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MUNDO GALDÓS<br />
MUNDO GALDÓS
<strong>mundo</strong> galdós<br />
© 2012, Carlos galdós<br />
© de esta edición:<br />
2012, santillana s.a.<br />
av. Primavera 2160, surco<br />
lima, Perú<br />
Teléfono 313-4000<br />
aguilar es un sello editorial de santillana s. a.<br />
IsBn: 978-612-4162-01-5<br />
Hecho el depósito legal en la Biblioteca nacional del Perú nº 2012-10479<br />
Registro de Proyecto Editorial nº 31501401200758<br />
Pri me ra edi ción: noviembre 2012<br />
Tiraje: 2 000 ejemplares<br />
di se ño y diagramación: michael H. lazo<br />
Este libro incluye algunos contenidos y títulos de la columna animal urbano,<br />
que es publicada en la revista Somos, del diario El Comercio<br />
Im pre so en el Pe rú - Prin ted in Pe ru<br />
metrocolor s.a.<br />
los gorriones 350, lima 9 - Perú<br />
Todos los derechos reservados.<br />
Esta publicación no puede ser reproducida, en todo ni en parte, ni registrada en<br />
o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por<br />
ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por<br />
fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.
Carlos Galdós
Índice<br />
Primeras notas 10<br />
tito 12<br />
Almuerzo de estreno 14<br />
Gente bien 16<br />
Casas de antes 20<br />
Viajes inolvidables 22<br />
Lugares lejanos 24<br />
Santos recuerdos 30<br />
Escenas de película 32<br />
De vuelta al colegio 34<br />
Asunto de modales 40<br />
Miedo urbano 42<br />
Very Imbecil People 44<br />
el charly 46<br />
Reglamento de tránsito 48<br />
Deseos presidenciales 54<br />
Decálogo del votante 56<br />
Políticamente incorrecto 60<br />
Plegaria electoral 64<br />
Trabajo perfecto 68<br />
Tremendos cuentazos 70<br />
Grandes enigmas 74<br />
Equilibrio vital 78<br />
Existencia de Dios 82
Mensaje de amor 84<br />
Once peloteros 86<br />
Pelotudonio 88<br />
Sapo verde 90<br />
Búsqueda divina 92<br />
Señor de los Milagros 96<br />
Portador de cartas 100<br />
Televidencia compartida 104<br />
Verte reír 108<br />
Bien hecho 110<br />
Dorar la píldora 112<br />
Sincera lotería 114<br />
Amigo salado 118<br />
Perdóname, mamá 120<br />
la menoPáusica 124<br />
Bien alimentado 126<br />
Bien uniformado 128<br />
Sueño raro 132<br />
Cero tecnificado 136<br />
Bien limpio 140<br />
Bien educado 144<br />
Bien enamorado 148<br />
Bonus track 152
A Valentina, mi primer amor
10<br />
Mundo Galdós<br />
Eduardo Lavado, editor de la revista Somos, me ha visto<br />
en una tienda comprando un colchón. En realidad ha<br />
visto cómo me tiro encima de todos los colchones de la<br />
tienda buscando el más cómodo. Eduardo sabe que soy<br />
comediante y que escribo los guiones de mi propio show.<br />
Eduardo sintió en ese momento que yo podía escribir<br />
algo en la revista a su cargo y que, dicho sea de paso, es<br />
la más leída del país. Eduardo me llama, me cuenta su<br />
idea, me gusta su idea y su idea se hace realidad. La primera<br />
vez que salió mi columna en Somos compré veinte<br />
ejemplares. Gracias, Eduardo.<br />
María Luisa del Río es periodista, aventurera, mujer,<br />
guerrera, provocadora, valiente, guapa, inteligente; trepa<br />
árboles y cerros, y cruza ríos y mares como si nada.<br />
Ama el Cusco, ama la Amazonía. Ama y sabe lo difícil<br />
que es amar. La admiro. Un día, María Luisa me llamó...<br />
en realidad fue ella la primerísima persona que me llamó<br />
alguna vez para que escribiera en una revista, aunque<br />
solo duró tres o cuatro ediciones, no lo recuerdo bien.<br />
Mi primer texto impreso para el <strong>mundo</strong> se tituló «Llora,<br />
maricón». Gracias, María Luisa, solo tu locura pudo hacer<br />
eso. Loca linda, gracias.<br />
Patricia Velit Palacios. Ella ha roto todas las barreras<br />
del afecto conmigo y yo con ella. Sabe más de mí que<br />
yo mismo, sabe más de mí que mi familia. Sabe mucho<br />
de mí, al punto que nuestros amigos en común dicen<br />
que tiene una maestría en Galdós. Sabe más de lo que<br />
tendría que saber, y me gusta que así sea. Y yo también<br />
sé de ella. Sabe qué voy a responder, sabe qué voy a
sentir, sabe cómo voy a reaccionar. Ella sabe que me<br />
muero de miedo antes de subir a un escenario, y que la<br />
pena me mata cuando me bajo y llego a casa solo. Sabe<br />
que he dudado mucho antes de hacer este libro y que<br />
no entiendo por qué debía hacerlo, pero lo he hecho.<br />
Desde hace doce años, técnicamente para el <strong>mundo</strong>,<br />
Paty es mi representante. Para mí es mi familia. La<br />
que yo elegí. Ahora quiero que sepas que te quiero.<br />
Gracias, paté.<br />
Joanna Sofía es tal vez el nombre más bonito que he escuchado.<br />
Joanna me gusta mucho. Me gusta lo que dice,<br />
lo que hace, lo que piensa y cómo lo piensa. Me gusta<br />
quién es, lo que es y cómo lo es. Joanna me ha enseñado<br />
a reír y ama las fotos. Joanna es valiente y tiene ganas<br />
(ella sabe a lo que me refiero). Yo tengo ganas de Joanna.<br />
Yo le digo Jo, pero a ella le gusta cuando la llamo Joa.<br />
Joa, solo te pido algo: no salgas de mi corazón nunca,<br />
quiero que te quedes a vivir ahí.<br />
Este libro, estas historias, estos personajes, soy yo. Siempre<br />
me preguntan después de cada show cuál es mi personaje<br />
favorito. ¿Tito, La Menopáusica, El Charly, Pelotudonio?<br />
¿Cuál? Todos ellos son los únicos vehículos<br />
que encontré para exorcizar mis demonios. Ellos me han<br />
salvado. Y escribir me está sanando, y ustedes, quienes<br />
me leen, me escuchan y me ven, son mis doctores. Muchas<br />
gracias por todo este tiempo a mi lado; gracias por<br />
cada lugar al que han ido a ver mis shows. Es raro ser<br />
comediante. Es muy raro. Y es más raro aun ser un comediante<br />
que no se ríe en privado<br />
11
Ver fotos de Tito<br />
Ver videos de Tito<br />
Enviarle un mensaje a Tito<br />
Información<br />
Situación sentimental<br />
Soltero<br />
Lugar de residencia<br />
Lima<br />
Website<br />
http://blogdetito.com.pe<br />
Tito<br />
Muro<br />
Sexo<br />
Masculino<br />
Lugar de residencia<br />
Lima<br />
Edad<br />
Moderna<br />
Perfil<br />
Información básica<br />
Lugar de nacimiento<br />
Puericultorio Pérez Araníbar<br />
DNI<br />
Carnet de Scout: Lobo N.° 35<br />
Nacionalidad<br />
Peruana<br />
Información personal<br />
Añadir como amigo<br />
Peso<br />
Pluma<br />
Ojos<br />
Dos<br />
Canciones<br />
La gallina turuleca , Quinta sinfonía de Beethoven, Al colegio no<br />
voy más.<br />
Películas<br />
Las edades de Lulú, Garganta profunda, Fantasía.<br />
Lugares que le gustaría visitar<br />
Penal Castro Castro, Volver a Vivir, Disneylandia.<br />
Cabello<br />
De ángel<br />
Ocupación<br />
Manifestante<br />
Cicatrices y marcas<br />
Circuncidado<br />
Visitas al perfil<br />
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14<br />
Mundo Galdós<br />
Cada vez es más difícil conseguir casa en Lima.<br />
Hay que buscar mucho para encontrar una que<br />
valga la pena. Compres, alquiles o subarriendes,<br />
la cosa no es sencilla. Y por eso una vez que logras poner<br />
tus pilchas en una, hay que celebrarlo. Así que el<br />
domingo pasado hice un almuerzo familiar en mi casa.<br />
Quería estrenarla con mi familia: mis primos, mis tíos,<br />
mis amigos, mis abuelos y, para variar, un gorrero que<br />
cayó sin avisar. Fue como retroceder en el tiempo. Estuvimos<br />
todos juntos como hacía treinta años. La única<br />
diferencia es que ahora todos somos más<br />
grandes y tenemos trabajo, todos podemos<br />
pagar un Blackberry, somos tecnológicos, loquitos<br />
smartphone. Todos mis invitados se la<br />
pasaron chateando con sus fucking aparatitos.<br />
Nadie habló.<br />
Cuando tenía cuatro años llevaba en mi cabeza<br />
los números de los teléfonos de todos mis amigos<br />
del barrio y del colegio, de mis familiares, el de mi casa<br />
y el de la casa de mis abuelos, con nombres y apellidos<br />
completitos, incluyendo apodos. Hoy pregúntenme<br />
cuál es mi número telefónico y mi respuesta será No<br />
sé, es que no me llamo a mí mismo, pero déjame entrar a la<br />
agenda de mi cel y te lo doy, lo tengo guardado ahí. Las maravillas<br />
del almacenamiento tecnológico me han vuelto<br />
amnésico. Vacié toda mi memoria en un chip, en mi<br />
cabeza ya no hay nada. Está, literalmente, vacía.<br />
En cuarto de primaria mi mamá hizo lo que llamó «la<br />
inversión de su vida». Fue a la librería Minerva y me
compró la Enciclopedia Temática, la Enciclopedia Quillet,<br />
la Enciclopedia Salvat y los tres tomos de Baldor.<br />
Ya tienes tu biblioteca completa para toda la vida, todo lo que<br />
necesitas saber está ahí, me dijo, con total alivio.<br />
Su hijo ya no se quedaría burro. Disfruté toda<br />
la primaria y la secundaria con dichos textos,<br />
empastados, de tapa dura, papel couché<br />
a colores, con fotos e ilustraciones maravillosas<br />
que me enseñaban el <strong>mundo</strong>. Apareció<br />
Internet y nunca más abrí uno de esos<br />
mamotretos. Es más, se los vendí al ropavejero.<br />
Desde aquel entonces no he vuelto a abrir ningún libro:<br />
Wikipedia es la enciclopedia de todos en mi laptop.<br />
Ahora dame a leer un texto y me como los signos de<br />
puntuación, no entono adecuadamente la intención de<br />
cada frase, y hasta me he olvidado de escribir correctamente.<br />
Internet, te odio.<br />
La cosa es que ese día, en el almuerzo de estreno de mi<br />
nuevo depa, todos comieron sin hablar, y a las tres de<br />
la tarde, comida acabada, amistad resuelta. Te mando un<br />
mensaje a tu celu para avisarte cuándo nos juntamos a conversar,<br />
me dijo alguien. ¡¡¡Pero si justamente para eso era<br />
el almuerzooo!!!<br />
Nadie cruzó palabra alguna. Celular con mensajes de texto,<br />
te odio. Ya nadie habla. Gracias a la tecnología nadie<br />
tiene memoria, nadie lee y mucho menos conversa. Si para<br />
eso es la tecnología, prefiero volver al ábaco y vivir como<br />
el hombre de las cavernas. Esa gente sí se comunicaba.<br />
Al menos estoy feliz con mi casa nueva<br />
15
16<br />
Mundo Galdós<br />
La felicidad de la casa nueva me ha durado poco.<br />
O, pensándolo bien, nunca existió.<br />
Esther Bracamonte de Souza es devota del Señor<br />
de los Milagros y miembro del Comité de Damas<br />
de Ayuda para los Niños Especiales. Es católica practicante,<br />
va a misa todos los domingos y siempre deja debajo<br />
de mi puerta el boletín semanal de su iglesia.<br />
Es la encargada del jardín del edificio y amiga fiel<br />
de los animales. Es una dama sonriente con los demás<br />
y siempre recolecta ropita usada para ayudar a<br />
los más necesitados de la comunidad. Nunca deja de<br />
preguntar por mi mamá.<br />
Tiene cuatro hijas muy guapas y un hijo un poquito<br />
fumón, a quien encontré un día armando un pitito de<br />
marihuana en la cochera del edificio... Me ofreció una<br />
pitadita, que yo educadamente rechacé, cosa rara en mí,<br />
pero así somos los rehabilitados.<br />
Por todo lo anterior, la señora Esther Bracamonte de<br />
Souza, mi vecina del piso 13 en el edificio El Golf, es indudablemente,<br />
como decimos en Lima, una señora bien.<br />
En la última reunión de vecinos, en la que se tocó temas<br />
realmente trascendentales para la convivencia entre los<br />
inquilinos y propietarios de nuestro lujoso predio, en el<br />
honorable distrito de San Isidro, la señora Esther me dijo<br />
frente a todos que me lee cada semana y que le encanta<br />
cómo digo las cosas, sin pelos en la lengua, llamando a las<br />
cosas por su nombre. Qué arriesgado eres, hijito, sentenció.<br />
Y, bueno, como yo me debo a mi público, y no lo puedo<br />
defraudar, fiel a mi estilo, ese que tanto le gusta a mi
ejemplar vecina, daré rienda suelta a lo que desde hace<br />
un mes vengo pensando sobre todos y cada uno de los<br />
habitantes de dicho edificio, del que además me mudaré<br />
inmediatamente, porque no los soporto, y quiero decirles<br />
que ha sido el mes más miserable de mi vida; así que<br />
dejo el departamento y les regalo los seis meses de alquiler<br />
adelantado como garantía.<br />
Más que un edificio, ese lugar parece un club donde el<br />
requisito fuera que cada socio tenga dos caras, se maneje<br />
con un código de doble moral y, lo peor, sea repulsivamente<br />
racista.<br />
Me harté de exigir que retiraran esa norma del ascensor<br />
exclusivo para empleadas y mascotas. Si lo hubiera sabido<br />
antes, ni se me hubiera ocurrido vivir allí. Obviamente<br />
me he sentado en esa norma mil veces: cuando yo uso<br />
el ascensor suben todos, pobres, ricos, cholos, gringos,<br />
empresarios, niñeras, empleadas domésticas, putas, y tu<br />
mamá también. Yo no hago distinciones de ningún tipo.<br />
El portero, Ray<strong>mundo</strong>, tiene cuatro años trabajando allí<br />
y hasta ahora no lo ponen en planilla, y encima gana<br />
menos que la cuota de mantenimiento del edificio. Están<br />
considerando gastar nueve mil soles en cambiar las flores<br />
del jardín porque ya se aburrieron de las margaritas,<br />
pero cuando propuse pagarle una operación a las<br />
piernas al hijo de Ray<strong>mundo</strong>, la respuesta fue que no.<br />
Sigan con sus florecitas lindas, yo ya me las arreglaré<br />
con Ray<strong>mundo</strong> y su hijo. Por suerte tengo amigos<br />
solidarios y Herbert se va a operar en la Angloamericana,<br />
donde ustedes y sus familias se atienden.<br />
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18<br />
Mundo Galdós<br />
La señora que se encarga de la limpieza tiene las manos<br />
destruidas por la lejía, y cuando sugerí comprarle guantes,<br />
¡casi me linchan! Sin embargo, más de una vez he<br />
visto al señor del quinto piso usando guantes para no<br />
malograrse sus arrugadas manitas con los palos de golf.<br />
¡Por Dios!<br />
Por todo eso y mucho más, me voy de ese edificio. Y a<br />
usted, señora Esther Bracamonte de Souza, le manifiesto<br />
mi más profundo desprecio. Por racista,<br />
por doble moral y, sobre todo,<br />
por permitir esta situación siendo<br />
la presidenta de la junta de propietarios.<br />
Y espero haber escrito esta<br />
vez como a usted le gusta: sin pelos<br />
en la lengua. Hasta nunca
QUÉ BONITO SERÍA...<br />
QUE EN LUGAR DE USAR TANTOS APARATOS,<br />
NOS HABLÁRAMOS CARA A CARA.<br />
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20<br />
Mundo Galdós<br />
Mientras, atribulado por mis odiosos vecinos,<br />
tuve que echarme a buscar nuevamente dónde<br />
vivir, recordé algunas casas, como aquella<br />
donde me crio mi madre, como la de mis abuelos. O a<br />
lo mejor simplemente me puse nostálgico. Es bueno<br />
ejercitar la memoria. Es bueno volver a ser quien fuiste,<br />
no perder el pasado para saber bien quién eres, volver<br />
atrás para seguir adelante, mirar las fotos antiguas para<br />
no olvidar, lavar la ropa a mano y colgarla en el cordel<br />
con esos ganchos de madera con el fierrito oxidado; comer<br />
de nuevo esas torrejitas de plátano, de zanahoria,<br />
de choclo o de zapallo, con esa fórmula irrepetible que<br />
solo le sale bien a mi mamá; compartir cualquiera de<br />
estos días una chela con dieciséis patas, usando todos<br />
el mismo vaso; sentir la misma alegría de aquella vez<br />
cuando te compraste el primer par de zapatillas chéveres<br />
que sabías que tus viejos solo podían comprar cada<br />
cinco años... Es necesario volver a vivir esas emociones<br />
para no perderse, para darles su verdadero valor a las<br />
cosas y, tal vez, después de mucho buscar, encontrar el<br />
verdadero sentido de la vida.<br />
Es bueno volver al barrio, visitar a quienes<br />
fueron tus vecinos, sentarte otra vez en<br />
ese sofá cubierto con sábanas para<br />
que no se gaste el tapiz y tener<br />
frente a ti la imagen del Corazón<br />
de Jesús acompañada del clásico<br />
cuadro de los perritos jugando<br />
billar, mientras tomas limonada
en vaso de mermelada. O pedir que te envuelvan la torta<br />
del cumpleaños para llevártela en una servilletita que<br />
llegará a tu casa húmeda y pegoteada.<br />
Es bueno volver a la casa de tus abuelos y pelearte con<br />
la antena de conejo de la tele, para valorar lo que cuesta<br />
sintonizar la imagen, la buena imagen digo, así como<br />
cuesta sostener honestamente los principios con los<br />
cuales has decidido andar por la vida. A mí me importan<br />
los valores de fondo, los que están en tu corazón,<br />
los que son como ese concho fino que nadie puede<br />
mover. Hay quienes viven solo para la imagen y terminan<br />
distorsionados o, peor aun, borrosos, hasta llegar<br />
al punto de apagarse y no volver a encenderse nunca<br />
más. Y tomarte una caspiroleta hecha por tu abuela,<br />
para entender que la verdadera receta que cura todas<br />
nuestras enfermedades está en las cosas que hacen con<br />
sus propias manos las personas que nos aman... que, en<br />
honor a la verdad, no deben ser más de dos.<br />
Es bueno volver a jugar policías y ladrones, y molestarte<br />
porque te tocó estar en el bando de los malos.<br />
Ojalá así fuéramos todos los días, que siempre buscáramos<br />
estar entre los buenos, aunque ese sea el camino<br />
más largo.<br />
Y recordando esto, y pensando en la casa que debía dejar<br />
y en la que debía encontrar, me dije Pasa del amargo<br />
al dulce sin mayor drama, solo pasa y listo, como cuando eras<br />
niño. Hazte cargo, déjate de tonteras. Vuelve a tus raíces, a<br />
tus orígenes, a tus historias. Vuelve a ser quien eres. No te<br />
olvides de ti por complacer a los demás<br />
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22<br />
Mundo Galdós<br />
Ir de un sitio a otro en busca de casa, lidiando con las<br />
multitudes que circulan por las calles de Lima, trajo a<br />
mi memoria los inolvidables viajes en micro: alcanzar<br />
con las justas el estribo, zamaquearte con cada frenada,<br />
sentir las punteadas del mañoso de al lado, convertirte en<br />
la almohada del tipo que se sentó a tu costado: En vez<br />
de prestarte el hombro para llorar, yo te lo presto para dormir,<br />
pero no me lo babees, por favor... Esos viajes no volverán. No<br />
volveré a subirme al Cocharcas-José Leal, que me llevaba<br />
por todo Barrios Altos; ni a la línea 104, Mangomarca,<br />
que me dejaba a dos cuadras del trabajo de mi vieja; ni a la<br />
línea 80, que me llevó más de una vez de paseo a La Parada;<br />
ni al Covida, que tomaba tres veces a la semana para ir<br />
a mis clases de flauta dulce; ni a la 2, la 53 o la 58, de Enatru,<br />
tantos números me llevaban al colegio; ni al Chama,<br />
que me enseñaba a las chicas del colegio Belén; ni a la 10,<br />
el morado, que llegaba al cementerio, lugar adonde nunca<br />
iré porque no quiero que me entierren.<br />
Todos los martes y jueves por la tarde iba a Jesús María en<br />
micro, me bajaba en la avenida Salaverry, en la pastelería<br />
Herbert Baruch, compraba una oreja de chancho, y caminaba<br />
dos cuadras para encontrarme con el maestro Carlos<br />
Hayre, que me enseñaba a tocar guitarra. Siempre me decía<br />
¿Y tu guitarra? Tienes que traerla; si no, será imposible que<br />
aprendas a tocar. Yo le hacía creer que me la olvidaba, pero<br />
en realidad no la tenía, no me la podían comprar. Hasta<br />
que una amiga de mi mamá me prestó una. El siguiente<br />
martes llegué a mis clases, pero el profesor se había mudado.<br />
Hoy, como venganza, tengo seis guitarras eléctricas,
todas por las puras: no las toco ni para limpiarlas. Ha sido<br />
una manera de sacarme el clavo. Pero esas tardes de guitarra<br />
sin guitarra nunca más volverán.<br />
Tampoco volverá mi primera bicicleta, una montañera azul<br />
con doce velocidades. Me llevaba de mi casa, en Lince, hasta<br />
la urbanización Olimpo, en Salamanca. Iba por todo Canevaro,<br />
Canadá, Circunvalación, Los Paracas, Separadora<br />
Industrial, dos cuadras a la derecha, y ahí estaba mi primera<br />
enamorada esperándome. Me la robaron, la bicicleta, cuando<br />
regresaba de una juerga en la casa de mi amigo Guildo.<br />
Mi primera enamorada ahora vive a veinte mil leguas de<br />
viaje submarino, pero quisiera conversar con ella para que<br />
me cuente cómo era yo hace veinte años. Y quisiera también<br />
recuperar mi primera bicicleta. Pago recompensa.<br />
En el Centro Comercial Risso, donde ahora hay un casino,<br />
varios cines y un McDonald’s, hace treinta años estaban<br />
un Todos, un Monterrey, una peluquería, el café Marcantonio,<br />
los pollos broaster El Burrito y la pizzería Spadavecchia.<br />
Cada vez que íbamos le pedía a mi mamá que me<br />
invitara una pizza o unos tallarines. Está bien, me decía mi<br />
vieja, pero nos regresamos a pie; si no, no me va a alcanzar<br />
la plata. Ya, mami, le decía yo, y con gusto caminaba las<br />
veintidós cuadras de regreso a casa cargando al hombro<br />
los quince tarros de leche Carnation comprados<br />
en Monterrey. Extraño esas caminatas, ese restaurante<br />
y esa pizza con tocino y aceitunas, porque la pizza es<br />
más rica cuando sabes que a tu mamá le pagan una<br />
vez al mes y solo como quien celebra puede darse ese<br />
gustito contigo<br />
23
24<br />
Mundo Galdós<br />
Dicen que cuando una persona muere, su alma<br />
recoge sus pasos por los lugares donde alguna<br />
vez estuvo y fue feliz. Estos días, alternando<br />
con la búsqueda de casa, motivado por esta nostalgia que<br />
no me suelta, decidí hacer ese ejercicio: recoger mis pasos,<br />
pero en vida. Quise hacer un recorrido por mi niñez<br />
y mi adolescencia, y ser feliz como entonces.<br />
Me hice un barquito de tecnopor, lo pinté de rojo y azul,<br />
metí mis patines en una mochila, y allá voy, Miraflores, a<br />
encontrarme con mis cinco años de edad.<br />
Llegué al Parque Salazar y me encontré con Larcomar.<br />
Caminé unos metros y me di cuenta de que la pista de<br />
patinaje ya no existe, como tampoco existe la concha<br />
acústica. Unas cuadras más allá, llegué a la avenida Benavides,<br />
y me dije Sería bueno brincar un poquito, volar<br />
por los aires con un chupete en la boca, tal como hacía a mis<br />
cinco años, en las camas elásticas de El Rancho. Chupete<br />
en mano, llegue al susodicho lugar. ¡Pero<br />
ya no hay nada! O, mejor dicho, ¡no hay nada<br />
pero pronto habrá! Habrá un montón de edificios<br />
cuando acaben el megaproyecto inmobiliario<br />
donde, me dije, no deberé vivir. Rancho, ¿dónde estás?,<br />
¿por qué te hemos dejado ir?<br />
El Centro siempre fue mi lugar favorito para caminar,<br />
con su desorden que es más bien caos, con su ruido que<br />
es más bien barullo, tanto como el que siempre he llevado<br />
en mi cabeza. Las escaleras eléctricas de las galerías<br />
Boza eran uno de mis puntos favoritos. Bueno, pues, ya<br />
no están, o, mejor dicho, están pero apagadas, venidas a
QUÉ BONITO SERÍA...<br />
QUE LAS SEÑORAS DE ASIA QUE HACEN<br />
OBRAS DE BIEN SOCIAL PERMITIERAN<br />
A SUS EMPLEADAS METERSE AL MAR<br />
ANTES DE LAS SIETE DE LA NOCHE.<br />
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26<br />
Mundo Galdós<br />
menos, como las tiendas, que hoy parecen cualquier cosa<br />
menos las imágenes que guardaba en mi memoria.<br />
Dieron las tres de la madrugada de ese domingo y me seguía<br />
buscando en la ciudad, caminando como un sonámbulo.<br />
Me busqué en una butifarra del Davory de Miguel<br />
Dasso, pero el Davory ya no existe. Me quise encontrar<br />
en el Luciano’s Burguer de la avenida Arequipa, pero en<br />
ese lugar funciona ahora un instituto. Debo estar, me<br />
dije, más allá, en el restaurante El Tambo, al lado del<br />
teatro Leguía y frente al cine Roma, pero nada de eso<br />
está más. Siento que mi niñez y mi adolescencia ya no<br />
están en esta ciudad. Dejen de demoler, de transformar.<br />
Como dije, ando muy nostálgico últimamente... Será<br />
porque se acerca mi cumpleaños, será por el cielo color<br />
panza de burro de Lima, sabe Dios. A lo mejor solo me<br />
quiero encontrar. El asunto es que la memoria es a veces<br />
contradictoria, porque después de esos días en que me<br />
dediqué a recoger mis pasos, volví al malecón de Miraflores<br />
y lo recorrí de punta a punta, de cabo a rabo, y<br />
esa vez lo sentí como siempre, familiar.<br />
Es parte de mi vida, muchos de mis recuerdos<br />
están en él, en cada una de<br />
sus cuadras, y creo que es el<br />
único sitio de esta ciudad<br />
que todavía no ha sido<br />
violentado al cien por<br />
ciento por esos urbanistas<br />
que solo se llevan mis<br />
mejores recuerdos.
Lo descubrí en 1980, en la época del roller boogie, con<br />
mis patines de cuatro ruedas y botines blancos, con mi<br />
vincha en la cabeza y tarareando Dance, boogie wonderland,<br />
dance, al ritmo de Earth, Wind & Fire, o Donna<br />
Summer, o Bee Gees, o Village People. Todos íbamos<br />
a la pista de patinaje de Miraflores, al lado de El Rincón<br />
Gaucho. Iba los domingos con mis primos al Parque<br />
Salazar, comprábamos barquitos de tecnopor o, cuando<br />
no teníamos plata, improvisábamos unos de papel, y entonces<br />
la pileta era el océano donde nuestros acorazados<br />
combatían. Agosto era el mes en que sin falta volábamos<br />
cometas en El Faro, cometas que nosotros mismos hacíamos,<br />
con caña, pabilo, papel y medias viejas para la<br />
cola. Todo eso cuando tenía seis años.<br />
A los doce años, mi primera bicicleta me llevó a ochenta<br />
kilómetros por hora desde La Pera del Amor, en San<br />
Isidro, hasta Barranco. A los quince me iba todo los viernes<br />
al Sunset con mis compañeros del colegio Skinner,<br />
a tomar un poco de Cienfuegos mezclado con Kanú o<br />
Tang, hasta la medianoche, mientras esperábamos que<br />
pasara la última 73.<br />
A los diecisiete, mi primera enamorada y mis bolsillos<br />
rotos me hicieron caminar una y otra vez todo el malecón,<br />
desde Magdalena hasta Chorrillos. La misietud<br />
de aquel entonces casi me convierte en un Peru runner.<br />
Caminábamos todos los sábados de cuatro de la tarde<br />
a ocho de la noche, con su rosita para el romance y su<br />
barquillo para el hambre. Si sobraba la plata, un algodón<br />
dulce cerraba la jornada con broche de oro.<br />
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28<br />
Mundo Galdós<br />
A los veintiuno, una novia barranquina me enseñó que<br />
no siempre hay que pagar hostal, que el jardín bien cuidado<br />
frente al Park Plaza Hotel puede convertirse en el<br />
mejor colchón king size del <strong>mundo</strong>. El único problema,<br />
eso sí, es que no hay tachos de basura cerca, y eso de<br />
llevarse el condón amarradito en los bolsillos no es muy<br />
cómodo que digamos... pero como nunca me gustó ensuciar<br />
el malecón, me comía la incomodidad.<br />
Y, finalmente, después de once años, volví al malecón, en<br />
patines, completamente oxidado y temeroso. Me caí mil<br />
veces de poto y dos de cara. Los patines en línea no son<br />
lo mío. Pero me dicen que ni se me ocurra usar los de<br />
cuatro ruedas porque son de viejos. De cualquier forma,<br />
mientras la búsqueda de casa seguía sin resultados, se<br />
sintió bien que el malecón me volviera a cobijar
QUÉ BONITO SERÍA...<br />
QUE CONSTRUYERAN MENOS<br />
MEGAEDIFICIOS Y MÁS PARQUES.<br />
29
30<br />
Mundo Galdós<br />
Recordando y recordando, han venido a mi cabeza<br />
muchas estampas del pasado, entre ellas, las de<br />
la Semana Santa. Me encanta la Semana Santa<br />
porque es, literalmente, un éxodo. Se escapan todos de<br />
Sodoma en busca de su tierra prometida. Lima se queda<br />
huérfana de habitantes. Sin tráfico, sin combis, sin ambulantes,<br />
sin bocinazos, sin limeños. ¡Lima sin limeños<br />
es perfecta! Algunos se van a Miami; otros, a Varadero;<br />
otros, a sus casas en el kilómetro cien mil hacia el sur. A<br />
Cusco, a Arequipa, a Canta, a Huacho, adonde sea, pero<br />
se van. Y yo me quedo aquí, dueño absoluto de la ciudad.<br />
¡Es lo máximo!<br />
En la casa donde crecí, la fecha estelar del año era la<br />
Semana Santa. Todo comenzaba desde la mañana del<br />
Jueves Santo. Mi mamá me levantaba tempranito para<br />
ir a misa de siete, en la iglesia de San Tarcisio, en Lince.<br />
Nos encontrábamos con todas las viejitas del barrio, los<br />
fumones arrepentidos y alguno que otro borracho que<br />
aprovechaba las bancas para jatear. Después nos íbamos<br />
al mercado Lobatón a comprar bacalao. Nos deteníamos<br />
en los puestos de pescados. Muy caro el kilo, incluso de<br />
jurel seco. Terminábamos llevándonos dos latas de atún<br />
Fanny, para hacer una variante del plato tradicional de<br />
esas fechas: atún a la vizcaína con garbanzos. El resto de<br />
la mañana me pasaba pelando, uno a uno, los garbanzos,<br />
porque la cáscara da gases, decía mi vieja. Hubiera preferido<br />
eso que tener que realizar tan infeliz tarea.<br />
Por la tarde visitábamos a mis tías y, por la noche, oíamos<br />
una misa más, ahora en San José, en Jesús María.
Amanecía el Viernes Santo y mi casa parecía un velorio.<br />
Mi mamá, de luto. Yo, en camisa, con los botones cerrados<br />
hasta el cuello, pantalón azul y zapatos negros. Todo<br />
por respeto al Señor. Pobre de mí que se me ocurriera<br />
ponerme un polo rojo o amarillo, y menos shorts con sandalias.<br />
O que osara escuchar música, llamar por teléfono<br />
a mis primos, salir al parque a jugar, hablar en voz alta.<br />
Mi mamá bendecía la casa, es decir, les hablaba a las paredes<br />
mientras les tiraba agua bendita, una especie de carnaval<br />
en versión católica. Y al mediodía repetíamos lo que<br />
quedaba del atún a la vizcaína con garbanzos. El mandato<br />
de no comer carne en estas fechas no representaba un problema;<br />
en realidad, nunca se comía carne en mi casa.<br />
Al llegar las cinco de la tarde, el recorrido de iglesias<br />
era inminente. De San Tarcisio, a Santa Rosa, en<br />
Lince; de ahí a San Felipe Apóstol, en San Isidro;<br />
luego a las de Jesús María: San Antonio de Padua,<br />
una vez más San José, otra cuyo nombre hasta ahora<br />
no sé, frente al Centro Cultural Peruano Japonés, y<br />
Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Todo a pie, claro<br />
está. Si estábamos bendecidos, íbamos hasta Miraflores en<br />
el Chama, nos bajábamos y caminábamos hasta la iglesia<br />
del Parque Kennedy, pero era una cosa muy especial.<br />
Hace once años que vivo solo. Y hace once años que, en<br />
Semana Santa, no dejo de hacer el mismo recorrido. A<br />
veces recorro las iglesias del Centro, que son unas maravillas<br />
arquitectónicas. Dentro de mí pido disculpas por<br />
ser como soy, pero sobre todo le ruego a Dios que no me<br />
cambie, porque así soy feliz<br />
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32<br />
Mundo Galdós<br />
Quizás en lugar de mudarme a una casa debería<br />
mudarme a un cine. Amo el cine, o, mejor dicho,<br />
amo las salas cinematográficas, sobre todo las de<br />
antes, esas con sello propio, en cada barrio de Lima.<br />
Extraño su olor a humedad emanando desde sus alfombras<br />
granates y sus butacas aterciopeladas con lucecitas<br />
a los lados para que no te sacaras la mugre en el pasillo.<br />
Extraño al acomodador, ese señor que, una vez iniciada<br />
la función, te acompañaba hasta tu asiento con su linternita<br />
de un watt de potencia. Extraño esos documentales<br />
en blanco y negro que pasaban antes de que comenzara<br />
la película y el noticiero «El Mundo al Instante». Extraño<br />
los boletos para las películas. No me gustan<br />
los de ahora, impresos con original y copia, que<br />
parecen un recibo cualquiera. Extraño sus telones<br />
majestuosos y aquellas paredes con imágenes en<br />
altorrelieve, como las del Country o el Alhambra.<br />
Yo iba al cine para escaparme, buscando un <strong>mundo</strong> que<br />
no necesariamente sentía de fantasía. Pasaba de una a<br />
otra sala en verdaderas maratones. Recuerdo el cine<br />
Ambassador, al lado de una pajarería, donde siempre me<br />
quedaba pegado viendo los canarios, y, un poquito más<br />
allá, el restaurante Blue Moon, donde hacía una parada<br />
obligada para comprar mi helado de crema; y el cine<br />
con el nombre de nuestro actual presidente, Ollanta, en<br />
la avenida Canevaro. En el cine Azul vi Indiana Jones y<br />
el templo de la perdición; en el San Felipe, con sus butacas<br />
de color verde militar, vi La laguna azul, y años después,<br />
ET, el extraterrestre; en el Diamante, con pisos y colum-
nas de mármol en la antesala, me enamoré perdidamente<br />
de Olivia Newton-John en Xanadú; en los cines Orrantia<br />
y San Isidro, hoy convertidos en iglesias donde la gente<br />
para de sufrir, vi ese clásico de Walt Disney llamado<br />
Fantasía, y luego, en el primero, un par de clásicos, esta<br />
vez de la pornografía: Garganta profunda y Las edades de<br />
Lulú. El Conde de Lemos, en el Centro, y el Susy, en<br />
Surquillo, también tenían lo suyo. Iba cuando estaba literalmente<br />
pelado: todo costaba la cuarta parte de lo que<br />
pagaba en el Real 1 o el Real 2 del Centro Comercial<br />
Camino Real. Y hablando de centros comerciales, los<br />
Arenales Ámbar y Jade revolucionaron una época.<br />
Ya grande me volví culturoso y no me perdía ningún ciclo<br />
de la Filmoteca. Había que llegar temprano porque<br />
si no, te quedabas detrás de las columnas y no veías nada.<br />
Hace poco, mientras caminaba por el Centro, decidí darme<br />
una vuelta por el cine Tacna. Necesitaba ese olor a humedad,<br />
a pezuña, a ropa guardada. Impulsado por la nostalgia,<br />
compré una entrada, aunque no tenía ni idea de qué<br />
daban. En realidad compraba un boleto con destino a<br />
mis emociones. Entré y me senté. En la pantalla aparecieron<br />
unas calatas bamboleándose, y vi agitándose a<br />
mi lado a un onanista, y a un travesti complaciendo los<br />
bajos instintos de un espectador. Cuatro prostitutas<br />
me ofrecieron sus servicios, todo incluido. Caracho, ya<br />
llegó el cine 3D al Centro, pensé. Salí despavorido y sin billetera.<br />
Nunca más volveré a esa sala. No me gustan esos<br />
efectos especiales. Prefiero las versiones convencionales,<br />
las de antes. Aquí no podría vivir<br />
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34<br />
Mundo Galdós<br />
Buscando casa recordé eso de que el colegio es un<br />
segundo hogar. Pero de ninguna manera quiero<br />
que mi nueva casa sea como mi colegio.<br />
Todos los domingos a las seis de la tarde me invade el<br />
síndrome del alumno problemático. No tengo el uniforme<br />
de Educación Física ni he hecho la tarea, pues no<br />
compré las láminas Huascarán cuyas figuritas debía pegar<br />
en mi cuaderno. No pasaré la revisión de los lunes.<br />
Hasta hoy, esta desazón me acompaña cada domingo.<br />
Leí que a Mario Vargas Llosa también le ocurre algo<br />
parecido. Y mi psicóloga dice que es un mal que ataca a<br />
todos los que, como yo, no disfrutamos de nuestro paso<br />
por el colegio.<br />
Ahora, sobre todo en la época en que la publicidad colegial<br />
arrecia (lápices, crayolas, cuadernos, mochilas), no<br />
puedo dejar de sentirme nervioso al recordar mis colegios.<br />
Sí, mis colegios, en plural, porque soy de los que<br />
tuvieron varios. Dejé el primero, el Maristas Champagnat,<br />
gracias al gobierno ochentero de Alan García: un<br />
día subieron todos los precios y mi mamá no pudo seguir<br />
pagándolo con su sueldo del Seguro Social. Irás al Skinner<br />
nomás, hijo, me dijo, sin saber que luego vendría el<br />
No Escolarizado 3020. En el fondo le agradezco a Alan,<br />
porque, en honor a la verdad, los hermanos maristas no<br />
se portaron muy bien. No ahondaré en detalles y me<br />
centraré ahora en mis actuaciones escolares. Yo no era<br />
un chico deportista. Siendo hijo único, mi mamá no me<br />
permitía salir a jugar fútbol. Mis patas, solidariamente,<br />
venían al parque que estaba frente a mi casa y yo era el
QUÉ BONITO SERÍA...<br />
QUE ALGUNOS PADRES TERGIVERSARAN<br />
MENOS SUS INGRESOS Y LES DIERAN LA<br />
PENSIÓN ADECUADA A SUS HIJOS.<br />
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36<br />
Mundo Galdós<br />
árbitro... desde mi ventana. Tampoco jugué vóley, porque<br />
no tenía talla suficiente. En cambio era el que no<br />
se perdía una actuación en el colegio: Vamos a hacer el<br />
nacimiento viviente, y usted será el burro, y ahí me quedaba<br />
quietecito, o Nos falta la ficha roja para completar Parchís,<br />
y ahí iba yo con mi conjunto rojo bien sospechoso. Un<br />
día se iba a representar El lago de los cisnes y mi madre,<br />
emocionada, les contaba a sus amigas que yo finalmente<br />
actuaría. Grande sería su sorpresa, y la mía, cuando repartieron<br />
los roles y a mí me tocó ser el lago. O sea, iba<br />
a hacer de agua. En efecto, con una manta azul y echado<br />
en el piso, me indicaban Mueva el lago, y yo hacía olas<br />
por debajo. Esa fue mi actuación estrella.<br />
Pero no eran solo las actuaciones, también estaba la Instrucción<br />
Premilitar. Siempre me preguntaba para qué<br />
diablos me iba a servir: ¡Formarse! ¡Distancia! ¡Brazo estirado!<br />
(¿acaso seríamos sastres?) ¡Atención! ¡A la derecha,<br />
derecha! Que alguien me diga, por favor, cómo puedo<br />
aplicar eso en mi vida diaria de hoy.<br />
Prohibido usar aretes, pulseras, pititas, cadenas, collares;<br />
no pintarse las uñas; mostrar pañuelo, peine y<br />
rosario antes de entrar al salón; presentar cuaderno de<br />
control; llevar la insignia cosida en la chompa<br />
y los zapatos bien lustrados. No se meta las<br />
manos al bolsillo. ¿Ha traído su frejolito en vasito<br />
descartable? Cantar el himno del colegio y<br />
la Marcha de banderas, y rezar en formación.<br />
Todo eso, y más, ha causado daños irreparables<br />
e irreversibles en mí. Por eso, cuando re-
cuerdo mis gloriosos Skinner y No Escolarizado 3020,<br />
creo que mi mamá, gracias a Alan, hizo lo correcto: me<br />
sacó del colegio.<br />
Hace poco estuve con un grupo de compañeros de mi<br />
primer colegio, a quienes no veía desde hace dos décadas,<br />
por lo menos. Si para algo sirven esas reuniones es<br />
para corroborar quiénes alcanzaron sus objetivos en la<br />
vida y quiénes no, quiénes creyeron en sus sueños y, ¿por<br />
qué no decirlo?, quiénes siguen siendo igual de imbéciles<br />
que en la época escolar.<br />
Bueno, con todo cariño, a mis compañeros del colegio<br />
Maristas Champagnat les digo que ya no me parecen idiotas<br />
como hace veinte años: ahora me parecen más idiotas.<br />
Se han perfeccionado hasta llegar al grado de maestría.<br />
Me siguen resultando trepones, interesados y mediocres.<br />
No es que yo me sienta mejor que ellos, pero al menos<br />
yo no tengo ese tipo de cualidades. Uno comentaba con<br />
mucho orgullo que ahora está envarado porque su esposa<br />
es hija de un ministro, y hasta se ofreció a hacernos algún<br />
favor si lo necesitáramos. Bueno, querido compañero, te<br />
tomo la palabra y te pido un favor: dile a tu suegro, el<br />
ministro, que me compre un poco de papel higiénico y<br />
lo deje en el baño de mi casa para limpiarme bien cada<br />
vez que me acuerde de él y de tu familia. Me da asco que<br />
estas personas se crean dueñas del país y se sientan en la<br />
capacidad de hacer favores, como si fueran Dios.<br />
Otro compañerito contó, lleno de orgullo, su última viveza,<br />
su nueva hazaña, su más reciente éxito: ha logrado<br />
engañar al Poder Judicial amañando sus cuentas, tergi-<br />
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38<br />
Mundo Galdós<br />
versando la declaración de sus ingresos, para así poder<br />
pasarle a su exesposa la exorbitante suma de ochocientos<br />
soles por concepto de manutención para su hijo.<br />
¡Qué lindo ser humano! Y pensar que la mamita de este<br />
infeliz se pasaba organizando cuanto evento religioso<br />
había en el colegio. Por lo visto, los valores cristianos<br />
no calaron en su retoño. Qué vivo que eres, compadre,<br />
le escatimas dinero a tu propio hijo... ¡Te felicito! Ojalá<br />
te odie de por vida.<br />
¿Y tú qué cuentas? ¿Qué ha sido de tu vida?, me preguntaron.<br />
Nada, pues, muchachos, yo sigo ahí, tomando<br />
toneladas de pastillas para dormir, yendo al psicólogo<br />
y ahora le he aumentado psicoanalista y psiquiatra para<br />
conseguir las recetas de mis hipnóticos. Me casé, me divorcié,<br />
y me quiero volver a casar más veces y divorciar<br />
otras tantas. Continúo saliendo a caminar solo por el<br />
Centro de Lima, voy a Quilca a buscar discos de vinilo<br />
y, de vez en cuando, me meto a uno de esos locales de<br />
strip tease de la avenida Tacna, donde trato de hacerme<br />
amigo de las bailarinas. Me gusta escuchar sus historias.<br />
Por lo demás, todo bien. ¿Y ustedes qué tal? Por lo visto,<br />
están cada vez más imbéciles
QUÉ BONITO SERÍA...<br />
QUE LAS SEÑORAS SANISIDRINAS<br />
RESPETARAN LAS CAJAS<br />
PREFERENCIALES.<br />
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40<br />
Mundo Galdós<br />
Pero gente como mis compañeros de colegio o mis<br />
vecinos del edificio El Golf abunda. Y no hay que<br />
remitirse hasta su esencia, basta ver sus modales.<br />
Primer acto. Wong de Dos de Mayo en San Isidro.<br />
Estoy con un rollo de papel higiénico en la mano derecha<br />
y un libro de Deepak Chopra en la izquierda (ambas<br />
cosas podrían servir para lo mismo). Me acerco a la caja<br />
rápida —solo canastillas, máximo cinco artículos— y allí<br />
espera una señora con una carretilla repleta de verduras<br />
y abarrotes, además del mismo libro de Deepak Chopra.<br />
Señora, esta caja es para un máximo de cinco artículos y usted<br />
tiene por lo menos veinticinco, le digo. Es que estoy apurada,<br />
tengo que recoger a mi hijo en media hora. ¿Por qué mejor<br />
no te vas a otra caja? Me voy a demorar, me responde. La<br />
miro, me río; volteo, miro al que está detrás y me río<br />
con él, que me dice Déjala, está apurada; nada te cuesta<br />
ser cortés. ¿Acaso Deepak Chopra es lectura para débiles<br />
mentales? No, yo amo a Deepak Chopra, pero odio a<br />
esta señora. Conclusión: seguro la culpa es mía, por pretender<br />
que se cumplan las disposiciones de Wong.<br />
Segundo acto. Tienda del grifo. Tengo unas rosquitas<br />
de manteca, unos camotitos fritos y una chaposa más sabrosa.<br />
Se trata de mi desayuno, son las siete de la mañana.<br />
Llego a la caja, entrego mi tarjeta de crédito y me someto<br />
al maldito interrogatorio: ¿Boleta o factura? ¿Tiene tarjeta<br />
Bonus? ¿En cuotas o con pago único? Y luego, después de enterarme<br />
que por un sol me puedo llevar un chancay, escucho
Lo siento señor, no hay sistema. ¿Tiene efectivo? Saco un billete<br />
de veinte soles con el retrato de un Raúl Porras Barrenechea<br />
cada vez más pelado. ¿No tiene un billete más chico?, me<br />
dice la señorita. No, no tengo, respondo. Lo siento, no tengo<br />
cambio. Pero le puedo dar su vuelto con caramelos. La miro, me<br />
río, tomo aire y le digo que no porque en la combi no me<br />
aceptarán pagar el pasaje con caramelos. Respuesta: Yo no<br />
tengo la culpa de que no haya sistema. Conclusión: sería lindo<br />
poder pagar todo con caramelos y el malo soy yo por<br />
no haber traído monedas de diez céntimos. Bien ahí con el<br />
servicio y la atención al cliente.<br />
Tercer acto. Ascensor de mi trabajo. Bajo hasta el primer<br />
piso, se abre la puerta y un tipo de porte militar, joven<br />
y con vestimenta deportiva, entra atropellándome.<br />
Lo miro, me río (siempre me río en estas circunstancias,<br />
es una reacción nerviosa y estúpida, valgan verdades) y le<br />
digo Primero espera que salga para después entrar. Es una regla<br />
básica en ascensores. Es que estoy apurado, voy al segundo<br />
piso, me responde. Conclusión: este salvaje no tomó leche<br />
con dha de chiquito (yo tampoco pero no importa) y la<br />
culpa es mía, qué duda cabe, si los quince escalones que<br />
separan el primero del segundo piso son demasiado para<br />
él, pobrecito, viva la juventud, su tiempo es oro, el mío no.<br />
En resumen: no se preocupen, sigan así, apurados, prepotentes,<br />
salvajes, descorteses y desconsiderados. La culpa<br />
es mía por haber leído a Carreño y por hacerle caso a<br />
mi mamá. Los modales ya no van, yo estoy desfasado<br />
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42<br />
Mundo Galdós<br />
He recorrido jirones, avenidas, pasajes, óvalos,<br />
buscando casa. Buena parte de la ciudad me ha<br />
revelado su oscuro rostro... y ahora tengo miedo.<br />
Tengo miedo de hablar por teléfono en la calle, no vaya<br />
a ser que baje un tipo de un Tico y me arranche el celular.<br />
Tengo miedo de subirme a un colectivo que recorra el<br />
Zanjón, no vaya a ser que el chofer, con la complicidad<br />
de un pasajero, me secuestre y me robe al paso.<br />
Tengo miedo de tomar una combi, no vaya a ser que el<br />
chofer no tenga brevete y yo termine muerto en medio<br />
de fierros retorcidos.<br />
Tengo miedo de detenerme en cada semáforo, no vaya<br />
a ser que me rompan la luna del auto para arrancharme<br />
cualquier cosa.<br />
Tengo miedo de caminar por la avenida Abancay, no vaya<br />
a ser que me cogoteen, o que me cruce con un congresista.<br />
Tengo miedo de hacer mis pagos en una agencia del<br />
banco, no vaya a ser que me vigile un marca, pero también<br />
tengo miedo de hacerlo por Internet, no vaya a ser<br />
que me clonen la tarjeta.<br />
Tengo miedo de ir a una discoteca, no vaya a ser que un<br />
loco tire una granada en la pista de baile, o que muera car-
onizado y que, como el dueño de la discoteca es amigo<br />
de la esposa de un expresidente, el hecho quede impune.<br />
Tengo miedo de esa señorita que me hace ojitos en el<br />
bar, no vaya a ser una pepera, y del jardinero que va a<br />
mi casa, no vaya a ser que la esté tasando para vaciármela<br />
todita.<br />
Tengo miedo de esperar a mi enamorada en la puerta<br />
de su casa, no vaya a ser que vengan cuatro tipos con<br />
chalecos antibalas y me encañonen para robarme el auto.<br />
Tengo miedo de ir a un concierto de música chicha, no<br />
vaya a ser que me rompan la cabeza a botellazos.<br />
Tengo miedo de estacionarme cuando un patrullero me<br />
interviene, no vayan a ser falsos policías con armas alquiladas<br />
a verdaderos policías y me quieran dejar calato.<br />
Tengo miedo de ir a un palco de un estadio, no vaya<br />
a ser que me cruce con un infeliz que me lance al vacío,<br />
que después todos los responsables se laven las manos,<br />
que editen las imágenes de las cámaras de seguridad y<br />
que encima una semana después pase al olvido.<br />
Tengo miedo de acostumbrarme a muertes como<br />
esta, a las noticias en el diario, a los números de<br />
las estadísticas, a las fotos en las revistas, y tengo<br />
miedo de volverme indiferente<br />
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44<br />
Mundo Galdós<br />
Cuando conté lo racistas que eran mis vecinos en<br />
el edificio de El Golf, adelantando que me autoexpectoraría<br />
de tan respetable predio, nunca<br />
pensé que mi testimonio generaría tantos odios sanisidrinos<br />
hacia mi persona. En los días siguientes, mi única<br />
preocupación fue encontrar un techo que me cobijara,<br />
pero algo raro ocurría. Ni bien llegaba a cualquier edificio<br />
—¡oh, casualidad!—, en ese preciso instante ya se<br />
acababan de alquilar los departamentos. Es más, en uno<br />
de la avenida Coronel Portillo decidí enviar primero a<br />
un amigo. A él le dijeron que estaba disponible. Diez<br />
minutos después me aparecí yo y —¡magia, magia!— me<br />
dijeron ¡Qué pena, hijito, justo hace un minuto acaba de venir<br />
un joven a alquilarme el departamento! Pero no importa, lo<br />
que me es negado me motiva aun más y, mismo protagonista<br />
de Retroceder nunca, rendirse jamás, intensifiqué mi<br />
búsqueda. Así conseguí no un departamento, sino una<br />
casita con jardín a la calle.<br />
Es un jardín que técnicamente le corresponde al distrito,<br />
pero ya que está precisamente al frente de mi casa y en<br />
mi mismísima puerta, lo he adoptado y he decidido que<br />
velaré por él hasta el último de mis días. Cuando llegué<br />
a instalarme, era un erial de pasto seco y muerto, con un<br />
triste y marchito ficus. Nada más. Hoy es un jardín con<br />
césped japonés y florecitas en los contornos, además de<br />
un ciprés, y el viejo ficus ha comenzado a revivir. Me encanta,<br />
soy feliz, ya tengo de qué conversar con mi abuela,<br />
a quien también le gustan las plantas, tanto que hasta<br />
les habla. Yo no he llegado a ese extremo, a lo sumo he
egado con mi agüita amarilla el tronco del ficus porque<br />
no llegaba al baño, y además estaba un poquito borracho.<br />
Pero lo hice como un acto de amor, de vida, porque<br />
agua es vida.<br />
Lo curioso es que parece que el nuevo jardín del barrio<br />
no solo me gusta a mí, sino también a todos los perritos<br />
del vecindario y a sus respectivos dueños, ya que tienen<br />
la cortesía de abonármelo diariamente y en tres turnos, y<br />
también de regarlo con su agüita perruna. Ayer me paré<br />
en la puerta de mi casa y vi cómo todos los perritos, uno a<br />
uno, cagaban literalmente en mi cara. Hablé con los dueños<br />
y las respuestas fueron de lo más insólitas. Una señora<br />
me dijo que el jardín sirve para que los perros hagan sus<br />
necesidades; otra que no tenía la culpa de que a su perro<br />
le gustara pararse justo en mi jardín; otra que la culpa es<br />
mía por haber arreglado el jardín; y un señor finalmente<br />
me amenazó con llamar al serenazgo si sigo exigiendo que<br />
su perro no se orine, ya no en mi jardín, sino en mi puerta.<br />
No entiendo, no entiendo nada. ¿O sea que la culpa<br />
es mía por arreglar el jardín? ¿Es una<br />
cámara oculta? ¿Me están tomando<br />
el pelo o qué? En fin, ellos son mis<br />
nuevos vecinos, y son vip, es decir<br />
Very Imbecil People<br />
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