado que<br />

Juno, en idioma griego, se llama Hera, y por eso no sé<br />

qué hijo suyo, según las fábulas de los griegos, se llamó Heros,<br />

significando con esta fábula, como en sentido místico, que el aire<br />

se atribuya a Juno, en cuyo lugar dicen que habitan los héroes con<br />

los demonios, llamando con este nombre a las almas de los<br />

difuntos que hicieron méritos sobresalientes. Por el contrario, se<br />

llamarán nuestros mártires héroes si, como llevo indicado, lo<br />

admitiera el uso y lenguaje eclesiástico, no porque estuviesen<br />

asociados con los demonios en el aire, sino porque vencían a los<br />

mismos demonios, esto es, a las potestades aéreas, y en ellas a la<br />

misma Juno (signifique esta voz lo que quieran), a la cual, no<br />

del todo fuera de propósito, pintan los poetas enemiga de las<br />

virtudes, émula y envidiosa de los varones fuertes que caminan al<br />

Cielo. Sin embargo, vuelve a rendirse a ella miserablemente,<br />

Virgilio; pues confesándose esta deidad vencida por Eneas no<br />

obstante, viene Heleno al mismo Eneas para darle un consejo piadoso y<br />

religioso, al decirle:


dones.> Y, conforme a esta opinión, Porfirio, aunque no<br />

siguiendo su dictamen, sino el de los otros, dice que un Dios bueno o<br />

el genio no acude a favorecer al hombre sin que primero<br />

se haya aplacado el malo, como si entre ellos fueran más poderosos<br />

los dioses malos que los buenos (si no es que<br />

aplacándolos les concedan su protección), y no queriendo los malos,<br />

no pueden aprovechar los buenos, y pueden dañar y<br />

ofender los malos, sin que se lo puedan resistir los buenos. No es<br />

ésta la traza que usa la religión verdadera y realmente santa;<br />

no vencen de este modo nuestros mártires a Juno, esto es, a las<br />

potestades aéreas, émulas de las virtudes de los siervos de<br />

Dios. Si conforme al uso común pudiera decirse así, diríamos que de<br />

ninguna manera vencen nuestros héroes a la Hera con<br />

humildes dones, sino con virtudes divinas. Por eso más a propósito<br />

pusieron a Escipión el sobrenombre de Africano, porque<br />

venció y conquistó con su valor el África, que si con dones y dádivas<br />

aplacara a los africanos sus enemigos para que se<br />

aquietaran y no, le causaran daño alguno.<br />

CAPITULO XXII<br />

De dónde dimana la potestad que ejercen los santos sobre los demonios<br />

y de dónde procede la verdadera purificación del<br />

corazón<br />

Los hombres de Dios, por medio de la verdadera piedad, salen<br />

vencedores contra la potestad aérea, enemiga y contraria a la<br />

piedad, exorcizándola y no aplicándola, y todas sus tentaciones y<br />

acometidas las vencen haciendo oración no a ella, sino a su<br />

Dios contra ella. Pues ésta no vence o sujeta a alguno si no es con<br />

la asociación del pecado. Por lo tanto, la victoria se consigue<br />

en nombre de aquel Señor que se hizo hombre y vivió indemne de toda<br />

mácula de pecado, para que por la virtud divina del<br />

mismo, que era juntamente sacerdote y sacrificio, se realizara la<br />

remisión de los pecados, esto es, por el medianero entre Dios y<br />

los hombres, el Hombre Cristo Jesús, por cuyo medio, efectuada la<br />

purificación de nuestros crímenes, nos reconciliamos y<br />

volvemos a la gracia de Dios. Pues los hombres, cuya purificación no<br />

puede hacerse en esta vida por nuestras propias fuerzas<br />

y virtud, sino mediante la divina misericordia, por su indulgencia<br />

solamente y no por nuestra potencia, pues aun aquella escasa<br />

virtud que se dice nuestra, el mismo Dios nos la ha concedido por<br />

efecto de su bondad. Muchas facultades y perfección nos<br />

atribuyéramos viviendo en esta carne mortal, si no viviéramos bajo la<br />

merced y beneficio de Dios todo el tiempo que la traemos,<br />

hasta que la dejamos. Por eso nos dio el Señor su gracia por el<br />

divino mediador, para que, contemplándonos, manchados con<br />

la torpeza del pecado, nos limpiáramos y purificáramos con la<br />

semejanza de la carne del pecado. En virtud de la divina gracia<br />

con que. Dios manifiesta en nosotros su grande misericordia;<br />

caminamos y nos gobernamos en la vida presente por la fe y,<br />

después de ella, por la vista clara y beatífica de la verdad<br />

inmutable llegaremos a gozar de la plenísima perfección.<br />

CAPITULO XXIII<br />

De los principios en que enseñan los platónicos consiste la<br />

purificación del alma<br />

Dice también Porfirio que sabía por respuestas de los oráculos que no<br />

nos purificamos con los sacramentos Teletas, que llaman<br />

ellos de la Luna, ni con los que dicen del Sol, para darnos a<br />

entender en esta expresión que no puede purgarse el hombre con<br />

ninguna especie de sacramentos de ninguno de los dioses ¿Pues qué<br />

sacramentos habrá que nos purifiquen si no purifican los<br />

del Sol y de la Luna, que son los dioses principales que reconocen


entre los celestiales? Finalmente, dice que declaró el mismo<br />

oráculo que los principios no podían purificar, porque habiendo dicho<br />

que los sacramentos de la Luna y del Sol no purificaban<br />

no entendiese alguno que valían para purificar los sacramentos de<br />

algún otro de la turba de las vanas deidades. Ya sabemos<br />

qué es lo que entiende por principios, como platónico que es. Porque<br />

entiende a Dios Padre y a Dios Hijo, a quien el estilo<br />

griego llama entendimiento paterno o mente paterna; sobre el Espíritu<br />

Santo, o nada dice, o no lo dice expresamente, aunque no<br />

comprendo de quién pueda decir que es medio entre éstos. Pues si<br />

quisiera que entendiéramos la tercera naturaleza, que es la<br />

del alma, como la infiere Plotino cuando disputa de las tres<br />

principales sustancias, sin duda que no le llamara medio entre éstos,<br />

es decir, medio entre el Padre y el Hijo; porque Plotino pospone la<br />

naturaleza del alma al entendimiento paterno, y Porfirio,<br />

cuando la llama medio, no la pospone, sino que la interpone.<br />

Efectivamente, dijo estas expresiones como pudo o como quiso,<br />

señalando con ellas lo que nosotros llamamos Espíritu Santo; Espíritu<br />

no sólo del Padre ni sólo del Hijo, sino de ambos, pues los<br />

filósofos hablan con más libertad y con los términos que les agrada,<br />

sin reparar en si ofenden en los asuntos difíciles de<br />

comprender los oídos religiosos y escrupulosos; pero nosotros no<br />

podemos hablar sino con términos muy limitados y precisos<br />

porque la libertad en el decir no engendre alguna impía opinión en<br />

los objetos que con ella significamos.<br />

CAPITULO XXIV<br />

Del único y verdadero principio que purifica y renueva la humana<br />

naturaleza<br />

Así que nosotros no decimos que hay dos o tres principios cuando<br />

hablamos de Dios, así como tampoco nos es lícito decir que<br />

hay dos o tres dioses, aunque hablando de cada uno en particular o<br />

del Padre, o del Hijo, o del Espíritu Santo, confesamos<br />

también que cada uno es Dios, y sin embargo, no decimos lo que los<br />

herejes sabelianos, que el Padre es el mismo que el Hijo,<br />

y que el Espíritu Santo es el mismo que el Padre y el Hijo, sino que<br />

el Padre es Padre del Hijo, y el Hijo, Hijo del Padre, y que el<br />

Espíritu Santo ni es Padre, ni hijo del Padre y del Hijo, por cuya<br />

razón dijeron con verdad que no se purifica el hombre sino con<br />

el principio, aunque los sabelianos, en su modo de explicarse,<br />

pusieron los principios en plural.<br />

Pero como Porfirio estaba sujeto a las envidiosas potestades, de<br />

quienes, por una parte, se avergonzaba, y, por otra, no se<br />

atrevía a reprenderlas ni redargüirlas libremente, no quiso entender<br />

que nuestro Señor Jesucristo era el principio con cuya<br />

soberana Encarnación nos purificamos, porque le despreció en la misma<br />

carne que tomó para que sirviese de sacrificio para<br />

nuestra purificación, no comprendiendo afectivamente aquel grande e<br />

incomprensible Sacramento por estar lleno de la soberbia,<br />

que Cristo abatió con su humildad, siendo verdadero y benigno<br />

mediador, manifestándose a los mortales en aquella mortalidad<br />

que por libertarse de ella los malignos y engañosos medianeros con<br />

extraordinaria arrogancia se ensoberbecieron y<br />

prometieron a los miserables mortales, como inmortales, su engañoso y<br />

frívolo favor y ayuda. Así, que este mediador bueno y<br />

verdadero nos manifestó y enseñó que el pecado es únicamente lo que<br />

es malo, no la sustancia de la carne o la misma<br />

naturaleza, la cual pudo recibir sin mácula de pecado con el alma del<br />

hombre, y pudo retenerla y dejarla con la muerte y<br />

mudarla en mejor estado con la resurrección, mostrándonos de paso que<br />

la misma muerte, aunque fuese pena merecida por el<br />

pecado, la cual quiso el mismo Dios satisfacer por nosotros (no<br />

obstante de estar indemne del más mínimo pecado), no se debía<br />

ejecutar aun cuando se pudiese, pecando, antes, si fuese posible, se


debía padecer por la justicia; y por eso pudo, muriendo,<br />

perdonar los pecados, porque murió y no por su pecado. A este no<br />

conoció el filósofo platónico que era el principio, porque le<br />

reconociera por purificativo, porque no es el principio la carne o el<br />

alma humana, sino el Verbo por quien fueron criadas todas<br />

las cosas. Así que la carne no purifica por sí misma, sino el Verbo,<br />

que quiso vestirse de ella cuando . Y así hablando de la mística comida de su<br />

carne, los que no lo habían entendido, ofendidos y<br />

escandalizados, se fueron diciendo: , y a los demás que habían quedado<br />

les dijo: .<br />

Por eso habiendo tomado el principio alma y carne, él es el<br />

que purifica el alma y la carne de los creyentes, y por lo mismo,<br />

preguntándole los judíos quién era, respondió que era principio,<br />

lo cual, sin duda, nosotros, siendo carnales, flacos, sujetos a<br />

pecados y envueltos en las tinieblas de la ignorancia, no lo<br />

pudiéramos entender si no nos purificara y sanara el mismo Señor por<br />

lo que éramos y no éramos. Porque éramos hombres,<br />

pero no éramos justos, y en su Encarnación hubo naturaleza humana,<br />

pero era justa, no pecadora. Esta es la mediación con<br />

que se dio la mano a los caídos y postrados. Esta es la semilla<br />

dispuesta por los ángeles, con cuyos edictos se promulgó la ley<br />

que mandó adorar y reverenciar un solo Dios, y prometió que vendría<br />

este mediador.<br />

CAPITULO XXV<br />

Que todos los santos, así en tiempo de la ley como en los primeros<br />

siglos, se justificaron en virtud del sacramento y fe de<br />

Jesucristo<br />

Asimismo con la fe de este sacramento pudieron purificarse los justos<br />

de la antigua ley, viviendo santamente no sólo antes que la<br />

ley se diese al pueblo hebreo (porque no le faltó Dios o ángeles que<br />

les predicasen), sino también en tiempo de la misma ley;<br />

aunque en las figuras de los ritos espirituales pareciese que las<br />

promesas que contenían eran carnales, por lo cual se llama<br />

Testamento Viejo. Porque hubo entonces también profetas por quienes<br />

igualmente que por los ángeles se predicó la misma<br />

promesa, y del número de éstos era aquel cuyo dictamen y sentencia<br />

tan soberana y tan divina referí poco antes, tratando<br />

sobre el fin del sumo bien, del hombre: . En cuyo salmo se declara<br />

bastantemente la distinción que hay entre los dos Testamentos que se<br />

llaman Viejo y Nuevo. Pues por las promesas carnales y<br />

terrenas, viendo que los impíos abundaban de ellas, dice que<br />

vacilaron sus pies y que estuvo titubeando para caer,<br />

pareciéndole como que había servido en vano a Dios, pues los que le<br />

despreciaban y no servían fielmente gozaban de la<br />

felicidad que él esperaba de tan gran Señor; y que sufrió grandes<br />

molestias en el examen de este punto, queriendo averiguar<br />

por qué pasaba así; hasta que entró en el santuario de Dios, y<br />

entendió y conoció el último fin y destino de los que parecían<br />

felices y dichosos, a los ojos de su ignorancia. Entonces notó que<br />

los que se encumbraron sobremanera fueron, como dice,<br />

derrotados y abatidos, y que faltaron y perecieron por sus culpas, y<br />

todo el colmo de la felicidad temporal se les volvió como un<br />

sueño de uno que, despertado de improviso, se halla desamparado de<br />

los falsos contentos y objetos deleitables que imaginaba<br />

en su fantasía. Y porque en esta tierra o ciudad terrena les parecía<br />

que eran, grandes: Pero cuán útil<br />

le fue no buscar aun las cosas terrenas, sino de la mano de<br />

un solo Dios verdadero, en cuyo poder están todas las cosas celestes


y terrestres, bien claro lo manifiesta cuando dice: Como una<br />

bestia dijo, efectivamente, porque no lo entendía. Pues yo<br />

no debía esperar de tu mano sino cosas que no puedo tener comunes con<br />

los impíos y pecadores, a los cuales, viendo en<br />

abundancia, imaginé que te había servido en vano, puesto que la<br />

tenían los que no habían querido servirte. Con todo, yo<br />

siempre perseveré contigo, porque aun en el deseo de semejantes<br />

objetos no te dejé ni busqué otros dioses, y por eso<br />

continúa: Como que pertenecen a la siniestra todas<br />

aquellas cosas de que, viendo a los impíos con abundancia,<br />

casi estuvo para caer:


ienaventurados; más nos favorecen y ayudan<br />

cuando reverenciamos con ellos a un solo Dios Padre, Hijo y Espíritu<br />

Santo, que si les veneráramos a ellos mismos y les<br />

ofreciéramos sacrificios.<br />

CAPITULO XXVI<br />

De la inconstancia de Porfirio, que anda vacilando entre la confesión<br />

de un verdadero Dios y el culto de los demonios<br />

No sé cómo en este particular Porfirio, a mi entender, pudo tener<br />

empacho y pudor de sus amigos los theurgos, porque los<br />

misterios, o más bien ridiculeces de éstos los comprendió bien, mas<br />

no por eso se encargó libremente de la defensa del<br />

verdadero Dios contra el culto de muchos dioses falsos. Pues llegó a<br />

decir que del número de los ángeles había unos que<br />

descendían a la tierra y daban a entender a los prohombres theurgos<br />

las máximas y ordenaciones divinas; otros, que en la<br />

tierra declaraban los arcanos y atributos que son peculiares del<br />

Padre, su alteza y su profundidad en, las ideas. Pregunto, pues:<br />

¿hemos de creer que esos ángeles, cuyo oficio es patentizar la<br />

voluntad del Padre, quieren que nos sujetemos y rindamos a<br />

otro que a aquel Señor cuya voluntad nos anuncian? Por lo que nos<br />

advierte con justa razón el mismo filósofo platónico que a<br />

éstos antes los debemos imitar que invocar. No debemos, pues, temer<br />

ofender a los inmortales y bienaventurados que<br />

reconocen un solo Dios verdadero, por no ofrecerles sacrificios, pues<br />

aquel culto que saben no se debe sino a un solo Dios<br />

verdadero, con cuya inefable unión son bienaventurados, sin duda, que<br />

no se complacen en que se les atribuya a ellos, ni por<br />

figura, alguna significativa ni por el mismo misterio que se<br />

significa por los Sacramentos. Porque tal arrogancia es propia de los<br />

demonios soberbios, altivos y miserables, de la cual se diferencian<br />

mucho la piedad de los que reconocen a Dios y de los que<br />

son bienaventurados, no por otro motivo sino por la unión beatífica<br />

que tienen con este Señor. Y para que con toda claridad<br />

comprendamos este sumo bien, se sigue necesariamente que nos hayan de<br />

favorecer con benignidad sincera, y que no se<br />

arroguen facultad alguna por la que nos sujetamos a ellos, sino que<br />

nos prediquen y anuncien a aquel gran Dios, bajo cuyos<br />

auspicios soberanos nos vengamos a unir con ellos en paz. ¿A qué<br />

temes todavía, ¡oh filósofo!, y no hablas libremente contra<br />

las émulas potestades que envidian las verdaderas virtudes, y los<br />

dones y beneficios del verdadero Dios? Ya has confesado<br />

que los ángeles que nos anuncian la voluntad del Padre son diferentes<br />

de los otros ángeles que descienden no sé con qué<br />

artificio a los hombres theúrgicos; ¿para qué les tributas honores<br />

todavía, diciendo que pronuncian portentos divinos? ¿Y qué<br />

cosas divinas declaran los que no nos anuncian la voluntad del Padre?<br />

En efecto; son aquellos a quienes el envidioso espíritu<br />

ligó con sus conjuros a fin de que no practicasen la purificación del<br />

alma y a quienes ni el bueno, como tú dices, deseando ellos<br />

hacer la purificación, los pudo soltar y ponerlos en su potestad. ¿<br />

Aun dudas de que éstos son demonios malignos, o acaso<br />

finges que lo ignoras por no ofender a los theúrgicos, por quienes,<br />

engañado con la curiosidad, aprendiste como gran beneficio<br />

estas perniciosas abominaciones y desvaríos? ¿Y te atreves a esta<br />

envidiosa, no digo potencia, sino pestilencia; no quiero<br />

llamarla señora, sino como tú lo confiesas, esclava de los envidiosos<br />

y malintencionados; te atreves, digo, trascendiendo este<br />

aire de la atmósfera a levantarla, sobre los cielos y colocarla en<br />

lugar sublime entre vuestros dioses celestiales y aun a infamar<br />

con estas ignominias las mismas estrellas?<br />

CAPITULO XXVII


De la impiedad de Porfirio, que sobrepujó aún el error de Apuleyo<br />

¿Cuánto más tolerable y humano fue el error de Apuleyo, platónico<br />

como tú, quien situando a los demonios solamente en lugar<br />

inferior a la luna, aunque honrándolos, sin embargo, voluntaria o,<br />

forzosamente, confesó, que padecían las flaquezas de las<br />

pasiones y perturbaciones del ánimo; pero a los dioses superiores del<br />

cielo que pertenecen a los espacios y regiones etéreas,<br />

ya sea los visibles que veía que con sus brillantes resplandores<br />

alumbran todo el mundo, el sol, la luna y los otros luminares<br />

celestes; ya sea los invisibles, de quienes entendía que estaban<br />

libres de los defectos y sensaciones de las turbaciones del alma,<br />

los distinguió y segregó de éstos con toda la diligencia y exactitud<br />

que exigían sus facultades intelectuales? Mas tú aprendiste<br />

esta doctrina errónea, no de Platón, sino de tus maestros, los<br />

caldeos, elevando los humanos vicios sobre las alturas etéreas y<br />

aun sobre las empíreas y sobre el firmamento del cielo, para que así<br />

puedan vuestros dioses pronunciar y patentizar los<br />

arcanos divinos a los theurgos; y, sin embargo, te haces superior a<br />

las inteligencias divinas sólo por el privilegio que gozas de<br />

lograr la vida intelectual; de tal conformidad, que efectivamente, no<br />

te parecen necesarias para tu uso, como filósofo, las<br />

purificaciones del arte theúrgico, y, con todo, las persuades a<br />

otros, como para recompensar con esta satisfacción a tus<br />

maestros, induciendo engañosamente a los que son incapaces de<br />

filosofar o adoptar máximas que confiesas son inútiles para ti,<br />

como capaz de superiores inteligencias; con el ánimo de que cuantos<br />

estuvieron alejados de la filosofía, y no fueren capaces de<br />

penetrar y abrazar su virtud, que es muy ardua y dificultosa y<br />

adaptable a muy pocos, acuden con tu autoridad y dictamen a los<br />

theúrgicos para que los purifiquen, si no en el alma intelectual, a<br />

lo menos en el alma espiritual. Y por cuanto sin comparación es<br />

mayor el número de los que no gustan ni se aplican a filosofar,<br />

acuden muchos más a tus secretos e ilícitos preceptores que a las<br />

escuelas de Platón, porque ésta fue la promesa que te hicieron los<br />

inmundos e infernales espíritus, fingiéndose dioses etéreos,<br />

cuyo predicador, panegirista y ángel te has constituido, diciendo que<br />

los purificados en el alma espiritual por las operaciones del<br />

arte theúrgico aunque no vuelva al Padre con todo habitarán con los<br />

dioses etéreos sobre las regiones aéreas No escucha ni<br />

admite éstas falsedades la congregación de los fieles, a quienes vino<br />

a libertar de la pesada servidumbre y tiranía del demonio<br />

Jesucristo nuestro Señor, porque en él tienen la fuente inagotable de<br />

sus misericordias para conseguir la purificación de su alma,<br />

espíritu y cuerpo, y por eso recibió en sí, sin haber cometido el más<br />

mínimo desliz, los pecados de todos los hombres para sanar<br />

del contagio del pecado a todo aquello de que consta el hombre. Y<br />

ojalá que tú le hubieras conocido también, y para tu eterna<br />

salvación te hubiera. puesto con tanta más seguridad en sus manos,<br />

que no, o en las de tu propia virtud, que es en efecto<br />

humana, frágil, imbécil, o en las de una perniciosa curiosidad.<br />

Porque no te engañaría aquel gran Dios, a quien, como tú mismo<br />

escribes, vuestros oráculos confesaron por santo e inmortal; por<br />

quien dijo asimismo el príncipe de los poetas, en estilo poético, y<br />

aunque en persona, de otro, con todo, fue veraz si lo refieres a<br />

Jesucristo: Llámalos, aunque no<br />

pecados, a lo menos rastros de pecados, a los que pueden quedar aun<br />

en los más aprovechados en la virtud de la justicia por<br />

la humana flaqueza e inestabilidad de esta vida; los cuales no los<br />

quita ni sana sino el soberano Salvador, por cuyo respecto se<br />

compuso este verso; pues que nos dijo Virgilio estas palabras como si<br />

fuesen producción de su entendimiento, lo demuestra el<br />

cuarto verso de la égloga, que dice: ; donde


aparece evidentemente que la sibila Cumea fue la autora de esta<br />

predicción. Pero los theurgos, o, por mejor decir, los demonios,<br />

que fingen especies y figuras de dioses, antes profanan que<br />

purifican el espíritu del hombre con la falsedad de sus<br />

fantasmas y con el engañoso embeleco de sus vanas formas: ¿Pues cómo<br />

han de purificar el espíritu del hombre los que tienen<br />

tan impuro y sucio el suyo? Porque si no le tuvieran de este modo, de<br />

ninguna manera se dejaran ligar con los conjuros del<br />

hombre envidioso y malintencionado, ni el mismo beneficio vano y<br />

fútil que parece habían de hacer, o de miedo le detuvieran, o<br />

con otra igual envidia le denegaran. Basta el que confieses que no<br />

puede limpiarse con purificación theúrgica el alma intelectual,<br />

esto es, nuestra mente, aunque dices que puede purgarse con semejante<br />

arte la parte espiritual, es decir, la inferior a nuestra<br />

mente y, sin embargo, confiesas que con esta arte no puede hacerse a<br />

él inmortal o eterna. Pero Jesucristo promete la vida<br />

eterna, y así concurre todo el mundo, con despecho, mas no sin<br />

admiración y terror vuestro. ¿Qué aprovecha decir lo que no<br />

pudiste negar, que van errados los hombres con la disciplina<br />

theúrgica, y que suceden a infinitos con sus ciegas y necias opiniones,<br />

siendo un error evidente acudir con nuestros votos y súplicas<br />

a los príncipes y a los ángeles? Y, por otra parte, porque<br />

no parezca que has trabajado en vano, diciendo esto vuelves a enviar<br />

los hombres a los theurgos, para que éstos purifiquen<br />

las almas espirituales de los que no viven conforme al alma<br />

intelectual.<br />

CAPITULO XXVIII<br />

Con qué razones ofuscado, Porfirio no pudo conocer la verdadera<br />

sabiduría, que es Jesucristo<br />

Así que introduces a los hombres en un notable error, y no te<br />

avergüenzas de un daño tan grave profesando amor a la virtud y<br />

sabiduría; la cual, si fiel y verdaderamente amaras y profesaras,<br />

hubieras conocido a Cristo, virtud de Dios y sabiduría de Dios,<br />

y no hubieras apostatado y dejado su apreciable humildad, llevado de<br />

la vana altivez de tu vana ciencia. Sin embargo, confiesas<br />

que puede el alma espiritual purificarse con la virtud de la<br />

continencia, sin el auxilio de las ates theúrgicas y sin sus<br />

decantados sacramentos, en cuyo estudio te has molestado inútilmente,<br />

A veces dices también que después de la muerte estos<br />

sacramentos no alivian el alma; de modo que ni a la misma que llamas<br />

espiritual parece que aprovecha después de la vida<br />

presente; y, no obstante, haces una larga digresión sobre este<br />

particular, no por otro fin, a lo que creo, sino por parecer perito y<br />

práctico en semejantes futilezas, y por venderte al gusto de los<br />

aficionados a las artes ilícitas, o por excitar la curiosidad de<br />

otros<br />

excitándolos a abrazarlas, Pero es asimismo cierto lo que dices que<br />

se deben temer estas artes, o por el rigor de las leyes, o<br />

por el rigor que hay en practicarlas. Y ¡ojalá que a lo menos oigan y<br />

adopten este tu consejo los miserables y que las<br />

desamparen, porque en ellas no se aneguen y pierdan, o que por ningún<br />

pretexto se aproximen al estudio de ellas! Dices<br />

también que no se purifica con ellas la ignorancia, y, por<br />

consiguiente, tampoco se purgan muchos otros vicios, sino únicamente<br />

por el entendimiento paterno, que sabe y conoce la voluntad paterna.<br />

Y, sin embargo, no quieres creer que éste es Jesucristo,<br />

pues le desprecias por haber tomado carne humana de una mujer, y por<br />

la ignominia que padeció sufriendo muerte de cruz,<br />

hallándose efectivamente idóneo para reprender en lo superior a la<br />

soberana y suprema sabiduría con despreciarla y abatirla<br />

en lo inferior. Y, con todo, es este Señor el que realmente cumple lo<br />

que los santos profetas, con mucha verdad y espíritu divino,<br />

dijeron de él:


confundir la prudencia de los prudentes>, Pues no hemos de<br />

entender que destruye y condena en ellos la sabiduría que les dio,<br />

sino la que se atribuyen y arrogan a sí los que no tienen la<br />

suya. Y así, habiendo referido este testimonio profético, prosigue y<br />

dice el Apóstol: Y porque los mundanos y carnales por<br />

esta hermosísima máquina que Dios hizo con tanta<br />

sabiduría, no conocieron con su sabiduría a Dios, quiso Dios salvar<br />

los creyentes por la predicación de unos necios e<br />

ignorantes a los ojos y estimación de los hombres. Porque los judíos<br />

piden prodigios y milagros, los griegos no se contentan sino<br />

con la sabiduría que les cuadre, y nosotros, dice, predicamos a<br />

Cristo crucificado, cuya humildad escandalizó a los judíos y a los<br />

gentiles se les hizo disparate; pero los que el Espíritu Santo llamó<br />

a la fe, así de los judíos como de los griegos, advierten que<br />

esta humildad de Cristo es virtud de Dios y sabiduría de Dios, pues<br />

lo que les parece desvarío e ignorancia en Dios, que es la<br />

cruz sobrepuja a toda la fortaleza de los hombres. Esto es lo que<br />

desprecian como ignorancia e imbecilidad los que se tienen a sí<br />

mismos como sabios y fuertes. Pero ésta es la gracia que sana a los<br />

dolientes y enfermos, no a los que con soberbia se jactan<br />

de su bienaventuranza, sino a los que con humildad confiesan su<br />

verdadera miseria.<br />

CAPITULO XXIX<br />

De la encarnación de nuestro Señor Jesucristo, la cual se avergüenza<br />

de confesar la impiedad de los platónicos<br />

Predicas al Padre y a su Hijo, a quien llamas entendimiento o mente<br />

del Padre, y al que es medio entre éstos, del cual<br />

imaginamos que entendéis que es el Espíritu Santo, y a vuestro modo<br />

los llamáis tres dioses. Sobre cuyo particular, aunque<br />

usáis de palabras no conformes al rigor de las ciencias y artes, con<br />

todo, advertís como quiera, y como por las sombras de una<br />

imaginación débil, adónde debe aspirarse; pero la encarnación del<br />

inmutable Hijo de Dios, en que consiste la salvación para<br />

que podamos llegar a alcanzar los inefables bienes que creemos o los<br />

que podemos comprender por poco que sea con la luz<br />

de nuestro entendimiento, no la queréis reconocer. Así que veis como<br />

de lejos y con, una vista caliginosa, la patria adonde<br />

debemos tener el término de nuestra carrera; pero no tenéis indagado<br />

el camino por donde se debe caminar para llegar a las<br />

eternas moradas. Sin embargo, tú mismo confiesas la gracia, pues<br />

dices que a pocos se concede el llegar a unirse con Dios por<br />

virtud de la inteligencia. No dijiste: pocos gustan o pocos quieren,<br />

sino que, diciendo a pocos se concede, sin duda confiesas la<br />

gracia de Dios, no la suficiencia del hombre. Usas también aún más<br />

expresamente el nombre de gracia, cuando, siguiendo la<br />

sentencia de Platón, tampoco pones en duda que el hombre en la vida<br />

actual de ningún modo llega a la perfección de la<br />

sabiduría; pero que a los que viven según el entendimiento, todo lo<br />

que les falta se los puede dar cumplidamente después de<br />

esta vida la providencia y gracia de Dios. ¡Oh, si hubieras conocido<br />

la gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor, y su misma<br />

encarnación con que recibió alma y cuerpo de hombre, entonces<br />

pudieras echar de ver cómo era el dechado y ejemplo sumo<br />

de la gracia: Pero ¿qué hago? Veo que en vano hablo con un muerto en<br />

cuanto hablo contigo; pero a los que tanto te estiman y<br />

aman (o por el amor de cualquiera sabiduría o por la<br />

curiosidad de las artes, que fuera más conducente el que no las<br />

aprendieras) a quienes hablo, hablando contigo, acaso no<br />

hablo en vano. La gracia de Dios no se nos pudo encomendar más<br />

graciosa y agradablemente que con hacer que el mismo


Hijo único de Dios, quedándose inmutablemente en la naturaleza<br />

divina, se vistiera de la naturaleza humana, se hiciera hombre<br />

y diera al hombre esperanza de su gracia y divino amor por medio del<br />

hombre, por quien los mortales pudieran venir a unirse<br />

con aquel Señor que estaba antes tan lejos de los hombres, siendo<br />

inmortal; de los mudables, siendo inmutable; de los impíos,<br />

siendo justo; de los miserables, siendo bienaventurado. Y porque<br />

naturalmente puso en nosotros un deseo eficaz de ser<br />

bienaventurados e inmortales, quedándose el bienaventurado y<br />

haciéndose mortal por darnos lo que deseamos, padeció y nos<br />

enseñó a menospreciar y no hacer caso de lo que tenemos.<br />

Mas para que pudieran aquietarse vuestros corazones en la<br />

inteligencia de esta verdad, era necesaria la humildad, a la cual<br />

con gran dificultad se puede persuadir a vuestra dura cerviz. Porque,<br />

¿qué cosa increíble decimos, especialmente hablando con<br />

vosotros, que sentís algunas cosas tales, que con ellas os debéis<br />

persuadir a vosotros mismos a creer esto?, ¿qué cosa<br />

increíble, pues, os decimos, que Dios tomó alma y cuerpo humano?<br />

Vosotros atribuís tanta eficacia al alma intelectual, la cual, sin<br />

duda, es la humana, que se puede hacer consustancial a aquella mente<br />

materna que confesáis ser el Hijo de Dios. ¿Qué cosa<br />

increíble es que a una alma intelectual, por un modo inefable y<br />

singular, la tomase Dios y juntase consigo para la salud de<br />

muchos? Sabemos por la reiterada experiencia de nuestra propia<br />

naturaleza que el cuerpo se une con el alma para formar un<br />

hombre entero y cumplido, lo que si no fuera muy ordinario y usado,<br />

fuera más increíble sin duda que esto; porque mas<br />

fácilmente se debe creer que se puede juntar, aunque sea lo humano<br />

con lo divino, lo mudable con lo inmudable, el espíritu con<br />

el espíritu, o por usar de los términos que vosotros empleáis, con<br />

más facilidad puede juntarse lo incorpóreo con lo incorpóreo<br />

que lo corpóreo con lo corpóreo. ¿Por ventura os ofende el inusitado<br />

parto del cuerpo, nacido de una virgen? Tampoco esto os<br />

debe ofender, antes os debe mover a creer en Dios, viendo que el que<br />

es admirable nace admirablemente. ¿O acaso el ver<br />

que, habiendo una vez dejado el cuerpo con la muerte, habiéndole<br />

renovado y mejorado con la resurrección, le subió a los<br />

cielos incorruptible ya e inmortal? Podría ser que os resistieseis a<br />

creerlo, observando que Porfirio, en los mismos libros que<br />

escribió de Regressu animae, de los cuales he citado bastantes<br />

particularidades, enseña frecuentemente que debe huirse todo<br />

lo que es cuerpo, para que el alma pueda permanecer bienaventurada<br />

con Dios. Pero antes él en este particular debió ser<br />

corregido, especialmente sintiendo vosotros con él acerca del alma de<br />

este mundo visible y de tan ingente mole. Pues siguiendo<br />

a Platón decís que el mundo es un animal, y animal beatísimo, el cual<br />

queréis también que sea sempiterno. ¿De qué manera, ni<br />

jamás dejará el cuerpo, ni jamás carecerá de la bienaventuranza, si<br />

para que sea el alma bienaventurada debe huir de todo lo<br />

que es cuerpo? También el sol y los demás astros, no sólo confesáis<br />

en vuestros libros que son corpóreos (lo que con todos<br />

vosotros, cuantos los ven, sin duda lo confiesan), sino que con una<br />

pericia y charlatanería extraordinaria (a vuestro parecer<br />

profunda) afirmáis que estos astros son animales beatísimos, y por<br />

los cuerpos que tienen, sempiternos. ¿Cuál es, pues, la<br />

causa por que cuando os predican y persuaden la fe cristiana,<br />

entonces olvidáis o fingís que ignoráis lo que acostumbráis a leer<br />

y enseñar? ¿Qué razón hay para que por las mismas opiniones, que<br />

vosotros refutáis, no queráis ser cristianos, sino porque<br />

Cristo vino humilde, y vosotros sois soberbios? De la cualidad que<br />

han de tener los cuerpos de los santos en la resurrección<br />

(aunque se puede disputar con más sutileza y escrupulosidad entre los<br />

doctos y versados en las cristianas escrituras), en que<br />

hayan de ser sempiternos no ponemos duda alguna, como en que han de<br />

ser de la calidad que manifestó Jesucristo con el<br />

ejemplo y primicias de su resurrección. Pero de cualquiera calidad


que fuesen, diciendo que han de ser totalmente incorruptibles<br />

e inmortales, y que no impedirán la alta contemplación con que el<br />

alma se fija en Dios, y confesando vosotros también que hay<br />

en los cielos cuerpos de bienaventurados para siempre, ¿qué razón hay<br />

seáis de opinión que para que seamos<br />

bienaventurados se debe huir todo lo que es cuerpo, por parecer que<br />

con algún pretexto razonable huís de la fe cristiana, si no<br />

es lo que repito, que Cristo es humilde y vosotros soberbios? ¿O<br />

acaso os corréis o avergonzáis de que os corrijan? Este vicio<br />

es característico de los espíritus soberbios. En efecto: causa pudor<br />

a los varones doctos el imaginar que los discípulos de Platón<br />

vengan a ser, al fin, discípulos de Jesucristo, quien con su divino<br />

espíritu enseñó a un pescador para que entendiese y dijese:<br />

<br />

Este principio del Santo Evangelio escrito por San Juan decía un<br />

platónico (según acostumbraba a decírnoslo el santo anciano<br />

Simpliciano que después fue electo Obispo de Milán) que se debía<br />

escribir con letras de oro y colocarle en todas las Iglesias en<br />

los sitios más eminentes y distinguidos, y por eso vino a ser<br />

vilipendiado por los soberbios este divino Maestro, ; de modo que no les basta a los miserables el<br />

estar dolientes y enfermos, sino que en la misma<br />

enfermedad se ensoberbecen y glorían, despreciando y aun<br />

avergonzándose de tomar la medicina con que pudieran sanar, lo<br />

cual no practican para que les den la mano y levanten, sino para que<br />

cayendo, sean más gravemente afligidos.<br />

CAPITULO XXX<br />

Cuántas cosas de Platón ha refutado y corregido Porfirio, no<br />

sintiendo con él<br />

Si después de Platón se estima por una acción indigna el enmendar o<br />

corregir cualquiera doctrina, ¿por qué el mismo Porfirio le<br />

enmendó algunas opiniones, y no de poca importancia? Porque es<br />

indubitable que escribió Platón que las almas de los<br />

hombres, después de la muerte, vuelven a dar la vuelta hasta<br />

encerrarse en los cuerpos de las bestias. Esta sentencia<br />

sostuvieron su maestro Platón y Plotino, la cual, sin embargo, no<br />

agradó, y con justa causa, a su discípulo Porfirio, pues éste<br />

opinó que las almas de los hombres volvían a los cuerpos de los<br />

hombres, aunque no a los mismos que habían dejado, sino a<br />

otros distintos. Efectivamente, se ruborizó de creer la<br />

transmigración a las bestias, porque, acaso, viniendo una madre a<br />

parar<br />

con su alma en alguna mula, no viniese a traer a cuestas a su hijo, y<br />

no tuvo reparo en asentir al disparate de que viniendo una<br />

madre a dar en alguna tierna joven, acaso se casaría con su hijo. ¿<br />

Con cuánta más razón y decoro se cree lo que los santos y<br />

verdaderos ángeles nos enseñaron, lo que los profetas inspirados de<br />

Dios dijeron, lo que dijo el mismo Señor, de quien los<br />

celestiales mensajeros enviados en tiempo oportuno y anterior<br />

anunciaron que había de venir por Salvador del linaje humano, y<br />

lo que los Apóstoles, delegados del Altísimo, predicaron, extendiendo<br />

el Evangelio por todo el ámbito de la tierra; con cuánto<br />

más decoro y razón, digo, se cree que vuelvan las almas una vez a sus<br />

propios cuerpos que no el que vuelven tantas veces a<br />

diferentes cuerpos? Pero, como llevo insinuado, en gran parte se


corrigió Porfirio en esta opinión, a lo menos cuando estableció<br />

como sentir suyo que las almas de los hombres sólo podían volver a<br />

recaer en los cuerpos de los hombres, no dudando dar al<br />

través con las cárceles de las bestias. Dice también que Dios, a este<br />

efecto, concedió alma al mundo, para que, viendo y<br />

conociendo los males de la materia corporal, acudiese al Padre y no<br />

estuviese por más tiempo sujeta al contagio de semejantes<br />

dolencias. Cuya opinión, aunque tiene contra sí varios inconvenientes<br />

(porque, en efecto, se dio el ánima al cuerpo para que<br />

sujetase operaciones buenas y virtuosas, pues no. conociera<br />

claramente las malas si no las hiciera), sin embargo, en aquel<br />

punto, que no es de poco momento, enmendó la opinión de los otros<br />

platónicos, confesando que el alma, purificada ya de todos<br />

los males y puesta con el Padre, no ha de volver a padecer ya más los<br />

infortunios de este mundo. Con cuya opinión, sin duda,<br />

quitó lo que dicen que es especial doctrina de Platón, que así como<br />

suceden siempre los muertos a los vivos, así los vivos a los<br />

muertos, y demuestra que es falso lo que conforme al dictamen de<br />

Platón parece que insinúa Virgilio cuando refiere que las<br />

almas purificadas iban a los Campos Elíseos (con cuyo nombre, como<br />

por fábula, parece se significan los gozos y contentos de<br />

los bienaventurados) y venían a parar en el río Letheo, esto es, en<br />

el olvido de las cosas pasadas . Con razón descontentó esta sentencia a<br />

Porfirio, porque, en realidad de verdad, es desvarío creer que las<br />

almas (desde aquella vida, no puede ser bienaventurada sí<br />

no es estando cierta de su eternidad) deseen el contagio de los<br />

cuerpos corruptibles, y que de allí vuelvan a ellos como si la<br />

suma pureza o purificación hiciera que vuelvan a, buscar, la<br />

inmundicia. Porque si el purificarse perfectamente hace que se<br />

olviden de todos los males, y el olvido de los infortunios causa<br />

deseo de los cuerpos en los que han de volver a contaminarse<br />

con los males, sin duda que la suma felicidad será causa de la<br />

infelicidad, y la perfectísima sabiduría causa de la ignorancia, Y la<br />

suma pureza causa de la inmundicia. Ni el alma será allí realmente<br />

bienaventurada durante el tiempo que residiere en aquel<br />

lugar donde es indispensable que viva engañada, para que sea<br />

eternamente feliz. Porque no será bienaventurada si no<br />

estuviere segura, y para que esté segura, falsamente ha de entender<br />

que siempre ha de ser bienaventurada, pues alguna vez<br />

ha de venir a ser miserable. ¿Y a quién da ocasión de gozo la falsa<br />

proposición como gozara con la verdad? Advirtió este<br />

inconveniente Porfirio, y por eso dijo que el alma purificada volvía<br />

al Padre para no tornar ya, mas a sujetarse al contagio de los<br />

malos.<br />

Por estos justificados motivos me persuado que, falsamente creyeron<br />

algunos platónicos ser como necesario aquel círculo y<br />

revolución de unas cosas en otras. Lo cual, aun cuando fuera cierto,<br />

¿de qué podría aprovechar el saberlo; a no ser que acaso<br />

por este motivo los platónicos se atreviesen a anteponérsenos en la<br />

doctrina, pues nosotros ignorábamos en la vida actual lo<br />

que ellos en la otra que es mejor estando purificados sobremanera, y<br />

siendo tan sabios no habían de conocer, y creyendo lo<br />

falso habían de ser bienaventurados? Lo cual, si es un absurdo y<br />

desvarío, seguramente que debe preferirse la opinión de<br />

Porfirio a la de los que imaginaron los círculos y revoluciones de<br />

las almas con la perpetua alternativa de la bienaventuranza y<br />

de la miseria. Y si esto es así, ved cómo un platónico disiente de<br />

Platón, sintiendo con más cordura; ved cómo observó éste lo<br />

que otro no advirtió, y, sin embargo de ser un maestro tan afamado,<br />

no rehusó corregir su dictamen, anteponiendo la verdad al<br />

respeto debido a la persona.<br />

CAPITULO XXXI


Contra el argumento de los platónicos con que pretenden probar que el<br />

alma es coeterna a Dios<br />

¿Por qué causa no creemos antes a Dios en las cosas que no podemos<br />

penetrar ni rastrear con las luces del humano ingenio,<br />

diciéndonos el mismo filósofo que aun la misma alma no es coeterna a<br />

Dios, sino que fue criada la que no tenía antes ser? Pues<br />

para no querer creer esto los platónicos, les parecía que tenían una<br />

causa idónea y suficiente, diciendo que lo que no había sido<br />

antes en todos los tiempos, después no podía ser sempiterno, aunque<br />

del mundo y de los dioses, que escribe Platón haber<br />

criado Dios en el mundo, diga expresamente que comenzaron a ser, que<br />

tuvieron principio, y, sin embargo, no han de tener fin,<br />

sino que por la poderosa voluntad de su Criador han de permanecer<br />

para siempre. Pero encontraron modo de entender esta<br />

frase diciendo que ese principio no es de tiempo, sino de<br />

sustitución. Porque así como dicen ellos, si un pie estuviese desde<br />

la<br />

eternidad siempre en el polvo, en todos los tiempos estaría debajo de<br />

él, su huella, la cual ninguno podría dudar que la hizo el<br />

que la pisa, ni lo uno sería primero que lo otro, aunque lo uno fuese<br />

formado por el otro; así, dicen, también el mundo y los<br />

dioses que fueron criados en él existieron siempre, habiendo existido<br />

en todos los tiempos el que los hizo, y con todo, fueron<br />

hechos. Pregunto, pues: ¿si el alma existió siempre, hemos de decir<br />

también que existió siempre su miseria? Y si comenzó en<br />

ella alguna operación en el tiempo que fuese ob aeterno, ¿por qué no<br />

pudo ser que ella comenzase a existir en el tiempo, sin<br />

que antes hubiese sido? Y más, que la bienaventuranza de ésta, que<br />

después de la experiencia de los males ha de ser más<br />

firme y constante y ha de durar para siempre, como este filósofo lo<br />

confiesa, sin duda que principió en el tiempo, y, sin embargo,<br />

¿será para siempre sin haber sido antes? Así que todo el argumento<br />

con el cual entienden que nada puede ser sin fin de<br />

tiempo, si no es lo que no tiene principio de tiempo, queda deshecho,<br />

porque hemos hallado la bienaventuranza del alma, la<br />

cual, habiendo tenido principio de tiempo, no tendrá fin de tiempo.<br />

Por lo cual ríndase la humana flaqueza a la autoridad divina, y<br />

sobre la verdadera religión creamos a los bienaventurados e<br />

inmortales, que no desean para sí la honra que saben se debe a<br />

su Dios, que lo es también nuestro; ni mandan que hagamos<br />

sacrificios, sino sólo a aquel cuyo sacrificio debemos ser nosotros<br />

con ellos, como muchas veces lo he referido, y se debe decir<br />

frecuentemente; para que nos ofrezca a aquel sacerdote que (en<br />

la naturaleza humana que tomó, según la cual quiso también ser<br />

sacerdote) se dignó ser por nosotros sacrificio hasta morir.<br />

CAPITULO XXXII<br />

Del camino general para libertar el alma, el cual, buscándole mal, no<br />

le encontró Porfirio, y lo descubrió solamente la gracia<br />

cristiana<br />

Esta es la religión que contiene el camino general para libertar el<br />

alma, pues por ningún otro camino, sino por éste, puede<br />

alcanzar su libertad, porque éste es en algún modo el camino real que<br />

solamente conduce al reino, al que está inconstante y<br />

vacilando con el encumbramiento temporal, sino al que está firme y<br />

seguro con la firmeza de la eternidad. Y cuando dice Porfirio<br />

en el libro I de Regressu animae, cerca del fin, que no está recibida<br />

aún alguna secta o doctrina que demuestre un camino<br />

general para librar el alma, ni por la vía de alguna filosofía<br />

cierta, ni por la costumbres ni disciplina de los indios, ni por la<br />

inducción de los caldeos, ni por algún otro camino, y que aún no ha<br />

llegado a su noticia este camino por medio de historia<br />

alguna, sin duda confiesa que hay alguno, pero que aún no ha llegado


a su noticia. De modo que no le bastó todo cuanto con la<br />

mayor diligencia había estudiado y aprendido en razón de librar el<br />

alma, y lo que a él le parecía o, por mejor decir, parecía a<br />

otros que trataba. Porque advertía que todavía le faltaba alguna<br />

grande y prestante autoridad, que debía seguir sobre negocio<br />

tan importante. Y cuando dice que ni por la vía de una filosofía<br />

verdadera había llegado a su noticia secta alguna que enseñe y<br />

manifieste el camino general para libertar el alma, bastantemente a<br />

lo que entiendo muestra, o que aquella filosofía, en que él<br />

había estudiado y filosofado no era la verdadera, o que en ella no<br />

estaba o se hallaba tal camino. ¿Y cómo puede ser ya<br />

verdadera la filosofía donde no se halla este camino? Porque, ¿qué<br />

otro camino general hay para libertar el alma sino aquel<br />

mismo por donde se libran todas las almas, y, por consiguiente, sin<br />

el cual ninguna alma se libra? Y cuanto añade y dice que ni<br />

por las costumbres y disciplina de los indios, ni por la inducción de<br />

los caldeos, ni por algún otro camino, claramente confiesa<br />

que este camino general para librar el alma no está en lo que había<br />

hallado en los indios y en los caldeos, y no pudo remitir al<br />

silencio el que había consultado los oráculos divinos de los caldeos,<br />

de quienes hace mención ordinaria y continuamente ¿Qué<br />

camino general, pues, para libertar el alma quiere dar a entender que<br />

no había aún hallado ni en alguna filosofía verdadera ni<br />

en las doctrinas de las naciones que se tenían y estimaban como<br />

grandes y cultas en las materias de la religión, porque prevaleció<br />

entre ellas la curiosidad de querer y conocer y adorar<br />

cualesquiera ángeles, del cual camino la historia no le había aún<br />

suministrado noticia? ¿Y cuál es ese camino general sino el que no es<br />

propio y peculiar de cada nación, y nos le dio Dios para<br />

que fuese común generalmente a todas las gentes? El cual, que exista,<br />

este filósofo de más que mediano ingenio, a lo menos no<br />

pone duda. Porque no cree que la divina Providencia pudo dejar al,<br />

linaje humano sin este camino general para libertar el alma;<br />

porque no dice que no le hay, sino que este bien tan singular y este<br />

auxilio tan poderoso no está aun recibido, no ha llegado<br />

todavía a su noticia, y no es maravilla, porque Porfirio vivió en<br />

tiempo en que este universal camino, dirigido a eximir el alma de<br />

su última ruina (que no es otro que la religión cristiana), permitía<br />

Dios que fuese combatido y perseguido por los, gentiles que<br />

adoraban a los demonios, y por los reyes y príncipes de la tierra, a<br />

fin de establecer y consagrar el número de los mártires, esto<br />

es, de los testigos de la verdad, para demostrarnos por ellos que por<br />

la fe de la religión y testimonio de la verdad debemos<br />

tolerar y padecer todos los males y penurias corporales. Advertía<br />

esto Porfirio e imaginaba que con semejantes persecuciones<br />

había de extinguirse y perecer bien presto este camino, y que por eso<br />

no era el general para libertar el alma, no entendiendo<br />

que lo que a él le movía, y lo que temía padecer si lo escogiera, era<br />

para mayor confirmación y para más firme recomendación y<br />

aprobación suya.<br />

Esta es la única senda para librar el alma, ésta es la que Dios por<br />

su misericordia concedió generalmente a todas las naciones,<br />

cuya noticia a algunos ha llegado y a otros llegará, sin que pueda<br />

decir ¿por qué ahora y por qué tan tarde?, pues a los<br />

consejos y altas ideas del que la envía no puede darle alcance la<br />

flaqueza del humano ingenio. Lo cual sintió del mismo modo<br />

este filósofo cuando dijo que aún no se había recibido este don de<br />

Dios, y que no había llegado a su noticia, mas no por eso<br />

probó que no era verdadero, porque aún no le había recibido en su fe<br />

o no había llegado todavía a su noticia. Este es, digo, el<br />

camino general para librar y salvar a los creyentes, del cual tuvo<br />

noticia fiel Abraham, mediante el divino oráculo: ,Quien,<br />

aunque fue de nación caldeo, no obstante, para que pudiese<br />

alcanzar semejantes promesas, y por él se propagase y dilatase su<br />

generación,


Mediador>; en cuya descendencia estuviese este camino general para<br />

librar el alma, esto es el que Dios concedió a todas las<br />

naciones, le mandó Dios salir de su tierra de entre sus parientes y<br />

de la casa de su padre. Entonces Abraham, siendo el<br />

primero que fue libertado de las supersticiones de los caldeos,<br />

siguió y adoró a un solo Dios verdadero, a quien creyó fielmente<br />

cuando le hizo sus divinas promesas. Este es el camino general, del<br />

cual hablando el rey profeta, David, dice: . Y así, después, al cabo de tanto tiempo, habiendo ya<br />

tomado carne de la descendencia de Abraham, dice el Salvador, de sí<br />

mismo: Este es<br />

el camino general, de quien con tanta anterioridad de tiempo estaba<br />

profetizado: Así que este camino no es peculiar a<br />

una sola nación, sino generalmente a todas. La ley y la palabra del<br />

Señor no paró en Sión y en Jerusalén, sino que salió de allí<br />

para derramarse por todo, el mundo. Y así, el mismo Medianero,<br />

después de su Resurrección, estando medrosos sus<br />

discípulos, les dijo: <br />

Entonces les abrió los ojos del entendimiento para que entendiesen<br />

las Escrituras, y les dijo cómo fue necesario que Cristo padeciese<br />

y resucitase al tercero día de entre los muertos, y que por<br />

todas las gentes se predicase en su nombre la penitencia y<br />

remisión de los pecados, empezando desde Jerusalén. Este es el camino<br />

general para librar el alma que nos significaron y<br />

publicaron los santos ángeles y los santos profetas; lo primero entre<br />

unos pocos hombres que bailaron cuando pidieron la gracia<br />

de Dios, y especialmente entre la nación hebrea, cuya sagrada<br />

República era en algún modo como una profecía y significación<br />

de la Ciudad de Dios, que se había de juntar y componer de todas las<br />

naciones; nos lo significaron, digo, con el Tabernáculo,<br />

con el templo, con el sacerdocio y con los sacrificios, y nos lo<br />

profetizaron con algunas expresiones claras y manifiestas, aunque<br />

las más veces místicas; pero habiendo ya encarnado y venido en<br />

persona el mismo Medianero, y sus santos Apóstoles<br />

descubriéndonos ya la gracia del Nuevo Testamento comenzaron a<br />

manifestar y enseñar aún más evidentemente todo lo que<br />

estaba ya significado con más oscuridad en los tiempos pasados, según<br />

la distribución del tiempo y edades del linaje humano,<br />

conforme a lo que quiso ordenar y disponer la divina sabiduría,<br />

obrando Dios en confirmación de ello muchos portentos y<br />

señales maravillosas, de las cuales he referido ya algunas. Porque no<br />

sólo se vieron ángeles y se oyeron hablar los ministros<br />

del cielo, sino que también los hombres siervos de Dios, con sola su<br />

fe sencilla, lanzaron los espíritus inmundos de los cuerpos y<br />

sentidos humanos, sanaron los defectos y enfermedades corporales; las<br />

bestias de la tierra y del agua, las aves del cielo, los<br />

árboles, elementos y estrellas obedecieron la divina palabra,<br />

cedieron los infiernos, resucitaron los muertos, sin contar los<br />

milagros propios y peculiares del mismo Salvador, especialmente el de<br />

su Nacimiento y Resurrección, de los cuales, en el<br />

primero, nos mostró claramente el misterio de la virginidad de su<br />

Madre, y en el segundo, un ejemplo de los que al fin han de<br />

resucitar. Este es el camino que limpia y purifica a todo hombre, y<br />

le dispone, siendo mortal, por todas las partes de que consta,<br />

a la inmortalidad. Pues para que no fuese necesario buscar una<br />

purificación para la parte que llama Porfirio intelectual, y otra


para la que llama espiritual, y otra para el mismo cuerpo, por eso se<br />

vistió de todo el verdadero y poderoso Purificador y<br />

Salvador. Fuera de este camino, el cual nunca faltó al, género<br />

humano, ya cuando se predicaba que habían de suceder estos<br />

prodigios, ya cuando nos predican que han sucedido, nadie se libró,<br />

nadie se libra, nadie se librará.<br />

Sobre lo que dice Porfirio que no ha llegado aún a su noticia por<br />

medio de alguna historia el camino general para libertar el<br />

alma, ¿qué puede haber más ilustre que esta historia que con tan<br />

relevante autoridad se ha divulgado por todo el mundo? ¿O<br />

cuál más fiel o verdadero, donde de tal modo se refieren los sucesos<br />

pasados, que se dicen también los futuros, de los cuales<br />

vemos muchos cumplidos, y los que restan esperamos también, sin duda,<br />

que se cumplirán? Porque no puede Porfirio ni otros<br />

cualesquiera platónicos, aun por lo tocante a este camino, despreciar<br />

la adivinación o predicción como cosas terrenas y que<br />

pertenecen a esta vida mortal como con razón hacen con otros<br />

vaticinios y predicaciones de cualesquiera asunto y arte. Pues<br />

aseguran que estas adivinaciones no fueron de hombres ilustrados, y<br />

que no debe hacerse caso de ellas, y dicen bien. Porque<br />

se efectúan, o por el conocimiento que se tiene de las causas<br />

inferiores, así como por el arte de la medicina, por medió de<br />

algunas señales antecedentes se pronostican varios sucesos que han de<br />

sobrevenir al enfermo, o los espíritus inmundos<br />

adivinan las cosas que tiene ya trazadas y dispuestas, y en los<br />

corazones y gusto de los impíos hacen que a lo hecho cuadre y<br />

corresponda lo dicho, o a lo dicho, lo hecho, para adquirir de algún<br />

modo derecho y acción en la imbécil materia de la humana<br />

fragilidad. Pero los varones santos que se dirigieron por este camino<br />

general, por donde se libran las almas, no procuraron profetizar<br />

semejantes sucesos como grandes, aunque no los ignorasen y<br />

los dijesen muchas veces para hacerlos creer que no<br />

debía estimarse ni dar a entender el sentido humano ni hacer después<br />

con facilidad la experiencia de ellos. Pero otras obras<br />

eran verdaderamente grandes y divinas, las cuales, según se les<br />

permitía, conocida la divina voluntad, anunciaron que habían<br />

de suceder. Porque la venida de Jesucristo hecho hombre, y todo lo<br />

que por este gran Señor claramente sucedió y se cumplió<br />

en su nombre, la penitencia de los hombres y la conversión de sus<br />

voluntades a Dios, la remisión de los pecados y la gracia de<br />

la justicia, la fe de los piadosos y justos, y la multitud que por<br />

todo el mundo había de creer en el verdadero Dios, la ruina y destrucción<br />

del culto de los ídolos y demonios, y el ejercicio con las<br />

tentaciones, la purgación de los aprovechados y la liberación de<br />

todo mal; el día del juicio, la resurrección de los muertos, la<br />

eterna condenación de los impíos y el reino eterno de la gloriosísima<br />

Ciudad de Dios que goza inmortalmente de su vista, todo está dicho y<br />

prometido en las Escrituras, hablando de este verdadero<br />

camino, del que vemos tantas cosas cumplidas, que piadosamente<br />

creemos que han de suceder así las demás. Y que la rectitud<br />

de este camino que nos conduce directamente hasta ver a Dios y<br />

unirnos con Él eternamente está depositada en el archivo<br />

santo de la divina Escritura, con la misma verdad que se predica y<br />

afirma en ella; todos los que no lo creen, y por eso no lo<br />

entienden, pueden combatirlo pero no expugnarlo.<br />

Por lo que en estos diez libros, aunque menos de lo que esperaban<br />

algunos de mí, no obstante, he satisfecho el deseo de otros,<br />

cuanto ha sido servido de ayudarme el verdadero Dios y Señor,<br />

refutando las contradicciones de los impíos, que al Autor de la<br />

Santísima Ciudad, de la cual nos propusimos tratar, prefieren sus<br />

dioses. En los cinco primeros de estos diez libros escribo<br />

contra los que piensan que deben adorarse los dioses por los bienes<br />

de, esta tierra, y en los otros cinco, contra los que<br />

entienden que debe conservarse el culto de los dioses por la vida que<br />

ha de haber después de la muerte. Así que de aquí<br />

adelanté, como lo prometí en el libro I, con el favor de Dios,


trataré lo que me pareciese necesario acerca del nacimiento,<br />

progreso y debidos fines de las dos Ciudades que dije que en el<br />

presente siglo andaban mezcladas y unidas una con otra.<br />

LIBRO UNDECIMO<br />

PRINCIPIO DE LAS DOS CIUDADES ENTRE LOS ÁNGELES<br />

CAPITULO PRIMERO<br />

Parte de la obra donde se empiezan a demostrar los principios y fines<br />

de las dos Ciudades, esto es, de la celestial y de la<br />

terrena<br />

Llamamos Ciudad de Dios aquella de quien nos testifica y acredita la<br />

Sagrada Escritura que no por movimientos fortuitos de<br />

átomos, sino realmente por disposición de la alta Providencia sobre<br />

los escritos de todas las gentes rindió a su obediencia, con la<br />

prerrogativa de la autoridad divina, la variedad de todos los<br />

ingenios y entendimientos humanos. Porque de ella está escrito:<br />

: y en otro lugar: ; y poco más abajo:


corpóreas e incorpóreas, y averiguado que son mudables, llegar a la<br />

alta contemplación de la inmutable sustancia de Dios,<br />

aprender de él y saber de su incomprensible sabiduría, cómo todas las<br />

criaturas que no son lo que él, no las crió otro que él.<br />

Porque no habla Dios con el hombre por medio de alguna criatura<br />

corporal, dejándose percibir de los oídos corporales, de<br />

forma que entre el que excita este sonido o eco y el que oye, se<br />

hiera el espacio intermedio del aire, ni tampoco por alguna<br />

criatura espiritual de las que se visten con representaciones de<br />

cuerpos, como en sueños, o de otro modo igual (pues también<br />

habla de esta manera como si hablara a los oídos corpóreos, porque<br />

habla como si tuviera cuerpo y como por interposición de<br />

espacio de lugares corporales), sino que habla Dios al hombre con la<br />

misma verdad cuando está dispuesto para oír con el<br />

espíritu, no con el cuerpo. Porque de esta forma habla a aquella<br />

parte del hombre, que en él, es lo más sublime y apreciable, y<br />

a la que sólo el mismo Dios le hace ventaja. Para que con justa causa<br />

se entienda, o, si esto no es posible, a lo menos se crea<br />

que el hombre fue criado a imagen y semejanza de Dios, y sin duda<br />

según aquella parte se acerca más a Dios omnipotente, con<br />

la que él excede a sus partes inferiores, las cuales tiene también<br />

comunes con las bestias. Mas por cuanto la misma mente o<br />

alma donde reside naturalmente la razón e inteligencia, por causa de<br />

ciertos vicios reprensibles y envejecidos, está exhausta de<br />

fuerzas, no sólo para unirse con su Señor gozando de Dios, sino<br />

también para participar de la luz inmutable, hasta que,<br />

renovándose de día en día, y sanando de su mortal dolencia, se haga<br />

capaz de tanta felicidad, debió, ante todas cosas ser instruida<br />

en la fe, y así quedar purificada. En cuya infalible creencia,<br />

para que con mayor confianza caminase al conocimiento de la<br />

verdad; la misma verdad, Dios, Hijo único del Altísimo, haciéndose<br />

hombre sin desprenderse de la divinidad, estableció y fundó<br />

la misma fe, para que tuviese el hombre una senda abierta para llegar<br />

a Dios por medio del Hombre Dios. Porque éste es el<br />

medianero entre Dios y los hombres: el hombre Cristo Jesús. Pues por<br />

la parte que es medianero es hombre y verdadero<br />

camino de salud. Porque si entre el que camina y el objeto adonde se<br />

camina es medio el camino, esperanza habrá de llegar;<br />

pero si falta o se ignora Por dónde ha de caminarse, ¿qué aprovecha<br />

saber adónde se ha de caminar? Así que sólo puede ser<br />

un camino cierto contra todos los errores el que una misma persona<br />

sea Dios y hombre: adonde se camina, Dios; por donde se<br />

camina, hombre.<br />

CAPITULO III<br />

De la autoridad de la Escritura canónica, cuyo autor es el Espíritu<br />

Santo<br />

Este Señor, habiéndonos hablado primero por los profetas, después por<br />

sí mismo y últimamente por los Apóstoles cuando le<br />

pareció conducente, ordenó también una santa Escritura que se llamó<br />

canónica, de grande autoridad, a quien damos fe y<br />

crédito sobre los importantes dogmas que importa que sepamos y que<br />

nosotros mismos no somos idóneos y suficientes para<br />

comprender. Porque si podemos conocer, por nosotros mismos las cosas<br />

que no están distantes ni remotas de nuestros<br />

sentidos, así interiores como exteriores (por lo que obtuvieron su<br />

peculiar nombre las cosas presentes, porque decimos que<br />

están tan presentes, esto es, tan delante de los sentidos como está<br />

delante de los ojos, lo que cae bajo el sentido de la vista), sin<br />

duda que para saber las cosas que están, distantes de nuestros<br />

sentidos, porque no podemos saberlas por testimonio nuestro,<br />

tenemos necesidad de buscar otros testigos; y a aquellos creemos de<br />

cuyos sentidos sabemos que no están, o no estuvieron<br />

remotas las tales cosas. Así que como en las cosas visibles que no


hemos visto creemos a las personas que las vieron, y así en<br />

los demás objetos que pertenecen particularmente a cada uno de los<br />

sentidos corporales, de la misma manera en las cosas que<br />

se alcanzan y perciben con el entendimiento (porque él con mucha<br />

propiedad se dice sentido, de donde dimanó el nombre<br />

sentencia), quiero decir en las cosas invisibles que están distante<br />

de nuestro sentido exterior, es necesario que creamos a los<br />

que las aprendieron como están dispuestas en áquella luz incorpórea,<br />

o a los que las ven como están en ella.<br />

CAPITULO IV<br />

De la creación del mundo, que ni fue sin tiempo, ni se trazó con<br />

nuevo acuerdo que sobre ello tuviese Dios, como si hubiese<br />

querido después lo que antes no había querido<br />

Entre todos los objetos visibles, el mayor de todos es Dios. Pero que<br />

haya mundo lo vemos experimentalmente; y que haya<br />

Dios lo creemos firmemente. Que Dios haya hecho este mundo, a ninguno<br />

debemos creer con más seguridad en este punto que<br />

al mismo Dios; pero ¿dónde se lo hemos oído? Nosotros lo hemos oído y<br />

sabemos por el irrefragable testimonio de la Sagrada<br />

Escritura, donde dice su profeta: Pero pregunto: ¿Se halló presente este profeta<br />

cuando hizo Dios el cielo y la tierra? No, por cierto; solamente se<br />

halló allí la sabiduría de Dios, por quien fueron criadas todas<br />

las cosas, la cual se comunica a las almas santas, las hace amigas y<br />

profetas de Dios, y a éstos en lo interior de su alma, sin<br />

estrépito ni ruido les manifiesta sus divinas obras e incomprensibles<br />

decretos. A éstos también hablan los ángeles de Dios: Entre éstos, fue uno el profeta que dijo y escribió:<br />

; quien es un<br />

testigo tan abonado para que con su testimonio debamos creer a<br />

Dios, que con el mismo espíritu divino con que conoció el singular<br />

arcano que se le reveló, con ese mismo anunció y vaticinó<br />

grandes misterios mucho tiempo antes de promulgarse esta nuestra<br />

santa fe.<br />

Pero ¿por qué quiso Dios eterno e inmutable hacer entonces el cielo y<br />

la tierra, proyecto que hasta entonces no había<br />

realizado? Los que hacen esa pregunta, si son de los que entienden<br />

que el mundo es eterno sin ningún principio, y por lo<br />

mismo quieren y opinan que no le hizo Dios, se apartan infinito de la<br />

verdad, y, alucinados con la mortal flaqueza de la impiedad,<br />

desvarían como frenéticos, porque, además de las expresiones y<br />

testimonios de los profetas, el mismo mundo, con su concertada<br />

mutabilidad y movilidad y con la hermosa presencia de todas las<br />

cosas visibles, entregándose al silencio en cierto modo,<br />

proclama y da voces que fue hecho, y que no pudo serlo sino por la<br />

poderosa mano de Dios, que inefable e invisiblemente es<br />

grande, e inefable e invisiblemente hermoso; pero si son los que<br />

confiesan que le hizo Dios, y, con todo quieren que no haya<br />

tenido principio en tiempo, sino sólo de creación, de manera que con<br />

un modo apenas concebible haya sido siempre hecho,<br />

éstos dicen lo bastante como para defender a Dios de una fortuita<br />

temeridad, para que no se entienda que de improviso le vino<br />

a la imaginación lo que nunca antes le había venido de criar el<br />

mundo, y que tuvo un nuevo querer, no siendo de algún modo<br />

mudable; sin embargo, no advierto cómo en las demás cosas se pueda<br />

salvar este modo de decir, especialmente en el alma, de<br />

la cual si dijeran que es coeterna de Dios, en ninguna manera podrán<br />

explicar de dónde le sobrevino la nueva miseria que<br />

jamás tuvo antes eternamente. Porque si dijeren que hubo en todo<br />

tiempo alternativa entre su miseria y bienaventuranza, es<br />

necesario que digan también que siempre estará en esta alternativa,<br />

de que deducirán un absurdo; pues aun cuando digan que


es bienaventurada en esto, a lo menos no lo será si antevé su futura<br />

miseria y torpeza, y si no la prevé ni piensa que ha de ser<br />

miserable, sino siempre bienaventurada, con falsa opinión es<br />

bienaventurada, que no puede decirse expresión más necia. Y si<br />

imaginan que infinitos siglos atrás existió siempre esta alternativa<br />

entre la bienaventuranza y la miseria del alma, pero que en<br />

adelante, habiéndose ya libertado, no volverá a la miseria; con todo,<br />

confesarán por necesidad que nunca, fue verdaderamente<br />

bienaventurada, sino que en adelante empieza a serlo con una nueva y<br />

no engañosa bienaventuranza, y, por consiguiente,<br />

han de decir que le sucede algo nuevo extraordinario que nunca<br />

eternamente en lo pasado le sucedió. Y si negaren que la<br />

causa de esta novedad estuvo en el eterno consejo de Dios, negarán<br />

también con esto que es el autor de su bienaventuranza,<br />

que es una impiedad abominable. Y si dijeren que él, con nuevo<br />

acuerdo, trazó que en adelante el alma para siempre fuese<br />

bienaventurada, ¿cómo demostrarán que en Dios no hay aquella<br />

mutabilidad, que es también contra la opinión de ellos? Y si<br />

confiesan que fue criada en el tiempo, pero que en lo sucesivo en<br />

ningún tiempo ha de perecer, como el número que tiene<br />

verdadero principio y no tiene fin, y que por eso, habiendo una vez<br />

experimentado la miseria, si se librase de ella nunca jamás<br />

vendrá a ser miserable; por lo menos, no pondrán duda en que esto se<br />

hace, quedando en su constancia la inmutabilidad del<br />

consejo de Dios. Así pues, crean también que pudo el mundo hacerse en<br />

el tiempo y que no por eso en hacerle mudó Dios su<br />

eterno consejo y voluntad.<br />

CAPITULO V<br />

Que no deben imaginarse infinitos espacios de tiempo antes del mundo,<br />

como infinitos espacios de lugares<br />

Asimismo es indispensable que sepamos responder a los que confiesan a<br />

Dios por autor y criador del mundo, y, sin embargo,<br />

preguntan y dudan acerca del tiempo del principio del mundo, y qué es<br />

lo que nos responden sobre el lugar del mundo. Porque<br />

de la misma manera se pregunta: ¿por qué razón se hizo entonces y no<br />

antes?, como puede preguntarse: ¿por qué fue hecho<br />

donde existe, y no en otra parte? Pues si imaginan infinitos espacios<br />

de tiempo antes del mundo, en los cuales opinan que no<br />

pudo Dios estar ocioso sin empezar la obra, piensan asimismo fuera<br />

del mundo infinitos espacios de tiempo antes del mundo, en<br />

los cuales opinan que no pudo Dios estar ocioso sin empezar la obra,<br />

piensan asimismo fuera del mundo infinitos espacios de<br />

lugares, en los cuales, si alguno dijere que no pudo estar ocioso<br />

Dios todopoderoso, pregunto: ¿no se infiere de tal antecedente<br />

que le será forzoso soñar con Epicuro innumerables mundos,<br />

disintiendo con él solamente en que dice éste que se forman con<br />

los fortuitos movimientos de los átomos, y los otros dirán que los<br />

hizo Dios si quieren que no esté ocioso, por la interminable<br />

inmensidad de Iugares que hay por todas partes fuera del mundo, y que<br />

estos tales mundos, como sienten de éste por ninguna<br />

causa podrán deshacerse? ¿Por qué disputamos ahora con los que<br />

sienten con nosotros que Dios es incorpóreo y criador de<br />

todas las naturalezas que no son lo que es este gran Señor? Pues dar<br />

entrada en esta controversia de religión a los que<br />

defienden que se debe el culto de los sacrificios a muchos dioses<br />

sería cosa muy exorbitante e indigna. Estos filósofos<br />

excedieron a los demás en fama y autoridad, porque, aunque con<br />

notable distancia, no obstante se aproximaron más que los<br />

otros a la verdad. O acaso han de decir que la substancia de Dios (la<br />

cual ni la incluyen, ni determinan, ni la extienden en lugar,<br />

sino que la confiesan, como es razón sentir de Dios, que está en<br />

todas partes con la presencia incorpórea), ¿han de decir, digo,<br />

que está ausente de tantos y tan inmensos espacios de lugares como


hay fuera del mundo, y que está ocupada solamente en<br />

un lugar, y aquél, en comparación de aquella infinidad e inmensidad,<br />

tan pequeño como es el lugar donde está este mundo? No<br />

presumo que piensen tales disparates. Confesando, pues ellos que<br />

existe un mundo, el cual aunque de inmensa grandeza<br />

corpórea, con todo, dicen que es finito y determinado en su lugar, y<br />

hecho por mano de Dios; lo que responden a la cuestión<br />

sobre los infinitos lugares constituidos fuera del mundo, porque Dios<br />

en ellos cesa de obrar y está ocioso, eso mismo<br />

respóndanse a sí mismo en la controversia sobre los infinitos tiempos<br />

antes del mundo, porque, Dios cesó de obrar en ellos y<br />

estuvo ocioso. Y así como, no se infiere, ni es consecuencia<br />

legítima, que por casualidad; más bien qué por alta disposición y<br />

razón divina, haya Dios criado y colocado el mundo en este lugar en<br />

donde existe y no en otro (pues habiendo por todas<br />

partes infinitos lugares igualmente desembarazados y patentes, pudo<br />

escoger éste sin que hubiese en él ninguna prerrogativa o<br />

excelencia particular, aunque esta misma disposición y razón divina<br />

por qué así lo hizo no la pueda comprender ningún<br />

entendimiento humano). Así tampoco se infiere ni es consecuencia que<br />

entendamos haya sucedido a Dios algún suceso por<br />

acaso y fortuitamente que le nioviera a criar el mundo más en aquel<br />

tiempo que antes, habiendo pasado igualmente los tiempos<br />

anteriores por infinito espacio atrás sin haber diferencia alguna por<br />

la que en la elección que se pudiese preferir un tiempo a<br />

otro. Y si dijeren que son vanas las imaginaciones de los hombres con<br />

que piensan infinitos Iugares, no habiendo otro lugar<br />

fuera del mundo, les respondemos que de esa manera opinan vanamente<br />

los hombres sobre los tiempos pasados en que<br />

estuvo Dios ocioso, no habiendo habido tiempo antes de la creación<br />

del mundo.<br />

CAPITULO VI<br />

Que el principio de la creación del mundo y el principio de los<br />

tiempos es uno, y que no es uno antes que otro<br />

Porque si bien se distinguen la eternidad y el tiempo, en que no hay<br />

tiempo sin alguna instabilidad movible, ni hay eternidad que<br />

padezca mudanza alguna, ¿quién no advierte que no hubiera habido<br />

tiempos si no se formara la criatura que mudara algunos<br />

objetos con varias mutaciones, de cuyo movimiento y mudanza (como va<br />

a una y otra parte, que no pueden estar juntas,<br />

cediendo y sucediéndose en espacios e intervalos más cortos o más<br />

largos de pausas y detenciones) se siguiera y resultara el<br />

tiempo? Así que, siendo Dios, en cuya eternidad no, hay mudanza<br />

alguna, el que crió y dispuso los tiempos, no advierto cómo<br />

puede decirse que crió el mundo después de los espacios de los<br />

tiempos; si no es que digan que antes del mundo hubo ya<br />

alguna criatura con cuyos movimientos corriesen los tiempos. Y si las<br />

sagradas letras (que son sumamente verdaderas) dicen<br />

, de modo que no<br />

hizo otra cosa primero, porque dijeran antes lo que había hecho<br />

si hiciera algo antes de todas las cosas que hizo; sin duda que el<br />

mundo no se hizo en el tiempo, sino con el tiempo. Porque lo<br />

que se hace en el tiempo se hace después de algún tiempo y antes de<br />

algún tiempo; después de aquel que ha pasado y antes<br />

de aquel que ha de venir: pero no podía haber antes del mundo algún<br />

tiempo pasado, porque. no había ninguna criatura con<br />

cuyos mudables movimientos fuera sucediendo. Hízose el mundo con el<br />

tiempo, pues en su creación se hizo el movimiento<br />

mudable, como parece se representa en aquel orden de los primeros<br />

seis o siete días, en que se hace mención de la mañana y<br />

tarde, hasta que todo lo que hizo Dios en estos días se acabó y<br />

perfeccionó al día sexto, y al séptimo, con gran misterio, se nos<br />

declara que cesó Dios. Y el querer imaginar nosotros cuáles son estos


días, o es asunto sumamente arduo y dificultoso, o<br />

imposible, cuanto más el querer decirlo.<br />

CAPITULO VII<br />

De la calidad de los primeros días, porque antes que se hiciese el<br />

sol se dice que tuvieron tarde y mañana<br />

Por cuanto advertimos que los días ordinarios y conocidos no tienen<br />

tarde sino respecto del ocaso, ni mañana sino respecto del<br />

nacimiento del sol; sin embargo, los tres primeros de la creación<br />

pasaron sin sol; el cual se dice en la Escritura que fue hecho el<br />

cuarto; y aunque se refiere que primeramente se hizo la luz con la<br />

palabra de Dios, y que Dios la dividió y distinguió de las<br />

tinieblas, dando por nombre peculiar a la luz, día, y a las<br />

tinieblas, noche; cuál sea aquella luz, cuál sea su movimiento<br />

alternativo, y cuál la mañana y tarde que hizo, está bien lejos de<br />

nuestros sentidos; ni podemos comprender del modo que es, lo<br />

que sin embargo ciertamente debe creerse. Porque o hemos de decir que<br />

hay alguna, luz corpórea, ya sea en las partes<br />

superiores del mundo, muy distantes de nuestra vista, ya sea aquella<br />

con que después se encendió el sol; o hemos de decir<br />

que por el nombre de luz se entiende y significa la Ciudad Santa, que<br />

constituyen y componen los santos ángeles y espíritus<br />

bienaventurados, de la cual dice el Apóstol: ; y en otro<br />

lugar dijo: Con todo, en este<br />

día se incluye también la tarde y la mañana en cierto modo, porque la<br />

ciencia de la criatura en comparación de la ciencia del<br />

Criador, en alguna manera se hace tarde, y asimismo esta misma se<br />

hace mañana cuando se refiere a la gloria y amor de su<br />

Criador; pero jamás se convierte en noche, cuando no se deja al<br />

Criador por el amor a la criatura. Finalmente, refiriendo la<br />

Escritura por su orden los días primeros de la creación, jamás<br />

interpuso el nombre de noche; pues en ningún lugar, dice, hizo la<br />

noche, sino hízose la tarde, e hízose la mañana, un día o el primer<br />

día; y así del segundó y de los demás. Porque el<br />

conocimiento de la criatura en sí misma está más oscuro y descolorido<br />

(por decirlo así) que cuando se conoce en la sabiduría de<br />

Dios, como en un modelo y arte de donde se hizo. Y así más<br />

propiamente puede llamarse tarde que noche; la cual tarde, sin<br />

embargo, como he insinuado, cuando se refiere para alabar y amar a su<br />

Criador, viene a parar en mañana. Todo lo cual,<br />

cuando se realiza en el conocimiento de sí mismo, se hace el primer<br />

día; cuando en el conocimiento del firmamento, que hay<br />

entre las aguas superiores e inferiores y se llama cielo, se hace el<br />

segundo día; cuando en el conocimiento de la tierra, mar y de<br />

todas las plantas que en la tierra producen semilla y fruto, el<br />

tercero día; cuando en el conocimiento de los luminares mayor y<br />

menor, y de todas las estrellas, el cuarto día; cuando en el<br />

conocimiento de todos los animales del agua y volátiles, el quinto<br />

día;<br />

cuando en el conocimiento de todos los animales terrestres y del<br />

mismo hombre, el día sexto.<br />

CAPITULO VIII<br />

Cómo ha de entenderse el descanso de Dios cuando después de las obras<br />

de los seis días descansó el séptimo<br />

Pero cuando descansa Dios de todas sus obras al séptimo día, y le<br />

santifica, no debe entenderse materialmente como si Dios<br />

hubiese padecido alguna fatiga o cansancio ideando y ejecutando tan<br />

grandes maravillas en estos días, puesto que dijo y se<br />

hicieron todas las cosas con la virtud de sola su palabra inteligible


y sempiterna, no sonora y temporal; sino que el descanso de<br />

Dios significa el de los que descansan en Dios, así como la alegría<br />

de la casa significa el júbilo de los que se alegran en ella,<br />

aunque no los cause contento la misma casa, sino algún otro objeto<br />

deleitable. Cuánto más si la misma casa, con su hermosura,<br />

alegra a los moradores de ella; de manera que no sólo se llama alegre<br />

por aquella figura con que significamos lo contenido por<br />

lo que contiene (así como decimos que los teatros aplauden y los<br />

prados braman, cuando en los unos aplauden los hombres, y<br />

en los otros braman los bueyes), sino también por aquella con que se<br />

significa el efecto por la causa eficiente, así como decimos<br />

la carta festiva, significando la alegría de los que se llenan de<br />

júbilo leyéndola. Así que convenientisimamente cuando la<br />

autoridad profética dice que descansó Dios, se significa el descanso<br />

de los que en él descansan, y los que el mismo Seflor hace<br />

descansar; prometiendo también esto a los hombres con quienes habla<br />

la profecía, y por quienes se escribió ciertamente que<br />

también ellos, después de las buenas obras que en ellos y por medio<br />

de ellos obra Dios, si acudieren y llegaren a él en esta<br />

vida en algún modo con la fe, tendrán en él perpetuo descanso. Porque<br />

esto se figuró también conforme al precepto de la ley,<br />

con la vacación y fiesta del sábado en el antiguo pueblo de Dios, y<br />

así me parece que debemos tratar de ello más particularmente<br />

en su propio lugar.<br />

CAPITULO IX<br />

Qué es lo que debemos sentir de la creación de los ángeles, según la<br />

Sagrada Escritura<br />

Porque me he propuesto al presente la idea de tratar del principio y<br />

nacimiento de la Ciudad Santa, y me ha parecido<br />

conducente exponer en primer lugar todo lo que pertenece a los santos<br />

ángeles, que son parte no sólo grande de esta ciudad,<br />

sino tambien la más bienaventurada, en cuanto jamás ha sido<br />

peregrina; procuraré explicar, con el auxilio de Dios, lo que<br />

pareciere bastante sobre lo que nos dice acerca de esta materia la<br />

Sagrada Escritura. Y aunque es verdad que donde trata de<br />

la creación del mundo no nos dice clara y distintamente si crió Dios<br />

a los ángeles, o con qué orden los crió, sin embargo, puesto<br />

que no dejó de hacer mención de ellos, o los significó con el nombre<br />

de cielo cuando dijo: ; o bajo el nombre de esta luz de que voy hablando. Y no<br />

omitió el hacer mención de ellos se infiere, porque dice que<br />

descansó Dios el séptimo día de todas las maravillosas obras que<br />

hizo, habiendo principiado de este modo el divino libro: , como si antes de la<br />

creación del cielo y la tierra al parecer no hubiese hecho otra cosa.<br />

Así, que, habiendo empezado por el cielo y la tierra, y la tierra que<br />

formó en primer lugar, como dice a continuación la Sagrada<br />

Escritura, siendo entonces invisible e informe, y como no hubiese<br />

criado aún la luz, opacas tinieblas se extendiesen sobre el<br />

abismo, esto es, sobre alguna indistinta confusión de tierra y agua<br />

(pues donde no hay luz es necesario que haya tinieblas) y<br />

después, habiendo dispuesto la creación especial de todas las cosas,<br />

que refiere haber acabado y perfeccionado en los seis<br />

días, ¿cómo había de dejar a los ángeles, como si no se incluyeran en<br />

las obras de Dios, de las que descansó al séptimo día? Y<br />

que Dios crió a los ángeles (aunque aquí no omitió el decirlo, sin<br />

embargo, no lo especificó particularmente con toda claridad),<br />

en otro lugar lo indica expresamente el sagrado texto; pues hasta en<br />

el himno que cantaron los tres mancebos en el horno de<br />

fuego, diciendo: ; enumerando esas obras divinas hace asimismo mención<br />

de los ángeles. Y en el salmo se canta:


los espíritus celestiales; alabadle, Sol y Luna; alabadle todas<br />

las estrellas y astros luminosos; alabadle los más encumbrados e<br />

ilustres cielos; todas las aguas y raudales cristalinos que están<br />

sobre los cielos alaben el nombre del Señor; porque El es el autor y<br />

criador de todos; con sola su divina palabra se hicieron<br />

todas las cosas, y con mandarlo se criaron.> También nos manifiesta<br />

aquí con toda evidencia el Espíritu Santo que Dios crió los<br />

ángeles, pues habiéndolos referido y numerado entre las demás<br />

criaturas del cielo, concluye y dice: . ¿Y quién será tan necio que se atreva a<br />

imaginar que crió Dios los ángeles después de criar todos los seres<br />

comunes que se refieren en los seis días? Pero cuándo<br />

haya alguno tan idiota y poco instruido, convencerá su vanidad<br />

aquella expresión de la Escritura que tiene igual autoridad<br />

infalible, donde dice Dios: Luego había<br />

ya ángeles cuando crió las estrellas, las que formó en el cuarto día.<br />

¿Diremos acaso que los hizo al tercero día? Ni por<br />

pensamiento, porque es indudable cuanto obró en este día dividiendo<br />

la tierra de las aguas y repartiendo a cada uno de estos<br />

dos elementos sus especies de animales, produciendo al mismo tiempo<br />

que la tierra todo lo que está plantado en ella. ¿Acaso<br />

diremos que al segundo? Tampoco, porque en él hizo el firmamento<br />

entre las aguas superiores e inferiores, al cual llamó cielo, y<br />

en él crió las estrellas al cuarto día. Luego si los ángeles<br />

pertenecen a las obras que Dios hizo en estos días, son, sin duda,<br />

aquella luz refulgente que se llamó día; el cual, para recomendarnos<br />

y darnos a entender que fue uno, no le llamó día primero,<br />

sino uno. Mas ni por eso hemos de inferir que es otro distinto el día<br />

segundo o el tercero o los demás, sino que el mismo uno se<br />

repite por cumplimiento del número senario o septenario, para darnos<br />

individual noticia del senario y septenario conocimiento, es<br />

decir: el senario, de las maravillosas obras que Dios hizo; y el<br />

septenario, en el que Dios descansó. Porque cuando dijo Dios:<br />

, si se entiende bien en esta luz la<br />

creación de los ángeles, sin duda que los hizo partícipes de la<br />

luz eterna, que es la inmutable sabiduría de Dios, por quien fueron<br />

criadas todas las cosas, a quien llamamos el unigénito de<br />

Dios para que, alumbrados con la luz sobrenatural que fueron criados,<br />

se hicieran luz y se llamaran día, por la participación de<br />

aquella inmutable luz y día, que es el Verbo divino, por quien ellos<br />

y todas las cosas fueron criadas. Porque la luz verdadera<br />

que ilumina a todos los hombres que vienen a este mundo, ésta también<br />

alumbra a todos los ángeles puros y limpios para que<br />

sean luz, no en sí mismos, sino en Dios, de quien si se separa el<br />

ángel se hace inmundo, como todos los que se llaman espíritus<br />

inmundos, que no son ya luz en el Señor, sino tinieblas en sí mismos,<br />

privados de la participación de la luz eterna. Porque el mal<br />

no tiene naturaleza alguna, sino que la pérdida del bien recibió el<br />

nombre de mal.<br />

CAPITULO X<br />

De la simple e inmutable trinidad del Padre, Hijo y Espíritu Santo,<br />

un solo Dios, en quien no es otro la cualidad y otro la<br />

substancia<br />

Así que el bien que es Dios es solamente simple, y por eso inmutable.<br />

Por este sumo bien fueron criados todos los bienes, pero<br />

no simples, y por lo mismo mudables. Fueron criados, digo, esto es,<br />

fueron hechos, no engendrados; pues lo que se engendró<br />

del bien simple, es del mismo modo simple, lo mismo que aquel de que<br />

se engendró, cuyas dos cualidades o esencias llamamos<br />

Padre e Hijo, y ambos con su Espíritu es un solo Dios, el cual<br />

Espíritu del Padre y del Hijo se llama en la Sagrada Escritura


Espíritu Santo, con una noción propia de este nombre. Sin embargo, es<br />

otro distinto que el Padre y el Hijo, porque ni es el<br />

Padre ni es el Hijo; otro he dicho, pero no otra substancia, porque<br />

también éste es del mismo modo simple, bien inmutable y<br />

coeterno. Y esta Trinidad es un solo Dios, no dejando de ser simple<br />

porque es Trinidad. Y no llamamos simple a la naturaleza<br />

del bien, porque está en ella sólo el Padre, o sólo el Hijo, o sólo<br />

el Espíritu Santo, mediante a que no está sola esta Trinidad de<br />

nombres sin subsistencia de personas, como entendieron los herejes<br />

sabelianos, sino que se llama simple porque todo lo que<br />

tiene eso mismo es, a excepción de que cada una de las personas se<br />

refiere a otra, porque, sin duda, el Padre tiene Hijo, y con<br />

todo, él no es el Hijo, y el Hijo tiene Padre, y con todo, él no es<br />

Padre. En lo que se refiere a sí mismo y no a otro, eso es lo que<br />

tiene; como a sí mismo se refiere el viviente porque tiene vida, y él<br />

mismo es la vida.<br />

Así que se dice naturaleza simple aquel a quien no sucede tener cosa<br />

alguna que pueda perder, o en quien sea una cosa el<br />

que lo tiene y otra lo tenido; asi como el vaso que tiene algún<br />

licor, o el cuerpo que tiene color, o el aire, la luz o calor, o cómo<br />

el<br />

alma, que tiene la sabiduría; porque ninguna de estas cualidades es<br />

aquello que en sí tiene pues el vaso no es el licor, ni el<br />

cuerpo es el color, ni el aire la luz o el calor, ni el alma la<br />

sabiduría. De donde resulta que pueden privarse también de los<br />

objetos que tienen, y convertirse y transformarse en otros hábitos y<br />

cualidades; de modo que el vaso se desocupe del licor de<br />

que estaba lleno, y el cuerpo pierda el color; el aire se oscurezca o<br />

refresque; y el alma deje de saber. Pero si el cuerpo es<br />

incorruptible, como lo es el, que se promete a los santos en la<br />

resurrección, aunque es cierto que tiene aquella inadmisible<br />

cualidad de la misma incorrupción, no obstante, quedando la sustancia<br />

corporal en su natural ser, no se identifica con la<br />

incorrupción, porque ésta está toda particularmente esparcida por<br />

todas las partes del cuerpo, y no es rnayor en una parte y<br />

menor en otra, porque ninguna parte es más incorrupta que la otra;<br />

mas el mismo cuerpo es mayor en el todo que en la parte, y<br />

siendo en él una parte mayor y otra menor, la que es mayor no es más<br />

incorrupta que la que es menor. Así que una cosa es el<br />

cuerpo que no se halla todo en cualquiera parte suya, otra cosa es la<br />

incorrupción, la cual en cualquiera parte suya está todo;<br />

porque cualquiera parte del cuerpo incorruptible, aun la desigual a<br />

todas las demás, es igualmente incorrupta. Porque<br />

supongamos, v. gr, no porque el dedo es menor que toda la mano, por<br />

esto es más incorruptible la mano que el dedo; así pues,<br />

siendo desiguales la mano y el dedo, sin embargo, es igual la<br />

incorruptibilidad de la mano y la del dedo; y, consiguientemente,<br />

aunque la incorrupción sea inseparable del cuerpo incorruptible, una<br />

cosa es la substancia que se llama cuerpo y otra su<br />

cualidad de incorruptible. Y por eso también no es así la prenda que<br />

tiene. Igualmente la misma alma, aunque sea también sabia,<br />

como lo será cuando se librare para siempre de la presente miseria,<br />

aunque entonces será sabia para siempre, con todo, será<br />

sabia por la participación de la sabiduría inmutable, la cual no es<br />

lo mismo que ella. Porque tampoco el aire, aunque nunca se<br />

despoje de la luz que le ilumina, la cual no lo digo como si el alma<br />

fuese aire, según imaginaron algunos que no pudieron<br />

penetrar y comprender la naturaleza incorpórea, sino porque estas<br />

cosas, respecto de aquéllas, con ser todavía tan diversas y<br />

desiguales, tienen Cierta semejanza; de modo que muy al caso se dice<br />

que así se ilumina el alma incorpórea con la luz<br />

incorpórea de la simple sabiduría de Dios, como se ilumina el cuerpo<br />

del aire con la luz corpórea, y así como se oscurece<br />

cuando le desampara esta luz (porque no son otra cosa las que<br />

llamamos tinieblas de los espacios corporales que el aire que<br />

carece de luz), de la misma manera se oscurece y cubre de tinieblas


el alma privada de la luz de la sabiduna. Así que por esto<br />

se llaman aquellas cosas simples, las cuales principalmente y con<br />

verdad son divinas; porque no es en ellas una cosa la<br />

cualidad y otra la sustancia, ni son por participación de otras<br />

divinas, o sabias o bienaventuradas. Con todo, en la Sagrada<br />

Escritura se llama múltiple y vario el espíritu de la sabiduría,<br />

porque contiene en sí muchos objetos admirables; pero los que<br />

tiene, éstos también es él, y es uno todos ellos. Porque no son<br />

muchas, sino una la sabiduría, donde residen los inmensos e<br />

infinitos tesoros de las cosas inteligibles, en las cuales existen<br />

todas las causas y razones invisibles e inmutables de las cosas,<br />

aun de las visibles y mudables, las cuales fueron hechas y criadas<br />

por ésta. Porque Dios no ejecutó operación alguna<br />

ignorando lo que debía de hacer, lo cual no puede decirse propiamente<br />

de cualquier artífice. Y si sabiendo hizo todas las cosas,<br />

hizo sin duda las que sabía. De lo cual ocurre al entendimiento una<br />

idea maravillosa, aunque verdadera: que nosotros no<br />

podíamos tener noticia de este mundo, si no existiera; pero si Dios<br />

no tuviera noticia de él, era imposible que fuera.<br />

CAPITULO XI<br />

Si hemos de creer que los espíritus que no perseveraron en la verdad<br />

participaron de aquella bienaventuranza que siempre<br />

tuvieron los santos ángeles desde su principio<br />

Lo cual, siendo innegable en ninguna manera aquellos espíritus que<br />

llamamos ángeles fueron primero tinieblas por algún<br />

espacio de tiempo, sino que luego que fueron criados los crió Dios<br />

luz; con todo, no fueron criados sólo para que fuesen como<br />

quiera y viviesen como quiera, sino que también fueron iluminados<br />

para que viviesen sabia y felizmente. Desviándose algunos<br />

de esta ilustración divina, no solamente no llegaron a conseguir la<br />

excelencia de la vida sabia y bienaventurada (la cual, sin<br />

duda, no es sino la eterna y muy cierta y segura de su eternidad),<br />

pero aun la vida racional, aunque no sabia, sino ignorante y<br />

destituida de razón, la tienen de manera que no la pueden perder, ni<br />

aun cuando quieran. Y cuánto tiempo fueron partícipes de<br />

aquella sabiduría eterna antes que pecasen, ¿quién lo podrá<br />

determinar? Sin embargo, ¿cómo podremos decir que en esta<br />

participación éstos fueron iguales a aquéllos, que son verdadera y<br />

cumplidamente bienaventurados porque en ninguna manera<br />

se engañan, sino que están ciertos de la eternidad de su<br />

bienaventuranza? Pues si en ella fueran iguales, también éstos<br />

perseveraran en su eternidad igualmente bienaventurados, porque<br />

estaban igualmente ciertos. Pues así como la vida se<br />

puede decir vida, entretanto que durare, no así podrá decirse con<br />

verdad la vida eterna si ha de tener fin; por cuanto la vida<br />

sólo, se llama vida si se vive; y eterna, si no tiene fin. Por lo<br />

cual, aunque no todo lo que es eterno es bienaventurado (porque<br />

también el fuego del infierno se llama eterno), con todo, si<br />

verdadera y perfectamente la vida bienaventurada no es sino eterna,<br />

no era tal la vida de éstos, porque alguna vez se había de acabar; y,<br />

por lo tanto, no era eterna, ya supiesen esto, ya<br />

ignorándolo imaginasen otra cosa; porque el temor a los que lo sabían<br />

y el error a los que lo ignoraban no les permitían ser<br />

eternamente felices. Y si esto no lo sabían, de modo que no<br />

estribaban ni confiaban en cosas falsas o inciertas, ni se inclinaban<br />

con firme determinación a una parte ni a otra acerca de si su bien<br />

había de ser sempiterno, o alguna vez había de tener fin; la<br />

misma suspensión y duda sobre tan grande felicidad no tenía aquel<br />

colmo y plenitud de vida bienaventurada que creemos hay<br />

en los santos ángeles. Porque al nombre de vida bienaventurada no le<br />

queremos acortar y limitar tanto su significación, que sólo<br />

llamemos a Dios bienaventurado, quien sin embargo, de tal manera es<br />

verdaderamente bienaventurado, que no puede haber


mayor bienaventuranza, en cuya comparación nada significa que los<br />

ángeles sean bienaventurados con una bienaventuranza<br />

suya, tanta cuanta en ellos puede haber.<br />

CAPITULO XII<br />

De la comparación de la bienaventuranza de los justos que no han<br />

alcanzado aun el premio de la divina promesa, con la<br />

bienaventuranza de los primeros hombres en el Paraíso antes del<br />

pecado<br />

Ni éstos solos por lo que toca a la naturaleza racional e intelectual<br />

se deben llamar bienaventurados: porque ¿quién se<br />

atreverá a negar que los primeros hombres en el Paraíso antes de caer<br />

en el pecado, fueron bienaventurados, aunque no<br />

estuviesen ciertos de su bienaventuranza, cuán larga había de ser, o<br />

si había de ser eterna; la cual, seguramente, hubiera sido<br />

eterna si no pecaran? Pues sin reparo alguno llamamos hoy<br />

bienaventurados a los que viven justa y santamente con esperanza<br />

de la futura inmortalidad, sin culpa que les estrague la<br />

conciencia, consiguiendo fácilmente la divina misericordia para<br />

los pecados de la presente flaqueza humana, los cuales, aunque están<br />

ciertos del premio de su perseverancia, con todo, se<br />

hallan inciertos de ella; porque ¿qué hombre habrá que sepa que ha de<br />

perseverar hasta el fin en el ejercicio y<br />

aprovechamiento de la justicia, si no es que con alguna revelación se<br />

lo certifique el que no a todos da parte de este sublime<br />

arcano por justos y secretos juicios, aunque a ninguno engañe? Así<br />

que por lo perteneciente al gusto y deleite del bien<br />

presente, más bienaventurado era el primer hombre en el Paraíso que<br />

cualquier justo existente en esta humana carne mortal;<br />

pero respecto a la esperanza del bien futuro, cualquiera que sabe con<br />

evidencia, no con opinión, sino con verdad cierta e<br />

inefable, que ha de gozar sin fin, libre de toda molestia, de la<br />

amable compañía de los ángeles en la participación del sumo Dios,<br />

es más bienaventurado con cualesquiera aflicciones y tormentos del<br />

cuerpo que lo era aquel hombre estando incierto de su<br />

caída en aquella grande felicidad del Paraíso.<br />

CAPITULO XIII<br />

Si de tal manera crió Diós a todos los ángeles con la misma<br />

felicidad, que ni los que cayeron pudieron saber que habían de<br />

caer, ni los que no cayeron, después de la ruina de los caídos,<br />

recibieron la presciencia de su perseverancia<br />

Por lo cual, podrá cualquiera fácilmente echar de ver que de lo uno y<br />

de lo otro resulta juntamente la bienaventuranza que con<br />

recto propósito desea la naturaleza intelectual, esto es, de gozar<br />

del bien inmutáble y eterno que es Dios, sin ninguna molestia, y<br />

de saber que ha de perseverar en él para siempre, sin que duda alguna<br />

le tenga suspenso, ni error alguno le engañe. De ésta<br />

piadosamente creemos que gozan los ángeles de la luz, y que no la<br />

tuvieron antes que cayesen los ángeles pecadores que por<br />

su malicia fueron privados de aquella luz, lo colegimos por<br />

consecuencia; con todo, se debe creer o ciertamente que si vivieron<br />

antes del pecado, tuvieron alguna bienaventuranza, aunque no la<br />

presciencia de si habían de perseverar. Y, si parece cosa<br />

dura el creer, que cuando Dios crió a los ángeles, a unos los crió de<br />

modo que no tuvieron la presciencia de su perseverancia<br />

o de su caída, y a otros los crió de manera que con verdad cierta e<br />

inefable conocieron la eternidad de su bienaventuranza,<br />

sino que a todos desde su principio los crió con igual felicidad, y<br />

que así estuvieron hasta que éstos, que ahora son malos, por<br />

su voluntad cayeron de aquella luz de la suma bondad; sin duda, que<br />

es más duro de creer que los santos ángeles estén ahora


inciertos de su eterna bienaventuranza, y que ellos de sí mismos<br />

ignoren lo que nosotros pudimos alcanzar y conocer de ellos<br />

por la divina Escritura. Porque ¿qué católico cristiano ignora que no<br />

ha de haber ya ningún nuevo demonio de los buenos<br />

ángeles, así como tampoco el demonio ha de volver ya más a la<br />

sociedad de los ángeles buenos? Porque, prometiendo en el<br />

Evangelio, a los santos fieles, que serán iguales a los ángeles de<br />

Dios, asimismo les ofrece que irán a gozar de la vida eterna; y<br />

si es cierto que nosotros estamos seguros de que jamás hemos de caer<br />

de aquella inmortal bienaventuranza, y ellos no lo están,<br />

seremos necesariamente de mejor condición que ellos, y no iguales;<br />

mas porque de ningún modo puede faltar la verdad de que<br />

seremos iguales a ellos, sin duda ellos están también ciertos de su<br />

eterna felicidad. De la cual, porque los otros no estuvieron<br />

ciertos (porque no iba a ser eterna la felicidad, de la cual pudieran<br />

estar asegurados, pues había de tener fin), resta confesar<br />

que, o fueron desiguales, o si fueron iguales, después de la caída y<br />

ruina de ellos, alcanzaron los otros la ciencia cierta de su<br />

felicidad sempiterna. A no ser que quiera decir alguno que lo que el<br />

Señor dice del demonio en el Evangelio: , debe<br />

entenderse de tal modo, que no sólo fue homicida desde el<br />

principio, esto es, desde el principio del linaje humano, o sea,<br />

desde que fue criado el hombre, a quien con engaños pudiese<br />

matar, sino también que desde el principio de su creación no<br />

perseveró en la verdad; por lo cual, nunca fue bienaventurado<br />

con los santos ángeles, no queriendo sujetarse a su Criador, y<br />

complaciéndose, por su soberbia, en su alta potestad, como si<br />

fuera propia, con lo cual quedó engañado y engañoso, pues quedó para<br />

siempre subyugado a la elevada potestad y<br />

omnipotencia del que es Todopoderoso; y el que cón suave sujeción no<br />

quiso conservar lo que verdaderamente es, con altivez<br />

y soberbia procura fingir lo que no es, para que así se entienda con<br />

más claridad lo que insinúa el Apóstol y Evangelista San<br />

Juan cuando dice , esto es,<br />

desde que fue criado rehusó la justicia, la cual no puede<br />

caber sino en la voluntad piadosa y rendida a Dios. Los que adoptan<br />

esta opinión, pregunto, ¿no sienten lo mismo con otros<br />

herejes, esto es, con los maniqueos, y si hay otras sectas<br />

pestilenciales que sostengan que tiene el demonio procedente como<br />

de un principio contrario a su propia naturaleza mala? Los cuales<br />

disparatan tan vanamente, que teniendo con nosotros y en<br />

nuestro abono la autoridad de estas palabras evangélicas, no<br />

advierten ni consideran que no dijo el Señor: ,<br />

sino ; queriendo manifestar que cayó del<br />

conocimiento de la verdad, en la cual, seguramente, si<br />

perseverara participando de ella, perseveraría también, en la<br />

bienaventuranza con los santos ángeles.<br />

CAPITULO XIV<br />

Con qué frase o modo de hablar dice la Escritura del demonio que no<br />

perseveró en la verdad, porque no hay en él verdad<br />

Y añadió la razón, como si preguntáramos por dónde consta que no<br />

perseveró en la verdad y dice: Y, sin duda, la hubiera en él si perseverára en ella. Esta causa<br />

está expuesta bajo un método de raciocinar no muy<br />

corriente y usado, pues parece que suena así; no perseveró en la<br />

verdad porque no hay verdad en él, como si la causa de<br />

que no haya perseverado en la verdad fuera porque no hay verdad en<br />

él, siendo más bien la causa de no haber verdad en él<br />

en no haber permanecido en la verdad. Pero este mismo lenguaje<br />

hallamos también en el Salmo, donde dice: Debiendo, al parecer, decir: Me oíste mi<br />

Dios porque clamé a ti. Pero habiendo dicho yo clamé, como


si le preguntaran por qué señal demostró el haber clamado,<br />

manifestando el deseado efecto de haberle oído Dios, muestra, sin<br />

duda, el afecto de su clamor como si dijera: por esto doy a entender<br />

expresamente que he clamado, porque me habéis oído.<br />

CAPITULO XV<br />

Cómo ha de entenderse la autoridad de la Escritura: desde el<br />

principio peca<br />

el demonio<br />

La expresión que profiere San Juan hablando del demonio: , no entiende que si es<br />

natural, de ningún modo es pecado. Pero ¿qué responderán a los<br />

testimonios incontrastables de los Profetas, o a lo que dice<br />

Isaías, significando al demonio bajo la persona del príncipe de<br />

Babilonia: ; o a lo que dice Ezequiel: <br />

De cuyos testimonios se deduce que estuvo alguna vez sin pecado,<br />

porque más expresamente le dice poco después:<br />

Cuyas autoridades, puesto que no<br />

pueden entenderse de otra manera, vienen en<br />

confirmación de lo que se dice: que no perseveró en la verdad, para<br />

que lo entendamos de manera que estuvo en la verdad,<br />

pero que no perseveró en ella; y aquella expresión, que desde el<br />

principio el demonio peca, no desde el principio que fue<br />

criado se ha de entender que peca, sino desde el principio del<br />

pecado, porque de su soberbia resultó el haber pecado. Ni lo<br />

que se escribe en el libro de Job hablando del demonio: , con lo que parece concuerda la expresión<br />

del real Profeta cuando dice: , se debe entender de tal modo, que<br />

creamos que le crió desde el principio, para que los<br />

ángeles se burlasen de él, aunque después de cometido su execrable<br />

crimen, le ordenó Dios este castigo. Su principio, pues,<br />

es ser hechura del Señor; pues no hay naturaleza alguna, aun entre<br />

las más viles y despreciables sabandijas del mundo, que<br />

no la haya criado y formado aquel Señor de quien procede toda<br />

formación, toda especie y hermosura, todo el orden de las<br />

cosas, sin el cual no puede hallarse o imaginarse cosa alguna criada,<br />

cuanto más la criatura angélica que en dignidad de<br />

naturaleza excede a todas las demás que Dios crió.<br />

CAPITULO XVI<br />

De los grados y diferencias de las críaturas, las cuales de una<br />

manera se estiman respecto del provecho y utilidad, y de otra<br />

respecto del orden de la razón<br />

Entre las criaturas que son de cualquiera especie, y no son lo mismo<br />

que es Dios, por quien fueron criadas, se anteponen y<br />

aventajan las vivientes a las no vivientes, como también las que<br />

tienen facultad de engendrar o apetecer a las que carecen de<br />

esta tendencia; y entre las que viven se anteponen las que sienten a<br />

las que no sienten, como a los árboles, los animales; y<br />

entre las que sienten se anteponen las que entienden a las que no<br />

entienden así como los hombres a las bestias; y entre las que<br />

entienden se anteponen las inmortales a las mortales, como los<br />

ángeles a los hombres. Pero se anteponen así siguiendo el<br />

orden de la naturaleza; sin embargo, hay otros muchos modos de<br />

estimación, conforme a la utilidad de cada cosa; de que<br />

resulta que antepongamos algunas cosas insensibles a algunas que<br />

sienten, en tanto grado, que si pudiésemos, quisiéramos<br />

desterrarlas del mundo; ya sea ignorando el lugar que en él tienen,


ya sea, aunque lo sepamos, posponiéndolas a nuestras<br />

comodidades e intereses. Porque ¿quién hay que no quiera más tener en<br />

su casa pan que ratones, dineros que pulgas? Pero<br />

¿qué maravilla, citando aun en la estimación de los mismos hombres,<br />

cuya naturaleza es tan sublime, por la mayor parte se<br />

compra más caro un caballo que un esclavo, una piedra preciosa que<br />

una esclava? Así que donde hay semejante libertad en el<br />

juzgar, hay mucha diferencia entre la razón del que lo considera y la<br />

necesidad del que lo ha menester, o el gusto del que lo<br />

desea; puesto que la razón estima qué es lo que en sí vale cada cosa<br />

según la excelencia de la naturaleza; y la necesidad<br />

estima qué es aquel objeto por lo que le desea; buscando la razón lo<br />

que juzga por verdad la luz del entendimiento; y el deleite<br />

y gusto lo que es agradable a los sentidos del cuerpo. No obstante,<br />

tanto vale en las naturalezas racionales un como peso de la<br />

voluntad y amor, que aunque por la naturaleza se antepongan los<br />

ángeles a los hombres; con todo, por la ley de la justicia, los<br />

hombres buenos son preferidos y antepuestos a los ángeles malos.<br />

CAPITULO XVII<br />

Que el vicio de la malicia no es la naturaleza, sino que es contra la<br />

naturaleza; a quien no da ocasión o causa de pecar su<br />

Criador, sino su propia voluntad<br />

Por razón de la naturaleza, no por la malicia del demonio, inferimos<br />

que está con justa causa dicho: Porque, sin duda, donde no<br />

había vicio de malicia, procedió la naturaleza no viciada, y el<br />

vicio es contra la naturaleza, de manera que no puede ser sino en<br />

daño de la naturaleza. Así que no fuera vicio el apartarse de<br />

Dios, si a la naturaleza, cuyo vicio es el apartarse de Dios, no le<br />

correspondiese mejor el estar con Dios; por lo cual, aun la<br />

voluntad mala es gran testigo de la naturaleza buena. Pero Dios, así<br />

como es Criador benignísimo de las naturalezas buenas,<br />

así también justísimarnente ordena y dispone de las voluntades malas,<br />

porque cuando ellas usan mal de las naturalezas buenas,<br />

el Señor usa bien aun de las voluntades malas. Por eso hizo que el<br />

demonio, que en cuanto es producción de su poderosa<br />

mano es bueno, y por su voluntad malo, habiéndole dispuesto y<br />

ordenado acá abajo, entre las cosas inferiores, fuese burlado<br />

por sus ángeles, esto es, que sacasen fruto y aprovechamiento de sus<br />

tentaciones los santos, a quienes desea y procura dañar<br />

con ellas. Y porque Dios, cuando le crió, sin duda, no ignoraba la<br />

malicia que había de tener, y preveía los bienes que el<br />

espíritu infernal había de sacar de su malicia, por este motivo dice<br />

el Salmo: , aun de que por el mismo hecho de haberle formado,<br />

aunque por su bondad, bueno, se entienda que por su<br />

presciencia tenía ya prevenido y dispuesto cómo había de usar de él<br />

aunque fuese malo<br />

CAPITULO XVIII<br />

De la hermosura del Universo, la cual, por disposición divina, campea<br />

aún más<br />

con la oposición de sus contrarios<br />

Dios no criara no digo yo a ninguno de los ángeles, pero ni de los<br />

hombres, que supiese con su soberana presciencia había de<br />

ser malo, si no tuviera exacta ciencia de los provechos que de ella<br />

habían de sacar los buenos; disponiendo de esta manera el<br />

orden admirable del Universo, como un hermoso poema, con sus<br />

antítesis y contraposiciones. Porque las que llamamos antítesis<br />

son muy oportunas y a propósito para la elegancia y ornamento de la<br />

elocuencia; y en idioma latino se distinguen con el nombre


de oposición, o lo que con más claridad se dice, contraposición. No<br />

está recibido entre nosotros este vocablo, aunque también la<br />

lengua latina usa de esos artificios y adornos de la elocuencia, como<br />

los idiomas de todas las naciones. Y el Apóstol San Pablo,<br />

con estas antítesis en su Epístola Segunda a los Corintios, suave y<br />

enérgicamente declara aquel lugar donde dice:<br />

Así como contraponiendo los<br />

contrarios a sus contrarios se adorna la elegancia del lenguaje, así<br />

se compone y adorna la hermosura del Universo con una<br />

cierta elocuencia no de palabras, sino de obras, contraponiendo los<br />

contrarios. Con toda claridad nos enseña esta doctrina el<br />

Eclesiástico cuando dice: <br />

CAPITULO XIX<br />

Qué debe sentirse de lo que dice la Sagrada Escritura que dividió<br />

Dios entre<br />

la luz y las tinieblas<br />

Así que aun cuando la oscuridad de la divina palabra sea también útil<br />

para adquirir exacto conocimiento de aquel Señor que<br />

produce verdades sensibles, y las saca a la luz del conocimiento,<br />

mientras uno la entiende de un modo y otro de otro (pero de<br />

tal manera que lo que se percibe en un lugar oscuro se confirme, o<br />

con el irrefragable testimonio de cosas claras y manifiestas, o<br />

con otros lugares que no admiten duda; ya sea porque revolviendo<br />

muchas cosas se viene a conseguir también la inteligencia<br />

de lo que sintió el autor de la Escritura; ya sea que aquel arcano,<br />

se nos oculte a nuestra escasa trascendencia y, sin embargo,<br />

con ocasión de tratar de la profunda oscuridad, se expresan algunas<br />

otras verdades); por consiguiente, no me parece absurda<br />

y ajena de las obras de Dios aquella opinión sobre si cuando crió<br />

Dios la primera luz se entiende que crió los ángeles; y que<br />

hizo distinción entre los ángeles santos y los espíritus inmundos,<br />

donde dice: Porque sólo pudo distinguir estas<br />

cosas el que pudo saber primero que cayesen, que habían de<br />

caer; y que privados de la luz de la verdad habían de quedar en su<br />

tenebrosa soberbia. Porque entre este tan conocido día y<br />

noche, esto es, entre esta luz y estas tinieblas, mandó que las<br />

dividiesen estos luminares del cielo tan patentes a nuestros<br />

sentidos: ; y poco después: Porque entre aquella luz, que es la santa<br />

congregación de los ángeles, y resplandece con la inteligible<br />

ilustración de la verdad y entre las contrarias tinieblas, esto es,<br />

entre aquellas abominables inteligencias de los ángeles malos que se<br />

desviaron de la luz de la justicia, aquel Señor pudo hacer<br />

división, a quien tampoco pudo estar oculta o incierta la futura<br />

malicia, no de la naturaleza, sino de la voluntad.


CAPITULO XX<br />

De lo que dice después de hecha la distinción entre la luz y las<br />

tinieblas: <br />

Finalmente, tampoco debe pasarse en silencio que cuando dijo Dios:<br />

, añadió en seguida: ; no dijo estas expresiones después que<br />

hizo distinción entre la luz y las tinieblas, llamando a la<br />

luz día, y a las tinieblas noche; porque ninguno se persuadiese que<br />

le agradaban también aquellas tinieblas, como la luz. Pues<br />

cuando éstas son ya inculpables (entre las cuales y la luz que<br />

percibimos con nuestros ojos hacen distinción y división los<br />

luminares del cielo), no antes, sino después, se infiere claramente<br />

que vio Dios que era bueno Entonces ambos resplandecientes<br />

luminares le agradaron, porque ambos eran inculpables.<br />

Pero cuando dijo Dios ; sigue<br />

inmediatamente: ; e infiere<br />

luego: ; pero no añadió aquí: y vio Dios que<br />

era bueno, por no llamar buenos a ambas cosas, siendo la una de ellas<br />

mala, no por su naturaleza, sino por su propia culpa. Y<br />

por eso sólo agradó la luz a su Criador; mas las tinieblas angélicas,<br />

aunque las había de disponer en su respectivo lugar, sin<br />

embargo, no las había de aprobar.<br />

CAPITULO XXI<br />

De la eterna e inmutable ciencia y voluntad de Dios, con que todo lo<br />

que hizo en el Universo le agradó antes de hacerlo, como<br />

lo hizo después<br />

Porque ¿qué otra cosa debe entenderse en aquella expresión que<br />

frecuentemente repite: , sino la<br />

aprobación de la obra practicada conforme a la idea, que es la<br />

sabiduría de Dios? Porque es cierto que Dios no llegó a<br />

comprender entonces que la cosa era buena cuando la crió; pues si no<br />

lo supiera, no hiciera cosa alguna de las que crió. Así<br />

que, cuando advierte que es bueno (lo cual si no lo hubiera visto<br />

antes de hacerlo, sin duda no lo hiciera), nos enseña y<br />

demuestra que áquello es bueno, mas no lo aprende. Platón se atrevió<br />

a decir más aún: que se llenó Dios de gozo luego que<br />

acabó de ejecutar la admirable obra de la creación del mundo. De cuya<br />

doctrina no hemos de inferir que procedía con tanta<br />

ignorancia que entendiese que se le había acrecentado a Dios alguna<br />

bienaventuranza con la novedad de su obra, sino que<br />

quiso manifestar con este su sentir que agradó a su artífice lo mismo<br />

que había hecho, como le había complacido en idea cuando<br />

lo pensaba hacer; no porque en modo alguno haya variedad en la<br />

ciencia de Dios, de suerte que sean diferentes en ella las<br />

cosas que aún no son de las que ya son y las que serán; pues no de la<br />

misma manera que nosotros prevé Dios lo que ha de<br />

ser, o ve lo presente, o mira lo pasado, sino con otra muy diferente<br />

de la que acostumbran nuestros discursos y pensamientos.<br />

Pues el Señor no ve, discurriendo de uno en otro, mudando el<br />

pensamiento, sino totalmente de un modo inmutable; de forma<br />

que entre las cosas que se hacen temporalmente, las futuras aún no<br />

son, las presentes ya son, y las pasadas ya no son; pero<br />

Dios todas las comprende con una estable y eterna presciencia; no de<br />

una manera con los ojos y de otra con el entendimiento,<br />

porque no consta de alma y cuerpo; ni tampoco las comprende de un<br />

modo ahora y de otro después, pues su ciencia no se


muda, como la nuestra, con la variedad del presente, pretérito y<br />

futuro: Porque su conocimiento no pasa de pensamiento en<br />

pensamiento, sino que a su vista incorpórea están patentes y<br />

presentes juntamente todas las cosas que conoce; pues así comprende<br />

los tiempos sin ninguna temporal noción, como mueve<br />

las cosas temporales sin ninguna mudanza temporal suya. Así que<br />

entonces vio que era bueno lo que hizo, cuando vio que era<br />

bueno para hacerlo, y no porque lo vio hecho duplicó la ciencia o en<br />

alguna parte la acrecentó, como si tuviera menor ciencia<br />

primero que hiciese lo que veía, pues no obrara con tanta perfección<br />

si no fuera tan consumada su inteligencia, que sus obras<br />

no le puedan añadir cosa alguna. Por lo cual, si a nosotros solamente<br />

se nos hubiera de significar quién crió la luz, bastara decir:<br />

hizo Dios la luz; pero si nos dijeran no solo quién la hizo,<br />

sino por qué medio la hizo, sería suficiente decir así: , para que entendiéramos que no<br />

solamente hizo Dios la luz, sino que también la hizo por el<br />

Verbo; mas porque convenía que se nos intimasen tres cosas que<br />

debíamos saber sobre la creacion de la criatura racional, es a<br />

saber, quién la hizo, por quién la hizo, y por qué la hizo, por eso<br />

dice: Por este motivo, si quéremos saber quién la hizo,<br />

Dios; si por quién la hizo, dijo: hágase, e hizose; si por qué<br />

la hizo, porque era buena. No hay autor más excelente que Dios, ni<br />

arte más eficaz que la palabra de Dios; ni causa mejor que<br />

lo bueno para que lo criara Dios bueno. Esta causa dice Platón que es<br />

la justísima de la creación del mundo, para que por el<br />

buen Dios fueran hechas buenas obras, ya sea que esto lo hubiese<br />

leído, ya lo hubiese quizá entendido de los que lo habían<br />

leído, ya con su agudísimo y perspicaz ingenio hubiese llegado a<br />

tener conocimiento de las cosas invisibles de Dios, por medio<br />

de las criadas, ya las hubiese aprendido de los que las habían<br />

conocido.<br />

CAPITULO XXII<br />

De aquellos a quienes no satisfacen algunas cosas que hizo el buen<br />

Criador en la creación del Universo bien hechas, y juzgan<br />

que hay alguna naturaleza mala<br />

Pero la causa que hubo para criar las cosas buenas, que es la bondad<br />

de Dios, esta causa, digo, tan justa y tan idónea, que<br />

considera diligentemente, y piadosamente meditada y ponderada,<br />

resuelve todas las controversias de los que disputan acerca<br />

del principio y origen del mundo; algunos herejes no la<br />

comprendieron, porque advierten que a esta necesitada y frágil<br />

mortalidad, que procede del justo castigo, la ofenden muchas cosas<br />

que no la convienen; como el fuego, el frío, la ferocidad de<br />

las bestias u otras cosas semejantes, y no observan y consideran<br />

cuánto campean estas mismas en sus propios lugares y<br />

naturaleza; cuánta es la hermosura y orden de su disposición; cuánto<br />

todas ellas contribuyen por su parte con su hermosura y<br />

ornato a formar como una común república; y a nosotros mismos cuántas<br />

comodidades nos prestan, usando de ellas con<br />

congruencia y discreción, tanto, que los mismos venenos que son<br />

perniciosos por la inconveniencia, si convenientemente se<br />

aplican, se convierten en saludables medicamentos; y al contrario,<br />

cuán dañosos sean aún los objetos del mayor gusto y<br />

diversión, como la comida y la bebida, y esta luz, usando de ellas<br />

sin moderación y oportunidad. Por lo que nos advierte la divina<br />

Providencia que no despreciemos neciamente las cosas, sino con<br />

diligencia procuremos saber la utilidad y provecho que<br />

tienen, y cuando nuestro ingenio limitado no lo comprendiese, creamos<br />

que está oculto, así como lo estaban algunas otras cosas<br />

que apenas pudimos descubrir; pues la utilidad que resulta del


secreto, o sirva para ejercitar nuestra humildad o para quebrantar<br />

nuestra soberbia, puesto que no hay naturaleza que sea mala, y<br />

este nombre de malo no denota otra cosa que una<br />

privación de lo bueno. Sin embargo, desde las cosas terrenas hasta<br />

las celestiales, desde las visibles hasta las invisibles,<br />

algunas buenas son mejores que otras, a fin de que todas fuesen<br />

desiguales; pero Dios, artífice grande en las cosas grandes,<br />

no es menor en las pequeñas, cuya pequeñez no debe estimarse ni<br />

medirse por su grandeza (porque ninguna tienen), sino por<br />

la sabiduría del artífice; así como si al rostro de un hombre le<br />

rayasen una ceja, cuán cortísima porción seria lo que se le quitaría<br />

al cuerpo, y cuán grande a la hermosura, que consta, no de la<br />

grandeza, sino de la igualdad y dimensión de los miembros. Y<br />

verdaderamente no hay motivo para que nos admiremos que los que<br />

piensan que hay alguna naturaleza mala, nacida y<br />

propagada de un principio contrario suyo, no quieran admitir esta<br />

causa de la creación del mundo, es a saber: que Dios, siendo<br />

bueno, hizo cosas buenas; pues creen que forzado y compelido de la<br />

extrema necesidad, rebelándose contra él el mal, llegó a<br />

formar la fábrica del mundo; y que en la batalla, procurando reprimir<br />

y vencer el mal, vino a mezclar con él su naturaleza buena,<br />

la cual, habiendo quedado abominablemente profanada y cruelmente<br />

cautivada y oprimida con grandes molestias, apenas la<br />

puede purificar y librar, aunque no toda, sino que lo que de ella no<br />

se pudo purificar de aquella coinquinación, viene a servir de<br />

prisión al enemigo que tiene dentro vencido y encerrado. Pero los<br />

maniqueos no fueran tan necios o, por mejor decir, tan<br />

insensatos y frenéticos, si creyeran que la naturaleza divina es<br />

inmutable, como es totalmente incurruptible, a la cual no hay cosa<br />

que pueda ofender o dañar, y con cristiana cordura y juicio sano<br />

sintieran que el alma, que pudo mudarse y empeorarse con la<br />

voluntad y corromperse con el pecado, y así privarse de la felicidad<br />

de gozar de la luz de la inmutable verdad, no era parte de<br />

Dios ni de la naturaleza que es Dios, sino criada, por lo que es muy<br />

diferente y desigual a su Criador.<br />

CAPITULO XXIII<br />

Del error con que culpan la doctrina de Origenes<br />

Pero es mucho más digno de admiración que algunos que con nosotros<br />

admiten un principio de todas las cosas y que ninguna<br />

naturaleza que no sea Dios puede tener ser sino del que es su autor,<br />

sin embargo, no quisieron creer bien y sencillamente esta<br />

causa tan justa y tan sencilla de la creación del mundo, que Dios,<br />

siendo, como es, bueno, crió cosas buenas que existieran<br />

después de Dios, las cuales, aunque buenas, no eran como Dios, y no<br />

las pudo hacer sino Dios bueno; antes dicen que las<br />

almas, aunque no son partes de Dios, sino hechas y criadas por Dios,<br />

pecaron apartándose de su Criador, y por diferentes<br />

progresos, según la diversidad de los pecados, en el espacio que hay<br />

desde el cielo y la tierra, merecieron diferentes cuerpos<br />

como cárceles y prisiones y que éste es el mundo, y que ésta fue la<br />

causa de hacer el mundo, no para que se criaran cosas<br />

buenas, sino para que se corrigieran y reprimieran las malas. De este<br />

error con razón culpan y reprenden a Orígenes, porque<br />

en los libros que él intitula Periarjon o de los Principios, esto<br />

mismo sintió y escribió. Examinando esta obra me lleno de admiración<br />

al observar que persona tan docta y ejercitada en la literatura<br />

eclesiástica, no advirtiese lo primero cuán contrario era esta<br />

opinión a la intención de la Sagrada Escritura, obra tan admirable y<br />

de tanta autoridad, que, concluyendo la relación de todas<br />

las obras de Dios, , e infiriendo después<br />

de haberlas concluido todas: , no quiso que se reconociese otra<br />

causa de la creación del mundo, sino la de que hizo


cosas buenas, Dios bueno. Donde se lee que si ninguno pecara, el<br />

mundo estuviera adornado y lleno solamente de<br />

naturalezas buenas; y no porque acaeció pecar se llenó todo el<br />

Universo de pecados, supuesto que mucho mayor número de<br />

justos conservaron en los cielos el orden de su naturaleza. Y la mala<br />

voluntad, no porque rehusó guardar el orden de la naturaleza,<br />

por eso se eximió de las leyes del justo Dios, que ordena y<br />

dispone rectamente todas las cosas; porque así como una<br />

pintura, colocado en su respectivo lugar el color negro, es hermosa,<br />

así el mundo, si uno le pudiese ver, aun con los mismos<br />

pecadores es hermoso, aunque a éstos, considerados de por sí, los<br />

haga torpes y abominables su propia deformidad.<br />

Lo segundo debiera advertir Orígenes, y todos los que esto sienten,<br />

que si fuera verdadera la opinión de que el mundo fue<br />

criado, porque las almas conforme a los méritos de sus pecados<br />

tomaran cuerpos como mazmorras, donde estuviesen<br />

encerradas pagando su pena; las que pecaron menos, en los cuerpos<br />

superiores y más ligeros, y las que más, en inferiores y<br />

más graves, sin duda se seguiría que los demonios, que, son lo peor<br />

que puede haber, habían de tener cuerpos terrenos, que<br />

es lo más inferior y más grave que hay, antes que no los hombres<br />

buenos. Mas para que entendiéramos que los méritos de las<br />

almas no deben estimarse por la calidad de los cuerpos, el demonio,<br />

que es el peor de todos, tiene cuerpo aéreo, y el hombre,<br />

aunque al presente es malo, sin, embargo, su malicia es mucho menor y<br />

menos grave, y por lo menos lo era antes de que<br />

pecara: no obstante, el hombre, digo, tomó cuerpo de lodo y barro. ¿Y<br />

qué mayor desatino puede decirse, que fabricando Dios<br />

el sol para que fuese único en el mundo, no atendió su artífice al<br />

decoro y ornato de la hermosura, o al bien y conservación de<br />

las cosas corporales, sino que se debió a que un alma pecó, de tal<br />

suerte, que mereció que la encerrasen en semejante<br />

cuerpo? Y, por consiguiente, si sucediera que no una, sino dos, y no<br />

dos, sino diez o ciento, pecaran igualmente de una<br />

manera, tuviera este mundo cien soles. Lo cual, para que no<br />

aconteciera, no lo previno la admirable providencia del artífice para<br />

la conservación y hermosura de las cosas corporales, sino que<br />

aconteció por haber progresado tanto un alma pecando que<br />

sola se hizo digna de tal cuerpo. Verdaderamente y con justa causa se<br />

debe reprimir, no el progreso y desmán de las almas,<br />

acerca de las cuales no saben lo que dicen, sino el progreso de los<br />

que sienten semejantes disparates, desviándose tanto de la<br />

verdad. Así que cuando en cualquiera criatura se preguntan y<br />

consideran las tres cosas que he insinuado: quién la hizo, por<br />

qué medio la hizo y por qué la hizo, de modo que se responda: ; si en ello con la<br />

profundidad del sentido místico se nos intima la misma Trinidad, esto<br />

es, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, o si ocurre alguna<br />

dificultad porque algún lugar de la Escritura nos impida entenderlo<br />

así, es cuestión larga y difusa, y no es razón obligarnos a<br />

explicarlo todo en un libro.<br />

CAPITULO XXIV<br />

De la Santísima Trinidad, la cual por todas sus obras sembró y<br />

esparció algunos indicios para significársenos<br />

Creemos, tenemos y fielmente confesamos que el Padre engendró al<br />

Verbo, esto es, a la sabiduría, por quien crió todas las<br />

cosas, al Unigénito Hijo, siendo el uno igual al otro, eterno con el<br />

coeterno, sumamente bueno con el sumamente bueno; y que<br />

el Espíritu Santo es justamente espíritu del Padre y del Hijo, y el<br />

mismo consustancial y coeterno con ambos; y que todo esto es<br />

una Trinidad por la propiedad de las personas, y un solo Dios por la<br />

inseparable divinidad, así como es un solo Dios,<br />

todopoderoso por la inseparable omnipotencia, pero de tal modo, que


cuando de cada uno de por sí se pregunta sobre estas<br />

cualidades, se responda que cualquiera de ellos es Dios, y es<br />

todopoderoso; y cuando juntamente de todos digamos que no<br />

son tres dioses o tres todopoderosos, sino un solo Dios todopoderoso,<br />

tan grande es alli la inseparable unidad en los tres, la<br />

cual así se quiso predicar. Pero si me preguntaren si el Espíritu<br />

Santo del buen Padre y del buen Hijo, porque es común a<br />

ambos, se puede decir expresamente la bondad de ambos, no me atrevo<br />

arrojadamente a determinarlo; sin embargo, más<br />

fácilmente me atrevería a llamarle santidad de ambos, no como<br />

cualidad común a ambos, sino siendo la misma sustancia y<br />

tercera persona en la Trinidad. Y este sentir me parece más probable<br />

al observar que siendo el Padre espíritu, y el Hijo espíritu,<br />

y el Padre santo, y el Hijo santo, sin embargo, propiamente es la<br />

tercera persona la que se llama Espíritu Santo, como santidad<br />

sustancial y consustancial de ambos. Pero si no es otra cosa la<br />

bondad divina que la santidad, seguramente que aquella<br />

cuestión es igualmente conforme a razón, y no atrevida presunción;<br />

para que en las obras de Dios, por medio de cierto secreto<br />

e incomprensible lenguaje con que se ejercita nuestro entendimiento,<br />

entendamos que se nos insinúa y significa la misma<br />

Trinidad, donde dice quién hizo cada criatura, por quién la hizo y<br />

por qué la hizo. El Padre del Verbo dijo , y lo que,<br />

diciéndolo el mismo Señor, se hizo, sin duda, se hizo por el Verbo; y<br />

sobre lo que dice que vio Dios que era bueno, no se nos<br />

significa bien claro que Dios, sin necesidad alguna suya, sino<br />

solamente por su bondad, hizo lo que hizo esto es, porque es<br />

bueno; y lo dijo después de haberlo hecho, para indicarnos que el<br />

objeto que fue criado cuadra y conviene a la bondad de<br />

aquel por quien fue hecho; cuya bondad, si se entiende que es el<br />

Espíritu Santo, toda la Trinidad se nos manifiesta en sus<br />

obras. De aquí la Ciudad Santa habitada de los angélicos espíritus<br />

celestiales, toma su origen, su información y bienaventuranza.<br />

Porque si preguntan sobre el principio de dónde viene, Dios<br />

la fundó; si de dónde es sabia, Dios es el que la ilumina; si<br />

de dónde es bienaventurada, Dios es de quien goza; subsistiendo se<br />

modifica, con la contemplación se ilustra y con la unión<br />

goza de perpetua alegría; vive, ve y ama; vive en la eternidad de<br />

Dios, luce en la verdad de Dios y goza en la bondad de Dios.<br />

CAPITULO XXV<br />

Cómo toda la filosofía está dividida en tres partes<br />

Fundados en estos principios, a lo que puede entenderse, opinaron y<br />

quisieron los filósofos que la disciplina o arte de la<br />

sabiduría, esto es, la filosofía, se dividiese en tres partes, o, por<br />

mejor decir, pudieron advertir que estaba dividida en tres<br />

(porque no procuraron el que así fuese, antes averiguaron que era<br />

así); a cuyas partes pudieron llamar: a una, física; a otra,<br />

lógica, y a otra, ética (las cuales acostumbran llamar ya muchos<br />

escritores en idioma latino: natural, racional y moral, y de ellas<br />

brevemente hicimos mención en el Libro VIII); no porque se infiera<br />

que en estas tres partes imaginasen o formasen alguna idea,<br />

según Dios, de la Trinidad; aunque dicen que Platón fue el primero<br />

que halló y enseñó esta división, el cual fue de parecer que<br />

no había otro autor que Dios de todas las naturalezas, ni dador de la<br />

inteligencia, ni inspirador del amor con que pueda vivirse<br />

bien y bienaventuradamente. Aunque los filósofos sientan diversamente<br />

acerca de la naturaleza del Universo, del método de<br />

rastrear e indagar la verdad, y del fin del bien a que debemos<br />

enderezar y referir todas nuestras acciones, con todo, en estas<br />

tres célebres y generales cuestiones ocupan y emplean toda su<br />

atención. De modo que habiendo en cada una de ellas mucha<br />

variedad de opiniones, sin embargo, ninguno duda que hay alguna causa<br />

efectriz de la naturaleza, alguna forma de ciencia y


esumen de la vida. También se consideran tres circunstancias en<br />

cualquier artífice, para que pueda sacar una buena<br />

producción: la naturaleza, la doctrina y el uso. La naturaleza debe<br />

atenderse y estimarse según el ingenio, la doctrina según la<br />

ciencia y el uso según el fruto. Tampoco ignoro que propiamente el<br />

fruto es del que goza y el uso, del que usa, en lo cual, al<br />

parecer, se nota esta diferencia: que gozamos de aquella cosa que, no<br />

debiéndose referir a otra, ella por sí misma nos deleita;<br />

pero usamos de aquella que buscamos, no por sí, sino por otra (por lo<br />

que debemos usar más de las temporales que gozarlas;<br />

para que merezcamos gozar de las eternas, no como los ignorantes y<br />

los que proceden con error queriendo gozar del dinero y<br />

usando de Dios, porque no expenden el dinero por amor de Dios, sino<br />

que adoran a Dios por el dinero); con todo, adoptando<br />

el modo de hablar recibido más comúnmente, digo que usamos también<br />

del fruto y gozamos del uso, porque en un sentido<br />

propio se dicen frutos los del campo, de todos los cuales usamos en<br />

la vida presente. Así que según esta costumbre llamo yo<br />

uso en las tres circunstancias que advertí debían considerarse en el<br />

hombre, que son la naturaleza, la doctrina y el uso. Por<br />

éstas hallaron los filósofos, como insinué, las tres disciplinas o<br />

ciencias que creyeron necesarias para conseguir la vida<br />

bienaventurada: la natural por amor a la naturaleza, la racional por<br />

la doctrina y la moral por el uso. Luego si la naturaleza que<br />

tenemos la tuviéramos de nosotros mismos, sin duda que nosotros<br />

fuéramos también autores de nuestra sabiduría, y no<br />

procuráramos alcanzarla por medio de la doctrina, esto es,<br />

aprendiéndola de otra parte. Y nuestro amor, procediendo de<br />

nosotros y referido a nosotros, bastara para vivir felizmente, sin<br />

tener necesidad de otro algún bien para gozarle; pero supuesto<br />

que nuestra naturaleza, para que tuviese ser, necesitó tener a Dios<br />

por autor y su Criador, sin duda para que sigamos la<br />

verdad al mismo debemos tener por doctor, y al mismo igualmente para<br />

que seamos bienaventurados por dador de la suavidad<br />

y gozo interior.<br />

CAPITULO XXVI<br />

De la imagen de la Santísima Trinidad, que en cierto modo se halla en<br />

la naturaleza del hombre aún no beatificado<br />

Y aun nosotros en nosotros mismos reconocemos la imagen de Dios, esto<br />

es, de aquella suma Trinidad, aunque no tan perfecta<br />

y cabal como es en sí misma, antes sí en gran manera diferentísima;<br />

ni coeterna con ella, ni (por decirlo en una palabra) de la<br />

misma sustancia que ella; sino que naturalmente no hay cosa en todas<br />

cuantas hizo el Señor que más se aproxime a Dios, la<br />

cual aún debemos ir perfeccionando con la reforma de las costumbres,<br />

para que venga a ser también muy cercana en la<br />

semejanza. Porque nosotros somos y conocemos que somos y amamos<br />

nuestro ser y conocimiento. Y en estas tres cosas que<br />

digo no hay falsedad alguna que pueda turbar nuestro entendimiento;<br />

porque estas cosas no las atinamos y tocamos con algún<br />

sentido corporal como hacemos con las exteriores, como el color con<br />

ver, el sonido con oír, el olor con oler, el sabor con gustar,<br />

las cosas duras y blandas con tocar; y también las imágenes de estas<br />

mismas cosas sensibles, que son muy semejantes a ellas,<br />

aunque no son corpóreas, las revolvemos en la imaginación, las<br />

conservamos en la memoria y por ellas nos movemos a<br />

desearlas, sino que sin ninguna imaginación engañosa de la fantasía,<br />

me consta ciertamente que soy, y que eso lo conozco y<br />

amo. Acerca de estas verdades no hay motivo para temer argumento<br />

alguno de los académicos, aunque digan: ¿qué, si te<br />

engañas? Porque si me engaño ya soy; pues el que realmente no es,<br />

tampoco puede engañarse, y, por consiguiente, ya soy si<br />

me engaño. Y si existo porque me engaño, ¿cómo me engaño que soy,


siendo cierto que soy, si me engaño? Y pues existiría si<br />

me engañase aun cuando me engañe, sin duda en lo que conozco que soy<br />

no me engaño, siguiéndose, por consecuencia, que<br />

también en lo que conozco que me conozco no me engaño; porque así<br />

como me conozco que soy, así conozco igualmente esto<br />

mismo: que me conozco. Y cuando amo estas dos cosas, este mismo amor<br />

es como un tercero, y no de menor estimación.<br />

Porque no me engaño en que me amo, no engañándome en las cosas que<br />

amo, pues aun cuando ellas fuesen falsas, sería<br />

cierto que amaba la falsas. Porque ¿cómo me reprendieran rectamente y<br />

con justa razón me prohibieran el amor de las cosas<br />

falsas, si fuese falso que yo las amaba? Pero siendo ellas verdaderas<br />

y ciertas, ¿quién duda que cuando las amo, también su<br />

amor es verdadero y cierto? Y tan cierto es que no hay uno solo que<br />

no quiera ser, como que no hay ninguno que no quiera<br />

ser bienaventurado. ¿Pues cómo puede ser bienaventurado si es nada?<br />

CAPITULO XXVII<br />

De la esencia, de la ciencia y del amor de ambos<br />

El mismo ser, en virtud de cierto impulso natural; es tan suave y<br />

gustoso, que no por otra causa, aun los que son miserables y<br />

extremadamente indigentes no apetecen morir, y advirtiendo que son<br />

miserables, no quiren que los Iibren de la miseria. Aun<br />

aquellos que conocen que son y en realidad de verdad son miserables,<br />

y no sólo los juzgan por miserables los sabios, por<br />

observar que son ignorantes, sino también los que se estiman por<br />

dichosos y bienaventurados, porque son pobres y mendigos;<br />

aun a ésos, si alguno les concediese la inmortalidad con la condición<br />

de que juntamente con ella jamás les faltase la miseria,<br />

proponiéndoles que si no quisiesen vivir siempre en la misma miseria<br />

no habían de tener de ningún modo ser, sino habían de<br />

perecer; seguramente que saltaran de contento y eligieran primero el<br />

vivir siempre así, que no el dejar de ser del todo. Testigo<br />

es de este aserto la experiencia y la conocida opinión de estos<br />

filósofos. Porque, ¿cuál es la causa por que temen morir, y<br />

gustan más vivir en aquella miseria que concluir y acabar con ella de<br />

una vez con la muerte, sino porque bastantemente se deja<br />

entender cuánto rehusa la naturaleza el no ser? Y por eso, como<br />

advierten que han de morir, desean se les conceda por gran<br />

beneficio la especial gracia de que les permitan vivir algún tiempo<br />

más en la misma miseria y morir más tarde. Luego sin duda<br />

manifiestan con cuánto aplauso recibirían la inmortalidad, aun la que<br />

no pudiese dejar de ser pobre y menesterosa. ¿Y qué<br />

diremos de los animales irracionales, a quienes no se les concedió<br />

facultad de considerar sobre este punto, contando desde los<br />

más corpulentos y desaforados dragones hasta los más pequeños e<br />

imperceptibles gusanillos e insectos? ¿Acaso no dan a<br />

entender que quieren y aman el vivir y el ser, y por eso huyen y<br />

rehusan el morir con todos los movimientos y demostraciones<br />

que pueden? Pues qué, ¿las plantas y todas las matas y arbustos que<br />

carecen de sentido para poder evitar con manifiestas mociones<br />

su daño, para poder lanzar al aire su renuevo, no fijan y<br />

encaminan otro de raíces por la tierra con que poder atraer el<br />

sustento y conservar así en cierto modo su ser? Finalmente, los<br />

mismos cuerpos, que no solamente carecen de todo sentido,<br />

sino también de vida seminal, de tal modo o suben arriba, o bajan<br />

abajo, o se nivelan en medio, que conservan su ser, donde<br />

pueden existir según su naturaleza.<br />

Y cuánto estime y aprecie el conocer, y cuánto desee no ser engañada<br />

la naturaleza, puede deducirse de que más quiere uno<br />

quejarse y lamentarse disfrutando de juicio sano, que alegrarse<br />

estando demente. La cual virtud e impulso admirable, a<br />

excepción del hombre, no la llegan a comprender los demás animales,<br />

aunque algunos de ellos, para examinar esta brillante luz


corporal, tengan más agudo y perspicaz el sentido de la vista; mas no<br />

pueden arribar al exacto conocimiento de aquella luz<br />

incorpórea, con la que de algún modo se ilumina nuestro<br />

entendimiento, para que podamos juzgar rectamente de estas cosas;<br />

pues conforme a las ilustraciones que recibimos de ella, podemos<br />

entender. Sin embargo, los sentidos de los animales<br />

irracionales, aunque no contengan en sí ciencia alguna, tienen a lo<br />

menos una semejanza de ciencia; pero las demás cosas<br />

corporales se llaman sensibles, no porque sienten, sino porque se<br />

dejan sentir. Entre ellas, las plantas tienen la semejanza o<br />

propiedad común con los sentidos de sustentarse y crecer; y aunque<br />

éstas y todos los objetos corpóreos tienen sus causas<br />

secretas en la naturaleza, no obstante, por sus formas y varias<br />

apariencias con que se hermosea la visible fábrica del Universo,<br />

abren camino a los sentidos para que las vean y sientan, de suerte<br />

que, en vez de ser incapaces de conocimiento, parece que<br />

quieren en cierto modo darse a conocer. Sin embargo, nosotros las<br />

conocemos con el sentido corporal, y no juzgamos de ellas<br />

con el sentido del cuerpo, porque disfrutamos de otro sentido<br />

correspondiente al hombre interior mucho más excelente y noble,<br />

con el cual sentimos y conocemos las cosas justas y las injustas: las<br />

justas por una especie inteligible, y las injustas por su<br />

privación. Al oficio peculiar de este sentido no llega ni la agudeza<br />

de los ojos, ni la viveza de los oídos, ni el espíritu del olfato, ni<br />

el gusto de la boca, ni el tacto del cuerpo. Allí es donde estoy<br />

cierto que soy, y estoy cierto que lo sé, y esto amo; y asimismo<br />

estoy firmemente seguro que lo amo.<br />

CAPITULO XXVIII<br />

Si debemos amar tambien al mismo amor con que amamos el ser y saber,<br />

para acercarnos más a la imagen de la Trinidad<br />

divina<br />

Pero ya hemos dicho lo bastante, y cuanto parece que exige la<br />

naturaleza de esta obra, sobre la esencia y noticia en cuanto<br />

son amadas en nosotros; y cómo se halla también en los demás objetos<br />

inferiores a ellas, aunque diferente, una cierta<br />

semejanza suya; pero no hemos raciocinado sobre el amor con que se<br />

aman; es decir, si amamos ese mismo amor. Es<br />

innegable que se ama y lo probamos así: porque los hombres que más<br />

rectamente aman, lo aman más. Porque no se llama<br />

hombre bueno el que sabe lo que es bueno, sino el que ama lo bueno.<br />

¿Por qué, pues, no advertimos en nosotros mismos que amamos también<br />

al mismo amor con que amamos todo lo bueno?<br />

Supuesto que también es amor aquel con que se ama lo que no debe<br />

amarse, y este amor aborrece en sí el que ama aquel<br />

amor con que se ama lo que debe amarse. Pues ambos pueden hallarse en<br />

un hombre; y esto es un bien para la humana<br />

criatura, para que, elevándose aquél con que vivimos bien, se humille<br />

éste con que vivimos mal hasta que perfectamente sane y<br />

se mude en bien todo lo que vivimos. Porque si fuéramos bestias,<br />

apreciaríamos la vida carnal y lo que es conforme a sus<br />

sentidos, y esto sin duda fuera suficiente bien nuestro, y conforme a<br />

esta máxima, yéndonos bien con ello no buscáramos otra<br />

cosa. Asimismo, si fuéramos árboles, aunque no pudiéramos amar objeto<br />

alguno con la potencia sensitiva, sin embargo, se daría<br />

a entender que apetecíamos en cierto modo el ser más fértiles y<br />

fructuosos. Si fuéramos piedra, agua, aire o fuego u otra cosa<br />

semejante, aunque destituidos de todo sentido y vida, con todo, no<br />

estuviérámos privados de cierto apetito en su orden,<br />

deseando hallarnos en nuestro propio lugar. Porque las inclinaciones<br />

de la balanza del peso son como un peculiar amor de los<br />

cuerpos, ya procuren con su gravedad el lugar humilde, ya siendo<br />

leves el alto y más elevado. Pues así como al cuerpo le lleva<br />

y conduce su propio peso, así al ánimo su amor dondequiera que vaya.


Y puesto que somos hombres criados según la imagen<br />

y semejanza de nuestro Criador, a quien pertenece realmente la<br />

verdadera eternidad, la eterna verdad, el eterno y verdadero<br />

amor, y él mismo es la eterna, verdadera y amable Trinidad, no<br />

confusa, ni tampoco separada; discurriendo ahora por los<br />

objetos que nos son inferiores (porque tampoco tuvieran ser ni se<br />

contuvieran debajo de especie alguna, ni apetecieran o<br />

conservaran orden metódico, si no los formara aquel Señor que es<br />

sumo, súmamente sabio y sumamente bueno), discurriendo,<br />

pues, digo por todas las cosas que hizo Dios con admirable<br />

estabilidad; vamos recogiendo algunos como vestigios suyos, que<br />

nos ha dejado impresos, en partes más, y en partes menos; pero<br />

considerando y observando en nosotros mismos su imagen,<br />

como el hijo menor del Evangelio, y volviendo sobre nosotros,<br />

levantemos nuestra contemplación y volvamos a aquel Señor de<br />

quien nos habíamos apartado, ofendiéndole con nuestros enormes<br />

pecados. Allí nuestro ser no tendrá muerte; allí nuestro saber<br />

no padecerá error; allí nuestro amor no sufrirá ofensa. Y ahora,<br />

aunque estemos seguros de estas tres cosas y no las creemos<br />

por otros testigos, sino que nosotros mismos las sentimos presentes y<br />

las vemos con la infalible vista interior del alma; con todo,<br />

porque con nuestras limitadas luces no podemos saber cuánto tiempo<br />

han de permanecer, o si nunca han de faltar, y adónde<br />

han de llegar si obrasen bien, y adónde si mal; por este motivo, o<br />

buscamos o tenemos otros testigos, de cuya fe y crédito y de<br />

la razón por qué no deba dudarse de ellos, por no ser este lugar<br />

propio para tratarlo, lo expondremos después con más<br />

exactitud y diligencia. Asi que en este libro hemos hablado de la<br />

Ciudad de Dios, a saber, de la que no es peregrina en la<br />

presente vida mortal, sino que vive siempre inmortal en los cielos;<br />

esto es, de los santos ángeles que están unidos con Dios, y<br />

que jamás le desampararan ni desampararán eternamente. Ya hemos dicho<br />

cómo entre éstos y aquéllos, que desamparando la<br />

luz eterna se convirtieron en tinieblas, Dios al principio puso<br />

distinción; prosigamos, pues, con su divino auxilio lo comenzado, y<br />

declarémoslo según alcanzaren nuestras débiles fuerzas.<br />

CAPITULO XXIX<br />

De la ciencia de los santos ángeles con que conocen a la Trinidad en<br />

su misma divinidad, y ven las causas de las obras en el<br />

mismo que las obras, primero que en las mismas obras del artífice<br />

Los santos ángeles no tienen noticia de Dios por medio de palabras,<br />

sino por la misma presencia de la inmutable verdad, esto<br />

es, por el Verbo unigénito del Padre. Y al mismo Verbo, al Padre y al<br />

Espíritu Santo; y que ésta es una Trinidad inseparable, de<br />

modo que cada persona de por sí en ella es una substancia, y, sin<br />

embargo, todas tres no son tres Dioses, sino un solo Dios, lo<br />

saben de tal suerte, que no conocen mejor que nosotros nos conocemos<br />

a nosotros mismos. Y aun a la misma criatura la<br />

conocen mejor allí, esto es, en la divina sabiduría, como en el arte<br />

o idea con que fue criada, mejor digo, que en sí misma, y, por<br />

consiguiente, a sí mismos mejor allí que en sí mismos, aunque también<br />

se conocen a sí en sí mismos, porque son criaturas y un<br />

ser distinto de aquel que los crió. Allí, pues, se conocen como un<br />

conocimiento diurno; pero en sí mismos, como un conocimiento<br />

vespertino, según dijimos ya. Porque hay mucha diferencia en que se<br />

conozca un objeto en la forma y razón, según la cual fue<br />

criado, o en sí mismo; así como de un modo distinto se sabe la<br />

rectitud de las líneas o la verdad de las figuras con las luces del<br />

entendimiento, y de otra manera cuando se escriben en el polvo; de un<br />

modo la justicia en la inmutable verdad, y de otro en el<br />

alma del justo Y así consecutivamente lo demás, como el firmamento<br />

que observamos haber entre las aguas superiores y las<br />

inferiores que se llamó cielo; como en la tierra la congregación de


las aguas y la aparición y descubrimiento de la tierra, la<br />

creación y formación de las hierbas y de las plantas; como la<br />

creación del sol, luna y estrellas; como la de los animales que<br />

viven en el aire y en las aguas, es a saber, de los volátiles y<br />

peces, y las de las bestias grandes que nadan; como la de otras<br />

cualesquiera que andan a pie o arrastrando por la tierra, y la del<br />

mismo hombre que excede en excelencia y nobleza a todos<br />

los seres creados. Todas estas cosas, de una manera las conocen los<br />

ángeles en el Verbo divino, donde existen sus causas y<br />

razones inmutablemente permanentes, según las cuales fueron criadas;<br />

y de otra manera en sí mismas, allí participan de un<br />

conocimiento más claro, aqui de uno más confuso, como en el<br />

conocimiento del arte y de las obras; las cuales obras, cuando se<br />

refieren a alabanza y honra de su Criador, amanece y sale la luz como<br />

una apacible mañana en los entendimientos de los que<br />

las contemplan atentamente.<br />

CAPITULO XXX<br />

De la perfección del número senario, que es el primero que sale<br />

cabal, con la cantidad de sus partes<br />

Y éstas por la perfección del número senario, repitiendo un mismo día<br />

seis veces, se refiere que se concluyó su creación en<br />

seis días, no porque Dios tuviese necesidad de tanto espacio de<br />

tiempo, o porque no pudo criar juntamente todas las cosas, y<br />

que después ellas mismas con sus acomodados movimientos hicieron los<br />

tiempos, sino porque nos significó por el número senario<br />

la perfección y consumación de sus obras. Pues el número<br />

senario es el primero que se completa con sus artes; esto es,<br />

con su sexta parte, con la tercera y con la media, que son una, dos y<br />

tres; las cuales, sumadas, hacen seis. Y cuando se<br />

consideran así los números, deben entenderse las partes de las que<br />

podamos señalar la cuota, esto es, qué parte de cantidad<br />

sea; asi como la media, la tercera, la cuarta y las demás que se<br />

dominan de algún número. Porque, supongamos, v. gr., el<br />

número nueve, en el cual el cuarto es una parte suya, pero no por eso<br />

podemos decir qué parte de cantidad sea; uno bien<br />

pueden caberle, porque es su nona parte, y tres también, porque es su<br />

tercera; pero unidas estas dos partes suyas, es, a<br />

saber, la nona y la tercera, esto es, una y tres, distan mucho de<br />

toda la suma, que es nueve. Y asimismo en el denario; el<br />

cuaternio es una parte suya, pero cuanta sea su cuota no puede<br />

asignarse; pero una bien puede caberle, porque es su décima<br />

parte. Tiene también la quinta, que son dos; tiene igualmente la<br />

mitad, que son cinco; pero sumadas éstas, sus tres partes, la<br />

décima, quinta y media, esto es, una, dos y cinco, no llenan el<br />

número de diez, porque son ocho; y sumadas las partes del<br />

número duodenario, trascienden y suben a más, porque contiene la<br />

duodécima, que es una; tiene la sexta, que son dos; tiene<br />

también la cuarta, que son tres; tiene la tercera, que son cuatro;<br />

tiene la mitad, que son seis; pero una, dos, tres, cuatro y seis<br />

hacen, no doce, sino mucho más, porque vienen a ser dieciséis. Me ha<br />

parecido conducente decir esto en compendio, para<br />

recomendar la perfección del número senario, que es el primero, como<br />

dije, que se viene a formar él mismo de sus partes<br />

unidas y sumadas, en el cual finalizó Dios las maravillosas obras de<br />

su creación. Por lo cual no debe despreciarse la razón del<br />

número; y cuánto debe estimarse, lo advertirán en muchos lugares de<br />

la Sagrada Escritura los que con exactitud y<br />

escrupulosidad lo consideraren; pues no sin grave fundamento se dice<br />

entre las divinas alabanzas: <br />

CAPITULO XXXI


Del día séptimo, en que se nos encomienda la plenitud y el descanso<br />

En el séptimo día, esto es, en un mismo día siete veces repetido<br />

(cuyo número también por otro motivo es perfecto), se nos<br />

manifiesta y recomienda el descanso de Dios y la santificación de<br />

este día. Y así Dios no quiso consagrar como santo este día<br />

con ninguna otra obra suya, sino con su reposo, el cual carece de<br />

tarde, o de la hora vespertina, porque no hay en él criatura<br />

que, siendo conocida de una manera en el Verbo divino y de otra en sí<br />

misma, cause diferente noticia; una como diurna, y otra<br />

como nocturna o vespertina. Y aunque sobre la perfección del número<br />

septenario pueden decirse muchas cosas, sin embargo,<br />

este libro crece ya demasiado, y recelo asimismo crea alguno que,<br />

aprovechándome de la ocasión, quiero hacer ostentación<br />

con más altivez que utilidad de lo poco que sé, así, que conduce<br />

atender a la modestia y gravedad que exige el asunto, para<br />

que, hablando quizá con extensión del número, no se entienda que me<br />

he olvidado de la medida y del peso. Por lo que baste<br />

solamente advertir que el primer número impar total es el ternario, y<br />

el total par o igual el cuaternario, y que de estos dos consta<br />

el septenario. Por cuyo motivo en repetidas ocasiones se pone por el<br />

todo, como cuando se dice: , esto es siempre que cayere no perecerá, lo cual no se<br />

entiende de las culpas y pecados, sino de las tribulaciones<br />

que humillan nuestra soberbia; y , que es lo que en otro lugar dice el mismo real profeta,<br />

aunque en otro sentido, .<br />

Hállanse en las sagradas letras muchas autoridades<br />

semejantes a éstas, donde el número septenario se pone, como insinué,<br />

por el todo del asunto que se trata, y por eso con este<br />

mismo número se nos significa muchas veces el Espiritu Santo, de<br />

quien dice Jesucristo Allí<br />

esta el descanso de Dios, con el cual se reposa en Dios. Porque en el<br />

todo, esto es, en la plenitud de la perfección se halla el<br />

descanso, pero en la parte el trabajo y la fatiga. Por eso<br />

trabajamos, cuando sabemos en parte; pero .<br />

Y de aquí es que con suma molestia escudriñamos y<br />

examinamos estas escrituras santas; pero los santos ángeles, a cuya<br />

amable compañía y congregación aspiramos y suspiramos<br />

en esta penosísima peregrinación, así como participan de una<br />

eternidad permanente, así disfrutan de una singular facilidad en<br />

conocer y de una inalterable felicidad en descansar, porque sin<br />

molestia suya nos ayudan, pues con los movimientos espirituales,<br />

que son puros y libres, no trabajan.<br />

CAPITULO XXXII<br />

Sobre la opinión de los que sostienen que la creación de los ángeles<br />

ha sido anterior a la del mundo<br />

Pero para que ninguno porfíe con pesadas altercaciones, y digan que<br />

no fueron significados los espíritus angélicos en la<br />

expresión de la Escritura, , y<br />

enseñe que crió Dios en primer lugar alguna luz corpórea; y que<br />

crió los ángeles, no sólo antes de formar el firmamento (el cual,<br />

habiéndole criado entre aguas y aguas, se llamó cielo), sino aún<br />

antes de lo que se dice: ; y que cuando dice en el principio, no lo dice porque<br />

aquello fuese lo primero que hizo, habiendo criado antes los ángeles,<br />

sino porque todo lo hizo en la sabiduría, que es su Verbo<br />

eterno, al cual llama la Escritura principio (así como el mismo Verbo<br />

encarnado, según se dice en el Evangelio, preguntado por<br />

los judíos quién era, les respondió que era el principio), tampoco me<br />

pondré a altercar sobre este punto y argüir contra ellos,<br />

señaladamente porque esta opinión me cuadra y me lisonjeo de ver que


hasta en el principio del santo libro del Génesis se nos<br />

recomienda la Trinidad. Pues cuando dice , lo dice para que se entienda que el<br />

Padre lo hizo en el hijo, como lo confirma el real profeta cuando<br />

dice: Y muy al caso, poco<br />

después, hace también mención del Espíritu Santo; pues habiendo<br />

explicado la calidad de la tierra que al principio hizo Dios, o a qué<br />

especie de materia, destinada para la futura construcción del<br />

mundo, había llamado con el nombre de cielo y tierra, prosiguiendo el<br />

mismo asunto, dijo: ;<br />

luego para que se verificase la exacta mención que hacía<br />

de la Trinidad, dice: . Por lo cual cada uno entenderá el texto como<br />

más le agradare, porque es tan profundo y misterioso que para<br />

inteligencia de los que lean puede producirnos muchos sentidos,<br />

que todos ellos no desdigan ni discrepen de las reglas de la fe<br />

cristiana; pero con la condición de que ninguno ponga duda en<br />

que los santos ángeles residen en las sublimes moradas del cielo, y<br />

aunque no son coeternos a Dios, están, sin embargo,<br />

seguros y ciertos de su eterna y verdadera bienaventuranza. Y cuando<br />

nos enseña el Señor que los pequeñuelos pertenecen<br />

a la compañía de los espíritus celestiales, no sólo dijo , sino que nos manifiesta,<br />

también la contemplación y visión beatífica de que gozan los mismos<br />

ángeles, cuando dice: <br />

CAPITULO XXXIII<br />

De las dos compañías diferentes y desiguales de los ángeles, que no<br />

fuera de propósito se entiende haberlas comprendido y<br />

nombrado bajo de los nombres de luz y tinieblas<br />

Que hubiesen pecado algunos ángeles, y Dios los arrojase a los<br />

lugares más profundos de la tierra, que es como una cárcel<br />

suya, donde perseverasen hasta la última condenación que ha de<br />

verificarse el día terrible del juicio, lo demuestra con toda<br />

evidencia el príncipe de los apóstoles, San Pedro, por estas<br />

palabras: . ¿Quién duda que entre éstos y los otros que se<br />

conservaron en la gracia del Señor incóIumes de todo pecado,<br />

hizo Dios una notable distinción, o con su presciencia o<br />

efectivamente por la obra, y que con razón fueron llamados luz?<br />

Puesto<br />

que a nosotros, que vivimos todavía con la fe y estamos aún en la<br />

expectativa de igualarnos con ellos (sin tenerla aún), nos<br />

llamó ya el Apóstol luz: . Que estos ángeles apóstatas sean<br />

designados expresamente con el nombre de tinieblas lo advertirá el<br />

que crea realmente que son peores que los hombres infieles.<br />

Por lo cual, aun cuando haya de entenderse otra luz en este<br />

lugar, del Génesis, donde leemos: ; y signifique otras tinieblas, cuando dice: ; con todo, nosotros<br />

entendemos que se significan estas dos angélicas compañías: una, que<br />

está gozando de la visión intuitiva de Dios, y otra, que<br />

está desesperada por su soberbia; una, a quien dice el real profeta,<br />

, y otra, cuyo príncipe y<br />

caudillo atrevidamente dice: ; una que está abrasada en el santo amor de


Dios; otra, que está humeando de altivez con el amor inmundo de su<br />

propia altura; y porque, como insinúa la Sagrada Escritura:<br />

; la una<br />

vive y mora en los cielos de los cielos, y la otra, echada y<br />

desterrada de ellos, anda tumultuando en este ínfimo cielo aéreo; la<br />

una vive tranquila y pacifica con la luz de la piedad; la otra<br />

camina turbada y borrascosa con las tinieblas de sus apetitos; la<br />

una, teniéndolo por conveniente la divina Providencia, nos<br />

favorece con clemencia y nos castiga con justicia; la otra se deshace<br />

y abrasa de pura soberbia con el insaciable deseo de<br />

sujetarnos y hacernos daño; la una es mensajera de la bondad divina,<br />

para que nos aconseje y notifique todo lo que procede<br />

de la voluntad divina; la otra anda reprimida y refrenada por la<br />

omnipotencia del Altísimo, para que no nos cause tantos<br />

perjuicios como quisiera; la una se lisonjea y burla de la otra para<br />

que, contra su voluntad, no aprovechen sus persecuciones;<br />

la otra tiene envidia de aquella, porque va recogiendo piadosamente<br />

sus peregrinos y descaminados. Habiendo, pues,<br />

entendido nosotros en este lugar del Génesis, bajo nombre de luz y<br />

tinieblas, significadas estas dos compañías angélicas, entre<br />

sí diferentes y contrarias, la una que es de naturaleza buena y de<br />

voluntad recta, y la otra también de naturaleza buena, pero<br />

de perversa voluntad, y habiéndolas declarado y apoyado con otros<br />

testimonios más convincentes de la Sagrada Escritura<br />

aunque acaso sintió lo contrario sobre este lugar el que lo escribió,<br />

no hemos ventilado inútilmente la oscuridad de esta<br />

autoridad; porque cuando no hayamos podido aclarar rastreando la<br />

voluntad del autor de este libro, sin embargo, no nos<br />

hemos separado de la norma de la fe cristiana, la cual es bien<br />

notoria a los fieles por otros testimonios de la Sagrada Escritura<br />

que tienen igual autoridad. Pues aunque aquí se refieren las obras<br />

corporales que hizo Dios, tienen, sin duda, cierta analogía<br />

con las espirituales, según la cual, dice el Apóstol: Y si también sintió lo mismo que decimos<br />

el que lo escribió, nuestra intención y deseos habrán llegado<br />

al complemento y único fin del objeto que controvertíamos, de manera<br />

que el hombre de Dios, dotado de sabiduría insigne y<br />

divina, o, mejor dicho, por Él, el Espíritu Santo refiriendo las<br />

obras que hizo Dios, todas las cuales dice que las concluyó al sexto<br />

día, de ninguna manera se crea que omitió los ángeles, ya sea cuando<br />

dice: , por que los crió el primero; ya<br />

sea lo que más a propósito se entiende en el principio, porque las<br />

hizo en el Verbo Unigénito del Padre, según su expresión:<br />

, en cuyas palabras<br />

nos significa todas las criaturas, las espirituales y corporales,<br />

que es lo más creíble o las dos mayores partes del mundo que<br />

contienen en su seno todas las cosas criadas; de tal suerte, que<br />

primero las propuso todas en general, y después continuó sus partes<br />

respectivas según el número misterioso de los días.<br />

CAPITULO XXXIV<br />

Sobre lo que algunos opinan, que debajo del nombre de las aguas que<br />

fueron divididas cuando Dios crió el firmamento, se nos<br />

significaron los ángeles, y sobre lo que algunos entienden que las<br />

aguas no fueron criadas<br />

Algunos han entendido que bajo el nombre de las aguas en cierto modo<br />

se nos significó la congregación de los ángeles, y que<br />

esto es lo que quiere decirse en estas expresiones: ; de modo que se entienden<br />

colocados sobre el firmamento los ángeles; y debajo del firmamento o<br />

de las aguas visibles, la multitud de los ángeles malos, o<br />

toda la especie humana. Lo cual, si es cierto, no aparece en el<br />

sagrado texto cuándo fueron criados los ángeles, sino sólo que


fueron separados los unos de los otros; aunque también hay algunos<br />

que niegan (lo cual es una perversa e impía vanidad) que<br />

Dios crió las aguas, por cuanto no hallan lugar alguno donde dijese<br />

Dios: háganse las aguas. Lo cual podría decir asimismo de<br />

la tierra, puesto que no se lee en la Escritura que dijese Dios:<br />

Pero responden que dice el sagrado texto:<br />

Luego allí debe<br />

entenderse también el agua, porque a ambas comprende con un<br />

mismo nombre, puesto que . Pero los que por las aguas que<br />

están sobre los cielos quieren que se entiedan los ángeles, fúndanse<br />

en el peso de los elementos, y por eso no imaginan que<br />

pudo dar asiento a la naturaleza fluida y grave en la parte superior<br />

del mundo; los cuales, si a su modo, y según sus razones y<br />

discursos pudieran formar al hombre, no le pusieran en la cabeza la<br />

pituita (o humor flemático) que en griego se llama phlegma,<br />

y que en los respectivos elementos de nuestro cuerpo ocupa el lugar<br />

de las aguas, porque allí es donde tiene la phlegma su<br />

asiento muy a propósito, sin duda, según que Dios así lo hizo; pero<br />

conforme a la conjetura de éstos, tan absurdamente que si lo<br />

ignoráramos y estuviera asimismo escrito en este libro que Dios puso<br />

el humor fluido y frío, y por consiguiente grave, en la parte<br />

superior a todas las demás del cuerpo humano, estos especuladores y<br />

examinadores de los elementos de ningún modo lo<br />

creyeran. Y cuando fueran de los que se sujetaron a la autoridad de<br />

la misma Escritura, se persuadirían que bajo este nombre<br />

se debía entender alguna otra cosa. Mas porque si cada asunto de los<br />

que más se escriben el divino libro de la Creación del<br />

Mundo, le hubiéramos de desenvolver y tratar de propósito, fuera<br />

indispensable alargarnos y desviarnos demasiado del objeto<br />

de esta obra, ya que hemos disputado lo que ha parecido conducente y<br />

bastante acerca de las dos clases de ángeles,<br />

diferentes y contrarias entre sí, en las cuales se hallan igualmente<br />

ciertos principios de las dos ciudades que se conocen en las<br />

cosas humanas, de las cuales pienso hablar desde ahora en adelante,<br />

concluyamos ya aquí con este libro.<br />

LIBRO DUODECIMO<br />

BONDAD Y MALICIA DE LOS ÁNGELES. CREACIÓN DEL HOMBRE<br />

CAPITULO PRIMERO<br />

Cómo la naturaleza de los ángeles buenos y malos es una misma<br />

Antes de tratar de la creación del hombre, donde se descubrirá el<br />

origen y principio de las dos ciudades en lo tocante al linaje<br />

de los racionales y mortales (así como en el libro anterior se<br />

manifestó el de los ángeles), creo conducente, para mayor<br />

ilustración del asunto, referir primeramente algunos pasajes tocantes<br />

a los mismos ángeles, para demostrar, en cuanto<br />

alcanzasen nuestras fuerzas, con cuan justa causa y conveniencia<br />

decimos que forman juntamente una sociedad los hombres y<br />

los ángeles; de suerte, que adecuadamente se diga que las ciudades,<br />

esto es, las compañías, no son cuatro, es a saber: dos de<br />

ángeles y otras dos de hombres, sino solas dos, fundadas una en los<br />

buenos y otra en los malos, no sólo en los ángeles, sino<br />

también en los hombres.<br />

No es licito dudar de que los apetitos entre sí contrarios que tienen<br />

los ángeles buenos y los malos no nacieron de la diferencia<br />

entre sus naturalezas y principios (habiendo criado a los unos y a<br />

los otros un solo Dios, que es autor y criador benigno de<br />

todas las sustancias espirituales y corporales); si no de la variedad<br />

de sus voluntades y deseos; habiendo perseverado<br />

constantemente los unos en el bien común a todos, que es el mismo


Dios en su eternidad y caridad, y habiéndose los otros<br />

deleitado y pagado de su poder, como si ellos fueran su mismo bien,<br />

se apartaron del bien superior, beatífico, común a todos, y<br />

volviéronse a sí mismos teniendo el ostentoso fausto de su altivez<br />

por altísima eternidad, la astucia de la vanidad por verdad<br />

indefectible, y la afición de su parcialidad por una caridad<br />

individua, se hicieron soberbios, seductores y embusteros. Así que la<br />

causa de la bienaventuranza de los unos es unirse con Dios, y la<br />

causa de la miseria y desgracia de los otros es por el<br />

contrario, el no unirse con Dios por tanto, si cuando preguntamos: ¿<br />

por qué los unos son bienaventurados?, no responden<br />

bien, porque están unidos con Dios; asimismo, cuando preguntamos ¿por<br />

qué los otros son miserables?, se responde muy bien,<br />

porque no está unidos con Dios; pues no hay otro bien con que la<br />

criatura racional e intelectual pueda ser enteramente feliz sin<br />

Dios. Y por eso, aunque no todas las criaturas puedan ser<br />

bienaventuradas (porque no alcanzan este beneficio, ni son capaces<br />

de él las bestias, las plantas, las piedras y otros seres<br />

semejantes), sin embargo, las que pueden arribar a esta dicha no<br />

pueden<br />

serlo por sí propias, por cuanto fueron criadas de la nada, sino que<br />

han de ser bienaventuradas por aquel Señor por cuya<br />

poderosa mano fueron criadas; porque alcanzando a este Señor serán<br />

eternamente felices; y perdiéndole, miserables; y así<br />

aquel que es bienaventurado, y no con otro bien sino consigo mismo,<br />

no puede ser miserable porque no puede perderse a sí<br />

mismo.<br />

Confesamos, pues, que el inmutable bien no es sino un solo Dios<br />

verdadero y bienaventurado, y todo cuanto hizo el Señor,<br />

aunque es bueno porque lo hizo, no obstante, son mudables y caducas<br />

todas las cosas que produjo porque no las hizo de sí,<br />

sino de la nada. Así que, aunque no sean sumos bienes para los que<br />

consideran a Dios por el mayor bien, con todo, son<br />

grandes e inestimables aquellos bienes mudables que pueden unirse<br />

para ser bienaventurados con el sumo bien inmutable, el<br />

cual es en tanto grado bien suyo, que sin él es absolutamente preciso<br />

que sean infelices. Tampoco son entre todas las criaturas<br />

las mejores las que no pueden ser miserables; pues no podemos decir<br />

que todos los demás miembros de nuestro cuerpo son<br />

mejores que los ojos, porque no pueden ser ciegos. Pero así como es<br />

mejor la naturaleza sensitiva, aun cuando está doliente,<br />

que la piedra, que no puede en modo alguno padecer dolor, así también<br />

la naturaleza racional es más excelente, aun siendo<br />

miserable, que la que carece de razón y sentido, y, por consiguiente,<br />

no es susceptible por su naturaleza de sufrir miseria ni<br />

infortunio alguno. Siendo esto cierto, realmente esta naturaleza,<br />

criada con tanta excelencia y adornada de tantas dotes y<br />

prerrogativas, aunque sea mudable, sin embargo, uniéndose con el bien<br />

inconmutable, esto es, con Dios todopoderoso, puede<br />

conseguir la bienaventuranza, y no se completa ni se llena su<br />

indigencia sino siendo bienaventurada, no bastando a llenar su<br />

vacío otro que el mismo Dios; y así verdaderamente, digo que el no<br />

unirse con el Señor es un vicio en ella; y todo vicio es<br />

dañoso a la naturaleza, y, por consiguiente, contrario a la<br />

naturaleza; luego la naturaleza que se une con Dios no se diferencia<br />

de la otra sino por el vicio, aunque con este vicio no deja de<br />

manifestar la naturaleza cuán noble y cuán excelente sea en su<br />

origen; porque donde el vicio con justa causa es reprendido, allí,<br />

sin duda, se alaba la naturaleza, puesto que una de las justas<br />

represensiones que se dan al vicio es porque con él se deshonra y<br />

afea la buena y loable naturaleza. Por eso cuando al vicio<br />

en la vista llamamos ceguera, hacemos ver que a la naturaleza de los<br />

ojos corresponde la facultad de ver; y cuando al vicio del<br />

oído llamamos sordera, demostramos que a su naturaleza pertenece el<br />

oír; así, siempre que decimos que es vicio de la criatura<br />

angélica el no unirse con Dios, con esta expresión evidentemente


declaramos que conviene y es propio de su naturaleza unirse<br />

con Dios. Y cuán meritoria y loable acción sea el unirse con Dios<br />

para vivir perpetuamente con Él, saber con Él, alegrarse con<br />

Él, y gozar de tantos bienes sin error y sin molestia, ¿quién<br />

dignamente lo podrá imaginar o expresar? Así también con el vicio<br />

de los ángeles, quienes no se unen a Dios por ser todo vicio<br />

perjudicial a la naturaleza, bastantemente se da a entender que<br />

Dios crió tan buena, tan pura y tan noble la naturaleza de los<br />

espíritus infernales, que les es sumamente nocivo el no estar<br />

unidos con Dios.<br />

CAPITULO II<br />

Que ninguna esencia es contraria a Dios, porque a aquel Señor que es,<br />

y siempre es, parece que se le opone todo lo que no<br />

es<br />

Sirva esta doctrina para que niguno imagine, cuando habláremos de los<br />

ángeles apóstatas, que pudieron tener otra naturaleza<br />

distinta, como criados por otro principio, y que Dios no es el autor<br />

de su naturaleza. Pues tanto más fácilmente se librará<br />

cualquiera de la impiedad de este error, cuanta fuese mayor la<br />

atención con que considere lo que dijo Dios por su ángel,<br />

cuando envió a Moisés por su legado a los hijos de Israel,<br />

significándole el nombre y autoridad del supremo príncipe y<br />

legislador que le enviaba por estas insinuantes y misteriosas<br />

palabras: Porque siendo Dios suma esencia,<br />

esto es, siendo sumo, y siendo por esto inmutable, a las cosas que<br />

crió de la nada dio el ser, pero no un ser sumo, como lo es<br />

su Divina Majestad. A unos distribuyó el ser en más y a otros en<br />

menos; y así ordenó respectivamente por sus grados la<br />

naturaleza de las esencias (porque así como del saber toma el nombre<br />

la sabiduría, así del ser se llama esencia; bien que con<br />

un nombre nuevamente inventado, no usado de los antiguos autores de<br />

la lengua latina, pero ya usado en nuestros tiempos<br />

para que no faltase en nuestro idioma la voz que los griegos<br />

denominan en la suya usia, pues esta palabra está traducida a la<br />

letra para decir y significar la esencia); y, por consiguiente, a la<br />

naturaleza que sumamente es, de cuya poderosa mano<br />

proceden todos los entes que tienen ser, no hay naturaleza contraria<br />

sino la que no es, pues a lo que es, se opone, o es<br />

contrario el no ser; y por eso, respecto de Dios, esto es, de la suma<br />

esencia y autor de todas y cualesquiera esencias, no hay<br />

esencia alguna contraria.<br />

CAPITULO III<br />

De los enemigos de Dios, no por naturaleza, sino por voluntad<br />

contraria, la cual, cuando a ellos les perjudica, sin duda que<br />

daña a una naturaleza buena, porque el vicio, si no daña, no existe<br />

Llámanse en la Sagrada Escritura enemigos de Dios los que contradicen<br />

y resisten a su mandado, no por impulso de su<br />

naturaleza, sino con sus vicios, con los cuales no son bastante<br />

poderosos a dañar al Señor en cosa alguna, sino a sí mismos.<br />

Pues son enemigos precisamente por la voluntad que tienen de<br />

resistir, y no por la potestad que obtengan de ofender, porque<br />

Dios es inmutable y totalmente incorruptible. Por eso el vicio con<br />

que resisten a Dios los que se llaman sus enemigos no es mal<br />

para Dios, sino para ellos mismos, y esto no por otra causa sino<br />

porque estraga en ellos lo bueno que tiene en sí la naturaleza.<br />

Así pues, la naturaleza no es contraria a Dios, sino el vicio, porque<br />

lo que es malo es contrario a lo bueno. ¿Y quién podrá<br />

negar que Dios es sumamente bueno? El vicio, pues, es contrario a<br />

Dios, así como lo malo a lo bueno. También es un bien la<br />

naturaleza que vicia y estraga el vicio, por lo cual es contrario


también a este bien; pero a Dios solamente, como a lo bueno lo<br />

malo; mas a la naturaleza que vicia no sólo es malo, sino dañoso;<br />

porque no hay mal alguno que sea dañoso a D,ios, sino a las<br />

naturalezas mudables y corruptibles; sin embargo, éstas son buenas<br />

por el testimonio aun de los mismos vicios; puesto que si no<br />

fueran buenas, los vicios no las pudieran causar daño. Porque ¿qué es<br />

lo que les hacen con su daño, sino quitarles su<br />

integridad, hermosura, salud, virtud y todo lo bueno de que suele<br />

despojarse y desposeerse la naturaleza por el vicio? Lo cual,<br />

si totalmente no se halla en ella, así como no le priva de cosa<br />

buena, así tampoco le hará daño, y, consiguientemente, no será<br />

vicio; porque ser vicio y no hacer daño no puede ser. De donde se<br />

infiere que aunque el vicio no puede dañar al bien<br />

inmutable, sin embargo, no puede dañar sino a lo bueno, por cuanto no<br />

se halla sino donde hace daño. Puede decirse también<br />

que no puede haber vicio en el sumo bien, y que el vicio no puede<br />

existir si no es en algún objeto bueno. Por eso puede haber<br />

en alguna parte solas cosas buenas, y solas malas no las puede haber<br />

en ninguna; pues aun aquellas naturalezas que están<br />

estragadas por el vicio de una voluntad mala, en cuanto están<br />

viciadas y estragadas son malas, y en cuanto son naturaleza son<br />

buenas. Y cuando la naturaleza viciada está sufriendo penas además de<br />

lo que es ser naturaleza, también es bueno el no estar<br />

sin castigo, porque esto es justo, y todo lo justo sin duda es bueno.<br />

Porque ninguno paga las penas debidas por los vicios<br />

naturales, sino por los contrarios; pues hasta el vicio que por la<br />

costumbre habitual y por el demasiado fomento ha adquirido<br />

tales fuerzas que se ha hecho como natural, de la voluntad tomó su<br />

primer principio. Hablamos, pues, al presente, de los vicios<br />

de la naturaleza que posee un entendimiento capaz de la luz<br />

inteligible con la que distinguimos y diferenciamos lo justo de lo<br />

injusto.<br />

CAPITULO IV<br />

De la naturaleza de las cosas irracionales o que carecen de vida, la<br />

cual, en su género y orden, no desdice de la hermosura y<br />

decoro del Universo<br />

Pasando a la consideración de los demás seres, seguramente que el<br />

imaginar que los vicios de las bestias, árboles y de las<br />

demás cosas mudables y mortales, y que carecen de entendimiento, de<br />

sentido o vida con que su disoluble naturaleza se<br />

estraga y corrompe, son dignos de reprensión, es asunto digno de<br />

risa; habiendo recibido las criaturas este orden por voluntad<br />

de su Creador, para que, pereciendo unas y sucediendo otras, cumplan<br />

en su clase la interior hermosura corporal corceniente<br />

a las partes de este mundo. Por cuanto no habían de igualarse a las<br />

cosas celestiales las terrenas, ni debieron éstas faltar en el<br />

Universo, porque las otras son mejores. Cuando en estos lugares,<br />

donde convenía que hubiese tales seres, nacen unos<br />

faltando otros, rindiéndose los menores a los mayores, y<br />

convirtiéndose los vencidos en cualidades de los que vencen, éste es<br />

el orden que se observa en las cosas mudables y transitorias. El<br />

decoro y hermoso ornato de este admirable orden por eso nos<br />

deleita y satisface, porque estando nosotros incluidos y arrinconados<br />

en una parte de él según la condición de nuestra humana<br />

naturaleza, no podemos descubrir y observar el Universo, al cual con<br />

grande gracia y conveniencia cuadran las pequeñas<br />

partes que nos ofenden. Y así a nosotros en los puntos que somos<br />

menos idóneos para contemplar y descubrir la alta<br />

providencia del Creador, con justa causa se nos prescribe que la<br />

creámos, a fin de que no nos atrevamos, alucinados con la<br />

vanidad de la humana temeridad, a reprender y motejar en lo más<br />

mínimo las obras del Artífice supremo. Aunque si<br />

prudentemente consideramos los vicios de las cosas terrenas, que no


son voluntarios ni penales, nos recomiendan a las mismas<br />

naturalezas, de las cuales no hay una sola cuyo autor y criador no<br />

sea Dios, porque aun respecto de ellas nos desagrada el<br />

que nos quite el vicio, lo que nos agrada, atendida solamente la<br />

naturaleza; a no ser que al hombre le descontenten las más<br />

veces las mismas naturalezas, cuando le son dañosas, no<br />

considerándolas precisamente por su respeto y esencia, sino<br />

atendiendo únicamente a su propia utilidad, como se refiere de<br />

aquellos animalejos cuya abundancia sirvió de azote para castigar<br />

la soberbia de los egipcios. Pero siguiendo este modo de opinar,<br />

también pondrán tacha en el sol, porque a ciertos<br />

delincuentes o deudores los condenan los jueces a que los pongan al<br />

sol. Así que, considerada la naturaleza en sí misma, y no<br />

conforme a la comodidad o incomodidad que nos resulta de sus<br />

influencias, da gloria a su artífice; y en esta conformidad la naturaleza<br />

del fuego eterno es también seguramente loable, aunque haya<br />

de ser penosa e insufrible a los impíos condenados.<br />

Porque ¿qué objeto hay más hermoso y apacible a la vista que el fuego<br />

ardoroso, vivo y resplandeciente? ¿Qué más útil<br />

cuando calienta, nos cura y pone en sazón lo que necesitamos para<br />

nuestro sustento, aunque no haya otro más insufrible<br />

cuando nos quema? El mismo que para un efecto es pernicioso, aplicado<br />

convenientemente y en debido tiempo es muy provechoso.<br />

Porque ¿quién podría declarar las utilidades que tiene y causa<br />

en el Universo? Ni deben ser oídos los que en el fuego<br />

alaban la luz y reprenden el calor, porque le estiman, no por su<br />

naturaleza, sino conforme a su bienestar o incomodidad.<br />

Quieren ver y no arder; y no consideran que la misma luz que les<br />

agrada suele ser dañosa por la disconveniencia o perjuicio<br />

que les resulta a los que tienen los ojos llorosos y tiernos; y que<br />

en el mismo ardor que les desagrada acostumbran por su<br />

propia utilidad a vivir cómodamente algunos animales.<br />

CAPITULO V<br />

Que el Creador es loable en todos los modos y especies de la<br />

naturaleza<br />

Así que todas las naturalezas, en cuanto tienen ser y, por<br />

consiguiente, disfrutan de su orden respectivo, especie y cierta paz<br />

consigo mismas, sin duda son buenas; y también cuando residen allí,<br />

donde según el orden de la naturaleza deben estar, y<br />

conforme a la cualidad y esencia que recibieron, conservan su ser; y<br />

las que no recibieron siempre el ser según el estilo y<br />

movimiento de las cosas a que por expresa ley del que las gobierna<br />

están sujetas, se mudan a un estado mejor o peor,<br />

dirigiéndose y caminando por las rectas sendas de la divina<br />

Providencia, al fin que incluye en sí la razón principal del gobierno<br />

del Universo; de modo que ni la corrupción tan notable, cuanta es la<br />

que reduce las naturalezas inestables, mudables y<br />

mortales, hasta acabar con ellas con la muerte hace, de tal suerte no<br />

ser lo que era, que consiguientemente no resulte y se haga<br />

de allí lo que debía ser. Lo cual siendo cierto, Dios, que sumamente<br />

es, y por eso toda esencia es obra de sus manos (la cual no<br />

es suma porque no debía ser igual al Señor lo que se hizo de la nada,<br />

y no podía ser ni existir de modo alguno si no fuera<br />

hecha por Dios), ni por la ofensa de vicio alguno debe ser<br />

reprendido; antes, por la consideración de todas las naturalezas,<br />

debe ser alabado.<br />

CAPITULO VI<br />

Cuál es la causa de la bienaventuranza de los ángeles buenos y de la<br />

miseria<br />

de los ángeles malos


Por tanto, inferimos rectamente que la verdadera causa de la<br />

bienaventuranza de los ángeles buenos es porque están unidos<br />

con él, que es el sumo Ser entre todos los seres. Y cuando indagamos<br />

la causa de la miseria de los ángeles malos, con razón<br />

se nos ofrece que es porque, volviendo las espaldas al sumo Dios, se<br />

miraron a sí mismos, que no son sumos u omnipotentes; y<br />

a este vicio ¿cómo le designaremos, sino con el nombre de soberbia?<br />

Porque . No<br />

quisieron, pues, , y los que fueran más,<br />

si se unieran con el Señor, que es sumo, prefiriéndose a El,<br />

antepusieron lo que realmente es menos. Este fue el primer defecto,<br />

la primera falta y el primer vicio de la naturaleza angélica,<br />

que fue criada en tal conformidad, que no fue suma, aunque pudo<br />

gozar, obteniendo la bienaventuranza de aquel, Señor, que<br />

es sumo a quien, volviendo las espaldas, aunque no se aniquiló, pero<br />

fue menos que era, y, por tanto, eternamente infeliz. Y si<br />

buscamos la causa eficiente de una voluntad tan perversa, hallaremos<br />

que es nada. Porque ¿qué es lo que hace mala a la<br />

voluntad, cuando obra alguna acción pecaminosa? Luego la voluntad es<br />

la causa eficiente de la mala obra, y la causa principal<br />

de la mala voluntad es nada; porque si es algo, o tiene o no tiene<br />

voluntad. Si la tiene, la tiene, sin duda, o buena o mala; si<br />

buena, ¿quién ha de ser tan ignorante que diga que la voluntad buena<br />

hace a la voluntad mala? Porque si así fuese, la<br />

voluntad buena sería causa del pecado, lo que no puede imaginarse.<br />

Pero si lo que constituye la voluntad mala también tiene<br />

voluntad mala, pregunto: ¿Qué causa es la que la hizo? Y para no<br />

proceder de un modo infinito, vuelvo a preguntar: ¿Cuál es<br />

la causa de la primera voluntad mala? Porque no hay primera voluntad<br />

mala a la cual haya hecho alguna voluntad también<br />

mala, sino que aquélla es la primera a quien ninguna hizo; pues si<br />

precedió, quien la hiciese, aquella es primero que hizo a la<br />

otra. Si respondieren que ninguna causa la hizo, y que por eso<br />

existió siempre, pregunto: ¿Acaso estaba en alguna naturaleza?<br />

Porque si no estaba en ninguna, tampoco tenía ser, y si en alguna la<br />

estragaba, corrompía y causaba perjuicio y daño, y, por<br />

consiguiente, la privaba del bien. Y por eso la voluntad mala no pudo<br />

estar en la naturaleza mala, sino en la buena, aunque<br />

mudable, a quien este vicio podía dañar; porque si no la hizo daño,<br />

sin duda que no fue vicio, y, consiguientemente, tampoco<br />

debe decirse que fue voluntad mala; y si hizo daño, el daño que hizo<br />

fue quitando o disminuyendo el bien. Luego no pudo<br />

haber voluntad eterna mala en cosa alguna dotada de bien natural, el<br />

cual, causando daño, podía quitarlo la voluntad mala. Y<br />

supuesto que no era sempiterna, pregunto: ¿Quién la hizo? Resta que<br />

digan que hizo a la voluntad mala una cosa en la que no<br />

hubo ninguna voluntad. Esta, pregunto, ha de ser superior, inferior o<br />

igual; si es superior, sin duda es mejor; ¿cómo, pues,<br />

carece de voluntad o no la tiene buena? Y esto mismo, sin duda, puede<br />

decirse si fuere igual; porque cuando nos fueren<br />

igualmente de buena voluntad, no hace uno en el otro voluntad mala.<br />

Resta que alguna cosa inferior, que no tiene voluntad, sea<br />

la que hizo en la naturaleza angélica, que fue la primera que pecó,<br />

la voluntad mala; pero tambien esta misma cosa, cualquiera<br />

que sea, aun la más inferior, hasta la ínfima tierra, por ser<br />

naturaleza y esencia, sin duda es buena, y tiene su cierto modo y<br />

especie en su género y orden. ¿Cómo, pues, la cosa buena es eficiente<br />

de la voluntad mala? ¿Cómo, digo, lo bueno es causa<br />

de lo malo? Porque cuando la voluntad, dejando, lo superior y<br />

convirtiéndose a los objetos inferiores se hace mala, no es<br />

porque es malo aquello a que se convierte, sino porque la misma<br />

conversión es perversa. Por eso no fue la cosa inferior la que<br />

hizo la voluntad mala, sino ésta la que se hizo mala apeteciendo<br />

perversa y desordenadamente la cosa inferior. Pues si dos<br />

igualmente dispuestos en el alma y en el cuerpo observan la hermosura<br />

de un cuerpo, y viéndola uno de ellos se mueve a


quererla gozar ilícitamente, perseverando el otro constantemente en<br />

una voluntad casta, ¿cuál diremos será la causa de que en<br />

el uno se haga y en el otro no se haga la voluntad mala? ¿Qué causa<br />

la motivó en aquel en que fue hecha? Porque no la hizo<br />

la hermosura del cuerpo, puesto que no la produjo en los dos,<br />

ocurriendo a un mismo tiempo, y representándose a los ojos de<br />

ambos del mismo modo. ¿Por ventura la causa es la carne mortal del<br />

que mira? ¿Y por qué no es también la del otro? ¿Acaso<br />

es el alma? ¿Y por qué no la de ambos? Porque a los dos pusimos<br />

igualmente dispuestos en el alma y en el cuerpo. ¿O por<br />

ventura diremos que el uno fue tentado con secreta y oculta sugestión<br />

del espíritu infernal, como a esa sugestión o a cualquiera<br />

especie de persecución no hubiera consentido la propia voluntad? Este<br />

consentimiento, pues; esta mala voluntad que asintió al<br />

que le persuadió mal, preguntamos: ¿Qué cosa fue la que la hizo? Pues<br />

para que quitemos el escollo de esta duda, si tienta a<br />

los dos una misma tentación, y el uno se rinde y consiente, y el otro<br />

persevera el mismo que antes, ¿qué se infiere sino que el<br />

uno quiso y el otro no quiso mancillar la castidad? ¿Y por qué sino<br />

por la voluntad propia? Supuesto que hubo en el uno y en el<br />

otro una misma afección y disposición de cuerpo y alma, a los dos<br />

igualmente se les representó una misma hermosura, a ambos<br />

acometió igualmente una oculta y peligrosa tentación. Así que los que<br />

quisieren saber que fue el secreto impulso que obró en el<br />

uno de éstos la propia voluntad mala, si bien lo miran e investigan,<br />

encontrarán que es nada. Porque si dijésemos que él mismo<br />

la motivó, ¿qué era él mismo antes de estar poseído de la voluntad<br />

mala, sino una naturaleza buena, cuyo autor es Dios, que es<br />

un bien inmutable? El que dijere que aquel que consistió al que no le<br />

tentó y persuadió (cuando no consintió el otro para gozar<br />

ilícitamente de la hermosura del cuerpo que igualmente se representó<br />

a los ojos de ambos, habiendo, sido los dos, antes de<br />

aquella tentacion, semejantes en el alma y en el cuerpo), él mismo se<br />

hizo la voluntad mala; sin duda, siendo antes de la<br />

voluntad mala, bueno, indague o pregunte por qué la hizo; si porque<br />

es naturaleza, o porque fue hecha de la nada, y hallará<br />

que la voluntad mala no empezó a ser de aquello porque es naturaleza,<br />

sino porque tal fue criada de nada. Pues si la<br />

naturaleza es causa de la voluntad mala, ¿qué más podemos decir, sino<br />

que lo bueno engendra lo malo, y que lo bueno es<br />

causa de lo malo, puesto que por la naturaleza buena se hace la<br />

voluntad mala? ¿Y cómo puede suceder que la naturaleza<br />

buena, aunque mudable, antes que tenga voluntad mala haga algún mal,<br />

esto es, haga la misma voluntad mala?<br />

CAPITULO VII<br />

Que no debe buscarse la causa eficiente de la mala voluntad<br />

Ninguno, pues, investigue la causa eficiente de la mala voluntad, por<br />

cuanto no es eficiente, sino deficiente, supuesto que ella<br />

tampoco es efecto, sino defecto. Pues el dejar la unión del que es<br />

sumo por lo que es menos, esto es empezar a tener mala<br />

voluntad. Querer, pues, hallar las causas (como dije) de estas<br />

defecciones, no siendo eficientes, sino deficientes, es como si uno<br />

quisiese ver las tinieblas u oír el silencio, aunque ambas cualidades<br />

nos son conocidas: lo primero, no sino por los ojos, y lo<br />

segundo, no sino por los oídos, aunque no por su especie, sino por la<br />

privación de su especie. Ninguno intente saber de mí lo<br />

que sé que ignoro, si no es para aprender a no saber lo que ha de<br />

saber, que no puede saberse. Porque las cosas que se<br />

saben, no por su especie, sino por su privación, si puede decirse o<br />

entenderse, en cierto modo se saben no sabiendo, de modo<br />

que sabiendo no se sepan; pues cuando la vista de los ojos corporales<br />

corre por las especies corporales, en ninguna parte<br />

observa las tinieblas sino donde empieza a no ver. Así también el


silencio pertenece, no a algún otro sentido, sino solamente al<br />

oído, el cual, sin embargo, de ninguna manera se percibe, si no es<br />

oyendo. Así nuestro entendimiento va comprendiendo las<br />

especies inteligibles, pero cuando faltan, aprende no sabiendo.<br />

<br />

CAPITULO VIII<br />

Del amor perverso con que la voluntad se aparta del bien inmutable y<br />

se inclina al bien mudable<br />

Esto sé yo, que la naturaleza divina nunca ni por parte alguna puede<br />

faltar y que pueden faltar los seres formados de la nada.<br />

Los cuales, cuanto más son y obran el bien (pues entonces algo<br />

hacen), tienen causas eficientes; pero en cuanto faltan, y con<br />

esto obran perversamente (pues qué hacen entonces sino vanidades)<br />

tienen causas deficientes. Asimismo estoy firmemente<br />

persuadido que cuando se hace la mala voluntad, ésta se efectúa de<br />

suerte que, si él no quisiera, no se hiciera, y por eso sigue<br />

justamente la pena a los defectos, no necesarios, sino voluntarios.<br />

No porque se inclina a las cosas malas, sino porque<br />

malamente se inclina; esto es, no a las naturalezas malas, sino<br />

porque malamente; pues pasa contra el orden de las naturalezas,<br />

de lo que es sumo a lo que es menos. Por cuanto la avaricia no es<br />

vicio del oro, sino del hombre que ama perversamente al oro<br />

dejando la justicia, que sin comparación se debía anteponer al oro,<br />

Ni la lujuria es vicio de los cuerpos hermosos y delicados,<br />

sino del alma que apasionadamente ama los deleites corporales,<br />

dejando la templanza con que nos acomodamos a objetos espiritualmente<br />

más hermosos e incorruptiblemente más suaves. Ni la<br />

jactancia es viciio de la alabanza humana, sino del alma que<br />

impíamente apetece ser elogiada de los hombres, despreciando el<br />

testimonio de su propia conciencia. Ni la soberbia es vicio del<br />

que concede la potestad, sino del alma que perversamente ama su<br />

potestad, vilipendiando la potestad más justa del que es más<br />

poderoso. Y, por consiguiente, el que ama temerariamente el bien de<br />

cualquiera naturaleza, aunque la alcance, él mismo se<br />

hace en lo bueno malo y miserable privándose de lo mejor.<br />

CAPITULO IX<br />

Si los santos ángeles, al que tienen por Creador de su naturaleza, lo<br />

tienen también por autor de su buena voluntad,<br />

difundiendo en ellos su caridad por el Espíritu Santo<br />

No existiendo, pues, causa alguna eficiente natural, o si puede<br />

decirse así, esencial de la mala voluntad, porque de ella misma<br />

principia en los espíritus mudables el mal con que se disminuye y<br />

estraga el bien de la naturaleza, ni a semejante voluntad la<br />

hace, sino la defección con que se deja a Dios, de cuya defección<br />

falta, sin duda, también la causa; si dijésemos que no hay<br />

tampoco causa alguna eficiente de la buena voluntad, debemos<br />

guardarnos, no se entienda que la voluntad buena de los<br />

ángeles buenos no es cosa hecha, sino coeterna a Dios. Porque siendo<br />

ellos criados y hechos, ¿cómo puede decirse que ella<br />

no fue hecha? Y puesto que fue hecha, pregunto: ¿Si fue hecha con<br />

ellos, o ellos fueron primero sin ella? Pero si lo fue con<br />

ellos, no hay duda que fue hecha por aquel Señor por quien fueron<br />

ellos; y luego que fueron hechos, se unieron a aquel por<br />

quien fueron hechos con el amor con que fueron hechos. Y por eso se<br />

apartaron éstos de la amable compañía de aquéllos,<br />

porque éstos permanecieron en la misma voluntad buena, y aquéllos,<br />

faltando a ella, se mudaron, es decir, con la mala<br />

voluntad, por el mismo hecho de apartarse del bien, del cual no se<br />

separaran si hubieran querido. Y si los buenos ángeles<br />

estuvieron primero sin la buena voluntad, y ésta la hicieron ellos en


sí mismos sin que obrase Dios, mejores se hicieron ellos por<br />

sí mismos que fueron hechos por Dios. Pero no. Porque ¿qué fueran sin<br />

la buena voluntad sino malos? O si por eso no eran<br />

malos, porque tampoco tenían mala voluntad (pues no se habían<br />

apartado de aquella que aun no habían comenzado a tener), a<br />

lo menos entonces aun no eran tales, ni eran tan buenos como<br />

empezaron a ser con la buena voluntad. O si no pudieron<br />

hacerse a sí mismo mejores que lo que Dios les había hecho, pues<br />

ninguno hace las cosas más perfectas que este Señor, sin<br />

duda que no pudieran tampoco tener la buena voluntad con que fueron<br />

mejores sin la intervención del auxilio de su Creador. Y<br />

cuando su voluntad buena hizo que se convirtiesen, no a sí mismos,<br />

que eran menos, sino a Dios, que era el sumo y<br />

omnipotente, y uniéndose con él fuesen más, y participando de su<br />

divina gracia viviesen sabia y bienaventuradamente, ¿qué se<br />

deduce sino que la voluntad, por más buena que fuera, quedara<br />

indigente y permaneciera en sólo el deseo, si aquel que hizo<br />

de la nada la naturaleza buena capaz de sí, llenándola de su gracia,<br />

no la hiciera mejor que criándola primero con vivificarla y<br />

animarla más deseosa?<br />

Porque también debe discutirse: si los buenos ángeles, ellos en sí<br />

mismos hicieron la buena voluntad, ¿la hicieron con alguna o<br />

sin ninguna voluntad? Si con ninguna, sin duda que no la hicieron; si<br />

con alguna, con mala o con buena. Si con mala, ¿cómo<br />

pudo la mala voluntad hacer a la buena voluntad? Si con buena, luego<br />

ya la tenían, y ésta ¿quién la crió sino el que los crió con<br />

la buena voluntad, esto es, con amor casto, para qué se unieran con<br />

él, criando en ellos juntamente la naturaleza y dándoles la<br />

gracia? Y así, no ha de creerse que los santos ángeles estuvieron<br />

jamás sin la buena voluntad, esto es, sin el amor de Dios.<br />

Pero éstos, que, habiéndolos criado buenos el Señor, con todo, son<br />

malos por su propia voluntad mala (a la cual no hizo la<br />

buena naturaleza sino cuando se apartó voluntariamente del bien; de<br />

forma que la causa de lo malo no sea lo bueno, sino el<br />

desviarse y apartarse de lo bueno), digo que éstos, o recibieron<br />

menor gracia en el divino amor que los que perseveraron en<br />

la misma, o si los unos y los otros igualmente fueron criados buenos<br />

cayendo éstos con la mala voluntad, los otros tuvieron<br />

mayor auxilio, con el cual llegaron a la posesión de aquella plenitud<br />

de bienaventuranza donde estuviesen ciertos que nunca<br />

habían de caer, como lo referimos ya en el libro anterior. Así que<br />

debemos confesar, tributando la debida alabanza y gioria al<br />

Creador, que no sólo pertenece a los hombres santos, sino que también<br />

puede decirse de los ángeles, ; y que aquel sumo bien de quien<br />

dice la Sagrada Escritura: , no sólo es bien propio y peculiar de los hombres,<br />

sino que primero y principalmente es bien cacterístico de los<br />

ángeles. Los que comunican y participan de este bien le tienen<br />

asimismo con aquel Señor con quien y entre sí se unen en una compañía<br />

santa, componiendo una Ciudad de Dios, la cual es<br />

un vivo sacrificio suyo y un vivo templo suyo. De cuya parte (la que<br />

se va formando de los hombres mortales para incorporarse<br />

con los ángeles inmortales, y que al presente, siendo mortal,<br />

peregrina en la tierra, o está descansando ya, cuales son los que<br />

murieron y moran en los secretos receptáculos y moradas de las almas)<br />

observo que ya es conveniente examinar el origen y<br />

principio que tuvo siendo su autor el mismo Dios, como se ha dicho de<br />

los ángeles, por que de un hombre que crió Dios en el<br />

principio, tuvo su origen el humano linaje, según el constante<br />

tesmonio de las sagradas letras, las cuales obtienen en toda la<br />

tierra, no sin justa razón, admirable autoridad; y entre otras cosas<br />

que la misma Escritura dijo con verdadero espíritu divino,<br />

anunció que todas las gentes y las naciones la habían de dar entero<br />

crédito y fe.


CAPITULO X<br />

De la opinión de aquellos que creen que así como el mundo existió<br />

siempre, los hombres también existieron<br />

Dejemos, pues, las vanas conjeturas de los hombres que ignoran lo que<br />

dicen sobre la naturaleza o creación del género<br />

humano. Porque unos, así como lo creyeron del mundo, imaginan que<br />

siempre existieron los hombres. Así, Apuleyo.<br />

describiendo este género de animales, dice: Y cuando les objetan: si siempre fue o existió el<br />

género humano, ¿cómo puede ser verdadera su historia<br />

cuando ésta refiere quiénes fueron, y de las artes e instrumentos de<br />

que fueron inventores, quiénes los primeros maestros de<br />

las artes liberales y de otras facultades, y quiénes principiaron a<br />

poblar esta o aquella provincia o parte de la tierra, y esta o<br />

aquella isla? Responden que por ciertos intervalos de tiempo se<br />

suelen despoblar y destruir muchas regiones de la tierra con<br />

los diluvios y los incendios, aunque no todas, de modo que vienen a<br />

reducirse los hombres a un número muy limitado y corto,<br />

de cuya generación se vuelve a reparar y restaurar la perdida<br />

multitud, reparándose de este modo ordinariamente y criándose<br />

nuevos individuos como los primeros, siendo cierto que así se<br />

restituyen los que se interrumpieron y consumieron con las<br />

inmensas ruinas o desolaciones, siendo cierto que de ninguna manera<br />

puede proceder a derivarse el hombre sino de otro<br />

individuo de su misma naturaleza. Pero dicen lo que imaginan, y no lo<br />

que saben.<br />

CAPITULO XI<br />

De la falsedad de la historia que atribuye muchos miles de años a los<br />

tiempos pasados<br />

Engáñanlos asimismo algunos mentirosos escritos, los cuales dicen que<br />

en la historia de los tiempos se contienen muchos<br />

millares de años; siendo así que de la Sagrada Escritura consta no<br />

haber transcurrido desde la creación del mundo hasta la<br />

actualidad más que seis mil años cumplidos; y, por no alegar aquí<br />

infinitos testimonios que demuestren cómo se conoce y<br />

comprueba la vanidad y falacia de aquellos escritos donde se refieren<br />

muchos más millares de años, sin embargo de no hallarse<br />

en ellas autoridad alguna idónea, mencionaré, para ratificar esta<br />

falsa aserción, aquella carta de Alejandro Magno a su madre<br />

Olimpias, en la cual insertó lo que refería a un sacerdote egipcio,<br />

tomando de las escrituras que entre ellos se tienen por<br />

sagradas, expresando juntamente en ella, según el orden de los<br />

tiempos, el origen de los reinos, de que tiene asimismo noticia<br />

la historia griega; entre los cuales, en la misma carta de Alejandro,<br />

se hace conmemoración del reino de los asirios, el cual pasa<br />

de cinco mil años, según lo relacionado en ella; pero en la historia<br />

de los griegos no tiene más que unos mil y trescientos desde<br />

que comenzó a reinar Belo, al cual coloca también el egipcio en el<br />

principio del mismo reino; y al imperio de los persas y<br />

macedonios, hasta el mismo Alejandro, con quien hablaba, le atribuye<br />

más de ocho mil años, siendo así que el de los<br />

macedonios, hasta la muerte de Alejandro, no se halla entre los<br />

griegos que tenga más de cuatrocientos ochenta y cinco, y el de<br />

los persas, hasta que expiró con las victorias de Alejandro,<br />

doscientos treinta y tres. Así que, sin comparación, es menor el número<br />

de estos años respecto de aquellos de los egipcios, ni pueden<br />

llegar a ellos, aunque se triplicaran. Pues escriben que los<br />

egipcios usaron por algún tiempo de años tan cortos que sólo tenían<br />

cuatro meses, y así el año más cumplido y verdadero, cual


es el que en la actualidad tenemos nosotros, y ellos también,<br />

contenia tres años antiguos de los suyos. Pero ni aun de esta<br />

manera, como dije, concuerda la historia de los griegos con la de los<br />

egipcios en el número de los tiempos, y así, debemos dar<br />

más crédito a la griega, porque no excede a la verdad de los años que<br />

se hallan en nuestras Escrituras, que son<br />

verdaderamente sagradas. Y si esta carta de Alejandro, que fue tan<br />

notoria entre los egipcios, en orden al tiempo, desdice<br />

infinito de la probabilidad y fe de lo realmente sucedido, ¿cuánto<br />

menos debe creerse a las historias y memorias que nos<br />

quieran alegar, llenas de fabulosas antigüedades, contra la autoridad<br />

de los libros tan conocidos y divinos, que vaticinaron y<br />

dijeron que todo el orbe había de darles crédito, y según lo<br />

expresaron así, todo el mundo les prestó gustosamente su asenso,<br />

los cuales prueban y demuestran que dijeron verdad en lo que nos<br />

refieren de los sucesos pretéritos, cuando vemos que se va<br />

cumpliendo con tanta puntualidad todo cuanto dijeron que había de<br />

suceder?<br />

CAPITULO XII<br />

De los que opinan que este mundo, aunque no es eterno, sin embargo,<br />

se reproduce; esto es, que el mismo mundo al cabo<br />

de ciertos siglos vuelve a nacer<br />

Otros están persuadidos que el mundo no es eterno, ya piensen que no<br />

es uno solo, sino que son innumerables; ya confiesen<br />

que es uno solo, pero que por ciertos intervalos de siglos nace y<br />

muere innumerables veces. Estos es necesario que confiesen<br />

que el linaje humano estuvo primero sin hombres que pudiesen<br />

procrear. Porque esto no sucede del mismo modo que en los<br />

diluvios e incendios de las tierras, los cuales no suceden<br />

generalmente en todo el mundo, y por eso pretenden que siempre<br />

quedan algunos pocos hombres con quienes se pudo reparar la<br />

generación extinguida. Así también pueden éstos imaginar que,<br />

pereciendo el mundo, quedan algunos hombres en el mundo; pero así<br />

como piensan que el mundo renace de su materia, así<br />

piensan que en él brota de los elementos el linaje humano, y después<br />

de sus padres, la generación de los mortales, como la de<br />

los otros animales.<br />

CAPITULO XIII<br />

Qué debe responderse a los que ponen por inconveniente que fue tarde<br />

la creación del mundo<br />

Lo que respondimos cuando tratamos del principio y origen del mundo a<br />

los que no quieren creer que no fue o existió siempre,<br />

sino que empezó a ser (como también expresamente lo confiesa Platón,<br />

aunque, algunos crean que sintió lo contrario de lo que<br />

dijo), eso mismo responderé sobre la creación del hombre por<br />

satisfacer a los que asimismo se ofenden porque el hombre no<br />

fue criado innumerables e infinitos tiempos antes, y porque fue<br />

criado tan tarde; pues en la Sagrada Escritura está escrito que ha<br />

menos de seis mil años que principió a ser. Pues si ofende a éstos la<br />

brevedad del tiempo, viendo tan pocos años, desde donde<br />

refieren nuestras memorias auténticas que fue criado el hombre,<br />

consideren que no media un tiempo diuturno o largo, donde<br />

hay algún extremo; y cualesquiera espacios y siglos infinitos y<br />

limitados cotejados con la infinita eternidad sin límites, no deben<br />

tenerse por pequeños, sino por nada. Por consiguiente, si dijésemos,<br />

no cinco o seis mil, sino sesenta o seiscientos millares de<br />

anos, o si por otros tantos otras tantas veces se multiplicara esta<br />

suma, de modo que no tuviésemos nombre, ni número con que<br />

expresar los años después que crió Dios al hombre, de la misma manera<br />

puede preguntarse por qué no le crió antes. Porque


la cesación eterna que tuvo Dios antes de criar al hombre sin<br />

principio es tan grande, que si comparamos con ella cualquiera<br />

número de tiempos, por grande que sea, con tal que termine en ciertos<br />

y determinados, espacios, no debe parecer tanta como si<br />

comparásemos una mínima gota de agua a todo el mar y con cuanto el<br />

profundo caos del Océano comprende; porque de estas<br />

dos cosas, sin duda, la una es muy pequeña y la otra sin comparación<br />

muy grande e inmensa; sin embargo, ambas son<br />

limitadas, y el espacio de tiempo que procede de algún principio y se<br />

acaba con algún término, aunque se dilate y extienda,<br />

comparado con lo que no tiene principio, dudo si se debe estimar por<br />

cosa mínima o por ninguna. Porque si a ésta poco a poco<br />

la fueron quitando desde el fin sus momentos, por brevísimos que<br />

sean, decreciendo el número, aunque sea tan inmenso, que<br />

no tenga nombre, volviendo hacia atrás (como si fueses quitando al<br />

hombre los días, empezando desde aquel en que ahora<br />

vive hasta aquel en que nació), al fin, alguna vez llegarás al<br />

principio con aquel quitar. Pero si fueren desmembrando o quitando<br />

hacia atrás en el espacio que no tuvo principio, no digo yo poco a<br />

poco, pequeños momentos de horas, o de días, o de meses,<br />

o cantidades aun de años, sino tan grandes espacios como aquella suma<br />

de. años, que no pueda nombrar ningún aritmético por<br />

hábil que sea, pero que, en efecto, se consume, quitandola<br />

paulatinamente los momentos; y le fueran quitando estos espacios<br />

tan grandes, no una, o dos, o muchas veces, sino siempre, ¿qué es lo<br />

que harán, puesto que jamás llegarán al principio,<br />

porque realmente carece de él? Por lo cual, lo que nosotros<br />

preguntamos ahora, al cabo de cinco mil y más años, podrán<br />

también nuestros descendientes, aun después de seiscientos mil,<br />

preguntar, excitados de la misma curiosidad, si durare, y<br />

perseverare tanto tiempo naciendo y muriendo la humana naturaleza, y<br />

su ignorante imbecilidad y mortalidad. También<br />

pudieran los que nos precedieron, luego que fue criado el hombre,<br />

mover esta cuestión; y, finalmente, el mismo primer hombre,<br />

un día después, o el mismo en que fue criado, pudo preguntar por qué<br />

Dios no le crió antes. Y por más que se anticipara y<br />

fuera criado con anterioridad de tiempo, no por eso esta controversia<br />

sobre el origen y principio que tuvieron las cosas<br />

temporales hallará más sólidos fundamentos entonces que al presente,<br />

ni los hallará después.<br />

CAPITULO XIV<br />

De la revolución de los siglos, los cuales algunos filósofos los<br />

incluyen dentro de un cierto y limitado fin, y así creyeron que<br />

todas las cosas volvían siempre a un mismo orden y a una misma<br />

especie<br />

No imaginaron los filósofos del siglo que podían, o debían, resolver<br />

de otro modo esta controversia sino introduciendo un circuito<br />

y revolución de tiempos, con que dicen que unas mismas cosas se han<br />

ido renovando y repitiendo siempre en el mundo, y que<br />

así será en adelante, sin cesar jamás, con la revolución de unos<br />

mismos siglos que van y vienen; ya se hagan. estos circuitos y<br />

revoluciones, permaneciendo en su mismo ser el mundo, o ya por<br />

ciertos intervalos, naciendo y muriendo el Universo,<br />

produzca siempre como nuevas unas mismas cosas, las pasadas y las<br />

futuras. De cuyo devaneo no pueden eximir y libertar el<br />

alma, que es totalmente inmortal, aun cuando haya conseguido la<br />

sabiduría, haciéndola que camine sin cesar a la falsa<br />

bienaventuranza y que vuelva sin interrupción a la verdadera miseria.<br />

¿Cómo puede ser verdadera bienaventuranza aquella,<br />

de cuya eternidad jamás está segura el alma, o por no conocer la<br />

futura miseria, procediendo con la mayor ignorancia en la<br />

verdad, o por tener con temor noticia de ella? Pero si de los<br />

infortunios va caminando a la bienaventuranza para nunca jamás


volver a ellos, ya en el tiempo se hace alguna cosa nueva que no<br />

tiene fin de tiempo. ¿Por qué no decir lo mismo del mundo?<br />

¿Y por qué no asimismo de un hombre criado en el mundo para que,<br />

procediendo con la doctrina sana por una senda recta;<br />

excusemos aquellos falsos circuitos y retornos inventados por<br />

engañosos sabios?<br />

Porque las palabras del Eclesiastés sobre Salomón: ; quieren algunos que se refieran a estos circuitos y<br />

revoluciones que vuelven a lo mismo, y lo traen todo a lo mismo;<br />

habiéndolo él dicho, o de las demás cosas de que trata arriba, esto<br />

es, de las generaciones, unas que van y otras que vienen;<br />

de las vueltas que da el sol; de las sendas y caminos de los arroyos<br />

o, a lo menos, de todas las cosas generales y corruptibles.<br />

Porque hubo hombres antes que nosotros, los hay con nosotros y los<br />

habrá después de nosotros. Asimismo animales y árboles,<br />

y aun los mismos monstruos que nacen fuera del curso ordinario,<br />

aunque son entre sí diferentes, y de algunos de ellos se dice<br />

que los hubo una sola vez; sin embargo, en cuanto generalmente son<br />

seres raros y monstruosos, también fueron y los habrá;<br />

pues no es cosa reciente y nueva que nazca un monstruo debajo del<br />

sol. Aunque algunos hayan entendido estas palabras<br />

como si el sabio quisiera decir que todas las cosas fueron ya en la<br />

predestinación de Dios, que por eso no hay cosa nueva<br />

debajo del sol; pero no permita Dios en la fe verdadera que<br />

profesamos, que creamos que estas palabras de Salomón<br />

signifiquen o digan aquellos circuitos y retornos con que ellos<br />

piensan que unas mismas revoluciones de los tiempos y de las<br />

cosas temporales van dándo la vuelta; de manera que -pongamos por<br />

ejemplo- en este siglo Platón, insigne filósofo, enseñó a<br />

sus discípulos en la ciudad de Atenas, en la escuela que se dijo<br />

Academia; y después de innumerables siglos, aunque por muy<br />

largos y prolijos intervalos, pero ciertos y determinados, el mismo<br />

Platón, la misma ciudad, la misma escuela y los mismos<br />

discípulos volvieron a ser y existir, y por innumerables siglos<br />

después volverán a ser. Así que Dios nos libre de que creamos<br />

esto: , a quien con<br />

confianza decimos ahora lo que nos advierte el real profeta: Y me parece que muy al caso les conviene lo que sigue: , no porque ha de venir a dar<br />

la vuelta su vida por los circuitos imaginarios que creen, sino<br />

porque es tal en la actualidad el camino errado que llevan, esto es,<br />

su falsa doctrina.<br />

CAPITULO XV<br />

De la temporal creación del hombre, la cual hizo Dios, no con nuevo<br />

acuerdo o consejo ni con voluntad mudable<br />

¿Y qué maravilla es que andando descaminados en estos circuitos y<br />

círculos no hallen entrada ni salida? Pues ignoran qué<br />

principio tuvo, ni qué fin tendrá el linaje humano y esta nuestra<br />

mortalidad; porque es imposible penetrar la alteza de Dios, pues<br />

siendo el Señor eterno y sin principio, sin embargo, por algún<br />

principio, empezaron los tiempos; y al hombre, que jamás había<br />

criado antes, lo hizo en el tiempo, pero no con algún nuevo y<br />

repentino consejo, sino con acuerdo inmutable y eterno. ¿Y quién<br />

podrá comprender esta grandeza incomprensible, e investigar lo que es<br />

incapaz de indagarse; cómo crió Dios en el tiempo con<br />

inmutable voluntad al hombre temporal, antes del cual jamás hubo otro


hombre, y con quien solamente multiplicó el humano<br />

linaje? Porque habiendo ya dicho el mismo real profeta: ; y habiendo después cargado la mano sobre aquellos en cuya<br />

insensata e impía doctrina no se halla para el alma<br />

libertad alguna ni bienaventuranza eterna, añade inmediatamente, ; como si le<br />

dijeran: ¿qué es lo que tú crees, sientes y entiendes? ¿Acaso hemos<br />

de pensar que de improviso vino a Dios la voluntad de<br />

criar al hombre, a quien jamás durante una infinita eternidad había<br />

hecho, siendo Dios, al que nada le puede suceder de nuevo,<br />

y en quien no hay cosa mudable? Y porque oyendo nosotros esta<br />

doctrina no nos inquietara acaso alguna, duda,<br />

inmediatamente respondió hablando con el mismo Dios: .<br />

Sientan, dice, los hombres y estén satisfechos de lo que piensan, e<br />

imaginén lo que les agrade y todo cuanto quieran, y de eso<br />

disputen y conferencien; vos, Señor, conforme a vuestra grandeza y<br />

majestad, la cual no puede comprender ningún<br />

entendimiento humano, multiplicaste los hijos de los hombres. Porque<br />

es asunto muy escabroso, profundo e incomprensible el<br />

querer investigar cómo Dios fue siempre, y cómo quiso hacer<br />

primeramente en algún tiempo al hombre; que nunca antes había<br />

criado, y cómo, sin embargo, no mudó ni de dictamen ni de voluntad.<br />

CAPITULO XVI<br />

Si para que se entienda que fue siempre Señor así como siempre fue<br />

Dios, hemos de creer que no le faltó jamás criatura de<br />

quien fuese Señor; y cómo se puede llamar siempre criado lo que no<br />

puede decirse coeterno<br />

Así como no me atrevo a decir que Dios nuestro Señor alguna vez no<br />

fue Señor así no debo dudar que el hombre no existió<br />

siempre, sino que en algún tiempo fue criado. Pero cuando considero<br />

de quién pudo ser siempre Señor, si la criatura no existió<br />

siempre, temo afirmar cosa alguna, porque me considero a mí mismo, y<br />

advierto también que dice el Apóstol: Entre esta<br />

multitud de ideas que revuelvo y hallo en esta terrena habitación y<br />

casa (que, en efecto, son muchas, y entre ellas hay alguna<br />

en que acaso no pienso, y tal vez sea la verdadera), si dijere que la<br />

criatura fue o existió siempre -cuyo Señor fuese el que es<br />

siempre Señor y nunca dejó de ser Señor-, pero que esta criatura es<br />

ahora una, ahora otra, según los diversos tiempos, para<br />

que así no digamos que hay alguna coeterna a su Criador, que es<br />

contra la fe y buena razón, nos debamos guardar de que<br />

sea un absurdo ajeno de la luz de la verdad, que la criatura mortal<br />

haya sido siempre por el orden y sucesión de los tiempos,<br />

pasando una y sucediendo otra, y que la inmortal no empiece a ser<br />

sino cuando llegaron nuestros siglos, cuando fueron criados<br />

los ángeles (si es que los significa aquella luz que primeramente fue<br />

criada o aquel cielo de quien dice la Sagrada Escritura: ), no habiendo existido<br />

antes de ser formados. Porque si decimos que los inmortales<br />

fueron siempre, no debe entenderse que son coeternos a Dios. Y si<br />

dijeron que los ángeles no fueron criados en el tiempo, sino<br />

que fueron antes de todos los tiempos, para que Dios fuera su Señor,<br />

que nunca fue sino Señor; asimismo me preguntarán: si<br />

es que fueron criados antes de todos los tiempos, ¿pudieron acaso ser<br />

siempre los que fueron hechos? Aquí, por ventura,


parece que se podrá responder: ¿cómo no siempre, puesto que lo que es<br />

en todo tiempo sin inconveniente se dice que es<br />

siempre? Y de tal suerte fueron los ángeles en todo tiempo que fueron<br />

criados antes de todos los tiempos; y si con el cielo<br />

comenzaron los tiempos, ellos eran ya antes del cielo; pero si el<br />

tiempo no tuvo su origen con el cielo, sino que fue todavía antes<br />

del cielo, aunque no en horas, días, meses y años (porque estas<br />

dimensiones de los espacios temporales que continuamente y<br />

con propiedad se llaman tiempos, principiaron con los movimientos de<br />

las estrellas, y así, cuando los crió, dijo Dios: ), sino que existió<br />

el tiempo en algún movimiento mudable, cuyas partes se sucedieron<br />

porque no podían estar juntas; si antes del cielo, digo, en<br />

los movimientos angélicos hubo algo de esto y por eso hubo ya<br />

tiémpo; y los ángeles, después que fueron criados temporalmente, se<br />

movían; así fueron también en todo tiempo, puesto que con<br />

ellos se hicieron los tiempos. ¿Y quién dirá que no fue siempre lo<br />

que, en otro tiempo fue?<br />

Pero si yo les respondiere esto me dirían: ¿cómo no son coeternos a<br />

su Creador si él fue siempre, y ellos fueron siempre? ¿Y<br />

cómo puede decirse que fueron criados si se entiende que fueron<br />

siempre? A esto ¿qué responderemos? ¿Diremos acaso que<br />

fueron siempre, porque fueron en todo tiempo, los que con el tiempo<br />

fueron formados, o con quienes fueron hechos los tiempos,<br />

y que, sin embargo, fueran criados? Porque tampoco podemos negar que<br />

los mismos tiempos fueron criados; aunque ninguno<br />

dude que en todo tiempo hubo tiempo. Porque si en todo tiempo no hubo<br />

tiempo, resultaría que hubo tiempo cuando no hubo<br />

tiempo alguno; ¿y quién habrá tan ignorante que diga esto? Podemos,<br />

pues, decir muy bien: hubo tiempo cuando no era Roma,<br />

hubo tiempo cuando no era Jerusalén, hubo tiempo cuando no era<br />

Abraham, hubo tiempo cuando no era el hombre, y otras<br />

cosas semejantes. Finalmente, si no fue criado el mundo con principio<br />

de tiempo, sino después de algún tiempo, podemos decir:<br />

hubo tiempo cuando no era el mundo; pero decir hubo tiempo cuando no<br />

hubo tiempo alguno, es tan contradictorio, como si uno<br />

dijera hubo hombre cuando no hubo hombre alguno; o había este mundo<br />

cuando no había mundo. Porque si se entiende de<br />

diferentes, de éste y de otro, podrá decirse en cierto modo: hubo<br />

otro hombre cuando no había este hombre; y así podremos<br />

decir bien; había otro tiempo cuando no había este tiempo; pero hubo<br />

tiempo cuando no había tiempo alguno, ¿quién habrá tan<br />

ignorante que lo diga? Así, pues; como decimos que fue criado el<br />

tiempo, aunque el tiempo fue siempre, porque en todo tiempo<br />

hubo tiempo; así también no se sigue que porque siempre fueron los<br />

ángeles, no hayan sido criados; de manera que por lo<br />

mismo se dice que fueron siempre, porque fueron en todo tiempo; y por<br />

eso fueron en todo tiempo, porque en ninguna manera<br />

sin ellos pudo haber tiempo, pues donde no hay criatura alguna con<br />

cuyos inestables movimientos se hagan los tiempos, no<br />

puede haber de ningún modo tiempos; por lo cual, aunque siempre hayan<br />

existido, son criados; y no, aunque siempre fueron,<br />

por eso son coeternos a su Criador. Porque Dios siempre fue con<br />

eternidad inmutable, pero los ángeles fueron criados; mas por<br />

eso se dice que fueron siempre, porque fueron en todo tiempo, y sin<br />

ellos los tiempos en ninguna manera pudieron ser; pero el<br />

tiempo que corre y pasa con mutabilidad no puede ser coeterno a la<br />

eternidad inmutable. Así, pues, aunque la inmortalidad de<br />

los ángeles no pasa en el tiempo; ni ha pasado como si ya no fuese;<br />

ni es futura como si aun no fuese; con todo, sus<br />

movimientos con que se hacen los tiempos pasan de lo futuro a lo<br />

pasado, y por eso no pueden ser coeternos a su Criador, en<br />

cuyo movimiento no podemos decir que fue lo que ya no es, o que ha de<br />

ser lo que aún no es.<br />

Por lo cual, si Dios fuese siempre Señor, siempre tendría criatura<br />

que le sirviese, aunque no engendrada de si mismo, sino


formada por Él de la nada, y no coeterna a su Divina Majestad; porque<br />

era antes que ella, aunque en ningún tiempo sin ella; no<br />

traspasándola en el espacio, sino precediéndola con la eternidad<br />

permanente. Pero cuando respondiere esto a los que me<br />

preguntan: ¿cómo el Creador fue siempre Señor, si no hubo siempre<br />

criatura que le sirviese; o cómo la criatura fue criada y no<br />

es coeterna a su Creador, si siempre fue? Recelo les parezca que más<br />

fácilmente afirmo lo que ignoro que enseño lo que sé.<br />

Vuelvo, pues, a lo que nuestro Creador quiso que supiésemos, porque<br />

las cosas que quiso las supiesen en esta vida los más<br />

sabios, o las que reservó para que las supiesen los que son del todo<br />

perfectos en la otra, confieso que exceden a mis débiles<br />

fuerzas; pero me pareció exponerlas sin afirmar cosa alguna, para que<br />

los que esto leyesen observen de cuántas cuestiones<br />

escabrosas, intrincadas e insolubles se deben excusar, y no presuman<br />

que son idóneos y hábiles para todo; antes más bien<br />

adviertan cuán obedientes debemos ser al saludable precepto del<br />

Apóstol: . Porque si a una criatura<br />

pequeña la sustentaren y dieren de comer conforme al estado de sus<br />

fuerzas, llegará a crecer y a ser capaz de que le alarguen<br />

poco a poco el nutrimiento; pero si le dieren más de lo que exigen<br />

sus fuerzas, antes desfallecerá y no crecerá.<br />

CAPITULO XVII<br />

Cómo ha de entenderse que prometió Dios al hombre vida eterna antes<br />

de<br />

los tiempos eternos<br />

Qué siglos hayan pasado antes de la creación del hombre, confieso que<br />

no lo sé; pero no dudo que ninguna cosa criada es<br />

coeterna a su Creador. Llama también el Apóstol a los tiempos<br />

eternos, y no a los futuros, sino, lo que excita más la admiración,<br />

a los pasados, explicándose con estas palabras: . Y ved aquí, como dice, que hubo anteriores tiempos<br />

eternos, los cuales, sin embargo, no fueron coeternos a Dios, puesto<br />

que no sólo el Señor era antes de los tiempos eternos, sino<br />

que también nos prometió la vida eterna la cual nos manifestó a su<br />

tiempo, esto es, en el tiempo conveniente. ¿Y qué otra<br />

prenda más segura que su Verbo? Porque éste es la vida eterna. Pero ¿<br />

cómo lo prometió, ya que lo prometió efectivamente a<br />

los hombres, que aun no eran, antes de los tiempos eternos, sino<br />

porque en su misma eternidad y en su misma palabra y<br />

Verbo, coeterno al mismo Dios, estaba ya, mediante la alta<br />

predestinación; establecido y decretado lo que a su tiempo debía<br />

ser?<br />

CAPITULO XVIII<br />

Qué es lo que la verdadera fe sostiene sobre el inmutable consejo, y<br />

voluntad de Dios, contra los discursos de los que quieren<br />

que las obras de Dios, derivándolas desde la eternidad, vuelvan<br />

siempre por unos mismos círculos y<br />

revoluciones de siglos<br />

Tampoco pongo en duda en que antes que Dios criase al primer hombre<br />

jamás hubo hombre alguno; ni tampoco que él mismo<br />

volviese a existir no sé con qué circuitos o rodeos, ni al cabo de<br />

cuántas revoluciones; ni otro alguno semejante a él en<br />

naturaleza. Ni de esta fe y creencia me pueden apartar los argumentos


de los filósofos, entre los que se tiene por más agudo<br />

aquel que dice: que con ninguna ciencia pueden comprenderse las cosas<br />

que son infinitas; y así, dicen, las razones que tiene<br />

Dios acerca de las cesas finitas que hizo son finitas; y debemos<br />

creer que su bondad jamás estuvo ociosa, porque no venga a<br />

ser temporal la operación de aquel Señor cuya inacción haya sido<br />

antes eterna, como si se hubiese arrepentido de la ociosidad<br />

primera sin principio, y por esto hubiese comenzado a obrar; por lo<br />

que dicen, es necesario que unas mismas cosas vuelvan<br />

por su orden, y que las mismas pasen y corran para tornar siempre a<br />

volver, ya sea permaneciendo mudable el mundo, en<br />

cual, aunque siempre haya existido sin principio de tiempo, sin<br />

embargo, ha sido criado; ya sea repitiendo siempre y debiendo<br />

repetir con aquellos circulos y revoluciones su nacimiento y ocaso;<br />

porque si dijésemos que alguna vez comenzaron<br />

primeramente las obras de Dios, no se entienda que condenó de modo<br />

alguno aquella su primera inacción sin principio como<br />

ociosa y sin destino, y que por eso, como poco satisfecho de ella, la<br />

mudó. Si dijeren que siempre estuvo haciendo las cosas<br />

temporales, aunque ahora unas, ahora otras, y así llego también a<br />

formar al hombre, que nunca antes había criado, parecerá<br />

que hizo lo que hizo con cierta casual inconstancia, y no con la<br />

ciencia (con la que imaginan no puede comprender cualesquiera<br />

infinito), sino como por acaso, como le vino a la imaginación. Pero<br />

si admitimos, dicen, aquellos circuitos y rodeos con que (o<br />

permaneciendo el mundo o mezclando con los propios circuitos sus<br />

volubles nacimientos y ocasos) se vuelven a hacer las<br />

mismas cosas temporales, ni atribuiremos a Dios el ocio vergonzoso de<br />

una tan larga duración sin principio, ni la impróvida<br />

temeridad de sus obras; porque si no se repiten y vuelve a hacer las<br />

mismas, no puede ninguna ciencia o presciencia suya<br />

comprender la infinidad de ellas variadas con tanta diversidad.<br />

De esos argumentos con que los infieles procuran torcer del camino<br />

recto a nuestra sencilla y piadosa fe, para que andemos<br />

con ellos alrededor, aun cuando la razón no los pudiera refutar, la<br />

fe se debiera reir. Además, que con el favor de Dios nuestro<br />

Señor, estos volubles circulos que inventa la opinión los deshace la<br />

razón clara y manifiesta, por cuanto en esto se engañan,<br />

queriendo más caminar en su falso círculo que por el verdadero y<br />

derecho camino; pues miden el entendimiento divino del todo<br />

inmutable, capaz de cualquiera infinidad, y que enumera todo lo<br />

innumerable sin ninguna sucesión alternativa de su<br />

pensamiento, con el suyo, que es humano, inestable y limitado,<br />

sucediéndoles lo que dice el Apóstol: . Porque como ellos todo cuanto se les antoja hacer<br />

de nuevo, lo hacen con nuevo acuerdo, porque tienen mudable<br />

entendimiento, sin duda que considerando e imaginando, no a<br />

Dios a quien no pueden imaginar, sino a sí mismos por él, no miden ni<br />

comparan a Dios con Dios, sino ellos mismos se<br />

comparan a sí mismos. Pero nosotros no podemos ni debemos creer que<br />

de un modo está dispuesto Dios cuando esta ocioso y<br />

de otro cuando obra, porque no puede decirse que se dispone, como si<br />

en su naturaleza sucediese y hubiese alguna novedad<br />

que antes no había, por cuanto el que se dispone padece, y es mudable<br />

todo el que padece algo. Así, que no se imagine que<br />

en su inacción haya ociosidad, inercia o pereza, como tampoco en sus<br />

obras, trabajo, conato o industria. Sabe él estando quieto<br />

trabajar, y trabajando estarse quieto. Puede aplicar a la obra nueva<br />

no nuevo acuerdo, sino el acuerdo eterno, y sin<br />

arrepentirse, de que primero hubiese cesado, empezó a obrar lo que<br />

antes no había creado. Pero aunque primero cesó y<br />

después obró (lo cual no sé cómo el hombre pueda entenderlo), esto,<br />

sin duda, que llamamos primero y postrero, estuvo en las<br />

cosas que primero no hubo, y después hubo; pero en Él no mudó alguna<br />

voluntad nueva otra voluntad que antes tuviese, sino


que con una misma sempiterna e inmutable voluntad hizo que las cosas<br />

que crió primero no fuesen hasta que no fueron; y<br />

después fuesen cuando comenzaron a ser; manifestando acaso con esto<br />

maravillosamente a los que pueden ser capaces de<br />

entender estas cosas, que no tenía necesidad de ellas, sino que las<br />

crió por su mera gratuita bondad, habiendo estado sin ellas<br />

en no menor bienaventuranza desde la eternidad sin principio.<br />

CAPITULO XIX<br />

Contra los que dicen que las cosas que son infinitas no las puede<br />

comprender<br />

ni aun la ciencia de Dios<br />

Sobre el otro punto que dicen, que ni la ciencia de Dios puede<br />

comprender las cosas infinitas, les resta el atreverse a decir,<br />

sumergiéndose en este profundo abismo de impiedad, que no conoce Dios<br />

todos los números. Porque éstos es indudable que<br />

son infinitos, pues en cualquiera número que os pareciere parar y<br />

hacer fin, este mismo puede, no digo yo que añadiéndole<br />

uno, acrecentarse, sino que por alto que sea y por inmensa la<br />

multitud que abrace, en la misma razón y ciencia de los números<br />

puede no sólo duplicarse, sino multiplicarse. Y de tal modo cada<br />

número acaba y termina con sus propiedades, que ninguno de<br />

ellos puede ser igual a otro alguno. Así que son desiguales entre sí<br />

y diferentes; cada uno es finito y todos son infinitos. ¿Y que<br />

sea posible que Dios todopoderoso no sepa los números por su<br />

infinidad, y que la ciencia de Dios llegue hasta cierta suma de<br />

números, y que ignore los demás, quién habrá que pueda decirlo, por<br />

más ignorante y necio que sea? Y no es posible que se<br />

atrevan éstos a despreciar los números y decir que no pertenecen a la<br />

ciencia de Dios, pues entre ellos Platón, con grande<br />

autoridad, enaltece a Dios, que fabricó el mundo con números. Y entre<br />

nosotros leemos que se atribuye a Dios el ; de quien dice asimismo el<br />

profeta: , y el Salvador en<br />

el Evangelio: . De<br />

ningún modo dudemos de que conoce todos los números<br />

Aquel .<br />

Así que la infinidad del número, aunque no haya número de<br />

números infinitos, con todo, no es incomprensible a aquel cuya<br />

inteligencia no tiene número. Por lo cual, si lo que comprende la<br />

ciencia se limita con la comprensión del que posee la sabiduría, sin<br />

duda que cualquiera infinidad en cierto modo inefable es finita<br />

y limitada para Dios, pues no es incomprensible a su ciencia. Y así<br />

que la infinidad de los números para la ciencia de Dios, que<br />

la comprende, no puede ser infinita, ¿qué presunción es la nuestra,<br />

que siendo unos hombrecillos nos atrevemos a poner limites<br />

a su ciencia, diciendo que si unas mismas cosas temporales no vuelven<br />

con los mismos circuitos y revoluciones de tiempos, no<br />

puede Dios en todas las cosas que ha hecho, o preverlas para hacerlas<br />

o conocerlas habiéndolas hecho?, cuya sabiduría,<br />

siendo una y varia, y uniformemente multiforme, o de muchas formas,<br />

con tan incomprensible entendimiento comprende todas las<br />

cosas incomprensibles, que si siempre quisiese obrar por más que se<br />

siguiesen cosas nuevas y diferentes de las pasadas, no<br />

pudiera tenerlas desordenadas e imprevistas, ni las previera de<br />

tiempo cercano y próximo, sino que las comprendiera y<br />

abrazara en sí con presciencia eterna.<br />

CAPITULO XX<br />

De los siglos de los siglos<br />

Lo cual, si lo ejecuta así y si se va uniendo entre sí con una<br />

continuada conexión los que acostumbramos llamar siglos de los


siglos, aunque transcurriendo unos y otros con un ordenado desorden y<br />

desemejanza, y permaneciendo, sin embargo, solos<br />

los que se libertan de la miseria en su bienaventurada inmortalidad<br />

sin fin; o si se llaman siglos de siglos, los siglos que<br />

permanecen en la sabiduría de Dios con una inmoble estabilidad como<br />

causas eficientes de estos siglos que pasan con el<br />

tiempo, no me atrevo a definirlo. Porque acaso podrá ser que se llame<br />

siglo lo que son siglos, así como no es otra cosa que cielo<br />

de cielo, que cielos de cielos. Porque cielo llamó Dios al firmamento<br />

sobre el que están las aguas, y, no obstante, dice el real<br />

profeta: Qué cosa sea de estas dos, o si fuera de ambas,<br />

podemos entender alguna otra por , es una<br />

cuestión muy profunda; ni al punto que tratamos impedirá si,<br />

dejándola indecisa, la diferimos para adelante; ya sea que podamos<br />

definir sobre ella, ya sea que, tratándola con más exactitud,<br />

nos hagamos más cautos y reservados, para que en tanta oscuridad no<br />

nos atrevamos y arroguemos la facultad de determinar<br />

decisivamente sobre un negocio tan escabroso, lo que siempre sería<br />

temeraria e inconsiderablemente. Porque al presente<br />

disputamos con los que ponen aquellos circuitos con que entienden que<br />

necesariamente unas mismas cosas vuelven siempre<br />

por sus intervalos y espacios de tiempo. Pero cualquiera de aquellas<br />

dos opiniones acerca de los siglos de los siglos que sea<br />

verdadera no hace al caso para estos circuitos; porque ya sean los<br />

siglos de los siglos, no los que, volvieron por aquella su<br />

revolución, sino los que corren, derivándose unos de otros con una<br />

conexión y trabazón muy concertada, quedando la<br />

bienaventuranza de los libertados certísima, sin que tengan recurso<br />

alguno los trabajos e infortunios; ya los siglos de los siglos<br />

sean eternos, como eficiente de los siglos temporales, como señores<br />

de sus súbditos, aquellas revoluciones con que vuelven<br />

unos mismos no tienen aquí lugar, a las cuales especialmente confunde<br />

y convence la vida eterna de los santos.<br />

CAPITULO XXI<br />

De la impiedad de los que dicen que las almas que gozan de la suma y<br />

verdadera bienaventuranza han de tornar a volver una<br />

y otra vez por los circuitos de los tiempos a las mismas miserias y<br />

aflicciones pasadas<br />

¿Y qué católico temeroso de Dios ha de poder oír que después de haber<br />

pasado una vida con tantas calamidades y miserias (si<br />

es que merece nombre de vida ésta, que con más razón puede llamarse<br />

muerte, tanto más grave que, por amarla, tememos la<br />

muerte que de ella nos libra), que después de tan horrendos males,<br />

tantos y tan horribles, purificados finalmente por medio de la<br />

verdadera religión y sabiduría, lleguemos a la presencia de Dios y<br />

nos hagamos bienaventurados con la contemplación de la<br />

luz incorpórea (participando de aquella inmortalidad inmutable, con<br />

cuyo amor y deseo de conseguirla vivimos), de modo que<br />

nos sea preciso al fin dejarla en algún tiempo; y que los que la<br />

dejan, privados de aquella eternidad, verdad y felicidad, se<br />

vuelvan a enlazar en la mortalidad infernal, en la torpe demencia y<br />

abominable miseria donde vengan a perder a Dios, donde<br />

aborrezcan la verdad, donde por medio de los detestables vicios<br />

vengan a buscar la bienaventuranza; y que esto haya sido y<br />

haya de ser una y otra vez sin ningún fin, por ciertos intervalos y<br />

dimensiones de los siglos que han sucedido y sucederán; y<br />

esto para que Dios pueda en la misma luz de la verdad, no tener<br />

noticia exacta de sus obras que hemos de ser miserables, o<br />

ciertos y limitados circuitos que van y estando en la cumbre de la<br />

suma felicidad vuelven constantemente por nuestras, temamos<br />

que lo habremos falsas felicidades y yerdaderas miserias. Porque si<br />

allá hemos de ignorarrlas, que aunque alternas con la la


calamidad que nos ha de sobrevevolucion incesable, son sempiternas;<br />

más sabia es acá nuestra miseria, porque no puede<br />

cesar de hacer, ni donde tenemos noticia de la ciencia comprender<br />

las cosas que hemos de gozar; y si allá que son inútiles.<br />

¿Quién puede escuchar no se nos ha de esconder la miseria esta<br />

doctrina? ¿Quién daría crédito que esperamos, con más<br />

felicidad pasa? ¿Quién puede sufrirla? Que si su tiempo el alma<br />

miserable; pues, fuese verdad, no sólo con más cordura ha de<br />

subir a la bienaventuranza, se pasara en silencio, sino también que<br />

la bienaventurada, pues decir según mi posibilidad lo que<br />

el suyo ha de volver al estado siento fuera prueba de más sabiduría<br />

de miseria. Y así la esperanza que hay el no saberlo.<br />

Pues si en la eternidad en nuestra desdicha será dichosa, y no hemos<br />

de tener memoria de estas dichada la que hay en<br />

nuestra felicidad, y por eso hemos de ser bienaventurados. Por lo<br />

cual se deduce que puesto aventurados, ¿por qué razón<br />

aquí; con que aquí padecemos los males presentes la noticia que<br />

tenemos de ellas, se nos las tememos los que nos agrava más<br />

esta nueva miseria? Y si nazan y aguardan, con más verdad en la vida<br />

futura necesariamente las seremos siempre miserables<br />

que alguna hemos de saber, a lo menos no las segunda vez<br />

bienaventurados.<br />

Mas porque esta doctrina es falsa más dichosa la esperanza, que allá<br />

el. Y manifiestamente contraria a la religión y posesión del<br />

sumo bien; puesto a la verdad (pues; efectivamenque aquí esperamos<br />

conseguir la vida que, nos promete Dios aquella<br />

verdadera eterna, y allá sabemos que hemos al fin felicidad, de cuya<br />

seguridad estaremos alguna vez de perder la vida<br />

siempre ciertos, sin que la interrumpa aunque no eterna, ninguna<br />

desdicha), sigamos el camino. Y si dijesen que ninguno puede<br />

ser recto que para nosotros es Jesucristo, a aquella bienaventuranza,<br />

si auxiliados de este ínclito caudillo y escuela de esta vida<br />

no hubiere salvador, enderecemos las sendas de estos circuitos y<br />

revoluciones, nuestra fe y desviémonos de este vano donde<br />

alternativamente suceden el absurdo círculo de los impíos. Por<br />

bienaventuranza y la misena, ¿cómo que si el platónico Porfirio<br />

no quiso enseñar que cuanto uno más amare a seguir la opinión de los<br />

suyos acerca de Dios, tanto más fácilmente llegarán a<br />

de estas revoluciones, idas y venidas la bienaventuranza los que<br />

enseñan alternativas de las almas sin cesar un doctrina con<br />

que se enfríe el momento, ya fuese movido por este amor? Porque ¿<br />

quién habrá que la vanidad, ya lo fuese por tener al no<br />

ame más remisa y sabiamente a algún respeto a los tiempos<br />

cristianos, y quien sabe que necesariamente ha de mejor decir<br />

(según insinúo en el libro X) que el alma fue entregada al venir a<br />

dejar y contra cuya verdad y mundo para que conociese los<br />

males, sabiduría ha de sentir; y esto cuando y librada y purificada<br />

de ellos, cuando con la perfección de la bienaventuranza,<br />

volviese al Padre, no padeciese ya y hubiere llegado, según su<br />

capacidad, semejantes mutaciones en su estado, a tener plena<br />

y cumplida noticia de su vida ¿cuánto más debemos nosotros abominar y<br />

huir de ésta sabiduría? Pues ni huir de esta falsedad<br />

contraria amigo puede uno amar fielmente a la fe cristiana?<br />

Descubiertos, pues, si sabe que ha de venir a ser su enemigo ya, y<br />

deshechos estos círculos. Pero Dios nos libre de creer que no habrá<br />

necesidad de decir sea verdad esto, que nos promete<br />

que el género humano no tuvo amenaza una verdadera miseria que de<br />

tiempo, en que empezara a nunca ha de acabarse,<br />

sino que con la existir; pues por no sé qué circuitos interposición<br />

de la falsa bienaventuranza y revoluciones no hay cosa<br />

nueva en el muchas veces y sin fin se ha de ir del mundo que no haya<br />

sido antes por interrumpiendo. Porque ¿qué cosa puede<br />

con ciertos intervalos de tiempos, y después no haya de volver a<br />

ser. Porque si se liberta el alma para no volver más a las<br />

miserias, de manera que nunca antes se ha librado a sí misma, ya se<br />

hace en ella algún efecto que jamás se hizo antes, y ésta


es, en efecto, cosa muy grande, pues es la eterna felicidad que nunca<br />

ha de acabarse. Y si en la naturaleza inmortal ha de<br />

haber tan singular novedad, sin que haya sucedido jamás ni haya de<br />

volver a suceder con ningún circuito o revolución, ¿por<br />

qué porfían que no la puede haber en las cosas mortales? Y si dijeron<br />

que no alcanza el alma ninguna nueva bienaventuranza,<br />

porque torna a dar vuelta a aquella en que siempre estuvo, por lo<br />

menos es nuevo en ella libertarse de la miseria en que nunca<br />

estuvo cuando se libra el infortunio; y también lo es la misma<br />

miseria que nunca hubo. Y si esta novedad no es de las cosas<br />

ordinarias que se gobiernan por la divina Providencia, sino que<br />

sucede al acaso, ¿dónde están aquellos circuitos en quienes no<br />

sucede cosa nueva, sino que vuelven a ser las mismas cosas que antes<br />

fueron? Y si a esta novedad tampoco la eximen del<br />

gobierno de la divina Providencia (ya sea dada el alma a un cuerpo,<br />

ya sea que cayó en él) pueden hacerse cosas nuevas,<br />

que ni antes habían sido hechas, ni son, sin embargo, ajenas y<br />

extrañas del orden natural de las cosas. Y si pudo el alma<br />

forjarse a sí misma por su imprudencia una nueva miseria que no fuese<br />

imprevista a la divina Providencia, de manera que ésta<br />

la incluyese en el orden y gobierno de las cosas, y de tal estado la<br />

misma Providencia la libertase, ¿con qué temeridad y vana<br />

presunción humana nos atrevemos a negar que pueda Dios hacer, no para<br />

sí, sino para el mundo, cosas nuevas que ni antes<br />

las haya hecho ni jamás las haya tenido imprevistas? Y si dijeren que<br />

aunque las almas que se hubieren libertado no han de<br />

caer en la miseria, pero que cuando esto sucede no sucede cosa nueva<br />

en el mundo, porque siempre se han ido librando unas<br />

y otras almas, y se libran y librarán, con esto a lo menos conceden<br />

si es así, que se forman nuevas almas, y en ellas también<br />

nueva miseria y nueva libertad. Porque si dijeren que son las<br />

antiguas y de atrás sempiternas, con las cuales diariamente se<br />

hacen nuevos hombres (de cuyos cuerpos, si han vivido sabia y<br />

rectamente, salen libres, de manera que nunca más vuelven a<br />

la miseria) han de decir, por consiguiente, que estas almas son<br />

infinitas. Pues por grande que se suponga que haya sido el numero<br />

de las almas, no pudiera ser suficiente para los infinitos<br />

siglos pasados, para que de ellas se fuesen haciendo siempre los<br />

hombres, cuyas almas se libraron siempre de esta mortalidad para no<br />

volver después más a ella. No nos podrán explicar de<br />

modo alguno cómo en las cosas de este mundo, que suponen no las<br />

comprende Dios porque son infinitas, haya un número<br />

infinito de almas. Por lo cual, quedando ya excluidas aquellas<br />

revoluciones y círculos con que se suponía que el alma<br />

necesariamente había de volver a unas mismas miserias, ¿qué otra cosa<br />

nos resta que más convenga a la piedad y religión<br />

católica, sino creer que no es imposible a Dios criar cosas nuevas<br />

que jamás hava hecho, y con su inefable presciencia no<br />

tenga voluntad mutable? Pero si el número de las almas que se han<br />

librado y no han de volver ya al estado de la miseria se<br />

puede siempre acrecentar, examínenlo los que discurren con tanta<br />

sutileza sobre limitar la infinidad de las cosas; porque<br />

nosotros cerramos y concluimos nuestro argumento por ambas partes.<br />

Pues si se puede, ¿qué razón hay para negar que se<br />

pudo criar lo que nunca antes fue criado, si el número que nunca<br />

antes hubo de las almas libertadas no sólo se hizo de una vez,<br />

sino que jamás se dejará y acabará de hacer? Y si es necesario que<br />

haya cierto número limitado de almas libertadas que no<br />

vuelvan más a la miseria, y que este número no se acreciente más,<br />

también éste, cualquiera que hubiere de ser, nunca fue. Ni<br />

realmente pudiera crecer y llegar al término de su cantidad sin algún<br />

principio, el cual tampoco existió antes. Para que hubiese<br />

este principio fue criado el hombre, antes del cual no hubo hombre<br />

alguno.<br />

CAPITULO, XXII


De la creación del primer hombre solo, y en él la del linaje humano<br />

Habiendo explicado ya, según lo que permiten nuestras facultades,<br />

esta difícil y espinosa cuestión por la eternidad de Dios que<br />

va criando nuevas especies sin novedad alguna en su voluntad, no será<br />

dificultoso el advertir que fue mucho mejor lo que Dios<br />

hizo cuando de un solo hombre, que crió al principio, multiplicó el<br />

género humano, que si le empezara por muchos. Porque<br />

habiendo criado a los demás animales, a unos solitarios, agrestes y<br />

en cierto modo solivagos, esto es, que apetecen y gustan<br />

más de la soledad y de vivir solos, como son las águilas, milanos,<br />

leones, lobos y todos los demás que son de esta especie; a<br />

otros los hizo aficionados a la sociedad y a vivir congregados para<br />

habitar juntos en bandadas y en rebaños, como son las<br />

palomas, estorninos, ciervos, gamos y otros semejantes; con todo, no<br />

propagó y multiplicó estos dos géneros principiando por<br />

uno, sino mandó que fuesen muchos juntos. Pero el hombre, cuya<br />

naturaleza la criaba en cierto modo intermedia entre los<br />

ángeles y las bestias, de tal suerte, que si se sujetase a su Criador<br />

como a verdadero Señor y guardase con piadosa obediencia<br />

su precepto y mandato, pasase al bando y sociedad de los ángeles<br />

sin intermisión de la muerte, alcanzando la<br />

bienaventurada inmortalidad sin fin, y si usando de su libre voluntad<br />

con soberbia y desobediencia ofendiese a Dios, su Señor,<br />

condenado a muerte viviese bestialmente y fuese siervo de su propio<br />

apetito, y después de la muerte destinado a la pena<br />

eterna; le crió uno y singular, no para dejarlo solo sin la humana<br />

compañía, sino para encomendarle con esto más estrechamente<br />

la unión con la misma compañía y el vínculo de la concordia;<br />

viniéndose a juntar los hombres entre sí, no sólo por la<br />

semejanza de la naturaleza, sino también por el afecto del<br />

parentesco, pues aun a la misma mujer que se había de unir con el<br />

varón no la quiso crear como a él, sino de él, a fin de que todo el<br />

género humano se propagase y extendiese de un solo<br />

hombre.<br />

CAPITULO XXIII<br />

Que supo y previó Dios que el primer hombre que crió había de pecar;<br />

y juntamente vio el número de los santos y piadosos<br />

que de su generación, por su gracia, había de trasladar a la compañía<br />

de los ángeles.<br />

No ignoraba Dios que el hombre había de pecar, y que, estando ya<br />

sujeto a la muerte, había de procrear y propagar hombres<br />

asimismo sujetos a la muerte, y que habían de excederse sobremanera<br />

los mortales con la licencia y demasía de pecar; que<br />

más seguras y pacíficas habían de vivir entre sí, sin tener voluntad<br />

racional, las bestias de una especie (cuya propagación<br />

empezó de muchas, parte en el agua y parte en la tierra) que los<br />

hombres, cuya generación para fomentar la concordia se<br />

comenzó a propagar de uno solo. Porque nunca han traído tales guerras<br />

entre sí los leones o los dragones, como los hombres.<br />

Pero consideraba al mismo tiempo Dios que con su gracia había de<br />

convidar y llamar al pueblo piadoso y devoto a su adopcion;<br />

y que, absuelto de los pecados y justificado por el Espíritu Santo,<br />

le había de unir inseparablemente con los santos ángeles en la<br />

paz eterna, habiendo destruido al último enemigo, que es la muerte;<br />

al cual pueblo le había de ser no de poca importancia la<br />

consideración de cómo Dios, para manifestar a los hombres cuán acepta<br />

le es también la unión entre muchos, crió al linaje<br />

humano y le propagó de un solo individuo.<br />

CAPITULO XXIV


De la naturaleza del alma del hombre, criada a imagen y semejanza de<br />

Dios<br />

Crió Dios al hombre a imagen y semejanza suya, porque le dio una alma<br />

de tal calidad, que por la razón y el entendimiento<br />

fuese aventajada a todos los animales de la tierra, del agua y del<br />

aire, que no tendría otra tal mente. Y habiendo formado al<br />

hombre del polvo o limo de la tierra, y habiéndole infundido una<br />

alma, como dije (ya la hubiese hecho, y se la infundiese<br />

soplando, ya, por mejor decir, la hiciese soplando) y queriendo que<br />

aquel soplo que hizo soplando (¿porque ¿qué otra cosa es<br />

soplar sino hacer soplo?) fuese el alma del hombre, también le crió<br />

una mujer para su compañía y auxilio en la generación,<br />

sacándole una costilla del lado, obrando como Dios. Porque no hemos<br />

de imaginar esto al modo común de la carne, como<br />

vemos que los artífices fabrican de cualquier materia cosas terrenas<br />

con los miembros corporales, lo mejor que pueden con la<br />

industria de su arte. La mano de Dios es la potencia de Dios, el cual<br />

aun las cosas visibles las obra invisiblemente. Pero estas<br />

cosas las tienen por fabulosas más que por verdaderas los que miden<br />

por estas obras ordinarias y cotidianas la virtud y<br />

sabiduría de Dios, que sabe y puede sin semilla criar la misma<br />

semilla; pero las que primeramente crió Dios, porque no las<br />

entienden, las imaginan infielmente, como si estas mismas cosas que<br />

saben y entienden acerca de las generaciones y partos de<br />

los hombres, contándolas a los que no tuvieran experiencia de ellas<br />

ni las supieran, no se les hiciesen más increíbles, aunque<br />

hay muchos que estas mismas las atribuyen antes a las causas<br />

corporales de la naturaleza que a las admirables obras de la<br />

divina Providencia.<br />

CAPITULO XXV<br />

Si puede decirse que los ángeles han criado alguna criatura, por<br />

mínima que sea<br />

Pero en estos libros no tratamos ni disputamos con los que no creen<br />

que la Majestad Divina es el autor de estas cosas o el que<br />

cuida de ellas. Con todo, aquellos que creen a su Platón y sostienen<br />

que el sumo Dios que hizo el mundo no crió, sino que con<br />

su licencia o mandato, otros menores, que él mismo hizo, criaron<br />

todos los animales mortales, y entre ellos al hombre, para que<br />

obtuviese el lugar más principal y más próximo a los mismos dioses;<br />

si estuviesen exentos de la superstición con que pretenden<br />

demostrar que justamente los adoran y ofrecen sacrificios como a<br />

autores y criadores suyos, fácilmente se librarán también de la<br />

falsedad y engaño de esta opinión. Porque no es lícito creer o<br />

afirmar que otro que Dios sea criador de ninguna criatura por<br />

mínima y mortal que sea, aun antes que pueda ésta dejarse entender. Y<br />

así, los ángeles, a quienes ellos con más gusto llaman<br />

dioses, aunque aplican, o mandándoselo Dios o permitiéndoselo, su<br />

operación a las cosas que se crían en el mundo, sin<br />

embargo, no son más criadores de los animales que lo son los<br />

labradores de las mieses y plantas.<br />

CAPITULO XXVI<br />

Que la naturaleza y forma de todas las criaturas no se hace sino por<br />

obra divina<br />

Porque habiendo dos especies de formas, una que se da exteriormente a<br />

cualquiera materia corporal, como son las que<br />

fabrican los alfareros y carpinteros y otros artífices semejantes,<br />

que forjan y hacen figuras y formas parecidas a los cuerpos de<br />

los animales; y otra que interiormente tiene sus causas eficientes,<br />

según el secreto y oculto albedrío de la naturaleza que vive y


entiende; la cual, no sólo hace las formas naturales de los cuerpos,<br />

sino también las mismas almas de los animales al nacer; la<br />

primera forma se puede atribuir a cualesquiera artífices, pero esta<br />

otra no, sino solamente a Dios criador y autor de todos las<br />

cosas visibles e invisibles, que crió al mundo y a los ángeles sin<br />

ningún mundo y sin ningunos ángeles.<br />

Porque con aquella virtud divina, y, por decirlo así, efectiva, que<br />

no sabe ser hecha, sino hacer (con que recibió la forma,<br />

cuando se hizo, el mundo, la redondez del cielo y la redondez del<br />

sol) con la misma virtud divina y efectiva, que no sabe ser<br />

hecha, sino hacer, recibió forma la redondez del ojo y la redondez de<br />

la manzana, y las demás figuras naturales que vemos se<br />

acomodan a todas las cosas que nacen, no extrínsecamente, sino por<br />

virtud y potencia intrínseca del Criador, que dijo: y . Y<br />

así, no sabré decir de qué sirvieron a su Criador la creación de las<br />

demás cosas los ángeles que primeramente Dios crió; porque<br />

ni me atrevo a atribuirles lo que acaso no pueden, ni debo<br />

derogarles lo que pueden. Pero la creación y fábrica de todas<br />

las naturalezas, por la que son naturalezas, con asentimiento de<br />

ellos mismos, la atribuyo a aquel Dios a quien ellos mismos<br />

saben que deben con acción de gracias el ser que tienen. Así que<br />

decimos que no sólo los labradores no son criadores de género<br />

alguno de frutales, puesto que leemos: , mas ni aun la misma tierra, aunque parezca una fecunda<br />

madre de todos, que promueve lo que brota en renuevos<br />

y pimpollos, y lo que está fijo con raíces lo mantiene; porque<br />

asimismo leemos: Por lo que tampoco debemos llamar a la madre<br />

autora y criadora de su hijo, sino antes a aquel que dijo a un siervo<br />

suyo: Y aunque el alma de la que está encinta, estando en esta o<br />

aquella disposición, pueda imprimir algunas cualidades al<br />

fruto de su vientre, como Jacob, que con las varas de diferentes<br />

colores hizo que la cría de sus ganados saliese de diferentes<br />

colores; con todo, aquella naturaleza no la crió ella misma, como<br />

tampoco se hizo a sí misma.<br />

Así que cualesquiera causas corporales o generativas que se apliquen<br />

para la procreación de los seres, ya sea por operación<br />

de los ángeles o de los hombres, o de cualesquiera animales, ya sea<br />

por la conjunción conyugal de varón y hembra, y<br />

cualesquiera deseos, pasiones y mociones del alma de la madre, pueden<br />

ser poderosos para sembrar algunos lineamientos o<br />

colores en los tiernos y suaves embriones; pero a las mismas<br />

naturalezas, que en su género se disponen de este o de aquel<br />

modo, no las hace sino el sumo Dios, cuyo oculto poder, como lo<br />

penetra todo con su inmutable presencia, hace que sea todo lo<br />

que en alguna manera tiene que ser de cualquiera manera, poco o mucho<br />

que le tenga; porque si el Señor no lo hiciera, no<br />

sólo no tuviera tal o tal ser, sino que del todo no pudiera ser. Por<br />

lo cual, si en aquella forma que los artífices dan exteriormente a<br />

las cosas corporales, decimos que a las ciudades de Roma y Alejandría<br />

las fundaron, no los artífices y arquitectos, sino los<br />

reyes: a la una, Rómulo, y a la otra, Alejandro, con cuya voluntad,<br />

acuerdo y orden fueron edificadas; ¿con cuánta más razón<br />

no debemos admitir sino a Dios por aútor y criador de las<br />

naturalezas, que es el que ni hace ser alguno de otra materia, sino<br />

de<br />

la que él mismo hizo y formó, ni tiene otros obreros sino los que él<br />

crió? Y si retirase su putencia fabricadora de las cosas, por<br />

decirlo nsí, no tendrán más ser que el que tuvieron antes que no<br />

fuesen ni existiesen. Antes, digo, en eternidad, no en tiempo;<br />

porque ¿quién otro es el autor de los tiempos sino el que hizo todas


las cosas, con cuyos movimientos alternativos corriesen los<br />

tiempos?<br />

CAPITULO XXVII<br />

De la opinión de los platónicos, que piensan que a los ángeles los<br />

crió Dios, pero que los ángeles son los que crían los cuerpos<br />

humanos<br />

El filósofo Platón quiso que los dioses menores que crió el sumo Dios<br />

fuesen hacedores de los demás animales, recibiendo del<br />

Señor la parte inmortal, y de ellos la mortal. Por lo cual estos<br />

dioses no eran criadores de nuestras almas, sino de los cuerpos. Y<br />

por cuanto Porfirio, por amor de la purificación del alma, dice que<br />

debe huirse de todo lo que es cuerpo, opinando asimismo con<br />

su maestro Platón y con los demás platónicos que los que vivieren<br />

disoluta y torpemente vuelven a los cuerpos mortales para<br />

pagar sus penas (aunque Platón dice que también pasan a los cuerpos<br />

de las bestias, y Porfirio solamente a los de los hombres)<br />

síguese necesariamente que confiesen que estos dioses a que<br />

ellos desean les tributemos adoración como a progenitores<br />

y autores nuestros, no son otra cosa que unos fabricadores y<br />

arquitectos de nuestras cadenas y cárceles, y no nuestros<br />

hacedores, sino crueles carceleros que nos encierran en miserables y<br />

horrendos calabozos, y nos ponen gravísimas e<br />

insufribles prisiones y cadenas. O desistan, pues, los platónicos de<br />

amenazarnos con las penas que resultan a las almas de<br />

estos cuerpos, o no nos prediquen que adoremos a los dioses cuyas<br />

obras que hacen en nosotros, ellos mismos nos exhortan<br />

a que las huyamos en cuanto pudiéremos y nos libremos de ellas,<br />

aunque lo uno y lo otro es falsísimo. Porque ni de esta suerte<br />

satisfacen las almas las penas que deben, tornando de nuevo a esta<br />

vida penal, ni hay otro autor y criador de todos los que<br />

viven así en el cielo como en la tierra, sino Aquel que hizo el cielo<br />

y la tierra. Porque si no hay otra causa para vivir en este<br />

cuerpo mortal sino la de satisfacer a las merecidas penas por las<br />

culpas cometidas, ¿cómo dice el mismo Platón que no pudo<br />

hacerse de otro modo el mundo tan perfectamente hermoso y bueno si no<br />

le llenara Dios de todo género de animales, esto es,<br />

de los inmortales y mortales? Y si nuestra creación, por la que<br />

fuimos criados, aunque mortales, es don y beneficio divino,<br />

¿cómo puede ser pena el volver a estos cuerpos, esto es, a los<br />

divinos beneficios? Y si Dios (lo que es muy común en la<br />

doctrina de Platón) tenía en su eterna inteligencia las ideas y<br />

especies, así como las del Universo, así también las de todos los<br />

animales, ¿cómo no criaba él mismo todas las cosas? ¿Cómo no había de<br />

querer ser artífice de algunas, teniendo su inefable e<br />

inefablemente loable entendimiento arte para hacerlas?<br />

CAPITULO XXVIII<br />

Que en el primer hombre nació toda la plenitud del linaje humano, en<br />

la cual previó Dios la parte que había de ser honrada y<br />

premiada y la que había de ser condenada y castigada<br />

Con razón la verdadera religión le reconoce y predica por autor y<br />

Criador del mundo y de todos los animales, esto es, de las<br />

almas y de los cuerpos. Y entre los terrenos y mortales hizo a su<br />

imagen y semejanza, por la causa que he insinuado, si acaso<br />

no hay otra más oculta, al hombre solamente, pero no lo dejó solo.<br />

Porque nó hay linaje de animal tan desavenido por sus<br />

vicios, ni tan sociable por su naturaleza como éste. Tampoco la<br />

humana naturaleza pudiera testificar más a propósito contra el<br />

vicio de la discordia, o para prevenir que no la hubiese, o para<br />

quitarla cuando la hubiese, que trayéndonos a la memoria aquel<br />

primer padre, a quien por eso quiso Dios criarle único. de quien se


propagase la humana generación, para que con esta<br />

advertencia se viniese a conservar también entre muchos una concorde<br />

unión. Con haberle Dios formado una mujer,<br />

extrayéndola de su costado, nos dio a entender bien claro cuán amada<br />

y querida debe ser la unión del marido y de la mujer. Y<br />

estas obras de Dios por eso son extraordinarias e inusitadas, porque<br />

son primeras. Y los que no las creen tampoco deben<br />

creer que hizo Dios estupendos y admirables prodigios, pues que ni<br />

éstos, si se efectuasen según el curso ordinario de la<br />

naturaleza, se llamarían prodigios. ¿Y qué cosa hay que se haga en<br />

vano bajo un gobierno tan soberano y arreglado de la<br />

Divina Providencia, aunque su causa no sea oculta y secreta? Por lo<br />

que dice el real profeta: La causa porque Dios<br />

hizo a la mujer del costado del varón, y lo que prefiguró<br />

éste, que en cierto modo podemos llamar primer prodigio, lo dire en<br />

otro lugar con el favor del Señor.<br />

Y ahora, porque hemos de poner fin a este libro, consideremos cómo en<br />

el primer hombre, que ante todos fue criado, nacieron,<br />

aunque no según evidencia, sin embargo, según la presciencia de Dios,<br />

en el linaje humano dos compañías o congregaciones<br />

de hombres, como dos ciudades; porque de él habían de nacer, unos<br />

para venirse a juntar con los ángeles malos en las penas<br />

y tormentos, otros con los buenos en el premio eterno por oculto,<br />

pero justo juicio de Dios. Pues, como dice la Sagrada<br />

Escritura: , ni su gracia puede ser injusta,<br />

ni cruel su justicia.<br />

LIBRO DECIMOTERCERO<br />

LA MUERTE, PENA DEL PECADO DE ADÁN<br />

CAPITULO PRIMERO<br />

De la caída del primer hombre, por quien heredamos el ser mortales<br />

Ya que hemos ventilado las escabrosas y difíciles cuestiones sobre el<br />

origen de nuestro siglo y del principio del humano linaje,<br />

parece exige el orden metódico que continuemos la disputa acerca de<br />

la caída del primer hombre, o, por mejor decir, de los<br />

primeros hombres; y del origen y propagación de la muerte del hombre.<br />

Porque no crió Dios a los hombres de la misma<br />

condición que a los ángeles, que, aunque pecasen, no pudiesen morir;<br />

sino de tal condición que, cumpliendo con la obligación<br />

de la obediencia, pudiesen alcanzar, sin intervención de la muerte,<br />

la inmortalidad angélica y la eternidad bienaventurada, y<br />

siendo desobedientes incurriesen en pena de muerte por medio de una<br />

justísima condenación, como lo insinuamos ya en el libro<br />

anterior.<br />

CAPITULO II<br />

De la muerte que puede sufrir el alma, libre del cuerpo, y de aquella<br />

a que está sujeta el alma unida al cuerpo<br />

Paréceme llegado el momento de tratar con más exactitud y<br />

escrupulosidad de los dos géneros de muerte; pues aunque con<br />

verdad se dice que el alma del hombre es inmortal, sin embargo,<br />

padece también su peculiar muerte. Se dice inmortal porque en<br />

cierto modo nunca deja de vivir y sentir, y el cuerpo por eso es<br />

mortal, porque puede faltarle totalmente la vida, y por sí mismo<br />

no puede vivir de modo alguno. Así, que la muerte del alma sucede<br />

cuando la desampara el Señor, así como la del cuerpo<br />

cuando la deja el alma; por lo cual, la muerte del uno y del otro,


esto es, de todo el hombre, sucede cuando el alma, desamparada<br />

de Dios, desampara al cuerpo; porque así ni ella vive con Dios,<br />

ni el cuerpo con ella.<br />

A esta muerte de todo el hombre se sigue aquella a quien la autoridad<br />

de la Sagrada Escritura llama muerte segunda, la cual<br />

nos significó el Salvador cuando dice: ; lo cual, como no acontece antes que el alma se haya juntado<br />

con el cuerpo, sino después, de modo que no haya<br />

fuerza que pueda ya dividirlos y apartarlos, puede causar admiración<br />

que digamos que el cuerpo muere sin que le desampare<br />

el alma; antes si, estando animado y sintiendo, muere atormentado.<br />

Porque en aquella pena última y eterna (de la cual<br />

trataremos cuando sea conducente en su respectivo lugar), muy bien<br />

puede decirse que muere el alma porque no vive con<br />

Dios; pero que muera el cuerpo, ¿cómo puede suceder, si vive con el<br />

alma? No podría de otra conformidad sentir los tormentos<br />

corporales que ha de sufrir después de la resurrección. ¿Diremos,<br />

acaso, que por cuanto la vida, cualquiera que sea, es un<br />

singular bien, y el dolor un mal, por eso tampoco debe decirse que<br />

vive el cuerpo donde el alma no es causa del vivir, sino de<br />

padecer con dolor? Así que vive el alma con Dios cuando vive bien,<br />

porque no puede vivir bien si no es obrando Dios en ella<br />

lo que es bueno; pero el cuerpo vive con el alma cuando el alma vive<br />

en el cuerpo, ya viva ella, ya no viva con Dios. Porque la<br />

vida de los impíos en los cuerpos no es vida de las almas, sino de<br />

los cuerpos, la cual les pueden dar las almas aunque estén<br />

difuntas, esto es, desamparadas de Dios, sin que las deje la propia<br />

vida, cualquiera que sea, por la cual son también inmortales.<br />

Mas en la última y final condenación, aunque el hombre no dejará de<br />

sentir, con todo, porque el mismo sentido ni será suave<br />

por el deleite, ni saludable por la quietud, sino penoso por el<br />

dolor, no sin razón la llaman mejor muerte que vida, y por lo mismo<br />

segunda, porque es después de la primera, con que se hace la división<br />

de las naturalezas que estaban juntas, ya sea de Dios y<br />

del alma, ya sea del alma y del cuerpo; así que de la primera muerte<br />

del cuerpo puede decirse que es buena para los buenos y<br />

mala para los malos; pero la segunda, sin dada, que, como no es de<br />

ningún bien, así para ninguno es buena.<br />

CAPITULO III<br />

Si la muerte, que por el pecado de los primeros hombres se comunicó a<br />

todos los hombres, es también en los santos pena del<br />

pecado<br />

Pero se ofrece una duda que no es razón omitir: si realmente la<br />

muerte, con que se dividen el alma y el cuerpo, es buena para<br />

los buenos. Porque si es así, ¿cómo podrá defenderse que ella sea<br />

también pena del pecado? Pues no incurrieran en ella<br />

seguramente los primeros hombres si no pecaran; ¿y de qué manera<br />

podrá ser buena para los buenos la que no pudo<br />

suceder sino a los malos? Y, por otra parte, si no podía suceder sino<br />

a los malos, ya no podía ser buena para los buenos, antes<br />

no la debieran sufrir; ¿pues para qué había de haber pena donde no<br />

había qué castigar? Por lo cual hemos de confesar que,<br />

aunque Dios crió a los primeros hombres de suerte que si no pecaran<br />

no incurrieran en ningún género de muerte, sin embargo,<br />

a éstos que primeramente pecaron, los condenó a muerte de modo que<br />

todo lo que naciese de su descendencia estuviese<br />

también sujeto al mismo castigo, puesto que no había de nacer de<br />

ellos otra cosa de lo que ellos habían sido. Pues la pena,<br />

según la gravedad de aquella culpa, empeoró la naturaleza de tal<br />

conformidad, que lo que precedió penalmente en los primeros<br />

hombres que pecaron, eso mismo siguiese como naturalmente en los<br />

demás que fuesen naciendo. Porque no se formó el


hombre de otro hombre, así como se formó el hombre del polvo; pues el<br />

polvo para hacer el hombre sirvió de materia, pero el<br />

hombre para engendrar al hombre sirvió de padre. Por lo tanto, no es<br />

la carne lo que es la tierra, aunque de la tierra se hizo la<br />

carne; mientras que lo que es el hombre padre es también el hombre<br />

hijo. Todo el linaje humano que se había de propagar por<br />

medio de la mujer en sus hijos y generación existió en el primer<br />

hombre cuando los dos primeros casados recibieron la divina<br />

sentencia de su condenación; y lo que fue hecho el hombre, no cuando<br />

le crió Dios, sino cuando pecó y fue castigado, eso fue<br />

lo que engendró respecto al origen del pecado y de la muerte.<br />

No quedó el hombre reducido con el pecado o con la pena a la<br />

ignorancia y debilidad del alma y cuerpo que observamos en<br />

los niños (que en esta ignorancia e imbecilidad quiso Dios que<br />

entrasen en la vida, como los hijos de las bestias, los tiernos hijos<br />

de los padres que había condenado a una vida y muerte propia de<br />

bestias, como lo dice la Sagrada Escritura: ; y aún<br />

observamos en los niños que en el uso y movimiento de sus<br />

miembros, y en el sentido de apetecer o evitar, son aún más débiles e<br />

indolentes que los más tiernos hijos de los demas<br />

animales, como si la virtud humana con tanta mayor excelencia se<br />

aventajase sobre todos los demás animales, cuanto más se<br />

detiene en dilatar su imperio, retirándole atrás como saeta cuando se<br />

estiva el arco); así que no sólo cayó el primer hombre con<br />

aquella su ilícita y vana presunción, o le arrojaron y condenaron con<br />

justísimo decreto a la rudeza y flaqueza de niños, sino que<br />

la naturaleza humana quedó en él corrompida y mudada, de manera que<br />

padeciese en sus miembros la desobediencia y<br />

repugnancia de la concupiscencia, y quedase sujeta a la necesidad de<br />

morir, y así engendrase lo que vino a ser por su culpa y<br />

por la pena y castigo que en él hicieron, esto es, hijos sujetos al<br />

pecado y a la muerte. Y cuando los niños se libran de esta<br />

sujeción del pecado por la gracia, de Jesucristo, nuestro mediador y<br />

redentor; sólo pueden padecer la muerte que aparta y<br />

divide al alma del cuerpo, pero no pasan a aquella segunda de las<br />

penas eternas, porque están ya libres de la obligación del<br />

pecado.<br />

CAPITULO IV<br />

Por qué a los que están absueltos del pecado por la gracia de la<br />

regeneración no los absuelven de la muerte; esto es, de la<br />

pena del pecado<br />

Pero si alguno dudase creer que sufren también esta muerte, si ésta<br />

es asimismo pena del pecado, aquellos cuya culpa se<br />

perdonó por la gracia, ya está tratada y averiguada esta cuestión en<br />

otro libro que intitulé del Bautismo de los niños, donde dije<br />

que la causa porque quedaba al alma el haber de pasar por la<br />

experiencia de la separación del cuerpo, aunque estuviese<br />

absuelta del vínculo del pecado, era porque si consiguientemente al<br />

sacramento de la regeneración se siguiera luego la<br />

inmortalidad del cuerpo, la misma fe perdiera su fuerza y vigor; la<br />

cual entonces es fe, cuando se aguarda con la esperanza lo<br />

que aún no se ve en la realidad. Y con la virtud y contraste de la fe<br />

en la edad madura habían de llegar a vencer los hombres el<br />

temor de la muerte, lo cual principalmente resplandeció en los santos<br />

mártires; pues de este contraste. y lucha no hubiera, sin<br />

duda, ni victoria ni gloria, porque tampoco pudiera haber este mismo<br />

contraste y batalla si después de la regeneración y<br />

bautismo no pudieran los santos padecer muerte corporal. ¿Y quién<br />

habría que, con los pequeñuelos que se han de bautizar,<br />

no acudiese a la gracia de Jesucristo, principalmente por no


apartarse y dividirse del cuerpo? No se estimaría, pues, la fe por el<br />

premio invisible, ni sería ya fe hallando y recibiendo de contado el<br />

premio de sus fatigas.<br />

Pero de esta otra conformidad con mucha mayor y más admirable ventaja<br />

de la gracia del Salvador, vemos la pena del pecado<br />

convertida en utilidad y aprovechamiento de la justicia; porque<br />

entonces dijo Dios al hombre: , y ahora dice<br />

al mártir: ; entonces le dijo: ; ahora les dice:<br />

. Lo que entonces<br />

debió ponerles freno y temor para no pecar, ahora lo<br />

deben admitir y abrazar para que no pequen; y de esta manera, por la<br />

inefable misericordia de Dios, la misma pena de los<br />

vicios se convierte y trueca en armas para la virtud, y viene a ser<br />

mérito del justo aun el castigo del pecador, porque entonces<br />

se ganó la muerte pecando, y ahora se cumple la justicia muriendo.<br />

Pero esto se entiende en los santos mártires, a quienes el<br />

tirano les propone una de dos, o que abjuren la fe o padezcan la<br />

muerte, porque los justos más quieren, creyendo, padecer lo<br />

que al principio, no creyendo, padecieron los pecadores; pues si<br />

éstos no pecaran, no murieran; pero aquéllos pecarán si no<br />

mueren Así que murieron aquéllos porque pecaron; éstos no pecan<br />

porque mueren; sucedió por culpa de aquéllos que<br />

incurriesen en el castigo; sucede por la pena de éstos que no caigan<br />

en la culpa; no porque la muerte se haya convertido en<br />

cosa buena, siendo antes mala, sino porque Dios dio tanta gracia a la<br />

fe, que la muerte, que, según es notorio, es contraria a la<br />

vida, se viniese a hacer instrumento por el cual se pudiese pasar a<br />

la vida.<br />

CAPITULO V<br />

Que así como los pecadores usan mal de la ley, que es buena, así los<br />

justos usan bien de la muerte, que es mala<br />

Porque el Apóstol, queriendo demostrar cuán poderoso era el pecado<br />

para causar males, cuando falta la ayuda de la gracia, no<br />

dudó llamar a la misma ley, que prohíbe el pecado, virtud del pecado:<br />

Y con mucha<br />

verdad, ciertamente, porque la prohibición acrecienta el<br />

deseo de la acción ilícita cuando no amamos la justicia, de modo que<br />

con el gusto y deleite de ella venzamos el apetito de pecar.<br />

Y para que amemos y nos deleite la verdadera justicia no nos ayuda y<br />

alienta sino la divina gracia. Pero porque no tuviésemos<br />

por mala a la ley, porque la llama virtud del pecado, por eso él<br />

mismo, tratando en otro lugar de esta cuestión, dice de esta<br />

manera: Sobremanera, dijo, porque también se añade<br />

pecado cuando, habiendo aumentado en sí el apetito de pecar, se<br />

desprecia también la misma ley. Pero ¿a qué fin hemos dicho<br />

esto? Para que veamos que así como la ley no es mala cuando<br />

acrecienta el apetito de los que pecan, así tampoco la muerte es<br />

buena cuando aumenta la gloria de los que padecen; cuando la ley se<br />

deja por el pecado y forma prevaricadores y<br />

transgresores, o cuando la muerte se recibe por la verdad, y hace<br />

mártires; y por eso la ley, aunque es buena porque prohíbe<br />

el pecado, y la muerte es mala porque es la paga, recompensa y premio<br />

del pecado, sin embargo, así como los malos y pecadores<br />

usan mal, no sólo de las cosas malas, sino también de las


uenas, así los buenos y justos usan bien, no solamente de las<br />

buenas, sino también de las malas; de donde dimana que los malos usan<br />

mal de la ley aunque la ley sea buena, y que los<br />

buenos mueren bien aunque la muerte sea mala.<br />

CAPITULO VI<br />

Del mal general de la muerte, con que se divide la sociedad del alma<br />

y del<br />

cuerpo<br />

Por lo cual, en cuanto toca a la muerte del cuerpo, esto es, a la<br />

separación del alma del cuerpo, cuando la padecen los que<br />

decimos que mueren, para ninguno es buena, porque el mismo impulso<br />

con que se separa lo uno y lo otro, que estaba en él<br />

viviente unido y trabado, tiene un sentimiento áspero y contrario a<br />

la naturaleza en tanto que dura hasta que se extinga y pierda<br />

todo el sentido que resultaba de la misma unión del alma y del<br />

cuerpo. Toda esta molestia a veces la ataja un golpe en el cuerpo<br />

o un trastorno del alma, y no permite que se sienta, con la presteza;<br />

pero todo aquello que, en los que mueren con grave<br />

sentimiento quita el sentido, sufriéndolo piadosa y fielmente,<br />

acrecienta el mérito de la paciencia, mas no la quita el nombre de<br />

pena. Y así, siendo la muerte, sin duda, por la descendencia<br />

continuada desde el primer hombre, una pena del que nace, con<br />

todo, si se emplea por la piedad y justicia, viene a ser gloria del<br />

que renace; y siendo la muerte retribución y recompensa del<br />

pecado, a veces impetra y alcanza que no se de castigo al pecado.<br />

CAPITULO VII<br />

De la muerte que padecen por la confesión de Jesucristo los que no<br />

están bautizados<br />

Todos aquellos que, sin haber recibido el agua de la regeneración<br />

mueren por la confesión de Jesucristo, les vale ésta tanto<br />

para obtener la remisión de sus pecados, como si se lavasen en la<br />

fuente santa del bautismo; pues si dijo Jesucristo: , en otro lugar le eximió, cuando con<br />

expresiones no menos generales dijo:


que pecase, se había ya convertido en instrumento de donde naciese al<br />

hombre más copioso y abundante el fruto de la justicia.<br />

Así pues, la muerte no debe parecer buena porque la veamos<br />

transformada en una utilidad tan considerable, no por virtud<br />

suya, sino por la divina gracia, la cual determina que la que<br />

entonces se propuso por terror y freno para que no pecaran, ahora<br />

se proponga que la padezcan para que no se cometa pecado; y para que<br />

el cometido se perdone y se conceda a tan plausible<br />

victoria la debida palma de la justicia.<br />

CAPITULO VIII<br />

Que en los santos, la primera muerte que padecieron por la verdad fue<br />

absolución de la segunda muerte<br />

Si reflexionamos con más atención, cuando uno muere fiel y<br />

loablemente por la verdad, también huye de la muerte, pues<br />

padece algún tanto de ella, porque no se le apodere toda y llegue<br />

juntamente la segunda, que jamás se acaba. Sufre que le<br />

separen el alma del cuerpo, para que no se aparte ésta del cuerpo<br />

cuando Dios se encuentre apartado del alma; y cumplida la<br />

primera muerte de todo hombre, venga a caer en la segunda y eterna.<br />

Por lo cual la muerte, como insinué, cuando la padecen<br />

los que mueren y hace en ellos que mueran, para ninguno es buena;<br />

pero se sufre loablemente por conservar o alcanzar el<br />

sumo bien. Mas cuando están en ella los que se llaman ya muertos, no<br />

sin motivo se dice que para los malos es mala, y para los<br />

buenos, buena; porque las almas de los justos, separadas de sus<br />

cuerpos, están ya en descanso, y las de los impíos están<br />

satisfaciendo sus debidas penas, hasta que los cuerpos de las unas<br />

resuciten para la vida eterna, y los de las otras para la<br />

muerte eterna, que se llama segunda.<br />

CAPITULO IX<br />

Si el tiempo de la muerte en que pierden los que mueren el sentido de<br />

la vida, se ha de decir que está en los muertos<br />

Pero ¿cómo hemos de llamar aquel tiempo en que las almas, separadas<br />

de sus cuerpos; están, o participando del sumo bien, o<br />

padeciendo el mayor mal? ¿Diremos que es el momento mismo de la<br />

muerte, o el tiempo que sigue despues de la muerte?<br />

Porque si es después de la muerte, ya no es la misma muerte, que ya<br />

ha pasado, sino la vida presente del alma que sigue<br />

inmediatamente, o buena o mala. Pues la muerte entonces les era mala,<br />

cuando ella existía, esto es, cuando la padecían los que<br />

morían, por serles grave y molesto lo que sentían; y de este, mal y<br />

penalidad usan bien y se aprovechan los buenos. Pero la<br />

muerte que ya ha pasado, ¿cómo puede ser o buena o mala, supuesto que<br />

ya no es? Y si todavía quisieremos considerarlo<br />

con más escrupulosidad advertiremos que no será muerte la que dijimos<br />

que sentían grave y molesta los que morían; porque<br />

entre tanto que sienten, aún viven, y si todavía viven, mejor diremos<br />

que están o existen antes de la muerte, que no en la<br />

muerte; porque cuando ésta llega quita todo el sentido, el cual,<br />

aproximándose la muerte, es penoso y molesto al cuerpo. Por lo<br />

mismo es difícil declarar cómo decimos que mueren o están en la<br />

muerte los que aún no están muertos, sino que acercándose<br />

ya la muerte, están padeciendo una extrema y mortal aflicción; aunque<br />

de éstos digamos con propiedad que se están muriendo;<br />

mas cuando llega la muerte que los amenaza, ya no decimos que se<br />

mueren, sino que están muertos Todos los que están<br />

muriendo están vivos, porque el que se halla en el último período de<br />

la vida, como están, según decimos, los que se encuentran<br />

ya dando el alma, mientras no carecen de alma todavía viven. Luego<br />

juntamente uno mismo es el que está muriendo y el que


vive, aunque se va acercando a la muerte y apartándose de la vida,<br />

pero todavía con la vida, porque reside el alma en el<br />

cuerpo; y aún no está en la muerte, porque aún no se ha despedido del<br />

cuerpo. Y si cuando se ha despedido ya tampoco está<br />

entonces en la muerte, sino después de la muerte, ¿quién podrá decir<br />

cuándo está en la muerte? Porque tampoco habrá alguno<br />

que esté muriendo si nadie puede juntamente estar muriendo y<br />

viviendo, pues entre tanto que está el alma en el cuerpo no<br />

podemos negar que vive. Y si es mejor decir que está muriendo aquel<br />

en cuyo cuerpo ya empieza a mostrarse la muerte, y<br />

nadie puede juntamente estar viviendo y muriendo, no sé cuándo<br />

diremos que está viviendo.<br />

CAPITULO X<br />

Si la vida de los mortales debe llamarse mejor muerte que vida<br />

Porque desde el momento que el hombre comienza a existir y residir en<br />

este cuerpo mortal que ha de morir, no puede evitar<br />

que venga sobre él la muerte, pues lo que hace su mutabilidad en todo<br />

el tiempo de la vida mortal (si es que debe llamarse vida)<br />

es que se acabe por llegar a la muerte. No hay alguno que no esté más<br />

próximo a ella al fin del año que lo estaba antes del<br />

principio del año, y más cercano mañana que hoy, y más hoy que ayer,<br />

y más poco después que ahora, y más ahora que<br />

poco antes; porque todo el tiempo que vamos viviendo lo desfalcamos<br />

del espacio de la vida, cada día se va disminuyendo más<br />

y más lo que resta; de manera que no viene a ser otra cosa el tiempo<br />

de esta vida que una precipitada carrera a la muerte,<br />

donde a ninguno se permite ni parar un solo instante ni caminar con<br />

paso alguno más tardo, sino que a todos los lleva un igual<br />

movimiento: ni les obliga a que caminen con diferente paso, porque el<br />

que tuvo vida más breve no paso más apriesa sus días<br />

que el que la disfrutó más larga, sino que, como al uno y al otro les<br />

fueron arrebatando igualmente unos mismos momentos, el<br />

uno tuvo más cerca y el otro más distante el término adonde ambos<br />

corrían con una misma velocidad; y una cosa es el haber<br />

andado más camino y otra el haber caminado con paso más lento.<br />

Así que el que consume más dilatados espacios de tiempo hasta Ilegar<br />

a la muerte no camina más lentamente, sino que anda<br />

más camino. Y si desde aquella hora principia cada uno a morir, esto<br />

es, a estar en la muerte, desde que comenzó en él a<br />

hacerse la misma muerte, es decir, desde que empezó a desfalcársele<br />

la vida (porque en concluyendo de desfalcarla estará ya<br />

después de la muerte, y no en la muerte), sin duda que desde la hora<br />

que comienza a estar en este cuerpo está en la muerte;<br />

porque ¿qué otra cosa se hace todos los días, horas y momentos, hasta<br />

que, consumida aquella muerte que se iba fabricando,<br />

se cumpla y acabe, y principie ya a ser después de la muerte el<br />

tiempo, que cuando ya se iba desfalcando la vida estaba en la<br />

muerte? Luego nunca se halla el hombre en la vida desde la hora que<br />

está en el cuerpo, y aún le podemos decir más muerto<br />

que vivo, puesto que juntamente no puede estar en la vida y en la<br />

muerte. ¿O acaso diremos que está juntamente en la vida y<br />

en la muerte: en la vida, porque vive hasta que se le desfalque toda,<br />

y en la muerte, porque ya muere cuando se le defrauda la<br />

vida? Porque si no está en la vida, ¿qué es lo que se le desfalca<br />

hasta que se consuma del todo? Y si no está en la muerte,<br />

¿qué es aquello que se le desfalca y quita de la vida? No en vano, en<br />

habiendo faltado toda vida al cuerpo, decimos que ya es<br />

después de la muerte, sino porque estaba en la muerte cuando se le<br />

desfalcaba. Porque si acabado de desfalcar el hombre no<br />

está en la muerte, sino después de la muerte, ¿cuándo, sino cuando se<br />

desfalca, estará en la muerte?<br />

CAPITULO XI


Si puede uno juntamente estar vivo y muerto<br />

Y si es un absurdo el decir que el hombre antes que llegue a la<br />

muerte está ya en la muerte (porque ¿a que muerte diremos<br />

que se va acercando cuando va cumpliendo los días de su vida, si ya<br />

está en ella?), especialmente que es cosa muy dura y<br />

extraordinaria el que se diga que a un mismo tiempo está viviendo y<br />

muriendo, puesto que no puede estar en un solo instante<br />

velando y durmiendo; resta saber cuándo estará muriendo. Porque antes<br />

que venga la muerte no está muriendo, sino viviendo,<br />

y cuando hubiere ya venido estará muerto, y no muriendo. Así que<br />

aquello es todavía antes de la muerte, y esto ya después de<br />

la muerte ¿Cuándo, pues, está en la muerte? Porque entonces está<br />

muriendo; pues<br />

así como son tres cosas cuando decimos: antes de la muerte, en la<br />

muerte y después de la muerte, asi a cada una de éstas<br />

acomodamos otras tres, a cada una la suya cuando está viviendo,<br />

muriendo y muerto. ¿Cuándo diremos que estará muriendo,<br />

esto es, en la muerte, adonde ni esté viviendo, que es antes de la<br />

muerte; ni muerto, que es después de la muerte, sino<br />

muriendo, que es en la muerte? Con gran dificultad puede<br />

determinarse, porque entre tanto que reside el alma en el cuerpo,<br />

principalmente si está con sus sentidos, sin duda que vive el hombre,<br />

que consta de alma y cuerpo, y, por consiguiente, hemos<br />

de decir que todavía es antes de la muerte, y no en la muerte; y<br />

cuando se hubiere partido el alma y quitado todo el sentido del<br />

cuerpo, ya decimos que es después de la muerte, y que está muerto.<br />

Desaparece, pues, entre lo uno y lo otro; cuando está<br />

muriendo o en la muerte; porque si todavía vive es antes de la<br />

muerte, y si dejó de vivir ya es después de la muerte. Así que<br />

nunca puede entenderse y comprenderse cuándo esté muriendo o en la<br />

muerte.<br />

Así también en el discurso del tiempo buscamos el presente y no le<br />

hallamos, porque no tiene espacio alguno aquello por donde<br />

se pasa del futuro nl pretérito. Pero conviene fijar la atención<br />

bastante para que no vengamos de esta manera a decir que no<br />

hay muerte alguna en el cuerpo. Porque si la hay, ¿cuándo es, pues<br />

ella no puede estar en nadie, ni alguno en ella? Cuando<br />

se vive, aun todavía no está, porque esto es antes de la muerte, y no<br />

en la muerte; y si se dejó de vivir, ya no está, porque<br />

también esto es ya después de la muerte, y no en la muerte. Y, por<br />

otra parte, si no hay muerte alguna antes o después, ¿qué<br />

es lo que llamamos antes de la muerte o después de la muerte? Porque<br />

también lo diremos vanamente si no hay muerte alguna.<br />

Y pluguiera, a Dios que, viviendo bien en el Paraíso, hubiéramos<br />

hecho que en realidad de verdad no la hubiera; pero ahora<br />

no sólo la hay, sino que también la que hay es tan molesta, que en<br />

ninguna manera tenemos palabra para explicarla ni traza<br />

alguna para excusarla. Hablemos, pues, conforme al uso y a la<br />

costumbre, porque no es razón que hablemos de otro modo, y<br />

digamos antes de la muerte primero que suceda la muerte, como lo dice<br />

la Sagrada Escritura: Digamos también cuando sucediere: después de la<br />

muerte de fulano o de zutano sucedió esto o aquello;<br />

digamos también del tiempo presente como pudiéramos, así como cuando<br />

decimos: muriendo fulano hizo testamento, y muriendo<br />

dejó esto y aquello a fulano y a zutano, aunque esto en ninguna<br />

manera lo pudo hacer nadie sino viviendo, y lo hizo antes de la<br />

muerte, y no en la muerte. Raciocinemos también, como lo hace la<br />

Escritura, que sin escrúpulo, alguno llama también muertos,<br />

no a los que se hallan después de la muerte, sino en la muerte; y así<br />

dice el real Profeta: Pues hasta que vivan y resuciten se dice muy bien que<br />

están en la muerte, como decimos que está uno metido<br />

en el sueño hasta que despierta; aunque a los que están en el sueño


decimos que están durmiendo; con todo, no podemos<br />

decir del mismo modo a los que ya han muerto que están muriendo.<br />

Porque no mueren todavía los que, respecto a la muerte del<br />

cuerpo, de que tratamos ahora, están ya separados de los cuerpos.<br />

Esto es lo que dije que no se podía explicar con palabras;<br />

¿cómo a los que mueren decimos que viven, o cómo a los que ya han<br />

muerto, aun después de la muerte, todavía decimos que<br />

están en la muerte? Porque ¿cómo se hallan después de la muerte, si<br />

aún están en la muerte, principalmente no pudiendo decir<br />

que están muriendo? Como a los que están en el sueño decimos que<br />

están durmiendo; y a los que en el trabajo, trabajando; y a<br />

los que en la pena, penando; y a los que en la vida, viviendo. Pero a<br />

los muertos, antes que resuciten, decimos que están en la<br />

muerte; y, sin embargo, no podemos decir que están muriendo.<br />

Por lo cual muy a propósito, y no sin que le cuadre, me parece que<br />

sucedió (cuando no fuese por industria humana, quizá por<br />

juicio divino) que este verbo moritur, que es morirse, en el idioma<br />

latino no le pudieron declinar los gramáticos por la regla que<br />

suelen declinarse sus semejantes. Porque del verbo oritur se deriva<br />

el pretérito ortus est y otros semejantes que se declinan<br />

por los participios del tiempo pretérito; pero del verbo moritur, si<br />

preguntásemos el tiempo pretérito, responderán mortuus est,<br />

duplicando la letra u. Porque así decimos mortuus, como fatuus,<br />

arduus, conspicuus y otros tales que no son del tiempo<br />

pretérito, sino que, como sus nombres, se declinan sin tiempo. Mas<br />

como para que se decline lo que no puede declinarse,<br />

pónese y constitúyese un nombre por participio del tiempo pretérito.<br />

Sucedió, pues, muy bien, que así como aquello que significa<br />

no se puede evitar en la realidad, así el mismo verbo no puede<br />

declinarse hablando. Podemos, sin embargo, con el auxilio y<br />

gracia de nuestro Redentor, a lo menos, declinar la muerte segunda.<br />

Porque ésta es la más grave y el colmo de todos los<br />

males, la cual sucede, no por la división del alma y del cuerpo, sino<br />

con la unión de ambos para la pena eterna. En ésta, por el<br />

contrario, no estarán los hombres, antes de la muerte, ni después de<br />

la muerte, sino que siempre se hallarán en la muerte; y,<br />

por consiguiente, nunca viviendo, ni jamás muertos, sino muriendo sin<br />

fin. Pues nunca le sucederá al hombre peor en la muerte<br />

que en donde habrá la misma muerte sin muerte.<br />

CAPITULO XII<br />

Con qué género de muerte amenazó Dios a los primeros hombres si<br />

quebrantasen su mandamiento<br />

Cuando se pregunta ¿con qué especie de muerte amenazó Dios a los<br />

primeros hombres si quebrantaban el mandamiento que<br />

les puso, y si no le guardaban obediencia, si con la del alma o la<br />

del cuerpo, o con la de todo el hombre, o con la que se dice<br />

segunda? Responderemos que con todas. Porque la primera consta de las<br />

dos, y la segunda totalmente de todas. Pues así<br />

como toda la tierra consta de muchas tierras, y toda la Iglesia de<br />

muchas iglesias, así toda la muerte de todas. Porque la primera<br />

consta de las dos: de la del alma y de la del cuerpo; de manera que<br />

la primera sea muerte de todo el hombre, cuando el alma<br />

sin Dios y sin el cuerpo paga por cierto tiempo sus penas; en la<br />

segunda queda el alma sin Dios y con el cuerpo, y satisface las<br />

penas eternas. Así que cuando Dios dijo al primer hombre, a quien<br />

colocó en el Paraíso, acerca del manjar que le mandaba no<br />

comiese: , no sólo<br />

comprendió<br />

aquella amenaza la primera parte de la primera muerte, donde el alma<br />

queda privada de Dios; ni sola la última, donde el cuerpo<br />

queda privado del alma; ni tampoco solamente toda la primera, donde<br />

el alma padece sus penas separada de Dios y del<br />

cuerpo, sino que comprendió todo lo que hay de muerte hasta la


última, que se llama la segunda, después de la cual no hay<br />

otra que la suceda.<br />

CAPITULO XIII<br />

Cuál fue el primer castigo de la culpa de los primeros hombres<br />

Apenas quebrantaron nuestros primeros padres el precepto, cuando los<br />

desamparó luego la divina gracia y quedaron confusos<br />

y avergonzados de ver la desnudez de sus cuerpos. Y así, con las<br />

hojas de higuera, que fueron acaso las primeras que,<br />

estando turbados, hallaron a mano, cubrieron sus partes vergonzosas,<br />

que antes, aunque eran los mismos miembros, no les<br />

causaban vergüenza. Sintieron, pues, un nuevo movimiento de su carne<br />

desobediente como una pena recíproca de su<br />

desobediencia. Porque ya el alma, que se había deleitado y usado mal<br />

de su propia libertad y se había desdeñado de<br />

obedecer a Dios, la iba dejando la obediencia que le solía guardar el<br />

cuerpo, y porque con su propia voluntad y albedrío<br />

desamparó al Señor, que era superior; al criado, que era su inferior,<br />

no le tenía a su albedrío, ni del todo tenía ya sujeta la<br />

carne como siempre la pudo tener si perseverara ella guardando la<br />

obediencia y subordinación a su Dios. Entonces, pues, la<br />

carne comenzó a desear contra el espíritu, y con esta batalla y lucha<br />

nacimos, trayendo con nosotros el origen de la muerte, y<br />

trayendo en nuestros miembros y en la naturaleza viciada y corrompida<br />

la guerra continuada con ella o la victoria contra el<br />

primer pecado.<br />

CAPITULO XIV<br />

De las cualidades con que crió Dios al hombre, y en la desventura que<br />

cayó por el albedrío de su voluntad<br />

Dios crió al hombre recto, como verdadero autor de las naturalezas, y<br />

no de los vicios; pero como éste se depravó en su propia<br />

voluntad, y por ello fue justamente condenado, engendró asimismo<br />

hijos malvados y condenados. Puesto que todos nos representamos<br />

en aquel uno, cuando todos fuimos aquel uno que por la mujer<br />

cayó en el pecado, la cual fue formada de él antes del<br />

pecado. Aún no había criado y distribuido Dios particularmente la<br />

forma en que cada uno habíamos de vivir; pero existía ya la<br />

naturaleza seminal y fecunda de donde habíamos de nacer; de modo que<br />

estando ésta corrupta y viciada por causa del<br />

pecado, obligada al vínculo de la muerte y justamente condenada, no<br />

podía nacer del hombre otro hombre que fuese de distinta<br />

condición. Y así del mal uso del libre albedrío nació el progreso y<br />

fomento de esta calamidad, la cual, desde su origen y principio<br />

depravado, como de una raíz corrompida, trae al linaje humano con la<br />

trabazón de las miserias hasta el abismo de la muerte<br />

segunda, que no tiene fin, a excepción de los que se escapan y<br />

libertan por beneficio de la divina gracia.<br />

CAPITULO XV<br />

Que pecando Addn; primero dejó él a Dios que Dios le dejase a él, y<br />

que la primera muerte del alma fue el haberse apartado<br />

de Dios<br />

Por lo cual, cuando les dijo Dios morte moriemini, moriréis de<br />

muerte, ya que no dijo de muertes, si quisiéremos entender sólo<br />

aquella que sucede cuando el alma queda desamparada de su vida, que<br />

para ella es Dios (que no la desamparó para que ella<br />

desamparase, sino que fue desamparada por haberse desamparado; pues<br />

para el daño suyo primero es su voluntad, mientras<br />

para su bien, primero es la voluntad de su Criador; así para criarla


cuando no era, como para restaurarla y redimirla cuando,<br />

pecando, se perdió) por ello decimos que Dios les amenazó y denunció<br />

esta muerte al decir: ; como si dijera: ; y, sin duda,<br />

que en aquella muerte les amenazó y notificó también las demás que<br />

infaliblemente se habían de seguir de ella. Porque cuando<br />

nació en la carne del alma desobediente el movimiento rebelde y<br />

desobediente, por el cual cubrieron sus partes vergonzosas,<br />

entonces sintieron la primera muerte con que desamparó Dios al alma.<br />

Esta la significaron aquellas palabras cuando,<br />

escondiéndose el hombre, despavorido de miedo, le dijo Dios: No como quien le busca por ignorar<br />

donde estaba, sino por advertirle con la reprensión que considerase<br />

donde estaba al no estar Dios con él. Pero cuando la<br />

misma alma viene ya a desamparar el cuerpo, menoscabado por la edad y<br />

deshecho por la senectud, sucede la otra muerte de<br />

la cual dijo Dios al hombre, procediendo todavía contra el pecado:<br />

, para que con estas dos<br />

se acabase de cumplir aquella primera muerte, que es la de todo<br />

hombre, tras la cual se sigue al último la segunda, si no se<br />

escapa y libra el hombre por el beneficio de la divina gracia. Porque<br />

el cuerpo, que es de tierra, no volviera a la tierra si no<br />

fuera por su muerte, la cual le sucede cuando le desampara su vida,<br />

esto es, su alma. Y así consta entre los cristianos que<br />

tienen la verdadera fe católica, que tampoco la muerte del cuerpo nos<br />

vino por ley de la naturaleza, porque en ella no dio Dios<br />

muerte alguna al hombre, sino que nos la dio en pena y castigo del<br />

pecado; pues castigando Dios al pecado dijo al hombre, en<br />

quien entonces estábamos comprendidos todos: <br />

CAPITULO XVI<br />

De los filósofos que opinan que la separación del alma y del cuerpo<br />

no es por pena o castigo del pecado de desobediencia<br />

Pero los filósofos, de cuyas calumnias procuramos defender la Ciudad<br />

de Dios, esto es, su Iglesia, se ríen y mofan de lo que<br />

decimos, que la división y separación que hace el alma del cuerpo se<br />

debe enumerar entre sus penas; porque, efectivamente,<br />

ellos sostienen que viene a ser perfectamente bienaventurada,<br />

quedando despojada íntegramente de todo lo que es cuerpo,<br />

simple sola, y en cierto modo desnuda vuelve a Dios. En lo cual, si<br />

no hallara en la doctrina de los mismos filósofos fundamentos<br />

con que refutar esta opinión, más prolijidad hubiera de costarme el<br />

demostrarles que el cuerpo no es trabajoso y pesado al<br />

alma, sino solamente el cuerpo corruptible. Esto mismo quiso decir el<br />

sabio (cuyo testimonio citamos en el libro precedente)<br />

cuando dijo ;<br />

pues añadiendo esta voz, corruptible, dice que agrava al<br />

alma, no cualquier cuerpo, sino el que hizo el pecado, con las<br />

cualidades que le siguieron con el castigo; y aun cuando esto no<br />

lo añadiera, no deberíamos entender otra cosa.<br />

Pero confesando con toda claridad Platón que los dioses hechos y<br />

formados por mano del sumo Dios tienen cuerpos inmortales,<br />

y añadiendo que el mismo Dios que los crió les prometió por singular<br />

beneficio el que hará que vivan eternamente con sus cuerpos,<br />

y que con ninguna especie de muerte se separen de ellos, ¿por<br />

qué nuestros adversarios, por sólo el hecho de perseguir<br />

la fe cristiana, fingen ignorar lo que saben, contradiciéndose a sí<br />

mismos, por no dejar de contradecirnos? Estas son las palabras<br />

de Platón, como las refiere Cicerón en latín; introduciendo al sumo<br />

Dios, hablando y diciendo a los dioses que crió:


lo que está ligado se puede disolver; pero no es bueno disolver lo<br />

que está atado con discreción. Porque habéis nacido, no<br />

podéis ser inmortales e indisolubles; no obstante, jamás os<br />

disolveréis, ni hado alguno de muerte os quitará la vida, ni será más<br />

poderoso que mi idea y voluntad, que es vínculo mayor y más fuerte<br />

para vuestra perpetuidad, que el hado a que quedasteis<br />

obligados cuando principió vuestra generación.> Y ved aquí cómo<br />

Platón dice que los dioses, por la mezcla del cuerpo y del<br />

alma, son mortales, y que, sin embargo, son inmortales por la<br />

voluntad del Dios que los hizo. Luego, si es pena del alma el<br />

residir en cualquier cuerpo, ¿por qué hablándoles Dios como temerosos<br />

de que se les entrase casualmente la muerte por sus<br />

puertas, esto es, de que se separasen del cuerpo, les asegura de su<br />

inmortalidad, no por su naturaleza, que es compuesta, y<br />

no simple, sino por su invicta voluntad, con que puede hacer que ni<br />

lo engendrado se corrompa ni lo compuesto se resuelva,<br />

sino que perseveren incorruptibles? Y si es verdad o no lo que en<br />

este particular dice Platón de las estrellas, es otra cuestión;<br />

porque no hemos de concederle incontinente que estos globos<br />

resplandecientes o estas estrellas que con su luz corpórea alumbran<br />

o de día o de noche la tierra, viven con sus almas propias, y<br />

éstas intelectuales y bienaventuradas; lo cual asimismo<br />

constantemente afirma del mismo mundo, como de un animal donde se<br />

contienen todos los demás animales. Pero ésta (como<br />

llevo insinuado) es otra cuestión, la cual no tratamos por ahora de<br />

averiguar; sólo quise insinuarla para refutar a los que se<br />

glorían de ser llamados platónicos, o quieren seguir su doctrina, y<br />

por la vanidad y soberbia de este nombre se ruborizan de<br />

ser cristianos, porque tomando el apellido común como el vulgo, no se<br />

les disminuya y apoque el de los del palio filosófico, que<br />

viene a ser tanto más vano cuanto es menor el número que se halla de<br />

ellos; y buscando qué tachar y reprender en la cristiana<br />

doctrina, dan contra la eternidad de los cuerpos, como si fuera entre<br />

sí contradictorio el que indaguemos la bienaventuranza del<br />

alma y queramos que ésta esté siempre en el cuerpo, como encerrada en<br />

una molesta y miserable prisión; confesando su jefe y<br />

maestro Platón que es merced y beneficio que el sumo Dios hizo a los<br />

dioses formados de su mano que nunca mueren, esto es,<br />

que nunca se separen y dividan de los cuerpos con que una vez los<br />

juntó.<br />

CAPITULO XVII<br />

Contra los que dicen que, los cuerpos terrenos no pueden hacerse<br />

incorruptibles y eternos<br />

Pretenden también estos filósofos que los cuerpos terrestres no<br />

pueden ser eternos, sosteniendo, por otra parte, que toda la<br />

tierra es miembro de su Dios, aunque no del sumo, sino del grande,<br />

esto es, de todo este mundo visible y sempiterno.<br />

Habiéndoles, pues, criado aquel Dios sumo, a otro que ellos imaginan<br />

que es Dios, esto es, a este mundo, digno de preferirse a<br />

todos los demás dioses que están debajo de él; y defendiendo que este<br />

mismo es animal, es, a saber, adornado del alma, según<br />

dicen racional o intelectual, encerrada en la inmensa máquina de su<br />

cuerpo; y habiendo obstinación; de modo que se<br />

contradicen claramente a sí mismos con grandes y prolijas disputas,<br />

afirmando, por una parte, que el alma, para que sea<br />

bienaventurada, no sólo debe huir del cuerpo terreno, sino de todo<br />

género de cuerpo, y asegurando, por otra, que los dioses<br />

disfrutan de almas beatisimas, y que, sin embargo, las tienen en<br />

cuerpos eternos, aunque los celestiales en cuerpos ígneos; y<br />

que el alma del mismo Júpiter, que quieren que sea este mundo, está<br />

contenida o encerrada por todos los elementos corpóreos<br />

de que consta toda esta máquina, principiando desde la tierra hasta<br />

el cielo. Por cuanto esta alma imagina Platón que se difunde


y extiende por números músicos, desde el íntimo medio de la tierra,<br />

que los geómetras llaman centro, hasta las últimas y<br />

extremas partes del cielo; de suerte que este mundo sea un animal<br />

inmenso, beatísimo y eterno, cuya alma, por una parte, tenga<br />

perfecta felicidad de sabiduría, no desamparando su propio cuerpo, y<br />

por otra, que este su cuerpo viva por ella eternamente, y<br />

que, sin embargo, de no ser simple, sino compuesto de tantos y tan<br />

grandes cuerpos, no por eso la puede embotar y<br />

entorpecer. Permitiendo toda esta licencia a sus imaginaciones y<br />

sospechas, ¿por qué no quieren creer que, por la divina<br />

voluntad y poder, pueden los cuerpos terrenos venir a ser inmortales,<br />

donde las almas, sin separarse de ellos con ninguna<br />

especie de muerte, sin gravamen ni apego a ellos, vivan eterna y<br />

felizmente; así como aseguran que pueden vivir sus dioses en<br />

los cuerpos ígneos, y el mismo Júpiter, rey monarca de todos los<br />

números, en todos los elementos corpóreos? Porque si el<br />

alma, para ser bienaventurada, debe huir y, escaparse de todo lo que<br />

es cuerpo, huyan sus dioses de los globos de las<br />

estrellas, huya Júpiter del cielo y de la tierra; o, si no pueden,<br />

repútenlos por miserables. Pero ni lo uno ni lo otro quieren, pues<br />

ni se atreven a dar a sus dioses la separación de los cuerpos, porque<br />

no parezca que los adoran siendo mortales, ni la<br />

privación de la bienaventuranza, por no confesar que son infelices.<br />

Así que para conseguir la eterna felicidad no es necesario<br />

huir de cualesquiera cuerpos, sino de los corruptibles, molestos,<br />

graves y mortales, no cuales los crió la bondad de Dios o los<br />

primeros hombres, sino cuales les obligó a ser la pena del pecado.<br />

CAPITULO XVIII<br />

De los cuerpos terrenos que dicen los filósofos que no pueden estar<br />

en los cielos, porque a lo que es terreno, su peso natural<br />

lo llama y atrae la tierra<br />

Con toda seriedad dicen que el peso natural en la tierra detiene los<br />

cuerpos terrenos o los conduce impelidos por fuerza a la<br />

tierra, por lo que no pueden estar en el cielo. De los primeros<br />

hombres sabemos que estuvieron en una tierra poblada de<br />

bosques y fructífera, que se llamó Paraíso; mas porque a esta<br />

objeción hemos de responder igualmente, así por el cuerpo de<br />

Jesucristo, con que subió glorioso a los cielos, como por los demás<br />

santos, quienes los tendrán en la resurrección, es bien que<br />

consideremos con alguna más singular atención los dichos pesos<br />

terrenos. Porque si el ingenio humano puede hacer con<br />

ciertos artificios que algunos vasos fabricados de metal, cuya<br />

materia, Colocada sobre el agua, luego se hunde, anden todavía<br />

nadando sobre ella, ¿cuánto más creíble y eficazmente puede Dios, con<br />

un oculto y secreto modo de su divina acción (con cuya<br />

omnipotente voluntad, dice Platón, que ni las cosas que no tienen ser<br />

por generación se corrompen, ni las compuestas se<br />

disuelven, siendo más digno de admiración que estén unidas las<br />

incorpóreas con las corpóreas, que cualquiera cuerpo con<br />

cualesquiera cuerpos), puede, digo, dar a los cuerpos y máquinas<br />

terrenas impulso para que no los deprima y tire hacia la<br />

tierra ningún peso; y a las almas, que son ya perfectamente<br />

bienaventuradas, que pongan donde quieran sus cuerpos,<br />

aunque terrenos, pero ya incorruptibles, y que los muevan donde<br />

quieran con una disposición y movimiento facilísimo? Y si<br />

pueden los ángeles arrebatar cualesquiera animales terrenos de<br />

cualquier parte y ponerlos donde quieran, ¿hemos acaso de<br />

creer que no lo pueden hacer sin molestia o que sienten el peso y la<br />

carga? ¿Y por qué no creemos que las almas de los<br />

santos, que por especial gracia y beneficio de Dios son perfectos y<br />

bienaventurados, pueden llevar sin dificultad sus cuerpos<br />

donde quisieren y ponerlos donde fuese su voluntad?<br />

Pues siendo cierto que acostumbramos imaginar llevando a cuestas el


peso de los cuerpos terrenos, que cuanto mayor es la<br />

cantidad tanto mayor es la gravedad, de suerte que oprime y fatiga<br />

más lo que más, pesa; sin embargo, el alma más fácil y<br />

ligeramente lleva los miembros de su cuerpo cuando están sanos y<br />

robustos, que cuando están enfermos y flacos. Y siendo más<br />

pesado cuando le llevan otros, el sano y robusto que el flaco y<br />

enfermo, con todo, él mismo, para mover y traer su cuerpo, es<br />

más ágil cuando, estando bueno y sano, tiene más peso que cuando en<br />

la pestilencia o hambre tiene menos fuerza. Tanto<br />

puede para sustentar aun los cuerpos terrenos, aunque todavía<br />

corruptibles y mortales, no el peso de la cantidad, sino el modo<br />

del temperamento.<br />

¿Y quién podía explicar con palabras la diferencia tan grande que hay<br />

entre la sanidad presente que decimos y la futura<br />

inmortalidad? No arguyan y reprendan, pues nuestra fe los filósofos<br />

por los pesos y los cuerpos. Porque no quiero preguntarles<br />

por qué causa no creen que puede estar en el cielo el cuerpo terreno,<br />

viendo que toda la tierra se sustenta en nada. Porque<br />

quizá parezca verosímil la razón y el argumento que se toma del mismo<br />

lugar medio del mundo, puesto que acude a él todo lo<br />

que es grave.<br />

Sólo quiero decir: si los dioses menores, a quienes Platón dio<br />

facultad para hacer, entre los demás animales terrestres, al<br />

hombre, pudieron, como dice, separar del fuego la calidad que tiene<br />

de quemar y dejarle la de resplandecer, como es la que<br />

sale y resplandece por los ojos, ¿por qué no concederemos al sumo<br />

Dios (a cuya voluntad y potestad concedió él mismo el<br />

privilegio de que no se corrompan y mueran las cosas que tienen ser<br />

por generación, y que cosas tan diversas e<br />

incomparables, como son las corpóreas e incorpóreas entre sí unidas y<br />

conglutinadas, no puedan desunirse y descomponerse<br />

de modo alguno),que pueda desterrar del cuerpo del hombre, a quien<br />

hace la gracia de la inmortalidad, la corrupción, dejarle la<br />

naturaleza; conservarle la congruencia de la figura y de los miembros<br />

y quitarle la gravedad del peso? Pero al fin de esta obra,<br />

si fuese voluntad de Dios, trataremos más particularmente de la fe de<br />

la resurrección de los muertos y de sus cuerpos inmortales.<br />

CAPITULO XIX<br />

Contra la doctrina de los que no creen que fueran inmortales los<br />

primeros hombres si no pecaron<br />

Ahora declaremos lo que principiamos a decir de los cuerpos de los<br />

primeros hombres. Pues ni esta muerte, que dicen es<br />

buena para los buenos, y que la conocen no sólo algunos pocos<br />

inteligentes o creyentes, sino que es notoria a todos; muerte<br />

con que se hace la división del alma y del cuerpo; con la cual, sin<br />

duda, el cuerpo del animal que evidentemente vivía, evidentemente<br />

muere; no les pudiera sobrevenir a ellos si no se siguiera<br />

el mérito del pecado.<br />

Pues aunque no es lícito dudar que las almas de los difuntos piadosos<br />

y justos viven en perpetuo descanso, con todo, les fuera<br />

tanto mejor vivir con sus cuerpos buenos y sanos, que aun aquellos<br />

que son de parecer que de todas maneras es mayor la<br />

felicidad de estar sin cuerpo, convéncense de esta opinión, aunque<br />

contraria a su propio dictamen. Porque ninguno se atreverá<br />

a anteponer sus hombres sabios, que han de morir, o que ya han<br />

muerto, esto es, los que carecen de cuerpos o han de dejar<br />

los cuerpos, a los dioses inmortales, a quienes el sumo Dios, según<br />

Platón, por grande beneficio, les permite una vida<br />

indisoluble, esto es, una compañía eterna con sus cuerpos. Y al mismo<br />

Platón le parece particular felicidad la de los hombres<br />

cuando, habiendo pasado esta vida santa y justamente separados de sus<br />

cuerpos, son admitidos en el seno de los mismos<br />

dioses, que nunca dejan los suyos


lo pasado, puedan volver otra vez al mundo y empiecen<br />

a desear el volver a nuevos cuerpos>; lo que celebran haber dicho<br />

Virgilio siguiendo la doctrina de Platón. Porque de esta<br />

manera entiende que las almas de los mortales no pueden estar siempre<br />

en sus cuerpos, sino que, con la necesidad de la<br />

muerte, se vuelven a disolver; y que tampoco sin los cuerpos duran<br />

perpetuamente, sino que por sus tandas y alternativas<br />

piensa que sin cesar se hacen los vivos de los muertos y los muertos<br />

de los vivos; de modo que parece que la diferencia que<br />

hay de los Sabios a los demás hombres es ésta: que los sabios de la<br />

muerte, suben a las estrellas a descansar cada uno algún<br />

tiempo más en el astro y constelación que más le agrade, y, desde<br />

allí, otra vez, olvidado de la miseria pasada y vencido del<br />

deseo de volver a su cuerpo, vuelve a los trabajos y miserias de los<br />

mortales; pero los que vivieron neciamente, al momento<br />

vuelven a los cuerpos, conforme a sus méritos, o de hombres o de<br />

bestias. En este estado tan duro coloca Platón también a las<br />

almas buenas y sabias, a las cuales no les reparte y distribuye<br />

cuerpos con que puedan vivir siempre inmortalmente, sino que ni<br />

pueden permanecer en los cuerpos, ni sin ellos pueden durar en la<br />

eterna pureza. Ya dijimos en los libros anteriores cómo<br />

Porfirio, en los tiempos cristianos, se avergonzó de esta doctrina de<br />

Platón. y que no sólo eximió a las almas de los hombres de<br />

los cuerpos de las bestias, sino que también quiso que la de los<br />

sabios de tal manera fuesen libres de los vínculos del cuerpo,<br />

que, huyendo de todo lo que es cuerpo, estuviesen junto al Padre<br />

gozando de la bienaventuranza sin fin.<br />

Así que por no parecer inferior a Jesucristo, que promete a los<br />

santos vida eterna, también él a las almas purificadas las colocó<br />

en la eterna felicidad, sin que tengan necesidad de volver a las<br />

miserias pasadas; y por contradecir a Jesucristo, negando la resurrección<br />

de los cuerpos incorruptibles, dijo que habían de vivir<br />

para siempre, no sólo sin los cuerpos terrenos, sino totalmente<br />

sin ningún cuerpo. Sin embargo, a pesar de dicha opinión, no se<br />

atrevió a prohibir a estas almas que se sujetasen y respetasen<br />

con reverencia religiosa a los dioses corpóreos, porque no creyó que,<br />

a pesar de no tener cuerpo alguno, fueran mejores que<br />

ellos. Por lo cual, si no han de atreverse, como entiendo que no lo<br />

han de efectuar, a anteponer las almas de los hombres a<br />

estos dioses felicísimos, aunque tengan cuerpos eternos, ¿por qué les<br />

parece absurdo lo que enseña la fe cristiana, de que a<br />

los primeros hombres los crió Dios de tal suerte que, si no pecaran,<br />

no se apartaran con ninguna muerte de sus cuerpos, sino<br />

que por los méritos de la obediencia fielmente observada, remunerados<br />

con la inmortalidad, vivieran con ellos eternamente; y<br />

que los santos, en la resurrección, han de tener de tal manera los<br />

mismos cuerpos en que aquí fueron afligidos, que ni a su<br />

carne le ha de poder acontecer corrupción alguna o dificultad, ni a<br />

su bienaventuranza algún dolor o infelicidad?<br />

CAPITULO XX<br />

Que los cuerpos de los santos que descansan ahora con esperanza se<br />

han de venir a reparar con mejor calidad que la que<br />

tuvieron los de los primeros hombres antes del pecado<br />

Y por eso al presente las almas de los santos difuntos no sienten<br />

pesar por la muerte con que las separaron de los cuerpos,<br />

porque su carne descansa con esperanza, por mas ignominias que<br />

parezca que han recibido, estando ya fuera de todo sentido.<br />

Y no desean, como opinó Platón, olvidarse de sus cuerpos, sino<br />

acordándose de la promesa de aquel Señor que a ninguno<br />

engaña, el cual les aseguró que no perderían ni un cabello, con gran<br />

deseo y paciencia esperan la resurrección de sus cuerpos<br />

en que padecieran muchos trabajos para no sentirlos ya jamás en<br />

ellos. Pues si no aborrecían a su carne cuando ella con


su flaqueza resistía al espíritu, y la reprimían por el derecho<br />

natural del espíritu, ¡cuánto más la amarán habiendo ella de ser<br />

también espiritual! Porque así como muy a propósito se llama carnal<br />

el espíritu que sirve a la carne, así la carne que sirve al<br />

espíritu se llamará muy bien espiritual; no porque se haya de<br />

convertir en espíritu, como algunos piensan, porque dice la<br />

Escritura: ;<br />

sino porque con suma y admirable facilidad y obediencia se sujeta al<br />

espíritu hasta cumplir la segura voluntad de la indisoluble<br />

inmortalidad, libre ya de todo género de molestia, corruptibilidad y<br />

pesadumbre.<br />

Pues no sólo será cual es ahora, cuando está más robusta y más sana,<br />

pero ni cual fue en los primeros hombres antes que<br />

pecaran; los cuales, aunque no hubiesen de morir si no pecaran, con<br />

todo, usaban como hombres de alimentos, trayendo<br />

consigo cuerpos terrenos, aún no espirituales, sino animales. Los<br />

cuales, aunque no se estragasen con la senectud, de manera<br />

que necesariamente llegasen a morir (el cual estado, por gracia de<br />

Dios, se les concedía en virtud del árbol de la vida, que<br />

estaba juntamente con el árbol vedado en medio del Paraíso); con<br />

todo, comían también de todos los otros manjares,<br />

exceptuando sólo un árbol del que les mandó Dios que no comiesen, no<br />

porque el árbol fuese malo, sino por recomendarnos lo<br />

bueno de la pura y simple obediencia, que es una grande virtud de la<br />

criatura racional, subordinada debajo de su Criador y<br />

Señor. Porque donde no era malo lo que se tocaba, sin duda que si<br />

estando vedado se tocaba, pecábase sólo por la desobediencia.<br />

Así pues, se sustentaban comiendo de otros manjares para que<br />

los cuerpos animales no sintiesen molestia alguna con el<br />

hambre y la sed; y del árbol de la vida comían porque no se les<br />

entrase la muerte de ninguna suerte, o consumidos de la vejez,<br />

en corriendo y pasando los espacios del tiempo se muriesen; como si<br />

todos los demás manjares les sirviesen de sustento y alimento,<br />

y aquel del árbol de la vida de Sacramento; de manera que<br />

entendamos que sirvió el árbol de la vida en el Paraíso<br />

corporal, como en el espiritual, esto es, en el Paraíso inteligible,<br />

la sabiduría de Dios, de quien dice, el sagrado texto .<br />

CAPITULO XXI,<br />

De cómo el Paraíso, donde estuvieron los primeros hombres, se puede<br />

bien entender que nos figura y significa alguna cosa<br />

espiritual, salva la verdad de lo que la Historia refiere del lugar<br />

corporal<br />

Algunos alegorizan y refieren todo el Paraíso, donde dice<br />

verdaderamente la Sagrada Escritura que estuvieron los primeros<br />

hombres, padres del linaje humano, a las cosas inteligibles, y<br />

convierten todos aquellos árboles y plantas fructíferas en virtudes y<br />

costumbres arregladas para vivir bien, como si no hubiera habido<br />

aquellas cosas visibles y corporales, sino que se dijeron o<br />

escribieron así para significarnos las cosas inteligibles. Pero no<br />

debe deducirse de esto que no pudo haber Paraíso corporal,<br />

por cuanto podemos entenderle igualmente que el espiritual, y tanto<br />

valdría asegurar que no hubo dos mujeres, Agar y Sara, y<br />

dos hijos de Abraham habidos en ellas, uno de la esclava y otro de la<br />

libre, porque dice el apóstol que se figuraron en ellas los<br />

dos Testamentos; o que no corrió el agua de la piedra que hirió<br />

Moisés con la vara, porque allí por una significación figurada<br />

puede entenderse también Jesucristo, puesto que dice San Pablo .<br />

Así pues, ninguno contradice que por el Paraíso puede entenderse la<br />

vida de los bienaventurados; por sus cuatro ríos, las<br />

cuatro virtudes cardinales, prudencia, fortaleza, templanza y


justicia; por sus árboles, todas las artes útiles; por el fruto de<br />

los<br />

árboles, las costumbres de los justos; por el árbol de la vida, la<br />

misma sabiduría, madre de todos los bienes; y por el árbol de la<br />

ciencia del bien y del mal, la experiencia del precepto violado.<br />

Porque puso Dios la pena muy a propósito, puesto que, la puso<br />

justamente a los pecadores y, aunque no por su bien, la experimenta<br />

el hombre.<br />

Podemos también acomodar toda esta doctrina a la Iglesia, para que<br />

así lo entendamos mejor, tomando estos objetos como<br />

figuras y profecías de lo venidero; por el Paraíso, a la misma<br />

Iglesia, como se lee de ella en los Cantares; por los cuatro ríos del<br />

Paraíso, los cuatro Evangelios; por los árboles fructíferos, a los<br />

santos; por su fruta, sus obras; por el árbol de la vida, el santo<br />

de los santos, que es Jesucristo, y por el árbol de la ciencia del<br />

bien y del mal, el propio albedrío de la voluntad, pues ni aun de<br />

sí mismo puede el hombre usar muy mal si desprecia la voluntad<br />

divina; y así llega a saber la diferencia que hay cuando abraza<br />

el bien común a todos; o cuando gusta del suyo propio. Porque<br />

amándose a sí mismo, se premia a sí mismo, para que, viéndose<br />

por ello lleno de temores y tristezas, diga aquella expresión del<br />

real Profeta, si es que siente sus males: ; y, enmendado ya, diga: Si estas cosas, y otras semejantes,<br />

pueden decirse más cómodamente para que entendamos espiritualmente el<br />

Paraíso, díganlas en horabuena sin contradicción<br />

alguna, con tal que creamos también la certeza de aquella historia<br />

que nos refiere fielmente lo que pasó en realidad de verdad.<br />

CAPITULO XXII<br />

Que los cuerpos de los santos, después de la resurrección, serán<br />

espirituales, de manera que no se convierta la carne en<br />

espíritu<br />

Así que los cuerpos de los justos que han de hallarse en la<br />

resurrección ni tendrán necesidad de árbol alguno, para que ni la<br />

enfermedad ni la senectud los menoscabe y mueran, ni de otros<br />

cualesquiera corporales alimentos contra la molestia de la<br />

hambre o de la sed, porque infaliblemente y en todas maneras gozarán<br />

del don y beneficio inviolable de la inmortalidad; de<br />

suerte que si quieren comer podrán hacerlo, pero no por necesidad.<br />

Como tampoco comieron los ángeles cuando aparecieron<br />

visible y tratablemente, porque tenían necesidad, sino porque querían<br />

y podían, por acomodarse con los hombres, usando de<br />

cierta benignidad humana en su ministerio. Pues no debemos creer que<br />

los ángeles comieron imaginaria y fantásticamente cuando<br />

vinieron a ser huéspedes de los hombres, aunque a los que<br />

ignoraban si eran ángeles les pareciese que comían con la<br />

misma necesidad que acostumbramos nosotros. Y esto es lo que dice el<br />

ángel en el libro de Tobías: , esto es, pensabais que comía por<br />

necesidad que tenía de reparar el cuerpo, como lo hacéis vosotros.<br />

Pero aunque de los ángeles quizá se puede sostener otra opinión que<br />

sea más creíble, sin embargo, la fe cristiana no pone<br />

duda que nuestro Salvador, después de la resurrección, teniendo ya el<br />

cuerpo espiritual, comió y bebió con sus discípulos,<br />

porque lo que vendrán a perder semejantes cuerpos será la necesidad,<br />

no la potestad o posibilidad y así serán espirituales, no<br />

porque dejarán de ser cuerpos, sino porque se sustentaran y<br />

perseverarán con el espíritu que los vivifica.<br />

CAPITULO XXIII<br />

Qué es lo que debemos entender por el cuerpo animal y por el cuerpo


espiritual; quiénes son los que mueren en Adán y<br />

quiénes los que se vivifican en Cristo<br />

Así como estos que aun no poseen un espíritu vivificante, sino una<br />

alma viviente, se llaman cuerpos animales, no siendo almas,<br />

sino cuerpos, así se denominan espirituales aquellos cuerpos; con<br />

todo, de ninguna manera debemos creer que han de ser<br />

espíritus, sino cuerpos que han de tener substancia de carne, pero<br />

que no han de padecer con el espíritu vivificante imperfección<br />

ni corrupción carnal. Entonces el hombre no será más ya<br />

terreno, sino celestial, no porque el cuerpo que se formó de<br />

la tierra no será el mismo, sino porque, por don del cielo, será tal<br />

que convenga también para morar en el cielo, no por haber,<br />

perdido su naturaleza, sino por haber mudado de calidad. Al primer<br />

hombre, como era de la tierra terreno, le hizo Dios ánima<br />

viviente y no espíritu vivificante, lo cual se le reservaba que<br />

viniera a serlo por mérito de la obediencia. Por eso su cuerpo (que<br />

tenía necesidad de comer y de beber para no tener hambre y sed, y el<br />

árbol de la vida le guardaba de la necesidad de la<br />

muerte y le conservaba en la flor de la juventud, aunque no tuviera<br />

la inmortalidad absoluta e indisoluble) indudablemente no<br />

era espiritual, sino animal, aunque por ninguna razón muriera si no<br />

incurriera pecando en la sentencia con que Dios le había<br />

amenazado.<br />

Y fuera del Paraíso, no faltándole los alimentos, pero no dejándole<br />

gustar del árbol de la vida, viniera a acabar más tarde, con el<br />

tiempo y la senectud, aquella vida, la cual, en el cuerpo, aunque<br />

animal (hasta que se hiciera espiritual por el mérito de la<br />

obediencia), pudo tener perpetua en el Paraíso, si no pecara. Por lo<br />

cual, aun cuando entendamos que juntamente les significó<br />

Dios esta muerte manifiesta con que se hace la división del alma y<br />

del cuerpo en el anatema con que rigurosamente les<br />

amenazó: ; no por eso debe parecer absurdo, porque no<br />

dejaron los cuerpos aquel mismo día en que comieron de la fruta<br />

vedada y mortífera. Pues desde este día se empeoró y corrompió<br />

la naturaleza, y quedando justamente excluida del árbol de la<br />

vida, se le siguió la necesidad de la muerte corporal, con<br />

cuyo fatal destino hemos nacido nosotros.<br />

Por eso no nos dice el Apóstol que el cuerpo morirá por causa del<br />

pecado, sino que dice que Después<br />

prosigue y dice: <br />

Así que entonces tendrá espíritu vivificante el cuerpo que<br />

ahora tiene alma viviente, y, sin embargo, le llama el Apóstol<br />

muerto, porque está ya constituido en la dura necesidad de morir.<br />

Pero en el Paraíso, de tal modo tenía alma viviente, aunque no<br />

espíritu vivificante, que no se podía decir con propiedad muerto,<br />

por cuanto no podía tener necesidad de morir, si no es cometiendo el<br />

pecado.<br />

Habiéndonos Dios significado cuando dijo: la<br />

muerte del alma, que se efectuó desamparándola el<br />

Señor; y cuando dijo: , la<br />

muerte del cuerpo que se verifica al separarse el alma del cuerpo,<br />

debemos creer que no hizo mención de la muerte segunda, porque quiso<br />

que estuviese oculta por causa de la dispensación del<br />

Nuevo Testamento, donde expresamente se nos manifiesta, para que<br />

pnmero se nos hiciese ver que aquella primera muerte,<br />

que es común a todos, vino y procedió de aquel pecado que en uno fue<br />

común a todos; pero la muerte segunda no es común a<br />

todos,


para que él fuese el primogénito entre muchos hermanos>, a<br />

quienes la gracia de Dios, por el mediador, libertó de la segunda<br />

muerte.<br />

Así que, hablando en estos términos el Apóstol, nos da a entender que<br />

fue criado el primer hombre en cuetpo animal; pues<br />

queriendo distinguir este animal que al presente tenemos, del<br />

espiritual que ha de haber en la resurrección: . Después, para<br />

probar está doctrina: Y para demostrar qué cosa es cuerpo<br />

animal, añade: <br />

De este modo nos quiso manifestar qué cosa es cuerpo animal; aunque<br />

el sagrado texto no dijo del primer hombre, que se llamó<br />

Adán, cuando Dios, con su aliento y soplo, crió aquella alma: , sino . Luego, cuando dice el sagrado texto: , quiso el Apóstol que<br />

entendiésemos el cuerpo animal del hombre; y cómo hemos de entender<br />

el espiritual nos lo patentizó, añadiendo: , aludiendo, sin duda, a<br />

Cristo, que resucitó de entre los muertos, de suerte que no puede<br />

ya más morir. Después prosigue y dice: ,<br />

donde con más claridad nos dio a entender cómo nos


Jesucristo, hombre mediador de Dios y de los hombres,<br />

que es a quien entiende por el hombre celestial, pues vino del cielo<br />

para vestirse del cuerpo de la mortalidad terrena y vestir<br />

despúés al cuerpo de la celestial inmortalidad, Por eso llama también<br />

celestiales a los otros; pues por la gracia vienen a ser<br />

miembros suyos, de modo que Cristo viene a ser uno con ellos, como la<br />

cabeza y el cuerpo.<br />

Esto lo dice más claro en la misma epístola con estas palabras: ; no<br />

porque todos los que mueren en Adán hayan de ser miembros<br />

de Cristo (puesto que la mayor parte de ellos irán condenados<br />

eternamente a la muerte segunda), sino que por eso dijo todos,<br />

en los unos y en los otros, en los que mueren y en los que vivirán,<br />

porque así ,como ninguno muere en cuerpo animal, si no es<br />

en Adán, así ninguno revive y resucita en cuerpo espiritual, si no es<br />

en Cristo.<br />

Por eso no debemos imaginar que en la resurrección hemos de tener el<br />

cuerpo de la misma cualidad que le tuvo el primer<br />

hombre antes del pecado; ni aquella expresión con que dice: , debe<br />

entenderse, según lo que se hizo, cometiendo el pecado; porque no<br />

debemos pensar que antes que pecara tuvo cuerpo espiritual,<br />

y que por el pecado y su mérito se mudó en animal.<br />

Los que así opinan atienden poco a palabras de un tan ilustre doctor,<br />

que dice: ; ¿fue, acaso, después de la culpa cuando<br />

éste era el primer estado del hombre a que alude el santo Apóstol,<br />

para demostrar que era cuerpo animal, tomando dicho testimonio<br />

de la ley?<br />

CAPITULO XXIV<br />

Cómo debe entenderse aquel soplo de Dios con que se hizo al primer<br />

hombre alma viviente, o aquel de Cristo Nuestro Señor,<br />

cuando dijo: Tomad el Espíritu Santo<br />

Del mismo modo entendieron algunos con poca consideración aquellas<br />

palabras: Y se<br />

inclinan a creerlo por advertir que Cristo Nuestro Señor, después<br />

que resucitó de los muertos, inspiró y sopló, diciendo a sus<br />

discípulos: Por eso piensan que se hizo<br />

aquí parte de lo que allá pasó, como si aquí también, prosiguiendo el<br />

santo evangelista; dijera: ; lo<br />

cual, si seguramente dijera, entenderíamos que el espíritu de Dios es<br />

una especie de vida de las almas racionales, sin el cual<br />

éstas deben tenerse por muertas, aunque con la presencia de ellas<br />

parezca que viven los cuerpos.<br />

Pero que esto no fue así cuando crió Dios al hombre bastantemente lo<br />

declaran las palabras del Génesis, donde se lee: , cuya expresión,<br />

queriendo algunos interpretarla con más claridad, dijeron: , porque había dicho<br />

arriba: , como si por eso debiera entenderse el barro que se forma con<br />

la humedad y la tierra.<br />

Pero, dicho esto, continúa diciendo la Escritura: , como se lee en los códices<br />

griegos, de cuyo idioma se tradujo al latino la Sagrada Escritura.<br />

Pero dígase formavit o finxit, qúe en griego dice eplasen, aquí


no importa nada, aunque más propiamente se dice finxit; pero los que<br />

dijeron formavit quisieron huir de la ambigüedad porque<br />

en latín es más común decir fingere con respecto a los que componen<br />

alguna cosa fingida y disimuladamente. A este hombre,<br />

pues, formado del polvo de la tierra o del légamo, porque era el<br />

polvo húmedo, y, por decirlo más expresamente, como la Escritura,<br />

polvo de la tierra; a éste digo, nos enseña el Apóstol que<br />

le hizo Dios cuerpo animal cuando le infundió el alma, , esto es, a este polvo formado le<br />

hizo alma viviente.<br />

Pero dirán que ya tenía alma, porque de otra suerte no se llamara<br />

hombre, pues el hombre no es el cuerpo solo o el alma sola,<br />

sino el que consta del alma y cuerpo. Verdaderamente no es el alma<br />

todo el hombre, sino la parte más noble del hombre; ni todo<br />

el hombre es el cuerpo, sino parte inferior del hombre; pero cuando<br />

está lo uno y lo otro juntos, se llama hombre, al cual<br />

nombre, sin embargo, tampoco lo pierden el cuerpo y el alma de por<br />

sí, aun cuando hablemos de cada uno de ellos<br />

separadamente. Porque ¿quién quita que se diga, según la ley<br />

recibida, en el lenguaje ordinario, tal hombre murió y ahora está<br />

en descanso o en penas pudiendo solo decirse esto del alma; y tal<br />

hombre se enterró en tal o en tal lugar, no pudiéndose<br />

entender sino de sólo el cuerpo? Y si dijeren que no suele hablar así<br />

la Sagrada Escritura, por el contrario, ella nos confirma de<br />

manera que, aun cuando estas dos cualidades están unidas y vive el<br />

hombre, sin embargo, a cada cosa de por sí la llama ella<br />

con nombre de hombre, es a saber, al alma; hombre interior, y al<br />

cuerpo, hombre exterior, como si fueran dos hombres, siendo<br />

lo uno y lo otro juntos un hombre.<br />

Pero conviene, saber en qué sentido se dice el hombre imagen y<br />

semejanza de Dios, y en cuál se dice el hombre tierra, y qué<br />

es lo que ha de ir a la tierra. Porque lo primero se dice según el<br />

alma racional que Dios infundió al hombre, esto es, al cuerpo<br />

del hombre, soplando, o, como se dice más a propósito, inspirando, y<br />

lo último se dice respecto del cuerpo, que formó Dios al<br />

hombre del polvo, a quien infundió el alma para que se hiciera cuerpo<br />

animal, esto es, el hombre animal viviente.<br />

Por eso, en lo que practicó Jesucristo nuestro Señor cuando sopló<br />

diciendo: , quiso darnos a<br />

entender que el Espíritu Santo no sólo es Espíritu del Padre, sino<br />

también del mismo Unigénito, porque un mismo Espíritu es el<br />

del Padre y el del Hijo, con quien es Trinidad, el Padre, y el Hijo,<br />

y el Espíritu Santo, no criatura, sino Criador. Pero aquel soplo<br />

corporal que salió de la boca carnal no era substancia o naturaleza<br />

del Espíritu Santo, sino una significación suya, para que<br />

entendiéramos, como insinué, que el Espíritu Santo era común al Padre<br />

y al Hijo, porque no tiene cada uno el suyo, sino que<br />

uno mismo es el de ambos.<br />

Y siempre este Espíritu, en la Sagrada Escritura, en griego se dice<br />

Pneuma, como también en este lugar le llamó el Señor<br />

cuando le repartió a sus discípulos, significándole con el soplo de<br />

su boca corporal; y no me acuerdo que se llame jamás de otra<br />

manera en toda la Escritura. Pero donde se lee:


hombre, sino el espíritu del hombre que está en él?>; ya<br />

sea de las bestias, como se lee en el Eclesiastés: ; ya sea este<br />

espíritu corpóreo, que también llamamos viento, porque este<br />

nombre se halla en el salmo, donde dice: ; ya sea, no el<br />

espíritu criado, sino el Criador, como lo es cuando dice el Señor en<br />

el Evangelio: , significándonosle<br />

con el soplo corporal de su santísima, boca; y donde dice: , donde excelentemente y con la mayor<br />

evidencia se nos declara la Santísima Trinidad; y donde dice:<br />

, como en otros muchos lugares de la Escritura;<br />

pues en todos ellos la versión griega vemos que dice, no<br />

Pnoen, sino Pneuma, y la latina, no soplo, sino espíritu. Por lo<br />

cual, si cuándo dijo inspiró, o, si se dice con más propiedad, sopló<br />

en su cara, le infundió el espíritu de vida, en la versión griega no<br />

se pusiera Pnoen, como en ella se lee, sino Pneuma, tampoco<br />

podría deducirse que necesariamente debíamos entender el Espíritu<br />

Criador, que propiamente se llama en la Trinidad el Espíritu<br />

Santo, puesto que consta, como hemos dicho, que Pneuma se suele<br />

decir, no sólo del Criador, sino también de la criatura.<br />

Pero dirán que cuando dijo espíritu no añadiera de vida, si no<br />

quisiera entender allí el Espírítu Santo, y cuando dijo: no añadiera viventem, viviente, si no sígnificara la<br />

vida del alma que se le comunicó por don y gracia del<br />

Divino Espíritu; porque viviendo el alma -dicen- con su propia vida,<br />

¿qué necesidad había de añadir viviente, sino para que se<br />

entendiese la vida que se le da por el Espíritu Santo? Y esto ¿qué es<br />

sino defender con mucho cuidado la parte de la sospecha<br />

humana, y no atender sino con mucho descuido a la Sagrada Escritura?<br />

Porque ¿qué mucho era, sin ir muy lejos, leer en el<br />

mismo libro poco más arriba: ,<br />

cuando crió Dios todos los animales terrestres? Después,<br />

interponiendo algunos pocos capítulos, aunque en el mismo libro, ¿que<br />

mucho era advertir lo que dice: ? Luego si<br />

hallamos también en las bestias alma viviente y espíritu de<br />

vida, según el estilo de la Sagrada Escritura, y habiendo dicho el<br />

griego asimismo en este lugar, donde se lee, todo lo que tenía<br />

espíritu de vida, no Pneuma, sino Pnoen, ¿por qué no preguntamos qué<br />

necesidad había de añadir viviente, puesto que no<br />

puede ser alma si no vive? ¿O qué necesidad había de añadir de vida,<br />

habiendo dicho espíritu? Entendemos que la Escritura,<br />

según su estilo, dijo espíritu de vida y alma viviente, queriendo dar<br />

a entender los animales, esto es, los cuerpos animados, que<br />

por el alma participan también de estos sentidos visibles del cuerpo.<br />

Pero en la creación del hombre no reparamos en cómo suele hablar la<br />

Escritura, habiendo hablado totalmente conforme a su<br />

estilo, por darnos a conocer que el hombre, aun después de haber<br />

recibido el alma racional (la cual quiso dar a entender que<br />

fue criada, no de la tierra, ni del agua, como toda carne, sino del<br />

aliento y soplo de Dios), fue, sin embargo, criado de modo que<br />

viviese en cuerpo animal; lo que sucede viviendo en él el alma, como<br />

viven aquellos animales de quienes dijo: produzca la<br />

tierra almas vivientes, y asimismo los que dijo que tuvieran en sí<br />

espíritu de vida, donde también el griego no escribe Pneuma,<br />

sino Pnoen, declarando con este nombre, sin duda, no el Espíritu<br />

Santo, sino el alma de estos animales.<br />

Pero, no obstante, dicen ellos, se deja entender que el soplo de Dios<br />

salió de la boca de Dios, el cual, si creyéremos que es el<br />

alma, habremos de confesar que es de su misma substancia e igual que<br />

aquella sabiduría, que dice: <br />

Pero es de advertir que no dijo la sabiduría que la sopló<br />

Dios de su boca, sino que ella salió de su boca. Porque así


como nosotros podemos hacer, no de nuestra naturaleza de hombres,<br />

sino de este aire que nos circunda y con que respiramos,<br />

un soplo cuando soplamos, así Dios todopoderoso, no de su naturaleza,<br />

ni de alguna materia criada, sino de la nada, pudo<br />

hacer un soplo, el cual con mucha conveniencia se dijo que le inspiró<br />

y sopló para infundirle en el cúerpo del hombre, siendo él<br />

incorpóreo y el soplo también incorpóreo, pero él inmutable y el<br />

soplo mudable; porque siendo él no criado, le infundió criado.<br />

Mas para que entiendan los que quieren hablar de las Escrituras y no<br />

advierten las frases y metáforas con que habla la<br />

Escritura, que no solamente se dice que sale de la boca de Dios lo<br />

que es su igual o de su misma naturaleza, oigan o lean lo<br />

que dice Dios en el sagrado texto: <br />

Así que no hay razón alguna para que resistamos o contradigamos a las<br />

palabras evidentes y claras del Apóstol cuando,<br />

distinguiendo el cuerpo animal del cuerpo espiritual, esto es, este<br />

en que en la actualidad existimos, de aquel en que hemos de<br />

estar después, dice:


perseveraran sin pecar? Pero por ser ya tiempo de concluir<br />

este libro, y una cuestión tan célebre no es justo atropellarla,<br />

siendo cortos en su examen y exposición, la suspenderemos para<br />

tratarla con más comodidad y claridad en el libro siguiente.<br />

LIBRO DECIMOCUARTO<br />

EL DESORDEN DE LAS PASIONES, PENA DEL PECADO<br />

CAPITULO PRIMERO<br />

Por la desobediencia del primer hombre, todos caerían en la eternidad<br />

de la segunda muerte, si la gracia de Dios no librase a<br />

muchos<br />

Dijimos ya en los libros precedentes cómo Dios, para unir en sociedad<br />

a los hombres, no sólo con la semejanza de la<br />

naturaleza, sino también para estrecharlos en una nueva unión y<br />

concordia con el vínculo de la paz por medio de cierto<br />

parentesco, quiso criarlos y propagarlos de un solo hombre; y cómo<br />

ningún individuo del linaje humano muriera si los dos<br />

primeros, creados por Dios, el uno de la nada y el otro del primero,<br />

no lo merecieran por su desobediencia; los cuales<br />

cometieron un pecado tan enorme, que con el se empeoró la humana<br />

naturaleza, trascendiendo hasta sus más remotos<br />

descendientes la dura pena del pecado y la necesidad irreparable de<br />

la muerte, la cual, con su despótico dominio, de tal suerte<br />

se apoderó de los corazones humanos, que el justo y condigno rigor de<br />

la pena llevara a todos como despeñados a la muerte<br />

segunda, sin fin ni término, si de ella no libertara a algunos la<br />

inmerecida gracia de Dios. De donde ha resultado que, no<br />

obstante el haber tantas y tan dilatadas gentes y naciones esparcidas<br />

por todo el orbe, con diferentes leyes y costumbres, con<br />

diversidad de idiomas, armas y trajes, con todo no haya habido más<br />

que dos clases de sociedades, a quienes, conforme a<br />

nuestras santas Escrituras, con justa causa podemos llamar dos<br />

ciudades: la una, de los hombres que desean vivir según la<br />

carne, y la otra, de los que desean vivir según el espíritu, cada una<br />

en su paz respectiva, y que cuando consiguen lo que<br />

apetecen viven en peculiar paz.<br />

CAPITULO II<br />

El vivir según la carne se debe entender no sólo de los vicios del<br />

cuerpo, sino también de los del alma<br />

Conviene, pues, examinar en primer lugar qué es vivir según la carne<br />

y qué según el espíritu; porque cualquiera que por vez<br />

primera oyese estas proposiciones, desconociendo o no penetrando cómo<br />

se expresa la Sagrada Escritura, podría imaginar<br />

que los filósofos, epicúreos son los que viven según la carne, dado<br />

que colocan el sumo bien y la bienaventuranza humana en<br />

la fruición del deleite corporal, así como todos aquellos que en<br />

cierto modo han opinado que el bien corporal es el sumo bien del<br />

hombre, como el alucinado vulgo de los filósofos que, sin seguir<br />

doctrina alguna, o sin filosofar de esta manera, estando inclinados<br />

a la sensualidad, no saben gustar sino de los deleites que<br />

reciben por los sentidos corporales; y que los estoicos, que<br />

colocan el sumo bien en el alma, son los que viven según el espíritu,<br />

puesto que el alma humana no es otra cosa que un<br />

espíritu. Sin embargo, atendiendo el común lenguaje de las sagradas<br />

letras, es cierto que unos y otros viven según la carne,<br />

porque llama carne no sólo al cuerpo del animal terreno y mortal,<br />

como cuando dice:


de las aves y la de los peces>, sino que usa con diversidad de<br />

la significación de este nombre; y entre estos distintos modos de<br />

hablar, muchas veces también al mismo hombre, esto es, a la<br />

naturaleza humana, suele llamar carne, tomando, conforme al estilo<br />

retórico, el todo por la parte, como cuando dice: ¿Qué quiso<br />

dar aquí a entender sino ningún hombre? Lo cual, con<br />

mayor claridad lo dice después. ; y escribiendo a los gálatas, les dice: justificarse por las obras de la ley.><br />

Conforme a esta doctrina se entiende aquella expresión del sagrado<br />

cronista: , esto es, hombre;<br />

la cual, como no la comprendieron bien algunos, imaginaron que<br />

Jesucristo no tuvo alma humana, porque así como el todo se<br />

toma por la parte en el sagrado Evangelio, cuando dice la Magdalena:<br />

, hablando solamente de la carne de Jesucristo, la que,<br />

después de sepultada, pensaba la habían sacado de la<br />

sepultura, así también por la parte se entiende el todo, y diciendo<br />

la carne se entiende el hombre, como en los lugares que<br />

arriba hemos alegado.<br />

De modo que dando la Sagrada Escritura a la carne diversas<br />

significaciones, las cuales sería largo buscar y referir, para que<br />

podamos deducir qué cosa sea vivir según la carne (lo cual, sin duda,<br />

es malo, aunque no sea mala la misma naturaleza de la<br />

carne), examinemos con particular cuidado aquel lugar de la Epístola<br />

de San Pablo a los Gálatas: <br />

Todo este lugar del Apóstol, considerado con la madurez y atención<br />

correspondiente para el negocio presente, podrá<br />

resolvernos esta cuestión: qué es el vivir según la carne. Porque<br />

entre las obras de la carne que dijo eran notorias, y<br />

refiriéndolas, las condenó, no sólo hallamos las que pertenecen al<br />

deleite de la carne, como son las fornicaciones, inmundicias,<br />

disoluciones, embriagueces y glotonerías, sino también aquellas con<br />

que se manifiestan los vicios del ánimo, que son ajenos al<br />

deleite carnal; porque ¿quién hay que ignore que la idolatría, las<br />

hechicerías, las enemistades, rivalidades, celos, iras,<br />

disensiones, herejías y envidias, son vicios del espíritu más que de<br />

la carne? Puesto que puede suceder que por la idolatría o<br />

por error de alguna secta se abstenga uno de los deleites carnales,<br />

sin embargo, aun entonces se comprende, por el testimonio<br />

del Apóstol, que vive el hombre según la carne, aunque parezca que<br />

modera y refrena los apetitos de la carne. ¿Quién no tiene<br />

la enemistad en el alma? ¿Quién de su enemigo o de quien piensa que<br />

es su enemigo dice: mala carne, sino más bien, mal<br />

ánimo tienes contra mí? Finalmente, así como al oír carnalidades<br />

nadie dudaria atribuirlas a la carne, así, al oír animosidades, las<br />

atribuirá al espíritu; ¿por qué, pues, a estas cosas y a otras tales<br />

las llama obras<br />

de la carne, sino porque, conforme al modo de hablar con que se<br />

significa el todo por la parte, quiere que por la carne<br />

entendamos el mismo hombre?<br />

CAPITULO III<br />

La causa del pecado provino del alma y no de la carne, y la<br />

corrupción que heredamos del pecado no es pecado, sino pena<br />

Si alguno dijere que en la mala vida la carne es la causa de todos


los vicios, porque así vive el alma que está pegada a la<br />

carne, sin duda que no advierte bien ni pone los ojos en toda la<br />

naturaleza humana; porque aunque es indudable , el mismo Apóstol,<br />

tratando de este cuerpo corruptible, había dicho: <br />

Así pues, nos agrava y oprime el cuerpo corruptible; pero sabiendo<br />

que la causa de este pesar no es la naturaleza o la<br />

substancia del cuerpo, sino su corrupción, no querríamos despojarnos<br />

del cuerpo, sino llegar con él a la inmortalidad. Y aunque<br />

entonces será también cuerpo, como no ha de ser corruptible, no<br />

agravará. Por eso ahora agrava y oprime el alma el cuerpo<br />

corruptible, .<br />

Los que creen, pues, que todas las molestias, afanes y males del alma<br />

le han sucedido y provenido del cuerpo, se equivocan<br />

sobremanera, porque aunque Virgilio, en aquellos famosos versos donde<br />

dice: , parece que nos declara con toda evidencia la<br />

sentencia de Platón, y, queriendo darnos a entender que<br />

todas las cuatro perturbaciones, agitaciones o pasiones del alma tan<br />

conocidas: el deseo, el temor, la alegría y la tristeza, que<br />

son como fuentes y manantiales de todos los vicios y pecados, suceden<br />

y provienen del cuerpo, añada y diga: ; con todo, muy disonante y distinto es lo que sostiene y<br />

nos enseña la fe; porque la corrupción del cuerpo, que es la<br />

que agrava el alma, no es causa, sino pena del primer pecado; y no<br />

fue la carne corruptible la que hizo pecadora al alma, sino,<br />

al contrario, el alma pecadora hizo a la carne que fuese corruptible.<br />

Y aunque de la corrupción de la carne proceden algunos estímulos de<br />

los vicios y los mismos apetitos viciosos, sin embargo, no<br />

todos los vicios de nuestra mala vida deben atribuirse a la carne<br />

para no eximir de todos ellos al demonio, que no está vestido<br />

de carne mortal, pues aunque no podamos llamar con verdad al príncipe<br />

de las tinieblas fornicador o borracho u otro dicterio<br />

semejante alusivo al deleite carnal, aunque sea secreto instigador y<br />

autor de semejantes pecados, con todo, es sobremanera<br />

soberbio y envidioso; el cual vicio de tal modo se apoderó de su vano<br />

espíritu, que por él se halla condenado al eterno tormento<br />

en los lóbregos calabozos de este aire tenebroso.<br />

Y estos vicios, que son los principales que tiene el demonio, los<br />

atribuye el Apóstol a la carne, de la cual es cierto que no<br />

participa el demonio, porque dice que las enemistades, contiendas,<br />

celos, iras y envidias son obras de la carne, de todos los<br />

cuales vicios la fuente y cabeza es la soberbia, que, sin carne,<br />

reina en el demonio ¿Qué enemigo tienen mayor que él los santos?<br />

¿Quién hay contra ellos más solícito, más animoso, más contrario<br />

y envidioso?<br />

Y teniendo todas estas deformes cualidades sin estar vestido de la<br />

carne, ¿cómo pueden ser obras de la carne sino porque son


obras del hombre, a quien, como dije, llama carne? Pues no por tener<br />

carne (que no tiene el demonio), sino por vivir conforme<br />

a sí propio, esto es, segun el hombre, se hizo el hombre semejante al<br />

demonio, el cual también quiso vivir conforme a sí propio<br />

para hablar mentira, movido, no de<br />

Dios, sino de sí propio, que no sólo es mentiroso, sino<br />

padre de la mentira. El fue el primero que mintió, por él principió<br />

el pecado y por él tuvo su origen la mentira<br />

CAPITULO IV<br />

¿Qué es vivir según el hombre y vivir según Dios?<br />

Cuando vive el hombre según el hombre y no según Dios, es semejante<br />

al demonio; porque ni el ángel debió vivir según el<br />

ángel, sino según Dios, para que perseverara en la verdad y hablara<br />

verdad, que es fruto propio de Dios y no mentira, que es<br />

de su propia cosecha; por cuanto aun del hombre, dice el mismo<br />

Apóstol en otro lugar: , a la mentira la llamo mía y a<br />

la verdad de Dios.<br />

Por eso, cuando vive el hombre según la verdad, no vive conforme a sí<br />

mismo, sino según Dios; porque el Señor es el que dijo:<br />

, y cuando vive conforme a sí mismo, esto es, según<br />

el hombre y no según Dios, sin duda que vive según la<br />

mentira, no porque el mismo hombre sea mentira, pues Dios, que es<br />

autor y criador del hombre, ni es autor ni criador de la<br />

mentira, sino porque de tal suerte crió Dios recto al hombre, que<br />

viviese no conforme a sí mismo, sino conforme al que le crió,<br />

esto es, para que hiciese no su voluntad, sino la de su Criador, que<br />

el no vivir en el mismo estado en que fue criado para que<br />

viviese es la mentira, porque quiere ser bienaventurado aun no<br />

viviendo de modo que lo pueda ser; ¿y qué cosa hay más falsa<br />

y mentirosa que esta voluntad?<br />

Así, pues, no fuera de propósito puede decirse que todo pecado es<br />

mentira, porque no se forma el pecado sino con aquella<br />

voluntad con que queremos que nos suceda bien o con que no queremos<br />

que nos suceda mal; luego mentira es lo que,<br />

haciéndose para que nos vaya mejor, por ellos nos va peor. ¿Y de<br />

dónde proviene esto sino de que sólo le puede venir el<br />

bien al hombre de Dios, a quien, pecando, desampara, y no de sí<br />

mismo, a quien siguiendo peca? Así como insinuamos que de<br />

aquí procedieron dos ciudades entre sí diferentes y contrarias,<br />

porque los unos vivían según la carne y los otros según el<br />

espíritu, del mismo modo podemos también decir que los unos viven<br />

según el hombre y los otros según Dios, porque claramente<br />

dice San Pablo: <br />

Poco antes había llamado animales a los hombres, a quienes después<br />

llama carnales, diciendo: Y a estos<br />

tales, esto es, a los carnales, dice poco después:


carnales>; lo cual se entiende igualmente según la misma<br />

manera de hablar, esto es, tomando el todo por la parte, porque por<br />

el alma y por la carne, no son partes del hombre, se puede<br />

significar el todo, que es el hombre, y así no es otra cosa el hombre<br />

animal que el hombre carnal, sino que lo uno y lo otro es<br />

una misma cosa, esto es, el hombre que vive según el hombre; así como<br />

tampoco se entiende otra cosa que hombres cuando<br />

se, dice: , o<br />

cuando dice: , porque en estos lugares por ninguna carne se entiende ningún<br />

hombre, y por setenta y cinco almas se entienden<br />

setenta y cinco hombres.<br />

Lo que dijo: , pudo decirse también a la<br />

carnal sabiduría; así como lo que dijo: , pudo<br />

decirse según la carne; y más se declaró esto cuando<br />

añadió: Lo que<br />

antes dijo: Sois animales y sois carnales, más clara y expresamente<br />

lo dice aquí: Sois hombres, es decir, vivís según el hombre<br />

y no según Dios, que si según él vivieseis, seríais dioses.<br />

CAPITULO V<br />

Aunque es más tolerable la opinión de los platónicos que la de los<br />

maniqueos sobre la naturaleza del cuerpo y del alma, con<br />

todo, también aquellos son reprobados, porque las causas de los<br />

vicios las atribuyen a la naturaleza de la carne<br />

En nuestros vicios y pecados no hay motivo para que acusemos con<br />

ofensa e injuria del Criador a la naturaleza de la carne, la<br />

cual en su orden y especies es buena; pero el vivir según el bien<br />

criado, dejando el bien, que es su Criador, no es bueno, ya<br />

elija uno vivir según la carne, o según el alma, o según todo el<br />

hombre que consta de alma y carne, que es por donde le podemos<br />

llamar también con sólo el nombre del alma y con sólo el nombre<br />

de la carne. Porque el que estima como sumo bien a la<br />

naturaleza del alma y acusa como mala a la naturaleza de la carne,<br />

sin duda que carnalmente ama al alma y que carnalmente<br />

aborrece a la carne; pues lo que siente, lo siente con vanidad humana<br />

y no con verdad divina.<br />

Y aunque los platónicos no procedan con tanto error como los<br />

maniqueos, aborreciendo los cuerpos terrenos como a naturaleza<br />

mala, supuesto que atribuyen todos los elementos de que este mundo<br />

visible y material está compuesto, y todas sus cualidades a<br />

Dios como a su verdadero artífice, con todo, opinan que las almas de<br />

tal suerte son afectadas por los miembros terrenos y<br />

mortales, que de aquí les proceden los afectos de los deseos y<br />

temores, de la alegría y de la tristeza, en cuyas cuatro<br />

perturbaciones, como las llama Cicerón, o pasiones, como muchos,<br />

palabra por palabra, lo interpretan del griego, consiste todo<br />

el vicio de la vida humana; lo cual, si es cierto, ¿por qué en<br />

Virgilio se admira Eneas de esta opinión oyendo en el infierno a su<br />

padre que las almas habían de volver a sus cuerpos, y exclamando: ¿Por ventura, este tan detestable<br />

deseo aun permanece en aquella tan celebrada pureza de las<br />

almas, heredado de los terrenos e inmortales miembros?<br />

¿Acaso dice que no están ya limpias y purgadas de todas estas pestes<br />

corpóreas cuando otra vez principian a querer volver a<br />

los cuerpos?<br />

De donde se infiere que aunque fuera cierto lo que es totalmente<br />

falso, el que sea una alternativa sin cesar la purificación y


profanación de las almas que van y vuelven, con todo, no puede<br />

decirse con verdad que todos los movimientos malos y<br />

viciosos de las almas nacen y provienen de los cuerpos terrenos,<br />

supuesto que, según ellos (como el famoso poeta lo dice), es<br />

tanta verdad que aquel horrible deseo no procede del cuerpo, de modo<br />

que al alma que está ya purificada de toda pestilencia y<br />

contagio corporal, y fuera de todo lo que es cuerpo, la puede<br />

compeler y forzar a que vuelva al cuerpo; y así también, por<br />

confesión de ellos, el alma no sólo se altera y turba movida de la<br />

carne, de manera que desee, tema, se alegre y entristezca,<br />

sino que también de suyo y de sí propia puede moverse con estas<br />

pasiones.<br />

CAPITULO VI<br />

De la naturaleza de la voluntad humana, según la cual las pasiones<br />

del alma vienen a ser o malas o buenas<br />

Lo que importa es qué tal sea la voluntad del hombre, porque si es<br />

mala, estos movimientos serán malos, y si es buena, no sólo<br />

serán inculpables, sino dignos de elogio, puesto que en todos ellos<br />

hay voluntad, o, por mejor decir, todos ellos no son otra cosa<br />

que voluntades; porque ¿qué otra cosa es el deseo y alegría sino una<br />

voluntad conforme con las cosas que queremos? ¿Y qué<br />

es el miedo y la tristeza sino una voluntad disconforme a las cosas<br />

que no queremos? Pero, cuando nos conformamos<br />

deseando las cosas que queremos, se llama deseo, y cuando nos<br />

conformamos gozando de los objetos, que nos son más<br />

agradables y apetecibles, se llama alegría, y asimismo cuando nos es<br />

menos conforme y huimos de lo que no queremos que<br />

nos acontezca, tal voluntad se llama miedo, y cuando nos conformamos<br />

y huimos de lo que con nuestra voluntad nos sucede, tal<br />

voluntad es tristeza, y sin duda alguna que, según la variedad de las<br />

cosas que se desean o aborrecen, así como se paga de<br />

ellas u ofende la voluntad del hombre, así se muda, y convierte en<br />

estos o aquellos afectos, por lo que el hombre que vive<br />

según Dios y no según el hombre, es necesario que sea amigo de lo<br />

bueno, de donde se sigue que, aborrezca lo malo; y<br />

porque ninguno naturalmente es malo, sino que es malo por su culpa y<br />

vicio, el que vive según Dios debe aborrecer de todo<br />

corazón a los malos, de suerte que ni por el vicio aborrezca al<br />

hombre, ni ame el vicio por el hombre, sino que aborrezca al<br />

vicio y ame al hombre, porque, quitando el vicio, resultará que todo<br />

deba amarse y nada aborrecerse.<br />

CAPITULO VII<br />

Que el amor y dilección indiferentemente se usa en la Sagrada<br />

Escritura en bueno y mal sentido<br />

Porque todo el que quiere amar a Dios, y no según el hombre, sino<br />

según Dios, amar al prójimo como a sí mismo, sin duda por<br />

este amor se llama de buena voluntad, la cual en la Escritura suele<br />

llamarse ordinariamente caridad, aunque también se la<br />

denomina amor, porque hasta el Apóstol dice , y el mismo Señor, preguntando y diciendo al<br />

apóstol San Pedro: ,<br />

respondió: En otra ocasión le preguntó<br />

no si le amaba, sino si le quería Pedro, quien respondió<br />

otra vez: ; pero en la tercera<br />

pregunta tampoco dice el Salvador , sino ; donde, prosiguiendo el evangelista, dice .<br />

Habiendo dicho el Señor, no tres veces, sino una, , y dos<br />

veces , se da a entender claramente


que cuando asimismo decía el Señor: , no decía otra<br />

cosa que Pero San Pedro no mudó la<br />

palabra de su interior sentimiento, que era una misma, sino que<br />

tercera vez respondió: <br />

He dicho esto porque algunos piensan que una cosa es la dilección o<br />

caridad, y otra el amor, pues dicen que la dilección debe<br />

tomarse en buen sentido y el amor en malo; sin embargo, es innegable<br />

que ni los autores profanos han usado de esta distinción,<br />

y, así, adviertan los filósofos si ponen diferencia en esta<br />

expresión, o cómo la ponen, en atención a que sus libros con<br />

bastante<br />

claridad nos insinúan cómo estiman y aprecian el amor en buena parte,<br />

y para con el mismo Dios; sin embargo, fue necesario<br />

manifestar cómo las Escrituras de nuestra santa religión, cuya<br />

autoridad anteponemos a otra cualquiera literatura o ciencia, no<br />

constituyen diferencia entre el amor y la dilección o caridad, porque<br />

ya hemos demostrado cómo también el amor se dice en<br />

buen sentido.<br />

Mas porque ninguno imagine que el amor se dice en buena y en mala<br />

parte, y que la dilección no, sino en buena, advierta lo<br />

que dice el real Profeta: ; y el apóstol San Juan: Y ved aquí en un mismo lugar<br />

la dilección en bueno y en mal sentido. Que el amor se tome en<br />

malo, porque en bueno ya lo hemos demostrado, lean lo<br />

que dice la Sagrada Escritura: De<br />

modo que la voluntad recta es buen amor, y la voluntad perversa mal<br />

amor, el amor, pues, que desea tener lo que ama, es<br />

codicia, y el que lo tiene ya y goza de ello, alegría; el amor que<br />

huye de lo que le es contrario, es temor, y si lo que le es<br />

contrario le sucede, sintiéndolo, es tristeza; y así, estas<br />

cualidades son malas si el amor es malo, y buenas si es bueno.<br />

Pero probemos, y comprobémoslo con las sagradas letras. El Apóstol<br />

dice: , y más<br />

acomodadamente: Pero comúnmente hemos<br />

convenido en que al decir codicia o concupiscencia, si no<br />

añadimos de qué es la codicia o la concupiscencia, no se pueda tomar<br />

sino en mala parte. La alegría en el salmo se toma en<br />

buena parte: : ; y: El temor se toma en buen sentido en el Apóstol, donde<br />

dice: ; y: ; y: Pero acerca de la tristeza, a la que llama Cicerón<br />

aegritudo, y Virgilio dolor, donde dice dolent, gaudentque, duélense,<br />

y se alegran (sin embargo, yo tuve por más conveniente llamarla<br />

tristeza, porque la aegritudo o el dolor más ordinariamente se<br />

dice de los cuerpos) es más dificultosa la duda sobre si puede<br />

entenderse en buen sentido.<br />

CAPITULO VIII<br />

De las tres perturbaciones o pasiones que quieren los estoicos que se<br />

hallen en el ánimo del sabio, excepto el dolor o la<br />

tristeza, lo cual no debe admitir o sentir la virtud del ánimo<br />

De las que los griegos llaman eupathías, y nosotros podemos decir<br />

pasiones buenas, y Cicerón en el idioma latino llamó


constancias, los estoicos no quisieron que hubiese en el ánimo del<br />

sabio más que tres en lugar de tres pasiones, por el deseo,<br />

voluntad; por la alegría, gozo; por el temor, cautela; pero en lugar<br />

del dolor (a que nosotros, por huir de la ambigüedad, quisimos<br />

llamar tristeza) dicen que no puede haber objeto alguno en el<br />

ánimo del sabio; porque la voluntad apetece y desea lo<br />

bueno, lo que hace el sabio; el gozo es del bien conseguido, lo cual<br />

dondequiera alcanza el sabio; la cautela evitar el mal, lo<br />

que debe obviar el sabio.<br />

Pero la tristeza, porque es del mal que ya sucedió, son de opinión<br />

los estoicos que ningún mal puede traer al sabio y dicen que<br />

en lugar de ella no puede haber otra igual en su ánimo; así les<br />

parece que; fuera del sabio, no hay quien quiera, goce y se<br />

guarde, y que el necio no hace sino desear, alegrarse, temer y<br />

entristecerse; y que aquellas tres son constancias y estas cuatro<br />

perturbaciones, según Cicerón, y, según muchos, pasiones. En griego,<br />

aquellas tres, como insinué, se llaman eupathías, y<br />

estas cuatro, pathías.<br />

Buscando yo con la mayor diligencia que pude si este lenguaje<br />

cuadraba con el de la Sagrada Escritura, hallé lo que dice el<br />

profeta: , como que los impíos<br />

pueden más alegrarse que gozarse de los males, porque<br />

el gozo propiamente es de los buenos y piadosos. Asimismo en el<br />

Evangelio se lee: , y parece que lo dice<br />

porque ninguno puede querer algún objeto mal o<br />

torpemente, sino desearlo. Finalmente, algunos intérpretes por el<br />

estilo común de hablar añadieron todo lo bueno, y así<br />

interpretaron: ; porque les pareció que era necesario excusar<br />

que ninguno quiera que los hombres le hagan acciones inhonestas e<br />

indebidas, y por callar las torpes, a lo menos los<br />

banquetes excesivos y superfluos, en los cuales, haciendo el hombre<br />

lo mismo, le parezca que cumplirá con este precepto. Pero<br />

en el Evangelio citado en idioma griego, de donde se tradujo al<br />

latino, no se lee lo bueno, sino: ;<br />

imagino que lo dice así, porque cuando dijo, queréis, ya quiso<br />

entender lo bueno, porque no dice cupitis, lo, que deseáis; sin<br />

embargo, no siempre debemos estrechar nuestro lenguaje con<br />

estas propiedades, aunque algunas veces debemos usar de ellas; y<br />

cuando las leemos en aquellos de cuya autoridad no es<br />

lícito desviarnos, entonces se deben entender. cuando el buen sentido<br />

no pueda hallar otro significado, cómo son las<br />

autoridades que hemos alegado, así de los profetas como, del<br />

Evangelio. Porque ¿quién ignora que los impíos se regocijan y<br />

alegran? Sin embargo, dice el Señor que no se gozan los impíos; ¿y<br />

por qué, sino porque cuando este verbo gaudere o<br />

gozarse se pone propiamente y en su peculiar sentido significa otra<br />

cosa?<br />

Asimismo, ¿quién puede negar que está bien mandado que lo que<br />

deseamos que otros hagan con nosotros, eso mismo<br />

hagamos nosotros con ellos, para que no nos demos unos a otros<br />

deleites y gustos torpes? Y, con todo, es precepto muy<br />

saludable y verdadero: Y<br />

esto ¿por qué, sino porque en este lugar la voluntad se usa en<br />

sentido propio, sin que se pueda tomar en mala parte? Pero ¿no<br />

diríamos en el lenguaje más común que usamos: , si no hubiese también voluntad mala, de<br />

cuya malicia se diferencia aquella voluntad que nos anunciaron y<br />

predicaron los ángeles, diciendo: , porque inútilmente se dice de buena, si no<br />

puede ser sino buena? ¿Y qué alabanza hubiera hecho el<br />

Apóstol de la caridad, al decir: si no se<br />

alegra con él la malicia?


Pues hasta en los autores profanos se halla esta diferencia de<br />

palabras, porque Cicerón, famoso orador, dijo: ; habiendo puesto este, verbo cupío en bien,<br />

¿quién hay tan poco erudito que no piensa que mejor<br />

debía decir volo que cupío? Y en Terencio, un joven libertino llevado<br />

de su deshonesto apetito, dice: ; y que esta voluntad era deshonesta, bastantemente lo<br />

manifiesta la respuesta que allí da un criado anciano, porque<br />

dice a su amo: Y que lo que es gaudium o gozo lo hayan también<br />

descrito en mal sentido, lo manifiesta aquel verso de Virgilio, donde<br />

con suma brevedad compendió estas cuatro perturbaciones:<br />

<br />

Dijo también el mismo poeta: ,<br />

por los ilícitos placeres.<br />

Por lo tanto, los buenos y los malos quieren, se guardan, temen y<br />

gozan; y, por decir lo mismo con otras palabras, los buenos y<br />

los malos desean, temen y se alegran; pero los unos bien y los otros<br />

mal, según que es buena o mala su voluntad. Y aun la<br />

tristeza, en cuyo lugar dicen los estoicos que no se puede hallar<br />

cosa alguna en el alma del sabio, se halla usada en buena<br />

parte, y principalmente entre los nuestros; porque el Apóstol elogia<br />

a los corintios de que se hubiesen entristecido según Dios.<br />

Pero dirá alguno acaso que el Apóstol les dio el parabién de que se<br />

hubiesen acongojado haciendo penitencia, y semejante<br />

tristeza no la puede haber sino en los que pecaron; porque dice así:<br />

<br />

Y conforme a esta doctrina pueden los estoicos responder por su parte<br />

que la tristeza parece muy útil para que se duelan y<br />

arrepientan de su pecado, y que en el ánimo del sabio no puede haber<br />

causa, porque no hay pecado cuyo arrepentimiento le<br />

cause tristeza, ni puede existir algún otro mal cuya pasión y dolor<br />

le contriste; porque aun de Alcibíades refieren (si no me<br />

engaña la memoria en el nombre de la persona) que creyendo era<br />

bienaventurado oyendo los discursos e instrucciones de<br />

Sócrates, que le manifestaron era miserable por ser necio e<br />

ignorante, se cuenta que lloró.<br />

Así que la necedad fue aquí la causa propia de esta inútil e<br />

importante tristeza con que el hombre se duele de no ser lo que debe<br />

ser; mas los estoicos dicen que no el necio, sino el sabio, es<br />

incapaz de tristeza<br />

CAPITULO IX<br />

De las perturbaciones del ánimo, cuyas afecciones son rectas en el de<br />

los justos<br />

Pero a estos filósofos, respecto a la cuestión sobre, las<br />

perturbaciones del ánimo, ya les, respondimos cumplidamente en el<br />

libro<br />

IX de esta obra, manifestando cómo ellos disputaban, no tanto sobre<br />

las cosas como sobre las palabras, mostrándose más<br />

aficionados a disputar y porfiar ridículamente que a investigar la<br />

raíz de la verdad; pero entre nosotros (conforme a lo que dicta<br />

la Sagrada Escritura y la doctrina sana), los ciudadanos de la ciudad


santa de Dios, que en la peregrinación de la vida mortal<br />

viven según Dios, éstos, digo, temen, desean, se duelen y alegran.<br />

Y por cuanto su amor o voluntad es recta e irreprensible, todas estas<br />

afecciones las poseen también rectas, temen el castigo<br />

eterno, duélense verdaderamente por lo que sufren: , .<br />

Asimismo temen pecar y ofender a la Majestad Divina; desean<br />

perseverar en la gracia, duélense de los pecados cometidos y se<br />

alegran de las buenas obras; pues para que teman el caer en la culpa<br />

les dice el Salvador: ; y para que deseen perseverar, les<br />

dice: <br />

Para que se duelan de los pecados, les advierte San Juan: <br />

Para que se llenen de gozo por las buenas obras, les certifica San<br />

Pablo: ; y asimismo, según son débiles o fuertes, temen o<br />

apetecen las tentaciones; porque, para temerías, oyen: ; y<br />

para desearías, oyen que dice un varón fuerte de la Ciudad de Dios,<br />

esto es, el real profeta David: Para que se<br />

duelan en ellas advierten cómo llora amargamente San<br />

Pedro; para que se alegren de ellas, escuchan, como dice Santiago:<br />

<br />

Y no sólo por sí propios se mueven con estos afectos, sino también<br />

por las personas que desean eficazmente se salven y temen<br />

se pierdan, sienten entrañablemente si se pierden y se alegran<br />

sobremanera si se salvan, porque tienen puestos los ojos en<br />

aquel santo y fuerte varón que se gloria en sus dolores y aflicciones<br />

(para citar nosotros que hemos venido a la Iglesia de Jesucristo<br />

de en medio de los gentiles a aquel que es doctor de las<br />

gentes en la fe y la verdad, que trabajó más que todos sus<br />

compañeros los apóstoles y con más epístolas instruyó al pueblo de<br />

Dios, no sólo a los que tenía presentes, sino también a los<br />

que preveía que habían de venir), porque tenían, digo, puestos los<br />

ojos en aquel San Pablo, campeón y atleta de Jesucristo,<br />

enseñado e instruido por el mismo Salvador, ungido por El,<br />

crucificado con El, glorioso y triunfante en El; a quien en el teatro<br />

de<br />

este mundo, donde vino a ser , miramos con satisfacción y con los ojos de la fe,<br />

luchando el gran combate, ,<br />

viéndole cómo ,<br />

,<br />

deseando con ansia<br />

de ver , , y no sólo manifestando<br />

su dolor, sino


fornicaciones>.<br />

Si estos movimientos y afectos que proceden del amor del bien y de<br />

una caridad santa se deben llamar vicios, permitamos<br />

asimismo que a los verdaderos vicios los llamen virtudes; pero<br />

siguiendo estas afecciones a la buena y recta razón, cuando se<br />

aplican donde conviene, ¿quién se atreverá a llamarlas en este caso<br />

flaquezas o pasiones viciosas? Por lo cual el mismo Señor,<br />

queriendo pasar la vida humana en forma y figura de siervo, pero sin<br />

tener pecado, usó también de ellas cuando le pareció<br />

conveniente, porque de ningún modo en el que tenía verdadero cuerpo<br />

de hombre y verdadera alma de hombre era falso el<br />

afecto humano.<br />

Cuando se refiere del Redentor en el Evangelio , y<br />

cuando dijo: ,<br />

cuando habiendo de resucitar a Lázaro lloró, cuando deseó<br />

comer la Pascua con sus discípulos, cuando acercándose su pasión<br />

estuvo triste su alma hasta la muerte, sin duda que esto no<br />

se refiere con mentira; pero el Señor, por cumplir seguramente con el<br />

misterio de la Encarnación, admitió estos movimientos y<br />

extrañas impresiones con ánimo humano cuando quiso; así como cuando<br />

fue su divina voluntad se hizo hombre.<br />

Por eso no puede negarse que, aun cuando tengamos estos afectos<br />

rectos, y según Dios, son de esta vida y no de la futura<br />

que esperamos, y muchas veces nos rendimos a ellos, aunque contra<br />

nuestra voluntad. Así que, en algunas ocasiones, aunque<br />

nos movamos no con pasión culpable, sino con amor y caridad loable;<br />

aun cuando no queremos, lloramos. Los tenemos, pues,<br />

por flaqueza de la condición humana, pero no los tuvo así Cristo<br />

Señor nuestro, cuya flaqueza estuvo también en su mano y<br />

omnipotencia. Pero entre tanto que conducimos con nosotros mismos la<br />

humana debilidad de la vida mortal, si carecemos<br />

totalmente de afectos, por el mismo hecho es prueba de que vivimos<br />

bien; porque el Apóstol reprendía y abominaba de algunos,<br />

diciendo de ellos que no tenían afecto.<br />

También culpó el real profeta a aquellos de quienes dijo: Porque no dolerse del todo mientras vivimos en la mortal<br />

miseria, como lo manifestó también uno de los filósofos de este<br />

siglo: Por lo cual,<br />

aquella que en griego se llama apatía, y si pudiese ser en latín se<br />

diría impasibilidad (porque sucede en el ánimo y no en el<br />

cuerpo), si la hemos de entender por vivir sin los afectos y pasiones<br />

que se rebelan contra la razón y perturban el alma, sin<br />

duda que es buena y que principalmente debe desearse; pero tampoco se<br />

halla ésta en la vida actual, porque no son de cualesquiera,<br />

sino de los muy piadosos, justos y santos aquellas<br />

palabras: <br />

Habrá, por consiguiente, apatía o impasibilidad cuando no haya pecado<br />

en el hombre; pero al presente bastante bien se vive si<br />

se vive sin pecado que sea grave; y el que piensa que vive sin<br />

pecado, lo que consigue es no carecer de pecado, sino más<br />

bien no alcanzar perdón. Y si ha de decirse apatía o impasibilidad<br />

cuando totalmente en el ánimo no puede haber algún afecto,<br />

¿quién no dirá que esta insensibilidad es peor que todos los vicios?<br />

Por eso, sin que sea absurdo, puede decirse que en la perfecta<br />

bienaventuranza no ha de haber estimulo o vestigio de temor o<br />

de tristeza; pero que no haya de haber en la celestial patria amor y<br />

alegría, ¿quién lo puede decir sino el que estuviere del todo<br />

ajeno de la verdad? Mas si es apatía o impasibilidad no tener miedo<br />

alguno que nos espante, ni dolor que nos aflija, la debemos<br />

huir en esta vida, si queremos vivir rectamente, esto es, según Dios;<br />

y sólo en la bienaventurada la podemos esperar. Porque<br />

el temor de quien dice el apóstol San Juan:


temor, antes la caridad perfecta echa fuera el temor, porque<br />

va acompañado de pena y de tristeza, y el que teme no ha llegado a la<br />

perfección de la caridad>, no es ciertamente de la<br />

calidad de aquel con que temía el Apóstol San Pablo que los corintios<br />

fuesen seducidos y engañados con alguna infernal<br />

astucia, porque este temor no sólo le hay en la caridad, sino que<br />

sólo le hay en la caridad. El temor que no se halla en la<br />

caridad es aquel del que dijo el mismo apóstol San Pablo: El temor<br />

casto y santo , si es que<br />

ha de existir también en el otro siglo (porque cómo puede<br />

entenderse de otra manera que permanece en los siglos de los siglos),<br />

no es temor que nos refrena y aparta del mal que puede<br />

acontecer, sino que persevera en el bien que no puede perderse,<br />

porque donde hay amor inmutable del bien conseguido, sin<br />

duda, si puede decirse así, seguro está el temor de que ha de<br />

guardarse del mal.<br />

Con el nombre de temor casto se nos significa aquella voluntad con<br />

que será necesario que no queramos ya pecar, y que nos<br />

guardemos de pecado, no porque temamos que nuestra flaqueza nos<br />

induzca al pecado, sino por la tranquilidad con que la<br />

caridad evitará el pecado, y no ha de haber temor de ninguna especie<br />

en aquella cierta seguridad de los perpetuos y<br />

bienaventurados gozos y alegrías. Así se dijo: El temor casto y santo<br />

,<br />

como se dijo: ,<br />

porque la paciencia no ha de ser eterna, supuesto que<br />

no es necesaria sino donde se hayan de padecer trabajos, mientras que<br />

será eterna la felicidad adonde se llega por la<br />

tolerancia. Por eso se dijo que el temor santo permanece y dura por<br />

los siglos de los siglos, porque permanecerá aquello<br />

adonde nos conduce el mismo temor.<br />

Y siendo esto cierto, ya que hemos de vivir una vida recta e<br />

irreprensible para llegar con ella a la bienaventuranza, todos estos<br />

afectos los tiene rectos la vida justificada, y la perversa,<br />

perversos.<br />

La vida bienaventurada y la que será eterna tendrá amor y gozo no<br />

sólo recto, sino también cierto, y no tendrá temor ni dolor,<br />

por donde se deja entender y se nos descubre con toda evidencia<br />

cuáles deben ser en esta peregrinación los ciudadanos de la<br />

Ciudad de Dios, que viven según el espíritu y no según la carne, esto<br />

es, según Dios y no según el hombre, y cuáles serán en<br />

aquella inmortalidad adonde caminan, porque la ciudad, esto es, la<br />

sociedad de los impíos que viven según el hombre y no<br />

según Dios, y que en el mismo culto falso y en el desprecio del<br />

verdadero Dios siguen las doctrinas de los hombres o de los<br />

demonios, padece los combates de estos perversos afectos como<br />

malignas enfermedades y turbaciones del ánimo, y si hay<br />

algunos ciudadanos en ella que parece templan y moderan semejantes<br />

movimientos, la arrogante impiedad los ensoberbece de<br />

manera que por lo mismo es en ellos mayor la vanidad, cuanto son<br />

menores los dolores.<br />

Y si algunos, con una vanidad tanto más intensa cuanto más rara, han<br />

pretendido y deseado que ningún afecto los levante ni<br />

engrandezca, y que ninguno los abata y humille, más bien con esto han<br />

venido a perder toda humanidad que llegado a<br />

conseguir la verdadera tranquilidad, pues no porque alguna materia<br />

esté dura, está recta, o lo que está insensible está sano.<br />

CAPITULO X<br />

Si es creíble que los primeros hombres en el Paraíso, antes que<br />

pecaran, no sintieron pasión o perturbación alguna<br />

Muy a propósito se pregunta si el primer hombre o las primeras<br />

personas (porque entre dos fue la unión del matrimonio) tenían


estos afectos y pasiones en el cuerpo animal antes del pecado, cuales<br />

no los hemos de tener en el cuerpo espiritual después de<br />

purificado y consumado todo pecado; que si los tenían, ¿cómo eran tan<br />

bienaventurados en aquel famoso sitio de bienaventuranza,<br />

esto es, en el Paraíso? ¿Y quién absolutamente se puede<br />

llamar bienaventurado que sienta temor o dolor? ¿Y de<br />

qué podían temerse o dolerse aquellos hombres colmados de tantos<br />

bienes, donde ni temían a la muerte, ni alguna mala<br />

disposición del cuerpo, ni les faltaba cosa que pudiese alcanzar la<br />

buena voluntad, ni tenían cosa que ofendiese a la carne o al<br />

espíritu del hombre en aquella dichosa vida? Había en ellos amor<br />

imperturbable para con Dios, y entre sí los casados<br />

guardaban fiel y sinceramente el matrimonio, y de este amor resultaba<br />

inexplicable gozo, sin faltarles cosa alguna de las que<br />

amaban y deseaban para gozarlo. Había una apacible y tranquila<br />

aversión al pecado, con cuya perseverancia por ningún otro<br />

extremo les sobrevenía mal alguno que les entristeciese ¿Acaso dirá<br />

alguno que deseaban tomar el árbol cuya fruta les estaba<br />

prohibido comer, pero temían morir y, según esto, ya el deseo, ya el<br />

miedo, inquietaba a aquellos espíritus en aquel delicioso<br />

jardín?<br />

Líbrenos Dios de imaginar que hubiera cosa semejante donde no había<br />

género de pecado; porque no deja de ser pecado<br />

desear lo que prohíbe la ley de Dios, y abstenerse de ello por temor<br />

de la pena y no por amor a la justicia. Dios nos libre, digo,<br />

que antes de haber pecado alguno cometiesen ya el de hacer con el<br />

árbol de la fruta prohibida lo que de la mujer dice el Señor:<br />

<br />

Así pues, tan felices fueron los primeros hombres sin padecer<br />

perturbación alguna de ánimo y sin sufrir incomodidad alguna en<br />

el cuerpo, tan dichosa fuera la sociedad humana si ni ellos<br />

cometieran el mal que traspasaron. a sus descendientes, ni alguno de<br />

sus sucesores cometiese pecado alguno por donde mereciera ser<br />

condenado; permaneciendo esta felicidad hasta que por<br />

aquella bendición de Dios: se llenara el<br />

número de los santos predestinados y consiguieran otra mayor,<br />

cual se les dio a los bienaventurados ángeles, donde tuvieran<br />

seguridad cierta de que ninguno había de pecar ni a había de<br />

morir; y fuera tal la vida de los santos sin haber sabido qué cosa<br />

era trabajo o dolor ni muerte, cual será después la experiencia<br />

de todas estas cosas en la incorrupción e inmortalidad de los<br />

cuerpos, luego que hubieren resucitado los muertos.<br />

CAPITULO XI<br />

De la caída del primer hombre, en quien crió Dios buena la<br />

naturaleza, y viciada no la pudo reparar sino su autor<br />

Porque Dios prevé y sabe todas las cosas, por eso no pudo ignorar que<br />

el hombre también había de pecar, y como el Señor lo<br />

previó y dispuso, debemos hablar de la Ciudad Santa según su<br />

presciencia y no según lo que no pudo llegar a nuestra noticia,<br />

afirmar que no estuvo en la previsión de Dios. Porque de ningún modo<br />

pudo el hombre con su pecado perturbar el divino<br />

consejo, como obligando a Dios a mudar lo que había determinado,<br />

habiendo previsto Dios, con su presciencia lo uno y lo otro,<br />

esto es, cuán malo, había de ser el hombre a quien crió bueno, y lo<br />

bueno que aún así había de hacer de él. Pues aunque se<br />

dice que muda Dios lo que una vez tenía determinado (y así la Sagrada<br />

Escritura metafóricamente dice que Dios se arrepiente),<br />

dícese de lo que el hombre esperaba, o según la disposición y orden<br />

de las cosas naturales, y no conforme a lo que Dios<br />

todopoderoso supo que había que hacer. Formó, pues, Dios, como lo<br />

insinúan las sagradas letras, al hombre recto y, por<br />

consiguiente, de buena voluntad, porque no fuera recto si no tuviera


uena voluntad, y así la buena voluntad es obra de Dios,<br />

porque con ella crió Dios al hombre; pero la mala voluntad primera,<br />

que precedió en el hombre a todas las obras malas, antes<br />

fue un apartamiento o abandono de la obra de Dios que obra alguna<br />

positiva, y fueron malas estas obras de la mala voluntad<br />

porque las hizo el hombre conforme a si propio, y no según Dios, de<br />

suerte que la voluntad fuese como un árbol malo que<br />

produjo malos frutos, o, si se quiere, como el mismo hombre de mala<br />

voluntad.<br />

Aunque esta mala voluntad no sea conforme a la naturaleza, sino<br />

contra la naturaleza, porque es vicio, con todo, es de la<br />

naturaleza del vicio, el cual no puede existir sino en la naturaleza,<br />

es decir, en aquella que fue criada de la nada, no en la que<br />

engendró el Criador de sí mismo, como engendró al Verbo por quien<br />

fueron criadas todas las cosas. Pues aunque formó Dios al<br />

hombre del polvo de la tierra, la misma tierra y toda la materia y<br />

máquina terrena la crió absolutamente de la nada, y criando el<br />

alma de la nada la infundió en el cuerpo cuando hizo al hombre. Y en<br />

tanto grado aventajan los bienes a los males, que aunque<br />

los males se permitan para manifestar cómo puede también usar bien de<br />

ellos la providente justicia del Criador, sin embargo<br />

pueden hallarse los bienes sin los males, como es el mismo verdadero<br />

y sumo Dios y como son sobre este calignoso aire las<br />

criaturas celestiales e invisibles; pero los males no se pueden<br />

hallar sin los bienes, porque las naturalezas en que se hallan, en<br />

cuanto son naturalezas, son, sin duda, buenas. Quitase el mal no<br />

quitando la naturaleza o alguna parte suya, sino corrigiendo y<br />

sanando la viciada y depravada.<br />

El albedrío de la voluntad es verdaderamente libre cuando no sirve a<br />

los vicios y pecados; tal nos le dio Dios, que en<br />

perdiéndole por nuestro propio pecado no le podemos volver a recobrar<br />

sino de mano del que nos le pudo dar. Y así dice la<br />

misma verdad: , que es lo mismo que si se dijera: <br />

Vivía, pues, el hombre según Dios en el Paraíso corporal y<br />

espiritual, porque el Paraíso no era corporal por los bienes del<br />

cuerpo ni espiritual por los del espíritu, sino espiritual para que<br />

se gozara por los sentidos interiores, y corporal para que se<br />

gozara por los exteriores. Era verdaderamente lo uno y lo otro por lo<br />

uno y por lo otro, hasta que aquel ángel soberbio y, por,<br />

consiguiente, envidioso por su soberbia, convirtiéndose en dios a sí<br />

propio, y con arrogancia casi tiránica, deseando más tener<br />

súbditos que serlo, cayó del Paraíso espiritual (de cuya caída y la<br />

de sus compañeros, que de ángeles de Dios se hicieron<br />

ángeles suyos, bastantemente traté, según mi posibilidad, en los<br />

libros XI y XII de esta obra), y deseando con astucia<br />

apoderarse del hombre a quien, porque perseveraba en su estado,<br />

habiendo él caído del suyo, tenía envidia, escogió a la serpiente<br />

en el Paraíso corporal, donde con aquellas dos personas,<br />

hombre y mujer, vivían también los demás animales terrestres<br />

sujetos y pacíficos sin hacer daño alguno; escogió, digo, a la<br />

serpiente, animal escurridizo que se mueve con torcidos rodeos,<br />

acomodado a su designio para poder hablar por ella, y habiéndola<br />

rendido por la presencia angélica y por la naturaleza más<br />

excelente con astucia espiritual y diabólica, y usando de ella como<br />

instrumento, cautelosamente comenzó a platicar con la mujer,<br />

empezando por la parte inferior de aquella humana compañía, para de<br />

lance en lance llegar al todo, juzgando que el varón no<br />

era tan crédulo y que no podía ser engañado sino cediendo y dejándose<br />

llevar del error del otro.<br />

Así como Aarón no consintió con el engañado pueblo en la construcción<br />

del ídolo siendo él engañado, sino que cedió y se dejó<br />

llevar forzado; ni es creíble que Salomón con error pensase que tenía<br />

obligación de servir a los ídolos, sino que le compelieron


a ejecutar semejantes sacrilegios los halagos y caricias de las<br />

mujeres, así se debe creer que Adán creyó a su mujer, como cree<br />

uno a otro, el hombre a los hombres, el marido a su mujer, para<br />

quebrantar la ley de Dios, no engañado y persuadido de que<br />

le decía verdad, sino por condescendencia con ella, obedeciéndola por<br />

el amor que la tenía.<br />

Porque no en vano dijo el Apóstol: , porque ella tomó como verdadero lo<br />

que le dijo la serpiente, y él no quiso apartarse de su única<br />

consorte ni en la participación del pecado. Mas no por eso fue<br />

menos reo y culpable, sino que, sabiéndolo y viéndolo, pecó; y así no<br />

dice el apóstol no pecó, sino no fue engañado, porque ya<br />

manifiesta seguramente que pecó cuando dice: ; y poco después más<br />

claramente: <br />

Por engañados quiso, pues, se entendiesen aquellos que piensan que lo<br />

que hacen no es pecado; pero Adán lo supo, porque,<br />

de no saberlo, ¿cómo seria verdad que Adán no fue engañado?; aunque<br />

como no tenía experiencia del divino rigor y<br />

severidad, pudo engañarse en pensar y creer que el pecado era venial;<br />

y así por este camino, aunque no fue engañado en lo<br />

que la mujer lo fue, se engañó en cómo había de tomar y juzgar Dios<br />

la excusa que había de dar, diciendo: ¿Para qué, pues, nos<br />

cansamos y alargamos en esto? Verdad es que ambos no<br />

fueron engañados, pero ambos pecaron, y por ello quedaron presos y<br />

enredados en los lazos del demonio.<br />

CAPITULO XII<br />

De la calidad del primer pecado que cometió el hombre<br />

Si alguno dudase por qué la naturaleza humana no se muda con los<br />

otros pecados como se mudó con el pecado de aquellos<br />

dos primeros hombres, quedando sujeta a la corrupción que vemos y<br />

sentimos, y por ella a la muerte, turbándose y padeciendo<br />

tanto número de afectos tan poderosos y entre si tan contrarios, de<br />

todo lo cual no sintió ella nada en el Paraíso antes del<br />

pecado, aunque estuviese en cuerpo animal; si alguno dudase, repito,<br />

y viere en esto dificultad, no por eso debe pensar que<br />

fue ligera y pequeña aquella culpa porque se hizo en cosa de comida,<br />

que no era mala ni dañosa, sino en cuanto era prohibida;<br />

pues no criara Dios cosa mala ni la plantara en aquel lugar de tanta<br />

felicidad, sino que en el mandamiento les encargó y<br />

encomendó Dios la obediencia, virtud que en la criatura racional es<br />

en cierto modo madre y custodia de todas las virtudes,<br />

porque crió Dios a la criatura racional de manera que le es útil e<br />

importante el estar sujeta y muy pernicioso hacer su propia<br />

voluntad y no la del que la crió.<br />

Así que este precepto y mandamiento de no comer de un solo género de<br />

comida donde había tanta abundancia de otras cosas,<br />

mandamiento tan fácil y ligero de guardar tan breve y compendioso<br />

para tenerle en la memoria, principalmente cuando aun el<br />

apetito no contradecía a la voluntad, lo cual se siguió después en<br />

pena de la infracción del precepto, con tanta mayor injusticia se<br />

violó y quebrantó, con cuanta mayor facilidad y observancia se pudo<br />

guardar.<br />

CAPITULO XIII<br />

En el pecado de Adán, a la mala obra precedió la mala voluntad<br />

Antes empezaron a ser malos en secreto que viniesen a caer en aquella<br />

manifiesta desobediencia, porque no llegaron a<br />

ejecutar aquel horrendo pecado . Y el<br />

principio de la mala voluntad, ¿qué pudo ser sino la


soberbia? Porque . ¿Y qué es la soberbia sino una ambición y apetito<br />

de perversa grandeza? Porque es maligna altanería querer el alma en<br />

algún modo hacerse y ser principio de sí misma, dejando<br />

el principio con quien debe estar unida. Esto sucede cuando uno se<br />

complace demasiado a sí mismo, y complácese a sí mismo<br />

de esta manera cuando declina y deja aquel bien inmutable que debió<br />

agradarle más que ella a sí misma.<br />

Esta declinación y defecto es espontáneo y voluntario, porque si la<br />

voluntad permaneciera estable en el amor del bien superior<br />

inmutable, que era el que la alumbraba para que viviese y la encendía<br />

para que amase, no se desviara de allí para agradarse<br />

a si misma, ni se quedara sin luz, a oscuras, ni sin amor helada; de<br />

manera que ni Eva creyera que la decía verdad la<br />

serpiente, ni Adán antepusiera al precepto de Dios el gusto de su<br />

esposa, ni imaginara que sólo pecaba venialmente si a la<br />

compañera inseparable de su vida la acompañaba también en el pecado.<br />

Así que no hicieron la obra mala, esto es, aquella trasgresión y<br />

pecado comiendo del manjar prohibido, sino siendo ya malos;<br />

aquella fruta era mala porque provenía del árbol malo, y el árbol<br />

hízose malo contra naturam; porque si no es por vicio de la<br />

voluntad, el cual es contra el buen orden de la Naturaleza, no se<br />

hiciera malo; que el depravarse y estragarse con el vicio, no<br />

sucede sino en la naturaleza formada en la nada. Así pues, el ser<br />

naturaleza lo tiene por ser criatura de Dios, y el degenerar y<br />

declinar de Aquel que la hizo, porque fue hecha de la nada. Pero<br />

tampoco de tal manera degeneró el hombre que del todo<br />

fuese nada, sino que, inclinándose a sí mismo, vino a ser menos de lo<br />

que era cuando estaba unido con Aquel que es Sumo en<br />

su esencia.<br />

Por esto, dejar a Dios y pretender ser en sí mismo, esto es,<br />

agradarse y complacerse de sí mismo, no es ser nada; sino,<br />

acercarse a la nada; por lo cual la Sagrada Escritura llama por otro<br />

nombre a los soberios,


no hubiera él empezado a agradarse y a complacerse de sí mismo.<br />

Porque de aquí nació el complacerse en lo que le dijeron:<br />

, lo cual pudieron ser mejor estando conformes y<br />

unidos con el sumo y verdadero principio por la<br />

obediencia, que no haciéndose ellos principio suyo por la soberbia,<br />

porque los dioses criados no son dioses por virtud propia,<br />

sino por participación del verdadero Dios.<br />

Cuando el hombre apetece más, es menos, y queriendo ser bastante para<br />

sí mismo declinó de aquel que era verdaderamente<br />

bastante para él<br />

El mal de agradarse a sí mismo y complacerse el hombre, como si él<br />

fuera la luz, apartándole de aquella luz que, si quisiera,<br />

también haría luz al hombre; aquel mal, digo, precedió en secreto<br />

para que se siguiera este mal que se cometió en público;<br />

porque es verdad lo que dice la Escritura: La caída en secreto precede a la caída en<br />

público, no pensando que aquélla es caída; porque<br />

¿quién imagina que la exaltación es caída, hallándose ya el defecto y<br />

caída al desamparar al Excelso? ¿Y quién no advertirá<br />

que es caída el traspasar evidentemente el mandato?<br />

Por eso Dios prohibió un hecho que, una vez cometido, no se pudiese<br />

excusar ni defender con ninguna imaginación de justicia,<br />

y por eso me atrevo a decir que es de importancia para los soberbios<br />

el caer en un pecado público y manifiesto, para que se<br />

desagraden de sí mismos los que, por agradarse y pagarse de sí,<br />

incurrieron en el más enorme reato. Más útil e importante le<br />

fue a Pedro el desagradarse de sí cuando lloró que el agradarse y<br />

pagarse de sí cuando presumió, y esto es lo mismo que dice<br />

el santo real profeta: , esto es, para que tú les<br />

agrades y se paguen de ti buscando tu nombre, los que buscando el<br />

suyo se agradaron y pagaron de sí.<br />

CAPITULO XIV<br />

La soberbia de la transgresión fue peor que la misma transgresión<br />

Peor es y mas detestable la soberbia cuando hasta en los pecados<br />

manifiestos se pretende la acogida de la excusa, como<br />

sucedió en aquellos primeros hombres, entre quienes dijo la mujer:<br />

; y el hombre: De ninguna<br />

manera se acuerdan en este caso de pedir perdón; por ningún<br />

motivo piden el remedio y la medicina, porque aunque éstos no niegan,<br />

como Caín, el pecado que cometieron, no obstante, la<br />

soberbia procura cargar a otro la culpa que ella misma tiene: la<br />

soberbia de la mujer a la serpiente y la soberbia del hombre a la<br />

mujer. Pero más verdadera es la acusación que no la excusa, cuando<br />

manifíestamente quebrantaron el divino precepto, porque<br />

no dejaron de pecar porque lo hiciera la mujer a persuasión de la<br />

serpiente y el hombre a instancias de la mujer, como sí<br />

pudiera haber alguna cosa que se debiera creer o anteponer a Dios.<br />

CAPITULO XV<br />

De la justa paga que recibieron los primeros hombres por su<br />

desobediencia<br />

Porque no atendieron al mandato de Dios, que los había criado y había<br />

hecho a su imagen y semejanza, que los había<br />

designado por superiores y señores de los demás animales, los había<br />

colocado en el Paraíso, les había dado salud y<br />

abundancia de todas las cosas, que no les cargó de preceptos<br />

numerosos, graves y dificultosos, sino que les dio uno solo, y<br />

ése compendioso y levísimo, para conservar la obediencia y la


subordinación con que les advertía que él era Señor de aquella<br />

criatura a quien estaba bien una libre servidumbre, fueron justamente<br />

condenados; condenados de tal modo, que el hombre,<br />

que si observara puntualmente el mandamiento fuera espiritual aun en<br />

la carne, fuese carnal hasta en el espíritu; y pues con su<br />

soberbia se había agradado y pagado de sí, por justicia de Dios fuese<br />

entregado a sí mismo para que no estuviese, como había<br />

pretendido, en omnímoda, absoluta e independiente potestad, sino que,<br />

desavenido igualmente consigo mismo, sufriese debajo<br />

de aquel con quien se había avenido pecando una dura y miserable<br />

esclavitud, en lugar de la libertad que buscó; muriendo<br />

voluntariamente en el espíritu, y debiendo de morir contra su<br />

voluntad en el cuerpo; y desertor de la vida eterna, fuera<br />

condenado a la muerte eterna, si no le libertase la gracia.<br />

Y el que piensa que semejante condenación es excesiva o injusta, sin<br />

duda no sabe medir ni tantear la gravedad de la malicia<br />

que hubo en el pecado, donde había tanta facilidad en no pecar;<br />

porque así como, no sin razón, se celebra por grande la<br />

obediencia de Abraham, porque en sacrificar a su hijo le mandaron una<br />

acción dificultosísima, así también en el Paraíso tanto<br />

mayor fue la desobediencia cuanto más fácil era lo que se les<br />

mandaba. Y así como la obediencia del segundo Adán es más<br />

celebrada y digna de perpetuarse en los faustos y anales del mundo,<br />

porque fue obediente hasta la muerte, así la<br />

desobediencia del primero fue más abominable, porque fue desobedecida<br />

hasta la muerte.<br />

Porque cuando hay impuesta rigurosa pena a la desobediencia, y lo que<br />

manda el Criador es fácil en la ejecución, ¿quién<br />

podrá encarecer bastantemente cuán grave maldad sea no obedecer en un<br />

precepto tan obvio y a un mandamiento de tan<br />

soberana potestad y so pena tan horrible? Y, en efecto, por decirlo<br />

en breves palabras, en la pena y castigo de aquel pecado,<br />

¿con qué castigaron o pagaron la desobediencia sino con la<br />

desobediencia? ¿Pues qué cosa es la miseria del hombre sino<br />

padecer contra sí mismo la desobediencia de sí mismo, y que ya que no<br />

quiso lo que pudo, quiera lo que no puede?<br />

Porque aunque en el Paraíso, antes de pecar, no podía todas las<br />

cosas, con todo, lo que no podía no lo quería, y por eso podía<br />

todo lo que quería; pero ahora, como vemos en su descendencia y lo<br />

insinúa la Sagrada Escritura, ; pues ¿quién podrá referir cuánta inmensidad<br />

de cosas quiere que no puede, entretanto que él mismo<br />

a sí propio no se obedece, esto es, no obedece a la voluntad, el<br />

ánimo, ni la carne, que es inferior al ánimo?<br />

Porque, a pesar suyo, muchas veces el ánimo se turba y la carne se<br />

duele, envejece y muere, y todo lo demás que padecemos<br />

no lo sufriéramos contra nuestra voluntad, si nuestra naturaleza<br />

obedeciese completamente a nuestra voluntad; pero, a la<br />

verdad, padece algunas cosas la carne que no la dejan servir. ¿Qué<br />

importa en lo que esto consiste con tal que por la justicia<br />

de Dios, que es el Señor, a quien siendo sus súbditos no quisieron<br />

servir, nuestra carne, que fue nuestra súbdita, no<br />

sirviéndonos, nos sea molesta? Bien que, nosotros, no sirviendo a<br />

Dios, pudimos hacernos molestos a nosotros y no a El;<br />

porque no tiene el Señor necesidad de nuestro servicio como nosotros<br />

del de nuestro cuerpo, y así es nuestra pena lo que<br />

recibimos, no suya; y los dolores que se llaman de la carne, del alma<br />

son, aunque en la carne y por la carne.<br />

Porque la carne ¿de qué se duele por sí sola? ¿Qué desea? Cuando<br />

decimos que desea o se duele la carne, o es el mismo<br />

hombre, como anteriormente dijimos, o alguna parte del alma que<br />

excita la pasión carnal, la cual, si es áspera, causa dolor; si<br />

suave, deleite; pero el dolor de la carne sólo es una ofensa del alma<br />

que procede de la carne, y cierto desavenimiento de su<br />

pasión o apetito; como el dolor del alma que llamamos tristeza es un<br />

desavenimiento de las cosas que nos suceden contra


nuestra voluntad. A la tristeza las más veces precede el miedo, el<br />

cual también está en el alma, y no en la carne; pero al dolor<br />

de la carne no le precede un miedo de la carne que antes del dolor se<br />

sienta en la carne. Al deleite le precede el apetito que se<br />

siente en la carne, como un deseo suyo, por ejemplo, el hambre y la<br />

sed, y el que en los miembros vergonzosos más<br />

comúnmente se llama libido, siendo éste un vocablo general para<br />

designar todos los apetitos. Porque aun la ira, dijeron los ántiguos<br />

que no era otra cosa que libido, o un apetito de venganza,<br />

aunque a veces también el hombre se enfada y enoja con las<br />

cosas inanimadas, donde no hay razón alguna de venganza, de manera<br />

que de enojo y cólera, porque no escribe bien la<br />

pluma, la rompe y arroja. Sin embargo, también esto, aunque menos<br />

razonable, es apetito de venganza, y no sé qué, por<br />

llamarle así, como sombra de retribución; que los que mal hacen, mal<br />

padezcan.<br />

Así pues, hay apetito de venganza qye se llama ira; hay apetito o<br />

codicia de poseer, que se llama avaricia; hay apetito o deseo,<br />

como quiera, de vencer, que se llama pertinacia; hay apetito y ansia<br />

de gloriarse o jactarse, que se llama jactancia; hay muchos<br />

y varios apetitos que en idioma latino se dicen libidines, que<br />

algunos de ellos tienen asimismo sus voces propias, y otros no las<br />

tienen; porque ¿quién podrá fácilmente decir cómo se llama el apetito<br />

de dominio y señorío, del cual, no obstante, nos muestra y<br />

testifica la funesta experiencia de las guerras civiles, que es muy<br />

poderoso y señor absoluto de los corazones y almas de los<br />

tiranos?<br />

CAPITULO XVI<br />

De la malicia del apetito, que en latín se llama , cuyo<br />

nombre, aunque cuadre a muchos vicios propiamente, se atribuye<br />

a los movimientos torpes, y deshonestos del cuerpo<br />

Aunque los apetitos de muchas cosas llámanse en latín libidines,<br />

cuando se escribe sólo libido, sin decir a qué páasión se refiere,<br />

casi siempre se entiende el apetito carnal; apetito que no sólo se<br />

apodera del cuerpo en lo exterior, sino también en lo interior, y<br />

conmueve de tal modo a todo el hombre juntando y mezclando al efecto<br />

del ánimo con el deseo de la carne, que resulta el<br />

mayor de los deleites del cuerpo; de suerte que cuando se llega a su<br />

fin, se embota la agudeza y vigilia del entendimiento.<br />

CAPITULO XVII<br />

De la desnudez de los primeros hombres y de cómo, después que<br />

pecaron, les pareció torpe y vergonzosa<br />

Con razón nos avergonzamos de este apetito y con razón también los<br />

miembros que, por decirlo así, lo alientan o refrenan no<br />

del todo a nuestro albedrío, se llaman vergonzosos; lo cual no fueron<br />

antes de que pecara el hombre. Porque, como dice la<br />

Escritura, ; no porque dejasen<br />

de ver su desnudez, sino porque ésta no era aún<br />

vergonzosa; porque la carne ni movía el deseo contra la razón, ni en<br />

manera alguna con su desobediencia daba en rostro al<br />

hombre acusándole de la suya.<br />

No crió Dios ciegos a los primeros hombres, como piensa el necio<br />

vulgo, porque Adán vio los animales a quienes puso los<br />

nombres, y de Eva dice el Evangelio: Tenían, pues, los<br />

ojos abiertos, pero no atendían y miraban de manera que conociesen lo<br />

que la gracia les encubría, cuando sus miembros<br />

ignoraban lo que es desobedecer a la voluntad. Al faltar esta gracia,<br />

para que la desobediencia fuese castigada con pena<br />

recíproca, hallóse en el movimiento del, cuerpo una desvergonzada


novedad, que convirtió en indecente la desnudez y los dejó<br />

avergonzados y confusos. De aquí que, después que quebrantaron al<br />

descubierto mandamiento de Dios, diga de ellos la Escritura:<br />


ehuye la de los ojos. Y ¿de dónde nace esto sino de que lo<br />

naturalmente honesto va del brazo, aunque por pena con lo<br />

vergonzoso?<br />

CAPITULO XIX<br />

Los impulsos de la ira y de la liviandad se mueven tan viciosamente,<br />

que es necesario para moderarlos el freno de la razón<br />

Los filósofos que se acercaron más a la verdad confesaron que la ira<br />

y el apetito sensual eran dos partes viciosas del alma,<br />

porque se mueven tan turbadamente y sin orden, aun en las cosas que<br />

la razón no prohíbe, que tienen necesidad del gobierno<br />

de la razón, la cual siendo, según dicen, la tercera parte del alma,<br />

está puesta en lugar preeminente para regir a aquellas dos<br />

partes, a fin de que, mandando la razón y obedeciendo la ira y la<br />

liviandad, pueda conservar el hombre en todas las partes de<br />

su alma la justicia.<br />

Las citadas partes, pues que, según dichos filósofos, aun en el<br />

hombre sabio y templado son viciosas, para que la razón las<br />

refrene y desvíe, apartándolas de las cosas a que injustamente se<br />

mueven o las suelte para las que permite y concede la ley de<br />

la sabiduría, como es la ira para ejercer el justo castigo, y el<br />

apetito sexual para la propagación de la especie humana; las<br />

citadas partes, repito, no eran viciosas en el Paraíso antes del<br />

pecado, porque no se inclinaban a cosa contraria a la recta<br />

voluntad que exigiera contenerlas con el freno de la recta razón. El<br />

moverse ahora de modo que los que viven honesta, justa y<br />

santamente las gobiernan a veces con facilidad, y otras con<br />

dificultad las repriman y refrenen, no es, sin duda, salud propia de<br />

la<br />

naturaleza, sino enfermedad que procede de la culpa.<br />

Si los actos que provienen de la ira y de los demás afectos<br />

(consistan en palabras o en obras) no procura la vergüenza<br />

encubrirlos y esconderlos, como hace con los qué proceden del apetito<br />

sensual, débese a que los miembros del cuerpo que se<br />

emplean en la ejecución de aquellos no dependen en sus movimientos de<br />

las pasiones, sino de la voluntad, que es quien los<br />

domina. Porque el que enojado y con cólera dice alguna palabra<br />

ofensiva o hiere a otro, no pudiera hacer tales cosas si la<br />

voluntad no moviera la lengua o las manos, miembros a quienes también<br />

mueve la voluntad, aun cuando no haya ira o cólera<br />

alguna.<br />

Pero respecto de la pasión carnal, de tal manera está apoderado de<br />

ellos el apetito sensual, que sólo obedecen a la excitación<br />

de éste, sea espontánea o estimulada. Esto es lo que da vergüenza y<br />

lo que ruboriza a quien lo ve, y por ello prefiere el<br />

hombre, cuando se enoja injustamente con otro, que le miren cuantos<br />

quieran, a que le vea alguno cuando, conforme a la<br />

razón, condesciende con la pasión de la carne.<br />

CAPITULO XX<br />

De la vanísima torpeza de los cínicos<br />

La antedicha razón no la tuvieron presente los filósofos caninos, es<br />

decir, los cínicos, al defender la opinión bestial encaminada a<br />

suprimir el pudor. El pudor natural, sin embargo, ha podido más que<br />

esta opinión. Porque aun cuando han escrito que hizo<br />

Diógenes con arrogancia, gloriándose de ello y pensando que sería su<br />

secta más famosa si quedara arraigada en la memoria<br />

de las gentes esta famosa desvergüenza suya, con todo, después<br />

desistieron de esto los cínicos, y más pudo en ellos la<br />

vergüenza y el respeto que mutuamente se deben los hombres, que el<br />

error y el disparate con que los hombres afectaban ser<br />

semejantes a los perros.


Ahora también vemos, filósofos cínicos, porque lo son todos los que<br />

no sólo visten el palio, sino llevan también su báculo; pero<br />

ninguno se atreve a hacer tal cosa, porque si alguno se atreviera, no<br />

diré que le apedrearan, sino que, por lo menos, a puro<br />

escupirle, le echaran del mundo.<br />

Así pues, la naturaleza humana se avergüenza, y con razón, de este<br />

apetito torpe que sujeta la carne a su albedrío, apartándola<br />

de la jurisdicción de la voluntad, y esta desobediencia prueba<br />

claramente el pago que se dio a la desobediencia del primer<br />

hombre.<br />

CAPITULO XXI<br />

De la bendición que echó Dios al hombre antes del pecado para que<br />

creciese y se multiplicara, no destruida por la<br />

prevaricación<br />

No creamos en manera alguna que los dos casados que estuvieron en el<br />

Paraíso habrían de cumplir por medio de este apetito<br />

sensual lo que en su bendición les dijo Dios: , porque este torpe apetito nació después<br />

del pecado, y después del pecado, la naturaleza, que no es<br />

dcshonesta, al perder la potestad y jurisdicción bajo la cual el<br />

cuerpo en todas sus partes le obedecía y servía, echó de ver este<br />

apetito, lo consideró, se avergonzó y lo cubrió.<br />

Pero la bendición del matrimonio para que los casados creciesen, se<br />

multiplicaran y llenaran la tierra, aunque quedó también<br />

para los delincuentes, siendo anterior a su falta, quedó para que se<br />

conociese que la generación de los hijos es cosa que toca a<br />

la honra del matrimonio, y no a la pena del pecado.<br />

Algunos que ignoran, sin duda, la felicidad que hubo en el Paraíso,<br />

creen que en él Adán y Eva no tuvieron hijos.<br />

Otros no aceptan totalmente la Divina Escritura, donde se lee que,<br />

después del pecado, se avergonzaron de verse desnudos, y<br />

cómo infieles, se ríen de ella. Otros, aunque aceptan y honran la<br />

Escritura, no quieren, sin embargo, que se entienda la frase<br />

en el sentido de la multiplicación de la<br />

carne, porque encuentran otra que se refiere a la multiplicación del<br />

espíritu: ; y en lo que continúa diciendo el Génesis: , entienden que la palabra tierra quiere<br />

decir el cuerpo que anima el, alma con su presencia, y le<br />

domina y sujeta cuando las virtudes se multiplican en ella. Pero<br />

añaden que los hijos carnales ni aun entonces los pudieron<br />

engendrar, como tampoco ahora pueden, sin el torpe apetito que nació,<br />

se vio, se confundió y se cubrió después del pecado; y<br />

que dentro del Paraíso no tuvieron hijos, sino fuera de él, como así<br />

sucedió; porque después que los echaron de allí los<br />

engendraron.<br />

CAPITULO XXII<br />

Cómo Dios ordenó y bendijo el matrimonio<br />

Pero en manera alguna dudamos nosotros que el crecer y multiplicar y<br />

henchir la tierra conforme a la bendición de Dios es don<br />

del matrimonio que instituyó Dios desde el principio, antes del<br />

pecado, cuando crió al varón y la mujer, cuya diferencia clara y<br />

evidentemente se halla en la carne, pues a esta obra que hizo Dios<br />

fue a la que también echó su bendición, según dice la<br />

Escritura: , e inmediatamente añade: , etc.<br />

Aunque todo esto pueda entenderse en un sentido espiritual, sin<br />

embargo, no puede decirse que las palabras varón y mujer<br />

deban aplicarse a dos cosas que se encuentran en un solo hombre, con


pretexto de que dentro de él una cosa es la que<br />

gobierna y otra la gobernada; sino, como evidentemente se echa de ver<br />

en cuerpos de diferente sexo, los crió Dios, varón y<br />

mujer para que, engendrando hijos, creciesen y se multiplicasen y<br />

llenaran la tierra.<br />

El empeño en contradecir sentido tan claro es grandísimo disparate;<br />

porque ni del espíritu que manda, ni de la carne que<br />

obedece, o del animal racional que rige y del apetito irracional que<br />

es regido, o de la virtud contemplativa, que es preeminente,<br />

y de la activa, que es inferior, o de la razón del alma y del sentido<br />

del cuerpo, sino claramente del vínculo del matrimonio a que<br />

se obliga y sujeta uno y otro sexo, hablaba el Señor cuando,<br />

preguntado si era lícito por cualquier causa despedir la mujer,<br />

porque Moisés, atendiendo a la dureza de corazón de los israelitas,<br />

les permitió repudiarla, contestó: <br />

Es, pues, indudable que desde el principio fueron creados los dos<br />

sexos en dos seres distintos, como ahora existen, y que se<br />

les llama un solo hombre o por la unión del matrimonio o a causa del<br />

origen de la mujer, formada del costado del hombre; origen<br />

que aprovecha el Apóstol para recomendar que los hombres amen a sus<br />

mujeres.<br />

CAPITULO XXIII<br />

Si Adán y Eva hubiesen tenido hijos en el Paraíso, en el caso de no<br />

pecar<br />

Los que defienden que Adán y Eva no engendraran hijos si no pecaran ¿<br />

defienden acaso otra cosa sino que, para aumentar el<br />

número de los santos, era necesario el pecado del hombre? Porque si<br />

no podían engendrar sino pecando, y si no<br />

engendraban quedaban solos, para que hubiese no ya dos hombres, sino<br />

muchos, era necesario el pecado. Imposible es<br />

defender este absurdo. ¿No es mejor creer que el número de los santos<br />

necesario para poblar aquella bienaventurada ciudad<br />

fuera tan grande, aunque nadie hubiese pecado, como lo es ahora que<br />

la gracia de Dios los elige entre la multitud de<br />

pecadores, mientras los hijos de este siglo son engendrados y<br />

engendran?<br />

Así pues, si el primer matrimonio digno de la felicidad del Paraíso<br />

no hubiese pecado, tuviera descendencia digna de su amor, y<br />

no apetito que lo avergonzara.<br />

CAPITULO XXIV<br />

La voluntad y los órganos de la generación en el Paraíso<br />

1. Allí el hombre seminaria y la mujer recibiría el semen cuando y<br />

cuanto fuere necesario, siendo los organos de la generación<br />

movidos por la voluntad, no excitados por la libido. Porque no<br />

movemos solamente a nuestro antojo los miembros articulados<br />

con huesos, como los pies, las manos y los dedos, sino también<br />

movemos los compuestos de nervios fláccidos agitándolos y los<br />

enderezamos encogiéndolos a nuestro capricho. Así hacemos con los<br />

miembros de la boca y de la cara, que los mueve la<br />

voluntad como le place. Los pulmones, que son las vísceras más<br />

blandas, exceptuadas las medulas, y por eso resguardadas<br />

por la caja torácica para respirar y aspirar y para emitir o<br />

modificar la voz, sirven como fuelles de órgano, a la voluntad del<br />

que<br />

sopla, respira, habla, grita o canta. Y no me detengo a decir que a


algunos animales les es natural e innato mover, cuando sienten<br />

alguna molestia sobre el cuerpo, solamente la piel que cubre el<br />

lugar en que la sienten, y espantan con el temblor de su piel<br />

no sólo las moscas que se les posan encima, sino también los<br />

aguijones que les clavan. Y porque el hombre no pueda hacer<br />

esto, ¿hemos de decir que el Creador no pudo dar esa facultad a los<br />

vivientes que quiso? Luego al hombre le fue también<br />

posible tener sujetos los miembros inferiores, facultad que perdió<br />

por su desobediencia, ya que para Dios fue fácil crearlo de<br />

manera que los miembros de su carne, que ahora únicamente son movidos<br />

por la libido, los moviera sólo la voluntad.<br />

2. Conocidas nos son las naturalezas de algunos hombres, distintas de<br />

los demás y admirables por lo raras, que hacen con su<br />

cuerpo a placer cosas que otros no pueden hacer y que, oídas, apenas<br />

las creen. Hay quienes mueven las dos orejas a la vez<br />

o por separado; y otros que, sin mover la cabeza, echan sobre su<br />

frente la cabellera y la retiran cuando les place. Hay otros<br />

que, comprimiendo un poco los diafragmas, sacan como de una bolsa lo<br />

que quieren de la infinidad y variedad de cosas que<br />

han engullido. Otros hay que imitan y expresan tan a la perfección el<br />

canto de las aves y las voces de las bestias y de otros<br />

hombres, que, sino se les ve, es imposible distinguirlos. No faltan<br />

algunos que, sin fetidez, emiten por el fondo sonidos tan<br />

armoniosos, que se diría que cantan por esa boca. Yo mismo he visto<br />

sudar a un hombre cuando quería, y a nadie se le oculta<br />

que hay algunos que lloran cuando quieren y se anegan en un mar de<br />

lágrimas. Pero es mucho más increíble un hecho<br />

sucedido hace poco y del que fueron testigos muchos hermanos<br />

nuestros. En una parroquia de la iglesia de Calama había un<br />

presbítero llamado Restituto, que, cuando le placía (solían pedir que<br />

hiciera esto quienes deseaban ser testigos presenciales de<br />

la maravilla), al oír voces que imitaban el lamento de un hombre, se<br />

enajenaba de sus sentidos y yacía tendido en tierra tan<br />

semejante a un muerto, que no sólo no sentía los toques y los<br />

pinchazos, sino que a veces era quemado con fuego sin sentir<br />

dolor, hasta más tarde y por efecto de la herida. Y prueba de que su<br />

cuerpo no se movía, no porque él lo aguantaba, sino<br />

porque no sentía, era que no daba señal alguna de respiración, como<br />

un muerto. Sin embargo, contaba después que, cuando<br />

hablaban más alto los concurrentes, oía voces como a lo lejos.<br />

Si, pues, en la presente vida grávida de pesares por la carne<br />

corruptible, hay personas a las que obedece el cuerpo de modo<br />

maravilloso y extraordinario en muchas mociones y afecciones, ¿por<br />

qué no creemos que, antes de la desobediencia y de la<br />

corrupción, los miembros del hombre pudieron servir a la voluntad sin<br />

ninguna libido en lo relativo a la generación? El hombre<br />

fue abandonado a sí mismo porque abandonó a Dios, complaciéndose en<br />

sí mismo, y, no obedeciendo a Dios, no pudo<br />

obedecerse a sí mismo. Su más palmaria miseria procede de allí, y<br />

consiste en no vivir como quiere. Es cierto que, si viviera a<br />

su capricho, se juzgaría feliz; pero en realidad no lo sería si<br />

viviera torpemente.<br />

CAPITULO XXV<br />

De la verdadera bienaventuranza, la cual no se consigue en la vida<br />

temporal<br />

Si lo consideramos con madura reflexión, ninguno sino el que es feliz<br />

vive como quiere, y ninguno es bienaventurado sino el<br />

justo; y ni aun el mismo justo vive como quiere, si no llega a donde<br />

nunca pueda morir, padecer engaño ni ofensa, y le conste y<br />

esté asegurado de que siempre sera así; porque esto lo apetece y<br />

desea la naturaleza, y no será perfectamente cumplida y<br />

bienaventurada si no es consiguiendo lo que apetece.<br />

Mas ahora, ¿qué hombre hay que pueda vivir como quiere, cuando el


mismo vivir no está en su mano? Porque él quiere vivir,<br />

y es indispensable que muera, ¿ha de vivir como quiera el que no vive<br />

todo lo que quiere? Y si quisiese morir, ¿cómo ha de<br />

vivir a su gusto el que no quiere vivir? Y si acaso quiere morir, no<br />

porque no quiere vivir, sino por vivir mejor después de la<br />

muerte, aun así no vive como quiere, sino cuando llegare, muriendo, a<br />

lo que quiere.<br />

Pero demos que viva como quiere, porque se hizo fuerza y mandó a sí<br />

mismo el no querer lo que no puede y querer lo que<br />

puede, como lo dice Terencio: <br />

CAPITULO XXVI<br />

Que se debe creer que la felicidad de los que vivían en el Paraíso<br />

pudo cumplir el débito matrimonial sin el apetito vergonzoso<br />

Así que vivía el hombre en el Paraíso como quería, entretanto que<br />

quería lo que Dios mandaba; vivía gozando de Dios, con<br />

cuyo bien era bueno; vivía sin mengua o necesidad de cosa alguna, y<br />

así tenía en su potestad el poder vivir siempre. Abundaba<br />

la comida porque no tuviese hambre, la bebida porque no tuviese<br />

sed. Tenía a mano el árbol de la vida porque no le<br />

menoscabase la senectud, ni había género de corrupción en su cuerpo,<br />

ni por el cuerpo sentía alguna especie de molestia, no<br />

había enfermedad alguna, en lo interior ni en lo exterior tenía<br />

herida alguna, gozaba de perfecta salud en el cuerpo y de cumplida<br />

tranquilidad y paz en el alma; y así como en el Paraíso no<br />

hacía frío ni calor, así para los que en él vivían no había objeto<br />

que, por deseado o temido, alterase su buena voluntad. No había cosa<br />

melancólica y triste, nada vanamente alegre. El<br />

verdadero gozo se iba perpetuando con la asistencia de Dios, a quien<br />

amaban con ardiente caridad, con corazón puro, con<br />

ciencia buena y fe no fingida, y entre los casados se conservaba<br />

fielmente la sociedad indisoluble por medio del amor casto.<br />

Había una concorde vigilancia del alma y del cuerpo y una observancia<br />

exacta del divino precepto, sin fatiga. No existía<br />

cansancio que molestase al ocio, ni sueño que oprimiese contra la<br />

voluntad.<br />

Donde había tanta comodidad en las cosas y tanta felicidad en los<br />

hombres, Dios nos libre de sospechar que no pudieron<br />

engendrar sus hijos sin intervención del torpe apetito.<br />

Con todo eso, al sumo Dios todopoderoso y al Criador sumamente bueno<br />

de todas las naturalezas, que ayuda y remunera las<br />

buenas voluntades y da de mano y condena las malas, y ordena y<br />

dispone de las unas y de las otras, no le faltó traza y consejo<br />

como poder cumplir el número determinado de los ciudadanos que tenía<br />

él predestinado en su sabiduría para su ciudad, aun del<br />

linaje condenado de los hombres; no diferenciándolos por anteriores<br />

méritos, supuesto que toda la masa, como en raíz dañada<br />

y corrompida, quedó condenada, sino escogiéndolos con su gracia y<br />

mostrando a los libertados la merced que les hace, no sólo<br />

por el bien de la libertad propia, sino también por la miseria de los<br />

no libertados; pues conoce cada uno que ha escapado de los<br />

males por la bondad, no debida, sino graciosa, de Dios cuando se ve<br />

libre de la compañía de aquellas personas con quienes<br />

justamente pudiera padecer la pena. ¿Por qué, pues, no había de criar


Dios a los que sabía que habían de pecar, pues podía<br />

manifestar en ellos y por ellos lo que merecía su culpa y lo que les<br />

concedía su gracia; y siendo El Criador y dispensador, el<br />

perverso desorden de los delincuentes no podía pervertir el orden<br />

recto del Universo?<br />

CAPITULO XXVII<br />

De los pecadores, así angeles como hombres, cuya perversidad no<br />

perturba a la Providencia divina<br />

Por tanto, no pueden practicar acción alguna los pecadores, así los<br />

ángeles como los hombres, por la que puedan impedir ,<br />

porque el que con su providencia y omnipotencia distribuye<br />

a cada cosa lo que le pertenece, no sólo sabe usar bien de los<br />

bienes, sino también de los males; y así, usando bien Dios del<br />

ángel malo, que por mérito de su primera voluntad mala se condenó,<br />

obstinó y endureció de manera que ya no puede tener<br />

buena voluntad, ¿por qué razón no había de permitir que tentara al<br />

primer hombre, a quien había criado recto, esto es, de<br />

buena voluntad? Supuesto que estaba ya dispuesto que si confiaba en<br />

la ayuda de Dios, el hombre bueno venciera al ángel<br />

malo; y si, agradándose a sí propio con soberbia, dejaba a Dios su<br />

Criador y auxiliador, había de ser vencido; teniendo el<br />

mérito bueno de la voluntad recta favorecida de Dios, y el malo en la<br />

voluntad perversa desamparando a Dios. Y aunque<br />

confiar en la ayuda de Dios no le era posible sin la ayuda de Dios,<br />

no por eso dejaba de estar en su potestad al apartarse,<br />

agradándose a sí propio de estos beneficios de la divina gracia.<br />

Porque así como no está en nuestra mano el vivir en este cuerpo sin<br />

la ayuda de los elementos, y está en nuestra potestad no<br />

vivir en él, como lo hacen los que se matan, así no estaba en nuestra<br />

potestad el vivir bien en el cuerpo sin el favor de Dios, aun<br />

en el Paraíso, pero estaba en nuestra facultad el vivir mal, aunque<br />

con condición de que no había de permanecer la<br />

bienaventuranza, sino que había de sobrevenimos la condigna pena y<br />

castigo.<br />

Pues no ignorando Dios esta caída que había de dar el hombre, ¿por<br />

qué motivo no le había de dejar tentar por la malicia del<br />

ángel envidioso? Y aunque en ningún modo estaba incierto de si había<br />

de ser vencido, con todo, preveía ya entonces que este<br />

mismo demonio seria vencido por la descendencia del hombre, ayudada<br />

de su gracia con mayor gloria de los santos; y así fue<br />

que ni a Dios se le escondió cosa alguna futura, ni por su<br />

presciencia compelió a pecar a nadie; y maniféstó con la experiencia<br />

a<br />

la criatura racional, angélica y humana, la diferencia que hay entre<br />

la propia presunción de cada uno y entre su defensa y<br />

amparo; porque ¿quién se atreverá a creer o decir que no estuvo en la<br />

potestad de Dios el que no cayese ni el ángel ni el<br />

hombre? Pero más quiso no quitar la libertad a su albedrío,<br />

manifestando de esta manera cuánto mal podía traer la soberbia de<br />

ellos, y cuánto bien su divina gracia.<br />

CAPITULO XXVIII<br />

De la calidad de las dos ciudades, terrena y celestial<br />

Así que dos amores fundaron dos ciudades; es a saber: la terrena, el<br />

amor propio, hasta llegar a menospreciar a Dios, y la<br />

celestial, el amor a Dios, hasta llegar al desprecio de sí propio. La<br />

primera puso su gloria en sí misma, y la segunda, en el<br />

Señor; porque la una busca el honor y gloria de los hombres, y la<br />

otra, estima por suma gloria a Dios, testigo de su conciencia;<br />

aquélla, estribando en su vanagloria, ensalza su cabeza, y ésta dice


a su Dios: ; aquélla reina en sus príncipes o en las naciones a quienes<br />

sujetó la ambición de reinar; en ésta unos a otros se sirven<br />

con caridad: los directores, aconsejando, y los súbditos,<br />

obedeciendo; aquélla, en sus poderosos, ama su propio poder; éstá dice<br />

a su Dios: ; y por eso, en aquélla, sus sabios, viviendo según el<br />

hombre, siguieron los bienes, o de su cuerpo, o de su alma, o los de<br />

ambos; y los que pudieron conocer a Dios ; porque la adoración de tales imágenes y<br />

simulacros, o ellos fueron los que la enseñaron a las gentes,<br />

o ellos mismos siguieron e imitaron a otros, . Pero en esta ciudad no hay otra sabiduría<br />

humana sino la verdadera piedad y religión con que rectamente<br />

se adora al verdadero Dios, esperando por medio de la amable compañía<br />

de los santos no sólo de los hombres, sino también<br />

de los ángeles, .<br />

LIBRO DECIMOQUINTO<br />

PRINCIPIO DE LAS DOS CIUDADES EN LA TIERRA<br />

CAPITULO PRIMERO<br />

De dos géneros de hombres que caminan a diferentes fines<br />

Acerca de la felicidad del Paraíso o del mismo Paraíso y de la<br />

especie de vida que en él hicieron los primeros hombres<br />

de su pecado, pena y condigno castigo, opinaron variamente muchos<br />

escritores y dijeron y escribieron con bastante extensión<br />

sobre el particular.<br />

Nosotros, asimismo, hemos disputado en los libros precedentes sobre<br />

este mismo asunto según lo que resulta de las<br />

sagradas letras o lo que hemos leído en ellas, y de su lección y<br />

meditación hemos podido entender, conformándonos con su<br />

autoridad, las cuales, si quisiéramos desmenuzar e investigar con más<br />

particularidad, resultarían ciertamente muchas y varias<br />

cuestiones, siendo indispensable llenar con ellas muchos más libros<br />

de los que exige esta obra y la cortedad de tiempo de que<br />

disfrutamos, el cual, por ser tan escaso, nos impide detenernos en el<br />

examen de todas las dudas y objeciones que pueden<br />

ponernos los ociosos y nimiamente escrupulosos, quienes son más<br />

prontos a preguntar que capaces para entender.<br />

Sin embargo, soy de sentir que quedan plenamente satisfechas y<br />

comprobadas las cuestiones más arduas, espinosas y<br />

dificultosas que se citan acerca del principio o fin del mundo, o del<br />

alma, o del mismo linaje humano, al cual hemos distribuido en<br />

dos géneros: el uno, de los que viven según el hombre, y el otro,<br />

según Dios; y a esto llamamos también místicamente dos<br />

ciudades, es decir, dos sociedades o congregaciones de hombres, de<br />

las cuales la una está predestinada para reinar<br />

eternamente con Dios, y la otra para padecer eterno tormento con el<br />

demonio, y éste es el fin principal de ellas, del cual<br />

trataremos después. Mas ya que del nacimiento y origen (ya de los<br />

ángeles, cuyo número específico ignoramos, o de los dos<br />

primeros hombres) hemos raciocinado lo bastante, me parece que ya es<br />

ocasión de tratar de su discurso y progresos,<br />

principiando desde que los hombres empezaron a engendrar, hasta los<br />

tiempos en que dejarán de procrear; porque todo este<br />

siglo en que se van los que mueren, y suceden los que nacen, es el


discurso y progreso de estas dos ciudades de que<br />

tratamos.<br />

El primero que nació de nuestros primeros padres fue Caín, que<br />

pertenece a la ciudad de los hombres, y después Abel,<br />

que pertenece a la ciudad de Dios; pues así como en el primer hombre,<br />

según expresión del apóstol, «no fue primero lo<br />

espiritual, sino lo animal, y después lo espiritual» (de donde cada<br />

hombre, naciendo de raíz corrompida primero es fuerza que<br />

por causa del pecado de Adán sea malo y carnal, y si renaciendo en<br />

Cristo le cupiere mejor suerte, después viene a ser bueno<br />

y espiritual), así en todo el linaje humano, luego que estas dos<br />

ciudades, naciendo y muriendo, comenzaron a discurrir, primero<br />

nació el ciudadano de este siglo, y después de él el que es peregrino<br />

en la tierra y que pertenece a la Ciudad de Dios predestinado<br />

por la gracia, elegido por la gracia y por la gracia<br />

peregrino en el mundo, y por la gracia ciudadano del cielo.<br />

En cuanto a su naturaleza, nació de la misma masa, que originalmente<br />

estaba toda inficcionada y corrompida; pero Dios,<br />

«como insigne alfarero (esta semejanza trae muy a propósito el<br />

Apóstol), hizo de una misma masa un vaso destinado para<br />

objetos de estimación y aprecio, y otro para cosas viles».<br />

Sin embargo, primeramente se hizo el vaso para destinos humildes y<br />

despreciables, y después el otro para los preciosos<br />

y grandes; porque aun en el mismo primer hombre, como insinué,<br />

primero es lo réprobo y malo, por donde es indispensable<br />

que principiemos, y en donde no es necesario que nos quedemos; y<br />

después es lo bueno, adonde, aprovechando<br />

espiritualmente, lleguemos, y en donde, llegando, nos quedemos.<br />

Por lo cual, aunque no todo hombre malo será bueno, no obstante,<br />

ninguno será bueno que no haya sido malo; pero<br />

cuanto más en breve se mude en mejor, más pronto conseguirá que le<br />

nombren con el dictado de aquello que alcanzó, y con el<br />

nombre último encubrirá el primero.<br />

Así que dice la Sagrada Escritura dé Caín que fundó una ciudad; pero<br />

Abel, como peregrino, no la fundó, porque la<br />

ciudad de los santos es soberana y celestial, aunque produzca en la<br />

tierra los ciudadanos, en los cuales es peregrina hasta que<br />

llegue el tiempo de su reino, cuando llegue a juntar a todos,<br />

resucitados con sus cuerpos, y entonces se les entregará el reino<br />

prometido, donde con su príncipe, rey de los siglos, reinarán sin fin<br />

para siempre.<br />

CAPITULO II<br />

De los hijos de la carne y de los hijos de promisión<br />

Sombra de esta ciudad e imagen profética, más para significárnosla<br />

que para ponerla y hacérnosla realmente presente,<br />

fue la que existió en la tierra cuando convino que se designase y<br />

llamase también ciudad santa, por razón de la imagen que<br />

significa, y no de la verdad, como ha de llegar a ser.<br />

De esta sombra o imagen que decimos, y de aquella ciudad libre, que<br />

representa, dice el Apóstol de este modo<br />

escribiendo a los gálatas: «Respondedme: ¿los que queréis vivir<br />

debajo de la ley, no habéis oído lo que dice la ley?» Según<br />

refiere la Sagrada Escritura, Abraham tuvo dos hijos, el uno tenido<br />

de una esclava, y el otro, de su mujer legítima y libre; pero el<br />

tenido de la esclava nació según la carne, esto es, según el curso<br />

natural sin milagro o promesa, de joven y fecunda, y él nació<br />

de la mujer libre contra el curso ordinario de la naturaleza, nació<br />

de vieja y estéril por virtud de la divina promesa, lo cual<br />

debemos entender, no sólo literalmente, sino también espiritual y<br />

alegóricamente.<br />

Veamos, pues, qué nos quieren dar a entender en sentido alegórico las<br />

dos madres y los dos hijos: las dos madres,


pues, nos significan dos Testamentos y dos Iglesias, el Testamento<br />

Viejo y la antigua sinagoga de los judíos, y el Testamento<br />

Nuevo y la nueva Iglesia; de aquél nació un pueblo sujeto a la<br />

servidumbre de la ley, y de éste, otro pueblo, por la fe de<br />

Jesucristo, libre de la carga y peso de la ley. El uno empezó en el<br />

monte Sina, y engendra los hijos siervos, que es lo que significa<br />

Agar; porque Sina es un monte en Arabia que confina con lo que<br />

ahora se llama Jerusalén, pues sirve con todos sus hijos;<br />

pero la Jerusalén que está en alto es la libre, esposa legítima y<br />

madre nuestra, que es lo que nos significa Sara, de la cual<br />

estaba profetizado por Isaías, viendo concurrir la multitud de varias<br />

gentes y naciones a oír el Evangelio de Jesucristo: alégrate,<br />

¡oh Iglesia de las gentes!, la que te llaman estéril y que no dabas<br />

hijos a Dios; prorrumpe en voces de alegría y clama, porque<br />

parecías estéril, y desamparada, y tendrás más hijos que la que tenía<br />

varón. Nosotros, hermanos, todos somos hijos de promisión,<br />

como Isaac. Pero así como entonces el que había nacido según la<br />

carne perseguía al que había nacido milagrosamente en<br />

virtud de la divina promesa, así sucede ahora. Pero ¿qué dice la<br />

Sagrada Escritura?: «Echa de casa a la esclava y a su hijo,<br />

porque no ha de entrar en la herencia el hijo de la esclava con el<br />

hijo de la esposa libre y legítima. Nosotros, hermanos, no<br />

somos hijos de la esclava, sino de la libre, lo cual debemos a<br />

Cristo, que nos puso en libertad.»<br />

Esta explicación que nos enseña la autoridad apostólica nos abre el<br />

camino para saber cómo hemos de entender la<br />

Sagrada Escritura, que está distribuida en dos testamentos, Viejo y.<br />

Nuevo, porque una parte de la ciudad terrena viene a ser<br />

imagen de la ciudad celestial, no significándose a sí, sino a ésta,<br />

y, por tanto, sirviéndola; pues no fue instituida por sí misma, sino<br />

para significar a la otra; y con otra imagen anterior la misma, que<br />

fue figura, fue también figurada; pues Agar, la esclava de Sara<br />

y su hijo fueron una imagen de esta imagen.<br />

Y porque habían de cesar las sombras en viniendo la luz, dijo Sara la<br />

libre, que significaba la ciudad libre, a quien, para<br />

significar de otro modo servía también aquella sombra: «Echa la<br />

esclava y a su hijo, porque no ha de ser heredero el hijo de la<br />

esclava con mi hijo Isaac», al cual llama el Apóstol «hijo de la<br />

libre».<br />

Así que hallamos en la ciudad terrena dos formas, una que nos muestra<br />

su presencia, y otra que sirve con su presencia<br />

para significarnos la ciudad celestial, A los ciudadanos de la ciudad<br />

terrena los produce la naturaleza corrompida con el pecado;<br />

pero a los ciudadanos de la ciudad celestial los engendra la gracia,<br />

libertando a la naturaleza del pecado; y así, los unos se<br />

llaman vasos de ira, y los otros, vasos de misericordia.<br />

Esto mismo se nos significa también en los dos hijos de Abraham, pues<br />

el uno, que es Ismael, nació naturalmente, según<br />

la carne, de la esclava llamada Agar; pero el otro, que es Isaac,<br />

nació milagrosamente, según la divina promesa, de Sara, que<br />

era libre. Uno y otro fueron hijos de Abraham; pero al uno le<br />

engendró el curso ordinario que significa la naturaleza, y al otro le<br />

produjo la promesa, que representa la gracia; en el uno se manifiesta<br />

la costumbre y uso humano, y en el otro se nos<br />

recomienda el beneficio divino.<br />

CAPITULO III<br />

De la esterilidad de Sara, a la cual hizo fecunda la divina gracia<br />

Porque Sara era estéril y sin esperanza de tener hijos en el orden<br />

físico y natural, deseando siquiera tener de su esclava<br />

lo que de sí no podía, diósela para este efecto a su marido, de quien<br />

había deseado tener hijos y no lo había conseguido:<br />

Nació, pues, Ismael como nacen los hombres, conforme a la ley y curso<br />

ordinario de la naturaleza; y por eso dijo la<br />

Escritura, según la carne, no porque estos beneficios no sean de


Dios, o porque aquello, esto es la generación, no lo haga<br />

Dios, cuya sabiduría, como insinúa el sagrado texto, «con fortaleza<br />

toca de fin a fin, y con suavidad dispone todas las cosas»;<br />

Sino que para significar cómo la gracia concede gratuitamente a los<br />

hombres el don de Dios, que no nos es debido, era<br />

necesario que naciera el hijo, contra el curso ordinario de la<br />

naturaleza; pues la naturaleza niega ya los hijos a hombre y mujer,<br />

cuales eran entonces Abraham y Sara, agregándose a aquella edad la<br />

esterilidad de la mujer, la cual no podía dar a luz cuando<br />

le faltaba, no edad a la fecundidad, sino fecundidad a la edad. El no<br />

deberse, pues, a la naturaleza el fruto de la posteridad<br />

significa que la naturaleza humana, corrompida con el pecado, y con<br />

justa causa condenada, no merecía en adelante la<br />

verdadera felicidad.<br />

Muy bien, pues, significa Isaac, nacido en virtud de la divina<br />

promesa, los hijos de la gracia, los ciudadanos de la ciudad<br />

libre, los compañeros de la paz eterna; donde hay amor, no de la<br />

voluntad propia y en cierto modo particular, sino el amor que<br />

gusta del bien común e inmutable, y que, de muchos, hace un corazón;<br />

esto es, la obediencia del amor, reducida a una suma y<br />

perfecta concordia.<br />

CAPITULO IV<br />

De la guerra o paz que tiene la ciudad terrena<br />

La ciudad terrena, que no ha de ser sempiterna, porque cuando<br />

estuviere condenada a los últimos tormentos no será<br />

ciudad, en la tierra tiene su bien propio, del que se alegra como<br />

pueden alegrar tales cosas; y porque no es tal este bien, que<br />

libre y excuse de angustias a sus amadores, por eso la ciudad de<br />

ordinario anda desunida y dividida entre sí con pleitos,<br />

guerras y batallas, procurando alcanzar victorias, o mortales o, a lo<br />

menos, efímeras; pues por cualquier parte que se quisiese<br />

levantar haciendo guerra contra la otra parte suya, pretende ser<br />

victoriosa y triunfadora de las gentes, siendo cautiva y esclava<br />

de los vicios; y si, cuando vence, se ensoberbece, es mortífera.<br />

Pero si considerando la condición y los casos comunes se aflige más<br />

con las cosas adversas que le pueden suceder,<br />

que se alegra y regocija con las prósperas que le acontecieron,<br />

entonces es solamente perecedera esta victoria pues no podrá,<br />

por ser eterna, dominar siempre aquellos que pudo sujetar venciendo.<br />

Pero no es acertado decir que no son bienes los que apetece esta<br />

ciudad, puesto que, en su género ella misma es un<br />

bien, y más excelente que aquellos otros bienes. Para gozar de ellos<br />

desea cierta paz terrena, y con tal fin promueve la guerra;<br />

pues si venciere y no hubiere quien resista, tendr0á la paz, que no<br />

tenían los partidos que entre sí se contradecían y peleaban<br />

por cosas que juntamente no podían tener.<br />

Esta paz pretenden las molestas y ruinosas guerras, y ésta alcanza la<br />

que estime por gloriosa victoria, y cuando vencen<br />

los que defendían la causa justa, ¿quién duda que fue digna de<br />

parabién la victoria, y que sucedió la paz que se pudo desear?<br />

Estos son bienes y dones de Dios pero si no haciendo caso de los<br />

mejores, que pertenecen a la ciudad soberana, donde<br />

habrá segura victoria en eterna y constante paz, se desean esto<br />

bienes, de manera que ellos solos se tengan por tales y se<br />

amen y quieras más que los que son mejores, necesariamente resultarán<br />

de ello miseria o se acrecentarán las que ya existan.<br />

CAPITULO V<br />

El primer autor y fundador de la ciudad terrena fue fratricida, cuya<br />

impiedad imitó con la muerte de su hermano el


fundador de Roma.<br />

Caín, el primer fundador de la ciudad terrena, fue fratricida, porque<br />

vencido de la envidia mató a Abel, ciudadano de la<br />

Ciudad Eterna; que era peregrino en esta tierra.<br />

Por lo cual nadie debe admirarse que tanto tiempo después, en la<br />

fundación de aquella ciudad que había d llegar a ser<br />

cabeza de la ciudad terrena de que vamos hablando, y había de ser<br />

señora y reina de tantas gentes y naciones, haya<br />

correspondido a este primer dechado que los riegos dice archêtypo,<br />

una imagen de su traza género: porque también allí como<br />

dio un poeta refiriendo la misma desventura. «Con la sangre fraternal<br />

se regaron las murallas que primeramente se<br />

construyeron en aquella ciudad pues de este modo se fundó Roma cuando<br />

Rómulo mató a su hermano Remo, según refiere la<br />

historia romana.<br />

Ambos eran ciudadanos de la ciudad terrena, y los dos pretendían la<br />

gloria de la fundación de la República romana; pero<br />

ambos juntos no podían tenerla tan grande como la tuviera uno solo,<br />

pues el que quería la gloria del dominio y señorío, menos<br />

señorío sin duda tuviera si, viviendo un compañero suyo en el<br />

gobierno, se enervara su potestad, y por eso, para poder tener<br />

uno solo todo el mando y señorío, desembarazóse quitando la vida al<br />

compañero, y empeorando con esta impía maldad lo que<br />

con inocencia fuera menor y mejor. Mas los hermanos Caín y Abel no<br />

tenían entre sí ambición, como los otros, por las cosas<br />

terrenas, ni tuvo envidia el uno del otro, temiendo el que mató al<br />

otro que su señorío se disminuyese, pues ambos reinaran y<br />

fueran señores.<br />

Abel no pretendía señorío en la ciudad que fundaba su hermano, y éste<br />

mató por la diabólica envidia que apasiona a los<br />

malos contra los buenos, no por otra causa sino porque son buenos y<br />

ellos malos. Pues de ningún modo se atenúa la pasión de<br />

la bondad por que con su poseedor concurra o permanezca también otro;<br />

antes la posesión de la bondad viene a ser tanto más<br />

anchurosa cuanto es más concorde el amor individual de los que la<br />

poseen.<br />

En efecto, no podrá disfrutar esta posesión el que no quiere que<br />

todos gocen de ella, y tanto más amplia y extensa la<br />

hallará cuanto más ampliamente amare y deseare en ella compañía; así<br />

que lo que aconteció entre Remo y Rómulo nos<br />

manifiesta cómo se desune y divide contra sí misma la ciudad terrena;<br />

y lo que sucedió entre Caín y Abel nos hizo ver la enemistad<br />

que hay entre las mismas dos ciudad terrena entre sí los buenos<br />

y los malos; le pero los buenos con los buenos, si son y<br />

perfectos, no pueden tener guerra entre sí. Pero los proficientes,<br />

los que van aprovechando y no son aún perfectos, pueden<br />

también pelear entre sí, e como un hombre puede no estar de acuerdo<br />

consigo mismo; porque aun en un mismo hombre «la<br />

carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne».<br />

Así que la concupiscencia espiritual puede pelear contra la carnal<br />

como pelean entre sí los buenos y los malos, o a lo<br />

menos las concupiscencias carnales de dos buenos que no son aun o<br />

perfectos como pelean entre sí los malos con los malos<br />

hasta que llegue la salud de los que se van curando a conseguir la<br />

última victoria.<br />

CAPITULÓ VI<br />

De los sufrimientos que padecen también en la peregrinación de esta<br />

vida por la pena del pecado los ciudadanos de la<br />

Ciudad de Dios, de los cuales se libran y sanan curándolos Dios<br />

Porque es indisposición y dolencia mortal la desobediencia de que<br />

disputamos en el libro XIV, que nos quedó en castigo<br />

de la primera desobediencia, pena que no sufrimos por naturaleza,


sino por vicio de la voluntad, aconseja el Apóstol a los<br />

buenos que van aprovechando en la virtud y que viven con fe y<br />

esperanza en esta peregrinación terrenal: «Ayudaos unos a<br />

Otros a llevar vuestras cargas, y de esta manera observaréis<br />

puntualmente la ley de Jesucristo.» Asimismo en otro lugar les<br />

dice: «Corregid a los inquietos, consolad a los pusilánimes, ayudad y<br />

alentad a los flacos y sed con todos pacientes y sufridos;<br />

mirad que ninguno vuelva mal por mal.» Igualmente en otro lugar<br />

añade: «Si cayere alguno en algún delito, vosotros, los que<br />

fuereis más espirituales, procurad remediarle con espíritu de<br />

mansedumbre, considerándose cada uno a si mismo, no caigas tú<br />

también en la tentación. » Y en otra parte: «No se ponga el sol y os<br />

anochezca estando enojados y durando el rencor y la<br />

cólera.» Y en el Evangelio: «Si pecare contra ti tu hermano,<br />

corrígele entre ti y él a solas.»<br />

Asimismo de los pecados en que se pretende evitar el escándalo de<br />

muchos, dice el Apóstol: «A los que pecan<br />

repréndelos públicamente delante de todos, para que los demás se<br />

recaten y teman. » Por eso sobre el perdonarnos<br />

mutuamente las ofensas también nos da saludables consejos,<br />

recomendándonos con tanto cuidado la paz, «sin la cual ninguno<br />

podrá ver a Dios». A cuya doctrina viene muy al caso aquel terror que<br />

excita en nuestros corazones cuando ordena al otro<br />

siervo devolver la deuda de los diez mil talentos que le habían ya<br />

perdonado, porque él no remitió la deuda de cien denarios a<br />

su consiervo y compañero. Y habiendo propuesto este símil, añadió el<br />

buen Jesús y le dijo: «Así también lo hará vuestro Padre<br />

celestial con vosotros, si no perdonare cada uno de corazón a su<br />

hermano.»<br />

De este modo se van curando los ciudadanos de la Ciudad de Dios que<br />

peregrinan como pasajeros en esta terrena, y<br />

suspiran por la paz imperturbable de la soberana patria: y el<br />

Espíritu Santo va obrando interiormente en ellos para que<br />

aproveche algún tanto la medicina que exteriormente se les aplica;<br />

porque, de otro modo, aunque el mismo Dios, por medio de<br />

la criatura que le está sujeta, hable y predique a los sentidos<br />

corporales, ya sean del cuerpo o los que se nos ofrecen<br />

semejantes a ellos en sueños, si deja Dios de gobernar el espíritu<br />

con su interior gracia, no hace impresión en el hombre<br />

ninguna verdad que le prediquen.<br />

Y suele Dios hacerlo así, distinguiendo los vasos de ira de los vasos<br />

de misericordia con la dispensación que sabe,<br />

aunque muy oculta, pero muy justa; porque ayudándonos su Divina<br />

Majestad de modo admirable y secreto cuando el pecado<br />

que habita en nuestros miembros (que mejor podernos llamar pena del<br />

pecado), como dice el Apóstol: «No reina en nuestro<br />

cuerpo mortal para obedecer a sus apetitos y deseos», ni le darnos<br />

nuestros miembros para que le sirvan de armas para la<br />

maldad; nos convertimos al espíritu que, gobernado por Dios, no<br />

consiente, con su auxilio, en cosas malas; y este espíritu le<br />

tendrá ahora el hombre, y le dirigirá con más tranquilidad; y<br />

después, habiendo recobrado enteramente la salud y tomada<br />

posesión de la inmortalidad sin pecado alguno, reinará con paz<br />

eterna.<br />

CAPITULO VII<br />

De la causa y pertinacia del pecado de Caín, y cómo no fue bastante a<br />

hacerle desistir de la maldad que había concebido<br />

el hablarle Dios<br />

Por esto mismo, que según nuestra posibilidad hemos declarado,<br />

habiendo Dios hablado a Caín de igual modo que<br />

acostumbraba hablar con los primeros hombres, por medio de la<br />

criatura, como si fuera un compañero suyo, tomando forma


competente, ¿qué le aprovechó? ¿Por ventura no puso por obra la<br />

maldad que había concebido de matar a su hermano aun<br />

después de habérselo avisado Dios?<br />

Porque habiendo diferenciado los sacrificios de ambos, mirando a los<br />

del uno y desechando los del otro, lo cual<br />

indudablemente no pudo menos de conocerlo Caín por alguna señal<br />

visible que lo declarase; y habiendo hecho esto Dios<br />

porque eran malas las obras de éste y buenas las de su hermano,<br />

entristecióse grandemente Caín y se le demudó el rostro;<br />

pues dice la Sagrada Escritura que le dijo el Señor a Caín: «¿Por<br />

qué, te has entristecido, y por qué se ha caído tu rostro? ¿No<br />

ves que si ofreces bien, mas no repartes bien, has caído en pecado?<br />

Sosiégate, porque a ti se convertirá él y tú le dominarás.»<br />

En este aviso que dio Dios a Caín aquello que dice: «¿No ves que si<br />

ofreces bien y no repartes bien has pecado?», porque no<br />

está claro a qué fin o por qué causa se dijo, de su oscuridad han<br />

nacido varios sentidos, procurando los expositores de la<br />

Sagrada Escritura declararlo, interpretando cada uno conforme a las<br />

reglas seguras de la fe.<br />

Porque muy bien, y rectamente se ofrece el sacrificio cuando se<br />

ofrece a Dios verdadero, a quien sólo se debe el<br />

sacrificio; pero no se reparte bien, y proporcionalmente cuando no se<br />

diferencian bien o los lugares, o los tiempos, o las mismas<br />

cosas que se ofrecen, o el que las ofrece, o a quien se ofrecen, o<br />

aquellos a quien la oblación se distribuye y reparte para<br />

comer, de manera que por división entendamos aquí la discreción, ya<br />

sea cuando se ofrece donde no conviene, o que no<br />

conviene allí, sino en otra parte, o cuando se ofrece cuando no<br />

conviene, lo que no conviene entonces, sino en otro tiempo, o<br />

cuando se ofrece lo que en ningún lugar y tiempo se debió ofrecer, o<br />

cuando reserva en sí el hombre cosas más escogidas o<br />

de mejor condición que las que ofrece a Dios, o cuando la cosa que se<br />

ofrece se comunica y reparte con el profano o con otro<br />

cualquiera a quien no es lícito.<br />

Cuál de estas cosas fue en la que Caín desagradó a Dios, no se puede<br />

averiguar fácilmente; pero porque el apóstol San<br />

Juan, hablando de estos hermanos, dice: «No como Caín, que no era<br />

hijo de Dios, sino del maligno espíritu, y mató a su<br />

hermano, ¿y por qué causa le quitó impíamente la vida? Porque sus<br />

acciones eran perversas y detestables y las de su<br />

hermano santas y buenas», se nos da a entender que no miró Dios a sus<br />

oblaciones, porque repartía mal, dando a Dios lo peor<br />

de sus bienes y reservando para sí los mejores, cual hacen los que,<br />

siguiendo no la voluntad de Dios, sino la suya, esto es, los<br />

que viviendo no con recto, sino con perverso corazón, ofrecen a Dios<br />

oblación y sacrificio con que piensan que le obligan no a<br />

que les ayude a sanar de sus perversos apetitos, sino a cumplirlos y<br />

satisfacerlos.<br />

Y esto es propio de la ciudad terrena, reverenciar y servir a Dios o<br />

a los dioses para reinar, con su favor, con muchas<br />

victorias y en paz terrena, no por amor y caridad de gobernar y mirar<br />

por otros, sino por codicia de reinar; porque los buenos<br />

se sirven del mundo para venir a gozar de Dios; pero los malos, al<br />

contrario, para gozar del mundo se quieren servir de Dios, a<br />

lo menos los que creen que hay Dios o que cuida de las cosas humanas,<br />

porque son mucho peores los que ni aun esto creen.<br />

Viendo, pues, Caín, que había mirado Dios el sacrificio de su hermano<br />

y no al suyo, sin duda debía, corrigiéndose, imitar<br />

a su virtuoso hermano y no, ensoberbeciéndose, envidiarle; mas porque<br />

se entristeció y decayó su rostro, le reprende<br />

principalmente Dios el pecado de la tristeza del bien ajeno, y más<br />

del bien de un hermano, porque reprendiéndole severamente,<br />

le preguntó, diciendo: «¿Por qué motivo te has entristecido y por qué<br />

se ha caído tu rostro?», Tenía envidia Caín de su<br />

hermano, y esto lo veía Dios y esto era lo que reprendía; pues los<br />

hombres que no ven el corazón de su prójimo, bien pudieran


dudar y estar inciertos de si aquella tristeza era por el dolor que<br />

tenía de su propia maldad cuando vio que había desagradado<br />

a Dios, o si era por la bondad con que su hermano agradó a Dios<br />

cuando éste miró su sacrificio. Pero dando razón Dios por<br />

qué no quiso aceptar su oblación para que antes se desagradase y se<br />

ofendiese de sí propio con razón, que sin razón de su<br />

hermano, siendo él injusto porque no repartía rectamente, esto es, no<br />

vivía bien, Y siendo indigno de que le aceptasen su<br />

sacrificio, demuestra y enseña cuánto más injusto era en aborrecer<br />

sin motivo a su justo hermano. No por eso deja Dios de<br />

darle un consejo santo, justo y bueno: «Sosiégate –dice–, porque a ti<br />

se convertirá, tú serás señor de éI.» ¿Halo de ser acaso<br />

de su hermano? En manera alguna. ¿Pues de quién, sino del pecado?<br />

Porque había dicho: «¿No ves que has caído en pecado?»<br />

Y añade después: «Sosiégate, porque a ti se convertirá, y tú<br />

serás señor de él.»<br />

Puede entenderse también que la conversión del pecado debe ser al<br />

propio hombre, para que sepa que no lo debe<br />

atribuir a otro alguno cuando peca, sino a sí propio; porque ésta es<br />

una medicina saludable de la penitencia y una petición del<br />

perdón no poco conveniente, como cuando dice: «porque a ti su<br />

conversión de él», no se entiende será sino sea, a modo de<br />

precepto y no de profecía. Porque será cada uno señor del pecado si<br />

no le hiciere señor de sí, defendiéndole, si no le sujetare<br />

haciendo penitencia; pues de otra manera, favoreciéndole al<br />

principio, le servirá también cuando después impere en su ánimo.<br />

Pero para que por el pecado se entienda la misma concupiscencia<br />

carnal, de la que dice el Apóstol: «Que la carne apetece<br />

contra el espíritu», entre cuyos frutos carnales comprende también la<br />

envidia, que sin duda estimulaba a Caín y le encendía<br />

contra su hermano, bien se puede entender será, esto es, a ti será su<br />

conversión y tú serás sede él porque cuando se conmoviera<br />

la carne, que llama pecado el Apóstol, donde dice: «No lo hago<br />

yo, sino el pecado que habita en mí» (la cual llaman<br />

también los filósofos viciosa, no porque deba llevarse tras sí al<br />

espíritu, sino a quien debe mandar el espíritu, apartándola de las<br />

acciones ilícitas con la razón), cuando esta carne se conmoviere para<br />

hacer alguna acción mala; si nos acomodásemos y<br />

abrazásemos con el saludable consejo del Apóstol: «Que no demos<br />

fuerzas y armemos al pecado con nuestros miembros»,<br />

domada y vencida se sometería al espíritu para darle obediencia y<br />

reinara sobre ella la razón.<br />

Esto mandó Dios a Caín, que ardía en rencor y envidia contra su<br />

hermano, y al que debiera imitar deseaba quitar la<br />

vida: «Sosiégate –dice–, esto es, no pongas las manos en ese pecado,<br />

no reine él en tu mortal cuerpo, de manera que<br />

obedezcas a sus malos deseos y sugestiones, ni le des fuerzas y armas<br />

haciendo a tus miembros instrumentos de maldad»;<br />

porque a ti se convertirá cuando no le ayudares dándole rienda, sino<br />

cuando le refrenares sosegándote, y tú serás señor de<br />

él, para que, no dejándole salir con su intento en lo exterior, se<br />

acostumbre y habitúe también en lo interior a no moverse<br />

estando bajo la potestad y gobierno del espíritu, que quiere lo<br />

bueno.<br />

Muy semejante a esto es lo que leemos en el mismo libro del Génesis<br />

de la mujer, cuando después del pecado,<br />

examinando Dios la causa, oyeron las sentencias de su condenación, el<br />

demonio en la serpiente y en sus personas Adán y<br />

Eva; porque habiéndole dicho a ella: «Sin duda que he de multiplicar<br />

tus tristezas y dolores, y con ellos darás a luz tus hijos»,<br />

después añadió: «Y a tu marido será tu, conversión y él será señor de<br />

ti.» Lo mismo que dijo a Caín del pecado, o de la viciosa<br />

concupiscencia y apetito de la carne, dice en este lugar de la mujer<br />

pecadora, de donde debemos entender que el varón, en el<br />

gobierno de su mujer, se debe haber como el espíritu en el gobierno<br />

de su carne, y por eso dice el Apóstol: «Que el que ama a


su mujer; a sí propio se ama, porque jamás hubo quien aborreciese su<br />

carne.» Estas cosas se deben curar y sanar como<br />

propias y no condenarlas como extrañas; pero Caín, como prevaricador<br />

que era, así recibió el mandamiento de Dios, porque<br />

creciendo en él el pecado de la envidia, cautelosamente y a traición<br />

mató a su hermano.<br />

Tal fue el fundador de la ciudad terrena. Pero cómo fue Caín figura<br />

de los judíos que mataron a Cristo, pastor verdadero<br />

de las ovejas descarriadas que son los hombres, y a quien figuraba<br />

Abel, pastor de ovejas que eran bestias, porque en sentido<br />

alegórico es cosa de profecía, dejo ahora de referirlo, y me acuerdo<br />

que dije lo bastante sobre este asunto, en mi libro contra el<br />

maniqueo Fausto.<br />

CAPITULO VIII<br />

Qué razón hubo para que Caín fundase una ciudad al principio del<br />

linaje humano<br />

Ahora parece oportuno defender la historia para que no parezca<br />

increíble lo que insinúa la Escritura: que un, solo<br />

hombre fundó una ciudad en la época en que precisamente no había en<br />

todo el orbe habitado, más que cuatro, o, mejor dicho,<br />

tres, después que un hermano mató al otro, esto es, el primer hombre,<br />

padre de todos, el mismo Caín y su hijo Enoch, de quien<br />

tomó su nombre la ciudad.<br />

Los que en esto reparan no consideran que el cronista de la Sagrada<br />

Historia no tuvo obligación de referir y nombrar<br />

todos los hombres que pudo haber entonces, sino sólo aquellos que<br />

pedía el objeto de su obra; porque el fin principal de aquel<br />

escritor, por cuyo medio hacía aquel histórico análisis de hechos el<br />

Espíritu Santo, fue llegar, por la sucesión de ciertas<br />

generaciones, desde el primer hombre hasta Abraham y después, por los<br />

hijos y descendencia de éste, al pueblo de Dios, en<br />

quien, por ser distinto de las demás naciones, se habían de<br />

prefigurar y vaticinar todos los sucesos que en espíritu se preveían<br />

que habían de acontecer en aquella ciudad, cuyo reino ha de ser<br />

eterno, y a su rey fundador Jesucristo; pero sin pasar en<br />

silencio tampoco lo que fuese necesario referir de la otra sociedad y<br />

congregación de hombres que llamamos ciudad terrena,<br />

para que de este modo la Ciudad de Dios, cotejada con su adversaria,<br />

venga a ser más ilustre y esclarecida.<br />

Así que como la Sagrada Escritura refiere el número de años que<br />

vivieron aquellos hombres y concluye diciendo de<br />

aquel de quien va hablando, engendró hijos e hijas y que fueron los<br />

días que el tal o el cual vivieron tantos años, y que murió,<br />

¿acaso porque no nombra estos mismos hijos e hijas por eso debemos<br />

entender que por tantos años como entonces vivían en<br />

la primera edad de este siglo no pudieron nacer muchos hombres, con<br />

cuyos enlaces y sociedades se pudieran fundar muchas<br />

ciudades? Pero tocó a Dios, con cuya inspiración se escribían estos<br />

sucesos, el disponer y distinguir primeramente estas dos<br />

compañías con sus diversas generaciones, para que se tejiesen de una<br />

parte las generaciones de los hombres, esto es, de los<br />

que vivían según el hombre, y de otra las de los hijos de Dios, esto<br />

es, de los que vivían según Dios, hasta el Diluvio, donde se<br />

refiere la distinción y la unión de ambas sociedades: la distinción,<br />

porque se refieren de por si las generaciones de ambas, la<br />

una de Caín; que mató a su hermano, y la otra del otro, que se llamó<br />

Seth, porque también éste había nacido de Adán, en lugar<br />

del que mató, Caín; y la unión porque declinando y empeorando los<br />

buenos, se hicieron todos tales que los asoló y consumió<br />

con el Diluvio, a excepción de un justo que se llamaba Noé, su mujer,<br />

sus tres hijos y sus tres nueras, cuyas ocho personas<br />

merecieron escapar por medio del Arca de la sumersión y destrucción


universal de todos los mortales.<br />

Por ello, pues, de lo que dice la Escritura: «Que conoció Caín a su<br />

mujer, concibió y dio a luz a Enoch, y edificó una<br />

ciudad, y llamóla con el nombre de su hijo Enoch», no se sigue que<br />

hemos de creer que éste fue el primer hijo que engendró,<br />

porque no hemos de pensar así porque dice que conoció a su mujer,<br />

como si entonces se hubiese juntado la primera vez con<br />

ella, pues aun del mismo Adán, padre universal del humano linaje, no<br />

sólo se dijo esto mismo después de concebido Caín, que<br />

parece fue su primogénito, sino también más adelante dice la Sagrada<br />

Escritura: «Conoció Adán a Eva su mujer, y concibió y<br />

dio a luz un hijo, al cual llamó Seth»; de donde se infiere que<br />

acostumbra a hablar así la Escritura, aunque no siempre, cuando<br />

se lee en ella que fueron concebidos algunos hombres y no<br />

precisamente cuando por primera vez se conocieron el varón y la<br />

mujer.<br />

Ni tampoco es argumento necesario para que opinemos que Enoch fuese<br />

primogénito de su padre porqué llamó a la<br />

ciudad con su nombre, pues no sería fuera de propósito que, por<br />

alguna causa, teniendo también otros hijos, le amase su padre<br />

más que a los otros, como tampoco Judas fue primogénito de quien tomó<br />

nombre Judea y los judíos sus moradores. Y aunque el<br />

fundador de aquella ciudad tuviese este hijo, el primero de todos, no<br />

por eso debemos pensar que puso su nombre a la ciudad<br />

que fundó cuando nació, supuesto que tampoco uno solo pudo entonces<br />

fundar aquella ciudad (que no es otra cosa que una<br />

multitud de hombres unida entre sí con cierto vínculo de sociedad),<br />

sino que, creciendo la familia de aquel hombre en tanto<br />

número que tuviese ya cantidad considerable de vecinos, pudo entonces<br />

efectivamente suceder que fundase una ciudad, y que<br />

a la fundada le pusiese el nombre de su primogénito; porque era tan<br />

larga la vida de aquellos hombres, que de los que allí se<br />

refieren, cuyos años no se omiten, el que menos vivió antes del<br />

Diluvio llegó a setecientos cincuenta y tres años, porque muchos<br />

pasaron de novecientos, aunque ninguno llegó a mil. ¿Quién hay que<br />

pueda dudar que en vida de un hombre se pudo<br />

multiplicar tanto el linaje humano que no hubiese gente con que se<br />

fundase, no una, sino muchas ciudades?<br />

Lo cual podemos conjeturar fácilmente, puesto que de sólo Abraham, en<br />

poco más de cuatrocientos años, creció tanto el<br />

número de la nación hebrea, que cuando salió aquel pueblo de Egipto<br />

se refiere que hube seiscientos mil hombres jóvenes que<br />

podían tomar las armas, sin contar la gente de los idumeos, que no<br />

pertenece al pueblo de Israel, la que engendró su hermano<br />

Esaú, nieto de Abraham, y otras naciones que descendieron del linaje<br />

del mismo Abraham y no por vía de su mujer Sara.<br />

CAPITULO IX<br />

De la vida larga que tuvieron los hombres antes del Diluvio, y cómo<br />

era mayor la estatura de los cuerpos humanos<br />

Todo el que prudentemente considerare las cosas, comprenderá que Caín<br />

no sólo pudo fundar una ciudad, sino que la<br />

pudo también fundar muy grande en tiempo que duraba tanto la vida de<br />

los hombres, aunque alguno, de los incrédulos e infieles<br />

quiera disputar acerca del dilatado número de años que, según<br />

nuestros autores, vivieron entonces los hombres, y diga que a<br />

esto no debe darse crédito.<br />

Porque tampoco creen que fue mucho mayor en aquella época la estatura<br />

de los cuerpos de lo que son ahora, y, sin<br />

embargo, su nobilísimo poeta Virgilio, hablando de una grandísima<br />

peña que estaba fija por mojón o señal de término en el<br />

campo, la cual en una batalla un valeroso varón de aquellos tiempos<br />

arrebató, corrió con ella y, la arrojó, dice que «doce hom-


es escogidos según los cuerpos humanos que produce el mundo en<br />

nuestros tiempos apenas la hicieron perder tierra»,<br />

significándonos que hubo tiempo en que acostumbraba la tierra a<br />

producir mayores cuerpos. ¡Cuánto más sería en los tiempos<br />

primeros del mundo, antes de aquel insigne y celebrado Diluvio!<br />

En lo tocante a la grandeza de los cuerpos, suelen convencer y<br />

desengañar muchas veces a los incrédulos las<br />

sepulturas que se han descubierto con el tiempo, o por las avenidas<br />

de los ríos, o por otros varios acontecimientos donde han<br />

aparecido huesos de muerto de increíble tamaño.<br />

Yo mismo vi, y no solo, sino algunos otros conmigo, en la costa de<br />

Utica o Biserta, un diente molar de un hombre, tan<br />

grande que si le partieran por medio e hicieran otros del tamaño de<br />

los nuestros, me parece que pudieran hacerse ciento de<br />

ellos; pero creo que aquél fuese de algún gigante, porque fuera de<br />

que entonces los cuerpos de todos generalmente eran<br />

mucho mayores que los nuestros, los de los gigantes hacían siempre<br />

ventaja a los demás; así como también después, en otros<br />

tiempos y en los nuestros, aunque raras veces, pero nunca faltaron<br />

algunos que extraordinariamente excedieron la estatura y el<br />

tamaño de los otros. Plinio II, sujeto doctísimo, dice que cuanto más<br />

y más corre el siglo, produce la Naturaleza menores los<br />

cuerpos; lo cual también refiere Homero en sus obras, no burlándose<br />

de ello como de ficciones poéticas, sino tomándolo, como<br />

escritor de las maravillas de la Naturaleza, como historias dignas de<br />

fe.<br />

Pero, como dije, la altura de los cuerpos de los antiguos muchas<br />

veces nos la manifiestan, aun en los siglos últimos, los<br />

huesos que se han descubierto y hallado, porque son los que duran<br />

mucho.<br />

Del número grande de años que vivieron los hombres de aquel siglo no<br />

podemos tener en la actualidad experiencia<br />

alguna; mas no por eso debemos prescindir de la fe y crédito, que se<br />

merece la Historia sagrada, cuyas narraciones son tanto<br />

más dignas de crédito cuanto más ciertamente vemos que se va<br />

cumpliendo lo que ella nos dijo que había de suceder. Con<br />

todo, dice Plinio: «Todavía hay gente o nación donde viven doscientos<br />

años.»<br />

Así que si al presente se cree que en las tierras que no conocemos<br />

viven tanto los hombres cuanto nosotros no hemos<br />

podido experimentar, ¿por qué no se ha de creer que lo han vivido<br />

también en aquellos tiempos? ¿O acaso es creíble que en<br />

una región hay lo que aquí no hay, y es increíble que en algún tiempo<br />

hubo lo que ahora no hay?.<br />

CAPITULO X<br />

De la diferencia que parece haber en el número de los años entre los<br />

libros hebreos y los nuestros<br />

Aunque parece que entre los libros hebreos y los nuestros hay alguna<br />

diferencia sobre el número de los años, lo cual no<br />

sé cómo ha sido, con todo, no es tan grande que no confirme lo dicho<br />

respecto a que entonces los hombres fueron de tan larga<br />

vida; porque del mismo primer hombre, Adán, antes que procrease a su<br />

hijo Seth, en nuestros libros se dice que vivió<br />

doscientos y treinta años, y en los hebreos, ciento treinta; pero<br />

después de haberle engendrado, se lee en los nuestros que<br />

vivió setecientos, y en los suyos ochocientos, y así en unos y en<br />

otros concuerda toda la, suma de los años.<br />

En la sexta generación en nada discrepan los unos de los otros; y en<br />

la séptima, en que nació Enoch (que no murió, sino<br />

que por voluntad de Dios se dice que fue trasladado), hay la misma<br />

disonancia que en las cinco anteriores sobre los cien años<br />

antes que engendrase al hijo que refiere allí; pero en la suma hay la<br />

misma conformidad, porque vivió antes que fuese


trasladado, según los libros de los unos y de los otros, trescientos<br />

sesenta y cinco anos.<br />

La octava generación tiene alguna diversidad, pero menor y diferente<br />

de las demás, porque Matusalén, que engendró a<br />

Enoch, antes que procrease al que sigue en el orden, vivió, según los<br />

hebreos, no cien años menos, sino veinte más, de los<br />

cuales, por otra parte, en los nuestros, después que engendró a éste,<br />

se hallan añadidos, y en los unos y en los otros está conforme<br />

la suma de todos los años.<br />

Solamente en la generación nona, esto es, en los años de Lamech, hijo<br />

de Matusalén y padre de Noé, discrepa la suma<br />

general, pero no mucho, porque se dice en los hebreos que vivió<br />

veinticuatro años más que en los nuestros, pues antes que<br />

engendrase al hijo que se llamó Noé tiene seis menos en los hebreos<br />

que en los nuestros; pero después que le procreó, en<br />

ellos treinta más que en los nuestros, y así, quitados aquellos seis,<br />

restan veinticuatro, como queda dicho.<br />

CAPITULO XI<br />

De los años de Matusalén, cuya edad parece que excede al Diluvio<br />

catorce años<br />

De esta diferencia entre los libros hebreos y los nuestros nace<br />

aquella celebrada cuestión de que Matusalén vivió catorce<br />

años después del Diluvio. La Sagrada Escritura dice positivamente que<br />

en el Diluvio, de todos los que habla sobre la tierra, sólo<br />

ocho personas escaparon en el Arca de la ruina universal, en las<br />

cuales no fue incluido Matusalén.<br />

Pero, según nuestros libros, Matusalén, antes que engendrase al que<br />

llamó Lamech, vivió ciento sesenta y siete años;<br />

después el mismo Lamech antes que naciese de él Noé, vivió ciento<br />

ochenta y ocho años, que juntos suman trescientos<br />

cincuenta y cinco; a éstos se añaden seiscientos de Noé, en cuyo<br />

sexcentésimo año acaeció el Diluvio; y todos juntos hacen<br />

novecientos cincuenta y cinco desde que nació Matusalén hasta el año<br />

del Diluvio.<br />

Todos los años que vivió Matusalén se cuentan que fueron novecientos<br />

sesenta y nueve, porque habiendo vivido ciento<br />

sesenta y siete engendró un hijo que se llamó Lamech, y después de<br />

haberle procreado vivió ochocientos dos años, que todos<br />

ellos, como he dicho, hacen novecientos sesenta y nueve, de los<br />

cuales, quitando novecientos cincuenta y cinco desde que<br />

nació Matusalén hasta el Diluvio, quedan catorce, que se cree que<br />

vivió después del Diluvio; por ello imaginan algunos que<br />

vivió, aunque no en la tierra, donde pereció todo viviente que no<br />

pudo existir fuera del agua, sino que vivió algún tiempo con su<br />

padre, que habla sido trasladado hasta que pasó el Diluvio, no<br />

queriendo derogar la fe a los libros que tiene recibidos la Iglesia<br />

por más auténticos, y creyendo que lo de los judíos no contienen la<br />

verdad más bien que los nuestros. Porque no admiten que<br />

pudo haber aquí error de los intérpretes antes que falsedad en la<br />

lengua que se tradujo a la nuestra por medio de la griega;<br />

sino dicen que no es creíble que los setenta intérpretes que<br />

juntamente a un mismo tiempo y con un mismo sentido la<br />

interpretaron pudiesen errar, o que donde a ellos no les iba nada<br />

quisiesen mentir; pero que los judíos, de envidia de que la ley<br />

y los profetas hayan venido a nuestro poder por medio de la<br />

traducción, mudaron algunas cosas en sus libros por disminuir la<br />

autoridad de los nuestros.<br />

Esta opinión o sospecha también admítala cada uno como le pareciere;<br />

con todo, es cosa cierta que no vivió Matusalén<br />

después del Diluvio, sino que murió el mismo año, si es verdad lo que<br />

se halla en los libros de los hebreos sobre el número de<br />

los años. Lo que a mí me parece de los setenta intérpretes lo diré<br />

más particularmente en su propio lugar; al llegar, con el favor


de Dios, el momento de tratar de aquellos tiempos cuando lo pida la<br />

necesidad y estado de esta obra, porque para la duda<br />

presente basta saber que, según los libros de los unos y de los<br />

otros, los hombres de aquel siglo tuvieron tan largas vidas que<br />

durante la edad de uno que nació el primero, de dos padres que tuvo<br />

solos la tierra en aquel tiempo pudo multiplicarse el linaje<br />

humano de manera que se pudiera fundar una ciudad.<br />

CAPITULO XII<br />

De la Opinión de los que no creen que los hombres del primer siglo<br />

tuvieron tan larga vida como se escribe<br />

De ningún modo deben ser oídos los que imaginan que de otra manera se<br />

contaban en aquella época los años, esto es,<br />

tan breves, que uno de los nuestros tiene diez de aquellos, y por eso<br />

dicen, cuando oyen o leen que alguno vivió novecientos<br />

años, que deben entenderse noventa, por cuanto diez años de aquellos<br />

hacen uno nuestro, y diez de los nuestros son entre<br />

ellos ciento.<br />

Según este cálculo, creen que era Adán de veintitrés años cuando<br />

engendró a Seth, y que éste tenía veinte años y seis<br />

meses cuando hubo a su hijo Enos, a todos los cuales asigna la<br />

Escritura doscientos cincuenta años, pues según el sentir de<br />

éstos cuya opinión vamos refiriendo, entonces un año de los que al<br />

presente usamos le dividían en diez partes, a las cuales llamaban<br />

años; y cada una de éstas tenía un senario cuadrado, porque<br />

Dios finalizó sus obras en seis días para descansar en el<br />

séptimo, sobre lo cual dije lo bastante en el libro XI, cap. VII, y<br />

seis veces seis, que hacen un senario cuadrado, componen<br />

treinta y seis días, los cuales, multiplicados por diez, llegan a<br />

trescientos sesenta, esto es, doce meses lunares; porque por los<br />

cinco días que faltan, con que se cumple el año solar, y por una<br />

cuarta parte de día, la cual multiplicada cuatro veces en el año<br />

que llaman bisiesto o intercalar, se añade un día; añadían los<br />

antiguos después algunos días para que concurriese el número de<br />

los años, a cuyos días los romanos llamaban intercalares,<br />

Por esta cuenta, Enos, hijo de Sea, tenía diecinueve años cuando tuvo<br />

a su hijo Camán, a los cuales años llama el<br />

sagrado texto ciento noventa; y después en todas las generaciones en<br />

que antes del Diluvio se refieren los años de los<br />

hombres, ninguno casi se halla en nuestros libros que de cien anos, o<br />

de allí abajo, o de ciento veinte, o no mucho más, haya<br />

engendrado algún hijo, sino los que de menor edad procrearon se dice<br />

que tuvieron ciento sesenta años y más, porque ningún<br />

hombre, aseguran, puede engendrar de diez años, a cuyo número<br />

llamaban entonces cien años.<br />

Dado caso que no sea increíble que de otra manera se contasen<br />

entonces los años, añaden lo que se halla en muchos<br />

historiadores, que los egipcios tuvieron el año de cuatro meses, los<br />

acarnianos de seis meses, los lavinios de trece meses. Plinio<br />

II, habiendo dicho que se hallaba escrito que un hombre vivió ciento<br />

cincuenta y dos años, y otro diez más, y que otros vivieron<br />

doscientos años, otros trescientos, y que otros llegaron a<br />

quinientos, algunos a seiscientos y otros aun a ochocientos, piensa<br />

que<br />

todo esto nació de la ignorancia de los tiempos; porque unos, dice,<br />

reducían un año a un verano, otros a un invierno y otros a<br />

las cuatro estaciones del año, como los arcades, dice, cuyos años<br />

fueron de tres, meses. Añadió también que en cierto tiempo<br />

los egipcios, cuyos pequeños años insinuamos arriba, eran de cuatro<br />

meses, en una lunación terminaban su año; así que entre<br />

ellos se cuenta que vivieron mil años.<br />

Con estos argumentos como probables, procurando algunos no destruir<br />

la fe de esta sagrada historia, sino confirmaría


para que no sea increíble lo que se refiere que los antiguos vivieron<br />

tantos años, se persuadieron a sí mismos, y piensan que,<br />

no sin razón, lo persuaden a otros, de que entonces un espacio tan<br />

corto de tiempo se llamó año, que diez de aquellos hacían<br />

uno nuestro, diez nuestros ciento de los suyos.<br />

La falsedad de este cálculo se prueba con un evidente e irrefragable<br />

documento; pero antes de demostrarlo he creído útil<br />

alegar otro, tomado de los libros hebreos, para refutar dicha<br />

opinión. En estos libros se lee que Adán tenía no doscientos treinta,<br />

sino ciento treinta años cuando procreó a su tercer hijo. Si estos<br />

años hacen trece de los nuestros, sin duda que engendró al<br />

primero cuando tenía once años, no mucho más. ¿Quién puede procrear<br />

en esta edad conforme a la ley ordinaria de la<br />

naturaleza?<br />

Pero dejemos a Adán, que quizá pudo hacerlo porque fue criado, y no<br />

es creíble que le criara Dios tan pequeño como<br />

nuestros niños. Su hijo no contaba doscientos cinco, como leemos<br />

nosotros, sino ciento cinco cuando engendró a Enos, y<br />

conforme a este cómputo, según el dictamen de éstos aun no tenía once<br />

años. ¿Qué diré de Camán, hijo de éste, que aunque<br />

contaba, según los nuestros, ciento setenta años de edad, según los<br />

hebreos era de setenta cuando engendró a Malaléhel?<br />

¿Qué hombre hay que engendre de siete años, si entonces se llamaban<br />

setenta años los que ahora son siete?<br />

CAPITULO XIII<br />

Si en la cuenta de los años debemos preferir la autoridad de los<br />

hebreos a la de los setenta intérpretes<br />

Aun cuando yo piense así, me replican que aquello es ficción o mentir<br />

de los judíos, de lo cual bastantemente hemos ya<br />

hablado; porque los setenta intérpretes, varones tan celebrados<br />

alabados, no pudieron mentir.<br />

Pero si les preguntare qué sea más creíble: o que toda la nación<br />

judaica, que está tan extendida y esparcida Por el orbe,<br />

pudo de común acuerdo conspirar en escribir esta mentira, y, por<br />

envidiar a otros la autoridad, se despojase así de la verdad,<br />

o, qué setenta personas, que también eran judíos, juntos en un mismo<br />

lugar (porque para ésta famosa labor los había<br />

convocado y congregado Ptolomeo, rey de Egipto) enviaran a decir la<br />

verdad a los pueblos gentiles, y de acuerdo hicieran<br />

este penoso trabajo, ¿quién no advierte cuál sea más fácil de creer?<br />

Ninguno que sea sensato debe creer, o que los judíos, por<br />

más perversos y malévolos que fueran, pudieran hacer esta laboriosa<br />

tarea en tan crecido número de libros tan esparcidos y<br />

derramados, o que los setenta varones famosos comunicaron entre sí<br />

este particular acuerdo de enviar a los gentiles la verdad<br />

Así que con más verosimilitud podría decirse que cuando primeramente<br />

se comenzó a trasladar y copiar esta historia de<br />

la suntuosa biblioteca de Ptolomeo, entonces pudo hacerse algo de<br />

esto en un libro es a saber, en el que primero se copió, del<br />

cual se extendió y traspasó a otros muchos, donde pudo también<br />

suceder que errase el amanuense.<br />

Y no es absurdo sospechar así en la cuestión acerca de la vida de<br />

Matusalén, y en la otra donde, por sobrar<br />

veinticuatro años, no concuerda la suma. Pero en las demás donde se<br />

repite semejante error de suerte que antes de procrear<br />

el hijo que se pone en lista, en una parte sobren cien años y en otra<br />

falten, y después de engendrado, donde faltaban sobren, y<br />

donde sobraban falten, para que concuerde la suma, como sucede en la<br />

1ª , 2ª , 3ª , 4ª , 5ª , 6ª y 7ª generación; parece que<br />

el mismo error tiene (si puede decirse) cierta constancia así; y no<br />

parece que sucediera al acaso, sino de industria. De modo<br />

que aquella diferencia de números que hay en los libros griegos,


latinos y hebreos, donde no se halla esta conformidad<br />

continuada por tantas generaciones de cien años, añadidos primero y<br />

después quitados, se debe atribuir, no a la malicia de<br />

esos judíos ni a la diligencia o prudencia de los setenta<br />

intérpretes, sino a error del amanuense que primeramente comenzó a<br />

copiar el libro de la biblioteca de dicho rey. Pues aun ahora, cuando<br />

los números no se relacionen con algún objeto que<br />

fácilmente pueda entenderse, o que nos importe conocer, se escriben<br />

con descuido, y con más negligencia se corrigen y<br />

enmiendan. ¿Quién cree, por ejemplo, que debe aprender cuántos<br />

millares de hombres tuvieron a cada una de las tribus de<br />

Israel? Porque entiende que nada le importa. ¿Y a cuántos hay que<br />

adviertan la profundidad de esta importancia? Pues aquí,<br />

donde tantas generaciones se ponen en lista, en las que faltan o<br />

sobran cien anos, y después de nacido el hijo que se había<br />

de contar, faltan donde los hubo y los hay donde faltaron, para que<br />

esté conforme la suma, parece que se ha querido persuadir<br />

a los que alegan que vivieron los antiguos tan gran numero de años<br />

porque los tenían brevísimos, haciéndoles ver que la edad<br />

no era madura e idónea para engendrar hijos, si por cada cien años<br />

debieran entenderse diez de los nuestros; y para que los<br />

incrédulos no dejasen de creer que habían vivido los hombres tanto<br />

tiempo, añadió ciento donde no halló la edad idónea para<br />

procrear hijos, y esos mismos los volvió a quitar después de<br />

engendrados, a fin de que conviniese y concordase la suma, pues<br />

de tal manera quiso hacer creíble la conveniencia de la edad apta<br />

para engendrar, que no defraudase a todas las, edades del<br />

número de lo que vivió cada uno; y el no haber hecho esto en la sexta<br />

generación; es lo que más nos persuade a que eso lo<br />

hizo, cuando el asunto que decimos lo pedía, pues no lo hizo donde no<br />

lo pedía.<br />

En esta generación hallo en los hebreos que Jareth vivió, antes que<br />

engendrase a Enoch, ciento sesenta y dos años,<br />

que, para él, según la cuenta de los años breves, son dieciséis y<br />

algo menos de dos meses, la cual edad es ya idónea para<br />

engendrar. Y así no fue necesario añadir cien años breves para que<br />

fuesen veintiséis de los nuestros, ni quitar los mismos<br />

después de nacido Enoch, porque nos lo había añadido antes que<br />

naciese. Así sucedió que en este particular no hubiese variedad<br />

alguna entre unos y otros libros.<br />

Pero, sin duda, vuelve a presentársenos la dificultad cuando en la<br />

octava generación, antes que de Matusalén naciese<br />

Lamech, hallándose en los hebreos ciento ochenta y dos años, se<br />

hallan veinte menos en los nuestros, donde antes se<br />

acostumbraba añadir ciento; y después de engendrado Lamech, se<br />

restituyan para cumplir la suma, la cual no discrepa en los<br />

unos ni en los otros libros. Porque si ciento setenta años quería que<br />

por la edad madurara entendiesen diecisiete, así como no<br />

debía añadir nada, así tampoco debía quitar, supuesto que había<br />

hallado edad idónea para la generación de los hijos, por la<br />

cual, en las otras donde no la hallaba, añadía aquellos cien años.<br />

Y verdaderamente la diferencia de los veinte años con razón<br />

pudiéramos imaginar que pudo suceder por yerro, si no<br />

procurara después restituirlos como primero los había quitado para<br />

que conviniera la suma toda entera. ¿O por ventura<br />

creeremos que lo hizo con cierta astucia para encubrir aquella<br />

industria con que primero solía añadir los cien años, y después<br />

quitarlos, repitiendo el engaño donde no era necesario, quitando<br />

primero, aunque no de cien años, sino de cualquier número, y<br />

después añadiéndole? Pero comoquiera que esta razón se admita, ya se<br />

crea que lo hizo así, o no se crea, ya finalmente sea<br />

así o no lo sea, evidentemente cuando haya alguna diferencia entre<br />

unos y otros libros, de suerte que para la fe de la historia no<br />

puede ser verdad lo uno y lo otro será acertado, atenernos con<br />

preferencia a la lengua original de donde se tradujo a la otra<br />

por los intérpretes; porque aun en algunos libros, como es en tres


griegos, en uno latino y en otro siríaco, que están conformes<br />

entre sí, se halla que Matusalén murió seis años antes del Diluvio<br />

universal.<br />

CAPITULO XIV<br />

Que los años duraban el mismo espacio de tiempo que ahora en los<br />

primeros siglos<br />

Veamos ya cómo podrá demostrarse con toda evidencia que no fueron tan<br />

breves los años que diez de ellos hicieran<br />

uno de los nuestros; sino que fueron tan largos como los tenemos<br />

ahora (que son los que hace el curso y revolución del sol) los<br />

que numeran la vida larga de aquellos hombres. Dice la Escritura que<br />

sucedió el Diluvio en el año de la vida de Noé. ¿Por qué<br />

dice, pues, que sucedió el Diluvio sobre la tierra el año 600 de la<br />

vida de Noé, en el mes segundo y a los veintisiete días de él,<br />

si aquel año tan cortó, que diez de ellos hacen uno nuestro, tenía<br />

treinta y seis días? Porque un año tan pequeño, sí es que<br />

antiguamente tenía este nombre, o no tiene meses, o su mes es de tres<br />

días para que pueda tener doce meses. ¿Cómo se dice,<br />

pues, el año 6OO, en el mes segundo, a los veintisiete días del mismo<br />

mes, sino porque entonces también eran los meses como<br />

son ahora? Pues a no ser así, ¿cómo dijera que comenzó el Diluvio a<br />

los veintisiete días del mes segundo?<br />

Asimismo, después de referir el fin del Diluvio, prosigue: «Y paró el<br />

Arca en el mes séptimo, a los veintisiete de dicho mes,<br />

sobre los montes, de Ararath, y el agua fue disminuyendo hasta el mes<br />

undécimo, y el primer día de dicho mes se descubrieron<br />

las cumbres de los montes.» Luego si eran tale los meses, tales, sin<br />

duda, eran también los años como los tenemos ahora;<br />

porque aquellos meses de tres día no pedían tener veintisiete días. Y<br />

si la parte trigésima de tres días entonces se llamaba día,<br />

para que todo proporcionalmente vaya disminuyendo, el Diluvio<br />

universal debió durar cuatro días de los nuestros, del cual se<br />

dio, que duró cuarenta días y cuarenta noches. ¿Quién podrá sufrir<br />

este absurdo y desvarío?<br />

Por tanto, desechemos este error, que quiere confirmar y apoyar la fe<br />

irrefragable de nuestra Sagrada Escritura en falsas<br />

conjeturas, las cuales, por otra parte, la destruyen. Era entones tan<br />

grande el día como lo es ahora el cual se divide en<br />

veinticuatro horas en el discurso del día y noche; tan grande el mes<br />

como lo es ahora, limitándole el principio y fin de una hora<br />

tan grande el año como lo es ahora formado por los doce meses lunares<br />

añadiendo por causa del curso del sol cinco días, y<br />

una cuarta parte de día; tal fue el segundo mes del año 60 en la vida<br />

de Noé, y tal el día veintisiete de dicho, mes cuando<br />

principio el Diluvio, del cual se dice que duró cuarenta días<br />

continuos, los cuales no tenían dos o pocas más horas, sino<br />

veinticuatro continuadas de día y de noche. Y tan dilatados años,<br />

vivieron los antiguos padres, pasando de novecientos, como<br />

los vivió después Abraham hasta el número de ciento setenta y cinco,<br />

y después de él su hijo Isaac hasta el ciento y ochenta, y<br />

Jacob, hijo de éste, cerca, de ciento y cincuenta como, después de<br />

transcurridos algunos años Moisés vivió ciento y veinte,<br />

como viven ahora los hombres setenta u ochenta, y no mucho más; de<br />

quienes dijo también la Escritura: «Que lo que vivían de<br />

más era molestia y dolor.»<br />

La variedad de números que se encuentren entre los libros de los<br />

hebreos y los nuestros no afecta a los muchos años<br />

que vivían los antiguos; y si ha alguna discordia tal que no pueda<br />

ser verdad lo uno y lo otro, la fe y verdad de la historia<br />

debemos buscar en el idioma de donde se tradujere las noticias que<br />

tenemos. Y pudiéndolo hacer con facilidad los que quieran,<br />

no es sin oculto misterio que ninguno se haya atrevido a enmendar por


los libros hebreos lo que los setenta intérpretes en<br />

muchos lugares parece que afirman con notable diversidad; porque<br />

aquella diferencia no la han tenido por falsa o equivocada,<br />

ni yo juzgo que debe tenerse por tal, sino que donde no hay error o<br />

equivocación del amanuense, debe creerse que ellos,<br />

donde el sentido es conforme a la verdad, con divino espíritu<br />

quisieron decir alguna cosa de otra manera, no a modo de<br />

interpretes, sino con libertad de profetas, y así con razón se<br />

demuestra que la autoridad apostólica, cuando cita los testimonios de<br />

las Escrituras, usa no sólo de los hebreos, sino también de estos<br />

intérpretes.<br />

Pero de este particular, con el favor de Dios, ya prometí que<br />

trataría más singularmente en otro lugar más oportuno.<br />

Ahora quiero concluir con lo que tenemos entre manos, esto es, que no<br />

debemos dudar de que pudo el primer hijo del primer<br />

hombre, cuando vivían tanto tiempo, fundar la ciudad eterna, no la<br />

que llamamos Ciudad de Dios; por la cual y por el deseo de<br />

escribir sobre ella largamente nos hemos tomado la molesta fatiga de<br />

una obra tan grande como ésta.<br />

CAPITULO XV<br />

Si es creíble que los hombres del primer siglo no conocieron mujer<br />

hasta la edad en que se dice que engendraron hijos<br />

Dirá ciertamente alguno: ¿Será posible que hayamos de creer que el<br />

hombre que había de ser padre y no tenía<br />

resolución firme de permanecer célibe viviese en continencia por<br />

espacio de cien años y más, o, según los hebreos, ochenta,<br />

setenta y sesenta años, o si no vivió así, que no tuviera hijo<br />

alguno?<br />

A esta duda se satisface de dos modos: porque o tanto más tardía<br />

proporcionalmente fue la pubertad cuanto mayor era la<br />

vida del hombre, o, lo que me parece más creíble, no se refieren aquí<br />

los hijos primogénitos; sino los que exige el orden de<br />

sucesión para llegar a Noé; desde quien asimismo se llega hasta<br />

Abraham y después hasta el tiempo, que convenía señalar<br />

también, con las generaciones referidas para seguir el curso de la<br />

gloriosísima ciudad que peregrina en este mundo y busca<br />

con solicitud la patria celestial.<br />

Lo que no se puede negar es que Caín fue el primero que nació de<br />

varón y mujer, porque luego que nació no dijera<br />

Adán lo que se lee que dijo: « He adquirido un hombre por la gracia<br />

de Dios», si a ellos dos no se hubiera añadido otro,<br />

naciendo el primer hombre. En seguida nació Abel, a quien<br />

violentamente quitó la vida su hermano mayor, y fue el primero que<br />

prefiguró la Ciudad de Dios que anda peregrinando, la cual había de<br />

padecer injustas persecuciones de los impíos y de los hijos<br />

(en cierto modo) de la tierra, esto es, de los que gustan del origen<br />

de la tierra y se alegran y gozan con la terrena felicidad de la<br />

ciudad terrena.<br />

Pero cuántos años tuviese Adán cuando los procreó, no lo dice la<br />

Sagrada Escritura. Sucesivamente se pone el orden<br />

de otras generaciones, unas de Caín y otras de aquel que engendró<br />

Adán en lugar del que mató el hermano, cuyo nombre fue<br />

Seth, diciendo, como narra la Escritura: «Dios me ha dado otro hijo<br />

en lugar de Abel, a quien dio muerte Caín.» Así pues, estas<br />

dos líneas de generaciones, que descienden la una de Seth y la otra<br />

de Caín, nos señalan con sus distintos órdenes y<br />

genealogías estas dos ciudades de que vamos tratando, la una<br />

celestial que peregrina por la tierra, y la otra terrena, que busca<br />

y se detiene como si fueran únicos en los gustos terrenos; y ninguno<br />

de la estirpe de Caín, desde Adán hasta la octava generación,<br />

se declara cuántos años tuviese cuando engendró al que se<br />

refiere la Escritura en seguida de él; porque no quiso el


Espíritu Santo notar los tiempos antes del Diluvio en las<br />

generaciones de la ciudad terrena, sino en las de la celestial,<br />

teniéndolas<br />

como por más dignas de memoria.<br />

Cuando nació Seth, aunque refiere los años de su padre, ya éste había<br />

procreado a otros. Pues que fueron solos Caía y<br />

Abel, ¿quién se atrevería a afirmarlo? Porque no por ser solos ellos<br />

los nombrados en el catálogo y serie de generaciones que<br />

convenía poner, debemos pensar que fueron solos los que entonces<br />

engendró Adán porque diciendo, después de haber<br />

pasado en silencio los nombres de todos Ios otros, que procreó hijos<br />

e hijas, ¿quién sin ser temerario se atreverá a determinar<br />

cuánta fue esta descendencia? Dado que pudo Adán, con divina<br />

inspiración, decir al punto que nació Seth: Dios me dio otro hijo<br />

en lugar de Abel, supuesto que había de ser tal que llenase el colmo<br />

de la santidad de Abel, y no porque fuese el primero que<br />

naciese después de él en la sucesión del tiempo.<br />

Asimismo lo que insinúa la Escritura, «que tenía Seth doscientos<br />

cinco años (o, conforme a los hebreos, ciento cinco)<br />

cuando engendró a Enos», ¿quién sin atrevimiento podrá afirmar que<br />

éste fue su primogénito, de suerte que no cause<br />

admiración y con razón dudemos cómo en tantos años no usó del<br />

matrimonio no teniendo o estando ligado con voto alguno de<br />

continencia?, O ¿cómo no procreó estando casado, ya que leemos de él<br />

«que engendró hijos e hijas y fueron todos los días de<br />

Seth novecientos doce años y que murió«?<br />

Del mismo modo los que después refiere el sagrado texto dice que<br />

procrearon hijos e hijas, sin que pueda deducirse que<br />

el que se dice nació fue el primogénito; pues no es creíble que<br />

aquellos padres, en una tan avanzada edad, o no fuesen<br />

idóneos para la generación, o careciesen de esposas o de hijos.<br />

Tampoco es de presumir que aquellos hijos fuesen los primeros que<br />

tuvieron, sino como el cronista de la Sagrada<br />

Escritura pretendía llegar por la sucesión de las generaciones,<br />

notando los tiempos, hasta el nacimiento y vida de Noé, en cuya<br />

época sucedió el Diluvio, sólo refirió las generaciones, no las que<br />

primero tuvieron sus padres, sino las que se encontraron en<br />

el catálogo del árbol genealógico.<br />

Y para que esto se vea más claro y ninguno dude que pudo ser lo que<br />

digo, quiero poner un ejemplo: Queriendo el<br />

evangelista San Mateo poner, para perpetuo recuerdo de los mortales,<br />

la estirpe y descendencia de nuestro Señor Jesucristo,<br />

según la carne, por el Orden y descendencia de sus padres,<br />

principiando por su padre Abraham y procura solo venir en<br />

primer lugar a David, dice: «Que Abraham engendró a Isaac.» ¿Por qué<br />

no dijo a Ismael, a quien había engendrado primero?<br />

Isaac engendró a Jacob. ¿Por qué no dijo a Esaú, que fue el<br />

primogénito? Porque por ellos no podía llegar a David. Después<br />

prosigue: «Jacob engendró a Judas y a hermanos.» ¿Acaso Judas fue su<br />

primogénito? Judas engendró a Phares y a Zaram;<br />

tampoco algunos de estos mellizos fue primogénito de Judas, sino que<br />

antes de ellos había ya tenido otros tres. Así que puso en<br />

el orden de las generaciones a aquellos por quienes había de llegar a<br />

David, y de allí adonde pretendía.<br />

De lo cual puede entenderse que entre los hombres de los primeros<br />

siglos, antes del Diluvio, tampoco se refieren los<br />

primogénitos sino aquellos por quienes había de continuarse el orden<br />

de las generaciones que sucedieron hasta el patriarca<br />

Noé, para que no nos fatigue y dé en qué entender la cuestión oscura<br />

y no necesaria de su tardía pubertad.<br />

CAPITULO XVI<br />

Del derecho de los matrimonios y de cómo los primeros fueron<br />

diferentes de los que después se usaron


Teniendo, pues, necesidad el humano linaje, después de la primera<br />

unión del hombre, que fue criado del polvo de la<br />

tierra, y de su mujer, que fue formada del costado del hombre, del<br />

matrimonio entre uno y otro sexo para su multiplicación, y no<br />

habiendo otros hombres, tomaron por mujeres a sus hermanas, lo cual,<br />

sin duda, cuanto más antiguamente lo hicieron los<br />

hombres impeliéndolos la necesidad, más culpable ha sido después<br />

prohibiéndolo la religión, prohibición originada por un justo<br />

respeto al amor y a la caridad, para que los hombres a quienes<br />

importan la concordia se uniesen entre sí con diversos vínculos<br />

de parentescos y uno solo no tuviese muchos en una familia, sino que<br />

todos se esparciesen por todas, y de este modo tuviesen<br />

diversas personas muchos de estos enlaces, para que llegase a unirse<br />

más estrechamente la vida civil. Porque padre y suegro<br />

son nombres de dos parentescos, teniendo, pues, cada lino a uno por<br />

padre y a otro por suegro, a muchos más se extiende el<br />

amor y la caridad.<br />

Pero lo uno y lo otro era preciso que fuese Adán de sus hijos y de<br />

sus hijas cuando se casaban los hermanos con sus<br />

hermanas.<br />

Del mismo modo su mujer, Eva, para sus hijos e hijas fue madre y<br />

suegra, que si fueran dos mujeres, una madre y otra<br />

suegra, más copiosamente se uniera el amor civil y social.<br />

Finalmente, la hermana, porque venía a ser esposa, siendo una,<br />

tenía dos parentescos, los cuales, distribuidos en diferentes<br />

personas, de manera que una fuese la hermana y otra la esposa, se<br />

acrecentaba la afinidad social con más número de hombres. Pero<br />

entonces no había posibilidad de hacerlo, por no haber otros<br />

que los hermanos y hermanas, hijos de los dos primeros hombres.<br />

Posteriormente, cuando fue posible, se estableció que, habiendo<br />

abundancia, se tomasen por esposas y mujeres las que<br />

no eran ya hermanas, de modo que no sólo no hubiese necesidad de<br />

hacer aquello, sino que si se hiciese pecado.<br />

Porque si los nietos de los primeros hombres que podían ya recibir<br />

por mujeres a sus primas, se casaran con sus<br />

hermanas, vinieran a juntarse en un hombre, no ya dos, sino tres<br />

parentescos; cuando lo conveniente era extender estos lazos<br />

para estrechar mas el amor con una afinidad más numerosa; evitando<br />

que un hombre fuese de sus hijos casados, es a saber,<br />

del hermano unido con su hermana, padre, suegro y tío; y su mujer de<br />

mismos hijos comunes, madre, suegra y tía, y asimismo<br />

los hijos de éstos entre sí no sólo fueran hermanos y maridos, sino<br />

también primos, porque eran también hijos de hermanos.<br />

Todos estos parentescos que trababan con un hombre tres hombres,<br />

trabaron con el mismo nueve si se hiciera cada<br />

matrimonio con persona de otra familia, de manera que viniera a tener<br />

un hombre a una por hermana, a otra por mujer, a otra<br />

por prima; a uno por padre, a otro por tío, a otro por suegro; a una<br />

por madre, a otra por tía, a otra por suegra; y de este modo<br />

el vínculo civil con frecuentes afinidades y parentescos se<br />

extendiera más copiosa y numerosamente.<br />

Habiendo crecido y multiplicádose el linaje humano, vemos que se<br />

observa así aun entre los impíos idólatras, de forma<br />

que, aunque por bases perversas se permitan los matrimonios entre<br />

hermanos, con todo, la costumbre más loable es abominar<br />

de esta libertad licenciosa. Y habiendo sido lícito en los primeros<br />

tiempos del linaje humano el recibir por mujeres a las hermanas,<br />

se extraña hoy de tal modo como si nunca hubiera podido suceder:<br />

porque, en efecto, para atraer o extrañar el sentido<br />

humano, es muy poderosa la costumbre, la cual, como en este caso,<br />

pone freno a la inmoderación y destemplanza del apetito,<br />

con razón se tiene por acción abominable el innovarla y quebrantarla;<br />

porque si es cosa inicua e injusta, por codicia de la<br />

hacienda, traspasar el límite o término colocado en un campo, ¿cuánto<br />

más inicuo e injusto será por el apetito de gozar una


mujer traspasar los límites de las buenas costumbres?<br />

Hemos visto por experiencia en los casamientos de primos en nuestros<br />

tiempos, por el grado de parentesco próximo al<br />

de hermano, cuántas veces se rechazaba por buena costumbre lo que era<br />

lícito hacer según las leyes; porque esto, ni la divina<br />

lo prohibió, ni la humana lo había vedado. Sin embargo, rehusaban lo<br />

que era lícito por lindar con lo ilícito, pues lo que se hacía<br />

con la prima casi parecía que se hacía con la hermana, porque aun<br />

entre sí, por el parentesco tan cercano, se llaman<br />

hermanos, y lo son casi como nacidos de un padre y de una madre.<br />

No obstante, los padres antiguos tuvieron mucho cuidado y diligencia<br />

para que el parentesco que se iba paulatinamente<br />

apartando y dirimiendo, extendiéndose por las ramas, no se alejase<br />

demasiado y dejase de ser parentesco, tornando a unirlo<br />

de nuevo con el vínculo del matrimonio antes que se alejase mucho y<br />

restaurándole cuando en cierto modo iba ya<br />

desapareciendo.<br />

Y así, estando ya el mundo poblado de hombres, gustaban de contraer<br />

matrimonio, aunque no con hermanas de parte<br />

de padre o de madre, o de ambos, sí con mujeres de su linaje. ¿Y<br />

quién duda que con más decoro, y honestidad se prohiben<br />

también en este tiempo los casamientos entre primos, no sólo por lo<br />

que hemos dicho del acrecentamiento y multiplicación de<br />

afinidades, para que no tenga dos parentescos una sola persona,<br />

pudiéndolos tener dos y crecer el número de la proximidad,<br />

sino también porque, no sé cómo, la modestia humana tiene cierta<br />

cualidad natural y loable que refrena el apetito, realmente<br />

libidinoso, no uniéndose con aquella a quien, por razón de la<br />

proximidad, debe tener con pudor un honroso respeto, apetito del<br />

que se ruboriza aún la modestia y honestidad de los casados? Así<br />

pues, la unión del varón y de la mujer, por lo que toca al<br />

linaje humano, es el semillero de la ciudad; aunque sólo la ciudad<br />

terrena tiene necesidad de generación, y la celestial, de<br />

regeneración para libertarse del daño de la generación.<br />

Si hubo alguna señal corporal y visible de regeneración antes del<br />

Diluvio, y si la hubo cuál fue, así como después impuso<br />

Dios a Abraham la circuncisión, la Sagrada Historia no lo insinúa.<br />

Con todo, no deja de decir que sacrificaron a Dios aquellos<br />

antiquísimos hombres, como se observó ya en los dos primeros<br />

hermanos.<br />

Y de Noé; después del Diluvio, leemos que luego que salió del Arca<br />

ofreció a Dios hostias o víctimas y sacrificios. De esto<br />

ya hemos hablado en los libros precedentes, diciendo que los demonios<br />

que se apropian y atribuyen la divinidad y desean que<br />

los tengan por dioses, quieren que les ofrezcan sacrificios y se<br />

complacen de tales honores, no por otro motivo sino porque<br />

saben que el verdadero sacrificio se debe solamente al Dios<br />

verdadero.<br />

CAPUULO XVII<br />

De los dos padres y jefes que nacieron de un padre<br />

Siendo, pues, Adán padre y cabeza le ambas generaciones, esto es, de<br />

la que pertenece a la ciudad terrena y de la que<br />

toca a la celestial, muerto Abel, y habiendo en su muerte figurado un<br />

admirable Sacramento y misterio, vinieron a ser dos los<br />

padres y progenitores de una y otra generación, Caín y Seth, en cuyos<br />

hijos, que fue indispensable nombrarlos, comenzaron<br />

mostrarse con más evidencia en la humana estirpe los indicios y<br />

señales de estas dos ciudades; porque Caín engendró a<br />

Enoch, de cuyo nombre fundó una ciudad terrena, es a saber, la que no<br />

peregrina en este mundo, sino la que reposa y<br />

descansa en su temporal paz y felicidad; pues interpretada la palabra<br />

Caín, quiere decir posesión, y así; cuando nació, dijeron


su padre y su madre: «He adquirido un hombre por don y merced de<br />

Dios»; Enoch quiere decir dedicatoria, porque la ciudad<br />

terrena se dedica donde funda, por tener allí el fin que pretende y<br />

apetece. Pero Seth, interpretado, quiere decir resurrección, y<br />

Enos, su hijo, quiere decir hombre, no como Adán (que también este<br />

nombre significa hombre), porque dicen que Adán es<br />

común en lengua hebrea al varón y a la mujer, y así habla de él la<br />

Sagrada Escritura: «Criólos Dios varón y hembra,<br />

bendíjolos, y llamólos por nombre Adán.»<br />

No hay duda que la mujer se llamó Eva con propio nombre, mas de tal<br />

manera, que Adán, que quiere decir hombre,<br />

fuese nombre común a ambos; pero Enos de tal suerte significa hombre;<br />

que afirman los instruidos en aquél idioma que no<br />

puede acomodarse a la mujer, como hijo de resurrección, donde ni los<br />

hombres ni las mujeres se casarán ni ha de haber generación<br />

cuando nos lleve allá la regeneración. Por lo cual, soy de<br />

parecer que no en vano debe notarse que en las<br />

generaciones que se van sucediendo y multiplicando del que se<br />

denomina Seth; aunque se dice que engendró hijos e hijas; no<br />

se expresa mujer alguna de las procreadas; pero en las que se suceden<br />

aumentan de Caín al mismo fin hasta el término de la<br />

sucesión se nombra la última mujer engendrada; porque dice el sagrado<br />

texto: «Matusalén procreó a Lamech, y éste tomó en<br />

matrimonio dos mujeres; de las cuales, la una se llamó Ada y la<br />

segunda Sela; Ada dio a luz a Jobel, que fue padre y cabeza de<br />

los que vivían en los tabernáculos apacentando ganado, y el nombre de<br />

su hermano fue Jubal. Este fue él que inventó el<br />

salterio y la cítara; también Sela engendró Thobel, el cual fue<br />

maestro y artífice de labrar el bronce y hierro, y la hermana de<br />

Thobel fue Noema.»<br />

Hasta aquí se extienden todas las generaciones de Caín, que son desde<br />

Adán ocho, incluso el mismo Adán, es a saber,<br />

siete hasta Lamech, el cual estuvo casado con dos mujeres, y la<br />

octava generación es la de sus hijos; entre quienes se cuenta<br />

también la mujer; donde con la mayor elegancia se nos significó que<br />

la ciudad terrena hasta su fin había de tener generaciones<br />

carnales, fruto de la unión carnal entre el varón y la mujer, y lo<br />

que en ningún otro lugar se halla antes del Diluvio, a excepción<br />

de Eva, se observa aquí; donde se ponen por sus nombres propios las<br />

mujeres de aquel hombre que se nombra en último<br />

lugar por padre. Y así como Caín, que quiere decir posesión, fundador<br />

de la ciudad terrena, y su hijo Enoch, que quiere decir<br />

dedicatoria, en cuyo nombre fue fundada, muestran que esta ciudad<br />

tiene su principio y su fin todo terreno, donde no se<br />

esperaba más de lo que puede verse en este siglo; así, siendo Seth,<br />

que quiere decir resurrección, padre y cabeza de las<br />

generaciones que se refieren aparte, importa que veamos qué es lo que<br />

dice de su hijo esta sagrada historia.<br />

CAPITULO XVIII<br />

Qué se nos significó en Abel, Seth y, Enos, que parezca pertenecer a<br />

Cristo y a su cuerpo esto es, a su Iglesia<br />

«A Seth –dice– le nació un hijo, y le puso por nombre Enos. Este<br />

esperó invocar el nombre del Señor Dios.»<br />

Efectivamente, clama el testimonio de la verdad; así como con<br />

esperanza vive el hombre, hijo de la resurrección, con confianza<br />

vive mientras peregrina por la tierra la Ciudad de Dios, la cual se<br />

funda y engendra con la fe en la resurrección de Jesucristo;<br />

porque en aquellos dos hombres, Abel, que quiere decir llanto, y su<br />

hermano Seth, que significa resurrección, se nos prefigura<br />

la muerte del Salvador, y su vida resucitada entre los muertos; de la<br />

cual se engendra aquí la Ciudad de Dios, esto es, el<br />

hombre que esperó invocar el nombre del Señor Dios. Pues como dice el


Apóstol: «El cumplimiento de nuestra salvación está<br />

en la esperanza, pero la esperanza que se ve no es esperanza, porque<br />

lo que ve uno y lo que posee ¿cómo puede decirse<br />

que lo espera? Y si esperamos lo que no vemos ni poseemos, con<br />

paciencia lo aguardamos.» ¿Y quién ha de imaginar que<br />

esta doctrina carece de algún profundo misterio? ¿Por ventura Abel no<br />

invocó con esperanza el nombre del Señor Dios; cuyo<br />

sacrificio refiere la Escritura que fue tan aceptable a Dios? Y el<br />

mismo Seth, ¿acaso no invocó con confianza el nombre del<br />

Señor Dios, por quien se dijo: «Dios me ha dado otro hijo en lugar de<br />

Abel?» ¿Por qué causa se atribuye, pues, a éste con<br />

propiedad lo que se entiende que es común a todos los hombres<br />

piadosos, sino porque convenía que aquel que nació el<br />

primero del padre, y cabeza de las generaciones separadas por la<br />

ciudad soberana, figurase al hombre, esto es, la sociedad y<br />

congregación de hombres, que vive, no según el hombre en la posesión<br />

de la ciudad terrena, sino según Dios, en la esperanza<br />

de la felicidad eterna? Y no dijo la Escritura: «Este esperó en el<br />

Señor Dios, o este invocó el nombre del Señor Dios, sino que<br />

dijo: «Este esperó invocar el nombre del Señor Dios.» ¿Qué quieren<br />

decir las palabras «esperó invocar» sino una profecía de<br />

que había de nacer y descender de él un pueblo que, según la elección<br />

de la gracia, invocase el nombre del Señor?<br />

Esto es lo que dijo otro profeta, y el Apóstol lo explica de este<br />

pueblo que pertenece a la gracia de Dios: «Que cualquiera<br />

que invocare el nombre del Señor se salvará.» Las palabras de la<br />

Escritura: «Y le puso por nombre Enos, que significa<br />

hombre, y lo que después añade: «Este esperó invocar el nombre del<br />

Señor Dios, bastantemente nos manifiesta que no debe<br />

fijar el hombre la esperanza en sí propio, porque, como insinúa en<br />

otro lugar la Escritura, «maldito es cualquiera que pone su<br />

esperanza en el hombre, y, por consiguiente, ni en si propio, para<br />

que sea ciudadano de la otra ciudad que no se dedica como<br />

la del hijo de Caín en este tiempo, esto es, en el presuroso curso de<br />

este mortal siglo, sino que se dedica en la inmortalidad de la<br />

bienaventuranza eterna».<br />

CAPITULO XIX<br />

De la significación que figura la traslación de Enoch<br />

Esta genealogía, cuyo progenitor y jefe es Seth, tiene su nombre<br />

peculiar de dedicatoria en una de sus generaciones,<br />

que es la séptima desde Adán, contando a éste; pues haciendo la<br />

numeración desde nuestro primer padre, el séptimo que nació<br />

fue Enoch, que quiere decir dedicatoria. Este es el que agradó a<br />

Dios, porque fue transportado fuera del mundo y es insigne<br />

por el número que le cupo en la lista de las generaciones, que es del<br />

día consagrado al descanso, es a saber, el séptimo,<br />

principiando desde Adán; pero empezando desde el padre y cabeza de<br />

esta estirpe, que se distingue de la descendencia de<br />

Caín, esto es, de Seth, es el sexto, en cuyo día fue criado el hombre<br />

y acabó o cesó Dios todas sus admirables obras. La<br />

traslación de Enoch fue una figura de la dilación de nuestra<br />

dedicatoria, la cual vino a hacerse en Cristo nuestra cabeza, el cual<br />

resucitó para no morir más.<br />

Resta aún otra dedicatoria de toda la casa y descendencia, cuyo<br />

fundamento es el mismo Jesucristo, la cual se difiere<br />

para lo último, cuando vendrá a ser la resurrección de todos los que<br />

no han de morir ya más llámese casa de Dios, templo de<br />

Dios o Ciudad de Dios, es una misma cosa, y no ajena del estilo con<br />

que suelen hablar los latinos, porque también Virgilio, a la<br />

ciudad imperial o metrópoli de tantos imperios la llama casa de<br />

Assaraco, aludiendo a los romanos que por parte de los troyanos<br />

traen su origen de Assarado; y á estos mismos los llama casa de<br />

Eneas, porque los troyanos, siendo este su castillo cuando


vinieron a Italia, fundaron a Roma, Aquel poeta imitó a la Sagrada<br />

Escritura, en la cual un pueblo tan grande como el de los<br />

hebreos se llama casa de Jacob.<br />

CAPITULO XX<br />

Cómo la sucesión de Caín termina en ocho generaciones, comenzando<br />

desde Adán, y entre los descendientes, del<br />

mismo padre Adán, Noé es el décimo<br />

Dirá alguno: sí pretende el autor de esta historia referir las<br />

generaciones, desde Adán por su hijo Seth para Poder llegar<br />

a Noé, en cuyo tiempo sucedió el Diluvio, y desde él continuar otra<br />

vez el catálogo y serie de los que nacían, hasta llegar a<br />

Abraham, desde el cual el evangelista San Mateo principia las<br />

generaciones con que llegó a Cristo, rey eterno de la Ciudad de<br />

Dios, ¿qué pretende en las generaciones que comienzan desde Caín, y<br />

hasta dónde intentar llegar con ellas? Respóndese que<br />

hasta el Diluvio, en que feneció y se consumió todo el linaje de la<br />

ciudad terrena; aunque se restableció después en los hijos de<br />

Noé, dado, que no podrá faltar esta ciudad terrena y congregación de<br />

hombres que viven según el hombre hasta el fin del siglo,<br />

sobre el cual dice el Señor: «Los lujos de este siglo engendran y son<br />

engendrados.» Pero a la Ciudad de Dios que peregrina<br />

en este mundo, la regeneración la conduce a otro siglo cuyos hijos ni<br />

procrean ni son procreados.<br />

Así pues, aquí el engendrar y ser engendrados es común a una y otra<br />

ciudad; aunque la Ciudad de Dios tenga también<br />

en la tierra muchos millares de ciudadanos que se abstienen de la<br />

generación, como la otra los tiene igualmente por imitación,<br />

aunque viven equivocados.<br />

A ésta pertenecen también los que, apartándose de la fe; fundaron<br />

diversas sectas erróneas y heréticas, puesto que<br />

viven según el hombre y no según Dios; y los gimnosofistas de la<br />

India, que se dice filosofan desnudos en los despoblados y<br />

desiertos de aquella región, son sus ciudadanos y guardan<br />

continencia, aunque esto no es bueno sino cuando se hace según y<br />

conforme a la fe del Sumo Bien, que es Dios. Con todo, no se sabe que<br />

hiciese esto ninguno antes del Diluvio, pues el mismo<br />

Enoch, que era el séptimo empezando desde Adán, y de quien se refiere<br />

que fue transportado de este mundo sin que muriese,<br />

engendró hijos e hijas antes de su traslación, entre ellos Matusalén,<br />

por quien continúa el orden de las generaciones que se han<br />

de contar.<br />

¿Y por qué causa se refieren tan pocas Sucesiones en la generación<br />

que procede de Caín, si convenía llegar con ellas<br />

hasta el Diluvio, y no era tan larga la edad que precedía a la<br />

pubertad que estuviese sin tener hijos ciento o más años? Porque<br />

si el autor de este libro no pretendía buscar alguno a quien<br />

necesariamente hubiese de llegar con el catálogo de las generaciones,<br />

como en las que viene de la estirpe de Seth, y sólo deseaba<br />

llegar, a Noé, desde quien nuevamente continuara la lista<br />

indispensable, ¿qué necesidad había de dejar los hijos primogénitos<br />

para llegar a Lamech, en cuyos hijos termina aquel<br />

catálogo, es a saber, en la octava generación, comenzando desde Adán,<br />

y en la séptima desde Caín, como si desde allí hubiera<br />

de continuar adelante para llegar; o al pueblo israelítico, en el<br />

cual la terrena Jerusalén presentó una figura profética de la<br />

ciudad celestial, o a Cristo, según su humanidad, el que es sobre<br />

todo bendito para siempre, fundador y rey de la Jerusalén<br />

celestial, habiendo perecido con el Diluvio toda la prole y<br />

descendencia de Caín? Por donde puede colegirse que en el mismo<br />

orden cronológico de generaciones se refirieron los primogénitos. ¿Y<br />

por qué son tan pocos? Pues no pudieron ser tan pocos<br />

hasta el Diluvio, si la pubertad no guardaba proporción con la


duración de la vida y los hombres no tenían entonces hijos tan<br />

pronto como ahora, sino según la proporción de aquella larga vida,<br />

siendo también tardía la pubertad y edad madura para<br />

engendrar.<br />

Porque concedido que todos igualmente fuesen de treinta años cuando<br />

principiaron a procrear hijos, ocho veces treinta<br />

(porque ocho son las generaciones con Adán, y con los que engendró<br />

Lamech), son doscientos y cuarenta años. ¿Acaso en<br />

todo el tiempo que resta hasta el Diluvio no engendraron? ¿Por qué<br />

razón el que escribió esto no quiso contar y referir las<br />

generaciones que siguen?<br />

Porque desde Adán hasta el Diluvio hay, según nuestros libros, dos<br />

mil doscientos sesenta y dos años, y según los<br />

hebreos, mil seiscientos cincuenta y seis, y aun cuando creamos que<br />

este número menor es el verdadero, quítense de mil<br />

seiscientos cincuenta y seis años doscientos cuarenta, ¿por ventura<br />

es creíble que por mil cuatrocientos y más años que restan<br />

hasta el Diluvio estuvo sin engendrar toda la descendencia de Caín?<br />

Al que convenza esta razón, acuérdese que cuando pregunté cómo<br />

debemos creer que aquellos antiguos hombres<br />

pudieron por tantos años estar sin engendrar hijos, de dos maneras<br />

resolvimos esta cuestión: o por la pubertad y edad tardía<br />

para procrear según la proporción de una vida tan dilatada, o porque<br />

los hijos que se refieren en las generaciones no eran los<br />

primogénitos, sino aquellos por quienes el autor del libro podía<br />

llegar al que pretendía llegar, como a Noé en las generaciones<br />

de Seth.<br />

Por lo cual, si al reseñar las generaciones de Caín no tuvo el autor<br />

del Génesis el mismo propósito que al narrar las de<br />

Seth, deberemos acudir a la segunda explicación de la pubertad<br />

tardía, de manera que viniesen a ser capaces de engendrar<br />

después de cíen años de edad; para que corra la lista de las<br />

generaciones por los primogénitos, y llegue hasta el Diluvio al justo<br />

número de los años. Aunque pudo suceder que por otra causa secreta<br />

que ignoro, hasta Lamech y sus hijos refiriese las<br />

generaciones de esta ciudad terrena, y después dejase el escritor del<br />

libro de contar las demás que pudo haber hasta el<br />

Diluvio.<br />

Pudo también ser causa de que no continuara la serie de las<br />

generaciones por los primogénitos, independientemente de<br />

lo tardío: de la pubertad en aquellos hombres, que la ciudad que<br />

fundó Caín con el nombre de su hijo Enoch extendiera<br />

largamente sus limites y dominio, y que tuviera muchos reyes, no<br />

juntamente, sino uno después de otro, de padres a hijos, sin<br />

guardar orden de primogenitura. El primero de estos reyes pudo ser<br />

Caín; el segundo, su hijo Enoch, cuyo nombre tuvo la<br />

ciudad en donde reinó; el tercero, Gaidad, a quien engendró Enoch; el<br />

cuarto, Manihel, a quien procreó Gaidad; el quinto,<br />

Mathusael, a quien engendró Manihel; el sexto, Lamech, a quien<br />

engendró Mathusael, que es el séptimo rey desde Adán por<br />

Caín.<br />

No era indispensable que los primogénitos sucedieren en el reino a<br />

sus padres, sino los que por mérito, por alguna virtud<br />

que interesase a la ciudad terrena o alguna ley, estatuto, costumbre<br />

o buena suerte fueran llamados a la sucesión.<br />

Principalmente sucedía al padre por cierto derecho hereditario de<br />

reinar el que el padre amaba más cordialmente que a los<br />

demás hijos. Y pudo, viviendo y reinando todavía Lamech, suceder el<br />

Diluvio, de forma que él con todos los demás hombres se<br />

ahogase, a excepción de los que se hallaron en el Arca. No debe<br />

maravillarnos que habiendo gran diferencia de años entre los<br />

que se ponen en la genealogía desde Adán hasta el Diluvio, no tuviese<br />

una y otra estirpe igual número de generaciones, sino<br />

por parte de Caín siete, y por la de Seth, diez, porque Lamech es<br />

séptimo, contando desde Adán, y décimo Noé. Y se refirieron<br />

muchos hijos de Lamech, y no uno solo, como en los precedentes, por


ser incierto que le había de suceder en muriendo si<br />

quedara tiempo para reinar entre 61 y el Diluvio.<br />

Como quiera que la serie de generaciones que desciende de Caín, sea<br />

por primogénitos o por reyes, me parece que no<br />

se debe pasar en silencio que siendo Lamech el séptimo desde Adán, se<br />

citan tantos hijos suyos para llegar al número<br />

undécimo, que significa el pecado. Nombra la Escritura tres hijos y<br />

una hija, y por lo que toca a las mujeres con quienes<br />

estuvieron casados, puede significar otra cosa de que ahora no nos<br />

ocupamos, por tratar sólo de las genealogías. Y de ellas no<br />

se dice quiénes fueron hijas.<br />

Como la ley se nos presenta con el número denario, por lo que es tan<br />

famoso y memorable el Decálogo, sin duda el<br />

número undécimo, porque excede al décimo, significa la transgresión<br />

de la ley, y por esto el pecado. De aquí dimana que al<br />

Tabernáculo del testimonio, que cuando viajaba el pueblo de Dios era<br />

como un templo portátil, mandó Dios que se le hiciesen<br />

once velos cilicinos; esto es, hechos de pelos de cabras y camellos,<br />

porque en el cilicio está la memoria de los pecados<br />

cometidos por los cabritos que han de estar a la siniestra; y<br />

confesando esta verdad nos postramos con cilicio, como diciendo lo<br />

que expresa el real profeta: «Mi pecado está siempre delante de mis<br />

ojos.» Así pues, la estirpe que desciende desde Adán por<br />

el perverso Caín concluye con el número undécimo, que significa el<br />

pecado, y el mismo número termina en mujer, de la cual<br />

tuvo si principio el pecado por el que morimos todos. Y sucedió que<br />

prosiguiese también la sensualidad que resiste al espíritu,<br />

porque hasta la misma hija de Lamech, Noema, quiere decir deleite.<br />

Pero desde Adán, por Seth, hasta Noé, se nos recuerda el<br />

denario, número legítimo, al cual se le añaden tres hijos de Noé. Y<br />

habiendo caído el uno, bendice el padre a los dos para que,<br />

desechado el réprobo y añadidos los hijos buenos y aceptables al<br />

número, se nos presente el número doce, el cual igualmente<br />

es insigne por el número de los patriarcas y apóstoles y por las<br />

partes del septenario, multiplicadas una por otra, pues le forman<br />

tres veces cuatro o cuatro veces tres.<br />

Siendo esto así, creo que nos resta considerar cómo estas dos<br />

prosapias, que con sus distintas generaciones nos<br />

señalan dos ciudades, una de los terrenos y otra de los regenerados,<br />

se vinieron después a mezclar y confundir de forma que<br />

mereció perecer con el Diluvio todo el humano linaje, exceptuadas<br />

únicamente ocho personas.<br />

CAPITULO XXI<br />

La escritura refiere de distinto modo<br />

las generaciones de Caín y de Seth<br />

Es digno de advertir cómo en la serie de las generaciones desde Caín,<br />

que refiere la Escritura, habiendo contado antes<br />

de los demás sucesores a Enoch, que dio nombre a la ciudad fundada<br />

por Caín, continuaron los demás, hasta que aquel linaje<br />

y toda la estirpe se acabó y feneció con el Diluvio; pero después de<br />

haber enumerado a Enos, hijo de Seth, sin proseguir con<br />

los demás hasta el Diluvio, interpone un párrafo y dice; «Este es el<br />

libro de la generación de los hombres; el día que crió Dios al<br />

hombre le crió a su imagen y semejanza. Criólos varón y hembra, los<br />

bendijo y llamó por nombre Adán en el día que los crió.»<br />

Lo cual, en mi opinión, se interpuso para principiar desde aquí otra<br />

vez, y desde el mismo Adán, el cómputo de los<br />

tiempos, el cual no quiso hacer el que escribió esto al tratar de la<br />

ciudad terrena, como si a ésta la refiriera Dios de forma que no<br />

la quisiese computar.<br />

Mas ¿por qué motivo desde aquí vuelve a esta recapitulación después<br />

de haber nombrado al hijo de Seth, «hombre que


esperó invocar el nombre del Señor Dios», sino porque convenía<br />

proponer así estas dos ciudades, la una por el homicida hasta<br />

llegar al homicida (porque también Lamech confiesa delante de sus dos<br />

mujeres que cometió homicidio), y la otra por aquel que<br />

esperó invocar el nombre del Señor Dios?<br />

En esta vida mortal, éste es el negocio sumo de la Ciudad de Dios que<br />

peregrina en este mundo, el cual nos debía<br />

recomendar un hombre engendrado por aquel en quien revivía Abel<br />

asesinado. Porque aquel hombre uno es la unidad de<br />

toda la ciudad soberana, aunque no la unidad completa, sino la que se<br />

ha de ir completando con este diseño y figura profética.<br />

El hijo de Caín, esto es, el hijo de la posesión, ¿qué nombre ha de<br />

tener sino el de la ciudad terrena, que se fundó llamándola<br />

de su nombre? Porque, en efecto, es de aquellos de quienes dice el<br />

salmo «que habían de poner los nombres que ellos tenían<br />

a sus tierras», y por eso les sucede lo que dice en otro lugar:<br />

«Señor, allá en tu ciudad reducirás a nada sus imágenes.»<br />

Pero el hijo de Seth, esto es, el hijo de la resurrección, el que<br />

espera invocar el nombre del Señor, es la figura de aquella<br />

sociedad y congregación que dice: «Yo, corno oliva fructuosa en la<br />

casa de Dios, esperé en su divina misericordia», y de<br />

aquella que no pretende en la tierra la gloria vana del nombre<br />

célebre, porque «sólo es bienaventurado aquel que pone su<br />

confianza en el nombre del Señor y no mira a las vanidades y falsas,<br />

locuras de los hombres».<br />

Así pues, habiendo propuesto dos ciudades, una en la posesión de este<br />

siglo y otra en la esperanza divina, salidas<br />

ambas como de la común puerta de la mortalidad que se abrió en Adán,<br />

para que corran a sus propios y debidos fines, empieza<br />

la enumeración de los tiempos, en la cual se añaden asimismo otras<br />

generaciones, haciendo la recapitulación desde Adán, de<br />

cuya estirpe condenada, como de una masa justamente anatematizada,<br />

hizo Dios a unos, para deshonra e ignominia, vasos de<br />

ira, y a otros, para honor y gloria, vasos de misericordia; dando a<br />

los unos lo que se les debe en pena de su crimen, y<br />

haciendo a los otros merced de lo que no se les debe en la gracia;<br />

para que por la misma comparación y cotejo de los vasos de<br />

ira aprenda la ciudad soberana que peregrina la tierra a no confiar<br />

en los sentimientos del libre albedrío, sino a esperar invocar<br />

el nombre del Señor Dios. Porque la voluntad en la naturaleza, siendo<br />

Dios bueno, la hizo buena; pero siendo en sí mismo<br />

inmutable, la hizo mudable, pues la hizo de la nada y puede declinar<br />

de lo bueno para hacer lo malo, lo que se ejecuta con el<br />

libre albedrío; y puede declinar de lo malo para hacer lo bueno, lo<br />

cual no se hace sino con el favor y auxilio de Dios.<br />

CAPITULO XXII<br />

De la caída de los hijos de Dios porqué se aficionaron a las mujeres<br />

extranjeras, por lo cual todos, exceptuadas ocho<br />

personas, merecieron perecer en él<br />

Diluvio<br />

Propagándose y creciendo el humano linaje con el libre albedrío de la<br />

voluntad, participando de la iniquidad, vino a<br />

hacerse una mezcla y confusión de ambas ciudades, cuya desventura<br />

principió nuevamente por la mujer, aunque no del mismo<br />

modo que al principio, porque aquellas mujeres no hicieron entonces<br />

pecar a los hombres, alucinadas o seducidas por los<br />

engaños de alguno, sino que los hijos de Dios, esto es, los<br />

ciudadanos de la ciudad que peregrina en el mundo se aficionaron a<br />

las que desde el principio se criaron con malas costumbres en la<br />

ciudad terrena, es a saber, en la sociedad de los hombres<br />

terrenos, por la gentileza y hermosura de los cuerpos de ellas, cuya<br />

hermosura, aunque es un don de Dios bueno y estimable,<br />

sin embargo, lo concede también a los malos, porque no parezca


singular prerrogativa y gracia a los buenos.<br />

Así que, desamparando el bien incomparable, propio y característico<br />

de los buenos, se abatieron y humillaron al bien<br />

ínfimo, no peculiar de los buenos, sino común a los buenos y a los<br />

malos.<br />

Y de este modo los hijos de Dios se enamoraron de las hijas de los<br />

hombre, y para alcanzarlas por mujeres y gozar de<br />

su hermosura, se acomodaron a las costumbres de la sociedad terrena,<br />

desertando de la piedad que guardaban fielmente: en la<br />

sociedad y, congregación santa. Porque se aprecie mal la hermosura<br />

del cuerpo, bien criado por Dios, pero temporal, carnal e<br />

inferior, si por ella se deja a Dios, bien interno y sempiterno; así<br />

como desamparando la justicia aman también los avaros el oro<br />

sin pecado del oro, sino por culpa del hombre; y lo mismo sucede en<br />

todas las criaturas, porque como son buenas pueden ser<br />

bien y mal amadas; es a saber, bien, guardando el orden y mal,<br />

perturbando el orden, lo cual en estos versos, breve y concisamente,<br />

dijo un sabio en elogio del Criador:<br />

«Estas cosas tuyas son, y son buenas; Porque tú que eres bueno las<br />

criaste; no hay cosa nuestra en ellas, sino que<br />

pecamos, amando sin orden, en vez de ti, a la criatura»<br />

Pero el Criador, si verdaderamente es amado, esto es, si le ama a El<br />

mismo y no a otra cosa en su lugar que no sea El,<br />

no se puede amar mal, porque hasta el mismo amor debe ser amado<br />

ordenadamente, amando bien lo que debe amarse para<br />

que haya en nosotros la virtud con que se vive bien; por lo cual soy<br />

de parecer que la definición compendiosa y verdadera de<br />

la virtud es el orden en amar o el amor ordenado. Y así en los<br />

Cantares canta a Esposa de Jesucristo que es la Ciudad de Dios,<br />

y pide «que ordene en ella el amor».<br />

Trastornando, pues, y turbando el orden de este amor y caridad,<br />

despreciaron los hijos de Dios a Dios y amaron a las<br />

hijas de los hombres, con cuyos dos nombres bastante se distingue y<br />

conoce una y otra ciudad. Pues tampoco aquéllos<br />

naturalmente dejaban de ser hijos de los hombres, sino que habían<br />

comenzado a tener otro nombre por la gracia; porque la<br />

misma Escritura, donde dice que los hijos de Dios se aficionaron a<br />

las hijas de los hombres, a los mismos los llama también<br />

ángeles de Dios, por cuyo motivo muchos se han imaginado que aquéllos<br />

no fueron hombres, sino ángeles.<br />

CAPITULO XXIII<br />

Si es creíble que los ángeles, siendo de sustancia espiritual, se<br />

enamoraran de la hermosura de las mujeres; se casaran<br />

con ellos y de ellos nacieron los gigantes.<br />

Hemos tocado de paso en el libro III de esta obra, dejándola por<br />

resolver, la cuestión sobre si pueden los ángeles,<br />

siendo espíritus puros, conocer carnalmente a las mujeres; porque<br />

dice la Sagrada Escritura, «que hace Dios ángeles suyos a<br />

los espíritus», esto es, que aquellos que por su naturaleza son<br />

espíritus hace que sean ángeles suyos,' encargándoles el honor<br />

de ser nuncios y legados suyos; pues lo que en idioma griego se dice<br />

angelus, en el latino significa nuncio o mensajero.<br />

Pero es aún controvertible y dudoso, si cuando consecutivamente dice:<br />

«y a sus ministros fuego ardiente», habla de sus<br />

cuerpos, o quiere significar que sus ministros deben estar encendidos<br />

en caridad, como un cuerpo actual. Porque la misma<br />

inefable Escritura afirma que los ángeles aparecieron a los hombres<br />

en tales cuerpos, que no sólo los pudiesen ver, sino<br />

también tocar.<br />

Pero que los santos ángeles de Dios pudiesen caer en, alguna torpeza<br />

en aquel tiempo, no lo puedo creer, ni que de<br />

éstos habló el apóstol San Pedro cuando dijo: «Dios no perdonó a sus


ángeles cuando pecaron, sino que dio con ellos en las<br />

prisiones tenebrosas del infierno para castigarlos y reservarlos para<br />

el juicio final», sino que habló de aquellos que, apostatando<br />

y dejando a Dios, cayeron al principio con el demonio, su caudillo Y<br />

príncipe, que fue quien de envidia, con fraude serpentina,<br />

engañó al primer hombre: Y que los hombres de Dios se llamaron<br />

también ángeles, la misma Sagrada Escritura claramente lo<br />

testifica, pues aun de San Juan dice: «Yo enviaré mi ángel delante de<br />

ti, el cual dispondrá tu camino»; y el profeta Malaquias,<br />

por cierta gracia propia, esto es, por la que a él propiamente se le<br />

comunicó, se llamó a sí mismo ángel.<br />

Pero lo que hace dudar a algunos es que de los que se llaman ángeles<br />

de Dios, y de las mujeres que amaron, leemos<br />

que nacieron, no hombres como los de nuestra especie, sino gigantes,<br />

como si no hubieran nacido también en nuestros tiempos<br />

algunos que en la elevada estatura de sus cuerpos han excedido<br />

extraordinariamente la medida ordinaria de nuestros<br />

hombres, como tengo referido arriba. ¿No hube en Roma, hace pocos<br />

años, antes de la ruina y estragos que los godos<br />

hicieron en aquella suntuosa ciudad, una mujer con su padre y madre,<br />

cuyo cuerpo en cierto modo gigantesco sobrepujaba y<br />

excedía notablemente a todos los demás, y que sólo pata verla acudía<br />

singular concurso de todas partes, causando particular<br />

admiración que sus padres no eran más altos que los más altos, que<br />

ordinariamente vemos. Pudieron, pues, nacer gigantes aun<br />

antes que los hijos de Dios, que se dijeron también ángeles de Dios,<br />

se mezclasen con las hijas de los hombres, esto es, de los<br />

que vivían Según el hombre, es a saber, los hijos de Seth con las<br />

hijas de Caín; porque, la Sagrada Escritura, donde leemos<br />

esto, dice así: «Y sucedió después que comenzaron a multiplicarse los<br />

hombres sobre la tierra, y tuvieron hijas. Viendo los<br />

ángeles de Dios las hijas de los hombres que eran buenas y de buen<br />

aspecto, escogieron, entre todas mujeres para sí, con<br />

quienes se casaron, y dijo el Señor Dios: «No permanecerá mi<br />

espíritu, esto es, la vida que les he dado, en esto; hombres para<br />

siempre, porque son carnales y serán sus días ciento y veinte años.<br />

En aquellos días había gigantes en la tierra, y después de<br />

esto, mezclándose los hijos de Dios con las hijas de los hombres,<br />

engendraron para sí hijos, estos fueron los gigantes, hombres<br />

tan famosos y celebrados desde el principio del mundo.»<br />

Estas palabras del sagrado texto bien claro nos manifiestan que ya en<br />

aquellos tiempos había habido gigantes en la tierra<br />

cuando los hijos de Dios se casaron con las hijas de los hombres,<br />

amándola: porque eran buenas, esto es, hermosas, pues<br />

acostumbra la Sagrada Escritura Mamar buenos también a los hermosos<br />

en el cuerpo. Pero después que acaeció esta<br />

novedad, nacieron asimismo gigantes, pues dice: «En aquellos días<br />

había gigantes sobre la tierra, y después de esto,<br />

mezclándose los hijos de Dios con las hijas de los hombres,<br />

etcétera.» Luego los hubo ya antes en aquellos días y después de<br />

ellos.<br />

Y lo que dice «y engendraban para sí hijos», bastantemente da a<br />

entender que antes de caer en aquella flaqueza los<br />

hijos de Dios engendraban hijos para Dios, no para sí; esto es, no<br />

dominando en ellos el apetito de la torpeza, sino sirviendo al<br />

cargo de la generación y propagación; no formando una familia para su<br />

fausto y soberbia; sino para que fuesen ciudadanos de<br />

la Ciudad de Dios, y asimismo para anunciarles como ángeles de Dios<br />

«que pusiesen en Dios su esperanza», imitando a aquel<br />

que nació de Seth, hijo de resurrección, y que esperó invocar el<br />

nombre del Señor Dios para que con esta esperanza fuesen<br />

herederos con sus descendientes de los bienes eternos y, debajo de un<br />

Dios Padre, hermanos de sus hijos.<br />

Pero no se debe entender que de tal manera fueron ángeles de Dios,<br />

que no fuesen hombres, como algunos imaginan.<br />

Sin duda alguna, la misma Escritura testifica que fueron hombres;


pues habiendo dicho que, viendo los ángeles de Dios las hijas<br />

de los hombres que eran hermosas, tomaron pasa sí esposas entre todas<br />

las que escogieron; luego prosigue: «Y dijo el Señor:<br />

No permanecerá mi espíritu en estos hombres para siempre, porque son<br />

carnales.» Con el espíritu de Dios llegaron a ser<br />

ángeles de Dios e hijos de Dios; pero declinando a las cosas bajas de<br />

la tierra, los llama hombres con nombre de la naturaleza,<br />

y no de la gracia. Llamó también a los espíritus desertores, que<br />

desamparando a Dios fueron desamparados y carne o<br />

carnales.<br />

Los setenta intérpretes, llamaron a éstos ángeles de Dios e hijos de<br />

Dios, lo cual seguramente no está así en todos los<br />

libros, porque algunos sólo dicen hijos de Dios; y Aguila, a quien<br />

los judíos anteponen a los demás intérpretes, traduce, no<br />

ángeles de Dios ni hijos de Dios, sino hijos de los dioses.<br />

Lo uno y lo otro es verdadero; porque eran hijos de Dios, al cual,<br />

teniendo por Padre, eran también hermanos de sus<br />

padres; y eran hijos de los dioses por haber nacido de los dioses,<br />

con quienes ellos mismos eran igualmente dioses, conforme a<br />

la expresión del real profeta: «Yo digo que sois dioses, y todos<br />

hijos del Altísimo.» Porque Se cree que los setenta intérpretes<br />

tuvieron espíritu profético para que cuando mudasen algo con la<br />

autoridad del Espíritu Santo, y dijese, lo que interpretaban de<br />

modo distinto al que en el original tenía, no se dudase de esto, lo<br />

decía el Espíritu Santo. Aunque esto dice que aun en el hebreo<br />

está ambiguo, de forma que se pudo interpretar hijos de Dios e hijos<br />

de los dioses.<br />

Dejemos, pues, las fábulas de aquellas Escrituras que llaman<br />

apócrifas, porque de su principio, por ser oscuro; no<br />

tuvieron noticia clara los padres, quienes han transmitido las<br />

verdaderas e infalibles Escrituras con certísima fe y crédito hasta<br />

llegar a nosotros. Y aunque estos libros apócrifos dicen alguna<br />

verdad, con todo, por las, muchas mentiras que narran, no<br />

tienen autoridad canónica.<br />

No podemos negar que escribió algunas cosas inspiradas Enoch, aquel<br />

que fue el séptimo desde Adán, pues lo confirma<br />

el apóstol San Judas Tadeo en su epístola canónica. Con todo, no sin<br />

motivo están los libros de Enoch fuera del Canon de las<br />

Escrituras que se custodiaban en el templo del pueblo hebreo, por la<br />

exacta diligencia de los sacerdotes que se iban<br />

sucediendo. Pues por su antigüedad los tuvieron por sospechosos, y no<br />

podían averiguar si su contenido era lo mismo que el<br />

Santo había escrito, no habiéndolas publicado personas tales que por<br />

el orden de sucesión se probase las hubiesen guardado<br />

legítimamente. Por la misma razón las cosas que con su nombre se<br />

publican y contienen estas fábulas de los gigantes, que no<br />

fueron hijos de hombres, con razón creen los prudentes que no se<br />

deben tener por suyas; como otras muchas que con el<br />

nombre de otros profetas, y otras modernas que con el de los<br />

apóstoles publican los herejes. Todo lo cual con el nombre de<br />

apócrifo, de diligente examen, está desterrado de los libros<br />

canónicos.<br />

Conforme a las Escrituras canónicas hebreas y cristianas, no hay duda<br />

que antes del Diluvio hubo muchos gigantes, y<br />

que éstos fueron ciudadanos de la sociedad terrena de los hombres; y<br />

que los hijos de Dios, que según la carne descendieron<br />

de Seth, declinaron y se pasaron a esta congregación, dejando la<br />

justicia.<br />

Y no es maravilla que de ellos pudiesen nacer gigantes, no porque<br />

fueran todos gigantes, sino porque hubo muchos más<br />

entonces que, en los tiempos que sucedieron después del Diluvio; los<br />

cuales quiso criar Dios para manifestar su omnipotencia.<br />

Que no sólo la hermosura corporal, pero ni la grandeza y fortaleza<br />

debe estimar el sabio, cuya bienaventuranza consiste en los<br />

bienes espirituales e inmortales, que son mucho mejores y más<br />

sólidos, y propios de los buenos, no comunes a los buenos y a


los malos. Así nos lo refiere el Profeta cuando dice: «Allí vivieron<br />

aquellos gigantes tan nombrados desde el principio, de grande<br />

estatura y belicosos. No escogió el Señor a éstos, ni les comunicó el<br />

verdadero camino de la sabiduría, sino que perecieron; y<br />

porque les faltó la sabiduría se perdieron por su consideración.»<br />

CAPITULO XXIV<br />

Cómo se debe entender lo que dijo el Señor de los que hablan de<br />

perecer en el Diluvio: «Serán sus días ciento y veinte<br />

años.»<br />

Lo que dijo el mismo Dios: «Serán sus días ciento y veinte años», no<br />

se debe entender como si les anunciara que<br />

después de la ruina universal del orbe, la vida de los hombres no<br />

había de pasar de ciento y veinte años, pues hallamos que<br />

aun después del Diluvio pasaron de quinientos; sino debe entenderse<br />

que se explicó así el Señor cuando andaba Noé próximo<br />

a cumplir quinientos años, esto es, en los cuatrocientos y ochenta de<br />

su vida, (los cuales llama a su modo la Escritura quinientos,<br />

significando muchas veces con el nombre del todo la mayor parte),<br />

porque a los seiscientos años de Noé, en el mes segundo,<br />

sucedió el Diluvio; y así dijo Dios que de ciento y veinte años sería<br />

la vida de aquellos hombres, los cuales cumplidos habían de<br />

acabar con el Diluvio.<br />

Y no sin razón se cree que sucedió el Diluvio cuando no se halló ya<br />

en la tierra quien no mereciese la muerte, con que<br />

Dios castigó a los impíos, no porque tal género de muerte cause a los<br />

buenos (que alguna vez han de morir) algo que pueda<br />

dañarles después de la muerte, aunque ninguno de los que según la<br />

Sagrada Escritura descendieron del linaje de Seth murió<br />

con el Diluvio.<br />

La causa del Diluvio la refiere el Espíritu Santo de esta manera:<br />

«Viendo el Señor, dice, que se había multiplicado la<br />

malicia de los hombres en la tierra, y que cada uno no maquinaba en<br />

su corazón sino maldades, y esto continuamente, pensó<br />

Dios cómo había criado al hombre sobre la tierra, y, reflexionando,<br />

dijo: «Destruirá al hombre que crié sobre la tierra; desde el<br />

hombre hasta las bestias, y desde las sabandijas y reptiles que andan<br />

arrastrándose, hasta las aves del cielo; porque estoy<br />

enojado de haberlas criado.»<br />

CAPITULO XXV<br />

Que la ira y enojo de Dios no perturba su inmutable tranquilidad<br />

La ira y enojo de Dios no es cierta perturbación de su ánimo, sino un<br />

juicio y sentencia con que da su respectiva pena y<br />

castigo al pecado; y su pensamiento y meditación es la razón<br />

inmutable de las cosas que han de mudarse Porque no es Dios<br />

como el hombre, que le pesa de alguna acción que haya ejecutado, sino<br />

que tiene sobre todas las cosas su dictamen y determinación<br />

tan fija y constante, como es cierta e infalible su<br />

presciencia.<br />

Pero si no usara la Escritura tales palabras, no se acomodara tan<br />

familiarmente a toda suerte de personas, cuya utilidad<br />

espiritual procura, bien poniendo terror a los soberbios, alentaron y<br />

despertando a los negligentes, ejercitando a los que<br />

trabajan y la buscan, alimentando y sustentando a los inteligentes;<br />

lo cual no haría si primero no se inclinase y en algún modo<br />

descendiese a los que están postrados y humillados.<br />

Y el notificarles asimismo la muerte de todos los animales de la<br />

tierra y aves del cielo no es amenazar con la muerte a los<br />

animales irracionales, como si hubieran éstos pecado, sino declarar y<br />

ponderar la grandeza del estrago que sucedería.


CAPITULO XXVI<br />

El Arca que mandó hacer Dios a Noé en todo significa a Cristo y a su<br />

iglesia<br />

Ordenó Dios a Noé, hombre justo y, como dice la verdadera Escritura,<br />

entre todos los de su tiempo el más perfecto<br />

(aunque no como lo han de llegar a ser los ciudadanos de la Ciudad de<br />

Dios en aquel estado de inmortalidad en el que se<br />

igualarán con los ángeles de Dios, sino como puede haber perfectos en<br />

esta peregrinación de la tierra); mandó Dios a Noé que<br />

construyese una Arca para salvarse de la inundación del Diluvio con<br />

los suyos, esto es, con su mujer, hijos, nueras y con los<br />

animales que por orden de Dios entraron con él en el Arca. lo cual<br />

es, sin duda, una figura representativa de la ciudad de Dios<br />

que peregrina en este siglo, esto es, de la Iglesia, que se va<br />

salvando y llega al puerto deseado por el leño en que estuvo<br />

suspenso el Mediador de Dios y de los hombres, el hombre Cristo<br />

Jesús, porque aun las mismas medidas y el tamaño de su<br />

longitud, altura y anchura significan el cuerpo humano, con el cual<br />

real y verdaderamente, según estaba profetizado, había de<br />

venir y vino. Pues la altura de un cuerpo humano, desde la cabeza<br />

hasta los pies, es seis veces más que la anchura, que es la<br />

que se toma de un lado a otro, y diez veces más que la medida desde<br />

las espaldas al vientre. Como si medimos un hombre<br />

tendido boca arriba o boca abajo, tiene de largo desde la cabeza<br />

hasta los pies seis veces más que el lado de izquierda a<br />

derecha, o de derecha a izquierda, y diez lo que tiene de altura de<br />

la tierra.<br />

Así se hizo el Arca de trescientos codos de largo, cincuenta de ancho<br />

y treinta de alto. Y el haberle hecho puerta en el<br />

lado, sin duda significa aquella haga que con la lanza abrieron en el<br />

costado del Crucificado, porque por ella entramos los que<br />

caminamos a El, y de ella brotaron los Sacramentos con que los fieles<br />

se santifican. Y el mandar que se hiciese de piezas<br />

cuadradas significa la estabilidad que tiene por todas partes la vida<br />

de los santos, porque dondequiera que volviereis el<br />

cuadrado está firme. Y todo lo demás que se dice de la fábrica de<br />

esta Arca son señales de otras propiedades de la Iglesia; pero<br />

sería larga digresión quererlas especificar ahora, y ya tratamos de<br />

este particular en los libros que escribí contra el maniqueo<br />

Fausto, que negaba que en los libros de los hebreos hubiese profecía<br />

alguna de Jesucristo.<br />

Puede ser que las explicaciones que se den sean unas mejores que<br />

otras y algunas mejores que la nuestra, con tal que<br />

se refieran a la ciudad de Dios de que tratamos, que anda<br />

peregrinando como en un Diluvio en este perverso y corrompido<br />

siglo, si el que lo explique no quiere desviarse del sentido literal<br />

del autor que escribió esta historia.<br />

Como si alguno, v gr., lo que dice el sagrado texto, «las partes<br />

inferiores las harás de dos y de tres cámaras» no quiere<br />

que se entienda, como yo expuse en los citados libros, que de todas<br />

las gentes y naciones se junta y compone la Iglesia, y lo de<br />

dos cámaras se dijo por dos clases de gentes es a saber, los<br />

circuncidados y los que no lo estaban, a quienes el Apóstol en otra<br />

frase llama judíos y griegos; y lo de tres cámaras, porque todas las<br />

naciones se restauraron después del Diluvio, procediendo<br />

de los tres hijos de Noé; y quiere dar otra explicación que no sea<br />

ajena ni contradiga al Canon de la fe.<br />

Porque como quiso Dios que el Arca tuviese habitaciones o cámaras, no<br />

sólo en las partes inferiores, sino también en las<br />

Superiores, a esta disposición llamó dos cámaras; y por haber en las<br />

superiores otra cámara, díjose que había tres cámaras, de<br />

modo que, desde lo bajo a lo alto, eran primera, segunda y tercera


habitación; por las cuales se pueden entender aquí aquellas<br />

tres excelentes virtudes que recomienda el Apóstol: la fe, la<br />

esperanza y la caridad; y con más propiedad y conveniencia los<br />

tres frutos evangélicos de treinta, sesenta y ciento; de modo que en<br />

lo más bajo tenga su morada la castidad conyugal; sobre ésta,<br />

la de la viuda, y sobre todo, la virginal.<br />

Estas y otras mejores interpretaciones pueden darse, con tal de que<br />

quepan dentro de la fe cristiana. Lo mismo digo de<br />

todo lo demás que aquí se hubiese de declarar, que puede explicarse<br />

de diversas maneras, pero atendiendo siempre a una<br />

sólida concordia con la fe católica.<br />

CAPITULO XXVII<br />

Del Arca y del Diluvio, y que no debe creerse a los que admiten sólo<br />

la historia sin significación alguna alegórica, ni a los<br />

que defienden sólo las alegorías, desechando la verdad de la historia<br />

Sin embargo, ninguno debe imaginar, o que escribió esto en vano, o<br />

que sólo debemos indagar la verdad de la historia<br />

sin atender a significación alguna alegórica; o al contrario, que<br />

nada de esto sucedió, sino que sólo son figuras verbales; o, sea<br />

lo que fuere, nada tiene que ver con las profecías de la Iglesia.<br />

Porque ¿quién, si no es un insensato o demente, ha de decir que son<br />

libros inútilmente escritos los que se han<br />

conservado y custodiado por tantos millares de años con tanta<br />

veneración y fidelidad de sucesión? O que debe atenderse sólo<br />

a la historia, pues, omitiendo otras particularidades, si por la<br />

multitud de los animales era fuerza que se construyera una Arca tan<br />

capaz, ¿qué precisión había para que se introdujesen de los animales<br />

inmundos dos de cada especie, y siete de los limpios,<br />

pudiéndose conservar unos y otros en igual número? ¿O acaso Dios, que<br />

para conservar las especies prescribió que las<br />

guardasen, no podía recriarlas del modo que las crió?<br />

Y los que sostienen que nada de esto sucedió, sino que sólo son<br />

figuras para significar otras cosas, piensan en primer<br />

lugar que no pudo ser tan grande el Diluvio que sobrepujase la<br />

creciente del agua quince codos las cumbres de los más<br />

elevados montes por causa del monte Olimpo, sobre el cual dicen que<br />

no pueden subir las nubes, porque es tan elevado como<br />

el cielo y no puede experimentarse allí este aire denso donde se<br />

engendran los vientos, nieblas y aguas; y no consideran los<br />

autores de este argumento que hay allí tierra, que es el más denso de<br />

los elementos, a menos que nieguen que sea de tierra la<br />

cumbre del monte. ¿Cómo pudo la tierra levantase hasta aquella altura<br />

del cielo y el agua no pudo, afirmando los que miden y<br />

pesan los elementos que el agua es superior y menos pesada que la<br />

tierra? ¿Y qué razón es la que dan para que la tierra, que<br />

es más grave e inferior, haya llegado y ocupe lugar del cielo más<br />

quieto y tranquilo por tantas series de años, y que al agua,<br />

que es más leve y superior, no se le haya permitido que haga esta<br />

ascensión, siquiera por un corto espacio de tiempo?<br />

Dicen también que en aquella Arca no pudo haber tanta especie de<br />

animales, macho y hembra, dos de cada clase de los<br />

inmundos y siete de los limpios; pero advierto que sólo cuentan<br />

trescientos codos de largura, cincuenta de anchura y treinta de<br />

altura, no considerando que hay otro tanto en las partes superiores o<br />

segundo piso, y asimismo otro tanto en las superiores de<br />

las superiores, esto es, en el tercer piso, y que, por consiguiente,<br />

multiplicando tres veces aquellos codos, dan de largo<br />

novecientos, de anche ciento y cincuenta, noventa de alto.<br />

Y si quisiésemos pensar lo que Orígenes, no sin agudeza, dijo, que<br />

Moisés, hombre de Dios y, como dice la Escritura,<br />

«versado en todas las ciencias de los egipcios», que fueron<br />

aficionados y dados al estudio de la geometría, pudo significar codos


geométricos, uno de los cuales equivale a seis de los nuestros, ¿<br />

quién no advierte lo que pudo caber en aquella fabricación tan<br />

grande?<br />

El argumento de que no pudo hacerse una Arca de tanta grandeza y<br />

extensión es calumnia muy necia, observando que<br />

se han fabricado ciudades inmensas y muy dilatadas Y que se emplearon<br />

cien anos en la construcción de la Arca; a no ser que<br />

pueda junta piedra con piedra con sola cal, de modo que venga a<br />

formar un muro de muchas millas, y que sea imposible unir<br />

maderos con tarugos, abrazaderas, clavos y brea para una Arca, con<br />

líneas no curvas, sino rectas la cual no habla de ser<br />

necesario echar al mar a fuerza de brazos, sino que la movería y<br />

levantaría el agua cuando viniera con el orden natural de los<br />

pesos, y que la gobernara sobre las aguas más la divina Providencia<br />

que la humana prudencia, para que en ninguna parte<br />

padeciera naufragio.<br />

Respecto a los que preguntan con demasiada curiosidad si de las<br />

sabandijas más pequeñas, no sólo los ratones y<br />

lagartijas, sino también las langostas, escarabajos y, en fin, moscas<br />

y pulgas, hubo más cantidad en el Arca de la que ordenó y<br />

mandó Dios, deben advertir primeramente los que dudan de esta<br />

circunstancia que lo que dice la Sagrada Escritura: «los<br />

animales que van arrastrando sobre la tierra, se debe entender de<br />

modo que no fue necesario conservar en el Arca no sólo los<br />

que nadan debajo del agua, como los peces, sino tampoco los que<br />

flotan sobre ella, come varias aves; y cuando dice: «serán<br />

macho y hembra», sin duda lo dice para reparar la especie, y, según<br />

esto, tampoco fue necesario que hubiese allí los animalejos<br />

que pueden nacer sin la unión de macho y hembra de cualquiera<br />

materia o de cualquiera corrupción; o que si los hubo,<br />

como los suele haber en las casas, pudieron ser sin determinación de<br />

cantidad, y si el misterio sacratísimo que se representaba<br />

y la figura de una tan grande maravilla, en realidad de verdad no<br />

podía cumplirse de otra manera sino estando allí, en el Arca<br />

en determinado número, todos los animales que no podían,<br />

prohibiéndoselo su naturaleza, vivir en las aguas, no estuvo esto a<br />

cargo de aquel hombre o de aquellos hombres, sino al de Dios; porque<br />

Noé no los buscaba y metía en el Arca, sino que,<br />

conforme llegaban, los dejaban entrar, y a esto alude lo que dice:<br />

«entrarán contigo», es, a saber, no por diligencia humana,<br />

sino por voluntad divina.<br />

De modo que no se crea que hubo allí los que carecen de sexo, porque<br />

estaba ordenado que fuesen macho y hembra;<br />

pues hay algunos animales que nacen de cualquiera cosa, sin haber<br />

unión de macho y hembra, y después se vienen a juntar y<br />

engendrar, como son las moscas, y otros en quienes no hay macho y<br />

hembra, como son las abejas. Pero aquellos en quienes<br />

hay macho y hembra, y con todo no engendran, como son los mulos y las<br />

mulas, maravilla fuera que se hallaran allí, bastando<br />

que estuvieran sus Padres, es a saber, la especie del caballo y del<br />

asno; y lo mismo puede decirse de algunos que con la<br />

mezcla de diferentes especies procrean otra, aunque si esto importaba<br />

para el misterio, allí se hallarían, porque también esta<br />

especie tiene macho y hembra.<br />

Preguntan además algunos respecto de los manjares que allí podían<br />

tener los animales, que se sabe no se sustentan sino<br />

de carne, si además dei número determinado hubo allí alguno otros sin<br />

quebrantar el mandato, a loa cuales obligase a encerrar<br />

allí la necesidad de mantener a los otros, o, lo que es más verosímil<br />

si fuera de las carnes pudo haber algunos alimentos que<br />

conviniesen para todos; porque conocemos muchos animales que se<br />

sustentan de carne, que comen legumbres y frutas, y<br />

principalmente higos y castañas. ¿Qué maravilla, pues, si aquel varón<br />

sabio, justo y además instruido por Dios de lo que<br />

necesitaba cada uno, aprestó y guardó Para cada especie, además de<br />

las carnes, el alimento acomodado que le convenía? ¿Y


qué cosa no les haría comer el hambre? ¿O qué pudo hacer Dios que no<br />

les fuese suave y saludable, pudiendo por divino<br />

privilegio concederles que vivieran sin comer, si no conviniera que<br />

comieran para el cumplimiento de la figura de tan grande<br />

misterio?<br />

No cabe, pues, dudar, como no sea por terquedad, que tantas y tan<br />

diversas señales de sucesos acaecidos no sirvan<br />

para figurarnos la Iglesia. Porque ya las gentes de tal suerte le han<br />

poblado los limpios y los inmundos hasta que llegue a<br />

determinado fin y de tal suerte están comprendidos y ligados con el<br />

vínculo de su estrecha unión, que por sólo esto, que es evidentísimo,<br />

no es licito dudar de las demás cosas que se dicen con más<br />

oscuridad, y con más dificultad pueden entenderse.<br />

Y siendo así, ninguno, por inflexible y obstinado que sea, se<br />

atreverá a pensar que esto se escribió inútilmente, ni<br />

tampoco que, habiendo sucedido, no tuvo cierta significación, ni que<br />

sólo son dichos significativos y no hechos.<br />

Ni puede decirse probablemente que son ajenos de representar o<br />

significas la Iglesia, sino debe creerse que se<br />

escribieron con mucho acuerdo y sabiduría, que realmente sucedieron,<br />

que significaron algún misterio, y que éste consiste en<br />

representar la Iglesia.<br />

Pero ya que hemos llegado a este punto, será bien concluir este<br />

libro, podrá continuar en el siguiente el curso de ambas<br />

ciudades, la terrena, que vive según el hombre, y la celestial, que<br />

vive según Dios, después del Diluvio y durante los demás<br />

sucesos que efectivamente acaecieron.<br />

LIBRO DECIMOSEXTO<br />

LIBRO DE LAS DOS CIUDADES: DESDE NOÉ HASTA LOS PROFETAS<br />

CAPITULO PRIMERO<br />

Si después del Diluvio, desde Noé hasta Abraham, se hallan algunas<br />

familias<br />

que viviesen según Dios<br />

Después del Diluvio, si los vestigios y señales del camino de la<br />

Ciudad Santa se continuaron o se interrumpieron con la<br />

intervención de los tiempos perversos, de modo que no hubiese hombre<br />

que reverenciase y adorase a un solo Dios<br />

verdadero, es problema difícil de averiguar exactamente; no habiendo<br />

otras noticias que las que nos suministran las historias,<br />

porque en libros canónicos posteriores a Noé, que con su esposa, sus<br />

tres hijos y sus tres nueras mereció salvarse en el Arca<br />

de la ruina universal del Diluvio, no hallamos que la Sagrada<br />

Escritura celebre con testimonio evidente e infalible la piedad y<br />

religión de ningún hombre hasta Abraham, a excepción de los dos hijos<br />

de Noé, Sem y Japhet, que él mismo alaba y<br />

recomienda en una bendición profética, fijando la vista y vaticinando<br />

lo que, transcurridos muchos años, había de suceder.<br />

Por esto también a su hijo mediano, esto es, menor que el primogénito<br />

y mayor que el último, que había pecado contra su<br />

padre, le maldijo no en su propia persona, sino en la de su hijo y<br />

nieto de Noé, con estas terribles palabras: «Maldito será el<br />

joven Canaam; siervo será de sus hermanos. Porque Canaam era hijo de<br />

Cam, quien no cubrió, antes descubrió la desnudez<br />

de su padre cuando dormía.<br />

Y así también lo que prosigue, que es la bendición de sus hijos el<br />

mayor y el menor, diciendo: «Bendito el Señor Dios de<br />

Sem, sea Canaam su siervo; bendiga Dios a Japhet y habite en las<br />

casas de Sem», está lleno de sentidos proféticos y cubierto


de oscuridad y de velos misteriosos, como lo está el plantar el mismo<br />

Noé la viña, el tomar el vino de ella, el dormir desnudo y<br />

todo lo demás que allí pasa y se escribe en la Sagrada Escritura.<br />

CAPITULO II<br />

Qué es lo que se figuró proféticamente<br />

en los hijos de Noé<br />

Pero habiéndose cumplido efectivamente en sus descendientes estos<br />

vaticinios, que estaban oscuros y encubiertos, están<br />

ya bien claros y perceptibles; porque ¿quién hay que, meditándolos<br />

con atención, no los refiera a Cristo? Sem, de cuyo linaje,<br />

según la carne, nació Jesucristo, quiere decir nombrado. ¿Y qué cosa<br />

más nombrada que Cristo, cuyo augusto nombre<br />

derrama por toda la redondez de la tierra su admirable fragancia, de<br />

manera que en los Cantares, publicándolo hasta la misma<br />

profecía, se compara al ungüento derramado, en cuyas Casas, esto es,<br />

en la Iglesia, habita la inmensa multitud de las gentes?<br />

Porque Japhet quiere decir amplitud, pero Cam, significa cálido, y el<br />

mediano de, los hijos de Noé, diferenciándose de uno y<br />

otro y que dándose entre arribes, ni en las primicias de los<br />

israelitas ni en la plenitud de los gentiles, ¿qué significa sino el<br />

linaje y<br />

generación, astuta de los herejes, no con el espíritu de la<br />

sabiduría, sino de la impaciencia con que suele hervir el pecho, y<br />

corazón de los herejes y perturbar la Paz de los santos?<br />

Aunque todo esto viene a redundar en utilidad de los proficientes,<br />

conforme a la expresión del Apóstol: «Que conviene<br />

que haya herejías para que los buenos se echen, de ver entre<br />

vosotros; y por eso mismo dice la Escritura: «El hijo atribulado y<br />

ejercitado en las penalidades será sabio, y del Imprudente y malo se<br />

servirá como de ministro y siervo. »<br />

Porque muchas cosas que pertenecen a la fe católica, cuando los<br />

herejes, con su cautelosa y astuta inquietud, las turban<br />

y desasosiegan, entonces, para poderlas defender de ellos, se<br />

consideran con más escrupulosidad y atención, se perciben con<br />

mayor claridad, se predican con mayor vigor y constancia, y la duda o<br />

controversia que excita el contrario sirve de ocasión<br />

propicia para aprender.<br />

No sólo los que están manifiestamente separados, sino también los que<br />

se glorían y precian del nombre cristiano y viven<br />

mal, pueden ser figurados en el segundo hijo de Noé, porque la pasión<br />

de Cristo, que fue significada con la desnudez de aquel<br />

hombre, la predican con su profesión, y con su perversa vida la<br />

desacreditan y deshonran.<br />

De ellos se dijo «que por el fruto que dan y por sus obras los<br />

conoceremos». Por eso fue maldito Cam en su hijo como en<br />

fruto suyo, esto es, en su obra, y su hijo Canaam quiere decir<br />

movimiento suyo, lo cual, ¿qué otra cosa es que obra suya?<br />

Sem y Japhet figuran la circuncisión y el prepucio, o, como los<br />

denomina el Apóstol, los judíos y los griegos, los que,<br />

llamados y justificados, habiendo entendido comoquiera la desnudez de<br />

su padre, con que se significaba la pasión del Redentor,<br />

tomaron su vestidura, pusiéronla sobre sus espaldas y entraron<br />

caminando hacia atrás, cubriendo la desnudez de su padre y<br />

no viendo la que por respeto y reverencia cubrieron; porque en cierto<br />

modo en la pasión de Cristo honramos lo que se hizo por<br />

nosotros y abominamos la maldad de los judíos.<br />

La vestidura significa el Sacramento; las espaldas, la memoria de lo<br />

pasado, porque la pasión de Cristo, en tiempo que<br />

vivía Japhet en las casas de Sem, y el mal hermano en medio de ellos,<br />

la Iglesia la celebra como ya pasada y no la mira como<br />

futura.<br />

Pero el mal hermano en su hijo, esto es, en su obra, es el joven, es


decir, el siervo de sus buenos hermanos, cuando los<br />

buenos con cordura se aprovechan de los malos para el ejercicio de la<br />

paciencia o para el aprovechamiento de la sabiduría.<br />

Hay algunos –según dice el Apóstol– que predican a Jesucristo no<br />

sincera y fielmente; «pero comoquiera –dice– que<br />

prediquen a Cristo o por alguna ocasión o en verdad, yo me alegro y<br />

lisonjeo de ello y aun me complaceré más»; porque él es<br />

el que plantó la viña de quien dice el profeta: «Esta viña del Señor<br />

de los ejércitos es la casa de Israel», y él bebió de su vino.<br />

Ya se entiende aquí aquel cáliz del cual dice: «¿Podéis beber el<br />

cáliz que yo he de beber?», y también: «Padre, si es posible,<br />

pase de mí este cáliz», con que sin duda significa su pasión ya sea<br />

que, como el vino es fruto de la viña, antes nos quiso significar<br />

con esto que de la misma viña, esto es, del linaje de los<br />

israelitas, tomó por nosotros, para poder padecer, carne y<br />

sangre; y se embriago, esto es, padeció; y se desnudó, porque allí se<br />

desnudó, es decir, se descubrió su flaqueza, de la cual<br />

dice el Apóstol «que fue crucificado por la flaqueza de la carne», y:<br />

Lo que parece flaco en Dios es más fuerte que los hombres,<br />

y lo que parece loco, es más sabio que la sabiduría de los hombres.»<br />

Y al hablar de Noé la Escritura, después de haber dicho<br />

«y se desnudó», añadió: «en su casa», mostrándonos enérgicamente que<br />

habla de padecer la cruz y afrentosa muerte de<br />

manos de gente de su carne y linaje y de los domésticos de su sangre,<br />

esto es, de los judíos.<br />

Esta pasión de Cristo la predican los réprobos sólo en lo exterior<br />

con el sonido de la voz, porque no entienden lo que<br />

predican; pero los buenos en lo interior conservan este tan grande<br />

misterio y dentro del corazón reverencian y honran lo flaco y<br />

necio de Dios, que es más fuerte y sabio que los hombres. Figura a<br />

los primeros Cam, que, saliendo fuera, anunció y divulgó la<br />

desnudez de su padre; pero Sem y Japhet, para encubrirle y velarle,<br />

es a saber, para honrarle y reverenciarle, entraron, esto<br />

es, hicieron esto interiormente.<br />

Estos secretos de la Sagrada Escritura los vamos rastreando como<br />

podemos, más o menos cóngruamente unos que<br />

otros, pero teniendo fielmente por cierto que estas cosas no se<br />

hicieron ni escribieron sin significación alguna y figura de las<br />

cosas futuras, y que no se deben referir sino a Cristo y a su<br />

Iglesia, que es la Ciudad de Dios, la cual no se dejó de predicar<br />

desde el principio del linaje humano, cuya predicación vemos que por<br />

todas partes se cumple.<br />

Así que, después de la bendición de los dos hijos de Noé y de la<br />

maldición del uno, que fue el mediano, por mas de mil<br />

anos hasta Abraham, no se mencionan ya hombres justos que<br />

piadosamente reverenciasen y adorasen a Dios. Y no puedo<br />

creer que hubo falta de ellos, sino que fuera alargarse demasiado si<br />

se hubieran de referir todos, lo cual sería más diligencia<br />

histórica que providencia profética.<br />

Así que el escritor de las sagradas letras, o, por mejor decir, el<br />

Espíritu Santo, prosigue la relación de los sucesos, con la<br />

que no sólo se refiere los pasados, sino también se anuncia los<br />

futuros, digo, los que pertenecen a la Ciudad de Dios.<br />

Porque aun todo lo que se dice aquí de los hombres que no son sus<br />

ciudadanos, se refiere con el objetó de que ella, con<br />

la comparación de sus contrarios, o aproveche ó salga victoriosa,<br />

aunque no todo lo que se dice sucedió debemos entender<br />

que tiene su significación propia, sino que, con las cosas que<br />

significan, se mezclan las que nada significan; pues aunque sólo<br />

con la reja se surca la tierra, para poderlo hacer son necesarias<br />

asimismo todas las demás partes del arado; y en las cítaras y<br />

semejantes instrumentos músicos aunque se acomodan sólo las cuerdas<br />

para tocar, sin embargo, para colocar las se ponen con<br />

ellas todas las demás cosas de que constan los instrumento músicos,<br />

los cuales no se tocan, sino se unen con las que tocadas<br />

suenan. As en la historia profética también se refieren algunas cosas


que nada significan, pero que están enlazadas y el cierto<br />

modo trabadas con las que tienen determinada significación.<br />

CAPITULO III<br />

De las generaciones de los tres hijos de Noé<br />

Resta ya que consideremos las generaciones de los hijos de Noé, y que<br />

pareciese conducente tratar de ella lo<br />

describamos en esta obra, en la que vamos demostrando, siguiendo el<br />

orden de los tiempos, el estado y progreso de una y otra<br />

ciudad, es a sabe de la terrena y de la celestial.<br />

Principia, pues, a referirlas la Sagrada Escritura por el hijo menor,<br />

que se llamó Japhet, y nombra a ocho hijos suyos y<br />

siete nietos de dos hijos de estos; tres del uno y cuatro del otro,<br />

que todos hacen quince; cuatro de los de Cam, esto es, del<br />

segundo hijo de Noé, y cinco nietos de un hijo suyo, y dos bisnietos<br />

de un nieto, que todos son once.<br />

Y habiendo referido éstos, retrocede Como al principio, diciendo:<br />

«Chús engendró a Nemrod; éste empezó a ser gigante<br />

en la tierra; éste fue gigante cazador contra el Señor Dios; y por<br />

eso se dice: como un Nemrod, gigante cazador contra el<br />

Señor. Comenzó a reinar en Babilonia Orech, Archad y Chalanne en la<br />

tierra de Sennaar, de la cual salió Azur, y edificó a<br />

Nínive y a la ciudad de Robooth y a Calach y a Dasem, entre Nínive y<br />

Calach. Esta es la ciudad grande.»<br />

Este Chús, padre del gigante Nemrod, es el primero que nombra entre<br />

los hijos de Cam, cuyos cinco hijos y dos nietos<br />

había ya contado; pero a este gigante, o le procreó después de<br />

nacidos sus nietos o, lo que es más creíble, la Escritura, por<br />

excelencia suya, habla separadamente de él, pues nos relaciona<br />

también con toda exactitud su reino, cuyo principio, cabeza y<br />

corte era la nobilísima ciudad de Babilonia y las que con ellas se<br />

refieren, ya sean ciudades, ya sean provincias. Respecto a lo<br />

que dice de aquella tierra, esto es, de la tierra de Sennaar,<br />

perteneciente al reino de Nemrod, salió Asar, que edificó a Nínive y<br />

otras ciudades, esto sucedió mucho después, lo cual narra de paso la<br />

Escritura con esta ocasión, por la nobleza del reino de los<br />

asirios, que maravillosamente dilató y acrecentó Nino, hijo de Belo,<br />

fundador de la gran ciudad de Nínive, de quien ésta tomó su<br />

nombre, de modo que Nino se llamó Nínive. Asur, de quien tomaron el<br />

nombre los asirios, no fue uno de los hijos de Cam, hijo<br />

segundo de Noé, sino uno de los hijos de Sem, que fue el hijo mayor<br />

de Noé.<br />

De aquí resulta que de la estirpe de Sem descendían los que después<br />

poseyeron el reino de aquel gigante, y o allí<br />

fundaron otras ciudades, y la primera de ellas, Nino, se llamó<br />

Nínive.<br />

Desde aquí vuelve al otro hijo. De Cam, que se llamaba Mesraín, y<br />

dice los que engendró, no como quien refiere cada<br />

persona de por sí, sino siete naciones, y de la sexta, como un sexto<br />

hijo, refiere que salió la nación que se llama de Philistim, por<br />

donde vienen a ser ocho.<br />

Desde aquí vuelve nuevamente a Canaam, en cuya persona maldijo Noé a<br />

su padre Cam, y nombra once que<br />

engendró. Después, habiendo referido algunas ciudades, dice a qué fin<br />

y término llegaron. Y así, incluyendo en la cuenta hijos<br />

y nietos, refiere treinta y uno que nacieron de la estirpe de Cam.<br />

Resta ahora referir los hijos de Sem, el mayor de los hijos de Noé,<br />

porque a él llega de grado, en grado la relación de<br />

estas generaciones, que comenzó por el menor. Pero donde principia a<br />

relacionar los hijos de Sem está bastante oscuro, por lo<br />

que es indispensable declararlo, le importa mucho para el objeto que<br />

nos proponemos, porque dice así: «Y también al mismo<br />

Sem, que fue padre de todos sus hijos y hermano mayor de Japhet, le


nació Heber». El orden y construcción de las palabras<br />

latinas es éste; y, al mismo Sem también le nació Heber, el cual Sem<br />

es él, padre de todos sus hijos. Así que quiso dar a<br />

entender que Sem era patriarca de, todos los que ha de referir que<br />

descendieron de su linaje, ya sean hijos, nietos o bisnietos,<br />

y los que de ellos en adelante nacieron, pues no hemos de entender<br />

que a este Heber le engendró Sem, sino que es el quinto<br />

en la lista y catálogo de sus descendientes, porque Sem, entre otros<br />

hijos, tuvo a Arphaxat, Arphaxat a Cainan, Cainan a Sala y<br />

Sala a Heber.<br />

No en vano, pues, le nombra el primero en la generación que desciende<br />

de Sem, y le antepuso también a los hijos,<br />

siendo él el quinto nieto, sino porque es verdad lo que se dice que<br />

de él se llamaron así los hebreos, aunque podría haber<br />

también otra opinión, que de Abraham parezca que se llaman así como<br />

hebraheos pero, efectivamente, lo cierto es que de<br />

Heber se llamaron hebreos, y después, quitando una letra, hebreos,<br />

cuya lengua hebrea pudo poseer solamente el pueblo de<br />

Israel, en quien la Ciudad de Dios anduvo peregrinando en los Santos,<br />

y en todos fue misteriosamente figurada.<br />

Por este motivo se nombran primeramente seis hijos, de Sem; y<br />

después, de uno de ellos nacieron cuatro nietos suyos, y<br />

asimismo otro hijo suyo engendró otro nieto, de quien asimismo nació<br />

otro bisnieto y después otro tataranieto, que es Heber; y<br />

Heber engendró dos hijos, el uno llamado Phalec significa el que<br />

divide. Después, prosiguiendo la Escritura, dando la razón de<br />

este nombre, dice: «Porque en su tiempo se dividió la tierra», y lo<br />

que quiere decir esta expresión, después se verá.<br />

Otro que nació de Heber engendró doce hijos, con los cuales vienen a<br />

ser todos los descendientes de Sem veinte y<br />

siete. Así que todos los sucesores de los tres hijos de Noé, es a<br />

saber, quince de Japhet, treinta y uno de Cam y veinte y siete<br />

de Sem, vienen a sumar setenta y tres. Después prosigue el sagrado<br />

texto diciendo: «Estos son los hijos de Sem, según sus<br />

familias y lenguas en sus respectivas tierras y naciones.» Y asimismo<br />

de todos dice: «Estas son las tribus o familias de los hijos<br />

de Noé según los pueblos y naciones; estos fueron los que dividieron<br />

las gentes en la tierra después del Diluvio.»<br />

De donde se colige que entonces hubo setenta y tres, o por mejor<br />

decir (como después lo manifestaremos), setenta y<br />

dos, no hombres, sino naciones, porque habiendo referido antes los<br />

hijos de Japhet, concluyó así: «De éstos nacieron los que<br />

dividieron y poblaron las islas de las gentes en la tierra, cada uno<br />

según su lengua, familia o nación.»<br />

Y en los hijos de Cam, en otro lugar refiere con más claridad las<br />

naciones, cómo lo indiqué arriba: Mesraín engendró a<br />

los que se dicen Ludiim», y a este modo los demás, hasta siete<br />

naciones; y habiéndolas contado todas, concluyendo su relación,<br />

dice: «Estos son los hijos de Cam en sus familias, según sus lenguas,<br />

en sus regiones y naciones.»<br />

Por esta causa dejo de referir muchos hijos de otros, porque conforme<br />

nacían se iban mezclando con otras gentes, y ellos<br />

no bastaron a constituir por sí solos una nación. ¿Pues qué otro<br />

motivo hay a que, habiendo contado ocho hijos de Japhet,<br />

refiera que de los dos solamente nacieron hilos, y nombrando cuatro<br />

hijos de Cam, refiere únicamente los que nacieron de los<br />

tres; y nombrando seis hijos de Sem, pone solamente la descendencia<br />

de los dos? ¿Acaso los demás no tuvieron hijos? De<br />

ningún modo debe creerse tal cosa, sino que como no hicieron nación o<br />

gente distinta no merecieron que hiciera mención de<br />

ellos, porque conforme nacían se iban enlazando y mezclando con otras<br />

naciones.<br />

CÁPITULO IV<br />

De la diversidad de lenguas y del principio de Babilonia.


Refiriendo el historiador que estas naciones vivían cada una con su<br />

lengua, con todo, retrocede a la época en que todos<br />

usaban un mismo idioma, luego principia a declarar lo que sucedió,<br />

por cuyo motivo nació la diversidad de las lenguas: «No se<br />

hablaba dice, en toda la tierra sino una lengua y sucedió que<br />

caminando desde la parte oriental hallaron un campo en tierra de<br />

Sennaar, y habitaron en él, y si dijeron unos a otros: hagamos adobes<br />

y los coceremos al fuego, y sirvióles el ladrillo de piedra<br />

y el betún de argamasa, y dijeron: venid, pues, y edifiquemos una<br />

ciudad y una torre, cuya cabeza llegue hasta el cielo, y sirva<br />

para, celebrar nuestro nombre antes que nos distribuyamos por todo el<br />

ámbito de la tierra Bajó el Señor a ver la ciudad y la<br />

torre que edificaban los hijos de los hombres, y dijo el Señor: ved<br />

aquí que el pueblo es uno, y no usan sino un idioma todos<br />

ellos, y han dado ya en este desatino, y no desistirán de lo<br />

comenzado hasta que salgan con su intento; venid, bajemos y<br />

confundamos su lengua, de forma que no se entiendan unos a otros.<br />

Esparciólos, pues, Dios desde allí por toda la tierra, y<br />

dejaron de edificar la ciudad y la torre; la cual, por este motivo,<br />

se llamó Confusión, porque allí confundió Dios la lengua que se<br />

hablaba en toda la tierra, y desde allí los derramó Dios por toda<br />

ella.» Esta ciudad, que se llamó Confusión, es Babilonia, cuya<br />

admirable construcción celebran también los historiadores gentiles,<br />

porque Babilonia quiere decir confusión.<br />

Y se infiere que el gigante Nemrod fue el que la fundó, por lo que<br />

arriba insinuó de paso, donde, hablando de él sagrado<br />

texto, dice: «El principio de su reino fue Babilonia», esto es, que<br />

fuese reino y cabeza de las demás ciudades, donde, como<br />

Metrópoli, estuviese la corte del rey.<br />

Aunque no llegó a ser tan grande majestuosa como lo había trazado la<br />

arrogancia y soberbia de los impíos, porque<br />

pretendieron una elevación excesiva, a la cual llama la Escritura<br />

hasta el cielo, ya fuese ésta la de una sola torre, que<br />

principalmente entre otras fabricaban, o la de todas las torres,<br />

significan por el número singular, así como se dice soldado y se<br />

entienden mil soldados, y la rana y la langosta, pues así llama la<br />

Escritura a la multitud de ranas y langostas, en las plagas que<br />

Moisés hizo descender sobre los egipcios. ¿Y qué podía hacer la<br />

humana y vana presunción? Por más que levantara la altura<br />

de aquella fábrica hasta el cielo contra Dios, aunque sobrepujara<br />

todas las montañas y aunque traspasara la región de este aire<br />

nebuloso, ¿qué podía, en efecto dañar o impedir a Dios cualquiera<br />

alteza, por grande que fuera, espiritual o corporal? La<br />

humildad, si es la que abre el camino seguro y verdadero para el<br />

cielo, levantando el corazón a Dios, y no contra Dios, como la<br />

Escritura llamó a este gigante cazador contra el Señor, lo cual<br />

algunos, engañados por la palabra griega, que es ambigua,<br />

tradujeron, no contra el Señor, sino ante el Señor, porque enantion<br />

significa lo uno y lo otro, ante y contra; pues esta misma<br />

palabra se halla en el real profeta: «Lloremos ante el señor que nos<br />

crió», y la misma en el libro de Job donde dice: «Ha<br />

rebosado tu furia contra Dios»; así pues, se debe entender aquel<br />

gigante cazador contra Dios. ¿Y qué significa este nombre cazador<br />

sino un engañador, opresor y consumidor de los animales<br />

terrestres?<br />

Levantaba, pues, el y su pueblo la torre contra Dios, con que se nos<br />

significa la Impía y maligna soberbia, y con razón se<br />

castiga la mala intención, aun cuando no pudo. ¿Cuál fue el género<br />

del castigo? Como el dominio y señorío del que manda<br />

consiste en la lengua, en ella fue condenada la soberbia, para que no<br />

fuese entendido de los hombres cuando los ordenaba<br />

algo, porque él no quiso entender y obedecer el mandamiento de Dios.<br />

Así se deshizo aquella conspiración, dejando y desamparando cada uno<br />

aquel a quien no entendía, y juntándose sólo<br />

con aquel con quien podía a hablar; y por razón de las lenguas se<br />

dividieron las gentes y se esparcieron y derramaron por el


mundo como a Dios le pareció conducente, quien lo y hizo así por<br />

modos ocultos, secretos a e incomprensibles para nosotros.<br />

CAPITULO V<br />

Cómo descendió el Señor a confundir la lengua de los que edificaban<br />

la torre.<br />

Y dice la Sagrada Escritura: «Descendió el Señor a ver la ciudad y<br />

torre que edificaban los hijos de los hombres», esto<br />

es, no los hijos de Dios, sino aquella sociedad y ,congregación que<br />

vivía según el hombre, la cual llamamos ciudad terrena.<br />

Dios no se mueve localmente, porque siempre en todas partes se halla<br />

todo; pero se dice que baja cuando practica<br />

alguna acción en la tierra que, siendo fuera del curso ordinario de<br />

la naturaleza, nos muestra en cierto modo su presencia. Ni<br />

por ver las cosas ocularmente aprende o se instruye temporalmente el<br />

que jamás puede ignorar nada, sino que se dice que: ve<br />

y conoce en el tiempo lo que hace que se vea y conozca.<br />

Así que no se veía aquella ciudad de la manera que hizo Dios que se<br />

viese cuando manifestó cuánto le desagradaba.<br />

Aunque también puede, entenderse que bajó Dios a aquella ciudad<br />

porque descendieron sus ángeles en quienes habita: de<br />

manera que lo que añade: «y dijo el Señor, ved aquí que todo el<br />

linaje humano es una nación, y no usan sino de una lengua<br />

todos ellos»; y lo que después prosigue diciendo: «Venid, pues,<br />

descendamos y confundamos allí su lengua»; o sea un modo<br />

de explicar lo que había dicho: que bajó el señor. Porque si había ya<br />

bajado, ¿qué quiere decir, «venid, pues, descendamos y<br />

confundamos allí su lengua» (lo cual se entiende que, lo dijo a los<br />

ángeles), sino que bajaba en éstos el que estaba en los<br />

ángeles que descendían? Y adviértase que no dice venid, bajemos y<br />

confundid, sino confundamos allí su lengua, manifestándonos<br />

que de tal manera obra por medio de sus ministros, que<br />

también ellos son cooperadores de Dios, como dice el<br />

Apóstol: «Somos cooperadores de Dios.»<br />

CAPITULO VI<br />

Cómo se ha de entender que habla Dios a los ángeles.<br />

Pudiérase también entender de los ángeles aquella expresión cuando<br />

crió Dios al hombre en que dice: «Hagamos al<br />

hombre, porque no dijo, haré; más porque añade: «a nuestra imagen y<br />

semejanza», no es lícito creer que fue criado el hombre<br />

a imagen de los ángeles, o que es una misma imagen la de los ángeles<br />

y la de Dios, y por eso se entiende bien allí la pluralidad<br />

de la Trinidad.<br />

Con todo, porque esta Trinidad es un solo Dios, aun cuando dijo<br />

hagamos, dice: «e hizo Dios al hombre a su<br />

semejanza»; y no dijo hicieron los dioses. Pudiéramos también aquí<br />

entender la misma Trinidad, como si el Padre dijera al Hijo y<br />

al Espíritu Santo: «Venid, bajemos y, confundamos allí su lengua», si<br />

hubiera algún obstáculo que nos prohibiera poder referirlo<br />

a los ángeles, a los cuales cuadra el venir a Dios con movimientos<br />

santos, esto es, con pensamientos piadosos, con los que ellos<br />

consultan la inmutable verdad como ley eterna en aquella su corte<br />

soberana.<br />

Porque ellos mismos no son la verdad para sí, sino que participan de<br />

la verdad increada; a ella se acercan como a fuente<br />

de la vida, para que lo que tienen de sí mismos lo reciban de ella, y<br />

por eso es estable el movimiento con que se dice que<br />

vienen los que no se apartan de donde están.<br />

Ni tampoco habla Dios con los ángeles como nosotros hablamos unos con<br />

otros, o con Dios o con los ángeles, o los<br />

mismos ángeles con nosotros, o por medio de ellos Dios con nosotros;


sino con un modo inefable suyo, aunque éste nos le<br />

declare a nuestro modo, porque la palabra soberana de Dios que<br />

precede a su obra es la razón inmutable de aquella su<br />

operación, cuya palabra no tiene sonido que haga estruendo o ruido, o<br />

que pase, sino una virtud que eternamente permanece<br />

y que obra temporalmente. Con ésta habla a los santos ángeles; pero a<br />

nosotros, que estamos lejos y como desterrados, nos<br />

habla de otra manera. Y cuando nosotros también venimos a sentir con<br />

el oído interior alguna especie semejante a este<br />

lenguaje, entonces nos acercamos a los ángeles.<br />

Así pues, no siempre he de dar razón en esta obra del lenguaje de<br />

Dios, porque la verdad inmutable o por sí misma<br />

inefablemente habla al espíritu de la criatura racional, o habla por<br />

alguna criatura mudable, o por vía de imágenes espirituales a<br />

nuestro espíritu, o por voces corporales al sentido, pues aquello que<br />

dice: «No desistirán de lo comenzado hasta que salgan con<br />

ellos», no lo dice afirmando, sino como preguntando; pues así suelen<br />

explicarse los que amenazan, como dijo Virgilio: «¿No se<br />

aprestarán las armas, no saldrá en su seguimiento toda la ciudad?» De<br />

esta manera debe entenderse, como si dijera: ¿acaso<br />

no desistirán de todo lo que han comenzado a hacer? Pero si lo<br />

decimos así, no se expresa y declara la persona que amenaza;<br />

y para los que son tardos de ingenio, añadimos la palabra «acaso»<br />

diciendo, «acaso no», porque no podemos escribir la voz<br />

como la pronuncia el que habla.<br />

De aquellos tres hombres, hijos de Noé, comenzó a haber en el mundo<br />

setenta y tres, o, como lo probará la razón,<br />

setenta y dos naciones y otro tantos idiomas; los cuales, creciendo y<br />

multiplicándose, llenaron y poblaron hasta las islas. Aunque<br />

se aumentó mucho más el número de las gentes que el de las lenguas,<br />

porque hasta es Africa conocemos muchas y diferente<br />

gentes bárbaras que hablan una misma lengua; y habiendo crecido los<br />

hombres y multiplicándose el linaje humano, ¿quién<br />

duda que pudieron pasar en navíos a poblar las islas?<br />

CAPITULO VII<br />

Si las islas, aun muy apartadas y desviadas de tierra firme,<br />

recibieron todo género de animales, de los que se salvaron<br />

en el Arca del Diluvio.<br />

Pero se ofrece una duda, y es: ¿cómo de toda aquella especie de<br />

animales, que no son domésticos ni están sometidos a<br />

la educación y cuidado del hombre, ni nacen, como las ranas, de la<br />

tierra, sino que se propagan y multiplican por la unión del<br />

macho y la hembra, cuales son los lobos y otros de esta clase, cómo<br />

después del Diluvio, en el cual perecieron todos lo que no<br />

se hallaron en el Arca, pudieron poblar también las islas, si no se<br />

multiplicaran más que de aquellos cuya especie, macho y<br />

hembra, se conservó en el Arca?<br />

Bien podemos creer que pudieron pasar a las islas nadando, aunque<br />

solamente a las más próximas; pero ha algunas tan<br />

distantes y apartadas de tierra firme, que parece imposible que<br />

ninguna bestia pudiese llegar a ellas a nado; y si los hombres<br />

las pasaron en su compañía, y de esta manera hicieron que las hubiese<br />

donde ellos vivían, no es increíble que lo hicieran por<br />

deseo y afición a la caza, aunque no se debe negar que pudieron pasar<br />

por mandato o permiso divino por medio de los<br />

ángeles.<br />

Aunque si en las islas adonde no pudieron pasar nacieron de la<br />

tierra, según el origen primero, cuando dijo Dios:<br />

«Produzca la tierra animales vivientes», más claramente se advierte<br />

que, no tanto por conservar los animales como por causa<br />

del Sacramento y ministerio de la Iglesia, que había de ser compuesta<br />

de toda clase de naciones, hubo en el Arca todos los gé-


neros de animales.<br />

CAPITULO VIII<br />

Si descienden de Adán, o de los hijos de Noé, cierta especie de<br />

hombres monstruosos que hay<br />

También se pregunta si debemos creer que cierto género de hombres<br />

monstruosos, como refieren las historias de los<br />

gentiles, descienden de los hijos de Noé, o de aquel único hombre de<br />

quien éstos procedieron también, como son algunos que<br />

aseguran tienen un solo ojo en medio de la frente, otros que tienen<br />

los pies vueltos hacia las pantorrillas; otros que no tienen<br />

boca, y que viven sólo con aliento que reciben por las narices; otros<br />

que no son mayores que un Codo, a quienes los griegos<br />

por el codo llaman pigmeos.<br />

Asimismo afirman que hay una nación en que no tienen más que una<br />

pierna, y que no doblan la rodilla, y son de<br />

admirable velocidad, a los cuales llaman sciopodas, porque, en el<br />

estilo, a la hora de siesta, se echan boca arriba y se cubren<br />

con la sombra del pie; otros que careciendo de pescuezo, tienen los<br />

ojos en los hombros, y todos los demás géneros de<br />

hombres o casi hombres que se hallan en la plaza marítima de Cartago<br />

dibujados en mosaico, como copiados de los libros más<br />

curiosos de las historias.<br />

Y aunque no es necesario creer que existen todas estas especies de<br />

hombres, que señalan, con todo, cualquier hombre<br />

nacido en cualquier paraje, esto es, que fuere animal racional<br />

mortal, por más extraordinaria que sea su forma, o color del<br />

cuerpo o movimiento, sonido o voz, cualquier virtud, cualquier parte<br />

o cualquiera calidad de naturaleza que tenga, no puede dudar<br />

todo el que fuese fiel cristiano que desciende y trae su origen<br />

de aquel primer hombre; sin embargo, se deja ver lo que la<br />

naturaleza ha producido en muchos, y lo que por ser tan raro nos<br />

causa admiración.<br />

La razón que se da de los monstruosos partos humanos que acaecen<br />

entre nosotros, esa misma puede darse de<br />

algunas gentes monstruosas. Porque Dios es el criador de todas las<br />

cosas; Él sabe dónde y cuándo conviene o convino criar<br />

algún ser, y sabe con qué conveniencia o diversidad de partes ha de<br />

componer la hermosura de este Universo; pero el que no<br />

puede alcanzarlo todo, oféndese en viendo una sola parte, como si<br />

fuese falsedad, por ignorar la correspondencia y conveniencia<br />

que tiene y a qué fin se refiere.<br />

Aquí vemos que nacen algunos hombres con más de cinco dedos en las<br />

manos y en los pies, y aunque ésta es una<br />

diferencia más ligera que aquélla, con todo, Dios nos libre que haya<br />

alguno tan idiota que piense que erró el Criador en el<br />

número de los dedos del hombre, aunque no sepa por qué lo hizo. Así,<br />

aunque acontezca haber mayor diversidad, el Señor<br />

sabe lo que hace, y sus obras ninguno con justa razón, puede<br />

reprender.<br />

En la ciudad de Hipona hay un hombre que tiene los pies en forma de<br />

luna, y en cada uno de ellos dos dedos, y de la<br />

misma manera las manos.<br />

Si hubiera algún pueblo dotado de esta imperfección, le numerarían<br />

entre las historias curiosas y admirables. Pregunto,<br />

pues: ¿negaremos por esto que desciende este hombre de aquel que crió<br />

Dios primeramente?<br />

No hace mucho, porque fue en nuestro tiempo; que hacia la parte<br />

oriental de nuestra Africa nació un hombre con los<br />

miembros superiores duplicados y los inferiores sencillos: pues tenía<br />

dos cabezas, dos pechos y cuatro manos, un vientre y dos<br />

pies, como un hombre solo, y vivió tantos años, que por la fama<br />

acudían muchos a verle. ¿Quién bastará a referir todos los<br />

partos humanos tan desemejantes y diferentes de aquellos hombres de


quienes seguramente nacieron?<br />

Así como no puede negarse que descienden éstos de aquel hombre<br />

primero, así también cualesquiera gentes que<br />

cuentan se han descaminado en cierto modo con la diversidad de sus<br />

cuerpos del usado curso de la naturaleza, que los más o<br />

casi todos suelen tener, si es que les comprende la definición de<br />

animales racionales y mortales, debemos confesar que traen su<br />

origen y descendencia de aquel primer hombre, aunque sea verdad lo<br />

que nos refieren de la variedad de aquellas naciones y<br />

de la diversidad tan grande que tienen entre sí y con nosotros.<br />

Porque aun a los monos, micos y esfinges, si no supiéramos que no<br />

eran hombres; sino bestias, pudieran estos<br />

historiadores, llevados de la vanagloria de su curiosidad; venderlos<br />

sin pagar alcabala de su vanidad, como si fueran alguna<br />

nación de hombres<br />

Pero si en verdad que son hombres éstos de quienes se escriben<br />

aquellas maravillas, ¿quién sabe si quiso Dios criar<br />

también algunas gentes así, para que cuando viésemos estos monstruos<br />

que nacen entre nosotros de los hombres, no<br />

imaginásemos que erró su sabiduría, que es de cuyas manos sale la<br />

fábrica de la naturaleza humana, como la obra de algún<br />

artífice menos perfecto?<br />

Así que no nos debe parecer absurdo que como en cada nación hay al no<br />

hombres monstruosos, así generalmente en<br />

todo el linaje humano haya algunas gentes y naciones monstruosas.<br />

Por lo cual, para concluir con tiento y cautamente esta cuestión: o<br />

lo que nos escriben de algunas naciones no es cierto, o<br />

si lo es, no son hombres, o si son hombres, sin duda que descienden<br />

de Adán.<br />

CAPITULO IX<br />

Si es creíble que la parte inferior de la tierra opuesta a la que<br />

nosotros habitamos tenga antípodas.<br />

Lo que como patrañas nos cuentan que también hay antípodas, esto es,<br />

que hay hombres de la otra parte de la tierra<br />

dónde el sol nace, cuando se pone respecto de nosotros, que pisan lo<br />

opuesto de nuestros pies, de ningún modo se puede<br />

creer, porque no lo afirman por haberlo aprendido por relación de<br />

alguna historia, sino que con la conjetura del discurso lo<br />

sospechan.<br />

Porque como la tierra está suspensa dentro de la convexidad del<br />

cielo, y un mismo lugar espera el mundo el ínfimo y el<br />

medio, por eso piensan que la otra parte de la tierra que está debajo<br />

de nosotros no puede dejar de estar poblada de hombres;<br />

y no reparan que aunque se crea o se demuestre con alguna razón que<br />

el mundo es de figura circular y redonda, con todo, no<br />

se sigue que también por aquella parte ha de estar desnuda la tierra<br />

de la congregación masa de las aguas; y aunque esté<br />

desnuda y descubierta, tampoco es necesario que esté poblada de<br />

hombres, puesto que de ningún modo hace mención de esto<br />

la Escritura, que da fe y acredita las cosas pasadas que nos han<br />

referido.<br />

Porque lo que ella nos dijo se cumple infaliblemente, y demasiado<br />

absurdo parece decir que pudieron navegar y llegar<br />

los hombres pasando el inmenso piélago del Océano de esta parte a<br />

aquella, para que también allá los descendientes de aquel<br />

primer hombre viniesen a multiplicar el linaje humano.<br />

Busquemos, pues, entre aquellos pueblos, que se dividieron en setenta<br />

y dos naciones y en otros tantos idiomas, la<br />

ciudad de Dios, que anda peregrinando en la tierra, la cual hemos<br />

continuado y traído hasta el Diluvio y el Arca, y hemos<br />

manifestado que duró y perseveró en los hijos de Noé por sus


endiciones, principalmente en el mayor, que se llamó Seth,<br />

porque la bendición de Japhet fue que viniese a habitar en las casas<br />

de su mismo hermano.<br />

CAPITULO X<br />

De la generación de Sem, en cuya descendencia la lista y orden de la<br />

Ciudad de Dios se endereza a Abraham.<br />

Deber nuestro es conservar en la memoria la sucesión de las<br />

generaciones que descienden del mismo Seth, para que<br />

nos vaya manifestando después del Diluvio la Ciudad de Dios, como nos<br />

la indicaba antes del Diluvio, la sucesión de las<br />

generaciones que descendía de aquel que se llamó Seth.<br />

Por esta razón la Sagrada Escritura, después de habernos mostrado que<br />

la ciudad terrena estaba en Babilonia, esto es,<br />

en la confusión, vuelve recapitulando al patriarca Sem, y empieza<br />

desde él las generaciones hasta Abraham, contando también<br />

el número de los años en que cada uno engendró el hijo que pertenece<br />

a esta sucesión y los que vivió, donde realmente hallamos<br />

lo que anteriormente prometí, acerca de por qué se dijo de los<br />

hijos de Heber: «El nombre sólo de Phalec, porque en sus<br />

días se dividió la tierra.» ¿Pues cómo hemos de entender que se<br />

dividió la tierra sino con la diversidad de lenguas?<br />

Omitimos los demás hijos de Sem que no pertenecen al asunto; sólo se<br />

insertan aquí en el catálogo y sucesión de las<br />

generaciones aquellos por cuyo medio podemos llegar a Abraham, como<br />

se ponían antes del Diluvio aquellos por los cuales<br />

podíamos llegar a Noé en las generaciones que descienden de aquel<br />

hijo de Adán, que se llamó Seth.<br />

Da principio de este modo el catálogo de las sucesiones: «Estas son<br />

las generaciones de Sem: Sem, hijo de Noé, era de<br />

cien años cuando engendró a Arphaxat, el segundo año después del<br />

Diluvio; y vivió Sem, después que procreó a Arphaxat,<br />

quinientos años, y engendró hijos e hijas, y murió. Y así prosigue lo<br />

demás, diciendo el año de su vida en que engendró cada<br />

uno al hijo que pertenece a la lista y sucesión de estas generaciones<br />

que llegan a Abraham, y cuántos años vivió después,<br />

advirtiendo que el tal procreó hijos e hijas, para que entendamos la<br />

causa por qué pudieron dilatarse tanto los pueblos, y<br />

alucinados con los pocos que numera, no nos aturdamos como los niños,<br />

imaginando cómo o por qué medio del linaje de Sem<br />

se pudieron llenar y poblar tan inmensos espacios de tierra, tan<br />

dilatados reinos, y especialmente el de los asirios, donde Nino,<br />

aquel domador de todos los pueblos orientales, reinó con suma<br />

prosperidad, dejando a sus descendientes un reino estable y<br />

amplio en extremo, que duró por mucho tiempo.<br />

Pero nosotros, por no detenernos más de lo que exige la necesidad,<br />

sólo pondremos en la serie de las generaciones no<br />

los años que cada uno vivió, sino el año de su vida en que engendró<br />

al hijo, para que podamos deducir el número de los años<br />

transcurridos desde el Diluvio hasta Abraham, y para que, además de<br />

las cosas en que nos es fuerza detenernos, toquemos las<br />

otras brevemente y de paso.<br />

Así que el segundo año después del Diluvio, Sem, siendo de cien años,<br />

engendró a Arphaxat, y Arphaxat, siendo de<br />

ciento treinta y cinco, procreó a Cainán, quien de ciento treinta<br />

tuvo a Sala; y este Sala tenía los mismos años cuando engendró<br />

a Heber; y Heber tenía ciento treinta y cuatro cuando procreó a<br />

Phalech, en cuyos días se dividió la tierra. El mismo Phalech<br />

vivió ciento y treinta años, y engendró a Raga; y éste ciento treinta<br />

y dos, y engendró a Seruch; y éste ciento treinta, y<br />

engendró a Nacor; y Nacor setenta y nueve, y procreó a Tharé; y Tharé<br />

setenta, y engendró a Abrán; a quien Dios después,<br />

mudándole el nombre le llamó Abraham. Suman, pues, los años desde el<br />

Diluvio hasta Abraham mil setenta y dos, según la


edición Vulgata, esto es, de los Setenta Intérpretes, aunque en los<br />

libros hebreos dicen que se hallan muchos menos de los<br />

cuales o no dan razón alguna o la dan muy oscura y difícil.<br />

Cuando indagamos y buscarnos entre aquellas setenta y dos naciones la<br />

Ciudad de Dios, no podemos afirmar qué en<br />

aquel tiempo en que todos eran de un labio, esto es, cuando todos<br />

hablaban un mismo idioma, ya el linaje humano se había<br />

enajenado y apartado del culto y reverencia debida al verdadero Dios;<br />

de modo que la verdadera religión hubiese quedado<br />

solamente en estas generaciones que descienden del tronco de Sem por<br />

Arphaxat hasta llegar a Abraham; aunque desde la<br />

arrogante idea de edificar la torre hasta el Cielo, con que se nos<br />

significa la impía altivez y arrogancia, se nos descubrió y<br />

manifestó la ciudad terrena; esto es, la sociedad y congregación de<br />

los impíos. Así que, si no fue antes, o si estuvo escondida, o<br />

si permanecieron ambas, es a saber, la Ciudad de Dios, en los hijos<br />

de Noé que él bendijo, y en sus descendientes y la terrena<br />

en aquel que él maldijo y en sus descendientes, entre quienes también<br />

naciese aquel gigante cazador contra el Señor, no es<br />

fácil de averiguar.<br />

Porque acaso, lo que es más creíble, también entre los hijos de<br />

aquellos dos; aun antes que se comenzase a fundar<br />

Babilonia, hubo ya quien ofendiese y despreciase a Dios entre los<br />

hijos de Cam, quien le adorase y tributase culto; con todo,<br />

debemos creer que de los unos y de los otros nunca faltaron buenos y<br />

malos en la tierra; pues Como dice el real profeta:<br />

«Todos han declinado de su obligación, todos se han vuelto<br />

abominables, no hay uno solo que obre bien», en ambos salmos<br />

donde se hallan estas expresiones se leen también éstas: «¿Acaso no<br />

sentirán mi ira y mi omnipotencia todos los que obran<br />

maldades, y los que devoran a mi pueblo como si fuese pan?» Luego<br />

había entonces pueblo de Dios.<br />

Lo que dice «no hay ni uno solo que haga bien», se entiende de los<br />

hijos de los hombres, y no para los hijos de Dios;<br />

pues antes había dicho: «Miró Dios desde el Cielo sobre los hijos de<br />

los hombres para ver si había alguno que conociese a<br />

Dios y procurase guardar sus mandamientos.» Y después añade todo lo<br />

necesario para darnos a entender que todos los hijos<br />

de los hombres, esto es, los que pertenecen a la ciudad que vive<br />

según el hombre, y no según Dios, son los malos.<br />

CAPITULO XI<br />

Que la primera lengua que usaron los hombres fue la que después de<br />

Heber se llamó hebrea, en cuya familia perseveró<br />

cuando sobrevino la confusión de lenguas.<br />

Así como cuando todos usaban un solo idioma no por eso faltaron hijos<br />

pestilenciales (porque también antes del Diluvio<br />

había una sola lengua), y, con todo, merecieron perecer todos ellos<br />

en el Diluvio, a excepción de una sola familia, la del justo<br />

Noé; así cuando Dios castigó las gentes por los méritos de su<br />

arrogante impiedad, con la diversidad de lenguas, las dividió y<br />

esparció por la tierra<br />

Y cuando la ciudad de los impíos adquirió el nombre de confusión,<br />

esto es, se llamó Babilonia, no faltó la casa de Heber,<br />

donde se conservó la lengua que todos usaban antes. Así pues, como<br />

referí arriba, comenzando la Escritura a contar los hijos<br />

de Sem, cada uno de los cuales procreó su nación, el primero que<br />

cuenta es Heber, siendo su tercer nieto, esto es, siendo el<br />

quinto que desciende de él. Porque en la familia de éste quedó esta<br />

lengua (habiéndose dividido las demás naciones en otras<br />

lenguas, cuyo idioma con razón se cree que fue común al principio al<br />

humano linaje), es por lo que en adelante se llamó<br />

hebrea; pues entonces fue necesario distinguirla con nombre propio de


las demás lenguas, así como las demás se llamaron también<br />

con sus nombres propios; porque cuando sólo había una, no se<br />

llamaba sino lengua humana, o lenguaje, con el cual<br />

hablaba todo el linaje humano.<br />

Pero dirá alguno: ¿si en los días de Phalech, hijo de Heber, se<br />

dividió la tierra por las lenguas, esto es, por los hombres<br />

que entonces había en la tierra, de ellos debió tomar su nombre la<br />

lengua que era antes común a todos? Es de saber, sin<br />

embargo, que el mismo Heber puso por esto este nombre a su hijo, y le<br />

llamó Phalech, que quiere decir división, porque nació<br />

cuando se dividió la tierra por las lenguas; esto es en su mismo<br />

tiempo; de manera que su nombre equivalga a la frase «en sus<br />

días se dividió la tierra»; porque si no viviera Heber todavía cuando<br />

se multiplicaron las lenguas, no se designara con su nombre<br />

la lengua que pudo permanecer en su casa y familia. Por eso debe<br />

creerse que fue la primera común, pues en pena y<br />

castigo del pecado sucedió aquella multiplicación y mudanza de<br />

idiomas, y sin duda que no debió comprender este castigo al<br />

pueblo de Dios.<br />

Tampoco Abraham, que tuvo esta lengua, la pudo dejar a todos sus<br />

hijos, sino sólo a aquellos que, nacidos y<br />

propagados por Jacob, haciendo más insigne con su multiplicación el<br />

pueblo de Dios, llegaron a poseer las promesas de Dios y<br />

la estirpe y linaje de Cristo. Ni tampoco el mismo Heber dejó esta<br />

lengua a toda su descendencia, sino sólo a aquella cuyas<br />

generaciones llegan a Abraham.<br />

Por lo cual, aunque no conste con evidencia que hubo algún linaje de<br />

gente piadosa y temerosa de Dios cuando los<br />

impíos fabricaban y fundaban a Babilonia, no fue esta oscuridad para<br />

defraudar la intención, de los que la buscaban, sino para<br />

ejercitarla.<br />

Porque leyendo que al principio hubo un idioma común a todos, y que<br />

de todos los hijos de Sem se celebra Heber,<br />

aunque fue el quinto que nació después de él, y viendo que se llama<br />

hebrea la lengua que conservó la autoridad de los<br />

patriarcas y, profetas, no sólo en su lenguaje, sino también en las<br />

sagradas letras, sin duda que cuando se pregunta en la<br />

división de lenguas dónde pudo quedar la que antes era común a todos,<br />

pues es de creer que allí donde ella permaneció no alcanzó<br />

el castigo que sucedió con la mudanza de ellas, ¿qué otra cosa<br />

se nos ofrece sino que quedó en la familia y nación de<br />

éste, de quien tomó su nombre, y que esto no fue pequeño indicio de<br />

la santidad de esta gente, pues castigando Dios las demás<br />

con la confusión de lenguas, no alcanzó a ésta dicho castigo?<br />

Pero todavía cabe dudar cómo Heber y su hijo Phalech pudieron cada<br />

uno constituir y propagar su peculiar nación, si en<br />

ambos quedó una misma lengua.<br />

Efectivamente, una sola es la Nación hebrea, la que desciende desde<br />

Heber hasta Abraham y la que por él<br />

sucesivamente prosigue hasta que creció y se hizo fuerte y numeroso<br />

él pueblo de Israel. ¿Cómo pues, todos los hijos referidos<br />

de los tres hijos de Noé hicieron cada uno su nación, y Heber y<br />

Phalech no hicieron las suyas?<br />

Lo más probable en este particular es que el gigante Nemrod<br />

estableció igualmente su nación, aunque por causa de la<br />

excelencia de su reino y de su cuerpo le nombra separadamente; de<br />

forma que queda el número de las setenta y dos naciones<br />

y lenguas. Y habla la Escritura de Phalech, no porque propagase una<br />

nación (porque ésta es la misma nación hebrea y la<br />

misma su lengua) sino por el tiempo notable en que nació, porque<br />

entonces se dividió la tierra.<br />

Tampoco nos debe sorprender como pudo el gigante Nemrod llegar a la<br />

edad en que se fundó la ciudad de Babilonia y<br />

tuvo lugar la confusión de lenguas y con ella la división de las<br />

gentes; pues aunque Heber sea el sexto después de Noé y<br />

Nemrod el cuarto, pudieron concurrir en aquel tiempo; porque este


suceso acaeció cuando gozaban de una vida longeva,<br />

siendo pocas las generaciones, o cuando nacían más tarde en tiempo<br />

que había más.<br />

Sin duda debemos entender ,que cuando se dividió la tierra no sólo<br />

habían ya nacido los demás nietos de Noé que se<br />

refieren por padres y cabezas de las naciones, sino que contaban<br />

tantos años y tenían tan numerosas familias que merecieron<br />

llamarse naciones.<br />

Y no debemos imaginar que nacieron por el orden que los señala la<br />

Escritura, porque siendo así, los doce hijos de<br />

Sectas, que era otro hijo de Heber, hermano de Phalech, ¿cómo<br />

pudieron formar naciones si entendemos que nació Jectan<br />

después de su hermano Phalech, por nombrarle el sagrado texto después<br />

de él, supuesto que al tiempo que nació Phalech se<br />

dividió la tierra?<br />

Por eso debemos entender que aunque le nombró primero, nació mucho<br />

después de su hermano Jectan, cuyos doce<br />

hijos tenían ya tan dilatadas familias que pudieron dividirse por sus<br />

propias lenguas. Así pudo nombrarle el primero, siendo en<br />

edad postrero, como refino primero entre los descendientes de los<br />

tres hijos de Noé los hijos de Japhet, que era el menor de<br />

ellos, y luego los hijos de Cam, que era el mediano, y a lo último<br />

los hijos de Sem, que era el primero y mayor de todos.<br />

Los nombres de estas naciones en algunas regiones permanecieron, de<br />

suerte que aun en la actualidad se advierte de<br />

dónde se derivaron; como de Asur los asirios, y de Heber los hebreos;<br />

y parte con el tiempo se han mudado, de modo que<br />

hombres doctísimos, escudriñando y, examinando las historias más<br />

antiguas, apenas han Podido descubrir el origen y<br />

descendencia que de éstos traen, no digo todas las naciones, sino<br />

ésta a la otra.<br />

Pues de lo que dicen que los egipcios descienden de un hijo de Cam,<br />

que se llamó Mesraín, no hay expresión que<br />

aluda, o corresponda con el nombre original; así como ni en los<br />

etíopes, que defienden que pertenecen a hijo de Cam, que se<br />

llamó Chús. Y si todo se considerare, hallaremos que son más los<br />

nombres que se han mudado que los que han permanecido.<br />

CAPITULO XII<br />

De la interrupción de tiempo que hace la Escritura en Abraham, desde<br />

quien prosigue el nuevo catálogo, continuando la<br />

santa sucesión<br />

Observemos ahora los progresos de la Ciudad de Dios desde aquella<br />

suspensión de tiempo que hace la Sagrada<br />

Escritura en el padre de Abraham, desde donde empezamos a tener más<br />

clara noticia de ella y donde hallamos más exactas Y<br />

evidentes las divinas promesas que ahora vemos se cumplen en Cristo,<br />

Según la noticia que tenemos de las sagradas letras, Abraham nació en<br />

la región de los caldeos, tierra que pertenecía al<br />

reino de los asirios.<br />

En aquella sazón, y ya entre los caldeos, como entre los demás<br />

pueblos, prevalecían impías supersticiones, de forma que<br />

sólo en la casa de Tharé, de quien nació Abraham, se conservaba el<br />

culto y adoración de un solo Dios verdadero, y, según es<br />

de creer, la lengua hebrea, aunque dicha casa, según se dice por<br />

relación de Jesús Nave, sirvió a los ídolos en Mesopotamia.<br />

Mezcláronse todos los demás de la estirpe de Heber paulatinamente con<br />

otras naciones o idiomas; por lo cual, así como<br />

por el Diluvio universal quedó únicamente intacta la casa de Noé,<br />

para la restauración del linaje humano, así en el diluvio de las<br />

supersticiones que hubo por el Universo quedó sola la casa de Tharé,<br />

en la que se conservó la planta y fundación de la Ciudad<br />

de Dios<br />

Finalmente, así como la Escritura enumera las generaciones anteriores


hasta Noé juntamente con el número de los años,<br />

y declara la causa del Diluvio, y antes que comenzase a tratar con<br />

Noé la fábrica del Arca, dice: «Estas son las generaciones de<br />

Noé», así también aquí, habiendo contado las generaciones que<br />

descienden de Sem, hijo de Noé, hasta Abraham, pone un<br />

notable párrafo, diciendo: «Estas son las generaciones de Tharé:<br />

Tharé engendró a Abraham, Nachor y Aram; Aram engendró<br />

a Lot, y murió Aram delante de su padre en la tierra que nació, en la<br />

provincia de los caldeos, y Abraham y Nachor tomaron en<br />

matrimonio sus respectivas mujeres: la de Abraham se llamaba Sara, y<br />

la de Nachor, Melcha, hija de Aram; este Aram fue padre<br />

de Melcha y de su hermana Jesca»; la cual Jesca se cree ser la misma<br />

Sara, mujer de Abraham.<br />

CAPITULO XIII<br />

Qué razón hay para que en la emigración de Tharé, cuando de Caldea<br />

pasó a Mesopotamia, no se haga mención de su<br />

hijo Nachor<br />

Después refiere la Escritura cómo Tharé con los suyos desamparó la<br />

tierra de los caldeos, vino a Mesopotamia, vivió en<br />

Charra, y no hace mención de un hijo suyo que se llamaba Nachor, como<br />

si le hubiera dejado y no le trajera consigo. Porque<br />

dice así: «Y tomó Tharé a su hijo Abraham, y a Lot, hijo de Aram, su<br />

nieto, y a su nuera Sara, mujer de Abraham; su hijo, y los<br />

sacó de la provincia de los caldeos, y los trajo a la tierra de<br />

Canaam, vino a Charra, y habitó allí. Donde iremos que no hace<br />

referencia de Nachor ni de su mujer Melcha. Sin embargo, hallamos<br />

después cuando envió Abraham a un criado suyo a buscar<br />

una mujer para su hijo Isaac, que dice la Escritura: «Tomó el criado<br />

diez camellos de los de su Señor, llevando consigo de todos<br />

los bienes y hacienda de su Señor, y vino a Mesopotamia, a la ciudad<br />

donde moraba Nachor.»<br />

Con este y otros testimonios de la Sagrada Historia se demuestra, que<br />

Nachor, hermano de Abraham, salió también de la<br />

provincia de los caldeos y fijó su asiento y habitación en<br />

Mesopotamia, donde había vivido Abraham con su padre.<br />

¿Y por qué motivo no hizo mención de él la Escritura, cuando Tharé<br />

desde los caldeos pasó a vivir a Mesopotamia,<br />

donde no sólo hace mención de Abraham, su hijo, sino también de Sara<br />

su nuera, y de Lot su nieto, que los llevó consigo?<br />

¿Sería acaso porque había dejado la piedad y religión de su padre y<br />

hermano, acomodándose a la superstición de los caldeos,<br />

y después, o porque se arrepintió, o porque fue perseguido y tenido<br />

por sospechoso, también se fue de allí? Porque en el libro<br />

intitulado Judith, preguntando Holofernes, enemigo de los israelitas,<br />

qué gente era aquella con quien tenía que pelear, Achior,<br />

capitán general de los amonitas, le respondió de esta manera: «Oiga<br />

mi Señor la relación que hará este su siervo sobre el<br />

particular, porque le diré la verdad acerca de este pueblo que habita<br />

aquí en estas montañas, y no hallará mentira alguna en lo<br />

que este su siervo le dirá.<br />

«Este pueblo desciende de los caldeos, y primero habitó en<br />

Mesopotamia, porque no quiso adorar los dioses de sus<br />

padres, los que adoraban en la tierra de los caldeos, sino que<br />

declinó del camino de sus padres, y adoró al Dios del cielo que<br />

ellos conocían; y así los echaron y desterraron de la presencia de<br />

sus dioses, y se vinieron huyendo a Mesopotamia, y vivieron<br />

allí mucho tiempo hasta que les dijo su Dios que saliesen de aquella<br />

su habitación, y se fuesen a tierra de Canaam, y viviesen<br />

allí»; y todo lo demás que cuenta allí el amonita Achior. De cuyo<br />

testimonio consta que la casa de Tharé padeció persecución de<br />

los caldeos por la verdadera religión con que ellos adoraban a un<br />

solo Dios verdadero.


CAPITULO XIV<br />

De los años de Tharé, que acabó su vida en Charra<br />

Muerto Tharé en Mesopotamia, donde dicen que vivió doscientos y cinco<br />

años, principian ya a manifestarse las<br />

promesas que hizo Dios a Abraham, lo cual narra la Escritura de esta<br />

manera: «Y fueron todos los días de Tharé en Charra<br />

doscientos y cinco años y murió en Charra. Pero no hemos de entender<br />

que vivió allí todos estos años, sino que los días de su<br />

vida, que fueron doscientos y cinco años, los cumplió allí.<br />

De otra suerte no supiéramos los años que vivió Tharé, pues no se lee<br />

a cuántos años de su vida vino a Charra, y sería<br />

un absurdo pensar que en el catalogo de estas generaciones (donde con<br />

mucha exactitud se refieren los años que cada uno<br />

vivió) solamente no se hubiese hecho memoria de los años que éste<br />

vivió.<br />

El pasar en silencio los años de algunos que nombra la misma<br />

Escritura es porque no están en este catálogo, donde se<br />

va continuando la cuenta de los tiempos con la muerte de los padres y<br />

la sucesión de los hijos, y este orden y serie de<br />

sucesiones que principia en Adán hasta Noé y desde éste se extiende<br />

hasta Abraham no contiene uno solo sin enumerar los<br />

años respectivos de su vida.<br />

CAPITULO XV<br />

Del tiempo en que fue hecha a Abraham la promesa por la cual,<br />

conforme al divino mandato, salió de Charra<br />

Lo que después de la referida muerte de Tharé, padre de Abraham, dijo<br />

la Escritura: «Dijo Dios a Abraham: sal de tu<br />

tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, etc»; no<br />

porque siga en este orden en el texto del libro debemos presumir<br />

que sucedió en el mismo.<br />

'Si fuese así sería la cuestión insoluble, pues después de estas<br />

palabras, de Dios a Abraham, dice la Escritura: «Y salió<br />

Abraham como se lo ordenó el Señor, llevando en su compañía a Lot, y<br />

era Abraham de setenta y cinco años cuando salió de<br />

Charra.» ¿Cómo puede ser esto verdad si después de la muerte de su<br />

padre salió de Charra?<br />

Porque siendo Tharé de setenta años, como se nos dice arriba, procreó<br />

a Abraham, a cuyo número, añadiendo setenta<br />

y cinco años que cumplía Abraham cuando salió de Charra, hacen ciento<br />

cuarenta y cinco años: luego de ésta edad era Tharé<br />

cuando salió Abraham de aquella ciudad de Mesopotamia; porque andaba<br />

en los setenta y cinco de su edad; y por eso su<br />

padre, que le había engendrado a los setenta de la suya, tenía, como<br />

hemos dicho, ciento cuarenta y cinco años.<br />

No salió, pues, de allí después de la muerte de su padre, esto es,<br />

después de los doscientos y cinco años que vivió su<br />

padre, sino que el año en que partió del citado pueblo, que era el<br />

setenta y cinco de su edad, y su padre le engendró a los<br />

setenta, debió ser el año 145; y así debe entenderse que la Escritura<br />

a su modo retrocedió al tiempo que había ya pasado en<br />

aquella relación; así como antes contó los nietos de Noé que estaban<br />

repartidos por sus respectivas naciones y lenguas, y<br />

después, como si esto se siguiera según el orden de los tiempos,<br />

dice: «En toda la tierra no había sino una lengua y una voz en<br />

todos». ¿Cómo, pues, estaban ya distribuidos por sí naciones e<br />

idiomas si todos no usaban más de uno, sino porque recapitulando<br />

retrocedió a lo que ya había sucedido? Así también dice aquí la<br />

Sagrada Escritura: «Y fueron los días de Tharé en Charra<br />

doscientos y cinco años, y murió Tharé en Charra»; después, volviendo<br />

a lo que dejó por concluir para completar lo que había<br />

principiado de Tharé, prosigue: «Y dijo el Señor a Abraham: sal de tu


tierra, etcétera.» Consiguientemente a estas expresiones<br />

de Dios, continúa:. «Salió Abraham, como se lo dijo el Señor, se fue<br />

con él Lot, y Abraham tenía setenta y cinco años cuando<br />

salió de Charra.» Sucedió, pues, esto cuando su padre andaba en los<br />

ciento cuarenta y cinco años de su edad, porque entonces<br />

fue el setenta y cinco de la suya.<br />

Resuélvese también esta duda de otra forma: que los setenta y cinco<br />

años de Abraham cuando salió de Charra se<br />

cuenten desde el tiempo en que le libertó Dios del fuego de los<br />

caldeos, y no desde el año en que nació; como si entendiéramos<br />

que nació entonces.<br />

San Esteban, en los Hechos apostólicos, refiriendo esto, dice: «El<br />

sumo Dios de la gloria apareció a nuestro padre<br />

Abraham estando en Mesopotamia antes que habitase en Charra, y le<br />

dijo: Sal de tu tierra y de entre tus parientes y de la casa<br />

de tu padre, y ven a la tierra que yo te mostraré.» Conforme a estas<br />

palabras de San Esteban, no habló Dios a Abraham<br />

después de la muerte de su padre, el cual, sin duda, murió en Charra,<br />

donde vivió también en compañía de su hijo, sino antes<br />

que viviese en la misma ciudad, aunque estando ya en Mesopotamia.<br />

Luego ya había salido de los Caldeos. Lo que continúa<br />

diciendo San Esteban: «Entonces Abraham salió de la tierra de los<br />

caldeos y habitó en Charra, no manifiesta que lo hizo<br />

después que le habló Dios (porque no se salió de la tierra de los<br />

caldeos después de aquellas palabras de Dios, puesto que<br />

dice que le habló Dios en Mesopotamia), sino que aquel entonces<br />

pertenece todo aquel tiempo que transcurrió desde que salió<br />

de los caldeos y vivió en Charra, y asimismo lo que sigue: «Y de<br />

allí, después que murió su padre, le puso en esta tierra en que<br />

ahora habitáis vosotros y vuestros padres.» No dice: después, que<br />

murió su padre salió de Charra, sino de allí, después que<br />

murió su padre, le trasladó aquí.<br />

Por este motivo debe entenderse que habló Dios a Abraham estando en<br />

Mesopotamia antes que habitase, en Charra, y<br />

que llegó a Charra con su padre guardando consigo el precepto de<br />

Dios, y de allí salió a los setenta y cinco años de su edad y<br />

a los ciento y cuarenta y cinco de la de su padre. Y el fijar su<br />

asiento en la tierra de Canaam y no salir de Charra dice que<br />

sucedió después, de la muerte de su padre, porque ya era difunto<br />

cuando compró la heredad, cuyo poseedor y señor comenzó<br />

a ser en aquel país.<br />

Lo que le dijo Dios estando ya en Mesopotamia, esto es, habiendo ya<br />

salido de la tierra de los caldeos: «Sal de tu tierra y<br />

de entre tus parientes y de la casa de tu padre» quiere decir, no que<br />

sacase de allí el cuerpo, lo cual ya lo había practicado,<br />

sino que desarraigase de allí el alma; porque no habla salido de<br />

allí, con el corazón si tenía todavía esperanza y deseo de volver,<br />

cuya confianza y deseo se debía coartar y atajar mediante el<br />

mandato y favor de Dios y la obediencia de Abraham.<br />

Y realmente no es creíble que Abraham, después que vino Nachor en<br />

seguimiento de su padre; cumpliera el precepto de<br />

Dios; de forma que entonces partió de Charra con Sara, su mujer, y<br />

con Lot, hijo de su hermano.<br />

CAPITULO XVI<br />

Del orden y la calidad de las promesas que hizo Dios a Abraham<br />

Procedamos ya a reflexionar atentamente las promesas que hizo Dios a<br />

Abraham, porque en éstas se principiaron a<br />

manifestar más al descubierto los oráculos y promesas indefectibles<br />

de nuestro gran Dios, esto es, las del Dios verdadero, sobre<br />

el pueblo de los santos escogidos, que es el pueblo que vaticinó la<br />

autoridad profética.<br />

La primera de éstas dice: «Dijo Dios a Abraham: Sal de tu tierra y de


entre tus parientes, y de la casa de tu padre, y ve a<br />

la tierra que te manifestaré; te constituiré padre de muchas gentes,<br />

te echaré mi bendición, engrandeceré tu nombre, serás<br />

bendito, daré mi bendición a los que te bendijeren y mi maldición a<br />

los que te maldijeren, y en ti serán benditas todas las tribus y<br />

familias de la tierra.»<br />

Debe advertirse que prometió Dios a Abraham dos cosas: la una, que su<br />

descendencia habla de poseer la tierra de<br />

Canaam, lo cual se significa donde dice: «Ve a la tierra que te<br />

manifestaré, y haré que crezcas y te propagues en muchas<br />

naciones; la otra, que es mucho más estable, se entiende, no de la<br />

descendencia carnal, sino espiritual, por la cual no es<br />

solamente padre de la nación israelita, sino de todas las gentes que<br />

siguen e imitan el ejemplo de su fe, lo cual le prometió por<br />

estas palabras: «Y en ti serán benditas todas las tribus o familias<br />

de la tierra;»<br />

Eusebio entiende que esta promesa se le hizo a Abraham a los setenta<br />

y cinco años de su edad, como que inmediatamente<br />

que Dios se la hizo salió Abraham de Charra, pues no<br />

puede contradecirse a la Escritura, que dice: «Abraham<br />

era de setenta y cinco años cuando salió de Charra. Es así, que esta<br />

promesa se hizo en este año, luego ya vivía Abraham con<br />

su padre en charra; porque no pudiera salir de allí si no habitase<br />

allí mismo.<br />

¿Acaso contradice esto al testimonio de San Esteban, que dice «que el<br />

Dios de la gloria se apareció a nuestro padre<br />

Abraham cuando estaba en Mesopotamia, antes que habitase en<br />

Charra»? Pero ha de entenderse que en un mismo año<br />

sucedió todo esto, es a saber: la divina promesa, antes de vivir<br />

Abraham ea Charra; su morada en este pueblo, y su partida de<br />

él; no sólo porque Eusebio en sus crónicas demuestra que al cabo de<br />

cuatrocientos y treinta anos después de esta promesa fue<br />

la salida de Egipto del pueblo de Dios cuando se les dio la ley, sino<br />

también porque esto mismo lo expresa el apóstol San Pablo.<br />

CAPITULO XVII<br />

De los tres famosos reinos de los gentiles, uno de los cuales, que<br />

era el de los asirios, florecía ya en tiempo de Abraham<br />

En aquel tiempo florecían Ya tres monarquías de los gentiles, en las<br />

cuales la ciudad de los hijos de la tierra, esto es, la<br />

congregación de los hombres que viven según el hombre vivía, con<br />

pompa y grandeza; es a saber: el reino de los sicionios, el<br />

de los egipcios y el de los asirios, aunque el de éstos era mucho más<br />

rico y poderoso, porque el rey Nino, hijo de Belo, había<br />

sujetado y sojuzgado, a excepción de la India todas las naciones de<br />

Asia.<br />

Llamo Asia, no aquella parte que es una provincia del Asia mayor,<br />

sino toda la Asia, que algunos pusieron por una de las<br />

partes del mundo, y los más por la tercera, de modo que sean todas<br />

Asia, Europa y Africa, con la cual no dividieron y<br />

repartieron igualmente la tierra. Porque esta parte que llama Asia<br />

llega desde el Mediodía por el Oriente hasta el Septentrión; y<br />

Europa, desde el Septentrión hasta el Occidente; y consecutivamente,<br />

Africa, desde el Occidente hasta el Mediodía; de lo cual<br />

resulta que las dos tienen la mitad del orbe, Europa y Africa; y la<br />

otra mitad sola Asia. Pero a Europa y Africa hicieron dos<br />

partes, porque entre la una y la otra entra el Océano, que se engolfa<br />

en las sierras y forman este grande mar. Por lo que si<br />

dividiesen el orbe en dos partes, en Oriente y Occidente, el Asia<br />

tendría la una, y Europa y Africa, la otra.<br />

Uno de los tres reinos que entonces florecían es, a saber, el de los<br />

sicionios, no estaba sometido a los asirios, por<br />

hallarse en Europa; pero el de los egipcios, ¿cómo no había de


estarles sujeto si tenían subyugada a su imperio toda la Asia, a<br />

excepción, según dicen, de la India?<br />

En Asia prevaleció imperio y dominio de la ciudad impía, cuya cabeza<br />

era Babilonia, nombre muy acomodado a esta<br />

ciudad terrena, porque Babilonia es lo mismo que confusión. En ella<br />

reinaba Nino después de la muerte de su padre Belo, que<br />

fue el primero que allí reinó sesenta y cinco años; y su hijo Nino,<br />

que, muerto el padre, sucedió en el reino, reinó cincuenta y<br />

dos años, y corría el año 43 de su reinado cuando nació. Abraham, que<br />

seria el año de 1200, poco más o menos, antes de la<br />

fundación de Roma, que fue como otra segunda Babilonia en el<br />

Occidente.<br />

CAPITULO XVIII<br />

Cómo habló segunda vez Dios a Abraham y le prometió que a su<br />

descendencia daría la tierra de Canaam.<br />

Habiendo salido Abraham de Charra a los setenta y cinco años de edad<br />

y ciento cuarenta y cinco de la de su padre,<br />

acompañado de Lot, hijo de su hermano, y de Sara, su mujer, partió<br />

para la tierra de Canaam y llegó hasta Sichem, donde<br />

nuevamente recibió el divino oráculo, el cual narra así la Escritura:<br />

«Apareciósele el Señor a Abraham, y le dijo: A tu<br />

descendencia daré ésta tierra»; no le promete aquí aquella sucesión<br />

por la que se hizo padre y progenitor de todas las<br />

naciones, sino sola aquella por la que es padre únicamente de la<br />

nación israelita; y esta descendencia fue la que poseyó la<br />

mencionada tierra de Canaam.<br />

CAPITULO XIX<br />

Cómo el Señor conservó indemne el honor de Sara en Egipto, habiendo<br />

dicho Abraham que no era su mujer, sino su<br />

hermana<br />

Habiendo edificado allí un altar e invocado al Señor, partió de allí<br />

Abraham y habitó hacia el desierto, de donde, obligado<br />

por el hambre, pasó a Egipto, donde dijo que su mujer era su hermana,<br />

sin incurrir en mentira, porque también lo era, por ser<br />

su parienta, así como Lot, con un mismo parentesco, siendo hijo de su<br />

hermano, se llamaba su hermano.<br />

Calló, pues, que era su mujer, y no lo negó, dejando en manos de Dios<br />

la defensa y conservación del honor de su<br />

esposa, y previniéndose como hombre contra las humanas asechanzas,<br />

porque si no se guardaba del riesgo todo lo que podía<br />

guardarse, fuera más tentar a Dios que esperar en su Divina Majestad;<br />

sobre lo cual dijimos lo bastante perorando contra las<br />

calumnias del maniqueo Fausto.<br />

Por último, sucedió lo que presumió Abraham del Señor, pues Faraón,<br />

rey de Egipto, que la había tomado por su<br />

esposa, siendo por ello gravemente afligido, la restituyó a su<br />

marido; en cuya acción por ningún pretexto debemos creer que la<br />

quitó su honor, siendo verosímil que esto no lo permitió Dios a<br />

Faraón, por las grandes aflicciones y males con que afligió su<br />

espíritu y su cuerpo.<br />

CAPITULO XX<br />

Cómo se apartaron Lot y Abraham, lo cual hicieron sin menoscabo de la<br />

caridad<br />

Habiendo vuelto Abraham de Egipto al lugar de donde partió, se separó<br />

de Lot, hijo de su hermano, en sana paz, amor y<br />

concordia, retirándose éste a la tierra de los sodomitas; pues como


se hablan enriquecido, comenzaron a tener muchos pastores<br />

para la custodia y cuidado de sus ganados, y por las contiendas que<br />

éstos suscitaban mutua y continuamente, tomaron tío y<br />

sobrino tan saludable medio, con que excusaron la contenciosa<br />

discordia de sus familiares, pues estos débiles principios<br />

pudieran, según, la instabilidad de las cosas humanas, acrecentarse y<br />

originar entre ellos grandes pesares. Y así, Abraham, por<br />

evitarlos, dijo a Lot: «No haya diferencia: ni controversias entre<br />

mis pastores y los tuyos, ya que somos deudos y hermanos.<br />

¿Acaso no tienes a tu voluntad y disposición toda la tierra?<br />

Separémonos; si tú fueres hacia la derecha, yo me dirigiré a la izquierda;<br />

y si tú a ésta, yo hacia aquélla; de cuyo ejemplo acaso se<br />

originó entre los hombres la costumbre pacífica que se<br />

observa siempre que han de partir alguna heredad, que el mayor divida<br />

y el menor elija.<br />

CAPITULO XXI<br />

De la tercera promesa que hizo Dios a Abraham, en la que promete a él<br />

y<br />

a su descendencia para siempre la tierra de Canaam<br />

Habiéndose apartado y viviendo cada uno de por sí, Abraham y Lot,<br />

obligados más por mantener en paz buena<br />

armonía su familia que por algún desliz o atentado capaz de suscita<br />

discordias, y morando Abraham en tierra de Canaam y Lot<br />

en Sodoma, tercera vez volvió Dios a hablar a Abraham, y le dijo:<br />

«Levanta los ojos mira desde el lugar donde estás a Norte y<br />

Mediodía, al Oriente y al mal que toda la tierra que ves te la he de<br />

dar a ti y a tu descendencia hasta e fin de los siglos para<br />

siempre, y hay que tu descendencia sea como las arenas de la tierra.<br />

Si es posible que alguno cuente las arenas de la tierra<br />

también podrá contar tu descendencia. Levántate, pues, y paséate por<br />

toda la tierra cuan larga y ancha es, y toma posesión de<br />

ella, porque a ti te la he de dar.»<br />

Tampoco en esta promesa se descubre claramente si se comprende en<br />

ella la promesa en que le hizo Dios padre y<br />

cabeza de todas las naciones; pues pudiera indicar esto donde dice:<br />

«Y haré que sea tu descendencia como las arenas de la<br />

tierra, lo cual se dio por un modo de hablar que los griegos llaman<br />

hipérbole, que es una manera de hablar metafórica y no<br />

propia, y a todos los que entienden la Escritura ninguna duda que<br />

suele usar de es modo de hablar, así como de los demás<br />

tropos y figuras.<br />

Este tropo, es decir, esta manera de hablar, se usa cuando lo que se<br />

dice es mucho más que lo que con aquella<br />

expresión se significa; porque ¿quién no advierte cuánto mayor es el<br />

número de las arenas que el número que puede haber de<br />

todos los hombres, desde mismo Adán hasta el fin del mundo ¿Cuánto<br />

mayor será que los descendientes de Abraham, no solo<br />

los que pertenecen a la nación israelita, sino también los que hay y<br />

ha de haber según la imitación de su fe, en todo el orbe de<br />

la tierra, en todas las naciones? La cual descendencia, en<br />

comparación de la multitud de los impíos verdaderamente es<br />

pequeña, aunque Estos pocos hagan también innumerable multitud, como<br />

significó la hipérbole de la arena de la tierra.<br />

Aunque, realmente, esta multitud que prometió Dios a Abraham no es<br />

innumerable para Dios, sino para los hombres,<br />

porque para Dios tampoco lo son las arenas de la tierra.<br />

Y pues no solamente la nación israelita, sino toda la descendencia de<br />

Abraham, donde está expresa la promesa de<br />

muchos hijos, no según la carne, sino según el espíritu, se compara<br />

más congruamente a la multitud de las arenas, podemos<br />

entender que promete Dios lo uno y lo otro. Mas por eso dijimos que<br />

no parece evidente, porque aun aquella sola nación que,<br />

según la carne, desciende de Abraham por su nieto Jacob, creció


tanto, que casi llenó todas las partes del mundo, y muy bien<br />

puede ser comparada hiperbólicamente a la inmensidad de la arena,<br />

pues ésta sola es innumerable para el hombre. Por lo<br />

menos, ninguno duda que significó la tierra llamada Canaam.<br />

Pero lo que dice: «Te la daré a ti y a tu descendencia hasta el fin<br />

del siglo, pueden ponerlo en duda algunos, si hasta el<br />

fin del siglo lo entienden para siempre eternamente; mas si<br />

entendiesen, como fielmente sostenemos, que el principio del futuro<br />

siglo empieza al terminar el presente, nada les hará dificultad,<br />

porque aunque a los israelitas los hayan echado de Jerusalén,<br />

con todo, perseveran en otras ciudades de la tierra de Canaam y<br />

perseverarán hasta el fin, y habitando en toda aquella tierra<br />

los cristianos, también ellos son descendencia de Abraham.<br />

CAPITULO XXII<br />

Cómo Abraham venció a los enemigos de los sodomitas cuando libró a<br />

Lot, que era llevado preso, y cómo le bendijo el<br />

sacerdote Melquisedec<br />

Luego que Abraham recibió esta divina promesa, partió de allí y<br />

quedóse en otra población de la misma tierra, esto es,<br />

cerca del encinar de Mambré, que está en Chebrón.<br />

Habiendo después los enemigos acometido a los de Sodoma, trayendo<br />

cinco reyes guerra contra cuatro, y siendo<br />

vencidos los de Sodoma y llevando también preso entre ellos a Lot, le<br />

libró Abraham, habiendo sacado de su casa y llevado en<br />

su compañía para aquella empresa trescientos dieciocho hombres. Y<br />

saliendo victorioso recobró todo el ganado de los<br />

sodomitas y no quiso tomar cosa alguna de los despojos, ofreciéndolos<br />

el rey para quien había alcanzado la victoria; con todo,<br />

le bendijo entonces Melquisedec, que era sacerdote de Dios excelso,<br />

de quien en la epístola que se intitula A los hebreos (que<br />

la mayor parte de los escritores dicen ser del Apóstol San Pablo,<br />

aunque otros lo niegan), se escriben muchas y notables<br />

singularidades.<br />

En aquella población se nos descubrió y significó por primera vez el<br />

sacrificio que en la actualidad los cristianos ofrecen<br />

a Dios en todo el orbe habitado, y tiene realidad lo que mucho<br />

después de este suceso dice el real Profeta hablando de<br />

Jesucristo, que estaba aún por venir en carne: «Tú eres sacerdote<br />

para siempre, según el orden de Melquisedec»; es a saber,<br />

no según el orden de Aarón, cuyo orden había de acabarse,<br />

'descubriéndose los ocultos arcanos y misterios que se encubrían<br />

bajo aquellas formas significativas.<br />

CAPITULO XXIII<br />

Cómo habló Dios a Abraham y le prometió que había de multiplicarse su<br />

descendencia como la multitud de las estrellas,<br />

y por creerlo fue justificado aun estando todavía sin circuncidar<br />

Entonces habló Dios a Abraham en una visión, y como le ofreciese su<br />

protección y extraordinarias mercedes y<br />

Abraham estuviese deseoso de tener sucesión, dijo que Eliezer, criado<br />

de su casa, había de ser su heredero, y al momento, le,<br />

prometió Dios heredero, no al criado de su casa, sino a otro que<br />

había, de nacer del mismo Abraham; y otra vez vuelve a<br />

prometerle innumerable descendencia, no ya como las arenas de la<br />

tierra, sino como las estrellas del cielo, en lo que me parece<br />

que le prometió la descendencia, heredera de la felicidad celestial;<br />

por lo que respecta a la multitud, ¿qué son las estrellas del<br />

cielo para con la arena de la tierra? A no ser que alguno diga que<br />

también esta comparación no significa otra cosa que sería<br />

innumerable como son las estrellas. Y, efectivamente es creíble que


no pueden verse todas, dado que cuanto más es sutil la vista<br />

de uno, tantas más alcanza a ver, y así aun a los que ven con más<br />

perspicacia, con razón se sospecha que se les ocultan<br />

algunas, además de aquellas que en la otra parte del orbe, distante<br />

por un dilatado espacio de nosotros, dicen que nacen y se<br />

ponen. Finalmente, todos los que se glorían que han comprendido y<br />

escrito el número de todas las estrellas, como Arato,<br />

Eudoso y otros, todos éstos quedan en el concepto de ilusos y<br />

desacreditados con la irrefragable autoridad de las sagradas<br />

letras en el Génesis.<br />

Aquí es donde hallamos aquella sentencia; de la cual hace mención el<br />

Apóstol recomendándonos y encareciéndonos la<br />

divina gracia: «Que creyó Abraham a Dios y que se le reputó por<br />

justificación para que no se enaltezca la circuncisión y rehuse<br />

admitir a la fe de Cristo a las naciones incircuncisas; pues cuando<br />

esto acaeció y se reputó por justificación la fe de Abraham,<br />

aún no se había circuncidado.<br />

CAPITULO XXIV<br />

De la significación del sacrificio que mandó Dios le ofreciese<br />

Abraham, habiendo éste pedido al Señor que le explicase<br />

lo que creía<br />

Hablándole Dios en la misma aparición, también le dijo: «Yo soy el<br />

Dios que te saqué de la región de los caldeos para<br />

darte ésta tierra, de la cual seas el heredero»; pero preguntando<br />

Abraham cómo sabría que había de ser su heredero, le dije<br />

Dios: «Toma una vaca de tres años, una cabra de tres años y un<br />

carnero de tres años, una tórtola y una paloma»; tomó, pues,<br />

Abraham todas estas cosas, y las partió, dividió por medio y las<br />

colocó enfrente unas de otras, pero no dividió las aves y<br />

bajaron (como dice la Escritura) las aves sobre aquellos cuerpos<br />

divididos, y sentóse con ellas Abraham, y estando ya para<br />

ponerse el sol acometió a Abraham un gran pavor, le invadió un temor<br />

tenebroso, y oyó que le dijeron: Ten por cierto que tus<br />

descendientes han de peregrinar en tierra ajena, que los han de poner<br />

en servidumbre y los han de afligir cuatrocientos años;<br />

pero a la nación que ellos sirvieren, yo la juzgaré y castigaré.<br />

Después de esto volverán acá con mucha hacienda, pero tú irás<br />

con tus padres en paz, habiendo pasado buena vejez, y a la cuarta<br />

generación volarán acá, porque aún no se han cumplido<br />

hasta ahora los pecados de los amorreos. Habiéndose puesto ya el sol,<br />

se levantó una llama, y he aquí un horno humeando, y<br />

unas llamaradas que corrían entre aquellas partes divididas por<br />

medio. En aquel día dispuso Dios su testamento y pactó con<br />

Abraham, diciendo: Yo daré esta tierra a tus descendientes desde el<br />

río de Egipto hasta el gran río Eufrates, es a saber, los<br />

ceneos, ceneceos, cedmoneos, cetheos, pherezeos, raphain, los<br />

amorreos, cananeos, eteos, gerheseos y jebuseos.<br />

Todo esto sucedió en visión, y querer particularmente tratar de raíz<br />

de cada cosa sería muy largo y excedería la<br />

intención, y propósito de esta obra; bástenos saber que después que<br />

dijo la Escritura que creyó Abraham a Dios, y que se le<br />

"reputó por justificación, no se desdijo, ni faltó a esta fe, cuando<br />

dijo: «Señor, cuyo es el dominio, ¿cómo sabré que seré tu heredero?,<br />

porque le había prometido la posesión y herencia de aquella<br />

tierra. No dice cómo lo he de saber, como si todavía no lo<br />

creyese, sino cómo lo sabré, para que lo que había creído se lo<br />

manifestase con alguna semejanza con que pudiese conocer el<br />

cómo había de ser.<br />

Así como no es desconfianza lo que dijo la Virgen María: «¿De qué<br />

manera se hará esto, si yo no conozco varón?»<br />

Porque estaba cierta de que había de ser, preguntaba el modo cómo<br />

había de ser, y preguntado esto la dijo el ángel: «Vendrá<br />

sobre ti e Espíritu Santo, y te hará sombra la virtud del Altísimo.<br />

En efecto; aquí dio también Dios Abraham el modo y semejanza en la


vaca, en la cabra, en el carnero y 'e las dos aves,<br />

tórtola y paloma, para que supiese que conforme a éstos había de ser<br />

lo que él no dudaba que había de ser.<br />

Ya, pues, por la vaca quisiese significar el pueblo puesto debajo de<br />

yugo de la ley; por la cabra, que mismo pueblo<br />

había de ser pecado y por el carnero, que el mismo pueblo también<br />

había de reinar (cuyos animales se, dicen de tres años<br />

porque siendo tres los períodos más insignes y notables de los<br />

tiempos, es a sabe, desde Adán hasta Noé, desde, Noé hasta<br />

Abraham y desde éste hasta David el primero que, reprobado Saúl,<br />

establecido por voluntad del Señor el reino de la nación<br />

israelita; en este tercer orden y catálogo que comprende desde<br />

Abraham hasta David, como quien anda en la tercera edad,<br />

llegó a su juventud aquel pueblo), ya signifiquen estas cosas algún<br />

otro misterio con más conveniencia, con todo de ningún<br />

modo dudo que lo que añadió de la tórtola y de la paloma fueron<br />

figuras y significaciones espirituales, y que por lo mismo dice la<br />

Escritura: «Que no dividió las aves», porque los carnales son los que<br />

se dividen entre sí, pero los espirituales de ninguna manera,<br />

ya se desvíen y retiren del trato y comercio 'de los hombres,<br />

como la tórtola, ya vivan entre ellos, como la paloma. Sin<br />

embargo, una y otra ave es simple y nada perjudicial, significándonos<br />

también que en el pueblo israelita, a quien había de darse<br />

aquella tierra, los hijos de promisión' habían de ser individuos, o<br />

sin división, y que, heredando el reino, habían de permanecer<br />

en la eterna felicidad.<br />

Las aves que bajaban sobre los cuerpos que estaban divididos no<br />

significa cosa buena, sino los espíritus de este aire,<br />

que andan en busca de pasto suyo en la división de los carnales.<br />

Que se sentó con ellos Abraham significa que también entre las<br />

divisiones de los carnales han de perseverar hasta el fin<br />

del siglo los verdaderos fieles, y que al ponerse el sol invadió a<br />

Abraham un pavor y un temor tenebroso, y significa que al fin<br />

de este siglo ha de haber grande turbación y tribulación en los<br />

fieles, de la cual dice el Señor en el Evangelio «que habrá<br />

entonces una extraordinaria tribulación, cual no la hubo, desde el<br />

principio».<br />

Y lo que dice Abraham: «Ten por indudable que tus descendientes a han<br />

de peregrinar por tierra ajena, y que los han<br />

de poner en servidumbre, y los han de afligir cuatrocientos años», es<br />

clarísima profecía del pueblo de Israel, que había de venir<br />

a servir en Egipto, no porque había de permanecer cuatrocientos años<br />

en esta servidumbre, afligiéndolos los egipcios, sino que<br />

había de suceder esto en el año. Porque así como la escritura dice de<br />

Tharé, padre de Abraham: «Fueron los días de Tharé en<br />

Charra doscientos y cinco años», no porque allí vivió todo, sino<br />

porque allí los cumplió, así también bien aquí interpuso: servirán<br />

y los molestarán cuatrocientos años, porque este número se cumplió en<br />

aquella aflicción, y no porque todo se paso en ella.<br />

Y dice cuatrocientos, años por la plenitud del número, aunque sean<br />

algo más, ya se cuenten desde este tiempo en que<br />

Dios prometió a Abraham esta felicidades, ya desde que nació Isaac<br />

por la descendencia de Abraham, de quien se profetizan<br />

todos estos sucesos. Porque se cuentan, como dijimos arriba, desde el<br />

año 7 de Abraham cuando le hizo Dios la primera<br />

promesa, hasta la salida de Israel de Egipto, cuatrocientos treinta<br />

años, de los cuales hace mención el Apóstol de esto modo: «A<br />

esta promesa y pacto, que hizo y juró a Dios Abraham, que llamo yo<br />

testamento, no le puede derogar o hacer irrito e inválido la<br />

ley que se promulgó cuatrocientos treinta años después del pacto y<br />

testamento.»<br />

Así pues, estos cuatrocientos treinta años se podían llamar<br />

cuatrocientos, porque no son muchos más, cuanto más<br />

habiendo ya pasado algunos de este número cuando Abraham vio y oyó<br />

estas maravillas en visión, o cuando, teniendo ya cien<br />

anos, tuvo a su hijo Isaac, veinticinco años después de la primera


promesa, quedando ya de estos cuatrocientos treinta<br />

cuatrocientos cinco, á los cuales quiso Dios llamar cuatrocientos.<br />

Lo demás que sigue de la profecía nadie dudará que pertenece al<br />

pueblo israelita, y lo que se añade: «Habiéndose<br />

puesto el sol; formóse una llama, y he aquí un horno humeando y unas<br />

llamas de fuego que corrieron en tres aquellas medias<br />

partes divididas, significa que al fin del siglo han de ser juzgados<br />

y castigados los carnales con fuego.<br />

Porque así como se nos significa que la aflicción de la Ciudad de<br />

Dios, bajo el poder del Anticristo, ha de ser la mayor<br />

que jamás ha habido; así como se nos significa, digo, esta aflicción<br />

con el tenebroso temor de Abraham cerca de ponerse el sol,<br />

esto es, acercándose ya el fin del siglo; así en la puesta del sol,<br />

esto es, en el mismo fin, se significa con este fuego el día del<br />

juicio, que divide los carnales que se han de salvar por el fuego y<br />

se han de condenar en fuego. Después el testamento y<br />

promesa que Dios hace a Abraham, propiamente manifiesta la tierra de<br />

Canaam y nombra en ella once naciones desde el día<br />

de Egipto hasta el grande río Eufrates; no desde el grande río de<br />

Egipto, esto es, desde el Nilo, sino desde el pequeño que<br />

divide á Egipto y Palestina, donde está la ciudad de Rhinocorura.<br />

CAPITULO XXV<br />

De Agar, esclava de Sara, la cual Sara quiso que fuese concubina de<br />

Abraham<br />

Desde aquí ya se siguen, los tiempos de los hijos de Abraham, el uno<br />

tenido de la sierva Agar, y el otro de Sara, libre,<br />

de quienes hablamos ya en el libro anterior; y respecto a lo que<br />

sucedió, no hay motivo para echar la culpa a Abraham por<br />

haber tomado esta concubina, porque se valió de ella para procrear<br />

hijos y no para saciar el apetito carnal, ni por agraviar a su<br />

esposa, sino por obedecerla, quien creyó que sería consuelo de su<br />

esterilidad si la fecundidad de su esclava la hiciese suya, y<br />

con aquel privilegio o derecho que dice el Apóstol «que el varón no<br />

es señor de su cuerpo, sino su mujer», se aprovechase la<br />

mujer del cuerpo de su marido para conseguir la descendencia que no<br />

podía por si misma.<br />

No hay en este acto deseo lascivo ni torpeza camal; la mujer entrega<br />

a su marido la esclava para tener hijos; por lo<br />

mismo la recibe el marido; ambos pretenden, no el deleite culpable,<br />

sino el fruto de la naturaleza; finalmente, cuando la esclava<br />

se ensoberbeció contra su señora porque era estéril, como la culpa de<br />

este desacato, con la sospecha y celos de mujer, la<br />

atribuyese Sara antes a su marido que a otra causa, también aquí<br />

mostró Abraham que no fue amador esclavo, sin6 procreador<br />

libre, y que en Agar guardó el honor y decoro a Sara, no<br />

satisfaciendo su propio apetito, sino cumpliendo la voluntad de su<br />

esposa; que la admitió, y no la pidió; pues la dijo: «Ves ahí a tu<br />

esclava, en tu poder está; haz de ella lo que te pareciere.»<br />

CAPITULO XXVI<br />

Dios promete a Abraham, siendo él anciano y Sara estéril un hijo de<br />

ella, y le hace padre y cabeza de las gentes, y la<br />

fe de la promesa la confirma y sella con el Sacramento de la<br />

Circuncisión<br />

Después nació Ismael de Agar, en el cual pudo sospechar Abraham que<br />

se cumplió lo que Dios le había prometido<br />

cuando, tratando de adoptar a uno de los criados de su casa, le dijo<br />

el Señor: «No será este criado tu heredero, sino uno que<br />

saldrá de ti será tu heredero.» Para que no imaginase que esta<br />

promesa se había cumplido en el hijo que había tenido de su


esclava, siendo ya de noventa y nueve años, se le apareció el Señor,<br />

y le dijo: «Yo soy Dios, procura ser agradable en mi<br />

acatamiento, vivir irreprensible y pondré mi testamento y pacto entre<br />

yo y tú, y te multiplicaré extraordinariamente. Postróse<br />

Abraham con el rostro en tierra y le habló el Señor diciendo: «Ven<br />

aquí, que yo hago mi pacto contigo, y serás padre y cabeza<br />

de muchas gentes, y no será más tu nombre Abrán, sino que te llamarás<br />

Abraham, porque te he constituido padre de muchas<br />

naciones y te multiplicaré grandemente. Te haré jefe y cabeza de las<br />

naciones, y procederán de ti reyes; haré mi pacto entre yo<br />

y tú, y entre tu descendencia después de ti por sus generaciones con<br />

pacto eterno. Seré tu Dios, y de tus descendientes<br />

después de ti, y te daré a ti y a tus sucesores esta tierra en que<br />

vives ahora peregrino, es a saber, toda la tierra de Canaam en<br />

posesión perpetua, y seré el Dios de ellos. Y dijo Dios a Abraham: Y<br />

tú guardarás mi pacto, y tu descendencia después de ti por<br />

sus generaciones. Este es el pacto que habéis de guardar entre yo y<br />

vosotros, y entre tu descendencia después de ti por sus<br />

generaciones; se circuncidará cualquiera varón que hubiese entre<br />

vosotros, y os circuncidaréis en la carne de vuestro<br />

prepucio, y servirá en señal del pacto fue hay entre yo y vosotros.<br />

Todo infante que tuviese en vuestras generaciones ocho<br />

días, circuncídese, ya sea nacido en casa, o esclavo comprado de<br />

cualquiera extraño, aunque no sea de tu sangre, se circuncidará,<br />

y estará la señal de mi pacto en vuestra carne en convención<br />

perpetua. Y el infante que no estuviere circuncidado en la<br />

carne de su prepucio al octavo día será excluido de su pueblo, porque<br />

no guardó mi pacto. Y dijo Dios a Abraham: Sarai, tu<br />

mujer, no se ha de llamar de aquí adelante Sarai, sino Sara. Yo la<br />

daré mi bendición, y tendrás de ella un hijo, y será cabeza de<br />

muchas naciones, y descenderán de él reyes, caudillos y jefes de<br />

naciones. Postróse Abraham con el rostro en tierra, rióse, y<br />

dijo en su corazón: jQue siendo yo de cien años he de tener un hijo,<br />

y siendo Sara de noventa ha de dar a luz! y dijo Abraham<br />

a Dios: Viva, Señor, este Ismael, de manera que sea agradable en tu<br />

acatamiento; y dijo Dios a Abraham: Bien está, ved aquí<br />

que Sara, tu mujer, te dará un hijo y le llamarás Isaac; yo<br />

confirmare mi pacto con él; será pacto eterno, seré su Dios, y de su<br />

descendencia después de él; y por lo tocante a Ismael, he oído tu<br />

petición, he aquí que yo lo he echado mi bendición y le he de<br />

multiplicar grandemente; engendrará y producirá doce naciones, y te<br />

haré cabeza de una grande nación; pero mi pacto le he<br />

de confirmar con Isaac, que es el que ha de nacer de Sara dentro de<br />

un año.»<br />

Aquí están más claras las promesas de la vocación de los gentiles en<br />

Isaac, esto es, en el hijo de promisión, en que se<br />

nos significa la gracia y no la naturaleza; porque promete Dios un<br />

hijo de un anciano y de una vieja estéril, pues aunque el<br />

curso natural de la generación sea también obra de Dios, donde se ve<br />

más palpable la operación de Dios, estando la<br />

naturaleza viciada e inerte, allí con más claridad se echa de ver la<br />

gracia.<br />

Y porque esto había de venir a ser, no por generación, sino por<br />

regeneración, por eso lo manda Dios, e impone la<br />

circuncisión, cuando le promete el hijo de Sara.<br />

Y al mandar que todos se circunciden, no sólo los hijos, sino también<br />

los esclavos nacidos en casa y comprados,<br />

manifiesta que a todos se extiende esta gracia; porque ¿qué otra cosa<br />

significa la circuncisión que una renovación de la<br />

naturaleza ya desechada con la senectud? Y el octavo día, ¿qué otra<br />

cosa nos significa que a Cristo, quien al fin de la semana,<br />

esto es, después del sábado, resucitó? Múdanse también los nombres de<br />

los padres, todo suena novedad, y en el Viejo<br />

Testamento se entiende que está figurado el Nuevo; porque ¿qué es el<br />

Testamento Viejo sino una cubierta y sombra misteriosa<br />

del Nuevo? Y ¿qué otra cosa es el que se dice Nuevo sino una


manifestación y descubrimiento del Viejo?<br />

La risa de Abraham es una alegría del que se muestra agradecido, y no<br />

irrisión o burla de quien se manifiesta<br />

desconfiado.<br />

Asimismo las palabras que dijo en su corazón: «¡Que de cien años he<br />

de tener hijo, y que de noventa ha de dar a luz<br />

Sara!» no son de quien duda, sino de quien se admira. Y si alguno<br />

dudase de lo que dice: «Y te daré a ti y a tus descendientes<br />

esta tierra en que vives ahora», es a saber, toda la tierra de Canaam<br />

en posesión perpetua, como se entiende que se cumplió,<br />

o se espera que se cumplirá, puesto que ninguna posesión terrena<br />

puede ser eterna, entienda y sepa que perpetuo o eterno<br />

interpretan los nuestros lo que los griegos llaman «aionión», que se<br />

deriva de siglo, porque «aión» en griego quiere decir siglo.<br />

Los latinos no se han atrevido a llamar a esto secular, por no darlo<br />

otro sentido completamente distinto; porque muchas cosas se<br />

llaman seculares que se hacen en este siglo, y pasan en bien breve<br />

tiempo; pero lo que llaman «aionión», o no tiene fin, o llega<br />

hasta el fin de este siglo.<br />

CAPITULO XXVII<br />

El alma del niño que no se circuncida al octavo día, perece; pues<br />

quebrantó<br />

el pacto con Dios<br />

Asimismo puede ser dudosa la interpretación de lo que dice: «Si el<br />

infante que no se circuncidare en la carne de su<br />

prepucio perecerá su alma, de su pueblo, porque no guardó mi pacto y<br />

testamento», ya que en esto no tiene culpa el niño, cuya<br />

alma, dice, que ha de perecer, ni tampoco él quebrantó el testamento<br />

y pacto de Dios, sino sus padres, que no le quisieron<br />

circuncidar, a no ser que también los niños, no según la propiedad de<br />

su vida sino según el origen común del linaje humano,<br />

todos hayan quebrantado el testamento y pacto de Dios en aquel «en<br />

quien todos pecaron».<br />

Porque son muchos los que se llaman testamentos o pactos de Dios,<br />

además de aquellos dos grandes, el Viejo y el<br />

Nuevo, como puede observarlo cualquiera en la Sagrada Escritura.<br />

El primer testamento y pacto que se efectuó con el primer hombre sin<br />

duda fue aquél: «El día que comieseis del fruto del<br />

árbol vedado, moriréis»: y así se escribe en el Eclesiástico: «Que<br />

toda la carne se envejece y se consume como se gasta y<br />

deshace un vestido, porque está en vigor el testamento y pacto desde<br />

el principio del mundo, que mueran los que quebrantaren<br />

los mandamientos de Dios.»<br />

Habiendo después promulgado Dios la ley con más claridad y diciendo<br />

el Apóstol «que donde no hay ley tampoco hay<br />

prevaricación», ¿cómo será cierto lo que dice el real Profeta «que a<br />

todos los pecadores de la tierra los tiene por<br />

prevaricadores», sino porque los que se hallan aprisionados en las<br />

cadenas de algún pecado, todos son reos y culpados de<br />

haber prevaricado y sido infractores de alguna ley?<br />

Por lo cual, aunque los niños, como enseña la verdadera fe, nacen no<br />

particularmente, sino originalmente pecadores, y<br />

por eso confesamos que tienen necesidad de que les dispensen la<br />

singular gracia de la remisión de los pecados, sin duda que<br />

del mismo modo que son pecadores son también infractores de la ley<br />

promulgada en el Paraíso; de forma que es verdad lo uno<br />

y lo otro que expresa la Escritura: «A todos los pecadores de la<br />

tierra tuve por prevaricadores, y donde no hay ley tampoco<br />

hay prevaricación.»<br />

Y cuando la circuncisión fue signo de la regeneración, no sin causa<br />

la generación perderá al niño por causa del pecado<br />

original con que se violó el primer testamento y pacto de Dios, si la


egeneración no le libra de la pena.<br />

Deben, pues, entenderse estos testimonios de las sagradas letras así:<br />

«El alma del que no fuere reengendrado<br />

perecerá de entre su pueblo porque infringió mi testamento y pacto»,<br />

supuesto que con todos pecó él en Adán. Porque si dijera:<br />

«porque quebrantó este mi pacto», nos obligaría a entenderlo de esta<br />

circuncisión; pero como no declaró qué pacto violó el<br />

niño, nos queda libertad para entender que lo dijo por aquel pacto<br />

cuya infracción puede comprender al niño. Y si alguno<br />

opinare qué no se dijo sino por esta circuncisión, porque en ella el<br />

niño quebrantó el pacto dé Dios, no circuncidándose, bosque<br />

algún particular modo de hablar con que, sin absurdo, pueda<br />

entenderse que por eso se quebrantó el testamento y pacto. Pues<br />

aun cuando él no te violó, se quebrantó en él; y aun de este modo es<br />

de advertir que el alma del niño incircunciso no perece<br />

justamente por alguna negligencia o descuido propio que haya habido<br />

en él, sino por la obligación del pecado original.<br />

CAPITULO XXVIII<br />

Del cambio de los nombres de Abraham y de Sara, y cómo no pudiendo<br />

engendrar por la esterilidad de Sara y la<br />

mucha edad. de ambos, alcanzaron el beneficio de la fecundidad<br />

Hecha esta promesa tan grande y tan clara a Abraham, cuando dijo Dios<br />

expresamente: «Te he hecho padre y cabeza<br />

de muchas gentes, y te multiplicaré grandemente; haré que salgan dé<br />

ti muchas naciones y muchos reyes, cuya promesa vemos<br />

ahora que se cumple en Cristo.» De allí adelante, a aquellos casados,<br />

marido y mujer, no los llama la Escritura como se llamaban<br />

antes, Abrán y Sarai, sino como nosotros los hemos llamado desde<br />

el principio, y así los llaman todos Abraham y Sara. De<br />

haber mudado el nombre a Abraham se le da la razón, porque dice:<br />

«Haré que seas padre de muchas gentes.» Esto hemos de<br />

entender que significa Abraham, pero Abrán, como antes se llamaba,<br />

quiere decir padre excelso. No se pone la razón del<br />

cambio del nombre de Sara, aunque, según dicen los que escribieron<br />

las interpretaciones de los nombres de la Sagrada<br />

Escritura, Sarai quiere decir princesa mía, y Sara, virtud; y así se<br />

dice en la carta de San Pablo a los hebreos: «Sara, por la fe,<br />

recibió virtud para concebir.» Ambos eran ancianos, como dice la<br />

Escritura, y ella estéril. Esta es la maravilla que encarece el<br />

Apóstol, y por eso dice que estaba ya muerto el cuerpo de Abraham.<br />

CAPITULO XXIX<br />

De los tres hombres o ángeles en quienes se cuenta que se apareció el<br />

Señor<br />

a Abraham unto al encinar de Mambré<br />

Asimismo se apareció Dios a Abraham junto al encinar de Mambré en<br />

figura de tres varones, quienes no hay duda que<br />

fueron ángeles, aun que hay algunos que imaginan haber sido uno de<br />

ellos Nuestro Señor Jesucristo, de quien, dicen, que<br />

antes de vestirse de nuestra carne mortal era visible.<br />

Puede, ciertamente, Dios, que tiene naturaleza invisible, incorpórea<br />

e inmutable, aparecer a los ojos mortales sin cambio<br />

alguno suyo, no por sí mismo, sino en figura de alguna de sus<br />

criaturas.<br />

¿Qué cosa hay que no esté sujeta y subordinada a este gran Dios?<br />

Pero si dicen que algunos de estos tres fue Cristo, porque, habiendo<br />

visto tres, habló en singular con el Señor pues dice<br />

la Escritura: «Y he aquí que tres varones se acercaron a él, y<br />

viéndolos, salió corriendo a recibirlos desde la puerta de su<br />

tabernáculo, e inclinándose hacia la tierra, dijo: Señor si he


hallado gracia en tu acatamiento, etc.», ¿por qué no advierten, que<br />

dos de ellos habían ido a destruir a los sodomitas, estando todavía<br />

Abraham hablando con el otro, y llamándole Señor, e<br />

intercediendo para que no destruyese en Sodoma al justo juntamente<br />

con el pecador? A los otros dos los recibió Lot, y asimismo<br />

en el razonamiento que tuvo con ellos, siendo dos; los llamó en<br />

singular Señor. Porque habiéndoles dicho en plural: «Venid,<br />

Señor, y serviros de la casa de vuestro siervo», y lo demás que allí<br />

dice, sin embargo, leemos después: «Y tomaron los ángeles<br />

de la mano a Lot, a, su mujer y á sus dos hijos, porque el Señor le<br />

quería perdonar, y luego que sacaron de la ciudad, le<br />

dijeron: huye y libra tu vida; no vuelvas la cabeza ni mires atrás, y<br />

no pares en esta región; acógete al monte y ponte en salvo<br />

porque no perezcas. Y Lot les dijo: Suplícote, Señor, ya que tu<br />

siervo ha hallado misericordia en tu acatamiento...», con lo<br />

demás que se sigue. Después, a continuación de estas expresiones, le<br />

respondió el Señor asimismo en número singular<br />

estando en los dos ángeles, diciendo: «He oído tu petición y uso<br />

contigo de misericordia.»<br />

Es, pues, mucho más creíble que Abraham en los tres, y Lot en los<br />

dos, reconocieron al Señor con quien hablaban en<br />

persona singular, aun cuando imaginaban que eran hombres, porque no<br />

por otra causa los recibieron y hospedaron, sino para<br />

servirles como a mortales, y que tenían, necesidad del humano<br />

socorro.<br />

Con todo, había ciertamente alguna cualidad en ellos, por la cual<br />

eran tan excelentes y notables, aunque bajo apariencia<br />

de hombres, que los que los hospedaban no podían dudar que en<br />

ellos estaba el Señor, como suele estar en los<br />

profetas; y por eso, en repetidas ocasiones, les hablaban en plural,<br />

llamándoles señores, y algunas veces en singular,<br />

hablando con el Señor en ellos. Sin embargo, dice expresamente la<br />

Escritura que eran ángeles, no sólo en el libro del Génesis,<br />

donde se refiere esta historia, sino también San Pablo en su carta a<br />

los hebreos, donde, elogiando la hospitalidad, dice: «Que<br />

por este motivo algunos, ignorándolo, hospedaron a los ángeles.»<br />

Prometiéndole, pues, nuevamente a Abraham aquellos tres varones un<br />

hijo de Sara, dice la divina promesa de esta<br />

forma, hablando con Abraham «Nacerá de él una nación grande y<br />

dilatada, y serán benditas en él todas las gentes de la<br />

tierra.» Aquí también se le prometen aquellas dos cosas, brevísima y<br />

plenísimamente: la gente de Israel, según la carne, y todas<br />

las demás naciones, según la fe.<br />

CAPITULO XXX<br />

Cómo libró Dios a Lot de Sodoma, y asoló a los sodomitas con luego<br />

del<br />

cielo<br />

Después de esta promesa, habiendo Dios librado a Lot de Sodoma, bajó<br />

del cielo una lluvia de fuego, y convirtió en<br />

cenizas y pavesas toda la región de aquella abominable ciudad, donde<br />

eran tan comunes y lícitos los estupros, como otros<br />

crímenes que suelen permitir las leyes. Aunque el castigó de éstos<br />

fue una figura o representación del futuro juicio de Dios.<br />

¿Qué quiere decir el prohibir a los que libertaban los ángeles volver<br />

la vista atrás sino que no hemos de volver con el<br />

ánimo y el corazón a la vida pasada que dejamos cuando nos<br />

reengendramos por la gracia, si queremos librarnos del ultimo<br />

juicio?<br />

La mujer de Lot, en el mismo lugar que miró hacia atrás, allí quedo<br />

convertida en estatua de sal, dejando a los fieles<br />

preservativo para que aprendan a guardarse de igual fracaso.<br />

A poco tiempo sucedió a Abraham en Gerara con Abimelech, rey de


aquella ciudad, lo mismo que en Egipto, cuando<br />

Faraón le tomó a Sara su esposa. Se la volvió Abimelech sin haberla<br />

tocado de modo alguno; también increpando el rey a<br />

Abraham porque le había ocultado que era su esposa, diciéndole que<br />

era su hermana, contestó Abraham al cargo diciéndole,<br />

entre otras cosas: «Realmente es hermana mía por parte de padre, mas<br />

no de la de madre», porque por parte de su padre era<br />

hermana de Abraham, uniéndoles tan inmediato parentesco; y fue tan<br />

hermosa que aun en aquella edad pudo ser apreciada.<br />

CAPITULO XXXI<br />

Del nacimiento de Isaac, según la promesa de Dios<br />

Después de esto le nació a Abraham, según la promesa de Dios, un hijo<br />

de Sara, a quien llamó Isaac, que quiere decir<br />

risa, porque se rió el padre, admirándose de alegría, cuando se lo<br />

prometió Dios; y asimismo se rió su madre cuando en otra<br />

ocasión se lo ofrecieron aquellos tres mancebos, dudando de contento,<br />

aunque se lo zahirió y reprendió el ángel; porque<br />

aquella risa, aunque fue también de gozo, sin embargo, no fue, efecto<br />

de una fe y esperanza perpetua, por lo que después el<br />

mismo ángel la confirmé en la fe, de donde tomó su nombre el niño.<br />

Y que aquella risa no fue burlarse de él, o escarnio, sino celebrar<br />

su interior alegría y contento, lo manifestó Sara en<br />

que apenas nació Isaac le puso aquel nombre, porque dijo: «Me ha<br />

hecho reír el Señor, y cualquiera que lo oyere se reirá y<br />

alegrará conmigo.»<br />

A muy poco tiempo echan de la casa a la esclava con su hijo, cuya<br />

acción significa, según el Apóstol, los dos<br />

testamentos: el Viejo y el Nuevo, donde Sara nos representa la figura<br />

de la Jerusalén celestial, esto es, de la Ciudad de Dios.<br />

CAPITULO XXXII<br />

De la fe y obediencia de Abraham, con que fue probado, recibiendo<br />

orden de sacrificar a su hijo, y<br />

de la muerte de Sara<br />

Entre otras cosas, que sería larga digresión el relatar, tienta Dios<br />

a Abraham, pidiéndole que le ofrezca en sacrificio a su<br />

querido hijo Isaac, para que quedase probada su santa obediencia, y<br />

se manifestase a los ojos del mundo, no a los de Dios. No<br />

hemos de tener por malas todas las tentaciones, sino que debemos<br />

estimar y agradecer la que sirve de prueba.<br />

Por lo general, el corazón del hombre no puede tener de otra forma<br />

noticia de sí mismo, si no le dijera y declarara sus<br />

fuerzas, examinándole y preguntándole en cierto modo la tentación, no<br />

con palabras, sino con la misma experiencia; y si en tal<br />

caso reconoce la merced de Dios, entonces es santo, entonces se<br />

fortalece con la firmeza y fortaleza de la gracia, y no se deja<br />

hinchar con la vanidad de la arrogancia.<br />

Nunca, sin duda, creyó Abraham que gustaba Dios de víctimas humanas;<br />

pero instando el mandato del Señor, se debe<br />

obedecer y no replicar.<br />

Con todo, Abraham es digno de elogio, pues habiendo de sacrificar a<br />

su hijo, creyó que resucitaría, porque le había<br />

dicho Dios, al no querer cumplir la voluntad de su esposa Sara sobre<br />

desterrar de su casa a la esclava y a su hijo: «Por Isaac<br />

has de tener la descendencia», y, sin embargo, en el mismo lugar<br />

prosigue diciendo: «y al hijo de esta esclava le haré que sea<br />

padre y cabeza de una gran nación, porque es tu hijo.» ¿Cómo, pues,<br />

dice que por Isaac ha de tener la descendencia,<br />

llamando Dios también a Ismael su hijo y descendencia? Declarando el


Apóstol qué quiere decir por Isaac has de tener tu<br />

descendencia, dice; «Que no los que son hijos de Abraham, según la<br />

carne, son los hijos de Dios, sino los que son hijos y<br />

herederos de la divina promesa, los cuales se reputan por<br />

descendientes y verdaderos hijos de Abraham», y por eso los hijos<br />

de promisión, para que sean descendientes de Abraham, deben proceder<br />

de Isaac, esto es, se congregan y unen a Cristo<br />

llamándolos la gracia.<br />

Teniendo, pues, esta promesa por infalible y cierta el piadoso y<br />

religioso padre, y observando que por este hijo, a quien<br />

Dios mandaba sacrificar, se había de cumplir necesariamente esta<br />

promesa, no dudó que podía volvérselo vivo después de<br />

haberle sacrificado quien se lo pudo dar, estando naturalmente<br />

inhabilitado para la procreación; y de este modo se entiende y<br />

expone expresamente en la Epístola de San Pablo a los hebreos:<br />

«Insigne -dice- fue la fe de Abraham, que, siendo tentado en<br />

Isaac, ofreció a su unigénito, en quien le había hecho Dios sus<br />

promesas, y por quien le había dicho: la descendencia que<br />

procederá de Isaac será la tuya, en quien he de cumplir mi promesa;<br />

creyendo que, aun de entre los muertos, podía resucitarle<br />

Dios.» Y por eso añadió: «Que ésta fue igualmente la causa por qué le<br />

tomó por figura y semejanza.» ¿Y de quién sino de<br />

Aquel de quien dice el mismo Apóstol: «Que no, perdonó a su propio<br />

Hijo, sino que le entregó por la redención de todos<br />

nosotros»? Por eso también Isaac llevó, como el Señor su cruz, la<br />

leña a cuestas, sobre la cual le habían de poner en el lugar<br />

del sacrificio. Finalmente, porque no convino que muriese Isaac,<br />

después que ordenó Dios a su padre que no le quitase la vida,<br />

¿qué quiere significar aquel carnero que, habiéndole sacrificado, con<br />

la figura de su sangre se cumplió el sacrificio? Pues<br />

cuando le vio Abraham estaba asido y enzarzado con los cuernos en una<br />

mata: ¿a quién, pues, figuraba éste sino a Cristo<br />

nuestro Señor, que antes de ser sacrificado le coronaron los judíos<br />

con espinas?<br />

Pero dejemos eso y oigamos lo que nos dice el ángel: «Y echó Abraham<br />

mano al cuchillo para sacrificar a su hijo, y<br />

llamóle el ángel del Señor, y le dijo: Abraham; y éste respondió:<br />

Vedme aquí, Señor, ¿qué es lo que mandas? Y le dijo: No<br />

descargues tu mano sobre ese joven, ni le hagas daño, porque ahora he<br />

conocido que temes a tu Dios, pues por mi amor no<br />

has perdonado a tu querido hijo.» Ahora he conocido, quiere decir,<br />

ahora he hecho que conozcan lo que Dios no ignoraba.<br />

Después, habiendo sacrificado en lugar de su hijo Isaac al carnero,<br />

nombró Abraham, según dice la Escritura, a aquel<br />

lugar «el Señor ve», y, como dicen actualmente: «el monte en que el<br />

Señor apareció». Así como dijo: «Ahora he conocido», por<br />

decir: he hecho que conozcan, así también aquí «el Señor vio» debe<br />

entenderse el Señor apareció, esto es, hizo que le viesen:<br />

«Y llamó segunda vez el ángel del Señor a Abraham desde el cielo,<br />

diciendo: «Por mí mismo he jurado dice el Señor porque<br />

obedeciste mi mandato, y por mi amor no perdonaste a tu querido hijo,<br />

cierta e infaliblemente te echaré mi bendición y<br />

multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la<br />

arena de las playas; y tu descendencia poseerá las ciudades<br />

de sus enemigos, y todas los naciones de la tierra serán 'benditas en<br />

tu descendencia porque obedeciste mi voz.»<br />

De este modo, después del sacrificio que fue figura de Cristo,<br />

confirmó Dios también, con juramento<br />

aquella promesa de la Vocación de los gentiles en la descendencia de<br />

Abraham, pues en muchas ocasiones lo<br />

había prometido pero jamás lo había jurado. ¿Y qué es el juramento de<br />

Dios verdadero, y que dice siempre<br />

verdad, sino una confirmación de la promesa y una especial reprensión<br />

de nuestra infidelidad e incredulidad?<br />

Después de esto murió Sara a los ciento veintisiete años de su edad,<br />

y a los ciento treinta y siete de su marido, porque


la llevaba diez años, como dijo el mismo patriarca cuando Dios le<br />

ofreció un hijo de ella: «¡Que siendo ya de cien años he de<br />

tener un hijo, y siendo Sara de noventa ha de concebir!» Compró<br />

Abraham una heredad en que sepultó a su mujer, y entonces,<br />

según la relación de San Esteban, fijó su residencia en<br />

aquella tierra, porque comenzó a tener en ella posesiones<br />

heredadas por la muerte de su padre, quien, según conjeturas<br />

probables, falleció dos años antes.<br />

CAPITULO XXXIII<br />

De Rebeca, nieta de Nachor, con quien se casó, Isaac<br />

Después de esto, siendo Isaac ya de cuarenta anos, se casó con<br />

Rebeca, nieta de su tío Nachor, es a saber, a los<br />

ciento y cuarenta años de la edad de su padre, tres años después de<br />

muerta su madre.<br />

Y cuando para casarse con ella envió su padre a Mesopotamia un criado<br />

suyo, ¿qué otra cosa nos quiso significar<br />

cuando a este criado le dijo Abraham: «Llega tu mano a mi muslo y<br />

júrame por el Señor Dios del cielo y por el Señor: de la<br />

tierra que no tomarás ni recibirás por mujer para mi hijo Isaac a<br />

ninguna de las hijas de los Cananeos», sino que el Señor Dios<br />

del cielo y de la tierra había de venir hecho hombre, descendiendo de<br />

aquel tronco y de aquel muslo? ¿Acaso son pequeños<br />

estos indicios de la verdad profetizada que vemos cumplida en<br />

Jesucristo?<br />

CAPITULO XXXIII<br />

Qué significación tiene el que Abraham, después de la muerte, de<br />

Sara, se<br />

casó con Cethura<br />

¿Y qué quiere significar que Abraham, después de la muerte de Sara,<br />

contrajo matrimonio con Cethura? Lo cual por<br />

ningún motivo debemos sospechar que fue efecto de incontinencia,<br />

especialmente en una edad avanzada cual era la suya, y en<br />

una santidad de fe y virtudes como eran las que ilustraban a este<br />

patriarca. ¿Acaso pretendía todavía tener hijos teniendo ya<br />

por el inefable testimonio de la divina promesa una multitud tan<br />

dilatada de hijos por la estirpe de Isaac, significados en las<br />

estrellas del cielo y en la arena de la tierra?<br />

Pero si Agar e Ismael, según la doctrina del Apóstol de las gentes,<br />

San Pablo, significaron propiamente a los hombres<br />

carnales del Antiguo Testamento, ¿por qué causa Cethura y sus hijos<br />

no han de significar y representar del mismo modo los<br />

carnales que imaginan pertenecer al Nuevo Testamento? A las dos las<br />

llama la Escritura mujeres y concubinas de Abraham; pero<br />

a Sara jamás la llamó concubina, sino solamente mujer, en atención<br />

a que aun cuando Sara concedió a su esposo para el<br />

efecto de la procreación a su esclava Agar, dice el sagrado texto:<br />

«Tomó Sara, mujer de Abraham, a Agar, esclava suya,<br />

natural de Egipto, a los diez años de vivir Abraham en la tierra de<br />

Canaam, y se la dio a Abraham, su esposo, por mujer», y de<br />

Cethura, que la tomó en matrimonio después del fallecimiento de Sara,<br />

dice así: «Volvió Abraham a casarse otra vez con una<br />

mujer llamada Cethura.» Ved aquí cómo ambas se llaman mujeres y ambas<br />

se halla que fueron concubinas, porque añade<br />

después la Escritura: «Que dio Abraham toda su hacienda raíz a Isaac<br />

su hijo; y a los hijos de- sus concubinas les repartió una<br />

porción de los bienes muebles, separándolos de su hijo Isaac aun<br />

viviendo él y enviándolos hacia la tierra oriental.»<br />

Así que los hijos de las concubinas tienen algunos bienes, pero no<br />

heredan el reino prometido; ni los herejes, ni los


judíos carnales, porque a excepción de Isaac, no hay otro heredero:<br />

«ni los que descienden de Abraham, según la carne, son<br />

los hijos de Dios, sino los que son hijos y herederos de la divina<br />

promesa, esos mismos tiene Dios por descendientes y<br />

verdaderos hijos de Abraham, de quienes dice la Escritura: la<br />

descendencia que procederá de Isaac, esa será la tuya, en quien<br />

he de cumplir mi promesa.»<br />

En verdad no hallo razón para que Cethura, con quien casó después del<br />

fallecimiento de su mujer, se llame concubina,<br />

si no es por este misterio; pero el que no quisiere tomarlo bajo está<br />

significación, no por eso calumnie a Abraham. ¿Y quién<br />

podrá saber si Dios previó esto con su divina presciencia, contra las<br />

herejías que habían de suscitarse respecto de las<br />

segundas nupcias, para que en el padre y cabeza de muchas naciones,<br />

casándose segunda vez después de la muerte de su<br />

mujer, se nos manifestase con toda evidencia que no era pecado?<br />

Murió, pues, Abraham siendo de ciento setenta y cinco años», y dejó,<br />

según este cálculo, a su hijo Isaac en la edad de<br />

setenta y cinco años, supuesto que le tuvo en la de ciento.<br />

CAPITULO XXXIV<br />

Que nos significó el Espíritu Santo en los gemelos estando aún<br />

encerrados<br />

en el vientre de su madre<br />

Vemos ya desde ahora cómo van discurriendo los tiempos de la Ciudad<br />

de Dios por los descendientes de Abraham,<br />

desde el primer año de la vida de Isaac hasta los sesenta en que tuvo<br />

hijos.<br />

Es digno de nuestra admiración que, suplicando este santo patriarca a<br />

Dios le concediese sucesión en su esposa, que<br />

era estéril, y condescendiendo el Señor a su petición, y, por<br />

consiguiente, habiendo concebido Rebeca, los gemelos luchaban<br />

entre sí estando aún encerrados en el vientre de su madre, y teniendo<br />

ella un grande pesar por esta novedad, preguntó al<br />

Señor la causa de ello, quien le respondió: «Dos naciones traes en tu<br />

vientre y dos pueblos se dividirán en tus entrañas: el uno<br />

vencerá al otro y el mayor servirá al menor.» En cuyo vaticinio<br />

quiere el Apóstol San Pablo que se nos dé a entender un gran<br />

documento sobre la gracia, porque antes que naciesen ni, practicasen<br />

acción buena ni mala, sin tener méritos algunos<br />

recomendables, eligió Dios al menor, reprobando al mayor, siendo<br />

iguales en el pecado original y sin tener ninguno de ellos pecado<br />

propio.<br />

No nos permite ahora el orden y objeto de esta obra alargarnos ea<br />

este punto, especialmente habiendo raciocinado<br />

sobre él lo bastante en otros libros. Aquellas palabras, donde dice<br />

«el mayor servirá al menor», casi ninguno de nuestros santos<br />

doctores las han entendido de otra forma, sino que el mayor pueblo de<br />

los judíos había de servir al pueblo menor dé los cristianos.<br />

Y en realidad de verdad, aunque puede parecer que se cumplió<br />

esto en la nación de los idumeos, la cual descendía del<br />

mayor, que tuvo dos nombres (porque se llamaba Esaú y Edom, de donde<br />

se dijeron los idumeos), dado que después de algún<br />

tiempo había de ser vencida por el pueblo que descendía del menor,<br />

esto es, del pueblo de Israel, a quien había de estar sujeta;<br />

sin embargo, con más justa causa se cree que algún objeto de mayor<br />

entidad se enderezó esta profecía: que un pueblo<br />

vencerá al otro y el mayor servirá al menor. ¿Y qué es esto sino lo<br />

que vemos claramente que se verifica en los judíos y los<br />

cristianos?<br />

CAPITULO XXXVI


De la profecía y bendición que recibió Isaac, del mismo modo que su<br />

padre, la cual fue por respeto a los méritos y<br />

caridad del mismo padre<br />

Recibió también Isaac una profecía como la había recibido en<br />

diferentes ocasiones su padre, de la cual dice así la<br />

Escritura: «Sobrevino en la tierra una hambre, además de la que<br />

sobrevino en tiempo de Abraham, y se trasladó Isaac a<br />

Gerara, donde gobernaba Abimelech, rey de los filisteos, y<br />

apareciéndosele el Señor, le dijo: No desciendas a Egipto, pero<br />

habita en la tierra que yo te señalare; vive en esta tierra; yo<br />

estaré contigo y te echaré mi bendición, porque a ti y a tus descendientes<br />

tengo de dar toda esta tierra y cumpliré el juramento que<br />

hice a tu padre Abraham; multiplicaré tu descendencia como<br />

las estrellas del cielo, les daré toda esta tierra y serán benditas<br />

en tu descendencia todas las naciones de la tierra, porque<br />

obedeció Abraham a mi voz, observó mis preceptos, mis mandatos, mis<br />

justificaciones y mis leyes.» Este patriarca tuvo otra<br />

mujer ni concubina alguna, sino que se contentó con la descendencia<br />

que tuvo en los dos gemelos que de un parto le dio a luz<br />

su esposa. También receló que la hermosura de ésta padeciese algún<br />

peligro viviendo entre extraños, e hizo lo que su padre,<br />

publicando que era su hermana y ocultando el que era su mujer, la que<br />

era asimismo parienta suya de parte de su padre y de<br />

su madre; pero, sin embargo, quedó intacta y libre de la liviandad de<br />

los extraños, sabido ya que era su mujer.<br />

No debemos, sin embargo, preferirle y anteponerle a su padre porque<br />

no conoció a otra que a su mujer propia; y, sin<br />

duda, los méritos de la fe, obediencia y sumisión de su padre, pues<br />

dice Dios que, por respeto a él, hace a Isaac los beneficios<br />

que le dispensa. «Serán benditas, dice, en tu descendencia todas las<br />

naciones de la tierra, porque obedeció Abraham a mi voz<br />

y guardó mis preceptos, mis mandatos, mis justificaciones y mis<br />

leyes.; y en otra profecía: «Yo, dice, soy Dios de Abraham, tu<br />

padre; no temas, porque yo estaré contigo; te he echado mi bendición<br />

y multiplicaré tu descendencia por respeto y afecto a tu<br />

padre Abraham.; para que entendamos lo primero cuán castamente hizo<br />

Abraham lo que los impuros y lascivos, que pretenden<br />

'justificar sus liviandades con la autoridad de las sagradas letras,<br />

creen que practicó por efecto de algún apetito torpe; lo<br />

segundo, para que también sepamos cómo hemos de comparar las personas<br />

entre sí, no por alguna cualidad o prenda singular<br />

que cada uno tenga particularmente, sino que en cada uno debemos<br />

considerarlo y ponderarlo todo; porque puede suceder<br />

que uno tenga en su vida y costumbres cierta gracia, en que se<br />

aventaje a otro y que ésta sea mucho más excelente que<br />

aquella en que el otro le excede.<br />

Y así, aunque con sano y cuerdo juicio, se prefiera la continencia al<br />

matrimonio, sin embargo, es mejor el hombre fiel<br />

casado que el infiel continente. Pues el infiel no sólo es menos<br />

dignó de elogio, sino muy reprensible.<br />

Supongamos a ambos fieles y buenos; aun así, seguramente es mejor el<br />

casado fiel y obediente a Dios que el<br />

continente de menos fe e incrédulo y menos obediente; pero si en las<br />

demás cualidades son iguales, ¿quién duda preferir el<br />

continente casado?<br />

CAPITULO XXXVII<br />

Lo que se figura místicamente en Esaú y Jacob<br />

Los dos hijos de Isaac, Esaú y Jacob, igualmente iban creciendo; pero<br />

la primogenitura del mayor se transfiere al menor<br />

por pacto y convención que hubo entre ellos; porque al mayor le<br />

acometió un desordenado apetito de comer lentejas, que el<br />

menor había condimentado para sí; y por ellas vendió a su hermano,<br />

con juramento, su derecho de primogenitura. En cuyo


ejemplo se nos enseña y advierte cómo puede ser uno culpable en la<br />

comida, no por la diferencia del manjar, sino por la<br />

demasiada ansia y antojo de él.<br />

Llega a la vejez Isaac, y con ella pierde la vista; quiere bendecir a<br />

su hijo mayor, y en lugar de él, ignorándolo, bendice<br />

al menor; quien, porque su hermano mayor era velloso, acomodándose<br />

unas pieles de cabrito, como quien se carga y lleva<br />

pecados ajenos, se sometió y dejó tocar de las manos de su padre.<br />

Esta cautela de Jacob, para que no creyésemos que era<br />

fraudulenta y engañosa y no dejásemos de buscar en ella el misterio<br />

de un célebre arcano, nos la advirtió ya arriba la Escritura,<br />

diciendo: «Que Esaú era muy aficionado a. la caza y a estar en el<br />

campo, y Jacob, hombre sencillo, amigo de vivir en casa»;<br />

esto es, según el sentir de algunos doctores, sin fraude ni malicia.<br />

Pero aunque se diga sin engaño o sencillo, mejor dicho, sin<br />

ficción, que en griego se dice aplastos, ¿cuál es el engaño que<br />

cometió en tomar este hombre sin dolo la bendición? ¿Qué<br />

engaño hay en este hombre sencillo? ¿Qué ficción en éste, que no,<br />

miente, sino un profundo misterio de la misma verdad?<br />

Veamos cuál es la bendición: «¡Oh!, el olor de mi hijo, dice, es como<br />

el olor y fragancia que echa de sí un campo cultivado, a<br />

quien Dios hizo fértil y alegre; déte, pues, Dios el rocío del cielo.<br />

y de la fertilidad de la tierra abundancia de trigo y de vino;<br />

sírvante las gentes, adórente los príncipes, seas señor de tu hermano<br />

y adórente los hijos de tu padre, sea maldito el que te<br />

maldijere y bendito el que te bendijere.»<br />

La bendición de Jacob es la predicación de Jesucristo a todas las<br />

gentes. Esto es lo que se hizo, esto es lo que se<br />

realiza. La ley y la profecía están en Isaac; y también por boca de<br />

los judíos bendice ¡a ley a Jesucristo, aun, que ellos no lo<br />

saben, porque no saben ni entienden la ley. Llénase el mundo como un<br />

campo del olor y fragancia del nombre de Cristo, su<br />

bendición es del rocío del cielo, esto es, de la lluvia y riego de la<br />

palabra divina, y de la abundancia y fertilidad de la tierra, esto<br />

es, de la congregación de las gentes y naciones; suya es la riqueza<br />

del trigo y del vino, esto es, la muchedumbre que va<br />

juntando y recogiendo el trigo y el vino en el adorable Sacramento de<br />

su Santísimo Cuerpo y Sangre; él es a quien sirven, las<br />

gentes, a quien adoran los príncipes; él es el Señor de su hermano,<br />

porque su pueblo domina a los judíos; él es a quien<br />

veneran y tributan culto los hijos de su Padre, esto es, los hijos de<br />

Abraham según la fe, porque también él es hijo de Abraham<br />

según la carne; el que le maldijere es maldito, y quien le bendijere,<br />

bendito.<br />

Digo que a este nuestro Señor Jesucristo los mismos judíos, aunque<br />

equivocados, sin embargo, mientras cantan y<br />

blasonan la ley y los profetas le bendicen, esto es, verdaderamente<br />

le proclaman, imaginando que bendicen a otro, a quien por<br />

equivocación o engaño esperan.<br />

Ved aquí que volviendo el mayor por la bendición prometida, se pasma<br />

Isaac, y advirtiendo que había bendecido a uno<br />

por otro, se admira, y pregunta quién es aquel a quien bendijo; con<br />

todo, no se queja de haber sido engañado; al contrario,<br />

habiéndose revelado en su interior' este misterio tan grande, excusa<br />

y ataja la indignación y enojo, y confirma la bendición:<br />

«¿Quién es, dice, el que fue a caza, me la trajo, me la introdujo<br />

aquí, y comí de todo antes que tú vinieses, y le bendije, y<br />

quedará bendito?» ¿Quién no aguardaría aquí una maldición de un<br />

hombre enojado si no se hiciera todo por inspiración divina,<br />

y no por traza humana? ¡Oh sucesos, pero sucesos encaminados 'con<br />

espíritu profético en la tierra, mas por orden del cielo;<br />

manejados por los hombres, pero guiados por el Divino Espíritu!<br />

Si quisiéramos examinar cada palabra de por sí, está todo tan lleno<br />

de misterios, que fuera necesario escribir muchos<br />

libros; pero habiendo de poner modo y tasa con moderación a esta<br />

obra, es fuerza que caminemos a otros asuntos.


CAPITULO XXXVIII<br />

Cómo enviaron sus padres a Jacob a Mesopotamia para que se casase<br />

allí, y de la visión que vio soñando en el<br />

camino, y de sus cuatro mujeres, habiendo pedido no más de una<br />

Envían sus padres a Jacob a Mesopotamia para que allí contraiga<br />

matrimonio; las palabras que le dice el padre son<br />

éstas: «Mira, hijo, que no te cases con ninguna de las hijas de los<br />

cananeos; anda, y ve a Mesopotamia a casa de Batuel, tu<br />

abuelo, padre de tu madre, y allí tomarás por mujer a alguna de las<br />

hijas de Labán, tu tío, hermano de tu madre; y ruego a mi<br />

Dios que te eche su bendición, y te acreciente y multiplique, y seas<br />

cabeza y caudillo de las gentes, y te dé la bendición de tu<br />

padre Abraham a ti y a tu descendencia después de ti, para que<br />

heredes y poseas la tierra en que vives, la cual prometió Dios<br />

a Abraham.»<br />

Aquí ya vemos distinta y separada la descendencia de Jacob de la otra<br />

descendencia de Isaac, que principia en Esaú.<br />

Porque cuando dijo Dios: «En Isaac has de tener la descendencia que<br />

te he prometido», que es la que pertenece a la Ciudad<br />

de Dios, entonces hizo allí distinción y separación de la otra<br />

descendencia de Abraham, por el hijo de la esclava, y de la que<br />

había de ir después por los hijos de Cethura, pero todavía 'estaba<br />

aquí en duda en los dos gemelos ,hijos de Isaac, si aquella<br />

bendición pertenecía a ambos o uno de ellos, y si al uno, a cuál lo<br />

que se declara y especifica aquí bendiciendo su padre<br />

proféticamente a Jacob y diciéndole que sea cabeza y caudillo de las<br />

gentes, y que le dé Dios la bendición de su padre<br />

Abraham.<br />

Caminando, pues, Jacob a Mesopotamia tuvo una revelación en sueños,<br />

la cual refiere así la Escritura: «Partiendo,<br />

pues, Jacob de Bersabé, que significa fuente o pozo del juramento,<br />

caminó para Charra, y llegando casualmente a cierto lugar,<br />

queriendo descansar después de ponerse el sol, tomó una de las<br />

piedras que había allí, y acomodándola debajo de su cabeza,<br />

durmió en aquel lugar, y soñó y vio una escalera fijada en la tierra,<br />

cuya punta se elevaba hasta tocar en el Cielo, que los<br />

ángeles de Dios subían y bajaban por ella, que el Señor estaba<br />

apoyado sobre ella, y le dijo: Yo soy Dios de tu padre Abraham,<br />

y Dios de Isaac; no temas; la tierra en que duermes te la he de<br />

dar a ti y a tu descendencia, y será tu posteridad tan<br />

dilatada y numerosa como la arena de, la tierra, y se extenderá hacia<br />

el mar occidental, hacia el Oriente, al Septentrión y al<br />

Mediodía.; y en ti y en tu descendencia vendrán a ser benditas todas<br />

las tribus y familias de la tierra. Advierte que yo estaré<br />

contigo, te guardaré por cualquier parte que vayas, te volveré a está<br />

tierra, y no te desampararé hasta que cumpla todo lo que<br />

te he prometido. Y despertando Jacob de su sueño, dijo: El Señor está<br />

en este lugar, y yo lo ignoraba; y temeroso, añadió:<br />

Cuán terrible es este lugar; no hay aquí más que la casa de Dios y la<br />

puerta del Cielo. Levantóse Jacob y tomó el canto que<br />

había tenido por cabecera, levantóle, y le fijó como padrón para<br />

perpetua memoria de los siglos venideros; derramó aceite<br />

sobre él, y puso por nombre a aquel lugar Bethel, o casa de Dios.»<br />

Estas expresiones encierran, una profecía, y no debemos<br />

entender que, como idólatra, derramó aquí el aceite Jacob sobre la<br />

piedra, consagrándola como si fuese Dios, porque ni adoró<br />

a la piedra ni la ofreció sacrificio, sino que así como el nombre de<br />

Cristo se deriva de crisma, esto es, de la unción, sin duda<br />

figuró aquí algún misterio que pertenece a este grande Sacramento. Y<br />

esta escalera parece que es la que nos trae a la memoria<br />

el mismo Salvador en el Evangelio, donde, habiendo dicho de<br />

Nathanael: «Ved aquí al verdadero israelita en quien no hay


fraude ni engaño, porque Israel, que es el mismo Jacob, es el que vio<br />

esta, visión, y añade: «Con toda verdad os digo que<br />

habéis de ver abrirse el Cielo, subir y bajar los ángeles de Dios<br />

sobre el hijo del hombre.»<br />

Caminó, pues, Jacob a Mesopotamia para casarse allí. Y refiere la<br />

Escritura cómo sucedió el llegar a tener cuatro<br />

mujeres, en quienes tuvo doce hijos y una hija, sin haber deseado<br />

ilícitamente a ninguna de ellas, porque vino con intención de<br />

casarse con una; pero como le supusieron una por otra, tampoco<br />

desechó aquélla, y siendo en tiempo que ninguna ley prohibía<br />

tener muchas mujeres, vino a recibir también por mujer a aquella a<br />

quien solamente había dado palabra y fe del futuro<br />

matrimonio, la cual, siendo estéril, dio a su marido una esclava suya<br />

para tener hijos de ella, e imitando esto, su hermana mayor,<br />

aunque ya había concebido y dado a luz, hizo otro tanto, porque<br />

deseaba tener muchos hijos.<br />

No se lee, pues, que pidiese Jacob sino una, ni conoció carnalmente a<br />

muchas, sino con el fin de procrear hijos,<br />

guardando su respectivo privilegio al matrimonio, de conformidad que<br />

aun esto no lo hubiese hecho si sus mujeres, que tenían<br />

legítima potestad sobre su marido, no se lo rogaran.<br />

Tuvo Jacob en sus cuatro, mujeres doce hijos y una hija; después<br />

entró en Egipto, porque su hijo José, habiendo sido<br />

vendido por sus envidiosos hermanos y conducido a Egipto, llegó a<br />

conseguir aquí grande elevación y dignidad.<br />

CAPITULO XXXIX<br />

Por qué razón Jacob se llamó también Israel<br />

Llamábase Jacob, como dije poco antes, por otro nombre Israel, de<br />

cuyo nombre se llamó más comúnmente el pueblo<br />

que descendió de él, el cual se lo puso el ángel cuando luchó con él<br />

en el camino, al tiempo de regresar de Mesopotamia, y<br />

aquel ángel fue ciertamente figura de Cristo; porque el haber<br />

prevalecido Jacob contra él, que fue, sin duda, queriéndolo él, por<br />

figurar el misterio, significa la, pasión de Cristo, donde, al<br />

parecer, prevalecieron contra él los judíos, y con todo, alcanzó la<br />

bendición del mismo ángel que había vencido.<br />

La imposición de este nombre fue, pues, su bendición, porque Israel<br />

quiere decir el que ve a Dios, lo cual vendrá a ser<br />

al fin el premio de todos los santos.<br />

Y el mismo ángel le tocó o hirió en lo más ancho del muslo, y de esta<br />

manera le dejó cojo; así que, un mismo Jacob era<br />

el bendito v el cojo: bendito, en los que del mismo pueblo creyeron<br />

en Cristo, y cojo, en los fieles que no creyeron; porque lo<br />

ancho del muslo es la multitud y multiplicación de su descendencia, y<br />

más son los que hay en dicha descendencia, de quienes<br />

proféticamente dice la Escritura «que cojean y yerran, separándose de<br />

sus caminos y sendas».<br />

CAPITULO XL<br />

Como dice la Escritura que Jacob entró en Egipto con setenta y cinco<br />

personas, si muchos de los que refiere nacieron<br />

'después que él entró<br />

Refiere la Escritura que entraron en Egipto, en compañía de Jacob,<br />

setenta y cinco personas, inclusos él y sus hijos, en<br />

cuyo número se refieren solamente dos mujeres, la una hija, y la otra<br />

nieta. Pero considerado atentamente, no parece que hubo<br />

tanto número en la familia de Jacob el día o el año que entró en<br />

Egipto, porque en él se cuentan también los bisnietos de José,<br />

que no pudieron haber nacido entonces, porque en aquella ocasión<br />

tenía Jacob ciento treinta años, y su hijo José treinta y


nueve, quien contando que se casó con la hija de Putifar a los<br />

treinta o más años, ¿cómo, pudo en nueve años tener bisnietos<br />

de los hijos que tuvo de aquella mujer? Así que, no teniendo hijos<br />

Efraín ni Manasés, hijos de José, pues cuando entró Jacob en<br />

Egipto los halló de menos de nueve años, ¿cómo cuentan, no sólo los<br />

hijos, sino también sus nietos en las setenta y cinco<br />

personas que entraron entonces en Egipto con Jacob? Porque ponen allí<br />

a Machir, hijo de Manasés, nieto de José, Y al hijo del<br />

mismo Machir, esto es, a Galaad, nieto de Manasés, bisnieto de José.<br />

Allí se halla también otro que procreó Efraín, el otro hijo de<br />

José es a saber, Utalaán, nieto de José; y allí estaba también<br />

Bareth, hijo de este Utalaán, es decir, nieto de 'Efraín, bisnieto de<br />

José, los cuales por ninguna razón pudieron haber nacido cuando vino<br />

Jacob a Egipto y halló a sus nietos, los hijos de José,<br />

abuelos de estos niños, de menos de nueve años. Pero, realmente, la<br />

entrada de Jacob en Egipto, cuando refiere la Escritura<br />

que entró con setenta y cinco personas, no es un día o un año, sino<br />

todo el tiempo que vivió José, por quien sucedió que<br />

tuviesen entrada en aquella tierra, porque del mismo José habla así<br />

el sagrado texto:<br />

«Habitó José en Egipto, sus hermanos y toda la casa de su padre;<br />

vivió ciento diez años, y vio José los hijos de Efraín<br />

hasta la tercera generación. Este es un tercer nieto de Efraín, por<br />

que tercera generación llama al hijo nieto y bisnieto. Después<br />

prosigue diciendo: «Y los hijos de Machir, hijo de José, nacieron<br />

sobre las rodillas de José»; y éste es el mismo nieto de Manasés,<br />

bisnieto de José, aunque le nombra en plural, como acostumbra<br />

la Escritura, que a una hija de Jacob llama también hijas,<br />

así como en el idioma latino suelen decir liberi en plural a los<br />

hijos, aunque no haya más que uno.<br />

Así, pues, cuando se celebra la felicidad de José porque pudo ver sus<br />

bisnietos, de ningún modo debemos entender<br />

que habían nacido a los treinta y nueve años de su bisabuelo José,<br />

cuando vino a visitarle a Egipto su padre Jacob.<br />

Lo que engaña a los que miran esto con menos atención es lo que dice<br />

la Sagrada Escritura: «Estos son los nombres<br />

de los hijos de Israel que entraron en Egipto juntamente con Jacob,<br />

su padre»; y como se cuentan setenta y cinco personas, lo<br />

dice no porque fueran con Jacob todas ellas cuando él entró en<br />

Egipto, sino, como, ya insinué, porque tiempo de su entrada lo<br />

llama todo el que vivió José por quien parece que fue a aquella<br />

tierra.<br />

CAPITULO XLI<br />

De la bendición que, Job echó a su hijo Judas<br />

Si por causa del pueblo cristiano, donde la Ciudad de Dios anda<br />

peregrinando en la tierra, buscásemos la genealogía,<br />

según la carne, de nuestro Señor Jesucristo en los hijos de Abraham,<br />

dejados a un lado los de las concubina, se nos presenta<br />

Isaac; si en los hijos de Isaac, omitido Esaú, que también se llama<br />

Edón, se nos ofrece Jacob, que se llama igualmente Israel, si<br />

en los del mismo Israel, dejados los demás, se nos ofrece Judas,<br />

porque de la tribu de Judá nació Cristo; y así, queriendo va<br />

Israel morir en Egipto bendiciendo a sus hijos, veamos como<br />

proféticamente bendijo a Judas: «¡Oh Judas!, dice, a ti te alabarán<br />

tus hermanos; tus manos prevalecerán sobre la cerviz de tus enemigos;<br />

a ti te adorarán los hijos de tu padre; como un león<br />

cachorro será Judas. Subsiste, hijo mío, del renuevo, te recostaste y<br />

dormiste cómo león y como cachorro de león. ¿Quién le<br />

despertará? No faltará príncipe de Judá ni caudillo de su linaje<br />

hasta que vengan todos los sucesos que le están guardados; y él<br />

será el que aguardarán, las gentes, el que, atará su pollino a la<br />

vid, y con un cilicio en el pollino de su burra; lavara en vino su<br />

vestidura, y en la sangre de la uva su manto; rubicundos serán sus<br />

ojos por el vino, y sus dientes más blancos que la leche.»


Este vaticinio le tengo ya declarado, disputando contra el maniqueo<br />

Fausto, y juzgo que es bastante, según esta clara la<br />

verdad de esta profecía, en la que asimismo se presagió la muerte de<br />

Cristo en la palabra dormir; y el poder no la necesidad<br />

que tuvo de sufrir muerte tan afrentosa, en el nombre del león, cuya<br />

potestad la declara el mismo Salvador en el Evangelio,<br />

cuando dice: «Tengo potestad de dejar mi alma, y potestad tengo para<br />

volverla a tomar; nadie me la quita, sino que yo<br />

voluntariamente la dejo y la vuelvo a tomar.» De esta manera bramó el<br />

león; de esta manera cumplió lo que dijo, porque a esta<br />

potestad pertenece lo que sigue de su resurrección. «¿Quién le<br />

despertará?» Esto es, ninguno de los hombres, sino él mismo,<br />

que dijo de su cuerpo: «Destruid este templo que veis, y en tres días<br />

le volveré a levantar.» Y el género de muerte, esto es, la<br />

muerte en cruz, en una palabra se entiende donde dice «subsiste» Y lo<br />

que añade: «Te recostaste y dormiste», lo declara el<br />

Evangelista cuando dice: «Que, inclinando la cabeza dio su espíritu»,<br />

o, a lo menos, se nos manifiesta e indica su sepultura<br />

donde se recostó cuando durmió, y de donde ningún hombre le resucitó,<br />

así como los profetas resucitaron a algunos, a como el<br />

mismo Señor lo practicó con otros, sino que él mismo, desde allí, se<br />

levantó como de un sueño. Y su vestidura la lava en vino,<br />

esto es, la limpia de los pecados con su sangre, cuyo misterio y<br />

efectos sobrenaturales de esta sangre conocen los bautizados, y<br />

por eso añade: «Y en la sangre de la uva su manto.» ¿Qué manto y qué<br />

vestidura es ésta sino la Iglesia? Y los ojos encendidos<br />

y rubicundos del vino, ¿qué son sino sus hombres espirituales<br />

embriagados con la bebida de su cáliz?, de quien dice el real<br />

profeta: «Tu cáliz que embriaga, ¡cuán hermoso y agradable es.» Y sus<br />

dientes, más blancos que la leche, la cual beben, según<br />

el Apóstol, los pequeñuelos, son las palabras con que se sustentan<br />

los pequeñuelos que no son idóneos para gustar de manjar<br />

más sólido. Así que en él es en quien estaban depositadas y guardadas<br />

las promesas de Judas; y hasta que llegó el tiempo en<br />

que se habían de cumplir, nunca faltaron de aquel tronco y linaje<br />

príncipes, esto es, reyes de Israel, y él es la expectativa de las<br />

gentes, lo cual más fácilmente puede verse por los ojos que<br />

declararlo con palabras.<br />

CAPITULO XLII<br />

De los hijos de Joseph, a quien bendijo Jacob cruzando proféticamente<br />

sus<br />

manos<br />

Así como los dos hijos de Isaac, Esaú y Jacob, figuraron dos pueblos;<br />

los judíos y los cristianos, aunque, según la<br />

carne, ni los judíos descendieron, de Esaú, sino los idumeos, ni la<br />

nación cristiana descendió de Jacob, sino los judíos; pues<br />

para esto solamente valió la figura que dice la Escritura: «Que el<br />

mayor servirá al menor»; así sucedió también en los dos hijos<br />

de Joseph, puesto que el mayor fue figura de los judíos y el menor de<br />

los cristianos, a los cuales, bendiciendo Jacob, puso la<br />

mano derecha sobre el menor, que tenía a su izquierda, y la izquierda<br />

sobre el mayor, que tenía a su derecha. Pareciéndole<br />

pesada y contraria al destino esta acción de Jacob a Joseph, advirtió<br />

a su padre, como corrigiendo su error, y le manifestó cuál<br />

de ellos era el mayor. Sin embargo, Jacob no quiso mudar las manos,<br />

sino dijo: «Bien lo sé, hijo, bien lo sé, y aunque también<br />

éste ha de crecer en pueblo, y será ensalzado, su hermano menor ha de<br />

ser mayor que él, y su descendencia vendrá a multiplicarse<br />

y componer una infinidad, de naciones;» Del mismo modo<br />

muestran aquí estos dos aquellas promesas, porque aquél<br />

crecerá en pueblo, y éste en muchedumbre de gentes. ¿Qué cosa más<br />

evidente que estas dos promesas comprendan el<br />

pueblo de Israel y el orbe de la tierra en la descendencia de


Abraham, aquél según la carne, y éste según la fe?<br />

CAPITULO XLIII<br />

De los tiempos, de Moisés, de Josué y de los jueces, y después de los<br />

reyes, entre los cuales, aunque Saúl es el primero,<br />

David, por el sacramento y mérito; es tenido por el principal<br />

Muerto. Jacob y muerto también Joseph en, los ciento cuarenta y<br />

cuatro 'años siguientes que transcurrieron hasta que<br />

salieron de 'Egipto, creció maravillosamente aquella gente, aun<br />

oprimida con tantas persecuciones, que llegaron hasta matarles<br />

los hijos que les nacían varones, teniendo miedo los egipcios,<br />

admirados de ver el acrecentamiento y multiplicación de aquel<br />

pueblo.<br />

Entonces a Moisés, que había escapado por industria de sus padres de<br />

las manos de los que impíamente quitaban la<br />

vida a los niños, le criaron en la casa del rey, preparando Dios en<br />

él grandes sucesos y siendo adoptado por la hija de Faraón,<br />

que así se llamaban en Egipto todos los reyes, llegó a ser tan<br />

excelente y heroico, que saco aquella nación, que<br />

prodigiosamente se, había multiplicado, del durísimo y gravísimo yugo<br />

de la servidumbre que allí padecía, o, por mejor decir, la<br />

sacó Dios por su medio, como se lo había prometido a Abraham.<br />

Porque primero refieren que huyó de allí a la tierra de Madián, pues<br />

por defender a un israelita mató a un egipcio, y del<br />

miedo que concibió por este hecho, huyó.<br />

Después, enviándole, Dios con la correspondiente potestad, y<br />

auxiliado del Divino Espíritu, venció a los magos de<br />

Faraón que se le opusieron. Entonces hizo venir sobre los egipcios<br />

aquellas diez tan famosas plagas, porque no querían dar<br />

libertad al pueblo de Dios, convirtiéndoles el agua en sangre,<br />

enviándoles ranas, cínifes y moscas, mortandad a su ganado,<br />

llagas, granizo, langostas, tinieblas y muerte de los primogénitos;<br />

finalmente, viéndose quebrantados los egipcios con tantas y tan<br />

ruinosas plagas libertaron, en fin a los israelitas, y,<br />

persiguiéndolos por el mar Bermejo, vinieron a perecer; porque a los<br />

que<br />

huían se les abrió el mar, y les proporciono paso franco, y a los que<br />

les perseguían, volviendo a juntarse las aguas, los<br />

sumergió en su seno Después, por espacio de cuarenta años anduvo el<br />

pueblo de Dios peregrinando por el desierto bajo la<br />

dirección de su caudillo Móisés, cuando dedicaron el tabernáculo del<br />

testimonio, donde servían a Dios con sacrificios que<br />

significaban las cosas futuras, después de haber recibido la ley en<br />

el monte con grande terror y espanto; porque daba fe y la<br />

confirmaba Dios por medio de maravillosas señales y voces. Lo cual<br />

sucedió luego que salieron de Egipto, y el pueblo empezó<br />

a vivir en el desierto cincuenta días después de haber celebrado la<br />

Pascua con la inmolación y sacrificio del Cordero, que es<br />

figura de Jesucristo, anunciándonos que, por su pasión y muerte,<br />

había de pasar de este mundo a su Padre (porque Pascua en<br />

el idioma hebreo significa paso o tránsito). Cuando ya fue revelado<br />

el Nuevo Testamento, después de sacrificado Cristo, nuestra<br />

Pascua consiste en que al quincuagésimo día descendió del Cielo el<br />

Espíritu Santo, llamado en el Evangelio dedo de Dios, para<br />

recordarnos 'tal hecho que primero precedió en figura, porque también<br />

refieren que las Tablas de la Ley se escribieron con el<br />

dedo de Dios,.<br />

Muerto Moisés, gobernó aquel pueblo Jesús Nave y le introdujo en la<br />

tierra de promisión, la dividió y repartió al pueblo.<br />

Estos dos maravillosos caudillos y capitanes hicieron también con<br />

extraordinaria prosperidad la guerra, manifestándoles Dios<br />

que les concedía aquellas victorias, no tanto por los méritos del<br />

pueblo hebreo como por los pecados de las naciones que<br />

conquistaban.


Después de estos caudillos, estando ya el pueblo establecido en la<br />

tierra de promisión, sucedieron en el gobierno los<br />

jueces, para que se le fuese verificando a Abraham la primera promesa<br />

de una nación, esto es, de la hebrea, y de la posesión<br />

de la tierra de Canaam, aunque todavía no de todas las gentes, y de<br />

todo el orbe de la tierra, lo cual había de cumplir la venida<br />

de Cristo en carne mortal; y no las ceremonias de la ley antigua,<br />

sino la fe del Evangelio era quien debía dar cumplimiento a este<br />

vaticinio; lo cual fue prefigurando en que introdujo al pueblo en la<br />

tierra de promisión no Moisés, que recibió la ley para el<br />

pueblo en el monte Sina, sino Jesús, llamado así porque Dios le<br />

ordenó mudar el nombre que antes tenía. En tiempo de los<br />

jueces, según la disposición de los pecados del pueblo y la<br />

misericordia de Dios, tuvieron a veces prósperos, y a veces<br />

adversos, los sucesos de la guerra.<br />

Enseguida de éstos vinieron los tiempos de los reyes, entre quienes<br />

el primero que reinó fue Saúl al cual, reprobado,<br />

roto, vencido y humillado en una batalla, y desechada su casa y<br />

descendencia para que de ella no procediesen ya reyes,<br />

sucedió en el reino David, del que Cristo fue llamado especialmente<br />

hijo. En David se hizo una pausa, y en cierto modo principió<br />

la juventud del pueblo de Dios, conforme a lo cual corrió una sola<br />

adolescencia desde Abraham hasta ésta de David, porque no<br />

en vano el evangelista San Mateo nos refirió de esta forma las<br />

generaciones, y este primer intervalo es, a saber, desde<br />

Abraham hasta David, le distribuyó ,en catorce generaciones, mediante<br />

a que en la adolescencia empieza el hombre a ser idóneo<br />

para la generación, por cuyo motivo el catálogo de las<br />

generaciones comenzó desde Abraham, a quien también destinó<br />

Dios para padre de muchas naciones cuando le mudó el nombre.<br />

Así que antes de Abraham, según esto, fue como una puericia y niñez<br />

del pueblo de Dios, esto es, desde Noé hasta el<br />

mismo Abraham, y por eso se habló entonces la primera lengua, esto<br />

es, la hebrea, porque desde la pubertad principia el<br />

hombre a hablar pasada la infancia, la cual se llamó así porque no<br />

puede hablar. Esta edad primera la consume y sepulta el<br />

olvido? no de otro modo que consumió a la primera edad del linaje<br />

humano el Diluvio porque ¿quién hay que se acuerde de<br />

su infancia?<br />

Por esta razón en el discurso de es de Dios, así como el libro<br />

anterior contiene una edad, la primera, así éste<br />

comprende dos, la segunda y la tercera; y en ésta por la vaca de tres<br />

años, la cabra de tres años y el carnero de tres años, se<br />

impuso el yugo de la ley y se descubrió la abundancia de los pecados,<br />

y tuvo su principio el reino terrenal, donde no faltaron<br />

algunos hombres puros, cuyo sacramento y misterio se figuró en la<br />

tórtola y en la paloma.<br />

LIBRO DECIMOSEPTIMO<br />

LA CIUDAD DE DIOS HASTA CRISTO<br />

CAPITULO PRIMERO<br />

En que se trata de los tiempos en que florecieron los profetas<br />

Las promesas que Dios hizo a Abraham (a cuya descendencia sabemos que<br />

pertenecen por la divina palabra, no sólo<br />

la nación israelita, según la carne, sino también las naciones, según<br />

la fe), se van cumpliendo exactamente, como lo ha<br />

manifestado el discurso que va haciendo la Ciudad de Dios, conforme<br />

al orden de los tiempos.<br />

Y por cuanto en el libro precedente llegamos hasta el reino de David,<br />

comenzaremos a proseguir desde él la relación<br />

de todos los sucesos que parecieren suficientes para esta obra, con<br />

los demás que se sigue.


Todo el tiempo transcurrido desde que el Santo Samuel principió a<br />

profetizar y consecutivamente, hasta que el pueblo<br />

de Israel fue conducido cautivo a Babilonia, y asimismo hasta que,<br />

según la profecía del Santo Jeremías, regresados a su tierra<br />

los israelitas al cabo de setenta años, se restauró la casa del<br />

Señor, todo este tiempo es el de los profetas. Pues aunque el mismo<br />

patriarca Noé, en cuyos días pereció toda la tierra con el Diluvio<br />

universal, y otros antes y después de él, hasta la época en<br />

que comenzó a haber reyes en el pueblo de Dios, por algunas acciones<br />

que practicaron o sucesos que prefiguraron y<br />

predijeron pertenecen a la Ciudad de Dios y al reino de los Cielos, y<br />

con mucha razón los podemos llamar profetas, y más si<br />

observamos que algunos de ellos se llamaron así expresamente, como<br />

Abraham y Moisés, con todo, llamóse especialmente<br />

tiempo de los profetas aquel en que principió a profetizar Samuel,<br />

quien ungió por rey, según el orden de Dios, primeramente a<br />

Saúl, y reprobado éste, al mismo David, para que de su descendencia<br />

fuesen sucediendo los demás mientras conviniese.<br />

Si intentase yo referir todo lo que los profetas han vaticinado de<br />

Cristo, entre tanto que la Ciudad de<br />

Dios, muriendo en los miembros que morían y naciendo en los que<br />

sucedían, ha ido discurriendo por estos<br />

tiempos, sería nunca acabar; lo primero, porque la Sagrada Escritura,<br />

aunque parece que mientras nos va<br />

exponiendo con orden los reyes, sus acciones, empresas y sucesos, se<br />

ocupa en referir como un<br />

historiador exacto las proezas y operaciones buenas y malas de estos;<br />

no obstante, si auxiliado de la gracia<br />

del Espíritu Santo la consideramos, la hallaremos no menos, sino tal<br />

vez más solícita en anunciarnos los<br />

sucesos futuros que en referirnos los pasados; y el intentar hallar<br />

este inescrutable arcano escudriñando, y<br />

averiguarle disputando, ¿qué operación tan molesta y penosa sería, y<br />

cuántos volúmenes no exigiría? Bien<br />

lo conocen los que medianamente quieran reflexionarlo.<br />

Lo segundo, porque entre las mismas cosas que no hay duda son<br />

profecías, son tantas las de<br />

Cristo v del reino de los Cielos, que es la Ciudad de Dios, que para<br />

declararlo circunstanciadamente sería<br />

necesario formar un tratado más extenso de lo que exige la pequeñez<br />

de esta obra.<br />

Por lo cual, si estuviere en mi arbitrio, moderaré la pluma y el<br />

estilo, de modo que, para cumplir con<br />

esta obra, siendo la voluntad de Dios, ni diga una sola expresión que<br />

sobre, ni deje de decir lo que sea<br />

preciso.<br />

CAPITULO II<br />

En qué tiempo se cumplió la divina promesa sobre la posesión de la<br />

tierra de Canaán, la cual poseyó<br />

también el pueblo de Israel, según la carne<br />

Dijimos en el libro anterior que en las promesas que desde el<br />

principio hizo Dios a Abraham, le<br />

prometió dos cosas, es a saber: la una, que su descendencia había de<br />

poseer la tierra de Canaán, lo cual<br />

le significó, donde dice la Escritura: «Marcha a la tierra que yo te<br />

manifestaré, y haré que crezcas y formes<br />

una numerosa nación»; y la otra, que es mucho más célebre; se refiere<br />

no a la descendencia carnal, sino a<br />

la espiritual, por la cual viene a ser padre, no de una nación<br />

israelita, sino de todas las gentes que siguen e<br />

imitan las huellas de su fe, lo cual se le prometió con estas<br />

palabras: «Y serán benditas en ti todas las tribus


de la tierra.» Después hicimos ver con la autoridad de otros muchos<br />

testimonios cómo le hizo Dios estas dos<br />

promesas.<br />

Estaba, pues, en la tierra de promisión la descendencia y posteridad<br />

de Abraham, esto es, el pueblo de Israel, según la<br />

carne, y allí, no sólo ocupando las ciudades enemigas sino eligiendo<br />

reyes, había comenzado a reinar; habiéndose cumplido ya<br />

en su mayor parte las promesas que hizo Dios sobre este pueblo, no<br />

sólo las hechas a los tres patriarcas, Abraham, Isaac y<br />

Jacob, y otras en tiempo de éstos, sino también las que hizo por el<br />

mismo Moisés, por cuyo ministerio Sacó al citado pueblo de la<br />

servidumbre de Egipto, y por quien descubrió y manifestó en su tiempo<br />

todas las cosas pasadas, cuando conducía el pueblo por<br />

el desierto.<br />

Porque no se acabó de cumplir la divina promesa sobre la tierra de<br />

Canaán, donde aquel pueblo había de reinar<br />

desde el río de Egipto hasta el grande Eufrates, con lo que hizo<br />

aquel ínclito capitán Jesús Nave, que introdujo al pueblo de<br />

Israel en la tierra de promisión, y conquistando aquellas naciones,<br />

la repartió, como Dios lo había ordenado, a las doce tribus, y<br />

murió, ni después de él, en todo el tiempo de los jueces se acabó de<br />

cumplir, y ya no se profetizaba qué había de suceder, sino<br />

se esperaba que se cumpliese. Se verificó en tiempo de David y<br />

Salomón, su hijo, cuyo reino se extendió y dilató tanto cuanto<br />

Dios se lo había prometido, porque sojuzgaron a todos aquellos y los<br />

hicieron sus tributarios.<br />

Así que estaba ya la descendencia de Abraham en tiempo de estos reyes<br />

en la tierra de promisión, según la carne, esto<br />

es, en tierra de Canaán; de manera que ya no faltaba otra<br />

circunstancia para acabarse de cumplir la promesa terrena que Dios<br />

les había hecho, sino que permaneciese en la misma tierra la nación<br />

hebrea en cuanto a la prosperidad temporal por la<br />

sucesión de sus descendientes, sin mudanza ni turbación de su quietud<br />

y estado, hasta el fin y término de este siglo mortal, si<br />

fuese obediente a las leyes y mandatos de su Dios y Señor.<br />

Mas por cuanto sabía Dios que no lo habían de cumplir, los castigó<br />

asimismo con penas temporales para ejercitar a los<br />

pocos siervos fieles que había entre ellos, y advertir a los que en<br />

adelante había de haber en todas las naciones; a las cuates<br />

convenía avisar por éstas, puesto que en ellas había de cumplir la<br />

otra promesa, revelando y manifestando el Nuevo Testamento<br />

de la Encarnación de Jesucristo.<br />

CAPITULO III<br />

De las tres significaciones que tenían las profecías de los profetas,<br />

las cuales unas veces se<br />

refieren a la Jerusalén terrena, otras a la celestial y otras a las<br />

dos<br />

Así como aquellos divinos oráculos y otras cualesquiera señales o<br />

dichos proféticos que se hicieron hasta aquí en la<br />

Sagrada Escritura a Abraham, Isaac y Jacob, así también las demás<br />

profecías que hubo en adelante desde este tiempo de los<br />

reyes, parte pertenecen a los hijos carnales de Abraham y parte a<br />

aquella su descendencia, en quien se bendicen todas las<br />

naciones que son coherederas de Cristo, por el Nuevo Testamento, para<br />

alcanzar y poseer la vida eterna y el reino de los<br />

cielos; parte pertenecen a la esclava «que engendra esclavos», esto<br />

es, a la terrena Jerusalén, «que sirve con sus hijos»; y<br />

parte a la libre, que es la Ciudad de Dios, esto es, a la verdadera<br />

Jerusalén eterna en los cielos, cuyos hijos, que son los<br />

hombres que viven según Dios, son peregrinos en la tierra. Con todo,<br />

hay algunas profecías que pertenecen a ambas, a la<br />

esclava propiamente, y a la libre por figura.<br />

Así que de tres maneras son las profecías de los profetas: unas


pertenecen a la terrena Jerusalén, otras a la celestial y<br />

algunas a las dos. Creo que debo probar con ejemplos lo que digo.<br />

Envió Dios al profeta Nathan con el encargo de reprender a David un<br />

enorme pecado que había cometido, e intimarle<br />

los males que le habían de sobrevenir. Esta y otras profecías, cuando<br />

algún hombre se hacía digno de merecerlas, ya fuese<br />

públicamente, esto es, para la salud y utilidad pública; ya fuese en<br />

particular, para el propio provecho de cada uno, con que les<br />

daba Dios noticia exacta de algún suceso futuro para bien de la vida<br />

temporal, ¿quién duda que pertenecían a la ciudad<br />

terrena?<br />

Pero cuando dice la Escritura: «Vendrá día, dice el Señor, en que<br />

estableceré un nuevo pacto y testamento con la casa<br />

de Israel y con la casa de Judá, no según el pacto que hice con sus<br />

padres el día que les tomé de la mano para sacarlos de la<br />

tierra de Egipto; y porque ellos no permanecieron en la observancia<br />

de mi pacto, también yo los desprecié. Este será el pacto<br />

que estableceré con la casa de Israel; después de aquellos días, dice<br />

el Señor, grabaré mi ley en sus almas y la escribiré en su<br />

corazón, miraré por ellos seré su Dios y ellos serán mi pueblo.» Sin<br />

duda que aquí vaticina Jeremías la celestial y soberana<br />

Jerusalén, cuyo premio es el mismo Dios, y el sumo bien de ella, y<br />

todo su bien y felicidad es tener propicio a este Señor y el<br />

ser suyo. Y a las dos pertenece también esto mismo, puesto que a<br />

Jerusalén la llama Ciudad de Dios, y en ella profetiza que<br />

estará la casa de Dios, cuyo vaticinio parece que se cumplió cuando<br />

el rey Salomón edificó aquel suntuosísimo templo; porque<br />

todo esto sucedió literalmente en la Jerusalén terrena y fue figura y<br />

representación de la Jerusalén celestial.<br />

Esta especie de profecía, que esta como compuesta y mezclada de lo<br />

uno y de lo otro en los libros canónicos del<br />

Antiguo Testamento, donde se contiene la relación de los sucesos<br />

acaecidos, vale mucho y ha ejercitado y ejercita<br />

extraordinariamente los ingenios de los que escudriñan y meditan en<br />

la Sagrada Escritura, pues lo que se dijo y cumplió á la<br />

letra en la descendencia de Abraham, según la carne, también en la<br />

descendencia de Abraham, según la fe, hemos de buscar<br />

cómo se cumple alegóricamente, en tanto grado, que algunos han<br />

opinado que no hay cosa alguna en aquellos libros, o<br />

profetizada y sucedida, o sucedida, aunque no profetizada, que no nos<br />

insinúe algún misterio que haya de referirse<br />

alegóricamente a la Ciudad eterna de Dios y a sus hijos que son<br />

peregrinos en esta vida.<br />

Pero si esto es cierto, los oráculos y profecías de los profetas, o,<br />

por mejor decir, de todos los libros que llamamos Viejo<br />

Testamento, serán de dos clases, y no de tres, dado que no habrá allí<br />

nada que pertenezca solamente a la Jerusalén terrena, si<br />

todo lo que allí se dice y verifica de ella, o por causa de ella,<br />

significa algún arcano que alegóricamente haya de, referirse<br />

también a la celestial Jerusalén; por lo tanto, habrá solas dos<br />

especies de profecías: la una que pertenezca, a la Jerusalén libre<br />

y la otra a las dos. Pero yo soy de parecer que, así como andan<br />

equivocados los que imaginan que los sucesos acaecidos relatados<br />

en estos libros no significan más que haber así sucedido, del<br />

mismo modo me parecen muy atrevidos los que suponen que<br />

cuanto se contiene en estos libros sagrados está envuelto en<br />

alegorías. Por eso quise mejor decir que las profecías eran de tres<br />

maneras, y no de dos, porque esto es lo que pienso, aunque no culpo o<br />

reprendo a los que pudieren, de cualquier suceso que<br />

acaeciese, sacar algún sentido espiritual, con tal que primeramente<br />

se observe la verdad de la historia. Por lo demás, cuando lo<br />

que se dice, de ninguna manera puede. convenir a las cosas que ha<br />

hecho o haya de hacer Dios a los hombres, ¿qué cristiano<br />

habrá que dude qué esto sería hablar en vano? ¿Y quién habrá que no<br />

lo refiera al sentido espiritual, si puede, o que no<br />

confiese que lo debe referir el que pueda?


CAPITULO IV<br />

Cómo se figuró el cambio del reino de Israel y del sacerdocio; y lo<br />

que antes de este, suceso profetizó la madre de<br />

Samuel, representando la persona de la Iglesia<br />

Llegado el tiempo de los reyes, cuando David, habiendo Dios reprobado<br />

a Saúl, alcanzó el reino de, modo que en lo<br />

sucesivo sus descendientes por una dilatada sucesión reinaron en la<br />

terrena Jerusalén, el proceso de la Ciudad de Dios nos<br />

dio una figura representativa de lo que sucedió, significándonos y<br />

comunicándonos (lo que no debe pasarse en silencio) el<br />

cambio de las cosas futuras, en cuanto a los dos Testamentos, Viejo y<br />

Nuevo, cuando se llegó a mudar el sacerdocio y el reino<br />

por el Sacerdote y Rey nuevo y eterno, que es Cristo Jesús. Porque<br />

reprobado el sacerdote Helí y sustituido en el servicio y<br />

ministerio de Dios por Samuel, que juntamente ejerció el oficio de<br />

sacerdote y de juez, y desechado Saúl, y establecido David en<br />

el reino figuraron y representaron lo que digo.<br />

También la misma madre de Samuel, llamada Ana, que primero fue<br />

estéril y después se alegró con la fecundidad, que<br />

Dios la concedió, no parece vaticinar otra cosa cuando, llena de<br />

contento, dio al Señor las gracias, devolviéndole el mismo niño<br />

ya criado y destetado con la misma devoción que se lo había ofrecido.<br />

Pues dice así: «Confirmóse mi corazón en el Señor; mi<br />

fortaleza y gloria sea ensalzada en mi Dios; dilatóse mi boca sobre<br />

mis enemigos, me he alegrado en tu salud; porque no hay<br />

santo como el Señor, y no hay justo como nuestro Dios, y no hay otro<br />

que tú que sea santo. No queráis gloriaros, y no queráis<br />

hablar soberbias, ni salgan arrogancias de vuestra boca, porque Dios<br />

es el Señor de las ciencias, y Dios el que dispone sus<br />

invenciones y trazas. Debilitó el arco de los poderosos, y a los<br />

flacos armó de virtud y fortaleza; a los que estaban llenos y cargados<br />

de pan los debilitó, y a los hambrientos los enalteció; pues la<br />

que era estéril parió siete, y la que tenía muchos hijos se<br />

volvió estéril; el Señor es el que mortifica y vivifica, el que lleva<br />

a los infiernos y vuelve a sacar de allí; el Señor hace al pobre y<br />

al rico; Él le humilla y le ensalza; levanta del polvo de la tierra<br />

al pobre, y del estiércol al necesitado para colocarle entre los<br />

grandes y poderosos de su pueblo y darle la posesión del trono de la<br />

gloria; el que cumple y provee el voto al que se le ofrece,<br />

y bendice los años del justo, porque no hay hombre que de suyo sea<br />

poderoso. El Señor debilitará a sus enemigos; el Señor<br />

es Santo, no se jacte ni gloríe el prudente con su prudencia, no se<br />

lisonjee el poderoso en su potencia y no se gloríe el rico en<br />

sus riquezas, y solamente pueda lisonjearse el que se gloría de<br />

entender y conocer al Señor, y de hacer juicio y justicia en<br />

medio de la tierra. El Señor subió a los cielos y volvió; Él juzgará<br />

toda la extensión de la tierra, porque es justo, y es el que da<br />

virtud a nuestros reyes, y Él ensalzará la gloria de su Cristo.»<br />

¿Acaso puede presumirse que estas palabras sean de una mujercilla que<br />

se alegra y regocija por el hijo que Dios le ha<br />

dado? ¿Es posible que el entendimiento humano sea tan opuesto a la<br />

luz de la verdad, que no advierta que lo expresado en<br />

este vaticinio traspasa la capacidad de una mujer? Pues el que con<br />

los mismos sucesos que comenzaron ya a cumplirse en esta<br />

peregrinación de la tierra se mueve, como conviene, ¿por ventura no<br />

echa de ver, no ve y conoce que por medio de esta<br />

mujer, cuyo nombre de Ana, también significa su gracia, habló así la<br />

misma religión cristiana, la misma Ciudad de Dios, cuyo rey<br />

y fundador es Cristo, habló en fin la misma gracia de Dios con<br />

espíritu profético; de cuya gracia despojará a los soberbios para<br />

que caigan; y con ella llenará a los humildes para que se levanten,<br />

que es lo que principalmente se ha celebrado en este


cántico?<br />

A no ser que alguno diga que nada profetizó esta mujer, sino que sólo<br />

alabó a Dios, celebrándole con alegría por el hijo<br />

que le concedió, condescendiendo a sus peticiones y oraciones ¿Pero<br />

qué quiere decir aquella expresión: debilitó el arco de<br />

los poderosos, y armó de virtud y fortaleza a los flacos; a los que<br />

estaban surtidos de pan los dejó vacíos, y a los hambrientos,<br />

satisfechos, porque la que era estéril parió siete, y la que tenía<br />

muchos hijos se volvió estéril? ¿Acaso parió ella siete, aunque<br />

había sido estéril? Sólo tenía uno cuando decía esto; pero ni aun<br />

después parió siete o seis, con los cuales fuese el séptimo el<br />

mismo Samuel, sino tres varones y dos hembras. Además, no habiendo<br />

todavía rey en aquel pueblo, lo que puso al fin: «El que<br />

dará virtud a nuestros reyes, y ensalzará la gloria de su Cristo», ¿<br />

por qué lo decía si no profetizaba?<br />

Diga, pues, la Iglesia de Cristo, la ciudad del grande rey, llena de<br />

gracia, fecunda de hijo, diga cuánto tiempo ha que<br />

reconoce que se vaticinó de ella por boca de esta devota madre: «Sí<br />

ha confirmado mi corazón en el Señor; mi fortaleza y gloria<br />

se ha ensalzado en mi Dios.» Verdaderamente se confirmó su corazón, y<br />

verdaderamente se ensalzó su gloria, porque no fue<br />

en sí, sino en el Señor su Dios. Dilatóse mi boca sobre mis enemigos,<br />

puesto que la palabra de Dios en las angustias y conflictos<br />

no está ligada ni oprimida ni aun en los predicadores atados- y<br />

presos. «Me he alegrado, dice, con tu salud.» Este es Cristo<br />

Jesús, Salvador y eterna salud, a quien el anciano Simeón, tomándole<br />

en sus brazos siendo niño, como se lee en el Evangelio,<br />

y reconociéndole por grande: «Ahora, dice, dejaréis, Señor, a vuestro<br />

siervo en paz, porque vieron ya mis ojos vuestra salud.»<br />

Diga, pues, la Iglesia «me he alegrado con tu salud, porque no hay<br />

santo como el Señor, y no hay justo como nuestro Dios»;<br />

santo que santifica, y justo que justifica. «No hay santo fuera de<br />

ti, porque nadie lo es, ni llega a serlo sino por ti.»<br />

Finalmente, prosigue, «no queráis gloriaros y no queráis hablar<br />

palabras vanas y soberbias, ni salgan arrogancias de<br />

vuestra boca, porque Dios es el Señor de las ciencias, y nadie sabe<br />

lo que Él sabe, porque el que juzga que es algo, siendo<br />

nada, él mismo se alucina y engaña.» Esto, dice, hablando con los<br />

enemigos de la Ciudad de Dios, que pertenecen a la<br />

Babilonia., que presumen de su virtud y se glorían en sí, y no en el<br />

Señor, entre quienes comprende también a los israelitas carnales,<br />

ciudadanos terrenos de la terrena Jerusalén, los cuales, como<br />

dice el Apóstol, «no sabiendo la justicia de Dios, esto es, la<br />

que da Dios a los hombres, que es el solo justo, y el que justifica,<br />

y queriendo vendernos la suya», esto es, como si ellos la<br />

hubiesen alcanzado por sí mismos y no se la hubiese dado el Señor,<br />

«no se sujetar a la justicia de Dios». En efecto, como<br />

soberbios y presuntuosos, piensan satisfacer y agradar a Dios con lo<br />

suyo y no con lo de Dios; que es Dios de las ciencias, y<br />

por lo mismo testigo de las conciencias, donde ve los pensamientos y<br />

proyectos de los hombres que son vanos cuando son de<br />

los hombres, y no proceden del Señor. «El que dispone, dice, sus<br />

invenciones trazas.» ¿Qué invenciones sino las de que se<br />

humillen los soberbios y se levanten los humildes? Porque, sigue<br />

diciendo: «Debilitó el arco de los poderosos, y armó a los<br />

flacos de virtud fortaleza.» Debilitó el arco, esto es la intención<br />

de los que a si propios imaginan tan poderosos, que sin la gracia<br />

y favor de Dios, con sola la suficiencia humana, creen que pueden<br />

cumplir los mandamientos divinos; y arma de virtud a los que<br />

dicen en su corazón: «Tened, Señor, misericordia de mi, porque soy<br />

flaco y débil.»<br />

«A los que abundaban en pan, dice, los debilito, y a los hambrientos<br />

los enalteció.» ¿A quiénes debemos entender por<br />

abundantes en pan, sino a estos mismos casi poderosos, esto es, a los<br />

israelitas, a quienes comunicó y confió Dios sus oráculos<br />

y Escrituras? Pero en este pueblo los hijos de la esclava se


debilitaron (con cuya palabra, aunque no muy latina, se declara<br />

bien cómo de mayores se hicieron menores, porque aun en los mismos<br />

panes, esto es, en los divinos oráculos, en la Divina<br />

Escritura, la cual recibieron entre todas las naciones, sólo los<br />

israelitas gustan las cosas terrenas. Pero las gentes a quienes Dios<br />

no dio aquella ley, después que por el Nuevo Testamento alcanzaron<br />

aquellos oráculos y Escrituras, teniendo mucha hambre,<br />

fueron enaltecidos sobre la tierra, porque en ellas no gustaron cosas<br />

terrenas, sino celestiales Y como si le preguntaran la causa<br />

por qué sucedió esto, dice: «La estéril parió siete, y la que tenía<br />

mucha sucesión se esterilizó.» Aquí se descubre todo lo que se<br />

profetizaba a los que tienen noticia del número septenario, con que<br />

se nos significó la perfección y unión de la Iglesia universal.<br />

Y por esto el Apóstol San Juan escribió a siete iglesias,<br />

manifestando con esto que escribía a la plenitud de una; y antes<br />

Salomón, figurando lo mismo en los Proverbios: «La sabiduría, dice,<br />

edificó una casa para sí, y la apoyó sobre siete columnas.»<br />

En todas las gentes era estéril la Ciudad de Dios antes que saliese a<br />

luz este parto, que la vemos ya en el estado de fecundidad.<br />

Vemos también a la que tenía muchos hijos, a la terrena Jerusalén, ya<br />

extenuada y estéril; porque todos los que había en ella,<br />

hijos de la libre, eran su fortaleza y virtud; pero ahora, cómo tiene<br />

la letra y no el espíritu, perdida la virtud, ha decaído y<br />

enflaquecido.<br />

El Señor es el que, mortifica y vivifica: mortificó a la que tenía<br />

muchas hijas y vivificó a la estéril, que dio a luz siete.<br />

Aunque más cómodamente puede entenderse que vivifica a los mismos que<br />

había mortificado, porque parece que repitiendo lo<br />

mismo, añade: «Condúcelos a los infiernos y vuélvelos a sacar de<br />

allí.» Pues a los que dice el Apóstol: «Si habéis muerto con<br />

Cristo, agenciad y buscad las cosas del cielo, donde Cristo está<br />

sentado a la diestra de Dios Padre», sin duda que<br />

saludablemente los mortifica el Señor a quienes persuade el mismo<br />

Apóstol diciéndoles: «Cuidad y meditad en las cosas<br />

celestiales, y no en las terrenas», para que ellos sean los que,<br />

hambrientos, se levantaron sobre la tierra. «Porque estáis<br />

muertos» dice: «Ved cuán saludable y útilmente mortifica Dios»;<br />

después prosigue: y «vuestra vida esta escondida con Cristo en<br />

Dios»; ved aquí cómo los vivifica Dios. ¿Pero acaso llevó a estos<br />

mismos a los infiernos y los volvió a sacar? Estas dos cosas,<br />

sin que haya controversia entre los fieles cristianos, las vemos<br />

cumplidas antes que en otro alguno en el que es nuestra cabeza,<br />

con quien dijo el Apóstol «que, estaba escondida nuestra vida en<br />

Dios». Porque «cuando no perdonó a su propio hijo, sino que<br />

le entregó por la redención de todos», sin duda que le mortificó; y<br />

cuando le resucitó de entre los muertos, de nuevo le vivificó. Y<br />

porque en la profecía es su voz la que dice: «No dejarás a mi alma en<br />

los infiernos»; por eso, a este mismo le llamó y le sacó de<br />

los infiernos. Con esta su pobreza hemos enriquecido, porque «el<br />

Señor es el que hace al pobre y al rico»; y para que<br />

sepamos, lo que es esto, oigamos lo que sigue: «Y él humilla y<br />

ensalza», pues, sin duda, los soberbios son a los que humilla, y<br />

los humildes a los que ensalza. Porque lo que en otro lugar dice la<br />

Escritura: «Que Dios resiste a los soberbios, y a los humildes<br />

dar gracia», esto es lo que contiene el discurso de aquel cuyo nombre<br />

significa su gracia. Lo que añade: «Levanta de la tierra al<br />

pobre», de ninguno lo entiendo mejor que de Aquel que por nosotros se<br />

hizo pobre siendo rico, para que con su indigencia,<br />

como poco ha insinuamos, nos hiciéramos ricos; porque a éste levantó<br />

de la tierra tan presto, que su cuerpo no sintió<br />

corrupción. Ni dejaré de aplicarle lo que sigue: «Y levanta del<br />

estiércol al necesitado» puesto que necesitado es lo mismo que<br />

pobre, y el estiércol de donde le levantó, congruamente se entiende<br />

de los judíos que le persiguieron, y entre ellos San Pablo,<br />

cuando perseguía la Iglesia, el cual dice: «Lo que hasta ahora tuve<br />

por lucro e interés, eso mismo por Cristo lo estimo por daño


y pérdida, y no sólo por perjuicio y pérdida, sino que lo tengo por<br />

estiércol, a cambio de ganar a Cristo.» Así que de la tierra fue<br />

ensalzado sobre todos los ricos aquel pobre, y de aquel estiércol fue<br />

ensalzado sobre todos los hacendados aquel necesitado,<br />

para sentarse con los poderosos de su pueblo, con quienes hablando,<br />

dice: «Os sentaréis sobre las doce sillas», y les dará la<br />

posesión del trono de la gloria, porque le dijeron aquellos<br />

poderosos: «Ved aquí que nosotros lo dejamos todo y te hemos<br />

seguido.»<br />

Este voto hicieron aquellos poderosos; pero pregunto: ¿por dónde les<br />

vino esta felicidad, sino por Aquel de quien aquí<br />

inmediatamente se dice: «El que da el voto al que se lo ofrece»?<br />

Porque de otra manera también ellos fueron de aquellos<br />

poderosos «cuyo arco Él debilitó. El que da, dice, el voto al que se<br />

le ofrece», pues ninguno ofreciera cosa alguna de que<br />

hubiera hecho voto al Señor, si no recibiese del mismo Señor lo que<br />

había de ofrecer: Prosigue: «Y bendijo los años del justo»,<br />

es a saber, para que viva eternamente con Aquel de quien el Espíritu<br />

Santo dice: «Que sus años no desfallecerán.» Porque allí<br />

permanecen los años, pero acá pasan, o, por mejor decir, perecen,<br />

porque antes que vengan no son, y cuando hayan venido<br />

no serán, pues el llegar y fenecer, todo es uno De estas dos cosas,<br />

esto es, da el voto al que se le ofrece y bendice los años del<br />

justo, una es la que hacemos, y otra es la que recibimos. Pero esta<br />

segunda no se recibe de Dios, si no se hace la primera con<br />

el auxilio de Dios, porque no hay hombre que sin Dios de suyo sea<br />

poderoso. «El Señor debilitará a sus enemigos», es a<br />

saber, a los que envidian y resisten al hombre que ofrece su voto,<br />

para que no pueda cumplir el voto que ofreció. Puede<br />

también entenderse (porque la palabra griega es ambigua) sus<br />

enemigos, los enemigos del Señor, pues cuando el Señor nos<br />

comenzare a poseer, sin duda el enemigo que era nuestro se hace<br />

enemigo suyo, y le venceremos nosotros, aunque no con<br />

nuestras propias fuerzas; porque no hay hombre que de suyo, sea<br />

poderoso. Así que «el Señor debilitará a sus enemigos, el<br />

Señor santo», para que le venzan los santos, a quienes el Señor,<br />

santo de los santos, hizo santos.<br />

Y por eso «no se vanaglorie el prudente con su prudencia, y no se<br />

lisonjee el poderoso con su potencia, y no se gloríe<br />

el rico con sus riquezas, sino gloríese el que se gloría en entender<br />

y conocer al Señor, y en hacer juicio y justicia en medio de la<br />

tierra». No poco entiende y conoce al Señor el que comprende y sabe<br />

que igualmente este don se lo da el Señor para que le<br />

entienda y conozca: «¿Qué tienes, dice el Apóstol, que no lo hayas<br />

recibido?» Y si lo has recibido, «¿de qué te glorías, como si<br />

no lo hubieras recibido», esto es, como si de tu cosecha tuvieras<br />

aquello por lo que te glorías? El que vive bien, ése es el que<br />

hace juicio y justicia, y vive bien el que obedece al mandato; y el<br />

fin del precepto, esto es, a lo que se refiere el mandamiento,<br />

«es la caridad de corazón puro, de buena conciencia y fe no fingida».<br />

Y esta caridad, como dice el apóstol San Juan: «procede<br />

de Dios»; luego el hacer juicio y justicia procede de Dios. ¿Pero qué<br />

quiere decir en medio de la tierra? ¿Acaso no están<br />

obligados a hacer juicio y justicia los que habitan en los últimos<br />

confines de la tierra? ¿Quién hay que tal diga? ¿Para qué, pues,<br />

añadió «en medio de la tierra»? Que si no lo añadiera, y sólo dijera:<br />

en hacer juicio y justicia, mejor comprendiera este precepto<br />

a los unos y a los otros, esto es, a los mediterráneos y a los<br />

marítimos. Mas porque ninguno pensara que después de esta vida,<br />

que se pasa en el cuerpo mortal, nos quedaba tiempo para hacer el<br />

juicio y justicia, que no hizo mientras estuvo en el cuerpo, y<br />

que de esta manera podía escapar del juicio divino, me parece que<br />

dijo en medio de la tierra, como si dijera entretanto que uno<br />

vive en este cuerpo. Porque en esta vida cada uno trae consigo su<br />

tierra, la cual recibe la tierra común al morir el hombre, para<br />

volverla cuando resucitare. Por tanto, en medio de la tierra, esto


es, en tanto que nuestra alma está encerrada en el cuerpo<br />

terreno, es necesario que hagamos juicio y justicia, para que nos<br />

aproveche después, «cuando recibiere cada uno, según las<br />

obras que hubiere hecho en el cuerpo, o bien o mal».<br />

Porque allí el Apóstol por el cuerpo entendió el tiempo en que uno<br />

vivió en el cuerpo, pues sí uno con maligna intención<br />

y perverso ánimo blasfema, aunque no lo obre con ningún miembro de su<br />

cuerpo, no por eso dejará de ser culpado porque no<br />

lo hizo con algún movimiento de cuerpo, pues lo hizo en aquel tiempo<br />

que vivió en el cuerpo.<br />

De esta manera puede también entenderse congruamente aquella<br />

expresión del real profeta: «Dios, nuestro Rey, ante<br />

los siglos obró la salud en medio de la tierra»; de forma que nuestro<br />

Señor Jesucristo se entienda por nuestro Dios, que es ante<br />

todos los siglos, porque él hizo los siglos y obró nuestra salud en<br />

medio de la tierra cuando «encarnó el Verbo y habitó en el<br />

cuerpo terreno».<br />

Después de haber profetizado en estas palabras de Ana cómo se debe<br />

gloriar el que se gloría, es a saber, no en sí,<br />

sino en el Señor, por causa de la retribución y premio que ha de<br />

verificarse en el día del Juicio, dice: «El Señor subió a los<br />

cielos; y tronó: El juzgará los confines de la tierra, porque es<br />

justo.» Totalmente guardó el orden de la profesión de fe que hacen<br />

los fieles cristianos, porque Cristo nuestro Señor subió a los<br />

cielos, y de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.<br />

«Porque ¿quién subió a los cielos, como dice el Apóstol, sino el que<br />

descendió primero a estas partes inferiores de la tierra? El<br />

que descendió es el que subió sobre todos los cielos para dar<br />

cumplimiento exacto a todas las profecías.» Así, pues, tronó por<br />

sus nubes, las que, al subir, llenó del Espíritu Santo. De las<br />

cuales, por medio del profeta Isaías, amenaza a la esclava<br />

Jerusalén; esto es, a su ingrata viña, que no llovería sobre ella. Y<br />

«El juzgará los últimos confines de la tierra», es como si dijera;<br />

también juzgará los confines de la tierra, porque no dejará de juzgar<br />

las otras partes el que ciertamente ha de juzgar a todos los<br />

hombres.<br />

Pero mejor se entenderán los extremos de la tierra por los extremos o<br />

postrimerías del hombre, puesto que no serán<br />

juzgadas las cosas que en el medio y en el decurso del tiempo se<br />

mudan, mejorando o empeorando, sino en los extremos que<br />

fuere hallado el que ha de ser juzgado. Y así, dice la Escritura,<br />

«que el que perseverase hasta el fin, éste se salvará». El que<br />

con perseverancia hiciere juicio y justicia en medio de la tierra.<br />

«El da, dice, virtud a nuestros reyes para no condenarlos<br />

cuando viniere a juzgar.» Concédeles virtud, con la cual, como reyes,<br />

rijan y gobiernen la carne y puedan vencer el mundo en<br />

virtud de Aquel que por ellos derramó su sangre.<br />

Y ensalzará la gloria de su Cristo. ¿Pero cómo Cristo ha de ensalzar<br />

la gloria de, su Cristo? Porque, como dijo antes: el<br />

Señor subió a los cielos y se entendía por nuestro Señor Jesucristo.<br />

El mismo, ¿cómo dice aquí ensalzará la gloria de su Cristo?<br />

¿Quién es Cristo? ¿Acaso ensalzará la gloria de cualquiera de sus<br />

siervos fieles cómo la misma Ana dice en el exordio de este<br />

cántico que su gloria, la ensalzó su Dios? Porque a todos los que<br />

están ungidos con su unción y crisma muy bien podemos<br />

llamarlos Cristos, todos los cuales, sin embargo, haciendo un cuerpo<br />

con su cabeza son un Cristo.<br />

Esto profetizó Ana, madre de aquel tan santo y tan celebrado Samuel,<br />

en el cual se nos representó entonces la<br />

mudanza del antiguo sacerdocio, y se cumplió ahora, que se volvió<br />

estéril la que tenía muchos hijos, para que tuviera en Cristo<br />

nuevo sacerdocio la estéril, que dio a luz siete hijos.<br />

CAPITULO V<br />

De las cosas que un hombre de Dios dijo proféticamente a Helí,


significando cómo había de quitarse el sacerdocio que<br />

se había instituido según Aarón<br />

Pero esto con mayor claridad lo dice un hombre de Dios, a quien el<br />

mismo Dios envió al sacerdote Helí, cuyo nombre,<br />

aunque se calla, no obstante, por su oficio y ministerio se deja<br />

entender que es profeta, porque dice la Escritura: «Y vino un<br />

hombre de Dios a Helí, y le dijo: Esto dice el Señor; yo me descubrí<br />

y manifesté a la casa de tu padre, cuando estaban en Egipto<br />

sirviendo en la casa de Faraón, y elegí la casa de tu padre entre<br />

todas las familias de Israel para que me sirviesen y ministrasen<br />

en el sacerdocio, subiesen a mi altar, me ofreciesen incienso y<br />

vistiesen el Efod, y señalé para la comida y sustento de la casa<br />

de tu padre parte de todos los sacrificios de los hijos de Israel,<br />

que se hacen con fuego. Pero, ¿por qué, hollado o envilecido mi<br />

incienso y mi sacrificio, honraste más a tus hijos que a mi comiendo<br />

con ellos las primicias de todos los, sacrificios que el pueblo<br />

de, Israel ofreció en mi acatamiento? Por ello dice el Señor Dios de<br />

Israel, yo dije y tenía propuesto que tu casa y la casa de tu<br />

padre anduviesen delante de mí para siempre, y ahora, dice el Señor,<br />

no ha, de ser así, sino a los que me honraren los he de<br />

honrar, y a los que me despreciaren los he de despreciar. Mira que ha<br />

de venir día en que he de extirpar y asolar tu<br />

descendencia y la descendencia de la casa de tu padre, y no verás<br />

jamás anciano alguno de los tuyos en mi casa, y extirparé<br />

el varón de los tuyos, de mi altar para que desfallezcan sus ojos y<br />

se deshaga su espíritu, y los que quedaren de tu casa<br />

morirán a cuchillo y te servirá de señal lo que sucederá a tus dos<br />

hijos Ophni y Finees, que morirán en un día, Y yo me<br />

proveeré de un sacerdote fiel que me sirva en todo conforme a mi<br />

corazón y mi alma, le edificaré una casa fiel y andará siempre<br />

en la presencia de mi Cristo, y sucederá que el que hubiere quedado<br />

de tu casa vendrá a adorarle por un óbolo de plata, diciendo:<br />

Acomódame en alguna parte de tu sacerdocio para que pueda<br />

sustentarme.»<br />

No hay testimonio igual a esta profecía, donde tan claramente se<br />

profetiza el cambio del antiguo sacerdocio sin que<br />

pueda decirse que se cumplió en Samuel. Pues aunque es cierto que<br />

Samuel no era de otra tribu, sino de la que estaba<br />

señalada para el servicio del Señor en el santuario y en el altar,<br />

con todo, no era de la estirpe de los hijos de Aarón, cuya<br />

descendencia estaba designada para que de ella se escogiesen los<br />

sacerdotes; por lo cual podemos decir aquí que hubo una<br />

sombra y figura del mismo cambio que había de haber con la venida de<br />

Jesucristo.<br />

Y la misma profecía en el hecho, no en las palabras, propiamente<br />

pertenecía al Viejo Testamento y figuradamente al<br />

Nuevo, significándose en el hecho lo que de palabra dijo el profeta<br />

al sacerdote Helí; porque después hallamos que hubo<br />

sacerdotes del linaje de Aarón como fueron Sadoch y Abiathar en<br />

tiempo de David, y después otros, antes que llegase el tiempo<br />

en que convenía que sucediesen por medio de Jesucristo todas estas<br />

cosas que con tanta anticipación estaban profetizadas<br />

acerca de mudarse el sacerdocio.<br />

¿Quién, al mirar con ojos fieles todo esto, no dirá que todo está ya<br />

cumplido? Ya no tienen los judíos tabernáculo ni<br />

templo alguno, ni altar ni sacrificio, y, por consiguiente, ningún<br />

sacerdote que, según la ley de Dios, fuese de la estirpe Y<br />

descendencia de Aarón; lo cual se refirió igualmente aquí, diciendo<br />

el profeta: «Esto dice el Señor Dios de Israel: Yo tenía<br />

determinado Que tu casa y la casa de tu padre anduviesen<br />

perpetuamente delante de mí; pero ahora, dice el Señor, no será<br />

así; sino que a los que me honraren los honraré, y a los que me<br />

despreciaren los despreciaré.» Con decir la casa de su padre<br />

es claro, que no habla del padre próximo e inmediato, sino de aquel<br />

Aarón a quien primero instituyeron y ordenaron sacerdote,


de cuya descendencia fuesen consecutivamente los demás, como lo<br />

manifiesta lo que dice arriba: «Me descubrí y manifesté,<br />

dice, a la casa de tu padre cuando estaba en la tierra de Egipto<br />

sirviendo en casa de Faraón, y entre todas las tribus y familias<br />

de Israel escogí la casa de tu padre para que me sirviese, en el<br />

sacerdocio» ¿Quién era el padre de éste, en la servidumbre de<br />

Egipto, que al ser librados de aquel insoportable yugo fue elevado al<br />

sacerdocio, sino Aarón?<br />

De la descendencia de éste, dice en este lugar, que había de ser de<br />

la que no hubiese más sacerdotes; lo cual vemos<br />

ya verificado.<br />

Abra los ojos la fe, que las cosas están bien próximas y palpables;<br />

ellas se ven y se tocan y ellas mismas se ofrecen a la<br />

vista, aun de los que no las quieren ver. «Mira, dice, que vendrá día<br />

en que extirparé y destruiré tu descendencia y la<br />

descendencia de la casa de tu padre, y no se verá jamás anciano<br />

alguno de los tuyos en mi casa, y extirparé de mi altar el<br />

varón de los tuyos para que desfallezcan sus ojos y se carcoma su<br />

espíritu.» Ved aquí que los días que señala aquella profecía<br />

ya han llegado; no hay ya sacerdote alguno, según el orden de Aarón,<br />

y si hay alguno en la actualidad de su linaje, advirtiendo<br />

que en todo el orbe habitado florece el sacrificio incruento que<br />

ofrecen los cristianos, y asimismo despojado de aquel honor y<br />

dignidad tan preeminente, desfallecen sus ojos, carcómese su espíritu<br />

y se consume de tristeza.<br />

Lo que sigue después propiamente pertenece a la casa de Helí, a quien<br />

se le presagiaban estos sucesos, «y los, que<br />

quedaren de tu casa morirán al golpe del cuchillo, y te servirá de<br />

señal lo que sucederá a tus dos hijos, Ophni y Finees, que<br />

morirán en un día». Este fue el signo dado de la mutación del<br />

sacerdocio de la casa de Helí, con el cual se nos significó que se<br />

había de mudar el sacerdocio de la casa de Aarón; porque la muerte de<br />

los hijos de aquél significó la muerte, no de los<br />

hombres, sino la del mismo sacerdocio en la familia de Aarón.<br />

Pero lo que sigue luego pertenece a aquél sacerdote, cuya figura,<br />

sucediendo a éste, fue Samuel; y así, lo que continúa<br />

se dice de Jesucristo, verdadero sacerdote del Nuevo Testamento: «Y<br />

yo me proveeré de un sacerdote fiel que me servirá en<br />

todo conforme a mi corazón y voluntad, y le edificaré una casa fiel.»<br />

Esta es la eterna y soberana Jerusalén, y «andará, dice, siempre en<br />

la presencia de mi Cristo», es decir, conversará y<br />

vivirá, como arriba insinuó, de la casa de Aarón: «Yo dije y tenía<br />

ideado que tu casa y la de tu padre anduviesen delante de mí<br />

para siempre.» Pero lo que dice andará en la presencia de mi Cristo,<br />

se debe entender de la misma casa y no del sacerdote,<br />

que es el mismo Cristo, mediador y salvador, así, pues, su casa<br />

caminará delante de él.<br />

También puede entenderse: él andará (que en latín la palabra<br />

transibit significa pasará) de la muerte a la vida todos los<br />

días que dura esta mortalidad hasta la consumación de los siglos.<br />

Lo que dice Dios «me sirva en todo conforme a mi corazón y a mi<br />

alma», no hemos de juzgarlo en el sentido de que,<br />

Dios tiene alma, siendo este gran Señor criador de las almas; mas se<br />

dice esto de Dios no propiamente, sino por metáfora, así<br />

como se dicen pies, manos y otros miembros del cuerpo.<br />

Y para que, según esta doctrina, no creamos que el hombre en esta<br />

figura exterior del cuerpo le crió Dios a su<br />

semejanza, se añaden asimismo las alas, las cuales no tiene el<br />

hombre, y se dicen particularmente de Dios: «Ampárame debajo<br />

de la sombra de tus alas», a fin de que entendamos que esto se dice<br />

de aquella inefable naturaleza, no con lenguaje propio,<br />

sino metafórico.<br />

Lo que añade «y será así, que el que hubiere quedado de tu casa<br />

vendrá a adorarle», no se dice propiamente de la<br />

casa de Helí, sino de la de Aarón, de la cual, hasta la venida de<br />

Cristo, hubo hombres de cuyo linaje aun hasta el presente no


faltan; porque de la casa de Helí ya había dicho arriba: «Y todos los<br />

que quedaren de tu casa morirán a cuchillo.» ¿Cómo pudo<br />

decirse aquí con verdad «y será así, que el que hubiere quedado de tu<br />

casa vendrá a adorarle», si es cierto que no ha de<br />

escapar nadie del rigor del cuchillo, sino porque quiso que se<br />

entendiese que pertenecen al linaje y descendencia, y no de<br />

cualquiera, sino de todo aquel .sacerdocio, según el orden de Aarón?<br />

Luego existen reliquias predestinadas, de quien dijo el otro profeta:<br />

«Que las reliquias se salvarán», conforme a lo cual,<br />

añade el Apóstol: «Así también ahora se salvan las reliquias, según<br />

la elección de la gracia», esto es, restan aún muchos judíos<br />

escogidos por la divina gracia que se salvan; pues muy bien se<br />

entiende que es de tales reliquias aquel de quien dice: «El que<br />

hubiere quedado de tu casa, sin duda que cree en Cristo»; como en<br />

tiempo de los apóstoles, muchos de la misma nación, y aun<br />

ahora no faltan, aunque muy raros, que crean, cumpliéndose en ellos<br />

lo que este hombre de Dios, prosiguiendo su vaticinio,<br />

añade: «Vendrá a adorarle por un óbolo de plata»; ¿a quién ha de<br />

adorar sino a aquel Sumo Sacerdote, que es también Dios?<br />

Porque en aquel sacerdocio, según el orden de Aarón, no venían los<br />

hombres al templo o al altar de Dios a adorar al<br />

sacerdote.<br />

¿Qué significa lo de un óbolo de plata sino la brevedad de la palabra<br />

de la fe, de quien refiere el Apóstol que dice la<br />

Escritura: «Que el Señor consumará y abreviará su palabra y doctrina<br />

en la tierra»? Y que por la plata se entiende la palabra o<br />

divina doctrina nos lo muestra el salmista donde dice: «Qué la<br />

palabra de Dios es palabra pura y casta, es plata, acendrada y<br />

acrisolada al fuego.»<br />

¿Qué es lo que dice el que viene a adorar al sacerdote de Dios y al<br />

sacerdote que es Dios? Acomódame en una parte<br />

de tu sacerdocio para que coma y me sustente de pan. No quiero que me<br />

coloquen y pongan en el honor y dignidad de mis<br />

padres, porque ya no existe tal dignidad; acomódame en un parte de tu<br />

sacerdocio, «porque prefiero ser uno de los más<br />

abatidos en la casa del Señor», contentándome con ser miembro de tu<br />

sacerdocio. Entiende aquí por el sacerdocio el mismo<br />

pueblo, cuyo sacerdote es el medianero de Dios y de los hombres, del<br />

hombre de Dios Cristo Jesús.<br />

Y a este Pueblo llama el apóstol San Pedro «pueblo santo y sacerdocio<br />

real», tu sacrificio y no de tu sacerdocio, lo cual,<br />

sin embargo, significa el mismo pueblo cristiano.<br />

Así dice San Pablo: «Que un pan y un cuerpo somos muchos en Cristo.»<br />

Y en otro lugar: «Procura,<br />

dice, que vuestros cuerpos sean un sacrificio y hostia viva.» Y<br />

añadiendo después, para que coma y me<br />

sustente de pan, elegantemente declara el mismo género de sacrificio,<br />

porque dice el mismo sacerdote: «Que el<br />

pan que nos da ha de dar es su sangre, por la salud del mundo.» Este<br />

es el sacrificio, no según el orden de<br />

Aarón, sino según el orden del Melchisedech. Advierta el lector y<br />

entiéndalo así.<br />

Breve es la confesión, y saludablemente humilde, en que dice:<br />

«Acomódame en una parte de tu<br />

sacerdocio porque coma y me sustente de pan.» Este pan es el óbolo de<br />

plata, lo uno porque es breve, y lo<br />

otro porque es palabra, del Señor, que habita en el corazón de los<br />

creyentes. Y porque dijo arriba que había<br />

dado a la casa de Aarón, para que se sustentase, las víctimas del<br />

Viejo Testamento, donde dice: «Y di a la<br />

casa de tu padre, para que comiese de todos los sacrificios de los<br />

hijos de Israel que se hacen con fuego (pues<br />

tales fueron los sacrificios de los judíos), dice aquí: Manducare<br />

panem, esto es, para que coma y me sustente<br />

de pan, que es en el Nuevo Testamento el sacrificio de los<br />

cristianos.»


CAPITULO VI<br />

Del sacerdocio y reino Judaico, los cuales, aunque se dice fundados y<br />

establecidos para siempre, no subsisten, para<br />

que entendamos que son otros los eternos que se prometen<br />

Habiéndose profetizado entonces todos estos futuros acaecimientos con<br />

tanto misterio, al presente se<br />

ven y manifiestan con la mayor claridad. Sin embargo, no en vano<br />

podrá alguno dudar y decir: ¿Cómo<br />

creemos que ha de suceder todo lo que en los libros sagrados está<br />

anunciado, si esto mismo que dice allí Dios:<br />

«Tu casa y la de tu padre andarán delante de mí para siempre» no pudo<br />

tener efecto? Porque vemos mudado<br />

aquel sacerdocio, y lo que se prometió a aquella casa no, esperamos<br />

que haya de cumplirse jamás, pues lo<br />

que sucede a éste, que advertimos reprobado y mudado, es lo mismo que<br />

se anuncia ha de ser eterno.<br />

El que así raciocina no entiende o no advierte que hasta el mismo<br />

sacerdote, según el orden de Aarón, fue como una<br />

sombra del sacerdocio, que había de ser eterno; y cuando se, le<br />

prometió la eternidad, no se le prometió a la misma sombra y<br />

figura, sino a lo que en ella se designaba y figuraba; y porque no se<br />

entendiese que la misma sombra había de permanecer,<br />

convino que se vaticinase igualmente su transformación.<br />

De igual modo el reino de Saúl, que, efectivamente, fue reprobado y<br />

desechado, era una sombra del futuro reino que<br />

había de conservarse en la eternidad, mediante a que el óleo santo<br />

con que fue ungido, y el crisma, de donde se dijo y llamó<br />

Cristo se debe tomar místicamente, y entender que es, un grande<br />

misterio, el cual reverenció tanto en Saúl el mismo David, que<br />

de terror le palpitó el corazón cuando habiéndose ocultado en una<br />

tenebrosa y oscura cueva, donde por acaso el mismo Saúl<br />

entró forzado de necesidad natural, le cortó sin que le sintiese, por<br />

detrás, un jirón de su manto, para tener con qué probar<br />

cómo le había perdonado graciosamente la vida pudiéndole matar, y con<br />

esta heroica acción arrancar de su rencoroso corazón<br />

la sospecha por la cual, imaginando que el santo David era su<br />

enemigo, le perseguía tan cruelmente.<br />

Así que, por no ser culpado en un tan grande misterio, violado en<br />

Saúl, sólo por haber tocado con aquel intento la<br />

vestidura de Saúl, temió, como lo dice la Escritura, «escrupulizó<br />

David haber cortado el borde del manto de Saúl». Y a los<br />

soldados que estaban con él, y le persuadían que ya que Dios había<br />

puesto a Saúl en sus manos, le matase, les dijo: «No<br />

quiera Dios que yo cometa semejante crimen contra mi Señor, el ungido<br />

del Señor, ni que ponga las manos en él, porque éste<br />

es el ungido del Señor.» Con cuyas expresiones se manifiesta<br />

claramente que tenía tanto respeto y reverencia a lo que era<br />

sombra de lo futuro, no por la sombra, sino por lo que por ella se<br />

figuraba.<br />

Así también, las palabras que dijo Samuel a Saúl: «Porque no<br />

observaste la orden que por mí te envió el Señor, que si<br />

la observaras, sin duda estableciera el Señor tu reino sobre Israel<br />

para siempre, ya tu reino no permanecerá en ti, y buscará el<br />

Señor una persona conforme a su corazón, a quien mandará que reine<br />

sobre su pueblo, porque no guardaste lo que te mandó<br />

el Señor», no se deben entender como si Dios hubiera mudado su idea y<br />

propuéstose que Saúl reinara para siempre, y que<br />

después no quiso cumplir lo prometido, porque pecó, pues no ignoraba<br />

que había de pecar, sino que había dispuesto su reino<br />

para que fuese figura representativa del reino eterno. Por eso<br />

añadió: «Ya tu reino no permanecerá en ti»; luego permaneció y<br />

permanecerá el que en él se significó, pero no aquél, porque no había<br />

de reinar Saúl para siempre ni sus descendientes, de


forma que, a lo menos por los descendientes, sucediéndose unos a<br />

otros se cumpliese lo que dice para siempre.<br />

«Y buscará el Señor, añade, persona», significando a David o al mismo<br />

medianero del Nuevo Testamento, el cual se<br />

figuraba igualmente en el crisma con que fue ungido el mismo David y<br />

sus descendientes. No busca Dios al hombre, como si<br />

ignorara dónde ha de hallarle, sino que habla por medio del hombre al<br />

modo natural de los mortales; y ha blando así nos busca,<br />

No sólo a Dios Padre, sino también al mismo unigénito Hijo, «que vino<br />

a buscar lo que se había perdido», éramos ya tan<br />

conocidos, que en el mismo Cristo nos había ya escogido Dios antes de<br />

la creación del mundo. Dijo, pues: «Buscará para sí»;<br />

como si dijera: «Aquel que sabe Dios, y supo que era suyo,<br />

manifestará y mostrará a otros que es su amigo y familiar», pues en<br />

el idioma latino este verbo quaero admite preposición, y se dice<br />

acquiro, cuya significación es bien patente. Aunque también, sin<br />

el aditamento de la preposición, se entiende que quaerere significa<br />

adquirir, por lo cual el lucro se llama igualmente quaestus.<br />

CAPITULO VII<br />

De la división del reino de Israel con que se figura la división<br />

perpetua que hay entre el espiritual Israel y el Israel carnal<br />

Reincidió Saúl en el pecado de desobediencia, y volvió a decirle<br />

Samuel de parte del Señor: «Porque despreciaste la<br />

palabra del Señor, te menospreció el Señor para que no seas rey de<br />

Israel.»<br />

Y en otra ocasión, confesando Saúl este mismo, pecado, pidiendo<br />

perdón por él, y rogando a Samuel que volviese a su<br />

lado para aplacar a Dios: «No volveré, dice, contigo; pues porque<br />

despreciaste el mandato del Señor, te ha desechado a ti el<br />

Señor para que no reines sobre Israel. Y volviendo Samuel el rostro<br />

para marcharse, le asió Saúl de la punta del manto, y se lo<br />

rompió, y díjole Samuel: Hoy ha roto y quitado el Señor el reino de<br />

Israel e tu mano, y le dará a tu prójimo, que es mejor que tú,<br />

y se dividirá Israel en dos, y no volverá atrás el Señor, ni se<br />

arrepentirá de lo determinado, porque no es como los hombres,<br />

que se arrepienten y que amenazan y no perseveran.»<br />

Este, a quien dice que le ha de despreciar el Señor, para que no sea<br />

rey sobre Israel, y que le ha quitado el reino de<br />

Israel, reinó cuarenta años, es a saber, otro tanto como el mismo<br />

David, y cuando le amenazaban con este infortunio,<br />

comenzaba a reinar. Pero la amenaza significa que no había de venir a<br />

reinar ninguno de sus descendientes; para que<br />

entendamos y miremos a la descendencia de David, de la cual vino a<br />

nacer, según la carne, el medianero, de Dios y de los<br />

hombres, el hombre Cristo, Jesús. No dice la Escritura, como se lee<br />

en muchos originales latinos: disrupit Dominus regnum Israel<br />

de manu, tua, sino que, como yo lo he puesto, se halla en los<br />

griegos: dirupit Dominus regnumab Israel de manu tua, de suerte<br />

que esto se entienda de tu mano y poder, que es de Israel<br />

Así, pues, Saúl representaba la persona de Israel, cuyo pueblo había<br />

de perder el reino, habiendo de reinar Jesucristo<br />

maestro Señor, no carnal, sino espiritualmente, por el Nuevo<br />

Testamento.<br />

Y cuando dice «este reino lo dará a tu prójimo», refiérese al<br />

parentesco de la carne, porque, según la carne, Cristo<br />

desciende de Israel, de donde descendía también Saúl.<br />

Lo que añade bueno sobre ti, aunque puede entenderse mejor que tú, y<br />

así lo han interpretado algunos, mejor se toma<br />

de esta manera: que es bueno sobre ti; que porque aquél es bueno, sea<br />

y esté sobre ti, conforme a la expresión del real<br />

Profeta, «hasta que ponga a todos tus enemigos debajo de tus pies»,<br />

entre los cuales comprende asimismo a Israel, a quien,<br />

porque fue su perseguidor, le quitó Cristo el reino.


Había allí también otro Israel, sin dolo, como grano de trigo entre<br />

paja; porque sin duda de allí eran los apóstoles, de allí<br />

tantos mártires, entre los cuales el primero fue San Esteban; de allí<br />

tantas iglesias, que refiere el Apóstol San Pablo que, con su<br />

conversión, engrandecieron a Dios.<br />

No dudo que debe entenderse de este modo lo que se dice: «Y se<br />

dividirá Israel en dos»; es, a saber, en Israel<br />

enemigo de Cristo y en Israel que sigue a Cristo; en Israel que<br />

pertenece a la esclava y en el que pertenece a la libre; porque<br />

estos dos géneros primero estaban juntos, cuando Abraham se juntara<br />

todavía con la esclava, hasta que la estéril, que se había<br />

hecho, fecunda por la gracia de Cristo, dio voces, «echa a la esclava<br />

y a su hijo». Es verdad que, por el pecado de Salomón,<br />

sabemos que, reinando su hijo Roboán, Israel se dividió en dos<br />

partes, y perseveró así, teniendo cada una sus reyes, hasta<br />

que los caldeos, con terrible estrago, arruinaron y trasladaron toda<br />

la población de aquella tierra. Pero esto ¿qué tiene que ver<br />

con Saúl? Si amenazara con algunos de tales infortunios, antes<br />

debiera amenazar al mismo David, cuyo hijo era Salomón.<br />

Finalmente, ahora toda la nación hebrea no está dividida entre sí,<br />

sino que indiferentemente los hebreos, conformes en<br />

un mismo error, están esparcidos por la tierra. Y aquella división<br />

con que Dios, en la persona de Saúl, que representaba la<br />

figura de aquel reino y pueblo, amenazó, al mismo reino y pueblo, se<br />

nos significó que había de ser eterna e inmutable, según<br />

las palabras siguientes: «Y no volverá atrás ni se arrepentirá,<br />

porque no es como el hombre, que se arrepiente, que amenaza y<br />

no persevera», esto es, el hombre amenaza y no persevera; pero no<br />

Dios, que no arrepiente como el hombre, porque cuando<br />

leemos que se arrepiente, se nos significa la mudanza de las cosas,<br />

quedando inmutable la presciencia divina. Así que donde<br />

dice que no se arrepiente, se entiende que no se muda.<br />

Por estas palabras vemos que pronunció Dios una sentencia totalmente<br />

irrevocable sobre la división del pueblo de<br />

Israel, y del todo perpetua, pues todos los que han pasado o pasan, o<br />

pasarán de allí a Cristo, no eran de allí según la<br />

presciencia de Dios, aunque lo fuesen según una misma naturaleza del<br />

linaje humano, Y efectivamente, todos los israelitas que<br />

se convierten, y siguen a Cristo, y perseveran en él, nunca estarán<br />

con los israelitas que perseveran en ser sus enemigos<br />

hasta el fin de esta vida, sino que perseverarán perpetuamente en la<br />

división que aquí nos vaticina. Porque solamente sirve el<br />

Testamento Viejo del monte Sina, que engendra los hijos siervos, en<br />

cuanto da testimonio al, Testamento Nuevo.<br />

De otra manera, entre tanto que leen a Moisés, les queda el velo<br />

puesto sobre sus corazones; pero conforme se vayan<br />

convirtiendo y pasando a Cristo se les irá quitando el velo, porque<br />

la misma intención de los que pasan es la que se muda del<br />

Viejo al Nuevo Testamento; de manera que ninguno pretenda ya recibir<br />

la felicidad carnal, sino la espiritual.<br />

Por tanto, el mismo gran profeta Samuel, antes que ungiese por rey a<br />

Saúl, cuando clamó al Señor por Israel, y le oyó,<br />

y estando ofreciendo el holocausto, vinieron los extranjeros a<br />

presentar la batalla al pueblo de Dios, y tronó Dios sobre ellos, y<br />

los confundió y cayeron delante de Israel, y fueron vencidos: tomó<br />

entonces una piedra y la colocó entre la nueva y vieja Maspha,<br />

poniéndola por nombre Abenecer, que quiere decir piedra del<br />

«auxilio», y dijo: «Hasta aquí nos ayudó el Señor».<br />

Maspha, interpretado, significa contención, Y aquella piedra del<br />

auxilio es la mediación del Salvador, por la cual debe pasarse<br />

de la vieja Maspha a la nueva, esto es, de la intención con que se<br />

esperaba en el reino carnal, a la intención con que, por el<br />

Nuevo Testamento, se espera en el reino de los cielos la verdadera<br />

bienaventuranza espiritual; y por cuanto no hay objeto más<br />

apreciable que éste, hasta aquí esto, hasta su consecución, nos ayuda<br />

Dios.


CAPITULO VIII<br />

De las promesas que hizo Dios a David en su hijo, las cuales no se<br />

cumplieron en Salomón, sino plenamente en Cristo<br />

Considero que me resta manifestar ahora, siguiendo la serie del<br />

asunto que prometió al mismo David, que sucedió a<br />

Saúl en el reino, con cuya mutación se nos prefiguró la final<br />

mudanza, a la cual se endereza todo cuanto nos ha dicho y dejado<br />

el Espíritu Santo.<br />

Habiendo disfrutado David de muchos sucesos prósperos, se propuso la<br />

idea de construir una suntuosa casa a Dios, es<br />

a saber, aquel templo tan rico y celebrado, que después fabricó su<br />

hijo Salomón. Teniendo, pues, este pensamiento, mandó<br />

Dios al profeta Nathan que se presentase al rey y le diese un mensaje<br />

de su parte, en el cual, habiendo dicho Dios que el mismo<br />

David le había de edificar casa, y que en tanto tiempo no había<br />

ordenado a ninguno de su pueblo que le construyese casa<br />

de cedro: «Ahora – dice – dirás a mi siervo David: Dios todopoderoso<br />

– dice así –, yo te escogí y saqué de entre el ganado<br />

para que fueses capitán y cabeza de mi pueblo Israel; me hallé<br />

contigo en todas las partes que anduviste; desterré de tu<br />

presencia todos tus enemigos, y te di nombre y fama, como a los más<br />

celebrados de la tierra. Pondré y señalaré también lugar a<br />

Israel mi pueblo, y le estableceré para que habite de por sí, de<br />

manera que no se turbe ni se inquiete más los pecadores no le<br />

afligirán más, como acostumbraban antes, desde el día que establecí<br />

jueces sobre mi pueblo Israel; te daré reposo de todos tus<br />

enemigos, y te anunciará el Señor cómo le has de edificar la casa. Y<br />

cuando se cumplieren tus días, y tu durmieres con tus<br />

padres, yo levantaré, después de muerto tú, a tu hijo salido de tus<br />

entrañas, y estableceré su reino. Este será el que edificará<br />

casa a mi nombre, y yo confirmaré el trono de su reino para siempre<br />

jamás. Yo le seré como padre, y él me será a mi como hijo<br />

mío, y cuando ejecutare alguna acción mala le castigaré con el azote<br />

de los hombres; mas no por eso apartaré de él mi<br />

misericordia, como la aparté de los que aparté mi rostro. Y su casa<br />

será fiel, y su reino permanecerá para siempre delante de<br />

mí, y su trono permanecerá estable y firmo para siempre.»<br />

El que imagina que una promesa tan grandiosa como ésta se cumplió en<br />

Salomón, mucho se engaña, pues atribuye lo<br />

que dice, «éste será el que me edificará casa», a que Salomón fue el<br />

que edificó aquel famoso templo, y no reflexiona en lo que<br />

después dice: «y su casa será fiel, y su reino permanecerá para<br />

siempre delante de mi».<br />

Considere, pues, y mire la casa de Salomón llena de mujeres e<br />

idólatras que adoraban dioses falsos, y al mismo rey,<br />

que solía ser tan sabio, seducido y engañado por ellas, abatido y<br />

sumergido en el tenebroso caos de la misma idolatría, y no se<br />

atreva a imaginar que Dios o pudo ser mentiroso en esta promesa o no<br />

pudo penetrar con su divina presciencia que Salomón y<br />

su casa habían de incurrir en este desliz.<br />

Ni de aquí debemos tomar ocasión para reparar en esto, aun cuando no<br />

viéramos cumplir esta promesa en Cristo<br />

Señor nuestro, que nació de la descendencia y linaje de David, según<br />

la carne, para que no andemos vanamente y sin utilidad<br />

buscando algún otro, como hacen los judíos carnales, pues hasta éstos<br />

están tan ajenos de entender, que este hijo que aquí ven<br />

escrito, que le promete Dios al rey David, fuese Salomón, que aun<br />

después de habérsenos manifestado con tanta evidencia el<br />

prometido, con admirable y extraordinaria ceguedad dicen que todavía<br />

aguardan otro. Es cierto que también en Salomón se<br />

representó cierta semejanza y figura de lo futuro, en cuanto edificó<br />

el templo, y tuvo paz conforme al significado de su nombre


(porque Salomón quiere decir pacífico), y a los principios de su<br />

reinado procedió con cordura, y sus acciones fueron dignas de<br />

grandes elogios.<br />

En su persona, como sombra de lo futuro, figuraba a Cristo Señor<br />

nuestro; mas no era Cristo. Y así la Escritura dice de<br />

él ciertas cosas, como si de él se hubieran profetizado, porque<br />

vaticinando la Sagrada Escritura los sucesos que se han<br />

efectuado, en cierto modo nos dibuja en él una figura de lo venidero.<br />

Pues además de los sagrados libros, donde se relaciona<br />

que reinó, también el Salmo 71, se intitula de su mismo nombre; donde<br />

se insinúan tantos presagios, que de ningún modo<br />

pueden convenirle, y si sólo a nuestro Señor Jesucristo; a quien con<br />

toda congruencia se acomodan, mostrando que en<br />

Salomón se nos delineó originalmente la figura del Salvador, y en<br />

Cristo se nos representó la misma verdad.<br />

Bien claros están los términos y límites en que se incluyó el reino<br />

de Salomón, y, sin embargo, se dice en el Salmo,<br />

omitiendo otras particularidades en él contenidas: «que su reino y<br />

dominio se dilataría de mar a mar, y desde el río basta los<br />

términos y confines del orbe de la tierra»: todo lo cual notamos que<br />

va verificándose en Cristo; porque desde el río comenzó a<br />

reinar, bautizado por San Juan, y mostrado por éste a los discípulos,<br />

quienes le llamaron no sólo Maestro, sino también Señor.<br />

No principió a reinar Salomón, en vida de su padre David (lo cual a<br />

ninguno de los reyes de Israel ocurrió), sino para<br />

que nos constase que no es a él a quien se refiere esta profecía, que<br />

había con su padre, diciendo «y cuando se cumplieren tus<br />

días y durmieres con tus padres, yo levantaré después de ti a tu hijo<br />

salido de tus entrañas, y estableceré su reino».<br />

En lo que sigue: «éste es el que edificará casa», puede entenderse<br />

que fue profetizado por Salomón; y lo que ha<br />

precedido: «cuando se cumplieren tus días y durmieres con tus padres,<br />

levantaré después de ti a tu hijo», debemos entender<br />

que se refiere a otro ser pacifico, del cual se vaticina que había de<br />

venir a levantar el trono real, no antes, como éste, sino<br />

después de la muerte de David.<br />

Por mucho tiempo que mediase entre David y Cristo, después de la<br />

muerte del rey David, a quien había sido prometido,<br />

convenía que viniese quien edificase casa al Señor, no de madera y<br />

piedras, sino de hombres, como con el mayor júbilo y<br />

contento vemos ahora que la va construyendo. Hablando de esta casa,<br />

es decir, los fieles de Cristo dice el Apóstol: «Vosotros<br />

sois el templo que Dios santificó.»<br />

CAPITULO IX<br />

Que en el Salmo 88 se halla otra profecía de Cristo semejante a la<br />

que en los libros de los Reyes<br />

promete Dios por medio del profeta Nathan<br />

En el Salmo 88, cuyo título es «Instrucción para Ethan, israelita»,<br />

se refieren las promesas que Dios hizo al rey David,<br />

donde se dicen algunas cosas semejantes a las que se hallan en el<br />

libro de los Reyes, como es: «Yo prometí y juré a mi siervo<br />

David, que para siempre confirmaré y estableceré tu descendencia»; y<br />

también lo que sigue: «Entonces hablaste en visión y en<br />

espíritu a tus hijos y profetas, y les dijiste: Yo puse mi favor<br />

sobre el Poderoso, y levanté a mi escogido de en medio de mi<br />

pueblo; hallé a mi siervo David y le ungí con mi santo óleo, porque<br />

mi mano le ha de ayudar y mi brazo le ha de confirmar. El<br />

enemigo no podrá causarle daño alguno, ni los malos y pecadores<br />

podrán ofenderle. Yo destruiré delante de él a sus<br />

enemigos, y ahuyentaré a los que le aborrecen. Mi verdad y<br />

misericordia será con él, y en mi nombre se ensalzará la fortaleza<br />

de David: pondré su mano y poderío en el mar, y en los ríos su


diestra y potencia. El me invocará: tú eres mi Padre, mi Dios, y<br />

el protector de mi salud. Yo le haré primogénito, y le ensalzaré<br />

sobre los reyes de la tierra. Para siempre jamás guardaré con él<br />

mi misericordia, y mi pacto y testamento se lo cumpliré fiel e<br />

inviolablemente. Haré que su descendencia sea perpetua, y su trono<br />

perpetuo, mientras durasen los cielos.» Todo lo cual se entiende de<br />

nuestro Señor Jesucristo, el cual se comprende congruamente<br />

bajo el nombre de David por la forma de siervo, que el<br />

mismo Mediador tomó de la descendencia de David,<br />

naciendo de la Virgen María. Y prosigue, hablando de los pecados de<br />

sus hijos, ciertas cosas que se asemejan a lo que se dice<br />

en los libros de los Reyes, y persuaden que se entiendan de Salomón.<br />

Porque en el libro de los Reyes dice: «Y si este tu hijo<br />

pecare, le castigaré con la vara y azote de los hombres, y con los<br />

golpes de los hijos de los hombres; pero no apartaré de él mi<br />

misericordia», significando por los toques o golpes las plagas y<br />

azotes de la corrección y del castigo.<br />

Conforme a esto, dice en otro lugar: «No toquéis a mis cristos y<br />

ungidos», lo cual ¿qué otra cosa quiere decir sino que<br />

no les hagáis mal, no les ofendáis? En el Salmo 88, como tratando de<br />

David, por expresarse allí con cierta semejanza alusiva a<br />

esto, dice: «Se dejasen sus hijos mi ley y no observaren mis<br />

mandamientos; si profanaren mis sanciones y traspasaren mis<br />

preceptos, visitaré y castigaré, con vara sus maldades y con azotes<br />

sus delitos, pero no apartaré de él mi misericordia y pacto.»<br />

No dijo «de ellos», aunque hablaba de sus hijos, y no de él; dijo de<br />

él, porque, bien considerado, quiere decir lo mismo. Porque<br />

era imposible hallar pecado alguno en el mismo Cristo, que es la<br />

cabeza de la Iglesia, por el cual fuera necesario que Dios le<br />

castigara con azotes y correcciones humanas, guardando su pacto y<br />

misericordia, sino en su cuerpo y miembros, que es su<br />

pueblo. Por eso dice en el libro de los Reyes iniquitas ejus, su<br />

pecado, y en el Salmo, filiorum ejus, de sus hijos, para que<br />

entendamos que en cierto modo se dice de él lo que se dice de su<br />

cuerpo. Por lo cual, el mismo Señor, desde el Cielo,<br />

persiguiendo Pablo a su cuerpo, que son sus fieles, Saulo, Saulo -<br />

dice -, ¿por qué me persigues? »<br />

Después prosiguió el salmista: «Y no quebrantaré mi fe y verdad no<br />

profanaré o mudaré mi testamento y promesa, ni<br />

retractaré lo que he dicho por esta boca. Una vez lo prometí y, juré<br />

por mi santidad que no engañan a David«»; esto es, no ha<br />

de faltar a David mi promesa; porque suele hablar así la Escritura. Y<br />

en lo que no ha de mentir, y lo ha de cumplir, añade:<br />

«Su descendencia permanecerá para siempre, y su trono y majestad en<br />

mi presencia florecerá eternamente como el<br />

sol, y como la luna perfecta, que en el Cielo son testigos<br />

fidelísimos.»<br />

CAPITULO X<br />

Cómo sucedió en el reino de la Jerusalén terrena diferentemente de lo<br />

que prometió Dios para que entendiésemos que<br />

la verdad y cumplimiento de la promesa pertenecía a la gloria de otro<br />

rey y de otro reino<br />

Después de fundamentos tan sólidos, en que estriba una promesa tan<br />

singular e interesante a la humana naturaleza,<br />

rara que no creyésemos que se habían verificado en Salomón; como si<br />

le excluyera, y de él no hiciese mención, para<br />

semejante asunto, dice: «Tú, Señor, le desechaste y le aniquilaste.»<br />

Porque esto fue lo que sucedió al reino de Salomón en sus<br />

descendientes, hasta venir al deplorable estado de quedar destruida y<br />

asolada la misma terrena Jerusalén, que era la cabeza y<br />

silla de su reino, y especialmente hasta no quedar piedra sobre<br />

piedra del templo, que construyó con tanto esmero el mismo,


Salomón.<br />

Mas para que no juzgásemos que así lo dispuso Dios, quebrantando, su<br />

palabra y promesa, luego añade y dice: Tú,<br />

Señor, dilataste enviarnos a tu Cristo.» Luego no es Salomón, ni aun<br />

el mismo David, si se difirió la venida del Cristo del Señor;<br />

pues aunque se llamaban cristos y ungidos del Señor todos los reyes<br />

consagrados con la mística unción y crisma, no sólo desde<br />

el rey David en, adelante, sino también desde Saúl, que fue el<br />

primero a quien ungieron por rey de aquel pueblo, porque el<br />

mismo David le llama Cristo del Señor; sin embargo, uno era el<br />

verdadero Cristo, cuya figura representaban aquéllos con su<br />

unción profética; el cual, según la opinión de los que imaginaban que<br />

había de entenderse de David o de Salomón, tardaba<br />

mucho y dilataba su venida, aunque, según los altos e impenetrables<br />

decretos del Señor, se iba aprestando para venir a su<br />

tiempo.<br />

Y en el ínterin que se difiere su venida, lo que sucedió en el reino<br />

de la terrena Jerusalén, donde aguardaban que<br />

había de reinar prosiguiendo este mismo Salmo, lo declara el real<br />

profeta, diciendo: «Diste por, tierra con el testamento y<br />

promesa que hiciste a tu siervo, profanaste en la tierra su santuario<br />

y templo, destruiste todos sus setos y vallados, e hiciste que<br />

estuviese encogido y medroso dentro de los reparos y defensas. Le<br />

robaron y saquearon todos los pasajeros, viniendo a ser el<br />

oprobio y escarnio de sus vecinos, y llenaste de gozo y alegría a<br />

todos sus contrarios. Le quitaste el auxilio que solías dar a su<br />

espada, y no le acudiste y favoreciste en la guerra. Le desterraste<br />

de sus purificaciones, y diste por tierra con su trono.<br />

Disminuiste los días que prometiste a su reino, y le has llenado de<br />

confusión.» Todo esto pasó, en la Jerusalén esclava, donde<br />

reinaron también algunos hijos de la libre poseyendo aquel reino, con<br />

dispensación temporal, y el reino de la celestial Jerusalén,<br />

cuyos hijos eran, con verdadera fe, esperando en el verdadero Cristo.<br />

Y cómo sobrevinieron tales desgracias sobre aquel<br />

reino, lo declara la historia para quien quisiere leerlo.<br />

CAPITULO XI<br />

De la substancia del pueblo de Dios, la cual está, y se halla por la<br />

sucesión de la carne, en Cristo; quien fue sólo el que<br />

tuvo potestad de sacar libre su alma de los infiernos<br />

Después de haber vaticinado estos futuros sucesos, vuelve el profeta<br />

a hacer oración a Dios, y aun la misma oración es<br />

profética: «¿Hasta cuándo Señor, nos vuelves hasta el fin?»<br />

Entiéndese faciem Tuam, «nos vuelves tu rostro», como dice en<br />

otra parte: «¿Hasta cuándo me vuelves tu rostro?» Esta es la razón<br />

por qué aquí algunos libros no escriben avertir, vuelves,<br />

sino averteris, volverás, aunque se puede entender avertis<br />

misericordiam tuam, vuelves tu misericordia, la que prometiste a<br />

David. Y lo que dice, in finem, ¿qué otra cosa es sino hasta el fin?<br />

Por cuyo fin deben entenderse los tiempos últimos, cuando<br />

aquella nación ha de venir a creer también en Jesucristo, antes del<br />

cual fin habían de suceder las calamidades que arriba lloran:<br />

por las cuales prosigue aquí diciendo: «¿Acaso ha de arder, como<br />

fuego tu ira e indignación? Acuérdate de mi substancia.»<br />

Ninguna cosa se entiende aquí mejor que el mismo Jesús, que es la<br />

substancia de su pueblo, de quien tomó su naturaleza<br />

carnal: «Porque no en vano, dice, criaste a todos los hijos de los<br />

hombres»; pues si no fuera un hijo del hombre la substancia de<br />

Israel, por el cual hijo del hombre se salvarán muchos hijos de los<br />

hombres, sin duda que en, vano fueran criados todos los<br />

hijos de los hombres.<br />

Y ahora, aunque toda la naturaleza humana, por el pecado del primer<br />

hombre, haya caído de la verdad en la vanidad,<br />

por lo cual dice otro Salmo «que se ha transformado y hecho el hombre


semejante a la vanidad, y que pasan sus días como una<br />

sombra»: con todo, no sin motivo crió Dios todos los hijos de los<br />

hombres; porque lo uno libra a muchos de la vanidad por el<br />

Medianero, que es Jesucristo Nuestro Señor, y lo otro los que previó<br />

que no habían de libertarse ni salvarse, los crió para la<br />

utilidad de los que se habían de salvar, y para poder comparar las<br />

dos Ciudades, cotejándolas con su contrario. Así que no las<br />

crió vanamente, si consideramos el hermoso y arreglado orden y<br />

disposición que Dios tiene puesto en todas las criaturas racionales.<br />

Después sigue: «¿Cuál es el hombre que ha de vivir y no ha de ver la<br />

muerte, y ha de sacar su alma del poder del<br />

infierno?» ¿Quién es éste, sino aquella substancia de Israel, del<br />

linaje y descendencia de David, Jesucristo Nuestro Señor, de<br />

quien dice el Apóstol «que habiendo resucitado de los muertos, ya no<br />

morirá más, y la muerte no tendrá ya más dominio sobre<br />

él?» Porque de tal suerte vive, y no verá más la muerte, que,<br />

efectivamente, una vez murió, pero sacó y libró ya su alma de la<br />

mano y potestad del infierno, pues descendió a los infiernos para<br />

librar y soltar de aquellas prisiones a algunos pecadores. La<br />

sacó y libertó con aquel poder de que hizo mención en el Evangelio:<br />

«Poder tengo para despedir mi alma, y poder tengo para<br />

volverla a tomar.»<br />

CAPITULO XII<br />

A qué persona debe entenderse que pertenece la petición de las<br />

promesas de que hace mención<br />

el Salmo cuando dice: «¿Dónde están, Señor, tus antiguas<br />

misericordias?»<br />

Pero todo lo demás que insinúa este Salmo, donde se lee: «¿Dónde<br />

están, Señor, aquellas tus antiguas misericordias y<br />

promesas que juraste a David por tu verdad? Acuérdate, Señor, del<br />

oprobio que padecen tus siervos, que llevé en mi seno, de<br />

mano de muchas naciones. ¿Con qué nos zahirieron tus enemigos, Señor?<br />

¿Nos zahirieron con la mudanza de tu Cristo?», con<br />

razón se puede dudar si dice esto en persona de aquellos israelitas<br />

que deseaban se cumpliese la promesa que hizo Dios a<br />

David, o si se dice en persona de los cristianos, que son israelitas,<br />

no según la carne, no según el espíritu.<br />

Porque esto se dijo, o escribió en tiempo de Ethan, de cuyo nombre se<br />

intituló este Salmo, y en aquel mismo tiempo fue<br />

el reino de David, y conforme a esta explicación, no diría: ¿ «Dónde<br />

están aquellas tus antiguas misericordias, las que<br />

prometiste y juraste a David por tu verdad? » Si el profeta no<br />

transformara en sí la persona de los que habían de venir al mundo<br />

mucho después, respecto de quienes pudiese ser antigua este tiempo en<br />

que se hizo tal promesa al rey David.<br />

Puede entenderse que muchos gentiles, cuando perseguían a los<br />

cristianos, les zaherían con ignominia la pasión de<br />

Cristo, a la cual la Sagrada Escritura llama commutationem, mudanza,<br />

porque muriendo, se mudó e hizo inmortal.<br />

Puédese también tomar porque se les haya zaherido a los israelitas la<br />

mudanza de Cristo, es a saber, porque<br />

entendiendo y esperando ellos que había de ser de su facción, vino a<br />

ser de los gentiles, y esto se lo echan en rostro al<br />

presente muchas naciones que creyeron en él por el Nuevo Testamento,<br />

quedándose ellos en su senectud; de forma que por<br />

eso diga: «Acuérdate, Señor, del oprobio de tus siervos»; porque<br />

también ellos, después de este oprobio, no olvidándolos el<br />

Señor, sino teniendo misericordia de ellos, han de venir a creer en<br />

él.<br />

Pero el sentido que expuse primero parece más a propósito y<br />

conveniente, porque a los enemigos


de Cristo, a quien aquí se increpa que los ha dejado Cristo<br />

pasándose, a los gentiles, incongruamente se<br />

les acomodan estas palabras: «Acuérdate, Señor, del oprobio de tus<br />

siervos», pues tales judíos no es<br />

razón que se llamen siervos de Dios, sino que estas palabras cuadran<br />

a los qué, cuando padecían por el<br />

nombre de Cristo grave opresión de persecuciones, se pudieron acordar<br />

de que la promesa que hizo Dios<br />

a la descendencia de David era el reino de los cielos, y que por<br />

deseo de él, no desesperando, sino<br />

pidiendo, buscando y llamando a la puerta, dicen: «¿Dónde están,<br />

Señor, aquellas tus antiguas<br />

misericordias que prometiste y juraste a David por tu verdad?<br />

Acuérdate, Señor, del oprobio de tus siervos,<br />

que llevé en mi seno, de mano de muchas gentes (esto es, que sufrí<br />

con paciencia en mi corazón). ¿Con<br />

qué nos zahirieron tus enemigos, Señor? Nos zahirieron con la mudanza<br />

de tu Cristo»; teniendo por Cierto,<br />

que aquélla no fue o conmutación, sino consumación. ¿Y qué quiere<br />

decir acuérdate, Señor, sino que<br />

tengas misericordia y nos des por esta humildad, que hemos sufrido<br />

con paciencia, la altura y grandeza que<br />

prometiste y juraste a David por tu verdad?<br />

Pero si queremos, acomodar estas palabras a los judíos, ¿pudieron<br />

decir semejantes razones aquellos siervos de Dios<br />

que, después de expugnada y rendida la Jerusalén terrena antes de<br />

nacer Nuestro Señor Jesucristo en carne humana, fueron<br />

llevados cautivos, los cuales entendían como se debía entender la<br />

mudanza de Cristo; es a saber: que debían esperar y<br />

aguardar fielmente por él, no la terrena y carnal felicidad, cual fue<br />

la que asomó en los pocos años del rey Salomón, sino la<br />

celestial y espiritual, la cual, ignorándola entonces los infieles,<br />

cuando se alegraban, se mofaban de ver al pueblo de Dios<br />

cautivo? ¿Qué otra cosa les zaherían que la mudanza del Cristo,<br />

aunque zaherían a los que la entendían los que no la sabían?<br />

Por eso la conclusión de este Salmo: «La bendición del Señor para<br />

siempre amén, amén», muy bien cuadra generalmente<br />

a todo el pueblo de Dios que pertenece a la celestial<br />

Jerusalén; ya sean aquellos que estaban encubiertos en el Viejo<br />

Testamento antes de revelársenos el Nuevo, ya sea a éstos, que<br />

manifiestamente se ve que, después de revelado el Nuevo<br />

Testamento, pertenecen a Cristo. Porque la bendición que nos ha de<br />

dar el Señor en el hijo prometido de la descendencia de<br />

David, no se debe esperar por corto espacio de tiempo, cual la hubo<br />

en los días de Salomón, sino para siempre, de la cual, con<br />

infalible esperanza; dicen fiat, fiat, amén, amén; que la repetición<br />

de esta palabra es continuación de esta esperanza.<br />

Entendiendo, pues, este misterio David, dice en el segundo libro de<br />

los Reyes, de donde pasamos a este Salmo: «Has<br />

prometido la casa de tu siervo para largo tiempo»; y poco después<br />

añade: «Principia, pues, Señor, y echa la bendición a la<br />

casa de tu siervo para siempre, etc.», porque entonces estaba próximo<br />

a tener un hijo, de quien procedía su descendencia<br />

hasta Cristo, por quien había de ser eterna su casa; y también casa<br />

de Dios. Es casa de David con respecto al linaje de David,<br />

e igualmente casa de Dios por el templo de Dios, fabricado de hombres<br />

y no de piedras, donde habite para siempre el pueblo<br />

con Dios y en su Dios, y Dios en el pueblo y en su pueblo, de forma<br />

que Dios esté llenando a su pueblo y el pueblo lleno de<br />

Dios, cuando Dios: «será todas las cosas en todos», y El mismo será<br />

el premio en la, paz, como es la fortaleza en la guerra. Por<br />

eso, habiendo dicho en las palabras de Nathan «y te advierte el Señor<br />

que le has de edificar una casa», dijo después David:<br />

«Porque tú, Señor Todopoderoso; Dios de Israel, revelaste al oído de<br />

tu siervo, diciendo que yo te había de edificar una casa.»<br />

Porque también nosotros vamos construyendo esta casa viviendo bien, y


ayudándonos Dios para que vivamos bien, pues «si<br />

el Señor no edificare la casa, en vano se cansan los que la<br />

edifican».<br />

Cuando llegare el tiempo de la última dedicatoria de esta casa,<br />

entonces será lo que aquí dijo el Señor por medio de<br />

Nathan: «Estableceré y señalaré también el lugar a Israel mi pueblo y<br />

le plantaré para que habite y viva por sí, de manera que<br />

no se turbe ni inquiete más, ni los pecadores le afligirán más, como<br />

acostumbraban antes, desde el día que puse jueces sobre mi<br />

pueblo Israel.»<br />

CAPITULO XIII<br />

Si esta paz que promete Dios a David puede pensarse que se cumplió en<br />

los tiempos que corrieron reinando Salomón<br />

Cualquiera que espera en este siglo y en esta tierra una felicidad<br />

tan grande como ésta, opina muy neciamente. ¿Acaso<br />

habrá alguno que piense que se cumplió esta promesa con la paz de que<br />

gozó el rey Salomón? Porque aquella paz la celebra<br />

con singular elogio la Sagrada Escritura por la sombra de lo que<br />

había de ser. Pero a esta sospecha advertidamente ocurrió la<br />

Escritura, cuando habiendo dicho: «Ni los pecadores le afligirán<br />

más», luego añade: «como solían antes del día que puse jueces<br />

sobre mi pueblo Israel». Porque antes de haber reyes acostumbraba<br />

haber jueces en aquel pueblo, desde que entró en la<br />

tierra de promisión.<br />

Y sin duda que le humillaba el hijo de la iniquidad, esto es, le<br />

molestaba el enemigo gentil y extranjero, por algunos<br />

intervalos de tiempos, en que leemos que a veces hubo paz, en otras<br />

guerras, y notamos que allí la paz duró más que en los<br />

tiempos de Salomón, que reinó cuarenta años, pues en tiempo de uno de<br />

los jueces, llamado Aod, hubo ochenta años de paz.<br />

Así que por ningún motivo debemos creer que esta promesa aludía a los<br />

tiempos de Salomón, y por consiguiente,<br />

mucho menos a los de cualquiera otro rey, pues ninguno de ellos reinó<br />

en tanta paz como él, ni jamás aquella nación tuvo el<br />

reino de suene que no estuviese con cuidado y temerosa de venir a<br />

manos de sus enemigos.<br />

Porque en una mutabilidad e inconstancia tan grande como es la de las<br />

cosas humanas, ningún pueblo ha habido jamás<br />

a quien el cielo haya concedido tanta seguridad que no estuviese con<br />

recelo y miedo, en esta vida, de los acontecimientos y<br />

maquinaciones de sus enemigos. Luego el lugar que promete aquí para<br />

vivir en él con tanta paz y seguridad es eterno y se<br />

debe a los eternos en la madre Jerusalén, la libre; en donde<br />

verdaderamente será el pueblo de Israel, esto es, estará viendo a<br />

Dios, porque esto quiere decir Israel. Y con deseo de este premio<br />

debemos vivir santamente esperándolo en esta trabajosa<br />

peregrinación.<br />

CAPITULO XIV<br />

Del estudio de David en componer Salmos<br />

Discurriendo por el orden de sus tiempos la Ciudad de Dios,<br />

primeramente reinó David en la que era sombra de lo que<br />

había de ser en lo sucesivo, esto es, en la terrena Jerusalén.<br />

Fue David varón muy diestro y aficionado a componer canciones, y dado<br />

al eco y armonía de la música, no llevado del<br />

gusto común y vulgar, sino penetrado de una intención y ánimo devoto<br />

y fiel, pues con ella sirvió a su Dios, que es el verdadero<br />

Dios, figurando místicamente con la música un arcano grande y<br />

excelente, pues la consonancia concertada y moderada de


diferentes voces nos representa la unión de una ciudad bien ordenada<br />

y regida, enlazada entre sí con una concorde variedad.<br />

En efecto, casi toda su profecía se encuentra en los Salmos, y<br />

contiene ciento cincuenta el libro que llamamos de los<br />

Salmos, aunque algunos dicen que sólo compuso David los que tienen el<br />

título de su nombre. Otros hay que piensan que no<br />

son suyos sino los que se intitulan Ipsius David, del mismo David, y<br />

que los que tienen en el título lsip David, al mismo David, los<br />

compusieron otros y los apropiaron a su persona. Pero esta opinión<br />

queda refutada por lo que el Salvador dice en el<br />

Evangelio, que el mismo David dijo en espíritu que Cristo era su<br />

Señor, porque el Salmo 109 principia así: «Dijo el Señor a mi<br />

Señor: siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos como<br />

tarima debajo de tus pies.» Sin embargo, este Salmo no tiene<br />

en el título Ipsius David, del mismo David, sino Isip David, al mismo<br />

David, como otros muchos<br />

Me parece más probable lo que sostienen otros, y es, que todos los<br />

ciento cincuenta Salmos los compuso David, y que<br />

a algunos les puso nombres de otros, que figuraban y significaban<br />

alguna cosa que hacía a su intento, y que los demás no quiso<br />

que tuviesen por título nombre de ninguno, según le inspiró el Señor<br />

la disposición de esta variedad interpolada de inescrutables<br />

arcanos, aunque oculta, pero no sin misterio.<br />

Ni menos debe movernos a no prestar asenso a esta opinión el ver que<br />

en aquel libro en algunos Salmos hallamos los<br />

nombres de varios profetas que fueron muy posteriores a David, y que<br />

lo que en ellos se dice parece que lo dicen ellos; porque<br />

bien pudo el espíritu profético, cuando vaticinaba el rey David,<br />

revelarle también los nombres de estos profetas que había de<br />

haber en lo futuro para que proféticamente se cantase algún asunto<br />

que cuadraba y convenía a la persona de ellos, así como<br />

reveló Dios a un profeta el nombre del rey Josías, que había de venir<br />

a nacer y reinar al cabo dé más de trescientos años<br />

después, cuya profeta presagió también las acciones que este rey<br />

había de practicar.<br />

CAPITULO XV<br />

Si todas las profecías que de Cristo y de su Iglesia hay en los<br />

Salmos las debemos poner y acomodar en el texto y<br />

discurso de esta obra<br />

Presumo que ya me están aguardando para que en este lugar declare qué<br />

es lo que David profetizó en los Salmos de<br />

nuestro Señor Jesucristo o de su Iglesia; pero si no satisfago en<br />

este particular, como parece que lo pide el deseo de los<br />

lectores, aunque ya lo he ejecutado en otro libro, es por impedirlo<br />

la mucha materia que falta. Porque no puedo relatarlo todo<br />

por no ser prolijo; y recelo que cuando haya escogido algún asunto, a<br />

muchos doctos que tienen la bastante noticia en este<br />

punto les parezca que he omitido lo más necesario. Fuera de qué el<br />

testimonio y autoridad que se alega debe tomar su vigor y<br />

firmeza del contexto de todo el Salmo, de forma que a lo menos en él<br />

no haya cosa que lo contradiga, cuando todo sea en su<br />

favor, para qué no se crea que a modo de centones vamos recogiendo<br />

versos a propósito para lo que queramos, como suele<br />

hacerse de un poema famoso, el cual se escribió, no al intento de<br />

aquel asunto, sino de otro bien distinto. Para poder<br />

manifestarlo en cualquier Salmo, sería necesario examinarlo todo, y<br />

cuán penosa y prolija sería esta operación lo indican<br />

bastante los libros que yo y otros han escrito sobre ellos.<br />

Lea, pues, éstos el que quisiere y pudiere y hallará cuántas y cuán<br />

grandes maravillas haya profetizado de Cristo y de<br />

su Iglesia el rey y profeta David, es a saber, del rey y de la ciudad<br />

que este rey fundó.


CAPITULO XVI<br />

De las cosas que clara o figuradamente se dicen en el Salmo 44 que<br />

pertenecen a Cristo y a su Iglesia<br />

Por más propias y claras que sean las palabras que profetizan algún<br />

misterio es necesario que vayan mezcladas<br />

también con las trópicas y figurativas, las cuales particularmente,<br />

por causa de los rudos, ofrecen a los doctos un negocio muy<br />

trabajoso para explicarlas; con todo, hay algunas que, al primer<br />

aspecto, manifiestan a Cristo y a su Iglesia, aunque quedan<br />

entre ellas algunas cosas menos inteligibles para explicarlas<br />

despacio, como es aquello en el mismo libro de los Salmos: «Salió<br />

de mi corazón una buena palabra (una canción famosa) y, como cosa<br />

mía, va dirigida al rey; mi lengua no es más que la pluma<br />

en mano de un escribiente que escribe con velocidad: Hermoso eres, ¡<br />

oh Rey!, sobre todos los hijos de los hombres. La gracia<br />

se derramó por tus labios, y por eso te echó Dios su bendición para<br />

siempre. ¡Oh poderosísimo Señor! Ciñe la espada al lado,<br />

encima del muslo; muestra tu hermosura, donaire, majestad y gloria;<br />

acomete, camina con prosperidad y reina conforme a la<br />

verdad, mansedumbre y justicia. Y con esto, tu poderosa diestra te<br />

llevará maravillosamente al fin de tus empresas. Tus flechas<br />

agudas, poderosísimo Señor, penetrarán las entrañas de los reyes tus<br />

enemigos; los pueblos y naciones se rendirán a tus pies.<br />

¡Oh Dios! Tu real silla es eterna, la vara y cetro de tu reino es<br />

vara de justicia y rectitud. Amaste la justicia y aborreciste la<br />

iniquidad. Por eso te ungió Dios, tu Dios, con óleo de la alegría y<br />

del Espíritu, Santo con más abundancia que a los otros que<br />

participan tu nombre y se llaman Cristos y Reyes como tú. Todos tus<br />

vestidos derraman de si suavísimo olor de mirra, ámbar y<br />

canela, escogidas de los palacios y templos de marfil, con los cuales<br />

te dan gusto y honor las castas hijas de los reyes,<br />

deseando honrarte y glorificarte.» ¿Quién habrá tan estúpido e<br />

ignorante que no entienda que habla de Cristo, a quien<br />

predicamos y en quien creemos, viendo cómo se le llama Dios, cuya<br />

silla real es para siempre, y ungido de Dios, es decir, como<br />

unge Dios, no con unción y crisma visible, sino espiritual e<br />

inteligible? Porque ¿quién hay tan rudo en esta religión, o quién<br />

puede hacerse tan sordo a la fama que de ella corre por toda la<br />

redondez de la tierra, que no sepa que se llamó Cristo, de<br />

crisma, esto es, de la unción?<br />

Conocido el Rey, Cristo o ungido; lo que aquí designa por metáforas y<br />

figuras de cómo es hermoso sobre todos los hijos<br />

de los hombres, con una hermosura tanto más digna de ser amada y<br />

admirada cuanto es menos corpórea; y cuál sea su<br />

espada, cuáles las flechas y lo demás que inserta, no propia, sino<br />

metafóricamente, sujeto ya, y debajo del dominio de este<br />

Señor, que reina por su verdad, mansedumbre y justicia, indáguese y<br />

examínese despacio.<br />

Vuélvanse después los ojos a su Iglesia, esposa de un grande esposo,<br />

unida con él con un desposorio espiritual y con<br />

un amor divino, de la cual habla en los versos siguientes: Pusiste a<br />

la Reina a tu diestra, vestida de ricos paños de oro, labrados<br />

con varias y diferentes labores. Oye, hija, y mira; inclina tus oídos<br />

y no te acuerdes ya más de tu pueblo, ni de la casa de tu<br />

padre, porque el Rey se aficionará de tu hermosura, porque él es el<br />

Señor tu Dios, y los hijos de Tiro le han de adorar y<br />

ofrecer dones, y los ricos del pueblo harán sus ruegos delante de tu<br />

rostro. Toda la gloria de la hija del Rey es intrínseca y está<br />

vestida de oro recamado; detrás de ella traerán las vírgenes al Rey,<br />

las conducirán, ¡oh Rey!, a ti sus parientes; las traerán<br />

alegres y regocijadas; las traerán al templo del Rey. En lugar de tus<br />

padres te nacerán, Señor, hijos, y tú los harás príncipes de


toda la tierra, y ellos se acordarán de tu nombre en las futuras<br />

perpetuas generaciones, por lo que los pueblos y las naciones te<br />

confesarán y celebrarán públicamente para siempre en todos los siglos<br />

de los siglos.» No creo que habrá alguno tan poco<br />

cuerdo que presuma que celebra y nos pinta aquí una mujercilla;<br />

describe la esposa de aquel de quien dijo: «Tu real silla es<br />

eterna; el cetro y vara de tu reino es vara de justicia y rectitud.<br />

Amaste la justicia y aborreciste la iniquidad; por eso te ungió<br />

Dios, tu Dios, con el óleo de alegría con más abundancia que a los<br />

otros que participan de tu nombre y se llaman Cristos como<br />

tú, es, a saber: ungió con más abundancia a Cristo que a los<br />

cristianos. Porque éstos son los que participan de Él, y de la unión<br />

y concordia que estos tienen en todas las naciones resulta esta Reina<br />

a quien en otro Salmo llama Civitas Regis magni, Ciudad<br />

del gran Rey: Esta, tomada en sentido espiritual, es Sión, que quiere<br />

decir especulación; porque especula y contempla el sumo<br />

bien del siglo futuro, pues allá es donde endereza toda su intención.<br />

Esta es también espiritualmente la Jerusalén de quienes hemos<br />

ya dicho grandes particularidades, cuya contraria es la ciudad<br />

del demonio, a la cual dicen Babilonia, que significa<br />

confusión.<br />

Aunque de dicha Babilonia se desembaraza y exime esta Reina en todas<br />

las naciones y gentes por la generación, y de<br />

la servidumbre de un rey perverso pasa a un Rey sumamente bueno, esto<br />

es, del demonio pasa a Cristo. Por eso la dice: «No<br />

te acuerdes ya más de tu pueblo ni de la casa de tu padre.» De esta<br />

ciudad impía son los israelitas, que lo son por sola la carne,<br />

y no por la fe, enemigos asimismo de este gran Rey y de su Reina.<br />

Porque habiendo venido a ellos Cristo, y habiéndole muerto<br />

ellos, se hizo Rey de los otros israelitas, que no vio mientras vivió<br />

en la tierra en carne mortal. Y así proféticamente en otro<br />

Salmo dice este nuestro Rey: «Me has de librar, Señor, de la<br />

contradicción y rebelión del pueblo, y me has de hacer cabeza y<br />

príncipe de la gente. El pueblo y nación que yo no vi se sujetó a mi<br />

servicio, y oyendo mi nombre y Evangelio me rindió su<br />

obediencia.» Este es el pueblo de los gentiles, que no visitó Cristo<br />

con su presencia corporal, el cual, no obstante, por haberlo<br />

predicado, cree en Él; de manera que con razón se dijo de dicho<br />

pueblo en el Salmo que en oyendo su nombre y doctrina,<br />

luego le dio la obediencia, porque la fe nace del oído.<br />

Este pueblo, añadido a los israelitas verdaderos, que son los<br />

israelitas, no según la carne, sino también según la fe, es<br />

la Ciudad de Dios, la cual produjo también al mismo Cristo, según la<br />

carne, cuando se hallaba en aquellos israelitas. Porque de<br />

éstos descendía la Virgen María, en la cual, para hacerse hombre,<br />

tomó Cristo carne.<br />

Di esta Ciudad dice otro Salmo: «El hombre llama a Sión madre por<br />

haber nacido en ella, y el Altísimo la fundó.» ¿Y<br />

quién es este Altísimo sino Dios? Por consiguiente, nuestro Señor<br />

Jesucristo Dios, antes que en esta Ciudad por medio de María<br />

se hiciese hombre, Él mismo la había fundado en los patriarcas y<br />

profetas.<br />

Así que, habiéndose anunciado proféticamente tanto tiempo antes esta<br />

Reina, que es la Ciudad de Dios, vemos ya<br />

cumplido el anuncio: «en lugar de sus padres le habían nacido hijos a<br />

quienes constituiría por cabezas y príncipes de toda la<br />

tierra» (porque ya por todo el ámbito de la tierra se hallan hijos de<br />

ésta colocados por príncipes y jefes de diferentes pueblos,<br />

pues los pueblos que concurren a ella la confiesan con confesión de<br />

alabanza eterna para siempre jamás).<br />

Sin duda que todo cuanto aquí se nos dice con tanto énfasis y<br />

oscuridad, debajo de metáforas y figuras, como quiera<br />

que se entienda, es necesario que se refiera y se acomode a estas<br />

cosas que son sumamente claras y manifiestas.


CAPITULO XVII<br />

De las cosas que en el Salmo 109 pertenecen al sacerdocio de Cristo y<br />

de las qué en el 21 tocan a su Pasión<br />

En el otro Salmo expresamente llama a Cristo Sacerdote, como aquí<br />

Rey: «Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi<br />

diestra hasta tanto que ponga a tus enemigos como tarima de tus<br />

pies.» El sentarse Cristo a la diestra de Dios Padre lo creemos,<br />

no lo vemos; y el poner igualmente a sus enemigos como tarima de sus<br />

pies, aún no lo vemos; esto lo veremos al fin; ahora<br />

verdaderamente lo creemos; después lo veremos<br />

Pero lo que sigue: «Desde Sión extenderá y dilatará el Señor la vara<br />

y cetro de tu potencia y reinarás en medio de tus<br />

enemigos», está tan claro, que el que lo niega, lo niega, no sólo<br />

infiel y miserablemente, sino también con descaro. Porque<br />

hasta los mismos enemigos confiesan que desde Sión se extendió y<br />

esparció la ley de Cristo, que nosotros llamamos Evangelio,<br />

y ésta es la que reconocemos por vara de su potencia, y que reina en<br />

medio de enemigos. Estos mismos entre quienes reina lo<br />

confiesan bramando y crujiendo los dientes y consumiéndose de<br />

envidia, sin que puedan cosa alguna contra ella.<br />

Lo que poco después continúa: «Juró el Señor, y no se arrepentirá de<br />

ello», nos significa que ha de ser infalible e<br />

inmutable esto que añade, diciendo: «Tú eres sacerdote para siempre,<br />

según la orden de Melchisedech.» Y supuesto que ya<br />

no existe vestigio del sacerdocio y sacrificio según el orden de<br />

Aarón, y por todo el orbe se ofrece bajo de sacerdocio de Cristo<br />

lo mismo que ofreció Melchisedech cuando bendijo a Abraham, ¿quién<br />

hay que pueda poner duda por quién se explicará así?<br />

A estas cosas, que son claras y manifiestas, se reducen y refieren<br />

las que se describen con alguna oscuridad en el<br />

Salmo, las cuales ya explicamos en los sermones que hicimos al pueblo<br />

cómo se deben entender bien.<br />

Asimismo, en aquel lugar donde Cristo declara en profecía la humildad<br />

de su Pasión, dice: «Traspasaron y clavaron mis<br />

manos y mis pies; me contaron todos mis huesos, y ellos,<br />

reflexionando en mi deplorable estado, gustaron de verme así», con<br />

cuyas palabras sin duda nos significó su cuerpo, tendido en la cruz,<br />

clavado de pies y manos, horadadas y traspasadas con los<br />

clavos, presentando así un espectáculo doloroso a cuantos le<br />

contemplaban y miraban. Y aún más, añade: «Dividieron entre sí<br />

mis vestidos y sobre mi túnica echaron suertes»; cuya profecía, del<br />

modo que se cumplió, lo dice la historia evangélica.<br />

Entonces se dejan entender también las demás maravillas que allí se<br />

expresan con menos claridad cuando convienen y<br />

concuerdan con las que con tanta claridad se nos han manifestado;<br />

principalmente porque las que todavía no han pasado no<br />

sólo las creemos, sino que, presentes, las vemos. Así como se leen en<br />

el mismo Salmo tanto tiempo antes profetizadas, así las<br />

vemos ya presentes y que se cumplen por todo el mundo; porque en el<br />

mismo Salmo, poco después, dice: «Se acordarán y<br />

convertirán al Señor todos los confines de la tierra; se postrarán en<br />

su acatamiento y te adorarán todas las familias de las gentes,<br />

porque del Señor es el temor y Él ha de tener el dominio y señorío<br />

sobre todas las naciones.»<br />

CAPITULO XVIII<br />

De los Salmos 3, 40, 15 y 67, donde se profetiza la muerte y<br />

resurrección del Señor<br />

También hallamos en los Salmos la profecía de la resurrección del<br />

Señor; porque ¿qué otra cosa es lo que se canta en<br />

nombre de Cristo en el Salmo 3: «Yo dormí, tomé el sueño y me<br />

levanté, porque el Señor me recibió y amparó»? ¿Acaso hay


alguno tan ignorante que se persuada que nos quiso el profeta vender<br />

por un admirable arcano que se durmió y se levantó si<br />

este sueño no fuera la muerte y el despertar no fuera la<br />

resurrección, la cual convino que, por este término, se profetizara<br />

de<br />

Cristo? Porque aun en el Salmo 40 se nos declara este vaticinio más<br />

expresamente donde, en nombre del Medianero, según su<br />

costumbre, se nos refieren como sucesos pasados las que se profetizan<br />

que han de suceder, porque los que habían de suceder<br />

en la predestinación y presciencia de Dios ya eran como hechos,<br />

porque eran ciertos e infalibles: «Mis enemigos, dice, me<br />

echaban maldiciones diciendo: ¿Cuándo le llegará la muerte y perecerá<br />

su nombre? Si alguno venía a visitarme me hablaba fingidamente<br />

e iba recogiendo en su corazón falsedades y mentiras, y al<br />

salir fuera las comunicaba con otros que me tenían la<br />

misma voluntad. Todos mis enemigos hacían conventículos, murmuraban<br />

de mí y trazaban contra mí todo el mal que podían. En<br />

una cosa bien injusta e inicua resolvieron contra mí. ¿Por ventura el<br />

que duerme no podrá levantarse?» Verdaderamente que<br />

estas palabras están de tal forma descubiertas que parece no ha<br />

querido decir otra cosa que si dijera: ¿Acaso el que muere no<br />

podrá revivir y resucitar? Porque las palabras precedentes nos<br />

muestran que sus enemigos le maquinaron y trazaron la<br />

muerte, y que esto se ejecutó por medio de aquel que entraba a verle<br />

y visitarle y salía a venderle. ¿Habrá alguno a cuya<br />

imaginación no se presente que éste es Judas, que, de discípulo, se<br />

transformó en traidor? Porque habían de poner por obra lo<br />

que maquinaban, quiero decir, que le habían de crucificar y quitar<br />

afrentosamente la vida; para manifestar que con su vana<br />

malicia en vano darían la muerte al que había de resucitar, añadió<br />

este versículo, como si dijera: ¿Qué hacéis, necios? Toda<br />

vuestra iniquidad vendrá a parar en mi sueno, en que yo me duerma. «¿<br />

Acaso el que duerme no podrá levantarse?» Y, sin<br />

embargo, en los versos siguientes nos hace ver que tan execrable<br />

crimen no había de quedar sin el merecido castigo, diciendo:<br />

«Y aquel que era mi amigo en quien yo confiaba, el que comía mi pan a<br />

mi mesa, levantó contra mí su planta»; esto es, me holló<br />

y pisó; «pero tú, Señor, dice, ten misericordia de mí y resucítame y<br />

yo les daré su pago».<br />

¿Quién hay que pueda ya negar este vaticinio viendo a los judíos<br />

después de la pasión y resurrección de Cristo<br />

expulsos y desarraigados totalmente de su asiento con el rigor y<br />

estragos de la guerra? Porque habiéndole muerto, resucitó, y<br />

en el ínterin les dio una instrucción y corrección temporal, además<br />

de la que reserva a los que no se enmendaren cuando<br />

vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos.<br />

El mismo Jesucristo, Señor nuestro, declarando a los apóstoles el<br />

traidor que le vendía, a pasar del bocado de pan que<br />

le daba, refirió también este verso del mismo Salmo, y dijo que se<br />

cumplió en él: «El que comía mi pan conmigo a mi mesa<br />

levantó sobre mi el carcañal.»<br />

Lo que dice: «En quien tenía puesta mi confianza», no corresponde a<br />

la cabeza, sino al cuerpo, puesto que no dejaba<br />

de conocerle el mismo Salvador, pues poco antes había dicho de él:<br />

«Uno de vosotros es diablo calumniador y traidor.» Pero<br />

suele transferir a su persona y atribuirse lo que es propio de sus<br />

miembros; porque cabeza y cuerpo es un solo Jesucristo, y de<br />

aquí la expresión del Evangelio: «Cuando tuve hambre me diste de<br />

comer.» Aclarándola más, dice: «Cuando esto hiciste con<br />

uno de los más ínfimos de los míos, conmigo lo hiciste.» Dijo, pues,<br />

de sí que confió y esperó lo que esperaban y confiaban de<br />

Judas sus discípulos cuando le admitió en el número de los apóstoles.<br />

El Cristo que esperan los judíos, no creen que ha de morir, y por eso<br />

el que nos anunciaron la ley y los profetas no<br />

imaginan que es el nuestro, sino el suyo, de quien dan a entender que<br />

no puede padecer muerte y Pasión, y así, con


maravillosa vanidad y ceguera, pretenden que estas palabras citadas<br />

por nosotros no significan muerte y resurrección, sino<br />

sueño y estar despierto. Sin embargo, con toda claridad lo dice<br />

asimismo el Salmo 15: «Porque está Dios a mi diestra se ha<br />

regocijado mi corazón y se ha alegrarlo mi lengua, y fuera de esto,<br />

cuando dejare por un momento el alma también mi carne<br />

descansará en esperanza, porque no dejarás a mi alma en el infierno<br />

ni consentirás que tu santo vea la corrupción.» ¿Quién<br />

podía decir que había descansado su carne con aquella esperanza, de<br />

manera que, no dejando a su alma en el infierno, sino<br />

volviendo luego al cuerpo, vino a revivir, porque no se corrompiera<br />

como suelen corromperse los cuerpos muertos, sino él<br />

resucitó al tercer día? Lo cual, sin duda, no puede decirse del real<br />

profeta David, pues también clama el Salmo 67, diciendo:<br />

«Nuestro Dios es Dios, cuyo cargo es salvarnos; y del Señor son las<br />

salidas de la muerte.» ¿Con qué mayor claridad nos lo<br />

pudo decir? Porque Dios, qué nos salva, es Jesús, que quiere decir<br />

Salvador o que da salud; pues la razón de este nombre se<br />

nos dio cuando antes que naciese de la Virgen dijo el ángel: «Parirás<br />

un hijo y le llamarás Jesús, porque él ha de salvar a su<br />

pueblo y lo ha de libertar de sus pecados.» Y porque en remisión de<br />

estos pecados se había de derramar su sangre, no<br />

convino, sin duda, que tuviese otras salidas de esta vida, que las de<br />

la muerte. Por eso, cuando dijo: «Nuestro Dios es Dios,<br />

cuyo cargo es, salvarnos», añadió: «y del Señor son las salidas de la<br />

muerte para manifestarnos que, muriendo, nos había de<br />

salvar». Admira que diga y del Señor, como si dijera: tal es la vida<br />

de los mortales, que ni aun el mismo Señor salió de ella de<br />

otra manera que por la muerte.<br />

CAPITULO XIX<br />

Del Salmo 68, donde se declara la pertinaz incredulidad de los judíos<br />

Pero como los judíos no quieren creer de ningún modo los testimonios<br />

tan manifiestos e incontrastables de esta profecía,<br />

aun después de haberse cumplido los vaticinios con efectos y pruebas<br />

tan claras y ciertas, sin duda se cumple en ellos lo que se<br />

escribe en el Salmo siguiente. Porque diciéndose en él proféticamente<br />

en persona de Cristo ciertas particularidades que<br />

pertenecen a su Pasión, se refiere aquello mismo que se verificó en<br />

el Evangelio: «Me dieron a comer hiel, y en aquella terrible<br />

sed que padecí me dieron a beber vinagre.»<br />

A consecuencia de estos banquetes y de unos manjares de esta calidad,<br />

como si los hubiera ya recibido, añade:<br />

«Conviértaseles su mesa en trampa, en retribución y tropiezo;<br />

ciéguense sus ojos de forma que no vean; encorva y humilla,<br />

Señor, siempre sus espaldas.» Esto lo dice no deseándolo, sino que lo<br />

anuncia profetizando, en cierto modo como si lo deseara.<br />

¿Y qué maravilla es que no vean cosas tan manifiestas los que tienen<br />

los ojos en tinieblas Y ciegos para que no puedan ver?<br />

¿Qué extraño es que no los alce al cielo una nación que, para estar<br />

pronta e inclinada a la tierra, tiene siempre encorvadas sus<br />

espaldas? Pues por estas palabras, que se toman metafóricamente del<br />

cuerpo, se nos denotan los vicios del alma.<br />

Baste esta doctrina acerca de los Salmos, esto es, de lo respectivo a<br />

la profecía del rey David, para que haya alguna<br />

medida en la exposición de este punto y no sea demasiado prolijo, y<br />

perdonen los lectores que no lo saben ya, y no se quejen<br />

si viesen o imaginaren que he omitido otras particularidades que<br />

pudiera acaso alegar como más firmes y sólidas.<br />

CAPITULO XX<br />

Del reino y méritos de David y de su hijo Salomón, y de la profecía<br />

que pertenece a Cristo y se halla así en los libros


que andan con los que él escribió, como en los que no hay duda que<br />

son suyos<br />

Reinó David en la terrena Jerusalén y fue hijo de la celestial<br />

Jerusalén, tan elogiado por el irrefragable testimonio de las<br />

sagradas letras, y que con tanta piedad, religión y devoción confesó<br />

y satisfizo sus culpas por medio de la verdadera y<br />

saludable acción de la penitencia, que, sin duda, podemos numerarle<br />

entre aquellos de quienes dice él mismo: «Felices y<br />

bienaventurados aquellos cuyas culpas están perdonadas y cuyos<br />

pecados están abiertos y olvidados».<br />

Después de éste, reinó sobre todo el mismo pueblo su hijo Salomón,<br />

quien, como insinuamos arriba,<br />

principió a reinar ea vida de su padre. Habiendo sido buenos y<br />

loables sus principios, sus fines llegaron a ser<br />

malos, porque las prosperidades, que suelen dar en qué entender a los<br />

mas sabios, le dañaron mucho más<br />

que lo que le aprovechó su sabiduría, que en la actualidad y en lo<br />

sucesivo es y será memorable y famosa, y<br />

entonces fue muy célebre y alabada por todo el mundo.<br />

También está averiguado que Salomón profetizó en sus libros, de los<br />

cuales tres están admitidos por canónicos, a<br />

saber: los Proverbios, el Eclesiastés y el Cántico de los Cánticos;<br />

los otros dos, el de la Sabiduría y el Eclesiástico, por la<br />

semejanza del estilo, comúnmente se atribuyen también a Salomón. Y<br />

aunque no dudan los más doctos que no son suyos, con<br />

todo, los ha recibido desde los tiempos más remotos por canónicos,<br />

especialmente la Iglesia Occidental; y en el uno de ellos, que<br />

se intitula La Sabiduría de Salomón, expresamente está profetizada la<br />

Pasión de Cristo, haciendo mención de los impíos que le<br />

mataron, y diciendo: «Oprimamos al justo porque es desabrido para<br />

nosotros, y contradice lo que hacemos, y nos da en rostro<br />

con los pecados de la ley; divulga y manifiesta las culpas y<br />

desórdenes de nuestra vida; jáctase de que tiene noticia y ciencia de<br />

Dios, y llámase Hijo de Dios. Se ha hecho descubridor y reprensor de<br />

nuestros pensamientos, y no le pueden ya ver ni sufrir<br />

nuestros ojos porque su modo de vivir es diferentes del de los otros<br />

y muy otro su instituto; nos tiene en opinión de falsos y<br />

adulterinos, y huye de nuestros caminos como de inmundicias; aventaja<br />

los extremos y fines de los justos, y gloriase que tiene<br />

por Padre a Dios. Veamos si es verdad lo que dice, probemos a ver el<br />

suceso que tienen sus cosas y sabremos en qué<br />

para su fin, porque si es verdadero Hijo de Dios, le ayudará y<br />

libertará de los contrarios. Probémosle con denuestos y<br />

tormentos para ver su modestia y mansedumbre y experimentar su<br />

paciencia; condenémosle a una muerte infame e<br />

ignominiosa, porque de sus palabras colegiremos lo que Él es.» Esto<br />

fue lo que imaginaron ellos, y erraron, porque los cegó su<br />

malicia.<br />

En el Eclesiástico nos anuncia la fe de las gentes de este modo: «Ten<br />

misericordia de nosotros, Señor Dios de todo lo<br />

criado, e infunde tu temor sobre todas las gentes levanta tu mano<br />

sobre las naciones infieles y observen tu poder, para que, así<br />

como fuiste santificado en nosotros, viéndolo ellos, así viéndolo<br />

nosotros seas engrandecido en ellos y te conozcan, así como<br />

nosotros te hemos conocido, porque no hay otro Dios sino tú, Señor.»<br />

Esta profecía, que está concebida bajo la fórmula de<br />

desear y rogar, la vemos cumplida por Jesucristo, aunque lo que no se<br />

halla en el Canon de los judíos, no parece que se alega<br />

con tanta autoridad y firmeza contra los contradictores.<br />

En los otros tres libros que consta son de Salomón, y los judíos los<br />

tienen por canónicos, si quisiéremos mostrar que lo<br />

que en ellos se halla semejante o alusivo a esto perteneciente a<br />

Cristo y a su Iglesia, requeriría un examen circunstanciado,<br />

prolijo y penoso, en el cual, si nos detuviésemos, nos haría ser más


largos de lo que conviene. Sin embargo, lo que dicen los<br />

judíos en los Proverbios: «Escondamos en la tierra injustamente al<br />

varón justo, traguémosle vivo, como lo hace el infierno, y<br />

desterremos de la tierra su memoria; tomemos posesión de su preciosa<br />

heredad, no está tan enfático y oscuro que, sin trabajar<br />

mucho en exponerlo, no pueda entenderse de Cristo y de su heredad,<br />

que es la Iglesia<br />

Porque alusivo a esto mismo es lo que nos muestra el mismo Señor<br />

Jesucristo en una parábola del Evangelio, en la que<br />

decían los inicuos labradores: «Este es el heredero; venid,<br />

quitémosle la vida y vendrá a ser nuestra la heredad.» Y asimismo<br />

aquella expresión del mismo libro, que hemos apuntado ya otra vez,<br />

hablando de la estéril que dio a luz siete, los que la oyen<br />

leer y saben que Cristo es la sabiduría de Dios, no suelen<br />

entenderlo, sino de Cristo y de su Iglesia: «La sabiduría edificó su<br />

casa 'y la apoyó sobre siete columnas; sacrificó sus víctimas; echó<br />

su vino en la taza. Envió sus criados a llamar y convidar con<br />

una famosa embajada a beber de su taza, diciendo: El que fuere<br />

ignorante lléguese a mí, y a los faltos de sentido dijo: Venid y<br />

comed de mis panes, y bebed del vino que os he prevenido.» Aquí, sin<br />

duda, reconocemos que la sabiduría de Dios, esto es,<br />

que el Verbo, tan eterno como el Padre, edificó en las entrañas de la<br />

Virgen su casa, que es su cuerpo humano, y que a éste,<br />

como a cabeza, le añadió y acomodó como miembros su Iglesia,<br />

sacrificando en ella las víctimas de los mártires, y disponiendo<br />

la mesa con pan y vino, donde se nos descubre también el sacerdocio,<br />

según, el orden y semejanza, de Melchisedech, llamando<br />

y convidando a los faltos de entendimiento y de sentido; porque,<br />

como dice el Apóstol: «Escogió Dios lo más flaco para<br />

confundir lo fuerte»; y a estos flacos, sin embargo, les dice lo que<br />

sigue: «Dejad de ser necios para que viváis, y buscad la<br />

prudencia para que poseáis la vida.»<br />

Y el participar de su mesa es lo mismo que comenzar a tener vida;<br />

porque hasta en otro libré, llamado el Eclesiastés,<br />

donde dice: «No tiene otro bien el hombre, sino lo que comiere y<br />

bebiere», ¿qué cosa, más creíble podemos entender que nos<br />

dice sino lo que pertenece a la participación y comunicación de esta<br />

mesa que nos pone el mismo sacerdote, medianero del<br />

Nuevo Testamento, según el orden de Melchisedech, con los platos de<br />

su cuerpo y sangre? Porque este sacrificio sucedió en<br />

lugar de aquellos sacrificios del Viejo Testamento que se ofrecían e<br />

inmolaban en sombra y significación de lo futuro; por lo cual<br />

echamos de ver que lo que dice el Mediador en el Salmo 39 lo dice<br />

proféticamente: «No quisiste ya servirte más de sacrificios y<br />

ofrendas, y por eso me hiciste y formaste cuerpo»; porque en lugar de<br />

todos aquellos sus sacrificios y ofrendas, se ofrece ya su<br />

Cuerpo y se suministra y da a los que participan de él. En lo que el<br />

Eclesiastés dice del comer y beber, lo cual nos lo repite<br />

muchas veces y encarecidamente nos los recomienda, bastante nos<br />

muestra que no habla de los manjares del gusto de la carne<br />

aquello que dice: «Más vale ir a casa donde lloran que donde beben»;<br />

y poco después: «El corazón de los sabios se halla en<br />

la casa donde lloran, y el corazón de los necios e ignorantes en la<br />

casa donde comen y beben.»<br />

Pero lo que me parece más digno de referir en este libro es aquello<br />

que pertenece a las dos Ciudades: a la del demonio<br />

y a la de Cristo, y a sus dos príncipes, Jesucristo y el demonio: «¡<br />

Ay de ti, dice, ¡oh tierra!, donde el rey es joven y donde los<br />

príncipes andan en banquetes desde la mañana, y bienaventurada la<br />

tierra cuyo rey es hijo de nobles y generosos y cuyos<br />

príncipes comen a su tiempo para alentar y no quedar confusos!» Joven<br />

llamó al demonio por su ignorancia, por la soberbia,<br />

temeridad y disolución, y por los demás vicios de que suele abundar<br />

este siglo; y a Cristo, hijo de nobles y generosos, esto es,<br />

de los santos patriarcas que pertenecen a la Ciudad libre, de quienes<br />

desciende según la carne. Los príncipes de la otra ciudad


comen y andan en banquetes de mañana, esto es, antes de la hora<br />

conveniente, porque no aguardan la felicidad oportuna del<br />

siglo futuro, que es la verdadera, queriendo ser bienaventurados<br />

luego del presente con el aplauso de este siglo; Pero los que<br />

son príncipes de la Ciudad de Cristo aguardan con paciencia el tiempo<br />

de la verdadera bienaventuranza. Esto, dice, «para<br />

alentar y no quedar confusos»; porque no les saIe vana su esperanza,<br />

de la cual dice el Apóstol «que a ninguno deja confuso»,<br />

y el Salmo: «Todos los que tuvieron puesta en Dios su esperanza no se<br />

engañaran.»<br />

El libro de los Cantares, ¿qué es sino un espiritual deleite de las<br />

almas en el desposorio del rey y reina de aquella<br />

ciudad, que es Cristo y su Iglesia? Pero este deleite está envuelto<br />

debajo de la corteza y la cubierta de alegorías para que se<br />

desee con más fervor, se vea con más complacencia y se nos muestre el<br />

esposo, de quien dice en los mismos Cantares «que la<br />

misma bondad y santidad está enamorada de él», y para que veamos a la<br />

esposa, a quien llama «mi amor y regalo». Muchas<br />

cosas paso en silencio por dirigirme ya al fin de esta obra.<br />

CAPITULO XXI<br />

Por los reyes que hubo después de Salomón, así en Judá como en Israel<br />

Los demás reyes de los hebreos que sucedieron después de Salomón, si<br />

no es por ciertos enigmas<br />

de algunas particularidades, que dijeron o hicieron, apenas<br />

profetizaron cosa que pertenezca a Cristo y a<br />

su Iglesia, así en Judá como en Israel. Porque así se llamaron las<br />

dos partes de aquel pueblo, después que<br />

por la culpa de Salomón, en tiempo de su hijo Roboán, que sucedió a<br />

su padre en el reino, se dividió por<br />

justo juicio y castigo de Dios.<br />

Las tribus que siguieron a Jeroboán, criado de Salomón, y le alzaron<br />

por rey en Samaria, propiamente se llamaban<br />

Israel, aunque este nombre era general a todo aquel pueblo. Y las<br />

otras dos tribus, la de Judá y Benjamín, las cuales, por<br />

particular afecto a David, y porque no se desarraigasen totalmente de<br />

su casa y linaje el reino, quedaron sujetas a la ciudad de<br />

Jerusalén, se llamaron Judá, porque Judá era la tribu de donde<br />

descendía David, y la otra tribu de Benjamín, como dije,<br />

pertenecía al mismo reino, de donde fue Saúl su rey, antes de David.<br />

Pero estas dos tribus juntas, según insinué, se llamaban Judá, y con<br />

este nombre se distinguían de Israel, que se<br />

denominaban, propiamente las diez tribus, y tenían su rey. La tribu<br />

de Leví, como era la sacerdotal y estaba designada al culto y<br />

servicio de Dios, y no al de los reyes, era la decimotercera; porque<br />

Joseph, que fue uno de los doce de Israel, no constituyó<br />

una sola tribu, como los demás, cada uno la suya, sino dos, la de<br />

Efraím y la de Manasés. A pesar de esto, la tribu de Leví<br />

pertenecía más al reino de Jerusalén por estar allí el templo de<br />

Dios, a quien servía.<br />

Dividido, el pueblo, el primero que reiné en Jerusalén fue Roboán,<br />

rey de Judá, hija de Salomón; y en Samaria,<br />

Jeroboán, rey de Israel, criado que fue de Salomón. Y queriendo<br />

Roboán hacer guerra a la otra parcialidad, que se había<br />

apartado de su obediencia, como a rebelde, mandó Dios al pueblo que<br />

no pelease contra sus hermanos, diciéndole por su<br />

profeta que él había hecho aquello; de donde se advirtió que en esta<br />

disposición no hubo pecado alguno, o del rey de Israel, o<br />

del pueblo, sino que se cumplió la voluntad y justo juicio de Dios,<br />

lo que Sabido por la una y la otra parte vivieron en paz,<br />

porque la división que se hizo no era de la religión, sino del reinó.<br />

CAPÍTULO XXII


Cómo Jeroboán profanó el pueblo que tenía a su cargo con el pecado de<br />

idolatría<br />

Sin embargo, Jeroboán, rey de Israel, no creyendo, con ánimo impío, a<br />

Dios, a quien por experiencia había hallado<br />

propicio y verdadero en haberle prometido y dado el reino, temió que,<br />

acudiendo sus vasallos al templo de Dios, existente en<br />

Jerusalén (donde, conforme a la divina ley, había de presentarse toda<br />

aquella nación para ofrecer los sacrificios), se los<br />

sonsacasen y volviesen a rendir vasallaje y obediencia a los hijos de<br />

David como a descendencia real; para impedirlo<br />

estableció la idolatría en su reinó, engañando con impiedad nefanda<br />

al pueblo de Dios, y obligándole, como lo estaba él, al culto<br />

y reverencia de los ídolos.<br />

Mas no por eso dejó Dios de reprender por sus profetas, no sólo a<br />

este rey, sino también a los que le sucedieron e<br />

imitaron su impiedad, y al mismo pueblo, porque entre ellos<br />

florecieron aquellos grandes y famosos profetas que obraron tan<br />

portentosas maravillas y milagros, Elías y Eliseo, su discípulo. Y<br />

diciendo Elías: «Señor, han muerto a tus profetas, han derribado<br />

tus altares, yo he quedado solo y andan buscando ocasiones para<br />

quitarme la vida», le respondió Dios: «Que aun había entre<br />

ellos siete mil personas que no se habían arrodillado delante de<br />

Baal.»<br />

CAPITULO XXIII<br />

De la variedad del estado de uno y otro reina de los hebreos hasta<br />

que en diferentes tiempos a ambos pueblos los<br />

llevaron cautivos, volviendo después Judá a su reino, que fue el<br />

ultimo que vino a poder de los romanos<br />

Tampoco en el reino de Judá, que pertenece a Jerusalén, en los<br />

tiempos de los reyes que se fueron sucediendo, faltaron<br />

profetas, según que tuvo por anunciarles lo que les estaba bien, o<br />

reprenderles sus pecados, o encomendarles la justicia.<br />

Porque asimismo en este reino, aunque mucho menos que en Israel, hubo<br />

reyes que ofendieron gravemente a Dios con sus<br />

enormes crímenes y que fueron castigados con moderados azotes<br />

juntamente con el pueblo; y sin duda no son pequeños los<br />

méritos que se celebran de los reyes que fueron píos y temerosos de<br />

Dios. Pero en Israel los reyes, cual más, cual menos,<br />

todos los hallamos malos y reprobados.<br />

Una y otra parte, según que lo ordenaba o permitía la Providencia<br />

divina, o se engrandecía con las prosperidades o la<br />

oprimían las adversidades, viéndose afligida, no sólo con guerras<br />

extrañas, sino entre sí con las civiles, para que por algunas<br />

causas que lo motivaban se manifestase la misericordia de Dios, o su<br />

ira, hasta que, creciendo su indignación, toda aquella nación<br />

no sólo fue destruida en su tierra por las armas de los caldeos,<br />

sino que la mayor parte fue llevada prisionera y<br />

transportada a la tierra de los asirios: primeramente la parte que se<br />

llamaba Israel, dividida en diez tribus, y después también la<br />

que se llama Judá, destruida y asolada Jerusalén y su famoso templo,<br />

en cuya tierra estuvo cautiva setenta años, pasados los<br />

cuales, dejándolos salir de allí, restauraron el templo que les<br />

habían destruido, y aunque muchos de ellos vivían en las tierras de<br />

extranjeros e infieles, con todo, desde entonces para en adelante, no<br />

tuvieron el reino repartido en dos porciones, y en cada<br />

una sus diferentes reyes, sino que en Jerusalén tenían todos una sola<br />

cabeza, y acudían al templo de Dios establecido allí, en<br />

señalados tiempos, todos los de todas aquellas provincias, en<br />

dondequiera que estaban, y de dondequiera que podían; Aunque


tampoco entonces les faltaron enemigos de las otras naciones, ni<br />

quien procurase conquistarlos; porque Cristo Señor nuestro,<br />

cuando nació, los halló ya tributarios de los romanos.<br />

CAPUOLO XXIV<br />

De los profetas, así de los últimos que hubo entre los judíos, como<br />

de los que menciona la historia<br />

evangélica cerca del tiempo del nacimiento del Señor<br />

En todo aquel tiempo, desde que regresaron de Babilonia, después de<br />

Malachías, Ageo y Zacarías que profetizaron<br />

entonces, y Esdras, no tu vieron profetas hasta la venida del<br />

Salvador, sino otro Zacarías, padre de San Juan, e Isabel su<br />

esposa, próximo ya el nacimiento de Cristo; y después de nacido, el<br />

anciano Simeón, Ana la viuda, ya muy vieja, y al mismo<br />

San Juan, que fue el último de todos; el cual, siendo joven, anunció<br />

a Cristo ya mozo, no como futuro, sino que sin conocerle le<br />

mostró y enseñó con el conocimiento divino que tenía de profeta, por<br />

lo cual dijo el mismo Señor: «La Ley y los profetas hasta<br />

Juan. »<br />

Y aunque de las profecías de estos cinco tenemos noticia exacta por<br />

el Evangelio, donde hallamos asimismo referido que<br />

la misma Virgen María, Madre del Señor, profetizó antes de Juan, con<br />

todo, estos vaticinios de estos cinco varones santos no los<br />

admiten los judíos, digo, los réprobos; pero los admitió un<br />

crecidísimo número de ellos, que creyeron en la fe evangélica. Y en<br />

éstos verdaderamente se dividió Israel en dos, con aquella división<br />

que por el profeta Samuel se le anunció al rey Saúl que era<br />

inmutable. Malachías, Ageo, Zacarías y Esdras son, pues, los últimos<br />

a quienes aun los judíos réprobos tienen recibidos en su<br />

canon. Porque asimismo se halla lo que éstos escribieron, como lo de<br />

los otros que profetizaron entre la grande muchedumbre<br />

del pueblo, aunque fueron muy pocos los que no escribieron asunto<br />

alguno que mereciese autoridad canónica. De lo que éstos<br />

vaticinaron tocante a Cristo y a su Iglesia me parece decir lo<br />

preciso en esta obra; lo que haremos con más comodidad, con el<br />

favor del Señor, en el libro siguiente, para que en éste, que es tan<br />

extenso, no aglomeremos ya más materias.<br />

LIBRO DECIMOCTAVO<br />

LA CIUDAD TERRENA HASTA EL FIN DEL MUNDO<br />

CAPITULO PRIMERO<br />

Sobre lo que queda dicho hasta los tiempos del Salvador en estos<br />

diecisiete<br />

libros<br />

Prometí escribir el nacimiento, progreso y fin de las dos Ciudades,<br />

la de Dios y la de este siglo, en la cual anda ahora<br />

peregrinando el linaje humano; prometí, digo, escribir esto después<br />

de haber convencido y refutado, con los auxilios de la divina<br />

gracia, a los enemigos de la Ciudad de Dios, que prefieren y<br />

anteponen sus dioses a Cristo, autor y fundador de esta Ciudad, y<br />

con un odio, perniciosísimo para sí, envidian impíamente a los<br />

cristianos; lo cual ejecuté en los diez libros primeros. Y de las<br />

tres<br />

cosas prometidas, en los cuatro libros, XI - XIV, traté largamente<br />

del nacimiento de ambas Ciudades. Después, en otro, que es<br />

el XV; hablé del progreso de ellas desde el primer hombre hasta el<br />

Diluvio; y desde allí hasta Abraham, volvieron nuevamente<br />

las dos a concurrir y caminar, así como en el tiempo, también en<br />

nuestra narración. Pero después, desde el padre Abraham


hasta el tiempo de los reyes de Israel, donde concluimos el libro<br />

XVI, y desde allí hasta la venida de nuestro Salvador en carne<br />

humana, que es hasta donde llega el libro XVII, parece que ha<br />

caminado sola, en lo que hemos ido escribiendo, la Ciudad de<br />

Dios, siendo así que tampoco en este siglo ha caminado sola la Ciudad<br />

de Dios, sino ambas juntas, a lo menos, en el linaje<br />

humano, como desde el principio; si bien con sus respectivos<br />

progresos han ido variando los tiempos.<br />

Esto lo hice para que corriera primero la Ciudad de Dios de por sí,<br />

sin la interpolación ni contraposición de la otra, desde<br />

el tiempo que comenzaron a declarársenos más las promesas de Dios<br />

hasta que vino aquel Señor que nació de la Virgen, en<br />

quien habían de cumplirse las que primero se nos habían prometido,<br />

para que así la viésemos más clara y distintamente; no<br />

obstante que hasta que Se nos reveló el Nuevo Testamento, jamás<br />

caminó ella a la luz, sino entre sombras.<br />

Ahora, pues, me resta lo que dejé, esto es, tocar en cuanto pareciere<br />

bastante el modo con que la otra caminó también<br />

desde los tiempos de Abraham, para que los lectores puedan considerar<br />

exactamente a las dos y cotejarlas entre si.<br />

CAPITULO II<br />

De los reyes y tiempos de la Ciudad terrena, que concuerdan con los<br />

tiempos que calculan los Santos desde el<br />

nacimiento de Abraham<br />

En la sociedad humana (que por más extendida que esté por toda la<br />

tierra, y por muy apartados y diferentes lugares que<br />

ocupe, está ligada con la comunión y lazo indisoluble de una misma<br />

naturaleza), por desear cada cual sus comodidades y<br />

apetitos, y no ser bastante lo que se apetece para todos, porque no<br />

es una misma cosa la deseada, las, más veces hay divisiones,<br />

y la parte que prevalece oprime a la otra. Porque la vencida<br />

se rinde y sujeta a la victoriosa, pues prefiere y estima más<br />

cualquiera paz y vida sosegada que el dominio, y aun que la libertad;<br />

de suerte que causan gran admiración los que han<br />

querido mejor perecer que servir. Porque casi en todas las naciones<br />

en cierto modo está admitido el natural dictamen de querer<br />

más rendirse a los vencedores los que fueron vencidos, que quedar<br />

totalmente aniquilados con los rigores de la guerra.<br />

De aquí provino, no sin alta providencia de Dios, en cuya mano está<br />

que cada uno salga vencido o vencedor e la<br />

guerra, que unos tuviesen reinos otros viviesen sujetos a los que<br />

reinan.<br />

Pero entre tantos reinos como ha habido en la tierra, en que se ha<br />

dividido la sociedad por el interés y ambición terrena<br />

(a la cual con nombre genérico llamamos Ciudad de este mundo), dos<br />

reinos vemos que han sido más ilustres y poderosos que<br />

los otros el primero el de los asirios, y después el de los romanos,<br />

distintos entre sí, así en tiempos como en lugares. Por que<br />

como el de los asirios fue el primero, y el de los romanos posterior<br />

así también aquel floreció en el Oriente y éste en el Occidente;<br />

y, finalmente al término del uno siguió luego el principio del otro.<br />

Todos los demás reinos y reyes, con más propiedad los<br />

llamaría yo jirones y retazos de éstos.<br />

Así que reinaba ya Nino, segundo rey de los asirios, habiendo<br />

sucedido a su padre, Belo, que fue el primer que reinó en<br />

aquel reino, cuando nació Abraham en la tierra de los caldeos. En<br />

aquella época era también bien pequeño el reino de los<br />

sicionios de donde el doctísimo Marco Varrón escribiendo el origen<br />

del pueblo romano, comenzó como de tiempo antiguo.<br />

Porque de los reyes de los sicionios vino a los atenienses, de éstos<br />

a los latinos y de allí a los romanos.<br />

Pero todo esto, antes de la fundación de Roma, en comparación del


eino de los asirios, se tuvo por cosa fútil y de poco<br />

momento; aunque confiese también Salustio, historiador romano, que en<br />

Grecia florecieron mucho los atenienses, si bien más<br />

por la fama que en la realidad. Porque, hablando de ellos, dice: «Las<br />

proezas que hicieron los atenienses, a mi parecer, fueron<br />

bien grandes y manifiestas, aunque algo menores de lo que las celebra<br />

la fama; porque como hubo allí insignes y famosos<br />

escritores, por todo el mundo se ponderan por muy grandes las hazañas<br />

de los atenienses; así en tanto se estima la virtud y el<br />

valor de los que las hicieron, cuanto las pudieron engrandecer y<br />

celebrar con su pluma los buenos ingenios.» Y fuera de esto,<br />

alcanzó esta Ciudad no Pequeña gloria por sus letras y por sus<br />

filósofos, porque allí florecieron principalmente estos estudios.<br />

Pero en cuanto al imperio, ninguno hubo en los siglos primeros mayor<br />

que el de los asirios, ni que se extendiese más por<br />

la tierra; pues reinando el rey Nino, hijo de Belo, cuentan que<br />

sojuzgó toda el Asia, hasta llegar a los términos de la Libia; y el<br />

Asia, aunque según el número de las partes del Orbe se dice la<br />

tercera, según la extensión, se halla que es la mitad; pues por<br />

la parte oriental sólo los indios no le reconocieron señorío, a los<br />

cuales, con todo, después de muerto Nino, Semíramis, su<br />

esposa, comenzó a hacer la guerra. Y así, sucedió que todos cuantos<br />

pueblos o reyes había en aquellas comarcas todos<br />

obedecían al reino y corona de los asirios y hacían todo los que les<br />

mandaban, Nació, pues, en aquel reino, entre los caldeos,<br />

en tiempo de Nino, el patriarca Abraham.<br />

Mas por cuanto de los hechos y proezas de los griegos, tenemos mucha<br />

más noticia que la de los asirios; y los que<br />

anduvieron investigando la antigüedad y origen del pueblo romano<br />

vinieron, según el orden de los tiempos; de los griegos a los<br />

latinos, y de éstos a los romanos, que también son latinos; debemos,<br />

donde fuere necesario, hacer relación de los reyes de Asiria,<br />

para que veamos cómo camina la ciudad de Babilonia como una<br />

primera Roma con la Ciudad de Dios, peregrina en este<br />

mundo. Pero los asuntos que hubiéramos de insertar en esta obra, para<br />

comparar entre sí ambas Ciudades, es a saber, la<br />

terrena y la celestial; los iremos tomando mejor de los griegos y<br />

latinos, entre los cuales se halla la misma Roma como otra segunda<br />

Babilonia,<br />

Cuando nació Abraham reinaba entre los asirios Nino, y entre los<br />

sicionios, Europs, que fueron sus segundos reyes, por<br />

cuanto los primeros fueron allá Belo y aquí Egialeo. Y cuando<br />

prometió Dios a Abraham, habiendo ya salido de Babilonia, que<br />

dé él nacería una numerosa nación y que en su descendencia había de<br />

recaer la bendición de todas las gentes, los asirios<br />

tenían su cuarto rey y los sicionios el quinto; pues en Babilonia<br />

reinaba el hijo de Nino, después de su madre Semíramis, a quien<br />

dicen que quitó la vida por haberse atrevido a cometer incesto con<br />

él. Esta creen algunos que fundó a Babilonia, y lo más<br />

probable es que la restaurase; pues cuándo y cómo roe su fundación,<br />

ya lo referimos en el libro VI.<br />

A este hijo de Nino y de Semíramis, que sucedió a su madre en el<br />

reino, algunos le llaman también<br />

Nino, y otros Ninias, derivando su nombre del de su padre. En este<br />

tiempo reinaba entre los sicionios<br />

Telxión, y en su reinado fueron tan apacibles y lisonjeros los<br />

tiempos, que después de muerto le adoraron<br />

como a dios, ofreciéndole sacrificios y celebrando en su honor y<br />

memoria juegos y diversiones públicas. De<br />

éste dicen que fue el primero por cuyo respeto se instituyeron tales<br />

fiestas.<br />

CAPITULO III<br />

Quien reinaba en Asiria y Sicionia cuando, según la divina promesa,


tuvo Abraham, siendo de cien años, a su tuvo<br />

Isaac, y cuándo tuvo este de Rebeca, su mujer los gemelos Esaú y<br />

Jacob<br />

En estos tiempos, según la divina promesa, le nació a Abraham, siendo<br />

de cien años, su hijo Isaac, de Sara, su esposa,<br />

la cual, siendo estéril y anciana, estaba desahuciada de poder tener<br />

hijos. Entonces en Asiria reinaba Arrio, su quinto rey. El<br />

mismo Isaac, siendo de edad de sesenta años, tuvo sus dos hijos<br />

gemelos, Esaú y Jacob, de su esposa Rebeca, viviendo aún<br />

el abuelo de estos niños, que tenía entonces ciento sesenta y cinco<br />

años, el cual murió a los ciento setenta y cinco, reinando en<br />

Asiria Jerjes, el más antiguo, llamado también Baleo, y en Sicionia<br />

Turimaco, a quien algunos llaman Turimaco, que fueron sus<br />

séptimos reyes.<br />

El reino de los argivos comenzó juntamente con los nietos de Abraham,<br />

y el primero que reinó fue macho. No debe<br />

pasarse en silencio lo que refiere Varrón, de que los sicionios<br />

acostumbraban ya ofrecer sacrificios junto a la sepultura de<br />

Turimaco, su séptimo rey. Reinando los octavos reyes, Armamitre en<br />

Asiria, Leucipo en Sicionia e Inacho el primero en Argos,<br />

se apareció Dios a Isaac, y le prometió también lo mismo que a su<br />

padre, es a saber: a su descendencia, la posesión de la tierra<br />

de Canaán, y en su descendencia la bendición de todas las gentes.<br />

Estas mismas felicidades prometió asimismo a su hijo, nieto de<br />

Abraham, que primero se llamó Jacob, y después Israel,<br />

reinando ya Beloc, noveno rey en Asiria, y Phoroneo, hijo de macho,<br />

segundo rey en Argos, y reinando todavía en Sicionia<br />

Leucipo.<br />

En esta era, reinando en Argos el rey Phoroneo, principió la Grecia a<br />

ilustrarse más con algunos sabios estatutos<br />

promulgados en varias pragmáticas y leyes Con todo, habiendo muerto<br />

Phegoo, hermano menor de Phoroneo, le erigieron un<br />

templo donde estaba su cadáver y sepulcro, para que le adorasen como<br />

a dios y le sacrificasen bueyes. Creo que le juzgaron<br />

digno de tan singular honor porque, en la parte que le cupo del reino<br />

(pues su padre le repartió igualmente entre los dos,<br />

señalando a cada uno el país donde debía reinar, viviendo aún),<br />

edificó oratorios o templos para adorar a los dioses,<br />

enseñando también las observaciones de los tiempos por meses y años,<br />

y manifestando cómo los habían de distribuir y contar.<br />

Admirando en él los hombres que en eran muy idiotas estas cosas<br />

nuevas, creyeron o quisieron que después de muerto al<br />

punto fuete hecho dios. Porque el mismo modo dicen que lo, hija de<br />

Inacho, llamándose después Isis, fue adorada y venerada<br />

como grande diosa en Egipto; aunque otros escriben que de Etiopía<br />

vino a reinar a Egipto, y porque gobernó por muchos años<br />

y con justicia, y les enseñó muchas artes y ciencias, luego que<br />

falleció la tributaron el honor de tenerla por diosa, siendo esta<br />

honra tan particular, que impusieron la pena capital a quien se<br />

atreviese a proferir que había sido criatura humana.<br />

CAPITULO IV<br />

De los tiempos de Jacob y de su hijo José<br />

Reinando en Asiria Baleo, su rey décimo; en Sicionia Mesapo, rey<br />

nono, a quien algunos llaman también Fefisos, si es<br />

que un hombre solo tuvo dos nombres (siendo más verosímil que tomaron<br />

un hombre por otro los que sus escritos pusieron otro<br />

nombre), y reinando Apis, tercer rey de los argivos, murió Isaac, de<br />

ciento y ochenta años, y dejó sus dos gemelos de ciento y<br />

veinte. El menor de ellos, que era Jacob, y pertenecía a la Ciudad de<br />

Dios, de que vamos escribiendo, habiendo Dios<br />

reprobado al mayor, tenía doce hijos entre los cuales, al que se


llamó José le vendieron sus hermanos a unos mercaderes que<br />

pasaban a Egipto, viviendo aún su abuelo Isaac.<br />

Llegó José a la presencia de Faraón y de los trabajos que sufrió, y<br />

de estado humilde en que se vio, fue ensalzado a<br />

otro más eminente y distinguido, siendo de edad de treinta años,<br />

porque interpretó, auxiliado de divino espíritu, los sueños del<br />

rey, y dijo que habían de venir siete años abundantes, cuya<br />

abundancia, por excesiva que fuese, la habían de consumir otros<br />

siete años estériles que se seguirían, Por esto le nombró el rey<br />

gobernador de todo Egipto, librándole de las duras penalidades<br />

de la cárcel donde le había llevado la integridad de su castidad,<br />

conservada con heroico valor al no consentir en el adulterio con<br />

su ama, que estaba torpemente enamorada de él, y le amenazaba que, no<br />

condescendiendo a su voluntad, diría a su amo que<br />

la había intentado forzar. Por huir de tan próxima ocasión y tan<br />

perjudicial, dejó en sus manos la capa, de que le tenía asido.<br />

El segunda año de los siete estériles vino Jacob a Egipto con toda su<br />

familia a ver a su hijo, siendo ya de edad de ciento<br />

y treinta años, como lo dijo al rey cuando se lo preguntó; y contando<br />

José treinta y nueve años, sumados a los treinta que tenía<br />

cuando lo hizo el rey su gobernador, los siete de abundancia y los<br />

dos de hambre.<br />

CAPITULO V<br />

De Apis, rey de los argivos, a quien los egipcios llamaron Serapis, y<br />

le veneraron como a Dios<br />

Por estos tiempos, Apis rey de los argivos, habiendo navegando a<br />

Egipto y muerto allí, le constituyeron aquellas gentes<br />

ilusas por uno de los mayores dioses de Egipto. Y la razón por que,<br />

después de muerto, no se llamó Apis, sino Serapis, la da<br />

bien obvia Varrón, pues como el arca o ataúd, dice, en que se coloca<br />

al difunto que al presente todos llaman sarcófago, se dice<br />

soros en griego, y cómo principiaron entonces a reverenciar en ella a<br />

Apis antes que le hubiesen dedicado templo, se dijo<br />

primero Sorsapis o Sorapis, y después, mudando una letra, como<br />

acontece, Serapis. Y establecieron también por su respeto la<br />

pena de muerte a cualquier que dijese que había sido hombre.<br />

Como en casi todos los templos donde adoraban a Isis y a Serapis<br />

había también una imagen que, puesto el dedo en la<br />

boca, parecía que advertía que se guardase silencio, piensa el mismo<br />

Varrón que esto significaba que callasen el haber sido<br />

hombre.<br />

El buey que con tan particular ilusión y engaño criaba Egipto el<br />

honor suyo con tan copiosos regalos, le llamaban Apis, y<br />

no Serapis, porque sin el sarcófago o sepultura le reverenciaban<br />

vivo, y cuando muerto este buey, buscaban y hallaban algún<br />

novillo de su mismo color, esto es, señalado también con manchas<br />

blancas, lo tenían por singular portento enviado del cielo.<br />

En efecto: no era dificultoso a los demonios, para engañar a estos<br />

hombres fanáticos e ilusos, señalar a una vaca, al<br />

tiempo que concebía y estaba preñada, la imagen de otro toro<br />

semejante, la cual ella sola viese, de donde el apetito de la madre<br />

atrajese lo que después viniera a quedar pintado en el cuerpo de su<br />

cría; como lo hizo Jacob con las varas de varios colores,<br />

para que las ovejas y cabras naciesen varias; pues lo que los hombres<br />

pueden con colores y cuerpos verdaderos, eso mismo<br />

pueden fácilmente los demonios, con fingidas figuras, representar a<br />

los animales que conciben.<br />

CAPITULO VI<br />

Quién reinaba en Argos y Asiria cuando murió Jacob en Egipto<br />

Apis, rey, no de los egipcios, sino de los argivos, murió en Egipto,


sucediéndole en el reino su hijo Argo, de cuyo nombre<br />

se apellidaron los argos, y de aquí los argivos; pues en tiempo de<br />

los reyes pasados, ni la ciudad ni aquella nación se<br />

denominaban así. Reinando éste en Argos, en Sicionia Erato y en<br />

Asiria todavía Baleo, murió Jacob en Egipto, de edad de<br />

ciento cuarenta y siete años, habiendo echado su bendición a la hora<br />

de su muerte a sus hijos y a sus nietos, los hijos de José;<br />

habiendo vaticinado claramente a Cristo, cuando dijo en la bendición<br />

que echó a Judá: «No faltará príncipe en Judá, ni cabeza<br />

de su descendencia, hasta que vengan todas las cosas que están a él<br />

reservadas, y él será a quien esperarán con ansia las<br />

gentes.»<br />

Reinando Argo, principió Grecia a usar y gozar de legumbres y frutos<br />

de la tierra, y a tener mieses en la agricultura,<br />

habiendo conducido de fuera las semillas. También Argo, después de<br />

muerto, comenzó a ser venerado por dios, honrándole<br />

con templo y sacrificios. Lo mismo hicieron reinando él, y antes de<br />

él, con cierto hombre particular que murió tocado de un rayo,<br />

llamado Homogiro, por haber sido el primero que unció los bueyes bajo<br />

el yugo del arado.<br />

CAPITULO VII<br />

En tiempo de qué reyes falleció José en Egipto<br />

Reinando Mamito, duodécimo rey de los asirios, y Plemneo, undécimo de<br />

los sicionios, y Argo todavía en Argos, falleció<br />

José en Egipto, de edad de ciento y diez años. Después de su muerte,<br />

el pueblo de Dios, creciendo maravillosamente, estuvo<br />

en Egipto ciento cuarenta y cinco años, viviendo al principio en<br />

quietud, hasta que se acabaron y murieron los que conocían a<br />

José.<br />

Pasado algún tiempo, envidiando los egipcios su acrecentamiento y<br />

temiendo de él funestas consecuencias, hasta que<br />

salió libre de este país, padeció innumerables y rigurosas<br />

persecuciones, entre las cuales, no obstante, multiplicando Dios sus<br />

hijos, crecía, aunque oprimido bajo una intolerable servidumbre. En<br />

Asiria y Grecia reinaban por aquel tiempo los mismos que<br />

arriba insinuamos.<br />

CAPITTLO VIII<br />

En tiempo de qué reyes nació Moisés, y la religión de algunos dioses<br />

que se fue introduciendo por aquellos tiempos<br />

Reinando en Asiria Safro, rey décimocuarto; en Sicionia Orthópolis,<br />

duodécimo, y Criaso, quinto en Argos, nació en<br />

Egipto Moisés, por cuyo medio salió libre el pueblo de Dios de la<br />

servidumbre de Egipto, en la cual convino que así ese<br />

ejercitado para que pusiese sus deseos y confianza en el auxilio y<br />

favor de su Criador.<br />

Reinando estos reyes, creen algunos que vivió Prometheo, de quien<br />

aseguran haber formado hombres del lodo, porque<br />

fue de los más científicos que se conocieron, aunque no señalan qué<br />

sabios hubiese en su tiempo.<br />

Dicen que su hermano Atlas fue grande astrólogo, de donde tomaron<br />

ocasión los poetas para fingir que tiene a cuestas el<br />

cielo, aunque se halla un monte de su nombre, que más verosímilmente<br />

parece que, por su elevación, ha venido a ser opinión<br />

vulgar que tiene a cuestas el cielo.<br />

Desde estos ¿tiempos comenzaron a fingirse otras fábulas en Grecia, y<br />

así hallamos hasta el tiempo de Cecróps, rey de<br />

los atenienses (en cuyo tiempo la misma ciudad se llamó Cecropia, y<br />

en él, Dios, por medio de Moisés, sacó á su pueblo de


Egipto), canonizado por dioses algunos hombres difuntos, por la ciega<br />

y vana costumbre supersticiosa de los griegos; entre los<br />

cuales fueron Melantonice, mujer del rey Criaso; y Forbas, hijo de<br />

éstos, el cual, después de su padre, fue sexto rey de los<br />

argivos; y Jaso, hijo de Triopa, séptimo rey; y el rey nono<br />

Sthenelas, o Stheneleo, o Sthenelo, porque se halla escrito con<br />

variedad, en diversos autores.<br />

En estos tiempos dicen también que floreció Mercurio, nieto de<br />

Atlante, hijo de su hijo Maya, como lo vemos en las<br />

historias más vulgares. Fue muy insigne por la noticia e instrucción<br />

que tuvo de muchas ciencias, las cuales enseñó a los<br />

hombres, por cuyo motivo, después de muerto, quisieron que fuese<br />

dios, o lo creyeron así.<br />

Dicen que fue más moderno Hércules, que floreció en estos mismos<br />

tiempos de los argivos, bien que algunos le hacen<br />

anterior a Mercurio; los cuales imagina que se engaña. Pero en<br />

cualquiera tiempo que hayan vivido, consta de historiadores<br />

graves que escribieron estas antigüedades que ambos fueron hombres, y<br />

que por los muchos beneficios que hicieron a los<br />

mortales para pasar esta vida con más comodidad, merecieron que ellos<br />

los reverenciasen como a dioses. Minerva fue mucho<br />

más antigua que éstos, porque en tiempo de Ogigio dicen que apareció<br />

en edad de doncella junto al lago llamado de Tritón, de<br />

donde le vino a ésta el nombre de Tritonia, Fue, sin duda, inventora<br />

de muchas cosas útiles, y tanto más fácilmente tenida por<br />

diosa, cuanto menos noticia se tuvo de su nacimiento; pues lo que<br />

cuentan que nació de la cabeza de Júpiter se debe atribuir a<br />

los poetas y sus fábulas, y no a la historia y a los sucesos<br />

acaecido.<br />

Tampoco respecto del tiempo en que vivió el mismo Ogigio concuerdan<br />

los historiadores; en el cual<br />

también hubo un grande diluvio, no aquel genera en que no escapo<br />

hombre a excepción de los que<br />

entraron en el Arca del cual no tuvieron noticia los historiadores<br />

gentiles, ni los griegos, ni los latinos,<br />

aunque fue mayor que el que hubo después, en tiempo de Deucalión<br />

Desde aquí Varrón principió aquel libro de que hice mención arriba, y<br />

no propone o halla suceso<br />

más antiguo del cual poder partir y llegar a las cosas romanas, que<br />

el diluvio de Ogigio, esto es, el que<br />

sucedió en tiempo de Ogigio. Pero los nuestros que escribieron<br />

crónicas, Eusebio, y después San<br />

Jerónimo, en esta opinión siguieron seguramente a algunos otros<br />

historiadores precedentes, y refieren que<br />

fue el diluvio de Ogigio más de trescientos años después, reinando ya<br />

Foroneo, segundo rey de los<br />

argivos. En cualquier tiempo que haya sido, adoraban ya a Minerva<br />

como diosa, reinando en Atenas<br />

Cecróps, en cuya época aseguran que esta ciudad fue o restaurada o<br />

fundada<br />

CAPITULO IX<br />

Cuándo se fundó, la ciudad de Atenas, y la razón que da Varrón de su<br />

nombre<br />

Para explicar que se llamase Atenas, que es nombre efectivamente<br />

tomado de Minerva, la cual en griego se llama Atena,<br />

apunta Varrón esta causa: habiéndose descubierto allí de improviso el<br />

árbol de la oliva, y habiendo brotado en otra parte el<br />

agua, turbado el rey con estos prodigios, envió a consultar a Apolo<br />

Délfico qué debía entenderse por aquellos fenómenos, o<br />

qué se había de hacer. El oráculo respondió que la oliva significaba<br />

a Minerva, y el agua a Neptuno, y que estaba en manos de<br />

los ciudadanos el llamar aquella ciudad con el nombre que quisiesen


de aquellos dos dioses, cuyas insignias eran aquéllas.<br />

Cecróps, recibido este oráculo, convocó para que dieran su voto a<br />

todos los ciudadanos de ambos sexos, por ser entonces<br />

costumbre en aquellos países que se hallasen también las mujeres en<br />

las consultas y juntas públicas. Consultada, pues, la<br />

multitud popular, los hombres votaron por Neptuno, y las mujeres por<br />

Minerva; y hallándose un voto más en las mujeres, venció<br />

Minerva.<br />

Enojado con esto Neptuno, hizo crecer las olas del mar e inundó y<br />

destruyó los campos de los atenienses; porque no es<br />

difícil a los demonios el derramar y esparcir algo más de lo regular<br />

las aguas.<br />

Para templar su enojo, dice este mismo autor que los atenienses<br />

castigaron a las mujeres con tres penas: la primera, que<br />

desde entonces no diesen ya su sufragio en los públicos congresos; la<br />

segunda, que ninguno de sus hijos tomase el nombre de<br />

la madre, y la tercera, que nadie las llamase ateneas. Y así aquella<br />

ciudad, madre de las artes liberales y de tantos y tan<br />

célebres filósofos, que fue la más insigne e ilustre que tuvo Grecia,<br />

embelecada y seducida por los demonios con la contienda de<br />

dos de sus dioses, el uno varón y la otra hembra, por una parte, a<br />

causa de la victoria que alcanzaron las mujeres, consiguió<br />

nombre mujeril de Atenas, y por otra, ofendida por el dios vencido,<br />

fue compelida a castigar la misma victoria de la diosa<br />

vencedora, temiendo más las aguas de Neptuno que las armas de<br />

Minerva. Porque en las mujeres así castigadas también fue<br />

vencida Minerva, hasta el punto de no poder favorecer a las que<br />

habían votado en su favor para que, ya que habían perdido la<br />

potestad de poder votar en lo sucesivo, y veían excluidos los hijos<br />

de los nombres de mis madres, pudiesen éstas siquiera<br />

llamarse ateneas, y merecer el nombre de aquella diosa a quien ellas<br />

hicieron vencedora, con sus votos, contra un dios varón<br />

De donde se deja conocer bien cuántas cosas pudiéramos decir aquí y<br />

cuán grandes, si la pluma no nos llevara de prisa<br />

a otros asuntos.<br />

CAPITULO X<br />

Lo que escribe Varrón sobre el nombre de Areópago y del diluvio de<br />

Deucalión<br />

Marco Varrón no quiere dar crédito a las fabulosas ficciones en<br />

perjuicio de los dioses, por no indignarse contra la<br />

majestad, de estas falsas deidades. Por lo mismo, tampoco quiere que<br />

el Areópago (que es el lugar donde disputó San Pablo<br />

con los atenienses, del cual se llaman areopagitas los jueces de la<br />

misma ciudad) se haya llamado así porque Marte, que en<br />

griego se dice Ares, culpado y reo de un homicidio, siendo doce los<br />

dioses que juzgaban en aquel pago, fue absuelto por seis<br />

(pues en igualdad de votos se solía anteponer la absolución a la<br />

condenación); sino que, contra esta opinión, que es la más<br />

celebrada y admitida, procura alegar otra razón y causa de este<br />

nombre, tomada de la noticia de las ciencias más abstractas y<br />

misteriosas, para que no se crea que los atenienses llamaron al<br />

Areópago del nombre de Marte y Pago, así como Pago de<br />

Marte; o sea, en perjuicio y deshonor de los dioses, los cuales cree<br />

que no tienen entre sí litigios ni controversias; y dice que<br />

esta etimología de Marte no es menos fabulosa y falsa que lo que<br />

cuentan de las tres diosas, es a saber: de Juno, Minerva y<br />

Venus, quienes, por conseguir la manzana de oro, se dice que delante<br />

de París pleitearon y debatieron sobre la excelencia de<br />

su hermosura. Estas culpas se cantan y celebran entre los aplausos<br />

del teatro, para aplacar con sus fiestas y juegos a los<br />

dioses que gustan de ellas, ya sean verdaderas, ya sean falsas.<br />

Esto no lo creyó Varrón, por no dar asenso a cosas incongruentes a la


naturaleza o a las costumbres de los dioses; y,<br />

con todo, dándonos é la razón, no fabulosa, sino histórica, del<br />

nombre de Atenas, refiere en sus libros una controversia tan<br />

ruidosa como la de Neptuno y Minerva sobre cuál de ellos daría su<br />

nombre a aquella ciudad, quienes disputaron entre sí con<br />

ostentación de prodigios, y aun el mismo Apolo, consultado, no se<br />

atrevió a ser juez de aquella causa, sino que, para poner fin a<br />

la pendencia de estos dioses, así como Júpiter remitió a París la<br />

decisión de la causa de las tres diosas, ya insinuada, así<br />

también Apolo remitió esta a los hombres, donde tuviese Minerva más<br />

votos con que vencer, y en la pena y castigo que dieron<br />

a las que le habían suministrado sus sufragios fuese vencida; la<br />

cual, en contradicción de los hombres, sus contrarios, pudo<br />

conseguir que se llamase Atenas la ciudad y no pudo lograr que las<br />

mujeres, sus afectas, se llamasen ateneas.<br />

Por estos tiempos, según escribe Varrón, reinando en Atenas Cranao,<br />

sucesor de Cecróps, y, según nuestros escritores<br />

Eusebio y San Jerónimo, viviendo todavía el mismo Cecróps, sucedió el<br />

diluvio que llamaron de Deucalión, porque era señor<br />

de las tierras donde principalmente ocurrió; pero este diluvio de<br />

ningún modo llegó a Egipto ni sus comarcas.<br />

CAPUULO XI<br />

En qué tiempo sacó Moisés al pueblo de Israel dé Egipto; y Jesús<br />

Nave, o Josué, que le sucedió, en tiempo de qué<br />

reyes murió<br />

Sacó, pues, Moisés de Egipto al pueblo de Dios en los últimos días de<br />

Cecróps, rey de Atenas, reinando en Asiria<br />

Astacades, en Sicionia Marato y en Argos Triopas.<br />

Sacado el pueblo, le dio la ley que había recibido en el Monte Sinaí<br />

de mano de Dios, la cual se llamó Testamento Viejo,<br />

porque contiene promesas terrenas y porque, por medio de Jesucristo,<br />

habíamos de recibir el Testamento Nuevo, donde se nos<br />

prometiese el reino de los cielos. Pues fue muy conforme a razón que<br />

se observase el orden que se guarda en cualquier<br />

hombre que aprovecha en Dios, en el cual sucede lo que dice el<br />

Apóstol: «Que no es primero lo que es espiritual, sino lo que es<br />

animal, y después lo que es espiritual.» Porque como dice el mismo, y<br />

es verdadero: «El primer hombre de la tierra fue terreno,<br />

y el segundo, como vino del cielo, fue celestial.»<br />

Gobernó Moisés el pueblo por tiempo de cuarenta años en el desierto,<br />

y murió a los ciento veinte de su edad, habiendo<br />

asimismo profetizado a Cristo por las figuras de aquellas<br />

observancias y ceremonias carnales que hubo en el tabernáculo,<br />

sacerdocio, Sacrificios y en otros varios mandatos místicos.<br />

A Moisés sucedió Jesús Nave, o Josué, quien introdujo y estableció en<br />

sus respectivos territorios el pueblo de Dios en la<br />

tierra de promisión, después de conquistar con autoridad y auxilio<br />

divino las naciones que poseían aquellas tierras. El cual,<br />

habiendo gobernado al pueblo, después de la muerte de Moisés, por<br />

espacio de veintisiete años, murió, reinando a este tiempo<br />

en Asiria Amintas, rey XVIII; en Sicionia, Corax XVI; en Argos, Danao<br />

X, y en Atenas, Erictonio, rey cuarto.<br />

CAPITULO XII<br />

De las solemnidades sagradas que instruyeron a los falsos dioses, por<br />

aquellos tiempos, los reyes de Grecia, las cuales<br />

coinciden con los tiempos desde la salida de Israel de Egipto hasta<br />

la muerte de Josué<br />

Por estos tiempos, es decir, desde la salida del pueblo de Israel de<br />

Egipto hasta la muerte de Josué, por cuyo medio


entró el mismo pueblo en posesión de la tierra de promisión, los<br />

reyes de Grecia instituyeron a los falsos dioses ciertas<br />

solemnidades sagradas, con las cuales, en solemnes fiestas,<br />

celebraban la memoria del diluvio, y cómo los hombres se<br />

libertaron de él y de las calamidades que entonces sufrieron, ya<br />

subiéndose a lo más elevado de los montes, ya bajando a vivir<br />

en los valles. Porque la subida y bajada de los lupercos por la calle<br />

que llaman Vía Sacra así la interpretan, diciendo que<br />

significan los hombres que por la inundación de las aguas subieron a<br />

las cumbres de los montes, y al volver ésta a su antiguo<br />

cauce descendieron aquéllos a los llanos.<br />

Por estos tiempos dicen que Dionisio, que también se llama Padre<br />

Liber, tenido por dios después de su muerte, descubrió<br />

en la tierra de Atenas el uso de la vid a un huésped suyo.<br />

Por entonces se establecieron asimismo los juegos músicos dedicados a<br />

Apolo Délfico para aplacar su ira, por cuya<br />

causa pensaban que habían padecido esterilidad las provincias de<br />

Grecia, porque no defendieron su templo, quemado por el<br />

rey Danao cuando hizo guerra a aquellas tierras. Y que le<br />

instituyesen estos juegos, el mismo lo advirtió con su oráculo; pero<br />

en<br />

la tierra de Atenas el primero que le dedicó juegos fue el rey<br />

Erictonio (Y no sólo a él, sino también a Minerva), en los cuales a<br />

los vencedores les daban por premio aceite, porque dicen que Minerva<br />

fue la inventora y descubridora del fruto de la oliva, así<br />

como Liber del vino.<br />

Por este tiempo, Janto, rey de Creta, cuyo nombre hallamos diferente<br />

en otros, dicen que robó a Europa, de la cual tuvo<br />

a Radamanto, Sarpedón y Minos, los cuales, sin embargo, es fama común<br />

que son hijos de Júpiter, habidos en esta mujer. Pero<br />

los que profesan la religión de semejantes dioses, lo que hemos<br />

insinuado del rey dé Creta lo juzgan verdadera historia; y lo<br />

que cuentan de Júpiter los Poetas, resuena en los teatros y celebran<br />

los pueblos, lo consideran como vanas fábulas, para que<br />

hubiese materia para inventar juegos que aplacasen a los dioses, aun<br />

imputándoles culpas falsas.<br />

Por estos tiempos corría la fama de Hércules en Tyria; pero éste fue<br />

otro, no aquel de quien hablamos arriba; porque en<br />

la historia más secreta y religiosa se refiere que hubo muchos<br />

Líberos padres y muchos Hércules. De este Hércules cuentan<br />

doce hazañas muy heroicas, entre las cuales no insertan la muerte del<br />

africano Anteo, por pertenecer esto al otro Hércules.<br />

Refieren en sus historias que él mismo se quemó en el monte Oeta, no<br />

habiendo podido sufrir y llevar con paciencia, y con<br />

aquella virtud y valor heroico con que había sujetado los monstruos,<br />

la enfermedad que padecía.<br />

Por estos tiempos el rey, o, por mejor decir, el tirano Busiris,<br />

sacrificaba sus huéspedes a sus dioses, Dicen que fue hijo<br />

de Neptuno, tenido de Libia, hija de Epapho; pero no creemos que<br />

Neptuno cometió este estupro, ni acusamos a los dioses, sino<br />

atribúyase a los poetas y teatros, para que haya materia con que<br />

aplacar a aquéllos.<br />

De Erictonio, rey de los atenienses, en cuyos últimos anos se halla<br />

que murió Josué, dicen que fueron sus padres<br />

Vulcano y Minerva; mas por cuanto quieren que Minerva sea doncella,<br />

explican que en la controversia y debate que tuvieron<br />

ambos, jugueteando Vulcano, con el movimiento violento de los saltos,<br />

cayó su semilla en la tierra, y a lo que nació de esta<br />

semilla le pusieron aquel nombre; porque en griego eris significa lid<br />

o porfía, y cton, la tierra, y de estos dos se compuso el<br />

nombre de Erictonio.<br />

Con todo, lo que no debe olvidarse es que los más doctos refutan y<br />

niegan estas sutilezas de sus dioses, diciendo que<br />

esta opinión fabulosa nació de que se halló el muchacho expuesto en<br />

un templo que había en Atenas dedicado a Vulcano y<br />

Minerva, enroscado en una sierpe lo que significó, que había de ser


un grande héroe, y porque el templo era común y se<br />

ignoraba quiénes eran sus padres, se dijo ser hijo de Vulcano y de<br />

Minerva,<br />

Sin embargo, la otra que es fábula, nos declara y manifiesta con más<br />

claridad el origen de su nombre, que no ésta que es la<br />

historia. Pero ¿qué nos importa, que en sus libros verdaderos enseñen<br />

esto a los hombres religiosos, si en los juegos falsos y<br />

engañosos deleitan con aquello a los inmundos demonios, a quienes,<br />

sin embargo, los religiosos gentiles adoran y reverencian<br />

como a dioses? Y cuando nieguen de ellos todas estas cosas, no pueden<br />

absolverlos totalmente de la culpa, pues pidiéndolo<br />

ellos establecen y celebran unos juegos, en los que se representa con<br />

torpezas lo que al parecer con prudencia y discreción se<br />

niega. Y advirtiendo al mismo tiempo que con estas falsedades y<br />

disoluciones se aplacan los dioses, aunque la fábula nos cuente<br />

el crimen que falsamente, imputan a los dioses, el deleitarse con la<br />

culpa, aunque sea falsa, es culpa verdadera.<br />

CAPITULO XIII<br />

De las fabulosas ficciones que inventaron al tiempo que comenzaron<br />

los hebreos a gobernarse por<br />

sus jueces<br />

Después de la muerte de Josué, el pueblo de Dios comenzó a gobernarse<br />

por jueces, en cuyos tiempos gustaron en<br />

ocasiones de la adversidad y calamidades por sus pecados, y a veces<br />

de la prosperidad en los consuelos por la misericordia<br />

de Dios.<br />

Por este tiempo se inventaron algunas fábulas: la de Triptolemo,<br />

quien, por mandato de Ceres, conducido por unas<br />

sierpes que volaban, trajo trigo por el aire en ocasión que había<br />

escasez y carestía; la del Minotauro, que dicen fue una bestia<br />

encerrada en el laberinto, en el cual, luego que entraban los<br />

hombres, por los enredos y confusión de los lugares que se veían<br />

dentro, ya no podían salir; la de los Centauros, que dicen fue cierta<br />

especie de animal, compuesto de hombre y caballo; la del<br />

Cerbero, que es un perro de tres cabezas, que hay en los infiernos;<br />

la de Frigio y Helles, su hermana, de los cuales dicen que,<br />

llevados sobre un carnero, volaban; la de la Gorgona, que dicen tuvo<br />

las crines serpentinas, convirtiendo en piedras a los que<br />

la miraban; la de Belerofonte, que anduvo en un caballo que volaba<br />

con alas, llamado Pegaso; la de Anfión, que con la<br />

suavidad de su cítara, dicen, ablandó y atrajo las piedras; la de<br />

Dédalo y de su hijo Icaro, que poniéndose unas alas, volaron;<br />

la de Edipo, de quien cuentan que a un monstruo llamado Esfinge, que<br />

tenía el rostro humano y era una bestia de cuatro pies,<br />

habiéndole resuelto un enigma que solía proponer como irresoluble,<br />

hizo que se despeñase y pereciese; la de Anto, a quien<br />

mató Hércules, que dicen fue hijo de la tierra, por lo cual, creyendo<br />

y tocando la tierra, acostumbraba a levantarse más fuerte, y<br />

así otras que acaso me habré dejado.<br />

Estas fábulas que hubo hasta la guerra de Troya, en la que Marco<br />

Varrón concluyó su libro segundo del origen de la<br />

nación romana, las fingieron así los ingenios perspicaces de los<br />

hombres, estresacando noticias de algunos sucesos que<br />

acaecieron, y constaban las historias, agregando las injurias y<br />

oprobios imputados a los dioses. Así fingieron de que Júpiter robó<br />

al hermoso joven Ganímedes (cuya execrable maldad la cometió el rey<br />

Tántalo, y la fábula la atribuye a Júpiter), y que<br />

descendiendo en una lluvia de oro durmió a Danae; en lo que se<br />

entiende que con el oro conquistó la honestidad de aquella<br />

mujer; cosa que o sucedió o se fingió en aquellos siglos heroicos, o<br />

habiéndolo hecho otros, se supuso y atribuyó a Júpiter.<br />

No puede ponderarse cuán impíamente han opinado de los ánimos y<br />

corazones de los hombres, suponiendo que


pudieran sufrir con paciencia estas mentiras; pero, ¡qué digo<br />

sufrirías!, si tos hombres las adoptaron también gustosamente,<br />

siendo así que con cuanta más devoción reverencian a Júpiter, con<br />

tanto más rigor debieran castigar a los que se atrevieron a<br />

decir de él tales torpezas. Pero no sólo no se indignan contra los<br />

que supusieron semejantes patrañas, sino que si no<br />

representaran tales ficciones en los teatros, pensaran tener enojados<br />

e indignados a los mismos dioses.<br />

Por estos tiempos Latona dio a luz a Apolo, no aquel a cuyos oráculos<br />

dijimos arriba que solían acudir las gentes de todas<br />

partes, sino aquel de quien sé refiere que con Hércules apacentó los<br />

rebaños del rey Admeto; a quien, sin embargo, de tal<br />

suerte le tuvieron por dios, que muchos, y casi todos, piensan que<br />

éste y el otro fue un mismo Apolo.<br />

Por entonces también el padre Libero o Baco hizo guerra a la India, y<br />

trajo en su ejército muchas mujeres que llamaban<br />

bacantes, no tan ilustres y famosas por su virtud y valor como por su<br />

demencia y furor. Alguno escriben que fue vencido y<br />

preso este Libero, y otros que fue muerto en una batalla por Perseo,<br />

y hasta señalan el lugar donde fue sepultado, y, con todo,<br />

en honor de su nombre, como si fuera Dios, han instituido los impuros<br />

demonios unas solemnidades religiosas, o, por mejor<br />

decir, unos execrables sacrilegios que llaman bacanales. De cuya<br />

horrible torpeza, después de transcurridos tantos años, se<br />

como y avergonzó tanto el Senado que prohibió su celebración en Roma.<br />

Por estos tiempos, a Perseo y a su esposa Andrómeda, ya difuntos, en<br />

tal conformidad los admitieron y colocaron en el<br />

cielo, que no se avergonzaron ni temieron acomodar y designar sus<br />

imágenes a las estrellas, llamándolas con sus propios<br />

nombres.<br />

CAPITULO XIV<br />

De los teólogos poetas<br />

En este mismo tiempo hubo también poetas que se llamaron teólogos<br />

porque componían versos en honor y elogio de los<br />

dioses; pero de unos dioses que, aunque fueron hombres sabios, fueron<br />

hombres o eran elementos de este mundo, que hizo y<br />

crió el Dios verdadero, o fueron puestos en el orden de algunos<br />

principados y potestades, según la voluntad del que los crió y<br />

no según sus méritos.<br />

Y si entre tantas cosas vanas y falsas dijeron alguna del único y<br />

solo Dios verdadero, adorando juntamente con él a otros<br />

que no son dioses y haciéndoles el honor que se debe solamente a un<br />

solo Dios, sin duda que no le adoraron legítimamente,<br />

además de que tampoco éstos pudieron abstenerse de la infamia e<br />

ignominia fabulosa de sus dioses<br />

Entre estos teólogos poetas cítanse a Orfeo, Museo y Lino, quienes<br />

adoraron a los dioses, y ellos no<br />

fueron adorados por dioses, aunque; no sé como la ciudad de los<br />

impíos suele hacer, que presida Orfeo en las<br />

solemnidades sagradas, o, por mejor decir, en los sacrilegios que se<br />

celebran y dedican al infierno. Habiendo<br />

perecido la mujer del rey Athamante, llamada Ino, y despeñándose su<br />

hijo Melicertes voluntariamente al mar, la<br />

opinión de los hombres los divinizó y puso en el número de los<br />

dioses, como lo hizo igualmente con otros<br />

hombres de aquel tiempo, entre los cuales fueron Cástor y Pólux. Los<br />

griegos llamaron a la latinos, Matuta, y<br />

unos y otros la tuvieron por diosa.<br />

CAPITULO XV<br />

Del fin del reino de los argirvos, que fue cuando entre los<br />

laurentes, Pico, hijo de Saturno, sucedió el primero en el reino


de su padre<br />

Por estos tiempos se acabó el reino de los argivos, habiéndose<br />

transferido a Micenas, de donde fue<br />

Agamenón, y tuvo su origen el reino de los laurentes, donde el<br />

primero que reinó fue Pico, hijo de Saturno,<br />

siendo juez entre los hebreos Débora, mujer, aunque por su medio<br />

gobernaba aquella república el Espíritu<br />

Santo, y asimismo era profetisa, cuya profecía es tan oscura que<br />

apenas podríamos manifestar aquí que fue<br />

relativa a Cristo sin consumir mucho tiempo en exponerla.<br />

Ya reinaban los laurentes en Italia, de quienes se deduce con más<br />

claridad el origen de los romanos<br />

después de los griegos, y,. sin embargo, permanecía todavía el reino<br />

de los asirios, en el cual reinaba<br />

Lampares, su rey XXIII, habiendo principiado Pico a ser el primero de<br />

los laurentes.<br />

De Saturno, padre de éste, vean lo que opinan los que adoran<br />

semejantes dioses, que niegan fuese<br />

hombre; y de quien escriben otros que reinó también en Italia antes<br />

que Pico, su hijo. Y Virgilio lo insinúa<br />

bien claro en estas expresiones: «Éste civilizó a la gente indócil e<br />

inculta que vivía derramada por las<br />

asperezas de los montes, dándoles leyes para la dirección de sus<br />

acciones, y quiso mejor que aquel país<br />

se llamase Lacio, esto es, escondrijo, porque seguramente había<br />

estado escondido en él; y según la voz de<br />

la fama en su tiempo, esto es, reinando él, florecieron los siglos de<br />

oro.»<br />

Pero dirán que esto es ficción poética, y que el Padre de Pico fue<br />

realmente Esterces, el cual, siendo un hombre muy<br />

intruido en la agricultura, dicen que halló el secreto de cómo debían<br />

fertilizarse los campos con el excremento de los animales el<br />

cual de su nombre se llamó estiércol. Del mismo modo dicen algunos<br />

que se llamó éste Estercucio; pero por cualquier motivo<br />

que hayan querido llamarle Saturno, a lo menos con razón, a Esterces<br />

o Estucio le hicieron dios de la agricultura Y asimismo a<br />

Pico, su hijo, le colocaron en el número de otros tales dioses y de<br />

él aseguran haber sido famoso agorero y gran soldado.<br />

A Pico sucedió su hijo Fauno, segundo rey de los laurentes, a quien<br />

igualmente tienen o tuvieron por dios, y a todos<br />

estos hombres, después de su muerte, los honraron como a dioses antes<br />

de la guerra de Troya.<br />

CAPITULO XVI<br />

De Diómedes, a quien después de la destrucción de Troya pusieron en<br />

el número de los dioses,<br />

cuyos compañeros dicen que se convirtieron en aves<br />

La ruina de Troya, celebrada y cantada por todo el orbe, tanto que<br />

hasta los niños la sabían, por su grandeza y por la<br />

excelencia del ingenioso lenguaje de los escritores, se extendió y<br />

divulgó. Sucedió, reinando ya Latino hijo de Fauno, de quien<br />

tomó nombre el reino de los latinos, cesando ya de llamarse de los<br />

laurentes.<br />

Los griegos, victoriosos, dejando asolada a Troya y regresando a sus<br />

casas, padecieron un fuerte descalabro en el<br />

camino, siendo rotos y deshechos con diversas y fatales pérdidas y<br />

desastres, y, sin embargo, aun con algunos de ellos<br />

acrecentaban el número de sus dioses, pues instituyeron por dios a<br />

Diómedes y por disposición y castigo del cielo, dicen, que<br />

no volvió a su tierra; afirmando también que sus compañeros se<br />

convirtieron en, aves y testificando este suceso, no con ficción<br />

fabulosa o poética, sino con autoridad histórica; a los cuales


compañeros, siendo ya dios, según creyeron los ilusos, no les pudo<br />

restituir la forma humana, o a lo menos, como recién entrado en el<br />

cielo, no pudo conseguir esta gracia de su rey Júpiter.<br />

Además, aseguran haber un templo suyo en la isla Diomedea, no muy<br />

distante del monte Gargano,<br />

situado en Apulia, y que estas aves andan volando alrededor de este<br />

templo, y que asisten allí<br />

continuamente, ocupándose en un ministerio tan santo y admirable como<br />

es tomar aguas en los picos y<br />

rociarle; y si acontece llegar allí algunos griegos, o descendientes<br />

de griegos, no sólo están, quietas, sino<br />

que los halagan y acarician; pero si acaso llegan otros de otra<br />

nación, acometen a sus cabezas y los<br />

hieren tan gravemente que a veces los matan; porque aseguran que con<br />

sus fuertes y grandes picos<br />

están suficientemente armadas para poder realizar esta empresa.<br />

CAPITULO XVII<br />

Lo que creyó Varrón de las increíbles transfiguraciones de los<br />

hombres<br />

En confirmación de esto, refiere Varrón otras particularidades no<br />

menos increíbles de aquella famosísima maga, llamada<br />

Circe, que convirtió los compañeros de Ulises en bestias; y asimismo<br />

de los arcades, que, llevados por suerte, atravesaban a<br />

nado un estanque donde se transformaban en lobos y con otras fieras<br />

semejantes pasaban su vida por los desiertos de aquella<br />

región; pero si acontecía que no comiesen carne humana, otra vez al<br />

cabo de nueve años, volviendo a pasar a nado el mismo<br />

estanque, recobraban su primera forma de hombres.<br />

Finalmente, refiere asimismo en particular de cierto hombre llamado<br />

Demeneto, que habiendo comido del sacrificio que los<br />

arcades solían hacer a su dios Lico, inmolándole un niño, se<br />

convirtió en lobo, y que pasados diez años, vuelto a su propia<br />

figura, se había ejercitado en el arte de la lucha, saliendo<br />

victorioso en los juegos olímpicos.<br />

No por otra causa piensa el historiador que en Arcadia llamaron Liceo<br />

a Pan y a Júpiter, sino por la transformación de<br />

hombres en lobos, la cual entendían que no podía hacerse sino con<br />

virtud divina; porque lobo en griego se dice lycos, de<br />

donde Parece haberse derivado el nombre de Liceo.<br />

También dice que los lupercos romanos nacieron de la semilla de estos<br />

misterios.<br />

CAPITULO XVIII<br />

Qué es lo que debe creerse de las transformaciones que, por arte o<br />

ilusión de los demonios, parece a los hombres que<br />

realmente se hacen<br />

Pero acaso los que leyesen esto gustarán saber lo que decimos y<br />

sentimos acerca de un embeleso y engaño tan grande<br />

de los demonios, y lo que deben hacer los cristianos cuando oyen que<br />

los ídolos de los gentiles hacen milagros. Lo que diremos<br />

es que debe huirse de en medio de Babilonia. Este precepto profético<br />

debe entenderse espiritualmente, de forma que de la<br />

ciudad de este sitio, que, sin duda, es una sociedad e ángeles malos<br />

y hombres impíos, nos apartemos, siguiendo la verdadera<br />

fe, que obra por amor, con sólo aprovechar, espiritualmente en Dios<br />

vivo.<br />

Cuanto mayor viésemos que es la potestad de los demonios en estas<br />

cosas terrenas, tanto más firmemente debemos<br />

estar asidos del Medianero, porque subimos de estas cosas bajas y<br />

despreciables a las sumas y necesarias. Pues si dijésemos<br />

que no debe darse crédito a semejantes sutilezas, no falta ahora


quien diga que sucesos como éstos, o los ha oído por muy<br />

ciertos, o los ha visto por experiencia, pues aun nosotros, estando<br />

en Italia, hemos oído algunas cosas como éstas de una<br />

provincia de aquellas regiones, donde decían que las mesoneras,<br />

instruidas en tales artes malas, solían dar en el queso a los<br />

viajeros que querían o podían cierta virtud con que inmediatamente se<br />

convertían en asnos, en que conducían lo que<br />

necesitaban, y, concluida su comisión, volvían en sí y a su antigua<br />

figura, y que no por eso su alma se transformaba en bestias,<br />

sino que se les conservaba la razón y humano discurso; así como<br />

Apuleyo, en los libros que escribió del Asno de oro, enseñó,<br />

o fingió haber sucedido a si mismo, que, tomando el brebaje o porción<br />

destinada a este efecto, quedando en su estado la razón<br />

del hombre, se convirtió en asno estas transformaciones, o son<br />

falsas, o tan inusitadas, que, con razón no merecen crédito.<br />

Sin embargo, debemos creer firmemente que Dios Todopoderoso puede<br />

hacer todo cuanto quiere, ya sea castigando,<br />

ya sea premiando, y que los demonios no pueden obrar maravilla<br />

alguna, atendida solamente su potencia natural (porque ellos<br />

son asimismo en la naturaleza ángeles, aunque por su propia culpa<br />

malignos y reprobados), sino lo que el Señor les permitiere,<br />

cuyos juicios eternos muchos son ocultos, pero ninguno injusto.<br />

Aunque los demonios no crían ni pueden criar naturaleza alguna cuando<br />

hacen algún portento, como los que ahora<br />

tratamos, sino que sólo en cuanto a la apariencia mudan y convierten<br />

lo que ha criado el verdadero Dios, de manera que nos<br />

parezca lo que no es.<br />

Así que por ningún pretexto creerá que los demonios puedan convertir<br />

realmente con ningún arte ni potestad, no sólo el<br />

alma, pero ni aun el cuerpo humano en miembros o formas de bestias,<br />

sino que la fantasía humana, que varía también,<br />

imaginando o soñando innumerables diferencias de objetos y, aunque no<br />

es cuerpo, con admirable presteza imagina formas<br />

semejantes a los cuerpos, estando adormecidos u oprimidos los<br />

sentidos corpóreos del hombre puede hacerse que llegue por<br />

un modo inefable y que se represente en figura corpórea el sentido de<br />

los otros, estando los cuerpos de los hombres, aunque<br />

vivos, predispuestos mucho más gravemente y con más eficacia que si<br />

tuvieran los sentidos cargados y oprimidos de sueño.<br />

Y que aquella representación fantástica, como si fuera corpórea, se<br />

aparezca y represente en figura de algún animal a<br />

los sentidos de los otros, y que a sí propio le parezca al hombre que<br />

es tal como le pudiera suceder y parecer en suelos, y que<br />

le parezca que trae a cuestas algunas cargas, cuyas cargas, si son<br />

verdaderos cuerpos, los traen los demonios para engañar a<br />

los hombres, viendo por una parte los verdaderos cuerpos de las<br />

cargas, y por otra los falsos cuerpos de los jumentos.<br />

Porque cierto hombre, llamado Prestancio, contaba que le había<br />

sucedido a su padre, que, tomando en su casa aquel<br />

hechizo o veneno en el queso, se tendió en su cama como adormecido al<br />

cual, sin embargo, de ningún modo pudieron<br />

despertar, y decía que al cabo de algunos días volvió en sí como<br />

quien despierta, y refirió como sueño lo que había padecido,<br />

es a saber: que se había vuelto caballo y que habla acarreado y<br />

conducido a los soldados, en compañía de otras bestias y<br />

jumentos, su vianda, que en latín se dice retica, porque se lleva en<br />

las redes, o mochilas; todo lo cual se supo que había<br />

sucedido así como lo contó, y a él, sin embargo, le parecía haber<br />

soñado.<br />

También refirió otro que estando en su casa, de noche, antes de<br />

dormirse, vio venir hacia él un filósofo muy amigo suyo,<br />

quien le declaró algunos secretos y doctrinas de Platón, las cuales,<br />

pidiéndoselo antes, no se las había querido declarar. Y<br />

preguntándole al mismo filósofo por qué había hecho en casa del otro<br />

lo que, rogándoselo, no había querido hacer en la suya<br />

propia, «no lo hice yo, dice, sino que soñé haberlo hecho.» Así se


presentó al que velaba por imagen fantástica lo que el otro<br />

soñó. Estas simplezas llegaron a mi noticia, contándolas, no alguno a<br />

quien creyera indigno de darle crédito, sino personas que<br />

imagino no mentirían.<br />

Y por eso, lo que dicen y escriben de que en Arcadia los dioses, o<br />

por mejor decir, los demonios, suelen convertir a los<br />

hombres en lobos, y que con sus encantamientos transformó Circe a los<br />

compañeros de Ulises del modo que va he dicho, me<br />

parece que pudo ser, si es que así fue, y que las aves de Diómedes,<br />

supuesto que dicen que todavía dura su generación<br />

sucesivamente, no fueron convertidas de hombres en aves, sino que<br />

presumo las pusieron en lugar de aquella gente que se<br />

perdió o murió, como pusieron allá a la cierva en lugar de Ifigenia,<br />

hija del rey Agamenón; pues para los demonios no son<br />

dificultosos semejantes engaños cuando Dios se los permite Come<br />

hallaron después viva aquélla doncella, fue fácil de entender<br />

que en su lugar pusieron la cierva; pero los compañeros de Diómedes,<br />

porque de repente desaparecieron, y después jamás<br />

los vieron, pereciendo, por sus culpas, a manos de los ángeles malos,<br />

creyeron los crédulos que fueron transformados en<br />

aquellas aves, que ellos trajeron allí de otras partes donde las<br />

había y de improviso las pusieron en lugar de los muertos<br />

Y acerca de lo que dicen que en los picos traen agua, rocían y<br />

purificar el templo de Diómedes, que acariciar a los<br />

griegos y persiguen a las otras naciones, no es maravilla que sucedió<br />

así por instinto de los demonios, pues a ellos toca el<br />

persuadir que Diómedes fue hecho dios para engañar a los hombres, a<br />

fin de que adoren muchos dioses falsos en perjuicio del<br />

verdadero Dios, y sirvan con templos, altares, sacrificios y<br />

sacerdotes (todo lo cual cuando es correspondiente y bueno, ni se<br />

debe sino a un solo Dios vivo y verdadero), hombres muertos, que ni<br />

cuando vivieron, vivieron verdaderamente.<br />

CAPITULO XIX<br />

Que Eneas vino a Italia en tiempo que Labdón era juez entre los<br />

hebreos<br />

Por este tiempo, después de entrada a sangre y fuego y arruinada<br />

Troya, vino Eneas con una armada de veinte naves,<br />

en las que se habían embarcado las reliquias de los troyanos, a<br />

Italia, reinando allí Latino; en Atenas, Menestheo; en Sicionia,<br />

Polífices; en Asiria, Tautanes, y siendo juez entre los hebreos<br />

Labdón.<br />

Muerto Latino, reinó Eneas tres años, reinando los referidos reyes en<br />

los mismos pueblos, a excepción de Sicionia,<br />

donde a la sazón reinaba ya Pelasgo, y entre los hebreos era juez<br />

Sansón, del que como fue tan fuerte y valeroso, se creyó<br />

haber sido Hércules. Como Eneas no pareció cuando murió, le hicieron<br />

su dios los latinos.<br />

Los sabinos, a su primer rey, Sango, o como otros le llaman, Santo,<br />

le pusieron asimismo en el catálogo do los dioses.<br />

Por el mismo tiempo, Codro, rey de Atenas, se ofreció de incógnito a<br />

los peloponesos, enemigos de sus vasallos, para<br />

que le matasen, y así sucedió; y de este modo blasonan que libertó a<br />

su patria; porque los peloponesos supieron por un oráculo<br />

que saldrían victoriosos si lograban no matar al rey de contrarios;<br />

pero éste los engañó, vistiéndose un traje común y provocándolos<br />

a que le matasen, trabando con ellos una pendencia. De aquí la<br />

frase de Virgilio «las pendencias de Codro». También a<br />

éste le honraron los atenienses con sacrificios como a dios.<br />

Siendo rey cuarto de los latinos Silvio, hijo de Eneas (no tenido de<br />

Creusa, cuyo hijo fue Ascanio, el tercero que allí reinó,<br />

sino de Lavinia, hija de Latino, quien dicen haber nacido después de<br />

muerto su padre Eneas), y reinando en Asiria Oneo el<br />

XXIX, en Atenas Melanto el XVI, y siendo juez entre los hebreos el


sacerdote Helí, se acabó el reino de los sicionios, el cual<br />

aseguran que duró novecientos cincuenta y nueve años.<br />

CAPITULO XX<br />

De la sucesión del reino de los israelitas después de los jueces<br />

Después, reinando los mismos en los insinuados pueblos, concluido el<br />

gobierno republicano de los jueces, principió el<br />

reino de los israelitas en Saúl, en cuyo tiempo floreció el profeta<br />

Samuel, desde el cual comenzó a haber entre los latinos los<br />

reyes que llamaban silvios, por el hijo de Eneas, que se llamó<br />

Silvio.<br />

Los demás que procedieron de él, aunque tuvieron sus nombres<br />

peculiares, sin embargo, no dejaron este sobrenombre,<br />

así como mucho después vinieron a llamarse césares los que sucedieron<br />

a Julio César Augusto.<br />

Habiendo, pues, reprobado Dios a Saúl para que no reinase ningún<br />

descendiente suyo muerto el sucedió en el reino<br />

David, cuarenta años después que empezó a reinar el impío Saúl.<br />

Entonces los atenienses, después de la muerte de Codro,<br />

dejaron de tener reyes y comenzaron a tener magistrados para gobernar<br />

la república<br />

Después de David, que reinó también cuarenta años, su hijo Salomón<br />

fue rey de los israelitas, el cual edificó el suntuoso<br />

y famoso templo de Jerusalén; en cuyo tiempo entre los latinos se<br />

fundó la ciudad de Alba, de la cual en lo sucesivo comenzaron<br />

a llamarse los reyes, no de los latinos, sino de los albanos, aunque<br />

era en el mismo Lacio.<br />

A Salomón sucedió su hijo Roboán, en cuyo tiempo el pueblo de Dios se<br />

dividió en dos parcialidades, y cada una de<br />

ellas comenzó a tener sus respectivos reyes.<br />

CAPITULO XXI<br />

Cómo entre los reyes del Lacio, el primero, Eneas, y el duodécimo<br />

Aventino, fueron tenidos por dioses<br />

En el Lacio, después de Eneas, a quien hicieron dios, hubo once<br />

reyes, sin que a ninguno de ellos constituyesen por<br />

dios; pero Aventino, que es el duodécimo, habiendo muerto en la<br />

guerra y sepultándole en aquel monte que hasta la actualidad<br />

se llama Aventino, de su nombre, fue añadido al número de los dioses,<br />

que ellos asimismo se formaban, aunque hubo otros que<br />

no quisieron escribir que le mataron en la guerra, sino dijeron que<br />

no pareció, y que tampoco el monte se llamó así de su<br />

nombre, sino por la venida de las aves, le pusieron Aventino.<br />

Después de éste no lucieron dios alguno en el Lacio, Sino a Rómulo,<br />

fundador de Roma, y entre éste y aquél se hallan<br />

dos reyes, el primero de los cuales, por nombrarle con las mismas<br />

palabras de Virgilio, diremos: «Es Procas el valiente, gloria y<br />

honor de la gente troyana.» En cuyo tiempo, porque ya, en algún modo<br />

se iba disponiendo el principio y origen de la ciudad de<br />

Roma, aquel reino de los asirios, que en grandeza excedía a todos,<br />

acabó al fin, habiendo durado tanto. Porque se trasladó a<br />

los medos casi después de mil trescientos cinco años, contando<br />

también el tiempo de Belo, padre de Nino, que fue el primero<br />

que reinó allí, contentándose con un pequeño reino.<br />

Procas reinó antes de Amulio, y éste hizo incluir entre las<br />

religiosas vírgenes vestales a una hija de su<br />

hermano Numitor, llamada Rea, que se decía también Ilia, la cual vino<br />

a ser madre de Rómulo. Suponen que<br />

concibió de Marte dos hijos gemelos, honrando y excusando de este<br />

modo su estupro, y apoyándolo con que a<br />

los muchachos o niños expuestos los crió una loba. Porque este género<br />

de animales sostienen que pertenece a


Marte, para que efectivamente se área que les dio los pechos a los<br />

niños porque conoció que eran hijos de<br />

Marte, su señor; aunque no falta quien diga que estando los niños<br />

expuestos a la fortuna, llorando<br />

amargamente, los recogió al principio cierta ramera, que fue la<br />

primera que les dio de mamar. Entonces a las<br />

rameras llamaban lupas o, lobas, y así los lugares torpes donde ellas<br />

habitaban se llaman aun ahora lupanares.<br />

Consta en la historia que estos tiernos infantes vinieron después a<br />

poder del pastor Faústulo, cuya esposa,<br />

Acca, los crió. Aunque ¿qué maravilla es que para confusión y<br />

corrección de un rey de la tierra, que<br />

inhumanamente los mandó echar al agua, quisiera Dios librar<br />

milagrosamente a aquellos niños, por quienes<br />

había de ser fundada una ciudad tan grande, y socorrerlos por medio<br />

de una fiera que les diese de mamar? A<br />

Amulio sucedió en el reino del Lacio su hermano Numitor, abuelo de<br />

Rómulo, y en el ano primero, del reinado<br />

de Numitor se fundó la ciudad de Roma, por lo cual en lo sucesivo<br />

reinó Numitor juntamente con su nieto<br />

Rómulo.<br />

CAPITULO XXII<br />

Cómo Roma fue fundada en el tiempo que feneció el reino de los<br />

asirios, reinando Ecequías en Judea<br />

Por no detenerme demasiado, diré que se fundó la ciudad de Roma como<br />

otra segunda Babilonia, y como una hija de la<br />

primera Babilonia, por medio de la cual fue Dios servido conquistar<br />

todo el ámbito de la tierra, y ponerle en paz, reduciéndole<br />

todo bajo el gobierno de una sola república y bajo unas mismas leyes.<br />

Estaban ya entonces los pueblos poderosos y fuertes, y<br />

las naciones acostumbradas al ejercicio de las armas, de forma que no<br />

se rindieran fácilmente, y era necesario vencerlos con<br />

gravísimos peligros, destrucciones y asolaciones de una y otra parte,<br />

y con horrendos trabajos.<br />

Cuando el reino de los asirios sujetó a casi toda el Asia, aunque se<br />

hizo con las armas, no pudo ser con guerras tan<br />

ásperas y dificultosas, porque todavía eran rudas y bisoñas las<br />

gentes para defenderse, y no tan numerosas y fuertes. Porque<br />

desde el grande y universal Diluvio, cuando en el Arca de Noé se<br />

salvaron sólo ocho personas, no habían pasado más de mil<br />

años cuando Nino sujeto a toda el Asia, a excepción de la India; pero<br />

Roma, a tantas naciones como vemos sujetas al Imperio<br />

romano, así del Oriente como del Occidente, no las domó con aquella<br />

misma presteza y facilidad, porque por cualquiera parte<br />

que se iba dilatando y creciendo, poco a poco las halló robustas y<br />

belicosas.<br />

Al tiempo, pues, que se fundó Roma, hacía setecientos dieciocho años<br />

que el pueblo de Israel estaba en la tierra de<br />

Promisión; de los cuales, veintisiete pertenecen a Josué, y de allí<br />

adelante los trescientos veintinueve al tiempo de los jueces. Y<br />

desde que principió a haber allí reyes, han transcurrido trescientos<br />

sesenta y dos años, reinando entonces en Judá Achaz, o,<br />

según la cuenta de otros, Ezequías, que sucedió a Achaz; del cual<br />

consta que, siendo un príncipe lleno de bondad y religión,<br />

reinó en los tiempos de Rómulo. Y en la otra parte del pueblo hebreo,<br />

que se llamaba Israel, había empezado a reinar Oseas.<br />

CAPITULO XXIII<br />

De la sibila Erithrea, la cual, entre las otras sibilas, se sabe que<br />

profetizó cosas claras y evidentes de Jesucristo<br />

Por este tiempo dicen algunos que profetizó la sibila Erithrea. De


las Sibilas, escribe Varrón que fueron muchas y una<br />

sola. Esta Erithrea escribió, efectivamente, algunas profecías bien<br />

claras sobre Jesucristo, las cuales también nosotros las<br />

tenemos en el idioma latino en versos mal latinizados; pero no consta<br />

si todos ellos son suyos, como después llegué a entender.<br />

Porque Flaviano, varón esclarecido, que fue también procónsul,<br />

persona muy elegante y de una dilatada instrucción en las<br />

ciencias, hablando un día conmigo de Cristo, sacó un libro diciendo<br />

que eran los versos de la sibila Erithrea, mostrándome un<br />

lugar donde en los principios de los versos habla cieno orden de<br />

letras dispuestas en tal conformidad, que decían así: Jesus-<br />

Christos Ceu Yos Soter, que quiere decir en el idioma latino: Jesus-<br />

Christus, Dei Filius Salvator; Jesucristo, Hijo de Dios,<br />

Salvador del mundo.<br />

Estos versos, cuyas primeras letras hacen el sentido que he<br />

explicado, del mismo modo que los interpretó un sabio en<br />

versos latinos, que existen, contienen lo que sigue: «Sudará la<br />

tierra, será señal del juicio. Del Cielo bajará el Rey Sempiterno,<br />

vestido como esta de carne, a juzgar a todos los hombres; en cuyo<br />

acto verán los fieles y los infieles a Dios al fin del Siglo sentado<br />

en un elevado trono, y acompañado de los santos. Delante de cuya<br />

presencia se presentarán las almas con sus propios<br />

cuerpos para ser juzgadas; estará el orbe inculto con espesos<br />

matorrales, desecharán los hombres los simulacros, y todas las<br />

riquezas y tesoros escondidos. Abrasará la tierra el fuego, y<br />

discurriendo por el cielo y por el mar, quebrantará las puertas del<br />

tenebroso infierno. Entonces todos los cuerpos de los santos, puestos<br />

en libertad, gozarán de la luz; y a los malos y pecadores<br />

los abrasará la llama eterna. Todos descubriendo los secretos de sus<br />

conciencias, confesarán sus culpas, y Dios pondrá<br />

patente lo más escondido del corazón. Habrá llantos, estridor y<br />

crujido de dientes. Se oscurecerá el sol, y las estrellas perderán<br />

su alegría. Se deshará el cielo, la luna perderá su resplandor.<br />

Abatirá los collados, y alzará los valles; no habrá en las cosas<br />

humanas cosa alta ni encumbrada. Se igualarán los montes con los<br />

campos, el mar no podrá se surcado ni navegado; la tierra<br />

se abrasará con rayos, las fuentes y los ríos se secarán con la<br />

violencia del fuego. Entonces sonará desde el cielo la trompeta<br />

con eco lamentable y triste, llorando la culpa del mundo, sus dolores<br />

y trabajos; y abriéndose la tierra, descubrirá el profundo<br />

caos del abismo infernal Los reyes comparecerán ante el Tribunal del<br />

Señor. Lloverá el Cielo fuego, mezclado con arroyos de<br />

azufre.» En estos versos latinos, traducidos imperfectamente del<br />

griego, no se pudo encontrar el sentido que se encuentra<br />

cuando vienen a unirse las letras con que principian los versos,<br />

donde en el griego se pone la letra ypsilón, por no haberse<br />

podido hallar palabras latinas que comenzasen con esta letra y fuesen<br />

a propósito para el sentido. Estos son tres versos, el 5, el<br />

18 y el 19. En efecto, si uniésemos todas las letras que se hallan en<br />

el principio de todos los versos, sin que leamos las tres que<br />

hemos dicho, sino que en su lugar nos acordemos de la ypsilón; como<br />

si estuviera puesta en aquellos versos, se hallará en<br />

cinco palabras Jesus-Christus, Dei Filius Salvator, Jesucristo Hijo<br />

de Dios, Salvador del mundo; pero diciéndolo en el idioma<br />

griego, no en el latino. Siendo, como son, veintisiete los versos,<br />

este número forma un ternario cuadrado integro, porque<br />

multiplicados tres por tres hacen nueve, y si multiplicásemos las<br />

nueve partes, para que de lo ancho se levante la figura en alto,<br />

serán veintisiete. Y si de estas cinco palabras griegas, que son<br />

Jesus-Christos Ceu Yos Soter, que en castellano quiere decir:<br />

Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador del mundo, juntásemos las primeras<br />

letras, dirán ixtios, esto es, pez; en cuyo nombre se<br />

entiende místicamente Cristo, porque en el abismó de la mortalidad<br />

humana, como en un caos profundo de aguas, pudo vivir,<br />

esto es, sin pecado.<br />

Esta sibila, ya sea la Erithrea, o, como algunos opinan, la Cumana,


no sólo no tiene en todo su<br />

poema, cuya mínima parte es ésta, expresión alguna que pertenezca al<br />

culto de los dioses falsos, sino que<br />

de tal manera raciocina contra ellos y contra los que los adoran, que<br />

parece que nos obliga a que la<br />

pongamos en el número de los que tocan a la Ciudad de Dios.<br />

Lactancio Firmiano, en sus obras, pone igualmente algunas profecías<br />

de la sibila que hablan de<br />

Cristo, aunque no declara su nombre; pero lo que él puso por partes,<br />

a mi me pareció ponerlo todo junto,<br />

como si fuera una profecía larga, la que él refirió como muchas,<br />

concisas y compendiosas. Dice: «El vendrá<br />

a manos inicuas e infieles. Darán a Dios bofetadas con manos<br />

sacrílegas, y de sus inmundas bocas le<br />

arrojarán venenosas salivas. Ofrecerá el Señor sus santas espaldas<br />

para ser azotadas. Y siendo<br />

abofeteado, callará, porque acaso ninguno sepa quién es, ni de dónde<br />

vino a hablar a los mortales, y le<br />

coronarán con corona de espinas. Le darán a comer hiel, y a beber<br />

vinagre, y mostrarán con estos<br />

manjares su bárbara inhumanidad. Porque tú, pueblo ciego y necio, no<br />

conociste a tu Dios, disfrazado a los<br />

ojos de los mortales; antes le coronaste de espinas, y le diste a<br />

beber amarga hiel. Él velo del templo se<br />

rasgará, y al mediodía habrá una tenebrosa noche, que durará tres<br />

horas. Y morirá con muerte,<br />

echándose a dormir por tres días, y después, volviendo de los<br />

infiernos, resucitará, siendo el primero que<br />

mostrará a los escogidos el principio de la resurrección.»<br />

Estos testimonios de las sibilas alegó Lactancio en varios fragmentos<br />

y retazos, colocándolos a<br />

trechos en el discurso de su disputa, según que le pareció que lo<br />

exigía el asunto que intentaba probar, los<br />

cuales, sin interponer ni mezclar otra materia, los hemos puesto a<br />

continuación en una lista, procurando<br />

solamente distinguirlos Con sus principios, por si los que después<br />

los escribieran gustaren hacer lo mismo.<br />

Algunos escribieron que la sibila Erithrea no floreció en tiempo de<br />

Rómulo, sino en el que acaeció la guerra<br />

y destrucción de Troya.<br />

CAPTULO XXIV<br />

Cómo reinando Rómulo florecieron los siete sabios. Al mismo tiempo<br />

las diez tribus de Israel fueron<br />

llevadas en cautiverio por los caldeos. Muerto Rómulo, le honraron<br />

como a dios<br />

Reinando Rómulo, escriben que vivió Thales Milesio, uno de los siete<br />

sabios, que después de los teólogos poetas (entre<br />

quienes el más famoso e ilustre fue Orfeo) se llamaron sofos, que en<br />

latín significa sapientes (sabios). En este mismo tiempo las<br />

diez tribus que en la división del pueblo se llamaron Israel fueron<br />

sojuzgadas por los caldeos y conducidas en cautiverio a aquel<br />

país quedándose en la provincia de Judea las dos tribus que se<br />

llamaban de Judá y tenían su corte y capital del reino en<br />

Jerusalén.<br />

Muerto Rómulo, como tampoco Pareciese vivo ni muerto por parte<br />

alguna, los romanos, como saben todos, le<br />

inscribieron en el número de los dioses, lo cual había ya cesado en<br />

tanto grado (y después tampoco, en los tiempos de los<br />

césares, se hizo por yerro de cuenta, como dicen, sino por adulación<br />

y lisonja) que Cicerón atribuye a una particular gloria de<br />

Rómulo haber merecido este honor, no en tiempos oscuros e ignorantes,<br />

cuando fácilmente se dejaban engañar los hombres.<br />

sino en tiempos de mucha policía y erudición, aunque por entonces aun


no había brotado, ni se había divulgado la sutil y aguda<br />

locuacidad de los filósofos.<br />

Aunque en la época inmediata no hicieron a los hombres, después de<br />

muertos, dioses, sin embargo, no dejaron de<br />

adorar y tener por dioses a los que los antiguos habían hecho; y con<br />

simulacros y estatuas, que no tuvieron los antiguos,<br />

acrecentaron este vana e impía superstición, poniéndoles tal cosa en<br />

su corazón los malignos espíritus, engañándolos también<br />

con los embustes y patrañas de sus falsos oráculos; de forma que las<br />

supuestas culpas de los dioses, que ya como en siglo más<br />

político, ilustrado y cortesano, no se atrevían a fingir, en los<br />

juegos públicos las representaban con demasiada torpeza en<br />

reverencia de los mismos falsos dioses.<br />

Después de Rómulo reinó Numa, quien con haber querido reforzar y<br />

guarnecer aquella ciudad suntuosa con un<br />

excesivo número de dioses, sin duda falsos, no mereció, después de<br />

muerto, que le colocasen entre aquella turba, como si<br />

hubiese llenado el cielo con tanta multitud de dioses, que no pudo<br />

hallar allí lugar para sí; Reinando éste en Roma, y empezando<br />

a reinar entre los hebreos Manases, rey impío y malo, quien aseguran<br />

que mandó quitar la vida al santo profeta Isaías, escriben<br />

también que floreció la sibila Samia.<br />

CAPITULO XXV<br />

Qué filósofos florecieron reinando en Roma Tarquino Prisco, y entre<br />

los hebreos Sedecías, cuando fue tomada Jerusalén<br />

y arruinado el templo<br />

Reinando entre los hebreos Sedecías, y en Roma Tarquino Prisco, que<br />

sucedió a Anco Marcio, fue llevado en cautiverio<br />

a Babilonia el pueblo judaico, asolada Jerusalén y destruido el<br />

famoso templo edificado por Salomón. Porque amonestándolos y<br />

reprendiéndolos los profetas por sus abominables pecados y maldades,<br />

les anunciaron habían de sobrevenirles estas<br />

desdichas, especialmente Jeremías, que les señaló puntualmente hasta<br />

el número de los años que habían de vivir en dura servidumbre.<br />

Por aquel tiempo dicen que floreció Pitaco Mitileno, uno de los siete<br />

sabios; y los otros cinco restantes (a los cuales, por<br />

hacerlos siete, les añaden a Thales, de quien arriba hicimos mención,<br />

y a Pitaco), escribe Eusebio que florecieron en tiempo<br />

que estuvo cautivo el pueblo de Dios en Babilonia; los cuales son:<br />

Solón, ateniense; Quilón, lacedemonio; Periandro, corintio;<br />

Cleobulo, lidio; Bías, prieneo. Todos estos, que llamaron los siete<br />

sabios, fueron esclarecidos y famosos, después de los poetas<br />

teólogos, porque se aventajaron a los demás hombres en cierto modo y<br />

género de vivir virtuosa y loablemente; porque<br />

compendiaron algunos preceptos tocantes a las costumbres, bajo la<br />

forma de adagios o sentencias breves, aunque no dejaron,<br />

en cuanto a la literatura, escrita obra alguna, a excepción de lo que<br />

dicen, que Solón dejó escritas algunas leyes a los atenienses;<br />

pero Thales, que fue físico, dejó varios libros de sus<br />

dogmas.<br />

En el mismo tiempo de la cautividad judaica florecieron Anaximandro,<br />

Anaxímenes y Xenófanes, físicos, y también<br />

Pitágoras, desde quien principiaron a llamarse filósofos.<br />

CAPITULO XXVI<br />

Cómo al mismo tiempo en que, cumplidos setenta años, se acabó el<br />

cautiverio de los judíos, los romanos también<br />

salieron del dominio de sus reyes<br />

Por este mismo tiempo, Ciro rey de los persas, que lo era también de


los caldeos y asirios, mitigándose algún tanto el<br />

cautiverio de los judíos, hizo que cincuenta mil de ellos volviesen a<br />

Jerusalén con el encargo de restaurar el templo; los cuales<br />

comenzaron solamente a poner los primeros fundamentos y edificaron el<br />

altar; porque inquietados y molestados por los<br />

enemigos, no pudieron continuar su obra, y la suspendieron hasta el<br />

reinado de Darío.<br />

Por este mismo tiempo también sucedió lo que se refiere en el libro<br />

de Judit, el cual dicen que los judíos no lo admiten<br />

entre las Escrituras canónicas.<br />

Así, pues, en tiempo de Darío, rey de los persas, cumplidos los<br />

setenta años que había anunciado el profeta Jeremías, se<br />

concedió libertad a los judíos, eximiéndolos de su cautiverio.<br />

Reinaba entonces Tarquino, séptimo rey de los romanos, quienes,<br />

desterrando a éste, comenzaron a vivir libres del dominio de sus<br />

reyes; y hasta este tiempo hubo profetas en el pueblo de<br />

Israel, los cuales, aunque han sido muchos, con todo, así entre los<br />

judíos como entre nosotros, se hallan pocas escrituras<br />

canónicas suyas; de ellos prometí insertar algunas en este libro<br />

cuando estaba para concluir el anterior, y ya me parece estoy<br />

en estado de cumplir mi oferta.<br />

CAPITULO XXVII<br />

De los tiempos de los profetas, cuyos vaticinios tenemos por escrito,<br />

quienes dijeron muchas cosas<br />

sobre la vocación de los gentiles al tiempo que comenzó el reino de<br />

los romanos y feneció el de los asirios<br />

Para que podamos notar sin equivocación los tiempos, retrocederemos<br />

algún tanto. Al principio del libro del profeta 9seas,<br />

que es el primero de los doce profetas, se lee lo siguiente: «Lo que<br />

dijo el Señor a Oseas en tiempo de Ozías, Joathán, Achaz y<br />

Ezequías, reyes de Judá.»<br />

Amós también escribe que profetizó en tiempo del rey Ozías, y añade<br />

igualmente a Jeroboán, rey de Israel, que floreció<br />

en la misma época.<br />

Asimismo, Isaías, hijo de Amós, ya sea este Amós el profeta que hemos<br />

indicado o, lo que es más aceptado, Otro que, no<br />

siendo profeta, se llama ha con el mismo nombre, en el exordio de su<br />

libro pone los mismos cuatro reyes que designó Oseas, en<br />

cuyo tiempo dice que profetizó.<br />

Las profecías de Miqueas se hicieron también en estos mismos tiempos,<br />

después de los días de Ozías, pues nombra a los<br />

tres reyes que siguen, los que nombró igualmente Oseas: a Joathán,<br />

Achaz y Ezequías.<br />

Estos son los qué, según resulta de sus escritos, profetizaron a un<br />

mismo tiempo. A éstos se añade Joás, reinando el<br />

mismo Ozías, y Joel, reinando ya, Joathán, que sucedió a Ozías. Los<br />

tiempos en que florecieron estos dos profetas los hallamos<br />

en las Crónicas y no en sus libros, porque ellos no hicieron mención<br />

de la época en que vivieron. Extiéndense estos tiempos<br />

desde Proca, rey de los latinos, o desde su antecesor Aventino, hasta<br />

Rómulo, rey ya de los romanos, o también hasta los<br />

principios del reinado de su sucesor Numa Pompilio, pues hasta este<br />

tiempo reinó Esequias; rey de Judá.<br />

En este era nacieron, pues, éstos, que fueron como unas fuentes<br />

proféticas cuando feneció el reino, de los asirios y<br />

principió el de los romanos, para que, así como al principio del<br />

reino de los asirios fue a Abraham a quien con toda expresión y<br />

claridad se le hicieron las promesas de que en su descendencia habían<br />

de ser benditas todas las naciones, así también se cumpliesen<br />

al principio de la Babilonia occidental, en cuyo tiempo, y<br />

reinando ella, había de venir al mundo Jesucristo, realizándose<br />

las promesas de los profetas, los cuales, en testimonio y fe de un


portento tan grande que había de suceder no sólo lo dijeron,<br />

sino también lo dejaron escrito.<br />

Aunque en casi todas las épocas hube profetas en. el pueblo de<br />

Israel, desde que empezó a tener reyes que lo<br />

gobernasen, sólo fueron para utilidad, de aquel, pueblo, y no de las<br />

otras naciones; pero comenzó esta escritura profética a<br />

formarse con mayor claridad, para aprovechar en algún tiempo a las<br />

gentes, cuando se fundaba esta ciudad de Roma, que<br />

había de ser en lo sucesivo señora de las naciones.<br />

CAPITULO XXVIII<br />

Qué es lo que Oseas y Amós profetizaron muy conforme acerca del<br />

Evangelio de Cristo<br />

El profeta Oseas, cuanto es más profundo y misterioso en lo que dice,<br />

con tinta más dificultad se deja penetrar y entender;<br />

con todo, tomaremos algunas expresiones suyas y las insertaremos aquí<br />

en cumplimiento de nuestra promesa: «Y sucederá -<br />

dice- que en el mismo lugar donde se les dijo primeramente: Vosotros<br />

no sois mi pueblo, allí son llamados hijos de Dios vivo.»<br />

Este testimonio de Oseas lo entendieron igualmente los apóstoles de<br />

la vocación del pueblo gentílico, que antes no pertenecía a<br />

Dios. Y porque este pueblo gentílico se contiene espiritualmente en<br />

los hijos de Abraham, por lo que con mucha propiedad se<br />

llama Israel, prosigue, y dice: «Se congregarán los hijos de Judá y<br />

los hijos de Israel en un solo pueblo, harán que sobre los<br />

unos y los otros reine un solo príncipe, y subirán de la tierra.» Si<br />

por lo ocurrido hasta la actualidad intentáramos exponer este<br />

pasaje, se tergiversaría el genuino sentido de la expresión<br />

profética. Sin embargo, acudamos a la piedra angular y a aquellas<br />

dos paredes, la una de judíos y la otra de gentiles, la una con<br />

nombre de los hijos de Judá y la otra con nombre de los hijos de<br />

Israel, sujetos juntamente unos y otros bajo un mismo principado, y<br />

miremos cómo suben de la tierra.<br />

Que estos israelitas carnales, que al presente están pertinaces y<br />

obstinados y no quieren creer en Jesucristo, han de<br />

venir después a creer en él, es decir, sus hijos y descendientes<br />

(porque éstos seguramente han de venir a suceder en lugar de<br />

los muertos), lo afirma el mismo profeta diciendo: «Muchos días<br />

estarán los hijos de Israel sin rey, sin príncipe, sin sacrificios,<br />

sin<br />

altar, sin sacerdocio y sin manifestaciones.» Y ¿quién no advierte<br />

que así están hoy día los judíos?<br />

Pero oigamos lo que añade: «Y después se convertirán los hijos de<br />

Israel, buscarán al Señor su Dios y a David su rey,<br />

temerán y reverenciarán al Señor y a su bondad y majestad infinita en<br />

los últimos días y fin del mundo.» No hay cosa más clara<br />

que esta profecía, en la cual, en nombre del rey David se entiende a<br />

Jesucristo, «que nació como dice el Apóstol-, según la<br />

carne, de la estirpe de David».<br />

También nos anunció esta profecía que Cristo había de resucitar al<br />

tercero día con aquella misteriosa profundidad<br />

profética con que era justo vaticinárnoslo, donde dice: «Nos sanará<br />

después de dos días y al tercero resucitaremos»; porque<br />

conforme a este presagio es lo que dice el Apóstol: «Si habéis<br />

resucitado con Cristo, buscad las cosas celestiales.»<br />

Amós habla también sobre esto mismo así: «Disponte, ¡oh Israel!, para<br />

invocar a tu Dios, porque yo soy el que forma los<br />

truenos, cría los vientos y el que anunció a los hombres su Cristo.»<br />

Y en otro lugar, dice: «En aquel día volveré a levantar el<br />

tabernáculo de David, que se había caído, y reedificaré sus<br />

ruinas; lo que de él había padecido notable daño, lo levantaré y<br />

repararé como estaba antes en tiempos antiguos; de forma que<br />

las reliquias de los hombres y de todas las naciones que se apellidan<br />

con mi nombre me busquen; y lo dice el mismo Señor que


ha de obrar estos prodigios.»<br />

CAPITULO XXIX<br />

Lo que profetizó Isaías de Cristo y de su Iglesia<br />

El profeta Isaías no es del número de los doce profetas que llamamos<br />

menores, porque sus vaticinios son breves y<br />

compendiosos respecto de aquellos que, por ser más extensos sus<br />

escritos los llamamos mayores, uno de los cuales es Isaías,<br />

a quien pongo con los dos ya citados, por haber profetizado en unos<br />

mismos tiempos. Isaías, pues, entre las acciones inicuas<br />

que reprende, entre las justas que establece y entre las calamidades<br />

que amenaza habían de suceder al pueblo por sus<br />

pecados, profetizó asimismo muchas más cosas que los otros de Cristo<br />

y de su Iglesia, esto es, del rey y de la ciudad que fundó<br />

este rey lo cual desempeña con tanta exactitud y escrupulosidad, que<br />

algunos llegaron a persuadirse de que más es evangelista<br />

que profeta.<br />

Con todo, por abreviar y poner fin a esta obra, de muchas pondré una<br />

sola aquí. Hablando en persona de Dios Padre,<br />

dice: «Mi siervo procederá con prudencia, será ensalzado y<br />

sobremanera glorificado. Así como han de quedarse muchos<br />

absortos en verle (tan fea pintarán los hombres su hermosura y tanto<br />

oscurecerán su gloria), así también se llenarán de<br />

admiración muchas naciones al contemplarle, y los reyes cerrarán su<br />

boca, porque le vivirán los que no tienen noticias de a por<br />

los profetas, y los que no oyeron hablar de él le conocerán y creerán<br />

en él. ¿Quién habrá que nos oiga que nos dé crédito? Y<br />

el brazo del Señor, ¿a quién se lo revelaron? Le anunciaremos que<br />

nacerá pequeño, como una raíz de una tierra seca que no<br />

tiene forma ni hermosura le vimos y no tenía figura ni gracia, sino<br />

que su figura era la más abatida y fea de todos los hombres;<br />

un hombre todo llagado y acostumbrado a tolerar dolencias, porque su<br />

rostro estaba desfigurado y él afrentado, sin que<br />

ninguno hiciese estimación de él. Y realmente él llevaba sobre sí<br />

nuestros pecados, y nosotros pensábamos que en sí mismo tenía<br />

dolores, llagas y aflicciones; pero él, efectivamente, era<br />

llagado por nuestras culpas, afligido y maltratado por nuestros<br />

pecados, y el castigo, causador de nuestra paz, descargaba sobre él y<br />

con sus llagas sanábamos todos. Todos como ovejas<br />

hablamos errado, siguiendo cada uno su error, y Dios le entregó al<br />

sacrificio por nuestros pecados; y siendo castigado y<br />

afligido, por eso no abría su boca. Como una oveja le conducían al<br />

sacrificio, y como un cordero inocente cuando le esquilan,<br />

así no abría su boca; por su humildad y abatimiento, sin oírle, le<br />

condenaron a muerte. ¿Quién bastará para contar su vida y<br />

generación? Porque le quitarán la vida, y por los pecados de mi<br />

pueblo le darán la muerte; les daré a los malos para que<br />

guarden su sepultura, y a los ricos para que compren su muerte,<br />

porque él no cometió maldad alguna, ni se halló dolo en su<br />

boca; sin embargo, quiso el Señor que lo purgase con sus llagas. Si<br />

ofrecieres tu vida en sacrificio por el pecado, vendrás a ver<br />

larga descendencia, y Dios dispondrá librar su alma de todo dolor,<br />

mostrarle la luz y formarle el entendimiento, justificar al justo,<br />

que servirá para el bien de muchos, cuyos pecados él llevará sobre<br />

sí. Por eso vendrá a tener como herencia a muchos y<br />

repartirá los despojos de los fuertes, porque entregó su vida en<br />

manos de la muerte y fue computado en el número de los pecadores,<br />

no obstante haber cargado con los pecados de todos, y por<br />

haber sido entregado por los pecados de ellos a la muerte.<br />

Esto es lo que dice Isaías de Cristo. Veamos lo que continúa<br />

vaticinando acerca de la Iglesia: «Alégrate -dice- estéril, la<br />

que no das a luz; regocíjate y da voces de contento, la que no<br />

concebías, porque, dice el Señor, han de ser más los hijos qué


ha de tener la que está sola y desconsolada que la que tenía esposo.<br />

Dilata el lugar de tus tabernáculos y ranchos e hinca<br />

fuertemente las estacas de tus tiendas: no dejes de hacer lo que te<br />

digo; extiende tus cordeles bien a lo largo y afirma bien las<br />

estacas. Dilátate todavía a la parte derecha y a la siniestra, porque<br />

tu descendencia ha de heredar y poseer las gentes y has de<br />

llegar a poblar las ciudades que estaban desiertas. No temas porque<br />

has estado confusa, ni te avergüences porque has sido<br />

infamada y avergonzada, pues has dé venir a olvidar para siempre la<br />

confusión y no te has de acordar más del oprobio de tu<br />

viudez, porque el que te dispensa esta gracia es el que se llama<br />

Señor de los ejércitos y el que te libra se llama Dios de Israel,<br />

Dios de toda la tierra». Baste lo dicho, en lo cual se encierran<br />

ciertos enigmas misteriosos que necesitan de competente explanación;<br />

pero presumo que será suficiente la simple narración de lo que<br />

está tan claro que hasta los mismos enemigos, aun contra<br />

su voluntad, lo entenderán con toda claridad.<br />

CAPITULO XXX<br />

De lo que profetizaron Miqueas, Jonás y Joel que pueda aludir al<br />

Nuevo<br />

Testamento<br />

El profeta Miqueas, figurando a Cristo bajo la misteriosa figura de<br />

un monte muy elevado y extenso, dice así: «En los<br />

últimos días se manifestará el monte del Señor, se establecerá sobre<br />

la cumbre de los más empinados montes, se levantará<br />

sobre todos los collados; concurrirán a él los pueblos, acudirán<br />

muchas gentes, y dirán: Ea, venid, subamos al monte del Señor<br />

y a la casa del Dios de Jacob; Él nos enseñará sus caminos, y<br />

nosotros andaremos por sus sendas, porque de Sión ha de salir<br />

la ley y de Jerusalén la palabra del Señor. Él juzgará y administrará<br />

justicia entre muchos pueblos y pondrá freno a naciones<br />

poderosas y remotas.»<br />

Y refiriendo Miqueas el pueblo donde había de nacer Cristo, prosigue<br />

diciendo: «Y tú, Belén, casa de Efrata, pequeña<br />

eres entre tantas ciudades como hay en Judá; sin embargo, de ti<br />

saldrá el que será Príncipe de Israel, y su salida o aparición<br />

será desde el principio y por toda la eternidad; por eso dejará vivir<br />

y permanecer por algún tiempo a los judíos hasta que la que<br />

está de parto dé a luz lo que trae encerrado en su vientre y los<br />

demás hermanos de este Príncipe que restan se conviertan y<br />

junten con los verdaderos hijos de Israel. El permanecerá y mirará<br />

por ellos, y apacentará su rebaño con la virtud del Señor, y<br />

vivirán en honor del Señor su Dios, porque entonces será glorificado<br />

hasta los últimos fines de la tierra.»<br />

El profeta Jonás profetizó a Cristo, no solamente con la boca, sino,<br />

en cierto modo, con su pasión, y sin duda más<br />

claramente que si a voces hubiera vaticinado su muerte y<br />

resurrección. Porque, ¿a qué fin le metió la ballena en su vientre y<br />

le<br />

volvió á arrojar al tercero día si no para significarnos que Cristo<br />

al tercero día había de resucita de lo profundo del infierno?<br />

Y aunque todo lo que predice Joel es indispensable declararlo<br />

extensamente para que sepa lo que pertenece a Cristo y<br />

a su Iglesia, con todo, no omitiré un pasaje suyo, del que se<br />

acordaron también los apóstoles cuando, estando congregados los<br />

nuevos creyentes, vino sobre ellos el Espíritu Santo, según lo había<br />

prometido Jesucristo: «Y después de esto, derramaré mi<br />

espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas<br />

profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños, vuestros jóvenes<br />

verán visiones y sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré en<br />

aquellos días mi espíritu.»


CAPITULO XXXI<br />

Lo que se halla profetizado en Abdías, Naun y Habacuc de la salud y<br />

redención del mundo, por Cristo<br />

Los tres profetas de los doce menores, Abdías, Naun y Habacuc, ni nos<br />

dicen la época en que florecieron, ni tampoco<br />

descubrimos por las crónicas de Eusebio y San Jerónimo el tiempo en<br />

que profetizaron, pues aunque ponen a Abdías con<br />

Miqueas, sin embargo no lo pusieron en el lugar donde se notan los<br />

tiempos, donde por testimonios irrefragables consta<br />

especialmente todo lo que escriben que profetizó Miqueas, cuya<br />

omisión imagino ha procedido de equivocación o yerro de los<br />

que copian con poco cuidado las producciones literarias ajenas.<br />

Al mismo tiempo confieso que tampoco pude inflar en las crónicas que<br />

yo posesa los otros dos citados profetas; pero<br />

estando designados en el Canon, no es justo que yo pase de largo sin,<br />

hacer mención de ellos.<br />

Por lo respectivo a los escritos proféticos de Abdías, decimos que es<br />

el más breve y sucinto de todos los profetas. Habla<br />

contra la nación Idumea, esto es, contra la descendencia de Esaú, uno<br />

de los hijos gemelos de Isaac, nietos de Abraham, es<br />

decir, del hermano mayor reprobado por el Señor; y si, según el<br />

método de hablar, en que por la parte entendemos el todo,<br />

tomamos a Idumea y presumimos que en ella se significan los gentiles,<br />

podemos entender de Cristo lo que entre otras cosas<br />

dice: «Que en el monte Sión será la salud y santidad»; y poco<br />

después, al fin de su profecía, añade: «Y subirán los que se han<br />

salvado en el monte Sión para defender el monte de Esaú y el Señor<br />

reinará en él.» Es de inferir que se verificó esta predicción<br />

cuando los que se salvaron del monte Sión, esto es, los que de Judea<br />

creyeron en Cristo (entre quienes principalmente se<br />

entienden los Apóstoles) para defender el monte de Esaú. ¿Y cómo le<br />

defendieron, sino con la predicación del Evangelio,<br />

salvando a los que creyeron para libertarse así de la potestad<br />

infernal de las tinieblas y transferirse a la posesión beatífica del<br />

reino de Dios? Lo cual consecutivamente declaró, añadiendo: «Y el<br />

Señor reinará en él»; porque el monte Sión significa la<br />

Judea donde se profetizó que habla de ser la salud y la santidad, que<br />

es Cristo Jesús. El monte de Esaú es Idumea, por la cual<br />

se nos significa la Iglesia de los gentiles, que defendieron, como<br />

declaré, los rescatados del monte Sión, para que reinase en ella<br />

el Señor. Era esto oscuro antes de suceder; pero después de sucedido,<br />

¿qué fiel cristiano habrá que no lo reconozca?<br />

El profeta Naun, o, mejor dicho, Dios por él, dice: «Desterraré tus<br />

escrituras y estatuas y haré que te sirvan de sepultura,<br />

porque ya veo apresurarse por los montes los pies del que ha de<br />

evangelizar y anunciar la paz. Celebra ya, ¡oh Judá!, tus<br />

fiestas y acude a Dios con tus votos porque ya; no se envejecerán más<br />

Consumado está; ya se ha acabado: ya ha subido el<br />

que sopla en tu rostro, librándote de la tribulación.» Quién sea el<br />

que subió de los infiernos y quién el que sopló en el rostro de<br />

Judá, esto es; de los júdios, discípulos de Jesucristo, es fácil de<br />

comprender acordándose del Espíritu Santo los que reconocen y<br />

están sometidos al Evangelio. Porque al Nuevo Testamento pertenecen<br />

aquellos cuyas festividades espiritualmente se renuevan<br />

de forma que no puedan envejecer. Por medio del Evangelio vemos ya<br />

desterradas y destruidas las esculturas y estatuas, esto<br />

es, los ídolos de los dioses falsos; echados ya en perpetuo olvido,<br />

como si los sepultaran, y en todo lo respectivo a este<br />

particular vemos ya cumplida esta profecía.<br />

Y Habacuc, ¿de qué otra venida, sino de la de Cristo, que es quien<br />

había de venir, ha de entenderse que habla cuando<br />

dice: «Y me respondió el Señor, y dijo: Escribe esta visión de viva<br />

voz, tan claramente que la entienda con facilidad cualquiera


que la leyere, porque esta visión, aunque todavía tarde algo, se<br />

cumplirá a su tiempo, nacerá al fin y no faltará, y si tardare,<br />

aguárdale, porque sin duda vendrá el que ha de venir y no se detendrá<br />

más del tiempo que está determinado»?<br />

CAPITULO XXXII<br />

De la profecía que se contiene en la<br />

oración y cántico de Habacuc<br />

Y en su oración y cántico, ¿con quién habla Habacuc sino con Cristo<br />

Señor nuestro, cuando dice: «He oído, Señor, lo<br />

que me has hecho entender por tu revelación y me he encogido de<br />

temor. ¡ He considerado, Señor, tus obras, y me he<br />

quedado absorto!» Porque, ¿qué otra cosa es ésta sino una inefable<br />

admiración de la salud eterna, nueva y repentina, que<br />

predecía había de venir a los hombres? «Te darás a conocer –añade- en<br />

medio de dos animales.» Y este misterioso enigma,<br />

¿qué significa sino que daría a conocer el Verbo del Padre en medio<br />

de dos testamentos, o en medio de dos ladrones, o en<br />

medio de Moisés y Elías, cuando en el monte Tabor hablaron con el<br />

Señor? «Cuando se acercaren los años dice el historiador<br />

sagrado serás conocido: cuando llegue su tiempo te manifestarás.»<br />

Estas expresiones, porque en sí mismas son sencillas y<br />

claras, no necesitan de exposición alguna.<br />

Pero lo que sigue en el profeta: «Cuando se turbare mi alma, Y<br />

estuvieseis enojado contra mí, os acordareis de la<br />

misericordia», ¿qué quiere decir sino que tomó en sí mismo la persona<br />

de los judíos, de quienes descendía?, los cuales, aunque<br />

turbados y ciegos, por su infernal ira, crucificaron a Jesucristo:<br />

sin embargo, no olvidándose el Señor de su infinita misericordia,<br />

dijo: «Padre mío, perdónalos porque no saben lo que se hacen.» «Dios<br />

vendrá de Theman, y el Señor de un monte sombrío y<br />

espeso.» Estas palabras, en las qué dice el profeta: vendrá de<br />

Theman, otros las entienden y dicen así: del Austro, o del Africa,<br />

que significa el Mediodía, esto es, el fervor de la caridad y el<br />

resplandor de la verdad. Y por el monte umbroso y fragoso,<br />

aunque puede entenderse de varios modos, yo más gustosamente lo<br />

tomaría por la profundidad y sentido misterioso de las<br />

Sagradas Escrituras, en las que se contienen las profecías que hablan<br />

de Jesucristo. Porque en ellas se ven impenetrables<br />

arcanos, predicciones sombrías, oscuras y densas que excitan el ánimo<br />

de que pretende comprenderlas; de donde proviene<br />

que el que logra la felicidad de entenderlas y penetrar su espíritu<br />

halla en ellas a Cristo.<br />

«Su virtud cubrió los cielos, y la tierra está llena de sus<br />

alabanzas», ¿qué es sino lo mismo que dice el<br />

real Profeta: «Ensalzado seas Dios sobre todos los cielos, y<br />

extiéndase tu gloria sobre toda la tierra»?<br />

«Su resplandor será como la luz», ¿qué significa sino que su fama ha<br />

de alumbrar a los creyentes?<br />

«Y los cuernos en sus manos», ¿qué es sino el trofeo de la cruz? «Y<br />

puso la caridad firme y estable en<br />

su fortaleza», no necesita de declaración alguna.<br />

«Delante de él irá el Verbo, y saldrá al campo detrás de sus pies», ¿<br />

qué quiere decir sino que antes de<br />

venir al mundo fue profetizado y que después que volvió del mundo,<br />

esto es, resucitó y subió a los cielos, fue<br />

anunciado y predicado su nombre?<br />

«Se paró y se conmovió la tierra», ¿qué es sino que se detuvo para<br />

favorecernos con su divina doctrina<br />

y que la tierra se conmovió de un modo extraordinario para que, en<br />

virtud de esta señal, temiésemos su poder<br />

y creyésemos en él?<br />

«Miró y se marchitaron las gentes», esto es, se compadeció del hombre


y convirtió los pueblos a<br />

verdadera penitencia<br />

«Quebrantó y destruyó los montes con violencia, esto es, con el vigor<br />

y comprobación de los milagros<br />

quebrantó la arrogante soberbia de los espíritus altivos.<br />

«Bajáronse los collados eternos, esto es, se humillaron en la tierra<br />

algún tanto para ser después<br />

ensalzados para siempre.<br />

«Vi sus entradas eternas por los trabajos, esto es, vi que las<br />

penalidades de su caridad no eran sino el<br />

premio de la eternidad.<br />

«Se pasmarán las tiendas de los etíopes y las tiendas de la tierra de<br />

Madián», quiere decir: las gentes<br />

quedarán atónitas y turbadas con la repentina nueva de tus maravillas<br />

y las que nunca reconocieron homenaje<br />

al Imperio romano vendrán a unirse con el pueblo cristiano y se<br />

sujetarán a Cristo.<br />

«¿Estáis acaso, Señor, enojado con los ríos, o con los ríos<br />

manifestáis vuestro furor y saña, descargáis<br />

vuestro impetu contra el mar.? Esto dice, porque no viene ahora para<br />

juzgar al mundo, sino para que por su<br />

mediación se salve el mundo y sea redimido de su cautiverio.<br />

«Porque subirás sobre tus caballos, y las correrías que con ellos<br />

hagas serán la salud.» Esto es, tus<br />

evangelistas te llevarán porque serán gobernados por ti y tu<br />

Evangelio, y será la salud eterna de los que<br />

creyeron en ti.<br />

«Sin duda flecharás tu arco contra los cetros, dice el Señor, es<br />

decir, amenazarás con tu terrible juicio<br />

final aun a los reyes de la tierra.<br />

«Con los ríos se abrirá y rasgará la tierra, esto es, con las<br />

perennes e intermitentes corrientes de los<br />

sermones que te predicaren los ministros santos del Evangelio se<br />

abrirán para confesar tu santo nombre los<br />

corazones de los hombres, a quienes advierte la Escritura «que<br />

rasguen sus corazones y no sus vestidos».<br />

¿Y qué significa: «Te verán y se dolerán los pueblos», sino que<br />

llorando serán bienaventurados?<br />

¿Y qué quiere decir, «como fueres andando, derramarás las aguas»,<br />

sino que andando en aquellos que<br />

por todas partes te anuncian y predican, extenderás por todo el orbe<br />

los caudalosos ríos de tu doctrina?<br />

¿Y qué es «el abismo dio su voz»? ¿Acaso declaró el abismo y la<br />

profundidad del corazón humano lo<br />

que en sí por medio de la visión sentían?<br />

«La profundidad a su fantasía» es como declaración del verso pasado,<br />

porque la profundidad es como el<br />

abismo, y lo que dice, á su fantasía, debe entenderse que lo dio su<br />

voz, esto es, que le declaró cuanto en si por<br />

medio de la visión sentía, puesto que la fantasía es la visión, la<br />

cual no la detuvo ni la encubrió, sino que,<br />

confesándola, la echó fuera y la manifestó.<br />

«Elevóse el sol y la luna se puso en su orden», esto es, subió Cristo<br />

a los cielos y púsose en su orden»<br />

la Iglesia bajo la obediencia de su rey.<br />

«Tus flechas irán a la luz», esto es, no serán ocultas, sino<br />

manifiestas las palabras de tu predicación.<br />

«Al resplandor de los relámpagos de tus armas», ha de entenderse que<br />

oirán tus tiros; porque el Señor<br />

dijo a sus discípulos: «Lo que os digo en secreto predicadlo' en<br />

público.»<br />

«Con tus amenazas abatirás los hombres, y con tu furor y saña<br />

derribarás y sojuzgarás las gentes»;<br />

porque a los que se ensalzaren y ensoberbecieren los quebrantarás con<br />

el rigor de tu castigo.<br />

«Saliste para salvar a tu pueblo y para salvar a tus ungidos;


enviaste la muerte sobre las cabezas y<br />

sobre los mayores pecadores.» Esto no necesita otra explicación.<br />

«Los cargaste de prisiones hasta el cuello.» También se puede<br />

entender aquí las prisiones buenas de la<br />

sabiduría, de manera que «metan los pies en sus grillos y el cuello<br />

en su argolla.»<br />

«Rompístelas hasta causar terror y espanto»; entiéndense las<br />

prisiones, por cuanto les puso las buenas<br />

y les rompió las malas, por las cuales dice el real Profeta:<br />

«Rompiste mis lazos y prisiones, y esto hasta excitar<br />

un terrible espanto», esto es, maravillosamente.<br />

«Las cabezas de los poderosos se moverán con ella», es, a saber, con<br />

la admiración y espanto.<br />

«Abrirán sus bocas y comerán como el pobre, que come en lo<br />

escondido»; porque algunos judíos<br />

poderosos acudieron al Señor admirados de lo que hacía y decía, y<br />

hambrientos y deseosos del pan saludable<br />

de su doctrina, lo comían en los lugares más ocultos y retirados por<br />

miedo de los judíos, como lo dice el<br />

Evangelio.<br />

«Metiste en el mar tus caballos, turbando la multitud inmensa de las<br />

aguas», las cuales ¿qué otra cosa<br />

son sino muchos pueblos? Porque ni huyeran los unos con temor, ni<br />

acometieran y persiguieran los otros con<br />

furor si no se turbaran todos.<br />

«Reparé y quedó absorto mi corazón viendo lo que yo mismo decía por<br />

mi boca: penetró un extraño<br />

temblor mis huesos y en mí se quedó interiormente trastornado todo mi<br />

ser.» Repara y pon los ojos en lo que<br />

dice de que él mismo se turba y atemoriza con lo que él iba diciendo<br />

inspirado del divino espíritu de profecía, en<br />

el que veía y observaba todo cuanto había de acaecer en lo sucesivo;<br />

pues como se alborotaron tantos<br />

pueblos, advirtió las tribulaciones que amenazaban a la Iglesia, y<br />

como luego conoció ser miembro de ella, dice:<br />

«Descansaré en el día de la tribulación, como quien pertenece y es<br />

miembro de aquellos que están con gozo<br />

en la esperanza y en la tribulación con paciencia», «para que suba –<br />

dice- al pueblo de mi peregrinación».<br />

Apartándose, en efecto, del pueblo perverso, pariente carnal suyo,<br />

que no es peregrino en la tierra ni pretende<br />

la posesión de la patria soberana.<br />

«Porque la higuera –añade- no llevará fruto ni las viñas brotarán,<br />

faltará la oliva y los campos no producirán<br />

qué comer, no habrá ovejas en las majadas ni bueyes en los<br />

establos.» Vio aquel pueblo, que había de<br />

dar muerte a Cristo, cómo perdería la abundancia de los bienes<br />

espirituales, los cuales, cual acostumbran los<br />

profetas, los figuró por la abundancia y fertilidad de la tierra, y<br />

cómo por esto incurrió aquel pueblo en semejante<br />

ira e indignación de Dios, pues no echando de ver la Justicia divina<br />

quiso establecer la suya.<br />

Luego prosigue: «Pero yo me holgaré en el Señor y me regocijaré en<br />

Dios mi salvador; el Señor mi<br />

Dios, y mi virtud, pondrá y sentará mis pies perfectamente; me<br />

colocará en lo alto para que salga victorioso con<br />

su cántico», es, a saber: con aquel cántico en que se dicen algunas<br />

cosas semejantes a las del real Profeta.<br />

«Puso y afirmó mis pies sobre la tierra, enderezó mis pasos e<br />

infundidos en mi boca un nuevo cántico, un<br />

himno en alabanza de nuestro Dios.» Así, pues, sale victorioso con el<br />

cántico de Señor, el que le agrada con la<br />

alabanza del mismo Señor y no con la suya, para que el que se gloría<br />

se gloríe en el Señor. Con todo, me<br />

parece mejor lo que se lee en algunos libros:<br />

«Me alegraré en Dios mi Jesús», que no lo tienen otros, que,


queriéndolo poner en latín, no pusieron este nombre que<br />

nos es a nosotros más amoroso y más dulce de nombrar.<br />

CAPITULO XXXIII<br />

Lo que Jeremías y Sofonías, con espíritu profético; dijeron de Cristo<br />

y de<br />

la vocación de los gentiles<br />

Jeremías es de los profetas mayores, así como lo es también Isaías, y<br />

no de los menores, como son los<br />

otros de quienes hemos ya referido algunas particularidades Profetizó<br />

reinando en Jerusalén Josías y en Roma<br />

Anco Mardo, aproximándose ya la época de la cautividad de los judíos.<br />

Extendió sus profecías hasta el quinto<br />

mes del cautiverio, como se halla en sus libros. Ponen con él a<br />

Sofonías, uno de los menores, porque también<br />

dice él que profetizó en tiempo de Josías; pero hasta cuándo, no lo<br />

dice.<br />

Vaticinó Jeremías, no sólo en tiempo de Anco Marcio, sino también de<br />

Tarquino Prisco, que fue el quinto<br />

rey de los romanos, puesto que éste, cuando sucedió el cautiverio, ya<br />

había comenzado a reinar; por eso,<br />

profetizando de Cristo, dice Jeremías: «Prendieron a Cristo nuestro<br />

Señor, que es el espíritu y aliento de<br />

nuestra boca, por nuestros pecados», mostrando brevemente con esto<br />

que Cristo es nuestro Dios y Señor, y<br />

que padeció por nosotros.<br />

Asimismo en otro lugar se lee: «Este es mi Dios, y no se debe hacer<br />

caso de otro en comparación; es el<br />

que dispuso todos los caminos de la doctrina y el que la dio a Jacob,<br />

su siervo, y a Israel su querido, y después<br />

apareció en la tierra y vivió con los hombres.» Algunos atribuyen<br />

este testimonio, no a Jeremías, sino a su<br />

amanuense o secretario, llamado Baruc; pero la opinión más común es<br />

que sea de Jeremías.<br />

Igualmente el mismo Profeta, hablando del mismo Señor, dice: «Vendrá<br />

día dice el Señor en que daré a<br />

David una semilla y descendencia justa; reinará siendo rey, será<br />

sabio y prudente y hará juicio y justicia en la<br />

tierra; en tiempo de éste se salvará Judá, Israel vivirá seguro y<br />

éste es el nombre con que le llamarán Señor,<br />

nuestro Justo.»<br />

Y fuera de la vocación futura de las gentes, que ahora vemos<br />

cumplida, habló de esta manera: «Señor,<br />

Dios mío, y mi refugio en el día de mis tribulaciones, a ti acudirán<br />

las gentes desde los últimos confines de la tierra,<br />

y dirán: en realidad de verdad que nuestros padres adoraron<br />

simulacros e ídolos vanos que no eran de<br />

provecho alguno.»<br />

Y que no habían de reconocerle los judíos como a verdadero Mesías,<br />

quienes, además de su<br />

incredulidad, habían de perseguirle hasta quitarle la vida con<br />

afrentosa muerte, nos lo da a entender el mismo<br />

Profeta por estas palabras: «Grave y profundo es el corazón del<br />

hombre. ¿Quién hay que pueda conocerle?»<br />

Suyo es también el testimonio que cité en el libro XVII, capítulo<br />

III, diciendo que habló del Nuevo<br />

Testamento, cuyo Medianero es Cristo, porque el mismo Jeremías dice:<br />

«Vendrá tiempo, dice el Señor, en que<br />

acabaré de sentar y realizar un testamento y pacto nuevo con la casa<br />

de Jacob», y lo demás que allí expresa.<br />

Entretanto, alegaré lo que el profeta Sofonias, oye vaticinó en<br />

tiempo de Jeremías, dijo de Cristo con<br />

estas expresiones: «Aguardadme; dice el Señor, para el día de mi


esurrección, en el cual tengo determinado<br />

congregar las naciones y juntar los reyes.»<br />

Y en otro lugar dice: «Terrible se manifestará el Señor contra ellos;<br />

desterrará todos los dioses de la<br />

tierra y le adorarán todos en su tierra, todas las islas de las<br />

gentes.»<br />

Y poco después añade: «Entonces infundiré en las gentes y en todas<br />

sus generaciones un mismo idioma<br />

para que todos invoquen el nombre del Señor y le sirvan bajo un mismo<br />

yugo. De los últimos términos de los<br />

ríos de Etiopía me traerán sus ofrendas y sacrificios. En aquel día<br />

no te avergonzarás ya de todas tus pasadas<br />

maldades, que impíamente cometiste contra mí, porque entonces quitaré<br />

de ti las pasiones torpes que te hacían<br />

injurioso y tú dejarás ya de gloriarte más sobre mi monte santo; y<br />

pondré en medio de ti un pueblo manso y humilde;<br />

y reverenciarán el nombre del Señor las reliquias que hubiere<br />

de Israel.» Estas son las reliquias de<br />

quienes habla en otra parte otro Profeta, y lo dice también el<br />

Apóstol: «Si fuere el número de los hijos de Israel<br />

como las arenas del mar, unas cortas reliquias serán las que se<br />

salvarán.» Porque éstas fueron las reliquias<br />

que de aquella nación creyeron en Cristo.<br />

CAPUULO XXXIV<br />

De las profecías de Daniel y Ezequiel, que se relacionan con Cristo y<br />

su<br />

iglesia<br />

En la misma cautividad de Babilonia, y en su principio, profetizaron<br />

Daniel y Ezequiel, otros dos de los<br />

profetas mayores, y entre éstos, Daniel fijó determinadamente con el<br />

número de los años el tiempo en que había<br />

de venir y padecer Cristo, lo cual seria largo intentar manifestarlo<br />

aquí, calculando el tiempo, Y ya lo han<br />

practicado otros antes que nosotros.<br />

Pero hablando de su potestad y gloria, dice así: «Vi, en una visión<br />

nocturna, que venía el Hijo del<br />

Hombre en las nubes del cielo, y llegó hasta donde estaba el antiguo<br />

en días, y se presentó ante él, y él le<br />

entregó la potestad, el honor y el reino para que le sirvan todos los<br />

pueblos, tribus y lenguas Cuya potestad es<br />

potestad perpetua, que no pasará y cuyo reino no se corromperá.»<br />

También Ezequiel, significándonos a Cristo, como acostumbran los<br />

profetas, por la persona de David,<br />

porque tomó carne de la descendencia de David, y por la forma de<br />

siervo, en cuanto hombre, llama siervo de<br />

Dios al mismo Hijo de Dios. Así nos le anuncia proféticamente,<br />

hablando en persona de Dios Padre: «Yo<br />

pondré dice- un pastor sobre mis ovejas para que las apaciente, y<br />

éste será mi siervo David; éste las<br />

apacentará, él le servirá de pastor y yo, que soy el Señor, seré su<br />

Dios, y mi siervo David será su príncipe en<br />

medio de ellos. Yo, el Señor, lo he determinado así.»<br />

Y en otro lugar dice: «Y tendrán un rey que los mande y gobierne a<br />

todos; no serán ya jamás dos<br />

naciones ni se dividirán en dos reinos; no se profanarán más con sus<br />

ídolos, con sus abominaciones y con la<br />

multitud incomprensible de sus pecados Yo los sacará libres de todos<br />

los lugares donde pecaron; los purificaré;<br />

serán mi pueblo y yo seré su Dios; mi siervo<br />

David será su rey y vendrá a ser un pastor universal sobre ellos.»


CAPITULO XXXV<br />

De la profecía de los tres profetas Ageo.<br />

Zacarias y Malaquías<br />

Réstanos, pues, tres profetas de los doce menores que profetizaron en<br />

lo últimos años de la cautividad:<br />

Ageo. Zacarías y Malaquías. Entre éstos, Ageo con toda claridad, nos<br />

vaticina a Cristo y a su Iglesia en estas<br />

breves y compendiosas palabras.: «Esto dice e] Señor de los<br />

ejércitos: de aquí a poco tiempo moveré el cielo y<br />

la tierra, el mar y la tierra firme; moveré todas las naciones y<br />

vendrá el deseado por todas las gentes.» Esta<br />

profecía en parte la vemos cumplida, y lo que de ella resta esperamos<br />

ha de cumplirse al fin del mundo. Porque<br />

ya movió el cielo con el testimonio de los ángeles y de las estrellas<br />

cuando encarnó Cristo; movió la tierra con el<br />

estupendo milagro del mismo parto de la Virgen; movió el mar y la<br />

tierra firme, puesto que en las islas y en todo<br />

el mundo se predica el nombre de Jesucristo, y así vemos venir todas<br />

las gentes a acogerse bajo la protección<br />

de la fe católica.<br />

Lo que sigue, «y vendrá el deseado por todas las gentes», se espera<br />

su cumplimiento en su última<br />

venida, pues para que fuese deseado por los que le esperaban se<br />

necesitaba primeramente que fuese amado<br />

por los que creyeron en él.<br />

Y Zacarías, hablando de Cristo y de su Iglesia, dice así: «Alégrate<br />

grandemente, hija de Sión, hija de<br />

Jerusalén; alégrate con júbilo y contento; advierte que vendrá a ti<br />

tu rey justo y salvador; vendrá pobre encima<br />

de una pollina y de un asnillo, y su imperio se dilatará de mar a mar<br />

y desde los ríos hasta los últimos confines<br />

del orbe terráqueo.» Cuándo y cómo nuestro Señor Jesucristo caminando<br />

usó de esta especie de cabalgadura,<br />

lo leemos en el Evangelio, donde se refiere asimismo parte de esta<br />

profecía cuanto pareció bastante para la<br />

ilustración de la doctrina contenida en aquel pasaje.<br />

En otro lugar, hablando con el mismo Cristo en espíritu de profecía<br />

sobre la remisión de los pecados por<br />

la efusión de su preciosa sangre, dice: «Y tú también, con la sangre<br />

de tu pacto y testamento, sacaste a los<br />

cautivos del lago donde no hay agua.» Cuál sea lo que debe entenderse<br />

por este lago puede tener diversos<br />

sentidos, aunque conforme; a la fe católica. Yo soy de dictamen que<br />

no hay objeto que estas palabras nos<br />

signifiquen con más propiedad que el abismo y profundidad seca en<br />

cierto modo y estéril de la miseria humana,<br />

donde no hay las corrientes de las aguas tersas de justicia, sino<br />

lodos y cenegales inmundos de pecados.<br />

Porque de este lago dice el real Profeta: «Me libró del lago de la<br />

miseria y del cenagoso lodo.»<br />

Malaqúías, vaticinando de la Iglesia, que vemos ya propagada por<br />

Cristo, dice explícita y claramente a<br />

los judíos en presencia de Dios: Yo no tengo mi voluntad en vosotros;<br />

no me agradáis ni me complace la<br />

ofrenda y sacrificio ofrecido de vuestra mano; porque desde donde<br />

nace el sol hasta donde se pone vendrá a<br />

ser grande y glorioso mi nombre en las gentes, dice el Señor, y en<br />

todas partes sacrificarán y ofrecerán a mi<br />

nombre una ofrenda y sacrificio puro y limpio, porque será grande y<br />

glorioso mi nombre entre las gentes.»<br />

Viendo, pues, que ya este sacrificio, por medio del sacerdocio de<br />

Cristo, instituido según el orden de<br />

Melquisedec, se ofrece a Dios en todas ras partes del globo habitado<br />

desde el Oriente hasta Poniente, y qué no


pueden negar que el sacrificio de los judíos, a quienes dice: «No me<br />

agradáis ni me complace el sacrificio<br />

ofrecido de vuestra mano», está abolido, ¿por qué aguardan todavía<br />

otro Cristo, ya que lo que leen en el Profeta<br />

y ven realizando no pudo cumplirse por otro que por el mismo<br />

Salvador?<br />

Porque después, en persona de Dios, dice el mismo Profeta: «Le di mi<br />

testamento y pacto, en que se<br />

contenía la paz y la vida, y le prescribí que me temiese y respetase<br />

mi nombre; la ley de la verdad se hallará en<br />

su boca, en paz andará conmigo y convertirá a muchos de sus pecados,<br />

porque los labios del Sacerdote<br />

conservaran la ciencia y aprenderán la ley de su boca, porque él es<br />

el ángel del Señor Todopoderoso.» Y no<br />

hay que admirarnos que llame a Cristo Jesús ángel de Dios<br />

Todopoderoso, pues así como se llama siervo por<br />

la forma de tal con que se presentó a los hombres, así también se<br />

llamó ángel por el Evangelio que anunció a<br />

los mortales. Porque si interpretásemos estos nombres griegos,<br />

Evangelio quiere decir «buena nueva», y<br />

ángel, el que trae la nueva; pues hablando del mismo Señor, dice en<br />

otro lugar: «Yo enviaré mi ángel, el cual<br />

allanará el camino delante de mí, y luego al momento vendrá a su<br />

templo aquel Señor que vosotros buscáis y el<br />

Angel del Testamento que vosotros deseáis. Mirad que viene, dice el<br />

Señor Dios Todopoderoso. ¿Y quién<br />

podrá sufrir el día en que llegare, o quién podrá resistir cuando se<br />

dejare ver?» En este lugar nos anunció el<br />

Profeta la primera y segunda venida de Cristo; la primera, donde<br />

dice: «Y luego al momento vendrá a su templo<br />

aquel Señor, esto es, vendrá a tomar su carne», de la cual dice en el<br />

Evangelio: «Deshaced este templo y en<br />

tres días le resucitaré»; la segunda, donde dice: «Mirad que viene,<br />

dice el Señor Todopoderoso. ¿Y quién<br />

podrá resistir cuando se dejare ver?»<br />

Y en lo que dice: «Aquel Señor que vosotros buscáis, y el Angel del<br />

testamento que vosotros deseáis», nos da a<br />

entender, y significa, sin duda, que los judíos, conforme a las<br />

escrituras, que leen continuamente, buscan y desean hallar a<br />

Cristo; pero muchos de ellos al que buscaron y desearon eficazmente<br />

no le reconocieron después de venido por tener<br />

vendados los ojos de su corazón con sus anteriores deméritos y<br />

pecados. Lo que aquí llama Testamento, y arriba donde dijo:<br />

«Le di mi testamento», y aquí donde le llama «Angel del Testamento»,<br />

sin duda debemos entenderlo del Testamento Nuevo, en<br />

el cual las promesas son eternas, no como en el Antiguo, donde son<br />

temporales, de las cuales, haciendo en el mundo muchos<br />

espíritus débiles y necios grande estimación y sirviendo a Dios<br />

verdadero por la esperanza del premio de tales cosas temporales,<br />

cuando advierten que algunos impíos y pecadores las gozan en<br />

abundancia, se turban.<br />

Por eso el mismo Profeta, para distinguir la bienaventuranza eterna<br />

del Nuevo Testamento de la felicidad terrena del Viejo<br />

(la cual en su mayor parte se da también a los malos), dice así:<br />

«Habéis hablado pesadamente contra mí, dice el Señor, y<br />

preguntáis: ¿qué hemos hablado contra ti? Dijisteis: en vano trabaja<br />

quien sirve a Dios ¿Y qué es lo que hemos medrado por<br />

haber guardado exactamente sus preceptos y procedido con humildad,<br />

pidiendo misericordia delante del Señor Todopoderoso?<br />

Siendo así que tenemos por dichosos a los extraños a la religión de<br />

Dios, ya que vemos a los pecadores medrados y<br />

acrecentados y a los que han ido contra Dios salvos y libres de sus<br />

calamidades. Pero los que temían a Dios dijeron en contra<br />

posición a estas sutiles quejas, cada uno, respectivamente, a su<br />

prójimo todo lo advierte el Señor, y lo oye, y tiene escrito un<br />

libro de memoria delante de sí en favor de los que temen a Dios y


everencian su santo nombre. En este libro se nos significa el<br />

Testamento Nuevo.<br />

Pero acabemos de oír lo que sigue: «Y a éstos los tendré yo, dice el<br />

Señor Todopoderoso, en el día en<br />

que he de cumplir lo que digo, como hacienda y patrimonio mío propio;<br />

yo los tendré escogidos, como el<br />

hombre que tendré elegido a un hijo obediente y que le sirve bien.<br />

Entonces volveréis a considerar, y notaréis<br />

la diferencia que hay entre el justo y el pecador, entre el que sirve<br />

a Dios y el que no le sirve; sin duda vendrá<br />

aquel día ardiendo como un horno, el cual los abrasará y serán todos<br />

los pecadores y los que viven<br />

impíamente como paja seca, y los abrasará en aquel día, en que<br />

vendrá, dice el Señor Todopoderoso, de<br />

forma que no quede raíz ni sarmiento de ellos. Pero a los que tienen<br />

y confiesan mi nombre les nacerá el sol de<br />

la justicia, y. en sus alas vuestra salud y remedio; saldréis y os<br />

regocijaréis como los novillos cuando se ven<br />

sueltos de alguna prisión y hollaréis a los impíos, hechos cenizas,<br />

debajo de vuestros pies en el día en que yo<br />

haré lo que digo, dice el Señor Todopoderoso. Este es el que llaman<br />

día del juicio, del cual hablaremos, si fuere<br />

de voluntad de Dios, más extensamente en su propio lugar.<br />

CAPITULO XXXVI<br />

De Esdras y de los libros de los<br />

Macabeos<br />

Después de estos tres profetas: Ageo, Zacarías y Malaquías, por los<br />

mismos tiempos en que el pueblo<br />

de. Israel Salió libre del cautiverio de Babilonia, escribió también<br />

Esdras, quien ha sido tenido más por<br />

historiador que por profeta (como es el libro que se intitula de<br />

Ester, cuya historia en honor de Dios se halla<br />

haber sucedido no mucho después de esta época); a no ser que<br />

entendamos que Esdras profetizó a Jesucristo<br />

en aquel pasaje donde refiere que habiéndose excitado un cuestión y<br />

duda entre ciertos jóvenes sobre cuál<br />

era la cosa más poderosa del mundo, y diciendo uno que los reyes,<br />

otro que el vino y el tercero que las<br />

mujeres, quienes por lo general suelen dominar los corazones de los<br />

reyes el tercero manifestó y probó que h<br />

verdad era únicamente la que todo lo vencía. Y si registramos el<br />

Evangelio hallamos que Cristo es la misma<br />

verdad<br />

Desde este tiempo, después de reedificado el templo hasta Aristóbulo,<br />

no hubo reyes entre los judíos,<br />

sino príncipes, y el cómputo de estos tiempo no se halla en las<br />

santas Escritura que llamamos canónicas, sino en<br />

otro libros, y, entre ellos, en los que se intitulan de los Macabeos,<br />

los cuales tienen por canónicos no los judíos,<br />

sino la Iglesia, por los extraños y admirables martirios de algunos<br />

Santos mártires que contienen, quienes, antes<br />

que Cristo encarnase, pelearon valerosamente hasta dar su vida en<br />

defensa de la ley santa del Señor,<br />

padeciendo cruelísimos y horribles tormentos.<br />

CAPITULO XXXVII<br />

Que la autoridad de las profecías es más antigua que el origen y<br />

principio<br />

de la filosofía de los gentiles


En la época en que florecieron nuestros profetas, cuyos libros han<br />

llegado ya a noticia de casi todas las<br />

naciones, aun no existía filósofo alguno entre los gentiles, ni quien<br />

hubiese tenido tal nombre, porque éste tuvo<br />

su exordio en. Pitágoras, natural de la isla de Samos, quien comenzó<br />

a. ser famoso cuando salieron los judíos<br />

de su cautiverio. Luego con mayor motivo se deduce que los filósofos<br />

que le sucedieron fueron muy posteriores<br />

en tiempo a los profetas; porque el mismo Sócrates, natural de<br />

Atenas, maestro de los que entonces florecieron,<br />

y son los príncipes de aquella parte de la filosofía que se llama<br />

moral o activa, se sabe por las Crónicas que<br />

vivió después de Esdras.<br />

A poco tiempo nació Platón, que sobresalió en muchos grados a los<br />

demás discípulos de Sócrates.<br />

Y si quisiéramos añadir a éstos los que les precedieron, que aun no<br />

se llamaban filósofos, esto es, los<br />

sabios, y después los físicos que sucedieron a Thales en la<br />

indagación de las causas naturales, imitando su<br />

estudio Y profesión, es a saber: Anaximandro, Anaxímenes, Anaxágoras<br />

y otros varios, antes que Pitágoras se<br />

llamase filósofo, ni aun éstos preceden en antigüedad a todos<br />

nuestros profetas; porque Thales, después del<br />

cual siguieron los otros, dicen que floreció reinando Rómulo, cuando<br />

brotó el raudal de las profecías de las<br />

fuentes de Israel, en aquellas sagradas letras que se extendieron y<br />

divulgaron por todo el mundo.<br />

Así, pues, solos los teólogos poetas Orfeo, Lino y Museo, Y algunos<br />

otros que hubiera entre los griegos,<br />

fueron primero que los profetas hebreos, cuyos escritos tenemos por<br />

auténticos.<br />

Con todo, tampoco precedieron en tiempo a nuestro verdadero teólogo<br />

Moisés, que efectivamente<br />

predicó un solo Dios verdadero, cuyos libros son los primeros que<br />

tenemos al presente en el Canon de los<br />

sagrados, autorizados con la uniforme y general aprobación de la<br />

Iglesia. Y consiguientemente, los griegos, en<br />

cuyo país florecieron con especialidad las letras humanas, no tienen<br />

que lisonjearse de su sabiduría en tal<br />

conformidad que pueda parecer, ya que no más aventajada, a lo menos<br />

más antigua que nuestra religión, que<br />

es donde se halla la verdadera sabiduría.<br />

No obstante, es innegable que hubo antes de Moisés alguna<br />

instrucción, que se llamó entre los hombres<br />

sabiduría, aunque no en Grecia, sino entre las naciones bárbaras e<br />

incultas, como en Egipto; pues a no ser así,<br />

no diría la Sagrada Escritura que Moisés estaba versado en todas las<br />

ciencias de los egipcios, es a saber: que<br />

cuando nació allí, fue adoptado y criado por la hija de Faraón e<br />

instruido en las artes y letras humanas<br />

Sin embargo, ni aun la sabiduría de los egipcios pudo preceder en<br />

tiempo a la sabiduría de nuestros<br />

profetas, ya que Abraham fue también profeta. ¿Y qué ciencias pudo<br />

haber en Egipto antes que Isis (a quien<br />

después de muerta tuvieron por conveniente adorarla como a una gran<br />

diosa) se las enseñase? De Isis<br />

escriben que fue hija de Inaco, el primero que principió a reinar en<br />

Argos, cuando hallamos por el contexto de<br />

la Sagrada Escritura que Abraham tenía ya nietos.<br />

CAPITULO XXXVIII<br />

Cómo el Canon eclesiástico no recibió algunos libros. de muchos<br />

santos por su demasiada antigüedad, para que, con<br />

ocasión de ellos, no se mezclase lo falso con lo verdadero<br />

Si quisiéramos echar mano de sucesos mucho más antiguos, antes de


nuestro Diluvio universal, tenemos al patriarca<br />

Noé, a quien no sin especial motivo podré llamar también profeta,<br />

pues la misma Arca que labró, y en que se libertó del<br />

naufragio con los suyos, fue una profecía de nuestros tiempos.<br />

¿Y qué diremos de Enoch, que fue el séptimo patriarca después de<br />

Adán? ¿Acaso no se dice expresamente en la carta<br />

canónica del apóstol San Judas Tadeo que profetizo?<br />

Pero la causa primaria por que los libros de éstos no tengan<br />

autoridad canónica, ni entre los judíos ni entre nosotros, fue<br />

su demasiada antigüedad, por la cual parecía debían graduarse como<br />

sospechosos, para que no se publicasen algunas<br />

particularidades absolutamente falsas por verdaderas, puesto que se<br />

divulgan también algunas que dicen ser suyas, y se las<br />

atribuyen los que ordinariamente creen conforme a su sentido lo que<br />

les agrada. Estas obras no las admite la pureza e<br />

integridad del Canon, no porque repruebe la autoridad de sus autores,<br />

que fueron amigos v siervos de Dios, sino porque no se<br />

cree que sean suyas.<br />

No debe causarnos maravilla que se tenga por sospechoso lo que se<br />

publica bajo el nombre de tanta antigüedad, puesto<br />

que en la misma historia de los reyes de Judá y de los reyes de<br />

Israel, que contiene la memoria de los sucesos acaecidos, se<br />

refieren muchas cosas de que no hace mención la Escritura, y dice que<br />

se hallan en los otros libros que escriben los profetas, y<br />

en algunas partes cita también los nombres de estos profetas; y, sin<br />

embargo, no está dicha historia en el Canon que tiene<br />

admitido el pueblo de Dios. Confieso ignorar la causa de esto, aunque<br />

presumo que aquellos a quienes el Espíritu Santo reveló<br />

lo que había de estar en la autoridad y Canon de la religión,<br />

pudieron también escribir unas cosas, cómo hombres, con<br />

diligencia histórica, y otras, como profetas, con inspiración divina,<br />

y que éstas fueron distintas; de forma que Pareció que las<br />

unas se les debían atribuir a ellos como suyas, y las otras, a Dios,<br />

como a quien hablaba por ellos. Así unas servían para mayor<br />

abundancia de noticia; las otras, para autoridad de la religión, en<br />

cuya autoridad se guarda el Canon.<br />

Fuera de éste se citan y alegan algunas particularidades escritas<br />

bajo el nombre de los verdaderos profetas; pero no<br />

valen ni aun para la copia de noticias, porque es incierto si son de<br />

los que se asegura ser; por eso no les damos crédito,<br />

especialmente a lo que se halla en ellos contra la fe de los libros<br />

canónicos, lo cual demuestra que de modo alguno sean suyos.<br />

CAPITULO XXXIX<br />

Cómo las letras hebreas nunca dejaron de hallarse en su propia lengua<br />

No debemos creer lo que algunos presumen: que solamente conservó la<br />

lengua hebrea aquel que se llamó Heber, de<br />

donde dimanó el nombre de los hebreos, extendiéndose después hasta<br />

Abraham, y que las letras hebreas comenzaron con la<br />

ley que dio Moisés; antes bien, el citado idioma, con sus letras, se<br />

guardó y conservó por aquella sucesión que dijimos de los<br />

padres.<br />

En efecto, Moisés puso en el pueblo de Dios personas que asistiesen<br />

para enseñar las letras antes que tuviesen noticia<br />

de ningún escrito de la ley divina. A éstos llama la Escritura<br />

Grammato Isagogos, es decir, introductores de las letras, porque en<br />

cierto modo las introducen en los corazones de los que las aprenden,<br />

o, por mejor decir, porque introducen en ellas a los<br />

mismos que enseñan.<br />

Ninguna nación, pues, se jacte y gloríe vanamente de la antigüedad de<br />

su sabiduría, como anterior a la de nuestros<br />

patriarcas y profetas, que tuvieron sabiduría divina, puesto que ni<br />

aún en Egipto, que suele gloriarse falsa y vanamente de la


ancianidad de sus letras y doctrinas, se halla vestigio de que alguna<br />

sabiduría suya haya precedido en tiempo a la sabiduría de<br />

nuestros patriarcas: porque no habrá quien se atreva a decir que<br />

fueron peritos en ciencias y artes admirables antes de tener<br />

noticia de las letras, esto es, antes que Isis fuese a Egipto y se<br />

las enseñase.<br />

Y aquella su famosa ciencia, que llamaron sabiduría, ¿qué era<br />

principalmente sino la astronomía u otros estudios<br />

semejantes, que suelen ser propósito y aprovechar más para eje, Citar<br />

los ingenios que para ilustrar la ánimos con verdadera<br />

sabiduría? Por que en lo tocante a la filosofía, que es la que<br />

profesa enseñar preceptos reglas inconcusas, para que los<br />

hombres puedan ser y hacerse bienaventurados, por los tiempos de<br />

Mercurio llamado el Trimegisto, fue cuando florecieron en<br />

aquella tierra semejante facultades; lo cual, aunque fue mucho antes<br />

que los sabios y filósofos de Grecia, con todo, fue después<br />

de Abraham Isaac, Jacob y Joseph; más aún: aun después del mismo<br />

Moisés; porque a tiempo que nació Moisés, se sabe que<br />

vivía Atlas, aquel célebre astrólogo hermano de Prometeo, abuelo<br />

materno de Mercurio el Mayor, cuyo nieto fue este Mercurio<br />

Trimegisto.<br />

CAPITULO XL<br />

De la vanidad embustera de los egipcios, que atribuyen a sus ciencias<br />

cien mil niños de antigüedad<br />

Inútilmente, con vana presunción vociferan algunos diciendo que hace<br />

más de cien mil anos que Egipto poseyó el invento<br />

de la numeración, movimiento y curso de las estrellas. ¿Y de qué<br />

libros diremos que infirieron este número los que no mucho<br />

antes de dos mil anos aprendieron las letras de Isis? Porque no es<br />

escritor tan despreciable Varrón, y lo dice en su historia; lo<br />

cual no desdice tampoco de la verdad de las letras divinas. Y no<br />

habiéndose aún cumplido seis mil años desde la creación del<br />

primer hombre, que se llamó Adán, ¿cómo no nos hemos de reír, sin<br />

cuidar de refutarlos, de los que procuran persuadirnos<br />

acerca del orden cronológico de los tiempos, cosas tan diversas y<br />

opuestas a esta verdad tan clara y conocida? ¿Y a quién<br />

daremos más crédito sobre las cosas pasadas que al que nos anunció<br />

también las futuras las cuales vemos ya presentes?<br />

Porque hasta la misma contradicción y disonancia de los historiadores<br />

entre sí nos da materia bastante para que creamos antes<br />

a aquel que no repugna a la historia divina que nosotros poseemos.<br />

Pero los ciudadanos de la ciudad impía, que están derramados por<br />

todas las partes del orbe habitado, cuando leen que<br />

hombres doctos, cuya autoridad parece no debe despreciarse, discrepan<br />

entre sí sobre sucesos remotísimos de la memoria de<br />

nuestro siglo, están perplejos sobre a quiénes deben dar mayor<br />

crédito; mas nosotros en la historia de nuestra religión, como<br />

estriban nuestras aserciones en la divina autoridad, todo lo que se<br />

opone a ella no dudamos condenarlo por falsísimo, sea lo<br />

que quiera lo demás que contienen las letras profanas, que, ya sea<br />

verdad o mentira, nada importa para que vivamos bien y<br />

felizmente.<br />

CAPITULO XLI<br />

De la discordia de las opiniones filosóficas y de la concordia de las<br />

escrituras canónicas de la Iglesia<br />

Pero dejando a un lado la historia, los mismos filósofos de los<br />

cuales pasamos a estas cosas, que parece no fueron tan<br />

laboriosos en sus estudios e investigaciones, sino por hallar el


medio de vivir con comodidad, de forma que, según sus reglas,<br />

conseguiremos la bienaventuranza, ¿por qué causa discordaron los<br />

discípulos de los maestros y los discípulos entre sí sino<br />

porque, como hombres mortales, buscaban este precioso y. oculto<br />

tesoro con los sentidos humanos y con humanos discursos y<br />

razones? En lo cual pudo haber también cierto amor y deseo de gloria,<br />

apareciendo cada uno parecer más sabio y agudo que<br />

otro, no ateniéndose al dictamen ajeno, sino queriendo ser el autor e<br />

inventor de su secta y opinión.<br />

Con todo, aunque concedamos haber habido algunos, y aun muchos de<br />

ellos, a los cuales haya hecho desviar de sus<br />

maestros y de sus discípulos el amor de la verdad y el defender lo<br />

que creían ser verídico, ya lo fuese o no lo fuese, ¿qué es lo<br />

que puede, o dónde, o por dónde se encamina la infelicidad y miseria<br />

humana para llegar a la bienaventuranza si no la dirige y<br />

conduce la autoridad divina?<br />

Nuestros autores, en quienes no en vano se establece y resume el<br />

Canon de las letras sagradas, por ningún motivo<br />

discrepan entre sí; pero lo que no sin razón creyeron, no sólo<br />

algunos pocos de los que en las escuelas y en las aulas, con sus<br />

contenciosas, sistemáticas y fútiles disputas se rompan las cabezas,<br />

sino infinitos, aun en las ciudades, así los sabios como los ignorantes,<br />

que cuando escribían nuestros escritores aquellos libros<br />

les habló Dios o que el mismo Dios habló por boca de éstos.<br />

Y ciertamente interesó fuesen pocos, a fin de que no fuese<br />

vilipendiado por la multitud lo que había de ser tan<br />

particularmente apreciado y estimado por la religión, aunque. no<br />

fueron tan pocos que dejase de ser admirable su conformidad.<br />

Pues entre el inmenso número de filósofos que nos dejaron por escrito<br />

las memorias y libros de sus sectas y opiniones, no se<br />

hallará fácilmente entre quienes convenga todo lo que sintieron y las<br />

opiniones que propugnaron, y querer mostrarlo aquí con la<br />

extensión necesaria sería asunto largo.<br />

Y en esta ciudad, que tributa culto y homenaje a los demonios, ¿qué<br />

autor hay, por cualquiera secta y opinión que sea,<br />

de tanto crédito que, por su respeto se hayan desaprobado y condenado<br />

todos los demás que opinaron diferentemente y aun lo<br />

contrario? ¿Acaso no fueron esclarecidos y famosos en Atenas, por una<br />

parte, los epicúreos, que afirmaban no tocar a los<br />

dioses las cosas humanas, y por otra los estoicos, que sentían lo<br />

contrario y defendían que las regían y tenían los dioses bajo<br />

sus auspicios y protecci6n? Por eso me admiro cuando advierto que<br />

condenaron a Anaxágoras porque dijo que el sol era una<br />

piedra encendida, negando, en efecto, que era dios, puesto que en la<br />

ciudad floreció con grande nombre y gloria Epicuro, y<br />

vivió seguro creyendo y sosteniendo que no era dios, no sólo el sol o<br />

algunas de las estrellas, sino defendiendo que ni Júpiter<br />

ni otro alguno de los dioses había en el mundo a quien Ilegasen las<br />

oraciones, súplicas y preces de los hombres. ¿Por ventura<br />

no vivió allí Aristipo, que hacia consistir el sumo bien y la<br />

bienaventuranza en el gusto y deleite del cuerpo, y Antístenes, que<br />

defendía hacerse el hombre bienaventurado por la virtud del alma; dos<br />

filósofos insignes, y ambos socráticos, que ponían la<br />

suma felicidad de nuestra vida en fines tan distintos y entre sí tan<br />

contrarios, entre los cuales, el primero decía que el sabio debía<br />

huir del gobierno y administración de la república, y el otro, que la<br />

debía regir; y cada uno congregaba sus discípulos para<br />

según y defender su secta? Porque públicamente en el pórtico, en los<br />

gimnasios, en los huertos, en los lugares públicos y<br />

particulares, a catervas peleaban en defensa cada uno de su opinión<br />

Otros afirmaban no haber más de un mundo; otros, que<br />

eran innumerables; muchos, que sólo este mundo tenía origen; algunos,<br />

que no le tenía; unos, que había de acabarse; otros,<br />

que para siempre había de durar; unos, que se gobernaba y movía por<br />

la Providencia divina; otros, que por el hado y la<br />

fortuna; unos, que las almas eran inmortales; otros, que mortales; y


los que sostenían ser inmortales, unos que transmigraban a<br />

bestias, otros que no, y los que decían ser mortales, unos que morían<br />

inmediatamente que el cuerpo, otros que vivían aún<br />

después mucho o poco tiempo, pero no siempre; unos colocaban el sumo<br />

bien en el cuerpo, otros en el alma, otros en ambos,<br />

en el cuerpo y en el alma; otros adjudicaban al cuerpo y al alma los<br />

bienes exteriores; unos decían, debíamos creer siempre a<br />

los sentidos corporales, otros que no siempre y otros que en ningún<br />

caso.<br />

Estas y otras casi innumerables diferencias y. discordancias de<br />

filósofos, ¿qué pueblo hubo jamás, qué Senado, qué<br />

potestad o dignidad pública en la ciudad impía que cuidase de<br />

juzgarlas y averiguarías en su fondo; de aprobar unas y repudiar<br />

otras, sino más bien, sin diferencia alguna y confusamente, tuvo y<br />

fomentó en su seno tanta infinidad de controversias de hombres<br />

que tenían diferentes sentimientos, y no en materia de heredades<br />

o casas, o de intereses de dinero, sino sobre asuntos<br />

importantes en que se descifra y pronuncia sobre nuestra infelicidad<br />

o felicidad eterna? En cuyas disputas, aunque se decían<br />

algunas cosas ciertas, sin embargo con la misma libertad se proferían<br />

también las falsas; de forma que no en vano esta ciudad<br />

tomó el nombre místico de Babilonia, porque Babilonia quiere decir<br />

confusión, como lo hemos ya insinuado otra vez. Ni le<br />

interesa a su caudillo, el demonio, el mirar con cuán contrarios<br />

errores debaten y riñen entre silos que él juntamente posee por<br />

el mérito de sus muchas y varias impiedades.<br />

Pero aquella gente, aquel pueblo, aquella república, aquellos<br />

israelitas, «a quien confió Dios sus santas Escrituras, jamás<br />

confundieron con igual libertad los falsos profetas con los<br />

verdaderos, sino que, conformes entre sí, y sin discordar en nada,<br />

reconocieron y conservaron los verdaderos autores de las sagradas<br />

letras. A éstos tuvieron por sus filósofos, esto es, por los<br />

que amaban su sabiduría; a éstos por sabios, a éstos por teólogos, a<br />

éstos por profetas, a éstos por maestros doctores de la<br />

virtud y religión. Cualquiera que sintió y vivió conforme sus<br />

doctrinas, sintió y vivió, no según los hombres, sino según Dios, que<br />

habló por boca de éstos sus siervos. Aquí si prohiben el sacrilegio,<br />

Dios lo prohibió; si dicen: «Honraras a tu padre a tu madre»,<br />

Dios lo mandó; si dicen: «No fornicarás, no matarás, no hurtarás», y<br />

así los demás preceptos de Decálogo, no salieron de boca<br />

humana estas sentencias, sino de los divinos oráculos.<br />

Todas las verdades que algunos filósofos, entre las opiniones falsas<br />

que sostuvieron, pudieron conocer y lo procuraron<br />

persuadir con largas y prolijas disputas y discursos, como es la de,<br />

que este mundo le hizo Dios, y que Dios le gobierna con su<br />

Providencia y cuando enseñaron bien de la hermosura de las virtudes,<br />

del amor a la patria, de la felicidad, de la amistad, de las<br />

obras buenas y de todo lo que pertenece a las buenas costumbre aunque<br />

ignorando el fin y modo con que debían referirse.<br />

Todas estas verdades se han enseñado en la otra Ciudad y recomendado<br />

al pueblo con voces proféticas, esto es, divinas, aun<br />

que por boca de hombres, sin necesidades de disputas, argumentos y<br />

demostraciones, para que los que las entendiesen<br />

temiesen despreciar, no el ingenió humano, sino el documento divino.<br />

CAPITULO XLII<br />

Que por dispensación de la Providencia divina se tradujo la sagrada<br />

Escritura del Viejo Testamento del<br />

hebreo a griego para que viniese a noticia de todas las gentes<br />

Estas sagradas letras también las procuró conocer y tener uno de los<br />

Ptolomeos, reyes de Egipto. Porque después de la<br />

admirable, aunque poco lograda potencia de Alejandro de Macedonia,<br />

que se llamó igualmente el Magno, con la cual, parte con


las armas y parte con el terror de su nombre, sojuzgó a su imperio<br />

toda el Asia, o, por mejor decir, casi todo el orbe,<br />

consiguiendo asimismo, entre los demás reinos del Oriente, hacerse<br />

dueño y señor de Judea; luego que murió, sus capitanes,<br />

no habiendo distribuido entre sí aquel vasto y dilatado reino para<br />

poseerle pacíficamente, sino habiéndole disipado para<br />

arruinarle y abrasarle todo con guerras. Egipto comenzó a tener sus<br />

reyes Ptolomeos, y el primero de ellos, hijo de Lago,<br />

condujo muchos cautivos de Judea a Egipto. Sucedió a éste otro<br />

Ptolomeo, llamado Filadelfo, quien a los que aquél trajo<br />

cautivos los dejó volver libremente a su país, y además envió un<br />

presente o donativo real al templo de Dios, suplicando a<br />

Eleázaro, que a la sazón era Pontífice, le enviase las santas<br />

Escrituras, las cuales, sin duda, había oído, divulgando la fama que<br />

eran divinas, y por eso deseaba tenerlas en su copiosa librería, que<br />

había hecho muy famosa. Habiéndoselas enviado el<br />

Pontífice, como estaban en hebreo, el rey le pidió también<br />

intérpretes, y Eleázaro le envió setenta y dos, seis de cada una de<br />

las<br />

doce tribus, doctísimos en ambas lenguas, es, a saber, en la hebrea y<br />

en la griega, cuya versión comúnmente se llama de los<br />

setenta.<br />

Dicen que en sus palabras hubo tan maravillosa, estupenda y<br />

efectivamente divina concordancia, que, habiéndose<br />

sentado para practicar esta operación cada uno de por sí aparte<br />

(porque de esta conformidad quiso el rey Ptolomeo certificarse<br />

de su fidelidad), no discreparon uno de otro en una sola palabra que<br />

significase lo mismo o valiese lo mismo, o en el orden de<br />

las expresiones, sino que, como si hubiera sido uno solo el<br />

intérprete, así fue uno lo que todos interpretaron, porque realmente<br />

uno era el espíritu divino que había en todos.<br />

Concedióles Dios este tan apreciable don para que así también quedase<br />

acreditada y recomendada la autoridad de<br />

aquellas Escrituras santas, no, como humanas, sino cual efectivamente<br />

lo eran, como divinas, a fin de que, con el tiempo,<br />

aprovechasen a las gentes que habían de creer lo que en ellas se<br />

contiene y vemos ya cumplido.<br />

CAPITULO XLIII<br />

De la autoridad de los setenta intérpretes, la cual salva la<br />

reverencia que se debe al idioma hebreo,<br />

debe preferirse a todos los intérpretes<br />

Aunque hubo otros intérpretes que han traducido la Sagrada Escritura<br />

de idioma hebreo al griego, como son Aquila,<br />

Symmaco y Theodoción, y hay también la versión, cuyo autor se ignora,<br />

y por eso, sin nombre del interprete, se llama la quinta<br />

edición ésta de los setenta, como si fuera sola la ha recibido la<br />

Iglesia, usando de ella todos los cristianos griegos, quienes por la<br />

mayor parte no saben si hay otra. Y de esta traducción de los setenta<br />

se ha vertido también al idioma latino la que tienen las<br />

Iglesias latinas.<br />

Aunque no ha faltado en nuestros tiempos un Jerónimo, presbítero,<br />

varón doctísimo y muy instruido en, todas las tres<br />

lenguas, que nos ha traducido las mismas Escrituras en latín, no del<br />

griego, sino del hebreo. Y aunque los judíos confiesen que<br />

este trabajo e instrucción de Jerónimo en tantas lenguas y ciencias<br />

es verdadero, y pretenden asimismo que los setenta<br />

intérpretes erraron en muchas cosas, no obstante, las Iglesias de<br />

Jesucristo son de dictamen que ninguno debemos preferir a la<br />

autoridad de tantos hombres como entonces escogió el pontífice<br />

Eleázaro para un encargo tan importante y arduo como éste<br />

Pues aunque no se hubiera advertido en ellos en espíritu, sin duda,<br />

divino, sino que, como hombres, convinieran en las<br />

palabras de su versión setenta personas doctas, para atenerse todos


ellos a lo que de común acuerdo determinaran, ningún<br />

intérprete, individualmente, se les debiera anteponer. Y habiendo<br />

visto en ellos una señal tan grande del divino espíritu, sin duda<br />

otro cualquiera que ha traducido fiel y legalmente aquellas<br />

Escrituras del idioma hebreo en otro cualquiera, este tal, o<br />

concuerda<br />

con los setenta intérpretes, o si, al parecer, no concuerda, debemos<br />

entender que se encierra allí algún arcano profético.<br />

Porque el mismo espíritu que tuvieron los profetas cuando anunciaron<br />

tan estupendas maravillas, lo tuvieron los setenta cuando<br />

las interpretaron; el cual, ciertamente, con la autoridad divina,<br />

pudo decir otra cosa, como si el profeta hubiera dicho lo uno y lo<br />

otro, porque lo uno y lo otro lo decía el mismo espíritu; y esto<br />

mismo pudo decirlo de otro modo para que se manifestase a los<br />

que lo entendiesen bien, cuando no las mismas palabras, a lo menos el<br />

mismo sentido; y pudo dejarse, y añadir alguna<br />

particularidad, para manifestar también con esto que en aquella<br />

traducción no hubo sujeción ni servidumbre a las palabras, sino<br />

una potestad divina que llenaba y gobernaba el espíritu del<br />

intérprete.<br />

Ha habido algunos que han querido corregir los libros griegos de la<br />

interpretación de los setenta por los libros hebreos,<br />

y, sin embargo, no se han atrevido a quitar lo que no tenían los<br />

hebreos y pusieron los setenta, sino tan sólo añadieron lo que<br />

hallaron en los hebreos y no estaba, en setenta. Esto lo notaron al<br />

principio de los mismos versos con ciertas señales formadas<br />

a manera de estrellas, a cuyas señales llamaban asteriscos. Y lo que<br />

no tienen los hebreos y se halla en los setenta, asimismo<br />

en el principio de los versos lo señalaron con unas virgulillas<br />

tendidas, así como se escriben las notas de las ondas; y muchos<br />

de estos libros, con estas notas, andan ya por todas partes, así en<br />

griego como en latín; pero lo que no se ha omitido o añadido,<br />

sino que se dijo de otra manera, Ya indicando otro sentido compatible<br />

y no fuera de propósito; ya declarando de otra forma el<br />

mismo sentido, no puede hallarse sino mirando y cotejando los unos<br />

libros con los otros.<br />

Así que si, como es puesto en razón, no mirásemos a otro objeto en,<br />

aquellos libros, sino a lo que dijo el Espíritu Santo<br />

por los hombres, todo lo que se halla en los libros hebreos y no se<br />

halla en los setenta intérpretes, no lo quiso decir el Espíritu<br />

Santo por estos, sino por aquellos profetas, y todo lo que se halla<br />

en los setenta intérpretes y no se halla en los libros hebreos,<br />

más lo quiso decir el mismo Espíritu Santo por éstos que, por<br />

aquéllos; mostrándonos de esta manera que los unos y los otros<br />

eran profetas porque de esta conformidad dijo como quiso unas cosas<br />

por Isaías, otras por Jeremías, otras por Otros profetas, o<br />

de otra manera, una misma cosa por éste que por aquél.<br />

En efecto, todo lo que se encuentra en los unos y en los otros, por<br />

los unos y por los otros lo quiso decir un mismo<br />

Espíritu; pero de tal modo, aquéllos precedieron profetizando y éstos<br />

siguieron proféticamente interpretando a aquéllos; porque<br />

así como tuvieron aquéllos, para decir cosas verdaderas y conformes,<br />

un espíritu de paz, así también en éstos, no conviniendo<br />

entre sí, y, sin embargo, interpretándolo todo como por una boca se<br />

manifestó que el espíritu era un solo.<br />

CAPITULO XLIV<br />

Lo que debemos entender acerca de la destrucción de los ninivitas,<br />

cuya amenaza en el hebreo se<br />

extiende al espacio de cuarenta días y en los setenta se abrevia y<br />

concluye en tres<br />

Pero dirá alguno: ¿cómo sabremos qué es lo que dijo el profeta Jonás


los ninivitas, si dijo: «Nínive será destruida dentro<br />

de tres días o cuarenta? Porque ¿quién no advierte que no pudo decir<br />

las dos cosas entonces, el profeta que envió Dios a<br />

infundir terror y espanto a aquella ciudad con la anunciada ruina que<br />

tan próxima les amenazaba? La cual, si había de perece<br />

al tercero día, sin duda que no aguardaría al cuadragésimo, y si al<br />

cuadragésimo, no sería destruida al tercero<br />

Así que, si yo fuese preguntado cuál de estas dos cosas dijo Jonás,<br />

respondería que me parece más conforme lo que se<br />

lee en el hebreo: «Pasados cuarenta días será Nínive arruinada»; pues<br />

habiendo los setenta interpretado la Escritura mucho<br />

tiempo después, pudieron, decir otra cosa, la cual, sin embargo,<br />

viniese al caso y a expresar el mismo concepto, aunque<br />

apuntándonos y significándonos lo contrario, y pudiese advertir al<br />

lector que, sin despreciar lo uno ni lo otro, se elevase de la<br />

historia a la inquisición y examen de aquello, para cuya verdadera<br />

inteligencia se escribió la misma historia. Porque aunque es<br />

cierto que aquel acaecimiento pasó en la ciudad de Nínive, sin<br />

embargó, nos significó alguna otra cosa mayor que aquella<br />

ciudad; como sucedió que el mismo profeta estuvo tres días en el<br />

vientre de la ballena, y con ello nos dio a entender que otro,<br />

que es el Señor de todos los profetas, había de estar tres días en lo<br />

profundo del infierno. Por lo cual, si en aquella ciudad se<br />

nos figuró proféticamente la Iglesia de los gentiles, arruinada ya<br />

por la penitencia, de forma que no es lo que fue, por cuanto esto<br />

lo hizo Cristo en la Iglesia de los gentiles, cuya figura<br />

representaba Nínive, ya fuese en cuarenta días o en tres, el mismo<br />

Cristo<br />

fue el que se nos significó; en cuarenta días, porque otros tantos<br />

conversó con sus discípulos después de su resurrección,<br />

subiendo, al cumplirse este plazo, a los cielos, y en tres, porque<br />

resucitó al tercero día, como si al lector, atento sólo a distraerse<br />

con la historia, hubiesen querido los setenta, siendo a un tiempo<br />

intérpretes y profetas, despertarle de su sueño, para que vaya<br />

indagando la profundidad misteriosa de la profecía, y le dijeron en<br />

cierto modo: busca a aquel mismo en los cuarenta días en<br />

quien pudieras hallar asimismo los tres días; lo primero lo hallarás<br />

en la Ascención, y lo tercero en su Resurrección. Por esta<br />

razón, con uno y otro número se nos pudo significar muy al caso, así<br />

lo que por el profeta Jonás, como lo que por la, profecía de<br />

los setenta intérpretes nos dijo un mismo espíritu.<br />

Por no ser molesto no me detengo en evidenciar y probar este punto,<br />

sostenido en muchos pasajes, donde Parece que<br />

los setenta intérpretes discrepan de la verdad hebraica, y, bien<br />

entendidos, se halla que están conformes. Yo también, según lo<br />

exigen mis, limitados conocimientos, siguiendo las huellas de los<br />

apóstoles, que igualmente citaron los testimonios proféticos,<br />

tomándolos de ambas partes, esto es, de los hebreos y de los,<br />

setenta, he querido aprovecharme de la autoridad de unos y<br />

otros, porque una y otra es una misma y ambas divinas. Pero<br />

continuemos ya lo que resta como podamos.<br />

CAPITULO XLV<br />

Que después de la reedificación del templo dejaron los judíos de<br />

tener profetas, y que desde entonces hasta que nació<br />

Cristo fueron afligidos con continuas adversidades, para probar que<br />

la edificación que los profetas prometieron no era la de éste,<br />

sino la de otro templo<br />

Después que la nación judaica empezó a carecer de profetas, sin duda<br />

alguna empeoró y declinó de su antiguo<br />

esplendor, es a saber, en el mismo tiempo en que habiendo reedificado<br />

el templo, después del duro cautiverio que padecieron<br />

en Babilonia, pensó que, había de mejorar de fortuna. Porque así


entendía aquel pueblo carnal lo que prometió Dios por su<br />

profeta Ageo: «Mayor será la gloria de esta última casa que de la<br />

primera»; lo cual poco más arriba manifestó debe entenderse<br />

por el Nuevo Testamento, donde dijo, prometiendo claramente a Cristo:<br />

«Conmoveré todas las naciones y vendrá el deseado<br />

por todas las gentes.» Los setenta intérpretes, con autoridad<br />

profética, expresaron otro sentido, que convenía más al cuerpo que<br />

a la cabeza, esto es, más a la Iglesia que a Cristo: «Vendrá lo que<br />

tiene escogido el Señor entre todas las gentes, esto es, los<br />

hombres de quienes dice Jesucristo en el Evangelio: «Muchos son los<br />

llamados y pocos los escogidos», porque de estos tales<br />

elegidos de entre las gentes, como de piedras vivas, se ha edificado<br />

la casa de Dios por el Nuevo Testamento, mucho más<br />

gloriosa que lo fue el templo de Salomón y el restaurado después de<br />

la cautividad. Por esto, desde entonces, no tuvo profetas<br />

aquella nación y los mismos romanos para que no entendiesen que esta<br />

profecía de Ageo se había cumplido en la restauración<br />

del templo.<br />

Porque al poco tiempo; con la venida de Alejandro, fue sojuzgada, y<br />

aunque entonces no se verificó destrucción alguna<br />

porque no se atrevieron a hacerle resistencia, rindiéndose desde<br />

luego y recibiéndole en paz, con todo, no fue la gloria de<br />

aquella casa tan grande como lo fue estando libre en poder de sus<br />

propios reyes. Y aunque Alejandro ofreció sacrificios en el<br />

templo de Dios, no fue convirtiéndose a adorar a Dios con verdadera<br />

religión, sino creyendo que le debía adorar juntamente<br />

con sus falsos dioses.<br />

Después Ptolomeo, hijo de Lago, como insinué en el capitulo XLII,<br />

muerto ya Alejandro, sacó de allí los cautivos,<br />

llevándolos a Egipto, a quienes su sucesor, Ptolomeo Filadelfo, con<br />

grande benevolencia concedió la libertad, por cuya industria<br />

sucedió que tuviésemos lo que poco antes insinué, las Santas<br />

Escrituras de los setenta intérpretes A poco tiempo quedaron<br />

quebrantados, y destruidos con las guerras que se refieren en los<br />

libros de los Macabeos. Enseguida los sujetó Ptolomeo,<br />

llamado Epifanes rey de Alejandría, y después AntÍoco, rey de Siria,<br />

con infinitos y graves trabajos lo compelió a que adorasen<br />

los ídolos, llenándose el templo de las sacrílegas supersticiones de<br />

los gentiles; pero su valeroso jefe y caudillo Judas, llamado el<br />

Macabeo, habiendo vencido y derrotado a los generales de Antíoco, le<br />

limpió y purificó de toda la profanación con que le había<br />

manchado la idolatría.<br />

Y no mucho después Alchimo, alucinado por su ambición; sin ser de la<br />

estirpe de los sacerdotes que era condición<br />

indispensable, se hizo pontífice. Desde entonces transcurrieron casi<br />

cincuenta años, en los cuales aunque no vivieron en paz,<br />

sin embargo, experimentaron algunos sucesos prósperos; pasados los<br />

cuales, Aristóbulo fue el primero que entre ellos,<br />

tomando la corona, se hizo rey y pontífice. Porque hasta entonces,<br />

desde que regresaron de¡ cautiverio de Babilonia y se<br />

reedificó el templo, nunca, habían tenido reyes, sino capitanes y<br />

príncipes, aunque el que es rey pueda llamarse también<br />

príncipe por la seguridad con que ejerce el mando y el gobierno de su<br />

Estado, y capitán por ser conductor y jefe de su ejército;<br />

pero no todos los que son príncipes y capitanes pueden llamarse<br />

reyes, como lo fue Aristóbulo. A éste sucedió Alejandro, que<br />

también fue rey y pontífice, de quien dicen que reinó cruelmente<br />

sobre los suyos. Después de él, su esposa Alejandra fue reina<br />

de los judíos.<br />

Desde este tiempo en adelante sufrieron mayores trabajos, porque los<br />

hijos de Alejandro, Aristóbulo e Hircano;<br />

compitiendo entre sí por el reino, provocaron contra la nación<br />

israelita las fuerzas de los romanos, a quienes pidió Hircano<br />

socorro contra su hermano.<br />

A esta sazón ya Roma había conquistado el Africa, se había apoderado<br />

de Grecia, y extendiendo su imperio por las otras


partes del mundo, no pudiendo sufrirse a sí misma, se acarreó la<br />

ruina con su misma grandeza. Porque vino a parar en<br />

discordias domésticas, pasando de éstas a las guerras sociales, que<br />

fueron con sus amigos y aliados, y luego, a las civiles,<br />

disminuyéndose y quebrantándose en tanto grado su poder, que llegó al<br />

extremo de mudar el estado de república, y ser<br />

gobernada directa y despóticamente por reyes. Pompeyo, esclarecido y<br />

famoso príncipe del pueblo romano, entrando con un<br />

poderoso ejército en Judea, apoderó de la ciudad, abrió el templo, no<br />

como devoto y humilde, sino como vencedor orgulloso, y<br />

llegó, no reverenciando, sino profanando, hasta Sancta Sanctorum,<br />

donde no era lícito entrar sino al sumo sacerdote; y<br />

habiendo confirmado el pontificado e Hircano, y puesto por gobernador<br />

de la nación sojuzgada a Antípatro, que llamaban ellos<br />

entonces procurado llevó consigo preso a Aristóbulo.<br />

Desde esta época los judíos comenzaron a ser tributarios de los<br />

romanos Después Casio les despojó de cuantas<br />

riquezas se guardaban en el templo. Al cabo de pocos años merecieron<br />

tener por rey a Herodes, un extranjero descendiente<br />

de gentiles, en cuyo reinado nació Jesucristo; porque ya se había<br />

cumplido puntualmente el tiempo que nos significó el espíritu<br />

profético por boca del patriarca Jacob cuando dijo: «No faltará<br />

Príncipe de Judá, ni caudillo de su linaje, hasta que venga aquel<br />

para quien están guardadas las promesas y él será el que aguardarán<br />

las gentes.» No faltó príncipe de su nación a los judíos<br />

hasta este Herodes, que fue el primer rey que tuvieron de nación<br />

extranjera. Por esto era ya tiempo que viniese aquel a quien<br />

estaba reservado lo prometido por el Nuevo Testamento, para que fuese<br />

la esperanza de las naciones. Y no aguardarán su<br />

venida las gentes, como vemos aguardan a que venga a juzgar con todo<br />

el poder manifiesto de su majestad y grandeza, si<br />

primero no creyeran en el que vino a sufrir y ser juzgado con humilde<br />

paciencia y mansedumbre.<br />

CAPITULO XLVI<br />

Del nacimiento de nuestro Salvador, según que el Verbo se hizo<br />

hombre, de la dispersión de los judíos por todas las<br />

naciones, como estaba profetizado<br />

Reinando, pues, Herodes en Judea, y en Roma mudádose el estado<br />

republicano, imperando Augusto César, y por su<br />

mediación disfrutando todo el orbe de una paz y tranquilidad<br />

apacible, conforme a la precedente profecía, nació Cristo en el<br />

Belén de Judá, nombre manifiesto, de madre virgen; Dios oculto, de<br />

Dios Padre. Porque así lo dijo el Profeta: «Una virgen<br />

concebirá en su vientre, parirá un hijo, y, se llamará Emmanuel», que<br />

quiere decir, Dios es con nosotros; el cual, para dar una<br />

prueba nada equívoca que era Dios, obró extraordinarios milagros y<br />

maravillas, de las cuales refiere algunas la Escritura<br />

Evangélica, cuantas parecieron suficientes para dar una noticia<br />

exacta de él y predicar su santo nombre.<br />

Entre ellas la primera es que nació de una manera admirable, y la<br />

última, que con su propio cuerpo resucitó de entre los<br />

muertos y subió glorioso a los cielos.<br />

Pero los judíos, que le dieron afrentosa y cruel muerte, y no<br />

quisieron creer en Él, ni que convenía que así muriese y<br />

resucitase, destruidos miserablemente por los romanos, fueron del<br />

todo arrancados, expelidos y desterrados de su reino, donde<br />

vivían ya bajo el dominio de los extranjeros; esparcidos y derramados<br />

por todo el mundo (pues no faltan en todas las provincias<br />

del orbe); y con sus escrituras nos sirven para dar fe y constante<br />

testimonio de que no hemos fingido las profecías que hablan<br />

de Cristo, las cuales, consideradas por muchos de ellos, así antes de<br />

la Pasión como particularmente después de su resurrección,<br />

se resolvieron a creer en este gran Dios. De ellos dijo la


Escritura: «Si fuese el número de los hijos de Israel como las<br />

arenas del mar, solas unas cortas reliquias serán las que se<br />

salvarán. Y los demás quedaron ciegos y obstinados en su error,<br />

de los cuales dijo lo Escritura: «Conviértaseles su mesa en lazo, en<br />

retribución y escándalo, ciéguenseles los ojos para que no<br />

vean, y encórvales, Señor, siempre sus espaldas.» Y por eso, como no<br />

dan asenso a nuestras Escrituras, se van cumpliendo<br />

en ellas las suyas, las cuales leen a ciegas y sin la debida<br />

meditación. A no ser que quiera decir alguno que las profecías que<br />

corren con nombre de las Sibilas, u otras, si hay algunas, que no<br />

sean o pertenezcan al pueblo judaico, las fingieron e inventaron<br />

los cristianos, acomodándolas a Cristo. A nosotros nos bastan las<br />

que se citan en los libros de nuestros contrarios, a los<br />

cuales vemos por este testimonio, que nos suministran impelidos por<br />

la fuerza de la razón y contra su voluntad, a pesar de tener<br />

y conservar estos libros, los vemos, digo, esparcidos por todas las<br />

naciones y por cualquiera parte que se extiende la Iglesia de<br />

Cristo.<br />

Sobre este particular hay una profecía en los Salmos (los cuales<br />

igualmente leen ellos), donde dice: «La misericordia de<br />

mi Dios me dispondrá, mi Dios me la manifestará en mis enemigos; no<br />

los mates y acabes, porque no olviden tu ley; derrámalos<br />

y espárcelos en tu virtud;» Mostró, pues, Dios a la Iglesia en sus<br />

enemigos, los judíos, la gracia de su misericordia; pues como<br />

declara el Apóstol: «La caída de ellos fue ocasión que proporcionó la<br />

salvación de las gentes.» Y por eso no los acabó de<br />

matar, esto es, no destruyó en ellos lo que tienen los judíos, aunque<br />

quedaron sojuzgados y oprimidos por los romanos, para<br />

que no olvidasen la ley de Dios y pudiesen servir para el testimonio<br />

de que tratamos. Por lo mismo fue poco decir no los mates,<br />

porque no olviden en algún tiempo tu ley, si no añadiera también,<br />

derrámalos y espárcelos, puesto que si con el irrefragable<br />

testimonio que tienen en sus escrituras se encerraran solamente en el<br />

rincón de su tierra, y no se hallaran en todas las partes<br />

del mundo, sin duda la Iglesia, que está en todas ellas, no pudiera<br />

tenerlos en todas las gentes y naciones por testigos de las<br />

profecías que hay de Cristo.<br />

CAPITULO XLVII<br />

Si antes que Cristo viniese hubo algunos, a excepción de la nación<br />

israelita, que perteneciesen a la comunión de la<br />

Ciudad del Cielo<br />

Cuando se lee que algún extranjero, esto es, que no fuese de Israel<br />

ni estuviese admitido por aquel pueblo en el Canon<br />

de las Sagradas Escrituras, vaticinó alguna cosa de Cristo, y ha<br />

llegado a nuestra, noticia o llegare, lo podremos referir y contar<br />

por colmo y redundancia, no porque tengamos necesidad de él, aun<br />

cuando jamás existiera, sino porque muy al caso se cree<br />

que hubo también entre las demás naciones personas a quienes se les<br />

reveló este misterio y que fueron compelidas igualmente<br />

a anunciarle y hacerle visible, ya fuesen partícipes de la misma<br />

gracia, ya estuviesen ajenos de ella; pero tuvo noticia de ello por<br />

medio de los demonios, los cuales sabemos que confesaron también a<br />

Cristo presente, a quien los judíos no quisieron<br />

reconocer.<br />

Ni creo que los mismos judíos se atrevieron a sustentar que alguno<br />

perteneció a Dios, a excepción de los israelitas,<br />

después que Israel comenzó a ser la propagación progresiva, habiendo<br />

reprobado Dios a su hermano mayor. Porque en<br />

realidad de verdad, pueblo que se llamase particularmente pueblo de<br />

Dios, no le hubo sino el de los israelitas.<br />

Sin embargo, no pueden negar hubiera entre las otras naciones algunos<br />

hombres que pertenecían a los verdaderos


israelitas, ciudadanos de la patria soberana, no por la sociedad y<br />

comunión terrena, sino por la celestial; porque si lo negaran<br />

fácilmente los convencerán con Job, varón santo y admirable, que ni<br />

fue indígena o natural ni prosélito o extranjero, adoptado<br />

en el pueblo de Israel sino que siendo del linaje de los idumeos,<br />

nació entre ellos y entre ellos mismos murió; quien es tan<br />

elogiado por el testimonio de Dios, que por lo respectivo a su piedad<br />

y justicia no puede igualársele hombre alguno de su<br />

tiempo. El cual tiempo, aunque no le hallemos apuntado en las<br />

Crónicas, inferimos de su mismo libro (el cual los israelitas, por lo<br />

que merece, le admitieron y dieron autoridad canónica), haber sido<br />

tres generaciones después de Israel.<br />

No dudo que fue providencia divina para que por este único ejemplo<br />

supiésemos que pudo también haber entre las otras<br />

gentes quien viviese, según Dios, y le agradase, perteneciente a la<br />

espiritual Jerusalén. Lo que, debemos creer que a ninguno<br />

se concedió sino a quien Dios reveló, al mediador único de Dios y de<br />

los hombres, el Hombre Cristo Jesús; el cual se les<br />

anunció entonces a los antiguos santos que hablan de venir en carne<br />

mortal, como se nos ha anunciado a nosotros que vino,<br />

para que una misma fe por él conduzca a todos los predestinados a la<br />

Ciudad de Dios, a la casa de Dios, al templo de Dios, a<br />

gozar de Dios.<br />

Todas las demás profecías que se alegan y citan de la gracia de Dios<br />

por Cristo Jesús, se puede imaginar o sospechar<br />

que sean fingidas por los cristianos. Y así no hay argumento más<br />

concluyente para convencer a toda clase de incrédulos<br />

cuando porfiaren sobre este punto, y para confirmar a los nuestros En<br />

su creencia cuando opinaran bien, que citar aquellas<br />

profecías divinas de Cristo que se hallan escritas en los libros de<br />

los judíos, quienes con haberles Dios desterrado de su propio<br />

país, esparciéndolos por toda la redondez de la tierra para que<br />

diesen este testimonio, han sido causa del crecimiento<br />

extraordinario de la Iglesia de Cristo en toda partes.<br />

CAPITULO XLVIII<br />

Que la profecía de Ageo, en que dijo había de ser mayor la gloria de<br />

la casa del Señor que lo habla sido al principio, se<br />

cumplió, no en la reedificación del templo, sino en la Iglesia de<br />

Cristo<br />

Esta casa de Dios es de mayor gloria que la primera que se edificó de<br />

piedra, de madera y de preciosos metales. Así que<br />

la profecía de Ageo no se cumplió en la reedificación de aquel<br />

templo, porque después que se restauró jamás se ha visto que<br />

haya tenido tanta gloria como tuvo en tiempo del rey Salomón; antes,<br />

por el Contrario, se ha experimentado que ha menguado<br />

la gloria y esplendor de aquella casa: lo primero, por haber cesado<br />

la profecía, y lo segundo, por las infinitas miserias y estragos<br />

que ha sufrido la misma nación, llegando al miserable estado de su<br />

última ruina y desolación que le causaron los romanos, como<br />

consta de, lo que arriba hemos referido.<br />

Pero esta casa, que pertenece al Nuevo Testamento, es sin duda, de<br />

tanta mayor gloria cuanto son mejores las piedras<br />

vivas con que creciendo y renovándose las fieles, se va edificando.<br />

Esta fue significada por la restauración de aquel templo,<br />

porque la misma renovación de aquel edificio quiere decir en sentido<br />

profético el otro Testamento que se llama Nuevo. Así lo que<br />

dijo Dios por el mismo profeta: «Y daré paz en este lugar», por el<br />

lugar que significa se debe entender el lugar significado: de<br />

forma que porque en aquel lugar restaurado se nos dignificó la<br />

Iglesia que habla de ser edificada, por Jesucristo, no se entienda<br />

otra cosa, cuando dice: «Daré paz en este lugar», sino daré la paz<br />

que significa este lugar. Porque en cierto modo todas las


cosas que significan otras parece que las representan, como dijo el<br />

Apóstol: «La piedra era Cristo», porque aquella piedra, sin<br />

duda, significaba a Cristo.<br />

Mayor es, pues, la gloria de la casa de este Nuevo Testamento que la<br />

de la casa primera del Vicio<br />

Testamento; y se manifestará mayor cuando sea dedicada, puesto que en<br />

aquella época «vendrá el deseado<br />

de todas las gentes», como se lee en el texto hebreo.<br />

Porque su primera venida no era deseada por todas las naciones, que<br />

ignoraban a quién debían<br />

desear, y, por tanto, no habían aun creído en Él.<br />

Entonces también, según los setenta intérpretes (por cuanto este<br />

sentido es asimismo profético),<br />

«vendrán los que ha escogido el Señor de entre tocas las gentes», ya<br />

que entonces no vendrán<br />

verdaderamente sino los escogidos, de quien dice el Apóstol: «Que nos<br />

escogió el Padre Eterno en su hijo<br />

Jesucristo antes de la creación del mundo.», Porque el mismo<br />

Arquitecto, que dijo: «Muchos son los llamados,<br />

pero pocos los escogidos», no lo dijo por los que, llamados, vinieron<br />

de forma que después los echaron del<br />

convite sino por los escogidos, de quienes mostrará edificada una<br />

casa que después no ha de temer jamás ser<br />

destruida. Pero ahora, como también llenan las iglesias los que en la<br />

era apartará el aventador, no parece tan,<br />

grande la gloria de esta casa, como se representará cuando quien<br />

estuviere en ella esté de asiento para<br />

siempre.<br />

CAPITULO XLIX<br />

Cómo la Iglesia se va multiplicando incierta y confusamente,<br />

mezclándose en ella en este siglo muchos réprobos con los<br />

escogidos<br />

En este perverso siglo, en estos días funestos y malos (en que la<br />

Iglesia, por la humillación que ahora sufre, va<br />

adquiriendo la altura majestuosa donde después ha de verse, y con los<br />

estímulos de tormentos y de dolores, como las molestias<br />

de los trabajos y con los peligros de las tentaciones, se va<br />

ensayando e instruyendo y vive contenta con sola la esperanza,<br />

cuando verdadera y no vanamente se contenta), muchos réprobos y malos<br />

se van mezclando con los buenos, y los unos y los<br />

otros se van recogiendo como a una red evangélica; y todos dentro de<br />

ella en este mundo, como en un mar dilatado, sin<br />

diferencia, van nadando hasta llegar a la ribera, donde a los malos<br />

los separen de los buenos, y en los buenos, como en templo<br />

suyo, sea Dios el todo en todo.<br />

Vemos por ahora cómo se cumple la voz de aquel que hablaba en el<br />

Salmo: «Les anuncié el Evangelio, les hablé, y se<br />

han multiplicado, de suerte que no tienen número.» Esto va<br />

efectuándose en la actualidad, después que primero por boca de<br />

Juan, su precursor, y posteriormente por si mismo, les predicó y<br />

habló, diciendo: «Haced penitencia, porque se ha acercado el<br />

reino de los Cielos.»<br />

Escogió discípulos, a los cuales llamó también Apóstoles,, hijos de<br />

gente humilde, sin el brillo de la cuna y sin letras, para<br />

que todos los portentos que obrasen y cuanto fuesen, lo fuese e<br />

hiciese el Señor en ellos. Tuvo entre ellos uno malo para<br />

cumplir, usando bien del perverso, la disposición celestial de su<br />

Pasión y también para dar ejemplo a su Iglesia de cómo debían<br />

tolerarse los malos. Y habiendo sembrado la fructífera semilla del<br />

Evangelio, lo que convenía y era necesario por su presencia<br />

corporal, padeció, murió y resucitó, manifestándonos con su Pasión<br />

(dejando aparte la majestad del Sacramento, de haber


derramado su sangre para obtener la remisión de los pecados) lo que<br />

debemos sufrir por la verdad, y con la resurrección, lo<br />

que debemos esperar en la eternidad.<br />

Conversó después y anduvo cuarenta días entre sus discípulos, y a su<br />

vista subió a los Cielos, y pasados diez días les<br />

envió el Espíritu Santo de su Padre que les había prometido, y el<br />

venir sobre los que habían creído fue entonces una señal muy<br />

particular y absolutamente necesaria, pues en virtud de ella cada uno<br />

de los creyentes hablaba las lenguas de todas las naciones,<br />

significándonos con esto que habla de ser una la Iglesia<br />

católica en todas las gentes, y que por eso había de hablar<br />

todos los idiomas.<br />

CAPITULO L<br />

De la predicación del Evangelio, y cómo) vino a hacerse más ilustre y<br />

poderosa con las persecuciones y martirios de los<br />

predicadores<br />

Después, conforme a aquella profecía, en que se anunciaba «cómo la<br />

ley había de salir de Sión y de Jerusalén la<br />

palabra del Señor; según predijo el mismo Cristo Señor nuestro,<br />

cuando después de su resurrección, estando sus discípulos<br />

admirados y absortos de verle, se les abrió los ojos del<br />

entendimiento para que entendiesen las Escrituras, diciéndoles: así<br />

está<br />

escrito y así convenía que padeciera Cristo, resucitara de entre los<br />

muertos al tercero día, y se predicara en su nombre la<br />

penitencia y remisión de los pecados por todas las gentes, comenzando<br />

desde Jerusalén»; y cuando en otra parte respondió a<br />

los que le preguntaron cuándo seria su última venida, diciéndoles:«No<br />

es para vosotros el saber los tiempos o momentos que<br />

puso el Padre en su potestad; con todo, recibiréis la virtud del<br />

Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros; y daréis testimonio de<br />

mí en Jerusalén, en toda la Judea y Samaria y hasta los últimos<br />

confines de la tierra.»<br />

Desde Jerusalén, primero, se comenzó a sembrar y extender la Iglesia,<br />

y siendo muchos los creyentes en Judea y en<br />

Samaria, se dilató también por otras naciones, predicando el<br />

Evangelio los que Él mismo, como lumbreras, había provisto de<br />

cuanto habían de decir, llenándoles de la gracia del Espíritu, Santo.<br />

Porque les dijo: «No temáis a los que matan el cuerpo y no<br />

pueden matar el alma.» Y así, para que no les entibiase el temor,<br />

ardían con el fuego vivo de la caridad.<br />

En fin, éstos, no sólo los que antes la Pasión y después de la<br />

resurrección le vieron y oyeron, sino también los que<br />

después de la muerte de éstos les sucedieron entre horribles<br />

persecuciones, y varios tormentos y muertes de innumerables<br />

mártires, predicaron en todo el mundo el Evangelio, confirmándolo el<br />

Señor con señales y prodigios, y con varias virtudes y<br />

dones del Espíritu Santo; de forma, que los pueblos de la gentilidad,<br />

creyendo en Aquel que por su redención quiso morir<br />

crucificado con amor y caridad cristiana, reverenciaban la sangre de<br />

los mártires, que ellos mismos con furor diabólico habían<br />

perseguido y derramado.<br />

Y los mismos reyes, que con leyes y decretos procuraban destruir la<br />

Iglesia, saludable y gustosamente se sujetaban a<br />

aquel nombre, que con tanta crueldad procuraron desterrar de la<br />

tierra y comenzaban a perseguir a los, falsos dioses, por<br />

quienes antes habían perseguido a los que adoraban al Dios verdadero.<br />

CAPITULO LI


Cómo por las disensiones de los herejes se confirma también y<br />

corrobora la fe católica<br />

Pero observando el demonio que los hombres desamparaban los templos<br />

de los demonios y que acudían al nombre de<br />

su Mediador, Libertador y Redentor, conmovió a los herejes para que,<br />

bajo el pretexto del nombre cristiano, se opusiesen y<br />

resistiesen a la doctrina cristiana, como si indiferentemente, sin<br />

corrección alguna, pudieran caber en la Ciudad de Dios, como<br />

en la ciudad de la confusión cupieron indiferentemente filósofos que<br />

opinaban entre sí diversa y opuestamente.<br />

Los que en la Iglesia de Cristo están imbuidos en algún contagioso<br />

error, habiéndoles corregido y advertido para que<br />

sepan lo que es sano y recto, sin embargo, resisten vigorosamente y<br />

no quieren enmendar sus pestilentes y mortíferas<br />

opiniones, sino que obstinada mente las defienden, éstos se hacen<br />

herejes, y saliendo del gremio de la Iglesia son tenidos en el<br />

número de lo enemigos que la ejercitan y afligen.<br />

Porque aun de este modo con su mal aprovechan también a los<br />

verdaderos católicos que son miembros de Cristo,<br />

usando Dios bien aun de los malos, «convirtiéndose en bien toda las<br />

cosas a los que le sirven y aman». Todos los enemigos de<br />

la Iglesia, sea cualquiera el error que los alucine en la malicia que<br />

los estrague, si Dios le da potestad para afligirla corporalmente,<br />

ejercitan su paciencia; y si la contradicen sólo opinando mal,<br />

ejercitan su sabiduría, y para que ame también a sus enemigos,<br />

ejercitan su caridad y benevolencia, ya los procure' persuadir con la<br />

razón y doctrina sana, ya con el rigor y terror de la<br />

corrección y disciplina.<br />

Así, pues, cuándo el demonio, príncipe de la ciudad impía, mueve<br />

contra la Ciudad de Dios, que peregrina en este<br />

mundo, sus propias armas, no se le permite que la ofenda en nada;<br />

porque sin duda la Divina Providencia la provee con las<br />

prosperidades y consuelos para que no desmaye en las adversidades y<br />

con éstas ejercite su tolerancia, a fin de no estragarse<br />

con las cosas favorables, templando lo uno con lo otro, Por lo cual<br />

advertimos haber nacido de aquí lo que dijo en el Salmo:<br />

«Conforme a la abundancia de dolores y ansias de mi corazón, en esa<br />

misma medida, Dios mío, alegraron mi alma tus<br />

consuelos.» De aquí dimana también aquella expresión del Apóstol:<br />

«Que estemos alegres con la esperanza y tengamos paciencia en la<br />

tribulación.»<br />

Pues tampoco por lo que dice el mismo doctor:«Que los que quieren<br />

vivir pía y santamente en Cristo, han de padecer<br />

persecuciones», hemos de entender que puede faltar en tiempo alguno;<br />

porque cuando se figura uno que hay alguna paz y<br />

tranquilidad de parte de los extraños que nos afligen, y<br />

verdaderamente la hay, y nos causa notable consuelo, particularmente<br />

a<br />

los débiles, con todo, no faltan entonces, antes hay muchísimos<br />

dentro de casa que con mala vida y perversas costumbres<br />

afligen los corazones de los que viven piadosa y virtuosamente; pues<br />

por ellos se desacredita y blasfema el nombre cristiano y<br />

católico; el cual, cuanto más le aman y estiman los que quieren vivir<br />

santamente en Cristo, tanto más les duele lo que practican<br />

los malos que están dentro y que no sea tan amado y apreciado como<br />

desean de las almas pías. Los mismos herejes, cuando<br />

se considera que tienen el nombre cristiano, los Sacramentos<br />

cristianos, las Escrituras y profesión, causan gran dolor en los<br />

corazones de los piadosos, porque a muchos que quieren ser también<br />

cristianos estas discordias y disensiones les obligan a<br />

dudar, y muchos maldicientes hallan también en ellos materia<br />

proporcionada y ocasión para blasfemar el nombre cristiano,<br />

puesto que se llaman cristianos, cualquiera que sea la denominación<br />

que quiera dárseles.<br />

Así que, con estas y. semejantes costumbres perversas, errores y


herejías, padecen persecución los que quieren vivir<br />

piadosamente en Cristo, aunque ninguno les atormente ni aflija el<br />

cuerpo; porque la padecen, no en el cuerpo, sino en el<br />

corazón. Por eso dijo el salmista: «conforme a la muchedumbre de los<br />

dolores de mi corazón», y no dijo de mi cuerpo.<br />

Por otra parte, como se sabe que son inmutables e invariables las<br />

promesas divinas, y que dice el Apóstol: «Que sabe ya<br />

Dios los que son suyos, y que de los que conoció y predestinó a<br />

hacerlos conformes a la imagen de su hijo», ninguno puede<br />

perderse; por, eso añade el salmista: «y alegraron mi alma tus<br />

consuelos». El dolor que sufren los corazones de los buenos, a<br />

quienes persigue la mala vida y reprobadas costumbres de los<br />

cristianos malos o falsos, aprovecha a los que le padecen,<br />

porque procede de la caridad, por la cual desean que no se pierdan ni<br />

impidan a salvación de los otros.<br />

Finalmente, también de la enmienda y corrección de los malos suceden<br />

grandes consuelos, los cuales llenan de tanta<br />

alegría los ánimos de los bueno cuánto era el dolor que ya les había<br />

causado su perdición. Y así en est siglo, en estos días<br />

malos, y no sólo desde el tiempo de la presencia corporal de Cristo y<br />

de sus Apóstoles sino desde el mismo Abel, que fue primer<br />

justo, a quien mató su impío hermano, y en lo sucesivo hasta el fin<br />

de este mundo, entre las persecuciones de la tierra y entre los<br />

consuelos de Dios, discurre peregrinando su Iglesia.<br />

CAPITULO LII<br />

Si debe creerse lo que piensan algunos, que cumplidas las diez<br />

persecuciones. que ha habido, no queda otra alguna a<br />

excepción de la una cima, que ha de ser en tiempo del mismo<br />

Anticristo<br />

Y por lo mismo, tampoco me parece debe afirmarse o creerse<br />

temerariamente lo que algunos han opinado u opinan de<br />

que no ha de padecer la Iglesia más persecuciones, hasta que venga el<br />

Anticristo, que las que ya ha padecido esto es, diez; de<br />

forma que, la undécima, que será la última, sea por causa de la<br />

venida del Anticristo Pues cuentan por la primera la que motivó<br />

Nerón, la segunda Domiciano, la tercera Trajano, la cuarta Antonino,<br />

la quinta Severo, la sexta Maximino, la séptima Decio, la<br />

octava Valeriano, la novena Aureliano y la décima Diocleciano y<br />

Maximiano.<br />

Imaginan éstos que corno fueron diez las plagas de los egipcios antes<br />

que empezase a salir de aquel país el pueblo de<br />

Dios, se deben referir a este sentido, de forma que la última<br />

persecución del Anticristo represente a la undécima plaga, aquella<br />

en que los egipcios, persiguiendo como enemigos a los hebreos,<br />

perecieron en el mar Bermejo, pasando por él a pie enjutó el<br />

pueblo de Dios. Pero no pienso yo que lo que sucedió en Egipto nos<br />

significó proféticamente estas persecuciones, aunque los<br />

que así opinan parece que con mucha puntualidad e ingenio han<br />

cotejado cada una de aquellas plagas con cada una de estas<br />

persecuciones, no con espíritu profético, sino con humana conjetura,<br />

la cual a veces acierta con la verdad, y a veces yerra.<br />

Pero ¿qué nos podrán decir de la persecución, en la cual el mismo<br />

Dios v Señor fue crucificado? ¿En qué numero la<br />

pondrán? y Si presumen que debe principiar la cuenta sin contar ésta,<br />

como si debiéramos contar las que pertenecen al cuerpo,<br />

y no aquella en que fue perseguida y muerta la misma cabeza, ¿qué<br />

harán de la otra que sucedió en Jerusalén después que<br />

Jesucristo subió a los cielos; cuando apedrearon a San Esteban;<br />

cuando degollaron a Santiago, hermano de San Juan; cuando<br />

al Apóstol San Pedro le metieron en una cárcel para darle muerte,<br />

libertándole un ángel de las prisiones; cuando fueron<br />

ahuyentados y esparcidos los cristianos de Jerusalén; cuando Saulo


que después vino a ser el Apóstol San Pablo, destruía y<br />

perseguía la Iglesia; cuando ya predicando la fe el mismo Apóstol de<br />

las gentes, padeció los mismos ultrajes y trabajos que él<br />

solía causar, así en Judea como por todas las demás naciones por<br />

dondequiera que con singular fervor iba predicando a<br />

Cristo? ¿Por qué motivo les parece que debe comenzarse desde Nerón,<br />

ya que entre atroces persecuciones, que sería largo<br />

referirlas todas, llegó la Iglesia aumentándose insensiblemente a los<br />

de Nerón?<br />

Y si piensan que deben ponerse solamente el número de las<br />

persecuciones las que motivaron los reyes, rey fue<br />

Herodes, que después de la ascensión del Señor la hizo gravísima. Y<br />

asimismo ¿qué nos responderán del emperador Juliano,<br />

cuya persecución no cuentan en el número de las diez? ¿Acaso no<br />

persiguió la Iglesia prohibiendo a los: cristianos enseñar y<br />

aprender las artes y ciencias liberales? ¿Y privando de su cargo en<br />

el ejército a Valentiniano el Mayor, que después fue<br />

emperador, porque confesó la fe de Cristo? Y nada diremos de lo que<br />

comenzó a practicar en la ciudad de Antioquía, y no<br />

continuó por admirarle la libertad y alegría de un joven cristiano,<br />

constante en la fe, que entre otros muchos presos para<br />

martirizarlos con tormentos, siendo el primero de quien echaron mano,<br />

y padeciendo por todo un día acerbísimos tormentos,<br />

cantaba alegremente entre los mismos garfios y dolores; en vista de<br />

lo cual, el tirano desistió, temiendo sufrir mayor y más<br />

ignominiosa confusión y afrenta en los demás;<br />

Finalmente, en nuestros tiempos, Valente Arriano, hermano del dicho<br />

Valentiniano, ¿por ventura no hizo una terrible<br />

carnicería en la Iglesia católica con su persecución en las<br />

provincias de Oriente? ¿Y qué diremos, viendo que no consideran<br />

que la Iglesia, así como va fructificando y creciendo por todo el<br />

mundo, puede padecer en algunas naciones persecución por los<br />

reyes, aun cuando no la padezca en otras?<br />

A no ser que no deba contarse por persecución cuando el rey de los<br />

godos, en su país, con admirable crueldad<br />

persiguió a, los cristianos, no habiendo allí sino católicos, de los<br />

cuales muchos merecieron la corona del martirio, como lo oímos<br />

a algunos cristianos que, siendo jóvenes, se hallaron entonces allí y<br />

se acordaban, sin dudar, de haberlo visto.<br />

¿Y qué diré de la que en la actualidad sucede en Persia? ¿Acaso no se<br />

encendió allí la persecución contra los cristianos,<br />

aun no bien extinguida, y tan acerba, que algunos se han venido<br />

huyendo hasta los pueblos sujetos al imperio de los romanos?<br />

Por estas y otras consideraciones semejantes, me parece que no<br />

debemos poner número determinado en las<br />

persecuciones con que ha de ser ejercitada y molestada la Iglesia;<br />

pero, por otra parte, afirmar que después de la última, en<br />

que no pone duda cristiano alguno, ha de haber otras por los reyes,<br />

no es menor temeridad. Así que esto lo dejamos indeciso,<br />

sin aprobar ni desaprobar ninguna de las partes de esta cuestión, y<br />

procurando sólo aconsejar al lector que no asegure con<br />

atrevida presunción, ni lo uno ni lo otro.<br />

CAPITULO LIII<br />

De cómo está oculto el tiempo de la última Persecución<br />

La última persecución que ha de hacer el Anticristo, sin duda la<br />

extinguirá con su presencia el mismo Jesucristo, porque<br />

así lo dice la Escritura «Que le quitará la vida con el espíritu de<br />

su boca y le destruirá con sólo el resplandor de su presencia.»<br />

Aquí suelen preguntar: ¿cuándo sucederá esto? Pregunta, sin duda,<br />

excusada, pues si nos aprovechara el saberlo,<br />

¿Quién lo dijera mejor que el mismo Dios, nuestro Maestro, cuando se<br />

lo preguntaron sus discípulos? Porque no se les pasó


esto en silencio cuando estaban, con Él, sino que se lo preguntaron,<br />

diciendo: «Señor, acaso en este tiempo habéis, de restituir<br />

el reino de Israel?» Y Cristo les respondió: «No es pasa vosotros el<br />

saber los tiempos que el Padre puso en su potestad.»'<br />

Porque, en efecto, no le preguntaron sus discípulos la hora, o el día<br />

o el año, sino el tiempo, cuando el Señor les respondió en<br />

tales términos; así que en vano procuramos contar y definir los años<br />

que restan de este siglo, oyendo de la boca de la misma<br />

verdad que el saber esto no es para nosotros Con todo, dicen algunos<br />

que podrían ser cuatrocientos años, otros quinientos y<br />

otros mil, contando desde la ascensión del Señor hasta su última y<br />

final venida, y el intentar manifestar en este lugar el modo con<br />

que cada uno funda su opinión, sería asunto largo y no necesario,<br />

porque sólo usan de conjeturas humanas, sin traer ni alegar<br />

cosa cierta de la autoridad de la Escritura canónica. El que dijo: no<br />

es para vosotros el saber los tiempos que el Padre puso en<br />

su potestad, sin duda confundió e hizo parar los dedos de los que<br />

pretendían sacar esta cuenta.<br />

No debe maravillarnos que esta sentencia evangélica no haya refrenado<br />

a los que adoran la muchedumbre de los<br />

dioses falsos, para que dejasen de fingir, diciendo que por los<br />

oráculos y respuestas de los demonios, a quienes adoran como a<br />

dioses, está definido el tiempo que ha de durar la religión<br />

cristiana. Porque como veían que no habían sido bastantes acabarla y<br />

consumiría tantas y tan terribles persecuciones, antes si con ellas<br />

se había propagado extraordinariamente, inventaron ciertos<br />

versos griegos, suponiéndolos dados por un oráculo a un sujeto que<br />

les consultaba, en los cuales, aunque se absuelve a Cristo<br />

como inocente de este sacrílego crimen, dicen que Pedro hizo con sus<br />

hechizos que fuese adorado el nombre de Cristo por<br />

trescientos sesenta y cinco años, y que acabado el numero de éstos,<br />

sin otra dilación dejarían de adorarle. ¡Oh juicios de<br />

hombres doctos, ingenios de gente cuerda y literaria, dignos sois de<br />

creer de Cristo lo que no queréis creer contra Cristo, que<br />

su discípulo Pedro no aprendió de su, divino Maestro las artes<br />

mágicas, sino que siendo éste inocente, su discípulo fue hechicero<br />

y mágico, y que con estas sus artes e invenciones, a costa de<br />

grandes trabajos y peligros que padeció, y, al fin, con<br />

derramar su sangre, más quiso Que adorasen las gentes el nombre de<br />

Cristo que el suyo propio! Si Pedro, siendo hechicero y<br />

malhechor, hizo que el mundo amase así a Cristo, ¿qué hizo Cristo,<br />

siendo inocente, para que con tanto cariño le amase Pedro?<br />

Ellos mismos, pues, se respondan a sí mismos, y, si pueden, acaben de<br />

entender que aquella divina gracia que hizo que, por<br />

causa de la vida eterna, amase el mundo a Cristo, fue también la que<br />

hizo que por alcanzar de Cristo la vida eterna le amase<br />

Pedro hasta dar por él la vida temporal. Además, estos dioses ¿<br />

quiénes son que pudieron adivinar estas cosas y no las<br />

pudieron estorbar, rindiéndose así a un solo hechicero y a un solo<br />

hechizo, en el que dicen fue muerto, despedazado, y con<br />

sacrílega ceremonia sepultado, un niño de un año, que permitieron se<br />

extendiese y creciese tanto tiempo una secta tan contraria<br />

suya; que venciese, no resistiendo, sino sufriendo y padeciendo tan<br />

horrendas crueldades de tantas y tan grandes<br />

persecuciones, y que Ilegáse a arruinar y destruir sus ídolos,<br />

templos, ceremonias y oráculos? Y, finalmente, ¿qué dios es éste,<br />

no nuestro, sino de ellos, a quien con una acción tan fea pudo Pedro<br />

o atraerle o compelerle a que viniese a hacer todo esto?<br />

Porque no era algún demonio, sino dios, según dicen aquellos versos,<br />

a quien ordenó este mandato Pedro con su arte mágica.<br />

Tal es el dios que tienen los que no tienen ni confiesan a Cristo.<br />

CAPITULO LIV<br />

Cuán absurdamente mintieron los paganos al fingir que la religión


cristiana no había de permanecer ni pasar de<br />

trescientos sesenta y cinco años<br />

Estas y otras particularidades semejantes aglomerara aquí, si no<br />

hubiera pasado ya el año que prometió el fingido<br />

oráculo, y el que creyó la ilusa vanidad de los idólatras; pero, como<br />

después que se instituyó y fundó el culto y reverencia de<br />

Cristo por su propia persona y presencia corporal, y por los<br />

Apóstoles, han transcurrido ya algunos, años desde que se<br />

cumplieron los trescientos sesenta y cinco, ¿qué otro argumento<br />

buscamos para convencer esta falsedad? Aunque no<br />

pongamos ni fijemos el principio de este grande asunto en la<br />

Natividad de Cristo, porque siendo niño y púbere no tuvo discípulos;<br />

con todo, cuando comenzó a tenerlos, sin duda se empezó a<br />

manifestar por su corporal presencia la doctrina y religión<br />

cristiana, esto es, después que el Bautista le bautizó en el Jordán.<br />

Por eso procedió aquella profecía que habla de Él:<br />

«Dominará y señoreará todo lo que hay de mar a mar, desde el río<br />

hasta los últimos términos del orbe de la tierra.»<br />

Mas como antes que padeciese y resucitase de entre los muertos, la<br />

fe, esto es, el verdadero conocimiento de Dios, aún<br />

no se había dado a todos, porque acabó de darse en la resurrección de<br />

Cristo, puesto que así lo dice el Apóstol San Pablo<br />

hablando con los atenienses «Ahora avisa y anuncia Dios a los<br />

hombres, que todos en todo el mundo hagan penitencia, porque<br />

tiene ya aplazado el día en que ha de juzgar al mundo con exacta y<br />

rigurosa justicia por medio de aquel varón por quien dio la<br />

fe, esto es, el conocimiento de Dios a todos, resucitándole de entre<br />

los muertos.» Para resolver debidamente esta cuestión, mejor<br />

tomaremos el hilo de la narración desde allí, especialmente porque<br />

entonces dio también Dios el Espíritu Santo, como convino<br />

que se diese después de la resurrección de Cristo en aquella ciudad<br />

donde había de comenzar la segunda ley, esto es el<br />

Nuevo Testamento. Porque la primera, que se llama el Viejo<br />

Testamento, se dio en el Monte Sinaí por medio de Moisés. De ésta<br />

que había de dar Cristo, dijo el Profeta: «Que de Sión saldría la<br />

ley, y la palabra y predicación del Señor, de Jerusalén.» Y así<br />

dijo el mismo Señor expresamente que convenía predicar la penitencia<br />

en su nombre por todas las naciones, pero<br />

principalmente y en primer lugar por Jerusalén. En esta ciudad, pues,<br />

comenzó el culto y veneración a este augusto nombre, de<br />

forma que creyeron en Jesucristo crucificado y resucitado. Allí ésta<br />

principió con tan ilustres principios, que algunos millares de<br />

hombres, convirtiéndose al nombre de Cristo con maravillosa alegría,<br />

vendiendo toda su hacienda para distribuirla entre los<br />

pobres y necesitados, vinieron a abrazar con un santo propósito y<br />

ardiente caridad la voluntaria pobreza; y entre aquellos<br />

judíos que estaban bramando y deseando beber la sangre de los<br />

convertidos, se dispusieron a pelear valerosamente hasta la<br />

muerte por la verdad, no con armado poder, sino con otra arma más<br />

poderosa, que es la paciencia.<br />

Si esto pudo hacerse sin arte alguna mágica ¿por qué dudan que la<br />

virtud divina, que así lo dispuso, pudo hacer lo<br />

mismo en todo el mundo? Y si para que en Jerusalén acudiese así al<br />

culto y reverencia del hombre de Cristo tanta multitud de<br />

gentes que le habían crucificado, o después de crucificado le habían<br />

escarnecido, había ya hecho Pedro aquella hechicería,<br />

averigüemos desde este año a ver cuando se cumplieron los trescientos<br />

sesenta y cinco. Murió Cristo en el consulado de los<br />

dos Géminos, a 25 de marzo; resucitó al tercero día, como lo vieron y<br />

tocaron los Apóstoles con sus propios sentidos. Después,<br />

pasados cuarenta días, subió a los cielos, y a los diez siguientes,<br />

esto es, cincuenta días después de su Resurrección, envió el<br />

Espíritu Santo. Entonces, por la predicación de los Apóstoles,<br />

creyeron en Dios tres mil personas. Así, pues, en aquella época<br />

comenzó el culto y reverencia de su nombre, según nosotros lo


creemos, y es la verdad, por la virtud del Espíritu Santo; y<br />

según fingió y pensó la impía vanidad por las artes mágicas de Pedro.<br />

Poco después también, por un insigne milagro, cuando, a<br />

una palabra del mismo Pedro, un pobre mendigo que estaba tan cojo y<br />

tullido desde su nacimiento, que otros le llevaban y le<br />

ponían a la puerta del templo para que pidiese limosna, se levantó<br />

sano en nombre de Jesucristo, creyeron en él cinco mil<br />

hombres; y acudiendo después otros y Otros a la misma fe, fue<br />

creciendo la Iglesia. De esta manera también se colige el día en<br />

que comenzó el año, es a saber, cuando fue enviado el Espíritu Santo,<br />

esto es, a 15 de mayo. Ahora bien: contando los<br />

cónsules se ve que los trescientos sesenta y cinco años, se<br />

cumplieron el 15 de mayo en el consulado de Honorio y Eutiquiano.<br />

Y así el año siguiente, siendo cónsul Manlio Teodoro, cuando según<br />

aquel oráculo de los demonios, o ficción de los<br />

hombres no había de haber más religión cristiana. sin necesidad de<br />

averiguar lo que sucedió en otras partes del mundo,<br />

sabemos que aquí, en, la famosa e ilustre ciudad de Cartago, en<br />

Africa, Gaudencio y Jovio, gobernadores por el emperador<br />

Honorio a 19 de marzo, derribaron los templos y quebraron los<br />

simulacros e ídolos de los falsos dioses.<br />

Desde entonces acá, en casi treinta años, ¿quién no sabe lo que ha<br />

crecido el culto y religión del nombre de Cristo,<br />

principalmente después que se han hecho cristianos muchos de los que<br />

dejaban de ser, creyendo en aquel pronóstico o<br />

vaticinio como sí fuera verdadero, y cuya ridícula falsedad vieron,<br />

al cumplirse el número de los años?<br />

Nosotros, pues, que somos y nos hallamos cristianos, no creemos en<br />

Pedro, sino en Aquel en quien creyó Pedro,<br />

edificados con la doctrina cristiana que nos predicó Pedro, y no<br />

hechizados con sus encantos, ni engañados con maleficios, sino<br />

ayudados con sus beneficios. Cristo, que fue maestro de Pedro y le,<br />

enseñó la doctrina que conduce a la vida eterna, ese<br />

mismo es también nuestro maestro.<br />

Pero concluyamos, este libro, en que hemos disputado y manifestado lo<br />

bastante para demostrar cuáles hayan sido los<br />

progresos que han hecho las dos Ciudades, mezcladas entre sí, entre<br />

los hombres, la celestial y la terrena, desde el principio<br />

hasta el fin; de las cuales, la terrena se hizo para sí sus dioses<br />

falsos, fabricándolos como quiso, tomándolos de cualquiera parte,<br />

también de entre los hombres, para tener a quien servir y adorar con<br />

sus sacrificios; pero la otra, que es celestial y peregrina en<br />

la tierra no hace falsos dioses, sino que a ella misma la hace y<br />

forma el verdadero Dios cuyo sacrificio verdadero ella se hace.<br />

Con todo, en la tierra ambas gozan juntamente de los bienes<br />

temporales, o padecen juntamente los males con diferente fe, con<br />

diferente esperanza, con diferente amor, hasta que el juicio final<br />

las distinta y consiga cada una su fin respectivo, que no, ha de<br />

tener fin. Del fin de cada una de ellas trataremos más adelante.<br />

LIBRO DECIMONOVENO<br />

FINES DE LAS CIUDADES<br />

CAPITULO PRIMERO<br />

Que en la cuestión que ventilaron lo filósofos sobre el último fin de<br />

los bienes y de los males, halló Marco Varrón<br />

doscientas ochenta Y ocho sectas y opiniones<br />

Por cuanto advierto que me resta tratar de los correspondientes fines<br />

di una y otra ciudad, de la terrena<br />

de la celestial, declararé en primer lugar (cuanto fuere necesario<br />

para finalizar esta obra) los argumentos con<br />

que han procurado los hombres constituirse la bienaventuranza en la


desventura de la vida presente; para que<br />

se eche de ver cuánto se diferencia de sus vanidades ilusorias la<br />

esperanza que nos ha dado Dios; y la misma<br />

cosa, esto es, la bienaventuranza que nos ha de dar; no sólo con la<br />

autoridad divina, sino también con la razón<br />

cual puede hacerse, por causa de los infieles.<br />

De los últimos fines de los bienes y de los males han disputado los<br />

filósofos muchas y muy diferentes cosas y ventilando<br />

esta cuestión con particular empeño, lo que han pretendido e hallar<br />

qué es lo que hace al hombre bienaventurado. Aquél es el<br />

fin de nuestro bien, que nos impulsa a desea las demás cosas, y a él<br />

por sí mismo y es el fin del mal lo que nos excita evitar y<br />

huir los demás males, y él por sí mismo Así que llamamos ahora fin<br />

del bien, no aquel con que fenece y acaba de forma que<br />

desaparezca, sino con que se perfecciona, de manera que esté<br />

completo; y fin de mal, no aquel con que deja de ser, sino aquel<br />

hasta donde llega causándonos daño. Son, pues, los fines el sumo bien<br />

y el sumo mal.<br />

Para hallar éstos y para conseguir en esta vida el sumo bien y huir<br />

de sumo mal, trabajaron infinito, como insinué, los<br />

que, en la vanidad lisonjera del siglo, profesaron el estudio de la<br />

sabiduría a los cuales, sin embargo, aunque errados por diferentes<br />

motivos, no permitió la verdadera senda y luz del camino de la<br />

verdad, que no pusiesen los fines de los bienes de los<br />

males, unos en el alma, otros en el cuerpo y otros en el alma y en el<br />

cuerpo. Y en ésta, que es como una división capital de tres<br />

sectas generales, Marco Varrón, en el libro de la filosofía,<br />

habiéndola examinado con exactitud y agudeza, descubrió tanta<br />

variedad de opiniones, que sin dificultad alguna de solas tres llegó<br />

a subir al número de doscientas ochenta y ocho sectas, no<br />

que efectivamente hubiese ya, sino que pudiera haber, estableciendo<br />

ciertas diferencias.<br />

Y para manifestar este punto con la posible brevedad, conviene dar<br />

principio por lo mismo que advierte y pone en el libro<br />

citado, diciendo: que, son cuatro las cosas que naturalmente apetecen<br />

los hombres, sin que para ello sea necesario el auxilio de<br />

maestro, ni favor de doctrina alguna, ni industria o arte de vivir<br />

que se llama virtud, y que sin duda se aprende; a saber: el<br />

deleite con que se mueve gustosamente el sentido sensual del cuerpo;<br />

la quietud con que uno está libre de las molestias del<br />

cuerpo; la una y la otra, a lo cual Epicuro llama y comprende bajo el<br />

solo nombre de deleite; y los principios de la naturaleza,<br />

donde se hallan estas cualidades y otras, en el cuerpo; como la<br />

integridad de los miembros, salud y perfecta disposición<br />

corporal; y en el alma: como las perfecciones que se descubren<br />

grandes o pequeñas en los ingenios de los hombres.<br />

Estas cuatro cualidades, el deleite, la quietud, ambas juntas, y los<br />

principios de la naturaleza de tal manera se hallan en<br />

nosotros, que la virtud (la cual después ingiere y planta en nosotros<br />

la doctrina) ó debe apetecerse por estas cosas, o éstas por<br />

la virtud, o lo uno y lo otro por sí mismo; y, por consiguiente,<br />

nacen ya de aquí dos sectas: porque de esta conformidad cada<br />

una se multiplica tres veces, la cual, puesto por ejemplo en uno, no<br />

será difícil hallarlo en los demás.<br />

Según el deleite del cuerpo se sujete, o se aventaje, o se una a la<br />

virtud del alma, constituye tres diferencias de sectas.<br />

Sujétase a la virtud cuando se toma para el uso de la misma virtud.<br />

Porque al oficio de la virtud pertenece el vivir para la patria y<br />

el engendrar hijos por amor a la patria, y ni lo uno ni lo otro puede<br />

hacerse sin el deleite corporal, pues, sin él ni se come ni<br />

bebe para vivir, ni se engendra para propagar, la especie. Cuando<br />

supera la, virtud, el deleite se apetece por lo mismo, y la<br />

virtud parece que debe tomarse por el deleite, esto es, que no<br />

practique gestión alguna la virtud, sino para conseguir o<br />

conservar el deleite del cuerpo, que es una vida sin duda torpe y<br />

deforme, porque, en efecto, la virtud viene a servir al deleite


como a su señor, y en tal caso no debe llamarse virtud. Esta<br />

abominable torpeza no dejó de tener algunos filósofos por patronos<br />

y defensores, Júntase el deleite a la virtud cuando no se apetecen el<br />

uno por el otro, sino que ambas cualidades se apetecen<br />

por sí mismas.<br />

De igual manera que el deleite, según esté sujeto, o aventajado, o<br />

unido a la virtud, ésta y el deleite, o los principios de la<br />

naturaleza; pues conforme a la variedad de las opiniones humanas, a<br />

veces se sujetan a la virtud, a veces se aventajan y a<br />

veces se juntan, y de este modo se llega a completa el número de doce<br />

sectas.<br />

Este, número viene a doblarse también poniéndole una diferencia, a<br />

saber el vivir en sociedad, porque cualquiera que<br />

sigue alguna de estas doce sectas, sin duda que lo, hace por si solo,<br />

o también por amor a su socio, a quien debe desear lo que<br />

apetece para si. Por lo cual serán doce, los que opinan que se debe<br />

poseer cada una sólo por amor de si mismo; y otras doce<br />

las de aquellos que no sólo por amor de sí creen que debe filosofarse<br />

de esta o de otra manera; sino también por amor de los<br />

otros, cuyo bien apetecen como el suyo.<br />

Estas veinticuatro sectas se doblan añadiéndoles otra diferencia de<br />

los nuevos académicos, con lo cual vienen, a ser<br />

cuarenta y ocho. Porque cualquiera de las veinticuatro sectas puede<br />

uno tenerla y defenderla como cierta (cual defendieron los<br />

estoicos que el bien del hombre con que era bienaventurado, consistía<br />

principalmente en la virtud del ánimo); y otro, como<br />

incierta, como lo defendieron los nuevos académicos, quienes no<br />

teniéndolo por cierto, sin embargo, les pareció verosímil.<br />

Resultan, pues, cuarenta y ocho sectas, veinticuatro de los que<br />

imaginan que deben seguirse como ciertas, y otras veinticuatro<br />

de los que piensan que se deben adoptar por verosímiles.<br />

Además, cualquiera de estas cuarenta y ocho sectas puede uno<br />

seguirlas con el hábito y traje de los demás filósofos, y<br />

otro con el hábito de los cínicos, y por esta diferencia se duplican<br />

y componen noventa y seis.<br />

También porque cada una de estas sectas las pueden defender y seguir<br />

los hombres, de modo que unos prefieren la<br />

vida ociosa, como los que quisieron y pudieron entregarse a los<br />

estudios de las letras; otros la vida de negocios, como los que,<br />

aunque filosofaban, vivieron muy ocupados en la administración de la<br />

república, y en la dirección de los negocios humanos, y<br />

otros la quieren sazonada con ambas cosas, como los que gastaron a<br />

veces el tiempo de su vida, parte en la ocupación de las<br />

ciencias y de la erudición, y parte en el negocio más necesario; por<br />

estas diferencias también se puede triplicar el número de<br />

estas sectas y llegar a doscientas ochenta y ocho.<br />

He insertado esto aquí, tomándolo del libro de Varrón, con la mayor<br />

brevedad y claridad que he podido, explicando su<br />

sentir con palabras mías. Después de refutar las demás, escoge una,<br />

la cual quiere que sea la de los académicos antiguos (los<br />

cuales, siguiendo la doctrina de Platón hasta llegar a, Polemón, que<br />

fue el cuarto después de Platón que gobernó aquella<br />

escuela llamada Academia, quiere parezca que tuvieron sus dogmas por<br />

ciertos e indudables, y por eso los distingue de los<br />

nuevos académicos, que todo lo tienen por incierto, cuya especie de<br />

filosofar tuvo principio en Arquesilao, sucesor de Polemón);<br />

y porque presume que aquella secta, esto es, la de los académicos<br />

antiguos, carece no sólo de duda, sino también de todo<br />

error, será asunto largo intentar manifestarlo aquí según él lo<br />

refiere; mas no por eso es razón que lo omitamos del todo.<br />

Primeramente, pues, echa a un lado todas las diferencias que<br />

multiplicaron el número de las sectas, las cuales quita,<br />

creyendo que no se halla en ellas el fin del sumo bien, pues le<br />

parece que no merece nombre de secta filosófica la que no se<br />

distingue de las demás en el punto principal, que es tener diferentes<br />

fines de los bienes y de los males; puesto que ningún otro


impulso excita al hombre a filosofar, sino el deseo de ser<br />

bienaventurado, y lo que únicamente hace bienaventurado es sólo el<br />

fin del bien; luego ninguna otra causa hay para filosofar sino el fin<br />

del sumo bien; por lo cual, la secta que no sigue algún fin del<br />

bien, no debe llamarse secta filosófica.<br />

Cuando, pues, se pregunta sobre la vida común, y social; si debe<br />

tenerla el sabio de forma que el sumo bien con que se<br />

hace el hombre bienaventurado le quiera y procure para su amiga como<br />

para sí propio, o si todo lo que hace sólo por causa de<br />

su bienaventuranza; no se trata del sumo bien, sino se trata de tomar<br />

o no tomar compañía para la participación de este bien, no<br />

por sí mismo, sino por la misma compañía, por complacerse del bien<br />

del compañero como de un bien propio.<br />

Y asimismo, cuando se pregunta sobre los nuevos académicos, que lo<br />

tienen todo por incierto, si deben tenerse por<br />

inciertas las materias en que se debe filosofar; o como han querida<br />

otros filósofos, si las debemos tener por ciertas, no se<br />

pregunta qué es, la que se debe perseguir para, alcanzar el fin del<br />

sumo bien, sino más bien se pregunta sobre la verdad del<br />

mismo bien, que se parece debe perseguirse: si se debe dudar si es<br />

bien o no es bien; esto es, por decirlo más claro, si se<br />

debe adoptar, de manera que el que lo sigue diga que es verdadero, a<br />

más' bien afirme que le parece es verdadero, aunque<br />

acaso sea falso, con tal que el uno y el otro sigan un mismo bien.<br />

Tampoco en la diferencia que nace del hábito y costumbres de los<br />

cínicos se pregunta cuál sea el fin del bien, sino si en<br />

aquel hábito y costumbres debe vivir el que sigue el verdadera bien,<br />

cualquiera que le parezca verdadero y que debe<br />

seguirse.<br />

Por último, hubo algunos que aunque siguieron diferentes bienes<br />

finales, unos la virtud, otros el deleite, usaron un mismo<br />

hábito y un mismo instinto, por lo que se llamaron cínicos. Y esta<br />

diferencia de los cínicos con los demás filósofos no importaba ni<br />

valía para elegir y conseguir el bien, con el cual se hiciesen<br />

bienaventurados; porque si interesara de algún modo para el presente<br />

asunto sin duda que el mismo hábito nos obligara a seguir el<br />

mismo fin, y otro diferente no nos dejara adoptar el mismo fin.<br />

CAPITULO II<br />

De cómo dejando a un lado todas las diferencias, que no son sectas,<br />

sino cuestiones, llega Varrón a las tres definiciones<br />

del sumo bien, entre las cuales le parece que se debe escoger una<br />

De los tres géneros de vida, es a saber, el uno ocioso, aunque no<br />

ociosamente entretenido en la contemplación e<br />

inquisición de la verdad; el otro activo en el gobierno de las cosas<br />

humanas, y el tercero templado y mezclado del uno y del otro<br />

género; cuando se pregunta cuál de éstos debe preferirse, no es la<br />

controversia sobre el sumo bien, sino más bien cuál de<br />

estos tres géneros nos causa dificultad o facilidad para alcanzar o<br />

conservar el fin del bien. Por cuanto el fin del sumo bien, luego<br />

que se llega a su pacífica posesión, al punto hace bienaventurado al<br />

pretensor; y en el ocio de las letras, o en el negocio<br />

público, o cuando alternativamente se hace lo uno y lo otro, no tan<br />

pronto es uno bienaventurado; pues muchos pueden vivir en<br />

cualquiera de uno de estos tres géneros y errar en el método de<br />

perseguir el fin del bien con que el hombre se hace<br />

bienaventurado. Así que una es la cuestión sobre los fines de los<br />

bienes y de los males, que es la que constituye cada una de<br />

las sectas filosóficas, y otras son las cuestiones sobre la vida<br />

social de la duda e indecisión de los académicos, del, traje y<br />

sustento de los cínicos, de los tres géneros de vida, ocioso, activo<br />

y compuesto de uno y otro, pues en ninguna de éstas se<br />

disputa acerca de los fines, de los bienes y de los males.


Por ello Marco Varrón, señalando estas cuatro diferencias, es a<br />

saber, de la vida social, de los académicos nuevos, de<br />

los cínicos y de estos tres géneros de vivir, llegó a referir hasta<br />

doscientas ochenta y ocho sectas, y aunque haya otras<br />

semejantes que puedan añadirse; deja todas aparte porque no afectan a<br />

la cuestión del sumo bien, y ni son ni deben llamarse<br />

sectas; retrocediendo a aquellas doce, donde se pregunta cuál sea el<br />

bien esencia del hombre, con el que, consiguiéndole, es<br />

bienaventurado; para manifestar que una de ellas es la verdadera la<br />

demás son falsas.<br />

Porque dejando a un lado aquello tres géneros de vida, se le quitan<br />

las dos partes de este número, y quedan noventa y<br />

seis sectas; y apartando otro lado la diferencia añadida por lo<br />

cínicos, se reducen a la mitad, y vienen a ser cuarenta y ocho; y<br />

si quitamos lo que pusimos sobre los nuevos académicos, vendrán a<br />

quedar la mitad esto es, veinticuatro. Y asimismo,<br />

desmembrando lo que se añadió acerca de la vida social, quedarán en<br />

doce las sectas que esta diferencia había duplicado<br />

hasta veinticuatro. De estas doce no podemos decir cosa particular<br />

por lo cual no debamos tenerla por sectas, puesto que nada<br />

más se busca en ellas que el fin de los bienes y de los males, y<br />

hallados los fines de los bienes, sin duda que, por el contrario,<br />

estarán los de los males.<br />

Para que se vengan a formar estas doce sectas, se triplican aquellas<br />

cuatro cualidades: el deleite, la quietud, ambos<br />

juntos y los principios de la naturaleza, que llama Varrón<br />

primigenia. Porque de estas cuatro, cada una de ellas se sujeta a<br />

veces a la virtud, de modo que parece que se deben apetecer, no por<br />

sí mismas, sino por amor a la virtud; otras veces se<br />

aventaja, de forma que parece que la virtud y estas cualidades deben<br />

apetecerse por sí mismas, y así triplican el número<br />

cuaternario y llegan a constituir doce sectas.<br />

De aquellas cuatro cualidades quita Varrón tres, es a saber, el<br />

deleite, la quietud y ambas juntas, no porque las<br />

repruebe, sino porque los primogénitos, o principios dé la<br />

naturaleza, tienen también en sí el deleite o la quietud. ¿Qué<br />

necesidad hay de hacer tres de estas dos, es a saber, dos cuando cada<br />

una se apetece de por sí, el deleite o la quietud; y de la<br />

tercera cuando ambas juntas, pues los principios de la naturaleza las<br />

contienen igualmente en sí mismas, y fuera de ellas otras<br />

muchas?<br />

Así que es de dictamen qué debe tratarse con cuidado y exactitud cuál<br />

de estas tres sectas es la que se debe escoger;<br />

porque la razón recta no su que sea más de una la verdadera, ya se<br />

halle en estas tres o en alguna otra parte, lo cual veremos<br />

después.<br />

Entretanto, veamos, con la brevedad y claridad que pudiéramos, cómo<br />

escoge, de estas tres, una Varrón. Porque las<br />

tres nacen cuando los principios de la naturaleza deben apetecerse<br />

por la virtud, o la virtud por los principios, o lo uno y lo otro;<br />

esto es: la virtud y los principios por sí mismos.<br />

CAPITULO III<br />

Entre las tres sectas que tratan de la inquisición del sumo bien del<br />

hombre, cuál sea la que define Varrón que se ha de<br />

escoger, siguiendo el parecer de la Academia antigua, según Antioco<br />

Cuál de estas tres sectas sea la verdadera y la que se debe seguir,<br />

nos lo pretende persuadir en esta forma. Primeramente,<br />

como en la filosofía no se busca el sumo bien del árbol,<br />

ni de las bestias, ni de Dios, sino del hombre, le parece que<br />

se debe investigar qué cosa es el hombre, y dice que en la naturaleza<br />

del hombre hay dos cosas, cuerpo y alma, y que de<br />

estas dos, no duda que el alma es mejor y mucho más excelente; pero


opina que se debe indagar si sólo el alma constituye al<br />

hombre, de forma que el cuerpo le sirva como el caballo al caballero<br />

(porque el caballero no es hombre y cabello, sino<br />

solamente hombre; pero se dice caballero, porque en cierto modo tiene<br />

alguna relación con el caballo); o si es el cuerpo lo que<br />

constituye el hombre, que relacionándose con el alma, como el vaso<br />

donde se bebe, con la bebida (porque de la taza y la<br />

bebida que contiene la taza no se dice conjuntamente póculo o vaso,<br />

sino sólo de la taza, por ser acomodada para tener la<br />

bebida); o si ni el alma sola, ni solamente el cuerpo, sino<br />

juntamente lo uno y lo otro forman al hombre siendo sólo parte el<br />

alma<br />

o el cuerpo, y constando todo él de ambas entidades para que sea<br />

hombre, como a dos caballos uncidos llamamos bigas o<br />

yunta de dos caballos, de los cuales el uno, ya esté a la diestra o<br />

la siniestra, es parte de la yunta o yugada, y a ninguno de<br />

ellos, esté respecto del otro, le llamamos yunta o yugada, sino a<br />

ambos juntos.<br />

De estas tres cosas escoge la tercera, y dice que el hombre ni es el<br />

alma sola, ni sólo el cuerpo, sino juntamente el alma<br />

y el cuerpo; por lo cual añade que el sumo bien del hombre con que<br />

viene a ser bienaventurado consta de los bienes del; alma<br />

y de cuerpo. Opina, pues, que los principios de la naturaleza se<br />

deben apetecer por sí mismos; y también la misma; virtud, que<br />

nos enseña la doctrina como arte de vivir, y es, entre los bienes del<br />

alma, singular y apreciable bien Por lo cual, la virtud, esto<br />

es, el arte de vivir, luego que ha recibido lo principios de la<br />

naturaleza, que existían sin ella, y existían aun cuando le faltaba<br />

la<br />

doctrina, todas las cosas la apetece por: amor de sí misma, y<br />

juntamente se apetece a sí misma, y de todas juntas y de sí misma<br />

usa a fue de deleitarse con todas y gozar de todas más o menos, según<br />

que cada cosa entre sí es mayor o menor, pero<br />

gustando de todas y despreciando algunas menores cuando la necesidad<br />

lo pide, por alcanzar y gozar de las mayores.<br />

La virtud de ningún modo antepone a sí ninguno de los bienes, ya sean<br />

de alma o del cuerpo, porque usa bien así de sí<br />

misma como de todos lo demás bienes que hacen al hombre<br />

bienaventurado, y donde ella no está por muchos bienes que<br />

haya, no solo bienes, ni se deben llamar bienes de aquel a quien, por<br />

usar mal de ellos no pueden ser de utilidad. Así que la<br />

vida del hombre, que participa de la virtud y de los otros bienes del<br />

alma y del cuerpo, sin los cuales no puede consistir la virtud,<br />

se dice bien aventurada Y si goza también de otros sin los cuales<br />

puede estar la virtud pocos o muchos, será más<br />

bienaventurada; y si de todos, de forma que no le falte bien alguno,<br />

ni del alma ni del cuerpo, será felicísima, porque no es la<br />

vida lo que es la virtud, pues lo que no toda vida, sino la vida<br />

sabía, es virtud. Cualquiera vida puede estar sin virtud alguna,<br />

pero la virtud no puede estar sin alguna vida.<br />

Esto mismo puede decirse de la memoria y de la razón, y de otras<br />

cosas semejantes que haya en el hombre porque<br />

estas cosas las tiene también antes de la doctrina, y sin ellas no<br />

puede haber doctrina alguna ni, por consiguiente, virtud, porque<br />

éstas aprende y adquiere. El correr con ligereza, tener cuerpo<br />

hermoso, extraordinarias fuerzas y otras cualidades semejantes<br />

son cosas que, pudiendo la virtud hallarse sin ellas, y ellas sin la<br />

virtud, constituyen bienes; pero la virtud también ama estas<br />

prendas por respeto a sí misma, y lisa: y goza de ellas<br />

virtuosamente.<br />

Esta vida bienaventurada, dicen asimismo ser la social o política,<br />

puesto que estima los bienes de los amigos como los<br />

suyos, y les desea a los amigos lo que a sí mismo, ya vivan en casa,<br />

como la mujer y los hijos, y todos los domésticos, o en el<br />

lugar donde tiene su casa, como es la ciudad, y son los que se llaman<br />

vecinos y ciudadanos, o en todo el orbe, como son las


gentes y naciones que forman la sociedad humana, o en el mundo que se<br />

entiende por el cielo y por la tierra; defendiendo estos<br />

platónicos que los dioses, a quienes nosotros familiarmente llamamos<br />

ángeles, son amigos del hombre sabio.<br />

También sostienen que de ningún modo debe dudarse de los fines de los<br />

bienes, ni tampoco de los fines de los males; y<br />

dicen que ésta es la diferencia que hay entre ellos y los nuevos<br />

académicos, y que nada les interesa que filosofe y raciocine<br />

cada uno sobre estos fines que tienen por verdaderos, en traje cínico<br />

o en otro cualquiera hábito u opinión. Entre los tres<br />

géneros de vida: ocioso, activo y compuesto de uno y otro, dicen que<br />

les agrada el tercero.<br />

Esto es lo que opinaron y enseñaron los antiguos académicos, según lo<br />

afirma Varrón, siguiendo a Antioco, maestro de<br />

Cicerón y suyo, de quien intenta probar Cicerón que en muchas<br />

doctrinas pare más estoico qué antiguo académico. Pero a<br />

nosotros, que estamos más obligados a juzgar exactamente de estas<br />

materias, que a saber por grande arcano qué es lo que<br />

cada uno opinó acerca de ellas, ¿qué nos interesa su discusión?<br />

CAPITULO IV<br />

¿Qué opinan los cristianos del sumo bien y del sumo mal?<br />

Si nos preguntaren, pues, qué es lo que responde a cada cosa de éstas<br />

la Ciudad de Dios, y primeramente qué es lo<br />

que opina de los fines últimos de los bienes y de los males,<br />

responderemos que la vida eterna es el sumo bien y la muerte<br />

eterna el sumo mal, y que por eso, para conseguir la una y libertarse<br />

de la otra, es necesario que Vivamos bien. La Escritura<br />

dice «que el justo vive por la fe»; porque ni en la tierra vemos<br />

nuestro bien por lo cual es indispensable que, creyendo, le<br />

busquemos; ni lo que es vivir bien lo hallarnos en nosotros como<br />

producción nuestra, sino cuando, creyendo y orando nos<br />

ayuda el que no dio la fe, en que confiemos y creamos que él nos ha<br />

de favorecer.<br />

Los que imaginaban que los fine de los bienes y de los males estabas<br />

en la vida presente, colocando el sumo bien o en<br />

cuerpo o en el alma o en ambos, y por decirlo más claro designándole<br />

o en el deleite o en la virtud, o en uno y otro, o en la<br />

quietud, o en la virtud, o en ambas, o juntamente en el deleite y<br />

quietud, o en la virtud, o en los dos, o en los principios de la<br />

naturaleza, o en la virtud; o en uno y otro, pretendieron y quisieron<br />

con extraña vanidad ser en la tierra bienaventurados.<br />

Búrlase de estos ilusos la misma verdad por medio del real Profeta,<br />

diciendo: «Sabe Dios que los discursos y pensamientos de<br />

los hombres son vanos»; o, como cita el Apóstol, este testimonio:<br />

«Sabe Dios que los discursos y raciocinios de los sabios son<br />

vanos y fútiles.»<br />

¿Quién podrá, por más elocuente que sea, explicar y ponderar las<br />

miserias de esta vida? Cicerón las deploró como<br />

pudo en la consolación que escribió sobre la muerte de su hija, pero<br />

¿cuánto pudo? Pues los principios que llaman naturales,<br />

¿cuándo, dónde y de qué manera pueden tener tan buena disposición en<br />

esta vida, que no vacilen y padezcan vicisitudes bajo<br />

la inconstancia de los sucesos?<br />

Porque ¿qué dolor contrario al deleite, qué inquietud contraria a la<br />

quietud no puede suceder en el cuerpo de un sabio?<br />

La falta o debilidad de los miembros quita la integridad al hombre,<br />

la fealdad le aja la hermosura, la flaqueza le disipa la salud, el<br />

cansancio las fuerzas, las pesadumbres la agilidad. ¿Y qué infortunio<br />

de éstos hay que no pueda hacer presa en la carne del<br />

sabio? El estado del cuerpo y también el movimiento, cuando son<br />

decentes y congruentes, se cuentan entre los principios de la<br />

naturaleza; pero ¿qué sucederá si alguna mala disposición hace


temblar los miembros con extrañas convulsiones, y si el<br />

espinazo se encorva, de forma que obligue al hombre a poner las manos<br />

en el suelo, haciéndole andar en cuatro pies?<br />

¿Acaso no estragará todo el decoro y hermosura del estado y<br />

movimiento del cuerpo?<br />

¿Qué diremos de los bienes primogéneos, que llaman del alma, donde<br />

ponen dos principios, para comprender y percibir<br />

la verdad: el sentido y el entendimiento? ¿Cuán inútil no quedará el<br />

sentido, si llega a ser el hombre sordo y ciego? ¿Dónde irá<br />

la razón y la inteligencia, dónde la sepultarán si acaece que con<br />

alguna enfermedad se vuelve demente? Cuando los frenéticos<br />

hacen o dicen desatinos y disparates, por la mayor parte ajenos de su<br />

buena intención y loables costumbres, o, por mejor decir,<br />

contrarios del todo a su buen propósito y costumbres, si dignamente<br />

los consideramos, apenas podemos contener las lágrimas.<br />

¿Qué diré de los endemoniados? ¿Dónde tienen escondido o sojuzgado su<br />

entendimiento cuando el espíritu maligno usa a su<br />

albedrío de su alma y de su cuerpo? ¿Quién piensa que tal desastre no<br />

le puede suceder al sabio en esta vida?<br />

Tan defectuoso es lo que se puede percibir de verdad en esta carne<br />

mortal que según leemos en el libro de la Sabiduría,<br />

que dice las mayores verdades, «el cuerpo corruptible y esta nuestra<br />

casa de tierra grava y comprime el alma cargada de la<br />

multitud de pensamientos y cuidados». Pues el ímpetu o el apetito con<br />

que practicamos alguna acción, si es que así se dice lo<br />

que los griegos llaman ormen (ya que ponen esto también entre los<br />

bienes de los principios naturales), ¿acaso no es lo mismo<br />

con que se hacen los miserables movimientos de los dementes y las<br />

acciones a que tenemos horror y aversión cuando se<br />

pervierte el sentido y se trastorna la razón?<br />

La misma virtud, que no se halla entre los principios naturales,<br />

puesto que viene después a introducirse en ellos con la<br />

doctrina, siendo la que se lleva la primacía entre los bienes<br />

humanos, ¿qué hace aquí sino traer una perpetua guerra con los<br />

vicios, no con los exteriores, sino con los interiores; no con los<br />

ajenos, sino con los nuestros, y particularmente aquella que se<br />

llama en griego sofrosine, que es la templanza con que se refrenan<br />

los apetitos carnales para no llevar el alma, consintiendo en<br />

ellos, a despeñarse en los vicios? Porque no deja de haber algún<br />

vicio, cuando, como dice el Apóstol, «la carne en sus deseos<br />

obra contra el espíritu», a cuyo vicio se opone la virtud, cuando,<br />

como insinúa mismo Apóstol, «el espíritu en sus deseos se<br />

opone a la carne». Porque estas dos cualidades, dice, «se contradicen<br />

una a la otra, para que no hagamos lo que deseamos»:<br />

¿Y qué es lo que apetecemos ejecutar cuando intentamos ver el<br />

cumplimiento del fin del son bien, sino que la carne no desee<br />

contra el espíritu y que no haya en nosotros este vicio, sino acuerdo<br />

entre carne y el espíritu? Aunque así lo apetezcamos en<br />

esta vida puesto que lo podemos conseguir, a lo menos practiquemos<br />

esta loable acción con favor de Dios, y no cedamos a la<br />

carne que desea contra el espíritu, pues rindiéndose el espíritu,<br />

vamos con nuestro consentimiento a cometer pecado. De ningún<br />

modo nos persuadamos que entretanto que tuviéremos esta lucha<br />

interior hemos conseguimos la bienaventuranza, a la cual<br />

venciendo deseamos llegar. ¿Y quién has ahora ha habido tan sabio que<br />

no necesite luchar contra los apetitos y pasiones?<br />

¿Y qué diremos de la virtud llama prudencia? Acaso con toda su<br />

vigilancia no se ocupa en diferenciar discernir los bienes<br />

de los males, para que en amar los unos y huir de los otros no se<br />

incurra en algún error? Con esto, ella misma nos testifica que<br />

estamos en los males, o los males están en nosotros; porque nos<br />

enseña que es malo consentir en el apetito carnal para pecar,<br />

y bueno resistirlo. Sin embargo, el mal, que la prudencia aconseja no<br />

consentir y la templanza rechaza, ni la prudencia ni la<br />

templan le destierran de esta vida.<br />

La justicia, cuyo oficio primario dar a cada uno lo que es suyo (con


cual mantiene en el hombre un orden justo de la<br />

naturaleza, que el alma esté sujeta a Dios y el cuerpo al alma,<br />

consiguientemente, el alma y el cuerpo a Dios), ¿acaso no<br />

muestra que todavía está trabajando en aquella obra no descansando en<br />

el fin de ella? Porque tanto menos se sujeta el alma<br />

Dios, cuando menos concibe a Dios sus pensamientos, y tanto menos<br />

sujeta la carne al alma, cuanto m desea contra el espíritu.<br />

Mientras resida en nosotros esta dolencia, este contagio, esta<br />

lesión, ¿cómo nos atreveremos a decir que estamos ya salvo? Y<br />

si no estamos aún en salvo ¿cómo seremos bienaventurados con la final<br />

bienaventuranza?<br />

La virtud, que se llama fortaleza, en cualquiera ciencia que se<br />

hallare, es evidentísimo testigo de los<br />

males y miserias humanas, que la hacen sufrir con paciencia. Cuyos<br />

males, no sé por qué pretenden los<br />

filósofos estoicos que no son males, pues confiesan que, si fueran<br />

tan grandes que el sabio, o no pueda, o no<br />

deba tolerarlos, le imperen a darse la muerte y a salir de esta vida.<br />

Tan particular es la ceguedad y soberbia de estos hombres que piensan<br />

que en la tierra tienen el fin del<br />

bien, y que por sí mismos se hacen bienaventurados, que el sabio<br />

entre ellos, esto es, cual ellos le pintan con<br />

admirable vanidad, aunque ciegue, ensordezca y enmudezca, y aunque le<br />

estropeen y laceren los miembros,<br />

y le atormenten con dolores, y caigan sobre él todos cuantos males<br />

pueden decirse o imaginarse, y tales<br />

trabajos que le obliguen a darse la muerte, debe llamar<br />

bienaventurada a una vida puesta entre tantos males,<br />

vida bienaventurada que, para que se acabe, busca el auxilio de la<br />

muerte.<br />

Si es bienaventurada, vívase en ella, y si por el temor de estas<br />

calamidades se huye de ella, ¿cómo es<br />

bienaventurada? ¿Cómo no se tienen por males los que sobrepujan el<br />

bien o virtud de la fortaleza compeliéndola,<br />

no sólo a ceder y rendirse, sino a delirar, diciendo que una misma<br />

vida es bienaventurada, y persuadiendo que se<br />

debe huir de ella? ¿Quién hay tan ciego que no advierta que, si fuera<br />

feliz, no debería huirse de ella?<br />

Pero si por el contrapeso de su flaqueza, que tanto la oprime,<br />

confiesan que se debe huir, ¿qué razón hay para que<br />

humillando la cerviz de su soberbia no la confiesen también por<br />

miserable? ¿Se mató Catón con admirable constancia, o por<br />

impaciencia? Porque no se arrojara a esta acción si no llevara con<br />

impaciencia y desagrado la victoria del César, ¿Cuál fue su<br />

fortaleza? En efecto, cedió; en efecto, se rindió; en efecto, fue tan<br />

vencida, que dejó, desamparó y huyó de la vida<br />

bienaventurada.<br />

Y si dijeren que no era ya bienaventurada, confesarán que era<br />

miserable. ¿Cómo, pues, no eran males los que hacían<br />

la vida tan miserable y digna de huir de ella? Los que confiesan que<br />

son males, como lo confiesa los peripatéticos y los antiguos<br />

académicos, cuya secta defiende Varrón, aunque hablan con más<br />

acierto, no dejan de tener un maravilloso error; pues en es<br />

tos males, aunque sean tan graves que hayan de librarse de ellos con<br />

la muerte, dándosela a sí mismo el que lo padece,<br />

pretenden que se halla la vida bienaventurada. Males son dice, los<br />

tormentos y dolores del cuerpo, tanto peores cuándo sean<br />

mayores, y para que te libres y carezcas de ellos es necesario que<br />

huyas de esta vida. ¿De qué vida?, pregunto. De ésta dice<br />

que es afligida con tantos males. ¿Será acaso bienaventurada con<br />

estos mismo males, de los cuales dices que se debe huir, o la<br />

llamas bienaventurada porque te puedes librar de estos males, con la<br />

muerte? ¿Qué sería, pues, si por algún oculto juicio de<br />

Dios te hiciesen detener en ellos, no te permitiesen morir, nunca te<br />

dejasen sin ellos ni escapar con la muerte? Entonces por lo<br />

menos confesarías que era miserable tal vida; luego no deja de ser


miserable porque presto se deja, pues cuando fuera<br />

sempiterna, también los juzgas y tienes por miserable. Así que no por<br />

que es breve, nos debe parecer que no es miseria, o lo<br />

que es más absurdo, porque es miseria breve, por eso se puede llamar<br />

bienaventuranza.<br />

Grande es la fuerza de aquellos males que impelen al hombre, según<br />

ellos hasta al más sabio, a quitarse a sí mismo la<br />

prenda que le hace hombre, confesando ellos, y diciendo con verdad,<br />

que lo primero y más fuerte que nos exige la naturaleza<br />

es que el hombre se ame a si mismo, y, por tanto, huya naturalmente<br />

de la muerte, que sea tan amigo de sí mismo, que el ser<br />

animal y el vivir en esta conjunción y compañía del alma y del<br />

cuerpo, lo ame y sumamente lo apetezca. Grande es la fuerza de<br />

los males que vencen este instinto, con que de todos modos, con todas<br />

nuestras fuerzas huimos la muerte, y de tal manera<br />

queda vencido, que la que ya huíamos, la deseamos, y cuando no la<br />

pudiéramos haber de otra conformidad, el mismo hombre<br />

se la da a si mismo. Grande es el impulso e influencia de los males<br />

que hacen homicida a la fortaleza, si hemos de llamar<br />

fortaleza a la que de tal manera se deje vencer de los males, a la<br />

que había tomado como virtud a su cargo al hombre para<br />

regirle y ampararle, y no sólo no puede guardarle con la paciencia,<br />

sitio que se ve forzada a matarle. Y aunque es verdad que<br />

debe el sabio tolerar con paciencia la muerte, es la que le viene por<br />

otra mano que la suya; y si, según los estoicos, es<br />

compelido a dársela a sí propio, confesará que no sólo son males,<br />

sino males intolerables los que le llevan a tal extremo.<br />

La vida a quien fatiga el peso de tan grandes y tan graves males, o<br />

está sujeta a semejantes casos, por ningún motivo se<br />

diría bienaventurada, si los hombres que lo dicen, así como vencidos<br />

de los males que les acosan, cuando se dan la muerte,<br />

ceden y se rinden a la infelicidad, así vencidos con incontrastables<br />

razones, cuando buscan la vida bienaventurada, quisiesen<br />

sujetarse y rendirse a la verdad, y no entendiesen que en esta<br />

mortalidad debían gozar del fin del sumo bien, donde las mismas<br />

virtudes que son a lo menos aquí la cosa mejor y más importante fue<br />

puede haber en el hombre, cuanto más nos ayudan contra<br />

la fuerza de los peligros, trabajos y dolores, tanto más fieles<br />

testigos son de las miserias. Porque si son verdaderas virtudes, que<br />

no pueden hallarse sino en los que hay verdadera piedad y religión,<br />

no tienen la facultad de poder hacer que no padezco los<br />

hombres, en quienes se hallan, ninguna miseria, puesto que no son<br />

mentirosas las verdaderas virtudes, para que profesen esta<br />

virtud, sino que procuran que la vida humana, la cual es<br />

indispensable que con tantos y tan graves males como hay en el siglo,<br />

sea mísera, con la esperanza del futuro siglo sea bienaventurada, así<br />

como también espera ser salva. Porque ¿cómo es<br />

bienaventurada la que no está aún salva? Por lo mismo el Apóstol San<br />

Pablo no habla de los hombres impacientes,<br />

imprudentes, intemperantes, malos e injustos, sino de los que viven<br />

según la verdadera piedad y religión, y de los que, por esta<br />

razón, las virtudes que tienen las tienen verdaderas, cuando dice:<br />

«Que nuestra salvación ha sido hasta ahora en esperanza, y<br />

la esperanza que se ve no es esperanza, porque lo que uno ve y lo<br />

posee, ¿cómo lo espera? Y si esperamos lo que lo vemos,<br />

con la paciencia aguardamos el cumplimiento de nuestra salvación.»<br />

Luego así como nos salvaron, o hicieron salvos,<br />

asegurándonos con la esperanza, así con la misma esperanza nos<br />

hicieron bienaventurados, y así como no tenemos en la vida<br />

presente la salvación, tampoco tenemos la bienaventuranza, sino que<br />

la esperamos en la vida futura, y esto por medio de la<br />

virtud de la paciencia, porque aquí vivimos todos entre males y<br />

trabajos, los cuales debemos sufrir con conformidad y<br />

resignación, hasta que lleguemos a la posesión de aquellos estemos<br />

bienes donde todas las cosas será de tal manera que nos<br />

den contento inefable deleite, y no habrá ya más que debamos sufrir.


Esta salud que se disfrutará en el siglo futuro será también la final<br />

bienaventuranza, cuya bienaventuranza, porque no la<br />

ven estos filósofos, no la quieren creer y procuran fabricarse para<br />

sí una vanísima felicidad con una virtud tan arrogante y<br />

soberbia como falsa y mentirosa.<br />

CAPITULO V<br />

Cómo a la vida social y política, aunque es la que particularmente<br />

del desearse, de ordinario la trastorna muchos trabajos,<br />

encuentros e inconvenientes<br />

Lo que dicen que la vida del sabio es política y sociable, también no<br />

otros lo aprobamos y confirmamos ce más solidez<br />

que ellos. Porque ¿con esta Ciudad de Dios (sobre la cual tenemos ya<br />

entre manos el libro décimonoveno de esta obra) habría<br />

empezado, o cómo caminaría en sus progresos, o llegaría a sus debidos<br />

fin si no fuese social la vida de los santos? Pero en las<br />

miserias de la vida mortal, ¿cuántos y cuán grandes males e cierra en<br />

sí la sociedad y política humana? ¿Quién bastará a<br />

contarlos? ¿quién podrá ponderarlos?<br />

Escuchen lo que entre sus poemas cómicos dice un hombre con<br />

sentimiento y con dolor de todos los hombres: «Me casé.<br />

¿Qué miseria hay que no hallase en este estado? Me nacieron hijos, y<br />

en ellos tuvieron origen otros nuevos cuidados que me<br />

aquejaban.» Todos los inconvenientes que refiere el mismo Terencio<br />

que se hallan en el amor, «los agravios, sospecha<br />

enemistades, guerras y de nuevo paz», ¿no han llenado del todo la<br />

vida humana? ¿Acaso estas desventuras y suceden y se<br />

hallan ordinariamente las amistades lícitas y honestas de los amigos?<br />

¿Por ventura no está llena ellas del todo y por todo la vida<br />

humana, en la cual experimentamos agravios, sospechas, enemistades,<br />

guerra como males ciertos? La paz la experimentamos<br />

como bien incierto y dudoso; porque no sabemos, ni la limitación de<br />

nuestras luces puede penetrar los corazones de aquellos<br />

con quienes la deseamos tener y conservar, y cuando hoy los<br />

pudiésemos conocer, sin duda no sabríamos cuáles serían<br />

mañana. ¿Quiénes son y deben ser más amigos que los que viven unidos<br />

en una misma casa y familia? Y, con todo, ¿quién<br />

está seguro de ello, habiendo sucedido tantos males por ocultas<br />

maquinaciones, traiciones y calamidades, tanto más amargas<br />

cuanto era la paz más agradable y dulce, creyéndose verdadera cuando<br />

astuta y dolosamente se fingía? Esto lastima y penetra<br />

tan intensamente los corazones de todos, que hace llorar por fuerza,<br />

y como dice Tulio: «No hay traición más secreta y oculta<br />

que la que se encubrió bajo el velo de oficio o bajo algún pretexto<br />

de amistad sincera. Porque fácilmente te podrás precaver y<br />

guardar del que es enemigo declarado; pero este mal oculto, intestino<br />

y doméstico, no sólo existe, sino que también le mortifica<br />

antes que pueda descubrirle.» Por eso también viene esta sentencia<br />

del Salvador: «Los enemigos del hombre son sus<br />

domésticos y familiares», sentencia que nos lastima<br />

extraordinariamente el corazón; pues aunque haya alguno tan fuerte<br />

que lo<br />

sufra con paciencia, o tan vigilante que se guarde con prudencia de<br />

lo que maquina contra él el amigo disimulado y fingido, sin<br />

embargo, es inevitable sienta y le aflija, si es bueno, el mal de<br />

aquellos pérfidos y traidores, cuando llega a conocer por<br />

experiencia que son tan malos, ya hayan sido siempre malos,<br />

fingiéndose buenos, ya se hayan transformado de buenos en<br />

malos, cayendo en esta maldad. Si la casa, pues, que es en los males<br />

de esta vida el común refugio y sagrado de los hombres,<br />

no está segura, ¿qué será la ciudad, la cual, cuanto es mayor tanto<br />

más llena está de pleitos y cuestiones cuando no de<br />

discordias, que suelen llegar a turbulencias muchas veces<br />

sangrientas, o a guerras civiles, de las cuales en ocasiones están


libres las ciudades, pero de los peligros nunca?<br />

CAPITULO VI<br />

Del error en los actos judiciales de los hombres, cuando está oculta<br />

la verdad<br />

¿Y qué diremos de los juicios que forman los hombres a otros hombres,<br />

juicios que no pueden faltar en las ciudades más<br />

tranquilas? Cuán miserables son y dignos de compasión, pues los que<br />

juzgan son los que no puede ver las conciencias de<br />

aquellos a quienes juzgan. Por ello muchas veces son forzados, a<br />

costa de los tormentos de testigos inocentes, a buscar la<br />

verdad de la causa que toca a otro.<br />

Cuando sufre y padece uno por su causa y, por saber si es culpa de le<br />

atormentan, siendo inocente, sufre una pena<br />

cierta por una culpa incierta, no porque esté claro y averiguado que<br />

haya cometido tal delito, sino porque se ignora si lo ha<br />

cometido. De esto se sigue, por regla general, que la ignorancia del<br />

juez viene a ser la calamidad del inocente.<br />

Y lo que es más intolerable y lastimoso, y más digno de ser llorado,<br />

si fuese posible, con perennes lágrimas es que<br />

atormentando el juez al delatado, por no matar con ignorancia a<br />

inocente, viene a suceder por la miseria de la ignorancia que<br />

mata atormentado e inocente, a quien primero dio tormento por no<br />

matarle inocente Porque si éste tal, conforme a la sabiduría e<br />

inteligencia de los filósofos, escogiere huir antes de esta vida que<br />

sufrir tales tormentos, confesará que cometió lo que no cometió.<br />

Condenado éste y muerto, aun no sabe el juez se quitó la vida a un<br />

culpado o a un inocente; a quien, por no matarle por ignorancia<br />

a inocente, había atormentado; y así dio tormento por<br />

descubrir la verdad a uno libre de delito, y no sabiéndola, le dio<br />

la muerte.<br />

En semejantes densas tinieblas como estas de la vida política,<br />

pregunto: ¿se sentará en los estrados por juez un hombre<br />

sabio, o no se sentará? Seguramente se sentará, porque le obliga a<br />

ello y le trae compelido a este ministerio la política humana,<br />

y el desampararla lo tiene por acción impía y detestable. Y no tiene<br />

por acción abominable el atormentar en causas ajenas a los<br />

testigos inocentes; el que los acusados, vencidos por la fuerza del<br />

dolor, y confesando lo que no han hecho, sean castigados,<br />

siendo también inocentes y sin culpa, habiéndoseles ya atormentado<br />

primero siendo inculpables; y que, aun cuando no los<br />

condenen a muerte, por lo general, o mueran en los mismos tormentos,<br />

o vengan a morir de resultas de ellos. ¿Acaso no se<br />

observa que algunas veces, aun a los mismos que acusan, deseosos<br />

seguramente de hacer bien a la sociedad humana,<br />

porque las culpas no queden sin el debido castigo, y porque<br />

mintie1ron los testigos, y el reo se conservó valeroso en los<br />

tormentos, e inconfeso, no pudiendo probar los delitos que le<br />

acumularon, aunque se los imputaron con verdad, el juez que<br />

ignora esta circunstancia los condena?<br />

Tantos y tan grandes males como éstos, no los tienen por pecados, por<br />

cuanto no lo hace el juez sabio<br />

con voluntad de hacer daño, sino por la necesidad fatal de no saber<br />

la verdad, y porque le impulsa la humana<br />

política dándole el ministerio peculiar de administrar la justicia.<br />

Esta es, pues, la que por lo menos llamamos<br />

miseria del hombre, cuando no sea malicia del sabio. ¿Cómo es posible<br />

que atormente a, los inocentes y<br />

castigue a los inculpados por la necesidad de no saber y precisión de<br />

juzgar, no contentándose con ser<br />

irresponsable, sino teniéndose por bienaventurado? Con cuánta más<br />

consideración y humildad, reflexionando<br />

en sí mismo, reconocerá en esta necesidad la miseria, y la aborrecerá<br />

por sí misma. Y si conoce la piedad,


exclamará a Dios, diciéndole: «Líbrame, Señor, de mis necesidades.»<br />

CAPITULO VII<br />

De la diversidad de lenguas, que dificulta las relaciones entre los<br />

hombres, y de la miseria de las guerras, aun de las que<br />

se llaman justas<br />

Después de la ciudad sigue el orbe de la tierra, adonde ponen el<br />

tercer grado de la política humana, comenzando en la<br />

casa, pasando de ésta a la ciudad y procediendo después hasta llegar<br />

al orbe de la tierra. El cual, sin duda, como un océano y<br />

abismo de aguas, cuanto es mayor, tanto más circundado está de<br />

peligros.<br />

Adonde lo primero la diversidad de los idiomas enajena y divide al<br />

hombre del hombre, porque si en un camino se<br />

encuentran dos, de diferentes lenguas, que no se entienda el uno al<br />

otro, y no pueden pasar adelante, sino que por necesidad<br />

hayan de estar juntos, más fácilmente se acomodarán y juntarán unos<br />

animales mudos, aun de distinta especie, que no ellos, a<br />

pesar de ser hombres. Porque cuando los hombres no pueden comunicar<br />

entre sí lo que sienten, sólo por la diversidad de las<br />

lenguas, no aprovecha para que se junte la semejanza que entre sí<br />

tienen tan grande de la naturaleza; de forma que con mayor<br />

complacencia estará un hombre asociado de un perro que con un hombre<br />

extranjero.<br />

Pero dirán que por lo mismo la mi penosa ciudad de Roma, para la<br />

conservación de la paz política en las naciones<br />

conquistadas, no sólo les obligaron a recibir el yugo, sino también<br />

su idioma, por lo cual no faltaron, sino sobraron intérpretes.<br />

Es verdad; más esto, ¿con cuántas y cuán crueles guerras, y con<br />

cuánta mortandad de hombres, y con cuánto derramamiento<br />

de sangre humana se alcanzó? Y con todo, no por ello, habiendo<br />

acabado todo esto, acabó la miseria de tantos males pues<br />

aunque no hayan faltado ni falten enemigos, como los son las naciones<br />

extranjeras, con. quienes se ha sostenido y sostiene<br />

continúa guerra, sin embargo, la misma grandeza del imperio ha<br />

producido otra especie peor de guerras, y de peor condición,<br />

es a saber, las sociales y civiles, con las cuales se destruyen más<br />

infelizmente los hombres, ya sean cuando traen guerra por<br />

conseguir la paz, ya sea porque temen que vuelva a encenderse.<br />

Y si yo quisiese detenerme a decir como lo merece el asunto (aunque<br />

sería imposible), tantos y tan varios es tragos, tan<br />

duras e inhumanas necesidades de estos males, ¿cuándo habría de<br />

concluir con este nuestro discurso? Dirán que el sabio sólo<br />

hará la guerra justamente. Como si por lo mismo no le hubiese de<br />

pesar más, si es que se acuerda de que es hombre, la<br />

necesidad de sostener las que sean justas; porque si no fueran<br />

justificadas, no las declararía, y, por consiguiente, ninguna<br />

guerra declararía el sabio; y si la iniquidad de la parte contraria<br />

es la que da ocasión al sabio a sustentar la guerra justa, esta<br />

iniquidad debe causarle pesar, puesto que es propio de los corazones<br />

humanos compadecerse, aunque no resultara de ella<br />

necesidad alguna de guerra.<br />

Así que todo el que considera con dolor estas calamidades tan<br />

grandes, tan horrendas, tan inhumanas, es necesario que<br />

confiese la miseria; y cualquiera que las padece, o las considera sin<br />

sentimiento de su alma, errónea y miserablemente se tiene<br />

por bienaventurado, pues ha borrado de su corazón todo sentimiento<br />

humano.<br />

CAPITULO VIII<br />

Cómo la amistad de los buenos no puede ser segura, mientras sea<br />

necesario temer los peligros de esta vida


Aunque suceda que no haya una ignorancia tan depravada, como<br />

ordinariamente ocurre en la miserable condición de<br />

esta vida, que, o tengamos por amigo al que realmente es enemigo, o<br />

por enemigo al que es amigo, ¿qué objeto hay que nos<br />

pueda consolar en esta sociedad humana, tan llena de errores y<br />

trabajos, sino la fe no fingida Y el amor que se profesan unos a<br />

otros los verdaderos y buenos amigos? A los cuales, cuantos más<br />

fueren los que tuviéremos desparramados por los pueblos,<br />

tanto más tememos les suceda algún mal de los muchos que se padecen<br />

en este siglo; porque no sólo nos da cuidado que les<br />

aflija el hambre, las guerras, las enfermedades, el cautiverio, y que<br />

en él padezcan aflicciones superiores a cuanto se pueda<br />

imaginar, sino lo que hace más amargo el temor, que se conviertan en<br />

pérfidos y malos.<br />

Y cuando estas penalidades acaecen (que vienen a ser más en número,<br />

sin duda, cuantos más son los amigos y más<br />

esparcidos se hallan en diferentes poblaciones), y llegan a nuestra<br />

noticia, ¿quién podrá creer las angustias y quemazones de<br />

nuestro corazón, sino quien las siente por experiencia? Porque más<br />

quisiéramos oír que eran muertos; aunque tampoco<br />

oyéramos esta triste nueva sin íntimo dolor. Porque ¿cómo puede ser<br />

que la muerte de las personas, cuya vida, por los<br />

consuelos de la amistad política, nos daba contento, no nos cause<br />

especie alguna de tristeza? Lo cual quien la prohibe y quita,<br />

quite y prohiba, si puede, los coloquios y agradable trato y<br />

conversación de los amigos; ponga entredicho al vivir en amigable y<br />

estrecha sociedad; impida y destierre el afecto de todo aquello a que<br />

los hombres naturalmente tienen alguna obligación; rompa<br />

los lazos de las voluntades con una cruda insensibilidad, o parézcale<br />

que debe usar de ellos de forma que no llegue gusto<br />

alguno, ni suavidad de ellos al alma. Y si esto de ningún modo puede<br />

ser, ¿cómo no nos ha de ser amarga la muerte de aquel<br />

cuya vida nos era dulce y suave? De aquí nace una profunda<br />

melancolía, para cuyo remedio se aplican los consuelos de los<br />

cordiales amigos. Con todo, hay mal que no cure; pues cuanto más<br />

excelente sea el alma, tanto más pronto y con mayor<br />

facilidad sana en él lo que hay que sanar.<br />

Así, pues, ya que la vida de los mortales haya de padecer aflicciones<br />

y de los, unas veces más blanda, otras m<br />

ásperamente, por las muertes de los queridos y amigos, y<br />

particularmente aquellos cuyos oficios son necesarios la política y<br />

sociedad humana, con todo, querríamos más oír o ver muertos a los que<br />

amamos, que verlos caídos apartados de la fe o<br />

buenas costumbres: esto es, que verlos muertos en alma.<br />

De esta inmensa y fecundísima materia de males y duelos está bien<br />

llena la tierra, por lo cual, dice la Escritura: «¿Acaso<br />

no es tentación toda vida del hombre sobre la tierra? por eso dice el<br />

mismo Señor: «Infeliz del mundo por los escándalos»; y<br />

otra parte: «Por la abundancia de los pecados se resfría la caridad.»<br />

De aquí que nos demos el parabién, y nos alegremos<br />

cuando mueren los buenos amigos, y que cuando su muerte más nos<br />

entristece, nos de más cierto el consuelo, considerando<br />

que se han librado ya de los males con que en esta vida aun los<br />

buenos, o son combatidos afligidos, o desdicen de su' bondad<br />

se estragan, o por lo menos de lo uno y de lo otro corren riesgo.<br />

CAPITULO IX<br />

Cómo la amistad de los ángeles buenos no puede ser manifiesta a<br />

hombres de este mundo por los engaños de los<br />

demonios<br />

Aunque en la sociedad y comunicación que tenemos con los ángeles<br />

buenos (la cual pusieron los filósofos que opinaron<br />

que los dioses eran nuestros amigos, en el cuarto lugar. subiendo<br />

desde la tierra al mundo, para con prender en su sistema


también el ciego), por ningún pretexto sostenemos que semejantes<br />

amigos nos causen tristeza, ni con su muerte, ni con desdecir<br />

de su bondad; con todo, no nos tratan con la familiaridad que los<br />

hombres (lo cual pertenece también a las miserias de esta<br />

vida), y algunas veces Satanás, según leemos, «se transfigura en<br />

ángel de luz», para tentar a los que es menester instruir, con<br />

la tentación o a los que merecen ser engañados.<br />

Es necesaria grande misericordia de Dios: para que ninguno, cuando<br />

piensa que tiene por amigos a los ángeles buenos,<br />

no tenga por amigos fingidos a los malos demonios, que le sean<br />

enemigos, tanto más dañosos y perjudiciales cuanto son más<br />

astutos y engañosos. ¿Y quién tiene necesidad de esta particular<br />

misericordia divina sino la grande miseria humana, que está<br />

tan oprimida de la ignorancia, que fácilmente se deja engañar con la<br />

ficción de éstos?<br />

Así, pues, los filósofos que dijeron en la impía ciudad que los<br />

dioses eran sus amigos, indudablemente encontraron y<br />

dieron en manos de los malignos demonios, a quienes toda aquella<br />

ciudad está sujeta para tener con ellos al fin la pena eterna.<br />

Porque de sus ceremonias sagradas o, por mejor decir, sacrílegas,<br />

conque creyeron que los debían reverenciar, y de sus<br />

juegos y fiestas abominables, donde celebran sus culpas y torpezas,<br />

con que se persuadieron que debían aplacarlos, siendo<br />

ellos mismos los autores de tales y tan grandes ignominias, bien<br />

claramente se puede echar de ver quiénes son los que adoran.<br />

CAPITULO X<br />

Del fruto que les está aparejado a los santos por haber vencido las<br />

tentaciones de esta vida<br />

Ni los santos ni los fieles que adoran a un solo, verdadero y sumo<br />

Dios están seguros de los engaños y varias<br />

tentaciones, porque en este lugar propio de la flaqueza humana, y en<br />

estos días malignos, aun este cuidado y solicitud no es sin<br />

provecho, para que busquemos con más fervorosos deseos el lugar donde<br />

hay plenísima v cierta paz. Pues en él los dones de<br />

la naturaleza, esto es los que da a nuestra naturaleza el Criador de<br />

todas las naturalezas, no sólo serán buenos, sino eternos,<br />

no sólo en el alma, la cual se ha de reparar con la sabiduría sino<br />

también en el cuerpo, el cual se ha de renovar con la<br />

resurrección.<br />

Allí las virtudes no trabajarán, ni sostendrán continuas luchas<br />

contra los vicios ni contra cualquiera género de males, sino<br />

que gozarán de la eterna paz por premio de su victoria; de modo que<br />

no la inquiete ni perturbe enemigo alguno, porque ella es<br />

la bienaventuranza final, ella el fin de la perfección, que no tiene<br />

fin que lo consuma. Pero en la tierra, aunque nos llamamos<br />

bienaventurados cuando tenemos paz (cualquiera que sea la que pueda<br />

tenerse en la buena vida), esta bienaventuranza,<br />

comparada con aquella que llamamos final, es en todas sus partes<br />

miseria.<br />

Así que cuando los hombres mortales, en las cosas mortales, tenemos<br />

esta paz, cual aquí la puede haber, vivimos bien,<br />

de sus bienes usa bien virtud; pero cuando no la tenemos también usa<br />

la virtud de los males que el hombre padece. Pero<br />

entonces es verdadera virtud cuando todos los bienes, de que usa<br />

bien, y todo lo que hace, usando bien de los bienes y los<br />

males, y a sí misma se endereza fin adonde tendremos tal y tanta para<br />

que no la pueda haber mejor ni mayor.<br />

CAPITULO XI<br />

Cómo en la bienaventuranza de la paz eterna tienen los santos su fin<br />

esto la verdadera perfección


Podemos, pues, decir que el fin nuestros bienes es la paz, como<br />

dijimos que lo era la vida eterna, principalmente porque<br />

de la misma Ciudad Dios, de que tratamos en este tan prolijo<br />

discurso, dicen en el Salmo: «Alaba, ¡oh Jerusalén! al Señor, y tú,<br />

Sión alaba a tu Dios, porque confirmó fortificó los cerrojos de tus<br />

puertas y bendijo los hijos que están dentro de ti, el que puso a<br />

tus fines la paz porque cuando estuvieren ya confirmados los cerrojos<br />

de sus puertas, ya no entrará nadie en ella, ni tampoco<br />

nadie saldrá de ella.<br />

Por eso, por sus fines debemos aquí entender aquella paz que queremos<br />

manifestar que es la final; pues aun nombre<br />

místico de la misma ciudad esto es, Jerusalén, como lo hemos<br />

insinuado, quiere decir visión de paz mas porque el nombre de<br />

paz también le usurpamos y acomodamos a las cosas mortales, donde sin<br />

duda no hay vida eterna, por eso quise mejor llamar<br />

al fin de esta ciudad, donde estará su sumo bien, vida eterna, que no<br />

paz. Y hablando de este fin, dice el Apóstol: «Ahora, como<br />

os ha librado Dios de la servidumbre del pecado y os ha recibido en<br />

su servicio, tenéis aquí gozáis del fruto de, vuestra justicia<br />

que es vuestra santificación, y esperáis el fin, que es la vida<br />

eterna.»<br />

Pero por otra parte, como los que no están versados en la Sagrada<br />

Escritura por vida eterna pueden entender también<br />

la vida de los malos; o también puede tomarse por la inmortalidad del<br />

alma, que algunos filósofos admiten o, según nuestra fe,<br />

por las penas sin fin de los malos, quienes, sin duda no pueden<br />

padecer eternos tormentos, sino viviendo eternamente; al fin de<br />

esta ciudad, en la cual se llegará al sumo bien, le debemos llamar, o<br />

paz de la vida eterna, o vida eterna en la paz, para que<br />

más fácilmente lo puedan entender todos. Porque es tan singular el<br />

bien de la paz, que aun en las cosas terrenas y mortales no<br />

solemos oír cosa de mayor gusto, ni desear objeto más agradable, ni,<br />

finalmente, podemos hallar cosa mejor. Si en esto nos<br />

detenemos algún tanto, no creo seremos pesados a los lectores, así<br />

por el fin de esta ciudad de que tratamos como por la misma<br />

suavidad de la paz, que tan agradable es a todos.<br />

CAPITULO XII<br />

Cómo los hombres, aun con el crudo rigor de la guerra y todos los<br />

desasosiegos e inquietudes, desean llegar al fin de la<br />

paz sin cuyo apetito no se halla cosa alguna natural<br />

Quien considere en cierto modo las cosas humanas y la naturaleza<br />

común, advertirá que así como no hay quien no guste<br />

de alegrarse, tampoco hay quien no guste de tener paz. Pues hasta los<br />

mismos que desean la guerra apetecen vencer, y,<br />

guerreando, llegar a una gloriosa paz. ¿Qué otra cosa es la victoria<br />

sino la sujeción de los contrarios? Lo cual conseguido,<br />

sobreviene la paz. Así que con intención de la paz se sustenta<br />

también la guerra, aun por los que ejercitan el arte de la guerra<br />

siendo generales, mandando y peleando. Por donde consta que la paz es<br />

el deseado fin de la guerra, porque todos los<br />

hombres, aun con la guerra buscan la paz, pero ninguno con la paz<br />

busca la guerra.<br />

Hasta los que quieren perturbar la paz en que viven, no es porque<br />

aborrecen la paz, sino por tenerla a su albedrío. No<br />

quieren, pues, que deje de haber paz, sino que haya la que ellos<br />

desean.<br />

Finalmente, aun cuando por sediciones y discordias civiles se apartan<br />

y dividen unos de otros, si con los mismos de su<br />

bando y conjuración no tienen alguna forma o especie de paz no hacen<br />

lo que pretenden. Por eso los mismos bandoleros, para<br />

turbar con más fuerza y con más seguridad suya la paz de los otros,<br />

desean la paz con sus compañeros.


Aún más: cuando alguno es tan poderoso y de tal manera huye el andar<br />

en compañía, que a ninguno se descubra, y<br />

salteando y prevaleciendo solo oprimiendo y matando los que puede<br />

roba y hace sus presas, por lo menos con aquellos que<br />

no puede matar quiere que no sepan lo que hace, tiene alguna sombra<br />

de paz. Y en su casa sin duda, procura vivir en paz con<br />

esta mujer y sus hijos, y con los demás que tiene en ella; y se<br />

linsojea y alegra de que éstos obedezcan prontamente a su<br />

voluntad; porque si no, se enoja, riñe y castiga, y aun si ve que es<br />

menester usar de rigor y crueldad, procura de este modo la<br />

paz de su casa, la cual ve que no puede haber si todos los demás en<br />

aquella doméstica compañía no están sujetos a una<br />

cabeza, que es él en su casa. Por tanto, si llegase a tener éste<br />

debajo de su sujeción servidumbre a muchos, o a una ciudad, o<br />

a una nación, de manera que le sirviesen y obedeciesen, como quisiera<br />

que le sirvieran y obedecieran en su casa, no se<br />

metiera ya como ladrón en los rincones y escondrijos, sino que como<br />

rey, a vista de todo el mundo se engrandeciera y<br />

ensalzara, permaneciendo en él la misma codicia y malicia Todos,<br />

pues, desean tener paz con los suyos, cuando quieren que<br />

vivan su albedrío; porque aun aquellos a quienes hacen la guerra, los<br />

quieren, pueden, hacer suyos, y en habiéndolo.<br />

sujetado, imponerles las leyes de su paz.<br />

Pero supongamos uno como el que nos pinta la fábula, a quien por la,<br />

misma intratable fiereza le quisieron llamar más<br />

semihombre que hombre, aunque el reino de éste era una solitaria y<br />

fiera cueva, y él, tan singular en malicia que de ella<br />

tomaron ocasión para llamarle Caco, que en griego quiere decir malo;<br />

y aunque no tenía mujer que le divirtiese con suaves y<br />

amorosas conversaciones, ni pequeños hijos con quienes poder<br />

alegrarse, ni grandes a quienes mandar, ni gozase del trato<br />

familiar y conversación de ningún amigo, ni de la de su padre Vulcano<br />

(a quien sólo en esto podemos decir que se le aventajó,<br />

y fue más dichoso; en que no engendró otro monstruo como él); y<br />

aunque a ninguno diese cosa alguna, sino a quien podía le<br />

quitase todo lo que quería; con todo, en aquella solitaria cueva,<br />

cuyo suelo, como le pintan, «siempre estaba regado de sangre<br />

fresca o recién vertida», no quería otra cosa que la paz, en la cual<br />

ninguno le molestase ni fuerza ni terror de persona alguna le<br />

turbase su quietud. Finalmente, deseaba tener paz con su cuerpo, y<br />

cuanto tenía, tanto era el bien de que gozaba, porque<br />

mandaba a sus miembros que le obedeciesen puntualmente. Y para poder<br />

aplacar su naturaleza sujeta a la muerte, que por la<br />

falta que sentía se le rebelaba, y levantaba una irresistible<br />

rebelión de hambre para dividir y desterrar el alma del cuerpo;<br />

robaba, mataba y engullía, y aunque inhumano y fiero, miraba fiera y<br />

atrozmente por la paz y tranquilidad de su vida y salud. Y<br />

así, si la paz que pretendía tener en su cueva y en sí mismo la<br />

quisiera también con los otros, ni le llamaran malo, ni monstruo, ni<br />

semihombre. Si, la forma de su cuerpo, con vomitar negro fuego,<br />

espantaba a los hombres para que huyesen y no se<br />

asociasen con él, quizá era cruel, no por codicia de hacer mal, sino<br />

por la necesidad de vivir. Pero tal hombre, o nunca le hubo,<br />

o, lo que es más creíble, no fue cual nos lo pinta la ficción<br />

poética. Porque si no cargaran tanto la mano en encarecer y exagerar<br />

la malicia de Caco, fuera poca la alabanza que le cupiera a Hércules.<br />

Así que, como dije, más creíble es que no hubo tal hombre, o<br />

semihombre, como tampoco otras ficciones y patrañas<br />

poéticas; porque las mismas fieras crueles e indómitas, de las cuales<br />

tomó parte su, fiereza (pues también le llamaron semifiero),<br />

conservan con cierta paz su propia naturaleza y especie; juntándose<br />

unas con otras, engendrando, pariendo criando y<br />

abrigando á sus hijos, siendo las más de ellas insociables y<br />

montaraces; es decir, no como las ovejas, venados, palomas,<br />

estorninos y abejas, sino como los leones, raposas; águilas y<br />

lechuzas. Porque ¿qué tigre hay que blanda y cariñosamente no


arrulle sus cachorros, y tranquilizada su fiereza, no los halague? ¿<br />

Qué milano hay, por más solitario que ande volando y<br />

rondando la caza para cebar sus unas, que no busque hembra, forme su<br />

nido, saque sus huevos, críe sus pollos y no<br />

conserve con la que es como madre de su familia la compañía doméstica<br />

con toda la paz que puede?<br />

Cuanto más inclinado es el hombre y le conducen en cierto modo las<br />

leyes de su naturaleza a buscar la sociedad y<br />

conservar la paz en cuan está de su parte con los demás hombres, pues<br />

aun los malos sostienen guerra por la paz de los<br />

suyos; y a toda si pudiesen, los querrían hacer suya para que todos y<br />

todas las cosas si viesen a uno; y ¿de qué manera<br />

podré conseguirlo sino haciendo, o por amo o por temor que todos<br />

consientan convengan en su paz?<br />

Así, pues, la soberbia imita perversamente a Dios, puesto que debajo<br />

de dominio divino no quiere la igualdad con sus<br />

socios, sino que gusta impone a sus aliados y compañeros el dominio<br />

suyo, en lugar del de Dios; aborreciendo la justa paz de<br />

Dios, y amando su injusta paz Sin embargo, no puede dejar de amar la<br />

paz, cualquiera que sea; porque ningún vicio hay tan<br />

opuesto a la naturaleza que cancele y borre hasta los últimos rastros<br />

y vestigios de la naturaleza.<br />

Advierte que la paz de los malos en, comparación de la de los buenos<br />

no debe llamarla paz el que sabe estimar y<br />

anteponer lo bueno a lo malo, y lo puesto en razón a lo perverso. Y<br />

aun lo perverso, es necesario que en alguna parte, por<br />

alguna parte y con alguna parte natural, donde esta, o de que consta,<br />

esté en paz; porque de otra manera nada sería. Como si<br />

uno estuviese pendiente cabeza abajo, si duda que la situación del<br />

cuerpo y el orden natural de los miembros y articulaciones<br />

estaría invertido, porque lo que naturalmente debe estar encima está<br />

debajo, y lo que debe esta, abajo está encima, y este<br />

trastorno como turba la paz de la carne, le es molesto. Sin embargo,<br />

como el alma está en paz con su cuerpo, y mira por su<br />

salud, de aquí que se duela; si por el rigor de sus molestias<br />

desamparase al cuerpo y se ausentase de entre tanto que dura la<br />

unión y trabazón de los miembros, lo que queda no está sin cierta<br />

tranquilidad de las partes, y por eso hay todavía quien esta<br />

colgado. Cuando el cuerpo terreno inclina y tira hacia la tierra, y<br />

cuando con el lazo que está suspenso resiste entonces<br />

igualmente aspira al orden natural de su paz, y con la voz de su<br />

peso, en cierto modo pide el lugar en que poder descansar; y<br />

aunque está ya sin alma y sin sentido alguno, con todo, no se aparta<br />

del sosiego natural de su orden, ya sea cuando la tiene,<br />

ya cuando inclina y aspira a ella. Porque si le aplican medicamentos<br />

y cosas aromáticas que conserven y no dejen deshacer y<br />

corromper la forma del cuerpo muerto, todavía una cierta paz junta y<br />

acomoda las partes con las partes, y aplica e inclina toda la<br />

masa al lugar conveniente, y, por consiguiente, quieto y pacífico.<br />

Pero cuando no se pone diligencia alguna en embalsamarlo,<br />

sino que lo dejan a su curso natural, todo aquel tiempo está como<br />

peleando por la disgregación de humores cuyas exhalaciones<br />

molestan nuestros sentidos (porque esto es lo que se siente en el<br />

hedor) hasta que, combinándose con los elementos del<br />

mundo, parte por parte y paulatinamente se reduzca a la paz y sosiego<br />

de ellos. Pero en nada deroga las leyes del sumo<br />

Criador y ordenador que administra 'y gobierna la paz del universo,<br />

pues aunque del cuerpo muerto de un animal grande<br />

nazcan animalejos pequeños, por la misma ley del Criador, todos<br />

aquellos cuerpecitos sirven en saludable paz a sus pequeñas<br />

almas. Y aunque las carnes de los muertos las coman otros animales, y<br />

se extiendan y derramen por cualquiera parte, y se<br />

junten con cualesquiera, y se conviertan y muden en cualesquiera<br />

cosa, al fin encuentran las mismas leyes difusas y<br />

derramadas por todo cuanto hay para la salud y conservación de<br />

cualquiera especie de los mortales, acomodando y


pacificando cada cosa con su semejante y conveniente.<br />

CAPITULO XIII<br />

De la paz universal, la cual, según las leyes naturales, no puede ser<br />

turbada hasta que por disposición del justo Juez<br />

alcance cada uno lo que por su voluntad mereció<br />

La paz del cuerpo es la ordenada disposición y templanza de las<br />

partes. La paz del alma irracional, la ordenada quietud<br />

de sus apetitos. La paz del alma racional, a ordenada conformidad y<br />

concordia de la parte intelectual y activa. La paz del cuerpo<br />

y del alma, la vida metódica y la salud del viviente La paz del<br />

hombre mortal y de Dios inmortal, la concorde obediencia en la fe,<br />

bajo de la ley eterna. La paz de los hombres, la ordenada concordia.<br />

La paz de la casa, la conforme uniformidad que tienen en<br />

mandar obedecer los que viven juntos. La paz de la ciudad, la<br />

ordenada concordia que tienen los ciudadanos y vecinos en<br />

ordenar y obedecer. La paz de la ciudad celestial es la ordenadísima<br />

conformísima sociedad establecida para gozar de Dios, y<br />

unos de otros en Dios. La paz de todas las cosas, la tranquilidad del<br />

orden; y el orden no es otra cosa que una disposición de<br />

cosas iguales y desiguales, que da cada una su propio lugar.<br />

Por lo cual los miserables (que en cuanto son miserables sin duda no<br />

estarían en paz), aunque carecen de la tranquilidad<br />

del orden, donde no se halla turbación alguna; mas porque con razón y<br />

justamente son miserable tampoco en su miseria<br />

pueden este fuera del orden, aunque no unidos con los<br />

bienaventurados, sino apartados de ellos por la ley del orden. Estos<br />

miserables, aunque no están sin perturbación, donde se encuentran,<br />

están acomodados con alguna congruencia; así hay en<br />

ellos alguna tranquilidad de orden, y, por consiguiente, también<br />

alguna paz. Con todo, son miserables, porque si en cierto modo<br />

no sienten dolor, sin embargo, no se hallan en parte donde deban<br />

estar seguros y su sentir dolor. Pero más miserables son si<br />

no viven en paz con la ley que gobierna el orden natural. Cuando<br />

sienten dolor, en la parte que le sienten, se les perturba la<br />

paz; pero todavía hay paz donde ni el dolor ofende, ni la misma<br />

trabazón se disuelve.<br />

Resulta, pues, que hay alguna vida sin dolor, pero no puede haber<br />

dolor sin alguna vida; hay alguna paz su guerra<br />

alguna, pero guerra no la puede haber sin alguna paz; no en cuanto es<br />

guerra, sino porque la guerra supone siempre<br />

hombres o naturalezas humanas que la mantienen, y ninguna naturaleza<br />

puede existir sin alguna especie de paz. Hay<br />

naturaleza sin mal alguno o en la cual no puede haber mal alguno,<br />

pero no hay naturaleza sin bien alguno. Por lo cual, ni<br />

siquiera la naturaleza del mismo demonio, en cuanto es naturaleza, es<br />

cosa mala, sino que la perversidad la hace mala. No<br />

perseveró en la verdad; pero no escapó del juicio y castigo de la<br />

misma verdad, porque no quedó en la tranquilidad del orden,<br />

ni tampoco. escapó de la potestad del sabio Ordenador. El bien de<br />

Dios, que tiene él, en la naturaleza, no le exime y saca del<br />

poder de la justicia de Dios, con que le dispone y ordena en la pena;<br />

ni Dios allí aborrece o persigue, el bien que crió, sino el<br />

mal que el demonio cometió. Porque no quita del todo lo que concedió<br />

a la naturaleza, sino que quita algo y deja algo, para que<br />

haya quien se duela de lo que se quita. Y el mismo dolor es testigo<br />

del bien que se quita y del bien que se deja Pues si no<br />

hubiera quedado bien alguno, no se pudiera doler del bien perdido,<br />

puesto que el que peca es peor si se complace con la<br />

pérdida, de la equidad; pero el que es castigado, si de allí no<br />

adquiere algún otro bien, siente la pérdida de la salud. Y porque la<br />

equidad y la salud ambas son, bienes, y de la pérdida del bien antes<br />

debe doler que alegrar, con tal que no sea recompensa


de otro mejor bien (porque mejor bien es la equidad del ánimo que la<br />

salud del cuerpo), sin duda con más justo motivo el injusto<br />

se duele en el castigo, que se alegró en el delito. Así, pues, como<br />

el contento del bien que dejó cuando pecó es testigo de la<br />

mala voluntad, así el dolor del, bien que perdió, cuando padece en el<br />

castigo la pena, es testigo de la naturaleza buena. Pues él,<br />

que se duele de la paz que perdió su naturaleza, siente el dolor por<br />

parte de algunas reliquias que le quedaron de la paz, que<br />

le hacen amar la naturaleza.<br />

Y sucede con justa razón en el último y final castigo de las penas<br />

eternas, que los injustos e impíos lloren en sus tormentos<br />

las pérdidas de los bienes naturales, y que sientan la justicia de<br />

Dios, justísima en quitárselos, los que despreciaron su<br />

liberalidad benignísima en dárselos Así, pues, Dios, con su eterna<br />

sabiduría crió todas las naturalezas, y justísimamente las<br />

dispone y ordena, y como más excelente entre todas, las cosas<br />

terrenas, formó el linaje mortal de los hombres, les repartió<br />

algunos bienes acomodados a ésta vida, es a saber, la paz temporal,<br />

de la manera que la puede haber en la vida mortal; y esta<br />

paz se la dio al hombre en la misma salud, incolumidad y comunicación<br />

de su especie; y le dio todo lo que es necesario, así para<br />

conservar como para adquirir esta paz (como son las cosas que,<br />

convenientemente cuadran al sentido, como la luz que ve, el<br />

aire que respira, las aguas que bebe, y todo lo que es a propósito.<br />

Para sustentar, abrigar, curar y adornar el cuerpo), con una<br />

condición, sumamente equitativa, de modo que cualquier mortal que<br />

usaré bien de estos bienes, acomodados a la paz de los<br />

mortales, pueda recibir otros mayores y mejores, es a saber, la misma<br />

paz de la inmortalidad, y la honra y gloria que a ésta le<br />

compete en la vida eterna para gozar de Dios y del prójimo en Dios; y<br />

el que usare mal, no reciba aquéllos y pierda éstos.<br />

CAPITULO XIV<br />

El orden y las leyes divinas y humanas tienen por único objeto el<br />

bien de la paz<br />

Todo el uso de las cosas temporales en la ciudad terrena se refiere y<br />

endereza al fruto de la paz terrena, y en la ciudad<br />

celestial se refiere y ordena al fruto de la paz eterna.<br />

Por lo cual, si fuésemos animales irracionales, no apeteciéramos otra<br />

cosa que la ordenada templanza de las partes del<br />

cuerpo, y la quietud y descanso de los apetitos; así que nada<br />

apeteciéramos fuera del descanso de la carne y la abundancia de<br />

los deleites, para que la paz del cuerpo aprovechase a la paz del<br />

alma. Porque en faltando la paz del cuerpo se impide también<br />

la paz del alma irracional, por no poder alcanzar el descanso y<br />

quietud de los apetitos. Y lo uno y lo otro junto, aprovecha a<br />

aquella paz que tienen entre sí el alma y el cuerpo, esto es, la<br />

ordenada vida y salud. Porque así como nos muestran los animales<br />

que aman la paz del cuerpo cuando huyen del dolor, y la paz del<br />

alma cuando por cumplir las necesidades de los apetitos<br />

siguen el deleite, así huyendo de la muerte bastantemente nos<br />

manifiestan cuánto amen la paz con que se procura la amistad del<br />

alma y del cuerpo.<br />

Pero como el hombre posee alma racional, todo esto que tiene de común<br />

con las bestias lo sujeta a la paz del alma<br />

racional, para que pueda contemplar con el entendimiento, y con esto<br />

hacer también alguna cosa, para que tenga una<br />

ordenada conformidad en la parte intelectual y activa, la cual<br />

dijimos que era la paz del alma racional.<br />

Debe, pues, querer que no le moleste el dolor, ni le perturbe el<br />

deseo, ni le deshaga la muerte, Sara poder conocer<br />

alguna cosa útil, y según este conocimiento, componer y arreglar su<br />

vida y costumbres. Mas para que en el mismo estudio del


conocimiento, por causa de la debilidad del entendimiento humano no<br />

incurra en el contagio y peste de algún error, tiene<br />

necesidad del magisterio divino, a quien obedezca con certidumbre, y<br />

necesita de su auxilio para que obedezca con libertad.<br />

Y porque mientras está en este cuerpo mortal, anda peregrinando<br />

ausente del Señor, porque camina todavía con la fe, y<br />

no ha llegado aún a ver a Dios claramente; por esto toda paz, ya sea<br />

la del cuerpo, ya la del alma, o juntamente del alma o del<br />

cuerpo, la refiere a aquella paz que tiene el hombre mortal con Dios<br />

inmortal, de modo que tenga la ordenada obediencia en la<br />

fe bajo la ley eterna. Y asimismo porque nuestro Divino Maestro,<br />

Dios, nos enseña dos principales mandamientos, es a saber,<br />

que amemos a Dios y al prójimo, en los cuales descubre él hombre tres<br />

objetos, que son: amar a Dios, a sí mismo y al prójimo, a<br />

quien le ordenan que ame como a sí mismo (y así, debe mirar por el<br />

bien de su esposa, de sus hijos, de sus domésticos y de<br />

todos los demás hombres que pudiere), y para esto ha de desear y<br />

querer, si acaso lo necesita, que el prójimo mire por él.<br />

De esta manera vivirá en paz con todos los hombres, con la paz de los<br />

hombres, esto es, con la ordenada concordia en<br />

que se observa este orden: primero, que a ninguno haga mal ni cause<br />

daño y segundo, que haga bien a quien pudiere.<br />

Lo primero a que está obligado es al cuidado de los suyos; porque<br />

para mirar por ellos tiene ocasión más oportuna y<br />

más fácil, según el orden así de la naturaleza como del mismo trato y<br />

sociedad humana. Y así, dijo el Apóstol «que el que no<br />

cuida de los suyos, y particularmente de los domésticos, este tal<br />

niega la fe, y es peor que el infiel». De aquí nace también la paz<br />

doméstica, esto es, la ordenada y bien dirigida concordia que tienen<br />

entre sí en mandar y obedecer los que habitan juntos.<br />

Porque mandan los que cuidan y miran por los otros, como el marido a<br />

la mujer, los padres a los hijos, los señores a los criados;<br />

y obedecen aquellos a quienes se cuida, como las mujeres a sus<br />

maridos, los hijos a sus padres, los criados a sus señores.<br />

Pero en la casa del justo, que vive con fe y anda todavía peregrino y<br />

ausente de aquella ciudad celestial, hasta los que mandan<br />

sirven a aquellos a quienes les parece, manda; puesto que no mandan<br />

por codicia o deseo de gobernar a otros, sino por<br />

propio ministerio de cuidar y mirar por el bien de los otros; ni<br />

ambición de reinar, sino por caridad de hacer bien.<br />

CAPITULO XV<br />

De la libertad natural y de, la servidumbre, cuya primera causa es<br />

pecado, por lo cual el hombre que de perversa<br />

voluntad, aunque no sea esclavo de otro hombre, lo es de su propio<br />

apetito<br />

Esto prescribe la ley natural, y crié Dios al hombre. «Sea señor,<br />

dice, de los peces del mar, de las aves<br />

aire y de todos los animales que dan sobre la tierra.» El hombre<br />

racial, que crió Dios a su imagen y semejanza;<br />

no quiso que fuese señor si de los irracionales; no quiso que fue<br />

señor el hombre del hombre, sino las bestias<br />

solamente. Y así, a los primeros hombres santos y justos más lo hizo<br />

Dios pastores de ganados que reyes de<br />

hombres, para darnos a entender de esta manera qué es lo que exige el<br />

orden de las cosas, criadas y qué<br />

mérito del pecado.<br />

Porque la condición de la servidumbre con derecho se entiende que<br />

impuso al pecador, y por eso no<br />

vemos se haga mención del nombre siervo en la Escritura hasta que el<br />

justo Noé castigó con él el horrible<br />

pecado de su hijo. Así que este nombre tuvo su origen en la culpa;<br />

ella le mereció y no la naturaleza.


Y aunque la etimología del nombre siervo o esclavo en latín se<br />

entiende que se derivó de que a los que podía matar,<br />

conforme a la ley de guerra cuando los vencedores los reservaban o<br />

conservaban, los hacían siervos, que dando en su poder,<br />

por cuanto habían conservado sus vidas, sin embargo tampoco esta<br />

diligencia es sin mérito del pecado. Pues aun cuando se<br />

haga la guerra justa, por el pecado pelea parte contraria, y no hay<br />

victoria, aun cuando sucede a veces que la alcancen los<br />

malos, que por disposición y a providencia divina no humille a los<br />

vencidos o corrigiendo o castigando sus pecados. Testigo es<br />

de esta verdad el siervo de Dios Daniel, cuando en el cautiverio<br />

confiesa a Dios sus pecados y los pecados de su pueblo, y<br />

protesta con un santo y verdadero dolor que ésta es la causa de aquel<br />

cautiverio.<br />

Así, pues, la primera causa de la servidumbre es el pecado; que se<br />

sujetase el hombre a otro hombre con el vínculo de la<br />

condición servil, lo cual no sucede sin especial providencia y justo<br />

juicio de Dios, en quien no hay injusticia y sabe repartir diferentes<br />

penas conformes a los méritos de las culpas Y, según dice el<br />

soberano Señor de nuestras almas: «Que cualquiera que<br />

peca es siervo del pecado», así también muchos que son piadosos y<br />

religiosos sirven a señores inicuos, aunque no libres,<br />

«porque todo vencido es esclavo de su vencedor». Y, sin duda, con<br />

mejor condición servimos a los hombres que a los apetitos,<br />

pues advertimos cuán tiránicamente destruye los corazones de los<br />

mortales, por no decir otras cosas, el mismo apetito de<br />

dominar. Y en aquella paz ordenada con que los hombres están<br />

subordinados unos a otros, así como aprovecha la humildad a<br />

los que sirven, así daña la soberbia a los que mandan y señorean.<br />

Pero ninguno en aquella naturaleza en que primero crió Dios al hombre<br />

es siervo del hombre o del pecado. Y aun la<br />

servidumbre penal que introdujo él pecado está trazada y ordenada con<br />

tal ley, que manda que se conserve el orden natural y<br />

prohibe que se perturbe, porque si no se hubiera traspasado aquella<br />

ley no habría que reprimir y refrenar con la servidumbre<br />

penal. Por lo que el Apóstol aconseja a los siervos y esclavos que<br />

estén obedientes y sujetos a sus señores y los sirvan de<br />

corazón con buena voluntad, para que, si no pudieren hacerlos libres<br />

los señores, ellos en algún modo hagan libre su<br />

servidumbre, sirviendo, no con temor cauteloso, sino con amor fiel,<br />

«hasta que pase esta iniquidad y calamidad y se reforme y<br />

deshaga todo el mando y potestad de los hombres, viniendo a ser Dios<br />

todo en todas las cosas»<br />

CAPITULO XVI<br />

De cómo debe ser justo y benigno el mando y gobierno de los señores<br />

Aunque tuvieron siervos y esclavos los justos, nuestros predecesores<br />

de tal modo gobernaban la paz de su casa que en<br />

lo tocante a estos bienes temporales diferenciaban la fortuna y<br />

hacienda de sus hijos de la condición de sus siervos; pero en lo<br />

que toca al ser vicio y culto de Dios, de quien deber esperarse los<br />

bienes eternos, con un mismo amor miraban por todos los<br />

miembros de su casa. Lo cual de tal modo nos lo dicta y manda el<br />

orden natural, que de este principio vino derivarse el nombre<br />

de padre de familia, y es tan recibido, que aun los que mandan y<br />

gobiernan inicuamente gustan de ser llamados con dicho<br />

nombres. Pero los que son verdaderos padres de familias miran por<br />

todos los de su familia como por sus hijos, para servir y<br />

agradar a Dios, deseando llegar a la morada celestial, donde no habrá<br />

necesidad del oficio de mandar y dirigir a los mortales,<br />

porque entonces no será necesario el ministerio de mirar por el bien<br />

de los que son ya bienaventurados en aquella<br />

inmortalidad.<br />

Hasta que lleguen allá deben sufrir más los padres porque mandan y


gobiernan, que los siervos porque sirven. Así,<br />

cuando alguno en casa, por la desobediencia va contra la paz<br />

doméstica, deben corregirle y castigarle de palabra, o con el<br />

azote o con otro castigo justo y lícito, cuando lo exige la sociedad<br />

y comunicación humana por la utilidad del castigado, para que<br />

vuelva a la paz de donde se había apartado. Porque así como no es<br />

acto de beneficencia hacer, ayudando, que se pierda un<br />

bien mayor, así no es inocencia hacer, perdonando, que se incurra en<br />

mayor mal. Toca, pues, al oficio del inocente no sólo<br />

hacer mal a nadie, sino también estorbar y prohibir el pecado o<br />

castigarle, para que, o el castigado se corrija y enmiende con la<br />

pena, u otros escarmienten con el ejemplo. Y porque la casa del<br />

hombre debe ser principio o una partecita de la ciudad, y todos<br />

los principios se refieren a algún fin propio de su género y toda<br />

parte a la integridad del todo, cuya parte es, bien claramente se<br />

sigue, que la paz de casa se refiere a la paz de la ciudad; esto es,<br />

que la ordenada concordia entre sí de los cohabitantes en el<br />

mandar y obedecer se debe referir a la ordenada concordia entre si de<br />

los ciudadanos en el mandar y obedecer. De esta<br />

manera el padre de familia ha de tomar de la ley de la ciudad la<br />

regla para gobernar su casa, de forma que la incomode a la<br />

paz y tranquilidad de la ciudad.<br />

CAPITULO XVII<br />

Por qué la Ciudad celestial viene a estar en paz con la Ciudad<br />

terrena y por qué en discordia<br />

La casa de los hombres que no viven de la fe procura la paz terrena<br />

con los bienes y comodidades de la vida temporal;<br />

mas la casa de los hombres que viven de la fe espera los bienes que<br />

le han prometido eternos en la vida futura, y de los<br />

terrenos y temporales usa como peregrina, no de forma que deje<br />

prenderse y apasionarse de ellos y que la desvíen de la<br />

verdadera senda que dirige hacia Dios. sino para que la sustenten con<br />

los alimentos necesarios, para pasar más fácilmente<br />

vida y no acrecentar las cargas de este cuerpo corruptible, «que<br />

agrava y oprime al alma». Por eso el uso de las cosas<br />

necesarias para esta vida mortal es común a fieles o infieles y a una<br />

otra casa, pero el fin que tienen al usarlas es muy distinto.<br />

También la Ciudad terrena que no vive de la fe desea la paz terrena,<br />

y la concordia en el mandar y obedecer entre los<br />

ciudadanos la encamina a que observen cierta unión y conformidad de<br />

voluntades en las cosas que conciernen a la vida mortal.<br />

La Ciudad celestial, o, por mejor decir, una parte de ella que anda<br />

peregrinando en esta mortalidad y vive de la fe, también tiene<br />

necesidad de semejante paz, y mientras en la Ciudad terrena pasa como<br />

cautiva la vida de su peregrinación, como tiene ya la<br />

promesa de la redención y el don espiritual como prenda, no duda<br />

sujetarse a las leyes en la Ciudad terrena, con que se administran<br />

y gobiernan las cosas que son a propósito y acomodadas para<br />

sustentar esta vida mortal; porque así como es común<br />

a ambas la misma mortalidad, así en las cosas tocantes a ella se<br />

guarde la concordia entre ambas Ciudades. Pero como la<br />

Ciudad terrena tuvo ciertos sabios, hijos suyos, a quienes reprueba<br />

la doctrina del ciclo los cuales, o porque lo pensaron así o<br />

porque los engañaron los demonios creyeron que era menester conciliar<br />

muchos dioses a las cosas humanas a cuyos<br />

diferentes oficios, por decirlo así, estuviesen sujetas diferentes<br />

cosas a uno, el cuerpo, y a otro, el alma; y en el mismo cuerpo, a<br />

uno la cabeza y a otro el cuello, y todos los demás a cada uno el<br />

suyo. Asimismo en el alma, a uno el ingenio, a otro la<br />

sabiduría, a otro la ira, a otro la concupiscencia; y en las mismas<br />

cosas necesarias a la vida, a uno el ganado, a otro el trigo; a


otro el vino, a otro el aceite a otro las selvas y florestas. a otro<br />

el dinero, a otro la navegación, a otro las guerras, a otro las<br />

victorias, a otro los matrimonios, a otro los partos y la fecundidad,<br />

y así a los demás todos los ministerios humanos restantes y<br />

como la Ciudad celestial reconoce un solo Dios que debe ser<br />

reverenciado entiende y sabe pía y sanamente que a el solo se<br />

debe servir con aquella servidumbre que los griegos llaman la tria,<br />

que no debe prestarse sino a Dios sucedió, pues, que las<br />

leyes a la religión no pudo tenerlas comunes con la Ciudad terrena,<br />

y por ello fue preciso disentir y no conformarse con ella y<br />

ser aborrecida de los que opinaban lo contrario, sufrir sus odios,<br />

enojos y los ímpetus de sus persecuciones crueles, a no ser<br />

rara vez cuando refrenaba los ánimos de los adversarios el miedo que<br />

les causaba su muchedumbre, y siempre el favor y<br />

ayuda de Dios.<br />

Así que esta ciudad celestial, entre tanto que es peregrina en la<br />

tierra, va llamando y convocando de entre todas las<br />

naciones ciudadanos, y por todos los idiomas va haciendo recolección<br />

de la sociedad peregrina, sin atender a diversidad<br />

alguna de costumbres, leyes e institutos, que es con lo que se<br />

adquiere o conserva la paz terrena, y sin reformar ni quitar cosa<br />

alguna, antes observándolo y siguiéndolo exactamente, cuya<br />

diversidad, aunque es varia y distinta en muchas naciones, se<br />

endereza a un mismo fin de la paz terrena, cuando no impide y es<br />

contra la religión, que nos enseña y ordena adorar a un solo,<br />

sumo y verdadero Dios.<br />

Así que también la Ciudad celestial en esta su peregrinación usa de<br />

la paz terrena, y en cuanto puede, salva la piedad y<br />

religión, guarda y desea la trabazón y uniformidad de las voluntades<br />

humanas en las cosas que pertenecen a la naturaleza<br />

mortal de los hombres, refiriendo y enderezando esta paz terrena a la<br />

paz celestial. La cual de tal forma es verdaderamente paz,<br />

que sola ella debe llamarse paz de la criatura racional, es a saber,<br />

una bien ordenada y concorde sociedad que sólo aspira a<br />

gozar de Dios y unos de otros en Dios. Cuando llegáremos a la<br />

posesión de esta felicidad, nuestra vida no será ya mortal, sino<br />

colmada y muy ciertamente vital; ni el cuerpo será animal, el cual,<br />

mientras es corruptible, agrava y oprime al alma, sino espiritual,<br />

sin necesidad alguna y del todo sujeto a la voluntad. Esta paz,<br />

entretanto que anda peregrinando, la tiene por la fe, y con<br />

esta fe juntamente vive cuando refiere todas las buenas obras que<br />

hace para con Dios o para con el prójimo, a fin de conseguir<br />

aquella paz, porque la vida de la ciudad, efectivamente, no es<br />

solitaria, sino social y política.<br />

CAPITULO XVIII<br />

La duda que la nueva Academia pone en todo es contraria a la<br />

certidumbre y constancia de la fe cristiana<br />

Respecto a la diferencia que cita Varrón, alegando el dictamen de<br />

los nuevos académicos, que todo lo tienen por incierto,<br />

la Ciudad de Dios totalmente abomina semejante duda, reputándola como<br />

un disparate o desvarío, teniendo de las cosas que<br />

comprende con el entendimiento y la recta razón cierta ciencia,<br />

aunque muy escasa por causa del cuerpo corruptible, que<br />

agrava al alma (porque como dice el Apóstol «en parte sabemos») y<br />

en la evidencia de cualquiera materia cree a los sentidos,<br />

de los cuales usa el alma por medio del cuerno, porque más<br />

infelizmente se engaña quien cree que jamás se les debe dar<br />

asenso. Cree, asimismo, en la Sagrada Escritura del Viejo y del Nuevo<br />

Testamento, que llamamos canónica, de donde se concibió<br />

y dedujo la misma fe con que vive el justo, por la cual sin<br />

incertidumbre alguna caminamos mientras andamos


peregrinando, ausentes de Dios, y salva ella, sin que con razón nos<br />

puedan reprender, dudamos de algunas cosas que no las<br />

hemos podido penetrar, ni con el sentido ni con la razón, ni hemos<br />

tenido noticia de ellas por la Sagrada Escritura ni por otros<br />

testigos a quienes fuera un absurdo y desvarío no dar crédito.<br />

CAPITULO XIX<br />

Del hábito y costumbres del pueblo cristiano<br />

Nada interesa a esta Ciudad el que cada uno siga y profese esta fe en<br />

cualquier otro traje o modo de vivir, como no sea<br />

contra los preceptos divinos, pues con esta misma fe se llega a<br />

conseguir la visión beatífica de Dios, y la posesión de la patria<br />

celestial, y así a los mismos filósofos, cuando se hacen cristianos,<br />

no los compele a que muden el hábito, uso y costumbre de sus<br />

alimentos que nada obstan a la religión, sino sus falsas opiniones.<br />

Por eso la diferencia que trae Varrón en el vestir de los<br />

cínicos, si no cometen acción torpe o deshonesta, no cuida de ella.<br />

Pero en los tres géneros de vida: ocioso, activo y compuesto, de uno<br />

y otro, aunque se pueda en cada uno de ellos<br />

pasar la vida sin detrimento de la fe y llegar a conseguir los<br />

premios eternos, todavía importa averiguar qué es lo que profesa<br />

por amor de la verdad y qué es lo qué emplea en el oficio de la<br />

caridad. Porque ni debe estar uno de tal manera ocioso que en<br />

el mismo ocio no piense ni cuide del provecho de su prójimo, ni de<br />

tal conformidad activo, que no procure la contemplación de<br />

Dios. En el ocio no le debe entretener y deleitar la ociosidad, sin<br />

entender en nada, sino la inquisición, o el llegar a alcanzar la<br />

verdad, de forma que cada uno aproveche en ella, y que lo que hallare<br />

y alcanzare lo posea y goce y no lo envidie a otro. Y<br />

en la acción no se debe pretender y amar la honra de esta vida o el<br />

poder, porque todo es vanidad lo que hay debajo del sol,<br />

sino la misma obra que se hace por aquella honra o potencia, cuando<br />

se hace bien y útilmente; esto es: de manera que valga<br />

para aquella salud de los súbditos, que es según Dios, como ya lo<br />

declaramos arriba. Por eso cuando dice el Apóstol «que al<br />

que desea un obispado es buena obra la que desea», quiso declarar lo<br />

que es obispado que nota obra y trabajo, no honra y<br />

dignidad. Palabra griega que quiere decir que el que es superior de<br />

otros debe mirar por aquellos de quienes es superior y<br />

jefe; porque epi quiere decir sobre, y scopos, intención; luego<br />

Episcopein debe entenderse de modo que sepa que no es obispo<br />

el que gusta de ser superior y no gusta ser de aprovechar. Así, pues,<br />

a ninguno prohiben que atienda al estudio de la verdad,<br />

el Cual pertenece al ocio loable y bueno; pero el lugar superior, sin<br />

el cual no se puede regir un pueblo, aunque se tenga y<br />

administre como es debido, no conviene codiciarle y pretenderle. Por<br />

lo cual el amor de la verdad busca al ocio santo y la<br />

necesidad de la caridad se encarga del negocio justo. Cuando no hay<br />

quien le imponga esta carga debe entretenerse en<br />

entender sobre la inquisición de la verdad, pero si se la imponen, se<br />

debe tomar por la necesidad de la caridad; pero ni aun de<br />

esta conformidad debe desamparar del todo el entretenimiento y gusto<br />

de la verdad, porque no se despoje de aquella suavidad<br />

y le oprima esta necesidad.<br />

CAPITULO XX<br />

Que los ciudadanos de la ciudad de los santos, en esta vida temporal,<br />

son bienaventurados en la esperanza


Por lo cual, siendo el sumo bien de la Ciudad de Dios la paz eterna y<br />

perfecta, no por la qué los mortales pasan naciendo<br />

y muriendo, sino en la que perseveran inmortales, sin padecer<br />

adversidad, ¿quién negará o que aquella vida es felicísima o<br />

que, en su comparación, ésta que aquí se pasa, por más colmada que<br />

esté de los bienes del alma y del cuerpo y de las cosas<br />

exteriores, no la juzgue por más que miserable? Con todo, el que pasa<br />

ésta, de manera que la enderece al fin de la otra, el cual<br />

ama ardientemente, y fielmente espera, sin ningún absurdo se puede<br />

ahora llamar también bienaventurado; más por la<br />

esperanza de allá que por la posesión de acá.<br />

Pero esta posesión sin aquella esperanza es una falsa bienaventuranza<br />

y grande miseria, porque no usa de los<br />

verdaderos bienes del alma, puesto que no es verdadera sabiduría<br />

aquella con que en las cosas que discierne con prudencia y<br />

hace con valor, modera con templanza y distribuye con justicia, no<br />

endereza su intención a aquel fin, donde será Dios el todo en<br />

todas las cosas con eternidad cierta e infalible y perpetua.<br />

CAPITULO XXI<br />

Si conforme a las definiciones de Escipión, que trae Cicerón en su<br />

diálogo, hubo jamás república romana<br />

Ya es tiempo que lo más sucinta compendiosa y claramente que<br />

pudiéremos, se averigüe lo que prometí manifestar en el<br />

libro segundo de e obra, es a saber, que según las definiciones de<br />

que usa Escipión en los libros de la república de Cicerón,<br />

jamás hubo república romana. Porque brevemente define la república,<br />

diciendo que es cosa del pueblo, cuya definición si es<br />

verdadera, nunca hubo república romana, porque nunca hubo cosa<br />

pueblo, cual quiere que sea la definición de la república.<br />

Pues definió pueblo diciendo que era una junta compuesta de muchos,<br />

unida con el consentimiento del derecho y la participación<br />

de la utilidad común. Y más adelante declara que significa lo que<br />

llama consentimiento del derecho; manifestando con esto que<br />

sin justicia no puede administrar ni gobernar rectamente la<br />

república.<br />

Luego donde no hubiere verdadera justicia tampoco podrá haber derecho<br />

porque lo que se hace según derecho se<br />

hace justamente; pero lo que se ha injustamente no puede hacerse con<br />

derecho. Porque no se deben llamar tener por derecho<br />

las leyes injustas los hombres, pues también ellos llaman derecho a<br />

lo que dimanó y se derivó de la fuente original de la justicia,<br />

confesando ser falso lo que suelen decir algunos erróneamente, que<br />

sólo es derecho o ley lo que es en favor y utilidad del que<br />

más puede. Por lo cual donde no hay verdadera justicia, no puede<br />

haber unión ni congregación hombres, unida con el<br />

consentimiento del derecho, y, por lo mismo, tampoco pueblo, conforme<br />

a la enunciada definición de Escipión o Cicerón. Y si no<br />

puede haber pueblo, tampoco cosa de pueblo, sino de multitud, que no<br />

merece nombre de pueblo. Y, por consiguiente, si la<br />

república es cosa del pueblo, y no es pueblo el que está unido con el<br />

consentimiento del derecho y no hay derecho donde no<br />

hay justicia, si duda se colige que donde no hay justicia no hay<br />

república.<br />

Además, la justicia es una virtud queda a cada uno lo que es suyo. ¿<br />

Qué justicia, pues, será la del hombre que al mismo<br />

hombre le quita a Dios verdadero, y le sujeta a los impuros demonios?<br />

¿Es esto acaso dar a cada uno lo que es suyo? ¿Por<br />

Ventura el que usurpa la heredad al que, la compró y la da al que<br />

ningún derecho tiene a ella, es injusto, y el que se la quita<br />

asimismo a Dios, que es su Señor y el que le crió, y sirve a los<br />

espíritus malignos, es justo?<br />

Disputan ciertamente con grande vehemencia y vigor en los mismos


libros de república contra la justicia, y en favor de<br />

ella. Y como se defiende al principio la injusticia contra la<br />

justicia, diciendo que la república no se podía conservar ni<br />

acrecentar<br />

sino por la injusticia, por ser cosa injusta que los hombres<br />

sirviesen a hombres que los dominasen; de cuya injusticia necesita<br />

usar la ciudad dominadora, cuya república es grande para imperar y<br />

mandar en las provincias; respondióse en defensa de la<br />

justicia que esto es justo, porque a semejantes hombres les es útil<br />

la servidumbre, establecida en utilidad suya cuando se<br />

practica bien, esto es, cuando a los perversos se les quita la<br />

licencia de hacer mal, viviendo mejor sujetos que libres.<br />

Y para confirmar esta razón traen un famoso ejemplo, como tomado de<br />

la naturaleza, y dicen así: ¿Por qué Dios manda<br />

al hombre, el alma al cuerpo, la razón al apetito y a las demás<br />

partes viciosas del alma? Sin duda, con este ejemplo consta que<br />

importa a algunos y es útil la servidumbre, y que el servir a Dios lo<br />

es a todos. El alma que sirve a Dios muy bien manda al<br />

cuerpo, y en la misma alma la razón, que se sujeta a Dios, su Señor,<br />

muy bien manda al apetito y a los demás vicios. Por lo<br />

cual, siempre que el hombre no sirve a Dios, ¿qué hay en él de<br />

justicia? Pues no sirviendo a Dios de ningún modo puede el<br />

alma justamente mandar al cuerpo, o la razón humana a los demás<br />

vicios, y si en este hombre no hay justicia, sin duda que<br />

tampoco la podrá haber en la congregación que consta de tales<br />

hombres. Luego no hay aquí aquella conformidad o consejo del<br />

derecho que hace pueblo a la muchedumbre, lo cual se dice ser la<br />

república.<br />

Y de la utilidad con cuyo lazo también une Escipión a los hombres en<br />

esta definición para formar el pueblo,<br />

¿qué diré? Pues si bien, lo consideramos, no es utilidad la de los<br />

que viven impíamente, como viven todos los que<br />

no sirven a Dios y sirven a los demonios, los cuales son tanto más<br />

perversos cuanto más deseosos se muestran,<br />

siendo espíritus inmundísimos, de que les ofrezcan sacrificios como a<br />

dioses. Así pues, lo que dijimos de la<br />

conformidad y consentimiento del derecho, pienso que basta para que<br />

se eche de ver por esta definición que no es<br />

pueblo que merezca llamarse república aquel donde no haya justicia.<br />

Si nos respondieren que los romanos en su<br />

república no sirvieron a espíritus inmundos, sino a dioses buenos y<br />

sanos, ¿acaso será necesario repetir tantas<br />

veces una cosa que está ya dicha con bastante claridad, y aun más de<br />

la necesaria? Porque, ¿quién hay que<br />

haya llegado hasta aquí por el orden de los libros anteriores de esta<br />

obra, que pueda todavía dudar de que los<br />

romanos sirvieron a los demonios impuros, sino el que fuere, o<br />

demasiadamente necio, o descaradamente<br />

porfiado? Mas por no decir quiénes sean éstos, que ellos honraban y<br />

veneraban con sus sacrificios baste que la<br />

ley del verdadero Dios nos dice: «Que al que ofreciese sacrificios a<br />

los dioses, y no solamente a Dios, le quitarán la<br />

vida. » Así que, ni a los dioses buenos ni malos quiso que<br />

sacrificasen el que mandó esto con tanto rigor y bajo una<br />

pena tan acerba.<br />

CAPITULO XXII<br />

Si es el verdadero Dios aquel a quien sirven los cristianos, a quien<br />

sólo se debe sacrificar<br />

Pero podrían responder, ¿quién es este Dios, o con qué testimonios se<br />

prueba ser digno de que le debieran obedecer<br />

los romanos, no adorando ni ofreciendo sacrificios a otro alguno de<br />

los dioses, a excepción de este nuestro Dios y Señor?


Grande ceguedad es preguntar todavía quién es este Dios.<br />

Este es el Dios que dijo a Abraham: «En tu descendencia serán<br />

benditas todas las gentes.» Lo cual, quieran o no<br />

quieran, advierten que puntualmente se cumple en Cristo que, según la<br />

carne, nació, de aquel linaje, los mismos enemigos que<br />

han quedado de este santo nombre.<br />

Este es el Dios cuyo divino espíritu habló por aquellos, cuyas<br />

profecías cumplidas en la Iglesia, esparcida por todo el<br />

orbe, he referido en los libros pasados<br />

Este es el Dios de quien Varrón, uno de los más doctos entre los<br />

romanos, sostiene que es Júpiter, aunque sin saber lo<br />

que dice. Lo cual me pareció bien referir, porque Varrón, tan sabio,<br />

no pudo imaginar que no existiese este Dios, ni tampoco<br />

que era cosa vil, pues creyó que era aquel a quien él tenía por el<br />

Sumo Dios.<br />

Finalmente, éste es el Dios a quien Porfirio, uno de los más eruditos<br />

e instruidos entre los filósofos, aunque enemigo<br />

pertinacísimo de los cristianos, por confesión aun de los mismos<br />

oráculos de aquellos que él cree que son dioses, confiesa que<br />

es grande Dios.<br />

CAPITULO XXIII<br />

Las respuestas. que refiere Porfirio dieron de Cristo los oráculos de<br />

los dioses<br />

Porque en los libros que llama teologías filosóficas, en los cuales<br />

examina y refiere las divinas respuestas en<br />

las materias tocantes a la filosofía (y empleo sus mismas palabras<br />

traducidas del griego al latín), dice que, preguntándole<br />

uno de qué dios se valdría para poder desviar a su mujer de<br />

la religión de los cristianos, respondió Apolo<br />

con unos versos que comprenden estas palabras, como si fueran de<br />

Apolo: «Antes podrás escribir en el agua o<br />

aventando las ligeras plumas, como una ave, volar por el aire, que<br />

separes de su propósito a tu impía mujer, una<br />

vez que se ha profanado. Déjala, como apetece, perseverar en sus<br />

vanos engaños, y celebre con inútiles lamentaciones<br />

a su Dios muerto, a quien la sentencia de jueces rectos y<br />

celosos de la justicia quitó la vida a los golpes del<br />

hierro con una muerte, entre las públicas, la más afrentosa.»<br />

Después, a consecuencia de estos versos de Apolo,<br />

que sin guardar el metro se han traducido, añade él: «En esto sin<br />

duda declaró la irremediable sentencia de los<br />

cristianos, al decir que los judíos conocen más a Dios qué ellos.»<br />

Ved aquí cómo, rebajando a Cristo, antepuso los judíos a los<br />

cristianos, confesando que los judíos conocen a<br />

Dios. Porque así explicó los versos de Apolo, dónde dice que fue<br />

muerto Cristo por jueces rectos y celosos de la<br />

justicia, como si, juzgando los judíos rectamente, le hubieran<br />

condenado con justo motivo. Sea lo que fuere de este<br />

oráculo falso, lo que el mentiroso sacerdote de Apolo dice de Cristo,<br />

y lo que Porfirio creyó, o quizá lo que este<br />

mismo fingió haber dicho el sacerdote, tal vez haber pensado en ello,<br />

ya remos cuán constante es este filósofo en lo<br />

que dice, o cómo hace que concuerden entre sí los oráculos.<br />

En efecto; dice aquí que los judíos como gente que conoce a Dios,<br />

juzgaron rectamente de Cristo, sentenciándole a la<br />

muerte más afrentosa. Luego debiera mirar lo que el Dios de los<br />

judíos, a quien honra con su testimonio, dice: «Que al que<br />

sacrificare a los dioses, y no solamente a Dios, le quite la vida. »<br />

Pero vengamos ya a la explanación de asuntos más claros, y veamos<br />

cuán grande y poderoso confiesa ser


el Dios de los judíos. Preguntado Apolo cuál era mejor, el Verbo o la<br />

ley, respondió, dice, en verso, lo que sigue: Y<br />

después pone los versos de Apolo, entre los cuales se contienen<br />

éstos, por tomar sólo de ellos lo suficiente. «Pero,<br />

Dios, nos dice, es rey engendrador, rey, ante todas las cosas, de<br />

quien tiemblan el cielo, la tierra y el mar y tienen<br />

temor los abismos de los infiernos, y los mismos dioses, cuya ley es<br />

el Padre a quien adoran y reverencian los<br />

santísimos hebreos.» Por este oráculo de su dios Apolo, dijo Porfirio<br />

que era tan grande el Dios de los hebreos, que<br />

temblaban de él los mismos dioses. Habiendo, pues, dicho este Dios<br />

que incurría en pena de muerte el que<br />

sacrificase a los dioses, me admiro cómo el mismo Porfirio,<br />

ofreciendo sacrificios a los dioses, no temió su última<br />

ruina.<br />

Dice también este filósofo algunos elogios de Cristo como olvidado<br />

aquella ignominia, de que poco antes<br />

tratamos, o como si soñaran sus dioses cuando decían mal de Cristo, y<br />

al despertar conocieran que era bueno y<br />

con razón le alabaran. En efecto: como fuera cosa admirable,<br />

«parecerá, dice, a algunos cosa extraña e increíble<br />

que voy a decir: que los dioses declararon a Cristo por Santísimo y<br />

que se hizo inmortal, y hacen mención de él<br />

llenándole de alabanzas. Pero de los cristianos dicen que son<br />

profanos, que están envueltos e implicados en<br />

errores, y publican de ellos otras muchas blasfemias semejantes a<br />

éstas.» Después pone oráculos de los dioses,<br />

que abominan y blasfeman de los cristianos, y añade: «Pero de Cristo,<br />

a los que preguntaban si era Dios, respondió<br />

Hécate: Ya sabes la serie y proceso del alma inmortal después que<br />

ha dejado el cuerpo, y cómo la que se<br />

apartó de la sabiduría siempre andaba errando. Aquella alma es de un<br />

varón excelentísimo en santidad; a ella adoran<br />

y respetan los que andan lejos de la verdad.» Después de las<br />

palabras de este oráculo, pone las suyas, y<br />

dice: «Así, pues, le llamó varón santísimo, y que su alma, como la de<br />

los santos, después de muerto, fue a gozar de<br />

la inmortalidad, y que a ésta adoran los cristianos que andan<br />

errados.» Y preguntando, dice: «¿Por qué motivo fue,<br />

pues, condenado? Respondió la diosa con oráculo: Aunque el cuerpo<br />

está siempre sujeto a los tormentos que le<br />

combaten, sin embargo, el alma está en la morada celestial de los<br />

santos. Pero aquella alma dio ocasión fatalmente a<br />

las otras almas (a quienes los hados no concedieron que alcanzasen<br />

los dones de los dioses, ni tuvieron noticia del<br />

inmortal Júpiter) que se implicasen en error. Así que son los<br />

cristianos aborrecidos de los dioses, porque a los que<br />

el hado no permitió conocer a Dios, ni recibió los dones de los<br />

dioses, fatalmente les dio Cristo causa para que se<br />

enredasen con errores. Pero él fue piadoso, y como los piadosos fue<br />

al cielo, por lo que no blasfemarás de éste,<br />

antes bien te compadecerás de la demencia de los hombres y del<br />

peligro de que aquí nace para ellos tan fácil y tan<br />

próximo a precipitarlos en el abismo.»<br />

¿Quién hay tan ignorante que no advierta que estos, oráculos, o los<br />

fingió algún hombre astuto, acérrimo antagonista de<br />

los cristianos, o por algún otro motivo semejante respondieron así<br />

los impuros demonios, para que alabando primero a Cristo,<br />

persuadan que con verdad vituperan a los cristianos, y de esta<br />

manera, si pudieran, atajen y cierren el camino de la salud<br />

eterna, que es en el que se hace cada uno cristiano? Porque les<br />

parece que no contradice a la astucia que usan de mil<br />

maneras de engañar, que les crean cuando alaban a Cristo, con tal que<br />

les crean también cuando vituperan a los cristianos; á<br />

fin de que al que creyere lo uno y lo otro, le haga alabar a Cristo,<br />

sin que quiera ser cristiano. De esta manera, aunque alabe el


nombre de Cristo, no le libra Cristo del dominio de los demonios;<br />

porque alaban a Cristo de forma qué quien creyere que es<br />

como ellos nos le predican, no será verdadero cristiano, sino hereje<br />

fotiniano, que conoce a Cristo sólo como hombre y no como<br />

Dios, y por eso no puede ser salvado por él ni salir de los lazos de<br />

estos demonios, que no sabe decir verdad.<br />

Pero nosotros, ni podemos aprobar a Apolo cuando vitupera a Cristo,<br />

ni a Hecate cuando le alaba, pues el uno quiere<br />

que tengamos a Cristo por inicuo y pecador, pues que dice que le<br />

condenaron a muerte jueces rectos; y la otra, que le<br />

tengamos por hombre piadosísimo, pero por hombre solamente. Igual es<br />

la intención de los dos para que no quieran hacerse<br />

los hombres cristianos; porque, no siendo cristianos no se podrán<br />

librar de su poder. Pero este filósofo, o, por mejor decir, los<br />

que dan crédito a semejantes oráculos contra los cristianos, hagan<br />

primero, si pueden, que concuerden entre sí Hécate y Apolo<br />

sobre Cristo; que, o le condenen los dos, o le alaben también ambos.<br />

Y aunque lo hicieran, abominaremos de los engañosos<br />

demonios, así cuando elogian como cuando baldonan a Cristo. Pero como<br />

su dios y su diosa discordan entre si sobre Cristo, el<br />

uno vituperándole y la otra ensalzándole, cuando blasfeman de los<br />

cristianos no les deben creer los hombres si los hombres<br />

sienten rectamente. Cuando Porfirio o Hécate, alabando a Cristo,<br />

dicen que Él mismo dio fatalmente a los cristianos motivo para<br />

que se implicasen en error, descubre y manifiesta las causas, según<br />

él imagina, del mismo error, los cuales, antes que las<br />

declare según sus palabras, pregunto si dio Cristo fatal mente a los<br />

cristianos causa para enredarse e implicarse en error o si lo<br />

dio con su voluntad. En este caso cómo es justo? Y en aquél, ¿cómo es<br />

bienaventurado?<br />

Pero veamos ya las causas que del error. «Hay -dice- unos espíritus<br />

terrenos, mínimos en la tierra sujetos a la potestad<br />

de malos demonios. A estos tales, los sabios de los hebreos (entre<br />

los cuales fue uno es Jesús, como lo has oído de boca del<br />

oráculo divino de Apolo, que referí arriba), a estos demonios pésimos<br />

y espíritus menores prohibían los sabios los hebreos que<br />

acudiesen los hombres temerosos de Dios y les vedaban ocuparse en su<br />

servicio, prefiriendo que venerasen a los dioses<br />

celestiales y mucho más a Dios Padre. Y esto mismo -dice- lo ordenan<br />

los dioses, y arriba lo manifestamos, como cuando nos<br />

advierten que tengamos cuenta con Dios, y mandan que siempre le<br />

reverenciemos. Pero los ignorantes e impíos, a quienes<br />

verdaderamente no concedió el hado que alcanzasen de los dioses sus<br />

dones ni que tuviesen noticia del inmortal Júpiter, sin<br />

querer atender ni a los dioses ni a los hombres divinos, dieron de<br />

mano a todos los dioses, y a los demonios prohibidos, no sólo<br />

no los quisieron aborrecer, sino que los veneraron y adoraron.<br />

Fingiendo que adoran a Dios, dejan de hacer precisamente las<br />

acciones por las cuales se adora a Dios. Porque Dios, como autor y<br />

padre de todos, de ninguno tiene necesidad; pero es bien<br />

para nosotros que le honremos con la justicia y castidad y con las<br />

demás virtudes, haciendo que nuestra vida sea una oración<br />

que le esté pidiendo continuamente la imitación de sus perfecciones e<br />

inquisición de la verdad. Porque la inquisición –dice- purifica<br />

y la imitación deifica el afecto, ensalzando las obras de Dios.»<br />

Muy bien habla de Dios Padre, y nos dice las costumbres y ritos con<br />

que debemos reverenciar, y de estos preceptos<br />

están llenos los libros proféticos de los hebreos cuando mandan o<br />

elogian la vida de los santos. Pero en lo tocante a los<br />

cristianos, tanto yerra o tanto calumnia, cuanto quieren los demonios<br />

que él tiene por dioses, como si fuera dificultoso traer a la<br />

memoria las torpezas y disoluciones que se hacían en el culto y<br />

reverencia de los dioses en los teatros y templos, y ver lo que<br />

se lee, dice y oye en las iglesias, o lo que en ellas se ofrece a<br />

Dios verdadero, y deducir de eso dónde está la edificación y


dónde la destrucción de las costumbres. ¿Quién le dijo o le pudo<br />

inspirar, sino el espíritu diabólico, tan vana y manifiesta mentira<br />

como la de que a los demonios, que prohiben adorar los Hebreos, los<br />

cristianos antes lo reverencian que aborrecen? Al<br />

contrario, el Sumo Dios, a quien adoraron los sabios de los hebreos,<br />

aun a los ángeles del cielo y virtudes de Dios (a quienes<br />

como ciudadanos, en esta nuestra peregrinación mortal, respetamos y<br />

amamos), nos veda que les sacrifiquemos, notificándolo<br />

rigurosamente en la ley que dio a su pueblo hebreo, e intimándonos<br />

con terribles amenazas «que el que sacrificare a los dioses<br />

perderá la vida». Y para que ninguno entendiese que la ley mandaba<br />

que no sacrificasen a los demonios pésimos y espíritus<br />

terrenos, a quien éste llama mínimos o menores (porque también a<br />

éstos en las Escrituras Santas los llaman dioses, no de los<br />

hebreos, sino de los gentiles, lo cual con toda claridad lo pusieron<br />

los setenta intérpretes en el Salmo, diciendo «que todos los<br />

dioses de los gentiles son demonios»), pata que ninguno, repetimos,<br />

pensase que la ley prohibía sacrificar a estos demonios<br />

terrenos, pero que lo permitía a los celestiales, a todos, o a<br />

algunos, seguidamente añadió «sino a Dios solo»; esto es: sino<br />

solamente a Dios; porque no piense acaso alguno que la frase a Dios<br />

sólo s entiende el Dios Sol a quien se debe sacrificar, y<br />

que no deba entenderse así se ve bien claro en el texto griego.<br />

El Dios de los hebreos, a quien honra con relevante testimonio este<br />

ilustre filósofo, dio ley a su pueblo hebreo escrita en<br />

idioma hebreo, cuya ley no es oscura ni desconocida, sino que está<br />

esparcida ya y divulgada por todas las naciones, y en ella<br />

esta escrito: «Que el que sacrificare a los dioses y no sólo a Dios,<br />

morirá indispensablemente.» ¿Qué necesidad hay de qué en<br />

esta ley y en sus profetas andemos a caza de muchas particularidades<br />

que se leen a este propósito, pero que digo yo andar a<br />

caza, pues que no son dificultosas ni raras, sino que andemos<br />

recogiendo las fáciles, y que se ofrecen a cada paso, y las<br />

pongamos en este discurso, para los que ven más clara que la luz que<br />

el sumo y verdadero Dios quiso que á ninguno otro se<br />

ofreciesen sacrificios que al mismo Dios y Señor? Ved, pues, a lo<br />

menos esto, que brevemente, o por mejor decir,<br />

grandiosamente con amenaza, pero con verdad, dijo aquel Dios, a quien<br />

los más doctos que se conocen entre ellos celebran<br />

con tanta excelencia; óiganlo, témanlo, obedézcanlo, porque los<br />

desobedientes no les comprenda la pena y amenaza de<br />

muerte: «El que sacrificare -dice- a los dioses y no solamente a<br />

Dios, morirá.» No porque el Señor necesite de nadie, sino<br />

porque nos interesa el ser cosa suya. Así se canta en la Sagrada<br />

Escritura de los hebreos: «Dije al Señor: tú eres mi Dios,<br />

porqué no tienes necesidad de mis bienes.» Y el sacrificio más<br />

insigne y mejor que tiene este Señor somos nosotros mismos.<br />

Esto mismo es su ciudad, y el misterio de este grande asunto<br />

celebramos con nuestras oblaciones, como lo saben los fieles, así<br />

como lo hemos ya visto en los libros anteriores. Los oráculos del<br />

cielo declararon a voces por boca de los profetas hebreos que<br />

cesarían las víctimas ofrecidas por los judíos. en sombra de lo<br />

futuro, y las naciones, desde donde nace hasta donde se pone el<br />

sol, ofrecerían un solo sacrificio, como observamos ya que lo<br />

practican. De estos oráculos hemos citado algunos, cuantos<br />

parecieron bastantes, y los hemos ya insertado en esta obra. Por<br />

tanto, donde no hubiere la justicia, de que según su gracia, un<br />

solo y sumo Dios mande a la ciudad que le esté obediente, no<br />

sacrificando a otro que al mismo Dios, y con esto en todos los<br />

hombres de esta misma ciudad, obedientes a Dios, con orden legitimo,<br />

el alma mande al cuerpo y la razón a los vicios, para que<br />

todo el pueblo viva, se sustente y posea la fe como vive y la posee<br />

un justo que obra y se mueve con el amor y caridad con<br />

que el hombre ama a Dios como se debe y a su prójimo como a sí mismo;<br />

donde no hay esta justicia, repito, sin duda que no<br />

hay congregación de hombres, unida por la conformidad en las leyes y


derecho, y con la comunión, de la utilidad y bien común,<br />

y no habiéndola no hay pueblo; y si es verdaderamente ésta la<br />

definición del pueblo, tampoco habrá república, porque no hay<br />

cosa del pueblo donde no hay pueblo.<br />

CAPITULO XXIV<br />

Con qué definición se pueden llamar legítimamente, no sólo los<br />

romanos, sino también los otros reinos, pueblo y república<br />

Si definiésemos al pueblo; no de ésta, sino de otra manera, como si<br />

dijésemos: el pueblo es una<br />

congregación de muchas personas, unidas entre sí con la comunión y<br />

conformidad de los objetos que ama, sin<br />

duda para averiguar que hay un pueble será menester considerar las<br />

cosas que urna y necesita. Pero sea lo<br />

que fuere, lo que ama, si es congregación compuesta de muchos, no<br />

bestias, sino criaturas racionales, y<br />

unidas entre sí con la comunión y concordia de las cosas que ama, sin<br />

inconveniente alguno se llamará pueblo,<br />

y tanto mejor cuanto la concordia fuese en cosas mejores, y tanto<br />

peor cuanto en Peores.<br />

Conforme a ésta nuestra definición, el pueblo romano es pueblo, y su<br />

asunto principal sin duda alguna es la república.<br />

Pero qué sea lo que aquel pueblo haya amado en sus primeros tiempos,<br />

y qué en los que fueron sucediendo y cuál su vida y<br />

costumbres, con las que llegando a las sangrientas sediciones, y de<br />

allí a las guerras sociales y civiles, rompió y trastornó la<br />

misma concordia, que es en cierto modo la vida y salud del pueblo,<br />

nos lo dice la historia, de la cual extractamos muchas<br />

particularidades en los libros precedentes.<br />

Pero no por eso diré que no es pueblo, ni que su asunto primario no<br />

es la república, entre tanto que se conservare<br />

cualquiera congregación organizada y compuesta de muchas personas,<br />

unida entre sí con la comunión y concordia de las<br />

cosas que ama.<br />

Lo que he dicho de este pueblo y de esta república, entiéndase dicho<br />

de la de los atenienses, o de otra cualquiera de los<br />

griegos, y lo mismo de la de los egipcios, y de aquella primera<br />

Babilonia de los asirios, cuando en sus repúblicas estuvieron sus<br />

imperios grandes o pequeños, y eso mismo de otra cualquiera de las<br />

demás naciones. Porque generalmente la ciudad de los<br />

impíos, donde no manda Dios y ella le obedece, de manera que no<br />

ofrezca sacrificio a otros dioses sino a él solo, y por esto el<br />

ánimo mande con rectitud y fidelidad al cuerpo, y la razón a los<br />

vicios carece de verdadera justicia.<br />

CAPITULO XXV<br />

Que no puede haber, verdadera virtud donde no hay verdadera religión<br />

Por más loablemente que parezca que manda el alma al cuerpo, y la<br />

razón a los vicios, si el alma y la misma razón no<br />

sirven a Dios, así como lo ordenó el Señor que debían servirle, de<br />

ningún modo manda ni dirige bien al cuerpo y a los vicios.<br />

¿De qué cuerpo y de qué vicios puede ser señora el alma que no conoce<br />

al verdadero Dios, ni está sujeta a sus altas<br />

disposiciones, sino rendida, para ser corrompida y profanada por los<br />

viciosísimos demonios?<br />

Por lo cual las virtudes que le parece tener, por las cuales manda al<br />

cuerpo y a los vicios, para alcanzar alguna cosa, si<br />

no las refiere a Dios, más son vicios que virtudes. Porque aunque<br />

algunos opinan que las virtudes son verdaderas y honestas<br />

cuando se refieren a sí mismas, y no se desean por otro fin, con todo<br />

también en tal caso tienen su hinchazón y soberbia, y, por


tanto, no se deben estimar por virtudes, sino por vicios. Porque así<br />

como no procede de la carne, sino que es superior a la<br />

carne, lo que hace vivir a la carne; así no viene del hombre, sino<br />

que es superior al hombre, lo que hace vivir<br />

bienaventuradamente al hombre, y no sólo al hombre, sino también a<br />

cualquiera potestad y virtud celestial.<br />

CAPITULO XXVI<br />

De la paz que tiene el pueblo que no conoce a Dios de la cual se<br />

sirve el pueblo de Dios, mientras peregrina en este<br />

mundo<br />

Así como la vida de la carne es el alma, así la vida bienaventurada<br />

del hombre es Dios, de quien dicen los sagrados<br />

libros de los hebreos: «Bienaventurado es el pueblo cuyo Señor es su<br />

Dios.» Luego miserable e infeliz será el pueblo que no<br />

conoce a este Dios. Sin embargo, este pueblo ama también cierta paz<br />

que no se debe desechar, la cual no la tendrá al fin, porque<br />

no usa y se sirve de ella bien antes del fin.<br />

Pero goza de ella en esta vida, y también nos interesa a nosotros,<br />

porque entre tanto que ambas ciudades andan juntas<br />

y mezcladas, usamos también nosotros y nos servimos de la paz de<br />

Babilonia, de la cual se libra el pueblo de Dios por la fe, de<br />

forma que entre tanto anda peregrinando en ella. Por eso advirtió el<br />

Apóstol a la Iglesia que hiciese oración a Dios por sus<br />

reyes y por los que están constituidos en algún cargo o dignidad<br />

pública, añadiendo: «Para que pasemos la vida quieta y<br />

tranquila, con toda piedad y pureza.» Y el profeta Jeremías,<br />

anunciando al antiguo pueblo de Dios cómo habla de verse en<br />

cautiverio, mandándoles de parte de Dios que fuesen de buena gana y<br />

obedientes a Babilonia, sirviendo también a Dios con<br />

esta conformidad y resignación, igualmente les advirtió y exhortó, a<br />

que orasen por ella, dando inmediatamente la razón,<br />

«porque en la paz de esta ciudad, dice, gozaréis vosotros de la<br />

vuestra»; es á saber, de la paz temporal y común a los buenos<br />

y a los malos.<br />

CAPITULO XXVII<br />

De la paz que tienen los que sirven a Dios, cuya perfecta<br />

tranquilidad se puede con, seguir en esta vida temporal<br />

La paz, que es la propia de nosotros, no sólo la disfrutamos en esta<br />

vida con Dios por la fe, sino que eternamente la<br />

tendremos con él, y la gozaremos, no ya por la fe, ni por visión sino<br />

claramente. Pero en la tierra paz, así la común como la<br />

nuestra propia, es paz; de manera que es más consuelo de la nuestra<br />

miseria que gozo de la bienaventuranza. Y la misma<br />

justicia nuestra, aunque es verdadera, por el fin del verdadero bien<br />

a quien refiere, con todo en esta vida es de tal conformidad,<br />

que más consta de la remisión de los pecados que de la perfección de<br />

las virtudes.<br />

Testigo es de esta verdad la oración que hace toda la Ciudad de Dios<br />

que es peregrina en la tierra, pues por todos sus<br />

miembros dama a Dios: «Perdónanos, Señor, nuestras deudas, así como<br />

nosotros perdonamos a nuestros deudores». Oración<br />

que tampoco es eficaz para aquellos cuya fe sin obras muerta, sino<br />

para aquellos cuya fe obra y se mueve por caridad. Pues<br />

aunque la razón esté sujeta a Dios, con todo en esta condición mortal<br />

y cuerpo corruptible que agrava y oprime el alma, no es<br />

ella perfectamente señora de los vicios, y por eso tiene necesidad<br />

los justos de hacer semejante oración.<br />

Porque, en efecto, aunque parezca que manda, de ningún modo, manda,


es señora de los vicios sin contraste<br />

repugnancia. Sin duda aparece en es cierta flaqueza, aun al que es<br />

valeroso y pelea bien, y aun al que es señor de tales<br />

enemigos vencidos ya y rendidos; de donde viene a pecar, si no tan<br />

fácilmente por obra, a lo menos por palabra, que<br />

ligeramente resbala, o con el pensamiento, que sin repararlo, vuela.<br />

Por lo cual, mientras hay necesidad de mandar y moderar<br />

a los vicios, a puede haber paz íntegra ni plena, pues los vicios que<br />

repugnan no se vence sin peligrosa batalla; y de los<br />

vencidos no triunfamos con paz segura, sino que todavía es<br />

indispensable reprimirlos con solícito y cuidadoso imperio.<br />

En estas tentaciones, pues (de todas las cuales brevemente dice la<br />

Sagrada Escritura «que la vida del hombre está llena<br />

de peligros y tentaciones sobre la tierra»), ¿quién habrá que presuma<br />

que vive de manera que no tenga necesidad de decir a<br />

Dios perdónanos nuestras deudas, sino algún hombre soberbio? No un<br />

hombre grande, sino algún espíritu altivo, hinchado y<br />

presumido, a quien justamente se opone y resiste el que concede su<br />

divina gracia a los humildes. Por lo mismo dice la Escritura:<br />

«Que Dios resiste a los soberbios y a los humildes da su gracia.»<br />

Así que en esta vida, la justicia que puede tener a cada uno es que<br />

Dios mande al hombre que le es obediente, el alma al<br />

cuerpo y la razón a los vicios, aunque repugnen, o sujetándolos, o<br />

resistiéndolos; y que así le pidamos al mismo Dios gracia<br />

meritoria y perdón de las culpas, dándole acción de gracias por los<br />

bienes recibidos.<br />

Pero en aquella paz final, a la que debe referirse, y por la que se<br />

debe tener esta justicia, estando sana y curada con la<br />

inmortalidad e incorruptibilidad, y libre ya de vicios la naturaleza,<br />

ni habrá objeto que a ninguno de nosotros nos repugne y<br />

contradiga, así de parte de otro como de sí mismo; ni habrá necesidad<br />

de que mande y rija la razón a los vicios, porque no los,<br />

habrá, sino que mandará Dios al hombre, y el alma al cuerpo, y habrá<br />

allí tanta suavidad y facilidad en obedecer cuanta<br />

felicidad en el vivir y reinar. Esto allí en todos, y en cada uno<br />

será eterno, y de que es eterno estará cierto; por eso la paz de<br />

esta bienaventuranza, o la bienaventuranza de esta paz, será el mismo<br />

Sumo Bien.<br />

CAPITULO XXVIII<br />

Qué fin han de tener los impíos<br />

Pero, al contrario, la miseria de los que no pertenecen a esta ciudad<br />

será eterna, a la cual llaman también segunda<br />

muerte. Porque ni el alma podrá decirse que vive allí, pues estará<br />

privada de la vida de Dios, ni tampoco el cuerpo, puesto que<br />

estará sujeto a los dolores y tormentos eternos. Y será más dura e<br />

intolerable esta segunda muerte, porque no se podrá acabar<br />

la infelicidad de este estado con la misma muerte. Mas, porque así<br />

como la mi seria es contraria a la bienaventuranza y la muerte<br />

a la vida, así también parece que la guerra es contraria a la paz.<br />

Con razón puede preguntarse que, pues hemos celebrado la<br />

paz que ha de haber en los fines de los bienes, ¿qué guerra y de qué<br />

calidad será, por el contrario, la que ha de haber en los<br />

fines de los males? El que hace est pregunta advierta y considere qué<br />

es lo que hay dañoso en la guerra, y ver que no es otra<br />

cosa que la adversidad y conflicto que tienen las cosas entre sí. ¿<br />

Qué guerra puede imaginarse más grave y más penosa que<br />

aquella e que la voluntad es tan adversa en la pasión, y la pasión<br />

tan opuesta a la voluntad, que con la victoria de ningún de<br />

ellas pueden fenecer semejantes enemistades, y donde de tal manera<br />

combate con la naturaleza del cuerpo la violencia del<br />

dolor que jamás el uno cede y se rinde al otro? Porque aquí, cuando<br />

acontece esta lucha, o vence el dolor, y la muerte nos<br />

priva del sentido, o perseverando la naturaleza, vence, y la salud<br />

nos quita el dolor.


Pero en la vida futura el dolor permanece para afligir y la<br />

naturaleza persevera para sentir, porque lo uno ni lo otro falta<br />

ni se acaba, para que no acabe la pena.<br />

Como a estos fines de los bienes y de los males, los unos que deben<br />

desearse, y los otros huirse mediante el juicio final,<br />

han de pasar a los unos los buenos y a los otros los malos, trataré<br />

de dicho juicio final, con el favor de Dios, en el libro siguiente.<br />

EL JUICIO FINAL<br />

CAPITULO PRIMERO<br />

Que aunque Dios en todos tiempos juzga, en este libro señaladamente<br />

se trata de su último juicio<br />

Habiendo de tratar del último día del juicio de Dios, con los<br />

eficaces auxilios del Señor, y de confirmarlo y defenderlo<br />

contra los impíos e incrédulos, debemos primeramente sentar, como<br />

fundamento sólido de tan elevado edificio, los testimonio<br />

divinos.<br />

Los que no quieren prestarles su asenso procuran impugnarlos con<br />

razones fútiles, humanas, falsas y seductoras, a fin<br />

de probar, que significan otra cosa las autoridades que Citamos de la<br />

Sagrada Escritura, o negar del todo que nos lo dijo y<br />

anunció Dios. Porque, en mi concepto, no hay hombre mortal que los<br />

examine, según se hallan declarados, y creyere que los<br />

profirió el sumo y verdadero Dios por, medio de sus siervos, que no<br />

les reconozca autenticidad y veracidad, ya los confiese con<br />

la boca, ya por algún vicio propio, se ruborice o tema confesarlo; ya<br />

pretenda defender obstinadamente con una pertinacia<br />

rayana en demencia lo que cree ser cierto.<br />

Lo que confiesa y aprueba toda la Iglesia del verdadero Dios: qué<br />

Cristo ha de descender de los cielos a juzgar a los<br />

vivos y a los muertos, éste decimos será el último día del divino<br />

juicio, es decir, el último tiempo. Porque aunque no es cierto<br />

cuántos días durará éste juicio, ninguno ignora por más ligeramente<br />

que haya leído la Sagrada Escritura, que en ella se suele<br />

poner el día por el tiempo.<br />

Cuando decimos el día del juicio de Dios, añadimos el último o el<br />

postrero, porque también al presente juzga, y desde el<br />

principio de la creación del hombre juzgó, desterrando del Paraíso y<br />

privando del sazonado fruto que producía el árbol de la<br />

vida a los primeros hombres, por la enorme culpa que cometieron; y<br />

también juzgó: «Cuando no perdonó á los ángeles<br />

transgresores de sus divinas leyes», cuyo príncipe, pervertido por sí<br />

mismo, con singular envidia pervierte a los hombres; ni sin<br />

profundo, impenetrable y justo juicio de Dios, lo mismo en el cielo<br />

aéreo, que en la tierra la miserable vida, así de los demonios<br />

como de los hombres, está tan colmada de errores y calamidades. Pero<br />

aun cuando ninguno pecara, no sin recto y justo juicio<br />

conservara Dios en la eterna bienaventuranza todas las criaturas<br />

racionales que con perseverancia se hubieran unido con su<br />

Señor.<br />

Juzga también, no sólo al linaje de los demonios y de los hombres,<br />

condenándolos a que sean infelices, por el mérito de<br />

los primeros pecadores, si no las obras propias que cada uno hace<br />

mediante el libre albedrío de su voluntad. Porque, también<br />

los demonios ruegan en el infierno que no los atormenten; y,<br />

ciertamente, que no sin justo motivo, no se les perdona, mas,<br />

según su maldad, se da a cada uno su respectivo tormento y pena. Y<br />

los hombres, casi siempre clara y a veces ocultamente,<br />

pagan siempre por juicio de Dios las penas merecidas por sus culpas,<br />

ya sea en esta vida, ya después de la muerte, aunque no<br />

hay hombre que proceda bien y con rectitud sin auxilios y favor<br />

divino, ni hay demonio ni hombre que haga mal sin el permiso


del divino y justo juicio de Dios, pues, como dice el Apóstol: «»No<br />

hay injusticia en Dios», y como añade en otro lugar:<br />

«Incomprensibles son los juicios de Dios e investigables sus altas<br />

disposiciones.»<br />

No trataremos, pues, en este libro de aquellos primeros juicios de<br />

Dios ni de estos medios, sino que, con el favor e<br />

ilustración del Espíritu Santo, hablaremos del último juicio, cuando<br />

Cristo ha de venir del cielo a juzgar a los vivos y a los<br />

muertos. Este día propiamente se llama del juicio, porque no habrá<br />

lugar en él para la queja o querella de los ignorantes de que<br />

por qué el malo es feliz y el bueno infeliz. Entonces solamente la de<br />

los buenos será tenida por verdadera y cumplida felicidad y<br />

la de los malos por digna y suma infelicidad.<br />

CAPITULO II<br />

De la variedad de las cosas humanas, en las cuales no podemos decir<br />

que falta el juicio de Dios, aunque no lo alcance<br />

nuestro discurso.<br />

Pero ahora no sólo aprendernos a llevar con paciencia los males, que<br />

padecen y sufren también los buenos, sino a<br />

estimar en mucho los bienes, lo que consiguen igualmente los malos, y<br />

así, aun en las cosas donde no advertimos la justicia<br />

divina, se hallan documentos divinos para nuestra salud.<br />

Porque ignoramos por qué juicio de Dios el que es bueno es pobre, y<br />

el que es malo es rico; que éste viva alegre, de<br />

quien pensarnos que por su mala vida debiera estar consumido de<br />

tristeza, y que ande melancólico el otro, cuya loable vida nos<br />

persuade que debiera vivir alegre; que el inocente salga de los<br />

tribunales, no sólo sin que se le dé la justicia que merece su<br />

causa, sino condenado, ya sea oprimido por la iniquidad del juez, ya<br />

convencido con testigos falsos, y que, por el contrario, su<br />

rival, perverso en realidad, salga, no sólo sin castigo, sino que,<br />

libre y triunfando, se burle y mofe de él; que el malo disfrute de<br />

una salud robusta y al bueno le consuman los achaques y dolencias;<br />

que los jóvenes bandidos que roban y saltean anden muy<br />

sanos y que los que a ninguno supieron ofender, ni aun de palabra,<br />

los veamos afligidos con varias molestias y horribles<br />

enfermedades; que a los niños que fueran útiles en el mundo no los<br />

permita la muerte lograr la vida y que los que parece que<br />

no debieran ni nacer gocen y vivan dilatados años; que al que está<br />

cargado de culpas y excesos le eleven a honras y<br />

dignidades. Y que el que es irreprensible en su conducta esté<br />

oscurecido en las- tinieblas del deshonor, y todo lo demás que se<br />

experimenta semejante a estas desigualdades, que sería imposible<br />

resumir y relatar aquí.<br />

Si esto tuviera en su sinrazón constancia, de forma que en esta vida<br />

(en la cual el hombre, como dice el real Profeta, «se<br />

ha hecho un retrato de la vanidad y sus días Se pasan como sombra»)<br />

no gozasen de estos bienes transitorios y terrenos sino<br />

los malos, ni tampoco padeciesen semejantes males sino los buenos,<br />

pudiérase referir esto al justo o al benigno juicio de Dios, a<br />

fin de que los que no habían de que los que no habían de gozar de los<br />

bienes eternos, considerándose bienaventurados con<br />

los temporales, o quedasen burlados o engañados por su culpa y<br />

malicia, o por la misericordia de Dios les sirviesen de algún<br />

consuelo; y los que no habían de sufrir los tormentos eternos fuesen<br />

en la tierra afligidos por sus pecados, cualesquiera que<br />

fuesen, o por pequeños que fuesen o fueran ejercitados con los males,<br />

para la perfección de las virtudes.<br />

Pero como ahora no sólo a los buenos les sucede mal y a los males<br />

bien, lo cual nos parece injusto, sino que también a<br />

los malos muchas veces les sucede mal y a los buenos bien, vienen a<br />

ser más incomprensibles los juicios de Dios y sus altas<br />

disposiciones más difíciles de penetrar.


Por eso, aunque no sepamos la razón por qué Dios hace semejantes<br />

cosas, o por qué permite que se hagan, habiendo<br />

en él suma potencia, suma sabiduría y suma justicia, y no habiendo<br />

ninguna flaqueza, ninguna temeridad y ninguna injusticia, sin<br />

embargo, con esto nos da saludables documentos para que no estimemos<br />

en mucho los bienes o los males que vemos son comunes<br />

a los buenos y a los malos, y para que busquemos los bienes que<br />

son propios de los buenos y huyamos particularmente<br />

aquellos males que son propios de los malos.<br />

Pero cuando estuviéremos en aquel juicio de Dios, cuyo tiempo unas<br />

veces se llama con grande propiedad el día del<br />

juicio y otras el día del Señor, echaremos de ver que no sólo lo que<br />

entonces se juzgare, sino también todo lo que hubiere<br />

juzgado desde el principio del mundo, y lo que todavía se hubiere de<br />

juzgar hasta aquel día, ha sido con equidad y justicia.<br />

Donde asimismo advertiremos con cuán justo juicio de Dios sucede que<br />

se le escondan ahora y pasen por alto al sentido y juicio<br />

humano tantos, y casi todos los juicios de Dios, aunque en este<br />

particular no se los esconda a los fieles, que es justo lo que se<br />

les oculta y no pueden penetrar.<br />

CAPITULO III<br />

Qué es lo que dijo Salomón en el libro del «Eclesiastés» de las cosas<br />

que son<br />

comunes en esta vida a los buenos y los malos<br />

En efecto; Salomón, aquel sapientísimo rey de Israel, que reinó en<br />

Jerusalén, así comenzó el libro que se intitula el<br />

Eclesiastés, y es uno de los que tienen los judíos comprendidos en el<br />

Canon de los libros sagrados: «Vanidad de vanidades, y<br />

todo vanidad ¿Qué cosa importante saca el hombre de todo el trabajo<br />

que emplea debajo del sol?» Y enlazando con esta<br />

sentencia todo lo demás que allí dice refiriendo las penalidades y<br />

errores de esta vida, y cómo corre y pasa en el ínterin el<br />

tiempo, en el que no se posee cosa que sea sólida ni estable; entre<br />

aquella vanidad de las cosas criadas debajo del sol, se<br />

queja también, ea cierto modo, de que «haciendo tanta ventaja la<br />

sabiduría a la ignorancia cuanta la hace la luz a las tinieblas y<br />

siendo el sabio perspicaz y prudente y el necio e ignorante ande a<br />

oscuras a ciegas con todo, todos corran una misma fortuna<br />

en esta vida que se pasa debajo del sol»; significándonos, en efecto,<br />

que los males que vemos son comunes a los buenos y a<br />

los malos.<br />

Dice también de los buenos que padecen calamidades como si fueran<br />

malos, y que éstos, como si fueran buenos, gozan<br />

de los bienes, con estas palabras: «Hay otra vanidad, dice, de<br />

ordinario en la tierra: que hay algunos justos a quienes sucede<br />

como si hubieran vivido como impíos, y hay algunos impíos a quienes<br />

sucede como si hubieran vivido como justos, lo que lo<br />

tuve asimismo por vanidad.» Y para intimarnos y notificarnos esta<br />

vanidad en cuánto le pareció suficiente, consumió el<br />

sapientísimo rey todo este libro, y no con otro fin sino con el de<br />

que deseemos aquella vida que no tiene vanidad debajo del sol,<br />

sino que tiene y manifiesta la verdad debajo de aquel que crió este<br />

sol. Con esta vanidad, pues, ¿acaso no se desvanecería el<br />

hombre, que vino a ser semejante a la misma vanidad, si no fuera por<br />

justo y recto juicio de Dios? Con todo, durante el tiempo<br />

de esta su vanidad, importa mucho si resiste u obedece a la verdad, y<br />

si está ajeno de la verdadera piedad y religión, o si participa<br />

de ella, no con fin de adquirir y gozar de los bienes de esta<br />

vida, m por huir de los males que pasan, sino por el juicio que<br />

ha de venir, por cuyo medio no sólo los buenos llegarán a tener los<br />

bienes, sino también los malos los males perpetuos y perdurables.<br />

Finalmente, este sabio concluye dicho libro en tales términos, que


viene a decir: «Teme a Dios y guarda sus<br />

mandamientos, porque esto es ser un hombre cabal y perfecto, pues<br />

todo lo que pasa en la tierra, bueno o malo, lo pondrá Dios<br />

en tela de juicio, aun lo más despreciado.» ¿Qué pudo decirse más<br />

breve, más verdadero y más importante? Temerás, dice, a<br />

Dios, y guardarás sus mandamientos, porque esto es todo el hombre.<br />

Pues cualquiera que obrare así, sin duda que es fiel<br />

observante de los mandatos de Dios, y el que esto no es, nada es,<br />

puesto que no se acomoda a la imagen de la verdad, sino<br />

que queda en la semejanza de la vanidad. Porque toda esta obra, esto<br />

es, todo cuanto hace el hombre en esta vida, o bueno o<br />

malo, lo pondrá Dios en tela de juicio, aun lo más despreciable y aun<br />

al más despreciado, esto es, a cualquiera que, nos parece<br />

aquí despreciado, y por eso pase aquí inadvertido, porque a éste<br />

también le ve Dios y no le desprecia, ni cuando juzga se le<br />

pasa entre renglones sin hacer caso de él.<br />

CAPITULO IV<br />

Que para tratar del juicio final de Dios se alegarán, primero los<br />

testimonios del Testamento Nuevo, y después, los del<br />

Viejo<br />

Los testimonios que pienso citar en confirmación de este último<br />

juicio de Dios los tomaré primeramente del Testamento<br />

Nuevo, y después alegaré los del Viejo; pues aunque los antiguos sean<br />

primeros en tiempo, deben preferirse los nuevos por su<br />

dignidad, porque los viejos son pregones que se dieron de los nuevos.<br />

Así que, ante todo, aduciremos los nuevos, y para su<br />

mayor confirmación extractaremos también algunos de los viejos.<br />

Entre éstos se numeran la ley y los profetas, y entre los nuevos el<br />

Evangelio y las letras y escritos apostólicos. Por eso<br />

dice San Pablo: «que por la ley se nos manifestó el conocimiento del<br />

pecado; pero que ahora sin la ley se nos ha demostrado la<br />

justicia de Dios, la cual nos pregonaron y testificaron la ley y los<br />

profetas, y la justicia de Dios es la que se nos da por fe de<br />

Jesucristo a todos cuantos crecen en él». Esta justicia de Dios<br />

pertenece al Nuevo Testamento, y tiene su testimonio y<br />

comprobación en el Viejo, esto es, en la ley y los profetas, por lo<br />

que pondremos primero la causa, después alegaremos los<br />

testigos. Es orden es también el que Jesucristo nos muestra debemos<br />

observar, cuando dijo «que el doctor que es sabio para<br />

predicar el reino de Dios, es semejante a un padre de familia que de<br />

su despensa o tesoro hace sacar lo nuevo lo viejo». No<br />

dijo lo viejo y lo nuevo como lo hubiera dicho, sin duda, si no<br />

quisiera guardar mejor el orden de los méritos que el de los<br />

tiempos.<br />

CAPITULO V<br />

Con qué autoridades de nuestro Salvador se nos declara que ha de<br />

haber juicio divino al fin del mundo<br />

Reprendiendo el mismo Salvador las ciudades en donde había practicas<br />

y obrado grandes virtudes, prodigios milagros,<br />

y, sin embargo, no había creído, y anteponiendo a éstas las<br />

cualidades de los gentiles, dice así: «verdad os digo, con menos<br />

rigor ser tratadas las ciudades de Tiro y Sidón el día del juicio que<br />

vosotros». Y poco después, hablando con otra ciudad «En<br />

verdad te digo que con menos rigor y más blandura se procederá con la<br />

tierra de los de Sodoma el día del juicio que contigo.»<br />

En este texto, evidentemente, declara que ha de venir día del juicio;<br />

y en otra parte: «Los ninivitas, dice, se levantarán el día del<br />

juicio contra esta gente y la condenarán porque hicieron penitencia


con predicación de Jonás, y ved aquí otro que es más que<br />

Jonás. La reina del Austro se levantará el día del juicio contra esta<br />

gente, y la condenará, porque ella vino desde lo último del<br />

orbe a oír la sabiduría de Salomón, y ved aquí otro que es más que<br />

Salomón.» Dos cosas nos enseña en este lugar que<br />

vendrá el día del juicio, y que vendrá con la resurrección de los<br />

muertos, porque cuando decía esto de los ninivitas y de la reina<br />

del Austro sin duda que hablaba de los muertos, los cuales dijo que<br />

habían de resucitar el día del juicio. Pero tampoco hemos de<br />

entender que dijo «y los condenarán» porque ellos hayan de ser<br />

jueces, sino porque en comparación de ellos, con razón serán<br />

condenados.<br />

En otro lugar, hablando de la confusión que hay en la actualidad<br />

entre los buenos y los malos, y de la distinción que<br />

habrá después, que sin duda será el día del juicio, trajo una<br />

parábola o semejanza del trigo sembrado y de la cizaña que nació<br />

entre él, y declarando esta alusión a sus discípulos, dice «El que<br />

siembra la buena semilla es el hijo del hombre, y el campo o<br />

barbecho es este mundo. La buena semilla son los hijos del reino, y<br />

la cizaña es el demonio; la cosecha es la consumación y fin<br />

del siglo, y los segadores los ángeles; así, pues, como se coge la<br />

cizaña y la queman con el fuego, así sucederá en el fin del<br />

siglo. Enviará el hijo del hombre sus ángeles, y entresacarán de su<br />

reino todos los escándalos, y a todos los que viven mal, y<br />

los echarán en el fuego; allí será, el gemir y crujir de dientes;<br />

entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su<br />

padre. El que tiene oídos para oír, oiga.» Aquí, aunque no nombre el<br />

juicio o el día del juicio, sin embargo, le egresó mucho<br />

más, declarándole con los mismos sucesos, y dice que será en el fin<br />

del siglo.<br />

También dijo a, sus discípulos: «Con verdad os digo que vosotros, que<br />

me habéis seguido en la regeneración, cuando el<br />

Hijo del hombre estará sentado en la silla de su majestad, estaréis<br />

también sentados vosotros en doce sillas, juzgando las doce<br />

tribus de Israel». De esta doctrina inferimos que Jesucristo ha de<br />

juzgar con sus discípulos.<br />

En otra parte dijo a los judíos: «Si yo lanzo los demonios en nombre<br />

de Belzebú, vuestros hijos, ¿en nombre de quién los<br />

lanzan? Por eso ellos serán vuestros jueces.»<br />

No porque dice que han de sentarse en doce sillas debemos presumir<br />

que solas doce personas han de ser las que han<br />

de juzgar con Cristo, pues en el número de doce se nos significa<br />

cierta multitud general de los que han de juzgar por causa de<br />

las dos partes del número septenario, con que las más de las veces se<br />

significa la universidad, cuyas dos partes es, a saber: el<br />

tres y el cuatro, multiplicados uno por otro, hacen doce, porque<br />

cuatro veces tres y tres veces cuatro son doce, sin hablar de<br />

otras razones que se podrían encontrar en el número duodenario para<br />

probar este propósito. Pues, de otro modo, habiendo<br />

ordenado por Apóstol, en lugar del traidor Judas, a San Matías, el<br />

Apóstol San Pablo, que trabajó más que todos ellos, no tendría<br />

dónde sentarse a juzgar, y él, sin duda, manifiesta que le toca<br />

con los demás santos ser del número de los jueces, diciendo:<br />

«¿No sabéis que hemos de juzgar los ángeles?» También de parte de los<br />

mismos que han de ser juzgados existe igual razón<br />

por lo que respecta al número duodenario, pues no porque dice, para<br />

juzgar las doce tribus de Israel, la tribu de Leví, que es la<br />

decimotercera, ha de quedar sin ser juzgada por ellos, o han de<br />

juzgar solamente a aquel, pueblo, y no también a las demás<br />

gentes. Con lo que dice de la regeneración, ciertamente quiso dar a<br />

entender la universal resurrección de todos los muertos,<br />

porque se reengendrará nuestra carne por la incorrupción, como<br />

reengendró nuestra alma por la fe.<br />

Muchas particularidades omito que parece se dicen del último juicio;<br />

pero consideradas con atención, se halla que son<br />

ambiguas y dudosas, o, que pertenecen más a otras cosas, es a saber:


o a la venida del Salvador, que por todo, este tiempo<br />

viene en su Iglesia, esto es, en sus miembros parte por parte, y<br />

paulatinamente, porque toda ella es su cuerpo; o a la<br />

destrucción y desolación de la terrena Jerusalén, pues cuando habla<br />

de ésta, habla, por lo general, como si hablara del fin del<br />

siglo, y de aquel último y terrible día del juicio. De suerte que no<br />

se puede echar de ver de ningún modo, si no se coteja entre sí<br />

todo lo que los tres evangelistas, Mateo, Marcos y Lucas, sobre esto<br />

dicen, por cuanto uno dice algunas cosas con más<br />

oscuridad, y otro las explica más, para que las que aparecen<br />

concernientes a una misma cosa, se advierta cómo y en qué<br />

sentido las dicen; lo cual procuré hacer en una carta que escribí a<br />

Hesiquio, de buena memoria, obispo de la ciudad de Salona,<br />

cuyo título es Sobre el fin de este siglo.<br />

Debo insertar aquí lo escrito en el Evangelio de San Mateo acerca de<br />

la división que se hará de los buenos y de los<br />

malos en el rigurosísimo y postrimero juicio de Cristo: «Cuando -<br />

dice- viniere el Hijo del Hombre con toda su majestad,<br />

acompañado de todos los ángeles, entonces se sentará en su trono<br />

real, y se congregarán ante su presencia todas las gentes:<br />

Él apartará a los unos de los Otros, como suele apartar el pastor las<br />

ovejas de los cabritos, y pondrá las ovejas a su diestra y<br />

los cabritos a la siniestra. Entonces dirá el Rey a los que estarán a<br />

su diestra: «Venid, benditos de mi Padre, poseed el reino<br />

que está prevenido para vosotros desde la creación del mundo, porque<br />

tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me<br />

disteis de beber; era peregrino y me acogisteis y hospedasteis en<br />

vuestra casa; estando desnudo, me vestisteis; estando enfermo,<br />

me Visitasteis, y estando en la cárcel, me vinisteis a ver.»<br />

Entonces le responderán los justos, y dirán: «¿Cuándo os<br />

vimos, Señor, con hambre, y os dimos de comer? ¿Cuándo con sed, y os<br />

dimos de beber? ¿Y cuándo os vimos peregrino, y<br />

os acogimos y hospedamos? ¿O desnudo, y os vestimos? ¿O cuándo os<br />

vimos enfermo o en la cárcel, y os fuimos a ver?» Y<br />

les responderá el Rey diciendo: «En verdad os digo, y es así, que<br />

todo cuanto habéis hecho con uno de estos mis más mínimos<br />

hermanos, lo habéis hecho conmigo.» Entonces dirá también a los que<br />

estarán a su mano izquierda: «Idos, apartaos, alejaos de<br />

mí, malditos, al fuego eterno que se dispuso para el diablo y sus<br />

ángeles». Después censurará a estos otros porque no hicieron<br />

las cosas que dijo haber hecho los de la mano derecha. Y<br />

preguntándole ellos también cuándo le vieron padecer alguna de las<br />

necesidades indicadas, responden que lo que no se hizo con uno de sus<br />

más mínimos hermanos, tampoco se hizo con el Señor.<br />

Y concluyendo su discurso: «Estos, dice, irán a los tormentos<br />

eternos, y los justos a la vida eterna.» Pero el evangelista San<br />

Juan claramente refiere que dijo que en la universal resurrección de<br />

los muertos había de ser el juicio, porque habiendo dicho:<br />

«Que el Padre no juzgará Él solo a ninguno, sino que el juicio<br />

universal de todos le tiene dado y encargado a su Hijo,<br />

queriendo que sea juez juntamente con Él, para que así sea honrado y<br />

respetado por todos el Hijo como lo es el Padre, porque<br />

Quien no honra al Hijo no honra al Padre, que envió al Hijo»; añadió:<br />

«En verdad os digo, que el que oye mi palabra y cree a<br />

Aquel que me envió, tiene vida eterna y no ven<br />

drá a juicio, sino que pasará de la muerte a la vida.» Parece que en<br />

este lugar dice también que sus fieles no vendrán a juicio.<br />

Pero ¿Cómo ha de ser cierto que por el juicio han de dividirse y<br />

apartarse de los malos, y han de estar a su mano derecha,<br />

sino porque en este pasaje puso el juicio por la condenación? Pues a<br />

semejante juicio no vendrán los que oyen su palabra y<br />

creen a aquel Señor que le envió.<br />

CAPITULO VI


Cuál es la resurrección primera y cuál la segunda<br />

Después prosigue, y dice: «En verdad, en verdad os digo que ha<br />

llegado la hora, y es ésta en que estamos, cuando los<br />

muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oyeren vivirán,<br />

porque así como el Padre tiene la vida en sí mismo, así la dio<br />

también al Hijo para que la tuviese en sí mismo.» No habla aquí de la<br />

segunda resurrección, es a saber, de la de los cuerpos,<br />

que ha de ser al fin del mundo, sino de la primera, que es ahora,<br />

porque para distinguirla dijo: «Ha venido la hora, y es ésta en<br />

que estamos», la cual no es la de los cuerpos, sino la de las almas,<br />

puesto que igualmente las almas tienen su muerte en la<br />

impiedad y en los pecados. Y según esta muerte, murieron, y son los<br />

muertos de quienes el mismo Señor dice: «Deja a los<br />

muertos que entierren a sus muertos»; es decir, que los muertos en el<br />

alma entierren a los muertos en el cuerpo.<br />

Así que, por estos muertos en el alma con la impiedad y pecado, ha<br />

venido, dice, la hora, y es ésta en que estamos,<br />

cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oyeren<br />

vivirán. Los que la oyeren, dijo, los que la obedecieren,<br />

los que creyeren y perseveraren hasta el fin. Pero tampoco hizo aquí<br />

diferencia de los buenos y de los malos, porque para<br />

todos es bueno oír su voz y vivir, y pasar de la muerte de la<br />

impiedad a la vida de la piedad y amistad de Dios. De esta muerte<br />

habla el Apóstol, cuando dijo: «Luego todos están muertos y uno murió<br />

por todos, para que los que viven no vivan ya para sí,<br />

sino para aquel que murió por ellos y resucitó.» Así que todos<br />

murieron y estaban muertos en los pecados, sin excepción de<br />

ninguno, ya fuese en los originales, ya en los que incurrieron por su<br />

voluntad, ignorando o sabiendo y no practicando lo que<br />

era justo, y por todos los muertos murió uno que estaba vivo, esto<br />

es, uno que no tuvo especie alguna de pecado, para que los<br />

que consiguieren vida por la remisión de los pecados, ya no vivan<br />

para sí, sino para Aquel que murió por todos nuestros<br />

pecados y resucitó por nuestra justificación, a fin de que, creyendo<br />

en el que justifica al impío, justifica dos y libres de nuestra<br />

impiedad, como quien vuelve de la muerte a la vida, podamos ser del<br />

número de los que pertenecen a la primera resurrección<br />

de las almas, que se hace ahora. Porque a esta primera no pertenecen<br />

sino los que han de ser bienaventurados para siempre,<br />

y a la segunda, de la que hablará después, manifestará pertenecen los<br />

bienaventurados y los infelices. Esta resurrección es de<br />

misericordia, y la otra de juicio. Por eso dijo el real Profeta:<br />

«Celebraré, Señor, tu misericordia y tu juicio.»<br />

De este juicio, prosigue diciendo:<br />

«Y le dio poder para juzgar, porque es hijo de hombre.» Aquí nos<br />

declara que ha de venir a juzgar en la misma carne en<br />

que vino para ser juzgado, pues por eso dice: porque es hijo de<br />

hombre; y enseguida añade, a propósito de lo que tratamos:<br />

«No os maravilléis de esto, porque ha de venir hora en la cual todos<br />

los que están en las sepulturas han de oír la voz del Hijo<br />

de Dios, y saldrán y resucitarán los que hubieren hecho buenas obras,<br />

para la resurrección de la vida, y los que las hubieren<br />

hecho malas, para la resurrección del juicio.» Este es aquel juicio<br />

que poco antes, como ahora puso en vez de condenación,<br />

diciendo: «El que oye mi palabra y cree a Aquel que me envió, tiene<br />

vida eterna y no vendrá a juicio, sino que pasará de la<br />

muerte a la vida.» Esto es, alcanzando la primera resurrección con<br />

que al presente se pasa de muerte a vida, no vendrá a la<br />

condenación, la cual significó bajo el nombre de juicio; como también<br />

en este lugar donde dice: «y los que las hubieren hecho<br />

malas, para la resurrección del juicio, esto es, de la condenación.<br />

Resucite, pues, en la primera el que no quisiere ser condenado en la<br />

segunda resurrección, porque ha venido la hora, y<br />

es ésta en que estamos, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de<br />

Dios, y los que la oyeren vivirán, esto es, no serán


condenados, que es la segunda muerte, en la cual serán lanzados y<br />

despeñados después de la segunda resurrección, que ser<br />

la de los cuerpos, los que en la primera, que es la de las almas; no<br />

resucitan.<br />

Vendrá ahora (y no añade «es ésta en que estamos», porque será el fin<br />

del siglo, esto es, el final y grande juicio de<br />

Dios), cuando todos los muertos que estuvieren en la sepultura oirán<br />

su voz, saldrán y resucitarán No dijo aquí como en la<br />

primera resurrección, «y los que oyeren», vivirán, porque no todos<br />

vivirán, es saber, con aquella vida, la cual, por cuanto es<br />

bienaventurada, se ha llamar sólo vida; pues, en efecto, Si alguna<br />

vida no pudieran oír y salir de las sepulturas, resucitando la<br />

carne.<br />

Y la razón porque no vivirán todos la declara en lo que sigue:<br />

«Saldrán dice, los que hubieren hecho buenas obras a la<br />

resurrección de la vida: éstos son los que vivirán; pero los que las<br />

hubieren hecho malas, a la resurrección del juicio, éstos son<br />

los que no vivirán, porque morirán con la segunda muerte. Porque, en<br />

efecto, hicieron obras malas, pues vivieron mal, y vi<br />

vieron mal porque en la primera resurrección de las almas que se hace<br />

a presente, no quisieron revivir, o habiendo revivido,<br />

no perseveraron hasta el fin.»<br />

Así que, como hay dos regeneraciones, de las cuáles ya hemos hablado<br />

arriba, la una según la fe, que se consigue en<br />

la actualidad por el bautismo la otra, según la carne, la cual<br />

vendría ser en su incorrupción e inmortalidad por medio del grande<br />

y fina juicio de Dios; así también hay de resurrecciones: la una,<br />

primera, que tiene lugar ahora, y es de las almas que nos libra<br />

de que lleguemos a muerte segunda; y la otra, segunda, que no sucede<br />

ahora, sino será al fin del siglo, y tampoco es de las<br />

almas, sine de los cuerpos, la cual, por medio del juicio final, a<br />

unos destinará a la segunda muerte y a otros a la vida que no<br />

tiene muerte.<br />

CAPITULO VII<br />

De los mil años de que se habla en e Apocalipsis de San Juan, y qué<br />

es le que racionalmente debe<br />

entenderse<br />

De estas dos resurrecciones habla de tal manera en el libro de su<br />

Apocalipsis el evangelista San Juan, que la primera de<br />

ellas algunos de nuestros escritores no sólo no la han entendido,<br />

sino que la han convertido en fábulas ridículas, porque en el<br />

libro citado dice así: «Yo vi bajar del Cielo un ángel, que tenía la<br />

llave del abismo y una grande cadena en su mano; él. tomó al<br />

dragón, la serpiente antigua, que es el Diablo y Satanás, y le até<br />

por mil años, y habiéndole precipitado al abismo, le encerró en<br />

él y lo sellé, para que no seduzca más a las naciones, hasta que sean<br />

cumplidos los mil años, después de lo cual debe ser<br />

desatado por un poco de tiempo. Vi también unos tronos, y a los que<br />

se sentaron en ellos se les dio el poder de juzgar. Vi más,<br />

las almas de los que habían sido decapitados por haber dado<br />

testimonio a Jesús. y por la palabra de Dios, y que no adoraron la<br />

bestia ni su imagen, ni recibieron su señal en las frentes ni en las<br />

manos, y éstos vivieron y reinaron con Jesucristo mil años. Los<br />

otros muertos no volverán a la vida hasta que sean cumplidos dos mil<br />

años; ésta es la primera resurrección; la segunda muerte<br />

no tiene poder en ellos, y ellos serán sacerdotes de Dios y de<br />

Jesucristo, con quien reinarán mil años.»<br />

Los que por las palabras de este libro sospecharon que la primera<br />

resurrección ha de ser corporal, se han movido a<br />

pensar así entre varias causas, particularmente por el número de los<br />

mil años, como si debiera haber en los santos como un<br />

sabatismo y descanso de tanto tiempo, es a saber, una vacación santa


después de haber pasado los trabajos y calamidades de<br />

seis mil años desde que fue criado el hombre, desterrado de la feliz<br />

posesión del Paraíso y echado por el mérito de aquella<br />

enorme culpa en las miserias y penalidades de esta mortalidad. De<br />

forma que porque dice la Escritura «que un día para con el<br />

Señor es como mil años, y mil años como un día», habiéndose cumplido<br />

seis mil años como seis días, se hubiera de seguir el<br />

séptimo día como de sábado y descanso en los mil años últimos, es a<br />

saber, resucitando los santos a celebrar y disfrutar de este<br />

sábado.<br />

Esta opinión fuera tolerable si entendieran que en aquel sábado<br />

habían de tener algunos regalos y deleites espirituales<br />

con la presencia del Señor, porque hubo tiempo en que también yo fui<br />

de esta opinión. Pero como dicen que los que entonces<br />

resucitaren han d entretenerse en excesivos banquetes canales en que<br />

habrá tanta abundancia de manjares y bebidas que no<br />

sólo n guardan moderación alguna, sino que exceden los límites de la<br />

misma incredulidad, por ningún motivo puede creer esto<br />

ninguno sino los carnales. Los que son espirituales, a los que dan<br />

crédito a tales ficciones, los llaman en griego Quiliastas, que<br />

interpretado a la letra significa Milenarios. Y porque ser asunto<br />

difuso y prolijo detenernos e refutarles, tomando cada cosa de<br />

por sí, será más conducente que declaremos ya cómo debe entenderse<br />

este pasa de la Escritura.<br />

El mismo Jesucristo, Señor nuestro dice: «Ninguno puede entrar en<br />

casa del fuerte y saquearle su hacienda, sino atando<br />

primeramente al fuerte; queriendo entender por el fuerte al demonio,<br />

porque éste es el que pudo tener cautivó al linaje humano;<br />

y la hacienda que le había de saquear Cristo, son los que habían de<br />

ser sus fieles a los cuales poseía él presos con diferentes<br />

pecados e impiedades. Para maniatar y amarrar a este fuerte, vio<br />

Apóstol en el Apocalipsis a un ángel que bajaba del Cielo,<br />

que tenía la IIave del abismo y una grande cadena en su mano, y<br />

prendió, dice, al dragón, aquella serpiente antigua que se<br />

llama Diablo y Satanás, y le ató por mil años, esto es, reprimió y<br />

refrenó poder que usurpaba a éste para engañar y poseer a<br />

los que había de pon Cristo en libertad.<br />

Los mil años, por lo que yo alcanzo pueden entenderse de dos maneras:<br />

porque este negocio se va haciendo los últimos<br />

mil años, esto es, en sexto millar de años, como en el sexto día,<br />

cuyos últimos espacios van corriendo ahora, después del cual<br />

se ha de seguir consiguientemente el sábado que carece de ocaso o<br />

postura del si es a saber, la quietud y descanso de los<br />

santos, que no tiene fin; de manera que a la final y última parte de<br />

es millar, como a una última parte del día, la cual durará hasta<br />

el fin del siglo, la llama mil años por aquel modo particular de<br />

hablar, cuando por todo se nos significa la parte, o puso mil años<br />

por todos los años de es siglo, para notar con número perfecto la<br />

misma plenitud de tiempo. Pues número millar hace un<br />

cuadrado sólido del número denario, porque multiplicado diez veces<br />

diez hace ciento, la cual no es aún figura cuadrada, sino<br />

llana o plana, y para que tome fondo y elevación y se haga sólida,<br />

vuélvense a multiplicar diez veces ciento y hacen mil Y si el<br />

número centenario se pone alguna vez por la universalidad o por el<br />

todo, como cuando el Señor prometió al que dejase toda su<br />

hacienda y le siguiese, «que recibirá en este siglo el ciento por<br />

uno; lo cual, a explicándolo el Apóstol en cierto modo, dice:<br />

«Como quien nada tiene y lo posee todo; porque estaba antes ya dicho,<br />

«el hombre fiel es señor de todo el mundo, y de las<br />

riquezas: ¿cuánto más se pondrán mil por la universalidad donde se<br />

halla el sólido de la misma cuadratura del denario? Así<br />

también se entiende lo que leemos en el real Profeta: «Acordóse para<br />

siempre de su pacto y testamento y de su palabra<br />

prometida para mil generaciones, esto es, para todas.<br />

Y le echó, dice, en el abismo, es a saber, lanzó al demonio en el<br />

abismo. Por el abismo entiende la multitud innumerable


de los impíos, cuyos corazones están con mucha profundidad sumergidos<br />

en la malicia contra la Iglesia de Dios. Y no porque no<br />

estuviese ya allí antes el demonio se dice. Que fue echado allí, sino<br />

porque, excluido poseer y dominar con más despotismo a<br />

los impíos, pues mucho más poseído está del demonio el que no sólo<br />

está ajeno a Dios sino que también de balde aborrece, a<br />

los que sirven a Dios.<br />

Encerróle, dice, en el abismo, y echó su sello sobre él, para que no<br />

engañe ya a las gentes, hasta que se acaben<br />

mil años. Le encerró, quiere decir, le prohibió fue pudiese<br />

salir, esto es transgredir lo vedado. Y lo que añade: le echó<br />

su sello, me parece significa que quiso estuviese oculto, cuáles son<br />

los que pertenecen a la parte del demonio y cuáles son los<br />

que no pertenecen, cosa totalmente oculta en la tierra, pues es<br />

incierto si el que ahora parece que está en pie ha de venir a<br />

caer, y si el que parece que está caído ha de levantarse. Y con este<br />

entredicho y clausura se le prohibe al demonio y se le<br />

veda el engañar y seducir a aquellas gentes que, perteneciendo a<br />

Cristo, engañaba o poseía o antes, porque a éstas escogió<br />

Dios y el determinó «mucho antes de crear el mundo sacarlas de la<br />

potestad de las tinieblas y transferirlas al reino de su amado<br />

Hijo, como lo dice el Apóstol, ¿Y qué cristiano hay que ignorar que<br />

el demonio no deja de engañar al presente a las gentes<br />

llevándola, consigo la las penas eternas, pero no a las que están<br />

predestinadas para la vida eterna? No debe movernos que<br />

muchas veces el demonio engaña también a los que, estando ya<br />

regenerados en Cristo, caminan por las sendas de Dios,<br />

«porque conoce y sabe el Señor los que son suyos». Y de éstos a<br />

ninguno engaña de modo que caiga en la eterna<br />

condenación. Porque a éstos los conoce el Señor, como Dios, a quien<br />

nada se le esconde ni oculta, aun de lo futuro; y no como<br />

el hombre, que ve al hombre de presente (si es que ve a aquel cuyo<br />

corazón no ve); pero lo que haya de ser después, ni aun<br />

de sí mismo lo sabe. Está atado y preso el demonio y encerrado en el<br />

abismo para que no engañe a las gentes, de quienes<br />

como de sus miembros consta el cuerpo de la Iglesia, a las cuales<br />

tenía engañadas antes que hubiese Iglesia, porque no dijo<br />

para que no engañe a alguno, sino para que no engañe ya a las gentes,<br />

en las cuales, sin duda, quiso entender la Iglesia, hasta<br />

que finalicen los mil años, esto es, lo que queda del día sexto,<br />

el cual consta de mil años, o todos los años que en adelante ha<br />

de tener este siglo.<br />

Tampoco debe entenderse lo que dice «para que no engañe las gentes<br />

hasta que se acaben los mil años», como si<br />

después hubiese de engañar a aquellas entes que forman la Iglesia<br />

predestinada, a quienes se le prohibe engañar por aquellas<br />

prisiones y clausuras en que está, Sino que, o lo dice con aquel modo<br />

de hablar que se halla algunas veces en la Escritura,<br />

como cuando dice el real Profeta: «así están nuestros ojos vueltos a<br />

Dios nuestro Señor, hasta que tenga misericordia y se<br />

compadezca de nosotros»; pues habiendo usado de misericordia, tampoco<br />

dejaran los ojos de sus siervos de estar vueltos a<br />

Dios, su Señor, o el sentido y orden de estas palabras, es así: «le<br />

encerró y echó su cuello sobre él hasta que se pasen mil<br />

años, Lo que dijo en medio «Y para que no engañe ya a las gentes»,<br />

está de tal suerte concebido, que debe entenderse<br />

separadamente como si se añadiera después: de forma que diga toda la<br />

sentencia: «le encerró y echó su sello sobre él hasta<br />

que pasen mil años, a fin de que ya no seduzca a las gentes; esto es,<br />

que le encerró hasta que se cumplan los mil años, para<br />

que no engañe ya a las gentes.<br />

CAPITULO VIII<br />

Sobre, atar y soltar al demonio


«Después de éstos, le soltarán, dice, por un breve tiempo». Si el<br />

estar amarrado y encerrado es, respecto del demonio,<br />

no poder engañar a la Iglesia, el soltarle, ¿será para que pueda? De<br />

ningún modo; porque jamás engañará a la Iglesia<br />

predestinada y escogida antes de la creación del mundo, de la cual<br />

dice la Escritura: «Conoce y sabe Dios los que son suyos.»<br />

Sin embargo, estará aquí la Iglesia en el tiempo en que han de soltar<br />

ni demonio, así como lo ha estado desde que fue fundada,<br />

y' lo estará en todo tiempo; esto es, en los suyos, en los que<br />

suceden, naciendo, a los que mueren. Pues poco después dice<br />

«que el demonio, suelto, vendrá con todas las gentes que hubiere<br />

engañado en todo el orbe de la tierra a hacer guerra a la<br />

Iglesia, y que el número de esta gente enemiga será como la arena del<br />

mar». «Y ellos se esparcieron sobre la faz de la tierra, y<br />

dieron revuelta al campo de los santos, y a la ciudad querida; mas<br />

Dios hizo bajar del cielo fuego que los devoró, y el diablo,<br />

que los seducía, fue arrojado al estanque de fuego y azufre, en donde<br />

la bestia y el falso profeta serán atormentados de día y de<br />

noche por los siglos de los siglos.» Aunque esto ya pertenece al<br />

juicio final, me ha parecido conducente referirlo ahora, porque<br />

no presuma alguno que por el corto tiempo que estuviere suelto, el<br />

demonio no habrá Iglesia en la tierra, o no la hallará en ella<br />

cuando le hubieren soltado, o acabará con ella persiguiéndola con<br />

toda especie de seducciones.<br />

Así que por todo el tiempo comprendido en el Apocalipsis, es a saber,<br />

desde la primera venida de, Cristo hasta el fin del<br />

mundo, en que será su segunda venida, no estará atado el demonio; de<br />

forma que el estar así amarrado durante el tiempo que<br />

San Juan llama mil años, sea no engañar a la Iglesia, pues ni aun<br />

suelto ciertamente no la engañará. Porque verdaderamente si<br />

el estar atado es respecto de él no poder engañar o no permitírselo,<br />

¿qué será el soltarle, sino poder engañar y darle permiso<br />

para esto? Lo cual jamás suceda, sino que el atar al demonio no es<br />

permitirle ejercer todo imperio por medio de las tentaciones<br />

violentas, o seductoras para engañar los hombres, o forzándolos con<br />

violencia a seguir su partido, o engañándolos<br />

cautelosamente. Si esta potestad se le permitiese por tan largo<br />

tiempo y contra la imbecilidad y flaqueza tantos espíritus débiles, a<br />

muchos Dios no quiere que padezcan siendo fieles los derribaría y<br />

apartaría de fe, y a los que no fuesen fieles estorbaría que<br />

creyesen. Para que no haga semejante atentado, le amarraron.<br />

Le soltarán cuando será breve tiempo (porque leemos que por tres años<br />

y seis meses ha de manifestar toda su crueldad<br />

con todas sus fuerzas y las de los suyos), y serán tales aquellos a<br />

quienes ha de hacer la guerra que no podrán ser vencidos<br />

ni con e ímpetu tan grande, ni con tantos daños y ardides.<br />

Pero si nunca le desatasen, se descubriría menos su maligna potencia,<br />

menos se probaría la fidelísima paciencia de la<br />

santa Ciudad, y, finalmente, menos se echaría de ver de cuán gran<br />

malicia suya usó tan bien el Omnipotente Dios, pues no le<br />

privó del todo que no tentase a los santos, aunque echó fuera de todo<br />

lo interior de Él, donde se cree en Dios, para que con su<br />

combate exterior aprovechasen, y, maniató pera evitar que derrame y<br />

ejecute toda su malicia contra la multitud innumerable de<br />

los flacos, con quienes convenía multiplicar y llenar la iglesia, y a<br />

los unos que habían de creer no los desviase de la fe de la<br />

verdad religión, y a los que creían ya, no los derribase.<br />

Le desatarán ni fin para que la Ciudad de Dios cuán fuerte contrario<br />

venció con tan inmensa gloria su Redentor,<br />

favorecedor y libertad ¿Y qué somos nosotros en comparación de los<br />

santos y fieles que habrá entonces? Para probar la virtud<br />

de éstos soltarán un tan fuerte enemigo con quien estando, como está,<br />

atado, peleamos ahora nosotros con todo riesgo y<br />

peligro. Aunque también en este, espacio de tiempo no hay duda que<br />

habido y hay algunos soldados de Cristo tan prudentes y


fuertes, que si hallaran vivos en este mundo, cuan hayan de soltar al<br />

infernal espíritu, dos sus engaños, estratagemas y<br />

acometimientos prudente y sagazmente declinarían, y con<br />

extraordinaria resignación las sufrirían.<br />

El atar al demonio no sólo se hizo cuando la Iglesia, fuera de la<br />

tierra de Judea, comenzó a extenderse por unas ,y otras<br />

naciones, sino que también se hace ahora, y se hará hasta el fin del<br />

siglo, en que le han de desamarrar, porque también al<br />

presente se convierten los hombres de la infidelidad en que él los<br />

poseía a la fe, y se convertirán sin duda hasta el fin del<br />

mundo. En efecto; átese entonces a éste fuerte, respecto de<br />

cualquiera de los fieles, cuando se le sacan de sus manos como<br />

cosa suya; y el abismo donde le encerraron no se acabó al morir los<br />

que había cuando comenzó a estar encerrado, sino que<br />

sucedieron otros a aquéllos, naciendo, y hasta que fenezca este siglo<br />

se sucederán los que aborrezcan a los cristianos, en<br />

cuyos ciegos y profundos corazones cada día, como en un abismo, se<br />

encierra el demonio.<br />

Pero hay alguna duda si en aquellos últimos tres años y seis meses,<br />

cuando estando suelto ha de mostrar toda su<br />

crueldad cuanto pudiere, llegará alguno a recibir la fe que antes no<br />

tenía. Porque como sea cierto lo que dice la Escritura: «Que<br />

ninguno puede entrar en casa del fuerte y saquearle su hacienda, sino<br />

atando primero al fuerte», ¿estando suelto le<br />

saquearan? Parece, pues, que nos impulsa a creer este pasaje de la<br />

Escritura, que en aquel tiempo, aunque breve, nadie se<br />

unirá al pueblo cristiano, sino que el demonio peleará con los que<br />

entonces fueren ya cristianos. Y si hubiere algunos que,<br />

vencidos, les siguieren, éstos no pertenecían al número predestinado<br />

de los hijos de Dios; porque no en vano el mismo apóstol<br />

San Juan, que escribió asimismo esta particularidad en el<br />

Apocalipsis, dijo de algunos en su epístola: «Estos han salido de<br />

nosotros, mas no eran de los nuestros; porque si hubiesen sido de los<br />

nuestros hubieran permanecido con nosotros; más esto<br />

ha sido para que se conozca que no son todos de los nuestros.»<br />

Pero ¿qué será de los niños? Porque increíble parece que no habrá en<br />

aquel tiempo ningún niño hijo de cristiano que<br />

'haya nacido y no le hayan aún bautizado; y que ninguno nacerá<br />

tampoco en aquellos días; o que si los hubiere, por ningún<br />

motivo los llevarán sus padres a la fuente do la regeneración. Pero<br />

si esto ha de ser así, ¿de qué forma, estando ya suelto el<br />

demonio, le han de quitar estos vasos y esta hacienda si en su casa,<br />

ninguno entra a saquearía sin que primero le haya atado?<br />

Con todo debemos creer que no faltarán en aquel tiempo ni quien se<br />

aparte de la Iglesia, ni tampoco quien se llegue a ella,, sino<br />

que realmente serán tan valerosos, así los padres para bautizar sus<br />

hijos, como los que de nuevo hubieren de creer que<br />

vencerán a aquel fuerte aunque no esté atado; esto es, que aunque use<br />

contra ellos de todos sus artificios, y los apriete con el<br />

resto de sus fuerzas más que nunca, no sólo con vigilancia le<br />

encenderán sus estratagemas, sino que con admirable paciencia<br />

sufrirán y se mantendrán contra sus fuerzas, y de esta manera se<br />

libertarán de su poder aunque no esté atado. Ni por eso<br />

tampoco será falsa aquella sentencia evangélica que ninguno entrará<br />

en la casa del fuerte para saquearle su hacienda, si antes<br />

no atare al fuerte»; pues conforme, al tenor de esta sentencia,<br />

primeramente se ató al fuerte, y saqueándole sus vasos y alhajas,<br />

se ha multiplicado la Iglesia por toda la redondez de la tierra, por<br />

todas las naciones de fuertes y de flacos; de forma que con la<br />

virtud de la fe robustísima y corroborada con las profecías del cielo<br />

ya cumplidas, le pudiese, quitar los vasos, aunque estuviese<br />

suelto.<br />

Porque así como debemos confesar que se resfría la caridad de muchos<br />

cuando abunda la iniquidad, y sobreviniendo las<br />

grandísimas y nunca vistas persecuciones y engaños del demonio, que<br />

andará ya suelto, muchos que no están escritos en el


libro de la vida se le rendirán, así también debemos imaginar que no<br />

sólo, los fieles buenos que alcanzarán aquellos tiempos,<br />

sino también algunos de los que estarán todavía fuera por convertir,<br />

con los auxilios de la divina gracia, leyendo y considerando<br />

las Divinas Escrituras, en las cuales está, profetizado entre las<br />

demás cosas el mismo fin, que verán ya venir, estarán más firmes<br />

para creer lo que no creían, y más fuertes y valerosos para vencer al<br />

demonio, aunque no esté atado; lo cual, si ha de ser así,<br />

debe creerse que; precedió el atarle para que continuase el saquearlo<br />

y despojarle estando atado y estando suelto, porque<br />

esto quiere decir la Escritura cuando insinúa que ninguno entrará en<br />

la casa del fuerte para saquearle sus vasos y alhajas si<br />

primero no le atase.<br />

CAPITULO IX<br />

En qué consiste el reino en que reinarán los santos con Cristo por<br />

mil años, y en qué se diferencia del<br />

reino eterno<br />

Entre tanto que está amarrado el demonio por espacio de mil años, los<br />

santos de Dios reinarán con Cristo también otros<br />

mil años, los mismos sin duda, y deben entenderse en los, mismos<br />

términos, esto es, ahora, en el tiempo de su primera venida.<br />

Porque si fuera de aquel reino (de quien dirá en la consumación de<br />

los siglos: «Venid, benditos de mi Padre, y tomad posesión<br />

del reino que está preparado para vosotros»), reinarán ahora de otra<br />

manera, bien diferente y desigual, con Cristo sus santos<br />

(a quienes dijo: «Yo estaré con vosotros hasta el fin y consumación<br />

del siglo») tampoco al presente se llamaría la Iglesia su reino,<br />

o reino de los cielos. Porque en este tiempo, en el reino de<br />

Dios, aprende y se hace sabio aquel doctor de quien hicimos<br />

arriba mención, «que Saca de su tesoro lo nuevo y lo viejo», y de la<br />

Iglesia han de recoger los otros segadores la cizaña que<br />

dejó crecer juntamente con el 'trigo basta la siega.<br />

Explicando esto, dice: «La siega es el fin del siglo, y los segadores<br />

son los ángeles; así que de la manera que se recoge<br />

la cizaña y se echa en el fuego, así será el fin del mundo; enviará<br />

el Hijo del hombre sus' ángeles, y recogerán de su reino<br />

todos los escándalos.» ¿Acaso ha de recogerlos de aquel reino donde<br />

no hay escándalo alguno? Así, pues, de este reino, que<br />

es en la tierra la Iglesia, se han de recoger.<br />

Además dice: «El que no guardare uno de los más mínimos mandamientos<br />

y los enseñare a los hombres, será el mínimo<br />

en el reino de los cielos; pero el que los observare exactamente y<br />

los enseñare, será grande en el reino de los cielos.» El uno y<br />

el otro dice que estarán en el reino de los cielos, el que no<br />

práctica las leyes y mandamientos que enseña, que eso quiere decir<br />

solvere, no guardarlos, no observarlos; y el que los ejecuta y<br />

enseña, aunque al primero llama mínimo, y al segundo grande<br />

Seguidamente añade: «Yo os digo, que si no fuere mayor vuestra virtud<br />

que la de los escribas y fariseos», esto es, que<br />

la virtud de aquellos que no observan lo que enseñan (porque de los<br />

escribas y fariseos dice en otro lugar «que dicen y no<br />

hacen»); si no fuere mayor vuestra virtud que la suya, esto es, de<br />

modo que no quebrantéis, antes practiquéis lo que enseñáis,<br />

«no entraréis, dice, en el reino de los cielos». De otra manera se<br />

entiende el reino de los cielos, donde entra el que enseña y no<br />

lo practica, y el que practica lo que enseña, que es la Iglesia<br />

actual; y de otra, donde se hallará sólo aquel que guardó los<br />

mandamientos, que es la Iglesia cual entonces será, cuando no habrá<br />

en ella malo alguno.<br />

Ahora también la Iglesia se llama reino de Cristo y reino de los<br />

cielos; y reinan también ahora con Cristo sus santos,<br />

aunque de otro modo reinarán entonces. No reina con Cristo la cizaña,<br />

aunque crezca en la Iglesia con el trigo, porque reinan<br />

con él los que ejecutan lo que dice el Apóstol: «Si habéis resucitado


con Cristo, atended a las cosas del Cielo, donde Cristo está<br />

sentado a la diestra de Dios Padre; buscad las cosas del Cielo, no<br />

las de la tierra»; Y de estos tales dice asimismo: «Que su<br />

conversar, vivir y negociar es en los Cielos.» Finalmente, reinan con<br />

el Señor los que están de tal conformidad en su reino, que<br />

son también ellos su reino. ¿Y cómo han de ser reino de Cristo los<br />

que (por no decir otras cosas), aunque están allí hasta que<br />

se recojan al fin del mundo todos los escándalos, buscan sólo en este<br />

reino sus intereses, las cosas que son suyas y no las de<br />

Jesucristo?<br />

A este reino en que militamos, en que todavía luchamos con el<br />

enemigo, a veces resistiendo a los repugnantes vicios, y a<br />

veces cediendo a ellos, hasta que lleguemos a la posesión de aquel<br />

reino quietísimo de suma paz, donde reinaremos sin tener<br />

enemigo con quien lidiar; a este reino, pues, y a esta primera<br />

resurrección que hay ahora se refiere el Apocalipsis. Porque<br />

habiendo dicho cómo habían amarrado al demonio por mil años, y que<br />

después le desataban por breve tiempo, luego,<br />

recapitulando lo que hace la Iglesia, o lo que se hace en ella en<br />

estos mil años, dice: «Vi unos tronos, y unos que se sentaron<br />

en ellos, y se les dio potestad de poder juzgar.» No debemos pensar<br />

que esto se dice y entiende del último y final juicio, sino<br />

que se' debe entender por las sillas de los Prepósitos, y por los<br />

Prepósitos mismos, que son los que ahora gobiernan la Iglesia.<br />

En cuanto a la potestad de juzgar, que se les da, ninguna se entiende<br />

mejor que aquella expresada en la Escritura: «Lo<br />

que ligaréis en la tierra será también atado en el cielo, y lo que<br />

desatareis en la tierra será también desatado en el cielo. De<br />

donde procede esta frase del Apóstol: «¿Qué me toca a mí el juzgar de<br />

los que están fuera de la Iglesia? ¿Acaso vosotros no<br />

juzgáis también a los que están dentro de ella?<br />

«Y vi las almas dice San Juan de los que murieron por el testimonio<br />

de Jesucristo y por la palabra de Dios; ha de<br />

entenderse aquí lo que después dice, «y reinaron mil años con<br />

Jesucristo, es a saber, las almas de los mártires antes de<br />

haberles restituido sus cuerpos. Porque a las almas de los fieles<br />

difuntos no las apartan ni separan de la Iglesia, la cual<br />

igualmente ahora es reino de Cristo. Porque de otra manera no se<br />

hiciera memoria de ellos en el altar de Dios, en la comunión<br />

del Cuerpo de Cristo, ni nos aprovecharía en los peligros acudir a su<br />

bautismo, para que sin no se nos acabe esta vida; ni a la<br />

reconciliación, si acaso por la penitencia o mala conciencia está uno<br />

apartado y separado del gremio de la Iglesia. ¿Y por qué<br />

se hacen estas cosas, sino porque también los fieles difuntos son<br />

miembros suyos? Así que aunque no sea con sus cuerpos, ya<br />

sus almas reinan con Cristo mientras duren y corren estos mil años.<br />

En este mismo libro y ea otras partes leemos: «Bienaventurados los<br />

muertos que mueren en el Señor, en su amistad y<br />

gracia, porque ésos en lo sucesivo dice el Espíritu Santo,<br />

descansarán de sus trabajos, pues las obras que hicieron los siguen.<br />

Por esta razón reinará primeramente con Cristo la Iglesia en los<br />

vivos en los difuntos; pues, como dice el Apóstol: «Por eso<br />

murió Cristo pata ser Señor de los vivos y de los difuntos. Pero sólo<br />

hizo mención de los mártires, porque principalmente reinan<br />

después de muertos los que hasta la muerte pelearon por la verdad.<br />

Pero como por la parte se entiende el todo, también<br />

entendemos todos dos demás muertos que pertenecen a la Iglesia, que<br />

es el reino de Cristo.<br />

Lo que sigue: «Y los que no adoraron la bestia ni su imagen, ni<br />

recibieron su marca o carácter en sus frentes o en sus<br />

manos», lo debemos entender juntamente de los vivos y de los<br />

difuntos. Quién sea esta bestia, aun que lo hemos de indaga; con<br />

más exactitud, no es ajeno de la fe católica que se, entienda por la<br />

misma ciudad impía, y por el pueblo de los infieles enemigo<br />

del pueblo fiel y Ciudad de Dios. Y su imagen, a mi parecer, es el<br />

disfraz o fingimiento de las personas que hacen como que


profesan la fe y viven infielmente, porque fingen que son lo que<br />

realmente no son, y se llaman, no con verdadera propiedad, sin<br />

con falsa y engañosa apariencia, cristianos. Pues a esta misma bestia<br />

pertenecen no sólo los enemigos descubiertos del nombre<br />

de Cristo y de su Ciudad gloriosa, sino también la cizaña que es la<br />

de recoger de su reino que es la Iglesia, en la consumación<br />

del siglo. ¿Y quiénes son los que no adoran a la bestia ni a su<br />

imagen, si no los que practican lo que insinúa e Apóstol, «que no<br />

llevan el yugo con los infieles», porque no adoran, esto es, no<br />

consienten, no se sujetan, ni admiten, ni reciben la inscripción, es<br />

saber, la marca y señal del pecado en sus frentes por la profesión,<br />

ni en sus manos por las obras? Así que; ajeno de estos<br />

males, ya sea viviendo aun en esta carne mortal, ya sea después de<br />

muertos, reinan con Cristo, aun en la actualidad, de<br />

manera congrua y acomodada a esta vida, por todo el espacio de tiempo<br />

que se nos significa con los mil años.<br />

Los demás, dice, no vivieron: «Porque ésta es la hora en que los<br />

muertos han de oír la voz del Hijo de Dios, y los que la<br />

oyeron, vivirán», pero los demás no vivirán. Y lo que añade: «hasta<br />

el cumplimiento de los mil años», debe entenderse que no<br />

vivieron aquel tiempo en que debieron vivir, es decir, pasando de la<br />

muerte a la vida. Y así, cuando venga el día en que se<br />

verificará la resurrección de los cuerpos, no saldrán de los<br />

monumentos y, sepulturas para la vida, sino para el juicio, esto es,<br />

para la condenación, que se llama segunda muerte. Porque cualquiera<br />

que no viviere hasta que se concluyan los mil años, esto<br />

es, en todo este tiempo en que se efectúa la primera resurrección, no<br />

oyere la voz del Hijo de Dios Y no procurare pasar de la<br />

muerte a la vida, sin duda que en la segunda resurrección, que es la<br />

de la carne, pasará a la muerte segunda con la misma<br />

carne.<br />

San Juan añade: «Esta es la primera resurrección: bienaventurado y<br />

santo es el que tiene parte en esta primera<br />

resurrección.» Esto es, el que participa de ella. Y sólo participa de<br />

ella el que no sólo resucita y revive de la muerte que consiste<br />

en los pecados, sino que también en lo mismo que hubiere resucitado y<br />

revivido permanece. «En éstos, dice, no tiene poder la<br />

muerte segunda.» Pero sí la tiene en los demás, de quienes dijo<br />

arriba: «Los demás no vivieron hasta el fin de los mil' años»,<br />

porque en todo este espacio de tiempo, que llama mil años, por más<br />

que cada uno de ellos vivió en el cuerpo, no revivió de la<br />

muerte en que le tenía la impiedad, para que, reviviendo de esta<br />

manera, se hiciera partícipe de la primera resurrección y no<br />

tuviera en él poderío la muerte segunda.<br />

CAPITULO X<br />

Cómo se ha de responder a los que piensan que la resurrección sólo<br />

pertenece a los cuerpos y no a las almas<br />

Hay algunos que opinan que la resurrección no se puede decir sino de<br />

los cuerpos, y por eso pretenden establecer<br />

como inconcuso que esta primera ha de ser también de los cuerpos.<br />

Porque de los que caen, dicen, es el levantarse, y los que<br />

caen muriendo son los cuerpos, pues de caer se dijeron en latín los<br />

cuerpos muertos cadavera; luego no puede haber,<br />

infieren, resurrección de las almas, sino de los cuerpos.<br />

Pero ¿cómo hablan contra la expresa autoridad del Apóstol, que la<br />

llama resurrección? Porque según el hombre interior,<br />

y no según el exterior, sin duda resucitaron aquellos a quienes dice:<br />

«Si habéis resucitado con Cristo, atended a las cosas del<br />

cielo»; lo cual comprobó en otro lugar por otras palabras: «Para que<br />

así como Cristo resucitó de entre los muertos por virtud de<br />

su divinidad, así también nosotros resucitemos y vivamos con nueva


vida.» Lo mismo quiso decir en otro lugar. «Levántate tú,<br />

que estás dormido; levántate de entre los muertos y te alumbrará<br />

Cristo.»<br />

Lo que insinúan que no pueden resucitar sino los que caen, por cuyo<br />

motivo imaginan que la resurrección pertenece a<br />

los cuerpos y no a las almas, porque de los cuerpos es propio el<br />

caer, procede de que no oyen estas, palabras: «No os<br />

apartéis de él, par que no caigáis»; y «a, su propio Señor toca si<br />

persevera o si cae»; y «el que piensa que está firme, mire no<br />

caiga. Porque me parece que nos debemos guardar de esta caída del<br />

alma y no de la del cuerpo. Luego si la resurrección es<br />

de los que caen, y caen también las almas, sin duda que debemos con<br />

ceder que igualmente las almas resucitan.<br />

A las palabras que San Juan seguidamente pone: «En éstos no tiene<br />

poder la muerte segunda», añade y dice: «Sino<br />

que serán sacerdotes de Dios, de Cristo, y reinarán con él mil anos.<br />

Sin duda no lo dijo solamente por le obispos y presbíteros,<br />

a los cuales llamamos: propiamente en la Iglesia sacerdotes, sino<br />

que, como llamamos todos cristos por el crisma y unción<br />

mística, así llama a todos sacerdotes, porque son miembros de un<br />

sacerdocio, a los cuales llama el apóstol San Pedro: «Pueblo<br />

santo y sacerdocio real.» Sin duda que, aunque brevemente y de paso,<br />

nos dio a entender que Cristo era Dios, diciendo<br />

sacerdotes de Dios y de, Cristo, esto es, del Padre y del Hijo; pues<br />

así como por la forma de siervo se hizo Cristo hijo de<br />

hombre, así también se hizo sacerdote para siempre, según el orden de<br />

Melquisedec, sobre lo cual hemos discurrido en esta<br />

obra más de una vez.<br />

CAPITULO XI<br />

De Gog y de Magog, a quienes al fin del siglo ha de mover el demonio,<br />

y<br />

suelto, contra la Iglesia de Dios<br />

«Y cumplidos, dice, mil años, soltarán a Satanás de su cárcel y<br />

saldrá engañar las gentes que habitan en los cuatro<br />

extremos de la tierra a Gog y Magog, y los traerá a la guerra, cuyo<br />

número será como las arenas del mar. Para obligarlos,<br />

pues, a esta guerra los seducir. Pues también anteriormente por los<br />

medios que podía lo engañaba, causándoles muchos y<br />

diferentes males.<br />

Y dice: saldrá; esto es, de los, ocultos escondrijos de los odios y<br />

rencores saldrá en público á perseguir la Iglesia siendo<br />

ésta la última persecución por acercarse ya el último y final juicio,<br />

que padecerá la Santa Iglesia en todo el orbe de la tierra, es<br />

decir; la universal ciudad de Cristo, de la universal ciudad del<br />

demonio en toda la tierra.<br />

Y estas gentes, que llama Gog y Magog, no deben tomarse como si<br />

fuesen algunos bárbaros que tienen fijado su asiento<br />

en alguna parte determinada de la tierra; o los Getas y Masagetas,<br />

como sospechan algunos fundados en las letras con que<br />

principian estos nombres; o algunos otros gentiles, ajenos y no<br />

sujetos a la jurisdicción romana. Porque da a entender que éstos<br />

se hallarán por todo el orbe de la tierra, cuando dice: «las gentes<br />

que habrá en algunas partes de la tierra», y éstas, prosigue,<br />

son Gog y Magog. Interpretados estos nombres, hallamos que quieren<br />

decir Gog el techo y Magog del techo, como la casa y el<br />

que sale y procede de la casa. Así que son las gentes en quienes,<br />

como dijimos arriba, estaría encerrado el demonio como en<br />

un abismo; y él mismo, que parece que sale y dimana de ellas; de<br />

suerte que ellas sean el techo y él del techo. Y si ambos<br />

nombres los referimos a las gentes y no el uno a las gentes y el otro<br />

al demonio, ellas son el techo, porque en ellas ahora se<br />

encierra y en cierto modo se oculta aquel nuestro antiguo enemigo, y


ellas mismas serán el techo cuando del odio encubierto<br />

saldrán al odio público y descubierto.<br />

Y lo que dice: «Y subieron sobre la latitud de la tierra y cercaron<br />

el ejército de los santos y la ciudad amada», no se<br />

entiende que vinieron o que habrán de venir a algún lugar<br />

determinado, como si en cierto lugar haya de estar el ejército de los<br />

santos y la ciudad querida, pues ésta no es sino la iglesia de Cristo<br />

que está esparcida por todo el orbe de la tierra, y dondequiera<br />

que, estuviere entonces, que estará en todas las gentes, lo<br />

que significó con el nombre de la latitud de la tierra, allí<br />

estará el ejército de los santos, allí estará la Ciudad querida de<br />

Dios, allí todos sus enemigos, porque también ellos con ella<br />

estarán en todas las gentes, la acercarán con el rigor de aquella<br />

persecución, esto es, la arrinconarán, apretarán y encerrarán<br />

en las angustias de la tribulación. Y no desamparará su milicia, la<br />

que mereció que la llamasen con nombre de ejército.<br />

CAPITULO XII<br />

Si pertenece al último castigo de los malos lo que dice: que bajó<br />

fuego del cielo, y los consumió<br />

Sobre lo que dice: «Que descendió fuego del cielo y los consumió», no<br />

debemos entender que éste es aquel último final<br />

castigo, que será cuando se les dirá: «Idos de mí, malditos, al fuego<br />

eterno». Porque entonces ellos serán los que irán al fuego y<br />

no el fuego el que vendrá del cielo sobre ellos. Aquí bien podemos<br />

entender por este fuego que baja del cielo la misma firmeza<br />

de los santos, con que han de resistir y no ceder a sus<br />

perseguidores, para hacer la voluntad de éstos. Pues firmamento es el<br />

cielo, cuya firmeza los afligirá y atormentará con ardentísimo rencor<br />

y celo, por no haber podido atraer a los santos de Cristo al<br />

bando del Anticristo.<br />

Y éste será el fuego que los consumirá, el cual lo enviará Dios, pues<br />

por beneficio y gracia suya son invencibles los<br />

santos, por lo que rabiarán y se consumirán sus enemigos. Porque así<br />

como se toma el celo en buena parte, donde dice: «El<br />

celo de tu casa me consume», así, por el contrario, se toma en<br />

contraria acepción, esto es, en mala parte, donde dice: «Ocupó el<br />

celo al pueblo ignorante, y el fuego ahora consumirá a los<br />

contrarios» «Y ahora, es decir, no el fuego del juicio final y sí al<br />

castigo que ha de dar Cristo, cuando venga, a los perseguidos de su<br />

Iglesia, a los cuales hallará vivos sobre la tierra cuando<br />

ha de matar al Anticristo con el espíritu de su boca: «Si a este<br />

castigo, digo, llama fuego que desciende del cielo, y que los<br />

consume»; tampoco éste será el último castigo de los impíos, sino el<br />

que han de padecer después de la resurrección de los<br />

cuerpos.<br />

CAPITULO XIII<br />

Si se ha de contar entre los mil años el tiempo de la persecución del<br />

Anticristo<br />

Esta última persecución, que será la que ha de hacer el Anticristo<br />

(como lo hemos ya insinuado en este libro, y se halla<br />

en el profeta Daniel), durará tres años y seis meses. El cual tiempo,<br />

aunque corto, con justa causa se duda si pertenece a los mil<br />

años en que dice que estará atado el demonio, y en que los santos<br />

reinarán con Cristo; o si este pequeño espacio ha de<br />

aumentarse a los mismos años, y ha de contarse fuera de ellos.<br />

Porque si dijésemos que este espacio pertenece a los mismos años,<br />

hallaremos que el reino de los santos con Cristo se<br />

entiende más tiempo de lo que está él demonio atado. Pues sin duda


los santos con su Rey reinarán también con especialidad<br />

durante la persecución, venciendo y superando tantos males y<br />

calamidades cuando ya el demonio no estará atado, para que<br />

pueda perseguirlos con todas sus fuerzas.<br />

En tal caso ¿de qué forma determina esta Escritura y limita lo uno y<br />

lo otro, es a saber, la prisión del demonio, y, el reino<br />

de los santos, con unos mismos mil años; puesto que tres años y seis<br />

meses antes se acaba la prisión del demonio, que el reino<br />

de los santos con Cristo en estos mil años?<br />

Y si dijésemos que este pequeño espacio de dicha persecución no debe<br />

contarse en los mil años, sino que, cumplidos,<br />

debe añadirse, para que se pueda entender bien lo que dice el<br />

Apocalipsis de que «los sacerdotes de Dios y de Cristo reinarán<br />

con el Señor mil años», añadiendo que «cumplidos los mil años<br />

soltarán a Satanás de su cárcel», pues así da a entender que el<br />

reino de los santos y la prisión del demonio han de cesar a un mismo<br />

tiempo; para que después el espacio de aquella<br />

persecución se entienda que no pertenece al reino de los santos ni a<br />

la prisión de Satanás, cuyas dos circunstancias, se incluye<br />

en los mil años, sino que debe contarse fuera de ellos; nos será<br />

forzoso confesar que los santos en aquella persecución no<br />

reinarán con Cristo. Pero ¿quién habrá que, se atreva a decir que<br />

entonces no han de reinar con él sus miembros, cuando<br />

particular v estrechamente estarán unidos con él, y en el tiempo en<br />

que cuanto fuere más vehemente la furia de la guerra, tanto<br />

mayor será la gloria de la firmeza y constancia, y tanto más numerosa<br />

la corona del martirio?<br />

Y si por causa de las tribulaciones que ha de padecer no hemos de<br />

decir que han de reinar, se deducirá que tampoco en<br />

los mismos mil años cualquiera de los santos que padecía<br />

tribulaciones, al tiempo de padecerlas no reinó con Cristo; y, por<br />

consiguiente, tampoco aquellos cuyas almas vio el autor de este<br />

libro, según dice, que padecieron muerte por dar testimonio de<br />

la fe de Cristo y por la palabra de Dios, reinarían con Cristo cuando<br />

padecían la persecución, ni eran reino de Cristo aquellos a<br />

quienes con más excelencia poseía Cristo. Lo cual, sin duda, es<br />

absurdo, pues sin duda las almas victoriosas de los gloriosísimo<br />

mártires, vencidos y concluidos todos los dolores y penalidades,<br />

después que dejaron los miembros mortales, reinaron y<br />

reinarán con Cristo hasta que terminen los mil años, para reinar<br />

también después de recobrar los cuerpos inmortales.<br />

Así, pues, las almas de los que murieron por dar testimonio de Cristo<br />

las que antes salieron de sus cuerpos y las que han<br />

de salir en la misma última persecución, reinarán con hasta que se<br />

acabe el siglo mortal se trasladen a aquel reino donde no<br />

habrá ya más muerte. Por lo cual llegaran a ser más los anos que los<br />

santos remarán con Cristo, que la prisión del demonio,<br />

porque cuando el demonio no estará ya atado en aquellos tres años y<br />

medio, reinarán con su Rey, el Hijo de Dios.<br />

Cuando San Juan dice: «Los sacerdotes de Dios y de Cristo reinarán<br />

con el Señor mil años, y, terminados éstos,<br />

soltarán a Satanás de su cárcel» debemos entender o que no se acaban<br />

los mil años de este reino de los santos, sino los de la<br />

prisión del demonio, de manera que los mil años, esto es, todos los<br />

años los tengan cada una de las partes, para acabar los<br />

suyos en diferentes y propios espacios, siendo el más largo el reino<br />

de los santos, y más breve la prisión del demonio; o<br />

realmente debemos creer que por ser el espacio de los tres años y<br />

medio brevísimo, no se pone en cuenta, sea en lo que<br />

parece que tiene de menos prisión de Satanás, o en lo que tiende más<br />

el reino de los santos; como lo manifesté hablando de los<br />

cuatrocientos años en el capítulo XXIV libro XVI de esta obra, los<br />

cuales, aun que eran algo más, sin embargo, lo llamó<br />

cuatrocientos. Muchas cosas como éstas hallaremos en la Sagrada<br />

Escritura, si así lo quisiéramos advertir.


CAPITULO XIV<br />

De la condenación del demonio con los suyos, y sumariamente de la<br />

resurrección de los cuerpos de todos los difuntos y<br />

del juicio de la última retribución<br />

Después de haber referido esta última persecución, breve y<br />

concisamente refiere todo cuanto el demonio y la ciudad<br />

enemiga con su príncipe ha de padecer en el último juicio. Porque<br />

dice: «Y el demonio, que los engañaba, fue echado en un<br />

estanque de luego y azufre, donde la bestia y los seudos o falsos<br />

profetas han de ser atormenta dos de día y de noche para<br />

siempre jamás.» Ya dijimos en el capítulo IX, que puede entenderse<br />

bien por la bestia la misma ciudad impía y su seudo» profeta<br />

y Anticristo, o aquella imagen o ficción de que hablamos aquí.<br />

Después de esto, recapitulando, refiere cómo se le reveló el mismo<br />

juicio final, que será en la segunda resurrección de<br />

los muertos, es decir, la de los cuerpos, y dice: «Vi entonces un<br />

gran trono blanco, y uno sentado, en él, delante del cual la<br />

tierra y el cielo huyeron, y no quedó lugar para ellos.» No dice que<br />

vio un, trono grande y blanco, y uno sentado sobre él, y<br />

que de su presencia huyó el cielo y la tierra, porque esto no sucedió<br />

entonces, esto es, antes que se hiciese el juicio de los<br />

vivos y de los muertos, sino dijo que vio sentado en el trono a aquel<br />

fue cuya presencia huirían el cielo y la tierra; pero huirían<br />

después, porque acabado el juicio, entonces dejará de ser este cielo<br />

y esta tierra, comenzando a ser nuevo cielo y nueva tierra;<br />

pues este mundo pasará, mudándose las cosas, no pereciendo del todo.<br />

Así lo dijo el Apóstol: «Porque se pasa la figura de este<br />

mundo, quiero que viváis sin solicitud y cuidado»; de modo que la<br />

figura es la que pasa, no la naturaleza.<br />

Habiendo, pues, dicho San Juan que vio a uno que estaba sentado en un<br />

trono, a cuya presencia (lo que después ha<br />

de suceder) huyó el cielo y la tierra: «Después vi, dice, a los<br />

muertos grandes y pequeños en pie delante del trono, y fueron<br />

abiertos los libros, y después se abrió aún otro libro, que es el<br />

libro de la vida, y los muertos fueron jugados por lo que estaba<br />

escrito en los libros; según sus obras.» Dice que se abrieron libros<br />

y el libro, y que éste es el libro de la vida de cada uno luego<br />

los libros que puso en primer lugar deben entenderse los sagrados así<br />

los del Viejo como los del Nuevo Testamento, para que<br />

en ellos se registren los mandamientos y preceptores que Dios mandó<br />

guardar. El otro, que trata de la vida particular de cada<br />

uno contiene cuanto cada uno observó no observó; el cual libro, si<br />

carnalmente le quisiéramos considerar, ¿quién podrá estimar<br />

su grandeza, prolijidad y extensión? ¿O en cuánto tiempo podrá leerse<br />

un libro donde están escritas las vidas de cuantos<br />

hombres ha habido y hay? Acaso ha de haber tanto número de ángeles<br />

cuanto hay de hombres para que cada uno oiga a su<br />

Angel recitar su vida? Luego no ha de ser uno el libro de todos, sino<br />

para cada uno el suyo.<br />

Pero aquí la Escritura, queriendo darnos a entender que ha de ser<br />

uno, dice: «Y se abrió otro libro.» Por lo cual<br />

debemos entender cierta virtud divina con que sucederá que a cada uno<br />

se le vengan a la memoria todas las obras buenas o<br />

malas que hizo y las verá con los ojos de su entendimiento con<br />

maravillosa presteza, acusando o excusando a su conciencia el<br />

conocimiento que tendrá de ellas. De esta manera se hará el juicio de<br />

cada uno de por sí, y de todos juntamente, cuya virtud<br />

divina se llamó libro, porque en ella en cierto modo se lee todo lo<br />

que se recuerda haber hecho.<br />

Y para demostrar qué clase de muertos han de ser juzgados, esto es,<br />

chicos y grandes, recopila y dice, como<br />

retrocediendo a lo que había dejado, o, por mejor decir, diferido: «Y<br />

el mar dio los muertos que habían sido sepultados en sus<br />

aguas; la muerte y el infierno dieron también los muertos que en sí<br />

tenían.» Esto, sin duda, sucedió primero que los muertos


fuesen juzgados, y, sin embargo, dijo aquello primero. Por eso he<br />

dicho que resumiendo volvió a lo que había dejado. Pero<br />

después siguió el orden de los sucesos, y para que se explicase este<br />

orden, repitió lo que ya se había dicho perteneciente al<br />

juicio de los muertos. Y después de referir que dio el mar los<br />

muertos que había en él, y que la muerte y el infierno volvieron los<br />

muertos que en sí tenían, añadió inmediatamente lo que poco antes<br />

había dicho: «Y cada uno fue juzgado según sus obras»,<br />

que es lo mismo que antes dijo: «Y los muertos fueron juzgados según<br />

sus obras.»<br />

CAPITULO XV<br />

Qué muertos son los que dio el mar para el juicio, o cuáles son los<br />

que volvió la muerte y el infierno<br />

Pero ¿qué muertos son los que dio el mar que estaban en él? Acaso los<br />

que murieron en el mar no están en el infierno?<br />

¿Acaso sus cuerpos se guardan en el mar? O lo que es más absurdo, ¿el<br />

mar tenía los muertos buenos y el infierno los malos?<br />

¿Quién ha de pensar tal cosa? Muy a propósito entienden algunos que<br />

en este lugar el mar significa este siglo. Así que,<br />

queriendo San Juan advertir que habían de ser juzgados todos los que<br />

hallará Cristo todavía en sus cuerpos, juntamente con<br />

los que han de resucitar, a los que hallará en sus cuerpos los llamó<br />

muertos; lo mismo a los buenos de quienes dice el Apóstol<br />

«que están muertos acá, y que su vida está escondida y atesorada con<br />

Cristo en Dios», como a los malos, de quienes dice el<br />

sagrado cronista: «Dejen a los muertos que entierren sus muertos,<br />

quienes pueden ser llamados también muertos, porque traen<br />

cuerpos mortales. Por ello dice el Apóstol: «Que el cuerpo está<br />

muerto por el pecado, pero el alma vive por la justificación»,<br />

mostrando que lo uno y lo otro se halla en el hombre viviente y que<br />

está todavía en este cuerpo, el cuerpo muerto y el alma<br />

viva. No dijo cuerpo mortal, sino muerto; aunque poco después los<br />

llama también cuerpos mortales, que es como más<br />

comúnmente se llaman. Otros muertos, pues, dio el mar, que estaban en<br />

él, esto es, dio este siglo todos los hombres que había<br />

en él, porque aun no habían fallecido.<br />

Y la muerte y el infierno –dice– fueron sus muertos, los que tenían<br />

en sí. El mar les dio, porque así como se hallaron se<br />

presentaron, pero la muerte y el infierno los volvieron a dar, porque<br />

los redujeron a la vida, de la cual se habían ya despedido.<br />

Y acaso no en vano no dice la muerte o el infierno, sino ambas cosas;<br />

la muerte, por los buenos que sólo pudieron Padecer la<br />

muerte, pero no el infierno; y el infierno, por los malos, los cuales<br />

pasarán sus penas respectivas en el infierno. Porque si con<br />

razón parece creemos que también los santos antiguos que creyeron en<br />

Cristo antes que viniese al mundo estuvieron en los infiernos<br />

aunque en Parte remotísima de los tormentos de los impíos,<br />

hasta que los sacó y libró de aquella cárcel la preciosa<br />

sangre de Jesucristo y su bajada a aquellos tenebrosos lugares; sin<br />

duda en lo sucesivo los fieles buenos, redimidos ya por<br />

aquel precio que por ellos se derramó, de ningún modo saben qué cosa<br />

es infierno; hasta que, recobrando sus cuerpos,<br />

reciban los bienes que merecen.<br />

Y habiendo dicho: «y fueron juzgados cada uno conforme a sus obras»,<br />

brevemente añadió cómo fueron juzgados: «Y el<br />

infierno y la muerte fueron arrojados al estanque de fuego»,<br />

indicando con estas palabras al demonio, porque es el autor de la<br />

muerte y de las penas del infierno, y juntamente todo el escuadrón de<br />

los demonios, porque esto es lo que arriba más<br />

expresamente, anticipándose, había ya dicho; y el demonio, que los<br />

engañaba, fue echado en un estanque de fuego y de<br />

azufre.


Pero lo que allí expresó con más oscuridad diciendo: «a donde la<br />

bestia y el seudo-profeta», aquí lo dice más claro: «y el<br />

que no se halló escrito en el libro de la vida, fue arrojado al<br />

estanque de fuego». No sirve este libro de memoria a Dios para que<br />

no se engañe por olvido, sino que significa la predestinación de<br />

aquellos a quienes ha de darse la vida eterna. Porque no los<br />

ignora Dios, y para saberlos lee en este libro, sino que antes la<br />

misma presciencia que tiene de ellos, que es la que no se puede<br />

engañar, es el libro de la vida donde están los escritos, esto es,<br />

los conocidos para la vida eterna.<br />

CAPITULO XVI<br />

Del nuevo cielo y de la nueva tierra<br />

Concluido el juicio en el cual nos anunció habían de ser condenados<br />

los malos, resta que nos hable<br />

también respecto de los buenos. Y puesto que ya nos explicó lo que<br />

dijo el Señor en compendiosas palabras:<br />

«Estos irán a los tormentos eternos», corresponde ahora que nos<br />

declare lo que allí añade: «Y los justos Irán<br />

a la vida eterna». «Después de esto vi un cielo nueve y una tierra<br />

nueva, porque el primer cielo y la primera<br />

tierra habían desaparecido, y el mar ya no le habla.» Según este<br />

orden ha de suceder lo que arriba,<br />

anticipándose, dijo: que vio uno sentado sobre un uno, a cuya<br />

presencia huyó él cielo y la tierra, porque,<br />

acabó el juicio universal.<br />

Habiendo condenado a los que no se hallaron escritos en el libro de<br />

la vida y echándoles al fuego<br />

eterno (cuál sea este fuego y en qué parte del mundo haya de estar,<br />

presumo que no hay hombre que lo<br />

sepa, sino aquel que acaso lo sabe por revelación divina), entonces<br />

pasará la figura de este mundo por la<br />

combustión del fuego mundano, como se hizo el Diluvio con la<br />

inundación de las aguas mundanas. Así que,<br />

con aquella combustión mundana, las cualidades de los elementos<br />

Corruptibles que cuadraban a nuestros<br />

cuerpos corruptibles perecerán y se consumirán, ardiendo<br />

completamente, y la substancia de los elementos<br />

tendrá aquellas cualidades que convienen con maravillosa<br />

transformación a los cuerpos inmortales, para que<br />

el mundo; renovado y mejorado, se acomode concordemente a los hombres<br />

renovados y también mejorados<br />

en la carne.<br />

Lo que dice: «Y el mar ya no lo había», no me determinaría fácilmente<br />

a explicarlo: si se secará con<br />

aquel ardentísimo calor o si igualmente se transformará en otro<br />

mejor; pues aunque leemos que habrá nuevos<br />

cielos y nueva tierra, sin embargo, del mar nuevo no me acuerdo haber<br />

leído cosa alguna, sino, lo que se<br />

dice en este mismo libro: «Como un mar de vidrio, semejante al<br />

cristal». Pero entonces no hablaba del fin del<br />

mundo ni parece que dijo propiamente mar, sino como un mar,<br />

Igualmente que ahora (como la locución<br />

profética gusta de mezclar las palabras metafóricas con las propias,<br />

y así ocultarnos en cierto modo su<br />

significación, tendiendo un velo a lo que dice) pudo hablar de aquel<br />

mar y no del mencionado, cuando dice:<br />

«Y dio el mar sus muertos, los que estaban en él»; porque entonces no<br />

será este siglo turbulento y<br />

tempestuoso con la vida de los mortales, lo que nos significó y<br />

figuró con, el nombre de mar.<br />

CAPITULO XVII


De la glorificación, de la Iglesia sin fin después de la muerte<br />

«Y yo, Juan, vi bajar del cielo la Ciudad santa, la nueva Jerusalén,<br />

que venía de Dios, adornada como<br />

una esposa para su esposo. Y oí una voz grande que salía del trono y<br />

que decía: Veis aquí el tabernáculo de<br />

Dios con los hombres, y habitará con, ellos y ellos serán su pueblo,<br />

y el mismo Dios, quedando en medio de<br />

ellos, será su Dios. Dios les enjugará todas las lágrimas de sus ojos<br />

y no habrá más muerte, ni más llanto, ni<br />

más grito, ni más dolor; porque las primeras a cosas son pasadas;<br />

entonces el que esta sentado en el trono,<br />

dijo: Veis aquí hago yo nuevas todas las cosas.» Dícese que baja del<br />

cielo esta Ciudad porque es celestial la<br />

gracia con que Dios la hizo; por eso, hablando con ella, la dice<br />

también por medio de Isaías: «Yo soy el<br />

Señor que te hizo.»<br />

En efecto, desde su origen y principio desciende del cielo, después<br />

que por el discurso de este siglo,<br />

con la gracia de Dios, que viene de lo alto va creciendo cada día el<br />

número de sus ciudadanos por medio del<br />

bautismo de la regeneración, en virtud de Espíritu Santo enviado del<br />

cielo. Pero por el juicio de Dios, que<br />

será el último y final, que hará su Hijo Jesucristo, será tan grande<br />

y tan nueva por especial beneficio de Dios,<br />

la claridad con que se manifestará, que ni le quedará rastro, alguno<br />

de lo pasado puesto que los cuerpos<br />

mudarán igual mente su antigua corrupción y mortalidad en una nueva<br />

incorrupción inmortalidad. Pues<br />

querer entender por este tiempo en que reinan con su rey por espacio<br />

de mil años, me parece que es<br />

demasiada obstinación, diciendo bien claro que les enjugará todas las<br />

lágrimas de sus ojos, y que no habrá<br />

más muerte, ni llanto, ni clamores, ni género de dolor. ¿Y quién<br />

habrá tan impertinente y tan fuera de sí de<br />

puro obstinado, que se atreva a afirmar que en los trabajos de la<br />

vida mortal no sólo todo el pueblo de los<br />

santos, sino cada uno de los santos, dejara de pasar o haber pasado<br />

esta vida sin lágrimas algunas ni dolor,<br />

siendo así que cuanto uno es más santo, y está más lleno de deseos<br />

santos, tanto más abundantes son sus<br />

lágrimas en la oración? ¿Acaso no es la ciudad soberana de Jerusalén<br />

la que dice: «De día y de noche me<br />

sirvieron de pan mis lágrimas»;. «lavaré cada noche mi lecho con<br />

lágrimas, y con ellas regaré mi estrado»?<br />

«No ignoras, Señor, mis gemidos». «¿Mi dolor será renovado?» ¿O por<br />

Ventura no son hijos suyos los que<br />

régimen cargados de este cuerpo, del que no querrían verse<br />

despojados, sino vestirse sobre él y que la vida<br />

eterna consumiese, no el cuerpo, sino lo que tiene de mortalidad»? ¿<br />

Acaso no son aquellos «que teniendo las<br />

primicias de la gracia del espíritu tan colmadas, gimen en sí mismos<br />

deseando y esperando la adopción de los<br />

hijos de Dios, y no cualquiera, no la redención y perfecta libertad e<br />

inmortalidad del cuerpo y del alma? ¿Por<br />

ventura el mismo Apóstol San Pablo no era ciudadano de la celestial<br />

Jerusalén, o no era mucho más cuando<br />

«andaba tan triste y con continuo dolor en su corazón por causa de,<br />

los israelitas, sus hermanos carnales?<br />

«¿Y cuándo dejará de haber muerte en esta ciudad, sino, cuando se<br />

diga: ¿adónde esta, ¡oh muerte!, tu<br />

tesón? ¿Adónde está tu guadaña? La guadaña de la muerte es el<br />

pecado.» El cual, sin duda, no le habrá<br />

entonces cuando se le diga: «¿dónde está?» Pero ahora, no dama y no<br />

da voces cualquiera de los humildes<br />

e ínfimos ciudadanos de aquella ciudad, sino el mismo San Juan en su


epístola: «Si dijéramos que no tenemos<br />

pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y no está la verdad en<br />

nosotros.»<br />

Aunque en este libro del Apocalipsis se declaran muchos misterios en<br />

estilo profético, para excitar el<br />

entendimiento del lector, y hay pocas expresiones en él por cuya<br />

claridad se puedan rastrear (poniendo<br />

algún cuidado y molestia) las demás, especialmente porque de tal<br />

suerte repite de muchas maneras las<br />

mismas cosas, que parece que dice otras; averiguándose que estas<br />

mismas las dice de una y otra y muchas<br />

maneras; con todo, las palabras donde dice «que les limpiará todas<br />

las lágrimas de sus ojos y que no habrá<br />

más muerte, ni llanto, ni clamores, ni género de dolor», con tanta<br />

luz y claridad se dicen del siglo futuro y de la<br />

inmortalidad y eternidad de los santos (Porque entonces solamente, y<br />

allí precisamente, no ha de haber estas<br />

cosas), que en la Sagrada Escritura no hay que buscar, cosa clara si<br />

entendemos que éstas son oscuras.<br />

CAPITULO XVIII<br />

Que es lo que el Apóstol San Pedro predicó del último y final juicio<br />

de<br />

Dios<br />

Veamos ahora qué es lo que igualmente escribió el Apóstol San Pedro<br />

de este juicio final: «Primeramente, dice, sabed<br />

que en los últimos tiempos vendrán unos impostores artificiosos, que<br />

seguirán sus propias pasiones y dirán: ¿Dónde está la<br />

promesa de su venida? Porque desde que murieron nuestros padres,<br />

todas las cosas perseveran como desde el principio del<br />

mundo. Mas ignoran los que esto quieren, que al principió fueron<br />

criados los cielos por la palabra de Dios, y que la tierra se<br />

dejó ver fuera del agua, y subsiste en medio de las aguas. Y que, por<br />

estas cosas, el mundo que entonces era, pereci6<br />

sumergido en las aguas. Mas los cielos y la tierra que ahora<br />

subsisten por la misma palabra están reservados para el fuego en<br />

el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos. Carísimos,<br />

una cosa hay que no debéis ignorar, y es que, delante del<br />

Señor, un día es como mil años, y mil años como un solo día. No<br />

tardará el Señor, como piensan algunos, en cumplir su<br />

promesa; sino que por amor de vosotros espera con paciencia, no<br />

queriendo que alguno se pierdan, sino que todos se<br />

conviertan a Él por la penitencia; porque el día del Señor vendrá<br />

cómo un ladrón, y entonces los cielos pasarán con grande<br />

ímpetu, los elementos se disolverán por el calor del fuego, y la<br />

tierra, con todo lo que hay en ella, será abrasada. Como todas<br />

estas cosas han de perecer, ¿cuáles debéis ser vosotros, y cuál la<br />

santidad de vuestra vida y la piedad de vuestras acciones<br />

esperando y deseando que venga pronto la venida del día del Señor, en<br />

que el ardor del fuego disolverá los cielos y derretirá<br />

los elementos? Porque esperamos; según sus promesas, unos cielos<br />

nuevos y' una tierra nueva, donde habitará la justicia.<br />

En ésta su carta no dice cosa particular de la resurrección de los<br />

muertos, aunque, sin duda, ha dicho lo bastante acerca<br />

de la destrucción de este mundo, donde, refiriendo lo que acaeció en<br />

el Diluvio, aparece que en cierto modo nos advierte cómo<br />

hemos de entender y creer que al fin del siglo ha de perecer toda la<br />

tierra. Porque igualmente dice que pereció en aquel tiempo<br />

el mundo que florecía entonces, y no sólo la tierra, sino también los<br />

cielos, por los cuales entendemos, sin duda, el aire, hasta el<br />

espacio que entonces ocupó el agua con sus crecientes. Todo o casi<br />

todo este aire, que llama cielo o cielos (no entendiéndose<br />

en estos ínfimos los supremos donde están el sol, la luna y las<br />

estrellas), se convirtió en agua, y de esta forma pereció con la<br />

tierra, á la cual, en cuanto a su primera forma, había destruido el


Diluvió. Y los cielos, dice, y la tierra que ahora existe, por el<br />

mismo decreto y disposición se conservan reservados para el fuego,<br />

para ser abrasados en el día del juicio y destrucción de los<br />

hombres impíos. Por lo cual los mismos cielos, la misma tierra, esto<br />

es, el mismo mundo que pereció con el Diluvió y quedó otra<br />

vez fuera de las mismas aguas, ese mismo está reservado para' el<br />

fuego final el día del juicio y de la perdición de los hombres<br />

impíos.<br />

Tampoco duda decir que sucederá la perdición de los hombres por el<br />

trastorno tan singular y terrible que experimentarán,<br />

aunque su naturaleza permanezca en medio de las penas<br />

eternas.<br />

¿Preguntará acaso alguno: si, terminado el juicio, ha de arder todo<br />

el orbe, antes que en su lugar se reponga nuevo<br />

cielo y nueva tierra, y al mismo tiempo que se quemare, dónde estarán<br />

los santos, pues teniendo cuerpos es necesario que<br />

estén en algún lugar corporal? Puede responderse que estarán en las<br />

regiones superiores, donde no llegará a subir la llama<br />

de aquel voraz incendio, así como tampoco alcanzaron las aguas del<br />

Diluvio, porque los cuerpos que tendrán serán tales que<br />

estarán donde quisieren estar. Tampoco temerán al fuego de aquel<br />

incendio, siendo, como son, inmortales e incorruptibles, así<br />

como los cuerpos corruptibles y mortales de aquellos tres jóvenes<br />

pudieron vivir sin daño alguno en el horno de fuego, que<br />

ardía extraordinariamente.<br />

CAPITULO XIX<br />

De lo que el Apóstol San Pablo escribió a los tesalonicenses, y de la<br />

manifestación del Anticristo, después del cual seguirá<br />

el día del Señor<br />

Bien advierto que necesito omitir muchas circunstancias que ocurren<br />

están escritas sobre este último y fin juicio de Dios en<br />

los libros evangélicos y apostólicos, porque no abulte demasiado este<br />

volumen; pero por ningún pretexto debemos pasar en<br />

silencio lo que el Apóstol San Pablo escribe a los tesalonicenses:<br />

«Os rogamos, hermanos, dice, por la venida de nuestro Señor<br />

Jesucristo, y por la congregación de los que nos hemos de unir con e<br />

Señor, que no os apartéis fácilmente de vuestro<br />

dictamen, ni os atemoricéis ni por algún espíritu, ni por palabra,<br />

ni por carta, enviada en mi nombre anunciando que llega ya la<br />

venida de Señor, no os engañe alguno, porque antes vendrá aquel<br />

rebelde, y se manifestará aquel hombre hijo del pecado y<br />

de la perdición, el cual se opondrá levantará contra toda doctrina y<br />

contra todo lo que se dice y cree de Dio en la tierra de<br />

suerte que llegará sentarse en el templo de Dios, vendiéndose a sí<br />

mismo por Dios.<br />

»¿No os acordáis que cuando estaba todavía entre vosotros os decía<br />

estas cosas? Ya sabéis vosotros la causa que<br />

ahora le detiene hasta que sea manifestado o venga el día señalado.<br />

El hecho es que ya va obrando o se ve formando el<br />

misterio de la iniquidad entre tanto, el que está firme ahora<br />

manténgase hasta que sea quitado el impedimento, y entonces se<br />

manifestara aquel malvado a quien el Señor quitará la vida con el<br />

aliento de su boca, deshará con el resplandor de su<br />

presencia a aquel que vendrá con el poder de Satanás, con señales y<br />

prodigio mentirosos, y con toda maliciosa sedición, para<br />

engañar y perder a los perdidos réprobos, porque no recibieron el<br />

amor de la verdad para que salvaran. Y por esto les<br />

enviará Dios el artificio del error, a fin de que crear la mentira y<br />

sean juzgados y condenados todos los que no creyeren la<br />

verdad, sino que consintieren y aprobaren la maldad.»<br />

No hay duda que todo esto lo dice del Anticristo y del día, del<br />

juicio, por que este día del señor dice que no vendrá hasta<br />

que venga primero aquel que llama rebelde a Dios nuestro Señor; lo


cual, si puede decirse de todos los malos, ¿cuánto más de<br />

éste?<br />

Pero en qué templo de Dios se haya de sentar como Dios, es incierto;<br />

si será en aquellas ruinas del templo que edificó el<br />

rey Salomón o en la Iglesia; porque a ningún templo de los ídolos o<br />

demonios llamará el Apóstol templo de Dios.<br />

Algunos quieren que en este lugar, por el Anticristo, se entienda, no<br />

el mismo príncipe y cabeza, sino en cierto modo todo<br />

su cuerpo, esto es, la muchedumbre de los hombres que pertenecen a él<br />

juntamente con su príncipe, y piensan que mejor se<br />

dirá en latín, como está en el griego, no in templo Dei, sino in<br />

templum Dei sedeat, como si el fuese el templo de Dios, esto es, la<br />

Iglesia; como decimos sedet in amicum, esto es, como amigo.<br />

Lo que dice «y ahora bien sabéis lo que le detiene, esto es, ya<br />

sabéis la causa de su tardanza y dilación para que se<br />

descubra aquél a su tiempo; y porque dijo que lo sabían ellos, no<br />

quiso manifestarlo expresamente. Nosotros, que ignoramos lo<br />

que aquéllos sabían, deseamos alcanzar con trabajo lo que quiso decir<br />

el Apóstol, y no podemos, especialmente porque lo que<br />

añade después hace más oscuro y misterioso el sentido.<br />

¿Qué quiere decir «porque ya ahora principia a obrar el misterio de<br />

la iniquidad, sólo el que está firme ahora<br />

manténgase, hasta que se quite el impedimento? ¿Y entonces se<br />

descubrirá aquel inicuo?» Yo confieso que de ningún modo<br />

entiendo lo que quiso decir; sin embargo, no dejaré de insertar aquí<br />

las sospechas humanas que, sobre esto he oído o leído.<br />

Algunos piensan que dijo esto del Imperio Romano, y el Apóstol San<br />

Pablo no lo quiso decir claramente porque no le<br />

calumniasen e hiciesen cargo de que deseaba mal al Imperio a mano, el<br />

cual entendían que había de ser eterno; como esto que<br />

dice: «y ahora principia a obrar el misterio de la iniquidad»,<br />

imaginan que lo dijo por Nerón, cuyas acciones ya parecían semejantes<br />

a las del Anticristo. Por lo social sospechan algunos que ha<br />

de resucitar y que ha de ser el Anticristo; aunque otros<br />

piensen que tampoco murió, sino que le escondieron para que creyeran<br />

que era muerto, y que vivo está escondido en el vigor<br />

de la edad juvenil en que estaba cuando se dijo que le mataron, hasta<br />

que se descubra a su tiempo y le restituyan en su reino.<br />

Mucho me admira la gran presunción de los que tal opinan. Sin<br />

embargo, lo que dice el Apóstol: «Sólo el que ahora está<br />

firme manténgase hasta que se quite de en medio el impedimento», no<br />

fuera de propósito, se entiende que lo dice del mismo<br />

Imperio Romano, como si dijera: sólo resta que el que ahora reina<br />

reine hasta que le quiten de en medio, esto, es, hasta que le<br />

destruyan y acaben, y entonces se descubrirá aquel inicuo; por el<br />

cual ninguno duda que entiende el Anticristo.<br />

Otros también, sobre lo que dice: «Bien sabéis lo que le detiene, y<br />

que principia a obrar el misterio de la iniquidad»,<br />

piensan que lo dijo de los malos e hipócritas que hay en la iglesia,<br />

hasta que lleguen a tanto numero que constituyan un<br />

numeroso pueblo al Anticristo, y que éste es el misterio de la<br />

iniquidad, por cuanto parece oculto; y que, además, el Apóstol<br />

amonesta a los fieles que perseveren constantes en la fe que<br />

profesan, cuando dice: «Sólo el que ahora está firme manténgase<br />

hasta que se quite de en, medio el impedimento», esto es, haga que<br />

salga de en medio de la Iglesia el misterio de la iniquidad,<br />

que ahora está oculto. Porque a este misterio piensan que pertenece<br />

lo que dijo San Juan evangelista en su epístola: «Hijitos, ha<br />

llegado la última hora, y como habéis oído decir que ha de venir el<br />

Anticristo, también hay ahora muchos Anticristos o doctores<br />

falsos; y esto nos da a conocer que ha llegado la última hora. Estos<br />

han salido de nosotros, mas no eran de los nuestros,<br />

porque si hubieran sido de los nuestros hubieran permanecido con<br />

nosotros.» Igualmente dicen, así como, antes del fin, en esta<br />

hora, que llama San Juan la última, han salido muchos herejes de en<br />

medio de la Iglesia, a quienes llama muchos Anticristos: así,


entonces saldrán de allí todos, los que pertenecerán, no a Cristo,<br />

sino a aquel último Anticristo, y entonces se manifestará.<br />

Unos conjeturan de una manera y otros de otra, sobre estas palabras<br />

oscuras del Apóstol; aunque no hay duda en lo<br />

que dijo de que no vendrá Cristo a juzgar a los vivos y a los<br />

muertos, si antes no viniere a engañar a los muertos en el alma su<br />

adversario el Anticristo; aunque pertenece al ocultó juicio de Dios<br />

el haber de ser engañados por él.<br />

Su venida será, como se ha dicho, con todo el poder de Satanás, con<br />

señales y prodigios falsos y engañosos para<br />

seducir a los perdidos y réprobos; porque entonces estará suelto<br />

Satanás, y obrará por medio del Anticristo prodigios<br />

admirables, pero falsos.<br />

Aquí suelen dudar si se llaman señales y prodigios mentirosos; porque<br />

vendrá a engañar a los sentidos humanos con<br />

fantasmas y, apariencias, de forma que parezca que hace lo que no<br />

hace, o porque aquellos mismos portentos, aunque sean<br />

verdaderos, han de ser para atraer a la mentira a los que creyeren<br />

que aquéllos no pudieron hacerse si virtud, divina,<br />

ignorando la virtud y potestad que tiene el demonio, principalmente<br />

cuando le consideran poder que jamás tuvo. Pues, en<br />

efecto, no diremos que fueron fantasmas cuando vino fuego del cielo y<br />

consumió de un golpe tan dilatada e ilustre familia, con<br />

tantos y tan numerosos hatos de ganado, del santo Job, y cuando el<br />

torbellino impetuoso, derribando la casa, le mató los hijos;<br />

todo lo cual fue, sin embargo, obra de Satanás, a quien dio Dios este<br />

poder. A cuál de estas dos causas las llamó señales y<br />

prodigios mentirosos, entonces se echará de ver mejor, aunque por<br />

cualquiera de ellas que los llame así serán alucinados y<br />

engañados con sus señales y prodigios los que merecerán ser<br />

seducidos, porque no recibieron, dice, el amor de la verdad<br />

para que se salvaran.<br />

Y no dudó el Apóstol añadir: «y por eso les enviará Dios un espíritu<br />

erróneo, para que crean a la mentira y a la<br />

falsedad». Dice que Dios le enviará, porque Dios permitirá que el<br />

demonio ejecute estas maravillas por sus justos e<br />

impenetrables juicios, aunque el demonio lo haga con intención inicua<br />

o maligna; «para que sean juzgados, dice, y condenados<br />

todos cuantos no creyeren en la verdad, sino que consintieron y<br />

aprobaron la iniquidad». Por cuya razón los juzgados serán<br />

engañados y los engañados serán juzgados; aunque los juzgados serán<br />

engañados por aquellos juicios de Dios, ocultamente<br />

justos y justamente ocultos, con los cuales desde el principio, desde<br />

que pecó la criatura racional, nunca dejó de juzgar. Y los<br />

engañados serán juzgados con el último y manifiesto juicio por<br />

Jesucristo, que juzga y condenará justísimamente, habiendo sido<br />

el Señor injusta e impíamente juzgado y condenado.<br />

CAPITULO XX<br />

Que es lo que San Pablo, en la p mera epístola que escribe a los<br />

tesalonicenses, enseña de la resurrección los muertos<br />

Aunque en el citado lugar no hablo de la resurrección de los muertos,<br />

no obstante, en la epístola primera escribe a los<br />

mismos tesalonicenses dice: «No queremos que ignoréis, he manos, lo<br />

que pasa de los muertos para que no os entristezcáis<br />

como los demás que no tienen esperanza; por que si creemos que<br />

Jesucristo murió y resucitó, asimismo hemos de creer que<br />

Dios, a los que murieron, los ha de volver a la vida por el mismo<br />

Jesús, resucitados por Él y con Él; porque os digo en nombre<br />

del Señor que nosotros, que ahora vivimos, o lo que vivieren entonces<br />

cuando viniere Señor, no hemos de resucitar primero<br />

que los otros que murieron ante porque el mismo Señor en persona, con


imperio y majestad, a voz y pregón un arcángel, y al<br />

son de una trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que hubieren<br />

muerto en Cristo resucitará primero; después nosotros, los<br />

que no hallaremos vivos, todos juntamente con los que murieron antes,<br />

seremos arrebatados y llevados en las nubes por los<br />

aires a recibir a Cristo, y así estaremos siempre con el Señor.<br />

Estas palabras apostólicas, con toda claridad nos enseñan, la<br />

resurrección que debe haber de los muertos cuando<br />

venga nuestro Señor Jesucristo a jugar a los vivos y los muertos.<br />

Pero se suele dudar si los que hallará en la tierra Cristo Señor<br />

nuestro vivos, cuya persona transfirió el Apóstol en sí y en<br />

los que entonces vivía con él, nunca han de morir, o si en e mismo<br />

instante que serán arrebatados juntamente con los<br />

resucitados, por los, aires a recibir a Cristo pasarán, con admirable<br />

presteza, por la muerte a la inmortalidad. Pues no hemos de<br />

juzga imposible que mientras los llevan por los aires, en aquel<br />

espacio intermedio no puedan morir y resucitar.<br />

Lo que dice: «y así siempre estaremos con el Señor», no debemos<br />

entenderlo como si dijera que nos habíamos de<br />

quedar con el Señor siempre en el aire; porque ni Él ciertamente<br />

quedará allí, porque viniendo ha de pasar, pues al que viene<br />

se le sale a recibir, y no al que está quedo. Y así estaremos con el<br />

Señor; esto es, así estaremos siempre, teniendo cuerpos<br />

eternos dondequiera que estuviéremos con Él. Según este sentido,<br />

parece que el mismo Apóstol nos induce a que entendamos<br />

que también aquellos a quienes el Señor hallare vivos en el mundo, en<br />

aquel Corto espacio de tiempo han de pasar por la<br />

muerte y recibir la inmortalidad, cuando dice: «que todos han de ser<br />

vivificados por Cristo»; diciendo en otro lugar, con motivo<br />

de hablar sobre la resurrección de los muertos: «El grano que tú<br />

siembras no se vivifica, si no muere y se corrompe primero.»<br />

¿Cómo, pues, los que hallare Cristo vivos en la tierra se han de<br />

vivificar por Él con la inmortalidad aunque no mueran,<br />

advirtiendo que dijo el Apóstol: «lo que tú siembras no se vivifica<br />

si primero no muere»? Aunque no digamos con propiedad que<br />

se siembra, sino de los cuerpos de los hombres que, muriendo, vuelven<br />

a la tierra (como lo expresa la sentencia que pronunció<br />

Dios contra el padre del linaje humano, cuando pecó: «tierra eres, y<br />

a la tierra volverás»); hemos de confesar que a los que<br />

hallare Cristo cuando viniere sin que hayan salido aún de sus cuerpos<br />

ni les comprenden estas palabras del Apóstol ni las del<br />

Génesis; porque siendo arrebatados a lo alto por las nubes, ni los<br />

siembran, ni van a la tierra, ni vuelven de ella; ya no pasen<br />

por la muerte, ya la sufran por un momento en el aire.<br />

Pero aun se nos ofrece otra duda. El mismo Apóstol, hablando de la<br />

resurrección de los cuerpos a los corintios, dice:<br />

«Todos resucitaremos»; o, como se lee en otros códices: «Todos hemos<br />

de dormir». Siendo cierto que no puede haber<br />

resurrección sin que preceda muerte, y que por el sueño no podemos<br />

entender en aquel pasaje sino la muerte, ¿cómo todos<br />

han de dormir o resucitar, si tantos como hallará Cristo en sus<br />

cuerpos no dormirán ni resucitarán? Si creyéremos que los<br />

santos que se hallaren vivos cuando venga Cristo, y fueren<br />

arrebatados para salirle a recibir, en el mismo rapto saldrán de los<br />

cuerpos mortales y volverán a los mismos cuerpos ya inmortales, no<br />

encontraríamos dificultad alguna en las palabras del<br />

Apóstol; así, cuando dice que «el grano que tú siembras no se<br />

vivificará si antes no muere», como cuando dice «que todos<br />

hemos de resucitar» o «todos hemos de dormir»; porque estos tales no<br />

serán vivificados con la inmortalidad si primero, por poco<br />

momento que pase, no mueren, y así tampoco dejarán de participar de<br />

la resurrección aquellos a quienes precede el sueño,<br />

aunque brevísimos, pero efectivamente alguno. ¿Y por qué se nos ha de<br />

figurar increíble que tanta multitud de cuerpos se siembre<br />

en cierto modo en el aire, y que allí luego resucite y reviva<br />

inmortal e incorruptiblemente, creyendo, como creemos, lo que el


mismo Apóstol claramente dice: que la resurrección ha de ser en un<br />

batir de ojos, y que con tanta facilidad y con tan inestimable<br />

velocidad el polvo de los antiquísimos cuerpos ha de, volver a los<br />

miembros que han de vivir sin fin?<br />

Ni tampoco debemos pensar que se libertarán los santos de aquella<br />

sentencia que se pronunció contra el hombre: «tierra<br />

eres, y a la tierra has de volver», aun cuando al morir sus cuerpos<br />

no caigan en la tierra, sino que en el mismo rapto, al morir,<br />

resuciten en el espacio de tiempo que van por el aire; porque a la<br />

tierra irás quiere decir, irás en perdiendo la vida, a lo que<br />

eras antes que tomases vida, esto es, serás sin alma lo que eras<br />

antes que fueses animado (pues tierra fue a la que inspiró Dios<br />

en el rostro el soplo de vida cuando fue criado el hombro animal<br />

vivo), como si le dijeran: tierra eres animada, lo que antes no<br />

eras; tierra serás sin alma, como antes lo eras; lo cual son aun<br />

antes de que se corrompan y pudran todos los cuerpos de los<br />

difuntos, como también lo serán los santos si murieren, dondequiera<br />

que mueran, cuando carecieren de la vida que al momento<br />

han de recobrar. De esta conformidad irán a la tierra, porque de<br />

hombres vivos se harán tierra; como se va a la ceniza lo que<br />

se hace ceniza, y se va a la senectud lo que se hace viejo, y se va a<br />

cascote lo que del barro se hace cascote, y otras sesenta<br />

cosas que decimos de esta manera.<br />

Pero como ha de ser esto, que ahora conjeturamos según las débiles<br />

fuerzas de nuestro limitado entendimiento, podremos<br />

saberlo entonces. Porque si queremos ser cristianos, es<br />

necesario que creamos que ha de haber resurrección de los<br />

cuerpos muertos cuando viniere Cristo a juzgar los vivos y muertos, y<br />

no es vana en esto nuestra fe porque no podamos<br />

perfectamente comprender el cómo ha de ser.<br />

Tiempo es ya, como prometimos arriba, de que manifestemos lo que<br />

pareciere bastante, de lo que dijeron también los<br />

profetas en el Viejo Testamento de este último y final juicio de<br />

Dios. En lo cual, a lo que entiendo, no será necesario detenernos<br />

mucho, si procurare el lector valerse de lo que hemos ya dicho.<br />

CAPITULO XXI<br />

Qué es lo que el profeta Isaías dice de la resurrección de los<br />

muertos y, de la<br />

retribución del Nido<br />

El profeta Isaías dice: «Resucitarán los muertos, y resucitarán los<br />

que estaban en las sepulturas, y se alegrarán todos los<br />

que están en la tierra; porque el rocío que procede de ti les dará la<br />

salud, pero la tierra de los impíos caerá.» Las primeras<br />

expresiones de este vaticinio pertenecen a la resurrección de los<br />

bienaventurados; mas en aquellas donde expresa que la<br />

tierra de los impíos caerá, se entiende bien claro que los cuerpos de<br />

los impíos caerán en la eterna condenación.<br />

Y si quisiéramos reflexionar con exactitud y distinción lo que dice<br />

de la resurrección, de los buenos, hallaremos que a la<br />

primera se debe referir lo que insinúa: «resucitarán los muertos»; y<br />

a la segunda, lo que sigue: «y resucitarán los que estaban<br />

en las sepulturas».<br />

Y si quisiéramos saber de aquellos santos que en la tierra hallará<br />

vivos el Señor, congruamente se les puede acomodar<br />

lo que añade: «y se alegrarán todos los que están en la tierra,<br />

porque el rocío que procede de ti les dará la salud». Salud, en<br />

este lugar, se entiende muy bien por la inmortalidad, porque ésta es<br />

la íntegra y plenísima salud que no necesita repararse con<br />

alimentos como cotidianos.<br />

El mismo Profeta, dando primero esperanza a los buenos y después<br />

infundiendo terror a los malos, dice de este modo:


Esto dice el Señor: «Veis cómo yo desciendo sobre ellos como un río<br />

de paz y como un arroyo que sale de madre Y riega la<br />

gloria las gentes. A los hijos de éstos los varé sobre los hombros y<br />

en mi los consolaré; así como cuando a la madre consuela a<br />

su hijo, así consolaré yo, y en Jerusalén seréis consolados; veréis,<br />

y se holgará vuestro corazón, y vuestros huesos nacerán<br />

como hierba. Y se conocerá la del Señor en los que le reverencia y su<br />

indignación y amenaza en los tumaces; porque vendrá<br />

el Señor como fuego, y sus carros como un torbellino para manifestar<br />

el grande furor de venganza y el estrago que ha de hacer<br />

con las llamas encendidas de fuego pues con fuego ha de juzgar el se<br />

toda la tierra, pasará a cuchillo toda carne, y será<br />

innumerable el número de los, que matará el Señor.»<br />

En la promesa de los buenos, que el Señor declina y baja como no de<br />

paz, en cuyas expresiones, duda, debemos<br />

entender la abundancia de su paz, tan grande que no puede ser mayor.<br />

Con ésta, en efecto, seremos bañados; de la cual<br />

hablan extensamente en el libro anterior.<br />

Este río dice que le inclina y deriva sobre aquellos a quienes<br />

promete singular bienaventuranza, para que tendamos que<br />

en aquella región felicísima que hay en los cielos todas cosas se<br />

llenan y satisfacen con este río; mas por cuanto la paz influirá se<br />

derramará también en los cuerpos de terrenos la virtud de la<br />

incorrupción, e inmortalidad, por eso dice que dina y deriva este<br />

río, para que de parte superior en Cierto modo venga bañar también la<br />

inferior, y así haga los hombres iguales con los ángeles<br />

Por Jerusalén, asimismo, hemos entender, no aquella que es, sierva,<br />

en sus hijos, sino la libre, que es más nuestra, y<br />

según el Apóstol, «eterna en los cielos», donde, después de trabajos,<br />

fatigas y cuidados mortal seremos consolados,<br />

habiéndonos llevado como a pequeñuelos suyos en hombros y en su seno;<br />

porque, rudos y novatos, nos recibirá y acogerá<br />

aquella bienaventuranza nueva y de usada para nosotros con suavísimos<br />

regalos y favores. Mil veremos y alegrará nuestro<br />

corazón. No decide lo que hemos de ver; pero ¿qué se, sino a Dios? De<br />

forma que se cumpla en nosotros la promesa<br />

evangélica de que serán bienaventurados los impíos de corazón, porque<br />

ellos verán Dios», y todas las otras maravillas y de<br />

grandezas que ahora no vemos; pero, creyéndolas según la humana<br />

capacidad no dad, las imaginamos incomparablemente<br />

mucho menos de lo que son. «Y veréis, dice, y se holgará vuestro<br />

corazón;» Aquí creéis, allí veréis.<br />

Pero porque dijo «y se holgará vuestro corazón», para que no<br />

pensáremos no que aquellos bienes de Jerusalén<br />

pertenecían sólo al espíritu, añadió: «Vuestros huesos nacerán y<br />

reverdecerán como la hierba»; donde comprendió la<br />

resurrección de los cuerpos como añadiendo lo que no había dicho,<br />

pues se harán cuando los viéremos, sino cuando se<br />

hubieren hecho los veremos.<br />

Ya antes había dicho lo del cielo nuevo y de la tierra nueva,<br />

refiriendo muchas veces y de diferentes manera las cosas<br />

que al fin promete Dios a los santos. Habrá, dice, nuevos cielos y<br />

nueva tierra; no se acordarán de los pasados, ni les pasarán<br />

por el pensamiento, sino que en éstos hallarán alegría y contento; yo<br />

me regocijaré en Jerusalén, me alegraré en mi pueblo, y<br />

no se oirá más en ella voz alguna de llanto, etc.» Esta profecía<br />

intentara algunos espíritus carnales referirla a aquellos mil años<br />

ya insinuados, pues conforme a la locución profética, mezcla las<br />

frases y modos de hablar metafóricos con los propios para que<br />

la intención cuerda y diligente, con trabajo sutil y saludable,<br />

llegue al sentido espiritual; pero a la flojedad carnal o En la<br />

rudeza<br />

del entendimiento que, o no ha estudiado o se ha ejercitado poco, a<br />

contentándose con percibir la corteza de la letra, le parece<br />

que no hay que penetrar ni buscar más en lo interior. Y baste haber<br />

dicho esto sobre las expresiones proféticas que se escriben


antes de este pasaje.<br />

Pero en éste, de donde nos hemos apartado, habiendo dicho: «y<br />

vuestros huesos nacerán o reverdecerán como nace y<br />

reverdece la hierba», para manifestar que hacía ahora mención de la<br />

resurrección de la carne, pero sólo de la de los buenos,<br />

añadió: «y se conocerán la mano del Señor en los que le reverencian y<br />

sirven». ¿Qué se denota aquí sino la mano del que<br />

distingue y aparta sus siervos y amigos de los que le despreciaron.<br />

A éstos se refiere en lo que sigue: «Y en su amenaza en los<br />

contumaces» o, como dice otro interprete, «en los<br />

incrédulos». Tampoco entonces amenazará, sino que lo que ahora dice<br />

con amenaza, entonces, se cumplirá efectivamente.<br />

Porque «vendrá el Señor dice, como fuego, y sus carros como<br />

tempestad, para mostrar el gran furor de su venganza y el<br />

estrago que ha de hacer con las llamas encendidas del fuego; pues con<br />

fuego ha de juzgar el Señor toda la tierra, y pasará a<br />

cuchillo toda la carne, y será innumerable el número de los que<br />

herirá el Señor». Ya sea con fuego, o con tempestad o con<br />

cuchillo, ello significa la pena del juicio, puesto que dice que el<br />

mismo Señor ha de venir como fuego, para aquellos se entiende,<br />

sin duda, a quienes ha de ser penal su venida. Y por sus carros (que<br />

los llamó en plural) entendemos, no incongruentemente,<br />

los ministros angélicos.<br />

En lo que dice que con fuego y cuchillo ha de juzgar toda la tierra<br />

toda la carne, tampoco, aquí debemos entender a los<br />

espirituales y santos, sino a los terrenos y carnales, de quienes<br />

dice la Escritura «que saben gustan de las, cosas de la tierra»,<br />

que «saber y vivir según la carne muerte», y a los que llama el Señor<br />

carne cuando dice: «No permanecer mi espíritu en estos<br />

hombres, porque son carne.»<br />

Lo que dice aquí: «Muchos serán los que herirá el Señor», de esta<br />

herida ha de resultar la muerte segunda. Aun que se<br />

puede también tomar en bien el fuego, el cuchillo y la herida, por<br />

que igualmente dijo el Señor que quería enviar fuego al<br />

mundo. y que vieron sobre los discípulos lenguas como de fuego cuando<br />

vino el Espíritu Santo: «No vine, dice el mismo Señor a<br />

poner paz en la tierra, sino el cuchillo.» A la palabra de Dios llama<br />

Ir Escritura cuchillo de dos filos, aludiendo a los dos<br />

Testamentos, y en los Cantares dice la iglesia Santa que está herida<br />

de caridad, como si esto viera herida de las saetas del<br />

amor pero como leemos aquí, u oímos que ha de venir el Señor<br />

castigando, claro está cómo han de entenderse estas palabras.<br />

Después, habiendo referido brevemente los que habían de ser condenado<br />

por este juicio, bajo la figura de los manjares<br />

que se vedaban en la ley antigua, de los cuales no se abstuvieron<br />

significando los pecadores impíos, resume desde el principio<br />

la gracia de Nuevo Testamento, comenzando desde la primera venida del<br />

Salvador, y con incluyendo en el último y final juicio,<br />

de que tratamos ahora. Pues refiere que dice el Señor que vendrá a<br />

congregar todas las gentes, y que éstas vendrán y verán<br />

su gloria; pues, según el Apóstol, «todos pecaron y tienen necesidad<br />

de la gloria de Dios». Y dice que dejará sobre ellos<br />

señales, para que admirándose de ellas, crean en él, y que los que se<br />

salvaren de éstos, los despachará y los enviará a<br />

diferentes gentes, y a las islas más remotas, donde nunca oyeron su<br />

nombre ni vieron su gloria, y que éstos anunciarán su<br />

gloria a las gentes, y que traerán a los hermanos de estos con quien<br />

hablaba, esto es, a aquellos que siendo en la fe hijos de un<br />

mismo Dios Padre, serán hermanos de los israelitas escogidos, y que<br />

los traerán de todas las gentes, ofreciéndoles al Señor en<br />

jumentos y carruajes (por cuyos jumentos y carruajes se entienden<br />

bien los auxilios de Dios por medio de sus ministros e<br />

instrumentos de cualquier género que sean, o angélicos o humanos) a<br />

la ciudad santa de Jerusalén, que ahora en los fieles<br />

santos está derramada por toda la tierra. Porque donde los ayuda la<br />

divina gracia, allí creen, y donde creen allí vienen. Y los


comparó el Señor a los hijos de Israel cuando le ofrecían sus hostias<br />

y sacrificios con Salmos en su casa; lo cual donde quiera<br />

hace al presente la Iglesia y promete que de ellos ha de escoger para<br />

sí sacerdotes y levitas, lo que también vemos que se,<br />

hace ahora. Pues no según el linaje de la carne y sangre, como eta el<br />

primer sacerdocio según el Orden de Aarón sino como<br />

convenía en el Testamento Nuevo, en el que Cristo es el Sumo<br />

Sacerdote según el orden de Melquisedec, vemos en la<br />

actualidad que, conforme al mérito que a cada uno concede la divina<br />

gracia, se van eligiendo sacerdotes y levitas, quienes no<br />

por el nombre de sacerdotes, el cual muchas veces alcanzan los<br />

indignos, sino por la santidad, que no es común a los buenos y<br />

a los malos, se deben estimar y ponderar.<br />

Habiendo hablado así sobre esta evidente y clara misericordia que<br />

ahora comunica Dios a su Iglesia, les prometió,<br />

también los fines, á los cuales ha de venirse a parar por el último y<br />

final juicio, después de hecha la distinción y separación de<br />

los buenos y de los malos, diciendo por el Profeta, o diciendo del<br />

Señor, el mismo Profeta:<br />

«Porque así como permanecerá el cielo nuevo y la tierra nueva delante<br />

de mí, dice el Señor, así permanecerá vuestra<br />

descendencia y vuestro nombre y mes tras mes, y sábado tras sábado.<br />

Vendrá toda carne a adorar en presencia en Jerusalén,<br />

dice él y saldrán y verán los miembros los hombres que prevaricaron<br />

contra mi. El gusano de ellos no morirá, fuego no se<br />

apagará, y será visión abominación a toda carne.» Así acaba este<br />

Profeta su libro, como así también acabará el mundo.<br />

Algunos no traducen los miembros de los hombres, sino cuerpos muertos<br />

de varones, significando por cuerpos muertos<br />

la pena evidente los cuerpos, aunque no suele llamarse cuerpo muerto<br />

sino el cuerpo sin alma, y realmente aquellos han de<br />

cuerpos animados, porque de otra manera no podrían sentir los<br />

tormentos a no ser que se entienda serán cuerpos muertos,<br />

esto es, de aquellos caerán en la segunda muerte; por no fuera de<br />

propósito se pueden también llamar cuerpos muertos. Como<br />

entiende también la otra expresión cité arriba del mismo Profeta: «La<br />

tierra de los impíos caerá.» ¿Y que no ve que de caer se<br />

derivó la palabra cadáver. Y que aquellos intérpretes hablaron de<br />

varones en lugar de hombres, está claro, aunque nadie dirá<br />

que no ha de haber en aquel tormento mujeres prevaricadoras, sino que<br />

por más principal, mayormente por aquí de quien fue<br />

formada la mujer, se tiende uno y otro sexo. Pero lo que más hace al<br />

intento, cuando igualmente de los buenos se dice:<br />

«Vendrá toda carne, porque de todo género de hombres constará este<br />

pueblo» (puesto que no han de estar allí todos los<br />

hombres ya que los más se hallarán en las penas), según principié a<br />

decir, cuan el Profeta habla de la carne se refiere a los<br />

buenos, y cuando habla de miembros o cuerpos muertos alude los malos,<br />

sin duda después de la resurrección de la carne,<br />

cuya fe se establece con estos y semejantes vocablos, lo que apartará<br />

a los buenos los malos, llevando a cada uno a<br />

respectivos fines, declara que será juicio futuro.<br />

CAPITULO XXII<br />

Cómo debe de entenderse la salida de los santos a ver las penas de<br />

los malos<br />

Pero ¿cómo saldrán los buenos a v las penas de los malos? Acaso con<br />

movimiento del cuerpo dejarán aquellas<br />

estancias y moradas bienaventuradas, e irán a los lugares de las<br />

penas y tormentos? Ni por pensamiento, no que saldrán por<br />

ciencia, porque este modo de decir se nos significó que los que<br />

padecerán los tormentos estarán fuera. Y así también el Señor<br />

llamó a aquellos lugares tinieblas exteriores, cuya contraposición es<br />

aquel infra que dice al buen siervo: «Entiende el gozo de tu<br />

señor», para que no pensemos que allá entran los malos a fin de que


se sepa y tengan noticias de ellos, antes si parece que<br />

salen ellos los buenos por la ciencia que los han de conocer, pues<br />

han de comprender y tener exacta noticia de que está fuera.<br />

Porque los que estará en las penas no sabrán lo que se hace allá<br />

dentro en el gozo del Señor; pero los que estuvieren en<br />

aquel gozo, habrán lo que pasará allá fuera en las tinieblas<br />

exteriores. Y por eso dijo saldrán, porque no se les esconderán aun<br />

los que estarán allá fuera.<br />

Pues si los profetas pudieron sabe estos ocultos sucesos antes que<br />

acaeciesen, porque estaba Dios, por muy poco que<br />

fuese, en el espíritu de aquellos hombres mortales, ¿cómo no ha de<br />

saber entonces las cosas ya sucedidas los santos inmortales<br />

cuando «Dios estará y será todo en todos»<br />

Permanecerá, pues, en aquella bienaventuranza la descendencia y<br />

nombre de los santos; la descendencia, es a saber,<br />

de la que dice San Juan: «Que su descendencia permanecerá en él» y el<br />

nombre del cual, por el mismo Isaías dice: «Le daré<br />

un nombre eterno, y tendrán un mes después de otro y un sábado<br />

después de otro sábado»: como quien dice luna tras luna, y<br />

descanso tras descanso; Cristo es, sus fiestas y solemnidades serán<br />

perpetuas, cosas ambas que tendrán ellos cuando pasaren<br />

de estas sombras viejas y temporales a aquellas luces nuevas y<br />

eternas.<br />

Lo que pertenece al fuego inextinguible y al gusano vivacísimo que ha<br />

de haber en los tormentos de los malos, de<br />

diferentes maneras lo lían declarado y entendido varios autores;<br />

porque algunos atribuyen lo uno y lo otro al cuerpo, otros lo<br />

uno y lo otro al alma, otros sólo propiamente el fuego al cuerpo, y<br />

el gusano metafóricamente al alma, lo cual parece más creíble.<br />

No es tiempo ahora de disputar sobre esta diferencia, por cuanto en<br />

este libro nos hemos propuesto la idea de tratar sólo del<br />

juicio final, con el que se efectuará la división y distinción de los<br />

buenos y de los malos; y en lo concerniente a los premios y penas,<br />

en otra parte lo trataremos extensamente.<br />

CAPITULO XXIII<br />

Qué es Lo que profetizó Daniel de la persecución del Anticristo, del<br />

juicio de Dios y del Reino de los Cielos<br />

De este juicio final habla Daniel, de tal suerte, que dice que vendrá<br />

también primero el Anticristo, y llega con su narración<br />

al Reino eterno, de los santos. Porque habiendo visto en visión<br />

profética cuatro bestias, que significaban cuatro reinos, y al<br />

cuarto vencido por un rey, que se conoce ser el Anticristo, y después<br />

de éstos, habiendo visto al Reino eterno del Hijo del<br />

hombre, que se entiende Cristo, dios: «Grande fue el horror y<br />

admiración de mi espíritu; yo, Daniel, quedé absorto con esto, y<br />

sola la imaginación y visión interior me aterró. Y llegué a Uno de<br />

los que estaban allí, le pregunté la verdad de todo lo que allí se<br />

representaba, y me declaró la verdad.»<br />

Después prosigue lo que oyó a aquel a quien preguntó la verdad de<br />

todas estas cosas, y como si el otro se las<br />

declarara, dice: «Estas cuatro bestias grandes son cuatro reinos que<br />

se levantarán en la tierra, los cuales se desharán y<br />

tomarán al fin el Reino los Santos del Altísimo, y le poseerán para<br />

siempre por todos los siglos de los siglos. Después pregunté,<br />

dice, particularmente sobre la cuarta bestia porque era muy diferente<br />

de las de más, y mucho más terrible: tenía dientes de<br />

acero, unas de bronce, comía desmenuzaba y hollaba a las demás con<br />

sus pies; también pregunté acerco de los diez cuernos<br />

que tenía en la cabeza, y de otro que le nació entre ellos y derribé<br />

los tres primeros. Este cuerno tenía ojos, y una boca que<br />

hablaba cosas grandes y prodigiosas, y parecía mayor que los demás.<br />

Estaba yo atento, y vi que aquel cuerpo hacía guerra a


los santos y prevalecía contra ellos, hasta que vino el antiguo de<br />

días y dio el Reino a los Santos del Altísimo, llegó el tiempo<br />

determinado y vinieron a conseguir el Reino los Santos.» Esto dice<br />

Daniel que preguntó.<br />

Después, inmediatamente, prosigue y pone lo que oyó, diciendo, y<br />

dijo: «Esto es, aquel a quien había preguntado,<br />

respondió y dijo: La cuarta bestia será el cuarto reino de la tierra,<br />

el cual será mayor que todos los reinos: comerá toda la tierra,<br />

la hollará y la quebrantará. Y sus diez cuernos, es porque de él<br />

nacerán diez reyes, y tras éstos nacerá otro, que con sus<br />

males sobrepujará a todos los que fueron antes de él, y abatirá y<br />

humillará a los tres Reyes, y hablará palabras injuriosas<br />

contra el, Altísimo, y quebrantará los Santos del Altísimo; le<br />

parecerá que podrá mudar los tiempos y la ley, y se le entregará en<br />

su mano hasta el tiempo y tiempos y la mitad del tiempo. Y se sentará<br />

el juez, le quitará su principado y dominio para acabarle y<br />

destruirle del todo para siempre. Y el reino y potestad y la grandeza<br />

de los reyes que hay debajo de todo el cielo se entregará a<br />

los Santos del Altísimo. Cuyo reino es reino eterno, y todos los<br />

reyes le servirán y obedecerán. Hasta aquí es lo que me dijo, y<br />

a mi, Daniel, me turbaron mucho mis pensamientos, se me demudó el<br />

color del rostro y guardé en mi corazón estas palabras<br />

que me dijo.» Aquellos cuatro reinos declaran algunos y tienen por<br />

los de, los asirios, persas, macedonios y romanos. Quien<br />

quisiere saber con cuánta conveniencia y propiedad se dijo esto, lea<br />

los Comentarios que escribió sobre Daniel, con particular<br />

escrupulosidad y erudición, el presbítero Jerónimo.<br />

Pero que ha de venir a ser cruelísimo el reino del Anticristo contra<br />

la Iglesia, aunque por poco tiempo, hasta que por el<br />

último y final juicio de Dios reciban los santos el Reino eterno, el<br />

que leyere esta doctrina, aunque no sea con mucha atención,<br />

no podrá dudarlo. El tiempo y tiempos y la mitad del tiempo se<br />

entiende por el número de los días que después se ponen, y<br />

alguna vez en la Sagrada Escritura se declara también por el número<br />

de los meses, que es un año dos años y medio; año, y,<br />

por consiguiente, tres anos y medio. Pues aunque el latín parece que<br />

se ponen los tiempos indefinidamente y sin limitación, con<br />

todo, aquí están puestos en el número dual, del cual carecen los<br />

latinos, como le tienen los griegos, así también dicen que lo<br />

tienen los hebreos Dice, pues, tiempos, como si dijera dos tiempos;<br />

sin embargó, confieso que recelo nos engañemos acaso en<br />

los diez reyes que parece ha de hallar el Anticristo, como si<br />

hubiesen de ser diez hombres; y que así venga de repente sin<br />

pensarlo al tiempo que no, hay tantos reinos en el dominio romano<br />

Porque ¿quién sabe si por el número denario quiso<br />

significarnos generalmente todos los reyes, después de los cuales ha<br />

de venir el Anticristo, coma con el milenario, centenario y<br />

centenario se nos significa por la mayor parte la universalidad, y<br />

con otros muchos números que no es necesario ahora referir?<br />

En otra parte, dice el mismo Daniel: «Vendrá un tiempo de tanta<br />

tribulación, cual no se ha visto después que comenzó a<br />

haber, gente en la tierra hasta aquel tiempo, en el cual se salvarán<br />

los de vuestro pueblo, todos los que se hallaren escritos en<br />

el libro. Y muchos que duermen en las fosas de la tierra se<br />

levantarán y resucitarán, unos a la vida eterna y otros a la<br />

ignominia<br />

y confusión eterna. Y los doctos e inteligentes resplandecerán como<br />

la claridad y resplandor del firmamento, y todos los justos<br />

como estrellas para siempre jamás.» Este pasaje es muy semejante a<br />

aquel del Evangelio relativo a la resurrección sólo de los<br />

cuerpos de los muertos. Porque de los que allá dice que están en los<br />

monumentos o sepulturas, acá dice que duermen en las<br />

fosas de la tierra, o, como otros interpretan, en el polvo de la<br />

tierra; como allá dice procedent, saldrán, si aquí exurgent, se<br />

levantarán. Y como allá: «Los que hicieron buenas obras, a la<br />

resurrección de la vida, y los que las hicieron malas, a la


esurrección del juicio y condenación», así en este lugar: «Los unos<br />

a la vida eterna, y los otros a la ignominia y confusión<br />

eterna.» No debe parecernos que hay diversidad alguna, porque dice<br />

allá, todos los que están en los monumentos; y aquí el<br />

Profeta no dice todos, sino muchos que duermen en las fosas de la<br />

tierra, pues en la Escritura algunas veces se pone muchos<br />

por todos. Y así, dice Dios a Abraham: «Yo te he hecho padre de<br />

muchas gentes», a quien, sin embargo, en otro lugar dice:<br />

«En tu semilla y descendencia serán benditas todas las naciones.» De<br />

esta resurrección poco después le dicen a este mismo<br />

Profeta Daniel también: «Pero tú ven y descansa, porque antes que se<br />

cumplan los días de la consumación, tú descansarás y<br />

resucitarás en tu suerte al fin de los días.»<br />

CAPITULO XXIV<br />

Lo que está profetizado en los Salmos de David sobre el fin del<br />

mundo, y el<br />

último y final juicio de Dios<br />

Muchas particularidades se hallan en los Salmos relativas al juicio<br />

final, pero las más de ellas se dicen de paso y<br />

sumariamente. Con todo, lo que allí se dice con completa evidencia<br />

acerca del fin de este siglo, no me pareció oportuno remitirlo<br />

ni silencio: «Al principio, Señor, tú estableciste la tierra, y los<br />

cielos son de tus manos. Ellos perecerán, pero tú permanecerás, y<br />

todos se envejecerán como la vestidura, y como una cubierta los<br />

mudarás y se mudarán, mas tú siempre serás el mismo, y tus<br />

años jamás faltarán.»<br />

Pregunto yo ahora: ¿cuál es la causa porque alabando Porfirio la<br />

religión de los hebreos, con que ellos reverencian y<br />

adoran al sumo y verdadero Dios, terrible y formidable a los mismos<br />

dioses, arguye a los cristianos de grandes necios; aún por<br />

testimonio de los oráculos de sus dioses, porque decimos que ha de<br />

perecer y acabarse este mundo? Observen aquí cómo en<br />

los libros de la religión de los hebreos le dicen a Dios (a quien,<br />

por confesión de tan ilustre filósofo, temen con horror los mismos<br />

dioses): «los cielos son obras de tus manos: ellos perecerán». ¿Acaso<br />

cuando perecieren los cielos no perecerá el mundo,<br />

cuya parte suprema y más segura son los mismos cielos? Y si este<br />

artículo, como escribe el citado filósofo, no agrada a Júpiter,<br />

con cuyo oráculo, como con autoridad irrefragable se culpa y condena<br />

a los cristianos, por ser ésta una de las cosas que creen,<br />

¿por qué asimismo no culpa y condena la sabiduría de los hebreos como<br />

necia, en cuyos libros tan piadosos y religiosos se<br />

halla? Y si en aquella sabiduría de los judíos, que tanto agrada a<br />

Porfirio, que la apoya y celebra con el testimonio de sus<br />

dioses, leemos que los cielos han de perecer, ¿por qué tan vanamente<br />

abomina de que en la fe de los cristianos, entre las<br />

demás cosas, o mucho más que en todas, creemos que ha de perecer el<br />

mundo, puesto que si él no perece no pueden perecer<br />

los cielos?<br />

Y en los libros sagrados que propiamente son nuestros no comunes a<br />

los hebreos y a nosotros, esto es, en los libros<br />

evangélicos y apostólicos, se lee: «que pasa la figura de este<br />

mundo», y leemos «que el mundo pasa», y «que el cielo y la tierra<br />

pasarán». Pero imagino que praeferit, transit y transibunt se dice<br />

con menos exactitud que peribunt, perecerán. Asimismo en la<br />

epístola del Apóstol San Pedro, donde dice que pereció con el Diluvio<br />

el mundo que entonces había, bien claro está qué parte<br />

significó por él, todo, y en cuánto y cómo se dice que pereció, y que<br />

los cielos se conservaron o repusieron reservados al<br />

fuego, para ser abrasados el día del juicio y destrucción de los<br />

hombres impíos, y en lo que poco después dice: «Vendrá el día<br />

del Señor como un ladrón, y entonces los cielos pasarán con grande<br />

ímpetu, los elementos se disolverán por el calor del fuego,<br />

y la tierra, con todo lo que hay en ella, será abrasada»; y después


añade: «Pues como todas estas cosas han de perecer,<br />

¿cuáles debéis ser vosotros?»; puede entenderse que perecerán<br />

aquellos cielos que dijo estaban puestos y reservados, para<br />

el fuego, y que arderán aquellos elementos que están en esta parte<br />

más ínfima del mundo, llena de tempestades y mudanzas, en<br />

la cual dijo que estaban puestos los cielos inferiores, quedando<br />

libres y, en su integridad los de allá arriba, en cuyo firmamento<br />

están las estrellas.<br />

Pues lo que dice también la Escritura: que las estrellas caerán del<br />

cielo, fuera de que con mucha más probabilidad puede<br />

entenderse de otra manera, antes nos muestra que han de permanecer<br />

aquellos cielos, si es que han de caer de allí las<br />

estrellas, pues o es modo de hablar metafórico, que es lo más<br />

creíble, o es que habrá en este ínfimo cielo algo más admirable<br />

que lo que ahora hay. Y así es también aquel pasaje de Virgilio:<br />

«Vióse una estrella con una larga cola, discurrió por el aire con<br />

mucha luz y se ocultó en la selva Idea.» Pero esto que cité del<br />

Salmo, parece que no deja cielo que no haya de perecer, por<br />

que donde dice: «obras de tus manos son los cielos, ellos perecerán»,<br />

así como a ninguno excluye que sea obra de [as manos<br />

de Dios, así a ninguno excluye de su última ruina.<br />

No querrán, sin duda, explicar el Salmo con las palabras del Apóstol<br />

San Pedro, a quien extraordinariamente aborrecen,<br />

sino defender y salvar la religión y piedad de los hebreos, aprobada<br />

por los oráculos de los dioses, para que a lo menos no se<br />

crea que todo el mundo ha de perecer, tomando y entendiendo por el,<br />

todo la parte en donde dice: «ellos perecerán», pues<br />

sólo los cielos inferiores han de perecer, así como en la citada<br />

epístola de San Pedro se entiende por el todo la parte donde dice<br />

que pereció el mundo con el Diluvio, aunque sólo pereció su parte<br />

ínfima con sus cielos.<br />

Pero como he dicho, no se dignarán reconocerlo, por no aprobar el<br />

genuino sentido del Apóstol San Pedro, o por no<br />

conceder tanto a la final combustión, cuanto decimos que pudo hacer<br />

el Diluvio, pretendiendo que no es posible, perezca todo el<br />

género humano, ni con muchas aguas, ni Con ningunas llamas. Réstales<br />

decir que alabaron sus dioses la sabiduría de los<br />

hebreos, porque no habían leído este Salmo.<br />

También en el Salmo 49 se infiere que habla del juicio final de Dios,<br />

cuando dice: «Vendrá Dios manifiestamente, nuestro<br />

Dios, no callará. Delante de Él irá el fuego abrasando, y en su<br />

rededor un turbión terrible. Convocará el cielo arriba, y la, tierra,<br />

para discernir y juzgar si pueblo. Congregad a él sus santos, los que<br />

disponen y ordenan el testamento y la ley de Dios, y el<br />

cumplimiento de ella sobre los sacrificios.» Esto lo entendemos<br />

nosotros de Jesucristo nuestro Señor, a quien esperamos que<br />

vendrá del cielo a juzgar a los vivos y a los muertos. Porque<br />

públicamente vendrá a juzgar entre los justos y los injustos,<br />

después de haber venido oculto y encubierto a ser juzgado<br />

injustamente por los impíos. Este mismo, digo, vendrá<br />

manifiestamente, y no callará; esto es, aparecerá y se manifestará<br />

con toda evidencia con voz terrible dé juez, el que cuando<br />

vino primero encubierto calló delante del juez de la tierra, cuando<br />

«como una mansa oveja se dejó llevar para ser inmolado, y<br />

no abrió su boca como el cordero cuando, le están esquilando», según<br />

lo leemos en el profeta Isaías y lo vemos cumplido en el<br />

Evangelio.<br />

Lo tocante al fuego y tempestad, y dijimos cómo había de entenderse,<br />

tratando un punto que tiene cierta coherencia y<br />

correspondencia con el de la profecía de, Isaías.<br />

En lo que dice: «convocará el cielo arriba», puesto que con mucha<br />

conformidad los santos y los justos se llaman cielo,<br />

esto será lo mismo que dice e Apóstol: «Juntamente con ellos seremos<br />

arrebatados y llevados en las nubes por los aires a<br />

recibir a Cristo. Porque, según la inteligencia materia y superficial<br />

de la letra, ¿cómo se llama y convoca el cielo arriba, no


pudiendo estar sino arriba?<br />

Lo que añade, «y la tierra para discernir y juzgar su pueblo», si<br />

solamente se entiende por la palabra convocara, esto<br />

es, convocará también la tierra, y no se entiende la palabra sursum,<br />

arriba, parece tendrá este sentido según la fe católica; que<br />

por el cielo entendemos aquellos que han de juzgar con el Señor, y<br />

por la tierra los que han de ser juzgados. Y al decir<br />

«convocará el cielo arriba», no entendemos aquí que los arrebatara<br />

por los aires, sino que los subirá y sentará en los asientos<br />

de los jueces. Puede entenderse también «convocará el cielo arriba»,<br />

esto es, en los lugares superiores y soberanos, que<br />

convocará a los ángeles, para bajar con ellos a hacer el juicio.<br />

Convocará también la tierra, esto es, los hombres que han de<br />

ser juzgados en la tierra. Pero si hemos de suponer que se entiende<br />

ambas cosas cuando dice: «la tierra»; es decir,<br />

«convocará» y «arriba»; de forma que haga este sentido, convocará el<br />

cielo arriba, y convocará la tierra arriba; me parece que<br />

no puede dársele otra inteligencia más conforme que la de que los<br />

hombres serán arrebatados y llevados por los aires a recibir<br />

a Cristo. Y los llamó cielos por las almas, y tierra por los cuerpos.<br />

Discernir y juzgar su pueblo, ¿que es sino, mediante el juicio,<br />

apartar y dividir los buenos de los malos, como se suelen separar las<br />

ovejas de los cabritos?<br />

Después, dirigiéndose a los ángeles, dice: «Congreso a él sus<br />

justos», porque, sin duda, tan grande negocio habrá de<br />

hacerse por ministerio de los ángeles. Y si preguntásemos y<br />

deseásemos saber qué justos son los que habrán de reunir y<br />

congregar los ángeles, dice que son los que disponen y ordenan el<br />

testamento, la ley de Dios y el cumplimiento de ella sobre los<br />

sacrificios. Esta es toda la vida de los justos, disponer el<br />

testamento de Dios sobre los sacrificios. Porque o las obras de<br />

misericordia están sobre los sacrificios, esto es, se han de preferir<br />

a los sacrificios, conforme a lo que, dice Dios: «más quiero la<br />

misericordia que el sacrificio», o sobre los sacrificios entendamos<br />

en los sacrificios, como decimos, que se hace una grande<br />

revolución sobre la tierra, cuando en efecto se hace en la tierra, en<br />

cuyo caso, sin duda, las mismas obras de caridad y<br />

misericordia son sacrificios muy agradables a Dios, como me acuerdo<br />

haberlo declarado ya en el libro X, en cuyas obras los<br />

justos disponen el pacto y testamento de Dios, porque las hacen por<br />

las promesas que se contienen en su Nuevo Testamento.<br />

Congregados sus justos y colocados a su diestra, les dirá en el<br />

último juicio y final sentencia Jesucristo: «Venid, benditos<br />

de mi Padre, y poseed el Reino que os está preparado desde la<br />

creación del mundo; porque cuando tuve hambre, me disteis<br />

de comer», y lo demás que allí refiere en orden a las obras buenas de<br />

los buenos, y de los premios eternos que se les han de<br />

adjudicar por la última y definitiva sentencia.<br />

CAPITULO XXV<br />

De la profecía de Malaquías en que se declara el último y final<br />

juicio de Dios; y quienes son los que dice que se han de<br />

purificar con las penas del purgatorio<br />

El profeta Malaquías o Malaquí, a quien igualmente llamaron Angel, y<br />

piensan algunos que es, el sacerdote Esdras, de<br />

quien hay admitidos en el Canon otros libros (porque esta opinión<br />

dice Jerónimo que es admitida entre los hebreos), vaticinó el<br />

juicio final, diciendo: «Ved que viene el Señor que vosotros<br />

aguardáis, dice el Señor Todopoderoso: ¿Y quién podrá sufrir el<br />

día de su entrada? ¿O quién se atreverá a mirarle seguro a la cara?<br />

Porque vendrá como fuego purificatorio y como la hierba o<br />

jabón de los que lavan. Y se sentará como juez a acrisolar y<br />

purificar; Como quien acrisola el oro y la plata, purificará los<br />

hijos<br />

de Leví; los fundirá y colará los hará pasar por el coladero, come


dicen, como se pasa el oro y la plata; y ellos ofrecerán al<br />

Señor sacrificio en justicia, y agradará al Señor el Sacrificio de<br />

Judá y de Jerusalén, come en los tiempos pasados y como en los<br />

años primeros. Y vendré a vosotros en juicio y seré testigo veloz y<br />

pronto contra los perversos, contra los adúlteros, contra los<br />

que juran en falso en mi nombre, defraudan de su salario a los<br />

jornaleros, oprimen con su potencia a las viudas y maltratan a los<br />

huérfanos y no guardan su justicia a extraño, y los que no me temen,<br />

dice el Señor Todopoderoso, porque y soy el Señor<br />

vuestro Dios que no me mudo.<br />

Por lo que aquí dice, parece se declara con más evidencia que habrá<br />

el aquel juicio varias penas purgatorias para<br />

algunos, pues donde dice: ¿Quién sufrirá el día de su entrada? ¿O<br />

quién se atreverá a mirarle con confianza la cara? Porque<br />

vendrá como fuego purificatorio y como hierba de los que lavan, y se<br />

sentará a acrisolar y purificar como quien acrisola el oro<br />

plata, y purificará los hijos de Leví y los fundirá como oro y como<br />

plata ¿qué otra cosa debemos entender Isaías también se<br />

explica alusivamente a esto mismo cuando dice: «Lavará el Señor las<br />

inmundicias de los hijos ¿ hijas de Sión y purificará la<br />

sangre de en medio de ellos con espíritu de juicio y espíritu de<br />

incendio. A no ser que hayamos de decir que se purifica de las<br />

inmundicias, en cierto modo se acrisolarán cuando separen de ellos a<br />

los malos por e juicio y condenación penal, de forma que<br />

la separación y condenación di los impíos sea la purificación de lo<br />

buenos, por cuanto en lo sucesivo vivirá sin mezclarse con<br />

ellos lo malos.<br />

Pero cuando dice: «Y purificará los hijos de Leví y los fundirá como<br />

el oro y la plata, estarán ofreciendo, al Señor<br />

sacrificios en justicia y agradar al Señor el sacrificio de Judá y de<br />

Jerusalén», sin duda que nos manifiesta que los mismos que<br />

serán purifica dos agradarán después al Señor con sacrificio de<br />

justicia. Así ellos se purificarán de su injusticia con que<br />

desagradaban al Señor, y cuando estuvieren ya limpios y puros serán<br />

los sacrificios en entera y perfecta justicia.<br />

Porque estos tales, ¿qué cosa ofrecen al Señor que le sea más<br />

aceptable que a sí mismos? Pero esta cuestión de las<br />

penas purgatorias la habremos de referir pan tratarla con más<br />

extensión y por menor en otra parte.<br />

Por los hijos de Leví, de Judá y de Jerusalén debemos entender la<br />

misma Iglesia de Dios congregada, no sólo de los<br />

hebreos, sino también de las otras naciones, aunque no como ahora es,<br />

en la cual si dijésemos: «Que no tenemos pecado, nos<br />

engañamos a nosotros mismos y no esta la verdad en nosotros», sino<br />

cual será entonces purgada y limpia con el último juicio,<br />

como lo estará el trigo en la era después de aventado, estando<br />

también ya purificados con el fuego los que tuvieren necesidad<br />

de semejante purificación, de tal conformidad, que no haya ya uno<br />

solo que ofrezca sacrificio por sus pecados. Porque los que<br />

así lo ofrecen están, sin duda, en pecado, por cuya remisión le<br />

ofrecen, para que, siendo agradable y acepto a Dios, se les<br />

remita y perdone el pecado.<br />

CAPITULO XXVI<br />

De los sacrificios que los santos ofrecerán a Dios; los cuales han de<br />

agradarle como le agradaron los sacrificios en los<br />

tiempos pasados y años primeros<br />

Queriendo Dios manifestar que su ciudad no Observaría ya entonces<br />

estas costumbres, dijo que los hijos de Leví le<br />

ofrecerían sacrificios en justicia, luego no en pecados, y, por<br />

consiguiente, ni por el pecado. Así podemos entender que en lo<br />

que añade «que agradará al Señor el sacrificio de Judá y. de<br />

Jerusalén, como en los tiempos pasados y como en los años<br />

primeros», inútilmente los judíos se prometen el restablecimiento de


sus pasados sacrificios conforme a la ley del Viejo<br />

Testamento, pues en aquella época no ofrecían los sacrificios en<br />

justicia, sino en pecado) cuando principalmente los ofrecían por<br />

la expiación de los pecados, de modo que el mismo sacerdote (el cual<br />

debemos creer, sin duda, que era el más justo entre los<br />

demás, conforme al mandamiento de Dios) acostumbraba primeramente<br />

«ofrecer por sus pecados y después por los del<br />

pueblo».<br />

Por lo cual nos conviene declarar cómo debe entenderse esto que dice:<br />

«Como en los tiempos pasados y como en los<br />

años primeros. Acaso denota aquel tiempo en el que los meros hombres<br />

vivían en el Paraíso pues entonces, como estaban<br />

puros limpios de todas las manchas del pecado se ofrecían a sí mismos<br />

a Dios por hostia y sacrificio purísimo. Por después que<br />

fueron expulsados de aquí jardín delicioso por el enorme peca que<br />

cometieron, y quedó condenada ellos la naturaleza humana<br />

a excepción del Mediador, nuestro Salvad y después del bautismo los<br />

niños y los pequeñuelos, «ninguno hay limpio mancilla,<br />

como dice la Escritura, aun cl niño nacido de un solo día. Y si<br />

dijesen que también ofrecen sacrificio en justicia los que le ofrecen<br />

con fe (porque «el justo de la fe viví aunque a sí mismo se engaña si<br />

di que no tiene pecado yo no lo dice porque vive de la fe),<br />

¿acaso habrá quien diga que esta época de la puede igualarse con<br />

aquella del último fin, cuando con el fuego del juicio final<br />

serán purificados los que ofrecen sacrificios en justicia? Así, pues,<br />

con después de tal purificación debe creerse que los justos no<br />

tendrán género alguno de pecado, seguramente que aquel tiempo, por lo<br />

tocante a no tener pecado, no debe compararse con<br />

ningún tiempo, sino con aquel en que los primeros hombres vivieron en<br />

Paraíso antes de la prevaricación, con una felicidad<br />

inocentísima, Así que muy bien se entiende que nos significo esto la<br />

Escritura cuando dice: «Como en los tiempos pasados y<br />

como en los años primeros.» Pues también por profeta Isaías, después<br />

que nos prometió nuevo cielo y nueva tierra, entre otras<br />

cosas que refiere allí de la bienaventuranza de los santos en forma<br />

de alegorías y figuras misteriosas, cuya congrua declaración<br />

me indujo dejar el cuidado que llevo de no ser prolijo, dice: «Los<br />

días de mi pueblo serán como los del árbol de la vida.» ¿Y<br />

quién hay que haya puesto algún estudio de la Sagrada Escritura, que<br />

no sepa dónde estaba el árbol de la vida, de cuya fruta,<br />

quedando priva dos los primeros hombres, cuando si propio crimen los<br />

desterré del Paraíso quedó guardada por una guardia<br />

de fuego muy terrible puesta alrededor del árbol?<br />

Y si alguno pretendiere establece como inconcuso que aquellos días<br />

del árbol de la vida, de que hace mención el profeta<br />

Isaías, se entienden por estos días que ahora corren de la Iglesia de<br />

Cristo, y que al mismo Cristo llama proféticamente árbol de<br />

la vida, porque él es la sabiduría de Dios, de la cual dice Salomón:<br />

«que es árbol de vida para todos los que la abrazaren»; y<br />

que aquellos primeros hombres no duraron años en el Paraíso, sino que<br />

los echaron de él tan presto que no tuvieron tiempo de<br />

procrear allí hijos, y que por lo mismo no se puede entender por<br />

aquel tiempo lo que dice: «Como en los tiempos pasados y<br />

años primeros», omitiré esta cuestión por no verme precisado (lo que<br />

sería alargarme con demasía) a resolver y examinarlo<br />

todo, para que parte de esta doctrina la confirme la verdad<br />

manifestada. Porque se me ofrece otra inteligencia, para que no<br />

creamos que por particular beneficio nos promete el Profeta los<br />

tiempos rasados y años primeros de los sacrificios carnales.<br />

Pues aquellas hostias y sacrificios de ley antigua, de ciertas reses<br />

y animales sin defecto, ni género de vicio ni imperfección, que<br />

mandaba Dios se le ofreciesen en sacrificios, «eran figura de los<br />

hombres santos, cual sólo se halló Cristo sin ningún género de<br />

pecado. Y por eso, después del juicio, cuando estarán también<br />

purificados con el fuego» los que tuvieren necesidad de igual<br />

purificación, en todos los santos no se hallará Vestigio de pecado, y


así se ofrecerán a sí mismos en justicia; de forma que aquellas<br />

hostias que vendrán a ser del todo sin tacha ni mancilla y sin<br />

ningún género de vicio ni imperfección, serán sin duda como<br />

en los tiempos pasados, y como en los años primeros, cuando en sombra<br />

y representación de esto que había de ser el tiempo<br />

designado, se ofrecían purísimas y perfectísimas víctimas; porque<br />

habrá entonces en los cuerpos inmortales y en el espíritu de<br />

los santos la pureza que se figuraba en los cuerpos de aquellas<br />

hostias.<br />

Después por los que no merecerán la purificación, sino la<br />

condenación, dice: «Vendré a vosotros en juicio, y será testigo<br />

veloz y pronto contra los impíos y contra los adúlteros, etc.» Y<br />

habiendo indicado estos pecados dignos del último anatema,<br />

añade: «Porque yo soy el Señor vuestro Dios y no me mudo», como si<br />

dijera: cuando os haya transformado vuestra culpa en<br />

peores y mi gracia en mejores, yo no me mudo. Dice que será Él<br />

testigo, porque en su juicio no tendrá necesidad de testigos. Y<br />

éste será pronto y veloz, o porque vendrá de improviso, y con su<br />

impensada venida será un juicio acelerado y brevísimo el que<br />

nos parecía a nuestro corto modo de entender tardísimo, o porque<br />

convencerá a las mismas, conciencias sin prolijidad alguna<br />

de palabras pues como dice la Escritura: «Conocerá Dios examinará<br />

los pensamientos de los impíos»; y el Apóstol: «Según que<br />

sus propios pensamientos los acusaren o excusaren, conforme a ellos<br />

los juzgará Dios el día en que vendrá a juzga los<br />

secretos de los hombres por Jesucristo, según el Evangelio que yo os<br />

he predicado.» Luego también debemos entender que<br />

será el Señor testigo veloz, cuando sin dilación no traerá a la<br />

memoria cuanto puede convencernos, y nos castigará la<br />

conciencia.<br />

CAPITULO XXVII<br />

Del apartamiento de los buenos y de los malos, por el cual se declara<br />

la división que habrá en el juicio final<br />

Lo que con otro intento referí de este mismo Profeta en el libro<br />

XVII, pertenece también al juicio final, donde dice: «Ya<br />

tendré yo a éstos, dice el Señor Todopoderoso, en el día que tengo de<br />

hacer lo que digo, como hacienda mía propia, yo los<br />

tendré escogidos, como el hombre que tiene elegido a un hijo<br />

obediente, y que le sirve bien. Volveré y veréis la diferencia que<br />

hay cutre el justo y el injusto y entre el que sirve a Dios y el que<br />

no le sirve. Porque, sin duda, vendrá aquel día ardiendo como<br />

un horno, el cual los abrasará y serán todos los idólatras y los que<br />

sirven impíamente como una paja seca, y los abrasará aquel<br />

día que ha de venir, dice el Señor. Todopoderoso, de manera que ni<br />

quede raíz ni ramo de ellos. Pero los que teméis mi<br />

nombre, os nacerá el Sol de justicia y vuestra salud en sus alas;<br />

saldréis y os regocijaréis como los novillos que se ven sueltos<br />

de la prisión, y hollaréis a los impíos hechos ya ceniza debajo de<br />

vuestros pies dice el Señor Todopoderoso.»<br />

Esta diferencia de los premios y de las penas, que divide a los<br />

justos de los pecadores, y que no echamos de ver debajo<br />

de este Sol, en la vanidad de esta vida, cuando se nos descubriere<br />

debajo de aquel Sol de justicia, en la manifestación de<br />

aquella vida, habrá ciertamente un juicio, cual nunca le hubo.<br />

CAPITULO XXXVIII<br />

Que la ley de Moisés debe entenderse espiritualmente, para que,<br />

entendiéndola carnalmente, no se incurra en<br />

murmuraciones reprensibles<br />

En lo que añade el mismo Profeta: «Acordaos de la ley de mi siervo<br />

Moisés, que yo le di en Horeb, para que la<br />

observase puntualmente todo Israel», refiere a propósito los<br />

preceptos y juicios después de haber declarado la notable<br />

diferencia que ha de haber entre los que guardaren la ley y entre los


que la despreciaren, para que juntamente aprendan<br />

asimismo a entender espiritualmente la ley, y busquen en ella a<br />

Cristo, que es el Juez que ha de hacer este apartamiento entre<br />

los buenos y los malos. Porque no en vano el mismo. Señor dijo a los<br />

judíos: «Si creyeseis a Moisés, también me creeríais a mi,<br />

porque de mí escribió él.» Pues como tomaban la ley carnalmente y no<br />

sabían que sus promesas terrenas eran figuras de cosas<br />

celestiales, incurrieron en aquellas murmuraciones que se atrevieron<br />

a propalar: «Vano es el que sirve a Dios. ¿Qué utilidad<br />

hemos sacado de haber observado sus mandamientos y vivido<br />

sencillamente en el acatamiento del Señor Todopoderoso?<br />

Viendo esto tenemos por dichosos a los extraños, pues que vemos<br />

medrados y engrandecidos a todos los que viven mal.»<br />

Estas sus expresiones, en algún modo, obligaron al Profeta a<br />

anunciarles el juicio final, donde los malos ni aun falsa ni<br />

aparentemente serán felices; sino que evidentemente serán muy<br />

miserables; y los buenos no sentirán miseria, ni aun la<br />

temporal, sino que gozarán de una bienaventuranza evidente y eterna.<br />

Pues, arriba había referido algunas palabras de éstos<br />

alusivas a lo mismo, que decían: «Todos los malos son buenos en los<br />

ojos del Señor, y estos tales deben agradarle.» A estas<br />

murmuraciones contra Dios se precipitaron, entendiendo carnalmente la<br />

ley de Moisés. Y por lo mismo dice el rey Profeta que<br />

por poco se les fueran los pies, se deslizara y cayera de puro celo y<br />

envidia de ver la paz de que gozaban los pecadores; de<br />

modo que entre otras cosas viene a decir «¿Cómo es posible que sepa<br />

Dios nuestras cosas y que en lo alto se sepa que acá<br />

pasa?» Y vino a decir también: «¿Acaso he justificado en vano mi<br />

corazón y lavado mis manos entre los inocentes?»<br />

Para resolver esta cuestión tan difícil que resulta de ver a los<br />

buenos en miseria y a los malos en prosperidad dice: «Esto<br />

es asunto muy difícil de comprender para mí ahora, hasta que entre en<br />

el Santuario de Dios y le acabe de entender en el día<br />

final. Porque en el juicio final no será así sino que descubriéndose<br />

entonces la infelicidad de los malos y la prosperidad y<br />

felicidad de los buenos, se advertirá otra cosa muy diferente de le<br />

que ahora pasa.<br />

CAPITULO XXIX<br />

De la venida de Ellas antes del juicio y cómo descubriendo con su<br />

predicación los secretos de la divina Escritura, se<br />

convertirán los judíos<br />

Habiendo advertido que se acordasen de la ley de Moisés, porque<br />

preveía que un después de mucho tiempo no la<br />

habían de entender espiritualmente, como sería justo, inmediatamente<br />

añade: «Yo les enviaré, antes que venga aquel día<br />

grande y famoso del Señor, a Elías Thesbite; él les predicará, y<br />

convertirá el corazón del padre al hijo, y el corazón del hombre<br />

su prójimo, porque cuando venga no destruya del todo la tierra.»<br />

Es muy común en la boca y corazón de los fieles que explicándoles la<br />

ley este profeta Elías, grande y admirable, han de<br />

venir a creer los judíos en el verdadero Cristo, es decir, en el<br />

nuestro; porque este Profeta es el que se espera, no sin razón,<br />

que ha de venir antes que venga a juzgar el Salvador, y éste también,<br />

no sin causa, se cree que vive aun ahora, puesto que<br />

fue al que arrebataron de entre los hombres en un carro de fuego,<br />

como expresamente lo dice la Sagrada Escritura.<br />

Cuando viniere éste manifestando a los judíos espiritualmente la ley,<br />

que ahora entienden carnalmente, convertirá el<br />

corazón del padre al hijo, esto es, el corazón de los padres a los<br />

hijos: porque los setenta intérpretes pusieron el número<br />

singular por el plural; y quiere decir que también los hijos, esto<br />

es, los judíos, entiendan la ley como la entendieron sus padres,<br />

es decir, los Profetas, entre, quienes comprendía también al mismo<br />

Moisés; pues entonces, se convertirá el corazón de los


padres en los hijos, cuando se les enseñare a los hijos la<br />

inteligencia de los padres, y el corazón de los hijos en sus padres,<br />

cuando lo que sintieron los unos sintieren también los otros.<br />

Aquí también, los setenta dijeron: «El corazón del hombre en su<br />

prójimo», porque son entre sí muy prójimos los padres y<br />

los hijos, aunque en las expresiones de los setenta, los cuales<br />

hicieron su versión auxiliados e inspirados del Espíritu. Santo,<br />

puede hallarse otro sentido, y éste más selecto: es decir, que Elías<br />

ha de convertir el corazón de Dios Padre en el Hijo, no<br />

porque hará que el Padre ame al Hijo, sino porque enseñará que el<br />

Padre ama al Hijo al fin de que los judíos amen también al<br />

mismo que antes aborrecían» que es nuestro Cristo, pues ahora, en<br />

sentir, de los judíos, tiene Dios apartado el corazón de<br />

nuestro Cristo, dado que no admiten que Cristo es Dios, ni Hijo de<br />

Dios. En dictamen de ellos, pues entonces se convertirá su<br />

'corazón al Hijo, cuando ellos ablandando y convirtiendo su corazón,<br />

aprendieren y supieren el amor del Padre para con el<br />

Hijo.<br />

Lo que sigue: «Y el corazón del hombre su prójimo», esto es,<br />

convertirá Elías el corazón del hombre a su prójimo, ¿qué<br />

otra cosa puede entenderse mejor que el corazón del hombre al Hombre<br />

Cristo? Porque siendo Dios nuestro Dios, tomando<br />

forma de siervo, se dignó también hacerse nuestro prójimo.<br />

Esto, pues, hará Elías, «porque cuando venga yo, no destruya, del<br />

todo la tierra», ya que tierra son todos los que saben<br />

y gustan de las cosas terrenas, como hasta la actualidad los judíos<br />

carnales, y de este vicio nacieron aquellas murmuraciones<br />

contra Dios, cuando decían: «Que le debían de agradar los malos, y<br />

que era vano e iluso el que sirve a Dios.»<br />

CAPITULO XXX<br />

Que en el Testamento Viejo, cuando leemos que Dios ha de venir a<br />

juzgar, debemos entender que es Cristo<br />

Otros muchos testimonios hay en la Sagrada Escritura sobre el juicio<br />

final de Dios; pero haríamos larga digresión si<br />

intentaremos reunirlos todos. Baste, pues, haber probado que lo dice<br />

así el Viejo y el Nuevo Testamento, aunque en el Viejo no<br />

está tan expreso que Cristo ha de hacer por sí el juicio, esto es,<br />

que haya de venir Cristo desde el cielo a juzgar, como lo está<br />

en el Nuevo. Porque cuando dice allá que vendrá el Señor Dios, no se<br />

deduce que entienda Cristo, pues el Señor Dios es el<br />

Padre, lo es el Hijo y lo es él Espíritu Santo; así que tampoco este<br />

punto nos conviene dejar sin examen. Primeramente manifestaremos,<br />

cómo Jesucristo habla como el Señor Dios en los libros de<br />

los Profetas, y, sin embargo, aparece evidentemente<br />

Jesucristo; para que asimismo, cuando no se expresa así, y, con todo,<br />

se dice que ha de venir a aquel juicio final el Señor Dios,<br />

se pueda entender de Jesucristo.<br />

Hay un pasaje en el profeta Isaías que claramente nos muestra lo<br />

mismo que digo. En él dice Dios por su Profeta:<br />

«Escuchadme, Jacob, e Israel, a quien yo he puesto este nombre. Yo<br />

soy el primero, y soy para siempre. Mi mano fundó la<br />

tierra y mi diestra estableció el cielo. Los llamaré, y acudirán<br />

juntos; se congregarán todos, oirán. ¿Quién le anunció estas<br />

cosas? Como te amaba hice tu voluntad sobre Babilonia, de modo que<br />

quité de allí el linaje de los caldeos. Yo le dije y yo lo<br />

llamé, y yo le traje y le di buen viaje. Llegaos a mí, y escuchad lo<br />

que digo. Desde el principio nunca dije o hice una cosa a<br />

escondidas, cuando se hacían, allí estaba yo; y ahora mi Señor me<br />

envió y su Espíritu. En efecto: él es el que hablaba como<br />

Señor y Dios, y, sin embargo, no se entendiera Jesucristo si no<br />

añadiera: «Y ahora mi Señor me envió y su Espíritu.» Porque<br />

esto lo dijo según la forma de siervo, de cosa futura, usando de la<br />

voz del tiempo pasado como se lee en el mismo Profeta:<br />

«Como una oveja le llevaron a sacrificar»; no dice le llevarán, sino


que por lo que había de ser en lo venidero puso la voz del<br />

tiempo pasado. Y muy de ordinario usa el Profeta de esta manera de<br />

explicarse.<br />

Hay otro lugar en Zacarías que nos manifiesta lo mismo con toda<br />

evidencia; es decir, que el Todopoderoso envió al<br />

Todopoderoso. ¿Quién a quién, sino Dios Padre a Dios Hijo? Porque<br />

dice así: «Esto dice el Señor Todopoderoso. Después de<br />

la gloria me envió a las gentes que os despojaron a vosotros; porque<br />

el que os tocare es como quien me toca a mí en las niñas<br />

de los ojos. Advertid que yo descargaré mi mano sobre ellos, y serán<br />

despojos de los que fueron sus siervos, y conoceréis que<br />

el Señor Todopoderoso me envió a mi.» Ved aquí Como dice Dios<br />

Todopoderoso que le envió Dios Todopoderoso. ¿Quién se<br />

atreverá a entender aquí a otro que a Cristo, que habla de las ovejas<br />

que se perdieron de la casa de Israel? Porque el mismo<br />

Jesucristo dice en el Evangelio: «Que no fue enviado sino para salvar<br />

las ovejas que se perdieron de la casa de Israel»; las<br />

cuales comparó aquí a las niñas de los ojos de Dios, por el singular<br />

y afectuosísimo amor que las tiene; y esta especie de ovejas<br />

fueron también los mismos Apóstoles. Después de la gloria, se<br />

entiende de su resurrección (antes de la cual, según dice el<br />

Evangelista San Juan: «Que aun no había Dios dado su espíritu, porque<br />

aun no se había glorificado Jesús»), también fue<br />

enviado a las gentes en sus Apóstoles, y así se cumplió lo que leemos<br />

en el real Profeta: «Me sacarás de las contradicciones de<br />

mi pueblo, y me harás cabeza de las gentes»; para que los que habían<br />

despojado a los israelitas, y a quienes habían servido<br />

los mismos israelitas cuando estaban sujetos a los gentiles, fuesen<br />

despojados, no del modo que ellos despojaron a los israelitas,<br />

sino que ellos mismos fuesen los despojos de los israelitas, porque<br />

así lo prometió el Señor a sus Apóstoles, cuando les dijo:<br />

«Que los haría pescadores de hombres.» Y a uno de ellos le dijo: «En<br />

lo sucesivo pescarás hombres.» Serán, pues, despojos,<br />

más para su bien, como los vasos y alhajas que el Evangelio quita de<br />

las manos de aquel fuerte, después de haberle amarrado<br />

más fuertemente.<br />

Y hablando el Señor por el mismo Profeta, dice: «En aquel día<br />

procuraré destruir y acabar todas las gentes que vienen<br />

contra Jerusalén, y derramaré sobre la casa de David y sobre los<br />

moradores de Jerusalén el espíritu de gracia y misericordia,<br />

y volverán los ojos a mí por aquel a quien mal trataron, y llorarán<br />

sobre él, un gran llanto, como sobre un hijo carísimo; y se<br />

dolerán corno sobre la muerte del unigénito.» ¿Acaso pertenece a otro<br />

que a Dios el destruir y exterminar todas las gentes<br />

enemigas de la ciudad santa de Jerusalén, que vienes contra ella;<br />

esto es, que le son contrarios, o como otros los han interpretado,<br />

vienen sobre ella, esto es para sujetarla a su dominio; o<br />

pertenece a otro que a Dios el derramar sobre la casa de<br />

David y sobre los moradores de la misma ciudad el espíritu de gracia<br />

y de misericordia? Esto, sin duda, toca a Dios, y en<br />

persona del mismo Dios lo dice el Profeta; y, sin embargo, manifiesta<br />

Cristo que Él es este Dios que obra maravillas y portentos<br />

tan grandes y tan divinos, cuando añade y dice: «Y volverán los ojos<br />

a mí porque me ultrajaron, y lloraran por ello un gran<br />

llanto, como sobre la muerte de un hijo muy querido, y se dolerán<br />

como sobre la de un unigénito.» Porque les pesará en aquel<br />

día a los judíos, aun a aquellos que entonces han de recibir el<br />

espíritu de gracia y misericordia, por haber perseguido, mofado y<br />

ultrajado a Cristo en su Pasión, cuando volvieron los ojos a Él y le<br />

vieren venir en su majestad, y reconocieron en Él a Aquel a<br />

quien, abatido y humillado, escarnecieron y burlaron sus padres.<br />

Aunque también los mismos padres; los autores de aquella tan<br />

execrable tragedia, resucitarán y le verán; mas para ser castigados,<br />

no para ser corregidos. Así, pues, no se debe entender<br />

que se refiere a ellos dónde dice: «Y derramaré sobre la casa de<br />

David y sobre los moradores de Jerusalén el Espíritu de


gracia y misericordia, y volverán los ojos a mí porque me<br />

ultrajaron»; sino que de su linaje y descendencia vendrán los que en<br />

aquel tiempo por Elías han de creer. Pero así como decimos a los<br />

judíos: vosotros matasteis a Cristo, aunque este crimen no le<br />

cometieron ellos, sino sus padres, así también éstos se dolerán y les<br />

pesará de haber hecho en cierto modo lo que hicieron<br />

aquellos de cuya estirpe ellos descienden. Y aunque habiendo recibido<br />

el espíritu de gracia y misericordia, siendo ya fieles, no<br />

serán condenados con sus padres, que fueron impíos, con todo, se<br />

dolerán como si ellos hubieran perpetrado el execrable<br />

crimen que sus padres cometieron. No se dolerán, pues, porque les<br />

remuerda la culpa del pecado, sino que sentirán con<br />

afectos de piedad. Y, en realidad, de verdad, donde los setenta<br />

intérpretes dijeron: «Y volverán los hijos a mí porque me<br />

ultrajaron», lo traducen del hebreo así: «Y volverán los ojos a mí, a<br />

quien enclavaron»; con lo que más claramente se<br />

representa Cristo crucificado. Aunque aquel insulto, ultraje y<br />

escarnio que quisieron mejor poner los setenta no faltó tampoco al<br />

Señor en todo el curso de su Pasión. Porque le escarnecieron y<br />

ultrajaron cuando le prendieron, cuando le ataron, cuando le<br />

condenaron a muerte, cuando le vistieron con la ignominiosa vestidura<br />

y le coronaron de espinas, cuando le, hirieron con la<br />

caña en su cabeza, y haciendo burla de Él, puestos de rodillas le<br />

adoraron; cuando llevaba a puestas su cruz y cuando estaba<br />

clavado en el madero de la cruz. Y así, siguiendo no solamente una<br />

interpretación, sino juntándolas ambas, y leyendo que le<br />

ultrajaron y enclavaron más plenamente reconocemos la verdad de la<br />

Pasión del Señor.<br />

Cuando leemos en los Profetas que vendrá Dios a hacer el juicio<br />

final, aunque no se ponga otra distinción, solamente por<br />

el mismo juicio debemos entender a Cristo; porque aunque el Padre<br />

juzgará, sin embargo, juzgará por medio de la venida del<br />

Hijo del Hombre. Pues él no ha de juzgar a ninguno por la<br />

manifestación de su presencia, «sino que el juicio universal de todos<br />

le tiene entregado a su Hijo», el cual se manifestará en traje de<br />

hombre para juzgar, así como siendo hombre fue juzgado.<br />

¿Y quién otro puede ser aquel de quien asimismo habla Dios por Isaías<br />

bajo el nombre de Jacob y de Israel, de cuyo<br />

linaje tomó su bendito cuerpo, cuando dice así: «Ved aquí a Jacob, mi<br />

siervo; yo le recibiré, y a Israel, mi escogido, le ha<br />

agradado mi alma le he dado mi espíritu, manifestará el juicio a las<br />

gentes. No clamará ni cesará, ni se oirá fuera su voz. No<br />

Quebrantará la caña quebrada, ni apagará el pábilo que humea sino que<br />

con verdad manifestará el juicio. Resplandecerá y no<br />

le quebrantarán hasta que ponga en la tierra el juicio, y esperarán<br />

las gentes en su nombre»? En el hebreo no se lee Jacob e<br />

Israel; lo que allí se lee es «mi siervo», porque los setenta<br />

intérpretes, queriendo advertir cómo ha, de entenderse aquello pues,<br />

en efecto, lo dice por la forma de siervo, en la cual el Altísimo se<br />

nos manifestó humilde y despreciable, para significárnosle<br />

pusieron el nombre del mismo hombre de cuya descendencia y linaje<br />

tomó esta misma forma de siervo. Diósele el Espíritu Santo;<br />

lo cual, como narra el Evangelio, se mostró baje la figura de paloma.<br />

Manifestó el juicio a las gentes, porque dijo lo que estaba<br />

por venir y oculto a las gentes. Por su mansedumbre, no cIamó, y, con<br />

todo, no cesó ni desistió de predicar la verdad; pero no<br />

se oye su voz afuera, ni se oye, pues por lo que están fuera,<br />

apartados y desmembrados de su cuerpo, no es obedecido. No<br />

quebrantó ni mató a los mismo judíos sus perseguidores, a quienes<br />

compara a la caída quebrada que ha perdido su entereza, y<br />

al pábilo o pavesa que humea después de apagar la luz, porque los<br />

perdonó el que no venia aún a juzgar, sino a ser juzgada<br />

por ellos. En verdad, les manifestó e juicio, diciéndoles con<br />

precisión y anticipación de tiempo cuándo habían de ser castigados si<br />

perseverasen en si malicia. Resplandeció su rostro en el monte, y en<br />

el mundo su fama, no se doblegó o quebrantó, porque no


cedió sus perseguidores, de forma que desistiese y dejase de estar en<br />

si y e su Iglesia, y por eso nunca sucedió ni sucederá lo<br />

que dijeron o dicen su enemigos: «¿Cuándo morirá y perecerá su<br />

nombre?; hasta que ponga en la tierra el juicio.»<br />

Ved aquí cómo está claro y manifiesto el secreto que buscábamos. Por<br />

que éste es el juicio final que pondrá Cristo en la<br />

tierra cuando venga del cielo; de lo cual vemos ya cumplido que aquí<br />

últimamente se pone: «Y en su nombre esperarán las<br />

gentes.» Si quiera por esto, que no lo pueden negar, crean también lo<br />

que descaradamente niegan. Pues ¿quién habrá d<br />

esperar lo que estos que todavía no quieren creer en Cristo ven ya,<br />

como lo vemos nosotros, cumplido, y porque no pueden<br />

negarlo «crujen los dientes y se pudren y consumen»? ¿Quién, digo,<br />

podría suponer que las gentes habían de esperar en el<br />

nombre de Cristo cuándo le prendían, ataban, herían, escarnecían y<br />

crucificaban; cuando los mismos discípulos perdían ya la<br />

esperanza que habían comenzado a tener en él? Lo que entonces apenas<br />

un ladrón esperó en la cruz, ahora lo esperan las<br />

gentes que están derramadas por todo el orbe, y por no morir con<br />

muerte eterna se signan con la cruz en que Él murió.<br />

Ninguno hay que niegue o dude que Jesucristo ha de hacer el juicio<br />

final de modo y manera que<br />

nos lo expresan estos testimonios de la Sagrada Escritura, sino los<br />

que, no sé con qué Incrédula osadía o<br />

ceguedad, no prestan su asenso a la misma Escritura, la cual se ha<br />

cumplido ya, manifestando su verdad<br />

a todo el orbe de la tierra.<br />

Así que en aquel juicio, o por aquellos tiempos, sabemos que ha de<br />

haber todo esto: Elías Thesbite,<br />

la fe de los judíos, el Anticristo que ha de perseguir, Cristo que ha<br />

de juzgar, la resurrección de los<br />

muertos, la separación de los buenos y de los malos, la quema general<br />

del mundo y la renovación del<br />

mismo. Todo lo cual, aunque debe creerse que ha de suceder, de qué<br />

forma y con qué orden acontecerá,<br />

nos lo enseñará entonces la experiencia, mejor que ahora lo<br />

puede acabar de comprender la<br />

inteligencia humana. Sin embargo, presumo que sucederá según el orden<br />

que dejó referido.<br />

Dos libros nos restan tocantes a esta obra para cumplir, con el favor<br />

de Dios, nuestra promesa: el<br />

uno, tratará de las penas de los malos, y el otro, de la felicidad de<br />

los buenos. En ellos, principalmente,<br />

con los auxilios del Altísimo, refutaremos los argumentos humanos que<br />

les parece a los infelices que<br />

proponen sabiamente contra lo dicho y contra las promesas divinas, y<br />

desprecian como falsos y ridículos<br />

los saludables pastos con que se alimenta y sustenta la fe que nos da<br />

la salud eterna. Pera los que son<br />

sabios, según Dios, para todo lo que pareciere increíble a los<br />

hombres, con tal que esté en la Sagrada<br />

Escritura, cuya verdad de muchos modos está establecida, tienen por<br />

indisoluble argumento la verdadera<br />

omnipotencia de Dios, el cual saben por cierto que en manera alguna<br />

pudo en ella mentir, y que le es<br />

posible lo que se le hace imposible al incrédulo e infiel,<br />

LIBRO VIGÉSIMO PRIMERO<br />

El infierno fin de la ciudad terrena<br />

CAPITULO I<br />

Del orden que ha de observarse en esta discusión<br />

Habiendo ya llegado, por mano y alta disposición de Jesucristo, Señor<br />

nuestro, Juez de vivos y


muertos, a sus respectivos fines ambas ciudades la de Dios y la del<br />

demonio, trataremos en este libro con<br />

la mayor diligencia y exactitud, según nuestras débiles fuerzas<br />

intelectuales, auxiliados por Dios, cuál ha<br />

de ser la pena del demonio y de todos cuantos a él pertenecen.<br />

He querido observar este orden para venir a tratar después de la<br />

felicidad de los santos, porque<br />

uno y otro ha de ser juntamente con los cuerpos; y más increíble<br />

parece el durar los cuerpos en las penas<br />

eternas, que el permanecer sin dolor alguno en la eterna<br />

bienaventuranza; y así, cuando haya expuesto<br />

que aquella pena no debe ser increíble, me servirá y favorecerá mucho<br />

para que se crea con más facilidad<br />

la inmortalidad, que está libre y exenta de todo género de<br />

pena, como es la que han de gozar los<br />

cuerpos de los santos.<br />

Este orden no desdice del estilo de la Sagrada Escritura, en la cual,<br />

aunque algunas veces se pone primero la<br />

bienaventuranza de los buenos, como en aquella sentencia: «Los que<br />

hubieren practicado obras buenas resucitaran para la<br />

resurrección de la vida; y los que las hubieran hecho malas, a la<br />

resurrección del juicio y condenación.» Sin embargo, en<br />

varias ocasiones se pone también la última, como en aquella<br />

expresión: «Enviará el Hijo del Hombre sus ángeles; recogerán y<br />

juntarán de su reino todos los escándalos, y los arrojarán en el<br />

fuego ardiendo, adonde habrá llantos y crujir de dientes.<br />

Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su<br />

Padre.» Y lo que dice el Profeta: «Así irán los malos a las<br />

penas eternas, y los buenos a la vida eterna.» Y, finalmente, en las<br />

profecías (cuyas autoridades sería asunto largo insinuarías<br />

todas), si alguno lo advirtiere, hallará que se guarda algunas veces<br />

este orden y otras el otro; pero ya tengo apuntada la causa<br />

por qué he hecho elección del citado orden.<br />

CAPITULO II<br />

Si pueden los cuerpos ser perpetuos en el fuego<br />

¿A qué fin he de demostrar, sino para convencer a los incrédulos de<br />

que es posible que los<br />

cuerpos humanos, estando animados y vivientes, no sólo nunca se<br />

deshagan y disuelvan con la muerte,<br />

sino que duren también en los tormentos del fuego eterno? Porque no<br />

les agrada que atribuyamos este<br />

prodigio a la omnipotencia del Todopoderoso; antes, si, niegan que lo<br />

demostremos por medio de algún<br />

ejemplo.<br />

Si respondemos a éstos que hay, efectivamente, algunos animales<br />

corruptibles porque son mortales,<br />

que, sin embargo, viven en medio del fuego, y que asimismo se halla<br />

cierto género de gusanos en los<br />

manantiales de aguas cálidas o terrenales, cuyo calor nadie puede<br />

sufrir inmune, y ellos no sólo viven dentro<br />

de él sin padecer daño, sino que fuera de aquel lugar no pueden<br />

vivir, seguramente que cuando así les<br />

mostremos este raro fenómeno, o no lo querrán creer, si no se lo<br />

podemos manifestar con evidencia, o si<br />

podemos evidenciárselo presentándoselo a sus propios ojos, o probarlo<br />

con testigos idóneos, con la misma<br />

incredulidad dirán que no basta esta demostración para ejemplo o<br />

legítima consecuencia de la cuestión que se<br />

trata, por cuanto los tales animales no viven siempre, y en el citado<br />

dolor viven sin dolor, puesto que en aquellos<br />

elementos, siendo convenientes proporcionados a su naturaleza,<br />

vegetan y se sustentan y no se lastiman<br />

acongojan, como si no fuera más increíble vegetar, nutrirse y


sustentar con semejante alimento, que lastimarse<br />

y menoscabarse con él. Porque maravilla es sentir dolor en el fuego,<br />

y, con todo, vivir; pero aun es mayor<br />

maravilla vivir en el fuego y no sentir dolor. Y si esto se cree, ¿<br />

por qué no otro?<br />

CAPITULO III<br />

Si es consecuencia que al dolor corporal suceda la muerte de la carne<br />

Pero, dicen, ningún cuerpo, hay que pueda sentir dolor y que no pueda<br />

morir. Y esto, ¿de dónde<br />

lo sabemos. Porque ¿quién está seguro de si los demonios sienten<br />

dolor corporalmente cuando confiesan<br />

a voces que padece horribles tormentos? Y si respondieren que no hay<br />

cuerpo alguno terreno, es a<br />

saber, sólido y visible, y, por decirlo mejor y en una palabra, que<br />

no hay carne alguna que pueda sentir<br />

dolor y que no pueda morir, ¿qué otra cosa dicen sino lo que los<br />

hombres ha conocido con el sentido del<br />

cuerpo con la experiencia? Porque, efectivamente, no conocen carne<br />

que no es mortal.<br />

Este es todo el argumento de los que imaginan que de ningún modo<br />

puede ser lo que no han visto<br />

por experiencia. Pero ¿qué razón hay para hacer al dolor argumento de<br />

la muerte, siendo antes indicio y<br />

prueba real de vida? Porque aunque preguntamos dudamos si puede vivir<br />

siempre, si embargo, es cierto<br />

e innegable que vive todo lo que siente dolor, y que cualquiera dolor<br />

que sea no se puede hallar sino en<br />

objeto que viva. A que es indispensable que viva el que siente dolor,<br />

y no es preciso que mate el dolor,<br />

puesto que aun a estos cuerpos mortales, y que, en efecto, ha de<br />

morir, no los mata o consume todo<br />

dolor.<br />

La causa de que algún dolor pueda matar consiste en que de tal manera<br />

está el alma trabada con el cuerpo que cede a<br />

los dolores vivos y se ausenta de él, porque la misma trabazón de los<br />

miembros y potencias vitales es tan débil que no puede<br />

sufrir y durar contra aquella violencia que causa un extraordinario o<br />

sumo dolor. Y entonces el alma se unirá con un cuerpo de<br />

tal calidad y en tal modo, que aquella trabazón tampoco la corromperá<br />

dolor alguno. Por tanto, aunque al presente no hay carne<br />

alguna de tal configuración que pueda sufrir dolor y no pueda sufrir<br />

la muerte, sin embargo, entonces será la carne tal cual no<br />

es ahora, así como también será tal la muerte cual no es ahora,<br />

porque la muerte será sempiterna, cuando ni podrá el alma vivir<br />

no teniendo a Dios en su favor, ni estar exenta de dolores del<br />

cuerpo, estándose muriendo. La primera muerte expele del<br />

cuerpo al alma, aunque no quiera; la segunda muerte tiene al alma en<br />

el cuerpo, aunque no quiera; y así, comúnmente, se dice<br />

de una y otra muerte que padece el alma de su peculiar cuerpo lo que<br />

no quiere.<br />

Consideran nuestros antagonistas que ahora no hay carne que pueda<br />

padecer dolor y que no<br />

pueda también sufrir la muerte, y no reflexionan en que, sin embargo,<br />

hay cierto objeto que es mejor que<br />

el cuerpo; porque el mismo espíritu, con cuya presencia vive y se<br />

rige el cuerpo, puede sentir dolor y no<br />

puede morir. Ved aquí cómo hemos hallado objeto, el cual, teniendo<br />

sentido de dolor, es inmortal.<br />

Esto mismo sucederá también entonces en los cuerpos de los<br />

condenados, lo que sabemos que<br />

sucede en el espíritu de todos; aunque, si lo editásemos con más<br />

atención, el dolor que se llama del<br />

cuerpo más pertenece al alma, porque del alma es propio el dolerse, y


no del cuerpo, aun cuando la<br />

causa del dolor nace del cuerpo, cuando duele en aquel lugar donde es<br />

molestado el cuerpo. Así como<br />

decimos cuerpos sensitivos y cuerpos vivientes, procediendo del alma<br />

el sentido y vida del cuerpo, así<br />

también decimos que los cuerpos se duelen, aunque el dolor del cuerpo<br />

no puede ser sino procedente del<br />

alma.<br />

Duélese, pues, el alma con el cuerpo en aquel su propio lugar donde<br />

acontece alguna sensación<br />

que duela. Duélese también sola, aunque esté en el cuerpo, cuando,<br />

por alguna causa asimismo invisible,<br />

está triste estando bueno el cuerpo; porque, en efecto, se dolía<br />

aquel rico en el infierno cuando decía:<br />

«Estoy en continuo tormento en esta llama»; pero el cuerpo, ni muerto<br />

se duele, ni vivo, sino el alma, se<br />

duele.<br />

Así que si procediera bien el argumento de que puede suceder la<br />

muerte porque pudo suceder también el dolor, más<br />

propiamente pertenecería él morir al alma, a quien toca con más razón<br />

el dolerse; mas como aquella que puede más<br />

propiamente dolerse no puede morir, no se prueba que porque aquellos<br />

cuerpos hayan de estar en dolores creamos también<br />

que han de morir.<br />

Dijeron algunos platónicos que de los cuerpos terrenos y de los<br />

miembros enfermizos y mortales le proviene al alma el<br />

temer, el desear, el doler y alegrarse. Por lo cual dijo Virgilio:<br />

«De aquí procede (refiriéndose a los enfermizos y mortales<br />

miembros del cuerpo terreno) que teman, codicien, se duelan y<br />

alegren.» Pero ya los convencimos en el libro XIV de esta obra<br />

de que tenían las almas, hasta las purificadas, según ellos, de toda<br />

la inmundicia del cuerpo, un deseo terrible con que<br />

nuevamente principian a querer volver a los cuerpos; y donde puede<br />

haber deseo, sin duda también puede haber dolor;<br />

porque el deseo frustrado, cuando no alcanza lo que anhela, o pierde<br />

lo que había conseguido, se convierte en dolor. Por lo<br />

cual si el alma, que es la que sola o principalmente siente dolor,<br />

sin embargo, a su manera, tiene cierta inmortalidad propia y<br />

peculiar suya, no podrán morir aquellos cuerpos, porque sentirán<br />

dolor.<br />

Finalmente, si los cuerpos hacen que las almas sientan dolor, ¿por<br />

qué diremos que les pueden causar dolor y no les<br />

pueden causar la muerte, sino porque no se sigue inmediatamente que<br />

cause la muerte lo que causa el dolor? ¿Y por qué<br />

motivo será increíble que de la misma manera aquel fuego pueda causar<br />

dolor a aquellos cuerpos, y no la muerte, como los<br />

mismos cuerpos hacen doler y sentir a las almas, a las cuales, sin<br />

embargo, no por eso las fuerzan a que mueran? Luego el dolor<br />

no es argumento necesario y concluyente de que han de morir.<br />

CAPITULO IV<br />

De los ejemplos naturales, de cuya consideración podemos deducir que<br />

pueden permanecer vivos los cuerpos en medio<br />

de los tormentos<br />

Por lo cual, si, como escriben los que han indagado y examinado la<br />

naturaleza y propiedades de los animales, la<br />

salamandra vive en el fuego; y algunos montes de Sicilia, bien<br />

conocidos por sus erupciones y volcanes ardiendo en vivas<br />

llamas hace ya mucho tiempo, y continuando con la misma fuerza,<br />

permanecen, sin embargo, Integros en su mole, nos son<br />

testigos bien idóneos de que no todo lo que arde se consume; y la<br />

misma alma nos manifiesta con toda evidencia que no todo lo<br />

que puede sentir dolor puede también morir; ¿para qué, pues, nos<br />

piden ejemplos de las cosas naturales, a fin de que les<br />

demostremos no ser increíble que los cuerpos de los condenados a los


tormentos eternos no pierden el alma en el fuego, antes<br />

sin mengua ni menoscabo arden, y sin poder morir padecen dolor?<br />

Porque entonces tendrá la substancia de esta carne tal calidad<br />

concedida por la mano poderosa de Aquel que tan<br />

maravillosas y varias las dio a tantas naturalezas como vemos, que<br />

por ser tantas en número no nos causan admiración. ¿Y<br />

quién sino Dios, Creador de todas las cosas, dio a la carne del pavo<br />

real muerto la prerrogativa de no pudrirse o corromperse?<br />

Lo cual, como me pareciese increíble cuando lo oí, sucedió que en la<br />

ciudad de Cartago nos pusieron a la mesa una ave de<br />

éstas cocida, y tomando una parte de la pechuga, la que me pareció,<br />

la mandé guardar; y habiéndola sacado y manifestado<br />

después de muchos días, en los cuales cualquiera otra carne cocida se<br />

hubiera corrompido, nada me ofendió el olor; volví a<br />

guardarla, y al cabo de más de treinta días la hallamos del mismo<br />

modo, y lo mismo pasado un año, a excepción de que en el<br />

bulto estaba disminuida, pues se advertía estar ya seca y enjuta.<br />

¿Quién dio a la paja una naturaleza tan fría que conserva la nieve<br />

que se entierra en ella, o tan vigorosa y cálida, que<br />

madura las manzanas y otras frutas verdes y no maduras?<br />

¿Quién podrá explicar las maravillas que se contienen en el mismo<br />

fuego, que todo lo que con, él se quema se vuelve<br />

negro, siendo él lúcido y resplandeciente, y casi a todo cuanto<br />

abrasa y toca con su hermosísimo color le estraga y destruye el<br />

color, y de un ascua brillante lo convierte en un carbón muy negro?<br />

Pero tampoco es esto regla general; pues, al contrario, las<br />

piedras cocidas con fuego resplandeciente se vuelven blancas, y<br />

aunque él sea más bermejo y ellas brillen con su color blanco,<br />

sin embargo, parece que conviene a la luz lo blanco como lo negro a<br />

las tinieblas. Cuando arde el fuego en la leña, y cuece las<br />

piedras, en materias tan contrarias tiene contrarios efectos. Y<br />

aunque piedra y la leña sean diferentes, no son contrarias entre<br />

sí, como lo son blanco y lo negro, y uno de estos efectos causa en la<br />

piedra, y el otro en leña, pues clarifica la piedra y oscurece<br />

la leña, siendo así que moriría aquélla si no viviese en ésta.<br />

¿Y qué diré de los carbones? ¿No es un objeto digno de admiración que<br />

por una parte sean tan frágiles, que con un<br />

ligerísimo golpe se quiebran y con poco que los aprieten se muelen y<br />

hacen polvo, y por otra tienen tanta solidez y firmeza que<br />

no hay humedad que los corrompa, ni tiempo que los consuma, de forma<br />

que los suelen enterrar los que señalan y colocan<br />

límites y mojones, para convencer al litigante que al cabo de<br />

cualquiera tiempo se levantare y pretendiere que aquella piedra<br />

que ha fijado es el mojón y límite? ¿Y quién les dio la virtud de que<br />

sepultados en tierra húmeda, en la cual los leños pudrieran,<br />

puedan durar incorruptos tanto tiempo, sino aquel fuego que corrompe<br />

y consume todo?<br />

Consideremos también, además de insinuado, la maravilla o portento<br />

que observamos en la cal cómo se vuele blanca<br />

con el fuego, con el cual otras cosas se vuelven, negras; cómo tan<br />

ocultamente concibe el fuego del mismo fuego, y convertida<br />

ya en terrón, frío al tacto, se conserva tan oculto y encubierto que<br />

por ninguna manera descubre a sentido alguno; pero<br />

hallándole y descubriéndole con la experiencia, aun cuando no le<br />

vemos, sabemos ya que está allí adormecido, por lo que la<br />

llamamos cal viva, como el mismo fuego que está en ella encubierto<br />

fuese el alma invisible de aquel cuerpo visible. ¿Y qué<br />

grande maravilla es que cuando se apaga, entonces se enciende? Porque<br />

para quitarle aquel fuego que tiene escondido la<br />

echamos en el agua, o la rociamos con agua y estando antes fría,<br />

comienza a hervir, con lo que todas las cosas que hierven se<br />

en frían. Así que expirando como si dijéramos, aquel terrón, se deja<br />

ver el fuego que estaba escondido cuando se va; y<br />

después, como si hubiese ocupado la muerte, está frío, tanto, que<br />

aun cuando le mojen con agua no arderá ya más, y a lo que<br />

llamábamos cal viva lo llamamos va muerta. ¿Qué cosa puede haber, al


parecer, que pueda añadirse a esta maravilla? Y, con<br />

todo puede añadirse: porque si no le echásemos agua, sino aceite, con<br />

que se fomenta y nutre más el fuego, no hierve por más<br />

y más que le echen. Y si este raro fenómeno le leyéramos u oyéramos<br />

de alguna piedra de las Indias, y no pudiéramos<br />

experimentarlo, sin duda nos persuadiríamos de que o era mentira, o<br />

nos causara extraña admiración.<br />

Las cosas que vemos cada, día con nuestros propios ojos, no porque<br />

sean menos maravillosas, sino por el continuo uso<br />

y experiencia que tenemos de ellas, vienen a ser menos estimadas; de<br />

suerte que hemos ya perdido la admiración de algunas<br />

que nos han podido traer singulares y admirables de la India, que es<br />

una parte del mundo muy remota de nuestro país.<br />

Hay muchos, entre nosotros, que conservan la piedra diamante,<br />

especialmente los plateros y lapidarios, la cuál dicen que<br />

no cede ni al hierro ni al fuego, ni a otro algún impulso, sino<br />

solamente a la sangre del cabrón. Pero los que la tienen y conocen,<br />

pregunto, ¿se admiran de ella como aquellos a quienes de nuevo se les<br />

acierta a dar noticia exacta de su virtud y potencia? Y a<br />

los que no se les enseña, acaso, no lo creen; y si lo creen, se<br />

maravillan de lo que no han visto por experiencia; y si, acontece<br />

observarlo experimentalmente, todavía se admiran de lo raro y<br />

particular; más la continua y ordinaria experiencia<br />

paulatinamente nos va quitando el motivo de la admiración.<br />

Tenemos noticia de la piedra imán, que maravillosamente atrae el<br />

hierro. La primera vez que lo observé quedé absorto;<br />

porque advertí que la piedra levantó en lo alto una sortija de<br />

hierro, y después, como si al hierro que había levantado le hubiera<br />

comunicado su fuerza y virtud, esta sortija la llegaron o tocaron con<br />

otra, y también la levantó; y así como la primera estaba<br />

inherente, o pegada a la piedra, así la segunda sortija a la primera.<br />

Aplicaron en los mismos términos la tercera, e igualmente la<br />

cuarta colgaba ya como una cadena de sortijas trabadas unas con<br />

otras, no enlazadas por la parte interior, sino pegadas por la<br />

exterior., ¿Quién no se pasmará de ver semejante virtud, que no sólo<br />

tenía en sí la piedra, sino que se difundía y pasaba por<br />

tantos cuantos tenía suspensos, atados y trabados con lazos<br />

invisibles? Pero causa aún mayor admiración lo que supe de esta<br />

piedra por testimonio de Severo, obispo de Mileba, quien me refirió<br />

haber visto siendo Batanario gobernador de Africa, y<br />

comiendo en su mesa el obispo que sacó esta misma piedra, y<br />

teniéndola en la mano debajo de un plato de plata, puso un<br />

hierro encima del plato y después, así como por abajo movía la mano<br />

en que tema la piedra, así por arriba se movía el hierro,<br />

revolviéndole de una parte a otra con una presteza admirable: he<br />

referido lo que vi y oí al obispo, a quien di tanto crédito como<br />

si yo mismo lo hubiera presenciado. Diré asimismo lo que he leído de<br />

esta piedra imán, y es que si cerca de ella ponen el<br />

diamante, no atrae al hierro, y si le hubiese ya leva atado, le<br />

suelta al punto que le aproximan el diamante. De la India se<br />

transportan estas piedras; pero si habiéndolas ya conocido, dejamos<br />

de admirarnos de ellas, cuanto más aquellos de donde las<br />

traen, si acaso las tienen muy a mano, y podrá ser que las posean<br />

como nosotros la cal, de la que no nos admiramos en verla<br />

de una manera que asombra hervir con el agua con que se suele matar<br />

el fuego, y no hervir con el aceite, con que se acostumbra<br />

encender el fuego, por ser cosa ordinaria y tenerla muy a la<br />

mano.<br />

CAPITULO V<br />

Cuántas cosas hay que no podemos conocerlas bien, y no hay duda de<br />

que existen<br />

Sin embargo, los infieles e incrédulos, cuando les anunciamos y<br />

predicamos los milagros divinos, pasados o por venir,<br />

como no podemos hacer que los vean por sus mismos ojos, nos piden la


causa y razón de ellos, la cual, como no se la<br />

podemos suministrar (porque exceden las fuerzas del entendimiento<br />

humano) imaginan que es falso lo que les decimos. En<br />

cambio, debieran, de tantas maravillas como podemos ver o vemos,<br />

darnos también la razón. Y si advierten que no es posible al<br />

hombre, nos habrán de confesar precisamente que no por eso dejó de<br />

suceder alguno de los portentos que referimos, o que no<br />

habrá de ser porque no pueda darse razón de ellos, puesto que tales<br />

suceden, de los cuales no puede asignarse directamente<br />

la causa.<br />

Así que no iré discurriendo por infinitas particularidades que están<br />

escritas, de las que han acontecido y han pasado ya<br />

sino de las que existen todavía y se conservan en ciertos parajes,<br />

donde si alguno quisiere y pudiere ir, averiguará si son<br />

ciertas, y solamente referiré algunas pocas. Dicen que la sal de<br />

Agrigento, en Sicilia, acercándola al fuego, se deshace y derrite<br />

como en agua, y poniéndola en agua chasquea y salta como en el fuego.<br />

Y que entre los garamantas hay una fuente tan fría<br />

por el día que no puede beberse, y tan caliente de noche que no puede<br />

tocarse. Que en Epiro se halla otra fuente en la cual las<br />

hachas, como en las demás, se apagan, estando encendidas; pero, lo<br />

que no sucede en las demás, se encienden estando<br />

apagadas. Que la piedra asbestos, en Arcadia, se llama así porque una<br />

vez encendida, nunca puede ya apagarse. Que la madera<br />

de cierta higuera de Egipto no sobrenada como las otras maderas<br />

en el agua, sino que se hunde; y lo que es más<br />

admirable, habiendo estado algún tiempo en el fondo, vuelve de allí a<br />

subir a la superficie del agua, cuando estando mojada<br />

debía de ser más pesada con el peso del líquido. Que en la tierra de<br />

Sodoma se crían ciertas manzanas que llegan al parecer a<br />

madurar, pero, mordidas o apretadas con la mano, rompiéndose el<br />

hollejo, se deshacen y resuelven en humo y pavesas. Que<br />

la piedra pirita, en Persia, quema la mano del qué la tiene si la<br />

aprieta mucho, por lo que se llama así, tomando su denominación<br />

del fuego. Qué en la misma Persia se cría también la piedra selenita,<br />

cuya blancura interior crece y mengua con la luna. Que la<br />

isla de Tilos, en la India, se aventaja a las demás tierras porque<br />

cualquier árbol que se cría en ella nunca pierde las hojas.<br />

De estas y otras innumerables maravillas que se hallan insertas en<br />

las historias, no de las que han sucedido y pasado,<br />

sino que existen todavía (que intentar yo referirlas aquí, estando<br />

empleado en otras materias, sería asunto muy prolijo), dennos<br />

la causa, si pueden, estos infieles e incrédulos que no quieren creer<br />

las divinas letras, teniéndolas por otras antes que por<br />

divinas, porque contienen cosas increíbles, como es ésta de que ahora<br />

tratamos; pues no hay razón -dicen- que admita que se<br />

abrase la carne y no se consuma, que sienta dolor y no pueda morir.<br />

Hombres, en efecto, de gran discurso y razón y que nos la pueden dar<br />

todas las cosas que nos consta son admirables,<br />

dennos, pues, la causal las pocas que hemos citado las cuales sin<br />

duda, si no supiesen que son y les dijésemos que habían de<br />

ser, mucho menos las creerían que los que les decimos ahora que algún<br />

día ha ser. Porque ¿quién de ellos nos da crédito si<br />

como les decimos que ha haber cuerpos humanos vivos de calidad que<br />

han de estar siempre ardiendo y con dolor, y sin<br />

embargo jamás han de morir, les dijésemos q en el siglo futuro ha de<br />

haber sal tal especie que la haga el fuego derretir como se<br />

derrite ahora en el agua, y que a la misma la haga el agua chasquear<br />

como chasquea al presente en fuego, o que ha de haber<br />

una fuente cuyas aguas en la frialdad de la noche ardan de manera que<br />

no se puede tocar, y que en los calores del día están<br />

tan frías que no se puedan beber, que ha de haber piedra que con<br />

calor abrase la mano del que la apretare, o que, estando<br />

encendida por das partes, de ningún modo pueda matarse, y lo demás<br />

que, dejando otras infinitas cosas, me pareció referir?<br />

Así que si les dijésemos que había de haber estas cosas en aquel


siglo que ha de venir y nos respondieren los crédulos:<br />

si queréis que las crean dadnos la razón de cada una de ellas,<br />

nosotros les confesaríamos sinceramente que no podíamos,<br />

porque a éstas y otras tales obras admirables del Altísimo quedaría<br />

rendida la razón y el dé discurso del hombre; pero sin<br />

embargo, es razón muy sentada y constante entre nosotros que no sin<br />

poderosos motivos hace el Omnipotente cosas que el<br />

flaco espíritu del hombre puede dar razón, y que aunque en muchas<br />

cosas nos es incierto lo que quiere, con todo, es certísimo<br />

que nada es imposible de todo cuanto quiere que nosotros le creemos<br />

cuando nos dice lo que ha de suceder, pues podemos<br />

creer que es menos poderoso o que miente.<br />

Pero estos censores que nos calumnian y motejan nuestra fe y nos pide<br />

razón ¿qué nos<br />

responden a estas cosas de que no puede dar la causa hombre, y, sin<br />

embargo, son así y parecen<br />

opuestas a la misma razón natural? las cuales, si las dijéramos a<br />

estos infieles e incrédulos que habían de<br />

suceder, nos pidieran la razón de ellas, como nos la piden de las que<br />

les decimos que han de acontecer.<br />

Por consiguiente, ya que en estas y otras semejantes obras de Dios<br />

falta la razón, y no por eso dejan de<br />

ser, tampoco dejarán de ser aquéllas, porque de las unas ni de las<br />

otras no puede el hombre dar la<br />

razón.<br />

CAPITULO VI<br />

De las diversas causas de los milagros<br />

Acaso dirán aquí que por ningún motivo hay semejantes maravillas y<br />

que no las creen; que es falso lo que de ellas se<br />

dice, falso lo que se escribe, y añadirán, arguyendo así: Si es que<br />

debemos prestar asenso a tales portentos, creed también<br />

vosotros lo que asimismo se refiere y escribe que hubo o hay un<br />

templo dedicado a Venus y en él un candelero, en el cual<br />

había una luz encendida expuesta al sereno de la noche, que ardía de<br />

manera que no podía apagarla ni la ventisca ni el agua<br />

que cayese del cielo; por cuyo motivo, como la citada piedra, se<br />

llamó también esta candela lychnos asbestos, esto es, candela<br />

inextinguible.<br />

Dirán esto para reducirnos al estrecho apuro de que no podamos<br />

responderles, porque si les dijésemos que no debe<br />

creerse, desacreditaríamos lo que se escribe de las maravillas que<br />

hemos referido, y si concediéremos que debe darse crédito,<br />

haríamos un particular honor a los dioses de los gentiles. Pero<br />

nosotros, como dije en el libro XVIII de esta obra, no tenemos<br />

necesidad de creer todo lo que contienen las historias de los<br />

gentiles, pues también entre sí los mismos historiadores (como dice<br />

Varrón), casi de intento se contradicen en muchas particularidades,<br />

sino que, creemos, si queremos, aquello que no se opone a<br />

los libros que sin duda tenemos precisión de creer. Y de las<br />

maravillas y portentos que se hallan en ciertos parajes, nos bastan<br />

para lo que queremos persuadir a los incrédulos que ha de suceder, lo<br />

que podemos nosotros asimismo tocar y ver por<br />

experiencia, y no hay dificultad en hallar para este efecto testigos<br />

idóneos.<br />

Respecto al templo de Venus y a la candela inextinguible, no sólo con<br />

este ejemplo no nos estrechan, sino que nos abren<br />

un camino muy anchuroso, puesto que a esta candela que nunca se apaga<br />

añadimos nosotros muchos milagros o maravillas de<br />

las ciencias así humanas como de las mágicas, esto es, las que hacen<br />

los hombres por arte e influencia del demonio y las que<br />

ejecutan los demonios por sí mismos, lo cuales, cuando intentáramos<br />

negarlas iríamos contra la misma verdad de la sagradas<br />

letras, a quien creemos sinceramente. Así, pues, en aquella candela o<br />

el ingenio y sagacidad humana fabricó algún artificio con


la piedra asbesto, o era por arte mágica lo que los hombres admiraban<br />

en aquel templo, o algún demonio bajo el nombre de<br />

Venus asistía allí presente con tanta eficacia, que pareciese real y<br />

efectivo a los hombres este milagro y permaneciese por<br />

mucho tiempo.<br />

Los demonios son atraídos para que habiten en las criaturas (que crió<br />

Dios y no ellos) con diferentes<br />

objetos deleitables conforme a su diversidad; no como animales, con<br />

manjares o cosas de comer, sino como<br />

espíritus, con señales que convienen al gusto, complacencia y deleite<br />

de cada uno por medio de diferentes<br />

hierbas, árboles, animales, encantamientos y ceremonias. Y para<br />

dejarse atraer de los hombres, ellos mismos<br />

primero los alucinan y engañan astuta y cautelosamente, o inspirando<br />

en sus corazones el veneno oculto de<br />

su malicia, o apercibiéndoles con engañosas amistades. Y de éstos<br />

hacen a algunos discípulos, doctores y<br />

maestros de otros muchos, porque no se pudo saber, sino enseñándolo<br />

ellos antes, qué es lo que cada uno<br />

de ellos apetece, qué aborrezca, con qué nombre se trae, con qué se<br />

le haga fuerza, de todo lo cual nacieron<br />

las artes mágicas, sus maestros y artífices.<br />

Pero con esto, sobre todo, poseen los corazones de los hombres, de<br />

lo cual principalmente se glorían<br />

cuando se transfiguran en ángeles de luz. Obran, pues, muchos<br />

portentos, los cuales, cuanto más los<br />

confesamos por maravillosos, tanto más cautamente debemos huirlos.<br />

Pero aún estos nos aprovechan<br />

también para el asunto que al presente tratamos, porque si tales<br />

maravillas pueden hacerlas los espíritus<br />

malignos, ¿cuánto mejor podrán los ángeles santos y cuánto más<br />

poderoso que todos éstos es Dios, que<br />

formó igualmente a los mismos ángeles que obran tan insignes<br />

portentos?<br />

Por tanto, si pueden practicarse tantas, tan grandes y tan estupendas<br />

maravillas (como son las que se llaman mejanemato<br />

invenciones de máquinas y artificios), aprovechándose los ingenios<br />

humanos de las cosas naturales que Dios ha criado, de<br />

modo que los que las ignoran y no entienden piensan que son divinas<br />

(y así sucedió en cierto templo, que poniendo dos piedras<br />

imanes de igual proporción y grandeza, la una en el suelo y la<br />

otra en el techo, se sustentaba un simulacro o figura hecha<br />

de hierro en medio de una y otra piedra, pendiente en el aire, como<br />

si fuera milagrosamente por virtud divina para los que no<br />

sabían lo que había arriba y abajo y, como dijimos, ya que pudo haber<br />

algo de este artificio en aquella candela de Venus,<br />

acomodando allí el artífice la piedra asbesto); y si los demonios<br />

pudieron subir tanto de punto las obras de los magos, a quien<br />

nuestra Sagrada Escritura llama hechiceros y encantadores, que le<br />

pareció al famoso poeta que pedían cuadrar al ingenio del<br />

hombre, cuando dijo, hablando de cierta mujer que sabía tales artes:<br />

«ésta con sus encantos se promete y atreve a ligar y<br />

desatar las voluntades que quisiere, a detener las corrientes rápidas<br />

de los ríos, a hacer que retrocedan en su curso ordinario<br />

los astros, remueve las sombras nocturnas de los finados, verás<br />

bramar debajo de los pies la tierra y bajar de los montes los<br />

fresnos»; ¿cuánto más podrá hacer Dios lo que parece increíble a los<br />

obstinados incrédulos siendo tan fácil a su omnipotencia,<br />

puesto que Él es quien hizo y crió la virtud que reside en las<br />

piedras y en los otros entes y los ingenios perspicaces de los<br />

hombres, que con admirable método se aprovechan de ellos; Él mismo es<br />

el que crió las naturalezas angélicas, que son más<br />

poderosas que todas las substancias animadas de la tierra, excediendo<br />

todo cuanto hay admirable a los ojos humanos, y con<br />

virtud maravillosa y suprema, obra, manda y permite todo con<br />

admirable sabiduría, sirviéndose y usando de todo, no menos


maravillosamente cuanto es más admirable el orden con que lo crió?<br />

CAPITULO VII<br />

Que la razón suprema para creer ¿las cosas sobrenaturales es la<br />

omnipotencia del Criador<br />

¿Por qué no podrá hacer Dios que resuciten los cuerpos de los muertos<br />

y que padezcan con fuego eterno los cuerpos<br />

de los condenados, siendo a que es el que hizo el mundo lleno tantas<br />

maravillas y prodigios en el cielo, en la tierra, en el aire y<br />

en las aguas, siendo la fábrica y estructura prodigiosa del mismo<br />

mundo el mayor y más excelente milagro de cuantos milagros<br />

en él se contienen, y de que está tan lleno?<br />

Pero éstos con quien o contra quienes disputamos, que creen que hay<br />

Dios, el cual hizo y crió este mundo y que formó<br />

los dioses, por cuyo m dio gobierna y rige el orbe; y que no niegan,<br />

antes celebran la potestad que en el mundo obran<br />

milagros, ya sean espontáneos, ya se consignen por medio de<br />

cualquiera acto y ceremonia religiosa, ya sean también mágicos<br />

cuando les proponemos la virtud fuerza maravillosa que existe en<br />

algunos seres que ni son animales racionales, ni espíritus que<br />

tengan discurso ni razón, como son los citados ante suelen responder:<br />

esta virtud y vigor es natural, su naturaleza es de esa<br />

condición; estas virtudes tan eficaces son peculiares a las mismas<br />

naturalezas.<br />

Así que toda su explicación de que el fuego hace fluida y derrite la<br />

sal de Agrigento, y el agua la hace chasquear y saltar,<br />

es porque ésta es naturaleza. Pero lo cierto es que antes parece ser<br />

contra el orden de naturaleza, la cual dio al agua la virtud<br />

de deshacer la sal, y no se dio al fuego, y que la sal se tostase<br />

fuego y no al agua. Esta misma razón dan de la fuente existente<br />

en el país de los garamantas, donde un Caño es frío de día y hierve<br />

de noche, las mando con una y otra propiedad a la que la<br />

tocan. Esta misma dan de otra fuente que, estando fría al parecer de<br />

los que la prueban, y apagando como las otras fuentes el<br />

hacha encendida, no obstante, es, con efecto bien diferente y no<br />

menos maravilloso, pues enciende el hacha apagada. Esta<br />

también dan de la piedra asbesto, la cual no conteniendo en sí fuego<br />

alguno propio, tomándolo de otro objeto, arde de manera<br />

que no puede apagarse. Esta es la que dan de las demás cosas que es<br />

excusado referir, las cuales, aunque parezca que<br />

tienen una propiedad y virtud desusadas contra la naturaleza, no dan<br />

de ello otra explicación sino decir que ésta es su peculiar<br />

naturaleza.<br />

Breve y concisa es, a la verdad, esta razón, lo confieso, y<br />

suficiente respuesta. Pero siendo Dios el que crió todas las<br />

naturalezas, ¿a qué intentan que les demos otra razón eficaz, cuando<br />

no dan crédito a algún prodigio, considerándolo imposible,<br />

y a su petición de que expliquemos la causa les respondemos que ésta<br />

es la voluntad de Dios Todopoderoso? El cual no por<br />

otro motivo se llama Todopoderoso, sino porque todo lo que quiere lo<br />

puede; como pudo criar tantos y tan prodigiosos seres,<br />

que si no se viesen o lo refiriesen aun hoy testigos fidedignos sin<br />

duda parecerían imposibles, no sólo los que referí que son<br />

muy ignorados entre nosotros, sino los que son sumamente notorios.<br />

Los que los autores refieren en sus libros dando cuenta de<br />

ellos personas que no tuvieron revelación del Espíritu Santo, y como<br />

hombres quizá pudieron errar, puede' cada uno, sin justa<br />

reprensión, dejarlos de creer. Porque tampoco yo quiero que<br />

temerariamente se crean todas las maravillas que referí, puesto<br />

que no las doy asenso, como si no me quedase duda alguna de ellas, a<br />

excepción de las que yo mismo he visto por<br />

experiencia, y cualquiera fácilmente puede experimentarlas, como el<br />

fenómeno de la cal, que hierve en el agua y en el aceite<br />

está fría; el de la piedra imán, que no sé cómo con su atracción no<br />

mueve una pajilla y arrebata el hierro; el de la carne de pavo


eal, que no admite putrefacción, habiéndose corrompido la de Platón;<br />

el de que la paja esté tan fría que no deje derretirse la<br />

nieve, y tan caliente que haga madurar la fruta; el del fuego, que<br />

siendo blanco y resplandeciente, según su brillo, cociendo las<br />

piedras las convierte en blancas, y contra esta su blancura y<br />

brillantez, que, mando varias cosas, las oscurece, y vuelve<br />

negras. Semejante a éste es aquel prodigio de que con el aceite claro<br />

se hagan manchas negras, como se hacen también líneas<br />

negras con la plata blanca, y también el de los carbones, que con el<br />

fuego se convierte en otra substancia tan opuesta, que de<br />

hermosísima madera se vuelve tan desfigurada, de dura tan frágil y de<br />

corruptible tan incorruptible.<br />

De estas maravillas, algunas las yo como las saben otros muchos,<br />

algunas las sé como las saben todo siendo tantas, que<br />

sería alargarnos demasiado referirlas todas en este libro. Pero de<br />

las que he escrito en él, no las he visto por experiencia, sino<br />

que las leí (a excepción del prodigio, de la fuente donde se apagan<br />

las hachas que están ardiendo y se enciende las apagadas,<br />

y el de la fruta de tierra de los sodomitas, que en lo exterior está<br />

como madura y en lo interior como humosa), nunca pude hallar<br />

testigos que fuesen idóneos para que me informasen si era verdad. Y<br />

aunque no encontré quien me dijese que halla Visto<br />

aquella fuente de Epiro, sin embargo, hallé quien conocía otra<br />

semejante en Francia, no lejos de la ciudad de Grenoble. Y el de<br />

la fruta de árboles del país de Sodoma, no se nos los enseñan las<br />

historias fidedignas, sino que asimismo son tantos que<br />

aseguran haberlo visto, que puedo dudar de su identidad. Todo demás<br />

lo conceptúo de tal calidad, que ni me determino a<br />

afirmarlo ni a negarlo; sin embargo; lo inserté porque lo, leí en los<br />

historiadores de estos mismos contra quienes disputamos,<br />

manifestar la diversidad de cosas q muchos de ellos creen hallándolas<br />

escritas en los libros de sus literatos, que les den razón<br />

alguna de ello los que no se dignan darnos el crédito ni aun dándoles<br />

la razón, de que aquello que supera la capacidad y<br />

experiencia de su inteligencia, lo ha hacer Dios Todopoderoso. ¿Pues<br />

que razón más sólida, más persuasiva más convincente<br />

puede darse de tal prodigios, sino decirles que el Todopoderoso los<br />

puede obrar y que ha hacer los que leemos, porque los<br />

anunció al mismo tiempo que otros muchos verificados ya? Porque el<br />

Señor ha las cosas que parecen imposibles, pues dijo que<br />

las había de hacer el que prometió e hizo que las gentes incrédulas<br />

creyesen cosas increíbles.<br />

CAPITULO VIII<br />

No es contra la naturaleza, que alguna cosa, cuya naturaleza se sal<br />

comience a haber algo diferente de que se sabía<br />

Y si respondieren que no creen que les decimos de los cuerpos<br />

humanos, que han de estar continuamente ardiendo y<br />

que nunca han de morir, porque nos consta que fue criada muy de otra<br />

manera la naturaleza de los cuerpos humanos, no<br />

cabiendo aquí la, explicación que se daba de naturalezas y<br />

propiedades maravillosas de algunos objetos, diciendo que son<br />

propias de su naturaleza, pues nos consta que esto no es propiedad<br />

del cuerpo humano, podemos responderles conforme a la<br />

Sagrada Escritura; es a saber; que este mismo cuerpo del hombre de un<br />

modo fue antes del pecado cuando no podía morir, y<br />

de otro después del pecado, como nos consta ya de la pena y miseria<br />

de esta mortalidad, de modo que su vida no puede ser<br />

perpetua.<br />

Así pues, muy de otra manera de que ahora a nosotros nos consta y<br />

como le conocemos, se habrá en la resurrección<br />

de los muertos: pero porque que no dan crédito a la Sagrada<br />

Escritura, donde se lee del modo que vivió el hombre en el<br />

Paraíso, y cuán libre y ajeno estaba de la necesidad de la muerte


(porque si creyesen, no nos alargáramos tanto en disputar<br />

sobre la pena que han de padecer los condenados), conviene que<br />

aleguemos algún testimonio de lo que escriben los que entre<br />

ellos fueron los más doctos, para que se vea claramente que es<br />

posible que una cosa llegue a ser de otra manera de lo que al<br />

principio fue y le cupo por determinación de su naturaleza.<br />

Hállanse referidas en los libros de Marco Varrón, intitulados de Las<br />

familias del pueblo romano, estas mismas palabras<br />

que extractaré aquí según que allí se leen: Sucedió, dice, en el<br />

cielo un maravilloso, portento, porque en la ilustrísima estrella de<br />

Venus, que Plauto llama Vespérugo, y Homero, Hespero, diciendo que es<br />

hermosísima, Cástor escribe que se advirtió un<br />

portento tan singular, que mudó el color, magnitud, figura y curso,<br />

cuyo fenómeno ni antes ni después ha sucedido. Esto dicen<br />

Adrasto Ciziceno y Dion Napolitano, famosos matemáticos, que<br />

aconteció en tiempo del rey Ogyges.» Varrón, escritor de tanta<br />

fama, no llamara a esta extraña maravilla prodigio singular, si no la<br />

pareciera que era contra el orden de la naturaleza. Pues<br />

decimos que todos los portentos son contra el Orden de la naturaleza,<br />

aunque realmente no lo son. Porque ¿cómo puede ser<br />

contra el curso ordinario de la naturaleza lo que se hace por<br />

voluntad de Dios, ya que la voluntad de un Autor y Criador, tan<br />

grande y tan supremo es la naturaleza del objeto criado? Así que el<br />

portento se obra, no contra el orden de la naturaleza, sino<br />

en contraposición al del conocimiento que se tiene de la naturaleza.<br />

¿Y quién será suficiente para referir la inmensidad de prodigios que<br />

se hallan escritos en las historias de los gentiles? En<br />

el que acabamos de exponer pondremos lo que interesa al asunto<br />

presente. ¿Qué cosa hay tan puesta orden por el Autor de la<br />

naturaleza acerca del cielo y de la tierra como el ordenado curso de<br />

las estrellas? ¿Q cosa hay que tenga leyes más<br />

constantes? Y, sin embargo, cuando que el que rige y gobierna con<br />

sumo imperio lo que crió, la estrella que por su magnitud y<br />

brillantez entre las demás es muy conocida, mudó el color y grandeza<br />

de su figura, y, lo que más admirable, el orden y la ley fija<br />

de su curso y movimiento. Turbó, duda, entonces, si es que las había<br />

algunas reglas de la astrología, las cuales están fijadas<br />

con una cuenta tan exacta y casi inequivocable sobre los cursos y<br />

movimientos pasados y futuros de los astros, que rigiéndose<br />

por estos cánones o tablas se atrevieron decir que el figurado<br />

prodigio de estrella de Venus jamás había sucedido.<br />

Sin embargo, nosotros leemos en Sagrada Escritura que se detuvo el en<br />

su curso, habiéndolo<br />

suplicado así a Dios el varón santo Josué, ha acabar de ganar una<br />

batalla que tenía principiada, y que<br />

retrocedió para significar con este prodigio que Dios ratificaba su<br />

promesa de prolongar la vida del rey<br />

Ecequías quince años. Pero aun estos milagros, que sabemos los<br />

concedió Dios por los méritos de siervos,<br />

cuando nuestros contradictores no niegan que han sucedido, los<br />

atribuyen a la influencia de las artes<br />

mágicas. Como lo que referí arriba que dijo Virgilio: «de la maga que<br />

hacía suspender las corrientes de los<br />

ríos retroceder el curso de los astros».<br />

En. la Sagrada Escritura leemos también que se detuvo un río por la<br />

parte de arriba, y. corrió por la de abajo marchando<br />

el pueblo de Dios con capitán Josué, de quien arriba hicimos mención,<br />

y que después sucedió lo mismo, pasando por el mismo<br />

río el planeta Elías, y después el profeta Eliseo, y que se atrasó el<br />

mayor de los planetas, reinando Ecequíás, como ahora lo<br />

acabamos de insinuar. Mas lo que escribe Varrón sobre la estrella de<br />

Venus, o el lucero, no dice fuese favor concedido a<br />

alguno que lo solicitase.<br />

No confundan, pues, ni alucinen sus, entendimientos los infieles con<br />

el conocimiento de las naturalezas, como si Dios no<br />

pudiese hacer en algún ser otro efecto distinto de lo que conoce de


su naturaleza la experiencia humana, aunque las mismas<br />

cosas de que todos tienen noticia en el mundo no sean menos<br />

admirables, y serían estupendas a todos los que las quisieran<br />

considerar seriamente, si se acostumbrasen los hombres a admirarse<br />

de, otras maravillas y no sólo de las raras. Porque ¿quién<br />

hay que discurriendo con recta razón no advierta que en la<br />

innumerable multitud de los hombres, y en una tan singular<br />

semejanza de naturaleza, con grande maravilla cada uno tiene de tal<br />

manera su rostro, que si no fuesen tan semejantes entre sí,<br />

no se distinguiría su especie de los demás animales, y si no fuesen<br />

entre sí tan desemejantes, no se diferenciarían cada uno en<br />

particular de los demás de su especie? De modo que reconociéndolos<br />

semejantes, hallamos que son distintos unos de otros.<br />

Pero es más admirable la consideración de la semejanza, pues con más<br />

justa razón la naturaleza común ha de causar la<br />

semejanza. Y, sin embargo, como las cosas que son raras son las<br />

admirables, mucho más nos maravillamos cuando hallamos<br />

dos tan parecidas, que en conocerlas y distinguirlas siempre o las<br />

más veces nos equivocamos.<br />

Pero lo que he dicho que escribió Varrón, con ser historiador suyo, y<br />

tan instruido, acaso no creerán que sucedió<br />

realmente, o porque no duró y perseveró por mucho espacio de tiempo<br />

aquel curso y movimiento de aquella estrella, que volvió<br />

a su acostumbrado movimiento, no les hará mucha fuerza este ejemplo.<br />

Démosles, pues, otro, que aun ahora se lo podemos<br />

manifestar, y pienso que debe bastarles para que comprendan cuando<br />

vieren otra cosa en el progreso de alguna naturaleza,<br />

de que tuvieran exacta noticia, que deben tasar la potestad de Dios,<br />

como si no fuese poderoso para convertirla y transformarla<br />

en otra muy diferente de la que ellos conocían.<br />

La tierra de los sodomitas no fue, sin duda, en otro tiempo cual es<br />

ahora, sino que era como las demás, y tenía la misma<br />

fertilidad, y aun mayor, porque en la Sagrada Escritura vemos que la<br />

compararon al Paraíso de Dios. Esta, después que<br />

descendió sobre ella fuego del cielo, como lo confirma también la<br />

historia de los infiel y lo ven ahora los que viajan a aquellos<br />

países, pone horror con su prodigioso hollín, y la fruta que produce<br />

encubre la ceniza que contiene en su interior, con una<br />

corteza que aparenta estar madura. Ved aquí que no era tal cual es<br />

ahora. Advertid que el Autor de las naturalezas convirtió<br />

con admirable mutación su naturaleza en esta variedad y<br />

representación tan abominable y fea. Y lo que sucedió hace tanto<br />

tiempo, persevera al cabo de tanto tiempo.<br />

Como no fue imposible a Dios criar las naturalezas que quiso, no le<br />

es imposible mudarías en lo que quisiere. De donde<br />

nace también la multitud de aquellos milagros que llaman monstruos,<br />

ostentos, portentos y prodigios que si hubiera de referirlos<br />

nunca acabaríamos de llegar al fin de esta obra. Dícese que los<br />

llamaron monstruos de «monstrando», porque con su<br />

significación nos muestran alguna cosa, ostentos de osiendendo;<br />

portentos de portendendo, esto es, praeosiendendo y<br />

prodigios porque pronostican, esto es, nos dicen las cosas futuras.<br />

Pero vean los que por ellos conjeturan adivinan, ya se<br />

engañen, ya por instinto de los demonios (que tienen cuidado de<br />

intrincar, con las redes de la mala curiosidad los ánimos de los<br />

hombres, que merecen semejante castigo adivinen la verdad, ya por<br />

decir muchas cosas, acaso tropiecen con alguna que sea<br />

verdad. A nosotros tales por tantos, que se obran como contra el<br />

orden de la naturaleza (con el cual modo de hablar dijo<br />

también el Apóstol que el acebuche injerto contra si naturaleza en la<br />

oliva participa de la crasitud de la oliva), y se llaman<br />

monstruos, ostentos, portentos y prodigios nos deben mostrar,<br />

significar y pronosticar que ha de hacer Dios lo que dijo que<br />

había de hacer de los cuerpos muertos de los hombres, sin que se lo<br />

impida dificultad alguna, o le ponga excepción ley alguna<br />

natural. Y de que así lo expresó, creo que con claridad lo he


manifestado en el libro antecedente, recopilando y tomando de Ia<br />

Sagrada Escritura en el Viejo y Nuevo Testamento, no todo lo que toca<br />

a este propósito, sino lo que me pareció suficiente para<br />

la comprobación de la doctrina comprendida en esta obra.<br />

CAPITULO IX<br />

Del infierno y calidad de las penas eternas<br />

Infaliblemente será, y sin remedio, lo que dijo Dios por su Profeta<br />

en orden a los tormentos y penas eternas de los<br />

condenados: «que su gusano nunca morirá, y su fuego nunca se<br />

extinguirá». Porque para recomendarnos esta doctrina con<br />

más eficacia, también nuestro Señor Jesucristo, entendiendo por, los<br />

miembros que escandalizan al hombre todos los hombres<br />

que cada uno ama como a sus miembros, y ordenando que éstos se<br />

corten, dice: «Mejor será que entres manco en la vida, que<br />

ir con dos manos al infierno al fuego inextinguible, donde el gusano<br />

de los condenados nunca mueren y su fuego jamás se<br />

apaga.» Lo mismo dice del pie en estas palabras: «Mejor será que<br />

entres cojo en la vida eterna, que no con dos pies te echen<br />

en el infierno al fuego perpetuo, donde el gusano de los condenados<br />

jamás muere, y el fuego nunca se apaga.» Lo mismo dice<br />

también del ojo: «Mejor es que entres con un ojo en el reino de Dios,<br />

que no con dos te echen al fuego del infierno, donde el<br />

gusano de los condenados jamás muere y el fuego nunca se apaga.» No<br />

reparó en repetir tres veces en un solo lugar unas<br />

mismas palabras. ¿A quién no infundirá terror esta repetición, y la<br />

amenaza de aquellas penas tan rigurosa de boca del mismo<br />

Dios?<br />

Mas los que opinan que estas dos cosas, el fuego y el gusano,<br />

pertenecen a los tormentos del alma y no a los del<br />

cuerpo, dicen que los desechados del reino de Dios también se abrasan<br />

y queman con la pena y dolor del alma, los cuales<br />

tarde y sin utilidad se arrepienten, y por eso pretenden que no sin<br />

cierta conveniencia se pudo poner el fuego por este dolor'<br />

que así quema, pues dijo el Apóstol: «¿Quién se escandaliza sin que<br />

yo no me queme y abrase?» Este mismo dolor, igualmente,<br />

creen que se debe entender por el gusano, porque escrito está,<br />

añaden: «que así como la polilla roe el vestido, y el gusano el<br />

madero, así la tristeza consume el corazón del hombre».<br />

Pero los que no dudan que en aquel tormento ha de haber penas para el<br />

alma y para el cuerpo, dicen que el cuerpo se<br />

abrasará con el fuego, y el alma será roída en cierto modo por el<br />

gusano de la tristeza. Lo cual aunque es más creíble, porque,<br />

en efecto, es disparate que haya de faltar el dolor del cuerpo o del<br />

alma, con todo, soy de dictamen que es más obvio el decir<br />

que lo uno y lo otro pertenece al cuerpo, que no que lo uno ni lo<br />

otro; y por lo mismo en aquellas palabras de la Escritura no se<br />

hace mención del dolor del alma, porque bien se entiende ser<br />

consecuencia legítima aunque no lo exprese; de que estando el<br />

cuerpo atormentando así al alma ha de sentir también los tormentos de<br />

la ya estéril e infructuosa penitencia Por cuanto leemos<br />

asimismo en el Testamento Viejo que «el castigo de la carne del impío<br />

es el fuego y el gusano». Pudo más resumidamente decir<br />

el castigo del impío. ¿Por qué dijo pues, de la carne del impío, sino<br />

porque lo uno y lo otro, esto es, el fuego y el gusano será la<br />

pena y el tormento de la carne? O si quiso decir, castigo de la<br />

carne, puesto que ésta será la que se castigará en el hombre esto<br />

es, el haber vivido según los impulsos de la carne (y por esto<br />

también caerá en la muerte segunda, que significó el Apóstol,<br />

diciendo: Si vivieseis según la carne, moriréis), escoja cada uno lo<br />

que más le agradare, atribuyendo el fuego al cuerpo, y alma<br />

el gusano, lo uno propiamente y lo otro metafóricamente, o lo uno lo<br />

otro propiamente al cuerpo; porque ya bastantemente<br />

queda arriba averiguado que pueden los animales vivir también en el<br />

fuego sin consumirse, en el dolor sin morirse, por alta


providencia del Criador Omnipotente; quien el que negare que esto le<br />

posible, ignora que de Él procede todo lo que es digno<br />

de admiración: en todas las cosas naturales. Pues el mismo Dios es el<br />

que hizo en este mundo todos los milagros y maravillas<br />

grandes y pequeñas que hemos referido siendo incomparablemente más<br />

aún las que no hemos insinuado Y las encerró en este<br />

mundo, maravilla única y mayor de todas cuantas hay.<br />

Así que podrá cada uno escoger lo que mejor le pareciere, ya piense<br />

que el gusano pertenece propiamente cuerpo o al<br />

alma metafóricamente transfiriendo el nombre de las cosas corporales<br />

a las incorpóreas. Cuál estas cosas sea la verdad, ello<br />

mismos lo manifestará más fácilmente cuando sea tan grande la ciencia<br />

de los santos, que no tenga necesidad de<br />

experimentarlas para conocer aquellas penas, sino que les bastará<br />

para saberlo la sabiduría que entonces tendrán plena y<br />

perfecta (porque ahora «conocemos en parte, hasta que llegue el colmo<br />

y perfección»); pero con tal que de ningún modo<br />

creamos que aquellos cuerpos serán de tal complexión, que no sientan<br />

dolor alguno del fuego.<br />

CAPITULO X<br />

Si el fuego del infierno, siendo corpóreo, puede con su contada<br />

abrazar los espíritus malignos, esto es, a<br />

los demonios incorpóreos<br />

Aquí se ofrece la duda: si no ha de ser aquel fuego incorpóreo como<br />

es el dolor del alma, sino<br />

corpóreo, que ofenda con el tacto, de suerte que con él se puedan<br />

atormentar los cuerpos, ¿cómo han de<br />

padecen en él pena y tormento los espíritus malignos? El mismo niego<br />

en que están los demonios será el<br />

que se acomodará al tormento de los hombres, como lo dice Jesucristo:<br />

«Iados de mi, malditos, al fuego<br />

eterno, que está preparado al demonio y a sus ángeles.» Porque<br />

también los demonios tienen sus<br />

peculiares cuerpos, como han opinado personas doctas, compuestos de<br />

este aire craso y húmedo cuyo<br />

impulso sentimos cuando corre viento; el cual elemento, si no pudiese<br />

padecer el fuego, en los baños,<br />

cuando está caliente no quemaría; pues para que pueda quemar, primero<br />

ha de encenderse. Pero si dijese<br />

alguno que los demonios no tienen figura alguna de cuerpo, no<br />

hay motivo para que en este punto<br />

nos molestemos por averiguarlo, o para que obstinadamente disputemos.<br />

Porque ¿qué razón hay para que no digamos que también los espíritus<br />

incorpóreos pueden ser atormentados con el<br />

fuego corpóreo, por un modo admirable, pero verdadero; puesto que los<br />

espíritus humanos, que son sin duda incorpóreos;<br />

pudieron ahora encerrarse en los miembros corporales, y entonces se<br />

podrán juntar y enlazarse indisolublemente con sus<br />

cuerpos? Seguramente se juntarían, si no tuvieran cuerpo alguno, los<br />

espíritus de los demonios, o, por mejor decir, los espíritus<br />

demonios, aunque incorpóreos, con el fuego corporal para ser<br />

atormentados, no para que el mismo fuego con que se unieren<br />

con su unión sea inspirado y se haga animal que conste de espíritu y<br />

cuerpo, sino, como dije, que, juntándose con modo<br />

admirable inefable, reciban del fuego pena no para que den vida al<br />

fuego, pues también este otro modo con que espíritus se<br />

unen con los cuerpos y hacen animales, es admirable, y no puede dar<br />

alcance el hombre, siendo eso el mismo hombre.<br />

Pudiera decir que arderán los espíritus sin tener cuerpo, como ardía<br />

los calabozos oscuros del<br />

infierno aquel rico cuando decía: «Padezco dolores y tormentos en<br />

esta voraz llama»; no viera que está la<br />

respuesta en mano, es decir, que tal era aquella llama, cuáles eran


los ojos que leva y con que vio a<br />

Lázaro, y cuál era lengua para quien deseaba una gotita de agua, y el<br />

dedo de Lázaro con que pedía<br />

que se le hiciese aquel beneficio; y, con todo, las almas allí<br />

estando sin sus cuerpos. Así también era<br />

corpórea aquella llama con que se abrasaba, y aquella gotita de agua<br />

que pedía, cuales son también las<br />

visiones de los que en sueños o en éxtasis objetos incorpóreos, pero<br />

que tiene semejanza de cuerpos.<br />

Porque el mismo hombre, aunque se halla en tales visiones con el<br />

espíritu y con el cuerpo, con todo, de<br />

tal suerte entonces se ve así semejante a su mismo cuerpo que de<br />

ningún modo se puede discernir ni<br />

distinguir.<br />

Mas aquella terrible geehnna que Escritura llama igualmente estanque<br />

fuego y azufre, será fuego<br />

corpóreo atormentará a los cuerpos de los hombres condenados, y a los<br />

aéreos de los demonios, o de<br />

los hombres los cuerpos con sus espíritus y de los demonios los<br />

espíritus sin cuerpo; juntándose fuego<br />

corporal para recibir tormento pena, y no para darle vida, porque<br />

como dice la misma Verdad, un mismo<br />

fuego ha de ser el que ha de atormentar a los unos y a los otros.<br />

CAPITULO XI<br />

Si es razón y justicia que no sean más largos los tiempos de las<br />

penas y tormentos que fueron los de los pecados<br />

Pero aquí algunos de éstos contra quienes defendemos la Ciudad de<br />

Dios imaginan ser una injusticia que por los<br />

pecados, por enormes que sean, es saber, por los que se cometen en L<br />

breve tiempo, sea nadie condenado pena eterna,<br />

como si hubiese habido ley que ordena que en tanto espacio de tiempo<br />

sea uno castigado, cuanto gastó en cometer aquella<br />

culpa por la que mereció serlo.<br />

Ocho géneros de penas señala Tulio que se hallan prescritas por las<br />

leyes: daño, prisión, azotes, talión, afrenta,<br />

destierro, muerte y servidumbre. ¿Cuál de estas penas es la que se<br />

ajusta a la brevedad y presteza con que se cometió el delito<br />

para que dure tanto su castigo cuanto duro el delincuente en<br />

cometerle, sino el acaso la pena del talión, que establece padezca<br />

cada uno lo mismo que hizo?<br />

Conforme a esta sanción es aquella de la ley mosaica que mandaba<br />

pagar «ojo por ojo, diente por diente, porque es<br />

factible que en tan breve tiempo pierda uno el ojo por el rigor de la<br />

justicia; en cuanto se lo quitó a otro por la malicia de su<br />

pecado.<br />

Pero si el que da un ósculo a la mujer ajena es razón que le<br />

castiguen con azotes, pregunto: el que comete este delito en<br />

un instante ¿no viene a padecer los azotes por un tiempo<br />

incomparablemente mayor, y el gusto de un breve deleite, se viene a<br />

castigar con un largo dolor? ¿Pues qué diremos de la prisión? ¿Acaso<br />

hemos de entender que debe estar en ella uno tanto<br />

como se detuvo en hacer el delito por el cual mereció ser preso,<br />

siendo así que justísimamente paga un esclavo las penas por<br />

algunos años en grillos y cadenas, porque con la lengua o con algún<br />

golpe dado en un momento amenazó o hirió a su amo?<br />

¿Y qué diremos del daño, la afrenta, el destierro, la servidumbre,<br />

que por la mayor parte se dan de modo que jamás se<br />

relajan ni remiten? ¿Acaso, según nuestro método de vivir, no se<br />

parecen a las penas eternas? Pues no pueden ser eternas,<br />

porque no lo es la vida que con ellas se castiga; sin embargo, los<br />

pecados que se castigan con penas que duran larguísimo<br />

tiempo, se cometen en un solo momento, y jamás ha habido quien opine<br />

que tan breves deben ser las penas de los delincuentes<br />

como lo fueron el homicidio o el adulterio, o el sacrilegio o


cualquiera otro delito, el cual se debe estimar, no por la extensión<br />

del<br />

tiempo, sino por la grandeza de la malicia. Y cuando por algún grave<br />

delito quitan a uno la vida, ¿por ventura las leyes estiman<br />

y ponderan su castigo por el espacio en que le matan, que es muy<br />

breve, sino más bien porque le borran para siempre del<br />

número de los vivientes?<br />

Lo mismo que es el desterrar a le hombres de esta ciudad mortal con<br />

la pena de la primera muerte,<br />

es el desterrar a los hombres de aquella ciudad inmortal con la pena<br />

de la segunda muerte, Porque así<br />

como no preceptúan las leyes de esta ciudad que vuelva a ella ninguno<br />

que haya sido muerto, así<br />

tampoco las de aquélla que vuelva a la vida eterna ningún condenado a<br />

la muerte segunda. ¿Cómo<br />

pues, será verdad, dicen, lo que enseña vuestro Cristo: «Que con la<br />

medida que midiereis, con esa<br />

misma se volverá a medir», si el pecado temporal se castiga con pena<br />

eterna? No atienden ni consideran<br />

que llama misma medida; no por el igual espacio de tiempo, sino por<br />

el retorno d mal; es decir, que el que<br />

hiciere mal padezca mal; aunque esto se puede, mar propiamente por<br />

aquello a que refería el Señor<br />

cuando dijo esto con los juicios y condenaciones. Por tanto el que<br />

juzga y condena injustamente si es<br />

juzgado y condenado justamente con la misma medida recibe, aunque no<br />

lo mismo que dio. Porque con<br />

juicio hizo, y padece con el juicio, aunque con la condenación por él<br />

dada hizo lo que era injusto, y<br />

padece con la condenación que sufre lo que es justo.<br />

CAPITULO XII<br />

De la grandeza de la primera culpa por la cual se debe eterna pena a<br />

todos los que se hallaren fuera de gracia del<br />

Salvador<br />

La pena eterna, por eso parece dura e injusta al sentido humano:<br />

porque en esta flaqueza de los sentidos enfermizos y<br />

mortales nos falta aquel sentido de altísima y purísima sabiduría con<br />

que podamos apreciar la impiedad maldad tan execrable<br />

que se cometió con la primera culpa. Porque cuanto más gozaba el<br />

hombre de Dios, con tanta mayor iniquidad dejó a Dios, se<br />

hizo digno de un mal eterno el que desdijo en sí el bien que pudiera<br />

sí eterno. Por eso fue condenada toda descendencia del<br />

linaje humano, pues el que primeramente cometió este crimen fue<br />

castigado con toda su posteridad, que entonces estaba<br />

arraigado en él, para que ninguno escapase de este justo y merecido<br />

castigo sino por la misericordia y no debida gracia, el<br />

linaje humano se dispusiese de manera que en algunos se manifieste lo<br />

que puede la piadosa gracia, y en los demás, lo que el<br />

justo castigo.<br />

Estas dos cosas juntas no se podían realizar en todos, pues si todos<br />

vinieran a parar en las penas de la justa<br />

condenación, en ninguno se descubriera la misericordiosa gracia del<br />

Redentor. Por otra parte, si todos pasaran de las tinieblas<br />

a la luz, en ninguno se mostrara la severidad del castigo, siendo<br />

muchos más los castigados que los que participan de la gracia,<br />

para damos a entender en esto lo que de razón se debía a todos. Y si<br />

a todos se les re compensara como merecían, nadie justamente<br />

pudiera reprender la justicia del que así los castigaba. Pero<br />

como son tantos los que escapan libres, tenemos motivo<br />

para dar gracias a Dios, el que gratuitamente y por singular fineza<br />

nos hace la merced de libertarnos de aquella perpetua<br />

cárcel.<br />

CAPITULO XIII


Contra la opinión de los que piensan que a los pecadores se les dan<br />

las penas después de es Ia vida, a fin de<br />

purificarlos<br />

Los platónicos, aunque no enseñan que haya pecado alguno que quede<br />

sin condigno castigo,<br />

opinan que todas las penas se aplican para la enmienda y corrección,<br />

así las que dan las leyes humanas<br />

como las divinas; ya sea en la vida actual, ya en la futura; ya se<br />

perdone aquí a alguno su culpa o se le<br />

castigue de suerte que en la tierra no quede enteramente corregido y<br />

enmendado.<br />

Conforme a esta doctrina es aquella expresión de Marón, cuando<br />

habiendo dicho de los cuerpos terrenos y de los<br />

miembros enfermizos y mortales que a las almas «de aquí les proviene<br />

el temer, desear, dolerse, alegrarse, y que estando en<br />

una tenebrosa y oscura cárcel, no pueden desde allí contemplar su<br />

naturaleza», prosiguiendo, dice: «que aun cuando en el<br />

último día las deja esta vida, con todo, no se despide de ellas toda<br />

la desventura ni se les desarraiga del todo el contagio que se<br />

les pegó del cuerpo; pues es preciso que muchas cosas que con el<br />

tiempo se han forjado en lo interior, como si las hubieran<br />

injertado, hayan ido brotando y creciendo maravillosamente. Así que<br />

padecen tormentos y pagan las penas de los pasados<br />

yerros, y unas tendidas y suspensas en el aire, otras bajo inmenso<br />

golfo de las aguas, pagan culpa contraída o se acrisolan con<br />

fuego». Los que son de esta opinión quieren que después de la muerte<br />

ha otras penas que las purgatorias, de suerte que<br />

porque el agua, el aire el fuego son elementos superiores a tierra,<br />

quieren que por alguno de los elementos se purifique, medias<br />

las penas expiatorias, lo que se había contraído del contagio de la<br />

tierra. Porque el aire entiende en lo que dice: «tendidas y<br />

colgadas al viento»; el agua en lo que dice: «debajo del inmenso<br />

golfo del mar»; y el fuego, le declaró por su nombre propio<br />

cuando dijo «se acrisolan en el fuego».<br />

Pero nosotros, aun en esta vida mortal, confesamos que hay algunas<br />

penas purgatorias, no con que sean afligidos<br />

aquellos cuya vida,, con ellas, no se mejora o, por mejor decir,<br />

empeora y relaja más, sino que son purgatorias para aquellos<br />

que, refrenados con ellas, se corrigen, modera y enmiendan. Todas las<br />

demás penas ya sean temporales o eternas, conforme<br />

cada uno ha de ser tratado por la Providencia divina se aplican: o<br />

por los pecados, ya sean pasados, o en le que aun vive el<br />

paciente, o por ejercita y manifestar las virtudes por medio de los<br />

hombres y de los ángeles, ya sea buenos, ya sean malos.<br />

Pues aunque uno sufra algún mal por yerro o malicia de otro, aunque<br />

es cierto que peca el hombre que damnifica a otro por<br />

ignorancia o injusticia, mas no peca Dios, que permite se haga con<br />

justo aunque oculto y secreto juicio suyo. Sin embargo, las<br />

penas temporales uno las padecen solamente en esta vida otros después<br />

de la muerte, otros ahora y entonces; pero todos de<br />

aquel severísimo y final juicio.<br />

Mas no van a las penas eternas que han de tener después de aquel<br />

juicio todos aquellos que después de la muerte las<br />

padecía temporales, porque a algunos, lo que no se les perdonó en la<br />

vida presente, ya dijimos arriba que se les perdona en la<br />

futura, esto es, que no lo pagan con la pena eterna del siglo<br />

venidero.<br />

CAPITULO XIV<br />

De las penas temporales de esta vida, a que está sujeta la naturaleza<br />

humana<br />

Rarísimos son los que no pagan alguna pena en esta vida, sino<br />

solamente después, en la otra. Y aunque yo he conocido<br />

algunos, y de éstos he oído que hasta la decrépita senectud no han


sentido ni una leve calentura, pasando su vida en paz,<br />

tranquilidad y salud robusta, sin embargo, la misma vida de los<br />

mortales, toda ella, no es otra cosa que una interminable pena,<br />

porque toda es tentación, como lo dice la Sagrada Escritura:<br />

«Tentación es la vida del hombre sobre la tierra.» ¿Pues no es<br />

pequeña pena la misma ignorancia e impericia, la cual en tanto grado<br />

nos parece debe huirse, que con penas dolorosas<br />

acostumbramos apremiar, a los niños a que aprendan alguna facultad o<br />

ciencia? Y el mismo estudio a que los compelemos con<br />

los castigos, les es a ellos tan penoso, que a veces quieren más<br />

sufrir las mismas penas con que los forzamos a que estudien,<br />

que aprender cualquier ciencia.<br />

¿Quién no se horrorizará y querrá antes morir si, le dan a escoger<br />

una de dos cosas: o la muerte, o volver otra vez a la<br />

infancia? La cual no, da, principio a la vida riendo, sino llorando,<br />

sin saber la causa, anunciando así los males en que entra.<br />

Sólo Zoroastro, rey de los Bactrianos, dicen que nació riendo, aunque<br />

tampoco aquella risa, por no ser natural, sino<br />

monstruosa, le anunció felicidad alguna; porque, según dicen, fue<br />

inventor de la magia, la cual le aprovechó muy poco, ni aun<br />

contra sus enemigos, para poder gozar siquiera de la vana felicidad<br />

de la vida presente, pues le venció Nino, rey de los asirios.<br />

Por tanto, lo que dice la Escritura: «Grave es y muy pesado el yugo<br />

que han de llevar los hijos de Adán desde el día que salen<br />

del vientre de su madre hasta que vuelven a la sepultura, que es la<br />

madre común de todos», es tan infalible que se haya de<br />

cumplir, que los mismos niños que están libres ya del vínculo que<br />

sólo tenían por el pecado original, por virtud del bautismo,<br />

entre otros muchos males que padecen, algunos también son acosados y<br />

molestados en ocasiones por los espíritus malignos.<br />

Aunque no creemos que este padecimiento puede ofenderles después que<br />

acaban la vida por causa de, él en dicha edad.<br />

CAPITULO XV<br />

Que todo lo que hace la gracia de Dios, que nos libra del abismo del<br />

antiguo mal, pertenece a la novedad del siglo futuro<br />

En aquel grave yugo que llevan sobre sí los hijos de Adán desde el de<br />

que salen del vientre de su madre hasta que<br />

vuelven a la sepultura, que en el vientre de la madre común de todos,<br />

se halla el medio miserable a que se ajusta nuestra vida,<br />

para que entendemos que se nos ha hecho pena y como un purgatorio por<br />

causa de enorme pecado que se cometió en el<br />

Paraíso, y que todo cuanto se hace con nosotros por virtud del Nuevo<br />

Testamento no pertenece sino a la nueva herencia de la<br />

futura vida, para que recibiendo en la presente la prenda alcancemos<br />

a su tiempo aquella felicidad por que se nos dio la prenda,<br />

par que ahora vivamos con esperanza, aprovechando de día en día,<br />

mortifiquemos con el espíritu las acciones de la carne.<br />

Porque «sabe el Señor los que sol suyos, y que todos los que se<br />

mueven por el espíritu de Dios son hijos de Dios»,<br />

aunque lo son por gracia, no por naturaleza. Pues el que es único<br />

solo, por naturaleza, Hijo de Dios, por su misericordia y por<br />

nuestra redención se hizo Hijo del hombre, para que nos otros, que<br />

somos por naturaleza hijos de hombre, nos hiciéramos por<br />

si gracia y mediación hijos de Dios. Por que perseverando en sí<br />

inmutable, recibió de nosotros nuestra naturaleza, efecto de<br />

podernos recibir en ella, sin dejar su divinidad, se hizo partícipe<br />

de nuestra fragilidad para que nosotros, transformados en un<br />

estado más floreciente, perdiésemos, por la participación de su<br />

inmortalidad y justicia, el ser pecadores y mortales, llenos del<br />

sumo bien conservásemos en la bondad de su naturaleza el bien que<br />

obró en la nuestra. Porque así como por un hombre<br />

pecador llegamos a es mal tan grave, así por un Hombre Dios<br />

justificador vendremos a conseguir aquel bien tan sublime.<br />

Ninguno debe confiar y presumir que ha pasado de este hombre pecador


a aquel Hombre Dios, sino cuando estuviere ya donde<br />

no habrá tentación y cuando tuviere y poseyere aquella paz que<br />

busca por medio de muchas batallas, en esta guerra,<br />

donde «la carne lucha contra el espíritu y el espíritu contra la<br />

carne»; cuya guerra nunca hubiera existido si la naturaleza<br />

humana hubiese perseverado con el libre albedrío en la rectitud en<br />

que Dios la crió. Pero como cuando era feliz no quiso tener<br />

paz con Dios, ahora que es infeliz pelea consigo, y esto, aunque es<br />

también un mal miserable, con todo, es mejor y más<br />

tolerable que los primeros años e infancia de esta vida. Porque mejor<br />

es lidiar con los vicios, que no que sin ninguna lid ni<br />

contradicción dominen y reinen. Mejor es, digo, la guerra, con<br />

esperanza de la paz eterna, que el cautiverio sin ninguna<br />

esperanza de libertad.<br />

Bien que deseemos carecer también de, esta guerra y nos encendamos<br />

con el fuego del divino amor para gozar aquella<br />

ordenada paz; donde con constante firmeza lo que es inferior y más<br />

flaco se sujeta a lo mejor. Pero si (lo que no quiera Dios) no<br />

hubiese esperanza alguna de un bien tan grande, debiéramos querer más<br />

vivir en la aflicción y molestia de esta guerra que<br />

rendirnos y dejar a los vicios, no haciéndoles resistencia, el<br />

dominio sobre nosotros.<br />

CAPITULO XVI<br />

Debajo de que leyes de la gracia están todas las edades de los<br />

reengendrados<br />

Es tan grande la misericordia de Dios para con los vasos de<br />

misericordia que tiene preparados para la gloria, que aun<br />

en la primera edad del hombre, esto es, la infancia, que sin hacer<br />

resistencia alguna está sujeta a la carne, y en la segunda, que<br />

se llama puericia, en la cual la razón aún no ha entrado en esta<br />

batalla y está sujeta casi a todos los viciosos deleites (pues aun<br />

cuando pueda ya hablar y por lo mismo parezca que ha salido de la<br />

infancia, sin embargo, en ella, la flaqueza y flexibilidad de la<br />

razón aun no es capaz de precepto), en esta edad, pues, con que haya<br />

recibido los Sacramentos del Redentor, si en tan tiernos<br />

años acaba el curso de su vida, como se ha trasplantado ya de la<br />

potestad de las tinieblas al reino de Cristo, no sólo no sufre las<br />

penas eternas, sino que, aun después de la muerte, no padece tormento<br />

alguno en el purgatorio. Porque basta la regeneración<br />

espíritu para que no se le siga el daño que después de la muerte,<br />

junto con muerte, contrajo la generación carnal.<br />

Pero en llegando ya a la edad que es capaz de precepto y puede sujeta<br />

al imperio de la ley, es indispensable que<br />

demos principio a la guerra con los vicios, y que la hagamos<br />

rigurosamente, para que no nos obliguen a caer en los pecados<br />

que ocasionen nuestra eterna condenación. Que si los vicios no han<br />

adquirido aún fuerzas con curso y costumbre de vencer,<br />

fácilmente se vencen y ceden; pero si están acostumbrados a vencer y<br />

dominar, con grande trabajo y dificultad se podrán<br />

vencer.<br />

Ni esto puede ejecutarse sinceramente sino aficionándose a la<br />

verdadera justicia, que consiste en la fe Cristo. Porque si<br />

nos estrecha la ley con el precepto y nos faltan los auxilios del<br />

espíritu, creciendo por la misma prohibición el deseo y venciendo<br />

el apetito del pecado, se nos viene aumentar el reato de la<br />

prevaricación. Aunque es verdad que algunas veces unos vicios<br />

que son claros y manifiestos se vencen con otros vicios ocultos<br />

secretos, que se cree ser virtudes, en ellos reina la soberbia y<br />

una soberanía despótica de agradarse a sí propio que amenaza ruina.<br />

Hemos, pues, de dar por vencidos los vicios cuando se vencen por amor<br />

de Dios; cuyo amor ningún otro ni le da sino el<br />

mismo Dios, y no de oh modo sino por el mediador de Dios de los<br />

hombres, Jesucristo Hombre y Dios, quien se hizo partícipe<br />

de nuestra mortalidad por hacernos partícipes de su divinidad.


Poquísimos son los que se hacían dignos de alcanzar tanta felicidad<br />

dicha, que desde el principio de su juventud no<br />

hayan cometido pecado alguno que pueda condenarles, o torpezas, o<br />

crímenes execrables, o algún error de perversa<br />

impiedad, a no ser que por un particular don y liberalidad del<br />

espíritu triunfen de todo que les podía sojuzgar y sujetar con el<br />

deleite carnal. Pero muchos, habiendo recibido el precepto de la ley<br />

si se ven vencidos, prevaleciendo los vicios y hechos ya<br />

transgresores de la ley, se acogen a la gracia auxiliante, para que<br />

de esta manera haciendo áspera y condigna Penitencia y<br />

peleando valerosamente, sujetando primero el espíritu a Dios y<br />

prefiriéndole a la carne, puedan salir vencedores.<br />

Cualquiera que desea, escapar y libertarse de las penas eternas, no<br />

sólo debe a bautizarse, sino también justificarse en<br />

Cristo, y así, verdaderamente, pase de la potestad del demonio al<br />

yugo suave de Cristo. Y no piense que ha de haber penas<br />

del purgatorio sino en el ínterin a que venga aquel último y<br />

tremendo juicio. Aunque no puede negarse que igualmente el mismo<br />

fuego eterno, a conforme a la diversidad de los méritos, aunque malo,<br />

será para algunos más benigno y para otros más riguroso,<br />

ya sea variando su fuerza y ardor, según la pena que cada uno<br />

merece, ya sea ardiendo para siempre lo mismo, pero<br />

sin ser para todos igual sufrimiento.<br />

CAPITULO XVII<br />

De los que piensan que las penas del hombre no han de ser eternas<br />

Ya advierto que conduce tratar y disputar aquí en sana paz con<br />

nuestros misericordiosos antagonistas, que no quieren<br />

creer que todos aquellos a quienes el justísimo Juez ha de juzgar por<br />

dignos del tormento del infierno, o algunos de ellos, hayan<br />

de padecer pena que sea eterna, si no creen que después de ciertos<br />

plazos designados, más largos o más cortos, según la calidad<br />

del pecado de cada uno, al cabo han de salir de allí libres. En<br />

lo cual, sin duda, se mostró demasiado misericordioso<br />

Orígenes creyendo que el mismo demonio y sus ángeles, después de<br />

graves y dilatados tormentos, habían de salir de aquellas<br />

penas y venir a juntarse con los santos ángeles.<br />

Pero la Iglesia, con justa causa, reprobó a Orígenes por esta falsa<br />

doctrina, como también por otras causas justas, y<br />

especialmente por las bienaventuranzas y miserias alternativas, y por<br />

las interminables idas y venidas de éstas a aquéllas y de<br />

aquéllas a éstas en ciertos intervalos de siglos; pues aun esto, en<br />

que parecía misericordioso, lo perdió, puesto que asignó a los<br />

santos unas verdaderas miserias con que pagasen sus penas, y unas<br />

falsas bienaventuranzas en que no tuviesen gozo<br />

verdadero y seguro, esto es, que fuese cierto y sin temor de perder<br />

el bien eterno.<br />

Pero muy distinta doctrina es aquella en que yerra, con humano<br />

afecto, la misericordia de los que imaginan que las<br />

miserias de los hombres condenados en aquel juicio han de ser<br />

temporales, y la felicidad de todos los que se han de salvar<br />

tarde o temprano, eternas. Cuya opinión, si es buena y verdadera<br />

porque es misericordiosa tanto mejor será y más cierta cuan<br />

fuese más misericordiosa.<br />

Extiéndase, pues, la fuente de esta piedad hasta los ángeles<br />

condenados que han de ser libres, a lo menos a cabo de<br />

tantos y tan dilatados siglo como quisieren. ¿Por qué causa corre<br />

esta fuente hasta llegar a toda la naturaleza humana, y en<br />

llegando a Ir angélica se para y se seca? Con todo no se atreven a<br />

pasar más adelante con su misericordia y llegar hasta<br />

poner igualmente en libertad el mismo demonio. Si alguno se atreve,<br />

aunque vence en efecto a éstos, sin embargo, yerra tanto<br />

más disformemente y tanto más perversamente contra la rectitud de la<br />

divina palabra cuanto le parece que su opini9'n es más


clemente y piadosa.<br />

CAPITULO XVIII<br />

De los que presumen que en el último y final juicio ningún hombre<br />

será condenado, por las intercesiones de los santos<br />

Hay también algunos, como yo mismo he experimentado en varios<br />

coloquios y conferencias a qué he asistido que<br />

padeciendo que veneran la doctrina contenida en la Sagrada Escritura,<br />

viven por otra parte mal, y sosteniendo su causa<br />

propia, atribuyen a Dios para con los hombres mucha mayor<br />

misericordia que los ya citados.<br />

Porque dicen que aunque sea cierto lo que tiene dicho Dios en orden a<br />

los hombres malos e infieles, que son dignos de la<br />

pena eterna y merecen ser castigados, sin embargo, cuando llegaren al<br />

tribunal y juicio de Dios vencerá la misericordia. Pues<br />

los ha de perdonar, dicen, el benigno y piadoso Dios por las<br />

oraciones e intercesión de su santo Porque si rogaban por ello<br />

cuando se veían perseguidos de sus enemigos, ¿con cuánta más razón<br />

cuando los verán postrados, humildes arrepentidos?<br />

Pues no es creíble, dicen, que los santos entonces hayan de perder<br />

las entrañas de misericordia cuando están plenísimos de<br />

perfectísima santidad; y que los que rogabai por sus enemigos cuando<br />

ellos mismos tampooo se hallaban sin pecado, en aquella<br />

ocasión no rueguen por sus amigos humillados y rendidos cuando se<br />

hallarán libres de todo pecado, o que no oirá Dios a<br />

tantos y tales hijos suyos cuando serán tan santos que no se hallará<br />

en ellos impedimento alguno para ofr sus oraciones.<br />

El testimonio del real Profeta, que dice: «¿Acaso se olvidará Dios de<br />

ser misericordioso o contendrá en su ira su<br />

piedad?», lo alegan en su favor los que permiten que los infieles o<br />

impíos, por lo menos, sean atormentados un largo espacio de<br />

tiempo, mas después sean libres de su pena; pero sobre todo lo aducen<br />

en su favor estos de que hablamos.<br />

Su ira es, dicen éstos, que todos los indignos de la eterna<br />

bienaventuranza, por su sentencia, sean castigados con pena<br />

eterna. Pero si esta pena permitiere Dios o que sea larga, o ninguna,<br />

contendría en su ira sus misericordias, lo cual dice el real<br />

Profeta que no hará, pues no dice «¿acaso detendrá largo tiempo en su<br />

ira sus misericordias»?, sino afirma que del todo no las<br />

detendrá.<br />

Así, pues, opinan éstos que la amenaza del juicio de Dios no es<br />

falaz, aunque a ninguno haya de condenar, como no<br />

podemos decir que fue mentirosa su amenaza cuando dijo que había de<br />

destruir a Nínive, y, sin embargo, no tuvo efecto lo que<br />

anunció que haría incondicionalmente. Porque no dijo: «Nínive será<br />

destruida si no hicieren penitencia y se enmendaren sus<br />

moradores», sino que, sin añadir esta circunstancia, anunció la ruina<br />

y destrucción de aquella ciudad. Esta amenaza piensan<br />

que es cierta, porque lo que dijo Dios fue lo que ellos<br />

verdaderamente merecían padecer, aunque no hubiese de ejecutarlo el<br />

Señor. Pues aunque perdonó a los penitentes, dicen, sin duda no<br />

ignoraba que habían de hacer penitencia, y, con todo, absoluta<br />

y determinadamente dijo que habían de ser destruidos.<br />

Así que esto, dicen, era verdad en el rigor que ellos merecían, pero<br />

no en razón de la misericordia, la cual no detuvo en<br />

su ira para perdonar a los humildes y rendidos aquella pena con que<br />

había amenazado a los contumaces. Si entonces perdonó,<br />

dicen, cuando con perdonar había de entristecer a su santo Profeta, ¿<br />

cuánto más perdonará por los que se lo suplicarán con<br />

más compasión, cuando para que los perdone pedirán y rogarán todos<br />

sus santos?<br />

Esto que ellos imaginan en su corazón piensan que lo pasó en silencie<br />

Sagrada Escritura para que muchos corrijan y<br />

enmienden por el temor las penas, largas o eternas, y es quien pueda<br />

rogar por los que no corrigieren; y, sin embargo,


imaginan que del todo no lo omitió la Sagrada Escritura. Porque,<br />

dicen, ¿qué quiere decir aquello: «¡Cuán grande es<br />

muchedumbre de tu dulzura, Señor que ocultaste a los que te temen»,<br />

sino que entendamos que por este temor escondió Dios<br />

una tan grande tan secreta dulzura de su misericordia? Y añaden que<br />

por lo mismo dijo también el Apóstol: «Los encerró Dios a<br />

todos en la infidelidad para usar de misericordia con todos»; esto<br />

para darnos a entender que a ninguno ha de condenar.<br />

Y, no obstante, los que así opinan no extienden su opinión hasta el<br />

punto de librar o no condenar al demonio a sus<br />

ángeles, porque se mueven con misericordia humana sólo para hombres y<br />

defienden principalmente causa, prometiendo como<br />

por una general misericordia de Dios hacia el linaje humano, a su<br />

mala vida un falso perdón Así se aventajarán a éstos<br />

encarecer la misericordia de Dios lo que prometen esta remisión y<br />

gracia igualmente al príncipe de los demonios y a sus<br />

ministros.<br />

CAPITULO XIX<br />

De los que prometen también a los herejes gracia y perdón de todos<br />

sus pecados por la participación del cuerpo de Cristo<br />

Hay otros que prometen esta liberación o exención de la pena eterna,<br />

no generalmente a todos los hombres, no<br />

únicamente á los que hubieren recibido el bautismo de Cristo y<br />

participasen de su Cuerpo, aunque viví en medio de cualquiera<br />

herejía o doctrina impía que obstinadamente abrazasen, por lo que<br />

dice Cristo: «Este el Pan que descendió del cielo, por que si<br />

alguno comiere de él, no muera. Yo soy el Pan vivo que descendí del<br />

cielo, y si alguno comiere de este Pan, vivirá para<br />

siempre»; luego es necesario, dicen, que se libren éstos de muerte<br />

eterna, y que lleguen a conseguir alguna vez la vida eterna.<br />

CAPITULO XX<br />

De los que prometen el perdón no a todos, sino a aquellos que entre<br />

los católicos han sido regenerados, aun después<br />

cayeran en herejía o idolatría<br />

Hay otros que prometen igual felicidad no a todos los que han<br />

recibido el Sacramento del Bautismo de Jesucristo y su<br />

Sacrosanto Cuerpo, sino sólo a los católicos, aunque vivan mal,<br />

porque no sólo Sacramentalmente, sino realmente comieron el<br />

Cuerpo de Cristo estando en el mismo cuerpo; quienes dice el Apóstol:<br />

«Aunque muchos somos un pan, y Componemos solo<br />

cuerpo»; de forma que aunque después incurran en algún error ético o<br />

en la idolatría de los gentiles, sólo porque en el cuerpo<br />

de Cristo, esto es en la Iglesia católica, recibieron el bautismo de<br />

Cristo y comieron el cuerpo de Cristo, no llegan a morir para<br />

siempre, sino que al fin alguna vez vienen a conseguir la vida eterna<br />

y toda aquella impiedad, aunque muy grande, no<br />

ocasionará que se eternas las penas, sino sólo largas acerbas.<br />

CAPITULO XXI<br />

De los que enseñan que los que permanecen en la fe católica, aunque<br />

vivan perversamente, y por esto merezcan ser<br />

quemados, se han de salvar por su creencia en la fe<br />

Hay también algunos que, por que dice la Sagrada Escritura? «Que el<br />

que perseverare hasta el fin, se salvará», no<br />

prometen esta felicidad si a los que perseverasen en el gremio de la<br />

Iglesia católica, aunque vivan mal; es a saber: porque se<br />

han de salvar por medio del fuego, por el mérito de su creencia, de<br />

la cual dice el Apóstol: «Nadie puede poner otro fundamento<br />

que el que hemos dicho, que Jesucristo: si alguno edificare sobre<br />

este fundamento oro, plata, piedras preciosas, leña, heno y<br />

paja, a su tiempo se declarará y advertirá lo que cae uno hubiere


hecho; porque el día del Señor lo declarará, pues con el<br />

fuego se manifestará, y lo que cada uno hubiere practicado, qué tal<br />

ha sido probará y averiguará el fuego. Si perseverare sin<br />

recibir daño, lo que uno hubiere obrado sobre el edificio, este tal<br />

recibirá su premio; pero sino que hubiere hecho ardiere,<br />

padecerán daño las tales obras, mas él se salvará; pero de tal<br />

conformidad como lo que sale acendrado por el fuego.»<br />

Dicen, pues, que el católico cristiano, como quiera que viva, tiene a<br />

Cristo en el fundamento; el cual no le tiene ningún<br />

hereje, pues esta destroncado y apartado por la herejía de la unidad<br />

y unión de su Cuerpo. Y por causa este fundamento,<br />

aunque el católico cristiano viva mal, como el que edificó sobre el<br />

fundamento leña, heno y paja, piensan que se salvan por el<br />

fuego; esto es, que se libran después de las penas de aquel fuego con<br />

que en el último y final juicio serán castigados los malos.<br />

CAPITULO XXII<br />

De los que piensan que cumpliendo las obras de misericordia, los<br />

pecados que cometen no están sujetos al juicio de la<br />

condenación<br />

He hallado también otros que opinan que sólo han de arder en la<br />

eternidad de los tormentos los que no cuidaron de hacer<br />

por sus pecados las obras de misericordia y limosnas, conforme a la<br />

expresión del apóstol Santiago: «Porque será juzgado sin<br />

misericordia el que no hubiere usado de misericordia.» Luego el que<br />

la practicare, dicen, aunque no corrija ni modere su vida y<br />

costumbres, sino que entre aquellas misericordias y limosna que<br />

hiciere viviere mal e inicuamente conseguirá en el juicio la<br />

misericordia de manera que, o no le castiguen con condenación alguna,<br />

o después de algún tiempo, corto o dilatado, salga libre<br />

de aquella condenación. Y por eso piensan que el mismo Juez de los<br />

vivos y de los muertos no quiso declarar que había de<br />

decir otra cosa, así a los de la mano derecha, á quienes ha de<br />

conceder la vida eterna, como a los de la siniestra, a quienes ha<br />

de condenar a los tormentos eternos, sino las limosnas y<br />

misericordias que hubieren hecho o hubieren omitido.<br />

A esto mismo, dicen, pertenece lo que pedimos diariamente en la<br />

oración del Padrenuestro: «Perdónanos nuestras<br />

deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores»; porque<br />

cualquiera, que perdona el pecado al que pecó contra<br />

él, sin duda usa de misericordia, la cual en tales términos nos la<br />

recomienda el mismo Señor que dijo: «Si perdonaseis a los<br />

hombres sus pecados, también os perdonará a vosotros vuestro Padre<br />

vuestros pecados; y si no perdonaseis a los hombres,<br />

tampoco vuestro Padre, que está en los cielos, os perdonará a<br />

vosotros.» Luego a esta especie de limosna y misericordia<br />

pertenece también lo que dice el apóstol Santiago: que usará de<br />

juicio sin misericordia con el que no hizo misericordia.<br />

Y no dijo el Señor, dicen, grandes o pequeños pecados, sino os<br />

perdonará vuestro Padre vuestros<br />

pecados, si vosotros igualmente perdonaseis a los hombres. Por lo<br />

mismo presumen que a los que viven mal,<br />

hasta que acaben el último período de su vida se les perdonará<br />

diariamente por esta oración todos los pecados,<br />

de cualquier calidad y cantidad que fueren, así como se dice cada día<br />

la misma oración con tal que sólo se<br />

acuerden de que cuando les piden perdón los que les han ofendido con<br />

cualquiera injuria les perdonan de<br />

corazón. Luego que haya respondido a todas estas objeciones, con el<br />

favor de Dios habré dado fin a este libro.<br />

CAPITULO XXIII<br />

Contra los que dicen que no han de ser perpetuos los tormentos del<br />

demonio ni los de los hombres impíos


Primeramente conviene que averigüemos y sepamos por qué la Iglesia no<br />

ha podido tolerar la doctrina<br />

de lo que prometen al demonio, después de muy terribles y largas<br />

penas, la purgación o el perdón; porque<br />

tantos santos, y tan instruidos en la Sagrada Escritura del Nuevo y<br />

Viejo Testamento, no hemos de decir que<br />

envidiaron la purificación y la bienaventuranza del reino de los<br />

cielos después de los tormentos de cualquiera<br />

calidad y especie que sean a cualesquiera ángeles de cualquiera<br />

calidad y genero que fuesen; antes bien,<br />

vieron que no se pedía anular la sentencia divina, que dijo el Señor<br />

había de pronunciar en el último juicio,<br />

diciendo: «Idos de mí malditos, al fuego eterno que está preparado<br />

para el demonio y sus ángeles» (porque en<br />

estos términos hace ver que el demonio y sus ángeles han de arder con<br />

fuego eterno); y lo que está escrito en<br />

el Apocalipsis: «El demonio, que los engañaba, fue echado en un<br />

estanque de fuego y azufre donde también la<br />

bestia y los seudoprofetas serán atormentados de día de noche, por<br />

los siglos de los siglos lo que allá dijo<br />

eterno, aquí lo llamó siglos de los siglos; con estas palabras la<br />

Sagrada Escritura no suele signifcar sino lo que<br />

no tiene fin de tiempo.<br />

Por lo cual no puede hallarse otra causa ni mas justa ni más<br />

manifiesta, por la que en nuestra verdadera religión tenemos<br />

y creemos firme e irrevocablemente, que ni el demonio ni sus ángeles<br />

jamás han de tener regreso a la justicia y vida de los<br />

santos; sino porque la Escritura, que a nadie engaña, dice que Dios<br />

no los perdonó, que en el ínterin los condenó con<br />

anticipación, de forma que los arrojó encerró en las tenebrosas<br />

cárceles de infierno, para guardarlos y castigarlo después en el<br />

último y final juicio cuando los recibirá el fuego eterno donde serán<br />

atormentados por los siglos de los siglos.<br />

Siendo esto así, ¿cómo se han de escapar y librar de la eternidad de<br />

esta pena todos o algunos hombres, después de<br />

cualquiera tiempo, por largo que sea, sin que quede sin vigor y<br />

fuerza la fe con que creemos que ha de ser eterno el castigo y<br />

tormento de los demonios? Porque si a los que ha de decir el Señor:<br />

«Idos de mí, malditos al fuego eterno, que está preparado<br />

a demonio y a sus ángeles», o todos o algunos de ellos no siempre han<br />

de estar allí, ¿qué razón hay para que creamos que el<br />

demonio y sus ángeles no hayan de estar siempre allí? ¿Acaso,<br />

pregunto, la sentencia que pronunciará Dios contra los malos,<br />

así ángeles como hombres, ha de ser verdadera contra los ángeles y<br />

falsa contra los hombres? Porque así vendrá a ser, sin<br />

duda, si ha de valer más, no lo que dijo Dios, sino lo que sospechan<br />

los hombres, y ya que esto no es posible no deben arguir<br />

contra Dios; antes sí deben, mientras es tiempo, obedecer al precepto<br />

divino los que quisieren escapar y librarse del tormento<br />

eterno.<br />

Además, ¿cómo se entiende tomar el tormento eterno por el fuego de<br />

largo tiempo, y creer que la vida eterna es sin fin,<br />

habiendo Cristo en un mismo lugar y en una misma sentencia dicho,<br />

comprendiendo ambas cosas: «Así irán éstos al tormento<br />

eterno, los justos a la vida eterna»? Si lo une y lo otro es eterno,<br />

sin duda o que en ambas partes lo eterno debe entenderse de<br />

largo tiempo con fin, o en ambas sin fin perpetuo, porque igualmente<br />

se refiere el uno al otro: por una parte el tormento eterno, y<br />

por otra, la vida eterna. Y es un notable absurdo decir aquí, donde<br />

es uno mismo el sentido que la vida eterna será sin fin y<br />

tormento eterno tendrá fin. Y a puesto que la vida eterna de los<br />

santos será sin fin, a los que les tocase la de gracia de ir a los<br />

tormentos eterno ciertamente no tendrá ésta fin.<br />

CAPITULO XXIV<br />

Contra los que piensan que en el juicio ha de perdonar Dios a todos


los culpados por la intercesión de sus santos<br />

También esta doctrina procede contra los que, favoreciendo su causa,<br />

procuran ir contra la palabra de Dios como con<br />

una misericordia mayor; de forma que sea cierto lo que dijo Dios que<br />

habían de padecer los hombres no porque hayan de<br />

padecer, sino por que lo merecen. Los perdonará, dicen por las<br />

fervorosas oraciones de sus santos, los cuales entonces<br />

rogará tanto más por sus enemigos cuanto sean más santos, y su<br />

oración ser más eficaz y más digna de que la oiga Dios,<br />

porque no tendrán ya pecado alguno.<br />

¿Y por qué motivo, con su perfectísima santidad y con aquellas<br />

oraciones purísimas y llenas de misericordia, poderosas<br />

para alcanzar toda las gracias, no rogarán también por los ángeles a<br />

quienes está preparado el fuego eterno, para que Dios<br />

temple su sentencia, la revoque y les libre de aquel fuego voraz? ¿O<br />

acaso habrá alguno que presuma que también este<br />

sucederá, pues también los ángeles santos, juntamente con los hombres<br />

santos que en aquella situación serán iguales a los<br />

ángeles de Dios, regirán por lo que habían de ser condenados, así<br />

ángeles como hombres, para que no padezcan por la<br />

misericordia lo que merecían en realidad; cosa que el que estuviese<br />

constante en la fe jamás dijo ni dirá? Porque de otra<br />

manera no hay razón para que ahora no rueguen también la Iglesia por<br />

el demonio y sus ángeles, pues su Maestro, Dios y<br />

Señor nuestro, lo ordenó que rogase por sus propios enemigos.<br />

Así que la razón que hay para que la Iglesia no ruegue por los<br />

ángeles malos, los cuales sabe que son<br />

sus enemigos, la habrá para que, en aquel juicio, tampoco ruegue por<br />

los hombres que han de ser<br />

condenados a fuego eterno, aunque esté en mayo elevación y perfección<br />

de santidad pues al presente ruega<br />

por los que entre los hombres se le muestran enemigos, porque es<br />

tiempo de poder hace penitencia con fruto.<br />

¿Y qué es lo que principalmente pide por ellos, sino que les dé Dios,<br />

como dice el Apóstol arrepentimiento y<br />

penitencia, «y que vuelvan en si y se libren de los lazos del<br />

demonio, que los tiene cautivos su voluntad»?<br />

Finalmente, si la Iglesia tuviese noticia cierta de los que, viviendo<br />

todavía, están predestinados al fuego eterno con el<br />

demonio, tampoco rogaré por ellos, como no ruega por éste. Pero<br />

porque de ninguno está cierta ruega por todos; digo, por los<br />

hombres sus enemigos que viven aún en este mundo, aunque no por todos<br />

sea oída, pues solamente lo es por aquellos que<br />

aunque contradicen a la Iglesia, sin embargo, de tal manera está<br />

predestinados, que oye Dios a la Iglesia que ruega por ellos, y<br />

se hace hijos de la Iglesia. Y si algunos tuvieren hasta la muerte el<br />

corazón impertinente, y de enemigos no se convirtieron en<br />

hijos, ¿por ventura la Iglesia ruega ya por éstos, es decir, por las<br />

almas de los tales difuntos? Por cierto no. ¿Y por qué sino<br />

porque ya los tienen en cuenta de que son la parcialidad del demonio,<br />

pues mientras vivieron no se transfirieron a Cristo?<br />

Pues la misma causa hay para que no se rece por los hombres que han<br />

de ser condenados al fuego eterno, que hay<br />

para que ni ahora ni entonces se rece por los ángeles malos; la cual<br />

existe asimismo para que aunque presente se rece por los<br />

hombres vivos no obstante de que sean malos con todo, no se ruegue<br />

por los infieles impíos que son ya difuntos. Pues algunos<br />

difuntos oye Dios la oración de su Iglesia o la de algunos corazones<br />

píos y devotos; por aquellos que siendo reengendrados en<br />

Cristo, no vivieron en la tierra tan mal que lo juzga por indignos de<br />

semejante misericordia, ni tampoco tan santamente que sea<br />

averiguado que no necesita de tal misericordia, así como tampoco,<br />

acabada la resurrección de los muerto no faltarán con<br />

quienes, después de las penas que suelen padecer las a mas de los<br />

difuntos, se use de misericordia, de suerte que no los


echen al fuego eterno. Porque no se diría con verdad de algunos que<br />

«no se les perdonará ni en este siglo ni en el futuro», si<br />

no hubiera a quienes se les perdonara, ya que no en éste, a lo menos<br />

en el venidero. Pero habiendo dicho el mismo Juez de<br />

los vivos y de los muertos: «Venid, benditos de mi Padre; tomad la<br />

posesión y gozad del reino que os está preparado desde el<br />

principio del, mundo»; y a otros, por el contrario: «Idos de mí,<br />

malditos, al fuego eterno que está dispuesto para el diablo y sus<br />

ángeles, y así irán éstos a los tormentos eternos, y los justos a la<br />

vida eterna», es demasiada presunción decir que ninguno de<br />

aquellos a quienes dice Dios que irán al tormento eterno ha de ir a<br />

padecer las perpetuas penas, y hacer con la fe sincera de<br />

esta presunción que se pierda la esperanza o se dude también de la<br />

misma vida eterna.<br />

Nadie, pues, entienda así el Salme que dice: «¿Acaso ha de olvidarse<br />

Dios de usar de su misericordia, o<br />

detendrá en su ira sus misericordias?» pensando que la sentencia de<br />

Dios es cuanto a los hombres buenos es<br />

verdadera, y en cuanto a los malos falsa o en cuanto a los hombres<br />

buenos ángeles malos verdadera, y en<br />

cuanto a los hombres malos, falsa. Porque lo que dice el real Profeta<br />

pertenece los vasos de misericordia, y a<br />

los mismos hijos de promisión, entre los cuales era uno también el<br />

mismo Profeta quien habiendo dicho:<br />

«¿Acaso se olvidará Dios de ser misericordioso, detendrá en su ira<br />

sus misericordias?» añadió: «Y dije, ahora<br />

comienzo, esta mudanza es de la diestra del Altísimo», declaró, sin<br />

duda, lo que vaticinó, «acaso detendrá en su<br />

ira sus misericordias». Porque la ira de Dios también alcanza esta<br />

vida mortal, donde de «el hombre ha sido<br />

hecho semejante a la vanidad, y sus días pasa como sombra»; y con<br />

todo, en esta su ira no se olvidará Dios de<br />

usar de misericordia, haciendo «que salga el sol para los buenos y<br />

para los malos, lloviendo para los justos y<br />

los pecadores»; y así no detiene en su ira sus misericordias, y<br />

particularmente en aquello que expresamente<br />

declaró el Salmo, diciendo: «Ahora comienzo, esta mudanza es de la<br />

diestra del Altísimo»; porque en esta vida<br />

llena de miserias y trabajos, que es la ira de Dios, muda en mejor<br />

los vasos de misericordia, aunque todavía en,<br />

la miseria de esta vida corruptible quede su ira, porque ni aun en su<br />

propia ira detiene sus misericordias.<br />

Cumpliéndose de este modo la verdad de es divino cántico, no hay<br />

necesidad que se entienda también de allá,<br />

de donde han de ser atormentados eternamente todos los que no<br />

pertenecen a la Ciudad de Dios.<br />

Pero los que quieren extender es sentencia hasta los tormentos de los<br />

condenados, por lo menos entiéndanse de esta<br />

manera: que perseverando e ellos la ira de Dios, que está anunciada<br />

para eterno tormento, no detiene Dios en esta su ira sus<br />

misericordias y hace Dios que no sean atormentados con tanta<br />

atrocidad de penas cuanto ellos merecen; no de tal forma que no<br />

padezcan jamás aquellas penas, que alguna vez se acaben, sino que la<br />

sufren más benignas y ligeras de las que merecen.<br />

Porque así quedará la ira de Dios, y no detendrán sus misericordias.<br />

Lo cual no se crea que lo confirmo porque no lo<br />

contradigo.<br />

Pero a los que piensan qué se dijo más con amenaza que con verdad<br />

«idos de mí, malditos, al fuego eterno; irá éstos al<br />

tormento eterno, y serán atormentados por los siglos de los siglos el<br />

gusano de ellos no morirá, su fuego no se extinguirá, y lo<br />

demás que sigue, no tanto yo como la misma Sagrada Escritura, clara y<br />

plenamente lo arguye y convence. Porque los ninivitas<br />

en esta vida hicieron penitencia y por ser en esta vida fructuosa,<br />

por que sembraron en este campo donde Dios quiso que se<br />

sembrase con lágrimas lo que después se segase y cogiese con alegría,


con todo, ¿quién nega que se verificó en ellos lo que<br />

le anuncié el Señor, a no ser que no entienda como Dios suele<br />

destruir los pecadores, no sólo enojado, sino también teniendo<br />

de ellos misericordia, Porque de dos maneras se suelen destruir los<br />

pecadores: o como los sodomitas, cuando se castiga a los<br />

mismo hombres por sus pecados, o como loe ninivitas, cuando se<br />

destruyén los mismos pecados de los hombres por la<br />

penitencia.<br />

Sucedió, pues, lo que dijo el Señor porque fue destruida Nínive, que<br />

era mala, y se edificó la buena, que antes no era; y<br />

quedando en pie los muros y las casas, se arruinó la ciudad en su<br />

mala vida y costumbres. Así, aunque el Profeta se entristeció<br />

porque no sucedió lo que aquella gente temió que había de sucederles<br />

por su profecía, sucedió lo que por Presciencia de Dios<br />

se dijo, pues sabía el que lo anunció cómo habla de cumplirse y<br />

mudarse en mejor.<br />

Mas, para que conozcan estos impíamente misericordiosos qué es lo<br />

quiere decir la Escritura: «¡Cuán grande es la<br />

múchedumbre de tu dulzura, Señor, la que ocultaste a los que te<br />

temen!», lean también lo que sigue «Y la manifestaste a los que<br />

esperan en ti.» ¿Qué quiere decir ocultársela los que te temen y la<br />

manifestaste a lo que esperan en ti, sino que a los que por<br />

temor de las penas (como los judíos) quieren autorizar y establecer<br />

si justicia, que es la de la ley, no es dulce y suave la justicia<br />

de Dios, porque no la, conocen? Porque no han gustado de ella, porque<br />

esperan en sí mismos no en Él; y por eso se les<br />

esconde la abundancia de dulzura de Dios; pues aunque temen a Dios,<br />

es con aquel temor servil que no se halla en la caridad,<br />

porque «el temor no está con la caridad, antes la caridad perfecta<br />

echa fuera el temor». Por eso, a los que confían en el Señor<br />

les manifiesta su dulzura inspirándoles su caridad, para que con<br />

temor santo (no con el que expele de sí la caridad, sino con el<br />

que permanece para siempre), cuando se glorían, se gloríen, en el<br />

Señor. Porque la justicia de Dios es Cristo, el cual, como<br />

dice el Apóstol, «nos le hizo Dios a nosotros sabiduría nuestra y<br />

justicia, santificación y redención para que, como dice la<br />

Sagrada Escritura, el que se gloría se gloríe en el Señor.<br />

Esta justicia de Dios, que nos da la gracia sin méritos nuestros, no<br />

la conocen aquellos judíos que intentan establecer su<br />

justicia y por eso no están sujetos a la justicia de Dios, que es<br />

Cristo; en cuya justicia se halla mucha de la dulzura de Dios, por<br />

la cual dice el salmista: «Gustad y ved cuán dulce es el Señor.» Y en<br />

gustando de ella en esta peregrinación, no nos hartamos,<br />

antes si tenemos hambre y sed de ella para satisfacernos<br />

completamente después, cuando le viéremos, cómo es en sí y se<br />

cumpla lo que dice la Escritura: «Me hartaré cuando se me manifestare<br />

tu gloria.» Así declara Cristo la grande abundancia de su<br />

dulzura a los que esperan en Él.<br />

Pero si Dios oculta a los que le temen su dulzura, imaginando los que<br />

aquí combatimos que es porque no ha de condenar<br />

a los impíos, a fin de que no sabiéndolo éstos, y con el temor de ser<br />

condenados, vivan bien, y par que de esta manera pueda<br />

haber quien ruegue por los que no viven bien, ¿Como la manifiesta a<br />

los que confían en, pues según sueñan estos ilusos, por<br />

esta dulzura no ha de condenar a lo que no esperan en Él? Busquemos,<br />

pues, aquella su dulzura que pone patente a los que<br />

esperan en Él y a la que presumen que manifiesta a lo que le<br />

menosprecian y blasfeman. Al que en vano busca el hombre,<br />

después de este cuerpo, lo que no procura granjear y adquirir en este<br />

cuerpo.<br />

También esta expresión del Apóstol «Permitió Dios que comprendiese<br />

todos la infidelidad para usar con todos de<br />

misericordia», no la dice porque a ninguno ha de condenar, y<br />

explicamos antes por qué lo dijo. Hablando el Apóstol de los<br />

judíos que después han de creer como los gentiles, que va creían,<br />

dice en sus cartas «Porque así como vosotros en otro tiempo


no creíais en Dios, y ahora habéis alcanzado misericordia con ocasión<br />

de la incredulidad de los judíos, a también ellos ahora no<br />

creen en Cristo, para que después vengan a conseguir misericordia con<br />

motivo de la vuestra.» Después añade estas palabras,<br />

que equivocadamente complace a los que combatimos: «Permitió Dios que<br />

comprendiese a todos la incredulidad para usar con<br />

todos de misericordia.» ¿Quiénes son todos sino aquellos de quienes<br />

hablaba; como quien dice, ellos y vosotros?<br />

Así que Dios permitió que a todo así a los gentiles cómo a los judíos<br />

«a quienes antevió y predestinó hace los conformes a<br />

su Hijo», los comprendiese la incredulidad, para que, mediante la<br />

penitencia, confusos de la amargura de su incredulidad y<br />

convirtiéndose por la fe a la dulzura de la misericordia de Dios,<br />

entonasen aquel cántico del real Profeta: «¡Cuán grande es la<br />

abundancia de tu dulzura Señor, que ocultaste a los qué te teme y<br />

manifestaste a los que esperan, no en sí mismos, sino en ti!»<br />

Compadécese, pues, de todos los vasos de misericordia. ¿Y quiénes son<br />

todos? Todos aquellos que de los gentiles y de los<br />

judíos predestinó, llamó, justificó glorificó, no todos los hombres;<br />

y de todos aquellos, a ninguno ha de condenar<br />

CAPITULO XXV<br />

Si los que se han bautizado entre los herejes y se han relajado<br />

después viviendo mal, o los que se han bautizado entre<br />

los católicos y se han hecho herejes y cismáticos, o los que se han<br />

bautizado entre los católicos y, sin apartarse de ellos, han<br />

perseverado en vivir mal; pueden, por el privilegio de los<br />

Sacramentos, esperar la remisión de la pena eterna<br />

Pero respondemos ya también a los que no solamente al demonio y a sus<br />

ángeles, pero ni aun a todos los hombres<br />

prometen que han de librarse del fuego eterno, sino sólo a aquellos<br />

que re hubieren lavado con el bautismo de Cristo, y<br />

hubieren participado de su cuerpo y sangre, como quiera que hayan<br />

vivido y sea cual fuere la herejía o impiedad en que<br />

hayan caído. Contra éstos habla el Apóstol, diciendo «que las obras<br />

de la carne son bien claras y conocidas, como son la<br />

fornicación, la inmundicia, la lujuria, la idolatría, las<br />

hechicerías, enemistades pleitos, emulaciones, rencores, discardias,<br />

herejías,<br />

envidias, embriagueces, glotonerías y otros semejantes vicios, de los<br />

cuales os aviso como os lo tengo ya amonestado, que los<br />

que practican tales obras no poseerán el reino de Dios.» Lo que aquí<br />

dice el Apóstol fuera sin duda falso, si estos ilusos,<br />

después de cualquier tiempo, por prolongado que sea, se ven libres y<br />

llegar a conseguir el reino de Dios. Mas porque no es<br />

falso, seguramente los tales no alcanzarán el reino de Dios Y si<br />

nunca han de conseguir la posesión del citado reino, estarán en<br />

el tormento eterno, porque no puede darse lugar medio donde, no estén<br />

en tormento los que no estuvieren en aquel reino.<br />

Por eso, lo que dice Cristo: «Este en el Pan que bajó del cielo para<br />

que no muera el que Comiere de él. Yo soy el Pan<br />

vivo que descendí del cielo; si alguno comiere de este pan vivirá<br />

para siempre», con razón se pregunta cómo debe entenderse.<br />

Es verdad que a éstos a quienes ahora respondemos les niegan tal<br />

sentido aquellos a quienes después hemos de responder,<br />

que son los que prometen esta liberación, no a todos los que tienen<br />

el Sacramento del bautismo y del cuerpo de Cristo, sino a<br />

solos los católicos, aunque vivan mal porque comieron, no sólo<br />

sacramentalmente, sino realmente el cuerpo Cristo, estando, en<br />

efecto, dentro de cuerpo; de cuyo cuerpo dice el Apostol: «Aunque<br />

somos muchos, somos pan y hacemos un cuerpo.» El que<br />

está pues, en la unidad de su cuerpo, es en la unión de los miembros<br />

cristianos, cuyo Sacramento, cuando comulgan, los fieles<br />

suelen recibir en aliar, este tal se dice verdaderamente que come el<br />

cuerpo de Cristo y beba la sangre de Cristo, y, por


consiguiente los herejes y cismáticos, que están apartados de la<br />

unidad de este cuerpo, pueden recibir el mismo Sacramento,<br />

mas no de suerte que les sirva de provecho antes si, de mucho daño,<br />

para ser condenados más grave y rigurosamente que si<br />

los condenaran por larguísimo tiempo, con tal que fuera limitado, por<br />

que no están en aquel vínculo de que nos significa aquel<br />

Sacramento.<br />

Por otra parte, tampoco éstos, que entienden bien que no debe decir<br />

que come el cuerpo de Cristo el que no está en el<br />

cuerpo de Cristo, prometen erróneamente a los que de la unidad de<br />

aquel cuerpo caen en la herejía o en la superstición de los<br />

gentiles, la liberación del fuego eterno. Lo primero, porque deben<br />

considerar cuán intolerable cosa sea y cuán por extremo<br />

ajena y descaminada de la doctrina sana que los más o casi todos los<br />

que salen del gremio de la Iglesia católica siendo autores<br />

de herejías y haciéndose heresiarcas sean mejores que los que nunca<br />

fueron católicos o cayeron en los lazos de ellos, casó de<br />

que a los tales heresiarcas se les librara del tormento eterno porque<br />

fueron bautizados en la Iglesia católica y recibieron al<br />

principio, estando en la unión del verdadero cuerpo de Cristo, el<br />

Sacramento del sacrosanto cuerpo de Cristo; pue sin duda es<br />

peor el que apostató y desamparó la fe, y de apóstata se hizo cruel<br />

combatidor de la fe, que aque que no dejó ni desamparó la<br />

que nunca tuvo; Lo segundo, porque tambiéi a éstos los ataja el<br />

Apóstol, después de haber insinuado las obras de la carne,<br />

amenazándoles con la misma verdad: «que los que hacen semejantes<br />

obras no poseerán el reino de Dios»<br />

Tampoco deben vivir seguros en sus malas costumbres los que, aunque<br />

perseveran hasta casi el fin en la comunión de la<br />

Iglesia católica, viendo lo que dice la Escritura: «que el que<br />

perseverare hasta el fin, se salvará» más por la perversidad y mala<br />

disposición de su vida, dejan y desampara la misma justicia de la<br />

vida, que para ellos es Cristo, ya sea fornicando, cometiendo<br />

en su cuerpo otras inmundicias y maldades, que el Apóstol refiere, o<br />

viviendo con excesos de regalos y torpezas, o haciendo<br />

parte de aquello que, según dice el Apóstol, priva del reino de Dios.<br />

Los que comete tales vicios estarán en el tormento eterno,<br />

pues no podrán estar en el reino de Dios, porque perseverando en esta<br />

mala vida hasta los último períodos de la presente, sin<br />

duda ni puede decirse que perseveraron en Cristo hasta el fin, pues<br />

perseverar el Cristo es perseverar en su fe; cuya fe según<br />

la define el mismo Apóstol «obra por, caridad», y la caridad, como<br />

dice en otro lugar, «no hace obras malas». Así que no puede<br />

decirse que comen el cuerpo de Cristo, ni se deben contar entre los<br />

miembros de Cristo, porque, dejando otras particularidades,<br />

rió pueden estar juntamente «los miembros de Cristo y los miembros de<br />

la ramera».<br />

Finalmente, el mismo Cristo, diciendo «el que come mi carne y bebe mi<br />

sangre, en Mí queda y Yo en él», nos manifiesta lo<br />

que es el comer, no sólo sacramentalmente, sino realmente el cuerpo<br />

de Cristo, y el beber su sangre; porque esto es quedar en<br />

Cristo y que quede también en él Cristo. Pues dije estas expresiones<br />

como si dijera: el que no queda en mí y en quien no quedo<br />

yo, no diga o imagine que come mi cuerpo o bebe mi sangre con fruto;<br />

de modo que no quedan en Cristo los que no son sus<br />

miembros. Y no son miembros de Cristo los que se hacen miembros de la<br />

ramera, si no es dejando de ser pecadores por la penitencia<br />

y volviéndose buenos por la reconciliación.<br />

CAPITULO XXVI<br />

Qué cosa sea tener a Cristo por fundamento y a quiénes se promete la<br />

salud como por medio del fuego<br />

Pero tienen –dicen- los cristianos católicos por fundamento de su<br />

creencia a Cristo, de cuya unión no se apartaron,<br />

aunque hayan edificado sobre este fundamento cualquiera vida, por


perversa que sea, como leña, heño y paja. Así que la fe<br />

recta, por la cual Cristo es el fundamento, aunque con daño, pues<br />

aquello que se edificó encima ha de ser abrasado, sin<br />

embargo los podrá a lo último salvar algun vez y librar de la<br />

eternidad de aquel fuego. Responde a éstos breve y concisamente<br />

el Apóstol Santiago: «¿Que aprovechará que alguno diga que tiene fe<br />

si le faltan, las obras? ¿Acaso sola la fe podrá salvarle?»<br />

¿Y quién es (replican) de quien dice el Apóstol San Pablo: «El se<br />

salvará, y cómo ser sino por el fuego.? Busquemos, pues<br />

quién sea éste, aunque es innegable no ser el que ellos piensan;<br />

porque no puede haber contradicción entre los dichos de los<br />

Apóstoles: el que dice que aun cuando uno tenga malas obra le salvará<br />

su fe por medio del fuego y el que asegura que si no<br />

tuviera obras, no le podrá salvar su fe.<br />

Hallaremos quien pueda ser salvo libre por el fuego, si primero<br />

indagamos qué es tener a Cristo por fundamento. Lo cual,<br />

para que al momento lo advirtamos en la misma comparación, debemos<br />

notar que en la construcción del edificio nada se<br />

antepone al fundamento o cimiento. Cualquier que tiene a Cristo en su<br />

corazón, d tal suerte que no prefiere a él las cosas<br />

terrenas y temporales, ni aun la que son lícitas y permitidas, tiene<br />

Cristo por fundamento; pero si las antepone, aunque parezca<br />

que profesa la fe de Cristo, no está en el fundamento Cristo, a quien<br />

semejantes cosas antepone; cuanto más, si despreciando<br />

los preceptos de su salvación ejecuta cosas ilícitas, pues entonces<br />

es claro que no antepuso a Cristo, sino que le pospuso y<br />

menospreció, despreciando sus mandamientos, cuando contra sus<br />

preceptos prefiere, pecando, satisfacer sus apetitos.<br />

Así que si un cristiano ama apasionadamente a una ramera, en el<br />

fundamento no tiene ya a Cristo; pero si uno estima a su<br />

esposa, si es según Cristo, ¿quién duda que por fundamento tendrá a<br />

Cristo?; y si es según este siglo, carnalmente; si llevado<br />

de torpes apetitos, como lo hacen las gentes que no conocen a Dios,<br />

también permisivamente y haciéndonos particular gracia de<br />

este donde, nos concede el Apóstol, o, por mejor decir, por el<br />

Apóstol, Cristo que pueda tener por fundamento a Cristo, porque<br />

si no antepone a Cristo este apetito y deleite aunque edifique encima<br />

leña, heno y paja, Cristo es el fundamento y por eso<br />

vendrá a salvarse por el fuego Porque tales deleites y amores<br />

terrenos, aunque por la unión conyugal no son damnabíes, con<br />

todo, los queman y acrisolará el fuego de la tribulación a cuyo fuego<br />

pertenece también la orfandad y cualesquiera<br />

calamidades que nos privan de estos gustos.<br />

Por lo mismo al que las hubiere edificado será perjudicial esta<br />

edificación, puesto que le privará de lo que<br />

edificó encima y se afligirá y atormentará con la pérdida de los<br />

placeres que le alegraban; mas Se salvará por<br />

este fuego, por el mérito del fundamento; porque en caso que el<br />

perseguidor cruel le propusiese si quería más<br />

poseer tranquilamente sus deleites o a Cristo, no preferiría aquellos<br />

a Cristo.<br />

Adviertan en las palabras del Apóstol quién es el que edifica sobre<br />

este fundamento oro, plata y piedras preciosas: «el que<br />

está, dice, sin mujer cuida de las cosas de Dios y de como agradará a<br />

este gran Señor». Miret cómo otro edifica leña, heno y<br />

paja: «pero el que se halla casado cuida de las cosas del mundo y de<br />

qué manera agradará a su esposa.» «Ha de<br />

manifestarse la calidad de las obras que cada uno hubiera hecho,<br />

porque el día del Señor lo declarará»: esto es, el día de la<br />

tribulación, «puesto que en el fuego (añade) se le revelará». A esta<br />

misma tribulación la llama fuego como en otro lugar dice:<br />

«los vasos del alfarero los prueba el horno, y a los, hombres justos<br />

la tentación de la tribulación», y «cuáles sean las acciones<br />

que cada uno hubiere hecho, el fuego lo averiguará». Y si<br />

permaneciere Ia obra que hubiere ejecutado alguno (porque<br />

permanece lo que cada uno cuidó de las cosas de Dios, y de cómo


agradaría a Dios), «lo que hubiere edificado encima tendrá<br />

su premio» (esto es, le recibirá conforme a la exactitud con que<br />

hubiere cumplido sus acciones); «pero si la obra que hubiere<br />

ejecutado alguno ardiere, padecerá daño» (porque se hallará privado<br />

del objeto que amó); y, «sin embargo, se salvará»<br />

(puesto que ninguna tribulación le pudo apartar ni derribar de, la<br />

constancia, estabilidad y firmeza de aquel fundamento); «pero<br />

de tal manera como si fuese por el fuego» (pues lo que poseyó, no sin<br />

amor que le causa complacencia, no lo perderá sin dolor<br />

que le aflija). Hallamos, pues, en mi concepto, fuego que a ninguno<br />

de éstos condene, sino que a uno le enriquece y a otro le<br />

daña, y a los dos prueba.<br />

Pero si quisiésemos que en este lugar se entienda aquel fuego con que<br />

amenaza el Señor a los de la mano siniestra:<br />

«Idos de mí malditos, fuego eterno», de forma que crean que entre<br />

éstos se incluyen también los que edificaban sobre el<br />

fundamento le da, heno y paja, y que serán libre de aquel fuego,<br />

después del tiempo que les cupo por los malos méritos, por la<br />

méritos del buen fundamento, ¿quién pensamos que serán los de la mar<br />

derecha, a quienes dirá: «Venid, benditos de mi Padre<br />

y poseed el reír que os está preparado», sino aquellos que edificaron<br />

sobre el fundamento oro, plata y piedras preciosas? ha<br />

de entenderse en estos términos, sigue que los unos y los otros, es a<br />

saber, los de la mano derecha y los de la siniestra, serán<br />

atrojados en aquel fuego; fuego del cual dice la Escritura: «Pero de<br />

tal conformidad, como fuese por el fuego». Porque los unos<br />

y los otros han de ser probados con aquel fuego, de quien dice: «Que<br />

día del Señor lo declarará, porque en el fuego se<br />

manifestará, y cuál sea la obra que cada uno hubiere ejecutado el<br />

fuego lo probará y averiguará. Luego si lo uno y lo otro lo ha<br />

de probar y averiguar el fuego, de modo que cuando la obra de cada<br />

uno permaneciere, esto es, no consumiere e fuego lo<br />

que, hubiere, edificado encima recibirá su premio, y cuando la obra<br />

de alguno ardiere, padezca daño, si duda no es el eterno<br />

aquel fuego. Por que en el fuego eterno serán echado por la eterna<br />

condenación sólo los de la mano siniestra, y aquél prueba<br />

a lo de la mano derecha. Pero entre éstos a unos prueba de manera que<br />

no que me ni consuma el edificio que hallan que ellos<br />

han fabricado sobre Cristo, que es el fundamento, y a otros los<br />

prueba de otra manera, esto es, de suerte que lo que edificaron<br />

encima arda, y por lo mismo padezcan detrimento, aunque se salven<br />

porque tuvieron a Cristo, con excelente caridad puesto,<br />

firme e inmutable, en el fundamento. Y si han de salvarse, se sigue<br />

que estarán también a la mano derecha, y que con los<br />

demás oirán: «Venid, benditos de mi Padre; poseed el reino que os<br />

está preparado», y no a la mano izquierda; donde se<br />

hallarán los, que no se han de salvar, y por eso oirán: «Idos de mí,<br />

malditos, al fuego eterno.» Porque ninguno de ellos se<br />

libertará de aquel fuego, sino que todos irán al tormento, eterno,<br />

donde el gusano de ellos no morirá, y no se apagará el fuego<br />

con que serán atormentados de día y de noche para siempre.<br />

Pero si después de la muerte de este cuerpo, hasta que llegue aquel<br />

día que después de la resurrección de los cuerpos<br />

ha de ser el último en que se verificará la condenación y<br />

remuneración; si en este espacio de tiempo quieren decir que las<br />

almas<br />

de los difuntos padecen semejante fuego, y que no lo sienten las que<br />

no vivieron con este cuerpo, de manera que su lena heno<br />

y paja se consuman y que le sientan las que llevaron consigo tales<br />

fábricas, ya sea sólo allá, ya acá y allá ya sea acá para que<br />

allá no hallen el fuego de la transitoria tribulación que les abrase<br />

y queme las fábricas terrenas, aunque sean veniales y libres<br />

de rigor de la condenación, no lo reprendo o contradigo, porque quizá<br />

es verdad.<br />

También puede pertenecer a esta tribulación la misma muerte del<br />

cuerpo la cual se engendró al cometerse el primer


pecado, y la heredó a su tiempo cada uno, según la calidad de su<br />

edificio.<br />

Pueden ser asimismo las persecuciones de la Iglesia con que fueron<br />

condenados los mártires, y las que padecen<br />

cualesquier; cristianos, porque éstas prueban como el fuego los unos<br />

y los otros edificios, y a los unos los consumen en sus<br />

edificadores si no hallan en ellos a Cristo por fundamento, y a los<br />

otros los consumen dejando a sus edificadores, si le hallan;<br />

porque, en efecto, aunque con daño, ellos se salvarán; y a otros no<br />

los consumen, porque los hallan tales que permanecen<br />

para siempre.<br />

Habrá también al fin del mundo, en tiempo del Anticristo, una<br />

tribulación sin igual. ¡Qué de edificios habrá entonces, así de<br />

oro como de heno, sobre el buen fundamento que es Cristo Jesús, para<br />

que aquel fuego pruebe a los unos y a los otros, dando<br />

a los unos contento y a los otros daño, sin destruir a los unos ni a<br />

los otros, por causa de la estabilidad y firmeza del fundamento!<br />

Cualquiera que prefiere a Cristo, no digo yo su esposa, de quien usa<br />

para el deleite carnal sino las mismas cosas a que<br />

tenemos obligación natural y se llaman piadosas, en que no hay estos<br />

deleites, amándolas como hombres carnalmente no tienen<br />

a Cristo por fundamento; y por lo mismo, no por el fuego será salvo,<br />

sino que no se salvará por cuanto no podrá hallarse con el<br />

Salvador, quien hablando sobre este asunto con la mayor claridad dice<br />

«El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no<br />

es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no<br />

es digno de mí.» Pero en que a semejantes personas ama<br />

carnalmente, de forma que no las antepone a Cristo, y quiere antes<br />

carece de ellas que de Cristo, cuando llegar a este trance<br />

ha de salvarse por el fuego, pues es necesario que la pérdida de<br />

ellas le cause tanto dolor cuanto era el entrañable amor que<br />

las tenía. Y el que amare a su padre y a su madre, hijos e hijas,<br />

según Cristo, de suerte que cuide y mire por ellos, a fin de<br />

conseguir el reino de Cristo y unirse con Él, o que los ame porque<br />

son miembros de Cristo, por ninguna razón se halla este<br />

amor entre la leña, heno y paja para ser consumido, sin que<br />

totalmente será parte del edificio de oro, plata y piedras preciosas.<br />

¿Y cómo puede amar más que a Cristo los que, en efecto, ama por<br />

Cristo?<br />

CAPITULO XXVII<br />

Contra la opinión de los que se persuaden que no les han de, hacer<br />

daño alguno los pecados que cometieron pues<br />

hicieron limosnas<br />

Resta únicamente responder a lo que sólo han de arder en el fuego<br />

eterno los que no cuidan de distribuir por la remisión<br />

de sus culpas las limosnas y hacer las obras de misericordia<br />

necesarias, según lo que dice el Apóstol Santiago: «que será<br />

juzgado y condenado sin misericordia el que no hizo misericordia.<br />

Luego el que la ejerció, dicen, aunque no corrigió su mala<br />

vida y costumbres, sino que vivió impía y disolutamente entre las<br />

mismas limosnas y, obras de misericordia, con piedad será<br />

juzgado, de manera que, o no sea condenado, después de transcurrido<br />

algún tiempo se libre de la última condenación. No por<br />

otro motivo piensan que Cristo ha de efectuar el apartamiento y<br />

diviséis entre los de la mano derecha y los de la siniestra, sólo<br />

por la balanza de haber hecho u omitido las limosnas; de los cuales,<br />

a los unos destinará a la posesión de su reino, y a los otros<br />

los tormentos eternos. Y para persuadirse que se les pueden remitir<br />

los pecados que cometen sin cesar, por grave y enormes<br />

que sean, por el mérito de las limosnas, procuran alegar en su favor<br />

la oración que nos dictó el mismo Señor, porque así como,<br />

añaden, no hay día en que los cristianos no digan esta oración, así<br />

no hay pecado algún que se cometa cada día, cualquiera<br />

que sea, que por ella no se nos perdone cuando decimos: «perdónanos


nuestras deudas», si procurásemos practicar lo que<br />

sigue: «así como nosotros perdonamos a nuestros deudores». Porque no<br />

dice el Señor, según ellos, si perdonaseis los<br />

pecados a los hombres os perdonará a vosotros vuestro Padre los<br />

pecados pequeños de cada día, sino «os perdonará<br />

vuestros pecados», cualesquiera que sean y cuantos quiera, aunque se<br />

cometan diariamente y mueran sin haber corregido ni<br />

enmendado su vida, entendiendo que por la limosna Tío se les niega el<br />

perdón, y presumiendo que; les pueden ser perdonados.<br />

Pero adviertan éstos que debe hacerse por los pecados la limosna<br />

digna y cual es menester; porque si dijeran que<br />

cualquiera limosna era poderosa a alcanzar la divina misericordia<br />

para los pecados, así para los que se cometen cada día como<br />

para los enormes y para cualquiera abominable costumbre de pecar, de<br />

manera que el perdón siga cotidianamente al pecado,<br />

echarían de ver que decían una cosa absurda y ridícula. Porque, de<br />

esta suerte, sería indispensable confesar que un hombre<br />

poderoso, con diez dineros que cada día diese de limosna, podría<br />

redimix los homicidios y adulterios y cualesquiera otros delitos<br />

graves. Y si proferir semejante expresión es un absurdo Y grave<br />

desatino, ciertamente, si quisiéramos saber cuáles son las<br />

limosnas dignas para conseguir el perdón de los pecados, de las<br />

cuales decía también aquel precursor de Cristo: «haced frutos<br />

dignos de penitencia», sin duda hallaremos que no las practican los<br />

que lastiman mortalmente su alma cometiendo cada día<br />

graves culpas.<br />

Porque en materia de usurpar la hacienda ajena es mucho más lo que<br />

hurtan; de lo cual, dando una pequeña parte a los<br />

pobres, piensan que para este fin satisfacen y sirven a Cristo que<br />

creyendo que han comprado de él, o, por mejor decir, que<br />

cada día compran la libertad y licencia desenfrenada de cometer sus<br />

culpas y maldades, y así seguramente puedan ejercitar<br />

tales abominaciones. Los cuales aunque por una sola culpa mortal<br />

distribuyesen los miembros necesitados de Cristo todo cuanto<br />

tienen, y no desistiesen de semejantes acciones no teniendo caridad,<br />

«la cual no obra mal de nada les pudiera aprovechar.<br />

El que quisiere hacer limosnas dignas de la remisión de sus pecados<br />

principie practicándolas en si misma porque es cosa<br />

indigna que no la haga para sí el que las hace al prójimo viendo que<br />

dice el Señor: «Amarás tu prójimo como a ti mismo», e<br />

igualmente «procura ser misericordioso con tu alma, agradando a<br />

Dios». Así que el que no hace esta limosna (que es agradar a<br />

Dios) por su alma, ¿como puede decirse que hace limosnas dignas por<br />

sus pecados? A este propósito es también aquella<br />

sentencia de la Escritura: «que el que es malo para sí, para ninguno<br />

puede ser bueno», puesto que las limosnas son las que<br />

ayudan a las oraciones y peticiones; y así debemos advertir lo que<br />

leemos en el Eclesiástico: «Hijo si hubieres pecado, no<br />

pases adelante; antes ruega a Dios que te perdone las culpas ya<br />

cometidas. Luego se deben hacer las limosnas por que,<br />

cuando rogásemos que se nos remitan nuestros pecados pasados, seamos<br />

oídos, y no para que, perseverando en ellos,<br />

creamos que por las limosnas nos dan licencia para vivir mal.<br />

Por eso dijo el Señor que había de hacer buenas (a los de la mano<br />

derecha) las limosnas que hubiesen distribuido, y<br />

cargo riguroso a los de la siniestra de las que no hubiesen hecho,<br />

para manifestarnos por este medio cuánto valen las limosnas<br />

para conseguir el perdón de sus pecados pasados no para cometerlos<br />

continuos y perpetuos libremente, y sin que les cuestión<br />

otra molestia.<br />

Y no puede decirse que hacen semejantes limosnas los que no quieren<br />

enmendar su vida apartándose de Ia ocasión y<br />

costumbre arraigada de pecar, que ya tienen como innata en su<br />

pervertido corazón. Porque en estas palabras: «Cuando no<br />

hicisteis la limosna a uno de estos mis más mínimos siervos, a mi me


la dejasteis de hacer», nos manifiesta claramente que no la<br />

hacen, aun cuando creen que la hacen. Pues si cuando dan el pan a un<br />

cristiano hambriento se lo diesen como si realmente lo<br />

diesen al mismo Cristo, sin duda que a sí mismos no se negarían el<br />

pan de justicia que es el mismo Jesucristo; porque Dios no<br />

mira a quién se da la limosna, sino con qué intención se da.<br />

Así que el que ama a Cristo en el cristiano, le da limosna, con el<br />

mismo, ánimo que se llega a Cristo, no con el que quiere<br />

apartarse e irse libre y sin castigo de Cristo; que tanto más se va y<br />

aleja uno de Cristo cuanto más ama lo que reprueba Cristo.<br />

¿Que le aprovecha a uno el bautizarse si no se justifica? ¿Acaso el<br />

que dijo: que no renaciere el hombre con el agua el Espíritu<br />

Santo no entrará en, el reino de Dios», no nos dijo también «Si no<br />

fuere mayor vuestra justicia que la de los escribas y fariseos,<br />

no entraréis en el reino de los cielos. ¿Por qué razón tantos, por<br />

temor de aquello, acuden a bautizarse, y tan pocos, no<br />

temiendo esta desgracia, cuidan de justificarse?<br />

Así, pues, como no dice uno a si hermano loco por estar enojado con<br />

él, sino por su pecado, pues de otra manera<br />

merecería el fuego del infierno, así, por el contrario, el que da<br />

limosna al cristiano no la da al cristiano si en él no ama a Cristo;<br />

y<br />

no ama a Cristo el que rehusa justificarse en Cristo. Si alguno<br />

incidiere en esta culpa diciendo a su hermano loco, esto es, si le<br />

injuriare Injustamente, no pretendiendo corregirle su pecado, es poco<br />

para redimir este pecado el hacer limosnas, si no<br />

añadiere también el remedio de la reconciliación. Porque lo que allí<br />

continúa diciéndose es: «Si ofrecieres tu ofrenda en el altar,<br />

y ni te acordases que tu hermano tiene alguna queja, contra ti, deja<br />

allí tu ofrenda en el altar y ve, ante todas cosas, y<br />

reconcíliate con tu hermano, y entonces vendrás y ofrecerás tu<br />

ofrenda.» Aprovecha, pues, poco hacer limosnas, por grandes<br />

que sean, para redimir cualquier pecado mortal, si se continúa en la<br />

costumbre de cometer los, mismos pecados.<br />

La oración cotidiana que nos enseñó el mismo Señor (por lo cual la<br />

llamamos también Oración Dominical, o del Señor),<br />

aunque borra y quita los pecados diarios, cuando se dice cada día<br />

«perdónanos nuestras deudas» y cuando lo, que sigue<br />

inmediatamente, que es «así como nosotros perdonamos a nuestros<br />

deudores», no sólo se dice, sino también se hace: lo cual se<br />

dice porque se cometen pecados, y no para cometerlos. Pues con esta<br />

oración nos quiso enseñar el Salvador que por más<br />

justa y santamente que vivamos en las tinieblas y flaquezas de esta<br />

vida no nos faltan pecados, por los cuales debamos rogar<br />

para que se nos perdonen, y perdonar nosotros a los que pecan contra<br />

nosotros, para que igualmente nos perdonen a<br />

nosotros.<br />

Así, pues, no dice el Señor: «Si perdonaseis a los hombres sus<br />

pecados os perdonará a vosotros vuestro Padre los<br />

vuestros», para que, confiado en esta oración, pudiésemos pecar cada<br />

día con seguridad, o por ser tan poderosos que nada se<br />

nos diera de las leyes humanas, o por ser tan astutos que engañáramos<br />

a los mismos hombres, sino para que supiésemos que<br />

no estábamos sin pecados, aunque estuviésemos libres de los mortales.<br />

Advirtió esto mismo el Señor a los sacerdotes de la ley<br />

antigua en orden a sus sacrificios, a los cuales ordenó que lo<br />

ofreciesen primeramente por sus pecados, y después por los del<br />

pueblo.<br />

También se deben mirar con advertencia las propias palabras de tan<br />

grande Maestro y Señor nuestro, pues ni dice si<br />

perdonaseis los pecados de los hombres, también vuestro Padre o<br />

perdonará a vosotros cualesquiera picados, sino que dice:<br />

«vuestros pecados»; porque enseñaba la oración que debían decir cada<br />

día, y hablaba con sus discípulos, que estaban, sin<br />

dada justificados. ¿Qué quiere decir vuestros pecados, sino los<br />

pecados sin los cuales no os hallaréis ni aun vosotros que estáis


justificados y santificados. Los que por esta oración buscan ocasión<br />

de poder pecar cada día mortalmente, dicen que el Señor<br />

significa también los pecados graves, porque no dijo os perdonará los<br />

pecados ligero sino vuestros pecados; pero nosotro<br />

considerando la calidad de las personas con quienes hablaba, y<br />

notando que dice vuestros pecados, no debemos imaginar otra<br />

cosa que los veniales puesto que los pecados de aquellos sujetos no<br />

eran ya graves.<br />

Pero ni aun los mismos graves, que de ningún modo se deben comete<br />

mejorando la vida y costumbres, perdonan a los<br />

que piden perdón oran, si no practican lo que allí ordena: «Así como<br />

nosotros perdonamos a nuestros deudores»; porque los<br />

pecados mínimos, en que incurrir hasta los más justos, no se perdonan<br />

de otra manera, ¿cuánto más los que estuvieren<br />

implicados en muchas graves culpas, aunque desistan ya cometerlas, no<br />

alcanzarán perdón si mostraren duros e inexorablés<br />

en perdonar a otros los que hubieren pecado contra ellos? Dice el<br />

Señor: «Si perdonaseis a los hombres sus pecados tampoco<br />

os perdonará á vosotros vuestro Padre»; y a este intento hace lo que<br />

dice igualmente el Apóstol Santiago: «Que será juzgado y<br />

condenado sin misericordia el que no hizo misericordia.» Porque nos<br />

debemos de acordar, al mismo tiempo, de aquel siervo a<br />

quien alcanzó su señor, ajustadas cuentas, en diez mil talentos, y se<br />

los perdonó, mandando después que los pagase, porque<br />

no se había condolido de su compañero, que le debía cien dineros. En<br />

éstos, que son hijos de promisión y vasos de<br />

misericordia, tiene lugar lo que dice el mismo Apóstol: «Que la<br />

misericordia se exalta sobre la justicia», pues hasta aquellos justos<br />

que vivieron con tanta santidad que tienen privilegio para recibir en<br />

los eternos tabernáculos a otros que granjearon su amistad<br />

por medio de la ganancia de la iniquidad, para que fuesen tales, los<br />

libró por la misericordia Aquel que justifica al impío e imputa<br />

esta merced y premio por cuenta de la gracia y no del débito. Porque<br />

del número de éstos es el Apóstol, que dice: «Que por la<br />

misericordia de Dios consiguió ser fiel ministro suyo.»<br />

Y aquellos a quienes los tales reciben en los tabernáculos eternos,<br />

debemos confesar que no son de tal vida y costumbres<br />

que les baste su vida para libertarlos sin el sufragio e intercesión<br />

de los santos, y así en ellos sobrepuja mucho la misericordia a<br />

la justicia. Mas no por eso debemos pensar que algún malvado que no<br />

haya mudado su vida. en otra buena, o más tolerable,<br />

sea admitido en los eternos tabernáculos y moradas, porque sirvió los<br />

santos con la ganancia de la inquidad, esto es, con el<br />

dinero o con las riquezas que fueron mal adquiridas, o, si bien<br />

adquiridas, no verdaderas, sino las que la iniquidad imaginan<br />

que son riquezas, no conociendo cuáles son las verdaderas riquezas,<br />

de las cuales están abundantes y sobrados aquellos que<br />

reciben a los otros en la eternas moradas.<br />

Hay, pues, cierto género de vida que ni es tan mala que a los que<br />

viven conformes a ella no les aproveche en parte para<br />

conseguir el reino de los cielos la larga liberalidad de las limosnas<br />

con que sustentan la necesidad de los justos y se granjean<br />

amigo que los reciban en los tabernáculos eternos, ni tan buena que<br />

les baste para alcanzar tan grande bienaventuranza, Si<br />

por los méritos de aquellos cuya amistad granjearon no alcanzaron<br />

misericordia.<br />

Suele causarme admiración cuando advierto que aun en Virgilio se hay<br />

estampada esta sentencia del Señor que dice:<br />

«Procurad granjearos amigo con la ganancia de la iniquidad, para que<br />

también ellos os acojan en eternas moradas»; a la cual<br />

es mi parecida ésta, donde se dice: «El que recibe al profeta por el<br />

respeto y circunstancias de ser profeta, recibirá galardón de<br />

profeta, y el que acoge al justo porque es justo, recibirá el premio<br />

de justo.» Porque describiendo aquel poeta los campos<br />

Elíseos, donde supone que habitan las almas de los bienaventurados,<br />

no sólo puso allí los que por sus propios meritos pudieron


alcanzar la posesión de aquel ameno lugar, sino que añade: «y los que<br />

con sus obras obligaron a otros a que acordasen de<br />

ellos». Es, a la letra, como si les dijera lo que de ordinario suele<br />

decir un cristiano cuando humildemente se encomienda a algún<br />

justo que es santo, y dice: «acordaos de mi»; y para que sea más<br />

factible, procura merecerlo haciéndole obras buenas.<br />

Pero cuál sea este método y cuáles los pecados que nos impiden el<br />

poder conseguir el reino de Dios, y, sin embargo, nos<br />

dejan poder alcanzar indulgencias y perdón por los méritos de los<br />

santos nuestros amigos, es sumamente dificultoso el<br />

averiguarlo y peligrosísimo el definirlo. Yo, a lo menos aunque hasta<br />

ahora no he cesado de trabajar por saberlo, no he podido<br />

comprenderlo. Y quizá se nos esconden, para que no aflojemos en el<br />

cuidado de guardarnos generalmente de todos los<br />

pecados. Porque si se supiesen cuáles son los pecados por los cuáles,<br />

aunque permanezcan todavía y no se hayan redimido<br />

mejorando la vida se debe solicitar y esperar la intercesión de los<br />

santos, la flojedad humana seguramente se implicaría en ellos,<br />

no cuidaría de desenvolverse de semejantes enredos con el auxilio de<br />

alguna virtud, sino sólo pretendería librarse con los<br />

méritos de otros, cuya amistad hubiese granjeado con las limosnas<br />

hechas mediante la ganancia o tesoro de la iniquidad; pero<br />

no sabiéndose la que persevere, sin duda se pone mal cuidado y más<br />

vigilancia en aprovchar y mejorar la vida, instando en la<br />

oración, y no se deja tampoco el cuidado de procurar la amistad de<br />

los santos con la riqueza mal adquirida.<br />

Esta liberación, que procede, o de la intercesión de los santos,<br />

sirve para que no le arrojen al fuego eterno no para que,<br />

si le hubieren echado después de cualquier tiempo, por largo que sea,<br />

le saquen de allí. Pues aun los que piensan que se debe<br />

entender lo que dice la Escritura de que la buena tierra trae<br />

abundante y copios fruto, «una a treinta, otra a sesenta y otra a<br />

ciento por uno», en el sentido de que los santos, según la diversidad<br />

de sus méritos, libran a los hombres, unos a treinta, otros a<br />

sesenta y otros a ciento, suelen sospechar que será en el día del<br />

juicio, no, después del juicio. Y viendo uno que con esta<br />

opinión los hombres con particular engaño se prometían la gracia y<br />

remisión de sus culpas, porque así parece que todos<br />

pueden alcanzar la libertad de las penas, dicen que dijo muy a<br />

propósito y con cierto gracejo, que antes debíamos vivir bien<br />

para que cada uno viniese a ser de los que han de interceder para<br />

librar a otros, a fin de quererlo vengan a reducirse tanto los<br />

intercesores que, llegando presto cada uno al número que le cabe, de<br />

treinta, o de sesenta o de ciento; queden muchos que no<br />

puedan ser libres de las penas por intercesión de ellos, y se halle<br />

entre estos tales cualesquiera que con temeridad tan vana se<br />

promete que ha de gozar del fruto ajeno; Basta haber respondido así<br />

por nuestra parte a aquellos que no desechan la autoridad<br />

de la Sagrada Escritura, de la cual se sirven comúnmente con<br />

nosotros, sino que, como la entienden mal, piensan que ha de<br />

ser, no lo que ella nos dice, sino lo que ellos quieren. Con esta<br />

respuesta, pues, concluyo este libro, como lo prometí.<br />

LIBRO VIGESIMOSEGUNDO<br />

EL CIELO, FIN DE LA DIUDAD DE DIOS<br />

CAPITULO PRIMERO<br />

De la creación de los ángeles y de los hombres<br />

En este libro, que será el último, según prometí en el anterior,<br />

trataremos de la eterna bienaventuranza de la Ciudad de<br />

Dios; la cual, no por los dilatados siglos que alguna vez han<br />

terminar se llamó eterna, sino porque como dice el Evangelio, «su<br />

reino tendrá fin»; ni tampoco porque inquiriendo y faltando unos,<br />

naciendo sucediéndose otros, haya en ella una apariencia de<br />

perpetuidad, como un árbol que está siempre verde parece que


persevera en El un mismo verde mientras que conforme van<br />

cayendo unas hojas, otras que van naciendo conservan la apariencia de<br />

su frescura sino porque en ella todos sus ciudadanos<br />

serán inmortales, viniendo a conseguir también los hombres lo que<br />

nunca perdieron los ángeles santos. Esto lo hará Dios<br />

Todopoderoso su fundador, porque lo prometió y no puede mentir, y<br />

para persuadir de ello a los fieles ha hecho ya muchas<br />

cosas no prometidas y cumplido muchas prometidas.<br />

El es el que al principio hizo mundo tan lleno de seres tan bueno<br />

visibles e inteligibles; en el cual nada creó mejor que los<br />

espíritus, a quienes dio inteligencia, e hizo capaces para que le<br />

viesen y contemplasen, y lo reunió en una comunidad que<br />

llamamos Ciudad santa y soberana, en la cual el alimento con que se<br />

sustentasen fuesen bienaventurados quiso que fuese el<br />

mismo Dios, como vida y sustente común de todos. A esta misma<br />

naturaleza intelectual la dio libre albedrío de manera que si<br />

quisiese dejar a Dios que es su bienaventuranza, le sucediera la<br />

miseria.<br />

Y habiendo Dios que algunos ángeles, por la altivez y soberbia con<br />

que habían de presumir<br />

bastarse para su vida bienaventurada, serían desertores y apóstatas<br />

de tanto bien, no les quite esta<br />

potestad, juzgando mejor sacar bien aun las cosas malas que impedir<br />

hubiese las malas. Las cuales no<br />

existieran si la naturaleza mudable aunque buena y criada por el sumo<br />

Dios, o bien inconmutable, no las<br />

hubiera hecho ella misma malas, perecido. Y con el testimonio de este<br />

su pecado, se prueba también que<br />

la Naturaleza, en su creación, fue buena. Porque si también ella<br />

misma no fuera un grande bien, aunque<br />

no igual a su Criador, el dejar a Dios, que era como luz suya, no<br />

pudiera ser su mal. Pues así como la<br />

ceguera es un vicio de los ojos que nos manifiesta fue criado el ojo<br />

para ver la luz, y con este vicio se nos<br />

declara que es excelente que los demás órganos el órgano capaz de luz<br />

(porque no por otra causa sería<br />

su vicio el carecer de luz) así la Naturaleza que gozaba de Dios nos<br />

enseño con su mismo vicio que fue<br />

criada muy buena, con cuyo vicio es miserable, porque no goza de<br />

Dios, el cual castigó la caída<br />

voluntaria de los ángeles con la justísima pena de la eterna<br />

infelicidad, y a los demás que perseveraron en<br />

aquel sumo bien le concedió que estuviesen ciertos y seguros de su<br />

perseverancia, como premio de la<br />

misma perseverancia.<br />

Crió al hombre también con el mismo libre albedrío, atinque terreno,<br />

digno del cielo si perseverase en la unión de su<br />

Criador, y si le desamparase digno de una miseria, cual conviniese a<br />

semejante Naturaleza. Y sabiendo que había de pecar<br />

desamparando Dios con traspasar su divina ley, tampoco le privó del<br />

libre albedrío, previendo al mismo tiempo el bien que de<br />

su mal había de resultar, puesto que del linaje mortal, condenado<br />

justamente por su culpa, va, por su gracia recogiendo multitud<br />

de gente para con ella suplir la que cayó de los ángeles y que, de<br />

este modo, su querida soberana Ciudad no quede sin<br />

ciudadanos, antes, quizá, venga a gozar número más copioso.<br />

CAPITULO II<br />

De la eterna e inmutable voluntad de Dios<br />

Aunque muchas acciones se practican por los malos contra la voluntad<br />

de Dios, este Señor es tan sabio, justo y poder<br />

oso, que todas las que parecen contrarias a su voluntad van<br />

encarnadas a aquellos fines que con su gusta presciencia previó<br />

que eran buenos y justos.


Por eso cuando se dice que Dios muda la voluntad de manera que al que<br />

se mostraba benigno (pongo ejemplo) se les<br />

vuelve airado, ellos se los que se mudan antes y le hallan mudado en<br />

cierto modo en las aflicciones que padecen, así como se<br />

muda el sol respecto de los que tienen los ojos tiernos y débiles en<br />

su organización, y se les vuelve de suave en alguna manera<br />

áspero, y de agradable molesto, siendo él en su esencia el mismo que<br />

era. Llámase también voluntad de Dios la que el Señor<br />

forma en los corazones de los que obedecen a sus mandamientos, de la<br />

cual dice el Apóstol: «Dios es el que obra en nosotros<br />

como también en el querer o en voluntad.» Porque así como se di<br />

justicia de Dios, no sólo aquella con la cual el Señor es justo,<br />

sino también la que obra en el hombre que justifica, por la misma<br />

razón sería su ley la que es más de los hombres que suya,<br />

aunque dada por Dios a humana descendencia, porque, en efecto,<br />

hombres eran a los que decía Cristo: «En vuestra ley está<br />

escrito», y en otro lugar: «La ley de su Dios es impresa en su<br />

corazón.»<br />

Según esta voluntad que Dios obra en los hombres, también se dice<br />

querer o voluntad libre, no lo que el Señor quiere,<br />

sino lo que hizo que quisiesen los suyos; así como se dice que<br />

conoció, lo que hace que se conozca para los que no lo<br />

conocían. Pues diciéndonos el Apóstol: «Ahora que había conocido a<br />

Dios, habiéndoos conocido antes Dios», no es lícito que<br />

creamos que entonces conoció Dios a los que tenía predestinados antes<br />

de la creación del mundo, sino que se dice que el<br />

entonces conoció lo que hizo en aquellas circunstancias, fuese<br />

conocido. De acuerdo a estas locuciones o modos de decir,<br />

recuerdo haber hablado ya en el libro XVI, capítulo XXXII, y en otros<br />

lugares. Según esta voluntad, pues con la cual decimos<br />

que quiere Dios que hace que quieran otros, que ignoran lo venidero,<br />

muchas cosas quiere y no las pone en ejecución.<br />

Porque muchas cosas quieren sus santos que se ejecuten, movidos con<br />

santa voluntad inspirada por Dios, y<br />

no se verifican, como cuando ruego por algunos piadosamente, y no<br />

hace Dios lo que le piden, habiendo el mismo<br />

Señor impreso en ellos con su espíritu esta voluntad de suplicar. Por<br />

eso cuando, según Dios, quieren y ruegan<br />

los santos que se salven todos podemos decir con aquella locución:<br />

«quiere Dios y no lo hace», para que digamos<br />

que quiere Él mismo que hace que éstos quieran.<br />

Pero según su voluntad, que con alta presciencia es eterna, sin duda<br />

hizo en el cielo y en la tierra todo cuanto quiso, no<br />

sólo lo pasado y presente, sino también lo futuro. Si embargo, antes<br />

que llegue el tiempo en que, quiso que se hiciese lo que con<br />

su presciencia dispuso, decimos hará cuando Dios quisiere; pero<br />

cuando ignoramos no sólo el tiempo en que ha de ser, sino<br />

también si ser decimos se hará si Dios quisiere, no porque Dios<br />

tendrá entonces nueva voluntad que no tuvo, sino porque lo<br />

que está decretado ab aeterno en su inmutable voluntad, sucederá<br />

entonces.<br />

CAPITULO III<br />

De la promesa de la eterna bienaventuranza de los santos y de los<br />

eternos tormentos de los impíos<br />

Omitiendo otras muchas razones con cernientes a esta materia, así<br />

como en la actualidad vemos verificado en Cristo lo que<br />

prometió a Abraham diciendo: «En tu semilla y descendenos serán<br />

benditas todas las naciones», así también cumplirá lo que<br />

prometió esta su estirpe, diciendo por el Profeta: «Resucitarán los<br />

que estaban en las sepulturas»; y lo anunciado por Isaías,<br />

cuando dice: «Que habrá nuevo cielo y nueva tierra, y no se acordarán<br />

de lo pasado, ni que vendrá y más al pensamiento:<br />

antes sí, hallarán en la novedad alegría y contento, por que yo, haré<br />

a Jerusalén alegría, y a mi pueblo contento; me regocijaré


en Jerusalén, me alegraré en mi pueblo y no se oirá más en ella<br />

llantos y lágrimas»; y lo que por Daniel anunció al mismo<br />

Profeta, diciendo: in tempore illo, salvabitur populus tuus omnis qui<br />

inventus fuerit scriptus in libro el multi dormientium in terrae<br />

pulvere (o, como algunos han interpretado aggere), exurgent, hí in<br />

vitam aeternam, et hi in opprobrium, el confusionem<br />

aeternam; esto es, «en aquellos días se salvarán los de vuestro<br />

pueblo todos los que se hallaren escritos en el libro, y muchos<br />

de los que duerme en el polvo o en las fosas de la tierra se<br />

levantarán y resucitarán los une a la vida eterna, y los otros a la<br />

ignominia y confusión sempiterna»; y la que, en otra parte dice por<br />

el mismo Profeta: «Recibirán el reino los santos del Altísimo, y<br />

le poseerán para siempre por todos los siglos de los siglos y poco<br />

después: «Su reino es reino eterno», y lo demás tocante a<br />

esta doctrina que inserté en el libro a lo que allí dejé de poner y<br />

se halla escrito en los mismos libros; todo la cual se habrá de<br />

realizar, como se realizó lo que los incrédulos presumía que no había<br />

de verificarse, porque prometió lo uno y lo otro, y uno otro<br />

dijo que había de venir áquel mismo Dios a quien tiemblan los dioses<br />

de los paganos, como lo confiesa hasta el mismo Porfirio,<br />

famoso filósofo entre los gentiles.<br />

CAPITULO IV<br />

Contra los sabios del mundo que piensan que los cuerpos humanos no<br />

pueden ser trasladados a las moradas del Cielo<br />

Hombres doctos y sabios, oponiéndose a la fuerza de una autoridad tan<br />

plausible como venerable, que a toda clase de<br />

gentes, como lo habían anunciado ya mucho antes, hizo creer esperar<br />

esto mismo, creen que arguyen enérgicamente contra la<br />

resurrección de los cuerpos, con el testimonio de lo que Cicerón dice<br />

en el libro III de República: donde afirmando cómo a<br />

Hércules y a Rómulo, de hombres mortales los habían colocado en el<br />

número de los dioses, asegura que sus cuerpos no<br />

subieron al cielo, puesto que la naturaleza no sufre que lo que es de<br />

tierra se quede en otra parte que en la tierra esta es la<br />

razón principal de dicho sabios, «cuyos pensamientos y discurso sabe<br />

el Señor que son vanos».<br />

Si solamente fuéramos almas, esto es, fuéramos espíritus sin ningún<br />

cuerpo, y estando de asiento en el cielo no<br />

participáramos de cualidad alguna de la de los animales de la tierra,<br />

y nos dijeran que habíamos de venir a unirnos en estrecho<br />

vínculo con los cuerpos terrenos para animarlos, pregunto: ¿no<br />

arguyéramos con mucho mayor vigor para no dar asenso a<br />

esta doctrina, y diríamos que la naturaleza no tolera que una entidad<br />

incorpórea venga a unirse con lo que es corpóreo? Y, sin<br />

embargo, observamos que la tierra esta poblada de almas vegetantes y<br />

que dan vida, con las cuales están unidos y enlazados<br />

con maravillosa armonía estos miembros terrenos.<br />

¿Por qué causa, pues queriendo el mismo Dios que formó este animal,<br />

no podrá ascender el cuerpo terreno a la altura<br />

del cuerpo celeste, si el alma, que es más aventajada y excelente que<br />

todos los cuerpos, y, por consiguiente, más que los<br />

cuerpos celestes, pudo unirse con el cuerpo terreno? ¿Acaso una<br />

partecilla terrena tan pequeña pudo unirse con objeto que<br />

fuese mejor para el cuerpo celeste para tener con él sentido y vida;<br />

y a esta misma que la tiene sensación y vive se desdeñárá<br />

el cielo de recibirla, o admitiéndola no la podrá sufrir, sintiendo y<br />

viviendo ésta en virtud de un ser que es mejor que todos los<br />

cuerpos celestes?<br />

No se hace ahora esta maravilla, porque aún no ha llegado el tiempo<br />

en que quiso se hiciese el que ha hecho aquello,<br />

que por ser cosa que vemos no se la estima, siendo mucho más<br />

admirable que lo que estos ilusos creen. Porque ¿qué razón<br />

hay para que no nos admiremos de que las almas incorpóreas, que son


más excelentes que los cuerpos celestes, se junten con<br />

los cuerpos terrenos, y sí de que los cuerpos terrenos vayan a las<br />

mansiones celestiales, siendo corpóreos, sino porque<br />

estamos acostumbrados a ver aquello formando lo que somos, y esto aun<br />

no lo somos, ni hasta ahora jamás los hemos visto?<br />

Bien reflexionado, hallaremos que es obra más admirable de la mano<br />

divina unir y trabar en cierto modo lo corpóreo con lo<br />

incorporeo, que el juntar cuerpos con cuerpos, aunque sean<br />

diferentes, los unos celestiales y los otros terrenos.<br />

CAPITULO IV<br />

De la resurrección de la carne, que algunos no creen, creyéndola todo<br />

el mundo<br />

Aunque haya sido increíble alguna vez, ya todo el mundo ha creído,<br />

menos unos cuantos incrédulos que se admiran de<br />

ello, que el cuerpo terreno de Cristo fue llevado a los cielos; la<br />

resurrección de su carne, su ascendió y subida a las celestiales<br />

mansiones dándole crédito los doctos e indocto los sabios y los<br />

ignorantes. Y si ha creído lo que es digno de fe, advierta cuán<br />

necios son los que no creen. Y han creído lo que es increíble,<br />

también es creíble que se haya creído a lo que es increíble.<br />

Estas dos circunstancias increíbles, es a saber, la primera: la<br />

resurrección de nuestro cuerpo para siempre, y la segunda:<br />

que una maravilla tan increíble como ésta la había de cree el mundo,<br />

predijo el Señor que había de suceder mucho antes que<br />

esta última se verificase. Ya, vemos cumplido que creyese el mundo lo<br />

que era increíble. ¿Por qué, pregunto, la otra increíble<br />

que resta se desespera que también suceda, y se tiene por increíble<br />

cuando ya sucedió lo que era increíble, esto es, que cosa<br />

tan increíble la creyese el mundo, siendo así que ambas cosas<br />

increíbles, de las cuales vemos la una y creemos la otra, la<br />

hallamos ya anunciadas en la misma Escritura, por lo cual ha creído e<br />

mundo?<br />

Y si consideramos el modo como en mundo lo ha creído, hallaremos que<br />

es más increíble. Envió Cristo al mas proceloso<br />

de este siglo unos pescadores con las redes de la fe, que ignoraba<br />

las artes liberales, y por lo que respecta a su ciencia y<br />

doctrina, totalmente rudos, sin tener noticia de gramática, sin ir<br />

prevenidos ni armado de los sofismas de la dialéctica, ni<br />

hinchados con los discursos elocuentes de la retórica, y de esta<br />

manera pescó de todo género tanto número de peces, y entre<br />

ellos también a los mismos filósofos, lance tanto más admirable<br />

cuanto más raro, que si se quiere podemos añadir a los dos<br />

increíbles que hemos dicho.<br />

Luego ya tenemos tres sucesos increíbles, que, no obstante,<br />

sucedieron Increíble es que Cristo resucitase es carne, y que<br />

subiese al cielo con la carne. Increíble es que haya creído el mundo<br />

portento tan increíble. Increíble es que hombres de<br />

condición humilde, despreciables, pocos e ignorantes, hayan podido<br />

persuadir de cosa tan increíble, tan eficazmente al mundo,<br />

y hasta a los mismos doctos. De estos increíbles no quieren estos con<br />

quienes disputamos creer el primero; el segundo, aunque<br />

no quieran, lo ven aun con sus ojos, no comprendiendo cómo ha<br />

sucedido, si no creen el tercero.<br />

Es cierto e indudable que la resurrección de Cristo y su ascensión al<br />

cielo con la carne, con que resucitó, ya se predica y<br />

se cree en todo el mundo, y si no es creíble, pregunto: ¿cómo ha<br />

creído en ello todo el orbe de la tierra? Si muchos, nobles,<br />

poderosos y también sabios, dijeran que ellos lo vieron, y lo que así<br />

vieron lo divulgaron, no fuera maravilla que el mundo les<br />

hubiese creído, aunque hubiera algunos tercos que no lo creyeran.<br />

Pero si, cómo es cierto, predicándolo y escribiéndolo unos<br />

pocos hombres oscuros, bajos e ignorantes que aquí lo vieron, ha<br />

creído el mundo, ¿por qué unos pocos sumamente<br />

obstinados no quieren aún creer al mismo mundo que lo cree? El cual


creyó a unos pocos hombres humildes, abatidos e<br />

ignorantes, porque en testigos tan despreciables más admirablemente<br />

lo persuadió por sí mismo el Espíritu Santo. Pues las<br />

elegantes arengas con que persuadían fueron, no palabras, sino obras<br />

maravillosas, y los que no vieron resucitar a Cristo en<br />

carne, subir con ella al cielo, creían a los que decían que lo habían<br />

visto, no sólo porque lo decían, sino también porque hacían<br />

señales rnilagrosas. Porque a hombres que conocían que no sabían más<br />

que un idioma, y cuando más dos, los veían con<br />

admiración hablar de improviso en todos los idiomas. Que uno que<br />

nació tullido de los pies desde el vientre de su madre; al<br />

cabo de cuarenta años se levantó sano en virtud de sola una palabra<br />

que los apóstoles le dijeron en nombre de Cristo. Que los<br />

sudarios y lienzos que se quitaban de sus cuerpos servían para sanar<br />

los enfermos, y que innumerables dolientes oprimidos<br />

con varias enfermedades, poniéndose en orden por, los caminos por<br />

dónde habían de pasar, para que les tocase la sombra<br />

cuando pasasen, al momento cobraban salud, y otras muchas señales<br />

estupendas que hacían en nombre de Cristo. Y,<br />

finalmente, veían resucitar los muertos. S concedieron que estos<br />

portentos se obraron, como se lee en los escritos apostólicos,<br />

ved aquí cómo a aquellos tres prodigios increíbles podemos añadir<br />

otros infinitos increíbles.<br />

Para que crean un suceso increíble que se dice de la resurrección de<br />

la carne, y de la ascensión al cielo, aglomeramos<br />

tantos testimonios de tantas increíbles, y, con todo, podemos apartar<br />

de su increíble rudeza a este incrédulos, para que den<br />

crédito a estas infalibles verdades. Y si no cree tampoco que los<br />

apóstoles de Cristo obrasen tales milagros, para que le<br />

creyesen la resurrección y ascensión que predicaban de Cristo, a<br />

nosotros no basta sólo el gran argumento de que sin<br />

milagros, lo haya creído todo orbe de la tierra.<br />

CAPITULO VI<br />

Cómo Roma; amando a su fundador Rómulo, le hizo dios, y la iglesia,<br />

creyendo en Cristo, le amó<br />

Traigamos también aquí a la memoria lo que celebra y admira Tulio<br />

sobre haberse dado crédito a la divinidad Rómulo.<br />

Pondró sus mismas palabras como él las escriben: cosa es, dice más<br />

admirable la de Rómulo, porque los demás dioses que<br />

dicen se hicieron de los hombres, existieron en siglos menos<br />

ilustrados, de manera que fue más fácil el fingirlo cuando los<br />

imperitos e ignorantes se movían sin dificultad creer.<br />

»Pero observamos que los tiempo de Rómulo fueron hace seiscientos<br />

años no cabales, habiendo ya adquirido antiguo<br />

esplendor las letras y las ciencias, y desterrándose ya aquel antiguo<br />

y envejecido error de la vida inculta agreste de los<br />

hombres.» Poco después del mismo Rómulo, dice así lo que pertenece a<br />

este mismo intento: «lo cual se puede inferir que<br />

muchos años antes fue Homero que Rómulo de manera que, siendo ya los<br />

hombres sabios y los tiempos ilustrados, apeil había<br />

lugar para poder fingir patran. Porque la antigúedad recibió las<br />

fábulas compuestas en ocasiones mal e impropiamente; pero<br />

estos tiempos, como son ya cultos, rechazando prinpalmente todo lo<br />

que es imposible, las admiten.»<br />

Uno de los hombres más doctos elocuentes de su tiempo, Marco Tulio<br />

Cicerón, dice que se creyó milagrosamente la<br />

divinidad de Rómulo porque los tiempos estaban ya ilustrados y no<br />

admitían las falsedades de las fábulas. ¿Y quién creyó que<br />

Rómulo fue dios, sino Roma, y esto siendo aún población reducida, y<br />

cuando comenzaba a cimentarse su futura gloria? Pórque<br />

después los descendientes hubieron de conservar en su memoria<br />

necesariamente las tradiciones que recibieron de sus<br />

predecesores, para que creciese la ciudad con la superstición que<br />

había mamado, en cierto modo, con la leche de su madre, y


llegando a poseer un imperio tan vasto y dilatado, desde su cumbre y<br />

mayor, elevación, como de un lugar más encumbrado,<br />

bañase con esta su opinión las otras naciones. a quien dominaba. De<br />

suerte que, aunque ésta no lo creyesen, llamasen dios a<br />

Rómulo por no ofender el honor de la ciudad, a quien rendían<br />

vasallaje er asunto de su fundador, llamándole de otra manera<br />

que Roma, la cual creyo aquella patraña, no por afición al error sinó<br />

por amor desordenado a su fundador.<br />

Pero a Cristo, aunque es fundado de la ciudad celestial y eterna, no<br />

por que la erigió le tuvo Esta por Dios antes ha de<br />

irse fundando paulatinamente porque lo creyó. Roma, después de ya<br />

fundada y dedicada, veneró a su fundador como a dios<br />

en el templo que le edificó; pero esta Jerusalén, para poderse fundar<br />

y dedicar, puso a Cristo Dios su fundador en el<br />

fundamento de la fe. Aquélla, amando a Rómulo creyó que era dios;<br />

ésta, creyendo que Cristo era Dios, le amó. Así como allá<br />

precedió el motivo para que Roma le amase y del amado creyese ya de<br />

buena gana aun el bien que era falso así precedió aquí<br />

causa, por la que ésta creyese, y con fe sincera, no sin justo motivo<br />

amase, no lo que era falso, sino lo que era verdadero.<br />

Porque además de tantos y tan estupendos milagros, que persuadieron<br />

aún a los más obstinados que<br />

Cristo era Dios, también precedieron profecías divinas, dignas por<br />

todas sus circunstancias de fe, las cuales, no<br />

como los padres creemos que han de cumplirse, sino que las vemos ya<br />

plenamente cumplidas; pero de<br />

Rómulo, por que fundó a Roma y reinó en ella, oímos y vemos lo que<br />

sucedió, y no un portento que antes<br />

estuviese vaticinado. Dicen las historias que se sostuvo y creyó que<br />

fue transportado entre los dioses; mas no<br />

nos prueban que así ocurriera. Con ninguna señal maravillosa se<br />

evidencia que realmente sucediese, pues la<br />

loba que crió a los dos hermanos, lo cual se tiene por singular<br />

portento, ¿de qué sirve o qué prueba para<br />

hacernos ver que era dios, puesto que, por lo menos, si aquella loba<br />

no fue positivamente una ramera, sin una<br />

bestia, el milagro debía ser común y extensivo a los dos hermanos, y,<br />

sin embargo, no tienen por dios a su<br />

hermano? ¿Y a quién le prohibieron que confesase por dioses a Rómulo<br />

o Hércules, o a otros tales hombres,<br />

quiso antes morir que dejarlo de confesar? ¿Hubiera acaso alguna<br />

nació que adorara entre sus dioses a<br />

Rómulo, si no los obligara a este vanorito con temor del nombre<br />

romano? ¿Y quién podrá numerar la inmensa<br />

multitud de los que quisieron antes morir con cualquiera género de<br />

muerte cruel e inaudita que negar la<br />

divinidad de Cristo Así, pues, el temor de la indignación de los<br />

romanos, si no se adorara Rómulo, pudo forzar a<br />

algunas ciudades que estaban bajo el yugo y jurisdicción romana a<br />

adorarle como a dios pero el adorar a<br />

Cristo por Dios confesarle por tal un número considerable de mártires<br />

esparcidos por todo el ámbito de la tierra,<br />

no pudo impedirlo el temor, no ya de alguna ligera ofensa de ánimo,<br />

sino de penas y tormentos inmensos y<br />

varios, ni aun el terror de la misma muerte, que suele ser más<br />

horrible que todos los tormentos juntos.<br />

La Ciudad de Cristo, aunque entonces era todavía peregrina en la<br />

tierra y tenía grandes escuadrones de crecido pueblos<br />

y gentes, con todo, no cuidó de resistir y pelear contra sus impíos<br />

perseguidores en defensa de su vida y salud temporal, antes<br />

por conseguir Ia eterna, no repugnó. Los prendían, encarcelaban,<br />

atormentaban, abrasaban despedazaban, mataban y, sin<br />

embargo, se multiplicaban. No tenían otro modo de pelear para salvar<br />

su vida que despreciar la misma vida por el Salvador.<br />

Conservo en la memoria que en el libro III de República, de Cicerón,<br />

se dice, si no me engaño, que una


ciudad buena y consumada en virtud no debe emprender guerra si no es<br />

o por la fe o por la salud pública. Y lo<br />

que llama salud, o qué quiere significar con esta palabra, en otro<br />

lugar lo manifiesta, diciendo: «De estas penas,<br />

las que sienten aun los más insensatos, como son indigencia,<br />

destierro, prisión y azotes, se libertan en<br />

ocasiones los particulares con acabar de improviso la vida. Más para<br />

las ciudades, la pena mayor es Ia misma<br />

muerte, la cual parece que ir cierta a cada uno de la pena, porque la<br />

ciudad ha de estar establecida y<br />

ordenada de tal conformidad, que ser eterna. Así que no hay muerte<br />

natural para la república, como la hay<br />

para el hombre, en quien la muerte no sólo es necesaria, sino que<br />

muchas veces se debiera desear. Mas<br />

cuando una ciudad es asolada, destruida y aniquilada, se asemeja en<br />

cierto modo (comparando los objetos<br />

pequeños con los grandes) a si todo este mundo pereciese y se<br />

acabase.»<br />

Esto dice Cicerón, porque opina, con los platónicos, que el mundo no<br />

ha de fenecer. Consta, pues, que quiso que la<br />

ciudad emprenda la guerra por conseguir aquella salud con la cual<br />

permanezca en el mundo, como él dice, eterna; aunque se<br />

le mueran y nazcan uno a uno los ciudadanos, como es perenne y<br />

perpetuo el verdor de los olivos laureles y demás árboles<br />

de esta calidad, cayéndoseles y naciendo una a una las hojas. Porque<br />

la muerte, como dice, no la de cada hombre de por sí,<br />

que ésta por la mayor parte libra de pena a cada uno, sino la de toda<br />

ella, es pena de la ciudad. Por lo cual con razón se duda<br />

si obraron bien los saguntinos cuando prefirieron que pereciese, toda<br />

la ciudad, a violar la fe de los tratados con que estaban<br />

aliados con la República Romana, cuya resolución tanto celebran los<br />

ciudadanos de la ciudad terrena. Mas no penetro como<br />

pudieran obedecer a esta doctrina por la cual se ordena que no debe<br />

emprenderse guerra sino por la fe o por la salud pública;<br />

y no dice cuando estas dos circunstancias concurren juntamente en un<br />

mismo peligro, de manera que no se puede guardar la<br />

una sin la pérdida de la otra; en tal caso, ¿qué es lo que debe<br />

elegirse? Porque, sin duda, si los sagúntinos escogieran la salud,<br />

les fuera preciso desamparar la fe; si habían de guardar fe, habían<br />

de perder la salud, como, en efecto, lo hicieron. Pero la<br />

salud de la Ciudad de Dios es de tal calidad, que se puede conservar<br />

o por mejor decir, adquirir con la fe y por la fe; más<br />

perdida la fe ninguno puede venir a ella. Y esta idea en unos<br />

corazones constantes y sufridos formó tantos y tan ilustres mártires,<br />

que no los tuvo, ni pudo, tener tales ni uno solo, cuando fue tenido<br />

por dios Rómulo.<br />

CAPITULO VII<br />

Que fue virtud divina y no persuasión humana que el mundo creyese en<br />

Cristo<br />

Aunque es ridiculez hacer mención de la falsa divinidad de Rómulo<br />

cuando hablamos de Cristo, sin embargo, habiendo<br />

vivido Rómulo casi seiscientos años antes de Escipión, y confesando<br />

que aquel siglo estaba ya ilustrado cultivado con el estudio<br />

de las ciencias de manera que no creía lo que no posible; después de<br />

seiscientos años tiempo del mismo Cicerón, y<br />

especialmente en lo sucesivo, reinando ya Augusto y Tiberio, es a<br />

saber, en tiempos más ilustrados, ¿cómo pudiera admirar el<br />

entendimiento humano la resurrección de Cristo y su ascensión a los<br />

cielos como suceso posible? Mofándose de ella, no la<br />

escuchara ni admitiera, si no probaran y demostraran que puede ser, y<br />

que fue así la divinidad de misma verdad o la verdad de<br />

la divinidad, y los testimonios evidentes los milagros; de forma que<br />

por Ir terror y contradicción que pusieron tantas y tan


grandes persecuciones, la resurrección e inmortalidad de la carne que<br />

precedió en Cristo y la que después ha de suceder en<br />

los demás a en el nuevo siglo, no sólo fue creída fielmente, sino<br />

predicada con heroico valor, sembrada por toda la redondez de<br />

la tierra y regada con la sangre los mártires para que brotara, se<br />

mentara y creciera con más abundancia y fecundidad. Pues<br />

se leían los anuncios de los profetas, concurrían las señales,<br />

prodigios y virtudes, y la verdad, aunque nueva al sentido y, uso<br />

ordinario, mas no contraria a la razón, penetraba en los espíritus<br />

hasta que todo el orbe, que la persiguió extraño furor y<br />

crueldad, la siguió abrazó con la fe católica.<br />

CAPITULO VIII<br />

De los milagros que se obraron para que el mundo creyese en Cristo, y<br />

los que aun continúan obrándose, sin embargo<br />

de creer las gentes en el Señor<br />

¿Por qué causa (dicen) no se obran al presente aquellos milagros que<br />

predicáis se hicieron entonces? Pudiera<br />

congruentemente responder que fue absolutamente necesarios al<br />

principio, antes que creyese el mundo en Jesucristo, para que<br />

creyera realmente en su sana doctrina. El que todavía para establecer<br />

o afirmar su creencia busca prodigios, no deja de ser él<br />

un gran prodigio, pues creyendo toda la tierra no cree él.<br />

Pero nos hacen esta objeción porque creamos que ni aun entonces se<br />

obraron aquellos milagros. Pregunto ¿por qué<br />

razón se celebra en toda la tierra con tanta fe el grande misterio de<br />

haber subido Cristo al cielo con su propia carne? ¿Por qué<br />

en siglos tan ilustrados y que no admitían opinión que no fuese<br />

posible, creyó el mundo sin milagros, sucesos milagrosamente<br />

increíbles? ¿Acaso dirán que fueron verosímiles y que por lo mismo<br />

merecieron crédito? ¿por qué motivo pues no los creen<br />

ellos? Bien breve y conciso es nuestro argumento; o es cierto el<br />

portento increíble que no se veía le hicieron creíbles otros<br />

increíbles, que se hacían y observaban ocularmente, o verdaderamente<br />

lo que era tan creíble no tuvo necesidad de milagros<br />

para persuadir. Así se confunde y redarguye la nimia incredulidad de<br />

estos espíritus preocupados.<br />

Esto digo para confundir a los vanos; porque no podemos negar que<br />

hicieron muchos milagros para comprobar aquel<br />

singular, grande y saludable prodigio con que Cristo, con la misma<br />

carne en que resucitó, subió a los cielos, puesto que en los<br />

mismos libros, depositarios de las más venerables verdades, se<br />

contienen todos, a los que se obraron, como aquel por cuya fe<br />

y confirmación se hicieron. Estos para dar fe y testimonio se<br />

divulgaron; éstos con la fe que produjeron fueron más claramente<br />

conocidos. Porque se leen en presencia de todo el pueblo para que se<br />

crean y no se leyeran al pueblo si no se les diera fe y<br />

crédito.<br />

También al presente se hacen milagros en su nombre, ya sea por medio<br />

de sus Sacramentos, ya por las oraciones o<br />

memorias de sus santos, aunque no son tan claros ni ilustres famosos<br />

ni se divulguen con tanta gloria como aquellos; porque el<br />

Canon de la Sagrada Escritura, el cual convino que se promulgase,<br />

hace que lean aquellos por todo el mundo y que queden<br />

fijos en la memoria de todo el pueblo; pero éstos, dondequiera que<br />

sucedan, apenas se saben en toda la ciudad o por, alguno<br />

de los que están en el lugar, porque la mayor parte, aun allí lo<br />

saben poquisimos, ignorándolos los demás, principalmente si es<br />

grande la ciudad. Y cuando son referidos en otras partes y a otros,<br />

no llevan consigo tanta autoridad que sin dificultad o sin<br />

poner duda se crean, aunque los refieran y den noticia exacta de<br />

ellos los mismos fieles a los fieles cristianos.<br />

El milagro que sucedió en Milán, estando yo ahí, cuando recobró la


vista un ciego, pudo llegar a noticia de muchos,<br />

porque la ciudad es populosa y dilatada y se hallaba entonces ahí el<br />

Emperador, sucediendo el prodigio en presencia de una<br />

multitud inmensa de pueblos, que concurrió a visitar los cuerpos de<br />

los bienaventurados mártires Protasio y Gervasio; los<br />

cuales, habiendo estado ocultos sin saberse su paradero, se hallaron<br />

por revelación en sueños del obispo San Ambrosio,<br />

donde aquel ciego, despojándose de sus tinieblas, vio el día.<br />

Pero en Cartago, ¿quién sabe, a excepción de muy pocos, la salud que<br />

recobró Inocencio, abogado que fue de la<br />

audiencia del gobernador, hallándome yo presente y viéndolo con mis<br />

propios ojos? Como él con toda su familia era muy<br />

devoto, nos hospedó a mí y a mi hermano Alipio cuando veníamos de la<br />

otra parte del mar, que aunque no éramos clérigos, sin<br />

embargo, ya servíamos a Dios, y entonces posábamos en su casa.<br />

Curábanle los médicos unas fístulas que tenía, siendo<br />

muchas y muy juntas, en la parte posterior y más baja del cuerpo. Ya<br />

le habían abierto, y lo que restaba de la cura lo<br />

continuaba con medicamentos. Padeció, cuando le abrieron, largos y<br />

crueles dolores; pero entre muchos senos que tenía, uno<br />

se les olvidó a los médicos, ocultándoseles en tal conformidad, que<br />

no llegaron a él cuando debieran abrirle con el hierro. Finalmente,<br />

habiendo sanado todos los que habían abierto, éste sólo quedo,<br />

en cuya curación trabajaban en vano. Y teniendo él por<br />

sospechas estas dilaciones y recelando mucho le volviesen a abrir<br />

(según ya le había anunciado otro médico doméstico y afecto<br />

suyo, a quien los otros no habían admitido para que siquiera viese<br />

cuando la primera vez le abrieron cómo hacían la operación,<br />

y por una disensión que tuvo con él le había echado de la casa y con<br />

dificultad le había vuelto a recibir), exclamó y dijo: «¿Qué,<br />

me han de sajar otra vez? ¿He de venir a parar a lo que predijo aquel<br />

que no quisisteis que se hallase presente?» Ellos<br />

burlándose de aquel médico, decían que era un ignorante, y con buenas<br />

palabras y promesas le templaban y disminuían el<br />

miedo. Pasáronse otros muchos días; nada de cuanto hacían<br />

aprovechaba, y, sin embargo, los médicos perseveraban en sus<br />

ofertas de que había de cerrarse aquel seno, no con hierro, sino con<br />

medicinas. Llamaron también a otro médico, ya anciano y<br />

de gran fama en su facultad. Amonio, que aun vivía, el cual, habiendo<br />

registrado la herida, prometió lo mismo que los Otros,<br />

confiado en su pericia e inteligencia. Asegurado el doliente con la<br />

autoridad y fallo de éste, como si estuviera ya solo, con<br />

extraordinaria alegría motejó y se burló de su médico, que le había<br />

vaticinado que le abrirían nuevamente la cisura. Pero ¿para<br />

qué me alargo tanto? Al fin se pasaron tantos días en vano, que,<br />

cansados y confusos, confesaron que con ningún remedio<br />

podía sanar sino con la introducción del hierro. Quedóse absorto el<br />

enfermo, mudósele el semblante, turbado del temor y<br />

presagio, y cuando volvió en sí y pudo hablar, les mandó que se<br />

fuesen y no le visitasen más; no otro recurso le ocurrió estando<br />

cansado de llorar, y forzado ya de la necesidad, sino llamar a<br />

un alejandrino que entonces era tenido por admirable<br />

cirujano para que hiciese lo que, enojado, no quiso que practicasen<br />

los otros. Pero después que vino éste, y como maestro,<br />

advirtió en las cicatrices el trabajo de los otros, como hombres de<br />

bien le persuadió que dejase gozar del fin de la cura a aquellos<br />

que en ella habían trabajado tanto, porque, viéndolo, le causaba<br />

admiración; añadió que, en realidad, sólo sajándole podía<br />

sanar, mas que era muy ajeno de su condición quitar la palma de tan<br />

singular molestia por tan poca como quedaba que operar<br />

a hombres cuyo artificioso estudio, industria y diligencia con<br />

admiración había echado de ver en las cicatrices. Volviólos a su<br />

gracia y quiso que asistiese el mismo alejandrino a la operación de<br />

abrir aquel seno, que ya, por común consentimiento, se<br />

tenía, de no hacerlo, por incurable. Difirióse la operación para el<br />

día siguiente; pero luego que se ausentaron los físicos por la


demasiada tristeza y melancolía del señor, se excito en aquella casa<br />

tal sentimiento, que, como si fuera ya difunto, apenas los<br />

podíamos sosegar.<br />

Visitábanle a la sazón cada día aquellos santos varones, Saturnino,<br />

de buena memoria, que entonces era obispo<br />

uzalense; Geloso, presbítero, y los diáconos de la Iglesia de<br />

Cartago, entre los cuales estaba y sólo vive ahora el obispo<br />

Aurelio, digno de que le nombre con reverencia, con el cual,<br />

discurriendo de las maravillosas obras de Dios, muchas veces he<br />

tratado sobre este particular y he hallado que tenía muy presente en<br />

la memoria lo que vamos refiriendo. Visitándole, como<br />

acostumbraban, por la tarde, les rogó con muy tiernas lagrimas que le<br />

hicieran favor de hallarse a la mañana siguiente<br />

presentes a su entierro más que a su dolor, porque había concebido<br />

tanto miedo a los, dolores que antes había pasado, que no<br />

dudaba que había de dar el alma en manos de los médicos. Ellos le<br />

consolaron y exhortaron a que confiase en Dios y sufriese<br />

con esfuerzo y conformidad todo lo que Dios dispusiese. En seguida<br />

nos pusimos en oración, en la cual, como se acostumbra,<br />

hincamos las rodillas, y puestos en tierra, él se arrojó como si<br />

alguno le hubiese gravemente impelido y derribado al suelo, y<br />

comenzó a orar. ¿Quién podrá explicar con palabras apropiadas con qué<br />

emoción, con qué afecto, con qué angustia de<br />

corazón, con qué abundancia de lágrimas, con qué gemidos y sollozos<br />

que conmovían todos sus miembros y casi le ahogaban<br />

el espíritu? Si los otros rezaban o si estas demostraciones de<br />

ternura y aflicción distraían su atención, no lo sé. De mí sé decir<br />

que no podía orar, y sólo brevemente dije en mi corazón: «¿Señor,<br />

cuáles son las oraciones que oís de los vuestros si éstas no<br />

oís?» Porque me parecía que no le restaba ya más que dar el alma en<br />

la oración. Levantémonos, pues, y recibida la bendición<br />

del obispo nos fuimos, suplicándoles el doliente que viniesen a la<br />

mañana, y ellos exhortáronle a que tuviese buen ánimo.<br />

Amaneció el día tan temido, vinieron' los siervos de Dios como lo<br />

habían prometido. Entraron los médicos, aprestando lodo lo<br />

que exigía la próxima operación, sacando la horrible herramienta,<br />

estando todos atónitos y suspensos, animando al desmayado<br />

y consolándole los que allí tenían más autoridad, componen en la cama<br />

los miembros del paciente para la comodidad de la mano<br />

del que había de hacer la abertura, desatan las ligaduras, descubren<br />

la herida, mírale el médico, y armado ya y atento, busca<br />

aquel seno que debía abrirse. Escudríñalo con los ojos, tiéntalo con<br />

los dedos, y al fin, buscando y examinando todo, halló una<br />

firmísima cicatriz. La alegría, alabanzas y acciones de gracias que<br />

dieron todos llorando de contento, no hay que fiarlo a mis<br />

razones y expresiones patéticas: mejor es considerarlo que decirlo.<br />

En la misma ciudad de Cartago, Inocencia, mujer devotísima y de las<br />

principales señoras de aquella ciudad, tenía un<br />

cáncer en un pecho, dolencia, según dicen los médicos, que no puede<br />

curarse con medicamento alguno, y por eso se suele<br />

cortar y separar del cuerpo el miembro infecto donde nace, para que<br />

el doliente viva algún tiempo más, porque, según<br />

sentencia de Hipócrates, como dicen los físicos, de allí ha de<br />

resultar la muerte, y más o menos tarde es necesario abandonar<br />

del todo la cura. Así lo había insinuado a la paciente un médico<br />

perito y muy familiar y afecto de su casa, por lo que ella se<br />

acogió solamente a Dios con sus fervorosas oraciones. Adviértela en<br />

sueños, aproximándose ya la Pascua, que cuando se<br />

hallase presente a las solemnidades del bautismo en el puesto o lugar<br />

designado a las mujeres, cualquiera de las bautizadas<br />

que primero se encontrase con ella la santiguase la parte dañada con<br />

la señal de Jesucristo; así lo hizo y al punto sanó. El<br />

médico, que la había dicho que no tomase ningún remedio si quería<br />

prolongar algo más su vida, viéndola después y hallando<br />

enteramente sana a la que, habiéndola visto antes, sabía con toda<br />

seguridad que adolecía de aquel mal, le preguntó con


grandes instancias le significase el remedio que había usado,<br />

deseando, a lo que se percibe, saber la medicina que obró más<br />

que el aforismo de Hipócrates. Y oyendo lo que había practicado, con<br />

voz o tono como quien hace poco caso, y con un semblante<br />

tal que la buena señora temió dijese contra Cristo alguna<br />

palabra contumeliosa o afrentosa, dicen que respondió con<br />

devoto donaire: «Pensaba que me habíais de decir alguna cosa grande e<br />

inaudita.» Y azorándose y, temblando la señora<br />

oyendo esta contestación, añadió: «¿Qué grande maravilla hizo Cristo<br />

en curar un cáncer, pues resucitó un muerto de cuatro<br />

días?» Oyendo yo esta respuesta, y sintiendo en el alma que un<br />

milagro tan estupendo como aquél sucediese en la insinuada<br />

ciudad, en aquella persona que no era de condición baja y estuviese<br />

así encubierto, me pareció advertirla y aun reprendería el<br />

silencio; pero habiéndome respondido que no lo había callado,<br />

pregunté a unas señoras matronas muy amigas suyas, que<br />

acaso entonces la acompañaban, si habían tenido antes noticias de<br />

este prodigio, quienes me respondieron que no tenían<br />

antecedentes de él, ni le habían sabido. ¿Veis, dije yo, cómo lo<br />

habéis callado de manera que ni estas señoras con quienes<br />

tenéis tanta familiaridad lo han oído? Y porque sumariamente se lo<br />

había preguntado, hice lo refiriese todo según el orden de los<br />

acaecimientos delante de ellas, quedando todas admiradas y<br />

glorificando a Dios por su infinita piedad y misericordia.<br />

¿Y quién tiene noticia de cómo en la misma ciudad un médico que<br />

padecía gota en los pies, habiendo dado su nombre<br />

para bautizarse, un día antes que recibiese la sagrada ablución<br />

prohibiéronle en sueños que se bautizase aquel año ciertos<br />

muchachos negros con los cabellos retorcidos, los cuales entendía él<br />

que eran los demonios, y no obedeciéndolos, aunque le<br />

pisaron por su resistencia los pies, padeciendo acerbísimos dolores<br />

cuales jamás los había sentido iguales, antes venciéndolos,<br />

no dilató el bautizarse, según lo había ofrecido, y en el mismo<br />

bautismo se libró, no sólo del dolor, que le molestaba más<br />

cruelmente que nunca, sino también de la misma gota, y en lo<br />

sucesivo, aunque vivió después muchos años, jamás le dolieron<br />

los pies? Este milagro llegó a nuestra noticia y de algunos pocos<br />

cristianos que por la proximidad lo pudieron saber.<br />

Un cierto curubitano, bautizándose, sanó, no sólo de una perlesía,<br />

sino también de una disforme bernia, y habiéndose<br />

librado de ambas dolencias, como si no hubiera tenido mal alguno en<br />

su cuerpo, le vieron partir sano de la fuente de la<br />

regeneración. ¿Quién supo este prodigio, a excepción de los vecinos<br />

de Curubi, y de algunos pocos que lo pudieron oír<br />

casualmente en cualquiera parte? Habiéndolo entendido nosotros, por<br />

orden del santo obispo de Aurelio le hicimos venir a<br />

Cartago, aunque lo habíamos ya oído a personas de cuya fe no podemos<br />

dudar.<br />

Hesperio, tribuno que está en nuestra compañía, posee en el<br />

territorio fusalense una granja llamada Zubedí y habiendo<br />

sabido que los espíritus malignos molestaban su casa, afligiendo a<br />

las bestias, y criados, rogó a nuestros presbíteros, estando yo<br />

ausente, que fuese alguno de ellos a expelerlos de allí con sus<br />

oraciones. Fue uno y ofreció el santo sacrificio del cuerpo de<br />

Cristo, rogando a Dios cuanto pudo que cesase aquella vejación, y al<br />

instante, por la misericordia de Dios, cesó. Consiguió éste<br />

de un amigo suyo un poco de tierra santa traída de Jerusalén, del<br />

paraje donde Cristo fue sepultado y resucitó al tercero día, la<br />

cual colgó en su aposento, porque no le hiciesen también algún daño.<br />

Pero viendo ya libre su casa de aquella vejación, le entró<br />

un gran cuidado sobre que haría de aquella tierra, a la cual por<br />

reverencia no quería conservar más tiempo en aquel aposento.<br />

Sucedió casualmente que yo y mi compañero, que era Maximino, obispo<br />

entonces de la Iglesia sinicense, nos hallamos allí cerca;<br />

nos rogó que fuésemos allá, y fuimos. Y habiéndonos referido todo<br />

el suceso nos pidió igualmente en particular que


enterrásemos aquella tierra en alguna parte, y se construyese allí un<br />

oratorio donde pudiesen congregarse los cristianos a<br />

celebrar los misterios sagrados; accedimos á su ruego, y así se<br />

verificó.<br />

Había allí un mancebo paralítico, de ejercicio labrador, que teniendo<br />

noticia del insinuado prodigio, pidió a sus padres que<br />

le condujesen sin dilación a aquel santo lugar, lo cual ejecutado,<br />

oró, y al momento salió de allí sano por sus pies.<br />

En una aldea que se llama Victoriana, que dista de Hipona la Real<br />

menos de treinta millas, hay una reliquia de los santos<br />

mártires de Milán, Gervasio y Protasio. Llevaron allí un joven, que<br />

estando al mediodía, en tiempo de estío, bañando un caballo<br />

en lo profundo de un río, se le entró un demonio en el cuerpo, y<br />

encontrábase tendido en el suelo, próximo a la suerte, o casi<br />

como muerto, cuando entró la señora del pueblo, como acostumbraba, a<br />

rezar en la capilla los himnos y oraciones vespertinas<br />

con sus criadas y ciertas beatas, y comenzaron a cantar sus himnos. A<br />

estas voces, el joven, como si le hubieran herido<br />

gravemente, se levantó, y dando terribles bramidos, se asió del<br />

altar, y le tenía fuertemente agarrado sin atreverse a moverle, o<br />

no pudiendo, como si con él le hubieran atado o clavado, y pidiendo<br />

con grandes lamentaciones que le dejasen, confesaba el<br />

demonio dónde, cuándo v cómo había entrado en aquel mozo. Al fin,<br />

prometiendo que saldría de allí, fue nombrando todos los<br />

miembros que amenazaba se los había de hacer pedazos al salir,<br />

y diciendo estas expresiones salió del hombre; pero quedó a este<br />

colgando sobre la mejilla un ojo pendiente de una<br />

venilla, como de la raíz interior, y pupila, que solía estar negra,<br />

se había ya vuelto blanca. Advirtiendo esta deformidad los que<br />

estaban presentes porque habían concurrido ya otros las voces que<br />

daba, y todos se habían puesto por el en oración, aunque<br />

alegraban de verle que estaba ya en sano juicio, por otra parte<br />

estaban agitados por causa del ojo, y decían que se llamase un<br />

médico. A la sazón marido de una hermana suya que había conducido a<br />

aquel lugar, dijo Poderoso es el Señor, que ahuyentó<br />

al demonio por las oraciones de sus santos para restituirle también<br />

la vista.» Y como mejor pudo, tomando ojo caído y pendiente,<br />

y volviéndolo a su propio lugar, se le ató con un orario o venda, y<br />

no permitió que lo desatasen hasta pasados siete días, lo cual<br />

ejecutado, le halló ya sano y restituida la vista. Sanaron también<br />

otros muchos, y sería extendernos demasiado el numerarlos<br />

todos.<br />

Conozco una doncella de Hipona que habiéndose untado con el aceite<br />

que un sacerdote, rogando por ella había<br />

derramado sus lágrimas, quedó inmediatamente sana y libre del<br />

demonio.<br />

También sé que un obispo oró una vez por un joven que estaba ausente,<br />

y no le veía, y al punto le dejó el demonio, que<br />

se había posesionado de ella. Había en nuestra Hipona un anciano<br />

llamado Florencio, hombre devoto pobre que se sustentaba<br />

con lo que producía su oficio de sastre; había perdido su capa, y no<br />

tenía con que comprar otra; púsose en oración delante de<br />

los veinte mártires, cuya Iglesia, con, sus reliquias, tenemos mi<br />

célebre y suntuosa; pidió en voz clara y perceptible que le<br />

vistiesen; oyeron su ruego unos mancebos que se hallaron allí<br />

casualmente, y burlándose de él, cuando se marchó le siguieron<br />

dándole vaya, como a quien había pedido a los mártires cincuenta<br />

óbolos para comprar la capa. Pero andando el sastre sin<br />

responder una sola palabra, vio en la costa un pez muy grande<br />

palpitando, que le había arrojado sí el mar, y con la ayuda de<br />

aquellos mancebos le cogió y vendió a un bodegenero que se llamaba<br />

Carchoso buen cristiano, diciéndole lo que había<br />

sucedido, en trescientos óbolos, pensando comprar con ellos lana,<br />

para que su mujer le hiciese como mejor pudiera alguna


opa con que vestirse. Pero el bodegonero, abriendo el pecho halló en<br />

su vientre un anillo de oro y movido a compasión, y<br />

temeroso de Dios, se lo dio al sastre, diciendo «Ves aquí cómo te han<br />

dado de vestir los veinte mártires.»<br />

Cerca de los baños de Tíbili, llevando el obispo Proyecto las<br />

reliquias del glorioso mártir San Esteban, acudió a adorarlas<br />

un concurso muy numeroso de gente. Allí una mujer ciega pidió que la<br />

llevasen delante del obispo que traía las santas reliquias,<br />

diole unas flores que llevaba, volviólas a recibir, acercólas a los<br />

ojos, y al punto vio con grande admiración de los que lo<br />

presenciaron: iba muy alegre delante de todos, sin tener ya necesidad<br />

de quien la guiase por el camino.<br />

Llevando la reliquia del mismo santo mártir, que está en la villa<br />

Synicense, comarcana a la colonia Hiponense; Lucilo,<br />

obispo del mismo pueble precediendo y siguiendo todos los habitantes,<br />

de repente se halló sano, llevando consigo aquel santo<br />

tesoro, de una fístula que desde hacía muchísimo tiempo le molestaba,<br />

y aguardaba que se la abriese un médico muy amigo<br />

suyo. Después, jamás la halló en si cuerpo.<br />

Eucario, sacerdote, natural de España, viviendo en Calama, padecíó<br />

mucho tiempo había dolor de piedra; libróse de ella<br />

por la reliquia del insinuado santo mártir, que condujo allí el<br />

obispo Posidio.<br />

Este mismo, después, adoleciendo de otra enfermedad, estaba rendido y<br />

muerto, de manera que le ataban y los dedos<br />

pulgares; pero con los auxilios del dicho santo mártir, habiendo<br />

traído de su capilla la túnica del mismo sacerdote y poniéndola<br />

sobre el cuerpo como estaba echado, resucitó.<br />

Hubo en el mismo pueblo un hombre de linaje ilustre, llamado Marcial<br />

ya muy anciano y acérrimo enemigo de la religión<br />

cristiana; tenía una hija cristiana y un yerno que se había bautizado<br />

en aquel año, los cuales, como cayese enfermo, le pidieron<br />

con muchos ruegos y lágrimas que se convirtiese, haciéndose<br />

cristiano; pero el no quiso, por más insinuaciones que se le<br />

hicieron, y los echó de sí con mucha cólera y enojo. Su yerno tuvo<br />

por conveniente acudir a la reliquia de San Esteban ,y rogar<br />

por él cuanto pudiese, para que Dios le diera un santo espíritu, a<br />

fin de que no dilatase ni en creer en la fe de Cristo. Hízolo con<br />

singulares suspiros y lágrimas y con ardiente afecto lleno de<br />

verdadera candad, y al salir de la capilla tomó algunas flores del<br />

altar y por noche se las puso debajo de la cabecera, y así se fue<br />

sosegado a dormir. Antes de amanecer empieza a dar voces<br />

diciendo que vayan incontinenti a llamar al obispo que entonces se<br />

hallaba conmigo en Hipona, y habiéndole respondido que<br />

estaba ausente pidió que le trajesen sacerdotes. Vinieron, y luego<br />

dijo que creía en verdadera fe. Este enfermo, mientras vivió,<br />

siempre tuvo en su boca estas santas palabras: «Cristo, recibe mi<br />

espíritu», no sabiendo que estas expresiones fueron las<br />

últimas que pronunció el bendito mártir San Esteban cuando le<br />

apedrearon los judíos, con las cuales al poco tiempo terminó su<br />

vida Marcial.<br />

Concedió allí mismo el santo mártir la salud a dos enfermos que<br />

padecían la gota, uno vecino de aquel pueblo y otro<br />

extranjero; aunque es cierto que el primero sanó del todo, y segundo<br />

supo por revelación lo que debía aplicarse cuando le<br />

doliese pierna, y, en efecto, usando de es medicina, luego cesaba el<br />

dolor.<br />

En una aldea llamada Auduro hay una iglesia, y en ella una reliquia<br />

del mártir San Esteban. Unos bueyes de mandados<br />

con su carreta atropellaron con las ruedas a un muchacho pequeño que<br />

estaba jugando con las eras, y momento, palpitando<br />

todo su cuerpo expiró; pero cogiéndole su madre en los brazos, le<br />

presentó a San Esteban y no sólo resucitó, sino que se libró<br />

sin lesión alguna de la desgracia pasada.<br />

Una beata que vivía allí cerca e una granja denominada Caspaliana,<br />

cayó enferma, y, desesperanzada de poder sanar,


trajeron su túnica a tocar con la santa reliquia, y antes que<br />

volviesen con ella murió la enferma. Si embargo, sus padres<br />

cubrieron el cuerpo difunto con la túnica, y recobrando el espíritu,<br />

se libertó de la muerte resucitando sana y buena.<br />

En Hipona, cierto hombre llamad Baso, natural de Syria, se puso en<br />

oración delante de la reliquia del mismo santo mártir,<br />

rogando por una hija que tenía enferma y en inminente riesgo<br />

conduciendo a la capilla el vestido de la doliente, y ved aquí que<br />

llegan corriendo los criados de su casa con la fatal nueva de que era<br />

difunta su hija; pero como estuviese aún Baso e oración,<br />

sus amigos que le acompañaban los detuvieron y ordenaron que no<br />

diciese tan triste noticia al padre, para evitar que fuese<br />

llorando amargamente por las calles al volver a su casa, que estaba<br />

tan llena de los llantos de los suyos. Arrojando sobre la hija<br />

su vestido, que traía consigo, resucitó y recobró nueva vida.<br />

En el mismo pueblo, entre nosotros murió de enfermedad el hijo de un<br />

cobrador de rentas, llamado Irineo, y estando<br />

tendido el cuerpo difunto y disponiéndole ya con gemidos y lágrimas<br />

las exequias, uno de sus amigos entre los consuelos que<br />

otros le daban le advirtió que untase el cuerpo con el aceite de la<br />

lámpara del mismo santo mártir; hízolo así, y revivió el hijo.<br />

Asimismo, aquí entre nosotros, Eleusino, tribuno, puso a un niño hijo<br />

suyo, que se le había muerto de en, sobre la reliquia<br />

del santo mártir, que está en una aldea suya pro, y después de haber<br />

hecho oración con mucho fervor y copiosas lágrimas allí<br />

mismo le recibió vivo.<br />

¿Qué haré ahora? Pues me insta la palabra que di de acabar esta obra<br />

de forma que no puedo relacionar todo lo que<br />

sé, y, sin duda, la mayor parte de nuestros católicos, cuando leyeres<br />

estos prodigios, se quejarán justamente de mí porque he<br />

omitido mucha maravillas, de las cuales, como yo, tienen exacta<br />

noticia. Suplícoles me perdonen y consideren cuán largo sereís<br />

emprender lo que me fuerza no ejecutar aquí la necesidad del fin que<br />

me he propuesto en esta obra. Pues dejando aparte otras<br />

particularidades, si quisiera escribir solamente los milagros de las<br />

curaciones prodigiosas que he obrado este santo mártir, el<br />

glorioso San Esteban, en la colonia calamense y en la nuestra, fuera<br />

indispensable formar muchos libros, y, sin embargo no<br />

sería posible recopilarlos todos, si no únicamente aquellos de los<br />

cuales nos han entregado memorias o relaciones<br />

circunstanciadas para que se reciten y publiquen al pueblo. Quisimos<br />

que así se hiciese, advirtiendo que también en nuestros<br />

tiempos obraba Dios muchas señales y milagros muy semejantes a los<br />

antiguos, que no era conveniente ignorasen muchos. No<br />

hace aún dos años que se puso en Hipona la Real esta memoria, y<br />

habiendo infinitos prodigios, de los cuales es indudable que<br />

no se han presentado testimonios, los que han publicado llegan ya<br />

casi a setenta cuando yo escribí éstos. Pero en Calama,<br />

donde el mismo memorial tuvo su primer exordio se dan con más<br />

frecuencia, es inconcebiblemente mayor el número de los<br />

milagros que se refieren. Sabemos también de otras muchas maravillas<br />

que ha obrado el mismo santo mártir en la colonia de<br />

Uzali, que está cerca de Utica, cuyo testimonio archivó allí mucho<br />

antes que tuviésemos noticia de el en este país el obispo<br />

Evodio.<br />

No hay allí costumbre de dar memoriales, o, por ,mejor decir, no la<br />

hubo antes, porque acaso al presente habrá ya<br />

comenzado a usarse; pues hallándome en aquel pueblo hace poco tiempo,<br />

exhorté con beneplácito del obispo de dicho lugar a<br />

Petronia, señora ilustre, que había sanado milagrosamente de una<br />

peligrosa y larga enfermedad (en que nada aprovecharon<br />

todos los remedios que usaron 10 médicos), a que diese su relación<br />

para que se recitase al pueblo, a lo que condescendió<br />

gustosamente. En el cual insertó también lo que aquí no puedo pasar<br />

en silencio, aunque me obliga a terminar lo que me resta<br />

de esta obra.


Dice que la persuadió un judío que metiese en una cinta hecha de<br />

cabellos un anillo, y se la ciñese a raíz de la carne<br />

debajo de todos los vestidos, y que el anillo tenía debajo de la<br />

piedra preciosa una piedra que se halla en los riñones de los<br />

bueyes; ceñida con este aparente remedio, caminaba a la capilla del<br />

santo mártir. Pero habiendo salido de Cartago, y llegando<br />

cerca del río Bragada, se detuvo allí en una heredad suya. Al<br />

levantarse para continuar su camino vio delante de sus pies, en el<br />

suelo, aquel anillo, y admirándose, tentó la cinta de cabellos con<br />

que le traía atado. Hallándola atada como la había puesto, con<br />

sus nudos muy firmes, sospeché que el anillo se habría quebrado o<br />

soltado; pero viéndole también integro, maravillada aún<br />

más, parecióle buen pronóstico y seguridad de la salud que esperaba y<br />

desatando la cinta juntamente con el anillo la arrojó en<br />

el río. No darán crédito a este suceso los que no creen que nació<br />

nuestro Señor Jesucristo quedando íntegra virgen su Madre,<br />

ni que entró a visitar sus discípulos estando cerradas las puertas;<br />

pero a lo menos busquen y averigüen esta maravilla, y si<br />

hallaren que es verdad, creerán también aquélla. La mujer es muy<br />

conocida; de familia noble; casada ilustremente, vive en<br />

Cartago; insigne es la ciudad, insigne es la persona, no dejarán de<br />

manifestar la verdad a los que quisieren examinarla. Por lo<br />

menos el mismo santo mártir, por cuya intercesión ella sanó, creyó en<br />

el hijo de la que permaneció Virgen inmaculada, en el que<br />

entró a ver sus discípulos estando cerradas las puertas. Finalmente,<br />

y éste es el motivo por que decimos todas estas<br />

particularidades, creyó en Aquel que subió a los cielos con la misma<br />

carne con que resucitó, y por eso obra el Señor tan<br />

estupendas maravillas, porque por esta fe puso y dio su vida.<br />

Así, pues, también ahora se hacen muchos milagros, obrándolos el<br />

mismo Dios por medio de quien quiere y como quiere;<br />

el cual hizo igualmente aquellos que leemos, aunque éstos no son tan<br />

notorios como los otros, y para que no se olviden, se<br />

suelen renovar con la frecuente lección de ellos, como preservativo<br />

de la memoria. Porque aun donde se pone exacta diligencia,<br />

como la que se ha empezado a poner aquí entre nosotros de que se<br />

reciten al pueblo los memoriales o relaciones de los<br />

que reciben los favores divinos, los que se hallen presentes le oyen<br />

sola una vez, y los mismos se hallan presentes; de manera<br />

que ni los que los oyeron pasados algunos días se acuerdan de lo que<br />

oyeron, y apenas se halla uno que quiera contar lo que<br />

oyó al que sabe que estuvo ausente.<br />

Uno ha sucedido aquí entre nosotros, que aunque no es mayor que los<br />

relacionados, con<br />

todo, el milagro es tan claro e ilustre, que imagino no haber uno<br />

solo de los ciudadanos de Hipona<br />

que no le haya visto o sabido, y ninguno que haya podido olvidarle.<br />

Hubo diez hermanos, siete<br />

varones y tres hembras, naturales de la ciudad de Cesárea, de<br />

Capadocia, no de humilde prosapia<br />

entre sus ciudadanos entre los cuales vino el castigo del cielo por<br />

una maldición que fulminó contra<br />

ellos su madre, recién viuda y desamparada de ellos, con motivo de la<br />

muerte de su padre, muy<br />

sentido por una injuria que la hicieron, de forma que todos padecían<br />

un terrible temblar de miembros;<br />

y no pudiendo tolerar el verse así, tan abominables y vilipendiados,<br />

en la presencia de sus vecinos,<br />

por donde cada uno quiso se fueron peregrinando por casi todo el<br />

Imperio romano. De éstos<br />

acertaron venir aquí dos, hermano y hermana, Paulo y Paladia,<br />

conocidos ya en otros muchos<br />

pueblos por la notoriedad su miseria. Llegaron a esta ciudad; casi<br />

quince días antes de la Pascua<br />

acudían diariamente a la iglesia, y en ella oraban delante de la<br />

reliquia del glorioso San Esteban,


suplicándole a Dios que los perdonase ya y les reintegrase en su<br />

perdida salud, Allí y donde quiera<br />

que iban llamaban la atención de todos los ciudadanos, y algunos que<br />

los habían visto en otras<br />

partes y sabían la causa de su temblor se lo referían a otros como<br />

podían. Vino la Pascua, y el<br />

domingo por la mañana, habiendo ya concurrido la mayor parte del<br />

pueblo, estando asido a rejas<br />

del santo lugar donde se guardaba la reliquia del santo mártir,<br />

haciendo su oración el insinuado<br />

mancebo de repente cayó postrado en tierra y estuvo así un gran rato,<br />

como quien duerme, aunque<br />

no ya temblando como antes, aun cuando dormía. Admirados los que<br />

estaban presentes, temiendo<br />

unos y lastimándose otros quisieron algunos levantarle; pero otros se<br />

lo impidieron diciendo, que era<br />

mas conveniente esperar a ver en que paraba. En este tiempo se<br />

levantó, y no temblaba, porque<br />

estaba ya sano, miraba a los que le observaban. ¿Quién pues, de<br />

cuantos le miraban dejó de<br />

alabar a Dios? Llenóse toda la iglesia de las voces de los que<br />

clamaban y bendecían a Dios; desde<br />

allí acudieron a mí corriendo donde estaba sentado para salir. Vienen<br />

atropellándose unos a otros,<br />

contando el último como cosa nueva lo que había ya referido otro<br />

antes. Y estando yo muy contento,<br />

y en mi interior dando gracias a Dios; entró también él mismo con<br />

otros muchachos, inclinóse a mis<br />

rodillas, y levantóse para recibir mi paz; salimos a la presencia del<br />

pueblo; estaba llena la iglesia y<br />

resonaban por todas partes los ecos de las voces de alegría de los<br />

que por uno y por otro lado<br />

clamaban sin que ninguno callase, a Dios gracias, a Dios alabanzas.<br />

Saludé al pueblo y volvían a<br />

clamar lo mismo con mayor fervor y en más alta voz. En fin, sosegados<br />

y estando ya en silencio,<br />

leyéronse las solemnidades de la Sagrada Escritura, y al llegar a mi<br />

sermón hablé muy poco de la<br />

doctrina alusiva al tiempo presente y de aquella actual alegría,<br />

porque antes quise dejar que ellos,<br />

en la contemplación de aquel divino prodigio, gustasen de cierta<br />

celestial elocuencia, no oyéndola,<br />

sino meditándola. Comió en mi compañía el hombre, y me refirió muy<br />

por menor toda la historia de la<br />

común calamidad suya, de su madre y hermanos. Asi que el día<br />

siguiente, después de concluido el<br />

sermón, prometí que otro día se recitaría al pueblo la relación de<br />

aquel milagro. Lo hice el tercer día<br />

de Pascua, en las gradas de la exedra o coro, donde desde mi asiento<br />

hablaba al pueblo. Dispuse<br />

que estuviesen allí los dos hermanos en pie mientras se leía el<br />

memorial. Estábalos mirando todo el<br />

pueblo, hombres y mujeres, y veían al uno sin aquella terrible y<br />

extraña conmoción, y a la otra<br />

temblando en todos miembros .Y los que no habían visto a él,<br />

advertían el prodigio que había obrado<br />

en él la misericordia divina, porque veían a su hermana. Veían lo<br />

que por él debían agradecer<br />

a Dios y lo que por ella le debían pedir.<br />

Habiéndose leído su memorial mandé que se quitasen de allí delante<br />

del pueblo, y comencé a<br />

exponer más circunstanciadamente aquel infeliz suceso cuando estando<br />

yo en esta plática, oímos otras<br />

voces de nuevas congratulaciones por la misma reliquia del<br />

bienaventurado mártir. Volvieron hacia allá<br />

los que me estaban oyendo, y empezaron a correr apresuradamente,


porque Paladia, luego que bajó<br />

de las gradas donde había estado, se había ido a encomendar al santo<br />

mártir, y al tocar con las rejas,<br />

cayendo asimismo en tierra, como en un sueño se levantó sana. Estando<br />

yo preguntando qué era lo que<br />

había sucedido y la causa de aquel festivo rumor, entraron con ella<br />

en la iglesia dónde estábamos,<br />

trayéndola sana de la capilla del santo mártir. Levantóse entonces<br />

tan extraordinario clamor y admiración<br />

de hombres y mujeres, que parecía que las voces y las lágrimas nunca<br />

habían de cesar. Condujéronla<br />

al mismo puesto donde poco antes había estado temblando. Alegrábanse<br />

de verla vuelta semejante a su<br />

hermano los que se habían condolido antes de verla quedar tan<br />

desemejante. Y aunque no habían aún<br />

hecho su oración por ella, con todo, veían ya cómo tan presto había<br />

oído Dios su previa y anticipada<br />

voluntad. Oíanse las voces alegres en alabanzas de Dios sin<br />

pronunciar palabra, con tanto ruido que<br />

apenas lo podíamos tolerar, según nos aturdían. ¿Qué habría en los<br />

corazones de los que así se<br />

regocijaban, sino la fe de Cristo, por la cual se derramó la sangre<br />

de San Esteban?<br />

CAPITULO IX<br />

Que todos los milagros que se hacen por los mártires en nombre de<br />

Cristo dan testimonio de aquella fe con que los<br />

mártires creyeron en Cristo<br />

Estos milagros, ¿de qué otra fe dan auténtico testimonio sino de ésta<br />

en que se predica que Cristo resucitó en carne, y<br />

que subió a los cielos con su propia carne? Porque aun los mismos<br />

mártires de esta fe fueron mártires, esto es, testigos, y dando<br />

testimonio a esta fe, sufrieron al mundo, acérrimo y cruel enemigo, y<br />

le vencieron, no resistiendo, sino muriendo. Por esta fe<br />

murieron los que pueden alcanzar estas singulares gracias del Señor,<br />

por cuyo santo nombre dieron sus vidas. Por esta fe<br />

precedió su admirable paciencia, para que en estos milagros se<br />

siguiera esta tan grande potencia y virtud. Porque si la resurrección<br />

de la carne para siempre, o no sucedió ya en Cristo, o no<br />

sucederá, como lo dice Cristo; o como lo han anunciado los<br />

profetas que nos vaticinaron a Cristo, ¿cómo pueden hacer tan<br />

estupendos prodigios los mártires que dieron su vida por esta fe,<br />

con la cual se predice esta resurrección?<br />

Porque ya el mismo Dios haga estas maravillas por si mismo del modo<br />

totalmente admirable con que, siendo eterno, obra<br />

las cosas temporales, ya por sus ministros; y estas mismas que obra<br />

por sus ministros; ya las haga también por los espíritus de<br />

los mártires, como por hombres que están todavía en sus cuerpos, ya<br />

las obre todas por los ángeles, a quienes manda y<br />

ordena invisible, inmutable e incorpóreamente, de modo que lo que<br />

decimos que se hace por los mártires se haga únicamente<br />

por su ruego, impetrándolo ellos, y no obrándolo; ya unos prodigios<br />

se ejecuten de ésta, otros de aquella manera, por un medio<br />

y modo que es incomprensible a los mortales, con todo, esto mismo da<br />

testimonio de aquella fe que predica la resurrección de la<br />

carne para siempre.<br />

CAPITULO X<br />

Cuánto más dignamente se reverencian los mártires; por cuya mediación<br />

se alcanzan que obre Dios muchos milagros,<br />

para que se dé el honor y reverencia a Dios verdadero, que no los<br />

demonios, quienes hacen algunos para que tos tengan por


dioses<br />

Aquí, acaso, dirán que también sus dioses han obrado algunas<br />

maravillas. Bien, si ya participan a comparar sus<br />

deidades con nuestros hombres muertos. Pregunto: ¿dirán que también<br />

tienen dioses que los han formado de hombres muertos,<br />

como a Hércules y a Rómulo, y otros infinitos, que están alistados en<br />

el catálogo de los dioses? Pero nosotros no tenemos a los<br />

mártires por dioses, porque sabemos que un Dios único es el que<br />

tenemos. Ni tampoco se deben comparar de ningún modo los<br />

milagros que se hacen en las capillas y oratorios de nuestros<br />

mártires con los que se dice se han obrado en los templos de sus<br />

dioses. Pero si hay alguno que se asemeje, aunque muy remotamente,<br />

digo que así como los magos de Faraón quedaron inferiores<br />

y vencidos por Moisés, así lo quedan los dioses de estos<br />

fanáticos por nuestros mártires. Los demonios los hicieron con el<br />

fausto y presunción de su maldita soberbia, por querer hacerse<br />

deidades de ellos; mas los mártires los hacen, o, por mejor<br />

decir, los hace Dios, o suplicándoselo ellos, o cooperando con su<br />

poderoso influjo para que se acreciente aquella fe con que<br />

sostenemos y creemos, no que los mártires son nuestros dioses, sino<br />

que tienen y adoran el mismo Dios que nosotros<br />

Finalmente los infatuados gentiles edificaron templos a sus dioses,<br />

les dedicaron aras, consagraron sacerdotes y<br />

ofrecieron sacrificios. Nosotros no fabricamos a nuestros mártires<br />

templos, como a dioses, sino memorias u oratorios como a<br />

hombres muertos, cuyos espíritus viven con Dios; ni allí les<br />

dedicamos aras para ofrecer sacrificios a los mártires, sino a un<br />

solo<br />

Dios, Dios nuestro y de los mártires, en cuyo sacrificio, como<br />

hombres de Dios, y que confesando su santo nombre vencieron el<br />

mundo, los acostumbramos nombrar en su lugar y por su orden. Pero el<br />

sacerdote que sacrifica, no los invoca, porque a Dios<br />

es a quien sacrifica, y no a ellos, aunque sacrifiquen en la capilla<br />

o memoria de estos bienaventurados, el que es sacerdote de<br />

Dios y no de ellos. Y el sacrificio es la oblación del sacrosanto y<br />

verdadero cuerpo de Cristo, el cual no se les ofrece a los<br />

santos por cuanto son este mismo sacrificio. ¿A cuáles pues, será más<br />

razón que demos crédito cuando hacen milagros: a los<br />

que quieren, haciéndolos, ser tenidos por dioses, o a los que<br />

cualquier milagro que hacen lo hacen para que se crea en Dios,<br />

que lo es también Cristo? ¿A los que quieren que entre sus oficios y<br />

solemnidades se celebren igualmente sus torpezas, o a<br />

aquellos que no permitieron que sus propias palabras se celebrasen en<br />

los oficios divinos, sino que todo aquello en que con<br />

verdad los elogian quieren que redunde y se enderece a honor y gloria<br />

de Aquel por quien son alabados? Porque en el Señor<br />

se glorían y alaban sus almas.<br />

Creamos, pues, a estos que nos dicen verdades y obran maravillas,<br />

pues diciendo las verdades padecieron para poder<br />

hacer prodigios entre estas verdades, la principal es que Cristo<br />

resucitó de entre los muertos y fue el primero que en su carne<br />

nos manifestó la inmortalidad de la resurrección, la cual nos<br />

prometió que conseguiremos nosotros; o al principio, del nuevo siglo<br />

o al fin de éste.<br />

CAPITULO XI<br />

Contra los platónicos que, por la gravedad natural de los elementos,<br />

arguyen que el cuerpo terreno<br />

no puede estar en el cielo<br />

Contra este tan singular don de Dios, estos raciocinadores cuyos<br />

argumentos sabe Dios que son útiles y vanos, arguyen<br />

con sutileza, fundándose en la natural gravedad de los elementos,


porque aprendieron en los dogmas y doctrinas de Platón que<br />

los dos cuerpos del mundo, los mayores y los más extensos, están<br />

coligados y unidos con los dos medios, es a saber, con el<br />

aire y con el agua. Según este principio, dicen ellos, puesto que<br />

desde aquí, elevándome hacia arriba, la tierra es la primera y<br />

la segunda el agua sobre la tierra; el tercero, el aire sobre el<br />

agua; el cuarto, sobre el aire el cielo no puede estar el cuerpo<br />

terreno en el cielo, porque todos los elementos están balanceados con<br />

mis respectivos pesos, para que guarden y tengan su<br />

propio lugar.<br />

Ved aquí con que argumento contradice a la divina omnipotencia la<br />

flaqueza humana, en quien domina la vanidad. ¿Pues<br />

qué hacen en el aire tantos cuerpos terrenos, siendo el aire el<br />

tercero en orden a la tierra? A no ser el pudo dar a los cuerpos<br />

terrenos de las aves, por medio de la ligereza de sus plumas,<br />

facultad para que pudiesen andar por el aire, no podrá dar a los<br />

cuerpos de los hombres ya inmortales virtud de que puedan habitar<br />

también en el supremo cielo. Además, los mismos animales<br />

terrestres que no pueden volar, entre quienes se comprenden los<br />

hombres, por necesidad habían de vivir debajo de la tierra,<br />

como los peces, que son animales acuáticos, debajo del agua. ¿Por qué<br />

causa el animal terrestre no vive a lo menos en el<br />

segundo elemento, que es el agua, sino en el tercero, pues siendo de<br />

la tierra, si le obligan a que viva en el segundo elemento,<br />

que está sobre la tierra, luego se ahoga, ¿y para vivir vive en el<br />

tercero? ¿Acaso procede errado este orden de los elementos,<br />

o, por mejor decir, no está el defecto en la naturaleza, sino en el<br />

discurso y argumento de estos ilusos? Dejo de decir lo que ya<br />

he expuesto en el libro XIII, cap. XVIII; ¡cuántos cuerpos terrestres<br />

graves hay, como el plomo, y, sin embargo, el artífice les da<br />

forma aparente con que puedan nadar sobre el agua, y niegan al<br />

Todopoderoso facultad de dar al cuerpo humano una<br />

cualidad y consistencia con que pueda ir al cielo y estar en el<br />

cielo!<br />

Ya, pues, contra lo que insinué arriba, los que meditan y filosofan<br />

sobre este orden y serie de los elementos en que se<br />

fundan y estriban, no hallan ni tienen qué decir. Porque si es la<br />

tierra la primera, midiendo desde lo más bajo del globo, y<br />

accediendo hacia el cielo, el agua la segunda el tercero el aire, el<br />

cuarto el cielo, sobre todos está la naturaleza del alma.<br />

Porque hasta Aristóteles dijo que era el quinto cuerpo, y Platón que<br />

no era cuerpo. Si fuese el quinto, a lo menos sería superior<br />

a los demás; pero si no es cuerpo, será mucho más superior a todos. ¿<br />

Qué hace, pues, en el cuerpo terreno? ¿Qué obra en<br />

esta materia lo que es más sutil e imperceptible que todos los<br />

cuerpos? ¿Qué hace en este peso y gravedad la que es más<br />

ligera y menos pesada que todos?<br />

¿Y qué hace en esta forma tan tarda y pesada la que es más ligera que<br />

todos? ¿Es imposible que elemento de una<br />

naturaleza tan excelente no consiga que se aligere y suba su cuerpo<br />

al cielo? ¿Y que siendo ahora poderosa la naturaleza de<br />

los cuerpos terrenos para hacer bajar las almas a la tierra, no sean<br />

poderosas las almas alguna vez para hacer subir también<br />

arriba los cuerpos terrenos?<br />

Si nos aproximamos a examinar los milagros que hicieron sus dioses<br />

los cuales quieren oponer a los que obran nuestros<br />

mártires ¿acaso no hallaremos que estos mismos milagros favorecen<br />

nuestra causa? Porque entre los más nombrados prodigios<br />

de sus dioses, sin duda uno es al que refiere Varrón, que una virgen<br />

vestal, peligrando de ser castigada por una falsa<br />

sospecha de haber perdido su virginidad, llenó en el río Tíber un<br />

harnero de agua, y sin que le vertiese ni dila tase gota por<br />

agujero alguno le trajo a la presencia de los jueces ¿Quién detuvo el<br />

peso del agua sobré él harnero? ¿Quién por tantos<br />

agujeros abiertos no permitió que cayese una sola gota en la tierra?


Responderán que algún dios o algún demonio. Si dios,<br />

¿por ventura es mayor que el Dios que crió y dispuso con tan<br />

admirable orden el mundo? Si demonio, ¿acaso es más<br />

poderoso que el ángel que sirve y obedece al Dios que hizo este<br />

mundo? Luego si un dios menor, o un ángel o un demonio<br />

pudo detener el peso grave del elemento húmedo, transformando al<br />

parecer la naturaleza del agua, ¿será posible que Dios<br />

Todopoderoso, que es el que crió los elementos, no pueda quitar al<br />

cuerpo terreno el peso grave, para que viva el cuerpo<br />

vivificado en el mismo elemento que quiere que viva el espíritu<br />

vivificante?<br />

Además, colocando el aire entre el fuego por parte de arriba, y el<br />

agua por la de abajo, ¿cómo muchas veces le<br />

hallamos entre agua y agua, y entre agua y tierra? Porque ¿qué<br />

quieren que sean las nubes cargadas de agua, entre las<br />

cuáles y el mar se halla el aire? Pregunto: ¿Con qué gravedad y<br />

disposición de los elementos sucede que arroyos violentísimos<br />

y caudalosos, antes que debajo del aire corran por la tierra, estén<br />

colgados sobre el aire en las nubes? ¿Y por qué, en efecto,<br />

se halla el aire medio entre lo sumo del cielo y lo más ínfimo de la<br />

tierra, por dondequiera que se extiende el orbe, si su lugar<br />

propio entre el cielo y el agua, como el del agua entre el aire y la<br />

tierra? Finalmente, si el orden de los elementos está de tal<br />

manera dispuesto que; según Platón, con los dos medios; esto es, con<br />

el aire y con el agua se juntan los dos extremos, esto es<br />

el fuego y la tierra, y tenga el fuego el supremo lugar del cielo y<br />

la tierra el ínfimo como fundamento del mundo por cuyo motivo la<br />

tierra no puede estar en el cielo, por qué pregunto, el mismo fuego<br />

se halla en la tira? Pues según esta razón de tal suerte<br />

deben estar estos dos elementos fuego y tierra, en sus propios<br />

lugares, en el supremo y en el ínfimo que así como no quieren<br />

creer que pueda hallarse en el supremo lo que es peculiar del ínfimo<br />

así tampoco se puede hallar en el ínfimo lo que es del<br />

supremo, luego así como piensan que no hay o no ha de haber,<br />

partecilla alguna de la tierra en el cielo; así tampoco hablamos<br />

de ver partecilla alguna de fuego en la tierra.<br />

Pero no sólo le hallamos en la tierra, sino también debajo de ella;<br />

de manera que rebosa por las cimas de los montes<br />

fuera de que vemos por experiencia en el uso común de los hombres que<br />

hay fuego en la tierra, y que nace de la tierra; puesto<br />

que también le sacan, extraen y nace de la madera y de las piedras<br />

que son, sin duda, cuerpos terrenos. Pero dicen que el de<br />

arriba es fuego tranquilo, puro, sin perjuicio y sempiterno, y que el<br />

de la tierra es túrbido, humoso, corruptible y corrompedor.<br />

Sin embargo, vemos que no corrompe los montes donde perpetuamente<br />

arde, ni las cavernas de la tierra.<br />

Y dado que éste sea diferente de aquél, de forma que pueda<br />

proporcionarse y acomodarse en los lugares terrenos,<br />

¿por qué motivo no quieren que creamos que la naturaleza de los<br />

cuerpos terrenos, hecha ya incorruptible podrá alguna vez<br />

acomodarse en el cielo así como al presente el fuego corruptible se<br />

acomoda en la tierra? Luego no alegan razón convincente,<br />

ni que persuada sobre la gravedad y orden de los elementos, por la<br />

cual despojen a la omnipotencia de Dios de la facultad de<br />

no poder hacer a nuestros cuerpos tales que puedan también vivir en<br />

el cielo.<br />

CAPITULO XII<br />

Contra las calumnias de los infieles, con los cuales se burlan de los<br />

cristianos, porque creen en la<br />

resurrección de la carne<br />

Pero suelen menudamente preguntar y del mismo modo burlarse de la fe<br />

con que creemos que ha de resucitar la carne.<br />

Preguntan si han de resucitar los partos abortivos, y porque dice el


Señor: En verdad os digo que no perecerá un cabello de<br />

vuestra cabeza, si la estatura y vigor corporal han de ser iguales en<br />

todos o ha de ser diferente la grandeza de los cuerpos. Por<br />

que si han de ser iguales los cuerpos, ¿cómo han de tener lo que no<br />

tuvieron en la tierra en la cantidad del cuerpo aquellos<br />

abortos, si es que han de resucitar también? Y si no han de<br />

resucitar, porque tampoco nacieron, entablan la misma cuestión<br />

respecto a los niños pequeñuelos. ¿Cómo adquieren el tamaño y<br />

cantidad de cuerpo que vemos les falta aquí cuando mueren<br />

en esta edad? Porque no podrán responder que no han de resucitar los<br />

que son capaces, no sólo de la generación, sino<br />

también de la regeneración.<br />

En seguida preguntan el modo que ha de tener la misma igualdad,<br />

porque si todos han de ser tan grandes y tan altos<br />

como lo fueron todos los que aquí fueron grandísimos y altísimos,<br />

preguntan, no sólo de los pequeños, sino también de muchos<br />

grandes cómo se les ha de pegar lo que aquí les faltó, si allá ha de<br />

adquirir cada uno lo mismo que aquí tuvo. Y si lo que dice el<br />

Apóstol que todos hemos de venir «a la medida y tamaño de la edad<br />

plena de Cristo», cómo también lo que añade: «Que a los<br />

que predestinó quiso fuesen conformes a la imagen de su Hijo», debe<br />

entenderse que han de tener la estatura y disposición del<br />

cuerpo de Cristo todos los cuerpos de los hombres que habrá en el<br />

reino a muchos, dicen, se les habrá de desmembrar de la<br />

grandeza y longitud del cuerpo. ¿Y cómo realmente se compadece con<br />

esta doctrina la de que no ha de perecer un cabello de<br />

nuestra cabeza», si de la misma magnitud del cuerpo ha de perecer<br />

tanto? Aunque pueda también dudarse de los mismos<br />

cabellos si han de volver los que se cortan porque si han de volver,<br />

¿quién no abominará de aquella deformidad notable que<br />

resultará de la unión de todos ellos?<br />

Esto mismo parece que necesariamente ha de suceder igualmente de las<br />

uñas, volviendo otro tanto cuanto hubiere<br />

cortado el cuidado y solicitud que se tuvo con el aseo del cuerpo. ¿Y<br />

dónde se hallará la hermosura y gracia de que, a lo<br />

menos ha de ser mayor en aquella inmortalidad que la que pudo haber<br />

en esta corrupción? Si no ha de volver, perecerá;<br />

¿cómo, pues, dicen que no perecerá un cabello de vuestra cabeza?<br />

Lo mismo dificultan sobre la flaqueza y gordura, porque si han de ser<br />

todos iguales sin duda que no serán unos flacos y<br />

otros gordos; luego a los unos se les añadirá algo y a los otros se<br />

les quitará. Por consiguiente, no lo que habían de adquirir<br />

con justo título, sino que en alguna parte se les habrá de aumentar<br />

lo que no tenían y en otra parte se les habrá de despojar de<br />

lo que tenían.<br />

Y no poco se conmueven por los diferentes modos con que los cuerpos<br />

de los muertos se corrompen y desaparecen,<br />

pues unos se convierten en polvo, otros se resuelven en aire, a unos<br />

les devoran y consumen las bestias, a otros el fuego,<br />

otros se sumergen en el mar o en otras cualesquiera aguas, de manera<br />

que sus carnes podridas se resuelven en el elemento<br />

húmedo y no creen que todos éstos se pueda volver a recoger en su<br />

misma carne y reintegrarse en su primitiva entereza.<br />

Hablan también de las fealdades y vicios, ya sea que sucedan después<br />

o nazcan con ellas; y aquí hace también alarde<br />

con horror y escarnio de los partos monstruosos y preguntan la<br />

resurrección que ha de haber de cada deformidad, porque si<br />

dijésemos que ninguna cosa de Estas ha de volver al cuerpo del<br />

hombre, presumen que han de refutar lo que confesamos de<br />

los lugares de las llagas con que resucitó Cristo Nuestro Señor.<br />

En esta materia, la cuestión y duda más dificultosa de todas es la<br />

que se propone sobre a qué carne ha de volverse<br />

aquella con que se sustentó el cuerpo de otro, que compelido de la<br />

hambre, comió de un cuerpo humano, puesto que se<br />

convirtió en la carne de aquel que vivió con tales alimentos y suplió<br />

los defectos que causó la flaqueza y extenuación del otro.


Preguntan pues, si se le vuelve a aquel de quien fue primero aquella<br />

carne o aquel de quien vino a ser por último lo cual<br />

proponen con el fin de huir el cuerpo a la fe de la resurrección y de<br />

esta manera prometer al alma del hombre, o las alternativas<br />

verdaderas infelicidades y falsas bienaventuranzas, como lo defendió<br />

Platón, o confesar que tras muchas revoluciones y haber<br />

andado vagante por diversos cuerpos, al fin alguna vez acaba las<br />

miserias y nunca vuelve mas a ellas como siente Porfirio;<br />

mas no teniendo cuerpo inmortal, sino huyendo de todo lo que es<br />

cuerpo.<br />

CAPITULO XIII<br />

Si los abortos no pertenecen a la resurrección, perteneciendo al<br />

numero de los muertos<br />

Responderé con el favor de Dios estas objeciones, que, según he<br />

referido, me las opone la parte contraria En lo<br />

respectivo a los partos abortivos que habiendo tenido vida en el<br />

vientre murieron allí, así como no me atrevo afirmar que hayan<br />

de resucitar, tampoco me atrevo a negarlo, aunque no advierto motivo<br />

para que no les pertenezca la resurrección de los<br />

muertos porque o no todos los muertos han de resucitar, o, habrá<br />

algunas almas que estén eternamente sin cuerpos, como son<br />

las que, aunque en el vientre de su madre, sin embargo efectivamente<br />

tuvieron cuerpos, o, si todas las almas han de recobrar<br />

los cuerpos que tuvieron dondequiera que, viviendo o muriendo, los<br />

dejaron, no hallo causa para poder decir que no pertenezcan<br />

a la resurrección de los muertos cualesquiera muertos, aunque<br />

hayan fallecido en el vientre de sus madres. Cualquiera<br />

opinión que se establezca en orden a éstos lo que dijésemos de los<br />

niños ya nacidos se debe entender también de ellos, si han<br />

de resucitar.<br />

CAPITULO XIV<br />

Si los niños han de resucitar con el cuerpo que tuvieran si hubiesen<br />

crecido en edad<br />

Diremos de los niños que no han de resucitar en la pequeñez de cuerpo<br />

en que murieron sino que lo que se les había<br />

de añadir con el discurso del tiempo, eso habrán de recobrar merced a<br />

la acción maravillosa y prestísima de Dios. Pues en las<br />

citadas palabras del Señor, donde dice: «No perecerá un cabello de<br />

vuestra cabeza», lo que dice es que no le faltará lo que<br />

antes tenían; pero no niega que tendrán lo que les faltaba. Y al<br />

niño que murió le faltaba la cantidad perfecta de su cuerpo,<br />

porque a un niño perfecto sin duda que le falta la perfección de la<br />

grandeza del cuerpo, la cual, conseguida, no tiene ya que<br />

crecer más. Esta especie de perfección de tal suerte la tienen todos,<br />

que con ella se conciben y nacen; pero la tienen<br />

virtualmente y en potencia; y no en la cantidad y grandeza, de la<br />

manera que todos los mismos miembros están ya ocultamente<br />

contenidos en el semen, aunque a los que han nacido ya les faltan<br />

algunos, como son los dientes y otras cosas semejantes. En<br />

esta virtud y potencia, impresa naturalmente en la materia corporal<br />

de cada uno, parece que está en cierto modo, por decirlo así,<br />

urdido y tramado lo que aún no es, o, por mejor decir lo que está<br />

oculto y se descubrirá en el tiempo venidero. En ella, el niño<br />

que ha de ser pequeño es ya pequeño o grande.<br />

Según esta virtud y potencia; en la resurrección del cuerpo no<br />

tenemos los menoscabos del cuerpo, pues aunque la<br />

igualdad de todos hubiera de ser de tal conformidad que todos fueran<br />

de estatura de gigantes, los que fueron gigantes en este<br />

mundo nada perderían en estatura, conforme a lo que dijo Cristo<br />

cuando prometió que no se les perdería un cabello; y al


Criador que todo lo cría de la nada, ¿cómo pudiera faltarle de donde<br />

añadir lo que faltara a los no gigantes, siendo admirable<br />

artífice y sabiendo cómo se debe añadir?<br />

CAPITULO XV<br />

Si al modo y tamaño del cuerpo del Señor han de resucitar los cuerpos<br />

de todos los muertos<br />

Cristo resucito en el tamaño de cuerpo en que murió, y no puede,<br />

decirse que cuando venga el tiempo en que todos han<br />

de resucitar ha de adquirir su cuerpo aquella grandeza que no tuvo<br />

cuando apareció a sus discípulos, con la estatura que éstos<br />

le conocían, para que pueda venir a ser igual a los muy grandes. Y si<br />

dijésemos que al modo y proporción del cuerpo del<br />

Señor se han de reducir también los cuerpos mayores de cualesquiera,<br />

habría de perderse mucho de los cuerpos de algunos,<br />

habiendo el Señor prometido que ni un Solo cabello se les perdería.<br />

Resta, pues, que cada un recobre su estatura, la misma<br />

que tuvo siendo mozo, aunque haya muerto anciano, o la que llegara a<br />

tener si murió temprano.<br />

Lo que dice el Apóstol acerca de la medida de la edad plena de<br />

Cristo, entendemos que lo dijo con otro intento, esto es,<br />

que cuando recobrase aquella cabeza, en el pueblo cristiano, la<br />

perfección de todos sus miembros, se llena y cumple la medida<br />

de su edad o si lo dice aludiendo a la resurrección de los cuerpos,<br />

lo entendemos de forma que los cuerpos de los muertos no<br />

resuciten ni más ni menos fuera del tamaño de mozos, sino en aquella<br />

edad y vigor a que sabemos que llega Cristo en la tierra<br />

porque hasta los sabios del siglo definieron e incluyeron la juventud<br />

y mocedad del hombre alrededor de los treinta años, desde<br />

la cual principia ya el hombre a declinar a los daños y menoscabos de<br />

la edad grave y anciana, y por eso no dijo a la medida<br />

del cuerpo o a la medida de la estatura, sino a la medida de la edad<br />

plena de Cristo.<br />

CAPITULO XVI<br />

Cómo se debe entender el hacerse conformes los santos a la imagen<br />

del Hijo de Dios<br />

Lo que también dice el Apóstol, «que los predestinados se hacen<br />

conformes la imágen del Hijo de Dios»,<br />

puede también entenderse según el hombre interior. Por ello nos dice<br />

en otro lugar: «No queráis conformaros<br />

con este siglo, sino reformaos conforme a la novedad de vuestro<br />

espíritu» Reformándonos para no<br />

conformarnos con este siglo, nos conformamos con e Hijo de Dios.<br />

Puede, pues, entenderse que así como el<br />

Señor se conformó con nosotros, en la mortalidad, así nosotros nos<br />

hagamos conformes a su Majestad Divina<br />

en la inmortalidad, lo cual sin duda, pertenece igualmente la misma<br />

resurrección de los cuerpos. Pero si en estas<br />

palabras no advierte la forma en que han de resucitar lo cuerpos, así<br />

como la medida de que habla el Apóstol<br />

no debe entenderse de la cantidad, sino de la edad, tampoco estas<br />

palabras deben atribuirse a la estatura.<br />

Todos, pues, resucitarán tamaños en el cuerpo como fueron o habían de<br />

ser en la edad de la mocedad, aunque<br />

nada importará que sea la forma del cuerpo de niño o de anciano, en<br />

donde no ha de haber ni quedar flaqueza<br />

o imperfección alguna, ni del alma ni del mismo cuerpo. De suerte que<br />

cuando alguno quiera porfiar que todos<br />

han de resucitar en aquel modo y proporción de cuerpo en que<br />

murieron, no hay para qué quebrarse la<br />

cabeza en contradecirle.


CAPITULO XVII<br />

Si los cuerpos de las mujeres muertas han de resucitar en su sexo y<br />

permanecer así<br />

Algunos (por lo que dice San Pablo: «Hasta que nos juntemos todos en<br />

un mismo estado de varón<br />

perfecto, a la medida de la edad plena y perfecta de Cristo, y nos<br />

hagamos conformes a la imagen de Dios») no<br />

creen que las mujeres han de resucitar en su propio sexo, sino dicen<br />

que todas resucitarán en el de varón,<br />

porque Dios hizo solamente al hombre de barro y a la mujer del varón.<br />

En mi sentir, mejor lo entienden los que<br />

no dudan que ambos sexos han de resucitar, porque no habrá allí<br />

apetito malo, que es la causa de la confusión,<br />

pues primero que pecaran desnudos estaban, y, sin embargo, no se<br />

ruborizaron el hombre y la mujer. Así,<br />

pues, a los cuerpos se les quitarán los vicios y defectos, y se les<br />

conservará la naturaleza.<br />

El sexo de mujer no es vicio, sino naturaleza, la cual, aunque<br />

entonces no se juntará con el varón, sin embargo, tendrá<br />

los miembros correspondientes a su sexo, no acomodados al uso ya<br />

pasado, sino al nuevo decoro y hermosura con que no se<br />

atreverá la concupiscencia de los que la vieren, porque no la habrá,<br />

sino que se alabará la divina sabiduría y clemencia que<br />

hizo también lo que no era, y lo que hizo lo libertó de la<br />

corrupción. Pues al principio de la creación del humano linaje,<br />

cuando<br />

de la costilla que extrajo Dios del costado del varón que estaba<br />

durmiendo formó la mujer, convenía ya entonces con este<br />

maravilloso prodigio profetizar a Cristo y a la Iglesia, en atención<br />

a que aquel sueño del hombre era el símbolo de la muerte de<br />

Cristo, cuyo costado, estando difunto suspenso en la cruz, fue<br />

abierto con la lanza, saliendo de la herida sangre y agua, que<br />

sabemos son los Sacramentos sobre los que se edifica la Iglesia. De<br />

esta expresión usó también la Escritura, pues no dijo formó,<br />

fingió sino «edificó la costilla en mujer». Por ello el Apóstol a lo<br />

que es la Iglesia llama edificación del cuerpo de Cristo. La mujer<br />

es, pues, criatura y hechura de Dios como el hombre; pero en haberse<br />

formado del hombre se nos encomendó la unidad; el<br />

hacerla de aquella manera fue figura, como he dicho de Cristo y de la<br />

Iglesia, y el que crió ambos sexos, ambos lo restituirá.<br />

Finalmente, el mismo Señor Cristo Jesús, preguntado por los saduceos<br />

que negaban la resurrección, de cuál de siete<br />

hermanos sería la mujer que todos ellos habían sucesivamente tenido<br />

por esposa, procurando cada uno conforme a la ley,<br />

resucitar la descendencia del hermano, les dijo: «Andais errados, no<br />

entendiendo las Escrituras ni la virtud de Dios.» Y en lugar<br />

de decir, aprovechando la ocasión: esta mujer que me preguntáis será<br />

hombre y no mujer, no lo dijo, sino que «en la<br />

resurrección, ni las mujeres ni lo hombres se casarán, sino que serán<br />

como los ángeles de Dios en el cielo» Iguales a los<br />

ángeles, sin duda, en la inmortalidad y bienaventuranza, no en la<br />

carne, ni tampoco en la resurrección, de que no tuvieron<br />

necesidad lo ángeles, porque no pudieron morir. Así que dijo el Señor<br />

que no había de haber casamientos en la resurrección,<br />

mas no que no había de haber mujeres, lo dijo donde se trataba de una<br />

cuestión que más presto y fácilmente la resolviera<br />

negando el sexo de la mujer, entendiera que éste no le había de haber<br />

allá: antes confirmó que le había de haber, diciendo: ni<br />

las mujeres se casarán ni los hombres; habrá, pues mujeres y hombres,<br />

que en la tierra se suelen casar, pero en el cielo no lo<br />

harán.


CAPITULO XVIII<br />

Del varón perfecto, esto es, de Cristo y de su cuerpo: es decir, de<br />

la iglesia que es su plenitud<br />

Respecto a lo que dice el Apóstol que todos nos hemos de juntar en<br />

estado de varón perfecto, importa reflexionar las<br />

circunstancias de todo el pasaje, donde se expresa así: «El que<br />

descendió es el mismo que el que subió sobre todos los cielos<br />

para el cumplimiento de todas las promesas. El mismo designó a unos<br />

por apóstoles, a otros por profetas, a otros por evangelistas,<br />

a otros por doctores para la consumación y perfección de los<br />

santos, a fin de que trabajen en el ministerio, en la edificación<br />

del cuerpo de Cristo, hasta que nos juntemos todos en una misma fe y<br />

conocimiento del Hijo de Dios en estado de varón<br />

perfecto, a la medida de la edad plena y perfecta según Cristo, de<br />

manera que no seamos ya más como niños fluctuantes,<br />

dejándonos llevar del viento de cualquiera doctrina inventada por el<br />

engaño de los hombres y por la astucia para hacernos<br />

errar, sino que, siguiendo la verdad con caridad, en todo vayamos<br />

creciendo en aquel que es nuestra cabeza, Cristo, y en<br />

quien todo el cuerpo, trabado y conexo entre si recibe por todos los<br />

vasos y conductos de comunicación, según la medida correspondiente<br />

a cada miembro, el aumento propio del cuerpo para su<br />

perfección, mediante la caridad.»<br />

Ved aquí quien es el varón perfecto, la cabeza y el cuerpo que consta<br />

de todos sus miembros, los cuales a su tiempo<br />

vendrán a tener su cumplimiento, aunque cada día se le van juntando<br />

al mismo cuerpo, mientras se edifica la Iglesia, de quien<br />

San Pablo dice: «Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros.» Y<br />

en otra parte; «Por el cuerpo de Cristo, que, es la<br />

Iglesia.» Y, asimismo en otro lugar: «Aunque muchos somos un pan y<br />

hacemos un cuerpo»<br />

Y de la edificación de este cuerpo dice igualmente aquí: «Para la<br />

consumación y perfección de los santos, para que<br />

trabajen en el ministerio, en la edificación del cuerpo de Cristo.» Y<br />

después prosigue lo que tenemos entre manos: «Hasta que<br />

nos juntemos todos en una misma fe y conocimiento del Hijo de Dios en<br />

estado de varón perfecto, a la medida y tamaño de la<br />

edad plena y perfecta de Cristo», etcétera; hasta que pasa a<br />

manifestarnos de qué cuerpo hemos de entender esta medida,<br />

diciendo: «Vayamos creciendo en Aquel que es nuestra cabeza, Cristo,<br />

y en quien todo el cuerpo trabado y conexo entre sí<br />

recibe por todos los vasos y conductos de comunicación según la<br />

medida correspondiente a cada miembro, el aumento propio<br />

del cuerpo para su perfección, mediante la caridad.» Así, pues, como<br />

hay medida y tamaño de cada parte respectiva, así la hay<br />

de todo el cuerpo, que consta de todas sus partes, y, sin duda,<br />

medida plena y perfecta, de la cual dice aquí, a la medida de la<br />

edad plena y perfecta de Cristo, de cuya plenitud habló también allá<br />

donde dice de Cristo: «Y le puso por cabeza sobre toda la<br />

Iglesia, la cual es su cuerpo, y la plenitud de aquel que lo llena<br />

todo en todo.» Pero si este texto lo hubiésemos de referir a la<br />

forma de la resurrección en que cada uno se ha de hallar, ¿quién<br />

impide que donde nombra el varón podamos entender<br />

también la mujer, como en el otro pasaje donde dice: «Bienaventurado<br />

es el varón que teme, al Señor», sin duda están comprendidas<br />

también las mujeres que temen al Señor?<br />

CAPITULO XIX<br />

Que no debe haber en la resurrección vicio alguno en el cuerpo que en<br />

esta vida del hombre fuere contrario al decoro y<br />

hermosura, y que allá, sin alterar ni mudar la sustancia natural,<br />

concurrirán en una hermosura la calidad y cantidad


¿Para qué he de dar congrua satisfacción a la objeción relativa a los<br />

cabellos y a las uñas? Porque entendido una vez<br />

que de tal manera no parecerá parte alguna del cuerpo que no haya<br />

deformidad en él, asimismo se comprenderá que los<br />

miembros que habían de representar cierta deforme fealdad se han de<br />

unir a la masa y no a los lugares donde pueda recibir<br />

fealdad la forma de los miembros. Como si hiciésemos un vaso de<br />

barro, y vuelto a deshacer y reducido a la misma materia de<br />

barro, se volviese a formar de nuevo, no sería necesario que la parte<br />

de barro que estuvo en las asas o la que estuvo en el<br />

fondo vuelva nuevamente a formar el mismo fondo, con tal que el todo<br />

volviese al todo; esto es, que todo aquel barro, sin perderse<br />

parte alguna, volviese a todo el vaso; por lo cual, si los<br />

cabellos tantas veces cortados, o las uñas cortadas, vuelven a sus<br />

propios lugares, no volverán con deformidad, pero tampoco se le<br />

perderán al que resucitare, porque con la mutabilidad de la<br />

materia se convertirán en la misma carne, para que tengan allí<br />

cualquier lugar del cuerpo, guardando la congruencia dc las<br />

partes. Aunque lo dice el Señor: «Que no perecerá un cabello de<br />

vuestra cabeza», se puede entender con más propiedad, no<br />

del largo de los cabellos, sino del número. Por eso dice en otra<br />

parte: «Están contados todos los cabellos de vuestra cabeza»<br />

No digo esto porque se presuma que se le ha de perder parte alguna a<br />

ningún cuerpo de lo que naturalmente tenía, sino<br />

lo que le nació deforme y feo (no por otro motivo sino para<br />

manifestaros cuán penosa sea la actual condición de los mortales) ha<br />

de volver a ser de manera que quede la integridad de la sustancia y<br />

perezca la fealdad. Porque si entre los hombres un artífice<br />

puede a una estatua que sacó fea por un accidente imprevisto<br />

fundirla y volverla a hacer muy hermosa, de suerte que en ella<br />

no se pierda cosa alguna de la substancia, solo sí la fealdad; y<br />

si en la primera figura había alguna parte indecente y no<br />

correspondía a la igualdad de los demás, puede no cortarlo y<br />

separarlo del todo de la materia de la cual lo había construido,<br />

sino esparcirlo y mezclarlo todo de manera que ni cause fealdad ni<br />

disminuya la cantidad, ¿qué debemos imaginar del artífice<br />

que es Todopoderoso? ¿No podrá acaso destruir todas las fealdades de<br />

los cuerpos humanos, no sólo las ordinarias, sino<br />

también las que fueren raras y monstruosas, que son propias de esta<br />

vida miserable, y muy ajenas de la futura bienaventuranza<br />

de los santos, de forma que cualesquiera que sean las superfluidades<br />

de la substancia corporal (en efecto, superfluidades,<br />

aunque naturales, pero indecentes y horribles), se quiten sin ningún<br />

menoscabo y disminución de la substancia?<br />

Así no tienen que temer los que fueron de complexión flaca o gruesa<br />

ser allá lo que, si pudieran, no quisieran haber sido<br />

tampoco acá. Porque toda a hermosura del cuerpo resulta de la<br />

congruencia y simetría de las partes ordenadas con cierta<br />

suavidad de color; donde no hay conformidad de pares suele ofender<br />

alguna cosa, o porque es pequeña o porque es<br />

demasiada. Y si no habrá deformidad alguna que produce la<br />

incongruencia de las partes, pues lo que estuviere mal se<br />

corregirá, lo que fuere menos de lo que conviniere al decoro lo<br />

suplirá el Criador con su infinita sabiduría, y lo que fue más de lo<br />

que conviene lo quitará, conservando la integridad de la materia, ¿Y<br />

cuán grande será la suavidad del color «donde los justos<br />

resplandecerán como el sol en el reino de su Padre»? Cuyo resplandor<br />

debemos creer que cuando resucitó Cristo antes se les<br />

encubrió a los ojos de sus discípulos, que imaginar que le faltó a su<br />

glorioso cuerpo, porque no pudiera sufrirle la debilidad de la<br />

vista humana, y debía dejarse ver de los suyos en la forma que le<br />

pudiesen conocer.<br />

Con este fin fue también el patentizarles las cicatrices de sus<br />

sacratísima llagas a los que le palpaban y tocaban, y el<br />

comer y beber, no porque tenía necesidad del alimento, sino porqué<br />

tenía amplia potestad para poderlo hacer. No se ve un


objeto, aunque esté presente, por los que ven otros que asimismo<br />

están presentes, como decimos que estuvo aquel resplandor<br />

y claridad, sin que la viesen los que veían otras cosas, lo cual en<br />

griego se llama aorasia, y no pudiéndolo decir en latín<br />

nuestros intérpretes, tradujeron en el Génesis por ceguera. Esto fue<br />

lo que les dio a los de Sodoma cuando buscaban la puerta<br />

del santo varón Lot y no la podían hallar, la cual, si fuera ceguera,<br />

por la que nada puede verse, buscaran; no la puerta por<br />

dónde entrar, sino quien los encaminara y dirigiera a ella.<br />

No sé cómo nos aficionamos de tal suerte a los bienaventurados<br />

mártires, que deseamos ver en aquel reino en sus<br />

cuerpos las cicatrices de las heridas que sufrieron por el nombre de<br />

Cristo, y acaso las veremos, porque en ellos no será<br />

deformidad, sino dignidad y resplandecerá una cierta hermosura,<br />

aunque en el Cuerpo, no del cuerpo, sino de virtud. Y no<br />

porque a los mártires les hayan cortado algunos miembros han de estar<br />

sin ellos en la resurrección de los muertos, puesto que<br />

les dijo Dios: «No se os perderá un cabello de vuestra cabeza», sino<br />

que si fuera decente que en aquel nuevo siglo se vean en<br />

la carne inmortal las señales de las gloriosas llagas en la parte<br />

donde los miembros fueron heridos, lacerados o estropeados, allí<br />

se verán las cicatrices, no con la pérdida pasada, sino con la<br />

restitución de los mismos miembros. Así que, aunque entonces no<br />

haya vestigio de las imperfecciones y vicios que adquirieron los<br />

cuerpos, con todo, no deben llamarse ni tener por vicios las<br />

señales de la virtud.<br />

CAPITULO XX<br />

Que en la resurrección de los muertos la naturaleza de los cuerpos,<br />

como quiera que estén<br />

deshechos, será renovara del todo y en todas sus partes<br />

Es un absurdo y desatino pensar que no pueda la omnipotencia del<br />

Criador, para resucitar los cuerpos y volverlos a la<br />

vida, revocar todo aquello que consumió, o la bestia o el fuego, o lo<br />

que deshizo en polvo o en ceniza, o se resolvió en agua, o<br />

se exhaló en aire. Absurdo es y disparate que haya seno o secreto en<br />

la naturaleza que tenga algún arcano tan escondido a<br />

nuestros sentidos, que o se le oculte a la noticia del Criador de<br />

todas las cosas o se le escape y exima de su potestad.<br />

Queriendo Cicerón, aquel célebre escritor, definir a Dios como pudo,<br />

dijo que era un espíritu libre, ajeno de toda mixtión y<br />

composición mortal, que lo siente y mueve todo, y tiene movimiento<br />

eterno. Esto lo halló y sacó de los libros y doctrinas de los<br />

grandes filósofos. Por hablar en el lenguaje de ellos, ¿cómo se le<br />

esconde alguna cosa al que todo lo siente, o cómo se le<br />

escapa irrevocablemente a que todo lo mueve?<br />

Por lo cual nos conviene ya resolver aquella cuestión, que parece la<br />

más dificultosa de todas, donde se pregunta:<br />

cuando acontece que la carne del hombre muerto se convierte en la<br />

carne de otro hombre vivo, que la ha comido. ¿a cuál de<br />

los dos se le ha de restituir en la resurrección de la carne? Porque<br />

sí uno, estando muerto de hambre, forzado comiese de los<br />

cuerpos muertos de los otros hombres, cuya desventura, que ha<br />

acontecido en algunas ocasiones, no sólo nos lo dicen las<br />

historias, sino que la infeliz experiencia de nuestros tiempos nos lo<br />

enseña, ¿acaso habrá alguno que con razón y verdad<br />

pretenda que todo aquello se eliminó de nuevo, y que nada de ello se<br />

mudó y convirtió en su carne, pues la misma flaqueza<br />

que hubo y ya no la hay, bastantemente nos manifiesta los vicios y<br />

daños que se suplieron con aquellos alimentos?<br />

Poco antes propuse algunas particularidades, que pueden y deben valer<br />

para resolver esta dificultad. Porque todo lo<br />

que consumió de las carnes el hambre, sin duda se convirtió en aire,<br />

y ya dijimos que Dios Todopoderoso puede restablecer lo


que se disipa. Se restituirá al hombre aquella carne en quien primero<br />

comenzó a ser carne humana, pues respecto del otro, se<br />

debe tener como tomada de prestado, y como deuda se le ha de<br />

restituir a la parte de donde se tomó. La carne que el hambre<br />

despojó la restituirá el que puede restablecer lo que se exhaló. Aun<br />

en el caso de que se hubiera deshecho y pereciera del<br />

todo y no hubiera quedado materia alguna suya en ningún rincón de la<br />

naturaleza, de dondequiera que quisiere podrá sacarla<br />

y restablecerla el Señor Todopoderoso. Mas por lo que dijo la misma<br />

Verdad: «que un cabello de vuestra cabeza no se<br />

perderla», es desatino que pensemos que, supuesto que no puede<br />

perderse un cabello de la cabeza, se puedan perder tantas<br />

carnes como comió y consumió el hambre.<br />

Consideradas y expuestas todas estas razones, según lo exigen<br />

nuestras débiles fuerzas intelectuales, se deduce expresamente<br />

esta conclusión: que en la resurrección de la carne que ha<br />

de haber para siempre, la grandeza de los cuerpos<br />

tendrá aquella medida y tamaño que tenía la razón naturalmente<br />

impresa en el cuerpo de cada uno para perfeccionar la<br />

juventud; o la que tenía cuando estaba ya perfecta, guardando también<br />

en la forma y disposición de todos los miembros su<br />

conveniente proporción y decoro. Y para que se conserve este decoro<br />

cuando se quitare algo a alguna grandeza indecente<br />

que hubiere en otra parte, y se esparciere o repartiere por todo,<br />

para que ni aquello se pierda y en todo se conserve la<br />

congruencia y conveniencia de las partes, no es absurdo creer que<br />

allí se puede también añadir algún tanto a la estatura del<br />

cuerpo pues se distribuye a todas partes, a fin de que guarden en su<br />

decoro y hermosura aquello que si estuviera<br />

disformemente en una, no sería decente.<br />

Y si porfiaren todavía que resucitará cada uno en la misma estatura<br />

de cuerpo en que murió, no hay para qué<br />

obstinadamente nos opongamos, con tal que no haya deformidad alguna,<br />

ninguna flaqueza, ninguna tardanza, pereza, flojedad<br />

ni corrupción, sin que haya cosa que desdiga y no convenga a aquel<br />

reino donde los hijos de la resurrección y promisión serán<br />

iguales a los ángeles de Dios, cuando no en el cuerpo y en la edad,<br />

por lo menos en la felicidad y bienaventuranza.<br />

CAPITULO XXI<br />

De la novedad del cuerpo espiritual, en que se mudará la carne de los<br />

santos<br />

También se les ha de restituir todo lo que se les hubiere perdido,<br />

así a los cuerpos vivos como a los muertos, y<br />

juntamente con ello lo que quedó en las sepulturas; y mudando el<br />

cuerpo viejo animal en cuerpo nuevo espiritual, resucitarán<br />

vestidos de incorrupción e inmortalidad. Si en algún caso grave o por<br />

la crueldad de los enemigos todo el cuerpo se hubiera resuelto<br />

en polvo, esparciéndolo por el aire o por el agua, sin dejar<br />

en ninguna parte, en cuanto fuera posible, rastro de él, con<br />

todo, por ningún motivo le podrán sacar fuera de la jurisdicción del<br />

Criador omnipotente, sino que ni un solo cabello de su<br />

cabeza se perderá.<br />

Así pues, la carne espiritual estará sujeta al espíritu, siendo,<br />

aunque carne, no espíritu, así como el mismo espíritu carnal<br />

estuvo sujeto a la carne, siendo, aunque espíritu, no carne. Por que<br />

no según la carne, sino según el espíritu, eran carnales<br />

aquellos a quienes decía el Apóstol: «No he podido hablaros como a<br />

espirituales, sino como a carnales.» En esta vida el hombre<br />

se llama espiritual, aun cuando todavía está en el cuerpo carnal, y<br />

halla en sus miembros otra ley repugnante y contraria a la ley<br />

de su espíritu; así será igualmente en el cuerpo espiritual cuando la<br />

misma carne resucitare, de manera que se haga lo que dice<br />

la Escritura: «Que se sembrará el cuerpo animal y nacerá el cuerpo


espiritual.»<br />

Y cuál y cuán grande sea la gracia del cuerpo espiritual, porque aún<br />

no lo hemos visto por experiencia, recelo no se<br />

tenga por temerario todo lo que de ella se dice. Con todo, porque no<br />

es razón omitir el gozo de nuestra esperanza, por lo que<br />

redunda en gloria de Dios y de lo íntimo del corazón, ardiendo en<br />

amor santo, dijo el real Profeta: «Enamorado estoy, Señor, de<br />

la hermosura de vuestra casa», por los dones y gracias que distribuye<br />

en esta vida miserable a los buenos y a los malos,<br />

vamos conjeturando con sus divinos auxilios, según podemos, cuán<br />

grande y apreciable sea aquel don y gracia, del cual, no<br />

habiéndole aun experimentado, no podemos dignamente hablar. Porque<br />

paso en silencío cuando Dios hizo al hombre recto;<br />

dejó aquella vida feliz y bien aventurada que pasaron aquellos dos<br />

primeros casados en la amenidad, fecundidad y delicias del<br />

Paraíso, siendo tan breve, que no pudo llegar a noticia de sus hijos;<br />

aun en esta que nosotros conocemos, en que todavía<br />

vivimos, cuyas tentaciones, o, por mejor decir, en ésta, que es toda<br />

tentación, y por más que aprovechemos, no dejamos de<br />

padecer, ¿quién será bastante a explicar las señales y demostraciones<br />

que experimentamos de la bondad de Dios para con el<br />

linaje humano?<br />

CAPITULO XXII<br />

De las miserias y penalidades a que está sujeto el hombre por causa<br />

de la primera culpa, y cómo<br />

ninguno se libra de ellas sino por la gracia de Cristo<br />

Que todo el linaje de los mortales fue condenado por la primera<br />

culpa, lo testifica esta misma vida, si debe llamarse vida; la<br />

que está llena de tantos y tan molestos trabajos. Porque ¿qué otra<br />

cosa nos manifiesta la horrible profundidad de la ignorancia,<br />

de donde resulta todo el error que acoge y recoge a todos los hijos<br />

de Adán en tenebroso, seno, de donde el hombre no puede<br />

salir y librarse sin penalidad, dolor y temor? ¿Qué otra cosa nos<br />

demuestra el mismo amor y deseo de tantos objetos varios y<br />

perjudiciales, y los daños que de ellos dimanan; los cuidados<br />

penosos, las turbaciones, tristezas, miedos; los desordenados<br />

contentos, las discordias, debates, guerras, asechanzas, enojos,<br />

enemistades, engaños, lisonjas, cautelas, robos, traiciones,<br />

soberbias, ambiciones, envidias, homicidios, parricidios, crueldades,<br />

fierezas, bellaquerías, disoluciones, travesuras,<br />

desvergüenzas, deshonestidades, fornicaciones, adulterios, incestos y<br />

tantos estupros y torpezas contra el natural decoro de<br />

ambos sexos, que aún es acción reprensible el referirlas;<br />

sacrilegios, herejías, blasfemias, perjurios, opresiones de<br />

inocentes,<br />

calumnias, engaños, prevaricaciones, falsos testimonios, injusticias,<br />

violencias, latrocinios y todo lo que de semejantes males no<br />

me ocurre ahora a la memoria, y, sin embargo, no faltan en esta vida<br />

de los hombres? Y aunque estas maldades son propias y<br />

características de los hombres malos, no obstante, proceden de<br />

aquella raíz del error y del perverso amor y deseo con que<br />

nacen todos los hijos de Adán. ¿Y quién hay que no sepa con cuánta<br />

ignorancia de la verdad, que en los niños se advierte, y<br />

con cuánta redundancia de vana codicia, que en los muchachos comienza<br />

ya a pulular y descubrirse, entra el hombre en esta<br />

vida, de manera que si le dejan vivir como quiere y hacer todo lo que<br />

se ofrece a su capricho, viene a caer en estos vicios y<br />

excesos, en todos o en muchos de los que he nombrado y en otros que<br />

no he podido exponer?<br />

Pero como la Providencia divina no desampara del todo a los<br />

condenados, y Dios no detiene en su ira sus misericordias,<br />

en los mismos sentidos de los hombres están velando la ley y la


instrucción contra estas tinieblas en que nacemos, y se oponen<br />

a sus ímpetus, aunque ellas también están llenas de trabajos y<br />

dolores. Porque, ¿de qué sirven tantos miedos fantásticos y de<br />

tan raras especies que se aplican para refrenar las vanidades y<br />

afectos de los muchachos? ¿De qué los ayos, los maestros, las<br />

palmetas, las correas, las varillas? ¿De qué aquella disciplina, con<br />

que dice la Sagrada Escritura que se deben sacudir los<br />

costados del hijo querido, porque no se haga indómito, y estando<br />

duro, agreste e inflexible, con dificultad pueda ser domado o<br />

quizá no pueda? ¿Qué se pretende con todos estos rigores sino<br />

conquistar y destruir la ignorancia, refrenar los malos deseos y<br />

apetitos, que son los males con que, nacimos al mundo? Porque ¿qué<br />

quiere decir que con el trabajo nos acordamos y sin el<br />

trabajo olvidamos con trabajo aprendemos y sin trabajo ignoramos, con<br />

trabajo somos diligentes y sin trabajo flojos? ¿Acaso no<br />

se ve en esto adonde, con su propia gravedad, se inclina la<br />

naturaleza viciosa y corrompida y de cuántos auxilios tiene<br />

necesidad para librarse de ello? El ocio, flojedad, pereza,<br />

indolencia y negligencia, vicios son, en efecto, con que se huye del<br />

trabajo, que aun siendo útil es penoso.<br />

Fuera de las molestias y penas que padecen los muchachos, sin las<br />

cuales no se puede aprender lo que los mayores<br />

quieren, los cuales apenas quieren cosa útil ¿quién explicará con<br />

palabras y quién podrá comprender con el pensamiento<br />

cuántas y cuán graves son las penas que ejercitan y acosan al hombre,<br />

las que no pertenecen a la malicia y perversidad de los<br />

malos, sino a la condición y miseria común de todos? ¿Cuán grande es<br />

el miedo, cuán grande la calamidad que proviene de las<br />

orfandades y duelos, de los daños y condenaciones, de los engaños,<br />

embustes y mentiras de los hombres, de las falsas<br />

sospechas, de todas las violencias, crímenes y fuerzas, ajenas, pues<br />

de ellas muchas veces proceden la pérdidas de bienes, los<br />

cautiverios, la prisiones, las cárceles, los destierros los<br />

tormentos, las laceraciones de miembros y privación de los sentidos,<br />

hasta la opresión del cuerpo para saciar el torpe apetito del<br />

opresor, y otras muchas acciones horribles? ¿Qué diré de infinitos<br />

casos y accidentes que se teme no sucedan exteriormente al cuerpo, de<br />

fríos, calores, tempestades, lluvias, avenidas,<br />

relámpagos, truenos, granizo, rayos, terremotos, aberturas de<br />

tierras, opresiones de ruinas, de los tropiezos, espantos, o<br />

también de la malicia de las caballerías; de tantos tósigos y venenos<br />

de plantas, aguas, aires, bestias y fieras; de las<br />

mordeduras, o sólo molestas o también mortíferas; de la hidrofobia<br />

que dimana de la mordedura del perro rabioso, de manera<br />

que a veces de una bestia que es apacible y leal a su dueño nos<br />

guardamos con más rigor que de los leones y dragones,<br />

porque al hombre que acierta a morder le hace con el pestilencial<br />

contagió rabioso, de suerte que viene a ser temido de sus<br />

padres esposa e hijos más que cualquiera bestia? ¿Qué de infortunios<br />

padecen los navegantes? ¿Y cuáles los que caminan por<br />

tierra? ¿Quién hay que camine que no esté sujeto a mil desastres<br />

impensados? Vuelve uno de la plaza a su casa, cae en tierra,<br />

teniendo sanos los pies; se quiebra un pie, y de aquella herida<br />

pierde la vida. El sacerdote Heli cayó de la silla en que estaba<br />

sentado y murió. Los labradores, o, por mejor decir, generalmente<br />

todos los hombres, ¿cuántos fracasos y accidentes no temen<br />

que sucedan a los sembrados y frutos del campo, ocasionados por las<br />

malignas influencias del cielo, de la tierra y de los<br />

animales perniciosos? Y aunque estén ya asegurados de la cosecha del<br />

grano que tienen recogido y encerrado en las trojes,<br />

sin embargo, a algunos, como los hemos visto, la repentina avenida de<br />

un río, huyendo los hombres de su furia, les ha llevado<br />

sus graneros con grande porción de trigo. Contra las diversas clases<br />

de guerra que nos hacen los demonios, ¿quién puede<br />

estar confiado en su inocencia?; pues para que ninguno lo esté, en<br />

algunas ocasiones molestan a los niños bautizados, rió


habiendo objeto más inocente que ellos permitiendo así Dios que se<br />

vea la miserable calamidad de esta vida y lo que debe<br />

desearse la felicidad de la futura. En el mismo cuerpo humano hay<br />

molestias nacidas de enfermedades que aún no se conocen<br />

ni están escritas ni explicadas todas en los libros de los médicos. Y<br />

en los más de ellos, los más selectos específicos, auxilios y<br />

medicamentos que se hallan, son tormentos inventados para libertar al<br />

hombre del riesgo de los dolores con penosa medicina.<br />

¿Acaso el hombre no ha reducido a los hombres a que no hayan podido<br />

abstenerse de las carnes de los hombres, y que se<br />

hayan comido, no a hombres que los hallaron muertos, sino habiéndolos<br />

ellos mismos muerto con este intento por su propia<br />

mano; no a cualesquiera extraños, sino con inhumanidad increíble que<br />

causaba el hambre rabiosa que se experimentaba, las<br />

madres a sus hijos? Y, finalmente; el mismo sueño, que propiamente<br />

tomó el nombre de reposó y quietud, ¿quién será bastante<br />

a declarar cuán inquieto y desasosegado está muchas veces con los<br />

objetos que se representan en sueños, y con cuán<br />

terribles miedos y espantos de cosas falsas, representadas tan al<br />

vivo que no las podemos distinguir de las verdaderas,<br />

perturbe e inquieta el miserable espíritu y los sentidos, con cuya<br />

ilusión y falsedad de visiones más maravillosamente son<br />

fatigados y acosados, aun velando ciertos enfermos y hechizados? Los<br />

malignos demonios a veces engañan también a los<br />

pobres sanos con la innumerable variedad de sus embelecos, y aunque<br />

con tales visiones no los muden y reduzcan a su<br />

parcialidad, los engañan y alucinan los sentidos solo por el deseo<br />

que tienen de persuadirles la falsedad.<br />

Del infierno de esta vida miserable ninguno nos puede librar, sino la<br />

gracia del Salvador, Cristo, Dios y Señor nuestro;<br />

porque esto significa el nombre del mismo Jesús que quiere decir<br />

Salvador, especialmente para que después de esta vida no<br />

vayamos a la miserable y eterna, no vida, sino muerte. Pues en esta;<br />

aunque tengamos grandes consuelos de medicinas y remedios<br />

por medio de cosas santas y de los santos, con todo, no<br />

siempre se conceden estos beneficios a los que los suplican,<br />

porque no se pretenda y busque por causa de ellos la religión, la<br />

cual se debe buscar más para la otra vida, donde no habrá<br />

género de mal. Y para este efecto, particularmente a los más<br />

escogidos y mejores, ayuda la gracia en esos males, para que los<br />

toleren y sufran con corazón tanto más valeroso y fuerte, cuanto más<br />

fiel; para lo cual los sabios de este siglo dicen también<br />

aprovecha la filosofía; y la verdadera, como dice Tulio, los dioses<br />

la concedieron a muy pocos. Ni a los hombres, añade, dieron<br />

o pudieron dar don o dádiva mayor; en tanto grado, que aun los mismos<br />

contra quienes disputamos son impelidos a confesar<br />

que es necesaria la divina gracia para .conseguir, no cualquiera<br />

filosofía, sino la verdadera. Y si a pocos ha concedido Dios el<br />

único socorro de la verdadera filosofía contra las miserias de esta<br />

vida, también de esta doctrina se deduce cómo el linaje<br />

humano está condenado a pagar las penas de las miserias. Y así como<br />

no hay (como lo confiesan) don divino ninguno mayor<br />

que éste, así se debe creer que no le da otro Dios, Sin aquel que aun<br />

los mismos que adora muchos dioses, confiesan ser el<br />

mayor de todos.<br />

CAPITULO XXIII<br />

De las cosas que, fuera de los males y trabajos que son comunes a los<br />

buenos y a los malos,<br />

especialmente padecen los justos<br />

Fuera de los males de esta vida mortal, comunes a los buenos y a los<br />

malos, tienen también en ella los justos sus<br />

molestias propias con que contrastan los vicios, y pasan su vida en<br />

las tentaciones y peligros de semejantes batallas. Pues unas


veces más y otras menos, nunca deja la carne de desear contra el<br />

espíritu y el espíritu contra la carne, para que no ejecutemos<br />

lo que queremos, dando fin y consumiendo toda mala concupiscencia<br />

sino para que no consintiendo con ella, la sujetemos<br />

cuanto pudiéremos, con el favor de Dios, viviendo en continua vela, a<br />

fin de que no nos engañe la opinión aparente; para que<br />

no nos alucine, razón astuta, para que no nos cieguen las tinieblas<br />

de algún error, para que no creamos que lo que es bueno<br />

es, malo, o lo que es malo es bueno para que el temor no nos aparte<br />

de lo que debemos practicar; para que no se ponga el sol,<br />

durándonos el rencor y enojo; para que los odios no, nos conviden a<br />

devolver mal por mal; para que no nos sofoque alguna<br />

singular y extraordinaria tristeza; para que la ingratitud no nos<br />

haga flojos y tardos en hacer bien; para que la conciencia sana<br />

no se turbe y congoje por las detractaciones y murmuraciones; para<br />

que la sospecha temeraria que tuviéramos de otro no nos<br />

engañe; para que la falsa que otros tienen de nosotros no nos<br />

quebrante y desmaye; para que no reine pecado en nuestro<br />

cuerpo mortal condescendiendo a sus deseos; para que nuestros<br />

miembros no sirvan al pecado de armas e instrumentos para<br />

hacer mal; para que el ojo no vaya tras lo que desea el apetito; para<br />

que no nos rinda el deseo de venganza; para que no se<br />

detenga la vista o el pensamiento en lo que nos deleita con daño;<br />

para que no oigamos gustosamente palabras malas o<br />

indecentes; para que dejemos de hacer lo que no es licito, aunque nos<br />

convide el sentido del gusto; para que en esta guerra tan<br />

cercada de trabajos y peligros no confiemos en nuestras fuerzas la<br />

victoria que estuviere por alcanzar, o la ya conseguida la<br />

atribuyamos a nuestras fuerzas, sino a la gracia de Aquel de quien,<br />

dice el Apóstol: «Gracias a Dios, que nos da la victoria por<br />

nuestro Señor Jesucristo.» El cual asimismo dice en otro lugar: «De<br />

todos, estos riesgos salimos vencedores con grandes<br />

ventajas por Aquel que tanto nos amó.»<br />

Debemos tener por cierto que con cualquiera virtud o destreza que<br />

peleemos venzamos y sojuzguemos, mientras<br />

estuviéremos en este cuerpo, no nos puede faltar motivo para decir a<br />

Dios: «Perdónanos nuestras deudas» Pero en aquel<br />

reino donde estaremos siempre con los cuerpos inmortales, ni<br />

tendremos guerras que ganar ni deudas que pagar, las cuales<br />

jamás las hubiera si nuestra naturaleza preservara y se conservara en<br />

la rectitud con que Dios la creó. Y por eso esta nuestra<br />

batalla , donde corremos riesgo y peligro y de que deseamos salir<br />

libres con una última y final victoria, pertenece también a los<br />

males y trabajos de esta vida, la cual hemos probado bien claro haber<br />

sido condenada por testimonios de tantos y tan grandes<br />

males y trabajos.<br />

CAPITULO XXIV<br />

De los bienes de que el Criador llenó también esta vida sujeta a la<br />

condenación<br />

Pero consideremos ahora esta misma miseria del linaje humano (la cual<br />

redunda en alabanza de la justicia del Señor que<br />

la castiga) de cuán grande y cuán innumerables bienes la llenó la<br />

bondad de aquel mismo que gobierna con su prudencia<br />

divina todo lo que crió. Lo primero, aquella bendición que le echó<br />

antes de pecar, diciendo «creced, multiplicaos y llenad la<br />

tierra», no la quiso revocar después del pecado, y así quedó y<br />

perseveró en la generación y descendencia condenada al don<br />

de la fecundidad concedida; aquella admirable virtud de las semillas,<br />

o, por mejor decir, aquella más admirable con que se crían<br />

las misma semillas, impresa en los cuerpos humanos, y en cierto modo<br />

engastada y entretejida, no nos la quitó el vicio de<br />

pecado, el cual pudo imponernos la necesidad de morir, sino que lo


uno y lo otro corre juntamente con este casi inagotable río<br />

del linaje humano; así el mal que heredamos de nuestro padre, como el<br />

bien de que el Criador nos hizo merced.<br />

En el mal original hay dos cosas: el pecado y el castigo. En el bien<br />

original hay otras dos: la propagación y conformación.<br />

Pero en lo tocante a los males, que es de lo que al presente<br />

tratamos, el uno de los cuales nos provino de nuestro atrevimiento,<br />

esto es, el pecado, y el otro es justo juicio de Dios, esto es, el<br />

castigo, ya hemos dicho lo suficiente.<br />

Ahora pretendo hablar de los bienes que Dios: hizo, y no deja de<br />

hacer todavía a la misma naturaleza, aún corrompida y<br />

condenada; porque cuando la condenó no la quitó todo lo que la había<br />

dado, pues de otra suerte totalmente dejara de ser y<br />

existir, ni la apartó de su jurisdicción y potestad, aun cuando la<br />

sujetó penalmente al demonio, puesto que ni aun al mismo<br />

demonio le eximió de la jurisdicción de su dominio, pues el que<br />

subsista la naturaleza del mismo demonio lo hace Aquel que tiene<br />

ser sumamente infinito y da ser a todo lo que en algún modo tiene<br />

ser.<br />

De aquellos dos bienes que dijimos dimanaban como de una caudalosa<br />

fuente de su bondad inaccesible, y se<br />

comunicaban aún a la naturaleza corrompida con el pecado y condenada<br />

con el castigo, le dio la facultad de propagarse<br />

cuando la bendijo entre las primeras obras del mundo, de cuya<br />

creación descansó al séptimo día. Pero la conformación anda<br />

con aquella su obra con que todavía obra. Porque si privase a las<br />

cosas criadas de su potencia operativa, ni podrían pasar<br />

adelante ni con sus ciertos y tasados movimientos haría los tiempos,<br />

ni podrían permanecer en lo que fueron criadas.<br />

Crió Dios al hombre de manera que puso en él fecundidad para propagar<br />

otros hombres, coengendrando asimismo en<br />

ellos, no la necesidad, sino la posibilidad de recrear; y aunque ésta<br />

se la quitó a los que quiso, y, por consiguiente, quedaron<br />

esterilizados, con todo, no despojó generalmente al linaje humano de<br />

aquella bendición de engendrar una vez concedida a los<br />

dos primeros casados. Esta propagación, aunque el pecado no se la<br />

quitó al hombre, tampoco es cual sería si ninguno hubiera<br />

pecado, pues el hombre, que se vio honrado y engrandecido, después<br />

que pecó «se hizo semejante a las bestias», y engendra<br />

como ellas, aunque no se extinguió del todo en él una como centella<br />

de razón con que fue criado a semejanza de Dios. Y si a<br />

esta propagación no se le aplicase la conformación, tampoco ella se<br />

multiplicaría en las formas y modos de su especie. Pues aun<br />

cuando no se hubiesen juntado los hombres para la generación, y, no<br />

obstante, quisiera Dios llenar la tierra de hombres, así<br />

como crió uno sin tener necesidad de la unión del hombre y de la<br />

mujer, así también pudiera criarlos a todos; y los que se<br />

juntan, si el Señor no crea, ellos no engendran.<br />

Así como dice el Apóstol de la institución espiritual con que el<br />

hombre se forma en la piedad y justicia, que «ni el que<br />

planta es alguna cosa, ni el que riega, sino el que le da virtud para<br />

que crezca, que es Dios», así también puede decirse aquí: ni<br />

el que se junta con la mujer, ni el que siembra es alguna cosa; sino<br />

el que le da la forma y el ser que es Dios; ni la madre que<br />

trae la criatura en el vientre y le sustenta, es alguna cosa, sino el<br />

que le da incremento, que es Dios. Pues el Señor, con aquella<br />

operación «con que todavía obra» hace que las semillas desplieguen<br />

sus números y tomen su perfección, y de ciertos envoltorios<br />

secretos e invisibles se desenvuelvan en las formas visibles<br />

de tanta hermosura, como vemos; y él mismo, uniendo con<br />

admirable modo la naturaleza incorpórea con la corpórea, señora<br />

aquella y ésta sujeta, hace al animal. Y esta obra de sus<br />

manos es tan grande y tan estupenda, que no sólo al que la<br />

considerase en el hombre, que es animal racional y por eso el más<br />

excelente y aventajado de todos los animales de la tierra, sino en el<br />

más diminuto mosquito del mundo, le causará estupor y le


hará dar mil alabanzas y bendiciones a su Criador.<br />

Así que Él mismo concedió al alma del hombre entendimiento; en la<br />

cual la razón e inteligencia, en los niños, está en cierto<br />

modo adormecida, como si no la hubiera, para que la despierten y<br />

ejerciten cuando llegue la edad en que viene a ser capaz de<br />

las ciencias y doctrina y hábil e idónea para entender la verdad y<br />

aficionarse a le bueno, con cuya capacidad aprenda la<br />

sabiduría y alcance las virtudes, con que pelee prudente, fuerte,<br />

templada y justamente contra los errores y los demás vicios<br />

naturales, y a éstos los venza, no pretendiendo ni deseando otra<br />

felicidad que la posesión y visión intuitiva de aquel sumo e<br />

inmutable bien.<br />

Lo cual, aunque no lo haga la misma capacidad que Dios crió de<br />

semejantes bienes en la naturaleza<br />

racional, con todo, ¿quién podrá decir como conviene, quién imaginar<br />

cuán grande sea el bien, y cuán<br />

admirable esta obra estupenda del Omnipotente? Porque además de las<br />

ciencias necesarias para vivir bien<br />

y llegar a conseguir la felicidad inmortal, a las cuales llamamos<br />

virtudes, y se conceden únicamente por la<br />

gracia de Dios, que está en Cristo a los hijos de promisión y del<br />

reino ¿acaso no son tantas y tan estimable<br />

las artes que ha inventado y ejercitado el ingenio humano, parte<br />

necesarias parte voluntarias, que la fuerza<br />

y natural tan excelente del espíritu y Ia rezón, aun en las cosas<br />

superfluas o por mejor decir, en las<br />

peligrosas perniciosas que apetece, declara y da testimonio de cuán<br />

grandes bienes tenga la naturaleza<br />

con que pudo inventa estas artes, aprenderlas y ejercerlas? A cuán<br />

maravillosas y estupendas obras haya<br />

llegado la industria humana el materia de vestidos y edificios:<br />

cuánto hayan aprovechado y adelantado en<br />

la agricultura, cuánto en la navegación, los proyectos que ha<br />

inventado y experimentado felizmente en la<br />

fábrica y construcción de todo género de vasos, en la hermosa<br />

variedad de las estatuas y pinturas; las<br />

cosas que ha maquinado para hacer y representar en los teatros,<br />

admirables a los que las vieron e<br />

increíbles a los que las oyeron; tantas y tan grandes cosas como ha<br />

hallado para cazar, matar y domar<br />

fieras y bestias agrestes; y contra los mismos hombres, tanta especie<br />

de venenos, armas y máquinas; y<br />

para conservar y reparar la salud de los mortales, cuántos<br />

medicamentos y auxilios ha descubierto; para el<br />

gusto y apetito del paladar, cuántas salsas y excitantes del gusto ha<br />

inventado; y para declarar y persuadir<br />

sus conceptos y pensamientos, cuán gran multitud y variedad de<br />

señales, en las cuales tienen el primer<br />

lugar las palabras y las letras; y para deleitar los ánimos, qué de<br />

expresiones donosas; graciosas y<br />

elocuentes; para suspender el oído, cuánta abundancia de diferentes<br />

poemas, qué de órganos e<br />

instrumentos músicos, qué de tonos y canciones ha inventado; qué<br />

admirables reglas de dimensiones y<br />

números, y con cuánta sagacidad ha comprendido los movimientos, orden<br />

y curso de los astros; cuán<br />

exacta noticia ha alcanzado acerca de las cosas más señaladas del<br />

mundo, ¿quién será bastante a referir<br />

todo esto, especialmente si quisiésemos no amontonarlo todo en un<br />

breve resumen, sino detenernos en<br />

cada asunto en particular? Finalmente, en defender los mismos errores<br />

y falsedades, ¿cuán sutil ingenio<br />

han manifestado los filósofos y herejes?<br />

Hablamos ahora de la naturaleza del entendimiento humano con que se<br />

ilustra y adorna esta vida<br />

mortal, no de la fe y del camino de la verdad con que se adquiere


aquella inmortal. Siendo el autor de esta<br />

tan esclarecida naturaleza Dios verdadero y sumo, administrando<br />

sabiamente Él mismo todo lo que crió y<br />

teniendo en todo suma potestad y suma justicia, sin duda que jamás el<br />

hombre cayera en estas miserias, ni<br />

de ellas (exceptuados sólo los que se han de salvar) viniera a dar en<br />

las penas eternas, si no hubiera precedido<br />

un pecado tan execrable y trascendente a la posteridad. Pues<br />

aun en el mismo cuerpo, aunque en<br />

ser mortal, le tengamos común con las bestias y sea más débil que<br />

muchas de ellas, ¿cuán grande hondad<br />

de Dios se descubre, cuán grande providencia campea del Sumo Criador?<br />

¿Acaso los lugares propios de<br />

los sentidos, y los demás miembros, no están tan ordenados y bien<br />

organizados en él; la misma figura y la<br />

constitución de todo el cuerpo no está modificada de manera que<br />

muestra haberse hecho para el ministerio<br />

de un alma racional? Porque no como a los animales irracionales, qué<br />

van inclinados á la tierra, crió Dios al<br />

hombre, sino que la forma del cuerpo, elevada al cielo, le está<br />

diciendo que atienda y procure las cosas<br />

celestiales. Pues la maravillosa agilidad de la lengua y de las<br />

manos, tan acomodada y conveniente para<br />

hablar y escribir y para poner en su punto y perfección las obras de<br />

tantas artes y misterios, ¿acaso no nos<br />

manifiesta claramente cuán excelente cuerpo vemos acomodado para el<br />

ministerio y servicio de un alma tan<br />

excelente? Aun omitidas las necesidades y utilidades de sus obras, es<br />

tan armoniosa la congruencia de<br />

todas sus partes y tienen entre sí tan bella y tan igual<br />

correspondencia, que no sabréis si en su fábrica fue<br />

mayor la consideración que se tuvo a la utilidad o a la hermosura.<br />

Porque verdaderamente no observamos<br />

en este cuerpo cosa criada para la utilidad que no tenga también su<br />

hermosura.<br />

Y mucho más se nos descubrirá esto, y lo echaremos de ver, si<br />

conociéramos los números de las<br />

medidas con que toda esta fábrica está entre sí trabada y acomodada,<br />

los cuales, quizá, poniendo diligencia<br />

en las partes que se dejan ver por de fuera, los podría investigar y<br />

conocer la humana industria. Pero en<br />

las que están encubiertas y lejos de nuestra vida, como es la grande<br />

combinación de las venas, arterias,<br />

nervios y entrañas, nadie podrá hallarlos. Pues aunque la diligencia,<br />

alguna vez inhumana y cruel, de los<br />

médicos que llaman anatómicos ha hecho anatomía de los cuerpos<br />

muertos, o también de los que se les han<br />

ido muriendo entre las manos, andándolos cortando e inspeccionando<br />

menudamente, y en los cuerpos<br />

humanos, inhumanamente, han buscado todos los escondrijos y secretos<br />

para saber qué, cómo y en qué<br />

lugares habían de curar, con todo, los números de que voy hablando y<br />

de que consta la trabazón interior y<br />

exterior de todo el cuerpo, como de un órgano, que en griego se dice<br />

armonía, ¿para qué tengo de decir<br />

que nadie los ha podido hallar, puesto que nadie se ha atrevido a<br />

buscarlos? Los cuales, si se pudieran<br />

conocer aun en las mismas entrañas, que no ostentan encanto alguno,<br />

tanto nos deleitará la hermosura de<br />

la razón, que a cualquiera forma aparente, visible y agradable a los<br />

ojos se aventajara y antepusiera, a<br />

juicio y dictamen de la misma razón que se sirve de los ojos. Hay<br />

algunas cosas en el cuerpo que sólo<br />

sirven de ornato, sin tener uso ni utilidad alguna, como en el pecho<br />

del hombre los pezones, en el rostro las<br />

barbas, que no nos sirven de fortaleza, sino de ornato varonil, como


nos lo demuestran las caras tersas y<br />

limpias de las mujeres, a las cuales, sin duda, como a más débiles,<br />

conviniera mas el fortalecerías. Luego si<br />

no hay miembro alguno, a lo menos en éstos que se ven (de que no hay<br />

duda), acomodado a algún oficio<br />

que no sirva también de algún adorno, y si hay algunas cosas que sólo<br />

sirven de ornato y no sirven para<br />

destino alguno, pienso que fácilmente se deja entender que en la<br />

fábrica del cuerpo prefirió el autor la<br />

hermosura a la necesidad. Porque, en efecto, la necesidad te ha de<br />

acabar, y llegará el tiempo en que gocemos<br />

uno de otro de sólo la hermosura, sin, ningún género de<br />

malicia; la cual, particularmente, lo debemos<br />

referir a gloria del Criador, a quien decimos en el Salmo: «que te ha<br />

vestido de alabanza y hermosura».<br />

Toda la demás belleza y utilidad de las cosas criadas de que la<br />

divina liberalidad ha hecho merced al<br />

hombre, aunque postrado y condenado a tantos trabajos y miserias,<br />

para que la goce y se aproveche de<br />

ella, ¿con qué palabras la referiremos? ¿Qué diré de la belleza, tan<br />

grande y tan varia, del cielo, de la<br />

tierra y del mar; de una abundancia tan grande y de la hermosura tan<br />

admirable de la misma luz en el sol,<br />

luna y estrellas; de la frescura y espesura de los bosques, de los<br />

colores y olores de las flores, de tanta<br />

diversidad y multitud de aves tan parleras y pintadas, de la variedad<br />

de especies y figuras de tantos y tan<br />

grandes animales, entre los cuales los que tienen menor grandeza y<br />

cuerpo nos causan mayor<br />

admiración? Porque más nos admiran las maravillas que hacen las<br />

hormigas y abejas que los disformes<br />

cuerpos de las ballenas. ¿Y qué diré del hermoso espectáculo del mar<br />

cuando se viste como de librea de<br />

diferentes colores, variando su color de muchas maneras, ya de un<br />

verde rojo, ya de un verde azul? ¿Con<br />

cuánto deleite no le miramos cuando se embravece, y nos causa en ello<br />

mayor suavidad siempre que le<br />

veamos sin exponernos al combate de las olas? ¿Qué diremos de la<br />

abundancia tan copiosa de manjares<br />

contra los asaltos del hambre? ¿Qué de la diversidad de los sabores<br />

contra el fastidio de la Naturaleza,<br />

comunicada del cielo, no buscada en el artificio e industria de los<br />

cocineros? ¿Qué de los auxilios y<br />

remedios de tanta diversidad de objetos para conservar y alcanzar la<br />

salud? ¿Cuán agradable no es la<br />

sucesión del día y de la noche y la suave templanza del blando y<br />

fresco viento? En las plantas y animales,<br />

¿cuánta materia y abundancia para adornar y vestir nuestra desnudez?<br />

¿Y quién será bastante a referirlo<br />

todo? Esto sólo, que brevemente he como aglomerado, si lo intentase<br />

extender y desenvolver, y<br />

ponderarlo y examinarlo circunstancialmente, ¿cuánto convendría<br />

detenerme en cada ser de por sí, donde<br />

se encierra tanta infinidad de virtudes? Y todo esto consuelo es, y<br />

alivio de gente miserable y con nada, no<br />

premio de los bienaventurados. ¿Qué tales serán aquellos bienes, si<br />

éstos son tantos, tales y tan grandes?<br />

¿Qué dará a los que predestinó para la vida el que dio éstos aun a<br />

los que predestinó para la muerte?<br />

¿Qué bienes hará que alcancen en aquella vida bienaventurada aquellos<br />

por quienes en esta miseria<br />

quiso que su Unigénito padeciese tantos males e infortunios hasta la<br />

muerte? Así dice el Apóstol, hablando<br />

de los predestinados para aquel reino: «El que no perdonó a su propio<br />

Hijo, sino que le entregó por todos<br />

nosotros, ¿cómo no nos ha de dar también con él todo cuanto hay? ¿


Cuáles seremos? ¿Qué bienes<br />

recibiremos en aquel reino, pues muriendo Cristo por nosotros hemos<br />

recibido ya tal prenda? ¿Cuál será el<br />

espíritu del hombre cuando no tenga género de vicio a quien poder<br />

estar sujeto, ni a quien poder ceder, ni<br />

contra quien, aunque sea con honra y gloria suya, pueda luchar,<br />

estando en la perfección de una suma y<br />

tranquila virtud? ¿Cuán grande, cuán hermosa cuán cierta ciencia<br />

tendrá allí de todas las cosas, sin error ni<br />

trabajo alguno donde gustará y verá la sabiduría de Dios en su propio<br />

origen con suma felicidad y sin<br />

ninguna dificultad? ¿Qué tal será el cuerpo, que estando de todo<br />

sujeto al espíritu, y con él su eficientemente<br />

vivificado, se verá sin tener necesidad de alimentos? Porque no será<br />

animal, sino espiritual, y aunque<br />

tendrá substancia de carne, la tendrá sin ninguna corrupción carnal.<br />

CAPITULO XXV<br />

De la pertinacia de algunos en contradecir la resurrección de la<br />

carne, que, cómo queda dicho, la cree todo el mundo<br />

Pero en lo tocante a los bienes, de que el espíritu gozará después de<br />

esta vida, dichoso y bienaventurado no se<br />

diferencian de nosotros los filósofos celebrados, que nos contradicen<br />

y debaten el punto de la resurrección de la carne. Esto, en<br />

cuanto pueden, lo niegan; pero los infinitos que lo han creído dejan<br />

muy disminuido el número de los que lo niegan, y vemos<br />

que a Cristo, quien en su resurrección hizo demostración de lo que a<br />

estos insensatos les parece absurdo, se han convertido<br />

con corazón fiel doctos y necios, sabios e ignorantes de este rnundo.<br />

Por eso creyó el mundo lo que dijo Dios, el cual también<br />

dijo que este punto había de creerlo todo el orbe. No le compelieron<br />

a que lo dijese tanto tiempo antes, con tan singular gloria de<br />

los creyentes, los maleficios y hechicerías que dicen de San Pedro,<br />

pues Él es aquel Dios (como lo he dicho, ya algunas veces,<br />

y no me arrepiento de repetirlo, puesto que lo confiesa Porfirio, y<br />

procura probarlo con los oráculos de sus dioses) a quien<br />

temen y de quien tienen horror los mismos demonios; a quien elogió<br />

dicho filósofo de tal suerte que le llama no sólo Dios Padre,<br />

sino también Rey.<br />

De ningún modo debemos entender lo que Dios dijo de la manera que<br />

quieren aquellos que no han creído lo que<br />

anunció que había de creer el mundo. Y pregunto: ¿Por qué no creen<br />

como el mundo, y no como unos pocos bachilleres que<br />

no han querido creerlo, lo que dijo que había de creer el mundo?<br />

Porque si dicen que se debe creer de otra manera,<br />

asegurando que es vano lo que dice la Escritura, por no agraviar a<br />

aquel Dios a quien dan un tan singular testimonio, el<br />

agravio, sin duda, lo hacen aun mayor diciendo que debe entenderse de<br />

otra manera, y no como lo creyó el mundo, a quien él<br />

mismo alabó porque había de creer, y se lo prometió y cumplió.<br />

Y ¿por qué, pregunto, no podrá hacer que resucite la carne y viva<br />

para siempre? ¿Acaso creemos que no permitirá esto<br />

porque es cosa mala e indigna de Dios? Pero de su omnipotencia, con<br />

que obra tantas y tan grandes maravillas increíbles, ya<br />

hemos insinuado muchas. Y si buscan alguna que no pueda practicar el<br />

Todopoderoso, hay una, yo lo diré, que no puede<br />

mentir. Creamos, pues, lo que puede, y no creamos lo que no puede.<br />

Creyendo que no puede mentir, crean que hará lo que<br />

prometió que había de hacer. Y créanlo como lo creyó el mundo, de<br />

quien dijo que lo había de creer, a quien alabó porque lo<br />

había de creer prometiendo qué lo había dé creer, y de quien<br />

efectivamente ha manifestado ya que lo ha creído.<br />

Que esto sea cosa mala, ¿por dónde lo muestran? Porque allí no ha de<br />

haber corrupción, que es el mal del cuerpo del


orden de los elementos ya hemos disputado, y de las conjeturas de los<br />

hombres bastante hemos hablado. Cuánta facilidad ha<br />

de tener en el movimiento el cuerpo incorruptible, del temperamento<br />

de la buena disposición y salud de esta vida, la cual en ninguna<br />

manera debe compararse con aquella inmortalidad, bastantemente,<br />

a lo que entiendo, lo he tratado en el libro XIII; lean lo<br />

que queda dicho en esta obra los que no lo han leído, o no quieren<br />

acordarse de lo que leyeron.<br />

CAPITULO XXVI<br />

Como la sentencia de Porfirio;. que a las almas bienaventuradas les<br />

conviene huir de todo lo que es cuerpo, queda<br />

destruida con la de Platón de que el Sumo Dios prometió a los dioses<br />

que jamás se despojarían de los cuerpos<br />

Opina Porfirio (replican) que á fin de que el alma sea<br />

bienaventurada, debe huir de todo lo que es cuerpo. Luego no<br />

aprovecha lo que insinuamos, que había de ser incorruptible el cuerpo<br />

si el alma no ha de ser bienaventurada si no es huyendo<br />

de todo lo que es cuerpo. Sobre este punto ya disputamos cuanto<br />

pareció necesario en el libro XIII; no obstante, diré aquí sólo<br />

una cosa.<br />

Corrija sus libros Platón, maestro de todos estos espíritus ilusos, y<br />

diga que sus dioses, para que sean bienaventurados,<br />

habrán de huir de sus cuerpos, esto es, habrán de morir los que dijo<br />

que estaban dentro de los cuerpos celestiales; a quienes<br />

Dios, que los crió para que pudiesen estar seguros, les prometió la<br />

inmortalidad, esto es, que permanecerían eternamente en los<br />

mismos cuerpos, no porque tengan esta cualidad por su naturaleza,<br />

sino porque prevalecerá en esto la traza y disposición<br />

divina. Donde destruye asimismo aquello que dicen, que por ser<br />

imposible no debe creerse la resurrección de la carne. Pues<br />

con la mayor claridad conforme al mismo filósofo, donde el Dios<br />

increado prometió a los dioses que él crió la inmortalidad, dijo<br />

que había de hacer lo que es imposible. Pues de esta manera refiere<br />

Platón que habló: «Porque habéis nacido, no podéis ser<br />

inmortales e indisolubles; con todo, no seréis disolubles, ni os<br />

acabará hado alguno de la muerte, ni serán más poderosos los<br />

hados que mi orden y disposición establecida, la cual es un vinculo<br />

mayor y más poderoso para vuestra perpetuidad, que<br />

aquellos con que estáis ligados» Si es que no sólo son absurdos, sino<br />

también sordos los que oyen este anuncio; sin duda que<br />

no pondrán duda en que, según Platón, aquel Dios prometió a los<br />

dioses que él hizo lo que era imposible, pues el que dice:<br />

«Aunque vosotros no podéis ser inmortales», ¿qué otra cosa da a<br />

entender sino que lo que no puede ser, lo seréis haciéndolo<br />

yo? Resucitará, pues, la carne incorruptible, inmortal y espiritual,<br />

el que, según Platón, prometió que haría lo que era imposible.<br />

¿Por qué lo que prometió Dios, y lo que, prometiéndolo Dios que lo<br />

había de creer, todavía claman que es imposible, pues<br />

nosotros clamamos que el que ha de obrar este portento es aquel Dios,<br />

que, aun, según Platón, hace cosas imposibles? Así,<br />

pues, para que las almas sean bienaventuradas, no es necesario huir<br />

de todo lo que es cuerpo, sino recibir y tomar aquel<br />

cuerpo incorruptible. ¿Y en qué cuerpo inmortal e incorruptible es<br />

más conveniente y conforme a razón que se alegren y gocen,<br />

que en el mismo mortal e incorruptible en que gimieron y padecieron?<br />

Porque de esta manera no habrá en ellos aquella cruel<br />

codicia que supone Virgilio siguiendo a Platón. cuando dice: «Y<br />

volverán otra vez a desear restituirse a los cuerpos» En esta<br />

conformidad, digo, no tendrán deseo o codicia de volver a los<br />

cuerpos, puesto que tendrán consigo los cuerpos donde desean<br />

regresar, y los tendrán de tal configuración. que nunca se hallarán<br />

sin ellos, nunca los dejarán por muerte ni aun por un mínimo<br />

espacio de tiempo.


CAPITULO XXVII<br />

De las definiciones contrarias de Platón y de Porfirio, en las<br />

cuales, si ambos cedieran, ninguno se<br />

apartará de la verdad<br />

Platón y Porfirio, cada uno estableció su opinión, que si las<br />

pudieran comunicar entre sí, se hicieran acaso cristianos.<br />

Platón dijo que las almas no podían estar eternamente sin los<br />

cuerpos; por eso sentó que las almas de los sabios al cabo<br />

de algún tiempo, por largo que fuese, habían de volver a los cuerpos.<br />

Y Porfirio dijo que cuando el alma volviese purificada al<br />

Padre, nunca más regresaría a los males actuales de mundo.<br />

Si lo verdadero que vio Platón se lo comunicara a Porfirio, que las<br />

almas y aun las más purificadas, de los justos y sabios<br />

debían de restituirse a lo cuerpos humanos; y, por otra parte, si lo<br />

verdadero que vio Porfirio se lo expusiera a Platón, que las<br />

almas santas jamás habían de volver a las miserias del cuerpo<br />

corruptible, de forma que no dijera cada uno de por sí una de<br />

estas dos cosas sola, sino ambas cada uno de ellos dijera las dos,<br />

presumo que advertirían que era ya con secuencia legítima el<br />

que volviesen la almas a los cuerpos, y que recibiesen y adquiriesen<br />

tales cuerpos, que en ellos viviesen bienaventurada e<br />

inmortalmente.<br />

Porque, según Platón, hasta las al mas santas han de regresar a los<br />

cuerpos humanos, y según Porfirio, las almas santas<br />

no han de volver a pasar los males presentes del siglo. Diga pues,<br />

Porfirio con Platón, que volverás a los cuerpos, y diga<br />

Platón con Porfirio que no volverán a los males, y concordarán así en<br />

que volverán a unos cuerpos en que no padezcan mal<br />

alguno. Estos no serán sino aquellos que prometió Dios, es decir, que<br />

las almas bienaventuradas habían de vivir eternamente<br />

con sus cuerpos eternos, cosa que, a lo que entiendo, los dos nos<br />

concederían ya fácilmente, supuesto que confiesan que las<br />

almas de los santos han de volver a cuerpos inmortales,<br />

permitiéndoles volver a los mismos en que sufrieron los males de este<br />

siglo, y en que, pera librarse de estas penalidades, sirvieron a Dios<br />

piadosa y santamente.<br />

CAPITULO XXVIII<br />

Las opiniones de Platón, Labeón y Varrón, reunidas, confirman lo que<br />

creemos de la resurrección de la<br />

carne<br />

Algunos de nuestros cristianos aficionados a Platón por cierta<br />

excelencia que tiene en el decir, y por algunas máximas<br />

ciertas que estableció, dicen que opinó también algo que frisa y<br />

corresponde con lo que nosotros opinamos acerca de la<br />

resurrección de los muertos. Así lo toca Tulio en los libros De<br />

Republica, dando a entender haberlo dicho Platón, más por vía de<br />

ficción y fábula que porque quisiese decir que era verdad. Porque<br />

supone que revivió un hombre, y refirió algunas<br />

particularidades que convenían con la doctrina de Platón. También<br />

Labeón refiere que en un mismo día acertaron a morir dos, a<br />

quienes después les mandaron volver a sus cuerpos, y encontrándose<br />

después en la encrucijada de una calle, pactaron<br />

mutuamente vivir en perpetua amistad, y que así se verificó, hasta<br />

que, pasado algún tiempo, volvieron a morir. Pero estos<br />

autores nos refieren que acaeció la resurrección de éstos del mismo<br />

modo que fue la de aquellos, que sabemos resucitaron y<br />

volvieron a esta vida, pero no para que nunca ya muriesen.<br />

Un prodigio más admirable cuenta Varrón en los libros que escribió<br />

sobre el origen de las familias del pueblo romano,<br />

cuyas palabras tuve por conveniente insertar aquí: «Algunos<br />

astrólogos escriben, dice, que hay para renacer los hombres la<br />

que llaman los griegos Palingenesia o regeneración: ésta escriben que


se hace en cuatrocientos y cuarenta años, para que el<br />

mismo cuerpo y la misma alma que una vez estuvieron juntos en un<br />

hombre vuelvan otra vez a incorporarse.»<br />

Este Varrón, o aquellos no sé que astrólogos, porque no declara los<br />

nombres de aquellos cuya opinión refiere, dijeron<br />

algo que aunque sea falso (porque en volviendo las almas una vez a<br />

los cuerpos que tuvieron jamás las han de volver a dejar<br />

después), con todo, deshace y destruye muchos argumentos relativos a<br />

la imposibilidad de la resurrección, con que se irritan<br />

contra nosotros. Porque a los que opinan u opinaron esto, no les<br />

pareció imposible que los cuerpos muertos que se convirtieron<br />

o resolvieron en exhalaciones, en polvo, en ceniza, en agua, en los<br />

cuerpos de las bestias o fieras que los comieron, o de los<br />

mismos hombres vuelvan nuevamente a lo que fueron. Por lo cual Platón<br />

y Porfirio, o, por mejor decir, cualquiera de sus adictos<br />

que todavía viven, si creen con nosotros que las almas santas han de<br />

volver a los cuerpos (como lo dice Platón), y que no han<br />

de volver a pasar males algunos (como lo dice Porfirio de forma que<br />

de aquí se siga lo que predica la fe cristiana, que han de<br />

volver a cuerpos de tal calidad en que vivan bienaventuradamente para<br />

siempre, sin ningún mal, tomen también Varrón que<br />

han de volver a sus mismos cuerpos en que estuvieron antes, entre<br />

ellos quedará resuelta la cuestión de la resurrección de la<br />

carne para siempre.<br />

CAPITULO XXIX<br />

De la visión con que en el futuro siglo verán los santos a Dios<br />

Veamos ya, auxiliados del divino Espíritu, qué es lo que harán los<br />

santos en los cuerpos inmortales y espirituales, al<br />

volver a su carne, no carnal, sino espiritualmente. Por lo respectivo<br />

aquella noción, o, por mejor decir, quietud y descanso, qué<br />

tal ha de ser, quiero decir la verdad, no lo sé, por que nunca lo he<br />

visto por los sentidos corporales. Y si dijese que lo he<br />

inspeccionado con el espíritu, esto es, de la inteligencia, ¿qué es<br />

nuestra con prensión, comparada con aquella excelencia?<br />

Reinará allí la paz de Dios, cual, como dice el Apóstol, «supera todo<br />

entendimiento». ¿Cuál sino el nuestro, o quizá también el de<br />

los santos ángeles? Porque no hemos de decidir que sobrepuja<br />

igualmente al entendimiento de Dios. Luego si los santos han de<br />

vivir en paz de Dios, sin duda vivirán en aquella paz que excede todo<br />

entendimiento. Que sobrepuje al nuestro no hay duda, y<br />

si supera también al de los ángeles, pues tampoco a ellos parece que<br />

los exceptúa, el que dice «todo entendimiento, debemos<br />

entender que la paz de Dios la conoce Dios; pero no la podemos<br />

conocer nosotros, ni tampoco ángel alguno. Sobrepuja a todo<br />

entendimiento, es decir exceptuando el suyo.<br />

Mas porque también nosotros según nuestra capacidad, cuando nos<br />

hicieron participantes de su paz hemos de tener en<br />

nosotros y entre nosotros y con él suma paz, según a lo que se<br />

extiende es, nuestro estado, también según su capacidad la<br />

saben los santos ángeles. Pero los hombres ahora sin comparación<br />

mucho menos, por más excelentes que sean en espíritu;<br />

porque debemos considerar cuán grande era el Apóstol, quien decía:<br />

«En parte y no del todo sabemos en la actualidad, y en<br />

parte profetizamos hasta que llegue lo que es perfecto»; y «vemos<br />

ahora por espejo en enigma, pero entonces será cara a<br />

cara».<br />

Gozan ya de esta vida los santos ángeles, los cuales se llaman a si<br />

mismos nuestros ángeles, porque, libres del poder de<br />

las tinieblas y trasladados al reino de Cristo, habiendo recibido la<br />

prenda del espíritu, hemos comenzado ya a ser de la parte de<br />

aquellos ángeles en cuya compañía gozaremos de la misma santa y<br />

dulcísima ciudad de la cual hemos escrito tantos libros de la<br />

misma conformidad, pues, son ángeles nuestros los que son ángeles de


Dios, como Cristo de Dios es nuestro Cristo. Son de<br />

Dios, porque no dejaron a Dios; son nuestros, porque comenzaron a<br />

tenernos por sus ciudadanos, y así dijo nuestro Señor<br />

Jesucristo: «Mirad, no despreciéis a uno de estos pequeñuelos, porque<br />

os digo ciertamente que sus ángeles en los Cielos<br />

siempre están viendo la cara de mi Padre, que está en los Cielos.»<br />

Como la ven los espíritus angélicos, así también la veremos<br />

nosotros; pero no la vemos ahora así. Porque eso dijo el Apóstol lo<br />

que antes indiqué: «Vemos al presente por espejo, en<br />

enigma, pero entonces veremos cara a cara.» Esta visión intuitiva se<br />

nos guarda por medio de nuestra fe, de la cual, hablando<br />

el Apóstol San Juan, dice: «Cuando apareciere, seremos semejante a el<br />

porque le veremos como es en sí» Por la cara de Dios<br />

hemos de entender su manifestación, y no algún miembro, como el que<br />

tenemos en nuestro cuerpo y le llamamos cara.<br />

Así que cuando me preguntan que han de hacer los santos en aquel<br />

cuerpo espiritual.,no digo lo que veo sino lo que<br />

creo, conforme a lo que lee en el real Profeta: «Creo, y conforme a<br />

esta creencia hablo.» Digo, pues, que han de ver a Dios en<br />

el mismo cuerpo: pero no es cuestión pequeña la de si veremos por el<br />

cuerpo por él, como vemos ahora al sol, luna y estrellas,<br />

el mar, la tierra y cuanto hay en su ámbito. Es cosa dura decir que<br />

los santos tendrán entonces tales cuerpos, que no puedan<br />

cerrar y abrir los ojos cuando quisieren; pero más duro es decir que<br />

quien cierra los ojos no verá a Dios. Porque sí el Profeta<br />

Eliseo, estando ausente del cuerpo, vio a su criado Giezi cómo tomaba<br />

los dones que le presentaba Naamán Siro, a quien dicho<br />

Profeta había curado de la lepra, cosa que el perverso siervo, como<br />

no le veía su señor, pensaba que lo había ejecutado en<br />

secreto, ¿cuánto más los santos en aquel cuerpo espiritual verán<br />

todas las cosas, no sólo cerrados los ojos, sino también estando<br />

con los cuerpos ausentes? Porque estará entonces en su colmo y<br />

perfección aquello de que ha hablado el Apóstol, diciendo:<br />

«En parte, y no del todo, sabremos ahora, y en parte vaticinamos,<br />

pero cuando viniere lo que es perfecto, lo que es en parte se<br />

deshará.»<br />

Después, pera manifestarnos del modo que podía con alguna semejanza<br />

lo mucho que dista esta vida de la otra que<br />

esperamos, no sólo de cualquiera persona, sino de los que en la<br />

tierra florecieron con particular santidad, dice: «Cuando era<br />

pequeño, come pequeño sabía, como pequeño hablaba como pequeño<br />

discurría; pero hecho ya hombre, dejé las cosas que<br />

eran de niño. Vemos ahora por espejo en enigma, pero entonces veremos<br />

cara a cara; ahora conozco en parte, pero entonces<br />

conoceré, así como soy conocido» Luego si en esta vida (donde la<br />

profecía de los hombres admirables debe compararse a<br />

aquella vida como la de un niño respecto de la de un hombre) vio, sin<br />

embargo, Eliseo cómo tomaba su criado los dones en<br />

parte dónde él no estaba, ¿es posible que cuando venga lo que es<br />

perfecto, y cuando el cuerpo corruptible no agravará ya no<br />

comprimirá el alma, sino que, siendo incorruptible, no estorbará,<br />

aquellos santos han de tener necesidad de ojos corpóreos para<br />

ver lo que hubieren menester, de los que no tuvo necesidad Eliseo,<br />

estando ausente, para ver a su criado? Porque, según los<br />

setenta intérpretes, éstas son sus palabras que dijo el profeta a<br />

Giezi: «¿Acaso no iba mi espíritu contigo y vi que volvió aquel<br />

personaje de su carroza a encontrarte y recibiste el dinero, etc.?» O<br />

como las interpretó del hebreo e presbítero Jerónimo;<br />

«¿Acaso mi espíritu no estaba presente cuando volvió aquel personaje<br />

de su carroza a encontrarte?» Con su espíritu, pues dijo<br />

el profeta que vio esto, sin duda ayudado milagrosamente de Dios.<br />

Pero con cuánta mayor abundancia gozarán entonces todos<br />

de este don cuando Dios «será todo en todos!» Y, sin embargo,<br />

conservarán también aquellos ojos corporales su ministerio,<br />

estarán en su propio lugar, y usará de ellos el espíritu por medio<br />

del cuerpo espiritual. Porque tampoco aquel Profeta, no


porque no tuvo necesidad de ellos para ver al ausente no usó de ellos<br />

para ver las cosas presentes, las cuales podía ver con el<br />

espíritu, aunque los cerrara, como vio las presentes, adonde con<br />

ellos no estaba. Luego sería absurdo decir que aquellos<br />

santos en aquella vida no han de ver a Dios, cerrados los ojos, a<br />

quien siempre verán con el espíritu.<br />

Pero la duda consiste en si le han de ver también con los ojos del<br />

cuerpo cuando los tenga abiertos, porque si han de<br />

poder tanto en el cuerpo espiritual los ojos espirituales cuanto<br />

pueden éstos que ahora tenemos, sin duda no podremos con ellos<br />

ver a Dios. Serán, pues, de muy diferente potencia, si por ellos<br />

hemos de ver aquella naturaleza incorpórea, que no ocupa<br />

lugar, sino que en todas partes está toda. Pues no porque decimos que<br />

Dios está en el cielo y en la tierra (pues él dice por el<br />

Profeta: «Yo lleno el cielo y la tierra») hemos de decir que tiene<br />

una parte en el cielo y otra en la tierra, sino que todo está en el<br />

cielo y todo en la tierra, no alternativamente en diferentes tiempos,<br />

sino todo juntamente, lo cual no es posible a ninguna<br />

naturaleza corporal. Aquellos ojos tendrán una virtud más poderosa,<br />

no para que vean más perspicazmente de lo que se dice<br />

que ven algunas serpientes o águilas (porque estos animales, por más<br />

fina vista que tengan, sólo pueden ver cuerpos), sino<br />

para que vean también las cosas incorpóreas. Quizá esta tan singular<br />

virtud de ver se la dio por tiempo en este cuerpo mortal a<br />

los ojos del santo varón Job, cuando dice a Dios: «Con el oído de la<br />

oreja te oía primero; pero ahora mis ojos te ven, por lo cual<br />

me tuve en poco a mí mismo, y me consumí y me tuve por tierra y<br />

ceniza.» Aunque no hay obstáculo para entender aquí los<br />

ojos del corazón, de los cuales dijo el Apóstol: «que os alumbre los<br />

ojos de vuestro corazón». Que con ellos veremos a Dios<br />

cuando le hubiéremos de ver, no hay cristiano que lo dude si<br />

fielmente entiende lo que dice nuestro Divino Maestro:<br />

«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.»<br />

Pero la cuestión de que ahora tra tamos es si también con los ojos<br />

cor porales vemos a Dios. Lo que dice la Escritura:<br />

«que toda carne verá al Salvador de Dios», sin género de dificultad<br />

se puede entender así, como si dijera: y todo hombre verá<br />

al Cristo de Dios; el cual, sin duda se dejó ver en cuerpo, y en<br />

cuerpo le veremos cuando viniere a juzgar los vivos y lee<br />

muertos. Hay otros muchos testimonios de la Escritura que comprueban<br />

que él sea el Salvador de Dios; pero los que con más<br />

evidencia lo declaran, son las palabras de aquel venerable anciano<br />

Simeón, que habiendo recibido en sus manos al Niño<br />

Cristo, dijo: «Ahora despides, Señor, a vuestro siervo en paz:, ya<br />

que han visto mis ojos a vuestro Salvador.» Y también lo que<br />

dice Job, como se halla en los ejemplares que están traducidos del<br />

hebreo: «y en mi carne veré a Dios», es, sin duda, profecía<br />

de la resurrección de la carne; con todo, no dijo por mi carne. Lo<br />

cual si dijera se pudiera entender Dios Cristo, a quien se verá<br />

por la carne en la carne; mas puede también entenderse: «en mi carne<br />

veré a Dios», como si dijera, en mi carne estaré cuando<br />

veré a Dios. Lo que dice el Apóstol: «cara a cara», no nos excita a<br />

creer que hemos de ver a Dios por cara corporal donde<br />

están los ojos corporales, a quien sin intermisión veremos con el<br />

espíritu. Porque si no hubiera cara interior del hombre, no<br />

dijera el mismo Apóstol: «Pero nosotros, habiéndose quitado el velo<br />

de la cara, representando como espejos la gloria del Señor,<br />

nos transformamos en una misma imagen con Él, creciendo de gloria en<br />

gloria, como a la presencia y comunicación del Espíritu<br />

del Señor». Ni de otra manera se entienda lo que dice el real<br />

Profeta: «Allegaos a Él, y seréis alumbrados y no se confundirán<br />

vuestras caras de vergüenza». porque con la fe nos allegamos a Dios,<br />

la cual está claro que es del espíritu y no del cuerpo.<br />

Mas porque no sabemos cuán grande será el acrecentamiento y mejora<br />

del cuerpo espiritual, porque hablamos de cosa de que<br />

no tenemos experiencia, cuando la Sagrada Escritura no nos muestra


claramente sino como por señas nos apunta algunas<br />

particularidades que no se puedan entender de otra manera, es fuerza<br />

que nos suceda lo que leemos en el libro de la<br />

Sabiduría: «que los discursos de los mortales son tímidos e inciertas<br />

nuestras providencias o invenciones».<br />

Porque si el argumento de los filósofos por el cual pretenden que las<br />

cosas inteligibles de tal conformidad se ven con los<br />

ojos del entendimiento y con el sentido del cuerpo las sensibles,<br />

esto es, las corporales, que el entendimiento no puede ver ni las<br />

inteligibles por el cuerpo, ni las corporales por si mismo; si<br />

pudiera, digo, ser argumento cierto, sin duda sería también cierto<br />

que<br />

de ningún modo se pudiera ver a Dios por los ojos del cuerpo, aun<br />

espiritual. Pero de este argumento se burla la razón y la<br />

autoridad profética, porque ¿quién hay tan encontrado con la verdad<br />

que se atreva a decir que Dios no sabe o no conoce estas<br />

cosas corporales? ¿Tiene acaso cuerpo por cuyos ojos las pueda<br />

aprender? Y lo que poco ha decíamos del Profeta Elíseo,<br />

¿no nos muestra bastante que se pueden ver las cosas corporales, no<br />

sólo por el cuerpo, sino también por el espíritu? Pues<br />

cuando aquel siervo tomó los dones, sin duda los tomó corporalmente,<br />

y, sin embargo, el Profeta lo vio, no por el cuerpo, sino<br />

por el espíritu. Así como consta que se ven los cuerpos con el<br />

espíritu, ¿quién sabe si será tan grande la potencia del cuerpo<br />

espiritual que con el cuerpo veamos también el espíritu? Porque<br />

espíritu es Dios. Además, cada uno conoce y tiene noticia de la<br />

vida con que ahora vive en el cuerpo y con que vegeta estos miembros<br />

terrenos y los hace que vivan, lo conoce, digo con el<br />

sentido interior y no por los ojos corpóreos, y las vidas de los<br />

otros, siendo invisibles, las ve por el cuerpo, porque ¿cómo diferenciamos<br />

los cuerpos vivientes de los no vivientes, si no vemos los<br />

cuerpos juntamente y las vidas; las cuales no rodemos ver<br />

sino por el cuerpo? Pero las vidas sin los cuerpos no las vemos con<br />

los ojos corpóreos.<br />

Por lo cual puede ser y es muy creíble, que de tal manera veamos<br />

entonces los cuerpos del cielo nuevo y de la tierra<br />

nueva, como veremos a Dios en todas partes presente y gobernando<br />

todas las cosas, aun las corporales, con los cuerpos que<br />

tendremos: y lo que viéremos por dondequiera que extendiésemos la<br />

vista lo veremos con clarísima perspicacia, no como en<br />

ahora, «que las cosas invisibles de Dios las vemos como un espejo en<br />

enigma y en parte», conociéndolas por las cosas<br />

criadas; valiéndonos más la fe con que creemos que las especies de<br />

las cosas corporales que vemos por los ojos corporales.<br />

Así como vemos a los hombres entre los cuales vivimos y ejercitamos<br />

nuestros movimientos vitales; y, viéndolos, no creemos<br />

que viven, sino que los vemos, sin que podamos ver su vida sin los<br />

cuerpos, y la vemos por los cuerpos, sin que haya en ello<br />

duda alguna, así, por dondequiera que lleváremos aquellos<br />

espirituales ojos de nuestros cuerpos, veremos también por los<br />

cuerpos a Dios incorpóreo, que lo rige y gobierna todo.<br />

Si veremos, pues, a Dios con ojos que tengan algo semejante al<br />

entendimiento, con el cual se vea también la naturaleza<br />

incorpórea, cosa es muy difícil o imposible de mostrarlo con<br />

testimonio de la Sagrada Escritura. Más fácil de entender es que de<br />

tal manera nos será Dios notorio y visible, que se vea con el<br />

espíritu, y lo vea uno en los demás, y lo vea en sí mismo; se vea<br />

en el cielo nuevo y en la tierra nueva, y en todas las criaturas que<br />

entonces hubiere; se vea también por los cuerpos en todo<br />

cuerpo, dondequiera que dirijamos la vista de los ojos del cuerpo<br />

espiritual. También veremos patentes los pensamientos unos<br />

de, otros. Porque entonces se cumplirá lo que el Apóstol indica<br />

después de aquellas palabras: «No queráis antes de tiempo<br />

juzgar y condenar a ninguno»; y luego añade: «hasta que venga el<br />

Señor y alumbre los secretos de las tinieblas, manifieste los<br />

pensamientos del corazón, y entonces tendrá cada uno su alabanza de


Dios».<br />

CAPITULO XXX<br />

De la eterna felicidad y bienaventuranza de la Ciudad de Dios, y del<br />

sábado y descanso perpetuo<br />

¿Cuán grande será aquella bienaventuranza donde no habrá mal alguno,<br />

ni faltará bien alguno, y nos ocuparemos en<br />

alabar a Dios, el cual llenará perfectamente el vacío de todas las<br />

cosas en todos? Porque no sé en qué otra ocupación se<br />

empleen, donde no estarán ociosos por vicio de la pereza, ni<br />

trabajarán por escasez o necesidad. Esto mismo me lo insinúa<br />

también aquella sagrada canción donde leo u oigo: «Los<br />

bienaventurados, Señor, que habitan en tu casa, para siempre te<br />

estarán alabando.»<br />

Todos los miembros y partes interiores del cuerpo incorruptible que<br />

ahora vemos repartidas para varios usos y ejercicios<br />

necesarios porque entonces cesará la necesidad y habrá una plena,<br />

cierta, segura y eterna felicidad) se ocuparán y mejorarán<br />

en las alabanzas de Dios. Porque todos aquellos números de la armonía<br />

corporal de que ya he hablado, que al presente están<br />

encubiertos y secretos, no lo estarán, y estando dispuestos por todas<br />

las partes del cuerpo, por dentro y por fuera, con las<br />

demás cosas que allí habrá grandes y admirables, inflamarán con la<br />

suavidad de la hermosura y belleza racional los ánimos<br />

racionales en alabanza de tan grande artífice. Qué tal será el<br />

movimiento que tendrán allí estos cuerpos, no me atrevo a definirlo,<br />

por no poder imaginarlo. Con todo, el movimiento y la quietud, como<br />

la misma hermosura, será decente cualquiera que fuere,<br />

pues no ha de haber allí cosa que no sea decente. Sin duda que donde<br />

quisiere el espíritu, allí luego estará el cuerpo, y no<br />

querrá el espíritu cosa que no pueda ser decente al espíritu y al<br />

cuerpo.<br />

Habrá allí verdadera gloria, no siendo ninguno alabado por error o<br />

lisonja del que le alabare. Habrá verdadera honra<br />

que a ningún digno se negará, ni a ninguno se le dará; pero ninguno<br />

que sea indigno la pretenderá por ambición, porque no se<br />

permitirá que haya alguno que no sea digno. Allí habrá verdadera paz,<br />

porque ninguno padecerá adversidad, ni de sí propio ni<br />

de mano de otro. El premio de la virtud será el mismo Dios que nos<br />

dio la virtud, pues a los que la tuvieren les prometió a sí<br />

mismo, porque no puede haber cosa ni mejor ni mayor. Porque ¿qué otra<br />

cosa es lo que dijo por el Profeta: «yo seré su Dios y<br />

ellos serán mi pueblo» sino, yo seré su satisfacción, yo seré todo lo<br />

que los hombres honestamente pueden desear, vida y<br />

salud, sustento y riqueza, gloria y honra, paz y todo cuanto bien se<br />

conoce? De esta manera se entiende también lo que dice el<br />

Apóstol: «que Dios nos será todas las cosas en todo» Él será el fin<br />

de nuestros deseos, pues le veremos sin fin, le amaremos sin<br />

fastidio y le elogiaremos sin cansancio. Este oficio, este afecto,<br />

este acto, será, sin duda, como la misma vida eterna, común a<br />

todos.<br />

Por lo tocante a los grados de los premios que ha de haber de honra y<br />

gloria, según los méritos, ¿quién será bastante a<br />

imaginarlo, cuanto más a decirlo? Pero es indudable que los ha de<br />

haber, y verá también en sí aquella ciudad bienaventurada,<br />

aquel gran bien que ningún inferior tendrá envidia a ningún superior,<br />

así, como ahora los ángeles no tienen emulación de los<br />

arcángeles. No apetecerá cada uno ser lo que no le dieron viviendo<br />

unido con aquel a quien se lo dieron con un vínculo<br />

apacible de concordia; como en el cuerpo no querría ser ojo el<br />

miembro que es dedo, hallándose uno y otro con suma paz en la<br />

unión y constitución de todo él cuerpo. De tal suerte tendrá uno un<br />

don menos que otro, como tendrá el de no desear ni querer<br />

más.


No dejarán de tener libre albedrío porque no puedan deleitarse con<br />

los pecados. Pues más libre estará de la<br />

complacencia de pecar el que se hubiere libertado hasta llegar a<br />

conseguir el deleite indeclinable de no pecar. Pues el primer<br />

libre albedrío que dio Dios al hombre cuando al principio le crió<br />

recto, pudo no pecar, pero pudo también pecar; mas este último<br />

será tanto más poderoso cuanto que no podrá pecar. Este privilegio<br />

será igualmente por beneficio de Dios no por la posibilidad<br />

de su naturaleza. Porque una cosa es ser uno Dios, otra, participar<br />

de Dios. Dios, por su naturaleza, no puede Pecar; pero el<br />

que participa de Dios, de Dios le viene el no poder pecar. Fue<br />

conforme a razón que se observasen estos grados en la divina<br />

gracia, dándonos el primer libre albedrío con que pudiese no pecar el<br />

hombre, y el último con que no pudiese pecar, a fin de<br />

que el primero fuese para adquirir mérito y el segundo para recibir<br />

el premio. Mas porque pecó esta naturaleza cuando pudo<br />

pecar, con más abundante gracia la pone Dios en libertad hasta llegar<br />

a aquella libertad en que no puede. Porque así como la<br />

primera inmortalidad que perdió Adán pecando fue el no poder morir, y<br />

la última será no poder morir, así el primer albedrío fue<br />

el poder no pecar, y el último no poder pecar. Así será inadmisible y<br />

eterno el amor y voluntad de la piedad y equidad, como lo<br />

será el de la felicidad. Pues, en efecto, pecando no pudimos<br />

conservar la piedad. ni la felicidad; pero la voluntad y amor de la<br />

felicidad, ni aun perdida la misma felicidad la perdimos. Por cuanto<br />

el mismo Dios no puede pecar, ¿habremos de negar que<br />

tenga libre albedrío?<br />

Tendrá aquella ciudad una voluntad libre, una en todos y en cada uno<br />

inseparable, libre ya de todo mal<br />

y llena de todo bien, gozando eternamente de la suavidad de los goces<br />

eternos, olvidada de las culpas,<br />

olvidada de las penas, y no por eso olvidada de su libertad; por no<br />

ser ingrata a su libertador.<br />

En cuanto toca a la ciencia racional, se abordará también de sus<br />

males pasados; pero en cuanto al<br />

sentido y experiencia, no habrá memoria de ellos; como un médico<br />

perito en su facultad sabe y conoce casi<br />

todas las enfermedades del cuerpo según se han descubierto y se tiene<br />

noticia de ellas por esta ciencia, pero<br />

no sabe cómo se sienten en el cuerpo muchísimas que él no ha<br />

padecido. Así como se pueden conocer los<br />

males de dos maneras, una con las potencias del alma y otra con los<br />

sentidos de los que los experimentan;<br />

porque, en efecto, de una manera se sabe y se tiene noticia de todos<br />

los vicios por la doctrina de la sabiduría,<br />

y de otra por la mala vida del ignorante; así también hay dos<br />

especies de olvido de los males, porque de un<br />

modo los olvida el erudito y docto, y de otro el que los ha<br />

experimentado y padecido, el primero olvidándose<br />

de la pericia y ciencia, y el otro dejando de sufrirlos. Según este<br />

género de olvido que puse en último lugar, no<br />

se acordarán los santos de los males pasados, porqué carecerán de<br />

todos los males, de forma que totalmente<br />

desaparezcan de sus sentidos.<br />

Con aquella potencia de ciencia, que la habrá muy singular en ellos,<br />

no sólo no se les encubrieran sus males pasados;<br />

pero ni aun la eterna miseria de los condenados. Porque, de otra<br />

suerte, si no han de saber que fueron miserables, ¿cómo,<br />

conforme a la expresión del real Profeta, «han de celebrar<br />

eternamente las misericordias del Señor, puesto que aquella ciudad,<br />

en efecto; no tendrá objeto de más suavidad y contento que el<br />

celebrar está alabanza y gloria de la gracia de Cristo por cuya<br />

sangre hemos sido redimidos»?<br />

Allí se cumplirá: «descansad y mirad que yo soy Dios», que dice el<br />

Salmo, lo cual será allí<br />

verdaderamente un grande descanso y un sábado que jamás tenga noche.


Este nos lo significó el Señor en<br />

las obras que hizo al principio del mundo, donde dice la Escritura:<br />

«Descansó Dios al séptimo día de todas las<br />

obras que hizo, y bendijo Dios al día séptimo y le santificó, porque<br />

en él descansó de todas las obras que<br />

comenzó Dios a hacer.» También nosotros mismos vendremos a ser el día<br />

séptimo, cuando estuviéremos<br />

llenos de su bendición y santificación.<br />

Allí, estando tranquilos, quietos y descansados, veremos que Él es<br />

Dios, que es lo que quisimos y pretendimos ser<br />

nosotros cuando caímos de su gracia, dando oídos y crédito al<br />

engañador que nos dijo: «seréis como dioses» y apartándonos<br />

del verdadero Dios, por cuya voluntad y gracia fuéramos dioses por<br />

participación, y no por rebelión. Porque ¿qué hicimos sin<br />

Él sino deshacernos, enojándole? Por Él creados y restaurados con<br />

mayor gracia permaneceremos descansando para<br />

siempre, viendo cómo Él es Dios, de quien estaremos llenos cuando Él<br />

será todas las cosas en todos. Aun nuestras mismas<br />

obras buenas, que son antes suyas que nuestras, entonces se nos<br />

imputarán para que podamos conseguir este sábado y<br />

descanso, porque si nos las atribuyéramos a nosotros fueran serviles<br />

puesto que dice Dios del sábado: «que no practiquemos<br />

en él obra alguna servil». Y por eso dice también por el Profeta<br />

Ecequiel: «Les di mis sábados en señal entre mí ellos, para que<br />

supiesen que yo soy el Señor que los santificó». Esto lo sabremos<br />

perfectamente cuando estemos descansando y<br />

perfectamente, veamos que Él es Dios.<br />

El mismo número de las edades, como el de los días, si lo quisiéramos<br />

computar conforme a aquellos períodos o<br />

divisiones de tiempo que parece se hallan expresados en la Sagrada<br />

Escritura, más evidentemente nos descubrirá este<br />

Sabatismo o descanso porque se halla el séptimo, de manera que la<br />

primera edad, casi al tenor del primer día, venga a ser,<br />

desde Adán hasta el Diluvio, la segunda desde éste hasta Abraham, no<br />

por la igualdad del tiempo, sino por el número de las<br />

generaciones, porque se halla que tienen cada una diez. De aquí, como<br />

lo expresa el evangelista San Mateo, siguen tres<br />

edades hasta la venida de Jesucristo, las cuales cada una contiene<br />

catorce generaciones: una desde Abraham hasta David,<br />

otra desde éste hasta la cautividad de Babilonia, y la tercera desde<br />

aquí hasta el nacimiento de Cristo en carne. Son, pues, en<br />

todas cinco, número determinado de generaciones, por lo que dice la<br />

Escritura: «que no nos toca saber los tiempos que el<br />

Padre puso en su potestad». Después de ésta como en séptimo día,<br />

descansará Dios, cuando al mismo séptimo día, que<br />

seremos nosotros, le hará Dios descansar en sí mismo. Si quisiéramos<br />

discutir ahora particularmente de cada una de estas<br />

edades, sería asunto largo. Con todo, esta séptima será nuestro<br />

sábado, cuyo fin y término no será la noche, sino el día del<br />

domingo del Señor, como el octavo eterno que está consagrado a la<br />

resurrección de Cristo, significándonos el descanso eterno,<br />

no sólo del alma, sino también del cuerpo. Allí descansaremos y<br />

veremos, veremos y amaremos, amaremos y alabaremos. Ved<br />

aquí lo que haremos al fin sin fin; porque ¿cuál es nuestro fin sino<br />

llegar a la posesión del reino que no tiene fin?<br />

Me parece que auxiliado de la divina gracia, ya he cumplido la deuda<br />

de está grande obra; a los que se les hiciere poco,<br />

o a los que también mucho, les pido que me perdonen, y a los que<br />

pareciere bastante, no a mí, sino a Dios conmigo,<br />

agradecidos, darán las gracias. Amén.


LA INMORTALIDAD DEL ALMA<br />

<strong>SAN</strong> <strong>AGUSTIN</strong>, OBISPO DE HIPONA<br />

L i b e r a l o s L i b r o s


LIBRO UNICO<br />

Contiene este libro el conjunto de razones sobre la inmortalidad del<br />

alma, así como la solución de las dificultades que se presentan.<br />

I<br />

Primera razón por la cual el alma es inmortal: porque es sujeto de la<br />

ciencia que es eterna.<br />

1. Si la ciencia existe en alguna parte, y no puede existir sino en un ser<br />

que vive, y existe siempre; y si cualquier ser en el que algo siempre<br />

existe, debe existir siempre: siempre vive el ser en el que se encuentra la<br />

ciencia. Si nosotros somos los que razonamos, es decir, nuestra alma; si<br />

ésta no puede razonar con rectitud sin la ciencia y si no puede subsistir el<br />

alma sin la ciencia, excepto el caso en que el alma esté privada de<br />

ciencia, existe la ciencia en el alma del hombre. La ciencia existe en<br />

alguna parte, porque existe y todo lo que existe no puede no existir en<br />

parte alguna. Además la ciencia no puede existir sino en un ser que vive.<br />

Porque ningún ser que no vive puede aprender algo; y no puede existir la<br />

ciencia en aquel ser que no puede aprender nada. Asimismo, la ciencia<br />

existe siempre. En efecto, lo que existe y existe de modo inmutable es<br />

necesario que exista siempre. Ahora bien, nadie niega la existencia de la<br />

ciencia. En efecto, quienquiera que admita que no se puede hacer que<br />

una línea trazada por el centro de un círculo no sea la más larga de todas<br />

las que no se tracen por el dicho centro, y que esto es objeto propio de<br />

alguna ciencia, afirma que existe una ciencia inmutable. Además nada en<br />

lo que algo existe siempre, puede no existir siempre. Efectivamente,<br />

ningún ser que existe siempre permite que sea sustraído alguna vez el<br />

sujeto en el que existe siempre. Desde luego cuando razonamos, esto lo<br />

hace nuestra alma. En efecto, no razona sino el que entiende: mas ni el<br />

cuerpo entiende, ni el alma con el auxilio del cuerpo, porque cuando<br />

quiere entender se aparta del cuerpo. Aquello que es entendido existe<br />

siempre del mismo modo; y nada propio del cuerpo existe siempre de la<br />

misma manera, luego el cuerpo no puede ayudar al alma que se esfuerza<br />

por entender, le basta con no serle obstáculo. Asimismo nadie sin ciencia<br />

razona con rectitud. Pues el recto raciocinio es el pensamiento que tiende<br />

de lo cierto al descubrimiento de lo incierto, y nada cierto hay en el alma<br />

que ésta lo ignore. Mas todo lo que el alma sabe, lo posee en sí misma, y<br />

no abraza cosa alguna con su conocimiento sino en cuanto pertenece a<br />

una ciencia. En efecto, la ciencia es el conocimiento de cualesquiera<br />

cosas. Por consiguiente, el alma humana vive siempre.


II<br />

Segunda razón por la cual el alma es inmortal: porque es sujeto de la<br />

razón que es inmutable.<br />

2. La razón ciertamente o es el alma o existe en el alma. Mas nuestra<br />

razón es mejor que nuestro cuerpo; nuestro cuerpo es una substancia, y<br />

es mejor ser substancia que no ser nada, luego nuestra razón es algo.<br />

Además cualquier armonía propia del cuerpo que exista, es necesario que<br />

exista de modo inseparable en el sujeto cuerpo, y no se crea que en esa<br />

armonía puede existir alguna otra cosa que de igual manera no exista con<br />

necesidad en ese sujeto cuerpo, en el que también esta misma armonía<br />

existe no menos inseparablemente. Pero el cuerpo humano es mudable, y<br />

la razón inmutable. En efecto, es mudable todo lo que no existe siempre<br />

del mismo modo. Y siempre es de la misma manera que dos y cuatro<br />

sumen seis. Además siempre es del mismo modo que dos y dos sumen<br />

cuatro; mas esto no lo tiene el dos porque el dos no es cuatro. Pero esta<br />

relación es inmutable, por consiguiente, es razón. Ahora bien, de ningún<br />

modo no puede padecer el cambio, habiéndose mudado el sujeto, lo que<br />

existe inseparablemente en él. Luego, no es el alma la armonía del<br />

cuerpo, y no puede sobrevenir la muerte a cosas inmutables. En<br />

consecuencia el alma vive siempre ya sea ella misma la razón ya sea que<br />

la razón exista en ella de modo inseparable.<br />

III<br />

La substancia viva y el alma, que no es susceptible de cambio, aún<br />

siendo de algún modo capaz de cambiar, es inmortal.<br />

3. Hay un poder propio de la permanencia y toda permanencia es<br />

inmutable, y todo poder puede hacer algo, ni cuando no hace nada deja<br />

de ser un poder. Además toda acción consiste en recibir un movimiento o<br />

en causarlo. Luego, o no todo lo que recibe el movimiento, o ciertamente<br />

no todo lo que lo causa es mudable. Pero todo lo que es movido por otro<br />

y no se mueve a sí mismo es algo mortal. Y nada mortal es inmutable.<br />

De ahí se puede concluir con certeza y sin alternativa alguna que no todo<br />

lo que causa movimiento se cambia. Mas no hay movimiento posible sin<br />

una sustancia: toda sustancia vive o no vive, pero todo lo que no vive<br />

carece de alma y sin alma no existe acción alguna. Luego, aquel ser que<br />

causa el movimiento sin perder su inmutabilidad es necesariamente una<br />

sustancia viviente. Esta sustancia pone el cuerpo en movimiento a través<br />

de todos los grados. En consecuencia, no todo lo que mueve el cuerpo es


mudable.<br />

Pero si el cuerpo no se mueve sino según el tiempo y en esto consiste el<br />

moverse más despacio y más rápidamente, síguese que existe, pues algo<br />

que mueve en el tiempo, y sin embargo no se cambia.<br />

Ahora bien, todo lo que mueve el cuerpo en el tiempo, aunque tienda a<br />

un único fin, sin embargo no puede realizarlo todo a la vez, ni puede<br />

tampoco evitar de hacer muchas cosas: en efecto no puede hacer, - ya se<br />

trate de cualquier agente - que sea perfectamente uno lo que puede<br />

dividirse en partes, o de lo contrario se daría un cuerpo sin partes o un<br />

tiempo sin intervalo de pausas; ni tampoco que pueda pronunciarse la<br />

sílaba más corta de la que no se oiga entonces el fin, cuando ya no se oye<br />

el comienzo. Luego, lo que se comporta así exige la previsión para que<br />

pueda llevarse a cabo y la memoria para que pueda ser aprehendido en la<br />

medida posible. La previsión es para las cosas que serán, la memoria<br />

para aquellas que pasaron. Pero el propósito de obrar es propio del<br />

tiempo presente, a través del cual lo futuro pasa a ser pretérito; y no se<br />

puede esperar sin ninguna memoria el fin del movimiento de un cuerpo<br />

que ha sido iniciado. En efecto, ¿cómo se podría esperar el fin de un<br />

movimiento si no se recuerda que ha comenzado, o ni siquiera que tal<br />

movimiento existe? Además, el propósito de llevar a cabo algo, que es<br />

presente, no puede existir sin que se tenga en vista la obtención del fin<br />

que es futuro: no existe nada que todavía no existe, o que ya no existe.<br />

Puede, por consiguiente, haber en una acción algo que pertenece a<br />

aquellas cosas que aún no son y, simultáneamente, puede haber muchas<br />

cosas en el agente, aún cuando no puede llevar a término muchas a la<br />

vez. Luego, puede haber también en el que mueve, cosas que no se<br />

pueden encontrar en el que es movido. Pero las cosas que no pueden<br />

existir simultáneamente en el tiempo y que sin embargo pasan del futuro<br />

al pasado, están necesariamente sometidas al cambio.<br />

4. De aquí concluimos en seguida que puede haber algún ser que,<br />

causando el movimiento en las cosas mudables, no se cambia. En efecto,<br />

¿quién podría dudar de la legitimidad de la conclusión toda vez que no<br />

varía el propósito del agente de llevar al término que se propone el<br />

cuerpo que pone en movimiento, cuando este cuerpo del que algo se<br />

hace, cambia a cada instante por este mismo movimiento, y puesto que<br />

aquel propósito de obrar, que permanece inmutable como es evidente, no<br />

sólo mueve los brazos del obrero, sino también la madera o la piedra que<br />

están sujetos al artífice? Pero no del hecho que el alma cause el<br />

movimiento y produzca los cambios en el cuerpo y que ella se proponga<br />

estos cambios se está en derecho de pensar que también el alma cambia y<br />

que por esto está sujeta a la muerte. Ella, pues, puede unir en este su<br />

propósito el recuerdo del pasado y la previsión del futuro, cosas que no<br />

pueden darse sin la vida. Aunque la muerte no puede acaecer sin el


cambio y ningún cambio sin el movimiento, sin embargo no todo cambio<br />

produce la muerte ni todo movimiento realiza un cambio. En efecto, es<br />

lícito decir que nuestro propio cuerpo en cada una de sus acciones recibe<br />

un gran número de movimientos y que evidentemente cambia por la<br />

edad: con todo no se puede decir que ya ha muerto, esto es, que está sin<br />

vida. Luego también permítasenos concluir que el alma tampoco es<br />

privada de la vida, aunque tal vez por el movimiento le acaezca algún<br />

cambio.<br />

IV<br />

El arte y los principios de las matemáticas son inmutables y no pueden<br />

existir sino en un alma que vive.<br />

5. Entonces si algo permanece inmutable en el alma, y esto a su vez no<br />

puede subsistir sin vida, también es necesario que una vida permanezca<br />

sempiterna en el alma. Esto sucede precisamente de manera que si se da<br />

lo primero, necesariamente también debe darse lo segundo; pero lo<br />

primero es cierto. En efecto, dejando de lado otras cosas, ¿quién se<br />

atrevería a afirmar que la relación de los números es mudable o que todo<br />

arte no está constituido por esta relación? o ¿que el arte no está en el<br />

artífice, aun cuando no lo ejerza? o ¿que su existencia no puede darse en<br />

el alma, o que puede existir en donde no hay vida? o ¿que lo que es<br />

inmutable puede alguna vez no existir? o ¿que una cosa es el arte y otra<br />

la relación?<br />

Aunque, pues, se diga que un solo arte es como un conjunto de<br />

relaciones, con todo se puede decir también de un modo certísimo y<br />

entender el arte como una única relación. Pero, ya sea esto, ya sea<br />

aquello, no menos se sigue que el arte es inmutable, que no sólo existe en<br />

el alma del artífice como es evidente, sino también que no existe en<br />

ninguna otra parte a no ser en el alma y esto de una manera inseparable.<br />

Puesto que si el arte se pudiera separar del alma, o bien existiría fuera del<br />

alma, o bien no existiría en ninguna parte, o pasaría continuamente de<br />

alma en alma. Pero como, por otra parte, la sede del arte necesariamente<br />

debe ser un ser con vida,, así también la vida con la razón es<br />

exclusivamente propia del alma. En fin, lo que existe debe existir e n<br />

alguna parte, y lo que es inmutable no puede dejar de existir en ningún<br />

momento. Si, por el contrario, el arte pasa de alma en alma, dejando ésta<br />

para habitar en aquélla, nadie enseñaría un arte sino perdiéndolo, y<br />

también nadie se haría hábil en un arte a no ser o por el olvido del que lo<br />

enseria o por su muerte.<br />

Si, pues, estas cosas son absurdísimas y del todo falsas, como<br />

efectivamente lo son, el alma humana necesariamente es inmortal.


6. Pero si sucede que el arte unas veces existe en el alma y otras no,<br />

como bien lo prueban el olvido y la ignorancia, la contextura de este<br />

argumento no aporta ninguna prueba en favor de la inmortalidad del<br />

alma, a menos que se niegue lo anterior del siguiente modo: o hay algo<br />

en el alma que no está en el pensamiento actual, o en un alma instruida<br />

no se encuentra el arte de la música cuando ésta piensa en la geometría<br />

únicamente. Esto último es falso, luego lo primero es verdadero. Pero el<br />

alma no siente que posee algo, sino lo que le, haya venido al<br />

pensamiento. Por consiguiente puede haber en el alma algo que ella<br />

misma no sienta que existe en ella. Mas por cuanto tiempo sea esto no<br />

interesa; porque si el alma se hallare ocupada en otras cosas por más<br />

tiempo del que puede fácilmente volver su intención sobre sus<br />

pensamientos anteriores, se produce lo que se llama el olvido o la<br />

ignorancia. Pero cuando razonamos con nosotros mismos o cuando otra<br />

persona nos ha interrogado de una manera conveniente sobre cualquiera<br />

de las artes liberales, las cosas que descubrimos no las encontramos en<br />

otra parte sino en nuestra propia alma; y no es lo mismo descubrir que<br />

hacer o crear; porque de lo contrario el alma con un descubrimiento<br />

temporal crearía cosas eternas, puesto que ella a menudo encuentra en sí<br />

cosas eternas. En efecto, ¿qué tan eterno como la razón del círculo, o qué<br />

otra cosa propia de artes semejantes se puede concebir que alguna vez ha<br />

podido o que podrá no existir? Queda, pues, claro que el alma humana es<br />

inmortal y que subsisten en sus secretos todas las verdaderas razones de<br />

las cosas, aunque, sea por ignorancia, sea por olvido parezca o que no las<br />

posee o que las ha perdido.<br />

V<br />

El alma no está así sujeta' al cambio de modo que deje de existir.<br />

7. Mas veamos ahora hasta dónde se pueda admitir el cambio que<br />

experimenta el alma. Si, en efecto, existiendo el arte en un sujeto, este<br />

sujeto es el alma, y si no puede experimentar cambio alguno el sujeto sin<br />

que también lo experimente lo que existe en el sujeto, ¿cómo podemos<br />

establecer que son inmutables el arte y la razón, si se prueba que está<br />

sujeta al cambio el alma en la que existen? ¿Qué cambio, pues, puede<br />

haber mayor que el que se suele realizar en los contrarios, y quién niega<br />

que el alma, dejando de lado otros casos, es unas veces necia, otras, por<br />

el contrario, sabia? Entonces consideremos primero de cuántos modos se<br />

puede admitir este cambio que se predica del alma. De estos modos de<br />

cambiar el alma, según opino, solamente nos son más evidentes y más<br />

claros dos en cuanto al género, pero se pueden enumerar muchos en


cuanto a la especie. En efecto, se dice que el alma cambia o según las<br />

pasiones del cuerpo, o según las suyas propias. Según las pasiones del<br />

cuerpo: el cambio se realiza en el alma por las edades, las enfermedades,<br />

los dolores, los malestares, las ofensas, los goces; según las suyas<br />

propias: por el desear, el alegrarse, el temer, el enojarse, el estudiar, el<br />

aprender.<br />

8. Todos estos cambios si no constituyen un argumento necesario de que<br />

el alma muera, los mismos en nada realmente han de ser temidos por sí,<br />

considerados separadamente; pero hay que examinar si no se oponen a<br />

nuestra doctrina, por la que establecimos que, habiéndose mudado el<br />

sujeto, de modo necesario experimenta cambio todo lo que existe en él.<br />

Pero la verdad es que no se oponen. Aquello se afirma según este cambio<br />

del sujeto por el cual éste es forzado cambiar absolutamente de nombre.<br />

Puesto que si la cera pasa de algún modo del color blanco al negro, y si<br />

de la forma cuadrada pasa a la redonda, y de blanda se vuelve dura y de<br />

caliente llega a ser fría, no por eso es menos cera; ahora bien, estas cosas<br />

existen en un sujeto, y este sujeto es la cera. Pero la cera permanece ni<br />

más ni menos cera, aun cuando aquellas cosas experimenten el cambio.<br />

Síguese que puede hacerse un cierto cambio de aquellas cosas que<br />

existen en el sujeto y, sin embargo que este mismo sujeto según su<br />

esencia y su nombre no se cambie.<br />

Con todo, si de aquellas cosas que existen en el sujeto, se hiciese un<br />

cambio tan profundo, de modo que aquel sujeto, que se suponía subyacer<br />

ya de ninguna manera se pudiese llamar tal, como por ejemplo cuando<br />

por el calor del fuego la cera se dispersa en el aire y experimenta tal<br />

cambio que claramente hace entender que ha sido cambiado el sujeto,<br />

que era cera y que ahora ya no es cera; de ningún modo se juzgaría con<br />

alguna razón que queda algo de aquellas cosas que existían en aquel<br />

sujeto porque hasta ahora era su sujeto.<br />

9. Por lo tanto, si el alma es el sujeto, como dijimos más arriba, en el que<br />

existe la razón de una manera inseparable y con aquella necesidad<br />

también con que se demuestra que existe en un sujeto, si el alma no<br />

puede existir sino viva, si en ella la razón no puede existir sin la vida, y<br />

si la razón es inmortal, el alma, es inmortal.<br />

Por cierto, la razón no podría permanecer al margen de todo cambio no<br />

existiendo de ninguna manera su propio sujeto. Esto sucedería si le<br />

sobreviniera al alma un cambio tan profundo que la hiciera dejar de ser<br />

alma, esto es, la obligara a morir. Mas ninguno de aquellos cambios, que<br />

se realizan ya sea por medio del cuerpo ya sea por medio del alma misma<br />

(no obstante ser un problema de no poca importancia, de si algunos de<br />

estos cambios son realizados por ella misma, esto es, que ella misma sea<br />

la causa de ellos), puede obrar de modo de hacer que el alma deje de ser


alma. Luego, ya no han de ser temidos estos cambios, no sólo en sí<br />

mismos, sino también para nuestros razonamientos.<br />

VI<br />

La razón que es inmutable, ya exista en el alma, ya con el alma, ya el<br />

alma exista en la razón, no se puede separar de la misma e idéntica<br />

alma.<br />

10. Por consiguiente, veo que nos debemos aplicar con todas las fuerzas<br />

del raciocinar para saber qué es la razón y de cuántas maneras se puede<br />

definir a fin de que aparezca evidente la inmortalidad del alma según<br />

todas sus modalidades.<br />

La razón es la visión del alma con la cual ésta por sí misma y no por<br />

medio del cuerpo intuye la verdad; o bien es la contemplación de la<br />

verdad no realizada por medio del cuerpo, o bien es la verdad misma que<br />

es contemplada.<br />

Nadie puede dudar que la razón en el primer caso subsiste en el alma;<br />

con respecto al segundo y tercero se puede investigar; con todo, en el<br />

segundo caso tampoco puede subsistir sin el alma. En cuanto al tercero<br />

se presenta un grave problema: si aquella verdad, que el alma intuye sin<br />

el auxilio del cuerpo, exista por sí misma y no exista en el alma, o si<br />

podría existir sin el alma. Pero de cualquier modo que sea, no podrá el<br />

alma por sí misma contemplar la verdad si no tuviese con ella alguna<br />

unión. Puesto que todo lo que contemplamos o aprehendemos con el<br />

pensamiento, lo aprehendemos o con el sentido o con el entendimiento.<br />

Pero aquello que es captado por el sentido es también sentido como<br />

existiendo fuera de nosotros y como contenido en el espacio, por lo cual<br />

se afirma que no puede ser percibido realmente. Por el contrario, lo que<br />

es entendido, es entendido no como puesto en otra parte, sino como el<br />

alma misma que entiende, puesto que es entendido al mismo tiempo<br />

como no contenido en el espacio.<br />

11. Por lo cual, esta unión del alma que intuye y de su verdad que es<br />

intuida o es tal que el sujeto es el alma y la verdad aquella existe en el<br />

alma, o, por el contrario, es la verdad el sujeto y el alma existe en ella, o<br />

ambas, verdad y alma, son sustancias.<br />

De estos tres casos si es cierto el primero, tan inmortal es el alma como la<br />

razón, según la exposición hecha más arriba: que la razón no puede<br />

existir sino en un sujeto vivo.<br />

La misma necesidad se encuentra en el segundo caso. Porque si aquella<br />

verdad, que se llama razón, nada tiene que esté sujeto al cambio, como es<br />

evidente, nada tampoco puede mudarse de lo que existe en ella como en


su sujeto.<br />

Por consiguiente, toda la discusión se reduce a lo tercero. Puesto que si<br />

el alma es sustancia, y la razón a la que se une es también sustancia, no<br />

sería absurdo que alguien hubiera podido pensar que podría suceder que,<br />

perdurando la razón, el alma dejara de existir. Pero es evidente que<br />

mientras el alma no se separe de la razón y esté unida a ella,<br />

necesariamente perdura y vive. Y bien, ¿con qué fuerza, en última<br />

instancia, puede ser separada? ¿Acaso con una fuerza corporal cuyo<br />

poder no sólo es más débil sino también su origen inferior y su<br />

naturaleza bastante distinta? Imposible. Entonces, ¿tal vez con una<br />

fuerza psíquica? Pero también esto, ¿de qué manera? ¿Hay quizá alguna<br />

otra alma más poderosa, cualquiera que sea, que no puede contemplar la<br />

razón sino separando de ella a otra? Sin embargo, dado que todas las<br />

almas están en contemplación de la razón, a ninguna le puede faltar; y,<br />

no habiendo nada más poderoso que la razón misma, que es lo más<br />

inmutable, de ninguna manera habrá un alma que aún no esté unida a la<br />

razón más poderosa que el alma que le está unida.<br />

Queda todavía otra posibilidad: o que la razón la separe de sí misma, o<br />

que el alma misma se separe voluntariamente de la razón. Ahora bien,<br />

nada hay de mala voluntad en la naturaleza de la razón para que no se<br />

entregue al alma a fin de que la disfrute. Además, cuanto más plenamente<br />

la razón existe, tanto más hace que cuanto se le una, exista, y<br />

precisamente es esto todo lo contrario de la muerte. Mas no sería<br />

demasiado absurdo que alguien dijera que el alma se puede separar de la<br />

razón voluntariamente, concedido que pueda darse alguna separación<br />

entre sí de las cosas que no están en el espacio. Esto ciertamente se<br />

puede objetar contra todo lo anterior, a lo que hemos alegado otras<br />

objeciones.<br />

¿Qué pues? ¿Acaso ya no se ha de concluir que el alma es inmortal? O ¿<br />

quizá, si no se puede separar, puede todavía extinguirse? Porque si<br />

aquella fuerza de la razón afecta al alma por su misma unión, que<br />

efectivamente no puede dejar de afectarla, de tal manera seguramente la<br />

afecta que le otorga el existir. En efecto, la razón misma existe por sobre<br />

todo y en ella es donde también se entiende la máxima inmutabilidad. Y<br />

así al alma, a la que afecta de sí, la obliga en algún modo a existir. Por<br />

consiguiente, el alma no se puede extinguir, a no ser que hubiera sido<br />

separada de la razón. Mas no se puede separar como arriba lo hemos<br />

demostrado. Luego no puede perecer.<br />

VII<br />

El alma no perece ni aún cuando flor su esencia tienda al menoscabo.


12. Pero esta separación de la razón por la que sobreviene al alma la<br />

necedad, no puede darse sin un menoscabo del alma; si, en efecto, es más<br />

que el alma esté dirigida y adherida a la razón, por eso, porque está<br />

adherida a un ser inmutable que es la verdad, que no sólo existe por<br />

sobre todas las cosas, sino también antes que todas, cuando de ella ha<br />

sido separada posee en menor grado esa misma existencia, lo que es<br />

menoscabarse. Ahora bien, todo menoscabo tiende a la nada, y no se<br />

puede concebir ninguna muerte más propiamente que cuando esto, que<br />

era algo, se hace nada. Por lo cual, tender a la nada es tender a la muerte.<br />

Porqué la muerte no caiga en el alma en la que cae el menoscabo, apenas<br />

es posible decirlo. Aquí concedemos todo lo demás, pero negamos que<br />

necesariamente se siga la muerte para lo que tiende a la nada, esto es, que<br />

efectivamente llegue a la nada. Esto se puede observar también en el<br />

cuerpo. Porque, puesto que todo cuerpo es una parte del mundo sensible<br />

y por eso cuanto más grande es y más lugar ocupa, tanto más se acerca al<br />

todo, y cuanto más se comporta así tanto más plenamente existe. En<br />

efecto, el todo es más que la parte. Por lo cual también es necesario que<br />

sea menos cuando se reduce. Luego, cuando se reduce, experimenta un<br />

menoscabo. Ahora bien, se reduce cuando de él se quita algo cortando.<br />

De aquí resulta que por esa sustracción tienda a la nada. Con todo,<br />

ninguna sustracción lo lleva ala nada; porque toda parte que queda es<br />

cuerpo y cualquiera sea su tamaño, ocupa un lugar de cualquier<br />

dimensión. Esto no podría suceder, si no tuviese partes en las que<br />

siempre de idéntico modo se dividiera. Luego, se puede reducir un<br />

cuerpo al infinito dividiéndolo infinitivamente, y por eso, puede sufrir un<br />

menoscabo y tender a la nada, aunque jamás pueda llegar. Todo esto<br />

también se puede afirmar y entender del espacio mismo y de cualquier<br />

intervalo. Porque no sólo quitando de esos intervalos limitados, v. gr.,<br />

una mitad, sino también de lo que resta siempre la mitad, el intervalo se<br />

reduce y progresa hacia el fin, al que sin embargo de ningún modo llega.<br />

! Cuánto menos se ha de temer esto del alma! Puesto que el alma es<br />

ciertamente mejor y más vivaz que el cuerpo, por medio de la cual éste<br />

recibe la vida.<br />

VIII<br />

Como al cuerpo no se le puede quitar aquello por lo que es cuerpo, así<br />

tampoco al alma aquello por lo que es alma<br />

13. Porque si lo que hace que exista un cuerpo no consiste en su masa,<br />

sino por el contrario en su forma, -aserción que se prueba con argumento<br />

irrebatible- tanto más plenamente existe el cuerpo, cuanto más bello y


hermoso; y tanto menos, cuanto más feo y deforme; este menoscabo no<br />

proviene como aquél del que ya hemos hablado bastante de una<br />

reducción de la masa, sino del menoscabo que sobreviene a su forma.<br />

Hemos de examinar y discutir este asunto con todo el cuidado posible, a<br />

fin de que no vaya alguien a afirmar que el alma puede perecer a causa<br />

de un tal menoscabo como se podría creer, por ejemplo, que, mientras el<br />

alma está en la locura y se encuentra así privada en cierta medida de su<br />

forma, esta privación pueda ser aumentada en tanto que la despoje<br />

enteramente de toda su forma y por ese menoscabo la reduzca a la nada y<br />

la obligue necesariamente a morir. Por eso, si llegamos a demostrar que<br />

el cuerpo mismo no puede incurrir en una privación tal que también lo<br />

despoje de aquella forma por la que es cuerpo, de derecho quizá<br />

habremos demostrado que mucho menos el alma puede ser privada de lo<br />

que le es esencial como alma. Porque, a la verdad, nadie que se haya<br />

examinado interiormente bien, dejará de confesar que cualquier alma se<br />

ha de considerar superior a cualquier cuerpo.<br />

14. Establezcamos, pues, como principio de nuestro razonamiento que<br />

ningún ser se hace o se engendra a sí mismo; de lo contrario existiría<br />

antes de existir: puesto que si esto es falso, aquello es verdadero.<br />

Digamos aún más, que lo que no ha sido hecho o nacido y sin embargo<br />

existe, es necesariamente eterno. Quien quiera que acuerde a algún<br />

cuerpo esta naturaleza y excelencia cae ciertamente en un grave error.<br />

Pero, ¿para qué vamos a discutir? En ese caso, con mucha mayor razón<br />

estamos obligados a otorgar esa excelencia al alma. Y así, si algún<br />

cuerpo es eterno, toda alma es eterna porque cualquier alma se ha de<br />

anteponer a cualquier cuerpo, y lo que es eterno a lo que no lo es. Sin<br />

embargo, si como es cierto, el cuerpo ha sido creado, lo ha sido por un<br />

creador, que no puede ser inferior a él; pues no habría sido capaz para<br />

darle que obrara cualquier cosa sea aquello que hiciera. EL creador<br />

tampoco puede ser igual a lo creado; porque es conveniente que el<br />

creador tenga para ejecutar la obra algo superior a lo que crea. Porque se<br />

puede decir sin absurdo de aquel que engendra que él es de la misma<br />

naturaleza que aquello que es engendrado por él. Luego todo cuerpo ha<br />

sido creado por una fuerza y por una naturaleza más poderosa y mejor,<br />

no en verdad corpórea. Porque si un cuerpo ha sido creado por otro<br />

cuerpo, no pudo haber sido creado todo cuerpo. De lo más verdadero,<br />

pues, es lo que establecimos al comienzo de esta disensión: que ningún<br />

ser puede hacerse por si mismo. Mas esta fuerza y esta naturaleza<br />

incorpórea, hacedora de todo cuerpo, lo mantiene todo entero por su<br />

potencia siempre presente; no lo creó y se apartó de él y creado no lo<br />

abandonó. Esta sustancia que realmente no es cuerpo y que no se mueve<br />

s localmente, por así decirlo, de modo que pueda separarse de aquella<br />

sustancia a la que le corresponde el espacio, y aquella fuerza creadora no


puede estar exenta de no cuidar lo que ha sido creado por ella, ni de<br />

permitir que carezca de la forma por la que existe todo en la medida en<br />

que existe. En efecto, lo que no existe por sí, si es abandonado por aquel<br />

ser por el cual existe, seguramente dejará de existir; y no podemos decir<br />

que el cuerpo cuando fue creado ha recibido esto: que ya pudiese ser<br />

suficiente por sí mismo, aún si fuese abandonado por el creador.<br />

15. Con todo, si es así, con mayor razón el alma, que es a ojos vista<br />

superior al cuerpo, tendría esta autosuficiencia. Y así, si el alma puede<br />

existir por sí misma, de inmediato se prueba que es inmortal. En efecto,<br />

todo cuanto existe de tal modo necesariamente es incorruptible y por eso<br />

no puede perecer, porque nada deja su propio ser. Pero la mutabilidad del<br />

cuerpo salta a la vista, como suficientemente lo demuestra el universal<br />

movimiento del mismo universo corpóreo. De ahí que a los que observan<br />

con atención, en cuanto puede ser observada la naturaleza, se les revela<br />

que con una ordenada mutabilidad es imitado lo que es inmutable. Mas<br />

lo que existe por sí, tampoco tiene necesidad de movimiento alguno,<br />

teniendo toda la plenitud para sí en su propia existencia, porque todo<br />

movimiento es hacia otro ser del que carece el ser que se mueve.<br />

Luego está presente al universo corpóreo una forma de naturaleza<br />

superior, renovando y manteniendo las cosas que creó: por eso, aquella<br />

mutabilidad no le quita al cuerpo el ser cuerpo, sino que lo hace pasar de<br />

forma en forma con un movimiento ordenadísimo. En efecto, no permite<br />

que ninguna de sus partes vuelva a la nada, abrazándolo todo entero<br />

aquella fuerza creadora con su poder que no se esfuerza ni permanece<br />

inactivo, dando el ser a todo lo que por ella existe, en la medida en que<br />

existe.<br />

Por lo tanto, nadie debe haber tan desviado de la razón, para quien o no<br />

sea cierto que el alma es mejor que el cuerpo, o, concedido esto, juzgue<br />

que al cuerpo no le pueda acaecer que no sea cuerpo, pero sí al alma que<br />

no sea alma. Si esto no sucede y si no puede existir el alma sin que viva,<br />

verdaderamente el alma no muere nunca.<br />

IX<br />

El alma esencialmente es vida; luego no puede carecer de ella.<br />

16. Si alguien objeta que esa muerte por la que sucede que algo que fue<br />

no sea nada, no ha de ser temida por el alma, sino aquella otra por la cual<br />

llamamos cosas muertas a las que carecen de vida, tenga presente que<br />

ninguna cosa carece de su propio ser. Ahora bien, el alma es una especie<br />

de vida, por la cual todo lo que está animado, vive; mas todo lo que no<br />

está animado y que puede ser animado, se concibe como muerto, esto es,


como privado de vida. Luego el alma no puede morir. Porque si pudiese<br />

carecer de vida no sería alma, sino algo animado; si esto es absurdo,<br />

mucho menos ha de temerse para el alma esta clase de muerte; puesto<br />

que, por cierto, no se la ha de temer para la vida. Porque justamente si<br />

muere el alma, entonces cuando la abandona aquella vida, esa misma<br />

vida que abandona a está, se la concibe mucho mejor como alma, de<br />

modo que ya no sea el alma algo que puede ser abandonado por la vida,<br />

sino aquella misma vida que es la que abandona. Todo cuanto, pues, ha<br />

sido abandonado por la vida se llama muerto, y lo muerto se concibe<br />

como dejado por el alma; mas esta vida, que abandona a los seres que<br />

mueren, porque ella misma es el alma, no puede dejar su propio ser.<br />

Luego el alma no puede morir.<br />

X<br />

EL alma no es la organización del cuerpo.<br />

17. ¿No será quizá que debamos concebir la vida como una cierta<br />

organización del cuerpo, como algunos han pensado? Estos, seguramente<br />

nunca hubieran creído esto, si alejando y purificando su propia alma del<br />

trato con los cuerpos, hubiesen podido ver aquellas cosas que existen<br />

realmente y perduran inmutables. ¿Quién, pues, examinándose bien no<br />

ha experimentado que entendió algo tanto más profundamente, cuanto<br />

mes pudo apartar y retirar la atención de la mente de los sentidos del<br />

cuerpo? Por cierto esto no se podría realizar si el alma fuese la<br />

organización del cuerpo. En efecto, una cosa que no tuviese una<br />

naturaleza propia ni existiese como sustancia, sino que existiese<br />

inseparablemente en el cuerpo como en su sujeto, de la misma manera<br />

que el color y la figura, de ningún modo se podría esforzar por apartarse<br />

del propio cuerpo para captar los inteligibles; y en cuanto pudiese<br />

hacerlo, en tanto podría intuirlos, y por esa visión hacerse mejor y más<br />

perfecta. En realidad, de ninguna manera la figura o el color o también la<br />

misma organización del cuerpo, que es una mezcla real de aquellas<br />

cuatro naturalezas por las que subsiste el cuerpo mismo, se pueden<br />

apartar de éste en el que existen inseparablemente como en su sujeto. A<br />

esto añadimos que los inteligibles, que el alma entiende cuando se aparta<br />

del cuerpo, no son ciertamente seres corpóreos y, sin embargo, existen y<br />

existen con la máxima plenitud porque siempre se poseen a sí mismos de<br />

idéntico modo. En efecto, nada más absurdo se puede afirmar que<br />

aquello que vemos con los ojos existe y lo que contemplamos con la<br />

inteligencia no existe, siendo propio de un insensato dudar que la<br />

inteligencia es incomparablemente superior a los ojos. Ahora bien, estas<br />

cosas que se entienden como poseyéndose a sí mismas siempre de


idéntico modo, cuando las intuye el alma demuestra bastante que ella les<br />

está unida de una manera admirable y asimismo incorporal, esto es, no<br />

espacialmente.<br />

Puesto que o estas verdades existen en el alma o ésta existe en ellas. Sea<br />

cualquiera de los dos casos, o exista el uno en el otro como en su sujeto,<br />

o bien el uno y el otro existan como sustancias. Pero si se admite lo<br />

primero, el alma no existe en el sujeto cuerpo como el color y la figura,<br />

porque ella misma o existe como sustancia o existe en un sujeto que es<br />

otra sustancia que no es cuerpo. Ahora bien: si lo segundo es verdad, el<br />

alma no existe en el sujeto cuerpo como el color porque es sustancia. Por<br />

el contrario, la organización del cuerpo existe en el sujeto cuerpo como<br />

el color; en consecuencia, el alma no es la organización del cuerpo, sino<br />

que la vida es el alma; y puesto que ningún ser deja su propio ser y<br />

puesto que lo que la vida abandona muere, luego el alma no puede morir.<br />

XI<br />

Siendo la verdad causa del alma, no por eso perece a causa del error<br />

contrario a la verdad.<br />

18. Finalmente, pues, si de nuevo se ha de temer algo, se ha de temer<br />

esto: que el alma perezca por deficiencia cuando es privada de su forma<br />

de existir. Aunque juzgo que sobre este asunto se ha dicho bastante, y<br />

que ha sido demostrado con argumento cierto cuán imposible es esto; sin<br />

embargo se debe también atender a esto: que no hay otra causa de este<br />

temor sino porque se ha de confesar que el alma necia está en una<br />

especie de deficiencia y que el alma sabia está en una esencia más cierta<br />

y más plena. Pero si el alma cuando intuye la verdad es entonces<br />

sapientísima de lo que nadie duda-, verdad que existe siempre de<br />

idéntico modo y a la que se adhiere inseparablemente unida por un amor<br />

divino; y si todas aquellas cosas que existen no importa cómo, existen<br />

por esta esencia, que existe suma y supremamente, el alma en la medida<br />

en que existe o existe por aquélla o existe por sí misma. Pero si existiese<br />

por sí misma, siendo la causa de su propia existencia y como nunca<br />

abandonaría su propio ser, jamás perecería, como ya lo expusimos más<br />

arriba. Mas si, por el contrario, el alma recibe la existencia de aquella<br />

esencia, es necesario buscar diligentemente qué cosa puede serle<br />

contraria que le pueda quitar al alma la existencia que le otorga aquélla. ¿<br />

Cuál es, pues, este ser? ¿Es acaso el error, porque aquélla es la verdad? ¡<br />

Cuánto puede dañar al alma el error es evidente y claro! ¿Quizá puede<br />

más que engañarla? Pero nadie que no viva se engaña. Por consiguiente,<br />

el error no puede destruir el alma. Porque, si el error, que es contrario a<br />

la verdad, no puede arrancarle al alma la existencia que le otorgó la


verdad (en tan altísimo grado la verdad es invencible), ¿qué otro ser se<br />

encontrará que arranque al alma aquello por lo que es alma?<br />

Nada en realidad: porque nada hay más poderoso que un contrario para<br />

arrebatar aquello que ha sido hecho por su contrario.<br />

XII<br />

Nada hay contrario a la verdad, por la que el alma es lo que es, en la<br />

medida ere que la verdad misma es.<br />

19. Mas si así buscamos lo contrario a la verdad, no en cuanto es verdad,<br />

sino en cuanto existe suma y supremamente, aunque esto mismo lo es en<br />

tanto en cuanto es verdad, ya que la llamamos verdad porque por ella son<br />

verdaderas todas las cosas en la medida en que existen, y en tanto existen<br />

en cuanto son verdaderas; sin embargo, porque se me presente esto tan<br />

evidente, de ningún modo eludiré el problema. En efecto, si ninguna<br />

esencia en cuanto es esencia tiene algo contrario, mucho menos tiene<br />

contrario aquella primera esencia, que se llama verdad, en cuanto es<br />

esencia. Lo primero es verdadero; efectivamente toda esencia no es<br />

esencia por otra cosa sino porque es. El ser no tiene como contrario sino<br />

el no ser, por lo cual nada hay contrario a la esencia. Luego de ningún<br />

modo cosa alguna puede ser contraria a aquella sustancia que es<br />

absolutamente suprema y primera. De parte de la cual si el alma posee<br />

aquello mismo por lo que ella es, -porque esto que el alma no lo tiene de<br />

sí misma, no lo puede tener de otra parte sino de aquel ser que por esto<br />

mismo es más perfecto que el alma- no hay ser por cuya causa lo pierda,<br />

porque no hay ningún ser contrario a ese ser por el que lo tiene; y por<br />

eso, no deja de existir. La sabiduría empero, porque la tiene por<br />

conversión hacia aquello de lo que procede, la puede perder por<br />

separación. Porque la separación es contraria a la conversión. Pero aquel<br />

ser que participa de aquél al que ninguna cosa es contraria, no tiene<br />

ninguna posibilidad por la que pueda perderlo. En consecuencia el alma<br />

no puede perecer.<br />

XIII<br />

El alma no se puede transformar en cuerpo.<br />

20. Aquí quizá nazca algún otro problema: a ver si así como el alma no<br />

puede perecer tampoco se pueda transformar en una esencia inferior. En<br />

efecto, puede parecerle a cualquiera, y no sin razón, que por esta


argumentación se ha demostrado que el alma no puede llegar a la nada,<br />

pero que tal vez se pueda transformar en cuerpo.<br />

Si lo que antes era alma se hubiese hecho cuerpo, no por cierto dejaría de<br />

existir del todo. Pero esto no puede suceder, a menos que o el alma<br />

misma lo quiera o sea forzada por otro a serlo. Sin embargo, no se sigue<br />

de inmediato que el alma pueda ser cuerpo ya sea que ella misma lo haya<br />

querido, ya sea que haya sido forzada a serlo. Lo lógico es que, si lo es,<br />

lo quiera así o sea forzada a ello; pero no se sigue que si lo quiere o es<br />

obligada lo sea realmente.<br />

Ahora bien, el alma nunca querrá ser cuerpo. Porque todo su impulso<br />

hacia el cuerpo es o para cuidarlo o para vivificarlo o para que se<br />

organice de un cierto modo, o para cuidarlo de alguna manera. Ahora<br />

bien, nada de esto puede hacer si no es superior al cuerpo. Pero si es<br />

cuerpo, en realidad no será superior al cuerpo. Por consiguiente, el alma<br />

no querrá ser cuerpo. Y no hay argumento alguno más cierto sobre este<br />

asunto que cuando el alma se interroga de esto a sí misma. De esta<br />

manera, pues, el alma comprueba fácilmente que no tiene ningún impulso<br />

si no es o para hacer, o saber, o sentir algo, o tan sólo para vivir en<br />

cuanto esto depende de ella.<br />

21. Pero si el alma es forzada a ser cuerpo, ¿por quién pues lo podrá ser?<br />

Por un ser, que ciertamente sea más poderoso. Luego no puede serlo por<br />

el mismo cuerpo; pues de ninguna manera se puede dar un cuerpo mas<br />

poderoso que un alma. Por otra parte, un alma más poderosa no podría<br />

forzar hacia algo, si no es a aquel ser que está sujeto a su poder; ni en<br />

modo alguno un alma está sujeta al poder de otra, si no por sus pasiones.<br />

Luego esa alma no puede forzar a otra más que cuanto se lo permiten las<br />

pasiones de ésta a la que fuerza. Pero hemos dicho que el alma no puede<br />

tener deseo de ser cuerpo. También es evidente que el alma no llega a<br />

ninguna satisfacción de su deseo cuando pierde todo deseo; ahora bien,<br />

cuando se hace cuerpo lo pierde, luego el alma no puede ser forzada a<br />

hacerse cuerpo por otro ser que no tiene facultad para obligar sino en<br />

cuanto se lo permiten las pasiones de su sometida. Finalmente, toda alma<br />

que tiene a otra en su poder, necesariamente quiere más tener bajo su<br />

poder a ésta que no un cuerpo, y la quiere atender con bondad o mandar<br />

con malicia. Por eso no querrá que se convierta en cuerpo.<br />

22. En fin, esta alma que fuerza o bien es un ser animado o bien carece<br />

de cuerpo. Pero si carece de cuerpo, no existe en este mundo, y si es así<br />

es sumamente buena y no puede desearle otra tan torpe trasmutación.<br />

Mas si es un ser animado, o también es un ser animado aquélla a la que<br />

fuerza o no lo es. Pero si no lo es, para nada puede ser forzada por otra.<br />

En efecto, no hay alma más poderosa que la que existe en grado máximo.<br />

Mas si existe en un cuerpo, asimismo es forzada por medio de un cuerpo<br />

por otra que existe en un cuerpo, a cualquier cosa que sea forzada. Mas, ¿


quién puede dudar que de ningún modo se puede hacer una tan grande<br />

trasmutación en el alma por medio de un cuerpo? Sería posible, pues,<br />

esto, si el cuerpo fuese más poderoso que el alma; aunque cualquiera sea<br />

aquello a lo que el alma es forzada por el cuerpo, justamente lo es no por<br />

medio de un cuerpo, sino por medio de sus pasiones, acerca de las cuales<br />

ya se ha dicho bastante. Ahora bien, lo que es superior al alma racional,<br />

según unánime afirmación, es Dios. ÉL por cierto cuida del alma y por<br />

eso el alma no puede ser forzada por ÉL a transformarse en cuerpo.<br />

XIV<br />

La fuerza del alma no la puede menoscabar ni el sueño ni ninguna<br />

afección semejante del cuerpo.<br />

23. Si, pues, el alma no consiente transformarse en cuerpo ni por propia<br />

voluntad ni forzada por otro, ¿de dónde puede consentirlo? ¿Quizá<br />

porque muchas veces, a pesar nuestro, nos oprime el sueño, se ha de<br />

temer que por alguna deficiencia así, pueda ser convertida el alma en<br />

cuerpo? ¡ Cómo si realmente porque nuestros miembros se marchitan por<br />

el sueño, por eso de algún modo el alma se pudiera hacer más débil! Tan<br />

sólo no siente las cosas sensibles, porque cualquier cosa sea la que<br />

produce el sueño, es propia del cuerpo y opera en el cuerpo; porque tal<br />

cambio está ordenado según la naturaleza para el descanso del cuerpo de<br />

los trabajos; sin embargo, este cambio no quita al alma la capacidad de<br />

sentir o de entender. Porque no sólo tiene de inmediato presentes las<br />

imágenes de las cosas sensibles con tan grande expresión de semejanza,<br />

que no es posible en ese mismo tiempo distinguirlas de aquellas cosas de<br />

las que son imágenes; sino también, si entiende algo, eso mismo es<br />

igualmente verdadero para cuando duerme como para cuando está en<br />

vigilia. En efecto, si durante el sueño, por ejemplo, a uno le hubiese<br />

parecido haber disputado y haber seguido en la disputa razones<br />

verdaderas, habrá aprendido algo; y ya despierto también esas mismas<br />

razones permanecen en él inmutables, aunque se compruebe que son<br />

falsas las demás cosas, como ser el lugar en el que se realizara la disputa,<br />

la persona con la que se disputara, y las palabras mismas en cuanto al<br />

sonido con las que se creía discutir, y otras cosas por el estilo, que<br />

también se sienten y realizan con los mismos sentidos cuando despiertos<br />

y, sin embargo pasan y nunca obtienen la presencia estable de las<br />

verdaderas razones.<br />

De lo cual se concluye que por tal cambio de estado en el cuerpo, cual es<br />

el sueño, no se puede menguar la vida propia del alma, sino sólo el uso<br />

que la misma tiene del cuerpo.


XV<br />

Nuevo argumento que prueba que el alma no puede transformarse en<br />

cuerpo.<br />

24. Por último, si la unión del alma y del cuerpo no es local aunque el<br />

cuerpo ocupe un lugar, el alma recibe antes que el cuerpo, y no sólo antes<br />

sino más que el cuerpo, la impresión de estas razones sublimes y eternas<br />

cuya existencia es inmutable y que ciertamente no están contenidas en el<br />

espacio. En efecto, tanto antes el alma es impresionada por estas<br />

verdades cuanto les es más cercana, y por la misma razón tanto más,<br />

cuanto superior al cuerpo; ni esta cercanía es acercamiento de lugar, sino<br />

de orden de naturaleza. Pues en virtud de este orden se entiende que<br />

aquella suprema esencia por medio del alma otorga al cuerpo la forma,<br />

por la cual éste es en la medida en que es. El cuerpo subsiste a causa del<br />

atina y por ella misma es animado, ya sea universalmente como el<br />

mundo, ya sea particularmente como cada uno de los vivientes dentro del<br />

mundo. Por lo cual era lógico que el alma se hiciera cuerpo por el alma y<br />

que en absoluto pudiera ser de otra manera. Mas como esto no sucede,<br />

permaneciendo por cierto el alma en aquello que la constituye alma, el<br />

cuerpo subsiste por ésta que le otorga la forma y sin que ella la pierde. El<br />

alma, pues, no se puede convertir en cuerpo. Si, en efecto, el alma no<br />

comunicara al cuerpo la forma que ella recibe del Supremo Bien, el<br />

cuerpo no existiría por medio de ella, y si no existiese por medio de ella,<br />

o no existiría en absoluto, o él recibiría tan inmediatamente su forma<br />

como el alma; pero el cuerpo no sólo existe, sino también si recibiese tan<br />

inmediatamente la existencia como el alma, sería de la misma naturaleza<br />

que el alma: pues esto interesa; puesto que si el alma es superior al<br />

cuerpo es porque ella recibe su forma más inmediatamente que el cuerpo.<br />

Ahora bien, el cuerpo la recibiría de una manera también tan inmediata,<br />

si no la recibiese por medio del alma: puesto que, no habiendo ningún<br />

intermediario, seguramente recibiría su forma tan inmediatamente. No se<br />

encuentra nada que esté entre la Suprema Vida, Sabiduría y Verdad<br />

inmutable, y el último ser que es vivificado, esto es el cuerpo, a no ser el<br />

alma que lo vivifica. Si el alma trasmite al cuerpo la forma, para que sea<br />

cuerpo en la medida en que es cuerpo, por cierto dándole la forma ella no<br />

la pierde. Ahora bien, la perdería si se transformara en cuerpo. El alma,<br />

pues, no se puede convertir en cuerpo ni por su propia potencia, porque<br />

el cuerpo no subsiste sino en cuanto ella subsiste como alma; ni tampoco<br />

puede llegar a ser cuerpo por la potencia de otra alma, porque el cuerpo<br />

no se hace sino por transmisión de la forma por medio del alma, y el<br />

alma no se transformaría en cuerpo sino perdiendo su forma, si este<br />

cambio fuese posible.


XVI<br />

Tampoco el alma racional puede transformarse en alma irracional. El<br />

alma está toda entera en el cuerpo todo entero y en cada una de sus<br />

partes.<br />

25.-Se puede decir del alma o de la vida irracional también esto: que el<br />

alma racional tampoco puede transformarse en alma irracional. En<br />

efecto, el alma irracional si no fuese de un orden inferior a aquel del<br />

alma racional, recibiría de manera igual el ser y le sería idéntica. Así<br />

pues, siguiendo el orden natural, los seres más poderosos trasmiten a los<br />

seres más débiles la forma que ellos han recibido de la Esencia Suprema;<br />

y cuando la trasmiten ellos no la pierden. Estos seres más débiles existen,<br />

en la medida en que existen, porque la forma por la que existen les es<br />

trasmitida por seres más poderosos, que por lo mismo que son más<br />

poderosos son también más excelentes. Ahora bien, esta excelencia no<br />

les ha sido otorgada como potencia de una masa más grande sobre masas<br />

más pequeñas, sino que estas naturalezas más poderosas son más<br />

excelentes por una misma forma sin tener volumen alguno en el espacio.<br />

En este orden el alma es más poderosa y más noble que el cuerpo; y,<br />

puesto que el cuerpo subsiste por el alma, como lo hemos dicho, ella no<br />

se puede transformar de ningún modo en cuerpo. En efecto, el cuerpo no<br />

existe sino recibiendo la forma por intermedio del alma. Ahora bien, para<br />

que el alma pudiera llegar a ser cuerpo, sería necesario no que recibiese<br />

una forma nueva sino que perdiera la suya propia; por eso, pues, no<br />

puede convertirse en cuerpo a no ser que quizá esté encerrada en el<br />

espacio y se la una localmente al cuerpo. Porque si ello fuese así, podría<br />

ser que una masa más grande pudiese hacer tomar al alma, aunque más<br />

excelente, su naturaleza inferior, como se ve que un viento mayor<br />

extiende una llama menor. Pero ello no es así. En realidad toda masa que<br />

ocupa un lugar, no existe toda entera en cada una de sus partes, sino en la<br />

totalidad. Por lo cual, una de sus partes está en un lugar y otra en otro. El<br />

alma, por el contrario, no está sólo presente en toda la masa del cuerpo<br />

que anima, sino que también está presente al mismo tiempo toda entera<br />

en cada una de sus partes más pequeñas. En efecto, ella siente toda entera<br />

la impresión que recibe una parte del cuerpo, y, sin embargo, no la siente<br />

en el cuerpo todo entero. Así cuando el pie sufre, el ojo mira, la lengua<br />

habla y las manos se allegan. Ahora bien, esto no sucedería si lo que del<br />

alma hay, no estuviese en aquellas partes, y si no sintiera el dolor del pie<br />

herido; ni podría sentir lo que ha pasado en ese miembro si está ausente.<br />

Porque, en fin no es creíble que ello suceda por medio de algún<br />

mensajero que anuncia lo que no siente, porque la impresión que se da no


ecorre la continuidad de la masa del cuerpo, para advertir de su<br />

presencia a las demás partes del alma que existen en distintos lugares;<br />

sino que el alma toda siente lo que pasa en esa parte del pie y lo siente<br />

sólo allí donde sucede. Luego el alma que siente toda entera al mismo<br />

tiempo en cada una de las partes del cuerpo, está presente toda entera al<br />

mismo tiempo en cada una de esas partes. Sin embargo, no está presente<br />

toda entera como la blancura u otra cualidad por el estilo que está toda<br />

entera en cada parte del cuerpo. Porque si el cuerpo experimenta en una<br />

parte una alteración de la blancura, esta alteración puede no afectar en<br />

nada la blancura que está en otra parte. Por lo cual, es evidente que esta<br />

blancura está disgregada en partes de acuerdo a la disgregación de partes<br />

de la masa. Mas que así no sucede en el alma se demuestra por la<br />

sensación de la que acabamos de hablar.<br />

San Agustín<br />

TRATADO I SOBRE EL EVANGELIO DE <strong>SAN</strong> JUAN<br />

En el principio existía el Verbo, el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios, etc., hasta: Y las<br />

tinieblas no lo recibieron (1, 1-5).<br />

1. Cuando reparo en lo que hemos leído en el texto de la Epístola, que el hombre animal no<br />

puede entender las cosas que son del Espíritu de Dios, y considero después que entre la<br />

muchedumbre presente de vuestra Caridad, tiene que haber muchos carnales, que se guían<br />

por los principios de la carne y no pueden aún alzarse al conocimiento del espíritu, dudo<br />

mucho cómo podré hablar con la ayuda del Señor o explicar, en mi medida, lo que acabamos<br />

de leer del Evangelio: En el principio existía el Verbo, el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era<br />

Dios. Esto, en verdad, no lo puede entender el hombre animal. Callaremos, pues, hermanos.<br />

Mas entonces, si callamos, ¿para qué se ha leído? ¿Para qué la oímos, si no se explica? ¿Y<br />

para qué se expone, si ni se puede entender? Mirando, por otra parte, que entre vosotros<br />

tiene que haber algunos capaces de entenderlo, aun antes de que se explique, no quiero<br />

perjudicar a éstos por el temor de cansar a los que no me pueden entender. Siempre<br />

debemos esperar en la misericordia del Señor, que nos asistirá para que cada uno entienda<br />

lo que pueda. Aun el mismo que explica dirá solamente lo que puede. Hablar conforme a la<br />

realidad no es posible. Me atrevo a decir, hermanos míos, que ni el mismo Juan dijo como<br />

es, sino como él pudo. Es siempre un hombre el que habla de Dios. Ciertamente inspirado<br />

por Dios, pero un hombre. Porque estuvo inspirado dijo algo; sin la inspiración no hubiera<br />

dicho nada. Porque el inspirado fue un hombre, no dijo todo lo que hay, sino lo que puede<br />

decir el hombre.<br />

2. Este Juan era, hermanos carísimos, de aquellos montes de que escribió el Salmista:<br />

Traigan los montes la paz al pueblo, y los collados la justicia. Los montes son las almas<br />

grandes. Los collados, las pequeñas. Y lo montes traen precisamente la paz para que los<br />

collados puedan recibir la justicia. ¿Y qué justicia es la que reciben los collados? La fe, pues<br />

el justo vive de la fe. Ahora bien, las almas pequeñas no recibirán la fe, si las grandes, que<br />

hemos llamado montes, no son ilustradas por la misma Sabiduría, a fin de que puedan dar a<br />

las pequeñas lo que éstas son capaces de recibir... [Se omite aquí el párrafo 3, dedicado a<br />

refutar los errores donatistas].


4. Los que traen la paz que se debe predicar al pueblo han contemplado la misma Sabiduría,<br />

cuanto es posible a la inteligencia humana, lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni a la mente<br />

humana llegó. Si a la mente del hombre no llega esta Sabiduría, ¿cómo llegó a la de Juan? ¿<br />

O es que Juan no era hombre?.... Así es, hermanos; si se puede decir que llegó a la mente<br />

de Juan en alguna manera, en la misma medida en que llegó a él, se puede también decir<br />

que no es hombre Juan. ¿Qué significa esto de que no era hombre? Que empezó en cierto<br />

modo a ser ángel; pues todos los santos son ángeles, porque anuncian a Dios. A los<br />

hombres carnales y sensuales, que no pueden percibir las cosas de Dios, les dice el Apóstol:<br />

Cuando decís que yo soy de Pablo, yo de Apolo, obráis como hombres. ¿Qué pretende hacer<br />

de éstos que reprende porque son hombres? ¿Queréis saber lo que pretende? Oíd el Salmo:<br />

Yo dije: sois dioses e hijos todos del Excelso. Dios quiere que dejemos de ser hombres. Y<br />

entonces, mejorando, dejaremos de ser hombres, cuanto antes reconozcamos que somos<br />

hombres. A aquella altura tenemos que subir desde el bajo de la humildad. El que se cree<br />

algo, no siendo nada, corre el peligro, no sólo de no recibir lo que no es, sino de perder lo<br />

mismo que es.<br />

5. Hermanos, de estos montes era Juan, el que dijo: En el principio existía el Verbo, el Verbo<br />

estaba en Dios y el Verbo era Dios. Había recibido la paz este monte, contemplaba la<br />

divinidad del Verbo. ¡Cuán grande era este monte, cuán excelso! Pasó sobre todas las<br />

cumbres de la tierra, pasó sobre todas las de aire; pasó sobre todos los coros y legiones de<br />

los ángeles. Tuvo que pasar sobre todas las criaturas para llegar al Criador de ellas. Para<br />

hacerse una idea de lo que sobrepasó, es menester conocer adónde llegó. ¿Qué es el cielo y<br />

la tierra? Criaturas. ¿Qué son las cosas que hay en el cielo y en la tierra? Criaturas, todavía<br />

con más mérito. ¿Qué son los espíritus, los ángeles, los arcángeles, los tronos,<br />

dominaciones, virtudes y principados? Criaturas también. El Salmo en su enumeración<br />

abarca todo este conjunto y dice así: Él lo dijo y fueron hechas; Él lo mandó y fueron creadas.<br />

Si porque Dios dijo fueron hechas, es claro que fueron creadas por el Verbo de Dios. Y si<br />

todo fue hecho por el Verbo, es también claro que Juan tuvo que sobrepasar todo lo que ha<br />

sido hecho por el Verbo antes de llegar y escribir aquella frase: En el principio existía el<br />

Verbo, el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios ¡Qué grande es este monte, qué santo,<br />

qué alto sobre todos los montes que traen la paz al pueblo de Dios para que los collados<br />

reciban la justicia!<br />

6. Mirad, hermanos, si no es tal vez Juan uno de aquellos montes de los cuales hemos dicho<br />

poco ha: Levanté mis ojos a los montes de donde me ha de venir el socorro.<br />

Hermanos míos, si queréis, por tanto, entender, levantad vuestros ojos a este monte, mirad al<br />

Evangelio, contemplad su sentido. Estos montes traen la paz, y ninguno que confía en el<br />

hombre puede estar en paz. No miréis, pues, de tal manera a este monte, como si vuestra<br />

paz se hubiese de poner en el hombre, sino decid más bien: levanté mis ojos a los montes de<br />

donde me ha de venir el socorro, añadiendo en seguida: mi socorro viene del Señor que ha<br />

hecho el cielo y la tierra. Levantemos, sí, nuestros ojos a los montes de donde nos viene el<br />

auxilio, sabiendo que nuestra esperanza no estriba en los mismos montes. Los montes<br />

reciben, a su vez, de más alto lo que ellos nos sirven. Allí de donde ellos reciben hemos de<br />

colocar nosotros nuestra esperanza.<br />

Cuantas veces dirigimos nuestra mirada a la Sagrada Escritura, que nos ha sido servida por<br />

hombres, levantamos los ojos a los montes de donde nos viene el socorro. Mas porque los<br />

que escribieron la Escritura fueron hombres, su luz no era de ellos; la verdadera luz es aquel<br />

que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.<br />

Un monte era aquel Juan Bautista, que dijo: Yo no soy el Cristo. Para que nadie, por poner su<br />

esperanza en los montes, fuese echado de aquel que ilumina los montes, el mismo Bautista<br />

confesó también: que todos hemos recibido de su plenitud.<br />

Debes, pues decir: levanté mis ojos a los montes de donde me ha de venir el socorro. Y para<br />

que no atribuyas a los montes el auxilio, debes continuar y decir: Mi auxilio viene del Señor<br />

que ha hecho el cielo y la tierra.<br />

7. Hermanos, os he querido decir estas cosas para que cuando levantéis vuestro corazón a<br />

las Escrituras, al oír el Evangelio, que dice: En el principio existía el Verbo, el Verbo estaba<br />

en Dios y el Verbo era Dios y todo lo demás que se ha leído, sepáis que habéis levantado<br />

vuestros ojos a los montes. Si estas cosas no nos la dijesen los montes, no podríamos en


manera alguna ni pensarlas. De los montes nos viene el auxilio, aun solamente para oír estas<br />

cosas. No podemos entender todavía lo que hemos oído. Invoquemos el auxilio del Señor<br />

que ha hecho el cielo y la tierra. Los montes hablan sin poder iluminar; ellos mismos han sido<br />

iluminados, porque primero escucharon. Aquel Juan que descansó sobre el pecho del Señor<br />

recibió estas cosas que nos ha dicho; el agua que nos quería dar a gustar la bebió él, a su<br />

vez, del pecho del Señor. Nos dio a gustar las palabras; pero su inteligencia la tienes que<br />

buscar allí de donde él bebió lo que te dio a gustar, para que levantes tus ojos a los montes<br />

de donde te ha de venir el socorro y bebas así la palabra que se te ha dado como en un cáliz.<br />

Porque tu auxilio debe venir del Señor que ha hecho el cielo y la tierra, puedes llenar tu<br />

corazón allí donde él mismo lo llenó. Por esto dijiste: Mi auxilio del Señor que ha hecho el<br />

cielo y la tierra. Que os llene, pues, el que puede.<br />

Hermanos, por esto he dicho que cada uno levante su corazón cuanto pueda y que recoja lo<br />

que dice.<br />

Tal vez alguno diga que yo os estoy más presente que Dios. Falso. Él está mucho más<br />

presente. Yo estoy presente a vuestros ojos. Él lo está a vuestras conciencias. A mí me<br />

dirigís el oído; a Él el corazón, para que ambos queden llenos. Tenéis puestos ahora en mí<br />

vuestros ojos y los sentidos de vuestro cuerpo; mejor, no en mí, que no soy ninguno de<br />

aquellos montes, sino en el Evangelio, en el Evangelista. Pero el corazón lo ha de llenar el<br />

Señor. Y, al dirigirlo a Dios, mirad bien qué dirigís y adónde. He dicho: qué levanta y adónde<br />

lo levanta. Qué corazón levanta y qué Señor lo levanta. No sea que, sobrecargado con el<br />

peso del placer carnal, caiga antes de lo que lo levante. Si ves que pesa sobre ti el peso de la<br />

carne, procura purificar con la continencia el corazón que has de levantar a Dios.<br />

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.<br />

8. De nada sirve el simple sonido de las palabras: En el principio existía el Verbo, el Verbo<br />

estaba en Dios y el Verbo era Dios. Cuando hablamos también nosotros pronunciamos<br />

palabras. ¿Es ésta, por ventura, la palabra que existía en Dios? Las cosas que nosotros<br />

decimos suenan y pasan. ¿Se acaba también el Verbo de Dios al ser pronunciado?<br />

Entonces, ¿cómo pudieron ser hechas por Él todas las cosas y no existir nada sin Él? Si pasó<br />

al ser pronunciado, ¿cómo puede ser gobernado por Él cuanto ha sido creado por Él? ¿Qué<br />

palabra es esta que se pronuncia y no pasa? Atienda vuestra caridad, porque es idea<br />

importante.<br />

Las palabras han perdido su valor con el continuo hablar. Sonando y pasando han perdido su<br />

virtud, y ya no parecen sino palabras. Pero en el hombre también hay un verbo que queda<br />

dentro. El sonido sale de la boca. Hay un verbo que tiene una pronunciación espiritual, lo que<br />

percibes por el sonido, no el sonido mismo. Cuando digo Dios, pronuncio una palabra. Es<br />

cosa breve lo que he dicho: cuatro letras y dos sílabas. ¿Diremos que esto nada más es<br />

Dios, cuatro letras y dos sílabas? O diremos más bien que cuanto más pobre es el sonido<br />

exterior, tanto más rico es lo que con él se percibe? Algo pasa en tu mente cuando oyes la<br />

palabra Dios. Algo pasa en la mía cuando la pronuncio. Pensamos en un grande y supremo<br />

Ser que trasciende la criatura mudable, carnal y animal. Al preguntarte si Dios es mudable o<br />

inmutable, me respondes en seguida: lejos de mí creer o pensar que Dios sea mudable; Dios<br />

no puede mudar. Tu alma, aunque pequeña, aunque carnal todavía, no puede menos de<br />

confesar que Dios es inmutable y que la criatura es esencialmente mudable. ¿Cómo se te ha<br />

ocurrido cosa que está por encima de todo lo creado y decirme con certeza que Dios es<br />

inmutable? ¿Qué hay en tu corazón cuando piensas en un Ser vivo, perpetuo, omnipotente,<br />

infinito, en todas partes presente, doquiera completo y por nada limitado? Cuando piensas<br />

esto entonces tienes en tu corazón el Verbo de Dios. Y ya ves que esto no es aquel sonido<br />

que consta de cuatro letras y dos sílabas. Lo que al pronunciarse pasa es lo que llamamos<br />

sonidos, letras y sílabas. La palabra que suena pasa; pero la que expresa el sonido y queda<br />

en el sujeto racional que habla o escucha persevera aun pasados los sonidos.<br />

9. Sigamos con esta idea. Tú puedes tener en tu corazón un verbo, la idea que ha nacido de<br />

tu mente, que la ha engendrado. Esa idea está allí como fruto de tu inteligencia, como hijo<br />

tuyo. Antes de hacer una obra, de realizar algo grande en la tierra, tu corazón engendra<br />

primero la idea. Tienes la idea y la obra no se ha realizado todavía. En tu mente estás ya<br />

viendo lo que vas a hacer antes de que los demás admiren la mole que haces y levantas,<br />

antes de que la empresa se realice y lleve a término. Los hombres contemplan la grandiosa<br />

construcción y admiran el plan del constructor. Se admiran de lo que ven y se gozan en lo<br />

que no ven. Ninguno puede ver la idea interior del plan; pero por la obra exterior todos alaban


el proyecto donde se concibió primero.<br />

¿Quieres ahora conocer el Verbo de Dios, a Jesucristo Nuestro Señor? Mira esta gran fábrica<br />

exterior del mundo. Todo ha sido hecho por el Verbo; así conocerás quién es el Verbo. Mira<br />

estas dos partes del mundo, el cielo y la tierra. Nadie puede expresar la belleza del cielo,<br />

nadie la fecundidad de la tierra, la sucesión ordenada de los tiempos, la fuerza oculta de las<br />

semillas.<br />

Observad que callo mucho, porque no quiero con una larga enumeración decir poco, menos,<br />

tal vez, de lo que vosotros podéis adivinar. Por esta fábrica del mundo, deducid lo que debe<br />

ser el Verbo que la ha hecho todo y cuanto fuera de ella existe. Nosotros no vemos sino lo<br />

que está al alcance de los sentidos. Fuera están los ángeles, que también han sido hechos<br />

por el Verbo, y los arcángeles, las potestades, los tronos, las dominaciones y principados.<br />

Todo ha sido hecho por el Verbo. Deducid de aquí qué grande debe ser el Verbo.<br />

10. Alguno tal vez diga ahora. ¿Y quién puede pensar en este gran Verbo? Cuando oyes esta<br />

palabra no pienses nada pequeño, al igual de las palabras que oyes diariamente. Aquel dijo<br />

tales palabras, tales otras me han pronunciado; tú mismo me cuentas otras parecidas. Con el<br />

diario usar los nombres de las cosas, las palabras se han desvalorizado. Pues cuando oyes<br />

que en el principio existía el Verbo, no pienses en nada pequeño, como acostumbras a<br />

pensar, cuando oyes las palabras humanas. Mira en lo que debes pensar: El Verbo era Dios.<br />

11. Podrá venir ahora uno de esos herejes arrianos y decir que el Verbo de Dios fue hecho. ¿<br />

Cómo es posible que el Verbo de Dios haya sido hecho, cuando todas las cosas las ha hecho<br />

Dios por el Verbo? Si el Verbo de Dios también ha sido hecho, ¿por qué otro Verbo ha sido<br />

hecho? Si a éste por quien fue hecho aquel Verbo lo llamas Verbo del Verbo, yo lo llamo el<br />

Unigénito de Dios. Y si no lo llamas Verbo del Verbo, admite que no ha sido hecho el que ha<br />

hecho todas las cosas. Asimismo no se pudo hacer el que hizo todas las cosas. Creamos,<br />

pues, al Evangelista, quien pudo haber dicho: En el principio, hizo Dios al Verbo, lo mismo<br />

que Moisés dijo: en el principio hizo Dios el cielo y la tierra, y luego va enumerando cada una<br />

de las partes. Dijo Dios: Hágase, y fue hecho. ¿Quién es el que dijo? Dios, ciertamente. ¿Y<br />

qué es lo que se hizo? La criatura. Entre Dios que habla y la criatura que se hace está como<br />

medio el Verbo, por quien se hace todo. Dijo Dios: Hágase y fue hecho. Este es el Verbo<br />

inmutable. Aunque las cosas mudables se hacen por el Verbo, Él es inmutable.<br />

12. No pienses, pues, que fue hecho aquel por quien se hicieron todas las cosas. Así no<br />

serías reparado por el Verbo, por quien se repara todo. Ya has sido hecho por el Verbo, pero<br />

debes todavía ser reparado por Él. Mas si tu fe sobre el Verbo fuere falsa, no serás reparado.<br />

Has sido creado por el Verbo; pero, como por Él has sido hecho, de por ti te vas<br />

deshaciendo. Si de tu parte te deshaces, Él, que te ha hecho, te rehará. Si de tu parte vas<br />

empeorando, Él, que te creó, te creará nuevamente. Mas no te volverá a crear de nuevo por<br />

el Verbo si no piensas bien de él. Dice el Evangelista: En el principio existía el Verbo. Tú<br />

dices: En el principio fue hecho el Verbo. Él dice: Todo fue hecho por El. Tú dices: El mismo<br />

Verbo fue hecho. Podía haber dicho el Evangelista: En el principio fue hecho el Verbo. Y dice:<br />

En el principio existía el Verbo. Si ya existía no fue hecho, ya que todas estas cosas fueron<br />

hechas por Él, y nada se hizo sin Él. Quedemos, pues, en que el Verbo existía en el principio,<br />

el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios. Si no puedes entender esto, espera a ser mayor.<br />

Él es manjar sólido. Aliméntate primero con leche para crecer y poder tomar este manjar.<br />

13. Ahora, hermanos, sobre lo que sigue: Todo fue hecho por Él y sin Él nada fue hecho,<br />

tened cuidado de creer que la nada es algo. Algunos entienden mal este sin Él nada fue<br />

hecho, creyendo que la nada es una cosa. El pecado no fue hecho por Él, y es claro que el<br />

pecado no es nada y que los hombres nada ganan cuando pecan. El ídolo no fue hecho por<br />

el Verbo, aunque tenga cierta forma humana. Si el hombre ha sido hecho por el Verbo, no lo<br />

ha sido la forma humana que hay en el ídolo. Tenemos escrito que el ídolo no es nada. Estas<br />

cosas no son obra del Verbo; pero lo son todas las cosas que han sido hechas en la<br />

Naturaleza, cuanto hay en las criaturas, todo sin excepción, las cosas que hay fijas en el<br />

cielo, las que brillan sobre nuestras cabezas, las que vuelan bajo el cielo, cuanto se mueve<br />

en el universo, todas las criaturas. Lo diré mas claro, para que lo entendáis bien: cuanto<br />

existe, desde el ángel hasta el gusano. Entre las criaturas, ninguna más excelente que el<br />

ángel y nada más pequeño que el gusano. Pues el mismo que hizo los ángeles ha hecho a<br />

los gusanos aunque el ángel sea para el cielo y el gusano para la tierra. El mismo que creó el<br />

mundo lo ha organizado también. Si el gusano estuviera en el cielo, te parecería Dios


eprensible, al igual que si hubiera dispuesto que los ángeles naciesen de la carne en<br />

corrupción. Pues casi esto se verifica en el hombre y no es reprensible. Todos los hombres<br />

son como gusanos, que nacen de la carne, y de ellos hace Dios ángeles. Si el mismo Señor<br />

ha dicho de sí que es gusano y no hombre, ¿quién no repetirá lo que hay escrito en Job: Con<br />

mucha más razón el hombre es podredumbre y gusano?.<br />

Primero dijo: El hombre es podredumbre, y luego: El hijo del hombre es gusano. Como el<br />

gusano se cría en la podredumbre, dice que el hombre es podredumbre y gusano. Mira qué<br />

se hizo por ti (al encarnarse). Aquel que en el principio existía como Verbo, estaba en Dios y<br />

el Verbo era Dios. ¿Por qué se hizo hombre por ti? Para que te levantases tú, que no podías<br />

comer. Así es, hermanos, a la letra. Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin él no se hizo<br />

nada. Toda criatura ha sido hecha por Él, la grande y la pequeña; por Él han sido hechas las<br />

de arriba y las de abajo, la espiritual y la corporal. Ninguna forma, ninguna unión o concordia<br />

de parte, ninguna sustancia cualquiera que ella sea, nada que tenga peso, número o medida<br />

existe sin el Verbo y sin aquel Verbo Creador, del cual se ha dicho: Todo lo has dispuesto<br />

conforme a medida, número y peso.<br />

14. Que ninguno os engañe cuando sentís las molestias de las moscas. Porque algunos son<br />

burlados y cogidos por el diablo con las moscas. Los cazadores suelen poner en los cepos<br />

moscas y cazar así a las aves hambrientas. Del mismo modo algunos son cogidos por el<br />

diablo con las moscas.<br />

Estaba uno un día molesto con las moscas, y lo encontró así malhumorado un maniqueo. Al<br />

decirle que él no podía aguantar las moscas y que las aborrecía de corazón, le dijo el<br />

maniqueo. ¿Quién las ha creado? Como estaba enfadado con ellas y las aborrecía de<br />

verdad, no se atrevió a decir que Dios las había hecho, pues era católico. El maniqueo añadió<br />

en seguida: Si Dios no ha hecho las moscas, ¿quién las ha podido hacer?<br />

Yo creo, contestó el católico, que sólo el diablo las ha podido hacer.<br />

El maniqueo, en seguida: Si el diablo ha creado las moscas, como me parece que tú<br />

confiesas, juzgando con prudencia, ¿quién ha hecho la abeja, que es un poco mayor que la<br />

mosca? No se atrevió el otro a decir que Dios había hecho la abeja y no había hecho la<br />

mosca, pues eran tan parecidas. De la abeja lo llevó a la langosta, de la langosta a la<br />

salamanquesa, de la salamanquesa al ave, del ave a la oveja, después al buey, al elefante, y<br />

por último al hombre. De esta manera, por el enfado que recibió de las moscas, se convirtió<br />

en mosca y posesión del diablo. Porque dicen que Beelcebuz se interpreta príncipe de las<br />

moscas. De éstas se ha escrito: Las moscas que van a morir acaban con el aceite de la<br />

suavidad.<br />

15. ¿Para qué he referido estas cosas, hermanos? Para que cerréis las puertas de vuestro<br />

corazón a las asechanzas del enemigo. Creed que Dios ha hecho todas las cosas y las ha<br />

puesto en orden.<br />

¿Por qué padecemos muchos males de las criaturas que Dios ha hecho? Porque hemos<br />

ofendido a Dios. Los ángeles no padecen estas cosas. Tal vez nosotros en esa vida no<br />

hubiéramos temido estas cosas. Acusa a tu pecado por tu pena, no al juez. Por nuestra<br />

soberbia Dios ha instituido que esa criatura tan pequeña y tan abyecta nos atormentase. Así<br />

el hombre soberbio que se levanta contra Dios, el hombre mortal que asusta a otros<br />

mortales, el hombre que no quiere reconocer al hombre como su prójimo, cuando se<br />

ensoberbece, es humillado por las pulgas. ¿Por qué te inflas, humana soberbia? Te hace una<br />

injuria el hombre y te hinchas y llenas de ira. Tendrás que luchar con las pulgas para dormir.<br />

Mira quién eres.<br />

Para que nos convenciésemos de que todas estas criaturas que nos molestan han sido<br />

criadas para ayudarnos a vencer nuestra soberbia, mandó Dios al pueblo soberbio de Faraón<br />

moscas y ranas para vencerlo la soberbia con estas cosas tan bajas, habiendo podido<br />

vencerlo con osos, leones y serpientes.<br />

16. Todas las cosas, hermanos, todo absolutamente ha sido creado por Él, y sin Él no se ha<br />

hecho nada. ¿Cómo fueron hechas todas las cosas por Él? Lo que ha sido hecho es la vida<br />

en Él. También se puede decir: Lo que ha sido hecho en Él es vida. Luego todo es vida si<br />

leemos así ¿Hay algo que no haya sido hecho en él? Él es la sabiduría de Dios, como dice el<br />

Salmo: Todo lo has hecho en Sabiduría. Si Cristo es la Sabiduría de Dios y el Salmo dice que


todo ha sido hecho en la Sabiduría, se sigue que, como todo ha sido hecho por Él, hermanos<br />

amadísimos, y todo lo que ha sido hecho en él es vida, se sigue que la tierra es vida y el árbol<br />

es vida. Nosotros llamarnos al leño vida, pero nos referimos al leño de la cruz, de donde<br />

hemos recibido la vida. También la piedra es vida. No es decorosa esta interpretación, y<br />

corremos peligro de que se nos meta otra vez la vil secta de los Maniqueos y nos diga que la<br />

piedra tiene vida, y alma la pared, la cuerda, la lana y el vestido. Así suelen hablar en su<br />

delirio, y cuando se les reprime y refuta, apelan a las Escrituras, y dicen: ¿Para qué se ha<br />

escrito: Lo que fue hecho en Él es vida? si todo ha sido hecho en Él, todo tiene vida.<br />

Para que no te engañen, lee tú así: Lo que ha sido hecho (haz una pausa aquí y sigue luego),<br />

en Él es vida. ¿Qué significa esto? La tierra ha sido hecha, pero no es vida en sí misma. En<br />

la Sabiduría creadora hay una forma espiritual de la tierra que ha sido hecha, y esta forma sí<br />

es vida.<br />

17. Lo explicaré lo mejor que pueda a vuestra Caridad.<br />

Hace el carpintero una arca. Esta arca existe primero en el artífice. Si no la tuviese primero<br />

en su mente el artista, ¿de dónde la podría sacar? Mas el arca que existe en la mente del<br />

artista existe de modo que no es la misma que se ve después con lo ojos del cuerpo. En la<br />

concepción del artista está invisible; en la ejecución, visible. No porque ha sido ya ejecutada<br />

deja de existir en el artista. La tenemos ya en la ejecución externa y en la concepción del<br />

artista. Si se rompe el arca externa que ha ejecutado, puede hacer una segunda nueva<br />

conforme al original que tiene en la mente. Distinguid, pues, el arca en el artista y el arca en<br />

la ejecución. El arca en la ejecución no es vida; vive, en cambio, en la mente del artista,<br />

porque el alma del artista donde están todas las cosas, antes de su ejecución, tiene vida real.<br />

Apliquemos, hermanos amadísimos, el ejemplo a las obras de la Sabiduría de Dios. La<br />

Sabiduría de Dios, que ha hecho todas las cosas, contiene en sí la idea ejemplar de todas las<br />

cosas antes de realizarlas en el exterior. Todo lo que es hecho conforme a esta idea ejemplar<br />

tiene vida en el Verbo, aunque en sí no la tenga.<br />

La tierra que ves existe primero en el artista divino; el cielo, el sol, la luna. En su realidad<br />

sensible son cuerpos; en su causa ejemplar, vida.<br />

Esto lo entenderéis como podáis, porque es algo grande lo que acabo de decir. Aunque no<br />

sea yo grande, alguien verdaderamente grande lo ha dicho. Yo soy, ciertamente pequeño,<br />

pero no digo estas cosas. Yo, para decirlas, miro a otro que no es pequeño. Que cada uno<br />

entienda como pueda y en la medida que pueda. Y el que no pueda, que alimente su<br />

inteligencia hasta que pueda. ¿De dónde debe nutrirse? Con leche primero, hasta que pueda<br />

digerir el alimento sólido. Que no se separe de Cristo nacido en carne mortal hasta que llegue<br />

a Cristo nacido del Padre Unico, Verbo Dios que está en Dios, por quien han sido hechas<br />

todas las cosas. Aquella vida que hay en Él es la luz de los hombres.<br />

18. Esto es lo que sigue: Y la vida era la luz de los hombres. Por esta vida son los hombres<br />

iluminados. Los animales no son iluminados porque carecen de inteligencia para ver la<br />

sabiduría. El hombre, en cambio, hecho a imagen de Dios, tiene entendimiento con que<br />

poder ver la sabiduría. Aquella vida por la cual fueron hechas todas las cosas, ésta misma es<br />

la luz, no de cualquier ser, sino del hombre. Por esto se dice poco después: Existía la luz<br />

verdadera que ilumina a todo hombre que viene al mundo. Esa fue la luz que iluminó a Juan<br />

el Bautista; la misma que iluminó a Juan el Evangelista. Lleno estaba de esta luz el que<br />

escribió: Yo no soy el Cristo, sino el que viene después de mí, a quien yo no soy digno de<br />

soltarle la correa de su zapato. Esta misma luz esclarecía también al que dijo: En el principio<br />

existía el Verbo, el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios. Esa misma vida es la luz de los<br />

hombres.<br />

19. Tal vez haya corazones necios que no pueden todavía recibir esta luz, porque están tan<br />

gravados por sus pecados, que no pueden verla. Si no la pueden ver, que no piensen que la<br />

luz está lejana. Es que ellos mismos son tinieblas por sus pecados. Y la luz luce en las<br />

tinieblas, y las tinieblas no la recibieron. Hermanos, el ciego que está en el sol tiene en sí<br />

presente al sol, pero es como si estuviese ausente; lo mismo pasa con el necio, con el impío,<br />

con el inicuo, que es ciego del alma. Está presente la Sabiduría, pero lo está a un ciego, dista<br />

mucho de su ojos. No está lejana la Sabiduría de él, pero él lo está de la Sabiduría. ¿Qué<br />

debe hacer? Limpiarse para que pueda ver a Dios. A uno que no pudiese ver por tener


enfermos y sucios lo ojos con el polvo, pituita y humo que le ha caído, le diría el médico:<br />

Quita de tu ojo cuanto le hace mal, para que puedas ver la luz de tus ojos. El pecado y las<br />

iniquidades son el polvo, la pituita y el humo. Quita de ahí todas esas cosas y verás la<br />

Sabiduría, que está presente. Dios mismo es la Sabiduría. Y escrito está: Bienaventurados<br />

los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.<br />

San Agustín<br />

TRATADO II SOBRE EL EVANGELIO DE <strong>SAN</strong> JUAN<br />

Sobre el texto: Hubo un hombre enviado por Dios que se llamó Juan, etc., hasta: lleno de<br />

gracia y de verdad (1, 6-14).<br />

1. Conviene, hermanos, que expliquemos, conforme a nuestra posibilidad, el texto de las<br />

Sagradas Escrituras, y sobre todo, del Evangelio sin omitir ningún pasaje. Nosotros, en<br />

nuestra medida, seremos primero alimentados y luego os serviremos a vosotros aquello<br />

mismo con que nosotros nos hemos alimentado. ¿Os acordáis que el domingo pasado<br />

explicamos el primer capítulo; esto es: En el principio existía el Verbo, el Verbo estaba en<br />

Dios y el Verbo era Dios. Éste existía en el principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas<br />

por él y sin él no se hizo nada. Lo que fue hecho es vida en Él, y la vida era luz de los<br />

hombres, y la luz luce en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron? Creo que llegamos<br />

hasta aquí. Recordadlo todos los que asististeis, y los que no vinisteis creednos a nosotros y<br />

a los que estuvieron presentes. Ahora, puesto que no podemos repetir siempre lo mismo, en<br />

atención a los que quieren oír lo que sigue y para evitar la molestia que sería privarlos de lo<br />

que queda, por repetir lo pasado, que se resignen a no pedirnos lo ya explicado los que no<br />

estuvieron aquí y se contenten con oír, juntamente con los que asistieron, lo que voy a<br />

explicar ahora.<br />

2. Sigue (el texto sagrado): Hubo un hombre enviado por Dios que se llamó Juan. El primer<br />

día hablamos de la inefable divinidad del Verbo y de una manera casi inefable también.<br />

Porque, ¿quién puede entender: En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba en Dios?<br />

Para que el uso ordinario de las palabras no quite la fuerza que tiene el Verbo, añade: Y el<br />

Verbo era Dios. De este Verbo hablamos bastante el día anterior. Y espero en el Señor que,<br />

con tanto hablar, habremos llevado algo a vuestros corazones.<br />

En el principio existía el Verbo. Siempre existe el mismo, siempre de la misma manera, como<br />

existe siempre, está ahora; no se puede mudar. Eso significa existe. Éste es su propio<br />

nombre, que reveló a su siervo Moisés: Yo soy el que soy, y Me ha enviado el que es. Esto no<br />

es fácil de entender, pues nosotros no vemos sino cosas mortales, que se cambian, cuerpos<br />

que cambian en sus cualidades, naciendo, creciendo, disminuyendo, muriendo; las mismas<br />

almas crecen y crecen con los afectos de diversos deseos; los hombres pueden conocer la<br />

Sabiduría si se acercan a su luz y calor; la pueden perder si se separan de ella por el mal<br />

deseo. Al ver, pues, todas estas cosas mudables, ¿qué puede ser lo que es, sino aquello que<br />

sobrepasa todo lo que es, de manera que no es al mismo tiempo? ¿Quién puede entender<br />

esto? ¿O quién, por más que esfuerce su ingenio para llegar a lo que hay en la manera que<br />

le sea posible, llegará con su entendimiento al fondo de lo que ha entendido? Esto es lo<br />

mismo que quien ve de lejos la patria y tiene por medio el mar. Ve adónde tiene que ir, pero<br />

no tiene por dónde ir. Nosotros queremos llegar a nuestro descanso, donde está lo que es<br />

realmente, pues esto es lo único que siempre está como es. Tenemos por medio el mar del


siglo presente. Por aquí tenemos que ir. Nosotros vemos adónde debemos ir; hay muchos,<br />

con todo, que no saben adónde dirigirse. Pues (el Verbo), para que tuviésemos un camino<br />

por donde ir, vino de allí adonde queremos ir. ¿Y qué hizo? Nos dio un leño con que<br />

pudiésemos atravesar el mar. Nadie puede pasar el mar de la vida si no va en la cruz de<br />

Cristo. A esta cruz se abrazan a veces aun los que están mal de lo ojos. Por esto, aun quien<br />

no ve por la distancia adónde se dirige, que no se separe de la cruz, porque ella lo llevará.<br />

3. Ved, pues, hermanos míos, por qué me atrevo a daros este consejo: si queréis vivir pía y<br />

cristianamente, abrazados a Cristo en su humanidad, que ha tomado por nosotros, y llegaréis<br />

a Él como Dios que es y era antes. Encarnó y se asemejó a nosotros; se ha hecho lo que no<br />

era para salvar a los enfermos, darles con qué pasar el mar y llegar a la patria, donde ya no<br />

será precisa ninguna nave, porque allí no hay mar. Es mejor no apartarse de Cristo, aunque<br />

no se entiende lo que es que entenderlo, y despreciar su cruz. Mejor todavía y óptimo es ver,<br />

si es posible, adónde hay que ir y agarrarse a la nave el pasajero. Esto lo lograron las<br />

grandes almas de aquellos que hemos llamado montes, a los que de una manera especial<br />

ilustró la luz de la justicia. Lo lograron y vieron qué es ello en sí. Así, Juan, como vidente, dijo:<br />

En el principio existía el Verbo, el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios. Lo vieron, y para<br />

llegar a lo que veía desde lejos, no se separaron de la cruz de Cristo, no despreciaron su<br />

bajeza. Las almas pequeñas, que no pueden ver esto si no se separan de la cruz, de la<br />

pasión y resurrección de Cristo, llegarán allí adonde su vista no alcanza en la misma nave en<br />

que llegan los que pueden ver.<br />

4. Hubo filósofos paganos que encontraron al Creador por la criatura, pues, como claramente<br />

dice el Apóstol, se le puede hallar por la criatura. Porque los atributos invisibles de Dios se<br />

hacen visibles por la creación del mundo, conocidos por la inteligencia en sus obras, tanto su<br />

eterna potencia como su divinidad, de suerte que son inexcusables. Y añade: Por cuanto<br />

habiendo conocido a Dios. No dice que no lo conocieron, sino: Por cuanto, habiendo<br />

conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias; antes se desvanecieron<br />

en sus pensamientos y se entenebreció su insensato corazón. ¿Cómo se oscureció? Lo dice<br />

más claramente en lo que sigue: Alardeando de sabios, se embrutecieron. Vieron dónde<br />

debían llegar; mas, desagradecidos para quien les había dado la vista, prefirieron atribuirse a<br />

sí lo que habían visto. Al ensoberbecerse, perdieron lo que habían visto, y entonces fue<br />

cuando se inclinaron ante los ídolos, las imágenes y esculturas de los demonios, adorando a<br />

la criatura con desprecio del Creador. Ya antes de prostituirse habían caído, y antes de caer<br />

se habían ensoberbecido. Y al llenarse de soberbia fue cuando se creyeron sabios. Éstos de<br />

que habla el Apóstol como conocedores de Dios vieron, lo mismo que dice San Juan, que el<br />

Verbo había creado todas las cosas. Estas verdades las encierran ya los libros de los<br />

filósofos, aun la de que Dios tiene un Hijo Unigénito, por quien ha hecho todas las cosas.<br />

Esto lo vieron en su verdad, pero lo vieron de lejos, y no quisieron aceptar la humildad de<br />

Cristo, la nave donde hubieran llegado con toda seguridad adonde había visto de lejos. Les<br />

pareció vil la cruz de Cristo. Teniendo que atravesar el mar ¿desprecias la nave? ¡Oh<br />

sabiduría soberbia!, que te burlas de Cristo, a quien has visto desde lejos: En el principio<br />

existía el Verbo y el Verbo estaba en Dios. ¿Por qué fue crucificado? Porque te era necesario<br />

el madero de su humildad. Hinchado por la soberbia, habías sido echado lejos de aquella<br />

patria. Está interrumpido el camino con las olas de este mundo; no hay otro medio de llegar a<br />

la patria si no tomas el madero. Él es tu camino, pero a través del mar. Él lo ha recorrido<br />

primero, para indicarte que el camino va por el mar. Tú no puedes andar, como él, sobre las<br />

aguas; tienes, pues, que ir en una nave, en un madero. Cree en el Crucificado y podrás<br />

llegar. Ha sido crucificado por ti, quería enseñarte la humildad. Si hubiera venido como Dios,<br />

no lo hubieras conocido. No podía presentarse como Dios a los que no podían ver a Dios.<br />

Como Dios ni viene ni se va, porque está presente a todos los sitios y no es limitado por<br />

ninguno. ¿En qué forma vino? Revelándose como hombre.<br />

5. Porque se hizo hombre, y ocultó su divinidad, envió delante de sí otro hombre por cuyo<br />

testimonio se revelase más que otro hombre. ¿Quién es éste? Hubo un hombre. Para que su<br />

testimonio sobre Dios fuese verdadero fue enviado por Dios. ¿Cómo se llamaba? Su nombre<br />

era Juan. ¿A qué vino? Vino para testimoniar. Para dar testimonio de la Luz, para que todos<br />

creyesen en ella. ¿Quién es éste que da testimonio de la Luz? Cosa grande tiene que ser<br />

este Juan. Gran mérito, gran gracia, grande cumbre. Admíralo, admíralo de verdad, como a<br />

un monte. El monte, si no es revestido de la luz, está en tinieblas. Admira a Juan; pero oye lo<br />

que sigue: No era él la Luz. Si creyeras que el monte es la Luz, podrías encontrar en él la<br />

muerte en vez de la vida. En el monte debes admirar nada más que al monte como tal.<br />

Levántate a aquel que ilumina al monte el cual, a su vez, se ha levantado también para recibir


primero los rayos que él después envía a tus ojos. Él no era, pues, la Luz.<br />

6. ¿Para qué vino entonces? Para dar testimonio de la Luz. Y este testimonio, ¿a qué fin?<br />

Para que todos creyesen por su medio. ¿Qué luz es la que anuncia? Existía la luz verdadera.<br />

¿Qué añade verdadera? El hombre iluminado es luz; pero la Luz verdadera es la que ilumina.<br />

También nuestros ojos se llenan de luces, sin embargo, si de noche no se enciende una<br />

candela, o de día no sale el sol, inútilmente se abren estas luces de los ojos. De este modo,<br />

Juan era la luz, pero no la luz verdadera. Con la iluminación se convierte en luz; sin ella, en<br />

tinieblas. Si no es iluminado, sigue siendo tinieblas, como todos los impíos a los que,<br />

después de convertirlos, escribe el Apóstol: Fuisteis un tiempo tinieblas. Y ahora, después<br />

que han creído, dice: Y ahora, luz en el Señor. No entenderíamos si no añadiese: En el<br />

Señor, Luz, dice en el Señor; tinieblas no eran en el Señor. Fuisteis un tiempo tinieblas. Aquí<br />

no dijo en el Señor. Tinieblas, pues, en vosotros; luz en el Señor.<br />

7. Pero, ¿dónde está la luz misma? Estaba la luz verdadera que ilumina a todo hombre que<br />

viene al mundo. Si ilumina a todo hombre que viene, también al mismo Juan. Él iluminaba,<br />

por tanto, a aquel por quien quería ser manifestado. Entiéndame vuestra Caridad. Venía a<br />

mentes débiles, corazones enfermos, a alma de ojos legañosos. Aquí venía. ¿Y cómo podría<br />

el alma ver al que es perfecto? De la misma manera que nos damos cuenta de que ha salido<br />

el sol, que no podemos ver en sí mismo por los cuerpos en que se refleja. El que tiene los<br />

ojos enfermos puede ver la pared iluminada y brillante por el sol, el monte, el árbol o cosa<br />

parecida. Los que no pueden ver tan fácilmente la salida misma del sol se dan cuenta de ella<br />

por los otros cuerpos que ilumina. Los hombres a quienes venía Cristo no podían fácilmente<br />

verlo a él. Irradió sobre Juan. Y de él, que confiesa no ser el que irradia e ilumina, sino el<br />

irradiado e iluminado, conocen los demás a Aquel que ilumina, a Aquel que ilustra, a Aquel<br />

que todo lo llena. Si no se hubiera retirado de allí (de Cristo), no tendrá necesidad de tal luz;<br />

tiene ahora que ser iluminado porque se retiró de Aquel por quien el hombre puede estar<br />

siempre en luz.<br />

8. Entonces, si (el Verbo) ha venido, ¿dónde estaba? Estaba en este mundo. Estaba aquí y<br />

vino aquí; estaba aquí por su divinidad; vino aquí según la carne. Estando como estaba aquí<br />

por la divinidad, no podía ser visto por los necios, los ciegos y los impíos. Los malos son las<br />

tinieblas, de que se habla en el texto: La luz en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron.<br />

Aquí estás ahora, aquí estaba, aquí estará siempre, y en ningún tiempo o lugar se retira. Es<br />

necesario que te hagas de un medio para ver al que nunca se separa de ti. Es necesario que<br />

tú no te separes de quien nunca se separa de ti. Es necesario que tú no abandones para que<br />

no seas abandonado. No caigas tú, y Él no te dejará de la vista; si tú caes, Él se te ocultará;<br />

si tú te mantienes firme, él se mantendrá a tu lado.<br />

Desgraciadamente, no te has mantenido en pie. Recuerda de dónde has caído, de dónde te<br />

arrojó el que cayó primero que tú. Te ha arrojado no por la fuerza o violencia, sino por tu<br />

propia voluntad. Si no hubieses consentido con el mal, hubieras permanecido en pie, en la<br />

luz. Ahora que te encuentras caído, que está enfermo tu corazón, el único que puede ver<br />

aquella luz, viene a ti de forma que puedes verlo, se te aparece como hombre y busca el<br />

testimonio de un hombre. Dios pide a un hombre que dé testimonio de el. Dios tiene por<br />

testigo a un hombre. Dios escoge por testigo a un hombre en favor del mismo hombre, tan<br />

débiles somos. Como la antorcha buscando el día. Juan fue llamado antorcha por el mismo<br />

Señor, cuando dijo: Él era una antorcha encendida y luciente, y vosotros pensasteis alegraros<br />

por un momento con su luz, pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan.<br />

9. Así probó que había escogido como testigo a la antorcha para bien de los hombres, de los<br />

que habían de creer y para confundir con la luz de la antorcha a sus enemigos. A aquellos<br />

mismos enemigos que le preguntaron para cogerlo: Dinos, ¿con qué poder haces esas<br />

cosas? Respondió Él: Os voy a hacer Yo a vosotros también una pregunta: Decidme: ¿de<br />

dónde era el Bautismo de Juan, de Dios o de los hombres? Y se turbaron y dijeron entre sí: Si<br />

decimos que de Dios, nos dirá: ¿Por qué no habéis creído entonces en él? (Pues él había<br />

testimoniado en favor de Cristo y había dicho: Yo no soy Cristo, sino Aquel). Pero si decimos<br />

que de los hombres, debemos temer que el pueblo nos apedree, pues tiene a Juan por<br />

Profeta. Tenían miedo a las piedras, pero mayor a la confesión de la verdad, y así,<br />

respondieron falsamente a la Verdad. La iniquidad mintió contra sí misma. Dijeron: No<br />

sabemos. Y porque, negando lo que sabían, cerraron contra su daño, el Señor no les abrió<br />

porque tampoco llamaron. Pues escrito está: Llamad y se os abrirá. Éstos no solamente no<br />

llamaron para que se les abriese, sino que negando, se cerraron a sí mismos la puerta. Por


esto les dijo el Señor: Pues Yo tampoco os digo en qué poder hago estas cosas. Y fueron<br />

confundidos por el mismo Juan y se verificó de esta manera en ellos el texto: He preparado<br />

una antorcha a mi Cristo; a sus enemigos, en cambio, los llenaré de confusión.<br />

10. En el mundo estaba y el mundo fue hecho por Él. No pienses que estaba en el mundo a<br />

la manera como están en él la tierra, el cielo, el sol, la luna y las estrellas, los árboles, los<br />

animales, los hombres. Él no estaba así en el mundo. ¿Cómo estaba entonces? Como está<br />

el artífice que gobierna lo que ha hecho. Él no obró como obra el fabricante. La obra que<br />

hace el artífice está fuera, queda puesta en otro sitio cuando se está fabricando, y aunque<br />

esté cerca, él se sienta en otro sitio, siempre fuera de la obra que realiza. Dios, en cambio,<br />

hace al mundo dentro del mundo, siempre en él opera, nunca se le separa, no queda fuera,<br />

como lo está el que da vueltas a la masa que está modelando. Con la presencia de su<br />

grandeza hace lo que hace, con su presencia gobierna lo que hizo. Su presencia en el mundo<br />

fue tal, que por ella fue hecho el mundo: Y el mundo fue hecho por Él, y el mundo no lo<br />

conoció.<br />

11. ¿Qué significa el mundo fue hecho por Él? Se llama mundo el cielo, la tierra, el mar y<br />

todas las cosas que hay en él. También con otro sentido se llama mundo a sus amadores. El<br />

mundo fue hecho por Él, y el mundo no lo conoció. ¿Acaso los cielos no conocieron a su<br />

Creador? ¿Acaso los ángeles o las estrellas tampoco conocieron a Aquel que confiesan los<br />

demonios? Todas las cosas en todas partes dieron testimonio de Él. ¿Quiénes son los que<br />

no lo conocieron? Los que por amar al mundo se llamaron mundo. El amor es como un<br />

habitar de corazón. Por su amor pudieron ser llamados con el nombre de aquel donde<br />

habitaban. Como cuando decimos: aquella casa es buena, aquella otra es mala. En la que<br />

llamados mala no acusamos a las paredes, ni en la que decimos buena, alabamos los muros,<br />

sino que llamados malos o buenos a los moradores de ella. Así llamamos mundo a los que<br />

habitan en él por el amor.<br />

¿Quiénes son éstos? Los que aman al mundo. Éstos son los que viven en él de corazón. Los<br />

que no aman al mundo, se encuentran en él corporalmente, pero con el corazón están en el<br />

cielo, conforme a la frase del Apóstol: Nuestra morada está en los cielos. Éste es el sentido<br />

de: El mundo fue hecho por Él, y el mundo no lo conoció.<br />

12. Vino a su casa, porque todas estas cosas fueron hechas por Él. Y los suyos no le<br />

recibieron. ¿Quiénes son los suyos? Los hombres que creó. Los judíos, que prefirió a todas<br />

las naciones. Las demás gentes adoraban los ídolos y servían a los demonios. El pueblo<br />

judío, nacido de la sangre de Abraham, era especialmente suyo, porque le estaba ligado por<br />

vínculos de parentesco carnal. Vino a su casa, y los suyos no le recibieron., ¿Es que no lo<br />

recibieron en absoluto? ¿Nadie lo recibió? ¿Nadie se salvó entonces, ya que nadie se puede<br />

salvar si no recibe a Cristo Encarnado?<br />

13. Por esto añade: Y cuantos le recibieron. ¿Qué dio a éstos? Gran benevolencia, gran<br />

misericordia. Hijo Unigénito, no quiso estar solo. Muchos hombres que no han tenido hijos se<br />

adoptan otros en su ancianidad, logrando así por amor lo que les negó naturaleza. Esto<br />

hacen los hombres. Y si uno tiene un hijo nada más, se alegra tanto más, porque este sólo ha<br />

de heredarlo todo y no quedará pobre, al no tener con quién condividir la hacienda. ¿Dios no<br />

procede así? Al único Hijo que había engendrado y por quien había creado todas las cosas,<br />

lo envía a la tierra, para que no fuese solo, sino que tuviese otros hermanos por adopción.<br />

Porque nosotros no hemos nacido de Dios como aquel Unigénito, sino que hemos sido<br />

adoptados por gracia suya. Aquel Unigénito vino al mundo para redimirnos de los pecados<br />

que nos tenían atados y con cuyo impedimento no podíamos ser adoptados. Nos quiso hacer<br />

sus hermanos y nos libertó e hizo sus coherederos. Así lo dice el Apóstol: Y si hijo, también<br />

heredero por Dios. Y otra vez: Herederos de Dios y coherederos de Cristo. No temió tener<br />

coherederos, porque su herencia no es estrecha, aunque muchos entren en ella. Los mismos<br />

que entran a poseer se convierten en herencia de él y Él en herencia de ellos. Escucha de<br />

qué manera pasan a ser herencia de Él: El señor me ha dicho: Tú eres mi Hijo, Yo te he<br />

engendrado hoy; pídeme, y te daré las gentes como herencia tuya. ¿Y cómo se hace Él<br />

herencia nuestra? Dice el Salmo: El señor es la parte de mi herencia y de mi Copa. Que<br />

nosotros lo poseamos y que él nos posea; que él nos posea como Señor y que nosotros lo<br />

poseamos como Vida y como Luz. ¿Qué es lo que ha dado a los que lo recibieron? A los que<br />

creen en su nombre les dio poder de llegar a ser hijos de Dios. Para que se agarren a la cruz<br />

y pasen al mar.


14. ¿Y cómo nacen estos hijos? Porque si son hijos de Dios y hermanos de Cristo,<br />

ciertamente tienen que haber nacido. Si no hubieran nacido, ¿cómo pueden ser hijos? Los<br />

hijos de los hombres nacen de la carne y de la sangre, de la voluntad humana y de la unión<br />

matrimonial. Mas estos hijos de Dios, ¿cómo nacen? No de la sangre, no de hombre y dé<br />

mujer... No de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre. La carne<br />

está puesta por la mujer, porque, cuando la mujer fue creada de la costilla de Adán, dijo esto:<br />

Esto ahora es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Y el Apóstol dice: El que ama a su<br />

esposa, se ama a sí mismo, porque ninguno odia nunca a su propia carne. La carne, por<br />

tanto, significa a la mujer, como algunas veces el espíritu significa al hombre. El marido<br />

gobierna, la mujer es gobernada; el marido manda, la mujer sirve. La casa donde manda la<br />

carne y sirve el espíritu va mal. ¿Qué hay peor que una casa donde la mujer manda sobre el<br />

marido? En la casa ordenada manda el marido y obedece la mujer. El mismo hombre<br />

entonces obra rectamente, cuando obedece su carne y manda su espíritu.<br />

15. Éstos, pues, han nacido no de la voluntad de la carne ni del hombre, sino de Dios. Mas<br />

para que los hombres pudieran nacer de Dios, Dios quiso nacer primero de los hombres.<br />

Cristo es Dios y Cristo Dios ha nacido de los hombres. Es verdad que no buscó sino una<br />

madre en la tierra, porque ya tenía Padre en el cielo. Nació de Dios para crearnos; nació de la<br />

mujer para crearnos segunda vez. No te extrañes, pues, oh hombre, de que seas hecho hijo<br />

de Dios por la gracia, pues naces de Dios conforme su Verbo. Primero quiso que su Verbo<br />

naciese del hombre, para que tú estuvieses más cierto de tu nacimiento de Dios, pudiendo<br />

decir: Dios ha querido nacer del hombre, porque me ha estimado en algo. Para hacerme<br />

inmortal, ha querido nacer Él mortal, por mí. De esta manera, cuando luego nos comunicase<br />

que habíamos nacido de Dios, no nos extrañásemos y horror¡zásemos de tan enorme favor.<br />

Nos tenía que parecer increíble que nosotros pudiésemos nacer de Dios. Por eso para<br />

tranquilizamos nos dice: El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. No te extrañes, por<br />

tanto, de que los hombres nazcan de Dios. Pondera más el que Dios ha nacido de los<br />

hombres. El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros.<br />

16. Al hacerse el Verbo hombre y habitar entre nosotros, con su nacimiento forma el colirio<br />

que limpie los ojos de nuestro corazón y puedan ver su majestad a través de su humildad.<br />

Porque la curación de nuestros ojos se debe a que el Verbo se hizo hombre y habitó entre<br />

nosotros, añade: Y hemos visto su gloria. nadie hubiera podido ver su gloria, si antes no<br />

hubiera sido curado con la humildad de su encarnación. ¿Cuál era el origen de nuestra<br />

ceguera? Atienda vuestra caridad y vea lo que digo. Había caído como polvo en los ojos del<br />

hombre, le había caído tierra, había enfermado su vista, no podía ver la luz. El ojo enfermo es<br />

después ungido para que sane, con tierra, porque con tierra había enfermado. Habías<br />

cegado por el polvo y el polvo te sana. La carne te había cegado y la carne te sana. Por<br />

consentir en los afectos carnales, el alma se había hecho carnal. Así es como había cegado<br />

el ojo del corazón. El Verbo se hizo carne. Éste es el médico que te preparó el colirio. Y<br />

porque el Verbo vino para borrar por la carne las manchas de la carne y matar la muerte con<br />

la muerte, es una realidad que porque el Verbo se hizo Hombre, tú puedes decir: Y nosotros<br />

hemos visto su gloria. ¿Qué gloria? La gloria de haberse hecho hijo del hombre tal vez. Esto<br />

es su humildad, no su gloria. ¿A dónde llega entonces la vista del hombre, curada ya por la<br />

Encarnación? Dice: Hemos visto su gloria, la gloria propia del Unigénito del Padre, lleno de<br />

gracia y de verdad. De la gracia y de la verdad trataremos en otro lugar en el mismo<br />

Evangelio más largamente, si el Señor nos lo concede. Ahora bastan estas cosas. Edificaos<br />

en Cristo, confortaos en la fe y velad con las buenas obras. Y no os separéis del madero con<br />

que habéis de atravesar el mar.

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