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Agosto 11-16.pdf - Lectionautas

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Lunes <strong>11</strong> de agosto<br />

Los hijos son libres<br />

San Mateo 17, 22-27<br />

“Tómalo y dáselo por mí y por ti”<br />

Decimonoveno del tiempo ordinario<br />

Santa Clara<br />

Nuestro texto de hoy comienza con el segundo anuncio que Jesús hace su pasión, muerte<br />

y resurrección (17,22-23a). Frente al anuncio los discípulos “se entristecieron mucho”<br />

(17,23b). De esta forma, el evangelio coloca en primer plano la divergencia entre el<br />

camino del Hijo del Hombre que viene proponiendo Jesús y la actitud negativa de los<br />

discípulos. A los discípulos les cuesta “conectarse” con el camino de Jesús.<br />

Con este trasfondo Mateo nos presenta una escena espléndida en la que se destaca la<br />

libertad de Jesús y se hace un bonito gesto de comunión entre el Maestro y el discípulo.<br />

Una catequesis sobre la libertad de Jesús<br />

El contexto es el cobro del impuesto que todos los israelitas mayores de 20 años pagaban<br />

anualmente para el sostenimiento del templo (para entender mejor ver Éxodo 30,1-10 y<br />

Nehemías 10,33-34). Ante una pregunta en la calle, Pedro ha respondido<br />

apresuradamente que su maestro sí paga el impuesto (17,25a). Cuando llega a casa Jesús<br />

se le anticipa y comienza a hablarle del tema.<br />

¿Tiene alguna importancia el que Jesús pague o no los impuestos mencionados? El hecho<br />

que Jesús pague el impuesto del templo supondría su aceptación de la institución cultual<br />

vigente y suscitaría el interrogante sobre dónde está la novedad del Reino.<br />

Al respecto, en su diálogo con Pedro, Jesús aborda tres puntos:<br />

(1) La pregunta que Jesús le hace a Pedro (“los reyes de la tierra, ¿de quién cobran tasas<br />

o tributo, de sus hijos o de los extraños?”, 17,25), está basada en el habitual y conocido<br />

comportamiento de los reyes de la tierra, quienes eran despiadados con sus súbditos, y los<br />

confronta con el comportamiento de Dios, quien es amoroso y generoso con sus hijos.<br />

Este es un primer punto que debe quedar claro: en Dios no hay sometimiento sino<br />

relación amorosa.<br />

(2) Cuando Pedro responde, Jesús mismo infiere: “Por tanto, libres están los hijos”<br />

(17,26). Aparece el tema de la libertad. La libertad constituye el vértice de la predicación<br />

de todo el Nuevo Testamento (ver por ejemplo: Gálatas 5,1: “Para ser libres nos libertó<br />

Cristo”). Según nuestro pasaje, la relación con Dios es como un vivir en casa con él, o<br />

sea, en un amplio margen de libertad (por ejemplo: uno no paga alquiler en la propia<br />

casa). De ahí que Jesús no se considere obligado a pagar el impuesto.


(3) En este pasaje vemos aparece una visión con relación al Templo de Israel. La<br />

comunidad cristiana tiene una nueva relación con Dios que se establece, no por medio del<br />

Templo, sino de la persona de Jesús.<br />

Un bello gesto de comunión entre el Maestro y el discípulo<br />

En el milagro del pez, dentro del cual se encuentra la cantidad exacta de la tasa del<br />

impuesto de dos personas, se pone de manifiesto la preciosa comunión que el Maestro<br />

está tejiendo con su discípulo: “págalo por ti y por mí” (17,27b). Esta moneda aparece<br />

como signo del profundo afecto que los une, de la unidad hacia la que apunta su relación.<br />

Por otra parte al decidir llevar a cabo el pago del impuesto Jesús argumenta: “para que<br />

no les sirvamos de escándalo” (17,27a).<br />

Jesús es libre y, como vimos, la libertad del discípulo se apoya en su relación con Jesús.<br />

Pero no es una libertad sin límites. La frase sobre el escándalo podría también leerse<br />

positivamente: si bien por dentro es completamente libre, hacia fuera él se permite asumir<br />

compromisos, esto es, sin perder su espíritu crítico con la sociedad, ni domesticar sus<br />

opiniones; es así como un discípulo no deja de comprometerse con lo que contribuye al<br />

bien común.<br />

La fe tiene una dimensión social que podríamos llamar, incluso, política, en el buen<br />

sentido del término: constructora de sociedad.<br />

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón<br />

1. ¿Tengo conciencia de que soy “hijo de un Rey” y por lo tanto libre? ¿Cómo se<br />

manifiesta mi libertad en Cristo?<br />

2. ¿Qué relación hay entre el anuncio de la Pasión y el relato del pago del impuesto?<br />

¿Por qué es importante la comunión con Jesús en todos los aspectos?<br />

3. ¿Qué formas de compromiso estoy llamado a asumir con mi sociedad, sin por ello<br />

perder la libertad de mi corazón?<br />

Palabras de una persona que, en vísperas del martirio, fue compañera de prisión de Santa<br />

Teresa Benedicta de la Cruz, mejor conocida en el mundo como la filósofa Edith Stein:<br />

“Había una monja que me llamó inmediatamente la atención y a la que jamás he podido<br />

olvidar, a pesar de los muchos episodios repugnantes de los que fui testigo allí. Aquella<br />

mujer, con una sonrisa que no era una simple máscara, iluminaba y daba calor. Yo tuve<br />

la certeza de que me hallaba ante una persona verdaderamente grande. En una<br />

conversación dijo ella: ‘El mundo está hecho de contradicciones; en último término nada<br />

quedará de estas contradicciones. Sólo el gran amor permanecerá. ¿Cómo podría ser de<br />

otra manera?’”.<br />

(Campo de concentración de Auschwitz, 1942)<br />

“Todo sufrimiento llevado en unión con el Señor es un sufrimiento que da fruto porque<br />

forma parte de la gran obra de redención”.<br />

(Edith Stein)


Martes 12 de agosto<br />

“Aprender la vida comunitaria”<br />

Mt 18,1-5.10.12-14<br />

Decimonoveno del tiempo ordinario<br />

Santa Juana Francisca de Chantal<br />

Como telón de fondo queda el evangelio de ayer en que veíamos un signo precioso de<br />

comunión del Maestro y el discípulo. Estamos leyendo el capítulo 18 de Mateo, en el que<br />

Jesús forma a sus discípulos para la comunión entre ellos, es decir para formar<br />

comunidad. Se trata de la así llamada “instrucción sobre la vida comunitaria”.<br />

Lo que más le interesa a Jesús en sus instrucciones, según el evangelista Mateo, es<br />

inculcar principios, de los cuales se desprende toda una serie de actitudes y<br />

comportamientos. Veamos los que nos presenta el texto de hoy.<br />

(1). El punto de partida para la convivencia es la conversión personal (18,1-4)<br />

El marco es la pregunta sobre quién es el mayor (la autoridad) en la comunidad, lo que<br />

significa quién es el que puede considerarse maduro y capaz de guiar a sus hermanos. En<br />

el centro se da la respuesta con una frase contundente: “Si no cambiáis”. La puerta de<br />

entrada a la comunidad es la conversión y esto es lo que se espera del líder. Muchos de<br />

los problemas comunitarios vienen de la inmadurez de sus miembros, lo que en el fondo<br />

es falta de conversión. Jesús coloca un niño en medio de su respetable auditorio<br />

apostólico y lo propone como el modelo de la persona que sabe hacer comunidad: un<br />

niño es el que hace un camino de crecimiento, el que sigue las etapas lentas y firmes de<br />

maduración. Pues bien, la conversión es análoga a un lento proceso de maduración. A la<br />

grandeza se llega por el camino que tiene como punto de partida la pequeñez que<br />

dispone, en la apertura, al aprender.<br />

(2) La atención prioritaria a la vulnerabilidad del “pequeño” (18,5-10)<br />

Los “pequeños” en la comunidad de Mateo eran los recién convertidos que, viniendo de<br />

un paso difícil (ver Mateo 22,32: los publicanos y las prostitutas que creyeron en Jesús),<br />

llegaban a compartir todo incluso con personas que desde siempre habían llevado una<br />

vida correcta. Esto generaba tensiones en la comunidad. Sucedían dos eventualidades: (1)<br />

Algunas actitudes de los más “recorridos” en la comunidad escandalizaban a los nuevos<br />

miembros que esperaban ver todo correcto al ciento por ciento. (2) Algunos se permitían<br />

despreciar a los recién convertidos recordándoles su vida pasada y negándoles espacios<br />

en la comunidad a cuenta de su antigua mala fama. En ambos casos estos “pequeños” se<br />

desanimaban y desertaban desilusionados de la comunidad de fe. Jesús dice: ¡no<br />

escandalizar, no menospreciar!


(3) La comunidad es buena pastora de todos sus miembros (18,12-14)<br />

En Lucas el buen pastor es Jesús que busca presurosamente a su oveja perdida (ver Lc<br />

15,4-7). Mateo, por su parte, le da un enfoque comunitario a la parábola: toda la<br />

comunidad es responsable de cada uno de sus hermanos. En el texto, Jesús vuelve a<br />

mencionar a los “pequeños” que son los frágiles que necesitan mayor atención y<br />

acompañamiento en sus procesos de maduración. Pero es claro que todos son<br />

responsables de todos y cada uno se descubre a sí mismo hacia el otro como rostro del<br />

Padre celestial, responsable y amoroso con todos sus hijos. En esta atmósfera la<br />

comunidad vive en una alegría y en una valoración permanente del otro.<br />

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón<br />

1. ¿Qué principios y comportamientos asumo a la hora de hacer de mi familia y de<br />

mi grupo una verdadera comunidad al estilo del Reino?<br />

2. ¿A quiénes considero como “pequeños” en mi familia y en mi comunidad? ¿Son<br />

evangélicas mis actitudes hacia ellos?<br />

3. ¿Qué espacios, formas y procesos de maduración ofrecemos en la comunidad)<br />

familia, Iglesia) para apoyar solidariamente el crecimiento de cada hermano en el<br />

seguimiento de Jesús?


Miércoles 13 de agosto<br />

Decimonoveno del tiempo ordinario<br />

La comunidad como “buena pastora” de todos sus miembros<br />

San Mateo 18, 15-20<br />

“Si te escucha, habrás ganado a tu hermano”<br />

Continuamos con nuestra lectura del evangelio según san Mateo. Ya estamos en el cuarto<br />

gran discurso de Jesús, que bien podría titularse: “Instrucción sobre la vida en<br />

comunidad”.<br />

Al hacer la “Lectio” de estos textos, recordemos que lo que más le interesa a Jesús en sus<br />

instrucciones -según el evangelista Mateo- es inculcar principios de vida, de los cuales se<br />

desprende luego toda una serie de actitudes y comportamientos.<br />

En el texto de hoy, Mateo 18,15-20, Jesús nos dice cómo enfrentar situaciones difíciles<br />

en la vida comunitaria, particularmente cuando se sabe que un hermano “llega a pecar”<br />

llevando una vida fuera de los criterios de vida de un discípulo de Jesús.<br />

1. El presupuesto: la comunidad se siente responsable de cada uno de los hermanos<br />

(18,12-14)<br />

Tal como vemos en el pasaje inmediatamente anterior, en 18,12-14, la comunidad es<br />

“buena pastora” de cada uno de sus miembros.<br />

En Mateo hay una pequeña diferencia con el evangelio de Lucas en este punto. En Lucas<br />

el buen pastor es Jesús que busca presurosamente a su oveja perdida (ver Lc 15,4-7).<br />

Mateo, por su parte, le da un enfoque comunitario a la parábola: toda la comunidad es<br />

responsable de cada uno de sus hermanos.<br />

La oveja perdida es denominada “pequeño”: “No es voluntad de vuestro Padre celestial<br />

que se pierda uno solo de estos pequeños” (18,14). Los “pequeños” son los frágiles –<br />

incluso moralmente- en la comunidad, que necesitan mayor atención y acompañamiento<br />

en sus procesos de maduración.<br />

Para Mateo, todos son responsables de todos y cada uno se como rostro de Padre<br />

celestial, responsable y amoroso con todos sus hijos.<br />

2. Cómo se hace la recuperación del hermano que cae en pecado (18,15-17)<br />

Después de enunciar el principio general se pasa: ¿Qué hacer cuando nos enteramos que<br />

un hermano está en una vida de pecado?


En el texto lo primero que se le recuerda a uno es que él es un “hermano” y como tal hay<br />

que seguir tratándolo, por eso la repetición de la frase “tu hermano” (18,15ª).<br />

Luego se describe el camino recomendado para que un pastor traiga de nuevo la oveja a<br />

su casa. No perdamos de vista que lo que se busca, ante todo, es su salvación: “Si te<br />

escucha, habrás ganado a tu hermano” (18,15b).<br />

Pero la experiencia muestra que hay casos difíciles que resisten a la conversión, se trata<br />

de aquellos que se hacen los sordos (notar la repetición del término “escuchar” a lo largo<br />

del texto). Se propone entonces el camino de la paciencia y de la firmeza comunitaria:<br />

(1) Interperlar: se le llama la atención a solas, de lo cual se espera siempre el mejor de<br />

los resultados;<br />

(2) Objetivizar: si la persona continúa tercamente en su comportamiento, entonces se<br />

invitan unos testigos para que quede claro de que no es mala intención contra la persona<br />

(una visión subjetiva de quien quiere ayudar) sino de algo objetivo;<br />

(3) Llamar la atención formalmente: ahora el asunto llega al máximo nivel de<br />

corrección que es la comunidad entera (quizás representada en sus líderes).<br />

Ahora bien, si todo el proceso fracasa no queda más remedio que darle el trato propio de<br />

una persona que aún no se ha convertido -como los gentiles y publicanos-, esto es:<br />

mandarlo a hacer todo el camino cristiano desde el principio.<br />

3. La prudencia en las decisiones de la comunidad con relación a las personas<br />

(18,18)<br />

El v.18 deja entender que con una persona que intencionalmente persiste en su situación<br />

de pecado se puede llegar a la más dolorosa y drástica de las decisiones: la excomunión,<br />

es decir, dejará de ser considerado “hermano” en la comunidad.<br />

Pero llama la atención que ahora Jesús pone su atención en las personas encargadas de<br />

tomar esta decisión:<br />

(1) Según este pasaje se trata de la comunidad entera la que tiene la potestad de “atar y<br />

desatar”;<br />

(2) Se les recuerda cualquier decisión que tomen es seria (lo que hagan en la tierra<br />

quedará hecho en el cielo), de ahí que no se deban tomar decisiones aceleradamente sino<br />

siempre con cautela.<br />

4. La comunión en la oración como expresión de la solidaridad en todos los aspectos<br />

de la vida (18,19-20)<br />

Es la presencia de Cristo en medio de su Iglesia la que le da valor y peso a sus decisiones.<br />

Esto es lo que ahora se profundiza: cuando la comunidad está bien unida y compacta en<br />

una misma fe, sucede en ella lo que el Antiguo Testamento llama la “Shekináh”, es decir,<br />

ella es espacio habitado por la gloria del Señor, que para nuestro caso es el Señor


Resucitado. La unidad de la comunidad expresa la comunión perfecta con Jesús viviente<br />

en medio de ella.<br />

Llama la atención que en una comunidad así, es tal la solidaridad entre los hermanos, que<br />

todos son capaces pedir lo mismo (“se ponen de acuerdo para pedir algo”, 18,19),<br />

renunciando a sus intereses personales, los cuales normalmente aflorarían a la hora de<br />

hacer peticiones.<br />

En una comunidad que llega a este nivel profundo de solidaridad, teniendo un mismo<br />

“sentir” profundo, pueden resonar con fuerza las palabras de Jesús: “allí estoy yo en<br />

medio de ellos” (18,20). ¡Esta sí que es una verdadera comunidad!<br />

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón<br />

1. ¿Soy consciente de las graves consecuencias de un mal manejo de la disciplina en una<br />

comunidad?<br />

2. ¿Qué comportamientos de dominancia o prepotencia de mi parte han fragmentado la<br />

unidad de mi familia y de mi comunidad?<br />

3, ¿Qué pasos y recursos pedagógicos ha de asumir una comunidad para que evidencie en<br />

ella la vida misma del Resucitado?<br />

Jueves 14 de agosto<br />

Una Escuela de Padres sobre el Perdón<br />

San Mateo 18, 21-19,1<br />

“Perdonar de corazón a su hermano”<br />

Decimonovena del tiempo ordinario<br />

San Maximiliano María Kolbe<br />

Hagamos hoy una Escuela de Padres –relectura desde la perspectiva familiar- a partir del<br />

evangelio del día.<br />

Para ilustrar la enseñanza sobre el perdón “setenta veces siete” al hermano que nos<br />

ofende, Jesús contó la parábola del siervo que no tuvo compasión con su compañero. Esta<br />

parábola habla de la relación Patrón-empleado y también compañeros de trabajo. Hoy<br />

podríamos leerla cambiando los personajes por el esposo y la esposa.<br />

Recreemos el momento central de la parábola<br />

Una persona le dice a otra: “¡Paga lo que debes!” (18,28ª).


Un denario corresponde a la paga de un día que recibe un trabajador. Por eso puede<br />

suceder que tener que pagar cien denarios parezca una cifra bastante alta, al menos para<br />

quien recibe un salario mínimo: se trata de ¡cien días de trabajo!<br />

Ahora bien, aquél que está esperando que le paguen ese dinero, porque lo está<br />

necesitando, no puede menos que irritarse si el deudor se niega a darle de vuelta lo que<br />

fue generosamente dado en préstamo. Como sucede con el siervo de la parábola, cuando<br />

uno nota que el otro se está haciendo el loco, dan ganas de estrangularlo. Hay momentos<br />

en los que la paciencia se acaba, en los que parece que ya no vale la pena seguir<br />

esperando y entonces ponemos en nuestros labios las palabras que oyen en la parábola:<br />

“Es hora de que me pagues lo que me debes”.<br />

Un caso familiar<br />

Una señora le decía bastante irritada a su marido: “¡Ya van veinte años que llevo<br />

esperando que cambies!”. Luego, con profundo dolor, le agrega: “Por lo que veo, no te<br />

interesas verdaderamente por mí, no tienes iniciativas, nunca tienes tiempo para los de tu<br />

propia casa, es más importante tu trabajo, tus amigos o quien sabe qué más tendrás por la<br />

calle”.<br />

Puede suceder que una señora esposa que ya ha llegado a este extremo, se sienta tan<br />

herida que el marido que tiempo atrás amaba con tanta intensidad se le comience a salir<br />

del corazón. El amor comienza a cambiarse en rabia y en resentimiento. Es posible que el<br />

corazón de esta esposa de repente se vaya volviendo duro y piense incluso en ponerle fin<br />

a esta situación -¡Oh triste situación!- con la ruptura de su matrimonio.<br />

Precisamente esto es lo que hace uno de los siervos de la parábola cuando toma la<br />

decisión de mandar a la cárcel a su viejo amigo que le debía los cien denarios. Aquellos<br />

cien denarios se volvieron una deuda insolvente. Como en el caso de aquella pareja, llega<br />

el momento de la ofuscación en que no se ven caminos de solución al problema, entonces<br />

se toman actitudes arrogantes y pasa al paso al plano jurídico, dejando de lado la<br />

misericordia. Como quien dice: “¡Tú me debes, me pagas y punto!”.<br />

Y puede suceder que si en ese momento la contraparte intenta recapacitar, se le de la<br />

espalda, sea porque lo que quiere hacer todavía es muy poco o porque llegó demasiado<br />

tarde (“Ya para qué, si cuando te necesité no apareciste”) o simplemente porque ya<br />

perdió toda credibilidad.<br />

Pero un cónyuge sin misericordia, que no es capaz de inclinarse ante la debilidad de su<br />

pareja, tampoco será capaz de captar –yendo más allá de la herida del propio<br />

resentimiento- sus buenas intenciones de su pareja, sino que se instalará en el punto de<br />

que “tiene derecho”.<br />

¿Por qué perdonar?


En el caso de los siervos de la parábola valdría la pena preguntarse: ¿Por qué aquél siervo<br />

afectado tendría que sentir por dentro una gran compasión hacia su compañero? La razón<br />

es: porque él es conciente de que ha sido perdonado por el único Señor (ver 18,27).<br />

Ninguno de nosotros es perfecto, todos tenemos nuestras debilidades, y con relación a<br />

nuestro lado flaco, muy probablemente más de una vez otros han tenido misericordia con<br />

nosotros.<br />

Según la parábola, aquel siervo que exigió sus derechos al otro siervo, había recibido de<br />

mano de su patrón el perdón de una deuda que era casi un millón de veces más alta (diez<br />

mil talentos) con relación a aquello que su compañero le debía. Mientras uno debía cien<br />

denarios, el cobrador por su parte debía diez mil talentos. Cien denarios contra diez mil<br />

talentos es una desproporción enorme.<br />

No es necesario que el cónyuge que ya agotó la paciencia con su pareja haya cometido<br />

algún delito monstruoso, puede ser incluso que nunca le haya sido infiel a su pareja, pero<br />

esta persona sabe muy bien cuántas ingratitudes, cuántas malas contestaciones e<br />

imprudencias, cuántos pecados pequeños o grandes también ella ha cometido. Esta<br />

persona sabe que cada vez ha sido perdonada. A lo mejor alguna vez ha podido decir en<br />

el Templo: “Mi Señor me acoge, me asume como soy, no me echa nada en cara nada, me<br />

abraza con su ternura”, y así ha llorado por sus pecados y ha vivido la grata emoción del<br />

sentir el perdón.<br />

¿No habrá que poner en práctica la oración: “Perdónanos nuestras deudas como<br />

también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores” (6,12)?<br />

En la parábola que estamos releyendo hoy, esta enseñanza es mucho más incisiva. El<br />

Señor dice: “¿No debías tú también tener misericordia con tu compañero del mismo<br />

modo que yo tuve misericordia contigo?” (18,33). Pues esta misma frase se puede<br />

pronunciar en el matrimonio: “¿No debías tú también tener misericordia con tu<br />

pareja?”.<br />

En fin…<br />

Perdonar es lo más específico del matrimonio como también de toda relación. Uno puede<br />

pedir la gracia de perdonar porque el nuestro misericordioso Dios ya nos puso en el<br />

corazón esta capacidad desmedida cuando perdonó nuestros pecados. Este es el<br />

verdadero “perdón de corazón” de que haba la parábola en la última línea.<br />

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón<br />

1. ¿He pasado o estoy pasando por alguna situación difícil con mi pareja o con algún otro<br />

miembro de mi familia? ¿Cómo podría releerla a partir de la parábola de hoy?<br />

2. ¿Han sucedido experiencias similares en mi vida comunitaria cristiana?<br />

3. ¿Por qué debo perdonar? ¿De dónde proviene la “gracia” para hacerlo?<br />

"Dios no ha de forzar nuestra voluntad; toma lo que le damos; mas no se da a sí del todo<br />

hasta que nos damos del todo"


(Santa Teresa de Jesús)


Viernes 15 de agosto<br />

María en la Gloria:<br />

Imagen de lo que un día seremos<br />

San Lucas 1, 39-56<br />

“Ha hecho en mí maravillas”<br />

Decimonoveno del tiempo ordinario<br />

Celebramos con gozo una de las fiestas más bellas de la Santísima Virgen María: su<br />

glorificación en cuerpo y alma al cielo.<br />

En este día constatamos una vez cómo la profecía que salió de sus labios, “Todas las<br />

generaciones me llamarán bienaventurada” (Lucas 1,48), se ha cumplido<br />

ininterrumpidamente hasta la fecha.<br />

No deseamos otra cosa, en una fecha como ésta, que hacer propias las palabras del Padre<br />

de la Iglesia que decía:<br />

“Que en cada uno esté el alma de María para engrandecer al Señor,<br />

que en cada uno esté el espíritu de María para exultar en Dios!”<br />

(San Ambrosio)<br />

En el misterio de su Asunción al Cielo cantamos la Gloria de María, pero ¿en qué<br />

consiste la Gloria de María?<br />

La verdadera gloria de María es su participación en la misma luz de Dios. Así como la<br />

mujer revestida del resplandor del sol del Apocalipsis, ella ha sido envuelta en su misma<br />

gloria, ha sido sumergida en Dios. En esta gloria María realiza la vocación para la cual<br />

toda criatura humana y la Iglesia entera ha sido creada: ser “alabanza de la gloria” de<br />

Dios (Efesios 1,14).<br />

Por eso en esta solemnidad proclamamos junto con la Iglesia entera que María ha entrado<br />

en la Gloria de su Hijo Jesús con todo lo que ella es, con la humildad de su vida, de su<br />

silencio, de su entrega discreta, de su camino en el seguimiento hasta los pies de la cruz.<br />

Para decirlo en pocas palabras: María –la Madre y humilde discípula- participa ahora de<br />

la plenitud de la vida resucitada de Jesús y vive en perfecta comunión con Dios. Éste es el<br />

motivo de nuestra fiesta.<br />

1. Un maravilloso icono que da ganas de ir al Cielo<br />

La Asunción de María nos obliga a levantar la mirada.<br />

Una mirada hacia lo alto


Ante todo María nos lleva a contemplar al “Poderoso”, “Santo” y “Misericordioso” Dios<br />

que realizó en ella todas esas maravillas (Lc 1,49). Es al autor de toda esta obra a quien<br />

adoramos, alabamos y agradecemos.<br />

El que importa en última instancia es Aquél que la creó, la amó, la llamó y finalmente la<br />

acogió, toda ella transformada por la redención y resurrección del Hijo, en su mismo ser.<br />

Por eso la de hoy es una fiesta de alabanza: nos asombramos una vez más por las<br />

maravillas de Dios en María, las cuales son un anuncio vivo de lo que nos aguarda<br />

también a nosotros si transitamos por su mismo camino.<br />

El sentido y la plenitud de nuestra vida y la de la humanidad entera se encuentra en esta<br />

comunión con Dios en la que la vemos entrar, en el colmo de su felicidad, cantando su<br />

Magníficat.<br />

Una mirada hacia el futuro<br />

Este misterio de María tiene su particularidad. Mientras en todos los demás<br />

contemplamos a María como modelo de lo que debemos ser en el presente, en la<br />

solemnidad de hoy la contemplamos como signo de lo que un día, en el futuro, seremos.<br />

María motiva nuestra esperanza. Ella es la demostración de la verdad de la palabra en la<br />

Escritura Santa: “si compartimos sus sufrimientos, compartiremos también su gloria”<br />

(Romanos 8,17). Aunque también es verdad que si nadie ha sufrido “con Cristo” más que<br />

María, ninguno es más glorificado “con Cristo” que María.<br />

En este sentido, María asunta al cielo es imagen viva del futuro de la Iglesia. El tránsito<br />

de María, nos enseña cuál es la meta de nuestro tránsito en la tierra y cuál es la dirección<br />

de nuestra peregrinación de regreso hacia el Padre hasta el día en que nos sumerjamos en<br />

el océano inmenso de su misterio y de su amor.<br />

Una mirada hacia nosotros mismos<br />

Por todo lo anterior, María es un icono de lo cada uno de nosotros anhela ser y es así<br />

como este misterio tiene que ver con nuestra realidad más profunda. Con María<br />

comprendemos no sólo dónde está la meta sino cuál es la ruta: la Cristificación.<br />

Es a esa identificación total hacia la cual nuestro corazón orante se siente siempre atraído,<br />

porque para eso fuimos llamados. Por eso nos leemos en el evangelio escrito en la vida de<br />

María: ella es como un espejo de lo que nos espera y junto con ella comenzamos desde<br />

ahora la fiesta de nuestro destino.<br />

María llegó al Cielo a través de un largo tránsito de alegría y de dolor por los caminos del<br />

Evangelio. Ella fue la discípula que caminó más cerca de Él porque fue la primera en<br />

entrar al cielo después de la ascensión de Jesús. Pero esto no era más que el vértice de un


camino de cristificación por las rutas del discipulado, el coronamiento de su proceso de<br />

conformación con Jesús sufriente y glorioso. Su tránsito nos indica, entonces, la finalidad<br />

y la forma de nuestro vivir, sufrir, esperar, amar, obrar.<br />

Una mirada hacia lo que tenemos que hacer<br />

En esta solemnidad profundizamos en el misterio por medio de las lecturas bíblicas y<br />

descubrimos, a partir de ellas, una doble realidad:<br />

• La realidad terrena en que realizamos nuestro tránsito, donde combatimos por la<br />

fidelidad en la fe, un terreno siempre conflictivo donde se dan cita las fuerzas<br />

opuestas del bien y del mal, tal como nos lo anuncia hoy la primera lectura, tomada<br />

del Apocalipsis.<br />

• El gran horizonte de vida plena –en la comunión con Dios, participando en la<br />

resurrección de Cristo– que se abre para quien cree en las promesas de la Palabra,<br />

como lo expresan Isabel y María en sus respectivos cánticos en el evangelio de Lucas.<br />

Observando estas dos realidades ante las que nos coloca la Palabra, vamos ahora a tratar<br />

de desentrañar algunas lecciones que esta solemnidad nos deja.<br />

2. En la arena de la historia: Maria nos enseña que venceremos (Apocalipsis)<br />

Vayamos primero al libro del Apocalipsis (<strong>11</strong>,19;12,1-6.10) y contemplemos allí la<br />

imagen de una mujer que el vidente describe como revestida por la fulgurante luz de<br />

Dios.<br />

El combate y la victoria<br />

El texto parece enigmático a primera vista. Pero comienza a descifrarse en la medida en<br />

que nos detenemos en las imágenes que van desfilando ante nuestros ojos:<br />

• Vemos una mujer “vestida de sol” (Ap 12,1) en quien, con la interpretación de la<br />

Iglesia, reconocemos a la que es la mejor representante del pueblo de Israel (por eso<br />

las doce estrellas) y que está a punto de dar a luz al Mesías (12,2): María dando a luz<br />

al Verbo hecho carne, a Jesús.<br />

• Vemos también un enorme “dragón” sanguinario (12,3-4), símbolo del mal que<br />

quiere devorar al niño recién nacido por ser Él primogénito de la nueva humanidad,<br />

de una vida nueva, que se opone a sus caprichos.<br />

La imagen más importante es la lucha dramática, agresiva y aparentemente desventajosa,<br />

entre la mujer y el dragón, una lucha que tiene en el centro al hijo recién nacido de la<br />

mujer. Esta lucha ve la victoria final de Dios en la glorificación de Jesús: “Ha llegado la<br />

salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios y la potestad de su Cristo” (12,10). Por<br />

su participación en esta glorificación, María ya ha alcanzado esta victoria.<br />

Nuestros combates y nuestra victoria


Pero nosotros leemos también en esta escena nuestro presente: la lucha perenne entre el<br />

bien y el mal, entre la vida y la muerte, entre Dios Padre que ama el mundo hasta darnos<br />

a su Hijo, y el enemigo del hombre que quiere privarnos de la filiación divina, de nuestra<br />

dignidad de hijos de Dios, que quiere cerrarnos la boca para que no gritemos “Abbá,<br />

Padre”, que trata de todas las formas posibles arrancar de nuestros corazones el respeto,<br />

el estupor, el amor por la vida.<br />

El “dragón” representa todos los planes destructivos de la libertad y de la dignidad<br />

humana, todo lo que es falta de respeto contra la gente, todas la fuerzas que nos bloquean<br />

interior y exteriormente para que no optemos por el plan de amor y de salvación del<br />

Padre.<br />

El “dragón” representa, entonces, a todos los ídolos que nos asedian, los ídolos del poder,<br />

de la fama, del placer, de la ambición, que nos impiden descubrir con mayor esplendor en<br />

el rostro de Jesús crucificado el esplendor del Padre.<br />

Allí en medio está Maria<br />

En este texto enigmático del Apocalipsis, la mujer resplandeciente, “revestida por el sol”,<br />

representa también la humanidad salvada, restituida a Dios su creador. El futuro del<br />

hombre y del mundo, nuestro verdadero destino es el que seamos revestidos de la luz<br />

espléndida de Dios.<br />

Y ya que ninguna criatura humana ha sido, ni es ni será tan de Jesús como lo fue, como lo<br />

es y como será siempre María, ella es la primera que toma parte en la victoria final de su<br />

Hijo sobre la muerte, anticipando la gloria reservada a todos nosotros, a toda la<br />

humanidad.<br />

Nuestra peregrinación, seamos realistas, está marcada por el combate espiritual contra<br />

todas las fuerzas adversas al Reino de Dios. Pero, tengámoslo hoy bien claro, María nos<br />

asegura que venceremos, María nos indica el camino para seguir a Jesús, María agudiza<br />

nuestra mirada de fe para descubrir en el tejido complejo de nuestras jornadas, aún en el<br />

sufrimiento y en la pruebas, el germen vivo de la salvación definitiva.<br />

3. Un evangelio para cantar junto con María (Lucas)<br />

El evangelio de hoy nos coloca ante dos cánticos inspirados que provienen<br />

respectivamente de dos mujeres, Isabel y María, y en los que se pone de relieve la<br />

“gloria” de María.<br />

Primer cántico: aprender a ser felices (1,42-45)<br />

En sus palabras de felicitación, Isabel deja entender que hay una gloria de María que<br />

podemos ver con nuestros ojos sobre la tierra: Ella es la “Bendita entre todas las


mujeres” (Lucas 1,42), es la “Madre del Señor” (1,43), es la mujer “feliz” (1,45a). Y<br />

esta gloria brotó de la obra de Dios acogida en la buena tierra de su fe: “¡Feliz la que ha<br />

creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (1,45).<br />

María alcanza esta “bienaventuranza” por el camino doloroso de la fe sostenida por la<br />

Palabra, así llega a la meta cierta que Isabel llama la “felicidad”, la plenitud de vida en el<br />

Señor.<br />

Pero si es grande la gloria de María sobre la tierra, mayor es su gloria en el cielo. Como<br />

se ve en el texto, María no se quedó con la felicitación sino que enseguida la orientó<br />

hacia la alabanza de Dios. Por eso elevemos la mirada junto con María para cantar su<br />

Magníficat.<br />

Segundo cántico (1,46-55)<br />

María acoge la bendición y la bienaventuranza que provienen de Isabel, no en su ego sino<br />

en el terreno fecundo de su corazón orante e improvisa un canto festivo, de alabanza, de<br />

exultación a Aquel que en ella ha hecho cosas verdaderamente maravillosas, cosas<br />

grandes.<br />

En la medida en que se desarrolla su oración vemos cómo se va expresando la conciencia<br />

que tiene de la “gloria” que la habita y, al interior de su experiencia personal, de la gloria<br />

de Dios que quiere habitar a toda la humanidad. María hace de su cántico una escuela de<br />

alabanza (y de compromiso) en la cual también nosotros redescubrimos nuestra sublime<br />

vocación.<br />

(1) Alabar y agradecer junto con María<br />

“Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador” (12,46-47).<br />

¿Qué hace?<br />

“Engrandece”. Estas palabras expresan emociones fuertes y profundas. María ama a<br />

Dios con un amor grande y lo “engrandece”, es decir, quisiera que fuera reconocida y<br />

proclamada con la mayor intensidad posible su grandeza, porque Dios la ha llenado de su<br />

gracia y se ha inclinado hacia su humildad.<br />

¿Cómo lo hace?<br />

“Exulto”. Lo hace “exultando de alegría”, esto es, cantando, danzando, alabando a Dios<br />

con todas sus fuerzas como su Señor y Salvador.<br />

¿Con quién lo hace?


“Todas las generaciones”. Ella canta en nombre de la humanidad con la voz de sus<br />

humildes que comprendieron que el “temor” hace vehicular siempre la “misericordia”<br />

divina por los meandros del tejido social en el cual Dios hace justicia.<br />

El Magníficat es un cántico personal y al mismo tiempo es universal, cósmico. Es el<br />

cántico de todos los salvados que han creído en el cumplimiento de las promesas de Dios,<br />

o mejor, es el himno de todos los que se reconocen hijos del Padre.<br />

¿Qué quiere impregnar en nosotros?<br />

El hecho de que la liturgia coloque hoy este texto en el contexto festivo de la plenitud de<br />

la vida de María nos da una clave importante: toda la historia de María sobre la tierra es<br />

releída desde el cielo con gratitud y de alabanza.<br />

Por eso impregna en nosotros un vivísimo sentido de gratitud en todas nuestras jornadas.<br />

Es verdad que en la vida no faltan problemas, pruebas, oscuridades, dolores, injusticias;<br />

pero no debe faltar tampoco nunca la gratitud y la alabanza en nuestros labios. Es como<br />

María, quien sabe mirarlo todo –aún las dolorosas desgracias de la humanidad- con ojos<br />

limpios y agradecidos, porque sabe que allí también interviene salvíficamente la mano de<br />

su Hijo.<br />

Una mirada de gratitud sobre nuestro pasado y presente, una aceptación serena de<br />

nosotros mismos y de nuestras carencias a la luz del amor con el que Dios nos sostiene,<br />

cambia nuestro humor, nuestro modo de ver las cosas y suscita en nosotros optimismo y<br />

confianza.<br />

La Asunta al Cielo nos enseña así que tenemos que darle en nuestra vida una gran<br />

primacía al ser agradecidos. Un discípulo del Señor, como ella, debe caracterizarse por el<br />

primado de la gratitud. Ojalá habitara en cada uno de nosotros el alma orante de María<br />

que alabemos y exaltemos como ella al Señor. A la luz de la acción de gracias podemos<br />

comprender nuestra vida como un gran camino hacia lo alto, hacia Dios, hacia la gloria<br />

en la cual María ha sido asunta.<br />

(2) Profetizar el mundo nuevo junto con María<br />

Qué fuertes se sienten hoy las palabras: “Exaltó a los humildes” (1,51-55).<br />

Como ya vimos, la felicidad de María no es algo que se reserva para sí misma, es el<br />

preludio del gozo de la humanidad entera que se descubre transformada por la<br />

misericordia de Dios.<br />

María ora a la manera de los grandes profetas, sólo que no lo hace con verbos en futuro<br />

sino en pasado: es tan grande su certeza en la misericordia de Dios que se expresa como<br />

si ya todo hubiera sucedido. Como los grandes profetas ella infunde esperanza portando<br />

en su corazón orante el mundo nuevo que se inaugura en la persona de Jesús.


Sorprende ver que no ignora los sufrimientos de la historia. De hecho, a ella le tocó vivir<br />

algunos de los días más oscuros y más negros de la historia humana. Con todo, con su<br />

finura espiritual tomó conciencia que aún en aquellos días Dios estaba muy cerca del<br />

sufrimiento de su pueblo, que le importaban nuestros dolores, que entraba bien dentro de<br />

nuestras llagas para confortarnos y para hacer de cada momento doloroso una posibilidad<br />

para ejercitar la solidaridad y el amor, para sacar del mal bien, para hacer de la cruz una<br />

resurrección.<br />

Por eso, hay que leer la historia no solo desde su lado oscuro sino también desde su<br />

reverso, allí donde está oculto Dios, para que descubramos todos los gestos de amor que<br />

no tienen publicidad, a los que no se les hace prensa ni televisión, todos los gestos de<br />

amor de Dios y también de personas maravillosas que viven en este mundo que ante los<br />

desafíos de la vida irradian lo mejor que llevan dentro, su amor, su bondad, su deseo de<br />

construir la paz en todas las cosas.<br />

En fin…<br />

En esta solemnidad de la Asunción nos unimos a la mujer feliz que canta y danza en la<br />

fiesta eterna del cielo, alabando al Señor de la historia que sabe estropear los proyectos de<br />

los poderosos e invierte la escala de valores en la que los señores terrenos de la historia se<br />

inspiran.<br />

Con la mirada en Dios pero con los pies en la tierra, María sabe alabar sin por eso<br />

disminuir su compromiso con la historia. Esta historia en la que ella, con la santidad<br />

radical de su vida, es la primicia de lo nuevo que viene. María con el gozo de su alabanza<br />

nos enseña a construir esta historia con el corazón abierto a Dios y como proclamadores<br />

de los valores evangélicos, de manera que sea encaminado el proyecto de Dios en la<br />

tierra.<br />

Qué gran emoción sentimos hoy cuando María nos contagia su alegría y nos invita a su<br />

fiesta del Cielo. Ella dice “Engrandece mi alma al Señor” (1,46b). Pero también hay un<br />

Salmo que bien podría estar en sus labios: “Engrandeced conmigo a Yahveh,<br />

ensalcemos juntos su nombre” (34,4). No hay alegría más grande que podamos darle a<br />

nuestra Madre del Cielo que la de entrar en el coro de su fiesta.<br />

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón<br />

1. Esta fiesta nos invita a cantar la Gloria de María: ¿En qué consiste esa Gloria?<br />

2. ¿Qué significa para nosotros la certeza de que la Asunción de María es signo de lo que<br />

seremos en el futuro? ¿Cómo vivo esta realidad?<br />

3. El Magnificat es el canto de María que agradece la obra maravillosa de Dios en ella.<br />

¿Cuál es mi Magnificat? ¿En qué forma agradezco a Dios su acción en mi vida y en la<br />

historia?


Sábado 16 de agosto<br />

Desde la óptica de los niños<br />

San Mateo 19, 13-15<br />

Decimonoveno del tiempo ordinario<br />

De la vida de pareja, el mundo de los adultos, pasamos a la visión del Reino desde la<br />

óptica de los niños. Sorprende la exquisita sencillez y la profundidad de nuestro texto de<br />

hoy. Mateo sigue mostrando la centralidad del Reino en la praxis de Jesús y por lo tanto<br />

en la vida de sus discípulos.<br />

En torno a la figura del niño hoy el evangelio nos presenta dos actitudes opuestas:<br />

• Los discípulos “les reñían” (19,13).<br />

• Jesús los acogía, “les imponía las manos” (19,15).<br />

Frente al comportamiento tosco de resistencia de los discípulos quienes –claramente<br />

fuera de la nueva óptica del Reino- siguen viendo a los niños como aquellos inquietos<br />

que con frecuencia están neceando o siendo impertinentes (además, la sociedad antigua<br />

los veía como insignificantes e irrelevantes en la vida social), Jesús les concede el gesto<br />

de bendición que suplican sus padres.<br />

“Para que les impusiera las manos y orase… Después de imponerles las manos, se fue<br />

de allí” (19,13.15). A Jesús se le pide que haga, y efectivamente lo hace, un gesto de<br />

oración que encierra actitudes de receptividad, respeto, aceptación, protección y<br />

comunión con los pequeños.<br />

Este comportamiento del Maestro inaugura el compromiso que caracterizará a su Iglesia<br />

con los indefensos, los vulnerables y todos aquellos que están por vivir todas las etapas<br />

de su desarrollo bajo la protección y apoyo de los mayores.<br />

La enseñanza de Jesús se desarrolla en las dos frases que están en el corazón del texto:<br />

(1) “Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis” (19,14ª).<br />

Jesús corrige el mal comportamiento –discriminatorio- de sus discípulos. Al mismo<br />

tiempo les pide que se ocupen de aproximar a los niños a él. El Maestro ha venido a<br />

incluir y a superar toda exclusión.<br />

(2) “De los que son como éstos es el Reino de los Cielos” (19,14b).<br />

Jesús les da un buen argumento que explica el por qué de su novedoso comportamiento:<br />

el niño es modelo de quien está preparado para acoger las bendiciones del Reino de los<br />

Cielos.


Las actitudes propias de la tierna edad, en la que se necesita todo tipo de ayuda, en la que<br />

no hay méritos de los cuales enorgullecerse, en la que se depende de otro, constituyen el<br />

estado ideal de un discípulo, ya que se dispone de la máxima apertura para acoger la<br />

acción novedosa del Reino –que hace desarrollar la vida en la dirección del proyecto para<br />

que la fue creada- de manera total y como un don.<br />

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón<br />

1. ¿En mi experiencia cristiana, qué rasgos tengo de una espiritualidad de pobreza,<br />

pequeñez y necesidad absoluta de Dios?<br />

2. ¿Hay en mí actitudes de soberbia, orgullo, autosuficiencia?<br />

3. ¿Por qué los niños son sujetos preferenciales de la misericordia de Dios? ¿Cuál es<br />

la tarea de toda familia y de toda comunidad cristiana?<br />

“Pienso que los niños matados en el seno materno interceden continuamente en el cielo<br />

por sus madres”<br />

(Marta Robin)<br />

P Fidel Oñoro C cjm<br />

Centro Bíblico del CELAM

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