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marcado este siglo. Pero lo hace también con el esplendor de un di -<br />
bujante que supo unir la observación de la realidad, incluso casi el<br />
dibujo automático, con un mundo misterioso, en el que el erotismo<br />
tiende hacia un más allá en el que se sitúan las grandes preguntas<br />
sobre la vida.<br />
Los dibujos de Rodin, sin ser ajenos a las modas del momento –ese<br />
perfume orientalizante que emana de ellos–, en su conquista de la realidad,<br />
imprimen, por sí mismos, una de las páginas más brillantes de un<br />
cambio de siglo que nos trajo esa ambivalencia entre el progreso y la<br />
sed de infinito y en cuya encrucijada Rodin se muestra como un hombre<br />
sencillo, casi primordial, dispuesto a una tarea deslumbrante por<br />
su fuerza y su emoción.<br />
Faunesa Zoubaloff, 1890<br />
Yeso<br />
Musée Rodin, París [S. 3079]<br />
5 cuadern o [ 30<br />
Rodin, el hombre, el artista; con sus aciertos, producto de una personalidad<br />
fuerte y, a veces, casi primitiva, es el centro de un recorrido<br />
que nos habla de la transformación de la escultura, del escalofrío erótico<br />
de la Belle Époque, pero también de la vida y de la verdad y su búsqueda.<br />
De su mano hemos querido presentar el inicio de un nuevo arte<br />
obsesionado por la vida, por lo que tiene de trascendente y esencial,<br />
y así sensualidad y formalismo, erotismo y afán de libertad y trascendencia<br />
constituyen las claves que dirigen este doble discurso que marca<br />
la obra cumbre de uno de los grandes artistas de la modernidad.<br />
Pablo Jiménez Burillo. Director General del Instituto de Cultura<br />
FUNDACIÓN MAPFRE